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Full text of "La reforma política de ultramar. Discursos y folletos de Rafael M. de Labra 1868-1900"

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SA  /SfJ./t 


^arbartí  College  üfararj 


FROM  THE  FUND 

POR  A 

PROFESSORSHIP  OF 

LATIN-AMERICAN  HISTORY  AND 

ECONOMICS 

ESTABLISHRD    I913 


1 


1% 


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U  REFORMA  POLÍTICá  DE  ULTRAMAR 


ises-1900 


M  REFORM&  POLITICE 


DE    ULTRAMAR 


DISCURSOS  Y  FOLLETOS 


RAFAEL  M.  DE  LABRA. 
1868-1000 


«m» 


MADRID 

TOOtRAFf  A  DE  ALFRBDO  AL0N8O 

Catín  de  B*rbi*ri,  *úm.  $ 
1901 


n^rtVAfiO  COLl  ¿GE  UBRArtf 
3.|  ^  MAR  9  1921     - 

lATi»        rtlGAN 


O 


AL    LECTOR 


El  título  y  el  índice  de  este  libro  dicen  suficien- 
temente cuál  es  mi  propósito  al  publicarlo.  Paré- 
cerne  que  también  son  bastante  para  explicar  la 
razón  y  la  sustancia  de  la  obra  formada  por  va- 
rios discursos  y  algunos  folletos,  con  que  solicité 
la  atención  pública  de  España  en  el  agitado  perío- 
do histórico  comprendido  entre  la  gforiosa  Revo- 
lución de  ¡Septiembre  y  los  afrentosos  desastres 
de  1898. 

Me  determino  a  reproducir  y  coleccionar  esos 
trabajos,  porque  no  siendo  obras  de  carácter  pura- 
mente literario,  ni  mera  expresión  de  mi  manera 
personal  de  ver  las  cosas,  pueden  muy  bien  servir 
para  el  exacto  conocimiento  de  los  hechos  á  que 
se  refieren,  y  que  ocupan  lugar  considerable  en  la 
Historia  contemporánea  española.— Y  pienso  que 
este  conocimiento  será  de  gran  valor  para  los  que, 
corriendo  los  tiempos,  quieran  y  deban  formar  un 
juicio  acabado  de  los  problemas  españoles  del  si- 
glo xix,  teniendo  en  cuenta  las  posiciones  y  los 
pareceres  de  los  contemporáneos,  no  ya  por  me- 
ra curiosidad  ó  interés  puramente  retrospectivo, 
si  que  para  aprovechar  las  lecciones  que  de  aque- 
llos hechos  se  desprenden,  en  obsequio  al  prestí- 


gio  y  el  porvenir  de  España  y  al  progreso  regular 
de  la  Humanidad.  * 

No  es  verosímil  que  se  reproduzca  en  España 
la  situación  de  estos  últimos  treinta  años.  Es  de- 
cir no  es  verosímil  que  se  repitan  los  problemas 
coloniales  que  nos  han  preocupado  en  este  tiempo. 
Pero  las  lecciones  que  de  los  aludidos  sucesos  se 
desprenden  no  pueden  menos  de  interesar  a  todos 
cuantos,  entrando  en  el  fondo  de  las  cosas  y  co- 
nocedores de  la  economía  moral  de  las  sociedades, 
se  den  buena  cuenta  de  que  la  cuestión  colonial 
era  uno  de  los  problemas  fundamentales  de  la  Es- 
paña contemporánea,  y  que  las  causas  de  los  úl- 
timos desastres  eran,  no  las  entrañadas  única  y 
exclusivamente  en  el  viejo  régimen  ultramarino, 
ai  que  las  que  viciaban  y  todavía  vician  la  vida 
entera  de  la  sociedad  española. 

En  el  libro  de  ahora  trato  sólo  del  problema, 
político  de  Ultramar.  Y  aun  respecto  de  este  me 
ateneo  ¿trabajos  de  carácter   general.  Por  eso 
no  sfincluyen  en  la  colección  los  dos  folletos  eon 
que  comencé  en  1869  mi  campaña,  y  que  se  titu- 
lan- La  pérdida  de  las  Américas-y  La  Cuestan  Co- 
lonial en  1869.  Aquél  es  un  estudio  histórico  rela- 
tivo al  período  do  1810  á  1825,  para  probar _amm 
f,ié,  no,  la  libertad  quienperdió  las  Amencas.  El  otro 
es  una  descripción  del  estado  de  nuestras  Colo- 
nias en  la  época  de  la  Revolución  de  Septiembre 
y  que  concluye  con  la  doble  aünracum  de  que  rf 
lorvenir  de  nuestras  colonias  estaba  a  la  sombra  de  Es- 
paña, y  que  España,  sólo  por  la  libertad,  podm  asegu- 
rar su  imperio  allende  los  mares. 


r\ 


Vil 

Después  he  publicado  un  estudio  sobre  La  Cues- 
tión de  Puerto  Rico  en  1870,  con  fórmulas  atenua- 
das de  autonomía  colonial,  que  hay  que  relacio- 
nar con  mi  discurso  sobre  el  Presupuesto  de  Puerto 
Rúo  de  1889,  que  explica  una  fórmula  de  transac- 
ción calcada  en  el  régimen  foral  de  las  Provincias 
Vascongadas;  y  mi  libro  titulado  Una  campaña  par- 
lamentaría, que  comprende  todos  mis  discursos  po- 
líticos de  1871  á  73;  y  mi  discurso  de  1880,  sobre  el 
Primer  presupuesto  de  Cvba,  con  cuyo  motivo  se  for- 
muló por  primera  vez  en  el  Parlamento  español, 
dentro  de  la  Restauración  borbónica,  la  aspira- 
ción francamente  autonomista;  y  mis  Conferencias 
del  AbvJi  de  1890,  sobre  política  colonial;  y  la  co- 
lección de  mis  discursos  de  1896,  sobre  la  Reforma 
electoral  en  las  Antillas;  y  mi  folleto  del  propio  año 
sobro  la  Política  antillana  en  la  Metrópoli  española;  y 
mi  libro  sobre  la  Autonomía  colonial  de  1892;  y  mis 
discursos  de  1895,  sobre  la  Reforma  política  //  eco- 
nómica en  las  Antillas,  etc.,  etc. 

Claro  está  que  todos  estos  trabajos  se  relacio- 
nan también  con  el  problema  moral  y  social  anti- 
llano, entrañado  en  la  pavorosa  cuestión  de  la  escla- 
vitud; pero  no  es  ésta  su  propia  materia,  que 
siempre  reservé  para  esfuerzos  excepcionales,  por 
mí  realizados  como  parlamentario,  publicista,  pro- 
pagandista y  Presidente  de  la  Sociedad  Abolicionista 
Española. 

Tengo  el  propósito  de  coleccionar  también  bue- 
na parte  de  mis  folletos  y  discursos  sobre  este  par- 
ticular, que  estimé  siempre  bajo  la  doble  presión 
de  un  requerimiento  de  conciencia  y  de  un  deber 


vin 

de  patriotismo.  Porque,  aparte  de  haber  yo  naci- 
do en  Cuba  y  formado  parte  de  su  clase  dominan- 
te, pocas  cosas  me  han  preocupado  y  avergonzado 
tanto,  fuera  de  España,  como  la  consideración  de 
ser  mi  Patria  la  única  nación  de  Europa  que,  con 
aspiración  á  representar  algo,  dentro  de  la  civili- 
zación cristiana  y  la  cultura  contemporánea,  en 
la  afonía  del  siglo  xix,  cubría  con  su  bandera  la 
Infame  y  corruptora  esclavitud  de  los  negros. 
Así  lo  dige  al  redactar  la  protesta  que,  contra 
aquella  afrenta,  votó  la  Junta  revolucionaria  de 
Madrid  en  1868. 

El  nuevo  libro  que  preparo  también  podrá  ser- 
vir de  enseñanza,  por  los  hechos  á  que  se  contrae; 
porque  la  empresa  abolicionista  de  estos  últimos 
años  es  uno  de  los  empeños  más  gloriosos  y  de 
éxito  más  completo  de  la  Historia  política  moder- 
na de  España. 

Pensando  en  ello,  no  puedo  explicarme  el  silen- 
cio que  nuestros  políticos  y  nuestra  prensa  obser- 
van respecto  de  este  particular.  Menos  aún,  cuan- 
do tíido  el  mundo  baja  la  cabeza  ante  el  desastre 
de  1898.  Por  esto  mismo  debían  ser  más  potentes 
la  protesta  y  el  recuerdo  de  la  abolición  de  la  es- 
clavitud, que  se  realizó  en  Puerto  Rico  de  un  modo 
mwmparáble  y  en  Cuba,  de  manera  y  con  conse- 
cuencias superiores  á  todas  las  demás  experien- 
cias abolicionistas  del  siglo  xix. 

Colecciono,  pues,  para  la  Historia. 

;    3o -Noviembre- 1 0"*  i 
Madrid. 


c\ 


r 


SANROMA 

PROPAGANDISTA 

CATEDRÁTICO  — ESCRITOR 

DIPUTADO 


I  86  O-  189  5 


.  *í 


JOAQUÍN  MARÍA  SANROMA 


i   <!> 


(1860-1895) 


Se  Sor  as  y  Señores: 


Necesito  de  vuestra  benevolencia  por  breves  momentos. 
No  vengo  á  hacer  un  discurso  necrológico.  Ni  esta  es  la 
oportunidad,  ni  yo  cuanto  coa  medios  bastantes  para  estu- 
diar la  vasta,  complicada  y  admirable  obra  de  Joaquín  Ma- 
ría Sanromá,  en  el  orden  político  y  científico  de  1a  España 
contemporánea.  Los  discursos  que  acabáis  de  oír,  y  que 
contienen  meras  indicaciones  respecto  de  mucha  y  buena 
parte  de  esa  obra,  me  dispensan  de  toda  demostración  reg- 


(1)  Este  discurso  fué  pronunciado  en  ot  gran  Salín  de  Acto»  de! 
Ateneo  Científico  Literario  -le  Madrid,  la  noche  dal  38  da  Abril  da  lS^Sf 
•O  Ib  cual  so  celebró  una  valida  en  honor  ¡le  Sanromá,  que  ataljuba  da 
aorit.  Presidió  la  sesión  el  Presídante  do  abolla  ilustra  Sala  D  So» 
giq  mundo  tíoret,  y  pronunciaron  discursos  en  me  mona  del  ana  do  loa 
•abarse  D.  Gabriel  Rodrigas^  D,  (Jumuraindcj  de  AicáraLe,  D,  Liurea* 
so  F  i  güero  la,  D,  José  de  Echegaray,  [>.  Man  nal  Pedregal  y  el  autor  de 
1*  oración  que  7a  arriba. 

Después  se  bao  publicado  todos  esos  discursos  en  na  volumen  a  coya 
cabeza  figura  al  retrato  de  Sin  roma. 


pacto  de  la  gravedad  y  transcendencia  de  las  amperios  en 
que  agoto  su  vida  la  ilustra  persona  en  cayo  honor  y  me- 
moria aquí  piadosamente  nos  reunimos.  Bien  podría  decir 
que  vengo  hoy  al  Ateneo  á  realizar;  con  particular  guato  y 
macho  honor  para  mi,  lo  que  se  llama  comunmente  un  acto 
de  presencia,  ostentando  una  doblo  representación  que  da 
cierto  valor  á  lo  que  significaría  muy  poco  si  se  redujera  i 
mi  humildísima  gestión  personal.  Porque  asi  por  lo  qoe 
hasta  ahora  ¿*e  ha  dicho  respecto  de  los  empeños  do  Sa u  ro- 
ma en  el  orden  de  la  abolición  de  la  esclavitud,  de  la  re- 
forma colonial  y  de  la  representación  parlamentaria  anti- 
llana, como  por  la  notoria  participación  que  yo  he  tenido 
en  todas  esas  empresas  dentro  do  los  últimos  treinta  años 
seguramente  habréis  deducido  que  fui  un  compañero  del 
inolvidable  finado.  En  tal  concepto»  en  represen tació  a  de 
los  antiguos  abolicionistas  y  de  los  diputados  de  la  pequeña 
Antilla,  vengo  á  este  sitio  á  tributar  el  homenaje  de  mi 
particularísima  consideración  á  la  memoria  del  que  envida 
estimamos  todos  como  una  de  nuestras  primeras  e  indiscu- 
tibles personalidades* 

La  vida  parlamentaria  de  Sanromá  se  desenvuelve  sobre 
m  representación  do  diputado  reformista  de  Puerto  Eico  en 
el  agitadisimo  período  de  1370ál873,  Bus  más  espléndidos 
triunfos  oratorios,  como  propagandista,  quizá,  son  los  qtte 
consiguió  desde  1364  a  1873  en  los  grandes  mteiing*  aboli- 
cionistas de  Madrid,  en  los  cuales  intervino  como  uno  de  los 
fundadores  y  de  los  constantes  directores  de  la  Sociedad 
Abolicionista  española-  Por  tanto,  el  nombre  de  Sanromá 
está  íntimamente  unido  á  la  reforma  colonial  contemporá- 
nea que  el  ilustre  finado  comprendió  en  todo  su  alcance, 
desde  una  superior  altura,  con  nn  desinterés  y  un  entusias- 


—  5  — 

mo  admirables,  sirviendo  á  la  patria  española  tanto  con 
el  valor  indiscutible  de  sus  grandes  esfuerzos  intelectuales  i 
cuanto  con  el  ejemplo  fortificante  del  peninsular  generoso, 
que  sin  compromiso  personal,  ni  estimulo  extraño,  ni  espe- 
ranza de  premio,  en  momentos  por  todo  extremo  difíciles  y 
que  ahora  difícilmente  se  comprenden,  cuando  la  calumnia 
centelleaba  y  la  pasión  lo  invadía  todo,  no  titubeó  en  poner 
su  gran  palabra  y  su  poderoso  esfuerzo,  con  perseverancia 
y  sistema  (que  es  como  estos  empeños  resultan  eficaces),  al 
servicio  de  la  redención  moral  y  política  de  nuestras  Antillas. 

No  ha  llegado  todavía  la  hora  de  formar  el  juicio  defini- 
tivo sobre  el  carácter,  la  misión  y  la  obra  de  la  reprsen- 
taáón  parlamentaria  de  la  pequeña  Antilla  en  aquel  ex- 
traordinario periodo.  Pero  como  un  dato  para  ese  juicio, 
yo  (que  he  pertenecido  á  todos  los  grupos  parlamentarios 
que  han  representado  á  Coba  y  á  Puerto  Rico,  desde  que 
la  Revolución  de  Septiembre  rompió  el  paréntesis  de  olvi- 
do é  injusticia  que  se  inició  en  1836),  puedo  permitirme 
la  afirmación  de  que  la  diputación  portorriqueña  del  periodo 
aludido,  sólo  es  comparable  á  la  primera  diputación  ame- 
ricana de  1812,  como  iniciativa  y  como  sentido  trascen- 
dental en  el  orden  general  de  la  política  española. 

Con  efecto,  entre  la  diputación  americana  del  año  12  y 
la  del  año  20,  hay  varias  diferencias  de  fácil  registro  y  no 
difícil  explicación.  Los  diputados  de  la  última  fecha  se  ocu- 
paron preferentemente  de  la  reforma  local,  y  por  esta  pre- 
ferencia, su  principal  obra  consistió  en  la  proposición  de  los 
cuarenta  y  cinco  diputados  para  constituir,  bajo  el  princi- 
pio de  la  autonomía  colonial,  las  tres  grandes  colonias  de 
Nueva  España,  Colombia  y  el  Perú.  Frente  á  este  sentido 
que  alguien  pudiera  tachar  de  particularista,  está  el  que 


—  6  — 

acusa  la  activa  intervención  que  en  los  debates  consti- 
tucionales y  en  la  política  general  de  las  Cortes  gaditanas 
tuvieron  los  diputados  de  América,  y  entre  ellos  el  elo- 
cuentísimo Dr.  Mejia,  uno  de  los  grandes  maestros  de  la 
oratoria  espadóla  contemporánea.  Pues  de  la  propia  suerte, 
la  diputación  portorriqueña  del  último  periodo  revoluciona- 
rio actuó  de  manera  que  el  problema  colonial  vino  á  iden- 
tificarse con  el  general  político  de  España,  y  la  acción  de 
aquellos  diputados  llegó,  en  determinados  momentos,  por 
lo  enérgica,  lo  insistente  y  lo  disciplinada,  á  influir  de  un 
modo  decisivo  en  la  marcha  de  las  cosas  peninsulares,  y 
muy  al  contrario  de  como  habían  influido,  inmediatamente 
antea»  en  la  política  conservadora  peninsular,  los  elementos 
forjados  por  las  instituciones  antiguas  ultramarinas,  y  que 
en  la  Península  representaban,  conforme  á  su  origen  y  su 
educación,  nn  sentido  de  oposición  resuelta  al  avance  de  las 
doctrinas  liberales. 

Por  esto  se  explica,  en  primer  término,  que  la  diputación 
liberal  portorriqueña,  siendo  en  el  fondo  autonomista,  no 
levantara  entonces  la  bandera  de  la  autonomía,  ni  se  ocu- 
para especialmente  del  problema  del  gobierno  interior  de 
la  colonia.  Su  criterio  era  la  absolnta  igualdad  política  y 
civil  de  los  españoles  de  aquende  y  allende,  y  sobre  esta 
base  destacaba,  como  interés  absorbente,  la  abolición  inme- 
diata y  simultánea  de  la  esclavitud.  Después  venia  la  re- 
forma electoral  con  sentido  igualitario.  Y  todo  bajo  un  espí- 
ritu radicalmente  democrático.  Por  este  lado  las  aspiracio- 
nes de  aquella  diputación  se  confundían  admirablemente 
con  todo  el  espirita  de  la  Revolución  de  Septiembre. 

Luchaba,  empero,  con  el  hecho  terrible  y  la  influencia 
desastrosa  de  la  insurrección  de  Cuba,  utilizada  hasta  lo 


iT\ 


inverosímil  por  los  enemigos  da  toda  clase  de  reforma  colo- 
nial; es  decir,  de  una  verdadera  reforma  sin  carácter  buro- 
crático ni  reservas  contradictorias,  ni  alardes  de  protecto- 
rado 6  de  patronato  ofensivo  para  el  español  antillano. 
Verdad  qne  para  lachar  contra  estas  y  aun  mayores  pre- 
venciones, Puerto  Rico  tenia  de  su  parte  circunstancias  ex- 
cepcionales. Tenía  la  dulzura  y  tranquilidad  proverbial  de 
sus  habitantes;  lo  escaso  de  los  negros  esclavos;  el  número 
muy  reducido  de  peninsulares,  demostrativo  de  que  la  fuer- 
«a  del  imperio  de  España  en  aquel  país  estaba  en  todos  sus 
habitantes;  y  la  tradición  gloriosa  de  la  misma  Isla  en  las 
campañas  de  los  siglos  xvi  y  xvh  contra  lo 3  filibusteros  de 
la  Tortuga  y  los  soldados  y  los  barcos  de  Hilan  da,  Francia 
¿Inglaterra,  rechazados  por  el  empuje  patriótico  de  los 
portorriqueños,  que  llegaron  á  salir  de  su  Isla  persiguiendo 
á  sus  contrarios  por  el  mar  de  las  Antillas.  Además,  tenia 
el  hecho  (que  nunca  se  debiera  olvidar,  que  se  ha  repetido 
después,  y  de  que  no  pocos  políticos  han  prescindido  muy 
recientemente)  de  haber  servido  aquella  Isla  de  terreno  de 
aclimatación  para  las  reformas  más  provechosas  en  el  orden 
de  la  colonización  moderna.  Me  refiero  principalmente  á  las 
reformas  económicas  y  aun  políticas  que  se  implantaron  en 
la  pequeña  Antilla,  por  el  celo  del  diputado  Pover  y  el  in- 
tendente Ramírez,  desde  1812  á  1817,  y  cuyos  maravillosos 
resultados  afrvieron  para  que  en  lo  substancial  fueran  lle- 
vadas con  éxito,  todavía  superior,  á  Cuba,  desde  1818  á 
1821. 

De  todo  esto  resulta,  que  aun  sin  contar  con  las  dificulta- 
das propias  y  características  del  periodo  de  1868  á  1873, 
k  empresa  de  los  diputados  portorriqueños  no  era  fácil.  Pe- 
día, por  lo  menos,  tanta  energía  como  tacto  y  una  orienta- 


ción  política  poeitiva  en  relación  con  las  exigencias  de  aquel 
medio  peninsular  y  en  vista  de  los  errores  y  exageraciones 
en  que  habían  incurrido  los  diputados  americanos  doce- 
alfiíias. 

Felizmente,  el  pueblo  portorriqueño,  de  un  gran  instinto 
político  y  de  una  disciplina  admirable,  facilitó  la  empresa 
eligiendo  sus  diputados  indistintamente  entre  criollos  y  pe* 
ninsulares,  todos  los  cuales  aceptaren  el  compromiso,  dedi- 
cándose á  su  desempeño  con  preferencia  á  todas  las  demás 
empresas  de  su  vida.  El  resultado  fué  tan  satisfactorio,  que 
yo  no  creo  que  pueda  ponerse  por  cima  de  él  ningún  otro 
éxito  de  la  política  contemporánea.  Con  relación  á  Puerto 
Rico,  debe  citarse  la  abolición  de  la  esclavitud  inmediata  y 
simultánea,  la  reforma  municipal  y  provincial  que  se  plan» 
too  en  1S72  y  rigió  hasta  el  74,  y,  por  último,  la  promulga* 
cíod  del  título  primero  de  la  Constitución  de  1869,  sin  sal» 
ve  dad  es  ni  reservas  de  ningún  género. 

En  cuanto  al  influjo  de  aquellos  diputados  en  la  marcha 
general  de  la  política  española,  recuérdese  la  influencia  que* 
tuvo  en  ésta  el  proyecto  de  abolición  de  la  esclavitud 
de  1 872,  contra  la  cual  se  concertaron,  con  mayor  ó  menor 
voluntad,  todos  los  elementos  conservadores  y  reaccionarios- 
de  aquella  época,  según  lo  patentiza  un  notable  Manifiesto 
(ahora  nunca  recordado)  que  lleva  la  fecha  de  Enero  de* 
1873  y  sirvió  de  programa  á  la  famosa  Liga  ultramarina. 
DeBpués  vino  la  participación  que  aquellos  diputados  to- 
maron en  favor  de  la  República,  en  el  voto  del  11  de  Febre* 
ro.  Y  por  último  esfcl  el  papel  superior  que  ellos  desempe* 
fiaron  en  el  grupo  de  los  conciliadores  de  la  Asamblea  na- 
cional en  un  periodo  agitadísimo  y  critico  cuyos  detalles 
eon  todavía  perfectamente  ignorados.  No  es  del  caso  discu-. 


—  9  — 

tir  si  acertaron  ó  no  en  esa  campaña.  Pero  lo  que  nono* 
se  podrá  negar  ea  que  aquellos  hombres  demostraron  una 
gran  energía  j  nn  gran  civismo,  y  que  sabiendo  lo  que  que- 
ría n,  lograron  todo  lo  que  se  habían  propuesto. 

Y  no  admito  que  ae  me  argumente  discutiendo  la  mayor 
o  menor  duración  de  lo  que  ellos  conquistaron.  Esto  me 
llevarla  á  otro  debate.  Pero  así  y  todo,  debo  observar,  pri- 
meramente, que  la  abolición  de  la  esclavitud  no  solo  fué  un 
hecho  definitivo  en  la  historia  de  Puerto  Rico  sino  que  su 
ejemplo  sirvió  poderosamente  para  una  reforma  análoga  en 
Cube ,  agí  cerno  para  desvanecer  no  pocas  prevenciones  que 
contra  el  Gobierno  español  y  su  política  colonial  tenían  por 
aquel  entonces  algunos  Gobiernos  de  Europa  y  de  América. 
Bien  lo  patentizan  los  despachos  de  nuestros  Ministros  de 
Estado  de  1872  y  1874*  La  reforma  municipal  y  provincial 
y  la  extensión  del  sufragio  en  Puerto  Rico  fueron  datos  que 
utilizó  (al  parecer  con  éxito  decisivo)  el  Sr.  General  Martí- 
nez Campos,  para  llevar  á  los  insurrectos  cubanos  á  la  Paz 
del  Zanjón.  Y  tengo  por  cierto  que  en  aquella  feliz  experiencia 
J  en  la  no  menos  recomendable  de  la  vida  interior  de  nues- 
tras Provincias  Vascongadas,  se  habrán  de  encontrar  las 
ultimas  determinantes  de  la  reforma  definitiva  del  actual 
régimen  político  y  económico  de  las  dos  Antillas  españo- 
las. Pero  en  último  caso,  yo  opondría  á  cualquier  observa- 
ción recelosa,  la  historia  de  todas  las  reformas  políticas  en 
todas  partes  y  señaladamente  en  España,  donde  nadie  ha 
podido  retajar  el  mérito  de  lea  Cortes  de  Cádiz  porque  el 
régimen  constitucional  por  olas  proclamado  cayera  en  1814 
y  volviera  á  hundirse  en  1*24,  después  del  tormentoso  pe- 
riodo de  I8ií0  á  1 823,  para  triunfar  definitivamente  á  los 
22  años  de  haberse  iniciado  por  los  inmortales  doceañistas. 


—  10  — 

£1  recuerdo  me  parece  Unto  más  oportuno  cuanto  qae  por 
lo  qae  ea  estos  ultimo»  días  hemos  oído,  asi  en  el  Congreso 
como  en  el  Senado,  parece  qae  quienes  acertaron  sobro 
nuestro  problema  colonial  f nerón  los  que  en  1870  soste- 
nían y  recomendaban  las  reformas  y  las  soluciones  que  ahora 
ja  patrocina  todo  el  mando,  y  señaladamente  los  mismos 
que  las  combatieron  á  sangre  y  fuego,  con  rectitud  y  pa- 
triotismo que  no  quiero  negar,  hace  veinticinco  años. 

Insisto,  pues,  en  que  bajo  este  punto  de  vista,  los  dipu- 
tados portorriqueños  del  periodo  á  que  me  refiero,  no  solo 
no  han  sido  superados  por  nadie,  *¡no  que  tienen  en  la 
historia  de  España  y  del  extranjero  muy  pocos  competi- 
dores, 

Puedo  bien  celebrarlos  sin  reserva  alguna,  porque  loa 
más  han  muerto,  y  los  que  viven  tienen  alcanzados  en  otros 
órdenes  de  empeños  una  fama  tal,  que  el  mérito  qae  ahora 
les  reconozco  zxo  puede  darles  mayor  relieve.  Y  si  bien  es 
cierto  que  yo  pertenecí  á  aquella  diputación,  no  lo  es  me- 
nos! que,  aparte  mi  pequenez  personal,  entonces  todavía 
más  considerable  que  ahora,  el  principal  mérito  de  aquel 
grupo  consistió  en  que  nada  de  lo  que  hizo  pudo  decirse  ja- 
más que  era  efecto  de  una  inspiración  particular. 

En  ese  grupo  figuró  en  primera  linea  Joaquín  María 
San  roma,  que  á  el  llegó  con  un  gran  nombre  en  la  tribuna, 
en  la  cátedra  y  en  la  prensa.  Su  elección  fué  libérrima  y 
espontánea  de  parte  de  los  reformistas  portorriqueños,  que 
sólo  le  conocían  por  su  devoción  probada  á  la  causa  de  la 
reforma,  Fué  uua  elección  eminente  y  absolutamente  polí- 
tica, como  todas  las  análogas  de  aquella  tierra,  en  aquella 
¿poca.  Es  otro  hecho  que  conviene  registrar;  quizá  en  él 
descanse  una  buena  parte  de  la  importancia  excepcional 


—  II  — 

que  tuvo  aquel  grupo  paríame otario.  A  tal  honor  correspon- 
dió perfectamente  San  roma. 

Es  muy  difícil  que  desde  fuera  se  comprendan  los  traba- 
jos, loa  compromisos  y  los  deberes  que  entraña  la  represen- 
tación parlamentaria  para  aquellos  que  consideran  la  po- 
lítica como  un  empeño  serio ,  y  van  al  Congreso  ó  a!  Senado, 
por  vocación  ó  por  efecto  da  circunstancias  más  6  menos 
previstas  y  más  ó  menos  libremente  aceptadas,  pero  que 
de  todos  modos  determinan  una  obligación  garantizada  por 
la  conciencia  y  el  honor.  Contribuye  á  loa  errores  que  ge  * 
neraimeute  ee  padecen  respecto  de  este  punto,  la  relativa 
desconsideración  en  que  ha  caído,  de  poco  acá,  en  casi  toda 
Europa  y  muy  señaladamente  en  España,  el  régimen  parla  •> 
mexitario:  desconsideración  á  que  han  contribuido  no  poco 
los  abusos  de  los  gobiernos,  las  flaquezas  de  diputados 
y  senadores  y  el  deplorable  cambio  operado  en  la  re* 
dacción  y  confección  de  los  periódicos. 

Preocupados  estos  de  lo  novelesco  y  lo  dramático ,  bajo 
«i  imperio  de  la  impresión  y  rectificando  de  un  moio  ape- 
nas comprensible  el  papel  que  la  prensa  desempeñó  en  el 
gran  período  de  la  instauración  del  régimen  constitucional 
y  de  la  propaganda  democrática!  nuestros  diarios  consagran 
toda  su  atención  á  la  noticia  momentánea  y  de  cierto  relieve, 
dejando  reducida  la  campaña  parla  ene  otar  i  a  al  escasísimo 
circulo  de  los  cien  diputados  ó  senadores  que  ordinariamente 
ocupan  los  escaños  en  los  Palacios  de  la  representación  na* 
cionaL  La  indiferencia  ha  llegado  en  estos  últimos  días 
al  punto  de  que,  discutiéndose  (ahora  quizá  como  nun- 
ca), los  gastos  generales  del  Estado,  los  periódicos,  y  seña* 
1  adamen  te  loa  de  gran  circulación,  ee  limitan  á  decir  tan 
sólo  los  nombres  de  los  diputados  que  hablan   en   pro 


—  12  — 

ó  en  contra  de  las  secciones  y  los  artículos  del  presupuesto. 

Contribuye  á  esto,  también,  la  circunstancia  de  que  la 
mayor  parte  de  las  cuestiones  políticas,  se  resuelven  fuera 
del  salón  de  sesiones,  que  por  tanto  queda  reservado  para 
la  solemne  y  de  cierto  carácter  teatral,  de  donde  resul- 
ta una  gran  reserva  respecto  de  la  eficacia  de  los  debates 
parlamentarios,  en  los  cuales  se  comprometen  muchos  hom- 
bres de  buena  fe,  sin  contar  con  que  la  última  palabra  la 
dirán  en  los  pasillos  ó  en  los  gabinetes  de  la  Presidencia  y 
de  los  ministros  los  grandes  facedores  de  componendas  y 
fórmulas,  que  luego  se  presentan  al  país,  desorientado  y 
sorprendido,  con  el  rubro  consagrado  de  grandes  y  fatrió* 
ticas  transacciones. 

De  todo  esto  buena  culpa  toca  á  los  gobiernos,  preocupa* 
dos  principalmente  de  salir  del  paso  y  cada  ves  más  deci- 
didos á  utilizar  todos  los  recursos  de  la  famosa  inJlvAneia 
mora  i  en  los  comicios  electorales,  para  asegurarse  en  el 
Parla  meato,  no  sólo  una  inmensa  é  incondicional  mayoría, 
si  que  un  grupo  de  oposicionistas  circunspectos  y  agradeci- 
dos. Inútil  discutir  el  éxito  de  este  empeño,  mientras  el 
Congreso  y  el  Senado  sean  los  únicos  competentes  para  el 
examen  de  las  actas  de  diputados  y  senadores,  y  para  au- 
torizar las  causas  criminales,  que  de  oficio  ó  á  instancia  de 
parte,  ge  incoan  contra  los  representantes  del  país  en  los 
tribunales  de  Justicia.  Por  lo  mismo,  ya  todo  el  mundo  sabe 
que  sólo  Jos  ministros  inocentes  dan  grandes  batallas  con- 
tra proposiciones  de  cierta  importancia:  porque  lo  más 
práctico  es  que  éstas  pasen  á  las  secciones  donde  se  nom- 
bran comisiones  que  no  se  reúnen  nunca,  ó  que  nunca  dic- 
taminan, por  que  jamás  estiman  perfectamente  estudiado 
el  asunto .  Así,  el  Parlamento  se  reduce  á  un  mere  aparato,  y 


-\ 


—  13  — 

la  generalidad  de  los  aficionado*  se  indina  á  pensar  que  en 
el  gran  escenario  de  los  desahogos  retóricos. 

No  desconozco  que  sirve  bastante  á  esta  desconsidera- 
ción, lo  que  diputados  y  senadores  usan  y  abusan  de  la 
palabra  en  discursos  interminables,  rectificaciones  inmen- 
sas y  alusiones  inverosímiles,  sin  reparar  que  en  los  deba- 
tes políticos  lo  único  que  interesa  es  la  opinión  del  grupo, 
siendo  verdaderamente  insignificante  el  dictamen  indivi- 
dual, asi  como  que  en  los  debates  técnicos  no  hay  pacien- 
<ria  ni  atención  para  un  discurso  que  exceda  de  una  hora. 
Y  no  digo  nada  de  las  dificultades  que  para  discusiones  se* 
rías  y  eficaces  supone  el  excesivo  número  de  diputados  y 
sonadores  ({sobre  cuatrocientos!),  que  obliga  á  los  oradores 
á  tomar  casi  constantemente  el  tono  tribunicio. 

Consecuencia  de  todo  ello  es,  en  un  orden  superior,  la  opi- 
nión, ya  bastante  generalizada  y  sostenida  por  otras  razones, 
de  que  el  Parlamento  es  sólo  una  de  las  varias  formas  de 
la  acción  política  contemporánea,  y  que  no  puede  esperar 
mucho  el  que  se  limite  4  mover  la  opinión  pública  y  la  volun- 
tad de  los  Gobiernos  sólo  dentro  del  Congreso  y  del  Senado. 

Pero  después  resultan  una  gran  merma  del  antiguo  pres- 
tigio de  que  disfrutó  el  Parlamento  español,  y  una  gran 
¿acuidad  para  que  la  generalidad  de  las  gentes  crea  que  el 
empeño  parlamentario  es  cosa  sencillísima,  ó  que  diputa* 
dos  y  senadores  no  son  otra  cosa  que  unas  figuras  más  ó 
menos  decorativas,  consagradas  en  vista  del  esplendor  de 
la  gobernación  del  Estado  y  el  provecho  de  o  a  millar  de 
personas  de  diferentes  partidos. 

La  verdad  es  que  la  institución  parlamentaria  res- 
ponde á  otros  fines  y  supone  otras  condiciones.  De  todos 
modos,  y  á  despecho  de  todos  los  abusos,  la  tribuna  parla • 


—  14  — 

mentaría  es,  y  será  por  mucho  tiempo,  la  primera  tribana 
de  España.  Tengo  por  cierto  que  en  plaso  próximo,  y  por 
la  exigencia  del  público,  se  rectificará  la  oposición  que  hoy 
existe  entre  el  Parlamento  y  la  prensa  periódica.  En  todo 
cato»  ya  puedo  señalar  mochos  ejemplos  de  diputados  y  se- 
cadores qne  hoy  cumplen  con  sus  deberes  con  la  misma  fe 
y  la  misma  escrupulosidad  qne  demostraron  los  parlamen- 
tarios de  1836  y  1869. 

Todo  esto  lo  consigno,  no  sólo  para  que  se  rectifiquen  loe 
supuestos  equivocados  4  que  antes  he  aludido  y  se  compren* 
dan  bien  las  positivas  dificultades  con  que  tropieza  al  con- 
cienzudo desempeño  de  la  representación  en  Cortes,  acreedo- 
ra á  una  atención  exquisita  (pues  que  en  el  orden  de  los 
principios  el  régimen  representativo  y  parlamentario,  esT 
hoy  por  hoy,  una  de  las  principales  garantías  de  la  libertad 
civil  y  política  del  mundo);  sino  también  para  prevenir  el 
juicio  de  los  que,  estimando  la  empresa  de  hace  quince  o 
veinte  años  con  el  criterio  ahora  imperante,  pudieran  mi- 
rar con  relativa  indiferencia  la  obra  de  Sanromá,  en  las  Cor- 
tea del  70  al  73. 

Porque  entonces,  no  fueron  posibles  las  intermitencias,  las 
distracciones  y  los  desmayos.  Ni  el  empeño  se  redujo  a  pro- 
nunciar algunos  discursos,  ó  á  hacer  algunas  preguntas  en 
sesión  pública,  y  de  suerte  que  las  gentes  tuvieran  siempre 
en  la  memoria  el  nombre  del  diputado. La  campaña  era  cons* 
tanto  dentro  y  fuera  del  Parlamento,  y  lo  mismo  para  el 
diputado  de  oposición  que  para  el  diputado  ministerial»  en 
términos  apenas  sospechables  en  este  último  período  de 
anemia,  indisciplina  y  pesimismo.  Además,  Sanromá  fué 
un  diputado  colonial,  y  esta  última  circunstancia  hizo  espe- 
cial mente  difícil  su  patriótica  tarea. 


*\ 


—  15  — 

Punto  es  este  que  me  preocupa  cada  vez  más;  porque,  4 

parte  de  considerar,  en  término»  generales,  que  la  represen- 
tación directa  en  las  Cortes  es  una  nota  característica  de 
la  colonización  española,  y  que  entraña  consecuencias  poli* 
ticas  y  sociales  de  tanta  originalidad  como  superior  impor- 
tancia, advierto  que,  últimamente  han  cundido,  más  de  lo 
verosímil,  algunos  errores,  tanto  respecto  de  la  eficacia  de 
aquel  procedimiento  en  los  días  actuales,  cuanto  de  las  con- 
diciones adecuadas  ó  indispensables  para  la  vida  de  aquella 
representación.  Pero  no  necesito  advertir  que  este  no  es 
tema  apropiado  á  la  solemnidad  de  esta  noche.  Bástame 
señalarlo  para  insistir  en  que  la  representación  parí  a  mentaría 
ultramarina  pide  mayor  devoción,  más  asiduidad  y  mayor 
trabajo  que  la  representación  del  resto  de  la  Península, 

No  £6  puede  desconocer  que  la  de  acá  tiene  cerca,  al 
lado,  la  masa  electoral,  el  concurso  alentador  de  los  corre- 
ligknarioa,  la  opinión  pública  directamente  excitada  é  ilus- 
trada por  el  clamor  de  los  intereses.  El  diputado  colonial 
ha  de  contar,  so  ore  todo,  con  sus  propios  y  exclusivos  me* 
dios,  porque  basta  el  estímulo,  la  adhes  ón  6  el  aplauso 
(cuando  vienen)  llegan  por  el  correo,  al  mee  6  mes  y  medio 
de  haberse  determinado  en  Madrid  la  necesidad.  De  otra 
parte  bey  que  contar  con  la  aversión  que  las  asambleas  de 
carácter  general  tienen  á  Tos  problemas  locales,  y  el  interés 
qae  los  enemigos  de  las  reformas  ultramarinas  ponen  en  re* 
ducir  el  carácter  de  estas  á  una  cuestión  más  ó  menos  mo- 
nada, a  lo  sumo  administrativa,  y,  si  es  posible»  de  campa- 
nario. De  fcquí  la  dificultad  de  ciertos  debates;  contando 
siempre  con  que  en  el  Parlamento  no  se  habla  siempre 
cuando  ss  quiere,  y  que  la  oportunidad  es  la  primera  coa- 
dición del  éxito  oratorio;  y  prescindiendo  de  los  obstáculos 


\ 


—  16  — 

extraordinarios,  y  ahora  ya  apenas  presumibles,  que  deter- 
minaba la  confusión  del  interés  efímero  y  discutible  de  loa 
gobernantes,  y  de  la  deplorable  administración  española 
en  nuestras  Antillas  con  la  causa  de  la  Patria,  comprometi- 
da al  mismo  tiempo  y  de  otro  modo,  hace  veinticinco  años, 
por  efecto  do  la  insurrección  cabana. 

No  quiero  entrar  en  más  honduras  para  abonar  mi  tesis 
de  que  los  diputados  antillanos  necesitan  un  mayor  esfuerzo 
y  una  mayor  solicitud  que  los  del  resto  de  la  Nación,  por  lo 
menos  en  tanto  llegue  la  hora  de  la  consagración  de  la  auto* 
nomia  colonial,  que  ha  de  arrancar  de  nuestro  Parlamenta 
la  inteligencia  siempre  problemática  de  los  negocios  exclu- 
sivamente insulares.  Por  eso  no  es  posible  la  intermitencia 
en  la  acción  de  esos  diputados,  ni  es  dable  su  aislamiento 
en  la  política  española,  cuanto  más  en  el  seno  de  las  Cortee, 
si  es  que  se  trata  de  otra  cosa  que  de  una  mera  y  más  ó  me- 
nos brillante,  pero  efímera,  propaganda» 

De  aquí  la  necesidad  de  un  gran  prestigio,  de  una  gran 
altura  de  miras,  de  un  gran  amor  á  las  ideas  y  de  una  gran 
consideración  á  las  conveniencias  y  á  las  prácticas  parla- 
mentarias, para  aprovechar  las  oportunidades  sin  compróme* 
terse  en  protestas  y  alborotos  más  á  menos  justificados,  pero 
que  á  la  postre  sirven  sólo  á  los  que,  careciendo  de  razón  la 
buscan  en  los  incidentes  de  la  disputa  y  del  escándalo,  y  sin 
caer  en  el  equivoco  de  la  indolencia  ó  la  debilidad  que  los 
adversarios  estiman  como  un  dejo  del  coloniado  ó  del  vasa- 
llaje. 

Y  el  empeño  es  de  excepcional  relieve  si  se  tiene  en  cuen- 
ta, de  una  parte,  la  escasísima  fuerza  de  la  colonia  antillana 
de  la  Península,  hoy  pooo  numerosa  y  poco  aficionada  á  la 
política  (al  revés  de  lo  que  acontece  en  Inglaterra  con  la  ce* 


—  17  — 

loma  irlandesa),  y  qae,  portento,  au  concurso  para  mover 
aquí  la  opinión  no  puede  ser  muy  eficaz;  y  por  otra  parte, 
que  la  falta  de  relaciones  políticas  de  los  círculos,  los  parti- 
dos y  los  personajes  insolares  con  los  análogos  de  la  Metró- 
poli hace  casi  imposible  el  aprovechamiento  de  los  medios 
de  estos  para  suplir  la  notoria  deficiencia  de  aquéllos  en  el 
escenario  peninsular.  Por  esto,  yo  creo,  y  no  me  canso  de 
decir,  que  la  representación  parlamentaria  es,  hoy  por  hoy, 
no  diré  el  único,  pero  evidentemente  el  más  positivo  medio 
de  la  campaña  ultramarina  aquende  el  Atlántico. 

Si,  el  medio  más  positivo,  siempre  que  el  parlamentario 
colonial  sepa  y  pueda  sustraerse  á  dos  verdaderos  peligros. 
£1  primero  consiste  en  inclinarse  á  la  opinión  de  los  parla- 
mentarios anticuados  que  suponen  concentrada  toda  la 
Tida  política  del  país  en  los  Palacios  de  los  Congresos 
j  que  por  tanto,  basta  con  asistir  á  las  sesiones  de  Cor- 
tes y  pronunciar  en  estas  discursos  de  mayor  ó  menor  efecto, 
según  las  aptitudes  particulares  y  las  circunstancias  del 
momento.  Como  antes  he  indicado,  cada  vez  se  acentúa  mas 
la  vida  política  extraparíamentaria  y  por  tanto,  los  diputa- 
dos de  las  colonias  deben  considerarse  principalmente  como 
«1  núcleo  potísimo  y  prestigioso  de  una  gran  campaña,  den- 
tro y  fuera  del  Parlamento,  para  la  conquista  de  la  opinión 
pública  que  ha  de  ser  su  verdadera  fuerza. 

£1  otro  peligro  consiste  en  intentar  ea  la  Península,  eu 
la  Metrópoli,  campañas  políticas  sólo  con  las  ideas  y  los 
¿gustos y  los  procedimientos  de  Ultramar.  Es  decir,  po- 
ner aquí  los  problemas  absolutamente  lo  mismo  que  se 
plantean  en  las  Antillas.  Los  escenarios  son  muy  diferen- 
tes: hasta  el  lenguaje  es  diverso.  Los  primeros  efectos  de 
-este error  son  aislar  completamente  á  los  voceros  de  las  Coló- 


—  18  — 

nías  privándoles  de  los  medios  que  proporcionan  los  Taris» 
incidentes  de  la  política  y  ann  el  trato  con  los  demás  Dipu- 
tados y  .Senadores:  dar  á  los  problemas  ultramarinos  nn  tin- 
te exclusivo  que  los  pone  fuera  del  interés  común;  sustituir 
la  representación  parlamentaria  por  la  Agencia  Colonial  de 
Inglaterra  ó  de  Holanda;  7  en  fin,  reducir  el  público  al  pe» 
que  ñu  circulo  de  los  paisanos,  comensales  ó  contertulios  de 
esos  diputados.  Por  aquí  cayeron  casi  todos  los  de  las  Colo- 
nias francesas  hasta  hace  poco  tiempo.  Por  el  mismo  error  se- 
hau  io  utilizado  los  diputados  vascos  de  Ejpaña. 

Para  toda  la  obra  que  comento,  tenia  Sanromá  condicio- 
nes relevantes.  Su  vehemente  palabra  y  sus  hábitos  de  vi- 
goroso  polemista,  su  firme  voluntad  y  su  espíritu  altivo» 
eran  casi  de  necesidad  en  aquel  periodo  en  que  la  patriotería 
quería  imponer  silencio  con  gritos  y  amenazas  verdadera- 
mente intolerables.  Además,  nuestro  celebrado  amigo  era  una- 
positiva  autoridad  en  nuestras  academias  y  nuestros  círculos- 
intelectuales.  Disfrutaba  de  una  posición  desahogada,  qae  ha  - 
cía  ridiculas  las  consabidas  calumnias  sobre  la  eficacia  del 
oro  filibustero;  contaba  con  la  adhesión  entusiasta  de  sus  dSs- 
cipulos  de  la  Escuela  de  Comercio  y  con  relaciones  valiosas 
en  la  escena  política  española:  era  un  catalán  de  todos  cono- 
cido por  su  patriotismo  y  su  identificación  absoluta  con  los 
intereses  de  la  Península,  y  nadie  le  colocó  jamás  en  el 
grupo  de  los  teóricos  ó  de  los  ilusos.  Sobre  este  punto  puedo 
repetir  que  los  reformistas  de  Puerto  Rico  procedieron  siem- 
pre con  exquisito  tacto,  buscando  sus  defensores  en   el  cír- 
culo de  peninsulares  de  representación,   medios,   autoridad 
y  iinimod.  No  entró  esto  por  poco  en  el  éxito  de  la  campaña- 
de  apella  época  y  en  el  influjo  que  los  portorriqueños  lo- 
graron en  la  política  nacional  antes  de  1874. 


—  19  — 

EJ  Diario  de  Sesiones  de  1872,  contiene  dos  discursos  por 
todo  extremo  notables  de  Joaquín  San  roma:  el  pronunciado 
en  6  de  Junio  sobre  el  Presupuesto  general  del  Estado,  ó, 
por  mejor  decir,  sobre  la  Deuda  flotante;  y  el  dicho  en  favor 
de  la  abolición  de  la  esclavitud  en  Puerto  Rico,  contendien- 
do ahora  con  D.  Alejandro  Pidal  y  antes  con  e!  ministro  de 
Hacienda,  Sr.  Elduayen.  Pero  además  hay  que  registrar 
otros  discursos  sobre  las  actas  de  Vinaroz  y  San  (xeraán, 
que  en  realidad  fueron  detenidos  estudios  sobre  la  situación 
política  y  las  condiciones  electorales  del  reino  de  Valencia 
y  de  la  isla  de  Puerto  Rico,  en  aquel  laboriosísimo  periodo 
déla  Revolución, 

Por  aquel  entonces  también  Sanroma  presentó  tres  propo  - 
Alciones  de  ley  muy  razonadas  y  de  extraordinaria  impor- 
tancia. La  una  Ueva  la  Fecha  de  1 6  de  Mayo  de  1 872.  y  tiene 
por  objeto  el  nombramiento  de  una  comisión  parlamentaria 
que  continuase  la  información  acordada  por  las  Cortes  Cons- 
tituyentes sobre  ol  estado  moral  ó  intelectual  y  material  de 
las  clases  trabajadoras,  así  agrícolas  o  orno  industriales.  La 
ofra  proposición  es  de  27  de  Mayo  de  1872  y  tiene  por  objeto 
la  reforma  y  reoganización  general  de  la  Hacienda  pública 
de  la  isla  de  Puerto  Rico  sobre  la  base  de  la  supresión  de 
los  derechos  de  exportación  y  del  derecho  diferencial  de 
bandera,  la  reducción  en  un  S3  por  100  de  los  gastos  de  gue* 
rra  y  administración  general,  la  aplicación  de  las  Ordenanzas 
de  Aduanas  de  la  Península  de  1870,  la  reforma  librecambis- 
ta de  los  aranceles  portorriqueños  y  la  declaración  de  c&bota* 
je  del  comercio  entro  la  Península  y  la  pequeña  Antijla»  La 
tercera  proposición  (también  precedida  de  muy  bien  pensada 
exposición  de  motivos,  y  que  tiene  la  misma  fecha]  es  en  fa- 
vor de  la  abolición,  inmediata  y  con  indemnización ,  de  la  es- 


—  20  — 

clavitud  en  Puerto  ftico.  Nada  de  esto  se  llegó  á  discutir,  por 
circo  nata  acias  extrañas  á  la  voluntad  del  proponen  te,  hasta 
quo,  por  efecto  déla  crisis  de  Diciembre,  el  ministerio 
presidido  por  el  Sr.  Buiz  Zorrilla  llevó  al  Congreso  el 
proyecto  de  ley  de  abolición  de  la  esolavitud,  fecha  23  de 
Diciembre  de  1872,  cuyos  principales  preceptos  fueron  al 
fin  votados  por  aclamación  en  23  de  Marzo  de  1873  y  con 
cuyo  motivo  Sanromá  pronunció  el  discurso  á  que  me  he 
referido  antes. 

Evidentemente,  la  mayor  solicitud  de  Sanromá  en  sa 
larga  y  brillante  serie  de  esfuerzos  en  pro  de  la  reforma  co- 
lonial fué  dedicada  al  problema  de  la  esclavitud.  Se  expli- 
ca por  muchos  motivos.  Porque  esa  cuestión  era  la  cuestión 
madre  en  nuestras  Antillas,  y  aun  hoy  mismo,  después  de 
abolido  el  patronato  en  1886,  sus  lejanas  consecuencias  cons- 
tituyen una  de  las  dificultades  más  serias,  ó  por  lo  menos 
ano  de  lo*  puntos  más  interesantes  de  la  economía  social 
antillana.  Bien  lo  demuestran,  sin  ir  más  lejos,  de  un  lado, 
la  agitación  producida  en  Cuba  hace  pocos  meses  con  mo- 
tivo de  los  decretos  de  aquel  Gobierno  general  en  favor  de 
la  equiparación  de  negros  y  blancos  en  el  orden  político  y 
administrativo,  y  de  otra  parte,  las  reservas  que  se  oponen 
al  establecimiento  del  sufragio  universal  en  ambas  Antillas, 
cuya  cultura  no  es  por  concepto  alguno  inferior  al  de  las  re- 
giones peninsulares,  pero  donde  se  señala  como  obstáculo, 
la  existencia  de  un  número  considerable  de  hombres  de  co- 
lor, que  hace  ocho  ó  diez  años  vivían  en  la  servidumbre. 

Primeramente,  el  problema  de  la  esclavitud  era  una 
caestión  de  suprema  justicia  y  de  interés  genéricamente  ha* 
mano.  Su  relieve  por  este  concepto  era  superior  y  extraor- 
dinario. Luego,  por  efecto  de  las  circunstancias,  la  necesidad 


—  21   — 


de  la  abolición  importaba  al  honor  de  la  Metrópoli  española, 
por  que,  últimamente,  y  después  de  las  reclamaciones  que  los 
elementos  antillanos  hicieron  (sobre  todo  en  el  seno  de  la  fa- 
mosa Junta  de  información,  que  celebró  ana  sesiones  en 
líadrid,  hacia  1866)  aparecía  que  la  resistencia  A  la  aboli- 
ción estaba  en  nuestro  Gobierno,  que  había  prescindido  tor- 
pemente por  espacio  de  más  de  medio  siglo  de  La  tendencia 
abolicionista  iniciada  en  las  Cortes  de  Cádiz  por  las  famo- 
sas proposiciones  de  Alcocer  y  de  Arguelles, 

Mas,  aparte  de  todo  esto,  que  se  imponía  de  un  golpe  y 
á  primera  vista,  máxime  en  el  periodo  de  protestas  y  ex* 
panaiones  de  la  Revolución  de  1863-  aparte  de  esto,  existían 
motivos  especiales  para  determinar  la  atención  de  los  hom- 
bres pensadores  y  estudiosos  que  conocieran  la  situación  in- 
terior política  y  económica  de  nuestras  Antillas,  y  para  con- 
cretar sobre  este  punto  la  mayor  parte  de  las  observaciones 
y  las  demandas.  Porque  siendo  lotoria  la  deplora  He  situación 
política  de  aquellos  países,  no  es  menos  positivo  que  la  ma- 
yor garantía  de  esa  situación  era  la  esclavitud  de  los  negros; 
por  aquello  que  el  gran  Lincoln  decía,  con  referencia  a  un 
astado  de  cosas  al  parecer  menos  tirante  que  el  de  Cuba  y 
Puerto  Rico  en  la  época  á  que  me  contraigo.  *  El  pueblo  no 
puede  ser  mitad  libre,  mitad  esclavo». 

Además,  hay  que  tener  en  cuenta  que  todo  el  orden 
económico  antillano  descansaba  en  el  monopolio  de  la  pro- 
ducción colonial,  y  en  la  relativa  baratura  de  esta  por  la 
relativa  abundancia  de  obreros,  meroed  á  la  traía,  sosteni- 
da 4  despecho  de  las  leyes,  loa  tratados  y  los  cruceros  in- 
gleses. 

En  tal  concepto,  no  er»  difícil  prever  la  tremenda  crisis 
que  agoviaria  á  nuestras  Antillas,  llevándolas  quizá  á  la  si- 


—  22  — 

tu&cióü  de  Santo  Domingo,  si,  distraídos  los  gobiernos  y  loa 
elementos  sociales  y  productores  de  aquellos  países,  se  echa- 
ban encima,  sin  aviso  ni  preparación,  la  declaración  de  li- 
bertad de  los  negros  (impuesta  ya  por  la  voz  del  mundo  des  - 
pues  de  la  guerra  de  separación  de  los  Estados  Unidos) ,  y  la 
competencia  de  un  gran  número  de  comarcas  adecuadas 
para  la  producción  del  azúcar,  el  café  y  el  tabaco,  de 
r-v  antes  proveían  á  los  mercados  modernos,  casi  exclu- 
sivamente, algunas  comarcas  privilegiadas  de  América  y 
Asia. 

En  el  problema  de  la  esclavitud,  pues,  estaba  la  raíz  de 
toda  la  cuestión  antillana.  Pero  con  todo  esto,  hay  que  ad- 
verhr  que  la  opinión  pública  andaba  en  la  Península  muy 
distraída  respecto  del  particular.  No  hace  muchos  meses  lo 
he  explicado  desde  esta  tribuna,  al  inaugurar  la  serie  de 
Conferencias  que  sobre  el  problema  colonial  del  día  dieron 
en  el  Ateneo  algunos  señores  diputados  de  Cuba.  Desde  1  S  30 
4  1860,  aquí  casi  nadie  se  ocupó  de  la  situación  de  nuestras 
Aütiüas,  cuya  aparente  prosperidad  se  exageraba,  cuya  sa- 
tisfacción y  fidelidad  eran  un  supuesto  obligado  de  todos  los 
documentos  oficiales,  y  respecto  de  las  que  no  se  entreveía 
otro  peligro  que  el  de  la  abolición  de  la  esclavitud;  la  cual, 
según  voz  de  los  pocos  que  presumían  de  competentes  y  aquí 
m  hacían  oir  con  una  arrogancia  apenas  imaginable,  habla 
arruinado  á  las  Antillas  francesas  é  inglesas  y  sido  la  única 
causa  de  la  catástrofe  de  Santo  Domingo.  |H*LIa  que  ad* 
mirar,  señores,  la  osadía  con  que  se  propagaba  que  loa  es- 
clavos de  las  Antillas  españolas  vivían  contentos  y  felices t 
y  que  los  reglamentos  esclavistas  del  40  al  50 ,  después  de 
rechazada  la  progresiva  ordenanza  de  1789,  eran  un  prodi- 
gio de  previsión  y  espíritu  cristiano!  Nadie  hablaba  de  los 


—  23  — 

ftiltnquts,  ni  da  loa  áocaóajoj,  ni  del  grillete,  ni  de  la  es- 
pantosa mortalidad  asnal  de  los  esclavos. . , 

En  esta  situación,  apareció  en  Madrid  hada  1863,  nn 
hombre  de  mucho  talento,  extraordinaria  iniciativa  y  pas- 
mosa actividad,  que  se  llamaba  Julio  Vizcarroudo.  Era  hijo 
de  Puerto  Rico,  y  se  había  educado  eo  los  Eifcados  Unidos. 
Eq  este  país  habla  casado  con  una  inteligente  y  nobilísima 
dama,  cuyo  nombre  quiero  aquí  citar,  por  lo  mismo  que  son 
moy  pocas  las  personas  que  conocen  la  brillante  parte  que 
aquella  ilustre  mujer  tomó  eu  toda  la  campaña  abolicionis- 
ta, secundando  con  tanta  modestia  como  entusiasmo  los  tra- 
bados de  su  esposo:  me  refiero  A  Enriqueta  Brewsfcer. 

Paeibien;  por  la  solicitud  de  Vizcarrondo  se  rompió  la 
asombrosa  indiferencia  en  que  aquí  se  vivía  respecto  del 
problema  social  antillano ,  denunciado  únicamente  por  el 
programa  político  del  famoso  periódico  democrático  La  Dis- 
atíiún,  donde  ya  en  18,07  se  consignaba,  como  artículos  de 
la  doctrina  democrática,  la  representación  en  Cortes  de  Cuba 
y  Puerto  Rico  y  la  abolición  de  la  esclavitud.  Gracias  á 
Gaos  trabajos  del  entusiasta  hijo  de  Puerto  Kico,  pudo,  el 
2  de  Abril  de  1 865,  constituirse  la  Sociedad  abolicionista 
«apañóla.  Entre  sus  fundadores,  aparece  San  roma  al  lado 
de  Asquerino,  Bona,  Gabriel  Rodríguez,  Échegaray,  Fran- 
cisco O rgaz,  Beraza,  Castelar,  O,  Laureano  Figuerola,  y 
otros  que  ahora  á  mi  memoria  se  escapan;  la  mayor  parte 
ya  muertos 

No  es  tampoco  del  momento  hacer  la  historia  de  aquella 
brillantísima  Sociedad,  que  ha  vivido  hasta  que  en  1336 
fué  abolido  el  patronato,  forma  hipócrita  con  que  se  quisa 
mantener  la  servidumbre,  aun  después  de  las  leyes  aboli- 
cionistas de  1873  y  1881 1   Tentador  ea  el  recuerdo  de  los 


—  24  — 

grandes  meettngs,  celebrados  en  1865,  66,  $9,  70  y  73,  en 
loe  teatros  de  Variedades,  la  Zarzuela,  Lope  de  Rueda,  Prin- 
cipe, la  Al  tatabra  y  el  Beal  de  Madrid;  del  esplendorosa 
certamen  poético  de  Junio  de  1866,  en  que  se  llevó  el  diplo- 
ma de  honor  la  inolvidable  doña  Concepción  Arenal;  de  la 
briosa  campaña  de  El  Abolicionista ,  órgano  de  la  Sociedad t 
desesperación  del  esclavismo,  y  que  llegó  á  entrar  en  casi 
todos  los  pueblos  de  mediana  importancia  de  nuestra  Penín- 
sula; del  valioso  concurso  que  á  la  idea  redentora  prestaron 
todos  los  periódicos  democráticos,  y  señaladamente  La  Dis- 
cv¿iónt  La  Democracia  y  La  Propaganda,  dirigida  esta  úl- 
tima por  el  malogrado  escritor  José  Luis  Girior;  de  lo» 
grandes  meelings  de  Valla dol id,  Sevilla,  Cartagena,  Zara- 
goza y  Barcelona;  de  las  luchas  de  la  Sociedad  con  la  pode- 
i  oba  Liga  contra  las  reformas  ultramarinas,  en  cuya  direc- 
tiva formaban  la  mayor  parte  de  los  hombres  que  ahora. 
patrocinan  aquellas  mismas  reformas,  y,  en  ñn,  de  las  peri- 
pecias y  vicisitudes  de  aquella  asociación,  suprimida  em 
ís»  6,  reorganizada  en  1868,  suspensa  en  1875,  y  rehecha 
con  n  Ufe  vos  bríos  hacia  1879. 

Pero  si  do  puedo  ni  debo  hablar  de  esto,  sin  excusar  la 
modesta  participación  que  yo  tuve  en  casi  todos  esos  empe- 
ño», me  ha  de  ser  licito,  por  consideraciones  de  estricta  jus- 
ticia y  para  que  la  nueva  generación  pueda  apreciar  bien< 
uüü  de  los  más  valiosos  ejemplos  de  la  propaganda  polí- 
tica contemporánea,  señalar  alguno  de  los  méritos  de  aque 
Ha  laboriosa  empresa,  cuyos  servidores  fueron  en  su  casi 
totalidad  peninsulares  residentes  en  Europa,  relativamente- 
desinteresados  en  el  problema  ultramarino,  pero  atentos  á 
inexcusables  deberes  de  patriotismo  y  de  conciencia. 

No  he  de  hablar  del  brío  y  de  la  extensión  de  aquella* 


—  25  — 

campiña,  qne  se  organizó  y  sostuvo  de  na  modo  tal,  que 
casi  me  atrevo  á  decir  que  ha  superado  á  todo  lo  análogo 
realizado  en  la  España  contemporánea-  Ni  me  he  de  ocupar 
de  la  resonancia  extraordinaria  que  tuvieron  ana  principa* 
las  esfuerzos  en  aquel  período  centelleador  de  la  Revolución 
de  Septiembre,  y  en  aquella  ¿poca  en  qne,  para  atajar  loa 
progresos  de  la  idea  abolicionista,  ge  invocaba  las  com- 
plicaciones de  la  guerra  de  Cuba  y  se  nos  calumniaba  de 
todas  las  maneras  imaginables,  engañando  A  loa  peninsula- 
res residentes  en  las  Antillas  y  suponiéndonos  cómplices  es* 
tupidos  de  las  intrigas  extrae jei  as  y  traidoras  vendidos  al 
dinero  de  los  protestantes!  los  cuákeros  6  los  propagandis- 
tas, cuando  no  los  gobiernos  de  Inglaterra  y  los  Estados 
Unidos,  La  vulgaridad  y  la  calumnia  son  adversarios  que 
necesariamente  han  de  encontrar  en  bu  camino  y  han  encon- 
trado siempre  todos  cuantos  pretenden  influir  en  las  socieda- 
des con  ideas  nuevas,  saturadas  de  razón  y  de  justicia.  [Y  gra- 
cias cuando  á  esos  enemigos  no  se  junta  también  la  envidia! 
Lo  que  yo  deseo  señalar  ahora,  pensando  en  la  encada 
del  ejemplo,  es,  en  primer  lugar,  que  la  Sociedad  Abolí* 
cionista  mantuvo  con  firmeza  insuperable,  desde  el  primero 
al  último  día,  su  carácter  absolutamente  humanitario  y  su 
sentido  eminentemente  patriótico.  Fue  siempre  aquella 
Sociedad  perfectamente  extraña,  como  decían  sus  Estatutos, 
t*  todo  exclusivismo  de  escuela,  toda  exigencia  de  iglesia 
j  todo  compromiso  de  partido  i ;  y  eso  que  sus  adversarios 
j  las  circunstancias  hicieron  lo  posible  para  que  la  empresa 
abolicionista  perdiera  su  carácter  desinteresado.  Quita  no 
haya  entrado  por  poco  este  desinterés»  cuidadosamente  man- 
tenido, en  el  éxito  del  empeño.  Tal  vez  por  no  haber  obser- 
vado esta  conducta  hayan  sido  tan  escasos  los  resultados 


—  26  — 

de  la  Sociedad  antiesclavista,  qae  bajo  loe  auep  icios  del 
Cardenal  Lavigerie,  se  ha  intentado  después  constituir 
en  España,  en  vista  de  la  redención  de  los  esclavos  de 
África. 

En  segando  logar,  necesito  decir  qne  nuestra  Sociedad 
abolicionista  no  se  redujo  á  unos  cuantos  actos  solemnes  y 
á  empeños  intermitentes  de  carácter  más  ó  menos  apara- 
toso  y  efectista.  Sus  directores  hicieron,  como  debían,  un 
objeto  especial  y  aun  preferente  de  su  vida,  en  aquel 
periodo,  la  triple  obra  de  ensanchar  el  circulo  de  los  asocia- 
dos! ilustrar  y  determinar  la  opinón  pública  y  apremiar 
á  los  gobiernos,  siguiendo  al  detalle  y  al  minuto  el  des- 
arrollo Jal  problema  esclavista,  no  fácil  de  dominar  por  la 
distancia  que  nos  separa  de  las  Antillas  y  por  el  estado 
político  excepcional  de  estas  últimas  comarcas.  Para  este 
trabajo  sirvieron  mucho  las  sucursales  abolicionistas  esta» 
Mecidas  en  Cuba  después  del  79,  y  la  adhesión  verdadera- 
mente admirable  de  los  abolicionistas  portorriqueños,  que 
primero,  con  sus  donativos  á  la  Sociedad  y  después,  con  su 
decisión  nobilísima,  hicieron  fácil  el  éxito  de  la  ley  emanci- 
padora de  22  de  Marzo  de  1873. 

Es  esta  una  nota  de  que  no  pueden  prescindir  aquellos 
que  intenten  alguna  propaganda  seria  en  nuestra  Patria.  Son 
muchos  los  que  dicen  que  aqui  no  hay  opinión  pública.  Yo 
creo  absolutamente  lo  contrario.  Lo  que  falta  es  conoci- 
miento exacto  de  las  exigencias  de  una  propaganda»  Esta 
es  una  falta  que  se  relaciona  grandemente  con  el  grave  error 
de  la  mayoría  de  nuestros  partidos  políticos,  que  á  toda  hora 
confunden  la  agitación  con  la  organización,  preocupándo- 
se exclusivamente  de  la  primera;  y  eso  de  un  modo  cir- 
cunstancial é  intermitente. 


f\ 


—  27  — 

La  tercer  nota  que  se  saca  del  estadio  de  la  Sociedad 
Aboliciomsta,  es  relativa  á  la  per; ect a.  orientación  y  acen- 
tuada finalidad  de  aquella  Asociación,  Porque  es  muy  co- 
hl¿d  que  loe  más  entusiastas  defensores  de  la  Patria  se  rin- 
dan 6  distraigan  después  de  las  primeras  victorias.  Y  no  es 
manos  frecuente  que  Jos  intereses  ven  oídos»  aparentando 
cierta  sumisión  á  la  ola  triunfante  y  avasalladora,  bus- 
quen en  los  detalles  la  ocasión  para  mixtificaciones  que  pa- 
ralicen, cuando  no  desvirtúen»  el  efecto  del  triunfo  alcan- 
zado por  loa  adversarios.  Además,  ea  bien  conocida  la 
formóla  de  los  letrados  experimentados,  que  quizá  se  preo- 
cnpAn  más  de  los  incidentes  y  dificultades  de  h  ejecución 
de  en  fallo  favorable,  que  de  obtener  una  sentencia  propicia. 

La  importancia  de  esta  consideración  se  evidencia  con 
la  historia  de  nuestra  Sociedad  Abolicionista.  Quizá  asom- 
braría la  exposición  que  jo  hiciera  de  las  dificultades  que 
encontramos  en  1379  para  reorganizar  la  Asociación,  por 
cuanto  muchos  creían  sinceramente  que  el  problema  social 
ultramarino  estaba  vi  rt  a  al  mente  resuelto  por  la  ley  de 
Marzo  del  73,  respecto  de  Puerto  Rico,  y  por  uno  de  los  ar- 
tículos del  Pacto  del  Zanjón.  Antes  necesitamos  esfuerzos 
extraordinarios  para  continuar  la  campaña,  á  pesar  de  la 
ley  preparatoria  para  abolición  ie  1  >Tj  .  V  necesitamos  tra- 
bajar lo  indecible  para  conven  car  á  las  gentes  de  que  des- 
pués de  la  ley  abolicionista  de  1831,  subsistía  la  esclavitud 
en  Cuba,  por  cuanto  subsistían  el  Lepo  y  el  grillete  y  el 
trabajo  obligatorio  de  los  patrocinados.  Si  nuestra  Sociedad 
hubiera  cedido  en  cualquiera  de  estos  puntos,  rindiéndose 
4  la  opinión  que  con  facilidad  se  distrae  con  aparentes  triun- 
fos, es  muy  probable  que  todavía,  con  la  fórmula  de  la  ley 
de  vagos  ó  de  los  contratos  obligatorios  de  trabajo  ó  de  la 


—  28  — 

importación  de  asiáticos  y  africanos  en  masa  y  en  determi- 
nadas condiciones  de  explotación,  todavía,  la  servidumbre 
continuara  en  Cuta. 

Por  ultimo,  debo  señalar  el  hecho  verdaderamente  ex* 
traordinario  de  qne  á  la  Sociedad  Abolicionista  española  le 
haya  sido  dada  la  inmensa  satisfacción  de  ver  realizadas  la 
mayor  parte  de  sus  aspiraciones  con  el  aditamento  de  qne 
bus  propios  adversarios,  no  sólo  reconozcan  el  hecho  de  la 
bondad  de  lo  realizado,  sino  que  hasta  se  permitan  la  pre- 
tensión de  darse  por  sus  cooperadores,  contando  con  nues- 
tra magnanimidad  y  con  el  desconocimiento  natural  de  las 
nuevas  generaciones,  para  las  cuales  lo  sucedido  aquí  en 
1872,  casi  es  tan  extraño  como  lo  que  pasó  á  unes  del  si- 
glo xviii.  Este  éxito  extraordinario  debe  alentar  á  todos 
los  propagandistas,  rectificando  la  terrible  genera! idad  de 
la  leyenda  mosaica,  qne  condena  á  todos  los  iniciadores  y 
directores  á  no  pisar,  ni  siquiera  ver,  la  tierra   prometida. 

No  quiero  decir  con  esto  que  yo  entienda  que  la  obra 
abolicionista  se  halla  totalmente  realizada  en  Puerto  Rico, 
y  sobre  todo  en  Cuba.  Aquella  obra  suponía  primeramente 
la  abolición  de  las  leyes  y  las  prácticas  esclavistas.  Des- 
pués, el  reconocimiento  de  la  plenitud  de  los  derechos  ci- 
viles y  políticos  al  negro,  liberto  ó  libre.  Por  último,  la 
educación  del  liberto  y  en  general  de  la  raza  de  color,  la 
cual,  contra  todas  las  prevenciones  y  todos  los  prejuicios, 
es  y  tiene  que  ser  un  factor  importantísimo  del  pueblo  cu- 
bano. De  todo  esto,  lo  más  grave  y  lo  que  realmente  ee 
llevó  toda  la  atención  de  la  8ociedad  Abolicionista  fué  lo 
primero.  Y  para  esto  eran  de  superior  eficacia  los  esfuerzos 
de  los  peninsulares  que  constituían  la  casi  totalidad  de  los 
miembros  de  la  Sociedad  emancipadora.  Lo  demás,  ya  en- 


r\ 


—   29  — 

traba  en  el  orden  político  ultramarino,  y  lo  último  da  pee  di  & 
ó  había  de  depender»  principalmente,  de  lo  9  habitan  tea  de 
nuestras  Antillas;  de  loa  b laucos  y  de  loa  negros  ya  capa- 
citados para  ciertas  empresas  por  las  reformas  políticas 
ultramarinas  hechas  de  1880  ¿  asta  parte. 

Más  aun.  Para  este  último  empeño ,  nuestra  antigua  So- 
ciedad Abolicionista  tenía  muy  escasos  medios.  Segura  man* 
te  ninguno  de  aquellos  que  habrían  asegurado,  desde  el  prin- 
cipio, la  eficacia  de  sos  esfuerzos.  Era  muy  difícil  recabar  el 
entusiasmo  délas  personas  que  aquí  viven,  para  obras  que 
principalmente  interesan  á  los  habitantes  de  nuestras  Anti- 
llas y  enya  iniciativa  no  se  ve  con  claridad,  pero  que  es  ne- 
cesario provocar,  haciéndoles  entender  que  no  deben  confiar 
totalmente  en  la  buena  disposición  de  los  demás.  Yo  sé  bien 
que  es  difícil  convencer  de  esto  á  muchos  amigos  de  Ultra- 
mar, que  fían  demasiado  en  el  celo  y  el  deber  de  nuestros 
gobiernos  y  en  la  lógica  de  nuestros  partidos,  y  que  hasta 
llegan  á  exigir  á  las  comarcas  peninsulares  una  atención 
para  los  problemas  antillanos,  que  no  se  tiene  ni  puede  tener 
en  Cuba  y  Puerto  Rico  para  los  problemas  de  Oataluila  ó 
Castilla.  Pero  este  detecto  se  corregirá  bastante  dentro  del 
nuevo  orden  político  que  ahora  se  va  á  inaugurar,  En  tanto, 
es  necesario  no  excusar  la  realidad, 

Yo  hubiera  deseado  mucho  que  esa  Sociedad  Abolicionis- 
ta española,  que  presidí  en  su  último  periodo,  todavía  vi- 
riese  y  trabajara  en  pro  de  la  educación  del  liberto  anti- 
llano. Es  notorio  que  particularmente  no  abandono  el  ne- 
gocio. Pero  he  tenido  qae  reconocer  la  casi  imposibilidad 
de  que  nuestra  Asociación  emancipadora  continuase  ac- 
tuando después  de  la  abolición  del  patronato.  Por  fortuna, 
la  rasa  de  color  de  nuestras   Antillas  ba  superado  todo 


—  30  — 

cuanto  los  optimistas  podían  esperar,  en  la  hora  de  la 
abolición  de  la  esclavitud.  Hoy  mismo  sorprenden  los  es- 
fuerzos y  los  éxitos  de  aquella  raza  ya  libre,  para  com- 
pletar su  educación  política  y  social.  Yo  desde  aquí  la  en- 
vío mi  cariñosa  felicitación,  al  propio  tiempo  que  excito  á 
que  continúen  cooperando  á  esta  obra  civilizadora,  á  loa 
dignos  miembros  de  la  Agencia  ó  sucursal  abolicionista  de 
la  Habana  y  al  grupo  importantísimo  de  hombres  blancos 
que  con  sus  prestigios  y  sus  recomendaciones  vienen  allí 
contribuyendo  á  la  instauración  y  consolidación  de  un  or- 
den moral  y  político  que  parte  del  supuesto,  ya  indiscutible 
en  todos  los  pueblos  cultos,  de  la  solidaridad  social. 

Pero  es  claro  que  esta  obra  no  seria  hoy  posible  sin  los 
trabajos  de  aquella  Sociedad  Abolicionistas  española  que 
encontró  al  negro  en  Cuba,  allá  eu  el  ingenio,  el  barracón  ó 
el  palenque;  y  aquí,  en  los  escenarios  de  nuestros  teatros, 
bailando  grotescamente  el  tango  y  compartiendo  con  nues- 
tro hambriento  maestro  de  escuela,  el  tristísimo  privilegio 
de  provocar  las  ruidosas  carcajadas  de  nuestro  público  in- 
diferente ó  desorientado. 

De  esa  Sociedad,  como  he  dicho,  Sanromá  fué  uno  de 
los  fundadores:  llegó  á  presidirla,  aunque  por  muy  poco 
tiempo,  hacia  1879,  sucediendo  á  Olózaga,  al  marqués  de  Al* 
baida  y  al  venerable  D.  Fernando  de  Castro.  Pero  sobre  to- 
do fué  uno  de  sus  primeros  oradores,  llegando  á  excepcional 
altura,  principalmente  en  las  Conferencias  abolicionistas  de 
1872,  del  teatro  de  Lope  de  Rueda  (antiguo  Circo  de  Paul) 
y  en  los  teatros  de  la  Zarzuela  y  la  Alhambra,  durante  el 
periodo  revolucionario.  Además,  no  puede  excusarse  sobre 
este  particular  la  influencia  extraordinaria  de  las  elocuen- 
tes lecciones  que  Sanromá  daba  en  la  Escuela  de  Comercia 


—  31  — 

de  Madrid  sobre  la  historia  de!  comercio  en  Europa  y  Amó- 
'  rica, — la  importancia  moral,  poli  tica,  económica  y  social  del 
descaer  i  miento  de  América, — el  viejo  régimen  colonial,  y  en 
fin,  la  implantación  y  [a  abolición  de  la  esclavitud  en 
el  mar  de  las  Antillas,  en  el  Brasil  y  en  la  República  Nor- 
teamericana. 

Por  todo  lo  que  aquí  he  dicho,  comprenderéis,  Señoras  y 
Señores ,  la  exactitud  de  mi  afirmación  respecto  de  la  parte 
importantísima  que  en  el  empeño  de  la  reforma  colonial  cupo 
i  Sanromá,  si  no  como  gobernante,  al  menos  como  propagan- 
dista y  como  político  y  diputado;  y  de  aquí  deduciréis  tam- 
bién la  razón  que  me  asistía  para  aventurar  la  especie  de  que 
quisa  en  esto  consistía  el  mayor  mérito  del  ilustre  finado 
como  orador  y  como  propagandista.  De  todas  suertes,  resul- 
ta que  San  rom  a  fué  uno  de  los  hombres  de  te  más  viva  y  pro* 
bada»  de  más  calor  propagandista  y  de  más  positiva  influen- 
cia en  la  España  de  la  segunda  mitad  del  siglo  xix , 

Esta  última  consideración  me  lleva  á  señalar  otra  nota 
que  tengo  por  característica  de  la  sociedad  contemporánea, 
en  la  cual  felizmente  no  es  la  acción  del  gobernante^  la  ac 
rión  del  que  posee  el  poder,  la  única  que  determina  el  pro- 
greso político  y  social.  En  los  siglos  anteriores,  esto  último 
era  lo  corriente,  y  el  propagandista  tenía  que  resignarse  á 
la  labor  obscura,  al  efecto  lejano  nunca  por  él  visto,  á  la 
confusión  de  la  utopia  y  de  la  solución  pos  i  ti  vi  y  verdadera 
mente  gubernamental.  Por  esto  la  historia  reduce  todos  sus 
aplausos  al  rey,  al  privado,  al  conquistador ,  Los  tiempos 
han  variado,  consagrando  por  única  soberanía  la  de  la  opi- 
nión pública,  y  con  ella  el  poder  incontrastable  de  la  pro  - 
pagan  da  honrada,  consciente  y  perseverante.  Por  eso  puede 
decirse  que  hombres  como  Sanromá,  no  sólo  desearon  y 


—  32  — 

recomendaron,  sino  que  influyeron  y  gobernaron  como  mi- 
nistros predilectos  de  aquella  verdadera  sobaran*. 

Y  con  esto  concluyo.  Mas  permitidme  que  al  tiempo  de 
dar  el  último  adiós  al  concienzudo  profesor,  at  propagan- 
dista infatigable  y  al  compañero  querido,  sainde  en  él  i 
aquellos  otros  queridísimos  compañeros  ya  muertos  que 
juntaron  sus  esfuerzos  á  los  de  San  rom  á(  aai  en  el  seno  de 
la  Diputación  reformista  de  Puerto  Rico,  como  en  ia  Socie- 
dad Abolicionista  española. 

Han  desaparecido  casi  todos  los  miembros  de  aquel 
grupo  celoso,  activo,  disciplinado,  infatigable  y  entasi&ata, 
que  con  tanta  energía  como  fortuna  reprodujo,  ampl  ¿án- 
delas y  concertándolas  con  las  conquistas  de  la  Revolución 
democrática  de  1868,  en  las  agitadas  y  esplendorosas  Cor- 
tes del  69  al  75,  las  nobles  protestas  y  las  viriles  y  patrió- 
ticas reclamaciones  de  aquellos  Comisionados  de  Puerto  Ri- 
co, en  la  Junta  de  información  para  laa  reformas  ultrama- 
rinas de  1865,  que,  prescindiendo  del  programa  oircojaa- 
pecto  y  de  las  preguntas  meticulosas  del  Gobierno  doctrina- 
rio, se  adelantaron  á  reclamar,  como  supuesto  necesario  da 
toda  reforma  colonial  y  condición  inexcusable  de  la  vida 
digna,  tranquila  y  progresiva  de  los  blancos  de  la  pequeña 
A  d  ¡La,  la  abolición  inmediata  y  simultánea,  con  mdsmm- 
zacíón  ó  sin  ella,  de  la  esclavitud  de  tos  negros. 

Me  complace  sobre  modo  el  recordar  en  toi¿s  las  solem  <- 
nidades  de  cierto  carácter  á  que  concurro,  la  serie  nunca 
interrumpida  de  esfuerzos  y  reclamaciones  de  Puerto  Rico  y  * 
sus  representantes,  desde  los  momentos  miamos  en  que  se  ini- 
cia la  Revolución  española  dentro  del  siglo  que  corre:  recla- 
maciones y  esfuerzos  saturados  del  espíritu  contemporáneo 
que  frecuentemente  se  anticipan  á  las  previsiones  de  los  po  • 


—  33  — 

Uticos  de  la  Metrópoli,  y  que  mantienen  en  otra  forma  ales- 
pirita  de  ia  unidad  nacional  y  el  sentimiento  poderoso  de  de- 
voción y  lealtad  que  aquella  pequeña  isla  demostró  repeti- 
das veces  en  tiempos  anteriores  luchando  por  su  propio  e*~ 
faeno  contra  loe  filibusteros,  loa  irán  ceses,  loa  ingleses  y 
los  holandeses,  y  resistiendo  después  el  huracán  separatista, 
que  abatió  nuestra  bandera  en  las  dilatadas  regiones  de  la 
América  continental,  Y  lo  recuerdo,  tanto  por  rendir  el 
tributo  de  justicia  que  aquel  paia  se  merecer  como  para 
señalar  el  contraste  que  o  trocea  Las  virtudes  y  las  aspi- 
raciones de  aquellos  insulares,  con  la  desatención  y  hasta 
el  olvido  con  que  ahora  mismo  se  responde  por  parte  de 
nuestro  Gobierno  a  pietenaíones  que  descansan  en  el 
principio  de  absoluta  igualdad  política  y  legal  de  todos  los 
españoles, 

Baldonoty,  Fadi&l,  García  Maitín,  Acosta,  Corchado, 
Áyuso,  Vizcarrondo,  Uelis  Aguilera ., ,  todos  son  persona- 
lidades que  ya  están  completamente  dentro  de  la  jurisdic- 
ción de  la  historia,  y  cuyos  trabajos  y  cuyos  méritos  podrán 
«¿alarse  siempre,  ora  como  un  ejemplo  á  ios  patriotas  y  á 
los  verdaderos  hombres  políticos,  ora  como  materia  de  oon- 
soita  y  motivo  de  orientación  á  los  futuros  diputados  de 
nuestras  Antillas,  para  quienes,  hoy  mas  que  nunca,  des- 
pués de  las  varias  reformas  políticas  y  administrativas 
de  1 370  á  esta  parte,  dada  la  situación  de  nuestras  Filipi- 
nas y  nuestras  posesiones  de  África,  y  en  vista  de  los  nue- 
ves rumbos  del  Derecho  internacional  y  el  desarrollo  de 
los  empeños  colonizadores  contemporáneos,  será  racional- 
mente imposible  reducir  su  misión  á  una  empresa  de  ca- 
rácter puramente  local,  con  un  sentido  de  particularismo 
inconciliable  con  las  exigencias  de  la  democracia  moderna 


—  34  — 

y  la  evolución,  transformación  y  consolidación  de  ías  gran- 
des nacionalidades  de  nuestro  siglo. 

Harto  comprendo  que  no  es  esta  la  oportunidad  de  insis- 
tir en  la  consideración  que  acabo  de  hacer:  mas  permitid- 
me que  de  paso  la  subraye  enérgicamente,  rectificando  el 
concepto,  bien  modesto  7  rayano  en  lo  mezquino,  de  loa 
que  piensan  que  la  esfera  de  acción  de  loe  diputados  y  se* 
uadores  de  nuestras  Colonias,  se  reduce  cada  vez  mas  y  su 
representación  se  achica  en  el  seno  de  las  Cortes  espa- 
ñolas. 

Nunca  he  vacilado  respecto  de  este  particular,  aun  en 
aquella  época  en  que  lo  acentuado  de  la  excepción  ul  trama- 
riña  comprometía  más  á  los  representantes  de  las  Antillas  á 
dedicarse  muy  especialmente  al  problema  colonial.  Pero  aun 
entonces  y  sobre  todo  después  de  las  reformas  de  sentido  libe  * 
ral  y  tendencia  igualitaria  que  se  han  promulgado  4  partir 
de  1 880,  yo  he  creído,  y  ahora  creo,  que  á  esosdiputados  y  esos 
senadores  más  que  á  otro  alguno,  corresponde  la  inteligencia 
y  discusión  de  los  problemas  más  generales  de  la  patria  es- 
pañola. Por  ejemplo,  el  problema  de  la  descentralización,  el 
de  la  transformación  de  la  vida  política  y  administrativa  fi- 
lipina, el  del  desarrollo  de  nuestra  marina,  el  de  nuestra 
intimidad  efectiva  y  transcendental  con  Portugal  y  las  Re- 
públicas sud  americanas,  el  de  nuestra  dilatación  por  Ma- 
rrueces,  el  de  nuestras  relaciones  internacionales  en  Europa, 
América  y  Asia  y  otros  análogos  que  cada  di  a  se  van  impo- 
niendo más  á  nuestro  espíritu,  á  medida  que  se  van  resol- 
viendo nuestras  dificultades  interiores  y  se  afirma  la  perso- 
nalidad española,  dentro  de  los  nuevos  tiempos  y  del  espí- 
ritu de  la  Revolución  contemporánea,  en  el  mundo  culto  y 
progresivo* 


—  S5  — 

Muéveme  á  pensar  ¿ato  la  consideración  de  1a  clase  de 
estudios  y  de  cuestiones  á  que  se  ven  obligados  preferente* 
mente  loa  diputados  y  senadores  antillanos  por  la  índole 
particular  de  loa  negocios  ultramarinos  y  por  la  rasón  7  el 
alcance  de  las  relaciones  morales  y  mercantiles  de  nuestras 
Antillas  con  el  extranjero,  en  cuyo  mercado  se  coloca  mayor 
parte  de  la  producción  colonial.  Por  otro  lado,  no  se  puede 
prescindir  ni  del  lugar  qne  el  derecho  colonial  ocupa  en  el 
cuadro  del  derecho  público,  ni  de  la  representación  que,  en 
el  mundo  americano,  da  á  España  la  posesión  de  Cuba  y 
Puerto  Rico,  identificadas  con  la  existencia  europea  por 
la  consagración  de  las  libertades  necesarias  y  la  presencia 
de  sus  diputados  en  el  Parlamento  español,  y  saturadas 
del  espirita  de  América  por  su  vecindad  y  sus  constantes 
y  directas  relaciones  con  las  Repúblicas  del  nuevo  Conti- 
nente, 

Por  manera,  que  lejos  de  que  las  reformas  y  aun  la  pro- 
clamación de  la  autonomía  colonial  en  nuestras  Antillas, 
hayan  de  reducir  la  competencia  de  los  diputados  de  aque- 
llos lejanos  paisas,  en  la  vida  parlamentaria  nacional,  i  mi 
juicio  la  fortifican,  acentúan  y  extienden» 

Y  cuéntese  que  no  quiero  sacar  partido  del  imponente 
movimiento  que  se  produce  en  estos  instantes  allende  el  Ca- 
nal de  la  Mancha  y  por  cuya  virtud  se  transformará,  en 
ykRono  lejano,  el  régimen  colonial  británico.  Me  refiero  á 
aquella  tendencia  á  rectificar  ¡a  exageración  autonomista 
del  Canadá»  la  Australia  y  el  Cabo  y  á  modificar  el  concep- 
to del  derecho  imperial  de  la  Metrópoli  inglesa,  para  venir 
a  constituir  una  gran  nación  formada  por  Inglaterra  y  sus 
Colonias,  con  una  representación  parlamentaria  y  un  go- 
bierno superior  en  relación  con  las  últimas  aspiraciones  del 


—  36  — 

derecho  internacional.  Para  nna  empresa  análoga  en  Espa- 
ña no  ea  floja  ventaja  el  hecho  de  la  representación  que  por 
las  declaraciones  de  las  inmortales  Cortes  de  Cádiz,  tienen 
asegurada  en  nuestras  Cortes,  nuestras  Colonias  y  en 
Ja  actualidad  las  islas  de  Cuba  y  Puerto  Rico. 

También  ha  desaparecido  la  mayoría  de  los  fundadores 
de  la  Sociedad  Abolicionista  española  y  sus  principales 
agentes  y  sostenedores  en  las  provincias  de  la  Península  y 
allá  en  Cuba  y  Puerto  Rico,  donde  los  Coico,  los  Quiñones* 
los  Carbonell,  los  Cortina  y  un  pequeño  grupo  de  animosos 
jóvenes,  secundaron  con  verdadera  fruición  y  ánimo  irresis- 
tible nuestros  esfuerzos,  ora  inspeccionando  loa  contratos 
de  trabajo  y  la  situación  excepcional  y  casi  momentánea 
que  determinó  la  aplicación  de  la  ley  abolicionista  del  73  á 
Puerto  Rico,  ora  vigilando  la  rectificación  de  los  censos  de 
esclavos  de  Cuba,  desde  1880  al  85. 

Muy  pocos  quedan  de  este  otro  reducido  grupo  ultrama* 
riño;  pero  en  ellos  seguramente  ha  de  influir  la  memoria 
de  Jos  trabajos  hechos,  de  los  grandes  prestigios,  de  la  per* 
severancia  y  de  los  éxitos  de  los  que  ya  han  muerto,  y  cu- 
yos saorifioios,  muy  superiores  á  lo  que  generalmente  se 
cree  y  puede  pensarse  fuera  del  tiempo  y  del  medio  impo- 
nente ó  desalentador  en  que  aquellos  hombres  se  movieron , 
dan  cierto  carácter  sagrado  á  la  empresa  de  la  redención 
del  esclavo  antillano,  que  comenzó  por  la  destrucción  de  loa 
infames  Códigos  negros,  y  que  todavía  hoy  palpita  en  la 
exigencia  de  una  grande  obra  social  de  cultura  que  rehabili- 
te definitivamente,  en  bien  de  todos  y  honor  de  España,  para 
la  tranquilidad  de  nuestras  Antillas,  y  en  obsequio  del  pro- 
greso del  mundo  y  del  derecho  universal,  á  la  rasa  de  color 
de  Puerto  Rico  y  Cuba. 


—  ti  — 

Y  ya  termino,  rogándoos  me  dispenséis  que  haya  puesto 
cu  relación  la  memoria  del  ilustre  Sanromi  con  empresas 
que  en  este  momento  nos  preocupan  4  todos,  y  respecto  de 
las  cuales,  ahora  como  nunca,  as  necesario  buscar  luces,  con- 
sejos, orientación.  AI  principio  os  anuncie  que  no  pretendía 
hacer  una  necrología.  Mi  idea  era  algo  mas  modesta,  por 
una  parte:  por  otra,  algo  de  mayor  transcendencia.  Por- 
que pensando  todo  lo  dicho  y  recordando  de  qué  suerte  San- 
roma  intervino  en  las  grandes  obras  que  he  referido;  cómo 
se  relacionó  con  sus  demás  compañeros;  cómo  compartió 
las  aspiraciones  más  acentuadas  de  los  portorriqueños,  des- 
amparados pero  inquebrantables  en  sus  protestas  y  deman- 
das; y  cómo  se  desprendió  de  toda  clase  de  prejuicios  y  todo 
género  de  compromisos  locales  para  inspirarse  sólo  en  los 
principios  de  eterna  justicia  y  en  la  totalidad  de  los  intereses 
de  la  madre  España,  que  vive  del  esplendor  de  todas  y  cada 
una  de  sus  regiones,  y  para  la  cual,  como  dijeron  los  Inmor- 
tales de  Cádiz,  nuestras  colonias  no  son  ni  pueden  ser  meras 
factorías  ni  lugares  condenados  á  perdurable  explotación  y 
servidumbre;  pensando  todo  esto— digo, — puedo  y  debo  reco- 
nocer en  el  profesor  de  la  Escuela  de  Comercio,  en  el  exdipu- 
tado del  72,  en  el  escritor  fecundo,  elegante  y  castizo,  en  el 
campeón  del  librecambio  y  et  gran  orador  abolicionista,  una 
personalidad  perfectamente  acusada  y  uno  de  aquellos  hom- 
bres á  quienes  el  critico  Emerson  ha  llamado  homéret  repté' 
itiUaiivo*. 

Su  memoria  siempre  quedaría  como  un  consuelo  para  el 
espíritu  entristecido  y  agobiado,  en  estos  azarosos  tiempos 
■le  incertidumbre,  componendas,  indisciplina  y  anemia,  lías, 
por  otros  motivos  y  para  aquellos  á  quienes  todavía  no  ha 
rendido  el  pesimismo,  que  entienden  que  el  deber  no  se 


—  3S  — 

reduce  al  lamento  y  que  tienen  dan  conciencia  de  su* 
c  m  j  romiaoe  de  patriotas  y  su  personalidad  como  hombrea 
de  hiatoria,  oonTiooionee  y  principio*     esa  figura  debe  ser 
señalada  principalmente  como  un  estímulo  y  on  ejemplo» 
He  dicho. 


r\ 


LA 


REPÜBLICA  T  LAS  LIBERTADES 


DE   ULTRAMAR 


r\ 


LA  REPÚBLICA  Y  LAS  LIBERTADES 

DE    ULTRA  MAR 


Iban  pasando  de  moda  los  dicterios  contra  Ja  República 
de  1 873.  £1  miedo  de  los  pusilánimes  se  disipaba,  £1  desen- 
canto de  loa  que  creUn  todo  remediable  por  la  caída  de  la 
República,  llegaba  casi  á  su  apogeo.  La  mala  fe  de  una  bae* 
na  parte  de  los  francos  detractores  de  aquel  orden  de  coeaa 
j  la  doblez  de  aquellos  otros  que  afectando  servirlo  lo  com- 
prometieron, más  6  menos  efectivamente,  se  había  eviden- 
ciado. Calmábanse  las  pasiones  del  periodo  de  la  lucha  y  el 
tiempo  y  la  distancia  iban  permitiendo  ver,  concierta  clari- 
dad y  precisión,  los  hechos  realizado*  hace  veinticinco  años. 

Se  aproximaba  la  hora  de  la  justicia. 

Debíamos  contribuir  todos  á  que  esta  fuese  completa  y 
efectiva.  Convenía  traer  nuestros  datos  al  juicio.  Que  la  opi- 
nión pública  supiera  lo  que  se  hizo  y  lo  que  no  se  hizo  en  l 87  Z 
y  que  conociese  de  qu¿  modo  contribuyeron  a  aquellos  acon- 
tecimientos y  á  la  ruina  de  laobra  de  la  Asamblea  Nacional, 
los  individuos,  los  partidos  y  los  interesan  que  tomaron  par- 
te más  ó  menos  activa,  en  aquel  crítico  periodo.  He  aqoí  el 
defeco  de  muchos  patriotas. 


—  42   — 

Pensando  en  esto  no  hace  muchos  meses,  algunos  de  lew 
que  preso  ociamos  los  sucesos  de  1873  ó  tomhmoy  parte  ett 
ellos,  manteniendo  después  en  el  Parlamento r  en  la  prensa 
y  en  la  plaza  pública,  enhiesta  la  bandera  de  la  República 
democrática  que  aclamamos  (por  diversos  motivos,  bien  que 
con  un  mismo  interés  patriótico)  en  el  seno  de  la  Asamblea 
Nacional,  creímos  de  mucha  oportunidad  publicar  un*  serie 
de  icol  o  grafías  destinadas  á  precisar  y  explicar  bien  los  he- 
chos, quisa  más  que  para  servir  á  la  Historia,  para  enss 
fianza  de  las  nuevas  generaciones  que  ya  solo  de  oidas  co- 
nocen aquella  oonfasa  época  y  para  preparar,  en  plazo  más 
6  menos  breve,  por  el  convencimiento  de  todos  y  en  condi- 
ciones de  pleno  éxito,  la  restauración  del  orden  de  cosas  que 
complementó  la  obra  meritisima  y  transcendental  de  la  Ee  - 
vola  ció  a  de  Septiembre. 

Nuestro  proyecto  era  tratar  por  separado  las  grandes 
cuestiones  y  los  empeños  imponentes  que  embargaron  la 
atención  y  la  acción  de  la  República  del  73 ¡  explicar  cómo 
se  produjo  el  voto  solemne  del  11  de  Febrero  de  aquel  año; 
precisar  los  elementos  de  aquella  situación  política;  exami- 
nar la  gestión  republicana  en  la  esterado  la  legislación  gene- 
ral, de  la  fi  nanza,  de  la  administración  civil,  de  la  guerra, 
de   las  colonias,  de  las  relaciones  internacionales,  etc.,  etc. 

El  trabajo  podría  ser  de  bastante  importancia  supo  esto 
que  loa  que  se  comprometían  á  él  eran,  por  regla  general, 
personas  que  en  aquel  laboriosísimo  período  tomaron  una 
parte  muy  activa  y  eficaz  en  la  dirección  de  lit  política  repu* 
blicana  y  del  gobierno  de  España. 

A  ellas  me  hallaba  yo  unido  por  el  voto  que  á  favor  de  la 
República  di  el  11  de  Febrero,  en  cuya  fecha  figuraba  en  la 
izquierda  del  partido  radical,  casi  con  las  mismas  ideas  que 


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wioíb  tengo  y  que  son    las  mismas  que    expresé  ante  les 
«Jftoíores  independientes  de  Asturias  en  los  comienzos  de  la 
fieTolarión  de    Septiembre,    E*ta   proc  deocia  radical,    el 
no  haber  figurado  moca   entre  los  ministeriales  de  ningu- 
na gira&cióo,    mis  ideas  de  siempre  y  la  circunstancia   de 
¿«bar  declinado  el  honor  de  figurar  entre  les  directores 
oficiales  ¿el  régimen  de  1873  me  daban   algún   titulo  para 
jalear  con    relativa  indepeodeoc  a  U  mayor  parta  de  aque- 
llos acontecimientos,  en  cuya  intimidad   tuve  que  entrar  y 
respecto  de  los   cuales  son  verdadera  mente  asombrosos  los 
errores  que  corren. 

Pero  arlemáa  en  aquella  época  comencé  á  fi  tjurar  á  la  ca- 
beza del  grupo  parlamentario  constituido  por  los  diputados 
reformistas  de  Puerto  Rico,  y  necesité  acentuar  la  campaña 
abolicionista  iniciada  en  1863,  suspensa  en  1866  y  reco- 
menzada eu  1870  por  medio  de  meetiugs,  exposiciones,  con- 
ferencias y  manifestaciones  cayo  completo  éxito  fortificaron 
mi  fe  profunda  en  el  valor  de  la  propaganda  y  el  poder  so- 
berano de  la  opinión  pública,  E-ttas  y  otras  circunstancias! 
que  no  sería  discreto  exponer  aqnf,  me  capacitaron  espe- 
cialmente para  estimar  lo  que  por  aquel  entonces  sucedió 
tu  noastras  Antillas  y  lo  que  el  Gobierno  de  la  República 
hizo  en  punto  á  po  itiea  colonial. 

Claro  se  está  que  en  la  distribución  de  los  trabajos  á  qne 
me  vengo  refiriendo,  se  me  habla  de  recordar  para  escribir 
sobre  el  complejo  problema  antillano  de  1373,  Acepté  el 
compromiso  con  la  mejor  voluntad. 

Pero  la  realización  de  edte  pensamiento  propagandista 
se  aplazó  y  aun  se  dificultó  por  diversas  causas.  Perseve- 
rando en  él,  yo  he  aprovéchalo  más  de  una  ocasión,  para 
hablar  del  período  del  73,  sobre  el  cual  existían  aun  más 


_       J 


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prevenciones  que  respecto  del  periodo  del  20  al  23,  ya  den- 
tro de  la  época  constitucional.  Qiisa  en  España  se  ha  pil- 
cado de  nuyor  inJQstioia  qae  la  notoria  con  que  ¡os  franco- 
sea  se  ocuparon,  por  macho  tiempo,  de  la  Be^úblua  del 
-*8.  sin  la  cual  quizá  habría  sido  imposible  la  instauración 
y  sobre  todo  el  desarrollo  de  la  tercera  Repubü  o  a  francesa 
de  nuestros  días,  sin  embargo,  nuestra  República  del  73 
fué  menos  censurab  e  qae  la  vecina  del  43  y  tiene  de  común 
con  esta,  su  carácter  de  preparatoria  Lo  cual  no  quita  para 
que  tvmbiH  ofrezcan  mucho  margen  á  nna  critica  justa  y 
desinteresada. 

Con  este  criterio  preparaba  yo  nn  trabajo  especial  soHre 
los  Ensayos  y  los  ejemplos  republicanos  del  siglo  X/Xt 
cuando  algunas  circunstancias  ie  valor  inexcusable  me  han 
determinado  á  ordenar  apresuradamente  mis  datos  y  á 
escribir  estas  líneas  dedicadas  concretamente  á  exponer  lo 
que  la  Repúb  ioa  empanóla  y  nuestros  republicanos  han  he- 
cho en  favor  de  las  libertades  antillanas  (1). 

uso  de  Ka  motivos  de  mi  resolución  es  el  evidente  fra- 
caso da  la  política...  colonial  (llamémosla  asi)  de  todo*  los 
partidos  monárquicos  de  nuestra  Patria.  No  tengo  para  qué 
resonar  el  hecho.  Me  parece  de  evidencia  El  famoso  em- 
peño de  la  asimilación  ya  es  tenido  por  todo  el  muaao  no 
sólo  por  imposible  en  lo  futuro,  sino  por  desastroso  hasta  el 
presente,  L*&  reformas  liberales  del  95,  aceptadas  por  loa 
autonomistas  de  las  Antillas  y  por  los  diputados  repu- 
blicanos con  muchas  y  bien  señaladas  reservas  (contra  lo 
que  propala  ahora  mismo  la  prensa  liberal  peninsular)  ya 
parecen  á  todos  deficientes.    A  última  hora  se  han  querido 

(L)     Aquel  trabajo  esta  0a  prensa   En  61   me  ocupo  prime  raméala  de 
a»  República  de  Francia  7  de  los  Hitados  Unidos  de  América , 


—  45   — 

interpretar  en  na  sentido  autonomista  rechazado  franca  * 
mente  por  liberales  y  con  ge  r  va  dores,  lo  misan  allá  en  ana 
poco  recordada  votación  parlamentaria  de  21  de  Junio 
de  1F86,  ítae  al  discutirse  las  mismas  reformas  de  hace 
dos  añoá  en  Jas  sesiones  de  7  y  d  de  Junio  de  1895. 

La  vacilación  y  las  contra  dicción  es  de  loa  conservadores, 
tobre  todo  desde  Julio  de  1896"  á  esta  fecha,  no  hay  para  qné 
comentarlas.  Y  la  aparición  det  decreto  refrendado  por  el 
3r,  Cánovaa  del  Castillo  en  4  de  Febrero  último,  si  bien  cona 
titaye  un  positivo  mérito  para  éste  hombre  público  qne  ha 
tenido  energía  y  sentido  para  sobreponerse  á  las  preocupa» 
cienes  y  los  miedos  de  todos  los  partidos  monárquicos  asi 
como  para  desdeñar  el  vocerío  de  la  patriotería  y  las  intrigas 
dala  rutina,  son  la  prueba  más  concluyante  del  fracaso  total 
de  toda  la  política  monárquica  de  veinte  años  á  esta  parte. 

QaUá  pronto  podrá  decirse  que  todo  cuanto  nuestros  mo- 
nárquicos negaron  en  ese  laborioso  periodo  frente  á  las  con- 
tinuas y  vigorosas  reclamaciones  de  autonomistas  y  republi- 
canos, todo  lo  han  tenido  que  ir  concediendo,  á  última  hora 
j  en  condiciones  poco  favorables  para  su  éxito,  vencidos  por 
las  circunstancias  más  que  obligados  por  el  convencimiento, 
hasta  llegar  á  la  resuelta  proclamación  de  lo  que  cien  veces 
declararon  incompatible  con  la  unidad  de  la  Patria,  el  in- 
terés de  la  Monarquía  y  hasta  el  honor  de  la  Nación. 

Pero  con  ese  indiscutible  fracaso  hay  que  relacionar  dos 
hechos.  Primero:  el  temor  de  mucha  parte  del  pueblo 
español  de  que  las  soluciones  con  qne  el  actual  Gobierno 
pretende  poner  término  á  la  guerra  de  Cuba,  sean  la  impo- 
sición del  extranjero.  Y  luego,  la  general  duda  de  la  ap- 
titud moral  y  política  de  los  partidos  que  han  sido  hasta 
ahora  contrarios  ai  régimen  que  con  el  aplauso  de  los  Go- 


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biernoe  extrañes  y  la  simpatía  de  todos  los  hombres  justo» 
y  progresivos  parece  que  va  á  inaugurarse  en  Cuba  y  es 
Puerto  Riso,  para  presidir  al  afianzamiento  y  desarrollo  de 
las  nuevas  instituciones. 

Además,  y  como  nna  de  las  consecuencias  de  lo  antes  afir* 
mado,  hay  que  establecer  que  lo»  únicos  elementos  abona- 
das por  sus  antecedentes  y  su  devoción  para  hacer  que  las 
instituciones  autonomistas  vivan  y  prosperen  mediante  nna 
política  de  fe  y  sinceridad,  son  los  elementos  republicanos» 
Porque  solo  ellos  han  proclamado  de  muy  atrás  la  solución 
autonomista  como  medio  de  evitar  lo  que  ahora  pasa  en 
nuestras  Antillas  y  como  modo  de  organizar  definitivamen- 
te el  gobierno  de  las  colonias.  Y  porque  soto  puesta  la 
vista  en  ellos  puede  afirmarse,  frente  a  la  susceptibilidad  del 
honor  español,  que  en  i£spaña  ha  habido  siempre  mochos  y 
buenos  españoles,  que  independientemente  de  lo  que  pensara 
y  dijera  el  extranjero,  han  creído  y  dicho  á  toda  hora,  que 
la  mejor  política  en  Ultramar  es  la  de  la  paz  y  la  confianza 
en  los  cubanos  y  portorriqueños,  asi  como  que  la  solución 
positiva  de  los  problemas  antillanos  estaba  y  está  eu  la  Au- 
tonomía colonial. 

De  donde  se  sigue  que  la  Cuestión  colonial^  por  su  in- 
mensa gravedad,  por  el  compromiso  internacional  que  en- 
traña, por  lo  que  su  actual  solución  afecta  al  honor  de  la 
Patria  española,  por  la  devoción  que  exitgd  y  por  el  estado 
de  asombrosa  descomposición*  de  todos  nuestros  partidos  mo- 
nárquicos, la  Cuestión  colonial-,  repito,  es  una  vi?Jm  más  en 
favor  déla  restauración  déla  Bepúblíca  en  España,  En  pro 
de  esta  restauración  trabaja  también  otro  problema  vital  de 
nuestra  Patria;  problema  que  resulta  de  toda  nuestra  histo- 
ria, del  sentido  del  derecho  público  contemporáneo  y  de  las 


-47  - 

crecientes  exigencias  de  la  vid»  internacional.  El  problema 
de  Ja  intimidad  ibérica^  boy  sin  soluoión  fuera  del  régimen 
republicano, 

Eatiéndase  que  hablo  de  la  intimidada*  les  pueblos  por- 
tagnes  y  español  y  que  do  preciso  fórmula  alguna.  La  ad- 
vertencia se  hace  necesaria  con  flid  eran  do  la  situación  por 
todo  extremo  critica  de  Portugal  en  estos  momentos,  aai 
como  el  partido  que  los  sostenedores  del  statu  quo  lusitano* 
quieren  sacar  de  la  actitud  de  loa  republicanos  portugueses 
7  de  las  tendencias  de  los  republicanos  españoles,  para  atri? 
l'Qir  a  UD08  y  otros  el  loco  propósito  de  violentar  la  volun- 
tad y  las  susceptibilidades  lusitanas,  atrepellando  la  per- 
sonalidad del  pueblo  de  Camoens  y  de  Vaeco  de  Gama,  mal- 
tratado hasta  lo  in  verosímil,  en  lo  más  ir  timo  de  sa  digni* 
dad  y  de  su  representación,  por  los  ingleses  protectores  y 
garantes  de  la  Monarquía  portuguesa,  tanto  en  los  comienaos 
del  siglo  actual  ó  sea  en  la  époaa  de  la  tiranía  de  Beres- 
ford,  como  en  los  días  recientes  del  escándalo  de  Lorenio 
Marques  y  del  Ultimátum  británico  de  1890, 

Esto  no  quita  para  que  si  las  cosas  se  pusiesen  ole  otro 
modo  y  por  la  libérrima  voluntad  de  portugueses  y  españo- 
les se  llegase  á  una  fórmula  práctica  de  inteligencia  de  en- 
trambos pueblos  autónomos,  loa  mismos  que  hoy  nos  seña- 
lan á  Jas  iras  lusitanas  ó  á  la  desconsideración  da  las  gen- 
tea  reflexivas  y  verdaderamente  políticas,  por  la  supuesta 
mgeración  de  nuestras  ideas  y  el  romanticismo  de  núes* 
tras  tendencias,  aprovechasen  nuestra  propaganda  y  se  jao- 
taran  de  haber  sido  punto  menos  que  loa  únicos  adivinado 
ns  y  protectores  de  la  solución  triunfante  (l). 


( l  )     lf e  p a rm i  t o  ■  i Ur  m ia  librtif  10  brc  Portugal  y  jut  rtf  ¿7 •«.—£•  H*' 


—  4$  — 

Pero  hay  algo  mi*  que  determina  «ate  trabaje».  A  prisci  - 
píos  del  iorierQO  de  1195  llegí>  i  Madril  ana  comisión 
del  partido  Autonomista  portorriqueño,  pera  estudiar  de 
carca  lia  disposiciones  de  los  partidos  nacionales  y  de  loa 
hombree  políticos  de  la  Metrópoli,  También  debia  ver  si  era 
dable  concertar  con  ellos  tina  cierta  inteligencia»  que  quita- 
se Í  los  autonomistas  antillanos  It  marca  de  perdurable 
inferioridad  con  que  loa  ha  querido  ha iriller  el  viejo  régi- 
men, palpitante  sn  el  fondo  de  recientes  y  expansivas  re- 
formas. Da  esta  saerts  se  apresuraría  el  triunfo  de  las  liber- 
tades coloniales  en  tola  su  integridad,  y  se  facilitada  á  los 
devotos  de  éstas  el  acceso  al  poder,  conforme  al  torno  de 
que  hasta  cierto  panto  disfrotan  todos  los  partidos  de  la 
Metrópoli, 

El  Sr.  Sagaats,  a  título  de  jefa  del  partido  Liberal  penin- 
sular, biso  ciertas  declaraciones  qu*  le  comprometen,  á  jui- 
cio  de  la  mayor  parte  de  loa  comisionados  portorriqueños, 
en  sentido  mar  favorable  á  los  autonomistas. 

Per  efecto  de  esto  y  de  otra*  cansas,  se  ha  producido  re 
cien  tómente  la  arisis  del  antiguo  y  báoso  partido  A  n  tono  • 
mista  de  Puerto  Rico.  Una  parte  de  él  se  ha  fusionado  con 
el  partido  Liberal  de  la  Península,  con  la  esperanza  de  que 
se  acentúe  la  afición  del  Sr,  Sagista  y  en  la  confianza  de 
que  la  tendencia  del  partido  Liberal  se  ha  de  convertir  en 
franca  y  terminante  aceptación  da  todos  los  compromisos  y 
los  artículo*  délos  programas  portorriqueños  de  10  do  Mar- 
zo de  1897  y  18  de  Mayo  de  1891. 

Otra  parte  del  antiguo  partido  borinqueño  ha  resistido 


raí  uro  poríu^mio  eonUmporánta.— L*  moderna  lapiítorafn  d*  Portugal,— 
t&»  p*ÜK0*  portuguEH*.—?,*  intimidad  ibérica ,  etc  .  etc. 


—  41  — 

este  movimiento.  Con  ella  están  las  personas  que  cons- 
tituían el  Direotorio  del  partido  y  ahora  se  trata,  por 
estos  elementos  resistentes,  de  resolver  de  modo  regu- 
lar y  definitivo  la  situación  ereada  por  la  evolución  de 
los  fusionados  y  por  la  nueva  dirección  que  toma  la 
política  colonial  en  la  Metrópoli.  Con  tal  objeto  dentro 
de  pocas  semanas  se  convocará  en  Puerto  Bico  una  Asam- 
b'ea  autonomista,  ante  la  oaal  se  ha  de  plantear  el  pro 
blema  del  mantenimiento  de  la  personalidad  del  anti- 
gao  partido ,  como  partido  pura  y  exclusivamente  local  ó 
qniíá  la  delicada  solución  de  su  intimidad  y  aun  su  fusión 
con  el  republicanismo  peninsular. 

Mientras  esto  sucedía  en  la  pequeña  Antilla,  en  la  Metró- 
poli se  produjeron  varios  hechos  de  suma  gravedad  y 
transcendencia. 

El  Gobierno  conservador,  ratificando  las  declaraciones 
que  hizo  en  el  Mensaje  de  la  Corona  de  1896,  contra  la 
eficacia  de  las  reformas  ultramarinas  de  15  de  Marzo  de 
1895,  ha  promulgado  el  decreto  de  30  de  Abril  de  1897, 
en  sentido  favorable  al  sel/  governmut  colonial.  Quisa 
de  mucha  mayor  importancia  que  los  artículos  del  tal 
decreto  ei  el  Preámbulo  del  de  4  de  Febrero,  que  eona 
las  bases  de  esta  nueva  reforma  y  rompe  en  absoluto  con 
la  doctrina  asimilista  y  la  tradición  y  los  compromisos 
de  la  Bestauraoión  y  la  Regencia  en  materia  ultrama- 
rina. 

Sin  duda  los  decretos  referidos  tienen  muchos  defectos. 
Para  su  eficaoia  existe  la  enorme  dificultad  de  que  en  ólloj 
se  prescinde  de  la  reforma  electoral  requerida  por  todos  los 
elementos  progresivos  ó  imparciales  de  las  Antillas.  Se  in- 
curre, pues,  en  el  mismo  error  de  la  reforma  de  los  liberales 


—  50  — 

peninsulares  de  1835,  cuyas  primeras  consecuencias  ya  se  han 
vlñio  en  Puerto  Kico,  donde,  en  estos  últimos  dias,  se  ha 
planteada  esa  reforma,  ea  medio  del  retraimiento  de  todos 
los  liberales  y  autonomistas  y  en  provecho  exclusivo  de  los 
antiguos  conservadores,  los  cuales  continúan  monopolizando 
el  poder,  eon  el  beneficio  de  que  este  sea  ahora  mayor  que 
cuando  las  Cortes  y  el  Ministerio  de  ültram  t  tenían  mayor 
competencia  en  los  negocios  de  las  Antillas.  Pero  con  todos 
euB  defectos,  loa  decretos  de  Febrero  y  Abril  del  97,  son  un 
considerable  progreso,  tanto  por  lo  que  contienen,  cnanto 
por  lo  que  obligan  al  partido  Liberal,  sucesor  obl  gado,  en 
plazo  próximo,  de  los  conservadores  (1), 

Y  con  efecto^  luego  han  venido  el  Manifiesto  del  Sr.  Sa- 
gasta,  de  Junio  del  ano  corriente  y  la  interpretación  del 
mismo  hecha  por  el  propio  jefe  del  partido  Liberal,  en  el 
sentido  de  que  la  autonomía  colonial  á  que  se  reñere  el  Ma- 
nifiesto es  aquella  Autonomía  que  los  autonomistas  antilla- 
nos defienden. 

No  necesito  decir  que  todo  esto  ha  debido  influir  en  el 
catado  de  la  cuestión  antillana.  De  hecho,  así  conservadores 
como  liberales— es  decir,  todos  los  partidos  gobernantas  de 
la  Península— están  dentro  de  aquella  política  autonomista 
tan  combatida  y  á  las  veces  erecrada  por  nuestros  partidos 
monárquicos  desde  1879  é   1897.  Eg  claro  que  no  bastan 


O)  Sobro  eitos  par  Leu' aras  puede  ve  rus  «l  arlíeilo  qie  publiqué 
en  uu  opiísculD-r-ivist!  del  alo  9Sr  coa  el  lítalo  de  La  paliiUm  iét&ni+t 
«n  1893.  Bu  él  trato  de  la  refería*  Maere* 

Deipuéa,  y  sobre  el  decreto  del  Sr,  «¿üotii  da  1897,  he  pmblUid* 
U3BS  No  tus  ea  La  Corrnpondewiíi  «V  Btptáa  de  F  A  reto  i  limo,  y  uia 
CnU  cae!  mUnn  periódico  «i  Juii*  del  año  corrí  tal* 


—  ftl  - 

Jas  declaraciones  del  Manifiesto  del  SrÉ  Sagaeta  ni  U  inser- 
ción del  decreto  de  Abril  ultmo  ea  la  Gaceta  para  que  hom 
tres  cantee  y  conocedores   de  U   política  (ai  o  gal  armo  ate 
de  nuestra  política)  crean  y  afirmen  que  Ja  Autonomía  co 
lonia!  ha  triunfado  en  nuestra  Patria,  Pero  por  muchos  rao 
tí?oe  qae  es  ocioso  detallar  y  explicar,  resulte  que  todas  las 
condiciones  déla  política  imperante  han  variado  radicalmen- 
te y  que  ya  ee  preciso  estimar  nuestro  problema  ultramarino 
de  otro  modo  del  acostumbrado.    Los  datos  de  ahora  son 
perfectamente  distintos,  quii i  el  su  mayor  parte  opuestos, 
a  loa  de  hace  pocos  meses;  no  digo  a  loi  de  hace  unos  cuan- 
ta años 

Donde  sin  dada  el  efecto  tiene  que  ser  mayor  es  en  las 
Antillas.  Asi  no  me  han  extrañado  las  noticias  corridas 
por  alguroa  periódicos  de  Madrid  sobre  fusión  de  los  parti- 
dos Autonomista  y  Reformista  de  Cuba  y  aun  sobre  fusión 
de  loe  autonomistas  de  la  grande  Antilla  con  e!  partido  Li- 
teral de  la  Península. 

Luego  e urgió  la  especie— de  ana  elocuencia  colosal,— de 
qae  la  Unión  Constitucional  de  Cuba  (es  decir,  loa  conser- 
vadores de  Cuba)  se  habla  decidido  por  las  reformas  auto- 
nomistas del  Sr.  Cánovas.  Como  los  incondicionales  de 
Paerto  Rico  se  habían  decidido  antes  por  las  retormis  de 
1895...,  á  condición  de  ser  ellos  toe  que  las  plantearan,  ape- 
Bar  de  su  antigua  oposición. 

No  tengo  seguridad  respecto  de  aquella  estupenda  noticia* 
Se  bien  (porque  eso  no  cabe  ignorarlo  al  único  representante 
parlamentario  que  el  partido  Autonomista  cubano  tiene  aho- 
ra en  la  Metrópoli)  que  todo  lo  de  las  fusiones  anunciadas  es 
inexacto,  como  lo  es  todo  cnanto  por  ahí  se  dice  de  gestiones 
J  trabajos  de  loe   auto  a  o  mistas   cerca   de  los   insurrectos 


—  M  — 

cubacoe,  y  de  rectificaciones  de  algunos  puntos  sustanciales 
del  programa  autonomista  en  mentido  avanzado  6  en  rumbo 
opuesto. 

Pero  no  por  esto  dejo  de  reconocer  que,  aaí  para  loe  auto* 
nomiatas  de  Cuba  como  para  loe  de  Puerto  Rico  (tonto  loa 
ya  fusionados  oon  el  partido  Liberal,  como  loa  resistentes  i 
la  fusión,  y  en  particular  estos  últimos)  surgen  nuevas 
cuestiones,  para  cuya  solución  son  preciaos  datos  oon  que 
hasta  ahora  no  se  ha  contado. 

Entre  éstos  figura,  en  primer  término,  el  relativo  &  la 
autoridad ,  la  competencia  y  las  condiciones  da  todos  y 
cada  uno  de  los  partidos  peninsulares  ó  nacionales  para 
implantar  y  desarrollar  la  Autonomía  colonial  en  nuestras 
Antillas.  Por  supuesto,  partiendo  de  la  doble  hipótesis 
de  que,  oon  efeoto,  se  ha  de  hacer  algo  mis  que  publi- 
car unas  cuantas  leyes  autonomistas  en  la  Gaceta  de 
Madrid  y  de  que  la  autonomía  que  se  decrete  sea  real- 
mente la  Autonomía  que  hasta  hoy  hemos  predicado  los 
autonomistas  en  las  Antillas  y  en  ]a  Península,  6  lo  que 
fuera  de  España  se  conoce  con  el  nombre  de  Autonomía 
colonial. 

Después  hay  otro  problema:  el  de  la  posición  de  loe 
elementos  políticos  antillanos  con  relación  á  los  penín- 
snlares,  en  el  punto  y  hora  en  que  todos  éstos  acepten 
la  solución  autonomista  de  modo  análoga,  ¿  quiíi  mas  vivo, 
al  modo  conque,,  hasta  hoy,  proclamaban,  todos  los  parti- 
dos m  nárquicos  y  gobernantes,  la  política  de  la  asimila- 
ción, obteniendo  por  ello  la  devooión  de  los  constitucionales 
de  Cuba  y  los  incondicionales  de  Puerto  Rico  frente  al 
partido  Autonomista,  estimado  por  unos  y  otros,  aquí  y  allá, 
punto  menos  que  como  por  reprobo  y  seguramente  coun  iu 


—  ©3  — 

compatible  con  el  gobierno  regular  de  la  Monarquía  aspa* 

fióla, 

Desde  este  momento  es  verosímil  y  racional  que  surja  en- 
tre loa  antillanos  da  cierta  cultura  política,  aun  entre  loa 
que  mis  especialmente  se  preocupen  de  la  particularidad  in 
salar,  la  cuestión  de  ai  procede  6  no  acentuar  sus  simpatías 
Eiacia  aquellos  parti  ios,  eximiendo  al  local  de  las  preven  - 
ciooeay  lo*  exclusivismos  anejoj  á  toda  reclamación  parti- 
cular. 

Hasta  la  hora  presente,  ai  bien  era  cierto  que  el  máa 
firme  y  entusiasta  apoyo— el  verdadero  apoyo— de  las  as- 
unes  antonomietas  era  el  partido  Republicano  español 
-í  por  lo  menos  ano  de  las  diversos  grupos  que  forman  este 
partido— oo  era  menos  exacto  que  loa  autonomistas  de  Cuba 
f  Puerto  Rico,  constituidos  respectivamente  en  J  873  y  1187, 
prescindían  en  absoluto  del  punto  de  la  forma  del  gobierno 
Laoionalt  de  suerte  que  con  perfecto  derecho  cabían  en  aque- 
llos partidos  locales,  en  absoluto  pie  de  ignalidad,  republi- 
canos y  monárquicos , 

Compréndese  pjr  tanto  la  resistencia  de  estos  ultimes  & 
identificar  absolutamente  au  suerte  con  los  republicanos 
peninsulares,  que  no  aparecían  como  gobernantes,  aunque 
ií  como  simpat  zadores  y  cor  religionarios  de  los  más  radi- 
cales defensores  de  la  libertad  colonial .  Mas  no  serla  menos 
respetable  la  resistencia  de  los  autonomistas  republicanos  á 
ingresar  en  las  filas  monárquicas,  si  los  monárquicos  pro- 
clamaran  también  la  autonomía, 

Ño  era  esto  el  menos  tuerte  de  los  argumentos  que 
lotteni&n  la  existencia  de  los  partidos  locales  ultrama- 
rtoce,  quizá  alguna  vea  exagerados  en  la  acentuación 
deán  locilUmo.   De  esto  he  hablado  con  toda  franqueza 


-  •*  — 

en  los  prólogos  de  nrs  libres  sobre  la  Autononía  coto* 
nial  en  España  y  la  Reforma  ¿fcctoral  de  las  Antillas. 

La  situación  parece  que  cambia,  Laa  cosa»  se  ponen  de 
modo  que  es  fácil  laoptacón. 

Dado,  se  entiende,  que  tea  procedente  esta  y  conven- 
ga 6  sea  posible  la  total  desaparición,  ahora  6  después, 
de  los  partidos  locales  antillanos;  panto  sobre  el  caal  no 
be  de  decir,  en  el  momento  presente,  mi  particular  y  defi- 
nitiva opinión. 

Tomo  el  problema  como  me  lo  plantean  los  periódicos  pe- 
ninsulares y  machas  correspondencias  y  aun  consultas  de 
Ultramar,  donde  hoy  existe,  a  lemas  de  los  autonomistas 
monárquicos  y  de  los  autonomistas  republicanos,  na  ñame* 
roso  grapo  de  autonomistas  hasta  ahora  reservados  ó  indi* 
taren  tesa  cualquier  otro  interés  que  no  fuese  el  inmediato 
y  por  muchos  motivos  dominante  de  la  colonia  mal  llume- 
da  provincia  ullramarim,  y  mantenida  de  hecho,  por  la 
ley  y  por  la  práotica  (contra  lo  que  la  ignorancia  ó  la  mali- 
cia no  cesan  de  propalar)  en  ana  deplorable  cnanto  injusti- 
ficada inferioridad  respecto  de  las  pro mnciat  peninsulares, 

A  todos  esos  elementos  hay  que  hablar,  para  que  el  jui- 
cio se  forme  y  la  actitud  se  determine,  allende  el  Atlántico, 
con  pleno  conocimiento  de  cansa. 

Con  toda  sinceridad  añadiré  que  también  me  deberla  ha- 
ber movido  á  coordinar  y  publicar  mis  apantes  sobre  eata 
materia  el  clamoreo  con  qae  buena  parte  de  la  gente  mo- 
nárquica pretende  atribuirse  todos  los  progresos  coloniales 
y  aan  la  paternidad  de  las  reformas  más  expansivas  de  Ul- 
tramar, Quisa  en  pocas  ocasiones  como  en  la  presente  con- 
vendrá recordar  el  suum  citiqut. 

Pero  este  panto  de  vista  habría  parecido  muy  inferior  al 


—    55  — 

que  tomo  para,  explicar  la  verdad  de  lo  sucedido  respecto 
de  loa  republicanos,  sin  pretender  negar  el  mérito  (á  mi 
juicio  inferior)  de  los  demás  partidos.  Ni  siquiera  me  pre* 
ocupo,  por  el  momento,  de  comparar  lo  que  anos  y  otros  han 
hecho,  teniendo  en  cuenta  la  diversidad  de  sus  medios,  de 
Ita  épocas  y  de  las  circunstancias.  Esto  podrá  ser  materia 
para  otro  trabajo. 

Ahora  me  reduzco  á  exponer  modestamente,  con  cierto  de- 
tille,  lo  que  los  republicanos  españoles  han  hecho  en  pro 
4e  nuestras  Antillas  deade  1373  á  esta  parte.  Hago  historia 
-con  los  menos  comentarios  posibles. 


II 


Mi  panto  de  partida  es  la  proclamación  de  la  República- 
qie  se  verificó  el  11  de  .Febrero  de  1873. 

Dejo  á  un  lado,  para  simplificar  el  estudio,  el  periodo  ver* 
daderamente  admirable,  tanto  por  la  gravedad  de  la  situa- 
ción, ensoto  por  la  transcendencia  délos  empeños,  como, 
por  la  energía  desplegada,  qne  precedió  inmediatamente 
a  aquel  transcendental  suceso.  Lo  que  el  partido  radical  hizo 
con  re  1  ación  á  nuestras  Antillas  fué  de  una  importancia  ex- 
traordinaria, habida  cuenta  principalmente  de  las  dificulta- 
des del  momento  y  de  la  oposición  que  movieron  todos  lo* 
elementos  conservadores  (setembristas  y  alfonsinos),  toman* 
do  por  base  y  pretexto  precisamente  la  cuestión  colonial. 

Quizá  fué  aquella  la  vez  primera  en  que  esta  cuestión» 
transcendió  de  un  modo  decisivo  á  la  vida,  general  po- 
lítica de  España.  Antes  el  problema  ultramarino  había  in- 
fluido poderosamente  en  las  relaciones  del  partido  modera- 
do y  da  la  Unión  liberal,  determinando  la  caída  del  pri- 
mero .  Entonces  se  consagró  por  modo  esplícito  la  com- 
petencia de  las  Cortes  para  entender  en  los  presupuestos 
ultramarinos  y  terminó  (en  principio)  el  absolutismo  coló* 


-  57  — 

Dial  victorioso  después  de  la  expulsión  de  los  diputados 
americanos  de  las  Cortes  de  1836  y  de  la  redacción  del 
artículo  2.°  adicional  de  la  Constitución  de  1837. 

Otra  vez,  en  1879 ,  las  cuestiones  de  Ultramar — señalada* 
mente  la  cuestión  de  Caba  y  la  paz  del  Zanjón— influye- 
ron también  de  manera  muy  grave  en  la  marcha  política 
de  la  Península,  rectificándose  el  sentido  de  la  primera 
época  de  la  Restauración  y  viniendo  á  compartir  las  ta- 
rea* legislativas  y  parlamentarias,  después  de  cuarenta  y 
tres  años  de  forzada  ausencia,  I03  diputados  y  senadores  de 
Coba. 

Pero  nada  de  lo  que  se  bizo  en  186S,  ni  de  lo  que  se  ha 
realizado  después  del  79  basta  poco  hace,  nada  puede  ser 
comparado,  como  originalidad,  energía  y  transcendencia,  á 
lo  que  se  planteó  y  resolvió  más  ó  menos,  durante  el  periodo 
revolucionario  del  68  al  73.  En  este  periodo  operó  en  primer 
término,  con  su  vigor  y  su  orientación  característicos,  el 
partido  radical. 

Y  en  el  último  período  de  la  administración  del  par- 
tido radical  (ó  sea  á  partir  Je  mediados  de  1872)  el  problema 
ultramarino  se  sobrepuso  de  tal  suerte,  que  bien  puede  ase* 
gurarse  que  vino  á  ser  uno  de  los  primeros  motivos  de  la  caí- 
da déla  monarquía  de  D.  Amadeo  de  Saboya. 

Porque  el  mencionado  partido  dio,  en  aquellos  aguadísi- 
mos días,  un  empuje  enorme  á  la  política  reformista  colo- 
nial, que  se  había  inaugurado  en  la  primera  época  de  la  Re- 
volución de  Septiembre,  de  modo  mu/  tibio,  tanto  por  la 
intervención  que  en  el  g  obierno  de  Ultramar  consiguieron, 
en  1868,  muchos  elementos  conservadores,  á pesar  déla 
victoria  de  Alcolea,  como  por  la  deplorable  influencia  que 
para  resistir  todo  empeño  expansivo  necesariamente  habla  de 


—  58  — 

tenerla  guerra  separatista  de  Cuba,  comenxaia   en   aquel 
mismo  tiempo. 

Al  partido  radical  se  la  deba  la  iniciativa  de  la  abolido  a 
de  la  esclavitud  ea  Puerto  Riso  y  la  resolueióa  para  plan- 
tear en  eeta  iala  la  ley  deeeentraliaadora  municipal  de  1 870: 
mediáis  ambas  de  superior  alcance.  Pero  con  ser  estas  de- 
terminaciones nmy  gra7ee  y  transcendentales,  tolavia  lo 
eran  m&¿  el  calor  y  el  sentido  con  que  aquel  gobierno,  presi- 
dido por  el  eefior  D.  Manuel  Ruis  Zorrilla,  tomó  i  m  cuenta, 
como  empeño  muy  principal,  la  tarea  de  hacer  á  Puerto 
Rico  partícipe  de  todas,  absolutamente  todas,  las  conquistas 
de  la  Revolución  de  8eptíembre,  ya  por  ser  esto  de  ai  soluta 
justicia,  ya  por  loe  méritos  una  vez  más  contraídos  por  loa 
portorriqueños  fíeles,  cual  siempre,  á  la  Madre  patria,  en 
los  momentos  más  críticos,  ya  en  fin,  por  el  influjo  que 
se  suponía  que  esta  política  había  de  ejercer  (como  ejerció) 
en  la  terminación  de  la  guerra  de  Cuba. 

El  valor  positivo  de  esa  política  puede  calcularas  por  la 
irritación  extraordinaria  de  los  diversos  enemigos  del  par- 
tido radical  y  por  el  Manifiesto  que  en  su  daño  publicó,  en 
Enero  de  1873,  la  Liga  ultramarina  entonces  forma  Ja  en  la 
Península  contra  las  reformas  de  Ultramar,  A  ella  perte- 
necían bastantes  personas  que  ahora  reconocen  honradamen- 
te su  equivocación  de  antaño  y  que  patrocinan  la  urgencia  de 
las  soluciones  autonomistas.  Conviene  insistir  en  esto  para 
reducir  el  alcance  de  oposiciones  que  hoy  se  hacen  por  otros, 
con  no  meóos  pasión  ni  más  fundamento  que  los  demostra- 
dos entonces  por  muchos  de  los  reformistas  de  1897. 

Aquel  Manifiesto  nunca  debiera  ser  olvidado.  Allí  se 
decía  enfáticamente  que  c España  estaba  bajo  el  peso  -ie 
un  nuevo  infortunio  á  cuyo  30I0  anuncio  se  habían  conver- 


—  59  — 

tido  6D  desgracies  sen  ndarias  las  que  no  hacia  rancho 
tiempo  parecían  insufrible  ti'» . 

Eae  infortunio  lo  producían  el  proyecto  do  ley  aboliendo 
la  esclavitud  en  Puerto  Rico  y  el  decreto  de  1 3  de  Diciem  * 
bre  de  1£72  referente  al  pT  antea  miento  inmediato  en  acue- 
lla ida  de  la  ley  maniapal  que  debió  aplicarse  á  mediados 
de  IS70  y  por  la  cual  se  establecían  alcaldes  y  concejales 
electos  por  los  vecinos  mayores  de  25  años  que  supieran 
leer  y  escribir  á  pagaran  alguna  contribución  al  Estado. 
En  ella  se  concedían ,  también,  facultades  de  cierta  valía  a 
los  Ayuntamientos  reducidos  antes  á  mera  decoración. 
|Ua  infortunio  todo  eso  I 

Sin  duda  alguna  antes  de  este  movido  período,  la  Revo- 
lución de  Septiembre  había  hecho  sentir  sus  efectos  en  el 
orden  colonial,  pero  solo  en  cierto  grado  y  medid»;  no  los 
que  se  hubieran  debido  esperar  si  la  lógica  fuera  en  todas 
ocasiones  la  ley  del  mundo  político. 

Antes  de  la  Revolución  se  había  iniciado  y  sostenido 
por  algunos  elementos  democráticos  de  la  Península  y 
algunos  naturales  de  las  Antillas  residentes  en  la  Me* 
trópoli,  una  campaña  en  favor  de  soluciones  muy  acen- 
tuadas y  expansivas  en  materia  colonial.  Buenas  pruebas 
de  ello  son  el  programa  y  los  artículos  del  famoso  periódico 
La  Discusión  (I)  fundado  y  dirigido  desde  1858  á  1867, 
por  D,  Nicolás  M.  Hivero  asi  como  loe  meetingsde  la  Socie- 
dad abolicionista  española,  que  por  iniciativa  del  portorri- 
queño D.  Julio  Viícarrondo  funda  mes  en  1863,  y  que  actuó 
en  Madrid  desde  esta  f  et  ha  hiSl  a  I  £G6.Peroene&te  primer  pe- 


(1)    En  este     periódico   Cf  meneé  jo   *d  1*00  mi  campaüa   en    pro  de 
lM  libertad»  coloniales. 


—    60  — 

nodo  de  su  vida  la  Sociedad  abolicionista  redujo  sus  preten- 
siones A  la  proclamación  de  la  libertad  del  negro,  sin  tocar 
el  punto  del  procedimiento.  Aun  para  llegar  á  aquella  afir- 
mación, pasando  de  la  protesta  contra  la  Ir  ala,  necesitaron 
los  primeros  directores  del  abolicionismo  español  reñir  muy 
buenas  batallas  dentro  de  la  misma  Sociedad.  En  cnanto  al 
programa  de  La  Discusión  (que  lo  llegó  á  ser  de  toda  la  de- 
mocracia española)  conviene  recordar  que  en  lo  relativo  á 
Ultramar  no  pasaba  del  mero  enunciado  de  la  abolición  dé 
la  esclavitud  y  de  l*  representación  en  Cortes  de  las  provin- 
cias ultramarinas.. 

Por  manera  que  lo  recomendado  á  la  opinión  por  loa 
propagan  distas  más  avanzados,  era  algo  muy  modesto  y 
seguramente  no  lo  bastante  para  determinar  á  nuestros 
distraído*  políticos  (cuanto  más  á  la  generalidad  de  las 
gentes)  en  un  sentido  medianamente  radical.  No  hay,  pues, 
que  extrañar  las  dificultades  surgi  las  en  el  seno  de  la  Jun- 
ta Superior  Revolucionaria  de  Madrid,  ni  los  términos  tem- 
pladísimos de  las  declaracionss  de  Septiembre  del  68. 

La  Junta  Superior  Revolucionaria  de  Madrid  (resumen 
de  todo  el  primer  movimiento  revolucionario  de  1868)  hizo 
dos  declaraciones,  ahora  ya  punto  menos  que  olvidadas, 
pero  que  conviene  recordar,  máxime  cuando  á  todo  andar 
viene  la  hora  de  las  liquidaciones  y  de  las  responsabili- 
dades. 

En  15  de  Octubre  de  1868,  D.  Nicolás  M.  Bivero,  sostu- 
vo la  siguiente  moción: 

•  Considerando  que  la  esclavitud  de  los  negros  es  un  ul- 
traje a  la  naturaleza  humana  y  una  afrenta  para  la  Nación 
que  tínica  ya  en  el  mundo  civilizado  la  conserva  en  toda  su 
integridad. 

Considerando  que  por  su  historia,  por  su  carácter,  por  lo 


—  61  — 

relacionada  que  está  con  todas  la?  esferas  de  vida  en  nues- 
tras A  imitad,  per  la  tranacend encía  de  cualquier  medida  qae 
sobre  elJa  se  tome  y  la  gravedad  qae  todo  golpe  irreflexivo 
entraña  aun  para  los  mismos  negros,  la  esclavitud  es  ana 
de  e«as  instituciones  repugnantes,  cay  a  desaparición  no 
deba  hacerse  esperar,  pero  que  exige  en  cambio  la  adopción 
sesuda  y  bien  peonada  de  otras  medidas  previas  y  coetáneas 
de  índole  mu?  diversa,  qae  hagan  fácil,  fecunda  y  defini- 
tiva la  obra  de  la  abolición. 

Considerando  qae  estos  miramientos,  sin  embargo,  no 
obstan  para  qne  ínterin  las  Cortes  constituyentes,  oyendo 
á  los  di  rutados  de  Ultramar,  decreten  la  abolición  inmedia- 
ta de  la  esclavitud,  el  Gobierno  provisional  pueda  tomar 
alguna  medida  en  desagravio  de  la  justicia  ofendida  y  sin 
temor  á  ninguna  de  esaa  complicaciones  que  obligan  á  es- 
perar el  acuerdo  de  tas  Cortes. 

L%  Junta  superior  revolucionaria  de  Madrid  propone  al. 
<.-robierno  provisional  como  medida  de  urgencia  y  salvadora* 

Quedan  declarados  libres  todos  los  nacidos  de  mujer  es- 
clava á  partir  del  I T  de  Septiembre  próximo  pasado.» 

En  la  misma  fecha  (esto  es»  el  propio  J  5  de  Septiembre 
de  1808),  la  misma  Junta  votó  otro  Decreto,  que  también 
propuso  el  Sr.  R  i  ver  o  y  deoía  asi: 

t  La  Jauta  superior  revolucionaria,  á  propuesta  de  varios 
de  sus  miembros,  acordó  por  aclamación   proponer  al  Gto  • 
bienio  que  llame  á  la  representación  de  las   próximas  Cor  • 
tas  constituyentes  á  las  provincias  de  Ultramar.» 

Por  cierto  que  recuerdo  bien  que  estas  declaraciones  no  se 
hicieron  sin  reparo  por  parte  de  alguno  de  los  miem- 
bros de  aquella  Junta,  un  poco  alarmada  por  el  efecto  inme- 
diato que  las  tales  declaraciones  podían  producir  en  las  An  • 
tillas,  donde  se  suponía  incontrastable  al  elemento  conser- 
vador y  casi  en  pleno  salvajismo  al  negro  nacido  para  la 
servidumbre. 

Y  en  cuanto  á  1¿  declaración  sobre  derechos  politioos  ya 
se  supondrá  que  su  redacción  original  seria  otra,  en  términos 
más  comprensivos  y  con  sus  considerandos  correspondientes. 


L 


—  62  — 

Por  aquel  entonce*,  circuló  en  Madrid  una  Exposición  al« 
Gobierno  provisional  pidiendo  mocho  más  y  precisando  el 
modo  y  manera  de  llamar  á  los  diputados  de  Coba  y  Puer- 
to Rico  á  las  Cortes  Constituyentes.  Aquella  Exposición  fué 
suscrita  por  más  de  trescientos  peninsulares  muy  conocidos 
en  los  círculos  políticos  de  Madrid.  Pero  desgraciadamente 
no  surtió  efecto.  Lo  mismo  que  en  1810.  Porque  la  insisten- 
cia en  el  error  es  uno  de  nuestros  mayores  pecados. 

Esto  no  quita  para  que  corra  muy  válida  la  especie  de 
que  la  Revolución  de  Septiembre  inundó  á  las  Antillas  con 
reformas  radicales...  y  que  esas  fueron  la  causa  del  movi- 
miento separatista  de  Yara.  Gomo  ahora  se  dice  que  las 
reformas  del  95  (que  no  se  han  planteado  todavía)  han  sido 
la  causa  de  la  actual  insurrección  de  Cuba. 

Tanto  de  esto  como  de  los  obstáculos  que  produjo  la  in- 
surrección de  Tara,  bien  explotada  en  la  Península  por  loa, 
enemigos  de  toda  refornra  fundamental  de  nuestras  colo- 
nias, puedo  hablar  yo  como  pocos,  porque  (ya  es  hora  de 
de  que  lo  diga)  intervine  directa  y  constantemente  en  todo- 
cuanto  en  la  Metrópoli  se  intentó  por  aquel  entonces  para 
llevar  al  otro  lado  de  los  mares,  con  el  espíritu  de  la  demo- 
cracia moderna  y  el  sentido  de  la  Revolución  de  Septiem- 
bre, la  más  sólida  garantía  del  imperio  de  España.  Las  dos 
mociones  antes  referidas  fueron  por  mi  redactadas  y  por  mi 
ruego  las  presentó  á  la  Junta  Revolucionaria  el  Sr#  Ri ve- 
ro. Como  redacté  y  presenté  al  Sr.  Duque  de  la  Torre  la 
referida  Exposición  sobre  el  mejor  modo  de  consoltar  la  opi- 
nión de  nuestras  Antillas  para  su  reforma  política,  económi- 
ca y  social. 

Como  se  ve  las  declaraciones  de  Septiembre  no  pasaron 


—  63  — 

de  osa  fórmula  simpática,  de  términos  muy  modestos  y  den» 
tro  de  la  tendencia  de  encomendar  )a  resol  uoión  del  proble- 
ma ultramarino  á  los  Poderes  Públicos  organizados,  en 
una  situación  ya  regular  y  definida. 

Inaugúrase  la  obra  del  Gobierno  provisional  con  la  Cir- 
eolar  de  27  de  Octubre  de  1868,  en  la  cual  el  Ministerio  de 
Ultramar  (regido  entonces  por  un  hombre  del  criterio   con- 
servador y  de  la  historia  acentuadísima  de  D.   Adelardo 
Upes  de   Ayala)  explicaba  á  las  autoridades   de  Cuba  y 
Puerto  Rico  los  propósitos  del  Gobierno.  En  esta  circular, 
después  de  muchos  rodeos,  frases  retóricas  y  generalidades 
ja  prohibidas  por  la  ley  41,  título  III,  libro  3.°  del  Código 
de  Indias,  el  Gobierno  anuncia  que  estudia  «la  forma  electo* 
ral  más  adecuada  á  la  diversidad  del  estado  social  en  las 
provincias  Ultramarinas  y  que  al  definirlas  tendrá  muy  en 
cuenta  las  naturales  diferencias  y  condiciones  de  los  habi- 
tantes de  nuestras  Antillas».— Y  afiadeque  t dentro  áelor 
límites  prácticos  que  no  le  es  dado  traspasar,  el  Gobierno 
adoptará  un  sistema  de  elección  tá»  amplio  como  sea  po* 
sitie.* 

Para  precisar  los  compromisos  de  la  Revolución  de  Sep* 
ttembre  el  ministro  de  Ultramar  escribe  lo  siguiente: 

«La  Revolución  actual  que  se  ha  captado  las  simpatías  de 
propios  y  extraños  por  su  templanza  y  su  espíritu  justicie- 
ro, no  aplicará  á  las  provincias  de  Ultramar  medida  alguna 
violenta,  ni  atropellará  derechos  adquiridos  al  amparo  de 
las  leyes,  no  dará  tampoco  nueva  sanción  á  inveterados 
tbcaosni  á  manifiestas  trasgresiooes  de  la  ley  natural. 
Acepta  en  el  orden  político  todo  lo  que  tiende  á  aumentar 
las  inmunidades  de  las  provincias  ultramarinas,  sin  relajar 
los  lazos  que  las  unen  al  centro  de  la  Patria;  admite  en  el 
orden  todo  lo  que  conspira  á  un  fin  humanitario  y  civiliza- 
dor, pero  sin  alterar  de  un  modo  brusco  y  ocasionado  á  gra- 


•^ 


—  64  — 

vítíimoe  conflictos  para  ella  misma  y  la  condición   de  la  po- 
blación agrícola  de  nuestras  Antillas.» 


Clam  se  está  qne  la  Circular  debía  producir  no  escasas 
alarma  en  el  circulo  de  los  hombres  espansivos  realmente 
i  ■  lea  r  1 1  idos  en  espirita  con  la  Revolución.  No  digamos  na- 
da del  partido  que  de  esta  enorme  equivocación  habían  de 
sacar  los  pesimistas  y  los  enemigos  de  España. 

La  taita  de  preparación  y  de  idea  y  la  profunda  descon- 
fianza del  Gobierno  se  evidenciaron  más  en  el  Decreto  so- 
bre elecciones  de  Diputados  á  Cortes  constituyentes  que 
se  publicó  en  14  de  Diciembre  del  propio  año  68  y  en 
la  Circular  de  la  propia  fecha  sobre  ejercicio  de  la  li- 
bertad de  imprenta  y  del  derecho  de  reunión  en  las  Anti- 
llas, 

Ei  decreto  antes  mencionado  reconoció á  Caba,  lo  mis- 
mo que  á  Puerto  Rico,  la  representación  en  Cortes,  en  con- 
diciones de  igualdad,  si  bien  atribuyendo  á  la  primera  de 
estas  islas  18  diputados  para  sus  955.805  hombres  libres  y  á 
la  segunda  11  diputados  para  612.442  habitantes  también 
libres. 

En  este  Decreto,  después  de  afirmarse  que  el  pensamiento 
del  Gobierno  era  la  asimilación  y  que  nada  podía  ni  debía 
hacerse  hasta  que  los  diputados  de  las  Antillas  llegasen  á  las 
Cortes,  se  dice:  t  Deseosos  de  que  las  elecciones  se  verifiquen 
con  entera  libertad,  se  ha  suspendido  el  uso  de  la  Real 
orden  de  28  de  Mayo  de  1825,  por  la  cual  se  conceden  fa- 
cultades extraordinarias,  exentas  de  responsabilidad,  á  las 
autoridades  de  las  Antillas,  que  tendrán  qne  concretarse 
estrictamente  durante  el  periodo  electoral  á  las  que  les  con  - 
fieren  las  leyes  de  Indias.»  Y  el  art.  26  del  mismo  Decreto 


—  05   — 

dice  claramente  que  aquella  suspensión  de  facultades  sub  - 
iiatirá  soh  durante  el  período  el  electoral. 

Loe  preceptos  de  las  Leyes  de  Indias  sobre  tranquilidad 
de  la  tierra  é  sea  las  leyes  1A  título  3.°  y  7/  del  título  4.° 
libro  5.°  del  Código  de  Indias,  fueron  hechas  en  1588  y 
1568  (reinado  de  Felipe  II)  y  constituyeron  nnade  las  ba- 
ses de  nuestro  orden  político  ultramarino  durante  el  periodo 
del  absolutismo. 

Pero  además  en  un  articulo  adicional  del  mismo  decreto 
de  1869  se  aplazó  la  celebración  de  las  elecciones  en  Cuba, 
de  modo  que  aquella  bailen  ñosa  medid*  y  sus  complemen- 
tarias no  produjeron  ningán  efecto. 

La  Circular  á  que  aludí  na  te  3  establece  con  toda  claridad 
que  las  libertades  de  imprenta  y  de  reunión  aludidas  en  el 
Decreto  antss  citado  son  < parte  integrante  del  ejercicio  del 
derecho  electoral»  y  que  de  ellas  habrán  de  disfrutar  opor- 
tunamente (eic)  los  natura  les  de  las  Antillas».  Y  añade: 

«En  ilustrar  la  opinión  de  loa  electores  y  de  los  que  hayan 
de  ser  elegidos  sobre  los  puntos  que  darán  ocasión  á  los  deba- 
tes del  Congrego  Constituyente;  en  defender  loa  derechos  de 
aquellos  y  la  legalidad  de  las  elecciones,  es  en  lo  que  prin- 
cipalmente debe  emplearse  la  libertad  que  para  escribir  y 
pub  icar  impresos  existirá  en  esa  provincia  y  para  convenir 
loe  medios  de  asegurar  el  mayor  acierto  en  la  elección  es 
para  lo  que  obtienen  la  facultad  de  reunirse  los  electores. » 

Luego  sigue  diciendo : 

«Debo  advertir  á  V.  K.  que  existe  un  asunto  de  gravísi- 
mo ínteres  para  esa  provincia  que  por  su  naturaleza  no  puede 
ser  discutido  públicamente  allí  *u  estos  momentos.  Formt 
la  esclavitud  (que  no  teme  el  Uobiarno  llamar  las  oosas  por 
su  nombre,  como  erradamente  se  ha  supuesto),  una  de  las 
principales  bases  de  la  propiedad  agrícola  é  industrial  en 
las  islas  de  Cuba  y  Puerto  Hico,  Sacar  ¿  público  debate 


—  66  — 

un»  de  las  cuestiones  fundamentales  de  la  sociedad,  caando 
loo  ánimos  se  hallan  agitados  por  el  apasionamiento  que  es 
propio  délos  pueblos  inexpertos  en  el  uso  de  los  derechos 
políticos,  serla  más  qne  temerario  y  el  Gobierno,  que  como 
ja  ha  anunciado  á  V .  £.  propondrá  á  las  Cortes  en  su  diat 
la  resolución  legal  y  humanitaria  de  aquel  difícil  problema, 
no  puede  consentir  que  se  convirtiera  hoy  en  ocasión  de  jus- 
tificados temores  y  amenazas. 

Por  último,  se  prohibe  absolutamente  combatir  de  palabra 
ó  con  la  pluma  la  integridad  del  territorio  y  el  dominio  de 
Patria.» 

Ya  el  mismo  ministro,  Sr.  López  de  Ayala,  reconoció  en 
el  I  ufarme  que  presentó  á  las  Cortes  Constituyentes  en  20 
de  Febrero  de  1869  que  su  conducta  y  sus  declaraciones 
f jeron  ásperamente  juzgados  por  algunos  órganos  de  la 
ojmiión  pública  á  quienes  extraviaba  en  este  asunto  lana- 
tur  al  exaltación  de  las  ideas  propias  de  los  periódicos  revo- 
lucionarios y  expansivos. 

Con  tal  motivo,  teniendo  en  cuenta  lo  que  pasaba  en  Cuba 
desde  el  malhadado  Decreto  de  12  de  Febrero  de  1867,  so- 
bre contribuciones  y  luego  del  fracaso  de  la  Junta  de  infor- 
mación para  las  reformas  ultramarinas  de  1866  y  apreciando 
todo  lo  sucedido  después  de  las  declaraciones  oficiales  del 
Sr.  López  de  Ayala  (radicalmente  opuestas  al  sentido  de 
la  Circular  de  19  de  Octubre  1868  con  que  el  Gobierno  pro- 
visional se  dio  á  conocer  de  las  potencias  extranjeras)  no 
puede  menos  de  causar  extrañeza  la  facilidad  con  que  los 
hombres  de  opiniones  ultraconservadoras  atribuyen  á  sos 
adversarios,  por  modo  esclusivo,  una  perniciosa  exaltación 
que  los  saca  totalmente  de  la  realidad,  comprometiendo  to- 
das  las  causas  qne  pretenden  defender  con  el  mejor  deseo. 
Porque,  lo  cierto  es,  que  no  se  dará  mayor  intransigencia  ni 
más  jactancia  ni  mayor  apartamiento  de  toda  la  realidad  po- 


—  07  — 

lírica  y  aun  social  que  loa  de  esos  ultraconservadores  que  por 
ga  profaoda  adversión  á  todas  las  teorías  expansivas,  se 
empeñan  en  cerrar  los  ojos  ante  la  i  resistible  ola  que  sobre 
elloa  avanza  con  Ja  fuerza  de  las  nuevas  exigencias  y  loa 
naevos  ideales.  No  hay  utopia  comparable  á  las  ilusiones 
reaccionarias . 

Por  eso  las  revoluciones  hay  que  explicarlas  no  solo  por 
sus  motivos  directos  —buenos  ó  malos— sino  también  por  la 
escala  aptitud,  por  la  prevención  y  por  las  provocaciones  de. 
los  elementos  hostiles  que  se  jactan  constantemente,  con  nn 
éxito  siempre  deplorable,  de  vencerlas  y  dominarlas. 

Pero  ya  lo  he  dicho,  ahora  el  Gobierno  provisional  pecó 
respecto  de  Cuba  de  lo  mismo  que  pecó  la  Regencia  de  Cádiz 
en  1810.  Se  repitió  ta  historia  en  el  conjunto  y  aun  en  el 
detalle.  L%  tendencia  política  del  A  y  ala  de  1868  es  idénti- 
ca a  la  del  Lardi&afoal  de  1810. 

£1  sentido  político  de  las  tibias  y  hasta  contraproducen- 
tes manifestaciones  de  Octubre  y  Diciembre  de  1868,  no  pu- 
do ser  dominado  por  otras  disposiciones  verdaderamente 
plausibles  que  en  otros  órdenes  se  dieron  por  el  Gobierno 
de  Madrid  hasta  el  año  70,  Por  ejemplo:  la  habilita* 
«ion  de  los  títulos  extranjeros  eu  Cuba,  decretada  en  11 
de  Diciembre  de  1168;  el  decreto  de  unificación  de  fueros, 
de  l,°  de  Febrero  de  1 860;  la  reorganización  délas  Au- 
diencias antillanas  con  competencia  para  entender  en  los 
negocios  contencioso  administrativos  de  7  de  Febrero 
y  6  de  Abril  del  mismo  año;  la  reforma  de  las  clases 
pasivas  de  23  de  Mayo;  la  revisión  de  los  expedientes 
de  la  magistratura  y  la  in amovilidad  judicial  decreta- 
da en  6  de  Diciembre;  la  proclamación  de  la  libertad  reli- 
giosa en  20  de  Septiembre;  la  reforma  expansiva  de  la  anti- 


68  — 


gua  legislación  de  sociedades  anónimas;  la  anulación  del 
decreto  de  12  de  Febrero  de  1867,  y  la  extensión  á  las  dos 
Antillas  de  la  ley  de  1867  qne  modificó  la  del  enjuiciamien  • 
to  civil  de  la  Península.  Luego  vinieron,  dentro  del  año  70; 
la  creación  de  los  Cuerpos  de  Contabilidad  administrativa, 
Aduanas  y  Correos  la  ley  de  Extranjería  (seguramente  de 
mérito),  la  reorganización  de  la  Hacienda  ultramarina, 
la  abolición  de  los  expedientes  de  limpieza  de  sangre,  el 
arancel  provisional  para  las  aduanas  de  la  Grande  Antüla, 
fecha  9  de  Septiembre  de  1870  y  la  ley  preparatoria  para 
la  abolición  de  la  esclavitud  de  4  de  Julio  del  propio  año. 

El  misino  autor  del  Arancel  referido  ha  dicho  después, 
con  noble  franqueza,  todo  cuanto  podría  oponerse  á  obra 
tan  lamentable,  hecha  sólo  bajo  la  presión  de  las  circo  oa- 
ti  u  iari  y  con  el  ñn  de  acudir  con  toda  urgencia  á  la  nece- 
sidad de  proveer  de  recursos  al  Tesoro  de  Cuba.  £1  Minis- 
tro anuncia  en  el  prólogo  del  decreto  de  9  de  Septiembre 
que  &u  propósito  era  «acercarse  á  la  libertad  de  comercio 
inás  amplia  y  más  absoluta  jue  es  la  verdadera  base  de 
prosperidad  de  las  naciones  y  en  especial  de  los  países  coló- 
nialed-.  Pero  no  responde  á  esta  idea  el  Arancel  de  1870, 
que  esta  dtntro  de  la  vieja  teoría  del  pacto  colonial  y  des- 
arrolla y  sanciona  los  aniquiladores  derechos  de  exporta- 
ción, el  derecho  diferencial  de  bandera,  derechos  casi  prohi  ■ 
bi tiros  para  las  harinas  extranjeras,  triples  y  cuádruples 
derechos  para  las  carnes  y  los  tejidos  de  fuera  sin  la  justa 
compon  nación  en  la  entrada  de  los  frutos  coloniales  en  la 
Península.  Asi  y  todo,  este  Arancel  mejoraba  el  anterior  de 
12  de  Marzo  de  1867,  que  á  su  vez  modificó  el  monstruoso 
*ie  1 .    de  Febrero  de  1853. 

La  misma  ley  preparatoria  para  la  abolición  de  la  ásela* 


—  69  — 

vitad  en  Cuba  y  Puerto  Rico  de  4  de  Julio  de  1870 
habría  sido  una  medida  de  extraordinario  efecto  é  inmenso 
alcance  en  otra  época*  Sin  que  sea  posible  negar  en  impor- 
tancia* hay  que  reconocer  que  la  circunspección  de  sus 
preceptos  y  la  reducción  de  la  obra  emancipadora  á  la  ex* 
Unción  de  ¡a  esclavitud  por  la  libertad  de  los  nacidos  desde 
aquella  fecha  y  de  los  negros  sexagenarios,  no  era  lo  más 
propio  de  una  situación  democrática,  creada  por  la  Revolu- 
ción que  había  concluido  con  la  media  legitimidad  monár- 
quica proclamando  los  derechos  naturales  de  hombre  y  el 
sufragio  universal»  Asi  que  fueron  muchos  los  que  consi- 
dere ron  aquella  ley  (difícilmente  entendida,  mal  aplicada  y 
á  la  postre  bastardeada  en  Cuba  por  los  elementos  reaccio- 
■  arios  y  esclavistas  allí  dominantes)  como  un  respiro  dado, 
oon  sana  v  olrmtad  sin  duda,  pero  por  excesivo  temor,  á  los 
interese*  del  esc t avíame  casi  arrollado  por  la  ola  revotado 
nar  i  a. 

Pero  muy  pronto  en  Cuba  lo  llenó  todo  la  guerra.  Alli 
no  hubo  garantías  ni  derechos.  El  estado  de  sitio  fué  la 
base  de  todo  aquel  orden  político  y  social.  Los  bandos 
de  los  Capitanes  generales  lo  resolvían  todo,  destacando 
entre  ellos  los  que  establecieron  el  régimen  de  los  em- 
bargos ó  secuestres  de  los  bienes  de  los  infidentes  (sos- 
pechosos, anéenles  ñtñ alados  por  la  acción  gobernativa,  ó 
condenados  por  los  Consejos  de  guerra  ó  los  tribunales  de 
justicia}  y  luego»  1¿  confiscación  de  una  buena  parte  de  esos 
mismos  bienes,  cuyo  importe  se  dedicó  á  cubrir  las  impo- 
nen tea  atenciones  de  la  guerra.  Esos  bandos  muy  pronto 
fueron  aprobados  y  complementados  por  el  Gobierno  de  la 
Metrópoli,  según  se  va  en  los  reales  decretos  de  20  de  Abrí) 
de  IB 60  y  9  y  31  de  Agosto  de  1872. 


—  70  — 

Por  todo  esto  no  pudo  tener  cumplimiento  en  Cuba,  ni  as 
intentó  siquiera  que  lo  tuviese,  el  art.  108  déla  Constitu- 
ción de  1669  que  á  la  letra  diee:  cLas  Cortes  constituyentes 
reformarán  el  sistema  actual  de  gobierno  de  las  provincias 
de  Ultramar  cuando  hayan  tomado  asiento  los  diputados  de 
Cuba  6  Puerto  Rico,  para  hacer  extensivos  á  las  mismas,  con 
las  modificaciones  que  se  creyeran  necesarias,  los  derechos 
consignados  en  la  Constitución.»  (1) 

En  Puerto  Rico  ya  fueron  bastante  mejor  las  cosas.  Como 
se  lia  visto,  el  decreto  ley  de  14  de  Diciembre  de  1868  reco- 
noció a  1a  pequeña  Antilla  el  derecho  de  enviar  (como  en- 
vió) á  las  Constituyentes  de  1869,  once  diputados.  Por  aque- 
lla ley,  para  ser  elector  se  necesitaba  ser  español,  mayor  de 
edad  y  pagar  por  impuesto  teritorial  ó  por  subsidio  indus- 
trial ó  de  comercio  50  pesetas  al  año. 

En  1.°  de  Abril  de  1871  variaron  estas  condiciones.  Se 
reconocieron  á  la  Isla,  que  ya  tenia  616.465  habitantes  libres 
{amén  de  43  mil  esclavos)  quince  diputados  y  cuatro  senado» 
res  y  se  estableció  que  disfrutase  del  voto  todo  español  ma~ 
y or  de  veinticinco  años,  que  supiese  leer  y  escribir  ó  que 
pagase    40  pesetas  de  contribución  directa  al    Estado. 


(])  No  quiero  que  pase  esta  oportunidad  sin  rendir  publico  tributo 
de  admiración  y  gratitud  al  ilustre  cubano  D.  Nicolás  de  Ai  carato, 
comisionado  que  fué  en  la  Junta  de  reformas  de  1865,  fundador,  propie- 
tario 7  director  del  perió iico  Bl  Sigb,  que  se  publicó  en  Madrid  en 
«l  otoño  de  1869  y  director  del  parió  iico  democratio  La  CoiuUtuet4mf 
que  an  Madrid  fandó  y  publicó  D.  Nico'ás  Muría  Rirero  en  18*72.  As» 
carato  fué  uno  de  los  cubanos  qu*  mis  trabyaron  en  aqu  «lia  época  por 
las  libertades  coloniales  y  uno  de  los  mis  detjtw  y  entusiastas  de  la 
band«r&  di  España  en  América.  Muerto  hace  poce  an  la  miseria  y  ea 
el  olvido,  bien  merece  que  se  desagravie  ra  memoria* 


Pere  la  reforma  política  casi  no  pasó  de  aquí.  Por  de  oon- 
^tado  tampoco  se  cumplió  respecto  de  la  pequeña  Autilla  el 
*rtículol08  de  la  Constitución  del  69,  y  en  Puerto  Bico  con- 
tinuaron rigiendo(por  virtud  de  la  Real  orden  de  22  de  Abril 
de  1837),  las  anacrónicas  leyes  de  la  vieja  colonia.  £1  decreto 
de  14  de  Diciembre  de  1868  se  limitó  á  suspender  las  facul- 
tades arbitrarias  de  la  Real  orden  de  28  de  Mayo  de  1825  (la 
llamada  de  las  facultades  omnímodas  de  los  Capitanes  ge  - 
aérales),  silo  durante  el  periodo  electoral,  y  aun  dentro  de 
éste  se  mantuvieron  las  excepciones  que  las  Leyes  de  Indias 
concedían  para  la  tranquilidad  de  la  tierra.  Con  estas  sub- 
sistieron el  bando  de  polioía  y  buen  gobierno  diotado,  con  el 
voto  consultivo  del  Real  acuerdo,  por  el  Gobernador  y  Ca- 
pitán general  D.  Juan  de  la  Pezuela  en  15  de  Diciembre 
de  1849;  la  organización  municipal  de  27  de  Febrero 
de  1846,  SI  de  Julio  y  28  de  Agosto  de  1847;  el  régimen 
penal  de  la  Novísima,  reformado  por  el  Reglamento  pro- 
visional para  la  Administración  de  Justicia  llevado  á  Puer- 
to Rico  en  26  de  Septiembre  de  1835;  el  procedimiento  se- 
creto y  de  la  prueba  tasada  de  nuestro  antiguo  sistema  ju- 
dicial; loe  gobiernos  y  subgobiernos  político-militare*,  etc. 

Es  decir:  la  centralización  política  y  administrativa;  la 
eecla vitad  negra  á  despecho  de  la  ley  de  1870;  la  previa 
censura  para  la  prensa,  la  negación  de  la  vida  municipal, 
la  inseguridad  personal  y  la  servidumbre  enervante  y 
desmoralizadora. 

Parece  ocioso  repetir  que  todo  eso  era  fundamental- 
mente incompatible  con  el  espíritu  de  la  Revolución  de 
Septiembre,  con  la  Constitución  de  1869,  y  con  la  repre- 
sentación y  el  sentido  de  las  Cortes  españolas,  en  cuyo  seno 
figuraban  los  diputados  de  Puerto  Rico,  con  los  mismos 


derechos  que  todos  los  demás,  como  diputados  de  la  Narión*. 
A  penas  se  comprende  á  la  distancia  á  que  ahora  estamos* 
Pero  todo  ello  fué  efecto— como  antes  he  insinuadoras  la 
impresión  extraordinaria  qne  en  la  Metrópoli  produjo  el  de- 
sarrollo de  la  gnerra  de  Coba  y  del  influjo  qne  en  la  políti- 
ca peninsular  mantuvieron  los  elementos  conservadores, 
aprovechándose  del  pretexto  ultramarino. 

No  contribuyó  esto  pooo  á  la  caída  del  Gobierno  re 
Tohiclonario;  repitiéndose  ahora  el  mismo  fenómeno  ob- 
servado en  3814,  1823  y  1856.  Porque  nada  más  absur- 
do que  creer  que  la  reacción  triunfante  en  ultramar  limita 
?n  acción  á  la  vida  colonial»  Este  error  se  ha  pagado  con 
muchos  dolores  y  mucha  sangre  y  muchos  desastres  en  Es- 
palia,  sobre  todo  en  la  Edad  contemporánea.  No  me  atrevo 
á  asegurar  que  el  error  se  haya  rectificado  en  nuestros  días. 

Sin  embargo,  Puerto  Eico  vivió  con  ciertas  aspiraciones 
en  aquella  época  y  allí  se  constituyó  el  partido  reformista 
que  hizo  una  vigorosa  campaña  en  pro  de  la  abolición  in- 
mediata de  la  esclavitnd  y  de  la  identidad  de  los  derechos 
políticos  y  civiles  de  portorriqueños  y  peninsulares,  envian- 
do fogosos  diputados  á  las  Cortes  y  logrando  influir  de  un 
modo  positivo  en  los  círculos  directores  de  la  política  de  la 
Metrópoli.  [Tan  vigoroso  era  el  espíritu  de  la  Revolución  de- 
Septiembre  (1)1 

No  es  del  caso  explicar  de  qué  suerte  los  diputados  porto- 
rriqueños, secundados  por  un  pequeño  pero  entusiasta  grupo- 
da  hijos  de  la  pequeña  Antilla,  residentes  por  aquel  enton- 
ces en  Madrid  y  en  Barcelona,  se  identificaron  con  aquella 
Revolución  é  intervinieron  activamente  en  el  desarrollo  de 


(l)    Pueden  Terse  m's  libros  Lo*  diputado»  americanos  *n  tas  Corto* 
Eipafotag  y  Una  campaña  parlamentaria  de  1878. 


—  73  — 

li  política  general  del  país  y  en  el  carao  de  los  sucesos  de 
li  Península.  La  explicación  da  todo  esto  pide  macho  espa- 
do y  no  responde  á  mi  propósito  de  ahora.  Pero  conviene 
«Salar  el  hecho  y  proclamar  su  importancia,  entre  otros 
motivos,  porque  quizas  buena  paite,  la  mayor  paite  de  lo 
que  en  la  Metrópoli  se  hizo  desde  1869  al  73  respecto  de 
Puerto  Rico,  se  debió  á  la  actitud  y  disposición  de  los  por- 
torriqueños antes  citados,  muy  en  harmonía  con  el  sentido 
iluminante  en  la  pequeña  Antüla,  de  espirita  profundamen- 
te democrático  y  de  un  localismo  macho  menos  acentuado 
que  el  de  Cuba. 

De  ese  modo  no  fué  fácil  á  los  elementos  reaccionarios  ul- 
tramarinos disentir  aquí  el  problema  colonial,  poniendo 
como  términos  del  mismo,  á  los  insulares  de  un  lado  y  a  los 
peninsulares  de  otro;  posición  desventajosísima  para  los 
primeros!  toda  vea  que  el  proVema  se  había  de  resolver  en 
li  Península.  El  espíritu  de  la  Revolución  de  Septiembre  y 
el  tacto  político  de  los  portorriqueños  de  entonces,  hicieron 
que  por  cima  de  todas  esas  diferencias  y  de  otras  históricas 
análogas,  se  colocase  la  razón  det  derecho  y  el  reclamo  de 
los  principios. 

Claro  se  está  que  esto  no  se  consiguió  cómodamente  ni  se 
conaiguió  del  todo.  Pero  la  cosa  revistió  suma  importancia 
J  Hay  que  estimarla*,  entre  otras  razones,  para  explicar  las 
dificultades  que  han  surgido  después  en  la  campaña  política 
ultimarías,  desarrollada  en  condiciones  muy  distintas  a 
lia  del  868- 73(1). 

(1)  Pueda  ▼•rae  mi  discutió  aobre  Joaquín  M.  S*nromá¡  diputado 
«  fué  de  Puerto  Rico  ea  1S72  y  mi  compañero  de  muchas  campan»» 
r -amentaría*  y  exlraparlatneutaríu,  desde  1865  i  18flÜ* 


—  74  — 

liesultado  de  la  influencia  revolucionaria,  de  la  virili- 
dad de  los  reformistas  portorriqueños,  del  celo  de  loa  repre- 
sentantes parlamentarios  de  éstos  y  de  la  sinceridad  y  las 
patriótioas  disposiciones  del  partido  radical  dirigido  por  el 
Sr«  D.  Manuel  Buiz  Zorrilla  (y  en  cuyas  filas  tomamos 
puesto  casi  todos  los  diputados  reformistas  de  la  pequeña 
A  a  tilla),  fué  la  actitud  de  este  partido  y  del  ministerio  que 
lo  representó  en  el  poder,  á  partir  del  otoño  de  1872. 

SI  mérito  de  lo  que  los  radicales  hicieron  entonces  no  es 
discutible;  pero  también  hay  que  reoonooer  que  su  nobilí* 
sima  acción  no  pudo  pasar  de  una  vigorosa  iniciativa,  cuyos 
efectos  se  palparon  inmediatamente  en  la  crisis  de  la  mo- 
narquía, determinada  por  la  conjura  de  todos  los  elementos 
reaccionarios  de  la  época,  los  cuales  oemo  antes  he  indicado, 
buscaron  como  les  mejores  pretextos,  la  política  que  se  ini- 
ciaba respecto  de  Ultramar  y  la  célebre  cuestión  de  la  refor- 
ma del  Cuerpo  de  artillería. 


111 


Estamos  ya  en  187 1:  en  aquel  tempestuoso  periodo  en  el 
caal  Cuba  se  hallaba  entregada  á  las  pasiones  de  la  guerra 
dril,  y  la  Península  luchaba  desesperadamente  con  dificulta- 
des de  tal  número  7  tal  naturaleza,  que  quizá  no  tienen  pa- 
recido en  toda  nuestra  historia  contemporánea.  No  es  posi- 
ble olvidar  un  momento  que  por  aquel  entonces  hubo  en  la 
Península  la  guerra  carlista  y  la  sublevación  cantonal, 
amen  de  la  conspiración  alfonsina,  complicada  con  las  gra- 
vea consecuencias  de  la  desorganización  del  cuerpo  de  arti- 
llería y  de  la  reserva  Ó  casi  hostilidad  de  todos  los  Gobiernos 
de  Europa,  Mas  tarde  explicaré  cómo  no  fueron  tampoco 
muy  lisonjeras  nuestras  relaciones  de  entonces  con  la  Repú- 
blica norteamericana. 

£1  dato  es  de  monta  para  apreciar  el  mérito  y  alcance 
(ta  ciertas  resoluciones.  Porque  evidentemente  no  tiene  el 
mismo  valor  lo  hecho,  ni  aun  lo  intentado  en  aquella  an- 
gnatiosa  época  y  lo  realizado  en  épocas  recientes  de  calma  y 
de  orden  relativos. 

Aparte  de  la  gravedad  intrínseca  del  problema  ultrama- 
rino y  de  la  circunstancia  de  que  sus  asperezas  y  conflictos 
h?an  sido  sistemáticamente  utilizados  por  nuestros  partí- 


—  76  — 

dos  conservadoras  y  en  general  por  los  monárquicos  para 
dar  batalla  á  los  liberales  y  concitar  en  daño  de  éstos  todas 
las  susceptibilidades  y  preocupaciones,  no  es  de  olvidar  que 
durante  aquel  crítico  periodo,  la  insurrección  cubana  se 
mantuvo  en  nna  intransigencia  absoluta,  sin  que  sus  direc- 
tores ó  sus  soldados,  se  prestaran  á  escuchar  una  sola  pala- 
bra que  no  tuviera,  por  supuesto,  el  reconocimiento  explícito 
de  la  independencia  de  la  Isla. 

Error  de  los  insurrectos  ó  fuerza  de  la  insurrección.  No 
discuto  la  causa.  Establezco  el  hecho;  asi  como  el  da 
la  absoluta  imposibilidad  del  partido  republioano  español 
de  aceptar  ni  por  un  momento  el  tal  supuesto. 

Pero  además  es  imposible  excusar  la  actitud  por  todo  ex  • 
tremo  alarmante  de  las  autoridades  de  la  Grande  Antilla  en 
los  primeros  días  de  la  instauración  de  la  República.  Re- 
cientemente el  8r.  D.  Miguel  Morayta  ha  publicado  en  su 
Biiíútia  de  España  un  interesante  documento,  que  releva 
de  toda  otra  prueba. 

El  citado  historiador  dice  que  llegado  un  telegrama  del 
Ministro  de  Ultramar,  D.  Francisco  Salmerón,  al  Gene- 
ral Ceballos  Gobernador  Capitán  General  de  Cuba  partici- 
pándole la  proclamación  de  la  República,  reunió  Ceballos 
Junta  de  Autoridades  locales  de  la  Isla  y  luego  expidió 
esta  circular  telegráfica. 

i  Proclamada  la  República  en  España  por  abdicación  de 
>Ü,  Amadeo,  las  Autoridades  reunidas  en  Junta  han  acor- 
»dado  por  unanimidad  resistir  á  todo  trance  cualquiera  re- 
*  forma  que  viniera  á  poner  en  peligro,  la  integridad  del 
•territorio  ó  el  modo  de  ser  de  esta  sociedad.  Sírvase  Y  •  B. 
> participarlo  asi  á  los  leales  habitantes  de  ese  departamen- 
to, para  que  descansen  tranquilos  ante  semejantes  sucesos» 
¿confiando  en  el  patriotismo  de  sus  Autoridades.— Cs- 
«ballos.» 


—  7T  — 

Todavía  después  de  esto,  especialmente  con  otros  motivo» 
ta  vo  el  Gobierno  de  la  República  do*  graves  rozamientos  con 
las  autoridades  de  Cuba.  Primero,  oon  ocasión  del  decreto 
de  15  de  Octubre  de  18 73  que  suprimió  las  facultades  ex- 
cepcionales  de  gobemadúr  de  plaza  sitiada,  concedidas  á 
loa  Capitanea  generales  de  aquella  isla  la  Real  orden  de  28 
de  Mayo  de  1825  y  que  rae  tífico  el  Real  decreto  de  2*  de 
Noviembre  de  1867.  Esta  resolución  de  15  de  Octubre,  vino 
á  acentuar  la  tirantez  producida  por  otro  decreto  de  11  del 
propio  mes,  por  el  cual  se  revoca  el  del  Gobernador  ge- 
neral de  16  de  Octubre  de  1872  sobre  deslinde  de  atribucio- 
nes entre  el  Gobernador  civil  de  la  Habana  y  el  jefe  de  la  po- 
licía de  aquella  ciudad.  En  el  referido  decreto  de  1 1  de  Oc  - 
tabre  de  1873  se  dice:  i  que  la  autoridad  superior  de  la  Isla 
ti  atendrá  (sic)  á  lo  preceptuado  en  el  Reglamento  de  30  de 
Enero  del  fio  y  i  los  decretos  de  27  de  Marso  y  7  de  Junio 
de  l&7üt  que  claramente  determinan  las  atribuciones  que  en 
punto  á  policía  competen  al  Gobernador  político  de  la  «Ha  - 
ba&a.i 

EL  otro  rozamiento,  ó  mejor  dicho,  la  otra  serie  de  rosa-. 
mitiGtos  se  produjo  con  ocasión  del  viaje  que  hizo  á  las  An- 
tillas el  ministro  de  Ultramar  D.  Santiago  Soler  y  Plá,  á 
fines  de  1 873-  £1  Capitán  general  de  Cuba,  en  el  primer  casc9 
bízo  observaciones  manifestando  su  opinión  de  que  se  lo 
desarmaba  en  medio  de  muy  criticas  circunstancias.  En  el 
segando,  aquella  misma  autoridad  discutió  insistentemente 
la  inspección  del  Ministro  en  el  territorio  sometido  á  la  ju- 
risdicción del  Gobernador  general  antillano.  No  eran  estas 
las  mejores  circunstancias  para  que  el  Gobierno  republicano 
pudiera  obrar  con  la  energía  que  pedían  sus  compromisos 
jttliticos  y  la  grave  situación  de  nuestras  Antillas. 


—   78  — 

Añádase  &  esto  otra  consideración:  la  de  que  asi  corno- 
toda    reforma  en    sentido  liberal  qoe  les  conservadores- 
adopten    ó  pueden  adoptar  contará  siempre  con  el  apo- 
yo 6  por  lo  menos  el  respeto  de  todas  las  oposiciones  libe- 
ralea,  de  traerte  que  realmente  no  tendrá  oposición,  asi  la» 
reformas  hechas  ó  intentadas  por  los  partidos  avanzados 
han  tenido  siempre  que  lachar  con  la  resistencia  de  todos  los- 
demás  partidos,  de  lo  que  no  es  pequeña  muestra  la  famosa- 
Liga  de  carlistas,  moderados,  conservadores  y  constitucio- 
nales de  fínes  de  1 872  contra  la  reforma  provincial  y  la  abo  - 
Jírión  de  Ja  esclavitud  en  Puerto  Bico,  acometida  por  nues- 
tros radicales  y  republicanos. 

Lo  cual  quiere  decir  que  el  solo  pensamiento  de  aquellas- 
reformas  tiene  más  mérito  que  las  tres  cuartas  partes  de  la 
hecho  de  1 879  á  esta  parte,  en  condiciones  perfectamente 
favorables  para  los  que  han  realizado  ahora,  en  este  ultimo- 
período,  mucho  menos  de  lo  que  los  radicales  y  republicanos- 
pretendieron  y  realizaron  á  despecho  de  una  ciega  oposición,. 
hace  veinte  años. 

Con  tales  antecedentes,  veamos  loque  la  República  hizo  en 
obsequio  de  nuestras  Antillas  en  aquel  período  de  prueba. 

Luego  veremos  lo  que  hicieron  después  y  lo  que  hacen 
hoy  les  republicanos  en  relación  con  las  soluciones  libérale* 
ultramarinas,  más  ó  menos  resistidas  en  público  y  de  una. 
in añera  olicial,  por  los  elementos  gobernantes. 

Porque  obras  son  amores  é  importa  llevar  todas  las  par- 
tidas á  la  cuenta. 

La  primera  partida  la  constituye  una  délas  medidas  de- 
mayor transcendencia  adoptada  por  el  Gobierno  español  res* 
pecto  de  los  complicados— verdadera  ó  falsamente— en  lav 
insurrección  separatista  cubana.  Tal  es  el  decreto  de  15  de* 


_ 


—  79  — 

Julio  de  1373»  que  declaró  «  alzados  todos  loa  embargos  de* 
bienes  resillados  en  los  de  los  insurrectos  é  infidentes  de  la 
Isla  de  Cuba,  por  disposición,  guhtrnatiwitk  consecuencia 
del  decreto  de  20  de  Abril  de  1869,  i 

Poco  tiempo  después,  el  mismo  Gobierno  (en  16  de  Sep- 
tiembre de  1873)  «suspendía  la  ventado  loa  b  ien  es  procedente» 
de  causas  incoadas  ¿  reos  de  infiieucia  declarada» ,  conolu- 
j«ado  en  1 5  de  Octabre  del  propio  año  por  disponer  que  ino 
se  tomase  en  la  Habana  resolución  alguna  sobre  estedelicado 
particular  sin  previa  y  especial  consulta  del  Gobierno  de  la 
República.» 

El  valor  de  estos  acuerdos  debe  apreciarse,  no  ya  sólo- 
bajo  el  ponto  de  vista  del  derecho  de  gentes  y  de  la  morali* 
dad  pública  que  en  los  preámbulos  de  estos  decretos  se  in- 
vocan, si  que  también,  muy  singularmente,  como  medios 
para  facilitar  el  regreso  &  la  legalidad  j  á  la  ciudadanía  es- 
pañola de  centenares  de  personas  ya  castigadas  por  la 
uiaeria  y  el  ostracismo»  ya  constreñidas  á  permanecer 
en  el  campo  separatista  por  el  embargo  de  sus  bienes  y  la 
ninguna  esperanza  de  recobrarlos,  sin  volver  á  duba  y  po- 
nerse al  alcance  de  las  pasiones  de  la  guerra  civil. 

Lejos  de  mi  el  escatimar  el  menor  aplauso  al  señor  gene- 
ral Martínez  Campos  por  la  resolución  con  que  mucho  des- 
pués de  la  época  á  que  me  refiero,  puso  término  á  to- 
da clase  de  embargos,  acordando  la  devolución  de  loe 
bienes  á  todos  cuantos  habían  sido  privados  de  ellos  por  cual- 
quier procedimiento;  pero  sí  me  ha  de  ser  licito  observar  que 
nssta  medida,  dictada  en  vista  de  la  sumisión  de  los  insu- 
rectos  y  ya  casi  establecida  la  paz,  (hacia  1378)  ha  sido 
j  nata  y  grandemente  celebrada  entrando  por  no  poco  en  las 
dmpatias  que  han  acompañado  al  señor  Cien  eral  citado  en  el 


—  80  — 

penúltimo  periodo  da  su  mando  en  Coba,  jcon  cuánto  mayor 
motivo  no  deben  ser  celebrados  loe  decretos  del  Gobierno  de 
la  República  de  Julio,  Septiembre  y  Octubre,  expedidos 
«n  el  período  álgido  de  la  guerra,  por  puro  amor  á  los  prin- 
cipios de  Derecho  y  á  pesar  de  todo  género  de  preocupacio- 
nes y  censuras! 

Y  catas  resoluciones  se  oonoertaban  con  otros  decretos, 
como  los  de  17  de  Abril,  12  de  JulúTy  1.°  de  Agosto  sobro 
deportados  y  confinados  cubanos  cuya  situación  económica  y 
penal  recibió  un  grande  alivio, '.digno  de  tanta  mayor  estima, 
cuanto  que  aquello  tenia  efecto  en  un  periodo  en  el  cual  no 
regían  aun  en  Cuba  la  ley  de  Orden  público,  ni  el  Código  Pe- 
nal, ni  la  Ley  de  Enjuiciamiento  criminal.  Después  de  oon- 
cluida  la  guerra  y  dentro  de  la  Restauración,  los  confinados 
no  gozaron  de  mayores  ventajas!  siendo  así  que  lo  que  pro- 
cedía» por  el  mero  hecho  de  haberse  promulgado  la  Constitu- 
ción en  las  Antillas  en  1881  (y  dado  que  su  deportación  en 
la  mayor  parte  de  los  casos  fué  producto  de  medidas  excep- 
cionales de  Justicia  que  no  podían  imponer  una  pena  bo- 
rrada de  nuestros  Códigos  y  nuestras  prácticas  hace  más 
de  cincuenta  años)  era  su  libertad  inmediata  é  incondicional. 

Pero  no  pararon  aquí  los  cuidados  del  Gobierno  republi- 
cano respecto  de  la  isla  de  Cuba.  Bien  por  lo  contrario  de  lo 
que  hicieron  los  partidos  de  la  Restauración  hasta  1881,  el 
Ministerio  de  Ultramar,  que  desempeñaron  sucesivamente 
los  Srei,  Sor  ni,  Palanca,  Snfier,  y  Soler,  tomó  otras  medidas 
muy  gcaves  respecto  de  la  política  ultramarina» 

lia  cuestión  social  cubana  fué  estudiada  en  sus  dos  aspeo- 
tos:  la  de  los  asiáticos  y  la  de  los  negros. 

A  principios  de  1873  se  había  planteado  la  ley  de  aboli- 
ción inmediata  en  la  isla  da  Puerto  Rico  (de  que  hablaré 


—  SI  — 

después)  y  en  15  de  Septiembre  se  autorizaba  la  constitución 
en  la  Habana  de  ana  Sucursal  ó  delegación  de  la  Sociedad 
Abolicionista  Española,  cayo  fin  no  es  necesario  expresar, 
caja  aotvidad  y  celo  fueron  extraordinarios,  y  cayos 
efecto*  podrían  calcularse  sobre  el  texto  de  la  orden  de 
24  de  Marzo  de  1873,  qne  denegó  la  peregrina  cnanto  anti- 
patriótica resolución  propuesta  por  el  Gobernador  general 
de  Cuba,  respecto  á  la  situación  de  los  esclavos  empadrona- 
do* fuer»  de  término. 

Ea  edta  orden  el  Gobierno  de  la  República  estableció 
que  era  de  todo  panto  necesario  «poner  inmediatamente  en 
libertad  á  los  negros»  qne  á  despecho  del  Real  decreto  de  29 
de  Septiembre  de  1866  sobre  represión  y  castigo  del  tráfico 
negrero,  no  aparecían  inscritos  como  taies  esclavos  en  el 
censo  que  debió  concluirse  en  1867.  Y  concluía  el  8r.  Mi- 
nistro Sornl,  «recomendando  mu  y  especialmente  el  pronto 
y  estricto  cumplimiento  de  la  orden  reservada  de  5  de  Agos- 
to de  1872  respecto  á  la  remisión  de  datos  estadísticos,  adun- 
dantes y  detallados ,  sobre  la  cuestión  de  esclavitud.» 

De  esto  resaltó  la  libertad  de  unos  10.000  negros  en  todo 
al  año  73.  Pero  la  República  cayó,  y  cayó  en  olvido  el  de- 
creto de  24  de  Marzo.  Diez  años  después,  los  amigos  del 
Sr.  Núfiez  de  Arpe,  Ministro  de  Ultramar  del  partido  libe- 
ral, solicitaban  para  éste,  con  justicia,  el  aplauso  de  los 
filántropos  y  los  hombres  rectos  por  el  decreto  de  9  de 
Febrero  de  1883*  qne  lisa  y  llanamente  reprodujo  el  decreto 
del  Gobierno  de  la  República . 
Lo  que  la  Sucursal  de  la  Sociedad  Abolicionista  en  la  Ha- 
ana  (presidida  en  1880  por  el  Dr.  Francisco  Giralt  (1),   y 

(1)   Me  propongo  publicar  dentro  de  poco  un  estudio  sobre  la  empre- 
i  abolicionista  española  de  1863  á  1890.  Bn  ól  se   registrará  todo. 


—  82  — 

<  d  cuyes  trabajos  tomaron  muy  activa  parte  jóvenes  detanto 
entusiasmo  é  inteligencia  como  los  Sres.  Chomat,  Broeh, 
Lámar  y  muchos  otros  que  ahora  se  escapan  á  mi  mente), 
representó  en  todo  esto  casi  nadie  lo  sabe.  Sin  ella  quizá  ha* 
bria  sido  imposible  la  depuración  de  los  expedientes  incoados 
á  ti  ü  de  conseguir  la  libertad  de  los  negros  sexagenarios  y  los 
no  iüHcrí ptos  en  los  registros  de  esclavos.  Pero  el'  mérito  de 
aquella  calurosa  y  sostenida  gestión,  hay  que  estimarlo  tanto 
en  relación  con  el  número  de  libertos  proclamados  por  virtud 
de  la  rectificación  y  el  esclarecimiento  de  los  mencionados 
expedientes,  como  también  por  la  animación  que  á  la  causa 
abolicionista  comunicaron  en  la  propia  isla  de  Cuba,  los 
trabajos  ya  atinados  de  la  Sucursal .  Después  esta  influyó  no 
poco  en  la  transformación  de  los  antiguos  cabildos  de  ne- 
gros africanos  y  en  la  constitución  de  sociedades  y  escuelas 
de  gente  de  color,  merecedoras  de  particular  estudio,  como 
uno  de  los  datos  que  más  avaloran  la  historia  de  la  aboli- 
ción de  la  esclavitud  en  las  Antillas  españolas  (1). 

Eewpecto  de  la  cuestión  asiática  ó  de  los  chinos,  el  Go- 
bierno de  la  República  en  26  de  Mayo  de  1873  dispuso  que 
el  Gobernador  de  Cuba  hiciera  que  se  cumpliesen  en  toda 
su  extensión  las  leyes  sobre  contratación  de  colonos  chinos, 
y  que  ee  castigase  con  arreglo  á  las  mismas  á  las  empresas 
que,  ocupándose  de  dioho  negocio,  Jas  infrinjtesen. 


En  i  nulo  puede  consultarse  mi  estudio  sobre  D.  Fkrnando  do  Catiro 
(Presideota  de  U  Sociedad  Abolicionista).  Un  folleto,  1888.  Y  mi 
dUcurt o  de  l.*  de  Enero  de  1874  sobre  La  Abolición  dt  la  Soeitdad  Aboli* 
attnitia  an  1878.  Un  folleto  en  8.'  Madrid  1894.  Y  la  colección  del  pe- 
riódico El  Abolicionista,  que  se  publicó  en  Madrid  desde  1864  á  1890. 

(1)  Sobre  esto  puede  verse  el  folleto  que  publiqué  en  1805,  titulado: 
La  rasa  dt  color,  dt  Cuba. 


—  83  — 

Y  en  la  propia  fecha  se  manifestaba  al  mismo  Goberna- 
dor superior  cía  estrañeza  con  que  se  habían  visto  las  con- 
tradiciones y  exageradas  apreciaciones  de  los  informantes» 
en  el  expediente  incoado  para  la  revooación  de  la  Real 
orden  de  27  de  Abril  de  1871  sobre  suspensión  de  emigra- 
ción china.  Además  se  mandó  que  se  oyese  en  este  asunto  al 
Consejo  de  Estado, 

Por  aquel  entonóos  se  adoptaron  otras  dos  medidas  de 
trascendencia. 

Por  la  ana  quedaba  autorizado  el  nombramiento  de  dos 
funcionarios  públicos  que  inspeccionaran  el  trato  recibido 
por  los  chinos  en  la  travesía  de  China  á  Cuba,  y  recogiesen 
en  la  Habana  las  quejas  que  los  chinos  formalaran  á  su  de- 
sembarco. Por  la  otra  se  mandaba  que  se  diese  cuenta  al  Go- 
bierno de  la  Metrópoli,  de  todas  las  resoluciones  que  se  adop  • 
taran  en  Cuba  sobre  inmigración  asiática  y  se  concluía  dis- 
poniendo que  se  suspendiese  la  aprobación  del  reglamento 
de  reoontrataoión  de  chinos  hasta  qu¿  sobre  esta  materia  de 
la  inmigración  asiática  se  estableciesen  medidas  genera- 
les inspiradas  en  aquel  sentido  expansivo  que  habla  pro* 
Tocado  en  1872  la  creación  de  una  Comisión  central  de 
Colonización  de  la  isla  de  Cuba,  protegida  vivamente  por 
el  Gobierno  republicano  por  sus  decretos  de  26  de  Mayo  y 
1S  de  Junio,  4  de  Agosto  y  26  de  Septiembre  de  1873. 

A  la  par  el  Gobierno  se  ocupaba  de  los  intereses  esen- 
cialmente políticos  de  la  Isla.  Pocas  pruebas  más  oouclu- 
yentes  que  estas.  Por  Decreto  de  15  de  Octubre  de  1873 
fué  derogada  la  famosa  Real  orden  de  28  de  Mayo  de  1825 
que  (contra  el  parecer  del  antiguo  Consejó  de  Indias)  con- 
firió al  Gobernador  superior  de  la  Isla  todo  el  lleno  de 
/mitades  de  los  Gobernadores  de  plazas  sitiadas;  Real 


—  84  — 

orden  (dice  el  Decreto)  que  «6  nada  añade  á  las  amplísimas 
atribuciones  que  las  leyes  de  aquellas  provincias  conceden 
en  cejos  extraordinarios  á  los  Gobernadores  generales  de  la 
Isla,  puesto  que  se  refiere  á  las  Ordenanzas  del  ejército  en 
la  parte  de  ellas  que  no  puede  ser  aplicable  á  los  asuntos 
de  Gobierno,  ó  supone  una  autoridad  omnímoda  é  ilimitada 
como  no  la  ha  disfrutado  ni  disfruta  representante  ni  dele» 
gado  alguno  de  naciones  que  tienen  provincias  ultra- 
marinas.» 

En  24  de  Octubre  se  aprobó  el  reglamento  sobre  organi- 
zación judicial  en  Ultramar  para  la  ejecución  del  Decreto 
de  25  de  Octubre  de  1870.  Es  decir,  no  solo  para  que  la 
previ  nion  de  los  puestos  judiciales  se  hicieseypor  oposición  y 
el  ascenso  por  concurso,  previa  revisión  de  los  expedientes» 
sino  para  poner  todo  el  personal  y  la  acción  toda  de  la  jus- 
ticia en  Ultramar  bajo  la  autoridad  y  dependencia  exclu- 
sivas del  Tribunal  Supremo^  conforme  á  la  admirable  y 
nunca  bastante  aplaudida  innovación  que  en  este  particular 
gravísimo  produjo  el  advenimiento  de  la  República  haoe 
veinticinco  años. 

Completaban  esta  medida  los  Decretos  de  Octubre  plan- 
teando el  Cuerpo  notarial  en  las  dos  Antillas. 

Y  por  otra  parte,  se  dio  el  decreto  de  26  de  Mayo  que 
desestimó  la  pretensión  de  los  Padres  jesuítas  y  escolapios 
de  Coba,  de  que  se  constituyese  en  favor  de  los  establecí* 
mientes  de  instrucción  por  ellos  sostenidos,  ventajas  y 
privilegios  inadmisibles  en  una  sociedad  organizada  fuera 
de  la  tutela  teocrática. 

Por  último,  en  14  de  Octubre  de  1873  fué  autorizado  el 
Ministro  de  Ultramar  para  visitar  las  islas  de  Cuba  y 
Puerto  Rico  con  objeto  de  estudiar  los  medios  de  poner  ter- 


—  S5  — 


mino  á  la  insurrección,  mejorar  011  situación  económica  7 
preparar  otras  reformas. 

Con  efecto,  el  Sr.  Soler  7  Plá  se  embarcó  para  la  isla  de 
Cabe  en  el  penúltimo  mes  de  1873,  7  allá  le  sorprendió  la 
crida  de  la  República. 


IV 


Por  b  antes  dicho,  claramente  se  comprende  el  sentido 
profundamente  simpátioo  que  paralas  reformas  democráti- 
cas en  O  aba  tenia  el  Gobierno  republicano  de  1873;  sin 
que  bastara  á  negar  este  hecho  la  diferente  aoentnación  da 
ratas  simpatías,  mucho  más  enérgicas  en  los  Ministerios 
presididos  sucesivamente  por  los  Sres,  Figueras,  Pi  y  Sal- 
merón, que  en  el  Gabinete  dirigido  por  el  Sr.  Castelar. 

Puede  afirmarse  perfectamente  que  todo  el  pensamiento 
de  la  situación  republicana  era  llevar  á  Cuba  la  plenitud  de 
los  derechos  y  las  libertades  antillanas.  Las  diferencias  se 
reducían  á  que,  mientras  algunos  pensaban  que  era  preciso 
esperar  que  la  paz  se  hiciese,  bien  por  la  fuerza  de  las  ar- 
mas, bien,  sobre  todo,  por  efecto  del  convencimiento  y  de 
los  nobles  oficios  de  la  gente  conciliadora,  otros  estimaban 
que  la  adopción  de  medidas  radicales  servirían  á  maravilla 
para  producir  la  paz  anhelada.  Por  lo  mismo,  todos  hacían 
idénticas  protestas,  y  en  el  Gobierno  todos  los  grupo* 
daban,  en  la  esfera  administrativa,  verdaderos  pasos  de 
gigante  en  la  obra  de  la  redención  de  la  hermosa  Antilla. 

Todo  esto  tomó  mayor  realce  oon  la  presentación  á  las 
Cortea  Constituyentes,  por  el  Sr.  Ministro  de  Ultramar» 


—  87  — 

D.  ftancteoo  8oñar  y  Capdevila,  del  siguiente  proyecto  de 
ley,  que  reproduzco  al  pie  de  1»  letra,  tanto  por  su  gra- 
vedad y  aleante,  oomo  por  ser  muy  poeo  ocmoeido. 
Dice  asi: 

«Considerando  que  el  fundamento  de  la  actual  situación 
politice  de  la  Nación  española  lo  constituyen  los  principios 
de  la  Democracia,  cuyo  primer  dogma  es  el  de  tíos  Dere- 
chos naturales  del  hombre,  anteriores  y  superiores  á  toda 
ley  positiva;» 

Considerando  que  estos  Derechos  están  consagrados  en 
el  Título  I  de  la  Constitución  de  18*9; 

Considerando  que  los  títulos  siguientes  se  refieren  á  la 
organización  de  los  Poderes  públicos,  sobre  lo  cual  muy 
especialmente  están  llamados  á  entender  y  resolver,  en  de* 
unitiva  y  dentro  de  breve  plazo,  las  actuales  Cortes; 

Considerando  que  la  situación  politioo-militar  de  la  isla 
de  Cuba  no  puede  ser  parte  á  evitar  la  proclamación  de  los 
derechos  aludidos,  porque  mientras  los  unos  oponen  á  esta 
proclamación  el  estado  excepcional  de  la  Isla,  los  otros  dan 
por  causa  á  este  estado  el  mantenimiento  de  nuestro  ana- 
crónico régimen  colonial  en  toda  su  absurda  integridad; 

Considerando  que  de  todas  maneras  y  en  último  caso,  el 
estado  de  insurrección  sóle  podría  obstar  al  pleno  imperio 
de  la  libertad  allí  donde  la  insurrección  arde,  cosa  que  no 
sucede  felismente  en  la  mayor  parte  del  territorio  de  Cuba; 

Considerando  que  el  advenimiento  de  la  República  ha 
despertado  toda  oíase  de  esperances  en  los  divididos  y  has- 
ta hoy  opuestos  españoles  de  Ultramar,  produoiendo  un 
fuerte  movimiento  polítioo  en  Cuba,  inspirado  en  un  alto 
sentido  de  justicia  y  de  libertad  y  en  un  generoso  espíritu 
de  concordia; 

Considerando  que  el  estado  en  que  se  halla  una  pequeña 
parte  del  territorio  de  Cuba  exige  la  adopción '  de  medidas 
extraordinarias,  al  modo  que  al  juioio  de  las  Cortes  lo 
exige  la  situación  de  algunas  otras  provincias  de  la  Metró- 
poli; 

Considerando  que  por  el  mero  bocho  de  la  proclamación 
del  Título  I  de  la  Constitución  de  1869  en  Cuba,  que- 
da virtualmente  abolida  la  esclavitud,  pero  que  la  ma- 
nera y  los  procedimientos  para  estirpar  la  servidumbre  re- 
queren una  particular  atención  y  exigen  una  ley  especial, 
tomo  ha  sucedido  en  todos  los  pueblos  cultos; 


—  zs  — 

Considerando,  por  último,  que  oa  llegada  labora  de  salir- 
de  las  vanas  fórmalas,  las  promesas  indeterminadas,  las 
condiciones  irresolubles  y  los  temperamentos  doctrinarios, 
y  que  á  La  honra  de  la  patria,  y  al  interés  de  la  República, 
importa  demostrar  qne  sus  principios  son  ana  verdad,  sus 
palabras  oca  ley,  y  sas  procedimientos  ana  rtzon, 

El  Ministro  que  suscribe  tiene  la  honra  de  someter  á  la 
aprobación  de  las  Cortes  el  siguiente 

PftOTECTO  DE  LET 

« Artículo  1.°  Se  declara  vigente  en  la  provincia  de 
Cuba,  á  excepción  del  territorio  qae  ocupan  ú  oca  paren  los 
insurrectos,  el  Título  1  de  la  Constatación  promulgada  el 
6  de  Jnnio  de  1869. 

Art.  2.*  £1  Gobernador  superior  de  la  proviaoia  de  Cu- 
ba queda  autorizado  para  plantear  la  ley  de  facultades  ex- 
traordinarias promnlgada  para  la  Península  el  2  del  co- 
rriente Julio.  Én  virtud  de  esta  ley,  el  Gobernador  superior 
de  la  provincia  de  Cuba  podrá  tomar  desde  luego,  respecto 
de  la  insurrección,  todas  las  medidas  extraordinarias  qae 
exijan  las  necesidades  de  la  guerra,  y  puedan  contribuir  al 
pronto  restablecimiento  de  la  paz. 

Art.  3.°  La  abolición  de  la  esclavitud,  implícitamente 
consagrada  por  los  artículos  2.°,  6.°,  12,  13  y  14  déla 
Constitución  de  1869,  se  realizará  con  arreglo  á  una  ley  es- 
pecial. 

Madrid  10  de  Julio  de  1873.— El  Ministro  de  Ultramar, 
Francisco  ¡áuñer  y  Capdevila.» 

Sobre  este  proyecto  de  ley  (1)  emitió  dictamen  la  oomi- 
aión  correspondiente,  produciéndose  dos  dictámenes  cuya, 
diferencia  corresponde  á  lo  qae  antes  hemos  indicado. 

El  primero  de  esos  dictámenes  decía  así: 

•  á  LAS  CORTES 

La  Comisión  permanente  de  Ultramar  ha  examinado  de- 
ten  idamente,  y  con  el  esmero  que  le  ha  sido  posible,  el  pro» 


(1)  Tuve  el  honor  de  intervenir  ícticamente  en  en  redacción  y  pue» 
do  proclamar  ssí  la  noble  disposición  que  desde  el  primer  momento  en- 
contré en  el  8r.  Suner,  como  las  resistencias  de  todo  género  qne,  aun- 
'i*  ti  tro  de  la  situación  republicana,  se  opusieron  á  la  presentación  [del 
proyecto  al  Congreso. 


—  89  — 

yecto  de  ley  presentado  por  el  señor  Ministro  de  ultramar 
y  tomado  en  consideración  por  las  Cortes  Constituyentes» 
por  el  qne  se  extiende  á  la  provincia  de  Coba  el  Titulo  pri- 
mero de  la  Constitución  española  de  1869. 

La  Comisión  acepta  en  todos  sus  extremos  los  laminosos 
Considerandos  qne  al  Proyecto  preceden  y  que  demuestran 
que  de  hoy  más  el  Ministro  de  Ultramar  se  inspira  en  un 
alto  criterio  de  justicia  y  de  expansión,  único  que  puede 
mantener  vivo  el  sentimiento  de  la  Unidad  nacional  alien* 
de  el  Atlántico,  suficiente  á  asegurar,  no  sólo  la  integridad 
de  la  Patria,  si  que  la  realización  de  los  grandes  destinos 
que  á  España  están  reservados  en  el  mundo  descubierto  por 
nuestros  grandes  navegantes  del  siglo  xvi. 

La  Comisión  ha  retarda  «lo,  bien  á  su  pesar,  la  emisión  de 
su  dictamen  en  asunto  tan  importante,  porque  ha  tenido  en 
consideración  que  se  discutía  por  las  Cortes  Constituyentes 
el  proyecto  de  Constitución  federal;  y  como  quiera  que  en 
opinión  de  la  Comisión  este  proyecto  de  Constitución  lleva 
en  si  más  libertades  y  un  alto  criterio  de  justicia»  acordó  re- 
tasar aquel  dictamen  hasta  tanto  que  el  referido  proyecto 
se  convirtiera  en  el  Cód'go  fundamental  de  la  nación  espa- 
ñola, haciéndolo  extensivo  entonces  á  la  isla  de  Cuba. 

Tal  era  el  pensamiento  que  animaba  á  la  Comisión;  pero 
después,  por  circunstancias  imprevistas  y  que  no  estaban 
al  aloanoe  de  ésta,  la  discusión  del  proyecto  constitucional 
ha  sido  suspendida.  Y  no  siendo  el  ánimo  de  la  Comisión 
contribuir  en  manera  alguna  á  que  los  habitantes  de  la  isla 
de  Cuba,  nuestros  hermanos,  estén  privados  de  los  derechos 
políticos  que  gozan  felizmente  los  demás  españoles,  la  Comi- 
sión, inspirada  en. estos  vehementes  deseos,  acuerda  lo  si- 
guiente: 

1.°  Según  el  art.  31  de  la  Constitución  de  1869,  se  ne- 
cesita una  ley  cuando  la  seguridad  del  Estado  exija  la  sus* 
pensión  de  las  garantías  consignadas  en  los  artículos  2.°, 
5.°,  6.°  y  17  del  mismo  Código.  La  Comisión  no  discute 
ahora  la  bondad  de  esa  doctrina;  la  considera  oomo  legal,  y 
se  ocupa  sólo  de  ponerla  en  armonía  oon  lo  existente  en 
Ultramar;  esto  es,  oon  todo  aquello  que  no  puede  borrarse 
de  una  plumada,  y  cuya  sinrazón,  en  último  caso,  aprecia- 
rán detenidamente  las  Cortes  cuando  sean  llamadas  á  en- 
tender da  la  organización  de  los  Poderes  en  nuestras  provin- 
cias trasatlánticas,  si  es  que  semejante  punto  no  queda  libre- 
mente entregado  á  la  iniciativa  de  los  Estados  particulares 
dentro  de  la  Federación  española.  \ 

Porque  resulta  de  una  parte,  que  dada  la  distancia  á  qner 


—  90  — 

ae  baila  la  isla  de  Coba,  y  luego,  la  faltado  continuas  y  rá- 
pidas comunicaciones,  será  punto  menos  que  imposible  en 
ciertos  casos,  que  el  art.  SI  aludido  sea  perfectamente  obser- 
vado, puesto  qne  á  serlo,  la  ley  votada  por  las  Cortes  llega- 
ría á  deshora  eu  algunas  ocasiones.  Conviene,  pues,  poner 
en  armonía  todas  estas  dificultades  que  la  distancia,  cuando 
meóos,  podría  suscitar  á  veces. 

2,°  Por  estas  rasónos,  la  Comisión  opina  que  es  de  toda 
necesidad  dar  cierto  desenvolvimiento  y  con  él  cierta  pre- 
cisión ,  á  un  extremo  consignado  en  el  segundo  párrafo  del 
art»  31 ,  determinando  la  ley  de  Orden  público,  que  ha  de 
regir  en  la  is'a  de  Cuba,  como  en  la  Península,  en  ciertos 
y  determinados  casos. 

3.°  Se  declara  vigente  en  la  provincia  de  Cuba,  á  ex* 
cepción  del  territorio  que  ocupan  ú  ocuparen  los  insurrectos, 
el  Título  I  de  la  Constitución  promulgada  el  6  de  Junio 
de  1869. 

4 . a  La  experiencia  acredita  la  necesidad  de  relacionar 
los  Poderes  para  que  éstos  puedan  funcionar  libre  y  desem- 
barazadamente, y  en  esta  atención  la  Comisión  cree  de  alta 
y  justa  urgencia  que  el  Gobierno  de  la  Metrópoli  invista  al 
Gobernador  oivil  de  la  isla  dé  Cuba  de  las  mismas  faculta- 
des que  gozan  los  de  la  Península,  si  la  aplicación  de  las  le  • 
y  en  ha  de  dar  el  saludable  resultado  que  estas  entrañan. 
Guando  las  circunstancias  políticas  lo  exijan,  el  Gobernador 
civil,  á  su  juicio,  resignará  el  mando  en  el  Capitán  general. 

5  -  °  El  Capitán  general  de  la  provincia  de  Cuba  queda 
entonces  autorizado  para  plantear  la  suspensión  de  las  ga- 
rantías consignadas  en  los  artículos  2.°,  6.°,  6.°  y  17  del 
mismo  Código  cuando  así  lo  exijan  las  circunstancias  políti- 
cas en  aquella  provincia,  dando  inmediatamente  cuenta  al 
Gobierno  supremo  de  la  nación  para  que  estelo  ponga  en 
conocimiento  de  las  Cortes,  las  cuales  aprobarán,  si  lo  esti- 
maren,  en  el  más  breve  plazo.  Bilas  Cortes  tuviesen  sus- 
pendí da  a  sus  sesiones,  el  Gobierno  podrá  determinar  en  es* 
te  caso  lo  que  crea  más  conveniente,  dando  cuenta  á  las 
Cortee  cuando  éstas  funcionen. 

6.°  Por  lo  demás,  la  Comisión  está  en  un  todo  conforme 
con  al  Proyecto  referido,  y  cuya  aprobación  somete  á  la  sa- 
bia y  alte,  consideración  de  las  Cortes  Constituyentes. 


PROYECTO  DE  LEY 


Artículo  1 ,°    Se  declara  vigente  en  la  provincia  de  Cuba, 
Í  excepción  del  territorio  que  ocupan  ú  ocuparen  los  inga- 


—  91   — 

rwt9&»  el  Titalo  1  de  la  GoQBt'taoión  promulgada  en  6  de 
Junio  de  1861. 

Art.  1,*  El  Gobernador  superior  de  la  provincia  de  Ca- 
be queda  ameritado  para  plantear  la  ley  de  facultades  ex- 
traurdinarias  promulgada  para  la  Península  el  2  del  pro* 
ximo  pasado  Julio.  En  virtud  de  esta  ley,  el  Gobernador 
superior  de  la  provincia  de  Coba  podrá  tomar  desde  luego» 
reipecto  de  la  insurrección,  todas  las  medidas  extraordina- 
ria qne  exijan  les  necesidades  de  la  guerra  y  puedan  con- 
tribuir al  pronto  restablecimiento  de  la  pas. 

Art.  3.*  La  abolición  de  la  esclavitud,  implícitamente 
consagrada  por  los  artículos  JA  6.°,  12,  13  y  15  de  la 
Constitución  de  ISO?,  m  realizará  con  arreglo  á  una  ley  es- 
pecial. 

Palacio  de  las  Cortes  2  de  Septiembre  de  1 873.—  José  Ra- 
món Fernández, — Manuel  García  Marqués— Enrique  Cal- 
vo.—Manuel  Corchado.» 

El  3r,  Corchado  era  diputado  reformista  de  Pnerto  Rico. 

Los  demás  eran  diputados  de  la  Península  y  todos  federales. 

El  segundo  de  los  dictámenes  aludidos,  decía  lo  siguiente: 

•Lee  Diputados  que  suscriben,  individuos  de  la  Comisión 
de  Ultramar, 

Considerando  que  el  planteamiento  del  Título  I  de  la  Cons- 
titución en  la  isla  de  Cuba,  según  lo  propone  la  Comisión, 
podría  ofrecer  gravísimos  inconvenientes  en  la  situación  ex« 
espolona]  por  qae  atraviesa  la  mención»  da  provincia; 

Considerando  qne  cuando  se  trata  de  la  suspensión  de 
garantías  en  la  Península,  y  se  funda  esta  medida  en  que 
hav  en  ella  quien  con  las  armas  en  la  mano  grita  €j muera 
la  República!  ■  no  seria  lógico  llevar  dichas  garantías  á 
Cuba,  donde  hay  quien  de  la  misma  manera  grita  «jumera 
España?» 

Considerando  qne  es  casi  seguro  que  los  partidarios  de  la 
insurrección  separatista  intentarían,  á  la  sombra  de  las  ga- 
randas constitucionales,  levantar  la  bandera  de  dicha  insu- 
rrección en  la  parte  occidental  de  la  isla,  que  afortunada- 
mente se  ha  mantenido  hasta  ahora  dentro  del  orden; 
.  Considerando  que  los  insurrectos  de  Cuba  no  han  depues- 
ta las  armas,  á  pesar  de  las  repetidas  ofertas  hechas  por  el 
Gobierno  de  qne  cuando  esto  tuviera  lugar  se  llevarían  á 
dicha  isla  todas  las  libertades  de  la  Metrópoli; 


—  92  — 

Considerando  que  en  la  dignidad  del  Gobierno  no  cabe 
la  oonoeeión  de  las  libertades  que  se  piden  con  las  armas  en 
la  mano  y  al  grito  de  •[ muera  España!», 

T  considerando,  por  último,  que  no  es  razonable  ni  insto 
realizar  las  antedichas  reformas  en  tanto  que  aquella  pro- 
vincia  no  tenga  en  las  Cortes  su  legitima,  y  para  ello  ne- 
cesaria representación, 

Piden  á  las  Cortes  se  sirvan  disponer  que  por  ahora  no 
ha  lugar  4  declarar  vigente  en  la  isla  de  Cuba  el  Titulo  I  de 
la  Constitución. 

Palacio  de  las  Cortes  12  de  Septiembre  de  1873. — Juan 
Fernández  de  Cuevas. — Pablo  Bernales. —  Gumersindo 
Hondea  Brandón.  —  F.  Puente  Jiménez, » 

Importa  mucho  insistir  en  la  especie  de  que  aun  los  que 
en  las  Cortes  Constituyentes  del  73  parecían  un  tanto  rea- 
cios á  las  reformas  ultramarinas  con  aplicación  á  Cuba,  no 
lo  eran  en  principio  y  sólo  ponían  como  condición  de 
una  política  radical  análoga  á  la  de  la  Península,  el  previo 
establecimiento  de  la  paz  en  aquella  comarca.  Es  decir,  que 
Cuba  se  colocase  en  la  propia  condición  en  que  se  hallaban 
Galicia  ó  Castilla. 

Por  de  contado  esto  no  quiere  decir  que  dentro  del  parti- 
do republicano  dejaran  de  existir  individualidades,  que1  an- 
tes como  ahora,  por  contradicciones  que  explican  varios  mo- 
tivos, pero  de  modo  siempre  lamentable,  fueran  adversarios 
de  toda  política  expansiva.  Aquí  y  fuera  de  aquí  no  faltan 
demócratas  de  esos  que  creyendo  en  el  dogma  de  los  derechos 
naturales  del  homire%  sin  embargo  solo  ven  y  comprenden 
al  ser  humano  dentro  de  la  latitud  europea.  Ni  faltan  de- 
magogos que  una  vez  llevados  á  la  secretaria  de  un  gobierno 
civil,  entienden  que  es  causa  de  una  declaración  de  estado 
de  sitio  el  hecho  de  que  dos  personas  hablen  alto  en  un  oafó* 
Tampoco  puede  sorprender  á  nadie  que  el  republicano  qne 
gozaba  de  un  privilegio  como  el  de  las  harinas  de  Santander 


5. 


—  9*  — 

•en  Cuba,  ó  la  casi  prohibición  de  los  tejidos  6  los  hierros  ex- 
tranjeros en  si  mercado  antillano,  6  la  pingüe  cesantía  de  tul' 
•empleado  ultramarino,  con  el  mismo  calor  con  que  atacaba  en 
la  Península  los  consumos,  las  qnintas  y  los  fatulos  nobilia- 
ria de  que  ól  no  disfrutaba,  defendiera  la  dictadura  colonial 
y  la  explotación  mercantil  de  nuestras  Antillas  que  le  favo- 


Son  excepciones  que  confirman  la  regla  general.  Esta  en 
-el  caso  presente  la  acusan  el  proyecto  y  los  dictámenes  antes- 
reproducidos.  T  lo  demuestra  elocuentemente  lo  sucedido 
después  de  1873  en  las  filas  de  la  oposición  republicana,  muy 
trabajada,  bien  que  sin  éxito,  para  que  rechazase  á  los  auto- 
nomistas antillanos.  De  ello  hablaré  en  su  oportunidad. 

Todavía  ademas  del  problema  político  existía  en  1873 
ana  cuestión:  la  abolición  de  la  esclavitud.  Respecto  de  ella, 
después  del  decreto  del  Sr.  Borní  (24  de  Mano  de  1873) 
•obre  libertad  de  los  negros  no  inscriptos  en  el  oenso  de  es- 
clavos de  1368,  hay  que  atenerse  á  las  esplicitas  manifesté 
•dones  de  los  señores  ministros  Sorni,  Sofier  y  Palanca. 

En  la  sesión  de  28  de  Junio  de  1873,  preguntado  el  señor 
ministro  Suñer  por  el  diputado  8r.  Araus,  anunoió  su  pro* 
pósito  de  presentar,  tan  luego  como  el  tiempo  le  consintiera 
-enterarte  de  la  cuestión,  un  proyecto  de  ley  cal  objeto  de 
poner  inmediatamente  en  libertad  á  los  300  ó  400.000  es- 
clavos que  gemían  en  la  isla  de  Guba%»  Esta  notioia  fué 
•acogida  por  grandes  aplausos  de  toda  la  Cámara. 

En  la  sesión  del  2S  de  Julio  del  propio  año,  el  ministro 
ir.  Palanca,  preguntado  por  el  Sr.  Betanoourt,  diputado  re- 
formista de  Puerto  Rico,  anunció  cque  el  proyecto  de  abo* 
limón  de  la  esclavitud  en  Cuba  estaba  muy  adelantado,  y 
tue  por  más  que  pensaba  librarse  ouauto  antes  de  la  pesada 


—  94  — 

carga  del  podtr,  abrigaba  la  «parama  de  que  todos  mi  sa~ 
orificios  serian  por  Dios  recompensados,  permitiéndole  leer* 
pronto  aquel  proyecto  de  ley  deede  la  tribuna  del  Congreso.  •- 

Y  el  Sr,  Sorní,  en  la  propia  sesión,  afirmaba  que  tai  él 
hubiera  continuado  en  el  Ministerio  (de  donde  salió  en  el 
mes  de  Mayo),  no  hubieran  transcurrido  más  de  cuatro  6- 
cinco  días  ain  que  hubiera  traído  á  la  Cámara  una  ley  de 
abolición  de  la  esclavitud,»  con  tanto  mayor  motivo  cnanto 
que  los  propietarios  de  Cuba  estaban  ceonformes  en  aceptar 
la  abolición  inmediata  y  sin  indemnización.» 

Al  lado  de  todas  estas  declaraciones  y  de  los  decretos  po- 
sitivos de  aquel  laboriosísimo  período  de  dies  meses,  pón- 
ganse les  vagas  promesas,  las  frases  huecas,  las  medidas 
contradictorias  y  las  resoluciones  tímidas  de  los  siete  afios 
de  la  Reatan  ración. 

Porque  dados  todos  los  datos  antes  consignados,  ¿qué  hu- 
biera hecho  el  Gobierno  de  la  Bepúblioa  en  Cuba  si  en  esta 
isla  se  hubiera  producido  la  paz  como  se  estableció  en  1878?* 

Responda  el  ejemplo  de  Puerto  Rioo. 


Se  lleva  Cuba  de  tal  suerte  la  atención  del  público,  que 
con  macha  frecuencia  por  aqui  se  ha  entendido  que  Puerta 
Bieo  era,  como  Puerto  Principe,  nna  provincia  cubana,  T  es 
tal  la  flaqueza  de  muchos  liberales  de  reservar  su  admiración 
parales  hombres  y  los  hechos  de  los  conservadores,  que  no 
sorprende  el  sistemático  olvido  y  hasta  el  desdén  que  aun 
Iob propios  reservan  parala  isla  borinqueña  en  uno  de  los 
periodos  más  brillantes  de  nuestra  historia  colonial. 

Por  eso  aqui  apenas  sé  oye  hablar  de  lo  sucedido  en  1873. 
en  Puerto  Rico.  Un  cambio  los  cónsules  extranjeros  en  sus 
extensos  informes  á  sus  respectivos  Gobiernos,  los  discursos 
de  los  Regentes  de  la  Audiencia  de  Puerto  Rico  sobre  la  mo- 
ralidad y  criminalidad  del  país,  los  estados  de  Aduanas  res» 
pMto  de  la  importación  y  exportación,  loe  artículos  de  re* 
vistas  y  periódicos  de  Inglaterra,  Venezuela,  Norte  Amó* 
rica,  Francia  y  Hamburgo  arrojan  datos  á  montón  para  ro- 
bustecer un  juicio  favorabilísimo  respecto  de  la  obra  reali- 
tda  en  aquella  isla  hace  diez  años  per  el  Gobierno  de  la 
lepúbliea. 

No  voy  ahora  á  entrar  en  muchos  pormenores.  El  que 
Bien  algunos  puede  consultar  la  Memoria  que  hacia  1874 


—  96  — 

publiqué  por  encargo  de  la  Sociedad  Abolicionista  Español* 
non  él  título  de  cuna  Experiencia  abolicionista.  •  O  los  dos 
últimos  discursos  que  yo  pronunció  en  uno  de  loa  banquetes 
€on  que  los  abolicionistas  españoles  conmemoraban  anual* 
mente  la  abolición  de  la  esclavitud  decretada  para  Puerto 
Eioo  el  22  de  Marzo  de  1873. 

Vamos  á  los  hechos  oficiales  que  reduciré  á  tres. 

Las  leyes  provincial  y  municipal  de  1872. 

La  Ley  de  abolición  inmediata  y  simnltánea  de  la  escla- 
vitud. 

La  extensión  á  Puerto  Rico  del  Titulo  I  de  la  Con* tita* 
tiión  de  1869. 

Después  de  esto  hay  que  poner  la  administración  serena 
é  imparcial  del  señor  General  D.  Rafael  Primo  de  Rivera; 
el  decreto  de  26  de  Julio  de  1873  para  que  se  remitieran  por 
el  Gobernador  de  la  Isla  al  Ministerio  couantas  publicado* 
nes  y  periódicos  diesen  á  conocer  tendencias  ó  interesas  so  ■ 
cíales  apolíticos,  para  formar  verdadero  juicio  acerca  del 
estado  de  la  provincia  y  de  las  necesidades  principales»  y 
el  decreto  de  14  de  Octubre  que  autorizó  al  Ministro  de 
Ultramar  para  visitar  la  isla  de  Puerto  Rico,  apreciar  «1 
resultado  de  las  reformas  allí  introducidas  y  resolver  lo  que 
estimara  conveniente  á  su  administración  y  gobierno. 

Hay  que  ¿epetir  que  las  leyes  provincial  y  municipal 
de  1872  tienen  la  fecha  de  1870.  Sin  embargo,  en  esta  últi- 
ma no  se  planteó  mas  que  la  ley  provincial  con  algunos  re- 
cortes é  interpretaciones  contraproducentes.  Con  todo  eso 
los  Ministros  que  hicieron  aquella  reforma  y  las  situa* 
ciones  que  parecieron  aceptarlas,  quedaron  bien  con  la  opi- 
nión liberal  de  la  Península,  con  los  Gobiernos  extranjeros 
y  con  el  mundo  culto.  Pero  tampoco  no  quedaron  mal 


^ 


—  9fr  — 

oon  lo»  elementos  conservadores  y  burocráticos  da  Puerto 
Rioo  que  consiguieron  que  en  el  particular  de  la  vida  más 
intima  de  aquel  pata  so  se  saliese  del  statuo  q%o%  dejando  las 
leyes  citadas  para  inofensivo  ornamento  de  la  Colección  le- 
gíalativi.  La  opinión  quedó  desorientada.  Repito  que  no  ea 
este  el  menor  pecado  de  la  política  colonial  española. 

Fué  necesaria  la  venida  de  los  últimos  días  de  la  monar* 
qoia  democrática  y  los  primeros  de  la  República,  para  que 
el  Ministerio  presidido  por  el  Sr.  Ruis  Zorrilla  decretase  el 
planteamiento  inmediato  ó  íntegro  de  las  dos  leyes  de  1870. 
Ea  por  todo  extremo  instructivo  el  preámbulo  del  Real 
decreto  de  13  de  Diciembre  de  1872  que  dispuso  que  desde 
lugo  se  aplicase  á  Puerto  Rioo  la  ley  municipal  de  1870  y 
en  el  cual  se  hace  brevemente  la  historia  de  lo  sucedido 
desde  esta  última  fecha  hasta  fines  del  año  72. 

El  Ministerio  de  Ultramar,  por  decreto,  y  á  pesar  de 
existir  las  Cortes,  dispuso  en  28  de  Agosto  de  1870  que  se 
plantease  en  Puerto  Rico  el  proyecto  de  ley  municipal  pre- 
sentado á  las  Constituyentes,  pero  el  Gobernador  superior  de 
Puerto  Rioo  biso  observaciones  en  el  sentido  de  modificar 
el  proyecto.  Consecuencia  de  esto  fué  el  aplazamiento  de  , 
la  aplicación  de  éste. 

El  Gobierno  de  Madrid  estimó  y  aprobó  las  modificacio- 
nes propuestas  por  el  de  la  pequeña  Antilla  y  dispuso  que 
oon  estas  novedades  se  aplicase  enseguida  la  reforma  mu  • 
lieipal  portorriqueña.  Pero  después  de  publicado  este  de- 
creto de  1870,  reformado,  en  la  Gaceta  de  Puerto  Rico,  el 
~  >bierno  de  aquella  isla  suspendió  su  ejecución,   porque 
amó  neoesarias  otras  modificaciones.  Y  la  reforma  quedó 
suspenso  hasta  que  en  13  de  Diciembre  de  1872  el  Go- 
rao  metroBolitioo,  aceptando  las  nuevas  rectificaciones  y 


—    98  — 

kd  arémonos  de  la  autoridad  superior  de  la  Antilla  menor» 
dispaso  otra  vea  que  se  llevara  á  electo  lo  resuelto  dos  afio» 
antes,  teniendo  en  cuenta  que  en  el  disetirso  de  la  Corona. 
de  1872  se  habla  dicho  cque  no  habla  peligro  en  llevar  á 
Puerto  Rico  las  reformas  neoosarias  para  su  organizaren, 
politica  y  administrativa!. 

Asi  y  todo,  en  el  Beal  decreto  de  1872  se  autoriió  al  Go- 
bernador de  Puerto  Rico  para  introducir  un  articulo  adi- 
cional en  la  leforma  de  1870.  Después  de  esto  es  ocioso* 
decir  la  fuerza  que  todavía  dentro  de  la  Revolución  de  Sep- 
tiembre tenia  el  prejuicio  favorable  al  poder  ministerial  res- 
pecto de  Ultramar,  asi  como  los  grandes  motivos  que  los  li- 
berales ultramarinos  han  tenido  siempre  para  dudar  de  que 
las  victorias  alcanzadas  por  la  justicia  y  la  libertad  en  el 
Parlamento  y  la  Qaeeta,  transciendan  inmediata  y  positiva* 
mente  á  la  vida  colonial. 

Por  lo  mismo  puede  dudarse  mucho  que  el  decreto  da 
]  3  de  Diciembre  de  1872  se  hubiese  convertido  en  realidad 
allende  el  Atlántico  á  no  sobrevenir  en  la  Metrópoli  la  Re- 
pública y  con  ella  algunas  disposiciones  especiales  del  Mi- 
nisterio de  Ultramar  en  sentido  favorable  al  vigoroso  plan- 
teamiento y  desarrollo  de  la  doble  reforma  municipal  y 
provincial  de  1870. 

La  importancia  de  las  leyes  citadas  la  demuestra  la  re- 
producción de  algunos  de  loe  conceptos  del  Preámbulo  de  la 
ley  provincial  y  un  simple  extracte  de  las  disposiciones 
principales  de  esta  y  de  la  ley  munioipal. 

*  lasada  la  ley  provincial  de  la  Península — dice  el  men- 
cionado Preámbulo— en  un  elevado  espíritu  desoentralizador 
y  armonizadas  en  ella  del  modo  que  la  sabiduría  de  las  Cor- 
tea halló  más  oportuno,  las  facultades  del  Poder  central  re- 
presentado por  el  Gobernador,  con  la  independencia  y  vita- 


—  99  — 

V/ká  de  loe  intereses  provinciales,  una  ley  para  Puerto  Bieo 
inspirada  en  ese  espirita,  tolo  necesita  dar  mayor  desarrollo 
á  estos  extremos  y  ponerlos  en  armonía  con  las  condioiooes 
«apénales  de  aquella  isla.  A  la  distancia  á  qne  de  laPeninsu- 
la  se  encuentran  las  provincias  de  América,  la  vida  local  re- 
clama  para  en  desarrollo  ana  independencia  completa  en  la 
dirección  de  los  intereses  y  en  la  gestión  de  SU9  negocios  es- 
penales,  y  exige  en  cambio  una  concentración  más  vigorosa 
y  me  acción  más  deeembarasada  y  más  enérgica  de  las  fa- 
cultades del  Poder  oentral 

A  este  ponto  de  vista  general  obedeoen  las  modificaciones 
qae  con  relación  á  la  ley  de  la  Península  encierra  el  proyec- 
to  Asft,  en  el  panto  más  importante,  qae  es  el 

de  la*  atribuciones  políticas  del  Gobernador,  además  del 
derecho  de  publicar  las  leyes,  dictar  los  bandos,  imponer 
multas  y  reclamar  el  auxilio  de  la  faena  armada,  se  le  au  • 
toril*  para  suspender  las  asociaciones  que  comprometan  la 
seguridad  del  Estado  y  cerrar  los  establecimientos  de  ense- 
ñanza qne  se  encuentren  en  el  mismo  ceso,  para  convocar 
la  junta  de  Autoridades,  para  suplir  la  acción  de  las  corpo- 
raciones populares  cuando  esta  no  sea  suficiente,  y  además 
para  suspender  los  decretos  del  Gobierno  y  de  otras  autori- 
dades, aunque  con  los  requisitos,  limitaciones  y  fórmula? 
acocearías 

Asimismo  se  ha  creído  conveniente  y  necesario  para  la 
buena  administración  establecer  un  sistema  especial  de  re- 
cursos de  aliada  oontra  los  actos  del  Gobernador,  ya  para, 
ante  el  mismo,  ya  para  ante  el  Gobierno  supremo. 

De  la  misma  fuente  emanan  las  facultades  administrati- 
vas oonoedidas  al  Gobernador  para  trasladar  los  funciona- 
rios, suspenderlos  en  casos  necesarios,  imponer  multas  á  las 
corporaciones  y  á  los  mismos  funcionarios  dependientes  de 
su  autoridad,  y  suscitar  las  competencias  que  fuesen  nece- 
sarias. 

La  aplicación  de  este  principio  exigía  como  su  inmediata 
oonsecuenoia  una  extensión  análoga  de  las  facultades  de  la 
Diputación  provincial  para  atender  á  la  misión  que  se  la 
confia.  Por  esto  el  Ministro  que  suscribe  ha  creído  necesario 
dar  más  amplitud  á  las  atribuciones  naturales  de  una  Dipu- 
láón,  determinando  especialmente  todas  sus  facultades,  y 
utorizándola  para  diotar  medidas  de  carácter  general  y 
)ligatorio  sobre  instrucción,  obras  públicas,  bancos  y  so- 
ledades, asi  como  para  contratar  empréstitos  que  exoedan 
e  250.090  pesetas;  pero  estas  medidas  exigirán  la  aproba* 


—  100  — 

cióa  del  Poder  legislativo  ó  que  éste  deje  transcurrir  un  afta 
ejiD  revocarlas,  en  cayo  ceso  se  entenderán  definitivamente 
a¡  re  bada  s. 

Igualmente  podrá  la  Diputación  presentar  para  los  cargos 
eultisiástioos,  informar  sobre  el  establecimiento  de  nuevos 
impuestos,  proponer  ia  creación  ó  la  modificación  de  los  ar- 
bitrios y  recursos  locales,  y,  en  una  palabra,  tomar  la  ini- 
cjhtiva  en  todas  aquellas  cuestiones  qne,  aun  cuando  de 
competencia  exclusiva  del  Gobierno,  necesiten  reformas 
que  puedan  convenir  al  buen  régimen  de  la  Isla 

AI  mismo  tiempo  y  á  fin  de  completar  las  facultades  de  la 
Diputación,  se  le  reconoce  la  de  mantener  la  integridad  de 
su  jurisdicción  estableciendo  al  efecto  las  competencias  que 
poje  defenderlas  creyesen  oportunas 

Las  antiguas  criticas  dirigidas  al  sistema  oolonial  espa- 
ñol se  han  fundado  de  un  lado  en  la  arbitrariedad  de  las 
autoridades;  del  otro  en  la  centraliza»  con  absurda  y  exage- 
rada de  la  vida  colonial.  Al  concluir  con  este  sistema  y  al 
modificar  profundamente  la  vida  colonial  según  el  espirita 
da  la  revolución  de  Septiembre,  solo  había  dos  caminos  qne 
elegir:  ó  la  independencia  completa  de  las  antiguas  colonias, 
6  bu  asimilación  con  la  Motrópoli.  llamándolas  á  la  parti- 
cipación de  la  vida  nacional.  La  Cámara  Constituyente  ha 
adoptado  este  último  camino,  y  al  Ministro  que  suscribe  so- 
lo le  toca  procurar  interpretar  fielmente  el  espíritu  de  la 
Asamblea  Soberana. 

Pero  al  hacerlo  hubiera  sido  pretensión  injustificada  que- 
rer igualar  en  un  todo  la  vida  de  una  provincia  unida  al  con- 
t  mente  americano  y  separada  del  europeo  por  la  inmensidad 
de  los  mares  sin  tener  en  cuenta  sus  condiciones  geográficas, 
su  historia,  sus  tendencias,  sus  simpatías,  sus  relaciones.  La 
asimilación  asi  entendida  serla  la  muerte  de  todo  espíritu  lo- 
cal, y  obligaría  al  cabo  á  abandonar  un  sistema  que,  á  fuersa 
de  semejanzas,  acabaría  por  quitar  el  carácter  peculiar. 

Era,  pues,  preciso  al  establecer  este  sistema  dejar  toda  la 
expansión  posible  y  todo  el  desarrollo  más  vigoroso  á  los  ele- 
mentos de  la  vida  propia  local  y  al  mismo  tiempo  hacer  en- 
t  rar  este  nuevo  desarrollo  dentro  de  un  circulo  legal  donde  la 
i  rbitrarirdad  no  se  conociese,  y  donde,  al  mismo  tiempo,  la 
acción  del  poder  central  solo  se  sintiera  para  el  bien  «y  no 
se  la  encontrase  nunca  en  el  camino  del  desarrollo  y  de  la 
vida  propia.» 


—  101  — 

Inspirada,  pues,  esta  reforma  en  un  elevado  espíritu  des- 
eentralizador,  la  administración  provincial  quedó  arregla- 
da de  cata  manera: 

Al  frente  de  la  provincia  Gustarían:  un  Gobernador  sope* 
ñor.  anxiliado  en  cierto»  caaos  por  la  Junta  de  Autoridades  t 
y  una  Diputación  provincial,  formada  por  un  Diputado  por 
etoa  26,000  almas, 

£1  Gobernador  superior,  autoridad  puramente  civil,  has- 
ta el  extremo  de  que  se  hacía  incompatible  este  cargo  con  el 
ticrcicio  dé  malquier  mando  militar,  no  solo  era  el  primer 
Magistrado  de  la  provincia  en  el  orden  administrativo,  sino 
qae  también  desempeñaba  funciones  políticas  en  el  concepto 
de  representante  y  delegado  del  Poder  central,  cuyas  atribu- 
ciones asumía  para  que  la  acción  del  Gobierno  pudiera 
sentirse  en  los  casos  precisos  pronta  y  eficazmente,  y  no 
sirviera  de  remora  y  de  embarazo  como  ocurre  hoy,  fjue  la 
resolución  de  casi  todos  los  asuntos  está  encomendada  al 
Ministerio  de  Ultramar  ó  al  Gobierno  supremo,  los  cuales, 
por  La  multiplicidad  de  negocios  y  por  la  distancia  á  que 
de  las  Antillas  se  hallan,  no  puede  resolverlos  tan  pron- 
to como  fuera  de  desear,  ni  con  perfecto  conocimiento  de  las 
necesidades  de  estas  comarcas,  viniendo  asi  el  expedienteo 
y  la  excesiva  centralización  á  matar  la  iniciativa  individual 
y  á  impedir  el  desarrollo  de  la  vida  ultramarina. 

Gomo  Jefe  superior  de  la  Administración,  correspondía 
al  Gobernador: 

Mantener  la  integridad  de  la  jurisdicción  administrativa, 
nscitanáo  al  efecto  competencias  á  los  Tribunales  conten- 
ÍQso-administrativos  ó  judiciales; 

Representar  á  la  provincia  en  todos  los  asuntos; 

Vigilar  todos  los  ramos  de  la  Administración  pública. 


—  102  — 

Proponer  al  Gobierno  cnanto  oonoernioee  al  fomento  da 
loo  inleroeee  morales  y  materiales  de  la  lela; 

Suspender,  por  causas  justificadas  en  expediente,  4  los 
f  unoionarios  de  la  Administración  cayo  nombramiento  co« 
rreepondieee  al  Poder  oentral,  dando  4  éste  caenta  inme- 
diatamente; 

Trasladar  los  funrionario^públioos,  poniéndolo  en  como 
cimiento  del  Gobierno,  y 

Cubrir  las  vacantes  interinamente,  é  imponer  maltas  4 
los  funcionarios  que  de  su  autoridad  dependiesen. 

Como  Representante  del  Gobierno  supremo,  oempetíale: 

Publicar,  circular  y  hacer  ejecutar  las  leyes  y  reglamen- 
tos, dictando  los  bandos  y  disposiciones  que  jusgase  nece- 
sarios; 

Reclamar  el  auxilio  de  la  fuersa  armada; 

Suspender  toda  asociación  que  delinquiese,  ó  cuyo  objeto 
comprometiera  la  seguridad  del  Estado,  y  cerrar,  en  case 
de  delincuencia,  oualquier  establecimiento  de  enso&aasa; 

Instruir  las  primeras  diligencias  en  los  delitos  desoubier- 
tos  por  su  Autoridad; 

Convocar  la  Junta  de  Autoridades; 

Nombrar,  en  los  pueblos  donde  fuere  necesario,  delega  • 
dos  que  ejerciesen  las  atribuciones  del  Gobierno  y  supliesen 
la  acción  de  los  Ayuntamientos; 

Suspender  la  ejecución  de  los  acuerdos  dictados  por  otras 
autoridades,  aunque  fuese  de  la  competencia  de  las  mismas, 
y  de  los  decretos  y  disposiciones  del  Gobierno,  siempre  que 
pudiesen  ocasionar  perturbación  en  el  orden  moral  ó  mate- 
rial, ó  comprometer  de  uu*  manera  grave  los  intereses  pá- 
Mióos,  dando  de  ello  cuenta  resonada  al  Ministro  de  Ul- 
tramar; 


—  103  — 

Ejercitar  la  gracia  de  indulto; 

Señalar  los  establecimientos  en  que  debían  cumplirse  las 
condenar, 

Y,  en  ana  palabra,  ejercer  todas  las  atribuciones  de  go- 
bierno que  las  leyes  le  señalaren  6  compitieran  al  Poder 
central. 

Por  último;  como  Delegado  de  éste  cerca  de  las  Corpora- 
ciones locales,  podría: 

Presidir,  sin  troto,  la  Diputación  provincial,  y  convo- 
carla cuando  la  estimase  conveniente; 

Suspender,  mediante  ciertos  requisitos,  los  acuerdos  de 
la  Diputación  provincial  y  de  los  Ayuntamientos; 

Suplir,  por  sí  ó  por  sus  delegados,  la  acción  municipal 
7  provincial,  y  suspender  en  el  ejercicio  de  su  cargo  á  los 
Alcaldes,  Tenientes  y  Concejales,  concurriendo  las  circuns- 
tancias prescritas  en  la  ley  Municipal  . 

La  Junta  de  Autoridades  la  constituían:  el  Gobernador 
superior,  el  Militar,  el  Comandante  de  Marina,  el  Regente 
7  Fiscal  de  la  Audiencia,  el  Intendente  de  Hacienda  y  el 
Vicepresidente  de  la  Diputación  provincial,  y  debía  ser 
oída  en  los  casos  graves,  y  sobre  todo  para  la  suspensión  de 
las  garantías  constitucionales,  hasta  que  recaiga  el  acuerdo 
déla  Metrópoli. 

De  esta  ligera"  enumeración  de  las  atribuciones  que  el 
Decreto  de  1870  otorgaba  al  Gobernador  superior  de  Puerto 
Itieo,  se  desprende  que  por  grande  que  fuese  la  amplitud 
concedida  á  dicha  Autoridad,  no  afectaba  en  lo  más  mínimo 
ala  independencia  déla  Corporación  provincial.  Solo  en 
árcunstanciaa  extraordinarias  y  por  motivos  muy  graves 
ara  licito  al  Gobernador  intervenir  en  los  asuntos  propios 
4e  la  Diputación,  y  siempre  había  de  hacerle  con 

a 


—  104  — 

justificada  y  dando  cuenta  al  Gobierno  inmediatamente. 

Por  supuesto,  qne  contra  las  medidas  del  Gobernador  es- 
taban  el  recurso  contencioso  administrativo  y  los  Tribunales 
ordinarios  de  Justicia,  por  aquel  entonóos  inamovibles. 

Por  lo  demás,  quedaba  espedita  la  acción  de  la  Diputa- 
ción provincial,  á  la  que  dejaba  ancho  campo  el  art.  46  del 
Decreto,  atribuyéndole  oomo  de  su  exclusiva  competencia: 

K°    Cuanto  se  refería  á  la  Administración  local. 

2."  £1  nombramiento  y  separación  de  todos  sus  funcio- 
narios y  dependientes. 

5.*  Todo  lo  concerniente  á  la  administración  y  fomento 
de  loa  intereses  morales  y  materiales  de  la  Isla,  que  no  oo- 
r  respondiese  expresamente  i  \o&  Ayuntamientos,  al  Gober- 
nador superior  civil  ó  al  Gobierno  supremo. 

4.°  Diotar  disposiciones  de  carácter  general  y  obligato- 
rio para  toda  la  Isla  en  materia  de  instrucción,  obras  pú? 
blicas,  establecimientos  de  Bancos  y  Sociedades,  contrata- 
ción de  empréstitos  que  excediesen  de  250.000  pesetas  y 
otros  análogos. 

Estas  medidas  no  serian  válidas  sin  la  aprobación  de  las- 
Cortes,  pero  si  pasaba  el  término  de  un  año  sin  que  recayese 
dicha  aprobación,  se  entendían  desde  luego  válidas  y  eficaces. 

:>  °  Proponer  en  terna  al  Gobernador  superior  civil  los 
individuos  que  habrían  de  ejercer  los  cargos  eclesiástico»  de 
la  Isla. 

6,°  Discutir  y  proponer  en  su  caso  al  Gobernador  supe- 
rior civil  y  al  Gobierno  supremo  cuanto  creyese  conveniente- 
á  los  intereses  de  la  Isla  y  no  fuese  de  su  competencia,  ex- 
ceptuándose tan  solo  las  cuestiones  de  carácter  político,  acer- 
ca de  las  cuales  les  estaba  vedado  proponer  medida  alguna. 

7,°    Informar  acerca  del  establecimiento  de  nuevos  im- 


,  _  105  — 


puestee,  modificación  de  los  que  existiesen  y  cualquiera 
otra  medida  de  carácter  financiero. 

I.°  Proponer  al  Gobernador  superior  civil  la  modifica- 
don  de  eaalqnier  impuesto  local,  y 

9.*  Contratar  libre  y  definitivamente  empréstitos  que  no 
excediesen  de  250.000  pesetas. 

Sobre  esto  hay  qne  reparar  la  fórmula  verdaderamente 
americana  y  profundamente  libera \  que  establece  la  com- 
petencia de  la  Diputación  en  el  párrafo  3.°  Todo  lo  qv4  no 
se  reserva  expresamente  por  las  leyes  á  otras  corporaciones 
es  de  la  jurisdiocióo  de  la  Diputtoióa  provincial.  El  sentido 
autonomista  de  la  diaposición  es  evidente. 

Después  nótele  la  brevedad  del  término  otorgado  al  Go- 
bernador superior  oivil  para  suspender  los  acuerdos  de  la 
Diputación  provincial  (término  que  no  excedía  de  quince 
dias)  y  el  concedido  al  Gobierno  para  ratificar  ó  anular  esta 
suspensión,  que  era  de  dos  mises,  desde  la  salida  de  la  co- 
municación del  Gobernador  por  el  primer  correo  trasatlánti* 
co  de  Puerto  Rico;  entendiéndole  levantada  la  suspensión, 
si  transcurridos  cuatro  meses  desde  que  esta  fué  decretada, 
no  se  comunicaba  á  la  Diputación  resolución  alguna  del  Go- 
bierno* En  otro  caso  el  Gobierno  de  la  Metrópoli  hacia  suya 
la  resolución,  quedando  por  tanto  sometido  el  negocio  á  la 
competencia  de  las  Cortes. 

De  la  propia  suerte  es  de  monta  el  plaxo  puesto  á  las  Cor- 
tes para  resolver  sobre  los  acuerdos  de  la  Diputación  pro* 
vincial:  un  año. 

Por  de  contado,  la  Diputación  elogia  la  Comisión  pro* 
vincial  encargada  de  ejecutar  sus  acuerdos. 

Los  diputados  sólo  podían  ser  separados  por  sentencia  de 
ks  Tribunales. 


—  106  — 

lia  Diputación  formaba  todos  los  años  su  presupuesto  da 
gastos  é  ingresos.  En  el  de  gastos  figurarían  precisamente 
ciertas  partidas  relativas  á  instrucción,  beneficencia,  etcé- 
tera, etc.,  y  para  cubrirlos  todos  podía  verificar  un  repar* 
¿¡miento  entre  los  pueblos  de  la  provincia. 

Estas  y  algunas  otras  disposiciones  de  menor  importan- 
cia, per§»inspiradas  todas  en  el  decidido  empeño  de  llevar 
á  la  isla  de  Puerto  Bioo  saludables  reformas,  garantizaban 
plenamente  á  los  ciudadanos  contra  la  arbitrariedad  y  el 
aboso  por  parte  de  los  encargados  de  administrar  ó  de  vi- 
gilar los  intereses  provinciales,  y  les  daban  completas  segu- 
ridades de  que  eran  un  hecho  las  disposiciones  consignadas 
en  la  ley  en  punto  á  descentralización  administrativa. 

De  aquí  resultó  una  gran  deseen traliaaoión,  que  á  no 
haber  sido  restringida  hasta  el  exagerado  extremo  que  des- 
púas  lo  fué,  por  el  primer  Gobierno  de  la  Restauración,  hu  • 
biera  tenido  beneficiosas  consecuencias  para  la  isla  de  Puerto 
Rico  y  sido  un  precedente  admirable  para  la  más  complica- 
da reforma  de  Cuba;  ni  más  ni  menos  que  como  sucedió  á 
principios  del  siglo  con  las  reformas  económicas  que  llevan 
la  firma  del  Intendente  Ramírez  de  Villaurrutia. 

Pero  además,  el  éxito  de  la  reforma  provincial  de  1872, 
plasteada  en  1873,  constituye  un  argumento  potísimo  á  fa- 
vor de  los  autonomistas,  que  insisten  en  sostener  que  el  sis- 
tema que  defienden  no  está  en  el  circulo  de  las  novedades 
peligrosas  y  menos  en  el  de  las  cosas  irrealizables. 

La  facultad  que  á  la  Diputación  puertorriqueña  se  confi- 
rió, de  legislar  acerca  de  la  instrucción,  de  las  obras  publi- 
cas, del  establecimiento  de  Bañóos  y  Sociedades,  etc.,  etc., 
no  es  otra  cosa  que  un  ensayo  de  autonomía,  deficiente  sin 
duda,  pero  autonomía  al  fin,  cuya  práctica,  como  en  otra* 


[ 


—  107  — 

ocasiones  he  dicho,  constituye  para  Puerto  Rico  ano  de 
§m  mayores  timbres  de  gloría,  porque  demostró  palpable- 
mente que  eBte  es  an  pueblo  digno  y  eapai  de  ejercitar  todas 
ka  libertades  y  todos  loe  derechos. 

Igial  espirita  expansivo  domina  en  la  ley  Municipal. 

Dado  su  carácter  de  corporaciones  económico-administra- 
tivas, encomendóse  á  los  Ayuntamientos,  como  de  sn  exclu- 
siva competencia,  U  gestión,  gobierno  y  dirección  de  loe 
intereses  peculiares  de  loe  pueblos,  y  en  partiealar  cuanto 
n  relacionaba  con  el  establecimiento  y  creación  de  servicios 
municipales  referentes  al  arreglo  y  ornato  de  la  via  pública, 
comodidad  e  higiene  del  vecindario,  fomento  de  sos  inte- 
reses materiales  y  morales,  buen  orden  y  vigilancia  de  to- 
dos los  servicios,  aprovechamiento,  onidado  y  conservación 
de  todas  las  fincas,  bienes  y  derechos  pertenecientes  al  Mu- 
nicipio y  establecimientos  qne  de  61  dependan,  y  determi- 
nación»  repartimiento,  recaudación,  inversión  y  cuenta  de 
todos  los  arbitrios  ó  impuestos  necesarios  para  la  realización 
de  los  servicios  municipales. 

Como  era  natural,  estableció  la  ley  que  todos  los  acuer- 
dos de  los  Ayuntamientos  en  asuntos  de  su  competencia 
fuesen  inmediatamente  ejecutivos,  sin  perjuicio  de  los  re- 
cursos que  contra  los  mismos  cupiesen.  Pero  hay  otro  géne- 
ro de  acuerdos,  cuyos  efectos  trascienden  de  la  esfera  en 
que  se  mueve  la  vida  del  Municipio,  por  más  que  recaigan 
en  asuntos  de  la  competencia  municipal,  y  respecto  á  éstos 
eiigió  la  ley,  para  que  fuesen  ejecutivos,  la  aprobación  de 
la  Comisión  provincial,  de  la  Diputación  provincial  en  pleno 
6  del  Gobierno  central,  según  los  casos. 

Necesitaban  la  aprobación  de  la  Comisión  provincial  los 
relativos  á  reforma  y  supresión  de  establecimientos  munici- 


—  108  — 

pales  de  beneficencia  é  instrucción,  á  las  podas  y  cortas 
en  Loa  montes  del  Municipio,  ó  á  contratos  qne  se  refirie- 
sen 4  los  edificios  inútiles  para  el  servicio  á  qne  estaban 
destinados,  y  á  los  oréiitos  paitioalares  á  favor  de  los  pue- 
blos. 

Era  necesaria  la  autorización  de  la  diputación  provin- 
cial para  entablar  pleitos  en  nombre  de  los  pueblos  menores 
de  10.000  habitantes. 

V ,  por  último,  recaerían  la  aprobación  del  Gobierno  cen- 
tr&l,  asi  los  aonerios  relativos  al  establecimiento  de  toda 
clase  de  fuerza  armada,  como  los  qne  hiciesen  relación  á 
con  frutos  sobre  bienes  inmuebles  del  Municipio,  derechos 
reales  y  títulos  de  la  Deuda  pública. 

En  el  oapitulo  de  los  presupuestos  municipales  es  digno 
de  ser  mencionado  el  art.  99.  aue  fija  las  bases  con  arre- 
glo á  las  cuales  podrían  rea  izar  sus  ingresos  los  Ayunta* 
■lientos.  Son  las  siguientes: 

1  .*  Determinación  de  los  arbitrios  por  el  Ayuntamiento , 
aparta  los  productos  de  sus  rentas  y  bienes  y  de  un  recargo 
de  céntimos  adioiouales  á  1»  contribución  directa  del  Esta- 
do, que  nunca  podría  subir  para  esfe  efecto  más  allá  del  40 
por  J00. 

2 . "  Pago  de  las  multas  en  un  papel  especial  creado  al 
efecto. 

3.*  Fijación  de  la  riqueza  imponible  para  el  reparti- 
miento general  por  los  mismos  contribuyentes,  reunidos  en 
secciones. 

4#*  Distribución  entre  las  secciones  del  importe  total 
del  repartimiento  hecho  por  el  Ayuntamiento. 

5.*  Nombramiento  por  sorteo  de  síndicos  en  cada  seo- 
ciód  ,  para  fijar  lo  que  correspondiera  por  el  repartimiento 


—  100  — 

general  i  cada  individao,  y  apelación  al  Ayuntamiento  del 
acuerdo  de  los  aludióos. 

•.*  Determinación  por  el  Ayuntamiento  de  las  especies 
•que  habrían  de  ser  objeto  del  impnesto  de  consumos,  de  la 
forma  en  que  habían  de  tener  lngir  y  de  las  tarifas  por  que 
as  habla  de  regir  sn  exacción,  las  cuales  no  excederían 
-as  ningún  caso  del  25  por  100  del  precio  medio  del  articulo 
ei  la  localidad  respectiva. 

7.a  Recurso  de  agravios  ante  la  Diputación  provincial  á 
los  que  se  creyesen  perjudicados  por  los  acuerdos  del  Aynn  - 
tamiento. 

8.*  Acción  pública  para  acudir  á  la  Diputación  provin- 
cial y  al  Alcalde  delegado  del  Gobierno  contra  toda  ilega- 
lidad ó  eztralimitación  que  el  Ayuntamiento  cometiera  al 
designar  los  arbitrios  y  artículos  para  el  impnesto  de  con  - 
•sumos,  al  determinar  las  tarifas  y  modo  de  peroepción  ó  al 
•ejecutar  las  demás  operaciones  que  les  estaban  confiadas. 

9.a    Publicidad  de  todas  las  operaciones* 

Es  de  notar  también  que,  dando  la  le/  de  1870  toda  la 
•amputad  necesaria  á  la  vida  de  los  Municipios,  y  recono- 
ciando  el  alcance  de  sus  atribuciones,  no  pnso  trabas  á  los 
Ayuntamientos  de  Puerto  Rico  en  la  confección  y  aproba- 
ción de  sus  presupuestos,  en  los  cuales  para  nada  tenia  que 
intervenir  el  Gobierno  general,  bastando  la  garantía  de  que 
¿habían  de  ser  expuestos  al  público  cuatro  meses  antes  de 
terminar  el  año  económico,  por  espacio  de  quince  días,  desde 
la  fecha  en  que  se  hiriese  el  anuncio  en  la  forma  ordinaria 
y  los  recursos  concedidos  4  los  vecinos  contra  las  ilegalida- 
des y  abasos  que  los  Ayuntamientos  pudieran  cometer; 
aparte  del  derecho  de  inspección  y  vigilancia  que,  en  repre* 
mentación  del  Gobierno  central  ó  supremo,  tenían  el  Gobsrna- 


—  1L0  — 

dcr  superior  civil,  sus  delegados  especiales  y  en  último  tér- 
mino el  Alcalde,  que  4  su  carácter  de  autoridad  popular  y 
administrativa  unía  el  de  representante  del  Gobierno  oon 
funciones  gubernativas  en  lo  político. 

La  ley  municipal  se  limitaba  á  exigir  que  en  el  presa- 
puesto  de  los  Municipios  aparecieran  como  partidas  de 
gastos  las  relativas  á  la  conservación  y  arreglo  del  orden 
publico,  la  policía  urbana  y  rural,  la  policía  de  seguridad, 
la  instrucción  primaria,  la  administración  de  las  fincas  y 
bienes  del  pueblo,  los  servicios  municipales  ya  establecido* 
y  especialmente  el  mantenimiento  del  culto  y  de  los  minis- 
tros católicos,  el  personal  y  material  de  las  dependencias  y 
oficinas,  las  pensiones  y  cargas  de  justicia  que  pesaran  so- 
bre los  fondos  municipales»  el  fomento  de  arbolado,  medios 
contra  incendios  y  de  salvamento  marítimo,  suscrición  al 
Diario  oficial  de  la  provincia,  contingente  del  Municipio 
en  el  reparto  provincial,  biblioteca  municipal  é  impre- 
vistos, 

Los  ingresos  municipales  eran  los  provenientes  de  bienes 
de  los  Municipios  ó  de  los  establecimientos  de  instrucción» 
beneficencia  y  otros  análogos;  recargos  sin  limitación  sobte 
las  contribuciones  directas  que  percibe  el  Estado;  impuestos 
sobre  determinados  servidos  é  industrias;  impuesto  de  con- 
sumos y  repartimiento  general  y  proporcional  entre  los  ve- 
r  i  n os  y  hacendados  del  término  municipal. 

Nuevas  garantías  para  los  administrados  por  el  régimen, 
municipal  de  1872  y  al  propio  tiempo  para  los  administra* 
dore?,  eran  los  recursos  y  responsabilidades  que  oon  arre  • 
glo  á  la  ley  nacían  de  los  actos  de  los  Ayuntamientos. 

El  Delegado  del  Gobierno,  el  Alcalde  ó  el  Gobernador 
superior  civil  podían  suspender  los  acuerdos  municipales 


—  lil- 
es dos  casos.  El  primero:  cuando  hubieran  sido  diotadas  en 
aiantoe  que  no  fuesen  de  la  competencia  municipal.  Segun- 
da «ao:  cuando  infringieran  expresa  y  terminantemente  día» 
posiciones  de  caricter  general.  Era  indiapenaable,  siempre, 
qpela  suspensión  fusta  razonada  y  con  expresión  concreta  y 
precisa  de  las  disposiciones  en  qne  se  fundaba.  En  el  primera 
de  los  casos  antes  eefi  alados,  si  la  suspensión  viniera  del 
Alcalde,  el  Gobernador  pasarla  el  negocio  á  la  Diputación 
provincial  para  que  ésta,  en  el  término  de  un  mes,  resolvió- 
le en  definitiva.  En  el  otro  caso,  el  Gobernador,  también  en 
•)  término  de  un  mes,  resolverla  por  si  ó  elevarla  el  asunta 
■1  Ministerio  de  ultramar. 

Pero  todavía  iba  la  ley  más  lejos,  concediendo  á  los  par- 
ticulares el  derecho  de  acudir  á  los  .funcionarios  menciona» 
des  en  demanda  de  suspensión  de  los  acuerdos  de  los  Ayun- 
tamientos, cuando  debiendo  haberla  decretado  por  si  no  lo 
bebieran  hecho;  y  á  todos  los  que  se  creyeren  perjudicados 
en  sus  derechos  por  los  acuerdos  municipales  no  compren- 
didos en  el  caso  anterior,  el  de  reclamar  contra  dios  me» 
diente  demanda  ante  el  juez  ó  tribunal  competente.  Por 
último,  el  art.  123  hacia  personalmente  responsables  al  Go- 
bernador superior,  á  su  delegado,  al  Alcalde  y  á  loa  vocales- 
de  los  Ayuntamientos  y  Diputaciones  provinciales  de  loa 
daños  y  perjuicios  indebidamente  originados  por  la  ejecu- 
ción ó  suspensión  de  los  acuerdos  de  aquellas  oorpora- 


No  solo  aloansaban  las  atribuciones  de  los  funcionario» 
tates  citados  á  los  casos  de  extralimitaron  de  las  recono- 
cidas á  los  Ayuntamientos,  si  que  también  á  los  de  omi- 
nen de  los  actos  que  las  leyes  les  encomendaban.  Y  se  otor- 
gaban igualmente  á  los  particulares  el  derecho  de  denunciar 


,         -  112  - 

estas  omisiones  á  Ut  autoridades  superiores,  cuyas  faculta- 
des en  esto  panto  variaban  desde  el  mero  requerimiento  k 
los  Municipios  para  que  ejecutasen  en  nn  plazo  fijo  el  neto 
ó  fancióa  que  no  hubiesen  realizado,  hasta  la  suspensión 
del  Ayuntamiento,  y  la  designación  de  nn  delegado  que 
ejerciese  las  funciones  asignadas  á  éste,  dando  cuenta  á  la 
Diputación  provincial. 

Sin  duda  alguna  no  es  esto,  en  el  orden  provincial  y  co- 
lonial, todo  lo  que  los  autonomistas  sostienen;  no  es  lo  que 
proponía  el  8r.  Daque  de  la  Torre  en  su  informe  de  1866,  ni 
aun  lo  contenido  en  el  proyecto  de  Ley  que  llevó  al  Congre- 
so el  Sr.  0,  Manuel  Becerra,  melificando  varios  artículos  de 
la  Constitución  del  1869  para  hacerla  aplicable  á  la  Isla 
de  Puerto  ¿ico,  ni  en  fin,  lo  que  dice  el  proyecto  de  Ley  del 
mismo  Sr,  Becerra  sobre  organización  provincial  de  la  cita- 
da Isla. 

Pero  seda  negar  una  positiva  realidad  el  desconocer  así 
el  sentido  des  oentral  izado  r  de  las  citadas  leyes  de  1870  y  72 , 
como  su  inmensa  superioridad  respecto  de  los  decretos  aná- 
logos que  en  1878  llevó  la  Restauración  á  Puerto  Rioo  y  á 
Cuba,  y  que  allá  se  han  sostenido  hasta  estos  últimos 
días. 

No  quiero  hacer  comparaciones.  Me  distraería  mucho  este 
trabajo-  Pero  si  advertiré  que  el  carácter  de  los  decretos  de 
1872  está  explícitamente  declarado  en  el  Preámbulo  de 
los  mismos,  donde  se  dioe  h>  siguiente:  cEl  Ministro  que 
suscribe  entiende  que,  dado  el  estado  particular  de  civiliza- 
ción y  cultura  de  Puerto  Rico,  es  preoiso  organizar  allí  el 
Poder  de  tal  manera,  que  intervenga  en  todos  los  actos  ad- 
ministrativos de  alguna  importancia;  que  conozca  el  dea* 
arrollo  de  todos  los  intereses;  que  sancione  con  su  autoridad 


—  us  — 

toda  iniciativa;  que  regale  todo  movimiento  de  verdadera 
transcendencia;  que  sea,  en  soma,  el  centro  moderador  de 
todas  Jas  faenas,  para  que,  aun  cuando  en  sn  nacimiento 
y  progreso  se  las  deje  en  completa  libertad,  para  enfrenar* 
las  si  llegan  á  traspasar  los  limites  de  la  legalidad  y  de  la 
conveniencia  pública. 

«Sin  esta  organización  no  es  posible  mantener  en  tan  apar- 
tadas regiones  el  prestigio  de  la  Autoridad,  ni  vigorizar  sn 
acción  para  que  realice  los  fines  de  que  se  halla  encar- 
gada.» 

Tengo  por  cierto  que  cuando  hayan  pasado  treinta  aftos 
parecerá  inverosímil  que  en  el  último  tercio  del  sigo  xiX 
hayan  regido  en  las  Antillas  españolas  monstruosidades  po- 
líticas y  administrativas  como  los  decretos  de  24  de  Mayo 
de  1878  respecto  del  gobierno  y  la  administración  de  aque- 
llas Mamadas  provincias:  sobre  todo,  si  se  tiene  en  cuen- 
ta que  esos  decretos  anularon  los  de  1872,  ejecutados  en  la 
pequeña  Antilla  con  un  ¿sito  extraordinario,  y  que  el  primer 
articulo  de  la  Paz  del  Zanjón  que  se  hizo  en  10  de  F  obrero 
de  1878,  dios  á  la  letra:  c Concesión  á  la  isla  de  Coba  de  las 
mismas  condioiones  políticas,  orgánicas  y  administrativas 
de  que  disfruta  la  isla  de  Puerto  Rico.  •  Es  decir,  las  leyes 
municipal  y  provincial  del  tiempo  de  la  República. 

Conforme  á  los  decretos  de  1878,  el  presupuesto  y  las 
ordenanzas  municipales  dependían  ^1  Alcalde  y  del  Go- 
bernador, al  panto  de  que  cuando  respecto  del  presupuesto 
había  discrepancias  entre  éste  y  el  Municipio,  y  en  tanto  no 
resolvía  el  Ministerio  de  Ultramar,  prevalecía  la  opinión 
del  Gobernador.  Los  Alcaldes  eran  nombrados  por  óste,  den- 
tro ó  fuera  de  la  terna  propuesta  por  el  Ayuntamiento,  y  el 
Gobernador  no  resultaba  responsable  de  nada,  por  haberse 


—  114  — 

suprimido,  de  loa  decretos  vigentes  en  Ultramar,  el  art.  30 
de  la  ley  provinoial  peninsular,  que  establéela  la  res- 
ponsabilidad de  los  Gobernadores  ante  el  Tribunal  Su- 
primo, conforme  á  los  artículos  204  á  235  del  Código 
penal. 

En  cuanto  á  la  Diputación  provincial,  hay  que  saber  que 
toda  ella  ae  contenía  en  la  Comisión  provincial,  y  asi  el 
Presidente  como  los  vocales  de  ésta  eran  de  libre  elección 
del  Gobernador,  al  cual  correspondía  separarlos  ó  suspen- 
derlos, motivando  su  resolución.  La  Diputación  entera 
podía  ser  suspendida  por  el  Gobernador  y  disuelta  por  el 
Ministro  de  Ultramar,  so'o  consultando  al  Consejo  de  Es- 
tado. 

Pero  aun  comparando  lo  queja  República  realizó  en  1873 
con  lo  que  después  de  22  afios  se  decidió  4  proponer  y  ha- 
cer el  partido  liberal  de  la  Restauración,  no  creo  que  queda 
por  bajo  la  situación  revolucionaria. 

Porque  la  reforma  municipal  de  1895  deja  subsistente  el 
censo  electoral  de  los  5  pesos  en  las  Antillas,  y  reconoce  al 
Gobernador  general  el  derecho  de  nombrar  alcalde,  eli- 
giéndolo dentro  de  la  corporación  municipal. 

Además,  en  Cuba,  la  Diputación  provincial  carece  del  de- 
recho de  resolver  en  definitiva  sobre  las  suspensiones  de  los 
acuerdos  municipales  que  resuelve  solo  el  Gobernador. 

Y  cuéntese  que  no  ha||o  de  la  extraña  manera  de  ha- 
berse aplicado  á  Puerto  Rico  la  ley  de  1895,  por  los  decre- 
tos de  Diciembre  de  189S,  opuestos  en  muchas  partes  (siem- 
pre en  sentido  reaccionario)  4  la  ley  que  pretendían  des- 
arrollar, y  cuya  oposición  perjudica  lo  indecible  á  la 
confianza  qne  debe  ponerse  en  la  eficacia  de  las  posteriores 
y  m¿s  expansivas  reformas  ultramarinas  de  29  de  Abril 


—  11»  — 

último.  Quiero  atenerme  á  la  fórmula  original  de  la  re* 
forma  de  la  Begeneia  que  ha  merecido  mayor  aplauso.  T 
al  hacer  las  citas  anteriores  prescindo  de  desarrollos  y  de 
otras  consideraciones  que  distraerían  macho  la  atención  del 
lector.  He  limito  á  hacer  una  llamada. 


I 


VII 


Dé  más  aliento  que  las  leyes  Municipal  y  Provincial  de 
1 870  y  72  fué  la  de  la  abolición  de  la  servidumbre  en  Puer- 
to Rico. 

Por  ella  se  estableció  lo  siguiente: 

*Art.  1.°  Queda  abolida  para  siempre  en  la  isla  de 
Puerto  Rico  la  esclavitud. 

A  rL  2.°  Los  libertos  quedan  obligados  á  celebrar  oon- 
tratoH  con  sus  actuales  poseedores,  con  otras  personas  ó 
coa  &1  Estado,  por  un  tiempo  que  no  bajará  de  tres  años. 
£d  cutos  contratos  intervendrán,  con  el  carácter  de  curado- 
res de  los  libertos,  tres  funcionarios  especiales  nombrados 
por  "-1  Gobierno  superior  con  el  nombre  de  poseedores  de 
loa  libertos. 

Art.  3.°  Los  poseedores  de  esclavos  serán  indemniaa- 
dos  de  su  valor  en  el  término  de  cinco  meses  después  de 
publicada  esta  ley  en  la  Gaceta  de  Madrid.  Los  poseedores 
con  quienes  no  quieran  celebrar  contratos  sus  antiguos  es- 
claves,  obtendrán  un  beneficio  de  25  por  100  sobre  la  in- 
demnización que  hubiera  de  corresponderías  en  otro  caso* 


—  117  — 

Art.  4.°  Esta  indemnización  se  fija  en  la .  cantidad  de 
3$  millonea  de  peseta*,  que  ae  hará  efectiva  mediante  un 
empréstito  qne  realiiará  el  Gobierno  sobre  la  exclusiva  ga  • 
rantfa  de  la  renta  de  la  isla  de  Puerto  Rico,  comprendiendo 
en  los  presupuestos  de  la  misma  la  cantidad,  de  3.500,000- 
pesetas  anuales  para  intereses  y  amortiíación  de  dicho  em- 
préstito. 

Art.  6.°  La  distribución  se  hará  por  una  Junta  com- 
puesta del  Gobernador  superior  civil  de  la  Isla,  Presiden- 
te; del  Jefe  eoon&mioo;  del  Fiscal  de  la  Audiencia;  de  tres 
Diputados  provinciales  elegidos  por  la  Diputación;  del 
Sindico  del  Ayuntamiento  de  la  capital;  de  dos  propieta- 
rios elegidos  por  los  50  poseedores  del  menor  número.  Los 
acuerdos  de  esta  Comisión  serán  tomados  por  mayoría  de 
votos. 

Art.  6.*  bi  el  Gobierno  no  colocase  el  empréstito,  entre- 
gará los  títulos  á  los  actuales  poseedores  de  esclavos* 

Art.  7.°  Los  libertos  entrarán  en  el  pleno  goce  de  los 
derechos  políticos  á  los  cinco  años  de  publicada  la  ley  en  la 
Gaceta  de  Madrid > 

Estas  disposiciones  fueron  complementadas  con  una  orden 
de  27  de  Mayo  de  1  «73,  autorizando  «la  constitución  en 
Puerto  Rico  de  una  Sociedad  Abolicionista,  con  el  benéfico 
objeto  de  cooperar  al  éxito  de  la  ley  de  22  de  Marzo  y  faci- 
litar la  redención  del  esclavo»  conforme  á  las  siguientes 
bases: 

!.•  Procurar  á  los  libertos  colocación  favorable  en  los 
establecimientos  industriales  y  agrícolas. 

2.a  Secoger  los  huérfanos  y  desvalidos  y  darles  educa» 
c£6n  y  trabtjo. 

3.a    Proceder  á  la  educación  de  la  rasa  de  color. 


—  118  — 

4/  Denunciar  á  las  Cortes,  al  Gobierno  supremo  y  á 
las  autoridades  looales  en  su  caso,  los  abasos  que  se  come- 
tan en  la  Isla  respecto  del  exaoto  cumplimiento  de  la  ley  de 
abolición. 

5.a  Ayudar  á  los  protectores  de  libertos,  ya  informan* 
dolos  respeoto  de  la  condición  y  suerte  de  los  contratados, 
ya  secundando  los  esfuerzos  de  aquéllos  conforme  á  las  ins- 
trucciones que  de  ellos  reciban. 

Y  6.*  Informar  cada  seis  meses  al  Gobierno  sobre  el 
estado  general  del  país  y  sobre  la  situación  de  la  rasa  de 
color,  de  los  libertos  y  de  la  producción  agrícola,  propo- 
niéndole lo  que  estime  oportuno. 

Y  con  esto  se  relacionaba  el  nombramiento  en  Puerto 
Rico,  como  comisarios  ó  protectores  generales  de  libertos, 
de  abolicionistas  tan  caracterizados  como  los  Srce.  D.  Pedro 
G.  Goyco  y  D.  Salvador  Carbonell.  No  se  repetía  la  pesada 
broma  de  1870.  La  ley  se  hacia  para  cumplirla. 

Luego,  el  Gobierno  de  la  Restauración  hizo  lá  ley  abo  - 
lición  i  sta  de  13  de  Febrero  de  1880.  Pero  no  autorizó  la 
constitución  de  Sooiedades  abolicionistas  en  Cuba,  y  en 
cambio  sancionó  un  Reglamento  que  establece  el  cepo  y  el 
grillete,  y  anula  una  buena  parte  de  la  Ley.  Asi  aquel  cas- 
tigo, como  todo  el  patronato  (fórmula  hipócrita  de  nna  nueva 
servidumbre,  consagrada  por  la  citada  ley),  no  terminaron 
basta  1883  y  7  de  Febrero  de  1836. 

Detrás  de  la  Ley  abolicionista  de  22  de  Marzo  de  1873, 
vino  la  extensión  á  Puerto  Rico  del  título  I  de  la  Conatitu- 
ción  de  1869.  La  propuso  el  Sr.  Ministro  de  Ultramar  áon 
Francisco  Sufier  y  Capdevila  en  sesión  de  11  de  Julio  de 
1873,  y  votada  por  la  Asamblea  Constituyente  déla  Repú- 
blica, se  hizo  la  promulgación  de  la  ley,  en  6  de  Agosto. 





—   119   — 

£1  alcance  de  esta  medid*  86  puede  calcular  por  los 
derandes  del  proyecto  del  Gobierno  y  el  preámbulo  del  dio  • 
tunen  de  la  Comisión, 

Laa  razone*  en  que  el  Gobierno  ae  apoyaba  son  las  m<- 
guientes; 

•  Considerando  que  el  fundamento  de  la  actual  situación 
política  de  la  nación  española  lo  constituyen  loe  principio* 
déla  democracia,  cuyo  primer  dogma  en  el  de  cloe  derechos 
naturales  del  hombre,  anteriores  y  superiores  á  toda  ley 
positiva»: 

Considerando  que  estos  derechos  están  consagr  ados  en  el 
título  I  de  la  Constitución  de  1869: 

Considerando  que  los  títulos  siguientes  se  refieren  á  la 
organización  de  los  poderes  públicos,  sobre  lo  onal  muy  es- 
pecialmente están  llamados  á  entender  y  resolver  en  definí. 
ti?a  las  actuales  Cortes. 

Considerando  que  la  cultura  de  la  isla  de  Puerto  Rico 
bastaría  por  si  sola,  ai  otras  rasónos  de  derecho  no  existió- 
¿en,  psra  proclamar  en  aquel  país  todas  las  libertades  pro- 
pias de  loe  pueblos  civilizados: 

Considerando  que  el  Gobernador  superior  de  aquella  Isla 
ha  estimado  que  la  situación  exigía  la  proclamación  de  las 
libertades  de  imprenta,  de  reunión  £  de  asociación,  lo  cual 
ha  hecho  con  el  carácter  de  medida  administrativa: 

Considerando  que,  tanto  estas  medidas  como  la  abolición 
de  la  esclavitud,  han  producido  la  apetecible  plenitud  de 
sos  efectos: 

Considerando  que,  unidas  las  razones  de  justicia  á  las  de 
conveniencia,  hacen  imposible  el  retardar  por  nn  solo  mo- 
mento ni  bajo  ningún  pretexto  la  consagración  y  reoonoci* 
miento  explícitos  de  los  derechos  referentes  á  la  personali» 


—  120  — 


dad  humana  en  la  culta,  pacifica  y  leal  isla  de  Puerto  Bioo». 

La  Comisión  se  expresaba  de  es+e  modo: 

*  La  Comisión  acepta  en  todos  sos  extremos  los  luminosos 
considerandos  que  al  proyecto  preceden,  y  que  demuestran 
que  de  hoy  más  el  Ministerio  de  Ultramar  se  inspirará  en 
un  alto  criterio  de  justicia  y  de  expansión,  único  que  puede 
mantener  vivo  el  sentimiento  de  la  unidad  nacional  allende 
el  Atlántico»  único  suficiente  á  asegurar,  no  solo  la  integri- 
dad de  la  patria,  si  que  la  realización  de  los  grandes  deeti  • 
nos  que  k  España  están  reservados  en  el  mundo  descubierto 
por  nuestros  grandes  navegantes  del  siglo  xvi. 

La  Comisión  se  cree,  sin  embargo,  en  el  caso  de  intro* 
ducir  alguna  modificación  en  el  proyecto  sometido  á  su 
examen. 

Según  el  art.  31  de  la  Constitución  de  1869,  se  necesita 
una  ley  cuando  la  seguridad  del  Estado  exija  la  suspensión 
de  las  garantías  consignadas  en  los  artículos  2.°,  5.°,  6.a 
y  17  del  mismo  Código.  La  Comisión  no  discute  ahora  la 
bondad  de  esta  doctrina;  la  considera  como  legal,  y  se  ocu- 
pa solo  de  ponerla  sn  armonía  con  lo  existente  en  Ultramar, 
esto  es,  coa  todo  aquello  que  no  puede  borrarse  de  una 
plnmadu,  y  cuya  sinrazón,  en  último  caso,  apreciarán  dete- 
nidamente las  Cortes,  cuando  sean  llamadas  á  entender  en 
la  organización  de  los  poderes  en  nuestras  provincias  tras- 
atlánticas»  si  es  que  semejante  punto  no  queda  libremente 
entregado  á  la  iniciativa  de  los  Estados  particulares  dentro 
de  la  federación  española. 

Porque  resulta,  de  una  parte,  que  dada  la  distancia  á  que 
se  baila  la  isla  de  Puerto  Bioo  de  la  Metrópoli,  y  la  falta 
de  continuas  y  rápidas  comunicaciones  de  entrambas,  será 
punto  menos  que  imposible  en  ciertos  casos  que  el  art.  31 


-.121   - 

«ludido  sea  perfectamente  observado,  puesto  que,  á  serlo, 
la  ley  votada  por  las  Cortes  llegaría  á  deshora  en  algunas 
ocasiones. 

Por  otra  parte,  los  Gobernadores  superiores  y  Capitanes 
generkles  de  la  provincia  de  Puerto  Rico,  si  bien  no  gozan 
dalas  facultades  extraordinarias  (por  la  menos  en  su  pleni- 
tud), de  que  trata  la  Beal  orden  de  1826  referente  á  Cuba, 
disfrutan  de  toda  la  autoridad  y  de  todos  los  medios  sancio- 
nados en  la  Becopilación  de  Indias,  principalmente  en  el 
titulo  III,  libro  2  °,  todo  lo  que  es  de  difícil,  si  no  imposi- 
ble, relación  con  el  Código  constitucional  de  1869. 

Conviene,  pues,  poner  en  armonía  todas  estas  disposicio- 
nes y  hacer  frente  4  las  dificultades  que  la  distancia,  cuan- 
do menos,  podría  suscitar  4  las  veces. 

Para  ello  la  Comisión  ha  tenido  en  cuenta  las  proposicio- 
nes de  ley  presentadas  á  estas  Cortes  por  los  dignos  dipu- 
tados de  Puerto  Eioo,  asi  como  el  espíritu  declarado  en  los 
considerandos  de  que  el  Ministro  de  Ultramar  ha  hecho 
preceder  el  proyecto  objeto  ahora  de  examen.  Pero  entién- 
dase bien,  que  la  Comisión  pretende  sólo  resolver  las  dificul- 
tades del  momento,  sin  aventurar  opinión  alguna  definitiva 
sobre  la  futura  organización  de  los  que  vendrán  á  ser  Esta- 
dos particulares  trasatlánticos  de  la  federación  española. 

Por  razones  análogas,  la  Comisión  opina  que  es  de  toda . 
necesidad  dar  cierto  desenvolvimiento,  y  con  él  cierta  pre- 
cisión, á  un  extremo  consignado  en  el  segundo  párrafo  del 
artículo  31  determinando  la  ley  de  Orden  público  que  ha  de 
regir  en  Puerto  Eioo,  como  en  la  Península,  en  ciertos  y 
determinados  casos.» 

Firmaron  este  dictamen,  fecha  14  de  Julio  de  1873,  los 
diputados  D.  José  Ramón  Fernandos,  D.  Manuel  García 


—   121  — 

Marques,  D.  Manuel  Corchado,  D.  Enrique  Calvo  Delga* 
do  y  D.  Santiago  Soler. 

El  texto  de  la  parte  dispositiva  de  este  dictamen  (que  fu* 
aprobado  por  las  Cortes)  es  el  que  signe: 

¡Art,  l.#  Se  declara  vigente  en  la  provincia  de  Pnerto 
Rico  el  titulo  1  de  la  Constitución  de  1.°  de  Junio  de 
1869.  ' 

Art  *l.°  Cuando  la  seguridad  del  Estado,  en  circuns- 
tancias extraordinarias,  exija  en  la  provincia  de  Puerto 
Eioo  la  suspensión  de  las  garantías  consignadas  en  los  ar- 
tículos segundo,  quinto  y  sexto,  y  párrafos  primero,  se- 
gundo y  tercero  del  17,  el  gobernador  superior  lo  pondrá 
por  telégrafo  en  conocimiento  del  Gobierno  central  para 
que  ¿fita  solicite  de  las  Cortes  la  ley  á  que  hace  referencia 
la  Constitución  en  su  art.  31 . 

Art  3.°  En  el  caso  de  que  por  interrupción  de  comu- 
nicaciones telegráficas  con  carácter  de  permanencia  ó  de 
larga  duración,  no  pudiese  ser  oumplido  el  anterior  artícu- 
lo, queda  autorinado  el  gobernador  superior  civil  de  la  pro- 
vincia para  suspender  las  garantías  consignadas  en  los  ar- 
tículos segundo,  quinto  y  sexto,  y  párrafos  primero,  segun- 
do y  tercero  del  17,  á  menos  que  la  Diputación  provincial 
en  pleno,  á  este  efecto  convocada,  y  la  junta  de  autorida- 
des, per  mayoría  de  votos,  no  fuesen  favorables  á  la  indi- 
cada suspensión. 

En  el  supuesto  de  empate,  lo  dirimirá  el  gobernador 
civil. 

En  todas  las  ocasiones,  el  gobernador  superior  oomuni- 
oará  inmediatamente  la  resolución  tomada  y  los  funda- 
mentos y  circunstancias  del  acuerdo  al  ministerio  de  Ul- 
tramar, para  que  éste  lo  transmita  á  las  Cortes,  las  cuales, 


—  1213  — 

por  medio  de  una  ley,  si  lo  estimaren  oportuno,  ratificara» 
la  suspensión  de  garantías. 

En  caso  negativo,  6  transcurridos  treinta  días  desde  la 
.suspensión  sin  que  las  Cortes  hubieren  tomado  acuerdo  al- 
guno, se  entenderá  derogada  la  disposición  del  gobernador 
superior  de  Puerto  Rico. 

Art.  4.°  Para  los  efectos  del  art.  31  de  la  Constitución, 
se  entenderá  vigente  en  la  provincia  de  Puerto  Rico  la  ley 
de  orden  público  de  23  de  Abril  de  1870. 

Art.  5.#  Quedan  derogadas  todas  las  leyes  y  disposicio- 
nes que  de  cualquier  modo  se  opongan  á  lo  consignado  en 
la  presente  ley.  ■ 

Ta  be  dicho  que  esta  medida  fué  precedida  de  otras  muy 
favorables  del  partido  radical,  que  en  1872  habían  conce- 
dido una  ampliación  en  el  goce  del  derecho  de  sufragio, 
reconociéndolo  á  todos  los  que  supieran  leer  y  escribir  ó 
pagaran  alguna  contribución.  Además,  en  11  de  Mano 
de  1873,  con  motivo  de  la  convocatoria  de  Cortes  Constitu- 
yentes, el  Poder  ejecutivo  de  la  República  había  establecido 
que  tuvieran  derecho  electoral  en  Puerto  Rico  todos  los 
españoles  mayores  de  21  afios,  siempre  que  pagaran  alguna 
cuota  de  contribución  directa  al  Estado  ó  supieran  leer  y 
escribir,  tá  fin  (decía  aquel  decreto  luego  convertido  en 
ley)  de  que  sea  uno  mismo  el  censo  para  las  elecciones  de 
concejales,  diputados  provinciales  y  diputados  á  Cortes.» 
Y  en  26  de  Junio  del  propio  año  de  1873  se  promulgó  una 
ley  para  la  renovación  de  Ayuntamientos  y  D;putacionee 
provinciales  en  la  Península,  Baleares  y  Puerto  Rico,  en 
cuya  ley  se  ratifica  la  consagración  del  derecho  electoral  en 
los  mismos  términos  de  la  ley  de  11  de  Marso  anterior. 
Pero  la  determinación  de  las  Constituyentes  de  la  Repúbli- 


-  124  — 

ca  y  la  ley  de  6  de  Agosto  {que  aplicó  el  Sufragio  Universal 
a  Puerto  Rico,  consagrando  allí  todas  las  libertades  necesa- 
rias y  los  principios  de  la  democracia  contemporánea)  puso 
término  á  todas  las  vacilaciones  y  reservas,  demostrando  un 
alto  sentido  poítioo  a)  no  detenerse  en  la  consideración  de. 
si  debía  ó  no  llevarse  á  Ultramar,  una  parte  del  Código  del 
f  f  (  cuando  aquí,  en  la  Península,  se  dudaba  de  su  vigencia 
y  da  si  convenía  ó  no  mejor  aplaaar  toda  modificación  del 
estado  de  Puerto  Rioo,  hasta  que  pudiera  llevarse  á  la  Isla 
la  Constitución  integra  con  las  modificaciones  y  novedades 
entrañadas  en  el  proyecto  de  Constitución  federal. 

Para  Ultramar  ha  habido  y  continúa  habiendo  dos  pe- 
ligros. > 

El  del  estudio  y  seria  meditación  que  al  parecer  ningún 
Ministro  de  Ultramar  ha  tenido  hasta  entrar  en  el  Ministerio. 
Y  *  t  de  la  espera  de  la  última  reforma  que  se  proyecta 
para  la  Península,  á  fin  de  llevar  á  los  países  trasatlánticos 
lo  myor.  Por  estos  procedimientos  Cuba  y  Puerto  Rico  han 
estado  esperando  una  media  libertad  desde  1837  á  1869. 
I Y  luego  continuaron  esperando  las  leyes  especiales  prometi- 
das por  todas  las  Constituciones  del  país  por  espacio  de 
más  de  cincuenta  años! 

La  República  vio  claro  que  con  este  criterio  lo  que  triun- 
faba en  Puerto  Rioo  era  el  statu  quo.  £1  título  I  de  la 
Constitución  del  69  era  la  consagración  explícita  de  los  de- 
rechos individuales  y  de  la  soberanía  del  pueblo,  y  cual* 
quiere  que  fuese  la  suerte  de  esa  Constitución  y  las  nove- 
dades de  la  Federación  proyectada,  el  título  I  referida 
sería  siempre  un  término  obligado  en  toda  situación  deme- 
eritica. 


<-\ 


VII 


Otra  de  las  grandes  dificultades  con  que  ha  tropezado  y 
tropieza  nuestra  política  colonial  consiste,  como  ya  he  insi- 
nuado, en  el  retardo  con  qne  se  aplican  las  leyes  y  las  dis- 
posiciones de  todo  género  qne  aparecen  en  la  Gaceta  ¿4 
Madrid  para  satisfacer  la  opinión  justiciera  de  la  Penínsu- 
la y  las  exigencias  de  puro  carácter  moral,  pero  de  una 
iberia  indiscutible,  de  todo  el  mundo  culto,  bastante  atento 
desde  hace  algún  tiempo  á  lo  que  ocurre  en  las  colonias 
españolas. 

Al  lado  6  si  se  quiere  después  del  retardo  aludido,  hay 
que  poner  la  falta  de  lógica  con  que  frecuentemente  se  ha* 
«en  y  redactan  los  reglamentos  para  la  aplicación  de  las 
leyes  coloniales  en  Ultramar  y  por  último  la  manera,  por 
regla  general  poco  satisfactoria,  con  que  las  leyes  más 
expansivas  y  plausibles  se  cumplen  por  parte  de  nuestras 
autoridades. 

Todo  esto  es  muy  viejo.  Los  que  conocen  medianamente 
nuestra  historia  colonial  saben  muy  bien  de  qué  deplorable 
manera  se  cumplieron  en  América  las  excelentes  Leyu 
tsttosde  Carlos  V  sobre  los  indios,  la  servidumbre    de 


—  126  — 

¿atoe  y  las  encomiendas.  Es  notorio  que  la  mejor  y  más 
sustanciosa  parte  de  nuestras  famosas  Leyes  dé  Indias  fué 
bastardeada  y  casi  anulada  en  la  práctica,  sobre  todo  en  el 
careo  del  siglo  xviu,  al  punto  de  que  respecto  de  cierto  par- 
ticular celebradisimo  por  los  que  solo  de  oídas  hablan  de 
astas  cosas»  pudiera  escribir  el  duque  de  Linares,  virrey 
de  México,  frases  tan  elocuentes  como  las  que  siguen:  i8i 
el  que  viene  á  gobernar  este  reino,  no  se  acuerda  repetidas 
vecte  de  que  la  residencia  más  rigurosa  es  la  que  se  ha  de- 
tomar  al  virrey  en  su  juicio  particular  por  la  Majestad 
Divina,  puede  ser  más  soberano  que  el  Gran  Turco,  pues 
no  discurrirá  maldad  que  no  haya  quien  se  la  facilite  ni 
practicará  tiranía  que  no  se  le  consienta.»  No  neoesito 
decir  cuáles  fueron  los  motivos  de  la  resuelta  y  admirable 
actitud  del  marqués  de  la  Sonora,  primer  ministro  univer- 
sal de  Indias»  á  fines  del  siglo  pssado,  y  de  qué  manera  su 
justamente  celebrada  Ordenanta  de  Intendentes  y  otras 
Reales  cédulas  por  el  estilo,  promulgadas  entonces  para 
evitar  el  visible  é  inmediato  derrumbamiento  de  nuestra 
imperio  colonial»  fueron  rectificadas  en  la  práctica  por  la 
maJioia,  la  preocupación  6  la  rutina,  produciéndose  todo 
género  de  corruptelas  que  abrieron  el  camino  á  las  insurrec* 
dones  americanas  de  principios  de  este  siglo  y  de  los  últi- 
mos días  del  anterior,  realizadas»  unas  veces,  por  los  indio* 
y  otras  por  los  blancos,  pero  todas  perfectamente  previstas 
en  el  celebérrimo  Informe  de  D.  Jorge  Juan  y  D.  Antonio 
de  01  loa,  que  corre  con  el  nombre  de  c Noticias  secretas  de. 
América  •  6  por  el  ilustre  Humbolt,  que  en  1811  y  después 
de  haber  visto  por  sus  propios  ojos  los  países  americanos» 
publicó  su  conocido  c  Ensayo  político  sobre  el  reino  de  Nueva. 


—  ni  — 

Hace  y*  cerca  de  veinte  años  yo  publiqué  un  pequeño 
trabajo  titulado  La  pérdida  de  las  América*,  con  el  pro* 
pósito  de  rectificar  la  especie  muy  divulgada  de  que  lae  li- 
bertades concedidas  por  el  Gobierno  español  á  loe  reinos 
de  América  en  loe  comiensoe  del  siglo  xnc,  fueron  la  causa 
de  la  emancipación  de  aquellos  países,  y  oreo  haber  demos- 
trado con  citas  legales  indestructibles,  con  hechos  de  ab- 
soluta evidencia  y  con  la  opinión  de  autoridades  oomo 
Florea  Estrada,  el  diputado  Urquinaona,  el  fiscal  Costa  y 
tiaH»  el  historiador  Gervinos  y  hasta  D.  Agustín  Argue- 
lles y  el  conde  de  Toreno,  decididos  adversarios  de  los  li- 
berales americanos,  que  sobre  no  ser  cierto  que  en  América 
ie  hicieran  determinadas  reformas,  y  muoho  menos  las  re* 
clamadas  como  urgentes  para  calmar  el  descontento  de 
aquellos  países  y  desbaratar  las  conspiraciones  urdidas  bas- 
tante tiempo  antea  y  en  pleno  absolutismo,  se  dio  el  caso  de 
que  las  reformas  mas  satisfactorias  se  aplicaran  tardíamente, 
y  luego  se  suspendieran,  siendo,  por  regla  general,  los  en- 
cargados de  hacerlas  efectivas,  las  autoridades  y  los  elemen- 
tos que  se  habían  caracterizado  hasta  entonces  por  la  oposi- 
ción mas  decidida  á  toda  modificación  del  viejo  statu  pío. 

Aún  con  referencia  á  época  reciente  algo  he  dicho  anees 
respecto  del  modo  y  manera  de  haberse  llevado  á  Cuba  las 
declaraciones  de  la  Eevoluoión  de  Septiembre  y  de  la  sus- 
pensión ó  aplazamiento  de  las  leyes  municipal  y  provincial 
votadas  en  1870  para  Puerto  Juco.  T  se  repitió  el  caso  en 
U7S»  18134  y  1S96. 

Eicaso  explicar  el  terrible  efecto  qne  estas  habilidades, 
estos  sorteos  y  estas  mixtificaciones  producen  en  Ultramar, 
donde  es  mucha  la  penetración  de  las  gentes  y  sobrada  la 
prevención  contra  los  manejos  de  nuestros  Gobiernos.  La 


—  128  — 

sorpresa  00  allí  absolutamente  imposible.  Bu  cambióle! 
maro  retraso  en  la  aplicación  de  nna  reforma  produce  ana  * 
verdadera  exasperación  y  nna  considerable  merma  del  ne- 
cesario prestigio  de  loe  poderes  públicos  de  la  Metrópoli, - 
que  allá  frecuentemente,  y  por  nn  error  lamentabilísimo,  se- 
confunden  con  la  opinión,  los  intereses  y  la  disposición 
general  del  país  peninsular. 

Tampoco  quiero  decir  nada  del  efecto  tristísimo  qne  todo 
esto  produce  en  el  extranjero,  donde  los  publicistas  y  loé 
Gobiernos  están  al  tanto  de  machas  cosas  de  nuestras  oo~> 
lonias;  machísimo  más  de  lo  que  imaginan  la  parte  vulgar 
de  nuestros  políticos,  nuestros  desorientados  Gobiernos  y 
los  comprometidos  en  la  rutina  y  las  torpesas  que  consti- 
layen  el  ambiente  de  nuestra  vida  oficial  amerioana.  Esa 
atención  del  extranjero  la  abonan  el  nuevo  aspecto  del  pro* 
blema  colonial,  la  importancia  extraordinaria,  *  política, 
mercantil  ó  internacional  de  nuestras  Antillas,  y  el  desen- 
volvimiento que  han  adquirido  en  estos  últimos  años  los 
viajes  de  los  publicistas,  la  emigración  é  inmigración  de  los 
europeos  y  el  estudio  de  la  legislación  comparada.  Aparto 
de  lo  que  ha  sido  siempre,  y  ahora  es  más  que  nunca,  el 
derecho  colonial,  que  muchos  tratadistas  ponen  completa- 
mente fuera  del  derecho  privado  de  los  pueblos,  y  en  cam- 
bio, más  ó  menos  dentro  ó  bajo  de  la  acción  internacional . 

Quizá  por  estas  consideraciones,  quisa  por  la  natural  fuer- 
xa  esp&nsiva  de  la  institución  republioana,  eé  el  hecho  que 
el  Gobierno  de  1873  se  preocupó  seriamente  de  cumplimen- 
tar las  leyes  entonces  dictadas  respecto  de  Puerto  Rico,  y 
que  riu  admirable  devoción  fuó  correspondida  con  un  éxito 
extraordinario,  demostrativo  tanto  de  la  bondad  y  la  eflce- 
oía  de  las  soluciones  generosas  entonóos   proclamadas, 


_  129  — 

eamo  de  I*  cultura,  y  el  civismo  de  1*  ida  de  Puerto  Rico, 
suya  actitud  pare  el  ejercicio  de  loo  derecho*  más  deliea* 
dos,  quedó  absolutamente  probada. 

Je  justificación  de  esto*  últimos  asertos  se  puede  presen- 
tar al  testimonio  de  todos  los  cónsules  extranjeros  cuyos  in-* 
fcnnes  oficiales  se  han  publicado  en  Francia,  Inglaterra»  loe 
Estados  Unidos,  Italia  y  Alemania,  y  además  el  hecho  de 
que  pasados  algunos  años,  los  ministros  de  la  Restauración 
y  la  Regencia  de  España,  muchos  de  ellos  enemigos  en  1 873 
dalas  reformas  de  Puerto  Rico,  hayan  utilisado  la  felis  e*f 
perienoia  portoríquefia  de  aquella  fecha  como  un  justificante 
de  la  nuera  y  afortunada  política  colonial  del  Gobierno  espa* 
fioL  En  último  caso  se  podría  traer  al  debate  las  cifras  refo* 
rentes  á  los  presupuestos  y  al  movimiento  mercantil  de  la  pe- 
queña Astilla  en  1868,  70  y  73  y  76;  es  decir,  de  todo  aquel* 
periodo,  dentro  del  cual  se  verificó  la  abolición  radical  de  lai 
exolavitud,  la  instauración  del  sufragio  universal,  la  pro*' 
clamaoión  de  la  Constitución  democrática  del  69  y  la  nue- 
va erganisaoión  munioipal  y  provincial. 

La  preocupación  y  el  espíritu  reaccionario  gritaron  por 
mocho  tiempo  que  el  solo  anuncio  de  esas  reforáias  perturba*» 
ria  profundamente  el  orden  y  la  vida  económioa  de  la  peque» 
ña  Astilla.  Se  habló,  con  una  desenvoltura  y  una  ignoran* 
cía  verdaderamente  superiores,  de  la  horrenda  catástrofe  de 
Santo  Domingo,  explicada  por  la  atotición  de  la  esclavitud, 
que  decretó  la  Revolución  franoesa.  Se  cacareó  la  ruina  de 
Jamaica  y  las  Antillas  británicas,  y  se  fabricó  una  peregri-* 
na  historia  de  ká  oausas  de  la  Revolución  hispano  amerka* 
na,  presoindióndose  de  puntes  tan  inHffnijleantes  como  el  de' 
la  súbita  revocación  del  decreto  de  libertad  de  ooiperojp 
dictado  en  1813*  y  cuya  anulación,  hecha  para 


—  180  — 

el  monopolio  de  los  comerciantes  de  Oádis,  determinó  i  lo» 
indeciso.*  revolucionarios  de  Buenos  Aires  á  emanciparse 
de  la  Metrópoli  española.  Se  llegó  al  ponto  de  afirmar,  den* 
tro  j  fuera  del  Parlamento,  y  de  modo  solemne,  qne  las  re* 
formas  de  Puerto  Jiico,  quebrantando  el  prestigio  de  Espa- 
ña y  leí  fuersa  de  los  elementos  políticos  y  sociales  qne 
sostenían  su  bandera  en  el  mar  de  las  Antillas,  serviría  de 
estimulo  al  desarrollo  de  la  insurrección  de  Guba. 

Los  hechos  han  contestado  de  una  manera  victoriosa  á 
iodos  esos  argumentos  de  la  pasión,  la  rutina  y  los  intare* 
ses  mal  asegurados  (1).  La  población  de  Puerto  Rico,  qne 
en  1860  era  de  583.308  almas  y  en  1872  de  617.328,  es  hoy 
de  798.566  habitantes.  El  presupuesto  de  aquella  fecha  subía 
i  2  millones  de  daros,  hoy  llega  á  4  millones  de  pesos.  Y  los 
ingresos  han  superado*  los  gastos  en  1.167.722  pesos.  En 
1872  Jas  Aduanas  producían  unos  2.100.000  pesos.  Ahora 
dan:  más  de  3  y  Vt  millones. 

La  Balanza  Mercantil  de  1871,  afirma  qne  el  comercio  ex- 
terior de  la  pequeña  Antilla  fué  en  aquel  afio  de  23 .  435.486 
pesos:  de  ellos,  16.436.323  de  importación  y  8,008.125  de 
exportación.  Ahora  (datos  de  1892)  ese  movimiento  mercan- 
til loul  68  de  unos  33. 167. 92 1  de  duros.  De  ellos,  17. 071.  «00 
corresponden  ala  importación  y  16.076.312  á  la  exporta- 
ción* Pero  hay  que  contar  que  el  día  siguiente  á  la  aboli- 
ción (6  sea  en  1874),  el  movimiento  comercial  fue  de  anos 
10*814.368:  al  afio  siguiente  de  20.700.000  y  pico:  y  á  loe 
Safios  (ó  sea  en  1878)  de  27.847.890  £1  promedio  de  loe 
6  años  de  aparente  tranquilidad  de  la  Isla  fl865  69)  fué  de 
14,265,748  pesos:   De  ellos  8.626.463  la  importación  y 

(1)    Sobra  esto  véaae  mi  estadio  La  §xptri$neia  abolición  ^^  d*  Pu«ri« 
7  el  trebejo  del  Sr.  Jheeno  Áaiut  tobr*  Puerto  Mteo  ea  1890. 


—  131  — 

$.439,205  la  exportación.  El  promedio  de  los  6  años  poste- 
riores á  la  abolición  (1874  78)  foé  de  22.653.S7S:  De  elloe 
13.661.151  pertenecen  á  la  importación  y  8.9*2.224  á  la 
exportación.  A  los  20  afios  de  hecha  la  abolición  el  movi 
miento  mercantil  de  Paerto  Rico  ha  duplicado  oon  creóos. 
De  25  millones  á  54. 

Para  la  estimación  de  estos  datos  bueno  será  traer  á  la 
memoria  lo  que  sucedió  en  las  colonias  británicas  y  en  las 
franoesas  después  de  la  abolición  de  la  esclavitud.  El  duque 
de  Broglie,  en  su  conocido  Report  de  1843,  refiíióndoee  á  las 
Antillas  inglesas,  donde  la  abolición  se  hizo  en  1833,  afirma 
que  el  resultado  inmediato  de  aquella  medida  fuó  una  t re- 
ducción de  un  cuarto  en  las  expediciones  de  azúcar  y  de  un 
termo  en  las  de  café.»  Pero  á  los  quince  afios  la  exporta- 
ción de  los  productos  coloniales  había  excedido  á  la  de  los 
tiempos  de  la  esclavitud  y  del  Monopolio,  en  Antigua,  Bar- 
bada, Trinidad  y  en  la  casi  totalidad  de  las  Antillas,  cuan- 
do menos,  en  un  26  por  100,  quedando  interior  hasta  eu  un 
67  sólo  en  Jamaica,  San  Vicente,  y  Granada.  En  las  Colo- 
nias francesas  la  baja  inmediata  fué  de  un  50  por  100  en 
Martinica,  de  un  55  en  Guadalupe  y  de  un  25  en  la  Reuni- 
da. Cinco  afios  después  (ó  sea  en  185e)  la  disminución  en 
las  cuatro  principales  colonias  (ó  sea  en  Martinica,  Guada* 
lupe,  Rensión  y  Guyana)  es  de  11  millones  de  francos  oon 
relación  á  1846:  en  1848  la  baja  fué  de  43  millones.  Y  en 
1858  la  exportación  sube  36  millones.  Pues  bien,  todas  esas 
afras  son  inferiores  á  las  que  arrojan  las  estadísticas  de 
Puerto  Rico,  cuya  experiencia  abolicionista  no  tiene  igual 
en  el  mundo. 

El  progreso  no  es  discutible  un  minuto.  Pero  hay  que 
añadir  que  todo  el  extraordinario  cambio  político  y  social 


—  134  — 

procesados  por  insurrecciones  republicanas  y  por  delitos 
i s  imprenta,  y  el  14  de  Mano  se  vota  otra  ley  concediendo 
amnistía  por  todos  loa  delitos  cometidos  por  medio  de  la 
imprenta  en  Puerto  Rico.  Ya  he  dicho  cómo  se  autorisó  1a 
existencia  de  la  8ociedad  Abolicionista  antes  de  proclamar- 
se  en  la  pequeña  Antilla  los  derechos  de  reanión  y  asoáa- 
oión,  Al  lado  de  esto  hay  qne  poner  el  nombramiento  del 
Teniente  General  D.  Rafael  Primo  de  Rivera  para  el  Go- 
bierno de  aquella  Antilla;  es  decir,  el  nombramiento  de 
ana  persona  perfectamente  identificada  con  el  nuevo  régi- 
men político  colonial,  como  lo  demostró  durante  todo  el 
tiempo  de  su  sincera  y  celosísima  administración,  secunda- 
do por  otras  personas  de  nota -muy  liberal  y  expansiva,  y 
que  debían  ver  y  vieron  en  la  aplicación  y  el  desarrollo  de 
las  reformas  democráticas,  una  ocasión  de  demostrar  la 
excelencia  de  las  doctrinas  que  habían  proolamado  como 
buenas,  ya  en  libros  y  periódicos,  ya  en  los  mismos  cen- 
tros administrativos  ultramarinos.  SI  cambio  de  1873  no 
puso  los  destinos  de  Puerto  Rico  á  merced  de  gente  impro- 
visada. £1  Gobierno  de  la  República  se  cuidó  'tan  solo  de 
que  los  hombres  encargados  de  dar  realidad  á  las  leyes  f 
los  decretos  expansivos  no  fueran  los  adversarios  de  éstos, 
y  el  Gobierno  pndo  ver  por  los  hechos,  qne  había  sido 
discreta  su  conducta,  inspirada  en  una  regla  de  sana  poli* 
tica,  y  hasta  de  sentido  moral:  quisa  sólo  de  buen  sentido. 
En  27  de  Ootubre,  el  Ministerio,  ratificando  lo  dispuesto 
por  el  Gobierno  radical  en  4  de  Noviembre  del  72,  sobre 
la  publicación  de  un  Boletin  Oficial  del  Ministerio  de  Ul- 
tramar, desarrolla  ampliamente  esta  idea,  disponiendo  que 
eu  este  periódico  bimensual/ y  de  gran  tirada,  se  publiquen,, 
ikQ  solo  todas  las  disposiciones  legales  respecto  de  nuestras 


—  135   — 

'^Colonias,  sí  que  trabajos  científicos  y  dootrinales  de  pro- 
paganda dentro  de  condiciones  de  la  más  completa  li- 
bertad. A  primera  vista  esto  es  an  detalle,  pero  los  cono- 
cedores de  las  cuestiones  ultramarinas  no  lo  estimarán  de 
esta  suerte,  porque  es  bien  sabido  que  uno  de  los  más  po- 
derosos recursos  de  la  reacción  y  el  monopolio,  imperan- 
tes en  las  Colonias  de  todos  los  países,  consiste  en  despis- 
tar á  la  opinión  pública  y  fatigar  al  observador,  ya  por  la 
oonfusión  y  el  desbarajuste  de  las  medidas  administrativas 
que  sobre  las  Colonias  se  dictan,  ya  haciendo  dificilísimo 
si  conocimiento  directo  ó  inmediato  de  las  disposiciones 
que  en  Ultramar  se  promulgan,  muchas  veces,  en  contra- 
dicción con  aquellas  mismas  leyes.  Por  tanto,  la  publici- 
dad frecuente  y  oportuna  de  todo  lo  ofioial,  respecto  de  Ul- 
tramar, es  una  obra  de  sinceridad  y  de  verdadero  alcance 


Aparte  de  esto,  queda  el  empeño  de  la  propaganda  y 
de  la  exposición  detenida  de  la  situación  de  nuestras  Co- 
lé-nías al  modo  que  se  hace  en  todas  las  Metrópolis  de  me* 
diana  importancia.  Sin  embargo,  el  Boletín  Oficial  del 
Ministerio  de  Ultramar  solo  duró  hasta  1879,  y  desde  1875 
▼ario  completamente  de  carácter,  tomando  uno  excesiva- 
mente modesto.  Ahora  las  leyes  y  los  prinoipales  decretos 
salen  revueltos  con  todo  lo  demás,  en  la  Gaceta  de  Madrid, 
á  la  cual  no  llegan  las  resoluciones  que  se  adoptan  en  las 
Antillas.  No  existe  Compilación  legislativa  ultramarina, 
porque  si  bien  en  8  de  Febrero  de  1896  se  decretó  que  se 
•  hiciese  esa  Compilación  de  leyes  y  disposiciones  vigentes, 
y  en  1888  comenzó  su  publicación  con  la  inserción  de  un 
•decreto  del  Gobierno  General  de  la  Habana  de  1.°  de  Enero 
-del  86,  la  obra  está  atrasadísima,  hasta  el  punto  de  que  pue- 


—   136  — 

da  dudarse  de  si  continúa  publicándose.  El  último  tomo  ee 
del  93  y  contiene  las  disposiciones  del  primer  cuatrimestre 
de  1888:  es  decir,  la  legislación  de  hace  cerca  de  diei  años. 

Por  último,  en  14  de  Octubre  de  1873  apareció  un  decre- 
to del  Gobierno  republicano,  disponiendo  que  el  Ministro 
de  Ultramar  visitase  la  isla  de  Ouba  oon  el  objeto  cde  esta* 
diar  los  medios  de  poner  término  á  la  insurrección  que  en 
ella  existia,  mejorar  su  situación  económica,  .preparar  la 
abolición  de  la  esclavitud  y  plantear  las  reformas  necesarias 
en  el  Gobierno  y  Administración  de  la  provinoia,  adop- 
tando desde  luego,  dentro  de  sus  facultades,  las  medidas  que 
estimase  oportuno  para  aquellos  fines.» 

Y  luego  añadía:  «visitará  también  la  isla  de  Puerto  Rico 
con  el  objeto  de  apreciar  el  resultado  de  las  reformas  allí 
introducidas,  y  resolver,  asimismo,  con  arreglo  a  las  atri- 
buciones que  le  competen,  lo  que  estime  conveniente  á  so 
administración  y  gobierno.» 

En  el  preámbulo  de  este  decreto  se  habla  de  la  necosidad 
de  ana  acción  vigorosa  y  decisiva  para  concluir  con  la 
guerra  cubana,  «cuya  continuación  priva  á  la  grande  Anti- 
lia  de  los  beneficios  de  la  paz,  imposibilita  el  desarrollo  da 
su  riqueza,  y  es  constante  obstáculo  al  planteamiento  de  las . 
reformas  que  reclaman  de  consuno  la  humanidad  y  la  civili- 
zación .  i  Trátase  del  estado  económico  que  se  califica  de  gra  • 
ve:  y  estimase  lastimado  el  crédito  y  en  aumento  la  des* 
con  ñau  xa,  exigiéndose  por  todas  partes  un  plan  ordenado  de 
Hacienda  que  dé  recursos  para  la  pacificación  y  permita  ha* 
oer  que  las  cargas  impuestas  al  país  redunden  en  su  presti- 
gio, prosperidad  y  beneficio.  Se  habla  de  la  esclavitud,  y  es- 
perando  que  este  problema  se  ha  de  resolver  oon  el  concurso 
y  eJ  acuerdo  de  todos,  el  preámbulo  dice  «que  no  cabe  olvidar 


-  137  - 

q ue  la  conciencia  pública  espera  con  ansiedad  creciente  el 
día  de  la  abolición .» 

cLa República — añade— fiel  á  sus  principios,  ha  amplia- 
do las  reformas  que  á  Puerto  Rico  i  levó .  la  Revolución  dé 
Septiembre.  Lia  esclavitud  ha  desaparecido*  El  titulo  pri- 
mero de  la  Constitución  reconoce  en  los  hijos  de  aquella 
provincia  los  derechos  que  gozan  sus  heráianos  de  la  Pe» 
niifeula.*?  el  Gobierno  que  aspira  á  completar  su  obra  ne> 
oarita  apreciar  el  resultado  de  tan  trascendentales  innova- 
dones.» 

Por  último  concluye:  tEl  Gobierno  espera  tanto  de  esta 
determinación  (la  del  informe  sobre  la  situación  ultramari- 
na), que  no  ha  vaoilado  en  aceptar  el  generoso  ofrecimien- 
to de  uno  de  sus  individuos,  seguro  de  que  cuantos  aman 
el  nombre  de  España,  verán  que  si  el  progreso  reclama 
ciertas  reformas,  y  la  opinión  exige  el  cumplimiento  de 
ciertas  promesas,  nada,  absolutamente  nada,  hay  superior 
para  la  República  á  la  integridad  de  la  patria.» 

Conforme  á  este  decreto,  el  Sr.  D.  Santiago  Soler  y  Plá, 
Ministro  de  Ultramar,  se  embarcó  para  Puerto  Rico  y  Onba 
á  fines  de  1878,  pero  en  lá  Grande  Antilla  le  sorprendió  el 
famoso  golpe  del  3  de  Enero,  que  dio  al  traste  con  todos 
los  propósitos  y  proyectos"  de  su  viaje. 

Por  lo  pronto  éste  Je  proporcionó  algunos  graves  roda- 
mientos con  la  primera  autoridad  de  Cuba,  según  lo  indi- 
cado en  otra  pcrte  de  este  trabajo.  Pero  de  todas  suertes  el 
viaje  del  Sr.  Soler  y  Plá  acredita  el  excelente  propósito 
del  Gobierno  republicano  que,  después  de  las  reformas  he- 
días, no  se  limitaba  simplemente  á  desear  otras.  Y  el  via- 
je, con  todas  las  dificultades  y  peligros  que  entrañaba,  era 
tanto  mas  de  estimar,  cuanto  que  el  matiz  político  que  pre- 


#5 


—   136  — 

da  dudarse  de  si  continúa  publicándose.  El  último  tomo  ee 
del  93  y  contiene  las  disposiciones  del  primer  cuatrimestre 
de  1888:  €8  decir,  la  legislación  de  haoe  cerca  de  dies  aftos. 

Por  último,  en  14  de  Octubre  de  1873  apareció  un  decre- 
to del  Gobierno  republicano,  disponiendo  que  el  Ministro 
de  Ultramar  visitase  la  isla  de  Ouba  con  el  objeto  cde  esta* 
diar  los  medios  de  poner  término  á  la  insurrección  que  en 
ella  existia,  mejorar  su  situación  económica,  .prepararla 
abolición  de  la  esclavitud  y  plantear  las  reformas  necesarias 
en  el  Gobierno  y  Administración  de  la  provinoia,  adop- 
tando desde  luego,  dentro  de  sus  facultades,  las  medidas  que 
estimase  oportuno  para  aquellos  fines.» 

Y  luego  añadía:  €  visitará  también  la  isla  de  Puerto  Rico 
con  el  objeto  de  apreciar  el  resultado  de  las  reformas  allf 
introducidas,  y  resolver,  asimismo,  con  arreglo  á  las  atri- 
buciones que  le  competen,  lo  que  estime  conveniente  á  so 
administración  y  gobierno.» 

En  el  preámbulo  de  este  decreto  se  habla  de  la  necosidad 
de  una  acción  vigorosa  y  decisiva  para  concluir  con  la 
guerra  cubana,  «cuya  continuación  priva  á  la  grande  Anti- 
ila  de  los  beneficios  de  la  paz,  imposibilita  el  desarrollo  da 
su  riqueza,  y  es  constante  obstáculo  al  planteamiento  de  las . 
reformas  que  reclaman  de  consuno  la  humanidad  y  la  civili- 
zación* »  Trátase  del  estado  económico  que  se  califica  de  gra- 
ve; y  estímase  lastimado  el  crédito  y  en  aumento  la  dea* 
confian  za,  exigiéndose  por  todas  partes  un  plan  ordenado  de 
Hacienda  que  dé  recursos  para  la  pacificación  y  permita  ha* 
cer  que  las  cargas  impuestas  al  país  redunden  en  su  presti- 
gio, p^oeptridad  y  beneficio.  Se  habla  de  la  esclavitud,  y  es- 
perando que  este  problema  se  ha  de  resolver  con  el  conourso 
y  el  acuerdo  de  todos,  el  preámbulo  dice  €  que  no  cabe  olvidar 


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que  la  conciencia  pública  espera  con  ansiedad  creoiente  el 
día  de  la  abolición. » 

cLa República — añade— fiel  á  sus  principios,  ha  amplia- 
do las  reformas  que  á  Puerto  Rico  llevó  la  Revolución  de 
Septiembre,  lia  esclavitud  ha  desaparecido.  El  titulo  pri- 
mero de  la  Constitución  reconoce  en  los  hijos  de  aquel: , 
provincia  los  derechos  que  gozan  sus  hferAanos  de  la  Pe- 
nüfeula.*'?  el  Gobierno  que  aspira  á  completar  su  obra  ne* 
casita  apreciar  el  resultado  de  tan  trascendentales  innova- 
ciones.» 

Por  último  concluye:  <El  Gobierno  espera  tanto  de  esta 
determinación  (la  del  informe  sobre  la  situación  ultramari- 
na), que  no  ha  vacilado  en  aceptar  el  generoso  ofrecimien- 
to de  uno  de  sus  individuos,  seguro  de  que  cuantos  aman 
el  nombre  de  España,  verán  que  si  el  progreso  reclama 
ciertas  reformas,  y  la  opinión  exige  el  cumplimiento  de 
ciertas  promesas,  nada,  absolutamente  nada,  hay  superior 
para  la  República  á  la  integridad  de  la  patria.  * 

Conforme  á  este  decreto,  el  Sr.  D.  Santiago  Soler  y  Pláf 
Ministro  de  Ultramar,  se  embarcó  para  Puerto  Rico  y  Cnba 
4  fines  de  1873,  pero  en  lá  Grande  Antilla  le  sorprendió  el 
famoso  golpe  del  S  de  Enero,  que  dio  al  traste  con  todos 
los  propósitos  y  proyectos  de  su  viaje. 

Por  lo  pronto  éste  \p  proporcionó  algunos  graves  roia- 
mientos  con  la  primera  autoridad  de  Caba,  según  lo  indi- 
cado en  otra  pcrte  de  este  trabajo.  Pero  de  todas  suertes  el 
viaje  del  Sr.  Soler  y  Plá  acredita  el  excelente  propósito 
del  Gobierno  republicano  que,  después  de  las  reformas  he- 
chas,  no  se  limitaba  simplemente  á  desear  otras.  Y  el  via- 
je, con  todas  las  dificultades  y  peligros  que  entrañaba,  era 
tanto  mas  de  estimar,  cuanto  que  el  matiz  político  que  pre- 


—   136  — 

da  dudarse  de  si  continúa  publicándose.  El  último  tomo  es 
del  93  y  contiene  las  disposiciones  del  primer  coatrimeetre 
de  1888:  es  decir,  la  legislación  de  hace  eerca  de  diez  afioe. 

Por  último,  en  H  de  Octubre  de  1873  apareció  nn  decre- 
to del  Gobierno  repnblioano,  disponiendo  que  el  Ministro 
de  Ultramar  visitase  la  isla  de  Coba  con  el  objeto  t de  esta* 
diar  los  medios  de  poner  término  á  la  insurrección  que  en 
ella  existía,  mejorar  su  situación  económica,  prepararla 
abolición  de  la  esclavitud  y  plantear  las  reformas  necesarias 
en  el  Gobierno  y  Administración  de  la  provincia,  adop- 
tando desde  luego,  dentro  de  sus  facultades,  las  medidas  que 
estimase  oportuno  para  aquellos  fines.» 

Y  luego  añadía:  c  visitará  también  la  isla  de  Puerto  Rico 
con  el  objeto  de  apreciar  el  resultado  de  las  reformas  allf 
introducidas,  y  resolver,  asimismo,  con  arreglo  á  las  atri- 
buciones que  le  competen,  lo  que  estime  conveniente  á  su 
administración  y  gobierno.» 

En  el  preámbulo  de  este  decreto  se  babla  de  la  necosidad 
de  una  acción  vigorosa  y  decisiva  para  concluir  con  la 
guerra  cubana,  ccuya  continuación  priva  á  la  grande  Anti- 
Ua  de  los  beneficios  de  la  paz,  imposibilita  el  desarrollo  de 
su  riqueza,  y  es  constante  obstáculo  al  planteamiento  de  las . 
reformas  que  reclaman  de  consuno  la  humanidad  y  la  civili- 
zación, »  Trátase  del  estado  económico  que  se  califica  de  gra- 
ve y  estímase  lastimado  el  crédito  y  en  aumento  la  des* 
confianza,  exigiéndose  por  todas  partes  nn  plan  ordenado  de 
Hacienda  que  dé  recursos  para  la  pacificación  y  permita  ha* 
cer  que  las  cargas  impuestas  al  país  redunden  en  su  presti- 
gio, pi^sptridad  y  beneficio.  Se  habla  de  la  esclavitud,  y  es- 
perando que  este  problema  se  ha  de  resolver  con  el  concurso 
y  el  acuerdo  de  todos,  el  preámbulo  dice  t  que  no  cabe  olvidar 


— ;  137  — 

que  la  conciencia  pública  espera  con  ansiedad  creoiente  el 
dia  de  la  abolición  •> 

cLa República — añade— fiel  á  sus  principios,  ha  amplia- 
do  las  reformas  que  á  Puerto  Rico  llevó .  la  Revolución  de 
Beptiembre.  La  esclavitud  ha  desaparecido.  El  titulo  pri- 
mero de  la  Constitución  reconoce  en  los  hijos  de  aquella 
provincia  los  derechos  que  gozan  sus  hferAanos  de  la  Pe- 
niifcula.'Y  el  Gobierno  que  aspira  á  completar  su  obra  ne* 
casita  apreciar  el  resultado  de  tan  trascendentales  innova- 
ciones.» 

Por  último  concluye:  c  El  Gobierno  espera  tanto  de  esta 
determinación  (la  del  informe  sobre  la  situación  ultramari- 
na), que  no  ha  vacilado  en  aceptar  el  generoso  ofrecimien- 
to de  uno  de  sus  individuos,  seguro  de  que  cuantos  aman 
d  nombre  de  España,  verán  que  si  el  progreso  reclama 
ciertas  reformas,  y  la  opinión  exige  el  cumplimiento  de 
ciertas  promesas,  nada,  absolutamente  nada,  hay  superior 
para  la  República  á  la  integridad  de  la  patria.  * 

Conforme  á  este  decreto,  el  Sr.  D.  Santiago  Soler  y  Plá, 
Ministro  de  Ultramar,  se  embarcó  para  Puerto  Rico  y  Cuba 
4  fines  de  1873,  pero  en  lá  Grande  Antilla  le  sorprendió  el 
lamoso  golpe  del  3  de  Enero,  que  dio  al  traste  con  todos 
loe  propósitos  y  proyecto^  de  su  viaje. 

Por  lo  pronto  éste  lp  proporcionó  algunos  graves  roaa- 
mientos  con  la  primera  autoridad  de  Caba,  según  lo  indi- 
cado en  otra  pcrte  de  este  trabajo.  Pero  de  todas  suertes  el 
viaje  del  Sr.  Soler  y  Plá  acredita  el  excelente  propósito 
del  Gobierno  republicano  que,  después  de  las  reformas  he- 
chas, no  se  limitaba  simplemente  á  desear  otras.  Y  el  via- 
je, con  todas  las  dificultades  y  peligros  que  entrañaba,  era 
tanto  mas  de  estimar,  cuanto  que  el  matiz  político  que  pre- 


—   136  — 

da  dudarse  de  ei  continúa  publicándose.  El  último  tomo  es 
del  93  y  contiene  las  diaposiciones  del  primer  cuatrimestre 
de  188  8:  es  decir,  la  legislación  de  nace  cerca  de  dies  años. 

Por  último,  en  H  de  Octubre  de  1873  apareció  nn  decre- 
to del  Gobierno  republicano,  disponiendo  que  el  Ministro 
de  Ultramar  visitase  la  isla  de  Cuba  con  el  objeto  t de  esta* 
diar  los  medica  de  poner  término  á  la  insurrección  que  en 
ella  existía,  mejorar  su  situación  económica,  .preparar  la 
abolición  de  la  esolavitud  y  plantear  las  reformas  necesarias 
en  el  Gobierno  y  Administración  de  la  provincia,  adop- 
tando desde  luego,  dentro  de  sus  facultades,  las  medidas  que 
estimase  oportuno  para  aquellos  fines.» 

Y  luego  añadía:  c  visitará  también  la  isla  de  Puerto  Bioo 
con  el  objeto  de  apreciar  el  resultado  de  las  reformas  allf 
introducidas,  y  resolver,  asimismo,  con  arreglo  á  las  atri- 
buciones que  le  competen,  lo  que  estime  conveniente  á  so 
administración  y  gobierno.» 

En  el  preámbulo  de  este  decreto  se  habla  de  la  necosidad 
de  una  acción  vigorosa  y  decisiva  para  concluir  con  la 
guerra  cabana,  «cuya  continuación  priva  á  la  grande  Anti- 
11a  de  los  beneficios  de  la  paz,  imposibilita  el  desarrollo  de 
su  riqueza,  y  es  constante  obstáculo  al  planteamiento  de  las . 
reformas  que  reclaman  de  consuno  la  humanidad  y  la  civili- 
zación.  t  Trátase  del  estado  económico  qu$  se  califica  de  gra  • 
ve:  y  estimase  lastimado  el  crédito  y  en  aumento  la  des- 
confianza, exigiéndose  por  todas  partes  nn  plan  ordenado  de 
Hacienda  que  dé  recursos  para  la  pacificación  y  permita  ha- 
cer que  las  cargas  impuestas  al  país  redunden  en  su  prestí- 
gío»  prosperidad  y  beneficio.  Se  habla  de  la  esclavitud,  y  es- 
perando que  este  problema  se  ha  de  resolver  con  el  concurso 
y  el  acuerdo  da  todos,  el  preámbulo  dice  t que  no  cabe  olvidar 


— ;  137  - 

que  la  conciencia  pública  espera  oon  ansiedad  creciente  el 
día  de  la  abolición.  > 

cLa República — añade— fiel  á  sus  principios,  ha  amplia- 
do  las  reformas  qne  á  Paerto  Rico  llevó  .la  Revotación  de 
Septiembre.  La  esclavitud  ha  desaparecido.  El  titulo  pri- 
mero de  la  Constitución  reconoce  en  los  hijos  de  aquella 
provincia  los  derechos  que  gozan  sus  hfcrAanos  de  la  Pe- 
nüfeula.-f  el  Gobierno  que  aspira  á  completar  su  obra  ne* 
oeeita  apreciar  el  resultado  de  tan  trascendentales  innova* 
ciones.» 

Por  último  concluye:  cEl  Gobierno  espera  tanto  de  esta 
determinación  (la  del  informe  sobre  la  situación  ultramari- 
na), que  no  ha  vacilado  en  aceptar  el  generoso  ofrecimien- 
to de  uno  de  sus  individuos,  seguro  de  que  cuantos  aman 
el  nombre  de  Espafia,  verán  que  si  el  progreso  reclama 
ciertas  reformas,  y  la  opinión  exige  el  cumplimiento  de 
ciertas  promesas,  nada,  absolutamente  nada,  hay  superior 
para  la  República  á  la  integridad  de  la  patria.  * 

Conforme  á  este  decreto,  el  Sr.  D.  Santiago  Soler  y  PUL, 
Ministro  de  Ultramar,  se  embarcó  para  Puerto  Rico  y  Cnba 
4  fines  de  1873,  pero  en  la  Grande  Antilla  le  sorprendió  el 
üunoso  golpe  del  S  de  Enero,  que  dio  al  traste  con  todos 
los  propósitos  y  proyecto^  de  su  viaje. 

Por  lo  pronto  éste  lp  proporcionó  algunos  graves  roaa- 
mientos  con  la  primera  autoridad  de  Caba,  según  lo  indi- 
cado en  otra  pcrte  de  este  trabajo.  Pero  de  todas  suertes  el 
viaje  del  Sr.  Soler  y  Plá  acredita  el  excelente  propósito 
del  Gobierno  republicano  que,  después  de  las  reformas  he- 
chas, no  se  limitaba  simplemente  á  desear  otras.  Y  el  via- 
je, oon  todas  las  dificultades  y  peligros  que  entrañaba,  era 
tanto  mas  de  estimar,  cuanto  que  el  matiz  político  que  pro- 


■^1 


—  US  — 

dominaba  en  las  esferas  oficiales  á  fines  de  1873t  era  el 
nieuoa  pronunciado  del  republicanismo  español.  Con  uni- 
óla frecuencia  loa  gobernantes  de  entonces  fueron  censara* 
dos,  combatidos  y  estimulados  por  sos  demás  correligiona- 
rios, que  creían  urgente  continuar  la  obra  de  la  reforma 
sin  loa  aplazamientos  que  suponía  el  viaje  del  Sr.  Solar 
j  Flá.  Por  tauto,  la  nota  de  éste  era  la  mas  templada,  y 
sin  embargo  no  puede  negarse  su  sentido  reformista  y  su 
patriótica  intención. 


vni 


He  dicho,  al  principio  de  este  trabajo,  que  para  apreciar 
debidamente  lo  que  la  Bepública  de  1873  hizo  en  favor  de 
las  libertades  de  Ultramar,  es  imposible  prescindir  de  las 
extraordinarias  circunstancias  de  aquel  tiempo;  oirounstan- 
eias  no  sólo  perfectamente  distintas  y  aun  opuestas  á  las  del 
período  posterior  de  la  Restauración  y  de  la  Regencia,  si 
que  de  gravedad  muy  superior  á  todas  las  que  han  caracte- 
rizado á  las  épocas  señaladas  por  el  heoho  de  la  reforma 
colonial  en  los  pueblos  más  poderosos  y  ejemplares  de  la 
política  contemporánea. 

Con  deplorable  frecuencia  se  ha  prescindido  de  esta  nota 
por  no  pocos  antillanos,  seria  y  naturalmente  preocupados 
en  favor  de  la  pronta  y  positiva  instauración  de  un  régi- 
men colonial  progresivo. 

Es  preciso  ser  sinceros  y  dar  á  las  oosas  su  verdadero 
nombre.  No  es  digno,  ni  siquiera  forma),  prescindir  de  la 
realidad  de  los  hechos.  Además,  el  error  de  los  antillanos 
á  que  me  refiero  puede  ser  de  extraordinarias  consecuen- 
cias. Ya  ha  producido  algunas  bien  sensibles;  de  las  cua- 


w% 


1 


—  140  — 

les  poeos  como  Jo  pueden  hablar,  porque  somos  muy  conta- 
dos los  que  en  la  Península  hemos  permanecido  en  el  terre- 
no del  combate,  aleada  la  bandera  autonomista  y  sin  descon- 
fiar del  éxito  de  la  propaganda,  en  los  interregnos  parla- 
mentarios, y  en  los  periodos  críticos  de  las  grandes  cerra- 
sones,  de  los  apremiantes  pesimismos,  de  las  provocacio- 
nes insoportables  y  de  las  calumnias  protegidas  por  la  ig- 
norancia popular,  la  exaltación  patriótica  y  el  pánico  de  los 
días  negros  y  terribles. 

Uno  de  los  primeros  efectos  del  error  que  señalo  ha  sido 
ana  cierta  reserva  de  alguaos  elementos  políticos  de  la  gran* 
de  Antilla,  respecto  de  los  elementos  republicanos  de  la  Pe- 
nínsula; reserva  correspondida  á  la  postre  y  después  de  ma- 
chos incidentes  de  enojosa  explicación,  por  parte  de  bastan- 
tes republicanos,  con  una  gran  desconfianza,  acompañada 
de  motes  y  censuras  de  excesiva  severidad. 

A  mi  juicio,  la  principal  causa  de  esta  positiva  falta  de  in- 
timidad está  en  una  dobló  equivocación  de  la  Península  y  de 
las  Antillas.  Aquí  no  se  comprende  bien  la  situación  excep- 
cional de  los  antillanos,  á  quienes  se  niega  el  derecho  común 
de  los  españoles,  y  que  por  tanto  necesitan  consagrar  prefe- 
rentemente sus  esfuerzos  á  recabar  lo  que  ya  es  un  supuesto 
indiscutible  de  todas  las  campañas  de  los  peninsulares.  Ade- 
más, la  especialidad  de  la  vida  colonial  pide  una  atención  es- 
pecialísima,  y  no  sería  medianamente  discreto,  de  parte  de 
los  politioos  insulares,  posponer  este  particular  á  la  campaña 
que,  á  diario,  los  peninsulares  hacen  en  nombre  de  toda 
la  Nación,  pero  que  en  realidad  ordinariamente  es,  y  tiene 
que  ser,  en  obsequio  de  las  regiones  ó  provincias  de  la  Pe- 
nínsula, ouyos  representantes  constituyen  la  casi  totalidad 
de  nuestras  Cortes,  y  cuyos  intereses  económioos — más  & 


—  141  - 

i  efectivos,— considerados  de  cierto  modo,  pueden  estar . 
6  no  en  harmonía  con  los  de  Onba  y  Puerto  Rico,  Por 
tanto,  para  qne  los  problemas  antillanos  se  conozcan  y  se 
procure  y  consiga  su  necesaria  harmonía  con  los  intereses 
de  las  regiones  peninsulares,  en  vista  del  interés  supremo 
•  de  la  Nación,  ha  sido  preciso  y  es  natural  que  los  políticos 
ultramarinos  hicieran  y  hagan  una  campaña  de  mucha 
-acentuación  local.  Al  hacer  esto  "no  merecen  la  nota  de 
egoístas,  ni  por  ello  puede  discutírseles  su  sentido  y  valor 
políticos.  * 

Pero  tampoco  yo  desconozco  el  pecado  del  otro  lado.  Y 
este  consiste  en  que  mucha  gente  de  las  Antillas  no  sabe, 
6  no  ha  estimado  bien,  primero,  lo  que  la  República  del  73 
y  los  republicanos  de  época  posterior,  han  heoho  por  la  cau« 
sa  de  las  libertades  coloniales:  y  segundo,  lo  que  para  esta 
causa  representa  actualmente  el  concurso  de  los  república- 
nos  de  la  Península,  aun  en  el  supuesto  de  que  todos  los 
.  monárquicos  de  España  estuvieran  decididos  á  proclamar, 
con  perfecta  sinceridad,  la  Autonomía  colonial. 

Mis  de  una  vez  he  oído  rebajar  los  méritos  de  la  obra 
-colonial  republicana  de  1873  (nunca  precisada  por  sus  orí  ti* 
coa),  invocando  para  ello  el  deber  en  que  los  republicanos  es- 
taban, por  razón  de  su  doctrina,  de  aplicarla  inmediatamen- 
te, á  la  sociedad  política  de  Cuba  y  Puerto  Rico.  Paro  alargu  • 
mentar  asi  se  desconoce  algo  punto  menos  que  sustancial 
en  todo  empeño  de  política  positiva.  Aparte  de  que  se  exige 
á  los  republicanos  lo  que  solo  hasta  cierto  punto  se  pide  á 
los  monárquicos,  que  pasan  plaza  de  gubernamentales.  No 
jbb  posible  considerar  únicamente  los  principios  en  las  cam- 
pañas de  los  partidos.  El  hombre  político  tiene  que  estimar 
^al  propio  tiempo  el  medio  en  que  opera,  los  recursos  de 


—  14  2  — 

que  dispone,  las  probabilidades  de  éxito,  loe  elementos  au- 
xiliarse y  cooperadores  y  la  colocación  qne  los  problemas . 
tienen ,  tanto  por  su  importancia  absoluta  como  por  las  cir- 
canstancias  de  tiempo  y  lagar.  En  tal  supuesto  ee  pan- 
to menos  que  una  locura  esperar  que  los  hombres  políticos» 
por  el  mero  compromiso  doctrinal  realicen,  inmediata  y  abso- 
lutamente, todas  las  ideas  consagradas  en  su  programa,  6~ 
que  se  deducen  de  éste,  por  su  propio  y  único  esfuerzo,  qui- 
za con  la  cooperación  de  gentes  opuestas  á  algunas  sol  ocio - 
nes  particulares,  mientras  los  partidarios  de  éstas  se  reser- 
van, en  una  relativa  indiferencia  y  cruzados  de  brazos,  vien- 
do cómo  los  demás  satisfacen  sus  deseos.  Esto,  no  sólo  no  ee 
político;  quisa  tampoco  es  humano. 

Pero  además,  vuelvo  á  repetir  que  la  mayor  parte  de  las 
dudas  que  en  Ultramar  se  tienen  respecto  de  la  considera- 
ción que  las  libertades  coloniales  han  merecido  á  los  re- 
publicanos de  la  Península,  depende  de  que  allí  son  desco- 
nocidos muchos  hecho* ,  y  que  son  pocos  los  que  pueden  es- 
timar i  dos  mil  leguas  de  distancia  las  positivas  dificulta- 
des con  que  la  República  del  73  luohó  para  realizar  lo  qne 
hizo  y  que  de  todas  suertes  fué  muchísimo  mas  de  lo  que 
han  hecho  después  los  partidos  de  la  Restauración.  Esto, 
prescindiendo  graciosamente  de  que  los  partidos  monár- 
quicos han  sancionado  respecto  de  Puerto  Rico  un  evidente 
retroceso:  el  retroceso  que  implican  los  decretos  de  1876,  la 
reforma  electoral  del  92  y  del  94,  y  muy  buena  parte  de  la 
reforma  llamada  de  los  Sres.  Maura  y  Abarzuza  de  1894  y 
95,  inferior,  en  ciertos  extremos,  al  régimen  portorriqueño 
de  1873.  De  ello  hablan  poco  é  no  dicen  nada  los  críticos  y 
los  desdeñosos  á  que  me  refiero. 

Deplorando  todo  esto,  no  me  asombro  ni  me  irrito.  Aquí 


—  143  — 

mismo,  en  la  Península,  estoy  viendo  á  cada  paso  la  indi- 
ferencia con  qne  se  habla  de  los  hombres  y  las  situaciones* 
políticas  qne  prepararon  y  consagraron,  en  medio  de  dificul- 
tades sin  cuento,  el  régimen  liberal  y  relativamente  demo- 
crático de  que  hoy  disfrutan,  sin  haberles  costado  casi  nada, 
6  nada  del  todo,  aquellos  que  más  tachan  de  deficientes 
los  trabajos  realisados  por  sus  antecesores.  Es  muy  común 
quitar  toda  importancia  á  lo  que  uno  mismo  no  hace,  aun- 
que de  ello  se  aproveche,  y  es  íacüishno  exigir  á  los  de- 
más, en  nombre  de  la  lógica,  todo  género  de  buenas  dis- 
posiciones y  aun  de  positivos  sacrificios,  prescindiendo  de  la 
aplicación  de  esa  misma  lógica  á  la  conducta  del  que  re- 
dama y  exi  je. 

Y  paso  por  alto  el  escandaloso  espectáculo  que  se  ha  dado 
varias  veces,  en  estos  últimos  años,  de  las  aclamaciones  y 
los  vítores  con  que  han  sido  saludados,  no  solo  por  la  mul- 
titud desorientada  ó  ignorante,  sino  por  bastantes  gentes 
más  &  menos  identificadas  con  las  reformas  ultramarinas, 
hombres  políticos  perfectamente  caracterizados  por  sus  de- 
claraciones terminantes  contra  la  autonomía  colonial  ó  con- 
tra la  abolición  inmediata  de  la  esclavitud  ó  contra  la  re- 
forma electoral  democrática  ó  contra  otras  soluciones  es» 
paneivas  coloniales,  y  á  los  cuales,  el  clamor  de  última  hora 
loa  presenta  como  los  más  decididos  reformistas  y  los  bene- 
factores más  indiscutibles  de  las  Antillas  españolas.  Excu- 
sado es  decir  que  entre  todas  aquellas  aclamaciones,  de 
fecha  bien  reciente,  no  hubo  un  solo  recuerdo  para  la  Re- 
pública del  73  ni  para  la  campaña  autonomista  de  los  repu- 
blicanos españoles  de  estos  últimos  diecisiete  años. 

Repito  qne  todos  estos  hechos  no  me  sorprenden  ni  me 
desaniman  de  ninguna  suerte.  He  contado  siempre  oon 


•     _  ¡44  — 

todo  eso.  Pero  mi  prudencia  no  llega  á  la  longanimidad,  y 
ai  como  hombre  justo  tengo  derecho,  y  hasta  el  deber  da 
procurar  la  rectificación  de  esos  abusos  de  la  credulidad  pú- 
blica, como  hombre  político  necesito  ocuparme  del  particu- 
lar, porque  sé,  por  una  larga  y  costosa  experiencia,  las  difi- 
cultades que  todas  esas  injusticias  producen  para  continuar 
las  campañas  del  derecho,  mediante  el  concurso  de  elemen- 
tos y  fuerzas  positivamente  efíoaces.  No  en  cosa  corriente 
mantener  la  cooperación  de  los  elementos  simpáticos  á  la 
reforma  ultramarina  frente  á  la  insistencia  del  olvido  6 
de  la  desconsideración  de  esos  auxiliares  por  parte,  más 
ó  menos  importante,  de  aquellos  que  primeramente  han 
de  aprovechar  el  efecto  de  la  oampafia  reformista  que  en 
la  Península  se  haga. 

Por  todo  esto  no  me  cansaré  de  recordar  los  enormes 
obstáculos  que  para  el  menor  avance,  en  el  sentid  j  de  la  li- 
bertad y  la  política  colonial  en  1S73,  oponían  las  circuns- 
tancias por  todo  extremo  exoepoionales  de  la  Península  y 
-Cuba.  En  tal  sentido,  cuanto  en  aquella  época  se  hiao  con 
tendencia  espansiva  tiene  un  valor  punto  menos  que  in- 
comparable con  lo  que  la  Restauración  ha  hecho  en  circuns- 
tancias tan  favorables  oomo  las  que  siguieron  inmediata- 
mente á  la  paz  del  Zanjón  y  las  de  todo  el  periodo  de  tras* 
t  ulidad  y  progreso  de  los  últimos  quinos  ó  dieciséis 
attos. 

7a  he  indicado  buena  parte  de  tas  dificultades  de  la  po  • 
lítica  interior  de  la  Península.  Algo  he  dicho  de  los  obstá- 
culos provenientes  de  la  actitud  reservadísima,  que  frente  4 
la  República  del  73  adoptaron  los  Gobiernos  europeos.  & 
insinué  algo  también  respecto  de  la  disposición  poco  alenta- 
dora de  la  República  norteamericana. 


—  145    — 

Ahora  ampliaré  las  indicaciones. 

El  Gobierno  francés,  según  despachos  del  8r.  Olózaga, 
estovo  al  principio  dispuesto  á  reconocer  nuestra  Repúblioa. 
Mr.  Thiers  le  manifestó,  á  mediados  de  Febrero,  que  de  he- 
-cho  reconocía  el  nuevo  estado  de  cosas  de  España,  pero  que 
por  monee  de  política  internacional  tardaría  algún  tiempo 
en  dar  carácter  oficial  al  reconocimiento. 

Nombrado  por  el  Sr.  8almerón  para  Embajador  en  Pa- 
rís el  Sr,  A  barniza,  este  no  llegó  á  presentar  sus  credencia- 
les,  siendo  sustituido,  después  del  golpe  del  3  de  Enero, 
por  el  Sr.  Marqués  de  la  Vega  Armijo,  en  cuya  fecha  re- 
conoció Francia  al  Gobierno  del  duque  de  la  Torre. 

Alemania  tampoco  reconoció  á  la  República  á  pesar  de  los 
eefhenoe  que  hiso  D.  Patricio  de  la  Eaoosura,  ministro  en. 
Berlín.  Celebró  este  señor  varias  conferencias  con  Bismarok 
y  le  encontró  propicio  al  reconocimiento,  pero  no  se  decidió 
probablemente  (decía  el  Sr.  Escosura),  por  la  presión  que 
ejercían  los  gobiernos  de  Viena,  Rusia  é  Italia. 

En  cuanto  á  los  demás  gobiernos  europeos,  solo  el  de  Sui- 
sa  simpatizó  con  la  República  española,  reconociéndola  en 
24  de  Febrero  de  1873,  después  de  haberle  sido  notificado  el 
advenimiento  de  aquella  por  la  Embajada  española  de  París. 

Nuestra  República  fué  reconocida  en  América  por  los 
Gobiernos  siguientes:  Estados  Unidos,  Guatemala  y  Gesta 
Rica. 

El  Gobierno  de  los  Estados  Unidos  reconoció  enseguida 
el  nuevo  Gobierno  español  enviando  al  efecto  órdenes  tele* 
gráficas  á  Mr.  8ickles  para  que  efectuara  el  reconocimiento. 
Se  convino  en  que  fuera  en  forma  solemne  y  mediante  una 
audiencia  pública  ante  el  Presidente  del  Poder  ejecutivo  y 
así  se  realiaó  el  día  15  de  Febrero  de  1S73. 


—  146  — 

El  3  de  Marzo  siguiente,  las  Cámaras  americanas  vota- 
ron   oa  joint  retolution  felicitando  á  España  por  la  pro* 
clamación  de  la  República  y  encargando  al  Presidente,  que- 
lo  era  el  general  Grant,  que  transmitiera  esta  resolución  al 
Gobierno  de  Madrid. 

Mr.  8ickles  dio  conocimiento  de  este  acuerdo  parlamen- 
tario en  Nota  oficial  de  20  de  Abril  de  1873. 

En  Octubre  de  1873  presentó  sus  credenciales  el  señor 
don  Carlos  Gutiérrez,  reconociendo  á  la  República  española . 
en  nombre  de  los  Gobiernos  de  Guatemala  y   Costa  Rica. 

Pero  hay  que  decir  algo  más  que  no  se  halla  consignado 
en  los  documentos  relativos  al  reconocimiento  de  la  Repú- 
blica del  73  y  que  no  resulta  de  la  mera  referencia  á  la  aba- 
tención  v  reserva  de  los  gobiernos  europeos. 

!  ■  f.  tal  sentido  conviene  que  se  conozca  la  contestación 
que  el  señor  don  José  de  Carvajal,  Ministro  de  Estado  en 
Espa&a,  se  vio  en  el  caso  de  dar  al  representante  oficioso  de 
Francia  á  fines  de  1873  y  que  explica  bien  la  tirantez  de 
relaciones  de  nuestro  Gobierno  aun  con  el  de  la  Repúblioa 
vecina  y  hermana,  cuya  sin  razón  no  necesito  demostrar. 
Et§  un  documento  curioso  que  se  ha  publicado  en  Madrid 
muy  recientemente.  Helo  aquí: « 

cMuy  señor  mió: 

He  recibido  la  nota  que  con  fecha  de  ayer  ha  tenido  usted 
la  bondad  de  dirigirme  en  queja  de  las  apreciaciones  que 
el  estado  actual  de  los  asuntos  políticos  en  Francia  ha  su- 
gerido á  la  prensa  de  Madrid  que  recibe,  por  lo  que  usted 
se  figura,  inspiraciones  del  Gobierno  y  especialmente  de 
la  Presidencia.  Con  este  motivo  estableoe  usted  hechos  y 
entra  en  leflexionefl  que  no  puedo  dignamente  aceptar,  so- 
bre todo  después  de  haber  usted  afirmado  en  dicho  docu- 
mento, que  los  presenta  á  mi  consideración,  habiendo  antes 
apurado  su  paciencia  y  sus  sentimientos  conciliatorios. 


—  I4T  — 

8i  usted  hubiera  formulado  pura  y  simplemente  au  queja. 
Instaría  recordarle  por  respuesta  la  libertad  que  disfruta 
la  prensa  en  nuestro  país,  aun  después  de  recientes  y  tran- 
sitorias modificaciones  introducidas  en  la  legislación;  poro 
oomo  usted  funda  á  manera  de  principio,  que  existe  una 
prensa  oficial,  inspirada  por  el  Poder  ejecutivo;  como  ha- 
bla de  ataques  constantes  y  violentos  por  parte  de  la  mis- 
ma hacia  la  nación  qu*  usted  representa;  complica  estos  he- 
chos con  el  lengnaje  oficial  del  Gobierno,  las  comunicacio- 
nes de  nuestro  embajador  en  París  y  la  sinceridad  de  las 
declinaciones  del  jefe  del  Estado;  oomo,  por  último,  llega 
su  condescendencia  hasta  el  pnnto  de  aconsejar  caál  de* 
niara  ser  la  preocupación  legitima  de  la  prensa  que  supone 
oficiosa,  no  puedo  menos  de  hacerme  someramente  cargo  de 
estas  diferentes  cuestiones  en  el  terreno  que  usted  me  las 
presenta. 

No  existe  prensa  semiofioiai,  ni  los  periódicos  republica- 
nos que  se  publican  en  Madrid,  reciben  directa  ó  indirecta- 
mente las  inspiraciones  del  Poder  Ejecutivo;  se  encuen- 
tran en  el  mismo  caso  que  los  de  otro  color  político.  No  re  • 
cuerdo  que  la  nación  vecina  haya  sido  juzgada  por  la  pren- 
sa española,  y  mucho  menos  por  la  republicana,  peor  que 
lo  ha.  sido  y  lo  es  constantemente  nuestro  propio  Gobierno; 

L fácil  será  á  usted  comprender  que  éste  no  tiene  dentro  de 
s  leyes  medios  de  reprimir  las  apreciaciones  que,  tanto 
respecto  de  so  conducta  oomo  de  la  de  otros  gobiernos  eu- 
ropeos%  hagan  los  periódicos  españoles.  Es  muy  sensible 
que  usted,  partiendo  de  aquella  suposición,  ligue  los  actos 
de  la  prensa  con  el  lenguaje  oficial  del  Gobierno,  porque 
siendo  usted  el  representante  político  de  la  nación  vecina, 
sólo  debe  hacer  responsable  á  este  ministerio  de  sus  pro- 
pios actos  y  manifestaciones;  y  es  todavía  más  sensible  que 
confunda  usted  en  uoa  misma  nota  las  quejas  que  el  len- 
guaje de  nuestros  diarios  políticos  le  sugieren  con  la  co- 
rrespondencia de  nuestro  representante  en  París,  tír.  A  bar- 
zuza,  y  con  la  sinceridad,  que  nadie  tiene  derecho  á  poner 
en  duda,  de  las  declaraciones  del  presidente  del  Poder 
Ejecutivo. 

Pero  todavía  es  más  penoso  que  ocurran  á  usted  estas  ob  • 
servaeiones  y  estts  analogías,  por  el  simple  hecho  de  que 
en  un  periódico  se  haya  estampado  la  f*aae  de  que  todavía 
hay  salvación  para  la  Francia^  inocente  y  sencillísima  ma- 
nifestación que  no  ha  debido  despertar  la  susceptibilidad  de 
usted.  Si  el  Gobierno  tuviera  prensa  á  su  devoción,  sabría 


—  148  — 

por  si  propio  darla  la  dirección  que  considerase  conveniente 
á  los  intereses  de  la  Patria;  pero  al  menos,  como  expresión 
de  la  bnena  voluntad  qne  anima  á  usted,  no  desconoce  el 
valor  de  su  consejo. 

Y  en  cuanto  á  1a  reticencia  principal  de  su  nota,  relati- 
va á  que  este  Gobierno  es  dueño  de  sentir  en  su  particular 
simpatías  que  contrastan  con  las  seguridades  ofic  ales  que 
ba  dado  á  usted,  me,  reservo  hacer  presente  á  su  excelentí- 
simo señor  ministro  de  Negocios  Extranjeros  las  observa- 
ciones que  me  ocurren  acerba  del  derecho  que  usted  pueda 
tener  para  esta  afirmación;  y  aun  antes  d«j  qae  usted  Sicial- 
meote  me  lo  manifestara  y  lo  reconociera  como  facultad  de 
este  ministerio,  libres  estábamos  de  hacer  ó  no  votos  en  fa- 
vor de  la  adopción  definitiva  en  Fr anc  a  del  régimen  repu- 
blicano. 

Lo  que  tengo  el  honor  de  manifestar  á  usted,  para  su  co- 
nocimiento y  efectos  oportunos,  ofreciéndole  siempre  mi' 
consideración  más  distinguida. 

Madrid  14  de  Noviembre  de  1879. — £1  Ministro  de  Es- 
tado, José  de  Carvajal.» 

Ahora  vengamos  á  las  relaoiones  de  España  con  loe  Es- 
tados Unidos. 

Como  era  natural,  el  Gobierno  de  los  Estados  de  Norte 
América  debía  separarse  de  la  conducta  de  los  Gobiernos 
europeos,  y  apresurarse  á  reconocer  á  la  República  españo- 
la de  1873,  pero  la  cuestión  cubana  tenia  que  ser  una  gran 
dificultad  para  las  intimas  y  deseables  relaciones  de  España, 
y  la  gran  República.  Momentos  hubo  en  que  fué  inminente 
una  ruptura  entre  las  representaciones  ofioiales  de  entram- 
bos países.  En  este  trance,  el  Gobierno  de  la  República  es- 
pañola demostró  un  tacto  y  una  energía  excepcionales. 

Su  valor  ha  podido  ser  desconooido  en  el  transcurso  de  los 
últimos  25  años,  entre  otros  motivos  porque  no  ha  habido 
termino  de  comparación.  Pero  en  los  días  presentes,  des- 
pués de  los  Mensajes  de  los  Presidentes  americanos  de» 
veland  y  Mac  Kinley,  de  las  notas  de  Mr.  Olney  y  de> 


—   149  — 

los  debites  del  Congreso  de  Washington,  y  de  las  actitu- 
des y  resoluciones  del  Gobierna  conservador  de  España 
respecto  de  cuestiones  de  tanta  resonancia  como  la  perse- 
cución del  Allia*ce>  el  proceso  del  Competitor,  el  indulto 
de  Sanguily,   las  investigaciones  sobre  la  muerte  del  den* 
tista  Rufa,  los  socorros  á  los  americanos  indigentes  de  Cu* 
ba,  y  otros  particulares  por  el  estilo,  paréceme,  repito,  que 
no  habrá  hombre  medianamente  imparcial  que  no  ponga  por 
cima  de  todo  lo  hecho  por  los  monárquicos  (que  dicho  sea 
de  paso,  en  1861,  abandonaron  á  Santo  Domingo,  en  1819 
vendieron  la  Florida,  en  1823  franquearon,  en  la  Penín- 
sula, el  camino  á  los  Cie.u  mil  hijos  de  San  Luis  y  en 
1836  solicitaron  y  aprovecharon  la  Cuádruple  alianza)  la 
disposición  viril  y  los  procedimientos  afortunados  de  los 
hombres  de  1873  en  sus  relaciones  con  los  Estados  Unidos, 
Cuéntese  que  no  emito  parecer  sobre  la  bondad  ó  el  error 
de  la  conducta  del  Ministerio  presidido  por  el  Sr.  Cánovas 
del  Castillo.  Ese  es  otro  problema,  por  cierto  muy  delicado 
y  complejo.  Me  limito  á  afirmar  que,  bajo  todos  respectos, 
lo  que  hizo  y  lo  que  consiguió  el  Gobierno  de  1873  fué 
mejor. 

Debo  recordar  que  el  periodo  álgido  de  la  primera  insu- 
rrección de  Cuba  fué  el  de  los  años  73,  74  y  75.  A  media- 
dos de  1872  (el  14  de  Mayo)  el  general  Balmaseda  firmó  un 
decreto  de  indulto,  llamado  del  Cauto  Embarcadero:  indulto 
del  que  fueron  exceptuados  Céspedes,  los  individuos  de  la 
Cámara  insurrecta  y  varios  cabecillas.  Por  diversos  motivos 
este  decreto  no  produjo  efecto.  Además  las  huestes  de  los 
revolucionarios  se  nutrieron  con  numerosos  expedicionarios 
«de  los  Estados  Unidos,  Venezuela  y  las  vecinas  Antillas. 
Balmaseda  dimitió  y  le  sucedió  como  Capitán  general  y  Go- 


—  160   — 

émulos  superior  de  Cuba  el  general  Ceballos,  el  cual,  fal- 
co de  recursos  militares  ante  la  creciente  pujanza  de  la  re  • 
belión,  determinó  reducirte  á  la  defensiva  en  las  juriediooío- 
Dea  de  Holguín  y  Bayamo  en  el  Oriente  de  Cuba  y  tomar 
la  ofensiva,  oon  cierto  vigor,  en  el  departamento  central  j 
en  la  jurisdicción  de  Santiago.  Al  general  Ceballos  sucedió 
el  general  Pieltain,  que  no  tuvo  grandes  éxitos  militares, 
pero  '[ae  mantuvo  bien  el  orden  en  la  Habana.  Los  insu  • 
rrectoa  se  concentraron  y  organizaron  en  gruesas  partidas 
de  tres  y  cuatro  mil  infantes  y  ochocientos  á  mil  jinetes»  oon 
armas  y  medios  regulares  de  guerra,  constituyendo  campa- 
mentos y  aprestándose  á  romper  la*  famosa  trocha  de  Jácaro 
i  Morón  para  invadir  el  Centro  y  Oeste  de  la  Ida.  El  vera- 
no de  1873  fué  fatal  para  las  armas  españolas.  En  estos  mo- 
mentos el  general  Jovellar  fué  á  Cuba,  sustituyéndole,  en 
1574,  el  general  Concha,  En  este  año  los  insurrectos  entra- 
ron en  Sanoti  Spiritus  é  invadieron  la  jurisdicción  de  Trini- 
dad, El  6  de  Enero  de  187$,  Máximo  Gómez  pasó  la  trocha 
y  á  tinea  de  aquel  año  la  insurrección  era,  como  nunca,  im- 
ponente. 

Por  manera  que  si  bien  la  guerra  cubana  logró  después 
de  la  República  mayor  importancia  que  la  oonseguida  hasta 
entonces,  el  año  73  faé  de  muchas  mayores  dificultades  que 
loa  anteriores,  aan  sin  considerar  más  que  la  actitud  y  los 
recursos  de  los  insurrectos,  prescindiendo  de  los  obstáculos 
que  para  combatir  pronto  y  eficazmente  á  Ó3tos  resultaban  de 
la  criéis  política  de  la  Metrópoli,  de  las  conspiraciones  de  loe 
alionamos,  de  los  alzamientos  de  los  carlistas  y  cantonalistas 
y  de  la  influencia  que  el  cambio  de  instituciones  en  la  Pe- 
nJnaula  tenia  que  ejeroer  y  realmente  ejerció  en  la  Habana, 
donde  comenzaron  á  publicarse  algunos  periódicos  republi- 


-"151  — 

-canos  y  sefialarss  algunas  diferencias  contenidas  discreta  y 
ipoiitieatfiente  per  el  general  Pieltain. 

Sato  sentado,  hay  que  volver  la  vista  al  pueblo  de  loa 
'Estados  Unidos. 

Seria  pueril  negar  las  simpatías  que  todas  las  revolucio- 
nas de  Cuba  han  logrado  y  tienen  qae  oonseguir  en  Norte 
América.  No  mis  respetable  me  parece  el  discutir  la  faena 
de  esas  simpatías.  Las  determinan  muy  diversas  causas, 
todas  potísimas.  Bastarían  la  vecindad  de  loa  Estados  Uní* 
dos  y  de  Cuba,  la  circunstancia  de  pertenecer  los  unos  y 
la  otra  al  Continente  Americano,  y  el.  hecho  de  que  la  in- 
dependencia y  personalidad  de  la  República  norteameri- 
cana arrancan  de  una  revolución  de  trece  colonias  contra 
ana  Metrópoli  europea.  Después  de  esto  hay  otros  moti- 
vos de  oarácter  eminentemente  poHtioo,  pero  que  ¿  mi  juicio 
no  tienen  la  importancia  de  los  primeros,  los.  cuales  llegan 
i  lo  íntimo  del  pueblo  americano  y  le  predisponen  de  un 
modo  perfectamente  distinto  á  cuanto  pudiera  pensar,  sentar 
7  hacer  el  Gobierno  de  Washington,  obligado  á  respetos, 
temperamentos  y  maneras,  impuestos  por  las  prácticas  y  las 
reglas  convenidas  del  Derecho  internacional. 

No  se  me  pueden  ocultar  los  motivos  y  el  fin  de  los  po- 
líticos norteamericanos  que  en  1854  patrocinaban  las  ten- 
dencias anexionistas  de  López  y  Pintó  ni  la  osusa  de  las 
negociaciones  que  entonces  se  intentaron  para  la  compra 
de  Cuba,  después  de  las  Conferencias  de  Ostende.  Ni  puedo 
ignorar  lo  que  desde  1869  i  1874  se  hizo  por  los  insurrec- 
to! cubanos  para  recabar  el  apoyo  del  Gobierno  de  Was- 
hington, constantemente  resistente  y  aun  opuesto  (por  ra- 
tones que  comprendo  muy  bien)  á  las  gestiones  de  nues- 
tra separatistas.  Del  mismo  modo  creo  no  equivocarme  al 


—   162  — 

apreciar  lo  que  ahora  pasa  en  el  Congreso  de  los  Esta- 
dos Unidos,  la  rasón  de  1%  actitu4  del  Gobierno  .de  la. 
Bépúbliea,  y  loa  motivos  de  las  aparentes  vacilaciones  de 
éste  al  lado  de  la  agitación  qne  se  llegó  ¿  produoir  en 
aqnel  país,  sobre  todo  hace  seis  ú  ocho  meses,  en  favor  de 
la  insurrección  cubana. 

De  paso  djré  que  pertenezco  al  grupo  de  los  que  duden  qne 
los  directores  de  la  República  norteamericana  ahora  verda- 
deramente deseen  (como  no  desearon  en  1870)  la  indepen- 
dencia de  Cuba,  y  que  ni  por  esta  independencia  ni  por  la 
inmediata  anexión  de  la  grande  An  tilla  á  la  Gran  Bépúbliea, 
él  Gobierno  de  Washington  y  los  hombres  políticos  de  los 
Estados  Unidos,  estén  dispuestos  ¿  una  guerra  con  España. 

Llego  al  punto  de  pensar  que,  hoy  por  hoy,  lo  que  más 
convendría  á  Norte  América  y  lo  que  realmente  preocupa 
á  aquellos  estadistas,'  es  que  continúe  la  bandera  de  Es- 
paña en  el  Morro  de  la  Habana,  pero  mediante:  1.°  un  ana- 
plio  régimen  liberal  y  autonomista  cuyo  florecimiento  hsga- 
dificilísima  la  agitación  de  los  simpatizadores  del  separatis- 
mo que  producen  no  pocas  dificultades  en  el  curso  de  la  ac- 
tual política  americana,  y  2.°  una  extensa  y  radical  reforma 
arancelaria  que  permita  tanto  la  explotación  del  mercado  an* 
tillano  por  el  comercio  de  los  Estados  Unidos  como  la  fortifi- 
cación del  Tesoro  de  este  último  paja  con  los  grandes  ingre- 
sos provenientes  de  la  entrada  de  nuestros  productos  colo- 
niales por  las  aduanas  de  Norte  América. 

Todo  esto  no  quita  la  menor  fuerza  á  las  contingencias 
del  porvenir  ni  á  la  gravedad  de  los  muy  meditados  proce- 
dimientos del  Gobierno  americano  en  estos  últimos  meses. 

Ahora  me  basta  consignar  esto,  sin  profundizar  el  pro- 
blema y  sin  explicar  tampoco  cómo  y  por  qué  entiendo  que> 


—  163  — 

el  Gobierno  de  Washington  no  cambiará  de  conducta  — pa» 
ra  nosotros  muy  molesta  y  á  las  veces  intolerable — mien- 
tras no  m  haga  la  reforma  política  y  arancelaria  en  nnes» 
tras  Antillas  ú  otros  Gobiernos  no  tomen  nna  actitnd  más 
definida  respecto  del  problema  cubano,  invocando  para  ello 
antecedentes  de  la  historia  internacional  moderna,  bien  6 
mal  interpretados  6  aplicados,  pero  qne  quima  se  recuerdan 
en  estos  momentos  en  las  Cancillerías  de  algunas  poten* 
das  europeas. 

Todo  eso  es  de  importancia;  mas  por  cima  de  todo  está» 
las  causas  generales  que  primero  he  señalado,  y  de  las  que 
es  imposible  que  prescinda  ningún  estadista  español,  por- 
que se  trata  de  realidades  y  de  datos  inexcusables  de  núes- 
tra  doble  política  colonial  é  internacional.  £1  mundo  no  se 
gobierna  oon  gritos  ni  supuestos  candorosos  ni  sonoras  pa- 
labras ni  meros  deseos, 

£s  notorio  que  el  Gobierno  americano*  desde  1869  á  1878 
Uso  algo  más  que  producirse  de  un  modo  correctísimo  con 
España»  correspondiendo  delicadamente  á  la  actitud  que 
esta  habría  observado,  desde  1861  á  1864,  durante  la  gue- 
rra separatista  de  los  Estados  Unidos,  en  cuyo  periodo 
el  Gobierno  de  Madrid,  disintiendo  de  los  de  París  y  de 
Londres,  ae  negó  á  reconocer  á  los  E3tados  rebeldes  del 
8ur,  presididos  por  Jerfferson  Davis,  y  defendidos  por  Lee» 
Los  hombres  de  Washington  se  mostraron  francamente 
hostiles  á  los  insurrectos  cubanos  del  movimiento  de  Tara. 
Buena  prueba  de  ello,  los  célebres  Mensajes  de  Grant  da 
%  de  Diciembre  de  1869,  y  13  de  Junio  de  1870  y  Agosto 
de  1875,  contrarios  al  reconocimiento  de  beligerancia  en  fa- 
vor de  aquellos  insurrectos» 

Pero  con  todo  esto,  en  medio  de  la  guerra,  llegó  un  ins- 


—  164  — 

trate  en  que  casi  se  dio  por  positivo  u*  cambio  de  poéi*ie% 
ne*  por  efecto  de  un  incidente  por  todo  extremo  lamentable: 
el  apresamiento  que  en  30  de  Octubre  de  1874,  fuera  de 
lee  aguas  españolee,  biso  el  vapor  da' guerra  español  Tur- 
nado,  del  barco  americano  el  Virginias,  ¿  bordo  del  cual 
iba  on  grupo  de  cubanos  insurrectos,  procedente  de  lo% 
Estados  Unidos,  con  el  evidente  propósito  de  desembarcar 
en  la  Grande  Antilla.  Fueron  sometidos  los  insurrectos 
apresados  á  un  consejo  de  guerra  que  decretó  el  fusilamiento 
de  muchos  de  ellos  y  loe  tribunales  españoles  declararon 
buena  presa  el  Virginias^  por  haberse  demostrado  que  ente 
barco  izaba  a  su  antojo  todas  las  banderas  y  sólo  en  el  acto 
del  apresamiento  enarboló  la  americana. 

Con  tal  motivo  el  Gabinete  de  Washington,  empujado  por 
la  opinión  pública  de  la  gran  República,  huso,  por  medió 
de  su  representante  en  Madrid,  Mr.  Siolee,  una  caluros* 
protesta  y  reclamaciones  muy  vivas,  que  determinaron  al 
Gobierno  español  á  escribir  frases  de  tanta  energía  como 
las  siguientes: 

Señor  Ministro: 

«Acabo  de  recibir  la  nota  de*  V.  6. 9  feoha  de  hoy,  pro- 
testando en  el  ejercicio  de  su  cargo  á  nombre  del  Gobierno 
de  lod  Estados  Unidos,  y  tomando  por  movimiento  propio 
la  voz  de  la  humanidad,  cuya  representación  no  le  compe- 
te exclusivamente,  con  motivo  de  las  ejecuciones  que  se 
han  verificado  en  Santiago  de  Cuba  en  los  días  7  y  8  de 
este  mes. 

Presentada  la  protesta  en  términos  generales  y  sin  rela- 
ción á  agravio  alguno  inferido  á  la  Unión  Americana,  no 
puede  el  Gobierno  de  la  Bepublioa  Española  reconocer  en 
V .  E .  personalidad  para  ello,  como  no  la  hubiera  tenido  Es- 
paña respecto  de  hechos  sangrientos  ocurridos  en  nuestros 
días,  lo  mismo  en  los  Estados  Unidos  qn<*  en  otras  nacio- 
nes del  Viejo  y  Nuevo  Continente.  Rechazada  ya  la  protes- 
ta con  serena  energía,  tengo  que  fijar  mi  atención  en  la  da- 


r 


—  1M  — 

njae  de  «fulo  y  en  las  palabra  eoaloradas  ¿impropias  «ni 
qne  "?.  8.  califica  la  conducto  de  las  autoridades  españolas* 
Sif^l  documento  suscrito  per  V.  £.  eareoe  de  solemnidad 
qn*  pudiera  prestarle  el  dereehe  á  dirigírmelo,  cuando 
ajenos  debiera  la  templansa  de  ene  forma*  haber  demoe- 
tajda  que  no  le  diotaba  la  pasión. 

Tocarla  muy  á  la  ligera  esta  materia,  si  hubiera  de  cui- 
darme sólo  de  la  eficacia  de  la  ofensa;  pero»  apreoiándola 
en  su  intención,  no  puede  el  Gobierno  consentir  que»  anti- 
cipándose i  su  propio  juicio,  el  representante  de  una  nación 
extranjera,  si  bien  amiga,  califique  i  les  autoridades  aspa* 
Solas  de  otro  modo  que  como  el  Gobierno  mismo  lo  consi- 
dere justo;  inmistión  siempre  inadmisible,  pero  tanto  mis 
entraña  cuanto  que  ni  el  Gabinete  de  Washington,  ni  éste 
de  Ifadrid,  ni  V.  E.  tienen  á  la  hora  presente  datos  bas- 
tantes 4  fundamentar  una  queja,  ya  sea  sobre  el  apresa- 
miento del  Jfcyt****,  ya  sobre  los  hechos  posteriores* 

No  debo  siquiera  rebatir  aqui  eeos  oalifioativos  que  alte- 
rarían la  mesura  de  mi  comunicación;  pero  note  V.  £.  que 
sin  conocimiento  de  eeos  hechos  hubiera  sido  siempre  aven- 
turado jasgar  de  las  autoridades,  y  que  entre  tanto  se  al- 
cansaba,  convenía  á  la  elevación  del  carácter  que  V,  S.  ha 
adquirido,  considerar  que  ellas  eran  guardadoras  y  repre- 
sentantes de  la  ley,  al  paso  que  los  fusilados  eran  rebeldes 
que  venian  á  conculcarla,  enemigos  de  la  patria,  perturba- 
dores de  la  paz  y  del  imperio  de  una  República  hermana. 

A  despecho  de  cualquier  apariencia,  ha  debido,  por  lo 
tanto,  V«  B.  suspender  su  opinión,  como  la  ha  suspendido 
él  Gobierno  de  España:  que  no  quiere  «ponerse  á  la  tacha 
de  atropellado  y  ligero,  "en  puntos  tan  delicados  y  comple- 
jos. En  esta  actitud  seguirá  hasta  lograr  plena  certidum- 
bre, y  puede  V.  E.  estar  seguro  de  que  no  alterará  su  es- 
píritu linaje  alguno  de  presión,  ni  le  apasionará  la  nota 
de  V.  E.  al  extremo  de  olvidar  que  le  debe  4  un  tiempo 
á  le  dignidad  de  su  país  y  al  respeto  de  las  leyes,  que  es- 
tán por  cima  de  la  conveniencia  y  de  las  susceptibilidades, 
nacionales. 

Termina  V.  E.  declarando,  también  por  orden  de  su  Go- 
bierno, que  pedirá  amplia  reparación  de  cualquier  ofensa 
inferida  á  los  ciudadanos  norteamericanos  ó  á  su  pabellón. 

Sensible  es  que  V.  E.  no  haya  sostenido,  bajo  este  punto 
de  vista,  de  problemática  realidad,  la  actitud  adoptada  en 
la*  manifestaciones  verbales  á  que  V.  E,  hace  determina- 
da  referencia.  Fiada  estaba  á  la  espontaneidad  y  á  los  sen- 


—  1&6  — 

ümíentos  cordiales  del  Gobierno  español,  la  solución  que 
hubiera  de  darse  á  esta  contingencia  que  V.  E*  prematu- 
ramente, y  con  enojosa  previsión,  trae  ahora  al  terreno  ofi- 
cial, en  el  que  no  rehuiré  seguir  sosteniendo  que  el  Gobierno 
de  la  República  está  resuelto  á  que  se  cumpla  la  ley,  lo 
mismo  ea  el  territorio  español  que  en  nuestras  relacione* 
internacionales,  y  que  no  ha  de  tolerar  el  menoscabo  de 
ningún  derecho. 

Lo  que  tengo  el  honor  de  comunicar  á  V,  £.,  enya  vida, 
guarde  Dios  machos  años.— Madrid  14  de  Noviembre 
ds  1873—  José  de  Carvajal. » 


Al  cabo,  el  conflicto  terminó  satisfactoriamente.  Las  ne» 
gociaciones  diplomáticas  concluyeron  el  26  dé  Noviembre. 
£1  Gobierno  español  sostuvo  que  el  Virginias  era  ana 
buena,  presa,  por  cuanto  no  estaba*  bajo  el  amparo  de  la 
bandera  americana  y  habla  sido  capturado  en  aguas  libree» 
£1  Gobierno  americano  afirmó  que  el  barco  era  de  su  pata 
y  pidió  la  satisfacción  del  saludo.  Pero  en  tanto  los  tribu- 
nales de  los  Estados  Unidos  declararon,  de  buena  fe,  que 
el  Virginiui  no  tenía  derecho  á  izar  la  bandera  americana. 
Desde  este  momento — y  esto  sucedió  hacia  el  20  de  Di- 
ciembre db  1873—  la  cuestión  resultaba  facilísima. 

Pero  cinco  días  después  el  Gobierno  republicano  caía  por 
el  atropello  que  las  tropas  del  general  Pavía  hicieron  pose* 
sumándose  del  Palacio  de  las  Cortes  de  Madrid  y  expulsan- 
do de  ella  á  los  diputados  constituyentes.  Es  decir,  realisan- 
do  algo  todavía  más  grave  que  el  desembarco  del  general 
Ortega  y  el  levantamiento  de  los  carlistas  en  San  Carlos  de 
la  Rápita,  hacia  L860,  cuando  España  estaba  comprometida 
en  la  guerra  de  África. 

Por  cierto  que  lo  ocurrido  después  de  1878  respecto  del 

Vwgi%iu*y  si  acusa  el  vivísimo  deseo  de  la  Restauración  de 

restablecer  cnanto  antes  las  buenas  relaciones  con  los  fista- 


—  U7  — 

dos  Unidos,  no  arguye  muoho  en  favor  de  1»  supuesta  ener- 
.gía  y  el  superior  tacto  de  loe  ministro»  de  aquella  época. 

Porque  el  oonoierto  del  ministro  español  Sr.  Polo  de  Ber- 
nabé con  el  ministro  americano  Mr.  Fish,  de  29  de  No- 
viembre de  1871,  estableció  que  Espafi» devolviese  á  los  Es* 
tados  Unidos  el  Virginias  y  la  tripulación  y  los  pasajeros 
ene  esta  vieran  vivos,  que  saludaría  á  la  bandera  americana 
y  que  otorgaría  una  indemnización,  solo  en  el  caso  de  que  se 
demostrase  que  el  Vtrginius  tenia  derecho  á  enarbolar  la  re* 
brida  bandera.  Los  tribunales  americanos  declararon  luego 
que  no  existía  ese  derecho  y  el  Consejo  de  Estado  de  Espa- 
ña, bien  qoe  con  deplorable  retraso,  dictaminó  lo  propio 
tn  1870.  Y  sin  embargo,  Espa&a  pagó,  á  principios  de  187»> 
para  socorro  dé  las  vieU mas  de  la- captura  del  Virginms, 
80  mil  pesos.  Y  renunció  además  a  insistir  en  la  recla- 
mación que  nuestro  ministro  en  Washington  presentó  al 
•Gobierno  americano  en  30  de  Diciembre  de  1873,  pidiendo 
á  este  indemnización  por  las  piraterías  del  Virginmu. 

No  mucho  después,  el  Gobierno  de  la  Restauración  y  el 
de  h»  Estados  Unidos  de  América  suscribían  el  protocolo 
da  12  de  Enero  de  1877,  en  vista  del  tratado  de  1796. 
Bueno  ó  malo  en  su  aléanos,  aquel  concierto  es  un  ataque  á 
la  soberanía  y  el  prestigio  de  España  en  las  Antillas. 


IX 


Con  las  indicaciones  hechas  podría  terminar  este  tnab*- 
jo,  dedicado  principalmente  á  precisar  la  política  que  hicie- 
ron loa  republicanos  de  1873  respecto  de  Ultramar  y  sefta- 
Jadamente  respecto  de  nuestras  Antillas.  Pero  ya  pronojrti 
decir  algo  sobre  lo  que  los  republicanos  españoles  han  he* 
oho  deapuii  en  obsequio  de  las  libertades  coloniales,  pera 
abonar  más  y  más  mi  primera  indicación  relativa  al  dere- 
cho qtte  los  partidarios  de  la  Repnblioa  tienen  para  oom¡- 
rarse  (dentro  del  circulo  de  nuestros  actuales  políticos),  como 
Jos  más  acentuados  propagandistas  de  la  nueva  re&np» 
colonial  y  para  sostener  que  á  los  republicanos  antes  %u  i 
otros  algunos,  les  corresponde  en  buena  lógica  la  misión  de 
plantear  las  reformas  expansivas  y  especialmente  la  antono- 
mia  colonial  en  condiciones  de  prestigio,  sinceridad  y  éxito. 

Insisto  en  no  discutir  lo  que  los  demás  partidos  y  las 
demás  situaciones  políticas  hicieron.  Esto  no  obsta  para  que 
advierta  que  el  famoso  golpe  de  Estado  del  S  de  Enero  de 
J  874,  que  dio  al  traste  con  la  situación  republicana  creada 
el  1  i  de  Febrero  de  1873,  repercutió  en  Ultramar,  desha- 


—  1W  — 

riandn  la  «agror  p*g*  de  lo  W  M  *****  ewPNNHo  e*.le* 
dj»  aflea  ipieriiatoi^ftotf^jjjitariorea. 

Bsr  ai  derecho  de  le  fosrsa  gesrttrnn  anuladas  las  fraa* 
qsicias  awmisipolas  y  provinciales  «a  Famrt*  JBéü  .  AlU.se 
pnwándiA  totalmente  de  la  Constatación  de  18**.  Se  res- 
tableció la  previa  mosto»  parala  imprenta.  Loa  concejales 
y  diputados  provinciales  fueron  nombrados  por  el  Goberné 
dar  que  paso  la  wda  lee*!  ¿  merced  de  loa  alcalde»  de  flt  li- 
berna» nombramiento,  eea  eneldo  fijo  y  extraño*  hasta  á  la 
vendad  del  pueblo  que  administraban.  ^Persiguióse  de 
nade  implacable  4.  loa  maestros  de  primera  caasflsnia,  la 
mal  quedó  realmente  desbaratada.  Tuvieron  qne  emiggar 
&lgnnoe  de  loa  mis  earaeterísados  reformistas.  De  hecfy  se 
restauro,  el  decreto  de  \**<m*imo¿(U  de  192$  y  los  partidos 
peUtieos  se  deshicieron,  dispersándose  sos  individuos.  &a 
laetcmn  triunfó  de  na  modo  completo.  Solo  qnedó  en  jye  la 
abülision  de  la  esclavitud,  sin  qne  ¿litaran  conservadores 
pnseapados  oon  la  idea  de  desvirtuar  esta  gran  refiprma  por 
nidio  de  la  llamada  organización  del  trabajo  y  del  régimen 
dalas  Hóretas  de  trabajadores,  de  los  contratos  obligatorios 
y  de  la  clasificación  de  la  vagancia  (más  6  menos  efectiva) 
•aire  los  delitos  sancionados  por  el  Código. 

Bada  de  esto  puede  extrañar  á  los  que  conozcan  la  hiato» 
ría  colonial  y  se  den  mediana  cuenta  de  la  intima  relación 
qne  hay  entre  la  política  de  las  Metrópolis  y  la  política  de 
liji  Colonias.  Pe  ella  prescinden  así  los  que  en  las  primeras 
creen  que  la  política  colonial  ss  ana  excepción  sin  trans* 
candencia  en  la  vida  total  de  la  Nación,  como  los  qne  en  las 
Colonias  opinan  qne  se  puede  prescindir  de  la  política  ge. 
isral  ó  nacional,  esperando  la  libertad  de  los  qne  las  com- 
baten más  ó  menos  en  la  Madre  Patria. 


n 


I 


—  íóo  — 

Napoleón  I  no  pe  detuvo  en  la  anulación  de  ciertas  liberta* 
dea  coloniales  consagradas  por  la  Revolución  franoesa.  Se 
atrevió  á  revocar  loe  decretos"  de  abolición  de  la  eeolavituá. 
De  aqol  la  insurrección  de  loe  negree,  que  la  vulgaridad  y  la, 
mala  fe  atribuyen  á  la  abolición/  No  ee  puede  imaginar'  at- 
yor falsedad.  Porotra  parte**  sonde  sobra  conocidos  los 
manejos  de  loe  esclavistas  franceses,  después  de  la  abolición 
de  1848,  para  desvirtuar  los  decretos  emancipadores  con 
los  reglamentos  sobre  la  trata  china  y  los  cooliet  y  los  ooa  - 
tratos  fañosos  de  los  libertos.  Algo  de  esto  se  ideó  en  Paar  • 
to  Rico  en  1874  y  75.  Pero  afortunadamente  no  prosperó 
por  la  resistencia  de  todo  el  país. 

Én  cambio  prosperaron  los  mayores  disparates  respecto 
del  peligro  que  entrañaba  la  difusión  de  la  ensefiania  pábli- 
cal  Loa  conservadores  extremaron  su  oposición  á  la  orea* 
cióc  del  Instituto  de  segunda  eneeñania  y  i  la  fundación 
de  la  Universidad  portorriqueña.  Estos  esfuerios  al  priaoi* 
pió  lograron  un  éxito  completo.  Los  amparaba  la  invoo»  - 
rión  de  la  integridad  de  la  Patria.  También  en  la  Peoia- 
aula,  loa  absolutistas  habían  conseguido,  en  la  e¿iOoa  del  te  - 
rror  blanoo,  cerrar  Institutos  y  Universidades,  protestando 
contra  la  fatal  manía  d$  pensar  y  creando  en  vea  de  centres) 
educativos  escuelas  oficiales  de  tauromaquia. 

Estos  esfuerce*  á  la  postre-resultaron  estériles.  La  enee>- 
ñansa  primaria  se  reorganizó  en  1880.  £1  Instituto  se  creó 
en  1882  y  fundado  poco  después  el  Ateneo  portorriqueño, 
éste  fué  autorizado  para  la  preparación  y  estadio  de  las  ea~ 
rreras  de  Derecho  y  de  Letras.  (Pero  cuántos  años  pasaren 
y  cuántos  esfuerzos  no  fueron  necesarios  dentro  del  período> 
de  la  Restauración  borbónica  y  en  plena  pazl 

Como  antea  se  ha  dicho,  la  Restauración  en  1878  regule* 


—  1*1  — 

la  vida  municipal  y  provincial  y  el  gobierno  general  de  lm> 
¡ala  de  Pnerto  Rico  con  un  eentido  acentuadamente  centra* 
lindar  y  nn  espíritu  de  ofensiva  desconfíenla. 

Restaurado  D.  Alfonso  XII  ¿  fines  de  1874,  faé  vetada  la 
Qpaatitnoifrn  del  78,  oayo  artículo  89  dicecque  las  provincia* 
de  Ultramar  han  de  ser  gobernadas  por  hy$*  espídale**  pero 
que  el  Gobierno  quedaba  autoriisdo  para  aplicar  á  las  mis- 
mas, con  las  modificaciones  que  juagara  oon venientes  y  dan* 
do  menta  á  las  Cortas,  las  leyes  promulgadas  6  que  se  pío* 
amigaran  en  la  Península.»  Además  Ooba  y  Puerto  Rico 
serian  representadas  en  las  Cortee  del  Reino  en  la  forma  que 
determinase  una  ley  especial,  que  podría  ser  diversa  para 
eada  una  de  estas  provincias.  Por  último,  el  Gobierno 
determinaría  ooándo  y  en  qué  forma  serían  elegidos  los  re- 
presentantes á  Cortes  de  la  Isla  de  Cuba. 

Por  efecto  de  este  articulo  se  hizo  el  título  8  de  la  Lsy 
electoral  de  28  de  Diciembre  de  1878,  por  la  cual  se  establé- 
ela: 1.*  que  solo  tendrían  derecho  á  elegir  diputados  i  Cor- 
tas en  las  Antillas  los  espalóles  que  pagaran  126  pesetas 
anuales  por  impuesto  territorial  ó  urbano  ó  por  subsidio  in- 
dustrial 6  de  comercio;  2.°  que  no  podrían  ser  admitidos  co- 
mo diputados  los  que  habiéndose  hallado  abetos  ¿  servi- 
dumbre en  lá  Isla  de  Cuba  no  llevasen  por  lo  menee  diea 
años  de  ser  ibertoa  y  exentos  de  patronato,  y  3.°  que  no 
podrían  ser  electores  ea  Cuba  les  que  habiendo  estado  suje- 
tos á  servidumbre  no  llevasen  por  lo  menos  tres  aftas  de  ser 
libertos  y  cientos  de  patronato. 

Antes  he  hablado  del  decreto  de  1878  respecto  de  la  or- 
ganiaadón  mnnioipal  y  provincial  de  Puerto  Rico;  decreto 
exageradamente  oentraliíador  y  de  acentuadísimo  espíritu 
de  desoonfiansa  que  primero  se  dio  para  la  pequeña  Antilla  y 


—  16*  — 

luego  (en  21  de  Julio  ad  78)  se  extendi6  á  Cuba.  II  tal  de- 
«reto  i«  calificó  da  Uy  provisional  y  con  su  motivo  oficial» 
mente  se  dijo  que  seguirla  hasta  que  entrasen  los  rcprsssa"" 
tantea  de  Cuba  aa  el  Parlamento  y  oon  su  concurso  aa  hi. 
ciara  la  ley  definitiva.  ¡Vanas  frasea  y  ociosas  promanan» 
Esa  ley  provisional  ha  dorado  dieciocho  afios,  y  yo  mismo 
no  pode  conseguir  del  Gobierno  liberal  de  1882  que  acepta- 
se una  enmienda  á  la  ley  provincial  peninsular  que  entone** 
se  biso  en  el  Congreso,  para  llevarla,  oon  modificaciones,  á 
aa  Antillas. 

La  Península  no  podía  vivir  maniatada  por  la  ley  ante- 
rior que  se  habla  extendido  á  las  Antillas  con  muchas 
notas  de  carácter  centraJiaadpr  y  verdaderamente  inso- 
portable! En  1882  se  me  aseguró  que  estaba  próxima  la 
reforma  provincial  de  Cuba  y  Puerto  Rico.  T  no  se  cesaba 
de  decir  enfátieamente  que  estas  Islas  disfrutaban  de  las 
mismas  libertades  que  laa  demás  provincias  de  España. 

También  de  1878  es  el  decreto  que  fija  las  atribuciones 
de  los  Gobernadores  generales  de  Cuba,  Puerto  Bico  y  Fili» 
pinas .  Eu  su  art,  3.°  se  hace  referencia  á  las  facultades  ex- 
traordinarias del  antigua  régimen,  ó  sea  á  los  poderes  dis- 
crecionales de  las  Leyes  Indias,  sin  sancionar  la  saludable 
intervención  que  en  las  resoluciones  de  los  gobernadores  y 
vireyee  tenían  las  Audiencias  ultramarinas.  La  Reacción, 
pues,  se  presentó  y  desarrolló  de  un  modo  formidable.  Luego 
vinieron  algunas  atenuaciones* 

A  mediados  de  1879  se  aplicó  á  Cuba  y  Puerto  Rico 
el  Código  penal  de  la  Península  de  1879  con  algunas 
modificaciones  referentes  á  los  esclavos  y  á  los  patroci- 
nados. En  la  misma  época  se  llevó  á  las  Antillas  la  ley 
Hipotecaria  de  la  Metrópoli  y  se  organiaó  la  Adminis- 


—  163   — 

trióte  de  justicia,  sustrajéndola  un  poco  4 la  arbitrariedad 
liifchtorliil,  Ka  18Í0  es  promulgó  la  Ley  relativa  al  dere- 
ole  de  reunión  y  en  U  de  Febrero  delmiemo  alio  188*  se 
proclamó  la  abolición  de  la  esclavitud,  ai  bien  senoiottande 
el  patronato,  ftrmala  hipócrita  de  la  antigua  servidumbre»  A 
principios  del  aflo  84  ee  estableció  en  la*  Antillae  el  regiátoo 
y  el  matrimonio  civil.  En  1886  el  Código -de  Comercio.  *  n 
la  misma  época  fué  abolido  el  patronato.  Y  en  1881,  dea* 
pnea  de  nna  formidable  batalla  parlamentaria,  ae  declaró 
vigente  en  las  Antillae  (bien  qne  con  reservas)  t  la  Constitu- 
ción de  1878. 

Pero  lo  más  relevante  7  meritorio  de  todo  este  período 
es  la  pacificación  de  Coba  por  efecto  del  célebre  Convenio 
del  Zanjón  que  lleva  la  fecha  del  10  de  Enero  de  1878. 

Ta  be  dicho  qne  la  insurrección  cabana  tomó  onerpo  él 
silo  73  7  qne  desde  el  74  al  78  logró  un  desarrollo  extraor- 
dinario aprovechando  mil  circunstancias,  entre  las  cuales 
isy  qne  poner  la  creciente  simpatía  de  casi  todos  loa  pue- 
blos de  América  7  entre  estos  especialmente  los  Estados 
Unidos  del  Norte,  Venezuela  7  el  Peta.  Las  simpatías  de  loa 
dos  primeros  pueblos  qne  acabo  de  citar  se  tradujeron  en 
apoyo  oficioso  7  en  expediciones  de  revolucionarios  que  des- 
embarcaron con  bastante  facilidad  en  la  grande  Antüía,  En 
al  Perú  se  llegó  á  más,  porque  el  Gobierno  de  aquella  Se  - 
publica  no  titubeó  en  reconocer  la  beligerancia  de  los  insu- 
rrectos cubanos.  También  he  dicho  que  en  1877  Máximo  Go- 
mes rebasó  la  trocha  de  Morón  á  Júoaro  7  que  la  guerra  se 
extendió  al  territorio  de  las  Villas.  Pero  á  poco  de  haber 
logrado  la  insurrección  este  desarrollo  extraordinario,  ape- 
aar  de  los  dos  envíos  de  18  mil  7  20  mil  hombtes  que  por 
aquel  entonces  hisó  el  Gobierno  espafiol  á  instancias  del  ge» 


—    164  — 

ñera]  Coacta  ,  que  al  principio  habla  oreidoque  no  necesitaba 
refrenas  militares,  á  poco,  refuto,  de  haber  logrado  aqael 
pasmoso  vuelo ,  te  determinaron  grandes  divisiones  entre  loe 
insurrecto»,  divisiones  qne  produjeron  la  destitución  del  Pre- 
sidente Céspedes  y  los  reemplazos  sucesivos  de  los  generales 
Gómez  y  Garda.  Bn  este  momento  se  inició  en  Coba,  tanto 
en  la  política  como  en  la  campafia  militar,  una  rectificación 
completa  de  las  ideas  7  de  los  procedimientos  qne  hablan  pre* 
dominado  antes,  patrocinados  por  los  Generales  Caballero 
de  Bodas  y  Balmaseda.  E*ta  transcendental  rectificación 
está  representada  por  el  General  Martínez  Campos,  enyo 
éxito  excasa  todo  género  de  comentarios* 

La  teoría  de  la  guerra  por  la  guerra  vino  al  suelo.  Ini- 
ciáronse los  procedimientos  políticos.  La  guerra  de  Cuba 
fué  considerada  como  una  guerra  civil.  La  generosidad  y 
la  confipnza  en  los  medios  morales  se  impuso  allí  donde  ra 
di  cabio  el  mayor  prestigio  y  la  mayor  responsabilidad»  Y  el 
resaludo  fué  el  de  siempre:  uo  verdadero  triunfo.  £1  Con- 
veaio  del  Zanjón»  No  me  explicaría  cómo  esto  se  olvida  en 
estos  morneotos  por  el  Gobierno  y  por  algunos  periódicos  de 
Madrid,  sino  estuviese  al  tanto  de  que  aquí  nadie  se  acuerda 
de  lo  qne  pasó  en  Méjioo,  en  el  Sur  de  América  y  en  las  Cor- 
tes españolas  de  1S20  á  1823.  Sin  embargo,  la  lección  de 
aquella  época  es  elocuentísima. 

Después  de  las  alegrías  del  momento  se  ha  criticado 
macho  el  Convenio  referido.  No  ha  faltado  quien  le  lla- 
mase la  hoja  de  parra  de  la  insurrección  separatista.  He 
sobran  los  datos  pava  afirmar  que  quienes  han  dicho  esto 
desconocían  positivamente  el  estado  efectivo  de  la  insurrec- 
ción de  Cuba  y  la  disposición  de  toda  América  en  aquella 
techa.  No  niego  las  divisiones  de  los  insurrectos  y  la  deea* 


—  1*5  — 

dencia  de su  causa  4 fines  de.  1977;  pero  tamtién  conozco 
bastante  la  historia  de  Méjico  desde  181*  al  25  y  los  oom_ 
propuso?  de  la  mayoría  de  los  Gobiernos  americanos  «o 
1978»  asi  como  el  estado  financiero  y  militar  de  nuestra  Pa- 
tria entonces  y  loe  medios  suficientes  qne  integristas  y  re* 
volucionarios  tenias  para  haber  realisado  por  completo  la 
destrucción  de  la  Isla.  Esto  ultimo  no  será  inverosímil  para 
beque  sepan  que  Santo  Domingo  afines  del  siglo  pasado 
fué  mis  rica  y  esplendorosa  qne  Coba,  y  sin  embargo  ahora 
no  es  más  qne  una  mina.  Por  tanto  me  pongo  en  el  grupo  de 
los  qne  estiman  qne  el  señor  Martines  Campos  mereció  bien 
de  la  Patria  y  realizó  nna  obra  extraordinaria  al  preparar  y 
suscribir  el  Convenio  del  Zanjón,  qne  puso  término  á  una 
lucha  qne  oostó,  sólo  á  la  Metrópoli  española,  según  dicho 
del  sefiór  general  Jovellar,  más  de  140  mil  hombres  y  7JK> 
millones  de  duros  ( 1 ). 

T  entiéndase  qne  aplaudo  la  conducta  del  citado  General, 
no  solo  por  el  convenio  mismo,  sino  por  la  humanisación  de 
la  guerra  y  por  el  valor  y  la  honradez  con  qne  explicó  al 
Gobierno,  para  que  lo  supiese  la  nación  entera,  las  causas 
ds  la  rebelión  separatista  cubana  y  el  sentido  de  la  política 
ene  era  preciso  realisar  para  que  concluyese  la  guerra  y  el 
separatismo  dejara  de  ser  un  verdadero  peligro. 

Bajo  e6te  punto  de  vista- con  viene  mucho  vulgarizar  la 
que  el  citado  General  decía  por  aquel  tiempo  al  Gobierno» 

En  una  de  sus  comunicaciones  de  fecha  anterior  al  con- 
venio de  10  de  Febrero  del  78,  decia  lo  siguiente: 

«No  hay  que  hacerse  ilusiones,  el  peligro  existe  en  la  par- 
te pacificada.  Podrá  no  venir,  pero  amenaza.  Se  creía  antee 


(1)    Ha  tratad©  con  inBifttencia  de  conocer  el  total'  de  pérdida*  de 
Ouba  y  la  Peaiaiala.  XI  Gobierno  lo  ignore*  Aef  vaaos  i  ciega»* 


—  166  — 

que  el  ce* áotft  de  estos  fobitenlea  no  era propio  puto  1* 
guarro.  Tanto  el  blanco  como  el  negro  no»  kan  demostrado  lo 
contrario.  Las  promesas  nunca  cumplidas,  los  abasos  de  to- 
dos gooeros,  el  no  haber  dedioado  nada  ál  ramo  de  Fomento, 
la  exclusión  de  los  natnrates  de  todos  los  ramos  dé  la  Adflsi  - 
nigtración,  y  otra  porción  de  faltas  dieron  origen  a  la  insui  • 
rreceión .  £1  creer  los  Gobiernos  qne  aquí  no  había  más  tiie* 
dio  qne  el  terror,  y  ser  cuestión  de  dignidad  no  planteen: 
las  reformas  hasta  qne  no  sonase  nn  tiro,  la  han  continua* 
do.  Por  ese  camino  nunca  hubiésemos  concluido,  aunque  se 
cuaje  la  isla  de  soldados.  Es  necesario,  si  no  queremos 
arruinar  á  España,  entrar  francamente  en  el  terreno  de  las 
libertades.  Yo  creo  que  si  Cuba  es  poco  para  independiente 
es  mas  que  lo  bastante  para  provincia  española  y  que  no  Ten- 
ga esa  serie  de  malos  empleados»  todos  de  la  Península:  qne 
se  dé  participación  4  los  hijos  del  país,  que  los  destinos  sean 
estables.  Si  se  oree  que  esto  es  ponerles  la  situación  en  lee 
manos,  yo  opino  qne  peor  son  sus  enemistades  encubiertes 
y  que  no  necesitaron  el  68  tener  cargos  públioos  para  su- 
blevarse. Hoy  son  aguerridos,  y  si  entre  ellos  no  hay 
grandes  generales,  hay,  lo  qne  necesitan,  notables  gue- 
rrilleros.» 

Pero  debemos  hablar  con  perfecta  sinceridad.  Los  bon- 
vencionalismos,  los  equívocos  y  hasta  las  falsedades  que  co- 
rreo ordinariamente  en  la  Península  y  quiza  han  corrido 
«iampre,  respecto  de  la  política  ultramarina,  nos  perjudican 
lo  indecible.  Pocos  son  los  que  saben  cómo  y  por  quó  vino 
Colón  desde  Santo  Domingo  cargado  de  cadenas  y  abre  • 
mado  de  calumnias  por  sus  enemigos  los  explotadores  de 
la  nueva  Colonia.  Nadie  se  cuida  de  explicar  cómo  se  resis- 
tieron en  el  oontinente  americano  las  Leyes  nuevas  de  Car* 
los  V  y  por  quó  Vasco  Núñei  de  Balboa  murió  á  manos  de 
Pedradas  en  Centro  América.  No  es  tema  de  nuestros  políti- 
cos ni  de  nuestros  historiadores  la  sublevación  de  los  Pira  * 
rro  y  el  terrible  conflicto  que  dominó  el  viril  D.  Pedro  de 
Lagasoa  en  el  Perú*  Nadie  se  cuida  de  desentrañar  el  pro- 
ceso del  Conde  de  Revillagigedo,  une  de  Ion  tres  grandes  vi* 


reyes  de  M  ético.  8*  ha  tachado  da  iluso  el  inmortal  padre 
Xas  Casas  y  se  ha  estimado  cerno  neto  patriótico  al  prescin- 
dir de  la*  Notas  secretes  da  Uiloa  7  Jorge  Joan.  Oon  etto 
f  can  decir  que  loa  extranjeros  nos  tienen  envidia  7  proea» 
can  nuestro  deseredito,  aa  ha  comprometido  7  aun  compre» 
asta  á  esta  noble  7  viril  Bapafia,  á  ana  política  absurda  y 
m  ana  oampafla  verdaderamente  imposible. 

Parque  las  osees  no  dejan  da  ser  porque  nosotros  las  ne-  . 
gaamos.  Los  poblemas  coloniales  están  hoy  á  la  vista  de 
todo  el  mundo  caito  y  de  todos  los  Gobiernos  qae  pablionn 
loa  informas  de  sus  cónsules  7  en  momentos  dados  pretenden 
intervenir  en  ases  mismos  problema»  en  nombre  7  por  vir- 
tud ds  los  últimos  adelantos  del  Derecho  internacional,  in- 
vocando, oportuna  ct  importune,  la  instauración  del  régimen 
constitucional  en  el  continente  europeo,  la  emancipación  de 
Grecia,  la  unidad  de  Italia  y  la  transformación  de  los  prin- 
cipados danubianos  por  la  cooperación  7  el  concierto  de  las 
graades  naciones  del  mando  contemporáneo.  Será  esto  bueno 
ó  será  malo:  no  lo  discuta.  Paro  es  nn  hecho.  Y  se  falta  á  to- 
das las  conveniencias  sociales  y  A  todos  los  deberes  del  pa- 
triotismo ocultándolo  al  ftaeblo  español.  Sa  decir,  á  nn  pne- 
hb  qae  realmente  no  tiene  el  menor  interés  en  ana  política 
»bnsiva  en  América. 

Por  estos  motivos;  7  algunos  otros  que  creo  ocioso  deta- 
llar, debo  decir  francamente  que  la  Beatauración  no  proce- 
dió con  la  sinceridad  7  la  energía  convenientes  inmediata- 
mente después  de  la  Paz  del  Zanjón. 

Antas  de  ahora  he  dioho  da  qué  suerte  qneió  sorteado  el 
cumplimiento  del  art.  1 .°  de  aquel  Convenio  qae  se  ñrmó  en 
10  de  Febrero  de  1878;  es  decir»  cuando  en  el  orden  del  de- 
recho positivo  regían  en  Puerto  Rico  las  leyes  7  los  regla* 


—  1«S  — 

mentó*  del  tiempo  de  la  República.  Lejos  de  mantenerse» 
aquellas  conquistas  de  la  Revolución,  en  14  de  Mayo  y  21 
Junio  de  1878  (esto  ee,  tree  6  cuatro  meses  después  del' 
Convenio)  se  poblioaron  los  decretos  reaccionarios  sobre  el 
Gobierno,  los  municipios  y  las  diputaciones  provinciales  de 
Cuba  y  Puerto  Rico.  El  8  de  Diciembre  del  78  (es  decir,  diez 
meses  después  del  pacto  del  Zanjón)  se  dictó  la  ley  electoral 
que  anulaba  el  sufragio  universal  en  Puerto  Rico,     r 

Una  carta  del  sefior  General  Martín»  Campos  al  señor 
Cánovas  del  Castillo  excusa  el  menor  razonamiento.  Dice« 
asi: 

«Yo  soy  menos  liberal  que  ustedes  y  deploro  ciertas  li- 
bertades: pero  la  ¿poca  las  exige.  La  fuerza  no  constituye- 
nada  estable;  la  razón  y  la  justicia  st  abren  paso,  tarde  ó- 
temprano.  No  bien  aprueban  ustedes  los  artículos  de  la  oa- 

I  titulación,  ya  empiezan  4  poner  cortapisas,  entendiendo  que 
os  diputados  no  deben  ir  hasta  la  renovación  de  las  Cortes. 
No  comprendo  esto:  si  hay  alguna  dificultad  que  impida  ir 
nuevos  diputados  á  esas  Cortes,  ciérrense  éstas.  Yo,  particu- 
larmente, á  Martin  Herrera  le  indiqué  la  conveniencia  de 
que  fueran  diputados  y  estuvieran  ahí  ya  para  arreglar  la 
cuestión  de  la  esclavitud,  cuestión  tan  pavorosa  que  sin  ella 
no  hubiese  durado  tanto  la  guerra,  en  la  que  yo  no  quiero  en- 
trar porque  me  considero  incompetente,  pero  que  la  religión 
y  la  humanidad  rechazan.  No  creo  que  se  resuelva  en  un  día, 
pero  tampoco  oreo  que  )a  Ley  Moret  sea  suficiente.  Es  tan 
compleja,  que  he  dudado  ni  aun  indicarla,  pero  me  ha  eos* 
tado  trabajo  discutir  en  este  terreno:  en  las  conferencias  que 
he  tenido  con  el  enemigo  ha  visto  usted  que  ni  se  habla  de 
ella. 

Pues  bien,  creo  que  es  la  mayor  de  las  debilidades  que  he 
conocido  en  mi  vida.  No  me  he  atrevido  4  tocarla  por  que 
vulnera  intereses  respetables,  por  que  afecta  al  modo  de  ser 
de  Cuba,  pero  creo  que  si  no  se  toca  por  el  Gobierno,  las  na- 
ciones extranjeras,  que  no  tienen  por  qté  mirar  nuestros  in- 
tereses, la  tocarán.  Yo  considero  que  la  iniciativa  debe  par* 
tir  del  Gobierno  para  encauzar  la  cuestión  y  que  no  se  re- 
suelva atropelladamente.  La  abolición  en  un  día  seria  la 
muerte  de  Cuba:  es  preciso  poner  la  lqy  del  trabajo,  do 


—    169    — r 

instrucción  y  la  colonización  y  estudiar  loa  medios  de  í o- 
demniíación,  ya  señalando  el  plazo  para  que  el  trabajo  du- 
rante ese  tiempo  indemnice  al  dueño  ó  ya  fijándola  con  car- 
go al  Estado.  Pero  este  último  serla  ruinosísimo  y  como  no 
habría  de  qué  pagar,  serla  un  engaño*. 

Por  manera  que  la  buena  voluntad  del  partido  conser- 
vador, que  ocupaba  el  poder  en  1878,  para  cumplimentar  y 
desarrollar  la  Paz  del  Zanjón  fué  bastante  disoatible.  Afor- 
tunadamente por  cima  de  la  voluntad  de  los  hombres  está 
la  lógica  de  las  cosas  y  de  las  situaciones.  El  convenio  del 
Zanjón  con  la  política  en  él  encarnada,  trascendió  4  la  Pe- 
nínsula, probándose  una  vez  más  la  influencia  que  las  co- 
fa* de  Ultramar  tienen  en  el  desenvolvimiento  de  la  política 
de  la  Metrópoli.  Cayó  el  Ministerio  Cánovas-Romero,  y  fué 
Bastituído  por  el  que  presidió  el  señor  general  Martines 
Campos,  inaugurándose  un  periodo  de  relativa  expansión, 
que  facilito  tanto  el  advenimiento  del  partido  liberal  á  las 
esferas  del  Gobierno  en  1881  como  la  reaparición  de  los 
elementos  avanzados  y  republicanos  en  la  esfera  da  la  vida 
legal  y  de  la  política  activa. 


n¡ 


X 


Eíeoto  de  todo  orto  fueron:  en  las  Antillas,  la  ley  abolicio- 
nista de  1881,  la  de  reanión  pacifica,  la  instauración  del 
juicio  oral  con  la  ley  de  Enjuiciamiento  criminal,  la  reforma 
de  la  instrucción  pública,  la  unificación  de  las  carreras  del 
Cttado  en  la  Península  y  en  Ultramar,  la  redacción  de  la 
contribución  (que  era  de  10  por  100  en  las  fincas  asucareras 
y  tabacaleras  y  de  1*  en  los  demás  .cultivos),  primero,  á 
g  par  100  en  los  cultivos  generales,  y  &  2  en  las  fincas  de  ta- 
baco y  caña:  y  luego,  á  2  por  100  en  todos  los  cultivos.  Todo 
eso  se  realizó  con  la  cooperación  ó  &  excitación  de  los  dipu- 
tados y  senadores  cubanos  que  en  1879  entraron  en  las  Cor- 
tee, después  de  una  ausencia  de  48  años. 

Loa  diputados  de  Puerto  Rico  ya  hablan  entrado  en  1869, 
y  daade  esta  fecha  no  han  dejado  de  ser  llamados  cuantas 
veces  después  se  ha  hecho  la  convocatoria  del  Parlamento 
aep&ñol.  Asi  vinieron  4  las  primeras  Cortes  de  la  Restaura- 
ción y  en  ellas  funcionaron.  Es  decir,  vinieron  los  diputados 
con  ervaáores,  pues  los  electores  reformistas  y  liberales  de 
la  pequeña  Antilla  se  retrajeron  después  del  golpe  de  3  de 
Enarc  de  1873  hasta  1879. 


r 


—  171  — 

También  revistieron  importancia  las  disposiciones  de  ca- 
rácter eoonómioo  que  se  dictaron  en  esta  época.  £1 
presupuesto  de  gastos  de  Cuba  era  en  1868  69  de  unos 
25.41 5.945  pesos.  Hasta  1 856-57  los  presupuestos  de  aquella 
Ida  no  pasaron  de  15  millones.  Y  así  y  todo  se  saldaban  con 
J*p#re¿#que,  desde  1849  á  1859,  produjeron,  para  el  Teso- 
rodela  Península,  31.845.312  pesos,  según  puede  verse  en 
las  curiosas  Memorias  del  general  D.  José  de  la  Concha  y 
del  Intendente  D.  Mariano  Cancio  Villamil.  El  desequilibrio 
y  la  baja  de  los  sobrantes  fueron  resultado  de  las  guerras 
de  Méjioo  y  Santo  Domingo  que  pagó,  no  sé  por  qué,  el  Te* 
soro  de  Cuba.  Mas  si  presupuesto  que  se  presentó  á  las 
Cortes  Constituyentes  para  1869  70  subía  á  2s.269.597 
daros. 

Desde  1870  4  1878  rigieron  unos  mismos  presupuestos; 
el  ordinario  de  gastos  importaba  27.452. 55$.  A  esta  su- 
me habla  que  añadir  la  de  7,45. 641  pesos  del  presupuesto  e?" 
traordiaario.  Total:  unos  28,200.000  pesos:  número  re* 
deudo.  Pero  el  desarrollo  de  la  guerra  impuso  muchos  mas 
dispendios*  que  se  atendieron  con  billetes  del  Banco  Espa» 
fiel  emitidos  por  orden  del  Gobierno  de  la  Metrópoli,  y  que 
desde  1869  á  mediados  de  1871  representaron  unos  17  mi- 
llones de  duros.  En  1872  y  1874  se  emitieron  bonos  y  bille- 
tes del  Tesoro;  en  187$  y  76  se  hicieron  nuevos  emprésti- 
tos, se  emitieron  billetes  por  el  Banco  Español  de  la  Habana 
7  se  hipotecaron  las  rentas  de  la  Isla  para  garantizar  otras 
obligaciones  del  Tesoro;  en  1878  y  en  1882  se  creó  una  den* 
da  amortizada  para  liquidar  los  créditos  del  Tesoro  por  per-; 
tonal  y  material,  varios  préstamos  y  las  emisiones  que 
vinieron  4  refundirse  en  los  billetes  hipotecarios  emiti- 
dos en  1886,  por  la  suma  de  124  millones  de  duros.  Esta, 


—  172  — 

cifra  luego,  en  1890,  se  amplió  oon  otros  55.550.000. 

II  total  de  la  sección  1.*  del  Presupuesto  de  1870-71,  ó 
sea  la-de  obligaciones  generales  (donde  se  comprendió  1a 
deuda,  las  clases  pasivas,  los  emigrados  de  América,  las 
consignaciones  al  duque  de  Veragua,  los  pagos  de  alguno* 
ososos  y  pensiones  y  los  gastos  del  Ministerio  de  Ultramar) 
no  pasaba  de  2.657.6S5  pesos. 

Convendrá  advertir  que,  4  partir  de  1874,  el  Gobierno 
Se  dispensó  del  oonourso  de  las  Cortes  para  los  presupues- 
tos cubanos.  Invocó  algunas  veces  el  articulo  27  del  decreto 
de  Administración  y  contabilidad  de  la  Hacienda  de  Ultra- 
mar, fecha  12  de  Septiembre  de  1870,  y  como  éste  no  auto- 
riza variaciones,  se  acordó  por  Real  orden  de  2A  da  Agos- 
to de  1876  que  c mientras  no  fuesen  discutidos  por  las  Cor- 
tos  del  reino  los  presupuestos  generales  de  gastos  é  ingra- 
tos de  las  provincias  de  Ultramar,  en  créditos  extraordina- 
rios, serian  aprobados  por  Aeal  Jeoreto  acordado  en  Con- 
sejo de  ministros,  con  audiencia  de  la  sección  correspon- 
diente del  Consejo  de  Estado  •. 

£l  art.  27  del  Decreto  di  1870,  reorganizando  la  Ha- 
cienda pública  de  las  provincias  de  Ultramar,  había  esta* 
Mecido  que  si  por  cualquier  motivo  las  Cortes  dejasen  de 
autorizar  algún  año  la  ley  de  presupuestos  de  Ultramar,  se 
considerarla  vigente  la  inmediata  anterior. 

Por  esto  el  Ministerio  de  Ultramar,  en  22  de  Octu- 
bre de  1873,  expidió  un  decreto  declarando  en  vigor  pa- 
ra el  afio  económico  de  1873-74  en  Puerto  Rico,  Cuba  y 
Filipinas,  los  presupuestos  que  hablan  regido  en  aquellos 
paisas  en  1872 «73.  Y  explicaba  su  resolución  por  el  he* 
cho  tde  no  haberse  podido  elevar  á  ley  el  proyecto  que 
el  ministro  del  ramo  habla  presentado  á  las  Cortes  en  11  de 


v 


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Septiembre  de  1872.»  De  iodos  modos,  loo 

de  1873  regirían,  Ínterin  lee  Cortee  no  resolviesen  oto* 


Por  la  Beal  orden  de  36  de  Agosto  de  1876  ee  impago  un» 
verdadcm  dictadura  económica  en  le  Grande  A n tilla,  donde 
•e  llegó  4  exigir  el  oontribajente  en  1878  nade  menos  que  el 
30por  1<K)  de  todos  loe  productos.  En  1879  ee  vino  al  26  por 
100.  Y  en  18741876  se  llegó  4  decretar  el  10  por  100  eV¿ 
capital,  m  bien  solo  se  llegó  4  cobrar  el  1  y  1(4  per  100.  Bel 
1873  (oomo  en  1872)  solo  se  cobró  el  10  por  100  de  todas 
las  rentos. 

Explicase  hasta  cierto  panto  el  olvido  de  las  prerrogati- 
vas de  las  Cortee  en  vista  del  desarrollo  que  la  insurree» 
eíón  cabana  tomó  en  1875,  pero  no  es  fltail  encontrar  escasa 
el  hecho  de  que  aquella  dictadora  económica  aloansass  tam- 
bién 4  Puerto  Rico,  donde  continuaba  sin  la  menor  altera» 
«óa  el  orden  politioo. 

En  1878  el  presupuesto  de  Cuba  subió  4  la  enormidad  de 
46.594.688  pesos,  pagados  sólo  por  aquella  isla.  En  1870  8a 
todavía  subió  mis:  4  56.764.688.  Pero  el  afio  80-81  ese  pre- 
supuesto bajó  4  44.035.350  pesos.  Bu  1882-88  fué  de 
81.860.249;  en  1883-84  de  34.170.880  y  en  1885  86  de 
31.169.663. 

Ademas,  en  el  presupuesto  ds  1880  se  redujo  en  nn  15 
por  100  el  derecho  de  exportación  general  de  frutos  ue  Cu* 
ha,  y  en  1883  volvió  4  hacerse  otra  rebaja  que  ee  repitió 
ea  1886,  1892  y  1893,  hasta  quedar  suprimido  ese  impuse* 
toen  1893. 

Por  áltimo,  en  30  de  Junio  y  20  de  Julio  de  1882, 
se  hicieron  las  leyes  llamadas  de  relaoionee  mercantiles 
de  las  Antillas  y  la  Península,  por  las  cuales,  en  prin- 


"£ 


•  174  — 

«fio,  «i  estableció  el  cabotaje,  que  debió  ser  electivo 
es  1892  (1) 

£n  cnanto  4  Puerto  Bico  hay  que  establecer  que  el  pre- 
supuesto de  gastos  de  1870  71,  que  fijaba  los  gastos  ordina- 
rio* de  la  Isla  en  1, 919.677  pesos,  subsistió  (en  virtud  del 
conocido  art.  27  del  decreto  de  12  de  Septiembre  de  1870) 
basta  1877,  en  cuya  fecha  (13  de  Agoste)  y  prescindiendo 
de  Job  representantes  parlamentarios  ultramarinos,  se  dio  un 
Beal  decreto  fijando  en  3.711 .  914  pesos  los  gastos  ordina- 
rios de  la  Isla.  Desds  1878  á  1880  ese  presupuesto  es  de 
3.686,98  pesos;  presupuesto  siempre  indisoutido.  A  partir 
del  afio  81  intervienen  activamente  en  la  discusión  los  di» 
potados  autonomistas.  El  presupuesto  de  gastos  de  1881  en 
de  3,615.083  pesos.  El  de  1885  sube  á  3.834.012. 

11  periodo  de  la  Herencia  que  principia  en  1888  fué  bas- 
tante más  favorable  para  las  libertades  antillanas.  La  pro- 
mulgación de  la  Constitución  de  1878  hecha  por  decreto  de 
7  de  Abril  de  1881  y  después  de  refiida  batalla  entre  con- 
servadores y  liberales,  tuvo  muchas  consecuencias  y  su  ma- 
yor eficacia  se  advierte  en  esté  periodo»  bajo  la  influencia  del 
partido  liberal.  En  5  de  Enero  de  1891  se  publicó  la  Compi- 
lación general  sobre  administración  ds  justicia  que  resume 
y  amplía  la  real  cédula  de  1855,  y  los  reales  decretos  de  12 


(1)  He  leído  en  un  opuscuio  publicado  en  1090  por  el  Ministerio  de 
Ultra  mar,  tobre  el  BstaéppoUtiec  y  aáminitíratitó  i§ €«•§«,  que  asta  41- 
tiasa  rtforoa  fe  hito  á  instancia  a  de  loa  diputados  antillanos.  Declino 
el  honor  y  rectifico  lm  noticia.  Loa  diputados  aut*  nomiataa  nunca  eos- 
tuvimti  eeo,  y  en  cambio  eenalamoe  Isa  consecuencias  deplorables  y 
ya  jot  tedes  reconocidas,  de  aquella  medida,  á  cuyo  buen  proposito  ni» 
eímos  jaa^efa.  Vea  pe  mi  discurso  pronunciada  en  la  sesión  del  Coa»- 
i  d*  a*J  de  Mayo  de  1884. 


—  m  — ■ 

di  Abril  da  1*76,  23  de  Mayo  de  1873, 15  de  Enero  de  1884 
y  29  de  Mayo  de  1885.  La  libertad  da  imprenta  y  la  libertad, 
deacoeiacióii  ae  llevaron  i  las  do*  Antillaa  en  1 1  de  Noviem- 
tesde  2816  y  12  de  Junio  da  1868  respectivamente.  El  pa- 
tronato ee  abolió  en  1886»  En  31  de  Julio  del  89  se  promul- 
góla laa  Antillaa  ei  nuevo  Código  civil.  En  38  de  Enero  del 
869  el  Código  mercantil.  En  14  de  Julio  de  1893  la  reforma 
de  la  ley  hipotecaria.  En  5  de  Julio  del  87,  la  validación  de 
be  estudios  beeboe  privadamente.  Luego  vinieron  la  supre- 
■óa  de  loa  derechoe  de  exportación,  la  rebaja  de  loe  de  carga 
y  deeearga;  el  tratado  de  comercio  oon  loa  Estados  Huidos 
de  América  de  1891;  la  fijación  de  la  cuota  contributiva  en 
Cuba  de  12  por  100  en  laa  fincas  urbanas,  2  por  100  en  laa 
risfcieas  y  1 5  por  100  en  la  industria  y  el  comercio;  las  retor- 
nas electorales  de  1892  y  94  y  la  reforma  del  gobierno  y 
administración  d^e  Jas  dos  Antillas  de  1*  de  Mano  de  1895, 
son  loe  decretos  complementarios  de  Diciembre  de  1896. 

Además  el  presupuesto  de  gastos  de  Cuba  fué  en  1886*87 
de25.969,734peeos;enl888.89,de25.596.441;enl890  91, 
de 26.446.810,  en  1891-92,  de  26.214.695;  en  1892-93» 
de  28  074.594;  de  26.037.394;  en  189394  y  en  los  si- 
guientes años  de  26.087.394. 

Con  esto  hay  que  relacionar  el  Arancel  de  29  de  Abril  de 
1892  (que  debió  regir  provisionalmente  por  espacio  de  seia 
assea)  y  laa  nueves  Ordenanaas  de  Aduanas;  estas  últi- 
mas de  verdadero  progreso  respecto  de  laa  anteriores.  Los 
Aranceles  cubanos  descansan  en  un  impuesto  constante  so- 
tes los  productos  extranjeros  de  diferente  importancia  se- 
ftn  los  géneros  y  en  un  impuesto  transitorio  del  10  ai  15 
per  100  sobre  todas  las  procedencias. 

,  En  Puerto  Bico  el  presupuesto  1886  fué  de  3.898.612  pe- 


—  176  — 


aoe.  En  18S9  es  de  3.859.05*.  Ea  1892  ee  de  S.768  590.  T* 
en  1 994  de  8 .977.500.  Ya  he  dicho  que  hoy  ee  de  4  tnilloAee. 

Ea  eete  trebejo  de  referencia  4  la  obra  de  la  Bestaura* 
cien  y  de  la  Begenoía  no  he  omitido  nada  que  constituya 
un  mérito  para  loe  reformistas  de  esta  época.  Ahora  sincera  • ' 
mente  he  de  declarar  que  eea  obra  tiene  no  pocas  manchas, 
cuyo  detalle  me  seria  facilísimo.   Básteme  decir   qne  la" 
reforma  electoral  de  1892  consagrando  la  escandalosa  farsa 
de  los  socios  de  ocasión,  dando  el  privilegio  del  voto  á  los 
empleados  públicos,  y  manteniendo  la  cuota  electoral  dalos : 
25  pesos,  contradecía  toda  la  tendencia  de  la  época  y  provo- 
có el  retraimiento  de  los  autonomistas  y  liberales  sueltos  dé' 
Cuba,  La  reforma  del  94  (también  hecha  por  el  partido  li-' 
beral)  infirió  un  verdadero  agravio  á  los  habitantes  de  Puer- 
to Rico,  4  quienes  aún  hoy  se  exige  la  cuota  de  10  pesos  oo- 
mo  base  del  derecho  de  sufragio,  mientras  se  pide  la  de  cin- 
co al  contribuyente  cubano.  De  aquí  el  retraimiento  de  los* 
autonomistas  portorriqueños  que  protestaron  ruidosamente 
contra  la  calificación  de  españoles  de  tercera  clase  que  san- 
cionaba el  decreto  del  8f.  Maura.  Y  así  se  dio  una  prueba 
ni  i*  de  la  ofrecida  por  los  cubanos  en  1893,  de  que  los  habí-' 
tancas  de  las  Antillas  estaban  ya  resueltos  4  no  consentir  qofr 
se  rebajase  su  consideración  frente  á  los  demás  ciudadanos 
españoles. 

La  ley  de  relaciones  mercantiles  de  1882  se  ha  barrenado 
por  numerosos  decretos  del  Ministerio  de  Ultramar  y  aun 
por  artículos  de  leyes  de  presupuestos  como  la  de  189$,  de 
tal  suerte,  que  ha  resultado  una  absoluta  franquicia  para 
los  productos  peninsulares  en  las  Antillas  y  positivas  di- 
ficultades para  los  productos  antillanos  en  la  Península. 
£1  Arancel  de  1892  se  hiso  para  negociar  sobre  él  con  los 


i  Unidor,  anulado  en  1894  el  convenio  con  esta  Re- 
pAMioa,  subsiste  el  Arancel  proteccionista  4  petar  de  que ' 
bate  ya  eeroa  de  cuatro  aftoa  debiera,  con  arreglo  á  la  ley  ? 
haberse  reformado  en  sentido  expansivo,  para  abarear  la 
vida  ultramarina  y  hacer  posible  la  concurrencia  de  nuestra 
predicción  colonial  con  la  del  extranjero* 

Verdad  que  se  promulgaron  las  leyes  expansivas  de  im- 
porte, reunión  y  asociación;  pero  no  es  menos  exacto  que 
«i  1890  se  ha  llevado  á  las  Antillas  el  Código  de  Justicia 
MDiter,  en  el  cual  se  leen  enormidades  políticas  y  jurídicas 
cosmlan  consignadas  en  sus  arta.  28  y  29  (1). 

II  primero  de  estos  artículos  define  las  atribuciones  de  los 
Capitanes  Generales  de  distrito  en  la  Peni  nenia  y  señala  en- 
tre ellas  la  aprobación  de  las  sentenoias  de  los  Consejos  de 
Guerra  ordinario  y  de  Oficiales  Generales,  cualquiera  que 
sea  la  pena  impuesta,  siempre  que  se  trate  ie  los  delitos  de 
inician,  espionaje,  rebelión,  conjuración  para  la  rebelión, 
sedición,  negligencia  en  actos  del  servicio,  abandone  del 
mismo,  cobardía,  insulto  i  superiores,  desobediencia  y  se» 


B  art.  29  se  refiere  4  loe  Capitanes  Generales  de  Ultra- 
mar y  determina  que  les  corresponde  la  aprobación  de  las 
isetsneias  antes  citadas  y  tademds  aquellas  otras  en  que  se ' 
trate  de  los  delitos  de  robo  en  despoblado,  siendo  cualquie- 
ra al  número  de  la  cuadrilla,  ó  en  poblado,  siendo  en  cua- 
drilla de  cuatro  ó  mas;  secuestro,  incendio  en  despoblado, 
amenaza  de  cometer  los  anteriores  delitos,  ya  sea  exigiendo 
nha  cantidad,  ya  imponiendo  cualquiera  otra  condición 


\\)    Véase  ni  libro  Cuutiemt  ptfpitantu  dé  Política,  D§r$oh*  y  Ai- 


—  m  — 


conaatutiva  de  delito  grave  previsto  en  el  Código  penal 
ord .nano  y  cualesquiera  otro*  quf  atonten  grav emente  á  la 
riguridad  di  cotas  y  personas  ó  dios  intereses  generales  de 
la  nacían  y  del  ejército*» 

Por  cima  de  todo  eeto  se  hallan  el  descrédito  universal  de 
nuestra  centralizada  administración  ultramarina;  la  proteo- 
«ion  decidida,  franca  é  incomparable  que  las  autoridades  de 
todo  género  han  dado  y  continúan  dando  á  loe  elementos  y 
partidos  conservadores  antillanos  contra  los  liberales  y  au- 
tonomistas; la  intervención  de  los  Alcaldes  de  nombramien- 
to del  gobierno  en  la  política  interior  de  aquellos  países; 
los  escándalos  de  la  ya  celebre  lista  de  candidatos  y  diputa- 
dos cuneros  de  Puerto  Rico  y  las  frases  tan  expresivas  y  sin» 
ceras  como  las  del  8r.  León  y  Castillo,  Ministro  de  ultramar 
en  1 882,  que  reconocía  en  pleno  Parlamento,  «que  en  Puerto 
Rico  se  podía  hacer  todo  impunemente»-,  ó  como  las  del  se- 
fior  Tejada  de  Valdosera,  también  Ministro  de  Ultramar, 
que  candorosamente  declaró  que  la  ley  electoral  ultramari- 
na se  había  hecho  para  asegurar  la  superioridad  á  los  ele- 
mentos conservadores. 

Paro  quiero  prescindir  de  todo  esto  para  reconocer  y 
proclamar  que  en  estos  últimos  años  se  han  realizado  pro- 
gresos considerables  en  la  vida  económica  y  política  de 
nuestras  Antillas.  Lo  he  dicho  solemnemente  varias  veces, 
combatiendo  a  los  intransigentes  y  á  los  pesimistas. 

Tingólo  por  indiscutible  aunque  deploro  que  esas  refor- 
mas no  se  hayan  hecho  mis  de  prisa,  más  4  tiempo  y  ^esti- 
mando las  nusvas  reclamaciones  que  toda  positiva  mejora 
produce  y  ha  producido  en  un  pueblo  tan  culto  y  tan  an- 
sioso de  progreso  y  de  justicia  como  el  de  Cuba  y  Puerto 
Bico,  Para  no  satisfacer  estas  exigencias,  muchos  piensan 


—  I7i  — 

que  habría  valido  má*  no  prometer  nada  ni  quebrantar  el 
statu  quo.  De  eeto  nunca  puede  prescindir  el  reformieta. 
Porque  onando  se  olvide  ee  fácil  dar  oon  la  revolución. 
Ahora  importa  aetimar  tómo  y  por  qué  ee  han  hecho  * 
progreeoe 


XI 


Laa  cansas  son  machas.  Aqui  sólo  voy  á  apreciar  algu- 
nas de  las  de  carácter  paramente  político,  T  aan  tratándose- 
de  éstas  prescindiré  consciente  y  gastosamente  de  aquellas 
que  pudiera  llamar  generales.  Es  claro  qae  en  la  saludable 
modificación  del  espirita  de  los  elementos  gubernamentales 
de  Ja  política  española»  en  estos  últimos  años,  ha  debida 
influir  poderosamente,  así  como  la  demostración  irrefutable» 
por  hechos  positivos,  de  la  cultora  y  aptitud  de  nuestras  An- 
tillas para  el  ejercicio  de  los  más  delicados  derechos  políti- 
cos, Del  mismo  modo  ha  debido  pesar  la  evidencia  de  que 
nuestros  hermanos  de  Ultramar  no  se  resignaban  á  inferió- 
ridadea  de  ninguna  especia,  la  lógica  de  la  evolución  políti- 
ca, que  en  la  Metrópoli  se  realizaba  con  la  mira  de  identifi-  - 
car  (empeño  ilusorio),  la  monarquía  de  los  Borbones  oon  las 
exigencias  de  la  democracia  contemporánea. 

Lo  que  ahora  me  interesa  consignar  es:  primero,  que  los 
avances  realisados  en  la  política  colonial  española,  dentro 


-»  181  — 

del  periodo  referido»  «o  responden  á  espontaneidades  de  le» 
partidos  monárquicos  imperantes;  y  segando,  que  eses  aVak- 
sjs  se  han  realisado  poi  las  excitaciones  constantes  y  vigo- 
rosas de  los  partidari  os  de  la  reforma  colonial,  qae  en  este 
iltímo  periodo  revisti6  el  carácter  de  reforma  autonomista. 
No  es  indiferente  afirmar  esto  con  la  precisión  con:  que 
acabo  de  hacerlo.  Tampoco  son  escasos  los  que  aUá  en  ul- 
tramar creen  (por  desconocer  los  logares  y  las  personas), 
que  todo  lo  conseguí  do  fué  cosa  fácil,  y  que,  por  ejemplo,  el 
partido  liberal  de  1»  Península,  casi  desde  el  primer  día, 
por  bondad  de  corazón  6  por  la  lógica  de  los  principios»  se 
mostró  decididamente  favorable  á  llegar. . .  á  la  Autonomía 
colonial. 
[Qué  errorl 

T  cuéntese  que  de  las  resistencias,  más  ó  menos  positi- 
ns  y  duraderas  del  partido  liberal  (cuyos  servicios  re* 
conoseo),  no  saco  argumento  en  agravio  de  éste.  Rectifico 
la  equivocación,  perseverando  en  mi  creencia  de  que  les  de- 
mias se  merecen,  y  que  las  cosas,  en  el  orden  político,  na 
se  hacen  por  sí  solas.  Aun  en  la  vida  ordinaria,  los  dere- 
chos hay  que  pedirlos,  y  para  asegurarlos  ante  los  tribuna- 
les de  justicia,  no  basta  tener  razón,  si  no  que  son  precises 
papel  sellado,  procurador  y  abogado.  Lo  he  repetido  no  s¿ 
cuántas  veces. 

Ahora  importa  decir  quiénes  pretendieron  y  consiguieron 
Ufui  las  reformas  de  Ultramar. 

Pues  fueron:  primero,  los  diputados  y  senadores  autono- 
mistas de  las  Antillas.  Después,  los  republicanos  de  la  Pe- 


A  raía  de  la  paz   del  Zanjón  se  constituyeron  en  Cuba 
dos  grandes  partidos  políticos:  el  Liberal  y  el  de  Unión 


—    182  — 


Omttknoümalk  Por  bajo  aparecieron,  para  luego  díeoh 
el  Waeimaly  el  D moer  ático.  Yusera  de  todos  «lio* 
taren  en  actitud  y  disposición  muy  distintas  toe 
gentes  de  la  vieja  oolonia  y  loe  intransigente*  del 
ratiemo. 

£1  programa  del  partido  de  ünián  Cmutiiucionai,  fué  el 
d  t  guíente: 

Aplicación  íntegra  á  las  provincias  de  Cnba  de  !a  Cons- 
titución de  la  Monarquía,  la  oaal  distribuye  y  ordena  las 
funciones  de  los  Poderes  públicos,  y  garantáis  la  libertad 
da  imprenta,  la  de  reunión  pacifica,  la  de  asociación  para 
04  fínes  de  la  vida  humana,  la  de  petición  y  loe  demás 
derechos  que  reconoce  á  los  españoles. 

Aplicación  á  Cuba,  en  el  sentido  de  la  postóle  y  racional 
ilación  á  las  demás  provincias  españolas,  de  las  leyes 
i  ue  se  hayan  diotado  ó  se  dicten  para  asegurar  «l  respeto 
reciproco  de  los  derechos  á  que  se  refiere  el  párrafo  ante- 
rior, conforme  á  la  propia  Constitución,  y  de  las  orgánicas 
agentes  en  la  Península,  asi  como  de  cuantas  otras  en 
ella  se  promulguen. 

Leyes  especiales  dentro  del  mismo  criterio  de  asimilación  9 
■  >n  relación  á  los  intereses  particulares  de  Cuba. 

Remoción  de  todo  obstáculo  que  impida  el  Ubre  ingreso 
en  los  destinos  públiooe  á  cuantos  españoles  tengan  aptitud 
y  ara  ellos,  onalquiera  que  sea  el  lugar  de  su  nacimiento. 

Nueva  ley,  eficaz,  de  responsabilidad  judicial,  y  medidas 
¿ue  aseguren  la  moralidad  en  todos  los  ramos  y  servicios 
lía  la  administración. 

Cne«Uó«   ec*«4alea 

Supresión  del  derecho  de  exportación. 

Reforma  arancelaria  en  el  sentido  de  la  posible  rebaja  de 
ierechos,  especialmente  en  los  artículos  de  primera  neos- 
eidad , 

Celebración  de  tratados  entre  España  y  las  potencias 
extranjeras,  en  particular  con  los  Estados  Unidos,  mercado 
principal  de  nuestros  frutos,  sobre  bases  de  amplia  recipro- 
cidad que  favorezcan  los  intereses  agrícolas»  mercantiles  y 
fabriles  de  Cuba. 


—  183  — 

Aplicación  d#  medidas  que  faciliten  nuestro  comercio  con 
los  puertos  nacionales  hasta  llegar  á  la  declaración  de  ca- 
botaje. 

Especial  defensa  de  la  producción  agrioola  y  de  la  indus- 
tria manufacturera  de  nuestro  tabaco* 

Arreglo  definitivo  de  la  Deuda  pública. 

Rebaja  racional  en  los  impuestos  y  reparto  equitativo  de 
los  que  debían  subsistir. 

Economías  en  los  gustos  públioos. 

Atención  preferente  á  la  reconstrucción  de  las  comarcas 
asoladas  por  la  guerra: 


Abolición  de  la  esclavitud,  con  arreglo  á  las  bases  esen- 
ciales de  la  ley  Noret,  modificada  en  su  plazo,  en  el  limite 
que  permitan  las  necesidades  morales  y  materiales  del  país* 
y  convenientemente  adicionada  en  todo  lo  que  tienda  a  fa- 
vorecer la  condición  de  los  siervos  que  aún  queden  en  ese 
estado,  después  de  la  promulgación  de  aquella  ley,  sin  in- 
demnización pecuniaria  á  los  propietarios. 

Inmigración  encomendada  á  la  iniciativa  particular  y 
eficazmente  protegida  por  el  Estado,  en  condiciones  de  li- 
bertad de  contratación;  atendiéndose  asi  á  la  necesidad  de 
braceros  que  experimenta  el  país,  y  facilitándose  la  resoiu* 
«ion  del  problema  social.  > 

El  partido  liberal  de  Cuba  compendiaba  en  esta  forma  su 
programa: 


Exacto  cumplimiento  del  art.  21  de  la  ley  Moret,  en  su 
primer  inciso,  que  dice  asi:  «Ei  Gobierno  presentará  á  las 
Cortes,  cuando  en  ellas  hayan  sido  admitidos  los  diputados 
de  Cuba,  el  proyecto  de  ley  de  emancipación  indemnizada 
de  los  que  queden  en  servidumbre  después  del  planteamiento 
do  esta  ley. •  Reglamentación  simultánea  del  trabajo  de  color 
libre  y  educación  moral  é  intelectual  del  liberto. 
#  Inmigración  blanca  exclusivamente,  dando  la  preferen- 
cia á  la  que  se  haga  por  familias,  y  removiendo  todas  las 
trabas  que  se  oponen  á  la  inmigración  peninsular  y  extran- 
jera; ambas  por  iniciativa  particular. 

Cmftrtló»  política 

Las  libertades  necesarias.— Extensión  délos  derechos 


\ 


—  184  — 

individuales  que  garantiza  el  titulo  I  de  la  Constitución  é- 
todos  los  españoles,  á  saber:  Libertad  de  imprenta,  de  re- 
unión y  de  asociación.  Inmunidad  del  domicilio,  del  indi- 
viduo,  de  la  correspondencia  y  de  la  propiedad.  Derecho 
de  petición.— Además  la  libertad  religiosa  y  la  de  la  cien- 
cia en  la  enseñanza  y  en  el  libro. 

Admisión  de  los  cubanos*,  al  par  que  los  demás  españo- 
les, á  todos  los  cargos  y  destinos  públicos,  con  arreglo  al' 
art.  15  de  la  Constitución.— Inmediata  entrada  en  el  escala-* 
fon  general  de  los  funcionarios  de  justicia,  del  ramo  de  ins- 
trucción pública  y  de  las  demás  carreras  administrativas* 

Aplicación  integra  de  las  leyes  municipal,  provincial, 
electoral  y  demás  orgánicas  de  la  Península  á  las  islas  de 
Cuba  y  Puerto  Rico,  sin  otras  modificaciones  que  las  que 
elijan  las  necesidades  é  intereses  locales,  con  arreglo  al 
espíritu  de  lo  convenido  en  el  Zanjón, 

Cumplimiento  del  art.  89  de  la  Constitución,  entendién- 
dose el  sistema  de  leves  especiales  que  determina,  en  el 
sentido  de  la  mayor  descentralización  posible  dentro  dé  la 
unidad  nacional. 

Separación  é  independencia  de  los  poderes  civil  y  militar.. 

Aplicación  á  la  isla  de  Cuba  del  Código  penal,  de  la  ley 
de  Enjuiciamiento  criminal,  de  la  ley  Hipotecaría,  de  la- 
del  Poder  judicial,  del  Código  de  Comercio  novísimo  y  da* 
más  reformas  legislativas  con  las  modificaciones  que  exijan 
los  intereses  locales. — Formaoión  de  un  Código  penal. 


Supresión  del  derecho  de  exportación  sabré  todos  Ios- 
productos  de  la  isla.  . 

Reforma  de  los  aranceles  de  Cuba,  en  el  sentido  de  que 
los  derechos  de  importación  sean  puramente  fiscales:  des* 
apareciendo  los  que  existan  con  el  carácter  de  derechos 
diferenciales,  sean  específicos  ó  de  tandera. 

Rebaja  de  los  derechos  que  pagan  en  las  aduanas  de  la 
Península  los  azúcares  y  mieles  de  Cuba,  hasta  reducirlos 
á  derechos  fiscales. 

Tratado  de  comercio  entre  España  y  las  naciones  ex- 
tranjeras, particularmente  con  los  Estados  Unido»,  y  sobre- 
la  base  de  la  más  completa  reciprocidad  arancelaria  entre 
aquélla  y  Cuba,  y  otorgando  á  todos  los  productos  extran- 
jeros en  las  aduanas  y  puertos  de  la  isla,  las  mismas  fran- 
quicias y  privilegios  que  aquéllos  conceden  á  nuestras  pro- 
unciones  en  los  suyos. 


-  ¡**  — 

Conversión  de  U  Dea  da.  Reparación  del  crédito  público. 
Liquidación  de  la  cuenta  con  el  Banco  Español  de  la  Ha- 
bana* i 

El  partido  democrático r  como  su  nombre  indica,  era  máa 
radical  y  sus  fórmulas  revestían  un  carácter  más  teórico. 
Pretendía  todas  las  libertades,  el  sufragio  universal,  la  abo- 
lición de  la  pena  de  muerte,  e1  Jurado,  la  autonomía  mu- 
nicipal, la  bu  presión  de  loa  derechos  diferenciales  de  bande- 
ra y  otras  instituciones  que  no  existían  en  la  Metrópoli, 
¿demás  la  abolición  de  la  esclavitud. — El  partido  nacional, 
en  cambio,  se  limitaba  á  pedir  la  completa  identidad  da 
Cuba  y  las  provincias  peninsulares. 

Estos  dos  últimos  partidos  nunca  tuvieron  verdadera  fuer* 
a  y  ee  disolvieron  á  poco  de  sn  constitución,  entrando  la 
mayor  parte  de  sus  individuos  en  el  partido  liberal  y  que- 
dando otros  á  modo  de  activos  propagandistas,  y  solo  por 
algún  tiempo,  en  la  redacción  del  periódico  La  Discusión. 

No  bastaría  lo  dicho  para  formar  exacto  juicio  de  los  dos 
grandes  partidos  antes  mencionados.  Hay  que  afiadir,  1.° 
que  en  el  constitucional  formaron  casi  todos  los  penin- 
sulares que  en  Cuba  se  ocuparon  de  cualquier  modo  de 
política,  asi  como  los  funcionarios  públicos,  y  en  el  literal 
la  casi  totalidad  de  los  nacidos  en  Cuba.  2.°  que  el  Gobier- 
no y  las  autoridades  se  decidieron  resueltamente  por  el  par* 
üdo  constitucional,  y  3.°  que  tanto  por  esto  como  por  otras 
varias  circunstancias,  entrambos  partidos  modificaron  antes 
de  tres  afios  sus  respectivos  programas  tomando  el  literal 
'  el  sentido  democrático  y  autonomista,  y  el  constitucional  t  el 
centralista  y  conservador. 

Dio  mucha  acentuación  á  este  último  el  ingreso  en  el 
mismo  de  los  intransigentes  reaccionarios,  cuya  represen- 


—  196  — 


i  c  ¡6a  llevaba  el  periódico  titulado  La  Vez  ie  Cpia.  En 
cambio  se  adhirieron  al  partido  literal  muchoe  de  loe  anti- 
guos convenidos  del  Zanjón,  quedando  el  separatismo  re- 
ducido á  un  pequeño  grupo  de  créticos  y  pesimistas,  dentro 
de  la  isla,  y  á  m*  circulo  poco  extenso  y  de  escaso  influjo  de 
intransigentes  revolucionarios  que  se  establecieron  en  loa 
Estados  Unidos  de  América  y  en  las  costas  del  Golfo  de 
Mejioo,  fiando  el  logro  de  sus  esperanzas,  principalmente, 
en  ¡apolítica  del  Gobierno  español. 

El  partido  conservador  ó  constitucional  se  declaró  servi- 
dor de  todos  los  Gobiernos  de  la  Metrópoli,  afirmando  que 
sus  soluciones  eran  extrañas  á  todo  esclusivismo  político, 
¿fregó  que  su  devoción  á  la  Madre  patria  era  insuperable 
y  aun  pretendió  tomar  el  nombre  de  partido  español. 
De  todas  estas  pretensiones  la  positiva  y  justificada  fuó, 
□  duda,  la  referente  á  la  devoción  de  los  constitucionales  á 
la  Metrópoli.  Eso  es  incontestable.  Sin  que  el  reconocimiento 
de  esta  virtud  implique  el  aplauso  á  los  excesos  con  que  bas- 
tantes veces  y  por  efecto  de  la  dirección  que  aquellos  elemen- 
te» tuvieron,  afearon  y  comprometieron  su  causa. 

A  aquella  devoción  los  llevaban  convicciones  profundas, 
sentimientos  muy  vivos  é  intereses  tan  manifiestos  como 
respetables.  Los  peninsulares  de  Cuba,  trabajadores,  eco- 
nómicos, entusiastas,  merecedores  de  grandes  respetos  y 
simpatías,  sin  los  cuales  no  se  comprendería  la  vida  cubana, 
y  que  en  aquella  isla  pasan,  quizá,  de  200.000,  tienen  en  la 
Península  á  susiamilias  por  ellos  cariñosamente  atendidas  y 
acarician  constantemente  el  deseo  de  volver  al  seno  de  estas, 
después  de  veinte  ó  mas  años  de  gran  labor,  para  gozar*  en 
el  país  natal,  bien  que  recordando  siempre  á  Cuba,  del  truto 
de  sus  sacrificios  y  economías. 


—  1W  — 

Pero  no  es  exacto  que  el  programa  de  los  constitucionales 
revistiera  el  desinteresado  carácter  político  de  que  muchos 
de  éstos  han  hablado,  ni  puede  pasar  por  indiferente  la  prev 
tensión  de  asumir  la  total  representación  de  España. 

Sin  disentir  ahora  la  bondad  6  maldad  del  programa,  y  so* 
toe  todo  do  las  prácticas  del  referido  partido  de  Untan  Con*- 
Utuáonal,  no  se  necesita  gran  esfuerzo  para  demostrar  que 
ambas  cosas  son  de  puro  y  eminente  carácter  conservador. 
Lo  mismo  en  Cuba  que  en  la  Península,  que  en  todas 
partes. 

Los  constitucionales  pretendían  que  sus  soluciones  y  sus 
procedimientos  eran  los  únicos  para  mantener  el  imperio! 
de  España  en  las  Antillas;  por  el  contrario,  los  autonosais- 
tas  aseguraban  que  lo  más  eneas  para  esto  era  su  programa. 
Pero  sobre  la  voluntad  y  las  pretensiones  de  los  unos  y 
los  otros  está  la  naturaleza  misma  de  las  afirmaciones  he- 
ehas  por  ambas  partes.  En  tal  sentido  es  un  verdadero  abuso 
de  la  inocencia  pública,  el  aventurar  que  el  sufragio  res- 
tringido, la  centralización  administrativa,  la  previa  cenen* 
ra,  los  delitos  especiales  de  imprenta,  el  patronato  y  otras 
•osas  por  el  estilo,  amparadas  por  los  constitucionales  cu- 
banos, eran  de  cerca  ni  de  lejos  compatibles  con  el  criterio 
democrático. 

De  otra  parte,  la  política  de  \ñss  procedencias  ha  sido  im- 
posible en  las  colonias  de  cierta  cultura.  Solo  prescindiendo 
de  ella  ha  podido  Inglaterra  sostener  su  bandera  en  el  Ca- 
nadá, el  Cabo,  la  Australia  y  las  Antillas,  después  del  te-' 
rrible  fracaso  de  la  política  contraria  en  las  trece  colonias 
de  Norte  América.  La  pretensión  de  un  partido  español  su 
tierra  española  es  una  imprudente  invitación  á  los  que  ft<> 
comparten  todas  las  opiniones  y  los  intereses  más  ó 


—  1*3:  -r- 

oontingentes  y  defendibles  de  aquel  grupo  política,  á  tomar 
La  bandera  de  la  rebeldía  ó  del  extranjero.  Imposible  imagi- 
nar cosa  más  contraproducente. 

No  digo  nada  cuando  aquellas  pretensiones  son  ealorisa» 
das  por  las  autoridades  de  la  Metrópoli,  Obligadas  por 
altos  motivos  de  prudencia,  á  mantenerse  en  el  fiel  de  la. 
balanza  entre  los  partidos  coloniales.  En  nuestra  política., 
antillana  se  ha  llegado  al  extremo  de  las  candorosas  decla- 
raciones del  señor  Conde  de  Tejada  de  Valdosera,  sobre  la 
finalidad  de  la  ley  electoral  de  su  época  y  á  la  exaltación 
del  8r.  Romero  Robledo  al  ministerio  de  Ultramar,  Agu- 
jando á  la  cabesa  de  los  diputados  de  la  Unión  Constitu- 
cional de  Cuba,  y  siendo  uno  de  los  más  comprometidos, 
como  tal  diputado,  con  los  elementos  intransigentes  da 
aquella  isla. 

Pero  á  veces  el  exceso  del  mal  trae  el  remedio.  Quisa  na 
entraron  por  poco  esas  exaltaciones  y  sus  inmediatas  con- 
secuencias allá  en  Cuba,  para  el  movimiento  llamado  econó- 
mico, que  se  produjo  en  la  Orando  Antilla  hacia  1892, 
contra  el  régimen  arancelario  y  las  medidas  financieras*  de 
los  conservadores  y  del  propio  8r.  Romero  Robledo,  y 
para  que  la  formidable  protesta  contra  estos  errores  encon- 
trara especial  acogida  en  el  partido  liberal  peninsular,  4 
cuya  proteoción  indudablemente,  dígase  lo  que  Be  quiera,  so 
debió,  por  modo  considerable  y  quisa  decisivo,  la  formación 
del  partido  reformista  cubano  en  1894. 

Bn  este  partido  ultramarino,  que  apareció  á  los  conden- 
sos como  una  disidencia,  ó  mejor,  un  desprendimiento  del 
constitucional  entraron  muchos  peninsulares  y  bastantes 
(insulares.  Su  raís  estaba  en  el  movimiento  cconónUco:  su 
sentido  era  tibiamente  autonomista,  y  sus  pretensiones  se 


—  139  — 

reducían  á  ocupar  un  término  medio  entre  los  autonomista* 
y loe  constitucionales. 

Hoy  existe  este  partido  reformista  (todavía  pooo  fuerte i) 
«mía  pretensión  de  ser  el  inspirador  de  las  últimas  refor- 
mas de  1S96.  La  pretensión  es  excesiva.  Podría  contentarse 
con  el  papel  de  valioso  oooperador.  T  buena  prueba  de  ello 
as  el  programa  del  partido,  que  lleva  la  fecha  de  30  de  Oc- 
tubre de  1894. 

He  aquí  sus  principales  conceptos: 

Fiel  y  exacta  observancia  de  la  Constitución  del  Estado, 
que  reconoce  y  garantiza  los  derechos  Individuales  y  pro* 
dama  la  necesidad  de  que  las  provincias  de  Ultramar  sean 
gobernadas  por  leyes  especiales,  sin  perjuicio  de  la  autoh 
ación  que  concede  el  Gobierno  para  aplicar  á  las  misma* , 
son  las  modificaciones  que  juzgue  convenientes  y  dando 
cuenta  á  las  Cortes,  las  leyes  promulgadas  ó  que  se  pro- 
mulguen para  la  Península. 

Aplicación  á  esta  Isla  de  todas  las  leyes  que  se  hayan 
¿jetado  ó  se  dicten  en  la,  Península  para  asegurar  el  res- 
peto reciproco  de  los  derechos  que  reconoce  el  titulo  I  de 
la  Constitución,  y  de  las  orgánicas,  sin  otras  modificado 
oes  que  las  estrictamente  indispensables,  reclamadas  por 
la  naturaleza  ó  por  las  costumbres,  con  sujeción  al  mencio- 
iado  criterio  de  especialidad. 

1  Extensión  del  derecho  electoral  para  Diputados  á  Cor- 
tes, Provinciales  y  Conoejales  á  todos  los  españoles  naci- 
do) ó  residentes  en  Cuba,  según  lo  aconsejen  y  reclamen 
las  condiciones  de  la  Isla,  y  en  relación  oon  las  institucio- 
nes que  en  este  sentido  rijan  en  la  Península. 

Aprobación  é  inmediata  promulgación  del  proyecto  de 
Ley  presentado  en  el  Congreso  de  los  Diputados  el  dia  I 
<le  Junio  último,  para  el  Gobierno  y  Administración  Civil 
de  esta  Isla  y  la  de  Puerto  Rico. 

8in  perjuicio  de  las  reformas  que  pueda  demandar  en  lo 
futuro  la  nueva  organización  provincial,  y  que  la  expe- 
riencia aconseje,  habrá  detener  !a  Diputación,  entre  otras, 
facultades  para  aprobar  las  cuentas  de  los  Mnnicipios;  re- 
visión y  apelación  de  los  acuerdos  de  estas  Corporaciones 


•—  190  — 

que  no  sean  de  la  exclusiva  competencia  de  las  mismas,  y 
demás  asuntos  de  administración  local;  la  de  nombrar  jr 
separar  todos  sos  funcionarios  y  dependientes;  todo  lo  con- 
cerniente á  la  administración  y  fomento  de  los  intereses 
morales  y  materiales  de  la  Isla,  en  cuanto  por  la  Ley  Mu"" 
ti  ic  i  pal  &  otras  especiales  no  corresponda  á  los  Ayunta* 
mientes,  Gobierno  General  ó  Gobierno  Supremo;  la  de  dio* 
tar  disposiciones  de  carácter  general  y  obligatorio  para  to* 
da  la  Isla  en  materia  de  Instrucción,  Obras  públicas,  esta- 
blecimiento de  Bancos  y  Sociedades,  contratación  de  em- 
préstitos y  otros  análogos;  la  de  discutir  y  proponer,  en  su 
caso,  al  Gobierno  General  ó  Gobierno  Supremo,  cuanto 
crea  conveniente  á  los  intereses  de  la  Isla  y  no  sea  de  su 
competencia;  la  de  informar  acerca  del  establecimiento  de- 
nuevos  impuestos,  modificación  de  los  existentes  y  cual- 
quiera otra  medida  de  carácter  financiero;  y  la  de  propo- 
ner al  Gobierno  General  la  creación,  modificación  ó  supre- 
sión de  cualquier  impuesto  local. 

Constitución  del  Consejo  General    de*  Administración, 
con  Jas  facultades  que  le  concede  el  proyecto  de  reformas» 
del  señor  Maura,  acentuándose  en  forma  directa  la  parte- 
electiva  del  mismo. 

Ley  que  determine  las  atribuciones  del  Gobernador 
General  de  la  Isla,  su  responsabilidad,  gerarquía  y  circuns- 
tancias personales  para  su  nombramiento,  sin  excluir  nin- 
go na  de  las  clases  del  Estado. 

Ley  de  empleados  públicos,  que  solo  autorice  el  ingreso 
en  las  carreras  civiles  á  los  españoles  establecidos  en  Cuba, 
sin  distinción  de  procedencias,  en  quienes  concurran  deter- 
minadas circunstancias,  reservando  al  Gobierno  Supremo<el 
nombramiento  de  los  jefes  de  Administración  y  jefes  de  las- 
dependencias  provinciales,  y  haciéndose  los  demás  nom- 
bramientos por  el  Gobierno  general. 

£  jamen  y  revisión  de  las  ooentas  correspondientes  al  pre- 
supuesto de  la  Isla,  en  forma  que  puedan  ser  ultimadas  bre- 
vemente dentro  del  organismo  de  su  administración  looal. 

Ley  del  Jurado. 


Reorganización  de  los  servicios,  administración  y  reduc- 
ción de  los  gastos  públicos. 

Derogación  inmediata  de  la  Ley  de  Relaciones  comer* 
cíales,  mientras  tanto  no  se  establezca  la  libertad  oomerciat 
con  la  Península. 


—    191  — 

Reforma  Ai  an  celaría  hasta  llegar  á  un  arancel  paramen- 
te focal,  sin  perjuicio  déla*  legítimas  necesidades  del  Te- 
soro; y  reforma  asimismo  de  las  Ordenanzas  de  Aduanas  7 
da  Ja  Comisión  Arancelaria. 

S  opresión  del  derecho  de  exportación. 

Celebración  de  tratados  especiales  de  comercio  qne  re* 
guien  las  relaciones  de  esta  Isla  con  las  naciones  extraiga* 
ns. 

Revisión  de  loe  actuales,  especialmente  del  concertado 
con  loa  Estados  Unidos,  á  fia  de  obtener  facilidades  para 
el  tabaco  y  libertarlo  de  los  defectos  de  qne  adolece. 

Libre  venta  del  tabaco  en  la  Península,  previo  pago  de 
loa  derechos  correspondientes. 

Supresión  absoluta  de  todo  impuesto  sobre  el  tabaco  ela- 
borado. 

Suspensión  del  impuesto  industrial  qne  pesa  sobre  el 
mear- 

Ley  que  organice  el  crédito  agrícola  en  condiciones  efi- 
cicee  para  el  fomento  de  la  agricultura;  y  reforma  de  la 
de  Enjuiciamiento  civil  en  beneficio  de  las  haciendas  co- 
muneras, para  hacer  posible,  por  medios  breves  7  econó- 
micos, la  división  i  inscripción  de  las  mismas. 

Liquidación  definitiva  de  la  Deuda  y  arreglo  de  la  mis- 
ma, que  disminuya  su  interés  y  prometa  llegar  á  una  anua- 
lidad compatible  con  la  renta  pública  y  las  necesidades  del 
país* 

Creación  de  un  régimen  monetario  bien  ordenado. 

Revisión  por  un  tribunal  especial,  y  en  plaso  breve  y 
determinado,  de  los  expedientes  de  clasificación  de  las  ola- 
sea  pasivas,  y  nueva  forma  de  pago  á  las  mismas,  qne  rea- 
petando  los  derechos  adquiridos,  permita  aliviar  esta  carga 
anual  del  presupuesto. 

Ese  programa  no  ha  sido  rectificado  oficialmente  hasta  el 
dk.  Fero  hay  que  reconocer  que  las  circunstancias  han 
impuesto  últimamente  una  gran  acentuación  al  partido  r#- 
fonttütüy  bien  metidoya  en  la  jurisdicción  de  los  partidarios 
dala  Autonomía  colonial* 


XII 


£1  partido  autonomista  cubano  se  nutrió,  como  antea  he 
dicho,  con  la  gente  del  país.  En  este  sentido  pudo  aventu- 
rarse la  afirmación  deque  Cuba  et  autonomista.  Tanto  por 
esto,  como  por  el  género  de  oposición  de  los  constituciona- 
les, y  por  el  error  de  las  autoridades  de  Cuba  y  la  polí- 
tica del  Gobierno  de  Madrid  (quisas  tamtién  por  una 
inclinación  defectuosa  de  toda  la  política  americana),  el  tal 
partido  pecó  algo  de  particularista.  Esto  (que  es  muy  difí- 
cil que  se  vea  con  claridad  en  las  Antillas)  le  quitó  algunos 
medios,  sobre  todo  en  la  Metrópoli,  donde,  sin  embargo,  se 
hablan  de  recabar  por  decreto  de  la  opinión  pública  y  por 
la  decisión  de  los  partidos  nacionales,  todas  las  reformas 
que  necesitaba  Cuba. 

No  he  creído  jamás  que  el  partido  autonomista   cubano' 
ftiera  poco  español.  A.  mi  juicio  (y  creo  tener  muchos  da-, 
tos  para  pensar  asi),  ese  partido  es  español,  pero  de  otro  modo 
que  el  partido  de  Unión  Constitucional.  Y  he  aventurado 
varias  veces,  en  altos  círculos  políticos  y  en  momentos  bien 
critico?»  la  especie  de  que  el  interés  permanente  de  España 


palpitaba  en  aquel  partido  avansado  mis  que  en  los  otros, 
«pyo  patriotismo  y  faena  no  he  puesto  en  dada. — El 
autonomista  cubano  no  era  ni  podía  ser  revolucionario.  Para  . 
creer  otra  cosa  se  nsoesita  desconocer  la  economía  de  la  so* 
cíedad  antillana,  lias  para  los  autonomistas  cubanos,  hi- 
jos de  aquel  país,  y  gente  nerviosa,  inteligente,  entusiasta» 
tpava,  de  fantásticas  aspiraciones  y  destinada  á  vivir  y 
morir  en  las  Antillas,  Cuba  estaba  apto  que  la  Península, 
íi  más  ni  menos  que  para  la  generalidad  de  los  península» 
sÑel  problema  se  ponía  al  contrario,  considerando  á  la  Pe- 
ájanla,  no  ya  como  la  totalidad  nacional,  sino  como  un 
termine»  de  diferenciación  dentro  de  ésta  y  en  relación  con 
la  Colonia  estimada  en  grado  inferior. 
;  cCuba  no  necesita  favores— de  ninguna  extraña  tierra; — 
m  Cuba  todo  se  encierra:  —Cuba  es  un  jardín  de  flores...— 
dice  el  anónimo  y  popular  poeta,  con  la  misma  espontanei- 
dad y  la  propia  jactancia  que  por  aquí  gastan  los  catalanes 
y  aun  los  gallegos  cuando  hablan  (y  lo  hacen  4  toda  hora) 
fohkfatria  chica.  Lo  extremoso  del  cantar  y  de  la  preten- 
.(ión  se  palpa. 

De  sentimientos  tan  distintos  y  de  objetivos  tan  diversos 
faja  harmonía  es  posible,  oomo  he  de  explicar  enseguida, 
resulta  uno  de  los  primeros  problemas  de  la  colonización. 
Ciego  será  quien  no  lo  vea.  Se  ha  producido  en  todas  par- 
toe  y  en  todas  ¿pocas.  No  hay  más  que  leer  el  Informe  de 
Jord  Durham  sobre  el  Canadá  y  el  Ensayo  de  Humboldt 
pobre  Méjico. 

,  Es  evidente  que  en  los  primeros  períodos  de  la  vida  de 
jas  colonias  el  problema  tiene  una  importancia  muy  se- 
condena.  Nadie  puede,  discutir  la  superioridad,  no  ya  de 
Ja  Metrópoli,  sino  do  los  elementos  de  diversa  clase  que 


—  194  — 


r «presentan  á  ésta  en  la  colonia.  Pero  miando  la  oolonia  h* 
progresado  al  pnnto  de  que  la  gente  del  país  valga  tanta ' 

i  no  la  de  la  madre  Patria,  y  la  comarca  rivalice  en  ri- 
quesa  y  esplendores  con  la  mejor  de  la  Metrópoli,  el  pro» 
blema  adquiere  soma  gravedad,  que  se  centuplica  si  el  Go- 

> mo  se  empeña  en  sostener  por  medios  artificiales  y . 
de  ley  la  inferioridad  de  los  colonos.  Resolta  entonces' 
lo  qoe  pasó  en  los  Estados  Unidos  de  América  antes  da 
1787;  lo  que  sucedió  en  el  Canadá  en  1836;  lo  que  pas& 
eu  el  Cabo  en  1860;  lo  que  ocurrió  en  Santo  Domingo 
en  1789;  lo  que  ocurrió  en  las  Antillas  francesas  en  18M* 
1804  y  1848;  lo  que  pasó  en  el  Brasil  en  1820;  lo  que  su- 
cedió en  la  Plata  en  1811;  lo  que  sucedió  en  Méjico  en  1821, 
y  lo  que  pasó  en  Venezuela  y  en  el  Perú  en  1812  y  1821 
respectivamente.  La  lección  de  puro  repetida  deberla  estar 
casi  olvidada. 

No  hay,  pues,  que  esquivar  la  dificultad.  Ella  se  impona. 

El  problema  está  en  reducir  la  aparente  antinomia;  en 
poner  por  cima  de  los  exclusivismos  de  la  Península  y  da 
las  Antillas,  la  gran  patria  española,  cuyo  interés  supre- 
mo es  uu  interés  del  mundo  político  contemporáneo.  T  pa- 
ra esto,  la  solución  autonomista  no  tiene  rival.  No  lo  digo 
yo,  autonomista  3Íncero  y  espafiol  reflexivo,  de  toda  la  vida; 
lo  dice  el  mundo  todo;  lo  dicen  todos  los  tratadistas  de  esta 
época;  lo  evidencian  todas  las  experiencias  extranjeras;  la 
proclama  la  actitud  de  los  Gobiernos  extranjeros  de 
días,  frente  al  conflicto  de  Cuba;  lo  reconocen  los 
conservadores  y  liberales  españoles,  que  al  cabo  se  indinan 
á  eeta  solución,  aunque  prescindiendo  cuidadosamente  da 
«aquellos  que  trajeron  las  gallinas». 

Pero  de  todos  modos,  por  cima  de  la  posible  flaqueaa  4 


—  195  — 

del  «pinato  del  error  de  la  politice  autonomista  (no  me 
interesa  ahora  profundizar  este  punto),  estaban  en  Onba 
la  bondad  y  eficacia  de  la  doctrina.  La  fórmala  de  1878, 
^Kplieada  extensamente  en  el  Manifiesto  (1)  de  1 .°  de  Agos- 
to de  1878,  {né  sustituida  por  la  Deolaraoión  de  22  de  Mayo 
de  1881  y  por  los  acuerdos  de  la  Junta  Magna  del  partido 
{única  oelebrada  en  la  Habana),  de  1.°  de  Abril  de  1882, 
luego  desenvueltos  por  la  Circular  de  la  Junta  Central  de 
21  de  Junio  del  mismo  año. 

La  Declaración  de  1881  fué  de  inmensa  transcendencia. 
La  hiño  el  periódico  El  Triunfo%  órgano  del  partido,  en  un 
monado  y  elocuente  articulo  (de  su  redactor  D.  Antonio 
Gcvin),  titulado  Nuestra  doctrina.  El  articulo,  de  franco 
SBBtido  autonomista,  fué  denunciado  ante  el  Tribunal  de 
imprenta,  como  atentatorio  á  la  Constitución  del  Estado.  £1 
Tribunal  lo  absolvió  en  31  de  Mayo:  fallo  que  en  la  histo- 
ria política  de  Cuba  representa  lo  que  fallos  análogos  de 
1868  y  65  en  la  Península  significan  en  la  historia  de  la 
democracia  española.  Desde  aquel  instante  vino  á  tierra  el 
peejuieio  de  les  partidos  legales  é  ilegales  de  Cuba,  y  quedó 
garantizada  la  propaganda  de  la  Autonomía.  A  poco  el  Mi- 
nistro de  Ultramar,  D.  Fernando  León  y  Castillo,  promul- 
gó la  ley  de  reuniones  en  las  Antillas.  Grande  aplauso  me- 
nee por  tan  generosa  y  política  resolución. 

El  contenido  del  articulo  del  Triunfo  faé  ratificado  y 
ampliado  por  la  Circular  déla  Junta  de  21  de  Junio  de  1882. 
Beso  días  antes  la  Junta  Magna  habia  dicho  lo  siguiente: 


(9  Todot  «ata*  documentos  consta*  en  el  Apéndice  de  mi  Ubre,  La 
Autonomía  colonial  #»  Soparía.  Un  volumen.  Madrid,  4892. 


—  19* 


La  Junta  Magna,  considerando  que  el  credo  y  las  aspi- 
raciones del  partido  liberal  (asi  se  llamaba  entonces  el 
autonomista)  son  constantemente  objeto  de  las  más  gra- 
tuitas imputaciones  en  esta  Isla,  y  sobre  todo  en  la  Metro» 
poli,  juzga  conveniente  resumir  sus  propósitos  en  las  si» 
guiantes  afirmaciones: 

ti  *  Identidad  de  derechos  civiles  y  poli  ticos  para 
los  españoles  de  uno  y  otro  hemisferio,  debiendo  regir, 
por  tanto,  en  esta  lela,  sin  cortapisas  ni  limitaciones,  . 
la  Constitución  del  Estado,  expresión  suprema  de  la  uni» 
dad  é  integridad  de  la  Patria  común,  que  constata» 
\f  ti  los  altos  y  fundamentales  principios  del  partido  li- 
beral. 

>2.*  Libertad  inmediata  y  absoluta  de  los  patrocina- 
dos. 

»3.*  Autonomía  colonial,  es  decir,  bajo  la  soberanía  y 
autoridad  de  las  Cortes  con  el  Jefe  de  la  Nación  y  para  to- 
dos los  asuntos  locales,  según  las  reiteradas  declaraciones 
de  la  Junta  Central,  que  solemne  y  deliberadamente  rati- 
fica esta  Junta  Magna,  de  modo -que  manteniendo  loa- 
amplias  principios  de  responsabilidad  y  representación  lo* 
cal ,  se  afirmen  los  elementos  necesarios  del  régimen  auto- 
nómico, el  cual  irrevocablemente  está  consagrado  el  parti- 
do liberal. 

1 4  .*  Considerando  que  el  carácter  local  del  partido  está. 
sirviendo  de  pretexto  para  torcidas  interpretaciones,  al  ex- 
tremo de  ponerse  en  duda  el  carácter  de  los  principios  quo 
profesa  destaro  de  la  política  nacional,  la  Junta  Magna, 
rectificando  las  manifestaciones  reiteradas  de  la  Junta. 
Central,  declara: 

Que  el  Partido  liberal  de  Cuba  ba  profesado  siempre  y 
profesa  los  principios  de  la  dimooraoia  ubiral  in  toda. 
su  pureza  y  por  lo  tanto,  los  Senadores  y  Diputados  del 
partido  liberal  podrán,  cuando  lo  juzguen  oonvenieata,  unie- 
se á  los  grupos  parlamentarios  que  tengan  por  fin,  póbuba» 
y  solemnemente  declarado,  llevar  á  la  esfera  de  las  leye* 
los  principios  democráticos,  cuidando  siempre  de  sacar  L 

salvo  la  INTEGRIDAD  DI    LA  DOCTRINA  QUE  SUSTENTA  EL  PAJE- 
TIDO  LIBERAL  y  SU    devoción    á    la   FÓRMULA    DE    GOBIERNO 

local  que  ha  mantenido  y  mantiene.  > 


Insistiendo  en  e$taa  declaraciones,  la  Circular  de  21  do 
Junio  de  1882  dice  lo  siguiente: 


—  1*7  — 

fTres  principios  fundamentales  integran  la  doctiina  que 
sustenta  el  Partido  liberal  en  lo  tocante  á  la  organisa- 
ción  y  atribuciones  de  los  Poderes  públicos  en  esta  Isla. 
Y  son: 

1.°  La  soberanía  de  la  Metrópoli,  sin  la  cual  no  cabe  la 
existencia  de  la  colonia. 

2.°  La  representación  local,  qne  da  forma  en  el 
dominio  del  derecho  y  en  la  eefera  de  los  intereses  á  la 
personalidad  de  la  colonia  en  lo  qne  4  sa  vida  interior 
atañe* 

3.°  La  responsabilidad  del  Gobierno  colonial,  garantía 
de  recta  administración  y  de  respeto  á  las  leyes. 

A  cada  nno  de  ellos  corresponde  respectivamente  nca  ins- 
titución: 4  la  soberanía  de  la  Metrópoli,  el  Gobierno  Gene- 
ral; á  la  representación  local,  la  Diputación  insular;  á  la 
responsabilidad,  el  Consejo  de  Gobierno.  De  esa  suerte  se 
conciertan  en  cabal  armonía,  y  dentro  de  un  orden  es- 
tablecido, legítimos  derechos  de  la  Nación  y  los  de  la  co- 
tana. 

Es  el  Gobierno  General  representante  y  delegado  del 
Gobierno  de  la  If ación.  A  este  incumbe  su  nombramiento  y 
.«paredón,  en  el  orden  polltioo,  ante  él  es  responsable  única 
j  exclusivamente. » 

Después  de  las  declaraciones  de  1 882,  la  Directiva  auto- 
nomista habanera  ha  publicado  muchos  otros  documentos, 
que  estimo  innecesario  reprodacir.  T  con  ellos  hay  que 
relacionar  las  declaraciones  de  sus  correligionarios  y  repre- 
sentantes en  el  Parlamento  español.  No  hay  medio  de  su- 
primir esto,  oomo  quisa  algún  intransigente  haya  imagina- 
do, reduciendo  todo  el  escenario  al  territorio  antillano  y 
toda  autoridad  á  los  elementos  populares.  £00  estarla  fuera 
de  toda  la  política  conocida. 

Imposible  traer  aquí  siquiera  los  extractos  de  la  vigoro- 
sa campaña,  que  por  espacio  de  20  años  hicieron  en  las 
Cortes  los  diputados  y  senadores  autonomistas.  Responden 
á  las  declaraciones  de  la  Habana  de  1882  y  su  influencia 
sobré  la  opinión  pública  de  la  Península  fné  naturalmente 


y 


-.198  — 

mayor  que  la  de  la  directiva  habanera,  por  cnanto  la  acción 
de  esta,  por  varios  motivos,  salió  muy  poco  del  circulo  de  la 
Grande  Antilla. 

El  programa  de  la  Minoría  autonomista  de  Gnba  y 
Puerto  Rico  se  consignó  en  el  breve  discurso  qne  por 
las  reiteradas  alusiones  de  otros  muchos  diputados  y 
por  encargo  expreso  de  mis  dignos  compañeros  de  la  citada 
representación  antillana,  tuve  el  honor  de  pronunciar 
del  12  de  Julio  de  1879;  esto  es,  en  las  primeras  sesiones 
en  la  sesión  de  las  Cortes  á  que  concurrieron  por  primera 
vez,  después  de  1836,  los  diputados  de  Cuba.  Discutíase  el 
Mensaje  de  contentación  al  discurso  de  la  Corona.  Y  enton- 
ces la  Minoría  autonomista  se  expresó  de  este  modo,  con- 
testando á  una  pregunta  del  Sr.  D.  Costino  Hartos  sobre 
loa  propósitos  y  antecedentes  del  autonomismo  antillano  y 
de  ñus  representantes  en  Cortes: 


cSi  se  tratara  de  mi  sola  persona,  la  pregunta  (la  del  se* 
ñor  Martos)  seria  perfectamente  ociosa.  Yo  soy  lo  que  he 
sido  siempre,  yo  represento  lo  que  he  representado  siem- 
pre, sin  vacilaciones,  ni  arrepentimientos,  ni  miedos,  ni 
impaciencias,  luchando  unas  veces  acompañado  y  muchas 
enteramente  solo.  Yo  vengo  á  defender  aquí  absolutamen- 
te lo  mismo  que  he  defendido  en  doce  años  de  constan- 
te bregaren  )a  prensa,  en  la  cátedra,  en  el  meeting,  en 
el  Parlamento,  donde  he  firmado  todas  las  soluciones  de 
la  libertad  y  de  la  democracia,  principiando  por  la  abo* 
lición  inmediata  de  la  servidumbre,  para  cuya  defensa 
el  8r.  Cánovas  se  ha  permitido  decir  que  se  necesitaba 
un  triste  valor  Mi  valor,  Sr.  Cánovas,  no  es  ni  triste  ni 
alegre:  es  el  valor  de  convicciones  honradas  que  deben 
imponer  á  S.  S.,  como  á  todo  el  mundo,  el  más  profundo 
respeto. 

Pero  ahora  soy  uno  de  los  Diputados  de  Cuba,  y  en  este 
momento  represento  con  el  Sr.  D.  Calixto  Bernal,  eminente 
publicista  y  uno  de  los  fundadores  de  la  democracia  espa- 
ñola, y  con  el  Sr.  Portuondo,  una  de  las  ilustraciones  de 


—  199  — 

«rostro  cuerpo  de  ingenieros  militares,  y  que  ha  hecho  la 
rada  campaña  de  Cuba,  al  partido  liberal  y  democrático  de 
la  grande  Antilla.  En  nombre  de  ellos  y  en  el  propio  mió 
hablo,  para  que  desde  luego  se  sepa  cuál  es  nuestra  ban- 
dera. 

Nuestra  base  la  constituyen  las  leyes  existentes,  verda- 
dero* compromisos  eon  el  mundo  culto,  afirmaciones  so- 
lemnes recogidas  por  los  Gabinetes  extranjeros  y  por  la 
opinión  de  nuestras  Antillas.  En  primer  término  el  estric- 
to cumplimiento  del  art.  21  de  la  ley  dicha  Moret,  de  23 
de  Junio  de  1870,  en  el  cual  se  establece  «que  el  Gobierno 
presentará  las  Cortes,  cuando  en  ellas  hayan  sido  admitidos 
les  Diputados  de  Cuba,  ¿1  proyecto  de  ley  de  emancipación 
indemnizada  de  los  que  queden  en  servidumbre  después  del 
planteamiento  de  la  ley  citada.»  Solo  que  nosotros  entende- 
mos que  esa  abolición  ha  de  ser  inmediata  y  simultánea  y 
porque  asi  lo  piden  la  ciencia  y  el  derecho,  asi  lo  aconseja 
la  historia  de  todas  las  aboliciones  contemporáneas,  asi  lo 
exige  la  gloriosísima  experiencia  abolicionista  de  Puerto- 
Rico  de  1873,  asi  lo  suponen  las  explicaciones  dadas  y  los 
ofrecimientos  hechos  después  de  aquella  fecha  y  en  vista  de 
aquel  suceso  por  Gobiernos  conservadores  de  España  á  Ga- 
binetes extranjeros,  y  asi,  en  fin,  parece  absolutamente  inex- 
cusable después  del  art.  3.°  de  la  pas  de  Zanjón*,  que  reco- 
noce explícitamente  tía  libertad  á  los  esclavos  ó  colonos 
asiáticos  que  se  hallaban  en  las  fias  insurrectas» . 

De  otra  parte  venimos  á  pedir  el  estricto  cumplimiento  del 
art.  89  de  la  Constitución  vigente  de  1876,  que  establece 
tque  las  provincias  de  Ultramar  serán  gobernadas  por  le- 
yes especiales  »  No  somos,  por  tanto,  paitidarios  del  rigoro- 
so sistema  de  asimilación:  queremos  una  legislación  especial 
que  consagre  de  nn  lado  la  más  amplia  descentralización 
política  y  administrativa  bajo  la  unidad  nacional  y  supues- 
ta la  integridad,,  y  de  otro  lado  los  principios  económicos 
más  expansivos  que  por  medio  de  la  supresión  de  los  dere- 
chos de  exportación,  la  declaración  del  cabotaje,  y  sobre 
todo  los  tratados  de  comercio,  conduzcan  á  la  abolición 
gradual  de  las  aduanas. 

Y  como  complemento  de  todo  esto,  la  estricta,  la  rigurosa, 
la  leal  observancia  por  parte  de  todos,  del  Gobierno,  del 
pueblo  de  la  Metrópoli,  de  las  colonias,  de  la  letra  y  sobre 
todo  el  espiritu  de  la  digna  y  felicísima  paz  del  Zanjón, 
{tonto  de  partida  y  término  de  referencia  del  partido  libe- 
val  y  democrático  de  Cuba. 

Pero  debo  advertir  algo  más:  nosotros  venimos  aquí  con 

14 


—  200  — 

un  propósito  de  concordia,  y  en  tal  concepto  no  hemos  de- 
oponernos  á  fecundas  inteligencias  y  dignas  transacciones 
en  lo  qne  se  refiere  á  formas  y  procedimientos,  siempre  que 
se  mantenga  )a  pureza  del  principio.  Nosotros  asimismo 
pretendemos  velar  y  hacer  en  obsequio  de  los  intereses 
creados  todos  los  sacrificios  compatibles  con  la  justicia,  á 
la  cual  rendimos  culto  incondicional  y  fervoroso. 

Con  tales  ideas  hemos  entrado  y  nos  hallamos  en  esta 
Cámara  los  diputados  liberales  de  Cuba,  despees  de  una 
atisencia  de  cerca  de  cincuenta  años  del  Parlamento  espa- 
ñol. Nosotros,  que  vemos  la  urgencia  de  todas  estas  refor- 
mas, deseamos  que  sé  discutan  inmediatamente  y  por  gran* 
des  que  sean  los  rigores  de  la  estación,  so  héroes  do 
desamparar  nuestro  puesto;  pero  ¿nos  cumple  la  iniciativa^ 
Lo  hemos  pensado  detenidamente.  De  ninguna  suerte,  y 
eflto  por  dos  motivos. 

Os  he  dicho,  señores  diputados,  que  nosotros  queremos 
que  la  legalidad  que  ahora  se  cree  en  las  Antillas  sea  una 
obra  de  concordia.  Nosotros  queremos  el  concurso  de  todos, 
el  sacrificio  de  todos,  la  adhesión  de  todos;  y  para  llevar 
la  voz  y  la  dirección  de  este  empeño,  nadie  como  un  Go- 
bierno que  independientemente  de  su  carácter  político, 
por  su  naturaleza,  representa  ó  debe  representar  el  interés 
común. 

Además,  las  reformas  de  Ultramar  tienen  la  desgracia 
de  venir  siendo  prometidas  hace  cincuenta  años,  aplazán- 
dose su  realización,  de  modo  que  pasa  por  corriente  fuera 
de  nuestra  patria  la  afrentosa  especie  de  que  España  en 
este  punto  jamás  Ha  de  cumplir  lo  que  promete.  T  nosotros 
queremos  dejar  toda  la  iniciativa  al  Gobierno,  para  que 
resulte  claro  que  la  entidad  nacional,  en  su  representación 
más  genuina,  es  la  que  produce  espontáneamente  las  leyes 
que  han  de  salvar  á  nuestros  hermanos  de  América,  y  nun- 
ca aparezca  por  modo  alguno  que  esas  leyes  son  el  resultado- 
de  las  reclamaciones  incesantes  de  los  diputados  de  las  pro- 
vincias trasatlánticas. 

Patrióticamente,  pues,  cedemos  la  iniciativa.  Pero  la 
cosa  tiene  un  término  que  el  deber  nos  impone  y  la  con- 
ciencia nos  grita.  He  dicho  que  nosotros,  y  con  nosotros 
todos  los  diputados  de  Ultramar  seguramente,  estamos  dis- 
puestos  á  permanecer  aquí  este  verano.  Yo  buen  sacrificio 
haré,  porque  mis  excesivos  trabajos  del  invierno  me  piden 
siempre  un  largo  descanso.  Pero  no  importa.  Aqui  estamos 
todos.  Sin  embargo,  parece  como  que  el  Gobierno  no  oree 
oportuno  traer  los  proyectos  en  estos  instantes.  No  sé  lo» 


—  201  — 

motivos;  supongo  que  sean  poderosos  y  desde  luego  me 
allano  á  su  resolución.  To  fio  macho  en  las  dignas  personas 
que  preside  el  Gabinete  y  si  ministerio  de  Ultramar.  Pero 
si  en  la  próxima  campaña  parlamentaria  esos  proyectos  no 
vinieran,  yo  anuncio  desde  ahora  nuestra  resolución  formal 
de  recoger  la  iniciativa  que  hoy  cedemos  y  de  plantear  vi- 
rilmente es  e'.  seno  de  las  Cortes  todos  y  cada  uno  de  los 
problemas  ultramarinos. 

Voy  á  terminar.  £1  señor  Presidente  de  esta  Cámara,  al 
tomar  posesión  de  su  elevado  cargo,  tuvo  á  bien  dirigir  á 
les  diputados  cubanos  un  cariñoso  saludo  que  luego  han 
repetido  otros  señores  diputados.  Yo  lo  devuelvo  ¿  todos 
con  profunda  gratitud  por  tan  afeotuosas  frases,  y  no'  he 
menester  añadir  que  en  nosotros  han  de  encontrar  siempre 
vtlnntad  decidida  para  servir  los  altos  intereses  de  la  pa- 
tria. 

Hoy  repetía  esas  frases  cariñosas  el  señor,  presidente  del 
Constjo  de  Ministros,  con  el  cual  yo  no  he  tenido  hasta 
ahora  el  honor  de  cambiar  ni  la  palabra  ni  aun  el  saludo, 
daícnal  me  separan  en  la  política  general  de  mi  patria 
verdaderos  abismos,  pero  hacia  el  cual  me  llevan  las  pro- 
fundas simpatías  personales,  Hace  poco  uníase  mi  aplauso 
al  de  toda  la  Cámara,  mi  espíritu  se  asociaba  á  las  honra- 
das, á  1*8  generosas  frases  con  que  8.  S.  explicaba  esa  gran 
política  que  yo  siempre  he  recomendarlo,  y  que  por  medio 
de  la  guerra  ha  conducido  a  la  pac  del  Zanjón;  y  esta  mis- 
ma simpatía  que  S.  3.  me  inspira,  me  autoriza  á  desear  en 
vos  alta  que  8.  8.  no  se  contente  con  pasar  por  un  hombre 
de  corazonadas,  sino  que  sea  realmente  un  hombre  de  ca- 
rielsr.  La  voluntad  no  se  demuestra  queriendo  un  poco 
ahora  y  otro  poco  luego,  sino  queriendo  bien,  queriendo 
mucho,  y  sobre  todo  queriendo  siempre.  Y  je  me  temo  que 
entre  los  amibos  de  8.  8.  haya  bastantes  que  en  muchas 
cosas,  y  particularmente  en  estas  ultramarinas,  deseen  que 
el  general  Campos  y  el  pacificador  del  Zanjón  quiera  solo 
d  ratos. 

Lo  sentiría  de  veras»  por  8.  8.  desde  luego,  y  sobre  todo 
por  mi  patria,  que  harta  de  voces  y  golpes,  bien  necesitada 
está  de  caracteres  (1). » 

Dieciseis  años  después — el  13  de  Febrero  de  1895,— la 


(1)    De  análogo  modo  habló  después  el  Sr.  Portuondo,  en  la  sesión 
da  4  de  Febrero  de  1880. 


—  202  — 

minoría  autonomista  tuvo  que  explicar  nuevamente  sa  con- 
ducta. Llevamos  entonces  la  voz  de  la  minoría  el  Sr.  Mon- 
tero y  yo,  y  repetimos,  con  ligeras  variantes,  las  mismas 
declaraciones  de  1879.  Entonces  dijimos  (como  luego  89 
verá  más  en  detalle)  que  éramos  radical  y  profundamente 
opuestos  á  todo  pesimismo  y  á  la  política  del  todo  ó  nadat  y 
que  dominados  por  un  espíritu  de  concordia  y  cou  la  per* 
fecta  conciencia  de  la  superioridad  de  nuestra  doctrina'  y 
de  que  todas  las  soluciones  bien  intencionadas  y  progresi* 
vas  del  problema  colonial  conducirían  á  nuestra  definitiva 
victoria,  asi  como  de  que  á  medida  que  establecieran  liberta- 
des  y  sustituciones  progresivas,  éstas  exigirían  complemen- 
tos y  desarrollos  que  solo  podüí  dar  nuestra  escuela  ó  nuestro  „ 
partido,  nos  .prestábamos  de  buen  grado  á  facilitar, 'con 
perfecta  sinceridad,  la  instauración  de  todas  las  mejoras 
que  se  hicieran  por  nuestros  adversarios  eu  el  vigente  or» 
den  legal  de  nuestras  Antillas.  Llegamos  á  más  y  fué  á  fiar 
la  demostración  de  nuestra  tesis  al  fradaso  de  los  empeñas 
contrarios,  sin  permitirnos  contribuir  por  nuestra  parte  á 
ese  fracaso,  pero  manteniendo  vivo  nuestro  derecho  de  de- 
fender en  toda  ocasión  la  puresa  de  nuestros  ideales  y  de 
señalar  el  peligro  entrañado  en  las  soluciones  adversas, 
fuesen  cualesquiera  su  popularidad  del  momento  y  el  loable 
propósito  que  las  animara. 

En  este  sentido  mi  discurso  de  29  de  Mayo  de  1882, 
sobre  lá  ley  del  cabotaje,  proclamada  con  peregrino  entu- 
aemo  por  la  Cámara  liberal,  no  deja  la  menor  duda.  En- 
tonces la  Minoría  autonomista  salvó  su  voto,  adelantándose 
á  lo  que  hoy  parece  el  dictamen  unánime  de  todos  los  que 
viven  en  Cuba  y  de  la  mayoría  de  los  políticos  peninau- 
l*ree. 


a 


—  203  — 

Eq  e*a  hermosa  campaña  que  yo  puedo  muy  bien  elo- 
giar, porque  al  fia  y  al  cabo  foi  tan  solo  ano  de  lo» 
míen  broa  de  aquella  Mi  corla;  en  esa  hermosa  campaña,  re* 
pito,  oca  pan  logar  preeminente  los  debates  para  conseguir  la 
legalidad  de  la  propaganda  autonomista  en  las  Antillas; 
Ja  diacosión  de  1S60  para  recabar  la  proclamación  de  la 
CoDfttitoción  del  76  en  Ultramar;  las  gestiones  para  oonse* 
goir  la  abolición  del  patronato;  la  proposición  sobre  la  di- 
firió n  de  mandos;  los  es  f aeraos  para  la  reforma  arancelaria 
y  loa  trabajos  para  la  inclnsión  de  las  partidas  de  gobierno 
general  y  las  resoltan  cías  de  las  guerras  de  Santo  Domingo 
j  Méjico,  en  el  presupuesto  general  ó  nacional;  las  excitacio- 
nes para  la  celebración  del  tratado  de  comercio  con  los  Esta- 
dos Uoidoa  y  la  supresión  del  derecho  de  exportación  y  del 
diferencial  de  bandera;  la  oposición  á  la  inmigración  china; 
las  insistentes  proposiciones  y  los  calurosos  debates  enprode 
nai  amplía  reforma  electoral  (1)  y  la  reiterada  exposición  do 
la  doctrina  autonomista,  ya  en  las  fórmulas  más  precisas 
aprovechando  la  critica  del  presupuesto  antillano,  ya  ofre- 
ciendo soluciones  de  transacción  inspiradas  en  el  ejemplo  de 
las  provincia*   Vascongadas  (2). 


( 1}  Fu#d»  Ttrsi  sobre  eaio  mi  libro  titulado  La  reforma  §Uctcral  e» 
hiAniiltA».  Un  tcI.  «D  8.-  lfadrid  1892. 

(V  Puado  Teraa  mi  di  acareo  pronunciado  en  el  Congreao  el  11  do 
Julio  de  1838  j  luego  publicado  con  el  título  de  Uña  férmula  dé  trm*- 
uec  ún  Higo  esta*  y  otras  citas  análogas,  porque  en  loe  libros  y  diá- 
conos á  qoa  me  refi iro  ss  trata  de  los  trabajos  que  los  demás  han  he* 
abo  en  pro  j  en  coaira  de  la  cansa  autonomista. 


XIII 


Pero  en  toda  la  obra  hay  tres  particulares  que  oonvien© 
.precisar. 

Consiste  el  primero  en  el  animado  debate  que  en  Juuio  de 
1884  sostuvo  la  Minoría  autonomista  del  Congreso  con  el 
Sr.  Cánovas  del  Castillo,  á  la  sasón  presidente  del  Consejo 
de  Ministros. 

Hasta  entonces  la  doctrina  autonomista  había  sonado 
en  el  Parlamento  como  una  protesta  peligrosa,  Quizá  el  res* 
peto  con  que  se  oía  á  los  diputados  coloniales  era  efecto  de 
la  consideración  personal  que  tatos,  por  varios  motivos, 
inspiraban.  Bajo  este  punto  de  vista  las  Cortea  de  la  Res- 
tauración y  de  la  Regencia  merecen  todo  género  de  felicita- 
ciones. Su  tolerancia  y.  su  cortesía  fueron  exquisitas:  tanto 
como  deoidida  su  oposición  á  la  doctrina  de  los  autonomis- 
tas. Sin  duda  alguna  en  el  convencimiento  de  todos  los  con- 
servadores de  la  época  estaba  la  incompatibilidad  de  esta 
doctrina  con  la  causa  de  la  Monarquía  y  con  la  integridad 
de  la  patria.  No  opinaba  de  otra  suerte  la  mayoría  del  par- 
tido liberal,  algo  preocupada  oon  la  campaña  de  los  consti- 


—  206  — 

tu cíonales  pon  insulares  de  1870  y  73,  que  por  tanto  entra* 
ban  thora  azi  el  partido  dirigido  por  el  Sr.  Sagas ta. 

Pero  el  discurso  pronunciado  por  el  Sr.  Cánovas  del 
Castillo  en  la  sesión  de  24  de  Junio  de  1884,  contestando  4 
otro  discurso  mió  sobre  la  situación  de  Cuba, púsola  tesis  au- 
tonomista en  condiciones  tan  satisfactorias  como  inespera- 
das (l),  Las  palabras  del  señor  Presidente  del  Consejo  re- 
percutieron  en  toda  la  Península,  en  Ultramar  y  en  el  ex* 
tranjero.  Sos  declaraciones  fueron  ana  verdadera  victoria 


(I)  Bate  dábate  foé  «1  de  la  contestación  al  Discurso  de  la  Corona. 
Con  nu  molido  los  diputado*  de  le  Unión  Constitucional  (anos  pertene- 
ciftatee  el  partido  liberal  de  la  Península, como  los  Sres.  Balaguer,  Villa- 
saevft,  A.rmiÜán,TañÓn  y  Crespo,  y  otros  dentro  del  partido  conservador, 
como  los  Sr©a.  Doran  y  Onzmán),  presentaron  una  enmienda  de  suma 
importancia  y  que  represente  un  avance  en  la  política  de  aquel  partido^ 

Bis  enmienda,  fachada  en  18  da  Janio  de  1S64  y  que  defendió  el  se- 
ñor Vi  Han  nove,  pretendiendo  negar  que  sus  soluciones  venían  por  la 
excitación  y  campiña  de  los  diputados  autonomistas,  dice  así: 

"■al  Congreso  ve  con  singular  satisfacción  que  sean  objeto  de  la  soli- 
citud de  V.  fcl.,  al  par  que  las  demás,  las  provincias  de  Ultramar,  entre 
Us  qnef  las  de  Cube,  por  efecto  de  la  aflictiva  é  insostenible  situación 
per  qne  atraviesan,  exigen  del  Gobierno,  de  una  manera  inmediata,  la 
aplicación  de  medidas  encaminadas  4  dotar  4  aquéllas!  de  condiciones 
de  existencia . 

&  este  6a,  el  Congreso  entiende  que  el.  Gobierno,  utilisando  los  me- 
dica legiaiatiTos  maa  bref&s,  debe  procurar  se  realicen  y  rijan  el  l.*de 
Jal  i  o  próximo,  U  rebaja  del  presupuesto  basta  la  oifra  máxima  de  94 
millonea  de  durosj  la  inmediata  declaración  de  cab ataje  en  bandera 
nacional  del  comercio  entre  las  provincias  antillanas  y  las.  península» 
re«;  la  mayor  reducción  poeible  de  los  derechos  de  exportación  sobre  el 
sin  car  y  el  tabaco  y  del  de  importación  sobre  vinos  españoles;  y  la 
unificación  y  arreglo  de  Jas  deudas,  obteniendo  una  considerable  pró- 
rroga en  la  amortización  y  platos  de  las  privilegiadas,  y  empleando 


1 


—  206  — 

de  las  nuevas  ideas  y  una  gran  base  para  la  campaña  auto-» 
no  mista  que  ya  contaba  á  sa  fav6r  la  extensión  de  la  Cons- 
litación  de  1876  á  las  Antillas,  lograda  en  1881. 

El  Sr.  Cáuovas  del  Castillo  dijo  entonces: 

«O  vo  me  equivoco  macho,  ó  con  el  espirita  de  esta  en- 
mienda estamos  de  acuerdo  todos,  absolutamente  todos,  y* 
que  aun  el  Sr.  Labra  ha  reclamado  ó  reivindicado  para  si' 
con  repetición  la  gloria  de  la  iniciación  de  muchas  de  lasv 
reformas  que  en  esta  enmienda  se  proponen.  Qaiere  decir,. 
pues,  que  si  la  enmienda  no  contiene  por  sa  parte,  ni  ma- 
cho mecos,  todo  el  espirita  del  Sr.  Labra,  en  el  fondo,  la 
propio  el  Sr.  Labra  que  los  demás  individuos  de  los  parti- 
dos que  tienen  asiente  en  esta  Cámara,  simpatizan  grande- 
mente con  el  espíritu  en  que  esa  enmienda  está  redactada. 
¿Ni  cómo  podía  ser  de  otra  suerte?  ¿Cómo  no  habíamos  d& 
participar  todos  nosotros,  y  participar  con  honda  adhesión, 
del  espíritu  de  esta  enmienda? 


medios  verdaderamente  eficaces  para  extinguir  la  representada  por  loe 
í 1 3 !  etat  del  Banco  Español  de  la  Babana  emitidos  por  cuenta  del  Go- 
bierno. 

De  esta  manera,  y  promoviendo  la  celebración  de  traaados  de  co- 
ma rci o  en  beneficio  de  la  isla  de  Cuba,  4  la  que  se  deben  hacer  cítan- 
oslos qne  reportan  los  que  existen  celebrados  con  Potencias  extran- 
jeras! todo  en  armonía  cen  los  intereses  comunes  de  las  demás  proYin- 
cias  de  la  nación;  protegiendo  de  un  modo  directo  y  material  la 
inmigración  libre  de  trtbaj adores  útiles,  y  adoptando  todas  las  demás 
disposiciones  que,  como  la  reforma  de  la  legislación  hipotecaria,  cítíI, 
mercantil  y  procesal,  la  publicación  de  una  ley  rie  emplee  dos  y  ék 
ií  insamiento  de  la  tranquilidad  pública,  con  la  extirpación  del  bando» 
lerismo,  son  complemento  de  las  indicadas,  podía  el  Gobierno  de  V.  U. 
colocar  4  las  proviaciss  de  Cuba  en  condiciones  de  volver  4  su  pasada 
prosperidad,  salvándolas  desde  luego  de  la  total  ruina  que  les  ame- 


—  207  — 

El  iflmirso  del  3r*  Labra  ha  obtenido  mis  aplausos,  val» 
gai!  por  b  que  valgan,  no  solamente  por  su  parta  artística,. 
ai  no  por  *■  1  d  senvol  vimieuto  lógico  de  so  concepto  funda- 
nmnr»]f  pr  r  ln  estrecha  relación  de  las  partes  con  el  todo; 
porque  tí.  S.,  arrancando  de  nn  principio,  ha  desenvuelta 
este  [  riüup;o,  quizá  de  la  ánioa  manera  que  podía  ser  dea- 

Lo  que  hay  es,  y  después  de  las  declaraciones  qne  he  he* 
cho  *DU*riormeQte,  do  debe  esto  ofender  ni  poco  ni  mucho 
al  Sr.  Labra,  lo  que  hay  es  que  S.  8.  s*  ha  olvidada 
delira  cosa  7  se  ha  colocado  fuera  de  una  realidad,  es  a 
laber:  de  i  a  realidad  nacional.  Todo  lo  qne  8.  8.  ha 
dich  -,  no  contando  con  qae  existe  ana  España,  no  contan- 
do que  *xi*te  una  Nación  oreada  que  no  se  puede  deshacer 
tn  un  dia;  todo  eso  aplicado  á  un  pala  en  situación  comple- 
tándote distinta  de  la  que  tiene  el  nuestro,  y  distinta  de  la 
de  Oubn,  seria  quizá  cierto  á  mi  juicio,  yo  se  lo  concedo. 
¿Pero  hav  algún  partido  político,  y  sobre  todo  teniendo  en 
cuenta  qne  los  partidos  políticos,  cnando  están  en  el  Gobier- 
no, tienen  todavía  más  estrechas  obligaciones,  hay  algún 
hombre  de  gobierno  que  pueda  resolver  ni  la  cuestión  de 
Cuba  ni  otro  género  de  cuestión  ninguna,  sin  tener  en 
eueota  todos  los  intereses  nacionales?  ¿Qué  es  una  Nación? 
al  propia  tiempo  que  nn  conjunto  de  antecedentes  y  un  can- 
jacto  de  sentimientos,  y  nn  conjunto  de  ideas;  ¿qué  es  una 
Nación  al  lado  de  esto  y  aun  sobre  esto,  sino  ana  grande  é 
histórica  combinación  de  intereses?  ¿Son  estos  interese» 
siempre  lógioos?  ¿Están  estos  intereses  desenvueltos  cons- 
tantemente con  arreglo  á  principios?  ¡Qué  han  de  estarlo! 
Eáos  intereses  los  ha  formado  arbitrariamente  el  tiempo  en 
la  generalidad  de  las  naciones,  lo  cual  no  legitima  cierta- 
mente sa  existencia  perpetua,  lo  cual  no  excusa  el  que  en 
el!08  se  remedie  cuanto  se  pueda  y  se  deba  remediar,  some- 
tiendo lo  accidental  y  lo  arbitrario  á  la  regla  y  al  principio; 
pero  es  imposible  qne  en  un  día,  ni  por  una  enmienda,  ni 
por  nn  discurso,  ni  por  ana  pretensión  de  un  partido  ó  de 
unos  hombrea  políticos,  se  arregle  todo  como  la  mente  la 
concibe,  como  el  concepto  lo  exige  en  su  propio  y  natural 
desenvolvimiento. 

|Qaé  querría  yo  más  que  traer  al  presupuesto  de  la  Pe- 
nínsula inmediatamente  la  mayor  parte  del  presupuesto 
que  pesa  sobre  la  isla  de  Cuba,  que  es,  en  resumen,  el  sis 
i  qne  el  Sr.  Labra  quiere  aplicar  á  las  relaciones  de  los 


r* 


—  208  — 

dos  países!  |Pues  quél  ¿oree  el  8r.  Labra  que  si  yo  encon- 
trara que  en  la  Península,  que  bien  sabe  8.  8.  que  ka  te- 
nido igualmente  eue  desgracias,  sus  largas  desgracias;  oree 
S.  8.  que  si  yo  encontrase  que  la  Península  estaba  en 
situación  de  cargar  sobre  si,  desde  este  instante,  con  ana 
grandísima  parte  de  las  obligaciones  de  la  isla  de  Cuba,  á 
fin  de  libertarla  de  ese  peso  y  de  que  saliera  más  pronto  6 
se  la  ayudara  á  salir  lo  más  pronto  posible  de  la  situación 
presente;  cree  S.  8.  que  yo  no  lo  propondría  al  Congreso? 
¿Cree  8.  S.  que  el  Congreso  español  no  lo  votarla?  Pero 
sin  entrar  en  pormenores,  pues  que  8.  8.  se  propone  disen- 
tís frecuentemente  esta  cuestión  f  y  ocasiones  varias  ha  de 
tener  todavía  en  que  discutirla,  redusca  8.  8.  4  oifraa  la 
división  del  presupuesto  que  sumariamente  biso  aquí  ayer» 
y  díganos  los  oeutenares  de  millones  que  con  ese  proyecto 
ó  con  esa  idea  quiere  echar  sobre  el  presupuesto  de  la  Pe- 
nínsula, venga  eso  á  una  discusión  concreta,  y  entonces)  no 
se  le  dirá  aquí  que  eso  sea  injnsto;  no  se  le  hará  una  impo* 
sioión  ni  de  quejas  ni  de  recriminaciones,  yo  estoy  seguro 
de  ello;  pero  se  le  dirá:  eso  es  completamente  imposible 
para  la  madre  patria;  y  después  de  todo,  cuando  aun  la  in* 
tegridad  de  la  patria,  por  pocos  ó  por  muchos,  está  comba- 
tida en  la  isla  de  Cuba,  lo  primero  que  hay  que  conservar 
para  la  isla  de  Cuba  es  la  integridad  de  esta  patria  misma, 
y  procurar  que  esta  patria  no  pierda  su  fuerza  y  su  vigor» 
euoumbiendo  bajo  el  peso  de  cargas  imposibles  de  llevar, 
para  que  ouando  se  necesite  de  nuevo,  acuda,  como  ha  aoa- 
dido  ya  y  acudirá  siempre,  á  salvar  estos  altísimos  objetos.. 

La  sorpresa  y  luego  la  irritación  que  este  discurso  del 
Sr.  Cánovas  del  Castillo  produjo  en  el  grupo  parlamenta* 
rio  constitucional,  es  indecible.  Ya  otra  ves  produjo  una 
sorpresa  parecida  el  Sr.  Cánovas:  ouando  publicó  el  preám- 
bulo del  Beal  decreto  de  1865,  que  abrió  la  información  en 
Madrid  sobre  las  reformas  ultramarinas.  Entonces  el  minis- 
tro de  Ultramar  rompió  oon  el  slatu  quo.  Todavía  después 
se  ha  producido  otro  escándalo  semejante:  en  Abril  de  18  tí, 
con  el  preámbulo  del  último  decreto  de  reformas  de  Cuba  y 
Puerto  Rico. 

No  hay  por  qué  ni  para  qué  negar  el  mérito  de  estos  actos. 


k 


r 


—  209  — 

8a  deficiencia  está  en  las  soluciones  y  sobre  todo  en  el  proce- 
dimiento para  dar  efecto  á  las  criticas  y  realidad  á  las  aspi  • 
radones  del  Sr.  Cánovas  del  Castillo.  De  otro  modo,  la 
obra  de  este  hombre  público  habría  sido  extraordinaria. 

A.  decir  verdad,  los  adversarios  del  Sr.  Cánovas  del  Cas 
tillo  y  los  constitucionales  cubanos,  han  exagerado  las  de- 
claraciones del  24  de  Junio  de  1884.  Pero  no  se  puede 
negar  que  entonces  el  Presidente  del  Consejo  reconoció, 
siquiera  en  principio,  la  bondad  de  la  doctrina  autonomista, 
á  la  que  opuso,  en  lo  tocante  á  su  aplicación  á  España, '  las 
condiciones  especiales  de  este  país.  Su  criterio,  pues,  era 
perfectamente  opuesto  al  que  habia  servido  hasta  entonces 
para  combatir  en  las  Cortes  aquí  en  la  Península  y  en  todas 
partes,  allá  en  las  Antillas,  la  causa  de  la  autonomía:  cri- 
terio de  todo  en  todo  oontrario  al  del  sefior  Ministro  de  Ul- 
tramar, conde  de  Tejada  de  Valdosera,  que  pocas  horas 
antes  habia  pretendido  refatar  mi  discurso. 

La  propaganda  autonomista,  pues,  dio  un  paso  de  gigan- 
te, por  efecto  de  la  acción  parlamentaria. 

£1  segundo  hecho  á  que  me  he  referido  sucedió  dos  años 
después. 

fin  16  de  Junio  de  1886  sé  presentó  á  las  Cortes  españolas 
la  siguiente  enmienda  al  proyecto  de  contestación  al  Discur- 
so de  la  Corona.  £1  Sr.  D.  Rafael  Montoro,  en  nombre  de  la 
Minoría  autonomista  de  Cuba  y  Puerto  Rico,  defendió  la 
enmienda  que  fué  rechazada  por  217  votos  por  17.  Estos  vo- 
tos fueron  los  siguientes: 

Sres.  Muro. — Baselga.— Pefíalva.— Villalba  Hervás. — 
Castilla.— Salmerón. — Ascárate.— Pedregal. — Romero  Gil 
Sauz. — Labra. — Fernández  de  Castro-Montoro. — Portuon- 
do»— Figueroa.— Ortis. — Viicarrondo.— Prieto  y  Caules. 


—  210  — 

Es  decir,  loa  votos  de  todos  loa  autonomistas  y  loa  repn» 
blicanoa  del  Congreso,  á  excepción  de  loa  pesibilistas,  qna 
ge  abstuvieron,  y  que  ya  por  aqnel  entonces  evolucionaban 
en  sentido  monárquico.  En  contra  votaron  todos  los  monár- 
quicos de  la  Cámara.  Es  decir,  los  liberales  y  loa  conserva- 
dores. 

La  enmienda  decía  asi: 

«Los  diputados  que  suscriben  proponen  al  Congreso  se 
sirva  acordar  que  el  párrafo  décimo  quinto  del  proyecto  de 
contestación  al  Discurso  de  la  Corona  quede  redactado  en 
la  forma  siguiente: 

SI  Congreso  ha  oído  con  satisfacción  los  propósitos  del 
Gobierno  de  V.  M.  con  respecto  á  Cuba  y  Puerto  Rico. 
Critica  y  angustiosa  es  hoy  como  ayer  la  situación  de  la 
gr&ade  Antilla,  y  no  es  en  verdad  floreciente  la  de  la  iela 
hermana,  por  otra  serie  de  caneas  muy  diversas,  pero  im- 
putables en  no  pequeña  parte  á  la  acción  directa  é  indirecta 
del  Poder  público.  Justo  y  previsor  es  en  efecto  el  propósi- 
to que  anima  al  Gobierno  de  cumplir  sus  compromisos  en 
favor  de  tan  importantes  colonias;  pero  ea  indispensable 
que  los  cumpla  Bin  otra  demora  que  la  estrictamente  nece* 
Baria  para  obtener  el  concurso  de  las  Cortea,  cuando  no  sea 
posible  usar  de  la  facultad  concedida  por  el  art.  89  de  la 
Constitución,  el  cual  debe  ser  utilizado  para  llevar  cuanto- 
antes  á  nuestras  Antillas  todas  las  le)  es  civiles  y  políticas 
que  han  de  realizar  la  igualdad  ante  el  derecho  e-tre  loa 
españoles  de  ambos  hemisferios.  Confia  el  Congreso  en  que 
al  mismo  tiempo  que  á  estas  reparadoras  medidas  procede- 
rá el  Gobierno  de  V.  M.  á  introducir  en  el  régimen  tribn- 
tario  y  comercial  de  amfcas  Islas  las  profundad  alteracionea 
que  únicamente  podrán  asegurar  la  nivelación  efectiva  da 
los  presupuestos,  sin  abrumar  al  contribuyente  y  que  co- 
municarán nuevo  vigor  á  las  decaidaa  fuentes  de  riquesa. 
La  inmediata  abolición  del  Patronato  en  Cuba  coronará  la 
obra  redentora  comenzada  treoe  años  ha  con  éxito  felicísi- 
mo en  Puerto  Rico,  y  será  la  medida  inicial  de  la  aerie  da 
esfuerzos  que  deben  consagrarse  á  la  regeneración  de  una 
raza  oprimida. 

Kl  Congreso  espera  del  Gobierno  de  V.  M.  esta  noble  de* 
terminación.  VaBto  campo  se  abrirá  con  tales  reformas  al 
desarrollo  social  de  nuestraa  más  adelantadas  colonias,  pie- 


—  211  — 

parándolas  con  tino  para  el  advenimiento  del  sistema  que 
ha  de  garantizar  sos  progresos  y  satisfacer  sus  naturales 
aspiraciones;  aquel  en  qne  los  intereses  morales  y  materia- 
les de  las  sooiedades  nuevas  quedan  debidamente  ampara- 
dos sin  que  peligre,  antes  bien  consolidando  y  fortaleciendo 
su  unión  con  la  Madre  Patria:  el  de  la  Autonomía  colonial 
en  toda  su  pureza. 

Palacio  del  Congreso  15  de  Junio  de  1886.— Rafael  Mon- 
tero.— Rafael  Fernández  de  Castro. — Julio  Vizcarrondo. 
—Alberto  Ortiz. — Miguel  Figueroa.— Bernardo  Portuon- 
do.—  Rafael  M.  de  Labra.  > 

Claro  se  está,  que  no  era  esta  la  vez  primera  que  se  ha- 
blaba en  el  Parlamento  español  de  autonomía*  Apenas  en- 
trados los  representantes  en  el  Congreso,  ó  sea  en  1880,  ya 
con  toda  franqueza  se  planteó  el  problema.  JÜn  nombre  de 
mi»  compañeros  lo  hice  en  mi  discurso  de  15  de  Abril  de 
1830,  sobre  el  primer  presupuesto  de  Cuba.  Y  luego  to- 
dos los  diputados  y  senadores  antillanos  sostuvimos  ardo  • 
rosamente  la  misma  tesis,  ya  en  términos  generales,  ya 
señalando  los  gastos  imperiales  ó  de  soberanía  en  el  presu- 
puesto nacional,  ya  reclamando  una  ley  provincial  que  sus- 
tituye 4  la  provisional  en  1878,  ya  discutiendo  el  presu- 
puesto de  obras  públicas,  y  el  de  enseñanza,  ya  demandando 
la  reforma  arancelaria  con  independencia  del  cabotaje,  y, 
en  fin,  solicitando  la  reforma  electoral  y  explicando  la  posi- 
ción desarada  de  la  representación  ultramarina  en  las  Cor- 
tes nacionales,  oon  dos  presupuestos,  y  dos  tesoros  radical- 
mente diversos  y  aun  opuestos  (l). 

Tampoco,  como  luego  se  verá,  fué  la  enmienda  que  de- 


(1)  Véaaw  mis  discuraos:  Bl  primer  presupuesto  de  Cuba  (13  de 
Abril  de  1880);  en  mis  Discursos  Políticos,  Académicos  y  Forenses^  20 
de  1890. 

La  Unidad  y  la  especialidad  en  el  régimen  colonia/  (14  Jmnio  1883). 

La  situación  de  Cuba  en  1884.  (20  de  Janio  18S4). 


—  212  — 

ió  el  Sr.  Montoro  la  única  proposición  que  en  estos 
úl  timos  aflos  se  ha  presentado  y  discutido  en  las  Cortes.  Pero 
aquella  enmienda  revistió  excepcional  importancia,  tanto  por 
k  concreción  del  tema  y  del  discurso  que  pronunció  el  señor 
Montoro  con  nn  éxito  verdaderamente  superior,  como  por 
la  oportunidad  en  que  se  produjo,  como  por  llevar  la»  solas 

ü jas  de  los  diputados  autonomistas  á  modo  como  expresión 
y  resumen  de  la  aspiración  de  los  partidos  avanzados  de 
las  dos  Antillas  representados  con  perfecto  acuerdo,  por  las 
directivas  en  Ultramar  y  los  parlamentarios  en  la  Metro* 
poli. 

Después  do  la  enmienda  citada  los  diputados  autonomía* 
tas  hicieron  algo  análogo,  pero  que  no  tuvo  parecida  reso- 
nancia, por  haberse  disuelto  las  Cortes  ante  las  cuales  se 
realizaron  las  gestiones  á  que  aludo.  Me  refiero  á  las  pro- 
posiciones que  en  26  de  Julio  de  1886  presentaron  los  di» 
y  atados  autonomistas,  sobre  reforma  política  y  económica 
de  la  Grande  Antilla. 

Y,  como  después  se  verá,  la  Minoría  parlamentaria  re- 
publicana, en  27  de  Abril  de  1891,  presentó  y  sostuvo  otra 
enmienda  autonomista  al  Mensaje  de  contestación  al  die- 
ta rao  de  la  Corona. 

Refiriéndome  concretamente  á  las  proposiciones  de  1886, 
he  de  advertir  que  todas  estas  proposiciones  iban  precedidas 
de  ana  exposición  de  motivos,  en  la  cual  se  hada  referencia 
á  las  opiniones  democráticas  y  radicales  de  los  firmantes,  j 
al  deseo  deéstos  de  recabar  inmediatamente  la  reforma  de 
las  Antillas  en  armonía  con  el  derecho  vigente  á*  la  salón  en 
la  Metrópoli.  De  esta  suerte  se  acreditaba  el  carácter  guber- 
namental de  los  proponentes,  que  eran  los  Sres.  D.  Ber- 
nardo Portuondo,  D.  Julio  Visoarrondo,  D.  Alberto  0rtis9 


—  213  — 

D.  Rafael  Montero,  D.  Miguel  Figueroa,  D.  Rafael  Fer- 
nandos de  CagtTO  y  el  autor  de  eetas  lineas. 

Lo  sustancial  de  la  proposición  sobre  «Identidad  de  los 
derechos  políticos  de  los  españoles  en  Europa  y  América  >, 
era  esto: 

«Cesa  desde  hoy  toda  desigualdad  de  derechos  civiles  y 
políticos  entre  los  españoles  que-  habitan  en  las  provincias 
peninsulares  y  los  que  habitan  en  las  provincias  de  Cuba  y 
Puerto  Rico,  asi  en  lo  que  se  refiere  al  reconocimiento  de 
esos  derechos  como  en  lo  que  toca  al  modo  y  forma  de  re- 
gular su  ejercicio. 

Quedan  derogadas  las  limitaciones  que  se  dictaron  por  el 
decreto  de  7  de  Abril  de  1881,  al  declararse  vigente  en  las 
islas  de  Cuba  y  Puerto  Rico  la  Constitución  del  Estado. 

Todas  las  leyes  orgánicas  ó  complementarias  que  tengan 
por  objeto  definir  ó  regular,  modificar  en  cualquier  sentido 
el  ejercicio  de  los  derechos  políticos  ó  civiles  que  la  Consti- 
tución consagra,  se  considerarán  vigentes  en  las  provincias 
de  Cuba  y  Puerto  Jileo  desde  luego,  y  al  tiempo  mismo  de 
so  promulgación  en  la  Península;  bastando,  como  para 
todas  las  otras  provincias  de  la  Nación,  el  hecho  solo  de  su 
publicación  en  la  Gaceta  oficial  de  Madrid.» 

Le  proposición  sobre  c  reforma  electoral  en  Cuba  y  Puerto» 
Btco>  declaraba  aplicable  integramente  á  las  Antillas  la 
ley  electoral  que  á  la  sazón  regia  en  la  Península. 

La  proposición  sobre  reforma  del  régimen  municipal  y 
provincial  en  las  dos  islas,  se  condensaba  en  estas  disposi- 
ciones: 

cLas  leyes  municipal  y  provincial  vigentes  en  la  Penín- 
sula se  aplicarán  á  las  provincias  de  Cuba  y  Puerto  Rico, 
quedando  derogadas  todas  las  leyes  y  reglamentos  publi- 
cados hasta  el  día  para  el  gobierno  y  administración  de 
dichas  provincias,  y  sobre  organización  y  atribuciones  de 
sus  Ayuntamientos  y  Diputaciones  provinciales,  asi  como 
todas  las  leyes,  decretos  y  reglamentos  que  impongan  á 
esas  corporaciones  locales  cualquier  gasto  no  previsto  en  la 
presente  ley... 


—  214  — 

Eí  Ministro  de  Ultramar,  al  dictar  para  Cuba  y  Puerto 
Rico  los  reglamentos  para  el  cumplimiento  de.  es  a  ley, 
tendrá  en  cnenta  las  facultades  qae  corresponden  á  lo*  go- 
bernadores generales  dentro  de  los  insulares  reconocidos» 
y  que  han  de  regirse  por  le  jes  especia 'es. 

Las  reformas  y  modificaciones  qne  sean  necesarias  en  lo 
sucesivo  como  resntado  de  la  aplicación  de  es  as  Iatpm  a 
Coba  y  Puerto  Rico,  fite  harán  precisamente  por  ^cnerdo  do 
las  Corporaciones  ó  Cámaras  insulares  con  los  g<  bjrna  <o 
res  generales  de  las  Antil  as,. en  la  forma  qu3  determine  la 
Constitución  especial  de  dichas  Islas.  • 


Pero  bueno  es  advertir  qne  en  el  preámbulo  de  esta   pro 
posición  se  proclama  la  excelencia  del  régimen  que  en  Puer- 
to Bico  vivió  en  1872  y  1873,  se  protesta  contra  la  cotí  fu- 
tí ion  de  las  facultades  de  ios  funcionarios  mi  i  tares  y   evi- 
tas, y  se  dice  textualmente: 

Considerando  qne  si  bien  es  verdad  qae  los  diputados 
que  suscriben  profesan  la  doctrina  de  la  autonomía  colonial 
y  aspiran  a'  reconocimien'o  en  las  leyes  de  uua  enfilad 
política  formada  por  el  grupo  insular  de  las  *eis  provincias 
cubanas,  y  creen  necesario  regularizar  y'defin ir  su  corad- 
nación,  especia1  dentro  del  Estado,  sometiendo  á  ella,  como 
funciones  oca'es  de  la  colonia  autónoma,  el  róg  unen  de  sus 
Provincias  y  Municipios,  bien  que  en  armonía  coo  lo-*  mis- 
ólos principios  descentra' izadores  que  invocan  y  nu^nran, 
no  es  menos  cierto  que  al  reclamar  la  identidad  iumB<li»ta 
de  la  organización  municipal  y  provincial  entre  la  P*díi»mi- 
La  y  las  Antillas,  quieren  extinguir  desde  luego  odiosas 
designa  dadee  que  engendran  justísimas  quejas. 

Después  de  consignar  las  reservas  necesarias  respe  *  o  de 
sus  opiniones,  lo  cual  no  afecta  en  modo  a  gano  &  propó- 
sito constante  que  les  anima  de  defende?  la  igua  da1  junta 
en  el  derecho  entre  los  españoles  de  Europa  v  los  de  Amé- 
rica, tienen  la  honra  de  someter  á  la  consideración  del 
Congreso  lo  siguiente.» 


La  proposición  de  ley  sob/e  eseparaoión  de  la  autoridad 
i  vil  de  la  militar»  en  las  dos  Antillas,  establecía  la  ifime- 


—  216  —  | 

'diata  separación  de  mandos,  y  la  equiparacióa  de  las  Capi- 
tanías generales  de  Puerto  Rioo  y  Coba  con  las  demás  de  la 
Península,  asi  como  la  estricta  observanoia  de  la  ley  de 
orden  público  para  la  de  egación  de  la  autoridad  civil  en  fa 
militar. 

La  proposición  sobre  creaciones  financieras  entre  la 
Metrópoli  y  las  Antillas»  establecía  que  el  presupuesto  de 
gastos  se  dividiera  en  tres  grandes  agrupaciones:  primera, 
gastos  generales  del  Estado;  segunda,  gastos  especia  es  de 
la  Peninsu  a  é  is'as  adyacentes;  tercera,  gastos  espeoia'es 
de  las  islas  de  Cuba  y  Puerto  Rico. 

Corresponderían  á  la  primera  agrupación:  1/  Las  obli- 
gaciones generales  del  Estado  y  las  secciones  primera,  se* 
ganda,  tercera,  cuarta,  quinta  y  décima  de  las  obligaciones 
da  los  departamentos  ministeriales;  2.°  Las  secciones  pri- 
mera, segunda,  tercera  y  quinta  del  vigente  presupuesto  de 
gastos  de  Cuba;  3.*  Las  secciones  primera,  segunda,  tercera 
y  quinta  del  presupuesto  de  gastos  de  Puerto  Rico. 

Corresponderían  á  la  segunda  agrupación,  las  secciones 
sexta,  séptima,  octava  y  novena  del  presupuesto  vigente  de 
gastos  de  la  Península  é  islas  adyacentes. 

Corresponderían  á  la  tercera  agrupación,  las  secciones 
cuarta,  sexta  y  séptima  del  presupuesto  vigente  de  gastos  de 
Cuba,  y  las  secc'ones  cuarta,  sexta  y  séptima  del  presupues- 
to corriente  de  gastos  de  Puerto  Rico . 

Todos  los  gastos  comprendidos  en  la  primera  agtupación 
se  incluirían  en  un  solo  presupuesto,  que  seria  el  general  de 
(fastos  del  Estado.  Para  cubrir  estos  gastos  contribuirían  en 
justa  proporción  todas  las  provincias  del  Estado. 

£1  cálculo  de  la  proporción  en  que  debían  contribuir  las 
islas  de  Cuba  y  Puerto  Rico  se  haría  teniendo  en  cuenta 

«5 


—  216  — 


mi  actual  facultad  contributiva,  que  habla  de  regularse  par- 
la riqueza  imponible  demostrada;  y  en  defecto  de  datne 
ciertos  y  positivos  para  ello,  se  determinaría  la  proporción 
por  el  principio  de  que  resultase  igual  para  todos  el  tanto  - 
por  habitante. 

Las  partes  proporcionales  asi  determinadas  habrían  de 
constar  separada  y  especialmente  en  el  presupuesto  de  in- 
gresos, en  una  sección  titulada  c  Val  ores  á  cargo  de  las 
islas  de  Cuba  y  Puerto  Eicoi. 

Los  gastos  que  compondrían  la  segunda  agrupación  figu- 
rarían en  un  presupuesto  especial  de  gastos  de  la  Peninsual 
¿  Islas  adyacentes.  Los  presupuestos  especiales  de  gastas 
de  Cuba  y  Puerto  Rico  contendrían  solo  los  comprendidos 
en  la  tercera  agrupación  antes  citada. 

Los  presupuestos  de  ingresos  para  dichas  Is^as  deberían 
cubrir,  además  de  las  partes  proporcionales  de  los  gastos 
generales  del  Estado,. los  gas'os  especiales  de  las  Antillas. 
Determinadas  todos  los  años  las  partes  proporcionales 
que  correspondían  á  Cuba  y  Puerto  Rico,  los  Ministros 
de  Hacienda  y  de  Ultramar  acordarían  lo  más  oportuno 
para  el  movimiento  y  traslación  de  fondos  que  fuesen  nece- 
sarios durante  cada  ejercicio. 

Los  Ministros  de  Ultramar  y  de  Hacienda  dictarían 
todas  las  disposiciones  necesarias  para  el  cumplimiento  de 
la  nueva  ley,  en  el  concepto  de  que  el  nuevo  régimen  de 
relaciones  financieras  que  ella  establece,  debiera  aplicarse 
á  la  composición  de  los  presupuestos  para  el  ejercicio 
de  1887-88. 

La  proposición  sobre  la  reforma  del  criterio  tributario  de 
las  Antillas  tenia  un  carácter  transitorio  y  se  formulaba 
ec  el  supuesto  de  que  las  Cortes  de  la  Nación  quisieran  por 


—  «7  — 

ahora  resolver  sobre  esto  y  no  dejarlo  libremente  á  las 
«asambleas  6  Diputaciones  insolares,  á  qoienes  realmente 
eorrespondia.  Por  tanto,  en  el  preámbulo  de  aquella  pro- 
posición se  dsda  textualmente: 

«Siendo  el  voto  del  impuesto  tino  de  los  prime  os  dere- 
chos en  los  pueblos  regidos  por  el  sistema  representativo, . 
íes  claro  que  todas  las  atenciones,  en  cuanto  se  refiere  á  su 
naturaleza,  á  la  determinación  de  los  tipos,  así  como  en  la 
forma  y  modo  de  llevar  á  cabo  ó  de  hacer  efectivas  la  impo- 
sición, el  reparto  y  la  cobranza  de  los  tributos,  han  de  ser 
discutidas,  examinadas  y  resueltas  como  cuestiones  de  ca- 
rácter puramente  looal,  y  en  tal  concepto  ino'uirse  en  los 
jiresopoestos  especiales  de  ambas  Islas,  coya  formación, 
examen,  aprobaoión  y  sanción,  se  harán  con  arreglo  al 
régimen  de  gobierno  que  se  establezca  en  las  colonias. 

Fondados  en  las  consideraciones  que  preceden,  y  des- 
pués de  dejar  sentado  que  el  régimen  de  gobierno  y  la  or- 
gan  zaoión  política  de  las  Antillas,  únicas  compatibles  oon 
la  verdad  y  pureza  del  sistema  representativo,  y  con  la 
justicia,  es  el  régimen  de  la  autonomía  colonial,  defendido 
y  propuesto  por  la  representación  liberal  de  Cuba  y  Puerto 
Rico,  los  diputados  que  suscriben  tienen  la  honra  de  some* 
ter  al  Oocgre&o  la  siguiente.  • 

Luego  venían  las  soluciones  al  detalle.  Se  afirmaba  la 
contribución  directa,  que  debía  ser  de  6  por  100  para  toda 
clase  de  riqueza. 

Sobre  los  derechos  arancelarios  se  decía: 

cSe  reformarán  los  derechos  de  los  aranceles  de  adua- 
nas de  Cuba  y  Puerto  Rico,  con  arreglo  á  las  baaes  si- 
guientes: 

1.a    No  se  impondrá  derecho  alguno  de  exportación. 

2.a  No  se  impondrá  derecho  alguno  á  la  importación  de 
los  artículos  de  producción  y  procedencia  de  la  Península  é 
Islas  adyacentes. 

3.a  El  impuesto  que  se  cobrará  á  la  importación  de 
las  mercaderías,  que  habrá  de  determinarse  en  los  arance- 
les, será  de  dos  especies: 

Derecho  fiscal,  que  no  podrá  exceder  de  10  por  100  del 
valor  del  género  á  que  se  imponga. 


i 


—  218  — 

Derecho  de  balanza,  que  consistirá  en  una  pequeña  can* 
tidad  por  unidad  de  cuento,  medida  ó  peto. 

4 . *  Loe  derechos  focales  y  los  de  balanza  se  graduarán 
de  forma  que  los  artículos  indispensables  para  la  vida,  6 
de  primera  necesidad*  y  los  necesarios  para  la  producción» 
no  paguen  á  su  entrada  más  del  3  por  100  de  su  valor;  y 
que  tos  demás  paguen  ses&n  su  oíase  y  condición,  coma 
determinará  el  Gobierno,  dentro  del  limite  impuesto  por  la 
base  3.*,  continuando  en  completa  franquicia  las  mercade- 
rías que  hoy  lo  están . » 

Se  recomendaba  la  supresión  gradual  de  la  lotería,  y  se 
reformaba  el  impuesto  de  consumos,  pasando,  el  de  consumo 
de  ganado  á  los  presupuestos  municipales,  y  autorisando 
un  impuesto  sobre  bebidas  espirituosas,  excluyendo  el  vino. 
Suprimíase  también  todo  impuesto  sobre  viajeros  y  trans  - 
portes  marítimos  y  ferroviarios. 

La  proposición  sobre  organiíación  del  c Gobierno  geno* 
ral  de  La  Isla  de  Cuta*  merece  ser  reproducida  integra. 

Hela  aquí: 

*  Los  Diputados  que  suscriben  tienen  el  honor  de  proponer 
ai  Congreso  la  siguiente  proposición  de  ley  sobre  orgánica- 
cióu  y  gobierno  general  de  la  Isla  de  Cuba. 

Al  formular  los  artículos  de  esta  proposición,  los  infras- 
critos han  debido  ajustarse  al  espíritu  y  carácter  político  de 
la  actual  Constitución  de  la  Monarquía  española  y  al  sen  ti  - 
do  de  las  leyes  municipal  y  provincial  vigentes  en  la  Pe- 
ni nao  la,  que  conforme  á  reiteradas  declaraciones  de  diver- 
sos Ministerios,  y  señaladamente  del  Gabinete  actual,  han 
de  ser  extendidas  á  la  Isla  de  Cuba  para  establecer  la  lega- 
lidad definitiva  sobre  los  decretos  provisionales  de  21  do 
Junio  de  1878. 

Por  manera  que  la  proposición  que  sigue  no  ha  de  en- 
tenderse como  la  fórmula  rigurosa  y  exclusiva  de  nn  partí  • 
do,  ni  mucho  menos  como  la  expresión  de  una  escuela  po- 
lítica, 

Al  propio  tiempo  interesa  consignar  que  los  que  suscri- 
ben se  han  inspirado,  asimismo,  y  siempre  con  espíritu  d° 
concordia,  en  la  historia  de  las  constantss  aspiraciones  do 
la  Grande  Antilla;  en  la  solicitud  formulada  por  el  Consn* 


—  ai9  — 


lado  déla  Habana  en  1811;  en  la  proposición  que  á  las 
Cortes  de  1822  hicieron  loa  diputados  cubanos  O.  Félix 
Várela  y  D.  Tomás  Gener;  en  la  recomendación  de  la 
Juntado  Fomento  de  Cuba  de  1836,  y  en  la  propuesta  de 
los  comisionados  electos  en  1867  por  los  Ayuntamientos  de 
la  Isla  para  la  Junta  de  información  convocada  en  Madrid 
por  decreto  de  1865. 

Todavía  los  que  suscriben  han  tenido  en  cuenta  otros  da- 
tos, como  son  los  informes  y  votos  dados  por  los  excelentí- 
simos 8res.  Duque  de  la  Torre  y  D.  Domingo  Dulce,  ex- 
gobernadores generales  de  la  Isla  de  Cuba,  en  la  Comisión 
referida,  así  como  la  ley  de  Gobierno  general  de  la  isla  de 
Puerto  Rico,  puesta  en  vigor  en  aquella  Isla  por  decreto 
de  27  de  Agosto  de  1 870,  y  que  con  admirable  éxito  allí 
rigió  por  espacio  de  cuatro  años. 

Si  de  estos  datos  próximos  se  quisiera  prescindir  en  busca 
de  mayor  abolengo  y  especial  demostración,  sacada  de  ex- 
periencias extrañas,  también  los  que  firman  podrían  apor- 
tar, en  obsequio  de  su  actual  modestísima  proposición, 
otros  recuerdos  y  otros  razonamientos  Porque  es  notorio 
que  nuestras  leyes  de  Indias  sancionaron  la  existencia  en 
América  de  Cortes  análogas  á  las  de  Castilla,  Aragón  y 
Cataluña,  y  ya  son  muchos  los  doctos  que  en  sus  libros  y 
sus  Memorias  registran  la  celebración  más  ó  menos  frecuen- 
te de  Asambleas  ó  Consejos  regionales  en  Coba,  Santo  Do- 
mingo y  Méjico,  y  otras  comarcas  del  mundo  hispano  ame- 
ricano, en  loa  siglos  xvi  y  xvu. 

Por  otra  parte,  la  proposición  de  ahora  se  aleja  poco  de 
la  reforma  colonial  francesa  de  estos  últimos  veinte  años; 
nota  especialmente  recomendada  á  aquellos  que,  recono- 
ciendo la  razón  y  fecundidad  de  la  experiencia  colonial 
británica,  mantienen  ciertas  reservas  sobre  la  capacidad  de 
la  raza  latina  para  cierta  clase  de  empresas  políticas  y  de 
reformas  transcendentales. 

Con  estos  antecedentes  y  estas  explicaciones,  creen  los 
infrascritos  que  queda  suficientemente  determinado  el  ca- 
rácter modesto  y  práctico  de  la  siguiente  Proposición  dé 
Ley: 


£1  Gobierno  general  de  la  Isla  de  Cuba  se  organiza  en  la 
forma  siguiente: 

Articulo  1.°  Habrá  un  Gobernador  general,  represen- 
tante del  Gobierno  Supremo  de  la  Metrópoli,  jefe  superior 


—  22©  — 

de  la  Administración  pública  en  dicha  Isla,  y  de  las  fuer- 
zas  de  mar  y  tierra  constituidas  en  ella. 

Art.  2.°  Una  ley  especial  determinará  las  facultades  y 
obligación «6  del  Gobernador  general  en  conformidad  con  la 
Constitución  y  con  la  presente  ley.  \ 

Art,  3.°  Existirán  en  la  Ma  ana  Diputación  insular 
elepida  directamente  por  los  habitantes  de  la  misma,  con- 
forme á  una  ley  especial,  y  un  Consejo  de  Administración. 

Art.  4.°  La  Diputación  discutirá  y  votará  el  presupues- 
to especial  de  dicha  isla,  deducidas  las  cargas  generales  ó 
nación»- les  que  serán  establecidas  por  las  Cortes,  asignando 
4  la  Isla  citada  una  cuota  proporcional  á  su  población  y  al 
estado  de  su  riqueza. 

También  discutirá  y  resolverá  todos  los  asuntos  de  inte* 
res  local,  entendiéndose  por  tales  los  relativos  á  los  ramos 
de  instrucción  pública,  obras  publicas,  sanidad,  beneficen- 
cia, agricultura,  aguas,  bancos,  ferrocarriles,  inmigración, 
formación  y  policía  de  las  poblaciones,  puertos  y  aranceles 
de  aduanas,  asi  como  á  la  aplioaoión  en  la  Isla  de  Cuba  de 
las  leyes  municipal  y  provincial. 

Los  acuerdos  de  la  Diputación  no  serán  válidos  hasta 
que  alcancen  la  sancón  del  Gobernador  general,  que  habrá 
de  concederla  ó  negarla  dentro  del  plazo  de  un  mes;  enten- 
diéndose por  concedida  si  transcurriese  este  plazo  sin  obser- 
vación alguna. 

Art.  5,ü  En  caso  de  disentimiento  entre  la  Diputación 
inaular  y  <  1  Gobernador  general,  deberá  éste  dar  cuenta  al 
Gobierno  de  S.  M.,  que  resolverá  en  el  término  de  tres 
meses,  transcurridos  los  cuales  se  entenderá  ejecutivo  el 
acuerdo  maular. 

Art.  6.°  Las  oficinas  superiores  del  Gobierno  general 
constarán  de  tantas  secciones  como  asuntos  especiales  de- 
ban tener  á  su  cargo.  Cada  una  de  estas  secciones  tendrá  á 
su  trente  un  secretario  del  despacho. 

Art.  7.a  Los  jefes  de  las  secciones  á  que  se  contrae  el 
articulo  anterior,  serán  nombrados  y  separados  libremente 
por  el  Gobernador  general,  siendo  responsables  ante  la  Di- 
putación, á  cuyas  sesiones  deberán  concurrir. 

De  esta  responsabilidad  quedan  exceptuados  los  jefes  de 
las  secciones  de  Guerra,  Marina  y  Justicia,  que  depende- 
rán solo  del  Gobierno  euperior  ó  del  Supremo  do  la  Metró- 
poli. 

Art,  8.°  El  Consejo  de  Administración  deliberará  é  in- 
formará sobre  los  acuerdos  de  la  Diputación  antes  de  que 
pasen  á  la  sanción  del  Gobierno  general. 


—  Í21  — 

Art.  9.*  £1  CoDsep  de  Adminiatr ación  oonstará  da  un 
ii  amero  igual  alas  dos  terceras  partts  de  loa  miembros  de 
la  Dipotüci6n  i dsq Jar  respectiva. 

Loa  Cooe^jeroB  aera  a  nombrados  mitad  por  el  Gobierno 
supremo,  coo  arreglo  i  lo  qae  determine  la  ley  especial 
constitutiva  de  este  cuerpo  y  la  otra  mitad  por  los  Ayunta- 
mierjtog,  las  Diputaciones  provinciales  y  los  institutos  ó  aso* 
ci  aciones  de  carácter  general  de  la  Isla  i  quienes  la  ley  oi« 
tada  reconoiea  eete  derecho. 

Art.  10.  Las  sesiones  de  la  Diputación  insular  y  del 
Conflpj  j  de  Administración  serán  públicas. 

A rt.  1 1 ,  EL  Gobernador  general,  de  acuerdo  con  sus  se* 
cretarioa,  nombrara  ?  separará  libremente  á  los  empleados 
de  todos  los  ramos  civiles  dentro  de  las  categorías  y  reglas 
qae  establezca  una  ley,  bajo  bu  responsabilidad. 

Art.  12.  £1  Gobernador  general  sólo  será  responsable 
ante  el  Gobierno  supremo, » 

Para  completar  estas  proposiciones  faltó  una  sobre  el  Go- 
bierno de  Puerto  Rico.  Debía  presentarse  cuando  se  reanu- 
daran las  sesiones  de  Cortes,  que  no  se  reanudaron  (l). 

Claro  se  está  qae  las  proposiciones  antes  mencionadas 
eran  la  resaltante  de  los  pareceres  distintos  de  los  diputados 
y  senadores  ultramarinos  y  de  las  recomendaciones  de  la? 
directivas  autonomistas  de  Cuba  y  Puerto  Rico,  Yo  no  ten- 
go por  qué  ocultar  que  algunas  de  las  soluciones  concretan 
no  me  satisfacían.  Pero  el  hecho  es  que  todos  firmadlos  esos 
documentos  que  hay  qae  relacionar  con  otros  de  mucho 


(I)  Lu  anterior**  proposición^  fueron  redactadas  por  loa  Sref .  Por* 
tuondo1  Orlti  y  Slootoro.  A  mi  me  capo  el  honor  de  eicribirel  preám- 
bulo dala  última,  bascando  la  resultante  de  los  distintos  matices  de  la 
Minería.  Pero  todaa  eaae  proposiciones  fueron  disco tidas  y  votadas  en  el 
•eoa  de  a jta,  sal  vfindisj  *  Iguoos  votas,  pero  conviniendo  todos  los  dipu- 
Uics  y  senadores  es  las  aúrmacioaes  fundamentales  y  en  su  sentido. 
Quedé  yo  encardado  da  redactar  la  proposición  sobre  el  Gobierno  de 
Fueiio  Rico,  previa  consulta  á  la  Directiva  autonomista  de  la  pequeña 
An  tilla.  La  Directiva  de  la  Hi^ana  estaba  de  acuerdo  con  las  pro  pe  si* 
c  iones  presentadas  j  que  ja  conocía  de  tiempo  atrás* 


—  222  — 

pormenor  j  gran  doctrina  publicados  por  la  Directiva  aato - 
nomista  de  Cuba  en  22  de  Marzo  de  1886  y  2  de  Pobrero 
de  1888. 

Con  eatoa  datos  apenas  se  comprende  que  haya  quien  to- 
davía diga  que  no  se  conoce  la  autonomía  que  pretenden 
Jos  autonomistas  antillanos.  No  tiene  partido  alguno  de  la 
Peo  ínsula  programa  de  tanta  claridad  y  detalle. 

De  este  modo  y  mediante  nna  labor  extraordinaria  y  & 
la  cual  ee  hará  cumplida  justicia  en  su  dia,  hicieron  yo 
campaña  los  representantes  autonomistas  de  Cuba,  hasta 
llegar  en  1 895  á  la  discusión  del  célebre  proyecto  de  refor- 
mas del  partido  liberal  peninsular.  Este  es  el  tercer  parti- 
cular á  que  aludí  antes. 

Prescindo  también  de  juzgar  esas  reformas,  pero  no  puedo 
excusarme  de  repetir  ahora  que,  aparte  su  a  positivos  mar  i* 
tos,  y  au  valor  como  medio  de  oombate  (quizá  éste  era  el  mé- 
rito superior)  aquel  proyecto,  como  solución,  tenia  dos  gra- 
vea incoa  venientes.  El  primero,  el  inconcebible  retraso  con 
que  se  discutió  y  votó  en  las  Cámaras  después  de  la  presen*- 
tación  del  plan  original  en  5  de  Junio  de  1893.  Ese  proyecta 
mutila: ib  no  fué  ley  hasta  el  15  de  Marzo  de  1895.  Y  no  se 
ha  llevado  á  Puerto  Rico  hasta  el  3  de  Diciembre  de  189$. 
El  segundo  defecto  de  la  reforma  mencionada  fué  y  es  la 
preterición  de  la  reforma  electoral.  Parece  imposible  este 
error  en  el  partido  liberal,  que  había  padecido  la  equivoca- 
ción de  l  £94  y  provocado  el  retraimiento  de  los  portorrique- 
ños reaiateutes  á  pasar  por  españoles  de  tercera  clase. 

Con  lo  primero  se  repitió  una  vez  más  el  error  de  181$, 
1868,  1870  y  1878:  el  error  de  que  sabiamente  prescin- 
dió la  República  en  1873.  Con  lo  segundo,  se  desconocía  el' 
carácter  democrático  que  necesariamente  tiene  que  llevar 


—  223  — 

toda  reforma  autonomista  en  las  colonias  españolas  y  d» 
América,  y  se  corría  el  peligro  de  dar  á  la  reforma  un  to- 
no oligárquico  imposible  en  el  momento  en  que  se  anuncia- 
ba la  reforma  como  medio  de  atajar  el  descontento  cubano  y 
las  discordias  de  los  peninsulares . 

Los  representantes  parlamentarios  antillanos,  sin  embar- 
go, prestaron  sn  apoyo  á  la  reforma  del  95,  si  bien  salvan- 
do el  rigor  de  sus  principios,  prometiendo  continuar  lu- 
chando por  ellosyratificáudoeeensu  política,  perfectamente 
opuesta  á  todo  pesimismo  (l).  En  tal  sentido  hablamos  el 
8r.  Hontoro  y  yo,  en  las  sesiones  de  9  y  1 1  de  Febrero 
de  1395. 

Antes  de  terminar  estas  indicaciones  sobre  la  campa- 
ña que  hicieron  los  parlamentarios  cubanos  desde  1879  4 
189&,  debo  decir  a'go  sobre  el  modo  de  haberse  desen- 
vuelto la  política  en  la  tranquila  isla  de  Puerto  Rico. 

Los  sucesos  de  1878  y  J  879  también  transcendieron  A  la. 
pequeña  Antilla,  donde  la  reacción  imperó,  con  más  ó  gas- 
nos  viveza,  desde  el  famoso  golpe  del  3  de  Enero.  A  loe 
comienzos  la  reacción  faé  terrible.  Los  directores  y  favore- 
cidos de  és*e  no  supieron  olvidar  la  participación  que  los 
diputados  reformistas  portorriqueños  habían  tenido  én  la  cri- 
sis de  1873,  pesando  grandemente  en  el  grupo  llamado  de 
los  conciliadores  y  oponiéndose  á  la  actitud  de  los  radica- 
les, que  á  mediados  de  aquel  año  rompieron  con  los  repu- 
blicanos de  abolengo.  Luego  aquellos  dipotados  lograron 
cierta  importancia  en  la  Constituyente  republicana...  Y  el 
golpe  del  3  de  Enero  llegó  á  Puerto  Rice,   poniendo  allí 


(l)    Véase  el  Diario  d$  Setionu  del  Congreso  de  Febrero  dé  1895  y 
también  mi  libro  Cwttionu  palpUmnUt,  1896. 


—  224  — 

violentamente  á  los  conservadores  sobre  los  liberales  y  repu- 
blicanos, que  naturalmente,  sin  la  menor  resistencia,  se  dis- 
persaron , 

En  1879  se  trató  y  aun  logró,  aunque  difícilmente,  la 
reconstrucción  del  antiguo  partido  reformista  de  1869  á  7S, 
y  lucia  J  881  el  empeño  tomó  gran  calor  y  obtuvo  cierto 
éxito  i  Mas  luego  allí  surgió  la  aspiración  de  dar  al  viejo 
partido  la  acentuación  autonomista.  Asi  se  hizo  en  la  Asam- 
blea de  Pono©  de  10  de  Marzo  de  1887.  De  ella  salió  el  pri- 
mer programa  del  partido  autonomista  portorriqueño:  pro* 
grama  modificado,  en  puros  accidentes  de  organización  y  con- 
d  acta,  en  la  Asamblea  de  Mayagüez  de  18  de  Mayo  de  1891 . 

Ese  programa  es  sustancialmente  el  mismo  de  Cuba: 
quita  de  mayor  acentuación  democrática,  de  una  mayor 
aproximación  á  la  política  de  la  Península  y  de  un  porme- 
nor que  no  tolera  dudas  y  le  pone  por  cima  de  todos  como 
gubernamental. 

No  es  inútil  reproducir  la  parte  del  programa  que  con- 
tiene loa  principios  del  partido.  Helo  aqui: 

*El  partido  tratará  de  obtener  la  identidad  política  y  ja- 
rldica  con  nuestros  hermanos  peninsulares;  y  el  principie 
fundamental  de  su  política  será  alcanzar  la  mayor  deseen» 
tralizacióti  posible  dentro  de  la  unidad  nacional. 

>  La  fórmula  clara  y  terminante  de  este  principio  es  el  régi- 
men autonómioo  que  tiene  por  base  la  representación  directa 
délos  intereses  locales  á  cargo  de  la  Diputación  provincial 
y  la  resiJon8abiiida<l  también  directa  de  los  que  tengan  á  su 
cargo  el  ejercicio  de  las  funciones  públicas  en  lo  que  toca 
á  la  administración  puramente  interior  local. 

» Como  consecuencia  de  esta  doctrina,  el  partido  pedirá 
que  en  esta  Antilla  queden  resueltas  definitivamente,  por  la 
autor  ¿da  i  competente,  los  asuntos  administrativos  locales, 
y  que  se  administre  el  país  con  el  concurso  legal  de  sus  ha- 
bitantes, concediendo  á  la  Diputación  la  facultad  de  acor- 
dar en  todo  lo  que  toque  y  se  relacione  con  los  asuntos  pa- 
ramente locales,  y  sin  intervención  alguna  en  lo  que  tenga 


—  125  — 

«erácter  nacional;  asi  oomo  )a  de  volar  y  formar  loa  presa* 
puestos  de  ingresos  y  gastos  locales  por  sa  naturaleza,  ob- 
jeto y  fin,  y  sin  perjuicio  de  las  atribuciones  de  las  Cortes 
en  materia  de  presupuesto  nacional. 

»E1  partido  no  rechtsa  la  unidad  política,  antes  bien 
proclama  la  identidad  política  y  segu.n  la  cual  en  Puerto 
Rico,  lo  mismo  qneen  la  Península,  regirán  la>  propia 
-Constitución,  la  ley  electoral,  la  de  reuniones,  la  propia  re- 
presentación en  Cortes,  la  propia  ley  de  asociación,  la  de 
imprenta,  la  dé  procedimientos  civiles  y  criminales,  la  or- 
gánica de  Tribunales, 'la  de  matrimonio  civil,  la  de  orden 
páblico,  la  misma  ley  provincial  y  munioipal;  es  deoir,  que 
en  PMto  á  derechos  civiles  y  políticos,  el  partido  pide  QUB 
si  ioüalb  á  las  Antillas  ron  la  Península. 

«Y  en  virtud  de  la  desoeotralisación  administrativa  que 
el  partido  pide,  las  cuestiones  locales,  que  por  regla  general 
deben  reservarse  á  las  Antillas,  son  la*  siguientes:  instruc- 
ción pública,  obras  públicas,  sanidad,  beneficencia,  agricul- 
tura, bañóos,  formación  y  policía  de  las  poblaciones,  inmi- 
gración, puertos,  aguas,  obreros,  presupuesto  local,  im- 
puestos y  aranceles  y  tratados  de  comercio,  estos  subordi- 
nados siempre  á  la  aprobación  del  Gobierno  Supremo;  de 
manera  que  al  hacer  esa  reserva,  la  Metrópoli  oontinúa  en 
el  goce  Supremo  de  la  sobiranía  y  en  la  práctica  del  m- 
naio,  entendiéndose  exclusivamente  en  todo  lo  relativo  al 
ejército,  marina  y  Tribunales  de  Justicia,  representación  di- 
plomática y  administración  general  de  pais,  señalando  á 
éste  el  cupo  que  le  corresponde  en  el  presupuesto  general 
del  Estado,  llevando  la  dirección  de  la  política  general,  ve- 
lando por  la  fiel  observancia  de  las  leyes»  resolviendo  todos 
los  conflictos  de  corporaciones  y  entidades,  nombrando  y 
separando,  con  arreglo  á  las  leyes  generales  de  la  Nación, 
á  sus  representantes  en  las  diversas  esferas  de  los  poderes 
públicos  v  en  la  facultad  de  suspender  y  anular  los  acuer- 
dos de  la  Diputación  insular,  cuando  lleven  el  vicio  de  in- 
competencia, ó  sean  contrarios  álos  intereses  nacionales. 

«Dado  el  carácter  local  de  la  unión  ó  Partido  autono- 
mista, se  deja  á  cada  uno  de  sus  afiliados  completa  libertad 
para  ingresar  en  los  partidos  políticos  de  la  Metrópoli  que 
acepten  ó  defiéndanla  Autonomía  de  las  Antillas,  de  sus- 
tentar sus  ideas  particulares  respecto  de  la  forma  de  Go- 
bierno.» 

Bato  decía  el  programa  de  Ponoe  de  1877.  En  el  de  1891 


—  226  — 

de  Mayagua  se  reformó  tan  eolo  el  último    artículo,  di» 

cí  ndoae  que: 

■  La  Delegación,  de  acuerdo  con  el  leader  del  partido  (1) 
y  por  medio  de  los  comisionados  q<  e  éste  designe  y  que  ée* 
te  presidirá,  quedan  facultados  para  acordar  y  realizar  in- 
tdigencúe  ó  alienase  del  partido  autonomista  portón  quefi  o 
con  Ib 8  democracias  peninsulares,  q«e  acepten  6  defiendan 
el  criterio  económico  administrativo  de  las  Antillas.  > 

£ste  artículo  no  denegó  en  la  práctica  la  autorización 
dada  á  los  afiliados  del  partido  autonomista  portorriqueño  y 
sobre  todo  á  sus  representantes  parlamentarios,  para  tomar 
puesto  en  los  partidos  de  la  Península!  en  tanto  no  se  real  i - 
zhas  la  inteligencia  ó  alianza  recomendadas  en  Mayagüeas, 

Con  tal  programa  esos  autonomistas  eligieron  y  en  vi  a- 
roo  sus  diputados  al  Congreso,  donde  figuraron  constante- 
mente  al  lado  de  los  diputados  cubanos,  pero  dentro  de  la 
Minoría  republicana  en  lo  tocante  á  la  política  general. 


ti)  El  Uator  es  una  institución  del  partido,  consagrada  para  le  c one- 
titución  del  mismo.  Yo  he  tenido  el  honor  de  desempeñar  ese  carga 
por  acuerdo  de  la  Asamblea  de  Ponce,  ratificado  por  la  de  Mavagnet. 
El  cargo  supone  á  la  jefatura  de  la  represen laciÓQ  parlamentaría  ee> 
la  Metrópoli,  pero  no  equivale  á  la  jefatura  del  partido,  que  radica  en 
Puerto  Rico.  Véase  mi  libro  La  Autonomía  •olonial. 


XIV 


Hay  que  decir  tina  7  mil  veces  que  la  representación 
parlamentaria  autonomista  fué  el  más  poderoso  medio  de 
propaganda  y  de  influencia  que  las,  ideas  7  los  intereses  li- 
berales de  Ultramar  han  tenido  en  la  Península  desde  1879 
á  esta  parte. 

En  otros  países,  los  intereses  coloniales  han  contado  con 
otros  servidores:  agentes  especiales,  periódicos,  empresas 
que  reportan  ventaja  da  las  reformas  qae  se  solicitan,  un 
grupo  de  colonos  residentes  en  la  Metrópoli  7  atentos  á  la  de- 
fensa constante  7  enérgica  de  la  tierra  de  su  procedencia, 
etc.,  etc.  La  colonia  irlandesa  de  Londres  daba  7  aún  da  un 
valor  extraordinario  á  loa  autonomistas  de  la  Cámara  popu- 
lar. Aquí  en  la  Península,  solo  con  intermitencias  7  7a  hace 
bastante  tiempo,  la  juvenil  colonia  portorriqueña  prestó 
cierto  calor  i  la  propaganda  reformista  colonial.  La  gene- 
ralidad de  las  gentes  ultramarinas  no  se  cuida  en  la  Metró- 
poli española  de  eae  empeño.  Ni  siquiera  los  comerciantes 
7  productores  de  las  Antillas  han  visto  con  claridad  que  leg 


—  228  — 

convenía  haoer  algunos  sacrificios  para  ilustrar  la  opinión 
que  tqui  había  de  imponer  reformas  que  se  traducirían  par». 
ellos  en  nray  baenos  pesos  daros.  Cuando  los  refinadores  de- 
azúcar  de  Cataluña  y  del  Norte  basoaron  alianza  para  reca- 
bar franquicias  para  el  azúcar  antillano,  no  encontraron 
aquí  más  que  á  los  diputados. 

Solo  por  excepción  puede  citarse  el  hecho  de  la  publica- 
ción del  periódico  La  Tribuna^  que  vivió  dos  años  (1882  88)* 
que  jo  tuve  el  honor  de  dirigir  y  que  redactaron  vario» 
escritores  antillanos  y  peninsulares.  La  base  de  la  empresa 
estaba  en  la  Habana;  pero  muchos  accionistas  vivíamos  en 
Madrid  y  en  Puerto  Rico. 

Compartió  por  algún  tiempo  con  La  Tribuna  la  atención 
constante  y  preferente  de  los  negocios  antillanos,  la  Revista- 
de  ¡as  Antillas,  periódico  semanal,  publicado  en  Madrid 
y  briosamente  dirigido  y  escrito  por  D.  Francisco  Cepeda, 
inteligente  asturiano,  que  ha  vivido  mucho  en  Cuba  y  que- 
fué  por  mucho  tiempo  Secretario  general  de  la  Directiva, 
autonomista  de  )  uerto  Rico.  Pero  este  último  periódico  era 
de  la  propiedad  exclusiva  del  Sr.  Cepeda,  antes  de  que  dichos 
señor  ocupase  un  puesto  en  la  Directiva  portorriqueña,  don- 
de jreetó  señalados  servicios.  Por  tanto,  la  campaña  de  la 
Revista  corría  por  la  exclusiva  cuenta  de  su  propietario.  Y 
no  hay  que  dtcir  que  lo  arduo  del  empeño  déla  propaganda 
autonomista  exigía  bastante  más  que  una  publicación  sema- 
nal, dedicada  preferentemente  al  público  antillano. 

Como  después  diré,  algunos  otros  periódicos  de  la  Penin- 
finia  contribuyeron  á  la  defensa  de  las  soluciones  autonomis- 
ta; pero  sin  la  representación  de  los  autonomistas  antilla- 
nos, sin  identificarse  con  aquellos  partidos  locales,  sin  dar 
al  punto  colonial  preferencia  ni  hacerlo  objeto  de  atención 


—  %%%  — 

¿oonstante.  En  una  palabra:  esos  periódicos  peninsulares  de 
que  después  hablaré  no  pudieron  nunca  considerarse,  ni 
fueron  considerados,  como  un  efecto  de  la  acción  autonomis- 
ta nhramaiina  sobre  la  opinión  púb'ica  >  los  círculos  políti- 
cos de  la  Metrópoli.  £n  este  concepto,  sólo  La  Tribuna  pudo 
pretender  aquel  honor  y  aquella  responsabilidad. 

Tengo  la  intima  convicción  de  que  en  C  uba  no  se  ha 
«preciado  lo  suficiente  el  servicio  que  aquel  periódico  prestó 
á  la  causa  autonomista.  No  por  esto  es  menos  profundo  mi 
convencimiento  de  que  aquella  publicao  ón  (redactada  por 
antillanos  y  peninsulares)  hizo  dar  un  paso  de  gigante  á  esa 
misma  causa  en  los  circuios  cultos  de  la  Metrópoli  y  sobre 
todo  en  los  círculos  republicanos.  Porque  aquel  periódico  no 
se  limitó  á  defender  la  autonomía  como  un  privilegio  colo- 
nial, sino  que  defendió  la  autonomía  para  las  Colonias  y  las 
regiones  peninsulares  al  propio  tiempo  que  la  República  de* 
mocrática  y  la  unión  de  los  republicanos  que  ahora  ya  todos 
estos  aclaman  como  inexcusable. 

Por  todas  esas  consideraciones  no  oreo  impertinente  re- 
ptoducir  aquí  algunos  párrafofe  del  Programa  del  tal  pe- 
riódico, publicado  en  Madrid  el  2  de  Mayo  de  1882. 

Decían  asi: 

c La  ley  común  y  la  secularización  de  la  vida:  he  aquí,  en 
el  orden  de  las  relaciones  de  la  Jglesia  con  el  Estado  y  con 
la  sociedad,  el  lema  de  la  Revolución  moderna  que  amanece 
con  el  doble  descubrimiento  de  la  imprenta  y  el  Nueva 
Mundo,  y  con  la  Reforma,  la  Monarquía  y  las  nacionalida- 
des. Mejor  dichp,  hé  bqui  el  lema  y  el  espíritu  de  toda  la 
evolución  social  de  estos  últimos  cuatro  siglos,  en  que  des- 
tacan brillantemente  y  como  hechos  irreductibles  y  trans- 
cendentales, la  paz  de  Westfalia.  la  enmienda  primera  de 
la  Constitución  de  los  litados  Unidos,  el  tratado  de  Paria 
de  1854  y  la  ruina  del  poder  temporal  de  los  Papas. 

Después  de  esto,  nuestro  criterio  en  el  orden  general  de 
la  política,  es  el  de  la  democraoia  contemporánea  afirmado 


—  230  — 


en  estas  dos  formólas:  DerecAas  individuales. — Gobierno  d* 
la  nación  por  la  nación.  Fórmalas  que  ya  no  son  las  de  ha 
grupo  de  ideólogos  ó  de  nna  escuela  paramente  científica;  que 
ja  no  constituyen  tan  solo  la  aspiración  generosa  de  los  esta- 
distas, si  que  por  el  contrario,  aparecen  consagradas  solem- 
nemente en  el  terreno  de  la  practica  y  de  las  institaoiones  por 
los  pueblos  más  circunspecto»  y  prósperos  de  nuestra  £dad, 
y  que,  después  de  las  reformas  británicas  de  1870,  de  la  vio- 
tona  de  la  tercera  República  en  Francia,  de  la  Unidad  de? 
Itafia,  del  arraigo  y  desenvolvimiento  de  las  libertades  pú- 
blicas en  Bélgica,  Holanda,  Grecia  y  Portugal,  de  las  leyes 
confesionales  y  las  reformas  de  1866  del  imperio  Austro- 
Ir!  ángaro,  de  la  ultima  crisis  oriental,  de  las  enmiendas  XI» 
XII  y  XI11  de  ia  i  onstituoión  norteamericana  y  de  las 
modificaciones  expansivas  de  Chile,  Perú,  México  y  Vene- 
zaela,  puede  decirse  que  son  las  inspiradoras  de  todo  al 
movimiento  político  con  que  se  despide  el  siglo  xix. 

Pero  como  La  Tribuna  no  pretende  ser  un  periódico 
meramente  científico,  si  que  moverse  dentro  de  las  condicio- 
nes actuales  de  nuestra  patria  é  influir  directamente  en  la 
marcha  de  los  sucesos  que  no* afectan  inmadiata  y  diaria- 
mente, es  claro  que  ha  de  asociarse  á  una  de  las  grandes 
direcciones  de  la  política  española.  En  este  sentido  nos 
declaramos  hijos  del  gran  movimiento  revolucionario  de 
1863  A  1874  y  aceptamos  la  totalidad  de  su  evolución. 

Por  suerte  ó  por  desgracia  no  nos  Creemos  obligados  á 
hacer  la  causa  de  ninguna  de  las  fracciones  en  que  se  divide 
bov  la  democracia  española  y  que  por  muy  poderosos  moti- 
vos la  aseguran  (á  nuestro  humilde  juicio  de  no  variar  de 
rumbo  y  de  procedimientos,  y  por  grandes  y  generosos  que 
sean,  como  son,  los  propósitos  particulares)  un  porveoir  de 

?  riles  agitaciones  y  luchas  i  o  tes  tinas  y  un  presente  de 

ia  aperadora  impotenoia.  Que  esta  situación  responde  á 
causas  muy  hondas,  fácilmente  se  concibe.  Y  no  menos  C.&* 
ro  aparece  para  todos  los  que  en  las  pasadas  contiendas  po- 
líticas no  han  tomado  una  parte  activa,  base  de  antagonis- 
mos y  decepciones  más  ó  menos  fundadas, -que  es  imposible 
para  nuestra  Democracia  realiz  ir  acto  alguno  que  lé  garan- 
tías al  orden  público,  á  las  libertades  de  la  Nación  y  al 
progreso  general  de  la  Saciedad  española,  sin  que  sus  gru- 
pos, fracciones  é  individualidades  dispersas  vengan  á  ñus 
inteligencia  leal,  franca  y  honrada  que  deje  á  salvo  las 
últimas  y  definitivas  aspiraciones  de  cada  uno  y  respeta, 
para  en  su  día  y  su  hora,  los  particulares  compromisos,  pero 


—  231    — 

que  desde  luego  -sustituya  abstrnsas  idealidades,  deseos  in- 
finitos y  protestas  por  vagas  é  ineficaces,  con  soluciones 
concretas  y  compromisos  definidos  qne  cierren  la  puert*  á 
nuestras  clásicas  algaradas  y  nuestros  febriles  estreme 
oimientos,  incompatibles  ya  oon  la  marcha  general  del 
mondo. 

A  ese  empeño  de  aproximación  de  los  diversos  elementos 
de  la  democracia  española  piensa  consagrarse  especialmen- 
te La  Tribuna,  sin  pretender  dar  la  fórmula  precisa,  y  mu* 
eho  menos  llevar  la  dirección  de  un  movimiento  que  por  to- 
das partes  se  anuncia.  Nuestro  propósito  se  redoce  á  poner 
en  oondioiones  de  llegar  á  esa  inteligencia,  imprescindible 
para  recabar  v  consolidar  las  instituciones  democráticas,  á 
los  que  han  de  realizarla;  siempre  en  el  supuesto,  primero, 
ds  que  esto  no  se  conseguirá,  con  la  pretensión  ofensiva  de 
que  solo  unos  hayan  de  ceder  para  tomar  la  bandera  ó  acep- 
tar la  direoción  de  los  otros,  y  segundo,  que  en  el  estado  ac- 
tual de  la  política  contemporánea  se  necesita  cerrar  los  ojos 
para  no  ver  que  en  ninguna  parte  del  mundo,  ni  en  el  Go- 
bierno, ni  en  le  oposición,  impera  total  y  exclusivamente  un 
solo  partido  y  mucho  menos  un  grupo  de  sectarios  y  hom- 
bres ae  escuela. 

•  Fuera  de  esto.  La  Tsibuüa  se  propone  estudiar  muy  par 
tioularmente  algunas  cuestiones  de  interés  primordial  en 
los  momentos  que  vivimos.  , 

a.  En  primer  término,  la  Cuestión  Colonial  que  nos  pro* 
ponemos  discutir  sosteniendo: 

La  urgencia  de  la  abolición  completa,  sincera  y  efectiva 
de  la  esclavitud  en  Cuba. 

La  identidad  de  los  derechos  políticos  y  m  viles  de  los  es- 
pañoles de  entrambos  mundos,  mediante  el  planteamiento 
inmediato  y  la  práctica  leal  y  honrada,  así  de  la  Constitu  • 
eión,  como  de  las  Leyes  municipal  y  provincial  y  de  los  Có- 
digos comunes  de  la  Península  en  nuestras  Antillas. 

La  reforma  liberal  de  los  Aranceles  para  evitar  la  ruina 
inminente  de  la  prodooción  antillana,  destruyendo  asi  la 
última  forma  de  la  explotación  colonial  y 

La  comisión  de  grandes  facultades  económicas  y  admi- 
nistrativas á  corporaciones  insulares,  de  origen  popular  y 
forma  representativa  que,  así  en  Ouba  como  en  Puerto  Kioo, 
cuiden  de  los  intereses  pura  y  exclusivamente  locales,  con* 
"forme  á  un  prinoipio  de  radical  descentralización  bajo  la 
mudad  del  Jfistado  y  supuesta  la  integridad  de  la  Patria,  al 
modo  que  hoy  va  privando,  no  solo  en  el  Imperio  colonial 

16 


—  232  — 


británico,  si  que  en  las  posesión ts  francesas,  portuguesas  jr 
holandesas  de  África,  Asia  y  América. 

b,  La  Cuestión  de  enseñanza  qae  La  Tribuna  pretende  re- 
solver mediante 

La  libertad  profesional. 

La  libertad  de  enseñar,  y 

La  intervención  del  Estado  en  la  instrucción  priman», 
haciéndose  cargo  (independientemente  de  la  acc  óe  partica* 
Jar  y  municipal)  del  sostenimiento  de  las  éscue'as  eo  toda 
la  nación  y  prestando  nn  apoyo  especialfsimo  á  los  maestro» 
de  pr i  ñera  enseñanza,  hov  vergonzosa  ó  impolíticamente 
desatendidos  cnando  no  humillados. 

o,  la  cuestión  penal  en  el  sentido  de 

La  abolición  de  la  pena  de  muerte  y  de  las  perpetuas; 

La  organización  del  cuerpo  especial  de  Entablecimieafeos 
penales  dependiente  del  Ministerio  di»  Justicia; 

£1  restablecimiento  del  Jurado  y  del  juicio  ora'; 

La  grataidad  de  la  Administración  de  Jarcia,  y 

La  hbre  discusiói  de  los  proceros  y  las  sentencias. 

i>.  La  Cuestión  administrativa  defendiendo 

La  reforma  de  lo  contencioso  administrativo; 

La  organización  de  a,  carrera  adminÍHtra»iva  en  condi- 
cionen de  equidad,  puesta  la  visca  en  la  H  stor  a  de  nuestro» 
partidos,  pero  fuera  de  las  influenzas  d«  Ja  política; 

Uua  ley  de  procedimiento  administrativo  que  concluya 
con  el  expedienteo  y  ampara  al  particular  contra  la  lentitud, 
la  nobetbia  y  la  negligencia  de  la  burocracia;  y 

Un*  gran  descentralización  provincial  y  municipal  que 
consagre  la  vida  propia  y  sustantiva  de  los  grandes  orga- 
nismos sociales  y  que  es  quizá  el  medio  más  pod-  roso  de 
corregir  la  espantosa  anemia  que  devora  a  la  Nación  y  de 
sacar  á  la  masa  del  paisde  la  terrible  indiferencia  que  le 
envuelve 

m.  La  Cuestión  Internacional  en  el  sentido  de 

Hacer  conocer  detalladamente  el  desarrollo  de  las  ideas 
liberales  y  democráticas  en  el  extranjero  y  la  necesidad 
de  ajuarar  nuestra  vida  política  á  la  marcha  general  del 
mundo,  asi  como; 

EJ  procurar  la  mayor  intimidad  política,  económica  y  so* 
cihl  de  nuestra  Patria  con  las  Repúblicas  Sudamericanas, 
el  Brasil  y  Portugal,  si  bien  respetando  tedas  susceptibilida- 
des anejas  á  la  independencia  de  estas  naciones,  ©uvas  pro* 
venciones  y  apartamiento  ha  vigorizado,  en  últimos  días, 
un  a  torpe  propaganda  de  violenta  unificación. 


—  233   — 

w.  La  Cuestión  Financiera  abogando  por 

La  redacción  de  los  gastos  públioos  á  los  ingresos  ciertos; 

La  equitativa  repartición  del  impuesto  por  la  formación 
del  catastro  y  la  pob'ioidad  de  los  repartimientos; 

La  supresión  del  impuesto  de  congamos  v  de  todos  los  que 
desigual  ó  injustamente  pesen  sobre  las  clases  populares; 

La  unificación  de  la  deu^a  y 

La  reforma  liberal,  gradual  y  constante  de  los  aranceles 
de  aduanas.» 

Los  diputados  y  senadores,  pues,  han  sido  basta  ahora 
los  verdaderos  elementos  de  la  propaganda  autonomista  en 
la  Península.  Por  esto,  el  error  del  retraimiento  es  en  las 
Antillas  el  colmo  de  las  equivocaciones.  Se  entiende  para  los 
que  desean  la  reforma  pacifica,  que  á  mi  juicio  es  la  única 
positiva. 

Pero  el  empeño  de  los  representantes  autonomistas  luchó 
aquí  con  muy  serias  dificultades. 

Eu  primer  término,  oon  la  preocupación  muy  generaliza- 
da eu  los  círculos  políticos  y  literarios  de  Madrid  y  de  algu- 
nas provincias,  respecto  á  la  propensión  separatista  de  todos 
los  antillanos.  Descansa  esta  preocupación  en  antecedentes 
y  supuestos  de  cierto  valor,  sobretodo  en  la  Metrópoli;  pero 
acusa  singularmente  una  absoluta  f*  ta  de  estudio  del  pro- 
blema colonial  y  de  la  historia  americana. 

La  antigua  teoría  de  la  emancipac  ón  colonial  ha  entra- 
do, con  exageración,  en  el  espíritu  de  muchas  personas.  La 
idea  de  que  no  gobernamos  bien  í  nuestras  colonias  está 
muy  generalizada.  El  efecto  producido  por  la  pérdida  de 
los  reinos  sud-americanos  todavía  aquí  dura.  Los  movi- 
mientos revolucionarios  de  Cuba  dentro  de  esta  siglo  son 
bien  conocidos.  Y  no  es  raro,  ni  mucho  menos,  oír  por 
estos  círculos  y  estas  casas,  á  ardorosos  contradictores  de 
las  reformas  ultramarinas,  exponer  la  enormidad  de  que  á 


—  234    — 

ellos  antillanos  también  serian  separatistas.  Por  este  ea* 
mino  ae  viene  al  supuesto  de  que  hay  una  propensión  nati- 
va,  ingénita  en  los  cubanos  y  portorriqueños,  de  apartares 
definitivamente  de  sus  padres  y  hermanos  d«*  la  Península. 

Las  opiniones  paran  aquí;  pero  el  resultado  es  que  aun 
ea  hombres  muy  liberales  y  en  personas  reflexivamente 
propensas  á  las  reformas  de  ultramar,  existe  cierto  esooior 
fomentado  por  el  disgusto  de  poder  ser  más  6  menos  en*. 
vueltos  por  la  exagerada  habilidad  americana. 

Por  desgracia  son  pocos,  muy  pocos,  los  que  profundizan 
el  atmnto  y  estudiando  con  calma  la  vida  íntima  de  nuestras 
colonias,  sus  espontaneidades,  sus  exaltaciones,  sus  tenden- 
cias, el  lenguaje  de  sus  masas,  las  aspiraciones  de  sus  cla- 
ses cultas,  las  relaciones  de  éstas  con  la  inmigrante,  la  dis* 
posición  de  ésta  última,  la  economía  de  aquella  sociedad  y  la 
historia  de  aquel  pueblo  en  formación,  son  muy  pocos,  repi 
to.  los  que  están  en  el  caso  de  poder  distinguir  dos  cosas  por 
todo  extremo  diversas  en  este  complejo  negooio:  lo  que  en  las 
demostraciones  más  ó  menos  fogosas  de  los  antillanos  pudie- 
ra ser  queja  amarga,  protesta  transcendental  y  aun  inclina* 
cióu  separatista,  y  lo  que  realmente  es  solo  viril  resistencia 
a  do  consentir  una  inferioridad  que  nada  abona,  ó  si  se  quiere 
cierto  exceso  de  personalidad  y  de  vida  local,  que  de  modo 
muy  parecido  se  produce  en  las  regiones  más  vigorosas  de 
la  Península  española:  en  Barcelona  y  en  Viscaya,  por 
ejemplo. 

Si  esto  fueáe  estudiado  de  veras  por  todos  nuestros  politi* 
coa  no  habrían  dado  nunca  al  elemento  separatista  de  nues- 
tras Antillas  un  valor  político  que  realmente  no  ha  tenido 
hasta  estos  últimos  días;  que  ahora  tiene,  precisamente,  por 
la  concurrencia  de  causas  externas  que  no  puedo  analizar 


—  235  — 

aquí  de  pasada,  y  el  absurdo  empeño  de  muchos  de  nuestros 
gobernantes»  de  muohos  funcionarios  públicos  y  de  buena 
parte  de  los  conservadores  de  Cuba  y  Puerto  Rico  de  expli- 
car por  separatismo  lo  que  realmente  no  era  tal  cosa  ni  mu- 
cho menos.  De  estas  gentes  se  puede  repetir  que  han  oonse- 
goidoque  rabie  el  perro  á  fuerza  de  gritar  que  estaba  rabioso. 

Pero  ese  estudio  ha  faltado  en  la  Península,  donde  ahora 
mismo  se  tiene  al  Ministerio  de  Ultramar  por  un  Ministerio 
de  entrada,  para  el  cual  no  se  necesita  preparación  de  nin- 
guna especie  y  que  cualquiera  domina  á  los  seis  meses  de 
ocupar  la  famosa  poltrona.  Y  faltando  ese  estudio  (sobre  to- 
do de  la  economía  y  de  la  historia  de  nuestras  colonias),  no 
se  han  podido  estimar — quizá  ni  siquiera  traslucir— los  po- 
derosos, los  poderosísimos  motivos  que  en  nuestras  Antillas 
existen  para  que  los  elementos  directores  de  aquella  comple- 
ja y  original  sociedad  vean  con  análoga  prevención  á  la  que 
demuestran  los  peninsulares)  aunque  por  razones  distintas, 
esa  emancipación  colonial,  que  tampoco  es  ya,  ni  con  mucho, 
una  afirmación  definitiva  del  Derecho  Públioo  contempo- 
ráneo. 

Meditando  un  poco  y  con  ciertos  datos  á  la  mano  ¿cómo  no 
habría  de  evidenciarse  la  irracionalidad  perfecta  del  supues- 
to de  que  el  antillano  haya  de  ser  necesariamente  hostil  á  la 
Madre  patria?  ¿Cómo  no  se  habría  de  comprender  la  causa 
positiva  de  la  tirantez  de  relaciones  que  existe  entre  buena 
parte  de  nuestras  Antillas  con  los  elementos  gobernantes  y 
dominadores  de  aquellos  países  y  de  la  Metrópoli?  ¿Cómo  no 
se  habría  de  saber  que  esto  mismo  ha  sucedido  en  todas  las 
colonias  del  mundo  y  que  esto  se  ha  rectificado  en  muchas 
de  ellas  mediante  nuevos  y  expansivos  procedimientos? 

Y  en  fin,  ¡cómo  no  se  comprendería  que  á  ser  cierta  esa 


—  236  — 

absurda  incompatibilidad  de  los  colonos  con  la  Metrópoli» 
sería  también  imposible  la  empresa  de  mantener  la  bande- 
ra de  ésta  en  las  Antillas,  toda  res  que  á  medida  qne  se 
aumentase  la  población  antillana,  precisamente  por  el  au- 
mento y  el  arraigo  de  la  inmigración  peninsular  en  aque- 
llos países,  aumentarían  las  ponderadas  incompatibilidades 
de  humor  y  de  intereses  y  con  ellas  el  desarrollo  deseado 
y  protegido  de  aquellas  envidiadas  comarcas! 

Sobre  esta  base  resolta  un  absurdo  toda  política  colonial 
reducida  4  un  empefto  de  loca  preparación  de  convictos  y 
luchas  parricidas. 

Demás  de  esto  hay  que  considerar  otras  tres  cosas.  Pri- 
mera, las  dificultades  anejas  á  la  novedad  de  la  doctrina 
autonomista;  segunda,  la  resistencia  característica  del  es- 
píritu Castellano,  que  es  el  qae  domina  ahora  en  Espafta,  4 
todo  empefto  de  determinación  y  vida  particular;  tercera,  el 
profundo,  pero  muy  generalizado  error  de  que  toda  campa- 
fia  eepansiva,  y  no  digo  nada  de  to  Ja  campaña  autonomista, 
tiene  por  único  fin  el  beneficio  de  las  colonias,  siendo  así  que 
interesa  4  toda  la  nadan  (de  que  esas  Colonias  /arman  porté 
inUgranU  y  no  i  modo  dé  factorías,  como  decían  los  hombres 
de  1812)  y  no  poco  4  la  Metrópoli,  evidentemente  incapaz 
y  fracasada  en  todo  empeño  centralizados 

En  estas  circunstancias,  en  un  medio  no  grandemente  fia* 
vorable,  sin  el  concurdo  de  los  cubanos  y  portorriqueños 
aquí  residentes,  lejos  de  la  tierra  propia,  sin  ambiente  for- 
tificante y  sin  el  caluroso  apoyo  que  4  los  diputados  refor- 
mistas de  Puerto  Bioo  dio  en  la  época  revolucionaria  el  es* 
pirita  generoso  y  vivificante  de  la  Revolución  de  Septiem- 
bre, los  diputados  antillanos  tuvieron  que  moverse  con  pe- 
regrina falta  de  reeurses. 


—  237  — 

Repito  qae  su  obra  fué  extraordinaria.  Paro  no  debo  ooultar 
tampoco  alguna  que  otra  eqnivooaoión  qne quisa  algunos pa- 
decieron, sobre  todo  algunas  dificultades  extrañas  al  medio 
en  que  so  operaba  y  que  quisa  puedan  evitarse  en  lo  futuro. 
Km  hora  de  decir  la  verdad  entera. 

Ta  he  aludido  4  la  tendencia  particularista,  muy  viva 
tobie  todo  en  Cuba,  donde  no  fueron  pocos  los  que 
ere  >  ero d  que,  para  determinar  en  la  Metrópoli  una  gran  re- 
forma colonial  ó  oubtna,  bastaría  lo  que  en  las  Antillas  se 
lesnas»  y  se  hiciese  (i).  Tampeoo  ha  faltado  quien  creyera 


(1)  Parii  que  te  forma  aproximado  juicio  de  la  falta  áe  medioe  de  U 
eeoLÓB  autooomlrta  oabaee  «óbrala  Península,  me  decido  6  traer  al  p4- 
•tioo  elguooe  date*.  Lt  ÉafSa  ooleoeion  de  documentes  (mani  Sestee, 
míc «lares,  etc.,  etc.)  do  Ua  Directiraa  autosomistas  antillanas  que  so 
mi  pnblícad  j  en  Bu^opí,  «i  lt  que  ftgnra  en  al  apéndice  de  mi  libro  Lm 
AwkmcnHi*  Cctonfai  #*  B$p***.  L  *  maaiSeotos  autonomistas  aquí  aaa 
eirculneta  muy  poco,  casi  oída,  con  diftcultad  extraordinaria,  y  en  cfr- 
•  alea  red  ucidísi  mol.  Kd  'cebas  rcpreiueiio  lee  periódieee  deis  Hetré- 
pelí  ai  estos  se  bm  oco  pido  de  ellos.  Lee  mas  aatoriíadoe  periódicos  de 
be  Antillas  (j  loe  b  #y  excelentes)  no  se  encuentran  en  la  Península, 
fuere  de  tre*  6  cuatro  oficinas  y  dos  ó  tres  centros  de  lectura,  como  el 
ateneo  y  el  naeloe  do  Madrid ,  Por  esto,  si  noaoblesea  eiiatido  aquí  les 
diputados  y  íes  adore»  i  uLoDomUtss  no  se  habría  sabido  ni  da  de  la  an- 
tinomia que  se  def  ndie  en  ha  Anti  las.  Y  ai  í  y  todo. . .  Por  eso  es 
eeomV?oeo  el  progrsto  de  lio  ¡leas  autonomistas  ea  Bspeaa. 

Debo»  sin  embargo,  h  icer  constar  que  hace  cinco  e  seis  afios  los  aato- 
oamistas  de  Puertí  Rico,  coftTeneidos  de  laneceeidad  de  áieer  asid  pro- 
paganda, realizaron  ana  modesta  Suscripción  con  cuyos  productos  pn- 
diiren  publicarse  ea  Mtdr id  Mistos  y  libros  y  hojas  que  produjeron 
«osa o  efdcto.  Claro  eitt  que  mis  libres  y  folletos  se  pabilo  tron  per  mi 
•telusÍTt  cuenta.  Lo  menos  que  debía  á  aquellos  escalentes  y  genero* 
ees  amigas  j  oorrelígien oríes» 


—  238  — 

que  la  cuestión  colonial  es  solo  una  cuestión  antillana.  Seña* 
lo  el  hecho  y  me  limito  á  afirmar  que  esos  supuestos  consti- 
tuyen un  gravísimo  error.  £1  problema  colonial  es  por  su 
naturaleza  un  problema  español;  un  problema  de  la  Patria 
grande.  Desgraciados  de  nosotros— de  todos — si  se  violenta 
esa  naturaleza. 

Pero  aquel  sentiio  particularista  no  podía  menos  de  in- 
fluir (más  ó  menos)  en  la  disposición  general  de  los  diputa* 
dos  antillanos,  acentuando  un  poco  la  actitud  ya  delicada 
que  necesariamente  les  imponía  (como  antes  expliqué)  la 
especialidad  del  problema  ultramarino;  especialidad  que  no 
niega  su  engranaje  con  la  vida  general  política  de  la  Na* 
ción  De  aquí  una  cierta  predisposición  de  la  mayoría  de 
los  representantes  autonomistas  ultramarinos  á  apartarse 
de  la  política  general— pero  sin  prevenciones  de  ningún 
género,  sin  desamor,  sin  egoísmo. 

Sobre  eBte  punto  hay  que  rectificar  completamente  la  sos* 
pecha  de  bastantes  liberales  y  republicanos  de  la  Península. 
Yo  puedo  hablar  de  esto  con  cierta  autoridad  porque  he  vi- 
vido constantemente  en  el  seno  de  la  representación  antilla- 
na y  allí  he  mantenido  la  tendencia  de  aproximación  á  la 
política  general. 

Y  principié  por  dar  el  ejemplo,  afiliándome  al  partido  re- 
publicano español,  en  la  época  de  su  desgracia  y  sin  esperar 
de  él  ni  siquiera  mi  credencial  de  diputado,  asegurada  por 
la  devoción,  nunca  bastante  agradecida,  de  mis  electores  j 
amigos  de  Puerto  Rico  y  Cuba,  en  condiciones  de  nna  inve- 
rosímil independencia. 

Cuéntese  que  compensando  hasta  cierto  punto  la  tenden- 
cia particularista  de  que  vengo  tratando,  oon  gran  sentido 
político  la  Junta  Magna  del  partido  autonomista  cubano 


—  239  — 

«afebleció  en  1882  que  los  senadores  y  diputados  del  partida 
podrían  unirse  á  los  grupos  parlamentarios  democratices 
déla  Metrópoli,  cuidando  de  sacar  á  salvo  la  integridad  de 
la  doctrina  del  autonomista  y  su  devoción  á  la  fórmula  de 
gobierno  local. 

Del  mismo  modo  la  Asamblea  de  Ponce  votó  el  art.  7.* 
del  Programa  de  1886,  bastante  más  espansivo  que  el  de 
Cuba. 

Por  efecto  de  las  declaraciones  indicadas,  me  fui  dado 
vivir  en  el  seno  del  partido  republicano  peninsular,  al  cual ' 
debo  una  deferencia  que  nunca  agradecerá  bastante.  Y 
creo  que  oon  algún  provecho  para  mis  correligionarios  do 
Ultiamar  (1). 

Oportunidad  es  esta  de  explicar  un  incidente  que  puda 
tañer  mucha  transcendencia  para  la  política  colonial  espa- 
ñola. Era  á  los  comienzos  de  las  Cortes  de  1886,  á  las  cua- 
les asistieron  un  grupo  considerable  de  diputados  «utono- 


(l)  Con  efecto,  á  petar  de  mi  re  presentación  acentuadamente  colo- 
*  mal,  loa  republicanos  peninsulares  me  han  otorgado  siempre  represen- 
'  taetosea  de  su  plena  coafianxa,  poniéndome  en  sus  Directorios  y  en  las 
Jutas  Supremas  de  Unión  y  Fusión  republicanas  y  confiáudome  el  bo- 
tar de  redactar  la  mayor  parte  de  sus  Mat>  i  fiestas  y  acuerdos. 

Preciso  el  hecho  para  combatir  la  máe  ligera  sospecha  sobre  cualquie- 
»  disposición  desfavorable  á  la  sansa  autonomista  de  aquellos  elemento  a 
republicanos.  No  hay  en  la  Península  nadie  más  autonomista  que  yo.  Ha- 
día  que  me  pueda  discutir  esta  representación  que  se  acusa  en  loa  mo- 
mentos críticos:  cuando  se  habla  de  responsabilidades  ante  el  Gobierne 
ó  ante  la  prensa  excitada  ó  ante  las  matas  descompuestas.  Sin  embargo, 
jamas  mi  carácter  colonia),  que  nunca  he  atenuado,  ha  sido  obstáculo 
para  la  confianza  de  mis  correligionarios  de  la  Península,  los  cuales  en 
lt*ime  propusieron  para  diputado  de,  Madrid. 

Confieso  que  me  halagó  la  designación.   Mi  triunfo  hubiera  sido 


—  140  — 

miatae  j  otro  no  escaso  de  diputados  republicanos  peminem- 
lansi 

Daba  la  circunstancia  de  qne  todos  los  primeros  profoee- 
t&n  opiniones  republicanas,  y  que  todos  los  últimos  simpa- 
tizaban  con  las  soluciones  autonomistas.  A  la  vista  da  esa 
coincidencia,  con  la  perspectiva  de  nn  grupo  parlamenta* 
cío  de  más  de  30  individuos,  y  teniendo  en  cuenta  que  les 
diputados  republicanos  representaban  distintos  matices  dsl 
republicanismo  español  y  se  hallaban  propicios  á  constituir 
la  r/tiá*  parlamentaria  republicana,  se  me  ocurrió  qne 
podríanlos  entrar  en  ella  todos,  sin  oompromster  á  unes* 
tros  electores  ni  á  nuestros  respectivos  partidos.  Mediante 
este  concierto  podríamos  haber  organisado  y  distribuido  les 
trabajos,  corriendo  por  cuenta  de  los  diputados  peninsula- 
res la  eaestión  de  la  forma  de  gobierno  y  de  la  politice 
monárquica,  y  á  cargo  de  los  antillanos  los  problemas  da  la 
autonomía  y  de  la  vida  local,  no  sólo  en  las  Antillas  sino 
en  toda  la  Nación. 


m jaro  .  Lo  fié  el  de  la  respcteble  pers eme  fue  me  sustituyo,  el  eeler 
Fe  i  re  gol,  Y  jo,  que  tengo  une  alte  idee  del  pueblo  de  Madrid,  eae 
nubiora  atoado  y  me  afanarle  siempre  con  en  represe ataeién  en  Cortee, 
ya  que  oa  otro  tiempo  (en  1899)  decliné  en  representación  municipal, 
par*  ln  que  no  me  creo  eon  condiciones. 

Foro  ■  a 1S9S  réHuttHé  de  modo  odcial  la  eandidetnra  de  diputase  por 
lfadridt  porque  después  del  Ifanifi esto  de  la  Directiva  autonomista  de 
Cub*  da  i.*  de  Boero  de  1893,  j  sobre  todo,  de  sus  últimos  pirréis*  (en 
que  •}  hice  alosion  notorio  á  mi  bumilde  persona)  no  creí  que  poifa 
declinar  la  representación  de  Cuba,  si  por  Cuba  era  elegido,  peraeoosr 
*»#  «amjjiSo  rompiendo  con  el  retraimieato  que  jo  be  combatido  atona- 
pro  «a  todts  partes. 

Coacte!  pues,  la  buena  disposición  de  los  ropublieenes  peninsulares, 
«un  on  este  detalle. 


—  241  — 

Hfgo  gracia  al  lector  de  toda  explicación  respecto  al 
aléanos  do  esta  empresa.  Por  lo  pronto  aseguraba  4  los 
diputados  antillanos,  periódicos,  partidarios,  muchos  ami- 
gos en  el  campo  de  batalla  y  4  dos  mil  leguas  de  dis- 
tancia de  los  lugares  donde  ellos  tenían  sus  primeros  doró- 
los. Para  los  peninsulares  era  de  mucha  faena  el  concurso 
de  un  grupo  de  hombres  dedicados  especialmente  4  un  pro- 
blema fundamental  de  la  política  republicana,  pero  bastan- 
te olvidado  desde  1874  4  esta  parte  y  sin  ooya  soluoión  es  y 
ser4  bien  difícil  la  vida  de  la  próxima  República. 

Para  no  ocultar  nada  añadiré  que  por  aquellos  mismos 
días  se  constituían  los  dos  citados  grupos  parlamentarios 
en  el  Congreso.  SI  autonomista  tuvo  la  bondad  de  conferir- 
me su  presidencia,  en  harmonía  con  las  indicaciones  de  las 
Directivas  de  Coba  y  Puerto  Rico.  Los  republicanos  discu- 
timos una  cuestión  análoga  y  desde  el  primer  momento  se 
señalaron  públicamente  tres  candidaturas:  las  de  los  señores 
lluro  y  Pedregal,  come  exministros  de  la  época  republicana 
j  la  mía,  como  el  diputado  mas  antiguo. 

Con  toda  franqueza  y  perfecta  sinceridad  decliné  este  ho- 
nor y  resistí  las  insistentes  y  bondadosas  instanoias  que  en 
junta  celebrada  por  toda  la  Minoría,  en  uno  de  los  salones 
del  Congreso,  me  hicieron  públicamente  mis  compañeros  los 
Sres.  Villalba  Horras  y  Gil  Sans.  Entonóos  expuse  la  oir* 
oso  stand  n  de  haber  sido  ya  electo  para  la  presidencia  del 
grupoautonomista.  Mo  faltó  quien  en  la  reunión  utiliiara  este 
mismodato  para  sostenerque  seria  muy  oportuno  y  eficis  que 
«na  misma  persona  llevara  la  dirección  parlamentaria  de 
ambos  grupos,  pero  yo  tuve  que  declarar  que  no  me  com- 
prometía 4  esa  empresa,  por  todo  extreme  simpática,  por 
cuanto  no  respondía  de  que  el  plan  por  mi  ideado  y  que  antes 


—  24  2  — 

he  expuesto  tuviera  la  unanimidad  de  votos  en  el  seno  de  1*. 
Minoría  parlamentaria  antillana.  No  se  pueden  aceptar  lo* 
cargos  mu  la  creencia  de  poderlos  desempeñar  eficazmente. 

Pocos  dias  después  era  electo  oon  mi  voto  público,  para 
presidente  del  grupo  republicano,  mi  qnerido  amigo  el  señor 
Pedregal  $  antes  de  dos  años  ingresaban  en  el  partido  libe- 
ral algunos  queridos  compañeros  de  la  Minoría  autonomista» 
Pero  la  generalidad  de  las  gentes,  aun  dentro  del  Congreso, 
continuó  creyendo  que  debían  ser  unos  mismos  los  autono- 
mistas y  ios  republicanos* 

Así  pasaron  las  cosas  y  ahora  me  atrevo  á  decir  que  en» 
tonces  se  perdió  una  gran  oportunidad  de  dar  extraordina- 
ria fuerza  y  mucho  prestigio  á  la  acción  de  los  autonomía* 
tas  de  (Juba  y  Puerto  Bico  en  la  opinión  pública  y  en  la» 
Cortes  da  la  Península.  No  es  fácil  que  esto  se  comprenda  4 
dos  mil  leguas  de  distancia. 

Todavía  la  diputación  autonomista  antillana  luchó  oon 
otra  dificultad.  La  oompusieron  casi  siempre  dos  elementos. 
El  uno  constituido  por  personas  residentes  en  la  Metrópoli, 
el  otro  por  personas  domiciliadas  en  las  Antillas,  muy  iden- 
tificadas con  las  ideas,  los  sentimientos  y  los  intereses  de 
aquellas  comarcas  y  oon  las  directivas  de  aquellos  partidos 
locales  de  que  formaban  parte.  No  hay  para  qué  decir  que 
estos  últimos  diputados  y  senadores  tenían  la  mayor  re- 
presentación local;  asi  como  á  los  primeros  correspondía  la 
mayor  representación  general  en  la  totalidad  del  empeño* 

Pero  sucedió  constantemente  que  los  diputados  del  pri- 
mer grupo  vinieron  á  Madrid  solo  por  tiempo  muy  limita- 
do; una  vez  cada  dos  ó  tres  años  y  aquella  ves  por  tres  6 
cuatro  meses.  El  plazo  era  brevísimo  y  su  gestión  tenía 
que  redn jirse  á  Madrid,  y  en  Madrid,  al  Parlamento.  No 


—   243   — 

ludria  posibilidad  material  da  relaoi6n  oon  loa  demás  ele- 
mentos políticos  de  la  Metrópoli  ni  de  campana  propagan  - 
dista  fuera  de  las  Cámaras,  donde  no  se  habla  cuando  ni 
como  se  quiere. 

De  esta  anorte  el  aislamiento  de  aquellas  personas,  de  mé- 
rito verdaderamente  superior,  de  nobilísima  intención  7  de 
laboriosidad  indiscutible,  fue  cada  día  más  positivo  y  pal* 
pable. 

Y  como  esto  se  relacionaba  necesariamente  con  la  espe- 
cialidad de  la  doctrina,  la  irregularidad  de  la  campaña  y 
la  tendencia  particularista  antillana  (muy  aoentuada  des- 
pués de  1*90),  resultó  un  positivo  aumento  de  dificultades, 
cuyo  vencimiento  habría  sido  posible  (aunque  no  fácil)  como 
lo  demostró  el  éxito  de  las  conferencias  que  sobre  el  proble- 
ma colonial  dieron  en  el  Ateneo  de  Madrid,  en  el  invierno 
de  1895,  varios  de  aquellos  prestigiosos  ó  inteligentes  auto- 
nomistas (1). 

lio  mismo  dije  yo  que  debería  haberse  hecho  en  otros 
-centros  de  Madrid  y  en  provincias.  Mas  para  ello  era  pre» 
«so  que  los  diputados  continuaran  aquí  más  tiempo,  que  la 
suputación  se  organisara  de  otro  modo,  y  queallá  en  las  An- 
üllas  se  comprendiera  el  valor  y  la  eficacia  de  la  propaganda 
*?ue  aquí  debían  hacer,  con  sus  propios  medios,  los  antilla- 
ios,  poniendo  á  la  opinión  pública  muy  por  cima  de  las 
tacnas  disposiciones  de  los  Gobiernos  y  de  los  políticos. 

Mi  fe  en  la  opinión  pública  es  cada  ves  más  fuerte.  En 
la  opinión  pública,  fervorosa,  oonstante  y  suficientemente 
solicitada*  Puedo  hablar  por  propia  experiencia.  Supongo 

(l)  Betas  conferencia»  m  publicaron  en  1895,  en  dos  tomoe  con  el  tf- 
talo  de  2»  ProbUm*  Colmial  Cwtumporhnto.  Diáconos  de  loe  Srev.  £•* 
tm,  Qibtga,  Caata&oda,  Dolí,  Montero  Tsrry,  Cueto  j  Moret. 


—  244  — 

que  falta  esta  á  los  que  á  cada  instante  nos  dioen  que  en  Es 
pifia  la  opinión  pública  no  vale  nada. 

£1  gropo  peninsular  de  la  diputación  autonomista  tuvo 
siempre  una  rectitud  de  propósito  y  una  devoción  á  la  cau- 
sa que  nadie  podría  discutir.  Pero  no  era  menos  positiva  su 
falto  de  intimidad  con  las  directivas  insulares,  cuya  co- 
municación frecuente  imponía  toda  oíase  de  conveniencia* 
políticas. 

Faltando  esa  intimidad  en  una  parte  de  la  Minoría  alu- 
dida, careciendo  aquí  todos  de  cuerpo  auxiliar  de  correli- 
gionarios, asediado j  los  diputados  de  la  mayor  acentuación 
local  por  los  elementos  dudosos  que,  después,  en  los  momen 
tos  críticos  han  excusado  su  cooperación  á  nuestra  caaea  y 
ausente,  por  regla  general,  del  escenario  de  las  Caites  aquel 
elemento  parlamentario,  claro  se  está  que  nuestra  acción  te- 
nia que  resentirse,  y  que  para  hacerla  todo  lo  eficaz  que  exige 
lo  grave  de  su  empeño  habría  que  buscar,  en  lo  porvenir* 
otros  medios  en  otra  parte;  como  por  ejemplo,  en  una  espe- 
cial organización  déla  Minoiia  parlamentar. a  combinándo- 
la con  una  relación  más  viva  con  los  centres  polítiood  penin- 
sulares y  la  publicación  de  un  periódico  propio  en  Madrid, 

Todo  esto  bien  considerado,  no  es  posible  negar  ni  el  pa- 
re:  relevante  que  los  diputados  y  senadores  de  Cuba  y  Puer* 
to  Rico  han  desempeñado  como  únicos  gestores  del  inte- 
rés autonomista  insular  en  E¿paña,  durante  los  últimos 
1  &  años,  ni  los  méritos  y  los  éxitos  extraordinarios  de  esa 
representación  parlamentaria  autonomista,  ni  Ja  segur  i - 
dad  de  que  se  pueden  obtener  grandes  triunfos  ilustrando 
de  un  modo  más  regalar  y  efíoas  á  la  opinión  pública  y 
comprometiendo  con  más  resolución  á  los  elementos  politi- 
ces de  la  Península,  ni  que  las  viotorias  alcanzadas  en  estos 


—  245  — 

üürnoa  años  soperan  á  los  medios  empleados  pera  obtener-* 
Im,  ni ,  en  fio  ,  que  para  conseguir  más,  es  necesario  bascar 
iniiJio  y  oooperación  en  el  terreno  mismo  donde  se  han 
üdo  7  se  han  de  dar  las  grandes  batallas  decisivas  para. 
k»  libertades  de  nuestras  Antillas. 


XV 


Esos  auxilios  y  esa  cooperación,  bien  que  en  proporciones 
modestas,  la  han  tenido  los  autonomistas  de  lae  Antillas  en 
los  republicanos  peninsulares,  en  el  transcurso  de  ios  últi- 
mos veinte  años. 

Los  hechos  hablan. 

Repito  que  no  niego  lo  que  en  obsequio  de  las  libertades 
coloniales  han  hecho  otros  partidos»  y  señaladamente  el 
liberal  peninsular.  Ni  quiero  discutir  el  tema*  No  me  im- 
porta. Ya  he  consignado  lo  realizado  por  los  Gobiernos  li- 
terales de  1881,  1886,  1192  y  1895.  Trato  ahora  solo  de 
señalar  los  mayores  méritos  y  compromisos. 

He  interesa  afirmar  y  repetir  que  todo  eso  se  ha  re-ali- 
sado después  de  vigorosas  campañas  de  los  diputados  y  se- 
cadores autonomistas;  que  en  su  logro  han  entrado  ade- 
más del  esfaerao  de  los  senadores  y  diputados  antillanos, 
cierta  buena  disposición  del  partido  liberal»  las  corrientes 
espansivas  de  la  época,  la  situación  de  las  Antillas,  la  ac  - 
titud  de  los  partidos  insulares  y  la  cooperación  especial 
y  4  veces  decisiva  de  los  republicanos  de  la  Península:  j 
en  fin»  que  todos  los  partidos  monárquicos,  aun  el  liberal» 


—  247  — 

en  los  momentos  de  mayor  expansión,   han  proclamas 
franca  y  solemnemente  su  oposición   resuelta  al  régimen, 
autonomüla,   considerado  por   los  anos  como  antitético  al 
interés  monárquico  y  por  todos  como  cosa  vitanda  y  opuea  - 
ta  al  poderío  y  las  tradiciones  de  la  nación  española. 

No  creo  que  sobre  este  último  punto  haya  la  más  ligera 
dada  para  los  que  estén  al  tanto  de  nuestra  historia  parla 
mentar ia,  á  pesar  de  los  infantiles  esfuerzos  que  algún 
hacen  en  estos  días,  para  que  corra  otra  cosa.  Las  palabras 
de  Iob  Sres.  Cánovas  del  Castillo  y  Sagasta  presidiendo 
Ministerios  ó  haciendo  la  oposición,  están  en  la  memoria 
de  todos.  Recien tísimas  son  las  observaciones  que  el  prime- 
ro de  aquellos  políticos  hizo  al  redactor  en  jefe  de  la  Nouvé- 
lie  Revue  Internationale  de  Paris  (Mr. Henri  Charriot)y  que 
wte  publicó  en  su  revista  (1).  No  menos  explícitas  fueron 
las  frases  con  que  el  Sr.  Sagasta  (2)  me  contestaba  en  las 
Cortes  de  1892.  Y  no  hay  para  qué  repetir  los  esfuerzos  que 

(1)  La  Revue  International  dedicó  en  15  de  Diciembre  de  1895  un 
número  especial  &  expresar  la  opinión  de  los  principales  políticos 
eepanoles,  sobre  el  problema  de  Cuba. 

(2}    Hé  aquí  algunas  de  esas  frases: 

«Be  imposible  hacer  antes  las  reformas  políticas  que  las  económicas 
»Yo  no  soy  de  los  que  disen  «sálvense  los  principios  y  piérdanse  las 
•lonias»,  sino  de  los  qus  dicen  aunque  parexca  liberal  anticuado   «sal  - 
•Tense  las  colonias  y  piérdanse  los  principios» . 

•Tengo  macho  miedo  i  la  autonomía,  muy  expuesta  á  que  venga  tre* 
de  ella  ia  independencia,  y  como  hsy  cubanos  enemigos  de  España  que 
se  aprovecharían  de  los  elementos  que  da  la  autonomía,  yo  no  quiero 
dar  elemento  ninguno  á  mis  enemigos;  por  eso  rechazo  la  autonomía 

»¿Se  entiende  por  autonomía  la  descentralización?  Pues  no  reli- 
aos por  palabras.   Pero  autonomía  en  lo  político,  algo  que   merme  la 
soberanía  de  la  nación,  eso,  jamás;  esa  es  la  valla  insuperable  que  hay 
entre  los  autonomistas  y  ios  liberales»  • 

17 


—  248  — 

entrambos  estadistas  hicieron  en  las  Cortes  de  2895  para 
demostrar  que  las  reformas  Maura-Abarzuza  c  no  eran  la 
autonomía  colonial,  y  que  por  no  serlo  las  votaban  liberales 
y  conservadores.» 

Lo  que  no  se  sabe  tan  bien  es  cómo  ha  influido  en  el  Go- 
bierno liberal,  para  las  concesiones  hechas  al  liberalismo 
antillano,  la  harmonia  y  el  afecto,  y  una  cierta  intimidad 
que  por  mucho  tiempo  (hasta  1894)  mantuvieron  en  el  Con- 
greso los  diputados  republicanos  y  los  diputados  autonomis* 
tas,  aun  sin  llegar  á  confusión  de  ningún  género. 

No  me  parece  que  ha  llegado  el  momento  de  explicar  deta- 
ll ^lamente  esto;  pero  si  recordaré  el  inteiés  que  el  Sr.  Sa- 
gasta  tenia  en  fortalecer  su  partido  con  los  desprendimientos 
y  1  b.  benevolencia  del  republicano  y  que  para  un  hombre  de 
la  sagacidad  y  experiencia  del  jefe  del  liberalismo  no  podía 
pasar  desapercibida  (y  no  pasó  ciertamente)  la  influencia  que 
en  a  actitud  de  la  Minoría  republicana  del  Congreso  habían 
de  ejercer  las  consideraciones  y  concesiones  que  el  partido 
gobernante  hiciera  á  la  reclamación  autonomista,  cuyos 
gestores  aparecían  confundidos  (cualesquiera  que  fuesen  las 
reservas  y  aun  protestas  que  ellos  hicieran)  ante  el  público, 
con  loa  diputados  defensores  de  la  República. 

Sobre  ello  podría  decir  yo  mucho  más  por  aquello  de  que 
pan  máxima  fui. 

Aparte  de  esto  hay  que  estimar  lo  que  positivamente  y 
de  un  modo  directo  y  público  hicieron  los  diputados  repu- 
blicanos en  el  Congreso  desde  1880  á  1895.  Es  decir,  desde 
que  hubo  Minoría  republicana  en  el  Parlamento  español, 
después  de  1873. 

Para  estima/'  este  punto  me  bastarán  algunas  citas. 

En  otra  parte  he  hablado  de  la  enmienda  que  los  diputa- 


—  249  — 

dos  autonomistas  presentaron  y  que  defendió  el  Sr  Monto* 
ro  en  las  Cortes  de  1886,  asi  como  del  hecho  de  que  solo  loa 
diputados  republicanos  acompañaran  á  los  autonomistas  en 
la  votación  nominal  de  la  enmienda» 

Dieron  mucha  acentuación  al  hecho  varios  incidentes. 
Por  ejemp'o,  la  Minoría  republicana  posibi lista  pe  abétuvo 
de  votar.  El  Sr.  Gil  Bergen  explicó  hábilmente  su  abstención 
diciendo  que  no  vela  la  oportunidad  de  la  cuestión  y  sobre 
todo  que  necesitaba  más  pormenor  y  claridad  para  resolver 
sobre  el  problema  planteado  por  los  autonomistas. 

La  misma  generalidad  de  la  afirmación  de  estos — ya  que 
no  el  discurso  del  Sr .  Montero — debia  haber  sido  un  estí- 
mulo para  la  adhesión,  siquiera  en  principio»  de  los  posibi  - 
listas  del  Congreso,  Pero  la  explicacióa  estaba  en  otra  parte 
y  todo  el  mundo  lo  comprendió  perfectamente.  Porque  ya 
entonces  había  comenzado  la  evolución  de  I03  políticos 
que  dirigía  el  Sr.  Castelar  en  favor  de  la  Monarquía.  Era 
natural  que  los  pesimistas  no  contradijeran  el  voto  de  sus 
prójimos  correligionarios.  Por  tanto  su  abstención  dio  más 
tono  republicano   al  voto  del  16  de  Janio  de  1886. 

Otro  hecho  de  menor  importancia  servirá  para  robustecer 
mi  opinión  *  En  el  curso  del  debate  sobre  la  contestación  al 
discurso  de  la  Corona  terció  vigorosamente,  como  individuo 
de  la  Comisión,  el  Sr.  IX  Antonio  Maura  y  buena  parte  de  su 
discurso  se  encaminó  á  ae  Salar  el  grave  paso  que  la  Minoría 
republicana  habla  dado  al  votar  la  enmienda  de  los  autono- 
mistas, por  cuyo  hecho,  á  su  juicio  grandemente  eeosurable , 
aquella  Minoría  había  tomado  las  notas  radicales  y  pertur- 
badoras del  Sr.  Pi  y  Margall  (1). 


(1)    Véeae  el  Diario  rf*  Setwnit  del  GoDgrefo  de  23  de  Janio  de  1886. 


—  250   — 

Ed  honor  de  la  verdad,  el  Sr.  Maar*.  lo  mismo  entonces 
que  después,  siempre  se  ha  mostrado  opuesto  á  la  solu- 
ción autonomista;  pero  conviene  precisar  el  hecho  de  1886, 
por  lo  mismo  que  se  trata  de  persona  muy  caracterizada 
después,  en  el  sentido  de  reformas  ultramarinas,  que  no  se 
pueden  ni  deben  confundir  con  la  Autonomía  (1). 

Algo  análogo  podría  decirse  de  otro  importante  hombre 
político  del  partido  liberal:  del  Sr.  D.  Fernando  León  y 
Castillo. 

Grande  injusticia  sería  negar  lo  que  este  político  ha  hecho 
en  favor  de  las  libertades  coloniales.  Yo  he  aplaudido  ca- 
lurosamente su  gestión  ministerial  de  1881  y  he  reconocido 
su  noble  propósito,  ya  que  no  su  acierto,  con  motivo  de  la 
ley  de  1882  respecto  de  las  relaciones  mercantiles  de  las 
Antillas  y  la  Península.  Pero  con  ser  el  Sr.  León  y  Casti- 
llo el  ministro  de  Ultramar  más  expansivo  del  partido  libe- 
ral ,  hay  que  reconocer  también  que  siempre  fué  hostil  á  la 
solución  autonomista  que  era  la  fórmula  de  la  campaña  an- 
tillana de  estos  últimos  dieciseis  años  y  por  lo  que  se  ha  visto 
después,  la  fórmula  única  de  salvación  de  las  Antillas  e$pa« 
ñolas. 

Me  seria  facilísimo  aportar  frases  de  muchos  discursos 
del  Sr.  León  y  Castillo.  Básteme  citar  parte  de  aquel  de 
contestación  al  Sr.  Portuondo  en  que  decía: 

c  La  independencia  administrativa  con  ribetes  de  autono- 
mía es  para  mi,  en  un  término  breve,  la  independencia  de 
la  isla  de  Cuba  y  su  separación  de  la  madre  patria. 

Ki  partido  liberal  no  cree  que  el  porvenir  de  las  colonias 
sea  la  separación  de  la  madre  patria,  y  el  estado  autónomo 
es  i  [revocablemente  i  mposible . » 

Pero  vamos  más  adelante.  Todavía  reciente  el  voto  dado 


(1)    Véase  iu  discurso  del  8  de  Julio  de  1896. 


—  261  — 

por  la  Minoría  republicana  á  la  enmienda  del  Sr.  Montoro, 
esa  Minoría,  en  27  de  Abril  de  1891 ,  presentó  otra  enmienda 
al  proyecto  de  co atestación  al  Mensaje  de  la  Corona, enmien- 
da que  defendió  el  3r<  Pedregal  (refiriéndose  á  mi  para  que 
la  desarrollara)  y  que  suscribimos,  á  nombre  de  todos  los 
domas  compañeros  al  efecto  congregados  en  nno  de  los  salo- 
nes del  Palacio  del  Congreso,  los  Sres.  Pedregal  y  Azcárate, 
como  centralistas;  Pí  y  Margall  y  Valles  y  Bibot,  como 
federales;  Maro* como  progresista;  Becerro  de  Bengoa,  como 
suelto,  y  quien  escribe  estas  lineas,  como  centralista  auto* 
nocnista.  Esa  enmienda»  en  la  parte  relativa  á  lo  colonial,  x 
dice  así: 

iLa  situación  de  nuestras  Antillas  es  cada  ves  más  alar- 
mante, debido,  no  solo  á  camsas  económicas  de  distinta  Ín- 
dole, si  que  muy  principalmente  á  la  política  centralizadora 
de  desconfianza  y  desigualdades,  allí  dominante  y  que  arge 
rectificar,  asi  por  reformas  que  abaraten  la  vida  y  aseguren 
la  prodncción  colonial,  como  por  otras  de  diverso  carácter 
entre  la*  cuales  figura  la  plena  identidad  de  los  derechos  po- 
líticos con  la  Metrópoli,  el  sufragio  universal,  el  mando  su- 
perior civil  y  la  organización  insular  autonomista. 

iEl  mismo  espíritu  debe  inspirar  la  progresiva  reforma 
del  estado  de  nuestras  colonias  de  Oceania  y  de  África, 
donde  debe  asegurarse  desde  luego  el  goc«  de  las  libertades 

Ímblicas  y  organizar  el  gobierno  con  arreglo  á  las  particip- 
ares y  distintas  condiciones  de  cuitara  y  de  riqueza  de 
aquella  comarca.  > 

Esta  enmienda  tenia  otros  precedentes. 

fil  año  1890  la  Minoría  parlamentaria  republicana  for- 
mólo las  bases  de  su  acción  dentro  del  Congreso,  y  con  la 
firma  de  ios  Diputados  progresistas  Sres.  Baselga  y  Moro, 
lo  mismo  que  del  Sr.  Becerro  de  Bengoa  (suelto)  y  de  los 
Sres,  Pedregal,  Azcárate,  F.  González,  Labra,  Prieto  y 
TilUlba  (centralistas),  entonces  proclamó  también  \&  Auto- 
nomía colonial  en  explícitos  términos: 


_  252  — 

i  La  Minoría  sostiene  la  identidad  de  loa  derechos  políti- 
cos y  civiles  en  Cuba  y  Puerto  Rico  respecto  de  la  Penín- 
sula, y  en  toda*  las  colonias  el  mando  touperior  civil,  con 
tina  organizan  i  óu  interior  en  sentido  autonomista,  que,  afir- 
mando poderosamente  la  unidad  de  la  nación  y  del  J£stado, 
consagre  de  un  modo  amplio  y  eficaz  la  competencia  local 
para  los  negocios  propiamente  coloniales.» 

Eato  es  de  fecha  de  2fi  de  Febrero  de  1S90. 

La  idea  se  repite  en  el  Manifiesto  de  29  de  Mayo  del  91 1 
de  la  Minoría  republicana  del  Congreso  á  sus  correligiona- 
rios de  España,  después  de  las  elecciones  municipales.  Fir- 
maron el  Manifiesto  no  sólo  los  centralistas  Sres,  Azcárate, 
Cervera,  Labra,  Melgarejo  y  Pedregal,  y  los  federales  seño- 
res  Palma,  Pi  y  Ma^gall,  Puigy  Calzada  y  Valles  y  Ribot, 
y  los  republicanos  sueltos  Sres.  Becerro  de  Bsngoa  y  Moyat 
sino  los  progresistas  Sres.  Ballesteros,  Baselga,  Gonzá- 
lez Chermá,  Harenco,  Muro  y  Rodríguez  (D.  Calixto),  á 
loe  cuales  se  atribuía  ana  actitud  hostil  á  la  solución  auto- 
nomista! 

En  este  Mamjlssto  se  dioe  sobre  la  cuestióu  colonial  lo 
siguiente: 

■  Nos  proponemos  llevar  ese  mismo  espirita  autonómico 
á  la  organización  de  las  colonias.  Queremos  identificarlas 
en  lo  fundamental  con  la  Metrópoli,  salvando  su  competen- 
cia para  resolver  directa  y  oportunamente  sus  particulares 
negocios. 

»*3etán  todas  regidas  militarmente;  se  considera  aún  pe* 
ligrosa  la  mera  división  de  mandos.  Tienen  Cuba  y  Puerto 
Rico  asiento  en  las  Cortes;  pero  no  el  sufragio  nni versal 
para  1  a  elección  de  ens  representantes.  Ni  e»ta  ni  otra  re* 
presentación  han  conseguido  aun  las  Islas  Filipinas.  No  ea 
allí  libre  ni  el  pensamiento;  existe  la  previa  censura  aun 
para  los  libros  que  van  de  la  Península. 

»Esto,  unido  á  males  administrativos  y  económicos,  que 
no  por  lo  inveterados  dejan  de  exigir  pronto  remedio,  traen 
inquietas  a  todas  las  colonias  y  mantienen  en  todas  nn  fer- 
mento de  rebelión  que  es  para  nosotros  una  constante  ame- 


—  25S  — 

naza.  Queremos,  por  de  pronto,  en  todas,  Ja  prepotencia 
del  poder  civil,  la  identidad  de  derechos,  la  entrada  en  las 
Cortes,  la  enmienda  de  los  machos  vicios  de  que  la  admi- 
nistración adolece,  el  severo  castigo  de  cuantos  cometan 
exacciones  indebidas  ó  defrauden  rentas.» 

,  Mucho  disgustaban  estas  demostraciones  de  los  republi- 
canos al  Sr.  Romero  Robledo,  grandemente  interesado  en 
demostrar  que  ningún  partido  nacional  y  de  la  Península 
aceptaba  la  solución  autonomista  colonial,  asi  oomo  que  los 
autonomistas  cubanos  eran,  más  que  indiferentes,  hostiles 
4  los  republicanos  peninsulares . 

Esta  idea  correspondía  oon  la  especiosa  y  muy  discutible , 
de  que,  en  cambio,  en  los  partidos  incondicional  de  Puerto 
Rico  y  constitucional  de  Cuba,  aparecían  hombres  de  todas 
las  procedencias  y  aficiones  déla  Metrópoli  (y  por  tao 
republicanos)  y  que  aquellos  incondicionales  y  constitu- 
cionales figuraban  en  todos  Iqs  partidos  de  la  Península , 
intimando,. sus  diputados  y  sus  senadores,  oon  los  partidos 
nacionales,  conservador  y  liberal,  haciendo  política  general 
y  obteniendo  el.apoyo  de  todos  los  Gobiernos  y  todos  los 
elementos  políticos  de  la  Madre  Patria. 

No  se  necesita  subrayar  la  intención  de  la  tesis,  poco  es  - 
timada  por  los  elementos  avanzados  allende  el  Atlántico. 
La  dificultad  para  la  política  del  Sr,  Romero  Robledo  y  de 
sos  íntimos,  estaba  en  el  hecho  de  que  hasta  entonces  los  di" 
potados  autonomistas  habían  parecido  confundidos  con  los 
republicanos;  y  en  que  algún  autonomista,  como  quien 
escribe  estas  lineas,  ocupara  puesto  de  algún  relieve  en 
*l  directorio  de  uno  de  los  grupos  republicanos  peni 
salares.  Pero  sobre  todo,  en  la  probabilidad  de  que  los  re- 
publicanos peninsulares  dieran  por  suya  la  fórmula  autonó  - 
«dea  antillana,  quitando  á  esta  su  carácter  puramente  local 


—  254  — 

7  toda  sombra  de  exclusivismo,  y  haciendo  absolutamente* 
imposible  que,  dentro  6  fuera  de  las  Cortee,  apareoiese  un  re- 
publicano peninsular  compartiendo  las  soluciones  de  los  par- 
tidos constitucional  de  Cuba  é  incondicional  de  Puerto  Rico. 
Si  se  hubiese  logrado  la  política  del  Sr.  Romero  Robledo, 
luego  se  habría  dado  el  paso  de  hacer  venir  al  Congreso  ó- 
al  Secado  á  algún  republicano  afiliado  á  los  partidos  con- 
servadores 6  reaccionarios  de  Ultramar. 

Todo  estose  evidenció  en  el  Parlamento  hacia  1801,  al 
discutirse  tina  interpelación  desenvuelta  por  el  diputado 
autonomista  D.  Miguel  Moja. 

Era  ocioso  que  hicieran  declaración  alguna  los  repre- 
sentantes del  partido  federal  y  del  centralista,  porque  en 
su**  programas  respectivos,  bien  notorios,  se  consignaba 
da  modo  explícito  la  afirmación  autonomista.  Las  vueltas  y 
revueltas  del  Sr.  Romero  Robledo  eran  alrededor  del  gru- 
po republicano-progresista,  y  en  nombre  de  éste,  y  por  mi 
insistente  ruego,  habló  su  presidente  D.  Josó  Muro,  en  la 
se&ifrn  del  11  de  Julio  de  1891,  diciendo  lo  siguiente: 

* El  8r.  Romero  Robledo,  pasando  revista  á  la  distinta 
actitud  de  los  partidos  políticos  peninsulares,  fijándote 
señaladamente  en  la  actitud  en  que  pudieran  estar  coloca- 
dos los  partidos  republicanos  respecto  á  la  política  ultra- 
marina, vino  á  afirmar  que  ninguno  de  los  individuos  de 
esta  Minoría  haría  declaraciones  en  el  sentido  de  la  autono- 
mía colonial.  Esta  afirmación  del  Sr.  Romero  Robledo,  no 
tanto  por  sus  términos  como  porque  pudiera  envolver  una 
inculpación  de  falta  de  seriedad  á  mis  compañeros  y  á  mi, 
es  grave,  tan  grave  -jue  en  el  día  de  ayer,  en  el  más  inme- 
diato al  discurso  del  Sr.  Romero,  nosotros  hubiéramos 
opuesto  la  oportuna  rectificación  si  el  debate  hubiera  conti- 
nuado sobre  la  proposición  del  8r.  Moja.  Reanudado  hojv 
aprovechamos  esta  primera  ocasión  para  manifestar  que 
todos  nuestros  actos,  que  toda  nuestra  política,  todas  nues- 
tras declaraciones  son  una  continua  afirmación  del  princi- 
pio y  de  la  tendencia  autonomista  en  la  Península  y  en. 


—  255  — 

Ultramar.  Por  ser  asi  pusimos  nuestras  firmas  en  la  en- 
mienda á  la  contestación  al  discurso  de  la  Corona,  qne  tan 
brillantemente  defendió  aqaí  el  Sr.  Pedregal  á  nombre  de 
todos;  por  ser  asi  suscribimos  antes  de  las  anteriores  Cortes, 
el  acta  qne  estampó  nuestra  conducta,  nuestros  principios  y 
procedimientos  como  regla  y  guia  en  los  debates  parlamen- 
tarios: De  suerte  que  solo  desconociendo  el  Sr.  Romero 
Robledo  estos,  ó  atribuyéndonos  una  volubilidad  de  que  no 
somos  capaces,  pudo  llegar  á  la  conclusión  que  ninguno  de 
nosotros  se  atreverla  á  hacer  declaraciones  en  el  sentido  de 
la  autonomía  colonial. 

No  hay  para  quét  decir,  porque  esto  de  puro  sabido  se 
sobreentiende,  que  en  el  partido  republicano  progresista,  á 
quien  tengo  la  honra  de  pertenecer,  como  en  todos  los  par- 
tidos, tanto  republicanos  como  monárquicos,  dentro  de  la 
integridad  y  la  doctrina,  hay  sobre  estas  cuestiones  y  sobre 
otras  matices  de  opinión  que  no  afectan  á  la  esencia,  y  la 
esencia  es  el  principio  y  la  tendencia  en  los  cuales  todos 
absolutamente  estamos  conformes,  como  que  reiteradamente 
hemos  afirmado,  ratificado  y  suscrito  esos  compromisos.» 


Habla  otro  grupo  republicano  en  la  Cámara,  y  era  el 
posibilista,  en  vísperas  de  entrar  en  el  partido  monárquico 
liberal.  Esto  último  lo  hizo  en  1893,  pero  en  la  sesión  del 
11  de  Julio  del  91  declaró,  por  los  labios  del  Sr.  Celleruelo, 
lo  siguiente: 

c8e  ha  puesto  aqui  en  duda  si  aceptamos  ó  no  el  nombre 
ó  dictado  de  autonomistas,  y  debo  declarar  que  no  lo  acep- 
tamos en  cnanto  á  las  cuestiones  que  á  Ceba  se  refieren. 
Ka  lastimar  absolutamente  en  nada  á  las  dignísimas  per- 
sonas que  llevan  en  esta  Cámara  la  representación  ó  la  ban- 
dera de  este  partido,  nos  vemos  obligados  á  rechazar  ese 
nombre  por  la  significación  que  seguramente  sin  razón 
alguna,  da  la  inmensa  mayoría  de  los  espaSoles  asi  al  nom- 
bro oomo  al  partido  que  con  él  se  apellida. 


Y  hecha  esta  declaración,  solo  me  resta  decir  que  no 
estamos  conformes  con  el  principio  absoluto  de  la  asimila- 
ción; que  lo  encontramos  irrealizable  y  peligroso,  y  lo 


—  256  — 

creemos  además  perjudicial  para  el  desarrollo  de  loa  inte- 
reses de  las  Antillas  y  más  perjudicial  aún  para  los  intere- 
ses del  resto  de  la  Nación. 

Queremos  para  la  Isla  de  Cuba  y  la  de  Puerto  Rico  leyes 
especiales,  leyes  dictadas  y  aplicadas  de  conformidad  con 
el  espíritu  y  con  las  tendencias  modernas  y  en  consonancia 
con  el  alto  grado  de  civilización  que  las  Antillas  han  alcan- 
zado, civilización  y  cultura  que,  si  no  supera,  iguala  por 
lo  menos  la  de  muchas  naciones  europeas  que  marchan  á  la 
cabeza  del  progreso,  i 

En  aquel  debate  solo  el  Sr.  D.  Josa  Carvajal  correspon- 
dió, hasta  cierto  punto,  á  las  esperanzas  del  Sr.  Homero 
Robledo.  Y  digo  hasta  cierto  punto,  porque  si  bien  aqnel 
hombre  político,  en  la  sesión  del  3  de  Julio,  se  manifestó 
opuesto  á  la  autonomía  colonial,  en  cambio  expuso  sus 
deseos  de  que  ese  llevase  á  las  Antillas  la  ley  municipal» 
la  provincial  y  la  electoral  i  con  otras  reformas,  de  modo 
que  la  diferencia  de  Ultramar  y  la  Península  fuera  solo  en 
lo  contributivo,  en  lo  económioo.  Pero  el  Sr.  Carvajal,  coa 
ser  una  personalidad  saliente,  no  hablaba  más  qne  por  su 
cuenta  y  no  formaba  en  grupo  alguno  republicano. 

Por  manera  que  á  mediados  de  1891  otra  vez  se  probó  en 
el  Congreso  que  los  partidos  republicanos  españoles  defen- 
dían la  autonomía  colonial  (1). 

Y  así  corrieron  las  oosas  hasta  que  llegaron  los  debata* 
y  la  votación  de  la  célebre  ley  de  reformas  del  Gobierno  y 
Administración  de  las  Islas  de  Cuba  y  Puerto  Rico, 
en  1895. 

Cuando  se  presentó  al  Congreso  el  Uamido  proyecto  Han* 
ra,  la  Minoría  republioana  se  había  retirado  de  la  Cámara 


(1)    Véase  el  Diario  dé  S¿tiott$t  de  Junio  y  Julio  de  1891  y  mi  diicur- 
10  parlamentario  de  8  de  Julio. 


—  257   — 

por  efecto  de  los  apasionados  debatea  que  produjo  el  incon- 
cebible propósitodel  partido  liberal  peninsular,  de  reformar 
4&  sentido  burocrático  el  régimen  municipal  de  \%  Penínsu- 
la. A  aquella  Minoría  pertenecíamos  el  Sr.  D.  Miguel  Moya 
7  y°i  <lue  «ramos  también  diputados  autonomistas  de  Puerto 
Eioo.  Loa  autonomistas  cubanos  estaban  en  el  retraimien- 
to. La  Minoría,  con  gran  sentido  y  manifiesta  generosi- 
dad, declaró  que,  en  consideración  á  nuestra  procedencia,  á 
la  gravedad  intrínseca  del  problema  ultramarino  y  á  las 
circunstancias  del  momento,  el  Sr.,Moya  y  yo  podríamos  per- 
manecer en  el  Congreso,  con  el  exclusivo  fin  de  discutir  la 
cuestión  colonial. 

JCsta  declaraoión  fué  realzada  por  la  negativa  que  la 
misma  Minoría  dio  á  pretensiones  análogas  de  diputados 
vascongados  y  de  alguna  otra  provincia  peninsular,  solici- 
tados á  la  sazón  por  el  interés  de  la  cuestión  de  las  Capita- 
nías generales  y  la  división  militar  de  España.  La  Minoría 
estimó  qne  nada  de  esto  era  comparable  al  interés  político  y 
excepcional  de  la  cuestión  ultramarina.  Merced  á  estas  de* 
daraeionee  me  fué  dable  recoger  y  contestar  en  las  Sesiones 
del  14  y  15  de  Junio  de  1893,  las  alusiones  y  censuras  que 
el  8r.  Cánovas  del  Castillo  dirigió  pocos  días  antes,  en  el 
Congreso,  al  partido  autonomista  onbano. 

Pero  luego  la  Minoría  republicana  volvió  al  Congreso  y 
pudo  asistir  á  la  disensión  del  proyecto  de  ley  llamado  del 
8r.  Abaraña*  sobre  el  Gobierno  y  Administración  de  las 
Antillas. 

Puede  ya  decirse.  La  Minoría  republicana  no  simpatiza* 
be  con  este  proyecto  ni  con  su  supuesto  inmediato,  el  qne 
en  6  de  Junio  de  1893,  presentó  el  Sr,  Maura.  Tampoco 
ara  yo  un  entusiasta,  pero  mi  disposición  personal  era  bas» 


—  25S   — 


tanto  distinta  de  la  de  los  demás  compañeros  del  grupo- 
republicano;  sin  dada  porque  en  mi  debían  pesar  y  pesaban 
oousideracjénes  procedentes  de  mi  intimidad  con  la  direc- 
tiva autonomista  cabana,  de  un  regular  conocimisnto  del 
medio  antillano  y  de  un  detenido  estudio  del  valor  relativo 
y  del  aloanoe  político  circunstancial  de  aquellos  proyecto*, 
muy  discutibles  si  eran  estimados  solo  como  una  solución 
definitiva  del  problema  ultramarino.  Era  muy  difícil  qne 
loa  diputados  republicanos  peninsulares  apreciaran  todoesto 
de  igual  manera. 

Sigo  prescindiendo  de  detalles  y  de  explicaciones.  Ni  si- 
quiera quiero  sacar  argumento  en  mi  favor  de  lo  que  actual- 
mente pasa  en  Puerto  Rico,  donde  se  plantea  la  refor- 
ma Maura,  sin  reforma  electoral  y  en  beneficio  de  la  oligar- 
quía conservadora.  Es  decir,  realizándose  algo  de  lo  que  yo 
temía. 

Oiré  tan  solo  que  hubo  un  momento  en  que  fué  posi- 
ble y  aun  probable  que  la  Minoría  republicana,  sino  com- 
batía los  proyectos  Maura-Abarzusa,  se  abstuviera  de  vo- 
tarle. Excuso  deoir  lo  que  esta  abstención  hubiera  reper- 
cutido, sol  re  todo  en  las  Antillas,  y  el  daño  que  habría 
causado  á  la  Minoría  autonomista  que  pretendía  represen- 
tar la  nota  más  radical  en  la  pelitioa  ultramarina. 

Por  fortuna  las  dificultades  fueron  vencidas  (no  sin  tra- 
bajo, por  motivos  que  no  son  del  caso)  y  no  oreo  pecar  de 
jactancioso  diciendo  que  contribuyó  bastante  á  nna  solueiós 
satisfactoria  la  circunstancia  de  qne  yo  perteneciera  á  en- 
trambas minorías:  la  autonomista  y  la  republicana.  Por  lo 
pronto  puedo  afirmar  que  hice  gestiones  en  este  sentido  y 
que  á  la  postre  recibí  el  encargo  de  pronunciar  en  plano 
Congreso  algunas  frases  que  dieran  solución  al  conflicto. 


—  259  - 

Mi  breve  discurso  del  18  de  Febrero  de  1895  fué  uno  de 
loa  mis  delicados,  de  los  más  difíciles  que  he  pronunciado 
en  mi  ja  no  corta  vida  parlamentaria.  Entonces  dije: 

c  Bueno  es  que  se  sepa,  es  decir,  que  se  confirme  (porque 
aqui  se  ha  dicho  constantemente)  que  nosotros  consideramos 
este  dictamen,  sin  estimarnos  parte  en  este  concierto  ni 
autores  de  esa  obra.  De  otro  modo,  nuestra  acción  de  parti- 
do propagandista  cesaría  en  el  momento  de  votarse  esa  ley. 
Eso  ya  Jo  dijimos  cuando  por  primera  vez  presentó  su  pro- 
yecto el  Sr.  Maura,  y  tuve  )0  que  usar  de  la  palabra  para 
recoger  una  alusión  del  Sr.  Cánovas  del  Castillo  (1).  Ya 
entonces  dije,  no  sólo  por  propia  cuenta,  sino  llevando  ia 
vos  del  partido  autonomista  de  la  isla  de  Cuba  (que  para 
ello  me  había  autorizado  por  medio  de  un  telegrama  suscri- 
to por  el  digno  Presidente  de  aquella  directiva),  ya  coton- 
ees dije,  que  el  partido  no  era  participe  en  aquella  empresa 
ni  asumía  responsabilidad  directa  respecto  de  aquel  pro- 
yecto, pero  que  lo  consideraba  como  un  progreso  cuja  ten- 
dencia era  necesario  apoyar  por  su  harmonía  con  el  principio 
de  la  especialidad  de  la  legislación  ultramarina;  entendien- 
do además  que  importaba  mucho  mantener  al  propio  tiempo 
nuestro  peculiar  criterio  en  la  cuestión  colonial,  y  llevar 
nuestras  soluciones,  hasta  donde  fuera  posible,  á  la  seria 
reforma  enunciada. 

fin  tal  supuesto  se  hace  preciso  repetir,  que  nosotros  no 
somos  verdaderos  autores  ni  confeccionadores  de  ese  dicta- 
men, ni  podemos  asentir  á  todas  sus  soluciones,  pero  que  de 
ninguna  suerte  desconocemos  sus  méritos  en  relación  con 
muchos  y  muy  considerables  intereses  (2).  Quiero  decir  con 
esto,  que  ni  por  un  solo  instante  hemos  dejado  de  ver  los  de- 
fectos de  este  dictamen,  y  que,  al  prestarle  hoy  el  concurso 
bien  definido  de  que  habló  el  Sr.  Montoro,  no  obramos  por 
sorpresa  ni  i  or  arrebato,  ni  aun  bajo  la  presión  de  aquella 
alegría  propia  de  quien  advierte  que  se  le  otorga  algo  que 
no  podía  ni  debía  esperar,  per  lo  menos  en  el  momento  en 
que  se  le  hace  el  regalo.  Conviene  que  conste  que  para  fijar 
nuestra  actual  actitud  hemos  meditado  bastante,  inspirán- 


(1)  Beaióa  del  14  de  Julio  de  1898. 

(2)  Convendrá  tener  presente  el  artículo  que  con  mi  firma  y  rubro 
4e  L»  PotUica  Colonial  en  1898  publiqué  &  principios  de  1894  en  el  pe- 
riódico madrileño  La  Jutticia.  Luego  fué  reproducido  en  un  folleto  de 
propaganda  política  titulado  Bipartido  ContralUta. 


—  260  — 

don  os  en  la  conocida  tradición  de  la  Minoría  parlamentaria 
Autonomista. 

t  Podría  aducir  muchas  pruebas,  pero  voy  á  citar  tan  sólo 
dos  ó  tres  ejemplos.  En  primer  término,  á  nosotros  no  ha 
debido  satisfacernos  la  forma  empleada  en  este  dictamen 
para  recabar  los  votos  del  Congreso. 

Tampoco  ha  podido  pasar  para  nosotros  como  cosa  de- 
poca  importancia,  el  hecho  de  sacar  de  este  Parlamento  na  • 
cionul,  donde  el  elemento  electivo  y  popular  tiene  tan  viva 
representación,  ciertas  atenciones  para  llevarlas  al  Consejo 

Jar  cubano,  constituido,  no  sólo  por  vocales  designados 
libremente  (asi  se  dice)  por  el  pueblo,  si  que  por  individuos 
de  la  libre  designación  del  Gobierno,  y  en  perjuicio,  como  es 
entura),  de  la  independencia  de  aquel  centro  y  de  Ja  supre- 
macía del  elemento  representativo.  Este  defecto  resulta  más- 
grave,  por  no  acompañar  á  la  ley  que  discutimos  aquella 
amplia  reforma  electoral  que  creíamos  patrocinada  por  ele» 

tos  muy  templados  de  esta  Cámara  y  hasta  por  miem- 
bros importantes  de  ese  Gobierno. 
* » *■•••••••.*•••■•••••••■.  •«••••••••••••••••    •••••  •»- 

*  Además,  Sres.  Diputados,  es  necesario  rectificar  nn  error 
qna  oigo  cou  mucha  frecuencia  repetido  p  r  todas  partes. 
1 1*  autonomía  colooial  no  se  resuelve  pura  y  exclusivamen  - 
te  en  el  propósito  de  arrancar  á  los  Po  'eres  centrales  facul- 
tades y  atribuciones,   para  llevarla*  allende  los  mares   y 

íarlas  á  instituciones  ó  á  centros  de  carácter  más  ó  me- 
nod  burocrático  ó  privilegiado.  No,  de  ninguna  suerte  La 
autonomía  en  tesis  general,  la  autonomía  que  piden  los  par* 
tidos  autonomistas  de  Cuba  y  de  Puerto  Rico,  que  son  esen- 
cialmente democráticos,  no  se  limita  á  una  derogación  de 
facultades  del  Poder  central,  sino  que  consiste  en  delegar 
aquellas  facultades  que  no  impliquen  en  lo  más  mínimo- 
mengua  de  derechos  correspondientes  á  la  soberanía  impe- 
rial, á  centros  populares,  á  instituciones  similares  á  las  de 
la  Metrópoli,  á  elementos  apropiados  por  su  origen  y  cir- 
cunstancias para  desempeñar  funciones  que  antes  estuvie- 
ran conferidas  al  elemento  electivo  y  responsable. 

Es  preciso  rectificar  una  vez  más  este  error,  porque  si  él 
prevaleciera,  seria  cosa  de  creer  que  estaba  dentro  de  las 
tendencias  autonomistas  arrancar  al  Congreso  su  competen- 
cia, para  cualquier  ramo  de  la  Administración  ó  cualquier 
interés  de  gobierno  (por  ejemplo,  la  fijación  de  contribucio- 
nes, la  atención  postal,  ó  el  régimen  arancelario  nltramari- 


—  261   — 

ao),  con  el  fin  de  entregarlo,  por  ejemplo,  á  la  Junta  da 
autoridades  de  Coba  6  Puerto  Rico. 

»Con  lo  cual  se  cometería  el  mismo  error  de  pensar  que 
habían  sido  inspiradas  en  un  sentida  autonomista  las  re- 
formas que  en  el  siglo  pasado  realizó  el  Marqués  de  Pom- 
bal  en  el  Brasil,  restando  ciertas  facultades  del  Poder  cen- 
tral, para  conferírselas  á  autoridades  y  centros  coloniales 
cuyo  carácter  era  unas  veces  oligárquico,  otras  dictatorial, 
negando  asi  el  principio  de  expansión  que  constituye  la 
base  del  régimen  autonómico  que  nosotros  sostenemos  y 
proclamamos. 

1Y0  declaro  con  toda  franqueza  que,  siendo  muy  circuns- 
pecto y  meticuloso  en  ciertos  puntos  el  actual  proyecto» 
seria  más  gubernamental,  y  á  mi  juicio  más  orgánico  y 
completo,  si  en  el  particular  de  que  trato  se  ajustara  al 
programa  que  sostiene  el  partido  autonomista  cubano.  Nos- 
otros todos  queremos  la  separación  del  presupuesto  nacio- 
nal y  del  presupuesto  local.  Al  presupuesto  nacional  trae- 
mos todas  las  atenciones  del  Imperio  en  la  forma  y  en  la 
cuantía  que  se  determine  por  la  voluntad  libérrima  de  las 
Cortes,  y  á  esos  gastos  generales  del  Imperio  ó  de  la  Nación 
queremos  que  contribuyan  las  colonias  ó  provincias  de 
Ultramar  con  la  cuota  que  les  corresponda  en  condiciones 
análogas  (tomando  en  cuenta  la  riqueza,  la  población,  etcé- 
tera) á  las  de  las  provincias  de  la  Península.  Y  entendemos 
al  lado  de  esto  que,  sin  rozamientos  de  ninguna  especie, 
bajo  la  autoridad  suprema  del  Gobierno,  con  la  interven- 
ción en  su  caso  de  las  Cortes,  y  manteniendo  integro  el 
derecho  imperial  que  nosotros  reconocemos  quizá  con  más 
eficacia  que  las  escuelas  opuestas,  las  Antillas  deben  tener 
la  facultad  de  determinar  sus  presupuestos  locales  y  de 
frjar,  no  sólo  sus  gastos,  sino  sus  ingresos  para  satisfacer 
aquéllos  y  para  pagar  la  cuota  que  á  aquellas  comarcas 
corresponda  en  vista  de  las  atenciones  generales  ó  naciorfa- 
.  les  que  las  Cortes  señalen.  Claro  es  que  la  fijación  de  esa 
cuota  cumple  á.  la  plenitud  de  la  ¿¿epresentación  nacional; 
de  ninguna  suerte  á  las  Asambleas  insulares.  Triste  cosa  es 
necesitar  estas  explicaciones  evidentes  y  sencillísimas  para 
rectificar  tantas  preocupaciones  y  tantos  prejuicios  como  nes 
atajan  el  camino,  en  círculos  de  notoria  ilustración. 

a  >Porque1  hoy  por  hoy,  ha  de  lucharse  con  la  inmensa 
dificultad  que  resulta  de  una  contradicción  visible  entrañad» 


—  262   — 

en  el  reconocimiento  pleno  de  la  facultad  de  fijar  loa  gasto» 
al  Consejo  insular,  y  una  reserva  completa  á  favor  de  la 
Metrópoli  en  el  punto  de  fijar  loa  impuestos  y  arbitrar  Jos 
recursos  para  la  satisfacción  de  aquellas  atenciones.  Tengo 
para  mi  que  seria  más  completa  la  obra,  más  franca,  más 
orgánica,  más  definitiva,  si  se  reconociese  á  aquellos  países 
la  facultad  para  determinar  su  orden  financiero  bajo  su 
plena  responsabilidad  y  con  su  innegable  y  auperior  com- 
petencia, lo  cual  pudiera  hacerse  de  una  de  dos  maneras: 
ó  bien,  como  yo  entiendo  que  seria  lo  máa  justo,  abando- 
nando por  completo  esta  facultad  á  las  colonias,  como 
sucede  en  las  Antillas  inglesas,  ó  bien  dejando  á  la  colonia 
la  fijación  y  distribución,  en  un  gran  grupo  de  impuestos, 
de  la  casi  totalidad  de  ellos,  y  reservándose  el  Poder  cea* 
tral  algúja  impuesto  determinado  y  que  le  pareciera  segura 
y  de  fácil  administración,  cerno  sucede,  por  ejemplo,  en  la 
Península,  por  virtud  del  concierto  económico  vigente  en 
la  actualidad  en  las  provincias  Vaaeongadas.  Algo  análogo 
pasa  en  las  Antillas  francesas;  de  modo  que  no  Be  trata  do 
ninguna  originalidad  alarmante. 


»Y  siendo  nosotros  asi,  radical  y  fu nd ¿mental me u te 
opuestos  á  la  política  del  pesimismo;  no  entrando  en  nues- 
tro programa,  ni  por  hipótesis,  aquesta  fórmula  antigua  de 
todo  ó  nada;  atentos  á  recoger  el  menor  incidente  para 
aprovecharle  y  darle  vida  con  nuestras  ideas  y  nuestras 
tendencias;  al  ver  este  dictamen  hemos  creído  de  todo  punto 
necesario  hacer  dos  cosas:  en  primer  término,  declarar 
públicamente  que  es  un  positivo  progreso,  porq  ae  esta  es  la 
verdad ;  y  de  otro  lado .  afirmar  nuestra  franca  situación, 
en  cuya  virtud,  al  mismo  tiempo  de  instaurarse  esas  nuevas 
instituciones,  á  las  que  nosotros  hemos  de  prestar  calor  y 
aquella  dedicación  que  son  necesarios  para  su  efectividad, 
al  mismo  tiempo,  repito,  hemos  de  mantener  enhiesta  núes* 
tra  bandera,  con  nuestro  programa  bien  deriuido,  con  núes 
tras  aspiraciones  bien  determinadas,  entendiendo  que  las 
instituciones  progresivas,  á  medida  que  se  realizan,  consti- 
tuyen nuevos  estímulos  y  nuevas  garandas  para  mayores 
progresos. 

•  Del  mismo  modo  es  necesario  que  se  entienda  que  «1 
partido  autonomista  antillano  es,  por  declaración  expresa 
ae  su  programa,  un  partido  radicalmente  democrático. 
Y  no  menos  cierto  que  todo  esto  es  que  cuanto  decimos  en 


—  263  — 

d uastro  programa,  todo  lo  creemos  de  realización  próxima  y 
hasta  urge  ote,  sin  distingos,  ni  reservas,  ni  equívocos* 

1L0  mismo  qa  eremos  el  principio  de  la  identidad  de  loa 
derechos  de  los  ciad  adanes,  que  el  procedimiento  de  la  des- 
centralización en  vista  de  la  autonomía  (que  es  el  concepto 
positivo  de  la  doctrina),  para  conseguir  dos  cosas.  A  saber: 
allá,  en  las  Antillas,  la  mayor,  más  oportuna  y  más  com- 
itente atención  ¿  tas  necesidades  locales;  y  aquí  en  la 
Metrópoli,  el  descargo  de  responsabilidades  y  obligaciones 

tías  verosímiles,  pero  qua,  impuestas  al  Poder  central, 
producen  compromisos  excepcionales  y  evidentemente  son 
5a  principal  causa  de  las  q nejas,  recelos,  criticas,  perturba- 
ciones y  deas  airea  que  llenan  la  historia  de  las  colonias 
contemporáneas,  y  cupo  término  h%  coincidido  con  el  triun- 
fo defímitivo  de  la  solución  autonomista  en  las  principales 
colonias  del  mundo,  para  evitar  la  violenta  emancipación  de 
«atas,  1 


tUno  de  los  mayores  peligros  de  toda  clase  de  reformas 
ultramarinas  constate  en  que  estas  aparezcan  en  la  Gaceta 
y  que  luego  no  se  traduteau  ea  hechos.  Y  no  es  menor  peli- 
gro el  que  resalta  del  hechi  de  que  planteándose  esas 
reformas  con  recta  i  o  tención  y  buen  sentido,  luego,  por 
aspiraciones  diversas  ó  por  pasión  iJe  partido  ó  por  intereses 
de  la  burocracia  se  malogren,  recibiendo  en  las  Colonias 
distinta  interpretación  de  Ja  primitiva,  genoina  y  verdade- 
ra. Esto  es  doblemente  importante  tratándose  de  un  proyecto 
de  bases  que  necesita  dea  en  volverse  en  un  articulado  que 
al  ñu  y  al  cabo  no  conocemos. 

t Tened  presente  toda  nuestra  historia  colonial.  Aquellas 
inmortales  leyes  nuevas  de  Carlos  V,  en  favor  délos  in- 
dios, se  aplicaron  del  modo  desastroso  que  evidencian  las 
Policías  secretas  del  Perú,  redactadas  por  los  marinos  don 
Jorge  Juan  y  D .  Antonio  Uiloa. 

«Las  Dobles  iniciativas  del  año  1 1  y  las  leyes  votadas  por 
las  Cortes  gaditanas,  también  se  llevaron  á  América  de 
ana  manera  completamente  contradictoria  y  la  más  apropia- 
da para  exacerbar  los  ánimos,  conturbados  ó  suspensos  por 
efecto  del  baatardeamiecto  ó  el  positivo  fracaso  de  la  mayor 
parte  de  las  grandes  reformas  del  Marqués  de  la  Sonora,  á 
unes  de  siglo  iViil 

>  Aún  más:  en  nuestro  mismo  tiempo  tenemos  una  ley  res- 
pecto de  la  anal  es  constante  y  unánime  el  parecer  de  todos 
ios  partidos  antillanos;  la  ley  de  relaciones  de  1882.  Hizose 

j-8 


—  264  — 

aquella  ley  equivocadamente  (y  yo  tuve  que  consignar  alga* 
na  declaración  respecto  de  ella  en  el  momento  de  ser  vota* 
da),  pero  con  un  buen  deseo,  con  un  buen  propósito  de 
armonía  y  con  un  patriotismo  indiscutibles.  Hubo  error  en 
aquella  ley,  pero  peores  efectos  produjo  bu  contraria  inter- 
pretación por  sucesivos  decretos,  que  destruyeron  el  princi- 
pio de  igualidad  antes  proclamado,  é  hicieron  de  la  fórmula 
del  cabotaje  un  aparato  para  cubrir  la  más  irritante  desi- 
gualdad de  los  productos  antillanos  y  peninsulares,  hasta 
el  punto  de  provocar,  como  he  dicho,  la  protesta  hoy  de  to- 
da Cuba,  que  realmente  no  puede  vivir  sometida  á  tales 
rigores  (1). 

> Pues  bien,  señores:  de  la  misma  manera,  este  es  un  pro- 
yecto que  representa  un  progreso  sobre  lo  que  existe,  y  que 
es  ademas  un  gran  compromiso  de  todos  aquellos  ele- 
mentos que  han  resistido  más,  hasta  ahora,  en  Cuba,  la 
tendencia  reformadora.  Implica,  además,  la  cooperación  de 
todos  los  elementos  políticos  de  la  Península  en  vista  prin- 
cipalmente del  orden  de  nuestras  Antillas. 

»Y  termino  haciendo  otra  indicación  que  me  recomiendan 
amigos  queridos. 

iHe  hablado  primeramente  como  individuo  del  partido 
autonomista  cubano.  No  he  podido  excusarme  de  hacer  algu- 
na alusión  á  mi  antiguo  carácter  de  Diputado  por  Puerto  Ki- 
co,  exponiendo  algo  por  mi  propia  y  exclusiva  cuenta-  Pero 
al  termiiar  no  puedo  prescindir  de  3a  situación  que  me 
crea  el  pertenecer  también,  en  el  orden  de  la  política  gene- 
ral, á  una  de  las  Minorías  republicanas  del  Congreso. 

»No  tengo  que  decir  que  yo  hubiera  estimado  mucho  que 
cualquiera  de  mis  dignos  compañeros  de  este  grupo— «I 
digno  presidente  de  la  Minoría  centralista,  por  ejemp/o, — 
hiciera  declaraciones  más  completas»  terminantes  y  autori- 
zadas. Asi  lo  he  suplicado.  Pero  estos  queridos  compañeros 
míos  me  han  hecho  el  honor  de  encargarme  que  hiciera  una 
declaración  en  su  nombre.  A  saber:  que  tilos  también  concu* 
rrirán,  si  es  necesario ,  á  la  votación  de  esta  reJormat  con  el 
mismo  sentido  de  armonía  y  de  progreso  que  he  expuesto  en 
este  breve  discurso^  pero  con  las  reservas  propias  de  su 
carácter  político  y  entendiendo  que  si  se  realiza  un  pro- 
greso, importa  mantener  viva  la  fe  en  los  grandes  ideales 
y  recomendar,  por  una  propaganda  incesante  y  una  gran 


(1)     Sesión  del  Congreso  del  29  de  Mayo  de  1S82,    Véase  ademAa  mi 
libro  Cuution m palpitantes,  donde  se  demuestra  esto  si  detalle. 


—  265   — 

confianza  en  la  opinión  pública,  la  plenitud  de  las  solucio- 

iltes  definitivas  de  carácter  liberal  y  democrático  que  hemos 
sostenido,  sin  equivoco  ni  vacilaciones,  en  el  transcurso  de 
estos  últimos  veinte  aílos. » 


No  tengo  para  qué  decir  la  satisfacción  que  me  produjo 
la  aprobación  que  mis  compañeros  de  lae  dos  Minorías, 
autonomista  y  republicana,  dieron  á  mis  palabras*  Bien 
puedo  afirmar  que  por  ellas  no  hubo  votación  nominal  en 
el  Congreso,  y  quede  allí  salió  con  el  concurso  de  todos, 
pero  por  diversos  motivos,  la  ley  de  reformas  de  18 1 5, 

Todavía  después  de  las  sesiones  de  Febrero  y  Marzo  de 
|W$,  se  habló  de  Ultramar  en  las  Cortes.  El  partido  li- 
beral cayó  en  Abril  de  aquel  año,  pero  las  Cortes  no  fueron 
disueltas.  Prestáronse  los  liberales  á  apoyar  para  legalizar 
la  situación,  al  Gabinete  Cánovas,  y  lo  hioieron  en  términos 
de  una  enorme  debilidad,  después  confirmada  y  ampliada 
por  otros  hechos,  hasta  el  punto  de  que  haya  podido  decirse 
que  la  flaqueza  es  la  nota  actual  del  partido  dirigido  por  el 
tir.  Sagasta.  Lo  reconozco  con  pena,  por  lo  mismo  que  son 
notorias  mis  simpatías  por  ese  partido,  conforme  á  mi  cri- 
terio político  relativamente  optimista ,  como  tas  decía  el 
Sr.  Cánovas  del  Castillo  en  so  último  discurso  del  Senado. 

Los  diputados  liberales  exageraron  su  benevolencia  para 
los  conservadores  en  las  postrimerías  de  las  Cortes  de  1S95; 
de  tal  suerte  que  los  Presupuestos  generales  del  Estado  y 
los  de  Cuba  y  Puerto  Ilieo  quedaron  entregados,  para  su 
discusión,  á  los  diputados  republicanos,  en  medio  de  una  es- 
pantosa soledad,  á  la  cual  contribuyeron  la  actitud  y  dispo- 
sición de  la  prensa,  que  quiso  también  hacer  el  vado  alrede- 
dor de  la  gestión  parlamentaria  repito!  i  rana. 

Solo  por  el  c-elo  y  la  energía  de  los  republicanos  pudieron 


—  26*   — 

ser  disentidos,  en  aqnel  año  de  1895,  los  presupuestos  de  las 
Antillas.  Cnando  llegó  la  hora  del  debate  estaban  ausentes 
casi  todos  los  diputados  autonomistas  de  Cuba,  que  re- 
gresaron á  la  isla  apenas  votada  •  la  ley  de  reformas  de 
Marzo. 

EL  Sr.  Pedregal,  en  la  sesión  de  7  de  Junio  de  1895,  com- 
batió el  Presupuesto  de  Puerto  Rico,  afirmando  la  solución 
autonomista.  Yo  le  secundé  en  la  misma  sesión.  Y  á  po- 
co, »?4  19  de  Junio  de  1895,  volví  á  discutir  La  cuestión 
colonia),  como  autonomista  y  como  republicano,  comba* 
tiendo  el  Presupuesto  de  Cuba.  Entonces  los  republicanos 
mantuvimos  la  tradición  parlamentaria  autonomista  abso- 
lutamente opuesta  á  la  política  de  las  autorizaciones. 

En  seguida  se  suspendieron  las  sesiones  de  Cortes.  Pero 
pronto  el  problema  cubano  tomó  una  importancia  excepcio- 
nal >  En  su  vista  se  reunió  la  Minoría  parlamentaria  repu- 
blicana y,  después  de  maduro  examen,  entendió  que  era  ar- 
gente la  apertura  del  Parlamento  para  discutir  este  proble- 
ma* AI  efecto  se  resolvió  hacer  uña  gestión  cerca  del  Gobier- 
no é  invitar  oficiosamente  á  los  demás  grupos  parlamenta- 
rios á  que  prestaran  su  concurso  para  la  protesta  oportuna. 
Pero  nadie  correspondió  á  esta  excitación,  y  á  la  postre  la 
Minoría  republicana  se  vio  constreñida  á  publicar  un  docu- 
mento de  innegable  importancia,  cuya  segunda  parte  está 
consagrada  por  completo  á  la  cuestión  ultramarina.  Este 
documento,  dirigido  al  Sr.  Cánovas  del  Castillo,  dice  asi: 

*  Los  Senadores  y  Diputados  á  Cortes,  que  suscriben, 
acuden  á  V.  E.  en  calidad  de  Presidente  del  Consejo  de 
Ministros,  y  en  tanto  responsable  legitímente  del  ejercicio 
de  las  prerrogativas  del  Jefe  del  Estado,  con  el  doble  fin 
de  hacer  constar  su  expresa  protesta  por  la  grave  y  trans- 
cendental infracción  constitucional  que  implica  el  no  ha- 


—  267  -        ' 

berse  realizado,  o  i  poderse  ja  realizar,  la  reunión  de  las 
Cortea  antea  del  3  i  del  mes  actual,  y  de  pedir  la  convoca- 
ción de  aquéllas  para  que  la  voz  del  pala  sea  oída  por  el 
órgano  de  en  representación  legal,  en  las  circunstancias, 
por  lo  criticas,  angustiosas  y  verdaderamente  extraordina- 
ria* ,  en  qne  al  preseLte  se  halla. 

I  Todas  nuestras  Constituciones,  asi  las  qne  han  regida' 
más  ó  frenos  tiempo,  como  ¡as  qne  no  pasaron  de  proyecto» 
exigen  qne  las  Cortes  se  reúnan  todos  los  años.  La  diferen- 
cia entre  ella*\  en  punto  á  este  precepto,  consiste  en  qne 
las  inspiradas  en  un  sentido  más  liberal,  en  previsión  de 
qne  los  Gobiernos  pudieran  mistificar  el  proyecto,  acatán- 
dole en  sn  letra,  pero  no  en  su  espirita,  señalan  el  día  en 
que  aquéllas  ha  a  úb  reunirse,  y  la  duración  mínima  de 
cada  legislatura,  ó  ambas  cosas,  en  lo  cual  se  conformaban 
con  lo  que  acontece,  no  ya  en  los  países  constituidos  en 
Repúb  ica,  sino  en  Jas  más  de  las  Monarquías  constitucio- 
nales de   Kuropa. 

»Fero>  de  que  bajan  admitido  esas  limitaciones  la  Consti- 
tución de  1 845  y  la  vigente,  ¿se  sigue  que  pueda  legal  mente 
darse  el  caso  de  que  transcurra  mucho  más  de  un  año,  hasta 
dieciocho  meses,  sin  que  se  reúnan  las  Cortes,  como  acon- 
tecería si  se  diera  por  bueno  que  las  sesiones  ce  obradas  en 
un  año,  correspondientes  á  uoa  legislatura  comenzada  en  el 
anterior,  ban  de  e u te u 'ier*>e  celebradas  en  cumplimiento 
del  precepto  constitucional  con  relación  al  primero? 

*Que  do  se  entendió  asi  en  el  tiempo  en  que  rigió  la  Cons- 
titución de  1845,  'o  prueba  la  solicitud  que  con  fecha  2$  de 
Diciembre  de  1866  elevaron  105  Dipntados  á  la  Reina  Doña 
Isabel  II,  en  la  cual  se  dice  que  cen  vano  se  buscan  artificio- 
sas interpretaciones  á  una  prescripción  ouya  inteligencia  es- 
tá no  solamente  fijada  por  sus  orígenes,  sino  solemnemente 
consagrada  por  una  práctica  no  interrumpida,  que  puede 
considerarse  como  parte  integrante  de  la  Constitución!.  Y 
como  los  orígenes  de  Ja  prescripción  del  Código  de  1876  no 
ion  ctros  qoe  lo*  de  la  consignada  en  la  de  1845,  y  á  mayor 
abundamiento  son  idénticos  los  términos  en  que  aparece 
redactada  en  ambos,  creemos  excusado  distraer  por  más 
tiempo  la  atención  de  V.  E.  con  género  alguno  de  disquisi- 
ciones sobre  este  particular. 

*Lo  único  orne  cumple  á  los  Senadores  y  Diputados  que 
suscriben,  os  consignar  sn  más  solemne  protesta  en  contra 
de  una  tal  infracción  de  la  Constitución,  ó  de  tan  errónea 
interpretación  de  la  misma,  por  virtud  de  la  cual)  cerno  si 


t 


LOWl   1   A  imUliJII  J  2X9Q 

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na* Ctt  CÍ  ^■IIH  sig&s. 
f*siy>Sya»5sr  ;ttiki«fn  osdssemei  seises- 
^est**  l«i^MM4<  4  ommtom  wn^T.-iiw  ¿tsmaii*  e¿  hmm  ám 
Js  p**>*  /  fe  4w«n  buii^ri,   s»  ks>j  i^aí   sassásudsd 
*  j****  i  **  *44pei¿*  i*  j«s  smcLms  asá*  ssWcaades  psn 


*  4  «&a  4ns«m  qss,  si  es  dckocasm  cato  todas 
,  $•**>*  !  :«7»r  tras  de  si  1*  rúa.  de  1*  Penissnls 

****  to  :  ido  á  ls  suerte  da  lss  inu; 

tf a  el  caso  qas.  confiase*  decisiva  de  1* 

[¿sotóla  á  ls  isls  de  Cabs;  y  entre 

¡o*  h*y  '■jrjft  proclamas  ls  necesidad  de  oom- 

*se#  (s  tatsrrsceioii  de  ls  faena  con  el  planteamiento  de 

0*ftrfrfthñ  i^jüíj^ss  mis  h  ¡aeuos  rsdiesJes.  ¿T  cuándo,  süio 


—  269  — 

ahora,  y  dónde  sino  en  al  seno  de  la  Representación  nació  - 
nal,  puede  y  debe  discutirá*  problema  tan  difícil  y  que  por 
tantea  y  tales  motivos  afecta  á  la  salad  de  la  Patria? 

íQae  esa  guerra  funesta  dure  ó  acabe;  que  se  conduzca 
con  fortuna  ó  con  desgracia;  que,  en  el  caso  mejor,  termine 
pronto  7  bien,  siempre  tendrían  que  dejar  oir  su  vos  las 
Cortes  para  resolver  el  problema  de  evitar  su  reproducción. 
En  cualquier  otro  caso,  desde  el  menos  malo  hasta  el  peor 
posible,  el  Gobierno  tendría  apoyos,  medios  y  recursos  que 
están  á  punto  de  faltarle,  si  se  ha  da  mantener  dentro  de  la 
legalidad.  Nuestro  ejército,  que  se  muestra  en  esta  campa- 
ña, por  lo  valeroso,  al  igual  de  loe  primeros,  y  por  lo  su- 
frido, superior  á  todos,  alcanzarla  la  recompensa  á  que  tie- 
ne derecho  el  que  muere  por  la  patria,  al  saber  que  el  país 
conocía,  estimaba  y  agradecía  sus  servicios  y  hacia  saber 
al  mondo  á  toda  hora  que  el  ejército  que  pelea  en  duba  e« 
el  brazo,  el  corazón  y  la  voluntad  de  España. 

>8i  se  cree  que  ha  1  legado  para  el  régimen  parlamentario 
en  nuestro  país  la  hora  de  au  muerte,  dígase  y  óbrese  en 
consecuencia;  que  esto  será  mil  veces  preferible  á  menos» 
preciar  ó  poner  en  ridiculo  las  instituciones  que  le  sirven 
de  fundamento,  ó  4  demostrar,  por  modo  indirecto,  que 
éstas  sólo  son  tolerables  en  circunstancias  llanas  y  coman  ■ 
tes,  é  imposibles  ó  perjudiciales  en  las  arduas  y  difí- 
ciles. 

■Al  velar  los  que  suscriben  por  la  legalidad  constitucional 
y  por  el  prestigio  de  las  Cortes,  y  pedir  que  estas  se  reúnan, 
puestj  el  pensamiento  en  las  dificultades  presentes  y  en  las 
mis  gravea  que  puedan  sobrevenir»  dan  muestra  manifiesta 
de  su  preferencia  en  favor  de  toda  solución  que  pueda  ha- 
llarse, mediante  el  funcionamiento  normal  de  loe  Poderes 
públicos.  Si  éstos  se  muestran  sordos  á  nuestra  petición,  no 
desconocemos  que  se  acrecentarán  los  deberes  que  para  con 
el  país  tenemos,  entre  los  cuales  no  seria  ciertamente  el  me- 
nor el  de  procurar  y  alcanzar  muy  pronto  la  unión  de  todas 
las  fuerzas  republicanas  de  modo  y  manera  que  pudiera  to- 
mar sobre  sí,  como  obligado  empeño,  la  defensa  del  derecho 
y  el  amparo  del  honor  de  la  Patria, 

>¿£adríd  25  de  Diciembre  de  1S9  5,— Exorno.  Sr.:  Tiberio 
Afila.— Gumersindo  A  acárate. —Juan  G.  Ballesteros. — 
Eduardo  Baselga.  — Eduardo  Benot.  —José  de  Carvajal. — 
José  Fernando  González. — Gonzalo  Julián. — Rafael  María 
de  Labra. — Baldomero  Lostau. — José  Marenco.— José  Mel* 
garejo.— José  Muro. — Manuel  Pedregal.— Francisco  Pi  y 


—  270  — 

Margall.— Bafael  Prieto  y  Canjea.-  José  María  Ramírez. — 
Calixto  Kodrignez.— Nicolás  Salmerón.» 

Eeta  protesta  fué  oficialmente  contestada  por  el  Gobierno 
conservador  en  las  columnas  de  la  Gaceta.  Y  no  tuvo  mas- 
consecuencias  en  el  orden  de  los  hechos  inmediatos  y  posi- 
tivos. Pero  es  evidente  que  por  ella  la  Minoría  Republicana 
apareció  como  la  tínica  interesada  en  la  defensa  del  presti- 
gio del  Parlamento  y  en  el  debate  y  la  precisa  determina* 
ción  del  estado  de  la  grande  Antilla. 

Pa  pena  considerar  lo  que  después  han  dicho  los  parti- 
dos monárquico?  y  casi  tcdos  los  periódicos  madrileños, 
que  á  fines  de  1895  excusaron  el  más  ligero  apoyo  á  los  di- 
putados y  senadores  republicanos.  Después  de  aquella  fecha 
se  han  reproducido  en  todos  los  tonos  los  argumentos  y  las 
protestas  consignados  en  el  dooumento  de  ?5  de  Diciembre 
de  1895.  Pero  el  Gobierno  ha  continuado  desoyendo  estas 
quejas  y  buscando  pretextos  y  excusas  para  su  desdén  en  la 
actitud  de  los  monárquicos  cuando  los  republicanos  pedían 
inútilmente  la  apertura  del  Parlamento, 


^\ 


XVI 


Pronto  íaeron  di  sueltes  las  Cortes  liberales.  A  las  añe- 
ramente convocadas  para  1896  no  concurrieron  los  republi- 
canos. De  modo  qua  estos  nada  pudieron  hacer  dentro  del 
Parlamento  en  pro  de  las  libertades  de  Ultramar  y  para  el 
leal  cumplimiento  de  la  ley  votada  en  Marzo  de  1895,  En 
«fta  situación  hemos  llegado  al  momento  presente. 

Pero  hay  que  advertir  qne  en  1S96  tuvo  efecto  nía  hecho 
qae  demuestra  bien  el  interés  constante  de  los  republicanos! 
por  la  cansa  ultramarina»  y  lo  qne  por  ella  hubieran  traba- 
jado si  desgraciadamente  y  mny  contra  mi  parecer,  no  se 
hubiese  impuesto  el  retraimiento  en  la  Península. 

Coincidió  con  la  proclamación  del  retraimiento  la  consta- 
tación de  la  Unión  Republicana,  de  qne  después  hablaré. 
Miembro  de  Ja  Unión  y  ponente  de  la  Comisión  que  formuló 
lis  bases  de  la  Mi  noria,  yo  re  o]  ame  de  todos  y  cada  uno  de 
los  individuos  de  aquella  Jauta  qne  declararan  si  en  el  casa 
d&  ser  yo  electo  representante  parlamentario  de  las  Antillas 
podría  ó  no  aceptar  este  cargo,  sin  detrimento  de  la  disci- 
plina republicana.  De  esta  suerte  sometí  á  la  Junta,  no  el 
pinto,  de  si  yo  debía  ó  no  llevar  la  representación  de  Cuba 


—  272  — 

6  Puerto  Rico  en  estos  críticos  momentos,  sino  la  cuestión 
de  la  compatibilidad  de  aquella  representado d  oca  el  puesto 
que  ocupaba  en  el  oentro  superior  de  la  Unida  Republi- 
cana, 

Reprodújoee  ahora  lo  que  sucedió  cuando  loa  diputados 
republicanos  se  retiraron  del  Congreso  en  1 893. 

Por  unanimidad  quedé  autorizado,  en  vista  de  mis  antece- 
dentes, mis  compromisos  y  mía  soluciones  de  política  oolo- 
nial,  asi  como  del  grave  estado  de  nuestras  Antillas,  para 
tomar  asiento  en  las  Cámaras  eipaíiolaa,  en  el  supuesto 
siempre  de  que  en  estas  no  me  habría  de  ocupar  de  política 
general. 

Después  de  esto  fui  nombrado  miembro  del  Directorio  de 
la  Unión  Republicana,  y  á  peco,  la  Universidad  de  la  Haba- 
na,  sin  consultarme  y  aun  sin  previo  aviso,  me  honró  con  el 
cargo  de  Senador,  á  titulo  de  autonomista. 

Eei  estas  condiciones  y  con  tales  supuestos  pude  yo  pro- 
nunciar en  el  Senado  mi  discurso  de  30  de  Junio  de  139e\ 
Al  Sanado  fui  por  el  voto  de  los  autonomistas  cubanos,  pero 
además  expresamente  autorizado  per  los  republicanos  espa- 
ñoles para  defenderla  solución  autonomista.  Y  después  de 
mi  discurso  no  esouohé  la  menor  critica  de  mis  correli- 
gionarios de  la  Península. 

.  Por  cierto  que  en  estos  últimos  dias  se  han  dicho  y  han 
pasado  tales  cosas  á  mi  alrededor  que  me  parece  de  alguna 
utilidad  recordar  algo  de  lo  que  hablé  en  el  Senado  en  Junio 
del  90.  Han  transcurrido  solo  unos  cuantos  meses,  y  lo  que 
entonces  se  dijo  y  suoedió,  parece  ya  un  hecho  casi  de  la 
Edad  Media.  ¡Qaé  solicitud  de  parte  de  la  mayoría  de  las 
gentes  para  que  nadie  se  acuerde  de  lo  pasado,  y  aun  para 
que  se  piense  que  la  Autonomía,  como  la  solución  doctrinal  y 


—  27*  — 

como  medio  de  concluir  la  guerra  cubana,  es  una  cosa  nuera, 
de  estos  últimos  días,  por  nadie  entrevista  ni  recomendada 
tata  estos  instantes  de  incomparable  adivinación! 

ID  discurso  de  1896  tuvo  un  triple  propósito. 

Primero»  señalar  la  gravedad  interior  é  internacional  de 
la  guerra  de  Cuba»  Segundo,  recabar  de  los  partidos  go- 
bernantes de  la  Península  declaraciones  explícitas,  tanto  res  - 
pacto  de  la  situación  de  la  grande  Antilla,  como  sobre  la 
manera  de  resolver  el  doble  problema  allí  planteado,  de  la 
inmediata  pacificación  de  la  Isla  y  de  su  porvenir  político  y 
social  más  ó  menos  próximo»  Y  tercero,  ratificar  los  com- 
promisos del  Partido  autonomista  cubano  en  pro  de  la  ban- 
dera española,  precisar  sus  honradas  disposiciones  y  adver- 
tir franca  y  noblemente  lo  que  era  necesario  para  que  la  bue- 
na voluntad  y  los  esfuerzos  de  ese  partido  surtan  el  efecto 
apetecible  para  la  pronta  y  definitiva  pacificación  de  Cuba. 

Desenvolviendo  esta  última  parte,  entonces  dije  que,  el 
propósito  de  los  insurrectos  cubanos  se  reducía: 

•1.°  A  que  la  guerra  dure  el  mayor  tiempo  posible,  da* 
rante  el  cual  pueden  sobrevenir  conflictos  interiores  que  cea* 
tnpliquen  directa  ó  indirectamente  la  fuerza  de  la  i ü surrec- 
ción. 

2.°  A  destruir  la  riqueza  del  país,  contando  coa  qoe 
aquélla,  una  vez  concluida  la  guerra,  y  dada  la  admirable 
disposición  de  Cuba,  se  levantaría  de  nuevo,  merced  al  capi- 
tal extranjero,  mientras  que  su  destrucción  por  el  momento 
privaba  de  recursos  al  Gobierno  español,  ponía  exclusiva* 
mente  á  cuenta  del  Tesoro  de  la  Península  los  enormes  gaa* 
tos  de  la  guerra,  y  empujaba  con  el  acicate  del  hambre,  y 
les  estímulos  de  la  pasión,  á  millares  de  hombres  al  campo 
rebelde. 
Y  3.°  A  evitar  todo  lo  posible  los  choques  sangrientos 
r  oon  el  ejército  nacional  para  escusar  el  apasionamiento,  en 
1  la  firme  creencia  de  que  el  español  es  valiente  y  sufrido  y 
fc    que  la  guerra  no  terminará  por  la  fuersa  de  las  arma»  si  no 


—  274   — 

por  la  imposibilidad  material  y  económica  de  España  de 
sostener  la  campaña. 

Nada  de  esto  era  un  misterio,  Todo  lo  decían  á  cada  mo* 
mentó,  hasta  en  periódicos,  los  jefes  de  la  insurrección.  > 

Por  opuesto  modo  el  interés  de  España  consistía: 

1 .°  En  concluir  la  guerra  pronto  y  bien;  es  decir,  con 
relativa  ra pides  y  de  un  modo  definitivo  que  no  obligase  á 
mantener  en  Cuba  un  ejército  de  ocupación,  ni  consintiese  la 

Srobabilidad  de  una  nueva  insurrección  deotro  de  cinco  ó 
ies  años. 

1.°  En  defender  y  fomentar  la  agonizante  riqueza  de 
Coba,  tanto  en  vista  de  los  apuros  presentes  y  de  )o§  cálcu- 
los de  los  insurrectos,  cuanto  de  la  pronta  reconstrucción 
del  país  el  día  anhelado  de  la  paz. 

3.°  En  oponer  á  la  política  de  la  i  a  surrección  el  en  tu* 
si  asmo  de  la  población  cubana  que  había  de  quitar  a  aque- 
lla la  mayor  parte  de  su  fuerza  y  escusa  ría  &  la  Península 
considerables  sacrificios,  permitiendo  á  la  Met  ó  poli  una 
acción  más  libre  en  sos  relaciones  y  gestiones  internado 
najes. 

Frente  á  este  comolicado  problema — añalí, — necesita- 
mos, por  interés  patriótico,  «conocer  con  todi  claridad  y 
precisión,  las  opiniones  y  los  propósitos  de  las  partidos  go- 
bernantes de  España,  asi  como  el  país  cubano  espera  que  de 
los  actnales  debates  parlamentarios  salga  una  grotn  ori&tUa 
dan  poli  tica,  qae  permita  considerar  el  problema  tremendo 
de  aqueila  guerra,  con  mayor  fortaleza  y  más  esperanza»» 

Para  inquirir  aquellas  opiniones  y  aquellos  propósitos, 

me  esforcé  en  fijar  bien  el  alcance  de  la  pretensión  diciendo: 

»No  se  trata  ahora  de  determinar  las  causas  generales  de 
la  guerra  de  Cuba.  Esa  es  otra  cuestión  que  exorno  ahora 
reflexivamente.  Se  trata  solo,  como  antes  he  dicho,  del  esta- 
do actual  de  la  guerra  cubana.  Tampoco  se  puede  confundir 
el  punto  discutible  con  el  problema  colonial  completo  de  Es- 
paña y  con  las  reformas  necesarias  en  Cuba  cuando  la  gue- 
rra termine.  La  cuestión  es  más  concreta  y  más  urgente.  Se 
trata  de  averiguar  el  mejor  medio  de  con  clin  r  pronto  y  bien 
ja  guerra  en  la  grande  Autillo .  > 

Luego  continué: 

«Hasta  ahora  han  emitido  su  opinión  el  Gobierno  por 


^ 


—  275  — 

medio  del  Discurso  de  la  corona  y  el  partido  liberal  por 
medio  del  discurso  que  en  representación  de  ia  min oí  i la  de 
este partido  pronunció  el  exministro  D.  Pió  Gallón,  com- 
batiendo la  política  conservadora.  Ni  uno  ni  otro  han  sido 
explícitos.  El  problema  es  mucho  más  apremiante  y  grave 
de  lo  que  suponen  esos  dos  discursos. 

•Pero,  además,  el  Gobierno,  que  lleva  la  total  representa* 
(rión  de  los  conservadores  españoles,  insiste  en  el  tremendo 
error  de  reducir  la  cuestión  de  Cuba  á  una  cuestión  de  faer- 
sa.  Para  él,  todo  se  reduce  á  soldados,  barcos  y  dinero  de 
la  Península.  No  le  ha  producido  el  menor  efecto  el  progre* 
so  constante  de  la  insurrección  á  medida  que  se  acentuaba 
esa  política  exclusiva.  Y  llega  al  extremo  de  renunciar  por 
completo  á  las  reformas  de  1895,  no  sólo  en  Cuba  perturba- 
da, sino  en  Paerto  Rico  tranquila,  con  lo  coal  comete  una 
verdadera  iniquidad,  y  olvida  que  las  reformas  hechas  en 
Puerto  Rico  desde  1869  á  1873,  sirvieron  de  argumento 
para  que  el  general  Martínez  Campos,  con  ese  ejemplo»  lo- 
grase la  paz  del  Zanjón. 

•Además  es  inexplicable  que  hombres  dedicados  al  estudio 
de  nuestra  bintoria  colonial  desconozcan  ú  olviden  el  papel 
que  desempeñó  la  culta  y  morigerada  isla  de  Puerto  Rico, 
cuando  á  los  comienzos  del  siglo  se  iniciaron  en  las  Anti- 
llas españolas  las  reformas  recomendadas  por  el  marqués  de 
la  8onora,  para  salvar  el  dominio  español  en  el  continente 
hispano-americano. 

»fiste  se  perdió  por  persistir  nuestros  gobernantes  en  la 
política  reaccionaria  y  en  los  empeños  de  fuerza.  No  hay  un 
libro  de  historia  contemporánea,  escrito  fuera  de  España, 
que  no  lo  declare  explícitamente.  Cuba  y  Puerto  Rico  se 
conservaron  y  prosperaron  mediante  las  reformas  de  181  Bf 
llevadas  á  teliz  término  por  el  intendente  Ramírez,  bajo  la 
inspiración  de  los  hombres  de  Cádiz:  mas  antes  de  ser  üe  - 
vadas  estas  reformas  á  Cuba,  se  ensayaron  en  Puerto  Rico 
y  su  éxito  en  esta  isla  autorizó  y  facilitó  la  obra  en  la  otra. 

»Asi  Puerto  Rico  parece  hecho  exprofeso  para  salmr  con 
su  cordura  y  patriotismo  estas  dificultades  de  la  política  es- 
pañola. No  hay  ya  que  hablar  del  admirable  efecto  con  que 
en  Puerto  Rico,  desde  1869  á  1874,  se  implantaron  la  abo- 
lición de  la  esclavitud,  la  representación  parlamentaria*  el 
sufragio  universal,  las  libertades  democráticas,  el  lib.  I  de 
la  Constitución  del  69,  y  la  descentralización  administrati- 
va, por  las  reformas  casi  autonomistas  del  Municipio  y  la 
provincia  en  1872. 


—  276  — 

>8in  embargo,  cuando  el  partido  liberal  hizo  la  reforma 
electoral  en  1892,  agravió  al  elector  portorriqueño,  ponién- 
dole en  peores  condiciones  qne  el  peninsular  y  el  cabane, 
dándole  una  credencial  de  español  de  tercera  clase,  qne  de- 
corosamente no  podia  aceptar  (ni  aceptó)  un  país  que  habla 
practicado  con  éxito  el  sufragio  universal  y  siguificádose 
por  su  cultura  y  civismo.  Ahora  el  Gobierno  conservador 
paga  su  lealtad,  negándole  las  reformas  del  95  por  que  no  se 
ha  sublevado» 

•En  tal  sentido,  quizá,  puede  decirse,  que  el  Gobierno 
ahora  da  un  paso  atrás,  porque  el  Mensaje  entraña  un  bilí 
de  indemnidad  por  el  incumplimiento  de  las  reformas  vota- 
das con  urgencia  en  1895,  autorizando  aquel  al  Gobierno 
para  desistir  de  ellas. 

»T  no  vale  decir,  como  afirma  el  Discurso  de  la  corona, 
que  se  ha  prescindido  de  aquella  ley,  porque  la  rechazarom 
los  partidos  insulares  y  singularmente  el  autonomista.  Es 
verdad  que  estos  dirigieron  al  gobierno  dos  extensas  y  ra- 
zonadas mociones  en  4  de  Majo  y  19  de  Abril  del  año  pa- 
sado; pero  sobre  que  el  texto  de  esas  mociones  dice  literal- 
mente lo  contrario  de  lo  que  supone  el  Gobierno  (bien  que, 
conforme  se  agravaron  las  circunstancias,  los  autonomistas 
recomendaron  una  mayor  amplitud  en  los  reglamentos  que 
hacia  imprescindibles  la  ley  referida,  dentro  del  sentido  del 
sef  government),  hay  que  reparar  que  las  gestiones  mencio- 
nadas para  que  se  hiciera  esas  ampliaciones  fueron  poste- 
riores al  hecho  positivo  de  haberse  resuelto  el  Gobierno  á 
infringir  la  ley,  que  debía  estar  en  práctica  á  mediados  de 
Junio,  y  para  lo  cual  eran  precisas  disposiciones  previas  de 
de  detalle  que  ni  se  dieron  ni  al  cabo  se  darán.  La  ley  de 
Marzo  era  sólo  una  ley  de  bases  que  obligaba  al  Gobierno, 
inmediatamente,  á  desarrollar  esas  bases  por  lo  menos  en  la 
Baceta. 

«Ahora  si,  con  el  cambio  de  las  circunstancias  y  el  pro- 
greso extraordinario  de  la  insurrección,  ya  esas  reformas 
serán  insuficientes,  par  lo  menos  para  atajar  el  vuelo  de  la 
guerra,  y  desd6  Juego  para  impedir  aquello  en  cuya  consi- 
deración se  votaron  el  año  pasado,  y  que  seguramente  ha- 
brían impedido  planteadas  á  tiempo.  Es  decir,  la  guerra. 

»Y  no  es  sólo  el  abandono  de  la  reforma  poli  tica.  SI  dis- 
curso de  la  Corona  no  tiene  una  palabra  para  la  reforma 
económica;  ni  siquiera  para  la  reforma  arancelaria,  cuya 
urgencia  proclamaron  los  mismos  conservadores  en  las  Cor* 
tes  pasadas. 


—  277  — 

iPara  después  qve  la  guerra  concluya,  el  Gobierno  ofrece» 
mayores  ptj  aneíones  á  1*  Teda  antillana.  En  el  discurso  de 
la  Corona  se  lee  Jo  siguiente:  «Fácilmente  será  admisible  la 
asimilación,  en  cuanto  sea  posible,  annqne  nada  resolvería 
esto  sólo  de  por  sí  en  el  estado  en  qne  por  necesidad  dejará 
la  isla  la  insurrección  después  que  ten^a  fin.  Guando  tal 
cago  llegue,  preciso  ha  de  ser,  para  que  la  paz  se  consolide 
en  ellas,  el  dotar  á  entrambas  Antillas  de  una  personalidad 
administrativa  y  económica  de  carácter  exclusivamente  local, 
pero  que  haga  expedita  ¡a  intervención  total  del  país  en  sus 
negocios  peculiares,  bien  que  manteniendo  intactos  los  dere- 
chos de  Ja  soben  nía,  é  intactas  las  condiciones  indispensa- 
bles para  su  subsistencia. 

■Con  esto  el  Gobierno  peca  por  una  extremada  vaguedad, 
que  siempre  hará  estériles  sus  mejores  propósitos.  Porque 
Ja  fórmula  empleada  no  dice  gran  cosa,  sobre  todo  en  labios 
de  conservadores:  si  bien  autoriza  á  los  viejos  propagandis- 
tas de  la  autonomía  colonial  en  España  para  sospechar  que 
se  trata  de  la  solución  por  estos  cien  veces  recomendada, 
puesto  que  nadie  sino  ellos  en  España  han  hablado  (y  con 
vivísima  protesta  de  parte  de  los  conservadores  de  toda 
clase)  de  la  personalidad  de  Cuba  y  del  derecho  ágobernarse 
ella  müma,  dentro  y  bajo  la  indiscutible  soberanía  de  Es» 
pana.  Para  explicar  su  doctrina  han  dicho  mil  veces  que 
pretendían  ttoda  la  descentralización  compatible  con  la 
unidad  del  Estado  y  la  integridad  nacional». 

«Ahora  bien,  si  esto  € s  lo  único  que  el  Gobierno  prepara, 
¿por  qué  no  lo  dice  con1  lisura  y  claridad?  El  equivoco  es 
en  estos  momentos  contraproducente,  toda  vez  que  es  de 
pensar  que  las  promesas  del  Discurso  de  la  Corona  se  han 
hecho  para  que  produzcan  un  efecto  inmediato  en  Cuba,  en 
España,  en  Europa ,  en  América,  y  en  vista  de  la  pronta  y 
completa  terminación  de  la  guerra.  El  Gobierno  plantea 
casi  una  nueva  tesis  académica. 

»Por  otro  lado,  los  antecedentes  del  partido  conservador  y 
de  nuestros  actuales  gobernantes,  no  son  los  más  abonados 
para  determinar  la  confianza,  y  menos  aún  la  confianza  en 
vaguedades  y  equívocos.  ¿  hora  mismo  acaba  de  faltar,  no 
solamente  á  sus  compromisos,  no  aplicando  la  ley  de  1 5  de 
Marzo  de  1895.  Y  su  insistencia  en  conducir  la  cuestión  de 
Cuba  á  un  problema  de  guerra,  patentiza  en  absoluto  falta 
de  fe  en  la  eñeacia  de  los  recursos  morales  y  la  política  ex- 
pansiva para  resolver  las  crisis  de  los  pueblos. 

i  Despees  de  todo,  esa  misma  equivocada  solución  queda 


—  278  — 

reservada  para   ana   fecha   incierta:   para  cuando  Urmi» 
tu  la  guerra,  aobre  cuyo  estado  actual,  coyas  orecientes 

mitades  y  cayo  porvenir  inmediato  se  prescinde  en  ab« 
soJato,  como  si  los  extraordinarios  sacrificios  qae  la  Penín- 
sula hace  no  merecieran  qae  se  precisase  la  situación  y  se 
determinase  con  datos  positivos,  faera  de  los  cablegramas 
i B  iales  de  la  Habana,  el  resaltado  más  que  probable  de 
tan  excepcionales  cuanto  nobilísimos  empeños. 

>La  guerra,  pues,  continuará  como  hasta  aquí,  salvo  lo 
que  para  so  terminación  no  prefijada  pncdau  influir  las 
vagas  frases  y  las  promesas  equivocas  de  la  Corona.  Por 
este  camino  no  hay  que  esperar  que  las  dificultades  pre- 
sentes cesen.  £1  problema  será  dentro  de  poco  más  pa- 
voroso. 

La  actitud  del  partido  liberal  en  esta  cuestión,  tampoco 
es  satisfactoria.  Verdad  qae  ha  ratificado  sus  compromisos 
en  favor  del  \  lantén  mié  uto  de  la  ley  de  reformas  de  15  de 
Manso  de  1895.  pero  también  ha  añadido  que  esto  no  será 
mientras  subsista  la  guerra  en  Cuba. 

Ha  llevado  su  temerosa  circuospec¿ión  hasta  prescindir 
de  Puerto  Rico,  á  ou*a  isla  va  infirió  ese  partido  el  agra- 
vio de  la  reforma  electoral  de  1894,  que  determinó  el  re- 
traimiento en  que  hasta  el  dia  perseveran  los  autonomistas 
portorriqueños.  Es  posible  que  el  partido  liberal  se  incline 
á  plantear  desde  luego  las  reformas  en  la  pequeña  Antilla: 
asi  lo  han  dicho  con  repetición  los  perió lieos  liberales  ata- 
cando al  partido  conservador.  Pero  el  Sr.  Gallón —  quo  ha 
llevado  la  represeotaoióa  de  aquel  cfrupo  político  en  el  de- 
bate del  Senado— no  ha  hecho  diferencias,  ni  esclarecido 
el  punto. 

«Pero  lo  más  raro  está  en  que  ese  partido  se  limita  á  pre- 
sentar como  solución  del  couflioto  cubano  las  reformas  del 
95  y  se  excusa  de  discutir  el  tema  sugerido  por  el  discurso 
de  la  Corona  respecto  de  la  solución  definitiva  entrañada 
en  la  personalidad  administrativa  y  económica  de  las  Aa* 
tillas,  que  bien  pudiera  ser  el  solf  government.  Excusán- 
dose de  este  examen  el  partido  liberal,  falta  á  una  de  las 
condiciones  fundamentales  del  régimen  parlamentario  que 
no  consiente  que  el  Parlamento  sea  sólo  el  lugar  donde  se 
presentan  mociones,  mensajes  ó  fórmulas  para  el  mero  oo« 
nocimiento  del  país  ó  de  lo¿  Poderes  públicos,  siso  el  sitio 
donde  se  examinan  y  debaten  esas  fórmulas,  con  la  obli- 
gación por  el  lado  de  los  partidos  gobernantes  de  oontro- 
vertir  as  de  cada  uno  de  éstos  de  carácter  práotioo,   apli- 


—  271  — 

-cables  dentro  del  horizonte  visible  de  1»  política  palpitante. 

•Por  esto  el  partido  liberal  (aparte  de  otros  motivos  que 
¿escandan  en  el  supuesto  de  la  división  interna  de  éste),  se 
folla  obligado,  cual  ningún  otro,  á  desentrañar  los  propó- 
sitos del  Gobierno  y  á  discutir  asi  el  problema  cubano  de 
actualidad  como  el  de  porvenir  inmediato,  en  los  términos 
planteados  por  el  Discurso  de  la  Corona,  por  los  partidos 
locales  cubanos  y  por  la  opinión  pública  de  España  y  del 
extranjero.  En  este  punto,  era  indispensable  que  ese  parti- 
do emitiera  su  parecer  sobre  la  autonomía  colonial  conside- 
rada ya  no  sólo  como  doctrina,  sino  como  medio  de  pacifi- 
cación moral  y  material  de  las  Antillas. 

»Por  otra  parte,  apenas  se  oom prende  que  el  partido  li- 
beral reduzca  todo  su  programa  á  recomendar,  sin  el  me- 
nor comentario,  la  instauración  de  las  reformas  del  95, 
después  de  terminada  la  guerra;  porque  no  en  balde  van 
ya  pasados  dieciséis  meses  de  ésta,  y  se  ha  promovido  en 
Ceba  una  situación  politioa  radicalmente  opuesta  á  la  de 
Junio  de  1893  y  Febrero  de  1895  y  los  partidos  locales 
cubanos  han  tomado  otra  actitud.  JSl  autonomista  ha  for- 
mulado sus  Memorándum  da  Mayo  y  Septiembre,  y  hoy 
patrióticamente  rectifica  parte  de  las  dec  araciones  que  en* 
toncos  hizo,  en  vista  de  circunstancias  contrarias  á  las  que 
determinaron  su  anterior  compromiso  (1). 

iPorqne  es  evidente  que  el  principal  propósito  que  presi- 
dió á  la  votación  de  aquella  ley  —la  evitación  de  hondas  per- 
turbaciones políticas  y  de  orden  público  en  Cuba, — no  se 
ha  logrado,  sea  de  quien  fuere  la  culpa  del  suceso.  Resulta, 
pues,  inconcebible  que  oon  la  misma  bandera  de  Marzo  de 
1*95,  se  pretenda  ahora  animar  al  pais  y  concluir  la  guerra, 
dejando  para  nn  porvenir  incierto  la  enmienda  de  defectos 
utn  transcendentales,  ya  señalados  detalladamente  hace  año 
y  medio,  como,  por  ejemplo,  el  mantenimiento  del  censo 
electoral  que  sostiene  el  carácter  oligárquico  de  la  represen- 
tación ultramarina,  contrastando  con  el  sufragio  universal 
H)ue  existe  en  el  resto  de  la  nación  española,  cuyas  piovin 
«¿as  no  tienen  más  razón  ni  título  que  los  que  pueden  osten- 
tar las  Antillas;  ó  como  la  nota  esencialmente  burocrática 
del  Consejo  de  administración,  nombrado  en  su  mayor  par- 


tí) Batos  Memorándum  faaron  publicados  por  mí  en  Janio  de  i89f, 
«a  am  folleto  que  dediqué  al  Senado,  rectificando  la  explicación  que  de 
-ellos  había  dado  el  Sr.  Cánovas. 

"9 


—  280  — 


te  de  real  orden;  ó  como  la  negación  del  derecho  de  laaoor*» 
poraciones  insulares  de  votar  los  impuestos  para  cubrir  gas  ■ 
tos  cuya  designación  libremente  se  las  permite,  de  modo  que 
se  acuse  con  mayor  energía  la  impotencia  de  aquellos  cen- 
tros, ó  en  fin,  como  )a  excusa  de  la  competencia  insular  para 
establecer  el  Arancel  cubano,  cuando  cada  vez  aparece  con 
mayor  evidencia  la  imposibilidad  da  que  el  Ministerio  de 
Ultranur  pueda  emanciparse  de  la  presión  que  aquí  hacen 
algunos  elementos  industriales  de  fa  T  enlnsula,  para  man- 
tener con  mayor  ó  menor  desenvoltura  el  principio  de  la  ex  ■ 
p] o t ación  mercantil  de  las  colonias,  fuera  de  toda  compensa- 
ción y  toda  equidad . 

t£l  mismo  partido  liberal,  al  votarla  ley  de  reformas  en 
Marzo  de  1895,  ofreció  la  reforma  electoral  para  plazo  muy 
próximo.  Ahora  no  puede  esperar  que  Jas  gentes  se  entu- 
siasmen con  las  deficiencias  de  hace  año  y  medio,  y  prescin- 
dan de  todo  lo  que  ha  pasado  en  este  tif  mpo,  y  que  sólo  pue- 
de ser  estimado  como  nuevos  motivos  para  recabar  una  re- 
solución justa  y  definitiva. 

»Pero  todavía  es  más  inconcebible  que  el  partido  liberal 
se  crea  dispensado  de  explicar  franca  y  detenidamente  las 
razones  de  su  actitud  del  momento,  el  rumbo  de  un  política 
y  sus  opiniones  sobre  el  problema  del  setf  govemvient  plan- 
teado en  todas  partes,  al  terminar  de  las  guerras  coloniales 
contemporáneas,  como  un  medio  de  fortificar  los  quebranta 
dos  vínculos  de  las  colonias  con  sus  Metrópolis. 

•  Esto  último  constituye  un  gran  pecado,  tanto  porque  me- 
diante  esta  reserva  se  redoce  el  espacio  y  se  excusan  los  da- 
tos necesarios  para  el  libre  juego  de  les  elementos  gobernan- 
tes, cuanto  porque  esa  actitud  es  incompatible  con  la  repre- 
sentación progresiva  é  iniciadora  del  Partido  liberal  y  con- 
tradice ías  tradiciones  de  éste  en  la  historia  colonial  aspa- 
ñola  de  los  últimos  quince  años.  Se  trata,  pnest  de  una  ver* 
dadora  subversión  deideap,  tendencias  y  actitudes,  » 

Después  hice  detenida  alusión  á  loa  compromisos  y  las 
soluciones  que  respecto  de  la  cuestión  colonial  tenia  el  par- 
tido republicano.  No  oculté  el  interés  de  éste  en  que  se  evi* 
denciase  que  ninguno  de  los  actuales  partidos  gobernantes  y 
en  general  ningún  partido  monárquico  tiene  ni  puede  tener 
solución  para  la  cuestión  colonial  y  señaladamente  para  la 
de  Cuba    Pera  añadí  que  era  preciso  reconocer,  obrando 


—  S«I  — 

oon  sinceridad»  que  tsi  bien  el  partido  republicano  tiene  las 
soluciones  mié  acertadas  y  eficaces  para  el  problema  anti- 
llano, éste  podía  ser  todavía  solucionado,  en  lo  que  tiene  da 
argente,  bien  que  no  da  un  modo  definitivo,  por  Jos  partidos 
gobernantes  españolee,  á  condición  de  decidirse  á  prescin- 
dir de  loe  procedimientos  circunspectos  ó  contradictorios 
qae  han  sucedido  á  la  pgz  del  Zanjón  y  á  cumplimentarla 
en  todos  sus  extremos  y  c informe  á  las  crecientes  exigen- 
cias de  Iob  tiempos,  adoptando  aquellas  actitudes  y  aquellas 
medidas  acreditadas  por  tolas  las  experiencias  coloniales 
contemporáneas,  para  resolver  conflictos  análogos. 

Igs  stí,  pues,  en  que  era  de  todo  punto  indispensable  que 
los  partidos  gobernantes  hablasen  oon  perfecta  claridad. 

Y  terminé  mi  discurso  con  estas  frases; 

(Permitidme  acariciar  la  esperanza  de  que  los  debates 
que  ahora  se  desarrollan  en  el  Senado  español  produzcan 
un  resultado  análogo  al  de  los  debates  de  1860  sobre  la 
cuestión  de  Méjico  y  la  política  de  España  en  las  Repúblicas 
snd  americanas.  (Ojalá  qne  por  vuestros  votos  salga,  con  la 
afirmación  absoluta  del  derecho  incontrastable  de  España 
al  mantenimiento  de  las  Antillas  bajo  la  bandera  de  la 
Patria  común,  la  proclamación  de  la  Autonomía  co  onial, 
como  el  medio  acreditado  por  todas,  absolutamente  por 
todas  las  experiencias  contemporáneas,  para  asegurar  la 
satisfacción  inmediata  y  cumplida  de  las  necesidades  lo* 
cales  y  el  principio  sagrado  de  la  integridad  nacional  que 
todos  estimamos  como  una  imposición  del  honor  y  una  exi- 
gencia de  la  economía  general  del  mundo  político  de  nuee* 
tro  tiempo. 

>De  todas  suertes  yo  quiero  creer  que  aquí  resultará  tríun* 
f*n te  y  por  todos  aclamado  el  principio  de  que  los  grandes 
conflictos  sociales  se  resuelven  primeramente,  y  sobre  todo, 
par  medios  morales  y  políticos  y  que  la  base  más  sólida  de 
los  Gobiernos  es  el  concurso  y  el  amor  de  los  pueblos » 1 

Después  de  este  discurso  se  pronunciaron  varios  en  el 
Senado  y  en  el  Congreso,  resultando  un  debate  largo  é  io- 


—  282  — 

tereaan te,  pero  de  pocas  soluciones .  Seguramente,  ninguna 
inmediata,  precisa  y  práctica. 

Esa  discusión  ha  sido  resumida  en  an  folleto  publicado 
por  aquel  entonces  con  el  titulo  de  La  Autonomía  colonial 
ante  las  Cor  íes  españolas  y  la  opinión  pública  de  la  Penin* 
tula,  con  motivo  de  la  guerra  de  Cuba{}}* 

En  este  folleto  se  dice  lo  siguiente,  que  ee  por  todo  ex- 
tremo exacto: 

«De  todo  el  debate  parlamentario  sobre  el  Mensaje,  re* 
mita: 

1.°  Que  el  Gobierno  permanecerá  durante  le  guerra  de 
Cuba  en  el  staíu  quo,  lo  mismo  en  la  grande  An  tilla  que 
en  Puerto  Rico;  es  decir,  dejando  en  abandono  definitivo 
las  reformas  de  1895  y  prestando  todo  su  apoyo  al  partido 
incondicional  de  Puerto  Rico  y  al  de  la  Unión  Constitucio- 
nal de  Cuba. 

'2.°  Que  para  después  de  la  guerra,  el  Gobierno  ofrece 
á  las  Antillas  su  régimen  deseen tralizadnr  á  la  manera  del 
Btlf  governmmt  inglés,  pero  sin  definirlo  ni  prepararlo 
desde  ahora  por  ningún  procedimiento  político. 

3  °  Que  el  partido  liberal  de  la  Península  se  reserva  ab- 
solutamente respecto  de  las  soluciones  futuras  y  definiti- 
vas para  las  Antillas;  opinando  que  mientras  dure  la 
guerra  se  deben  plantear  las  reformas  del  95  en  Puerto  Ri 
co,  promulgándolas  solo  en  la  Gaceta  de  Cubat  con  loa  re- 
glamentos de  estas  reformas  para  aplicarlos  en  aquella  i  día 
asi  que  llegue  la  paz,  y  haciendo  desde  luego  la  reforma 
arancelaria  en  ambas  Antillas.  Por  último,  cree  que  prc*a 
concluir  la  guerra  es  necesario  utilizar  medios  políticos  al 
lado  del  esfuerzo  militar* 

4,°     Que  el  partido  de  la  Unión  Constitucional   de  Cuba 


(1)     Hé  aquí  su  con  tu  nido; 

Lot  discursos  dñl  Senador  antonomMía  D.  Rafall  M.  d§  Labra  — Lot 
dtl  Jíflor  Presidtnté  d§l  Conté/ o  de  Ministros  0.  Antonio  C&novo*  d«I 
Castillo  —  L$*  dthattt  rf#J  Stn*do  y  it  CQngr$$o . —L?*  opiníünoj  ds  ¿o* 
lihtr&Ui  i  iow  constrvadartt  $n  ti  Parlamento  — -Ei  juicio  d*  Ja  pt*ift#a 
fnintular,  ■ 


~\ 


—  283  — 

sostiene  á  todo  trance  el  procedimiento  exclusivo  de  la  gua- 
rrada cual  atribuye  muy  particularmente  á  la  división  da 
aquel  partido  que  produjo  la  aparición  del  partido  reformis 
ta  cubano,  á  la  falta  de  reaodes  de  gobierno  y  á  Ja  exagera- 
dÓn  de  la  propaganda  autonomista.  Para  después  de  ter- 
minada la  guerra  y  asegurada  la  paz  (como  aquel  partido  la 
entiende)  acepta  las  re  formas  que  la  nación  decrete  y  qtt€ 
garanticen  su  soberanía^  todo  con  reservas  en  armonía  con 
el  criterio  tradicional  de  aquel  grupo  político  ultraconser- 
vador y  en  oposición  franca  á  la  solución  autonomista. 

Y  5.*  Que  si  el  partido  liberal  ha  estado,  en  términos 
genera!  es,  de  acuerdo  con  el  Sr.  Labra  y  con  los  autono- 
mistas de  Cuba,  en  que  es  preciso  que  la  acción  política 
acompañe  á  la  acción  militar  para  dominar  la  iobtirreccíón 
cubana,  el  señor  Presidente  del  Con  tejo  de  Ministros  ha 
estado  á  la  postre,  bien  que  de  un  modo  teórico,  tu  as  pró- 
ximo á  las  afirmaciones  doctrinales  y  á  la  estimación  de 
ciertas  condiciones  y  cierttB  aspectos  de  la  guerra  hechas 
por  el  senador  Sr.  Labra.  » 


XVJI 


Pero  los  republicanos  españolea  han  hecho  mucho  más 
que  todo  lo  expuesto. 

Hasta  aguí  he  hablada  de  la  representación  parlamen- 
taría republicana.  Ahora  voy  £  tratar  de  los  partidos  re- 
publicanos y  de  la  prensa  republicana  independiente  ó  ser- 
vidora y  órgano  de  aquellos  partidos. 

Sabido  es  que  después  del  golpe  del  3  de  Enero  de  1874  y 
por  la  resistencia  de  algunos  de  los  prohombres  republica- 
nos de  aquella  fecha  á  sostener  la  bandera  de  la  legalidad 
son  el  apoyo  del  ejército  del  Norte,  todavía  los  devotos  de  la 
República  pretendieron  reorganizar  sua  fuerzas  y  disputar 
á  los  favorecidos  por  el  general  Pavía  la  dirección  definitiva 
de  la  política  española.  Con  tal  motivo  se  verificaron  alga- 
lias juntas  de  notables  en  el  curso  det  año  74  y  aun  se  llego 
i  un  acuerdo  sobre  las  soluciones  doctrinales  del  partido 
reorganizado. 

Este  acuerdo  se  formuló  en  un  documento  dividido  en 
dos  partes.  En  la  primera  se  consignaban  las  bases  del  credo 
repuWcano;  en  la  segunda  se  expresaban  las  reforma* 
§POtpaUila  ce*  otra*  organizaciones  política*  diferente*  U 


—  285  — 

h  Federación.  Entre  esas  reformas  figuraban  las  siguientes: 
Ahuman  inmediata  de  la  esclavitud  m  Cuba. — Constitu- 
ción de  un  régimen  civil  di  nuestras  provincias  ultramari- 
na* sobre  la  base  de  los  derechos  naturales  del  hon%  br$  y  de 
un*  progresiva  descentralización,  política  y  administrativa 
ksuta  llegará  la  autonomía  colonial. 

Por  desgracia  «ate  Programa  no  se  pnblíc6.  El  8r .  Pí  y 
Hargall  no  preató  su  asentí miento,  separándose  del  dicta- 
men de  los  Srea,  F  ignaras,  Salmerón,  Chao  j  otros  carao* 
terrado*  pereo najes  del  antiguo  partido  federal,  asi  eomo 
de  un  grupo  de  antiguos  radicales  comprometidos  definiti  - 
vamente  en  favor  de  la  Ropublica  (1]. 

A  fines  de  í  874  tuvo  efecto  la  insurrección  militar  de 
tíagunto,  y  en  1375  tomó  posesión  del  trono  el  rey  D.  Al- 
fonso. A  poco  comentaron,  con  diferentes  motivos,  las  per- 
secuciones de  al  ganos  conspicuos  republicanos .  Se  inició  la 
emigración  de  éstos  y  se  desistió  en  España  de  todo  trabajo 
de  reorganización  de  los  partidarios  de  la  República,  El 
Sr,  Rmii  Zorrilla,  que  de  Portugal  había  venido  á  fines  de 
1894,  para  intentar  una  nueva  aproximación  de  republicanos 
antiguos  y  viejos  radicales,  tuvo  que  desistir  y  que  trasladar- 
se á  Francia,  desde  donde  comenzó  á  preparar  una  nueva 
revolución.  A  poco  también  faó  desterrado  el  Sr,  Salmerón. 


(1  El  Programa  &  que  se  alad»  arriba  era  abra  do  conciliación,  par* 
de  notas  aamy  radie  alas  «a  «i  orden  da  la  desee  ntraliiaeión  y  dolí  fie- 
moer&cín.  Para  remitirla  a  pro  riniiai  j  determinar  la  adhesión  de  1 01 
republicanos  de  ía  rispara  j  de  i  día  aig-uisate1  as  redactó  una  Carta* 
CtrcnUr,  aprobada  por  todos  los  concurrentes  *  las  juntas  celebradas 
por  aquel  entonces  con  este  fin,  en  Us  casas  de  íoi  Sres.  Sarda  y  C  hao. 
Te  lo  ve  el  honor  de  redactar  eaa  Carta,  coya  borrador  obra  entre  mía 
papeles. 


—  286  — 

Sin  em  bar  go,  .todavía  no  habían  corrido  dos  años  desde 
la  victoria  de  la  Restauración  borbónica,  cuando  ya  se  ini- 
ciaron en  Madrid  algunos  trabajos  de  reconstrucción  de  la 
fuerza  republicana.  Para  esto  contribuyó  algo  la  relativa 
legalidad  de  la  Constitución  de  1876,  7  cierta  especie  de 
tolerancia  que  respecto  de  las  personas  se  impuso  en  las 
esferas  del  Gobierno,  por  efecto  de  la  in  ñu  en  cía  del  señor 
Cánovas,  resistiendo  á  los  implacables  neocatólicos  y  á  loa 
antiguos  moderados. 

Las  tentativas  de  reconstrucción  democrática  se  produje- 
ron bajo  la  enseña  de  la  Unión  r¿pttéti€Qnay  en  cuyo  senti- 
do hicieron  vi  go  roses  es  fu*  rzes  asi  el  periódico  SI  Tribuno, 
fundado  por  aquel  entonces,  sobre  la  base  del  antiguo  dia- 
rio MI  Pueblo ',  por  D,  Calixto  A  riño  y  dirigido  por  don 
Manuel  Regidor  y  Jurado,  exdiputado  de  Puerto  Rico» 
como  la  publicación  dirigida  por  D  *  Antonio  Hánchei  Pé* 
rez,  con  el  título  de  La  Unión*  y  á  la  cual  contribuimos 
como  accionistas,  varios  amigos  de  diferente  procedencia 
democrática. 

la  idea  fon  da  mental  de  aquélla  Unión  era  la  con- 
centración de  todos  les  esfuerzos  republicanos  parala  inme- 
diata restauración  de  la  República,  Supuestos  necesarios  de 
esta  concentración  debían  ser  la  afirmación  de  lo  común  á 
todos  loa  republicanos  7  la  organización  de  una  hueste  po- 
derosa y  muy  disciplinada.  Por  tanto  era  preciso ,  por  lo 
pronto,  prescindir  de  los  antiguos  partidos  y  grupos  repu- 
blicanos, dado  que  los  hubiera. 

Combatieron  esta  tesis  algunos  de  los  antiguos  federales, 
principalmente  el  Sr.  Pi  y  Margall,  que  sostuvo  la  necesi- 
dad de  reconstituir  previamente  los  partidos,  ó  por  lo  me- 
nos el  federal.  A  asta  tendencia  se  convirtió  el  periódico 


/^v 


—  287  — 

La  Unión,  mientras  El  Tribuno  sostuvo  lo  contrario  (1). 

Por  efecto  de  esta  resistencia,  de  Ja  mnerte  del  periódico 
El  Tribuno  y  de  algunos  otros  incidentes  de  la  política 
genera1  v  la  campaña  unión  i  st  a  decavó;  pero  todavía  antes 
de  ceder  totalmente  el  paso  á  la  tendencia  opuesta,  la  aspi* 
ración  de  Unión  republicana  se  manifestó  de  modo  consi- 
derable hacia  1878*  Buena  prueba  de  ello  ion  la  Carta- 
Manifiesto  qne  por  aquel  entonces  lirmamos  los  Brea.  Chao, 
MarLer ,  Sarda,  Etapa*  Begidor,  Cervera,  Vilart,  yo  y  otros 
exdi potados  federales  y  radicales,  y  Ja  junta  que  estci  y 
otro»  muchos  republicanos  tuvieron  para  organizar  la  Unión 
en  Madrid,  en  cesa  del  Sr,  D.  Luis  Vidart. 

Pero  al  cabo  triunfó  la  idea  de  la  reorganización  de  loe 
partidos.  Quedamos  muy  pocos  creyeudoen  la  inoportunidad 
de  ésta;  pero  como  nos  movían  razones  verdaderamente  pa- 
trióticas, rechazamos  toda  tentación  de  continuar  haciendo 
ana  campaña  que,  por  lo  pronto,  servirla  para  aumentar  la» 
coefusiones,  la  indisciplina  y  los  antagonismos  de  los  re* 
publícanos.  Á  lo  qne  no  renunciamos  fué  á  mantener  la 
idea  en  la  pura  esfera  de  la  intención  y  á  señalar  nues- 
tro carácter  de  republicanos  sueltos. 

Por  esto  no  me  presté  á  organizar  nada  después  del  ban- 
quete qne  mis  de  doscientos  republicanos  partidarios  de  la 
Unión  republicana  me  dieron  el  19  de  Julio  de  188.V  en  loa 
Jardín ee  del  Buen  Retiro ,  A  la  propia  consideración  res* 
pon  den  el  programa  y  la  conducta  del  periódico  La  Tribu* 
na,  qne  funde  y  dirigí  en  1882,  y  enyo  programa  de  Unión 
republicana  he  reproducido  en  páginas  anteriores.  Presumo 


(1)    Fq  í  yo  tu  o  dé  I*i  eoleboredores  mis  rncaentai  de  El   THbtm*, 
y  allí  «bogué  calurosa  y  reiteradamente  por  le  Única , 


—  288  — 

que  como  tatos  se  darían  otros  caaos  en  provincias,  porque 
la  idea  se  habla  generalisado  mucho,  y  quedaron  por  mu- 
dio  tiempo  muchos  republicanos  sueltos  en  la  política  espa- 


No  ea  del  oaso  repetir  las  rasónos  que  abonaban  mi  tesis, 
ni  siquiera  explicar  la  relación  que  esta  tenia  con  los  en  - 
sayos  de  Unión  y  de  Fusión  hechos  con  posterioridad.  Estos 
y  lo  predicado  en  1878  no  eran  una  misma  cosa,  poro  todo 
ello  estaba  dentro  de  una  tendencia.  Lo  que  sí  puedo  decir 
ea  que  si  la  Unión  republicana  se  hubiera  realizado  hace 
veinte  años,  la  situación  de  los  republicanos  sería  hoy  muy 
otra.  Por  le  pronto,  puede  afirmarse  que  el  éxito  final  de  la 
tendencia  contraria  no  ha  sido  grandemente  satisfactorio, 
y  que  triunfante  en  1880  el  espíritu  de  la  separación  y  la 
diferenciación,  luego  se  llegó,  no  ya  á  la  reconstrucción  de 
los  antiguos  partidos,  sino  á  una  verdadera  pulverización 
de  ellos,  apareciendo  por  todas  partes  grupos  y  grupitoa 
que  por  regla  general  han  servido  solo  para  quebrantar 
prestigios  y  ahondar  las  incompatibilidades  íntimas  do  la 
familia  republicana. 

Vencí  dos  en  1880  los  calurosos  defensores  de  la  Unión 
surgieron  los  partidos  posibilista,  progresista  y  federal 
con  sus  programas  respectivos. 

El  programa  posibilista  lleva  la  fecha  de  1.°  de  Febrero 
de  1897,  y  se  reduce  á  una  invitación  á  los  devotos  de  la 
política  del  8r.  Castelar,  á  agruparse  en  provincias  y  á  pre- 
pararse para  la  lucha  electoral.  En  aquel  documento  no  se 
expone  doctrina  alguna.  Todo  él  es  una  referencia  á  la  po- 
lítica del  menoionado  hombre  públioo,  una  protesta  contra 
el  retraimiento  y  una  nueva  afirmación  de  la  institución 
republicana. 


—  m  — 

El  programa  federal  w  halla  expuesto  on  el  Proyecto  de 
Constitución  que  elaboró  y  votó  la  Asamblea  federal  de 
Zaragosa,  en  10  de  Junio  de  1883* 

Allí  se  establece  que  cías  Colonias  españolas  son  Estados 
federales  ai  igual  que  los  demás  de  la  Península  • ,  y  por 
ende  han  áe  disfrutar  de  La  misma  autonomía  que  estos  úl- 


Con  posterioridad  el  partido  federal  ha  dedicado  una 
particular  atención  á  nuestras  Antillas,  y  así  aparece  en  el 
Programa  de  22  de  Junio  de  1894  (promulgado  por  acuerdo 
del  Consejo  del  mencionado  partido,  con  la  firma  del  Pre* 
mdente  de  aquél,  DÉ  Francisco  Pi  y  Uargall),  que  lee  iede 
ralea  quieren  en  el  orden  administrativo  autónomas  las  üa  - 
Unios t  á par  de  las  regiones  de  ¿a  Península. 

En  otra  parte  del  mismo  Programa  se  detalla  lo  que  los 
federales  quieren  en  el  orden  humano  y  en  el  orden  político* 
En  el  primer  grupo  de  aspiraciones  ponen  «las  libertades 
de  pensamiento,  de  conciencia  y  de  cultos;  el  respeto  á 
todas  las  religiones,  sin  preferencia  ni  privilegios  á  ñinga 
nt;  la  supresión  de  las  obligaciones  del  culto  y  el  clero, 
dotados  los  sacerdotes  de  todas  las  iglesias  de  los  miamos 
derechos  que  los  demás  ciu  da  danés,  atenidos  a  los  miamos 
deberes  y  sujetos  á  la  misma  jurisdicción  y  las  mismas  le* 
yes;  civiles  el  matrimonio,  el  registro  y  el  cementerio;  la  ga* 
rail  ti  a  de  la  vida  y  el  trabajo;  Ja  inviolabilidad  de  la  perso- 
nalidad, el  domicilio  y  la  correspondencia;  la  abolición  de  la 
pena  de  muerte  y  la  persecución  sin  piedad  de  la  vagancia. » 

En  el  orden  político  t  desean  la  República,  las  doá  Cáma- 
ras, el  sufragio  nn  i  versal,  el  régimen  representativo  (en  lu- 
gar del  parlamentario)  y  la  Federación,  Detallando  dice  asi 
el  Programa; 


—  «o  — 

«El  Estado  Central  ha  de  tener  á  eu  cargo  el  régimen 
de  la  vida  nacional  en  lo  político,  lo  económico  y  le  admi- 
nistrativo, con  los  siguientes  atributas:  l.°,  las  relaciones 
extrae  jeras  y  por  lo  tanto  la  diplomacia  y  les  consulados» 
los  aranoeles  de  aduanas,  la  paz  y  la  guerra,  el  ejército  y 
la  armada;  2.°,  el  juicio  y  tallo  de  todas  las  cuestiones 
Ínter  regionales;  3.°  el  restablecimiento  del  orden  donde  el 
desorden,  ajuicio  del  Senado,  comprometa  la  vida  nacional 
y  do  basten  ios  poderes  de  la  región  á  contenerlo;  4:\  la 
defensa  de  los  derechos  poli* icos  y  de  la  forma  y  el  sistema 
de  gobierno  contra  todo  Estado  regional  que  los  suprima  ó 
los  amengüe;  5.*,  la  legislación  penal  sobre  delitos  federa- 
les y  la  creación  de  tribunales  federales ,  asi  criminales 
como  civiles;  6.°,  la  regulariz ación  del  comercio  interior  y 
todo  lo  á  él  inherente:  códigos  mercantil f  marítimo  y  fia- 
vial,  vías  generales,  correos  y  telégrafos,  moneda,  pesos  y 
medidas;  7.°,  las  disposiciones  indispensables  parala  difu- 
sión y  la  generalización  de  la  primera  enseñanza  en  todo 
el  territorio  de  la  República;  8 . *,  las  dirigidas  á  qne  en 
todo  el  territorio  de  la  República  sean  válidos  los  contratos) 
y  ejecutorias  las  sentencias  que  en  cualquiera  de  las  regio* 
nes  se  celebre  ó  pronuncie. 

•Los  Estados  regionales  han  de  tener  á  su  cargo  el  régi* 
men  de  la  vida  regional  en  lo  político,  lo  económico  y  lo 
administrativo,  con  los  atributos  siguientes:  la  garantía  y 
la  defensa  de  la  libertad  y  el  orden;  el  juicio  y  el  fallo  de 
las  cuestiones  entre  municipios;  la  organización  de  las  mi- 
licias regionales,  subordinadas  al  Estado  central,  solo  *n 
casos  de  guerra  con  el  extranjero;  la  legislación  civil  y  la 
de  procedimientos;  la  legislación  penal  para  todos  los  deli- 
to* que  no  sean  calificados  de  delitos  federales;  la  organi- 
zación de  los  tribunales  correspondientes;  la  imposición  y 
la  cobranza  de  los  tributos. 

*Loa  Estados  municipales  han  de  tener  a  su  carga 
el  régimen  de  la  vida  municipal  en  lo  político,  lo  econó- 
mico y  lo  administrativo,  con  las  siguientes  atribuciones: 
la  garantía  y  la  defensa  de  la  libertad  y  el  orden;  la 
organisaoión  de  guardias  municipales;  la  formación  y 
promulgación  de  ordenanzas;  el  juicio  y  el  castigo  de  los 
qne  las  quebranten;  la  imposición  y  cobranza  de  tributos 
para  sns  especiales  gastos  y  ios  qne  la  región  le  im* 
ponga, 

>Las  atribuciones  qne  expresamente  no  se  hayan  conferi- 
do al  Estado  central,  quedarán  reservadas  á  los  Estados  re- 


—  291  — 

gionales;  l¿s  na  conferidas  á  los  Estados  regionales,  re- 
seivadaft  i  los  Municipios. 

*K1  jefe  de  cada  región  es  el  ejecutor  de  las  resoluciones 
nacionales;  el  jefe  de  cada  municipio  el  ejecutor  de  las  re- 
gionales, i 

£1  Partido  democrático  progresista  dio  un  Manifiesto  en 
l.°de  Abril  de  USO.  En  él  se  contienen  los  siguientes  pá- 
rrafos dedicados  á  la  cuestión  colonial: 

§  Difíciles  son  por  extremo  las  complicaciones  traídas  por 
la  serie  de  los  tiempos  en  la  gobernación  de  las  provincias 
ultramarinas  y  los  dan os  han  tomado  proporciones  ternero* 
gas  para  Ja  grande  A  n  til  la  con  el  azote  de  diez  años  de 
guerra.  Prevaleció  el  sistema,  cómodo  al  parecer,  de  los 
aplazamientos,  cuanto  funesto  por  exigir  soluciones  de- 
finitivas que  no  excluían  meditación  profunda.  En  vez  de 
ello  manteníase  un  statu  quo  absolutista,  fiado  á  los  gober- 
nadores generalas  que  enardecía?  los  sentimientos  de  los 
que  veían  en  Ja  Metrópoli  uoa  vida  política  más  conforme 
con  la  cultura  de  la  época.  Pusieron  remedio  los  hombres 
de  nuestras  ideas,  en  lo  que  cabía,  aboliendo  la  esclavitud 
en  Puerto  Rico  v  haciendo  participe  á  la  gran  Antilla  del 
ambiente  liberal  de  la  Península.  Hoy  debemos  afirmar, 
como  antes,  que  el  s  tai  ti  quo  y  el  aplazamiento  han  sido 
juzgados  por  sos  amargos  frutos  y  hay  que  decidirse  por  la 
libertad,  llevándola  resueltamente  y  desde  luego  á  las  colo- 
nia» por  medio  de  la  asitniUcón  de  estas  á  las  provincias 
de  la  Metrópoli;  sistema  definitivo  según  unos,  por  que 
aquellas  deben  regirse;  preparación  y  transición,  según 
otros,  al  autonómico,  el  cual  en  ningún  caso  habrá  de  em- 
pecer ni  ambargar  la  anidad  de  la  patria:  pero  no  hay  que 
hacer  una  confusa  mezcla  de  asimilación  y  autonomía,  con- 
siderando como  asimiladas  aquellas  provincias  para  lo  que 
solo  aproveche  á  las  peninsulares  y  como  autonómicas  pat  a 
tener  presupuestos  y  deudas  suyas  propias. 

*  Eias  son  nuestras  aspiraciones,  y  como  condición  precisa 
para  real  izarlas  en  su  din,  aspiramos  á  establecer  con  toda 
la  democracia,  pues  de  una  obra  común  se  trata,  la  debida 
concordia  y  el  indispensable  acuerdo:  concordia  y  acuerdo 
cuya  base  racional  no  puede  ser  otra  que  la  Constitución  de 
1869,  por  todos  reconocida  como  garantía  suficiente  para 
que  los  partidos,  sin  excepción  alguna,  dentro  de  ella  y  por 


—  292  — 

ella,  se  muevan  y  agitan  pacificamente  basta  conquistar  al 
favor  de  la  opinión  pública.  Jfil  código  de  1869  debe  aer  el 
lazo  de  ación  de  todos  los  elementos  democráticos;  a  él  de- 
bemos todos,  por  boy,  respeto  é  inquebrantable  obediencial 
desde  el  primea  instante  de  la  fortuna  basta  el  día  en  que, 
ganada  Ja  Nación  á  nuestros  ideales,  el  poder  legislativo 
acuerde  y  sancione  la  legalidad  definitiva  y  democrática 
que  haya  de  imperar  en  Kspaña,  legalidad  abierta,  per  mi* 
tase  dos  repetirlo  una  yes  más,  á  toda  modificación  que 
nuevas  necesidades  del  país  é  exigencias  de  la  opinión  lie  • 
gueo  á  reclamar.» 

Cou  posterioridad,  como  es  notorio,  el  partido  Demócrata 
progresista  se  dividió  y  la  izquierda  del  mismo,  que  consti  • 
tuja  la  mayoría,  continuó  afirmando  los  principios  del  Pro* 
grama  de  1880;  pero  explicados  por  los  Manifiestos  de  Lon- 
dres y  de  París,  del  jefe  del  partido,  D.  Manuel  Bui*  Zorri  ■ 
lia.  Cuando  otra  vez,  y  después  de  la  muerte  del  Sr.  Ruíz 
Zorrilla,  el  partido  volvió  á  fraccionarse,  la  izquierda»  que 
continuó  llamándose  demócrata  progresista  y  que  ¿  la  pos- 
tre resultó  ser  mayoría,  ratificó  su  adbe^óo.  á  todas  y 
cada  una  de  las  declaraciones  de  su  antiguo  director.  Estas 
declaraciones,  por  lo  que  bace  á  la  cuestión  de  Ultramar, 
se  contienen  en  el  Manifiesto  que  el  referido  IX  Manuel 
Ruiz  Zorrilla  dio  el  16  de  Mayo  de  1892,  bajo  la  Forma  de 
una  carta  escrita  en  Bruselas  y  dirigida  al  Presidente  de  la 
Junta  directiva  del  partido  republicano  progresista. 

He  aquí  los  párrafos  de  este  Manifiesto,  atinentes  al  par- 
ticular de  que  abora  trato: 

«Pero  ¿por  qué  nos  ba  de  parecer  extraño  que  la  política 
de  la  Restauración  sea  mezquina  y  contraproducente,  cuan- 
do en  lo  que  se  refiere  á  Ultramar  no  tiene  calificativo  la 
que  siguen  los  Gobiernos  restauradores? 

>To  que  nada  dije  en  mi  Manifiesto  de  Londres  porque 
no  se  pensara  que  solicitaba  el  apoyo  de  los  partidas  loca* 
les  de  las  Antillas  para  mi  obra,  quiero  dedicar  á  este 


—  293  — 

asunto  algunas  palabras,  hoy  que  los  acontecimientos  me 
han  dado  la  razón  y  han  hecho  jueticia  4  las  afirm aciones 
constantemente  sostenidas  en  toda  mi  vida  pública,  de  que 
c nuestros  hermanos  de  Ultra  mar  nada  tienen  que  esperar 
de  la  Monarquía,  que  retita  las  mezquina*  concesiones  que 
hace  coa □  do  asi  conviene  a  los  intereses  de  los  partidos  que 
turnan  en  el  poder  ó  á  los  particulares  de  los  hombres  iu- 
fiayentes, 

i  Concluyen  te  prueba  de  estas  afirmaciones  es  lo  ocurrido 
con  la  exposición  firmada  por  todos  loa  centros  importantes 
de  la  Habana  y  por  todos  los  hombres  eminentes  sin  distin- 
ción de  opiniones,  Nada  piden  qae  los  republicanos  no  estén 
en  el  caso  de  decretar  desde  el  primer  día  que  gobiernen;  y 
sin  embargo  el  partido  conservador  que  ha  pretendido  re- 
presentar á  los  españolee  incondicionales,  ha  recibido  con 
desprecio  Jas  reclamaciones  de  aua  amigos  y  protectores  de 
toda  la  vida.  Lamento  lo  ocurrido  como  patriota;  pero  ello 
servirá  de  lección  á  nu estros  correligionarios  de  Ultramar 
para  que  se  ideo  tinqueo  con  nosotros,  sí  da  tiempo,  hagan 
lo  que  debieran  hacer  desda  el  primer  día  de  mi  destierro. 
Con  nosotros  vivirán  la  vida  del  derecho,  en  lugar  de  vivir 
«orno  hoy,  de  Ja  tolerancia  de  los  poderes  públicos,» 

Indudablemente,  la  fórmula  autonomista  proclamada  por 
«1  partido  federal  no  era  1*.  de  los  autonomistas  antillanos 
ni  ha  sido  la  que  se  ha  discutido  con  calor  y  hasta  apasio- 
namiento, asi  en  Ultramar  como  en  la  Península  t  en  el  cur- 
so de  los  últimos  veinte  años.  Ni  es  tampoco  la  fórmula 
adoptada  fuera  de  Kspaña  por  todos  cuantos  en  libros,  pro- 
gramas de  partido  y  periódicos  de  política  militante  han 
sostenido  y  sostienen  la  Autonomía  Colonial*  Los  federales 
tienen  una  idea  de  las  Colonias  análoga  á  la  de  los  asimi- 
listas  de  verda  y  ¡su  concepto  de)  Estado  es  distinto  del  que 
supone  el   Derecho  Colonial  novísimo, 

No  interesa  a  mi  propósito  discutir  aquí  si  la  fórmula  de 
los  federales  es  mejor  ó  peor  ¡ue  la  de  los  autonomistas 
propiamente  dichos.  Claro  se  está  que  yo  creo  que  aquella 
es  inferior  á  esta,  lo  mismo  en  el  orden  de  la  doctrina  que 


—   2%i  — 

«Dolüflla  política  positiva  y  práctica,  Pero  de  todas  anor- 
tes hay  que  reconocer  que  iasj  declaraciones  y  la  campaña  de 
loa  federales  inspitadas  en  un  sentido  radicalmente  ex  pana  i  - 
yo  y  descentra  iza  3orp  y  que  hasta  cierto  ponto  dejan  atrls  lo 
pretendido  teóricamente  por  Eos  autonomistas,  ha  favorecido 
la  gestión  de  éstos ,  que  han  contado  siempre  con  el  apoyo  de 
los  diputadost  los  periódicos  y  las  masas  del  partido  federal. 

Cierto  también  que  ni  el  Manifiesto  demócrata  progreais  - 
ta  de  1880,  ni  la  carta  de  Londres  de  1B92(  proclaman  la  an  - 
tonomía  de  nuestras  antillas.  Pero  h*y  que  observar  ante 
todo  que  de  las  dos  partes  que  comprende  el  Programa  auto  - 
nomista  antillano,  la  primera,  Ó  sea  la  identidad  de  dere- 
chos políticos  y  civiles,  también  lo  proclamaron  siempre  loa 
de  m  ócratas  pro  gr  esi  st  as ,  i  ■  es  p  u  ó  a  hay  q  ue  a  d  ver  tí  r  q  M  1 00 
demócratas  progresistas  más  circunspectos  en  la  materia 
han  proclamado  siempre,  asi  para  Ultramar  como  para  la 
Península,  una  completa  descentralización,  cálcala  en  la 
Constitución  de  1869  y  ea  las  leyes  de  18 70.  Y  por  ultima, 
procede  recordar  que  de  1870  y  hechas  por  el  partido  ra- 
dical, son  las  leyes  municipal  y  provincial  de  Puerto  Rico 
que  los  progresistas  estiman,  al  par  de  los  domas  grupos  re- 
publicanos, b  en  que  por  diferente  motive,  como  ana  de  sos 
tradiciones,  leyes  que  en  rigor  responden  al  sentido  au- 
tonomista del  nuevo  derecho  colonial . 

Todavía  el  republicanismo  español,  por  medio  de  suspira- 
dos ó  grupos,  ha  acentuado  más  su  significación  autonomista, 

Gomo  antes  indiqué,  el  partido  Demócrata  progre- 
sista, fundado  en  1880,  se  ha  dividido  dos  veces.  En  la 
última,  y  más  reciente,  quedó  en  libertad  ano  de  sus 
grupos  para  unirse  á  muchos  posib  i  listas  que  resis- 
tieron los    consejos  del  Sr,  Castelar,   y  que  por    tan- 


—  295   — 

4o  no  entraron  en  lis  filas  del  partido  monárquico  liberal. 
Con  estos  ele  ni  en  toa  se  formó  hace  cosa  de  dos  años  el 
partido  Nacional  Republicano,  que  ha  subsistido  hasta  qu  * 
en  estos  días  entró  á  Formar  parte  de  la  Fusión  Republica- 
na, Ese  partido  Nacional  en  el  breva  tiempo  de  su  exis- 
ten ola  se  ha  abitenilo  da  formular  solución  alguna  [  ara 
«1  problema  ultramarino. 

La  división  anterior  y  primera  del  partido  Progresista 
permitió  qne  la  disidencia  se  apartara  j  contribuyera  non 
la  Minoría  parlamentaria  republicana  de  1890  y  coa  nume- 
rosos republicanos  sueltos  a  constituir  el  parado  Republi- 
cano Centralista,  que  dio  á  los  en  Programa  en  20  de  Ju- 
nio de  1891. 

En  este  Programa  se  lee  la  siguiente  declaración  doctrinal: 

tEn  punto  á  la  cuestión  colonial  bay  qie  afirmar  la 
identidad  de  los  derechos  políticos  y  civiles  de  Cuba  y 
Puerto  Rico  respecto  de  la  Península;  la  representación  en 
'Cortea  de  las  comarcas  del  Archipiélago  filipino,  cuya  cul- 
tura y  condiciones  lo  permitan,  y  en  todas  las  colonias  la 
consagración  de  les  derechos  naturales  de1  hombre,  el  man* 
do  superior  civil  y  una  organización  interior  autonomista 
que  afirme  en  el  grado  y  del  molo  que  las  circunstancias 
deles  diferentes  países  lo  consientan,  la  competencia  lo* 
cal  para  los  negocios  propiamente  coloniales,  hasta  llegar 
á  toda  la  discentralizaciH  compatiále  con  la  integridad  na- 
cional y  la  unidad  del  Estado  ,i 

A  poco  de  constituirse  los  nuevos  partidos  republicanos, 
-aun  por  machas  personas  que  accedieron  á  ello  en  evitación 
de  males  mayores  y  quita  como  medio  de  llegar  otra  vez  a  la 
"Unión  deseada;  á  poco  de  constituirse,  repito,  esos  partí* 
dos,  se  produjo  nuevamente  la  tendencia  de  concentración 
de>  los  esfuerzos  republicanos.  Solo  que  ahora  tomaron  la 
iniciativa  y  aparecieron  come  factores  de  la  Unión ,  los  par- 
tidos, en  lugar  de  las  individualidades» 


—  296  — 

Después  de  la  infructuosa  tentativa  de  IS7S,  ge  han  pro- 
parado y  hasta  constituida  cuatro  organizaciones  de  análogo* 
sentido.  La  primera  fué  obra  de  los  partidos  Demócrata-pro 
gres  i  ata  y  Federal,  y  tiene  su  fórmala  en  Ja  Declaración 
de  19  de  Marzo  de  1886,  suscrita  por  los  Srea.  Pí  y  M*j— 
gal  I,  Salmerón,  Montemar  y  Fortuoudo, 

En  ella  aquellos  partidos  se  comprometen 

■  1  ,fl  A  afirmar  y  defender  como  principios  comunes  los 
derechos  de  la  personalidad  humana,  el  sufragio  universal  y 
la  República,  como  la  forma  esencial  de  la  organización 
democrática  de  los  poderes  públicos. 

2.°     A  luchar  unidos  para  la  organización  desús  comn 
nes  aspiraciones  por  todos  los  medios  legales  y  aun   con 
aquellos  extraordinarios  que  la  opinión  reclama  y  la  juati 
cia  sanciona,  cuando  son  sistemáticamente  conculcados  los 
derechos  individuales  ó  sistemáticamente  detentada  la  sobe* 
rania  del  pueblo  eereñol,  procediendo  en  uno  y  ttro  caso 
de  previo  tomún  acuerdo,  y  guardando  entre  tí  las  natura 
les  relaciones  de  perfecta  igualdad. 

3.°  A  e ce^-tar  como  legalidad  provisional  desde  el  esta- 
blecimiento de  la  República  hasta  la  reunión  de  las  Cortea. 
le  a  artículos  de  la  Constitución  de  1869  y  Ja  ley  municipal 
de  1670,  compatibles  con  estas  bases  y  con  la  forma  de  Go- 
bierno republicano,  ein  que  se  entienda  en  manera  alguna 
que  la  aceptación  en  esta  legalidad  provisional  prejuzgue  la 
cuestión  relativa  á  la  organización  de  la  República. 

4.°  A  constituir  un  Gobierno  provisional  en  que  tengan 
justa  representación  todos  los  partidos  que  concurran  al 
triunfo  de  Ja  República. 

5,°  A  convocar  dentro  de  un  breve  pTazo  Cortes  consti- 
tuyentes en  condiciones  que  bajran  realmente  imposible  to- 
da acción  ó  intervención  del  Gobierno  y  de  las  autoridades 
locales  en  las  elecciones. 

6.°     A  someterse  á  la  Constitución  que  decreten  las  Cor- 
tea, obligándose  recíprocamente,  cualquiera  que  sea  la  forma, 
que  se  dé  á  Ja  República,  á  no  perseguir  fuera  de  los  me 
dios  legales    la  realización     de    sus    peculiares    aspira* 
ci  on  es ; 

7.°    A  declarar  que  esta  coalición  no  ee  obstáculo  para 

3U6  cada  partida  defienda  y  propague,  antes  como  después 
e  la  República*  sus  peculiares  doctrines.   — ■ 


—  297  — 

8,°  A  procurar  por  los  medica  más  eficaces  que  esta  coa- 
lición  responda  al  decidido  propósito  de  que  el  estableci- 
miento de  Ja  República,  más  que  obra  de  partidos,  asa  una 
obra  nacional . »  *• 

Luego  Tino  la  segunda  fórmula,  suscrita  en  23  de  Enero 
de  1893,  por  las  representaciones  de  los  partidos  Centra- 
lista, Federal  y  Progresista.    Bus   principales  bases  eran 

eatas: 

«1/  El  fin  de  la  Unión  Republicana  es  acelerar  el  ad- 
venimiento de  la  República. 

>  2.a  Para  Ja  consecución  de  este  fin  utilizará , con  la  acti- 
vidad y  energía  que  exigen  las  angustias  de  la  Patria,  todos 
los  medios  que  las  circunstancias  proporcionen  ó  aconsejen. 

•  3.*  La  Unión  tendrá  una  Junta  directiva  residente  en 
Madrid,  compuesta  de  nueve  individuos,  elegidos  tres  por 
cada  una  de  las  direcciones  nacionales  de  los  partidos  re- 
publicanos* 

*  A  esta  Junta  corresponderá  la  suprema  dirección  de  los 
tres  partidos  para  todos  sus  fines  generales  y  coman  es,  y 
estará  ampliamente  facultada  par¿  nombrar  dentro  y  fuera 
de  Madrid  Jas  delegaciones  que  estime  necesarias  para  la 
realización  desús  trabajos. 

»4.a  Se  constituirá  inmediatamente  después  de  procla- 
mada la  República,  un  gobierno  provisional,  en  que  ten- 
drán justa  representación  todas  las  fuerzas  políticas  que 
concurran  al  triunfo  de  aquélla. 

>5.a  Los  partidos  que  constituyen  la  presente  Unión  se 
comprometen  á  someterse  á  la  Constitución  que  en  definiti- 
va el  país  sedó,  obligándose  reciprocamente,  cualquiera  que 
sea  la  forma  de  la  futura  República,  á  no  perseguir,  fuera 
de  loa  medios  legales,  la  realización  de  sus  peculiares  aspi- 
raciones.» 

En  el  Manifiesto  que  sobre  los  propósitos  de  la  Unión 
Republicana  se  dio  el  mismo  día  23  de  Enero  de  1893,  se 
leían  las  siguientes  frases  (1): 


(1)    Firmaron  este  Uaaifiasto  los  sellaras  aigfnientes  e&  representa* 

«¡6a  de  lo#  partidas  Central  i  at  a ,  Federal  y  Progresista:  p 

«umeramd*  Aieárate,— Juan  Gnalberto  Ballestero, — Vicenta  Bar* 


—  298  — 

i 

iEd  tanto,  nuestras  desordenadas  colonias  de  Asia  y 
nuestras  Antillas,  amenazadas  por  la  fuerza  de  atracción 
de  mercados  extranjeros  favoreoidos  con  verdaderos  privi- 
legios por  recientes  tratados  mercantiles,  oon  dificultad  vi- 
ven sometidas  al  Gobierno  militar,  al  régimen  de  la  des- 
igualdad respecto  de)  resto  de  España  y  á  un  sistema  de 
centralización  radicalmente  incompatible  con  su  propia  es- 
pecial naturaleza,  sus  vigorosas  reclamaciones  y  las  exi- 
gencias umversalmente  reconocidas,  de  la  colonización  mo- 
derna. 

i  Y  para  que  nada  falte  en  medio  de  todas  estas  tristezas, 
eetos  dolores  y  estos  peligros,  aparece  la  monarquía,  resu- 
men de  todo  lo  imperante,  contrariando  por  el  mero  hecho 
de  nú  existencia  el  ansia  patriótica  de  la  intimidad  con  el 
vecipo  reino  de  Portagal,  donde  en  este  mismo  momento, 
por  todas  partes,  brota  idéntica  aspiración  respecto  de  Es- 
paña y  se  producen  la  aclamación  entusiasta  de  la  Repúbli- 
ca y  la  tendencia  reflexiva  á  la  Federación  ibérica^  que  ha* 
ciendo  imposibles  agravios  como  el  ultimátum  británico  de 
1S3Ü,  responda,  en  el  extremo  occidental  europeo,  al  movi- 
miento de  concentración,  sobre  la  base  de  las  autonomías 
locales  y  regionales,  con  que  en  el  orden  internacional,  se 
despide  el  siglo  xix. » 

La  tercer  fórmula  es  la  de  26  de  Marzo  de  1896.  La  sus- 
cribieron los  representantes  de  los  partidos  Centralista,  Pro- 
gresista y  Nacional,  y  del  grupo  Federal,  separado  del  se* 


berí — Eduardo  Benot.— Enrique  Calvet.— José  Castilla.— Antonio  Ca,. 
tan».  —  Rafael  Cervera. —Antonio  M.  Coll  y  Puig.— José  M.  Esqnerdo. 
— Pablo  Fernández  Izquierdo.— Pablo  Jiménez.— Rafael  Ginard  ds  la 
Rcaa.—  José  Fernando  González. — Francisco  González  Chermá.— Igna- 
cio Hidalgo  Saavedra. —Santos  de  la  Hoz. — Rafael  M.  de  Labra.— Ma- 
nual Llano  y  Persi.  —Miguel  Mayoral.  -José  Melgarejo.— Ambrosio 
Moja,— José  Muro.— Felipe  Benito  Nebreda.— Eduardo  Palanca.— Je- 
rónimo Palma.— Manual  Pedregal.— Francisco  Pí  y  Margall.— Calixto 
Rodríguez  —Vicente  Rodríguez.— Fe  mando  Romero  GilSinz.— Buaebio 
Ruz  Chamorro.— Manuel  Ruiz  Zorrilla  — Kicolás  Salmerón  y  Alona*. 
—Juan  Sol  y  Ortega.— José  Valles  y  Ribot.—  Mariano  Vela.— José 
Zaazo* 


—  299  — 

ñor  Pi.  Este  último  y  sus  amigos  (minoría  en  la  última 
Asamblea  federal)  resisten  todo  concierto  de  carácter  gene- 
ral  y  permanente. 

Las  pr id ci palea  bases  de  la  nueva  Unión  f aeren  estas: 

«X  La  Unión  republicana  es  la  concentración  de  loa  es- 
fuerzas de  los  partidos  Centralista,  Federal,  Nacional  j 
Progresista  ,  para  preparar  el  triunfo  de  la  Bep ública  en 
España  y  asegurar  el  arraigo  y  desarrollo  de  las  institu- 
ciones republicanas. 

■  Por  tanío,  supone  la  existencia  de  esos  Partidos  y  las 
afirmaciones  fundamentales  y  comunes  4  los  mismos, 

»IL  8n  principal  objeto  es  la  determinación  de  la  coa* 
docta  qne  corresponde  á  los  republicanos,  tanto  para  ace- 
lerar el  advenimiento  de  la  República,  como  para  facilitar 
su  instauración  y  vida ,  por  el  concurso  de  todos  y  en  vista 
del  interés  supremo  de  la  Patria. 

*UI .  Ante  Ja  apremiante  necesidad  de  realizar  la 
Unión  republicana  v  los  cuatro  Partidos  representados  en  es* 
ta  Junta  declaran  qne  no  tomarán  parte  en  las  próximas 
elecciones  de  diputados  á  Cortes  y  senadores. 

»Este  acuerdo  tiene  un  carácter  circunstancial.  En  lo  su* 
cesivo,  la  Junta  Directiva  de  la  unión  republicana  acordará, 
en  cada  caso,  si  los  Partidos  unidos  han  de  luchar  ó  abste- 
nerse en  cada  elección  de  diputados  á  Cortes  y  senadores, 
obligándose  todos,  de  ahora  para  entonces,  á  acatar  y  cum- 
plir, sea  el  que  fuere,  el  acuerdo  de  dicha  Junta* 

>IV.  Los  Partidas  unidos  se  reservan  el  pleno  derecho 
de  propagar  sus  respectivos  ideales;  pero  sin  hostilizarse, 
ni  en  la  tribuna,  ni  en  la  prensa. 

>V\  La  organización  de  Ja  República  será  determinada 
por  las  Cortes  Constituyentes.  Estas  se  elegirán  por  sufragio 
universal,  conforme  ¿  la  ley  de  26  de  Junto  da  18 90,  con 
las  modificaciones  siguientes:  Primero,  el  reconocimiento 
de  la  representación  por  el  voto  acumulado.  Segundo,  la 
supresión  de  los  colegios  especiales  establecidos  por  la  ley 
vigente.  Y  tercero,  la  fijación  de  la  edad  de  21  años  para 
la  obtención  del  derecho  electoral. 

y  VI.  Los  Partidos  unidos  se  comprometen  al  respeto 
absoluto  de  la  legalidad  arcada  por  Jas  Constituyentes, 
condenando  desde  ahora  todo  cuanto  en  contra  de  esa  lega- 
lidad pudiera  hacerse,  de  cualquier  modo  ó  por  cualquier 
concepto,  fuera  da  la  vía  legal  y  pacifica. 


y 


—  300  — 

■VII,  Las  Juntas  revolucionarias  constituidas  en  los 
pueblos  y  las  provincias  al  proclamarse  la  República»  cesa- 
ran asi  que  se  constituya  el  Gobierno  provisional. 

y  Dichas  Juntas  serán  sustituidas  por  loó  Ayuntamientos 
y  Diputaciones  provinciales,  elegidos  con  arreglo  á  la  ley 
electoral  antes  citada. 

■VIII.  La  dirección  general  y  los  intereses  comunes  de 
la  nación,  estarán  hasta  la  reunión  de  las  Cortes  Constitu- 
yentes, á  cargo  de  un  Gobierno  nacional  constituido  de 
modo  que  en  él  tengan  representación,  proporcional  y  equi- 
tativa, todos  los  elementos  que  hayan  contribuido  al  triunfo 
de  la  República. 

■La  acción  del  Gobierno  nacional  se  inspirará  en  el  más 
profundo  respeto  á  los  derechos  naturales  dei  hombre  y  les 
garantías  del  ciudadano,  consagrados  por  el  tí t.  I  de  la 
Constitución  de  1869,  así  como  en  el  sentido  general  de  la 
Revoluoión  y  en  el  deber  riguroso  de  no  prejuzgar  solución» 
alguna  especial  y  definitiva  respecto  de  la  forma  de  la  Re- 
pública. 

'Inmediatamente  después  de  constituido  el  Gobierno,  és- 
te convocará  los  comicios,  para  que  con  arreglo  á  la  ley 
electoral  de  26  de  Junio  de  1890,  se  proceda  á  la  elección  de 
Ayuntamientos  y  Diputaciones  provinciales. 

»IX.  Los  nuevos  Ayuntamientos  y  Diputaciones  pro- 
vinciales se  regirán  por  las  leyes  municipal  y  provincial  de 
20  de  Agosto  de  1870,  modificadas  en  el  sentido  de  que  todo 
cuanto  en  dichas  leyes  se  reconoce  como  de  la  exclusiva 
competencia  de  los  Municipios  y  Diputaciones  provinciales, 
ha  de  quedar  sustraído  á  la  intervención  de  las  autoridades 
extrañas  á  aquellos  organismos,  salvos  los  recursos  guber- 
nativos, que  serán  resueltos  por  las  Comisiones  provincia^ 
lee,  y  los  demás  recursos  que  las  citadas  leyes  establecen 
para  ante  los  tribunales  de  justicia  (1). 

Después  de  votadas  estas  bases,  la  Asamblea  de  1896 
hiao  1  a  siguiente  Declaración: 


(1)  Estas  bases  fueron  firmadas  por  los  Sres.  Oamersindo  ds  AzcA- 
rata,— Juan  Goalberte  Ballestero.— Dámaso  Barrenengoa  — Vicenta 
Blasco  Ibifiez.— Cosme  Bcfcevarrieta.—  José  María  Bsquerdo.— Aleja 
Sarcia  Moreno.— Pablo  Jiménez. — Pedro  Gémez  y  Gómez.— Salvador 
OÓaez  Liatio.—  Marcelino  Isabel.—  Casimiro  Junco.—  Rafael  María  da 
Labra .  —Ricardo  Lnpiani .  —Emilio  Menéndez  Pallares . -Antonia  Ma  • 


—  301    — 

t Los  abajo  firmantes,  en  nombre  y  representación  de  loa 
f*rtido8  republicanos  Centralista,  Federal,  Nacional  y 
Progresista  constituidos  en  Unión  republicana,   declaran: 

Que  la  Unión  republicana  estima  que  la  cuestión  de  Cuba 
48  hoy  el  problema  polítioo  capital  de  nuestra  Patria;  ve 
4on  admiración  y  entusiasmo  los  heroicos  esfuerzos  de  cuan- 
tos en  la  tierra  cubana  sostienen  con  el  honor  de  nuestra 
tandera  los  sagrados  derechos  de  España  en  América,  y 
protesta  enérgicamente  contra  el  mas  leve  propósito  ó  la 
forma  más  atenuada  de  cualquier  poder  extranjero,  de  me- 
noscabar la  soberanía  indiscutible  de  la  Nación  española. 

Eq  su  vista,  la  Unión  republicana  declara: 

Paiicsao.  Qae  es  un  interés  supremo  el  de  mantener  i 
toda  costa  y  sin  reserva  de  ninguna  especie  el  sagrado  de  la 
integridad  de  la  Patria. 

8igündo,  Que  son  dignos  de  sus  calurosas  simpatías  y 
su  entusiasta  aplauso,  todos  cuantos  noble  y  bravamente 
lachan  por  la  cansa  española  en  la  fratricida  guerra  de 
Oaba;  siendo  de  condenar,  ahora  como  nunca,  el  aiste- 
<na  imperante,  por  cuya  virtud  pueden  excusarse  el  sa* 
grado  deber  de  defender  la  Patria  y  morir  por  ella,  ai  na- 
cosario  fuera,  los  reclutas  que  disponen  de  dinero  para  re- 
dimirse del  servicio  militar. 

TsaoiRO.  Que  es  un  error  funesto  el  considerar  esta 
-guerra  como  una  cuestión  puramente  militar,  siendo  así  que 
por  su  naturaleza,  sus  antecedentes  y  sus  circuí)  atan  das, 
constituye  un  gravísimo  problema,  á  que  es  preciso  dar  so- 
lución por  medios  políticos  discretamente  combinados  con  el 
esfuerzo  de  las  armas. 

Cuarto.  Que  la  torpeza  del  actual  Gobierno,  en  pres- 
cindir de  los  recursos  políticos,  puesto  que  ni  siquiera  ha 
{planteado  en  ninguna  de  las  Antillas,  como  era  su  deber,  la 
ey  de  reformas  ultramarinas,  votadas  con  el  carácter  de 
-urgencia  por  todos  los  partidos  representados  en  las  Cortes 
de  1895,  constituye  una  de  las  más  acusadas  responsabili- 
dades de  la  situación  imperante,  correspondiendo  á  la  bo- 
chornosa tradición  monárquica,  á  cuya  cuenta  hay  que  car* 
•gtr  el  quebrantamiento  de  nuestro  Imperio  colonial  en  el 


riño.— Miguel  llorayta.—  José  Maro  —  Pedra  Niembro.—  Manuel  Ortir* 
—Manuel  Pedregal.— Pablo  Perales.— Fernando  Remero  Gil  fiani. — 
Antonio  Raíz  Beneyán.— Juan  Salas  Antón.— Nicolás  Salmerón  y  Alon- 
so.—Joaquín  Sanche».— El  Marqués  V.  de  Santa  Marta.— José  María 
Valles  y  RiboU— Mariano  Vela.— Joan  Simeón  Vidarte. 


—  302  — 

curso  de  loe  últimos  cien  años,  por  U  cesión  de  la  Luisiana». 
la  venta  de  la  Florida ,  el  abandono  de  Santo  Domingo  y  la 
pérdida  de  nuestras  grandes  colonias  del  continente  Sud- 
americano, y 

Quinto.  Que  la  e  lución  df  fíjit'va  del  problema  políti- 
co j  social  de  nnefatrua  Antillas,  bajo  la  bandera  española  y 
como  medio  de  asegurar  la  tranquilidad  y  el  desarrollo  de 
aquellos  pueblos  en  intima  relación  con  los  verdaderos  inte- 
reses peninsulares,  coueiate,  ajuicio  de  todos  los  partidos  de 
la  Unión  Repitdlicünax  en  la  i m plantación  de  reformas  radi- 
cales en  la  administración  y  régimen  interior  de  Puerto  Rico 
y  Cuba,  llegando  la  mayoría  de  las  firmantes  a  estimar 
que,  así  los  principios  del  derecho  como  las  circunstanciase 
excepcionales  del  momento  y  todas  las  afortunadas  ex  pe' 
riendas  de  las  naciones  colonizadoras  de  la  Eiad  Moderna, 
imponen  la  oportuna  aplicación  del  principio  de  la  autono- 
mía coionial.t 

Por  último,  pocos  mases  hace  sa  ha  realisado  otro  esfaer* 
10  en  pro  de  la  Unión  republicana,  ahora  llamada  Fusión 
republicana* 

La  fórmula  llera  la  fecha  da  1 .°  de  Junio  de  1 S97  y  su» 
principales  artículos  son  los  que  siguen: 

cl.°    Los  ñu  es  de  la  Fusión  Republicana  son; 

A.  Conquistar  la  República. 

B.  Gobernarla  hasta  que  las  Cortes  Constituyentes  la 
den  forma. 

C.  Reunir  dichas  Cortas,  garantizando  la  libre  elección 
por  Sufragio  universal  de  los  representantes  del  país  que 
habrán  de  formarlas 

D.  Utilizar  todos  los  medio»  ó  procedimientos,  asf  loa 
normales  como  los  extraordinarios,  que  el  deber  impone  y 
las  circunstancias  aconsejan»  hasta  conseguir  la  sustitución 
del  régimen  imperante  por  el  republicano. 

2.°  La  organización  de  la  República  será  determinada 
por  las  Constituyen  tes  r  cuy*  convocatoria  se  demorará  lo 
menos  posible!  á  fin  de  que  se  acelere  la  hora  solemne  de 
fijar  los  destinos  de  la  patria, 

3.°  La  dirección  general  y  los  intereses  comunes  de  Ja 
nación  estarán,  hasta  la  reunión  de  las  Cortes  Constituyen- 
tes,  i  cargo  de  nn  Gobierno  Nacional  constituido  de  modo» 


*\ 


—   303   — 

que  en  ¿1  tengan  representación  proporcional  y  eqai  tativa 
todos  loe  elementos  que  hayan  contribuido  al  triunfo  déla 
República. 

La  acción  del  Gobierno  Nacional  se  inspirara  en  el  más 
profundo  respeto  á  ios  derechos  naturales  del  hombre  y  á 
las  garantías  del  ciudadano,  consagrados  por  el  titulo  1  de 
la  Constitución  de  18fi9,  asi  como  en  el  sentido  general  de 
U  Revo  loción  y  #n  él  deber  riguroso  de  no  prejuzgar  solu- 
ción alguna  especial  y  definitiva  respecto  de  la  forma  da  la 
República  , 

Inmediatamente  después  de  constituido  el  Gobierno,  éste 
convocara  loa  comicios  para  que,  con  arreglo  á  la  ley  e'ec* 
toral  de  26  de  Junio  de  1390,  se  proceda  á  Ja  elección  de 
Ayuntamientos  y  Diputaciones  provinciales* 

4W°  Lob  nuevos  Ayuntamientos  y  Diputaciones  provin- 
ciales se  regirán  por  las  leyes  municipal  y  provincial  de  SO 
de  Agosto  de  '£70,  modificadas  por  el  Gobierno  Pro  visión  al 
an  nn  sentido  autonomista,  de  suerte  que  tcdo  cuanto  en 
ellas  se  reconoce  como  de  Ja  exclusiva  competencia  de  los 
Municipios  v  Diputaciones  provinciales,  ha  de  quedar  sus- 
traído á  Ja  intervención  de  les  autoridades  extrañas  á  aque- 
llos organismos.  Los  recurso»  gubernativos  serán  resuelto» 
por  las  Comisiones  provinciales,  y  los  demás  recursos  que 
las  citadas  leyes  establecen  por  loa  tribu  Dales  de  justicia. 

5.a  Las  Cortes  Constituyentes  se  elegirán  por  sufragio- 
universal,  conforme  á  la  ley  de  26  de  Junio  de  1*90,  con 
las  m  crfi  fica  cion  es  *  i  guien  tes : 

A.  £1  recen oci miento  de  í\  representación  por  el  voto 
acumulado;  y 

B.  La  supresión  de  los  colegios  especiales  establecidos 
ñor  la  ley  vigente. 

6.°  Los  elementos  fusionados  se  comprometen  al  respe- 
to absoluto  de  la  legalidad  que  establezcan  las  Constituyen- 
tes, condenando  desde  ahora  todo  cuanto  en  contra  de  osm 
legalidad  pudiera  hacerse,  de  cualquier  modo  ó  por  cual- 
quier concepto,  fuera  de  la  vía  legal  y  pacifica. 

7 ,Q     En  virtud  de  Jas  bases  precedentes  y  declarada  cons- 
tituida la  Fosión  republicana,  con  el    fin  de  que  nada  es- 
rt  su  marcha  ni  sea  obstáculo  á  la  unidad  y  á  la  enca- 
de su  acción,  consideran  se  desde  este  instante  diaueltoa 
partidos  y  grupos  cuyos  representantes  lian  concurrí < 
i  la  formación   del  nuevo  partido  de  Fusión,  los   que 
om  prometen  á  ejecutar  este   acuerdo,   comunicándolo  A 
respectivos  organismos  políticos. 


—  304    — 

8/'  El  partido  da  Fusión  republicana  agept*  el  régimen 
autonómico  como  solución  al  problema  de  Cuba  y  Puerto 
Rico,  rechazando  toda  ingerencia  extranjera  que  pueda  ser 
lesiva  al  honor'  nacional. 

9.°  El  partida  de  Fustán  republicana  mantendrá  desde 
luego  en  sa  integridad  la  1er  de  24  de  Julio  de  1873,  re- 
gulando el  trabajo  en  Jas  fábricas,  ta'lereí  7  minas;  resta- 
blecerá el  proyecto  relativo  á  la  creación  de  jurados  mixtos, 
y  declara  que  tiene  el  firme  propósito  de  poner  en  an  día 
toda  la  atención  que  reclama  el  problema  obrero  i  na  pirán- 
dose para  la  regulación  del  misma  en  su  aspecto  jurídi- 
co, en  el  sentido  que  reclaman  el  derecho  y  la  armonía  en* 
tre  las  clases  sociales. 

10.  El  Partido  de  Fusión  republicana,  ansia,  con  to- 
dos los  miramientos  y  discreción  que  pide  lo  difícil  del  pro- 
blema, que  llegue  el  instante  oportuno  da  establecer  en  laa 
islas  Filipinas  un  nuevo  régimen,  ya  que  las  funestas  con- 
secuencias del  vigente  se  han  puesto  harto  de  manifiesto  (1). 


(1}  Firmas  este  concia  rio,  como  dirsctoreí  de  loi  partido*  Centra- 
lista, Nacional,  Federal  orgánico,  Posibilista,  Autonomista,  6  como  re- 
publicanos a  tío  1  toa,  6  republicano»  prosedeutes  de  les  partidos  Fe- 
dsral  y  Progresista,  entro  otros  los  setteres  José  Artola.  —  Oumer 
aíndo  do  Ascirate.—  Rafael  María,  de  Labra.— Miguel  Moray t a.  — 
José  Muro.— Enrique  Péreí  de  Guzmftn  —Marqués  de  Santa  Mar- 
ta. —Nicolás  Silmerón  y  Alease. — Ramón  Péreí  Costales.— Fran- 
cisco Rispa  y  Pe rpiñ a,—  Fernando  Gasaet.— Melquíades  Al vsrez,— Emi- 
lio Menéudez  Pallaros,—  Juan  Pía  y  MáH.—  Basilio  Lacort  —  Alfredo 
Calderón.—  Douato  QSmei  Trevijano.—  José  Mure  —  José  Carva- 
jal. —  Juan  Sol  y  Ortega»—  Bdusrdo  Baselga  —  Francisco  González 
Oil .-«  J  ii  an  O  a  a  I  b  srt  o  Ball  e  ate  r  o .  —  Cali  x  to  Red  rígu  ex.  —  Faoat  i  no 
Caro.  —  Alfredo  Yicenlí.  —  Ignacio  Hidalgo  8aavedrat—  Emilio  Je» 
noy.—  Rafael  Pristo  y  Caíales.—  Rafael  Cerrera  —  Juan  Balas  Ant6n_ 
*-  Josi  Melgarejo»—  Odón  de  Baon.— Joaé  Manuel  Fiemas  Hurta- 
do.—Marceli  ano  IsaHl.—  Miguel  VíLlalva  Hervís.— Casimiro  Jan* 
**■  —  Cosme  Echevarrieta, — Luís  Oj eda.— Fernando  Lozano.—  Euaebio 
Corominas,— Ricardo  Guash>- Francisco  Sánchez.—  José  Gonxfclez  Ale- 
gre.—Ci  risco  Halbín,— Jos*  Auso,  — Luis  Penal  va.— Camilo  Pérez  Pas- 
tor.—Manuel  Zapatero»— Carlos  Amus&o*— Aurelia  do  AlberL— Vizconde 


XVIII 


Paré  ce  me  que  loa  textos  aducidos  y  datos  expuestos  bo 
«oneienten  la  menor  d  u  ■  1  a  respecto  del  apoyo  qae  los  partí* 
dos  republicanos  peninsulares,  después  de  187  3,  han   pres- 


de  Tarro!  Solaoot  —  Ti Wio  A  vita . — Juan  Martí  Torran.  —  Federica 
Km— José  Prefuaio.— Francisco  Roque. — Aurelia  Blasco  Grajeles*  — 
Joan  CarbonelL  —  Blas  Enrique  Jiménez.— Casto  Vilar,— Joié  Montes 
l»rf». — Andrés  Corb*  cha .  —  I  g  n aci  o  Q&  re  b  i  ta  re  na .  — José  Cao  *— Tomás 
Remara, — Cristóbal  Martín  Rej.— Lucio  Catalina,— Ruperto  J,  Cb&Ta- 
ni .  — Constan  t  i  no  Rodríguez .  — M  igu  e  I  M  or An .  — M  ar  isn  o  Santos  P  i  ne- 
jo— Cirilo  Tejarina  —Gaspar  Mjreao  Msrlíner, — Salvador  Gdmei 
Lirio  —Manuel  Fernando*  Cueras.— Clemente  Selvas. — José  Ser ra 
Clan.*— Picotas  Amador*- José  Andreu . — Francisco  Aguadé  >  —  Floren- 
tío  Vg-uicü  —  Rúbeo  Landa  —Simeón  Vídert*— Ángel  Rniz  de  Que* 
redot  —  Victoriano  Castro. — Manuel  Herb  ella. —Manuel  Alcázar  Goma- 
les — Hipólita  Calderón  —  Atanasio  Gil  Tortoea— Luis  SimarrO,*— 
Vistor  Nersrr o  B e  ig .  —  J osqnía  Sinc h  ez  Co v isa . — José  M ,  Bscuder .  — 
taael  Riso*— Francisco  Sftb*la.  —Rafael  Alonso. — Manuel  Unsuraurra- 
fl,— Anlcoio  Lsrranaga.—  Qaopnr  Lsguina.  —  Kueebio  Ruiz  Chams- 
trn,.— Indalecio  Corujede. — José  María  García  Alvares. — Joaquín  ¿e 
fluel  vas.  — Joan  B-  Delgado.— Agustín  Sard  i.  — Segundo  Moreno  lar - 
cta.— Joan  Palsu.— Diego  le  Bued*.—  Zacarías  Ruiz.— Federico  Sola»- 


—   306    — 

tado  a  loa  ideas  franca  y  radicalmente  t¿  formado  ras  <r» 
nuestro  orden  colonial — y  si  u  guiar  mente,  de  1879  á  esta 
parte,  &  las  soluciones  autonomistas  y  a  la  campaña  que  los 
autonomistas  antillanos  han  realizado  en  la  Metrópoli  ó  en 
Ultramar  en  favor  de  sas  doctrinad, 

A  pesar  de  esto,  es  probable  que  no  falte  quien  arga  mente 
citando  algunos  respetables  nombres  de  republicanos  espa- 
ñoles adversarios  antes,  y  quien  sabe  si  ahora,  de  la  autono- 
mía colonial.  Si  este  argumento  tuviera  Fuerza  habría  tam- 
bién que  atribuírtele  al  hecho  de  que  algunos  monárquicos, 
en  sus  libros  ó  en  bus  conversaciones  privadas,  no  han  ocul- 
tado sn  parecer  favorable,  no  ja  solo  a  toa  principios  autono- 
mistas, sino  a  la  teoría  de  la  emancipación  de  las  Colonias. 

Pero  esos  hechos  aislados  realmente  no  dicen  nada  en 
contra  de  mi  tesis.  Las  opiniones  individuales  no  causan 
estado  en  el  orden  de  la  política  positiva.  Esta  la  determinan 
tan  solo  la  actitud,  disposición,  declaraciones  y  hechos  de 
los  partidos,  que  son,  hasta  el  momento  presente,  la  forma 
más  seria  7  eficaz  de  la  acción  política  contemporánea. 

Demás  de  esto  conviene  mucho  insistir  en  que  ninguno 
délos  poces,  muy  pocos  republicanos  que,  por  su  cuenta,  se 
han  opuesto  manifiesta  y  concretamente  á  la  autonomía  00* 
lonial,  ninguno  lo  ha  hecho  de  tal  modo  qne su  oposición  se 
extendiera  á  todo  el  programa  autonomista.  Asi  mismo 


gui. — Izando  Vidal.  —  Nirciao  Villapadiema.— José  Chucea.— Pabla 
Amina*— Esteban  Antón  Moras*—  Emilio  A  Tango,— Mari  ue  Araus, — 
Trinidad  Ai  iza.—  Manual  Montero,— José  Ramírez  Duro,—  Eladio  Mar- 
cos Calleja^  Miguel  Mttas  -Cayetano  Mocat  — Edwdo  Méndez  Ib*- 
fiex.^Salredar  Perdió,—  Tomai  Pérez  Linares.— Federico  Solae£ui 
etc.,  «te. 


—  307  - 

puede  decirse  que  ni  o  gema  de  aquellas,  respetables  perso* 
nas  se  mostró  nunca  propicia  al  mantenimiento  del  viejo 
régimen  colonial  6  á  la  solución  asimi  lista,  al  modo  qne  la 
definían  y  sostenían  los  partidos  monárquicos  gobernantes. 

Me  seria  facilísimo  aducir  al  ganos  textos:  pero  me  basta- 
rá recordar,  en  primer  termino,  que  el  programa  autonomis- 
ta antillano  afirma  los  principios  de  la  democracia  y  sostiene 
la  identidad  de  los  derechos  políticos  de  peninsulares  y  ul- 
tramarinos, concluyendo  por  afirmar  para  las  Colonias  una 
descentralización  mayor  qne  la  propia  de  las  provincias  6  re  • 
gionea  de  la  Metrópoli,  á  cambio  de  mayores  cargas  y  res 
ponsabilidades.  Respecto  de  este  ultimo  punto,  cierto  que  al- 
gunos republicanos  no  compartieron  el  voto  de  la  generali- 
dad, pero  respecto  de  los  otros  dos  particulares,  nadie,  ab- 
solutamente, nadie  en  el  campo  republicano  ha  mostrado  re- 
serva ni  vacilación  de  ni  agua  genero. 

Pero  después  de  lo  que  queda  expuesto  respecto  de  las 
grandes  representaciones  del  republicanismo  español,  mere 
ten  particularísima  consideración  las  recientes  declarado* 
oes  de  la  Fusión  Republicana*  constituida  por  republicanos 
de  todas  las  procedencias,  de  los  cuales  algunos  eran 
bien  conocidos  por  su  i  opiniones  individuales  hostiles 
4  la  Autonomía  de  la 9  Colonias.  La  declaración  autonomis- 
ta de  la  Asamblea  que  en  Junio  último  votó  la  Fusión  Be  • 
publican  a  fué  acogida,  tanto  por  los  representantes  congrega- 
dos en  el  Teatro  Moderno  de  Madrid,  como  por  el  numeroso 
público  que  llenaba  los  corredores  y  galerías  altas,  con 
aplausos  repetidos,  prolongados,  atronadores. 

No  hubo  ia  menor  protesta  ni  reserva  de  ninguna  espe* 
ele.  Y  puedo  afirmar  sin  temor  á  la  menor  rectificación,  por 
cuanto  yo  estaba  en  la  Bala,  que  aquel  acuerdo  y  el  de  la  di- 


/5S 


—  308  — 

solución  de  los  antiguos  grupos  republicanos  fueron  los  : 
aplaudidos  de  todos  los  proolamados  por  la  Asamblea»  con- 
trastando este  hecho  con  el  de  los  ruidosos  aplausos  con  que, 
á  poro,  y  en  el  mismo  local,  era  acogido,  por  nn  público  mo- 
nárquico, la  declaración  de  nn  político  conservador  en  pro 
de  la  posible  liquidaoión  del  negocio  de  Cuba. 

Dan  mayor  relieve  á  todo  esto  el  contraste  y  la  oposición 
de  lo  declarado  por  los  partidos  republicanos  y  lo  iicho  por 
las  individualidades  republicanas  más  reservadas,  asi  como 
el  particular  concurso  que  todos  los  republicanos  sin  dial  iu~ 
ción  prestaron  siempre  á  las  protestas  y  al  sentido  democrá- 
tico y  radical  de  la  campaña  autonomista  de  los  antillanos , 
con  lo  dicho,  hecho  y  defendido  por  todos  y  cada  uno  de  loa 
partidos  monárquicos,  los  cuales  siempre  estuvieron  más  6 
menoa  enfrente  de  esos  autonomistas,  hasta  el  punto  de  no 
consentir  que  en  el  Congreso — y  contra  lo  que  es  costumbre 
— entraran  á  formar  parte  de  las  comisiones  de  presupues- 
tos y  cs8i  podría  decirse  que  de  ninguna  comisión  que  hubie- 
ra de  dictaminar  respecto  á  política  ó  finanza  de  Ultramar, 
los  diputados  de  Cuba  y  Puerto  Rico  partidarios  de  la  auto- 
nomía colonial. 

Además,  es  notorio  que  tanto  en  el  Ministerio  de  Ultra* 
mar  como  en  otros  altos  puestos  de  la  Administración  públi- 
ca, figuraron  y  figuran,  con  exclusión  de  todo  otro  elemento- 
colonial,  diputados  y  senadores  de  la  Unión  Constitucional 
de  Cuba,  la  cual  monopolizó  y  monopoliza  contra  los  auto* 
nomificas  y  con  aplauso  y  apoyo  de  todos  los  partidos  monár- 
Huí  coa  de  la  Península,  la  dirección  política  y  la  adminis- 
tración de  las  Antillas.  Bastarla  esto  para  repetir  que  los 
republicanos  han  sido  los  unióos  patrocinadores  de  las  so* 
lu  clones  autonomistas  en  nuestra  España. 


—   309  — 

Pero  todavía  se  deben  citar  otros  hechos  en  favor  de  esta 
tesis.  EL  primero  y  decisivo  es  el  de  la  cooperación  que  á !» 
mencionada  campaña  autonomista  ha  prestado  la  prensa  de 
la  Peni  Denla.  No  creo  qne  sea  dable  rectificar  la  afirma- 
don  qne  aventuro  de  que  no  ha  habido  en  estos  últi- 
mos veinte  años  un  solo  periódico  monárquico  en  la  Pe* 
ilusa! a  que  haya  defendido  la  Autonomía  colonial» 

En  cambio  recuérdense  los  nombres  v  la  significación  y 
los  compro  miso  ¡i  de  los  periódicos  que  en  la  Metrópoli  han 
servido  esta  idea.  Antes  cité  Ja  Revista  de  las  Antillas  qne 
dirigió  el  3r.  Cepeda,  Ahora  recuerdo  el  Voto  Nacional  qoe 
dirigió  el  Sr<  Chiea,  La  TH&una  qne  dirigí  yo,  La  Unión 
qne  dirigió  el  Sr,  Sanche»  Pérez,  El  Liberal  dirigido  sucesi* 
vamente  por  los  Sres.  Araus  y  Moya,  La  Justicia  desde  los 
días  de  la  dirección  del  Sr.  Atíenzi  á  los  de  la  gestión  del 
8r,  Pérez  García,  Las  Dominicales  de  los  8 res,  Chíes  y 
Lozano,  MI  Nuevo  Rét/imen  del  Sr.  Pi  y  Margall...  Todos 
esos  periódicos  de  Madrid  eran ,  y  los  qne  viven  son  repu  ■ 
blicanod.  Del  propio  modo  han  sido  y  son  republicanos  y 
autonomistas  El  MercanHl  Valenciano  %  La  Publicidad  de 
Barcelona,  La  Voz  Montañesa  de  Santander;  es  decir,  tres 
de  los  seis  periódicos  de  mayor  circulación  ó  importancia 
da  las  provincias  españolas, 

Y  cuéntese  que  fuera  de  La  Tribuna,  en  ninguno  de  lo» 
periódicos  tenia  ni  tiene  parte  el  capital  antillano  ni  i  d  lineo- 
cía  directa  la  política  local  ultramarina.  Mas  aún;  con 
«acepción  de  La  Iríbwna^  y  de  la  Revista  de  las  Antillas t 
ninguno  de  los  periódicos  qne  en  la  Península  han  defen- 
dido ó  defienden  la  autonomía  colonial»  ha  tenido  ni  tiene 
suscripción  de  mediana  importancia  en  Ultramar.  Por  ma- 
nera que  el  apoyo  de  todos  esos  periódicos  ha  sido  y  es  do- 

L 


—  310  — 

ud  perfecto  desinterés;  por  amor  a  la  idea;  por  la  firme 
creencia  de  que  de  Fe  adiendo  la  solución  autonomista  se 
responde  á  la  lógica  de  la  doctrina  democrático* republica- 
na, ae  procara  el  bienestar  de  las  Antillas,  aa  abofa  por  la 
tranquilidad  y  el  progreso  de  la  Península  y  te  contribuye 
al  prestigio  y  al  poder  de  toda  España  (1], 

Bien  qu«  este  desinterés  en  tan  msritísima  campaña 
(desinterés  que  quizá  no  sea  bien  entendido  todavía)  corres- 
ponde admirablemente  al  demostrado  por  loa  partidos  o 
grupos  republicano*. 

Bien  ó  mal,  estos  no  ae  han  cuidado  de  extender  su  acción 
á  las  Antillas,  Es  decir,  no  han  procurado  constituir  allí 
comités  ni  formar  organizaciones  más  ó  menos  depeD dien- 
tes de  los  Centros  republicanos  directivos  de  la  Metrópoli* 
Quizá  alguno,  en  cierta  ocasión,  ha  excusado  oportunida- 
des aprovechables  sino  se  hubiera  tenido  en  cuenta  qns  en 
determinada  a  circunstancias,  y  siendo  muy  vivo  el  sentí* 
miento  de  la  política  local  en  las  Antillas  ciertas  gestiones 
podrían  producir  inmediatamente  la  división  y  desorganiza* 
cien  de  la  fuerza  local  autonomista,  necesitada  de  todas  sus 
energías  para  luchar  en  Ultramar  con  el  Gobierno  monár- 
quico y  con  los  partidos  conservadores  plenamente  identifi- 
cados en  a  o  desastrosa  campaña. 

En  tal  sentido  los  partidos  peninsulares— y  particular- 


(1)  Bi  predio  lia  cor  constar  que  los  partidos  autonomistas  de  tu  An- 
tí  il  a*  han  car  respondido  &  estas  ai  apatías  do  la  pro  as  a  peninsular  co- 
piando al  Con  grato  dos  veces  ni  Br.  D*  Miguel  Moya  (director  de  El  Li« 
btrAlj  como  diputado  autonomista,  sin  que  por  aato  ae  en  Un  diera  qne- 
El  Liberal  foen  uo  pi_»rióíi:o  del  pirtido  autonomista  da  Cu  o*  6  da 
Puerto  Rico.  Así  lo  ha  declarado  El  Liberal  y  lo  han  *  atendí  do  siempr* 
Jaa  Directivas  insulares. 


—  311  — 

mente  el  Centralista— han  recibido  con  particular  satief*c - 
ción  la  adhesión  de  calificadas  personal  i  dades  de  la  política 
local  antillana;  por  ejemplo,  loa  exdiputados  D.  Julián 
Blanco  y  Sosa  y  D.  Gabriel  Millet.  Pero  de  ninguna  auer 
te  han  puesto  como  coadición,  ni  nada  qne  ee  le  parezca, 
para  la  insistente  campaña  en  pro  de  la  autonomía  y  de  una 
política  de  justicia  y  expansión  en  Ultramar,  la  cooperación 
6  la  mera  correspondencia  de  los  que  en  las  Antillas  viven É 

Repito  que  no  jazgo  definitivamente  esta  conducta.  Se 
ütlo  el  hecho  como  he  señalado  tantos  otros»  añadiendo  que 
no  conozco  ejemplo  parecido.  Fortifica  este  concepto  lo  que 
últimamente  ha  hecho  el  partido  Liberal  de  la  Peni  caula  con 
'os  autonomistas  portorriqueños  que  solicitaron  su  concurso 
y  que  han  tenido  que  entrar  en  aquel  partido  aceptando  su 
disciplina.  Lo  propio  exigieron  los  liberales  de  otros  tiem- 
pos ¿  los  vascongados  y  los  catalanes ,  que  por  este  medio 
m  emanciparon  del  régimen  de  desigualdad  y  de  los  esta- 
dos de  sitio »  casi  permanentes  antes  de  1S5S.  Algo  parecido, 
aunque  en  forma  muy  diversa,  exigieron  los  liberales  i  ti 
gleeea  á  los  autonomistas  irlandeses,  Y  es  sabido  qne  les 
asimilistas  f ranease1!  (que  en  rigor  defienden  Jo  qne  los 
tutooomistas  españoles,  aun  cuando  lleven  otro  nombre  por 
razones  distintas  y  de  localidad)  necesitaron  ponerte  dentro 
da  los  partidos  republicanos  de  la  Madre  Patria  para  lograr 
la  extensión  á  las  Antillas  del  sufragio  universal»  el  gobier- 
no civil,  la  libertad  municipal}  la  división  de  los  presu- 
puestos loe  a  lea  y  de  la  nación,  eto*,  etc. 

Sobre  este  punto  han  corrido  muchos  errores,  atribuyen 
dome  una  gestión  que  yo  no  ha  realizado.   No  han   sido 
pocos  los  que  han  creído  qoe  yo  he  trabajado   activamente 
para  lograr  que  los  autonomistas  antillanos  ingresasen  e» 

31 


n 


—  312  — 

los  partidos  republicanos  de  la  Península,  La  suposición  ea 
absoluta mente  falsa.  Ni  siquiera  he  hecho  uso  de  falco lta des 
que  el  Directorio  portorriqueño  me  dio  hace  años  para  alga 
que,  sin  ser  lo  supuesto,  podría  parecérsele. 

Yo  no  he  pasado  de  recomendar  á  Jos  diputados  y  seca* 
dores  autonomistas f  primero,  que  realizaran  m  campaña  en 
relación  afectuosa,  constante  j  hasta  Intima  con  la  repre- 
sentación parlamentaria  republicana;  y  segundo,  que  aque- 
llos autonomistas  antillanos  que  fueran  partidarios  de  la 
República,  tomaran (  oomo  yo,  puesto  en  el  aludido  grupo 
parlamentario.  Ya  he  dicho  antes  cómo  hubiera  celebrado 
que  los  diputados  autonomistas  de  Cuba  y  Puerto  Rico,  en 
determinado  momento,  hubiesen  constituido  un  grupo  den- 
tro de  la  Unión  parlamentaria  republicana. 

Excuso  repetir  razonamientos  ni  traer  otros  nuevos.  Tam- 
poco es  oportuno  explicar  ahora  por  que  no  tomó  sobre  mi 
la  gestión  que  falsamente  se  me  supone.  Estas  explicaciones 
no  se  harmonizan  con  el  na  del  trabajo  presente. 

Pero  si  cabe  dentro  do  mi  plan  el  decir  que  la  gestión 
que  yo  verdaderamente  practiqué — y  por  cierto  con  nu  éxito 
que  robustece  mi  fe  en  la  virtud  de  la  razón  y  en  e!  poder 
de  una  propaganda  sostenida  con  perseverancia — la  ges- 
tión que  me  preocupó  por  mucho  tiempo  y  cuyo  alcance  po- 
lítico v  eron  perfectamente  mis  adversarios  en  la  Península. 
fué  la  de  asegurar  á  los  autonomistas  antillanos  y  á  la  can 
sa  autonomista,  el  resuelto  apoyo  de  un  partido  nacional  y 
especialmente  del  partido  Republicano.  Para  ello,  natural- 
mente, me  dieron  autoridad  el  hecho  de  estar  yo  dentro  de 
este  partido  y  la  circunstancia  de  predicar  con  el  ejemplo. 

Por  eso  yo  no  podré  olvidar  nunca  el  efecto  qne  en  mi  áni- 
mo produjo  el  banquete  con  que  en  el  salón  de  LharJy  me 


—  313  — 

o  tequiaron  doscientas  personas,  entre  loa  que  figuraban 
hombres  como  Estanislao  Fignerag,  Eduardo  Chao  y  Manuel 
Pedregal,  con  motivo  del  d ¿Acarea  que  pronuncié  en  el  Con- 
gres  o,  en  Abril  de  1880,  defendiendo  la  sol  ación  autonomía. 
ta.  A  aquel  banquete  concurrieron  algunos  hijos  da  las  Ac  ti- 
llas, más  6  menos  comprometidos  en  favor  de  la  reforma  co  * 
lonial,  pero  la  generalidad  de  los  asistentes  eran  republica- 
nos, sin  la  menor  relación  con  las  Antillas;  gente  sincera  y 
entusiasta,  cuya  franca  devoción  me  co  o  firmó  en  mí  idea  res- 
pecto del  respectivo  valor  de  la  cooperación  de  todos  y  cada 
uno  de  los  partidos  y  loé  elementos  políticos  de  la  Península 
y  de  la  casi  imposibilidad  de  que  la  solución  autonomista,  en 
feos  dos  conceptos  fundamentales,  pa  diese  triunfar  en  la  Me* 
trópoli,  por  el  solo  esfuerzo  de  los  autonomistas  antillanos. 

Despoés,  en  mis  excursiones  políticas  por  Vizcaya,  Le- 
vante y  Andalucía,  adquirí  nuevos  datos  que  he  aprove- 
chado, sin  distracción  ni  duda,  cada  ves  más  convencido  de 
qne  es  elemento  capital  de  la  acción  política  la  detenida 
tatimución  del  medio  en  que  se  trata  de  operar,  Por  eso, 
después  de  los  principales  actos  da  propaganda  re» litados 
en  aquellas  comarcas,  recababa  yo  de  los  Comités  directi- 
va! del  Centralismo,  que  saludaran,  telegráfica  mente  ó  por 
escrito,  á  las  Directivas  autonomistas  antillanas,  ratificando 
au  devoción  y  sus  compromisos  en  favor  de  la  Autonomía. 

Por  lo  mismo  en  toda  esa  campaña,  aun  á  riesgo  de  pasar 
por  preocupado  é  impertinente,  hice  siempre  objeto  de  mi 
particular  atención  la  tesis  de  qne  la  reforma  colonial  no 
era  un  empeño  exclusivo,  ni  debía  estar  colocada  dentro  de 
la  jurisdicción  del  especialista,  sino  qno  afectaba  á  la  vida 
total  de  la  Nación  y  al  interés  político  general,  cnanto  mas 
il  interés  de  los  liberales  y  los  demócratas. 


—   314   — 

Y  esto  por  tras  principales  ratones,  Porque  es  ímpoiible 
prescindir  de  que  uno  de  los  fon  dame  utos  del  valor  histó- 
rico, del  prestigio  presente  y  de  la  representación  interna- 
oional  de  EspaEa,  consiste  en  el  valor  y  la  prosperidad  de 
sos  colonias,  cuya  situación  geográfica  y  coyas  condicionas 
físicas,  económicas  y  sociales,  son  de  notoria  y  excepcional 
Importancia,  al  par  que  comprometen  á  nuestra  Patria  á 
desvelos  y  atenciones  apenas  imaginables,  si  tofos  nues- 
tros intereses  se  diesen  solamente  aquende  el  Pirineo  y  en  el 
territorio  que  abrazan  el  Mediterráneo  y  el  Atlántico. 

En  segundo  lugar,  porque  la  vida  de  nuestras  colonias, 
y  seSaladamen  te  de  nuestras  Antillas,  influyo  poderosa  y 
directamente  en  la  de  la*í  má*  adelantadas  comarcas  de  la 
Península.  Para  dudar  de  esto,  es  necesario  no  haber  pisa- 
do las  playas  catalanas  y  desconocer  la  economía  de  San* 
tender  y  Asturias. 

Y  ademas  porque  es  un  hecho  evidente,  aunque  no  bien 
estudiado  por  nuestros  políticos,  el  influjo  que  la  reac 
ción  ultramarina  ha  tenido,  sobre  todo  en  el  curso  del 
presente  siglo  (  al  modo  que  sucedió  en  Inglaterra  en  el 
último  tercio  del  siglo  xv  ti  i)  en  'a  pujanza  de  la  reación 
peninsular,  cuyos  corifeos  y  capitanes  sacaron  medios  v  se 
educaron  y  for  ti  carón  para  la  empresa  liberticida,  en  las 
contiendas  americanas,  en  el  ejercicio  del  poder  consagrado 
por  las  leyes  de  Indias  bastardeadas  por  la  famosa  Eeal 
orden  de  las  Omnímodas  de  1825,  y  en  el  disfrute  de  los 
monopolios  ele'  viejo  régimen. 

En  tal  sentido  vuelvo  á  repetir  que  yo  nunca,  para  de- 
fender las  libertades  coloniales,  he  prescindido  de  su  engra- 
naje con  las  de  la  Penínsila  y  de  tomar  la  cuestión  como 
Qn  problema  total, 


—  315  — 

En  cnanto  á  la  conveniencia — estoy  por  decir  la  necee  i  ■ 
dad — del  apoyo  de  los  partidos  avanzados  de  la  Península— 
y  singularmente  del  Republicano — á  la  causa  autonomista 
colonial,  tengo  tanto  que  explicar  y  referir  que  la  abun- 
dancia de  materia  me  obliga  á  reducir  extraordinariamente 
eljdiscurso,  [No  en  vano  se  pasan  más  de  treinta  años  o  ven- 
do T  viendo,  y  bregando  por  u na  causal 

Respecto  de  lo  pasado ,  be  dicho  varias  veces  y  en  mu  * 
chas  partee,  que  me  atrevo  á  dudar  de  que  sin  la  propagan- 
da republicana,  dentro  y  fuera  del  Parlamento,  se  hubieran 
conseguido  los  adelantos  de  estos  últimos  10  afioe»  asi  en 
la  opinión  pública  como  en  la  esfera  del  gobierno  y  de  las 
leyes.  Bespecto  del  porvenir,  mi  convicción  es  tan  firme, 
que  aseguro  qne»  ann  cuando  los  actuales  partidos  gober- 
nantes, por  efecto  de  su  última  evolución,  establecieran  «1 
régimen  autonomista  en  nuestras  Antillas,  serian  precisos 
para  el  éxito  de  &ifa,  la  atención,  la  solicitad  y  el  esfuerzo 
del  partido  Republicano. 

Todo  ello  se  explica  perfectamente, 

No  necesito  esforzarme  para  abonar  mi  discreta  reserva 
respecto  al  modo  v  macera  con  que  los  actuales  partidos  mo- 
nárquicos y  gobernantes  bayan  de  plantear  la  Autonomía 
en  las  Antillas.  Me  faltan  ciertos  datos  de  intimidad  y  yo 
doy,  bajo  el  punto  de  vista  de  la  doctrina  y  del  éxito,  una 
gran  importancia  al  sentido  pro  raudamente  democrático  con 
que  se  ha  defendido  la  Autonomía  en  las  Antillas  y  oon  qua 
allí  se  tendrá  que  establecer  el  nuevo  régimen;  sobre  todo 
en  vista  de  la  principal  determinante  del  último  decreto 
del  partido  conservador.  Es  decir,  en  vista  de-  la  pronta 
pacificación  de  Cuba* 

Con  esto  quiero  significar  que  no  me  prometo  verdaderos 


—  31G  — 

resultados  ni  el  Gobierno  de  la  Metrópoli  persevera  en  su 
propósito  de  descentralizar  atribuciones  del  Poder  Central 
para  llevarlas  4  cent  roa  burocráticos  y  á  corporaciones  más 
ó  monos  oligárquicas  Mi  opinión  resuelta  es  que  laa  faeul 
tades  que  ge  reconozcan  á  las  instituciones  coloniales  se 
atribuyan  á  corporaciones  eminentemente  populares  y  que 
la  vida  local  ó  insular  se  co usagre  franca  y  sinceramente, 
haciendo  depender  del  pueáio  de  las  Antillas  i  tocios  aque- 
llos Funcionados  á  cuyo  cargo  hayan  de  correr  laa  atencio 
sea  y  las  necesidades  locales. 

Y  que  esto  puede  realizarse  sin  menoscabo  de  la  sobera- 
nía de  la  Nación,  no  es  materit  discutible  ni  en  el  orden 
doctrinal  ni  en  el  práctico.  Piden  los  autonomistas  antilla- 
nos menos  que  lo  que  rige  en  el  Canadá  y  sin  embargo 
nadie  que  entienda  de  derecho  político  y  que  sepa  el  uso 
que  Inglaterra  h*  hecho  del  llamado  derecho  imperial ,  pue- 
de negar  la  soberanía  británica  sobre  las  dependencias  an- 
glo- americanas.  Todas  las  dificultades  ó  las  confusiones 
que  respecto  de  este  particular  pueden  surgir,  dependen  de 
la  manera  de  establecer  la  diferencia  que  separa  á  los  negó  - 
oíos  locales  ó  coloniales  de  los  negocios  generales  ó  de  la 
Nación. 

En  tal  supuesto,  es  indispensable  que  la  reforma  de  la 
organización  de  nuestras  Antillas  coincida  con  una  amplí  - 
sima  reforma  electoral,  y  que  las  n novas  instituciones  se 
planteen  con  sentido  democrático.  Esto  era  recomendable 
antes  de  la  guerra  de  Cuba.  Hoy  me  parece  imprescin- 
dible. 

De  otra  parte,  no  me  explico  bien  cómo  la  reforma  auto 
nomista  podría  realizarse  en  Ultramar,  sin  la  intervención 
directa  y  preferente  de  los  antiguos  autonomistas.    T  esto 


^v 


—  31T  — 

implicaría  el  abandono  de  la  decidida  protección  que  todos 
nuestros  partidos  monárquicos  han  dado  a  la  Unión  Cons- 
titucional de  Coba  y  a  loa  incondicional  es  da  Puerto  Rico, 
El  punto  es  de  ta'  gravedad  riue,  á  mi  juicio,  p  res  cundir  de 
41  equivale  á  asegurar  el  fracaso  de  ta  nueva  política, 

£1  grado  de  la  intervención  de  \on  autonomistas  en  el 
planteamiento  y  arraigo  del  nuevo  régimen,  sería  cuestión 
también  muy  i m porgante  en  cualquier  momento»  Pero  ahora 
de  valor  insuperable,  por  cuanto  esas  autonomistas  necesi- 
tan fuer aa  excepcional  y  prestigios  extraordinarios  pira 
realizar  el  doble  empeño  de  instaurar  las  institución  es 
autonomistas  y  de  desarmar  y  vencer  la  insurrección  ca- 
bana. 

No  quiero  tratar  extensamente  estos  particulares,  V  por 
no  complicar  el  discurso  prescindo  de  loe  varios  problemas 
de  íondo  que  ha  producido  h  actual  guerra  de  Ouba  y  cuya 
resolución  no  dependerá  solo  de  lo  que  hasta  ahora  se  ha 
llamado  la  Autonomía.  Aludo  á  los  problemas  de  la  repo- 
blación y  de  la  reconstrucción  de  O  aba,  de  la  deuda,  del 
ejército  colonial;  particulares  todos  intactos  y  muy  poco  co- 
nocidos de  la  casi  totalidad  de  nuestros  políticos.  Me  atengo 
4  lo  que  hasta  ahora  se  ha  disentido  con  mayor  ó  menor 
competencia  y  con  más  ó  menos  aprovechamiento.  Y  llego 
á  aceptar,  con  guato,  así  las  declaraciones  antes  aludidas 
del  8r.  Sa gasta,  como  el  supuesto  de  que,  en  todo  caso,  los 
herederos  políticos  del  Sr.  Cánovas  completarán,  en  buen 
sentido,  la  reforma  de  1S97,  porque  no  puedo  creer  que  se 
acepte  locamente  la  probabilidad  de  un  fracaso,  por  falta  de 
los  necesarios  complementos  de  la  obra  iniciada  en  Abril  úl- 
timo. No  puedo  ser  más  benévolo. 

Pero   también  lie  dicho  muchas    veces  (y   muy    eape- 


—  318  — 

cía  1  mente  caá d do  loa  abolicionalistas  logramos  lea  lejee 
de  abolición  de  la  esclavitud  de  1873  y  18.31)  que  era  más 
difícil  ejecutar  un  fallo  que  ganar  la  sentencia í,  por  le  cual 
he  dado  j  continúo  dando  una  importancia  excepcional  y 
haala  decisiva,  á  la  manera  con  que  se  aplican  las  leyes  de 
reforma.  Para  esto  último  se  necesita,  no  aolo  maj  bien  a 
voí  untad,  fe  viva  y  reflexiva  perseverancia  da  parte  de  loa 
llamados,  por  modo  oficial,  á  dirigir  y  realizar  sea  aplica* 
ción,  sino  atención  exquisita  y  celo  insuperable  de  p&rfe  de 
los  elementos  que,  más  6  menos  deade  fuera,  asistan  al  plan* 
tea  miento  y  al  desarrollo  de  aquella  novedad* 

Me  seria  muy  fácil  aducir  muchos  datos  en  comprobación 
de  mi  aserto.  Datos  re.ativog  á  la  misma  compleja  reforma 
co  otila  1  que  se  ha  venido  planteando  y  desenvolviendo  en 
las  Antillas  desde  1 879  á  esta  parte. 

Recuérdese  lo  que  ha  pasado  con  el  derecho  de  sufragio 
que  se  quitó,  contra  toda  clase  de  ofrecimientos,  convenien- 
cias y  ejemplos,  á  los  propietarios  y  cultivadores  rn ralee  cu- 
yas fincas  pagaron  el  2  por  100  de  la  renta  (después  de  ha- 
ber pagado  el  I  ó) t  por  efecto  de  la  crisis  colonial.  Recuérdese 
como  se  interpretó  la  ley  electora!  en  punto  al  reparto  de  la 
cuota  contributiva  de  los  establecimientos  mercantiles  entre 
todos  los  que  los  directores  da  ellos  decían  que  eran  socios, 
con  lo  cual  se  oreó  la  clase  de  socios  de  ocasión,  Recuérdese 
lo  que  sucedió  con  los  patrocinados  de  la  ley  abolicionista 
de  1881,  con  leu  cuales  se  mantuvo  virtualmente  la  esclavi- 
tud. No  son  para  olvidadas  las  excepciones  i ntrod acidas  en 
el  Código  de  Justicia  multar  reciente,  en  daño  de  las  Anti- 
llas y  en  oposición  al  texto  de  la  Constitución  allá  promulga* 
da  en  1 88 1  Y  no  ae  puede  prescindir  de  la  serie  de  reforma» 
parciales  de  la  ley  de   relaciones  mercantiles  de  1162,  que 


—  319  — 

redujeron  el  cabotaje  caai  á  un  derecho  exclusivo  de  loa  pro- 
ductora y  comercian  tea  peninsulares . 

Por  tanto,  repito,  no  puede  confiarse  en  la  eficacia  de  las 
reforma»  por  el  mero  hecho  de  que  aparezcan  en  la  Qaaia 
oficial  y  aun  por  la  circunstancia  de  que  se  haya  iniciado  un 
planteamiento,  con  la  mejor  buena  fe  del  mundo  y  los  más 
rectos  propósitos  imaginables.  Solo  viviendo  fuera  de  nues- 
tro mundo  político  puede  pensarse  que  los  autonomistas,  re- 
gimentados y  sometidos  ala  disciplina  de  los  partidos  go- 
bernantes, hubieran  de  tener  bastantes  medios  para  campa- 
ñas de  resaltado  respecto  á  omisiones,  contradicciones  ú  ol- 
vidos de  su  propio  partido  general  6  peninsular.  Aun  para 
facilitar  su  protesta  6  fortificar  su  gestión  seria  preciso  el 
acicate  de  loa  de  fuera.  Es  decir»  de  personas  que  al  rea- 
liiar  an  inspección  y  su  crítica  no  pudieran  ser  acodadas 
de  indisciplinadas  y  perturbadoras. 

De  aquí  la  conveniencia  de  que,  aun  dentro  de  la  situa- 
ción imperante»  aparezca  capacitado  excepción  al  mente  el 
partido  republicano  español  para  llevar  la  voz  Je  los  auto- 
nomistas de  las  A  n  tullas  que  no  sean  monárquicos.  Y  de 
aquí  la  necesidad  de  evidenciar  lo¿  títulos  que  para  esta 
empresa  tienen  los  republicanos  españoles,  recordando, 
cota  do  menos,  lo  que  en  circunstancias  por  todo  extremo 
extraordinarias,  j  en  el  curso  de  lina  larga  historia,  han 
hecho  estos  en  favor  de  nuestras  colonias  y  especialmente 
de  loa  derechos  y  las  libertades  de  Cuba  y  Puerto  Rico. 

Pero  además  siempre  convendrá  tener  muy  en  cuenta 
las  superiores,  las  excepcionales  facilidades  que  para  la 
propaganda  de  los  ideales  democráticos  y  concretamente  de 
las  soluciones  autonomistas,  ofrecen  los  partidos  no  gober- 
nantes de  nuestra  Patria.  J£sta  es  una  ventaja  que  compon- 


—  320    — 

sa  el  i  neón  ven  iente  de  la  falta  de  poder,  ai  ge  tiene  en  cuen- 
ta que  vivimos  en  loa  tiempos  de  loa  gobiernos  de  opinión 
j  que  no  es  del  todo  preciso  que  los  partidos  sean  dueños 
de  la  Gaceta  para  Jhvar  á  ésta  sos  principios  y  sos  obser- 
vaciones. 

Buena  prueba  de  ello  es  lo  que  ha  sucedido  en  España 
con  laa  reformas  democráticas  dentro  de  los  últimos  veinte 
años;  pero  sobre  todo,  lo  que  ha  sucedí  lo  con  la  reforma 
colonial  en  este  iVtimo  período.  Porque  no  me  atrevo  á 
creer  que  nadie  intente  negar  que,  cuando  unos  cuantos  de 
fendíamos  en  el  Parlamento  y  fuera  de  él,  la  división  de 
mandos,  y  el  tratado  de  comercio  oon  los  Estados  Unidos  y 
las  libertades  de  imprenta  y  de  reunión  y  la  separación  de 
los  gastos  de  soberanía  de  los  gastos  coloniales  en  el  preso  * 
puesto  de  las  \n tillas,  y  la  reforma  de  la  ley  electoral  de 
1S76. , ,  todo  esto  era  resuelta  mente  rehusado  por  los  parti- 
dos gobernantas  de  aquel  tiempo. 

Hay  qne  considerar  qne  loa  partidos  de  esta  clase  tienen 
muchos  reparos  para  incluir  en  a  as  programas  laa  refor- 
mas qne  no  creen  inaplazables,  y  que  aun  laa  argentas 
las  anuncian  con  la  mayor  circunspección  posible,  temero- 
sos de  laa  exigencias  qne  el  público  formularla  a.  las  24  ho- 
ras de  convertidos  los  propagandistas  en  gobierno.  No  te- 
men esto  los  partidos  de  oposición  radical,  mucho  más  ge- 
nerosos y  menos  expuestos.  Amén  de  que  dando  una  mayor 
importancia  á  los  principios  qne  á  la  conducta,  con  facilidad 
es  prestan  4  poner  dentro  del  cuadro  de  sus  aspiraciones, 
todo  aquello  qne  determina  la  lógica. 

En  tal  sentido  y  ano  en  el  aupuesto  d*  que  las  refor- 
mas coloniales  llegaran  a  lo  deseable,  serla  ana  iumeu* 
sa  torpeza  de  parte   de  los    autonomistas  antillanos  pri* 


—  321  — 

Yiree  del  con  cargo  de  loe  partidos  radio  ales  y  propaga  nJia 
tas  de  U  Peníoanla,  rindiéndose  á  uo  exclusivismo  7  á  una 
preocupación  del  momento,  que   los    republicanos   posible 
mente  estimarían  como  una  demostración  egoísta  y  quizá 
como  un  pecado  de  id  gratitud, 

No  hay  para  qué  razonar  la  gravedad  de  esta  última 
contingencia.  Cierto  que  las  ideas  no  son  los  hombres»  pero 
verdad  también  que  sin  tatos  no  pueden  realizarse  aquéllas 
y  que  laa  di  visiones  y  los  antagonismos  de  los  que  profesan 
Lis  mismas  ideas  frecuentemente  perjudican  á  la  vida  de  es 
tas  macho  más  que  la  oposición  y  hasta  las  embestidas  de 
tas  mis  decididos  adversarios*  Buenas  pruebas  de  ello  ofre- 
ce la  historia  contemporánea  del  republicanismo  español. 

Por  ello  la  oposición  de  nuestros  republicanos  á  los  au  - 
tonomistas  de  las  Antillas  perjudicaría  lo  indecible  á  la 
cansa  de  estos  y  al  progreso  pacifico  y  positivo  de  las 
institución  es  políticas  y  sociales  de  Uuba  y  Puerto  Rico. 
Y  no  sería  fácil  a  loa  antillanos  borrar  de  la  historia  el  he* 
eho  evidente  del  con  curso  activo,  generoso  y  eficaz  que  el 
republicanismo  español  ha  prestado,  desde  1873  á  esta  par- 
te, i  la  causa  délas  libertades  de  Ultramar.  En  pocos  te 
r  renos  como  en  el  de  la  política  ee  pagan  los  olvidos,  los 
abandonos  y  las  i o gratitudes.  Sé  que  el  vulgo,  dejándose 
llevar  de  las  apariencias,  piensa  lo  contrario,  Pero  si  esto 
último  fuere  asi,  seria  una  vana  palabra  la  lógica  de  la 
Historia,  que  ee  la  primera  ley  del  mundo* 

Después  de  todo  esto  y  sobra  en  base,  urgen  varios  pro- 
blemas íntimamente  ligados  entre  sí,  y  cuya  de'ioadesa  no 
es  preciso  escarecer.  Problemas  de  arte  político,  apenas  es- 
bozados hasta  el  día  y  que  necesariamente  tienen  que  pre« 
ocupar  dentro  de  poco  á  ios  habitantes  de  las  Antillas  y  de 


—  322  — 

on  modo  especial  á  los  autonomistas  republicanos  de  Jad 
mismas.  Quizá  también  f  aunque  de  diferente  modo  y  per 
diferente*  razones,  á  los  de  la  Península. 

¿De  que  suerte  se  ha  de  entablar  y  sostener  en  lo  futuro 
la  intimidad  de  relaciones  de  los  unos  y  los  otros? 

¿Ea  compatible  con  esta  intimidad  la  existencia  de  loa 
partidos  insulares? 

¿Proclamada  de  veras  y  siendo  un  hecho  positivo  el  ré- 
gimen autonomista  en  las  Antillas,  es  dable  prescindir  de 
los  partidos  locales? 

¿Gomo  ae  relacionará  en  lo  sucesivo  la  política  insular  7 
la  política  nacional? 

He  ahí  varios  de  toa  problemas  á  que  acabo  de  aludir. 
Recito  lo  que  con  otro  propósito  ya  be  dicbo:  no  me  corres- 
ponde tratarlos  en  este  momento  y  monos  en  esto  libro.  Bis* 
tame  señalarlos  como  una  demostración  de  la  gravísima 
trascendencia  de  laa  reformas  que  ahora  se  anuncian  y  cuyo 
alcance  no  se  estimará  1  ocularmente  sin  tener  en  cuenta,  de 
nn  lado,  nuestro  poco  estudiada  tradición  colonial,  y  de  otro, 
el  nuevo  rumbo  de  la  colonización  británica,  manifiesto  en 
la  campan  a  de  la  Federación  imperial  y  en  las  últimas  decla- 
raciones del  Gobierno  inglés  y  de  los  principales  Ministros 
de  las  Colonias  inglesas. 

Todos  son  problemas  de  superior  arte  político. 


J 


XIX 


Por  todo  lo  dicho  se  comprenderá  que  no  aventaré  nada 
tn  las  afirmaciones  con  que  he  encabezado  este  libro. 

Los  republicanos  españolas  han  sido,  en  estos  últimos 
25  años,  los  más  decididos,  constantes  y  segaros  defensores 
de  las  libertades  antillanas  y  los  únicos  patrocinadores  de 
la  solución  autonomista  para  nuestras  colonias. 

A  estos  títulos  hay  que  agregar  otro  de  suma  Importan- 
cia en  estos  momentos  y  al  cual  aludí  al  principio. 

Es  indudable  que  la  autonomía  colonial  es  un  hecho  en 
la  política  española.  Pero  hay  que  reconocer  que  esta  solu- 
ción tropieza  hoy  con  una  grave  dificultad  en  el  terreno  de 
las  susceptibilidades  nacionales.  Corre  bastante  la  especie 
de  que  la  autonomía  se  arranca  á  España  por  los  inga r rec- 
tos cubanos  y  más  aún  por  los  Estados  Unidos  de  América. 

Esta  tesis  puede  ser  combatida  con  varios  argumentos, 
pero  hay  uno  de  fuerza  insuperable.  £1  que  resulta  del  he- 
cho evidente  de  que  en  España  ha  habido  y  hay  más  piiti* 
dos  que  los  monárquicos,  y  que  estos  últimos  son  los  qie 


—  324  — 

í .  .i  ti  combatido  constante  y  ciegamente  hasta  ahora  la  Auto- 
nomía colonial.  No  es  menos  indiscutible  que  ésta  ha  sido  ' 
reconocida  y  proclamada  hace  muchos  años  por  un  gran  par- 
tido español:  por  el  partido  Republicano. 

De  donde  se  viene  á  estas  conclusiones:  primera,  que  el 
partido  Republicano  es  hoy  un  servidor  excepcional  dtl 
prestigio  y  el  honor  de  la  Patria;  y  segunda,  que  la  Auto- 
nomía colonial  no  es  una  imposición  del  extranjero,  sino  una 
de  tantas  soluciones  de  !a  política  española. 

Por  todo  lo  cual,  en  buena  doctrina  política  y  en  un  or- 
den regu'ar  de  gobierno,  la  llamada  á  plantear  y  á  ha- 
cer que  arraigue  la  Autonomía  en  nuestras  Antillas  es  la 
República.  La  moral  y  las  conveniencias  políticas  imponen 
esto.  Además  lo  abona  la  admirable  experiencia  de  Pueno 
Hico  en  1873. 

Loa  republicanos,  pues,  tienen  de  su  parte,  por  causa  de 
la  cuestión  colonial,  la  razón,  la  historia,  la  práctica  de 
la  política  y  el  decoro  nacional.  [Quiera  Dios  que  no  l'S 
franquee  el  camino  una  gran  catástrofe! 

Pero  en  el  orden  de  la  vida  práctica  y  de  la  política  pal- 
pitante es  dable  una  hipótesis:  la  de  que  cualquiera  de  los 
actuales  partidos  monárquicos,  rectificando  sincera  y  hon- 
radamente sus  prejuicios  y  su  política  anterior,  en  vista  de 
la  terrible  complicación  de  las  presentes  circunstancias,  se 
decida  á  realizar  el  programa  autonomista.  Cuando  menos, 
á  enrayar,  con  lealtad  y  energía,  este  nuevo  procedimiento, 
de  resultados  admirables  en  otros  países  y  en  otras  crisis 
análogas  á  la  actual  española. 

Eu  este  caso  la  realidad  se  impondría  y  solé  un  iluso  ó 
un  desatentado  podría  oponerse  á  esta  obra  verdaderamente 
patriótica.  Porque  siendo,  como  es,  el  problema  antillano  el 


—   235  — 

capital  de  la  rolítica  de  Ef ja- ñ»  en  estos  momestoe^  no  e* 
el  único:  y  tampoco  es  irracional  el  admitir  la  introd noción 
(irregular  y  contradictoria,  pero  abonada  por  la  urgencia  del 
problema)  de  la  solución  autonomista  en  un  programa  del 
partido  imperante,  consagrado,  al  propio  tiempo,  á  dominar 
lagjtQación  manteniendo,  respecto  de  otros  particulares, 
uc  criterio  distinto  y  aun  opuesto. 

¿eta  contradicción  nunca  perjudicarla  al  éxito  de  la  po- 
lítica general  republicana.  Porque  «lo  semejante  llama  á  lo 
¿emejante  >  y  la  victoria  de  las  ideas  republicanas  en  la 
cuestión  colonial  traería  aparejadas  otras  soluciones  de 
vi  Dilogo  carácter;  incompatibles  con  la  Monarquía. 

Con  este  mismo  criterio  (aparte  de  otras  razones)  proce- 
■3  ¿  que  repuLÜ canoa  sinceros  aceptasen  y  aplaudiesen  que  en 
el  régimen  monárquico,  se  introdujesen  las  libertada  *  de  im- 
prenta y  de  reunión  y  el  sufragio  universal.  La  eficaeia  de 
*stas  libertades  no  es  discutible.  Por  eso,  loa  verdaderos 
monárquicos  se  han  preocupado  tanto,  en  Eepafia,  de  bas- 
tardearlas y  corromper!  as ,  cuando  no  han  conseguido  im- 
pedirlas. 

Acepta  da,  poes,  la  hipótesis  de  que  por  motivos  verdade- 
ramente patrióticos,  alguno  de  les  partidos  gobernantes,  ja 
eo  el  poder,  ae  decidiera  á  plantear  el  régimen  autonomista 
en  nuestras  Antillas,  hay  que  proveer  esta  eventualidad. 

En  tal  momento  paróceme  de  todo  ponto  indiscutible:  1.° 
Q:e  los  republicanos  debieran  apoyar  con  resolución  aque- 
ta empresa,  constituyéndose  en  sus  principales  y  más  so- 
lícitos  vigilantes,  por  devoción  á  las  ideas.  2.°  Que  á  los 
i  publican  os  corresponded  a  una  parte  principalísima  en  la 
obra  de  la  instauración  del  nuevo  régimen  colonia),  por 
coya  virtud,  sa  voto  j  hasta  en  acción  debieran  ser  requerí 


—  326  — • 

dos  preferentemente  por  el  Gobierno,  invocando    el  aupr» 
mo  interés  de  la  Patria. 

Lo  primero,  no  empece  á  la  rotunda  afirmación  de  qaet 
siempre,  los  republicanos,  en  el  poder,  plantearían  mejor  el 
régimen  autonomista,  en  Gnba  y  P □  orto  Rico.  Lo  segando , 
no  obsta  á  la  participación  que  todoa  los  demás  partidos, 
insulares  y  peninsulares,  deban  tener  en  la  instauración 
del  nuevo  régimen  colonial. 

De  todos  modos,  es  indispensable  no  prescindir  un  mo  - 
mentó  de  que  esta  obra  verdaderamente  compleja  y  delicada 
exige  mucha  atención  y  no  poca  virtud*  Y  que  la  criáis 
española  no  consiente  equívocos,  habilidades  reservas  ni 
egoísmos. 


t.*  de  Agosto  de  1897. 

OVIKDO 


FIN 


Lft  CUESTIÓN  DE  ULTRAMAR 


EN  1871 


DISCURSO  PARLAMENTARIO 


m  **i 


ADVERTENCIA 


El  discurso  que  va  á  continuación  faé  f1  primer  acta  de 
tai  vida  parlamentaria. 

Había  sido  yo  electo  diputado  independiente  por  el  dis- 
trito asturiano  de  Infieato,  cana  de  mí  familia.  Alli  nació 
mi  padre  y  allí  tengo  mucnos  deudos»  con  cariñosos  y  eñta- 
siafitae  amigos»  á  los  cuales  debo  mi  entrada  en  la  política 
activa  española,  con  nna  libertad  de  que  se  dan  pocos  ejem- 
plos. Mi  gratitud  nanea  llegará  á  la  confianza  y  los  medios 
con  que  me  favorecieron  entonces  aquellos  astures,  cayo 
interés  espeeialisimo  en  el  problema  antillano  es  bien  pú- 
blica y  cuya  excepcional  representación  en  la  historia  polí- 
tica de  la  España  contemporánea  raya  tan  alto,  que  es 
qnizá  la  de  mayor  valor  entre  toda  a  las  representaciones 
regionales  de  nuestra  Patria. 

Sin  compromisos  de  partido  de  ningún  genero,     sin  obli- 
gación alguna  respecto  á  grupo  ó  persona  determinada  den- 


—  330  — 
tro  del  Parlamento,  por  mi  libérrima  voluntad  me  coloqué 
en  la  izquierda  del  partido  radical  Je  la  Península,  pero 
manteniendo  mi  absoluta  independencia  para  tratar  la  cuas 
íión  colonial  que  yo  venia  discutiendo  fuera  del  Congreso,  en 
meetings,  periódicos,  cátedras  y  libros,  desde  1860-  oa  decir, 
desde  que  pude  dirigirme  al  piiblíoo  y  responder  i  una  de 
las  imposiciones  más  enérgicas  de  mi  conciencia. 

Nacido  en  Ouba,  de  padres  peninsulares!  con  familia  y 
amigos  en  aquella  isla,  y  formando  parte  del  grupo  de  pri- 
vilegiados de  la  sociedad  ultramarina!  be  creído,  desde  muy 
temprana  edad,  que  estaba  estrechamente  obligado  á  poner 
Cuanto  fuera  y  valiese  en  favor  de  la  redención  de  nuestras 
Antillas.  JSn  tal  sentido,  la  abolición  de  la  esclavitud  llegó 
á  ser  para  mi  una  verdadera  obsesión.  Luego  me  preocupé  de 
la  dignificación  del  español  antillano,  por  la  igualdad  civil 
y  política  del  ciudadano  aquende  y  allende  el  Atlántico.  Por 
último  (y  esto  señaladamente  á  partir  de  1879)  consagré  mi 
propaganda  y  mis  gestiones  á  la  instauración  de  la  Autono- 
mía colonial  estimada  en  la  plenitud  de  sus  relaciones  y  su 
alcance,  y  en  cuya  defensa  ya  Hablé,  aunque  incidental- 
mente,  en  mi  primer  discurso  parlamentario  de  hace  más  de 
veintisiete  años.  Antes,  en  la  primavera  de  18709  la  habla 
defendido  en  la  cátedra  del  Ateneo.  Luego  la  expliqué  dete- 
nidamente como  diputado  de  Cuba,  en  mi  discurso  de  1880; 
el  segundo  que  pronuncié  en  nombre  de  la  Minoría  parla- 
mentaria autonomista  de  las  dos  Antillas  (1). 

(1)    Véase  mi  libro  La  Colonización  en  la  Historia.    Dos  tornea  en  4.* 


^4 


—  331   — 

De  esta  suerte t  mi  campaña  ha  tenido  siempre  un  carácter 
eminentemente  moral.  La  he  considerado  como  el  rigoroso 
cumplimiento  da  tan  deber  que  sobre  mí  especial  mente  pe- 
saba, y  comprendiéndolo  bieo ,  nunca  creí  que  hacía  cosa 
extraordinaria  ni  que  mía  pobres  esfuerzos  fueran  moral- 
mes  te  superiores,  ni  aun  iguales,  á  los  que  en  pro  de  la  can- 
sa colonial  han  hecho  en  la  Península  otros  hombres  que  se 
movían  en  este  terreno  con  un  desahogo  de  que  yo  care- 
cía. Ante  ese  ineludible  compromiso  de  mi  honor  y  de  mi 
conciencia,  valían  muy  poco  los  disgustos,  los  quebrantos 
y  aun  los  peligros,  que  me  asediaron  en  mi  larga  campaña 
ie  más  de  treinta  años,  durante  los  cuales  puedo  asegurar 
que  ni  sentí  desfallecimientos,  ni  abandoné  la  tarea  un 
solo  día,  ni  lograron  siquiera  preocuparme,  unas  veces  el 
aislamiento,  en  medio  del  cual  frecuentemente  me  moví,  y 
otras,  la  tremenda  impopularidad,  que  tanto  en  la  Penin* 
lula  como  en  las  Antillas,  se  cebó  por  bastante  tiempo  en 
mi  modesto  pero  honrado  nombre. 

No  dudé  jamás  del  éxito  de  mi  campaña,  en  cuya  vista 
y  por  cuyo  motivo  decliné,  en  algunas  ocasiones,  el  honor  de 
loe  puestos  oficiales  con  qne  mis  buenos  amigos  de  la  Pe- 


Madrid,  1896.-— También  mis  Discursos  Políticos,  Académicos  y  Forenses , 

*emos  en  4.'  Madrid  I88né 

vei  tengan  cierto  interés  histórico  el  prólogo  de  mi  libro  Lo* 
ados  americanos  en  las  Cortés  españolas  ( 1872-73)  y  mi  Memorándum 
>  de  Abril  dé  1873)  &  los  electores  de  Puerto  Rico. 


/•. 


—  333  — 

nínsula  me  brindaron,  tísta  actitud  no  fué  efecto  de  la  mo- 
destia; menos  de  la  arrogancia.  Sé  que  la  malicia  ha  que* 
r ¡do  interpretarla  de  otro  modo, 

£1  tiempo  me  ba  defendido  satisfactoriamente,  Y  ya 
hoy  puedo  explicar  algo  extraño  para  mochas  gente?.  Yo  be 
creído  que  para  mi  empresa  de  propagandista  era  absolu- 
tamente indispensable  una  grande,  una  completa  i  ti  de  pen- 
dencia personal;  creyendo  siempre,  también,  q ere  el  verda- 
dero obstáculo  con  qne  en  España  tropezaba  \ a  reforma  co- 
lonial era  la  ignorancia  de  la  generalidad  ds  las  gentes, 
y  que  todo  se  puede  y  debe  esperar  de  la  opinión  pú- 
blica, enérgica  y  sistemáticamente  solicitada  por  ana  vigo- 
rosa propaganda. 

A  ella  me  he  entregado.  Por  eso  decliné  el  positivo  honor 
de  ser  alto  funcionario  del  Estado  en  1872  y  ministro  en 
1S73.  Por  eso  hoy,  cuando  ha  triunfado  la  Antonomía  en 
Cuba  y  en  Puerto  Rico,  ni  á  mí  se  me  ha  ocurrido  que  po- 
día ocupar  puesto  alguno  en  el  gobierno  autonómico  de  las 
Antillps,  ni  mis  amigos  de  éstas  han  pensado  ofrecer* 
meló,  ni  nadie  ha  extrañado  que  no  se  me  ofreciera  ni  qne 
yo  no  lo  esperara. 

Me  parece,  pues,  que  el  tiempo  ha  hecbo  cumplida  jas  ti- 
lia, y  que  ya  pueden  enmudecer  la  vulgaridad  y  la  calum- 
nia. Edtoy  ahora  donde  estaba  y  como  estuve  en  1370* 

Además  esta  situación  (más  de  una  vez  discutida  entre 
algunos  políticos)  se  explica  porque,  para  mi,  el  problema 
colonial  ha  sido  y  sigue  siendo  bastante   más,    mucho    más 


—  333  — 

que  na  problema  de  detalle  7  relativamente  pasajero.  Por 
«átcDo  he  tenido  nanea  una  representación  parcial ,  local, 
puramente  ultramarina,  &  despecha  de  lo  que  el  valgo  pueda 
habar  creído. 

Jamas  estimé  la  cuestión  colonial  como  oua  especialidad  ó 
on  interés  particular  de  las  Antillas  españolas  (error  mny 
generalizado  eu  nuestro  país),  sino  como  un  problema  de 
importancia  general  y  capital  para  toda  España ,  amén  de 
QDü  cuestión  de  absolnta  justicia  y  de  interés  público  uni- 
¥arsaL 

Parece  me  que  también  el  tiempo  me  ha  dado  Ja  riBÓn. 
Fgrque  en  estos  momentos  no  veo  á  mi  alrededor  más  que 
autonomistas.  Proclamó  la  autonomía,  ó  el  stlf  govtrmmt 
colonial,  el  Sr.  Cánovas  del  Castillo  en  sus  decretos  de 
Abril  de  1897.  El  Sr.  Bagaata  ha  instaurado  el  régimen 
autonomista  en  laa  Antillas,  mediante  los  decretos  de  No- 
viembre de  ese  mismo  año.  Todos  los  monárquicos  de  nues- 
tro país  parecen  con  formes»  y  nadie  ae  acuerda  de  las 
censuras  con  que  los  republicanos  y  los  autonomistas 
éramos  acosados  y  casi  puestos  foera  de  la  ley,  cuando  no 
de  la  sociedad  española,  no  hace  machos  meses.  El  discurso 
que  pronuncié  en  el  Senado  á  fines  de  Junio  de  1896  fué  la 
iltima  protesta  de  los  autonomistas  desheredados. 

Claro  que  yo  he  de  aplaudir  y  aplaudo  sincera  y  caluro- 
samente la  honrada  y  patriótica  rectificación  de  las  opinio- 
nes y  los  prejuicios  de  los  antiguos  adversarios  de  la  Auto- 
nomía. Públicamente  excité,  en  au  día,  al  Sr.  Cánovas  á  que 


1 


—  334  '— 

tomara  este  camino  que  él  señaló  (hay  que  hacerle  justicia}* 
hacia  1884,  discutiendo  en  las  Cortes  conmigo.  Antes  de  su- 
bir al  poder  elf partido  liberal  y  el  Sr.  Sagasta,  les  envié  mi 
modesta  felicitación  por  sus  favorables  disposiciones  y  le- 
ofrecJ  mi  pobre  concurso  (siempre  fuera  de  'as  esferas  ofi- 
ciales), desde  el  teatro  de  León,  donde  en  Agosto  de  189T 
pronuncié  un  discurso  en  pro  de  la  Fusión  republicana  y  de 
la  República  española,  cuya  causa  sirvo  desde  el  11  de  Fe* 
brero  de  1873,  sin  haber  rectificado  lo  fundamental  de  mi 
doctrina  política  de  1870.  Ahora,  como  entonces,  creo  que 
con  relación  al  [problema  antillano,  no  es  el  momento  de 
ajusta r  cuentas  ni  de  precisar  responsabilidades. 

Pero  esta  misma  conducta  me  autoriza  especialmente 
para  sacar  lecciones  de  la  gran  experiencia  del  día,  y 
particularmente  del  hecho  de  que  hoy  la  Autonomía  colo- 
nial sea  proclamada  por  todos,  como  yo  la  entendí  desde  el 
primer  momento;  como  un  interés  general  de  toda  España. 

Quizá  la  mayoría  de  los  que  por  aquí  la  aclaman  de  este 
modo  no  se  den  exacta  cuenta  de  lo  que  vale  y  de  lo  que  ha  de 
trascender.  Tampoco  estoy  seguro  de  que  dominen  su  alcance 
todos  los  que  allá  en  las  Antillas  la  vitoreen  y  aprovechen. 
Para  comprender  bien  esto  es  preciso  haber  trabajado  mu- 
cho eobre  esta  idea.  Pero  es  indudable  que  esa  solución 
reviste  hoy  tnas  formas  y  una  importancia  de  que  hasta 
ahora  apenas  nadie  se  dio  cuenta  en  el  escenario  de  la 
política  española.  Y  si  lo  que  ahora  se  ensaya  en  nuestras 
Antillas  arraiga  y  prospera,  seguramente  hade  ser  base 


—  336  — 

para  una  seria  transformación  de  la  política  interior  é  in- 
ternacional de  nuestra  Patria. 

Entonces  se  habrán  cumplido  plenamente  mis  prediccio- 
nes. Pero  aun  con  lo  sucedido  basta  hoy,  creo  que  tengo  bas- 
tante para  afirmar  que  no  me  equivoqué  en  el  modo  de 
plantear  mi  tesis  de  derecho  colonial  hace  treinta  años,  y 
para  solicitar  de  los  hombres  imparciales  que  me  reconozcan 
algo  más  que  un  espíritu  preocupado  por  intereses  parciales 
7  problemas  de  segunda  importancia. 

Con  estas  mismas  ideas  abordé  el  problema  ultramari  no 
en  nuestro  Parlamento,  á  poco  de  entrar  en  él  (nótese  bien), 
por  el  voto  de  la  Península.  Quise  hablar  con  motivo  de  la 
contestación  al  Mensaje  de  la  Corona,  en  el  cual  se  dedi- 
caban unas  pocas  é  incoloras  frases  á  la  cuestión   colonial, 
evidenciándose  en  ellas  uno  de  los  positivos  pecados  de  la 
Bevolución  de  Septiembre  (1).  No  pude  sostener  mi  encien- 
da por  no  pecar  de  inmodesto  y  aun  de  perturbador.   Pero 
aproveché,  enseguida,  una  oportunidad  para  formular  un 
tote  de  censura  contra  el  ministro  de  Ultramar  y  provocar 
en  el  Congreso  un  debate  que  se  quería  evitar  á  toda  costa. 
Lo  que  esto  suponía  no  se  puede  comprender  ahora.  ¡Qué 
dificultades  encontré  para  que  otros  diputados  firmaran  mi 
proposición  I  Algunos  que  lo  suscribieron  retiraron  luego 


Puede  leerse  mi  discurso* inaugural  de  las  Conferencias  que  so- 
lí problema  colonial  dimos  en  el  Ateneo  de  Madrid,  hacia  1895, 
s  diputados  de  Cuba.  También  pnede  verse  el  cap.  *.*  de  mi  libro  de 
\  titulado  La  República  y  fot  libertades  dé  Ultramar. 


A  \»mW 


—   331  — 

en  firma,  [Ni  siquiera  estaba  en  el  Congreso  un  galo  dipata  - 
do  do  UJ  tramar  J 

fíl  efecto  del  d:ecfirsc»  que  ea  Julio  do  1871  prouuiioié  e>n 
defensa  de  la  proposición  de  o*aaura  faé  extraordinario,  L*& 
sesión  parlamentaria  de  aquel  dfa  terminó  en  la  madrugada 
del  siguiente.  Los  incidentes  fueron  numerosos  y  por  t  >do 
extremo  dramáticos.  Entonces  se  reprodojo  la  repara- 
ción de  radicales  y  constitucionales  sopa  ración  qoe  ó 
poco  faé  definitiva,  figorando  la  cuestión  de  U  tramar 
como  nno  do  sus  principales  determinantes  y  demostrándose 
una  vez  más,  que  aquí,  siempre  y  quizá  como  en  mogona  otra 
nación  moderna,  el  problema  colonial  haioáuidoen  la  \ ida 
general  de  la  Metrópoli.  No  faltó  qnien  propusiera  en  loa  pa- 
sillos del  Congreso  un  voto  de  censura  contra  mi,  ya  que 
no  f o  era  posible  mi  expulsión  de  la  Cámara. 

De  todo  esto  nadie  se  acuerda  á  los  veintiséis  años.  Pero 
bueno  es  recordarlo  (después  del  triunfo  de  la  abolición  de 
la  esclavitud,  de  las  libertades  antillanas  y  de  la  au- 
tonomía colonial),  para  educación  de  las  nuevas  genera- 
ciones. No  hay  que  desesperar  nunoa  de  la  razón  ni  pensar 
que  las  victorias  del  Derecho  se  han  conseguido  en  poco 
tiempo  y  casi  sin  esfuerzo  ni  quebranto.  Ni  hay  qae  asas  - 
tarse  de  la  impopularidad  del  momento. 

He  perdonado  sinceramente  á  todos  míe  detractores.  Ni 
me  acuerdo  de  ellos.  ¡Que  Dios  y  la  Patria  les  perdonen  loa 
males  que  su  intransigencia,  sus  torpezas  y  sos  atropellos 
han  causado  á  España  y  á  la  Humanidad! 


—  357  — 

No  tengo  para  qué  recordar  tampoco  las  violencia*  de  to- 
do genero  que  en  Cuba  provocó  mi  disourso.  Pero  ai 
quiero  decir  qne  de  allá  venían  reproches  sin  cuento  a  mis 
electoras  de  Infiesto,  Gangas  de  Onis,. Parres  y  los  puer- 
tos altos  del  Oriente  de  Asturias,  por  la  enormidad  de  ha- 
berme enviado  al  Congreso! 

7  digo  esto  para  haoer  constar  que  ni  una  sola  t>¿£,  ni 
por  acaso,  ni  con  el  menor  pretexto,  aquellos  electores  me 
significaron  disgusto  de  ninguna  especie. 

Más  aún.  Hace  muchos  años  paso  tres  6  cuatro  meses 
en  Asturias.  Vivo  en  el  campo,  en  finca  heredada  de  mis 
padres,  donde  he  escrito  la  mayor  parte  de  mis  libros  sobra 
la  cuestión  colonial.  Pero  tengo  trato  constante  con  Oviedo 
y  las  principales  poblaciones  del  Principado.  Allí  he  pasado 
los  periodos  más  tempestuosos  de  las  tres  guerras  da  Cuba, 
Jamás  he  sido  objeto  de  la  más  leve  desconsideración  por 
parte  de  aquellos  asturianos.  T  después,  concluida  la  pri- 
mera guerra,  son  extraordinarias  las  deferencias  publicas 
y  privadas  con  que  me  ha  obligado  aquel  hermoso  pais. 

Deseo  que  conste  en  honor  de  la  tolerancia  y  la  cultura 

de  Asturias;  de  aquel  pais  representado  gloriosamente,  en 

la  historia  de  América,  por  el  contador  Alonso  de  Quintani- 

11a,  el  exministro  Campillo  y  el  reflexivo  cuanto  valeroso 

~   "i  Estrada.  Y  quiero  que  este  dato  se  estime  co- 

ina  nueva  prueba  de  mi  vieja  y  constante  tesis  del 

ble  éxito  de  una   campaña  en  favor  de    la    refor* 

tramarina,  si  esta  campaña  se  hacia  en  la  Penln- 


_^ 


—  338  — 

aula  con  perseverancia  y  energía,  solicitando  directamente 
la  inteligencia  y  los  sentimientos  del  pueblo.  Porque,  des- 
pués de  todo,  loa  aquí  interesados  en  el  monopolio,  la  bu- 
rocracia y  la  dictadura  de  Ultramar,  han  sido  y  son  una 
minoría. 

De  ello  hablé  hace  pocos  meses  en  Infíesto,  ouando  fui  á 
presidir  el  meeting  preparatorio  de  la  organización  de  la 
Fusión  republicana  en  aquella  comarca.  Volví  &  hablar  á 
aquel  público  después  de  veintiséis  años  de  silencio,  y  me 
cemplaci  grandemente  dando  relieve  al  contraste  de  lo 
que  en  1870  pedían  y  querían  las  preocupaciones,  la  in- 
transigencia y  la  ígrorancia  respecto  de  la  cuestión  colo- 
nial y  lo  que  boy  impone  la  opinión  pública,  aleccionada 
por  tristísima  experiencia  y  por  el  clamor  de  todo  el  mundo 
culto. 

De  este  contraste  resulta  una  triste  consideración:  ¿la  da 
los  resultados  admirables  que  para  la  paz,  el  prestigio  y  al 
progreso  general  de  Espafia  hubiera  producido  Ja  realiza- 
ción de  mi  programa  colonial  de  hace  muchos  años.  Pero 
también  resulta  algo  fortificante  y  educador,  por  la  evidencia 
del  poder  de  la  razón,  y  la  superioridad  de  la  política,  di 
Us  principios  sobre  la  de  los  acomodamientos,  contradic- 
ciones, atropellos  y  habilidades,  que  constituían  hasta  baca 
peco  el  gran  recurso  de  los  que  se  decían  gobernantes  pori* 
tivos  y  prácticos. . 

] Quiera  el  cielo  que  esta  lección  se  aproveche  para 
rectificar   otros  errores  muy  parecidos  que  todavía  hoy 


—  J83  — 

privan  en  materia  internacional  y  ea  nuestra  política  pal- 
pitante! 

Par  análogos  motivos  me  decido  á  s^car  ahora  de1  olvido 
midiacardo  de  IS7I- 

Revisándolo  y  comparándolo  con  lo  que  deapu¿3  h^  dicho  f 
oído  y  vistOy  se  fortifica  mi  afición  á  perseverar  y  mi  fe  pro- 
fonda  en  1a  virtualidad  de  las  ideas. 


19  da  Enero  da  i  891, 


J 


V 


i.A   CUESTIÓN 


(o 


ULTRAMAR  EN  1871 


SiSobis  Diputados: 

Cnando  hace  unos  cuantos  días  me  Vi  en  el  caso  de  reti- 
rar la  enmienda  que  había  tenido  la  honra  de  presentar  al 
proyecto  de  coa  testación  al  Mensaje  (2),  ya  se  me  alcanza- 
ban las  dificultades  con  que  tendría  que  luchar  y  los  es- 
fuerzos que  necesitarla  para  lograr  de  nuevo  que  esta 
Cámara,  en  las  últimas  horas  de  la  legislatura,  bajo  la  in- 
flo encía  de  una  temperatura  insoportable  y  preocupada  con 
otros  gravísimos  asuntos  de  interés,  al  parecer,  más  inme- 
diato, dedicase  eu  ilustrada  atención  al  tema  de  mi  enmien- 
da; y  esto  contando  siempre  con  Ja  alentadora  acogida  que 
el  Congreso  tiene  por  costumbre  diaptnaar  á  todos  los  miem» 
broi  de  este  alto  Cuerpo,  y  señal  adame  a  te  á  los  que,  como 


l)     Este  discurso  fué  dicha  en  el  Congreso  de  los  diputados  de  Ba- 
ña el  ]0  de  Julio  de  1811,  «a  apoyo  de  nn  voló  do  censura  contra  el 

D  atro  de  Ultramar  D.  Adela r  lo  López  da  Avala. 

'9^     F¿ta  proposición  se  inserta  al  fin  de  este  discurso. 


/ 


—   342  — 


i 


yo,  h*n  probado  con  su  largo  silencio,  que  entra  en  sus  pro- 
pósitos  molestaros  lo  menos  posible,  amparándose  en  todo 
caso  de  mi  propia  hamildad  y  de  vuestra  reconocida  bene- 
volencia 

Pensaba  yo,  señores  diputados,  qte  apenas  disentido  el 
Mensaje  surgirían  las  cuestiones  de  Hacienda,  que  casi  des* 
de  el  primer  día  de  la  constitución  del  Congreso  comenza- 
ron á  tronar  en  la  Comisión  de  presn puestos,  llamando  hacia 
ésta  la  atención  de  casi  toda  la  Cámara;  y  temía  que,  dada 
la  extensión  y  las  peripecias  del  debate  sobre  Ja  contestación 
al  discurso  de  la  Corona,  no  hubiera  aquí  ¿nimo  ni  tiempo 
para  otra  cosa  que  para  examinar  y  votar  los  proyectos  del 
Sr.  Moret. 

T  este  temor  acrecía  teniendo  en  cuenta  que  el  objeto  de 
mi  solicitud  era  la  cuestión  de  Ultramar.  Porque  triste,  pe- 
ro necesario,  es  decirlo:  ¡quién,  al  ver  la  indiferencia  oon 
que  de  ordinario  los  hombres  políticos  toman  nuestras  obsas 
coloniales,  pensando  tal  ves  que  el  empeño  de  la  coloniza- 
ción se  redoce  á  esos  fines  secundarios  de  buscar  mercados 
para  nuestros  productos,  puertos  para  nuestras  naves,  sitio 
para  nuestros  emigrantes,  empleos  para  nuestros  desocupa- 
dos y  § uizá  sobrantes  para  nuestro  Tesoro;  quién  al  reparar 
que  aquí  pasan  las  legislaturas  sin  que,  á  semejanza  de  lo 
que  sucede  en  Holanda  y  en  Inglaterra  (las  dos  ¿nicas  na- 
ciones que  en  punto  á  colonias  pueden  rivalizar  oon  la  nues- 
tras) se  discutan  los  problemas  ultramarinos,  ni  se  haga 
mención  de  esos  países  que  viven  al  otro  lado  de  los  mares 
al  abrigo  del  pabellón  español,  sino  para  repetir  la  insustan- 
cial fraee  de  que  •  continúan  prósperos  y  felices»,  quién  po- 
dría pensar  que  esta  es  la  tierra  de  aquel  Campillo,  aquel 
Baavedra,  aquel  Oviedo,  aquel  Vivero,  aquel  Viard,  y  todos 


^v 


r 


—  343  — 

arja  ellos  historiado  rea  y  escritores  del  siglo  xvir,  que  con  tan 
per f  gr i  < ;  a  in tel i gencia  y  tan  a c e n tu ada  a fi  ai 6 a  tratab au  de 
las  cosaa  da  nnastraa  I  adías,  y  á  cu  y  03  esfuerzo*  y  á  cuyos 
cousejoa  faé  debido  aquel  moa  omento  legal  que  lleva  la  fir- 
ü\h  de  Curias  II,  y  constituye  uno  de  nuestros  grao  dea  fcim- 
brf  9  como  gran  naci6n  colonizadora  I  [Quién  al  observar  que 
ahora  miamo,  di  por  algo  pesan  en  nuestro  juicio  las  co- 
sta de  Ultramar,  es  por  la  cuestión  de  Juba,  reducida  tor- 
pemente á  un  empeño  de  fuerza,  quién  se  atrevería  a  pen- 
sar rn  la  influencia  enérgica,  conataute,  casi  di  arta,  que  en 
el  I  ^envolvimiento  de  Dueatra  iuetoria  haa  tañido  d«sde  el 
siglo  XVI  \üé  sucesos  de  A  me  rica,  así  cuino  en  la  midion  que 
fiori  está  oon£i  la  respecto  de  eso*  pueblos,  sanare  de  núes* 
tra  sangre  espirita  de  nuestro  espirita ,  que  alia,  tras  la  in- 
mensidad del  Atlántico,  y  en  medio  de  loa  prodigios  de  una 
naturaleza  abruma lor^  próiiga  de  arrebatos  y  de  caricias, 
de  céfiros  y  de  tempestades,  alieotan  f  se  desenvuelven  con 
el  carácter  de  naciones  independiente  j;  donde  viven  milla- 
iea  iñ  españole ¿,  á  donde  van  la  mayor  parce  de  nuestros 
emigran  tea  1  y  donde  á  pesar  de  nuestro  apartamiento  y  nues- 
tras chía  *  encías,  y  á  despecho  de  las  convulsiones  y  las  co- 
lisiones de  estos  último  i  cincuenta  uiíoj,  todo  propende  vi* 
fiibl  fmen  te  á  una  inteligencia  franca,  amorosa,  Íntima  con 
Ja  antigua  madre  patria,  para  reorganizar  Ja  gran  familia 
española,  y  qubi  dar  nueva  base  y  nueva  vida  á  los  gigan- 
tescos empeños  de  eaU  ge  ate  latina ,  ¿u  3  despuej  de  haber 
constituido  el  fondo  de  una  historia  de  diez  y  nueve  siglos, 
parece  sacar  de  sus  desastres  nuevas  fuerzas,  de  sus  caídas 
nuevos  bríos,  de  bus  tormentas  nuevas  ideas,  patentizando 
en  medio  de  sus  de  lores  que  las  grandes  catas  trotea»  contó 
los  triunfos  excepcionales,  son  patrimonio  de  es3S  pueblos  y 


_- 


—  344  — 

esas  razas  que  tienen  sobre  si  el  empeño  y  la  responsabili- 
dad de  nna  misión  universal! 

Con  estos  antecedentes»  bien  pueden  comprender  los  se* 
flores  que  me  escuchan,  si  jo  podía  ó  no  temer  el  aplazar 
el  examen  de  la  cuestión  ultramarina,  y  si  hice  ó  no  un  sa- 
crificio retirando  mi  enmienda,  ooea  de  que  no  me  arrepien- 
to, porque  crea  haber  cumplido  un  patriótico  deber.  (1)  Mas 
he  de  decir  con  franqueza  que  algo  atenuaba  mis  rócelos. 
Cierto  que  yo  renunciaba  á  sostener  mi  enmienda;  cierto  que 
yo  aplazaba  para  momentos  más  oportunos,  pero  tal  vez  no 
cercanos,  el  pleno  examen  de  esa  cuestión  colonial  á  que  he 
sido  llevado  y  en  que  estoy  comprometido  desde  el  primer 
instante  en  que  mis  labios  maldijeron  la  esclavitud  de  los 
negros;  cierto  que  yo  renunciaba  por  el  instante  á  patentizar 
como  al  llegar  aquí,  no  he  olvidado  en  lo  más  mínimo 
mis  anteriores  ideas,  ni  plegado  la  bandera  que  he  agitado 
en  numerosas  reuniones  y  en  el  estadio  de  la  prensa;  mas  al 
cabo  el  Mensaje  se  discutiría,  hablan  de  tomar  parte  en  esta 
discusión  los  representantes  de  todas  las  oposiciones,  y  yo 
esperaba  que  de  labios  de  tan  autorizados  oradores  salieran 
dos  protestas,  de  todo  punto  imprescindibles,  que  al  menos 
excusaran  mi  silencio.  La  una  contra  la  subsistencia  de  la 
esclavitud  en  nuestras  Antillas,  suceso  escandaloso,  ai  me 
permitís  la  frase,  y  que  hiere  todos  los  sentimientos  de  esta 
gran  nación,  hecha  por  el  cristianismo  y  la  hidalguía, *y  que 
no  puede  ni  debe  consentir  que  la  libertad  que  hemos  eon- 
quietado  en  Septiembre  se  convierta  torpemente  en  el  mono 
polio  de  una  raza  ó  de  una  familia,  para  dar  al  mundo  el 


(1)     Véase  el  extracto  de  la  Sesión  del  Congreso  de  21  de  Junio  de 
1891.  al  fin  de  este  discurso. 


—  345  — 

vengoDzoso  espectáculo  del  liberto,  que  negau  loen  otros  el 
derecho,  sanciona  la  injusticia  de  su  anterior  humillación; 
la  otra,  la  ausencia  de  los  diputados  de  Puerto  Rico,  gra- 
vísimo ataque  al  régimen  parlamentario  y  á  Ta  soberanía 
del  p ai;?,  porque  deja  el  llamamiento  de  loa  diputados  de 
U  Cámara  á  merced  del  buen  talante  de  un  ministro,  que 
hoy  es  un  Ayala,  un  Sagasta,  un  duque  de  la  Torre,  perso- 
nas dignísimas,  de  cuya  ¿ntiaridft4  nadie  es  capas  de  du- 
dar, pero  que  maftana  puede  ser  un  Walpole  6  un  Stratfbrd. 

Además,  señores  diputados,  yo  acariciaba  la  esperanza 
de  que  el  actual  señor  minia  tro  de  Ultramar  hubiese  dejado 
eu  puesto,  permitiendo  la  subida  A  otroa  hombres,  uo  preci- 
samente de  mis  propias  ideas  en  la  cuestión  colonial,  (que 
para  estas  no  lo  pido  ni  siquiera  lo  aconsejo,  pues  harto 
comprendo  lag  asperezas  de  la  realidad,  las  exigencias  de  Ja 
política  y  los  imjien.  i  i  vos  del  patriotismo),  *í  que  de  otras 
personas  menos  refractarias  á  las  modernas  ideas  sobre  co- 
lo&isaG'ón  y  menos  mal  diapu  petas  que  S.  8.,  por  los  lamen- 
tables su  «esos  que  desgraciadamente  se  han  desenvuelto 
«a  Ultramar  durante  la  primera  administración  del  señor 
A  Tala.  De  este  modo,  mi  discurso  hubiera  sido  inútil,  pues 
que  yo  no  tengo  interés  alguno  en  hacer  revistas  retrospec- 
tiva, y  guato  oí uy  poco,  mejor  dicho,  no  gusto  nada  de  ha- 
cer una  aposición  personal, 

Pero  ya  lo  habéis  vi ato;  esa  crisis  que  esperábamos   todos 

no  ge  ha  resuelto.  El  Ministerio  continúa  con  el  Sr.  A  y  al  a, 

y  parece  que  con  nueva  fuerza,   dispuesto,  como  ha  dicho 

\  Ulloa  en  la  otra  Cámara,   a  seguir  haciendo  lo  que 

ia  antes  del  Mensaje,   y  resuelto,  como  ha  asegurado   el 

>r  presidente  del  Consejo  t   a  tranbigir  en  todo  para  con- 

var  la  anión,  y  dgnde  no  sea  posible  transigir,   aplazar, 


coa  lo  que  dicho  se  está  que  las  cuestiones  al  camarinas  se 
aplazarán,  porque  esto  es  lo  que  venia  haciendo  el  Sr,  Aya* 
la,  y  es  imposible  que  transí] i  el  8r.  Ayali  con  al  Sr,  Mo- 
rett  menos  aún  con  el  Sr.  Martos,  y  ni  siquiera  con  el  señor 
Ulloa,  que  en  1865t  y  en  estos  bancos,  defendía  una  políti- 
ca rauy  distinta  de  !a  que  practica  el  actual  señor  mi- 
nistro de  Ultramar. 

Y  como  que  estas  declaraciones  han  de  infl airea  mi  posi- 
ción respecto  del  Gobierno  y  de  la  mayoría,  y  como  que  yo 
guato  de  Jas  posiciones  claran,  los  señores  dipntadoame  han 
de  permitir  una  digresión  ant^s  ríe  entrar  on  materia. 

Fl  8r,  PRESIDENTE:  Seílor  diputado,  permítame 
V,  ¿j»  le  diga  que  se  aparta  bastante  de  loa  términos  de  la 
proposición. 

El  Sr.  LABRA:  Si  8.  S.  me  lo  permiteí  le  observaré 
con  todo  respeto ,  que  es  muy  pertinente  lo  que  estoy  dicion 
do,  porque  voy  á  demostrar  por  qué  aoatoogo  hoy  mi  propo- 
sición, encaminada  á  censurar  al  señor  ministro  de  U 'tra- 
mar y  á  poner  de  manifiesto  mi  profunda  desconfianza  res- 
pecto del  actual  Ministerio,  incapaz»  en  mi  sentir,  de  una 
política  franca,  verdadera  y  positiva  en  toda  oíase  de  cues 
tiones,  pero  singularmente  en  la  cuestión  ultramarina. 

Ei  Sr.  PRESIDENTE;  La  proposición  de  3.  S.  st  Tañe- 
re a  la  isla  de  Cuba* 

El  Sr,  LABRA:   Mi  proposición  se  refiere  á  lo  que  suoe 
de  o  a   nuestras  colonias,   y  muy  particularmente  á    la  in- 
observancia  de  las  leyes  que  se  han  dictado  para  Ultra- 
mar (1}. 

0)    He  aqaí  la  proposición: 

«L»s  diriTiudofl  que  suacribtm  tienen  la  hocir¿  d^  proponer  il  Con- 
greso as  sirva  declarar  que  ve  tan  Lli&igrado   l as  gravea  ataques   que 


—  ni  — 

Pees  bien,  voy  á  consignar  una  declaración  puramente 
personal,  que  no  hubiera  hecho  á  no  venir  como  de  perlas 
en  este  memento;  porque  jo  creo  qne  ciertas  declaraciones 
Bolo  deben  salir  de  labios  de  los  diputados  cuando  éstos  tie< 
iien  cierta  autoridad  y  sus  palabras  entrañan  gran  tranacen- 
deDCÍH.  Yo  Carezco  de  importancia  política,  y  cuando  hablo 
lo  htigo  por  mi  propia  cuenta;  pero  como  ha  llegado  la  opor- 
tunidad de  explicar  mi  posición,  sin  pretensiones  ni  petu- 
lancia, y  ein  necesidad  de  pedir  la  palabra  para  establecer 
To  qne  á  muy  pocos  interesaría!  no  quiero  desaprovechaba, 
siempre  con  la  venia  del  Sr.  Presidente. 

Yo,  señorea  diputados,  vine  á  este  Congreso  sin  «o  no  ci- 
miento ni  anuencia  de  ninguno  de  los  hombres  de  la  situa- 
ción. A  ella,  empero,  estaba  anido  espontáneamente  por  mil 
ideas,  por  mis  antecedentes,  pero  sin  vi  aculo  oficial  ni  ofi- 
cioso de  ningún  género;  y  esta  misma  disposición  me 
llevó  a  frecuentar  Jas  reno  iones  de  la  mayoría,  ein  que  na- 
die me  invitase  á  ello,  y  siguiendo  el  ejemplo  da  los  mu- 
chos y  buenos  amigos  y  correligionarios  que  tango  en  tstog 
bancos  de  la  democracia  y  en  los  del  progresismo.  A  la  ma- 
yoría he  prestado  mi  voto  en  los  momentos  difíciles;  pero 
lo  he  hecho  siempre  esperando  el  instante  en  que,  domina- 
do al  carácter  turbulento  de  las  minorías  y  sonada  la  hora 
de  la  constitución  de  dos  grandes  partidos  gobernantes  den* 


mira  bq  Cuba  el  principio  de  autoridad  y  la  inobaertmeia.  Se  lu  Jeyei 
J  daúr-toü  fiados  de»d »  3S*J0  para  llevar  á  Ultramar  «.  ^spiritu  demo- 
**á,ico  de  la  Revolución  do  Septiembre, 

lie  i  o  del  Congreso  6  de  Julio  da  18*71.—  Rafael  María  da  Labra,  *— 
i  Pablo  Soler.—  ha fael  Serrano,—  Juan  D,  Ücon.— Prudencio  fcañu- 
-Joiqnín  F.»cud»r.— Candido  Salíaos..»  De  loa  firmantes»  loaseis  al- 
ta pertenecían  al  partido  republicano, 


—    344    — 

tro  de  la  situación  inaugurada  en  1868,  fuera  posible  dea 
lindar  los  campos  y  acometer  una  política  definida.  Esta 
instante  ha  llegado,  y  sin  embargo,  ni  ese  deslinde,  ni 
esa  política  se  hacen,  y  mucho  menos  se  harán,  dad»s  la 
declaraciones  del  señor  presidente  del  Consejo  de  ministros, 
del  safior  ministro  de  Gracia  y  Justicia  y  la  continuación 
del  Sr.  Ayala  en  el  ministerio  de  Ultramar.  En  este  caso, 
3  o,  por  mi  cuenta  y  riesgo  y  sin  comprometer  á  nadie,  pero 
también  sin  consideraciones  de  ningún  género,  declaro 
que  no  puedo  eutar  ni  estaré  con  este  Ministerio  de  oonci* 
liacíón. 

Ahí  las  cosas— y  vuel  vo  al  asuntado  mi  proposición — 
«[aro  está  que  yo  no  podía  fiar  nada  en  el  Gobierno,  y  por 
tanto,  á  este  respecto  no  podía  enmudecer.  Pero  además 
aucedio  que  las  Minorías  no  turieron  ana  sola  palabra 
en  el  debate  del  Mensaje,  para  protestar  contra  la  ausencia 
de  los  representantes  de  Puerto  Rico,  y  menos  aún  contra 
la  subsistencia  de  la  esclavitud;  hecho  que  deploro  y  me 
maravilla,  teniendo  en  cuenta  ya  el  carácter  universal  y  hu- 
manitario que  distingue  á  la  propaganda  del  partido  repu- 
blicano, ya  los  compromisos  de  oonciencia  á  que  está  obli- 
gada esa  minoría  tradicionalista,  en  cuyo  seno  figuran  sa- 
cerdotes de  Cristo  que  no  pueden  permanecer  sordos  á  los 
gritos  y  las  quejas  de  aquellos  de  nuestros  hermanos  que  se 
agota d  y  mueren  en  un  lodazal  de  vicios,  en  el  fondo  de  los 
Macarrones  6  en  el  infierno  de  un  ingenio  bajo  el  chasquido 
del  látigo. 

Fero  las  oposiciones  no  hablaron,  repito,  y  ya  fue  de 
todo  punto  preciso  que  yo  presentara  mi  proposición»  Y 
entiéndase  bien  que  al  hacerlo  no  padezco  esa  enfermedad, 
muy  común  en  los  hombres  políticos,  de  verlo  todo  por  el 


—    349    — 

prisma  de  sus  preocupaciones,  creyendo  qqe  todas  las  cosa** 
dependen  de  aquella  cuestión  objeto  preferente  de  sus  esta* 
dios  y  de  say  esfuerzos.  Ni  tampoco  vengo  aquí  A  pediros 
nada  para  mJT  pues  que  si  es  ciarte  que  yo  he  nacido  en 
Cuba,  en  la  Península  me  he  ednoado;  aqoi  tengo  cnanto 
poaeo,  aquí  de  mi  trabajo  vivo^  aquí  jaoen  l&a  cenizas  de 
mi  padre,  aquí  he  obtenida  todo  género  de  alentadoras  aa 
tisficcionee,  y  en  esta  tierra  esta  naturalmente  todo  mi 
porvenir. 

Así  que,  entended  lo  bien,  do  reclamo  franquicias  para 
mi  persona,  ni  segur  i  Jad  para  mi  hogar,  ni  respeto  para 
mis  intereses:  hablo  en  nombre  de  algo  mas  alto;  hable  tn 
nombre  de  la  justicia,  definiendo  la  ate  c  te  de  la  Patria,  y  ana 
pudiera  decir  que  sirvo  y  represento  los  interesad  de  una  de 
nuestras  mejorad  y  más  simpáticas  provincias — de  Asturias, 
— interesada  como  ninguna  otra  en  que  se  haga  la  p&s  en 
nuestro  mundo  colonial  y  desaparezcan  del  cielo  de  Améri- 
ca esas  brumas  >  esas  tempestades  que  tan  te  obstan  á  que 
tos  hijos  de  aquellas  legendarias  montañas,  dotados  de  una 
prodigiosa  tuerca  expansiva  que  los  lleva  i  correr  todos  los 
maree  y  habitar  todas  as  tierras,  en  en  en  tren  hora  y  lugar 
para  poner  de  manifiesto  ana  grandes  virtudes,  su  sobrie- 
dad incomparable,  su*  hábitos  de  trabajo,  sn  espíritu  da 
economía :  Asturias  f  en  yo  genio  inmortal  siempre  dispuesto 
Í  repetir  el  sursum  corda  en  los  momentos  críticos  para  la 
independen  cía  y  para  1*  honra  nacional,  parece  como  que 
inora  mismo  me  habla  al  oído  para  que  venga  á  pediros — 
ubrea  de  1868!  j revolucionarios  de  Septiembre! — que 
sta  la  vista  en  la  ley  del  tiempo,  escuchando  la  voz  del 
ndo  civilizado,  ateutos  á  lus  evoluciones  de  los  grandes 
&loa  modernos  y  á  los  movimientos  del   mundo  tras** 


—    350   *- 

atlá  utico,  pensando,  en  fin,  nn  instante  en  el  destino  que  la. 
Providencia,  parece  habernos  reservado,  al  echarnos  a^oi, 
en  el  extremo  del  Occidente  europeo,  ante  la  opulencia  del 
Océano,  las  tentaciones  del  abismo  y  los  prestigios  de  lo 
i  finito,  cerno  para  recoger  y  formular  el  último  pensamien- 
to del  viejo  mundo  y  resibir  y  agrandar  los  primeros  suspi- 
ros del  nuevo  continente...  volváis  sobre  nuestra  grandes* 
pagada  y  reanudéis,  conforme  á  nuevas  ideales,  aquella 
brillante  tradición  colonial,  corrompida  en  el  siglo  xvhi 
basta  tal  punto  que  nuestro  imperio  vivió  solo  del  recuerdo 
de  un  ayer  magnifico;  y  deshonrada  desde  1823  por  el  abso-' 
lutismo  j  el  doctrinalismo  al  levantar  sobre  el  carácter  civil 
y  el  espíritu  igualitario  de  nuestras  lepes  de  Indi**,  allá 
las  estrecheces  de  la  teocracia,  aqui  las  miserias  de  la  es- 
clavitud y  en  todas  partes  los  intereses  de  la  dictadura. 

Harto  c emprendo,  señores  diputados,  que  la  cuestión  es 
grave,  difícil,  por  todo  extremo  delicada.  Y  entiéndase  bien 
que  cuando  hablo  asi  prescindo  completamente  de  la  grave- 
dad que  pueda  prestarla  la  maledicencia.  To  bien  sé  que 
hay  algunos  miserables  apostados  en  calles,  salones  j  pe* 
riódicos  }  ara  poner  una  sospecha  detrás  de  cada  palabra  y 
bordar  con  sus  asquerosas  calumnias  los  nombres  más  dig- 
nos y  las  intenciones  más  levantadas:  gente  villana,  que  pa- 
ra hablar  mal  de  los  hombres  honrados  solo  necesita » hacer 
en  vos  alta  examen  de  conciencia,  y  á  Ja  que  yo,  tan  perse- 
guido y  tan  maltratado,  no  quiero  siquiera  hacer  el  honor 
de  mi  desprecio.  Pero  estos  aullidos  no  pueden  turbar  la  se- 
renidad de  este  Congreso  ni  influir  lo  más  mínimo  en  la  ac- 
titud de  nuestros  hombres  políticos.  Bien  por  lo  contrario,, 
esos  ataques  y  esas  brutalidades,  envueltas  siempre  en  el 
grito  de  ¡viva  España!  si  algún  multado  deben  dar,  es  atraer 


—    351    — 

vuestra  mirada  sobre  el  fondo  del  negocio  que  con  tales  di c- 
terics  y  tales  recursos  se  defiende;  porque  cuando  de  la  ver- 
dad se  trata,  solo  se  pide  luz,  y  la  verdad  siempre  brota  de 
la  discusión  amplia,  tranquila  y  razonada. 

]AhJ  señores  diputados  (no  lo  echéis  en  olvido),  cuan- 
do el  adjetivo  escandaloso  salta,  cuando  la  diatriba  corre, 
cuando  la  reticencia  sustituye  al  razonamiento,  y  cuando 
para  rechazar  al  adversario  de  prescinde  del  asunto  invo- 
cando, e  m  pero ,  nombres  a  u  gustos  <  tr a  d  i  cion  es  venera  n  da  s , 
iiitert-^es  sagrados,  es  que  no  se  tiene  fé  en  Ja  bondad  intrin- 
«eca  de  la  causa  que  se  defiende,  es  que  se  trata  de  algo  pe 
qotfio,  de  algo  vergonzoso,  de  algo  que  suda  oprobio  y 
egoísmo,  y  entonces,  como  u  unca,  ue  debe  ahondar  la  mate- 
ria, en  la  seguridad  de  hacer  un  acto  •  fe  justicia,  y  de  que, 
en  todo  caso,  existe  o  na  verdadera  cuestión, 

For  manera  que  la  dificultad  del  asunto  no  estriba  tn 
isto»  Lo  ¿sf  ero  está  en  cierta  oíase  de  preocupaciones  qna 
aun  en  espíritus  rectos  ha  producido  la  fratricida  guerra  de 
Cuta,  y  que  les  hace  sinceramente  dudar  de  la  non  venían- 
da  de  que  en  estos  Ínstenles  aquí  se  trate  de  las  cosas  ul- 
tramarinas,  que  comunmente  se  refieren   al  estado  de  la 
grande  A d tilla,   To  me  acuerdo  de  haber  hablado  muchas 
Teces  sobre  esto  con  algunos  amigos  míos  que  figuraban  en 
al  seno  de  las  Constituyentes,  y  recuerdo  haberles  oído  de- 
cir: *  Es  impoeible  abordar  en  pleno  Congreso  la  en  ostión  ul- 
tramarina* Si  usted  ee  hallase  en  él  no  lo  baria»  Las  preocu- 
paciones son  grandes,  y  sobre  todo,  es  muy  discutible  la 
tu  ni  dad  _  ¿Je  tratar  los  problemas  coloniales,  cuando  en 
a  ee  y  ele  a  al  grito  de   i  ¡muera   España  1»    cuando    allá 
Jte  un  partido  que  pretende  arrancarnos  con  las  armas  lo 
a  de  grado  les  daríamos,  y  cuando  el  partido  que  defien- 


—   352    — 

do  la  integridad  del  territorio  se  maestra  receloso  de  todo 
cnanto  aquí  se  dice  y  se  promete.  • 

Y  sin  embargo,  respetando  la  sinceridad  de  estas  opi- 
niones, yo  insistía  en  la  contraria,  y  hoy  yeo  eaán  acertado 
andaba. 

Porque,  señores,  es  preciso  ante  todo  no  olvidar  los 
ejemplos.  No  es  la  guerra  de  Caba  la  primera  guerra  sos* 
tenida  en  colonias.  Recordad  la  fecha  de  1820,  y  lo  qne  sa- 
cedlo en  el  continente  Sudamericano.  Entonces,  y  por  ra- 
zonas que  no  voy  á  examinar  ahora,  existía  una  guerra  en- 
tre España  y  los  antigaos  vireinatos  y  capitanías  generales. 
Se  había  perdido  la  Plata;  se  había  perdido  Venezuela;  se 
había  perdido  Chile.  Abriéronse  en  Madrid  las  Cortes  ex- 
traordinarias, y  la  preocupación  impuso  silencio  sobre  la 
marcha  de  las  cosas  americanas.  Vinieron  las  Cortes  ordi- 
narias: y  como  la  tempestad  arreciaba,  hubo  hombres  su- 
ficientemente enérgicos  para  levantar  la  voz,  pero  sin  nin- 
gún éxito.  La  proposición  de  los  45  diputados  americanos 
para  la  formación  de  cuatro  grandes  colonias  confederadas, 
como  hoy  sucede  en  el  Canadá,  apenas- si  se  oyó.  La  propo- 
sita de  Golfín  pidiendo  el  reconocimiento  de  la  indepen- 
dencia de  lo  que  ya  era  independiente,  y  la  reforma  del 
régimen  colonial,  tampoco  se  escuchó.  La  proposición  del 
mismo  Gobierno  para  acordar  la  libertad  colonial  á  Améri* 
ea,  no  fué  discutida.  Era  preciso  callar  y  hacer  la  gcterra 
para  reducir  á  los  americanos...  T  con  efecto,  perdim3S  la 
América. 

¿Queréis  otro  ejemplo?  Los  Estados  Unidos  se  levanti 
contraía  Madre  patria  por  las  cuestiones  del  té  y  del 
bre;  Inglaterra  tomó  nna  actitud  enérgica.  Lord  North 
sidia  el  Gabinete  británico,  y  á  las  elocuentes  reclamaoi<" 


—    353    — 

de  Chtttam,  de  Barket  de  Cambien,  acusa  don  también  de 
antipatriotas»  contentaba:  «No  discuta tnos  sobre  eso.,.  No 
ee  piense  en  revocar  acuerdos  antes  de  que  América  esté 
prosternada  a  nuestros  pies.»  Y  lord  Gower  añadía:  <  Dejad 
á  los  americanos  hablar  de  sus  derechos  nato  ral  es  y  divi- 
nos. jSus  derechos  de  hombre  y  de  ciudadano!  ¡Sus  derechos 
recibidos  de  Dios  y  de  la  naturaleza!  ,*É  [Mi  opinión  es  em- 
plear la  fuerza  I  •  Y  la  fuerza  solo  se  empleó,  é  Inglaterra 
perdió  tos  Estados-Unidos. 

Bascad  en  cambio  otro  ejemplo.  Es  en  1 857:  la  India  in- 
glesa se  ba  conmovido.  La  inquietad  se  propaga;  brota  la 
chispa  de  la  insurrección,  de  una  insurrección  que  reviste 
e-I  doble  carácter  de  po  i  tica  y  religiosa.  La  guerra  se  enta- 
bla, y  ]a  lucha  toma  proporciones  tan  espantosas,  que  ya  en 
Europa  suena  la  voz  que  anuncia  el  fin  de  Inglaterra. 
I*  situación  es  critica]  terrible,  angustiosa.  El  patriotismo 
británico  se  irrita;  y,  sin  embargo,  en  pleno  Parla  meLto  ge 
discute  la  cuestión  de  la  India,  Roebuck  y  Bright  sostienen 
el  abandono  de  aquellos  países ,  y  no  falta  en  la  prensa  in- 
glesa quien  sostenga  el  derecho  de  los  cipayoa.  Otros  clama  n 
por  la  urgencia  de  reformas  que  hagan  compatible  la  inte» 
tfridad  nacional  con  las  exigencias  de  la  justicia  y  de  la  ci- 
vilización. Y  recor dadlo,  señores  diputados,  antea  de  la  toma 
da  Lucfcnow,  y  mucho  antes  de  la  conclusión  de  la  guerra  de 
la  India,  se  hacen  las  reformas  fundamentales  de  aquel  or- 
den de  cosas.  Triunfan  la  libertad  y  «l  derecho,  ampliamen- 
te disentidos  en  el  Parlamento  británico*  y  desde  entonces 
^solida  el  imperio  de  Inglaterra  en  la  India  entre  los 
usos  del  mundo  civilizado. — ¿Queréis  másprueb  is?¿Ne* 
■&id  más  ejemplos?  jFara  qué   se  habrá   escrito   la  Hie* 


—    354    — 

Pero  venid  al  tiempo  de  las  últimas  Constituyentes,  y 
permitidme  qne  os  explique  los  resaltados  producido?  hasta 
ahora  por  el  silencio  de  las  Cortes  en  lo  referente  á  Ultra- 
mar, y  hasta  si  queréis  en  lo  relativo  á  Cuba.  Me  fijaré  con- 
cretamente en  la  grande  Antilla,  que  es  donde  se  temían 
más  los  efectos  de  la  discusión,  y  donde  nuestro  silencio 
debía  producir  maravillas.  Oidme,  os  lo  suplico,  y  oidmesin 
prevención  hasta  que  concluya. 

Vosotros  ignoráis  la  situación  de  Cuba.  Vosotros  creéis 
pura  y  simplemente  que  Cuba  es  un  país  desgarrado  por  una 
lucha  fratricida,  donde  el  sable  impera  por  la  dura  ley  de 
la  necesidad;  pero  lo  que  no  sabéis  es  que  Cuba,  hoy  por 
hoy,  es  un  feudo  del  absolutismo.  Y  positivamente  ignoráis 
de  qué  manera  se  ha  llegado  á  tan  deplorable  extremo.  Qui- 
zá, puestos  á  discurrir,  penséis  que  por  los  antecedentes  de 
aquel  país,  por  la  lógica  de  las  cosas  y  de  los  intereses,  por 
la  exigencia  de  todo  cuanto  allí  existe  y  tieúe  voz  frente  al 
orden  aquí  creado  después  de  la  Revolución  de  Septiembre* 
En  parte  esto  es  exacto;  pero  no  basta á  explicar  cómo  en  Cu- 
ba se  mira  con  tanta  prevención  y  tanta  arrogancia,  por  la 
generalidad  de  las  gentes  que  allí  defienden  la  integridad 
nacional,  cuanto  aquí  se  dice  y  se  piensa  respecto  de  aquel 
país. 

La  razón  de  esto  se  halla  en  el  error  gravísimo  qne 
allí  se  padece  respecto  de  la  actitud  y  los  compromisos  de 
los  hombres  de  Septiembre  en  lo  relativo  á  los  asuntos  celo- 
niales,  y  bel,  pensando  que  aquí  de  veras  deseamos  la  ven- 
ta de  Cuba  ó  que  nos  importa  poco  la  conservación  de 
nuestras  Antillas,  aquellas  gentes  se  muestran  decidida 
mente  hostiles  á  una  situación  que  entraña  para  ellos  la  per* 
dida  de  sus  intereses  y  hasta  de  su  existencia.  Pues   notad 


cétüD  este  error  se  sostiene.  Las  puertas  de  Cuba  aet  in  her* 
mélicamente  cerradas  á  todo  lo  que  aquí  dicen  Ior  hom- 
bres y  la  prensa  de  la  sifcnaci6n;  por  manera,  que  allí  no  se 
saben  nuestras  opiniones  sino  por  lo  que  dicen  nuestras  ad* 
versar  i  os.  Este  ni  i  amo  discurso,  señores  diputados,  tengo  la 
segtrid&d  de  que  no  circulará  en  (Jaba,  por  más  d?  que  sea 
ira  (acido,  según  sus  convenioacias,  por  la  prensa  escla- 
vista. 

Y  no  es  solo  que  estén  cerradas  las  puertas  de  la  grande 
AütílJa  á  las  manifestaciones  del  liberalismo  peninsular,  es 
que  hay  interés  en  mantener  la  alarma  de  aquellas  gentes, 
coya  mayoría,  yo  lo  oreo  asi,  no  posee  esclavos,  ni  goza  de 
monopolios  y  obra  de  buena  fe .  Asi  se  sostienen  las  inflann  - 
ciae  reaccionarias  y  esclavistas,  que  lo  aprovechan  todo  y 
qM  no  perdonan  medio  de  hacer  creer  que  aquí  andamos 
perdidos  en  medio  de  nuestras  frecuentes  colisiones,  entre- 
gados al  dominio  de  la  ambición,  muerto  el  patriotismo. ., 
quizá  vendidos  á  ese  ore  cuíano  que,  al  parecer,  ha  sustituido 
1!  oro  de  los  carbonarios  y  de  los  ingleses,  y  cuya  idea  entra 
perfectamente  en  aquellos  espíritus  dominados  por  las  som- 
bras propias  de  una  eooiedai  entregada  al  culto  de  los  inte- 
reges  materiales. 

Para  esto  ha  servido,  i  maravilla,  la  reserva  de  las 
Cortes  Con  tita  y  entes;  porque  se  ha  podido  dar  á  enten- 
der que  aquí  no  hay  idea  fija,  que  aquí  no  hay  conviccio- 
nes profundas,  y  que  lo  único  que  priva  non  esas  i  anuen- 
cias, ora  de  los  esclavistas,  ora  de  los  separatistas  que  se 
ue  trabajan  nuestros  ánimos  y  nos  reduce  el  silencio. 
asi  han  pasado  los  días  sin  permitir  que  se  forme  ana 
exacta  de  la  actitud  de  nuestros  gobernantes »  expuestos 
't  género  de  calumnias,  sin  queso  echen   las  bases  de 


—    356    — 

una  política  colonial  acentuada,  sin  dar  á  nuestros  her- 
manos de  allende  los  mares  la  seguridad  absoluta  (esa  segu- 
ridad que  viene  después  de  una  franca  discusión)  de  que 
aquí  estamos  resueltos  á  mantener  lá  unidad  nacional,  pero 
también  á  hacerles  plena  justicia  y  á  proclamar  las  liber- 
I  des  en  nuestras  Colonias,  compromiso  inexcusable  de  la 
£  evolución  de  Septiembre. 

Aparte  de  esto,  ¿cómo  en  una  Asamblea  democrática; 
cómo  en  este  mismo  Congreso  en  que  hasta  los  tradicionalis 
tas  han  pagado  un  tributo  tan  magnifico  á  la  libertad  de 
discusión;  cómo  aquí  habíamos  de  renegar  del  principio 
fundamental  del  régimen  representativo,  y  más  aún  de  la 
moderna  democracia?  Todo,  todo  es  discutible:  todo  está 
entregado  á  las  disputas  de  los  hombres;  que  no  es  cierto 
que  la  razón  y  el  error  se  amen  con  amor  invencible:  y  nos- 
otros, que  al  fin  y  al  cabo  venimos  aquí,  no  solo  á  legislar, 
sino  á  educar  con  el  ejemplo,  no  podemos  consentir  en 
abandonar  al  Gobierno  la  gestión  de  las  cosas  difíciles,  pro- 
clamando con  cualquier  pretexto  la  eficacia  de  los  procedi- 
mientos secretos,  y  reconociendo  que  los  Congresos  solo  sir- 
ven para  las  épocas  de  calma  y  que  los  debates  son  dalosoa 
para  el  éxito  de  los  empeños  comprometidos. 

T  como  si  esto  no  fuera  suficiente  para  censurar  con  el 
respeto  debido  á  otras  grandezas  la  actitud  de  las  Constitu- 
yentes en  la  cuestión  ultramarina,  todavía  habría  la  com- 
paración de  lo  sucedido  en  el  seno  de  aquella  ilustre  Cama* 
ra,  con  lo  que  pasaba  á  la  sazón  en  el  resto  del  país.  Siem- 
pre constituirá  una  página  de  gloria  para  nuestro  pueblo  la 
euergia  y  el  desinterés  con  que  en  la  prensa  y  en  la  tribuna 
se  han  discutido  en  estos  últimos  años  los  problemas  coló 
males.  Durante  la  lucha,  aquí  ha  habido,  como  en  los  pue- 


j 


—    357    — 

bloa  mil  libree  del  mando,  argumentos  para  todos,  y  la  li» 
Wrtad  ha  aprovechado  grandemente  para  que  en  estas  crí- 
ticas circunstancia  a  no  baya  quedado  hundida  entre  maldi- 
ciones y  exabruptos  la  cansa  de  los  negros  y  la  redención 
de  los  puebla  de  Ultramar, 

Pues  bien ,  esta  actitud  del  país  exigía  correspondencia 
en  el  Congreso,  y  hoy  mismo  os  pido,  señores  diputados, 
que  abráis  vuestro  espíritu  a  todas  las  opiniones  y  á  todas 
las  creencias. 

Si  las  Constituyentes  se  equivocaron,  como  nuestros 
mayores  se  equivocaron  en  18 1 Ü  y  1 820,  no  sigamos  por 
este  camino.  Reconozcamos  la  necesidad  de  discutir  los  pro- 
blemas ultramarinos;  prescindamos  de  preoco paciones;  fije* 
moa  la  atención  en  lo  que  pasa,  y  con  mesura,  con  discre- 
clon  y  con  buen  deseo,  veamos  de  resolver  lo  que  interesa 
il  cien  de  la  patria;  en  la  inteli  gen  cía  de  que  los  problemas 
Tto  ss  eluden  con  aplazarlos. 

Y  en  este  supuesto,  voy  á  entrar  en  el  objeto  preciso  de 
mi  proposición.  Quizá  me  he  distraído  uu  tanto;  pero  no  lo 
debáis  extrañar,  ni  yo  lo  lamento,  Ea  la  vez  primera  que 
tqoi  se  plantea  la  cuestión  colonial,  y  yo  debía  desbrozar  el 
Ierren  o,  á  riesgo  de  salir  me  de  las  condiciones  clásicas  de 
todo  discurso,  Pero  yo  no  vengo  i  hacer  nn  discurso  ni  i 
trabajar  por  mi  gloria  personal — dando  da  barato  que  yo 
tuviera  fuerzas  para  ello. — Algo  más  alto  me  inspira,  y  4 
«ate  supremo  interés  pienso  sacrificarlo  torio. 

Mas  es  muy  posible  que  por  lo  que  he  dicho  alguno  sos* 
P**N  que  mi  objeto  es  tratar  especialmente  la  cuestión  de 
'  i*  Quizá  se  piense,  porque  á  Cuba  me  he  referido  hasta 
1  i ,  si  bien  para  hacer  más  notoria  la  inconveniencia  de 
i      ''atar  aquí  oon  franqueza  las  cuestiones  coloniales,  Y  no 


—    358   — 

hay  tal,  por  dos  razones.  La  primera,  porque  no  estoy  capa- 
citado para  entrar  ahora  en  el  arduo  debate  que  esta  cuestión 
habría  de  ocasionar;  y  si  me  permitís  la  licencia,  añadiré 
que  no  creo  capacitada  para  este  objeto  á  ninguna  de  las 
respetables  personas  que  ocupan  un  asiento  en  estos  escaños. 

Claro  es  que  esto  no  quiere  decir  que  yo  no  posea  mu- 
chos datos,  ni  que  desconozca  el  origen  de  la  insurrección 
cubana,  ni,  en  fin,  que  deje  de  tener  formado  mi  juicio  so- 
bre el  pasado,  la  actualidad  y  el  porvenir  de  este  terrible 
conflicto.  Evidente  es  que  quien,  como  yo,  ha  dedicado,  biea 
6  mal,  tanto  tiempo  á  estos  asuntos,  evidente  es  que  debe 
h.ibar  leído  casi  todo  cuanto  sobre  ellos  se  ha  escrito  ó  dicho 
en  España  y  el  extranjero,  pesando  los  argumentos  para 
formar  su  humilde  juicio. 

En  esta  inteligencia,  yo  creo  poder  decir  que  las  causas 
de  la  insurrección  cubana  están  en  la  fatal  tradición  colonial, 
que  arranca  de  1823,  en  las  decepciones  de  1837,  1854,  y 
muy  principalmente  en  la  que  siguió  á  la  Junta  de  informa- 
ción de  186$,  en  la  administración  rigorosa  y  anacrónica 
del  señor  general  Lersundi  en  1867  y  1868 i  y  con  estas  cau- 
sus,  en  el  espíritu  de  espontaneidad  de  aquella  Antilla,  ex- 
citado  hasta  llegar  al  separatismo. 

Porque,  señores  diputados,  vosotros,  de  seguro,  sabéis 
que  toda  política  colonial  rueda  siempre  sobre  estos  tres  pro- 
blemas: el  de  las  razas,  el  del  trabajo  y  el  de  la  espontaneidad 
local.  Sobre  ellos  se  dan  casi  todas  las  cuestionas  políticas, 
económicas  y  sociales  que  se  han  presentado  en  Europa,  aun- 
que revistiendo  nuevas  formas,  y  entrañando  distinto  aléan- 
os; y  todos  cuantos  de  estas  cosas  tratan,  no  ignoran  qun  el 
problema  de  la  espontaneidad  local  lleva  en  últimotórmino  á 
la  autonomía  colonial,  por  el  camino  de  la  descentralisaoión, 


—   3*9   — 

y  al  separatismo  por  el  camino  de  la  sofocación  y  el  aniqui- 
lamiento. Por  eeo  no  puede  extrañar  nanea  el  carácter  se- 
paratista, más  ó  menos  pronunciado,  de  todas  las  rebeliones 
coloniales;  porque  el  germen  del  separatismo  existe  en  todas 
las  colonias,  lo  mismo  en  las  nuestras  que  en  las  de  Holan- 
da é  Inglaterra. 

Ahora  bien;  si  de  esto  pasáis  á  preguntarme  mi  juicio 
sobre  la  insurrección,  obtendréis  en  seguida  la  respuesta.  La 
he  dado  desde  el  primer  día.  He  condenado  esa  insurrec- 
ción y  he  hecho  cnanto  me  ha  sido  posible  por  evitar  sus 
progresos. 

Tenia  yo,  señores  diputados,  y  tengo  la  convicción  pro- 
funda de  que  sin  esa  insurrección  la  libertad  se  hubiera 
proclamado  en  Ultramar,  y  que  esos  reaccionarios  que  hoy 
se  guarecen  en  los  pliegues  de  la  bandera  nacional,  y  que 
hasta  poco  hace  se  atrevían  á  hablar  también  de  la  Revolu- 
ción de  Septiembre,  hubieran  corrido  la  misma  suerte  que 
aquí  se  ha  deparado  á  los  defensores  del  vergonzoso  abso- 
lutismo de  la  metía-legitimidad. 

Pensaba  yo  y  pienso,  señores  diputados,   que  no  era 
licito  provocar  una  insurrección  cuyas   proporciones  yo 
preveía  perfectamente,  cuando  en  el  seno  de  la  sociedad 
cubana  había  más  de  300.000  desgraciados  con   derecho   á 
entrar  en  la  vida  del  honor  y  del  trabajo,  con  otra  prepara- 
ción que  la  del  campo  de  batalla,  bajo  otra  luz  que  la  del 
incendio,  y  en  medio  de  otra  atmósfera  que  la  de   odios  y 
maldiciones  que  hoy  pueblan  el  antes  dichoso   cielo    de 
l.  Creía,  en  fin,  y  hoy  oreo  más  que  entonces,  que  por 
"niño  que  vamos,  que  es  el  abierto  en   1868,   Cuba  se 
-a,  no  para  España,  no  para  la  raza  latina,   si   que — 
ror  me  causa  el  decirlol — porque  yo  he  cifrado  muchas 


r 


—   360   — 

esperanzas     sobre    las    Antillas!  —  para  la    civilización. 
Mas  para  discutir  todo  esto  seria  preciso  que  en  este 
debate  hubiera  términos  de  referencia  fijos  é  incontesta- 
bles. Da  otro  modo  la  discusión  no  conducir!'1   más   que    & 
confundirnos.  El  Gobierno  hubiera  podido  proporcionarnos 
estos  términos,  abriendo  una  amplia  información,    encabe- 
zada con   laa  respuestas  de  los    Comisionados   cubanos 
de  1 866,  y  con  los  escritos  y  los  informes  secretos  del  malo* 
grado  general  Dulce,  del  brigadier  Peláez,  del  general  Le- 
tona,  del  coronel  Modet,  de  los  comandantes  de   tos    bata* 
llones  ríe  voluntarios  de  Santander  y  de  tantos  otros  digní- 
simos militares  que  han  expuesto  su  vida  y  dirigido  á  nues- 
tros soldados  en  la  ruda  campaña  de  Cuba.  Si  esta   infor- 
mación se  hiciese  (y  á  ello  está  moralmente  obligado  el  Go- 
bierno), y  si  en  ella  se  admitiesen  todas  las  opiniones  y  con 
desinterés  y  equidad,  de  ella  se  sacase  una  conclusión  exen- 
ta de  todo  sabor  político,  el  debate  sobre  la  cuestión  cuba- 
na serla  facilísimo,  y  yo  no  dudaría  un  momento  en  entrar 
en  él*  Hágase  y  se  me  encontrará  en  mi  puesto.  Pero  hasta 
entonces,   no  he  de  contribuir  á  irritar  los  ánimos  y  á 
confundir  más  la  opinión,  máxime  cuando  mi   propósito  de 
hoy  es  otro. 

Porque  sépase,  y  esta  es  la  segunda  rasón  por  que  no 
voy  á  entrar  de  lleno  en  la  cuestión  cubana,  sépase  que  mi 
pensamiento  no  es  ahora  hacer  ni  un  discurso  de  doctrina» 
ni  siquiera  examinar  la  conducta  del  Gobierno  en  estos  des 
últimos  attos.  Allá  cuando  al  Congreso  vengan  los  proyec- 
tos de  ley  sobre  nuestras  Colonias,  yo  disentiré  del  modo 
que  me  eea  dable  los  principios  y  las  teorías  reinantes  so- 
bre política  colonial,  y  demostraré  con  el  ejemplo  de  los 
pueblos  cultos,  el  testimonio  de  la  historia  de  estos  últimos 


—    361    — 

setenta  y  dos  años  en  que  aparecen  como  puntos  capitales  la 

i  gf  emancipación  de  América,  la  abolición  de  la  esclavitud,  el 
libre  cambio,  la  reforma  colonial  inglesa  de  1841  y  1»  rebe- 
lión de  la  ludia,  de  qué  manera  las  colonias  se  desarrollan 

«si    J  por  medio  de  qué  vínculos  se  sostiene  la  integridad  nacio- 

c¿      nal. 

0  Pero  esto  no  me  importa  hoy,  como  no  me  importa  la 
critica  de  los  medios  utilizados  por  el  Gobierno  hasta  el  día. 
Muy  por  el  contrarío:  yo  quiero  aceptar  todo  lo  hecho;  yo  ha- 
go mías,  por  hoy,  las  ideas  del  Gobierno;  yo  admito  hasta  sus 
preocupaciones.  Notadlo  bien:  nada  pongo  de  mi  parte;  en 
todo  el  desenvolvimiento  de  este  discurso  me  he  de  referir 
á  lo  que  ha  obtenido  ya  la  sección,  más  ó  menos  explícita, 
de  las  Constituyentes;  á  lo  que  existe  copsignado  en  leyes 
y  decretos  y  hasta  en  la  misma  Constitución;  á  lo  que  se  ha 
declarado  hasta  la  saciedad  por  el  mismo  Gobierno.  De  muer- 
te que  mi  discurso  será  (permítaseme  la  frase]  verdadera- 
mente gubernamental  y  político. 

Para  realisar  este  propósito  veamos  de  fijar  de  una  ma> 
ñera  clara  y  precisa  la  cuestión  de  las  cosas  y  los  tér- 
minos de  la  situación.  Ya  para  ocho  meses  que  se  disolvie- 
ron las  Constituyentes.  En  todo  el  curso  de  su  vida  tres  in- 
fluencias se  habían  repartido  los  ácimos  y  determinado  su 
oendacta  y  sus  acuerdos,  respecto  á  Ultramar.  De  una  parte 
estaba  un  gran  sentido  liberal,  no  extraño  en  verdad,  porque 
notorios  eran  los  compromisos  de  los  partidos  liberales  res- 
pecto de  nuestras  Colonias. 

»  quiero  decir  nada  del  antiguo  partido  democrático, 
tante  en  dar  cabida  en  sus  programas  á  las  dos  ideas 
por  mucho  tiempo  se  han  mirado  como  fundamentales 
ueetra  cuestión  colonial:  la  representación  en  Cortes  de 


,^ 


362    — 


aquellos  países  y  la  abolición  de  la  esclavitud.  Y  notorio  es 
que  la  vez  primera  que  en  este  recinto  alzó  su  vqz  el  señor 
D.  Nicolás  María  Rivero,  fué  para  protestar  contra  el  régi- 
men de  nuestras  llamadas  provincias  de  Ultramar.  No  ha- 
blaré tampoco  del  antiguo  partido  progresista,  arrepentido, 
si  no  avergonzado,  de  aquel  fatal  acuerdo  de  1837,  que  ex- 
pulsando á  los  diputados  ultramarinos  de  nuestras  Cortea, 
dejó  á  aquellas  comarcas,  bien  contra  su  voluntad— es  cier* 
to — entregadas  al  absolutismo  y  la  dictadura,  sosteniendo 
los  nidos  en  que  se  ha  formado  una  buena  parte  de  ese  mi- 
litarismo  y  esa  burocracia  que  tan  terribles  ó  implacables 
han  ¿ido  después  contra  el  partido  progresista. 

Aun  prescindiendo  de  estos  bandos,  allí  estaba  la  Unión 
liberal,  que  tan  enérgica  campaña  había  hecho  en  1865  con- 
tra el  Gabinete  Narváez  Seijas,  tomando  por  motivo  la  ones. 
tión  de  Ultramar;  aparte  de  los  solemnes  compromisos  per- 
sonalmente contraidos  por  los  señores  duques  de  la  Torre  y 
marqués  de  Gastelñorite,  que  por  tanto  tiempo  fueron  la 
esperanza  de  nuestras  provincias  de  allende  el  Atlántico  •  Y 
aun  ai  estos  compromisos  no  hubieran  existido,  si  los  coope- 
radores y  partícipes  de  la  Revolución  de  Septiembre  no  hu- 
bieran estado  obligados  en  favor  de  una  política  liberal  res* 
pecto  do  nuestras  Colonias,  hubiera  hecho  ley  la  Revolu- 
ción misma,  que,  con  un  gran  instinto  comprendió  y  declaró 
la  urgente  necesidad  de  llevar  á  Ultramar  el  nuevo  espirita, 
so  pena  de  mantener  en  su  corazón  un  foco  de  maléficas 
inspiraciones  é  influencias  abiertamente  enemigas,  y  á  la 
postre  destructoras,  de  todo  lo  hecho  en  Cádiz  y  en  Aloolea.  * 

Has  junto  á  esta  corriente  había  el  hecho  de  la  insurrec- 
ción de  Cuba,  y  una  ignorancia  colosal  de  todo  lo  re- 
ferente  á  nuestras  colonias.  Ante  el  sacudimiento  de  Cuba» 


—    363    — 

todos  nuestro b  partidos  se  alarmaron,  y  como  he  dicho,  en- 
mudecieron, y  enmudecí endo,  se  dio  ocasión  y  pretexto  para 
que  se  repusiesen  las  infla  encías  reaccionarias  de  allende  el 
Atlántico,  apoderándose  poco  á  poco  de  ana  parte  de  la  opi- 
díób  pública^  á  pretexto  de  velar  por  la  integridad  nacional. 
En  cuanto  á  la  ignorancia  de  que  he  hablado,  no  nece- 
sito decir  cosa  alguna:  todos  tenemos  conciencia  de  ella,  y 
01  no  hubiera  otra  prueba,  yo  apelaría  á  los  debates  que 
aqni  se  sostuvieron  hace  año  y  medio  sobre  Filipinas,  y  á 
los  esfuerzo  a  que  necesitaron  hacer  los  diputados  de  Puerto 
Rico  para  explicar  cómo  la  pequeña  Antilla  se  diferenciaba 
sustancial  y  profundamente  de  la  sociedad  cubana.  Ade- 
más, esta  ignorancia  producía  tanto  mayor  y  más  deplora- 
ble efecto,  cuanto  que  con  ella  se  confundían  los  errores 
aquí  generalizados  sobre  los  sucesos  de  1812yl822,  errores 
en  cuja  virtud  todavía  se  asegura  que  la  libertad  (esa  diti- 
na ausente  de  nuestro  Imperio  colonial),  que  las  reformas  li- 
berales fueron  la  canea  de  la  pérdida  de  nuestras  Américas. 
Pasa  bien;  dados  estos  antecedentes,  fácil  es  compren- 
der que  la  situación  de  nuestras  colonias,  al  terminar  sus 
tareas  la  Asamblea  Constituyente,  no  podía  ser  la  más  sa- 
tisfactoria; pero  que  no  por  eso  ofrecía  los  caracteres  de 
desesperada.  Una  verdadera  transacción  fué  el  resultado  de 
todas  aquellas  causas;  transacción  en  que  el  espíritu  liberal 
y  reformador  consiguió  estos  triunfos:  primero,  los  artícu- 
los 103  y  109  de  la  Constitución  del  69;  después,  la  entrada 
de  los  diputados  puerto  risueños  en  la  Cámara  española; 
go  el  paso  de  la  democracia  por  el  ministerio  de  Ultra- 
%  y  como  con  soca  encía  ios  decretos  del  Sr.  Becerra  so- 
liberCad  religiosa,  y  los  del  Sr.  Moret  sobre  la  enseñanza 
administración  de  Filipinas;  en  seguida  el  artículo  adi- 


r 


—   364   — 


cioiial  A  las  leyes  de  ayuntamientos  y  diputaciones  provin- 
ciales referente  á  Puerto  Rioo;  y  por  último,  la  ley  prepa- 
ratoria para  la  abolición  de  la  esclavitud . 

Naturalmente,  estos  triunfos  suponían  otras  compensa- 
ciones, entre  ellas  el  aplazamiento  del  proyecto  de  Consti- 
tución de  Puerto  ¿tico  y  la  subsistencia  del  statu  quo  polí- 
tico en  Cuba.  Pero  no  voy  ahora  á  examinar  si  las  compen- 
saciones arrancadas  por  el  espíritu  de  la  reacción,  merced  á 
las  críticas  circunstancias  porque  el  país  y  la  opinión  atra- 
vesaban, valían  ó  no  más  que  las  conquistas  revoluciona- 
rias. 

He  dicho,  y  ahora  repito,  que  mi  único  interés  consiste 
en  aceptar  la  situación  tal  cual  apareció  al  finalizar  las 
Constituyentes  para  ver  de  examinar  si  luego  el  Ministerio 
obró  ó  no  dentro  de  lo  que  exigía  la  lógica  de  aquella  situa- 
ción! cuya  idea  madre  creo  poder  formular  de  esta  manera: 
t  formal  compromiso  de  llevar  á  nuestras  colonias  el  espíritu 
de  Septiembre,  venciendo  y  allanando  las  dificultades  de 
Cuba  t. 

lujuria  haría  yo  á  los  señores  diputados  si  me  detuviera 
prolijamente  á  explicar  la  conducta  que  este  pensamiento 
imponía  al  Gobierno,  y  sobre  todo  ai  señor  ministro  de 
Ultramar,  durante  el  tiempo  que  corriese  antes  de  que, 
reunidas  las  Cortes,  el  país,  debidamente  representado,  pu- 
diese dar  cima  á  los  compromisos  legados  por  la  anterior 
Cámara.  Claro  se  está  que  este  pensamiento  imponía  un 
celo  vivísimo,  no  sólo  para  vencer  la  insurrección  de  Cuba, 
sino  \  »ra  mantener  los  triunfos  obtenidos,  para  desenvol- 
verlos dentro  de  un  espíritu  de  simpatía  hacia  nuestros  her- 
manos de  allende  el  Océano,  para  allanar  el  camino  me- 
diante esos  recursos  de  que  disponen  los  Gobiernos  mejor 


—   365   — 

que  las  Cámaras*  y  preparar  las  cosas  de  manera  que  hoy 
apenas  si  tuviéramos  más  que  seguir  el  rumbo  trazado, 
dar  un  voto  de  gracias  al  señor  ministro.  Evidente  era 
que  todo  esto  exigía  grande  inteligencia  de  las  cosas  co- 
loniales; grande  amor  á  aquellos  países  y  una  actividad, 
hasta  si  se  quiere,  insuperable;  pero  no  es  menos  cierto  que 
con  no  ser  todo  esto  muy  común,  era  por  todo  extremo  ne- 
cesario, y  que  estábamos  en  el  case  de  esperarlo,  y  si  me 
es  licita  la  palabra,  de  exigirlo. 

No  es  solo  por  el  compromiso  de  las  Constituyentes,  sí 
que  también  es  por  la  naturaleza  delicada  de  nuestras  rela- 
ciones con  nuestras  Colonias.  Es  tan  triste  y  tan  larga  la 
historia  de  sus  dolores  y  de  sus  decepciones,  que  no  bastan 
para  calmar  la  natural  ansiedad  de  aquellos  pueblos,  y  para 
volverlos  al  pacifico  y  fecundo  goce  de  su  vida,  unas  cuantas 
promesas  seguidas  únicamente  de  una  benévola  disposición. 
Hartos  aquellos  españoles  de  ofrecimientos  que  hemos  de- 
rramado con  pasmosa  prodigalidad  en  1809,  en  1820,  en 
181$,  en  1837,  en  1854  y  en  1866,   las  meras  palabras  no 
hacen  allí  ningún  efecto,  y  la  menor  inoertidumbre,  el  me- 
nor paréntesis,  el  menor  tropiezo  causa  un  resultado  que 
solo  podemos  comprender  los  que  mantenemos  vivas  comu- 
nicaciones con  aquellos  países,  y  no  cesamos  de  infundir  á 
nuestros  amigos  de  Ultramar,  no  ya  la  esperanza  en  tal 
ó  cual  partido,  y  en  tal  ó   cual   hombre,  sino  la  fé  en  el 
triunfo  del  derecho  por  ser  derecho,  y  en  la  justicia  de  España, 
directamente  solicitada  por  todos  los  medios  de  propaganda. 
Ahora  esta  delicadeza  de  relaciones  era  mayor,  y  mayor, 
"  tanto,  el  compromiso  de  la  situación.  Eeoordad,  sefio- 
,  las  peripecias  de  la  Constitución  de  Puerto-Rico;  reoor- 
1  que  las  Cof  tes  Constituyentes  desecharon  el  voto  partí- 


—    366   — 

colar  del  fcfior  Homero  Robledo,  pero  recordad  también  que 
al  tnhü  bo  se  votó  ]a  Constitución,  6  mejor  dicho,  que  al  fin . 
la  Constitución,  cuyo  examen  se  suspendió  con  la  calda  de 
mi  amigo  el  Sr.  Becerra  (objeto  hoy  de  grandes  y  merecidas 
simpatías  en  Ultramar,  porque  ha  sido  nuestro  primer  mi- 
nistro de  Jas  Colonias),  fue  sacrificada  á  la  buena  inteligen- 
cia de  dos  bandos  de  aquella  Cámara.  Por  manera  que,  con 
motivo  ó  sin  él,  podían  nuestros  hermanos  de  América  sospe. 
ehar  que  sus  más  caros  intereses,  su  honra,  su  derecho,  su 
porvenir,  se  posponían  á  las  luchas  y  las  preocupaciones  de 
loa  partidos  peninsulares.  ¡Tremenda  sospecha,  fecunda 
en  todo  género  de  desastres,*  porque  responde  á  un 
sentimiento  de  difícil  represión  en  esta  rasa  española  de 
suyo  altiva  y  valerosa! 

Pues  bien,  con  estes  antecedentes,  juzgad  si  la  cuestión 
colonial  era  difícil.  No  se  trataba  ya  de  un  mero  empeño  de 
fuerza.  No  se  U  ataba  tampoco  de  acometer  de  repente  las 
grandes  reformas  que  hacían  necesarias  esta  Revolución,  que 
ha  dicho  desde  el  primer  día  que  cno  hay  honra  sin  liber- 
tad». El  caso  era  menos  grandioso,  pero  quizá  más  difí- 
cil. Se  trataba  de  mantener  por  todos  los  medios  imagina- 
bles el  espíritu  de  nuestras  colonias.  Era  preciso  á  fuerza  de 
eelo  y  de  inteligencia  conseguir  que  no  desmayasen  los  unos; 
que  no  se  ensoberbeciesen  los  otros,  y  que  no  llegase  el 
caso  de  que  por  un  incidente  deplorable,  de  esos  que  regis- 
tra con  frecuencia  la  historia  de  nuestra  patria,  se  hallara 
la  posteridad  en  caso  de  juzgar  terriblemente  á  las  Cortes 
de  1869. 

Y  lien,  ¿qué  se  ha  hecho?  Vamos  por  partes.  Pasead 
vuestras  miradas  por  estos  escaños,  y  buscad  á  los  diputa- 
dos de  Puerto  Rico.— Preguntad  al  señor  ministro  de  DI- 


—    367   — 

tramar  si  ee  La  aplicado  en  la  pequeña  Antilla  la  ley  de 
a  y  untami  en  tos  y  qué  importancia  tiene  la  diputación  pro- 
vincial creada,  hará  como  dos  meses,  en  aquella  isla.— In- 
quirid, en  fin  ,  cuál  ha  sido  la  suerte  de  aquella  famosa  ley 
preparatoria  de  la  abolición  de  la  esclavitud,  que  por  algu- 
nos se  nos  presentó  como  un  triunfo  decisivo  del  espíritu 
revolucionario  sobre  el  anacrónico  orden  de  coáas  existentes 
en  Ultramar,  todavía  dos  años  después  del  movimiento  de 
Septiembre  I 

Y  contad,  señores,  con  que  si  en  alguna  parte  podía  es  • 
perarse  que  estas  leyes,  y  principalmente  la  última  (que  yo 
combatí  á  faer  de  sincero  abolicionista)  surtiesen  la  plenitud 
de  tas  efectos  y  se  realizasen  con  toda  la  facilidad  y  toda  la 
prontitud  apetecibles,  era  en  Puerto  Rico.  Aquí  los  intere„ 
aes  de  la  esclavitud  eran   escasísimos:  porque  ni  los  escla- 
vos pasan  de  43,000,  representando  sólo  el  6  por  100  de  la 
población  total,  ni  hay  industria  alguna  que  se  sostenga 
sobre  el  trabajo  servil,  ni  existe  una  separación  radical 
entre  las  razas  que  pueblan  el  pais,   toda   vez  que  los 
mulatos  llegan    á   más  del    50  por   100;   ni    en  fin,   la 
densidad  de  población  permite  la  holganza  y  los  peligros  de 
lae  aboliciones  repentinas,  ni  existen  en  el  seno  de  aquella 
sociedad  grandes  masas  de  bozales;  ni  allí  viven  esos  gran- 
des propietarios,  esos  grandes  capitales,  esas  enormes  for- 
tunas que  hechas  á  la  sombra  del  privilegio  tienen  miedo  á 
todo  lo  que  trasciende  a  reformas,  y  están  dispuestos  á  hacer 
todo  genero  de  sacrificios  para  resistir  la  invasión  delespiri- 
Jemour ático,  que  es  su  implacable  enemigo. 
Podo,   pues,  hada  esperar  que  con  voluntad  y  con  celo 
erto-Eico  daría  un  ejemplo  magnifico  de  la  eficacia  de 
iM  las  leyes  citadas,  pero  en  particular  de  la  ley  prepa- 


—   368   — 


ratona  de  abolición— ai  alguna  eficacia  podía  tener  < 
cosa  que  los  abolicionistas  negamos  siempre.  Y,  sin  em 
go,  señores  diputados,  ¿sabéis  lo  oonrrido?  Pues  oidlo. 
La  ley  preparatoria  promulgada  aquí  en  Julio,  tardó 
de  cnatro  meses  enserio  en  Paerte  Rico,  siendo precisai 
incesantes  preguntas  y  reclamaciones  de  la  prensa  abol 
insta  de  la  Península,  y  cuando  esto  se  hiao,  después 
haber  torpemente  provocado  nna  serie  de  conflictos, 
reteniendo  la  ley  en  la  Capitanía  general,  mientras  tod 
país  y  principalmente  los  negros  sabían  muy  bien  sa  < 
tencia,  ora  citando  á  los  poseedores  de  más  de  25  esc! 
para  resolver  sobre  las  cuestiones  que  entrañaba  la 
pero  sin  cuidarse  de  que  á  estas  reuniones  asistiesen 
ningún  concepto  los  síndicos,  esto  es,  los  abogados  de 
siervos,  siempre  consultados  en  cuanto  á  los  siervos  se 
fieren,  ni  los  amos  de  menos  de  25  esclavos,  cuyos  intei 
son,  y  no  pueden  menos  de  ser,  opuestos  á  los  de  los  g 
dos  poseedores  —cuando  esto  se  hizo,  repito,  se  realú 
condiciones  tales,  que  á  mi  me  admira  la  manera  con 
las  preocupaciones  de  localidad  cegaron  4  la  primera  i 
,  ridad  de  Puerto  Rico,  de  cuyo  buen  deseo  yo  no  podli 
puedo  dudar. 

Porque  es  el  caso,  que  antes  de  cumplirse  esa  ley,  < 
artículo  19  preceptúa  que  sean  considerados  libres  todoi 
que  no  aparezean  inscritos  en  el  censo  formado  en  Dici 
bre  de  1868,  se  autorizó  para  que  de  nuevo  se  abriese  a 
gistro  de  esclavos  y  se  hiciesen  en  él  todas  las  posibles 
(áficaoiones.  De  este  modo,  no  sólo  el  Estado  habrá  sui 
perjuicios,  porque  los  niños  nacidos  en  los  tres  ó  ou 
meses  que  se  tardó  en  plantear  la  ley  tendrán  que  ser  < 
prados  á  sus  dueños,  en  vez  de  recibir  la  libertad  de  ba 


r 


—   269   — 


como  la  ley  había  dispuesto,  sino  qas  meiiinte  esa  rectifica- 
ción, á  todas  luces  contraria  al  espíritu  7  aun  al  texto  de  la 
ley  preparatoria,  han  podido  sustraerás  i  la  libertad  ma- 
chofl  esclavos  mayores  de  «0  aftas,  a  quienes  las  Constitu- 
yentes habían  reconocido  el  derecho  incondicional  á  la  hon- 
ra y  4  la  vida* 

Y  esto  no  es  ana  hipótesis,  señores  diputados.  De  una  par- 
te tenéis  la  circunstancia  de  que  existiendo  de  muy  atrás  en 
Puerto  Rico  lo  que  en  nuestras  provincias  del  Norte  se  lla- 
ma la  prestación  personal,  y  estando  dispensados  de  ella  los 
¿acia  vos  mayores  de  fiO  afros,  no  era  raro  ver  á  los  amos 
apresurarse  á  inscribir  en  el  grupo  de  los  sexagenarios  á  los 
que  no  habían  llegado  i  esta  edad,  y  que  ahora,  merced  á  la 
ley  de  abolición  y  de  no  haberse  permitido  rectificaciones  de 
ningún  género,  hubieran  entrado  desde  luego  en  el  disfrute 
de  m  libertad.  Por  otro  lado,  en  el  ministerio  de  Ultramar 
existe,  y  el  señor  ministro  la  debe  conocer,  una  exposición 
de  un  abolicionista  de  Puerto  Rico  ,  que  con  ana  bravura, 
oon  un  desinterés  y  con  uaa  decisión  verdadera  me  u  te  he- 
roicos en  nn  país  donde  se  cü  re  ce  por  completo  de  la  seguri- 
dad personal,  denuncia  las  falsedades  cometidas  por  deter- 
minados poseedores  de  esclavos  eu  determinados  distritos 
de  la  nía. 

De  modo,  que  la  ley  preparatoria  de  la  abolición  ha  sido 
violentada  en  su  espíritu  y  su  texto,  aun  en  aquellas  mis- 
mas localidades,  donde  mejor  hubiera  podido  producir  sus 
efectos,  patentizando  esas  excelencias  que  los  abolicio- 
nistas habíamos  negado.  Pero,  al  lado  de  esto,  ved  lo  que 
h*  sucedido  con  las  leyes  de  organización  provincial  y 
municipal,  votadas  por  las  Constituyentes  con  una  adición 
en  cuya  virtud  se  debían  aplicar  á  Puerto  Rico.  Y   notad, 


—   370  — 

señores,  que  esto  era  de  gravedad  altísima,  y  tanta  que  al- 
gunos han  pretendido  que  con  este  triunfo  se  había  com- 
pensado, ó  poco  menos,  el  terrible  y  nunca  bastante  la- 
mentado fiasco  del  proyecto  de  Constitución  puertoriqnc» 
fia.  Y  hasta  cierto  punto  se  explica  por  el  carácter  irregular 
y  de  todo  en  todo  an ti- español  de  los  municipios  de  nues- 
tras colonias,  donde  todo  existe  menos  la  representación  de 
aquellos  intereses  por  que  viven  y  para  los  que  viven  en  to- 
dos los  pueblos  los  municipios.  Puesbisn:  la  ley  munioipal 
todavia  no  se  ha  promulgado  en  la  pequeña  Antilla  á  los 
ocho  meses  muy  largos  de  promulgarla  aquí;  y  si  bien  la 
provincia  se  ha  constituido,  reviniéndose  el  país  en  los  co- 
micios y  nombrando  su  diputación  insular,  ¿cómo  vive,  qué 
es,  qué  significa  este  nuevo  cuerpo? 

Un  mal  pensado  creería  que  ha  nacido  solo  para  su  des- 
crédito. ¿Y  sabéis  por  qué,  señores  diputados?  Porque  car- 
gado con  grandes  atenciones  que  hasta  ahora  pesaban  so- 
bre el  Gobierno  central,  y  que  tenían  su  capitulo  en  el  pre- 
supuesto de  éste,  como  que  el  presupuesto  no  se  ha  modi- 
ficado, y  ya  hemos  visto  (con  gran'extrafieza  por  mi  parte,  J 
llamo  sobre  esto  la  atención  del  Congrsso,  y  pido  explica- 
ciones al  Sr.  jiyala),  que  el  señor  ministre  de  Ultramar  no 
ha  tenido  á  bien  traerlo  aquí,  cual  hizo  el  Sr.  Becerra  y  cual 
cumplía  á  todas  las  tradiciones  de  la  unión  liberal,  resulta 
que  la  diputación  carece  hoy  de  teda  suerte  de  recursos  or- 
dinarios, teniendo  que  apelar  á  la  derrama  ó  al  empréstito 
hasta  para  adquirir  un  local,  poniéndosela  de  este  modo  en 
el  caso  de  inaugurar  su  vida  con  una  medida  impopular; 
cosa  de  todo  punto  inexplicable,  supuesto  el  interés  que  el 
gobierno  debe  tener  en  asegurar  la  existencia  y  el  desarro- 
llo de  aquella  institución,  engendrada  por  el  mismo  espíritu, 


—  371    — 

por  las  mismas  ideas,  por  los  mismos  intereses  que  hacen 
posible  la  existencia  de  estas  Cámaras,  de  la  actual  dinastía 
y  de  la  situación  en  que  todos  estamos  franca  y  lealmente 
comprometidos. 

Pero  qué  mucho  que  esto  ocurra,  si  después  de  esto  el 
correo  nos  ha  traído  la  tristísima  nuera  de  haberse  negado 
la  primera  autoridad  de  Puerto  Rico,  á  dar  posesión  de  su 
cargo  de  secretario  de  la  diputación  provincial  á  una  perso- 
ne, elegida  por  aquel  cuerpo,  y  que  reúne  A  una  inteligencia 
notoria,  condiciones  de  carácter  que  la  han  hecho  respetable 
en  todos  los  círculos  y  para  todos  los  partidos  de  Puerto  Rico. 
7  este  suceso  no  creáis  que  es  insignificante.  Lo  seria  si 
re  tratase  pura  y  simplemente  de  un  cargo  público,  de  un 
destino  cualquiera  ó  de  tal  ó  cual  persona,  por  más  de  que 
éúta  fuese  la  del  exdiputado  constituyente  D.  Román  Bal- 
dono y  de  Castro,  á  quien  el  país  ha  compensado  votándole 
por  dos  distritos  para  que  lo  represente  en  estas  Cortes.  El 

o  es  muy  otro.  Se  trata  de  una  de  las  atribuciones  de  la 
diputación,  reconocida  terminantemente  y  sin  reservas  por 
la.  ley  de  diputaciones;  se  trata  de  la  negativa  rotunda  del 
señor  capitán  general  de  Puerto-Rico  á  dar  explicaciones  á 
li  diputación,  como  manda  la  ley,  so  pretexto  de  que  infor- 
muría  al  Gobierno ,  fórmula  que  prueba  que  allí  subsiste  para 
la  primera  autoridad  todo  el  antiguo  orden  de  cosas,  y  que 
la  nueva  institución,  tan  celebrada,  tan  aplaudida,  tan  pon- 
derada,  es  pnra  y  simplemente  una  vana  palabra,  y  á  lo 
sumo  nna  promesa  más.  Y  yo  os  pregunto:  ¿es  posible  así 
>bernación  de  ningún  pueblo?  ¿Es  esto  ni  sombra  de  una 
tica  colonial? 

iro  bien  es  que  todo  palidece  ante  el  aplazamiento  de 
invocatoria  de  los  comicios  puertoriqueños,   para  que 


—    372   — 

enviasen  sus  representantes  á  estas  Cortes.  Confiésoos,  se- 
ñores diputados,  que  ansio  oir  de  los  elocuentes  labios  del 
st ñor  ministro  de  Ultramar  explicaciones  que  siquiera  ate- 
núen el  deplorable  efecto  que  esta  enorme  falta  ha  produci- 
do en  el  ánimo  de  nuestros  colonos;  porque  ni  puedo  creer 
que  S.  S.  desconozca  los  fatales  resultados  que  allá  en  1810 
y  luego  sn  1836  brotaron  de  medidas  un  tanto  análogas  á 
las  presentes,  ni  S.  S.  puede  ignorar  cuan  hartas  están 
nuestras  colonias  de  decepciones  y  cuánta  y  cuan  natural  os 
su  susceptibilidad.  ¿Quién  desconoce  que  una  de  las  causas 
más  poderosas  de  la  enemiga  de  Caracas  á  la  Regencia,  y 
por  tanto  uno  de  los  fundamentos  del  desarrollo  de  la  in- 
surrección separatista  de  1810,  fué  el  Jaaber  olvidado  avisar 
á  Venezuela  la  convocatoria  de  las  famosas  Cortes  de  Cádiz, 
hiriendo  asi  el  sentimiento  igualitario  de  aquellos  países  y 
dejando  que  tomasen  carne  y  cuerpo  las  desconfianzas  pro- 
ducidas por  la  conducta  recelosa  de  la  célebre  Junta  Cen- 
tral? (Y  acaso  aqui  no  se  saben  las  terribles  consecuencias 
de  la  resolución  de  1837  cuando  se  cerraron  las  puertas  da 
las  Cortes  españolas  á  los  diputados  de  Ultramar,  no  para 
condenar  á  aquellos  paises  al  absolutismo  (que  contra  esta 
idea  bien  protestó  el  ilustre  Arguelles,  lo  mismo  que  Vila  y 
Caballero,  y  nuestro  digno  presidente)  sino  para  resolver 
los  problemas  ultramarinos  en  un  plazo  que  desgraciada- 
mente no  llegó;  porque  contra  la  voluntad  de  aquellos  hom- 
bres ilustres  sobrevinieron  terribles  sorpresas  é  inesperados 
cambios  de  situación,  dejando  sobre  el  viejo  partido  pro- 
gresista la  terrible  responsabilidad  de  aquel  sacrificio  que 
tantas  lágrimas  y  tantos  dolores  hizo  posibles  en  nuestras 
Antillas  por  espacio  de  cerca  de  cuarenta  años,  pero  pro* 
perdonándonos  un  ejemplo  que  no  debiéramos  desaprove- 


—   373   — 

char  y  que  tal  vez  ha  desaprovechado  el  señor  ministro  al 
permitir  que  en  estos  críticos  momentos  se  dé  una  solución 
de  continuidad  en  la  práctica  de  esto  que  se  nos  ha  presen* 
tado  como  la  primera  y  más  valiosa  de  las  conquistas  de  la 
revolución  en  nuestras  provincias  ultramarinas! 

T  contad  que  lo  que  aquí  yo  echo  de  menos  es  la  solici- 
tad del  ministro.  Otra  cosa  no  puedo  sospechar.  Se  trataba 
de  un  punto  delicado  y  á  la  par  de  un  pueblo  separado  por 
millares  de  leguas  de  Madrid.  Siendo  las  comunicaciones 
poco  frecuentes,  cualquier  retraso,  y  más  cualquiera  olvido, 
tenia  que  ser  fatal.  Se  necesitaba,  pues,  mucho  celo,  extra* 
ordinaria  solicitud. 

Las  Constituyentes  se  disolvieron  al  finalizar  el  año  70. 
£n  20  de  Enero  de  este  año  ya  el  señor  ministro  de  la  Go- 
bernación anidaba  de  que  en  la  Península  se  formase  la  lióta 
de  mayores  contribuyentes  á  que  se  refiere  la  ley  electoral, 
El  20  y  27  resolvía  no  se  qué  sobre  los  distritos  electorales. 
B 16  de  febrero  se  convocaban  las  Cortes  ordinarias. . . 
Pues  bien;  el  señor  ministro  de  Ultramar  solo  el  22  de  Fe* 
brero  envía  un  decreto  á  Puerto  Rico  (lo  tengo  aquí,  coma 
tedas,  absolutamente  todos  cuantos  documentos  y  disposi- 
ciones cito) ,  para  que  se  dé  principio  á  los  trabajos  prepa- 
ratorios en  Puerto  Rico;  siendo  de  advertir  que  este  decre- 
to—en que  se  habla,  por  ejemplo,  del  consejo  de  adminis- 
fración,  que  hace  mucho  no  existe  en  nuestras  Antillas,  y 
de  otras  cesas  por  el  estilo,  que  no  arguyen  gran  cosa  en 
favor  del  ministerio  de  Ultramar — se  envió  como  telegrama 
I  Juba,  tardando  ¡veintiún  días!  en  llegar  á  Puerto  Rico; 
c  es»  cerca  del  doble  de  lo  que  tarda  el  oorreo  ordinario 
i  Cádiz»  Comprended,  señores  diputados,  comprended 
t       la  diligencia  demostrada  en  este  dificilísimo  asunto. 


—   374   — 

Y  |ah,  señores!  Si  tantos  olvidos  y  tantas  mistificaciones 
son  siempre  y  en  general  lamentables,  lo  son  macho  más 
tratándose  de  Paerto  Rico,  cuya  actitud  presente  y  cuya 
historia  son,  en  verdad,  dignas  de  admiración,  hasta  tal 
punto  que  hoy  podemos  y  debemos  hablar  con  orgullo  de 
aquel  pueblo,  poniendo  en  él  todo  genero  de  confianzas.  Con 
orgullo,  sí,  porque  en  Puerto  Rico,  más  todavía  que  en  las 
repúblicas  Centrales  de  América,  se  ha  realisado  á  mara- 
villa uno  de  los  empeños  más  difíciles  y  gloriosos  de  la  co- 
lonización— ¡la  fusión  de  razas! — y  el  espíritu  expansivo  y 
generoso  de  aquel  pueblo  se  ha  mostrado  de  tal  suerte,  que 
¿  aquellos  insulares  corresponde  la  honra  peregrina— caso 
único  en  la  historia  del  Nuevo  Mundo,  y  más  aún  en  la  da 
las  Antillas — de  haber  negado  sus  puertos  y  sus  playas  á 
la  hedionda  nave  del  negrero,  para  que  luego,  cuando 
en  1866  vinieran  sus  representantes  á  ser  interrogados  en 
la  Península  por  sus  derechos,  sus  intereses  y  sus  conve- 
niencias, suya  fuera  aquella  arrogante  y  magnifica  frase 
de  «preguntadnos  antes  por  el  derecho  de  nuestros  es- 
clavos». 

Y  debemos,  si,  poner  en  él  nuestra  confianza,  porque 
Puerto  Rico  es  aquel  pueblo  que  á  fines  del  siglo  xvu  vivió 
por  espacio  de  setenta  años  con  gobernadores  propios  y  pro  - 
1  as  ordenanzas,  entregado  á  sí  mismo,  sin  que  se  quebran- 
tase en  lo  más  mínimo  la  unidad  nacional,  y  reforzado  más 
tarde  con  los  restos  de  aquellos  heroicos  españoles  que  ha- 
bían hecho  la  defensa  de  Coro  y  Maracaibo,  para  venir 
arruinados,  heridos,  maltratados,  moribundos,  á  buscar  un 
pedazo  de  tierra  española  donde  lanzar  el  postrer  suspiro; 
pueblo  ilustre  que  en  1820,  cuando  se  hablaba  de  la  confe- 
deración colonial,  pedia  á  nuestras  Cortes  depender  direo- 


—    376   — 

lamente  de  la  Península,  y  que  hoy  mismo,  despreciando 
las  provocaciones  de  loe  absolutistas  de  Madrid  y  de  la 
Habana,  resistiendo  las  tentaciones    del  separatismo  de 
Nueva  York,  desoyendo  la  ronca  vos  del  desengaño  y  de  la 
desesperación,  inerte  con  la  conciencia  de  sa  derecho,  vivas 
todas  sus  esperanzas,   dueño  de  sus  impulsos,  aprovecha 
las  pequeñas  franquicias  concedidas  para  demostrar  su  cul- 
tora, se  organiza  para  conquistar  lo  que  se  le  debe,  acude  á 
los  comicios,  vota  como  representantes,  á  pesar  de  las  res 
trieciones  del  sufragio  y  de  lis  omnímodas  del  23,  á  abolí 
cronistas  declarados  y  demócratas  sinceros,  y  parece  decir- 
los con  su  civismo,  con  su  energia  y  su  entusiasmo:  CjEe- 
pafioles  recordad  que  no  os  hemos  faltado  en   los  dias  ne- 
gros del  infortunio!  ¡Liberales,  pensad  que  para  ser  dignos 
do  la  libertad  no  hemos  qaerido  tener  esclavos!   (Demóora 
tu,  considerad  que  las  brisas  de  América  nos  saturan,  que 
«1  aliento  del  porvenir  nos  sostiene,  que  nuestras  relaciones  - 
diarias,  incesantes,  permanente**,  son  con  Inglaterra,  el 
pueblo  más  activo  de  Europa;  con  los  Estados  Unidos,  el 
pueblo  más  libre  del  mundo;  con  Venezuela,  el  pueblo  mis 
espiritual  de  América;  con  las  Antillas  francesas,  donde  se 
ha  resuelto  ya  el  problema  de  la  esclavitud;  con   las  Anti- 
llas inglesas,  donde  se  ha  consolidado  el  nuevo  principio 
<kl  nlf-govermmt  de  las  oolonias,  y  que,  en  fío,   todo  lo 
que  en  nuestro  pala  existe,  todo  lo  que  siente,  todo    lo  que 
palpita,  todo  está  demostrando  que  nuestra  tierra  se  halla 
preparada,  quizá  como  otra  ninguna  del  nuevo  Continente , 
]     \  que  aquí  arraigue,  crezca  y  fructifique  el  árbol  de  la 
<      Mraoia  moderna! » 

tro  ya  habéis  visto,  oómo  á  pesar  de  esto,  casi  todo  cuan- 
4      *  Cortes  Constituyentes  decretaron  para  Puerto  Rico, 

25 


—   376  — 

sufrió  embarazos  y   mistificaciones,  hasta  ponerlo  todo  en 
gravísimo  peligro. 

Y  no  nos  detengamos  más  en  ello,  que  alguna  atención 
merece  lo  acontecido  en  Filipinas*  En  este  panto  debo 
prinoipiar  por  hacer  plena  justicia  al  Sr.  Moret.  Público  es 
que  he  combatido  á  S.  8.  con  la  energía  que  suelo  por  su 
gestión  de  las  cosas  ultramarinas,  y  no  me  arrepiento,  sin 
que  ahora  deba  justificar  mi  conducta;  pero  jamás  me  bt 
negado  á  reconocer  las  muchas  y  buenas,  aunque  incom- 
pletas refirmas,  y  la  especial  solicitud  que  al  Sr.  Moret 
merecieron  las  islas  Filipinas,  y  que  en  mi  sentir  consfí  • 
rayen  la  mejor  página  de  la  historia  administrativa  de  su 
señoría.  A  continuar  los  propósitos  del  8r.  Moret  con  al* 
gún  más  calor,  y  sobre  todo  generalizándolos  más,  nuestra 
gran  colonia  asiática  hubiera  cambiado  muy  pronto  de  ca- 
rácter entrando  de  lleno  en  la  vida  moderna,  cuyas  gran- 
des perspectivas  le  había  abierto  el  8r.  Becerra  con  aquel 
decreto  sobre  extranjería  que  implantó  en  Filipinas  la  li- 
bertad religiosa.  Pero  ¡ayl  que  todos  los  buenos  deseos  del 
Sr.  Moret  han  quedado  en  suspenso,  y  las  cosas  llevan 
trazas  de  parar  en  algo  muy  distinto,  sin  que  para  esto,  que 
se  debe  al  Sr.  Ayala,  haya  obstado  la  presencia  de  aqnél  en 
el  seno  del  Consejo  de  ministros. 

Si  tuviera  espacio,  y  no  me  pareciese  inoportuna  la  oca- 
sión, yo  trataría  de  demostrar  cómo  se  ha  viciado  el  carao* 
ter  y  comprometido  el  porvenir  de  nuestras  Filipinas  desde 
mediados  del  siglo  xvm,  y  más  aún  en  estos  últimos  trein- 
ta años.  Porque  es  preciso,  señores  diputados,  que  recor- 
téis que  si  Puerto  Eico  con  las  actuales  Repúblicas  de  la 
América  oentral  son,  por  su  estado  presente,  un  timbre  de 
nuestra  historia  colonial  de  América,  las  Filipinas  no  lee 


—    377    — 

ceden  bajo  otros  conceptos  y  frente  á  frente  de  la  coloniza- 
ción extranjera. 

Eeoordad  de  qué  modo,  al  comenzar  la  edad  moderna, 
comentaron  á  realizar  sos  empeños  de  exteriorizaron  en 
Asia  y  América  las  grandes  naciones  colonizadoras.  La  co- 
lonización había  respondido  á  fines  distintos  en  el  curso  de 
la  historia.  Colonia  por  expansión,  colonia  por  dominio,  co- 
lonia por  explotación:  he  aquí  las  tres  formas  de  coloniza- 
ción que  se  presentan  en  el  correr  de  los  tiempos.  Mas  es 
de  notar  cómo  dentro  de  cada  una  de  estas  formas  apuntan 
las  otras,  y  de  qné  manera  tan  diferente  la  realizan  los  dis- 
tintos pueblos  que  toman  sobre  sí  esta  tarea,  de  acuerdo 
siempre  con  el  carácter  particular  y  las  condiciones  singu- 
lares de  su  vida. 

La  colonización  moderna,  bien  lo  sabéis,  reviste  por  mu» 
ebos  motivos  que  afectan  á  la  historia  gqneral  de  Europa, 
el  carácter  de  explotación;  mas  el  empeño  se  realiza  de  di- 
verso modo  por  Inglaterra  y  Holanda,  que  por  España  y 
Portugal;  y  aun  tratándose  de  estos  dos  últimos  pueblos, 
ion  también  notorias  las  diferencias.  Inglaterra  Be  pre- 
ocupa casi  exclusivamente  de  crear  factorías,  proteger  su 
navegación  y  su  industria  é  imponer  tributos.  Todas  las 
cuestiones  que  hasta  1810  en  América  y  1855  en  Asia  sos- 
tiene la  Oran  Bretaña  en  sus  colonias,  revisten  un  carao 
ter  mercantil.  Holanda,  que  en  América  aparece  más  ex- 
pansiva y  que  admite  á  los  navegantes  de  todos  los  países, 
en  Asia  llega  hasta  la  constitución  de  esa  colonia  de  Java, 
<  esta  á  todo  el  espíritu  moderno,  pero  que,  no  obstante, 
i  anos  economistas  adocenados  presentan  como  ejemplo  4 
:    ostras  Filipinas. 

r>s  pueblos  latinos  ya  se  fijan  en  otra  cosa  cuando  de 


—   878   — 

colonias  se  trata.  Se  ocupan  de  la  reducción  de  pueblos,  de 
la  formación  de  sociedades,  mejor  dicho,  de  la  extensión  de 
su  carácter  y  de  sn  vida,  de  sus  leyes  y  sos  creencias,  á  loe 
nuevos  países  descubiertos  ó  conquistados.  Portugal  lohice 
por  Ja  centralización,  como  en  el  Brasil  y  en  la  misma  In- 
dia: España  con  mayor  expansión,  como  en  las  Antillas  y 
en  las  filipinas;  pero  contad  siempre  que  sobre  esto  coas 
tantemente  priva  el  carácter  mercantil  de  toda  la  coloniza- 
ción moderna.  La  diferencia  está  en  que  en  unos  pueblos 
(en  los  sajones)  este  carácter  parece  como  exclusivo;  en  los 
otroB  (en  los  latinos),  solo  domina  como  respondiendo  á  la 
ley  del  tiempo.  Pues  bien;  si  con  estas  ideas  juzgáis  la  colo- 
nización española  de  los  siglos  xvi  y  xvii,  fácil  os  será  mos- 
trar oomo  rasgos  capitales  estos:  la  intolerancia  mercantil 
la  i  d tolerancia  religiosa,  y  el  espiritn  civil  é  igualitario  de 
toda  nuestra  legislación  y  nuestra  vida. 

Mas,  señores,  hay  en  nuestra  historia  colonial  dos  ten 
dencias:  la  una  está  en  el  Consejo  de  Indias,  la  otra  en 
aquellos  colonizadores  qne  se  llamaron  Irala  en  América  y 
Legazpi  en  el  Asia.  ¿Y  sabéis  lo  que  representa  estaseguada 
tendencia?  Un  mundo  de  ideas  que  se  adelantan  prodigio- 
samente á  sn  tiempo  y  que  hoy  mismo  pueden  ser  procla- 
madas por  los  pueblos  más  adelantados  en  el  camino  de  la 
civilización.  Pues  esa  segunda  tendencia  es  la  que  campea 
en  Filipinas.  Asi  veis  aquí  la  intolerancia  mercantil  que- 
brantada por  el  puerto  franco  de  Manila,  y  el  comercio 
oon  China  y  la  India:  asi  veis  la  intolerancia  religiosa  ne- 
gada por  la  admisión  del  elemento  chino  en  la  gran  colonia 
asiática.  Solo  queda  el  carácter  civil  de  nuestra  colonización. 

Pero  jab,  señores!  contra  todo 3  estos  principios  obró  el 
siglo  xvín;  y  á  pesar  de  los  esfuerzos  de  los  Santa  Cruz  7 


^^k» 


—   379  — 

loe  Anda,  tipos  de  aquella  pléyade  de  grandes  gobernantes 
que  España  dio  á  sus  colonias,  y  por  los  que  se  sostuvo  en 
Ultramar  nnsetro  imperio,  falto  ya  de  savia  y  extraño  al 
movimiento  general  de  los  tiempos,  cayeron  las  Filipinas 
ante  las  exigencias  de  la  Casa  de  Sevilla,  y  por  la  debilidad 
de  las  Cortes  de  Felipe  IV  y  Carlos  II,  en  .poder  de  la  teo- 
cracia, que  allá  se  aseguró  y  subsistió  mientras  Carlos  III 
la  aventaba  del  Paraguay,  donde  hoy  podemos  todavía 
contemplar  sus  espantosos  efectos.  Yo  no  conozco,  señores 
diputados,  un  fenómeno  más  notable  que  esta  negación  per 
fecta  de  todos  los  orígenes  y  todo  el  carácter  con  que  se  ini- 
ció y  desarrolló  nuestra  gran  colonia  asiática. 

Pero  el  hecho  es  que  la  teocracia  era  dueña  de  Filipinas 
en  las  condiciones  más  extremadas  que  podían  imaginarse; 
porque  su  imperio  se  ejercía  mediante  una  de  las  formas 
más  rigorosas  que  la  teocracia  puede  emplear,  mediante  les 
institutos  monásticos.  Y  asi  se  desenvuelve  lenta  y  traba- 
josamente aquella  sociedad,  planteándose  una  serie  infinita 
de  problemas,  entre  los  que  no  es  el  menor  la  viva  lucha 
entablada  casi  desde  principio  de  este  siglo,  entre  el  clero 
regular,  de  suyo  exclusivo  y  absorbente,  y  el  clero  secular, 
representante  de  una  vida  más  expansiva  y  simpática;  y 
inn  dentro  del  primero,  entre  las  diversas  órdenes  y  los 
grupos  distintos  que  constituyen  cada  una  de  ellas. 

Mas  llega  la  Bevolución  de  Septiembre,  y  sorprende  á 
aquella  sociedad  sin  que  sus  elementos  fundamentales  hu- 
bieran recibido  influencias  de  los  nuevos  tiempos.  Sin 
embargo,  allí  vivía  el  germen  de  grandes  progresos:  y  ya 
1  la  maldad  misma  de  las  cosas,  que  no  podía  llegar  á 
;  ya  por  esa  circunstancia  verdaderamente  deplorable 
<     tuestras  colonias,  que  ha  obligado  á  sus  hijos  á  buscar 


1 


—   380   — 

la  lúa  y  la  instrucción  fuera  del  país,  a  donde  vuelven  co- 
nociendo Huevos  horizontes  y  abrigando  nuevas  aspirado- 
nes;  ya  por  el  instinto  mismo  del  pueblo,  que  recibe,  a  las 
veoes,  misteriosos  avisos  que  le  oonm aeren  y  pradispoim 
para  acoger  la  buena  nueva,  el  hecho  es  que  La  revolución 
es  saludada  con  amor,  y  desde  entonces  principia  «n  Pili- 
pinas  un  movimiento,  que  loco  será  el  que  no  vea  6  no  sienta* 

Y  este  movimiento  debia  afectar  á  la  organización  teo- 
crática de  aquella  sooiedad,  y  asi  principió  por  hacerse  sen- 
tir en  los  centros  de  enseñanza,  y  por  traducirse  en  preten- 
siones respecto  de  la  organización  religiosa.  Yo  me  prometo ¡ 
señores,  profundizar  estas  cuestiones  en  no  lejano  día,  por* 
que  me  prometo  que  no  tardará  mucho  el  señor  ministro 
de  Ultramar  en  traer  las  leyes  de  que  habla  el  art.  IOS  de 
la  Constitución;  mas  por  hoy  debo  hacer  constar  que  el  g*_ 
ñor  Moret  sintió  los  latidos  del  nuevo  movimiento  y  se  pro- 
puso secundarle,  primero  reformando  la  enseñanza,  y  des  - 
pues  creando  un  cuerpo  de  administración  civil* 

No  necesito,  señeros  diputados»  detenerme  en  mostrar  la 
importancia  y  el  enlace  de  estas  materias;  tampoco  debo 
decir  cómo  y  por  qué  las  tengo  por  incompletas  y  aun  equi- 
vocadas *n  ciertos  puntos.  Pero  lo  que  tí  me  cumple  es 
afirmar  que  llevadas  á  cumplido  efecto,  después  de  la  re- 
forma fundamental  del  Sr.  Becerra,  hubieran  cambiado 
grandemente  las  condiciones  de  la  sociedad  filipina ,  prepa- 
rándola de  admirable  manera  para  recibir  el  espíritu  de 
la  nueva  época  y  las  transformaciones  que  hace  necesarias 
en  nuestro  imperio  colonial  la  vida  que  hemos  comenzad  o 
en  la  Península,  á  partir  de  Septiembre  de  1868* 

Y  ¿cómo  no,  señpres  diputados?  Por  un  lado  se  arranca- 
ba el  monopolio  de  la  enseñanza  á  los  dominicos,   que  allá. 


—  Sal- 
en Filipinas  hablan  bastardeado  la  gran  tradición  de  loa 
onustas,  ya  encerrándose  en  sa  maearrónieo  latín,  ya  ha- 
dando que  en  sn  Universidad  se  explicase,  como  se  explicó 
hasta  1864,  el  sistema  de  Tolomeo,  ya  afirmando  por  boca 
del  rector  de  aquel  establecimiento  en  1870,  que  los  pro- 
gresos de  la  inmoralidad  y  de  la  instrucción  eran  paralelos. 
Por  otra  parte,  se  constituía  nn  cuerpo  de  administración, 
dotado  de  grandes  condiciones  de  inteligencia  y  de  estabi  • 
lidad,  que  por  su  propia  naturaleza  había  de  tender  á  mer- 
mar el  poder  teoorátioo,  más  que  su  rival  y  su  opuesto,  su 
decidido  enemigo. 

T  no  se  diga  que  entrambos  acuerdos  eran  deficientes  y 
entrañaban  no  pocos  peligros.  To  bien  sé  que  al  fin  y  al 
etbo  la  Universidad  civil  de  Manila  no  era  la  libertad  de 
enseñanza,  y  no  se  me  oculta  que  las  condiciones  asignadas 
al  cuerpo  de  administración  civil,  cuyo  ingreso  debía  ser 
por  oposición  y  de  modo  muy  análogo  al  practicado  en  In- 
glaterra y  Holanda,  eran  las  más  á  propósito  para  consti- 
tuir allende  los  mares  una  poderosa  burocracia.  Pero  es 
innegable  que  estas  y  otras  imperfeoeiones  hubieran  podido 
subsanarse  en  un  brevísimo  plazo,  ensanchando,  como  an- 
tes he  dicho,  el  círculo  de  los  propósitos  del  ministerio  de 
Ultramar,  y  llevando  con  ánimo  entero  á  Filipinas  el  títu- 
lo I  de  la  Constitución  española  de  1869. 

Fuera  de  esto,  y  consideradas  en  sí  mismas  las  reformas 

del  8r.  Moret,  tenían  una  gran  importancia.  La  cuestión 

de  empleados  será  siempre  capital  en  Ultramar  •  No   voy  á 

k~Mar  mal  de  ellos:  soy  hijo  de  uno  que  allí  dejó — lícita  me 

esta  jactancia — un  nombre  venerable  y  venerado.  Conos- 

(luchos  modelos  de  probidad  ó  inteligencia;  pero  también 

ne  antoja  incontestable  el  hecho  de  que  la  inmensa  ma- 


1 


—    382   — 


yoria,  saoada  del  clroalo  do  los  amigos  y  los  compadras  de 
loa  ministros,  es  incapaz  de  sostener  en  nuestra»  colon  i  aa 
el  doble  carácter  que  les  corresponde  por  la  misma  natura- 
leza de  las  cosas;  de  inteligentes  servidoras  de  una  admi- 
nistración difícil,  y  representantes  del  nombre  y  del  pres- 
tigio de  la  madre  patria  en  las  colonias*  -Por  esto  yo  soy 
partidario  de  los  grandes  sueldos  y  las  grandes  posiciones 
para  nuestros  empleados  de  Ultramar,  pero  enemigo  decía-» 
rado  de  las  improvisaciones  y  los  compadrazgos. 

Eq  cuanto  á  la  enseñanza,  apenas  si  necesito  decir  do» 
palabras.  Uno  de  los  graves  males  de  las  Repúblicas  sud- 
americanas es  la  deficiencia  de  la  instrucción,  que  obliga  á 
sus  mejores  hijos  á  buscar  la  satisfacción  de  sus  necesidades 
espirituales  fuera  de  sa  propia  tierra;  y  asi  se  da  luego  aque- 
lla falta  de  relación  entre  las  masas  y  la  gente  ilustrada,  . 
euyos  efeotos  patentiza  singularmente  la  historia  de  Nueva 
Granada  y  Venezuela.  En  nuestras  colonias  no  solo  existe 
este  peligro,  sino  otro  inconveniente  dañoso  á  los  interese» 
de  la  unidad  nacional,  porque  forzados  nuestros  hermanos  á 
buscar  la  ciencia  en  el  extranjero,  por  la  distancia  á  que 
está  la  Península  y  el  oscurantismo  que  priva  en  la  coló 
nia,  sus  ideas  se  forman  fuera  de  nuestro  espíritu;  acos- 
túmbrense á  juzgarnos  por  el  pensamiento  de  los  extraños, 
y  luego,  vueltos  á  su  hogar,  se  establece  una  lucha  funesta 
entre  todo  lo  que  les  rodea  y  todo  lo  que  han  disoutido  y 
avalorado  en  el  templo  de  su  conciencia. 

Y  bien:  ¿qué  ha  sucedido  con  los  decretos  del  Sr.  Moret, 
relativos  á  la  enseñanza  y  al  cuerpo  de  administración 
civil  de  Filipinas?  Yo  solo  tengo  algunos  datos,  porque  es 
muy  difícil,  señores  diputados,  averiguar  lo  que  pasa  en 
nuestras  colonias.  Haré  oaso  omiso  de  los  rumores  que  oo- 


V 


I 


\ 


—   383  — 

rren;  pero  ai  diré  que  me  consta  que  debiendo  estar  Forma- 
do el  escalafón  del  cuerpo  de  administración,  ni  siquiera  se 
lia  reunido  la  junta  calificadora;  y  es  notirio  qne  los  ejer- 
cimos de  oposición  para  el  ingreso  en  el  cuerpo,  que  debían 
haberse  celebrado  el  1.°  de  Jnnio,  no  han  tenido  efecto, 
son  grave  perjuicio  de  algunas  personas  qne  hablan  toma- 
do en  serio  el  decreto  del  8r.  Moret.  De  aqni  deduzco  cla- 
ramente qne  todo  lo  relativo  al  cuerpo  de  administración 
•até  en  suspenso. 

•  Pero  lo  referente  á  la  enseñanza  es  más  incontestable, 
To  no  sé  lo  qne  habrá  ocurrido  en  Filipinas;  pero  si  sé  que 
tqii  se  había  citado  á  todos  los  licenciados  y  doctores  que 
quisieran  hacer  oposición  á  las  cátedras  de  la  Universidad 
de  Manila.  Acudieron  muchos  al  llamamiento;  escribieron 
sus  Memorias;  depositáronlas,  como  estaba  dispuesto,  en  el 
Ministerio  de  Ultramar,  y  aguardaron  aquí  que  terminase 
si  plaso  de  la  convocatoria.  Pero  este  terminó  y  no  fueron 
convocados,  y  ellos,  que  debían  estar  en  Manila  el  1.  °  de 
Jooio  de  este  año,  hoy  no  saben  si  el  decreto  del  Sr.  Moret 
foé  verdad  ó  fué  broma.  De  aquí  deduzco  que  también  está 
co  suspenso  la  reforma  de  la  enseñanza. 

7  todo  me  duele,  pero  mucho,  por  el  8r.  Ayala.  8.  S.  es 
un  hombre  de  talento;  ha  vivido  siempre  en  la  región  ce- 
leste  de  las  ideas,  y  su  espíritu  ha  estado  siempre  abierto  á 
todas  las  inspiraciones  generosas,  á  todos  los  afectos  des- 
interesados. 8.  8.  es  un  gran  poeta  que  no  tiene  que  la- 
mentar una  sola  infidelidad  de  esas  Musas  á  quienes  recrea 
~  namora;  8*  8.  ha  vivido  eternamente  contemplando  los 
gresca  de  la  inteligencia  y  simpatizando,  de  seguro,  con 
as  las  tentativas  del  pensamiento  para  romper  el  carcere 
?o  de  la  preocupación,  de  la  ignorancia  y  del  oscuraatig- 


f 


.  —   384   — 

mo...  y  sin  embargo,  á  8.  S.  toca  en  suerte  la  triste  empresa 
de  oponerse  á  la  reforma  de  la  enseñanza  de  Filipinas,  al 
desenvolvimiento  del  espirita  de  nuestras  colonias,  á  la  re- 
dención de  la  conciencia  de  nn  pueblo!  I  ¡A.hf  Sr.  Ayalaí 
}Qué  ingrata  tareal  ¡Qaé  página  tan  triste  en  la  brillante 
historia  de  un  gran  poeta!  1 1 

De  modo,  señores  diputados,  que  la  cosa  es  clara.  Puerto 
Rico  había  logrado,  y  lo  que  es  más,  merecido,  la  preferente 
atención  de  los  legisladores  de  1869;  la  actitud  de  aquel 
país  habla  sido  por  todo  extremo  simpática;  su  situación 
excitaba  á  grandes  reformas  y  junto  con  ella,  la  situación 
general  de  nuestras  colonias,  exigía  que  se  llevasen  allí  á 
cumplido  efecto  todas  las  disposiciones  correspondientes  á 
los  sagrados  compromisos  de  la  Revolución,  pues  que  no 
solo  no  habla  asomo  de  peligro  en  ello,  sino  que  convenia 
hacer  un  ensayo  en  aquel  país  y  dar  al  resto  de  nuestro  In- 
perio  eolonial  el  ejemplo  de  lo  que  estaba  en  el  pensamiento 
del  Gobierno  hacer  tan  luego  como  las  cosas  ultramarinas 
entrasen  en  su  natural  cauce.  Y  ya  lo  habéis  visto;  en 
Puerto  Rico  se  desconocen,  se  violentan  y  se  mistifican  las 
leyes. 

Se  trata  de  las  Filipinas.  Son  allí  las  reformas  quisa  más 
fáciles,  porque  el  statu  quo  es  de  todo  punto  imposible;  por- 
que contra  el  statu  quo  protestan  las  autoridades  civiles, 
que  han  enviado  al  Gobierno  de  Madrid  proyectos  de  refor- 
ma que  contienen  hasta  el  principio  de  la  representación  en 
Cortes;  porque  contra  el  statu  quo  protestan  las  autoridades 
eclesiásticas,  que,  como  el  señor  obispo  de  Manila  (de  sega  - 
ro  lo  sabe  el  señor  ministro),  y  los  principales  caras  pá- 
rrocos del  Archipiélago,  representan  al  Gobierno  pidiendo 
que  concluya  el  monopolio  de  las  órdenes  monásticas  y  loe 


a. 


—   385    — 

ai  cea  os  qns  nata  raimen  te  se  ampuAn  de  bu  sombra .  Y 
él  8r.  Moret  discretamente  se  prepara  á  su  avisar  los  obs- 
táculos y  á  allanar  el  terreno  para  que  las  Cortes  puedan 
cumplir  el  art.  109  de  la  Conitituoión  y  da  sus  decretos... 
Pero  los  decretos  no  se  cumplen;  se  dejan  en  suspenso. 

Mas  todavía  suceden  cosas  peores ,  y  estas  cosas  ocurren 
en  Cuba.  Claro  se  está,  señores,  que  después  de  lo  que 
be  dicho  al  principio  de  este  discurso,  no  he  de  consagrar 
ahora  muchas  palabras  á  la  situación  tristísima  de  la  gran* 
de  Antilla.  Su  mero  recuerdo  me  aflige;  y  aunque  fuera  aquí 
pertinente,  que  en  yerdad  no  lo  es,  el  hablar  de  los  terribles 
dolores  que  para  aquella  tierra,  ahita  de  sangre  y  cuajada 
de  maldiciones,  ha  traído  la  espantosa  y  fratricida  guerra 
qoe  ultraja  i  la  naturaleza  entre  los  bramidos  del  mar  de 
loe  trópicos  y  la  tristeza  de  aquellos  espléndidos  cielos,  a  no- 
que fuera  pertinente,  digo,  yo  no  podría  consagrarle  en  estos 
momentos  la  atención  tranquila,  reposada,  reflexiva,  que  es 
necesaria  para  recoger  todos  los  detalles  y  formular  juicios 
con  arreglo  a  la  ley  moral. 

¡Ah,  señoree  I  Lo  que  ha  pasado   en  Cuba  en  esta   linea 
de  violencias   y   de   horrores,    es    indescriptible.    Ni  me 
extraña,  ni  puedo  ahora  hacer  más  que  condenarlo   de   pa- 
sada, pero  con  toda  mi  alma.  Y  no  me  extraüa,  Redores  di- 
putados, porque  yo  pretendo  conocer  algo  nuestro  carácter, 
fácil  á  ciertos  arrebatos  y  cienos  extravíos;  y  harto  de- 
muestran con  su  arrojo  y  con  sus  excesos  los  oue  en   Cuba 
pelean,  que  por  más  que  la  lengua  de  los  unos  en  el  paro-* 
mo  de  la  rabia,  maldiga  de  la  patria  que  hasta  poco  hace 
dio  bandera,  españoles  son  todos  t  con  tocias  sus  con  di  - 
'es,  sus  rasgos,  sus  vicios,  sus  virtudes,  sos  grandezas  y 
caídas,  sus  errores  y  sus  inipí raciones*  Porqne  también 


—   386  — 


yo  algo  he  estudiado  la  guerra  de  quinoe  años  que  en  182* 
dio  por  resultado  la  emancipación  del  continente  americano, 
después  de  aquellas  terribles  hecatombes,  aquellas  san- 
grientas fiestas  que  siempre  empañarán  la  historia  do  Bo- 
lívar y  que  han  proporcionado  tan  poco  envidiable  puesto 
en  los  anales  modernos  á  Calleja,  á  Boves  y  á  Monteverde. 
Porque  yo  no  sé  cómo  se  ha  ido  formando  en  Guba  esa  at- 
mósfera de  prevenciones,  de  odios,  de  apetitos  desatentados, 
de  negras  concupiscencias.  Porque  yo  no  ignoro  cómo  en 
el  espacio  de  cincuenta  años  se  han  alijado  200.000  boza- 
les, mientras  desatentadamente  se  perseguía  al  pensamien- 
to refractario  ó  meramente  extraño  á  las  especulaciones  del 
libro  de  caja  y  la  partida  doble...  Y  es  evidente,  señores, 
que  cuando  los  pueblos,  como  los  individuos,  viven  fuera  de 
esas  grandes  corrientes  de  idealidad,  de  derecho,  de  justi- 
cia, de  moral,  que  refrigeran  el  espirito  y  vigoriían  el  áni- 
mo, cuando  faltos  del  movimiento  de  la  vida  pública  y  pre- 
cipitados en  el  culto  de  los  intereses  materiales,  olvidan  por 
el  becerro  de  oro  el  altar  de  la  conciencia,  curan  con  los  es- 
pectáculos  del  circo  la  nostalgia  de  lo  infinito  y  sacian  con 
las  opulencias  del  restauran t  la  sed  de  lo  puro  y  lo  desinte- 
resado, entonces  esos  pueblos,  oon  su  respiración  difícil» 
cen  sus  emanaciones  pútridas,  con  sus  abandonos  vergon- 
zosos, con  sus  prisas  impremeditadas,  preparan  la  atmósfe- 
ra y  hacinan  los  combustibles  para  que  el  día  en  que  el  genio 
frenético  de  los  desastres  asome  con  la  antorcha  en  la 
mano,  en  el  último  momento  del  festín  babilónico,  la  explo- 
sión sobrevenga  y  la  conflagración  llene  los  espacios;  q— 
los  pueblos,  más  que  los  individuos,  por  la  propia  oon 
oión  de  su  ser,  están  fatalmente  condenados  á  la  expiao 
•n  la  Historia,  y  esta  es  ley  que  solo  pueden  ignorar  ar 


r 


—   387    ~ 

desgraciados  para  quienes  se  ha  hecho  la  apoplegla  de  so- 
bremesa, y  á  cuya  imprevisión,  coya  ceguedad  y  cayo  aban  • 
dono  están  reservadas  las  súbitas  catástrofes  de  las  ciuda- 
des malditas,  la  terrible  sepultara  de  Pompeya  y  Herculano. 

Pero  de  esto  no  me  debo  ocupar.  Ahora  no  me  importan 
los  extravíos  de  la  guerra  civil;  lo  que  me  ocupa  es  lo  or- 
dinario, lo  sfstefcnátieo,  lo  que  parece  tomar  carácter  de 
normal;  aquello  en  que  puede  influir  el  Gobierno,  aquello 
en  que  debe  influir  y  de  lo  qne  es  responsable  en  esta  Oá  - 
mará. 

V  en  este  sentido  veamos  lo  que  ea  Cuba  viene  suce- 
diendo de  seis  meses  á  esta  parte.  Dos  intereses  capitales 
tiene  el  Gobierno  en  Cnba:  el  uno,  el  de  la  abolición  de  la 
esclavitud;  el  otro,  el  de  la  integridad  nacional.  Para  mi, 
señores,  todo  es  uno. 

Yo  no  creo  ni  pnedo  creer  qne  la  honra  de  España  tolere  la 
subsistencia  de  la  servidumbre  de  los  negros,  máxime  sien* 
do,  como  al  parecer  somos,  los  postreros  en  concluir  dentro 
del  mundo  civilizado  con  esta  infamia  que  tan  magnifica  y 
elocuentemente  condenó  la  Junta  revolucionaria  de  Madrid, 
allá  en  1868,  en  aquellos  memorables  diasen  que  discutía- 
mos acaloradamente  en  el  Circo  de  Price  si  la  abolición  se 
babia  de  contar  desde  el  12  ó  el  29  de  Septiembre.  ¡Quan- 
tum mulatos  ai  tilo/ 

To  tampoco  he  podido  nunca  creer  que  la  cuestión  colonial  , 
te  resolviese  sin  empezar  por  quebrantar  las  cadenas  del  es- 
clavo, con  aquella  misma  rapidez,  con  aquel  mismo  ánimo, 

n  aquella  misma  imprevisión,  si  queréis,  con  que  núes- 

w  padres  aplastaron  en  un  solo  día,  sin  preparaciones,  ni 

rados,  la  vergüenza  de  los  señoríos.  He  creido  siempre 
eto,  y  hasta  tal  punto,  que  cuando  algunos  dignísimos 


—   388   — 

amigos  muy  entendidos  en  estas  cosas  ultramarinas,  de- 
cían: «j  dad  libertada  los  blancos,  que  ellos  emanciparán 
á  los  negros, »  replicaba  yo;  cemancipad  antes  á  los  negros, 
qne  lo  demás  vendrá  por  añadidura*.  Yo,  en  fia,  señores, 
no  oreo  hoy,  no  pnedo  creer  que  la  insurrección  de  Caba 
ooneluya,  si  no  conolnye  antes  la  esclavitud  de  los  negros. 

Pero,  en  fin,  para  el  Gobierno  el  interés  de  la  abolición 
era  un  interés  particular.  £1  mundo  civilizado  la  exigía;  la 
reclamaban,  tomando  todos  los  tonos  compatibles  con  la 
dignidad  de  España,  los  Gabinetes  extranjeros;  la  imponía 
la  misma  conducta  de  los  insurrectos  cubanos,  que  la  ha- 
blan decretado  sin  condiciones,  y  la  voluntad,  en  fia,  de 
este  país,  nunca  sordo,  nunca  abandonado,  nunca  indife- 
rente á  las  grandes  causas,  cuando  le  solicita  una  aotiva 
propaganda.  Y  el  Gobierno,  pagando  tributo  á  todo  esto, 
se  había  resuelto  á  un  paso:  á  la  ley  preparatoria  del  mes 
de  Junio  del  año  70. 

Vosotros  recordareis  que  la  ley  tenia  en  rigor  dos  par- 
tes. La  primera  concedía  la  libertad  nada  menos  que  á 
64.000  esclavos:  54.000  en  Cuba  y  8.000  en  Puerto  Rico, 
y  esto  lo  hacia  mediante  cuatro  artículos.  Los  niños  meno- 
res de  dos  años  y  los  que  naciesen  en  lo  sucesivo  serian 
libres,  aunque  sometidos  al  patronato.  Seríanlo  también 
los  mayores  de  60  años.  Deberianlo  ser  los  antiguos  eman- 
cipados, y  por  último,  los  siervos  de  los  insurrectos,  siem- 
pre que  hubiesen  prestado  servicios  al  Gobierno  español.  La 
segunda  parte  de  la  ley  se  refería  á  la  esclavitud  subsisten  - 
te;  se  prohibía  la  separación  de  familias  y  ciertos  castigos 
corporales. 

¿Y  qué  ha  sucedido  con  esta  ley,  que  no  califico  ahora? 
Sabedlo,  señores  diputados:  que  no  se  cumple  en  Cuba,  Algo 


t 


—    589    — 

peor  que  esto,  qae  se  ha  ana  lado  en  O  aba.  Y  el  hecho  es 
incontestable.  Primeramente  la  ley  promulgada  aquí  no 
fe  promulgó  en  aquella  lela  mientras  loe  periódicos  escla- 
TisUa  de  Madrid }  con  una  frescura  y  nna  inocencia  pirami- 
dales, nos  daban  todoa  loe  di  as  la  segundad  de  qae  la  ley 
había  comen  lado  í  surtir  sus  efectos  en  ambas  Antillas,  Y 
■olo  merced  ¿una  denuncia  incesante  por  parte  de  la  pren- 
sa liberal,  se  consiguió  que  el  señor  ministro  Moret  exigiese 
al  general  Caballero  la  promulgación  de  la  layen  Coba.  Y 
la  promulgación  vino  el  29  de  Septiembre,  esto  es,  tres  me 
sea  largos  después  de  hecha  en  Madrid;  pero  se  hizo  con  un 
articulo  adicional  que  la  dejaba  en  suspenso.  Naevoa  enga- 
ños y  nuevas  protestas;  y  al  cabo  en  Noviembre  se  rectifica 
el  articulo  adicional,  pero  no  se  deja  en  vigor  Ja  ley,  sino 
pora  y  simplemente  para  los  niños  que  al  fin  iban  4  entrar 
en  patronato,  y  para  los  siervos  de  los  insurrectos»  que  de 
seguro  no  suben  á  200.  ¿Qué  se  ha  hecho  dalos  20,000  es* 
clavos  mayores  de  60  años?  Permanecen,  4  pesar  de  la  ley, 
en  servidumbre.  ¿Que  de  los  e\ 6 00  emancipados? 

¡Ahí  respecto  de  los  emancipados  sucedió  algo  más  terri- 
ble. Yo  no  puedo  hablaros  de  la  espantosa  suerte  de  estos 
desgraciados,  qae  solo  debían  vivir  cinco  años  en  patrona- 
to, y  cuya  suerte,  con  arreglo  4  los  tratados,  debieran  ser 
la  envidiable  de  los  libertos  de  Sierra  Leona.  Básteme  lla- 
mar la  atención  sobre  el  precepto  terminante  de  la  ley 
de  Junio:  los  emancipados  debían  entrar  inmediatamente 
en  el  pleno  goce  déla  libertad.  No  habla  ninguna  reserva, 
pguna  condición,  ningún  patronato  ni  aprendizaje  de 
ngún  género. 

Pues  bien ,  esos  desgraciados  continúan  siendo  hoy  sier- 
ra, mediante  un  con  Ira  to  de  trabajo  por  ocho  años  que  han 


—  390  — 

firmado,  óidlo,  á  ciegas,  cuando  ya  se  había  votado  aquí  en 
las  Constituyentes  so  libertad,  pero  cátodo  do  se  había  pro- 
mulgado allá  la  ley  qae  consagraba  so  derecho.  Y  ese  con- 
trato es  repugnante,  porque  es  peor  que  el  que  firman  los 
chinos,  é  indudablemente  complioa  la  cuestión  social*  Y 
bien,  ¿qué  ha  hecho  el  señor  ministro  de  Ultramar  sobre 
todos  estos  particulares?  To  espeta,  yo  deseo,  yo  exijo, 
como  diputado,  explicaciones  precisas,  categóricas,  termi 
nantes.  Lo  pido  en  nombre  de  mi  país»  en  nombre  de  la 
justicia. 

Porque  aparte  de  las  razones  generales  que  antes  he 
apuntado  como  atendibles  por  el  Gobierno  para  llevar  ade  • 
lante  esta  ley,  teníais  otra  de  no  esoasa  importancia.  Al 
presentarla  en  Junio  del  año  pasado,  y  al  discutirla,  ya  du- 
damos de  deciros  que  esa  ley  seria  ineficaz,  y  no  solo  inefi 
caz,  sino  contraproducente.  Harto  conocíamos  la  historia  de 
todas  las  aboliciones,  y  harto  sabíamos  también  que  en  to 
das  partes,  absolutamente  en  todas,  esos  temperamentos  de 
espera  no  habían  producido  otro  efecto  que  el  de  complicar 
la  cuestión.  £1  Gobierno  hacía  lo  contrario;  tenía  en  sus  ma 
nos  probarnos  sus  excelencias;  pero  ya  lo  habéis  visto:  lo 
que  ha  sucedido  en  Cuba  ha  venido  solo  á  añadir  un  ejem- 
plo á  las  tentativas  infortunadas,  y  una  razón  al  principio 
de  la  abolición  inmediata. 

Pero  hoy,  señores  diputados,  tiene  este  punto  una  im- 
p  tancia  excepcional  en  Cuba.  Hasta  hará  como  diez  meses, 
la  guerra  de  la  grande  Antilla  era  una  violenta  excisión  de 
la  familia  española:  desde  entonoes  la  guerra  ha  tomado  otro 
carácter  todavía  más  deplorable.  Hoy,  según  el  testimonio 
del  general  Jordán,  del  general  Quesada,  de  casi  todos  los 
periódioos  de  los  Estados  Unidos  y  de  las  correspondencias 


—  891    — 

■ 

«Je  la  Habana,  hoy  el  grueso  de  lae  faenas  de  los  insurrectos 
•de  Ceba  está  formado  por  negros  y  chinos.  T  bien,  señores, 
ante  esta  complicación,  ¿qué  medidas  toma  el  Gobierno? 

Quiero  y  debo  ser  justo:  el  actmal  señor  ministro  aeaba 
de  acordar  la  prohibición  de  la  inmigración  china,  y  este 
-decreto,  con  el  referente  i  los  bienes  embargados,  quisa 
constituyen  lo  único  bueno  que  se  debe  i  la  administración 
de  8.  S.  Sin  embargo,  no  estoy  tranquilo,  y  posiblemente 
tampoco  lo  estará  el  Sr.  Ayala,  porque  lo*  periódicos  de 
estos  días  han  copiado  un  telegrama  en  que  se  afirma  que 
en  Cuba  se  resiste  el  decreto  sobre  embargoB,  y  ayer  mismo 
ne  leido  que  á  Madrid  han  llegado  los  representantes  de  una 
.filantrópica  sociedad  para  pretender  la  revocaoión  del  de- 
creto sobre  chinos  y  echar  las  bases  de  una  gran  inmigra- 
ción (libre!  de  asiáticos,  africanos  y  europeos, 

Pero  aun  dando  por  cierto  que  8.  8.  se  haya  de  resistir  4 
tales  exigencias,  evidente  es  que  esas  medidas  no  tienen 
una  importancia  tan  de  aotualidad,  como  todo  lo  que  se 
resuelva  respecto  á  los  negros.  Porque  yo  os  pregunto:  ¿qué 
esperanza  dais  á  esos  negros  que  hoy  corren  los  campos  de 
Chiba  en  plena  libertad,  y  que  de  ella  vienen  gozando  hace 
dos  años?  ¿La  libertad?  Pues  y  entonces,  ¡qué  será  de  los  ne- 
gros no  sublevados!  ¿La  servidumbre  otra  vea?  Es  decir,  la 
servidumbre  horrible,  infernal,  incomparable  del  cimarrón 
cogido  en  el  palenque.  |A.h,  señores  diputados!  Pensad  en 
esto,  porque  en  esto  estriba  por  mucho  la  cuestión  de  Oaba. 

Aquí  se  habló  demasiado  de  Santo  Domingo,  y  sin  em- 
bargo, ahora  es  cuando  Cuba  principia  á  tomar  el  carácter 
de  la  AntUla  negra.  Porque  ¿qué  otra  causa  que  la  reduc- 
ción 4  servidumbre  de  todos  aquellos  negros  que  acaudilló 
Toussaint  L'Ouverture,  fuá  la  que  produjo  el  levantamiento 

26 


—    392  — 

/ 

de  Dessalines  y  Cristóbal  en  aquellos  terribles  días  de  1802? 
{Dioen  que  la  abolición! 

Paleo  de  toda  falsedad.  Abrid  la  historia.  Preguntad  á 
Thiers,  á  Schoelcher,  á  Ferie.  La  abolición  fbé  decretada  en 
1793  y  terminó  las  diferencias  entre  blancos  y  mulatos,  sus- 
citadas en  1790  por  las  tímidas  declaraciones  de  la  Constitu- 
yente. La  Bevolución  y  las  matanzas  no  vinieron  hasta  que 
Napoleón,  en  1 802  y  después  de  la  pas  de  Amiens,  quiso  re» 
sucitar  la  trata,  asesinó  á  Toussaint  L'Ouverture  y  proclamó 
de  nuevo  la  esclavitud  en  Santo  Domingo,  que  había  sido 
abolida  nueve  años  antes.  Por  cierto  que  la  abolición  sir- 
vió (contra  todo  lo  que  el  vulgo  propala)  para  que  los  en- 
^  tusiaemados  colonos  de  las  Antillas  francesas  (blancos  y 
negros)  resistieran  y  expulsaran  de  aquellos  países  en  179$ 
á  los  soldados  ingleses.  De  esa  suerte,  la  abolición  sirvió 
á  la  integridad  nacional  francesa. 
¡Pensad,  señores  diputados,  si  puede  haber  analogías  oon 
.  lo  que  pasa  en  Cuba!  Pensad  si  podéis  reducir  á  servidumbre 
á  loa  negros  libres  de  la  insurrección;  pensad  si  esta  es  la 
hora  de  anular  leyes  como  la  preparatoria  para  la  abolición, 
ó  si  es  el  instante  de  proclamar,  dejando  á  salvo  todos  los 
intereses  (que  á  esto  no  me  opongo),  la  abolición  inme- 
diata! (1). 

El  segundo  interés  del  Gobierno  en  Cuba  es,  como  he  di- 
cho, la  integridad  nacional;  y  para  dar  f andamento  á  esto, 
no  os  he  de  hablar  de  patriotismo,  que  esta  es,  como  todas 
las  viitudes,  prenda  de  que  no  se  debe  hacer  gala,  ni  respec- 
.todela  que  se  pueden  adelantar  explicaciones  ofensivas 
siempre  al  decoro  del  que  las  da.  Acostumbrémonos  ¿  pres- 


\ 


(1)    Véase  la  nota  referente  á  la  abolición  en  Puerto  Rico. 


—   393   — 

dndir  de  ciertos  argumentos  y  á  hablar  sin  necesidad  de 
ciertas  protestas.  Y  esto  asi,  ¿queréis  saber  dónde  está  el 
fundamento,  la  ratón  decisiva  de  la  conservación  de  Cuba? 
En  nuestro  deber. 

El  oonfüoto  cubano  sólo  tiene  urna  de  estas  tres  soln* 
dones:  la  cesión  de  la  grande  Antilla  á  otro  pueblo  ami- 
go; el  abandono,  ó  sea  su  independencia,  y  el  manteni- 
miento de  nuestro  imperio  en  aquella  isla.  No  voy  á  dis- 
currir sobre  estos  extremos:  quiero  únicamente  insinuar  mi 
juicio. 

Pues  bien,  la  cesión  equivaldría  al  pleno  reconocimiento 
de  nuestra  actual  impotencia  para  toda  obra  de  exterioriza- 
don;  esto  es,  para  llevar  nuestro  espíritu  y  nuestro  carácter 
fuera  del  horizonte  sensible  de  esta  tierra»  dotada  en  otros 
tiempos  de  grandes  facultades  para  colonizar.  Y  esto  se- 
ria tanto  más  grave,  cuanto  que  nuestra  impotencia  se 
patentizaría  en  los  mismos  días  en  que  las  grandes  corrien- 
tes de  la  civilización  conducen  á  estos  empeños  de  dilata* 
don.  Y  tanto  más  vergonzoso,  cuanto  que  después  de  haber 
consentido  en  que  durante  el  último  siglo  y  en  lo  que  va  de 
éste  se  bastardease  en  América  y  en  Asia  nuestra  gran  tra- 
didón  colonial,  renunciábamos  á  la  gloriosa  empresa  de  rec- 
tificar nuestros  extravíos  y  curar  los  males  de  nuestras  co- 
lonias.— En  cuanto  al  abandono. ..  seria  simple  y  llanamen- 
te un  crimen  de  lesa  humanidad* 

En  este  «puesto  nos  corresponde  el  mantenimiento  de 
la  integridad  nacional;  pero,  entiéndase  bien,  no  como  una 
mera  satisfacción  á  nuestro  amor  propio  ofendido,  ne 
como  una  pena  á  los  que  se  han  rebelado  oontra  la  madre 
patria,  no»  en  fin,  como  una  empresa  militar,  como  un  em- 
peño de  fuerza.  No.  Cuba  debe  conservarse  para  España; 


—  394  — 

mas  para  que  Espafia  cumpla  en  aquella  tierra  loe  grandes 
deberes  qae  impone  la  justicia  y  la  civilización. 

Por  esto,  más  que  por  otras  razones,  yo  lamento  loe 
medios  de  qae  el  Gobierno  se  está  valiendo  para  la  pacifica- 
ción de  Cuba.  Y  eso  que  de  poco  aoá  es  necesario  haoer  jos* 
ticia  á  los  buenos  deseos  de  algunas  de  las  autoridades  mili- 
tares  de  aquella  isla.  Yo,  señores,  he  combatido  rudamente 
al  señor  general  Yalmaseda,  aunque  en  los  términos  que  mi 
educación  y  mi  lealtad  consienten.  Su  actitud  al  tiempo  de 
publicar  aquel  terrible  bando  de  Bayamo,  que  escandalizó 
á  la  prensa  nacional  y  extranjera,  exigía  una  protesta,  con 
tanta  mayor  razón,  cuanto  que  aquello  podía  ser  mera- 
mente un  pasajero  extravio. 

Pues  por  lo  mismo  hoy  quiero  enviar  desde  aquí  mi  hu- 
milde pláceme  á  la  primera  autoridad  de  duba  por  las  ten- 
dencias humanitarias  y  el  pensamiento  político  que  en  la 
actualidad  revela,  y  le  enviaría  también  á  otros  bravos  sol- 
dados que  allí  sostienen  verdaderamente  nuestra  honra, 
si  no  temiese  que  esta  sencilla  felicitación  fuera  causa  de 
su  expulsión  de  la  isla  por  las  muchedumbres  desaten- 
tadas. 

¿Pero  cuáles  son  esos  medios  de  que  el  Gobierno  se  vale, 
ó  que  sufre  el  Gobierno,  para  concluir  con  la  insurrección 
de  Cuba?  ¿Acaso  corresponden  los  medios  al  fin?  ¿Por  ven- 
tura con  ellos  terminará  la  guerra  pronto  y  Hén>  dos  con- 
diciones precisas  para  los  que  no  miramos  la  guerra  de  Cu- 
ba bajo  el  punto  de  vista  de  las  zafras,  de  las  liquidaciones 
y  de  las  contratas? 

Los  medios  hasta  hoy  utilizados  ó  tolerados  son  estos: 
el  envío  anual  de  8  á  10.000  soldados;  los  fusilamientos  y 
los  embargos  en  grande  escala;  la  privanza  de  los  intereses 


—   $95  — 

7 1*0  aprehensiones  de  un  partido  exclusivo  sobre  todo  cuanto 
existe  j  cnanto  se  hace  en  la  grande  Antilla.  Y  de  eeta  ma- 
nera, 70  os  digo  que  no  concluiréis  la  guerra  de  Cuba. 
To  os  anuncio  nuevas  complicaciones.  Yo  os  profetiao  ma- 
jares desastres,  aunque  inmediatamente  consigáis  refrenar 
la  insurrección,  7  á  pesar  de  que  70  orea  que  la  insurrec- 
ción agónica  (1). 

Porque  si  miramos  la  cuestión  como  cuestión  de  fuera» 
(y  no  es,  en  verdad,  este  el  único  carácter,  ni  siquiera  el 
principal,  del  conflicto  de  duba),  lo  que  urge  es  enviar  de 
un  golpe  25  ó  30.000  hombres  que  hagan  la  campaña  en  un 
breve  plazo,  evitando  el  actual  copioso  derramamiento  de 
langre  que  asusta  7  cada  vez  ahonda  más  el  antagonismo  de 
aquellos  partidos,  7  poniendo  un  limite  al  suplicio  lento  á 
que  está  sometido  nuestro  ejército,  obligado  á  soportar  meses 
7  meses  la  crudeza  del  clima  7  las  privaciones  7  rigores 
excepcionales  de  aquella  lucha  que  en  dos  años  nos  ha  pro- 
porcionado más  de  20.000  bajas. 

Dad,  pues,  la  voz  de  alarma;  abrid  los  enganches;  decid 
que  necesitáis  soldados  para  concluir  la  guerra  en  ocho  ó 
diez  meses,  7  tened  seguridad  de  que  os  sobrarán  soldados, 
porque  aquí  hay  siempre  afición  7  aliento  para  los  empeños 
de  armas. 

Pero  concluid  al  mismo  tiempo  con  los  fusilamientos  7 
los  embargos.  Yo  no  sé  á  cuántos  millones  de  pesos  sube 
hoy  el  valor  de  los  bienes  embargados,  ni  á  cuánto  montan 
los  perjuicios  producidos  por  esta  gravísima  infracción  de 
todas  nuestras  leyes  procesales;  pero  en  cambio,  aquí  tengo 
una  nota  circunstanciada  del  numero  de  insurrectos  7  aim- 


(1)    Véase  después  el  texto  del  convenio  del  Zanjón. 


—    396   — 

p  atizado  rea,  máa  6  menos  verdaderos,  fu  a  i  lados,  agarrota- 
dos ó  muer  toe  vi  ole  ata  mente,  pero  fuera  de  la  la  oh  a.  Esta 
numero  ee  eleva,  señorea  diputados,  á  cerca  de  5» 000,  Y  pen- 
sada señorea,  la  ineficacia  de  este  derramamiento  de  sangra; 
considerad  que  las  ideas  solo  ae  matan  con  otras  ideas,  y  que 
si  hay  algún  argumento  decisivo  en  contra  de  esas  violen- 
cias y  esas  ejecuciones,  lo  dan  esas  lápidas  donde  están  es- 
critos loe  nombres  de  nuestros  precursores;  lo  damos  nos- 
otros miamos  sentad oa  hoy  en  estos  escaños,  después  de  ha- 
ber sido  ayer  perseguidos;  lo  dais,  en  ña,  vosotros,  señores 
ministros,  que  ayer  habéis  tenido  pregonadas  vuestras  oa* 
be  zas.  i  Basta  de  sangre  en  Cuba,  basta!  Ved  que  esos  rebel- 
des son  nuestros  hermanos,  y  que  el  verdugo  nanea  ha  pro- 
bado nada» 

Pero  todavía  hay  quizá  algo  más  grave  que  todo  esto. 
Tal  como  las  cosas  ae  van  ofreciendo  y  desarrollando  en  1& 
grande  An tilla,  no  hay  allí  porvenir  más  que  para  las  exa- 
geraciones y  los  arrebatos,  de  los  cuales  la  primer  victima 
es  la  dignidad  nacional.  Porque,  señores,  lo  que  priva  en 
Cnba  es  una  especie  de  autonomía  colonial,  pero  irregular, 
contradictoria,  absurda;  autonomía  que  niega  «I  sumo 
imperio  de  la  Metrópoli,  pero  que  compromete  á  ésta  y  la 
arrastra  vergonzosamente  á  donde  bien  parece  á  un  partido 
ofuscado  en  el  calor  de  la  pelea. 

¿Lo  dudáis?  Pues  ved  lo  qne  sucede  con  las  leyes  de 
nuestras  Cortes  y  los  decretos  de  nuestros  ministros.  Ya  ha- 
béis oído  como  se  ha  anulado  la  ley  preparatoria  de  la  aboli- 
ción, Sabed  ahora  que  allí  se  kan  deshecho  nuestras  leyes 
de  procedimiento,  poniendo  á  los  consejos  da  guerra  sobre 
los  tribunales  ordinarios;  y,  en  fint  [vergüenza  me  da  el  de- 
cirlo 1  allí  se  ha  resucitado  la  pena  de  confiscación ,  con  el 


_ 


—  397   — 

mismo  derecho  con  que  se  podrá  resucitar  cualquier  día 
la  peca  del  tormento. 

Pero  venid  á  la  práctica  de  la  vida.  Beoorred  las  colum- 
nas de  aquéllos  diarios  manchados  siempre  oon  los  anun- 
cios de  dótales*  y  alli  veréis  series  de  artículos  contra  los 
derechos  individuales,  contra  las  reformas  ultramarinas, 
contra  la  situación  de  Septiembre,  y  en  pro  de  los  embargos» 
de  las  confiscaciones,  y  ahora,  de  la  fijación  de  precios  á  las 
cabesas  de  los  insurrectos.  Oid  la  vos  de  aquellos  casinos,  y 
sabréis  que  se  pide  la  negación  de  la  libertad  de  los  porto- 
riqueños,  y  hasta  una  excepción  en  nuestra  vida  política» 
una  cortapisa,  un  limite  para  nuestra  prensa  y  nuestra  tri- 
buna siempre  que  se  trate  de  las  oosas  ultramarinas,  y  si  el 
Br.  Moret  estuviera  aqui  os  explicarla  de  qué  manera  tan  es- 
candalosa se  insulta,  se  ha  insultado  en  la  Habana  á  los  mi* 
lustros,  á  los  diputados,  á  todos  cuantos  no  opinan  oemo 
los  frenéticos  directores  de  aquellas  masas.  |  Y  esto  se  haoe 
allí  donde  rige  la  previa  oensura  y  priva  el  estado  de 
¿aerral 

¡Ahí  yo  os  aseguro  que  esto  no  puede  seguir  asi.  De 
esta  manera  quien  en  Cuba  alaa  la  voz  no  es  Espafia, 
so  es  el  Gobierno:  es  simplemente  un  partido.  Y  desde  este 
momento  la  cuestión  toma  un  carácter  deplorabilísimo. 
Ante  ese  partido  lo  sacrificamos  todo;  porque  no  olvidéis 
que  nosotros  (los  que  aqui  vivimos)  somos  los  que  enviamos 
soldados  á  Cuba,  y  los  que  á  la  postre,  y  como  es  natural 
(j  como  ya  lo  demuestra  el  proyeoto  del  Sr.  Moret,  para 
ngularisar  la  situación  del  Banoo  de  la  Habana)  los  que 
ea  definitiva  haremos  trente  á  la  deuda  oreada  en  la  gran- 
de Artilla. 

Además,  ¿qué  porvenir  se  le  depara  á  la  Isla,  qué  suerte 


—   398  — 

á  loa  arrepentidos,  á  los  presentados,  á  los  vencidos,  ai  un» 
partido  es  el  triunfador  en  vez  de  serlo  España?  ¿Qué  pers- 
pectiva se  les  ofrece? 

Tengamos  resolución.  Creéis  que  en  Cuba  sólo  se 
debe  hablar  de  guerra:  do  discuto  ahora  el  prooe dimiento; 
pues  bien;  sea,  Pero  declarad  el  estado  de  sitio.  Que  todo* 
enmudezcan,  y  sobre  todo,  que  nadie  hable  para  abrir  la* 
heridas  y  avivar  los  odios.  No  os  pida  que  hagáis  lo  que  los 
Estados  Unidos  en  1867:  os  recomiendo  sólo  la  actitud  de 
Inglaterra  en  el  Canadá  en  1348. 

Y  desde  luego  creo  que  esta  actitud  encontrará  aplausos 
en  los  miemos  defensores  de  España  en  Cuba,  Yo  do  tengo 
por  qué  hablar  ahora  de  los  Voluntarios,  y  menos  para 
agobiarlos  con  diatribas,  En  aquel  cuerpo  ha  habido  y  quisa 
hay  muchos  fautores  de  punibles  excesos;  pero  también  en 
bu  seno  se  cuentan  hombres  llenos  de  buena  intención,  y 
que,  amantes  de  su  patela,  no  pagan  tributo  á  las  exagera- 
ciones de  la  guerra  civil.  El  señor  ministro  de  Ultramar  de 
seguro  sabe  que  hoy  de  nuevo  apunta  allí  una  tendencia 
pacífica  y  de  conciliación .  Apresurémonos  á  secundarla; 
apresurémonos  á  echar  las  verdaderas  bases  de  pacificación 
de  Coba. 

Pero,  lo  repito,  para  esto  ee  necesario  que  se  refrenen 
los  ímpetus  del  partido  dominante  en  Cuba:  es  preciso  qae 
se  le  haga  entender  que  quien  manda  sil  i  es  el  Gobierno  es* 
pañol:  es  indispensable  que  se  atajen  aquellos  extravíos  y 
aquellos  arrebatos» 

Porque  no  hay  que  dudarlo;  si  hoy  no  corregís  aquellos 
excesos,  mañana  os  será  imposible.  |  Y  mañana  es  indispon* 
sable,  de  todo  punto  indispensable,  proclamar  la  libertad  en 
las  colonias!  Pi,  la  libertad,  porque  á  ella  tiende  todo  en  el 


—   S99  — 

mudo,  porque  sin  ella  no  se  vive  en  el  siglo  xix,  porque 
por  ella  dama  y  se  mueve  todo  cuanto  es,  cnanto  vive, 
alienta  y  palpita  en  la  virgen  América.  Si,  la  libertad» 
porque  estáis  solemnemente  comprometidos  á  procla- 
marla, revolucionarios  de  Septiembre,  y  para  vuestros  ac- 
tos está  el  tribunal  de  la  historia. 

Y  bien:  si  boy  enmudecéis  ante  el  partido  absolutista  de 
nuestras  Antillas;  si  no  dais  la  mano  á  los  que  quieren  la 
integridad  nacional,  pero  también  la  libertad;  si  consentís 
en  que  la  autoridad  de  la  Metrópoli  se  desconozca,  ¿qué 
porvenir  nos  aguarda?  Aún  peor  que  el  de  Méjico  en  1823. 
Becordadlo. 

Entonóos,  como  ahora  en  Cuba,  el  Consulado  de  co- 
mercio y  una  buena  parte  de  los  grandes  personajes  de 
aquella  colonia  se  mostraban,  no  sólo  enemigos  de  la  insu- 
rrección separatista,  si  que  aferrados  á  la  continuación  del 
it€tu  quo.  Guerrero,  el  cabecilla  insurgente,  oorria  los  cam- 
pos, pero  la  insurrección  agonizaba.  Nuestras  Cortes  se  vie- 
ron feriadas  &  decretar,  por  la  lógica  de  las  cosas  y  por 
compromisos  de  honra,  medidas  liberales  para  Nueva-Sepa* 
fia,  y  entonces  sisaron  el  grito  contra  la  patria  Itúrbide  y  el 
chispo  Peres,  y  el  Consulado  y  todos  aquellos  intransigentes 
de  la  víspera.  Y  el  imperio  de  España  cayó  porque  se  unie- 
ron los  insurgentes  y  los  leales;  pero — bueno  es  que  no  se  ol- 
vide—cayó nuestro  imperio  para  ser  á  poco  expulsados  to- 
dos los  españoles  del  territorio  americano.  ¡Lección  elocuen- 
tísima que  no  debemos  olvidar  ni  aquí  ni  en  Cuba! 

Pero  ya  no  debo  ni  puedo  extenderme  más.  Ya  habéis 
oido  de  qué  modo  entiendo  yo  que  podéis  concluir  con  el 
conflicto  cubano,  dentro  siempre  de  vuestras  ideas  y  aun 
aceptando  vuestras  prevenciones.  No  me  argumentéis  di- 


—  400  — 

ciendo  que  podría  hacerse  mejor.  Lo  sé;  pero  en  todo  eete 
discurso  no  he  emitido  mi  opinión  entera,  porque  tal  vea 
me  tacharais  de  ideólogo  7  de  seguro  no  conseguiría  efecto 
tan  pronto  como  ee  necesario.  Insisto  en  que  todo  enante 
he  sostenido  cabe  dentro  de  vuestros  principios;  i  todo  es* 
tais  seriamente  obligados;  todo  es  por  completo  imprescin- 
dible. Concluid  la  guerra  de  Cuba.  Se  debe  concluir,  por- 
que nos  va  en  ello  la  honra  7  el  porvenir.  Concluidla  con 
vuestro  criterio,  pero  concluidla  pronto  y  bien. 

Mas  viniendo  7a  al  objeto  principal  de  este  discurso,  7 
para  terminarlo,  permitidme  que  os  recuerde  resumiendo  le 
dicho,  qué  es  lo  que  sucede  en  nuestras  Antillas  con  las  le* 
yes  de  las  Constituyentes  y  los  decretos  del  G-obierno;  7  per- 
mitidme asimismo  que  evidenoie  lo  eiuivocado  de  la  oon- 
duota  del  sefior  ministre  de  Ultramar. 

Lo  habéis  oído:  en  Puerto  Rico  se  mistifican  las  10703;  en 
Filipinas  se  suspenden;  en  Cuba  se  anulan.  He  aquí  lo  que 
se  ha  hecho  después  de  la  disolución  de  las  Constituyentes: 
he  aqui  toda  nuestra  política  oolonial.  Ahora  no  es  mucho 
que  espere  las  explicaciones  del  Sr.  Ayala;  porque  por  este 
camino  solo  se  va  &  la  perdición . 

Voy  á  oonoluir,  señores  diputados,  pero  antes  de  verificar- 
lo ob  pido  licencia  para  hacer  una  deolaraoión.  Mejor  dicho, 
para  consignar  por  vea  primera  una  idea  propia  respecto 
de  nuestras  colonias,  independientemente  de  los  compromi- 
sos y  de  las  ideas  del  Gobierno,  que  han  sido,  por  hoy9  el 
punto  de  referencia  de  todas  mis  observaciones. 

No  quiero  sentarme  sin  proolamar  enérgicamente  que 
sobre  todo  esto  urge  una  necesidad,  7  é3ta  se  reduoe  4  haoer 
la  reforma  democrática  de  nuestro  mundo  colonial. 

Nada  os  hablaré  de  la  Íntima  relación  que  por  espacio  de 


^ 


j 


—  401   — 

tres  siglos  ha  tenido  nuestra  historia  con  la  de  América; 
aada  de  las  influencias  que,  &  partir  del  siglo  xix,  cons- 
tantemente vienen  ejerciéndose  por  el  nuevo  mundo  sobre 
el  tmjo;  nada  de  los  resoltados  que  para  la  cansa  de  la  li- 
bertad en  nuestra  patria  han  producido  los  sucesos  de  1810 
j  1820,  allende  el  Atlántico.  Pero  en  cambio  fijaos  por  un 
momento  en  el  carácter  de  la  Revolución  de  Septiembre,  en 
la  situación  política  de  la  Península,  y  en  la  economía  y  las 
condiciones  de  nuestras  colonias.  Esto  asi,  *no  extrañaréis 
que  os  afirme  que  la  reforma  de  nuestro  orden  colonial  es 
d  complemento  inexcusable  de  este  movimiento  de  1868 
que  nos  ha  abierto  los  grandes  horizontes  y  las  soberbias 
perspectivas  de  la  moderna  democracia. 

Considerad,  señores,  cómo  los  intereses  ultra-conserva* 
dores  se  han  agrupado,  por  admirable  instinto,  sobre  la 
eoeetión  colonial,  y  á  propósito  de  ella  libran  batallas  á  la 
libertad  de  imprenta,  al  dereoho  de  reunión,  al  sufragio  uni- 
versal, haciéndolos  incompatibles  con  la  integridad  de  la 
patria,  como  antes  decían  que  lo  eran  con  la  religión,  con  el 
orden  y  oon  la  propiedad.  Consideradlo,  y  ved  si  esta  cues- 
tión, revestida  hoy  de  un  carácter  excepcional  y  exclusivo, 
no  tiene  una  importancia  y  una  transcendencia  inmensas 
para  la  suerte  de  la  patria  y  para  el  arraigo  y  el  robustecí  - 
miento  de  las  conquistas  de  Septiembre. 

T  no  podía  ser  otra  cosa.  Si  consagraseis  el  statu  quo  en 
las  colonias  por  preocupación  ó  por  indiferencia  (hipótesis 
que  no  admito),  al  mismo  tiempo  permitiríais  que  el  espi- 
de la  Reacción  os  echase  una  cadena,  con  la  que  os  se- 
mposible  hacer  vuestra  jornada  por  el  camino  del  por- 
r,  porque  siempre  pesaría  sobre  vuestra  ooncienoia  la 
**'*  injusticia  de  haber  condenado  á  aquellos  países  á  lo 


—  401  — 

>  que  aquí  creéis  incompatible  con  nuestra  honra,  y 
i  hablaría  en  daño  de  1*  pureza  y  la  sinceridad  de 
pinkaea,  redundando,  á  1a  par,  en  perjuicio  del 
orden  político  que  habéis  oreado  y  tratáis  de  consolidar,  el 
reconocer  allende  loe  maree  el  principio  de  las  escuelas  ne- 
gadas 6  contradicha*  por  el  tít.  I  de  la  Constitución  del  69, 
el  atenido  y  anacrónico  principio  de  que  el  derecho  de  los 
individuos  y  las  libertades  de  los  pueblos,  no  solo  son  oon* 
cesiones  más  6  menos  graciosas  del  Poder,  sino  que  depen- 
den snstancialmen te  de  las  condiciones  físicas  y  las  circuns- 
tancias históricas  de  las  comarcas,  de  las  exigencias  de  la 
geografía,  de  las  latitudes,  de  las  distancias  y  de  los  cli- 
mas, lo  mismo  que  de  los  mandatos  y  los  compromisos  de  la 
tradición. 

Por  tanto,  es  preciso  que  uo  nos  abandonemos  ni  nos  dis- 
traigamos. Es  necesario  estar  muy  sobre  nosotros  mismos 
en  estes  momentos  difíciles  y  no  transigir,  por  ningún  con- 
cepto, con  inconsecuencias  y  extravíos  que  si  al  principio 
parecen  per judicar  sólo  á  nuestros  hermanos  de  Ultramar, 
á  la  postre  y  como  siempre  ha  sucedido,  transcenderían  al 
orden  interior  de  la  Península:  que  lo  semejante  clama  por 
lo  semejante,  y  el  abismo  llama  al  abismo. 

Es  indispensable  precavernos  contra  las  preocupacio- 
nes que  engendra  la  guerra  no  menos  que  contra  los  es- 
fuerzos de  esos  reaccionarios,  que  al  grito  de  ¡Viva  Espa- 
ña! pretenden  imponernos  el  más  religioso  respeto  á  los 
lugares  de  refugio  que  se  han  buscado  y  de  que  hoy  disfru- 
tan en  Ultramar,  en  tanto  logran  de  nuevas  concesiones  y 
nuevos  privilegios  robustez  para  sus  faenas  y  mayor 
alcance  para  sus  manejos:  {peligro  inmenso  en  estos  ins- 
tantes en  que  la  obra  revolucionaria  exige  toda  clase  de 


\ 


desvelos  y  no  consiente  una  atmósfera  perturbada  por  loe 
efluvios  corruptoras  del  barracón  y  del  refectorio} 

¡Ah,  no  lo  olvidéis,  hombres  del  1169!  Ahí  teoéU  la  histo- 
ria; siempre,  fliempre  los  enemigos  de  la  libertad  en  Amé- 
rica lian  sido  los  enemigos  de  la  libertad  en  España,  Apren- 
ded de  ellos;  sed  avisados;  sed  lógicos. 

Pero  no  es  esto  solo.  No  es  únicamente  el  interés 
de  la  España  revolucionaria;  no  es  solo  el  interés  de 
ejti  situación  política  ,  por  cuya  integridad  estáis  obligados 
avalar  con  tanta  energía  como  la  que  muestran  nuestros 
adversarios  para  destruirla.  Algo  más,  pero  mucho  más,  pesa 
en  esta  cuestión  para  excitarnos  á  llevar  con  voluntad  deci- 
dida el  nuevo  espíritu  allende  los  mares  • 

La  sociedad  española  atraviesa  un  momento  supremo 
trabajada  por  tantas  revoluciones  y  por  luchas  tan  terribles 
y  de  tan  diverso  género  como  todas  las  que  llenan  el  período 
de  1809  á  I3G8.  Hoy,  su  medio  de  no  escasos  errores  y  no 
pocos  peligros,  hemos  llegado  á  conseguir  uu  triunfo,  una  le* 
galídad  común  para  todos  los  partidos.  Consagrada  la  liber- 
tad de  la  palabra  y  proclamado  el  sufragio  universal,  abier- 
tas están  las  puertas  del  poder  á  todos  los  bandos  y  á  todas 
las  opiniones.  Llega  quizás  la  hora  de  un  alto;  llega  el  me* 
tentó  del  descanso.  Pero  la  vida,  y  la  vida  en  estos  pueblos 
latinos,  tan  hechos  á  perderse  sin  agotarse  nunca,  no  tolérala 
delectación  celeste,  ni  el  estilismo,  ni  la  paciente  reflexión  de 
loa  pueblos  germánicos.  P$lear  es  nuestro  desatuso  f  y  el  alto 
que  se  hace  necesario  en  nuestro  desenvolvimiento  exterior, 
no  lo  podremos  conseguir  sino  dando  nieva  dirección  á 
nuestras  fuerzas.  De  aquí  la  urgencia  de  una  gran  política 
internacional,  que  ya  presiente  nuestro  pueblo  con  su  mag- 
nifico instinto;  de  aquí  la  urgencia  de  una  gran  política  de 


—  404   — 

exterioriaación»  sujeta  á  las  leyes  del  tiempo,  y  que  se  Unce 
en  las  grandes  corrientes  de  la  época,  Y  eeta  política  no 
puede  ser  una  política  de  a  veo  turas,  ni  de  violencias;  no 
puede  eer  una  segunda  campaña  de  África,  ni  una  guerra 
católica  en  Boma. 

Sus  objetivos  son  claros:  Portugal  aquí,  América  allá. 
Tedio,  señorea  diputados,  vedi  o  en  interés  de  esta  her- 
mosa Patria  que  ha  llenado  el  mundo  con  sus  homéricas 
empresas,   y  que  sacrificándose  tantas  veces  por  Ja  suer- 
te de  Europa  y  de  la  civilización,  ora  deteniendo  á  los 
árabes,   ora  lanzándose  á  América»    ora   entumeciéndose 
en  Ja  intolerancia  religiosa,  ora  persiguiendo  todas  las  inve- 
rosimilitudes y  entregándose  á  la  locura  de  lo  imposible,  tie- 
ne derecho— si,  lo  tiene  reconocido  por  la  Providencia — para 
buscar  y  hallar  el  pago  en  los  anchos  caminos  de  la  Historia. 
Yedloj   señores    diputados,   y    proclamadlo.   Mas   procla- 
mad también  que,  asi  como  nuestra  inteligencia  y  nuestra 
unión  con  Portugal  no  se  hará  mientras  nuestra  cultura  no 
crezca  y  nuestros  arrebatos  no  se  templen,    así  nunca  llega- 
remos á  recoger  amorosameute  en  nuestros  brazos  á  esa  fa- 
milia española  repartida  en  el  continente  americano,  y  que 
tantas  veces  y  por  boca  de  sus  mejores  poetas,  sus  grandes 
oradores  y  sus  primeros  estadistas,  ha  evocado  el  sagrado 
nombre  de  su  madre:  nunca  Jo  conseguiremos,  mientras  Ea- 
paua  aparezca  en  sus  colonias  y  á  la  puerta  de  aquellos  pue- 
blos  como  el   ciego  representante  del  monopolio,  la  dicta* 
dura  y  la  esclavitud. 
He  dicho* 


r 


NOTAS 


UN  DISCURSO  KN  ASTURIAS 

El  periódico  más  antiguo  y  popular  de  Asturias,  extraño 
4  toda  parcialidad  política,  El  Caríayón  de  Oviedo,  rese- 
ñaba de  la  siguiente  manera  el  meeting  verificado  en  Infles- 
te  en  2  de  Septiembre  de  1897: 

#     «MEETING»  DE  LA  FUSIÓN  REPUBLICANA 

Cuando  el  tren  llegaba  i  Infiesto,  á  las  doce  menos  coarto,  gruesos 
petaquea  fueron  disparados,  como  saludando  á  los  que  de  Oviedo  iban 
para  asistir  al  mtling. 

Inmenso  gentío  ocupaba  el  andén  y  las  inmediaciones,  saludando 
todos  á  los  Sres.  Labra,  Alvarex  y  Balbín,  representantes,  respectiva- 
mente, del  Directorio  de  Fusión  republicana,  del  Comité  central  y  del 
provincial. 

Acompañados  de  los  Sres.  D.  José  y  D.  Luis  Arroyo,  y  seguidos  de 
numeroso  público,  se  dirigieron  á  la  fonda  del  Sr.  Pérez,  donde  se  sir- 
vió un  espléndido  banquete,  en  que  reinó  gran  animación. 

Bn  el  servicio  se  esmeraron  por  complacer,  y  lo  han  conseguido,  las 
ftftoritas  Bduarda,  Filomena  y  Sofía,  hijas  de  los  dueños  de  la  casa. 

Terminado  el  ba  nquete  se  trasladaron  todos  al  local  donde  había  de 
verificarse  el  muting, 

Bra  éste  un  amplio  salón,  capaz  para  más  de  1.100  personas,  y  estaba 


—   406    — 

de  bote  en  bota,  ocupado  por  distinguida*  señoras  y  bella»  señoritas  y 
casi  todo  el  pueblo  de  lo  tiesto,  no  faltando  re  p  re  sea  tac  ion  es  de  la  ma- 
yoría de  loe  pueblos  del  oriente  di  Asturias. 

Principió  el  acto  £  las  dos,  haciendo  la  presentación  de  los  oradoresi 
en  brevet  frases,  DP  Joan  Ilautista  Sánchez,  quien  al  mismo  ti 6 capo 
indicó  el  objeto  da  la  re  anión,  que  era  posesionar  en  sus  «argot  á  loa 
individuos  que  habían  de  formar  el  Gamita  local  i  a  fusión  republicana, 
en  Id  tí  esto. 

El  Sr.  D.  Eugenio  Di  ai,  anciano  sexagenario,  empelé  su  discurso 
con  las  frases  de  salud  y  frateraidsd,  la  pai  sea  con  Yosotroi.  Rétela 
su  pasado  y  su  presente  y  diae  que  en  dieciseis  alios  que  fué  concejal 
no  hiio  otra  cosa  que  trabajar  en  bien  del  concejo*-  Desea  que  del  acto 
de  boy  resulte  el  bien  de  la  patria. 

El  Br.  Balbín  saluda  i  los  republicanos  de  Infíesto  en  nombre  da  los 
de  Oviedo  y  muestra  tu  agradecimiento  por  las  ateneienet  que  le  dis- 
pensaron, excitando  á  todos  á  que  sean  francos  para  decir  lo  que  ton. 

Sigue  D.  Melquisdet  Alvarez,  que  en  párrafos  llenos  de  elocuencia 
j  de  calor,  hace  la  crítica  de  lea  partidos  monárquicos,  quienes,  dice» 
han  perdido  la  fe  en  Iss  ideas  y  el  amor  á  la  patria,  no  conservando  más 
que  el  deteo  del  poder. 

A.  todos,  liberales  y  eonservaderet,  alcanzan  tus  reeriminecienet, 
porque  todos,  dice,  ton  la  causa  de  las  desgracias  que  hey  pasan  sobra 
España. 

Silvela,  Sagasta  y  Moret,  ninguna  se  libra  de  sus  censuras. 

De  Silvela,  dice  que  enarbola  la  bandera  de  la  moralidad,  cuando  él 
se  negé  á  firmar  el  mensaje  de  los  republicanos  pidiendo  la  apertura  da 
los  Cortes  para  combatir  la  indemnización  afora.  Cuando  da  las  Cortes, 
cujas  elecciones  siendo  Ministro  de  la  Gobernación,  dijo  Sagasta  fus 
estaban  deshonradas  antas  de  nacer. 

Se  extraña  de  la  conducta  de  los  Sret.  Sagasta  y  Moret,  quienes  am 
la  última  crisis  reclamaban  el  poder  para  salvar  los  altos  intereses  da 
la  patria,  y  por  la  muerte  de  Cánovas  aconsejan  que  los  conservadoras 
continúen  gobernando. 

Termina  haciendo  un  parangón  entra  lo  que  aucede  en  España  csst 
los  partidos  políticos,  y  le  mismo  qua  ha  pasado  en  la  república  fraa» 
cesa,  donde  han  caído  de  los  más  elevados  puestos  los  mayores  prestí* 
¿rios,  ante  la  más  leve  sospecha  de  que  habían  pee  ido  de  inmoralidad 


v  -2m 


—   407    — 

8  a  hermoso  di  s torso  fué  muy  api  nucí  ido  en  casi  tolos  loa  periodos. 
LavAntase  si  Sr.  Labra  j  es  saludado  por  nutrida  silva  de  aplansos*. 
Celebra  la  animación  t  extraordinaria  concurran  tía    del  mMting  j  la 
pruBDcia  *n  61  da  muchas  damas,  que  da  muestra  nn  positivo  progreso 
en  la  tultara  de  la  Tilla,  y  deipnés  de  fijar  la  raión  y  el  fin  de   esta  re 
unión  en  ¡ufieato,  organizaría  como  el  primer  acto  oficial   del  comité  de 
fotáüa  republicana,  recuerda  que  el  distrito  de  Infiesto  fué  el  que  hace 
veinticinco  años  lo  envió  por  primera  vez  al  Congreso,  donde   sostuvo, 
dstpreciaud  o  las  cahim  ni  as  y  arrostrando  t<*  do  género   de    amena*  aa  y 
de  injurias,  la  abclicióo  de  la  esclavitud,  las  libertades  ultramarinas  y 
la  autonomía  colonial,  como  el  medio  mas  seguro  da  afianzar  la  bande- 
ra j  la  reuresentiohin  de    España   en  América,  al  mismo  tiempo  qae 
li  Tida  esptéadida  de  nuestras  A  tí  tillas    La  pasión,  la  ignorancia  y  la 
Codicia  entendieron  las  injurias  y  las  protestas  que   se   formularon  en- 
tonces oontra    el   orador,  aloe  electores   de  Infiesto  y  de  Candas,    loa 
coalas,  como  el  propio  Sr*  Labra,  disfrutaban  boj  de  la   incomparable 
■aüsfaccióu  de  ver  que  todo  el  mundo,   basta  bus  antiguos  enemigos, 
procUtnao  aquella  política  de  libertades  j  de  justicia,  coma  la  única 
<%us  y  salvadora  de  España  ©3  los  negros  días  que  vivimos. 
Bl  púb^co  acoge  con  aclamaciones  este  recuerdo. 
De  esta  victoria  suca  el  Sr.  Labra  dos  enseñanzas;  una  para  los  poli* 
ticos  nuevos  que  uo  deben  arredrarse  ni  desesperar  por  la  impopulari- 
dad momentánea  de  su 3  ideas,  seguros  de  que  teniendo  razón  y  man- 
teniéndolos honradamente    y  con    períeverancla,   al  fin  triunfan   con 
aplauso  general .  La  otra  consecuencia   es  la  autoridad  que  éxitos  aná- 
logos daa  á  las  personas  que  se  anticiparon  en  la  predicación  de  doctri- 
nas y  soluciones  para  recomendar  otras  nuevas  que  determinan  las  cir- 
cunstancias. Por  esto  el  orador  se   cree  autorizado  para   asegurar  que 
la  solución  de  los  evidentes  males  de  ahora  está  en  la  república  jnsti  - 
tiara  y  expansiva,  y  que  al  medio  de  bacer  posible  la  repüblicaen  pla- 
to breve  es  la  fusión  republicana,  que  pide,  para  el  adveoi  miento,  y,  so- 
Dre  todo  la  consolidación  de  aquella  institución,  el  esfueno  disciplina- 
J"  de  todos  los  republicanos  y  el  concurso  patriótico  de  todos  los  hom  - 
I  que  se  den  cuenta  de  los  peligres  a ctualest  cualesquiera  que  bayan 
las  actitudes  y  las  opiniones  que  tuvieron  antea, 
21  punto  de  partida  da  la  Fusión   republicana  ea  la  terrible    crisis 
se  ote  de  la  integridad  moral  y  material  de  España  y  el   peligro  de 

«7 


—   408   — 

muerte  que  corre d  lia  primer»  conquistas  democrático*  de  la  resolu- 
ción de  ísptiembre. 

LaB  determinantes  de  la  fusión  son.'  primero  el  fracaso  notorio  de 
todos  los.  paitidts  mtnárc  uices,  y  fe  gurí  so  el  deplorable  resultado  que 
Loa  republicaats  tí  enea  haciendo  por  eeperado  y  en  contradicción  uno* 
con  otros,  en  los  últimos  veinte  nno*\ 

El  Sr.  libra  desarrolló  estes  punto*  eon  muchas  observaciones 
políticas  y  irises  muy  vígorofas,  que  producen  en  el  público  extra- 
ordinario efecto,  sobre  tedo  cuando  desoribe  al  caciquismo  y  demuestra 
que  an  raíz  esti  en  el  gobierno  de  Madrid. 

No  menor  erecto  causa  cuando  desmiente  el  supuesto  de  que  loe 
republicanos  desean  la  república  solo  para  ellos, 

para  obtener  es l a  pobre  ventaja,  dice  el  Ir,  Labra,  podríamos 
habernos  resellad*  bace  muebo  tiempo,  poniéndonos  por  cima  de  toa 
re  sel  lados  más  satisfechos. 

(Est mendosoa  y  prolongados  aplanaos.) 

La  República  necesita  hombres  nuevos,  porque  los  viejas  solos,  están 
agotados.  Hay  que  armcLiiar  les  ímpetus  de  les  nuevos  con  la  expe- 
riencia de  los  viejo?,  que  tampoco  pueden  faltar  en  esta  obra  patrió- 
tica, 

£1  Sr,  Labra  llama  gente  nueva  lo  mismo  á  Loe  jóvenes  entusiasta* 
que  á  los  que  no  siendo  jóvenes;  sin  embargo,  han  permanecido  liMU 
ahora  fuera  de  la  política  palpitante,  y  cuyo  concurso  es  necesario  para 
los  o  nevos  problemas  que  se  pondrán  ante  la  república  triunfante. 

Tiene  por  fin  la  fusión:  re&taurar  y  consolidar  la  república,  y  en  ton- 
to que  ésta  Pega,  velar  por  loe  libertades  democratice*  consignadas 
en  los  Códigos  y  atropelladas  cada  ver  más  en  la  practica. 

Su  programa  es  may  lencillo*  Para  lo  inmediato  sostiene  en  el 
orden  teórico  los  principie  a  democráticos  de  la  Constitución  da!  flíí, 
las  lew1  a  municipal  y  provudal  del  70,  modificadas,  en  sentido  auto- 
nomisíai  la  república  con  la  plenitud  de  las  responsabilidades,  la  auto- 
nomía m  las  Al  tillas  y  el  ciiteno  armónico  délas  clases,  consagrad* 
en  las  leyes  de  reforma  social  de  1873, 

En  la  práctica  quiere  en  primer  término  y  hasta  que  se  reúnan  las 
Constituyentes,  un  gtsierno  nacional  en  el  cual  tengan  representación 
todos  les  elementos  políticos  y  sociales  que  hayan  trabajado  por  el  ad  ■ 
ven  i  miento  de  la  república,  cualesquiera  que  sean  su  procedencia 


—   409   — 

matissi  de  epinióa  deitro  do  una  perfecta  honorabilidad.— Y  para 
legrar  «le  gobierno  j  la  restauración  de  la  república  y  la  defensa 
utaal  da  los  principios  democráticos1  ura  organización  sería  y  disci- 
plinada de  todos  loa  republicanos,  que  deben  posponer  aus  aspiraciones 
de   escuela  para  cuando  exista  la  república,   qua  ea  bu  supuesto  ne- 

teeafiO. 
Bato  ei  el  programa  del  momento 

Para  mañana  las  Cortes  Constituyentes,  donde  todas  Las  opiniones  es- 
tiran re  píese  otadas  y  producirán  una  Constitución  reformable  íntegra- 
mente por  medios  legales. 

Si  orador  no  &*  explica  que  en  estos  instantes,  cuando  se  trata  de  la 
vida  de  la  patria  y  de  los  interósea  fundamentales  de  la  democracia, 
baya  republicanos  que  se  preocupen  de  puntos  teóricos.  Sn  la  fusión 
caben  los  republicanos  todos,  porque  a  nadie  se  niega  su  origen  y  su 
¿satino  definitivo  y  el  derecho  de  propagar  individualmente  sus  par- 
ticulares opiníonea.  Termina  el  Sr.  Labra  llamando  la  atención  del 
auditorio  sobre  dos  particulares.  El  primero  consiste  en  la  importan  ai  a 
extraordinaria  que  la  f  os  ion  da  i  la  acción  local  y  i  la  cooperación  de 
los  comités  municipales  y  provinciales,  sin  los  qne  el  Directorio  no 
podri  hacer  nada.  Por  eso  en  la  fusión  se  reconoce  al  comité  local  plano 
derecho  oara  orgenjiarse  á  sa  modo  y  para  determinar  la  política  local 
dentro  dal  programa  común  y  el  interés  general  al  partido. 

El  otro  particular  se  refiere  &  la  apremiante  cuestión  de  Cuba*  cuya 
guerra  es  preciso  terminar  cuanto  antea;  paro  de  un  modo  definitivo, 
de  modo  que  en  las  Antillas  ondee  llena  de  prestigios  la  bandera  de 
Ha  paña,  amparando  las  libertades  conté  mp  arincas.  Con  tal  motivo  el 
orador,  profundamente  emocionado,  describió  la  intimidad  de  la  vida 
antillana  y  la  vida  peninsular,  produciendo  hondo  efecto  en  el  audito- 
rio, el  culi  la  interrumpió  con  atronadores  aplausos,  cuando  atri- 
buía a  los  moniíquicoa  la  pérdida  de  los  territorios  hispano-ameri- 
eanog,  primero  por  la  venta  de  la  Florida,  lue^o  por  la  ttrpe  políti- 
ca, sostenida  sangrientamente  en  Perú  y  México,  por  la  intolerancia 
mercantil  en  le  Plata  y  por  afrentoso  y  reciente  abandono  de  Santo 
unge. 

Las  últimas  palabras  del  orador  fueron  para  recomendar  el  sacrificio 
jecUnte  pero  absoluto  de  los  interósea  y  preocupaciones  personales! 
honor  de  la  patria . 


—   410   — 


\ 


Cerróse  el  rtwíing  con  gmadeg  aclamaciones  qns  se  reprodu- 
jeron al  salir  loe  oradores  di  la  espaciosa  sala  donde  «e  verificó  h 
reunión. 

Allí  se  anunció  que  el  próimo  donúng-o  se  Tarificara  una  reunión 
análoga  en  Sama. 


—  411    — 


HITA  CONTESTACIÓN  AL  MENSAJE  DE  LA  CORONA 

£1  Dictamen  de  la  Comisión  de  Contestación  al  Discurso 
déla  Corona  de  1871  contenía  el  siguiente  párrafo  relati- 
vo A  la  cuestión  de  ultramar; 

«Fatal  legado  de  antiguo  régimen,  durante  el  cual  fer mentaron  las 
pasienes  rencorosas  y  se  preparo  k  explosión,  es  la  g narra  civil  que 
arde  en  Cuba  todavía;  pero  el  Congreso  de  Diputados  comparte  con 
T.  M+  la  esperanza  de  que  pronto  j  dichosamente  termina.  La  entereza 
de)  Gobierno,  el  patriotismo,  valor  y  sufrimiento  de  la  marina,  del 
ejercito  y  voluntarios,  la  pericia  de  bus  je  fea  y  el  constante  ahinco  de 
la  nación  entera  contribuirla  &  este  tía,  juntamente  con  la  persuasión 
qne  ha  de  ganar  al  cabo  la  suerte  da  loa  rebeldes,  de  que  sometido* 
alcanzarán  las  libertades  que  en  balde  quieren  obtener  por  la  fue  na, 
la  emplee  estorba  solo  el  cumplimiento  de  las  promeaae  de  la  Eevoln- 
•ión,  las  cuales  no  tardaran,  lia  dada,  eomo  el  Congreso  desea,  en 
Terie  totalmente  realizadas  en  la  otra  grande  Autilla  española,  donde 
la  paz  ao  se  ha  turbado  y  donde  el  pleno  goce  de  los  derechos  políticos 
j  la  abolición  de  la  esclavitud  no  han  de  influir  en  que  se  turbe.» 

Este  Dictamen  estaba  fechado  en  24  de  Mayo  de   1871    y 

llevaba  las  firmas  de  D.  Nicolás  H,  R  i  vero,  O.  Francisco 

Romero  y  Robledo,  D.  Gabriel  Rodríguez,   D.    Joaquín 

íosqnera,  D.  José  A  basca!  y  D.  Juan  Val  era. 

Mi  enmienda  tiene  la  fecha  de  30  de  Mayo  de  1ST1  y  lie- 

l  las  firmas  de  D.  Antonio  Ramos  Calderón,   D.  Ruperto 

Fernández  de  las  Cuevas,  D.  José  M,  Villa  vicenoio,  don 


-    412   — 

Ijuís  Ai  Zamora,  D,  Ka  fací  L&ffítte  y  Castro  y  D.  Jacinto 
María  Anglada,  todos  pertenecientes  al  partido  radical.  Eo 
ella  se  dice: 

< A l  p k rra f a  i» to«—  De ip uós de dond e  dice m0t  eo metidos  alca n taré n 
la*  libsrtadee  que  en  bafde  quieren  obtener  por  la  Afíf-io,  aeg-uirá. 

^iólo  su  empleo  estorba  ol  cumplimiento  perfecto  do  loa  solemnes  j 
notorios  compromisos  de  la  Revolución,  lo  cual  no  obstará,  cierta  méate, 
pera  que  en  Unto  llega  el  suspirado  dfe  de  la  pazt  el  Gobierno  adopte 
todos  les  medios  que  hacen  precisos  en  la  grande  Antilla  el  restableci- 
miento ael  principio  de  autoridad  y  con  él  la  consolidación  del  imperio 
de  la  Metrópoli  en  nuestras  colonias,  al  par  que  las  Certas  real  i  tan  el 
empeño  legado  por  las  Constituyentes  de  adoptar  la  ley  definitiva  de 
abolición  de  la  esclavitud  y  acometer  respecto  de  Puerto  Rica  y  Filipi- 
na las  reformas  fundamentales  necesarias  para  armonizar  la  tí  da  colo- 
nial con  la  de  la  Península,  llevando  al  otro  lado  de  los  mares*  sin  re- 
servas ni  miedos,,  el  espíritu  democrático  de  la  Constitución  do  1669* 
En  esta  idea,  el  Congreso  deplora  la  inexplicable  ausencia  de  loa  dipu- 
tado* y  senadores  de  Puerto  Rico,  así  cerno  el  incumplimiento  de  laj 
reformas  decretadas  sabré  la  enseñanza  pública  y  la  administración 
civil  de  Filipinas!  y  La  suspensión  de  los  principales  artículos  de  la  ley 
que  al  terminar  su  vida  votaren  las  Cortee  Constituyen  te  e  para,  prepa- 
rar la  abolición  de  la  esclavitud  .  * 

Estas  indicación  es  deben  completarse  con  la  reproducción 
del  brevísimo  párrafo  que  el  Diacareo  de  la  Corona  a  laa 
Cortas  españolas  dedicaba  á  la  cuestión  colonial  y  que  es  el 
siguí  gg  te: 

«Abrigo  lisonjera  esperanza  de  la  pro  ata  pacificación  de  Cuba.  Alli, 
come  ea  todas  partes,  el  ejército,  la  marina  y  los  voluntarios  defienden 
les  altos  intereses  de  la  Patria.  * 


m. 


—  413   — 


III 


MI  DISCURSO  SOBRg  USA  ENMIENDA  PARLAMENTARIA 

Eu  la  sesión  del  21  de  Jamo  do  1371,  el  señor  Presiden- 
te del  Congreso  de  los  Diputados  invitó  á  loa  autores  de 
las  proposiciones  6  enmiendas  á  la  contestación  al  Mensaje  , 
que  todavía  quedaban  por  discutir,  á  que  las  retiraran  para 
facilitar  Ja  discusión  de  otros  asuntos  de  interés  argente  * 

Con  tal  motivo  yo  pronuncié  las  siguientes  palabras: 

«9«loree  DmuUi'-v*.  muy  bravea  palabras  voy  i  pronunciar;  paro  se 
haca*  de  todo  panto  precisas,  dada  mí  situación  en  i  a  La  Cámara,  y  da- 
dos loa  com  premiaba  que  ha  triído  aquL  Las  iniicaciones  dsl  señor 
presidenta  da  la  comí  alón  de  Mensaje  tnt  obligtn  sin  dala  alguna^  por 
las  muchas  deferencia*  que  á  in  «o noria  me  ligan,  y  por  las  razones  da 
§rran  peno  que  ha  expuesto,  á  retirar  mi  enmienda-  pero  antea  cumplo  a 
ai  propósito  dar  alg-uuai  explicaciones  acerca  de  ella, 

La  enmienda  que  tuve  la  honra  de  presentar  aquí,  con  otras  amigos 
niioi,  tenía  4.  ■  partas,  Li  una  propendía  á  provocar  aquí  y  á  sostener 
una  cuestióa  gr&YÍsima,  que  tengo  por  la  más  capital  de  ia  política  es- 
pañola, Creía  yo  qus  ara  llegado  el  momento  do  que  se  disentiesan  en 
*1  Parlamento  espaiol  sería  y  tranquilamente ,  paro  con  la  frente  aliada 
y  con  ánimo  resuelto,  las  cueitiones  toda*  qua  se  refieren  al  problema 
ultramar  i  no  s  y  creía  que  era  llegada  la  ocasión  da  que  ae  aostuYÍera  con 
Vi,itlgüia  y  con  entereza  las   ao  ucionea   mia  pitr  ¡óticas    ymascondu- 
tea  &  dar  la  aeguridid  más  absoluta  á  todos   nuestros  hermanos  de 
.ramarj  de  qua  aquí  nadie  piniibi  en  esis  loen -as  da   la  vanti     de 
Hr  en  atas  locaras  da  la  anexión  da  Cub  i  a  otras  nacía  íes;  pero  que 
uíimo  tiempo,  todos  estábamos   resueltos  y  teníanos  la  volantad, 


1 


—    4H    — 

firme  é  incontrastable  de  que  quien  mandflu-e  allí  fuese  pura  y  exclusi* 
va  mente  Eapana+  Bata  era  el  sentido  d  e  una  de  las  partes  de  mi 
enmienda. 

Creía  además  que  todos  los  partidos  ,  y  especial  me  a  le  el  partido 
que  rige  loa  destinos  del  país  desde  la  Revolución  de  Septiembrej 
tenían  la  obligación  de  llevar  el  espíritu  democrático  al  otro  lado  de 
los  maten,  j  esto  es  indispensable;  porque  continuar  como  hasta  aquí 
con  el  eiatema  y  con  las  leyes  que  han  dominado  en  aqu*llos  países,  no 
ea  más  que  tener  una  eadena  sujeta  á  nuestros  pies,  que  toa  ha  de 
impedir  á  los  liberales  seguir  por  la  anchurosa  senda  del  porvenir. 
Bate  era  el  carácter  principal  de  mi  enmienda, 

Tenia  otro  carácter,  que  era  re f árente  á  loa  últimos  actos  de  la 
ad  mi  nist  ración  do  l  Sr.  Aya  La ,  actos  que  yo  creo  inspirados  en  t  cablas 
propósitos  y  altas  ideas,  pero  que  también  creo  profunda  y  radical- 
mente equivocados.  Después  ñc  esto,  lo  primero  lo  discutiré  en  cual 
quier  momento  que  pueda,  y  yo  tengo  formada  intención  seria  de  traer 
pronto  la  cuestión  por  loe  medios  que  el  Reglamento  me  proporciona, 
para  ventilar  aquí,  si  los  señorea  diputados  tienen  la  bondad  de 
secundar  mía  esfuerzos,  todo  el  problema  colonial. 

Respecte  á  las  ideas  concretas  del  Sr.  Aya] a,  verdaderamente  T  dada 
la  situación  de  las  cosai  políticas  y  lo  que  tolos  sabemos  que  proba» 
ble  mente  pasará  dentro  de  muy  pocos  días,  el  Congreso  comprenderá 
que  yo  no  tengo  absolutamente  ningún  interés  en  discutir  ya  loa  actos 
ni  la  personalidad  del  Sr.  Ayala,  que  por  todos  conceptos  me  es  suma- 
mente respetable.  En  este  supuesto  y  eato  dicho,  no  teniendo  ningún 
inconveniente  en  acceder  &  la  excitación  verdaderamente  patriótica 
que  se  nos  ha  hecho,  retiro  la  enmienda,  con  ánimo  de  disentir,  cuando 
pueda,  loe  grandes  problemas  de  la  política  ultramarina.» 


—  415  — 


IV 


EL  PAOTO  BIL  ZANJÓN 


He  iquí  ]oi  términos  de  la  capitulación  del  Zanjón» 
qtie  concluyó  la  guerra  separatista  de  Cuba  do  1878: 

•Coailituídes  «n  Junta  el  pueblo  j  fn«r2»  armada  d*l  departamento 
del  centro  j  egrup* ciónos  parciales  de  otrrs  departamentos,  domo 
único  medio  hábil  de  poner  tertniuo  a  lag  negociaciones  pendientes  en 
uo  ó  en  otro  sentido,  y  teniendo  en  cuenta  el  pliego  do  proposiciones 
i  Qtomtdta  por  el  geDevsl  e&  jefa  del  ejército  español,  resolvieron,  por 
aa  parte,  mcdiScar  aquéllas,  preeautando  loa  siguientes  artículos  de 
capitulación: 

Art.  i,'  Concesión  a  la  isla  de  Cuba  de  las  mismas  condiciones 
pelitiesa,  or  gen  i  casa  y  administrativas  que  disfruta  la  iaia  de  Puerto 
Rico, 

Art.  2»*  Olvido  de  lo  pasado  respecto  a  los  delitos  políticos  come- 
tido» desde  1668  hasta  el  presente,  y  libertad  de  loa  encamados  o  que 
ie  lia)  en  cumpliendo  condena  dentro  6  foera  de  la  Isla.  Indulto  gene- 
ni  i  los  desertores  del  ejórsito  español,  sin  distinción  de  aacioaalidad, 
Wiesdo  extensiva  sata  cláueua  A  cuantos  hubieaen  tomado  parta 
directa  ó  indirectamente  en  el  movimiento  revolucionario. 

Art*  8."  Libertad  a  loe  colonos  asiáticos  7  esclavos  que  se  hallan 
boj  sn  las  SI  as  ineurrectaa. 
M,  *.•  Ningún  individuo  que  «a  virtud  de  esta  eipitnlaciÓn  re' 
jiea  y  qued*  bajo  la  acción  del  Gobierno  español,  podra  ser  compe' 
á  prestar  ningún  servicio  de  guerra,  mientras  no  se  establezca  la 
en  todo  el  territorio , 
"t.  5,"     Todo  individuo  que  en  virtud   de   esta  cApilulacioa    4ese« 


—  416   — 

marchar  fuera  de  li  Tala,  queda  fie  aluda  y  le  proporcionará  el  Go- 
bierno español  loa  meiiog  de  h icario,  rio  t  >sir  en  pabltclonei,  ai  así 
lo  deseara  t 

Art*  6."  La  capitulación  da  cada  faena  ae  hará  ea  despoblado, 
donde  coa  antelación  se  espantaran  laa  armas  y  de  p  Sí  i  toa  de    guerra* 

Art.  7/  Jll  general  en  jefe  del  ejército  eapinol,  a  fio  d*  facilitar  toa 
medios  de  que  puedan  eveuira*  loa  demia  dapi't  mentó  a,  franqueará 
todna  laa  vías  da  mar  y  tierra  da  que  pueda  disponer. 

Art,  EL*  Comidera q  lo  pactado  can  el  Gamité  del  Ceitro  como 
g-eneral  y  ain  restricciones  particalaraa  todoe  loj~4eeu*ttiniDtoa  do  la 
lela  que  acepten  astea  candicionos  . 

Campamento  de  San  Agnatíah  Febrero  10  de  li73<— E.  L.  Lumcos  . 
^Rafael  Rodríguez,  secretario.» 

Todo  esto  fué  a  captad  o  y  proclamado,  primero,  por  al 
eafior  general  D.  Araanio  Martí  ae»  Campos,  liego  por  al 
Gobierno-  de  Madrid,  presidido  par  al  Sr.  Cánovas  del  Cas* 
tillo.  Y  sa  Liz  j  1ü  paz,  demostrándose  práctioament É  la  ra- 
zón con  que  yo  siete  años  antaa,  en  pleuo  Par)  ame  ato  j 
completamente  solo  en  él,  decía  que  la  ouestión  de  Cuba  no 
era  una  mera  cuestión  de  fuerza  y  que  no  ae  concluiría  por 
este  solo  medio  t 

Conviene  añadir  que  tlaa  condiciones  políticas,  orgánicas 
j  administrativas  de  Puerto  Rico*  a  que  ae  contrae  el  ar- 
ticulo 1,°  del  convenio  del  Zanjón,  eran  las  decretadas  por 
la  República  española  de  187  ¿r  no  derogadas  legal  méate 
basta  deapuój  de  hecha  la  paa  con  los  insurrectos  de  Cuba. 

Con  efecto,  de  21  de  Junio  de  1878  data  Ir  reforma  cen- 
tral izad  ora  del  régimen  provincial  y  municipal  delS70y72 
de  Puerto  Rico.  De  9  de  Junio  del  propio  año  7$  ea  el  de- 
creto que  fija  las  facultadas  de  loa  gobernad) ras  generales 
délas  Antillas,  y  de  2*  de  Diciembre  de  1878  es  la  ley  que 
abolió  al  sufragio  universal  en  Puerto  Rico»  En  7  da  Enero 


—   417  — 

de  187*  faó  virtualmente  suprimida  U  libertad  de  impren 
U,  qne  existía  en  la  pequeña  A  n  tilla,  deade  que  en  6  de 
Agento  de  1871  fué  llevado  á  ésta  el  título  I  de  la  Cons- 
titución de  1860.  Y  por  el  articulo  6.°  del  Real  decreto  de 
Bde  Julio  de  1878,  interpretado  por  resolución  del  Go- 
bierno general  de  Cuba  de  1890,  correspondió  á  loa  al- 
caldea  y  ene  delegados  dar  ó  negar  permiso  (sin  ulterior 
recurso),  para  las  funciones  ó  reuniones  que  hubieran  de 
Tarificarse  en  su  respectiva  localidad,  asi  como  presidir 
1m  reuniones  cuando  3o  estimaren  conveniente.  Dicho  se 
«fita  con  esto  lo  que  vino  á  ser  el  derecho  de  reunión  en 
Ultramar. 

Verdad  ea  que  por  efecto  del  golpe  de  Estado  de  3  de 
Enera  dt  1 874,  en  Puerto  Rico  de  hecho  quedaron  sus* 
pniBfts  las  libertades  allí  llevadas  en  1873  y  se  estableció 
un  régimen  arbitrario,  respecto  dsl  cual,  por  ejemplo,  la 
lev  de  imprenta  de  Enero  del  79  fué  un  progreso;  pero  el 
mpuegto  legal  a  que  ee  refirió  el  Pacto  Zaojón  fué  eviden- 
temente el  de  1873,  po.ee  no  era  dable  imaginar  que  los 
in  en  r  rectoe  con  dtcionase  n  su  su  m  U  ion ,  pr ete  n  di e n  do  subsi  - 
instiera  en  Cuba  aquello  mismo  contra  lo  cual  se  habían 
levantado  en  armas-  Para  hacer  eso,  habrían  prescindido 
ihflotata mente  del  articulo  1 .  *  del  Pacto. 

Como  se  ve  en  la  práctica,  este  Pacto  se  cumplió  muy 
medí  mámente,  Es  decir,  en  lo  relativo  á  la  organización 
política  j  administrativa  del  paíl. 

De  los  decretos  de  1878  á  las  leyes  municipal  y  provin* 
ci  ¿e  1870  (puestas  en  vigor  en  1873  y  qua  produjeron 
ei  uerto  Rico  nn  admirable  resultado,  como  lo  produjo 
li  ij  del  sufragio  universal)  hay  abismos.  Pero  no  son 
fl     Q  las  distancias  que  separan  á  los  referidos  decretos  de 


—    418    — 

las  ley  o  s  municipal  y  provincial  vigentes  en  la  P  enfria  a  la 
por  aquella  misma  fecha  y  después  de  es  tableo  i  da  la  Res- 
tauración. Con  estas  últimas,  la  vida  local  es  dificilísima: 
con  los  decretos*  no  existe. 

Este  contraste  se  acento 6  después  de  29  da  Agosto  de 
IStI,  en  cuya  fecha  el  partido  liberal  de  la  Península  re- 
formó eu  sentido  expansivo  la  ley  provincial  de  1377,  man- 
teniendo en  las  Antillas  el  régimen  opresivo  de  1873.  Así 
mismo  el  partido  liberal,  en  7  de  Marzo  de  1830,  estableció 
en  España  el  sufragio  universal,  pero  mantuvo  en  las  Anti- 
llas el  escandaloso  régimen  electoral  de  los  25  pesos  de  con 
tribuoión,  los  socios  de  ocasión  y  otras  enormidades  por  el 
estilo. 

La  cosa  era  tanto  mas  inexcusable  cnanto  que  Puerto  Rico 
había  disfrutado  pacificamente  y  con  notorio  éxito  >  de  todas 
las  libertades  de  la  Península  en  1873,  y  así  Puerto  Rice 
como  Cuba,  no  tenían  nada  que  envidiar  a  las  más  adelan- 
tadas provincias  peninsulares  en  cultura  y  riqueza. 

Seria  facilísimo  detallar  las  diferencias  que  separaban 
al  régimen  provincial  y  municipal  de  la  Península  del 
régimen  análogo  ultramarino  en  1878,  Sin  embargo,  á  toda 
hora  se  hablaba  en  nuestro  Parlamento  y  en  loe  documen-  ' 
tos  oficiales,  como  si  esas  diferencias  no  existieran.  Basten 
estos  recuerdos.  ¡ 

Por  ejemplo:  la  ley  peninsular  autorizaba  al  Gobernador 
para  suspender  los  acuerdos  de  la  Diputación  y  de  la  Co- 
misión provincial,  dando  cuenta  razonada  al  Gobierno  de 
Madrid  dentro  de  las  48  horas  siguientes:  los  Goberm 
res  de  las  Antillas  estaban  dispensados  de  esta  obliga  i  i 
y  además  podían,  por  su  propia  autoridad  (y  contra  toda  o 
que  sucedía  en  la  Metrópoli),  1 ,°  suspender  en  el  ejerció-    e 


: 


—   41»   — 

gn  cargo  á  los  diputados  provinciales,  alcaldes,  tenientes  de 
alcalde  y  concejales,'  en  los  casos  y  en  la  forma  prevenidos 
id  la  ley  provincial  y  en  la  municipal.  Por  otra  parte  podían 
aaplir,  por  si  ó  por  ana  delegados»  la  acción  provincial  y  la 
municipal,  ya  nombrando  la  Diputación  y  Ayuntamientos 
cnaado  no  &*  reunieran,  6  completando  su  número  cuando  no 
ío  hiciesen  en  el  suficiente  para  tomar  acuerdo,  ya  supliendo 
lu  ranclones  de  las  mismas  corporaciones  cuando  se  nega- 
ran i  ejercerles  y  dando  cuenta  en  todo  easo  al  Gobernador 
general  de  las  mismas  Antillas,  Por  último,  los  Gobernado* 
ríe  antillanos  estaban  facultados  para  dirigir  &  las  Diputa* 
mnea  provinciales  las  excitaciones  que  les  pareciesen  o  por 
Unas  sobre  las  cuales  estaban  obligadas  á  tomar  acuerdo, 
NTi  esto  ni  lo  anterior  pasaba  en  la  Península. 

El  articulo  da  la  ley  provincial  peninsular  que  hace 
responsable  en  cualquier  momento  ante  el  Tribunal  Su* 
premo  á  los  Gobernadores  de  provincia  por  los  delitos 
que  cometan  en  el  ejercicio  de  su  cargo,  no  existe  en  los 
i  teretes  sobre  Ultramar,  resaltando  por  tanto  perfecta- 
mente ociosos  la  mayor  parte  de  los  artículos  192  al  224 
del  Código  penal  de  la  Península,  que  sa  llevó  á  las  Au 
tillas  en  23  de  Mayo  de  1879  y  que  se  contraen  á  los 
delitos  por  los  funcionarios  públicos  contra  el  ejercicio  de 
los  derechos  individuales  sancionados  por  la  Constitución. 
Ee  verdad  que  subsistió  el  viejo  juicio  dé  residencia  para 
los  Gobernadores  generales;  pero  sobre  que  esto  es  otra 
co§&  muy  distinta  y  ese  juicio  no  procede  sino  después 
qt  el  Virrey  ó  el  Gobernador  general  ha  dej  ado  de  serlo, 
lo  hacho  a  ya  probaron  demasiado  la  exactitud  con  que  el 
vi  *ey  de  México,  duque  de  Linares,  dijo  oficialmente  á  su 
su  saor:  «Síi  el  que  viene  á  gobernar  esto  reino  no  se  acuer- 


—   420   — 

da  repetidas  veces  que  la  residencia  más  rigaroaa  es  la  que 
sella  de  tomar  al  Virrey  en  su  juicio  particular  por  la  Ma- 
jestad divina,  puede  ser  más  soberano  que  el  gran  Turco, 
pues  no  discurrirá  maldad  que  no  haya  quien  se  la  facilite, 
ni  practicará  tiranía  que  no  se  le  consienta. » 

El  Gobernador  en  las  Antillas  elige,  entre  tos  individuos 
de  la  Diputación,  á  los  cinco  que  han  de  constituir  la  Comi- 
sión provincial:  nombra  por  si  al  vicepresidente  y  elige 
al  presidente  de  la  Diputación  entre  los  tres  que  ésta  le 
propone.  £1  reglamento  de  la  Diputación,  hecho  por  ésta, 
tiene  que  ser  sometido  á  la  aprobación  del  Gobernador  ge- 
neral, el  cual  nombra,  á  propuesta  de  la  Diputación,  el 
secretario,  el  contador  y  el  depositario  de  la  misma.  Aquella 
aprobación  se  necesita  para  que  la  Diputación  provincial 
pueda  girar  visitas  de  inspección  á  los  Ayuntamientos.  La 
Diputación  solo  informa  en  los  expedientes  sobre  creación» 
segregación  y  supresión  de  municipios  y  términos:  si  el 
Gobernador  lo  aprueba  es  ley  aquel  informe;  en  otro  caso 
la  cuestión  va  al  ministerio  de  Ultramar.  £1  Gobernador 
general,  previa  consulta  del  Consejo  de  Administración, 
puede  destituir  gubernativamente  á  los  diputados  provin- 
ciales, cosa  que  en  la  Península  corresponde  á  los  Tribu- 
nales de  Justicia. —Por  supuesto,  todo  lo  anteriormente  ex- 
puesto, no  aparece  en  la  ley  peninsular,  donde  todas  las 
facultades  atribuidas  en  Cuba  al  Gobernador  se  reconoces 
á  la  Diputación  provincial. 

El  Alcalde,  que  tiene  sueldo  en  las  Antillas,  es  nombrado 
por  el  Gobernador.  Aquél  puede  ser  ó  no  vecino  del  término 
municipal  y  la  ley  no  le  exige  condición  administrativa 
alguna.  En  cambio  puede  ser  separado  y  destituido  por  el 
Gobernador  cuando  á  éste  parezca  bien.  El  sueldo  de  loa 


—  421   — 

alcaldes  se  hace  por  el  Gobernador  general,  previa  pro- 
puesta de  los  A  5  u  n  t  a  mi  en  te  s  respe  ct  i  vo  s .    El  G  ober  n  ador 
general   nombra  los   Tenientes  de   Alcalde  ó  propuesta  en 
terna  del  ¿fusta miento;  pero  puede  removerlos  y  reempla- 
zarlos por  otros  concejales  cuando  le  parezca  oportuno.  E 
Gobernador,  oyendo  á  la  Diputación  provincial,  aprueba   ó 
no  las  Ordenas  zas  municipales  y  nombra  al  Secretario  del 
Ayuntamiento  á  propuesta  de  esta  corporación.  Los  Ayun- 
tamientos pueden  asociarse  siempre  que  el   Gobernador  lo 
autorice.  En  el  cae  o  de  que  faltando  menos  de   medio  año 
i5op  ara  las  elecciones  ordi Darías,  ocurrieren  vacantes  que 
asciendan  á  Ja  tercera  parte  del  número  total  de  concejales, 
al  Gobernador  nombrará  como  interinos  á  personas  que  en 
¿pocas  anteriores  hubieren  pertenecido  al  Ayuntamiento. 
El  Ayonta miento  y   la  Junta   municipal  votan   el  prega ♦ 
pues  to  municipal  y  enseguida  lo  remiten  al  Gobernador  para 
que  éste  pueda  corregir  las  extraii  mi  t  aciones  lega  I  es  f  si  las 
h  tibiera.  De  los  acuerdos  del  Gobernador  podrán  alzarse  las 
Jautas    municipales,   no  precisamente  el  Ayuntamiento;  el 
Gobernador  general  resolverá  oyendo  al  Consejo  deAdmi- 
ui  arraclán;  pero  si  no   resol  vi  ere  dentro  de  los  quince   días 
antes  de  empezar  el  ejercicio  del  año  económico,  regirán  los 
preeupuaetos  con  las  correcciones  introducidas  por  el  Gober- 
nador. La  creación  de  arbitrios  municipales  se  hará  por  los 
Ayuntamientos  con  la  Junta  de  asociados;  pero  el  acné r do  no 
aera  ejecutorío  sin  la  aprobación  del  Gobernador  general  con 
informe  de  la  Diputación  provincial.  Los  repartimientos  se 
h~~x.n  á  propuesta  del  Ayuntamiento  y  con  el   dictamen  de 
I*    diputación  provincial  si  el  Gobernador  los  aprueba.  Pero 
bj     iso  de  disentimiento  resolverá  el  Gobernador;  lo  mismo 
a     lera  con  las  tarifas  da  consumo.  Las  maltas  que  impo- 


^ 


—    422    — 

ti  e  el  Gobernador  ¿loa  concejales  tío  so  o  recurribles  ante  la 
autoridad  judicial:  solo  procede  el  airamiento  ante  el  mismo 
Gobernador  que  la  impuso. 

No  se  necesita  comentario  alguno.  En  todo  caso  eeria 
comentario  vivo  el  deplorable  estado  moral  y  material  de 
todos  loa  pueblos  de  nuestras  Antillas* 

Después  de  los  decretos  de  1S7S  y  de  las  leyes  electorales 
de  la  propia  fecha  vino  su  corruptela  y  mistificación. 

Con  efecto,  en  la  disposición  2 , a  transitoria  del  decreto 
de  21  de  Junio  de  1878,  sobre  organización  municipal  de 
las  Antillas,  se  dice  que  ten  tanto  no  se  publiqne  la  ley 
electoral  á  que  se  refiere  el  art.  40  del  mismo  decreto ,  serán 
electores  los  que  designa  el  articulo  del  mismo  número  de  la 
ley  municipal  de  la  Península,  como  contribuyentes,  siem- 
pre que  vengan  pagando  la  cuota  de  cinco  pesos  y  los  demás 
que  el  citado  articulo  señala». 

Al  fin,  en  16  de  Agosto  de  1878  se  llevó  a  Cuba  la  ley 
electoral  municipal  de  1870,  con  las  moiiicaciones  intro- 
ducidas en  ella  en  16  de  Diciembre  de  1876-,  pero  el  Go- 
bierno general  de  la  Grande  Autiila,  en  28  de  Enero 
de  1881,  resolvió  que  á  pesar  de  todo  continuase  rigiendo 
la  excepción  de  la  disposición  transitoria  del  decreto  de  21 
de  Julio  de  1878,  perfectamente  opuesta  al  art,  1."  de  lt 
Ley  de  la  Península  de  1870,  modificada  en  76,  que  reco 
noce  el  derecho  electoral  municipal  á  todos  los  que  paguen 
alguna  cuota  de  contribución  ó  tengan  capacidad  profesio- 
nal á  oficial  de  cualquier  género. 

Hedíante  la  prórroga  de  la  excepción  que  ha  durado 
hasta  1S95J  fué  excluida  del  derecho  electoral  munici- 
pal la  mayoría  de  los  que  gozaban  del  mismo  en  Puerto 
Rico,  y  además  se  consagró  un  privilegio  á  favor  de    loe 


—    423    — 

empleados  civiles,  activos  y  cesantes  ó  jubilados,  y  de  los 
retirados  del  Ejército  6  Armada»  por  cuanto  á  éstos  les  bas- 
taba ese  carácter  para  tener  voto. 

La  ley  electoral  para  diputados  á  Cortes,  que  lleva  la 
fecha  de  28  de  Diciembre  de  1878,  exige  al  elector  la 
cuota  de  125  pesetas  de  contribución  territorial,  6  por  sub- 
sidio industrial  6  de  comercio:  es  decir,  todo  lo  contrario  á 
la  ley  peninsular  y  lo  opuesto  al  criterio  dominante  en  las 
leyes  electorales,  que  exigen  cuota  de  contribución  para  el 
goce  del  derecho  electoral.  En  estas  siempre  se  exige  menos 
cuota  al  contribuyente  territorial,  por  suponer  al  comer- 
ciante é  industrial  de  carácter  más  instable  ó  pasajera,  fin 
las  Antillas  se  igualó  á  todos,  beneficiándose  á  los  indus- 
triales y  comerciantes  por  la  notoria  raxón  de  que  éstos  eran 
conservadores  y  en  su  inmensa  mayoría  peninsulares,  como 
los  agricultores  y  propietarios  eran  liberales  y  antillanos. 

Pero  luego  se  produjo  una  corruptela  de  este  mismo  pre- 
cepto legal,  en  beneficio  también  de  los  comerciantes  penin- 
sulares y  conservadores,  porque  en  2  f  de  Agosto  de  1878 
se  decretó  por  el  Gobierno  general  de  Cuba,  que  para  inoluir 
en  las  listas  y  censo  electoral  (lo  mismo  el  municipal  y 
provincial  que  el  de  diputados  á  Cortes),  los  socios  de  oom- 
pañías  mercantiles,  deberían  reclamar  los  agentes  la  inclu- 
sión de  aquéllos  si  reunían  las  condiciones  de  electores, 
presentando  al  efecto  en  el  respectivo  Ayuntamiento  una 
nota  expresiva  del  tanto  por  ciento  que  á  cada  socio  corres- 
pondiese en  las  utilidades  de  la  sociedad,  á  fin  de  que  con 
«te  date  y  el  da  la  contribución  total  que  la  referida  sooie- 
dad  satisficiese,  se  hiciere  el  correspondiente*  prorrateo ,  que 
demostrara  si  los  socios  debían  ó  no  ser  comprendidos  ea 
Us  listas  de  electores  y  elegibles.  De  ninguna  suerte  se  exi- 

a8 


—   424   — 

gió  que  el  gerente  presentara  la  escritura  social  donde  apa- 
recían los  nombres  de  los  socios  y  la  participación  de  ¿atoe 
en  la  Sociedad.  Bastaba  la  palabra  del  gerente,  el  cual» 
por  tanto,  pudo  hacer  electores  á  su  capricho.  Esto  también 
subsistió  hasta  1893. 

De  aquí  uno  de  los  más  escandalosos  é  irritantes  abusos  de 
las  elecciones  antillanas:  el  de  los  llamados  socios  de  ocasión. 
A  este  abuso  hay  que  agregar  el  de  las  coacciones  electora- 
les, y  sobre  todo  el  de  las  listas  de  candidatos  cuneros  que, 
en  Puerto  Rico  sobre  todo,  llegaron  á  ocupar  las  dos  terceras 
partes  de  los  puestos  de  la  Diputación  y  la  Senaduría. 

A  pesar  de  esto,  se  hablaba  pomposamente  en  los  docu- 
mentos oficiales  de  que  las  Antillas  estalan  representadas 
en  Cortes  al  igual  de  las  demás  provincias  de  la  Península: 
como  se  hablaba  de  los  Ayuntamientos  y  las  Diputaciones 
provinciales  de  las  Antillas,  á  pesar  de  que  las  leyes  allá 
vigentes  eran  en  todo  opuestas  á  la  Metrópoli  y  negaban 
sustancialmente  la  vida  local. 

De  esta  suerte  cumplieron  nuestros  partidos  monárquicos 
la  PazdelZajón. 

Esto  no  lo  prediqué  yo. 

No  empece  lo  dicho  á  la  afirmación  que  repetidas  veces  he 
hecho  de  que  las  reformas  políticas  espansivas  decretadas 
por  el  partido  liberal,  en  Coba  y  Puerto  Rico,  desde  1881 
á  1897,  han  sido  de  positiva  importancia.  No  puede  desco- 
nocerse que  la  tiene  la  reducción  del  presupuesto  de  gastos 
cubano  que  en  1879  llegó  á  ser  de  unos  57  millones  de  duros 
y  en  1895  era  )a  tolo  de  26  millones.  Las  libertades  de  im- 
prenta, reunión  y  asociación,  en  1886, 1880  y  1888  respec- 
tivamente, faeron  garantizadas  del  mismo  modo  en  la  Me- 
trópoli y  en  las  Antillas.  Y  la  reforma  judicial  de  1895 


—    425    — 

sobre  las  anteriores  de  1855,  75,  79  y  84  que  aparece  en  la 
Compilación  de  5  de  Enero  da  1801)  constituye  un  posi- 
tivo progreso  que  hay  que  relacionar  con  la  extensión  en 
juicio  oral  y  público  y  la  ley  de  Enjuiciamiento  criminal  de 
la  Península  y  Cuba  ó  Puerto  Rico  en  1888. 

Pero  tampoco  esto  obstaba  al  creciente  mal  efecto  qne 
producía  en  las  Antillas  la  tiranía  local,  al  punto  de  que 
últimamente  se  llamaba  por  muchos  á  las  libertades  polí- 
ticas antes  señaladas  las  libertades  de  lujo. 

Además,  era  evidente  que  tan  pronto  como  se  conquista** 
sen  las  libertades  primarias,  surgirían  potentes  la  aspira- 
ción local  y  el  programa  de  la  organización  de  la  colonia 
patei; tizándose  la  absoluta  incompatibilidad  del  régimen 
municipal  y  provincial  de  1378,  con  todo  lo  que  y»  es  co- 
rriente en  el  mundo  contemporáneo ,  cnanto  más  eo  colonias 
de  cierta  vida  y  aspiraciones.  [Cómo  prescindir  siquiera  de 
la  posición  geográfica  de  Duba  y  Pnerto  Rico  y  de  su  am- 
biente americano! 

Agregúese  á  todo  esto  la  equivocada  manera  de  entender 
el  problema  económico  y  el  modo  de  todo  punto  inverosímil 
de  haberse  proclamado  el  cabotaje  mercantil  en  1882,  para 
destruí  río  y  anolarlo  después  por  una  serie  de  mistifica- 
ciones apenas  comprensible  en  estos  momentos» 

Porque  el  cabotaje  no  era  una  solución  para  las  Antillas, 
pero  respondía  á  nn  espíritu  de  equidad  grandemente  plau- 
sible. Luego  el  cabotaje  vino  al  suelo,  ¿Pero  de  quó 
modo? 

n  30  de  Junio  y  20  de  Julio  de  1882,  se  publicaron  Isa 
3  reguladoras  de  las  relaciones  mercantiles  de  las 
illas  con  la  Península.  Por  la  primera,  desde  1,°  de 
*>  de  1SS2  ee  admitían  Ubres  de  derechos  en  la  Métró- 


—   426   — 

poli,  todos  los  producto*  antillanos  y  filipinos,  excepto  el 
tabaco,  el  azúcar,  los  aguardientes,  el  cafe,  el  cacao  y  el 
chocolate;  si  bien  respecto  de  estos  productos  exceptuados 
(quedando  siempre  fuera  el  tabaco  sujeto  á  legislación  espe 
eial)  se  irían  reduciendo  anualmente  los  derechos  devenga 
dos  por  los  mismos  en  las  aduanas  peninsulares,  para  que 
en  1.°  de  Julio  de  1852  la  franquicia  fuera  absoluta.  Por  la 
ley  de  20  de  Julio  de  1882  se  declara  libre,  en  el  transcur- 
so de  esos  diez  años,  la  importación  en  las  Antillas  de  todos 
los  productos  peninsulares,  en  bandera  nacional. 

Sin  embargo  de  esto,  lo  único  que  de  veras  se  realisó  fué 
la  supresión  de  los  derechos  de  los  productos  peninsulares 
en  las  Antillas.  Por  medio  de  artículos  de  los  presupuestos 
ultramarinos  y  peninsulares  de  1884,  85,  88  y  93  fueron 
punto  menos  que  anuladas  las  franquicias  otorgadas  &  los 
productos  ultramarinos,  y  asi  se  explica  que  si  en  1888  la 
Península  recibe  de  Ouba  por  valor  de  siete  millones  y  pioo 
de  pesos,  y  en  1892  unos  diez  millones  escasos,  la  Penín- 
sula, que  en  la  primera  de  esas  fechas  (1888)  ponía  en  la 
Grande  Antilla  géneros  por  valor  de  trece  millones  de  du- 
ros, en  1892  coloque  muy  cerca  de  treinta  millones.  Es  de- 
cir, que  en  este  último  año  el  11  por  100  de  la  exportación 
viene  á  la  Metrópoli,  y  el  46  por  100  de  la  importación  en 
Cuba  es  de  productos  peninsulares.  Todo  plausible,  si  este 
no  fuera  un  artificio  y  las  leyes  no  hubiesen  gravado  inde- 
bidamente y  contra  lo  acordado  en  1882,  los  productos  an- 
tillanos en  el  mercado  peninsular. 

No  son  menos  elocuentes  los  siguientes  datos:  en  1882 
pagaba  el  aguardiente  de  caña  de  Cuba  en  las  Aduanas  de 
la  Península  13*75  pesetas  hectolitro;  con  arreglo  4  la  ley 
de  aquella  fecha  en  1892  no  debía  pagar  nada;  pero  de  he- 


—   427   — 

cho,  en  1895  pagaba  37' 50  pesetas.  Y  el  aguardiente  de 
vina  peninsular  no  paga  nada  en  Cuba.  El  ai ú car  en  1882 
pagaba  23 L 10  pesetas;  en  1895  pagó  33  '50,  Y  el  impuesto 
sobre  el  azácar  peninsular ,  que  en  1882  se  calculó  por  alto 
tn  dos  millones  de  pesetas  al  año,  en  1885»  por  convenio 
con  los  fabricantes,  se  rebajó  á  1.14 5.000  pesetas,  de  las 
coalas  no  se  cobraron  mas  que  975.843. 

üíto  aparte  los  rigores  del  arancel  general  respecto  al 
extranjero:  enormidad  denunciada  por  el  mero  hecho  de  ler 
du  es  tras  Antillas  países  de  exportación  y  de  necesitar  ab- 
solutamente el  mercado  extranjero  por  la  evidente  insui- 
cieucia  del  mercado  peninsular  de  solo  18  millones  de  ha- 
bitante» y  por  la  competencia  del  azúcar  de  remolacha.  Solo 
en  el  mercado  de  los  Estados  Unidos,  O  aba  viene  colocando 
el  82  por  100  de  su  exportación, 

Pero  aun  considerando  el  positivo  adelanto  que  implican. 
Jaa  libertades  de  reanión,  imprenta  y  asociación  procla- 
madas en  1881»  81  y  88;  y  sin  olvidar  que  en  7  de  Abril  de 
1881  se  promulgó  en  Cuba  y  Puerto  Rico  la  Constitución  de 
1876,  y  que  se  amplió  el  derecho  electoral  en  1893,  ¡como 
prescindir  de  qne  en  1 890  se  publicó  el  Código  de  Justicia  Mi- 
litar, cuyo  articulo  29  (muy  distinto  del  28,  que  se  refiere  A 
las  Capitanías  generales  de  la  Península},  dice  que  á  los 
Capitanes  generales  de  Ultramar  les  corresponde  la  aproba- 
ción de  las  sentencias  á  que  se  refiere  el  art.  23,  pero  además 
tde  aquéllas  en  que  se  trate  de  delitos  de  robo  en  despoblado, 
siendo  cualquiera  el  número  ó  da  la  cuadrilla;  en  poblado, 
siendo  en  cuadrilla  de  cuatro  ó  más;  secuestro,  incendio  en 
despoblado,  amenaza  de  cometer  estos  delitos,  ya  sea  exi- 
giendo una  cantidad,  ya  imponiendo  cualquiera  otra  con- 
dición constitutiva  de  delito  grave  previsto  en  el  Código  penal 


—   428    — 

ordinario  y  cualesquiera  otros  que  afecten  gravemente  d  la 
seguridad  de  cosas t  personas  ó  á  los  intereses  gratos  de  la 
Nación  y  del  ejército!* 

Con  un  poco  da  voluntad,  aplicando  este  articulo,  se  anu- 
la la  Constitución  y  se  vuelve  al  imperio  de  las  facultades 
omnímodas  del  Real  decreto  de  1825  É  A  pesar  de  la  Consti- 
tución de  1876  y  de  todas  las  declaraciones  de  las  Cortes 
y  de  los  Gobiernos  habidos  y  por  haber , 


i 


r 


—  429  — 


V 

LA  JSXPtRIENOIA  DI  PÜIRTO  BIOO   DI    1873 

Esta  experiencia  comprende  dos  extremos:  el  relativo  á 
la  abolioión  de  la  esclavitud  y  el  tocante  á  la  instauración 
da  las  libertades  democráticas  en  la  pequeña  Antilla, 

Vamos  por  partes. 

No  es  del  cago  extractar  aquí  los  argumentos  que  desde 
1868  á  1873  se  hicieron  contra  la  abolición  de  la  esclavitud 
tanto  en  Cuba  como  en  Puerto  Rico.  Aun  con  relación  á  la 
pequeña  Antilla,  donde  no  había  guerra  y  donde  el  núme- 
ro de  esclavos,  casi  todos  nacidos  en  el  país,  era  menor  de 
46,000  para  una  población  libre  de  cerca  de  700.000  in- 
dividuos, se  aseguró  que  un  decreto  abolicionista  produci- 
ría inmediatamente  el  desorden  público  y  la  ruina  de  la 
producción  colonial  en  el  referido  país,  y  ademas  transcen- 
dida á  Cuba,  ensoberbeciendo  á  los  negros  de  esta  isla 
y  desalentando  á  sus  amos,  pródigos  en  recursos  contra  los 
insurrectos. 

Con  tal  motivo  se  produjo  en  la  Península  una  gran  agi  - 
tación  política  que  llegó  al  parosismo  cuando  el  partido  ra- 
dical, dirigido  por  D.  Manuel  Ruis  Zorrilla,  determinó,  4 
fines  de  1872,  que  se  plantease  en  Puerto  Rico  la  ley  muni- 
cipal votada  para  aquella  isla  á  mediados  de  1870  (ley  que 
estaba  en  suspenso  desde  aquella  misma  fecha  por  la  influen- 


r\ 


—   430   — 

cia  de  los  conservadores)»  y  ee  hiciera  allí  la  abolición  inme- 
diata de  la  servidumbre. 

Mezclóae  con  esto  la  pasión  de  lea  partidos  constitucional 
y  al  fon  sino,  contra  el  radical.  Entonces  86  constituyó  la  Liga 
nacional  contra  las  reformas  ultramarinas,  publicándose  un 
famosísimo  manifiesto  de  esta  Liga,  redactado  por  D .  Ade~ 
lardo  Lopes  de  A  y  al  a,  en  cuyo  documento  llegó  á  decirse» 
con  referencia  al  proyecto  abolicionista,  que  España  estaba 
bajo  el  peso  de  un  infortunio f  á  cuyv  solo  anuncio  se  habían 
convertido  en  desgracias  secundarias  las  que  no  hacía  mucho 
tiempo  parecían  insufribles. 

Pero  al  fin,  el  22  de  Marzo  de  1873  fué  decretada  U 
abolición  inmediata»  simultánea  é  indemnizada  de  la  escla- 
vitud en  Puerto  Rico,  Esta  ley  se  planteó  en  aquella  Anti- 
lia  como  procedía:  es  decir,  confiando  su  planteamiento  y 
aplicación  á  los  abolicionistas  de  la  misma*  El  resultado 
fué  por  todo  extremo  satisfactorio,  destruyendo  la  realidad 
todas  los  temores  y  las  siniestras  profecías  de  los  esclavistas 
más  ó  menos  vergonzantes. 

La  Sociedad  Abolicionista  Española  elevó  al  Ministerio 
de  Ultramar  en  15  de  Julio  de  189-4  una  estensa  y  razona- 
da exposición  respecto  de  los  primeros  afectos  de  la  ley 
abolicionista  en  Ja  pequeña  Antilla.  En  ella  es  extractan 
los  informes  de  loa  cónsules  de  Inglaterra,  Francia,  Ios- 
Estados  Unidos  y  Alemania  en  la  pequeña  Antilla,  los 
del  Gobernador  general  D.  Rafael  Primo  de  Rivera,  los 
del  Presidente  de  la  Audiencia  y  del  Jefe  de  la  Guardia 
civil  y  muchas  cartas  de  hacendados  puertorriqueños  de 
positiva  importancia,  sobre  el  estado  político,  económico  y 
social  de  la  Isla  antes  y  despnós  de  la  abolición.  También 
se  hace  referencia  á  lo  qne  sucedió  en  las  Antillas  francesas 


1 


L 


—   431   — 

é  inglesas  en  la  ¿poca  de  la  abolición  de  la  esclavitud  en 
aquellos  países,  y  de  todo  eflo  resulta  que  la  abolición  de 
la  esclavitud  en  Puerto  Hico  ha  sido  uua  experiencia  ver- 
daderamente gloriosa,  y  por  mochos  conceptos  excepcional. 

Por  esto  iin  duda  los  ministros  de  Estado  españolee  de 
1874  j  76  invocaron  en  comunicaciones  diplomáticas  el  éxi- 
to admiiable  de  la  abolición  en  Puerto  Rico  como  nua  de- 
mostración de  loe  buenos  propósitos  7  de  loe  éxitos  da  núes* 
tro  Gobierno  en  la  política  colonial.  No  detuvo  4  aquellos 
señores  la  consideración  de  qae  sus  respectivos  partidos 
■poyaron  i  la  Liga  esclavista  de  1872;  bien  es  que  reciente- 
mente nn  caracterizado  personaje  conservador,  en  un  dis- 
curso muy  aplandído  ante  loa  representantes  de  toda  la 
prensa  madrileño,  se  ha  ufanado  del  ¿xito  de  los  decretos 
abolicionistas  combatidos  ardo  rusamente  en  otra  época  por 
todos  los  conservadores  españoles.  Sin  embargo,  nadie 
protestó.  Buena  prueba  de  cómo  se  hace  y  se  sabe  la  histo- 
ria contemporánea  en  España. 

En  la  Exposición  de  la  Sociedad  abolicionista  de  15  do 
Julio  del  74  aparecen  los  ti gn lentes  párrafos: 

«He  he  moa  da  molestar  ÍV,E.  con  al  fiemen  detenido  de  la  situa- 
ción de  la  isla  de  Puerta  H  co  desde  el  mee  de  Marzo  de  URÓ\  V,  S.  la 
dtbe  ¿oftocer  perfectamente.  En  todo  caso,  por  nosotros  hablarían  loa 
periódicos  extranjeros  y  loa  Informes  de  Loa  señores  Cónsules  de  Ingla- 
terra, loa  Hatadas  Unidos  7  Aleónala,  que  no  pueden  sor  un  secreto 
para  el  ministerio  de  Eatado.  Faro  ai  debemos  animar  que  la  expenen- 
aia  abolicionista  da  Puerto  Riso  está  en  el  caso  de  pretender  el  primer 
puesta  quúá  en  la  hietoria  de  la  abolle  ¡6n,  y  que  es  na  titule  á  la 
consideración  del  mundo  contemporáneo  que  España  poeie  poner  al 
lado  de  aquella  nobilísima  meción  de  Alcoier  á  las  inmortales  Cortea 
d«  Cádiz ,  de  aquella  célebre  Instrucción  de  esclavos  de  l" 89,  de  aquella 
patriótica  renuncia  da  todo  derecho  de  loa  propietarios  de  Guatemala 


—    432   — 

*■  al  primar  temo  da  asta  siglo  y  da  aqnslla  varonil  piálala  da  las 
«Misionadas  da  Puerto  Rico  a*  1866. 

Porque,  eenor,  la  obra  da  la  emancipeeieQ  da  los  esclavos  s*  ha 
hecho  an  Puert»  Rico  aa  loa  mismos  di  is  en  que  se  hacían  tras  slaeaio  • 
Das  generales  da  Dipotados  á  C.rtes,  Dipatidos  pr  jviacialos  é  indivi- 
daos  del  municipio;  an  loa  momaatoo  aa  que  se  eraaban  loa  Ayunta- 
mientos popularas;  coando  una  laj  da  la  Asamblea  Racional  llevaba.  & 
aquella  isla,  con  al  raeoaoeimieato  da  los  derechas  naturalee  del 
hombre,  al  sufragio  unireraml  y  todas  loe  dereehoa  políticos  conaigBa- 
dos  an  al  titulo  I  de  la  Constitución  dsl  69,  y,  an  fia,  cuando  triunfante 
an  la  Península  la  República  y  abierto  de  aneTo  al  periodo  oonstitm- 
yente,  aran  posibles  todas  las  vaguedades,  tolos  los  deseos,  todas  las 
confusiones  y  tolas  las  incerti lumbres.  Ba  asta  último  concepto,  la 
situación  da  Puerto  Rica  tenía  semejanza  con  la  da  las  colonias  franca- 
sas  después  de  Febrero  de  1848 . 

De  otra  parta,  la  insensata  propaganda  hacha  por  les  esclavistas 
había  espantado  el  dinero  de  la  circulación,  uniéndose  á  esto  la  grave 
«ruis  mercantil  que  produjo  en  los  Rstados  Unidos  ammarosas  y  alar- 
mantes quiebras  que  transcendieron  á  la  pequeña  An  tilla,  á  su  Tez 
amenazada  por  la  atros  sequía  que  por  espacio  da  d*s  atoa  viene 
cebándose  an  los  campes  de  la  isla  y  la  aterradora  baja  de  loa  azúcares 
producida  por  el  aumento  de  la  cosecha  en  la  Iniia,  en  Cuba  y  en  otros 
países.  En  tal  supuesto,  la  situación  da  Puerto  Rico  era  macho  mis 
grave  que  la  de  ninguna  otra  de  las  col  snias  ya  libras  de  esclavos,  que 
en  su  vecindad  tenía. 

Ademas,  Y.  B.  no  desconoce  que  la  ley  de  abolición  se  llevó  4  Puerto 
Rico,  escueta.  Para  su  completo  éxito,  exigíanse  otras  medidas  que 
cooperasen  al  logro  de  la  idea  abolicionista.  La  reducción  del  presu- 
puesto, la  libertad  de  Bancos:  la  reforma  de  los  aranceles— eran  medi. 
das  por  todos  reclamadas,  cuando  menos  aleccionados  por  el  ejemplo 
de  Francia*  Inglaterra,  Holanda  y  aun  los  mismos  Bstalos  Unidos. 
YV.fi,  sabe  que  la  indemnización  a  los  posesdordS  de  esclavos,  de 
que  habla  el  artículo  3.*  de  la  ley  de  Marzo,  no  solo  no  se  ha  pagado, 
sino  que  hoy  mismo  nadie  tiene  noticia  de  que  se  haya  hecho  la  tasa- 
ción de  los  libertos,  y  sobre  todo,  que  se  haya  intentad}  hacer  la  tira- 
da de  los  bonos  i  que  ss  refiere  el  artículo  •.*  de  la  citada  ley:  extremo 


r 


—   433    — 

tobrs  el  que  también,  aunque  de  puo,  doj  tomamos  U  libertad  de 
llimir  U  ilustrada  atenci 6 n  de  V,  S„  puesto  que  en  Puerto  Rico  el 
metálico  ee  cada  vez  matrero  j  necesario. 

Par  Último,  apenas  transcurrido!  o^ho  mises  desde  si  plan  t  anuiente 
te  la  Lej  emancipad  orat  ccurrió  si  proíuado  y  transcendental  cambio 
píi!  ¡tico  producido  por  los  sucesos  del  3  de  Enero;  cambio  que  importó 
•a  li  pequeña  Antilla  el  estado  de  sitio;  la  distinción  de  la  Diputación 
provincial  y  de  todos  los  AyuoUm lentos  populares,  la  suspensión  de 
todos  o  casi  todos  los  profesores  de  instrucción  primaria^  la  clausura 
del  Instituto  da  segunda  ens&üanza  recientemente  croado  y  cajos 
tíñanos  pasaron  al  i  «minarlo  de  Padres  Jesuítas  mediante  una  subven  - 
tiAn  de  seis  mil  duros  acordada  por  ios  nuevos  diputados  provincial  et; 
la  disolución  de  las  milicias  dsl  país,  tan  cslebrea  en  la  heroica  historia 
de  las  guev ras  de  Puerto  Rico  contra  holandeses ,  inglesas  y  filibuste- 
ro*: la  muerte  de  la  prense  liberal  y  reformista,  el  envió  á  la  Penínsn- 
l*  y  á  Cuba  de  gran  númerj  de  jefes  y  o  Aciales  del  ejército  de  aquella 
iflla;  la  renovación  de  casi  todo  el  personal  administrativo  y  de  los 
primeros  funcionarios  del  orden  judicial:  la  disolución  de  la  Jttnia  de 
inttnwu  moraUi  y  m&t$riültef  creada  por  oí  general  Primo  de  Rivera  y 
destituida  con  toe  hombres  man  importantes  de  todos  los  partidos 
políticos,  la  emigración  de  muchos  vecinos  a  la  Península  y  el  extran- 
jero, la  persecución  de  otros,  sospechados  como  matonei  da  ce  aspirar 
wetre  el  nuevo  orden  de  cosas;  La  promulgación  de  un  ssveriftimo  re- 
gíanle oto  dicho  de  vagos;  si  rea  tab  le  oimiento  de  las  antiguas  tibrtttu 
deloi  obreros  libres,  yt  per  último,  el  Decreto  do  10  de  Abril  contra  si 
V^  respetuosamente  so  alxa  la  Sooisdau  Abolijíonist*,  y  que  las 
favorecidos  por  aquella  medida  y  algún  que  otro  periódico  de  la  madre 
jetria  defienden  (sin  razón  a  no  dudarlo)  como  es  use  cu  ene  ia  obligada 
as  las  uo vedadas  introducidas  después  del  3  da  Enero  en  el  orden  polí- 
tico de  la  tranquila  y  morigerada  iaU  de  Puerto  Rico, 

Pues  bien;  en  estas  condiciones,  íjdn  do*f<iv:irahlñ\t  si  bien  ds  carao - 
ter  accidental,  se  ka  realizado  la  aho  iciin  en  Puerto  Etico,  No  com- 
prendemos cómo  hay  español  que  no  esté  afano  del  éxito. 

Y  ¿cuelas  han  sido  los  resultados?  Los  resultados  definitivos  es  impo- 
■ible  registrarlos  al  an?  encaso  de  promulgada  la  Ley  de  abolición, 
V.  K.  ¿abe  que  en  ningún  país  del  mundo   la  emancipación  ha   podido 


—   434   — 

ser  juzgada  por  sus  efectos  hasta  finalizado  el  segundo  quinquenio  des- 
pués de  la  reforma.— En  cuanto  á  los  resultados  inmediatos,  sclo  apro 
zimadamente  podemos  hablar  hoy,  porque  sobre  faltarnos  algunos 
datos  que  nuestra  siempre  retrasada  administración  ultramarina  no  nos 
suministrará  hasta  el  último  trimestre  del  ano  corriente,  hay  que  con- 
siderar que  siendo  la  época  de  la  cosecha  y  del  movimiento  mercantil, 
que  produce  la  necesidad  de  la  exportación  de  los  géneros  coloniales, 
de  Bnero  á  Junio,  da  la  circunstancia  de  que  tanto  la  Ley  de  libertad 
como  el  Decreto  de  restauración  de  la  servidumbre  han  comenzado  i 
producir  sus  efectos  precisamente  en  lo  más  crítico  de  la  época  aludida, 
de  suerte  que  en  rigor  y  absolutamente  no  puede  decirse  que  la  expe- 
riencia abolicionista  de  Puerto  Rico  cuenta  un  afto  de  vida  y  que  el 
trabajo  libre  ha  producido  todos  sus  naturales  efectos  en  el  primer  año 
de  su  ejercicio.» 

Y  luego  signe  la  Exposición  (publioada  en  18Í5  con  el 
título  de  una  experiencia  abolicionista  de  Puerto  Rico). 

«Bn  poder  de  la  Sociedad  Abolicionista  existe  un  estado  demostrativo 
de  la  exportación  de  Puerto  Rico  desde  26  de  Diciembre  del  72  al  1.*  de 
Diciembre  del  88,  con  referencia  detallada  al  azúcar,  las  mieles,  el  eeÜ 
y  el  tabaco  exportados  en  los  anos  de  1869,  70,  71  y  72.  De  todo  elle 
resulta  que  comparado  el  primer  año  de  libertad  (1878)  con  el  último 
de  esclavitud  (1869,  porque  desde  este  afto  al  78  rigió  la  ley  preparato- 
ria de  1870),  aquél  lleva  al  segundo  una  ventaja  extraordinaria,  al 
punto  de  que  si  en  los  azúcares  llega  al  25  tor  160,  es  casi  el  doble  ea 
el  café  y  el  84  por  100  en  el  tabaco. 

Comparado  el  afto  78  con  el  anterior  de  media  libertad  (pues  que  sa 
él  regía  la  ley  preparatoria  de  4  de  Ja  lio  de  1870,  que  emancipó  i  los 
negros  mayores  de  sesenta  años  y  fomentó  con  su  influencia  la  costum- 
bre de  manumitir  esclavo>  el  resultado  es  que  en  el  afto  crítico  la 
exportación  ha  excedido  las  cifras  del  anterior  en  el  café,  igualándolas 
aa  el  azúcar  y  las  mieles  y  bajando  solo  bien  poco  en  el  tabaco. . . 

¿Un  qué  colonia  ha  sucedido  otro  tanto? 
«t  •  • ••••••••••• • ...••••• 

Tengamos  al  orden  público.  Ante  todo,  tiene  la  palabra  el  señor 


—   435    - 

Prudente  do  U  Audiencia  de  Puerto  Rico*  D,  Blas  Díaz  Meodivil,  que 
il  ría  usa  ir  los  trabajos  judiciales  del  año  1*413,  dice  -El  resaludo 
total  d al  Estado  es  eatisfic  torio.  Todos  loa  delitos  qae  registra  son  los 
comunes  j  mis:  f  recuso  tea  en  el  país»  alo  que  aparezca  ano  a*lo  en 
que  sus  autores  hayan  obedecido  i  la  condición  de  libres  que  han 
adquirido,* —  *Di  las  121»  causas  formadas,  laa  14  lo  Kan  sido  por  el  de- 
lito tan  común  en  el  país,  de  A  «no,  sin  que  aparezca  ni  uno  solo  por 
homicidio  ni  assaioito,  como  desgraciadamente  cuando  existía  la 
esclavitud  encedía  «□  alijuua  hacienda,  por  el  mil  trato  o  sevicia,.. 
Sutninado  todo  y  hechas  les  comparaciones  debidas,  resalta  que  en 
t B~l 3  la  Audiencia  de  Puerto  Rico  aparece  con  menor  criminalidad  que 
niogona  de  laa  Auiioneíaq  do  U  Pao  ¡nao '.a  é  islal  adyacentes.» 

Por  último,  e\  digno  Gobernador  general  de   la   isla,    al 

despedirse  de  loa  puertorriqueños  en  2  de  Febrero  de  1874, 
«Dribla: 

«Felicito  con  todo  mi  corazón  a  los  liberto»,  qu«  eon  ejemplar  «ordura 
T  hocradez  han  correspondido  £  la  justicia  que  lee  hiciera  nuestra  Madre 
España,  por  medio  de  las  Cortes»  k\  de  a  pedirme,  lea  encargo  como  otrafl 
muchas  veces  lo  he  hecho,  que  continúen  por  la  senda  honrada  del 
trabijo  j  que  hagan  ahorros,  porque  la  vejez  enerva  las  fuerzas,  y  así 
«crin  acreedores  A  mayor  consideración  social...  La  paz  pública,  el 
orden  que  tanto  amáis,  han  permanecido  inalterables  durante  todo  el 
período  da  mi  gobierno .  Reconocido  estoj  i  ese  nuevo  beneficio  que 
da  vosotros  he  recibido  * 

Por  último!  la  Sociedad  Abolicionista  rea  ame  todos  loa 
datos  aducido»  diciendo: 

1É  Que  después  de  la  abolición  en  Puerto  Rico,  se  ha  mantenido 
en  tado  au  rigor  el  orden  público. 

Que  la  delincuencia  ha  bajado. 
Que  la  producción,  atando  manos,  no  ha  disminuido. 
Que  los  libertos  han  cumplido  la  obligación  que  se  les  impuso 
ia  ley  de  Mario,  ver  locando  loa  obligados  contratos  de  trabajo. 
Que  la  mitad  do  todoe  aquellos,  el  4G  por  100  de  loa  que  trabaja- 


_'_ 


—   436   — 

btn  en  el  campo,  y  el  65  de  los  domésticos,  han  continuada  con  roí 
antiguo  8  a  moa,  de  qoienea  recibieron  nn  trato  dulce  [durante  la  época 
de  la  servidumbre. 

&*  Que  un  número  considerable  de  loa  que,  apenaa  promulgada  la 
Ley,  huyeron  de  las  haciendas  y  fincas  conocidas  en  Puerto  Rico  per 
el  rigor  que  en  ellas  se  empleaba  con  los  esclavos,  lo  hicieron  bajo  la 
presión  de  les  tristísimos  recuerdos  de  su  cautiverio.  - 

7.*  Que  la  primera  y  mis  enérs/ita  protesta  de  ios  negros  contra  la 
esclavitud,  apenas  conocida  la  Ley  de  abolición,  fué  contra  la  retid**- 
eia  y  pern  antneia  de  los  mismos  en  las  facundas  durante  la  noche. 

8.*  Que  en  la  comisión  de  los  delitos  imputables]  á  los  libertos  ao 
h  a  influido  la  nueva  condición  de  libres  de  que  éstos  disfrutaron  desde 
Abril  de  1874. 

9."  Que  ni d gano  de  los  resultados  obtenidos  en  la  pequeña  Antilla 
encuentra  rival  en  los  alcinzadca  durante  un  período  de  tiempo  anÜa- 
go  y  aun  mucho  mayer  en  cquellas  colonias  de  Francia  é  Inglaterra, 
más  afines  á  las  nuestras  y  que  se  presentan  como  ejemplos  en  la  his- 
toria de  la  abolición. » 

Todas  las  consideraciones  expuestas  adquieren  nn  valor 
extraordinario  por  lo  sucedido  con  posterioridad.  Desde  1874 
á  esta  parte  no  ha  ocurrido  el  menor  disturbio  en  Puerto 
Bico.  La  gente  de  color  vive  tranquila  y  dedicada  al  tra- 
bajo, de  idéntico  modo  á  como  hace  la  gente  blanca.  No  hay 
diferencia  posible  entre  el  liberto  y  el  libre. 

En  cuanto  al  movimiento  mercantil  (de  excepcional  im- 
portancia en  un  país  de  productos  coloniales,  y  que  vive 
punto  menes  que  exclusivamente  de  la  importación  y  la  ex* 
portación  porque  el  consumo  local  del  producto  propio  69 
escaso),  son  decisivos  A  tos  verdaderamente  publicados  en 
Puerto  Bico.  Reproduciré  algunos. 


437   — 


Importación 

Exportación 

Años 

Peso» 

Pesos 

TBtal 

1869 

9.066.902 

6.535.352 

15.602.254 

1872 

15. 435. 323 

8.008.125 

23.443.448 

1873 

13.564.815 

8.500.533 

22.065.348 

1874 

13.249.354 

7.111.636 

20.363.990 

1878 

13.133.582 

13.129.927 

26.263.109 

1879 

18.448.221 

11.694.792 

30.043.013 

1883 

13.785.843 

,  11.618.882 

25.404  725 

1893 

17.081.609 

16.076.312 

33.157.921 

Resumen.  Término  medio  de  los  cinco  años  anterioras 
ala  abolición,  ó  sea  desde  1869  á  1873:  Importación. 
13.406. 359  pesos;  exportación, 8.039.214;  total.  21.445.578. 

ídem  de  los  cinco  años  siguientes",  ó  desde  1874  *  1878: 
Importación,  13.238.035  pesos;  exportación,  9.096.272;  to- 
tal, 22.334.307. 

ídem  de  los  cinco  años  siguientes,  ó  desde  1879  á  1883: 
Importación,  14.626.246  pesos;  exportación,  11.145.005; 
total,  25.771.251. 

líe  be  ocnpado  de  la  abolición  en  Puerto  Rico  porque  á 
esta  Is'a  dediqué  preferentemente  mis  observaciones  en  el 
discurso  parlamentario  de  1871,  y  sobre  este  punto  fui  muy 
contradicho,  creyendo  la  mayoría  de  la  gente  que  era  una 
verdadera  locura  hablar  entonces  de  la  abolición  en  Cuba. 

Es  claro  que  este  último  problema  ofrecía  muchas  más 
dificultades  que  el  primero.  Pero  al  fin  la  abolición  también 
«e  hizo  en  Cuba.  Primero  se  promulgó  la  ley  de  13  Febre- 
ro de  1880,  dejando  en  pie  el  patronato,  como  la  ley  de  1870 
dejó  en  planta  el  cepo  y  el  grillete,  abolidos  después  en  Cuba 
merced  á  una  activa  campaña  de  la  Sociedad  Abolicionista 
en  27  de  Noviembre  de  1883.  Luego  en  7  Octubre  de  1886 
se  abolió    el    patronato.     No    sucedió    nada  de  lo  que 


—   438    — 

anunciaron  los  esclavistas.  Sobre  este  particular  pueden 
leerse  las  publicaciones  de  la  Sociedad  Abolicionista,  des 
de  1881  á  1888,  y  el  folleto  que  con  el  titulo  La  Raza  & 
color  en  Cuba  publiqué  en  1894,  con  motivo  del  delicado 
obsequio  que  el  Directorio  Central  de  las  Sociedades  de 
la  Baza  de  color  de  la  Isla  de  Cuba  me  hizo  en  aquel  uño. 

Ahora  dos  palabras  sobre  la  reforma  política  y  adminis 
trativa  de  la  pequeña  A n tilla. 

Todo  ouanto  se  diga  respecto  del  éxito  de  ésta  seria  páli - 
do  ante  la  realidad.  Puerto  Rico  dEsempeft*  «a  la  historia 
de  la  colonización  moderna  un  papel  brillantís  mo  y  caá 
asombra  la  ignorancia  que  existe  sobre  el  particular,  entre 
nuestros  políticos,  como  abruma  la  consideración  de  la  in- 
justicia con  que  ha  sido  recompensada  la  pequeña   A  n  tilla. 

Recuérdese  lo  que  allí  ocurrió  á  los  comienzos  de  este  di 
glo,  es  decir,  cuando  se  inició  la  reforma  antillana  bajo  las 
inspiraciones  del  marqaés  de  la  Sonora  y  de  las  (Jar tes  de 
Cádiz,  por  la  mediación  del  famoso  intendente  D.  Ala- 
j andró  Ramírez  de  Villaurrutia.  Las  Reales  cédulas  de 
1811,  1815  y  1818  reformadoras  de  todo  el  orden  económi- 
co de  la  pequeña  Antilla,  con  evidente  alcance  social  y 
transcendencia  política,  produjeron  todos  sos  resaltados  es 
aquel  país  y  su  éxito  fué  poderoso  estímalo  para  que,  des  Ja 
1816  á  1818,  se  plantearan  en  Cuba,  consigniendo  los  tales 
decretos,  en  estd  vasto  escenario,  un  efecto  t»i*vU  mas 
admirable. 

Considerándolo  se  robustece  la  creencia  de  qu  í  si  I*a 
grandes  reformas  del  apenas  recordado  marqié*  de  la  So- 
nora se  hubieran  mantenido  y  desenvuelto  á  fines  del  si- 
glo xviii,  habzia  sido  fácil  evitar  la  desmembración  del  im- 
perio colonial  español,  cuarteado  y  puesto  en  ruina  por  ios 


^\ 


—    439    — 

mil  abusos  y  anacronismos  que  describieran  HamboMt    ea 

Ti  libro  sobre  Nueva  España,  D,  Jorge  Juan  y  D.  Anto- 
nio de  Ulloa,  en  ana  Noticias  secreter,  loa  Virreyes  Da  que 
Je  Linares  7  ftevillagigedo  en  sua  I  a  formes  y  el  mismo 
Marques  de  la  Sonora  en  sus  Memoriales  precursores  de  la 
Ordenanza  de  Intendentes  de  Nueva  España,  la  oei ala  de 
población  de  la  Trinidad  y  tos  decretos  de  libertad  de  co- 
mercio de  1778  á  1797, 

Sirvió,  pues,  en  1814,  Puerto  ftico  de  experiencia  para 
la  gran  reforma  que  se  hizo  en  Cuba,  y  que  íadadablemeit- 
a  impidió  que  nuestras  Antillas  siguieran  la  suerte  de  la 
América  Continental , 

A  los  cincuenta  y  dos  años  se  repite  el  fenómeno.  En  el 
i  atérralo  ge  había  producido  el  hecho  de  la  venida  á  Ma- 
drid ile  los  Comisionados  de  los  Ayuntamientos  y  los  ma- 
yores contribuyentes  de  Puerto  Rico,  para  informar  al  Go- 
bierno de  la  Metrópoli  sobre  las  reformas  argentes  en  el 
orden  político  y  económico  de  aquella  Isla.  Aquellos  Comi- 
sionados, anides  á  Los  de  Cuba  (y  apartándose  por  com- 
pleto de  los  informantes  nombrados  por  el  Gobierno), 
protestaron  contra  el  supuesto  de  |ne  fuera  dable,  y  me* 
tíos  digno,  intentar  reforma  alguna  de  las  anunciadas  en  el 
á&oreto  de  convocatoria  de  1865,  sin  que  le  precediera  la  re- 
forma social,  es  decir,  la  abolición  de  la  esclavitud. — T  loa 
Comisionados  portorriqueños  se  adelantaron,  al  extremo  de 
proponer,  con  el  carácter  de  urge  ate,  la  abolición  i  u  me, lia- 
U,  simultánea,  cotí  ó  sin  indemnización.  Constituye  esto 
rn  ixcepcional  honor  para  la  pequeña  Antilla,  y  no  menos 
itigio  recabaron  de  esta  proposición  los  mismos  üomi 
¿lados,  pertenecientes  todos  á  las  clases  más  cultas,  aco- 
ladas y  distinguidas  de  la  sociedad  portorriqueña* 

*9 


—    440   — 

Luego  ¿  los  tres  añcs  vino  la  Revolución  de  1868.  Esta 
no  ee  atrevió  á  pasar  de  Ja  convocatoria  de  diputados  a  Cor- 
tes, rompiendo  el  vergonzoso  pr  tente  sis  do  los  treinta  y 
cnatro  años  de  ausencia  de  toda  represen  trción  parlamen- 
taria y  de  vida  libre  de  las  colonias  españolas.  Loa  diputa- 
dos a  Cor  h  fueron  elegidos  en  Puerto  Hico  conforme  á  un 
censo  arbitrario  de  SO  pesetas  de  contribución  directa  al 
año,  y  manteniéndose  allí  todo  el  régimen  anticuo,  tanto 
que  por  el  decreto  de  14  de  Diciembre  de  1868  y  la  circu- 
lar de  la  misma  fecha  sobre  el  ejercicio  de  la  libertad  de 
imprenta  y  el  derecho  de  reunión,  se  establece  que  la  Real 
orden  <*e  28  de  Mayo  de  1825  (llamada  de  las  omnímodas, 
porque  las  oonct  tía  de  esta  clase  al  capitán  general  de  la 
isla)  se  entenderla  en  suspenso  solo  durante  el  periodo 
electoral » 

Puerto  Kico,  ron  gran  discreción  y  raro  tacto,  aprovechó 
las  mezquinas  libertades  y  utilizó  los  mermados  derechos 
que  sucesivamente  le  fueron  rrconocidos  desrte  1868  á  1H72, 
é  hizo  verdaderos  prodigios  de  cordura  y  de  sentido  polí- 
tico para  aclimatar  las  pequeñas  novedades  que  se  introdu- 
cían en  el  antiguo  sistema  colonial,  como  medio  de  capaci- 
tarse para  pretensiones  más  considerables.  Así  la  ley  pre* 
paratoria  para  la  abolición  de  la  esclavitud  de  1870  allí  fué 
cumplida  activamente;  lo  mismo  sucedió  con  la  ley  de  ex- 
tranjería, el  decreto  de  unificación  de  fueros  y  el  de  liber- 
tad religiosa.  Luego  y  por  el  tolo  impulso  de  Ja  propaganda 
democrática  que  &e  hacía  en  la  Península  y  de  loa  éxitos  lo- 
grados por  las  reformas  hechas  en  Puerto  Hico,  se  plantea- 
ron la  reforma  electoral  de  1  É°  de  Abril  de  1871,  que  reco- 
noció el  derecho  de  vetar  diputados  á  Cortes  á  todo  español 
libre,  de  veinticincos  ños  en  adelante»  que  supiera  leer  y  es- 


—    441    — 

cribir  6  que  pagase  40  pea e tas  de   contribución  directa  al 
Estado. 

Pero  al  lado  de  todo  esto  hay  que  poner  la  acción  de  los 
partidos  organizados  en  aquella  isla  desde  loa  comienzos 
del  año  69;  señaladamente  la  acción  del  partido  liberal  ó 
reformista  que  valientemente  preciso  sos  aspiraciones  en  la 
formóla  de  c identidad  de  derechos  políticos  y  civiles  de 
españolee  portorriqueños  y  de  la  Península*.  T  digo  va- 
Ii$niem&nie  porque  no  ¿e  puede  prescindir  de  que  este  par- 
tido se  movía  dentro  de  la  pequeña  Antilla  bajo  la  Real  or- 
den de  las  Omnímodas^  el  bando  de  gobierno  de  Peínela  de 
1849,  los  decretos  de  organización  municipal  de  1846  y  47 
y  el  régimen  penal  de  la  Novísima.  Gomo  si  esto  fuera  po- 
co, pronto  el  Gobierno  de  la  Metrópoli  (el  partido  llamado 
constitucional)  llevó  á  Puerto  Rico  la  corrupción  de  los  co- 
micios y  la  lista  de  los  diputados  cimeros,  A  todo  esto  fr'zo 
frente  el  país  liberal  portorriqueño,  cayo  aliento  y  cuyas 
esperanzas  no  quebrantaron  la  triste  circunstancia  de  que 
des pu ©s  de  votado  el  art.  108  de  la  Constitución  de  1869, 
subsistiera  el  viejo  régimen  en  aquella  culta  y  laboriosa 
Antilla. 

£1  axt*  103  decía  que  ■las  Cortes  Constituyentes  reforma- 
rían el  sistema  actual  de  gobierno  de  las  provincias  de  Ul- 
tramar, cuando  hubieran  tomado  asiento  los  diputados  de 
Cuba  ó  Puerto  Rico,  para  hacer  extensivas  á  las  mismas, 
con  las  modificaciones  que  ee  creyeren  necesarias,  Iob  dere- 
chos consignados  en  la  Constitución*. — I^os  diputados  de 
Poerto  Jiico  entraron  en  las  Cortes  á  mediados  del  69.  Pero 
art.  10B  quedó  ain  cumplir. 

Sólo  a  mediados  de  1^70,  el  ministro  de  Ultramar   con- 
guió que  ee  votaran  las  leyes  municipal  y  provincial  para 


_i 


H 


442    — 


Puerto  Kico.  En  verdad,  entrambas  leyes  tenían  un  sentido 
autonomista  y  valían  juntas  bastante  más  que  la  reforma 
proyectada  en  1893  por  el  partido  liberal,  y  que  lleva  el 
nombre  de  reforma  Maura.  Pero  las  leyes  de  1870  solo  sir- 
vieron para  disgustar  á  loa  reformistas  y  en  general  al  pue- 
blo de  Puerto  Rico;  porque  no  bien  aquellas  leyes  aparecie- 
ron en  la  Gaceta,  los  elementos  reaccionarios  solicitaron  y 
consiguieron  que  quedaran  en  suspenso.  A  poco  se  aplicó  la 
ley  provincial,  con  algunas  modificaciones;  pero  no  asi  la 
ley  municipal,  y  como  ésta  era  la  base  de  aquélla,  resultaron 
de  escasísima  importancia  los  cambios  efectuados  en  la  or- 
ganización de  la  provincia. 

Al  fin,  al  terminar  el  año  72,  el  partido  radical  se  decidió 
á  hacer  la  abolición  de  la  esclavitud  y  á  poner  en  vigor  en 
Puerto  Rico  la  ley  municipal  de  1870.  Y  asi  se  hizo.  La  ley 
abolicionista  lleva  la  fecha  de  22  de  Marzo  de  1873  y  fué 
votada  por  la  Asamblea  Nacional  que  también  votó  la  Re- 
pública española. 

Muy  poco  después,  en  6  de  Agosto  de  1873,  las  Cons- 
tituyentes republicanas  extendieron  á  Puerto  Rico  el  ti- 
tulo I  de  la  Constitución  de  18G9.  Por  el  art.  4.°  de 
la  ley  de  extensión  también  se  llevó  á  la  pequeña  Anti- 
11a  la  ley  de  orden  público  de  1870,  que  desde  entonces 
rige  allí. 

De  e9ta  suerte  Puerto  Kico  vivió  todo  el  año  73  en  plena 
democracia  y  bajo  un  régimen  casi  autonomista. 

No  necesito  repetir  lo  que  antes  se  ha  expuesto  respecto 
de  las  dificultades  que  suponía  la  coincidencia  de  la  reforma 
política,  la  transformación  económica  y  administrativa  y  la 
abolición  radical  de  la  esclavitud.  Cualquiera  de  ertos  em- 
peños acometidos  de  repente  y  del  modo  qué  queda  indica- 


PV 


—   443    — 

do,  sería  bastante  para  imponer  respeto  y  aun  reservas  al 
estadista  tnág  confiado  y  resuelto. 

Tampoco  quiero  decir  lo  que  quizá  convendría  con  otro 
proposito  sobre  loa  obstáculos  que  en  la  Peni  ñau  la  se  pu- 
sieron al  planteamiento  y  desarrollo  de  las  nuevas  institu- 
ción ea  coloniales.  La  famosa  Liga  antireformista  de  1872 
prodigó  todas  las  alarmas  y  las  amenazas.  Los  reacciona- 
rios ultramarinos  impusieron  no  sé  cuántas  conspiraciones  y 
motines  en  Puerto  Hice,  para  demostrar  al  público  la  tesis 
maravillosa  de  que  el  país  portorriqueño,  ansioso  de  refor- 
mas, ae  levantaba  precisamente  cuando  las  reformas  se  iban 
a  hacer  y  realizaba  todo  lo  que  los  adversarios  de  éstas  de* 
se  aban,  para  que  no  se  saliese  del   slatu  quo  ultramar  ido. 

Cierta' parte  de  la  prensa  madrileña  se  agotó,  hacien- 
do referencias  é  historias  (rectificadas  á  loa  poco*  días)  so* 
br*  cosas  y  personas  de  las  Antillas,  que  ponían  el  cabello 
de  punta.  Y  con  todo  esto  trabajaba  en  daño  de  Puerto  Rico, 
la  creciente  crisis  de  la  política  peninsular. 

Allá  en  la  isla  los  reaccionarios  y  los  esclavistas  des- 
pechados, soñando  todavía  con  la  reglamentación  del  tra- 
bajo, por  mi  lio  de  la  libreta  del  obrero  y  de  la  persecu- 
ción del  supuesto  vago  (formulas  del  esclavísmo  vergon- 
zante), lejos  de  aquietarse  ante  la  nueva  situación  y  de  pre- 
pararse á  titulo  de  conservadores  y  patriotas,  para  la  evo- 
lución dentro  del  nuevo  orden  de  cosas,  tomaron  una  acti- 
tud de  ¿¿em  i  rebeldía  frente  al  nuevo  Gobernador  general. 

Apesar  de  todo,  en  Puerto  Hice  no  pasó  nada.  No  se 
perturbó  un  momento  el  orden  público,  no  se  paralizó  el 
trabajo,  no  se  perjudicó  la  vida  económica  del  país.  Antea 
te  aducido  algunos  datos. 

Con  esto  podía  esperarse  que  el  ejemplo  da  Puerto  Bico 


—   444    — 

servirla  para  un  ensayo  de  mayor  alcance  en  Coba.  Ta  se 
ha  visto  que  sirvió  para  que  los  insurrectos  cubanos  suscri- 
hieran  el  Pacto  del  Zanjón.  Mas  no  sirvió  para  que  nues- 
tros Gobiernos  monárquicos  intentaran. ,  bastante  mecos 
de  lo  que  las  circunstancias  les  han  obligado  á  realizar 
en  1897,  después  de  haber  contribuido  al  derramamiento  de 
sangre  y  á  la  ruina  de  Ouba  y  de  buena  parte  do  la  Penín- 
sula. 

£1  golpe  del  3  de  Enero  de  1874  repercutió  en  Puerto 
Hice.  Pero  aus  efectos  fueron  allí  inmediatamente  mucho 
máa  eo  cuide  rabies  y  dea  astrosos  que  en  la  Península.  C<" 
mu  que  allí  se  impuso  la  dictadura  y  las  cosas  voi vieren  al 
estado  que  tenían  antes  de  3  868, 

Sin  embargo,  la  experiencia  de  Puerto  Rico  desde  1869 
á  74  será  siempre  no  timbre  de  gloria  para  la  colon  ilación 
española  contemporánea. 


__        


LA  CUESTIÓN  DE  CUBA 


en  isoe 


DISCURSO  PARLAMENTARIO 


A 


1 


—   447   — 


LA  CUESTIÓN  DE  CUBA   EN   1896 


DISCUESO  PAELAMEKTAKIO 


.A  DVERTENCIA 

£1  discurso  que  sigue  fué  la  última  protesta  de  la 
propaganda  autonomista  en  la  oposición.  [Secretos  de  la 
inerte  I  \  Sorpresas  de  la  historial 

1  Quién  me  dijera  en  Julio  de  1871 ,  que,  dieciséis  años  des- 
pués, habla  de  plantearse  en  el  Parlamento  español,  casi 
el  mismo  problema  que  entonces  discutí,  demostrándose 
ana  vei  más,  mi  repetida  afirmación  de  qne  no  existe  error 
Cometido  por  España  que  no  haya  sido  igualado  y  aun 
«aperado  por  las  demás  grandes  naciones  y  que  la  única  di- 
Arencia  entre  éstas  y  aquélla  consiste  en  que  mientras 
lis  unes  se  enmiendan*  la  otra  persevera  en  flus  equivoca- 
dones  y  no  se  resuelve  á  sacar  provecho  de  sus  quebran- 
* —  y  desastres! 

j?ero  quién  me  dijera*  también,  en  4  de  Julio  de  1880 , 

ndo,  en  nombre  de  la  Minoría  parlamentaría  autonomía* 

pronuncié  en  el  Congreso  mi  discurso  sobre  el  primer 


—  448  — 

presupuesto  de  Cuba  y  planteé  (con  general  sorpresa)  la  pri- 
mera reclamación  de  la  Autonomía  colonial  como  solución 
inmediata  y  práctica  para  nuestras  Antillas— 6  aun.  cuando, 
en  14  de  Jnnio  de  1883,  trató  de  ezplioar  la  unidad  y  fa 
especialidad  en  el  régimen  colonial,  con  motivo  de  nna  en- 
mienda al  Proyecto  de  presupuesto  onbano — quien  mo  dijera 
que,  corridos  muy  pocos  años  esa  solución  autonomista  ha* 
bría  de  aparecer  como  solución  de  gobierno  en  \*  Gaceta  dé 
Madrid,  proclamada  y  aplaudida  por  los  mismos  partidos 
que  insistentemente  la  habían  combatido  desde  los  primeros 
días  de  la  Restauración  borbónica!  (1) 

Después  de  esto,  ¡cómo  no  esperar  en  no  corto  plasoel 
triunfo  de  otras  soluciones  políticas  igualmente  salvadoras, 
que  sirvo  con  la  misma  fe  de  antaño  y  con  idéntico  proposi- 
to al  que  demostré  en  esa  larga  campaña  autonomista,  cuyo 
éxito  es  una  de  las  mayores  victorias  que  la  razón  y  la  jus- 
ticia han  conseguido  en  la  historia  española  contemporánea! 

Pero  descendiendo  un  poco,  todavía  podría  señalar  el 
contraste  que  presenta  mi  discurso  del  30  de  Hayo  de  1896 


(1)  Antea  da  esas  fechas  había  yo  publicado  en  Madrid  mis  folletos  y 
libros  titulados  La  Justicia  en  Ultramar  (1863),  La  cuestión  colonial  en 
1869,  La  pérdida  de  las  Amárteos  (1869).  La  cuntían  d$  Puerto  Rico  (187S), 
La  abolición  do  I*  esclavitud  en  las  Antillas  españolas  (1870;,  La  abéU- 
oión  dé  la  esclavitud  en  el  orden  económico  (1871)  y  La  colonizarte*  en  la 
Historia  (1874).  Los  discursos  de  1880  y  83  pueden  verse  en  el  tomo  II 
de  mis  Discursos  políticos,  académicos  p  forenses,  publicados  en  1886. 


r\ 


r 


—   449  — 


(que  va  á  continuación)  con  los  decretos  de  23  de  Noviembre 
de  1897,  que  han  llevado  la  Autonomía  colonial  á  Cuba  y 
Puerto  Rico.  Porque  en  la  primera  de  estas  fechas  vol- 
ví 4  encontrarme  solo,  como  en  1871,  en  el  Parlamen- 
to  español  (pues  que  mi  digno  colega  D.  Elíseo  Giber- 
ga,  electo  senador  por  las  Sociedades  Económicas  de  las 
Antillas,  no  tomó  posesión  de  su  oargo,  y  el  partido  repu- 
blicano peninsular  estaba  entonces  en  el  retraimiento)  y  lue- 
go, en  1897,  se  ha  proclamado  la  Autonomía  de  idéuí  <oo  mo- 
do  á  como  yo  la  recomendé  dos  años  antes:  esto  es,  la  Au- 
tonomía de  gobierno  responsable,  como  una  solución  política 
de  fondo  y  como  un  medio  de  conseguir  la  paz  en  Cuba. 

La  mayor  parte  de  la  gente  que  ha  aceptado  ahora  la  solu- 
ción autonomista  lo  ha  hecho  en  el  segundo  concepto.  Empero 
que  al  fin  todos  reconocerán  la  plenitud  de  sus  excelencia?, 
y  que  dentro  de  algunos  años  suceda  con  la  Autonomía  oo- 
lonial  vigente  en  las  Antillas  lo  que  ahora  sucede  con  la 
abolición  de  la  esclavitud,  realizada  en  las  mismas  á  despe- 
cho de  los  que  en  estos  momentos  nos  disputan  el  honor  de 
haberla  defendido. 

Cuéntese,  empero,  que  al  decir  todo  esto,  ni  yo  me  atri- 
buyo una  importancia  excepcional  en  aquella  empresa,  ni 
cometo  la  tontería  (perdóneseme  la  palabra,  por  lo  gráfica) 
<  ifirmar  que  el  triunfo  de  la  Autonomía  se  debe  exclusiva- 
i     ite  á  los  autonomistas. 

La  he  dicho  no  sé  cuántas  veces.  En  la  vida  política,  el 
:    lividuo  vale  pooo.  Lo  que  vale  y  lo  que  produce  es  la  re- 


r\ 


—   450   — 

presentación.  Yo,  desde  que  hice  mi  primer  discurw 
meo  (ario  en  nombre  de  loe  liberales  6  reformistas  d 
to  Rico,  allá  en  1872,  y  sobre  todo,  desde  que  hice 
careo  auto  do  mista  de  1880,  amparado  y  alentado 
compañeros  del  Congreso — Bernal,  Betancourt,  Po 
y  Guell  y  ±í  ente,— tuve  un  oaráoter  representativo  qt 
intentado  declinar  nunoa  y  que  no  me  han  podido  qt 
gentes  que  han  tenido  el  mal  gasto  de  atacarme,  má 
nos  de  frente,  exagerando  con  su  torpeza,  mis  pobres 
y  mi  modesta  personalidad. 

Esta  rep  regen  taeión  me  ha  sostenido  en  el  curso  i 
últimos  veinte  años.  Ella  me  ha  proporcionado  r 
sima  mente,  y  en  la  hora  critica  de  la  aplicación  de 
c retos  de  Noviembre  último  y  del  planteamiento  de 
tono  mía,  asi  en  Cuba  como  en  Puerto  Rico,  éxitos  qi 
me  han  sorprendido;  cuyo  detalle  pienso  dar  al  públi 
hora  oportuna  para  alentar  á  las  gentes  modestas 
vencidas,  y  cuya  razón  está  muy  fuera  del  valor  pee 
mo  de  la  persona  que  ha  podido  contribuir  á  que 
sag  hayan  sucedido  del  modo  que  han  pasado,  para 
la  moral  y  la  política. 

Tampoco  caigo  en  la  petulancia  de  creer  que  no  1 
do  ni  hay  más  autonomistas  que  los  antillanos.  1 
honradamente,  con  mucho  gusto  (y  con  la  pequen 
p Ucencia  que  puede  darme  el  hecho  de  no  haber  a 
nado  el  escenario  de  la  lucha  ni  un  minuto  en  todo 
años),  que  yo  he  creído  representar    á  todos  los 


—   461    — 

nomiataa,  y  que  el  mérito  de  loe  de  la  Península—como  oa- 
'  pteidad  y  como  moralidad  y  como  eficacia— es  de  primera 
\  faerza.  ¿Cómo  sin  ellos  se  habría  podido  hacer  aquí  la  pro- 
fcpaganda  autonomista?  ¿Y  cómo  sin  hacer  la  propaganda  en 
■  la  Península  habría  podido  ser  hoy  la  Autonomía  una  so- 
lución de  gobierno? 

Pero  después  de  reconocido  esto,  hay  que  convenir  tam- 
bién en  que  en  el  primer  supuesto,  la  primera  razón  y  la  ma- 
yor fuerza  de  la  campaña  autonomista  han  estado  y  están 
tD  nuestras  Antillas.  Sin  los  partidos  autonomistas  de  Cuba 
7  Puerto  Rico — modelos  de  entusiasmo  y  de  disciplina— 
U  Autonomía  colonial  aquí  habría  sido,  quizá,  sólo  una  tesis 
ar amante  académica. 

Allá  en  las  Constituyentes  de  1869  ya  algunos  diputados 
hablaron  de  Autonomía;  pero  como  de  una  mera  aspiración. 
T  se  dio  después  el  caso  de  que  algunos  de  los  autono- 
mistas teóricos  de  entonces,  cuando  llegó  la  hora — á  par- 
tir de  1879 — de  hacer  de  la  Autonomía  una  solución  prác- 
tica é  inmediata,  no  sólo  se  abstuvieran  de  apoyarla,  sino 
que  llegaran  á  combatirla,  combatiendo  á  los  autonomistas. 
De  esto  ya  he  hablado  en  mi  trabajo  sobre  La  República 
y  la*  libertades  d$' Ultramar.  Repito  la  indicación  porque 
me  repugnan  mucho  las  jactancias  y  no  me  allano  á  auto- 
riiar  argumentos  con  mi  silencio. 

cómo  se  me  había  de  ocurrir  que  los  autonomistas 
h  s  sido  los  únicos  factores  de  la  Autonomía  que  ahora 
ti      fa! 


—    452    — 

La  Autonomía  ha  venido  por  varios  caminos  y  la  h 
pujado  muchas  causas.  Ya  las  detallaré  en  sa  día,  ] 
preteudo  estar  bastante  enterado  de  esto,  y  sé  que  ma 
lo  que  por  ahí  se  dice  es  incompleto  y  falso.  ¿No  lo  faé 
yor  parte  de  lo  qne  se  mermaré  al  explicar  las  cansa 
abolición  de  la  esclavitud  en  1873?  No  es  la  hora  de 
pormenores,  como  no  es  la  de  concretar  ciertas  respe 
lidades. 

Mas  al  pnedo  afirmar:  1 .°,  qne  una  de  las  primera 
gas  de  la  victoria  antonomiata  es  la  colosal  propaganc 
en  su  obsequio  han  hecho  últimamente  sus  antiguos  < 
toree,  cuyas  torpezas,  fracasos  y  escándalos  han  llej 
lo  apenas  imaginable;  y  2.°,  que  sin  los  autonomía! 
como  propagandistas  en  Ultramar  y  en  la  Península,  ji 
elemento  de  gobierno  en  las  Antillas,  no  hubiera  si< 
tibie  Ja  Autonomía,  que  sólo  ellos  predicaron  y  cob 
den  cómo  es  indispensable  para  quesea  una  realid 
Ihs  esferas  de  la  política  práctica. 

¿Pero  acaso  los  republicanos  franceses  fueron  los  ai 
de  la  Ü  epública  de  1820  é  siquiera  de  la  del  48?  ¿Lo  i 
los  republicanos  españoles  de  la  Eepública  del  73?  ¿ 
gimen  democrático  de  1868  lo  impusieron,  por  su  ezc 
esfuerzo,  los  demócratas  de  la  Discusión  y  la  Democ 
¿Dónde  una  escuela  é  un  partido  solos  han  variado  ra 
mente  la  situación  y  menes  creado  y  hecho  arraig 
nuevo  ai  eterna  de  gobierno? 

Per  mancrp,  que  jo  que  redizeo  como  es  debido  i 


—    4S3    — 

pórtate  i*  personal  en  Ja  empresa  presente  (me  parece  que 
lo  le  demostrado  cen  algo  más  que  con  palabras),  limita 
también  el  valor  y  la  eficacia  de  la  acción  puramente  auto- 
nomista en  la  obra  de  estos  días.  Reconozco  y  proclamo, 
od  gnsto,  la  cooperación  extraña.  Afirmo  que  seria  ana  de 
las  mayores  torpezas  de  mis  correligionarios  de  las  Antillas 
pensar  qne  ahora  mismo  el  éxito  de  la  Autonomía  depende 
coló  de  lo  qne  en  Ultramar  pase...  Pero  insisto  en  decir  qne 
rin  esos  autonomistas  antillanos  so  habría  boy  Autonomía, 
y  que  sin  ella  la  Patria  española  cordería  nna  de¿  hecha 
tempestad,  con  inmenso  peligro  de  los  más  caros  intereses 
de  esta  tierra  y  de  la  civilización  en  general. 

Porque  ios  becbos  han  demostrado—y  parece  que  es- 
to  ya  6e  b a  reconocido  por  casi  todos  los  españoles»  como  lo 
ban  proclamado  todos  los  políticos  de  Europa— que  la  Auto- 
nomía colonial  no  es  un  mero  intei  és  particular  de  Puerto 
Bico  y  de  Cuba,  sino  que  afecta  á  la  tranquilidad,  al  pres- 
tigio, á  la  fuerza  y  al  progreso  de  Esj aña  entera.  Asi  lo  com- 
prendí yo  siempre,  aun  cuando  lo  recomendaba  en  nna  si- 
tuación de  paz  y  relativamente  próspera. 

£1  discurso  que  sigue  tuvo  su  complemento  en  otro  de 
extensas  rectificaciones  y  explicaciones  que  pronuncié  al 
día  siguiente  (1.°  de  Junio)  en  el  Senado,  contestando  á  los 
SreB.  Cánovas  del  Castillo  y  General  Martínez  Campos, 
a  '  ¿orno  en  las  breves  palabras  con  que,  á  poco  (el  4  de  Ju- 
o  i,  procuré  resumir  el  debate  en  lo  que  se  relacionaba  con 
i    particular  punto   de  vista.  Pero  lo  fundamental  y  doc- 


—   4*4   — 

trinal  de  mi  trabajo  de  aquella  fecha  está  en  el  día 
que  va  á  continuación. 

Lo  pronuncié  en  condiciones  por  todo  extremo  da 
rablee.  No  era  yo  el  joven  entusiasta  é  inexperimc 
de  1871;  si  bien  tenia  la  misma  fe  en  mi  causa  é  id 
conciencia  de  mi  deber.  Ahora  éste  aumentaba  con  el 
promiso  contraído,  en  el  curso  de  los  últimos  diecisiete 
coa  los  partidos  autonomistas  de  las  Antillas,  que 
presente  ocasión  no  tenían  más  representante  parlan 
rio  que  yo. 

Pero  en  cambio,  las  demás  circunstancias  eran  quiai 
difíciles  que  en  1871,  por  efecto  de  la  nueva  g 
separatista  de  Cuba,  por  el  retraimiento  de  la  vida  ¡ 
mentaría  del  partido  republicano  de  la  Península,  p 
abstención  de  los  partidos  autonomista  y  reformista  c 
Antillas,  y  en  fin,  por  el  imperio  del  partido  conserv 
que  en  este  periodo  llegó  á  imponerse  en  todo,  á  todoi 
todas  las  maneras  posibles  é  imaginables.  ¡Qué  difer 
del  medio  ambiente  del  gran  periodo  de  la  Revoluei 
Septiembre! 

Pero  no  era  esto  lo  que  principalmente  me  contrai 
Mucho  menos  el  pasar  del  Congreso  al  Senado,  como 
algunos  sospecharían.  Ya  otra  vez  (hacia  1885)  fui  < 
Senador  por  las  Sociedades  Económicas  de  Amigos 
País  de  Cuba  y  Puerto  Rico,  al  propio  tiempo  que  el  d 
to  de  Sabana  Grande  y  la  circunscripción  de  Santa  Cl¡ 
de  las  Villas,  me  nombraban  Diputado.  Por  oonvenii 


r 


—  455   — 


políticas  y  parlamentarias  opté  por  la  Diputación  de  Santa 
dará,  pero  ja  entonces  advertí  no  solo  que  yo  era  parti- 
dario del  régimen  bica moral,  sino  que  creía  (y  continúo 
creyendo)  qne  los  partidos  políticos  propagandistas  (oomo 
los  autonomistas  de  las  Antillas  y  los  republicanos  de  la 
Península),  debían  preocuparse  preferentemente  de  llevar 
su  representación  al  Senado  y  de  hacer  allí  una  oampafta 
insistente,  de  mucho  tacto  y  de  mucho  alcance,  prescindien- 
do del  tono  agrio  de  la  protesta  y  del  efectismo  oratorio  casi 
imprescindible  en  reuniones  de  mil  ó  más  personas,   oomo 

l       las  que  ordinariamente  asisten  á  los  debates  del  Congreso. 

¡  En  el  Senado  se  podía  y  puede,  mejor  que  en  ninguna  otra 
parte,  detallar  los  negocios  y  explicar  razonadamente  con 
aplicaciones  prácticas  á  las  cuestiones  del  momento,  los 

|       programas  políticos,  económicos  y  adminiatrativos.  Y  esto  es 

i  de  monta  en  los  partidos  tachados  de  teóricos  y  aun  de 
ilusos, 

1  Esta  opinión  se  ha  fortificado  con  mi  experiencia  perso- 

nal de  1896.  Porque,  sin  vana  modestia,  puedo  asegurar 

|  que  mis  palabras  tuvieron  eco  en  el  Senado,  apesar  de  lo 
excepcional  de  las  circunstancias  y  de  l»s  prevenciones  pro- 

|       vocadas  por  la  guerra  de  Cuba  y  la  forzada  dispersión  del 

i  partido  autonomista  cubano  á  consecuencia  de  la  política 
~~~  representaba  el  señor  general  Weyler. 

ras  aún.  Creóme  en  la  inexcusable  obligación  de  oonsig- 
aquí  mi  gratitud  á  la  por  todo  extremo  benévola  aoo~> 
a  que  me  dispensó  el  Senado  cuantas  veces  intervine  en 

3© 


r 


iU 


'"■•r- 


—    456    — - 

sus  debatea;  lo  mismo  en  Mayo  y  Junio  de  1 866  que  en  I 
tiembre  de  1897,  cuando  me  creí  en  el  deber  de  delica< 
de  rectificar  públicamente  la  disparatada  especie — di 
gada  en  un  momento  de  positivo  pánico  en  España,  po 
prensa  reaccionaria  de  Madrid — de  que  yo,  por  sorpre 
por  debilidad  t  había  cometido  la  torpeza  de  recomendi 
suscrición  de  nn  periódico  madrileño  casi  separatista, 
soltó,  que  tampoco  el  periódico  babia  sido  procesado 
separatismo  ni  cosa  por  el  estilo.  Pero  lo  dicho,  d 
estaba. 

Tantas  consideraciones  como  he  debido  al  Congreso  di 
Diputados,  durante  veinte  años  de  labor  incesante  en  pr 
mis  opiniones  nunca  compartidas  por  la  mayoría  de  aqt 
Cámara,  otras  tantas  me  dispensó  en  1896  el  Senado,  d< 
la  oposición  á  mis  doctrinas  era  mayor  si  cabe  que  en  iT  ( 
graso.  Ahora  tengo  una  particular  satisfacción  en  proclai 
lo,  al  propio  tiempo  que  elogio  la  prudencia,  la  templan: 
la  exquisita  cortesía  de  aquella  Cámara,  en  cuya  constitu 
hay  algo  que  puede  señalarse  como  modelo  de  institucii 
análogas  de  Europa  y  América. 

£1  verdadero,  el  casi  único  motivo  de  mi  repugnanc 
entrar  en  el  Senado,  á  mediados  de  1896.  consistía  en 
yo  opioaba  que,  en  el  supuesto  de  que  los  autonomistas  i 
llanos  estimaran  oportuno  prescindir  de)  retraimiento 
he  sido  siempre  opuesto  á  él,  lo  miemo  en  Ultramar  qu 
la  Península)  para  enviar  representantes  al  Senado,  i 
debían  ser  elegidos  entre  las  personas  que,    residiendo 


r 


—    457     - 


Coba,  dorante  los  últimos  tiempos,  hubieran  visto  y  co- 
nocido directamente  los  sucesos  que  allí  habían  tenido 
efecto. 

De  tal  suerte,  éstos  podrían  ser  explicados  en  la  Península 
por  sos  principales  testigos  y  actores,  realizando  ana  infor- 
mación punto  menos  que  imposib  e  para  los  que  los  sabía- . 
moa  tan  sólo  por  referencia. 

Es  ocioso  que  yo  razone  esta  opinión,  fondada  principal- 
mente en  la  atención  que  presto  á  cuanto  pasa  en  las  Anti- 
llas, á  pesar  de  lo  cnal  no  me  tengo  por  competente  respecto 
de  muchos  particulares  de  carácter  puramente  local .  Por 
aquel  entonces  corrían  por  Madrid  las  más  extrañas  y  falsas 
noticias,  aun  entre  las  personas  que  ae  daban  por  enteradas 
délas  cosas  antillanas,  y  esto  fortalecía  mi  añeja  creencia  de 
que  es  indispensable  que  respecto  de  la  política  puramente 
insular  (que  era  lo  culminante  de  la  situación  de  1896)  lle- 
ven la  palabra  en  nuestras  Cortes  los  hombres  que  viven 
ordinariamente  en  las  Antillas. 

Tal  opinión  se  harmoniza  con  mi  constante  recomendación 
á  los  antillanos  de  que,  para  las  cosas  que  se  han  de  hacer 
en  la  Península,  cedan  el  primer  puesto  á  los  autonomistas 
que  residan  en  ésta  y  que  por  tanto  deben  conocer  mejor  que 
los  que  aquí  pasan  solo  algunos  meses,  ó  los  que  ven  de  le- 
jos las  cosas ,  el  terreno  sobre  el  cual  se  ha  de  operar %  el 
ladero  valor  de  las  personas,  la  oportunidad  de  las  ges- 
íes,  la  manera  de  mover  los  peones  y  los  medios  de  que 
uede  disponer  para  lograr  el  éxito,  en  un  escenario,  no 


_ 


—    458   — 

bien  preparado  para  el  desarrollo  de  una  política  expao 
colonial* 

Con  tales  ideas,  claro  se  está  que  no  pude  imaginar 
mis  correligionarios  de  Cuba  me  favoreciesen  con  su 
para  las  Cortea  de  1896.  No  he  pedido  nonoa  ese  ' 
por  lo  cual  mi  reconocimiento  á  la  extraordinaria  confi 
de  mis  electores  es  mayor.  Pero  en  1895  yo  había  es 
de  modo  bien  explícito:  de  saerte  que  la  noticia  de  mi  < 
ción  me  sorprendió  grandemente. 

T  ahora  declaro  también  que  una  vez  recibida  esa  i 
oía,  no  vacilé  un  momento  en  aceptar  el  honor  que  me 
pensaron  la  universidad  de  la  Habana  y  el  partido  i 
nomista  cubano,  por  cuyos  votos  entré  en  el  Senado; 
que  entendí  que  era  un  deber  estricto  é  inexcusable.  L 
he  pensado  que  éste  ha  sido  uno  de  los  modestos 
positivos  servicios  que  yo  he  prestado  á  mi  Patria  y  i 
partido. 

En  estas  circunstancias  pronuncié  mi  discurso  del  S 
Mayo  de  1 89G  ,  en  el  cual  me  propuse  tres  cosas.  Prim 
señalar  la  gravedad  interior  é  internacional  de  la  guen 
Cuba:  segunda,  recabar  délos  partidos  gobernantes d 
Península,  declaraciones  explícitas  tanto  respecto  de  lf 
tuación  de  la  grande  Antilla  como  sobre  la  manera  d 
solver  el  doble  problema  allí  planteado  de  la  inmediaü 
cificación  de  la  Isla  y  de  su  porvenir  político  y  social 
ó  menos  próximo:  tercera,  ratificar  los  compromisos 
partido  autonomista  cubano  en  pro  de  la  bandera  espaf 


r 


—  459  — 


precisar  sus  honradas  disposiciones  y  advertir  francamente 
lo  qne  creía  necesario  para  que  la  buena  voluntad  y  los  es- 
fuerzos de  este  partido  surtieran  el  efecto  apetecible  en  la 
obra  difícil  de  la  pronta  y  definitiva  pacificación  de 
Cuba. 

£1  supnesto  de  mi  oración  no  era  solo  el  derecho  de  Es* 
paña  á  conservar  á  Coba,  cual  parte  tan  integrante  de  la 
Nación  como  lo  son  las  montañas  de  Asturias,  los  llanos  de 
Castilla  y  las  playas  de  Andaluoia  y  Cataluña.  Asi  lo  dije- 
ron las  Cortes  de  1812.  To  además  órela  y  creo  que  España 
tiene  el  deber  de  dominar prottto  y  bien  la  insurrección  sepa- 
ratista, por  ley  del  honor,  en  beneficio  de  la  complicada  so- 
ciedad antillana,  por  interés  del  derecho  internacional  con- 
temporáneo y  en  cumplimiento  de  los  transcendentales  y 
prestigiosos  compromisos  de  los  grandes  pueblos  coloniza- 
dores* Y  esta  era  otra  de  las  razones  de  mi  discurso. 

Correspondiendo  al  primero  de  mis  propósitos  antes  se- 
ñalados, otra  vez  sostuve,  como  en  1871,  que  la  cues- 
tión de  Cuba  no  era  uua  mera  cuestión  de  fuerza,  y  que  la 
fuerza  tampoco  ahora  la  concluirla,  como  no  la  oenoluyó 
hace  diecinueve  años.  Porque  asi  no  ha  concluido  ninguna 
guerra  civil,  ni  guerra  alguna  colonial,  ni  cualquiera  otra 
guerra  de  carácter  eminentemente  político. 

iqui  en  España  nos  sobran  los  ejemplos;  las  dos  últimas 
rraa  civiles  provocadas  por  el  carlismo,  la  de  Portugal, 

le  los  Países  Bajos,  la  del  Sur  de  América,  la  de  Santo  Do- 
go. Para  Inglaterra  fué  decisiva  la  guerra  oontra  las  tre- 


—   460   — 

ce  colonias  que  luego  constituyeron  la  República  de  los  Ea\ 
do»  Unidos  de  América.  Buena  prueba  lo  que  Inglaterra  h 
en  Nueva  Brunewich  en  1789,yen  el  Canadá  en  1791  y  18- 

Mi  tema  en  el  Senado  era  que  se  hacia  preciso  mover 
país  cubano  contra  la  insurrección  separatista,  combatí* 
por  aquel  entonces,  solo  por  el  Gobierno  de  la  Metrópoli, 
demento  oücial  de  Cuba  y  el  partido  conservador  de  aque 
¡ola.  No  bastaba  esto.  Y  para  mover  al  país  cubano  (pi 
hacer  la  contrarrevolución)  era  indispensable  una  política 
expansión  y  confianza  y  la  afirmación  de  la  Autonomía 
Ion  i  al,  por  cuanto  esta  significa  aquella  confianza,  con  i 
la  consagración  de  las  energías  insulares  y  la  fe  y  los  r, 
juicios  en  un  porvenir  tranquilo  y  esplendoroso,  fuera  tol 
mente  de  las  reservas  de  casi  todos  nuestros  políticos  | 
bern  a  mentales. 

Para  realizar  todo  eso  se  hada  necesario  levan  tai 
desautorizado  y  perseguido  partido  autonomista  cubaí 
objeto  preferente  de  los  denuestos  del  separatismo  y  vícti 
de  las  sospechas  de  las  autoridades  cubanas,  asi  como  de 
ataques  de  los  conservadores  de  la  grande  A n tilla,  sin  < 
tantos  obstáculos  y  provocaciones  hubieran  conseguido 
bilitar  la  protesta  que  aquel  partido  venia  haciendo,  en  i 
dio  de  la  guerra  y  ante  la  ruina  probable  de  Cuba,  de  bu 
ble  afirmación  de  la  virtualidad  de  las  energías  antilla 
y  de  la  soberanía  de  España. 

Otro  de  mis  propósitos  era  obligar  á  los  partidos 
bemantei  á  concretar  su  solución  colonial.  Tenían  mu< 


r 


—   461    — 

importancia  las  frases  que  aparecían  en  el  Mensaje  de  la 
Corona  á  las  Cortes,  cuyas  sesiones  se  inauguraron  en  11  de 
Mayo  de  1896.  Helas  aquí: 

«La  mayor  asimilación  á  la  Península  que  echan  algunos  de  menoa 
ea  la  legislación  antillana,  nunca  ha  encontrado  en  el  Gobierno  espa- 
ñol dificultades  grandes,  y  el  aplazarla,  mucho  mis  q ti 3  de  él  ha  depea 
dido  del  despego  injusto  de  no  pocos  elementos  del  país  á  la  asimila- 
ción, y  su  marcada  indiferencia  hacía  las  leyes  especiales.  Fácilmente 
será,  pues,  admitida  la  asimilación,  en  cuanto  sea  posible,  aunque  n&  i 
«solvería  esto  de  por  sí  en  el  estado  en  qne  por  necesidad  dejará  la 
isla  la  insurrección  después  que  tenga  fia.   Cuando  tal  caso  llegue, 
preciso  ha  de  ser,  para  que  la  paz  se  consolide  en  ellas,   el  dotar    k 
entrambas  Antillas  de  una  personalidad  administrativa  y  esonórai   . 
de  carácter  exclusivamente  local,  pero  qne  haga  expedita  la  interv 
•eión  total  del  país  en  sus  negocios  peculiares,  bien  que  manteniendo 
intactos  los  derechos  de  la  soberanía,  é  intactas  las  condiciones  india 
pensables  para  su  subsistencia.  A  todo  esto  encaminará  el  Gobierno 
sus  pasos,  si  tal  política  merece  la  aprobición  de  las  Cortes. 

En  estos  párrafos  resalta  la  indicación  del  self  goverment 
-colonial,  pero  en  términos  saniamente  vagos.  La  indicación 
no  era  extraña  presidiendo  el  Gobierno  el  Sr.  Cánovas  del 
Castillo,  qne  ya  en  la  sesión  del  Congreso  de  24  de  Junio  de 
1S84,  discutiendo  conmigo,  habla  reconocido  la  bondad  te' 
rica  de  la  doctrina  autonomista  (1).  Pero  era  preoiso  qne 
"1  Gobierno  concretase  su  propósito,  y  lo  procuré/  aun  dan  - 
orne  cuenta  de  que  la  aludida  vaguedad  era  estudiada. 


(l)    Véase  La  República  y  Jos  libertades  dé  UWremor.— Par.  XIII. 


« 


—   462   — 


El  Sr.  Cánovas  del  Castillo  quería,  de  un  lado,  satisf* 
la  recomendación  de  los  Gobiernos  extranjeros  y  de  todi 
prensa  del  mundo  culto  en  favor  de  un  nuevo  régimen  p 
nuestras  Antillas;  y  de  otra  parte,  preparar  al  partido  o 
ser v ador  y  á  la  excitada  opinión  pública  de  la  Penínst 
para  un  cambio  profundo  en  el  sistema  colonial  enton 
vigente,  y  sobre  todo  en  el  modo  de  tratar  la  guerra 
Cuba,  si  dentro  de  breve  plaso  resultaba  ineficaz  el  méú 
de  la  guerra  con  la  guerra,  proclamado  al  enviar  á  la  gr 
de  AntiUa  al  señor  general  Weyler. 

Que  no  me  equivoqué,  lo  demuestran  las  evasivas  del 
fíor  Cánovas  del  Castillo  al  oontestarme  en  la  sesión  de 
de  Junio,  asi  como  los  discursos  pronunciados  por  el  pro 
señor  en  el  Congreso,  á  mediados  del  mismo  mes  de  Ja 
de  1896,  y  el  Preámbulo  del  Real  decreto  sobre  Refbr 
Colonial  en  las  Antillas,  de  29  de  Abril  de  1897. 

Pero  aún  más  que  esto  me  interesaba  estreohar  al  pai 
do  liberal  para  que  formulase  claramente  sus  solución* 
Habíase  reservado  este  partido  de  un  modo  lamenta! 
Encerrábase  en  pedir,  con  bastantes  reservas,  la  aplicad 
de  la  ley  de  reforma  votada  en  1895  para  Cuba  y  Pu 
to  Juco  y  en  proclamar  la  necesidad  de  unir  á  la  acó 
de  las  armas  la  acción  política,  para  terminar  la  guc 
cubana.  Pero  no  había  medio  de  que  precisara  en  qué  o 
sietía  esa  acción  política,  y  era  incontestable  (como  pena 
j  habla  dicho  el  Sr.  Cánovas),  que  la  reforma  de  1895 
pecaba  de  insuficiente. 


r 


—   463   — 


Yo  lo  puedo  decir  con  tanto  mayor  motivo  cuanto  que,  á 
pestr  de  no  haber  sido  nunca  un  verdadero  entusiasta  de 
ceta  reforma  (que  sostuve,  salvando  mi  voto  en  el  seno  de  la 
Minoría  parlamentaria  autonomista  de  aquella  fecha),  rece- 
sosco  que  ai  hubiera  sido  aplicada  enseguida  oon  lealtad, 
y  sobre  todo,  si  se  hubiera  aplicado  á  poco  de  presentarse 
el  proyecto  primitivo  en  el  Congreso,  6  sea  á  mediados 
de  18V3,  no  habría  sobrevenido  la  actual  guerra  de  Ouba, 
6  ésta  habría  tenido  poquísima  importanoia.  A  mediados  de 
1896,  la  ley  de  1895  carecía  de  valor  y  mucho  más  de  efi- 
cacia. 

Pero  desde  el  punto  y  hora  en  que  el  partido  conserva- 
dor tomaba  )a  orientación  autonomista,  la  lógica  de  la  po- 
lítica llevaba  al  partido  liberal  á  afirmaciones  resueltas  ya 
foera  del  antiguo  oompromiso  monárquioo  que  había  rocha- 
ndo siempre  las  soluciones  radicales,  patrocinadas  exclusi- 
vamente y  mediante  una  labor  incesante,  por  los  elementos 
republicanos  de  un  carácter  eminentemente  critico  y  propa- 
gandista. Parecíame  imposible  que  obligado  á  contestar  en 
estos  momentos,  el  partido  liberal  quedase  detrás  del  con- 
cordador, Y  no  se  me  ocultó  que  el  problema  consistía  en 
hacer  hablar  á  aquel  partido:  es  decir,  en  no  consentirle  la 
posición  espectante  ni  las  fórmulas  del  orítioo. 

Esta  convicción  mía  se  fortificó  después  de  oir  al  Sr.  don 
]  Bullón,  que  en  el  Senado  llevó  la  vos  del  partido  libe- 
i  en  los  debates  del  Mensaje;  y  sobre  todo,  luego  que  ad- 
<    ri  valiosos  informes  respecto  de  las  diferencias  intestinas 


n 


—   464   — 

qae  sobre  este  particular  trabajaban   al   partido  d 
por  el  Sr,  Sagasta. 

De  aquí  mi  insistencia  en  las  excitaciones  qne  dirij 
liberales.  Molestáronse  un  poco  éstos  y  algunos  se  ei 
ron  mucho  de  mi  actitud»  supuesto  que  yo  he  sido  g 
mente  de  los  republicanos  más  propicios  al  partido  1 
Continúo  siéndolo,  y  después  de  los  decretos  de  25  é 
viembre  de  1897,  con  mayor  motivo. 

No  lie  dieron  cuenta  aquellos  liberales  de  que  mi 
ttioso  requerimiento  iba  acompañado  del  aplauso  que 
cian  las  reformas  que  ellos  hablan  hecho  y  dé  la  profe 
que  nadie,  dentro  de  la  situación  monárquica,  esti 
análogas  condiciones -para  resolver  bien  la  cuestión  o 
y  para  dar  un  vigoroso  paso  en  el  camino  de  la  Auto 
único  recurso  salvador  de  la  crisis  presente.  Ni  eeti 
qae  el  momento  no  consentía  vaguedades  sobre  esta  ci 
capital  de  la  politio»  española  y  que  mi  excitación  le 
porcion&ba  uña  oportunidad  admirable  para  tomi 
posición  firme  y  brillante  frente  á  las  vacilaciones  y  1 
casos  de  los  conservadores;  fracaso  punto  menos  que  i 
cidos  por  el  8r.  Cánovas  del  Castillo.  Ni,  en  fin,  convi 
en  que  la  actitud  y  el  juego  de  los  partidos  en  la  vida 
ca  contemporánea,  de  ningún  modo  puede  depender 
gustos  y  la  comodidad  de  cada  uno  de  ellos,  sino  de  1 
genciag  de  la  opinión  pública  y  de  la  ley  de  armonía 
factores  de  esa  misma  vida.  Por  esto  era  absoluta 
imposible  que,  en  1896,  el  partido  liberal  se  redujese 


r 


—   465   — 


snrar  la  obife  y  á  esperar  la  caída  de  sas  adversarios,  como 
a  al  pais  no  le  interesara  saber,  con  tiempo,  la  fórmala  polí- 
tica de  las  oposiciones,  destinada  racionalmente  á  ser  ana 
realidad  en  la  práctica  del  gobierno,  tan  pronto  como  deja- 
ra el  poder  el  8r.  Cánovas  del  Castillo. 

Llevé  mi  escrupulosidad  hasta  el  ponto  de  prescindir  en 
absoluto  de  la  fórmala  de  los  republicanos,  los  cuales,  como 
«8  toen  sabido,  eran  hasta  entonces  los  unióos  defensores  de 
la  Autonomía  colonial;  como  que  la  habían  votado  en  las 
Cortes  de  1886,  y  la  hablan  propuesto  categóricamente  en 
las  Cortas  de  1891  (1).  Ya  cuidé  de  advertir  en  mi  discurso 
qneyo  no  hablaba  más  que  como  representante  de  los  autono- 
mistas  cubanos,  pues  que  la  Unión  republicana  de  la  Penín- 
sula, de  cuyo  Directorio  formaba  yo  parte,  y  coa  cuya 
autorización  entré  en  el  Senado,  mantenía  el  retraimiento, 
de  suerte  que  nadie  podía  tomar  su  nombre  en  nn  debate 
parlamentario. 

He  atuve,  pues,  i  las  soluciones  de  los  gubernamentales 
del  momento,  pero  reclamé  que  se  precisase  la  solución. 

No  fui  afortunado.  £1  exministro  liberal  Sr.  Gallón,  que 
después  de  conferenciar  con  el  Sr.  Sagasta,  pidió  la  pala- 
bra para  contestarme,  al  cabo  no  usó  de  ella.  T  luego  al 
discutirse  la  contestación  al  Mensaje  en  el  Congreso,  ningu- 

de  los  oradores  que  tomaron  parte  en  el  debate  se  refirió 


}    Véase  La  Autonomía  colonial  •*»  Btpaña,  y  La  República  y  las  H- 
éstéc  ZHfromar,  pir.   XII. 


n 


—   466   — 

á  los  términos  de  mi  requerimiento.  De  estar  yQ  en  la  Cáma- 
ra popular,  seguramente  no  habrían  concluido  los  debates 
del  modo  que  allí  terminaron/ porque  no  se  pudo  saber  en* 
ranees  ni  lo  que  el  partido  liberal  haría  si  alcanzaba  inme- 
diatamente el  poder,  ni  siquiera  su  opinión  sobre  la  formula 
autonomista  señalada  por  el  Sr.  Cánovas.  No  se  moe- 
tro  más  expresiva  la  prensa  liberal  de  toda  España. 

Pasaron  las  cosas  de  tal  suerte,  que  el  Sr.  Cánovas  re- 
sultó en  aquellos  debates  más  cerca  de  mí  y  más  expansivo 
que  los  liberales;  porque  el  jefe  del  Gobierno  conservador, 
que  excusó  sus  contestaciones  á  mis  preguntas  en  el  Senado, 
me  las  dio  bastante  satisfactorias  en  el  Congreso,  donde  jo 
no  las  podía  recoger  ni  cementar  (1). 

Pero  si  el  Sr.  Sagasta  como  jefe  del  partido  liberal  hubie- 
ra hecho  entonóos  siquiera  las  deficientes  manifestaciones 
sobre  política  colonial  de  Junio  de  1897,  ¡cuan  otros  ka- 
brian  sido  los  decretos  del  Sr.  Cánovas  del  Castillo  de 
Abril  del  propio  año  y  cuan  otra  la  situación  presente  de 
España  y  Cuba!— No  es  para  desdeñado  el  hecho  de  que  por 
inspiraciones  del  Gobierno  se  publicase  en  los  periódicos 
extranjeros  el  dato  de  que,  según  mi  opinión,  expuesta  en  el 
Senado,  quisa  de  la  actitud  del  partido  liberal,  principal- 
mente defendía  la  solución  del  conflicto  cubano  (2). 

(1)  Véaee  en  el  Apéndice  lo  que  escribí  sobre  astea  particulares  al 
señor  director  do  La  C*rrup*nimel*  d§  BtpmAa. 

(2)  Véase  en  el  Apéndice  mi  discurso  parlamentario  del  4  do  Janio 
de  lees. 


—   467    — 

Repito  que  no  fui  afortunado  en  el  efecto  de  mis  reque- 
rimientos. Terminaron  los  debates  parlamentarios  de  1S95, 
y  como  yo  carecía  de  nn  periódico  propio  para  hacer  la 
campaña  activa  y  precisa  que  era  indispensable,  la  solu- 
ción autonomista  quedó  relegada  al  circulo  de  las  criticas  y 
de  ke  aspiraciones.  Una  ves  más  deploré  la  constante  falta 
de  medies  de  la  campaña  autonomista  en  la  Península.  Es  di« 
flcil  comprender  cómo  los  partidos  autonomistas  antillanos 
Un  podido  moverse  en  la  Metrópoli  sin  un  circulo  de  de- 
votos muy  acentuados,  siquiera  por  su  procedencia  colonial , 
y  sin  un  periódico  órgano  oficial  de  sus  doctrinas  y  de  sus 
determinaciones.  Por  esto  se  demostró  exoepcionalmente  la 
virtualidad  de  las  ideas  autonomistas:  y  casi  asombra  el 
éxito  que  en  la  opinión  pública  peninsular  obtuvieron  teo- 
rías al  parecer  tan  nuevas,  servidas  por  una  propaganda 
tan  falta  de  recursos  en  este  escenario  político.  Pueden  dis- 
cutirlo solo  los  que  de  estos  asuntos  hablan  de  oídas  t  y  so- 
bre todo,  después  de  la  victoria. 

Pero  las  Cortes  suspendieron  sus  sesiones.  La  vida  par- 
lamentaria y  aun  la  vida  política  de  todo  el  país  desmaya- 
ron al  punto  de  poderse  sospechar  que  en  España  no  que- 
daba  más  fuerza  que  la  del  Gobierno.  La  arbitrariedad  y 
*1  abatimiento  se  generalizaron  hasta  lo  inverosímil.  Triun- 
fó en  absoluto,  allá  en  Cuba,  la  teoría  de  «á  la  guerra  con  la 
raí.  Se  produjo  la  insurrección  de  Filipinas;   hablóse 
na  invasión  filibustera  en  Puerto  Rico;  sobrevinieron 
.tentad < .-  anarquistas  de  Barcelona  y  la  monscruosa 


m 


—    468    — 

aplicación  de  las  draconianias  leyes  de  1895  contra  el 
anarquismo  en  Catalana.  El  pánico— un  verdadero  pánico 
— llegó  á  apoderarse  de  la  sociedad  española,  que  en  el  Otoño 
efe  1896  ofreció  circunstancias  y  disposiciones  que  yo  no  he 
conocido  antes  y  que  hago  fervientes  votos  por  que  no  a» 
repitan. 
.  Corrió  el  tiempo,  y  como  otras  veces,  éste  se  encargó  de 
demostrar  la  razón  de  mis  anuncios,  consejos  y  predicado 
nes.  Ahora  se  acaban  de  publicar  en  Madrid,  por  el  Go- 
bierno, algunas  cifras  elocuentísimas.  En  J.°de  Enero  de 
1897,  el  Tesoro  de  la  Península  había  gastado  en  Cuba(l) 
para  las  atenciones  de  la  guerra,  más  de  108  millones  de 
pesos.  176  mil  hom br es  dieciplinados,  verdaderamente  he 
róicos,  que  salieron  de  la  Península  desde  1.°  de  Marzo  del 
95  á   l.9  de  Diciembre  de  1896,  sufrían  todos  los  horro- 


(1)     He  ahí  el  resumen  completo: 

CUENTAS    DE  LA  GUERRA 

Pagos  hethos  por  atenciones  dé  la  guerra  eU  Cuba. 

Desde  4  de  Marzo  de  1895  á  80  de  Junio  de  1996,  según  cuenta  pu- 
blicada, 63.802.802*140  pesos. 

Dtsde  1.a  de  Julio  de  1896  á  81  de  Diciembre  de  1896,  ídem  idea, 
44.999. 736'518. 

Desde  1.a  de  Enero  á  30  de  Junio  de  1897,  ídem  id.,  43. SIS.  191*31». 

Desde  1.°  de  Julio  á  31  de  Diciembre  de  189*3,  según  cuenta  no  publi- 
cada, 10. 292. 899 '020. 

Total  pesos,  222.407. 688*891. 

Equivalentes  &  1.112.088.444*485  pesetas. 


\ 


r 


—    469 


res  de  la  famosa  guerra  de  Haití,  de  comienzos  de  eato 
siglo. — El  hambre,  la  viruela  y  la  fiebre  palúdica  hacia 
espantosos  extragos  entre  los  leales  y  los  insurrectos.  Los 
campos  de  la  Península  se  quedaban  sin  brazos  jóvenes: 
los  campos  y  las  pequeñas  poblaciones  de  Cuba  eran  arra- 
sados. Comenzó  entonces  allí  el  terrible  éxodo  de  los  re- 
concentrados. Tomaron  desarrollo  las  deportaciones,  por 
medida  precautoria  y  mera  disposición  gubernativa,  á  los 
presidios  de  África  y  á  Fernando  Póo.  Todavía  no  se 
puede  estimar  la  baja  sufrida  por  la  población  de  Cuba, 
en  estos  años  de  guerra,  pero  hay  quien  la  cifra  en  cer- 
ca de  250.000  almas.  Según  datos  del  Ministerio  déla 
Guerra,  el  número  de  jefes,  oficiales  y  soldados  de  toda 
clase,  muertos  ó  desaparecidos  en  Cuba  desde  el  princi- 
pio de  la  campaña,  hasta  fines  de  1896,  subía  á  16.063. 
£1  délos  insurrectos  á  12.076  con  3.468  heridos,  y  86* 
prisioneros  y  2.198  presentados,  también  espanta.  Y  á 
última  hora  surgió  un  conflicto  internacional  con  los  Esta- 
dos Unidos,  agravado  por  la  actitud  reservada  de  los  go~ 
bienios  de  Europa. 

Los  hechos  impusieron  al  fin  lo  que  debieran  haber  deter  • 
minado  las  palabras  y  la  reflexión  un  año  antes.  Tal  fué  la 
canea  del  decreto  refrendado  por  el  Sr.  Cánovas  del 
Castillo  en  29  de  Abril  de  1897,  y  de  las  declaraciones  he- 
<  sobre  este  decreto,  en  Junio,  primero  por  el  Sr.  Sa- 
{  ,  y  después  por  todos  los  notables  del  partido  liberaL 
es  del  momento  exponer  mi  criterio  respecto  de  estos 


—   470   - 

particulares.  A  su  tiempo  lo  hice  con  la  brevedad  que  el 
caso  exigía.  El  Sr.  Cánovas  del  Castillo  me  favoreció,  ha- 
ciéndome conocer  sus  proyectos  antes  de  darles  la  última 
mano;  por  entonces  me  abstuve  de  decir  nada  sobre  este 
punto,  porque  soy  de  los  que  creen  que  en  politáoa  se  debe 
hablar  mucho  cuando  se  trata  de  propagar  y  muy  poco 
cuando  se  trata  de  realizar. 

Mas  ahora  debo  decir  que  encontré  al  Sr.  Cánovas  dis- 
puesto á  hacer  en  sentido  autonomista  mucho  más  de  lo 
consignado  en  el  decreto  de  Abril.  Bespeoto  de  las  deolara- 
«iones  del  Sr.  Sagasta,  debo  recordar  que  me  produjeron 
una  verdadera  decepción.  No  lo  oculté,  y  no  seria  absoluta- 
mente imposible  que  mi  respetuosa  critica  influyera  un  tanto 
en  las  explicaciones  algo  más  satisfactorias,  que  aquel  dis- 
tinguido hombre  públioo  biso  á  poco  á  algunos  reporttrs  ma- 
drileños. También  es  posible  que  yo  exagere  la  importancia 
de  mis  observaciones,  (i) 

Pero  la  idea  hacía  su  camino,  per  su  propia  virtualidad  y 
por  el  creciente  y  estruendoso  fracaso  de  sus  adversarios. 
Estos  fueron  los  determinantes  de  la  hermosa  oración  que 
pronunció  el  Sr.  Moret  en  medio  de  grandes  aplausos  que 
hacen  honor  á  los  liberales  aragoneses,  en  el  nuéting  oele- 
brado  en  Zaragoza  en  la  primavera  de  1897. 

Algunos  meses  antes,  en  Octubre  de  1896,  el  propio  se- 
ñor AJoret  había  pronunciado,  en  el  mismo  Zaragoaa,  otro 


( 1)    Véase  el  Apéadice . 


Y 


—  471    — 

di acurs q  acentuando  la  actitud  de  los  liebrales  en  la  cues- 
tión de  Ultramar;  viril  discurso  que  le  valió  no  flojas  críti- 
ca b  de  baetj*  parte  de  aus  correligionarios  y  que  casi  le  dejó 
solo  con  sus  Íntimos.  Mas,  al  fío9  esta  tendencia  expansiva 
triunfó.  EL  Sr.  Sa gasta  ratificó  las  declaraciones  autono- 
mistas del  Sr.  Moret  y  estas  fueron  el  programa  del 
Gobierno  cuando  en  el  otoño  de  1S97  ocupó  el  poder  el 
partido  liberal.  Aellas  responden  los  decretos  autonomis- 
tas de  25  de  Noviembre  de  1897,  los  cuales  hay  que  expli- 
car teniendo  á  la  vi  ata  la  a  instrucciones  que  el  ministro  de 
Ultramar  (Sr,  Moret),  dio  luego  á  los  gobernadores  gene- 
ralee  de  Cuba  y  Puerto  Bico,  para  la  aplicación  de  los  ta- 
les decretos  (1), 

Tampoco  viene  á  cuento  consignar  aquí  mi  opinión  sobre 
loa  decretos  de  Noviembre  último*  Ya  lo  haré  en  la  debida 
oportunidad,  porque  eso  te  ha  de  discutir  bastante  en  las 
próximas  Cortes  y  en  otros  sitios  públicos,  dentro  de  no 
lejano  plazo;  aunque  yo  creo  que  por  este  lado  no  está  el 
mayor  peligro  de  la  situación. — Siempre  costará  mucho  tra- 
bajo reducir  á  muohas  gentes  de  la  Península  á  que  no  vean 
en  las  Colonias  meras  dependencias,  y  por  tanto,  á  que  todo 
cuanto  en  ellas  se  proclame  ó  haga,  pase  del  carácter  de 
meras  concesiones.  Tampoco  será  fácil  hacer  comprender 
x  ~tras  gentes  de  Cuba  que  la  cuestión  colonial  no  es 
.  mera  cuestión  cutana,  y  que,  por  tanto,  para  su  reso- 


Véaa«  el  Apéndice. 

3l 


r 


T 


—   472  — 

lucían  hay  que  cootar  con  bastantes  mas  datos  que  lo» 
locales.  Pero  de  todas  entortes,  los  decretos  de*  Noviembre, 
aun  reconociéndolos  bastante  incompletos  hasta  que  las 
próximas  Cortes  resuelvan  varios  graves  problemas  en  aque- 
llos entrañados,  son  de  nna  positiva  y  excepcional  impor- 
tancia y  merecen  nn  caluroso  aplauso. 

No  se  lo  excusé  lo  más  mínimo,  aun  siendo  muy  delicada 
mi  posición  política  (1).  Sobre  este  particular  ahora  ratifico 
lo  que  por  aquel  entonces  dige  á  tode  el  que  me  quiso  oir:  lo 
mismo  á  republicanos  que  á  monárquicos,  á  antillanos  que 
á  peninsulares.  Con  efecto,  desde  el  primer  momento  yo 
sostuve:  1.°  que  era  preciso  apoyar  el  ensayo  autonomista 
intentado  por  el  Gobierno  liberal,  aun  cuando  los  liberales 
y  en  general  todos  los  monárquicos  españoles  hubieran 
sido  hasta  el  momento  presente  adversarios  de  la  Autono» 
mía;  %*,  qoe  ese  ensayo  debía  ser  sincero,  y  que  por  tanto  el 
planteamiento  del  nuevo  régimen  debía  confiarse  á  los 
autonomistas  antillanos;  3.°,  que  la  autonomía  se  plan* 
teaba  ahora  en  Cuba  en  condiciones  muy  desventajosas, 
porque  no  era  ya  sólo  una  solución  de  gobierno,  sino  un 
modo  de  concluir  la  guerra  separatista  y  un  medio  de  r* 
construir  un  país  devastado  y  dominado  por  toda  das» 
de  pasiones;  4.°,  que  no  podía  entenderse  que  la  solución 
autonomista   había  triunfado,  ni  aun  esperarse  unaocm- 


(1)    Véase  el  resumen   de  mié  dúcurso»  en  los  meetings  ¿t  _ 
Reiiiofin,  Vitoria,  San  Sebastián  y  Gijón,  en  el  otoño  de  1897. 


A 


—   473   — 

pltta  eficacia  de  so  proclamación,  por  el  mero  hecho  de 
aparecer  loa  decretos  autonomista*  en  la  Qacéta  dé  Madrid 
y  aun  de  ocupar  autonomistas  loa  ministerios  coloniales, 
J  i.°,  que  á  mí  personal  mente,  por  mis  compromisos  re]* 
publícanos,  por  mi  numera  de  entender  la  cuestión  colonial 
como  un  problema  general  político,  por  mi  residencia  habi- 
tual en  la  Metrópoli  y  aan  por  mi  posición  fuera  de  las 
intransigencias  locales,  no  me  correspondía  puesto  alguno 
oficial  en  la  nueva  situación  política,  lo  cual  ¿o  obstaba  i 
mi  resolución  de  prestar  todo  mi  apoyo  á  la  actual  empre- 
sa reformista  al  Gobierno  liberal  de  la  Metrópoli  y  á  loa 
Gobiernos  coloniales  de  Cuba/y  Puerto  Rico. 

Después  de  esto,  me  puse  á  disposición  del  Gobierno  de 
Madrid  y  trabajé  activamente  para  'que  mis  amigos  de  las 
Colonias  secundaran  con  toa  a  resolución  les  decretos  auto* 
nomietas. 

No  era  esta  floja  empresa.  Anuncio  que  tendrá  bastante 
interés  lo  que  en  su  día  yo  publique  sobre  lo  que  ha  pasado 
en  Madrid,  en  las  Antillas  y  en  el  extranjero,  desde  Octu- 
bre hasta  el  momento  do  instaurarse  el  nuevo  régimen  en 
Puerto  Rico    ¡Cuántas  lecciones  para  un  hombre  político ( 
i  Y  qué  ignorancia  de  la  realidad  de  las  cosas  y  de  lo  que 
positivamente  ha  sucedido  en  todo  ese  laboriosísimo  período, 
la  de  casi  todos,  si  no  todos,  cuantos  en  papeles  y  reuniones 
licas  han  hablado  sobre  este  asunto! 
Je  mi  sé  decir  que  no  he  descansado  un  momento,  y  que 
principales  esfuerzos  se  han  dedicado:  1.°,  á  que  la  base 


—   474   — 

política  del  nuevo  régimen  antillano  fuera  el  sufragis  uni- 
versal; 2.°,  á  que  en  la  instauración  de  eae  régimen  no  fe 
quebrantase  la  doctrina  autonómica,  ya  oreándose  un  nuevo 
partido  autonomista  anUs  de  esa  instauración  y  para  este  so- 
lo efecto,  en  detrimento  del  viejo  partido  de  aquel  nombre, ya 
designándose  aquí,  por  el  Gobierno  déla  Metrópoli,  los  mi- 
nistros de  los  Gobiernos  coloniales,  y  3.°,  á  que  la  dirección 
de  la  empresa  en  los  primeros  momentos,  allá  en  las  Anti- 
llas, se  confíase  preferentemente  á  los  autonomistas  de  la  vis- 
pera:  es  decir,  á  los  que  ban  perseverado  en  estos  últimos  tiem- 
pos. Creo  que  oon  lo  sucedido  me  puedo  dar  por  satisfecho. 

Pero  todo  esto  y  señaladamente  los  decretos  de  >  oviem- 
bre  último,  me  interesan  ahora  desde  otro  punto  de  vista* 
Por  lo  pronto  los  cito  y  refiero  á  mi  discurso  de  30  Mayo 
de  1 896,  para  otros  efectos. 

La  relación  de  mi  discurso  de  30  de  Mayo  de  1S96,  eon 
lo*  decretos  de  25  de  Noviembre  de  1897  y  aun  oon  el  de  29 
de  Abril  del  propio  año  (que  sin  duda  señaló  el  camino 
después  tomado  por  el  partido  liberal  de  la  Península),  tie- 
ne una  positiva  importancia  por  la  lección  que  ofrece  á  los 
estadistas  de  altura  y  á  los  hombres  políticos  formales,  res- 
pecto de  la  perfecta  inconveniencia  de  oponer  radicales  ne- 
gativas á  la  propaganda  y  recomendación  de  soluciones  po- 
líticas, que,  prescindiendo  de  su  mérito  intrínseco,  tienen  de 
au  lado  el  apoyo  de  la  experiencia  afortunada  de  otros  pue- 
bloi,  y  parecen  puestas  en  la  corriente  más  poderosa  de  las 
ideas  y  los  intereses  contemporáneos. 


r\ 


—    475    — 

Ea  difícil  señalar  en  los  últimos  tiempos  mayor  intran- 
sigencia que  la  demostrada  por  la  casi  totalidad  de  nnea  - 
tros  gubernamentales  ante  la  recomendación  autonomista. 
El  propio  Sr.  Cánovas  del  C autillo,  que  más  de  una  ves  en- 
trevio la  bondad  de  ésta  en  el  terreno  puramente  doctrinal, 
bien  por  lamentable  contradicción  de  su  espíritu  ó  por  sus 
prejuicios  conservadores,  ó  por  la  necesidad  de  obtemperar 
á  lis  exigencias  y  los  compromisos  de  sus  correligionarios, 
un  rica  se  resolvió  á  apartarse  de  exclusivismos  práctico**, 
que  llevó  en  ocasiones  ¿  ana  exageración  apenas  concebible. 

De  ningún  modo  digo  esto  para  formular  censuras.  Coa 
repetición  be  manifestado  que  no  creo  que  es  la  hora  da 
concretar  y  depurar  responsabilidades,  Pero  me  interesa 
macho  consignar  el  hecho,  porque  la  lección  es  de  lo  más) 
vigoroso  qne  yo  conozco  en  la  historia,  pues  que  el  cambio 
radical  de  política  colonial  operado  por  mis  adversarios  de 
mochos  a  Eos,  ha  sido  cosa  de  muy  pocos  meses;  y  para  sa- 
lir adelante  con  su  empeño,  los  nuevos  gobernantes  han  te- 
nido  que  proclamar  la  absoluta  necesidad  de  confiarse  á  loa 
autonomistas  de  antaño:  esto  es,  á  los  sospechosos  de  toda 
la  vida,  á  los  señalados  constantemente  como  incompatibles 
con  el  orden,  el  prestigio  y  el  porvenir  de  la  Patria. 

Esa  intransigencia  no  ha  debido  tenerse  nunca.  El  mun- 
do entero  marchaba  por  distinto  camino.  Solo  la  ignorancia 

lia  propalar  la  especie  de  qne  la  reforma  autonomista  bri- 

ioa  se  habla  hecho  concretamente  para  procurar  la  eman- 
ación de  las  colonias  inglesas.  Y  solo  para  los  ignorantes 


1 


—   476    — 

debía  ser  un  secreto  que  el  sistema  opuesto  era  el  que  pri- 
vaba en  las  colonias  emancipadas  de  esa  misma  Inglaterra, 
de  Francia,  de  Portugal  \y  de  España,  cuando  se  realizó 
su  emancipación...  Pero  hay  alga  £eor  quizas  que  la  igno- 
rancia, y  es  el  prejuicio.  Y  en  España  desgraciadamente  se 
aceptó  como  cosa  corriente  que  el  Ministerio  de  Ultramar  era 
nn  ministerio  de  entrada,  asequible  á  políticos  faltos  de  to- 
da preparación  en  materia  colonial  y  corriendo  como  indis- 
entibie  la  especie  de  que  no  habla  más  que  una  política  ver- 
daderamente nacional  y  segura,  que  consistía. . .  en  hacer 
lo  nismo  que  al  parecer  se  habla  hecho  antes. 

Por  esto  y  por  otras  concausas  se  ha  podido  imponer .  la 
solución  autonomista  como  una  solución  de  sorpresa  y  á  ella 
st  atribuyen  compromisos  y  medios  que  en  puridad  de  ?er- 
dad  no  tiene.  Muchos  hombres  de  entendimiento,  de  cul- 
tura, de  excelente  voluntad,  pero  tímidos,  no  se  han  atrevido 
en  estos  últimos  veinte  años,  &  desarrollar  sus  estudios  en  la 
orientación  autonomista,  señalada  aquí  por  los  débiles,  loe 
distraídos',  los  ignorantes  y.  los  maliciosos  como  atentatoria 
al  honor  y  á  la  integridad  de  la  Patria.  Otras  buenas  persof 
ñas  no  han  osado  hacer  públicas  sus  opiniones.  El  país,  la 
opinión'  nacional  no  se  ha  preparado  como  debía.  u 

Y  ahora  los  directores  de  la  nueva  política  parecen  fal- 
tos de  cierta  autoridad  para  realizar  la  empresa,  para  des- 
armar prevenciones,  para  levantar  esperanzas.  Lo  debo  re- 
conocer con  la  misma  franqueza  con  que  he  declarado  que 
el  Gobierno  del  Sr.  Bagasta  ha  sido  y  es,  hasta  el  presente,  y 


[ 


—  477   — 

en  este  particular,  un  modelo  de  sinceridad.  Mas  para  dea* 
oonocer  lo  que  antes  he  indicado  seria  preciso  no  leer  nn 
periódico  extranjero  e  ignorar  lo  que  pasa  en  el  interior  de 
Ouba,  en  el  campo  de  los  insurrectos  y  en  el  circulo  de  sus 
simpatizador^  del  Continente  americano  y  aun  de  Eu- 
ropa. 

Se  triunfará  al  cabo:  mucho  lo  deseo  y  hago  todo  lo  posi- 
ble para  que  esto  suceda.  Pero  la  dificultad  es  evidente,  y 
ahora  hablo  de  ella  con  dos  motivos,  que  vienen  á  ser  dos 
fines.  El  primero,  para  que  no  se  exagere  la  responsable  - 
dad  de  la  Autonomía  y  de  los  autonomistas  en  el  caso  pre- 
sente. El  segundo,  para  que  los  gubernamentales  no  re; 
tan  sos  intransigencias  (cuando  menos  doctrinales),  ya 
cuando  se  trate  de  complementar  el  nuevo  régimen  procla- 
mado para  las  Antillas  en  5  de  Noviembre  último,  ya 
cuando  llegue  labora  (muy  próxima  á  mi  juicio)  de  poner 
mano  en  el  disparatado,  anacrónico  ó  injusto  régimen  vi- 
gente en  Filipinas,  al  cual  dediqué  severas  criticas  en 
mi  discurso  de  1871,  y  cuyo  examen  he  tenido  que  aplazar 
después  por  la  necesidad  de  contraer  todas  mis  faculta  1 
al  urgentísimo  problema  antillano. 

Por  lo  mismo  que  creo  muy  necesarias  y  hasta  argentes, 
serias  y  profundas  reformas  del  orden  moral  y  político  de 
nuestra  Patria,  y  que  considero  como  la  más  poderosa  pa- 
lca para  esta  obra,  la  opinión  pública,  bastante  más  fuerte 
i  toda  clase  de  intereses,  de  cautelas  y  de  imposioionea, 
lo  mismo  soy  de  los  más  opuestos  á  los  cambios  repenti 


1 


—   478   — 

nos,  á  las  leyes  improvisadas,  á  la  politioa  de  las  impresio- 
nes y  las  sorpresas. 

Tengo  macho  miedo  á  las  conversiones  súbitas  y  á  lo» 
decretos  del  entusiasmo.  Porqne  me  preocupo  del  arraiga 
de  las  instituciones  y  sé  por  una  larga  y  costosa  experien- 
cia de  qué  suerte  los  intereses  quebrantados  se  acogen  para 
rehacerse  y  entablar  la  batalla  en  los  pliegues  de  las  nue- 
vas situaciones  creadas  en  momentos  de  exaltación  y  ale* 
grla,  y  cómo,  á  los  pocos  meses  de  instalado  un  nuevo  ré- 
gimen, los  que  lo  impusieron  por  un  arrebato  vacilan,  y 
oon  sus  incorrecciones  dan  a  los  adversarios  argumentos  y* 
fuerzas  de  que  carecían  en  el  instante  de  ser  atacados. 

Por  esto  me  explico  la  facilidad  oon  que  hombres  verda- 
deramente sinceros  y  que  figuraban  en  las  filas  de  los  par- 
tidos avanzados  de  la  Península,  han  abandonado  sus  an- 
tiguos compromisos.  Los  aceptaron  por  impresión  y  en  me- 
dio del  mayor  entusiasmo.  Y  decaído  ó  muerto  el  senti- 
miento que  los  empujó,  se  hundieron  en  la  duda  y  al  fin  en 
la  apoetasía.  Sería  una  enorme  injusticia  atribuir  oiertat 
rectificaciones  políticas  á  móviles  torpes  y  propósitos  in- 
dignos. 

De  mcdo  que  hay  que  decidirse  á  no  improvisar  solucio- 
nes. 8i  es  preciso,  debemos  poner  una  especial  atención  en 
calmar  á  los  impacientes*  Pero  oon  esto  hay  que  prodigar 
los  esfuerzos  en  el  orden  de  la  propaganda:  hay  que  con- 
quistar la  opinión  pública,  pero  con  perseverancia,  con  digr 
feidad,  oon  sentido. 


—  479  — 

í  una  de  las  condiciones  de  esta  eampafia  es  la  toleran- 
cia. Tergo  por  nn  verdadero  orimen,  en  el  estado  de  la  opi- 
d  ion  pública  de  España,  impedir  de  oualquier  modo  la  ex* 
presión  de  todas  las  ideas,  y  sobre  todo,  de  la  fórmula  prác- 
tica de  todas  las  tendencias.  Y  esto  se  impide,  no  sólo  por 
medio  de  leyes  y  de  actitudes  hostiles  de  las  autoridades,  si* 
so  con  el  clamoreo  da  les  prejuicios  y  de  las  pasiones,  que 
teman  por  pretexto  unas  veces  la  religión,  otras  la  patria  i 
•cando  la  causa  ¡del  pueblo,  cuándo  el  interés  del  orden  6 
del  progreso. 

Lo  que  ahora  ha  sucedido  en  la  onestión  de  las  Antillas 
debiera  abrir  los  ojos  á  todos  los  hombres  discretos  y  ver- 
daderamente patriotas.  Si  no  se  nos  hubiera  querido  aplas- 
tar con  tantas  calumnias  y  tantas  infamias... ,  ¿no  habría 
triunfado  hace  dos  años  la  Autonomía  colonial  y  no  se  ha* 
bria  evitado  España  los  dolores  y  las  pérdidas  que  conoce* 
nos  y  los  que  todavía  tendremos  que  registrar? 

Pero  Dios  quiera  que  la  lección  aproveche  para  las  em- 
presas próximas.  Hay  que  oir,  y  oir  bien  á  todo  el  mundo, 
Y  es  preciso  qne  las  reformas  que  se  hagan  en  nuestro  país 
sean  con  la  garantía  ó  por  la  fuersa  de  la  opinión  pública, 
suficiente  informada  y  dignamente  requerida. 

Sato  lo  digo  por  todo,  pero  muy  especialmente  por  la  ra* 
forma  autonomista,  qne  ahora  nos  preocupa. 

'a  en  otra  parte  he  explicado  cómo  y  por  qué  los  decre- 
de  Noviembre  son  insuficientes»  y  he  iniciado  qne  es 
verdadera  injusticia  y  nn  positivo  absurdo  desconocer 


/^ 


—    480    — 

que  el  régimen  autonomista  no  se  plantea  en  nuestras  Anti- 
llas del  modo  que  sus  partidarios  lo  recomendamos  desde 
1879  á  1896:  esto  es,  ©orno  nna  solución  regular  y  de  go- 
bierno en  un  periodo  relativamente  normal.  Ahora  se  pide 
á  loa  autonomistas  que  establezcan  un  sistema  nuevo  de  go- 
bierno contra  el  cual  se  han  amontonado  las  prevenciones; 
poro  además  se  les  pide  que,  al  propio  tiempo,  concluyan 
con  la  guerra  de  Cuba  y  reconstruyan  la  isla  completa- 
mente destrozada  y  aruinada  en  estos  últimos  afios  de  espan- 
tosa guerra.  {Y  todavía  hay  quien  grita  porque  á  los  tres  ó 
cuatro  meses  de  publicados  los  decretos  autonomistas  en  la 
Gaceta  de  la  Habana,  y  sin  los  demás  decretos  complemen- 
tarios, no  ha  concluido  la  insurrección  cubana  y  arregládose 
todas  las  cosas  coloniales  satisfactoriamente! 

Cuéntese,  empero,  que  yo  no  prometí  nada  de  esto  en  mi 
discurso  de  1897,  que,  como  antes  he  dicho,  fué  la  última 
protesta  de  los  autonomistas  en  la  oposición. 

También  acaricio  gratas  esperanzas  respecto  del  compli- 
cado empeño  á  que  me  refiero.  Por  lo  menos,  puede  afir- 
marse que  lo  sucedido  hasta  ahora,  después  de  la  instaura- 
ción de  los  Gobiernos  insulares,  ha  superado  á  lo  acaecido 
en  otros  países,  en  los  primeros  momentos  del  planteamien- 
to de  un  nuevo  régimen .  Y  hay  motivo  para  felicitarse  asi 
de  la  relativa  tranquilidad  y  la  creciente  confianza  de  las 
poblaciones  antillanas,  como  de  que  hayan  fracasado 
esfuerzos  que  en  Madrid  se  hicieron  en  estos  últimos  m 
para  que  el  régimen  autonomista  se  inaugurase  en  las  >• 


—   481    — 

Has  por  la  negación  de  las  bases  primeras  de  este  régimen; 
coflA  qae  hubiera  podido  realizarse  muy  bien  ya  haciéndose 
aquí  en  Madrid,  loa  ministerios  coloniales,  como  antes  se 
nombraban  los  directores  de  la  administración  ultramarina, 
Ji  fabricándose  en  la  Píaxa  de  Santa  Orna  partidos  insola* 
ras  que  hobieran  de  plantear  en  Ooba  y  Poerto  Rico,  con 
atoy  discutible  prestigio,  lo  que  sólo  les  viejos  autonomistas 
habían  predicado,  por  espacio  de  veinte  años;  ya  impo- 
niéndose á  los  nuevos  (y  en  su  día  necesarios)  partidos  co- 
loniales el  carácter  de  mera  prolongación  de  los  gabera  a- 
mentales  de  la  Península,  con  lo  que  se  rectificaría  la  tr&di  - 
«ón  regional  de  los  partidos  avanzados  de  ambas  Antillas, 
m  excluiría  del  gobierno  local  á  los  republicanos  y  se  vo Ibe- 
ria á  las  viciosas  prácticas  del  viejo  régimen  de  \&domi- 
toción  colonial  bajo  la  aparatosa  é  hipócrita  fórmula  de  la 
Asimilación  racional  y  posible. 

No  parearon  aquí  las  maquinaciones  de  nuestros  adversa 
ríes,  ni  pararán  en  eso  seguramente.  Luego  vino  la  disou 
non,  por  rumores,  referencias  y  obra  de  segunda  y  tercera 
nano,  de  los  hombres  más  salientes  de  los"  antiguos  parti- 
dos autonomistas;  no  solo  de  los  que  formaron  parte  de  los 
Gobiernos  insulares,  si  que  de  aquellos  otros  que  pudieran 
sustituir  en  placo  más  ó  menos  breve  á  los  actuales  minia* 
fres  de  Cuba  y  Puerto  Rico.  Y  en  seguida,  la  propaganda 
<  equívoco  y  de  la  sospecha  sobre  los  motivos  ó  los  pre* 
1  38  más  fútiles  y  la  recomendación  de  que  se  in  terpreta- 
algunos  artículos  de  los  decretos  de  Noviembre  en  el 


/ 


—  482   — 

sentido  de  ampliar  (par  ahora — según  candorosamente  ee 
decía)— las  facultades  de  los  Gobernadores  generales,  con- 
fiándoles  exclusivamente  todo  lo  relativo  al  orden  público 
y  á  la  dirección  de  la  política;  con  lo  qne  dicho  se  seta, 
que  á  la  postre,  quedarían  anulados  de  hecho  los  ministros 
coloniales,  y  además,  agobiados  por  el  más  completo  ridiculo. 
Coadyuvando  á  estos  propósitos,  en  estos  últimos  meses,  m 
han  propalado  en  Madrid  las  más  peregrinas  noticias  de 
dualismo  en  el  seno  del  Gobierno  de  Coba  casi  en  crisis, 
y  división  de  los  antiguos  autonomistas  en  conservadores  y 
radicales,  dispuestos  los  últimos  á  dar  en  tierra  con  los  as* 
tuales  ministros  antillanos  para  facilitar  indirectamente  el 
ingreso  de  los  separatistas  en  el  gobierno.  Y  saltando  por 
cima  de  todas  las  conveniencias  y  de  todas  las  prácticas  de 
los  países  donde  se  ha  proclamado  la  Autonomía  de  gobier- 
no responsable  y  de  los  terminantes  preceptos  de  los  decre- 
tos de  Noviembre,  se  ha  pretendido  discutir  en  Madrid  la 
política  puramente  local  de  las  Antillas  y  hasta  exigir  al 
Gobierno  de  la  Metrópoli  responsabilidad  de  cuanto  haoen 
los  ministros  insulares,  extraños  á  su  jurisdicción,  como 
no  sea  violando  los  principios  fundamentales  de  la  Autono- 
mía Colonial,  destruyendo  el  oaráeter  político  de  los  Go- 
bernadores generales  de  Cuba  y  Puerto  Rico  y  poniendo  á 
estas  islas  (por  la  limitación  de  la  competencia  de  las  Cor* 
tes  y  el  ensanche  de  la  competencia  local)  en  una  condición 
quisa  inferior  á  la  que  tenían  en  los  últimos  días  del  anti- 
guo  régimen. 


—   4i3   — 

Faro  no  es  esto  lo  peor.  Porque  detrás  de  eea  insistente 
campan»,  se  ha  podido  ver,  de  ana  parte,  la  oonfíansa  de 
nuestros  adversarios  en  hallar  algún  apoyo  (aunque  por 
otros  motivos],  en  liberales  y  autonomistas,  muy  dignos  y 
síd ceros,  pero  candorosos  ó  impacientes  y  poco  ó  nada  «ten- 
tó* á  !a  gran  experiencia  europea  de  las  transformacines  del 
orden  político;  y  de  otra  parte,  la  predisposición  de  no  po- 
cos hombres  mu  y  comprometidos  en  el  éxito  del  actual  ensayo 
aatoiemist»,  á  creer  que  éste,  en  lo  sucesivo,  apenas  si  tro- 
pesaré  con  más  dificultades  que  las  que  ocurran  en  Cuba  y 
Puerto  Rico,  por  lo  en  al  no  deben  merecer  extraordinaria 
atención  ni  les  próximos  debates  parlamentarios  en  nues- 
tras Cortes,  ni  la  disposición  de  los  partidos  po'itioos  pe* 
ninsulares,  ni  la  acción  política  que  aquí  se  desenvuelve,  ni 
la  orientación  de  la  opinión  pública  metropolitioa. 

jQué  equivocación!  Si  no  estamos  más  que  en  el  terser 
acto  del  drama,  cuyo  desarrollo  pide  mucho  más  espacio  y 
bastantes  más  actores  que  los  conocidos  ó  presentados  hasta 
el  dial 

No  trato  de  rasonar  ahora  mi  opinión  perfectamente  con- 
traria á  los  supuestos  antes  referidos.  A  su  tiempo  dtfe, 
donde  procedía,  para  que  surtiera  efecto,  que  me  interesa- 
ban, para  el  éxito  de  la  nueva  politioa,  casi  tanto  como  el 
texto  de  los  decretos  de  Noviembre,  los  nombres  y  los  an* 

adentes  de  las  personas  que  allá  en  las  Antillas  los  hi- 

m  de  plantear.  Y  por  eso,  después  de  escuchar  y  regia- 
r  las  francas  declaraciones  de  los  Sres.  Sagasta  y  More: 


—   4S4   — 

Presidente  de)  Consejo  de  Ministros  y  Ministro  de  Ultra- 
mar respectivamente,  «obre  su  deoidido  propósito  de  llevar 
i  la  práctica  la  doctrina  de  los  partidos  autonomistas  anti- 
llanos,  dediqué  todo  mi  esfuerzo  (en  un  periodo  cuya  labor 
no  se  conoce  todavía)  al  modo  y  manera  de  confiar  eu 
planteamiento  á  los  autonomistas  de  abolengo  (1).  Ahori 
me  corresponde  tan  solo  consignar  con  toda  energía  mi 
protesta  contra  toda  cuanto  sea  empequeñecer  ó  comprometer 
de  cualquier  modo  la  cuestión  colonial  ó  contra  lo  que  oon- 
duxca,  mas  ó  menos  derechamente,  á  dejar  al  acaso  la  inter- 
pretación délos  deoretos  de  Noviembre,  su  complemento  y 
su  fortificación  por  medio  de  la  política  de  la  Metrópoli  y 
de  la  opinión  nacional. 

Lo  bago  sin  preocuparme  de  que  reducida  la  futura 
campaña  autonomista  á  lo  que  en  las  Antillas  se  haga,  au- 
mentan las  responsabilidades  y  las  dificultades  que  nos  aprie- 
tan los  que  aquí,  en  la  Península,  hemos  de  ser  requeridos, 
disentidos  y  atacados  precisamente  por  las  aplicaciones  é 
instalaciones  del  nuevo  régimen,  en  cuyos  detalles  locales  se 
tenemos  parte.  Ya  valdría  la  pena  de  considerarlo;  aunque 
otra  cosa  orean  algunos  pocos  que  sin  pisar  este  escenario» 
nunca  se  han  dado  buena  cuenta  de  sus  obstáculos. 


(1)     Véase  mi  carta  al  Sr.  D.  Manual  Fernández  Juncos,  presitf ~ 
que  fué  del  Directorio  autonomista  de  Puerto  Rico.  Las  cartas  que  di 
i  Cmba  no  son  publicables,fpor  su  carácter  íntimo,  pero  responden  al 
pie  pensamiento. 


—    48*   — 

Has  por  eiina  da  todo  esto  y  para  los  que  como  yo  signan 
considerando  el  problema  .colonial — y  ahora  especialmente 
el  problema  de  Oaba— como  ana  cuestión  total  y  nacional,  es 
de  toda  necesidad  y  como  un  deber  de  conciencia,  formular 
m  opinión  para  que  el  empeño  no  fracase  en  este  momento 
critico,  bien  por  exceso  de  confianza,  bien  por  distracción 
mis  ó  menas  inexcusable,  bien  por  taita  de  datos  precisos 
sobre  la  situación  de  las  cosas  y  las  exigencias  de  la  poli- 
tica,  por  parte  de  los  más  comprometidos  ó  más  interesa* 
dos  en  el  éxito  del  iniciado  ensayo  autonomista. 

Apercibámonos,  pues,  todos  á  di  sentir  y  á  operar  con  bue 
aa  fe  y  acendrado  patriotismo,  sin  intransigencias  ni  pre- 
juicios, dándonos  perfecta  cuenta  de  que  el  poblema  afec- 
ta á  intereses  de  la  más  alta  importancia  (á  la  causa  de  la 
Humanidad  y  de  la  civilización,  tanto  como  al  honor  de 
España  y  al  porvenir  de  nuestras  Antillas),  y  de  que  en 
indispensable  poner  por  cima  de  todo  (no  me  cansaré  de 
decirlo)  la  soberanía  de  la  opinión  pública,  seria,  honrada  y 
eficazmente  solicitada. 

Después  de  esto  no  ocultaré  que  la  publicación  de  mi  dis- 
curso de  1895  en  estos  instantes  obedece  también,  aunque 
en  muy  último  término,  á  un  pequeño  interés  personal:  ai 
de  fijar  bien  mis  personales  responsabilidades. 
De  ninguna  suerte  consentiré  que  las  gentes  distraídas» 
liciosas  ó  mal  intencionadas,  pretendan  de  mi  lo  que  yo 
he  ofrecido  ó  aquello  para  lo  cual  carezco  evidentemente 
aedios.  No  retiro  una  linea  de  cuanto  he  dicho  ó  escrita 


1 


—  486   — 

«a^úUimos  cinco  anos;  pero  tengo  derecho  á  «¿r 
que  se  esté  á  mis  palabrea. 

También  la  reimpresión  de  mi  disoorso  del  96  pued..* 
*  para  otra  cosa,  y  es  para  animar  i  los  débiles,  á  lo.  » 
ciwtae,  á  los  pesimistas. 

Ooando  yo  defendía  la  Antonomfa  colonial  ha»  ta 
•«*,  icnáo  pocos,  aon  entre  los  devotos  de  otro  ticpa, 
creían  en  la  eficacia  de  mis  protestas  y  de  mi.  recomen 
cionesl 

Pero,  por  mny  diversas  cansas,  la  Autonomía  ha  trin- 
co, y  en  la  hora  del  trinnfo  ha  sido  imposible  prescindir, 
asi  en  Cnba  «>mo  en  Pnerto  Eico,  de  los  autonomistas  dt 
t»dft  la  vicia. 

Porque  no  hay  poder  más  firme  ni  realidad  más  postor» 
que  la  realidad  y  el  poder  de  las  ideas. 


Mu  rio  de  1898. 
Midrid. 


LA  CUESTIÓN 

DE 

CUBA    EN    1898   (,> 


►  - 


Skñorys  S&nadobes: 

Tendría  por  ociojo  om'jQzar  este  dis^arso  dando  relieve 
i  ]as  dificultades  verdaierameate  extraordinarias  qne  se 
presentan  á  mi  pasa,  ai  e*to  no  me  proporcionara  la  oca- 
sión de  declarar  francamente  qne  las  creo  com penga dftfl  por 
doa  circunstancias.  Primero,  por  el  honor  do  dirigir  la  pala- 
bra £  est*  Cámara;  luego  por  la  excepcional  oportunidad 
t|Qe  ae  me  depara  para  ratificar  el  sentido  de  mi  propaganda 
de  2,1  auos  fortifi  :*da  por  la  palpable  real  ida!  deleahr* 
ehoa  qne  llenan  la  historia  de  estos  últimos  agitadas  tiempr  s  * 

Tiene  esta  Cámara  en  la  historia  parlamentaria  de  na  eff— 


())    Este  discurso  fué  dicho  en  el  Sana  lo  el  31  da  Juní  i  Í9  18} 3. 

testado  por  loa  S res.  Gáuoías  dd  Castillo  [Presldanti  dil  O** 
tó  3)  j  Martín  e  z  Campos  f  fuá  com  pl  eta  4  o  po  r  m  í  e  1 1  a  d  ai  re  ct  i  ñ  cae  ios, 
4*  *  de  Julio  inmediato,  7  unal  brevas  palabrea  d  ch  \s  en  la  b*s!óec 
¿i      dsl  mUno  mea  al  terminar  el  debate  samtorkt  del  Maaa*j  3, 

3i 


i 


r 


—   488  — 


tra  Patria  un  gran  prestigio;  no  es  dable  olvidar  lo  que  su» 
obras  han  trascendido  y  representado  en  la  evol  ación  del» 
política  contemporánea  española.  Y  á  aumentar  sus  títulos, 
su  fuerza  y  sus  esplendores  debemos  contribuir  todos  (cada 
cual  á  su  modo  y  en  su  grado)  en  e9tos  críticos  momentos  eo 
que,  por  viciosas  prácticas  y  culpas  tanto  propias  como 
ajenas,  y  quizá  más  sjenBS  que  propias,  corren  peligro  de 
muerte  las  instituciones  representativas  y  parlamentarias. 
He  declaro  fervoroso  partidario  de  este  régimen,  y  ratifico 
públicamente  mi  ya  conocida  devoción  á  la  práctica  constante 
del  derecho  electoral  y  á  la  necesidad  de  no  abandonar  con 
pretexto  alguno  (salvo  las  imposiciones  del  decoro  y  los 
casos  de  fuersa  mayor),  esta  tribuna  que,  aparte  de  sus  sin- 
gulares prestigios,  tendría  siempre  la  ventaja  para  la  eficaz 
propaganda  de  las  ideas,  de  ser  la  primer  tribuna  del 
país  y  desde  la  cual,  con  serenidad,  con  espacio  y  con  da 
tos,  pueden  discutirse  seriamente  y  con  resultados  positivos 
todos  los  negocios  de  la  Nación. 

De  aquí  mi  resistencia  á  las  abstenciones  parlamentarias: 
de  aquí  también  mi  oposición  resuelta,  tanto  á  las  crecientes 
corruptelas  que  anulan  el  poder  fiscal  y  quitan  toda  autori- 
dad al  Parlamento,  como  á  la  funesta  tendencia  de  nuestros 
gobiernos  á  prescindir,  cada  vez  más,  del  concurso  de  núes- 
tras  Cortes,  reuniéndolas  lo  menos  posible  y  excusando  sus 
salvadoras  iniciativas  para  reducirlas  á  un  papel  mediana- 
mente decorativo. 

De  aquí,  por  último,  mi  positiva  satisfacción  al  con- 
corrí r  por  mi  mismo,  y  en  la  poquedad  de  mis  f~~~* 
zas,  á  esta  labor  parlamentaria,  que  considero  como  > 
de  los  más  fuertes  estímulos  de  nuestra  vida  moral  y       t 


r 


—    48*    — 

da  ha  id  fluencias  más  directas  de  la  cuitara  política  de 
mi  patria. 

Adamas,  al  venir  á  este  sitio  con  la  devoción  del  qae  ha 
sido  y  es  grao  partidario  del  régimen  bicameral,  experimen- 
to un  verdadero  placer,  porque  vuelvo  á  encostrar  en  estos 
bancos  á  tantos  ilustres  varones  en  coya  compañía,  bajo 
cuyo  consejo,  y  por  cayo  ejemplo,  pude  yo  hacer  mis  pri- 
meros pasos  en  la  carrera  parlamentaria,  en  la  que  llevo 
ya  largos  años,  y  en  la  cual  no  he  encontrado  motivo  sino 
para  justificar  mi  fe  en  la  propaganda  de  las  ideas,  y  para 
agradecer  la  disposición  basta  benévola  de  todos  mis  com- 
pañeros, á  escuchar  y  respetar  todas  las  convicciones  hon- 
radas, dando  asi  á  nuestra  vida  publica  el  tono  de  ana  ad- 
mirable tolerancia. 

Abrigo  el  intimo  convencimiento  de  que  si  algún  servicio 
pequeño  he  podido  prestar  á  mis  ideales,  y  sobre  todo  á  esta 
tierra  española,  habrá  pocos,  quizás  ninguno,  que  pue- 
dan compararse  al  servicio  que  creo  hacer  en  estos  mo- 
mentos, porque  aquí  vengo  en  situación  verdaderamente 
extraordinaria  y  con  nna  representación  particular  bien  con* 
creta  y  definida,  á  declarar,  en  medio  de  todos  los  conflictos 
que  nos  rodean,  y  en  nombre  del  partido  autonomista 
de  Cuba,  que,  pocos  ó  muchos,  queridos,  odiados,  acari- 
ciados, ó  perseguidos,  los  hombres  de  aquel  partido  man- 
tienen en  sata  suprema  crisis,  con  férvido  entusiasmo,  dos 
ideas. 

La  primera  es,  que  la  salvación  de  todos  los  coi) nietos 

presentes  está  en  aquella  solución  proclamada  por  el  autooo- 

igmo  colonial,  en  cuya  virtud  se  conseguirá  la  fortificación 

16  los  derechos  de  la  localidad,  de  la  integridad  de  la  Fa- 


j  —   490    — 

j  tria,  de  la  anidad  del  Estado  y  de  la  soberanía  de  la  2 

•'  ción  en  admirable  armonía  y  fecunda  intimidad;   y 

ganda,  que  interesa,  no  solo  á  la  consagración    del  de 


1 


al  parecer  inagotable  raza.  [Bien,  muy  bien. — Aplaw 


cho  que  España  tiene  en  el  mar  de  las  Antillas  (dere< 
idéntico  al  que  tiene  la  Metrópoli  española  allá  en 
sagradas  montañas  de  Asturias,  ó  en  las  fértiles  comí 
cas  de  Andalacia)  sino  también  á  la  vida  económica  y  á 
bienandanza  de  Cuba  y  Puerto  Rico  (resultado  de  núes 
espirita  y  de  nuestra  sangre  y  espejo  fiel  de  los  gustos, 
3  costumbres  y  los  intereses  de  la  Madre  Patria)  que  en  es 

•1  islas  se  sostenga  la  bandera  de  España,  rodeada  de  toe 

*  los  prestigios  y  todas  las  energías  de  nuestra  legendarii 

1 

i  en  la  tribuna  pública.) 

í;'£        ~  El  Sr.  PRK8I  DENTE  {agitando  la  campanilla):  Ord 

■"-■»"        *.  en  las  tribunas. 

*    \     '   \  El  >°r.  LABRA:  Con  esto,  señores  Senadores,  ya  casi 

y'-ir       '.*  go  que  no  voy  á  hacer  aqui  lo  que  pudiera  llamarse  un  d 

cureo  de  oposición;  es  decir,  un  discurso  de  ciertas  mol* 
tias  para  los  que  ocupan  el  poder,  é  ideado  y  dicho  en  vi 
del  quebrantamiento  de  mis  adversarios,  y  para  recabar  < 
poder  en  beneficio  de  las  ideas  y  de  los  hombres  cuya  repi 
sentación  aquí  traigo. 

No;  yo  tengo  otro  empeño  más  concreto.  No  más  alto 

más  bajo,  pero  realmente  de  otro  carácter;  porque  no 

p¡«r^-  •  puede  olvidar  que  pertenezco  á  un  partido  nacional,  al  pi 

-*"  tido  republicano,  y  que  en  el  momento  de  dirigir  mi  pal 

,4-j£  bra  al  Senado  no  puedo  ostentar  aqui  su  representado 

ni  hablar  en  su  nombre. 

•  Tiene  ese  partido  nacional  sobre  los  problemas  oolonial 


—    491    — 


r 

una  tradición  brillantísima,  á  qoe  no  se  suele  bnoer  la 
debida  justicia.  Ese  partido  llevó  &  efecto  la  abolición  de  la 
esclavitud  en  Puerto  ÍUcoí  proclamó  en  1873  la  Constitu- 
ción democrática  del  69  en  la  pequeña  A  d  til  la,  é  hito  prác- 
tica en  aquella  culta  isla  la  reforma  administrativa  descen- 
tralizad ora,  cae!  a  o ton omlata,  decretada  en  1870  y  suspensa 
casi  basta  el  advenimiento  de  la  República.  Y  de  tai  suerte 
hizo  esto,  que  cuando  en  1S7S  se  concertó  el  famoso  Pacto 
del  Zanjón  para  terminar  la  guerra  separatista  de  Cuba,  el 
primer  artículo  de  aquel  pacto  estableció  como  condición  de 
la  paz,  que  Cuba  serla  regida  por  la  legalidad  españo'a  de 
Puerto  Rico,  que  fué  la  obra  de  la  Repúhica. 

Ese  mismo  partido  republicano  cuenta  entre  ene  tradicio  ■ 
ues  el  haber  derogado  en  1S73  el  terrible  decreto  de  [823, 
que  concedía  á  los  gobernadores  y  capitanes  generales  de 
las  Antillas  las  facultades  omnímodas  de  los  comandantes 
de  plazas  en  estado  de  sitio.  En  seguida,  proclamó  la  ioa- 
movilidad  judicial,  ensanchando  la  autoridad  del  Tribunal 
Supremo  de  Justicia  y  poniendo  la  administración  de  la  jos* 
tiáa  en  Ultramar  fuera  de  las  influencias  perturbadoras  del 
Poder  ejecutivo.  Luego  derogó  el  procedimiento  de  los  em- 
bargos y  las  confiscaciones  délos  primeros  años  de  la  ante* 
rior  guerra  de  Cuba,  puso  en  libertad  á  miles  de  negros  no 
inscritos  como  esclavos  en  los  registros  de  la  esclavitud  y 
anunció  el  planteamiento  de  la  Constitución  de  1869  en 
aquella  isla  tan  pronto  como  en  ella  terminase  la  insurrec- 
ción de  Yara  ó  fuese  materialmente  posible  su  aplicación  y 

etica  en  aquella  perturbada  comarca « 

>esde  1879  á  esta  parte,  ese  partido,   por  medio  de  sus 

resentantes  en  Cortes,  ha  apoyado  y  hecho  suyas  todas 


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—    492   — l 

las  proposiciones  y  redamaciones  autonomistas  de  las  d< 
Antillas;  en  Febrero  de  1895  votó,  con  salvedades  y  re» 
nociendo  la  insuficiencia  de  la  medida,  las  llamadas  refo 
mas  de  Abarsuza,  y  él  fué  el  único  que  pidió  la  reape 
tura  de  las  Cortes  cuando  en  Julio  último  se  agravaron  li 
cuestiones  internacionales  y  el  problema  cubano,  por  la  ad 
tud  de  los  Estados  Unidos.  Luego  protestó  contra  la  dú 
lución  del  Parlamento  español  cuando  en  el  americano 
discutían  ciertas  mociones  en  pro  de  la  beligerancia  de  1 
insurrectos  en  la  grande  Antilla;  condenó  por  medio  de  i 
documento  solemne  el  escandaloso  pago  de  la  llamada  i 
demnización  Mora,  y  por  último,  en  26  de  Mano  próxh 
pasado,  en  el  Manifiesto  de  las  basas  de  Unión  republioan 
formuló  antes  que  nadie  el  voto  de  que  cía  cuestión  de  Cu 
no  era  ni  podía  ser  una  cuestión  pura  y  exclusivamente  o 
litar  i,  pidió  que  se  plantearan  inmediatamente  las  reform 
de  1895  en  Puerto  Rico  y  sostuvo  cía  necesidad  de  nnevi 
urgentes  y  más  radicales  reformas  para  terminar  la  guei 
separatista  de  la  grande  Antilla  y  para  restaurar  loe  qi 
brantados  fueros  de  la  justicia.» 

Sin  embargo,  y  apesar  de  que  ese  partido  república 
tiene  soluciones  concretas  sobre  el  arduo  problema  alta 
marino,  y  de  que  le  convendría  mucho  evidenoiar'que  ni 
f  uno  de  los  partidos  monárquicos  las  tiene,  yo  no  pac 
desenvolver  tales  tesis,  no  sólo  porque  no  represento  en  ] 
Cortes  al  republicanismo  español,  sino  porque  he  contra! 
con  la  Directiva  de  Unión  republicana,  á  la  cual  porteño» 
el  compromiso  de  no  ocuparme  en  el  Parlamento  de  la  ] 
lítica  general,  y  hasta  el  de  excusar  todo  debate  <; 
afecte  á  los  intereses  y  loa  planes  del  partido  republioan 


—   493    — 

Responde  este  compromiso  á  uu  deber  de  disciplina.  Los 
republicanos  han  proclamado  el  retraimiento  y  cualesquiera 
que  sean  mía  opinión es  respecto  de  eete  particular,  á  todos 
S3  non  impone  el  acatar  el  acuerdo  de  un  modo  escrupuloso; 
con  tanto  mayor  motivo,  cuanto  que  la  Jauta  creadora  de 
Unión  republicana  ahora,  como  la  Minoría  parlamentaria 
hace  dos  añost  resolvieron,  por  unanimidad  de  votos  y  de  an 
modo  expreso  y  singa  lar,  que  en  vista  de  la  gravedad  ex* 
trema  del  problema  colonial»  de  las  circunstancias  particu- 
lares del  régimen  electoral  de  Coba  y  Puerto  Rico,  de  la 
organización  de  los  partidos  antillanos  y  de  mis  compromi* 
S3dde  toda  la  vida,  pudiera  yo  asistir  al  Congreso  y  al  Se- 
nada para  discutir  la  cuestión  de  Ultra  mar .  Todo  obliga  a 
observar  y  cumplir  el  debar  de  disciplina  que  he  señalado* 
El  ejemplo  debe  interesar  á  toda  la  sociedad  española»  hoy 
como  nunca  necesitada  de  tales  ejemplos  de  respeto  y  bu* 
misión. 

Por  manera  que  aquí  traigo  una  representación  particular 
(la  de  loe  autonomistas  cub.\uoi)  y  me  preocupa  un  empefio 
relativamente  concreto,  un  fia  especialisimo  fuera  de  los 
intereses  relativamente  secundarios  de  la  política  palpitante, 
f  con  tal  ex  plieación  ya  puedo  añadir  que  principio  en  los 
actuales  debates  llevo  un  triple  propósito.  Primero,  señalar 
la  gravedad  interior  é  internacional  de  la  guerra  de  Cuba» 
Segando,  recabar  de  los  partidos  gobernantes  de  la  Penínsu- 
la declaraciones  explícitas  tanto  respecto  de  la  situación  de 
la  grande  Antilla ,  como  sobre  la  manera  de  resolver  el  doble 
> róblenla  allí  planteado,  de  la  inmediata  pacificación  de  la 
ala  y  de  su  porvenir  político  y  social  más  ó  menos  pró- 
iauh  Y   tercero,  ratificar  los    compromisos   del  Partido 


494 


a  utonomista  cubano  en  pro  de  la  bandera  española,  pi 
cisar  sus  honradas  disposiciones  y  advertir  franca  y  nobl 
mente  Jo  que  es  necesario  para  que  labuena  voluntad  y  1 
esfuerzos  de  ese  partido  surtan  el  efecto  apetecible  para 
pronta  y  definitiva  pacificación  de  Cuba. 

Supuestos  mi  discurso,  son,  de  un  lado,  el  derecho  < 
España  á  censervar  á  Cuba  cual  parte  integrante  de 
Dación,  al  modo  que  dijeron  las  Cortes  de  1812;  esto  < 
como  lo  son  las  montañas  de  Asturias,  los  llanos  de  Ci 
tilla  y  las  playas  de  Andalucía  y  Cataluña;  de  otra  pan 
el  deber  que  España  tiene  de. dominar  ftonto  y  bien  la  i 
surrección  separatista,  por  ley  del  honor,  en  beneficio  de 
complicada  sociedad  antillana,  por  interés  del  derec 
internacional  contemporáneo,  en  cumplimiento  de  los  tn 
cen dentales  y  prestigiosos  compromisos  de  los  grane 
pueblos  colonizadores  y  para  tranquilidad  del  resto  < 
mondo,  seriamente  amenazado  por  las  complicaciones  cj 
surgen  y  pueden  surgir  en  América. 

No  diié  una  palabra  de  las  circunstancias  excepciona 
en  que  se  ha  verificado  la  elección  de  representantes 
Cortes  de  la  isla  de  Cuba. 

La  otra  Cámara  primero,  y  ésta  después,  han  dado 
bus  fallos,  y  aunque  me  fuera  dable  hoy  discutirlos,  aie 
pre  al  intentarlo  faltaría  á  una  conveniencia  parlamentar 
Además,  para  mi  campaña  no  necesito  eso.  Lo  únioo  c 
tengo  que  manifestar  es,  que  aquel  partido  autonomista 
d  reído  que  no  había  estado  en  condiciones  de  acudir  i 
lucha  para  la  elección  de  Diputados,  dificultada,  entre  ot: 
causar,  por  la  situación  general  del  país;  y  que  si  ha  p 
sentado  candidatos  á  la  senaduría  por  la  universidad  de 


r 


—   495   — 

Hataaa  y  la  Sociedad  Eco  cónica,  ea  parque  en  esas  Corpas 
racicies  ceda  jodian  ii  fluir,  ni  Ja  gusjra,  di  los  abusos  do 
las  lutcridades.  T  aun  cuando  pudiera  discutirse  si  por  fal- 
ta de  cemj enetraciín  y  de  relación  con  la  representación  di- 
vena  de  otes  elementos,  debía  ó  no  observares  el  retrai- 
miento más  ó  menos  absoluto,  la  directiva  autonomista  ha 
tenido  en  cuenta  una  consideración  de  excepcional  valor,  y 
&9  la  de  que  sería  de  un  efecto  desastroso  ante  nuestro  propio 
F»i«.  ante  la  propia  Cuba  y  ante  el  extranjero,  si  aquí  no 
aprovecháramos  una  ocasión  cualquiera  para  hacer  constar 
que  nosotros  estamos  dispuestos  á  cooperar  en  todas  formas 
al  mantenimiento  de  Ja  integridad  de  U  Patria  y  á  la  con- 
quieta  de  las  libertades  antillanas;  doble  empeño,  que  con* 
eider  amos  en  sustancia  como  uno  mitmo,  merecedor  de 
atrición  incesante  y  de  empello  insuperable  (1), 


(1)    YéaFP  el  í  cuerdo  de   la   Directiva  del  partido  ftütonomiíta  de 
Coba,  El  par  ti  lio  da  ?neito  Bico  cataba  en,  el  retraimiento  deade  la  re- 
forma electoral  del  Sr.  Maura  (hecha  en  1893). 
Dice  aaí  la  Directiva  cubana: 

*Cc ueid  erando  que  al  acordar  la  Junta  Central  del   Partido  Liberal 
intoBomifiia  en  Septiemfcre  de  18í»í)  la  fxpoa'ciÓn  que  elevo  a1  Gobier* 
no  de  B*  II.  tpco mer  dardo  cie)taa  medídee  que  estimaba  propina  para 
f  íeilitar  j  acflernr  la  pseifietcón  del  pía,  ente  odió  y  sincera  y  explí- 
titiBíeníe  decíate-  aunque  contrariaba  ct  n  filo  sua  Has  vivas  espire- 
denet*— que   míentrta  «e  Extendiera,  la  inanrrectir  a   por  gran  parte  de 
la  lila,  no  latían  bac  fdtraa  elecciones  parala  constitución  del   nuevo 
Ci  lfí-jc  de  Acn  ii  ittracif  e:  0| inión  que  ac  g¡6   con  aplanao  la  prenem 
icividoTa  7  aceptó  antoncea  al  Gobierno,  argún   noticia  que  por 
<  7  tutorías  do  conducto  llegó  fc  la  Jnnta,  y  según  lo  prueba  la  inda- 
la  suepeneion  de  laa  elecciones  da  Consejeros,   Diputados  provin- 


n 


—  496    — 

Después  de  hacer  esta  protesta,  no  solo  en  nombre 
«ino  principalmente  en  nombre  de  mis  amjgoe  de  Cu 
oon  ánimo  de  hacer  constar  las  colaciones  que  nos  pa 


•cíales  y  Concejales  en  toda  la  U'.a,  4  pesar  de  estar  terminada 
hace  largos  meses  la  rectificación  extraordinaria  del  censo  que  1 
servir  para  dichas  elecciones; 

Considerando  que  desde  la  fecha  indicad»  no  han  disminuido 
tensión  é  importancia  de  la  perturbación  que  sufre  la  Isla,  y  qi 
-virtud  de  ella,  al  debatirle  aquí  y  en  la  Península  la  convenio n 
inconveniencia  de  la  disolución  de  las  últimas  Cortes,  ss  decL 
•contra  éita,  por  estimar  imposible  la  celebración  de  elecciones  g 
les  en  Cuba  en  condiciones  de  eficacia  que  permitan  la  fiel  ezpi 
de  la  opinión  del  cuerpo  electoral,  no  sólo  el  órgano  oficial  de 
Junta  y  el  del  Partido  Reformista,  sino  los  periódicos  y  los  hoi 
públicos  más  importantes  de  casi  todos  los  partidos  de  la  Penínff 
entre  ellos,  con  singular  energía  el  Jefe  del  Partido  Liberal; 

Considerando  que  aunque  en  algunas  lugares  no  llegaran  lai  di 
tades  de  orden  material  á  conitituir  insuperable  obstáculo  para  U 
oración  de  elecciones,  sin  embargo,  la  suspensión  de  las  gan 
constitucionales,  el  estado  de  las  comunicaciones,  y  las  desorgí 
-ciones  de  no  pocos  comités,  no  permiten  realizar  los  trabajos  prc 
torios  y  la  propaganda  indispensables  á  la  asción  política  de  un  p 
-como  el  nuestro  en  elecciones  de  carácter  popular;  pues  si  bien 
tiene  y  retira  su  apoyo  al  Gobierno  para  todo  1*  que  ss  refiera  á 
fensa  de  la  nacionalidad  y  al  restablecimiento  de  la  pn  pública, 
principios  distintos,  política  propia  de  cuyo  empeñado  sostenlmien 
podría  dispensarse  en  modo  alguno  al  dirigirse  al  cuerpo  electora] 
«lecciones  esencialmente  políticas; 

Considerando  además,  que  después  de  publicado  el  Real  Docre 
convocatoria  de  las  nuevas  Cortes  ha  acordado  la  abitención  elec 
el  Partido  reformista,  antecedente  cuya  importancia  no  puede  dej 
apreciar  esta  Junta  Central,  dada  la  significación  que  tiene  dicho 
tido  en  la  política  local; 

Considerando  que  no  siendo  el  propSf  ito  de  la  Junta  acordar  a 


r 


—  4*7   — 


de  momento  necesarias,  en  el  doble  concepto  de  satisfacción 
i  los  problemas  ultramarinos  y  de  remedio  á  los  conflictos 
presentes,  he  de  poner  gran  solicitad  en  que  se  sepa  bien 
que  tanto  como  eso  interesa  que  anuí  di  ¿catamos,  precise- 
mos y  comprendamos  todo  el  fondo  y  toda  la  transcendencia 
del  problema  onbano.  Yo  rechazo  en  absoluto  todos  los  te- 
mores, todas  las  protestas,  todas  las  reservas  que  por  ahí 
corren  respecto  á  qne  no  sea  conveniente  discutir  en  el  Par* 
lamento  español  tales  asuntos.  ¿Dónde,  sino  aquí,  deben  ser 
objeto  de  severo  examen  y  amplia  discusión?  ¿Dónde? 

¡Ah,  señores!  En  primer  lugar,  como  antes  he  insinuado, 
comprometido  el  régimen  representativo  y  parlamentario,  no 
comprendo  cómo  podríamos  declarar  incompetente  al  Parla- 
mento y  peligroso  el  uso  que  hagan  los  Diputados  y  Sena- 
dores de  su  derecho  para  desentrañar  los  problemas  más 
ardaos,  solicitar  todos  los  intereses  de  la  Patria  y  evidenciar 
hs  energías  positivas  que  en  esta  tierra  existen,  para  termi- 
nar la  guerra  y  resolver  todos  los  conflictos  que  nos  rodean . 


traimiento  de  carácter  político,  lino  ana  moni  abstención,  f andada  en 
)es  circunstancias  antea  consignadas,  y  qne  do  ninguna  anorto  ha  do 
influir  oa  la  actitud  y  procedimientos  dol  Partido,  dobe  naturalmente 
limitarse  á  las  elecciones  de  caricter  popular  ca  que  concurran  aqué- 
llas, y  nc  pueden  extenderse  á  las  de  las  Corporaciones,  en  las  cuales 
so  existen: 

La  Junta  Central  acuerda  abstenerse  de  presentar  candidatos  para 

las  próximas  elecciones  de  Diputados  4  Cortes  y  'e  Senadores  por  las 

provincias;  reservándose  presentarlos  para  las  elecciones  de  Senadores 

w»  las  Reales  Sociedades  Económicas  y  por  la  Universidad   de  la 

una. 

Iabana23  do  Marzo  de  1893.—V.*  B/-EI  Presidente,  Josi  M aria 
't*z.— Rl  Secretario,  Antonio  Gavin.*  * 


498   — 


[Cómo,  en  esta  tierra,  donde  podemos  contar,  no  ya  co 
ejemplo  reciente  de  Francia  disentiendo  y  resolviendo 
pleno  Parlamento  los  problemas  de  Madagascar  ó  dal  ' 
kin,  de  exoepcional  gravedad,  é  imponente  apariencia, 
con  el  asombroso  espectáculo  de  las  Cortes  de  Cádiz,  q  ue 
cutieron  todos  los  problemas  más  transcendentales  baj 
fuego  enemigo  y  cuando  apenas  si  materialmente  existía 
paña,  con  la  aspiración  firmísima  y  al  fin  lograda,  de  eac 
cario  íedo  al  honor  y  al  bien  de  la  Patria,— cómo  en  este 
donde  se  elaboró  el  sistema  constitucional  y  se  plante 
casi  todas  nuestras  Constituciones  por  la  acción  directa  3 
tusiasta  de  las  Cortes,  en  función  permanente  y  reson* 
en  medio  de  nuestras  tres  últimas  sangrientas  y  aterrad 
guerras  civiles  y  peninsulares, — cómo  se  ha  de  afir 
ó  consentir  siquiera  que  se  señale  como  perjudicial  ni 
como  peligrosa  la  intervención  de  los  diputados  y  señad 
en  la  cuestión  que  hoy  por  hoy  más  afecta  á  la  suerte,  á 
intereses  materiales,  á  la  vida  y  al  honor  de  España  l 

¿Dónde  puede  estar  el  perjuicio  de  los  discursos,  d< 
preguntas  ó  de  las  excitaciones  que  aqoi  se  hagan?  ¿C 
negar  el  derecho  de  hacerlas  á  los  Representantes  del  j 
cuando  creemos  todos  (y  por  eso  somos  parlamentarios), 
en  la  discusión,  en  la  conversación,  en  el  trato  intimo 
el  cambio  de  ideas,  está  el  secreto  de  la  solución  de  t 
los  problemas  que  llenan  y  forman  la  vida  de  la  socie 
contemporánea?  ¿Por  ventura  el  régimen  parlamentar! 
un  puro  adorno  y  estas  Cámaras  son  meros  escenarios  de 
tas  más  ó  menos  recreativas  y  ociosas?  Si  los  debatas  d< 
tas  Asambleas  son  no  ya  perjudiciales,  sino  ineficaces  j 
la  resolución  de  los  problemas  serios  de  la  política  nació 


> 


—   49tf    — 

¿par  qué  no  se  proclama  7  se  reducen  estas  sesiones  á  laa 
aparatosas  de  nuestras  solemnidades  académicas?  En  tales 
supuestos  ¡quiénes  más  enemigos  del  régimen  que  los  par* 
lamentan 08  desilusionados! 

Pero,  además,  señores,  jo  bien  recuerdo,  porqué  cada 
ves  más  vuelvo  los  ojos  á  la  Historia,  á  la  gran  maestra  de 
la  vida  y  la  primer  consejera  de  los  políticos  expertos  y 
apercibidos,  en  estos  críticos  momentos  en  que  las  pasiones 
loa  intereses,  loe  prejuicios  7  la  justa  preocupación  de  las 
grandes  responsabilidades  forman  una  atmósfera  que  difí- 
cil méate  permite  ver  lo  que  nos  rodea;  70  bien  recuerdo, 
digo,  de  qué  suerte,  silencios  y  aplazamientos  análogos  á  los 
que  ahora  se  recomiendan  han  sido  causa  de  grandes  com- 
plicaciones 7  positivos  desastres  para  nuestra  pobre  Patria. 
Yo  no  puedo  ignorar  cerno  el  procedimiento  contrario 
triunfante  en  otros  países,  en  circunstancias*  análogas,  ha 
producido  ventajas  ahora  por  todo  el  mando  reconocidas  f 
«vitado  buena  parte  de  los  males  que  hemos  tenido  7  teñe- 
moa  que  deploraren  España.  Permitidme  recordaros foIo  el 
contrario  ejemplo  de  nuestra  Patria  de  1820  á  1323,  7  de 
Inglaterra  desde  1774  á  1783. 

Todos  aqui  sabéis  mejor  que  70  cómo  después  de  restau- 
rado el  régimen  constitucional  en  Marzo  de  1820,  se  pro- 
clamó la  Constitución  doceañista  en  América  7  se  extendió, 
con  retraso  7  muy  discutibles  modificaciones?,  á  los  reinos 
trasatlánticos  la  amnistía  que  U  Revolución  peninsular  de* 
cretó  para  teda  la  nación  en  los  primeros  días  de  su  trian f  j, 
v  no  es  para  nadie  un  secreto  que  en  las  dos  legislaturas 
1  -as  Cortes  ordinarias  de  1820  7  21  loa  asuntos  america> 
1    .  no  obtuvieron  r articular  atención. 


—    600   — 


Ahora  parece  evidente  que  la  merecían,  pero  enton 
creyó,  de  una  parte,  que  era  poco  patriótico  discutir  e 
blema  dificultando  la  acción  del  Gobierno  metrópolis 
rebajando  el  prestigio  de  éste  ante  el  extranjero  por 
velación  de  las  dificultades  con  que  nuestro  Gobien 
chata  allende  el  Atlántico;  y  de  otro  lado  se  pens¿ 
eran  suficientes  para  establecer  el  orden  en  Amena 
los  medios  militares  de  la  Metrópoli,  ora  la  influend 
allí  debió  ejercer  la  mera  proclamación  del  régimen  c 
tucional  en  la  Peo  ínsula. 

Y  eso  que  la  independencia  era  un  hecho  en  la  Pía 
Venezuela  se  había  concertado  un  armisticio  entre  insí 
tos  y  leales;  en  el  Perú  y  Chile  continuaba,  bajo  api 
ciaja  muy  dudosas,  la  agitación  revolucionaria,  y  en 
co,  ei  bien  á  fines  de  1819  aparecía  ya  sofocado  el  gf& 
*  i  miento  iniciado  por  Morelos  y  el  cura  de  Guadaln¡ 
davia  Jas  montañas  del  Sur  guarecían  algunas  partid- 
rebeldes  capitaneados  por  Guerrero. 

La  Memoria  verdaderamente  optimista  presenta 
Congreso  de  1820  por  el  ministro  de  Ultramar  D.  Ai 
Porcel,  no  fué  discutida.  Se  necesitaron  reiteradas  ii 
cías  de  los  diputados  antillanos  (señaladamente  del  me, 
Montoya)  para  que  en  Agosto  de  aquel  año  se  nombra 
Comisión  de  negocios  de  Ultramar  que  no  llegó  á  di< 
sar  nada  en  la  primera  legislatura  de  aquellas  Cort 
obstante  la  calurosa  excitación  que  sobre  el  partícula 
el  diputado  platieLse  Magariño  en  la  sesión  del 
Ootubre  de  1820.  La  Memoria  suscrita  por  el  minis 
Ultramar  Sr.  Caadra,  y  presentada  en  Marzo  de  182 
era  menos  optimista  que  la  del  Sr.  Porcel,  y  sólo  me 


—    501    — 

[as  calumas  eicitaeionea  del  diputado  venezolano  tenor 
Pault  que  en  Majo  de  1821  pidió  al  Gobierno  que  trajese 
al  Congreso  todos  los  antecedentes  relativos  al  armisticio 
de  Venezuela,  se  logró  que  las  Cortes  nombraran  una  Co- 
misión especial  para  el  estudio  de  la  situación  de  A  merina 
j  para  exponer  lo  más  conducente  para  concluir  del  modo 
mas  acertado  las  desavenencias  que  afligían  a  las  provin- 
cias americanas.!  Pero  esa  comisión  se  limitó  á  proponer 
que  «se  excitara  el  celo  del  Gobierno  para  que  presentase 
á  la  deliberación  de  las  Cortes,  á  la  major  brevedad, 
las  medidas  qne  creyese  convenientes.»  Para  llegar  á  esto 
que  se  propuso  a  fines  de  la  regunda  legislatura  de  1820 
fué  preciso  qne  el  diputado  mejicano  Medina  excitase  i  la 
Comisión  á  presentar  al gnr  a  solución,  mientras  Ja  Dipu- 
tación americana  se  apercibía  á  formular  una  Exposición 
á  las  Cortes,  precisando  los  medios  indispensables  á  su 
juicio  para  atajar  el  mal  que  volvía  á  reproducirse  alleade 
el  Atlántico. 

Esa  exposición  fué  presentada  á  fines  de  Majo  al  Go- 
bierno, siendo  rechazada  por  éste,  y  por  tal  motivo,  los 
diputados  americanos  se  decidieron  á  leerle  á  las  Cortea 
en  la  sesión  del  25  de  Junio,  es  deoir,  cinco  días  antes  de 
terminar  la  segunda  y  última  legislatura  de  las  Cortes  ordi- 
narias de  1820  á  21 .  Aquella  famosa  exposición  ausenta 
por  45  diputados  americanos  y  que  contenía  un  verdadero 
plan  de  organización  autonomista,  produjo  calurosa  protes- 
ta en  el  seno  de  las  Cortes,  pero  quedó  sin  discutir.  En  Ja  se- 
sión inmediata  las  Cortee  acordaron  pedir  al  Rey  qne  convo- 
case Cortes  extraordinarias  y  señalaron  las  materias  qne  ha» 
lian  de  ocupar  la  atención  de  ¿filas;  por  ejemplo,   la  divi* 


—   502 


sión  del  territorio  español,  la  organización  del  Ejercite 
Ja  Armada  y  la  formación  de  los  Códigos.  Todo  el  muí 
se  olvidó  del  problema  americano  y  faé  preciso  que  fon 
laran  los  diputados  americanos  ana  vigorosa  protesta  p 
que  á  pesar  de  la  oposición  de  Toreno  y  Calatrava,  ae  a 
diese  á  la  moción  que  las  Cortes  elevaron  al  Bey,  qne 
Cartee  extraordinarias  se  habían  de  ocupar  también  <de 
medidas  que  el  Gobierno  propusiese,  á  fio  de  conseguir 
tranquilidad  y  promover  el  bien  de  las  Antillas».  ^As 
todo,  el  discurso  con  que  el  Rey  cerró  las  sesiones  el  30 
Judío,  conforme  al  texto  de  la  Constitución  del  año  11 
de  varios  artículos  del  Reglamento  de  las  Cortes  de  aquí 
época,  se  prescinde  en  absoluto  de  la  cuestión  americaí 
Y  la  Exposición  impresa  que  los  diputados  americanos  < 
varón  en  22  de  Enero  de  1821  al  Ministro  de  la  Guei 
pidiendo  la  remoción  de  los  Virreyes  Pezuela  y  Apodaoa 
los  generales  Morillo,  Craz  y  otros  identificados  comple 
mente  con  el  viejo  régimen  colonial  y  poseídos  por  las 
siones  de  la  guerra  americana,  quedó  desatendida  fuera 
caso  preciso  del  Virrey  Apodaca,  sustituido  en  Méjico 
el  general  Odonoju,  cuando  ya  los  elementos  antiliberi 
de  Méjico  habían  destituido  á  Apodaca,  según  costo m 
muy  generalizada  entre  ciertos  elementos  ultramarinos 
todo  el  curso  de  nuestra  historia  colonial. 

Como  es  sabido,  las  Cortes  extraordinarias  de  1821  a 
braron  sesiones  desde  el  23  de  Septiembre  de  1821  á  14 
Febrero  de  1822  y  se  inauguran  con  un  apasionado  del 
sobre  la  presencia  y  títulos  de  los  diputados  americanos 
ates  ó  propietarios  en  las  Cortes  de  la  Nación,  j 
prescindiendo  del  problema  grave  del  nuevo  Mundo:  de 


r 


—  503   — 


•situación  política  y  militar,  hasta  que  en  26  de  Octubre  el 
(bpotado  Paul  formuló  una  proposición  para  exigir  al  Mi- 
nistro de  Ultramar  que  propusiera  las  medidas  á  que  se  ha* 
4>ía referido  el  dictamen  déla  Comisión  parlamentaria  de 
las  Cortes  ordinarias.  Paul  se  fundaba  en  las  alarmantes 
noticias  recibidas  de  América  y  en  hechos  absolutamente 
indiscutibles  que  acreditaban  el  progreso  de  la  insurrección 
•al'ende  el  Atlántico.  La  proposición  del  diputado  america" 
no  foé  aprobada  por  un  solo  voto,  pero  el  Gobierno  no  hixo 
caso  de  esta  i  esolución  ni  nadie  en  las  Cortes  osó  tratar  el 
problema  americano.  Todavía  á  principios  de  1822  las  Cor* 
tes,  asustadas  de  la  idea  de  ocuparse  de  este  asunto,  requi- 
rieron otra  vez  al  Gobierno  para  que  formulase  sus  solucio- 
nes, lo  cual  al  fin  se  consiguió  en  17  de  Enero  del  citado 
año  de  1821.  Entonces  se  nombró  una  Comisión  parlamen- 
taria que  á  los  pocos  días  dictaminó  sobre  la  vaga  proposición 
del  Gobierno,  excusándose  de  entrar  en  detalles,  y  propuso 
que  aquel  nombrase  varias  personas  que  fuesen  á  América 
para  recibir  las  proposiciones  que  los  gobiernos  allí  estable- 
cidos hiciesen,  á  fío  de  transmitirlas  á  las  Cortes  para  que 
éstas  resolvieran  en  definitiva.  Tan  peregrina  propuesta  foé 
-combatida,  entre  otros,  por  el  diputado  extremeño  Golfín, 
que  presentó  un  plan  de  organización  autonómica,  mientras 
circulaba  entre  los  diputados  una  Memoria  de  análogo  sen- 
tido, inspirada  en  el  antiguo  proyecto  del  Conde  de  A  randa 
y  escrita  por  encargo  del  Ministerio  de  Ultramar,  por  don 
Miguel  Cabrera  de  Nevares.  Ninguna  de  estas  soluciones  fué 

3 cionada  por  el  voto  de  las  Cortes,  Este  consagró  el  fondo 
dictamen  de  la  Comisión,  con   ad  ciones  del  Conde  de 

icano,  Moscoso  y  Espiga,  que  condenaron  todo  concierto 

33 


—    604   — 

pacifico  hecho  en  Amérioa  por  autoridades  españolas 
beldes,    obligaron  al  envió  de  nuevas   faenas  mil 
allende  el  Atlántico  y  exigieron  á  los  Gabinetes  extrai 
que  se  abstuviesen  de  todo  trato  con  los  gobiernos  coni 
dos  por  los  rebeldes.  Esto  se  acordó  en  Septiembre  de 
Poco  después  se  excluían  del  seno  de  las  Cortes  á  los 
tados  de  todos  aquellos  países  americanos  que  hubiesen 
conocido  la  autoridad  soberana  de  la  Metrópoli;  es  de 
todos  los  diputados  ultramarinos,  fuera  de  los  de  í 
ñas,  Cuba  y  Puerto   Bico,  los  cuales  más  tarde,  en 
también  fueron  expulsados,  quedando  aquellas  isla 
representación  parlamentaria  hasta  que  se  hicieran 
especiales  para  las    provincias  de  Ultramar,    cosa 
no  sucedió  en  los   treinta   y    tres  afios  que  suoedier 
aquella  deplorable  determinación .  Y  es  de  advertir 
en   los  debates  que  se  produjeron  con  tales  motive 
Ministro  de  Ultramar  dijo  muy  poco,  reservándose  á 
bre  del  Gobierno  tomar  las   medidas  que  estuvien 
sus  atribuciones  y  que  no  creyó  poder  manifestar  pul 
mente. 

Luego  tienen  efecto  en  Madrid  los  sucesos  de  7  de  J 
se  inicia  la  rebelión  carlista:  convócanse  y  reúnense  las 
tes  de  i  822;  proyéctase  y  realízase  la  invasión  francesa 
restaurar  el  absolutismo  y  se  instaura  éste  después  de  h 
róioas  escenas  del  Trooadero.  Pasado  Febrero  de 
nadie  habló  en  la  Península  de  Ultramar,  pero  ni  este  í 
do  silencio  ni  el  voluntario  de  los  dos  años  anteriores  p 
ron  evitar  que  las  cosas  siguieran  su  curso,  y  que  el 
ble ma  americano  acentuase  su  gravedad,  poniéndose 
de  la  opinión  y  los  medios  de   la  Metrópoli,  que  se 


m  1ML 


—    505    — 

sorprendida  con  el  reconocimiento  de  la  independencia  de 
los  Tainos  hispanoamericanos,  hecho  de  mi  modo  explíci- 
to por  el  gobierna  norteamericano  en  Marzo  de  1822  y 
de  o  a  mado  implícito  por  el  gobierno  inglés  qae  ofreció  al 
español ,  en  este  mismo  año,  intervenir  oficiosamente  para 
que  terminase  la  guerra  de  Snr  América,  hasta  qne  en  3  824 
siguió  el  ejemplo  de  los  Estados  Unidos  reconociendo  tam- 
bién  por  modo  solemne  la  independencia  de  la  América 
Central  y  Meridional  > 

Fué,  pues»  no  sólo  ocioso  lino  contraproducente  todo 
cuanto  aquí,  dentro  y  fuera  de  las  Cortes,  se  hizo  para  que 
no  se  tratara  U  cues  ti  ¿a  de  América  de  un  modo  público 
y  serio.  Precisamente  en  los  mismos  dias  en  que  se  inau- 
guraba la  segunda  legislatura  de  las  Cortes  de  1821,  I  túr- 
bido daba  su  célebre  proclama  en  favor  del  Pía  o  de  Igua- 
la *  £1  24  de  Agosto  del  propio  año  lo  reconocía  y  firmaba 
el  tratado  de  Cerdo  va,  el  vi  rey  español  D .  Juan  Odonoja; 
esto  es,  i  poco  de  desdeñarse  en  Madrid  la  proposición  de 
los  45  diputados  americanos.  El  24  de  Febrero  de  1322  (es 
decir,  casi  en  el  momento  mismo  en  que  nuestras  Cortea 
aprobaban  el  dictamen  evasivo  de  la  Comisión  de  Ultramar 
con  las  adiciones  intransigentes  de  Toreno)  09  verificaba  ]& 
instalación  del  primer  Congreso  independiente  de  Méjico  y 
jüT-hbü  la  Regencia  mejicana.  En  la  primavera  de  1321  re* 
comenzaron  las  hostilidades  en  Venezuela  y  el  24  de  Junio 
di  aquel  año  tuvo  efecto  la  batalla  de  Car  abobo  f  que  facili- 
to A  Bolívar  la  constitución  de  la  República  de  Colombia. 
1  '  ultimo  vinieron  el  reconocimiento  de  la  independencia 
t  ricasa  por  los  Estados  Unidos  y  el  de  la  América  Meri- 
(      %1  por  Inglaterra,,,  mientras  los  gubernamentales  de 


iV  ! 


•*'_ 


*M"         -1  —   506   — 

España  continuaban  afirmando  que  el  secreto  y  la 
eran  loe  medios  de  resolver  satisfactoriamente  la  oí 
americana! 
Perdonad,  señores,  la  digresión,  siquiera  por  lopo 
i:         -t  entre  nosotros  se    recuerdan  estas  grandes  lecciones 


.1 


*  • 


* 

.t 


[*£;      -i  Historia. 


tf "  l 

n  ■  I 


Frente  á  este  ejemplo  poned  el  de  Inglaterra,  y  p< 

con  el  pequeño  aditamento  de  la  afirmación  qne  yo  i 

permitido  hacer  muchas  veces  de  que  en  punto  á  erro: 

jKr£"       -í  colonización,  España  ha  ocupado  generalmente  un 

inferior  al  de  las  demás  Naciones,  pero  oon  la  difereí 

C         *í  y  este  es  nuestro  pecado,  que  purgamos  de  nn  modo 

;.  t  5  ble— de  que  nosotros  difícilmente  aprovechamos  el  f 

" ■    -.        ^  propio  y  la  experiencia  ajena,  mientras  qne  los  dem 

■  -  •  i  man  consejo  de  su  propia  y  reconocida  desgracia,  qa 

;  :.V  cilmerte  ó  nunca  se  explican  por  el  capricho  de  la  si 

la  exclusiva  maldad  del  adversario. 

» :,  ;:  Mientras  la  elocuencia  tenga  admiradores  y  haya 

.•>■;.  *  don  y  entusiasmo  para  la  defensa  generosa  del  d 

i,  t  atropellado  y  maltrecho,  serán  nn  timbre  de  gloria  p 

"... "  Edad  contemporánea  las  brillantes  páginas  de  la  h 

'  £  ..£  parlamentaria  británica,  donde  se  consignan  los  excep 

V'\i  *  les  esfuerzos  que  en  pro  de  la  causa  norteamericana 

ron  los  grandes  oradores  ingleses  del  último  tercio  c 

glo  xviii.  Porque  sin  negar  los  servicios  que  á  la  cau 

Lv*4-  r  -  la  litartad  política  en  general  ha  hecho  Inglaterra,  n 

tí"»*" 

de  excusarse  el  reconocimiento  de  que  el  pueblo  ingle 

liza  oon  el  romano  de  los  tipos  clásicos  en  punto  á  pr< 

de  superior  y  arrogante  respecto  de  los  demás  pueblo 

como  es  positivo  que  en  sus  luchas  con  éstos  no  ha  ] 


i/ 


.r'.¡ 


^\ 


—    Í07   — 

jamás  de  modesto  y  generoso.  No  menos  exacto  es  que  la 
colonización  inglesa  anterior  al  siglo  pr  en  en  te  se  ha  carac- 
terizado, por  lo  que  hace  á  la  Metrópoli,  por  su  carácter 
eminentemente  mercantil  é  interesado,  extremándose  en  las 
colonias  británicas  la  nota  de  la  explotación  h seta  un  grado 
moy  superior  al  que  se  advierte  en  la  colonización  españo- 
la. For  esto  se  explica  que  en  la  hora  del  con  nieto  anglo* 
americano,  la  cansa  de  las  trece  colonias  careciese  de  sim- 
patizadores en  la  masa  del  pueblo  inglés,  apartado  por  ma- 
chas leguas  de  distancia  de  las  orillas  del  Hndson  y  del 
Deiaware  y  puesto  bajo  la  influencia  inmediata  de  aquel 
poderoso  y  original  board  af  commerc*  de  Londres,  centro  4 
la  vez  político  y  económico,  de  excepcionales  medios  de 
acción  y  dispuesto  á  sacrificarlo  todo  á  sus  particulares  in- 
tereses, un  tanto  disfrazados  con  el  aparato  del  orgullo 
británico  y  el  interés  nacional.  Coincidían  estas  circuns- 
tancias con  la  privanza  del  sentido  absolutista  del  rey 
Jorge  III,  el  oual  perdió  la  razón  cuando  se  perdieron  las 
trece  colonias  de  América.  Por  otra  pavte,  la  ausencia 
de  diputados  americanos  en  el  seno  del  Parlamento  del 
Reino  Unido,  hacía  difícilísimo  que  el  interés  y  el  derecho 
de  las  colonias  encontraran  defensa  calurosa  y  eficaz  en  el 
corazón  de  la  Metrópoli,  Sin  embargo,  esa  defensa  fué  vi- 
gorosa, constante,  entusiasta,  tal  y  como  podían  desearla 
los  más  exigentes,  por  espacio  de  diez  años,  en  el  seno 
del  Parlamento  británico .  Los  discursos  de  Sheridam,  de 
Fox,  de  Barke,  y  sobre  todo  del  gran  Pitt,  son  hoy  el  or* 
trullo  de  la  Inglaterra  contemporánea  y    positiva    causa  de 

tigfacción  para  la  generación  moderna. 

Cierto  que  eeos  discursos  tío  fueron  bastantes  para  impe- 


—    508    — 


dir  la  guerra  da  Norte  América  ni  para  que  los  m  ¡nial 
ingleses  rectificaran  la  deplorable  y  siempre  fracasada  ; 
lítica  de  á  la  guerra  solo  con  la  guerra.  Quisa  recordando 
terribles,  las  abominables  frases  con  qne  lord  North  exp] 
al  retirarse  del  poder  en  1782,  las  vicisitudes  de  la  luc 
atribuyendo  indirectamente  su  sostenimiento  al  Rey,  é  ii 
nuando  qne  los  ministros  más  de  una  vez  habían  dndado 
su  éxito,  quizá  pudiera  asegurarse  que  aquellos  grandes  < 
cursos,  pronunciados  sin  intervalo  y  con  todo  motivo  y  t 
pretexto,  en  medio  de  una  gran  impopu'aridad  y  por  peí 
ñas  que  no  tenían  ni  podían  tener  apoyo  ni  interés  algí 
en  América,  produjeron  su  efecto  aun  en  el  ánimo  da 
mismos  adversarios.  Pero  de  todas  suertes,  es  imposible 
gar  que  aquella  espléndida  campaña  parlamentaría  sir\ 
aun  con  relación  á  la  misma  Inglaterra,  primero,  para  ha 
que  ésta  se  fijase  en  la  transcendencia  política  de  la  coló 
zación  y  en  su  influencia  directa  en  la  vida  moral  da  la  1 
trópoli;  luego,  en  los  medios  eficaces  para  mantener  unii 
á  la  Madre  Patrja,  colonias  que  por  su  cultura  y  por  sus  i 
dios  materiales  no  podían  resignarse  á  ser  meras  factoría 
puertos  militares;  tercero,  en  la  deficiencia  ó  la  perfecta  i 
potencia  de  los  recursos  militares  aislados  para  dominar 
grandes  revoluciones,  así  como  en  la  incapacidad  del  inte 
mercantil  y  de  los  centros  puramente  económicos  para  dirí 
absolutamente  la  política  de  las  Naciones;  cuarto,  en  el  va 
positivo  de  América  y  en  la  verdadera  importa  acia  de 
relaciones  angloamericanas.  A  todo  esto  hay  que  aña 
la  influencia  que  en  la  educación  general  política  de  ín¿ 
térra  hizo  aquella  campaña,  porque  con  motivo  da  la  g 
rra  de  América,  la  tribuna  de  Westminster  se  convirtió 


—    509    — 

uta  verdadera  cátedra  de  derecho  publico,  deaie  la  cual  ae 
preparó  la  trans formación  política  iniciada  en  el  Reino 
Unido  dentro  del  primer  tercio  del  siglo  actual. 

Asi  Inglaterra  podo  hacer  la  paz  coa  loe  Estados  Unidos 
en  1783,  reconociendo  inmediata  mente  la  independencia  del 
nuevo  pueblo  y  entablando  con  él,  enseguida,  toda  clase  de 
relaciones  morales  y  mercantiles,  mientras  que,  por  otra 
parte,  iniciaba  la  reforma  colon  i  al  expansiva!  de  que  e?una 
considerable  prueba  la  reforma  hecha  en  el  Ganad!  en  1791 . 
No  quiero  recordar,  señores,  que  nosotros  no  llegamos  4 
reconocer  la  independencia  de  ios  Reinos  hi a p ano-amar ica» 
nos,  que  existía  de  hecho  ya  en  1824  hasta  1836,  que  es 
la  fecha  del  tratado  con  Méjico,  y  ana  hasta  18 G5,  que  es 
la  nacha  del  tratado  con  el  Pera.  Y  no  quiero  habar  de 
cómo  el  sentido  de  la  política  que  hicimos,  con  maravilloso 
resaludo,  en  Puerto  Rico  y  Cuba  áe^de  1813  á  1820,  bajo 
la  inspiración  da  las  refirmas  del  marqué  *  de  la  Sonora  y 
de  las  Cortes  de  Cádiz,  y  con  coya  política  se  hubiera  quiza 
impedido  la  perdida  del  Continente  americano,  fué  rectifica- 
da en  1823,  con  el  famoso  decreto  da  las  omnímodas  de  los 
capitanea  generales. 

Básteme  lo  dicho  en  apoyo  de  la  acción  libre  de  las  Cor- 
tes y  de  los  debates  amplios  sobre  las  cuestiones  coloniales, 
para  robustecer ,  co n  ej  e m pl os  p ráctico s ,  mi  p rote b ta  co n  - 
tra  la  fon  esta  teoría  del  siítucio  patriótico  que  se  nos  quiere 
imponer,  en  este  período  de  grandes  desconfianzas,  fácil 
de  convertirse  pronto  en  un  periodo  de  pánico t  en  el  cnal, 
*1  Gobierno,  sin  apoyo  positivo  en  la  opinión,  pudiera  eer 
i  apellado  y  arrastrado  á  las  mayores  torpezas,  llevando  A 
Í      faetón,  sorprendida  y  agotada,  á  un  oprobioso  desastre. 


'I* 


—    510    — 

Por  esto,  séame  lícito  también  decir  algo  respecto  al 
lencio   de  hombrea  importantes,  de  personas  coya  rep 
sen  tai  ion  aparece  mny  acentuada  en  nuestra  política  ult 
'"■i  j  marica,  de  quienes  te  dos,  dentro  y  fuera  de  esta  Cama 

:  i' .   .       j  esperábamos  explicaciones  que  quizás  só!o  ellas  pueden  < 

¿  c  \  respecto  de  lo  que  en  Coba  ha  sucedido  en  estos  últii 

^*:      -  i  meses:  políticos  de  mny  merecida  consideración  qne  ape 

¡J  l '      •  j  da  esto  creen  qne  no  están  obligados  á  intervenir 

"  ■?;         -<  este  debate,  sino  en  el  panto  y  hora  en  qne  sean  requerí* 

especialmente,  quizá  atacados  6  censurados  con  más  ó  i 
nos  pasión  y  violencia. 

No;  eso  no  lo  consiente  el  Paramento,   donde  cada  c 
tiene  su  lugar  con  propia  y   determinada   representad 
3  que  hay  que  acreditar  del  modo  a  fecuado  á  la  índole  de 

institución  parlamentaria  ydonde  á  nadie  le  es  licito  el  pa 
de  mero  ó  indiferente  espectador.  Pero  además,  esta  sil 
:* \\  ciosa  espectación  tampoco  es  permitida  aun  fuera  del  1' 

m  ,  ;'  •         \  lamento  á  los  hombres  públicos  de  cierto  carácter  y  cié 

r"  i  historia. 

•  ■  -j 

'    •  *         i  Los  hombres  políticos  deben  tener  esto  muy   en  cuei 

*  *_  í  y,  sobre  todo,  aquellos  que  han  desempeñado  los  al 
;  **  ,  cargos  de  nuestra  política  colonial;  aquellos  que  han  rej 
;•  ,j  sentado  los  intereses  y  la  política  del  Gobierno  en  Ultran 
í  '>'.'-/  .]  y  señaladamente  aquellos  que  han  llevado  con  honor  la 

'  .  '  ■  #  fenea  de  los  intereses  generales  de4  la  Patria.  Esos  tien 

:  .■.'•■'*•  ^ .  ■ ',                         ¿mi  juicio,  en  los  momentos  difíciles  (y  lo  son  mucho 

$!**£"  "\                        presentes)  el  deber  de  dar  su  consejo:  por  lo  menos  la  o 

&V;  (  gaoión  de  exponer  su  opinión  y  de  ilustrar  al  público 

íV-""  '-.                         sus  datos  y  sus  observaciones  directas,  fortalecidas  pox 

\\,V  ciencia  y  su  experiencia  personales.  [Ah!  ¡No  faltaba  n 


i".     '      .1 


■V 


—   511    — 

Se  puede  llegar  á  grandes  alturas;  ¿pero  se  llega  por  la» 
condiciones  paramente  individuales  y  sin  más  compromiso 
que  el  pasajero  de  la  instable  posición  oficial?  rueden  todo» 
estos  hombres  ilustres  ser  personas  de  indiscutible  mérito- 
particular,  pundonorosos  militares,  hombres  probos,  corree» 
tos,  buenos  amigos,  padres  honrados;  pero  mediante  eso  so- 
lamente, ¿serian  y  valdrían  lo  que  realmente  son  en  la  poli- 
tica  española?  Son  algunos,  son  todos,  por  diferentes  moti- 
vos, Jo  que  Emerson  llamaba  hombres  representativos,  y  en 
este  sentido  tienen  la  obligación  inexcusable  de  dar  su  voto,. 
■o  como  voto  decisivo,  ya  lo  sé,  pero  si  como  voto  de  mayor 
cuantía. 

T  si    esto  me  parece  hasta  corriente  tratándose  de  la  ge- 
neral idad  de  los  negocios  públicos,  antojase  me  indiscuti- 
ble cuando  se  trata  de  problemas  coloniales,  tanto  por 
la  dificultad  de  qce  la  opinión  general  de  la  Metrópoli  pue- 
da ser    suficientemente  informada  por  el  trabajo  y  los  re- 
querí mientas  de  los  particulares,  cuanto  por  el  doble  pa- 
pel   que  desempeñan   los  funcionarios  del  Estado  encar- 
gados en  las  Colonias,  no  sólo  de   atender  á  las  exigen- 
cias de  la  Administración,   siso  de  representar,  en  su 
totalidad,  el  prestigio,  la  solicitud  y  el  carácter  protector  de 
la  Madre  Patria.  Por  eso  en   la  historia  colonial  española 
tienen  un  gran   valor  las  Memorias  y  los  informes  de  los 
virejes  y  de  los  visitadores  é  inspectores  de  Indias;  y  en 
la  edad  contemporánea  figuran  eo  primer  término  las    Me- 
morias y  las  explicaciones  que  sobre  el  estado  de  la  Amé- 
a  británica  dio,  dentro  y  fuera  del  Parlamento  inglés,  y 
relación  con    sus  empeños    oficiales,  el  célebre  lord 
rham,  á  quien  hay  que  referir  muy  señaladamente  la 


—   512   — 

iniciación  de  la  gran  reforma  autonomista  del  Gan&c 
Fot  todo  esto,  yo  no  pecaré  de  desconsiderado  al  p< 
ahora  indi  vid  nal  mente  su  opinión  á  todos  loe  homt 
notables  á  quienes  se  ha  aludido;  á  los  señores  Genere 
Martínez  Campos  y  Calleja  muy  especialmente,  pues  c 
ellos  han  gobernado  á  Coba  en  estos  últimos  tiempo* 
deben  tener  opiniones  propias  sobre  el  estado  de  los  asa 
tes  ultramarinos  y  les  importa  macho  exclarecer  y  reetifit 
bastante  de  lo  que  respecto  á  Sus  Señorías  mismo  i  se 
dioho  y  disoutido  en  estos  meses,  así  en  España  como  en 
extranjero.  No  necesito  que  tan  distinguidas  personas  o< 
firmen  mi  opinión  ó  fortalezcan  mi  actitud  (perdonadme  e 
rasgo  de  inmodestia);  pero  si  afirmo  redondamente,  qne  5 
Señorías  no  pueden  excusarse  de  emitir  aquí  solemne mej 
su  juicio  sobre  el  problema  palpitante  ultramarino,  ou 
pliendo  asi  con  su  deber  como  Senadores  y  como  represf 
tantas  de  las  tradiciones  y  la  política  del  Gobierno  eu  An 
rica,  en  un  momento  en  que  todo  el  muud)  tiene  puesl 
los  ojos  en  este  asunto. 


II 


Y  vamos  al  fondo  del  problema.  Ya  lo  he  dicho.  No  v¡ 
a  hablar  más  que  de  Cuba,  porque  estáe  asunto  absorbe  to 
nuestra  atención  en  este  instante  y  compromete  toda  naejt 
suerte.  Con  esto  indico  que  yo  tengo  opinión  distinta  á  la  q 
he  oidu  a  un  hombre  importante  del  partido  conservador  < 
Bidente,  Yo  tengo  la  opinión  de  que  la  muerte  de  nuesl 
representación  colonial  llevaría  tras  si  nuestro  descrédito 


qa:z¿  tneetra   inmediata  mina  como  potencia  hÍ9t5rica   y 
«nropea. 

Por  lo  tanto»  señorea  es"  preciso  ver  este  trancen  iental 
iflQDtj  con  cuidado;  oir  todas  las  opiniones  j  aspiraciones, 
7  resolver  después,  no  por  aquel  interés  político  que  divi- 
de Jos  negocios  en  cuestiones  de  mavorla  y  de  minoría, 
ni  aun  siquiera  estimando  el  punto  como  un  interés 
d*  Gobierno  conservador,  6  liberal,  ó  republicano,  sino 
como  un  asunto  de  importancia  fundamental  de  la  Patria, 
y  hasta  como  un  positivo  deber  de  conciencia;  que  esto  es  pre- 
ciso cuandoee  arranean  hombrea  alpaid  para  llevarlos  á  des- 
piadada é  interminable  guerra,  cuando  es  exigen  esfuerzos 
y  se  destruyen  esperanzas,  que  <ieb*n  sacrificarse,  sít  pero 
aj  menos  con  la  casi  seguridad  de  que  todos  esos  sacrificios 
han  de  tener  un   término  próximo  y  satisfactorio. 

Bieu  comprenderán  los  señores  Sanadores  que  creyendo 
este  mi  deber,  siendo  esta  mi  preocupación  de  todo  momento 
y  causa  esp  ecial  de  angustia  para  mi  espirito  en  el  i  estan- 
te en  qae  dirijo  la  palabra  á  esta  Cámara,  y  encontrando 
inmensas  dificultades  por  el  número  y  diversidad  de  cues- 
tiones qne  en  este  debate  se  han  planteado,  necesito  redu- 
cir lis  todo  lo  posible.  Así,  voy  á  ver  sí  concreto  mis  obser- 
vaciones llamando  vuestra  atención  sobre  las  tres  notas 
que,  á  mi  juicio t  destacan  en  el  pavoroso  problema  que 
•bsorbe  justamente  la  atención  de  España  y  comienza  á 
fijar  la  de  todo  el  mundo. 

La  primer  nota  se  refiere  á  lo  que  podríamos  llamar  el 
Altado  interior  de  nuestro  país  frente   al  problema  militar 

*ülano« 
-*  guerra  de  Cuba,  en  primer  término,  ha  proporciona- 


—   514  — 


IV 


do  ocasión  exoepcionalmente  favorable  de  discutir  y  n 
ver  un  panto  de  potísima  importancia  social;  como  qu 
relaciona  directamente  eon  la  virtualidad  del  pueblo  e 
fiol  y  viene  siendo  objeta  de  los  más  enoontrados  pareo 
dentro  y  fuera  de  nuestro  propio  país.  De  tal  suerte  fl 
producido  esa  oportunidad,  que  si  no  fuera  por  las  circ 
tandas  que  la  condicionan,  podríamos  alegrarnos,  po 
ha  venido  á  demostrar  una  cosa,  á  saber:  que  en  los  im 
tes  en  que  tantos  dicen  que  la  anearía  se  ha  apoderadc 
todos  los  espíritus,  cuando  se  pondera  por  todas  parte 
decadencia  de  España  y  se  aventura  la  especie  de  que  n< 
vimos  más  que  la  vida  de  las  componendas  y  de  las  coi 
telas;  cuando  parece  que  no  hay  ideas,  ni  rumbos,  ni  c 
ranzas ,  las  energías  vitales  de  esta  tierra  han  surgido 
superficie  hablando  el  leu  guaje  elocuentísimo  de  las  real 
des  y  demostrando  que  aquí  hay  capital,  faena,  me< 
espíritu,  y  que  lo  que  necesitamos  son  objetivos  prec 
políticos  que  dirijan,  ideas  que  levanteu  y  aproveche 
voluntad  de  este  pueblo,  dispuesto  siempre  al  saeri 
cuando  se  trata  del  honor  y  de  la  dignidad  de  la  Patri 
Yo  lo  he  visto;  yo  he  visto  esos  mozos,  esos  niños 
marchaban,  [pocos  días  hace,  por  las  calles  de  Ma< 
rebosando  entusiasmo  los  unos,  demostrando  los  otrof 
su  recogimiento  y  su  varonil  apostura  la  energía  de  su 
mo,  dispuestos  todos  á  cruzar  el  gran  Atlántico,  indife 
tes  á  la  amenaza  de  la  fiebre  y  al  peligro  de  las  balas, 
jando  tras  sí  las  lágrimas  de  sus  madres  y  los  suspire 
sus  amantes,  sin  esperanza  de  recompensa  ni  preocupi 
de  lucro,  sin  odio  ni  miedo,  atentos  á  la  ley  del  deber, 
les  á  la  disciplina,  con  la  conciencia  serena  del  que 


si 


r 


—   515   — 

«que  cumple  oomo  bueno  dando  su  sangre  por  el  derecho,  y 
sobre  todo  por  el  honor  de  la  tierra  que  han  hecho  y  defen- 
dido con  sacrificios  análogos  nuestros  padres  en  una  larga 
historia  de  empeños  heroicos. ..  Ni  un  grito,  ni  una  protes- 
ta, ni  la  más  leve  murmuración!  El  fenómeno  es  verdadera* 
mente  admirable.  Seguramente  no  lo  esperaban  la  mayoría 
de  nuestros  hombres  políticos.  Europa  entera  lo  ha  aplaudi- 
do, al  propio  tiempo  que  confesaba  su  anterior  creencia  de 
que  España  era  incapas  de  poner,  con  sus  propios  y  exclu- 
sivos mfejdios  y  á  dos  mil  leguas  de  distancia,  un  ejército  de 
200.000  hombres  para  guerrear  en  condiciones  de  dificul- 
tad, solo  comparable  á  aquellas  con  que  luchó  para  ser 
vencido  el  ejercito  francés  de  Santo  Domingo,  á  comienzos 
de  este  siglo. 

Yo  he  visto  también  todo  eso,  f  al  verlo  no  he  podido 
menos  de  exclamar:  pues  qué,  ¿acaso  los  que  nos  gritan  ó 
mormuran  que  esta  es  una  tierra  perdida,  que  aqui  todo  está 
corrompido,  que  todos  se  hallan  dispuestosá  venderse  y  á  en- 
tregarse, no  ven  de  qué  suerte  palpita,  entre  nosotros,  la 
energía,  y  oomo  en  medio  de  estos  conflictos,  positivamente 
aterradores,  late  siempre  un  espíritu  generoso  y  viril,  ga- 
rantía d  e  compromisos  admirables,  resoluciones  poderosas 
y  éxitos  inverosímiles?  ' 

¡AJi!  Seguramente  aqui  hay  más  que  los  lamentos  estéri- 
les de  las  gentes  pusilánimes,  y  más  que  los  Gobiernos, 
abrumados  por  el  compadrazgo  y  el  caciquismo  y  deshechos 
en  luohas  verdaderamente  mezquinas. 

Jon  este  motivo  se  han  planteado  dos  problemas  muy  in- 

otantes:  el  uno  es  el  problema  del  ejército  colonia);  el  otro 
*e  la  reforma  del  servicio  militar.  —  No    digo  qoa 


—   816 


'  •>. 


•-1 


sea  esta  la  hora  deiesolver  astas  cuestiones.  Ya  al  aeñoi 
nistro  de  la  Guerra  (al  cual,  apro  vechando  esta  ocaaióo 
lodo  fervorosamente  por  sos  energías  y  snsaotividadee 
su  inteligencia  y  sn  patriotismo),  ya  el  señor  ministro 
decía  en  nno  de  sns  último*  proyectos,  que  era  preciso  tr 
nuevamente  la  cuestión  de  la  redención  del  servicio  mili 
y  de  otro  lado  hacia  cierta  favorable  indicación  respecto 
idea  del  ejército  colonial.  Ya  sé  yo,  repito,  que  no  son  e 
puntos  á  resolver  ahora;  pero  sí  quiero  señalar  i 
especialmente  el  último;  porque  cualesquiera  que  i 
los  éxitos  que  en  esta  crisis  hayamos  de  alcanzar  al 
lado  de  los  mares,  y  conviniendo  eu  que  no  hay 
blo  alguno  (porque  en  esto  si  que  tiene  razón,  com 
otras  cosas,  el  mensaje  de  la  Corona)  que  haya  super 
ni  siquiera  igualado  al  eáfuerso  hecho  por  España  en  < 
meses,  no  es  posible  creer  que  esta  Nación,  que  puede 
centrarse  en  lo  sucesivo  en  conflictos  análogos,  hayí 
continuar  realizando  el  colosal  esfuerzo  de  reclutar  y 
viar  y  sostener  en  Ultramar  40,  ú  80,  ó  150.000,  ó  200 
soldados,  permanentemente  separados  de  sus  hogares,  a] 
nando  el  Tesoro  nacional,  quitando  brazos  á  los  a»mp 
á  la  industria  y  dando  á  la  vida  de  la  Metrópoli  el  cari 
de  una  empresa  exclusivamente  militar  y  de  conquista.  F 
cia  ha  planteado  el  problema  y  lo  tiene  ya  casi  á  términ 
solución;  Inglaterra,  en  forma  que  á  mi  no  me  pa 
perfectamente  aceptable,  lo  tiene  disentido  y  resuelto 
una  de  las  partes  más  considerables  de  su  vasto  Impí 
El  problema  está,  pues,  planteado.  Es  necesario  oo 
con  el  ejército  colonial:  sólo  que  ese  ejército  colonial  j 
naturalmente,  ciertas  condiciones  y  otras  reformas.  Pie 


—    517   — 


devoción,  el  «mor  de  lia  colonias,  I*  voluntad  in  contras  - 
UbJe  de  servir  de  ona.  maneta  incondicional  á  la  bandera 
de  la  Patria»  para  lo  que  hay  que  levantar  el  espirita  de 
eaas  Colonias,  contar  con  íu  pneéh  é  identificarlo  con  el 
metrópoli  tico  por  medio  de  nna  poli  tica  de  confianza,  ex* 
pansión  y  libertad. 

£1  otro  problema»  es  del  servicio  militar.  [Que  pena  me 
da!  Yo  no  bago  cargos;  pero  realmente  canea  inmenso  dolar 
considerar  qne  por  Ja  organización  de  nuestro  sistema, en  los 
formen  te  b  presentes  parece  entregada  la  defensa  de  la  Patria 
Btlfc mente  i  Its  clases  pebres,  desheredadas .  Claro  está  que 
figuran  en  el  ejército  brillantes  jefes  y  oficiales  A  los  cuales 
es  necesario  también  no  escatimar  el  aplauso;  pero  la  verdad 
es,  que  la  redención  á  metálico  hace  que  se  lo  el  pobre  se  en* 
cnentreen  la  necesidad  de  cnmplír  con  el  deber  de  entregar 
en  sangre  por  el  honor  y  Tos  intereses  de  Kspafía.  Y  esto  es 
preciso  reformarlo,  Es  necesario  qne  nuestros  hijos,  loa 
hjes  de  las  clases  ¿fortunadas,  délas  clases  ricas,  tengan 
En  puerto  allí  donde  está  el  pobre  y  presten  el  servicio  mi- 
litar en  las  minina  a  condiciones  de  nn  modo  absoluto  ó  irre- 
dimible. De  esa  suerte  te  fortificará  y  se  levantará  el 
concepto  de  la  dignidad  militar,  se  producirán  reformas 
fundamentales  en  la  organización  y  educación  intimas  de 
nuestro  ejército  y  ae  pedra  traer  nn  acento  de  disciplina  á 
esta  perturbada  sociedad  española. 

La  segnnda  nota  qne  de&tacaen  el  problema  cubano,  es 
la  internacional;  es  decir,  nuestro  aislamiento  en  el  mundo, 
nestro  aislamiento  con  relación  á  los  Gobiernos  extrae-je- 
ra, nnrstro  aislamiento  con  relación  ala  opinión  del  mun- 
o  contemporáneo. 


—   618    — 


Yo  he  meditado  bastante  sobre  esto,  porque  saben  l 
machos  de  los  que  me  honran  con  su  atención,  qne  de  n 
•atrás  vengo  sosteniendo  la  necesidad  de  romper  la  poli 
•de  circunspección  exagerada  que  en  el  orden  internada 
-caracteriza  á  España.  Y  además,  porque  en  el  problc 
«abano  no  puedo  menos  de  ver  la  relación  ó  influencia 
tiene  la  política  de  los  Estados  Unidos,  y  no  debo  1311c 
-cómo  y  de  qué  suerte,  desde  1820,  Europa  se  ha  moetr 
propicia  á  considerar  el  punto  de  la  soberanía  de  Espi 
en  las  Antillas,  como  un  interés  de  la  política  gañera! 
mundo. 

Aquí  se  han  discutido,  y  debo  pensar  qne  se  di  sea  ti 
todavía  más,  algo  dos  de  los  puntos  cardinales  de  nuai 
problema  diplomático.  Yo  he  tenido  el  honor  de  votar  I* 
mi  en da  de  mi  ilustre  maestro  el  Sr.  Comas,  aunque  sin  o* 
partir,  entiéndase  bieo,  todas  sus  opiniones.  Yo  he  he 
sencillamente  una  afirmación  doctrinal,  porque  yo  creo  ( 
discutir  si  en  este  momento  se  debe  ó  no  denunciar  el  í 
tado)  que  la  doctrina  dominante  en  el  protocolo  de  1877 
tampoco  discuto  si  este  protocolo  está  ó  no  de  acuerdo  < 
el  tratado  de  1795)  trasciende  en  daño  de  la  soberanía 
pañola  y  constituye  una  positiva  reducción  del  carácter 
nuestra  nación  al  de  los  pueblos  inferiores  donde  rigen 
tribunales  mixtos  y  las  jurisdicciones  excepcionales  p\ 
los  extranjeros. 

Pero  quizá  aún  más  que  el  fondo  del  ya  famoso  protc 
lo  importa  en  estos  momentos  la  manera  de  interpretar 
¿unos  desas  artículos;  interpretación  que  explica  cier 
ingerencias  intolerables  por  parte  del  gobierno  de  los  Es 
dos  Unidos,  en  la  administración  de  nuestras  Antillas  y  ci 


—    519    — 

fea  reclamaciones  que  podrían  llegar  á  un  extremo  incom- 
patible con  los  medios  económicos  del  Estado  en  las  A n ti- 
lín. 

Tanto  como    esto  importan  otras  reclamaciones  norte- 
americanas, bagadas  en   otro  a  tratados  y  en   las  relacione» 
corrientes  y  en  las  prácticas  nana  lee  entre   los  pueblos  con- 
temporáneos. Me  refiero  á  las  pr  oten  tas  y  demandas  que  se 
van  agolpando  en  nuestro  Ministerio  de  Botado  por  cansa  ó 
¿pretexto  de  atropellos  propios  de  tos  períodos  de  guerra,  y 
muy  explicables  en  guerras  como  la  actual  de  Cuba,  6  bien 
coq  ocasión  de  multas  impuestas  por  nuestros  empleados  de 
Aduanas  y  de  Haciend*¿  barcos  y  comerciantes  america- 
nos. Es  esta  materia  sobre  la  en  al   hay  que  tener   en   cuenta 
machos  ditos:  entre  otro*,  et  relativo    i  la  excesiva  inter- 
vención  de  los  americanos  de  origen  ó  de  adopción   mis    6 
menos  reciente,  en  la  política  y  aun   en   la  goerra   de    la 
grande  Antilla.     Agrego   lo  relativo  a    la  na tu ral  i  z ación 
americana  da  muchos   hijos  de  Coba;  naturalización  sos  pe* 
chesa  y  que  entraña  grandes  complicaciones  que  es   necesa- 
rio prevenir  ó  disipar  en  iuterói  de  Eapaü  \  y  de  los  Ehtados 
Unidos.  El  mismo  presidente  Cleveland,  en  mas  de  una  oca- 
fiiÓn,  solicitó  la  mirada  del  Congreso  norteamericano  sobre 
este  particular,  siendo  de  toda  evidencia  la  irregularidad 
de  todo  lo  que  se  practica  en  los  Estados  Unidos,  exageran* 
no  el  alcance  de  la  protección  de  entes  sobre    personas  que 
en  realidad  iovoo*n  aquel  apsyo  par  mKivoá  y  ñnei   abso- 
lutamente incompatibles  con  loi  principios  generales   del 
¡sho  internacional, 

última  hora  h*u  surgí  lo  d  *b  itea  periodísticos  sobre  el 
esto  propósito  del  Gobierno  americano  de  reconocer  1» 


i 


—    520   — 

beligerancia  de  los  insurrectos  cubanos,  y  aun  algo  sol 
esto  se  ha  iniciado  en  algún  Mensaje  del  presidente  de 
gran  República.  Pero  todavía  más  grave  que  toio  lo  <¡ 
acabo  de  indicar  es  lo  que  en  los  Mensajes  presidenciales 
Washington  y  luego  en  los  círculos  políticos  y  en  la  preí 
de  aquel  país  se  ha  dicho  y  repite  en  estos  mismos  mome 
tos  sobre  el  punto  de  la  intervención  internacional,  estin 
da  en  sus  términos  generales  y  muy  especialmente  con  n 
ti  vo  de  la  guerra  de  Cuba. 

Evidente  es  que  todas  estas  son  cuestiones  en  las  que 
causa,  el  pretexto  ó  la  ocasión  son  por  el  momento  el  negó 
español,  pero  no  menos  cierto  es  que  todas  ellas  transoii 
den  necesariamente  á  todo  el  Derecho  internación 
máxime  la  última  que  he  indicado,  de  importancia  en 
me,  y  que  vendrá  á  perturbar  por  completo  el  Derecho 
gentes  contemporáneo.  Me  refiero  al  nuevo  sentido  y  á  la  n: 
va  interpretación  que  se  qaiere  dar  (sobra  todo,  por 
muchedumbres  y  por  un  cierto  grupo  de  políticos]  á  la  ce 
bre  doctrina  deMonroe. 

Esa  doctrina  no  es,  no  representa  en  el  momento  en  q 
se  produjo,  en  1823,  lo  que  se  quiere  que  sea  ahora:  ni 
quiera  lo  que  Mr.  Cleveland,  en  su  célebre  Mensaje  dec 
¿ovaciones  á  lord  Salisbury,  formuló  hace  cosa  de  año  y  n 
dio  con  motivo  de  las  cuestiones  de  Venezuela  con  Itiglater 
No  niego  que  dentro  de  los  Estadoa  Unidos,  país  en  don 
el  cultivo  de  la  ciencia  del  Derecho  internacional  ha  Uej 
do  á'gran  altura,  existen  muchos  pensadores,  mu  di  os  t 
tadista8  que  no  interpretan  la  doctrina  de  Monroe  en  el  si 
tido  perturbador  á  que  aludo:  pero  no  ha  de  negar,  señor 
(¿cómo  he  de  negar  la  evidencia?)  que  la  tendencia  absorbí 


—    521    — 

te,  la  tendencia  dominante,  lo  que  constituye  el  sentimien  • 
to  general  del  país,  ee  la  dilatación  de  la  doctrina  de  1823 
hasta  llegará  un  gran  exclusivismo  continental  y  á  la  ab- 
sorción de  toda  América  por  el  espíritu,  los  intereses,  el 
gobierno  y  la  representación  de  los  Estados  Unidos. 

Bien  sabemos  que  la  primitiva  fórmula  apareció  en  1S23 
con  motivo  de  dos  cuestiones  concretas:  de  un  lado,  con  oca- 
sión de  las  negociaciones  que  había  con  Rusia  en  orden  á  las 
tierras  de  Norte  América,  y  de  otro  por  la  actitud  graví- 
sima de  la  Santa  Alianza  europea,  que  intentó  dominar 
y  reconquistar  la  América  española  no  solo  para  España, 
sino  para  el  absolutismo  monárquico,  con  el  propio  sentido 
que  había  determinado  las  intervenciones  de  la  misma 
Santa  Alianza  en  nuestra  patria,  en  el  Piamonte  y  eu  Ñapó- 
les. No  es  del  easo  explicar,  ni  lo  consentiría  el  carácter  de 
una  Asamblea  como  el  Senado,  de  qué  suerte  este  sencido 
original  de  la  llamada  doctrina  de  Monroe  se  mantuvo  y  afir  • 
mó  diferentes  veces,  ora  con  ocasión  del  Congreso  de  Pana- 
má de  1824,  ora  con  motivo  de  las  ouestiones  de  Centro 
América  en  1850,  ora  en  el  conflicto  provocado  por  el  Im- 
perio ¿ranees  ai  levantar  en  Méjico  el  trono  de  Maximi- 
liano. 

Tampoco  me  detendré  á  precisar  cómo  la  mayor  parte  de 
los  tratadistas  de  Derecho  internacional  de  Norte  América 
insisten  en  dar  esta  explicación  circunspecta  á  esta  famosa 
doctrina.  Pero  ocioso  é  indiscreto  seria  ocultar  que  la  opi- 
i  i  general  americana  últimamente  le  ha  dado  un  mayor 
i  mee,  y  que  el  sentido  ambicioso  del  malogrado  Mr.  Blai- 
í  (ministro  del  Presidente  Harrison  y  promotor  del  famoso 
*     igreso  Pan  americano  de  1889)  tiene  numerosísimos  par- 


\t 


l 


—    622   — 

tidarioa  en  la  gran  República,  donde  por  muchos  se  prefe 
de,  no  fiólo  sustraer  á  América  de  la  relación  política,  eooi 
mica  é  internacional  con  Europa,  sino  someterla  á  una  es 
cié  de  protectorado  que  habría  de  ejercer  el  pueblo  de  W 
hington  y  de  Lincoln.  Esta  tendencia  ha  tomado  mucho 
Heve  con  motivo  de  la  cuestión  de  Venezuela;  lo  toma  ó 
tomará  á  pretexto  de  la  ouestión  cubana,  si  bien  los  asp 
tos  que  ha  de  presentar  con  este  último  motivo,  no  sei 
absolutamente  los  mismos,  por  grande  que  sea  la  insisten 
y  franca  la  orientación  de  la  República  norteamerioai 
¿Para  qué  he  de  decir  ahora  que  esa  tendencia  de  exclusa 
mo  y  predominio,  disfrazada  con  varios  nombres,  es  opu 
ta  al  sentido  del  movimiento  internacional  iniciado  por 
tratado  de  Westfalia  de  1688,  y  continuado  sucesivame; 
por  los  tratados  de  Utrecht  de  1703,  de  Hubersburgo 
1763,  de  Viena  de  1815,  de  París  de  1856  y  de  Berlín 
1878  y  85,  que  acusan  el  constante  sacrificio  de  las  diferí 
ciasderaza,  de  secta,  de  representación  histórica,  de  re 
gión,  de  familia,  para  levantar  sobre  todas  ellas  el  inte 
humano?  Exagerando  la  doctrina  de  Monroe,  al  dia  sigui 
te  de  haberse  quebrantado  á  cañonazos  el  aislamiento 
Ghina,  del  Japóo,  del  Paraguay  y  de  Marruecos  (quebrai 
logrado  precisamente  con  el  concurso  de  los  Estados  U 
dos),  se  crearía  una  nueva  diferencia:  la  diferencia  coi 
nental  antipática  al  movimiento  expansivo  y  al  espíritu 
solidaridad  de  los  pueblos  contemporáneos.  Pues  con 
esto  hay  que  protestar,  contra  esto  protestará  la  Amér 
meridional,  protestará  Europa  y  tiene  derecho  á  protest 
como  pocos,  la  patria  del  Padre  Victoria  y  de  Baltasar 
Ayala. 


—    523    — 

Pero  no  ncd  kagatnod  ilusionas;  este  do  es  un  empeño 
individual*  Por  mi  parta  entiendo  que  tampoco  ninguna  de 
las  cuestiones  que  antea  señalé  (las  de  naturalización,  in- 
demnización, beligerancia,  protección  de  rebeldes,  etcétera» 
etc.),  ninguna  se  resolverá  pronta  y  satisfactoriamente  por 
el  solo  trato  de  España  con  los  Estados  Unidos.  De  aquí  Ja 
necesidad  de  contar  con  i  a  cooperación  extranjera,  con  la 
cooperación  de  los  Gabinetes  de  otras  nacionas  y  de  la  opi- 
nión pública  del  mundo  culto  que  dtbe  y  puede  considerar 
todos  estos  "problemas  como  algo  más  que  un  interés  partí* 
cnlar  y  exclusivo  de  üspaña* 

Pensar  de  otra  manera,  equivaldría  ano  leer  un  solo  pe- 
riódico del  extranjero;  equivaldría  á  no  poner  un  solo  mi* 
nato  la  atención  en  los  debates  de  los  Parlamentos  de  otras 
naciones, 

Pero  después  de  esto  he  de  reconocer  que,  hoy  por  hoy, 
estamos  en  malas  condiciones  para  recabar  esa  cooperación 
internacional  que  recomiendo.  Edto  es  efecto  primeramente 
del  aislamiento  en  que  vive  Eej  afra, 

Ese  aislamiento  es,  á  su  vez,  renultado  de  varias  causas . 
Ka  primer  término  del  concepto  que  de  la  circunspección  es- 
pañola tienen  ó  patrocinan,  entre  otros,  el  señor  Presiden- 
te del  Consejo,  en  la  cual  he  creído  yo  ver,  con  cierto  dolor, 
tanto  una  reacción  exagerada  de  Jas  exageraciones  á  que  nos 
había  llevado  antes  nuestro  espíritu  romántico  f  batallador, 
como  nna  falta  de  confianza  en  los  medios  con  que  cuen- 
ta España,  que  ahora  mismo  parece  vivir  y  levantarse  con 
snergias  para  muchos  inverosímiles.  Después  á  eso  aisla- 
miento  ha  contribuido  una  reciente  y  profunda  equivoca* 
don  de  nuestro  partido  conservador» 


—  524  — 

No  se  hacen  en  vano  campañas  como  la  última  contra  1 
tratados  mercantiles,  cerrando  por  completo  la  puerta  c 
una  intransigénc  a  absoluta  á  los  intereses  extranjeros, 
principio,  sí,  dando  á  la  cuestión  el  carácter  reducido 
un  problema  interior  y  casi  de  familia,  se  vence  y  se  d 
persa  á  la  minoría  liberal,  pero  después  la  ola  se  revoeh 
y  Tiene  más  fiera,  y  entonces  no  paga  el  partido  con  ser  v 
dor  sus  culpas,  sino  que  desgraciadamente  las  paga  el  pal 

Hay  después  otros  datos  que  voy  observando*  Yo  leo  ra 
cho  todo  lo  qne  la  prensa  extranjera  dice  del  problema  a 
tillano  y  de  nuestras  relacione*  con  los  Estados  Unidos; 
puedo  afirmar,  sin  temor  de  üua "rectificación ,  que  salvo  ; 
gunos  detalles  en  puutos  insigui ficantes,  la  prensa  europc 
la  francesa,  la  italiana,  la  alemana,  la  ing'eaa,  qne  es 
que  yo  más  conozco,  esta  completamente  de  nuestra  pal 
en  el  conflicto  qne  mantenemos  en  Coba  y  censura  los  proc 
dimientos  norteamericanos  y  sus  exageraciones,  ¿  las  cu 
les  se  debe  dar  nna  importancia  muy  relativa,  porque  1 
pueblos  Ubres  suenan  macho,  y  por  Unto,  hay  qne  estudi 
bien  y  distinguir  y  precisar  las  responsabilidad  as  de  ca 
uno  de  sus  factores  y  elementos. 

Pero,  notadlo  bien;  en  cambio  no  conosíio  un  solo  periór 
co  extranjero  que  esté  con  nosotros  para  mantener  el  réj 
men  imperante  en  Cuba.  Convienen  las  gentes  de  fuera 
que  es  necesario  concluir  la  insurrección,  terminar  ese  m 
vimiento,  volver  la  paz  al  país;  paro  el  concejo  es  cousta 
te.  España  necesita  modificar  el  régimen  de  las  AntiMs 
Espafía  debe  decidirse  por  la  autonomía  colonial.  Se  tra 
de  un  punto  de  hecho.  Espero  la  rectificación. 

Yo  no  quisiera  pecar  de  im peí  tinento,  aun  cuando  me  ai 


—   625    — 

parase  de  bien  conocidas  prácticas  parlamentarias  para  ha- 
cer ciertas  preguntas-  Por  tanto  insinuaré  ana  con  todo  gé* 
ñero  de  salvedades  y  dejando  al  Gobierno  en  plena  libertad 
para  responderla.  ¿No  tiene  el  Gobierno  algún  dato  de  ca- 
rácter oficial  respecto  á  la  manera  cómo  algún  Gabinete 
extranjero,  j  más  concretamente»  alga  eos  Gabinetes  euro- 
peos entienden  nuestro  problema  de  Ultramar? 

¿Por  acaso,  en  el  curio  de  las  relaciones  oficiales  ú  ofi- 
ciosas de  nuestro  Gobierno  con  algunos  gobiernos  extran- 
jero* ,  no  ba  oído  el  primero  Ja  expresión  de  iaa  simpatías  que 
inspira  España  más  allá  de  l*s  fronteras,  no  ha  percibido 
ciertas  Teladas  censuras  á  la  actitud  y  la  conducta  de  los 
Estados  Unidos,  pero  con  el  aditamento  de  cariñosas  excita 
ciónos  para  que  el  Gobierno  español  varié  de  procedimiento 
en  nuestras  colonias  y  se  ponga  eo  armonía  con  el  sentido 
dominante  en  la  colonización  contemporánea  me  liante  la 
proclamación  de  la  autonomía  colonial?  ¿Es  ia verosímil  Ja 
especie  de  que  una  da  la^  mayores  dificultades  con  que  núes 
tro  Gobierno  tropieza  pañi  concluir  la  guerra  de  Cuba,  sos- 
tenida  muy  particularmente  por  las  simpatías  y  los  auxilios 
directos  da  Norte  América,  es  la  propaganda  que  ee  hace  en 
el  mun  do  eo  n  tra  n  a  est  r  o  régimen  coló  n  í  a  I T  atribuye  nd  o  á 
nuestro  Gibiern  -  propósitos  reacción  arios  por  la  suspensión 
de  las  refirmas  del  95,  lo  mismo  en  Cuba  agitada  qne  en 
Puerto  Rico  pacífica  f  por  la  significación  que  ae  atribnye 
públicamente  á  ia  sustitución  del  señor  general  Martines 
Campos  por  el  señor  general  Weyler  en  el  gobierno   da  la 

indo  Antilla  y  en  la  dirección  de  la  guerra  cubana? 

Por  lo  pronto  puedo  asegurar  que   de  esto  hablan   todos 

i  días  los  principales  perió lieos  de  Europa  y  que  recomen* 


—    526   — 

daciones  ó  insinuaciones  análogas  de  los  gobiernos  europeo» 
no  son  nnevas  en  la  historia  de  las  relaciones  exteriores  de 
España.  Bnena  prueba  de  ello  es  lo  que  hicieron  Francia  é* 
Inglaterra,  cnando  allá,  por  lósanos  de  1850,  se  trató  de 
garantizar  por  la  acción  internacional  la  soberanía  española 
en  las  Antillas.  Aquel  laudable  propósito  que  fracasó,  no  sólo 
por  la  célebre  nota  de  Mr.  Evorets,  si  qne  f  entre  otras  can* 
eas)  por  el  disgusto  qne  á  los  Gabinetes  de  París  y  Londres 
producía  nuestro  ¿tatú  guo  colonial.  A  lo  menos  esto  consta 
en  documentos  oficiales,  ja  públicos,  de  aquellas  canci- 
llerías. 

Llego  á  la  tercera  nota,  á  lo  más  íntimo  del  problema: 
al  prcblema  de  Cuba,  de  la  guerra  de  Cuba,  en  relación 
con  el  Gobierno  conservador,  con  el  partido  conservador  y 
con  las  soluciones  que  se  preeentan  ahora  para  concluirla. 


III 


A  mi  juicio,  la  guerra  de  Cuba,  durante  el  actual  perío- 
do de  mando  del  partido  conservador,  demuestra,  para  el 
efecto  que  voy  discutiendo,  la  profunda  desconfianza  que 
este  partido  tiene  en  los  medios  morales  y  políticos  para 
resolver  las  grandes  cuestiones  que  se  ventilan  en  estos  mo- 
mentos. Al  principio  fué  indecisión;  después  repudiación 
absoluta  de  todo  procedimiento  moral  y  político. 

Lo  vemos  bien  demostrado:  el  partido  conservador  con- 
tri jo  un  compromiso  absoluto  respecto  de  las  reformas  del 
24  de  Marzo  de  1895.  El  jefe  de  ese  partido  se  comprometió- 
explícitamente,  y  aun  hizo   francas    declaraciones,  qu» 


rv 


—    527    — . 

reprodujo  dfspuós  el  ec ñor  Ministro  de  Ultramar,  cuando  yn 
había  estallado  la  insurrección.  E atoo cm  su  creencia  era 
que  aquel  lus  reformas  evitarían  teda  perturbación,  y  en  úl- 
timo caso  qne  aquellas  reformas  refrenarían  ciertas  impa- 
cundas  y  allanarían  ciertas  dificultades  provecientes  del 
mismo  retraso  con  que  se  llevaban  á  las  Antillas  las  refor- 
mas, después  de  haber  sido  presentadas  como  inmediatas 
dos  afios  antea.  Conviene  precisar  bien  esto. 

Tetí&n  83,  SS.  no  compromiso  terminante:  el   compro* 
miso  de  llevar  á  'a  práctica  aqnelU  ley,  por   medio  de  re 
gUmentos  qne  debían  publicarse  en  la   Gaceta  inmediata- 
mente, y  ein  loe  cnales   ni  era  dublé  formar  juicio   defini- 
tivo stbre  el  alcance  de  la  reforma* 

£1  Br.  Cánovas  del  Castillo  de  una  parte,  y  jo  de  otra,  al 
tifmpo  de  votar,  nos  reservamos  el  decir  de  qoé  manera 
interpretábamos  aquella  ley;  y  nos  reservamos  el  juicio 
dffioitivo  de  la  obra  reformista  hasta  qne  se  pubi; ca- 
rao les  reglamentos.  Pero  después  de  ocupar  el  Gobier- 
no el  partido  conservador  vino  Ja  indecisión,  retardán- 
dose «xtraordinariemente  la  publicación  de  estos  decretos 
y,  por  tanto,  las  reformas  quedaron  en  suspenso.  Luego, 
el  ministro  de  Ultramar  tomó  algunas  medidas  por  todo 
extremo  sospechosas,  respecto  al  poder  de  los  partidos  polí- 
ticos cubanos.  Á  poco  se  acentuó  la  vacilación,  ya  esperada 
del  Gtbif  rno.  y  se  inició  nn  cambio  político  separando  al 
general  Calleja  pera  enviar  á  Cuba  al  general  Martínez  de 

Campos* 

No  era  el  general  Martínez  de  Campos  persona  que  pu- 
iera  ir  de  gobernador  á  Coba  para  representar  pura  y  er- 
osivamente la  violencia;  mejor  dicho,  el  procedimiento  de 


—   528   — 

la  guerra.  £30  no  lo  podía  representar  el  general  Martines 
<de  Campos.  Méritos  tiene  S.  S.  muy  grandes;  bizarría  re- 
conocida; es  hombre  de  suerte  y  de  competencia.  Eso  le  da 
una  gran  representación  aquí,  pero  en  América  no  tendrá 
8.  S.  ese  carácter;  S.  S.  será  siempre  el  hombre  del  Zan- 
jón, el  hombre  de  la  política  de  transigencia  y  de  reconoci- 
miento de  las  libertades  y -de  los  derechos. 

Si  en  lugar  de  ir  el  general  Martínez  Campos  acompaña- 
do de  grandes  fuerzas,  como  fué,  hubiese  ido  otro  genera1, 
esto  habría  sido  la  rectificación  plena  de  la  política  primera, 
de  la  política  del  partido  liberal;  pero  yendo  el  general 
Martínez  Campos  acompañado  de  esas  fuerzas,  anunciaba 
un  cambio  de  política,  pero  solo  en  una  de  sus  determina* 
ciones.  £1  Gobierno  no  confiiba  ya  en  la  eficacia  superior 
de  las  reformas,  y  el  general  Martínez  Campos  llevó  el  en- 
cargo de  uMlizir  las  armas  y,  hasta  cierto  puato,  la  po  itiaa. 

Su  señoría  debió  conocerlo,  porque  de  otra  suerte  no  po- 
día ir  sin  renegar  de  todo  lo  que  es,  de  lo  qus  vale  y  de 
parte  de  su  gloriosa  historia.  Pero  el  compromiso  del  nuevo 
gobernador,  dados  sus  antecedentes,  era  dificilísimo.  El 
señor  general  Martínez  Campos,  no  podía  ser  más  que  el 
hombre  de  los  proceiimienlos  políticos:  allí  estaba  su  po* 
der,  su  eficacia.  Sin  embargo,  aceptó  la  política  media  del 
partide  conservador. 

Hasta  Noviembre,  S.  S.  quiso  mantener  allí  esta  políti- 
ca. No  hizo  bien  en  todo  lo  que  realizó  hasta  el  mes  de  No- 
viembre; pero  la  verdad  es  que  mantuvo  en  toio  eje  tiem- 
po la  aspiración  de  las  reformas  aplazadas.  Llegó  un 
momento  en  que  abandonó  por  completóla  política  de  refor- 
mas el  señor  general  Martínez  Campos.. .  (El  Sr*  Martí* 


_ 


_    529    — 

*&  Campos:  Yo>  do:  el  Gobierno.— Rumora.)  ¡Ah,S.  S,  no: 
el  Gobierno!  (El  Sr .  Afartíntz  Campos:  Pido  la  palabra*) 
Pero  me  lo  explico;  cuando  la  re-j  remonta  ció  a  que  se  tiene 
fie  muy  alta;  cuando  la  dificultad  de  ana  empresa  no  consiste 
solo  en  dar  un  diegusto  a  tal  ó  cual  Amigo,  sino  que  está  en 
comprometer  toda  una  política,  eo  comprometer  á  una  si  * 
tuición  que  ha  puesto  su  representación  en  la  lealtad  del 
actor,  do  se  puede  al  dia  siguiente  de  aceptar  uu  puesto  va- 
riar  de  rumbo. — Así  es  que  yo,  que  soy  un  leal  adversario, 
siempre  he  rectifícalo  dos  opiniones  bastante  generalizadas 
^  la  Península  i  nuíij  respecto  del  Sr.  Pr  evidente  del  Consejo 
de  Min: stros,  y  otra  respecto  al  Sr.  Martínez  Campos.  En 
cnanto  al  Sr,  Presidente  del  Consejo  de  Ministros,  no  le  be 
de  ocultar,  puesto  que  aquí  no  se  debe  ocultar  nada,  que  hay 
muchos  que  h-.n  creído  qce  en  el  instante  de  subir  al  po* 
der  el  Sr.  Cánovas  del  Castillo,  renegaba  de  sus  com- 
promisos y  tomaba  el  poder  para  mixtificarlos.  No;  yo  creo 
firmemente  que  no  ha  sido  eso,  y  be  dado  la  completa  sega* 
rídad  de  que  3.  3.  perseveraba  en  cumplir  sus  compromi- 
sos, y  que  óatoe  eran  tan  terminantes  como  el  día  que  hoa- 
mdimenfce  declaró  otra  cosa;  lo  que  hay  es  que  S.  S.  no  te* 
nía  toda  la  fe  necesaria  en  la  virtual!  lad  de  estas  ideas  y 
poluciones,  y  por  eso  titubeó  y  luego  cayó  del  lado  de  sus 
antiguas  prevenciones.  De  la  misma  manera,  en  cuan- 
to al  general  Martínez  de  Campos,  también  dentro  y  fuera 
de  EspafLa  se  ha  dicho  que  cortó  su  historia  en  el  punto  y 
Wa  erj  que  ataüdonó  tu  dirección  del  ejército  para  deplo- 
rar, so  lo,  au  fracaso, 

o  he  creído  siempre  que  á  S-    S.  le  produjo  ejtraordi- 
fr     > efecto  el  no  si*ber  que  determinación  debía  tomar,  la- 


—    530    — 

ohau do  con  los  deberes  de  lealtad  respecto  al  Gobierno  qae 
le  hebia  fiado  una  delicada  misión,  y  de  otra  parte  con  la 
idea  de  que  sin  las  reformes,  sin  Ja  política  liberal,  no  era 
vi b ble  la  misión  de  que  a*  Labia  encargado»  Pero  en  me- 
dio de  lea  dudaa,  de  las  fluctuaciones  del  gobernador  gene- 
ral de  Cuba,  se  precipita  Ja  política  conservadora  de  Ma- 
drid, política  ene e mirada  á  prescindir  del  sentido  de  la  re- 
forma  volada  en  Marzo  de  1S95  y  que  se  anuncia  por  uds 
serie  de  medidas»  man  que  alarmantes,  desalentadoras,  una 
de  ellas  fué  la  suspenaión  de  las  elecciones  municipales 
y  provinciales  de  las  dos  Antütas»  y  en  segui  da  el  nom- 
bramiento de  diputados  y  concejales  de  Real  orden.  ¿Pero 
cómo,  por  qué,  cod  que  derecho  se  hacía  esto? 

Siento  no  ver  sentado  en  en  sitio  al  Sr.  Ministro  de  Ül 
tramar,  porque  acerca  de  esto  tengo  gravísimas  quejas  qti 
dirigir  áS,  8.  Yo  disentí  esta  cuestión  en  el  Congreso, 
ni  el  digno  Presidente  de  la  Comisión,  que  allí  dictammo 
sobre  esto,  ni  yo,  que  puse  mochos  reparos  á  esta  solución. 
entendimos  jamás  que  fuera  posible  realizar  dos  cosas;  sus- 
pender las  elecciones  municipales  en  el  mes  de  Jodio  y  com* 
brar  de  Beal  orden  concejales  para  sustituir  á  los  concejales 
que  éóIo  podrían  haber  dejado  de  serlo  en  el  caso  de  qoe  &e 
acudiera  á  los  comicios  para  que  eligiesen  otras  persona*. 
¿Por  qué?  Porque  esto  lo  dispone  categóricamente  el  art.  92 
de  la  ley  electoral  de  Cuba,  el  cual  dice  qne  cuando  por 
cualquier  concepto  los  concejales  n nevos  no  puedan  tomar 
posesión  de  sus  cargos,  los  concejales  antiguos  deben  con 
set  vi>ree  los  miemos  puestos  cargos  que  desempeñaban  haa 
ta  ese  momento. 

Después  se  realizó  otra  obra  extraordinaria  y  dañe 


—    531    — 

y  fué  nombrar  concejales  á  los  conservadores  en  lugar  de 
loa  autonomistas  y  reformistas.  [El  /SV.  Martínez  C&M- 
pc$:  No  es  exacto.)  No  tendrá  S.  S.  parte  en  ello;  se  ha- 
ría contra  sus  órdenes;  pero  lo  cierto  es  que  ha  suce- 
>ti  Jo,  y  do  me  podrá  negar  la  veracidad  de  este  dato .  En 
Baracoa  no  hay  un  solo  concejal  autonomista,  y  allí  los  au- 
tonomistas lo  eran  todo.  Respecto  del  Príncipe,  tengo  aqnl 
los  datos  y  sucede  una  cosa  por  el  estilo.  Repito  que  8.  8.  da- 
rla otras  órdenes;  pero  si  asi  es,  no  se  han  cumplido.  Estos 
«on  hschotí,  y  por  lo  tanto  sobre  el 'os  no  cabe  disensión, 

M  mismo  tiempo  realizaba  el  partido  conservador  otra 
obra  parecida,  que  fué  nombrar  gobernadores  de  las  provin- 
cias cabanas,  no  ya  4  perdonas  de  ideas  conservadoras,  sino 
i  Jos  presidentes  de  los  comités  conservadores,  como  sucedió 
en  Matanzas  y  en  Finar  del  Hío.  ¿Cómo  podréis  negar  esto? 
¿Cómo  podréis  negar  que  al  poco  tiempo,  en  vez  de  preparar 
U  creación  del  nuevo  Consejo  de  Administración,  se  orearan 
nuevos  puestos  en  el  antiguo  para  dárselos  á  los  hombrea 
del  partido  conservador?  Y  cnidado  que  no  me  fijo  en  las 
personas,  pues  estoy  acostumbrado  í  tratar  estas  cuestiones 
desde  cierta  al  tora;  me  limito  á  presentar  el  hecho  como  un 
dito.  Los  nombramientos  serían  magníficos,  sorprendentes, 
admirables;  pero  lo  cierto  es t  que  se  faltaba  á  la  ley  electo- 
ral por  un  lado,  luego  á  las  declaraciones  del  Gobierno  por 
otro  yT  por  último,  al  sentido  general  de  la  refirma  de 
Marzo,  en  que  todos  habíamos  convelido.  Y  esto  produjo — 
necesariamente  tañía  que  produoír — un  quebranto  inmenso 
i      il  prestigio  del   partido   conservador   y   una   decepción 

anda  en  el  ánimo  de  todo  el  país  antillano. 

eneres,  ha  llegado  el  Sr,  Ministro  de  Ultramar  á  una 


I 


—   532   — 

cosa  verdaderamente  peregrina.  Aquí  se  votó  baca  año* 
una  ley  para  crear  el  Consejo  de  Instruccdón  pública.  Era 
una  novedad,  y  una  novedad  de  transcendencia»  Se  quiso 
llevar  á  él  la  representación  de  todos  los  diferentes  institutos 
y  elementos  de  la  enseñanza.  Aquella  ley  debía  aplicara 
á  Ultramar,  y  se  aplicó.  En  la  Península,  este  Consejo  que- 
dó bastante  mal  arreglado,  ¿no  es  verdad ,  Sr.  Ministro  de 
Fe  mentó?  Pero,  en  fin,  á  este  Consejo  vinieron  representa 
clones  de  todos  los  elementos  de  la  enseñanza  peninsular, 
de  la  privada  en  todas  ana  formas  y  de  la  pública  ú  oficia ¿ 
en  todos  sus  grados.  ¿Pnes  sabéis  cómo  se  ha  aplicado  en 
Coba  y  Puerto  Rico?  Quitando  el  voto  á  loa  maestros  de 
primera  enseñanza  para  dárselo  á  las  Juntas  de  instrucción 
pública  y  á  los  inspectores;  es  decir,  á  los  funcionarios  nom- 
brados por  el  Gobierno.  Este  es  nn  detalle  que  demuestra  I& 
desconfianza  extraordinaria  que  allí  se  tiene,  caando  lo  que 
debía  hacerse  era  abrir  el  corazón  y  dar  entrada  en  el  nuevo 
Consejo  á  todos  los  elementos  de  los  diversos  partidos,  pues 
bastante  era  la  fnerza  de  resistencia  que  tenia  el  partido 
conservador. 

No  quiero  hablar  de  lo  que  sucedió  en  el  orden  de  las  re- 
formas económicas,  perqué  de  ello  me  he  de  ocupar  espe- 
cialmente en  otra  sesión. 

Por  el  momento  básteme  traer  á  la  memoria  del  Senado 
algunos  hechos.  La  ley  de  14  de  Junio  de  1S95  autorizó  al 
Gobierno  para  que  arbitrase  recursos  mediante  la  pignora* 
ción  ó  venta  de  los  billetes  hipotecarios  creados  en  18S6  y& 
ra  atender  á  les  gastos  que  originara  el  restablecimiento  del 
orden  público  en  Cuba  y  nada  menos  que  hasta  la  comp&* 
ta  pacificación  de  aquella  isla.  Yo  no  conozco  autorización 


_ 


—    533   — 

^cft  ígualaia  en  atrevimiento  a  la  que  acato  de  citar,  hasta 
que  hite  pocos  di  as  se  ha  presentado  i  este  Parlamento  otra 
que  quiíá  se  haya  aprobado  y  que  declara  que  el  Gobierno 
puede  arbitrar,  míentraa  no  estén  reunidas  las  Cortea  (y  7a 
gibemos  qne  estarán  reunidas  lo  menos  posible)  con  cargo 
i  las  secciones  de  Guerra  y  Marina  del  presupuesto  de  Cuba 
de  1896-97,  los  recursos  necesarios  para  atender  á  las  obH* 
gacioues  de  carácter  extraordinario  y  que  se  criginen  con 
motivo  de  la  actual  alteración  del  orden  público,  compren- 
diendo en  estos  gastos  loa  servicios  con  en  la  res  y  diplóma- 
meos, Este  proyecto  ha  llegado  al  extremo  de  autorizar  al 
Gobierno  para  mar  del  crédito  público  j  de  la  garantía 
especial  de  alguna  renta  ó  contribución  de  la  nación,  que 
no  le  halle  particularmente  obligada,  tiendo  el  Consejo  de 
ministros  absolutamente  dueño  de  fijar  la  cantidad  de  loa 
préstame  s,  ane  condiciones,  el  tipo  de  interés,  los  píaseos 
]e  amortización  y  la  garantía  que  haya  de  darse  al  pres- 
tamista . 

Muy  poco  antes  el  Gobierno  había  obtenido  otras  dos 
extrañas  autorizaciones:  las  referentes  á  los  presupuestos 
de  (Jaba  y  Pnerto  Bico  para  1S95-96.  Por  esas  leyes 
«1  Gobierno  quedó  facultado  para  plantear  en  Cuba  y 
Puerto  Rico,  los  presupuestes  generales  de  gastos  é 
ingreses  de  dichas  islas  f  ara  1895-36,  con  eujedón  á  la  ley 
de  refera  a  de  15  de  Marzo  sebre  Gobietro  y  Administra- 
ción de  laa  mismas  y  además  para  hacer  Ibb  modifica  dones 
aeceeams  en  les  servidos  ó  establecerlos  nuevos»  proce- 

ndo  en  igual  forma  respecto  de  Jos  ingreeoe  indisponga - 

1     b  para  cubrirlos* — Y  como  si  esto  no  foera  bastante,  el 

Cerno  fne  autorizado:   primero,   para   negociar  billetes 


—    534   — 

hipotecarios  de  Cuba,  emisión  de  1890,  á  fia  de  obtener  los 
miles  de  pesos  que  exigieae  la  atención  de  la  deada  flo- 
tante contraída  y  el  déficit  que  ofreciera  el  ejercicio  co- 
rriente de  1894-95,  y  segundo,  para  modificar  el  articulo 
3.°  de  la  ley  de  30  de  Julio  da  1892,  que  establecía  un 
derecho  transitorio  de  10  por  100  á  la  entrada  en  la  isla 
de  efectos  de  toia  procedencia  (la  nacional  inclusiva)  que 
no  fuesen  de  comer ,  beber  y  arder,  exigido  ea  la§  Aid» - 
Laa ,  sobre  las  cuotas  señaladas  a  la  importación  en  la  se- 
cunda columna  arancelaria  y  loa  recargos  que  se  impu* 
bieran , 

Me  parece  que  no  aventuro  paradoja  alguna  afirmando 
q>e  jamás  ea  España  se  han  concedido  autori gamonee  ee- 
Lüejüiitedj  que  constituyen  una  verdadera  diotad  ara  admi- 
nistrativa y  económica. 

Por  ultimo,  hay  que  recordar  lo  que  en  Cubaeucedió  coa 
el  llamado  tratado  de  comercio  con  los  Estados  Unidos  y 
COfi  la  reforma  arancelaria, 

El  arancel  vigente  en  Cuba  lleva  la  fecha  de  29  de  Abril 
de  1  892  y  ee  hizo  en  vista  del  convenio  comercial  celebrado 
coti  los  Estados  U  o  idos  eo  28  de  Ja  io  de  1894,  Aquel  aran- 
cel sancionó  tipos  bastante  altos,  á  los  cuales  se  habla  da 
referir  la  reteja  del  25  y  el  50  por  100  concedidos  ¿  Norte 
América,  y  en  él  se  cometieron  no  pocos  errores  respecto  de 
la  imporUc  ón  de  algunos  efectos  —como  la  maquinaria — 
absoluta  meóte  precisos  para  la  industria  de  Ciibi,  donde 
hay  que  preocuparse  mucho,  no  tanto  de  que  sé  produzca 
en  abundancia  sino  de  que  se  produzca  barato.  El  arancel 
de  1892  ae  llamó  interino  y  se  autorizó  á  laa  corporaciones 
y  los  intereses  insulares  para  que  hicieran  laa  obéer  vacio- 


—    536   — 


ueapara  En  resultado,  y  en  tanto  vino  la  denuncia  y  termi- 
nación del  convenía  con  les  EbUdos  Unidos  en  24  de  Agoato 
de  1*94,  con  lo  que  el  arancel  de  1992  reaattb  gravosísimo, 
flj  hieti  aseguró  el  monopolio  del  mercado  a  a  til  Uno  por  par* 
te  da  la  industria  peninsular. 

No  eólo  sa  hicieron  calorosas  protestas   por  parte  de  las 
Astillas  y   ofrecimientos   de  urgente  reforma  del  lado  de 
li  Metrópoli,  sino  que  aquí  se  constituyó  en  Eoe.ro  del    95 
una  Junta   especialmente  encargada  de  proponer  en  breve 
ptaso  la  reforma  del  arancel  provisional,  para   hacer  posi- 
ble la  vkla  Bctihúiiv-ca,  sobre  todo  de  Cuba,  excitada»  alar  - 
mada  y  casi  armiñada  por  el  superior    motivo  de  las    difi- 
cultades del  merendó  americano,  por  la  creciente  baja  del 
precio  de  loe  ai  acares  y  por  el  monopolio  de  la    producción 
peninsular.  La  Junta  verificó  numerosas  y  bien  aprovecha 
dae  reuniones  s  hizo  sus  propuestas*    Pero  el  Gobierno  no 
hadado  un  solo  piso  respecto  de  esta  cuestión,  ni  aventura 
una  frase,  ni  se  acuerda  siquiera  de  que  respecto   de  la  ur- 
gencia de  una  solución   expansiva,  son   casi   idénticos   Ion 
compromisos  del  partido  conservador  y  los   del   liberal   y 
unos  miamos  los  redamos  de  todos  los  partidos  de  Cuba. 
fisto  serU  inficiente  para  que  Cuba  estuviera   al   borde 
de  la  ruina.  [Imaginaos  lo  que   habrá    aumentado  aquella 
crisis  con  las  enormes  dificultades  y  loa  tremendos  compro- 
misos de  la  guerra! 

Frente  á  todo  esto  las   angustias  del   seftor  gobernador 

general  de  Cuba  llegaron   á   ser  inmensas»   Ya  respiraba 

x  -TcesT  un  poco  fuerte,  y  eso  llegaba  aqui  por  medio  de  los 

qtUts  de  los  perió  lieos.    Pronto  se  vio  la  absoluta  im* 

ibíüdad  de  continuar  allí  el  señor  general  Martínez  da 


. 


r 


—   536   — 

Campos,  Loa  incidentes  de  Ja  guern»,  el  crecimiento  de  la 
insurrección,  la  pericia  de  loa  contrario*  6  la  cuestión 
política  local  fueron  la  determinante  de  su  regreso  á  Eepa~ 
ña.  Pero  sobre  todo  esto  se  hallaba  la  lógica  de  la  situación. 
So  sefiotía  entonces  salió  de  Coba*  y  fué  nembrado  para 
sustituirle  el  general  Weyler,  un  militar  aguerrido,  inteli- 
gente; pero  como  para  ese  cargo  (ya  lo  lie  dicho),  á  causa  de 
la  ocmpleiídad  del  problema  cubano,  no  bastan  represen- 
taciones militares,  habí  a  que  ver  qué  representaba  politica- 
mente el  señor  general  Weyler. 

£1  señor  g*  o  era?    Weyler  teria  una  representación  per- 
fectamente definida:  represéntala  la  última  evolución  del 
partido  conservador,  es  decir,  la  franca  suspeneión  de  todas 
les  reformas  y  el  procedimiento  de  las  armas  como  único 
medio  de  vencer  la  insurrección.  Ya  no  se  habló  más  de  re 
foimts;  ya  ao  se  habió  más  de  las  )eyea  de  1805;  ya  no  se 
habló  más  de  procedimientos  pacíficos  de  ningún  genero, 
No  había  otro  procedimiento  que  hombres,  dinero,  todo  ge- 
nera de  sacrificios  y  toda  clase  de  energías  para  sofocar 
el  movimiento  separatista  que,  en  ves  de  encontrarse  hoy 
«focado,  continuó  desde  entonces  más  potente  cada  día. 

¿Cuál  había  de  ser  el  efecto  que  produjese  en  Cuba  tan 
sencillo  y  radical  cambio  de  política,  por  más  que  ya  se  pu- 
diera prever  á  partir  del  día  de  la  destitución  del  sefior  ge* 
n  eral  Calleja?  En  primer  lugar  (y  esto  es  el  mayor  peligro 
de  la  cuestión  cubana),  el  desencanto,  la  sorpresa,  la  sepa* 
ración  del  país,  la  reserva  del  sentí  miento  y  la  oonfiansa  dal 
público  respecto  del  Gobierno;  áespnós,  necesariamente,  \ 
la  retirada  de  los  partidos  liberales  de  aquella  isla,  no 
lado  de  la  Patria,  sino  de  las  proximidades  del  Gobir 


—    537    — 

quedaron  con  éste  fiólo  I  oh  represen  tantea  de  la  extrema  de- 
recha do  loa   partido**  cubanos. 

Repítese  macho  en  nuestras  conversaciones  partí  culatea, 
que  en  la  guerra  de  Cuba  luchamos  con  un  inconveniente 
grandísimo,  superior,  y  ee,  que  el  país  todo  esta  en  contra  de 
España,  Yo  lo  niego  en  redondo. — No;  lo  que  suceda  es,  que 
¿quel  pai  s  en  gran  parte  está  bus  pene  o  y  temeroso  de  la 
actitod  del  Gobierno;  no  ve  en  ella  la  parte  buena, 
ye  lo  qae  tiene  de  mala;  y  al  recelo  y  desconfianza  del  Po- 
der responde  la  mayoría  de  los  en  baños  con  indiferencia, 
sin  que  por  esto  simpatice  con  la  insurrección .  Podrán  de- 
cir'o  por  la  calle  mochos,  pero  ¿cómo  lia  de  estar  el  país 
con  la  insurrección,  cuando  la  insurrección  ea  la  ruina  y  la 
miseria,  cuando  nadie  sabe  lo  qne  va  á  suceder  en  aquella 
tierra  al  cabo  de  nn  año,  cuando  las  fortunas  más  conside- 
rables corren  ya  peligro  de  muerte,  en  ando  la  fiebre  y  el 
fuego  y  las  balas  están  concluyendo  con  aquella  poco 
numerosa  población,  cuando  dentro  de  poco  no  habrá  allí 
mis  que'  tristezas  qne  deplorar  con  la  misma  pena  con  qne 
deplora  moa  la  desgraciada  suerte  de  Santo  Domingo  qne  ha- 
ce un  siglo  era  quizá  más  espléndida  y  arrogante  que  Cuba, 
¡Ahí  Los  qne  Ten  desde  lejos  esa  lucha,  podrán  mirarla  con 
cierta  tranquilidad;  pero  los  que  tenemos  allí  el  alma,  la  tl- 
da,  el  corazón,  las  fuerzas,  loa  amigos»  la  familia,  los  que 
conocemos  á  foodo  y  al  detalle  lo  qae  aquello  es  y  lo  que 
allí  pasa  y  allí  se  prepara,  no  podemos  esperar  tranquila- 
mente horrenda  catástrofe  que  por  todas  partes  se  anuncia. 
?or  eso  quizá  el  mayor  peligro  de  la  cuestión  cubana  es 

reserva  de  aquel  país,  el  aislamiento  en  que  allí  vive  el 
i ern o.  Cierto  que  es  titánico  y  nobilísimo  el  esfuerzo  de 


r 


—    5*8    — 

los  soldados  de  nuestro  ejército;  pero  es  muy  gravo  Ja  actitud 
ldel  país,  que  ai  bien,  lejos  de  estar  con  allí  vive  la  insurrec- 
ción, protesta  oontra  ella,  no  acompaña  al  Gobierno;  y  en 
esto,  que  es  el  grave  problema  y  la  dificultad  tremenda  de 
la  guerra  de  Ceiba,  está  el  secreto  de  Ja  solución  aquella 
criáis.  Ahí  está  la  manera  de  acabar  con  la  guerra. 

Fijémonos  un  poco  en  loque  puede  llamarse  la  política 
de  la  guerra  cubana.  Veamos  lo  que  en  ella  interesa  á  sos 
principales  factores  y  aun  lo  que  sobre  ella  dicen  los  ele* 
mantos  combatientes-  Esto  nos  dará  datos  para  la  política 
general. 

For  un  lado  tenemos  la  política  de  la  insurrección:  por 
otra  parte  está  la  política  de  España.  ¿Cuál  es  el  interés 
de  la  insurrección?  Primero,  que  la  guerra  dure  mucho; 
segundo!  concluir  con  la  ri quera  dal  pafs;  tercero,  evitar 
choques  sangrientos  entre  los  soldados  de  España  y  los  sol* 
dados  de  Cuba. 

Este  es  el  programa  Está  bien  pensado,  está  bien  me- 
ditado, porque  no  en  balde  ha  pasado  cerca  de  un  siglo  de 
guerras  en  América.  «¡Que  dure,  que  dure,  dicen  los  insu- 
rrectos» porque  de  esta  suerte  vendrán  los  conflictos  inter- 
nacionales! ¡Que  dure,  porque  de  esta  susrte  vendrá  la  ne- 
cesidad ds  hacer  en  la  Península  esfuerzos  extraordinarios 
de  hombres  y  de  dineroj  ¡Que  dure,  porque  así  veadrá  el 
cansancio  del  adversario  obligado  á  agitarse  en   el  vacío. 

i;Que  dure,  que  durel  (como  decía  uno  de  sus  miyorea 
caudillos,  uno  de  los  más  aguerridos,  quizá*  el  primero  dti 
la  insurrección);  que  dure,  que  dure,  porque  á  España  no 
la  vencemos  en  lucha,  con  las  armas,  con  el  fuego.  No;  Es- 
paña es  un  pueblo  de  valientes,  es  un  pueblo  que  peleará 


r\ 


—    539   — 

hasta  el  último  instante;  la  que  hace  falta  es  que  no  tenga 
fusiles,  que  tenga  pólvora  que  se  agoten  sus  recursos,  y 
para  llegar  á  esa  extremo,  es  preciso  que  la  insurrección 
dure,  jque  dure!» 

De  otro  lado,  ¿creéis  que  los  insurrectos  concluyen  con  I* 
riqueza  cubana  porque  odian  á  Cuba?  No;  no  la  odian; 
no;  la  quieren,  pero  tristemente  se  equivocan  en  el  modo 
de  quererla»  La  quieren ,  pero  dicen:  concluyendo  con  la  ri- 
queza de  Cuba,  de  aquí  no  saldrán  recursos  para  España 
y  la  guerra  concluirá  por  falta  de  medios  materiales. 

Y  á  proposito  4e  esto,  i  qué  error  tan  grande  y  tan  pro- 
fundo el  cometido  con  uno  de  nuestros  insignes  generales, 
cuando  se  dijo  que  al  defender,  por  ejemplo,  los  ingenios 
y  las  fábricas  de  azúcar,  servía  solo  los  intereses  da  los 
particulares!  No,  no;  lo  que  se  defendía  de  aquella  suerte 
era  la  riqueza,  era  el  nervio  indispensable  para  hacer  la 
guerra.. 

De  esta  suerte  (dicen  los  insurrectos),  el  dia  que  haya 
concluido  todo  en  Cuba  y  se  haya  destruido  cuanto  existe, 
quedará  yerma  la  tierra,  sí,  pero  la  tierra  es  potente:  y  ellos 
locamente  oreen  que  después  vendrán  nuevos  hombres,  con 
capitales  y  medios  para  levantar  aquella  tierra  que  ellos  han 
contribuido  á  perder  y  aniquilar  con  sus  excesos  y  lo* 
•oras. 

Después,  su  sistema  consiste  en  excusar  la  lucha,  evitar 

el  derramamiento  de  sangr**  el  choque;   porque  al  fin  y  al 

cabo,  ellos  dicen,  lo  dicen  sus  periódicos,  que  yo  leo  bien 

**  con  gran  cuidado,  porque  tengo  obligación  de  conocerlos. 

No;  nosotros  no  podemos  odiar  á  esos  ¿soldados;  debemos 

*  usarlo  §>  porque  cumplen  heroicamente  un  deber  y  rea  pon- 


—    §40    — 

den  á  laa  exigencias  del  honor  coa  la  bravura  de  siempre  y 
porque  seria  ana  insensatez  aumentar  ociosamente  las  di  Fe  ■ 
reccias,  las  diatduaias  y  la?  dificultades  del  presente  y  los 
obstáculos  del  porvenir  non  la  saña  y  el  rencor  de  los 
combata*  1» 

F tente  á  esto,  ¿caá l  debe  ser  la  poMüea  de  España? 
Perfectamente  clara.  En  primer  término,  concluir  en- 
seguida la  guerra.  Pronto,  pronto.  — Ea  decir,  pronto 
y  bien.  Con  esta  fórmula  quiero  expresar  mi  idea  de 
que  es  necesario  y  posible  concluir  la  guerra,  en  plazo  rela- 
tivamente breve,  con  los  recursos  militares  que  se  quiera, 
pero  sobre  todo  y  ante  todo,  con  el  concurso  caluroso,  entu- 
siasta, decidido,  de  la  inmensa  mayoría  del  pneblo  cubano, 
para  lograr  nn  éxito  definitivo  en  el  sentido  de  que  no  sea 
verosímil  la  reproducción  de  un  sacad  i  miento  análogo  al  pre- 
sente que  nos  imponga  de  nuevo  un  sacrificio  quizá  ma ■ 
yor  en  hombres  y  dinero 

fin  aegundo  termino  hay  que  robustecer  la  riqneza  del 
país,  defenderla  de  la  compleja  crisis  presente,  afianzarla 
frente  at  insurrecto  y  á  la  concurrencia  extranjera,  estí 
niularla(  darla  desarrollo  para  lo  porvenir.  Y  en  último 
término,  hay  que  dominar  y  llevar  de  frente  un  doble  em- 
peño: ni  que  guerree,  la  guerra;  pero  al  que  do  guerree,  la 
par,  la  confianza,  el  amor.  (Ün  señor  Senador  pronuncia 
palabras  que  no  se  perciáen.J  Todo  ae  dirá;  que  las  fórmu- 
las no  salen  de  los  labios  de  un  golpe,  y  sob  e  todo,  no  tie- 
nen derecho  á  dndar  niá  mostrarse  impacientes  los  aefiores 
qne  no  han  protestado  con  escándalo  ante  las  vagas  fórmulas 
del  partido  conservador  y  la  reserva  del  partido  Liberal,  Lq 
go  diré  cómo  st  ha  de  realizar  la  política  de  la  pas.  Por 


i 


—   MI   — 

pronto  afirmo  qae  la  inmensa  mayoría,  la  casi  totalidad  ddl 
pala  ctibano,  do  guerrea. 

Al  lado  de  sato  tenemos  laa  soluciones  de  loa  dos  partidos 
gobernantes-  La  solución  del  partido  conservador  es  la  del 
Mensaje,  Lícito  me  ha  de  ser  lamentarme  con  casi  todos  los 
señores  Senadores  que  han  usado  ante?  de  i  a.  palabra  del 
modo  y  manera  como  ha  venido  el  Mensaje. —Bien  están 
esas  fórmulas  que  voy  á  discutir;  pero  ¿no  cree  el  Gobierno 
que,  dada  la  situación  tremendi  porque  atravesamos,  dada 
la  expectación  general,  dado  lo  que  aquí  se  ha  dia cutido, 
con  ese  Mensaje,  7  al  lado  de  ese  Mensaje,  con  los  pro- 
yectos que  han  presentado  el  señor  miniabro  de  la  Gue- 
rra y  el  señor  ministro  de  Ultramar  (máxime  si  son  tan 
enormes  como  el  di  timo  del  señor  ministro  de  Ultramar), 
debía  venir  alguna  explicación  categórica  respecto  del  estado 
v  situación  de  la  isla  de  Utiba,  de  la  guerra,  de  la  Hacienda 
y  de  todas  las  otras  cuestiones;  en  cuya  virtud  pudiéramos 
formar  un  juicio  aproximado  de  la  verdadera  disposición  y 
ios  medios  positivos  del  Gobierno  y  de  la  crisis  antillana 

fnmmtrtT 

Más  aún:  por  grandes  qne  sean  el  tacto  y  la  circuns- 
pección del  señor  Ministro  de  £3  atad  o,  que  mantiene  004  te- 
áia  en  términos  generales  plausible  (aunque  no  llevada  al  ex- 
tremo que  la  lleva  S.  ¡3.)  respecto  á  la  reserva  de  los  do- 
cumentOd  diplomáticos,  ¿no  hubiera  sido  de  cierta  conve- 
niencia aporcar  para  debutes  como  el  presenta  y  en  general 
para  el  juicio  público  algunos  datos,  atguaoade  esos  pliegos 
™e  forman  los  libros  rojot  amarillo  ó  amlf  por  los  cuales 
pudiera  formar  un  concepto  bastante  fundado  del  moda  7 

«ñera  que  los  pueblos  extraños  tienen  da  estimar  laa  caá* 


1 


—    542  — 

3§g,  las  condiciones,  el  desenvolvimiento  y  el  porvenir  que> 
de  nuestra  gaerra  de  Cuba? 

Y  cuenta,  señores,  que  es  tanto  mas  grave  el  proyecto 
del  s<fior  Ministro  de  Ultramar,  á  que  acabo  de  aludir» 
cuanto  que  S.  8.,  que  ahora  se  pretenta  solicitando  una 
autorización  inconcebible,  de  que  no  hay  ejemplo  en  país 
alguno  y  contra  Ja  cual  el  argumento  más  poderoso 
que  yo  pudiera  utilizar  serian  las  mismas  palabras  que 
B.  8.,  como  diputado,  empicó  centra  el  Sr.  Abanas», 
cuando  éste  presentó  hace  pocos  meses  un  proyecto  de 
autorización  más  pequeño...  [El  Sr,  A&armza:)  Entonces 
estaba  solo.)  Eso  lo  explicará  él,  porque  yo  no  llevo  aquí 
su  voz;  pero  no  comprendo  cómo  el  señor  Ministro,  al  pe* 
dir  Ja  autorización  económica  de  ahora,  ee  ha  olvidado 
de  que  tenia  delante  otrts  dos  del  afio  pagado,  cuyos  últimos 
artículos  dicen:  cDel  neo  que  se  haga  de  esta  autorización  bi 
dará  cuenta  á  las  Cortes. >  ¿No  era  este  el  momento  de  dar 
cuenta  al  Parlamento? 

Pero  voy  á  las  fórmulas  de  solución  del  actual  conflicto 
cubano.  La  fórmula  del  Gobierno  conservador  es  esta:  en 
1»  situación  presente,  que  osuna  situación  de  guerra,  nada 
más  que  la  guerra.  Notadlo  bien,  nada  más  que  la  guerra* 
Por  tanto,  repudiación  absoluta  de  las  reformas  de  1895; 
1  pero  repudiación  en  Cuba,  donde  hay  guerra;  repudiación 
en  Puerto  Bico,  donde  no  la  hay.  Algo  parecido  á  lo  que  por 
por  aquí  se  decía  en  1870  y  1875,  opuesto  A  lo  que  la  Be- 
pública  hizo  en  1873  y  á  lo  que  al  fin  3a  Restauración  tuvo 
que  hacer  en  1878,  al  patrocinar  la  Paz  del  Zanjón,  Quiero 
prescindir  por  el  momento  de  que  siendo  lógiooa  nuestros 
conservadores,  tendrán  que  pedir  también  la  dictadura  en  la 


—    543    — 

Peíkaula;  aunque  sospecho  que  por  otro  medio  y  con  otros 
pretextes  y  otras  apariencias  ya  Be  llegará  á  ello.  Pero  el 
Gobierno  ahora  ha  adelantado  una  novedad,  pues  que  en 
el  Mensaje  afirma  para  cuando  concluya  Ja  guerra,  y  como 
fórmala  definitiva  y  solución  de  los  problemts  ultramarinos» 
mis  que  como  medio  de  resolver,  por  el  momento,  laa  difi- 
cultades que  ee  presentan  en  Cuba,  la  creación  de  uua  per- 
sonalidad administrativa  y  económica  que,  ein  menoscabar 
la  soberanía  de  la  nación,  d¿  cajaci  Jad  y  medios  al  pala  cu- 
bano, á  las  Antillas,  para  atender  á  eua  propias  necesida- 
des y  obligaciones , 

Esta  formula,  no  lo  niego,  me  sedujo;  pepo  ts'o  pide  ex* 
plicaciones  categóricas?,  porque  aquí  no  podemos  patrocinar 
equívocos,  ni  debemos  ni  podemos  tenerlos,  tanto  respecto  del 
extranjero,  como  respecto  de  Cuba.  ¿Qué  quiere  decir,  como 
fórmala  definitiva,  esa  personalidad  administrativa  y  eco* 
cómica?  Porque  en  el  orden  colonial  hay  fórmulas  conga- 
gradas;  ya   lo  sabemos;  ya  las  cauocais. 

La  de  la  asimilación  se  ha  proclámalo  y  ensalzado  mil 
veces  con  la  protesta  de  todos  nuestro?  partidos  y  nuestros 
Gobiernos  monárquicos,  de  que  era,  no  solo  la  única  com- 
patible con  el  régimen  monárquico,  sino  la  única  verdade- 
ramente nacional. 

Con  trabajo  renuncio  á  la  crítica  de  esta  fórmula,  expli- 
cada contradictoriamente  por  sus  ciegos  partidarios   eu  el 
curso  de  los  últimos  cuarenta  años  y   á  la   cual   atribuyo 
mocha  parte  de  los  conflictos  presentes.    Pero  reconociendo 
iO  no  es  la  hora  de  esta  crítica,  aquella  en   la   que—como 
cade  hoy — parees  qne  casi  todo  el  mundo  da  la  espalda  a  las 
>ja  teoría  asimilista,  sí  creo  que  no  está  demás  repetir  mi 


—    544    — 

constante  protesta  de  que  esa  celebrada  asimilación  de  núes* 
tros  monárquicos  y  gobernantes  de  este  último  periodo,  no 
es  la  fórmala  tradicional  de  la  colonización  española.  Nun- 
ca se  ocurrió  ni  á  los  legisladores  de  Indias  ni  á  nuestros 
tratadistas  de  derecho  colonial  afirmar  la  asimilación  de  los 
españolea  de  Ultramar:  para  éstoa  proclamaron  siempre  la 
identidad  de  derechos  políticos  y  civiles.  Para  los  indios 
al,  la  asimilación.  Esto  es,  la  educación  y  elevación  gra- 
dual de  los  mismos  hasta  llegar  á  la  plenitud  del  derecho 
español,  Y  para  indios  j  para  españoles  el  régimen  de  las 
franquicias  locales,  de  los  reglamentos  y  leyes  especiales 
dentro  de  la  localidad,  los  Concilios  y  las  Cortos  regiona* 
les,  loe  Eneros  coloniales:  en  ana  palabra,  la  A  uto  no  mi  a 
condicionada  por  las  circunstancias  de  aquellos  tiempos  y 
dentro  del  orden  político  de  los  siglos  xvi  y  xviu  Olvidan 
do  todo  esto,  se  ha  podido  establecer  en  estos  últimos  cin- 
cuenta años  allende  el  Atlántico  el  régimen  de  la  desigual- 
dad, de  la  centralización  y  de  la  desconfianza,  haciendo  de 
los  españoles  ultramarinos,  españoles  de  segunda  y  de  ter- 
cera clase  y  trayendo  sobre  el  Gobierno  de  la  Metrópoli 
atenciones,  compromisos  y  responsabilidades  verdadera- 
mente irracionales  é  imposibles.  En  tal  sentido  nada  más 
triste  qne  lo  que  respecto  de  este  particular  ha  sucedida 
últimamente.  Porque,  en  la  época  en  que  aqui  eu  la  Penín- 
sula se  ha  avanzado  en  el  disfrute  de  los  derechos  políticos, 
consagrándose  el  sufragio  universal,  el  jurado  democrático  y 
osa  relativa  descentralización  municipal  y  provincia1,  se  ha 
querido  conservar  allá  en  las  Antillas  (tan  cultas,  tan  ri- 
y  tan  españolas  como  el  resto  de  las  regiones  de  la  I 
nlnsula)  el  censo  electoral,  los  alcaldes  de  Real  orden. 


—    545    — 

centralización  más  exagerada  y  presa  otaos*  y  aun  el  régi- 
man  de  loa  consejos  de  guerra  que  indirectamente  sao  ciona 
el  ártica  to  29  del  novísimo  y  no  discutido  Código  de  Justi- 
cia militar.  Este  co atráete  no  lo  ofreció  el  periodo  antigao 
de  nuestra  colonización  ni  aun  se  dio  en  el  período  del  ab- 
Bolntiamo  peninsular. 

Pero  dejemos  esto  á  un  lado  para  afirmar  enseguida  que 
hasta  ahora  en  el  escenario  de  la  política  española  y  mas 
partí  cu  lar  mente  en  el  circulo  de  loa  que  eu  estos  cincuenta 
últimos  añoa  se  han  ocupado  de  las  cosas  trasatlántica* , 
solo  un  determinado  grupo  de  hombres,  en  sus  libros,  sus 
discursos,  sus  manifiestos  y  mu  campañas  propagandistas 
j  de  gobierno ,  ha  hablado  de  la  personalidad  de  las  Anti 
lías,  eu  el  sentido  de  dar  á  éstos  las  facultades  y  los  medios 
necesario  i  para  atender  eaficieote  y  prontamente  á  Jas  nece 
sidades  primeras  de  la  localidad,  de  la  colonia,  sin  menos- 
cabo de  la  soberanía  de  España,  Eje  grupo,  ¿cuál  h*  uHuV 
¿Cuál  es?  El  autonomista,  Y  yo  tengo  ahora  el  derecho  de 
preguntar  A  ese  Gobierno:  ¿es  que  al  utilizar  la  fórmala  de 
loa  tutou o mintaa  acepta  bq  contenido?  ¿No  lo  acepta?  En 
este  último  caso,  ¿qué  quiere  decir  eso  de  la  personalidad 
administrativa  y  económica  de  las  Antillas,  sobre  todo  cuao- 
do  se  dirige  á  Cuba  y  más  ó  menos  directamente  a  lo  go- 
biernos del  mundo  culto,  harto  cotí  o  ce  dores  ds  la  política 
colonial  del  siglo  xix  y  de  los  errores  y  fracasos  de  la  ac- 
tual pol  i  ti  ca  col  o  ti  i  al    es  pañol  a  ? 

Ya  me  doy  cuenta  de  que  en  la  fórmala  del   Mensaje   4 
i    *  me  refiero  no  se  haba  de  la  personalidad  política,  pero 

&  frase  ya  en  las  escuelas  se  ha  dejad»  bastante  de  lado, 

»«í  nos  podemos  reir  de  todas   las  gen  tea  que  afirman. 


—   54S   — 


por  ejemplo,   que  loa  Ayuntamientos  carecen  de  carácter 
;  (tico,  siendo  asi  que  éstos  tienen  nna  facultad  política 
tan  esencial,  como  lo  es  la  de  nombrar   Senadores  en 
ciertas  y  determinadas  circunstancias. 

Pero  entrando  un  peco  en  el  asunto,  me  permitiré  adver- 
tí r  que  cuando  en  otro  tiempo  se  hablaba  del  carácter  no 
politioo  de  ciertas  instituciones  y  corporaciones,  se  quería 
dar  i  entender  que  éstas  carecían  de  la  facultad  suprema 
de  constituirse  y  regirse  absolutamente  por  si  propias,  es- 
tableciendo poderes  y  determinando  su  vida  conforme  al  ré- 
gimen federal  en  su  grado  menos  harmónico  con  la  unidad 
del  Estado.  Siendo  esto  asi,  es  probable  que  la  redac- 
ción de  la  personalidad  cubana  ó  portorriqueña,  á  lo  eco- 
nómico y  administrativo,  responda  al  propósito  de  negar  á 
nuestras  dos  Antillas  el  derecho  de  hacer  su  constitución 
y  por  tanto  de  establecer  los  poderes  coloniales  al  lado  ó 
per  cima  del  Poder  de  la  Metrópoli.  En  tal  caso  deberé 
recordar  que  esto  no  lo  han  pedido  jamás  los  autonomistas 
antillanos.  La  autonomía  colonial,  que  por  espacio  de  mu- 
chos afios  hemos  defendido  en  la  Península,  en  las  Anti- 
llas y  en  todo  el  mundo,  ha  supuesto  constantemente  la 
soberanía  de  la  nación,  la  cual  es  la  única  capacitada  para 
decretar  y  reformar  Ja  Constitución  política,  económica  y 
administrativa  de  Cuba  y  Puerto  Rico.  Por  la  voluntad 
nacional,  y  manteniéndose  siempre  en  potencia  y  en  acto 
esa  voluntad,  sin  delegación  esencial  de  ningún  género  y 
por  procedimientos  aún  más  racionales  y  eficaces  que  los 
consagrados  por  otros  países  (la  misma  Inglaterra,  por 
ejemplo)  vivirán  las  instituciones  coloniales  al  par  que  la 
competencia  de  las  corporaciones  jurídicas  y  especialmente 


—    547    — 

políticas  de  nuestras  Antillas,  se  reducirá  para  y  exolusi- 
Timeote  á  lo  in guiar,  y  esto  solo  en  cuanto  no  &  feote  al  in- 
terés 6  al  ders-cho  del  resto  de  la  Nación.  Por  eso  ni  en 
Gula  ni  en  Puerto  Rico  podrá  reformarse  la  Constitución 
general  de  España,  ni  siquiera  en  aquello  que  más  directa- 
mente afecte  á  los  españoles  que  allí  vivan;  ni  allí  por  el 
voto  exclusivo  de  los  antillanos  se  podrá  modificar  la  Cons- 
titución colonia],  ni  el  Gobierno  de  la  Metrópoli  renun- 
ciará á  la  intervención  que  en  la  vida  política  de  aque- 
llos países  supone  el  veto  de  los  gobernadores  coloniales. 
Por  lo  mismo,  nosotros  hemos  sostenido  que  tanto  las 
leyes  generales  de  España — las  civiles  y  las  penales- 
como  las  que  regulan  intereses  públicos  de  superior  trans- 
cendencia social,  como  la  superior  organización  de  la  Jus- 
ticia imperen  á  Ultramar  por  el  voto  y  acción  de  las 
Cortes  nacionales  soberanas,  en  cuyo  seno  tendrán  las  An  - 
tillas  idéntica  representación  á  la  de  todas  y  cada  una  de 
las  regiones  peninsulares.  Por  manera  que  la  personalidad 
de  Cuba,  de  que  aquí  se  ha  hablado  por  espacio  de  tantos 
años  frente  á  la  doctrina  y  los  abusos  de  la  asimilación,  no 
tiene  el  carácter  de  la  personalidad  federal  á  que  general- 
mente se  aludía  en  otra  época,  cuando  se  habla  de  Autono- 
mía po'ítica. 

Pero  de  todas  suertes,  ante  la  escueta  fórmula  que  apa- 
rece en  el  Mensaje  de  la  Corona,  y  no  pudiendo  prescindir 
de  los  antecedentes  que  acabo  de  recordar,  yo  tengo  el  de- 
recho de  preguntar  una  y  mil  veces,  á  ese  Gobierno:  ¿Lo 
se  recomienda  para  Cuba  como  definitiva  solución  es  ana 
itución,  llámese  como  se  quiera,  con  facultades  plenas 
*  resolver  todo  lo  insular,  bajo  la  Eoberania  de  la  Nación, 


—    548   — 

y  con  intervención  del  poder  soberano  de  la  madre  Patria? 

¿Es  Beto?  Pues  esto  es  la  Autonomía.  Y  entonces  hay  que 
decirlo.  ¿No  lo  es?  Pues  expliqúese  esa  solución. 

Paro  llega  después  otra  sombra.  ¿Se  aplaca  la  solución 
recomendada  en  el  Mensaje?  Aquí  surge  otra  gran  dificul- 
tad, ¿Queda  aplazada  esa  solución  ad  calendas  grecas;  que* 
da  ahora  en  la  indeterminación,  quizá  como  una  nueva  pro- 
mesa en  nuestra  historia  colonial  contemporánea  y  tal  va 
cerno  un  punto  á  discutir  en  el  momento  de  su  aplicación 
allá  cuando  la  guerra  termine  en  Cuba?  ¿Es  esto?  Pero  en- 
tonces t  ¿cómo  se  va  á  producir  efecto  en  el  país  y  se  va  á  lo- 
grar lo  mismo  que  el  Mensaje  reconoce  como  conveniente, 
lo  qoe  yo  creo  indispensable,  es  decir,  el  mover  ahora  á 
las  gentes  y  llevarlas  á  la  contrarrevolución  para  que  con 
f  Bte  poderoso  recurso  concluya  pronto  y  bien  la  guerra?  T 
en  Unto  que  se  señala  esa  solución  que  debía  ser  urgente 
como  un  término  indefinido  del  programa  total  del  partido 
conservador,  mientras  no  concluya  la  guerra,  ¿ha  de  conti- 
nuar el  viejo  sistema  en  Puerto  Rico? 

Señores,  lo  que  se  hace  con  Puerto  .Rico  ya  no  tiene  noto* 
bre.  Yo  os  pido  en  interés  de  todos  los  partidos  que  aban- 
donéis vuestras  añejas  preocupaciones.  Mirad  que  aquel  es 
no  | mí»  tranquilo,  siempre  dispuesto  á  recibir  las  leyes  en 
condiciones  de  dar  realidad  y  eficacia  á  todas  las  ideas.  To-  ' 
das  las  instituciones  que  se  han  llevado  allí  han  producido 
bus  naturales  y  deseables  frutos.  Y  esto  no  es  de  ahora. 

Re  ordad  el   periodo  en   que    concluyó   el  imperio  de 
Eepafta  en  el  Sur  de  América.    Entonces,  por  recomen 
ción  de  Pover  y  por  la  inteligencia  del   intendente  Bar 
rez,  ee  aplicaron  y  ampliaron  las  reformas  del  marqués 


—   549  — 

la  Sonora  á  las  Antillas  amenazadas.  Puerto  Rico  las  acep- 
tó, y  alJi  obtuvieron  nn  ¿xito  completo.  De  Poerto  Bico 
Piaron  á  Coba,  en  vista  del  resultado  que  habían  obtenido» 
y  en  Coba  lograron  un  nuevo  y  más  resonante  éxito,  garsn- 
titando  en  las  Antillas  el  poder  de  España,  agoniíanteen 
el  continente  americano.  Después,  ¿cómo  olvidar  lo  que 
pagó  en  1873?  Allí  llevamos  todas  las  reformas,  el  sufragio 
universal,  la  libertad  de  imprenta,  la  libertad  de  reunión, 
7  illí  produjeron  tal  efecto,  que  cuando  el  general  Martines 
Campos  hiio  la  paz  del  Zanjón,  dijo  á  los  insurrectos:  Es- 
palla hará  en  Coba  lo  mismo  que  en  Puerto  Bico.  Y  me- 
diante esa  promesa,  de  jaron  las  armas  los  insurrectos. 

¿Qné  razón  hay  para  que  continúe  el  statu  quo  en  la  pe- 
queña Antilla?  No  puedo  discutir  un  solo  momento  la  razón 
entre  cómica  y  terrible,  de  que  no  se   puede  plantear  nada 
en  Poerto  Rico,  esperando  la   última   moda.  Porque  hay 
quien  dice  que  como  no  puede  saberse  si  las  reformas  del  95 
ú  otras  más  expansivas  se  desacreditarán  en  aquella  isla 
mientras  subsista  el  único  pretexto    que  puede  haber  para 
api  u zar  la  reforma  en  la  grande  A  n tilla:   (es  decir,  la  gue- 
rra, que  solo  arde  en  Cuba),  lo  prudente  es  no  tocar  al  régi- 
men portorriqueño,  eecusando  á  la  A n tilla  menor  los  incon- 
venientes y  los  disgustos  del  ensayo  de  aquellas  reformas 
que  quizá  pudieran  fracasar  ó  que  tal  vez  exijan  modifica- 
ciones cuando  se  planteen  en  el  país  cubano,  ¿Es  esto  serio? 
¿Es  esto  justicia,  ó  es  una  iniquidad? 
Todavía  hay  otro  problema  respecto  de  este  primer  par- 
cular.  Dignísimas  personas  son  todas  las  que  ocupan  ese 
>anea  { señalando  al  bancv  azul);  ¿quién  puede  dudar  de  la 
actitud  con  que  proceden  respecto  del  negocio  que  nos 


—   560   — 


preocupa?  ¿Cómo  ponerla  en  tela  de  juicio?  Pero  ¿dejará  de 
Ber  cierto  que  este  partido  conservador,  después  de  compro- 
meterse  á  llevar  inmediatamente  á  Coba  y  Puerto  Rico  las 
reformas  votadas  el  14  de  Marzo  de  1895,  no  las  ha  lleva- 
do? ¿Con  qué  derecho  puede  pedir  el  partido  conservador 
que  Cuba  ni  Puerto  Rico  crean  que  cuando  con  el  aja  la 
guerra  ese  mismo  partido  llevará  las  reformas  de  que  ahora 
habla,  por  grandes,  amplias  y  generosas  que  ellas  sean  y, 
por  calurosas  que  parezcan  las  actuales  protestas?  ¿Fueron 
fhjaa  las  de  1895?  No  hay,  pues,  que  fiar  en  el  éxito  de  las 
meras  palabras. 

amos  ahora  á  las  soluciones  del  partido  liberal,  To 
tengo  que  concretarme  en  este  punto  á  las  declaraciones 
que  ti  jui  ha  hecho,  en  nombre  de  este  mismo  partido, 
olS-.  Gullón.  S.  tí.  me  hade  permitir  que  le  expre- 
se mi  dada  de  que  los  partidos  gobernantes,  los  partidos 
que  tienen  la  aspiración  de  suceJerse  en  el  Gobierno,  pue- 
dan da^  su  fórmula  df  terminada  de  !a  misma  manera  que 
8,  H. ,  en  el  nombre  de  su  partido,  la  exposo  en  una  de  las 
últimas  sesiones  de  esta  Cámara. 

No;  el  régimen  parlamentario  no  es  eso;  no  basta  que 
des pa os  de  oir  las. opiniones  del  Gobierno,  se  levante  el 
partido  que  se  le  opone,  para  limitar  sus  protestas  y  obser- 
vaciones á  estas  sencillísimas  frasee:  cMi  fórmula  no  es  esa 
y  no  digo  más.  • 

No;  hay  que  discutir  la  fórmula  del  Gobierno;  hay  que 
desentrañarla;  hay  que  poner  frente  á  frente  de  la  solución 
adversa  la  solución  propia .  Porque  en  el  caso  actual,  es  evi- 
dente que  el  señor  Presidente  del  Consejo  de  Ministros  nos 
da  su  nota;  su  resolución  es  definitiva»  en  el  doble  sentido 


r 


—   ¿*1    — 


de  responder  á  Jas  necesidades  de  Cuba  y  Paerto  Rico,  j 
de  procurar  la  terminación  déla  guerra.  ¿Por  qué  el  parti- 
do liberal  no  discute  esta  solución?  ¿Por  qaó  no  ataca  por 
ella  al  partido  conservador?  Y  sobre  todo,  si  no  r  está  .  con 
este  partido,  si  no  cree  que  esa  solución  es  la  justa,  ¿por 
qué  no  explica  las  razonen  que  tiene  para  no  aceptarla?  ¿Es 
que  únicamente  cuenta  con  la  fórmula  de  las  reformas 
del  95?  Pero  ¿de  qué  suerte?  Acaso  con  la  salvedad  también 
dono  plantearlas  inmediatamente  en  Cuba  y  ni  siquiera  en 
Paerto  Hice  hasU  que  concluya  la  guerra?  (El  Sr.  GuUón 
pronuncia  algvnas  palabras  que  no  se  perciben.)  Ni  una 
sola  palabra  ha  dicho  8.  S.  sobre  ese  particular.  He  leído 
con  toda  atención  el  discurso  pronunciado  por  8.  8.;  pero 
yo  me  alegraría  da  que  S.  8.  dijera  algo  en  cualquier  senti- 
do, porque  grandemente  me*interesa,  como  he  manifestado 
anterior  meo  te,  fijar  bien  las  posiciones  de  todos. 

Yo  no  tengo  relación  alguna  con  el  partido  conservador, 
ni  puedo  tener  con  el  partido  liberal  más  que  las  simpatías 
que  me  inspiran  todo  movimiento  expansivo,  y  la  ma- 
yor proximidad  i  mis  particulares  soluciones  políticas. 
Psro  tan  lejano  ó  indiferente  soy  á  lo  que  oonstituye  inte- 
nses de  Gobierno  de  los  unos  como  á  las  conveniencias 
particulares  de  los  otros. 

Hablo»  pues,  puedo  hablar  con  una  completa  imparciali- 
dad y  sin  otra  preñen pación  que  la  de  la  suerte  de  Cuba  y 
la  de  la  positiva  eficacia  de  los  medios  que  ahora  se  propon- 
gm  para  dominar  la  crisis  presente.  £n  tal  supuesto,  me 
■ugo  á  toda  reeerva,  á  todo  equivoco,  á  tod*   vacilación. 

concretamente  afirmo  que  i  estas  horas  no  es  ni  puede 

r  una  solución  la  reforma  antillana  de  1895. 

Jé 


—    552  — 

Pero  ¿ea  que  el  partido  liberal  cree  que  do  hay  más  soto- 
cita  que  la  reforma  del  95?  ¿Cree  que  toda  la  evolución  co- 
lonial está  ahí?  ¿Cree  que  en  los  momentos  actuales,  dada 
la  situación  de  las  islas  de  Coba  y  Puerto  Rico,  únicamente 
aplicando  opas  reformas  es  cerno  se  puede  levantar  allí  el 
espíritu  público?  No  me  cansaré  de  bacer  estas  preguntas. 
Y  adelantándome  digo  que  si  la  respuesta  fuera  afirmativa, 
en  tal  caso  el  partido  liberal  retrógrada,  y  en  ese  sentido 
está  detrás  del  pattido  conservador. 

La  ley  del  95  tecla  raión  de  ser.  Cooperamos  á  ella  to- 
dos- El  partido  autonomista  lo  hiso  con  sinceridad,  con 
un  manifiesto  buen  deseo.  Pnedo  hablar  en  esto  con  tanta 
mayor  independencia,  cuanto  que  quien  puso  quisa  más  re- 
pares á  aquella  reforma,  fué  el  que  en  esté  momento  tiene 
el  honor  de  dirigiros  la  palabra.  Pero  es  lo  ciento  que  la 
aceptamos,  la  sostuvimos,  la  amparamos.  ¿Por  qué?  Pri» 
mero,  porque  como  el  partido  autonomista  no  ha  sido  nunca 
un  partido  pesimista,  como  no  ha  querido  jamás  hacer  vio- 
lencia á  las  soluciones,  como  ha  aceptado  todas  las  reforma» 
de  buena  fe  y  ha  crtido  que  del  planteamiento  de  unas  t» 
vendría  á  la  exigencia  inmediata  de  otras;  pensaba  que  esto 
por  un  lado,  y  por  otro  la  poca  eficac'a  de  algunas  institu- 
ciones, á  cuyo  arraigo  no  había  de  contribuir,  traerían  nece* 
sanamente  el  triunfo  definitivo  de  sus  ideales,  con  la  fuerza, 
con  el  convencía  ietto  y  por  la  voluntad  de  todos,  calmada 
por  el  momento  la  gran  excitación  producida  en  Cuba  por 
los  sucesos  de  los  últimos  cinco  años  y  por  el  mismo  impo- 
lítico aplazamiento  de  la  llamada  reforma  Maura. 

Por  otra  parte  seria  imposible  negar  la  importancia  que 
tuvieron  las  reformas  de  1895,  lo  mismo  en  el  periodo  deán 


é 


—    653   — 

iniciación  y  su  presentación  á  las  Cortes  españolas  que  en 
«1  momento  de  su  votación  por  éstas.  Lo  he  dicho  repetidas 
veces.  Loa  proyectos  del  Sr.  Hanra  proporcionáronla  ven- 
taja de  dar  forma  y  precisión  y  regularidad  al  llamado  mo- 
vimiento económico  de  Coba,  con  virtiéndolo  en  nn  movi- 
miento político  de  positiva  orientación  y  resultados  perfec- 
tamente compatibles  con  el  orden  público.  Luego  son  tribu- 
yeron. 4  deshacer  la  resistencia  de  la  Unión  Constitucional 
cubana,  muchos  de  cuyos  elementos  formaron  el  partido  re- 
formista y  se  apartaron  de  la  vieja  intransigencia  fecunda 
en  todo  género  de  desastres  y  que  tenia  dividida  a  la  socie- 
dad política  cubana  en  criollas  y  peninsulares.  En  último 
término  consagraron  algunos  principios  y  algunas  solucio- 
nes de  valor  sustantivo^  cuya  importancia  superaba  á  la  de- 
ficiencia, á  las  contradicciones  y  hasta  la  injusticia  de  al- 
gunas otras  a  firmado  Des  de  la  misma  obra  reformista.. 

Lo  propio  podría  decir  de  la  ley  llamada  de  Abarzuza, 
que  es  la  de  1S95,  y  en  la  cual  se  vació  con  no  escasas  mo- 
dificaciones la  reforma  del  Sr.  Maura  de  1893.  Aun  con 
ser  considerables  las  modificaciones  de  1895,  y  con  sancio- 
nar buena  parte  de  los  errores  del  proyecto  anterior,  al 
par  que  rectificaba,  aunque  poco,  otros,  la  aplicación  resuelta 
de  la  ley  de  1895  hubiera  producido  buenos  efectos  en  Cuba: 
yo  creo  que  habría  impedido  la  actual  insurrección.  Y  cuen- 
ta, señores,  que  ya  tenia  muy  mal  preparadas. á  las  Antillas 
I  el  hecho  por  todo  extremo  deplorable  de  no  haber  seguido 
inmediatamente  á  la  presentación  del  proyecto  Maura  en 
18  su  debate  en  las  Cortes  y  su  planteamiento  en  Cuba 
y  arto  Rico.  Esos  aplazamientos  y  esas  distracciones  y 
«     desdenes  ó  esos  olvidos  no  se  pueden  hacer  impune- 


l 


—   554   — 

mente  tratándose  de  pueblos  excitados  y  realmente  dispues- 
tos á  no  dejarse  desdeñar.  Es  este  nno  de  los  mayores  peca- 
dos de  la  política  colonial  española:  y  en  este  particular  no 
son  pequeños  los  cargos  que  se  pneden  hacer  á  nuestro  par- 
tido liberal  en  relación  con  la  campaña  reformista  de  estos 
últimos  cinco  años.  Es  decir,  cargos  perfectamente  contra- 
rios á  los  qne  por  análogo  motivo,  le  hacen  los  ultraconser- 
vadores cobatros  y  muchos  conservadores  de  Madrid. 

Pues  bien,  asi  y  todo,  y  á  pesar  del  error  capitalísimo  de 
la  ley  Abarznsa  y  del  proyecto  Maura,  de  prescindir  de  la 
reforma  electoral  (olvido  imperdonable  tratándose  de  pue- 
blos latinos  y  de  colonias  de  los  antecedentes  de  Cuba  y 
Puerto  y  Hioo)  yo  tengo  que  repetir  que  la  obra  de  1895 
habría  producido  saludables  efectos  si  la  ley  se  hubiera  apli- 
cado oon  el  sentido  y  del  modo  que  afirmaron  todos  los  hom- 
bres políticos  que  tomaron  parte  eu  los  debates  parlamenta- 
rios de  los  meses  de  Febrero  y  Marzo  de  1895. 

Pensando  en  esto  los  diputados  autonomistas  prestamos 
entonces  nuestro  humilde  pero  franco  apoyo.  Ylodigimos 
con  toda  franqueza. 

¿Cuáles  fueron  las  declaraciones  que  hicimos  cuando 
se  votó  en  el  Congreso  el  Proyecto  Abarzuza?  Primero 
el  Sr.  Montoro,  en  los  comienzos  del  debate,  y  yo 
á  lo  último,  llevando  el  nombre  y  la  representación ,  no  ya 
sólo  de  la  minoría  autonomista,  sino  también  de  la  minoría 
republicana  de  las  Cortes,  dijimos:  «aceptamos  esa  fórmula 
(aunque  oon  inconvenientes  graves  que  entonces  señala- 
mos, y  que  no  tengo  para  qué  repetir  ahora),  porque  repre- 
senta un  progreso;  pero  fijamos,  oomo  condiciones,  dos: 
primera,  su  planteamiento  inmediato;  segunda,  su  plantea- 


t$k 


—    555   — 

miento  sincero;  porque  sólo  de  es»  suerte  habrá  de  producir 
multados  relativamente  satisfactorios». 

Pero  todo  esto  pasaba  en  1895.  Luego...  ahora...  ¿cómo 
prescindir  de  lo  que  ha  sucedido  y  del  nuevo  estado  de  las 
cosas?  ¿Cómo  reducir  el  empeño  á  la  mera  instauración  de 
las  reformas  de  1RT5  y  esto  solo  cuando  termine  la  guerra? 

Porque  no  en  balda  van  ya  pasados  dieciseis  meses  de 
esta  y  se  ha  promovido  en  Cuba  una  situación  política  ra* 
dicalmante  opuesta  á  la  de  Junio  de  1893  y  Febrero  de  1895 
y  los  partidos  locales  cubanos  han  tomado  otra  actitud.  £1 
autonomista  ha  formulado  sus  Memorándum  de  Mayo  y 
Septiembre  últimos,  y  hoy  patrióticamente  rectifica  parte 
de  las  declaraciones  que  entonces  hizo  en  vista  de  circuns- 
tancias contrarias  á  las  que  determinaron  su  anterior  com- 
promiso . 

Es  evidente  que  el  principal  propósito  que  presidió  á  la 
votación  de  aquella  ley — la  evitación  de  hondas  perturba* 
cionea  políticas  y  d»  orden  público  en  Cuba— no  se  ha  lo- 
grado, sea  de  quien  fuere  la  culpa  del  suceso.  Resulta, 
pnea,  incoo cebibfe  que  con  la  misma  bandera  de  Marzo  de 
1895,  se  pretenda  ahora  animar  al  país  y  concluir  la  gue- 
rra, dejando  para  un  porvenir  incierto  la  enmienda  de  de- 
tectes tan  transcendentales,  ya  señalados  detalladamente 
hace  año  y  medio,  como,  por  ejemplo,  el  mantenimiento  del 
censo  electoral  que  sostiene  el  carácter  oligárgico  de  la  re- 
presentación ultramarina,  contrastando  con  el  sufragio  uni- 
versal que  existe  en  el  resto  de  la  nación  española,  cuyas 
provincias  no  tienen  más  razón  ni  titulo  que  los  que  pueden 
«tentar  las  Antillas;  ó  como  la  nota  esencialmente  buró- 

rátioa  del  Consejo  de  administración,  nombrado  en  su  ma- 


1 


—    666   — 

jor  parte  de  Real  orden;  6  como  la  negación  del  derecho  de 
las  corporaciones  insulares  de  votar  los  impuestos  para  cu- 
brir gastos  cuya  designación  libremente  se  las  permite,  pa- 
ra que  ae  acuse  con  mayor  energía  la  impotencia  de  aquellos 
centros,  ó,  en  fin,  como  la  excusa  de  la  competencia  insolar 
para  establecer  el  Arancel  cubano,  ouando  cada  ves  aparece 
con  mayor  evidencia  la  imposibilidad  de  que  el  Ministerio 
de  Ultramar  pueda  emanciparse  de  la  presión  que  aquí  ha* 
cen  algunos  elementos  industriales  de  la  Península,  para 
mantener  con  mayor  ó  menor  desenvoltura  el  principio  de 
la  explotación  mercantil  de  las  colonias,  fuera  de  toda  com- 
petición  y  toda  equidad. 

El  mismo  partido  liberal,  al  votarse  en  Marzo  de  1895, 
ofreció  la  reforma  electoral  para  plazo  muy  próximo.  Ahora 
no  puede  esperar  que  las  gentes  se  entusiasmen  con  las  defi  • 
ciencias  de  hace  año  y  medio,  y  prescindan  de  todo  lo  que 
ha  pasado  en  este  tiempo,  y  que  sólo  debe  ser  estimado 
como  nuevo  motivo  para  recabar  una  solución  pronta  Justa 
y  definitiva. 

Pero  todavía  es  más  inconcebible  que  el  partido  liberal 
ae  crea  dispensado  de  explicar  franca  y  detenidamente  las 
mzr  tipa  de  su  actitud  del  momento,  el  rumbo  de  su  política 
y  ana  opiniones  sobre  el  problema  del  seljgoverrumnt 
planteado  en  todas  partes,  al  terminar  las  guerras  colo- 
niales contemporáneas,  como  un  medio  de  fortificar  los  que. 
brantados  vínculos  de  las  colonias  y  sus  Metrópolis. 

Esto  último  constituye  un  gran  pecado,  tanto  porque  me* 
diante  esta  reserva  se  reduce  el  espacio  y  se  excusan  leí 
datos  necesarios  para  el  libre  juego  délos  elementos  go- 
bernantes, cuanto  porque  esa  actitud  es  incompatible  oon 


—  567   — 

la  representación  progresiva  é  iniciadora  del  partido  libe- 
sal  y  contradice  las  tradiciones  de  tete  en  la  historia  colo- 
nial española  de  los  últimos  quince  años.  Se  trata,  pues»  da 
una  verdadera  subversión  de  ideas,  tendencias  y  actitudes. 
Permitidme  que  sea  tan  severo  en  la  expresión  de  mis 
juicios,  por  lo  mismo  que  es  notoria  cierta  simpatía  de  mi 
parte  á  favor  del  partido  liberal  y  porque  de  la  disposición 
de  este  espero'  yo  un  gran  avance  en  la  solución  del  pro- 
blema que  á  todos  gravemente  nos  preocupa. 

Fijaos  en  que  el  problema  actual  ultramarino  no  está 
puesto  ante  los  partidos  gobernantes  españolea  en  estos  tér- 
minos de  escuela:  ¿qué  oonvieoe  á  Puerto  Rico?  ¿qué  con* 
viene  á  Cuba  más  ó  menos  tranquila?  ¿qué  conviene  i  una 
-colonia?  La  cuestión  está  planteada  en  éstos  otros  términos: 
.¿qué  conviene  en  este  momento  para  concluir  la  guerra  en 
Cuba,  para  levantar  los  ánimos  y  para  asegurar  después  las 
condiciones  todas  de  prosperidad  y  riqueza  de  aquella  isla? 
Pues  para  eso,  lo  he  de  decir  con  toda  franqueza,  la  fórmu- 
la del  partido  liberal  es  de  uoa  deficiencia  verdaderamente 
desesperante, 

£1  problema  es  claro:  ¿qué  es  lo  que  hay  que  hacer?  ¿qué 
queréis  hacer  ahora?  Decidlo  con  entera  franqueza.  Dad 
vuestras  propias  soluciones  ó  discutid  la  del  adversario, 
para  que  los  demás  saquemos  las  consecuencias.  Con  vues- 
tra estudiada  reserva,  os  ponéis  loa  liberales  detrás  de  los 
-conservadores.  Creedme,  de  vosotros  precisamente  depende 
la  solución  en  est03  momentos . 

Domo  no  ha  de  ser  la  muica  vez  que  moleste  la  atención 
la  Cámara,  tengo  que  prescindir  de  otras  muchas  indi- 
iones  que  prolongarían  innecesariamente  mi  discurso  de 


—   558   — 

hoy.  Ya  sé  habrá  advertido  que  be  dejado  completamente- 
aparte  toda  la  gravísima  cuestión  económica  de  Coba,  lo* 
mismo  lo  referente  á  la  reforma  arancelaria,  aplazada,  no 
té  por  qué  ni  para  qué,  bace  on  año,  que  lo  tocante  á  lar 
autorizaciones  recabadas  en  Jnnio  del  afio  altimo  6  pedidas 
en  estos  momentos  al  Congreso  y  al  Senado  por  el  señor 
ministro  de  Ultramar  para  atender  de  nn  modo  inverosímil 
al  restablecimiento  de  la  paz  en  la  grande  A  n  tilla.  Aplazo 
f  ata  cuestión  para  cuando  aqui  se  discuta  el  presupuesto  de 
Cuba.  Quiero  evitar  confusiones,,  y  ahora  me  acucia  el  de- 
seo de  poner  término  á  esta  oración  parlamentaria,  que  de* 
nnccia  en  todas  sus  partes  mi  preocupación  y  el  anhelo- 
de  mis  amigos  de  conttibuir  del  modo  que  nos  sea  dable  á 
la  pacificación  de  Cuba  y  á  la  normalidad  déla  vidad»* 
Bagan*. 


III 


Por  mi  posición  especialisima  en  esta  Cámara,  no  pu* 
di  en  do  reclamar  el  poder  para  un  partido  nacional  por  la» 
razones  que  he  explicado  al  principio  de  mi  discurso,  yo  me 
creería  dispensado  de  presentar  soluciones  concretas  al 
problema  que  estamos  aqui  discutiendo,  si  yo  no  viese  oon 
gran  prevención  toda  gestión  política  de  carácter  mera* 
mente  critico  y  alcance  puramente  negativo.  No  es  invero- 
símil que  alguien  estime  como  una  verdadera  impertinencia 
que  yo  salga  de  la  insistente  reclamación  de  solucione» 


r 


—   559   — 


precisas  á  ios  dos  partidos  monárquicos  que  exclusivamente 
llevan  la  nota  y  la  pretensión  de  gobernantes  de  la  ac- 
tual política  española.  Pero  no  debo  olvidarme  qne  realiza 
ahora  una  obra  de  buena  fe  y  de  paro  patriotismo,  y  que 
teogo  la  opinión  de  que  todavía  hay  remedio  para  los  males 
de  Coba,  Por  tanto  alguien  también  puede  exigirme  6  espe- 
ras mi  humilde  juicio  respecto  del  modo  y  manera  de  conse- 
guir este  efecto. 

Además,  ni  por  un  solo  minuto  debo  olvidarme  de  que  yo 
hablo  aquí  en  nombre  de  un  partido  local  antillano,  en  re- 
presentación de  loa  autonomistas  de  Cuba,  que  saben  bien 
que  no  pueden  aspirar,  por  la  particularidad  de  su  represen- 
tación, al  poder  en  la  Metrópoli,  donde  sólo  tienen  derecho 
á  gobernar  loa  partidos  nacionales  ó  generales;  pero  tam«  . 
poco  mis  amigos  y  correligionarios  ultramarinos  ignoran 
qne  su  concurso  es  absolutamente  necesario,  para  la  pacifi- 
cación de  Cuba,  y  entienden  que  deben  decir  con  toda  fran- 
queza Us  condiciones  en  cuya  virtud  ese  óoncurso  puede  ser 
eficaz. 

Con  estas  salvedades,  yo  me  atrevo  á  decir  que  es  abso- 
lutamente indispensable  proclamar  ahora  mismo,  por  moda 
solemne,  la  autonomía  colonial  en  nuestras  Antillas.  Ed  de* 
cir,  una  autonomía  acomodada  al  espíritu  y  á  las  tradiciones 
coloniales  de  España,  sobre  la  base  de  la  identidad  perfecta 
de  derechos  civiles  y  políticos  de  los.  españoles  de  allende 
y  aquende  el  Atlántico,  del  sufragio  universal  y  del  go- 
bierno responsable  en  el  sentido  de  que  sean  reponsabiea 
inte  las  corporaciones  populares  insulares,  capacitada  para 
ttender  y  resolver  todo  lo  puramente  colonial,  los  funcio- 
narios públicos  encargados  exclusivamente  de  la  adminis- 


—   560  — 

tración  insular.  Y  todo  ello  bajo  la  soberanía  indiscutible 
de  la  Nación  española  representada  por  los  Poderes  públi- 
cos de  la  misma,  y  garantizada  del  modo  y  manera  que  la 
misma  Naoión  en  Cortes  estime  oportuna. 

Después  de  esto,  yo  sostengo  qne  esa  Autonomía  colonial 
se  debe  aplicar  inmediatamente,  mañana  mismo,  á  la  isla 
de  Puerto  Rico,  pero  con  toia  sinceridad  y  resolución  7 
sin  que  nadie  pueda  temer  que  el  predominio  de  cualquiera 
de  los  gtupos  políticos  insulares  en  las  corporaciones  de 

mella  isla  sea  el  resultado  de  ninguna  otra  fuerza  6  in- 
fluencia que  la  voluntad  explícita  de  la  mayoría  de  aquel 
pais. 

Asimismo  creo  que  es  indispensable  llevar  urgentemente 
á  las  oolumnas  de  la  Gaceta  las  fórmulas  concretas  y  posi- 
tivas de  esa  solución  autonomista  para  Cuba,  con  el  explí- 
cito compromiso  de  proceder  á  su  aplicación  en  el  modo 
y  manera  que  lo  permitan  ahora  las  circunstancias,  para 
que  el  régimen  quede  implantado  en  toda  su  plenitud  en 
el  punto  y  hora  en  que  cese  materialmente  la  guerra  en 
aquella  comarca . 

Del  mismo  modo  pienso  que  e3  inexcusable  levantar  la 
vida  económica  de  Cuba  por  medio  de  una  grande,  resuel- 
ta é  inmediata  reforma  arancelaria  de  carácter  eminente- 
mente librecambista,  que  abarate  ó  realmente  haga  posible 
la  existencia  particular  y  la  industria  en  Cuba,  que  asegure 
á  8  productos  de  aquella  tierra  grandes  mercados  en  todo 
el  mundo,  que  comprometa  al  extranjero  á  la  defensa  del 
orden  y  de  la  paz  en  la  antilla,  y  que  respete  la  producción 
metropolitica  del  modo  y  manera  que  las  respetan  los  aran- 
celes coloniales  ingleses.  E*  decir,  no  consintiendo  que  en 


r 


—  661    — 


ningún  caso  el  producto  extranjero  resalte  favorecido   con- 
tra el  producto  nacional. 

Por  último,  entiendo  que  corresponde  al  Gobierno,  por 
me  medios  propios  y  característicos,  que  yo  no  puedo  ni  de* 
bo  detallar  ahora,  levantar  la  opinión  cabana,  excitar  el 
concurso  caluroso  y  activo  de  aquel  país,  determinar  el  de- 
ssrxn  y  la  redacción  de  los  insarreotos  en  vista  de  la  liber- 
tad consagrada  definitivamente  en  aquella  tierra,  que  ahora 
agoniza  por  efecto  de  la  guerra,  y  en  último  extremo  pro- 
curar, provocar  y  dirigir  la  contrarrevolución  en  nombre 
del  derecho  de  Espafia  y  de  la  Autonomía  colonial. 

No  es  imposible'que  todavía  haya  quien  desee  que  yo  pre. 
ase  esos  medios  de  gobierno.  Pero  seria  en  mi  gravísima  K 
indiscreción  detallarlos,  porque  para  ello  necesitaría,  en 
primer  término,  estar  en  el  banco  azul  y  oontar  con  los  re- 
cursos generales  y  los  prestigios  de  todo  género  del  poder 
constituido.  Yo,  desde  aquí,  solo  puedo  y  debo  decir  que 
me  doy  perfecta  cuenta  de  todos  esos  medios. 

Tales  son  nuestras  soluciones,  que  presento  con  relativa 
timidez  y  con  toda  clase  de  salvedades  para  que  consten 
como  modestas  recomendaciones,  para  que  se  interpreten 
como  la  expresión  de  nuestros  compromisos  en  la  obra  de 
pacificación  que  deseamos,  como  contraste  con  las  solacio* 
nes  que  aquí  se  hau  escuchado,  y,  en  último  término,  como 
la  aspiración  de  un  partido  local  antillano  bien  distinto  por 
su  naturaleza,  sus  medios  y  sus  responsabilidades,  de  los 
grandes  partidos  gobernantes  déla  Península.  (El  seriar 
"  116%  pronuncia  algunas  palabras  que  no  se  oyen.)  Ya  he 

ho  al  principio  que  no  hablo  absolutamente  más  que  en 

tabre  de  an  partido  local. 


—  564  — 

representativo  en  1853  y  eon  el  planteamiento  de  Ja  auto- 
nomía colonial  en  su  forma  más  acusada  en  1872.   La  mis- 
ma Jamaica  ofrece  dos  pruebas  de  soma  importancia.  En 
I      *  el  gobierno  inglés  le  impuso  la  abolición  de  la  escla- 
vitud. Jamaica  intentó  revolverse,  y  el  gabinete  liberal  bri- 
tánico pretendió  suspender  la  Constitución  local.  Sin  em- 
bargo, el  Parlamento  se  opuso.  Jamaica  se  tranquilizó  y  en 
1854  fué  modificada  aquella  Constitución  en  sentido  ex- 
pansivo, reduciéndose  las  facultades  del  gobierno  metropo- 
lítico.  Once  años  después  se  produjo  una  gran  revuelta  in- 
terior en  la  oolonia:  los  oligarcas  realizan  una  gran  matan* 
za  de  negros,  y  luego  vuelven  los  ojos  á  Inglaterra  preten- 
diendo que  ésta  asuma  el  gobierno  directo  de  la  colonia.  La 
Metrópoli  británica  no  puede  excusarse;  y  para  asegurar  el 
orden  público  acepta  la  dejación  que  los  colonos  hacen  en 
manos  del  Gobierno  de  Londres,  de  algunas  de  sus  fran- 
quicias locales,  reconociendo  su  insuficiencia;  pero  ese  mis- 
mo Gobierno  se  apresuró  en  1884  y  1894  á  desprenderse  de 
todas  las  facultades  excepcionales  para  restablecer  el  régi- 
men liberal  y  expansivo  eo  Jamaica,  asegurando  la  paz  en- 
tre negros  y  blancos  y  un  gran  prestigio  para  la  madre 
Patria,  que  allí  representa  sobre  todo  la  libertad  y  el  pro- 
greso. Los  efectos  de  toda  esta  campaña  son  evidentes. 

£1  gran  discoreo  de  John  Rusell  de  1854  ha  tenido 
bu  respuesta  ahora  en  los  grandes  banquetes  con  que 
loa  colonos  del  Canadá  y  la  Australia  han  festejado  pocos 
meses  hace  á  Mr.  Chamberlain,  proclamando  la  perfecta 
intimidad  de  todos  los  ingleses  residentes  en  todas  las  par- 
tes del  mundo.  Por  estas  demostraciones,  Chamberlain,  i 
[  ear  de  las  últimas  torpezas  de  la  política  extranjera  bri- 


r 


—   565    — 

tánica,  Jia  podido  orgullosamente  deoir  frente  al  conflicto  do 
Veoexuela,  que  Inglaterra  no  está  sola.  Efectivamente,  la 
acompañan  con  amor  entrañable  todas  sus  colonias,  cnya 
identificación  le  está  asegurada  por  el  régimen  autonomista. 

En  cambio,  señores,  nosotros  tenemos  el  recuerdo  de  lo» 
sfSos  20  al  23;  nosotros,  ante  el  movimiento  revolucionario 
de  A  mélica,  abandonamos  los  negocios  y  le  opusimos  loe 
discursos  del  Conde  de  Toreno  y  el  Arancel  unificador  y 
prohibicionista  del  año  22.  El  resultado  fué  que  mientras 
Inglaterra,  con  su  autonomía  colonial,  aseguraba  todas  sus 
colonias  y  engrandecía  la  Patria,  nosoüos  perdimos  todo 
•1  imperio  que  tediamos  en  la  América  contyiental,  como 
hubiéramos  perdido  á  Coba  y  Puerto  Rico,  de  no  contrade- 
cir 6  rectificar  nuestro  error,  lleva  ndo  á  «stas  islas  desde 
1812  á  1820  las  reformas  del  Marqués  de  la  Sonora. 

Voy  á  terminar,  señores  Senadores,  con  dos  recuerdos  de 
importancia  y  alcance  muy  diversos,  pero  íntimamente  re- 
to dorados  con  la  gestión  que  en  este  momento  realizo.  El 
uno  es  de  carácter  puramente  personal.  Permitidme  que  lo 
someta  á  vuestra  bondad  por  el  honrado  propósito  que  me 
anima  y  por  la  positiva  transcendencia  de  la  lección  que 
entraña. 

Por  estos  mismos  días,  haoe  veinticinco  años,  que  yo 
pronuncié  mi  primer  discurso  parlamentario.  El  tema  era 
bastante  análogo  al  presente.  Mi  posición  muy  parecida 
á  la  actual.  Ardía  la  guerra  en  Cuba,  y  yo,  representante 
de  Asturias*  en  el  Congreso  español,  estaba,  por  mis  opi- 
-:üDes  coloniales,  casi  solo,  aparentemente  solo,  extra ordi- 
riamcnte  más  tolo  que  me  encuentro  ahora  en  el  So- 
lo. Entonces,  en  el  fragor  de  la  lucha,   yo  grité  como 


r- 


■   —    56$    — 

el  poeta  inmortal,  ;pas}  paz!  Afirmé  que  el  conflicto  da 
Cuba  no  terminaría  por  el  medio  exclusivo  de  las  ar- 
mas, y  sostnve  que  era  absolutamente  indispensable  y 
de  suprema  urgencia  realizar,  por  razón  del  derecho  y 
como  medio  político  de  gobierno  en  las  dos  Antillas, 
la  abolición  de  la  esclavitud  y  una  amplia  reforma  de- 
mocrática en  el  orden  político,  económico  y  administrativo 
de  Puerto  Rico.  Renuncio  á  describiros  el  terrible  efecto 
que  produjeron  mis  palabras  aun  en  aquella  Asamblea 
constitnída  en  hu  mayoría  por  mis  amigos  de  la  infancia, 
por  mis  maestros  de  la  Universidad,  por  mis  compañeros 
de  escuela  y  academia. 

Yo  muchas  veces  he  tenido  que  calmar  la  indignación  de 
mis  íntimos,  que  no  comprendían  la  fiereza  con  que,  tanto 
en  la  Península  como  en  las  Antillas,  fui  atacado.  No  me 
extrañaba  nada  de  eso,  porque  yo  conozco  bien  de  qué  suer- 
te han  sido  atacados,  en  los  momentos  de  pasión,  cuantos  en 
España  han  defendido  la  libertad  de  las  colonias. 

Tampoco  se  me  ocultaba  la  sinceridad  de  mucho?  do 
mis  implacables  adversarios,  cuyos  exoesos  vi  siempre  das* 
de  una  gran  altura,  y  de  cuyos  agravios  ya  no  tengo  memo- 
ria, porque  yo  sabia,  y  sé  muy  bien,  que  cuando  se  procede 
rectamente  y  se  tiene  razón,  sólo  se  necesita  perseverar,  de- 
jando al  tiempo  que  acredítelas  verdades  y  haga  justicia. 

Pues  bien;  el  tiempo  ha  proclamado  por  completo  la 
exactitud  de  mis  predicciones  y  la  razón  de  mis  defensas. 
Cnanto  yo  prediqué  se  ha  realizado.  En  Puerto  Rico  se 
instauraron  con  éxito  maravilloso  todas  las  libertades,  y  si 
ejemplo  y  la  i l fluencia  de  Puerto  Rico  fueron  uno  de  los 
fundamentes  de  la  paz  del  Zanjón. 


—    567    — 

Es  muy  posible  qn^buena  parte  de  las  que  me  esc  libáis 
eatóia  en  situación  análoga á  la  de  mis  oyentes  y  oontr adicto  - 
res  di  hace  veinte  años.  Vuelvo  á  predicar  aoa  oosa  análoga. 
Tengo  el  derecho  do  esperar  que  loa  mayoreí  ad  réremos  de 
mis  predicaciones  de  ahora  repitáis  más  tarde  loa  discursos 
que  reciente  mentó  he  oido  de  labios  de  mis  contradictores  de 
antaño,  ponderando  en  eatos  últimos  días  las  reformas  al* 
tramarinas  de  1872  al  74,  como  positivas  glorias  de  Eapafia. 
Tengo  la  perfecta  seguridad  de  que  se  repetiría  ei  caso. 

Pero  jay,  señores,  que  yo  no  tengo  ahora,  como  tenia  en* 
tonces,  mocho  tiempo  por  delante!  Porque  el  conflicto 
de  Cuba  ya  no  tiene  superior.  No  admite  tregua.  £9 
de  suprema  urgencia.  De  aquí  mis  ansias  vivísimas  de 
que  la  rectificación  de  ideas  y  la  transformación  de  senti- 
mientos se  verifique  ahora,  inmediatamente. 

EE  otro  recuerdo  se  refiere  á  mi  adolescencia  y  á  escena  a 
inolvidables  que  constituyen  grandes  éxitos  y  merecí mien  * 
toa  excepcionales  de  este  Senado.  Era  allá  per  los  años  de 
1853,  cuando  se  traía  ante  el  Parlamento  español  el  pro 
blema  transcendental  de  una  rectificación  de  nuestra  poli 
tica  en  la  América  española,  ya  independiente.  En  aquellas 
circunstancias  se  oyeron  en  esta  gran  Asamblea  dos  voce» 
elocuentísimas:  la  del  ilustre  D,  Juan  Francisco  Pacheco  y 
1*  del  prestigioso  D,  Juan  Priin. 

Entrambos  eran  objeto  de  las  acusaciones  más  violentan, 
por  su  actitud  benévola  hacia  los  pueblos  americanos.  No 
es  maravilla.  Siempre  la  calumnia  se  ha  cebado  con  todos 
.utos  representaron  nuestra  política  expansiva  allende  el 
lántico,  desde  C  jlón  hista  el  conde  de  Reviilagigedo  y 
marqués  de  la  Sonora. 

3jr 


—    568    — 

Pero  f  nerón  tantas  la  elocuencia»  la  sinceridad  y  3a  ra~ 
ióü  de  aquellos  insignes  repúblicos:  llegó  á  tanto  la  diacre* 
eión  y  el  sentimiento  político  de  este  Senado,  que  la  política 
entonces  proclamada  en  medio  de  la  estupefacción  general, 
se  impuso  al  Gobierno  espefiol,  y  desde  entonces  nuestras 
relaciones  con  la  América  latina  le  inspiraron  en  un  gran 
espíritu  de  concordia,  en  el  olvido  de  nuestras  recientes  y 
sangrientas  colisiones,  en  la  desconsideración  de  la  amena* 
xa  y  de  las  jactancias  como  medios  de  in  fluencia  política  é 
internacional,  en  el  recuerdo  de  nuestra  historia  común,  y 
de  nuestro  común  empeño  de  colaboradores  da  una  obra 
trascendental  para  la  civilización  del  mundo;  y  en  la  sega* 
ridad  de  que  el  trato  efusivo  de  los  pueblos  y  en  último  tér- 
mino, la  política  de  la  generosidad  y  la  confianza  sen  la  me- 
jor garantía  del  prestigio  y  de  los  derechos  de  los  gobiernos 
y  las  naciones. 

Esa  es,  señores,  una  nota  característica,  bien  que  poco- 
estudiada,  de  nuestra  historia  internacional  contemporánea. 
Desde  entonóos  renunciamos  á  todo  prejuicio  y  á  toda  pre- 
tensión exclusiva,  fundados  en  la  procedencia  de  los  que  en 
América  viven  y  á  América  sirven  con  su  laboriosidad  in- 
comparable y  sus  virtudes  ejemplares. 

[Ojalá  que  nuestros  gobiernos  de  ahora  se  cuidasen  de 
sacar  las  debidas  consecuencias  de  aquel  suceso;  oosa  tanto 
más  recomendable,  cuanto  que  después,  las  circunstancias 
han  cooperado  á  esa  empresa,  como  lo  demuestran  el  fraca- 
so del  Congreso  panamericano  de  1890  y  las  fiestas  dul 
Cuarto  centenario  del  descubrimiento  de  Amérioal 

Permitidme  acariciar  la  esperanza  de  .  que  los  del  ► 
que  ahora  se  desarrollan  en  el  Senado  español  prodnkt 


—    S69    — 

ub  remitido  análogo.  [Ojalá  que  por  vuestros  votos  salga» 
con  la  afirmación  robusta  del  derecho  incontrastable  de  Es* 
paila  al  mantenimiento  de  las  Antillas,  bajo  la  bandera  de 
>a  Patria  común,  la  proclamación  de  la  Autonomía  colonial 
como  el  medio  acreditado  por  todas,  absolutamente  todas 
las  experiencias  contemporáneas,  para  asegurar  la  satisfac- 
ción inmediata  y  cumplida  de  las  necesidades  loca'ea  y  el 
principio  sagrado  de  la  integridad  nacional  que  todos  esti- 
mamos como  nna  imposición  del  honor  y  nna  exigencia  de 
la  economía  general  del  mondo  político  de  nuestro  tiempo! 
De  todas  suertes,  yo  quisiera  que  aquí  resoltara  triunfan- 
te y  por  todos  aclamado,  el  principio  de  que  los  grandes 
conflictos  sociales  se  resuelven  primeramente  por  medios 
morales  y  políticos,  y  que  la  base  mas  sólida  de  los  gobier- 
nos la  forman  el  concurso  y  el  amor  de  loe  puebles*  He 
dicho. 

t 


r 


APÉNDICE 


cuba  A  raras  di  1895 

(Uut  interview   con  La  Rmme  Intemstionale) 

A  fine í  de  1895,  Za  Jtaw*  Internationale  de  París,  envió 
á  Madrid  en  redactor  en  jefe  para  qne  celebrase  algunas 
con  fereE  cías  con  personas  mny  significadas  en  la  política 
española,  sobre  la  situación  política  y  económica  de  nuestro 
país.  Mr .  Henri  Charriaut,  qne  es  el  periodista  aludido, 
detempeñó  perfectamente  en  comisión  y  en  el  número  de  la 
Jietue  Intetnúticnale  publicado  en  Diciembre  de  1895,  pu- 
blicó el  resultado  de  sns  conversaciones  con  los  Sres.  Cas- 
telar,  Cánovas  del  Castillo,  Sagasta,  Pi  Margall,  Silvela, 
Pirfal,  Lopes  Doraí  ligues,  Salmerón,  Muro,  Moya,  Maura, 
Barrio  Mier,  Salvany,  Beraza,  García  Ladevese  y  otros.  El 

na  dominante  de  esas  conferencias  fué  la  cuestión  de 

ba, 

tfr.  Charriaut  me  consultó  también  y  mis  explicaciones 


—   572  — 

aparecen  en  el  referido  número  de  La  Revue.  Creo  de  algún 
interéa  reproducir  aquí,  traducido,  algo  de  aquellas  expli- 
caciones, con  alguna  leve  rectificación  de  forma  más  que  de 
concepto.  De  esta  suerte  se  comprenderá  lo  que  yo  veiay  á 
los  pocos  meses  de  haberse  votado  las  reformas  coloniales  de 
1895,  que  el  Ministerio  conservador  no  quiso  aplicar  inme- 
diatamente como  era  su  compromiso  político  y  su  deber  co- 
mo Gobierno* 

He  aqui  mis  opiniones: 

c Tres  graves  cuestiones  deben  fijar  la  atención  y  excitar  el 
celo  de  los  hombres  políticos  de  mi  país;  la  cuestión  de  loa 
partidos,  la  de  Cuba  y  la  de  Portugal 

» Respecto  de  Cuba,  debo  establecer  que  oreo  que  la  sitúa* 
oión  de  la  grande  Antilla  es  más  que  grave,  peligrosa. 

•Todos  los  habitantes  de  Cuba  están  justamente  alarma- 
dor La  guerra  devasta  las  provincias  de  Santiago  de  Cuba, 
Puerto  Principe,  Santa  Clara  y  Matanzas.  Existen  no  sólo 
bandas  de  insurrectos,  sino  algunos  bandidos  (coma  cuatro* 
ros,  salteadores  y  secuestradores),  más  ó  menos  indepen- 
dientes de  la  masa  formal  de  la  insurrección  y  oomo  ka  su  • 
cedida  en  todas  las  colonias  del  mundo. 

•Sin  mercad )  para  los  azúcares,  el  tabaco  y  los  aguar* 
dientes,  Cuba  no  podrá  recibir  cantidad  suficiente  para  cu  - 
brir  sus  gastos  de  producción,  y  yo  veo  muy  comprometidas 
sus  fuerzas  agrícolas  por  la  inquietud  que  reina  en  los  cam- 
pos y  la  falta  de  recursos  de  los  propietarios  y  colonos.  Hay 
que  advertir  que  Cuba  solo  produce  esos  artículos  coloniales, 
cuyo  monopolio  constituye  la  prinoipil  razón  de  su  enorme 
riqueza.  En  él  estriba  la  mayor  parte  de  sus  dificultades]  y 
sus  peligros  presentes,  aun  cuando  no  existiese  la  insurrec- 
ción. Esto  no  lo  ven  ni  el  Gobierno,  ni  los  comerciantes  ca- 
talanes. No  comprenden  que  es  preciso  facilitar  la  transfor- 
mación de  la  producción  oubana.  Ahora  los  obreros  sin  tra- 
bajo, no  teniendo  siquiera  para  comer  en  muchas  localida- 
des, hacen  oir  alarmantes  clamores;  el  crédito  se  pierde 
el  exterior  y  en  el  interior;  ei  comercio  snspanso;  los  neg 
cios,  paralizados;  en  una  palabra,  es  imposible  que  puee 
continuar  esta  situación  sin  que  pronto  sobrevenga  la  m 


1^. 


r 


—   573   — 


«espantosa  bancarrota,  la  miseria,  el  hambre,   la  despobla- 
ron. 

•  Las  causas  de  la  insurrección  de  1868  eran  mas  políticas 
•que  económicas.  Aquel  primer  levantamiento  estaba  pre- 
visto por  el  respetable  hombre  público  que  hoy  preside  el 
Ministerio;  y  »i  el  Gobierno  que  sucedió  al  que,  con  gran 
prudencia,  habla  creado  la  Junta  de  información  de  1866 
para  laar  reformas  de  Ultramar,  no  hubiese  desdeñado  las 
'  recomendaciones  de  ésta,  seguramente  se  habría  evitado  la 
sangrienta  gnerra  de  los  diez  años,  que  costó  la  vida  de 
200.000  hombres  y  mas  de  700.000.000  de  duros,  sin  con- 
tar el  valor  de  las  propiedades  destruidas  y  cuyas  conse* 
•  ensucias  son  todavía  una  pesada  carga  para  el  Estado. 

>Según  todos  los  informes,  la  Isla  ha  sido  administrada 
de  un  modo  deplorable.  Por  ejemplo,  en  el  orden  electoral 
f        vemos  que  Cuba  solamente  tieoe  un  elector  por  cada  cinco 
!        habitantes,  y  Puerto  Rico  uno  por  cada  221. 
|  >Esta  isla,  que  cuenta  con  800.000  habitantes,  solo  tiene 

I         52.000  con  derecho  al  voto,   como  contribuyentes,   porque 
es  preciso  pagar,  para  ser  elector,  ana  cuota  de  50  pesetas. 
Cuba  cuenta  millón  y  medio   de  habitantes  y  solo  84.000 
electores,  pagándose  para  serlo  una  contribución  mínima 
'         de  25  pesetas. 

>  Esta  contradicción  entre  las  dos  islas  —ciertamente  inex  - 
plieaeie— -redunda  en  dañi  de  Puerto  Rico,  donde  la  con- 
tribución del  Estado  es  más  baja  y,  por  tanto,  mayor  la 
dificultad  de  una  cuota  electoral  semejante  á  la  de  Cuba.  En 
Puerto  Rico  fanoionó  perfectamente  el  sufragio  universal 
en  1873,  pero  allí  lps  conservadores  y  peninsulares  son  los 
menos  y  la  ley  quiere  sobreponerlos  á  los  hijos  del  país,  que. 
todos  son  liberales  y  autonomistas.  Esta  injusticia  ha  sido 
patrocinada  por  el  liberal  Sr.  Maura,  autor  del  último  pro- 
yecto de  reforma  colonial,  cuyo  radicalismo  tanto  se  exage- 
ra. No  es  dable  mayor  preocupación. 

»Claro  es,  que  las  provincias  españolas  están  más  favore- 
cidas. Asturias,  por  ejemplo,  con  200.000  hibitantes  menos 
que  la  pequeña  Autilla  y  uu  territorio  de  11.000  kilómetros 
menor  tiene,  sin  embargo,  121.713  elejcores.  Consecuencia 
de  esta  diferencia  ilegal  es  que  nosotros  saoamos  solo  50  di  - 
putados,  35  por  Cuba  y  15  por  Puerto  Rico,  para   defender 
w  intereses  de  las  Antillas,  contra  400   diputados   de   la 
enínsnla,  que  hacen  las  leyes  sin  escuchar  nuestros  con- 
ajos.  Aquí  impera  el  sufragio  universal  y  allí  n\   á  pesar 
e  que  las  comarcas  peninsulares  uo  s  aperan  de   ñinga  na 


—   674   — 

inerte  en  riqueza,  ni  cultora,   ni    lealtad  á   las  Antillas. 

•En  España  el  grupo  de  partidarios  da  la  explotación  eo- 
]  >nial  es  muy  reducido.  Está  formado  por  loa  interesado* 
en  los  empleos  públicos  de  Ultramar  y  loa  comerciantes  da 
ciertas  regiones  del  litoral,  que  se  aproar  han  de  la  >BPÍg- 
mficancia  de  las  tarifas  aduaneras  para  introducir  en  Cuba, 
bajo  bandera  española,  productos  extranjeros  nacionaliza- 
dos si  pasar  por  cualquier  puerto  de  Ja  metrópoli. 

•La  majoría  en  la  Península  desea  Ja  paz,  pero  manten- 
drá la  guerra  como  cuestión  de  honor. 

•Los  asturianos,  los  gallegos  v  los  catalanes  que  constitu- 
yen la  base  de  la  emigración  peninsular  á  Cuba,  necesitan 
del  orden  y  prosperidad  de  la  isla,  que  es  para  ellos  ana 
fuente  de  ingresos  de  la  que  sacan  grandes  recortes  para 
sus  familias  de  la  metrópoli  enriquecidas  con  este  comercio. 

•Hoy  es  indispensable  hacer  propaganda  vigorosa  en  fa- 
vor de  la  paz  y  de  la  Autonomía  colonial,  única  que  podrá 
wetableoer  el  orden.  Solamente  una  campaña  política  muy 
euérgica  podrá,  por  sus  resultados,  terminar  la  guerra.  Está 
probado  que  la  insurrección  ha  enmantado  extraordinaria- 
mente desde  la  subida  del  partido  conservador;  los  cubanos 
están  persuadidos  de  que  este  Gobierno  no  planteara  las  re- 
formas,   »  .  .  . 

•A  pesar  de  haber  sido  votadas  el  mes  de  Mar&o  de  este 
alio,  todavía  el  Gobierno  conservador  que  preside  el  señor 
Cánovas  desde  mediados  de  1895,  no  ha  hecho  absolutamente 
nada,  ni  en  Cuba,  ni  en  Puerto  fiieo,  donde  no  ha  habido  si 
hay  guerra.  Y  donde  en  la  pasada,  ó  sea  desde  1 869  á  187*, 
se  hicieron  reformas  muv  gravee  con  éxito  satisfactorio  y 
cuyo  ejemplo  fué  invocado  por  el  general  Martínez  Campos 
y  por  nuestro  Gobierno,  para  conseguir  de  los  insurrectos 
cubanos  que  depusieran  las  armas,  fir mando  en  1873  la 
paa  del  Zanjón. 

•En  cambio,  con  motivo  del  voto  de  los  los  maestros  da 
Cuba  para  el  Consejo  de  Instrucción  pública,  se  acá  bao  de 
promulgar  unos  decretos  de  carácter  marcadamente  reaccio- 
nario, completando  estas  disposiciones  con  recompensas  i 
los  servidores  del  poder,  caracterizados  por  sus  opiniones 
ttltra«conservadoras,  tedo  con  gran  disguÉto  del  pais  cu- 
baño. 

•En  nombre  del  partido  autonomista  he  presen!  ado  estos 
días  al  Sr.  Cánovas  una  serie  de  observaciones  aoerca  de 
la  manera  política  de  encausar  la  guerra.  Desgraciadamen- 
te en  estos  momentos,  la  opinión  pública  y  el  Gobierno  están 


s\ 


r 


—   575 


completamente  preocupados  por  la  cuestión  manicipal  de  la 
PeDÍoenla.  Loe  ataques  de  los separatistas,  de  un  lado,  y  la 
prevención  de  los  conservadores  de  otro,  hacen  que  el  partí* 
do  autonomista  se  encuentre  en  la  imposibilidad  de  obrar. 

«Loa  elementos  más  arraigados  del  antiguo  partido  con- 
servador se  mantienen  en  cierta  reserva,  porque  juzgan  que 
3a  época  no  asta  para  intransigencias  y  que  Cuba  no  tole- 
raría la  idea  de  una  nueva  reconquista.  De  consiguiente  no 
sería  imposible  hacerles  comprender  el  interés  de  un  acuer- 
do, dejando  á  na  lado  á  los  exaltados  y  gritadores  que  no 
tienen  ningún  prestigio  en  la  isla. 

i  El  partido  reformista  está  más  indeciso  y  su  actitud  sor* 
prende  cuando  se  recuerda  la  energía  con  que  combatió  ha- 
ce poco  tiempo  á  los  conservadores,  precisamente  en  el  mo- 
mento en  que  éstos  se  quejaban  de  la  falta  de  protección 
por  parte  del  Gobierno,  puesto  completamente  del  lado  del 
refor mismo.  Esto  sucedió  durante  el  último  periodo  del 
partido  libera  1  que  dirige  el  Sr.  Sagasta,  y  singularmente 
cuando  era  ministro  de  Ultramar  el  Sr.  Maura. 

iDe  lo  dicho  resulta  que  el  único  partido  que  tiene  en  Cuba 
fuerza  verdadera  é  innegable  vitalidad,  es  el  partido  auto- 
nomista» que  ha  vivido  siempre  sin  el  apoyo  del  gobierno  y 
cuja  sinceridad  y  patriotismo  ahora  más  que  nunca  deben 
ser  apreciados,  por  la  gravedad  de  la  presente  crisis.  Pero 
es  preciso  reconocer  que  esta  agrupación  se  halla  muy  que- 
brantada por  la  propaganda  revolucionaria  y  la  actitud  des- 
deñosa del  Gobierno  conservador. 

»f  *  *  Creo  que  la  guerra  tomará  aún  grandes  proporcio- 
nes y  estoy  seguro  de  que  sólo  por  las  armas  no  se  resolverá 
el  con  nieto.  Aunque  la  guerra  terminase  por  la  faena,  vol- 
vería á  empezar  dentro  de  4  ó  5  años.  Durante  este  tiempo, 
Caba  quedada  arruinada  y  la  Metrópoli  no  podría  mante- 
ner allí  un  ejército  de  ocupación,  ni  hacer  frente  á  las  nece- 
sidades de  aquel  territorio  devastado.  Esta  última  hipóte- 
sis  no  es  admisible  para  España  después  de  la  prueba  colo- 
sal de  energía  y  dignidad  que  acaba  de  dar  enviando  á  Cuba, 
en  menos  de  tres  meses,  un  ejército  de  125.000  hombres. 

>  A  demás  preveo  un  llamamiento  de9  los  insurrectos  á  los 
Estados  americanos,  y  sé  que  Europa  entera  se  muestra  fa- 
**?aHe  al  restablecimiento  de  la  Autonomía  colonial   en 

estras  Antillas • - 

*.  ..No  me  atrevo  á  decir  como  terminará  la  guerra;  mis 

Qores  son   grandes.  No  me  decido  á  aconsejar  otra  cosa 

e  el  immediato  establecimiento  de  las  reformas  de  Puer- 


—   576   — 

to  Eioo  y  en  algunas  regiones  de  Caba.  No  me  explico  como 
el  Gobierno  se  resiste  á  ponerlas  en  vigor  en  la  pequeña  Aa- 
tilla  y  no  les  ha  promulgado  todos  los  reglamentos  en  la 
Gaceta  oficial  de  Cuba,  á  reserva  de  fijar  una  epooa  en  que 
con  seguridad  empezasen  á  regir. 

*No  se  trata  ya  de  lo  que  pneda  gastar  al  Gobierno,  sino 
de  lo  que  las  oironstanoias  imponen,  y  es  preciso  a  toda  ooita 
evitar  qne  antes  de  un  año  toda  la  isla  da  Cuba  se  subleva 
contra  el  Gobierno,  confundiendo  á  ¿ate  con  el  Estado  y  la 
Nación. 

>  Tampoco  oreo  justo  atribuir  al  Ministerio  liberal  la  can* 
s&  de  la  insurrección  cabana.  Su  responsabilidad  es  otra. 
Los  liberales  y  el  Sr.  S&gasta  cometieron  el  error  de  lie- 
var  al  Congreso  el  proyecto  de  reformas  del  Sr.  Maura,  síd 
la  idea  ó  la  voluntad  de  realizarlas.  Loa  largos  debutes  y 
los  aplazamientos,  más  aún  qae  la  insuficiencia  positiva  del 
proyecto  de  ley,  produjeron  en  Caba  uaa  inmensa  decep- 
ción que  explotó  el  grupo  de  separatistas.  Ahora  mismo  no 
tieue  explicación  la  reserva  de  los  liberales, en  esta  campa- 
ña, ouando  están  obligados  á  hacer  establecer  ene  propias 
reformas. 

*  No  puedo  dejar  pasar  desapercibido  na  hecho  oar&ctarü- 
tico;  el  dinero  con  que  se  empezó  y  sostiene  U  iuanrrec* 
ción,  procede  de  los  tabaqueros  cubanos  establecidos  en  las 
islas  y  costas  del  golfo  mejicano,  á  consecuencia  de  nues- 
tras arbitrarias  leyes  fiscales  y  de  nuestros  tratados  de  co 
mercio  que  combatían  la  libre  exportación  de  los  taba&oa 
cubanos.  Y  sin  embargo,  ahora  mismo  se  excusa  en  Ma- 
drid  la  reforma  arancelaria  reclamada  ea  sentido  liberal 
por  todos,  absolutamente  todos  los  partidos  de  Caba,  vi- 
niéndose á  repetir,  en  beneficio  de  un  grupo  de  productores 
y  comerciantes  peninsulares,  ei  mismo  error  de  1810 
y  1  é  22,  que  puso  del  lado  de  los  insurrectos  americanos, 
merced  al  nun  tañimiento  déla  explotación  privilegiada  de 
aquellos  países  por  los  peninsulares,  el  latera*  mercantil» 
jC  uántos  errores  en  la  conducta  del  Gobierno! 

»  En  lo  que  á  mi  se  refiere,  dsbo  declarar  >|ue  me  qaeian 
pocos  medios  de  acción.  La  minoría  parlamentaria  autono- 
mista está,  desorganizada  y  dispersa.  Muchos  de  naeitros 
antiguos  amigos  de  la  Península  se  abstienen  pir  diferea* 
tes  motivos,  y  los  nuevos  no  nos  ayudan.  La  he  previsto 
lo  he  anunciado  haoa  tiempo,  porque  yo  soy  viejo  en  la  f 
Utiea,  he  hecho  muchas  campañas  y  estudiado  mucha  g* 
te,  y  nunca  creí  que  la  obra  de  los  autonomistas  concluya 


—   577    — 

con  las  reformas  de  Maura  y  Abarcara,    ni  por  la  eficacia 
sola  y  exclusiva  de  ellas. 

«Sis  considerar  totalmente  fracasada  mi  política,  yo  me 
limito  á  dar  consejos  cuando  me  los  piden  y  á  trabajar  coa 
gran  resultado  Lauta  la  presente,  para  aliviar  la  situación 
de  los  presos  y  deportados  cubanos,  culpables  6  inocentes). 
Creo,  al  obrar  así,  que  hago  una  obra  patriótica  y  un  acto 
humanitario. 


\ 


—    578    — 


r. 

r: 

r 


ir» 


TI 


LAS  RirORMAR  DB    CÁNOVAS 


k  El  Sr.  Cánovas  del  Castillo  tuvo  la  bondad  de  hacerme 
ju  conocer  su  decreto  de  29  de  Abril  de  1897,  antes  de  su 
i  publicación,  dejándome  en  absoluta  libertad  para  emitir  mí 
¡.  juicio  sobre  ellos,  Inego  que  vieran  la  lúa  en  la  Gaceta.  Fué 
i  mi  conferencia  con  el  Sr.  Cánovas  de  mucho  interés,  pero 
i-  no  he  creído  nunca  que  tenia  el  derecho  de  hacerla  pública. 
f.  Pero  luego  de  promulgados  los  decretos  aludidos,  La  Oh 
h>  rrespondencia  de  España  me  requirió  (lo  mismo  qne  á 
|  otros  hombres  políticos)  para  que  comunicara  á  este  perió* 
V  dico  mis  impresiones.  Asi  lo  hice,  y  La  Correspondencia 
k  del  6  de  Febrero  de  1897  pone  en  mis  labios  las  declarado- 
ra nes  siguientes: 

I  cSólo  debo  y  puedo  hablar  de  una  impresión.  La  obra 

del  Sr.  Cánovas,  en  cualquier  momento,  seria  de  mocha 
importancia;  hoy  la  tiene  transcendental.  Sobre  todo  para 
los  que  en  medio  de  muy  criticas  circunstancias,  y  con  no- 
torias responsabilidades,  tenemos  que  considerar  los  noví- 
simos decretos  de  reforma  ultramarina  de  un  modo  muy 
distinto  al  que  corresponde  á  una  mera  tesis  de  polémica. 
Además,  yo  sé  muy  bien  qne  en  casos  análogos  al  presenta 
le  parecer  individual  de  los  políticos,  significa  poce.  Se  vale 
lo  que  se  representa. 


—    579    — 

» Tengo  ahora  máa  motivos  que  ea  1895  para  asegurar 
que  ya  no  prosperará  reforma  alguna  en  nuestras  A u tillas 
ai  no  la  acompaña  una  amplia  reforma  electoral.  Yo  pido 
el  sufragio  universal,  lo  mismo  que  en  la  Península.  Por- 
que conozco  perfectamente  la  historia  de  las  oligarquías 
americanas,  y  no  puedo  olvidar  que  las  Antillas  son  pue- 
blos latinos,  y  que  además  vi  en  en  el  seno  de  la  America 
contemporánea,  libre  y  democrática.  Creo  que  no  hay  pro- 
vincia alguna  de  la  Península  que  las  supere  en  inteligen- 
cia, aptitud  política  y  valor  económico.  Pero  sobre  todos 
estos  datos,  tengo  hoy  el  decisivo  de  los  elementos  y  el  ca- 
rácter de  la  actual  guerra  de  Cuba,  perfectamente  distintos 
de  los  de  la  guerra  anterior.  Debemos  llamar  resuelta  y 
francamente  á  todo  el  pueblo  cubano  á  la  inteligencia  y  di- 
rección de  sus  peou  iares  y  singularísimos  negocios.  Las 
vaguedades,  las  reservas  y  las  cautelas  serian,  hoy  como 
nunca,  contraproducentes. 

>Luego,  pongo  á  la  altura  del  texto  de  las  reformas  mas 
radicales  posibles,  la  sinceridad  en  su  aplicación.  Esto  ha 
sido  decisivo  en  todas  las  reformas  coloniales  del  mundo. 
Ahora  entre  nosotros  lo  es  más  por  muchos  y  muy  próximos 
antecedentes  que  no  quiero  recordar.  Y  porque  de  veras 
creo  que  las  actuales  reformas  se  dan  pensando  seriamente 
en  su  eficacia,  y  tanto  para  que  concluya  pronto  la  guerra 
cabana,  como  para  evitar  que  la  próxima  paz  sea  tan  solo 
una  tregua. 

•Por  lo  mismo  pienso  que  seria  el  colmo  del  candor  espe- 
rar que  la  promulgación  de  las  reformas  en  la  Gaceta  pro- 
duzca rápida  ó  inmediatamente  lo  que  todos  deseamos.  No 
se  puede  pensar,  por  el  momento,  en  la  debilitación  de  los 
medios  militares;  pero  es  absolutamente  indispensable,  du- 
de luego,  cambiar  completamente  la  política  que  se  esta  ha- 
ciendo en  Cuba. 

•Estimo  de  suma  importancia,  en  relación  con  lo  antes 
dicho,  que  el  Gobierno  (que  ha  asumido  la  responsabilidad 
de  hacer  una  ley  sin  el  concurso  de  las  Cortes),  se  decida  á 
plantear  cuanto  antes  en  Puerto  Rico  las  nuevas  reformas, 
rectificando,  con  hechos  prácticas,  el  deplorable  efecto  que 
ban  causado  en  las  Antillas,  en  el  extranjero  y  aun  en  la 
misma  Península,  los  últimos  decretos  de  aplicación  de  las 

>rmas  del  95.  No  hay  el  menor  pretexto  para  aplazar  el 

ayo  de  estas  nuevas  reformas  en  Puerto  ¿tico,  máxime 

iendo  en  cuenta  el  efecto  que  las  anteriores  hechas  por  la 
olución  de  Septiembre  y  la  República,  en  aquella  Anti- 


0: 


—   580   — 

lia,  tuvieron  para  la  pacificación  de  Coba  en  1878,  asi  come 
la  admirable  y  feliz  experiencia  qne  biso,  en  la  primera  de 
estas  islas,  el  famoso  intendente  Ramiros,  de  las  grandes 
reformas  económicas  qne  salvaron  á  Cuba  á  los  oomiensos 
del  siglo.  Nanea  agradeceremos  bastante  á  Puerto  Rico 
lo  qne  ha  servido  para  el  honor  y  la  gloria  de  España. 

» En  cuanto  á  las  reformas  ahora  publicada?,  insisto  en 
creerlas  de  positiva  transcendencia.  Desde  luego  necesitan 
aclaraciones  y  determinaciones  para  evitar  rosamientos 
y  conflictos  mas  qne  probables,  entre  las  nuevas  autorida- 
des y  los  nuevos  organismos.  Por  ejemplo:  no  se  comprende 
la  eficacia  de  las  resoluciones  del  Consejo  de  Administra- 
ción si  absolutamente  todos  los  altos  funcionarios  y  en  par* 
tioular  el  director  de  Administración  local  no  dependen  de 
modo  alguno  del  Consejo, 

•Tampoco  se  expl.ca  que  los  empleados  en  servicios  loca* 
]  es  puedan  ser  de  nombramiento  mas  ó  menos  limitado,  de 
tos  gobernadores,  dado  qne  los  haya.  No  hay  para  qué  subra- 
yar la  delicadeza  del  punto  relativo  á  los  delegados  muni- 
cipales; que  no  habiendo  mucho  tacto  y  mucha  sinceridad, 
podrían  hacer  ilusoria  la  descentralización  proclamada.  En 
cambio  no  cabe  discutir  el  positivo  valor  de  lo  acordado 
respecto  del  impuesto  arancelario,  asi  como  la  excelencia 
de  la  idea  de  que  el  Consejo  vote  los  ingresos  del  mismo 
modo  que  vota  los  gastos.  Tal  ves  hubiera  sido  mejor  la 
fórmula  del  vigente  concierto  de  las  Vascongadas,  que  yo 
me  he  permitido  reromendar  varias  veces»  como  la  más  sea- 
cilla  y  comprensiva. 

»Pero  es  imposible  prescindir  de  que  se  trata  de  un  deore- 
to  de  bases  como  la  ley  de  reformas  del  95,  para  cuya 
estimación  definitiva  es  necesario  conocer  !os  reglamentos. 
Así  como  que  hay  que  contar  con  que  en  el  mismo  decre- 
to se  dejan,  para  leyes  especiales,  cuestiones  tan  graves  co- 
mo las  referentes  á  los  gastos  de  soberanía,  al  ejército,  á  la 
deuda  y  al  orden  público. 

>De  todos  modos,  las  reformas  del  señor  Cánovas  signi- 
fican un  plausible  cambio  en  nuestra  orientación  política 
colonial.  Hay  que  operar  sobre  él.  Por  lo  pronto  procede 
esperar  del  partido  liberal  de  la  Península  una  nueva  de* 
terminación  y  acentuación  de  su  actitud  y  sus  rumbos,  ©nee 
que  el  avance  del  partido  conservador  ha  sido  verdad 
mente  excepcional.  Esto  se  entiende,  dentro  de  la  sitase 
monárquica  y  en  la  esfera  de  los  partidos  gobernantes, 
es  ese  el  aspecto  menos  importante  de  la  obra  del  ac 


—    581   — 

Gobierno,  dado  que  represente  algo  el  juego  de  loa  partido» 
en  la  política  positiva  de  los  pueblos  contemporáneos. 

» Por  lo  que  á  mi  hace  solo  tengo  qne  recordar  que  ja- 
más  be  hecho  política  pesimista  y  qne  boy  tengo  nueve» 
motivos  para  perseverar  en  mi  afirmación  de  siempre  de 
qne  la  Autonomía  colonial  es  la  mejor  garantía  del  honor, 
de  ]■  fuerza  y  de  la  integridad  de  la  Patria. » 


j^EIrt* 


—    582    — 


III 


LAS  DECLARACIONES  D£L   SE,  6AOA5TA 


En  Mayo  de  1897  se  reunieron  los  notables  del  partido 
liberal  de  la  Península  y  el  Sr,  Sagasta  pronunció  os  dii- 
cnxso  exponiendo  sns  opiniones  sobre  el  problema  aotoal  de 
Cuba.  Despnés  se  acordé  que  una  comisión  de  notablai 
del  mismo  partido,  teniendo  en  cuenta  aquellas  opinionai 
y  el  sentido  dominante  en  la  ejecución  formaliíae  una  es- 
pecie de  manifiesto.  Aei  se  hizo  en  24  de  Junio.  Entonces 
el  señor  director  de  La  Correspondencia  de  España  crej ó 
oportuno  consoltarme  sobre  estos  particulares,  y  yo  le  con- 
testó del  modo  siguiente,  en  29  de  Junio  del  97: 

«Mi  distinguido  amigo: 

A  su  deseo,  que  estimo  y  agradezco,  se  une  mi  cade 
vez  más  firme  convicción  respecto  ala  necesidad  de  so* 
licitar  enérgicamente  la  opinión  pública  de  España  io« 
bre  los  tremendos  problemas  que  nos  rodean  y  amenazan. 
A  esa  opinión  lo  fío  casi  todo  y  difícilmente  me  explico  el 
error  de  nuestros  partidos  de  prescindir  de  ella  gastando 
las  fuerzas  en  conversaciones  de  familia.  Solo  los  que  nc 
han  movido  oon  calorjy  sistema  esa  gran  palanca  de  la  vid* 
moderna,  pueden  dudar  de  lo  que  vale  y  puede  aún  en  Es- 
paña. Pero  los  temas  que  usted  tiene  la  bondad  de  señalar- 
me son  tan  delicados  y  complejos  que  yo  no  puedo  tratar* 
loa  en  pocas  palabras.   Porque  á  usted  le  interesarán  algo 


—    583    — 

mia  razonamientos:  mi  voto  solo  no  vale  la  pena.  Beto  no 
obsta  para  que  jo  comunique  á  V.  mis  impresiones,  re- 
«ODocienio  so  escasa  importancia. 

i  Comparto  la  o  pie  ion  del  Sr.  Sil  vela  respecto  de  la  nrgen- 
da  de  hablar  claro  sobre  Coba,  de  la  necesidad  de  aplicar 
con  resolución  v  sinceramente  las  reformas  decretadas  en 
Abril  7  de  la  imposib  Jidod  de  vencer  lainsnrrección  cabana» 
ai  esta  fuera  el  levantamiento  de  todo  nn  pneblo  contra  la 
Metrópoli.  Felizmente  no  es  esto.  Pero  creo  que  la  Peninsu- 
la  está  maj  mal  i  d  formada  respecto  de  lo  qne  ahora  pasa  en 
3a  grande  A  Otilia.  Y  tengo  la  pena  de  creer  qne  ai  no  se 
varia  de  procedimiento  las  reformas  de  Abril  podrán  resol • 
tar  hasta  coLtrapro  Jncentes. 

iE a  lo  que  no  estoy  de  acuerdo  con  el  Sr.  Silvela  es  en  la 
estimación  del  concepto  de  la  Autonomía  y  del  valor  de  loe 
elementos  políticos  de  Cnba  Porque  la  lógica  de  las  afir- 
maciones de  mi  antiguo  compañero  y  amigo  lleva  á  la  con- 
clusión de  qne  Cuba  está  perdida.  Yo  no  lo  creo. 

lAfcí  mismo  difiero  en  la  apreciación  del  positivo  conflicto 
internacional  de  este  momento.  Yo  no  creo  en  el  peligro 
iwaudiato  de  una  guerra  con  los  Estados  Uniios.  Los  polí- 
ticos americanos,  por  muchas  razones,  no  la  quieren,  y 
aquel  Gobierno,  que  tiene  una  política  muy  orientada,  ex- 
cusará toda  oíase  de  ootflictos  para  ganar  tiempo  y  reducir 
su  acción  á  las  redamaciones  de  indemnización.  Este  es  el 
verdadero  peligro.  Porque  ron  esas  reclamaciones  america- 
nas se  combinarán  las  de  Francia,  Inglaterra  y  qnizá  Ale- 
mania, donde  no  seri*  difícil  que  ahora  mismo  se  estuviese 
gestionando  en  ese  sentido.  Y  esas  reclamaciones  aumen- 
tarán prodigiosamente,  si  no  varía  en  redondo  el  modo  de 
nacer  la  guerra  en  Cuba  y  si  no  se  consigue  qne  la  insu- 
rrección separatista  teoga  enfrente  la  acción  entusiasta  y 
^resuelta  de  la  mayoría  del  pueblo  cubano.  Algo  de  esto 
insinué  en  el  Senado  hace  nn  ano. 

y  Pero  cuéntese  que  seria  ana  gran  imprudencia  hacer  ea« 
tender  ahora  que  las  reformas  proclamadas  no  han  de  ser 
dt unitivas  y  que  esas  retormas  basten,  aun  por  el  momento» 
sin  la  electoral  y  la  arancelaria  y  sin  un  procedimiento 
político  de  gran  acentuación  expansiva.  Me  seria  muy  fácil 
fortificar  mi  opinión  con  citas  de  la  historia  colonial;  prin- 
cipiando por  el  recuerdo  de  Cuba  desde  1876  al  78  y  el  de 
México  del  20  al  23. 

•Confieso  á  usted  que  me  ha  producido  mucho  sentamien- 
to el  Manifiesto  del  Sr.  Sagasta.  Yo  he  reconocido  gustosa» 


—    584  — 

pública  y  reiteradamente  los  servicios  que  á  las  libertades» 
coloniales  ha  preetado  el  partido  liberal.  Y  he  drcho  y  aho- 
ra repito  qoe  en  estos  días,  la  solución  del  problema  colo- 
nial está  en  manos  de  ese  partido.  Pero,  francamente,  el" 
Manifiesto  es  nna  horrible  decepción.  A  esta  hora  no  son, 
posibles  vaguedades,  ni  equívocos,  ni  reservas.  Ya  no  baria- 
hablar  de  la  acción  política  que  ha  de  acompañar  a  la  mili' 
tar:  es  preciso  decir  en  qué  consiste  la  una  y  la  otra,  por- 
que tamben  ya  les  conservadores  hablan  de  las  dos.  Ni  es- 
suficiente  indicar  que  se  vadla  Autonomía:  hay  que  decir 
que  se  proclamará  ó  no  se  proclamará  la  Autonomía.  Y  en 
el  primer  caso,  de  qué  Autonomía  se  trata. 

Porque  ya  toca  en  lo  intolerable  lo  qué  está  sucediendo 
en  nuestros  círculos  políticos,  donde  á  cada  instante  se  ha* 
bla  en  términos  vagos  de  autonomía  política  y  de  autono* 
muía  administrativa  y  de  Self  gotemment  británico  y  de 
personalidad  insular,  etc  ,  etc.  Y  todo  esto  para  que  se 
confundan  las  gentes  sencillas  y  pierdan  la  paciencia  los 
hombres  juiciosos  que  han  debido  creer  que  cuando  se  trata 
de  autonomía  colonial  se  hace  referencia  ó  á  lo  que  por  tal 
se  entiende  en  todo  el  mundo  contemporáneo  ó  más  concre- 
tamente á  lo.  que  han  propuesto  los  autonomistas  de  Cuba  y 
Puerto  Rico,  qae  son  los  únicos  que  han  planteado  este  pro- 
blema en  España. 

^Relaciono  con  esto  otro  particular  que  me  tiene  muy  dis- 
gustado, y  es  que  pase  por  autonomía  cualquier  cosa,  ó  que- 
intentándose  la  solución  autonomista  fuera  de  las  condicio- 
nes de  éxito,  que  (con  raEÓn  ó  sin  ella,  pero  con  perfecto 
derecho)  venimos  recomendando  hace  más  de  veinte  años 
los  autonomistas  españoles,  al  cabo  fracase  el  empeño,  con 
el  peligro  de  que  luego  se  atribuya  el  fracaso  al  error  fun- 
damental de  la  doctrina.  Serla  el  colmo  de  la  longanimidad 
de  nuestra  parte  enmudecer  sobre  este  punto  después  de 
haber  callado  tanto  respecto  de  la  responsabilidad  délos 
conflictos  y  desgracias  presentes  que  no  hemos  cesado  de 
anunciar  por  espacio  de  muchos  años. 
('"Después  de  esto  y  de  insistir  en  la  obligación  ineludible 
de  todos  nuestros  partidos  (así  los  gut  ornamentales  como 
los  propagandistas)  de  presentar  so'ucíoeos  detsl  adas  al 
problema  antillano,  debería  yo  indicar  algo  sobre  esto. 
Pero  no  es  el  empeño  para  una  carta.  Básteme  repetir  que 
yo  mantengo  la  solución  autonomista  como  un  medio  de  fa- 
vorecer á  las  Antillas,  de  fortificar  el  vinculo  colonial,  de» 
descargar  á  la  Metrópoli  de  atenciones  imposibles  y  de  in* 


i 


—   585   — 

verosímiles  responsabilidades  y  de  terminar  bien  y  con  re- 
lativa prontitud  la  terrible  guerra  que  nos  preocupa  y 
arruioa. 

T  ademes  creo  que  á  medida  que  pe  retrase  la  solución 
que  patrocino  ( •  que  no  es  la  d«  1  Gobierno  conservador)  se 
hará  más  necesaria  la  instauración  de  otras  instituciones 
que  prosperan  en  las  colonias  extranjeras  y  que  yo  nunca 
hedtfrndido. 

De  cuanto  le  digo  puede  V.  nacer  el  uso  que  le  parezca 
oportuno.  Ni  yo  soy  de  los  políticos  equivocoe  ni  los  tiem- 
pos están  para  reservas. » 


—   586   — 


IV 


DK0LARA0ION18  HECHAS  EN  CÁDIZ 


Poco  antes  de  verificarse  las  elecciones  de  diputados  y 
senadores  para  las  Cortes  de  1896  tuve  que  presidirla 
hermosa  fiesta  literaria  que  con  el  nombre  de  Juego*  Flora- 
les se  celebró  en  Sevilla  en  la  primavera  de  aquel  año.  Con 
tal  motivo  mis  correligionarios  republicanos  de  Sevilla  me 
obsequiaron  con  un  banquete  en  el  gran  hotel  de  Madrid,  en 
el  cual  hice  declaraciones  precisas  sobre  la  nrgenoia  de  la 
reforma  autonomista.  Los  mismos  conceptos  que  emití 
en  Sevilla  expuse  á  los  pocos  días  en  un  gran  meeting  que 
presidí  en  Cádiz. 

Tal  vez  tenga  algún  interés  de  trasladar  aquí  lo  que 
sobre  este  particu'ar  publicó  el  importante  Diario  de  Cdii* 
en  8  de  Mayo  de  1896 . 

Dice  asi: 

c  He  aquí  un  breve  extracto  de  la  perorado  n  del  señor 
Labra. 

Señores— dice — debo  á  la  bondad  de  los  directores  de  es- 
ta meritisima  casa  el  honor  de  ocupar  este  sitio  coa  el  pro* 
pósito  de  discurrir  sobre  algunas  cuestiones  públicas,  de 
modo  que  pueda  interesar  al  partido  republicano,  y  sobre 
todo  á  los  amautes  de  la  patria. 

Celebra  la  ocasión  de  saludar  á  todos  los  republicanos  de 
Cádiz,  sin  distinción  de  clases  ni  matices:  saluda  á  todos 
los  habitantes  de  esta  ciudad,  que  se  impone  por  todos  con- 
ceptos á  ouantos  la  admiran  y  contemplan;  que  recuerda 


-\ 


—   587   — 

por  su  belleta  laa  ciudades  de  la  antigua  Grecia  y  que  res- 
plandece con  fus  prestigios  históricos,  identificados  con  la 
Eepíiña  toda;  porque  en  dos  ocasiones  supremas  ha  repre- 
sentado el  honor  y  el  principal  interés  de  la  Patria. 

No  ha  babido  rara  el  orador,  pueblo  alguno  que  en  su  vi- 
da le  baya  producido  emoción  más  positiva.  Puede  haber 
entrado  en  ello  Jos  recuerdos  de  bu  infancia.  Aqoi  empezó  sos 
primeros  estudios  literarios,  hace  mochos  años,  parque  ja  ha 
doblado  el  cato  de  Buena  Lsperenza;  pero  cuando  recorre 
las  c*.  Upb  y  pinzas  de  este  pueblo,  que  parece  una  ciudad  de  ' 
nácar,  recuerd*  su  nifies  y  los  afectos  de  sus  padres. 

E  que  ba  eetodiado  la  política  de  España  en  este  siglo, 
puede  afirmar  que  los  dos  grandes  movimientos  de  nuestra 
moderna  están  sintetizados  en  las  Cortes  del  1 2  y  la  Revo- 
lución de  Septiembre,  que  afirmó  después  de*  triunfo  de  la 
soberanía  de  la  nación  los  derechos  naturales  del  individuo, 
dtndo  las  armas  para  que  carera  1*  tradición  é  imperasen 
las  fer  der  cías  modernas,  f  Tempestad  de  aplausos  en  este  pe- 
ríodo que  el  orador  pronuncia  con  i  aladras  y  conceptos  be 
fluimos*  imposibles  de  tomar  al  oído  J 

Recuerd*  los  reinados  de  Carlos  III  y  Carlos  IV,  los 
tiempos  de  Godo?,  el  dominio  de  la  sopa  boba ,  las  traiciones 
de  Femando  VII  y  las  debilidades  de  los  tradicional istas 
que  se  pusieron  al  lado  del  usurpador;  se  condensaron 
entonces  todas  las  fuerzas  nobles  y  santas  del  país  para  pro- 
ducir el  renacimiento  de  la  patria  con  el  ímpetu  délas  idees 
modernas. 

Habla  también  del  reinado  de  D.*  Isabel  de  Borbóo,  en 
que  parece  que  la  podredumbre  había  entrado  en  la  sociedad 
esp&ñ  da  á  cuyo  efecto  enumera  varios  hechos  históricos. 
Entonce,  es  cuando  viene  la  Revolución  de  Septiembre,  que 
rechazó  aquel  estado  de  cosas  y  realizó  la  voluntad  del 
paeblo  libre. 

Esta  es  la  tierra  sagrada  de  la  libertad;  y  lo  mismo  que 
en  Zaragoza  y  Gerona  se  recuerdan  páginas  sublimes  de  la 
Independencia  Nacional,  y  en  Covadonga  la  Reconquista 
y  en  Sevilla  las  opulencias  de  la  naturaleza  y  el  arte;  todo 
palidece  ante  la  grandeza  moral  de  eate  pueb'o,  que  proclamó 
en  dos  ocasiones  la  libertad  y  la  moralidad  como  la  base  de 
Ir  política  del  porvenir  en  España 

Este  pueblo  en  su  representaron  histórica  es  un  ejemplo 
j  una  razón,  Y  lo  dee  asi,  porque  lt  situación  del  país  es 
cada  día  más  apremiante  y  exige  por  momeotoa  mayor  i  ú« 
mero  de  sacriñolos.  A  fuer  de  hombre  político,  cuando  se 


—    588   — 

o-  apa  de  hechos  histórico*  basca  una  lección  aplicable.  En- 
tiende que  seria  miserable  recogerse  solo  en  el  lamento,  y 
seria  abominable  entretenerse  en  ana  critica  estéril,  cuando 
do  se  ponen  voluntad  y  alientos  para  remediar  el  daño. 

La  historia  de  Cádis  demuestra  que  no  se  debe  desconfiar 
nunca  de  los  pueblos  ni  de  la  virilidad  de  la  sociedad,  ana- 
que  parezcan  moribundos.  Hace  una  poética  y  fiel  pintara  del 
invierno,  donde  parece  que  todo  ha  muerto;  pero  b»jo  ese 
manto  de  nieve  está  la  fuera*  latente  que  revivirá  al  primer 
rayo  del  sol. 

Lat  ideas  son  las  que  levantan  el  mundo  y  renuevan  las 
sociedades;  y  aquellas  que  parecen  perdidas  van  abrando 
en  el  pensamiento  de  todos,  disponiendo  os  espiritas  v  las 
voluntades,  y  en  la  hora  tremenda  del  desastre,  cuando  es 
preciso  concitar  las  revoluciones,  estas  son  las  que  oonstitu- 
jen  la  bandera  y  la  stlvaoióa  de  los  pueblos. 

¿Necesito  deciros— añade  •  que  atravesamos  uno  de  esos 
momentos  terribles?  ¿No  tenéis  las  manifestaciones  de  los  pe* 
rióJioos?  ¿No  veis  ee«s  elecciones  corrompidas  que  son  la  an- 
títesis de  la  lealtad  de  los  hombre»?  ¿No  veis  esos  Atonta- 
mientos, escenarios  de  concupiscencias  é  inmoralidades? 

Ahora  mismo,  no  lo  niego,  la  Restauración  ha  representa* 
do  un  periodo  de  relativa  pas  y  de  un  cierto  progreso  de 
los  intereses.  ¿Pero  es  que  la  Restauración  ha  cre»do  esos 
intereses?  1*0  que  ha  producido  resultados  es  la  Revolución 
de  1868.  Es  aquella  semi  la  que  germinó  en  días  de  tempes- 
tad.  Si  la  Revolución  mató  la  intransigeno  a  re!ig>o<ia  y  es* 
tableció  la  abolioión  de  la  esclavitud,  y  desterró  la  tasa  y 
creó  otras  magaas  reformas,  hay  que  pregan Ur  A  la  Res- 
tauración qué  ha  hecho  en  dtfiuitiva  de  aquellos  progresos 
cuál  es  la  situación  en  que  hoy  los  tiene  y  cuál  el  pjrvemr 
que  les  prepara. 

Asistimos  al  periodo  tremendo  en  que,  triunfante  el  par- 
tido conservador,  ha  abolido  al  partido  libera»;  de  tal  suerte 
que  podemos  decir  que  valen  tanto  los  unos  como  los  otros, 
pues  han  renegado  estos  de  aquellos  piincipios  transcenden- 
tales. 

til  partido  oonservador  vive  de  la  complacencia  del  I  beral, 
que  se  ha  negado  á  las  peticiones  de  los  repub  ¿«-anos  en 
cuestiones  importantes,  y  ha  dado  autorizaciones  distintas 
al  gobierno,  y  hoy  mism>,  en  laouestióu  de  0»b  ifima  ese 
partido  liberal  dice  que  si  al  fin  las  Uortes  res  a  el  vea,  él  ba- 
jará la  cabeaa. 

Pregunta  cuál  es  la  característica  del  partido  conserva- 


—   589    — 

«flor.  Motadlo  bien.  El  orador  tiene  amigos  en  todas  partes, 
-y  lee  hace  justicia;  de  modo  qne  la  batalla  monada  no  le 
preocupa.  Pero  ese  mismo  modo  de  ver  sayo  le  haoe  ser  in- 
transigente en  cosas  de  orden  moral  Dice  que  el  partido  con- 
servador ha  falsificado  todas  las  libertades.  Dándosela  de 
práctico,  ha  dicho  que  aun  oponié  adose  á  la  democracia,  la 
•acopla  cuando  los  avances  políticos  se  han  hecho  por  el 
partido  á  quien  corresponde,  acatándolos  después,  para  har- 
monisarlos  con  las  costumbres  y  con  los  intereses  historióos. 
.]Qoá  cuadro  tan  maravilloso! 

Pero  no  es  eso  lo  que  hace.  Acepta  esas  conquistas  para 
corromperlas.  Asi  en  el  momento  en  que  el  extranjero  nos 
provoca  se  prescinde  del  concurso.de  las  Cortes,  para  con- 
trarrestar la  libertad  y  la  intervención  del  Parlamento.  Bes» 
poeto  del  sufragio,  si  ha  de  ser  como  hoy  est  más  vale  rene- 
gar de  él.  Ya  no  es  restringir  ni  vioentar  el  voto:  eso  seria 
una  verdadera  inocencia.  Ahora  por  anticipación,  y  agó- 
stalos uno  y  otro  medio,  se  aplican  millares  de  votos  á  loa 
designados  en  el  famoso  encasillado  de  cuneros.  Y  con  esto 
priva  la  infamia  del  voto  oomprado,  con  que  se  hace  rene* 
gar  de  su  honor  á  unos  infelices. 

Debe  requirir,  no  so  o  al  partido  republicano,  á  todos  los 
españo  es  honrados;  porque  es  preciso  suprimir  el  voto  de 
todos  esos  ciudadanos  que  claudican;  porque  el  sufragio  no 
es  un  derecho  renuuoiable.  E  *  un  medio  de  conseguir  el  me- 
joramiento social,  un  modo  de  gobierno,  y  merece  ser 
suspendido  en  el  ejercicio  de  aquel  derecho,  cuyo  mal  uso 
transciende  á  los  demás  ciudadanos,  quien  reniega  de  tan 
sagrados  deberes  y  vende  su  intervención  en  la  vida  pú- 
blica. 

Se  va  dando  la  idea  en  toda  España  ds  que  se  puede  as- 
pirar á  tomar  puesto  en  el  Congrego  para  conseguir  encum- 
brarse y  hasta  hacer  algunos  negocios.  Y  asi,  que  se  puede 
rehacer  la  fortuna  perdida,  por  una  popularidad  fácil  que 
lleve  á  las  altas  representadores,  donde  todos,  unos  hoy  y 
otros  mañana,  sigan  los  mismos  procedimientos. 

Despuéd  está  la  figura  del  cacique,  que  pinta  con  coló- 
res  sombríos,  acomodado  á  todas  las  situaciones,  encontran  - 
do  siempre  su  falange  para  venganzas  y  satisfacciones  de 
todas  clases. 

Habla  del  problema  de  Cuba.  Bien  sabidos  son  sus  com- 
promisos. Eby  se  lee  en  todos  los  periódioos  que  la  auto- 
nomía no  puede  practicarse,  porque  la  recomiendan  los  ex- 
tranjeros. No  es  esto  nunca  óbice,  porque  lo  que  debe  tener- 


—    590   — 

ae  en  cuenta  es  lo  que  está  abonado  por  la  justicia  y  Ja  ra* 
son.    Si  los  enemigos  aplauden,  tanto  mejor* 

Pero  lo  que  tenemos  el  derecho  de  decir  quienes  vfnímos 
defendiendo  eses  ideas  hace  veinticinco  años,  es  que  hemos- 
hecho  una  gran  obra  patriótica,  porque  si  la  autonomías* 
implanta  ahora,  no  es  porque  lo  quieran  Inglaterra  ó  los 
Estados  Unidos,  sino  porque  hay  un  partido  que  ama  á  su 
patria  y  ha  sostenido  mucho  antes,  por  razón  de  doctrina, 
con  grandes  argumentes  y  ejemplos,  esa  solución  salvado- 
ra. (Grandes  salvas  de  aplausos  J 

Recuerda  el  ejemplo  de  grandes  naciones  coloniales,  como 
Inglaterra,  que,  aleccionada  por  la  experiencia  por  grande* 
desastres,  para  conservar  su  sobsrani*,  ha  sabido  elevar  al 
mismo  gra  »o  de  libertad  que  la  Metrópoli,  á  una  adminis- 
tración solicita,  y  auna  perfecta  conciencia  y  satisfacción  de 
si  mismos,  á  territorios  lejanos,  no  explotados,  sino  protegi- 
dos v  amparados  por  el  Poder  nacional  ó  metropolítico. 

Niega  haber  dicho  en  Sevilla  (como  afirman  algunos  pe- 
riódicos) que  de  la  cuestión  de  Cuba  no  se  debe  hablar.  Por 
el  contrario;  cree  que  debe  romperse  el  llamado  silencio  pa- 
triótico. Si  calló,  no  ha  sido  por  voluntad  suya;  él  tiene  fe 
en  la  discusión.  Aconseja  que  te  dos  los  partidos  presenten 
sus  fórmulas  de  solución,  para  que  el  país  elija,  y  por  su 
parte  va  al  Senado  para  sostener  las  ideas  de  toda  su  vida 
pública,  que  en  los  asuntos  de  Cuba  son  hoy  el  progra- 
ma de  la  Unión  Republicana.  Cree  que  la  cuestión  de 
Cuba  determina  en  primer  término  un  hecho  positivo:  la 
vitalidad  de  nuestra  patria,  que  ha  asombrado  al  mundo, 
organizando,  en  medio  de  sus  desgracias  y  angustias, 
130.000  hombres,  que  van  á  emular  los  tiempos  más  glo- 
riosos de  las  armas  españolas,  defendiendo  nuettro*  dere- 
chos y  las  cooquistas  logradas  con  todas  las  energías  de  un 
pala  inagotable  cuando  de  su  honor  se  trata. 

También  te  evidencia  el  error  del  régimen  vigente,  que 
exime  á  clases  enteras  del  deber  de  entregar  su  sangre  por 
la  nación.  Por  esto,  'a  guerra  de  Cuba  ha  impuesto,  ooa 
carácter  de  urgencia,  la  organ  ilación  de  fio  i  ti  va  del  serví' 
ció  militar  obligatorio,  sin  redención  pecuniaria. 

Se  ha  visto  igualmente  que  estamos  só  os  en  £uropa.  Te- 
semos enfrente  á  los  Estados  Unidos,  pero  los  ágenos  4 
esta  cuestión,  y  contrarios  á  la  doctrina  de  Monroe,  sin  em- 
bargo nos  han  dejado  solos;  y  es  porque  hemos  seguido  una 
política  internacional  equivocada,  manteniéndonos  aislados, 
sin  pactar  con  esa  Francia  tan  atractiva  y  tan  simpática» 


*i 


r 


—   591    — 


que  es  la  única  que  dos  ha  enviado  palabras  de  consuelo. 

Pero  es  asimismo  que  nuest  a  antigua  administración  co- 
lonial está  reñida  con  todas  las  ideas  y  sentimientos  gene* 
rales  de  Europa.  Todos  reconocen  nuestro  derecho,  pero- 
nos  aconsejan  que  llevemos  alli  la  autonomía,  como  fórmula 
del  derecho  y  de  la  patente  realidad. 

Ninguna  colonia  ha  triunfado  jamás  por  sí  sola.  No  ge- 
ha  de  contradecir  ahora  la  historia.  ¿Pero  hemos  de  triun- 
far otra  vez  para  establecer  el  rég'men  militar  de  la  ocupa- 
ción? ¿Hemos  de  sostener  un  ejército  agotando  las  fuerza* 
de  la  patria,  y  sin  otro  fin  ulterior? 

No,  señores,  no  debemos  escatimar  el  esfuerzo  militar* 
pero  para  realizar  después  la  libertad,  la  moralidad  y  la 
equidad,  por  medio  de  Ja  autonomía. 

Acompáñese  ta  too  ón  militar  con  la  política,  para  que  so 
diga  que  vive  allí  el  imperio  español,  no  por  la  faerza  de 
las  armas,  sino  por  la  voluntad  de  todos  y  por  una  aspira- 
ción general  de  justicia. 

Considerando  los  grupos  de  que  está  formada  la  insu- 
rrección, es  imposible  prescindir  de  que  entre  ellos  están  en 
gran  parte  los  despechados  y  desengañados  de  falaces  pro- 
mesas, que  ni  siquiera  se  han  realizado  en  esa  hermosa  7 
tranquila  isla  de  Puerto  Rico,  que  por  pago  de  su  abnega- 
ción sufre  el  yugo  del  caciquismo*  y  la  falta  de  libertades. 

Recuerda  de  nuevo  lo  que  hizo  en  el  orden  colonial  la 
Revolución  de  Septiembre,  permitiendo  que  bajo  la  bandera 
de  la  libertad  ó  invocando  sus  so'uciones  se  pudiera  hacer 
por  Martínez  Campos  la  psz  del  Zaüjón. 

No  hay  ahora  ni  un  recuerdo  para  aquellos  hombres  del 
72  y  73  que  prepararon  y  realizaron  tan  magnas  obras! 

Y  debemos  nosotros  recordar  lo  que  tiene  en  su  cuenta  la 
monarquía:  la  venta  de  la  Florida,  la  pérdida  de  la  Lnisia» 
oa,  la  separación  de  los  Estadoa  sud  americanos,  el  aban- 
dono de  8anto  Domingo. 

De  donde  puede  deducirse  que  la  monarquía  tiene  á  su. 
cargo  todas  las  mermas  de  la  integridad  nacional,  como 
la  República  tiene  en  sus  timbres  todos  los  adelantos  conse- 
guidos para  mantener  íntegro  el  territorio  español. 

JSn  este  momento  critico,  repite,  «firma  su  i  convicciones 
de  25  años,  las  que  sostuvo,  en  medio  de  un  mar  de  calum- 
nias y  á  las  que  cada  vez  da  mayor  evidencia  el  fracaso 
de  los  contrarios.  En  el  problema  más  grave  de  cuantos 
boy  preocupan  á  la  nación,  en  el  problema  colonial,  no 
hay  más  solución  que  la  Autonomía,  porque  ella  avivará 


—    592   — 

las  fuerzas  locales,  reduciendo  las  responsabilidades  de  la 
Metrópoli,  y  trayendo  la  nota  harmónica  á  las  relaciones,  ya 
panto  menos  qne  imposibles,  de  las  co  onias  y  los  elemen- 
tos directores  de  la  nación.  8ólo  de  esa  suerte  se  anulará 
la  burocracia  y  perderá  su  prestigio  la  política  de  la  fuerza; 
es  decir,  los  dos  tactores  de  mayor  perturbación  de  la  te- 
rrible crisis  p»  esente. 

¿Puede  suceder  algo  más  grave  de  lo  qne  sucede,  en  punto 
á  corruptelas  apoetasías  y  componendas?  ¿Pnede  haber  alfo 
peor  que  ese  indiferentismo  *y  ese  pesimismo  que  se  va  apode- 
rando de  todo  el  mundo?  ¡Quién  eabal  Tolavia  puede  venir 
el  desastre.  Y  nosotros  los  republicanos  debemos  estar 
¡¿percibidos,  como  lo  estuvieron  los  de  Francia  en  la  triste 
noche  de  Sedán. 

Para  esto,  permitidme  que  os  haga  algunas  recomenda- 
ciones á  título  de  amigo.  Los  estuerzos  individuales,  por 
potentes  que  sean,  no  son  eficaces  para  las  grandes  empre- 
sas. Hay  la  policio*»  de  (a  agitación,  que  consiste  en  pre- 
sentar problemas,  excitar  las  pasiones,  agigantar  los  de* 
seos.  Todo  esto,  difundido  sin  trabasen  ni  sistema,  prodooa 
efecto,  pero  como  de  enfermo,  qne  determina  solo  sacudidas. 
Pero  hay  la  poli'ica  de  la  organización,  que  produce  las 
grandes  masas,  ante  las  cuales  son  insignificantes  todos  los 
obstáculos. 

Kepubhcanos  aislados  valéis  poco.   Aun  en  estos  ó  en 

más  graves  mementos,  seréis  ineficaces.  Porque  tened  en 

cuenta  que  la  gran  fuerza  no  es  el  impulso  incoherente, 

Lno  la  robusta  y  sólita  acción,  como  la  de  ese  grandiom 

mar,  cuyo  impuls  i  siempre  es  incontrastable. 

Organizaos,  pues,  y  no  olvidéis  jamás  que  la  República 
na  es  solo  para  los  republicanos,  sino  que  su  reino  es  el  ds 
la  igualdad  y  el  derecho.  {Grandes  aplausos.) 

Cuando  se  le  hab  a  d*  las  divisiones  de  los  republicanos, 
contesta  que  ellos,  después  de  veinticinco  afios  de  aleja- 
miento del  poder,  mantienen  lo  cardinal  de  sus  principios, 
y  Los  contrarios,  á  los  dos  años  de  privación,  reniegan  di 
sus  ideas  y  convicciones. 

¿Qué  fuerza  no  deben  tener  nuestros  principios,  que  ha- 
cen se  pierdan  todos  esos  inconvenientes  en  la  marcha  ma- 
jestuosa con  que  van  tranquilos  y  serenos  por  la  advera» 
dad  los  hombre*  consecuentes  y  honrados? 

Se  discute  «obre  hombres  antiguos  y  nuevos.  Permitidas 
esta  recomendación,  con  todo  calor  y  energía.  Tened  fe  en 
los  hombres  que  conocéis;  en  los  que  lo  han  dado  todo  por  sus 


—  593    —  " 

ideas,  loa  que  han  «aerificado  carrera  ó  intereses.  Vosotros 
loe  leñéis  en  esta  tierra  de  Cádiz.  Amadlos:  ellos  se  sacrifi- 
carán una  y  cien  veces,  por  la  cansa  qae  abrasaron. 

Nada  más  os  puedo  decir.  No  vengo  á  predicar  nada 
en  favor  de  ninguna  agrupación  particular.  Yo  soy  partida- 
rio sincero  de  la  unión  republicana.  No  bó  cómo  se  ha  de 
realisar  en  las  diferentes  comarcas.  Ha  de  ser  por  la  fusión 
de  los  inter  ses  comunes,  pero  por  la  volunUd  de  los  re- 
publicanos de  las  provincias,  en  justo  respeto  del  principio 
'  de  la  autonomía. 

Realicemos  esa  obra  en  consideración  á  los  grandes  com- 
promisos que  hemos  contraído.  Se  nos  recuerda  el  fracaso 
de  1873.  Y  la  República,  hoy  incontrastable  en  otros  palees, 
400  h*  pasado  por  otros  ensayos  aaalog  b?  E*te  mismo  ró- 
gimen  constitucional,  que  es  nuestro  estado  de  derecho  ¿ha 
I  nacido  ahora?  ¿No  hubo  repetidos  fraoaeot?  |  Los  del  afio  i4, 
y  del  23,  y  las  revoluciones  y  los  motines  d«l  34  al  68!¿  Por 
i  qué  no  hemos  de  creer  que  el  ensato  de  1873  no  esmás  que 
i         la  experiencia  natural  antes  del  definitivo  resultado? 

Se  nos  dice  que  tenemos  en  frente  los  intereses  permanen- 
tes del  país.  Hablan  de  la  religión  ¿Nosotros  enemigos 
de  la  religión?.  ¿Por  dónde?  lo  que  queremos  ee  el  respeto 
de  la  conciencia  individual:  todos  los  ciudadanos  con  perfec- 
to derecho  de  mantener  sus  ideas  y  de  lo  que  no  hemos  de 
eonsentir  es  el  cura  trabucaire  qae  se  levantaba  por  esos 
eampos,  sustituyendo  con  el  alma  ai  Crucifijo. 

Lio  que  no  consentiremos  es  que  la  propiciad  sea  un  efec- 
to de  la  exp  otación,  ni  las  depredaciones  del  caciquismo  y 
el  fisoo.  Queremos  la  propiedad  entera,  respetable,  pero  en 
eos  condiciones  naturales 

Se  habla  de  que  somos  enemigos  de  ejército,  ¡cuando 
creemos  que  donde  está  un  soldado  peleando  está  con  él 
toda,  el  alma  de  la  patria! 

Afirmemos  esas  reivindicaciones,  mas  para  todo  cMo  ne- 
cesitamos voluntad.  Qiédense  atrás  los  miedos  y  las  estéri- 
les lamentaciones  Pero  debemos  ir  siempre  con  la  idea  de 
1a  patria,  y  necesitamos  ser  algo  más  que  partidarios  de  la 
movilidad  de  los  poderes;  necesitamos  ser  hambres  morales, 
necesitamos  decir  que  por  encima  de  nuestras  convicciones  y 

»m  pro  misos,  hemos  de  ser  hombres  honrados,  eternamente 

Mirados,  poniendo  esta  nota  de  moralidad  por  oimade  todo. 

(Los  aplausos  duran  más  d$  un  minuto.) 

*"S1  Sr.  Labra  estuvo  hablando  algo  más  de  una  hora.  Su 


—   594  — 

palabra  es  enérgica  y  vibrante.  Voi  robusta  de  tribuno,, 
para  coya  propagación  no  son  obstáculos  las  configurad*- 
nes  del  local.  Acción  elegante  y  sobria.  Hay  pasión  en  sos 
juicios  pero  pas'ón  generosa  de  hombre  convencido  y  de 
propagandista  de  ideas.  El  8r.  Labra  es  una  figura  respe- 
table y  austera;  su  vida  política  ha  sido  la  locha  porfiada  y 
conetiote.  pero  por  concesiones  elevadisimas  y  transcenden- 
tales Se  veenél  siempre  la  propensión  á  alzarse  de  las 
tristes  rea  idades  pequeñas,  para  cernirse  en  regiones  mis 
puras,  pero  donde  la  responsabilidad  y  el  riesgo  son  acaso 
mayores  como  que  radican  en  la  oposición  délas  ideas 
nuevas  con  la  fe  y  las  preoeo paciones  más  arraigadas.  La 
dicción,  de  este  orador  es  más  bien  rápida  que  pausada.  Re- 
dondea <  on  arte  los  períodos,  y  es  una  contrariedad  para 
quien  le  escucha  tonto  por  gusto  como  por  obligación,  que 
la  fogosidad  de  su  expresión,  armónica  con  la  intención  del 
concepto,  arríbate  á  veces  al  auditorio  habta  interrumpirle 
á  mitad  de  la  frase,  cerno  si,  demostrando  adivinarla  y  com- 
pre? derla,  quisiera  hacer  al  orador  un  nuevo  halago. 

En  soma,  los  republicanos  y  los  pocos  que  sin  serio  oye* 
ron  al  Sr.  Labra  están  de  enhorabuena.  Pero  es  lástma 
que  Ctdiz  entero  (que  le  inspiró  pensamientos  beJliíi- 
xnos),  en  un  tema  más  general,  no  haya  podido  escucharle.» 


^\ 


—   595  — 


D10LABA010IIM  H10HA8  EN  L1ÓM 


Dorante  el  verano  y  el  otoflo  de  1897  realicé  por  las  pro- 
vincias del  Norte  de  España  y  por  acuerdo  del  Directorio 
de  la  fusión  republicana  nn  viaje  de  propaganda,  pronun- 
ciando machos  discursos  en  León,  Gijón,  Infiesto,  Sama, 
Beinosa,  Vitoria,  San  Sebastián  y  otras  poblaciones. 

Por  aquel  entonces  se  produjeron  dos  hechos:  las  decla- 
raciones autonomistas  del  partido  liberal  y  la  subida  de 
4ste  al  poder.  Con  tal  motivo  dije  algo  que  me  importa  re- 
cordar aquí. 

En  el  vueting  oelebrado  en  el  teatro  de  León  la  tarde 
del  25  de  Julio  de  1897,  me  expresé  del  siguiente  modo, 
según  consta  en  la  extensa  noticia  telegráfica  publicada  por 
El  Liberal  de  Madrid  del  26  de  Julio: 

cA  las  cinco  de  la  tarde  empitza  el  t*e$ting. 

£1  teatro  está  completamente  lleno  de  republicanos  de 
todos  los  matices. 

Al  aparecer  en  el  escenario  los  oradores  suena  una  ruido- 
sísima salva  de  aplausos,  en  la  que  toman  paite  las  señoras 
que  ocupan  los  palcos.  Preside  D.  Miguel  Moran  (presidente 
del  comité  provincial  de  la  Fusión  republicana),  el  cual 
presenta  á  los  oradores.  Lee  á  continuación  multitud  de  te* 


—    596   — 

legramas  de  adhesiones  de  Madrid  y  provincias.  Refiere  loe 
trabajos  de  organización  de  Ja  fusión  repobicana  leonesa, 
en  párrafos  elocuentísimos,  que  arrancan  calorosos  aplau* 
sos. 

Levántase  el  8r.  Labra,  que  es  objeto  de  nna  grandísima 
ovación . 

Comienza  recordando  que  esta  es  en  dieciseis  años  la  se* 
ganda  ves  en  qne  dirige  su  voz  á  nn  pneMo  de  Castilla. 
La  primera  fué  en  nn  gran  meeting  celebrado  en  el  teatro  de 
Calderón,  de  Valladolid,  á  raíz  de  terminarse  la  guerra 
anterior  de  Coba. 

Consagra  nn  sentido  e'ogio  á  la  firmeza  castellana.  Con 
Castilla  sola  acaso  no  se  hab'ia  hecho  España;  sin  Castilla 
es  seguro  qne  no  se  habría  he<  ho. 

Señala  la  semfjat.za  entre  aquella  época  y  la  actoal,  y 
entra  de  lleno  en  el  estudio  de  la  cuestión  palpitante. 

£1  estado  gr»  vísimo  del  país  pide  que  todos  los  partidos 
y  grupos  políticos  concreten  los  esfuerzos  y  precisen  las 
soluciones  inmediatas  y  prácticas  con  clatidad   meridiana. 

A  este  fin  responde  la  Fusión  republicana,  que  implica 
el  aplazamiento  de  parte  de  todos  los  republicanos,  de 
todo  aquello  que  no  sea  urgente,  esencial,  y  ahora  en  los 
principios  democráticos  de  la  Constitución  del  69  la  Repú- 
blica con  la  refo  ma  proviucial  y  municipal  en  sentido 
autonomista  v  Ja  autonomía  colonial. 

Además,  la  Fusión  es  la  exaltación  política  de  ideas  y 
principios,  cuyo  olvido  iks  ha  traído  á  una  situación 
inferior  á  1868.  Es  también  acto  de  \  revisión  patriótica, 
porque  stiendn  A  la  constitución  de  una  gran  fuerza  poli* 
tica  y  de  un  partirlo  verdaderamente  nacional,  qne  recoja 
el  poder  después  de  la  próxima  cuta  atrofie  de  los  partidos 
monárquicos  desgraciada.  Por  último,  es  una  determi- 
nación de  política  positiva,  gubernamental,  armonizada  con 
urgencias  nacionales  y  la  opinión  de  Europa  y  de  Améri- 
ca. En  este  sentido,  la  fnsión  no  se  agotará  en  promesa! 
irrea  izables  ni  se  compromete  á  variarlo  todo  de  golpe. 

Como  triunfo  de  la  política  de  principios  y  da  la  virtua- 
lidad de  las  ideas,  puede  señalarse  Jo  que  pasó  en  la  cues- 
tión c'e  Cuba,  que  es  la  absorbente  en  el  momento  actoal; 
detrás  eBtá  la  aparente  anemia  y  desorientación  del  país, 
de  qne  deben  responder  primeramente  la  arbitrariedad  de 
loa  conservadores  y  la  flaqueza  de  los  liberales.  La  única 
solución  del  problema  cubano  es  la  autonomía  en  Cuba  J 
Puerto  Bico;   aili  por  exigencias  de  la  guerra,  aquí  por 


—   597    — 

decoro  nacional,  y  en  todas  partea  por  la  virtud  intrínseca 
del  principio  autonomista,  coya  aplicación  ha  evitado  en 
todas  las  colonias  qne  fructificase  la  idea  separatista  y  en 
otras  qne  fracasase  la  rebelión  contra  la  Metiópoli.  (Aplau- 
sos ) 

Todo  lo  contrario  á  lo  hecho  por  la  asimilación  en  todas 
partes,  pero  no  basta  aclamar  la  autonomía,  necesitase 
definirla,  precisarla;  después  hay  qne  enct  mandar  su  plan* 
teamiento  y  desarrollo,  sobre  todo,  á  los  autonomistas  de 
la  víspera;  estos  no  consentirán  qne  pase  por  autonomía 
cnalqoier  cosa,  sino  lo  qne  ellos  h*n  predicado  en  España 
ó  lo  qne  se  llama  autonomía  colonial  en  el  txtranjero. 

De  otra  suerte,  sin  oponerse  á  nada,  porque  su  patrio- 
tismo se  lo  prohibe,  declinarán  la  responsabilidad  en  lo 
que  seria  una  mixtificación  que  dafiaría  «1  bonor  é  interés 
de  España,  merece  caluroso  aplauso  la  última  declaración 
de  los  liberales,  que  rectifica  las  reservas  del  Manifiesto- 
de  Sagasta  y  pone  el  prob'eme  en  los  prop  cios  términos 
que  yo  recomendé  en  reciente  discurso  en  el  Senado  discu- 
tiendo con  el  8r.  Cánovas. 

Conservadores  y  liberales  viven  ya  en  una  atmósfera  de 
autonomía;  pero  es  necesario  que  precisen  las  fórmulas  y  la 
aplicación  y  digan  claramente  lo  que  harán  con  los  partidos 
autonomistas  antillanos,  sir  cuyo  concurso  activo  y  entu- 
siasta no  será  un  éxito  la  autonomía.  Tampoco  ésta  podrá 
plantearse,  subsistiendo  las  deportaciones  gubernativas  y 
entregadas  todas  las  Corporaciones  popo  ares  y  empleos 
políticos  y  administrativos  por  decretos  del  Gobierno  á 
los  antiguos  enemigos  de  la  autonomía.  (Apkttsos.) 

Si  es  cierto  que  hoy  son  autonomistas,  conservadores  y  li- 
berales, hay  que  advertir  que  lo  son  por  efecto  de  una  sú  • 
bita  y  patriótica  conversión,  y  que  los  republicanos,  después 
de  autonomistas  antillanos,  son  los  únicos  que  en  España, 
cuando  menos  desde  1880,  vienen  predicando  la  autor  omia 
colonial,  combatida  terminantemente  por  todos  los  partidos 
monárquicos. 

En  prueba  de  esta  tesis  habré  de  señalar  el  apoyo  cons- 
tante que  los  diputados  republicanos  dieron  siempre  á  los 
autonomistas  en  el  Parlamento,  presentando  enmiendas  y 
Proposiciones  suscriptas  por  republicanos,  entre  ellas  por 
1  8r.  Pedregal  en  1890;  la  votación  nominal  que  recayó  en 

886  en  una  enmienda  del  autonomista  8r.  Montoro;  las 
edaraciones  hechas  por  mí,  llevando  yo  la  vos  de  autono- 
mistas y  republicanos  en  1895  sobre  las  reformas  de  A  bar- 


—   598   — 

suza;  loa  Manifiestos  de  los  partidos  centralista,  federal  y 
progresista;  la  declaración  adicional  de  la  Junta  Unión  Re- 
publicana en  1896.  y  la  base  última  de  las  declaraciones 
doctrinales  de  la  Pasión  Republicana  en  1897.  No  por  esto 
niego— añade— los  positivos  méritos  del  partido  liberal  en 
política  expansiva  ultramarina,  desde  la  promulgación  do 
la  Constitución  del  76,  á  las  libertades  de  imprenta,  reu- 
nión y  asociación  y  las  reformas  de  Abarsuisa. 

Lo  be  proclamado  siempre,  y  reconosco  asimismo  el  ser- 
vicio prestado  por  el  Sr.  Cánovas,  cuando  discutiendo 
conmigo  en  1883  rompió  teóricamente  la  tradición  de  nues- 
tros monárquicos  sobre  el  valor  doctrinal  de  la  solución  au- 
tonomista y  sin  duda  es  también  mérito  considerable  el  del 
discurso  de  1896  y  reformas  de  Abril  del  97  que  dieron  on 
.go'pe  mortal  á  la  política  asimilista.  (Aplausos.) 

Pero  reconociendo  todo  esto,  hay  ya  que  decir  que  el  pro- 
blema es  mu '  otro,  y  qae  todos  estos  monárquicos  retrasa- 
ron la  polución  positiva,  oon  grave  dallo  de  nuestro  país,  j 
que  resulta  comparando  col  doctas,  que  los  republicanos  lo 
vieon  mejor  y  antes  que  todos  los  demás,  acreditando  su 
.gran  sentido  gubernamental. 

Luego  los  republicanos  son  los  más  competentes  para  rea- 
lisar la  empresa  autonomista,  y  por  lo  menos,  para  dar  su 
voto  é  iLflair  en  el  planteamiento  y  desarrollo  de  esas  refor- 
mas, cuya  aplicado ü  será  siempre  sospechosa  ó  discutida, 
si  corre  exclusivamente  á  cuenta  de  sus  antiguos  adversa* 
rirs  ó  de  aquellos  que  oon  sus  vacilaciones,  retrasos  y  con- 
tradicciones, han  contribuido  inocentemente  al  fracaso  de 
muy  buenas  ideas. 

Además,  los  autonomistas  españoles,  oon  su  antigua  pro* 
pa ganda  y  actitud  de  ahora  prestan  gran  servicio  á  la  pa- 
tria, por  cuanto  niegan  la  oalumniosa  especie  de  que  la  so- 
lución autonomista  viene  impuesta  por  el  extranjero.  Lo 
que  sucede  ahora  es  lo  mismo  que  pasó  oon  la  esclavitud 
en  1877. 

Constará,  pues,  siempre,  y  debe  constaros,  que  mucho 
antes  de  las  recomendaciones  de  los  JBstados  Unidos  y  de 
los  gobiernos  europeos,  habia  muchos  españoles,  y  sobre  to- 
do un  gran  partido  nacional,  que  proclamábala  autonomía, 
sin  preocuparse  de  lo  qae  pareciera  á  los  extraños;  si  éstos 
ahora  aplauden,  eerá  estimado  el  aplauso,  pero  sin  que  is fru- 
ya en  la  resolución.  En  cambio,  constará  también  el  pro» 
pósito  de  esos  autonomistas  españoles  de  rectificar  los  trata- 
dos  oon  los  Estados  Unidos,  derogando  el  de  1877  y  de  dis- 


f 


—  599    — 

cutir  las  condicionas  de  naturalización  y  protección  de  loe 
subditos  americanos,  en  honor  del  dereche  internacional 
contemporáneo  y  de  la  soberanía  y  prestigio  de  Espafia.  La 
victoria  de  Ja  so  ación  autonomista  tiene  otra  importancia 
moral  y  política,  porque  acreditando  la  virtualidad  de  las 
ideas,  demuestra  lo  irracional  de  su  persecución  por  la  ley 
ó  por  preocupaciones  y  pasiones  de  políticos. 

Todavía  no  hace  un  afio  se  motejaba  de  antipatriotas  y 
aun  filibusteros,  á  los  autonomistas.  Hoy,- los  mismos  per 
seguidores  gritan  que  no  puede  continuar  la  situación  de 
duba  bajo  la  dictadura r  y  todos  los  gubernamentales  afirman 
que  la  autonomía  es  la  solución  de  la  patria.  (Grandes 
aplausos.) 

De  los  dicterios  personales  no  hay  que  hablar;  siempre 
iueron  así  tratados  los  partidarios  de  las  reformas  colonia  • 
les.  Colón,  Las  Gasas,  Lagasoa,  Revillagigedo,  (Salves, 
Mejia,  Flores  Estrada,  Espartero,  Prim  y  ahora  mismo 
Sagasta. 

Pero  si  importan  las  prevenciones  contra  las  doctrinas, 
entre  otros  motivos  porque  en  la  hora  del  triunfo  estos  im- 
pónense  por  sorpresa  y  con  violencia  perturbadora,  de  to- 
dos modos  ha  de  constar  que  ahora  el  partido  republicano 
anticipóse  en  la  propaganda  autonomista,  como  en  1873  lo 
biso  para  la  abolición  de  la  esclavitud  en  Puerto  Rico. 

Lo  mismo  pasará  con  la  unión  ibérica,  que  solo  los  repu- 
blicanos hacen  entrar  en  sus  programas  y  mantienen  en  sus 
tratos  con  portugueses.  La  Unión  Ibérica  vendrá  en  plazo 
breve,  y  con  la  autonomía  de  las  Antillas  oontribuirá  ala 
grandeza  de  nuestra  España. 

Después  el  orador  hizo  ligeras  consideraciones  sobre  la 
tesis  del  discurso,  referentes  á  la  libertad  religiosa,  á  la 
propiedad,  á  la  vigorisaciéu  del  ejército,  á  la  organización 
municipal  y  provincial,  é  insistió  en  que  el  partido  repu- 
blicano es  absolutamente  compatible  con  todas  las  opinio- 
nes religiosas  y  con  todas  las  reformas  que  se  han  de  haoer 
gradual  y  sucesivamente. 

No  prescindiendo  de  lo  existente  sino  cuando  se  tenga 

medio  seguro  de  sustituirlo  con  ventaja.  Terminó  compar- 

üendo  la  opinión  de  Sagasta,  8üvela  y  Moret,  de  que  es- 

*~~*os  abocados  á  grandes  sucesos  en  plazo  corto,  eu  vista 

lo  cual  urge  una  vigorosa  organización  de  la  fusión  re- 

blicana  en  toda  la  Península. 

\1  sentarse  el  orador  reprodúcese  mayor,  si  oabe,  la 
"ióu  con  que  fué  saludado  al  principio.  • 


600   — 


VI 


SOBRE  LA    IMBTAUBaOIÓN  DEL   NülVO  R±Q1M*H    UK 
PUXRTO    &1CO 


Sr.  D.  Manuel  Fernández  Judíos, 

Pnsidénlé  d»  la  Directiva  del  partido  aulpnomitta  hittárito 
d€  Puerto  Rico . 

Mi  distinguido  amigo:  De  acuerdo  con  los  Sres.  Moret  j 
García  Molinas  puse  á  usted  un  telegrama  concebido  en  loa 
eiguientos  termines:  «Convendrá  suspendan  lucha  todo  gé- 
nero bbsta  conocer  plan  que.  indicamos  próximo  correo  é 
instrucciones  nuevo  Gobernador.  Choques  amigos  compro* 
meten  nuevo  régimen  y  causan  aqui  daño  prestigio  Puer- 
to Rico.» 

£1  Sr.  García  Mol  i  ras  tuvo  la  bondad  de  firmar  también 
e*te  telegrama  y  además  dirigró  otro  idéntico,  que  jo  sus- 
cribí b1  fcr.  Muñoz  Rivera,  quedando  en  escribir  por  esta 
correo  á  ente  e* ñor  y  £us  amigos  ampliando  las  indicado* 
nes  del  telegrama  y  dándoles  detallada  cuenta  de  las  va- 
rias conferencias  que  aqui  hemos  celebrado  por  iniciativa 
del  mencionado  Sr.  García  MoliEas,  cuyo  patriotismo,  cor- 
tesía y  buen  deteo  nunca  aplaudiré  bastante. 

Yo  no  he  ocultado  á  nadie  que  no  estoy  convencido  déla 
necesidad  de  que  en  estos  momei  tos  se  forme,  aaí  en  Coba 
como  en  Puerto  Pico,  un  partido  único  para  el  planteamien- 
to y  desarrollo  del  nuevo  régimen.  Me  inclino  á  pencar  que 
esto  es  una  anticipación  muy  discutible,  por  cuanto  yo  creo 
que,  dentro  de  p'azc  no  largo,  abi  tí  han  de  formar  los  nue- 
vos partidos  h  cales,  en  vista  de  luc-ycs  problemas  que  se 
plantearán  dentro  de  la  situación  auicromista  y  i  1 1*  efecto 
de  la  deaaj,arición,  que  creo  inevitable,  deles  antiguos  par- 


^v 


—   «01    — 

tidos  incondicional  y  de  Unión  Constitucional  de  las  do» 
Islas.  To  espero  qne  mochos  ir*  condicionales  de  positiva 
valía,  con  perfecta  sinceridad  y  sin  menoscabo  de  su  conse- 
cuencia y  su  prestigio,  acepten  el  régimen  autonómico  y 
dentro  de  él  busquen  términos  para  asegurar  su  natural  y 
legitima  influencia.  Quedarán  ahí  unos  cuantos  intransigen- 
tes reaccionarios  y  antidiluvianos,  ni  más  ni  meóos  que  don 
Claudio  Moyano  y  sus  amigos  en  la  Península  después  de 
1876.  Por  lo  mismo  no  veo  con  claridad  que  convenga  poner 
ahora  las  cosas  de  suerte  que  todos  los  constitucionales  é  in- 
condicionales hayan  de  perseverar  en  su  representación  de 
derecha,  más  ó  menos  extrema)  y  todos  los  antiguos  autono- 
mistas (conservadores  y  libérale*,  republicanos  y  monár- 
quicos) hayan  de  quedar  obligados  á  una  representación 
contraria.  Y  más  aún  desconociéndose  totalmente  los  pro- 
blemas que  se  han  de  producir  dentro  de  la  situación  auto- 
nomista, por  todo  extremo  distintos  á  los  problemas  que  en 
lo  antiguo  determinaron  la  formación  de  los  viejos  partidos 
coloniales. 
Por  esto  yo  habría  visto  con  simpatía  que  no  se  prejuz- 
!  garan  las  condiciones  y  soluciones  del  porvenir.  Y  no  me 

!  parecería  mal  que  Ios-autonomistas  históricos  y  los  libera- 

í  les  de  Puerto-luco  vinieran  á  un  concierto  que  permitiese 

|  constituir  el  nuevo  régimen  y  la  convocatoria  y  reunión  de 

una  Asamblea  insular,  en  cuyo  seno  se  determinarían  las 
nuevas  direcciones.  Algo  análogo  me  parecía  recomenda- 
ble en  Cuba,  con  relación  á  autonomistas  y  reformistas:  al- 
go semejante  á  lo  que  produjo  los  Gobiernos  provisionales  y 
nacionales  de  la  Península  en  los  períodos  revolucior arios. 
Pero  como  yo  soy  un  autonomista  muy  convencido,  he 
puesto  siempre  sobre  mis  opiniones  particulares  en  lo  rete* 
L         rente  á  todo  aquello  qae  tiene  un  carácter  local,  la  opinión 
i  de  los  que  en  la  localidad  viven,  que  son  los  qae  tienen  la 

mayor  competencia  y  además  han  de  hacer  lo  que  se  reco- 
miende, vote  y  convenga. 
|  £bta  opinión  se  complementa  con  mi  conocido  parecer  de 

que  los  competentes  para  resolver  y  entender  la  política  ge- 
'  neral  y  lo  que  se  prepara,  discute  y  hace  en  la  Metrópoli, 

son  las  personas  que  viven  en  esta  y  que  están  al  tanto  da 

■  orientes,  problemas,  elementos  y  datos  imposibles  de  esti- 
lar á  dos  mil  leguas  de  distancia  y  que  tengo  por  factores 

1  excusables  del  problema  colonial  bastante  superior  á  una 

■  íesiión  de  mera  localidad.  Por  eso  he  deplorado  tanto  el 

!  npeño  de  muchos  amigos  nuestros  de  que  aquí  se  hiciera 


—    602    — 

una  política  autonomista  solo  á  gusto  de  naestros  correli- 
gio oarios  de  Ultramar. 

Con  estos  antecedentes  usted  comprenderá  que  así  que 
supe  lo  sucedido  en  Cuba  con  autonomistas  y  reformistas 
(aun  cuando  todavía  no  estoy  perfectamente  enterado  por 
no  haber  recibido  carta  del  Sr.  Qálvez,  Presidente  de  la 
Directiva  autonomista  cubana),  declaré  terminantemente 
que  aceptaba  por  completo  lo  hecho  en  la  Habana  per 
creer  que  sus  autores  tenían  ia  mayor  competencia  y  de- 
ploré lo  que  aquí  publican  algunos  periódicos  y  hacen  6 
dicen  algunas  personas  fuera  del  escenario  y  sin  medios 
positivos  para  dar  eficacia  á  sus  siempre  respetabilísimas 
opiniones.  Asi  mismo  entendí  que,  por  muchas  razones  de 
larga  y  ahora  ociosa  explicación,  lo  sucedido  en  Cuba  era  un 
dato  de  excepcional  valor  para  Puerto  Rico,  y  que  natural- 
mente ustedes  propenderían  á  una  situación  análoga  que  qui- 
taefl  todo  argumento  á  los  que  de  cualquier  manera  buscan 

Íiretexto  en  la  diferencia  de  las  dos  Antillas  para  imponer  á 
a  mis  pequeña  un  estado  de  positiva  inferioridad  política 
ó  social. 

Con  esto  se  combinó  la  impresión  desagradable  que  me 
produjeron  algunos  sueltos  y  aun  artículos  de  la  prensa 
portorriqueña.  Realmente  no  había  en  ellos  cosa  da  mocha 
gravedad.  Pero  me  alarmó  su  tono  vivo,  y  considerando  lo 
peligroso  que  son  todas  las  contiendas  de  vecindad  y  de  fa- 
milia t  me  alarmé  bastante  más  que  por  lo  presente,  por  lo 
que  pudiera  ser  en  plazo  no  remoto,  ana  discusión  en  cree- 
cendo  entre  antiguos  amigos,  ante  un  público  de  adversa- 
rios interesados  en  ahonda*  las  diferencias.  Esto  me  hu- 
biera preocupado  siempre:  ahora  me  preocupa  vivamente  por 
muchos  especialisimos  motivos. 

Me  permito  recordar  á  usted  la  carta  que  hace  algunos 
meses  dirigi  al  Directorio  autonomista  con  motivo  de  la 
probable  división  del  partido,  por  efecto  del  concierto  de  los 
Sres.  Sagasta  y  Moret  por  una  parte,  y  Brioso,  Muñoz  Ri- 
vera y  Cintron  por  otra.  Repetí  oficialmente  al  Directorio 
lo  qae  aqni  dije  á  estos  señores  y  al  Sr.  Degetau,  respecto 
á  la  altísima  conveniencia  de  que,  después  de  fraccionado 
el  antiguo  partido  autonomista,  los  dos  grupos  mantuvieran 
relaciones  muy  afectuosas,  casi  intimas.  No  discutí  enton- 
ces, \  or  que  me  faltaba  competencia  para  ello,  la  disposi- 
ción de  los  Sres.  Matienzo,  Muñoz  y  Brioso,  pero  afirmé 
que  si  esta  respondía  á  la  voluntad  y  á  las  necesidades  de 
muchos  antiguos  autonomistas  de  esa  Isla,  debía  realizarse 


r 


—  eos  — 

francamente  la  diviaion,  en  términos  de  verdadera  cordia- 
lidad. Por  desgracia  Ja  división  no  se  hiso  en  la  hora  opor- 
tuna y  del  modo  que  jo  órela  mejor.  Quisa  por  esto  suce- 
den boy  algunas  cosas  que  deploro.  Pero  respetando  yo  lo 
sucedido  por  las  razones  que  antes  he  expuesto  sobre  mi  ac- 
titud en  todo  lo  ref- rente  á  la  acción  puramente  insular, 
creo  que  nada  de  cnanto  ha  pasado  puede  rectificar  mi  conse- 
jo favorable  á  ana  buena  inteligencia— es  decir,  á  una  inteli* 
genera  en  términos  de  *ficacia--de  los  dos  grupos  aludidos. 
A  esto  se  agregan  motivos  potísimos  y  excepcionales  pro- 
ducidos por  eJ  cambio  total  de  la  política  ultramarina  reali- 
zado en  estos  últimos  meses. 

Porque  la  discusión  apasionada  y  el  choque  violente  de 
los  antiguos  defensores  de  las  soluciones  expansivas  para 
Puerto  Kico  constituirían  hoy  la  mayor  de  las  dificultades 
para  la  instauración  del  nuevo  régimen  y  quisa  algo  más 
que  un  pretexto  para  que  sus  detractores  concitaran  la  opi- 
nión pública  de  la  Península  contra  los  autonomistas,  pri- 
mero, y  luego  contra  esa  siempre  maltratada  pero  dulcísi- 
ma 7  culta  Isla  de  Puerto  Bico.  Ahora  mismo  algunos  pe- 
riódicos de  Madrid  explican  la  dimisión  del  general  María 
por  la  imposibilidad  de  dominar  las  pasiones  locales.  Se  re- 
pite con  frecuencia  que  los  autonomistas  no  se  entienden;  ni 
más  ni  menos  que  como  se  suponía  que  pagaba  en  Cuba.  £1 
propósito  me  parece  claro.  Esos  mismos  periódicos,  viejos 
enemigos  de  todo  régimen  expansivo  en  las  colonias,  ya  se 
i  permiten  decirnos  á  todos  y  principalmente  al  Gobierno, 
de  qué  suerte  y  con  qué  elementos  se  debe  plantear  la  auto- 
nomía en  las  dos  Antillas  y  llegan  al  extremo  de  sefialar 
los  elementos  de  que  se  debe  prescindir;  esto  es9  los  elemen- 
tos de  mayor  tradición  autonomista.  Y  apena  ver  que  perso  • 
ñas  excelentes  y  de  bonísima  intención,  pero  perturbadas 
momentáneamente  ó  de  escasa  experiencia  política,  acojan  y 
aun  secunden  buena  parte  de  esas  críticas  y  recoinenda- 


Por  manera  que  ya  ha  comenzado  aquí  algo  de  lo  que  yo 
temía  que  se  produjese  en  Puerto  Biso.  A  ello  me  refiera 
en  la  última  parte  de  mi  telegrama.  T  esto  me  parece  que 
lo  reconocen  del  mismo  modo  los  Sres.  Moret  y  García  Mo* 
linas»  justamente  preocupados  con  la  necesidad  de  instau- 
rar el  nuevo  régimen  con  el  mayor  número  de  fuerzas  posi- 
bles y  sin  ninguna  contrariedad  en  el  círculo  de  los  prime- 
ramente comprometidos  á  esa  instauración  asi  en  la  Penin* 
sola  como  en  las  Antillas. 


-_   604   — 

Por  los  miemos  motivos,  yo,  que  mantengo  absolutamente 
todoa  uiifl  compromisos  republicanos,  he  hecho  y  continua- 
ré haciendo  una  vigorosa  campaña  en  los  circuios  republi- 
canos de  Madrid  para  que  de  ninguna  suerte  éstos  dificultan 
la  acción  de)  Gobierno  en  este  critico  momento  y  en  todo 
cnanto  pueda  afectar  directa  ó  indirectamente  al  plantea- 
miento de  la  Autonomía  en  Cuba  y  Puerto  Rico.  No  es  inve- 
rosfmil  que  haya  intransigentes.  Ya  nuestros  enemigos  di- 
vulgaron en  la  prensa  y  por  medio  del  telégrafo,  la  peregri- 
na especie  de  que,  por  esto  ó  por  cosa  análoga,  iba  á  ser  yo 
residenciado  y  desautorizado  por  mis  compañeros  de  la  Di- 
rectiva de  Pasión  republicana.  Todo  era  una  falsedad:  los 
techos  lo  demostraron.  Pero  la  propaganda  se  hizo  sin  que 
4  mi  me  preocupara  un  minuto. 

Con  mayor  razón  puedo  y  debo  recomendar  esta  con- 
docta  á  todos  los  amigos  de  Puerto  Rico,  contando,  1.°— 
con  qoe  ellos  tienen  que  hacer  mucho  míe,  porque  están 
en  condiciones  de  hacerlo  y  les  importa  más  el  éxito  de  la 
noble  empresa  que  ahora  realiza  el  partido  liberal,  con 
nuestras  ideas  de  siempre,  y  2.° — con  que  en  el  modo  de 
apoyar  esta  empresa  y  para  darle  verdadera  eficacia  han 
de  influir  las  circunstancias  á  medida  que  estas  se  pro- 
do  sean  . 

Por  todos  estos  motivos  aquí  hemos  hablado  respecto  á 
los  términos  de  la  inteligencia  cariñosa  y  eficaz  á  que  us- 
tedes y  esos  fasionistas  pueden  llegar  en  vista  de  los  últimos 
acontecimientos  para  dar  segura  base  á  la  instauración  del 
régimen  autonomista  y  facilitar  la  reunión  de  la  Asam- 
blea insolar  en  condiciones  honorables  y  de  gran  eficacia 
política.  Parece  que  síganos  de  esos  amigos  están  encan- 
tados con  el  concepto  de  Fusión.  Otros  quieren  solo  un 
mero  Concierto  muy  condicional.  ¿Seria  imposible  que  con- 
vinieran en  uoa  Unión,  seriamente  organizada  con  un  pro- 
grama muy  defiuido  y  un  compromiso  bien  determinado 
por  Ja  necesidad  á  que  responde  la  ob  igada  concentra- 
ción de  todas  las  tuerzas  autonomistas  y  expansivas  de 
este  país? 

El  programa  me  parece  claro:  la  defensa  -en  todas  partes 
y  el  planteamiento  eu  Puerto  Rico  de  los  decretos  autono- 
mistas de  Noviembre. 

El  compromiso;  hasta  que  la  Asamblea  organice  el  nuevo 
régimen  y  dentro  de  ella  se  determinen  los  nuevos  partidos, 
siendo  de  suma  conveniencia  prolongar  todo  lo  que  se  pueda 
ese  compromiso. 


r 


—   605  — 


De  todo  eao  se  dedace  que  el  partido  6  Unión  que  ahi  se 
«constituya  debe  tener  un  carácter  exclusivamente  looal.  Es 
decir,  extraño  á  la  política  general  de  la  Nación,  en  cnanto 
en  él  pueden  formar,  con  perfecto  derecho  y  condiciones  de 
abeolota  igualdad ,  monárquicos  y  republicanos,  socialistas 
ó  individualistas,  sin  más  disciplina,  ni  más  jefes,  ni  más 
autoridades  que  los  de  la  localidad.  Da  esta  suerte  ese  par- 
tido 6  Unión  podria  elegir  diputados  y  senadores  para 
nuestras  Cortes,  con  una  plena  libertad  de  acción  en  todo  lo 
relativo  á  la  poli  tica  nacional  y  oon  dos  compromisos  per- 
fectamente definidos;  el  de  defender  contra  todo  el  mundo 
los  decretos  de  Noviembre  y  el  de  acatar  en  lo  relativo  á 
I  -este  punto  y  á  la  politica  que  e'    partido  ó  la    Unión  haga 

¡  para  desarrollar  y  arraigar  aquellos  decretos  én  esa  Isla,  á 

i  fas  autoridades  del  mismo  partido  ó  Unión. 

\  Oon  esto  pretendo  conseguir  dos  cosas,  aun  prescindían- 

I  do  de  lo  que  doctrinal  mente  implica  el  régimen  autonomía  - 

i  ta.  No  comprendo  bien  cómo,  al  menos  por  ahora  y  míen- 

;  tras  no  se  reforme  la  Constitución  española,  podrían  ahi  fun- 

cionar libremente  los  partidos  nacionales,  pobre  todo  en  de- 
trimento de  los  locales.  No  discuto  el  problema,  que  me pa  • 
|  rece  muy  grave.  Por  el  momento  no  creo   posible  que  en 

¡  esas  Antillas  convivan  partidos  organizados   unos  con  ea- 

¡  rácter  local  y  otros  de  índole  general  ó  nacional  y  como 

prolongación  ultramarina  de  los  partidos  peninsulares. 
T  esto  será  menoe  posib'e  si  los  tales  partidos  se  ponen 
unos  frente  á  otros.  Me  temo  mocho  que  esto  produjera  algo 
parecido  á  lo  que  privaba  en  el  antiguo  régimen.  No  hay 
que  olvidar  que  los  decretos  de  Noviembre  ponen  á  ese  país 
en  situación  radicalmente  distinta  á  1»  de  Puerto  Rico  cuan* 
do  se  vsrificó  ahí  la  constitución  del  partí  io  liberal  ó  fusio- 
nista. 

JPero  sin  decir  nada  respecto  del  porvenir,  y  prometiéndo- 
me estudiar  seriamente  el  problema,  me  reinz^o  á  la  cuestión 
de  ahora  y  digo  que  la  recomendación  que  ncaho  de  hacer 
respecto,  en  primer  término,  á  la  conveniencia  de  momento 
de  repartir  las  representaciones  parlamentarias  y  políticas 
de  los  autonomistas  de  Puerto  R'co  entre  el  ma^or  número 
de  grupos  y  fracciones  de  la  política  peninsular,  corregiría 
ano  de  los  mayores  defectos  de  nuestras  anteriores  campa- 
Cías,  coya  falta  de  recursos  conoce  usted  muy  b'  >n.  No  se  me 
ocultan  los  inconvenientes  del  procedimiento.  Pero  los  pos- 
K>ngo  al  inmenso  peligro  del  aislamiento  ó  del  compro* 
i  niso  oerrado  eon  un  solo  grupo  nacional,  precisamente 


—  «06  — 

cuando  la  solución  autonomista  ha  sido  ya  aceptada  por ' 
ríos  grupos  y  partidos  de  la  Península. 

El  otro  extreme  de  mi  recomendación  tiende  4  evitar  la- 
indisciplina  de  los  autonomistas  de  la  Península  y  la  corrup- 
tela de  los  diputados  y  senadores  independientes.  Ya  sabe 
usted  bien  mi  opinión  decidida  sobre  el  particular,  efecto- 
de  una  larga  y  oostosa  experiencia.  Aquí  ustedes  no  necesi- 
tan de  patiooos  ni  de  aficionados,  sino  de  representantes  de 
un  partido,  sometidos  á  la  disciplina  del  mismo.  Ha  sido  y 
será  de  un  deplorable  efecto  que  dipotados,  senadores  ó  de- 
legados de  los  partidos  ultramarinos  pronuncien  aqui  dis- 
cursos y  publiquen  artículos,  al  parecer  con  la  representa- 
ción insular,  hablando  por  su  propia  cuenta  y  exponiendo» 
soluciones  quisa  contrarias  al  programa  y  al  sentido  de  los 
partidos  locales.  To  he  tenido  más  de  un  disgusto  con  este- 
motivo.  Beconosoo  el  pleno  derecho  del  publicista  y  el  ora* 
dor  á  decir  todo  lo  que  piense,  pero  esto  con  muchas  salve- 
dades. Entre  ellas  la  de  maroar  bien  la  diferencia  de  su 
opinión  particular  y  la  del  partido  y  la  de  no  hacer  de  nin- 
gún modo  campaña  contra  el  pareoer  i-e  este  ni  oontra  el 
dictamen  y  los  compromisos  desús  directores.  Llego  á  oon- 
venir  en  la  posibilidad  de  que  el  partido  insular  otor- 
gue conscientemente  una  representación  libre,  por  moti- 
vos especialísimos.  Pero  esto  no  es  ni  puede  ser  la  regla  ge- 
neral. 

Todavía  no  he  hablado  en  público  de  la  latente  indisei- 

Klina  de  la  últimas  representaciones  ¡parlamentarias  colonia- 
M  que  me  comprometieron  á  equilibrios  y  sorteos  que  no 
pienso  repetir  más,  por  que  resultaba  que  toda  la  responsa- 
bilidad era  para  mi  y  la  disciplina  sólo  á  mi  me  obligaba. 
Pero  el  peligro  para  los  representados  y  para  las  Antillas 
era  y  es  evidente.  Mi  recomendación  es  tanto  más  enérgica 
cnanto  que  la  afición  más  generalizada  entre  los  candidatos 
de  la  Península  á  la  representación  ultramarina  ea  fa  dé- 
las diputaciones  independientes.  Eso  no  debía  prosperar 
nunca.  Ahora  menos  que  nunca.  Por  eso  las  Directivas  ul- 
tramarinas deben  hacer  cotstar  aqui  su  personalidad  com- 
binándola con  la  de  las  representaciones  parlamentarias  y 
las  agencias  públicas. 

No  creo  que  haya  dificultad  invencible  sobre  estos  partí* 
calares.  Más  delicado  es  lo  relativo  al  modo  de  organiíar  esa 
Unión  autonomista.  ¿Quién  debe  presidirla?  A  mi  humilde* 
juicio,  persona  grata  á  todos,  de  positivo  prestigio,  de  espíri- 
tu conciliador  y  desde  luego  que  no  sea  el  presidente  de  nin- 


—   607   — 

gvLQ  de  loe  dos  grupos  que  van  á  fraternizar.  Yo  llegaría  i 
excluir  de  la  j  residencia  á  cualquiera  de  las  personas  que 
formen  faite  de  cualquiera  de  los  dos  Directorios.  Pero  no 
formulo  un  juicio  definitivo  porque  desconozco  el  persona) . 

Creo  que  deben  ustedes  buscar  el  Presidente  señalando 
condiciones  más  que  fijándose  en  la  persona.  La  edad, 
los  prestigios  históricos,  las  representaciones  oficiales,  el 
don  de  gentes,  la  respetabilidad  indiscutibles. . .  todas  son 
condiciones  que  aquí  utilizamos  mucho  para  excusarla  con- 
currencia de  las  pasiones  y  los  compromisos  personales,  fis- 
to debe  ser  obra  de  un  acuerdo  patriótico. 

Luego  las  Yicepresidancias  corresponden  naturalmente 
al  Sr.  Moños  Eivera  y  á  usted  en  su  calidad  de  presidentes 
de  las  antiguas  Directivas  autonomista  histórica  y  liberal 
A  fusión  lita.  En  defecto  de  cualquiera  de  ellos  las  personas 
que  designen  los  antiguos  Directorios.  Y  el  resto  del  Comité 
directivo,  por  mitad,  considerando  que  si  bien  en  el  partido 
fusión  i  ata  hay  bastantes  respetables  personas  que  nunca, 
fueron  autonomistas,  ia  base  sí  lo  es,  y  todos  se  encuen* 
tran  perfectamente  indentificados  con  los  decretos  de  No* 
viembre.  En  Cuba  no  ha  privado  esto.  Pero  en  Puerto-Rico 
no  veo  la  dificultad,  supuesto  que  se  haya  de  realisar  Jla 
Unión, 

Claro  se  está  que  en  todo  lo  que  llevo  dicho  hay  que  distin- 
guir aquello  en  que  hemos  convenido  los  tires.  Moret,  Gar- 
da Molinas  y  yov  de  lo  que  es  mi  propio  y  exclusivo  razona- 
miento. Es  posible  que  aquellos  señores  no  fundamenten  en 
parecer  y  au  consejo  absolutamente  como  yo.  Las  posicio- 
nes, los  anteceden  tes  y  Jos  compromisos  son  distintos.  Tam- 
po  co  sería  imposible  que  coincidiésemos  eu  todo*.  Mas  para 
el  efecto  político,  práctico  y  del  momento,  basta  con  que 
todos  coincidamos,   como  realmente  coincidimos,  en  dos 


Ante  todo,  en  la  solución  positiva,  que  consiste,  1.°  en 
la  Unión  de  Jos  dos  grupos  para  el  fin  arriba  señalado; 
3,°  en  el  carácter  local  de  la  Unión  autonomista  y  S.°  en  la 
necesidad  de  organizar  esa  Unión,  Liga  ó  Partido  de  una 
manera  eficaz,  con  una  Directiva,  un  Presidente  grato  á  to- 
dos y  poco  ó  nada  comprometido  en  las  vivas  luchas  de  estos 
"timos  diaa,  dos  vicep  residencias  repartidas  en  los  dos  gru* 

m  y  el  resto  de  los  individuos  del  comité  repartidos  por 

itad  entre  los  mismos  grupos. 

En  segundo  término,  todos  creemos  que  nada  pnede  haber 
ora  en  Puerto  Eico  superior  á  la  conveniencia  de  que 


—   608    — 

mediatamente  se  planteen  los  decretos  de  Noviembre  en 
condiciones  de  éxito  y  de  suerte  qne,  tanto  ahí  como  en  1* 
Península,  como  en  tola  i  partes,  pueda  se  -  defaadida  U 
experiencia  qne  se  realice  en  1*  pequeña  Antil^a  y  cintra 
la  cual  se  han  de  emplear  a'gunos  argumentos  que  propor- 
cionarían la  intriga  y  la  pasión  política  si  no  los  ofreciesen 
la  desunión,  los  antigoni*mos  y  los  error*?  de  los  antilla- 
nos. Frente  á  esta  última  hipótesis  tenemos  una  extraordi- 
naria confianza  en  el  tacto,  la  abnegación  y  el  patriotismo 
de  todos  u^edes. 

En  este  sentido  he  tenido  el  gusto  de  hablar  con  el  señar 
general  González  Muñoz,  persona  muy  simpática,  cubano 
de  nacimiento,  militar  de  méritos  mu?  probados  y  antori 
dad  saturada  de  nobilísimos  deseos  y  que  ve  con  todt  clari- 
dad la  gloria  que  reportará  del  éxito  del  difícil  empeño  qie 
ha  tomado  á  su  cargo  al  ir  á  esa  I*la  en  estos  aumenta*. 
El  Sr.  González  Muñoz  conoce  á  todos  ustedes  y  adema) 
tiene  en  esa  isla  muchos  amigos  y  algunos  parientes  Yo 
he  salido  satisfecho  de  ta  conversación  que  tuvimos  y  la  qne 
intervinieron  muy  discretamente  loa  Sres.  Moret  y  García 
Molinas. 

Hablé  poco  con  el  Sr.  Francia,  que  es  el  nuevo  secretario 
de  ese  Gobierno.  Me  pareció  persona  de  mucha  inteligencia  y 
de  exquisita  cortesía:  dos  condiciones  fundamentales  para 
gobernar  colonias  cultas.  Me  han  dado  ,n  formes  detenidos 
de  dicho  señor,  todos  satisfactorios. 

Por  tanto,  acaricio  la  esperanza  de  un  éxito. 
Debo  concluir  señalando  bien  el  carácter  de  todas  mil 
gestiones  y  mis  recomendaciones.  Por  mucha  que  sea  la  boa* 
dad  de  ustedes  y  por  amplias  que  parezcan  los  poderes  ooa 
qne  la  Directiva  de  ahora  ha  ratificado  los  que  me  tenia  otor- 
gados la  antigua  Delegación  autonomista,  yo  no  me  be 
creído  capacitado  para  establecer  aquí  un  compromiso  que 
á  ustedes  ob'igue.  Se  trata  de  cosa  que  se  ha  de  realizar 
exclusivamente  en  Puerto  Rio,  y  antes  he  dicho  cómo  yo 
entiendo  la  autonomía  y  de  qué  suerte  proclamo  y  aoato  la 
competencia  de  los  que  han  de  realizar  las  cosas  y  están  en 
el  escenario  donde  éritas  se  han  de  verificar, 

No  se  me  oculta  la  trascendencia  que  la  resolución  de  us- 
tedes ha  de  tener  en  la  Metrópoli,  donde  yo  espero  que  es  la 
próxima  primavera  ha  de  producirse  una  gran  agitación 
política,  con  motivo  ó  á  pretexto  de  la  cuestión  colonial.  Por 
esta  consideración  y  por  el  mucho  cariño  qne  yo  debo  á  Pner* 
to  Rico,  me  he  atrevido  á  hacer  los  razonamientos  anteriores 


— -   609   — 

7  á  formular  algunos  consejos,  después  de  escuchar  el  auto» 
ruado  y  patriótico  voto  de  loe  Sres.  Moret  7  García  Molina*. 
Pero  70  no  do7  mas  que  consejos,  sin  que  me  orea  desaira- 
do porque  ustedes  estimaran  el  problema  de  otro  modo  7  ai 
por  efecto  de  datos  7  oircunstanoiis  que  desconozco  resol- 
viesen algo  distinto  7  aun  opuesto. 

Bien  sabe  usted  la  energía  con  que  70  he  mantenido,  en 
relación  con  mis  amigos  de  Cuba  7  Puerto  Rico,  la  compe- 
tencia, me  atreveré  á  decir  la  superior  competencia  de  los 
que  aquí  estemos,  para  decir  lo  que  aquí,  en  la  Península, 
se  ha  de  realisar  en  provecho  de  las  Antillas  7  en  el  orden 
de  la  política  general  ultramarina.  De  esta  suerte  he  acep- 
tado, agradecido,  el  cargo  de  leader. — Pero  esto  mismo 
reduce  extraordinariamente  mis  pretensiones  cuando  se  tra- 
ta de  negocios  exclusiva  ó  principalmente  locales. 

Insisto  tanto  en  esto,  no  sólo  por  consideración  7  respeto 
á  esa  Directiva  7  en  vista  de  la  mayor  eficacia  de  la  resolu- 
ción que  ustedes  adopten,  sino  también  para  fijar  los  tér- 
minos de  la  responsabilidad  que  4  todos  nos  corresponde  en 
negocio  que  tengo  por  muy  delicado. 

Lo  que  si  puedo  asegurarle  e&  que  la  noticia  incompleta  7 
vaga  de  esta  inteligencia  que  aquí  disentimos  7  recomen* 
damos,  ha  producido  excelente  efecto  en  los  círculos  políti- 
cos madrileños  7  satisfacción  á  los  amigos  de  la  novísima 
reforma  colonial. 

Me  preocupa  mucho  el  desvanecer  la  sospecha  ó  el  temor 
deque  los  autonomistas  de  nuestras  Antillas  puedan  oponer 
la  menor  dificultad  4  la  instauración  del  régimen  autono- 
mista. Pero  deseo  más;  deseo  que  todos  pongamos  lo  nece- 
sario para  que  la  difícil  experiencia  de  ahora  sea  un  hecho 
7  lo  que  se  haga  en  Cuba  7  en  Puerto  Rico  en  eBte  primer 
período  nos  dé  fuerzas  de  todo  género  para  defender  la 
nueva  política  colonial. 

Quién  sabe  si  de  no  creer  70  que  este  es  un  período  crítico 
7  que  ahora  está  extraordinariamente  comprometida  la 
causa  autonomista  por  motivos  7  hechos  perfectamente  dis- 
tintos á  los  que  dificultaron  su  marcha  en  el  periodo  de  la 
propaganda;  quién  sabe  si  70  hubiera  determinado  mi  reti- 
rada de  la  campaña  después  de  proclamada  mí  satisfacción 
d*  haber  logrado  lo  que  casi  nunca  consignen  los  hombres 
p  iticoe:  la  victoria  de  mis  ideas  7  la  realización  de  mis 
e  eranzas!  Pero  no  es  esta  la  hora  del  desarme,  ni  aun  de 
1*  "etirada. 

>ara  concluir,  ruego  á  usted  felicite  á  todos  esos  queridos 


i 


—    110   — 

amigos  por  la  entrada  del  nuevo  año.  Can  fiemes  en  qnipor 
el  eefneiio  de  todos  la  Autonomía  *erá  en  1118  un  hwbf 
definitivo  para  gloría  de  Espafia  y  dicha  de  Puerto  fiioo. 

Queda  suyo,  etc.— Bafael  M.  de  Labra.— Madrid  26  de 
Diciembre  de  1S97. 


—   611    — 


Vil 


SOBRB  BL  OONOUaSO  DI  LOS  AUTONOMISTAS  ARTÍLLANOS 


i      A  principios  de  Diciembre  de  1S97,  la  numerosa   colonia 

^portorriqueña  de  Barcelona  celebró  en  el  famoso  reetaurant 
< Martín»  de  aquella  ciudad,  un  banquete  para  celebrar  la 
promulgación  de  loa  decretos  autonomistas.  En  aquella 
solemnidad  se  dio  lectura  á  un  extenso  manifiesto  de  los 
portorriqueños  de  Barcelona  4  sus  hermanos  de  la  pequeña 
Aníállla  y  se  acordó  enviar  extensos  telegramas  de  adhe- 
«6a  y  felicitación  á  Madrid.  Fui  jo  favorecido  con  el  si- 
guiente, publicado  luego  en  los  periódicos  de  Madrid  y  de 

¡  Barcelona: 

«Señor  Labra.— Senado. — Madrid. — Barcelona. 
Reunido  fraternal  banquete  crecido  número  entusiasmo 
inmenso  colonia  portorriqueña  celebrar  implantación  auto- 
nomía. Acordó  unánime  felicitar  á  Labra  iniciador  defensa 
colonias,  combatiendo.  Incansable  maestro,  apóstol  ideas 
triunfantes.  Comisión  hónrase  cumplir  acuerdo  enviando 
¿ratitud  Labra* — Cortón. — Malaret.— Colón.— Ointron.  — 
Cuchy.— Llorena.» 

¡      A  este  telegrama  contesté  con  una  carta  política,  que  re— 


L 


—   612   — 
produzco  como  demostración  de  mi  modo  de  ver  el  plan» 
teuniento  da  la  reforma  autonomista. 

También  escribí  cartas  análogas  á  autonomistas  muy  ca- 
racterizados de  Cuba;  pero  todas  ellas  de  carácter  intimo. 
No  tuve  motivo  ni  ocasión  para  más.  La  colonia  cabana  de 
la  Península  tampoco  hizo  demostración  alguna  por  aqnel 
entonces.  Sin  embargo,  creo  que  debía  haberla  hecho.  No 
es  insignificante  este  dato,  como  demostración  de  las  enor- 
mes dificultades  con  que  se  ha  tenido  que  luchar  en  la  Pe* 
i  imbuía,  par*  la  campaña  antcncmista.  La  falta  de  medios» 
y  aun  del  concurso  de  los  que  aquí  parecían  más  obligados 
á  ello  ha  sido  extraordinaria.  Con  esto  se  evidencia,  tam- 
bién, la  virtualidad  de  la  idea  autononomista  triunfante 
principalmente  per  su  propia  fuerza. 
He  aquí  mi  carta  á  los  portorriqueños  de  Barcelona: 

cSefíores  D.  Antonio  Cortón.— ^D.  Pedro  Malarst.— 
D.  Felipe  Colón.— D.  Melquíades  Cintron.— D.  José  Ca- 
ehy  y  D.  Luis  Llorens." 

Barcelona. 

Mis  distinguidos  amigos  y  correligionarios:  Su  felicita- 
ción de  ayer  me  ha  impresionado  prof nudamente.  Desde 
luego  por  el  cari  fió  con  que  me  saludan,  recordando  loa 
días  negros  y  el  período  rodo  de  la  propaganda  auto- 
nomista, cayo  éxito  ep  por  todo  extremo  fortificante  en  esta 
triste  época  de  los  pesimismos  y  las  apostadas. 

Yo  aeepto  ese  cariñoso  recuerdo,  pero  haciéndolo  extensi- 
vo á  aquellos  otros  hombres  que  tedavia  lucharon  y  pade- 
cieren más  qoe  yo  por  la  canta  de  Jan  libertadas  antillanas; 
h<  bre  todo,  á  aquellos  que  murieron  y  qne  no  btn  tenido  la 
compensación  de  haber  visto  resilladas  sus  profecías  y  sus 
predicaciones  inspiradas  en  el  conocimiento  profondo  de  la 
oYctrina  redentora  de  la  liberte d  y  en  el  santo  amor  á  la 
Falria:  al  grar  Saco,  al  inolvidable  Baldorioty.  a)  venerable 
Bi-inal.  á  Julio  Vizcarrondo,  á  Antonio  Ángulo  Heredia  á 
Manuel  Corchado,  á  José  Ramón  Betancourf,  á  Félix  Boca, 


—   613    —     • 

á  Nicolás  Azcárate,  á  los  C  omisionados  portorriqueños  y 
cobanos  de  1865,  á  los  diputados  autonomistas  de  1879  á- 
1805  y  á  los  portorriqueños  reformistas  del  69  al  73. 
{Qué  pléyade!  ¡Qué  enseñanza!  jGuánta  virtud! 

Pero  su  calinosa  felicitación  me  interesa  aún  más  que 
por  esto.  Ustedes  han  comprendido  perfectamente  que  la  ac- 
ción aislada  de  los  Gobiernos  no  es  decisiva.  Ustedes  de* 
muestran  que  en  momentos  romo  el  presente  es  obligado  el 
concurso  reflexivo  de  los  ciudadanos  y  celebran  la  publica* 
ción  de  los  decretos  autonomistas,  aplauden  á  los  Ministros 
que  los  llevan  á  la  Gaceta,  les  ofrecen  su  patriótica  coopera- 
ción y  envían  palabras  de  aliento  á  nuestros  hermanos  de 
Puerto  Bico  excitándoles  á  que  presten  su  caluroso  y  efi- 
cas  apoyo  á  la  instauración  del  nuevo  régimen,  con  aquel 
gran  ser  «ido  demostrado  en  toda  la  historia  de  Puerto-Bico 
y  que  haré  de  aquella  hermosa  y  culta  Isla  una  de  las  co- 
lonias ejemplares  del  mundo  contemporáneo. 

Recita  i.  ustedes  mis  excelentes  correligionarios,  mi  aplau- 
so en  tu/ insta  por  tan  discreta  y  patriótica  actitud. 

Poique  es  preciso  que  todos  comprendan  que  ni  el  nuevo 
iégim<  n  te  icstaura  allende  el  Atlántico  en  aquellas  circo n 8- 
Un  i  as  >fgn]i»rmeníe  favorables  para  su  éxito  con  que  nos- 
otros c  litábamos  para  asegurarla  experiencia  recomenda- 
da, ti  lo  qi  e  ahora  se  ha  hecho  es  te  rio  lo  que  h&y  que  hacer 
para  qn-  su  dé  por  lograda  la  difícil  campt  ña. 

Pediera  la  Autonomía  colonial  ?  cr  espacio  de  20  años» 
diapor  di*,  comí*  una  solución  de  gobierno  en  circunstancias 
ordinaria»  y  como  un  medio  de  evitar  corflictosy  desastres. 
Hoy  se  i.stf  ur*<  en  Cuba  en  condicionen  de  m  preño  a  dificul- 
tad, &  liorna  hora  y  como  un  reme  Jio  heroico,  principal- 
mente \  i.ra  terminar  la  guetra  cubana  y  para  conjurar  con- 
flictos i^*roacionales  de  todos  conocidos. 

Por  i'üi  parte,  estamos  sólo  en  el  tercer  i.cto  del  drama. 
El  prin^.ro  )(-  llenó  nuestra  propaganda:  e.l  segundo  lo  ca- 
racterizar) los  patrióticos  decretos  del  Gobierno  liberal. 
Ahort*  :  bistimos  áia  práctica  de  eso>  detraes:  al  plar-tea- 
mieijio  .'el  Luevo  régimen:  empresa  do  dificultades  por  todo 
extremo  imj  oner  í  s  Pues  bien,  para  este  empeño—  lo  re- 
pito—no batí»  h.  btena  voluntad  del  Gobierno* 

Ubtrdes  hacen  perfectamente  proel-,  miado  la  necesidad 
que  todoti  los  autonomistas,  singrh  i  inerte  los  que  viven 
las  Antilla     aporten  sus  eLÓr^icoe  esfuerzo**  á  esta  ebra 

fritísima  y  Trascendental,  con  tanto  mayor  motivo,  cuan- 

queá  mi  juicio,  en   el  actual  crítico  período  el  Gotierno 


—    614  — 

-de  la  Metrópoli  debe  dejar  libérrima  la  acción  de  las  Auti- 
llos, sin  intervenir  en  la  disposición  y  el  movimiento  de 
•sus  partidos,  si  bien  señalando  las  responsabilidades  loca- 
les y  confiando  principalmente  en  la  competencia  y  el  ci- 
vismo de  los  que  por  espacio  de  mochos  años  han  represen- 
tado en  aquellas  islas  el  doble  interés  de  la  Autonomía  co- 
lonial y  de  la  Soberanía  de  España.  Así  lo  impone  la  lógi- 
ca de  la  doctrina  oficialmente  proclamada,  y  es  natural  que 
el  Gobierno  se  preocupe  de  evitar  un  fracaso  en  la  primera 
prueba. 

Además  hay  que  insistir  hasta  pecar  en  lo  importuno9 
en  el  señalamiento  del  papel  que  ha  correspondido  á  Puerto 
Rico  en'todas  las  novedades  de  la  reforma  colonial  dentro 
del  siglo  que  vivimos,  fio  aquella  dulce  y  privilegiada 
tierra  se  han  ensayado  todas  las  reformas  más  peligrosas. 
Y  el  éxito  no  sólo  lia  demostrado  la  excelencia  de  los  prin- 
cipios, sino  que  ha  servido  de  argumento  y  estímulo  para 
intentar  enseguida  su  realización  en  otras  colonias. 

Lo  he  explicado  oieu  veces  recordando  lo  que  pasó  con  la 
reforma  del  Intendente  Ramiros  na  1816,  con  las  reformas 
políticas  y  sociales  de  1821,  con  la  representación  en  Cor- 
tes de  1469,  con  la  ley  municipal  de  1872,  con  el  sufragio 
universal  y  las  leyes  democráticas  de  1873,  con  ta  aboli- 
ción de  la  esclavitud  de  esta  última  fecha.  Por  eso,  sin 
duda,  decía  (y  no  á  mala  parte)  un  ministro  de  Ultramar 
cque  en  Puerto  Kioo  se  puede  hacer  todo  impunemente!. 

Por  lo  mismo,  y  porque  historia  y  nobleza  obligan,  los 
autonomistas  portorriqueños,  prescindiendo  de  los  agravios 
de  estos  últimos  años,  deben  hacer  los  imposibles  para  que 
los  deoretos  autonomistas  de  Noviembre  se  planteen  y  arrai- 
guen en  aquella  isla  de  un  modo  insuperable. 

Correspondo,  pues,  fervorosamente  al  saludo  de  ustedes 
y  me  asocio  á  la  fiesta  de  la  colonia  portorriqueña  de  Bar- 
celona en  honor  de  la  Madre  España  y  de  las  grandes  vir- 
tudes y  los  indiscutibles  éxitos  de  la  pequeña  Antilla,  á  la 
cual  tanta  devoción  y  tantos  favores  debo'  desde  ios  prime- 
ros días  de  mi  carrera  política. 

Ruégoles  se  hagan  eco  de  mis  seuti  miso  tos  de  profunda 
gratitud  cerca  de  todos  los  compañeros. 

Muy  suyo  afaao.  y  s.  q.  b.  s.  m., — Rafael  II.  de  Labra. 
— Madrid — 7 — Diciembre,  97. 


r 


IOS  PROBLEMAS  DE  ULTRAMAR 

EN  1898 
DISCURSOS  PARLAMENTARIOS 


-w 


ADVERTENCIA 


1 


En  el  primer  período  de  las  Cortes  de  1898  pronuncié 
cuatro  dia careos;  de  ello»  tres  relacionados  directamente 
eon  la  cuestión  colonial. 

El  extraño  á  este  as  a  uto  se  refirió  al  problema  siempre 
gravísimo,  hoy  como  nanea  imponente,  de  la  difusión  de  la 
enseñanza  elemental  en  España.  Cada  día  se  fortifica  y 
agranda  más  en  mi  espíritu  mi  ya  antigua  convicción  de 
que  el  desarrollo  de  la  instrucción  pública,  en  sus  términos 
primeros  y  elementales,  es  más  que  de  una  absoluta  nece- 
sidad, de  una  urgencia  abrumadora  en  nuestro  país,  donde 
ya  parece,  á  casi  todos,  indispensable  dar  ana  fuerte  base  á 
las  instituciones  democráticas  y  corregir  gran  des  y  transcen- 
dentales defectos  de  nuestra  deplorable  educación  histórica. 

Por  eso  he  puesto  mis  esfuerzos  respecto  de  aquel  parti- 
cular al  nivel  de  los  mis  atractivos  y  obligados  de  mi  carn- 
ea política,  protestando  en  todas  las  ocasiones  y  con  to* 

i  loe  pretextos,  contra  el  posible  supuesto  de  que  mis 


—  ti*  — 

trabajos  respondan  á  criterio  alguno  técnico  ó  á  afición  es- 
pecialista de  cnalqnier  génerj.  Yo  no  soy  nn  pedagogo.  Mi 
labor  es  esencial,  cuando  no  exclusivamente,  política. 

Loa  últimos  acontecimiento  y  la  angustiosa  crisis  que 
en  estos  instantes  casi  devora  á  nuestro  país,  han  llevado 
mi  predilección  por  esta  empiesa  al  último  grado  imagina- 
ble, He  llegado  al  punto  de  no  comprender  cómo  puede 
existir  pensador,  sociólogo,  estadista  ú  hambre  público  en 
España,  distraído  respecto  de  este  punto* 

Y  cuéntese  que  por  ahora  no  me  pYeocupa  la  enseñan* 
superior;  mucho  menos  la  gran  enseñanza  de  las  facultades 
universitarias.  Pongo  todo  mi  interés  en  algo  mas  modesto: 
en  U  enseñanza  elementa',  en  la  escuela  primal  i  a;  á  lo 
samo,  en  la  enseñanza  de  las  Escuelas  de  Artes  y  Oficios. 

Y  sobre  ello  pido,  como  de  necesidad  apremiante  y  snpre 
ma,  la  acción  combinada  del  Estado  con  sus  grandes  medios 
de  carácter  general,  en  vista  de  un  fin  político  y  los  esfuer- 
zos de  los  particulares,  con  sus  poderosas  y  entusiastas  ini- 
ciativas, en  vista  de  un  interés  social  (1). 


li)  Véase  mi  ditcurso  sóbrela  «ensenania  primaria  y  las  Bseuala* 
normal  s  «o  Bspana».  Lo  pronuncié  en  SO  de  Majo  de  1SSS. 

En  18  do  Mayo  de  1S95  pronuocié  otro  discurso  aatl  go  sobre  la 
EwHti'na  primaria  por  él  Bttaio.  9a  publicó  luego  ea  mi  libro  titulada 
CuñAtiom  tpalpitanUi  dé  Política,  Dtrétho  y  Ad*i(*f$tr*ri4».  \  rol.  Ma- 
drid, 18ÍH, 

También  pueden  verse  mis  discursos  publicados  en  mi  libro  MI  Coo* 
§réto  PtdagógUa  iberoamericano  dé  1812. 


~   §19   — 

Relaciono  con  esto  mi  solicitud  raspeóte  de  las  garantía* 
§  ue  exige  la  seguridad  individual,  ahora  más  comprometi- 
da que  otras  veces,  tanto  por  la  tradicional  petulancia  de  la 
burocracia,  la  omnipotencia  é  irresponsabilidad  de  la  ad- 
ministración judicial,  los  extravíos  del  jurado  y  el  recién* 
tisimo  y  por  nadie  estudiado  Código  de  Justicia  militar, 
oomo  por  el  pánico  que  han  producido  en  la  sociedad  espa- 
ñola las  guerras  de  Cuba  y  filipinas  y  los  últimos  sacudi- 
mientos anarquistas  de  Cataluña  y  las  Vascongadas. 

Pensando  en  ello,  me  propuse  en  estos  últimos  meses  re- 
petir las  gestiones  que  hice  en  las  Cortes  de  1895,  y  á  este  fin 
dirigí  al  señor  ministro  de  Gracia  y  Justicia  a'gunas  pre  - 
guatas  sobre  el  modo  de  cumplirse  actualmente  los  precep- 
tos legales  sobre  la  prisión  preventiva  y  respecto  de  la  ne- 
cesidad de  reformar  aquellos  preceptos  en  el  sentido  del  ma- 
yor respeto  al  honor  y  á  la  seguridad  personal  de  los  indi- 
viduoa(l). 

Pero  la  suspensión  de  las  sesiones  de  Cortes,  á  los  dos 
meses  escasos  de  reunidas  éstas,  hizo  imposible  el  desarro- 
llo qne  yo  me  proponía  dar  á  mis  trabajos  sobre  el  último 
punto  aludido. 


(1)  Véase  el  Apéndice  y  después  mi  diiearao  sobre  los  *rrcr$s  /««?• 
«foto,  pronunciado  fn  15  de  Abril  de  1805,  y  que  también  aparece  en 
el  libro  Cuutiomt  p*¡pU*nt—. 

De  ello  traté  también  en  ana  Conferece' a  pública  qne  di  en  el  Cenfre 
«•»  huh^teción  Comerefol  de  Madrid,  en  Junio  de  1SSS. 


—   620    — 

Por  tanto,  lo  más  vivo  de  mis  trabe  jos  parlamentarios 
en  el  primer  periodo  de  las  Cortes  abiertas  en  20  de  Abril 
de  1898,  consistió  en  mi  campaña  sobre  la  cuestión  colonial. 

De  los  tres  discursos  que  pronuncié  fobre  este  particular, 
el  primero  fué  el  de  10  de  Mayo,  con  motivo  de  varias 
alusiones  que  se  me  hicieron  en  el  debate  de  contestación 
al  Mensaje  de  la  Corona.  El  otro  discurso  fué  el  de  1 1  de 
Mayo,  con  motivo  de  la  aprobación  del  bilí  de  indemni- 
dad que  solicitó  el  Gobierno  liberal  por  haber  reformado 
el  orden  político  y  económico  de  las  Antillas,  mediante  les 
decretos  autonomistas  de  Noviembre  de  1897,  sin  la  inter- 
vención de  las  Cortes.  El  tercer  discurso  versó  sobre  la 
colonización  española  en  África  y  más  especialmente  sobre 
los  problemas  coloniales  de  Fernando  Póo.  Lo  pronuncia 
el  3  de  Jnnio.  Van  los  tres  á  continuación  de  esta 
Advertencia. 

Todos  están  intimamente  relacionados,  porque  demnes 
tran  la  faerza  y  la  transcendencia  verdaderamente  incom 
parables  de  la  rutina  y  de  las  preocupaciones  imperantes  en 
la  colonización  española,  aun  en  la  agonía  del  siglo  xix. 

Porque  todavía  en  estos  momentos  hay  quien,  después  de 
haber  realizado  ó  defendido  las  deplorables  empresas  colo- 
niales de  estos  últimos  diez  años,  habla  j  omposameute  de 
exigir  á  loe  demás  las  responsabilidades  entrañadas  en  Ja 
crisis  presente,  que  todo  el  mundo  (es  decir,  el  mando  que 
vive  más  allá  de  nuestras  fronteras  ó  alienta  fuera  de  nuea- 


—  621    — 

tros  cfrooloB  oficiales)  atribuye  á  las  torpezas  y  loa  pecados 
de  los  entusiastas  del  famoso  arimilismo,  á  los  detractores  y 
mixtificadores  de  la  paz  del  Zvojón  y  á  los  patrocinadores 
de  la  política  de  la  desigualdad,  la  desconfianza,  el  mono- 
polio y  la  guerra  á  todo  trance. 

» 

Todavía  en  la  hora  imponente  en  que  se  hunde  al 
imperio  de  España  en  Filipinas  y  se  da  el  caso,  verdade- 
ramente anómalo  y  único  en  nuestra  historia  colonial,  de 
que  la  gran  masa  de  la  población  indígena  se  una  al  extran- 
jero invasor;  cuando  las  órdenes  monásticas ,  due£L*s  en 
absoluto,  hasta  ahora,  de  la  sociedad  fi  ipina,  declaran  en 
documento  público  y  oficial,  que  son  incompatibles  con  toda 
clase  de  libertades  y  con  el  sentido  civil  de  la  civilización 
contemporánea,  y  en  fin,  cuando  se  patentizan  los  deseos 
que  loe  demás  pueblos  europeos  y  el  naciente  Japón  tie- 
d*b  de  adquirir,  en  todo  ó  en  parte,  aquellas  colonias, 
<cuyo  atraso  ó  abandono  proclaman  los  mismos  que  hasta 
hoy  las  gobernaron  y  administraron»  por  su  exclusiva  cuen- 
ta, fuera  totalmente  del  conocimiento  de  las  Cortes  y  al 
amparó  de  todo  género  de  protestas  efeotistas  y  de  alardes 
pedantescos  de  nna  competencia  que  han  desvanecido  los 
-desastres  presentes,  todavía  hay  quien  se  resiste  á  procla- 
mar la  necesidad  de  ponerse  inmediatamente,  allá  en  el  Ar- 
chipiélago asiático,  en  condiciones  de  analogía  oon  las  demás 
naciones  colonizadoras  que,  siguieudoan  procedimiento  radi- 
calmente opuesto  al  nuestro  en  estos  últimos  afios,  oonser- 


— -    S2Í   — 

Tan  sus  colorías  ricas,  prósperas  y  perfectamente  identifi- 
cadas oon  sus  Metrópolis! 

Todavía»  coando  se  patentiza  lo  desatentado  de  nuestra 
burocracia  y  lo  contraproducente  de  nuestros  recelos,  sus- 
picacias y  exclusivismos,  asi  en  las  Antillas  como  en 
Filipinas,  todavía  se  presenta  al  Congreso  el  presupuesto 
de  Fernando  Póo,  redactado  ni  mis  ni  menos  que  en  1 88a 
y  1890  (esto  es,  como  si  nada  hubiera  pasado  desde  enton- 
ces y  como  si  nada  sucediera  ahora)  en  términos  que  ha- 
cen imposibles  su  examen  7  su  discusión  y  de  modo  que 
implica  la  prepotencia  del  militarismo  7  del  clericalismo, 
7  consagra,  en  sus  formas  primitivas  y  más  provocadoras» 
todas  las  prevenciones  7  los  anacronismos  de  nuestro  dege- 
nerado régimen  colonial  I 

Pero  ¡qué  más!— ¿No  acabamos  da  oir  en  el  Congreso  es*. 
pafiol  que  la  Autonomía  colonial  ha  sido  un  fracaso  en  las 
Antillas,  cuando  no  la  causa  de  la  actual  guerra  con  los 
Estados  Unidos:  afirmación  no  menos  atrevida  7  falsa, 
pero  igualmente  efectista  7  perturbadora  del  sentido  moral 
7  de  la  conciencia  política  de  nuestro  país,  que  la  cien  ve- 
ces repetids  durante  el  curso  de  los  últimos  setenta  años  de 
que  las  declaraciones  generosas  7  las  reformas  políticas  de 
las  Cortes  deCádís  determinaron  casi  absolutamente  la  pér- 
dida de  nuestros  antiguos  Reinos  de  América,  maravillosa- 
mente administrados  y  predispuestos  (!!)  para  el  progreso 
pacífico  7 el  mantenimiento  del  imperio  español,  á  pesar  dala 


—    523    — 

que  orntra  esta  tesis  dicen  f]  alzamiento  de  Tnpac  Amará 
en  el  Feíú i  fines  del  siglo  xvm  eJ  informe  cfícial  del  Visi- 
tador Ai  teche,  las  Nofss  ¿«tretas  de  D.  Jorge  Joan  y  don 
A  nftnio  £  llce,  las  Memorias  y  lee  f  x^-OMuones  del  marqué» 
de  U  Señora,  les  disturba  y  df nuncios  de  lea  diputados 
*míríí*nci  fDÍaü  Cctí<8  de  18  12  á  3814  y  de  IS20  á  1821, 
y  ka  libros  con  ten»  pe  ranees  de  Ja  Revo!  ación  hí§  pano-ame- 
ricaoadel  ejemímstro  D.  Alvaro  Flores  Estrada,  del  magia- 
irado  peLÍcaalar  Urquinabta,  del  Consejero  1).  Jote  Ma- 
nuel Vhdillo  y  del  famoso  viajero  Guillermo  de  Humboldl? 
¿No  vemos  el  afán  con  que  to  jocas  genes  aborá atacan 
al  Gobierno  liberal,  por  el  tai  uetto  de  haber  concertado  oon 
loe  insurrectos  filipinos,  hace  une  a  meara  y  amo  medio  de 
obtener  la  pacificación  del  Archipiéago,  nnas  reforma» 
¡oljficas  de  que  por  mil  motivos  serla  ja  imposible  de  pres- 
cindir y  <G}o  tpTtn  miento  j  or  parle  de  Es[  afta  ha  servid» 
i  les  corleamericencs  de  j  retí  xto  para  legrar  que  los  taga* 
los  vuelvan  a  lt  vastarte  tn  armas,  confiando  en  que  por  el 
compromiso  del  comodoro  Dt  wey  y  del  Cocea!  norteameri- 
cano con  el  insurrecto  Aguinaldo  en  Singapoore,  a  princi* 
pies  de  1  £96,  esas  reformas  serán  un  hecho  definitivo  en 
ÍjJipTJie,  reconocido  y  consagrado  por  tedis  las  grandes 
lotfBciae  de  Europa  y  América? 
¿Y  no  es  ¡  afraile  la  ac  batan*  indiferencia  con  que  la 
y  orla  de  nuestros  politices  y  la  prensa  toda  acaban  do 
!  pasar  el  inverosímil  presupuesto  de  Fernando  Fóo,  res- 


1 


—    624    — 

pecto  del  caal,  asi  dentro  como  fuera  del  Parlamento  («n  «1 
Congreso,  solo  yo  hiblé;  en  el  Sanado,  nadie)  se  bao  u»d- 
tenido  las  mismas  añejas  prevenciones  y  el  mismo  arro* 
gante  desdén  con  que  hace  pocos  años  se  disentían  los  pre- 
supuestos de  las  AnliHas  ó  se  negaba  el  derecho  de  cueca- 
tirios  en  detalle  y  de  votarlos  por  partidas,  á  las  Cortes  da 
la  Nación? 

I Y  tenemos  el  agua  al  cuello! 

0  íalquiera,  al  ver  lo  que  sucede  y  al  oir  lo  que  se  dice, 
y  a  no  tener  otros  datos,  cualquiera  afirmarla  que  aquí  no 
ha  pasado  ni  pasa  nada. 

Nueva  demostración  de  mi  ya  vieja  tesis  de  que  lo  más 
grave  y  deplorable  de  nuastra  politioa  colonial— quisa  de 
toda  la  política  española— es  la  persistencia  en  el  error  y  el 
total  desprecio  del  escarmiento  propio  y  de  la  experieneia 
ajena. 

¿Quién  se  ha  cnidado  aquí,  en  el  circulo  de  nuestros  gu- 
bernamentales y  de  los  inspiradores  de  la  opinión  pública, 
de  estudiar,  con  aplicaciones  práoticas  á  los  actuales  pro- 
blemas de  España,  las  causas  y  los  pormenores  de  las  su- 
eeeivas  y  muy  parecidas  pérdidas  de  los  Países  Bajee» 
Portugal,  Italia,  la  América  Continental  y  Santo  Domingo» 
desde  el  siglo  xvi  á  esta  parte?— Porque  ya  debía  preocu- 
par la  repetición  del  hecho. 


—    «26 


Mis  discursos  sobre  la  cuestión  colonial,  y  señaladamente 
«1  primero,  necesitabm  un  complemento.  Por  eao  anunció 
en  el  Congreso  ana  interpelación  de  carácter  internacional. 
Ye  me  referí  á  ella  en  mi  discurso  del  10  de  Mayo,  advir- 
tiendo que  para  explanarla  necesitaba  conocer  el  Libro  Rojo, 
ósea  la  colección  de  documentos  diplomáticos,  coya  publi- 
cación preparaba  por  aquel  entonóos  el  señor  ministro  de 
Efltado. 

Después  ratifiqué  mi  propósito  al  cliso  n  ti  rae  el  pre- 
supuesto del  Minutario  de  Estado,  en  cuya  fecha  todavía 
no  se  había  repartido  el  Libro  Rojo.  Por  último,  á  fines 
de  Junio  formulé  de  un  modo  ofioial  mi  deseo  de  ser  con- 
testado  inmediatamente  por  el  Gobierno  (1). — Se  exou3Ó  de 
acceder  á  mi  deseo  el  Sr.  Bagaste,  presidente  del  Consejo 
de  Ministros,  alegando  motivos  de  esoasa  fueria,  por  lo  que 
me  vi  en  el  caso  de  presentar  una  proposición  incidental 
pidiendo  al  Congreso  que  declarase  que  el  Gobierno  debía 
dar  explicaciones:  primero,  sobre  ciertos  particulares  del 
Libro  rojo  recientemente  publicado,  con  deficiencias  pal- 
pables —y  segundo,  sobre  el  estado  de  nuestras  relacionas 


(1)    Vfese  «1  Apéadir •. 


—    626   — 

diplomáticas  á  fartir  de  fines  de  Abril  último  6  sea  desdéis 
focha  del  último Memore*  d*m  publictdo  por  nuestro  Gobier- 
no scbre  la  cuestión  con  los  Estados  Unidos. 

Pero  no  se  habla  en  el  Congreco  tiempre  que  ss  quiere. 

Se  necesita  ambiente  y  el  orador  politioo  debe  preocupar- 
fe  del  resoltado  inmtdiato  y  positivo  de  su  discurso.  El  de- 
bate que  yo  me  proponía  plantear  quisa  oreaba  dificultades 
a  algucos  grupos  parlamentarios.  El  interés  público  estaba 
en  un  debate  general  de  política  palpitante  y  yo  no  podía 
tratar  la  cueitión  internacional  de  pasada  ó  con  acalora- 
miento y  generalidades  que  de  ninguna  suerte  consiente  la 
materia.  ¡Poco  que  fe  me  criticaría  fuera  de  España,  si  yo 
hubiera  caído  en  la  dtb  lidad  de  hacer  nna  ioterpel  ación  ds 
este  género;  uta  interpelación  vaga,  retórica  ó  meramente 
sensacional! 

Abí  y  todo  me  dispase  i  decir  algo  sobre  este  importan* 
íisimo  punto,  recogiendo  dos  muy  beLé volas  alusiones  que 
me  hicieron  los  Bree.  Moret  y  Romero  Robledo  en  el  debate 
sobre  el  estado  de  Filipina?,  con  el  cual  se  cerró  el  primar 
periodo  de  las  Cortes  de  1897.  Pero  tampoco  pude  realizar 
mi  proposito,  porque  el  Gobierno  suspendió  de  pronto  las 
sesiones,  precisamente  el  día  mumo  en  que  varios  diputados 
republicanos  debíamos  hacer  uso  de  la  palabra. 

Siempre  costó  mucho  trabajo,  no  ya  convencer  sino  oonss- 
guir  de  la  generalidad  de  las  gentes  y  la  mayoría  de  nnes- 
tros  políticos,  que  escucharan  con  calma  esas  cuatro  afirma- 


—    627    — 

orones  4  cuya  defensa  y  desarrollo  he  dedicado  yo  macha 
tiempo,  en  el  carao  de  los  últimos  treinta  años:  1  .*  que  son 
cosas  muy  dirttintasneacofoaia  y  nna  provine**,  siendo 
por  tacto  Qa  absurdo  pretender  gobernarlas  del  propio  modo 
yon  diente  tomar  por  privilegio  el  reconocimiento  da 
superiores  fkcu  tades  para  la  propia  admiaistraoióa,  á  las 
corporacioDea  colonial ej,  á  cambio  de  mayores  responsabili- 
dades y  eargftg,  que  atribuí  las,  contra  natura,  á  las  Mitró* 
poií,  comprometan,  agobian,  desprestigian  y  haoen  fraoa- 
fiar  A  ¿itas,  cuales jaie-a  q»ie  sean  los  prove^-lns  qie  de  ello 
reporten,  por  el  momento,  la  burocracia  y  el  monopolio  in- 
dostrUl  y  mercantil. — 2.* que  ea  tod*  cuestión  co'onial  hay 
id bi bita  tina  cnestión  internacional,  de  donds  resalta,  de 
nna  p»  ne,  un  nuevo  obaúculo  para  trat  ir  á  las  colonia*  co- 
mo  meras  provincias  me'ropolitioas  y  di  otro  la  lo,  la  abso- 
luta necesidad  de- que  el  régimen  colonial  esté  en  harmonía 
oon  el  derecho  púb'ioo  universa'*  —3.a  que  la  doatriaa  del 
primer  periodo  de  la  E  U  J  Moderna  respecto  de  la  soberanía 
y  la  independentia  de  Us  naciones  se  ha  rectificado  en  el  si- 
glo actual,  y  que  por  tanto  no  es  exacto  que  una  nación  pás- 
ela hacer  en  su  propio  territorio  todo  cuanto  bien  le  pares- 
«a,  sin  contar  con  el  asentimiento  de  los  demás  pueblos  oul  • 
toa  y  prescindiendo  en  absoluto,  si  asi  se  le  antojare,  da 
las  condiciones  elementales  de  la  oivilisaoión  contemporá- 
nea, de  los  procedimiento*  usuales  en  todo  el  mundo  y  da 
las  bases  fundamentales  y  los  supuestos  corrientes  del  Dere- 


—    628   — 

rho  internacional  novísimo.— 4.a  que  no  es  dable  vivir  fuera 
del  concierto  del  mundo  y  que  España  urgentemente  debe 
poEerge  dentro  de  él,  tan  lejos  de  la  política  de  los  Pactos 
de  fiínilia  como  del  aislamiento  consagrado  por  la  Res- 
tauración borbónica  de  estos  últimos  años,  porque  aquel 
cambio  se  lo  imponen  su  representación  histórica,  su  posi- 
ción geográfica,  sus  compromisos  respecto  de  Portugal  y  de 
Marruecos,  la  seguridad  de  sus  lejanas  y  codiciadas 
colonias  y  los  complicados  problemas  que  en  ellas  se  han 
planteado  á  partir  de  la  primera  guerra  separatista  cubana 
y  de  la  penúltima  insurrección  filipina. 

Vi  réceme,  sin  embargo,  que  lo  que  recientemente  ha  su- 
cedido y  lo  que  por  desgracia  ahora  pasa  en  Eepaña,  ya  ha 
hecho  rectificar  muy  buena  parte  de  los  errores  que  sobre 
tcdos  los  particulares  antes  enunciados  privaban  de  modo 
tal,  que  los  que  sosteníamos  opiniones  opuestas  casi  vivía- 
mos de  la  compasión  de  los  demás,  cuya  petulancia  y  ca- 
yos desplantes  rajaban  en  lo  intoleiable.  Nuestros  aprie- 
tos de  última  hora  son  de  tal  eviienoia  y  tal  faena,  que 
cueeta  trabajo  suponer  que  haya  entre  nosotros  un  hombre 
de  mediano  juicio  que  no  se  dé  por  avisado  respecto  de  la  ur- 
gencia de  cambiar  de  procedimientos,  asi  en  la  política  co- 
lonial como  en  punto  á  relaciones  internacionales. 

Por  esto  me  preocuparon,  bastante  más  de  lo  qoe  hace 
tres  ó  cuatro  años  me  habrían  preocupado,  la  oposición  que  el 
Gotieroo  hizo  á  que  se  hablase  en  las  Cortes  sobre  nuestra 


r 


—     629    — 


política  internacional  y  la  perfecta  indiferencia,  cuando  na 
el  olímpico  desvio  con  qne  todo  esto  foé  tratado  por  casi  toda 
la  prensa  madrileña,  la  cual,  á  decir  verdad,  no  ha  escasea- 
do en  estos  últimos  días  8 as  equivocaciones  sobre  lo  qne  en 
1»  actualidad  priva  en  el  orden  del  Derecho  de  gentes  y  res- 
pecto délas  exigencias  qne,  al  amparo  de  éste,  podría  Espa- 
ña formular  ante  el  concierto  de  las  naciones  civilizadas. 

Pretendía  yo,  mediante  la  interpelación  anunciada,  fijar 
bien  los  términos  del  arduo  y  complicadísimo  problema 
colonial  qne  hoy  justamente  á  todos  nos  embarga,  y  mi» 
deseos  llegaban  al  pnnto  de  qne,  mediante  nn  debate  repo- 
tado y  ooncienzudo,  se  hiciese  en  España  una  opinión  ra- 
bonada y  de  fuerza  respecto  de  nuestra  verdadera  posición 
y  d*  los  medios  de  qne  podíamos  disponer  para  dar  térmi- 
no ala  guerra  que  sostenemos  con  la  América  del  Norte, 

Yo  no  he  creído  nunca  que  para  concluir  esta  bastasen 
nuestras  armas.  Siempre  he  creído  que  para  dar  cima  al 
problema  colom'aji  planteado  últimamente  en  nuestras  An- 
tillas, debíamos  liquidar  con  la  República  de  los  Estados 
Unidos,  y  yo  no  podía  ignorar  que  esto,  que  foé  ya  una  em- 
presa difícil  desde  1848  á  1854  y  de  1869  á  1878,  abona- 
ba ahora,  como  nunca,  la  participación  de  la  acción  inter- 
nacional ,  ya  recomendada,  en  el  primero  de  esos  periodo» 
históricos,  por  Inglaterra,  Francia  y  la  misma  España;  en 
e  >gundo  por  los  Estados  Unidos  y  las  Repúblicas  súdame- 
i     oas  y  en  los  actuales  días  por  los  hechos  y  negociaciones* 


.  —    630    — 

diplomáticas  de  Marzo  y  Abril  últimos,  registrados  en  el  él* 
i  timo  Libro  Rojo  del  Gobierno  español. 

Raya  en  la  insensatez  el  comprometerse  en  nna  larga  7 
costosa  lucha  sin  que  .  los  combatientes  se  den  me  liara 
cuenta  de  sn  posición  y  sas  recursos.  El  jingoísmo  ^  el 
crtiinUmo  y  la  patriotería  no  pueden  kfluir  en  «1  ánimo  7 
la  conciencia  de  los  hombres  serios  y  honrados  á  quienes 
sata  en  coman  dad  *  la  dirección  y  la  suerte  de  países  cu  toa. 
La  vicU  de  millares  de  soldado*,  la  fortuna  páb:ica  com- 
prometida en  barcos  costéeos  y  armamentos  7  fortificaciones 
imponented,  los  ahorros  del  atribulado  contribuyente  y  el 
honor  de  todo  un  pueblo,  no  pueden  estar  á  merced  de  la 
Retórica  y  dtl  Noticierismo.  Ya  excita  los  nervios  la  prí* 
vetiza  que  entre  nosotros  han  logrado  los  tácticos  de  c*fe  7 
los  estrategas  del  S  ilón  de  Conferencias,  a3Í  como  impone 
laevileruU  de  las  imprevi  dionea  y  los  despiltarros  de  nues- 
tra Administración  en  todo  lo  referente  á  la  defensa  mLitar 
del  i'hírt,  por  tierra  y  per  mar.  * 

Nue&fcra  tradicicnal  fe  en  lo  inverosímil,  lo  fantástico  7 
lo  milagroso  ahora  se  ha  demostrado,  por  modo  extraordina- 
rio, inventando  eecuedrae,  combaten,  artificios,  sorpresa*, 
vift  n-o  homéricas  y  babilónicos  desastres.  A  cada  momen- 
to se  habla  del  auxilio  de  tales  ó  cuales  potencias  extras» 
jeras,  y  con  la  misma  kri'idnd  se  protesta  contra  to  las 
ellas,  acusándolas,  unas  veces,  de  brutal  egoísmo  y  exigién- 
¿oIüb  oír*»  que,  espontáneamente  y  de  balda,  se  sacrifiquen 


—  «si  —  • 

en  nuestro  obsequio,  á  pesar  del  retraimiento  en  que  hemos 
Tivido  por  espacio  de  muohoe  años  respecto  del  concierto  y  ; 
los  intereses  deTresto  del  mondo. 

Y  todo  esto  se  dioe,  se  hace,  se  propala,  y  se  difande  sin 
meditación,  sin  estadio,  sin  mediano  conocimiento  de  las  oo- 
fl»8,  de  sos  antecedentes,  de  sos  cansas,  bajo  la  presión  del ' 
reporterismo  y  de  la  prensa  sensacional— únicos  medios  de 
información  y  casi  únicos  directores  de  nuestras   relaciones  * 
internacionales  y  á  poco  mis  de  la  actual  guerra  y  de  toda.  ' 
nuestra  vida  política. 

To  creía  que  esto  debía  terminar.  Como  creía  que  el  Go-  ' 
tierno  había  publicado  para  algo  eficaz  el  Libro  Rojo;   re* 
gbtro  de    indicaciones   cuya  ampliación  procedía   en  el 
seno  de  las  Cortes;  base  positiva  de  toda  clase  de  observa*  ' 
dones  que  de  ninguna  suerte  podíamos  referir  á  datos  publi- 
cados. *in  autoridad  ni  responsabilidad,  por  el  extranjero. 

Sin  agravio  de  nadie,  me  permito  dudar  que  existan  • 
m  España  mis  de  cien  personas  que  hayan  reoorndo  la» 
páginas  de  ese  libro.  Eu  nuestros  periódicos  y  revistas  no 
he  leído  un  sólo  artículo  sobre  ese  interesante  índice  de  par-  • 
U  de  las  recientes  negociaciones  diplomáticas  de  no  estro 
Gobierno,  desde  10  de  Abril  de  1896  á  23  de  Abril  de 
1898.  En  alguaos  diarios  de  Madrid  he  visto  un  mero  ex- 
tracto de  los  títulos  de  los  diferentes  artículos  de  aquel  Ín- 
dice. A  poco  que  se  hojee  el  libro,  se  advierte  su  gran  de- 
ficiencia. Muchos  despachos  y  notas  están  truncados  y  He- 
te 


-    634   — 

forma*  regulares  de  la  acción  política,  fia  España  no  hay 
grandes  asociaciones  libres  6  ligas  políticas  de  carácter  mas 
6  menos  transitorio,  ni  aqni  se  publican  semanarios  6  revis- 
ta* de  índole  independiente  pero  dedicados  con  preferencia  4 
la  critica  y  á  la  formación  de  la  opinión  pública  por  la  pro- 
paganda insistente  y  razonada.  Bajo  este  punto  de  vista  bisa 
pnede  asegurarse  que  pasamos  poruña  grave  crisis:  la  produ« 
oída  por  la  prensa  libre  y  noticiera,  muy  preocupada  de  lo 
sensacional,  señora  del  campo  y  con  ciertas  pretensiones,  no 
ya  sólo  de  hacer  la  opinión,  sino  de  dirigir  la  acción  polí- 
tica sustituyendo  á  los  partidos  que  califica  de  moldes 
viejos. 

Por  esto  y  por  otras  raaones  ereo  que  la  opinión  á  que 
ahora  me  refiero  hay  que  buscarla  en  el  Parlamento,  dondo 
tienen  su  lngar  la  representación  de  todos  los  partidos  «■• 
pañoles  y  su  sitio  las  personalidades  más  salientes  de  nnei- 
tro  país.  Allí  es  donde  pueden  y  deben  fijarse  las  posicio- 
nes, precisarse  los  compromisos  y  determinarse  la  resal* 
tanto  de  los  diversos  pareceres.  Para  ello,  sin  duda,  el  Go- 
bierno ha  remitido  á  las  Cortes  el  Libro  Rejp,  que  no  es,  oo 
puede  ser  más  que  una  base  de  información,  tanto  más  »a- 
toriaada  cuanto  más  disparatados  son  los  telegramas  y 
las  correspondencias  que  los  periódicos  nacionales 
y  extranjeros  fabrican  sobre  particulares  de  cierta  re- 
serva. 

Hasta  ahora  en  nuestras  Cortes  apenas  si  se  ha  hablado 


—   635   — 

de  [a  cuestión  i  eterna  cío  nal.  Casi  minease  habla  (1).  En 
la  legislatura  actual  ban  hecho  varias  preguntas  los  señores 
Osma,  Sánchez  Toca,  Cor  vera,  Gomas...  y  algún  otre  mis 
que  ahora  escapa  á  mí  memoria.  Yo  pronuncié,  sin  efecto 
inmediato,  mi  discurso  del  !0  de  Majo  señalando  esta 
dirección.  Y  últimamente  pe  han  hecho  en  el  Congreso 
dos  indicaciones  de  monta,  pero  muy  vagas:  una  del  señor 
Süvela,  propicia  á  adelantar  la  hora  de  la  pai  con  los 
Ef  tadoe  Unidos,  y  sobre  Ja  necesidad  de  salir  del  retrai- 
miento internacional,  á  cuyo  fin  era  preciso  entrar  en  el 
mundo  apercibidos  y  gin  las  manos  vacías,  y  otra  del  señor 
Gomero  Robledo,  partidario  de  la  prolongación  de  la  gue- 
rra j  de  que  3a  paz  ae  haga,  en  su  caso,  entendiéndose  Espa» 
fia  directamente  con  los  Estados  Unidos. 

Ya  me  parece  que  estas  indicaciones  bastaban  para  que 
Be  hubiese  discutido  la  materia,  fuera  de  la  vieja  preocupa- 
ción del  absoluto  secreto  de  Estado  qne  todavía  priva  entre 
machos  de  aquellos  diplomáticos,  de  quienes  tanto  se  bur- 
laba Bismark  al  hablar  del  «régimen  de  las  cortesías,  los 
rigodones  y  las  trufas»,   y  que  no  tiene  más  fuerza  que 


(1)  Véante  mis  discursos  sobre  la  Política  ééterior  dé  Un  conservadores 
tspañohs  (16  da  Enero  de  1885)  y  sobre  Las  relaciones  de  Sepa**  y  Ime 
rrpúblíe**  iudarntric^nas  (19  de  Marzo  de  1895).  También  me  permito 
citar  mi  diico.no  sobre  La  intimidad  Ibero-americana  ($  de  Noviembre 
d«  1992)  7  mi  discurso  Introducción  al  eurso  dé  histeria  dé  loe  relacioné* 
aatftrioru  dé  Stjtaña,  pronunciado  en  la  Secuela  de  Estudie*  superiores 
«el  Ateneo  de  18  de  Febrero  de  1807. 


rí 


—   «36    — 

las  preocupación ea  análogas  y  ya  rie  ahechas  sobre  la  itidia- 
ntibilidad  de  la  cosa  juzgada,  al  secreto  del  sumario  y  U 
reserva  é  intangibilidad  del  expediente  administrativo. 

No  quiere  decir  esto  que  un  Ministro  de  Negocios  ex- 
tranjeros está  obligado  á  decir  á  todo  ei  mondo  y  á  cada 
paso  io  que  sucede  en  las  Cancillerías;  pero  ese  Ministro 
tiene  el  deber  de  afirmar  so  reserva  cnando  llega  el  caao, 
afirmando  de  este  modo  sn  responsabilidad  y  dando  la  no- 
ta de  prevención  que  la  tal  reserva  implica;  sin  qne  asta 
reserva  pueda  ser  general  y  constante,  ni  el  discreto  silencio 
de  un  Ministro  pueda  obstar  á  que  los  diputados  y  senado- 
res, con  una  gran  libertad  de  palabra  y  una  posición  muy 
desahogada,  fijen  sus  posiciones,  aconsejen  al  país  y  hablen 
al  mundo  todo,  ignorante  de  otra  suerte  de  lo  que  se  piensa, 
siente  ó  desea  en  los  países  más  interesados  en  los  graves 
conflictos  internacionales. 

Aumentan  la  importancia  de  estas  observaciones,  de  nna 
parte,  la  circunstancia  de  que  las  sesiones  de  nuestras  Cor- 
tes se  habían  de  suspender,  como  se  suspendieron  y  por 
plazo  indeterminado,  á  fines  de  Junio:  y  de  otro  lado,  el* 
texto  del  art.  54  de  la  Constitución  española,  que  atribuye 
exclusivamente  al  Rey  las  negociaciones  diplomáticas,  al 
declarar  la  guerra  y  el  hacer  y  ratificar  la  paz,  dando 
después  cuenta  documentada  á  las  Cortes.  La  cooperación 
directa  de  las  Cortes  sólo  es  precisa,  según  el  art.  55,  para 
oeder  ó  agrandar  el  territorio  nacional.  En  estas  oondioio- 


—   637   — 

nes  ¿era  ocioso  oír  la  opinión  de  tas  Cortea  sobre  el  conflic- 
to actual  j  esas  posibles  ó  probables  soluciones?  ¡O  n^rá 
mejor  dejar  que  éstas  sarjan  da  improviso  y  se  impongan, 
sin  base  ni  conciencia»  como  tantas  otras  de  tres  años  á  esta 
psxte! 

Insisto,  por  tanto,  en  qne  habría  convenido  4  todos  (7 
particularmente  al  Gobierno)  qne  hubiésemos  discutido  ana 
interpelación  sobra  pjlíti&a  inter nacional,  en  la  qqi  cns 
proponía  tratar,  entre  otrod,  loa  siguientes  puntos. 

Ante  todo,  d-tseabü  conocer  aii  la  actitud  de  las  Repú- 
blicas su  lamericanas,  como  lo  que  cerca  de  ellas  ha  he* 
cho  nuestro  Gobierno  en  estos  dos  últimos  aüos.  La  defi- 
ciencia del  Libro  Rojo  en  este  particular  es  casi  asombro- 
sa. El  ponto  deba  preocupar,  en 're  otros  motivos,  por  dos 
muy  «cuajados. 

Primero,  porque  es  imposible  que  ha  ja  un  político 
en  Sur  América  que  no  vea  o' aro  qne  la  suerte  da  a--, aellas 
repúblicas  está  comprometida  en  al  resultado  de  la  empre- 
sa neo  metida,  audaz  mente  y  contra  todo  derecho,  por  los 
Estados  Unidos  en  Cuba,  sin  qne  basten  para  tranquilizar  á 
nadie  las  protestas  de  Washington,  referentes  á  la  fntnra  in- 
dependencia cuban*  y  al  desinterés  yaukae.  La  historia  y 
la  anexión  de  Tejas  son  muy  recientes  y  elocuentísimas  las 
protestas  con  que  la  casi  totalidad  de  los  representantes  de 
Sud- América  se  despidieron  en  1390  del  fracasado  Con* 
graso  Panamericano  reunido  en  Washington  en  I8S9,  por 


—   639   — 

iniciativa  de  Hr.  Blaíne,  para  consagrar  la  hegemonía  de 
Norte  América. 

Luego,  porque  es  público  que  ahora,  al  revés  de  lo  que 
enoedió  desde  1869  á  78 1  loe  Gobiernos  sudamericanos  uo 
han  hecho  demostración  alguna  en  favor  de  la  i  na  Dirección 
separatista  cabana,  y  porque  so  es  meóos  significativo  que 
las  demostraciones  de  simpatía  sudamericana  qne  acompa- 
ñaron á  los  Ettados  Unidos  en  su  campaña  de  1806  contra 
Inglaterra,  con  motivó  del  conflicto  ang  lo*  venóse  la  o  o,  no  se 
han  producido  ahora  en  relación  con  el  cenflicto  de  Norte 
América  con  Espefia. 

En  segando  término,  interesaba  mucho  que  se  pusiese  eo 
claro  el  procedimiento  usado  por  el  comodoro  Dcwey  y  el 
Gobierno  norteamericano  para  conseguir  el  alzamiento 
de  los  indios  filipinos  contra  España,  después  del  cual  la 
encuadra  yankee  no  ja  permaneció  indiferente  espectadora 
del  sitio  de  Manila  por  las  gentes  de  Aguinaldo,  sino  que 
cooperó,  más  é  menos  directamente,  á  la  efectividad  de  ese  ai* 
tic,  cuyos  efectos  probables  en  lo  relativo  á  la  seguridad  per- 
sonal de  los  sitiados,  han  movido  á  los  Gobiernos  europeos 
i  enviar  machos  barcos  de  guerra  á  la  bahía  de  Luaón. 

Porque  si  las  cosas  fueran  ó  hubieran  pasado  como  la 
prensa  noticiera  asegura,  parecerieme  la  conducta  de  los 
norteamericano*  por  completo  fuera  del  Derecho  de  gentes 
contemporáneo  que  consiente,  todavía  menos  que  el  uso  de 
ciertos  explosivos  y  de  materias  infestantes  en  la  guerra,  el 


r 


—   039  — 

asolamiento  y  amparo  de  tribus  y  muchedumbre  desorga- 
nizada y  de  cultura  incipiente,  eobre  sociedades  y  gobiernos 
civilizados.  Tan  no  lo  tolera,  que  precisamente  la  victoria 
de  la  anarquía  en  el  eeno  de  un  pueblo  culto,  se  entiende 
por  causa  bastante  para  la  intervención  activa  internacional 
en  la  sociedad  victima  de  tal  desastre. 

8obre  esto  si  que  era  indispensable  una  protesta  enérgica 
y  tucas  as  te  las  grandes  naciones  contemporáneas.  Pero 
esto  era  preciso  detallarlo  s£i  como  eiplicar  los  elementos 
(bu  cultura  positiva  y  sus  medios  eficaces)  de  la  actual  in- 
surrección filipina. 

En  tercer  lugar,  yo  hubiera  pedido  amplias  explicacio- 
nes sobre  muchos  vacies  de  las  negociaciones  registradas 
en  el  Libro  Rojo  6  cen  motivo  de  la  voladura  del  A/aine  y 
de  la  suspensión  de  las  hostilidades  en  Cuba. 

Casi  maravilla  que  nadie  en  España  se  haya  cuidado  de 
hacer  público  y  de  comentar  el  hecho  importantísimo  de 
qie  el  Gobierno  español,  en  22  de  Mario  de  1898,  comunicó 
á  todos  los  Gabinetes  europeos,  el  deseo  de  someterse  al  ar- 
bitraje de  éstos  «para  dirimir  las  diferencias  pendientes 
con  los  Estados  Unidos  y  las  que  en  un  porvenir  próximo 
pudieran  perturbar  una  pac  que  la  nación  española  deseaba 
conservar,  no  sólo  por  lo  que  á  si  misma  convenia,  sino  por 
lo  que  la  guerra  después  de  encendida  pudiera  afectar  á 
los  demás  países  de  Europa  y  América.  • 

Del  Libro  Rojo  resulta  que  los  Gabinetes  extranjeros 


—   G40  — 

no  respondieron,  por  lo  pronto,  coma  era  de  esperar.  Sólo 
Francia  contestó  calorosamente,  contrastando  con  este  ca- 
lor la  frialdad  de  Inglaterra,  Todavía  el  Gobierno  español, 
en  21  de  Marzo,  vuelve  á  requerir  á  loa  Gabinetes  extranje- 
ros, y  al  fin,  en  9  de  Abril,  los  representantes  de  seis  gran- 
des Potencias  europeas  en  Madrid  excitan  a  nuestro  Gobier- 
no á  acordar  (como  acordó)  tía  suspensión  délas  hostili- 
dades en  Cuba,  para  preparar  y  facilitar  la  paz.  * 

Es  bien  sabido  que  esta  gestión  diplomática  fué  precedí* 
da  inmediatamente  de  otra  análoga  hacha  por  el  Sumo 
Pontífice  cerca  del  Gobierno  de  Madrid,  al  propio  tiempo 
que  solicitaba  lo  propio  del  Presidente  Mao  Kínley  y 
que  este  último  era  exoitado  por  los  representantes  de  Eu- 
ropa eu  Washington,  á  que  «hiciese  valer  sus  sentimientos 
de  humanidad  y  de  moderación  para  llegar  a  un  acuerdo  con 
España  que,  al  propio  tiempo  que  aseguras*  la  paz,  diera 
las  necesarias  garantías  para  el  restablecí  miento  del  orden 
en  Guba.t 

Todo  lo  que  respecto  de  este  particular  y  de  lo  sucedido 
inmediatamente  después,  dice  nuestro  Libro  Rojo,  es  ds 
una  vaguedad  y  ana  confusión  excepcionales ,  De  ninguna 
suerte  se  explica  cómo  se  produjo  la  iniciativa  del  Papa, 
cuya  gestión  hay  que  aplaudir  con  tanto  calor  como  proce- 
de condenar,  lo  mismo  las  impías  excitaciones  de  los 
obispos  y  sacerdote*  católicos  de  los  Estados  Unidos  que 
ahora  claman  por  la  guerra  y  pidan  la  bendición  del  Pon* 


—  641    — 

tífico  romano  para  las  tropas  invaaoras  de  Cuba,  que  la 
actitud  poco  evangelio»  de  los  sacerdotes  que  en  Espafia 
agitan  las  pasiones  é  invocan  en  estos  momentos  al  Dios  de 
loa  ejércitos  y  de  las  victorias,  olvidándose  de  que  la  divi- 
nidad as,  ante  todo,  la  más  alta  representeción  de  la  Justi- 
cia, la  Paz  y  la  Misericordia, 

Tovmvía  no  subamos  el  positivo  alcance  de  las  respuestas 
de  Mr.  Mac  Kinley  a  las  recomendaciones  del  Sumo  Pon* 
tifies  y  de  las  Potencias  europeas,  aun  después  de  haber 
accedido  España  á  la  suspensión  de  las  hostilidades,  y  á 
parto  muy  considerable  de  lo  que  el  Gobierno  de  los  Esta- 
dos Unidos  pretendía,  con  una  arrogancia  de  muy  mal  gus- 
to, en  29  de  Marzo,  cambiando  de  repente  la  actitud  afeo- 
tilosa  mantenida  pocos  días  antes. — Ignórase  también  lo 
qoe  las  Potencias  europeas  hicieron  y  dijeron  después  del 
positivo  desaire  con  que  el  Gobierno  americano  respondió  á 
bus  gestiones  basadas  en  la  suspensión  de  las  hostilidades 
en  Cuba,  No  se  sabe  tampoco  qué  contestaron  el  Papa  y  los 
Gabinetes  europeos  a  la  recomendación  que  el  de  Madrid 
les  hizo,  al  propio  tiempo  que  accedía  á  sus  indicaciones, 
para  que  2a  deferencia  española  fuera  corresponpida  en 
Washington,  con  la  retirada  de  las  escuadras  y  el  abandono 
de  otros  medios  de  presión  que  constituían  un  positivo 
aliento  para  los  insurrectos  de  Cuba. 

En  este  orden  de  consideraciones,  la  merece  muy  princi- 
pal la  contestación  que  el  Papa  da  en  16  de  Abril    á  núes- 


¿ 


—   642   — 

tro  embsjador,  que  deseaba  conocer  la  última  pt  lahra[átl 
Sanio  Padre  en  esta  cuestión.  Según  el  Cardenal  Rampolla» 
Su  Santidad  cdeja  á  la  sabiduría  y  libre  acción  del  Gobier- 
aso  de  España  el  adoptar  las  medidas  que  juzgue  oecw 
>i ias  para  la  tutela  de  sn  derecho  y  dignidad...  y  reco- 
tmienda  que  no  se  precipiten  loa  Bocetos  y  que  ae  guarden 
•  la  calma  y  dignidad  que  tantea  simpatía*  han  granjeado 
ten  el  mundo  ciyiJisado  á  aa  buena  causa* . 

El  auxilio  no  es  mucho  ni  quizá  corresponde  al  éxito  que 
obtuvieron  en  España  las  anteriores  gestiones  del  Papa.  Li 
culpa  no  será  de  este;  pero  conviene  á  todos  que  esto  ae  pre- 
cise y  se  divulgue. 

Al  Mensaje  del  Presidente  Mac  Rio  ley  de  11  de  Abril, 
sucedió  la  votación  en  Washington  del  bilí  que  nos  expul< 
sa  de  Cuba,  fecha  lt  del  citado  mes,  y  en  21  de  Abril  el 
Gobierno  español  rompe  sus  relaciones  con  el  americano. 
Estos  hechos  fueron  explicados  por  nuestro  Ministro  de 
Estado  á  las  Potencias  extranjeras,  en  e!  Afetnorandu» 
del  23  de  Abril,  con  cuyo  documento  termina  el  Ubre 
Bqjo. 

Desde  entonces  hasta  la  fecha  no  sabemos  que  el  Gobier- 
no español  haya  realizado  gestión  alguna,  asi  en  Europa 
como  en  América  y  en  Asia.  T  eso  que,  en  estos  dos  áto- 
mos meses,  han  tenido  efecto  hechos  gravísimos  en  Filipi- 
nas, cuya  vecindad  esmaltan  China,  el  Japón  y  las  Indias 
francesa  é  inglesa.  Ni  siquiera  tenemos  una  ligerísima  no- 


^ 


—   «43   — 

tocia  del  efecto  producido  en  las  Cancillerías  europeas  por 
el  Memorándum  eepaflol  de  23  de  Abril  del  9ft. 

don  tales  antecedentes  no  me  parece  que  cataba  fuera  de 
lugar  mi  pretensión  de  qne  el  Gobierno  nos  dijera  algo  res* 
peetode  lo  sucedido  después  del  23  de  Abril  y  de  la  dispo- 
sición actual  de  las  Potencias  extranjeras,  sobré  cuyo  parti- 
cular conviene  desvanecer  algunos  recelos,  algunas  ilusio- 
na y  bastantes  vulgaridades.  Pongo  en  el  número  de  estas 
últimas  casi  todo  cuanto  se  dice  respecto  de  la  necesidad  de 
mantener  el  secreto  diplomático,  porque  sobre  que  nadie 
pide  á  nuestro  Gobierno  la  revelación  de  intimidades,  es 
evidente  que  en  punto  á  la  actitud  general  de  los  Gobier* 
dos  de  Europa  y  América,  el  de  los  Estados  Unidos  tiene 
qne  estar  perfectamente  enterado. 

Luego,  á  cada  momento  por  ahi  se  habla  de  la  disposición 
detalócual  Potencia  europea  para  regalarnos  barcos  y 
cañones  y  esgrimir  su  espada,  desinteresadamente,  en  nues- 
tro provecho.  Enseguida  se  anuncia  que  esa  misma  Poten  • 
cia  acecha  la  hora  de  quedarse  con  parte  de  las  Filipinas. 
Un  dia  cree  por  aquí  todo  el  mundo  que  el  Papa  ha  resuel- 
to el  conflicto  á  nuestro  favor;  á  la  semana  siguiente  se  da 
por  indiscutible  que  el  Pontifíoe  romano  se  ha  decidido  po  r 
si  Gobierno  de  Washington  y  sanciona  sus  conquistas.  ¿Es 
dable  continuar  en  estas  alternativas,  cuyo  último  resulta- 
do se  reduce  á  privarnos  de  toda  orientación  internacional 
y  a  comprometernos  en  empeños  imposibles? 


—    644   — 

Pero  además  yo  oreo  que  la  pos  i  don  tomada  por  nuestro 
Gobierno  en  el  Memorándum  del  23  de  Abril  no  ee  anacien- 
te. Lo  digo  con  tanta  mayor  franqueza  cuanto  que  90;  da 
los  qne  oreen  injustificados  los  ataques  que  se  han  dirigido, 
con  nna  vaguedad  extrasrdinaria,  á  Ja  gestión  diplomática 
española  desde  Enero  á  Abril  últimos.  Me  refiero  á  lo  qne 
resulta  del  Libro  Rojo  y  con  la  salvedad  ya  apuntada  res- 
pecto de  la  América  del  Snr.  Reservo  mi  juicio  definitivo 
para  cuando,  dentro  de  poco,  lea  los  demás  libros  diplomát .i- 
oos  del  extranjero. 

Ya  en  mi  discurso  del  10  de  Mayo,  hice  una  alusión  al 
papel  que  correspondía  á  España  en  el  conflicto  internado- 
nal  de  estos  momentos.  Sin  duda  alguna  los  derechos  y  los 
intereses  particulares  de  España,  atropellados  escandalosa- 
mente por  los  Estados  Unidos,  ocupan  el  primer  logar,  pe- 
ro no  lo  son  todo,  como  al  parecer  supone  el  Memorándum, 
Y  aun,  á  las  veces,  inenrriendo  en  nna  grande  contradic- 
ción y  rectificando  dos  terminantes  declaraciones  del  Presi- 
dente Mac-Kinley  en  sus  últimos  Mensajes,  parece  como  que 
nuestro  Gobierno  entiende  que  la  guerra  actual  es  un  nego- 
cio solo  de  los  Estados  Unidos  y  España. 

Yo  positivamente  creo  que  lo  que  sucede  ahora  en  Cuba, 
es  de  una  inmensa  transcendencia  en  el  orden  internacional. 
8e  trata  por  el  Gobierno  norteamericano  del  desarrollo  sin 
contemplaciones  de  la  política  Monroe  en  su  teroera  mane* 
ra,  en  daño  de  la  independencia  de  la  America  latina,  me- 


L 


r 


—   645   — 

Boeprecio  de  Europa  y  agravio,  de  samo  alcance,  del  Dere- 
cho internacional  que  ya  no  consiente  la  obra  de  la  con- 
quista ni  los  imperios  universales  ni  los  exclusivismos  do- 
lí lición,  rasa  y  continente. 

Prescindo  de  detallar  y  razonar  todo  esto.  Pienso  ha- 
eei  lo  próximamente  de  un  modo  adecuado. 

Sisteme  ahora  mi  protesta  absoluta  contra  los  término» 
del  bilí  americano  de  18  de  Abril,  ann  más  arrogantes  que 
los  intolerables  de  la  Santa  Alianza  de  1823  y  las  pro- 
clamas dé  Rusia  contra  la  integridad  de  Turquía.— Añade 
que  ese  bilí  es  peifectajmente  contrario  á  la  tradición  glo- 
riosa de  la  República  de  los  Estados  Unidos  en  punto  á 
Derecho  internacional:  tradición  mantenida  brillantemente 
por  Washington,  Jeffeson,  Monroe,  Lincoln  y  no  pocos  pu- 
blicistas y  profesores  ilustres  de  las  actuales  Universida- 
des y  Academias  de  repúblicas  norteamericanas  como  Hart 
y  Phelps.  Y  afirmo  que  sobre  esta  base  y  con  el  extrafio  dato 
referente  á  la  conducta  del  Gobierno  americano  en  Filipi- 
nas, debiera  el  Gobierno  español  requerir  vigorosamente  á 
las  grandes  Potencias  europeas,  á  los  Gobiernos  sudame- 
ricanos, y  en  general  al  concierto  político  del  mundo  con- 
temporáneo, para  que  resolviesen  el  conflicto  presente,  po- 
niendo coto  á  las  ambiciones  de  los  Estados  Unidos  que  en 
estos  momentos  olvidan  lo  que  para  su  vida  política  y  so- 
cial representaron  la  incipiente  prepotencia  del  militarismo- 
encarnado  en  Jakson,  después  de  las  empresas  de  la  Fio» 


—   646   — 

rida  y  de  Tejas,  y  el  enorme  crimen  consagrado  por  el 
mantenimiento  de  la  esola vitad  frente  á  la  lógica  de  la 
Constitución  de  1789. 

No  desconozco  qae  la  actitud  de  Europa  en  estos  momen- 
tos es  por  todo  extremo  deplorable.  Me  parece  mucho  peor 
que  la  observada  por  las  grandes  Potencias  hace  dos  años, 
con  motivo  del  conflicto  heleno  turco,  pues  que,  al  fin  y  al 
cabo,  entonces  la  iniciativa  del  conflicto  y  de  la  agresión 
fué  de  Grecia  y  ahora  todas  las  provocaciones  y  los  desma- 
nes están  de  parte  de  las  Estados  Unidos,  que  no  solo  han 
consentido  que  en  sn  territorio  actuase  la  Junta  separatista 
cubana  y  en  él  se  hiciese  nn  empréstito  y  se  preparasen 
expediciones  de  insurrectos  contra  un  Gobierno  amigo,  como 
era  el  español,  sino  que  cuando  por  la  proclamación  del 
régimen  autonomista  decaía  visiblemente  la  insurrección 
cubana,  la  han  alentado  con  el  envío  de  barcos  de  guerra 
yankecs  á  los  puertos  de  la  grande  Antilla,  con  la  simulada 
protección  á  los  reconcentrados  y  con* la  Agencia  del  cónsul 
Lee,  para  concluir,  primero,  con  nn  intentode  humillar  al 
Gobierno  español,  bien  manifiesto  en  la  exigencia  del  Go- 
bierno norteamericano  de  29  de  Marzo,  y  luego,  con  «na 
verdadera  provocación  de  guerra,  implícita  en  el  bilí  del 
Congreso  de  18  de  Abril. 

Llego  ál  punto  de  creer  que  lo  que  ahora  pasa  se  parece 
bastante  á  lo  que  sucedió,  hace  ya  cerca  de  nu  siglo,  oon  la 
repartición  de  Polonia. 


r 


—   647   — 


.  Después  dé  las  gestiones  de  Europa  oerca  del  Presidente 
Yir-Ktnley  en  7  de  Abril  último,  lo  que  ahora  encade  7 
lo  que  Europa  hace  ee  una  gran  vergttanza.  Tal  es  mi  pro* 
fonda  convicción;  map  para  que  el  mundo  la  comparta  en 
-absolutamente  indispensable  qne  se  demuestre  qne  el  Go- 
bierno español  ha  sido  activo  7  enérgico  7  que,  ron  perfecta 
conciencia  de  su  derecho,  de  su  posición  7  de  sus  medios, 
ha  hecho  las  reclamaciones  qne  corresponden  al  caso.  Y  esto 
nadie  lo  sabe. 

Gomo  nadie  sabe  lo  que  ha  impedido  al  Gobierno  español 
resolver  en  definitiva  sobre  el  corso,  en  vista  de  la  reserva 
mantenida  por  los  Estados  Unidos  y  España  frente  al 
.acuerdo  de  París  de  1856  7  en  vista  asi  de  la  reciente  des- 
trucción de  las  escuadras  españolas  como  de  las  resoluciones 
.norteamericanas  sobre  presas  marítimas  7  barcos  de  guerra 
•auxiliares.  No  discuto  la  resolución:  señalo  la  deficiencia» 

¿Es  esto  comprensible? 

Aun  dado  qne  al  Gobierno  español  le  paresca  perfecto 
cuanto  hace,  ¿la  gravedad  de  la  crisis  presente  no  impone 
la  consulta  á  la  opinión  pública? 

Sé  bien  que  ahora  se  discute  el  punto  de  la  intervención 
-europea,  sosteniéndose  por  algunoe  que  cuando  se  haTa  de 
¿eoer  la  pss,  España  debe  entenderse  exclusivamente  con  los 
Estados  Unidos,  porque  cualquiera  otra  potencia  extranje- 
ra, después  del  abandono  en  que  todos  los  extraños  nos  hap 
dejado,  se  preocupará  solo  de  cobrar  el  corretaje.  No  tengp 


—   648  — 

para  qué  discutir  aquí  es»  tesis  que  pide  mucha  discusión». 
Porque  oo  es  dable  olvidar  lo  que  entrafiuba  nuestro  aisla» 
miento  internacional  ni  la  clase  de  apoyo  que,  tanto  ahora 
como  desde  1848  á  54,  España  ha  deseado  de  Europa  res* 
pecto  de  Cuba,  ni  les  condiciones  en  que  generalmente 
se  han  ofrecido  6  solicitado  los  auxilios  internaciona- 
les, ni  en  fin,  las  tremendas  exigencias  que  respecto  de 
Turquía  tuvo  Busia  en  San  Estefano,  y  recientemente 
Turquía  respecto  de  Grecia,  exigencias  que  no  prospera- 
ron merced  á  la  acción  internacional  europea,  consegra 
da  respectivamente,  por  los  tratados  de  Berlín  y  Constan- 
tinopla. 

Pero  repito  que  esa  no  es  la  cuestión  de  ahora,  y  que  de- 
todas  suertes  pide  especial  debate.  En  lo  que  importa  al  fin 
de  estas  líneas  y  á  la  publicación  de  mis  recientes  discur- 
sos del  Congreso,  diré  que  los  argumentoe  antes  menciona- 
dos corresponden  á  otro  punto  de  vista  enteramente  distinto 
del  que  jo  he  tomado  para  estimar  la  posición  de  Espaila- 
en  el  conflicto  presente. 

Yo  no  creo  que  hoy  se  ventila  tan  solo  un  puro  interés  €8* 
pafioh  Creo  que  nuettra  causa  es  superior;  que  España 
representa  un  gran  interés  internacional. 
£  Has,  como  astee  he  dicho,  de  nada  de  esto  pudimos  tratar 
en  el  Congreso,  cuyas  sesiones  se  suspendieron  en  JanJa- 
de  1898,  de  repente,  pero  no  sin  la  calurosa  protesta  de  he 
republicanos,  que  ahora,  como  en  Junio  de  1898,  fueren  k» 


—   649  — 

4*icoi  que  defendieron  las  prerrogatiTas  y  el  prestigio  de 
las  Cortee. 

Por  todo  esto,  cnanto  más  lo  medito  menos  me  puedo  ex* 
plisar  la  resistencia  del  Gobierno  y  ano  de  boena  parte  de 
la  prensa,  á  qns  ahora  se  disentiese  el  problema  internacio- 
nal y  se  tratara  en  las  Cortes,  oon  toda  la  amputad  necesa- 
ria, la  cuestión  política  de  las  Antillas  y  de  Filipinas. 

Eea  resistencia  es  nna  reproducción  do  la  qne  desde  182 
á  1S22  se  opuso  por  nuestros  políticos  á  que  se  tratase  en 
el  Congreso  el  punto  de  la  insurrección  de  Amérioa  y*  de 
las  medidas  politices  que  eran  indispensables  para  detener 
ó  resolver  aquélla,  con  toda  urgencia, 

Ta  lo  recordó  en  el  discurso  que  pronunció  en  el  Senado 
en  30  de  Hayo  de  1897,  cuando  combatí  resueltamente  el 
)\*m*do  sikncio  patriótico  qu*  b*  qnecl*  imponer  ala  so- 
ciedad espalóla!  respecto  de  la  guerra  y  en  general  del  pro- 
blema de  Cuba. 

Desde  1820  i  1822  hubo  un  empeño  manifiesto  de  parte 
de  loe  diputados  en  cometer  exclusivamente  al  Gobier- 
no la  inteligencia  y  resolución  del  problema  americano» 
JB1  Gobierno  por  su  lado  tenia  idéntico  interés  en  cargar  la 
.atención  y  la  responsabilidad  á  las  Cortes.  Por  Unto,  ni 
éstas  ni  aquél  hicieron  nada. 

Fué  desatendida  la  patriótica  proposición  del  diputado 
peninsular  Golfín  y  la  Exposición  de  les  cuarenta  y  cinco  di* 
pntados  americanos,  ambas  de  sentido  autonomista.  Para. 


—   660    — 

detener  el  crecimiento  del  separatismo  ae  ideó  ana  nue?*, 
aparatosa  ó  inútil  comisión  que  había  de  ir  A  América  4 
**r  r  utudiar  é  informar,  Y  en  loa  miamos  dita  en  que  To» 
rano  7  Mosooso  hacían  grandes  y  sonoras  protestas  de  ia* 
transigencia  y  fiereza,  recomendando  á  España  una  pe* 
litiea  de  rigor;  allá  en  Méjico  se  firmaba  por  el  Virrey  a* 
pañol  ü'donojú  (que  sustituyó  al  conde  de  Venadito,  di- 
funto por  la  rebeldía  eq  anula)  el  tratado  de  Córdova  coa 
el  reconocimiento  del  plan  de  Iguala  proclamado  por  Itur- 
bide.  Ea  decir,  se  reconocía  muchísimo  mis  de  lo  propuai- 
to  por  los  cuarenta  y  cinco  diputados  americanos:  se  reco 
nocía  la  independencia  de  Méjico. 

La  lección  no  se  aproveché  tampoco  en  1897*  El  liítn- 
ció  patrió ÍÍcú  ee  no?  impuso.  Vino  luego  el  gran  pinico  del 
verano  de  aquel  afio,*.  y  ya  a  abe  moa  desgraciadamente  q  ni 
la  gnerra  no  concluyó.  Como  no  habría  concluido  en  ISTS, 
mn  el  pacto  del  Zanjón. 

¿hora  el  Gobierno  y  la  prensa  de  Madrid  no  han  querido 
que  «e  disco t a  más  en  el  Congreso ■ . .  £¿ta  bien .  Haciendo 
lo  contrario»  laa  Cortea  de  1812  y  laa  de  1836  i  1840  bosta- 
vieron  el  espíritu  del  pais  ó  hicieron  posible,  primero,  el 
arraigo  del  régimen  oonatituciocal  en  España,  frecte  al 
cari  tamo  que  solo  por  el  entaaiaamo  liberal  y  por  Idi 
intereses  económicos  oread oa  por  laa  Cortea  faé  vencido; 
luego,  el  tratado  de  Elliot  y  la  Cuádruple  Alianza;  ea  decir 
el  apoyo  europeo  ó  mejor,  del  mando  caito,  para  la  im* 


—   651.  — 

tauradón  y  defensa  del  nuevo  régimen  en  Espafia,  asi 
como  para  la  rápida  terminación  de  la  primera  gnerra  oar- 
liste,  que,  como  todas  las  guerras  civiles,  concluyó  por  un 
convenio. 

Nadie  hablará  desde  la  gran  tribuna  d«  las  Cortas.. .  Be 
hablará  demasiado  en  las  calles,  los  cafés  y  los  casinos» 
No  se  hará  la  opinión  (áblica.  Los  sucesos  se  precipitarán. 
Se  nos  impondrán  soluciones  improvisadas  sabe  Dios  por 
quién  y  de  qué  manera;  y  quedará  probado,  á  gusto  de  los 
adversarios  del  régimen  parlamentario,  que  las  Cortes  son 
meros  aparatos  para  los  dias  de  fiesta. 

Declino  en  absoluto  la  responsabilidad  de  tantos  dislates. 
No  entra  esto  por  poco  ep  mi  decisión  de  publicar  este  libro, 
con  el  cual  ratifico  mi  profunda  fe  en  la  eficacia  de  la 
propaganda  y  mi  profundo  respeto  á  la  opinión  pública 
consultada  y  suficientemente  requerida,  ilustrada  y  eman- 
cipada de  Us  Jraiti  hechas,  de  la  presión  del  reporterismo- 
sensacional  y  de  las  sugestiones  de  un  mal  entendido  patrio- 
tierno  que  cimentan  nuestra  deplorable  instrucción  priman* 
y  nuestra  desastrosa  educación  histórica,  combinadas  oon  el 
predominio  de  la  jactancia,  la  fantasía  y  la  leyenda  en  el 
desarrollo  general  de  nuestra  vida. 
2  Seriamente  preocupado  de  esto,  procuré,  en  todo  lo  que  va 
de  afio  y  en  buena  parte  del  pasado,  contribuir  fuera  de  la* 
Cortee,  á  rectificar  enormes  prejuicios  y  colosales  errore» 
respecto   de  lo  que  sucedía  y  pasaba  en  el  extranjero; 


—  652  — 

oon  cuya  firanoejnotificación  me  proponía  evitar  i  mi  pito 
tremendas  deoepciones  y  sorpresas  abrumadoras  como  las 
que  ahora  todoe  sufrimos. 

Porque  es  indispensable  que  se  corrija  la  manera  de  en- 
señar la  Historia  en  nuestras  Escuelas.  Hay  que  decidirse 
i  oombatir  enérgicamente  la  oampaña  que  por  ahi  se  haca 
de  nuestra  incomparable  superioridad  en  punto  &  valor, 
energiay  suerte,  recursos,  derechos,  etc.,  eto,  frente  i  frente 
del  mundo  entero. 

Eso,  que  es  deplorable  en  tietopo  ordinario,  es  desastroso 
en  periodo  de  guerra,  porque  raras  veoee  las  oosas  pasan 
i  medida  del  deseo.  Y  la  jactancia  cuesta  cara. 

En  todos  los  tristísimos  sucesos  del  día  encuentro  yo  dos 
causas  poderosas:  una  administración  casi  tan  deplorable 
como  )a  francesa  la  víspera  de  Sedán  y  una  propaganda 
verdaderamente  insensata  sobre  nuestros  medios  y  las  con* 
iliciones  de  nuestros  adversarios,  propaganda  que,  cayendo 
sobre  una  educación  histórica  lamentable,  ha  perturbado 
gravemente  á  nuestro  país,  cuya  bravura  y  cuya  abnegación 
indudables  necesitaban  mejores  directores. 

A  este  patriótico  propósito  respondió  la  publicación  de 
mi  libro  titulado  La  Repúilíca  de  Jos  Estados  Unidos  de 
América:  libro  que  repartí  profusa  y  gratuitamente  (según 
mi  costumbre)  entre  nuestros  hombres  políticos  y  las  perao- 
tías  que  de  cualquier  modo  po  trían  influir  en  la  opinión 
pública  espafiola. 


—  M*  — 

Em  libro  no  tiene  más  que  ao  mérito;  eos  numeroso*  de- 
*os  tomados  de  les  publicaciones  mis  recientes  de  loe  Arta- 
des  Unidos,  al  punto  de  qne  oreo  qne  no  hay  otro  trabajo 
más  palpitante. 

De  eeoe  datos  resulta  qne  los  Estados  Unidos  tenían,  en 
1*90,  unos  63  millones  de  habitantes  (hoy  pasan  de  70),  de 
lee  cuales  más  de  nueve  millones  eran  extranjeros,  y  de  ée- 
*tas,  tres  millones  alemanes,  dos  millones  irlandeses  y  uno  y 
*ptoo  ingleses  y  escoceses.  La  población  viril  pasaba  de  32 
•milloaea  de  individuos.  Ea  1800  la  población  era  de  cinco 
j  pico  millones:  en  1830.  de  trece  millonee:  1870  de  treinta 
.y  ocho  y  medio;  en  1880  de  algo  mis  de  cincuenta,  tíolo  el 
13  por  100  no  sabia  leer  ni  esoribir.  El  ejército  de  paa  dis- 
ponía, hace  cinco  a&os,  de  2118  oficiales  y  25.000  solda- 
•dos:  pero  la  milicia,  que  se  podía  morilisar,  en  1890  subía 
4  trece  y  medio  millqnes  de  hombres  hechos.  Los  bar- 
eos,  en  1896,  eran  seis  aooraaados,  cuarenta  y  cuatro  cru- 
ceros y  muchos  buques  servidos  por  15.500  marinos  de 
todas  clases.  Por  aquel  entonces  estaban  cinoo  aoorasa- 
des  en  oonstruoción  y  nueve  oruoeros  y  diecinueve  torpe- 
deros. 

Era  y  es  la  extensión  territorial  de  los  Estados  Unidos 
¿(9.212  kilómeros)  algo  superior  á  la  del  Canadá,  cerca  de 
la  mitad  de  la  América  del  Norte,  y  casi  igual  á  la  de  toda 
Europa.  Solo  el  Estado  de  Nueva  Tork  es  tan  grande  como 
Inglaterra.  Las  dos  Virginias  y  las  dos  Carolinas  juptas 


"1 


mm    tU    — 


son  tan  ex  tone  as  como  España.  El  Estado  de  Texas  «a  más 
que  Austria  Hungría.  Bennidos  Jos  diecisiete  Estados  del 
Este,  ó  eea  de  la  costa  del  Atlántico,  eon  mas  que  Alema- 
nia y  Francia  juntas. 

El  prca  opuesto  de  la  Federación  (es  decir,  dejando  aparta 
los  presupuestos  de  los  Estado e)v  onbeá  2.290  millones  de 
pteetas:  al  de  Eepsfia  á  833  milloief,  el  cY Italia  á  I,TGJr 
el  de  Inglaterra  á  2,300  y  el  de  Francia  ó  3  3£0.  En  G  ca- 
rra, ordinaria  mente  gastaban  los  Estados  Unidos  SCO  millo 
ses  de  pesetas,  y  en  Marina  162. 

La  producción  del  hierro  es  los  Estados  Un  idee  llegó  en 
J  855  al  §*•  de  la  producción  total  del  mundo;  la  del  acero 
il4,°Li  maquinaria  de  vapor  estaba  representada,  en 
Norte  América,  en  1892,  por  oineo  y  medio  millones  de 
caballos,  en  Ir g] aterra  por  cerca  de  siete  millones,  en 
Alemania  por  cinco  y  medio,  en^  Francia  por  tres.  La 
producción  agtKcla  re  calculaba  en  3.200  millones  de 
francos  al  aEo;  la  industria  en  cuarenta  y  oineo  mil  mi- 
llonea. 

I<a  fortuna  total  de  la  república  americana,  según  mistar 
Carnegie,  en  tu  Dan  o  cracia  ttiunfanU^  era  en  1S¿0  de  mi- 
llones 42.15»  de  francoe;  la  de  Inglaterra,  de  I  J2.50O  mills- 
nes.  Pero  en  1892,  Inglaterra  llega  4  218  millones,  y  en 
188»,  los  Estados  Unidos  alcanzan  la  cifra  de  250  millonee; 
el  eño  95,  la  cifra  es  64.000  millones  de  duros!  I  Asi  Mr.  Mol- 
ha],  en  su  Diccionarw  Í€  la  Estadística  dé  1894,  asegura. 


j 


r 


—  65*  — 


ese  la  riquesa  total  de  loa  Estados  Unidos  ara  do  237.375 
sillones  de  francos,  y  so  ienta  nacional  do  35.500,  siendo 
ti  capital  do  toda  Europa  nn  billón  de  franooo.  T  otro  ee- 
aritor  calcula  que,  siguiendo  la  prosperidad  de  estos  iltimoe 
afios,  les  Estados  Unidos  de  América  en  1945  tendrán  ISO 
millones  de  habitantes  y  250.000  millones  de  daros  de 


A  todo  etto  hay  qne  añadir:  1 .%  que  en  la  guerra  separa* 
lista  de  1860  65,  cuando  el  Gobierno  del  Norte,  después  del 
fracaso  del  inerte  Somter,  (porque,  al  principio  de  la  gue- 
rra, la  suerte  fué  casi  siempre  adversa  al  Norte),  en  1861, 
Hamo  a  las  armas  á  75.000  voluntarios,  respondieron 
100.000.— 2. #,  que  en  la  batalla  deHalveru  Hill(l.°de  Julio 
de  1862}  cada  uno  de  los  dos  ejércitos  del  Norte  y  del  Sur 
se  cemponia  de  100  000  hombres,  y  que  la  vispeta  de  e¿ts> 
batalla,  el  Presidente  Lincoln  puso  sebre  las  armas,  solo  en 
el  Norte,  300.000  hombres,  y  á  los  jocos  diasy  por  efecto 
de  la  retirada  del  general  Pope,  otros  300.000.— 3.°  que  el 
ejército  del  Potomao  mandado  por  Orant.en  Hayo  de  1863, 
sabia  a  140.000  soldados  y  las  bajas  délos  dos  ejércitos» 
desde  Mayo  á  Junio,  sobre  el  Espidan,  pasé  de  86.000  hom- 
bres.— 4.*,  que  el  ejército  mandado  por  Sherman  á  fines  do 
18(4,  en  Georgia,  era  100.000  soldados,  y  el  de  Orant,  dos 
meses  antes  de  terminsr  la  guerra,  frente  á  Lee,  subia  á 
•00.000.— 5. •,  que  la  guerra  de  aquellos  cuatro  afios  costó" 
i  los  Estados  del  Norte  tres  millones  de  duros  por  dia  y 


—  456    — 

una  deuda  de  cero*  de  tree  mil  millonea  de  pesos,  sports 
1»  deuda  de  los  Estados  del  Sor,  que  subió  á  des  mil  mi* 
llenes  7  laa  pérdidas  de  hombree,  que  exoedieron  de  na 
millón, — 7  6.°,  que  eu  la  guerra  que  los  Estados  Unidos 
eoetovieron  oon  Méjioo  desde  1846  á  43  (euando  la  Repúbli- 
ca norteamericana  tenia  23  millonee  de  habitantes),  el  Go- 
bierno de  Washington  paso  i  disposición  dal  general  Tkj- 
lor  60.000  hombres,  7  á  las  órdenes  del  general  8oott  otros 
10.000  soldados,  siendo  los  gastos  de  estos  dos  afios  de  U- 
oha,  terminada  en  dafto  de  Méjico,  por  el  tratado  de  Gtv 
dalupe  Hidalgo,  de  25.000  soldados  americanos  7  IéO  mi- 
llones de  dollars  qus  indemniíaron  los  Astados  CJnidos  oon 
la  anexión  de  Nuevo  Méjico  7  California. 

No  son  estas  cifras  para  qae  nadie  se  aterre;  pero  si  para 
rectificar  los  disparates  que  han  corrido  respecto  déla  f*lfta 
de  medios  militares  de  los  Estados  Unidos,  así  eomo  para 
pensar  macho  en  el  grave  peligro  de  ir  Espafia  sola  4  ana 
guerra  que  ha  exousado  la  Gran  Bretaña  en  1895.— Bisn  es 
que  tampoco  eran  más  discretos  bs  que  en  Washington 
pensaban  en  Marzo  que  Espafia  cedería  i  todo  por  flaqueza» 
7  que  la  conquista  de  Cuba  y  Puerto  Rico,  con  el  apoyo  ds- 
oisivo  de  los  insurrectos,  era  cosa  ds  quinos  diaa  7  alga  id 
eomo  un  paseo  militar. 

Con  el  propio  fin  de  hacer  la  opinión,  me  esforcé  en  dsf 
cierto  carácter  de  actualidad  k  mis  lecciones  del  Ateas* 
donde,  desde  la  oreaoión  de  la  Escuela  de  Estudias  suporto* 


—  «57*  — 

tu  (en  18*6)  me  hallo  encargado  do  la  cátedra  de  Historia 
de  las  relaciones  exteriores  de  España  (1). 

Allí,  ante  un  públioo  muy  selecto,  he  disentido  este  afio  el 
problema  de  la  interrenoión  y  analisado  ta  onestión  de  Orien- 
te, la  cuestión  de  Italia  y  la  onestión  americana.  Esta  última 
ka  sido  el  principal,  casi  el  único  tema  de  mis  lecciones  do 
1198.  Con  tal  motivo  expnse  el  origen  y  el  desenvolvió 
Miento  de  la  -política  Monroe»  enana  tres  maneras;  el  al* 
eansedel  Congreso  pan  americano  de  1999;  el  conflicto  an« 
gio-venesolane  y  el  Tratado  de  Washington  de  189*  y  la 
Quitió*  de  Guia,  á  partir  de  1820,  y  señaladamente  en 
leejgraves  periodos  de  1850  á  1856—1870  i  1878— y  UM 
41898»  fijándome  de  modo  especial  en  la  célebre  Nota  de 
Mr.  Everet  de  1852,  en  las  tentativas  para  garautiaar  por 
Europa  la  soberanía  de  España  en  las  Antillas,  y  en  los 
incidentes  de  la  gnerra  separatista  onbana  da  1890.  Oon 
igual  propósito  traté  la  actitud  y  oondncta  del  Presidente 
Orant,  asi  como  de  las  tres  gestiones  pacificas  del  Gobierno 
délos  Edtados  Unidos  para  adquirir  por  cómprala  isla  de 
Onba,  de  la  campaña  parlamentaria  norteamericana  de  los 
dos  últimos  años,  do  los  Mensajes  presidenciales  de  Ole* 
valand  y  Uao-Kinley  de  1895  a  esta  parte,  y  de  lo  poco 
qae  se  conocía  públicamente  respecto  de  la  campaña    di- 


(1)   Véase  mi  lección  inaugural  del  lf  da  Febrero  de  1897. 

Pronto  m  publicará  un  Extracto  de  las  lecciones  del  curso  de  1S90» 


—    468   — 

plomática  del  Gobierno  efpiJSoi  be  te*  de  publicar**  ti 
Litro  Rojo, 

Es  claro  que  en  la  cátedra  del  Atiero  ya  lo  podía  aduar 
como  un  hombre  político.  Mía  observad? ees  tenían  un  ca* 
rácter  científico,  pero  ueJ  y  todo  pude  perfecta  meóte  afir- 
mar y  oreo  que  demostrar  lo  que  ha  sostenido  con  dema- 
siada íxtcni  iín  ahora,  y  en  que  el  problema  actual  da  Co- 
ba no  es  uta  mera  cuestión  da  loa  Estadoa  Unidos  y  da 
Espafia,  y  que  respecto  de  ella  era  obligada,  en  bextficio 
da  todas,  en  obsequio  del  Derecho  y  del  progreso  general 
contemporáneo,  la  acción  internacional  del  mundo  civi- 
lizado. ¿ 

Volvamos  ahora  á  mis  trabajos  parlamenta! ioa  del  pr¿- 
tri*4$tre  de  1898. 


Con  mis  discunos  del  10  de  Mayo  pretendí  tomar  rcsi- 
ciones  para  los  debatea  jarlamentarics  que  jo  epperaba  j 
que  no  vinieron  por  el  vuelo  que  rápidamente  logro  la  gue- 
rra con  los  Estadoa  Unidos. 


^ 


—   65«   — 

Lts  elecciones  antillanas  de  senadores  y  diputados  á  Cor- 
tes contradijeron  mis  recomen  daciones  y  mis  deseos.  No  debo 
ni  puedo  ocultarlo.  Dejo  á  un  fadj  las  personas,  que  para  mi 
son  siempre  respetables:  me  fija  sólo  en  el  carácter  domi- 
nante y  en  las  condiciones  generales  políticas  de  la  actual  re- 
presentación pirlamentaría  antillana  qne  han  hecho,  prime- 
ro, absolutamente  imposible  la  formación  del  grupo  autono- 
mista, y  luego,  la  acción  de  éste  en  una  campaña  en  la  cual» 
mochas  circunstancias  y  todos  los  antecedentes  le  tenían  se- 
Halados  un  papel  brillantísimo,  la  intervención  más  au- 
torizada y  prestigiosa  y  la  responsabilidad  más  acen- 
tuada y  positiva. 

La  proclamación  de  la  Autonomía  colonial  por  el  Gobier- 
no liberal,  mediante  los  dos  decretos  de  27  de  Noviembre 
de  1897,  fe  hizo  en  vista  de  una  conveniencia  política  d*l 
momento  y  con  el  doble  objeto  de  terminar  la  guerra  dé 
Onba  y  de  consolidar  la  pas  en  las  Antillas.  El  partido  li- 
beral había  sido,  casi  hasta  aquel  mismo  momento,  partida- 
rio de  la  política  de  Asimilación,  y  además,  en  ocasiones 
recientes,  había  combatido,  hasta  con  ardimiento,  la  Auto- 
nomía, que  nunca  comprendió  siquiera  como  una  solución 
lejana. 

Proclamada  la  Autonomía  de  este  modo,  es  claro  qué  los 
debates  parlamentarios  que  se  produjeran  con  motivo  de  los 
decretos  de  Noviembre  comprenderían  dos  extremos:  el  de 
la  oportunidad  de  esos  decretos  y  el  de  la  bondad  intría- 


—  «60  — 

ma  y  la  eficacia  potencial  del  régimen  autonomista» 
Bespecto  de  lo  primero,  el  más  autorizado  para  discutir,, 
tendría  que  ser  el  Gobierno;  pero  respecto  de  lo  segundo 
nadie  podría  excusar  la  mayor  competencia  y  la  responsabi- 
lidad más  definida  á  los  autonomistas  que  por  espacio  de  mu* 
chos  años  Habían  sido  los  únicos  qoe  defendieron,  en  la  Pe- 
nínsula 7  en  las  Antillas,  la  solución  ahora  triunfante  en  las 
columnas  de  la  Gacela,  j  á  cuyo  éxito  debían  contribuir  de 
todas  suertes,  7a  procurando  en  las  Antillas  la  instauración 
del  nuevo  régimen  en  condiciones  de  eficacia,  7a  dando,  en 
la  Metrópoli,  todo  género  de  garantías  7  de  alientos,  para 
que  aquí  nadie  vacilara  en  el  periodo  critico  de  los  primeros 
tanteo»  7  ensayos. 

Por  esto  70,  que  secundé  ardorosamente  al  Gobierno  libe- 
ral (sin  aceptar  por  esto  todas  sus  responsabilidades)  den- 
tro 7  fuera  de  Eepafia,  en  cuantas  gestiones  me  fueron  reco- 
mendadas desde  el  mes  de  Octubre  á  principios  de  Enero  ó 
sea  hasta  qoe  se  establecieron  los  Gobiernos  autonomista» 
insolares,  no  perdoné  ooasión  ni  pretexto  para  dar  relien, 
ante  los  ojos  de  mis  correligionarios  de  las  Antillas,  al  pa- 
pel 7  la  misión  que  habían  de  corresponder  á  los  represan* 
tantee  todos,  pero  sefialadamente  á  los  representantes  auto- 
nomistas de  aquellas  islas,  en  las  Cortes  de  1898. 

Creía  70  que  mis  amigos  debían  preocuparse  mucho  dala 
que  en  Ja  Metrópoli  se  hiciera,  sobre  todo  dentro  de  la  pri- 
mera legislatura  de  estas  Cortes,  llamadas  á  aprobar,  da* 


1 


—   66]    — 

arrollar  y  complementar  los  decretos  de  Noviembre,  resol» 
tiendo  cuestiones  de  tente  gravedad  doctrinal  y  tanta  trans- 
cendencia práctica,  como  el  ponto  de  loe  gastos  de  soberao 
irfa»  y  el  particular  de  la  primera  reforma  expansiva  de  loe* 
Aranceles.  ¡Quién  sabe  lo  que  después  se  disentiría! 

Porqne  por  mny  cierto  siempre  tuve  que  los  decretos  alu- 
didos imponían  la  reforma  de  la  Constitución  del  JEteino  y  que- 
so podía  continuar  la  representación  parlamentaria  de  la 
Nación,  del  modo  que  abora.  Porque  ahora  resulta  un  verda- 
dero privilegio  en  favor  de  los  antillanos,  tanto  ó  más  irri- 
tante que  el  que  disfrutaban,  mediante  el  régimen  anterior, 
los  peninsulares  respecto  de  los  contribuyentes  y  la  vida  in- 
terior de  las  Antillas. 

El  nnevo  régimen  entraña  problemas  de  superior  im- 
portancia: algunos  apenas  esbozados  fuera  de  nuestro 
país  y  cuja  solución  constituye  la  preocupación  dominante- 
de  la  novísima  tendencia  colonizadora  de  la  Oran  Bretaña. 
He  refiero  á  la  Federación  imperial  británica,  de  que  so 
nuestran  entusiastas  partidarios  asi  lord  fioabery,  el  ex- 
jefe del  partido  liberal  inglés  y  sucesor  del  insigne  Gleds- 
tone,  como  el  activo  y  popular  Mr.  Chamberlain,  actual 
ministro  de  las  Colonias  del  Gobierno  semiconservador  ó» 
unionista  de  la  Reina  Victoria. 

Tentadora  bien  que  difícil  era  la  empresa  de  demostrar 
cómo  esa  solución  se  armoniza  con  la  tradición  colonizado- 
ta  española  mejor  que  con  ninguna  otra,  y  de  qué  suerte,. 


—  ee*  — 

por  tal  medio,  insistentemente  recomendado  por  nuestros** 
tonomistas,  desafiando  las  apreciaciones  de  la  vulgaridad,  de 
la  patriotería  y  del  torpe  interés  de  los  monopolisadoreí, 
España  recobraría  el  prestigio  que  perdió  con  la  corruptela 
de  las  famosas  Leyes  de  Indias.  Tal  es  mi  profando  con- 
vencimiento. 

Pero  de  todas  suertes,  hay  que  repetir  ahora  mas  que 
nnnca,  qne  la  Autonomía,  qne  nosotros  hemos  predicado,  no 
consiente  el  apartamiento  de  los  antillanos  de  la  politicé 
nacional.  Como  que  semejante  disposición  corresponde  á 
una  teoría  de  derecho  político  radicalmente  opuesta,  en  eos 
fundamentos  científicos,  áloe  de  nuestra  doctrina  autono- 
mista, la  cual,  además,  en  sus  fórmulas  prácticas  y  en  leí 
programas  gubernamentales  de  los  partidos  antillanos  y  de 
«us  representantes  en  el  Parlamento  desde  1879'  á  esta  fe- 
cha (extremo  del  que  con  freouenoia  presoinden  en  las  As- 
tillas, algunos  desconocedores  de  lo  que  es  y  vale  un  partí* 
do  político  que  envía  sus  apoderados  á  las  Cortee),  se  ka 
recomendado  al  juicio  publico,  en  el  sentido  deque  existía 
una  perfecta  harmonía  entre  sus  teorizantes  y  sus  práé» 
tioos. 

En  tal  supuesto  yo  he  dicho  y  afirmo  que  la  Autonomía 
colonial  se  la  combate  igualmente  tomando  el  panto  de 
vista  del  particularismo,  que  utilizando  los  argumentos  del 
antiguo  Imperio  colonial,  mal  disfrazados  con  las  protestes 
¿el  Asimilismo,  á  cada  paao  descubiertos  por  los  desafee* 


r 


—  66S  — 

T08  da  los  viejos  partidos  Incondicional  y  de  Unión  consti- 
tucional de  Ouba  y  Pnerto  Bioo. 

Por  todo  esto  era,  á  mi  juicio,  neoeeario  que  á  las 
Cortes  de  1898  vinieran  buena  parte  de  la  antigua  repre 
Mutación  parlamentaria  autonomista  de  las  Antillas  y 
hombres  muy  caracterizados  y  de  mucho  arraigo  y  suma  in- 
fluencia en  la  política  y  en  la  sociedad  de  aquellos  países. 
De  ningún  modo  me  opuse  á  que  vinieran  también  hom- 
bres nuevos  y  aun  personas  reciente  y  sinceramente  con- 
vertidas al  autonomismo,  en  el  supuesto  de  que  su  nuevo 
compromiso  fuera  público  ó  bien  garantizado  por  sus  pa- 
trocinadores y  recomendantes:  cosa  tanto  más  delicada 
cnanto  que  la  Directiva  cubana  habla  publicado  últimamen- 
te un  Manifiesto  no  muy  preciso  y  poco  ó  nada  conocido  en 
la  Península,  donde,  al  parecer,  se  buscaban  algunos  can- 
didatos para  la  representación  antillana.  Pero  siempre  insis- 
tí en  que  la  base  déla  representación  parlamentaria  debía 
serla  gente  antigua,  bien  conocida,  bien  probada  y  com- 
prometida como  ninguna  otra  al  éxito  de  la  nueva  empresa; 
porque  esa  gente  era  la  de  notoria  competencia,  la  de  mayor 
prestigio,  la  de  mayores  medios  y  la  de  más  acentuadas 
responsabilidades  en  la  escena  política  peninsular. 

Por  desgracia  esto  no  se  vio  con  claridad  en  nuestras 
Antillas.  Por  algún  tiempo  tuve  que  combatir  calurosa- 
mente las  opiniones  que  me  comunicaban  muy  respetables 
é  inteligentes  personas,  favorables  al  supuesto  de  que  el  ézi- 

43 


—   664   — 

to  de  la  nueva  reforma  colonial  dependía  exclusivamente» 
de  lo  que  sucediera  en  Ultramar,  por  lo  que  era  indispen- 
sable que  les  mas  prestigiosos  hombres,  los  de  mas  arraigo- 
de  allá,  quedaran  en  las  Antillas  para  constituir  las  Cá- 
maras y  los  Gobiernos  insulares.  iQuéerrorl  Pero  ese» 
error  triunfó. 

Bepito  qne  dejo  á  salvo  todo  lo  personal.  Me  lo  imponen  nía* 
gustos,  mi  educación  y  mi  conocidísima  práctica:  pero  ade- 
más, la  profunda  convicción  de  qne  los  debates  personales, 
como  las  disputas  y  los  desplantes,  solo  sirven  al  qne  no 
tiene  rasón  y  para  en, brollar  y  distraer  al  público.  No  niego- 
el  mérito  individual  de  todos  y  cada  uno  de  los  diputados  7 
senadores  autonomistas  electos  con  el  criterio  que  antes  he* 
combatido.  Pero  el  becho  es  que  la  nneva  representación  an- 
tillana no  ha  podido  constituir  en  ninguna  de  las  dos  Cáma- 
ras españolas  un  gruyo  autonomista  unido,  disciplinado,, 
identificado  absoluta  y  notoriamente  con  la  tradición  parla* 
mentaría  del  partido,  en  relación  constante  y  directa  con  loa 
organismos  directores  del  mismo  en  Ultramar,  estimado  J 
considerado,  como  en  otras  ocasiones,  por  los  demás  groóos- 
del  Congreso,   foera  de  las  Cámaras,  por  el  Gobierno  y 
por  la  opinión  pública,   con  personalidad  y  vida  propias. 
Otro  hecho  evidente  es  que  Jos  diputados  y  senadores  auto- 
nomistas, como  grupo,  como  entidad,  no  han   hecho  cosa 
alguna  en  las  actuales  Cortes  ni  han  pesado  en  ellas,  hasta 
ahora»  lo  más  mínimo.  Muchos,  ni  han  realiaado  acto  al» 


t\ 


1 


r 


—   666    — 

gano  qae  los  acredite  como  identificados  con  el  partido  in- 
sular qne  loa  ha  enviado  al  Parlamento.  T  cuenta  que  al- 
ganos,  hasta  poco  antes  de  la  elección,  tenían,  por  sns  ante- 
cedentes personales  6  por  el  circulo  dentro  del  qne  se  mo- 
vían, nna  representación  nada  autonomista  y  hasta  adversa 
i  les  qae  aqni  hemos  llevado,  por  espacio  de  nn  coarto  de 
agio,  la  bandera  de  la  Autonomía,  Suun  cuique. 

Todo  esto  no  lo  discute  aquí  nadie.  No  es  inverosímil  qne 
lo  resistan  algunos  que  á  dos  mil  legua*  de  distancia  crean 
que,  respecto  de  las  cosas  que  aquí  pasan,  puedan  tener,  por 
su  talento  ó  su  habilidad,  más  competencia  que  la  de  los  que 
se  mueven  en  este  escenario  peninsular,  donde,  después  de 
todo,  se  han  de  desarrollar  los  sucesos  parlamentarios  y 
mover  los  diputados  y  senadores  ultramarinos.  Pero  mi  hu- 
mildad no  llega  al  punto  de  no  protestar  oontra  tal  supuesto 
y  de  no  decir  que  mi  opinión  sobre  este  punto  se  hallaba 
fortificada  por  la  de  muchos  hombres  de  primer  orden  de  la 
política  española,  los  cuales  creían  que,  ahora  el  grupo  au- 
tonomista debía  «ser  el  de  mayor  importancia  de  nuestras 
Cortes. 

Por  de  contado  que  no  se  me  ocultaron,  ni  por  un  minuto, 
las  grandes  dificultades  de  la  empresa. 

Aceptó  el  compromiso  con  perfecta  conciencia  de  los  obs- 
táculos y  mayormente  después  de  advertir  y  deplorar  la  re- 
serva 6  la  pasividad  de  la  Colonia  Cubana  de  la  Península, 
cuya  actitud  en  estos  momentos  críticos  aumentaba  las  de- 


—  06*  — 

¿"ciencias  y  aun  loe  obstáculos  00b  que  hemos  lachado  loe  re 
presenta  n  tes  parla  meo  barios  da  laa  Antillas  en  Madrid  y  de 
que  he  hablado  con  bastante  franqueza  otras  veces.  Por* 
que  es  cierto  que  ni  tos  antillanos  r  calientes  en  la  Peo  ín- 
cola r  por  regla  general,  se  prestaban  4  hacer  lo  que  hadan 
los  autonomistas  irlandeses  en  Londres,  poniéndose  al  lado 
de  sus  representantes,  con etitu yendo  un  grupo  y  contribu- 
yendo con  sus  personas  y  sus  bolsillos,  á  la  campaoa  que 
aqní  ae  hacia  con  grandes  apuros,  ni  se  decidían  4  prestar 
bu  apoyo  4  los  elementos  políticos  peni  nenia  rea  que,  con  aa 
devoción  y  sus  esfuerzos,  so  pilan  en  la  Metrópoli  la  deficien- 
cia de  los  más  interesados  en  el  éxito  de  la  empresa  refor- 
mista. 

Por  poca  práctica  que  yo  tenga  de  estas  cosas  y  por  me- 
diano conocedor  que  yo  sea  de  la  situación  política  actual, 
era  imposible  que  4  mi,  dedicado  especialmente  4  estos 
asuntos,  ee  me  ocultara,  que  la  actual  representación  par- 
lamentaria autonomista  antillana  habla  de  luchar  con  el 
so  puesto  de  que  fuese  aquí  la  representación  de  loe  gobier- 
nos insulares.  Esto  razonablemente  no  se  podía  admitir;  por- 
que, de  otro  modo,  esos  representantes  parlamentarios  feo* 
drian  á  ser  ana  especie  de  embajadores  de  aquellos  Gobier- 
no*, sin  intimidad  con  ellos,  pero  obligados  al  imposible  de 
contestar  en  las  Cortes  á  todas  las  preguntas  y  reclamacio- 
nes que  á  diputados  y  senadores  les  viniera  en  voluntad  de 
hacer,  invadiendo  la  jurisdicción  de  las  Cámaras  colonia- 


s*\ 


—  16*   — 

leí*  Pero  todos  sabemos  lo  que  intonsa  6  excusa  la  pa- 
rios política  y  no  está  fuera  del  terreno  de  las  probabilida- 
des la  hipótesis  de  que  los  diputados  y  senadores  ultrama- 
rinos, por  ahora  al  menos,  fueran  requeridos  y  hasta  obli- 
gados á  comprometerse  en  ciertos  debates  de  positivo  carác- 
ter local.  Ni  tampoco  era  verosímil  ni  delicado  que  aquel 
grupo  parlamentario  se  desentendiese  en  absoluto  de  lo  que 
hadan  sus  amigos  en  los  Gobiernos  de  Cuba  y  de  Puerto 


La  posición  pues  era  difícil.  Mas  para  venoer  las  dificul- 
tades yo  fiaba  en  la  discreción,  el  prestigio  y  la  disciplina 
del  grupo  autonomista  parlamentario  y  en  que  los  Gobier- 
nos insulares  considerarían,  como  de  capital  importancia, 
el  estar  en  relaciones  frecuentes  y  directas  con  ese  grupo. 

Loego%  no  hay  para  que  ocultar  que  la  situación  aparente- 
mente privilegiada  de  los  representantes  de  Ultramar  en 
las  Oortes  de  la  Nación,  imponía  á  éstos  una  exquisita,  una 
excepcional  circunspección,  porque  con  cualquier  pretexto 
surgiría  una  protesta  de  los  adversarios  más  ó  menos  resig- 
nados de  la  Autonomía. 

To  recuerdo  bien  la  comprometida  situación  de  los  anti- 
guos diputados  vascongados.  Este  peligro  se  salvarla  me- 
diante una  gran  prudencia,  una  gran  disciplina  y  una  bue- 
na dirección  de  los  representantes  ultramarinos,  los  cuales» 
á  mi  juicio,  no  debían  excusar,  de  ninguna  suerte,  en  estos 
críticos  momentos,  la  afirmación  de  su  representación  par- 


—   668   — 

ticular.  Por  tal  motivo  yo  no  aplaudiría  nunca  que  un  di- 
putado ó  un  sanador  de  las  Antillas  hablase  en  esta  trance  y 
en  negocio  político,  con  otra  represen  tación  que  la  antillana. 

Por  último,  loe  represen  tantee  á  que  me  refiero,  tenían 
que  preocuparse  mucho  de  que  nadie  loe  con  fundiera  con 
loe  diputados  y  sanadores  ministeriales:  confusión  bastante 
probable,  tanto  por  la  circunstancia  de  ser  el  Ministerio 
Sagas t a  el  autor  de  los  decretos  de  Noviembre  último  y  el 
supremo  director  de  la  política  relacionada  con  aquel loi 
decretos,  cuanto  porque  uo  era  absolutamente  imposible  que 
tal  6  cual  ministro  6  tal  ó  oual  contradictor  de  éste,  preten- 
diesen que  la  diputación  antillana  sirviera  loe  intereses 
secundarios  que  caracterizan  al  mimsterialismo  en  las  cam- 
pañas par!  amen  tari  as. 

Todo  esto  me  preocupó  mucho  daade  el  primer  momento. 
Debo  reconocer  que  buena  parta  de  mié  temores  ae  realist 
ron.  A  poco  de  recibir  noticia  de  las  elecciones  de  Cuba* 
comprendí  que  la  próxima  campaña  parlamentaria  sería 
poco  lucida.  Por  ahora  no  aparo  las  responsabilidades 
Pero  sí  tango  el  derecho  de  decir  qne  en  todo  cnanto  ahora 
lamento  no  me  corresponde  la  menor  parte. 

He  hecho  cuanto  en  mi  mano  ha  estado  por  evitarlo ,  Ex 
cuso  por  muchos  motivos  el  detallar  (por  ahora)  lo  qne  res- 
pecto de  este  particular  ha  sucedido.  Me  basta  con  la  protes- 
ta que  acabo  de  hacer  y  con  decir  que,  dándome  perfecta 
cuenta  de  lo  que  pasaba,  me  preocupe  en  mis  discursos  de 


—   669   — 

Ifayo  último,  de  fijar  bien  mi  posición  personal  y  politio*. 
*d  virtiendo  qne  no  existía  grupo  autonomista  parlamentario, 
y  qne  yo  hablaba  solo  en  nombre  de  varios  diputados  que 
cerca  de  mi  estaban  y  qne  me  hablan  dado  est*  encargo. 
Además,  hioe  constar  qne  estos  diputados  perteu*ciau  á  dis- 
tintos partido*  de  la  política  e4p*ñjla  y  qne  raciiuabaa  so- 
lemnemente la  tradición  autonomista  de  ios  últimos  veinte 
años  de  incesante  labor  y  responsabilidades  bien  definidas  , 
asi  en  las  Antillas  como  en  la  Península. 

Desde  aquel  momento  afirmé  mi  absoluta  libertad  de 
acción  dentro  del  Parlamento,  relacionándola  con  una  explí- 
cita reserva  qne  en  favor  de  esa  misma  libertad  hice  en  el 
seno  de  la  Minoría  parlamentaria  republicana  el  primer  día 
de  la  constitución  de  ésta.  En  aquella  reunión  advertí  qne, 
identificado  con  la  política  general  de  la  Fusión  republicana, 
y  con  los  diputados  que  la  representaban  en  el  Congreso, 
«in  embargo,  de  ninguna  suerte  podía  comprometerme  á 
seguir  á  éstos  en  las  campañas  qne  estimaran  oportunas  so- 
bre la  cuestión  colonial,  siempre  que  tales  empresas  no  oon  • 
vinieran  ó  parecieran  mal  á  los  partidos  autonomistas  anti- 
llanos; porque  éstos  me  habían  elegido,  así  en  Cuba  como  en 
Puerto  Rico  (1)  sólo  á  titulo  de  autonomista,  y   porque  mis 


(1)  Bnla»  Cortos  actual  w  llevo  la  doble  representación  déla  c|r- 
cuaieripeion  electoral  de  dan  Joan  de  Puerto  ftico  y  del  distrito  da 
#uanabaeoa  de  Cuba. 


—   670  — 

electores  insulares,  que  no  pertenecen  á  partido  alguno  de  lt> 
Península,  me  reconocían,  como  siempre,  el  perfecto  de- 
recho á  afiliarme  al  partido  peninsular  demoorátioo  que 
yo  estimara  conveniente,  pero  dejando  á  salvo  mis  compro* 
misos  en  pro  de  la  política  autonomista  tal  como  la  enten- 
dían Jos  partidos  antillanos  que  me  honraban  con  ana  po- 
deres* 

Esta  reserva  fué  comprendida  y  aceptada  por  todoa 
los  diputados  de  la  Fusión  republicana. 

Todavía  me  preocupé  de  otras  dos  cosas  en  los  primerea 
días  de  la  legislatura  actual.  De  ningún  modo  podía  yo 
consentir  que  se  confundieran  la  acción  y  las  responsa- 
bilidades del  Gobierno  que  suscribió  los  decretos  de  No- 
viembre de  1 897,  oon  las  de  los  autonomistas  que,  por  razone* 
de  fondo  y  de* carácter  permanente,  hablamos  hecho  antes  la 
propaganda  de  la  doctrina  autonomista  y  contribuíamos  aho- 
ra á  facilitar  el  éxito  de  aquellos  decretos.  Hubiera  sido  el 
colmo  del  candor  pasar  oon  que  se  redujese  el  valor  de  nues- 
tra doctrina  á  la  importancia  de  un  expediente  ó  de  un  re 
medio  para  la  actual  guerra  de  Cuba;  remedio  ensayado  i 
última  hora  y  en  condiciones  verdaderamente  extraordina- 
rias y  desfavorables, 

Y  no  digo  nada  del  supuesto  de  que  yo  pasara  con  la 
hipótesis  de  responder  personalmente,  oon  el  Ministerio  pre- 
sidido por  el  Sr.  Bagaste»  de  la  política  realizada  por  éste,, 
sobre  todo,  después  de  promulgados  los  decretos  de  No- 


\ 


—  171   — 

vismbre  de  1897.  Porque  yo»  que  he  hecho  en  honor  de  loe 
8rcs.  Segaste  y  Moret  todas  lee  declaraciones  favorables 
que  procedían  en  justicia,  no  tengo  para  qné  ocultar:  pri- 
mero, que  no  me  han  parecido  bien  algunos  de  sus  sotos;  se- 
gundo, que  yo  no  he  sido  consultado  respecto  de  ciertas  dis  • 
pendones;  tercero,  que  los  autonomistas  déla  Península  no 
han  tenido  parte  activa  en  la  obra  del  actual  Gobierno,  y 
coarto,  que,  modestia  aparte,  yo  oteo  sinceramente  que  no 
•otros,  los  que  aquí  estamos,  con  ciertos  antecedentes,  cier- 
tas responsabilidades  y  ciertos  medios  de  que  carecían  los 
que  se  convirtieron  á  la  buena  doctrina  en  el  otoño  de  1897 
(sin  compartir  por  esto,  en  la  Metrópoli,  con  los  viejos  auto- 
■onustas,  la  dirección  de  la  nueva  empresa),  nosotros  lo  hu- 
'  Miramos  hecho  un  poco  mejor  y  hubiéramos  sorteado  con 
mayor  éxito  algunas  dificultades  con  que  ha  tropesado  el 
Gobierno  liberal  (1). 


(1)  Por  esto  la  Junta  Central  de  Pasión  republicana,  votó  á  fines  de 
Noviembre  de  )S9"J  el  siguiente  acuerdo: 

«La  Junta  Central  de  la  Fusión  republicana  declara:  Que  respondien- 
do con  entera  lealtad  al  eapíritu  de  la  Pasión  republicana  y  en  perfecta 
consonancia  con  la  primera  de  sus  bases  adicionales,  considera  nece  sa- 
ris ratificar  de  nuevo  públicamente  y  con  entusiasmo,  sus  convicciones 
en  favor  de  kt  autonomía  colonial,  reconociéndola,  desde  luego,  como  la 
Única  y  eficaz  solución  del  problema  de  Cuba  y  Puerto  Rico.» 

«Habrá  de  reehasar  al  propio  tiempo,  con  verdadera  energía,  por  im- 
pulsee nobles  del  patriotismo,  teda  ingerencia  extranjera  que  pueda  ser 


^ 


—   672    — 


Todo,  pues,  justificaba  mi  resolución  de  fijar  ahora  per- 
fectamente mi  posición  pera  o  q  al  en  el  Congreso»   en  tanto 
llegaba  la  hora  de  despedirme  den  altivamente  de  mis  elec- 
tores y  correligionarios  de  Cuba  y  Puerto  Rico,  coa  qaie 
oes  estoy  en  descubierto,  por  motivo»  patrióticos  que  ex- 


lesiva  al  honor  nacional  y  es  su  a  o  bar  también  protestar  contra  todo 
acto  6  resolución  de  los  Poderes  públicos,  qae  tienda  i  quebrantar  la 
integridad  de  nuestra  soberanía  en  las  Antillas  6  que  lastime  de  algac 
saodo  el  decoro  del  ejército,  digna  por  Untos  títulos  del  aplauso  y  da  U 
consideración  de  los  españoles.» 

«De  acuerdo,  pues,  con  todo  lo  ei  puesto,  urge  hacer  constar: 

i  Primero.  Que  el  partido  ds  Foaión  republicana  se  fsliciti  de  que  al 
partido  liberal  haya  utilizado  para  poner  término  i  La  guerra  d*  Cosa, 
ia  solución  autonomista,  qns  hemos  defendido  siempre  bu  frente  ds  te- 
das las  agrupaciones  monárquica  , 

•Segundo.  Que  lamenta  no  se  h  a  va  puesto  en  práctica  antes  ds  aba- 
ra, sn  condición  es  menos  angustiosas  para  la  Metrópoli  y  cuan  lo  ara 
de  indudable  y  seguro  éxito. 

«Tercero.  Que  declina  en  absoluto  toda  responsabilidad  respecto  de 
tos  errores  deficiencias  y  otras  dificultades  que  puedan  producirse  «a 
«1  planteamiento  y  desarrollo  dsl  nuevo  régimen  antillano,  por  efecto 
también  de  la  desconfianza  quo  habrán  de  inspirar  los  qns  jamás  han 
reconocido  antes  del  momento  presente,  las  excelencias  de  las  institu- 
ciones autonomistas. 

«Cuarto.  Qns  protesta, asimismo,  contraía  conducta  y  el  proceder 
de  los  partidos  monárquicos,  que  no  tan  solo  rectifican  &  cada  instante 
sus  conocidas  solucionas  en  la  política  colonial,  ai  no  que  llegan  i  pres- 
cindir arbitrariamente  del  poder  legislativo  para  realizarlas  ► 


"! 


—   673   — 

plioaré  oportunamente,  desde  la  campaña  parlamentaria 
de  1895. 

Que  no  me  había  yo  equivocado  al  afirmar  ceta  posición 
desde  el  primer  momento,  lo  vinieron  pronto  á  demostrar 
las  alusiones  y  criticas  que,  dentro  y  fuera  de  las  Cortes,  se 
han  hecho  al  nuevo  régimen,  presoindiéndose,  casi  en  ab 
soluto,  de  la  doctrina,  para  discutir,  sobre  todo,  su  opor- 
tunidad, hasta  el  punto  de  que  se  haya  aventurado  la  pere- 
grina especie  de  que  los  decretos  de  Noviembre  contribu- 
yeron,  con  la  pasividad  6  la  distracción  de  nuestros  Go- 
biernos de  Madrid,  á  la  guerra  con  Jos  Estados  Unidos. 

Pero  no  me  reduje  á  las  protestas  antes  indicadas,  sino 
que  ratificando  mi  propósito  de  ayudar  al  Gobierno  liberal 
en  su  empefio  y  demostrando  con  hechos,  dentro  y  fuera  del 
Congreso,  la  efectividad  de  los  ofrecimientos,  me  reservé  in- 
tegramente el  derecho,  Ja  hora  y  el  modo  de  exigirlas 
responsabilidades  entrañadas  en  toda  la  política  antiautono 
mista,  sostenida  hasta  hace  muy  pocos  meses,  asi  como  en 
la  gestión  misma  del  actual  Gobierno,  del  cual,  de  ninguna 
suerte,  podemos  ni  queremos  pasar  por  solidarios  Jos  auto- 
nomistas históricos, 

A  esta  reserva  bien  explícita  ha  dado  mayor  valor  la  es- 
crupulosidad con  que  me  be  abstenido  en  todos  los  discur- 
sos que  he  pronunciado  en  el  Congreso  y  fuera  de  él,  desde 
Octubre  á  esta  parte,  de  formular  censuras  severas  contra 
cualquiera  de  los  partidos  ó  de  las  individualidades  verda- 


—  674  — 

defámente  cansantes  de  loa  graves  males  que  todos  sopor- 
tamos y  que  los  autonomía  tas  denunciamos  con  repetición 
rajan  a  en  Ja  impertinencia;  siendo  de  advertir  qae,  como 
ya  dije  en  el  Congreso,  jo  creo  que  las  responsabilidades 
aludidas  no  se  reducen  á  los  Gobiernos  y  á  loa  partido* 
mencionados,  sí  que  también  á  muchos  otros  «lamen toa  qos 
han  fomentado  y  extraviado  las  pasiones  del  país,  hacién- 
dole incurrir  en  graves  errores  sobre  eus  positivas  faenas, 
sos  medios  de  acción,  y  la  política  oportuna,  tanto  como  so- 
bre el  poder  y  Jas  condiciones  de  nuestros  enemigos  en  las 
Antillas  y  en  Filipinas.  Para  declinar  la  responsabilidad, 
en  el  momento  del  desastre  palpable,  no  vale  gritar  mucho 
ni  colgar  a  los  demás  toda  la  enlpa  de  lo  que  pasa. 

Por  último,  también  insistentemente,  cuantas  veces  be 
hablado  en  Ja  Cámara  popa  lar  y  desde  el  primer  día,  he 
sostenido:  primero,  que  la  cuestión  internacional  era  sólo 
un  aspecto  del  problema  cubano»  y  segundo,  que  en  la 
acción  internacional  estaba  la  solución  más  decorosa  y  de 
superior  transcendencia  del  conflicto  de  España  con  los  Es- 
tados Unidos.  De  ello  traté  antes.  Asi  y  todo,  no  sería  im- 
posible que  por  ahi  se  me  tacbase  de  imprevisor .  - .  porque 
los  Gobiernos  y  algunas  otras  gentes  no  establecieron  la 
Autonomía  cuando  y  como  yo  la  recomendada ,  y  no  convi- 
nieron conmigo  en  que  hoy  es  un  dislate  prescindir  del 
medio  internacional  para  gobernar  colonias, 

Todo  esto  quedó  bien  determinado  en  los  discursos  que 


-\ 


r 


—  «75  — 

pronuncié  en  los  dias  10,  11  y  13  de  Mayo.  Tengo  la  pre- 
tensión de  creer  que  á  ninguno  de  míe  oyentes  le  quedó  la 
menor  duda  respecto  de  mi  actitud,  mi  posición  y  mis  pro- 
pósitos. Afisdo  que  no  hice  gestión  de  ninguna  especie 
ptra  realizar  el  imposible  de  la  constitución  de  un  grupo 
parlamentario  autonomista  que  nadie  me  recomendó  desde 
las  Antillas  y  al  cual  en  todo  caso  no  hubiera  podido  oomu- 
nicar  instrucciones  de  ningún  género,  porque  no  las  recibí. 

Después  me  preocupé  de  tratar  el  problema  colonial  des- 
de otro  punto  de  vista  y  con  otro  motivo.  A  este  propósito 
responde  el  discurso  que  pronuncié  en  el  Congreso  el  3  de 
Junio  sobre  el  presupuesto  de  Fernando  Póo.  Vino  á  ser 
esta  oración  parlamentaria  como  una  comprobación  de  in- 
dicaciones que  hice  antes  respecto  á  la  absoluta  necesidad 
de  prescindir  completamente  de  las  corruptelas,  suspicacias 
é  intransigencias  que  hablan  comprometido,  en  estos  últi- 
mos años,  la  nueva  dirección  colonial  señalada  por  el  famo- 
so pacto  del  Zanjón. 

Excuso  adelantar  aquí  las  observaciones  que  el  lector 
verá  en  mi  discurso,  pero  lícito  me  ha  de  ser  repetir, 
una  ven  más,  la  expresión  de  mi  profunda  estrañeza  de  que 
en  medio  de  la  terrible  crisis  presente,  el  Ministerio  de  Ul- 
tramar incidiese  en  presentar  á  las  Cortes  el  imaginario 
presupuesto  de  nuestras  colonias  del  Golfo  de  Guinea,  del 
mismo  modo  que  en  1895,  ouando  yo  lo  combatí  extensa- 
mente. De  la  misma  manera  y  por  rasónos  análogas  me  ex- 


—   676   — 

trafió  que  á  nadie  se  le  ocur riera  que  era  llegado  el  caso  de 
decir  algo  sobre  la  presentación  de  loe  presupuestos  de  Fi- 
lipinas al  Parlamento  nacional. 

No  creo  que  esto  arguya  decisivamente  contra  1*  sinceri- 
dad de  la  nueva  política  que  el  partido  liberal  y  el  Gobierno 
del  Sr.  Sagasta  iniciaron  respecto  de  las  Antillas,  en  No- 
viembre último;  pero  seguramente  tampoco  dice  en  favor 
de  la  robustos  y  del  alcance  de  los  propósitos  y  los  pro- 
cedimientos de  este  Gobierno  en  materia  ooloniaL  Porque 
ya  no  es  posible  aquella  irritante  contradicción  que  por 
espacio  de  muchos  afios  privó  en  España  entre  la  política 
peninsular  y  la  ultramarina,  de  suerte  que  demócratas 
intransigentes  aquende  el  Atlántico  y  que  veían  en  la  sepa- 
ración de  un  alcalde  de  la  Península  motivo  bástente  para 
una  insurrección  popular,  estimaban  como  cosa  corrients 
que  ios  concejales  de  las  Antillas  fueran  de  nombramiento 
real  y  los  presupuestos  muntcipaleí  antillanos  estuviesen  4 
merced  de  los  secretarios  de  los  gobiernos  insulares.  Ni  es 
dable  que  prospere  la  no  muy  lejana  oposición  del  régimen 
de  Puerto  Rico  con  el  de  Cuba,  por  cuya  virtud,  mientras 
en  la  grande  A  o  tilla,  que  desde  1836  no  había  disfrutado 
del  derecho  electoral  y  donde  la  esclavitud  había  existido 
con  innegable  importancia  hasta  1881,  por  lómenos,  goxe- 
ba  del  derecho  electoral  el  mayor  de  edad  que  pagaba  oíaos 
[#906  de  contribución  al  Estado,  en  fa  ial&  hermana,  donde 
la  esc  avitud  casi  no  había  existido,  y  fuó  abolida  en  187S,  y 


r 


—    677    — 

donde,  desde  1873  á  J 876,  se  había  disfrutado  con  ¿sito  ad- 
mirable del  sufragio  universal,  el  elector  necesitaba  pa- 
gar ana  contribución  de  10  pesos. 

Todo*  eso,  que  no  quiero  explicar  ahora  y  que  realmente 
era  intolerable,  concluyó  en  1897  con  los  decretos  del  27 
de  Noviembre,  ouyos  preámbulos  son  una  obra  meritísima 
de  buena  fe  y  de  sentido  político.  Por  lo  mismd,  ¿cómo 
justificar  que,  después  de  esa  fecha,  se  reprodujese  el  buro- 
crático presupuesto  de  Fernando  Póo  de  la  época  de  los 
conservadores? 

El  hecho  cólo  tiene  una  explicación  que  favoreoe  poco  4 
la  energia,cuando  no  á  la  formalidad,  del  Ministerio  de  Ul- 
tramar. Y  dice  bastante  contra  la  decisión  de  la  mayoría  de 
nuestros  hombres  políticos  influyentes  para  llevar  á  sus  na» 
turales  consecuencias  y  en  todos  los  órdenes  las  imposicio- 
nes de  la  novísima  reforma  colonial.  Porque  á  ésta  hay  que 
ir  con  un  criterio.  De  otra  suerte,  no  hay  más  que  expe- 
dientes, y  en  todo  caso  no  nos  haría  gran  honor  haber  re- 
dactado los  decretos  de  Noviembre  de  1 897  sobre  Cuba,  pura 
y  solamente  porque  las  circunstancias  nos  imponían  allí  un 
cambio  de  procedimiento  excusado  donde  los  mismos   ele- 
mentos causantes  de  los  desastres  antillanos  tenían   aún 
fuerza  para  dominar. 

Debo  advertir  también  que  el  actual  sefior  ministro  de 
Ultramar,  D.  Vicente  Homero  Girón,  se  prestó,  en  el  debato 
por  mi  provocado  el  3  de  Junio  último,  á  lo  que  de  todas 


—  67?  — 

suertes  resistieron  loe  ministros  de  1a  época  conservadora; 
eeto  es,  á  traer  á  lee  Cortee  en  la  legislatura  próxima,  asi 
e)  presupuesto  de  Fernando  Póo  con  todo  detalle  como  el 
presupuesto  de  Filipina*,  traído  ja  á  nuettro  Parlamen- 
to, annqne  sin  efecto  positivo,  en  1870  y  1873.  Portante, 
mi  oampafia  ahora  no  íaé  del  todo  ineficaz. 

Yo  hubiera  querido  dar  mayor  extensión  4  mis  gestiones 
parlamentarias  de  este  año,  abordando  de  frente  el  proble 
ma  total  filipino.  Pero  me  faltaron  datos  y  no  vi  clara  la 
oportunidad  de  provocar  un  debate  de  ciertos  resultados. 
Hi  afidión  al  asunto  es  ya  antigua.  En  1869  publiqué  un 
trabajo  bastante  extenso  con  el  titulo  de  La  Cuestión  Cok* 
nial,  ya  entonces  traté  este  problema  con  relación  á  las  An- 
tillas y  al  Archipiélago  filipino.  Buena  parte  de  mi  discur- 
so del  10  de  Julio  de  1871  está  dedicada  á  lo  que  sucedía  y 
debía  hacerse  en  nuestras  colonias  de  Asia.  Después,  repe- 
tidas veoes.  en  el  Congreso,  he  indicado  mi  propósito  de  tra- 
tar la  materia  y  he  patrocinado  la  aspiración  de  muchos  fili- 
pinos de  enviar  representantes  á  nuestras  Cortes.  Tengo  mu- 
chos motivos  para  conocer  los  sucesos  de  Cavite  de  1872, 
porque  como  letrado  entendí  en  aquel  terrible  proceso,  0070 
recuerdo  me  hace  temblar,  del  mismo  modo  que  temblaba 
por  la  suerte  de  su  p»is,  Jefferson,  cuando  traía  4  las  mientes 
la  transacción  del  Congreso  americano  con  la  esclavitud. 

Cierto  que  en  estos  últimos  afios  dejé  un  poco  al  lado  la 
cuestión  filipina.  No  ha  faltado  quien  me  lo  advirtiera. 


—  679   — 

Pero  también  este  aparento  desvio  tenia  su  fundamento.  De 
ningún  modo  pensé  jamás  en  abandonar  el  problema,  ni  yo 
soy  de  los  hombres  que  tienen  dos  criterios  para  las  cues- 
tiones políticas  6  oreen  que,  oomo  decía  Lincoln,  con  refe- 
rencia á  los  Estados  unidos,  para  condenarlo,  can  paeblo 
puede  vivir  mitad  libre,  mitad  esclavo». 

La  razón  de  mi  reserva  consistía  en  el  conocimiento 
práctico  qne  adquirí,  de  que  carecía  de  elementos  para 
acometer  de  frente  la  campaña.  Los  filipinos,  después  de 
loa  procesos  de  Cavite  en  1872,  no  ofrecían  el  apoyo  nece- 
sario para  la  rada  empresa;  aquí,  el  creciente  malestar 
de  nuestras  Antillas  había  empajado  á  los  explotadores  de 
nuestras  Colonias,  á  poner  sus  intereses,  sus  medros  y 
quisa  la  mejor  base  de  sus  medios  de  influencia  y  de  de* 
ienaa  en  el  Archipiélago  asiático:  nadie  se  atrevía  en  la  Pe- 
nínsula con  las  órdenes  monásticas,  de  grandes  apoyos,  más 
ó  menos  descubiertos,  no  sólo  en  los  centros  oficiales  y  en 
todos  los  círculos  monárquicos,  sino  aan  en  los  círculos  poli- 
ticos  más  avanzados;  tampoco  nadie  se  ouidaba  de  orga- 
nizar un  cuerpo  de  Administración  colonial,  para  que,  aún 
con  más  motivo  que  en  Java  y  en  las  Indias  f.  ancosa  y  bri- 
tánica, sustituyese  en  el  orden  civil  al  anacrónico  régimen 
teocrático,  harto  desacreditado  eu  el  Brasil  y  en  el  Para- 
guay, y  cuya  instantánea  supresión  sólo  había  de  producir 
una  revolución  ó  la  imposición  del  no  menos  inaceptable  ré- 
gimen militar... 


— .  680   — 

Por  todo  esto  creí  lo  mes  práctico  buscar  los  medios  ÓV 
combate  en  la  formación  y  exfeneión  de  un  criterio  só'ido, 
ilustrado  y  expansivo  sobre  la  totalidad  del  problema  colo- 
nial, aprovechando  para  ello  las  circunstancias  excepcio- 
nal mente  propicias  del  prob'ema  antillano.  Con  los  positi- 
vos elementos  de  Cnba  y  Puerto  Rico  era  dable  dar  aqní 
nna  batalla,  qae  interesarla  á  muchas  gentes,  cayo  corcoreo 
se  podría  solicitar  eneeguida,  para  corclnir  eos  el  dispara- 
tado régimen  filipino.  Por  eso  ya  cuidé  de  advertir,  dentro  y 
fnera  del  Parlamento,  qne  la.  Minoría  parlamentaria  auto- 
nomista no  redncia  en  cemr o  de  acción  al  problema  antilla- 
no y  recomendé  á  todos  mis  compañeros  de  diputación» 
que  se  ocuparan,  con  la  posible  frecuencia,  de  los  apunto* 
de  Filipinas. 

No  sucedió  esto,  porque  al  fin  no  pudo  realizarse  en  la- 
Península  la  campaña  general  que  yo  patrociné  por  muebo- 
tiempo  y  á  la  cual  me  be  referido  en  otros  libros. 

De  todos  modos,  cuando  se  constituyó  en  1893  el  parti- 
do republicano  centralista,  pude  lograr  qne  figurara,  como* 
uno  de  los  artículos  del  credo  de  aquel  partido,  el  siguien- 
te: «Respecto  de  la  cuestión  colonial  hay  que  afirmar,  1.° 
Ja  ident'dad  de  les  derechos  políticos  y  civiles  de  Cuba  y 
Puerto  Rico  respecto  de  la  Península;  2.°  la  representación 
en  Cortes  de  las  comarcas  del  Archipiélago  filipino,  cuya 
cultura  y  cuyas  condiciones  lo  permitan,  y  S.°  en  iodos  las 
colonias  %  la  consagración  de  los  derechos  naturales  ielkom 


■\ 


r 


~    6*1    — 

¿re,  el  mando  superior  civil  y  una  organización  interior 
autonomista  que  afirme,  en  el  grado  y  del  modo  que  las 
circunstancias  de  los  diferentes  países  lo  consientan,  la 
competencia  local  para  los  negocios  propiamente  coloniales» 
hasta  llegar  á  toda  la  descentralización  compatible  con  la 
integridad  nacional  y  la  anidad  del  Estado^ . 

En  el  propio  sentido  firmé  la  Declaración  de  la  Minoría  < 
parlamentaria  republicana  de  26  de  Febrero  de  1890  y  el 
Manifiesto  de  la  misma  de  29  de  Mayo  de  1891:  api  como 
la  enmienda  que  los  diputados  republicanos  de  diferentes 
matices  presentamos  al  proyecto  de  contestación  del  Con- 
greso al  Discurso  de  la  Corona  en  27  de  Abril  de  1891.  En 
esta  enmienda  se  dios: 

c La  situación  de  nuestras  Antillas  es  oada  vez  más  alar- 
mante debido,  no  solo  á  causas  económicas  de  distinta  índole, 
ai  que  muy  particularmente  á  la  política  de  deseon fianza  y 
desigualdades  allí  dominante  y  que  urge  rectificar,  asi  por 
reformas  que  abaraten  la  vida  y  aseguren  la  producción 
colonial,  como  por  otras  de  distinto  carácter,  entre  las  cuales 
figura  la  plena  identidad  de  los  derechos  políticos  oon  la 
Metrópoli,  el  sufragio  universal,  el  mando  superior  civil  y 
la  organización  insular  autonomista. — E!  mismo  espíritu 
debe  inspirar  á  la  progresiva  reforma  del  estado  de  nuestras 
Colonias  de  Oceanla  y  de  África,  donde  debe  asegurarse, 
desde  luego,  el  goce  de  todas  las  libertades  públicas  y  orga- 
nizarse el  Gobierno  con  arreglo  á  las  particulares  y  cus* 


—    6ft2    — 

tintan  condicione»  de   c altura  y  de  riqueza  de  aquellas  co* 
marcas.  • 

Por  manera  que  ni  yo  desarmé  en  estos  últimos  afLos  ai 
siquiera  me  distraje*  Esperaba  la  oportunidad  y  me  preo- 
cupaba de  asegurar  medios  para  el  combate,  que  siempre 
creí  mas  difícil  par  lo  que  hace  á  Filipinas  que  respecto  de 
las  Antillas. 

No  eran  pocos  obstáculos  el  absoluto  desconocimiento  qae, 
en  la  Metrópoli,  existía  y  existe  hasta  de  la  geografía  del 
Archipiélago  t  Ib  frase  hecha  de  que  en  Filipinas  <no  había 
mas  españoles  que  los  frailes  i  y  el  supuesto  punto  menos 
que  general  (fortificado  por  desmoralizadores  espectáculos! 
como  la  exhibición  de  las  tribus  de  i  go  trotea  y  de  negritos  en 
la  ultima  exposición  filipina  de  Madrid  de  1890)  de  que  to- 
dos los  indios  del  archipiélago  eran  tribus  de  cultura  inci- 
piente, raza  nina,  gente  blanda  y  hasta  cobarde  y  en  los  co* 
míen z os  de  la  reducción.  {Después  de  cerca  de  cuatro  siglos 
de  conquista  y  dominio! 

Ahora,  tampoco  quiero  ocultar,  siendo  opuesto  á  los  deba- 
tea muy  comprensivos  y  bastante  antipático  á  los  discursos 
muy  e  i  te  usos  porque  el  público  no  los  sigue,  que  hubiera  ce  ■ 
labrado  intervenir  en  el  último  debate  parlamentario  sobre 
el  problema  filipino,  no  sólo  por  la  ocasión  que  se  me  depa- 
raba de  decir  algo  y  preguntar  otro  poco  (no  lo  que  yo  tenia 
ideado)  sobre  la  cuestión  internacional  que  tanto  me  preocu- 
paba y  preocupa,  sino  porque  me  animaba  el  doseo  de  roque* 


—  .•83   — 

rir  á  1*8  personas  competente»  para  que  nos  explicasen  la 
última  insurrección  tagala  y  as  planteara  da  cualquier 
modo  y  en  cualquiera  de  sus  aspectos  el  problema  de  la  re- 
forma colonial  filipina. 

Es  indiscutible  que  hasta  la  fecha  no  hemos  podido  cono- 
cer, de  un  modo  oficial,  el  carácter  de  la  insurreooión  del 
Archipiélago  asiático  ni  siquiera  su  programa.  A  última 
liora,  y  por  acaso,  pocas  personas  hemos  conocido  el  Maní* 
flasto  de  Aguinaldo  publicado,  en  Agosto  de  1867,  en  el  Dia* 
rio  dé  Avisos  del  Japón  y  en  el  oual  no  se  dice  cosa  alguna 
oontraria  á  la  soberanía  de  Espafia. 

Que  el  desgraciado  Rizal  no  era  un  enemigo  de  ésta  pare- 
ce positivo:  en  sus  libres  no  se  encuentra  motivo  para  afir- 
mar lo  contrario» 

La  recientísima  absolución  del  capitalista  filipino  don 
Francisco  de  Rojas  es  de  una  abrumadora  elocuencia  respec- 
to de  la  injusticia  de  ciertas  acusaciones  que  corrieron  aquí 
como  palabras  del  Evangelio,  en  el  verano  de  1896,  en  cuya 
época  se  verificó  el  procesamiento  del  relator  del  Tribunal 
Supremo  de  Justicia  y  Redactor  en  Jefe  del  Diario  O/leUA 
de  sesiones  del  Senado,  D.  José  María  Pantoja,  como  reo  de 
conspiración  contra  la  integridad  de  la  patria  en  Filipinas! 

De  nada  de  esto  habla  nadie.  Nadie  tampoco  recuerda  que 
en  1812,-1820  y  1836,  las  Filipinas  estuvieron  representa- 
das en  las  Cortes  de  la  Nación  y  que  cuando,  en  1868  y  1 871, 
se  rectificó  el  agravio  que  se  hiao  á  las  Antillas  en  1836,  al 


expü  Wr  del  Congreso  á  loa  iepreaentantea  par  lamen  tarioe 
de  édtaet  ae  olvidó  4  la  grao  colonia  Asiática,  que  conti- 
nuó so  metida  al  abacia  ti  amo  apostólico,  hasta  el  punto  de 
que  oi  ai  quiera  loa  preso  puestos  filipinos  se  traen  á  las 
Cortea. 

Nadie  habla  de  que  actos  del  movimiento  i n surrección»! 
de  1896,  tuvieron  efe  oto  las  conspiraciones  y  loa  procesos 
de  1840,  y  de  1872  (respecto  de  las  coalea  han  corrido  loe 
diala'es  y  las  falsedades  mas  extraordinarios)  y  no  es  para 
dejar  en  la  sombra,  el  silencio  que  se  ha  hecho  en  eatoa  ul- 
times días  alrededor  de  la  Exposición  de  loa  rop  reían  tan  tea 
de  las  órdenes  monásticas  de  Filipinas,  que,  reclamando 
del  Gobierno  de  la  Metrópoli,  que  se  decida  entre  ellos  y 
loe  masones,  señala  como  condiciones  de  su  continuadla  en 
el  Archipiélago  exigencias  verdaderamente  inconsideradas* 

No  exagero  nada.  Las  órdenes  monásticas  dicen  lo 
siguiente: 

«Tal  acontecería  ai  en  ley  se  tradujeran  la  secular íz ación  da  loa 
ministerios  regulares;  la  secularizac  ón  de  la  enseñanza;  la  deaimorfi- 
ntÍ6n  de  los  bienes  de  las  Corporaciones,  6  la  supresión  de  la  libertad 
qots  leí  compete  para  disfrutar  y  disponer  de  ellos;  la  declara  -i  óti  de  1* 
tolerancia  de  cultos;  el  establecimiento  del  matrimonio  cítíI;  la  per* 
misión  de  toda  clase  de  asociaciones  y  la  libertad  de  la  prensa,  Tal 
acontecería,  per  lo  que  más  directamente  nos  atalie,  si  continuando 
aquí  y  allá,  la,  4  todas  luces  injustificada,  campala  contra  nosotros,  «I 
Oobie rao  en  sus  actos  demostrara  que  realmente  concepta  i  que  soa- 
otros  liemos  sido  causa  de  la  insurrección  y  que  noi  oponemos  al 


_ 


—   685  — 

ingreso  de  estas  Islas  7  al  desenvolvimiento  de  sos  legítimas  as- 
piraciones. T¿1  acontecería,  si  no  persiguiendo  con  tesón  las  ase-5 
elaciones  secretas  7  no  poniendo  eficaz  corree  tiro  4  los  sediciosos 
qoe  soliviantan  las  magna  inconscientes  del  pueblo  contra  las  Regala- 
res 7  contra  todo  b  más  sanio  7  más  español  de  las  islas,  se  quisiera 
qne  los  Religiosos  continuaran  en  su*  ministerios,  expuestos  en  todo 
moaento  áser  sacrificados,  cual  es  terrible  consigna  de  la  secta  7  cual 
por  desgracia  7a  ocurrido,  sin  tener,  acaso,  ni  ann  el  conaualo  de  qne 
feen  apreciados  eso  i  sacrificios. 

Si  los  religios>s  ha  nos  de  coatinuir  en  las  l*Us  siendo  dtiles  á  la 
Religión  7  á  España,  á  nadie  puede  caber  duda  que  ha  d¿  ser  garantí» 
lando  sólidamente  nuestras  personas,  nuestro  prestigio,  nuescro  mi* 
aisterio.» 

Reproduico  estas  líneas  porque  me  pareoen  decisivas, 
parala  fatara  reforma  colonial  de  Filipinas,  pues  qne  ellas 
-diosn  bien  olaro  lo  que  las  órdenes  monásticas  entienden 
-como  indispensable  para  su  existencia  en  agüella  comarca . 

Es  decir,  todo  lo  contrario  á  lo  qne  supone  el  mando  con- 
temporáneo. Y  además,  lo  reprodnzoo  porque  no  ha  habido 
medio  de  qne  en  el  aotaal  Congreso  se  oyera  sa  lectura, 
•miando  un  diputado  autonomista  (el  Sr.  D.  Genaro  Alas), 
00a  admirable  sentido  y  rara  energía,  pretendió  que  lo  00- 
neciera  la  Cámara  (1).  ¡Terrible  prueba  del  miedo  y  de  le* 
prevenciones  dominantes  en  ella,  aun  entre  los  elementos 


(1)    Merece  ser  leído  lo  que  el  Sr.  Alas  dijo  en  este  debate  de  Junio 
41  time.  Queiará  en  los  anales  ds  nuestras  Cortes.  Así  se  habla. 


—    686   — 

liberales  y  más  comprometidos  en  la  solución  del  problema, 
de  Cnba! 

Pero  hay  más  que  eete.  He  seguido  coa  particular  aten» 
don  el  lánguido  debate  con  que  terminaron  las  sesiones  del 
Congreso  en  Junio  último  y  que,  como  he  dicho,  versó  sobre 
la  insurrección  filipina.  En  él  se  prescindió  en  absoluto  de- 
las  soluciones:  ni  siquiera  se  hicieron  públicas  las  reformas 
que  el  nuevo  Gobernador  general  Angustí  ha  decretado  con 
autorización  del  Gobierno  de  la  Metrópoli,  ya  hace  cerca  de 
dos  meses  y  que  se  suponen  saturadas  de  cierto  espíritu  auto* 
nomista.  Nadie  se  preocupó  de  recabar  del  Gobierno  que 
precisara  su  pensamiento  respecto  de  esas  reformas  ó  por  lo 
menos  de  las  que  se  anunciaron  vagamente  en  el  Discurso  de 
la  Corona  con  que  se  abrieron  en  20  de  Abril  de  1698  la* 
actuales  Cortes  (1). 

Porque  la  última  insurrección  fiilipina  y  su  recientiaims 
resurrección,  bajó  la  íl fluencia  ó  por  )o&  manejos  norteame- 
ricanos, no  son  más  que  incidentes,  distintos  todos  y  todos 


(1)  Dice  así  el  Discurro.— «A  los  graves  asuntos  que  de  esta  raerte 
■©licitan  nuestra  atención  hacia  loe  maree  de  Occidente,  Tienen  a 
-aniñe  el  eitado  de  une  «tres  p  oiesicnes  en  el  lejano  Oriente.  Las  islas 
Filípica?,  cuya  lealtad  ha  pueito  á  prueoa  una  grave  ínsurreccién  fe» 
Mímente  dominada,  sienten  tcdtTÍa  las  censecneneiss  de  aquella  agita- 
«Un  profunda.  Para  calmarla  y  para  prevenir  en  lo  fatnro  el  descon- 
tento, remediando  lee  canana  del  anterior  malestar,  mi  Gobierne  os 
someterá  importantes  resoluciones  » 


<*\ 


—  687  — 

gravísimos,  del  problema»  y  con  ser  importante  el  saber  si 
efectivamente  el  Gobierno  español,  por  medio  de  sn  primer 
representante  en  Manila,  prometió  6  no  reformas  políticas  y 
sociales  para  terminar  el  primer  movimiento  acaudillado  por 
Aguinaldo,  mny  por  cima  de  esto  se  halla  el  considerar  que 
la  reforma  filipina  (como  la  decretada  en  las  Antillas  en 
Noviembre  de  1898),  tiene  un  valor  propio  y  sustantivo,  de- 
pendiente del  que  se  dé  á  la  cuestión  colonial  planteada  eu 
el  gran  Archipiélago  asiático.  De  todas  suertes  y  sobre  otras 
clases  de  problemas  hay  que  poner  y  resolver  el  de  si  Es- 
palia  pnede  y  debe  mantener  en  Filipinas  el  régimen  vigen- 
te y,  caso  negativo,  cuál  ha  de  ser  el  régimen  qoe  sustituya 
al  actual. 

De  esto  nadie  se  ha  cuidado  en  nuestras  Cortes.  Sin  em- 
bargo, esto  ya  es  absolutamente  imposible  excusarlo.  Pero 
hay  que  principiar  por  plantear  el  problema  fuera  de  pre- 
ocupaciones  y  prevenciones,  y  atentos,  el  oido  y  la  vista,  á 
las  experiencias  extrañas  y  persuadidos,  los  que  estudien  el 
caso,  de  que  España  ha  sido  grande  cuando  en  ella  ha  en- 
carnado el  espíritu  total  de  la  época  de  sus  empeños  y  sus . 
éxitos.  Desde  que  se  aparta  de  la  corriente  universal  su  de- 
cadencia es  positiva,  en  el  interior,  en  las  Colonias  y  eu 
todas  partes. 

Últimamente  he  oido  decir  que  el  problema  filipino  es  di- 
ferente del  antillano.  Es  cierto:  pero  de  aquí  no  se  infiere 
que  el  criterio  para  las  soluciones  tiene  que  ser  distinto  y 


—   688   — 

menos  opuesto.  £1  derecho  colonial  descansa  en  principio* 
j  la  poli  tic  a  colonial  consiste  en  aplicarlos  según  los  tiem- 
pos y  las  circunstancias:  no  en  contradecirlos  ni  mistificar- 
los. En  Fi ¡pinas  existe  dentro  del  complejo  problema  co- 
lonial, el  de  la  libertad  religiosa  y  la  secularización  de  la  vi- 
da; el  agrario  y  de  la  desamortización;  el  de  la  igualdad  y  li 
elevación  progresiva  de  las  razas;  el  de  la  autonomía  local 
y  el  de  las  libertades  políticas*  Esos  problemas  no  están 
intaotos,  porgue,  á  pesar  de  que  nadie  habla  de  ello,  es  la 
verdad  que  ya  en  1870,  la  Revolución  de  Septiembre  loi 
abordó;  luego  en  23  de  Junio  de  1881  se  decretó  la  libertad 
del  trabajo  y  del  cultivo  y  desde  1884  á  1890  ae  llevaron  al 
Archipiélago:  el  Código  penal,  el  Código  de  Comercio,  la 
Ley  procesal  civil  y  el  Código  civil  y  en  5  da  Enere  y  19 
de  Mayo  de  1893  se  hizo  la  reforma  municipal  de  Luzón  y 
las  Visayaa;  reforma  derogada  públicamente,  en  el  año  últi- 
mo por  el  partido  conservador  de  la  Península  y  algo 
Antes,  por  todo  género  de  corruptelas  y  atrevimientos  buro- 
cráticos. Los  decretos  de  reforma  filipina  de  12  de  Septiem- 
bre de  1897  (felizmente  dejados  en  suspenso  por  el  actual 
Gobierno  liberal)  tratan,  no  sólo  del  régimen  municipal, sino 
de  la  Justioia  de  paz,  del  Cóiigo  penal,  délas  atribucio- 
nes del  Gobernador,  de  la  vigilancia  y  policía,  de  los  idio- 
mas filipinos,  de  la  enseñanza  y  del  clero.  Todo  eso  tratado 
con  nn  deplorable  sentido  y  de  manera  propia  para  producir 
escándalo,  todavía  más  que  por  lo  reaccionario,  porque  la 


^\ 


r 


—   5(99   — 

obra  de  loa  conservadores  choca  contra  todo  lo  que  se 
practica  y  florece  en  comarcas  análogas  y  porque  se  realiza 
cuando  agónica  la  insamcoión  tagala  y  casi  en  los  mismos 
días  en  que  el  8r.  Cánovas  del  Castillo  publca,  frente  á  la 
insurrección  pojante  de  Coba,  los  decretos  de  Abril  de  1897 
de  reforma  antillana.  Esto  no  se  puede  hacer  simplemente. 
Ya  lo  hemos  visto.  De  todos  modos  esto  no  se  debe  hacer. 

Pero  aquí  aduzco  el  recuerdo  de  las  reformas,  promulga- 
das  de  1870  á  1894,  para  advertir  que  el  filipino  ha  gustado 
ya  del  fruto  prohibido  de  la  libertad  y  de  la  reforma  y  que 
de  hoy  más  es  m oralmente  imposible  el  itatu  quo  colonial, 
máxime  en  comarcas  que,  como  la  de  Luzón ,  de  ninguna 
suerte  son  inferiores  á  algunas  provincias  de  la  Metrópoli  y 
que  evidentemente  ya  no  quieren  (y  pueden  no  querer)  vivir 
en  el  régimen  de  la  mano  muerta,  la  burocracia,  la  centrali- 
zación administrativa,  la  desigualdad  de  razas  y  la  nega- 
ción de  las  libertades  necesarias  de  loa  pueblos  modernos. 

Demás  de  esto  hay  que  contar  con  que  en  el  comercio  ex- 
terior de  Filipinas,  que  eo  1896  casi  llegó  i  264  millones  de 
pesos  (1),  la  Península  española  representa  escasamente  el 


(1)    Ht  aquí  el  pi  omedio; 


Alemania 
Bélgica. 


Expor 
teeiooea 

Impor- 
tacionea 

a-a 

— ■ 

Dollar». 

Bollara. 

983700 

144923 

45000 

273240 

—  ato  — 

seis  por  100,  y  el  8  el  grupo  de  Francia,  Inglaterra  y  loa 
Estados  Unidos:  qae  á  muy  poca  distancia  del  A  rchípiélago 
eeti  el  Japón,  traoaformado  y  en  a  sombro  so  progreso  Doran 
identificación  con  las  ideas  modernas  y  sus  victorias  sobre 
la  China  (representación  déla  inmovilidad  y  el  anacronismo) 
y  en  creciente  y  directo  trato  con  lae  grandes  potencias  euro- 
peas, desde  1870  á  esta  parte;  j  qne  el  desarrollo  de  la  rebe- 
lión de  última  hora,  favorecida  por  tos  norteamericano?,  es 
un  dato  absolutamente  irreductible  en  la  vida  de  nuestra 
gran  colonia  asiática,  donde,  para  restablecer  la  eoberaaia 
española,  no  seria  Suficiente  la  mera  retirada  de  la  saetía* 


Bxpor-  Iispof^ 

Ucionei  tociciei 

Doliera.  Dolían. 


Cbina 18000  96781 

Espine 4500000  7700006 

Estados  Unidos 498285*7  162446 

Praoci» 1987900  1TOOO0 

Oran   Bretaña N67500  2467066 

Japón 1887909 

Diveraos 4065704  4907104 

Total 24556640  18141610 

La  Oran  Bretaña  es,  como  fe  Te,  la  qne  compra  mea  4  las  ialai  Filipi» 
na,  -  capando  loa  Bstadi a  Unidos  el  aegnndo  lagar  con  4.982.006 do- 
lí íiru  y  el  tercero  Bapafia. 

En  taa  importacicnea  del  Archipiélago,  en  cambio,  ocapa  Banana  •) 
primer  lagar,  diatanciándose  macho  loa  demáa  paiaea. 


—   691    — 

dra  yankee,  que  ocupa  la  bahía  de  Manila,  toda  vea  que, 
hoy  por  hoy,  lo  quetieoe  comprometida  la  suerte  de  nues- 
tra bandera  y  el  poder  de  nuestro  Gobierno  en  aquellas 
lejanas  eomaroas  es  realmente  la  población  tagala,  protes- 
tante, en  armas  y  duefia  de  la  parte  más  importante  de 
Latón.  ¿Por  qué  no  meditan  ahora  (después  de  estudiar  el 
punto)  en  la  gran  obra  del  gobernador  Anda  y  Salazar? 

¿Bastará  para  prescindir  de  esta  eneefianza,  la  conside- 
ración de  que  esto  no  se  reduce  á  una  noticia,  y  que  pide 
estadio  y  reflexión? 

Paréceme  que  todo  lo  dicho  es  ya  de  evidencia  y  que  no 
bastará  para  deshacerlo  el  remedar  al  avestruz  que  pone  la 
cabeza  debajo  del  ala  esperando  que  de  tal  suerte  ni  las  cosas 
pasea  ni  los  demás  las  vean.  Pero  cuánto  ha  costado  á  esta 
inagotable  y  maltrecha  Espafia,  creer  á  pies  juntillas,  á  los 
que,  por  espacio  de  no  sé  cuántos  años,  nos  han  estado  atro- 
nando los  oídos,  con  la  autoridad  de  prácticos,  maestros  y  es- 
pecialistas, para  afirmar  campanudamente,  que  era  imposi- 
ble que  el  tagalo  luchara  con  el  europeo  y  que  el  filipino  acer- 
tara á  idear  concierto  ni  organización  de  ningún  género. 
Cuánta  sangre;  cuánta  ruina  y  cuánto  quebranto  moral  nos 
ha  traído  el  desconocer  ya  que,  más  privilegios  y  más  dere- 
chos y  más  fuerza  que  las  órdenes  monásticas  filipinas  tenia 
1»    Compañía  de  las  Indias  en  el  Indostán  y  sin  embargo, 
Inglaterra  la  abolió,  por  interés  general,  en  1858,  después 
de  haberlo  tocado  y  reformado  continuamente  en  1775  y  88 


—    602    — 


^ 


y  1833  y  53,  como  en  1833  pasó  por  cima  de  los  derechos  da 
los  propietarios  de  esclavos  de  las  Antillas  británicas,  ya. 
que  entre  los  moderno»  Gobernadores  y  Administradores  de 
nuestro  hermoso  Archipiélago  no  han  existido  preptígioa 
como  los  de  Daendels  y  Van  den  Bosch  en  Java,  ni  en  el  or* 
den  délos  productos  materiales,  loe  de  Filipinas  pueden  ser 
remotamente  comparados  con  los  de  la  gran  colonia  holan- 
desa mediante  el  criterio  de  1830  y  sin  embargo»  el  Gobierno 
holandés,  atento  al  desastre  de  1849  y  á  las  protestas  le 
les  y  la  campaña  de  los  reformistas  de  la  Metrópoli  de  1865 
y  á  las  bajas  de  la  producción  y  el  comercio  de  Java,  en 
a  nos  posteriores,  se  decidió  á  prescindir  de  las  resistencias 
de  una  burocracia,  sin  duda,  mucho  más  competente  que  la 
nuestra  (como  que  se  nutria  en  las  escuelas  especíales  de 
Leyden  y  de  Left)  y  de  los  prejuicios  de  los  gobernadores 
coloniales,  para  adoptar  la  nueva  política  iniciada  por  la  ley 

:  raria  de  1870  y  la  abolición  de  la  corbea,  en  el  sentido 

V  la  vida  libre  contemporánea. 

De  todo  esto  yo  hubiera  querido  tratar  en  el  Congreso, 
porque  los  últimos  sucesos  ja  dan  cierta  base  para  hablar, 
con  alguna  eficacia,  de  las  reformas  fundamentales  que  pide 
el  estado  presente  de  Filipina?,  Por  lo  menos,  hubiera  plan- 
teado, en  sus  verdaderos  términos, el  problema,  desarrollan- 
do algunas  de  las  indicaciones  que  hice  ai  discutir  poco  ac* 
tes  el  apenas  imaginable  presupuesto  de  Fernando  Pooy  so 
el  supuesto  de  que  no  hay  español  medianamente  disanto 


<*\ 


~    693    — 

qn*  Fe  preocupe  de  que  conservemos  los  archipiélagos  de 
FéIípíerHj  Carolinas  j  Marianas,  para  que  continúe  el  de- 
^Ti^ramieDto  de  Eap&fia,  enviando  mUes  de  soldados  penin- 
pal» res  á  reducir,  por  la.  fuerza t  á  Jos  tagalos,  tan  pronto 
come  el  comodoro  Dewey  abandona  á  Caví  te  (1). 

Pero  como  he  dicho ,  el  Gobierno  del  Sr.  Sa  gasta  creyó 
cae  era  perjudicial  que  discutieran] oa  eetaa  y  otras  copas  en 
las  Cortes,  También  respecto  de  este  punto  quiero  que  cons 
te  mi  peifrcta  irresponsabilidad.  Man  aún;  quiero  que  cona- 
la  mi  voto  eo  contra  y  qne  he  be:ho,  oficial  y  nficloaa mente, 
todo  cnanto  ha  estado  en  mi  mi&o  para  e-vitarlo* 


Las  indicaciones  que  acabo  de  hacer  explican  suficiente- 
mente lo  qoe  me  propnae  y  lo  que  hice,  en  los  tr?s  meneada 
campaña  parlamentaria  de  ! 893, en  cuyo  período  me  deiiqué 


flj  L*a  problemas  fílípfnoa  fosroa  trattdaa  da  mano  maestra  y  de- 
m  extraed  o  una  previsión  i  comparable,  por  j.  Man  col  Regidor  Jurado, 
toan;ieno  de  c  acimiento,  «idipuudo  bu  Loro  mista, de  Poarto  Rico  y 
fundador,  conmigo,  del  periódico  SI  Corno  d¿  España^  que  tc  poeticé  «a 
Madrid  dtide  irtTO  i  |#& 


—  694    — 

«espeoialíeimamente  al  problema  colonial,  considerándolo  en 
toda  so  amplitud»  tanto  porqne  este  era  mi  particular  y  ab- 
sorbente compromiso,  en  las  ciroonstanoias  presentes,  cnanto 
porque  la  cuestión  ultramarina  Ueg6  á  ser,  y  todavía  es  hoy, 
la  cuestión  capital,  cuando  no  la  total  de  la  nación  españo- 
la. Nunca  como  ahora  se  evidenció  el  concepto  que  yo  he 
tenido  desde  los  primeros  días  de  mi  campaña  política- 
es  decir,  desde  hace  ya'treinta  a  los —del  problema  colonial. 
No  he  hecho  más,  porque  no  he  podido.  Pero  bueno  es  que 
conste  qne  ni  he  desaprovechado  ocasión  alguna  ni  he  titu- 
beado un  minuto  respecto  á  mi  ya  vieja  convicción  sobre  la 
-eficacia  de  la  opinión  páblioa,  bien  ilustrada  y  requerida. 
Buena  parte  de  lo  mucho  malo  que  ahora  sucede  en  España 
se  debe  á  que,  á  pesar  de  muchas  y  resonantes  protestas,  la 
mayoría    de    nuestros    hombres    politioos    no  comparte 
aquella  convicción  y  á  que,  de  hecho  y  por    muy  diversas 
causas,  en  estos  últimos  años,  han  decaído  mucho,  en  nuestra 
Patria,  la  propaganda  de  los  principios  y  la  ilustración  rega- 
lar y  sistemática  de  las  gentes  respecto  de  los  problemas  ge- 
nerales y  de  derecho  político.   L  i  simple  noticia,  las  puras 
fórmulas  y  la  mera  acción,  más  ó  menos  ruidosa  y  efectista, 
no  bastan  para  orieiitar  y  vigorizar  á  un  pueblo. 
De  todo  lo  que  en  este  papel  digo  se  infiere: 
Primero:   que  no  he  creído  nunca  que  la  cuestión  colo- 
nial es  un  problema  particular  y  exclusivo;   mucho  menos 
un  interés  local  de  nuestras  Antillas  y  de  Filipinas.  Por 


r 


—  695    — 

tanto  jamás  he  tratado  loa  negocios  ultramarinos  como  un  es* 
finalista  ni  oomo  un  prooarador  particular  de  los  antillanos 
que  por  espacio  de  veinte  años  me  han  enviado  á  las  Cortes, 
conociendo  bien  mi  absoluta  identificación  con  la  política 
genera!  española,  y  mi  reflexivo  y  público  propósito  de  ser 
«*  diputado  de  la  Naden. 

Para  pensar  7  obrar  de  otro  modo,  habría  sido  preciso  que 
70  desconociera  la  existencia  ó  el  valor  del  Derecho  colonial 
7  que  no  hubiera  estadiado  con  cierto  detenimiento,  oomo 
he  hecho,  la  historia  de  las  relaciones  políticas,  económicas 
7  sociales  de  la  Metrópoli  7  las  colonias  espaftolas,  de  cuyo 
estudio  he  sacado  la  idea  de  que  es  muy  discutible,  bajo  cier- 
to punto  de  vista  7  para  ciertos  efectos,  cuál  ha  sido  mayor 
7  de  mayor  transcendencia,  si  el  inflajo  de  la  Península  en 
Ultramar  ó  el  de  nuestras  colonias  (señaladamente  las  de 
América)  en  la  vida  moral  y  política  de  la  Península. 

Por  eso  y  algo  mis  he  dicho  siempre,  y  ahora  repito, 
que  creo  muy  dificil  que  en  España  arraigue  la  Democracia 
7  que  nuestra  Patria  pueda  intentar  sostener  cierta  perso- 
nalidad 7  realizar  ciertas  empresas  en  el  orden  interna- 
«fonal,  si  no  consagra  explícita  7  definitivamente  en  sus 
colonias  la  autonomía  colonial  7  el  régimen  de  la  oonfiansa 
7  la  libertad. 

Después  de  esto,  lo  antes  rasonedo  demuesta  que  persevero 
«n  mi  firme  creencia  de  que  es  imposible  que  España  conti • 
lite  aislada  en  el  concierto  de  las  Naciones  contemporáneas, 

45 


—   6*6  — 

Ahora  se  ha  palpado,  86  palpa,  una  de  laa  consecuencia*' 
de  este  aislamiento.  Pero  adviértase  que  lo  que  sucede  sólo- 
es  una  de  las  diversas  consecuencias  del  error  imperante. 

Apenas  comprendo  cómo  los  partidarios  de  ese  aislamien- 
to, ó  los  que  lo  han  consentido,  hacen  en  estos  instantes  cier- 
tos argumentos  contra  la  actitud  de  las  Potencias  europeas. 

Cierto»  indiscutible  es  que  la  conducta  de  éstas  es  deplo- 
rable. Aun  sin  llegar  al  criterio  de  la  Santa  Aliansa,  6  al 
del  Presidente  Monroe,  ó  al  de  los  redactores  de  los  Trata- 
dos de  Parle  y  de  Berlín  de  1856  y  1878,  puede  bien  afir- 
maree  que  la  pasiva  espectación  de  Europa  y  América  en 
el  conflicto  hispanoamericano  será  una  gran  verguean  de 
la  Historia  política  contemporánea.  Pero  ¿cómo  pueden  soli- 
citar la  acción  enropea  los  que  han  estado  proclamando,  en 
estos  ultimes  tiempos,  que  España,  de  ninguna  suerte,  dt~ 
bia  comprometerse  más  allá  de  sus  fronteras? 

Ten  evidente  y  desastrosa  me  parece  esta  contradicción, 
como  absurda  la  tesis  de  que  ahora  España  no  tiene  medie» 
positivos  y  materiales  de  interesar  á  otras  Naciones  en  eu  de 
feces  ó  que  la  solución  de  la  crisis  presente  se  debe  fiar  taa 
sólo  á  la  generosidad  de  loa  norteamericanos  vesee 
dores. 

De  todos  modos  la  lección  presente,  aunque  muy  dar», 
debe  ser  aproveche  da  por  los  más  distraídos,  más  cocfitdor 
ó  más  arrogantes. 

En  tercer  lugar,  de  lo  dicho  resulta  que  jo  tengo  oa»  f* 


—    697    — 

viva,  profunda,  excepcional  en  el  genio  y  la  vitalidad  de  la 
rasa  española.  En  esto  no  hay  petulancia,  ni  flaqueza,  ni 
patriotería  de  ninguna  especie*  Ahí  están  todos  mis  libros, 
todos  mis  discursos.  Yo  no  he  gastado  nunca  mis  pulmones 
dando  vivas,  ni  mis  fuerzas  haciendo  desplantes.  ¿Quién más 
que  yo  ha  señalado  loa  defectos  de  mi  familia?  Solo  que  los 
he  creído  generalmente  remediables  y  á  su  remedio  se  han 
dedicado  mis  pobrfñimos  esfuerzos ,  poniendo,  en  primer  tér- 
mino, como  un  empeño  capital ,  urgente,  una  vigorosa  re* 
forma  de  la  educación  española. 

Porque  gran  parte,  quizá  la  mayor  de  lo  equivocado  y 
deplorable  de  nuestra  vida  depende,  principalmente,  de 
una  gran  deficiencia  de  la  cultura  media  de  España  y  del 
decaimiento  de  nuestras  otases  directoras; — precisamente 
cuando  los  problemas  sociales  4  internacionales  revisten 
mayor  importancia  y  piden  nuevos  procedimientos  y  so- 
luciones más  potentes  y  eficaces. 

A  sí  se  explicará  la  verdadera  pasión  con  que  yo  he  toma- 
do el  problema  pedagógico  de  España.  No  me  cansaré  de 
repetirlo:  ese  problema  es  para  mí,  ante  todo  y  sobre  todo, 
de  o  o  carácter  eminentemente  político.  Y  para  resolverlo 
pido  el  concurso  activo  v  vigoroso  del  Estado,  en  vista  pre» 
ferente,  en  ando  no  exclusiva,  de  la  ilustración  del  mayor  nú* 
mero  (la  enseñanza  elemental  y  primaria  en  su  doble  con- 
cepto de  instrucción  y  educación)  y  el  apoyo  resuelto  de  los 
ciudadanos,  de  la  acción  particular,  de  la  acción  libre  de  la 


698   — 


sociedad  español»,  para  sacar  á  salvo  ana  intenta»  de  honor, 
do  paz  y  de  civilización. 

Por  último,  paré  cerne  bien  evidenciado  que  yo  he  insisti- 
do en  estos  últimos  tiempos,  no  sólo  en  lo  que  el  Sr.  Cáno- 
vas del  Castillo,  disentiendo  conmigo  en  1896,  llamaba  mi 
política  optimista  ó  sea  mi  confianza  en  la  eficacia  de  la 
política  reformista  espansiva  y  democrática,  sino  en  mi 
añeja  resolución  de  apoyar  toda  tendencia  favorable  á  la 
reforma  colonial,  aun  cuando  ésta  no  respondiera  complete- 
mente  á  mis  reoomendaoienes,  ni  fuera  realizada  por  los 
hombres  de  mi  partido  y  de  mi  preferencia. 

En  estos  últimos  meses  he  hecho  algo  que  no  tiene  positi- 
vo mérito  por  cuanto  me  lo  ha  impuesto  el  deber  y  yo  doy 
un  valor  muy  relativo  á  lo  que  se  llama  la  conveniencia. 
Me  atrevo  á  asegurar  que  cuantas  veces  me  he  inspirado  en 
los  principios  no  he  sufrido  percance.  No  me  atrevería  á 
decir  lo  propio  respecto  de  las  pocas  veces  en  que  he  tenido 
que  someterme  á  la  política  de  las  habilidades. 

En  esta  última  temporada  he  podido  ratificar,  de  un  mo- 
do no  común,  mi  fe  y  mi  propaganda  sobre  este  particular. 
Me  he  prestado  calurosamente  á  secundar  los  esfuerzos  del 
Gobierno  liberal  para  la  instauración  del  régimen  autono- 
mista en  las  Antillas  y  he  trabajado,  como  el  que  mas,  para 
combatir  resuelta  y  eficazmente  las  reservas  y  aun  las  con- 
tradicciones de  algunos  correligionarios  mios  de  ultramar» 
de  la  Península  y  del  extranjero.  Añado  que  yo  no  he  pe- 


—  6gg  — 

dido  ni  logrado  absolutamente  nada  del  Gobierno,  respecto 
de  los  autonomistas  de  la  Península  y  me  he  limitado  á  re- 
clamar,  con  éxito  (por  regla  general)  qneen  la  constitución  de 
loa  Gobiernos  insulares,  el  Gobierno  de  la  Metrópoli  se  ata* 
viera  á  los  acuerdos  de  los  antillanos,  residentes  en  Cuba  y 
Puerto  Rico.  Y  me  he  opuesto  en  absoluto,  con  éxito  decisi- 
vo, á  loa  trabajos  que  aquí  torpemente  se  iniciaron  para 
arreglar,  en  Madrid,  las  cosas  cuya  inteligencia  y  resolución 
correspondía  á  las  gentes  de  allend  e  el  Atlántico.  Temo 
que  eeto  no  ge  ha  comprendido  bien  por  todos  en  nues- 
tras Antillas.  Pero  yo  estoy  perfectamente  satisfecho  de  lo 
que  he  real  izado,  sin  preocuparme  lo  mas  mínimo  de  las 
pereonas  ni  esperar  la  gratitud  individual  de  nadie. 

He  hecho  más.  Mis  discursos  lo  evidencian.  Me  he  abs- 
tenido rigorosamente  de  la  menor  censura  contra  el  Gobier- 
no liberal;  y  cao  que  alguna  vez  oreo  haber  tenido  razón 
para  censurarlo.  Por  otros  motivos  he  excusado,  en  términos 
inverosímiles ,  toda  discusión  y  todo  recuerdo  respecto  de 
hombres  y  partidos  peninsulares  á  quienes,  á  mi  juicio  y  en 
conciencia,  corresponde  muy  particularmente  la  mayor  res- 
ponsabilidad de  las  actuales  desgracias.  He  querido  facilitar 
de  todos  modos  la  doble  empresa  de  la  instauración  y  arrai- 
go de  la  Autonomía  en  las  Antillas  y  de  la  victoria,  siquiera 
moral,  de  España  sobre  los  Estados  Unidos,  objeto  en  otro 
tiempo  de  mí  devoción  y  representante  hoy  de  tendencias 
verdaderamente  deplorables  é  incompatibles  con  mis  con- 


—   700  — 

vieáones  democráticas  y  republicanas.  Puedo  hablar  sobre 
esto  último  con  taota  mayor  energía,  cnanto  que  no  oreo  que 
haya  en  España  persona  qne  haya  defendido  tanto  el 
valor  moral  y  político  de  la  República  Norteamericana  (1). 

Cuéntese  que  mi  silencio  tiene  el  pequeño  mérito  de  que 
yo  tengo  la  firme  convicción  de  que  ahora  podría  haber  di- 
cho mucho,  como  autonomista  y  como  republicano,  respecto 
de  los  antecedentes,  la  conducta  y  los  procedimientos  de 
los  partidos  monárquicos  peninsulares  que  en  estos  instan- 
tes realizan  la  política  autonomista  por  ellos  insistentemente 
señalada  á  las  prevenciones  nacionales,  como  atentatorias  al 
prestigio,  la  fuerza  y  el  derecho  de  España.  Lo  mismo  podría 
decir  respecto  de  la  política  internacional  que  esos  partidos 
realizan  ó  consienten  en  estos  momentos,  con  lamentable! 
resultados. 

Permítaseme  ahora  recordar  lo  que  en  Junio  de  1896  di- 
je,  en  el  Senado,  al  Sr.  Cánovas  del  Castillo  y  á  los  partí- 


(1)  Sobre  los  Botados  Unidos  de  América  he  publicado  uu  libro  que 
trata  de  la  Bovolwión  nortoamorUana  dol  siglo  XTUI  (é  sea  de  la  funda- 
ción de  la  Repúb Jca)— unas  Confsrsnoias  sobro  si  Papol  y  la  Rsprosmis- 
dan  dé  los  Estados  Unidos  4o  América  on  el  Dorseho  lntorn*eional—doi 
discursos  sobre  Lincoln  y  Monroo— ararlas  lecciones  de  mi  Careo  sobre 
la  Colonización  dola  motor  i*,  respecto  de  las  colonias  británicas  en 
América— varios  artículos  sobre  escritores  americanos,  como  Poe,  Coo- 
per  y  Enriqueta  Aowe— un  folleto  sobre  la  Abolición  do  te  osclavUui  o» 
Norto  América— y  recientemente  un.  libre  sobre  Loo  Sotados  Unidos  * 
América  on  1896. 


^ 


—  701  — 

dos  conservador  y  liberal.  Todo  lo  que  anuncié  ha  sucedido 
•al  pie  de  la  letra.  Por  discreción ,  más  que  por  modestia,  no 
dije  entonces  que  yo  estaba  muy  bien  enterado  de  la  dispo- 
sición de  los  Gobiernos  extranjeros  respecto  del  problema 
de  Cuba.  Y  por  motivos  de  delicadeza,  me  limité  á  meras 
alusiones  á  las  reservas  y  los  consejos  que  los  Gobiernos  de 
Francia  é  Inglaterra  hablan  dado  al  de  fispafia  desde  1848 
4  54  para  que  variase  nuestro  régimen  colonial,  de  modo 
•que  fuera  posible  al  extranjero  garantizar  la  soberanía  de 
España  en  las  Antillas. 

Luego  me  hubiera  sido  muy  fácil  recordar  alguno  de  mis 
discursos  del  Congreso,  oídos  con  una  esquisita  deferencia 
por  los  diputados  y  aun  por  los  Gobiernos  liberal  y  conser- 
vador, pero  estimados  punto  menos  que  como  una  elucubra- 
ción teórica,  cuando  los  que  estaban  perfectamente  fuera  de 
la  realidad  y  de  la  práctica  eran  mis  oyentes  reacios  y  mis 
Jactanciosos  contradictores. 

Por  otra  parte,  yo  no  podía  ignorar  lo  que  la  Bepábliea  y 
los  diputados  republicanos  han  hecho  desde  1873  á  esta  par- 
te, en  obsequio  de  la  reforma  colonial  y  del  prestigio  y  la 
integridad  de  la  patria  española.  Sobre  esto  he  publicado  un 
libro  (1),  lleno  de  datos  y  de  documentos  irrecusables.  Sin 
-embargo,  después  de  su  publicación,  he  oído  y  leído  afirma* 
«dones  contrarias,  perfectamente  gratuitas  y  cuyos  altores, 


(1)    £•  Mtpéblioa  y  le*  Libertad**  *  Ultramar.  I  toI  .  Madrid .  1898 . 


—  702  — 

ni  en  el  Parlamento  ni  fuera  de  él,  se  lian  tomado  el  traba- 
jo  de  aducir  la  menor  prueba  en  favor  de  sas  desahogos. 

No  tengo  para  qué  repetir  ahora  lo  que  significó  el 
éxito  asombroso  de  la  experiencia  de  Puerto  Bico  en  1873: 
cómo  esta  experiencia  influjo  decisivamente  en  el  pacto 
del  Zanjón  y  de  qué  manera  este  pacto  fué  mistificado  al 
propio  tiempo  que  se  mistificaban  las  libertades  reconocida? 
á  Puerto- Rico  ror  la  República  española. 

Y  que  la  solución  autonomista  no  ha  Ceñido  desde  1 S 7 y  4 
1897,  dentro  y  fbera  de  las  Cortee,  más  apoyo  que  el  de  Ice 
republicanos,  se  demuestra  por  el  hecho  evidente  de  que  solo 
loa  periódicos  republicanos  han  patrocinado  esta  soIücíóq; 
porque  solo  en  los  programas  republicanos  r  parece  consa- 
grad a  la  Autonomía  colonial  y  porque  solo  loa  diputados 
republicanos,  contra  todos  les  monárquico**,  vetaron,  en 
IS&6,  la  proposición  de  los  diputados  autonomistas,  sosteni- 
da por  el  Sr.  D.  Rafael  Montoro,  en  favor  de  la  Autonomía, 

Aparte  de  esto  hay  que  considerar  Ja  relación  internacio- 
nal. Es  indiscutible  que,  cuando  A  fines  de  IS73,  lasBcpú» 
Micas  sudamericanas  se  concertaron  para  proponer,  en 
nombre  de  América,  al  Gobierno  de  España,  que  accediese  á 
la  independencia  de  Cuba,  esta  gestión  fracasó  porque  se  opu- 
so el  Gobierno  de  los  Estados  Unidos,  asegurando  que  habien- 
do triunfado  la  República  en  España,  la  República  rectifica' 
ria  completamente  la  política  colonial  monárquica.  Respecto 
del  conflicto  del  Virginiu*>  no  se  puede  discutir  que  nuestro 

I 


r\ 


r 


—   705  — 

Gobierno  republicano  logró  un  éxito  completo,  por  que  el  de 
Washington  reconoció  explícitamente  el  derecho  de  España 
a  la  perecen ción  del  Vitgiidu$y  de  tal  suerte  que  la  indem- 
nixación  pagada  en  1876  por  nuestro  Gobierno  monárqui- 
co so  procedía,  en  vista  de  las  anteriores  negociaciones  del 
Gobierno  de  Madrid  y  el  de  Washington. 

No  menos  evidente  es  qne  distan  abismos»  como  energía  y 
alcance  político,  las  notas  cambiadas  por  aquel  entonces,  en- 
tre los  Ministros  norteamericano  y  francés  oon  nuestro  Mi- 
nistro de  Estado,  celoso  del  prestigio  de  España  en  términos 
incomparables  con  los  de  las  notas  que  en  estos  dos  últimos 
años  han  salido  de  nuestro  Ministerio  de  Estado  contestando 
á  las  del  Gobierno  norteamericano,  Ko  hay  que  hablar  de  la 
lamosa  indemnización  á  Mora,  negada  constantemente  por 
nuestros  republicanos.  Del  mismo  modo  es  indiscutible:  1.a 
que  los  diputados  republicanos  se  opusieron  tenazmente  á 
que  en  1895  se  suspendieran  las  sesiones  de  las  Cortes  en 
vísperas  de  discutir  el  problema  internacional  de  Cuba,  y 
2.°,  que  en  aquella  misma  fecha  fueron  los  únicos  que,  por 
medio  de  un  documento  solemne,  reclamaron  del  Gobier- 
no conservador,  que  se  abrieran  las  Cortes  para  discu- 
tir la  cuestión  Mora  y  fijar  la  actitud  de  España  frente  á 
los  atrevimientos  y  las  violencias  del  Congreso  de  Was- 
hington. 

Como  aquí  todo  esto  se  olvida  y  son  muchos  los  que  ha- 
blan de  memoria,  aun  en  negocios  graves  y  de  superior 


—   704    — 

transcendencia,  se  explica  que  nadie  recuerde  esto  ni  en  la 
prensa  ni  en  el  Congreso.  Yo  podía  hiber  hablado  de  ello, 
pero  me  abstuve  de  la  menor  alusión. 

Y  cuenta,  qne  en  algán  momento  pude  considerarme 
como  verdaderamente  provocado,  ya  en  mi  persona,  ya  ei 
la  de  mía  antiguos,  sinceros  y  desinteresados  correligiona- 
rios. Porqne  á  provocación  me  sonaba  el  oir  hablar  á  sí- 
ganos de  nuestros  viejos  y  desacreditados  adversarios,  dala 
torpeza  del  Gobierno  al  comprometerse  en  la  obra  autono- 
mista, cuando  el  verdadero  argumento  que,  en  este  orden  de 
ideas,  podía  hacerse  al  Gobierno  liberal  era  el  haber  dejado 
para  última  hora  la  proclamación  del  nuevo  régimen:  estoes, 
la  hora  en  que  buena  parte  de  los  enemigos  del  sistema  an- 
terior habían  contraído  compromisos  y  creado  intereses  en 
las  filas  separatistas,  formadas  A  pretexto  ó  en  vista  del  fra- 
caso de  las  reformas  anunciadas  en  1893  y  de  la  subida  al 
poder  de  nuestro  partido  conservador. 

¿Y  qué  deoir  de  la  arrogancia  con  qne  no  pocos  anti  auto- 
nomistas de  hace  unos  cuantos  meses,  algunos  autonomistas 
que  á  última  hora  y  por  cansancio  habían  plegado  la  vieja 
bandera,  y  hasta  algunos  incondicionales  y  conttitocionalts 
de  entrambas  Antillas  pretendían,  no  solo  la  dirección  del 
nuevo  orden  de  cosas  oreado  á  fines  de  Noviembre,  sino  dis- 
cutirnos á  los  de  abolengo,  nuestros  títulos  y  nuestra  ciuda- 
danía, y  hasta  cerrarnos  las  puertas  del  Parlamento  Nacio- 
nal ó  dificultarnos  el  acceso  ó  las  Asambleas  insulares  que 


"\ 


—   705  — 

habrían  de  dominar  los  conversos,  y  loo  arrepentidos  del 
momento? 

Porque  ya  lo  puedo  declarar:  en  un  punto  ha  estado  que  al 
día  siguiente  de  proclamada  la  autonomía  en  Puerto  Rico, 
yo  no  hubiera  sido  electo  diputado  á  Cortes  por  aquella  isla, 
merced  á  intrigas  y  violencias  extraordinarias  y  notorias, 
propias  del  viejo  régimen,  que  sin  embargo,  respetó  cons- 
tantemente mi  candidatura.  Pero  de  ellas,  ni  aun  aludido  en 
el  Congreso,  he  creído  que  debía  pronunciar  una  palabra. 

¡T  cuánto  podría  ye  haber  comentado  la  campaña  que 
contra  mi  se  hiio,  eu  la  prensa  y  en  los  circuios  políticos, 
durante  los  últimos  meses  de  1897;  unas  veces,  para  hacer 
creer  al  público  y  ai  Gobierno,  que  yo  carecía  de  la  repre- 
sentación y  poderes  especiales  (que  positivamente  tenia)  de 
las  Directivas  autonomistas  de  nuestras  dos  Antillas;  otras 
veces,  para  que  dentro  y  sobre  todo  fuera  de  España,  corrie- 
se la  falsedad  de  que  primero  el  Directorio,  y  luego  la  Direc- 
tiva de  la  Fusión  Republicana  española,  me  habla  desautori- 
zado, reprendido  y  condenado  por  el  incondicional  (?)  é  in- 
discreto apoyo  que  yo  prestaba  á  un  Gobierno  monárquico, 
en  la  tarea  de  la  implantación  de  la  Autonomía  colonial,  lie 
vando  mi  imprevisión  y  mis  preocupaciones  locales  y  parti- 
cularistas hasta  el  punto  de  comprometer  el  prestigio  y  li- 
bertad de  acción  de  nuestros  republicanos  más  ardientes  ó 
implacables! 

Y  sin  embargo  no  quise  rectificar  en  periódicos  ni  en  la 


—   706    — 

tribuna  ninguno  de  estos  dislates»  al  cabo  destruidos  por  1» 
evidencia  de  los  hechos,  las  declaraciones  solemnes  de  la 
Directiva  republicana,  los  cablegramas  de  los  Directorios 
autonomistas  de  las  Antilllas  y  las  comunicaciones  y  los 
acuerdos  oficiales  del  Gobierno.  Yo  no  desplegué  los  libios 
ni  hice  la  menor  gestión  para  que  todo  esto  fuera  público. 

Paréceme  que  no  habrian  sido  muchos  los  que  demostra- 
ran, en  caso  análogo,  tanta  paciencia.  Pero  esto  no  era 
mansedumbre  de  •  mi  parte.  Era  la  fuerza  del  deber,  qot 
creo  haber  visto  con  toda  claridad  y  servido  como  cumple  á 
un  político  serio,  4  un  patriota  sincero  y  á  un  hombre  hoi* 
rado. 

Afirmo  solemnemente  que  no  pesa  en  mi  conciencia,  no  di- 
go ya  el  sentimiento  de  haber  dificultado,  de  modo  alguno, 
la  empresa  de  Noviembre,  si  qne  el  temor  de  no  haber  con- 
tribuido (dentro  de  mis  medios  y  en  la  posición  que  el  Go- 
bierno monárquico  me  señaló)  al  éxito  de  aquel  patriótico 
cuanto  difícil  empeño. 

Ignoro  la  suerte  que  está  reservada  en  estos  críticos  mo- 
mentos á  nuestro  imperio  colonial;  quién  sabe  si  á  Espolia 
entera.  El  horizonte  está  muy  cerrado;  la  tormenta  signe,  y 
nuevas  negruras  aparecen  por  todas  partes.  En  estos  tremen- 
dos instantes  estimo  como  una  de  las  mayores  satisfaccio- 
nes de  mi  vida  y  uno  de  los  mayores  desagravios  de  qne  be 
disfrutado  en  ella,  los  calurosos  y  prolongados  apláneos 
con  que  desde  todos  los  sitios  del  Congreso  fué  acogida  1* 


-\ 


r 


—  707  — 


eolemne  declaración  que  en  nombre  propio  y  de  mis  com- 
pañeros de  representación  parlamentaria  antillana,  hice  el 
10  de  Hayo  último  «de  que,  fuera  el  que  fuese  el  porvenir 
qne  nos  aguardara,  nosotros  afirmábamos  nuestra  absoluta 
identificación  oon  la  suerte  de  Espafia». 

Ahora  añadiré  que  yo  nunca  he  creído  que  esta  suerte  era 
incompatible  oon  la  felicidad  de  nuestras  Antillas  y  menos 
oon  el  Derecho,  la  Fas  y  el  Progreso  del  Mundo. 

Madrid 
3o- Junio— 9S. 


/       **! 


1 


r 


LA  CUESTIÓN  DE  CUBA 

EN  1898 


DISCURSO 


\ 


ADVERTENCIA 


La  publicación  do  mi  discurso  parlamentario  del  10  de 
Majo  último  responde  al  mismo  fin  con  que  lo  pronuncié 
en  el  Congreso. 

lío  trato  de  convencer  á  nadie.  Cumplo  con  mi  deber  y 
defiendo  mi  doble  representación  de  diputado  república* 
no  y  apoderado  político  de  nuestras  dos  Antillas  (pues  que 
en  las  Cortes  actuales  lo  soy  del  distrito  de  Guanabacoa 
de  Cuba  y  de  la  circunscripción  de  Sa n  Juan  de  Puerto 
Rico),  fijando  bien  mi  posición  en  Ja  tremenda  crisis  por  - 
que  atravesamos  y  haciendo  todo  lo  que  en  mi  mano  está 
pora  que  dentro  y  fuera  de  España  se  vea  cómo,  en  los  co- 
mienzos de  las  eeaionea  parlamentarias  de  este  año,  en  ten* 
-di  y  expliqué  el  problema  ultramarino. 

Antes  de  concluirse  el  primer  período  de  la  actual  le- 
gislatura quise  desarrollar  una  ínter  palacio  ti  al  Gobierno 
sobre  su  política  internacional.  Respondía  esto  á  mi  arrai- 
gada convicción  (ya  declarada  en  mi  discurso  en  el  Sena- 
do de  Junio  de  1396  y  otra  vez  expueata  en  mi  discurso 
dM  Congreso  de  10  de  Mayo  último,  de  que  el  actual  pro- 

4* 


/" 


—    712   — 


Mema  de  Cuba  era  quizá  más  una  cuestión  internacional 
que  un  problema  colonial  y  de  derecho  interior.  En  la  ac- 
ción internacional  ponía  yo  mis  mejores  esperanzas  para  el 
término  de  la  guerra  de  España  con  los  Estados  Unidos, 
El  Sr.  Presidente  del  Consejo  de  Ministros,  á  vuelta  de 
excusas  bastante  originales,  declinó    la  interpelación,  y 
pronto  hube  de  convencerme  de  que  tampoco   había  graü 
interés,  respecto  de  este  particular,  en   el  Congreso,  donde 
se  discutía  lenta  y  distraídamente  nada  menos  que  el  pro- 
blema de  Filipinas  •  Enseguida  se  cometió  el  error  de 
suspender  las  sesiones  de  Cortes:  luego,  se  estableció  la 
previa  censura  para  la  imprenta:   luego  se  suspendieron 
las  garantías  constitucionales  en  toda  España  y  el  Gobier- 
no español,  presci  ndiendo  del  concurso  internacional  y  ein 
dar  antes  ni  después,  la  menor  explicación  sobre  esto,  in- 
vitó directamente  al  Gobierno  norteamericano  á  que  for- 
mulase las  condiciones  de  la  paz. 

Recibidas  las  exigencias  norteamericanas  (entre  laficua* 
les  figura,  como  imprescindible,  la  expulsión  total  de  Es- 
paña del  mundo  que  ésta  descubrió  y  civilizó)  nuestro 
Gobierno  creyó  oportuno  conferenciar  con  varias  repre- 
sentaciones de  la  política  y  la  administración  espa- 
ñolas; entre  ellas,  loe  exgobernadores  generales  de  las 
Antillas,  prescindiendo  en  absoluto  de  los  representantes 
parlamentarios  de  éstas,  destinadas  á  un  vergonzoso  sa- 
crificio. Y  á  poco,  é  insistiéndose  en  el  empeño  de  escluir 
de  la  resolución  del  conflicto  hispano  americano,  á  todtf 
las  potencias  neutrales  de  América  y  Europa,  se  firmó  el 
protocolo  de  la  paz  que  suprime  el  imperio  colonial  de  Es- 
paña. .... 


J 


—  7JS  — 

Después  Be  ha  hablado  de  reunir  las  Cortes,  cuya  misión 
es  ya  al  parecer  sencillísima,  pero  también  á  ultima  hora 
se  asegura  que  las  Cortes  Be  reunirán  tarde- 

En  tanto  no  faltará  quien  dentro  y  fuera  de  esta,  se 
pregunte  qué  eon,  qué  representan  y  qué  hacen  en  esta 
crisis  los  diputados  y  senadores  de  las  Antillas  sacrifi- 
cadas. 

Para  contestar  á  esta  pregunta  se  necesita  algo  más  que 
este  folleto:  pero  en  tanto  llega  la  oportunidad  de  hablar 
oficialmente  y  como  procedo,  estimo  de  necesidad  recor- 
dar lo  que  en  nombre  de  un  grupo  de  diputados  antillanos 
por  mi  propia  cuenta»  dije  la  vez  primera  que  pude  ha- 
blar en  el  actual  Congreso. 

Repito  que  no  persigo  fin  propagandista  alguno* 

Quiero  probar  una  vez  más,  con  hechos,  qae  ahora, 
como  siempre,  no  he  abandonado  la  brecha  un  solo  mo* 
mentó, 

1 5— Aposto- 9*. 

Onifto. 

Quinta  de  Ahtti. 


r* 


LA  CUESTIÓN  DE  CUBA 

EN  1898  °5 


(        SlfíOEIS  DIPUTADOS, 

Solicito  la  atención  de  la  Cámara  por  poco  tiempo.  Ha- 
blo, más  que  eo  mí  propio  nombre  y  por  mi  je  reo  nal  deseó» 
en  representación  de  un  grupo  de  Díp atados  autoc  enlistas, 
formado  por  loe  históricos  de  Puerto  Kico  y  loe  autor,  o  mi  a- 
taa  de  3a  grande  Antilla,  repulí  icarios  nnos,  monárquico» 
otros  y  varios  ein  compromiso  determinado  con  nuestros 
partidos  peninsulares  y  nuestros  grupos  parlamentarios, 
pero  todos  atentos  á  los  intereses  políticos  generales  de  la 
Nación,  como  representantes  de  la  totalidad  de  la  misma; 
obligados  particularmente  por  el  carácter  local  de  los  par- 
tidos antillanos,  aún  más  que  por  lo  extraordinario  de  las 


(1)  E«te  discurso  se  pronunció  en  el  Congreso  d«  los  Diputad»  el 
1 }  de  Majo  de  lfl&3  +  — Según  mí  cajtumbre  (par  efecto  de  mis  muchas 
ceupiciouea)  no  corregí  oste  d  le  curso  y  sin  corrección  «a  salió  en  al 
Piarte  di  Sirfont-  del  Congreso»  AI  reproducirlo  hoyt  me  he  permitid* 
aclarar  y  ampliar  dos  6  trea  indicaciouea,  pero  sin  variar  lo  mis  mínl- 
3ae  le  fundamente!  del  primitivo  texto. 


—    716    — 

actuales  circunstancias,  á  gestiones  y  actitudes  muy  espe- 
cial es  y  dispuestos  á  mantener  en  este  Congreso  la  tradi- 
ción, loa  compromisos  y  las  responsabilidades  de  veinticinco 
años  de  constante  propaganda  en  favor  del  sistema  que  afir- 
ma como  bases  indestructibles,  de  un  lado,  no  sólo  la  so- 
beranía de  España,  si  que  la  unidad  de  la  Patria,  y  de  otro, 
todos  los  fueros  locales  y  todas  las  libertades  de  nuestras 
Antillas,  compatibles  con  aquellos  gran  dea  principios  y 
aquellos  sagrados  intereses. 

La  actitud  qoe  veníamos  manteniendo  en  todo  este  debate, 
se  hallaba  perfectamente  justificada  por  muchas  considera- 
ciones  debidas  al  buen  orden  parlamentario.  Yo  cada  ver 
boj  más  fervoroso  amante  de  este  sistema;  mas  por  lo  mifl- 
mo,  soy  poco  aficionado,  cada  vez  menos,  á  los  debates  muy 
extensos,  y  sobre  todo  á  los  debates  muy  complicados,  por* 
que  oreo  que  estos  perjudican,  no  sólo  á  la  eficacia  de  cuanto 
aquí  hagamos,  sino  á  la  utilidad  general  de  nuestro  empeño; 
ya  se  considere  el  Parlamento  como  la  primera  tribuna  de 
nnestra  Patria,  ya  como  nn  medio  positivo  y  directo  de 
coadyuvar  á  la  gobernación  del  Estado.  Agí  ea  que  nosotros 
entendíamos  que  podían  y  debían  discutirse  todas  las  cues- 
tiones aquí  planteadas,  y  que  requerían  ana  atención  singu- 
lar por  parte  de  todos  y  oada  uno  de  los  3 res.  Diputados,  pe- 
ro con  cierto  plan,  en  horas  distintas,  de  modo  gradual  y  su- 
cesivo, para  que  el  país,  necesitado,  hoy  como  nunca,  de  da- 
tos, explicaciones  y  orientación,  pudiese  formar  juicio  y 
arreglar  á  ¿ate,  sus  disposiciones ,  sus  sacrificios,  sus  dejóos 
y  sos  esperanzas. 

En  este  sentido,  á  mi  me  habla  parecido  muy  bien  el  de- 
bate político,  enyo  fin  principal  consistía,  mas  que  en  dia- 


^ 


—  717   — 

-cutir  grandes  cuestiones,  en  fijar  posiciones,  prescindiendo 
de  las  opiniones  particulares,  que  en  el  orden  de  la  polítioa 
práctica  significan  poco.  Órela  también  que  era  oportuno  el 
actual  debate  con  motivo  del  accidente  de  Cavite;  pero 
creía  que  estaba  detris  esperando  turno,  con  oaráoter  de 
urgencia  y  requiriendo  una  atención  especialíaima,  el  gra- 
vísimo problema  del  bilí  de  indemnidad  (1),  con  cuya  oca- 
sión habría  de  discutirse  largamente  todo  lo  que  se  rela- 
ciona con  el  cambio  total  de  nu  astro  sistema  ultramarino 
y  con  la  implantación  del  nuevo  régimen  autonómico. 

Por  este  motivo  hemos  permaneoido  aquí  tranquilos  y 
silenciosos,  y  yo  he  resistido,  á  pie  firme  y  sin  pestañear t 
el  ataque  incesante,  el  faego  graneado  de  criticas  y  oen- 
snras  que  se  han  dirigido,  no  ya  á  la  política  del  Gobier- 
no (en  la  que  claro  es  que  yo  no  tengo  responsabilidad  al- 
guna), sino  al  alcance  y  significación  de  la  política 
de  la  autonomía  colonial,  y  sobre  todo  contra  la  virtud 
y  eficacia  de  este  sistema.—  Y  hubiera  seguido  silencioso, 
creyendo  que  aún  no  era  llegado  el  momento  de  dison- 
ar, sin  la  ornel  insistencia  con  que  varios  señores  Dipu- 
tados han  formulado  aquellas  criticas,  á  tal  punto,  que 
pudiera  alguien  sospechar  que  muestro  silencio  signifi- 
caba encogimiento,  temor,  olvido,  desdén  ó  oualquier  otro 
•sentimiento  que  no  podemos  tener  los  que  nos  reconocemos 
obligados  aqui  á  mantener  la  integridad  de  nuestro  carácter 
y  á  afirmar  la  eficacia  de  nuestras  doctrinas,  ahora  demos- 
trada en  términos  y  condiciones  excepcionales. 


(1)    Bl  Qobiarno  lo  solicitó,  apenas  reunidas  las  Cortea,  con  relación 
á  los  decretos  de  Noviembre  de  1897,  qie  establecieron,  sin  el  con- 
í  da  aquéllas,  el  régimen  autonomista  en  Coba  y  Puerto  Rico. 


n 


Perqué  sépase  bien  y  de  ana  vez  para  todas,  que  aquí 
petamos  para  disentir  todos  y  oada  ano  de  esos  extremos, 
en  cumplimiento  de  no  estrés  elementales  deberes  y  satisfac- 
ción de  nuestros  constantes  des*09. 

Por  todo  ello,  señores,  tengo  ahora  qne  hacer  una 
rectificación,  que  ha  de  revestir  el  carácter  de  ana  so* 
lemne  protesta.— Yo  afirmo  ante  todo,  qne  la  materia  á  que 
me  rt  fiero  es  de  primera  importancia  y  merecerá,  en  todo 
caso,  la  intervención  activado  estegrnpo  autonomista,  pero 
qne  también  pensamos  qne  es  preciso  disentiría  seria  y  dete- 
nidamente, asi  como  qne  el  momento  propio  es  aquel  ea 
ue  se  discata  el  lili  de  indemnidad.  — Porque  es  necesario 
ver,  en  primer  término,  lo  que  la  doctrina  de  la  autonomía 
es  en  si;  de  qué  suerte  los  decretos  de  Noviembre  último  res- 
ponden á  la  propaganda  y  á  las  ofertas  hechas  antes  por  el 
partido  liberal,  y  cómo  y  por  qué  ese  Gobierno  y  ese  partido, 
y  con  él  todos  los  Gobiernos  y  todos  los  partidos  monárqui- 
cos, Un  hecho  una  rectificación  completa  de  su  antiguo  prtK 
cedí  miento  y  de  su  antigua  doctrina  en  el  orden  de  la  politi- 
za colonial.  Y  porque  es  necesario  ver  también  cómo  estos 
procedimientos  nuevos  y  estas  últimas  reformas  se  han  ela- 
borado dentro  de  condiciones  especialisimas,  y  cómo  no  han 
t urgido  tan  de  repente  como  algunos  creen,  pues  que  tienes 
antecedentes  precisos  y  concretos  en  el  orden  del  tiempo, 
tales  como  los  decretos  del  señor  Cáncvss  del  Castillo  en 
1896,  y  la  misma  ley  del  señor  Abarsuza. 

Todo  esto  hay  que  tenerlo  en  cuenta,  como  hay  que  en» 
minar  al  mismo  tiempo  las  criticas  formuladas  por  las  oposK 
cienes,  y  los  diversos  criterios  mantenidos  por  los  diferentes 
grupos  de  la  Cámara  en  el  largo  transcurso  de  la  discusión 


r\ 


—   71»   — 

del  problema  colonial;  las dificultades  puestas  y  las  facili- 
dades dadas  para  qne  la  obra  de  hoy  produzca  efecto;  la 
relación  de  esta  con  el  extranjero  y  señala  lamente  con  loa 
Eetados  Unidos  de  América;  las  disposiciones  del  Go- 
bierro  (á  qnien  anica  mente  compete,  tanto  por  ser  esta  sn 
misión  como  por  el  hecho  de  no  figurar  en  ese  Ministerio, 
ni  en  sos  dppaidenoiaa  penis  solares,  ningún  viejo  antono- 
mista)  respecto  de  estos  negocios  y  por  Jo  qne  hace  al 
planteamiento  y  desarrollo  de  los  decretos  en  Las  Anti* 
lla^i  y  en  fio,  otros  mochos  importanlisimns  detalles  en  que 
se  evidencian,  de  modo  peregrino,  el  valor  y  la  faena  y  el 
alcas  ce  de  la  difícil  empresa. 

Cuando  todo  eso  se  discuta .  cuantío  esto  se  examine,  en- 
tonces veremos  la  posición  qne  cada  coa!  tiene;  veremos  de 
qné  suerte  hernia  marchado  nosotras  los  autonomista  a.  pos- 
poniendo intereses  personales  y  de  esruala  á  la  realización  de 
alte  empino;  cuales  son  las  responsabilidades  de  este  Go- 
bierno; cuáles  las  qne  corresponden  ¿  los  Gobiernos  anterio- 
res; cuáles  las  qne  realmente  coa  incumben  á  loi  autonomía- 
tas  de  abolengo,  Y  podremos  distinguir  por  completo  loa 
cem prono isos  década  coa1,  loa  ofrecimientos  de  tolos  y  cada 
uno  y  loa  deberes  y  las  pe  simones  qne  respectivamente  co- 
rresponden ahora  á  loa  hombres  públicos  qne  han  planteado 
fita  cuestión  ó  intervenido  en  el  a, 

Pero  aún  hay  más,  y  es  qne  este  debata  no  pueie  antici- 
parse poique  faltan  des  elementos,  á  mi  juicio,  insustitui- 
bles. Yo  esperaba  que  el  Sr.  Ministro  de  Ultramar  hubiera 
traído  aqui,  y  quizás  lo  traiga,  algún  resumen,  algún  con- 
junto de  datos  o£<  jales  indiscutibles,  respecto  al  estado  pre- 
sente de  la  isla  de  Cuba,  Perqué  todo  lo  que  aquí  se  diga 


—    720    — 

por  impresiones  particulares,  sin  dada  muy  respetables,  no 
basta;  es  necesario  buscar  ana  síntesis  en  la  oaal  se  pneda 

fundar  nn  jaicio  comparativo. 

'  Y  al  mismo  tiempo  yo  entiendo  que  este  problema  coló* 
nial,  desde  el  primer  momento,  desde  el  primer  día,  es  ni 
problema  donde  entran  como  elementos,  no  sólo  el  dato  os- 

onial,  sino  también  el  dato  internacional;  á  tal  punto,  que 
asi  como  yo  he  creído  siempre  qae  hace  dos  años  era,  impo- 
sible resolver  la  difícil  cuestión  que  se  nos  ofrecía,  sólo  por 
el  procedimiento  de  las  armas,  siendo  necesario  qne  le 
acompañase  el  procedimiento  que  se  llamaba  político,  así 
también  entiendo  qae,  hoy  por  hoy,  este  es  an  problema  qne 
no  tiene  solución  sólo  por  el  heroico  empeño  material  en  que 
estamos  comprometidos,  sino  que  hay  qae  acudir  también  al 
procedimiento  diplomático,  al  cual  doy  ana  importancia  de- 
cisiva, justificada  por  la  qae  ha  tenido  en  problemas  análo- 
gos en  estos  últimos  tiempos  de  la  historia  contemporánea. 
Mientras  no  vengan  estos  datos  que  yo  deseo,  y  cuya  an* 
sencia  lamento;  mientras  no  se  presente  el  Libro  Rojo,  re* 

rasado  por  las  circunstancias  que  ha  expuesto  el  señor  mi- 
nistro de  Estado  en  pasadas  sesiones,  entiendo  yo  qne  el 
debate  siempre  ha  de  tropezar  con  grandes  dificultades. 
Tan  cierto  es  esto,  que  yo  no  he  escachado  á  ninguno  da 
los  señores  que  han  terciado  hasta  ahora  en  la  discusión  de 
estos  asuntos,  aquellas  observaciones  y  crítica  que,  á  mi  jai* 
ció,  tienen  qae  estar  basadas  en  el  modo  y  manera  de  haber 
llevado  el  Gobierno  la  gestión  diplomátioa,  tanto  como  ga- 
rantía de  su  entrada  en  la  guerra,  de  todo  panto  imponente 
(digan  lo  qae  quieran  la  vulgaridad,  la  ignorancia  y  la  pe- 
dantería) en  que  ya  estamos  comprometidos,  cuanto  oomo 


—    721    — 

medio  7  recurso  definitivo  para  salir  bien  7  decorosamente 
de  este  conflicto,  que  al  pareoer  arrostramos  solos  (contra  lo 
que  es  práctica  en  el  mundo  internacional  7  aconsejaban 
nuestras  particulares  circunstancias),  7  que  en  definitiva 
ha  de  resolverse  como  se  han  resuelto  todas  las  orisis  análo- 
gas, para  que  una  paz  no  se  reduzea  á  una  tregua,  incom- 
patible con  la  tranquilidad  7  el  progreso  del  mundo. 

Frente  á  las  afirmaciones  rotundas  que  aqui  se  han  hecho, 
sin  acompañar  pruebas  7  demostraciones  de  ningún  género, 
quisa  sea  conveniente  precisar  algo  más,  adelantando  por 
mi  parte  alguna  otra  afirmación  no  menos  rotunda  que  po- 
drá ser  motivo  de  debate  en  el  momento  7  del  modo  que  esti- 
men adecuados  nuestros  adversarios. 

Quiero  7  debo  insistir,  señores,  en  oiertos  particulares, 
invocando  toda  vuestra  benevolencia,  porque  los  erro- 
res que  á  cada  paso  escucho,  7  la  arrogancia  con  que  (aun 
cuando  parezca  imposible)  todavía  se  presentan  algunos 
de  nuestros  adversarios,  me  hacen  creer  que  el  público 
aún  no  se  da  cuenta  de  los  términos  propios  del  problema 
colonial  7  mucho  menos  del  gravísimo  y  transcendental 
compromiso  presente,  cuyo  desarrollo  puede  ser  de  una  im- 
portancia excepcional  para  España  7  para  el  mundo. 

Pero  además  no  puedo  menos  de  preocuparme  de  fijar 
bien  mi  posición,  mi  actitud,  mis  compromisos,  tanto 
porque  la  hora  es  crítica,  ouanto  porque,  en  vista  de  lo 
que  ahora  se  dice  ó  se  supone,  á  pesar  de  la  propaganda 
que  en  estos  últimos  tiempos  hemos  hecho  los  autonomistas, 
7  cuando  se  trata  de  hechos  próximos,  verdaderamente 
de  ayer,  que,  dentro  de  poco,  senos  atribuyan  aspira- 
ciones,  ofrecimientos,   recomendaciones,    actitudes,   tesis, 


—    722   — 

eom  pro  mieos,  ideas  y  con  docta  perfectamente  opuestos  á 
todo  lo  qoe  pencamos,  qoeremos  y  hacemos  en  estos  difíciles 
momentos.  Por  lo  manos  considero  como  ponto  de  hoiror  j 
cargo  de  conciencia,  que  las  gentes  sepan  ,que  no  estros  corre- 
ligionarios y  n  ti  astro?  compatriotas  de  la  Peo  ínsula  y  de  Ul- 
tramar no  ignoren,  qoe  la  TTÍPtoría,  en  fin,  consigne,  que  í 
los  di  potados  a  tí  tnu  o  mistan  de  IR  93  no  se  han  ocultado  mi 
miento  los  términos  del  problema  colonial  del  mem^to  y 
que  no  han  convenido  en  confusión  ni  escasa  de  ningún* 
especie.  Por  tanto,  no  trato  ahora  de  convencer  anadie. 
Pretendo  tolo  qoe  se  sepa  bien  lo  qoe  creemos  y  lo  qneeita 
mos  dispuestos  á  realizar.  No  hay  en  ello  inmodestia  di 
ningño  genero.  Sólo  conciencia  de  nuestros  deberes  y  sentí • 
míenlo  de  noegtra  respooHfebilid&d, 

En  primer  término,  tengo  qoe  oponer  la  negativa  mis 
absoluta  ¿  la  t filmación  qne  aquí  ae  ha  hecho,  respecto  de 
qna  la  de  cirios  aotoLÓmka  es  incompatible  con  el  piecki 
de  Ik  soberanía  nacional.  Con  esto  último  se  niega  lo  qae  al 
concepto  de  la  ecberarJa  es  y  se  desconoce  qne  el  fundurocn' 
to  del  poder  soberano  es  el  no  existir  por  cima  de  eete  nts£tí& 
otro  poder  qne  resuelva,  ni  en  apelación  ni  por  propia  inima- 
ti  va,  las  cuestiones  diversas  qoe  ae  planteen.  Un  el  piste 
ma  de  la  autonomía  colonial,  el  supuesto  siempre  abgolati- 
men  te  indi  apon  sable  ea  afirmar  que,  aparte  de  toda  fran^! 
cia  particular  y  por  cima  de  todog  los  poderes  locales,  esta 
la  soberanía  de  la  Nación,  con  el  doble  derecho,  en  primer 
lugar,  de  la  iniciativa,  y  en  segundo,  de  la  represión;  iba- 
xime  en  un  sistema  como  es  el  que  aquí  añora  ae  ha  acep» 
tado  y  que  constituye  nn  adelanto  positivo  en  el  derecho 
colonial  contemporáneo  iniciado  por  Inglaterra»    Por  §Q 


—    72S    — 


virtud  las  colonias  tienen  una  representación  en  el  Parla- 
mento nacional,  representación  que  es  necesario  garantizar 
de  un  modo  que  sea  eficaz  y  que  no  pertarbe  la  marcha  de  la 
Metrópoli.  De  esta  suerte  se  fortifioa  excepoionalmente  todo 
lo  qne  constituye  la  nnidad  de  la  Patria,  muy  superior  al 
«moepto  de  la  integridad  del  territorio. 

Yo  me  he  asombrado  del  modo  y  manera  de  plantear  el 
problema  de  la  autonomía  en  el  Parlamento  y  en  alguna  de 
nuestras  academias. — Prescindiendo  del  lugar  donde  aquel 
régimen  más  espléndidamente  vive  y  recordando  sólo  la  ce- 
lebre teoría  de  Ja  emancipación  colonial,  que  tanta  popula- 
ridad alcanzó  á  fines  del  siglo  pasado  y  principios  de  este» 
»  ha  olvidado  de  qué  manera  se  planteó  la  reforma  autono- 
mista y  con  qué  sentido  y  alcance  fué  recomendada»  por  los 
publicistas  y  los  gobernantes  británicos,  el  cambio  del  sis- 
tama  dominante  en  las  colonias  inglesas  hasta  la  insurrec- 
ción y  la  independencia  en  las  trece  colonias  que  consti- 
tuyeron, en  1776,  el  núcleo  de  la  República  de  los  Estados 
Unidos  de  Amérioa.  Porque  el  viejo  sistema  era  el  de  las 
corruptelas  oficinescas  y  el  monopolio  de  los  fabricantes  y 
los  comerciantes  de  la  Metrópoli;  el  de  la  petulancia  y  las 
«trecheóos  de  la  burocracia;  el  de  la  sospecha,  las  trabas  y 
las  prevenciones  contra  los  colonos;  el  de  la  arrogancia  de 
los  funcionarios  metrópoli  ticos  y  del  supuesto  de  la  inferio- 
ridad virtual  y  eterna  de  los  colonos:  todo  lo  que  se  sostiene, 
nunca  sin  dificultades,  hasta  que  las  colonias,  ya  crecidas, 
sa  dan  ensata  de  qne  no  existe  su  inferioridad  y  de  que 
tienen  medios  para  resistir  moral  ó  materialmente  los  efec- 
tos prácticos  de  esa  supuesto.  Entonces  aparecen  sucesiva- 
mente los  dos  periodos  de  la  protesta  pacifica  y  de  la  pro- 


—    724   — 

testa  armada:  lo  que  en  la  HUtoria  de  loe  Estados  Unidos 
se  llamó  la  guerra  de  pluma  y  la  guerra  de  espada.  Y  esta 
protesta  se  combina  con  la  política  internacional  para  lo- 
grar su  efecto,  siendo  de  esperar  siempre  que  esa  combina- 
ción se  produzca  si  la  protesta  dora  y  arraiga.— Porque 
todas  las  emancipaciones  de  las  colonias  se  han  hecho  con 
la  cooperación»  directa  ó  indirecta,  del  extranjero.  Esto  es 
elemental  en  la  Historia  de  la  colonización  y  no  debiera 
ignorarlo  ningún  ministro  de  Ultramar. 

La  Revolución  de  los  Estados  Unidos  fue  aprovechada 
inmediatamente  por  Inglaterra.  De  aqui  la  reforma  liberal 
del  Canadá  de  1791:  reforma  que  contuvo  al  separatismo 
de  aquella  gran  colonia.  Nosotros  los  españoles,  algo  aná- 
logo (aunque  muy  lejano)  hicimos,  después  de  la  pérdida  de 
nuestros  reinos  de  América,  pues  que  llevamos,  con  éxito 
admirable,  á  Puerto  Rico  y  Cuba,  las  reformas  económicas 
del  marqués  de  la  Sonora  y  de  las  Cortes  de  Cádiz,  refor- 
mas que  quizá,  planteadas  y  sostenidas  en  la  América  con- 
tinental, hubieran  evítalo  allí  la  crisis.  Pero  los  españoles 
rectificamos  esta  sabia  política  en  las  Antillas  á  partir  de 
1826  é  Inglaterra,  al  contrario,  la  desenvolvió  en  sentido 
expansivo  en  sus  oolonias  y  pasó,  dentro  del  primer  tercio 
del  siglo  actual,  desde  el  régimen  representativo  á  la  Auto- 
nomía colonial,  que  luego,  á  partir  de  1852,  llevó  con  ma- 
yor vigor  y  mayor  fe  que  nunca,  al  grado  de  generalización 
y  acentuación  que  se  conoce  hoy  en  el  dominio  del  Casada 
y  en  las  oolonias  de  Australia. 

Pero  advertid,  señores,  que  la  política  autonomista  bri- 
tánica no  se  formuló  como  un  medio  de  emancipar  colon: 
Sobre  esto  es  muy  general  el  error  en  España.  Lo  comj 


—   725    — 

ton  no  poces  escritores  franceses.  El  sistema  de  la  Autono- 
mía, en  las  esferas  del  Gobierno,  se  presentó  como  nn  modo 
de  fortificar  el  vinculo  colonial.  Y  el  resultado  positivo, 
práctico,  ha  sido  ese.  Porque  en  las  colonias  inglesas  no 
eolo  no  hay  separatistas,  sino  que  ahora  se  advierte  nn 
doble  movimiento  de  concentración  local  y  de  aproxima» 
otón  á  la  Metrópoli,  mediante  la  rectificación  de  algunas 
franquicias  coloniales.  Y  el  ejemplo  dado  recientemente  por 
las  colonias  inglesas,  de  adhesión  incondicional  á  la  Madre 
Patria,  frente  á  las  contingencias  posibles  de  la  política 
exterior  británica,  ha  permitido  á  lord  Salisbury  calificar, 
orgulloso  y  jactancioso,  de  espléndida  á  la  soledad  de  la 
Oran  Bretaña,  en  el  concierto  internacional. 

En  comprobación  de  mis  palabras,  básteme  recordar  las 
que  en  J852  pronunció  en  el  Parlamento  inglés  lord  John 
Rosoli,  al  iniciar  la  nueva  política  colonial: 

cSi  es  nuestro  deber,  como  yo  creo  firmemente  (decía 
aquel  ilustre  Ministro)  conservar  nuestro  grande  y  preciosa 
Imperio  colonia),  velemos  para  que  no  descanse  más  que  en 
principies  justos  propios  para  honrará  este  paia  y  con- 
tribuir á  la  dicha  y  la  prosperidad  de  nuestras  posesiones.» 
Y  después  de  atribuir  la  guerra  y  la  revolución  de  los  Es- 
tados Unidos  de  América  cno  á  un  simple  error,  no  á  una 
simple  falta,  sino  á  una  serie  repetida  de  faltas  y  errores, 
á  una  política  desgraciada  de  concesiones  tardías  y  de  exi- 
gencias inoportunas»,  y  reconociendo  que  tal  ves  podría 
llegar  un  momento  en  que  las  colonias  inertes  y  poderosas 
quisieran  separarse  buenamente  de  la  Metrópoli,  añadía: 
*  No  creo  muy  próximo  ese  momento,  pero  de  todas  suertes», 
demos  á  esas  colonias,  en  tanto  que  sea  posible,  la  facultad 


! 


—   726    — 

-de  dirigir  sus  propios  negocios:  que  oresoan  en  numero  y 
en  bienestar  y  saceda  lo  que  suoediere,  nosotros,  oiudade- 
nos  de  este  gran  imperio,  tendremos  el  consuelo  de  decir 
que  hemos  contribuido  á  la  felicidad  del  maído.  • 

Ya  he  dicho  lo  que  es  bien  sabido:  qne  el  resultado  ds 
esa  gran  política  ha  sido  matar  el  separatismo  en  las  colo- 
nias inglesas.  T  esta  última  y  actual  experiencia  poliosa 
autoriza  la  repetición  de  lo  qne  en  esta  Cámara  hemos 
afirmado  muchas  veces  los  autonomistas,  desafiando  la  me- 
nor rectificación  de  nuestros  adversarios;  y  es  que  allí  don- 
de la  Autonomía  colonial  se  ha  proclamado,  alü,  sin  excep- 
ción, se  ha  mantenido  la  bandera  de  la  Metrópoli  y  que  to- 
das las  emancipaciones  coloniales  oonooidas  hasta  el  día, 
realizadas  violentamente,  se  han  producido <en  las  colonial 
regidas  por  la  Asimilación  ó  cualquiera  de  los  sistemas 
opuestos  al  sistema  de  la  Autonomía. 

Por  lo  que  hace  á  la  otra  afirmación  qne  he  hecho  relati- 
va á  la  recientisima  acentuación  del  movimiento  de  apro- 
ximación politioa  y  aun  eoonómioa  de  las  oolooias  inglesas 
(hasta  las  de  Gobierno  respondadle,  en  el  grado  superior  au- 
tonomista hasta  ahora  conocido)  á  la  Metrópoli  británioa, 
básteme  recordar  las  conferencias  celebradas  en  Junio  y 
Julio  de  1897  por  Mr.  Chamberlain,  ministro  de  las  Colo- 
nias de  Inglaterra,  con  loe  Presidentes  de  los  Consejos  ds 
Ministros  de  las  Colonias  de  Gobierno  responsables  venidos 
A  Londres  oon  motivo  del  centenario  de  la  Asina  Victoria  y 
á  los  cuales,  Mr.  Chamberlain  dirigió,  á  modo  deresojata* 
el  Memorándum  de  31  de  Julio  llamado  4  figurar  en  el 
gran  archivo  oolonial  británico,  al  lado  del  famoso  Informa 
de  lord  Dnrhan.  De  otra  parta  están,  respondiendo  á  análo- 


—    727     — 

go  fio,  los  programas  y  la  campaña  de  la  gfau  Asociación  de 
reforma  colonial  que  lleva  por  titulo  la  Liga  de  la  Federa- 
ción imperial,  á  cuyo  frente»  á  partir  de  13 SI,  han  ñgnrado 
políticos  de  la  altara  de  Mr .  Forster,  ¡0rd  Staohope  y  lord 
Bocee  bery.  que  ha  publicado  ronches  é  importantes  libros, 
como  los  de  Mr.  Paikiu  y  Mr,  Klinn,  en  cuyo  sentido  están 
los  renombrados  trabajos  del  parlamentario  Mr.  Dilkaa  y  del 
gran  profesor  de  Cambridge,  Mr.  Seele/,  y  que  ahora,  en 
formólas  precisas,  mantiene  la  necesidad  de  que  la  Metrópoli 
inglesa  renuncie  ana  parte  de  los  derechos  conocidos  con  el 
nombre  de  derechos  imperiales,  y  las  colonias  prescindan  de 
ciertas  franquicias  locales,  para  constituir  un  gran  Parla- 
mento de  todo  el  Imperio  británico ,  en  el  cnal  se  hallen  re* 
presentados,  en  forma  debida,  todas  las  comarcas  y  todos  lo, 
pueblos  de  ambos  mundos  donde  ondee  la  bandera  inglesas 

Para  nadie  es  un  misterio  que  con  esta  tendencia  simpa- 
tita  el  actual  Ministro  Mr.  Cbamberlain.  Sin  disentir  por  el 
momento  las  facilidades  ó  las  dificultades  coa  que  tal  pen- 
an miento  lacha  y  ha  de  lachar  para  traducirse  en  re  «o  1  acio- 
nes prácticas,  sé  ame  lícito  decir  aquí,  otra  Tes,  que  para  esa 
solución  pocos  países  estaban  preparados  como  E*p*ñ*>  y 
que  esa  idea  ha  entrado  por  no  poco  en  los  programas  y  en 
lae  campañckS  parlamentarias  y  propagandistas  de  los  auto- 
nomistas españoles  de  1 390  á  esta  parte. 

Otro  punto  sobre  el  cual  se  ha  dicho  aquí  bastan  te  t  es  el 
relativo  al  supuesto  fracaso  del  régimen  autonómico,  y  yo 
también  tengo  qne  llamar  la  atención  de  los  £3 res.  Diputa* 
dea  sobre  eete  particular.  No  hay  que  con  fundir  doe  extre- 
mos: de  uu  lado,  el  modo  y  manera  con  que  los  partidos 
gobernantes  actuales,  y  el  partido  liberal  particularmente. 


47 


—    726   — 


ban  aceptado  y  sostet ido  la  Autonomía  colonial;  y  de  otrev 
el  concepto,  el  modo»  la  marera  cob  que  los  autonemístís 
de  abolengo,  los  que  representa moa  aquí  la  doctrina  auto- 
nomista» hemos  defendido  dorante  veinticinco  afioe  el  ré- 
gimen autonómico. 

Por  Jas  evoluciones  de  loe  partidos,  que  70  so  censuro. 
y  porque  loa  problemas  de  cada  momento  imponen  solucio- 
nes súbitas  o  inesperadas,  yo  me  explico  bien  qne  el  Go- 
bierno liberal  haya  reconocido  y  proclamado,  y  lo  hayan 
reronocido  y  proclamado  muchos  qne  antea  oran  enemigos 
de  fa  Autoicmía,  tu  necesidad  inmediata,  ante  todo  y  sobre 
todo,  como  medio  de  pacificación,  Pero  aun  c  a  ando  la  Au- 
tonomía colonial  hubiera  fracasado  como  medio  de  pacífica- 
c;ón,cosa  que  yo  niego;  aun  cuando  esto  fuera,  y  foe» 
igualmente  indiscutible  qne  el  nuevo  régimen  se  hubiera 
estab'ecido  en  ambas  Antillas  y  proclamado  en  la  Penínsu- 
la bajo  nuestra  dirección  y  con  la  plenitud  de  nuestros  me- 
dios y  nuestra  responsabilidad,  para  nosotros,  los  viejos 
autonomistas»  los  qne  representamos  la  bandera  autonomía* 
te,  ¿por  dónde  y  enándo  podía  ser  este  argumento  contra  la 
doctrina  que  nosotros  hemos  sostenido? 

Nosotros  hemos  afirmado  la  doctrina  autonomista  de  tret 
modoe.  Primero,  por  En  valor  sustantivo,  como  so'ución 
de  gobierno,  remo  medio  de  resolver  todos  y  cada  une 
de  les  [re  bit  mas  coloniajes  en  relación  con  los  peninauls* 
res ,  en  c  o  1  d  i  ci  o  n  e  s  re  gu  1  a  res,  or  d  i  n  a  r  i  11  y  bien  d  efin  idas. 
Luego,  ht mes  1  firmado  que  la  reforma  de  la  Autonomía  co- 
lonial, implicaba  una  gran  politice,  internacional,  an* 
creíamos  inexcusable,  tacto  para  que  esta  pobre  España  rt 
levantara  y  pudiese  adquirir  personalidad  en   el  concierta 


—   72»   — 

europeo,  como  para  que  la  acoión  exterior  ó  extranjera, 
cuyo  concurso  estimamos  indispensable  para  la  vida  y  el 
desarrollo  de  todas  las  colonias  modernas,  fuese  una  garan- 
tía más  de  la  soberanía  de  España,  sobre  todo,  en  el  mar  de 
las  Antillas.  Por  último,  y  ya  solo  en  tercer  término, 
en  la  relación  particular  del  actual  conflicto  ultramarino 
(que  anunciamos  muchas  veces,  que  se  nubífera  evitado  oon 
el  planteamiento  oportuno  de  nuestras  soluciones  y  que  aun 
htj  entendemos  de  modo  algo  distinto  de  como  lo  entiende 
el  Gobierno),  afirmamos  que  la  Autonomía  colonial  tenia 
eficacia  para  resolver  el  conflicto  especial  de  Cuba. 

Pero  aun  cuando  hubiera  fracasado,  ¿por  dónde  había  de 
negarse  la  bondad  de  la  doctrina  coando  no  se  ha  discutido 
y  enando  es  evidente  la  eficacia  de  su  principio  fundamen- 
tal? De  la  doctrina  no  quiero  hablar  mientras  no  se  discuta. 
De  lo  otro,  de  la  política  internacional  estrecha,  intima- 
mente relacionada  con  la  colonial,  yo  también  opino,  como 
ba  dicho  el  Sr.  Sil  vela  y  han  afirmado  también  otros  seño- 
res diputados,  que  es  necesario  seguir  una  política  interna  - 
cional  muy  viva,  muy  sistemática,  muy  orientada;  pero  ten- 
go que  recordar,  que  esto  no  lo  digo  ahora,  sino  que  desde  el 
afio  1879  estoy  sosteniendo  este  punto  de  vista  en  medio  de 
la  indiferencia  de  la  mayoría  de  nuestros  hombres  políticos. 

A  mi  me  ha  parecido  siempre  imposible  que  España,  con 
sob  condiciones  geográficas,  con  sus  compromisos  colonia- 
les, con  sus  relaciones  comerciales  con  todo  el  mundo,  pu- 
diese vivir  en  un  aislamiento  que  no3  empequeñece,  des- 
arma y  entrega, — ¡qué  digo  nos  entrega!, — qoe  nos  des- 
acredita, ojie  nos  rebaja  y  nos  aniquila  ante  el  mondo 
civilizado. 


—    73Ü    — 

¿Es  posible  creer  en  estos  momentos,  en  que  el  consorcio 
de  todos  los  intereses  del  mondo  hace  imposible  vivir  porra 
propia  y  exoluEi  va  cuenta,  lo  mismo  al  individuo  que  á  lifl 
naciones,  es  razonable  que  un  país,  siquiera  eéte  en  el  extre- 
mo Occidente,  tenga  derecho  y  medios  de  afirmar  que  el  sola 
ee  basta  para  bu  progreso  y  su  defensa,  y  que  su  soberanl» 
llega  al  extremo  de  bacer  dentro  de  a  as  Fronteras  todo  cuanto 
esté  en  su  deseo  ó  imponga  su  capricho?  ¿Ei  posible  que  esta 
tierrai  fecundada  y  sostenida  por  eí  concurso  del  capital  ex- 
tranjero, y  singularmente,  de  la  cultura  de  franceses  y  de 
inglesas,  que  tanto  nos  han  «asentido;  es  posible  que  qaedfl 
fuera  del  trato  de  los  hombres  políticos,  rectificando  aquella 
tradición  brillante  de  1830  y  1840,  en  que  nueetrog  hom- 
bres públicos  trataban  con  los  más  eminentes  del  extrsnjfi* 
ro,  conocían  sua  costumbres  y  sus  libros;  es  decir,  todo  Jo 
contrario  de  lo  que  sucede  en  estos  momentos  en  que  crea- 
mos que  solo  con  nuestra  leyenda  y  con  nuestros  deseos 
tenemos  suficiente  para  salir  de  todos  los  conflictos? 

|  Señores  I  ¿Ver  dónde,  cuando  tenemos  al  lado  el  proble- 
ma de  Portugal,  absolutamente  inexcusable,  si  Españi  hi 
de  ser  algo  dentro  de  la  tendencia  novísima,  consagrada  por 
la  unidad  de  Italia,  la  Unidad  de  Alemania,  la  resurrec- 
ción de  Grecia,  la  reconstr acción  de  los  Estados  Danubia- 
nos (es  decir,  conforme  á  la  corriente  moderna  que  pro- 
duce y  sostiene  las  grandes  naeiooatidades  y  hace  imposi- 
bles las  naciones  pequeñas);  cuando  más  allá  nos  provoca  el 
problema  de  Marruecos,  donde  se  viene  recogiendo  y  deter- 
minando la  influencia  de  casi  todos  los  grandes  directo- 
res de  la  civilización  contemporánea,  para  completar  U 
obra  quizá  más  atrevida  y  transcendental  de  este  siglo  (i» 


r 


—    731    — 

introducción  del  África  en  el  mundo  del  derecho,  la  ciencia, 
la  industria  y  el  comercio  contemporáneos);  cnando  el  des- 
arrollo portentoso  de  la  América  sajona  y  el  movimiento  de 
concentración  de  la  América  latina  determinan  una  vigo- 
rosa compensación  del  sentido  y  de  los  intereses  earopeos 
prometiendo  relaciones,  comí  comisos  y  conflictos  ¡  para 
enya  solución  será  imposible  prescindir  del  hecho  material 
de  ocupar  la  Península  ibérica  el  punto  medio  geográfico 
«tro  esos  dos  grandes  mundos, — por  dóndG,  repito,  puede 
pasar  sin  protesta  la  desmoralizadora  tesis  de  que  España, 
por  la  insignificancia  de  ciertas  recursos,  la  exageración  de 
ros  fantasías  y  el  exceso  de  sus  anteriores  empeños  debe  y 
pnede  permanecer  como  mera  y  resignada  espectadora  de 
los  grandes  hechos  que  se  elaboran  y  suceden  en  todo  el 
orle,  en  la  agonía  del  siglo  xix? 

Pero  sin  llevar  tan  allá  las  miradas,  considerando  tan  solo 
el  número  y  la  cantidad  de  nuestras  colonias  repartidas  por 
todo  el  mundo,  ¿no  hemos  visto  ya,  no  palpamos  que  á  pe  * 
sar  de  nuestra  voluntad  heroica,  no  tenemos  medios  propios 
suficientes  para  acudir  á  su  defensa  en  la  manera  que  eer 
absolutamente  indispensable  para  un  mediano  éxito? 

Siempre  quedará  como  una  empresa  maravillosa  de  la 
Edad  contemporánea/  ésta  en  que  se  ha  colocado  á  nuestra 
España.  No  conozco  ninguna  comparable.  Intentar  una  Na- 
den como  la  nuestra,  con  una  exigüidad  numérica  de  po- 
bkción  y  en  condiciones  difíciles  de  economía  y  hacienda, 
sostener  una  doble  guerra  colonial  y  al  mismo  tiempo  otra 
tercera  con  un  pueblo  joven,  brioso,  lleno  de  jactancias  y 
recursos,  de  70  millones  de  almas  y  de  una  riqueza  igual  a 
la  cuarta  parte  de  la  total  de  Europa,  y  sostener  esas  trei 


—    732   — 

guerras  á  dos  mil  ó  cuatro  mil  leguas  de  distancia,  en  tan 
vastas  comarcas  como  son  nuestras  Filipinas  y  nuestras 
Antillas. . .  ¿Qoé  pueblo  ha  hecho  esto  nunca?  ¿Cuál? 

Porque  para  pelear  en  Méjico  en  1863,  ni  Francia  ni  In- 
glaterra, apesar  de  sus  enormes  nfedios,  se  decidieron  i 
emprender  la  campaña  cada  una  por  su  cuenta,  y  la  eja* 
presa  de  Francia,  ya  retirados  los  españoles  y  los  fran- 
cotes que  se  resistieron  á  levantar  el  trono  de  Maximilia- 
no, apenas  puede  estimarse  más  que  como  un  expedien- 
te para  salir,  en  brevísimo  tiempo,  con  relativo  decoro, 
del  compromiso  contraído  por  Napoleón  III,  eu  un  mo- 
mento de  imprevisión,  cujas  fatales  consecuencias  has 
sido  ya  reconocidas  por  amigos  y  adversarios.  Y  asi  y 
todo,  no  puede  prescindirse  del  doble  hecho  de  que  al 
enemigo  del  Imperio  francos  ara,  en  1863,  la  débil  Bapu* 
blica  mejicana,  sin  hacienda,  ni  medios  de  combatir  y  das- 
garrada  por  incesante  guerra  civil,  y  que  la  retirada  da  loa 
franceses  se  produjo  á  poco  ;de  la  protesta  del  Presidente 
norte- americano  Johnson,  'que  ya  libre  dalas  dificultáis! 
de  la  guerra  separatista,  pudo  invocar  enérgicamente  esa* 
tra  los  invasores  de  Méjico,  la  doctrina  de  Monroe» 

Pero  ahora,  señores,  en  este  instante,  hace  un  año  ape- 
nas, ¿no  hemos  visto  el  resonante  conflicto  de  Inglaterra  coa 
los  Estados  Unidos,  el  conflicto  anglo-veneaplauo?  ¿Se  pus- 
de  dar  provocación  más  osada  que  la  del  Gabinete  de  Was- 
hington? Este  llegó  á  afirmarla  doctrina  Monroe  en  su  terce- 
ro ó  cuarto  desarrollo,  en  su  manera  más  provocadora  y  bru- 
tal, con  una  energía  y  una  desenvoltura  que  no  se  ha  afirma- 
do ciertamente  en  las  notas  de  Mr.  Olney,  y  después  en  las 
del  Ministro  actual  de  Negocios  extranjeros,  Mr.  Day,  eos 


•relación  4  España.  T  sin  embargo,  como  Inglaterra  se  en- 
-canttab»  ea  aquella  que  Humaba  Saliibary  grande  y  es- 
pléndida soledad,  estimó  lo  mas  práctico  firmar  el 
tratado  de  Washington  de  1897,  en  el  oual  ha  aaorifioado 
su  amor  propio  7  ha  reconocido  que  no  podía  ni  debía  lu- 
char.—¿Por  qué?  Porque  comprendió  qae  no  podíala* 
oher  sola,  á  tan  grande  distancia,  en  la  vecindad  misma  de 
loa  Estados  Unidos,  7  que  en  todo  caso,  los  posibles  resolta- 
dos favorables  para  ella  da  esa  gaerra  serian  mny  inferiores 
•A  km  perjuicios  de  su  oomercio,  de  su  industria,  de  su  mis» 
ma  vida  política,  muy  interesados  en  la  prosperidad  norte- 


Cito  esas  dos  grandes  naciones  con  relación  á  América, 
por  lo  parecido  de  los  casos  con  el  nuestro,  si  bien  con  la 
salvedad  de  que,  tanto  Inglaterra  oomo  Francia,  carecían  to- 
talmente de  derecho  en  Venezuela  7  en  Méjico .  Pero  70 
podía  muy  bien  aumentar  los  ejemplos,  aun  con  relación  ¿ 
las  guerras  europeas;  porque  ee  bien  sabido,  qae  una  de  las 
mas  serias  7  constantes  preocupaciones  de  la  Gran  Bretaña, 
ante  la  posibilidad  de  una  lucha  internacional,  ha  sido  7  es 
-contar  con  un  aliado  en  el.  viejo  continente.  Ese  aliado  ha 
sido  unas  veees  Portugal  7  otras  Prnsia.  Y  no  menos  públi- 
co es  que  en  las  grandes  guerras  provocadas  por  la  cuestión 
da  Oriento»  fuera  de  una  excepción,  7  esto  por  mny  poco 
tiempo,  ninguna  Potencia  Occidental  se  ha  determinado  á 
entrar  sola  en  campaña. 

Pues  con  todo  eso,  España  aparece  hoy  comprometida  en 
tal  empresa,  incomparablemente  superior  á  todas  la»  conoci- 
das de  doscientos  años  á  e*ba  fecha,  tanto  por  la  calidad  7  el 
poder  del  adversario  (que  vive  en  un  territorio  tan  grande 


—   T34   — 

como  reda  Eurepa),  como  por  la  Ujanía  del  teatro  déla  g&t- 
rra,  como,  en  fin,  por  el  quebranto  que  necesariamente  ha  de 
haber  prtd acido  en  n Dentro  pato  la  dn ración  y  crudeza  de 
la  insurrección  cubana,  &  fa  cual  han  venido  á  dar  fuem  el 
Gobierno  y  loa  soldados  de  los  Estados  Unidos,— No 
pago  tributo  á  sentimiento  alguno  exclnp ivo  ni  comparto 
jactancia  de  ningún  género  (no  pequé  nunca  por  estelado), 
al  repetir  que  lo  que  España,  pobre  y  desangrada*  hace 
ahora,  es  panto  menos  que  homérico. 

lías  por  lo  mismo  necesito,  mejor  dicho  nectsittmot 
saber  todos;  bien ,  pronto  j  cumplidamente  cómo  esto  ha  pa- 
sado. Por  eio,  yo  espero  con  viva  ansiedad  loa  documentos 
que  ha  de  presentar  el  señor  minie  tro  de  Estado;  porque  yo 
deseo  saber  de  qué  suerte,  modo  y  manera  se  ba  ido  á  la 
guerra,  y  en  qué  condiciones.  Yo  creo  que  si  la  guerra  pudo 
evitarse,  no  debimos  ir  ¿  ella.  Asi  como,  si  nos  fué  abso- 
lutamente impuesta,  annqne  esta  no  faera  la  tierra  da  los 
patriotas  de  Oercsa  y  de  Cádis,  de  los  Almogabares  del  si» 
glo  xiv  y  de  los  conquistadores  de  América,  siempre  el  ho» 
sor  nos  feriaría  á  pelear  como  buenos  por  nuestro  derecho 
y  por  el  interés  moral  del  mundo. 

A  mi  do  se  me  oculta  un  solo  instante  que  esta  guerra 
viene  preparada  por  modo  y  por  artes  que  no  puedo  expo* 
ser  en  estos  mementos,  porque  molestaría  demasiado  vues» 
tra  atención;  pero  por  lo  miemo  que  á  la  guerra  se  ha  ido, 
es  necesario  saber  concretamente  romo  se  ha  procurado 
sortearla,  y,  en  todo  caso,  ya  que  la  guerra  existe,  en  qué 
condiciones  estamos  y  qué  porvenir  se  nos  ofrece. 

Pero  después  de  todo  esto,  señores  diputados,  hay  toda» 
via  un  ponto  importantísimo,  á  saber:  que  aun  cuando  la. 


—    73¿   — 

doctrina  por  nosotros  so  atentada  se  hubiera  practicado  ín- 
tegramente en  las  condiciones  en  que  la  hemos  predicada  y 
sostenido,  todo  lo  que  ha  pasado,  no  niega  en  peco  ni  en 
mucho  ta  virtualidad  do  nuestra  doctrina.  Pues  qué-,  el' 
fracaso  de  1823  con  la  entrada  de  loe  100.000  hijos  de  San 
Luis  en  Esjrsfía  y  la  destrucción  del  régimen  constitucio- 
nal, hecha  por  el  extranjero,  ¿negó  virtud  al  régimen  cons- 
titucional9 

Yo  espeté  y  aun  espero  oir  una  contestación  explícita, 
concreta,  razonada*  con  pruebas,  no  vaga,  de  meras  fra- 
see, a  nna  animación  importantísima  que  ha  hecho  aquí- 
al  Sr.  Moret;  afirmación  coja  exactitud  ma  parece  abso- 
lutamente indiscutible* — £1  Sr.  Moret  ha  asegurado  que 
el  supuesto  fracaso  de  la  Autonomía  colonial  (fracaso  que 
yo  niego  en  redondo) ,  habría  que  atribuirlo,  en  última 
extremo,  á  nn  hecho  accidental:  a  que  se  ha  precipitado  & 
al  tizna  hora  la  intervención  armada  de  loe  Estados  Unidos» 
To  aseguro  que  esto  es  verdad,  y  espero  la  disensión  r aso- 
nad a,  porque  frente  á  hechos  y  documentos  que  robustecen 
mi  tesis  no  basta  la  simple  ó  mera  afirmación  qne  se  haga 
en  contra.  El  eeñor  Moret  ha  traído  bus  datos,  y  yo, 
que  tengo  el  deber,  y  le  he  cumplido,  de  estudiar  con 
atención  estas  cuestiones  y  de  seguir  su  desarrollo,  no 
solo  en  la  Península  y  en  Europa,  sino  en  Washington 
y  en  los  Gobiernes  extranjero?;  yo,  que  puedo  afirmar  qui- 
en esta  materia  estoy  tan  en  ten  do  como  el  que  más,  afirmo 
que  la  acción  coercitiva  de  loe  Estados  Unidos  y  su  políti- 
ca de  intervención,  se  precipitó  y  determinó  en  el  punto  y 
hora  en  que  tuvieron  el  Gobierno  y  les  políticos  norteame- 
ricanos la  conciencia  de  qne  con  la  autonomía  venia  la  paz. 


—    736    — 

Este  es  un  heoho  da  tal  evidencia,  que  se  halla  confir * 
mudo  7  demostrado  por  toda  clase  de  documentad  público* 
y  particulares,  por  el  tes  ti  mooio  de  la  a  mas  íl  nutres  hom- 
bres públicos,  diplomáticos  y  estadistas  de  todas  parces ♦ 
que  coincidan  en  que  hubo  un  las  tan  te  en  que  La  imar  reo- 
ció  n  se  vio  seriamente  amenazada  por  el  efecto  moral  y 
directo  del  cambio  de  la  política  colonial  del  Gobierno  es- 
pañol, y  que  luego  vino  otro  momento  en  que  eaa  insur  rea- 
cio n  ee  consideró  completamente  vencida  por  consecuencia, 
ya  casi  material  y  directa»  de  la  instauración  del  régimen 
autonomista  en  la  grande  Antilla. 

£1  primero  de  los  momeotoa  á  que  me  refiero  es  aquel  en 
que  se  constituyó  el  Gobierno  insular  de  O  aba .  Nombra* 
dos  loe  Secretarios  del  Despacho  de  aquel  Gobierno,  oca- 
padoa  estos  cargos  por  personas  de  gran  notoriedad  política 
(contra  loa  cuales  ee  hicieron  los  imposibles»  tanto  en  Cabl- 
eóme en  loa  Estados  Un  idos  t  como  en  Francia,  como  en  la 
Península  misma,  para  que  de  ninguna  suerte  aoaptaraa  el 
compromiso),  se  iniciaron,  por  los  adversarios  del  nuevo  ré- 
gimen, otras  gestiones  para  contener  lai  simpatías  que,  tan- 
to en  el  extranjero  como  en  el  circulo  de  los  antiguos  de- 
votos  y  cooperadores  de  la  insurrección,  determinó  el  heoho 
evidente  de  la  reforma  autonomista.  Yo  recibí  botantes 
cartas  de  los  Estados  Unidos  en  las  que  hacían  aúpasete* 
inverosímiles  contra  la  reforma  decretada  por  til  Gobierno 
y  después,  cuan  lo  apareció  en  la  Gaceta  t  contra  su  proba- 
ble desarrollo.  El  Gobierno  ha  hecho  pública  ana  comuni- 
cación oficial  de  nuestro  Ministro  en  Washington  en  la  que 
después  de  comentarse  los  extraños  arde  ni  o  i  publicado!  ea 
nuestro  agravio,  allá  en  New- York,  por  Mr.  Taylor,  eoiba* 


—   737   — 

jador  de  loa  Estados  Unidos  en  Madrid,  afirma  que  el  pre- 
sidente de  la  Junta  separatista  cabana  había  publicado  una 
declaración  negardo  qne  la  Autonomía  ofrecida  por  el  Go- 
bierno español  fuese  la  verdadera.  La  protesta  de  la  Junta 
Central  del  partido  a  n  ton  o  mista  de  Cuba,  única  competente. 
para  hablar  sobre  aquel la  materia,  deshizo  aquella  declara- 
ción .  Luego  vinieron  otros  manejos,  para  comprometer  el 
éxito  de  la  empresa  autonomista  en  sns  primeros  tanteos. 
Esos  manejos,  cuyos  autores  yo  no  conozco,  pero  a  loa  cna* 
lee  puedo  y  debo  aplicar  el  criterio  del  qui  prodest,  produje  - 
fon  inme  \ latamente  el  motín  de  la  Habana  en  los  primeros 
días  de  Enero;  motín  que  según  me  han  escrito  personas  de 
mucha  representación  y  aun  autoridades  de  aquella  ciudad* 
fué  preparado  pira  los  últimos  días  del  mes  de  Diciembre. 
No  es  llegada  la  hora  de  explicar  todos  los  terribles 
secretos  de  aquel  deplorable  suceso,  en  el  cual  la  ma- 
licia de  naos  cuantos  si r vi 6  de  estimulo  á  la  irritación 
y  la  protesta  peligrosa  de  muchos  hombres  sorprendidos 
en  un  momento  por  todo  extremo  difícil.  Noticias  tengo 
de  que  aquel  suceso  desconcertó  inmediatamente  una  gran 
operación  financiera  que  se  ideaba  en  Europa  y  que,  á 
desarrollarse  en  la  paz,  hubiera  facilitado  excepcional  - 
mente  el  éxito  de  la  reforma  aa  ton  o  mista  colonial.  No 
tengo  qne  decir  nada  respecto  de  la  profunda  inquietud 
que  los  sucesos  del  il  de  Enero  causaron  en  la  Habana  y 
en  Uadrid,  pero  sí  afirmaré  que  por  una  parta  contuvieron 
el  regreso  de  muchos  enbanos  á  la  grande  Antílla  y  sir- 
vieron de  tema  á  todo  género  de  declamaciones  y  terrin  * 
eos  anuncios  de  la  prensa  noticiera  de  los  Estados  Unidos, 
la  onal  llegó  al  extremo  de  propalar,  para  que  lo  recogiese 


—    73b    — 

como  lo  recogió  la  prensa  europea,  que  había  corrido  peli- 
gro de  expulsión  el  gobernador  general  de  Cuba,  que  no 
estaba  segara  la  vida  de  loa  norteamericanos  y  de  loa  cós- 
anles extranjeros  en  la  Habana  y  que  el  gobierno  de  Was- 
hington pensaba  en  la  conveniencia  de  que  algunos  barcos 
de  guerra  faesen  á  los  puertos  cubanos  á  las  órdenes  del 
cónsul  Lee. 

Ya  costó  trabajo  disipar  esta  profunda  alarma.  El  orden 
se  restableció  en  la  Habana;  desaparecieron  de  la  misma 
loe  promotor es  de  aquella  agitación.  Per?  sin  ser  cierto, 
nomo  en  algunos  periódicos  norteamericanos  se  dijo,  que  el 
gobierno  de  Washington  se  habla  ocupado  de  la  eventua- 
lidad de  que  la  repetición  de  aquellos  sucesos  hiciera  posi- 
ble el  desembarco  en  Cuba  de  alguna  tropa  de  los  Estados 
Unidos  para  la  guarda  de  las  vidas  de  sus  compatriotas, 
yo  he  oído  asegurar  que  nuestro  Gobierno  tiene  alguna  no- 
ticia oficial  \ de  que  por  aquel  entonces,  y  coincidiendo 
con  la  salida  de  algunos  buques  de  guerra  americanos  para 
el  golfo  de  Méjico,  el  cónsul  Lee,  cuya  actitud  de  última 
hnra  Je  coloca  entre  nuestros  más  resueltos  adversarios,  in- 
formó por  aquel  entonces  que  la  Autonomía  había  fracasa- 
do en  Cuba. 

Tan  no  sucedió  esto,  como  que  en  seguida  se  dispusieron 
las  cosas  para  que  el  nuevo  régimen  obtuviera  una  nueva  y 
más  brillante  consagración.  A  poco  de  esto  el  Gobierno  in- 
sular de  Cuba  dio  su  elocuente  Manifiesto  al  paie  de  22  de 
Enero  último,  y  Cuba  entera  se  dispuso  para  la  elección  de 
sus  representantes  parlamentarios  en  las  Cortes  nación  alai 
y  para  la  reunión  en  la  Habana  de  las  primeras  Cámaras 
autonomistas.  Y  este  fué  el  segundo  momento  eu   que  la 


—    739    — 

incorrección  gepaiatista  se  vio  en  peligro  de  muerte.  En 
realidad,  en  ton  cea  comenzaron  las  presen  (aciones,  reple- 
garon h e  loe  insurrectos  en  dos  departamentos,  y  hubo  una 
hora  en  que  ee  marcaron  claramente  laa  vacilaciones,  las 
vaguedades;  aquel  momento  en  que  Máximo  Gómez  lanzó 
su  decreto  de  muerte  contra  todo  el  que  hablase  de  paz; 
en  que  se  verificó  el  sacrificio  heroico  del  teniente  coronel 
Bilis;  en  que  las  predicaciones  de  paz  sonaban  muy  bien  en 
loe  oídos  de  muchos   insurrectos. 

Pues  bien,  en  ton  oes  los  simpatizadores  del  separatismo 
hacen  el  postrer  esfuerzo,  Alborótanse  los  periódicos  de  los 
Estados  Unidos;  reprodúceme  las  incorrecciones  de  lengua- 
je (una  gran  vergüenza)  de  alguno»  diputados  y  senadores 
norteamericanos...  Entonces  fas  cuando  vino  la  escua- 
dra norteamericana  á  las  Tortugas;  entonces  cuando  de 
los  Estados  Unidos  empezaron  á  enviarse  auxilios  para  loa 
reconcentrados,  y  cuando  parecía  que  se  alzabí  la  voz  de 
los  Estados  Unidos  diciendo  á  las  fuerzas  inearreüUe:  «re- 
sistid, no  perdáis  la  esperanza T  que  en  último  término  ven- 
drá á  plantearse  en  favor  vuestro  el  con  dicto  internacional,» 
Entonces  es  cuando  en  las  Cámaras  norteamericanas  rea* 
núdanse  apasionados  debates  y  se  dibujan  en  su  seno 
perfectamente  dos  con  ientes  distintas;  de  un  lado  estaba  la 
política  de  los  Presidentes,  porque  yo  creo  que  hay  que  ha- 
cer, lo  mismo  á  Cleveland  que  a  Mac;  Kinley,  la  justicia  de 
reconocer  que  han  sido  contrarios  á  la  guerra,  evita ud ola t 
resistí  en  del  a  y  aun  an  un  oían  do  el  oo  n  fl  uto  o  on  stí  tu  ato  n  al 
por  la  competencia  exclusiva  de  los  Presidentes  en  la  direc- 
ción de  las  cuestiones  internacionales,  actitud  de  resisten- 
cia qoe,  defendida  y  realizada  por  los  Presidentes  de  am- 


—    740   — 

bas  Cámaras,  dio  lagar  á  que  fracasaran  las  dos  mocionet 
conjunta*  de  1896  y  1897*  T  de  otro  lado,  estaba  la  co- 
rriente popular  exaltada,  impaciente,  apremiando  y  exci- 
tando al  Presidente  de  la  República,  porque  veía  que  el 
término  de  la  guerra  civil  y  la  imposibilidad  de  intervenir 
en  Cuba,  estaban  en  la  consagración  y  en  el  funcionamiento 
de  la  autonomía  colonial. 

Así  ge  precipitaron  loa  auceeos  en  veinticinco  días,  seño* 
rea  diputados  (1)-  [Qué  digo  veinticinco!  Por  lo  que  he  oído  á 
personas  autor  izadas,  por  lo  que  he  leído  en  un  periódico  di 
Lo  adres  cuya  exacta  información  me  cenata,  por  lo  que  se 
me  ha  escrito  de  loa  Estados  Unidos*  deduzco  no  solo  que  el 
cambio  de  actitud,  de  disposiciones  y  aun  de  expresión  de! 
Gobierno  norte -americano  fué  á  fines  de  Marzo  tan  acentúa- 
do  como  rápido,  sino  que  una  ves  verificado  ese  cambio r 
aquel  Gobierno  se  sintió  acometido  de  nna  especie  de  fiebre 
para  precipitar  los  sucesos,  estrechar  al  Gobierno  español, 
importunarle  con  sus  exigencias  y  sn  destemplanza  y  obli- 
garle á  una  positiva  humillación,  negándole,  no  ya  las  sinv 
palias  y  la  cooperación  moral  que  para  la  implantación  déla 
Autonomía  en  Cuba  hablan  ofrecido  los  Presidentes  Cleve- 
land y  Mac-Rinley  en  sus  Mensajes  de  18 96  y  97,  y  el  Minia- 
tro  Olney  en  su  ya  conocida  Nota  de  4  de  Abril  de  1  SU, 
sino  el  plazo  prudencial  que  requieren  empeños  mucho 
menos  ex oep otoñales  y  que  no  podían  menos  de  dar  aquellos 
mismos  americanos  que,   si  bien  con  protestas,  esperaron 


(1)  Estas  y  otras  afirmaciones  han  resoltado  totalmente  demo«tn- 
d  as  deapués  por  al  Libro  Rajo* 

Alema*,  véaae  mi  estadio  «obre  El  aspecto  inttrnaeiona1  dé  la  tvitUÓ* 
coíortí.*1  ?i¿f&>Tli/i,  publiri  -o  i  toe liados  de  Julin, 


—   741    — 

desde  la  Nota  de  Mr.  Olney,  á  que  se  cambiara  el  sistema, 
imperante  en  Cnba  y  se  realizaran  las  reformas  anunciadas* 
por  el  8r.  Cánovas.  Ahora  se  prescindía  de  todo  eso,  se  pre*» 
dfldia  de  que  los  decretos  autonomistas  habían  oomensado  á- 
cumplirse  al  mes  de  promulgados;  se  prescindía  de  que  loe 
Gobiernos  insulares  de  las  dos  Antillas  se  habían  estableci- 
do en  Enero,  ¡y  se  exigía  que  á  los  tres  meses  de  hecho  esto 
estuviera  enteramente  pacificada  Coba?  ¿Por  qué  tal  festina- 
ción? ¿Por  qué  todo  esto  siempre  extraño  y  confuso? 

Aquí  parece  que  se  ignoran  ciertas  cosas,  porque  nadie 
se  ha  tomado  el  trabajo  de  estudiar  de  cerca  el  asunto;  pero 
yo  creo  que  se  puede  pensar  que  le  acción  de  los  Estados 
Unidos  se  aceleró  porque  aUí  se  sabia  que  dentro  de  muy 
poco  iban  á  reunirse  en  Madrid  los  diputados  de  la  Nación 
y  en  la  Habana  las  Cámaras  antillanas,  y  las  Antillas  iban 
á  dar  el  más  solemne  testimonio  de  adhesión  á  la  Patria. 
Sobre  tedo,  es  evidente  que  cuando  se  trata  de  reunir  las- 
Cámaras  insulares,  viene  la  guerra,  y  asi  como  dos  años 
antes  Máximo  Gomes,  hablando  de  la  guerra  separatista» 
prescindiendo  de  incidentes  y  excusando  choques  mili- 
tares, decía:  t Que  dure,  que  dure,  porque  de  esa  suerte- 
se  consumirán  los  recursos  de  España,»  asi  ahora  los  se- 
paratistas recalcitrantes  instan  al  Gobierno  americano, 
gritando:  c j Pronto,  pronto,  pronto,  porque  si  no  el  triunfo 
para  España  es  indudable!» 

Después  de  esto,  debo  fracer  mi  tercera  afirmación. 

Yo  he  escuchado  aquí,  como  uno  de  los  más  fuerte» 
ataques  dirigidos  al  Gobierno,  la  afirmación  de  que  ee ta- 
feamos en  un  instante  tan  decisivo  y  tan  digno  de  ex- 
cepcional meditación,  como  que  hablamos   renunciado  en 


—    U2    — 

nuestras  Antillas  á  todos  nuestros  intereses,  derechos  y 
esperan za s,  Y  Be  alirmaba  más:  que  no  teníamos  hoy  «n 
las  Ana  lias  más  que  ao  panto  de  honor.  Quizá  se  pensaba: 
salvemos  el  honor,  que,  una  ves  salvado,  de  lo  cual  sólo 
nosotros  somos  jueces,  podemos  abandonarlas. 

Pues  yo  protesto  ieeaelt*mente1  primero  en  nombre  di 
esto  mismo  honor;  protesto  por  Ja  manera,  por  las  circoni- 
tancimtí,  por  las  condiciones  de  correspondencia,  por  lis 
desconsideraciones  que  ha  tenido  con  nosotros  esa  República 
ds  los  Estados  Unidos,  que  en  este  sombrío  trance  pone  i 
nn  lado  de  un  modo  que  á  mi  (como  amante  del  progreso  y 
de  la  dignificación  de  los  pueblos,  como  republicano  y  co- 
mo f recaen  te  divulgador  de  los  adelantos  políticos  y  «ocia  - 
Jes  de  Norte  América)  me  liega  al  alma,  hechos t  datos,  res- 
petos, obligaciones  de  carácter  moral  que  hacían  punto 
menos  que  inverisímil  lo  que  ahora  contra  España  proyec- 
ta ,  dice  y  hace  el  Gobierno  de  Washington ,  Porque  no,  no 
es  licito  olvidar  que  España  descubrió  el  Nuevo  Mundo  y 
qae  nuestro  Soto  descubrió  el  Mi  así  si  pí:  no  es  lícito  olvidar 
que  España  cooperó  relativamente,  mis  que  Francia,  expo- 
niéndose á  más  con  menos  motivo  y  comprometiendo»  como 
ya  vio  nuesto  Conde  de  Aranda,  el  porvenir  de  sns  Virrei- 
natos americanos ,  á  la  independencia  de  los  Estados  Udí 
dos  en  17S3;  no  es  licito  prescindir  de  que  España  amisto- 
samente contribuyó  en  1819,  por  la  cesión  de  la  Florida,  al 
engrandecimiento  de  la  República  naciente,  y  en  fin,  nos* 
puede  ahogar  el  recuerdo  de  que  cuando  su  1861,  en  1» 
época  más  critica  de  la  vida  norte  americana,  toda  Europa 
reconoció  á  los  Estados  rebeldes  del  Sav,  el  Norte  y  la  oau* 
ea  de  la  integridad  de  los  Estados  Unidos,  encontraron 


r 


—   743    — 


-entre  nosotros  las  más  calorosas  simpatías,  y  si  bien  nuestro 
«Gobierno,  forzado  por  el  medio  europeo  en  que  vivía, 
tuvo  que  hacer  ciertas  declaraciones  en  favor  de  la  belige- 
rancia de  los  Budistas,  lo  hizo  en  térmiaos  tales  é  inter- 
pretó en  la  práctica  de  tai  suerte  su  declaración  de  Junio 
Ae  1861,  que  el  mismo  representante  en  Madrid  del  Go- 
bierno de  Washington,  por  encargo  especial  de  éste,  se  re* 
conoció  cúbicamente  como  oblígalo  á  la  cariñosa  defe- 
rencia española.  No  en  balde  el  ilustre  ministro  del  gran 
Lincoln,  Mr.  Sewird,  declaraba  oficialmente  y  á  cada  paso 
que  £spañ¿,  por  sus  antecedentes  y  por  su  porvenir,  era  una 
verda  Jera  nación  americana.  [Hoy  el  Presidente  Mac  Kin- 
ley,  el  autor  del  Mensaje  de  la  Paz  de  1897,  contradicién- 
dose, rendido  y  maltrecho,  rompiendo  la  tradición  de.  Lln- 
jeoln,  Grant  y  Cleveland,  secunda  la  desatentada  resolución 
del  Congreso  de  Washington  para  expulsar  á  Ejpaña  de 
Axnéiicfel 

Pero  es  que  tenemos  allí  macho  más,  representamos  ya 
más  que  este  interés  de  honor,  qae  quizá  puliera  salvarse 
con  un  daelo  á  primera  sangre.  Tenemos  allí  naestro  dere- 
cho, que  es  tan  claro  y  tan  vivo  sobre  aquel  sneo  america- 
no, como  el  que  ostentamos  sobre  esta  tierra  heroica  de  Za- 
ragoza ó  sobre  la  sagrada  de  Cád.z. 

Tañemos,  adema*,  intereses.  Ya  sé  yo  que  machos  de 
los  intereses  ddl  pásalo  desaparecen  con  la  autonomía 
colonial,  por  jue  deben  desaparecer,  y  no  hemos  de  com- 
prometer nuestra  suerte  y  nuestra  vida  por  un  reducido 
grupo  de  personas;  pero  otros  quedan,  otros  saldrán,  y  se 
contarán,  como  han  salido  y  se  han  contado  en  todos  loa 
pueblos  donde  se  ha  establecido  el  nuevo  régimen. 

4* 


i~X 


—    744   — 

Hay  también  otra  cosa  que  á  mi  me  preocupa  grande 
mente,  fuera  aún  del  doble  punto  del  honor  y  del  derecho 
de  Eepaña,  más  ó  menos  com prometidos  en  oca  cuestión 
particular.  Porque  sobre  todo,  hay  que  estimar  qne  tal 
como  se  presenta  hoy  lacuBstión  hUpauo-americaua,  Ea- 
paña  lleva  en  ella  una  representación  singularísima  y  ex- 
traordinariamente simpática  al  mundo. 

Hasta  cierto  punto,  se  reproduce  lo  que  sucedió  en  loa 
principios  del  siglo,  cuando  fuimos  atropellados,  pi- 
soteados, destruidos,  vencidos,  eí;  pero  representando  nn 
interés  de  primer  orden  en  el  concierto  universal  y  en  la 
esfera  del  dere:ho,  tanto  por  la  consagración  de  los  princi- 
pios que  proclamaron  las  Cortes  de  1812  (de  una  transcen- 
dencia evidente  en  la  vida  moral  y  política  de  nuestra  Pa- 
tria, que  desde  entonce?,  como  dijeron  los  inmortales  do* 
ce&ñiataH,  fué  una  ■  nación  libre  ó  independiente,  sin  qne 
pudiera  ser  patrimonio  de  ninguna  familia  ni  personal), 
como,  porque  la  heroica  protesta  española  centra  el  poderlo 
del  tiempo,  contra  el  que  entonces  representaba  en  Enropa 
lo  que  ahora  va  á  representar  la  Rerübüca  de  Washington 
((parece  mentira!),  en  el  No  evo  Mundo  ó  sea  el  supuesto 
derecho  de  conquista,  determinó  inmediatamente  el  movi- 
miento de  resurrección  de  las  naciones  enropeas  y  la  afirma- 
ción de  ks  principios  más  celebrados  y  efectivos  del  noviai- 
mo  Derecho  internacional. 

Al  decir  esto,  pretendo,  no  sólo  dar  realce  á  la  cuestión 
que  ahora  nos  ocupa  y  afirmar  que  éata,  por  en  proth 
naturaliza  y  por  su  obligado  alcance,  ee  halla  dentro 
de  la  jurisdicción  de  los  pueblos  cultos  y  (cuando  mecos 
de  los  pueblos  directores  del  mondo)  y  de  la  política  gece- 


r~ 


—   745    — 

ral  de  nuestros  tiempos,  rico  que  quiero  señalar  este  piu.ro 
como  uno  de  los  objetivos  de  la  acción  de  nuestro  Gobierno. 
Y  lo  +  señalo,  lo  mismo  para  contribuir  al  éxito  de  la  pa- 
triótica empresa  de  este,  que  para  anunciar  mi  propósito  de 
exigir  las  responsabilidades  que  procedieran  si  el  Gobierno, 
por  error,  distracción  ó  debilidad,  prescindiese  en  todo  ó  en 
parte  de  las  gestiones  suficientes,  relacionadas  con  aquella 
consideración  y  cometiera  la  falta  de  referir  principalmente 
la  solución  del  problema  hispano  americano  á  la  sola  acción 
de  las  armas. 

Siempre  abonarían  el  llamamiento  especial  de  la  atención 
de  los  Gobiernos  extrañare s  algunos  de  los  hechos  que  en 
si  corso  de  estos  dos  últimos  meses  se  han  realizado  en 
Coba  ó  en  sns  cercanías  por  el  Gobierno  ó  las  eecu adras  de 
Norte  América;  hechos  que  contrarían  las  pr Ícticas  m&s 
corrientes  del  Derecho  Internacional  contemporáneo,  consa- 
grado particularmente  (para  los  efectos  á  que  alado),  por 
el  Tratado  y  los  Congresos  de  París  de  1  §56,  el  Tribunal  de 
Ginebra  y  el  Tratado  de  Washington  de  1S71,  y  las  con  fe* 
rendas  de  Berlín,  Bruselas  y  Berna  de  fechas  moy  recien- 
tes. De  todo  esto  y  de  algo  más  me  propongo  hablar  aquí  en 
ocasión  oportuna:  es  decir,  cuando  conozca  con  exactitud 
los  hechos  á  que  me  refiero  y  algunos  otros  con  el  tos  rela- 
cionados, y  enti e  Ice  cutíes  j  orgo  el  extraño  modo  de  ha- 
berse entablado  y  practicarse  el  bloqueo  de  la  grande  Anti- 
lía;  el  empleo  de  ciertos  explosivos  por  los  barcos  america» 
nos  dispuestos  al  bombardeo  de  poblaciones  abiertas  y  que 
no  son  plazas  de  armas»  sin  que  al  bombardeo  precede*  aviso 
de  especie  alguna*  las  gestiones  que  se  hacen  cerca  de  po* 
ten ci as  neutrales  y  ann  la  disposición  de  alguna   de   estas 


__    746   — 

i 

respecto  de  la  extensión  del  concepto  del  contrabando  da 
guerra,  dentro  del  cnal  parece  que  se  trata  de  poner  el  car- 
bón de  piedra,  en  daño  evidente  de  la  marina  espínala;  el 
apresamiento  de  barcos  mercantes  españoles  antes  de  la 
solemne  declaración  de  guerra;  la  amenaza  de  interrupción 
y  aún  destracción  de  los  cables  telegráficos  submarinos,  et- 
cétera. 

Pero  todavía  hay  más  motivos  para  afirmar  la  compe- 
tencia de  la  jurisdicción  internacional  en  el  conflicto  de 
que  tratamos.  Porque  público  y  notorio  es  que  seis  repre- 
sentantes de  Europa  pidieron  al  Gobierno  de  España  una 
tregaa  en  la  campaña  de  Cuba,  que  nuestro  Gobierno  acce- 
dió á  ello  y  que  otro  acto  análogo,  realizado  al  parecer  por 
las  mismas  potencias  europeas  cerca  del  Gobierno  de  loe 
Estados  Unidos,  no  sé  ahora  con  qué  alcance,  no  ha  prodn* 
cido  el  menor  efecto,  apareciendo  de  esta  suerte  en  situa- 
ción poco  airosa  ó  los  interventores  ó  España:  desconside- 
ración de  que  no  se  libra  el  Pontífice  romano,  que  precedió 
á  las  Potencias  europeas  en  la  gestión  aludida  y  que  al 
esforzarse  por  evitar  la  guerra,  sin  duda  alguna  hizo  ho- 
nor á  su  representación  y  á  su  espirita  realmente  evangé- 
lico, y  merece  el  respeto  de  los  hombres  qué,  cualquiera 
que  sea  su  opinión  religiosa,  tengan  en  algo  el  inteiói 
moral  del  mundo. 

Al  menos  conocedor  de  los  asuntos  y  lss  prácticas  in- 
ternacionales le  ocurre  que  no  es  verosímil,  dentro  de 
las  leyes  del  derecho  y  del  decoro,  que  estos  hechos  no 
sean  exp  icados  pública  y  satisfactoriamente,  que  el  Go- 
bierno de  Washington  permanezca  indiferente  y  hasta  jac- 
tancioso de  un   desdéa  y  unas  pretensiones  mal  cubierta! 


—   747   — 

en  los  párrafos  finales  del  último  Mensaje  de  Mr.  Mae- 
Kinley  y,  en  fio,  que  no  es  racional  que  los  Gobiernos  en* 
ropeos,  que  positivamente  han  comprometido  á  España  en 
este  trance  y  que  han  sido  agraviados  por  la  scberbia  indi- 
ferencia norteamericana,  suspendan  ahora  toda  acción  y  se 
dispongan  á  ser  meros  espectadores  de  uno  de  los  mayores 
atropellos  de  la  Edad  contemporánea  y  de  una  lucha  escan- 
dalosamente desigual,  para  que  los  técnicos  del  mundo 
pnedan  apreciar,  de  balde,  los  efectos  mortíferos  de  los 
grandes  inventos  de  guerra,  cuyo  empleo  excusan  los  pode- 
rosos. No  quiero  decir  lo  que  esto  significaría  á  mi  jaició. 

Pero  hay  más.  No  se  puede  desconocer  que  el  problema  de 
Cuba  ha  sido  siempre  y  lo  es  hoy  singularmente,  asi  por  el 
modo  y  manera  de  haberlo  planteado  Mr.  Mac* Kinley, 
como  por  los  términos  del  bilí  votado  por  el  Congreso  norte- 
americano, un  problema  que  afecta  á  toda  la  política  inter- 
nacional. 

Porque,  notadlo  bien,  señorea  diputados,  no  es  un  capri- 
cho nuestro  la  posesión  de  Cuba  y  de  Puerto  Rico.— En  todo 
este  siglo,  es  decir,  desde  que  en  este  siglo  adquieren 
relieve  esas  dos  grandes  representaciones  de  Europa  en  el 
golfo  de  Méjico,  Cuba  y  Puerto  Rico  tienen  un  interés  in- 
ternacional.— Poroso,  de  1848  á  1854,  hubo  negociaciones 
entre  Inglaterra,  Francia  y  los  Estados  Unidos,  para  ga- 
rantizar la  soberanía  de  Espafia  en  las  Antillas,  gestiones 
rechazadas  por  los  últimos  en  la  célebre  declaración  firmada 
por  el  ministro  norteamericano  Mr.  Everett,  en  1852, 
qne  ha  venido  á  ser  como  la  nota  característica  de  toda 
la  política  de  los  Estados  Unidos  en  sus  relaciones  con 
Enropa. — Luego,  en  1873,  ouando  se  produío  la  primera 


—    748   — 


insurrección  separatista  de  carácter  grave,  hubo  un  oo- 
nato  de  imposición  á  España  por  las  Repúblicas  ameri- 
canas y  por  iniciativa  de  la  de  Colombia,  para  reconocer 
la  independencia  de  Coba,  que  no  llegó  á  dar  resaltado  por 
la  oposición  de  los  Estados  Unidos,  qne  ent.nocs,  simpati- 
sando  con  la  naciente  República  española,  pedia  plazo  pin 
que  ésta  desarrollara  su  politioa  colonial. — Y  después,  en 
1875,  cuando  se  trató  del  reconocimiento  de  la  belige- 
rancia, el  mismo  presidente  Grant,  reconoció  que  la  cues- 
tión de  Cuba  era  una  cuestión  internacional,  para  la 
que  no  bastaba  la  acción  de  los  Estados  Unidos,  y  se  diri- 
gió á  Inglaterra,  i  Alemania  y  á  todas  las  grandes  poten- 
cias de  Europa,  para  que  se  ejerciera  una  acción  colectiva, 
á  la  que  éstas  se  opusieron. 

De  suerte  que,  por  el  reconocimiento  explícito  de  todos 
cuantos  han  tomado  parte  en  esto,  la  cuestión  de  Cnbe  es 
una  cuestión  internacional:  internacional  por  la  posición  de 
Cuba,  internacional  por  la  política  que  se  ha  seguido,  in- 
ternacional por  las  relaoiones  de  la  América  del  Norte 
con  la  América  del  Sor,  internacional  por  los  principios 
que  se  han  venido  ¿  consignar  desde  entonces  por  todos  los 
tratadistas  del  nuevo  derecho  público  universal. 

Pero  aun  cuando  todo  esto  no  fuera  cierto,  mi  opiniói 
quedaría  afirmada  y  demostrada  por  las  declaraciones  de 
los  dos  últimos  Mensajes  de  Mr.  Mao-Kinley  y,  sobre  todo, 
por  los  originalisimos  é  intolerables  términos  del  bilí  de  18 
de  Abril,  que  expulsa  á  los  españVes  de  América.  Fijarse 
bien  en  esto,  señores  diputados.  Yo  oía  comentar  el  otro 
día  á  un  estimado  amigo  mío,  las  declaraciones  de  Mr.  Mac- 
Ejnley  para  justificar  la  intervención,   y  me  fijaba  en  que 


—   749   — 

k-  «ato  80  ha  hecho  oon  cierto  talento,  porque  poniéndoos 
S*fc  aparentemente,  como  se  pone  Mac-Kinley,  faera  de  la  doo* 
ai  trina  de  Monroe  en  bu  última  fórmula,  y  después  de  la 
nú.  campaña  realizada  por  la  República  de  América  del  Norte 
4  í  contra  Inglaterra  y  de  la  solución  del  conflicto  venezolano, 
\¡í  Á  loe  Estados  Unidos  hubieran  afirmado  que  tenían  derecho 
ap  4  intervenir  en  Cuba  y  en  Puerto  Bico  por  un  interés  partt- 
ü  cular,  renacería  otra  ves  la  protesta  de  Europa,  y  aun  esa 
:./  Inglaterra,  que  ha  tenido  buen  cuidado  de  qne  se  olvidara 
£  el  tratado  de  1897,  no  podría  menos  de  intervenir  en  la  ouee- 
?ii  tión,  dada  la  gravedad  del  conflicto. 
3 1  La  política  discreta,  la  política  hábil,  era  prescindir  un 
jj  poco  de  estos  motivos  y  en  cambio  tomar  aquellos  en  cuja 
virtud  se  afirma  el  derecho  de  intervención  en  los  tiempos 
modernos. 

Hablar  de  derecho,  de  intereses  generales  del  manda  y 
darse  tono  como  de  protector  y  mediador  desinteresado  en 
la  obra  de  la  emancipación  del  mundo  americano,  da  cierta 
apariencia  moral  é  imponente.  Pero  hay  que  ir  al  fonda 
de  la  empresa.  Es  necesario  negar  todo  eso,  porque  no 
hay  pueblo  alguno  que,  aun  dentro  de  las  últimas  teorías 
sobre  intervención,  tenga  derecho  á  determinar  por  ¿i  y 
ante  si,  cuándo  está  en  peligro  la  suerte  de  la  Humanidad* 
Tampoco  existe  el  derecho  de  atribuirse  una  nación,  por  la 
conciencia  de  su  fuerza  positiva  ó  circunstancial,  el  papel 
de  exclusivo  desfacedor  de  agravios  y  de  reconstructor  del 
mondo  moral  fuera  de  so  propio  territorio.  Ni  un  solo 
miembro  de  la  gran  ciudad  universal,  del  concierto  general 
de  loe  pueblos  civilizados,  tiene  competencia  para  aumentar 
6  disminuir  el  número  de  factores  de  este  concierto,  N  i,  en 


—    750  — 

fin,  es  dable  realizar  esa  obra  de  redención  de  pueblo* 
oprimidos  y  la  complf  ja  empreea  de  traer  á  la  vida  inter- 
na den e  1  nn  nuevo  pmblo  independiente  sin  contar  con  la 
voluntad  del  protegido.  Pnes  bien,  de  todo  esto  ha  prescin- 
dido e)  0(b  erno  norteamericano:  primero,  en  e)  Mtn saje  del' 
prtsdente  Mac  Kinley:  despeé  i  y  más  señaladameLte,  más 
arrogante  y  escandalosamente,  en  el  Mil  de  18  de  Abiil  del 
Congreso  norteamericano. 

La  fórmula  más  atrevida  conocida  basta  el  día  en  la 
Hirtona  del  Derecho  internacional  contemporáneo,  en  ma- 
teria ar  alega  á  la  que  ahora  trato,  es  la  cmj  leada  por  Ruaia 
para  invadir  á  Torqníaen  1876,  y  llegar  á  Pkwcay  Chip- 
ie ü.  Sin  embargo,  no  fué  tan  brutal  como  la  empicada  en 
esta  ocasión  per  el  Gi  bienio  americano, — Y  no  se  olvide  que 
rodafi  he  salvedades  hechas  entonces  por  Busia  respecto  de 
*n  desinterés,  lo  mismo  que  íalvedbdes  ai  alegas  de  los  mis- 
mee  ruaos  en  1833y  ISí 3,  no  impidieren  que  las  demás po- 
tencías  eurepras  intervinieran  en  la  cuestión  de  Oriente,  pa- 
ra contener  a7  Gtbierno  moscovita  en  sus  ambicio? as  preten- 
aiones  de  patrono  y  para  garantizar,  centando  expresamen- 
te con  la  voluntad  de  los  protegidos,  y  la  simpatía  del  mone- 
do, Jas  libertades  de  las  comarcas  griegas  y  danubianas.  A 
esto  responden  los  tratados  de  París,  de  Londres  y  di  Berlín. 

Además,  el  Gobierno  de  Wathirgton  ahora  ha  prescindido 
de  que  para  intervenir  en  nn  país  por  causa  de  la  guerra  ci- 
vil que  en  este  arde,  <on  j  rebabilidades  de  pioducir  la  anar- 
quía y  en  cendiootes  parecidas  alas  que  comenta  Mr  Mac» 
Kitjley  en  cu  ú  timo  Mensaje,  es  necesario  justificar  que  la 
nación  interventora  no  ha  tenido  hasta  entonces  participa- 
ción alguna  en  aquella  guerra;  cosa  que  no  pueden  sostener 


—   751    — 

Jet  Eeíadcs  Unidos,  en  coyas  ciudades  actaan  libremente 
los  ccmii  és  y  íag  igencies  geparr  tistas  cabanas  y  de  cuyo* 
puerto*  han  tal  ido  abeo  Intimen  te  todas  (señalo  bien  el  ad- 
T*rtio)  las  cjpfdicicrrB  armadas  contra  el  Gobierno  de- 
Cuba.  Pero,  ademé?,  difícilmente  se  comprende  cómo  el 
Gobierno  ncríeamerkauo,  qne  ba  suscrito  los  acuerdos  de 
la  Conferencia  de  Berlín  íobre  el  Congo  y  los  del  Congreso* 
panamericano  de  1 890,  precipita  abcra  las  cosas  en  sn  ciega 
enemiga  contra  Eípafla,  excusando  en  absoluto  el  procedi- 
miento arbitra],  para  rendirte, deslombrado, ante  el  supuesta 
derecho  de  conquista  qne  hoy  afirman  los  americanos,  prin» 
cipo  contrario  á  todas  bus  tradiciones,  á  las  altas  aspira- 
dores de  Washington  y  de  los  grandes  presidentes  que  le- 
sucedieron,  qne  eran  grandes  patriotas. 

To  podría  invocar  aquí  textos  de  hombres,  los  más  ilus- 
tres  del  Norte  ¿rr erica,  donde,  como  todo  el  mundo  sabe,, 
el  cultivo  del  Derecho  internacional  es  objeto  de  particu- 
lar estudio.  Yo  i  c dría  citar  libros  y  artículos  publicad oét 
recien tf mente,  qne  Ecn  la  condenación  más  completa  de 
esas  dos  afirmaciones* 

Antes  htf  citado  á  Mr.  Hart  y  Mr.  Phelp,  el  primera 
profesor  de  Ja  Unívereidad  de  Harward;  el  segundo,  no* 
solo  maestro  de  Derecho  Internacional  y  eminente  juris- 
consulto, sino  representaste  hasta  hace  poco  de  los  Es- 
tados Unidos  en  Londres.  Mr.  Hart  protesta  contra  la 
intemperancia  y  la  violencia  que  caracterizan  la  politioa 
norteamericana  en  setos  últimos  tiempos,  y  que  llegando  al 
último  extremo  de  la  exageración  en  el  actual  choque  con 
España,  ya  revistió  tonos  y  formas  repugnantes  en  los  re- 
cientes conflictos  de  los  Estados  Unidos  con  los  débiles  Esta* 


/^ 


■^ 


—    752  — 


dos  de  Sud  Amérioa  (según  se  demostró  en  el  libro  recién  te 
7  notabilísimo  publicado  en  la  Habana  por  el  3r.  Céspedes 
con  al  titulo  de  Monroc  y  su  política)*  Mr.  Hart,  con  motivo 
del  atropello  de  Chile  por  el  Gobierno  norteamericano,  dice: 
«  Con  65  millones  de  habitantes  y  ana  marina  poderos*  se 
puede!  sin  riesgo  personal,  desoonocer  loa  principios  de 
Derecho  internacional  comunmente  recibidos;  pero  al  fia  y 
al  cabo  hemos  sacado  de  eso  escaso  provecho;  nos  hamos 
creado  enemigos  sin  necesidad  y  puesto  en  las  manos  de 
naciones  poderosas,  armas  que  en  el  porvenir  puedan  ma  y 
bien  esgrimir  en  dafio  nuestro.»  Y  aüaie:  c9a  dios  que  la 
Be^ública  de  los  Estados  Unidos  es  el  arbitro  del  m iludo 
occidental;  nuestra  dignidad  no  exige  tanto t  y  como  dice 
Bryca,  no  necesitamos  un  martillo  de  vapor  para  cascar 
nueces.» 

Mr.  Fhelp  protesta  con  mayor  energía,  si  cabe,  en  un 
trabajo  especialmente  dedioado  á  la  cuestión  de  Cuba,  con* 
tra  la  intervención  americana  en  la  grande  Anfcilla:  sostiene 
que  la  insurrección  separatista  habría  sucumbido  ha  ma- 
cho tiempo  sin  el  auxilio  de  las  expediciones  que,  con  des- 
precio de  las  leyes  de  neutralidad,  han  salido  de  la  Eepu* 
blíca  de  loe  Estados  Unidos:  discute  la  responsabilidad  de 
España  en  el  particular  del  Maint,  y  después  de  tronar 
contra  la  especie  de  que  á  pretexto  de  humanidad  se  pro* 
voque  una  guerra  cuyos  estragos  nadie  puede  calcular,  con- 
cluye condenando  la  preferencia  que  para  el  empleo  de  sai 
grandes  fuerzas  hace  la  próspera  República  de  un  enemigo 
que  considera  exangüe  y  arruinado. 

Pero  no  menos  superiores  son  aquellas  nobles  palabras 
de  Lincoln  que,  cuando  se  realizaba  algo  análogo  á  lo  que 


r 


—   753 


ahora  sa  intenta,  la  anexión  de  Texas,  condenaba  el  hecho 
como  un  crimen  indigno  de  la  República  y  atentatorio  á  to- 
dos los  respetos  debidos  al' Derecho  internacional.  Del  mis- 
mo modo  protestaban  Jefferson  y  Monroe  cuando  él  jingoís- 
mo y  los  violentos  pedían  á  vos  en  grito  la  guerra  con  Es- 
paña para  la  anexión  de  la  Florida.  En  honor  de  la  huma- 
nidad, por  el  prestigio  de  la  Bepública,  hay  que  procla- 
mar aquí  que  esas  protestas  son  de  los  hombres  más  pres- 
tigiosos de  los  Estados  Unidos  y  que  se  harmonisan  con 
los  const jos  de  Washington. 

Perdonadme,  Sres.  Diputados,  la  insistencia.  Yo  creo  que 
la  generalidad  de  las  gentes  no  se  ha  fijado  bastante  sobra 
este  particular.  8on  muy  pocos  los  que  han  estimado  la  di- 
ferencia que  existe  entre  el  Mensaje  del  Presidente  Mac-Kin- 
ley  y  el  Bill  del  Congreso  norteamericano.  No  serán  mu- 
chos los  que  dentro  y  fuera  de  ¿¡apaña,  comprendan  (porque 
esto  no  es  fácil  sin  ciertos  antecedentes),  que  por  bajo  de 
las  protestas  desinteresadas  y  humanitarias  del  Gobierno 
norteamericano  está  la  aspiración  fortiaima  de  aumentar 
el  territorio  de  la  Bepública,  con  las  islas  de  Coba  y  Puer- 
to Bioo,  constantemente  deseadas  por  aquel  Gobierno  desde 
la  época  de  Jefferson  y  de  Monroe  y  cuyo  porvenir  señaló 
de  modo  bien  manifiesto  el  ministro  Everett  en  1852,  al 
excusarse  de  cooperar  á  la  acción  de  Inglaterra  y  Francia 
para  garantizar  la  soberanía  de  España  en  aquellas  Anti- 
llas. A  estas  convicciones,  uno  mi  firme,  mi  firmísimo  con- 
vencimiento de  que  no  Imy  realidad  superior  á  las  ideas,  de 
que  no  hay  poder  superior  al  de  los  principios,  de  que  los  re- 
eientisimos  progresos  del  Derecho  Internacional  dan  motivo 
para  fundar  en  la  acción  internacional  una  gran  oonfiania* 


/  <í 


—   754   — 

Sé  bien  todo  lo  que  en  contra  dice  I  a  Vulgaridad  pre- 
tenciosa. Es  más  fácil  hablar  qne  estudiar,  T  119  muy 
frecuente  qae,  en  las  cuestiones  políticas  mis  delicadas* 
lleven  la  voz  los  poco  enterados  y  los  ecos  del  sentadora- 
Hamo  j  el  efectismo  que  tanto  dan)  han  causado  ahora  a 
España,  Pero  nada  de  esto  modifica  mi  convencí  miento, 
A  lo  qae  agrego,  que  tampoco  soy  de  los  que  creen  que  lia 
cosas  se  hacen  por  si  solas  y  que  entiendo  que  es  dificilísimo 
que  la  acción  internacional  se  determine  sin  el  activo  é  in- 
sistente requerimiento  del  Gobierno  español»  requerimiento 
que  di  lie  |  re  (luí irse  directamente  cerca  de  los  Gobiernos 
extranjeros  é  indirectamente  sobre  la  opinión  pública  del 
mundo.  Por  eso  vuelvo  á  llamar  vuestra  atención  sobre  el 
bilí  norteam'  ricano  de  18  de  Abril  último. 

El  1  "residente  Mac-Kinley  en  el  Mensvje  de  1 1  de  Abril 
pide  al  Congreso  que  c autorice  al  Presidente  para  adop- 
tar medidas  que  aseguren  el  completo  y  definitivo  térmi- 
no de  host  Iidades  entre  el  Gobierno  de  España  y  el  poe* 
blo  cubano  y  que  aseguren  en  la  Isla  de  Coba  la  instala- 
ción de  un  Gobierno  estable,  capaz  de  mantener  el  or- 
den y  de  cumplir  con  ana  obligaciones  internacionales,  ga- 
randiando  la  pai  y  la  seguridad  de  sus  ciudadanos  así  como 
délos  de  Norte  América.»  También  pide  autorización  <para 
emplear  las  fuerzas  militares  y  navales  de  los  Estados  Uní- 
dos,  según  tea  necesario  para  dichos  fines  y  el  interés  de 
la  humani  Jad». — Y  recomienda  Apara  contribuir  á  conser- 
var la  vida  de  los  habitantes  hambrientos  de  la  Tila  qne 
continúa  la  distribución  de  alimentos  y  socorros  y  se  vote 
no  crédito  del  Tesoro  público  para  completar  la  caridad  de 
los  ciudadanos  americanos». 


j 


—    755    — 

En  el  mismo  documento  se  señalan  como  motivo  de  la 
intervención  norteamericana:  1.°,  la  cansa  de  la  Huma- 
nidad y  Ja  obUgación  de  poner  término  á  las  barbarida- 
des déla  locha  que  no  pneden  ser  excusadas  por  que  ocurren 
á  las  puertas  de  los  Estados  Unidos;  2.°  la  ob  igación 
de  garantizar  á  los  norteamericanos. residentes  en  Cnba  la 
protección  é  inmunidad  de  sus  vidas  é  intereses  materiales 
que  no  les  quiere  ni  puede  asegurar  ningún  Gobierno  exis- 
tente en  la  Isla;  3.°,  les  gra  vi  di  moa  perjuicios  qne  irrogan 
al  comercio  de  los  norteamericanos,  la  deetruco  ón  gratuita 
de  la  propiedad  y  la  destrneción  de  Coba,  y  4.°,  la  amena- 
za que  la  situación  de  esta  lula  constituje  para  la  paz  inte- 
rior de  los  Estados  Unidos  y  los  gastos  enormes  que  impo- 
ne al  Gobierno  norteamericano,  obl  gado  á  vivir  casi  en 
pie  de  guerra.  En  este  mismo  Mensaje,  el  Presidente  Mac- 
Kinley  da  escasa  importancia  al  conflicto  del  Afaine  y  dea* 
donosamente  habla  de  la  propuesta  hecha  por  el  Gobierno 
español  en  10  de  Marzo,  de  someter  á  arbitros  todas  las 
diferencias  posibles  con  los  Estados  Unidos.  Todavía  con 
mayor  desdén  advierta  el  Presidente,  en  las  últimas  lineas 
de  su  Mensaje,  que  desjuéi  de  preparado  éste,  había  sabi- 
do «que  la  Beina  Urgente  de  Es  p  a  fía  Labia  ordenado  una 
suspensión  de  hostilidades  con  objeto  de  preparar  la  paz.» 
No  se  podía  decir  menos. 

Ya  este  Mensaje  era  bastante  distinto  al  de  6  de  Diciem- 
bre de  1897,  en  el  cual,  si  bien  el  mumo  r residente  habla- 
ba de  la  eventualidad  de  la  intervención  norteamericana  en 
Cuba,  añadía  tque  no  perdonada  ni  uno  solo  de  sus  etf  cier- 
zos para  procurar  por  medios  pacíficos  una  paz  que  fuese 
honrosa  y  duradera.»  Y  terminaba  afirmando:   «Si  en  lo 


r^k 


X 


—    756    — 

sucesivo  pareciese  un  deber  impuesto  por  nuestras  obli- 
gaciones para  con  nosotros  mismos,  la  civilización  y  la  hu- 
manidad, el  intervenir  con  la  fuerza,  lo  haremos,  pero  no  por 
culpa  nuestra,  éího  solo  porque  la  necesidad  para  empren- 
der ¿al  acción  sea  tan  clara  que  asegure  el  apoyo  y  aproba- 
ción del  mundo  civilizado.* 

Ahora  bien,  estimad  brevemente  las  resoluciones  del  bilí 
votado  en  18  de  Abril  por  el  Congreso  norteamericano. 
Principia  por  afirmar  cque  el  aborrecible  estado  de  cosas 
de  Cuba  ha  herido  el  sentido  moral  del  pueblo  de  los  Esta- 
dos Unidos,  ha  sido  un  desdoro  para  la  civilización  cristia- 
na y  ha  llegado  á  su  periodo  critico  con  la  destrucción  del 
Maine  »  Considera  que  tal  estado  de  oosas  no  puede  ser 
tolerado  por  más  tiempo.  Y  acuerda  (nótese  bien},  acuerda 
por  au  única  y  exclusiva  autoridad  y  sin  contar  absoluta- 
mente con  nadie,  de  presente  ni  para  lo  f aturo:  <1.°,  que 
el  paeb!o  de  Cuba  es  y  debe  de  ser  libre  é  independiente; 
2.°,  que  es  deber  de  los  Estados  Unidos  exigir,  y  por  la 
presente  su  Gobierno  exige  que  el  Gobierno  español  renun- 
cie absolutamente  á  su  autoridad  y  gobierno  en  Cuba  y  re- 
tire sus  fuerzas  militares  y  navales  de  las  tierras  y  los  ma- 
res de  la  isla;  3.°,  que  se  autorice  al  Presidente  de  los  E^.tt* 
dea  Unidos  y  se  le  encargue  y  ordene  que  utilice  todas  las 
fuerzas  militares  y  navales  de  éstos  y  llame  al  servicio  acti- 
vo IhB  milicias  de  los  distintos  Estados  de  la  Unión,  en  el 
numero  que  sea  necesario,  para  llevar  á  efecto  estos  acuer- 
dos; y  4.°,  que  los  Estados  Unidos,  por  la  presente,  niegta 
que  tengan  ningún  deseo  ni  intención  de  ejercer  jurisdicción 
ni  soberanía,  ni  de  intervenir  en  el  gobierno  de  Cuba,  sino 
es  para  su  pacificación  y  afirman  su  propósito  de  dejar  d 


r 


—   757   — 

dominio  y  gobierno  de  la  isla  al  pueblo  de  ésta,  tina  ves 
realizada  dicha  pacificación.  > 

No  tengo  para  qué  comentar  las  últimas  declaraciones  y 
para  cuya  exacta  interpretación  conviene  el  recuerdo  de  la 
política  americana  en  Texas,  desda  1836  á  1847.  Me  basta, 
para  el  fin  con  qne  hago  esta  cita,  fijar  la  atención  en  las  dos 
primeras  afirmaciones,  completamente  faera  de  las  faculta- 
des y  los  poderes  qne  el  Derecho  internacional  contempo- 
ráneo reconocen  á  las  naciones  soberanas.  Podrían  los  Esta- 
dos Unidos  hacer  ahora  lo  qne  hicieron  en  1824,  precedidos 
por  Inglaterra,  reconociendo  la  independencia  de  la  América 
latina.  Pero  declarar  urbi  et  orbe  y  para  todos  los  efectos  y 
en  todas  las  relaciones  internacionales,  que  Cuba  es  nn  Es- 
tado independiente,  y  decir  esto  con  carácter  definitivo,  sin 
preocuparse  nn  minuto  de  si  los  cubanos  quieren  ó  no  la- 
independencia,  y  si  las  demás  Naciones  convienen  ó  no  en 
ello,  seria  de  lo  mis  extraordinario  que  se  diese  en  la- 
Historia  contemporánea,  si,  por  otro  lado,  no  apareciera 
el  decreto  de  expulsión  de  España,  la  intimación  afren- 
tosa que  se  hace  á  nuestro  Gobierno  y  el  encargo  al  Pre- 
sidente amerioauo,  de  realizar,  por  medio  de  las  armas, 
aquella  expulsión,  sin  cuidarse  del  voto  del  país  interve- 
nido y  menos  aún  de  la  aprobación  (cuanto  más  del  a~oyo) 
de  las  demás  naciones  á  que  se  referia  el  Mensaje  del  Pre- 
sidente Mac-Kíuley  de  6  de  Diciembre  de  1897,  ni  de 
las  gestiones  hechas  cerca  del  mismo  Presidente  per  lo» 
representantes  del  Papa  y  de  Ibs  seis  potencias  europea» 
qne  lograron  en  9  de  Abril  último  la  suspensión  de  hostili- 
dades en  Coba  y  á  cuyas  gestiones  ni  siquiera  alude  el 
Mensaje  presidencial  de  dos  días  después. 


—    768   — 

Repito,  señores  diputados,  que  no  conozco  desconsidera- 
ción ni  arrogancia  oomparables.  Auto  esta  reiolnción  pal  i « 
dece  la  del  famoso  Mensaje  del  Presidente  Cleveland  de 
1894  sobre  la  cuestión  anglo-venezolana  y  contra  Inglate- 
rra. Bien  es  verdad  que  la  descoca  poetara  y  la  provocación 
da  ahora  no  hubieran  sido  posibles  sin  la  victoria  americana 
del  último  tratado  de  Washington,  que  resulta  un  i  a  can  - 
tivo  para  la  actitud  de  hoy,  hábilmente  preparada  por  los 
dos  úl Limos  Mensajes  de  Mao-Kinley. 

No  son  de  este  lugar  ni  de  esta  oportunidad  considerado* 
ütíd  de  carácter  técnico  ni  de  Índole  asaiemioa,  Fraudada 
de  ellas,  pero  no  de  decir  que  empero  con  anaia  li  que  pe- 
rió  lieos  de  superior  cultura  y  las  revigUe  jurídica*  del 
Mando  científico  han  de  exponer  en  plaso  brevídimo  res- 
pecto de  La  actitud,  la  posioión  y  las  preteasiooea  de  la  Be* 
f  úUIca  norteamericana  en  el  actual  conflicto  de  Cobi,— 
Por  que  bien  se  sabe  que  es  general  la  protesta  coatra  la  con  - 
ducta  y  las  aspiraciones  de  equeila  República  frente  4  In- 
glaterra con  motivo  del  conflicto- venezolano  y  eso  que  loa 
procedimientos  británicos  en  sua  relaciones  coa  VenezaeJt 
y  en  general  con  toda  la  América  latina  abiiiaba u  las  anii- 
patlae  de  todo  el  Nuevo  Mando,  justificando  las  censuras  át 
loe  hombres  serios,  los  políticos  más  perspicaces  y  los  juria* 
consultos  más  renombrados  de  Europa.  La  teoría  formula- 
da en  términos  muy  acentuados  por  el  Fiesideate  ClevsJud 
en  eu  Mensaje  de  14  de  Diciembre  de  1894,  y  por  el  mi* 
iriatro  Mr.  Oiney  en  sus  respuestas  i  lord  SalUbary,  fueran 
olí  ver  sal  mente  interpretadas  como  la  mam  rotación  de  un 
Derecho  Internacional  inadmisible  y  como  la  intolerablí 
aspii  aoión  del  Gobierno  de  Washington  á  la  dirección  a- 


r 


—   75»   — 


perior  de  todos  loa  negocios  americanos.  Afirmo  que  no 
ihay  un  solo  periódico,  ana  sola  revista  de  cierta  reputa- 
ción entre  los  cultivadores  de  la  Ciencia  de  Derecho  ínter - 
«aeiontl  que  haya  patrocinado  las  novísimas  teorías  norte- 
americanas,  Y  ahora  agrego  que  el  bilí  del  Congreso  de 
Washington  de  1$  de  Abril  de  1808  deja  muy  atrae  loe 
«atrevimientos  más  conocidos  en  la  Historia,  y  está  en  opoei 
4ábn  á  todo  lo  que  teníamos  por  corriente  en  el  orden  del  De- 
trecho  internacional . 

Porque  el  Gobierno  norteamericano  no  solo  se  erige  en 
protector  y  director  de  toda  América:  no  solo  proclama  y  sir- 
ve an  interé*  exclusivo  contioental-americano  rectificando 
la  tendencia  general  consagrada  por  los  Congresos  de  Pa- 
fffs,  de  Berlín  y  de  Madrid,  en  f*vor  de  la  mayor  amplitud 
-del  Circulo  Internacional  á  despecho  de  las  diferencias  geo- 
gráficas, etnográficas,  históricas,  de  religión  y  de  clima:  no 
«solo  pretende  sustituir  los  conceptos  deficientes  del  Equilibrio 
«europeo  y  del  concierto  de  los  Pueblos  cultos  con  el  apara 
toso  protectorado  de  W*f  hington  sobre  todos  los  pueblo* 
•nuevos,  sino  que  se  atribuye  el  derecho  punto  menos  que 
exclusivo,  de  aumentar  el  número  de  las  Naciones  indepen » 
dientes  y  de  estimar  y  defender  los  intereses  supremos  de 
Ja  Humanidad. 

Ahora  bien,  ¿puede  permanecer  Europa,  puede  perman  - 
-eer  el  mundo  culto  indiferente  á  tales  pretensiones,  y  á  ta- 
les atropellos  que  hasta  ahora  y  después  de  la  concesión  de 
Inglaterra  en  1897,  no  han  encontrado  más  protesta  que  la 
España?  ¿Y  en  todo  caso,  el  Gobierno  español  puede, 

be  excusarse  de  requerir  á  los  demás  Gobiernos  extran- 

"os  para  que  discutan  y  resuelvan  este  punto?  Entiéndale 


_n 


—  760   — 

bien  lo  que  pregunto.  No  trato  de  que  pidamos  auxilio  peta 
pelear.  ¿Seremos  vencidos?  ¡Quién  sabe!  La  reclamados,  él 
requerimiento  qne  aconsejo  tienen  otro  valor,  otro  fondi- 
mento,  otro  alcance.  España  peleará  ahora  como  en  Roí- 
c<  avalles,  como  en  el  Salado,  eomo  en  las  Navas  de  Tolo», 
como  en  Lepante,  como  en  Bailen  (es  decir,  por  un  interéa 
universal);  mas  aparte  de  esto  tiene  el  derecho  de  requerí* 
la  acción  de  Europa,  en  vista  de  precedentes  bien  señalados» 
Sin  ir  más  lejos,  toda  la  cuestión  de  Oriente,  ¿no  es  ose 
Justificación  para  todas  las  reclamaciones  que  pueda  formular 
España?  Aun  cuando  nuestra  situación  fuera  análoga  á  h 
de  Turquía  en  Oreta  y  la  de  los  Estados  Unidos  á  la  de 
Grecia  en  el  confítate  oriental  ¿no  se  recuerda  que  frente  á 
las  intervenciones  incesantes  de  Grecia,  en  1869,  se  reunióla 
Conferencia  de  Paría  que  impuso  silencio  á  la  Nación  per» 
turbadora,  y  no  se  advierte  para  el  atropello  que  se  anuncia 
ó  casi  se  inicia  por  América,  no  es  licito  invocar  la  doctá* 
na  y  los  compromisos  de  los  últimos  Congresos  de  Berlín? 
Y  variando  los  términos,  y  «endo  una  verdad  que  en 
estos  instantes  hemos  proclamado  la  libertad  complete  de 
Coba,  un  régimen  colonial,  con  imperfecciones  que  yo  no  he 
de  indicar  abora,  pero  que  de  todos  modos  es  nn  verdadero 
avance  en  el  derecho  público  y  que  se  presentará  como  «o- 
délo  bajo  el  punto  de  vista  de  la  consagración  de  las  liber- 
tadla necesarias  auna  Colonia  contemporánea  ¿con  qué  dere- 
cho se  presentan  los  Estados  Unidos  oomo  los  defensores  de 
la  libertad  y  la  dignidad  de  los  pueblos?  ¿Podemos  permaná. 
eer  silencioso?  ante  este  nuevo  atropello  de  la  verdad  y  del 
prestigio  y  la  representación  moral  de  España  en  el  mondo 
moderno  y  en  último  caso,  de  Europa  estera?  En  este  sentí- 


—   761   — 

do,  yo  espero,  que  «i  no  hoy,  cuando  lo  estime  oportuno  «1 
señor  ministro  de  Estado,  haga  declaraciones  explícitas  so- 
bre este  particular. 

No  basta  que  se  aparten  l  que  se  reserve  a  las  Naciones 
europeas/  es  necesario  saber  por  qué  se  han  movido  para 
obtener  de  nosotros  una  actitud  determinada;  qué  están  dis- 
puestas á  hacer,  qué  garantía  podemos  encontrar  en  ellas, 
sobre  todo,  después  de  complacidas.  Por  esto  se  ve  que  nos- 
otros no  tenemos  en  la  cuestión  de  Cuba  sólo  un  compromiso 
de  honor;  tenemos  intereses,  tenemos  derechos  y  tenemos 
una  representación  que  no  puede  desconocerse  y  menos  ab- 
dicarse* 

Dos  palabras,  para  concluir.  Es  asta,  señores  Diputados, 
la  vea  primera  que  los  Diputados  que  conmigo  están  en  la 
Cámara,  dirigen  la  palabra  al  Congreso.  Nosotros  repre- 
sentamos á  un  grupo  del  partido  autonomista  de  Coba  y  á 
los  históricos  de  Puerto  Rico,  Somos,  por  tanto,  represen* 
tantee  de  partidos  locales,  que  además  del  sompromíso  ge* 
neral  de  Diputados  de  toda  la  Nación,  en  este  caso  tenemos 
una  comisión  especial,  hoy  como  nunca  delicada  dentro  ds 
este  Parlamento  compro  metido  en  cosas  muy  trascendenta- 
les y  complejas. 

Es  claro  que  dentro  de  este  grupo,  por  el  carácter  local  de 
nuestra  representación  y  porque  estamos  autorizados  á  ocu- 
par un  puesto  entre  ios  diferentes  grupos  de  la  Cámara,  hay 
Diputados  republicanos,  los  hay  monárquicos,  los  hay  que  no 
pertenecen  á  ninguno  de  aquellos  elementos  que  constituyen 
una  parcialidad  dentro  de  este  Congreso.  Ya  lo  he  dicho  al 
oomenriar  este  discurso,  Pero  todos  tenemos  el  compromiso 
común  y  preciso  de  defender,  ante  todo,  el  crede  de  ¿a  auto- 


"1 


—  7«2   — 

nomia  y  de  llevar  aqui  la  representación  de  los  partidos  7 
loa  intereses  autonomistas  de  nuestras  Antillas»  Pues  m 
nombre  de  éstos  7  en  nombre  de  todos  los  que  ocupamos  es* 
tos  bañóos,  yo  tongo  que  haoer  una  declaración:  la  hubiera 
hech  o  anteo  á  no  haberse  retrasado  la  aprobación  de  nues- 
tras actas.  Y  es  que  en  el  instante  en  que  corre  gravísimo 
peligro  nuestra  sagrada  bandera,  en  el  momento  miaño 
en  que  las  escuadras  amenaaan  á  la  Habana,  y  quisa  has  - 
comentado  los  cañonasos  en  la  isla  de  Puerto  Bioo,  casa- 
do quisi  pareoe  nuestra  Metrópoli  abandonada  de  toda  Es* 
ropa,  nosotros  queremos  que  se  entienda  que  juramos 
por  nuestro  honor,  que  estamos  de  una  manera  franca,  re- 
suelta, irrevocable,  identificados  con  la  suerte  de  España. 
He  dicho. 


# 


EL  BILL  DE  INDEMNIDAD 


DISCURSO 


L  / 


Iiomífr 

lo»  ir 
nor 

1 


EL  BILL  DE  INDEMNIDAD 

?Ü&    £GS    DE0B1T0S    DK    NOVJBMBlil    DI    1897  (O 

Señores  Dipütadoí: 

Para  estar  dentro  del  Reglamento  he  pedido  la  palabra 
en  contra  del  dictamen  de  la  C ¿misión  que  absuelve  al 
Gobierno  del  pecado  de  haber  reformado  el  régimen  político 
y  administrativo  de  las  Antillas  por  los  decretos  de  25  de 
Noviembre  del  año  último»  sin  el  concurso  de  las  Cortes; 
pero  laa  declaraciones  que  voy  á  hacer  en  nombre  de  los 
Diputados  autonomistas  por  oaya  cuenta  hablé  ayer  tarde, 
demostrarán  qae  tenemos  el  propósito  de  votar  el  Bill  do  in- 
demnidad, acloque  con  algunas  salvedades. 

He  interesa  distinguir  y  fijar  bien  varias  cuestiones. 
Anuncié  ayer  que  nosotros  estábamos  dispuestos  á  reco- 
ger toda  observación  y  4  estimar  toda  critica  que  se  hiciera 
respecto  le  la  ouestiói  colonial  á  que  aquí  se  ha  aludido,  y 
que  ahora  principal  milite  debía  debatirle.  M&a  parece,  por 


(1)    Elle  disonree  se  pronunció  an  11  ee  Hiyo  de  1891 

Tomaron  parta  «n  este  hr.rve  débete  «a   represenUcifin   de   di  *  eraos 

■Ifrapoe  de  UCima-i,  los  5rea   SjLvela    Romero  Robado,  Barrio  y  Miar, 

loara*  Riñe    Vi  I  lana  *t*,    Cállamelo,  Parí»  tí  «achata  y    Satinaron, 

l  le  mi»  a!  Sr.  Mmiatra    <:«   UUramiT,  Toiji  raiarvwoa  iu  jaiclo  dafi - 

i  Uve  para  un  debita  espacial . 


el  sufragio  universal,  como  base  de  la  reforma  autonomista 
antillana;  segando,   que  era  tambieo  de  todo  punto  nece- 
sario «jue  el  Gobierno  de  la  Metrópoli  ee  abj tuviese  de 
nombrar  loe  Ministros  de  los  Gobiernos  insulares  y   de  to- 
mar cualquier  iniciativa  en  lo  relativo  á  la  organización  y 
disposición  de  los  futuro*  partidos  délas  Antillas;  tercero, 
qae  la  superior  dirección  de  la  política   local  ultramarina, 
en  el  primer  periodo  del  nuero  régimen,  debía  corresponder 
prínoinal,  ya  que  no  exefaaivaineote,  a  loa  elementos  histó- 
ricos del  antonomismo  da  Cuba  y  Puerto  Rico;  y,  en  último 
extremo,  que  era  también  absolutamente  preciso  adelantar 
todo  lo  posible  las  reformas,  una  vez  que  el  Gobierno  tenía 
la  resolución  de  hacerlas.  Y  afirmaba  cita  urgeuaia  pirque 
yo  sabía,  tenia  el  deber  de  saber,  de  que  suerte  iaíl  liria    la 
pronta  publicación  de  los  decretos  ao  toe  o  mi  atas  en  Ja  acti- 
tud, no  sólo  de  Cuba,  sino  de  los  Estados  Un  idos  y  de  algu- 
nas potencias  europeas,  respeoto  da  la  cueatíóa  oub*na.    Me 
parece  que  lo  sucedido  desde  Enero  á  seta  parte  me  ha  da- 
do cumplidamente  la  raaóu. 

Por  otra  parte,  dejé  siempre  á  salvo  la  cuestión  de  la 
conetitocionalidad  de  la  reforma.  No  he  intervenido  en  ella. 
Mi  opinión  era  contraria  á  qne  se  estableciera  el  nuevo  ré> 
gimen  sin  la  concurrencia  de  las  Cortes.  Y  dije  respecto  4 
esto  lo  mismo  que  tuve  el  honor  de  decir  al  Sr.  Canoras 
del  CastHlo,  cuando  aquel  hoabre  politice  me  honró  ¿ama* 
nica  adorne  su  decreto  de  Febrero  de  1897  antes  de  hacer- 
lo público.  Hibia  allí  un  punto  delicadísimo,  una  onesttte 
previa:  el  punto  de  la  cwastituotonelídad  de  la  medida.  Ya 
no  lo  salvaba;  pero  aseguré  que  en  cuarto  al  éitt  de  indem- 
nidad qne  pedia  el  8r.  Oeuota»  del  Castillo,  yo  no  le  i 


n 


—  7ft9  — 

ria  mi  voto  en  el  Senado.  Del  mismo  modo  el  bilí  de  indem- 
nidad que  presenta  hoy  el  Gobierno,  yo  lo  voto,  con  esto 
salvedad;  deplorando  que  se  siga  este  sistema  de  legislar 
fuera  de  las  Cortes  sin  disentir  las  reformas  ni  hacer  qne  á 
estas  contri  bajan  el  mayor  número  de  elementos  políticos  y 
sociales.  Salvo  mi  responsabilidad,  entiendo  qne  no  debe 
repetirse  el  caá  o;  pero  reconozco  qne  no  hay  otro  medio  de 
salvar  las  diñe  altad  es  de  la  sita  ación  presente  qne  absolver, 
con  estas  salvedades,  al  Gobernó  reformista. 

Para  terminar :  el  bilí  de  indemnidad  se  refiere  á  nnos 
decretos  de  gran  importancia,  de  importancia  transcenden- 
tal. 

He  dicho  qne  en  eatos  decretos  y  en  estas  reformas  hay  < 
bastante  que  disentir,  y  qae  disentiremos  seguramente:  pero 
sobre  sus  deficiencia*  hay  dos  cosas  que  principalmente  me 
interesa  consignar.  De  na  lado,  estas  reformas  son  la  con- 
sagración mis  explícita  de  las  libertades  coloniales  en  sn 
parte  más  sustancial  y  positiva.  Por  ellas  Cuba  y  Pnerto 
Rico  aparecen  en  amplias  condiciones  de  emitir  su  voto,  de- 
terminar su  sentido  y  afirmar  sus  deseos  en  el  instante  en 
que  el  extranjero  pretende  negar  la  soberanía  española  so- 
bre aquellas  tierras,  que  por  su  historia,  y  por  sus  intere- 
ses, y  su  posición  geográfica,  y  sus  compromisos  interna- 
cionales, sólo  pueden  ser  consideradas  como  parte  esencia- 
lisima  de  la  vieja  y  prestigiosa  España.  Nada  más  oportu* 
no,  nada  más  discreto,  nada  más  político,  que  asegurar  la 
fuerza  y  la  vida  y  la  eficacia  de  esas  condiciones  qne  per- 
e  irán  á  las  Antillas  manifestar  claramente  sn  voluntad  y 
t  ^ar  el  supuesto  de  que  ea  ellas  impera  una  oprobio» 
t     inla. 


n 


¿¿atrasta  con  lo  que  I*  América  dsl 

^*t'**Za*d*  más  atentatorio  á  ano  de  loe  orín- 

-  &+     jd  Derecho  público  contemporáneo  que  lo 

¿r& <***#;&  a*  Gobierno  de  Washington,  imponiendo 


pr** 


í^^Z^ga  voluntad  á  otro  Gobierno  soberano,  despre- 


r 

/ 


r*1*0^  porosas  protestas  qoe  le  ha  dirigido  el  Gobier 
***  ^  de  Coba,  prescindiendo  en  absoluto  del  plebiscito 
' a  f  reservándose  el  Derecho  definitivo  de  hacer  la  pe- 
■gstcióa  de  la  isla  y  de  declarar  cuándo  ceta  pacificación 
gtfi  Aecha. 

qb  otro  lado,  los  principios  reconocidos  y  adamados  en 
ji0  reformas  de  Noviembre  de  1897  son  los  del  novísimo 
Derecho  colonial.  Por  esos  decretos  nos  hemos  puesto  al 
uní=ono  con  los  demás  pueblos  del  mundo  contemporáneo: 
liemos  entrado  en  el  concierto  internacional;  y  como  yo  ten- 
go la  convicción  deque  el  actual  problema  de  Cuba  ha  de 
encontrar  su  solución  preferentemente  en  el  orden  de  las 
gestiones  diplomáticas  y  los  oompromisos  internacional* 
del  momento  presente,  creo  que  facilitamos  lo  indecible  esta 
civilizadora  empresa  poniéndonos,  por  la  reforma  oolonial 
aludida,  en  comunicación  directa  con  el  espíritu  dominante 
de  la  época,  de  suerte  que  nadie  en  Europa  ni  en  América 
pueda  entender,  que  al  consagrar  de  cualquier  suerte  el  de- 
recho ó  los  intereses  de  España  en  nuestras  Antillas  6  en  Fi- 
lipinas, frente  al  atentado  norteamericano,  se  rinde  á  un  in- 
terés particular  ó  sanciona  una  excepción  en  el  mundo  culto. 
De  aqui  la  situación  Tortísima  que  en  el  orden  moral  y 
en  la  esfera  del  Derecho  público  ha  tomado  Espafla",  tanta 
para  negar  los  pretextos  y  alegaciones  del  Gobierno  norte* 
americano,  presuntuoso  interventor  y  agente  de  la  Huma* 


—    771   — 

uidad  y  del  Derecho  moderno  en  las  desquiciadas  y  re* 
niel  tas  Antillas  espinólas,  como  para  reclamar  del  con* 
cierto  de  lea  Naciones  culta*  y  de  lee  Potencies  libres 
de  Europa  y  América,  que  condenen  explícitamente  el 
panel  de  Conquistador  que  ahora  deseca  peña  le  República 
de  los  Estados  Unidos,  renegando  de  sus  más  brillantes: 
tradiciones  y  de  la  doctrina  de  sus  grandes  maestros. 

Por  todo  esto  votamos  el  bilí  de  indemnidad,  repitiendo 
que  no  por  esto  renunciamos  á  precisar  y  eligir  en  su  día 
las  responsabilidades  entrañadas  en  el  problema  colonial 
español  en  el  ourao  de  loi  veinte  últimos  años,  dnrante  loa 
cuales  no  hemos  casado  de  proclamar  la  ex  celsitud  del  régi- 
men de  la  autonomía,  Y  advierto  que  creemos  íncursos  en 
esas  responsabilidades  lo  mismo  á  los  gobiernos  y  á  los  par* 
tidos  qne  con  bu  política  y  sus  excesos  hayan  podido  com- 
prometer la  suerte  de  nuestras  Antillas  y  la  paz,  el  presti- 
gio y  el  progreso  de  España,  que  á  los  qne  fuera  del  orden 
oficial,  hayan  podido  producir  esos  mismos  efectos  con  sus 
exageraciones,  sus  errores ,  sus  excitaciones  violentas  y  sus 
funestas  propagandas. 

Por  hoy  no  nos  corresponde  precisar  esto.  Nos  cumple 
facilitar  la  doble  obra  de  la  instauración,  arraigo  y  de» arro- 
lo del  régimen  autonomista  en  las  Antillas  y  de  la  defensa 
de)  honor,  el  derecho  y  los  intereses  de  todo  género  de  Es- 
paña, comprometidos  seriamente,  en  la  guerra  provocada 
por  la  República  norteamericana  en  términos  casi  unióos 
en  la  Historia. 

Be  dicho 


n 


r 


EL  PRESUPUESTO  DEL  MISTERIO  DE  ESTADO w 


SiÑoftse  Diputado* 

He  pedido  la  palabra  para  decir  muy  pooas  y  para  someter 
algunas  brevea  coüsiJerecionea  al  jaicio  de  U  Cámara, 
señaladamente  al  del  Sr,  Ministro  de  Estado. 

Ha  ya  muchos  años  tenga  oca  tambre,  siempre  que  as 
discute  e^a  parte  del  Presupaeito  general  de  la  Nación, 
de  hacer  algunas  observaciones  que  responden  ámi  profundo 
con  venoimteüto,  respecto  al  papel  que  desempeña  el  Minis- 
terio de  Estado,  al  cual  consideraba  y  considero,  juntamente 
con  el  Ministerio  de  Ultramar,  oomo  ano  de  los  mis  posi- 

(i)  Eate  diecureo  fué  pronunciado  en  al  Coagreso  el  18  da  atajo  da 
1 8^3  Lo  coa  uaió  al  Sr.  Ministro  D.  Fio  Gallón,  ofreciendo  traer  pronto 
Mi  Libro  Raje  j  aceptando  ai  da  bata  propueito. 

Sobra  Asarte»  dtl  Sur  dja. 

«Yo  mi  ha  limitado  a  !o  <}ue  laa  ci  re  un  «lancina  exigías,  que  ai  no, 
«r«a  al  Sr.  Labra  qua  ni  Rabiara  doacuidado  aquello  qu«  aa  reriere  i 
nueetro  perrenireo  África,  da  la  coal  cr«o  habar  cuidado  tanto  como 
cualquiera  da  mia  autececeree,  j,  aa  al  gano  de  loe  esnntoa  pea  dienta  a  f 
«as  qd  éxito  superior  á  mia  acperamaa,  ni  mucha  menea  hablara  deja- 
4a  «a  «aguado  logar  la  importancia  da  n  nutra*  reUoionee  con  laa  Ke- 
pdblicaa  Sui-americanu,  da  laa  callea,  coa  exoepcióa  da  una  ó  doa, 
unge  la  i  a  mf acción  da  opinar  como  el  tallar  Labra:  que  eetán  ofre- 
ciémáonoa  ahora  laatimeuioi  tan  a  inca  roa  da  amiatad  y  da  apracia,  qua 
panden  aonatituir  para  aoaotroa,  cuende  a  o  moa  objeto  ia  una  agreaitu 

5> 


^ 


—  776  — 

tiros  recargo*  políticos  y  uva  de  las  más  firmes  garantías 
de  la  personalidad  espafbla,  por  estar  en  en  mano  la  reía* 
eión  de  Espefia  con  el  resto  del  mando*  To  tengo  la  firme 
eontieción  de  qoe  en  estos  Ministerios  están  la  fueran,  al 
prestigio,  la  consideración  de  nuestra  Patria;  y  como  esta 
es  en  mi  convicción  muy  antigua,  he  tenido  siempre  por 
costumbre  consumir  un  turno  respecto  de  cualquiera  de  loa 
capítulos  de  este  prteupueato. 

Tenía  ahora  el  mismo  propósito;  pero  debo  rectificarlo 
por  dos  motivos  principales.  En  primer  lugar,  porque  todas 
las  consideraciones  qoe  yo  pudiera  exponer  en  este  instan- 
te, no  habrían  de  ser  seguidas  de  resultados  eficaces  por 
parte  del  GLbierco,  cuando  sabemos  todos  que  está  en  cri- 
sis» y  cTaro  es  que  las  recomendaciones  que  pueden  hacerse 
al  Gobierno  han  de  ser  para  que,  el  mismo  las  realice,  en  so- 
tos próximos  y  sucesivos.  Y  en  segundo  término,  porque  asi 
que  hayan  pasado  estos  días  y  se  haya  resuelto  la  crisis, 
anuncíale  y  desarrollaré  una  interpelación  sobre  nuestra, 


tan  injustificada,  tan  mienta  y  tan  criminal  cerno  la  de  tos 
Unid  oí,  al  mea  dulce  y  pera  anenta  da  laa  consuelen. 

Hay,  lin  embarga  pontos  aobra  toa  coalae  ya  so  hay  iaeeaTesicmto 
tn  hacer  ftflnnaeionoe,  como  al  dal  bloqueo  á  qp*  0.  S.  aa  ha  referid»  y 
al  da  laa  inf raceionee,  no  ya  da  toda  derecha  iatarnaeiaaal,  timo  ám 
toda  noción  da  moral  cristiana,  en  qaa  tetan  iaaurriendo  los  Bateées 
TJnidoa  deida'qae  han  declarado  lagoarim  i  Pápala,  falta*  y  4  mea 
juicio  daTitoa  6  átentodoe  de  tftfto  fine?*,  que,  claro  teti,  afrma  vas* 
tfto  al  Gobierno  etpafiof  Jara  prettatsr  encrgtaemettte  ante  todo»  las 
pnablot  el  til  íiados  da  Buropa  y  da  Amé'itss;  par»  ai  en  eeta  estry  «en* 
firme  con  8.  8  ,  le  pido,  én  cambio,  que  no  alíjala  mf  qoe  dousrmrfne 
la  feíma  y  la  ocaaión  én  q«ie  ha  tic  haeeree  «ata,  ya  ase  t  ;ca  á  a*re  g*> 
ñero  de  oblift  cienes  en  laa  cnalaa  toda  reesrra  parece  peqmela.» 


r 


—   777     - 


política  exterior,  y  oon  motivo  de  esa  interpelación  hateé 
de  discutir  macha*  cosas  que  no  podrí»  tratar  ahora  sin 
distraer  vuestra  atención. 

Esta  interpelación  habrá  de  versar:  primero,  sobre  el  pa- 
pel que  corresponde  á  España  en  el  movimiento  internacio- 
nal contemporáneo  y  la  actitud  qne  el  actual  Gobierno  ba 
tomado  rectificando  6  ratificando  la  política  del  partido 
conaervaaor  oarateriíada  en  nn  sentido  de  aislamiento  cuyos 
resultados  primeros  palpamos:  segundo,  sobre  nuestras  re- 
laciones Internacionales  con  América;  particular  qoe  yo  he 
estimado  siempre  oon  nn  criterio  bien  distinto  al  qne  aquí 
se  manifestó  hace  pocos  dias  por  el  jefe  de  nna  de  las  mino- 
rías parlamentarias.  Es  este  punto  imprescindible,  tanto 
por  el  alcance  de  U  política  qne  pretende  desarrollare! 
Gobierno  norteamericano  sustituyéndose  violentamente  á 
la  acción  reflexiva  y  autorisada  de  todo  el  Nuevo  Mundo, 
como  por  los  compromisos  contraidos  por  nuestro  Go» 
biérno  respecto  al  Congreso  de  Montevideo  de  1888,  sobre 
cujas4  soluciones,  prácticas  y  urgentes,  yo  he  hablado  aquí 
repetidas  veces,  sin  lograr  más  que  esperas  y  evasivas.  Por 
áltimo,  mi  interpelación  habrá  de  versar  sobre  muchas  cb» 
sao  qne  están  sucediendo  ahora  oon  motivo  de  la  guerra  con 
los  Estados  Unidos  y  que  redaman,  á  mi  juicio,  declaracio- 
nes terminantes  y  explícitas  por  parte  del  sefior  Ministro  do 
Estado,'  para  que  respecto  á  ellas  el  público  todo  pueda 
formar  electo  íutcio  y  adoptar  una  actitud. K"  ' 

Ahora  mismo,  sin  ir  más  allá  del  problema  planteado 
po¿  la  guerra;  creo  que  ha/ bastante  qué  decir  respecto  del 
alcanoe  y  valor  [legal  qne  tiene  ta  aprehensión  del  terco 
Bú**a*e*tura,  cuarido  aún  no  se  habla  hecho  la  declara* 


1 


—   778   — 

oión  de  guerra  en  los  términos  acostumbrados  por  todas  U 
potencias  del  globo.  Existe  también  la  ouestióu  de  loe  cor- 
sarios, que,  al  parecer,  y  á  pesar  de  todas  las  declaraciones 
heofcae  por  los  Estados  Unidos,  están  sonriendo  los  maree 
sin  que  sepamos  cuál  ee  la  tendencia  positiva  de  nnestro  Go- 
bierno, libre  por  la  reserva  que  hicimos,  sobre  las  declarado- 
nen  contra  el  oorso  sn  1856 ,  ni  en  fin  tengamos  noticia  de  la 
disposición  ds  los  demás  Gobiernos  enrppeoc  y  de  las  con- 
cesiones que  estos  pudieran  hacernos  á  cambio  de  la  renun- 
cia del  corso,  en  obsequio  del  comercio  universal.  Otra 
cuestión  muy  grave,  verdaderamente  internacional,  es  la 
del  bloqueo  de  nuestra  isla  de  Cuba,  donde  parece  cierto 
que  los  barses  americanos  no  son  suficientes  para  hacer 
efectivo  el  bloqueo,  por  lo  cusí  resulta  ilícita  la  presa  da  les 
buques  neutrales  que  aquellos  barcos  están  haciendo  sn 
aguas  españolas.  Y  por  último,  teñamos  la  escandalosa  con- 
ducta (indigaa  de  los  precedentes  y  de  la  historia  del  pue- 
blo norteamericano)  del  Gobierno  yanJtee,  que  hoy  lansa  sos 
esouadras  i  haqer  bombardeos  ds  piases  abiertas  sin  dar  m- 
quiera  aviso. 

Todas  estas  son  cuestiones  que  conviene  discutamos  para 
marcar  bien,  no  el  sentido  de  tal  ó  cual  fracción  polition, 
ájp  el  de  la  Cámara  entera,  i  fin  de  facilitar  la  acción  del 
Gobierno  para  hacer  las  gestiones  decorosas  que  en  pro  de 
nuestros  derechos  pueden  y  deben  haoenes. í orqip  para 
bajarnos  pos  bascaremos  nosotros.,  No  tenemos  que  acudir  i 
nadie  para  cumplir  el  deber.  Mas.  para  robustecer  nues- 
tros doreejiosv  oomo  miembros  del  .gran  oonmertat  iptoraa- 
oionaj*  necesitamos  fijar  nueejro  sentido  y  spestra  posición, 
precisando  hechos  y  determinando  claramente  las  i 


r 


—    779 


qm»,  tacto  para  tratar  con  los  Gabinete*  extranjero*,  como 
para  recabar  ef  apoyo  de  la  opinión  pública  universal. 

No  ea  menos  grave  marcar  la  actitnd  de  las  Repúblicas 
sudamericanas,  fue  ahora,  al  revés  de  lo  qae  pasó  desde 
1S69  hasta  1973,  se  mantienen  en  nna  reserva  extraordina* 
ría  y  qae  no  sí mpaüsan  con  la  insurrección  separatista  y 
mucho  menos  con  f as  provocaciones  y  violencias  de  la  Re- 
pública  de  Norte  América,  en  y  as  excesivas  pretensiones  ya 
alarmaron  pro  fon  cía  mente  i  la  América  Central  en  1854, 
cajos  atropellos  h  ¡ciaron  á  México  tomar  las  armas  en  1144, 
en  ros  desaines  y  cuyas  demasías  irritaron  i  Chile  y  al  Perú 
en  I S92  y  94  y  cujas  arrogancias  hicieron  fracasar  el  Con* 
greso  panamericano  de  1S89  y  90  No  me  parece  qne  es  in- 
diferente precisar  este  punto  cuando  los  Estados  Unidos  se 
preocupan  tanto  de  llevar  la  vos  de  toda  América,  poco 
hice,  con  motivo  de  la  cuestión  anglo  venesolana  y  ahora 
con  motivo  ó  pretexto  de  la  cuestión  de  Cuba.  La  indiferen- 
cia con  que  nuestro  público  sigue  estas  cuestiones,  justifi- 
caría mi  proposito  de  discutirlas  oon  el  Gobierno.  Pero  esto 
será  en  su  tiempo  y  lugar.  Cuando  se  publique  el  LittQ 
JÍojot  que  reclamo  calurosamente. 

Tengo  también  qne  hacer  una  salvedad  acerca  de  la  8so» 
eión  rajos  gastos  se  van  á  votar  (1). 

(I)  L*  Sección  i* f  nada  4*1  Presupuesto  geaoral  de  saetee  ee 
rolare  al  ui jiiterio  de  Sitado,  cu/ te  ateneienee  importa*  4.988>tlt,t9 
ptootae,  ton  gmpci  d«  sea  Sección  eon: 

ka  AdmiaietricÜD  Central,  que  caceta 604  .SOT  pétete* 

Cnarpoo  diplenitieee  j  soasolar 2.4S0.SJ5       » 

Tribual  de  la  Rota 160.00S 

Oaatoi  dÍ7eraoe 1 .SS1.Í20 

Patronato  de  la  übnpi*  de  Joraeelem .  Si  l7S0 


—    780    — 

Entiéndase  bien  que  jo  no  oreo  qne  esas  partidas  deban 
desaparecer  del  presupuesto;  los  que  aquí  nos  sentamos  «os* 
tenemcs,  por  el  contrario,  qoe  mochas  debieran  estar  do- 
tadas con  mayores  recursos. 

Tampoco  tengo  el  propósito  de  combatir  el  capitulo  aebre 
el  que  he  pedido  la  palabra;  únicamente,  á  propósito  de  este 
capítulo  y  de  los  servicios  de  los  misioneros  qoe  compren 
den  cuatro  artículos,  me  permito  recomendar  al  Gobierno 
que  venga,  que  rectifique  un  tanto  el  modo  j  la  manera  de 
presentar  estas  cuestiones  á  la  Cámara.  Acompaña  siem- 
pre al  Presupuesto  general  una  Memoria  también  de  carác- 
ter general,  y  más  especialmente  financiera  que  adminis- 
trativa. En  cambio  los  datos  para  demostrar  de  qué  suerte 
ciertos  servicios  están  organizados,  qué  resultados  han  pro* 
ducido,  ouálss  son  las  consecuencias  de  estos  trabajos,  no 
aparecen  en  parte  alguna.  Ahora  mismo  tenemos  delante 


Culto  y  ser? icio  de  la  iglesia  de  San  Francisco. . . .  16.500       € 

Servicio  A  cargo  da  loa  misioneros 408,000       « 

Materlalde  la  Obrapfa 0.000       « 

Oastos  diverso*  dal  Patronato 188.060       » 

Ejefoicíoo  cercad*  • ti. 407, 10» 

El  Capítulo  con  cuyo  motivo  se  pronuncio  «ata  discurso  ea  al  décima 
j  trata  de  loa  servicios  de  loa  lliaioneres . 

Comprende  cuatro  artículos,  que  son: 

Colegia  de  Santiago  y  Crispiona ISO. 000  patetas 

Ifiaiones  de  Tierra  Santa. 80.000 

ídem  de  Marruecos 130.000       • 

Igleeiade  Argel 14.000      » 

XI  Ministerio  de  Estado  proporciona  8.000.000  de  pesetea  de  légrese, 
per  obvenciones  de  los  Consulados  que  iguran  en  la  Sección  segunda, 
eap.  8.°,  art.  8.*  del  Presupuesto  ae  Ingresos. 


r\ 


—  781    — 

anas  partid»*  del  presupuesto  del  Ministerio  de  Estado  que 
se  refieren  4  misioneros,  á  exploraciones  geog ráfhts  y  oten» 
tíficas,  i  empresas  artísticas,  eto.  etc.  ¿Oiré  unainoonve- 
u  ieüoi  a  si  afirmo  que  de  todos  estos  particulares  so  hay  an 
la  Cámara  ció  cae  ata  personas  qoe-tesgan  la  menor  noticia? 
Aun  loa  aficionados  á  esta*  materias  ¿por  dónde  ni  cómo 
han  de  saber  el  resoltado  de  loa  saor.fi  jí  os  hechos  el  alio 
pisado  y  el  alcance  da  loa  qie  ahora  ae  decretan,  si  á  la* 
Cortas  qo  vieie  más  dato  que  k  vaga  iadioacióa  de  las 
partidas  dal  presupuesto?  ¿^an  qué  calor»  con  qué  eficacia, 
con  qué  conciencia  se  han  da  votar  esas  partida? 

Con  tal  motivo  me  permito  recordar  ana  baena  priotiea 
de  los  dos  pri meros  periodos  del  régimen  constitucional  en 
España:  de  1812  ¿  1814  y  de  1820  á  1823.  Entonces  cada 
ministro  enviaba,  al  principio  de  las  legislaturas,  un  resu- 
men especial  de  los  trabajos  y  los  compromisos  de  en  depar- 
tamento: de  moJo  que  siempre  había  baso  de  estadio  y  de 
discusión  para  los  diputados,  cuya  iniciativa  frecuentemen- 
te no  baste  para  plantear  bien  los  problemas  parlamen- 


De  mayor  alcance  es  la  práctica  que  existe  en  los  Estados 
Cuidos.  Allí,  al  lado  del  mensaje  general  presidencial  ó 
de  las  observaciones  especiales  que  hace  el  Presidente, 
anas  veaes  al  principio  da  la  legislatura,  atoas  veces 
en  el  corso  da  ella)  determinadas  por  oirsunstansts*  par* 
ticQÍares,  vienen  aiempre  las  Memorias  oonoretas  de  les 
DeparUmeo toa,  y  estas  Memoria*  no  sólo  se  impriman  y 
reparten  4  todos  los  Diputados  y  Sanadores  amerioeM*, 
sino  también  á  todos  los  hombros  que  en  Eiropa  y  Améei- 
«a  tienen  un  pooo.dé  afioie*  á  las  suastiMes  de  interés 


—    782   — 

general.  Yo  debo  la  eorteeia  de  aquellos  hombree  politicón 
y  de  aqtielloe  administradores,  el  recibir  todos  losefioe  cosa* 
Memorias,  y  mediante  loe  datos  que  me  ofireeen  oreo  toser  em 
conocimiento  bastante  exacto  do  la  metiera  como  está  orga- 
nizada y  desarrollada  la  rida  interior  de  los  Ertados  Usi* 
dos.  Hay  algunos  trabajos  de  mérito  exoepeional9  como,  per 
ejemplo,  los  de  la  Comisaria  do  la  Educación,  que  i 
dos  6  tres  volúmenes  al  año,  y  qne  se  reparten  á  los  1 
brea  polltioos  de  toda  Europa,  mientras  no  advierten  al  Ce- 
misario  americano,  qne  no  los  quieren  recibir.  En  eetoe  li- 
bros te  estudia  el  desarrollo  de  la  instrucción,  pública, 
no  sólo  de  los  Estados  Unidos,  sino  también  de  east  todos 
los  pueblos  del  mundo;  de  tal  suerte,  qne  bien  pudiera  de- 
cirse que,  después  del  trabajo  brirlentísimo  de  un  espejes! 
distinguido,  el  señor  Cossio,  director  de  nuestro  Museo  Fs» 
dagógieo  (que  ha  hecho  un*  estudio  muy  detenido  sobre  Je 
primera  enstfianna  en  España),  el  más  eomplstequeee  come» 
ce  sobre  la  instrucción  pública  elemental  de  nuestro  peas» 
es  precisamente  el  detallado  en  uno  de  loe  titfmne  vétame* 
nea  de  la  Comisaría  de  los  Estados  Unidos.  T  lo  misase 
digo  de  lá  Comisaría  dsl  'lrabajo  y  del  Dspartasssnta^e  Ice 
Indios,  Pues  en  Inglaterra  suosde,  poco  mee  &  menos»  lo 
mismo,  aunque  oon  alguna  mayor  limitación  y  cortapies» 
Puesto  que  es  necesario  levantar  aquí  el  espirite  y  censa* 
gramos  á  obras  de  verdadera  sustancia  moral  y  prescindir 
en  tanto  de  las  pequeñas  preocupaciones  de  la  poütisa  pea* 
pitante,  serla  oon  veniente  que  on  lo  sucesivo  los  lliníatoritm, 
sobre  todo  el  de  Estado,  acompañasen  sus  presupejesteo 
son  Memorias,  en  las  cnalee  expusiera*  éonsreei  y  eepe- 
«Ulmente  loe  ttabajoe  quecsoe  Ministerise  bebiotun  Jas» 


r 


Í83 


che  el  afio  anterior,  y,  sobre  todo,  los  servicios  presta* 
dos  por  todas  laa  Comisiones  que,  en  términos  generales, 
responden  i  un  fin  respetable  de  exteriorisación,  qne  debe 
ser  seriamente  estudiado  j  determinado,  tanto  para  no  com- 
prometernos en  losas  empresas,  como  para  no  despilfarrar 
nsestros  pobres  recursos  en  empefios  desordenados  y  sin 
raaón  ni  nulidad  positivas* 

Paitarla  al  ofrecimiento  qne  antes  he  hecho  de  redecir 
extraordinariamente  mis  observaciones  si  ahora  cediera  á 
la  gran  tentación  de  hablar  de  estos  empeftos  y  estos  com- 
promisos. Algnna  otra  ves  lo  he  hecho  ea  esta  Cámara  con 
cierta  extensión  y  tendré  macho  gusto  en  insistir  sobro 
estos  particulares  luego  que  el  señor  Ministro  de  Estado  so 
sirva  proporcionarnos  el  trabajo  de  referencia  que  reco 
■tiendo  ó  los  datos  particulares  que  pienso  redamar  des- 
pués que  najamos  discutido  el  problema  capital  del  mo- 
mento: la  situación  qne  nos  h«  creado  la  guerra  con  los 
Estados  Unidos  Porque  no  oreo  difícil  la  redacción  de  la 
Memoria  de  que  he  tratado»  . 

Al  Ministerio  de  Estado  vienen  bastantes  informes  de 
nuestros  cónsules  y  aun  de  noestrosdiplomátioos.  Buena  par- 
te de  esos  informes  se  publican  de  un  modo  desordenado  en 
wd  Boletín  O/tcialdd  Ministerio,  que  circula  muy  poco:  sosa 
perfectamente  comprensible  en  un  pala  como  el  nuestro, 
donde  los  precios  de  suscripción  de  la  Qacsta  oficial  del 
Estado  y  del  Diario  dt  hi  Sesiona  ds  las  Cortee  son 
muy  altos»  sin  duda  para  que  la  generalidad  del  público  se 
itere  diflciksente.  Pues  con  los  informes  i  qne  me  refiere 
ton  otros  qne  podrían  procurarse,  eeguramente-ee  con- 
fwrfa  despertar  el  inter.es  general  de  Espalla  sobre 


—   784    — 

algunas  eueetiones  y  empresas  que,  oomo  las  de  Márcaseos 
y  Portugal,  son  por  todo  estremo  simpáticas  en  nuestro 
país.  T  en  este  esmino  no  seria  difícil  recabar  sacrificios 
del  Tesoro  y  de  los  particulares  para  publicaciones,  ex 
ploraoiones  y  trabajos  de  divulgación  científica  y  litera- 
ria, qae  hoy  por  hoy  apenas  si  se  intentan.  Por  lo  menos 
nadie  sabe  qae  se  intenten,  y  en  todo  caso  nadie  sabe  el  re- 
soltado que  dan,  viniendo  á  ser  (sí  se  reafisan,  con  pobris- 
mos medios,  oomo  ha  sucedí  lo  respecto  de  África)  nn  entre- 
tenimiento panto  menos  qae  ocioso. 

Y  no  admito  qae  esto  no  interés  iría  al  público.  Frente  á 
tal  argumento  yo  tengo  el  brillante  resaltado  de  los  mtttínfs 
de  las  Sociedades  geogrifioas  de  Madrid  y  de  la  Sociedad 
Mauritana  de  Granada.  No  digo  nada  del  calor  oon  que  en 
las  últimas  sesiones  del  Congreso  Pedagógioo  iberoameri- 
cano de  1892  se  acogió  la  idea  de  constituir  una  sociedad 
ibórica  de  trato  intelectual  f  vnlgarisaoión  oientifi  ja  y  edu- 
cación popular.  Pero  ya  tengo  dicho  machas  veces  que  en 
estas  obras  no  basta  la  idea;  son  indispensables  los  actos  y 
la  perseverancia. 

El  Ministerio  de  Estado  y  el  de  ultramar  podrían  servir 
macho  para  esta  tarea.  Desde  luego  preparándola  por  los 
medios  de  propaganda  qne  correspondan  naturalmente  á  m 
instituto:  luego,  patrocinando  los  esfnersos  particulares,  sin 
pretender  sustituir  la  acción  oficial  á  la  ubre. 

Para  esto  qnisi  servirla  de  no  poco  nna  severa  organiaa* 
ción  de  los  estudios  de  la  carrera  diplomática  y  oonsulur  y 
áVIfc  carrera  de  empleados  de  Ultramar.  Algo  se  proymtó 
en  1370:  la  reaóoióa  lo  dejhiio.  Hace  dos  afloS  se  trató  la 
constituir  en  Madrid  «n  Instituto  6  Aoádétatí*  de 


"V 


j 


—    7»5   — 

colonial,  a'go  asi  como  el  Colegio  holandés  da  Delft  ó   la 
Edcnel  a  Colonial  de  Francia . 

También  esto  fracasó,  aucque  contaba  con  lia  simpatías 
del  Gobierno  conservador,  Y  ahora  mismo  se  habla,  por  ana 
parte,  de  establecer,  al  amparo  del  Ateneo  de  Madrid,  que 
acaba  da  fundar,  con  apoyo  del  Esta  lo  y  admirable  éxito , 
la  Recuela  de  Estadios  Superiores,  un  Instituto  libra  coló 
nial!  mientras  otros  pretenden  orear  una  gran  Academia 
de  eet odios  para  La  carrera  consular.  Por  mi  parte,  en  ar- 
monía con  los  Estatutos  del  renombrado  Instituto  europeo 
de  Derecho  internacional  (en  cu  jo  seno  ocnpo  UA  modedtí- 
aimo  puesto)  y  de  acuerdo  con  algunos  ilustres  colegas  de 
tquel  centro  y  de  muchos  profesores  y  cultivadoras  del  De* 
reoao  de  gentes  en  España,  me  he  permitido  también 
recomendar  la  constitución  de  una  Academia  ó  Instituto  de 
Derecho  Ínter  nacional  y  oolonial  destinado  i  prestar  ex- 
traordinarios servicios  á  nuestro  país  y  de  na  modo  digno 
de  la  gran  tradición  de  loa  Soto,  los  Snarca  y  los  Váz  jues 
Manchada , 

Mis  para  todo  eato  es  preciso  también  que  el  Ministro  de 
Estado  no  excuse  la  publicación  de  sos  LiBrw  Rojos.  Ed 
seis  años  oreo  que  ha  publicado  dos.  Ahora  se  anuncia 
otro:  ya  me  parece  que  hay  motiro,  y  espero  que,  á  diferen 
cia  de  loa  anteriores,  abarque  la  totalidad  de  nuestras  rela- 
ciones exteriores.— Da  otro  modo,  costará  trabajo  que  ls 
generalidad  de  las  gentes  entienda  que  los  problemas  in- 
ternacionales son  otra  cosa  que  una  eipecul  ación  intelectual 
o  no  estéril  entretenimiento  de  nnos  coas  tos  desocupados 
más  6  menos  elegantss  y  pretenciosos.  Si  esto  no  fuera 
más  que  un  disparate,  ya  podríamos  sonreír.  Pero  ahora 


—   78*    — 


bptit  Mittt  macho  dinero,  «Mh»  **»gr» y  araahatii* 
H*4¡oho(J). 


(1)  Ltt«M«M|MiUÍQMÍMMM  Mkifteri»  4»  Mole,  «&•»*• 
•  ÍMMI  potete»  je*  Repta*  tiene  f  rtríeimet  problema*  interno*» 
ubi  «,0*  iteadtr. 

k«vaí  ^^mmímmmi  I—  elfuteniaa» 

IÜI  Stoeeete  de  Sfcfia  j  dm  8hx.  —Dm6rdmmm  en  Roma. 
<v;  CMtMi  de  «d*.-lndtmni«ciooa,._CMial  a,  ^.^ 
ü  eW-lU^aeienee  pra  el  Tratado  deOeeae,^  ^  U  o™ 
*™t*B..-Jun.diec.oa  marítima  fterreetrede  Oibraltar.-RetU™ 
ajen,  j  «tifictc  one.  del  Tratado  cU  Pa,  *♦*  .,  üru^aj  de  *Z 
********  P«  •!  rertablecimiento  de  k  Pnt  toa  CnrL-Mr~ 
*o.-c«;  d  de  fluti  Cn»  de  Mar  pequeña. 

üaido.  d»  «88t  huta  1M7.  -"■■•■««■«■■I»  d*  iMBMfa 

alüj"™  *  ■"«-^■««"fc  *•  «  *•«.«.  .«  .1  *,,  Nfc- 

1»!'     A^B6e°f  r8,"8- «íM-*«-^-hrt>  d.  „  ««dd. 

*»«mw  de  BnttMt  Airw  ea  i*».  **  «P10»**»»- 

iwl.      Bucmoi  d«  M«lilU. 

Abril  i.  mi,  iou  U  **eim«l».  ««  ,*.„».        ""  *"*  "* 


LA  POLÍTICA  EXTERIOR 

DEL  GOBIERNO  LIBERAL  DE  ESPAÑA 


DISCURSO 


_ 


^ 


LA  POLÍTICA  EXTERIOR 

DEL  GOBIERNO  LIBERAL  DE  ESPAÑA  (1) 


Sifloaia  Diputados: 

Tengo  el  propósito  de  hacer  dos  preguntas,  una  al  señor 
Ministro  de  Gracia  y  Justicia,  y  otra  al  8r.  Presidente  del 
CoDáfjo  de  Ministro».  S aplico  al  Sr.  Presidente  del  Con  - 
ar jo  se  fije  un  poco  en  lo  que  voy  á  decir  y  lo  transmita  con 
especial  recomendación  al  Br.  Ministro  de  Gracia  y  Justicia, 
i  quien  tengo  hace  tiempo  anunciada  ana  pregunta  qne  re 
Tiste  cierta  gravedad.  Hablo  de  la  actitud  y  disposiciones 
que  yo  creo  debe  tener  el  Gobierno,  y  señaladamente  el 


(l)  Krtt  di  acuri  o  fui  p  re  m  ti  n  ciado  en  «1  Congreso  da  loa  diputados 
«1  Al  di  Jdq;o  d«  1408.  Le  coouitó  «1 8r.  Sagette  (Presidente  del  Cen- 
izo) pfn  cien  do  qo*  «1  Gobierno  m  ocuparía  de  los  gravee  hechos  que 
denuncio  respecto  de  le  prisión  preventiva,  sobre  cayo  particular  he 
hablado  di  forestes  teces  en  el  Ceagreeo  y  faerade  él,  desde  1M0  a 
este  psrte.  Puede  verse  sobre  el  particular  mi  libro  Custionés  paipi 


Pero  respecto  de  la  mierpelecftn  eobre  política  internación*  i ,  el 
Sr.  Segsits  ee  »x«ueo  alegando,  primera,  en#  ara  argente  disentí  r  Ice 
aatae  de  vario*  dipútales,  j  argenta  también  la  suspensión  de  Bestcati 
dei  Cocgreio  por  cauea  de  lo  ce  3  uroso  de  la  estación.  Lnego  el  Sr.  Pre- 


—    79U    — 

Sr.  Ministro  de  Gracia  7  Jaiticíe,  «a  lo  relati vo  i  la  prisión 
preventiva  7  4  la  libertad  provisional. 

líe  preooapa  seríame  a  te  este  panto  de  la  seguridad  indi 
vidual  tanto  00 m o  al  relativo  i  la  en  te  f!  ansa  primaria,  puet 
creo  son  do*  cuestiones  fundamentales,  da  carácter   moral, 
de  la  vida  española  ■ 

Hace  años  aquí  ee  discutió  esta  ponto.  £1  entonces  Mi- 
nistro de  Gracia  y  Justicia,  que  lo  era  el  aeñor  Homero  Be* 
bledo,  me  prometió  presentar  ana  reforma  eficaz  en  el  orden 
da  la  prisión  preventiva  v  de  la  prisión  provisional,  para 
qae  no  se  diera  el  caso,  que  se  está  din  do,  de  que  puedan 
ser  detenidas  y  encerradas  en  la  cárcel  sin  plazo  ni  consi 
deración,  personas  a  quienes  se  cree  por  el  momento  qne 
deben  ser  delin cuentea  y  resaltan  al  fin  abiaeltas,  sin 
que  baya  medio  de  que  nadie  rectifique  la  desconsidera 
ción  qne  han  merecido,  ni  les  indemnice  el  perjuicio  qae 
han  sufrido  durante  el  tiempo  en  qae  han  estado  procesa- 
das 7  presas» 


■id  en  te  del  Contejo,  v  anuido  de  argumentación,  eepueo  en  opio  Un  dea- 
faro» ble  4  un  debita  que  coartara  la  libertad  da  acciOD  del  Qobiera* 
cuando  eate  la  necea  i  ta  e Diera  , 

lojilti  en  mi  raeg-o  como  arriba  ee  Teri,  Anuncié  una  propoeieiee 
incidental;  luego  la  presea  té  t  pero,  at  fin,  no  U  eoatuve,  porque  tí  claro 
qae  do  daría  juega,  p^r  ta  actitud  del  Gobierno  7  la  dispoeíci6a  de  no 
escandirla  por  parte  de  la  mayovía  liberal  7  de  la  minoría  eoneer ta- 
bora. 

to  no  quería  hacer  un  acto  de  oposición  ni  entretener  i  nn  peblie* 
dit traído  con  *»  dUtvria  mét,  tino  dar  al  Gobierno  atedien  de  pelea  « 
el  exterior.  Creo  que  el  Gobierno  ge  equíTocó  profúndame  ate  al  exea- 
»r  el  debate . 


r 


791    — 


Tengo  aquí  algunos  datos  da  lo  ocurrido  en  la  cároel  de 
Madrid  desde  1895,  que  oonviene  tener  muy  presente. 

Citaré  tan  sólo  ouatro  6  seis  eaeos.  Par  qjempb,  Mannel 
Bfcedio  Boendia,  ingresó  en  la  oiroel  el  año  1892,  salió  el 
96  absuelto.  despuós  de  enatro  aftxi  de  prisión,  y  sin  que 
nadie  le  haya  indemoisado.  Lo  propio  ha  oenrrido  A  Maree- 
•Iseno  Fernándoi  Gomas,  que  entró  en  1893,  y  salió  el  97 
absaelto  temblón.  Jalián  del  Valle  Alonso,  ha  permanecido 
igualmente  cuatro  afioj  preso,  siendo  condenado  en  17  de 
Febrero  del  96  á  ouatro  meses  de  arresto.  Enrique  O  lona 
Pairó  y  Mauricio  Navarro  de  Onis,  recluidos  desde  el  93; 
Joaquín  Elola  Domingues,  desde  el  94;  Peiro  Millán  Cle- 
mente y  Mannel  Olmedo  Monfri,  desde  el  95;  todos  conti- 
núan presos.  T  Bafael  Padilla  Baeno,  lo  está  desde  1890, 
habían  Jo  sufrido  oondena  por  otras  causas  durante  ese  tiem- 
po y  sin  que  se  haya  resuelto  el  primer  proceso. 

Pero  el  caso  verdaderamente  notable  y  anómalo  es  el  de 
^Gumersindo  Miranda  Pastor,  sentenciado  por  la  Audiencia 
do  Madrid  á  nueve  años  y  un  mes  de  prisión  correccional 
por  dos  tentativas  de  delito;  en  1892  faó  declarado  de- 
míale  4  ingresó  como  tal  en  el  matice  cnio  de  Santa  Isa» 
bel  de  Léganos  en  1894. 

Dado  de  alta  por  los  módicos  á  los  nueve  meses  y  días 
do  estar  allí,  volvió  á  ingresar  en  la  pririón  en  Ma- 
drid. La  Audiencia  mandó  llevar  i  cabo  otra  informa- 
cita,  y,  en  virtud  de  ella  y  por  estimarle  loco,  ee  le  des- 
turó  otra  ves  ai  manicomio  que  correspondiese,  ordenan- 
do el  gobernador  que  fuese  conducido  al  de  Santa  Isabel , 
al  que  no  ha  panado,  siguiendi  toiavi*  en  la  Prisión  oelu- 
lar  de  Madrii,  porque  parece  que  los  mélicos  se  ciegan 

Si 


—   792   — 

á  admitirle  en  Legares  fondados  en  su  primer  ¿letames. 
Por  tanto,  resalta  que,  quedando  en  aoapenso  el  cumpli- 
miento de  )a  condena  de  todo  preso  por  la  declaración  de 
demencia,  según  terminantemente  previene  la  ley,  no  puede 
considerarse  qne  éste  se  halle  cumpliéndola;  pero  esto  no 
obstante,  de  hecho  asi  ocurre,  pues  el  preso  está  sometido 
al  régimen  de  la  cárcel  por  el  desacuerdo  de  los  médicos  & 
por  tolerarse  qtte  no  se  cumpla  lo  mandado  por  la  Audien- 
cia. Esta  enormidad  no  debe  consentirse,  y  ha  de  procurarse 
termine  tan  triste  situación,  porque  casi  es  seguro  qne  con 
el  tiempo  que  éste  desgraciado  estuvo  sujeto  al  régimen  ce* 
lular,  mientras  su  condena  debia  de  derecho  estar  en  sus- 
penso, la  habrá  cumplido.  Un  indulto  vendría  á  remediar 
esta  gran  injusticia. 

Algo  por  el  estilo  sucedió  hace  pocos  años  con  una  mujer 
reclusa  en  Alcalá,  y  declarada  demente  á  poeo  de  su  reala- 
sión.  Tengo  idea  deque  foé  indultada,  porque  se  evidenció 
la  enormidad  de  qu»,  demente,  soportaba  los  rigores  de  la 
cárcel  ni  más  ni  menos  que  si  cumpliera  condena;  y  sin  em- 
bargo, al  recobrar  la  salud  tenia  que  cumplir  ésta  integra- 
mente, como  si  no  hubiera  estado  presa  mientras  le  faltó  1» 
raión.  Creo,  repito,  que  aquella  mujer  fué  indultada.  Aho- 
ra podia  hacerse  lo  mismo  con  el  preso  Gumersindo  Miran- 
da. Pero  esto  no  remedia  fundamentalmente  el  mal. 

Es  preciso  atenderlo  por  medio  de  la  ley,  introduciendo 
un  nuevo  artículo  en  el  Código  penal  ó  entendiendo  áese 
caso  y  á  otros  análogos  la  ley  nueva  y  especialiaima  sobre 
prisión  preventiva  y  prisión  provisional,  que  recomiendo 
calurosamente  al  Sr.  Ministro  de  Gracia  y*  Justicia,  con  la 
protesta  de  que  si  8.  8.,  con  su  rmyór  competencia  y  mayo» 


—   793   — 


res  medios,  no  trae  ese  proyecto  en  la  próxima  legial atura, 
yo  me  reconoceré  en  la  obligación  de  plantear  aquí  el  pro- 
blema por  medio  de  nna  proposición  de  ley. 

Y  voy  ahora  á  la  cuestión  que  se  relaciona  más  especial- 
mente con  el  señor  Presidente  del  Consejo  de  Ministros, 

Cuando  se  discutió  el  Mensaje  de  la  Corona,  hice  una 
alusión  á  la  necesidad  de  discutir  el  problema  internacional; 
á  poco  vino  la  disensión  del  presupuesto  del  Ministerio  de 
Estado, ratifiqué  mi  propósito,  y  el  Ministro  de  Estado,  señor 
Gullón,  tuvo  la  bondad  de  aceptar  en  principio  la  interpela- 
don  que  yo  le  anuncié,  no  queriendo  entonces  discutir  el  pro* 
blema  internacional  por  no  involucrar  las  cuestiones.  Des- 
pués he  mantenido  mi  circunspección  y  mi  calma  por  dos 
motivos.  En  primer  término,  porque  esperaba  la  publicación 
del  Liirp  Jtojo,  y  en  segundo  lugar,  porque  no  quería  en  tor- 
peeer  la  discusióndel  presupuesto, ya  por  la  urgencia  de  ¿ate, 
ya  porque  la  naturaleza  del  problema  que  yo  quería  plantear 
era  de  tal  alcance,  que  exigía  un  debate  un  tanto  especial, 
El  presupuesto  se  ha  disentido  y  aprobado;  pronto  se  van  á 
suspender  las  sesiones,  y  en  este  concepto  me  creo  capacita* 
do  para  rogar  al  Sr.  Presidente  del  Consejo  de  Ministros 
que  me  admita  inmediatamente,  para  mañana  ó  pasado.  He* 
gtm  8.  8.  quiera,  nna  interpelación  sobre  este   particular. 

Me  dirijo  al  8r.  Presidente  del  Consejo,  teniendo  en 
cunta  que.  m  wt^s  dos  ó  tres  meses  ha  habido  dos  Minia - 
tres  ds  Estado;  pero  desde  luego  yo  me  daré  por  perfecta- 
meafcL  honrado  con  que  el  Sr.  Presidente  del  Consejo  ó  el 
8c  Duque  de  Almedóvar,  cualquiera  de  los  dos,  me  diatin- 
gan  contestando  a  las  observaciones  que  yo  voy  4  tener  el 
honor  de  exponer . 


—   794   — 

£1  fin  de  mi  interpelación,  primeramente,  ea  disentir  en 
pri  Qcipio  y  en  término*  generales  la  gestión  diplomática  del 
Gobierno  español  desde  principio  de  este  afto. 

Ea  segundo  término,  contribuir  4  qne  se  forme  opinión, 
con  el  oononrso  y  participación  de  todos  los  partidos  de  esta 
Cámara,  respecto  á  la  idea  qne  Espafta  tiene  de  sn  posición 
en  el  orden  de  la  política  internacional,  de  los  medios  y  con- 
diciones qne  hoy  la  caracterizan  y  de  cuál  pnede  ser  sn  res- 
ponsabilidad en  la  situación  en  qné  la  colocan  las  circuns- 
tancias y  en  la  solución  de  derecho  público  y  armonía  uni- 
versal que  se  avecina.  En  tercer  logar,  pretendo  que  fuera 
de  España  se  conozcan  las  diversas  direcciones,  si  las  hubie- 
se, ó  la  direoción  única  que  tienen  todos  los  políticos  de  Espa- 
ña,  por  lo  menos  los  representantes  más  caracterizados  de 
esta  política.  En  último  término,  me  he  de  permitir,  ©en  to- 
dos los  respetos  y  todas  las  salvedades,  sin  olvidar  la  posi- 
ción modestísima  del  Diputado  que  dirige  la  palabra  á  la 
Cámara,  haoer  alguna  recomendación  al  Gobierne  respecto 
á  la  actitud  y  á  alguna  gestión  que  me  parecen  absoluta- 
mente imprescindibles  en  la  situación  internacional  que  tío- 
De  hoy  el  problema  general  de  Cuba. 

Yo  entiendo,  señores,  y  lo  he  dicho  repetidas  veces,  que 
es  preciso  hacer  la  justicia  debida  á  la  actitud  verdadera- 
mente gallarda  del  pueblo  español,  cuya  vitalidad  y  cuyas 
condiciones  se  han  aquilatado  hoy  de  una  manera  indina- 
tibie  ante  propios  y  extraños.  Te  fio  en  el  heroísmo  de  loo 
soldados  que  pelean  al  otro  lado  do  los  maros  por  el  hour 
de  nuestra  bandera,  por  la  integridad  do  nusstra  Patrio, 
Tengo  por  cierto  también  que  represento  un  gran  tostar,  zm 
factor  sorprendente,  punto  menos  que  maravilloso,  la  < 


r 


—  79S   — 


ción,  y  «1  fervor  que  acreditan  nuestros  hermanos  de  Ultra- 
mar que  se  juntan  4  nuestro  ejército  para  pelear  por  nues- 
tra bandera;  pero  no  se  me  oculta,  después  de  todo,  que 
hoy  el  secreto  del  compromiso  que  estamos  manteniendo 
allende  los  mares,  está,  ante  todo  y  sobre  todo,  en  las  rela- 
ciones internacionales.  Ahi,  á  mi  juicio,  está  la  resolución 
definitiva  del  problema  que  hoy  nos  preocupa  y  que  nos 
preocupará  extraordinariamente  dentro  de  dos  meses. 

De  otro  lado,  yo  sé  bien  que  al  Gobierno,  por  la  Consti- 
tución, le  corresponde  la  dirección  de  los  negocios  diplo- 
máticos; al  Gobierno,  al  Poder  ejecutivo,  le  corresponde,  por 
modo  exclusivo,  el  hacer  la  pas  y  el  examinar  y  resolver 
estas  cuestiones  que  pueden  afectar  de  una  manera  profun- 
da al  honor  y  á  la  integridad  de  la  Patria. 

Dentro  de  pocos  días  se  cerrarán  las  Cortes;  el  Gobierno 
queda  investido  por  la  Constitución  y  por  el  hecho  de  sus- 
penderse las  sesiones,  con  plenitud  de  facultades;  y  me 
parece  de  todo  punto  necesario,  en  primer  término,  que 
aquí  se  fijen  bien  las  posiciones  y  se  determinen  bien  las 
responsabilidades  de  cada  cual,  y,  en  segundo  lugar,  que 
el  Gobierno  tenga  en  cuenta,  para  haoer  después  lo  que 
guste,  afirmando  la  responsabilidad  de  su  conducta,  las  ob- 
servaciones, los  requerimientos,  las  excitaciones  y  hasta  las 
notas  que  con  todos  los  respetos  y  salvedades  podamos  pre- 
sentar los  Diputados  y  grupos  políticos  que  tenemos  aqui 
una  representación  de  cierto  alean  oe. 

En  tal  sentido,  yo  suplioo  al  Sr.  Presidente  del  Conseja 
de  Minietros  acepte  mi  ruego,  y  se  digne  manifestar  desdo 
luego,  si  mañana  ó  pasado  podré  yo  tener  el  honor  de  ex- 
planar la  interpelación  que  acabo  de  anunciar. 


—    796    — 


i 


PRIMERA    KBOTiriOAOIÓN  (1*) 

Pongamos  de  lado  la  dificultad,  perdóneme  *8.  S.  que  se 
lo  diga,  la  dificultad  pequeña  que  el  Sr.  Presidente  del 
Consejo  de  Ministros  ha  señalado  para  aceptar  mi  inter- 
pelación. 

Yo  no  me  opongo,  ni  creo  que  nadie  se  opondrá,  á  que 
discutamos  las  actas,  y  esto  perfectamente  puede  hacerse 
dentro  del  reglamento,  haciendo  lo  mismo  que  hemos  hecho 
hasta  aquí  para  discutir  los  presupuestos,  y  del  mismo  modo 
que  se  hacia  antes  de  constituirse  la  Cámara,  por  prescrip- 
ción reglamentaria.  Con  que  en  lugar  de  ser  cuatro  las  ho- 
ras de  sesión  sean  seis,  y  las  dos  últimas  se  consagren  ex- 
clusivamente á  las  actas,  creo  que  el  temor  del  Sr.  Presi- 
dente del  Consejo  de  Ministros  quedaría  perfectamente  rec- 
tificado por  la  realidad  de  los  hechos. 

Por  tanto,  yo  me  atrevo  á  proponer  á  8.  S.,  de  acuerdo 
con  el  interés  que  le  inspira  la  suerte  de  todos  nuestros  com- 
pañeros» que  aoepte  esta  solución:  la  propuesta  á  la  Cámara 
de  qae  las  sesiones  sean  de  seis  horas  y  que  las  dos  prime- 
ras ó  las  dos  últimas  se  dediquen  concretamente  al  examen 
y  votación  de  las  actas. 

Después,  yo,  ¿cómo  he  de  exousar  lo  que  tengo  por  una 
absoluta  evidencia  y  un  compromiso  perfecto  ante  el  país 
y  ante  mÍ3  compañeros  de  representación?  Yo  he  demostra- 
do uoa  circunspección  exquisita,  una  calma  constante. 


(i)    Las  palabras  que  siguen  fueron  dichas  contestando  al  Sr.  Sagas- 
U,  que  se  excusaba  con  la  urgencia  de  discutir  algunas  actas  de  Di* 

puUdon. 


—   7*7    — 

Sabe  bien  la  Cámara  que  yo  no  soy  de  los  Diputados  que 
hablan  con  frecuencia.  Yo  soy  enemigo  resuelto  de  los  de- 
bates resonante*  y  sensacionales;  mas,  por  lo  mismo,  esta 
actitud  mía  tranqaila-me  da  un  derecho  indiscutible,  cutm 
do  creo  que  el  asante  es  de  soma  importancia,  á  plantearlo 
resuelta  meo  te.  Y  yo  creo  que  ser  (a  una  verdadera  de- 
bilidad el  que  se  suspendiesen  las  sesiones  de  esta  Cámara 
en  medio  de  este  conflicto  extraordinario,  que  es  la  preocu- 
pación de  Europa  y  que  atrae  la  mirada  de  todo  el  mundo 
sobre  nosotros,  sin  que  se  supiese  absolutamente  nada  da 
lo  que  piensan  los  partidos  y  los  hombres  políticos  sobre  les 
problemas  internacionales  de  España.  Seria  una  verdadera 
vergüenza,  repito,  y  no  se  ha  dado  un  solo  caso,  fuera  de 
nuestro  país,  de  que  los  diputados,  en  circunstancias  análo- 
gas, se  retiren  á  sus  hogares  permaneciendo  luego  en  una 
absoluta  indiferencia  y  dejando  por  completo  al  Gobierno  la 
absoluta  responsabilidad  de  sus  actos,  sin  que  este  cuente, 
ni  por  eos  pecha,  y  por  adelantado,  con  los  vetos  ó  los  cornejos 
del  Parlamento  reducido  á  algo  menos  que  figura  decorati- 
va. Yo,  por  mi  parte,  al  menos  en  este  punto,  repito  que  lo 
tendría  por  una  verdadera  debilidad,  á  que  no  estoy  dispues- 
to A  prestarme. 

En  su  consecuencia,  yo  siento  mucho  mantener  este  pun- 
to de  vista,  pero  lo  tengo  que  afirmar  en  vista  de  que  sa 
nos  tacha,  aquí  dentro  y  fuera  de  aquí,  de  estar  devorados 
por  la  anemia;  de  que  no  sabemos  lo  que  pasa,  de  que  nos 
distraemos  todos  los  días  formulando  opiniones  en  oorrilloa 
j  esperando  no  sé  que  del  acaso.  Pues  frente  4  esta  sospecha 
de  que  nos  corroe  la  anemia,  debemos  poner  la  resolución 
clara  y  positiva  de  afrontar  las  responsabilidades,  defen- 


L 


—   798   — 

dietulo  cada  cual  sus  opiniones.  Y  esto  lo  podemos  hacer 
eiü  dar  proporciones  extraordic  arias  á  loa  debate?,  pero 
fijando  posiciones  definitivas  y  resuelta s  siempre  necesaria*, 
hoy  altío Jotamente  indispenEab'es  por  Ja  deplorable  manera 
con  que  ha  sido  informada  la  opinión  pública  sobre  el  as- 
pecto actual  del  negocio  de  Cuba, 

Por  tanto,  termino  insistiendo  en  mi  ruego.  Y  propon- 
go al  Bf\  Presidente  del  Consejo  de  Ministros,  para 
que,  inmediatamente,  ei  á  S.  S.  le  pareciese  bien,  y  el  au- 
mento da  las  horas  de  sesión,  su  carácter  de  leader  de  esa 
mayoría,  lo  recomiende  al  señor  Presidente  déla  Cámara 
para  qne  el  Congreso  tome  acuerdo.  Pero  si  3.  S.  persevera 
en  esta  asunto  en  la  actitud  que  ha  man  i  f  citado  antes,  con- 
tra todo  lo  qne  yo  suelo  hacer,  tendré  el  sentimiento  maña- 
na  de  presentar  una  proposición  incidental  para  que  se  dis- 
cuta el  particular  que. he  recomendado  á  la  consideración  de 
Ja  Cámara. 


—   799  — 
FIOÜNI A   BKCTCflOAOIÓN 

SiÑOBia: 

Como  tengo  un  verdadero  interés  en  que  resolvamos  eete 
asunto  amistosamente,  necesito  rectificar  algo  de  lo  que  el 
8r,  Preeidente  del  Consejo  de  Ministros  ha  dicho.  Porque 
4  8,  3,  le  parece  como  que  jo  he  puestoja  cuestión  en  los 
términos  de  una  perfecta  intransigencia,  y  en  tal  caso,  dice 
el8r.  Presidente,  jo  Je  délo  oponer  la  mía.  No  hay  más 
que  una  diferencia,  Br.  Presidente  del  Consejo:  que  yo 
desde  el  mes  de  Abril  estoy  cediendo  y  su  señoría  la  vez 
primera  que  yo  le  pido  que  ceda  un  poco,  se  mantiene  in  ■ 
transigen  te  * 

En  eegnndo  término,  ha  íl  vooado  S.  8.  la  práctica  y  el 
Reglamento;  y  en  esto,  contra  lo  que  suele  suoeder  cuando 
habla  S.  S. ,  no  ha  estado  felía,  porque  el  art.  191  del  Regla- 
mento autoriza  de  nn a  manera  expresa  las  discusiones  de 
seis  horas,  no  solo  para  los  presupuestos,  sino  para  todos 
aquellos  asuntos  que  ee  entienda  por  la  Presidencia  y  el 
Congreso  que  tienen  el  carácter  de  urgentes.  Por  manera, 
que  el  asunto  t  hora  i  disentir,  eB  si  es  urgente  ó  no  la  pro* 
posición  que  tengo  el  honor  de  recomendar  a  8.  8.  De  la  ur- 
gencia, ¿qué  he  de  decirle,  Sr.  Presidente?  Cuando  8,  8. 
me  presente  el  ejemplo,  que  en  este  caso  es  decisivo,  de  otros 
países  que  en  circunstancias  análogas  hayan  creído  que  no 
se  ha  de  hablar  absolutamente  nada  respecto  de  su  posición 
internacional  y  no  se  ha  de  discutir  siquiera  un  Libro  flojo 
que  se  ha  presentado,  yo  cree  que  para  algo  más  que  para 
que  lo  lean  en  sus  csess  y  en  Ta  intimidsd  de  sus  familias,  los 


—  800   — 

Diputados  y  Senadores,  cuando  3.  8,  me  de  ese  ejemplo, 
entonces  podre  reservarme;  pero  hoy  por  hoy,  tengo  la  con* 
viccióü  absoluta  de  que  serriremos  á  la  Patria  muy  de  ve- 
ras haciendo  conocer  las  diversas  opiniones  que  aquí  hay  res- 
pecto al  problema  internacional  de  España. 

En  verdad,  el  problema  es  delicado;  pero  cuente  su  seño* 
ría  que  la  ves  primera  no  me  dio  como  rasón  de  negarse  á 
aceptar  mi  ruego  más  que  la  cuestión  de  las  actas.  Ahora 
me  opone  otra  consideración:  el  Gobierno  ha  llegado  al  pan* 
to  de  creer  que  no  procede  de  ninguna  manera  discutir  este 
tema. 

Qae  es  un  tema  delicado  y  peligroso,  tal  vea  yo  lo  reco- 
nozca; pero  eso  depende  de  dos  oausas.  Primera,  de  lo  que 
aquí  se  diga.  No  es  posible  que  S.  S.  pueda  juagar  raspeólo 
del  alcanoe  y  del  tono  de  la  interpelación  que  yo  haga  mien- 
tras no  la  haya  hecho.  Pero,  en  segundo  término,  4  mi  no  se 
me  ha  ocurrido  nunca,  por  la  poca  experiencia  que  debo  i 
y  el  estadio  modestísimo  que  llevo  de  negocios  análogos  fu 
de  nuestro  país  y  dentro  de  él,  creer  y  pretender  que  los 
Gobiernos  están  obligados  á  contestar  á  todo  lo  que  pregan* 
tea  los  Diputados  sobre  materias  internacionales.  Hacien- 
do justicia  á  la  posición  diversa  del  Gobierno  y  de  los  Dipu- 
tados puede  recomen  lárseles  prudencia  al  Gobierno  y  pru- 
dencia al  que  tiene  que  hacer  la  interpelación,  pero  en  último 
caso  el  peligro  de  las  interpelaciones  está  en  el  punto  de 
vista  del  Gobierno,  en  lo  que  el  Gobierno  haga  y  diga.  Esto 
del  Gobierno  exclusivamente  depende  y  nadie  le  podrá  fbr- 
sar  ta  mano.  El  Diputado  no  tiene  mis  que  exponer  por 
su  cuenta  sus  opiniones  ante  el  país  para  que  el  país  las  oe~ 
noaca,  e¡\  Gobierno  las  aproveche  y  se  forme  la  opinión,  baos 


—  801    — 

del  régimen  constitucional  y  representativo.  Y  seria  gran 
indiscreción  el  exigir  del  Gobierno  contestaciones  abso- 
lutas A  todos  los  pontos  que  con  ana  libertad  extraordinaria 
puede  hacer  un  Diputado,  y  sobre  todo  un  Diputado  de  la 
oposición ■  Es  decir,  que,  bajo  este  punto  de  vista,  reoonoioo 
que  la  polémica,  6  mejor  dicho,  la  disensión,  es  delicada, 
aun  cuando  yo  no  encuentro  loe  peligros  extraordinarios  que 
•afiala  el  Sr.  Presidente  del  Consejo,  porque  adelanto  que  yo 
no  tongo  la  pretensión  de  exigir  contestaciones  al  Gobierno 
respecto  á  todos  y  cada  uno  de  los  puntos  que  yo  con  toda 
libertad  be  de  plantear. 

Ahora  bien;  yo  ruego  á  S.  S.  que,  sin  mezclar  eu  este 
asueto  ninguna  clase  de  amor  propio,  teniendo  en  cuenta  el 
sito  espíritu  que  todos  tenemos  y  el  interés  de  llegar  á  un 
arreglo  en  condiciones  naturales,  ruego  &3,  B,  qne  se  sir- 
va aceptar  mi  interpelación.  En  otro  caso,  si  £.  S.  man- 
tiene su  derecho,  yo  no  puedo  declinar  mi  responsabilidad, 
y,  por  tanto,  me  vero  en  el  caso  de  plantear  esta  cuestión 
por  medio  de  una  proposición,  siguiendo  los  trámites  re- 
glamentarios). 


r 


NUESTRAS  COLONIAS  DE  ÁFRICA 

DISCURSO 


r 


r\ 


r 


NUESTRAS  COLOIUS  DE  «FRICA 


(I) 


Señores  Diputados: 

El  grupo  autonomista  que  se  sienta  en  estos  bañóos,  y  ía 
Minoría  republicana  que  está  en  esos  otros,  no  oreen  que 
puede  terminar  el  debate  sobre  el  Presupuesto  general  de 
gastos  del  Estado,  y  menos  pasar  la  Seooióa  décima,  que 
ahora  se  va  i  disentir,  sin  una  respetuosa  protesta  de  núes* 
tra  parte,  y  sin  que  se  haga  una  excitación  calurosa  al 
Ministerio  de  Ultramar  para  que,  en  lo  suoesivo,  reotiñque 
el  modo  y  manera  de  presentar  á  la  consideración  de  laa 
Cortes  los  gastos  relativo^  á  la  Colonia  de  Fernando  Pao, 
y  las  demás  que  constituyen  nuestro  grupo  colonial  del  gol- 
fo de  Guinea.  No  es  esta  la  vez  primera  que  hacemos  igual 
protesta;  ya  el  8r.  Villalba  Hervás,  hace  seis  años,  como 
individuo,  de  Ja  Minoría  republicana,  y  luego  yo,  en  nom- 
bre del  grupo  autonomista*  en  los  últimos  debates  parla* 


y)  Discurso  pronunciado  en  el  Congreso  en  3  de-  Junio  de  189S,  eos 
motivo  de  la  Sección  décima  del  presupuesto  general  do  Botado  para 
199S-9*.  Lo  contestó  ol  Sr.  Ministro  da  Ultramar  (Romero  Girón)  ofre- 
ciendo traer  á  las  Cortos  ol  presupuesto  de  Fernando  Póo  de  1*99*1900. 


1 


—    806    — 

mentarías  de  las  Cortes  del  95,  hioimos  protesta  análoga, 
que  interesa  sobre  todo  á  la  oonstituoionaiidad  del  proyec- 
to, que  ahora  se  presenta  oomo  si  nada  hubiera  sucedido  de 
entonces  acá. 

j  Parece  imposible  tal  persistencia  en  el  error!  Por  lo  mis- 
mo, no  ha  de  ser  menos  viva  nuestra  oonstauota  en  la  oposi- 
ción y  la  denuncia,  ahora  fortificadas  por  la  evidencia  de 
les  desastrosos  resultados  de  la  oonduota  que  oombatimos. 

Para  que  los  Sres.  Diputados  se  den  perfectamente  cuen- 
ta de  aquello  á  que  van  dirigidas  mis  excitaciones,  me  per- 
mitiré advertir  el  modo  y  manera  oon  que  en  el  Presupuesto 
actual  (que  es  el  general  del  Estado)  aparece  la  ooneigna- 
cíón  para  Fernando  Póo. 

Lft  Sección  décima  dioe  asi: 

«Colonia  de  Fernando  Póo. — Capitulo  único.— Artículo 
único  —Suma  con  que,  en  la  proporción  fijada  por  la  ley  ds 
25  de  Julio  de  1884,  debe  contribuir  el  Tesoro  de  la  Penín- 
sula para  atender  á  los  gastos  de  la  oolonia  durante  el  ais 

económico  de  1898  99 :   876.000  pesetas.»   Es  decir, 

175.000  duros. 

No  quiere  decir  esto  que  baste  la  partida  que  aoabo  de 
leer  para  sufragar  todos  los  gastos  de  Fernando  Póo  y  de 
las  colonia*  próximas.  Se  suman  oon  esta  cantidad  de 
175,000  pesos  que  apareoe  en  el  Presupuesto  de  la  Metro  • 
poli,  otra  cantidad  de  70.822  duros  que  grava  al  Presupues- 
to de  Filipinas,  y  además  hay  el  ingreso  de  16.880  pesos 
que  salan  de  los  ingresos  ó  impuestos  propios  de  la  colonia. 
Por  manera  que  el  presupuesto  de  Fernando  Póo  tiene  es- 
tas trea  bv*es:  la  cantidad  seflalada  en  el  Presupueste 
de  la  Península,  Seoción  que  aqui  se  discute,  apesar  de  fat 


—  sor  — 

lar  los  datos  precisos  para  toda  discusión :  las  partidas 
qne  ae  consagren  en  los  presupuestos  de  Filipinas,  que  no 
disentí  mos  nanea  porque  no  se  preven  tan  4  las  Cortes,  y  por 
último,  la  partida  más  pequeña  que  grava  al  Presupuesto 
particularísimo  de  Fernando  Póo,  del -cual  no  tenemos  la 
menor  noticia  por  las  razones  que  luego  expondré.  De  esta 
suerte  viene  a  producirse  una  cantidad  total  de  cerca  de 
263.000  pesos. 

Insisto  en  llamar  la  atención  de  los  Sres.  Diputados 
sobre  el  modo  y  manera  con  que  viene  formulada  la  partí* 
da  de  Femando  P60  en  eete  Presupuesto.  No  hay  más  in- 
dicación que  la  general;  no  hay  detalle  de  ninguna  especie. 
Absolutamente  nada  qae  pueda  llevar  i  los  señores  Dipu- 
tados á  la  apreciación  de  si  la  partida  de  los  175.000  du- 
ros es  una  partida  bien  pensada  y  bien  aplicada.  Por  otra 
parte ,  jamás  se  sabe  cómo  se  emplea. 

La  razón  es  muy  sencilla.  A  pesar  de  ser  precepto  termi- 
nante de  la  ley  orgánica  del  Tribunal  de  Cuentas,  que 
este  se  ocupe  detenidamente  de  la  inversión  de  loe  créditos 
y  formula  de  una  manera  adecuada  el  juicio  que  le  merece, 
nunca  viene  en  las  Memorias  presentadas  4  las  Cortes  por 
el  Tribunal»  censura,  observación  ni  consideración  respecto 
al  modo  de  aplicarse  el  dinero  del  Estado  en  las  islas  de 
Fernando  Poo  y  sus  próximas* 

Por  otra  parte,  aquí  se  vota  directamente  la  sama,  De 
176.000  pesos  que  aparece  en  la  sección  que  discutimos,  e 
indirectamente  las  otras  de  loa  87.000  y  pico  que  ptgarán 
Fernando  P60  y  Filipinas,  1  os  2&9.J55  peeorj  y  dentro 
de  dos  ó  tres  meses,  el  Ministro  de  Ultramar,  por  su 
sola  autoridad,    publica   un   presupuesto    particular    de 

M 


Fernando  Póo*  Bs  decir,  aqni  so séllala  la  cantidad  m  glo- 
bo; do  ee  dioe  de  qoé  MiBtra  «i»  da  «plisar  ni  se  diserte 
absolutamente  las  condiciones;  krúniooqpie  se  dice  caque  se 
dan  tanteé  mués  de  daros  persigue  el  -  Ministro  de  UIf 
tramar,  por  aceite  puramente  burocrática,  aplique  me 
cantidad  en  un  presupuesto  que  ee  publica  en  la  Gaceta,  y 
del  cual  tañemos  noticia  mucho  después  de  haber  votado 
aquí  la  partida,  pero  ain  consecuencias  de  ninguna  especie. 
Porque  ni  siquiera  el  Tribunal  dé  Guantas  se  ocupa  de  ai 
egop  miles  do  duros  se  han  aplicado  en  vista  del  presupuesto 
hecho  j  publicado  por  el  Gobierne  después  de  cerradas  las 
Cortee  y  oc**ra  todas  las  prácticas  ooneeidas  en  materia 
análoga.  .    r* 

Pero  sucede  otra  cosa  singularísima.  Si  Ministerio  de 
Ultramar  jamás  remite  al  Congreso  data  alguno  que  airta 
para  apreciar  el  uso  que  aquél  haoc  de  la  especie  de  autora 
aacióu  inoosaparableque  las  Cortee  le  dieron  el  alio  último, 
al  votar  la  partida1  en  globo  de  la  Sedqión  dáeima  del  Preso- 
puesto  general  del  Estado,  Es  práctica  oorrieate  en  materia 
de  autoriaaeiónes  que  ea  la  misma  lej  en  que  estarse  conce- 
den, aperesoá  an  articulo  final  recordando  que  el  Gobierno 
ha  de  dar  cuenta  á  laa  Cortas  de  lo  qne  Jbeya  hecho  en  virtud 
de  las  extraordinarias  facultado*  concedidas  por  raaones 
siempre  excepcionales  y  transitorias.  Del  mismo  modo  o 
uaual,  fuera  de  Espafia,  que  los  Gobiernos  envíen  álos 
Parla  mentes  y  pongan  4  la  dispeeioioardei  públioo,  Memo- 
rial ó  informes  sobre  la  Administración  pública  en  deter- 
minadas esferas;  sobre  todo  si  se  trata  de  empresas  de  un 
valor  excepcional,  oomo  son  las  relativas  á  la  instrucción 
pública,  las  relaciones  extranjeras,  el  trabajo,  etc.,  etc. 


r 


~-  809   — 


Pues  bien;  m  el  calo  presente  y  tratándose  de  nuestras 
coIodírs  del  golf*  do  auto»,  i  pesar  de  la  moEstruoaidad 
de  la  autorixaoión  que  implica  la  Sección  décima  de  nuestro 
presupuesto  general  del  Estado,  janee  el  Ministerio  de  Ul- 
tramar se  ha  cuidado  de  explicar  lo  que  ee  ha  hecho  en  Fer- 
nando Póo»  lo  que  se  propone  hacer  y  el  estado  actual  de 
aquellas  comarcas,  hoy  punto  menos  que  desatendidas  y  qae 
iolo  en  un  brtvJsímo  momento  ha  fijado  la  atención  de  Espa- 
fia:  cnando  Inglaterra  en  1841  ge  propileo  adquirirlas  ofre- 
ciendo unce  cuantos  miles  de  pesos»  Me  temo  que  aquella 
atención  se  excite  otra  Yes  cuando  Francia  ó  loa  Estados 
Unidos  repitan  por  en  cuenta  (y  como  ya  hay  motivos  para 
sospecharlo)  la  pretensión  de  Inglaterra. 

¿Pero  es  posible,  dentro  del  régimen  constitucional  y  del 
sistema  representativo  parlamentario,  qae  se  presentan  par* 
tidas  de  esa  suerte?  Has  a^n:  ¿es  posible  mantener  y  re* 
conocer,  sobre  todo  en  estos  instantes,  la  autoridad  buró* 
orática  que  viene  ejerciendo  el  Ministerio  de  Ultramar? 

En  último  término,  aquí  podemos  disentir  la  ouestión 
bajo  dos  puntos  de  vista.  El  primero  es  el  del  contribuyen- 
te español.  ¿Esta  Cámara  puede  entorilar  por  virtud  de  la 
Constitución,  ó  de  la  ley  orgánioa  déi  Tribunal  de  Cuentas 
ó  de  las  Leyes  da  contabilidad,  ó  del  Reglamento  mismo  del 
Congreso,  la  consignación  de  esta  partida  en  términos  ab- 
solutos, sin  que  se  diga  cómo  y  en  qué  se  han  de  gastar  esos 
dinerts  que  se  recogen  del  bolsillo  ole)  contribuyente  pe» 
ninen  lar? 

Y  si  volvemos  la  vista  á  otro  lado,  ai  tenemos  en  cuenta 
lo  que  pasa  en  femando  Póo,  Coriseo,  Annobón  y  en  la  cos- 
ta occidental  del  África,  aei  como  en  el  archipiélago  filipino, 


—   810   — 

preguntar:  ¿cabe  dentro  del  concepto  de  1*  legisla- 
ción española  en  materia*  coloniaje»,  que  pódame,  ein  o> 
noeimiente  de  lee  persona*  que  han  de  pagar  esa  oontribo 
cien,  y  sin  conocimiento  de  las  Cortes  de  la  Nación,  impo- 
ner una  tributación  4  Filipinas  y  otra  á  Fernando  Pee, 
siendo  arbitro  absoluto  el  Ministerio  de  Ultramar  para  dis- 
tribuir estas  cantidades  del  modo  que  mejor  le  parezca? 

Estas  son  las  primeras  cuestiones  que  aquí-  surgen.  Ye 
niego  que  la  practica  que  en  este  particular  se  sigue  sea 
compatible  con  nuestra  Constitución,  lie  bastarla,  para  re» 
servarme,  la  historia  de  las  grandes  batallas  que  aquí  ae  han 
dado  respecto  de  la  competencia  del  Parlamento  en  ma- 
teria de  presupuestos  coloniales.  Luego  están  los  ejemplos 
de  1873  y  de  1174;  porque  en  el  afio  1874  vinieron  aquí 
los  presupuestos  de  Filipinas  y  de  Fernando  Póo.  Por  úl- 
timo, me  preocupa  el  recuerdo  de  que  una  de  las  caneas  de 
las  grandes  luchas  que  sostuvieron  las  antiguas  Cortee  con 
nuestros  Beyes,  y  sobretodo  con  Garlos  I,  consistió  en  qus 
el  Cesar  pretendía  que  se  señalaran  en  globo  las  cantidades 
con  que  debían  contribuir  las  Cortes,  y  las  Corten  pedían 
y  reclamaban  que  se  detallase  y  concretase  aquel  servicie 
ó  aquel  gasto,  para  el  oual  se  votaba  la  cantidad,  consis- 
tiendo en  esto  último  el  principal  interét  del  regimos  repre- 
sentativo. 

Todos  los  debates  que  ha  habido  en  materia  colonial  das- 
de  1837  hasta  la  fecha,  pueden  dividirse  en  dos  grupos:  el 
primero  comprende  loa  de  excepcional  transcendencia,  y  en 
el  segundo  podemos  colocar  otros  que,  si  fueron  también 
de  importancia  suma,  no  llegaron  á  la  gravedad  de  los  pri- 
meros.  Los  que  pudiéramos  llamar  de  primera  magnitud 


811    — 


me  partee  que  han  sido  loa  siguientes:  primero,  el  de  18f  & 
pera  disentir  la  competencia  de  las  Cortes  precisamente  en 
este  asanto  de  loe  presupuestos  ultramarinos;  segando,  el 
de  1  $72  y  71  pera  la  abolición  de  la  esclavitud,  y  tercero, 
el  que  sostuvimos  aquí  en  1 895  pare,  llevar  A  lea  col  o  ni  a  a 
fes  reformas  presentadas  por  el  partido  liberal . 

Además  de  estas  tres  grandes  discusiones,  ha  habido 
otras  doa  de  extraordinaria  importancia,  que  son:  aqaella 
en  que,  por  un  acto  del  partido  liberal,  accediendo  á  los  re* 
querimientos  de  los  autonomistas  de  esta  Cámara,  se  vino 
A  la  declaración  de  que  era  necesario  promulgar  la  Cons- 
titución del  fletado  en  nuestras  provincias  de  Ultramar. 
Esto  se  hito  en  1881 .  Luego  está  aquel  otro  debate  no  me- 
nos transcendental,  en  que  por  primera  ves,  discutiendo  pre- 
cisamente conmigo,  el  Sr.  Cánovas  del  Castillo  hizo  la  pri- 
mera declaración  respecto  á  la  compatibilidad  de  la  doctri- 
na autonomista  con  loe  principies  de  la  integridad  y  de  la 
unidad  del  Estado* 

Respecto  al  primer  debate,  al  debate  del  63,  cuyo  recuer- 
do me  interesa  más,  conviene  advertir  que  este  fué  el  pri- 
mero en  que  se  discutió  realmente  la  situación  constitu- 
ción» I  de  los  antillanos,  después  de  la  expulsión  verificada 
oto  el  aSo  37,  de  loe  Dipatadas  de  Puerto  Rico,  Cuba  y  Pili* 
picas,  mediante  la  afirmación  de  que  se  iban  á  regir  nues- 
tra* provincias  ultramarinas  por  leyes  especiales,  que  los 
hombres,  aqaella  fecha  tuvieron  voluntad  de  hacer,  pero  que 
oo  hicieron,  dejando  á  nuestras  provincias  de  Ultramar 
bajo  el  régimen  de  la  dictadura  y  de  la  oentraliíacíón , 
Por  esto  olvido,  y  por  una  serie  de  corruptelas,  llegó  4 
establecerse  por  el  Poder  ejecutivo,  un  derecho  perfecto  de 


L 


—   813    — 

legislar  en  absoluto  respecto  de  ka  cuestionen  interioren  de 
Cuba  y  Puerto  Biso*,'  y,  «obre  todo»  de  bus  presupuestos. 
Vino  Inego  1*  granbatalla  que  dio  la  Unión  liberal  contra 
el  partido  moderado  «presentado  por  elSr.  Seijes,  el  cnal 
afirmaba  el  mismo  criterio  que  hoy  podrían  sustentar  loe  que 
creen  que  debe  sustraerse  al  Parlamento  el  conocimiento 
de  loe  presupuestos  de  Filipinas  y  Fernando  Fóo,  y  que 
tiene  competencia  absoluta  el  Gobierno  para  legislar  sobre 
estas  materias.  La  üoioa  liberal  di 6,  con  gran  ardimien- 
to y  aparato,  aquella  balal la,  la  ganó  y  comenzó  el  periodo 
de  lae  reformas  incesantes  de  la  política  de  Ultramar;  pero 
el  punto  de  partida  fh& el  reconocí miento  explícito  del  dere- 
cho único  de  las  Cortas  para  discutir  y  resolver  las  cuestio- 
nes de  presupuesto*  eoleilia les. 

lia  ai  tu  ación  de  noy  Tiene  á  ser  análoga.  Ya  se  ve  que  Fi- 
lipinas y  Fernando  Fóo  se  hallan  en  condiciones  distintas  a 
las  de  las  Antillas.  No  voy  á  con  fundir  ambas  cuestionen. 
Pero  bajo  el  punto  de  Tista  de  la  competencia  del  Poder  aje* 
cutivo,  r  i  vaheando  con  la  competencia  del  Parlamento,  la 
situación  de  que  ahora  trato  es  semejante  á  la  de  1 863, 

Pero  hay  mucho  mis;  y  es  que  con  arreglo  al  texto  de  la 
Constitución,  raya  en  lo  imposible  excusar  el  derecho  ex- 
clusivo de  las  Cortes  á  legislar  y  entender  en  los  presu- 
puestos de  Filipina»  y  Fernando  Póo.  Porque  la  Constitu- 
ción del  76  (casi  lo  mismo  digo  délas  del  69,  del  46 f 
del  37)  a&rma  que  das  provincias  de  Ultramar  habrán 
de  ser  gobernadas  por  leyes  especiales  i.  Be  lo  único  que 
hace  excepción  es  en  el  orden  parlamentario,  reconocí*  mdo 
que  el  derecho  de  asr  representados  en  Cortes  corresponde 
sólo  á  Cube  y  Puesto  Bioo.  Pero  es  necesario  discutir  caá- 


r 


—  *1*.  — 


leí  son  liia  provincias  le  Ultramar,  ¿Desde  está  «i  texto 
legal  que  hace  poaible  qua sean  prpvinoias  de  Uétramsn .« 
Coba  7  Pnerto  Eioo  y  n©  Id  sea  Filipinas?  ¿Eei  donde  ni 
de  qaé  manera  Filipinas,  Fernando  Bóo  y  sos  adyacentes,  • 
carecen  del  carácter  de  pravinoiaa,  dado  *L  sentido-  innova  • . 
dor  de  nuestras  Corta*  deüádi*,   donde  q aeds  deejaradb 
que  las  colonias  españolas  ¿o  aran  fwotoHa*?» 

Ademas»  eu  4  d»  Septiembre  de  188 1  elminiatrj  da  Ul- 
tramar promulgó  el  Cfoiígb'peiialenFüifin^^  J£a.*l  ev* 
cabesatntento  de  aquel  decreto  fe  lea  quaal  Gobierno  lo, ha-  ' 
ce  «en  virtud  del  are.  89  da  la  Conetitnaión  de  la  Monar- 
quía »,  ea  decir,  del  articula  que  dice  á  la  Jetea:  cLaa  pro- 
vincias de,  Ultramar  aeran  gobernadas  por  laye* especiales; 
pero  el  Gobierno  queda  anfcoriaado  para  aplicar  á  las  sin* 
mas,  con  las  modiEoacione»  qne  jvsgae  eonveniantee  7 
dando  cuenta  á  las  Cortea*  da  las  leyes  promulgadas  6  qne 
se  promulguen  para  la  Península.» 

Del  miimo  modo,  en  8 «de  Febrero  de  1888,  el  ministro 
de  Ultramar  llevó  á  Filipinas  la  lej  de  Enjuiciamiento  eivil 
de  !a  Peuio§ulap  con  ciertas  modificaciones  y  4  lacabesa  de 
este  decreto  aparece  también  la  invocación  del  art.  89  da  la 
Cooatitución,  Lo  mismo  se  liase  en  el  decreto  de  6  de  Agosto 
d^  1888  que  llevó  á  Filipinas,  al  Código  de  Comercio. 

De  modo  qne  para  el  Gobierne,  Filipinas  son  provincias 
que  deben  eer  gobernada*?**,  hpt*  6ff4C¡ales,  solo  que  al 
Gobierno  se  ha  olvidado  de  cuinpHr  la  obligación^  qoaie  im> 
pone  la  segunda  parbe  del  art.  89  de  la  Constitución,  *  »éa, 
ir  cuenta  á  las  Cortes  da  la*  promulgación  del  06cbgo  pe- 
al y  d«  la  Ley  procesal  am  FilipiBa*.  '  • 
En  31  da  Julia  de  1  39  al  propio  ininistarts  da  Ulftfainar 


—  «14  — 

lleve  i  «tu  kUa  el  nueve  Código  civil  de  la  Península;  1» 
Uevó  al  mJamo  tiempo  qaa  á  Cuba  y  Fuerte  Bieo,  pao» 
citar  apreuntato  el  ert.  et  da  la  ConetitoeiÓB,  bien  qa» 
ea  el  ert.  S.°  del  decreto  ee  hable  de  lee  Filipina*  oame  de 
provincia*  análoga*  i  lee  Antttlae. 

De  aquí  do  ee  deduce  rigorocamante  que  Anteado  Fia 
está  en  la  míame  condición  que  Filipina*,  le  verdad.  Pera 
yo  observo,  en  primer  lugar,  qae,  noy  por  hoy,  en  materia. 
de  presupuesto*,  el  Gobierno  hace  la  propio  coa  Fernanda 
Peo  qae  oon  Filipina*,  paee  qne  no  loe  trae  á  lee  Cortea 
4  peaar  del  art.  8$,  y  luego,  qae  ai  qae  afirme  que  Fernán» 
do  Poo  no  ea  una  provincia  carenóla  y  fondeen  eate  afir» 
macaón  nn  derecho  de  la  Adoainiatraotón  activa  y  ana  ex* 
copetón  en  daño  de  aquella  comarca  y  del  derecho  da  la* 
Cortee  eapalolae,  qae  ea  lo  general  y  fundamental  ea  el  or- 
den político,  y  aa  la  eafera  legielativa  de  nuestra  Patria,  la 
corresponde  la  prueba,  peraqueüae  raaooee  bellameats 
oempendiadae  en  la  regla  1.*  del  til.  H  de  la  Partida  I.*  y 
ea  lea  leyee  1  y  2  deltit.  14  de  la  Partida  8.*  Porque  al  qaa 
afirma  le  toca  toda  la  prueba,  fuera  da  aneado  la  negación  ea 
la  baee  de  un  derecho  ó  rectifica  al  general  capúcela. 

No  me  canearé  de  decirlo,  para  rectificar  un  error  muy 
generaliaede*  la  evidente  que  ea  la  Gbastftaoióu  del  En» 
teda  no  hay  reserva  alguna  reepaato  ó  contra, 
Póo,  y  yo  deecooome  otra  leyqaoaaBctanelai 
lea  llamada* póiuüma  altramarinae  da  Bepaaik 

Pera  dotaos  de  barato  que  aat  Filipinas  cama 
Poo  y  \m  colonias  de  Guinea  no  seaa  provincia**  ¿per  don* 
de,  considerando  el  testa  dala  Oonetilnaion  que  seeenoce  qaa 
lea  Oaitta  cea  al  Bey  ean  laa  iftticat  tu  njprfarfar  para  1 


r\ 


—  su  — 

ley  10,  y  aquel  otro  artículo  que  habla  dé  la  facultad  que  el 
Poder  ejecutivo  tiene  de  dar  loe  reglamentos  con  do  cantee 
pan  aplicar  las  Ityéi;  por  dónde  podría  contrariarte  la 
afirmación  de  derecho  conetí  tocio  nal  de  que  Jas  leyes,  tanto 
de  Filipinas,  como  de  Fernando  Fóo,  de  Annobón,  de  Co- 
riseo 7  de  Jan  costas  de  África,  deben  hacera»  aquí,  dentro 
da  nuestro  Parlamento? 

Después  de  esto,  que  para  mi  es  de  suma  importancia 
pac  lo  que  diré  al  terminar  laa  indicación ei  qne  someto  al 
Congreso,  debo  llamar  la  atención  sobre  otro  particular,  y 
es  sobre  la  absoluta  necesidad  que  hay  de  que  en  lo  futuro 
la  partida  del  Presupuesto  que  discuto  venga  acompañada 
de  una  Memoria  explicativa  que  haga  comprender  á  loe  hom- 
bree públicos,  y  en  general  á  las  gentes  qne  ee  ocupan  del 
desarrollo  y  solidez  del  poderlo  ee  pañol  y  así  como  de  lo  que 
representa  nuestro  esfueiio  colonial  en  el  golfo  de  Guinea, 
qué  ee  Jo  que  hacemos  y  de  qué  suerte  empleamos  el  dinero, 
con  lento  mtjor  motivo  cuanto  que*  por  ejemplo,  el  presu- 
puesto actual,  que  te  idéntico  en  la  cifra  al  del  año  pasado 
(pesetas  875.010),  es  bastante  majorqueel  de  1195*96 
(615.000  pesetas),  ein  que  sepamos  la  rasóü  del  aumento  ni 
el  resultado  positivo  obtenido  en  el  ejercicio  último  ni  qué 
es  Jo  que  podemos  prometernos  en  el  ejercicio  actual. 

No  precie  a  encarecer  Ja  altísima  conveniencia— diré 
más»—  la  completa  necesidad  de  que  el  Gobierno  ooctríbn- 
j»  poderosamente  á  que  el  pueblo  español  forme  un  media* 
no  juicio  de  lo  que  es,  vale  y  representa  nuestro  mundo  co- 
lonial. Dejo  aparto  el  interés  político,  para  fijarme  en  lo 
orna  significa  en  nuestro  paie  la  c migración.  Yo  no  creo  que 
m  puede  contrariar  esta  tendencia  ni  me  enamora  la  idea 


L 


—   816   -^ 

de  ^ue  el  Gobisrno  lá  condicione  y  reglamente,  Pero  «1 
creo  que  dsbs  linear  toda  lo  necesario  pira  que  el  pueblo 
espalo!  se  dé  .cabal  cuenta  de  los  escenarios  trasatlánticos 
ó  da  cualesquiera  otroe  extraños  que  quiera  poblar.  Y  para 
estafetera  de  propaganda,  servirán  lo  indecible  los  debatea 
ptrkmsntarioa  De. modo  que  aun  bajo  esta  panto  de  vista, 
ver  laderamente  modesto,  yo  recomiendo  ios  debates  de  las 
Cortas  que  deben  ser  preparados  por  Memorias  análogas  á 
las.  que  publican  todos  los  Ministerios  de  Europa  y  América 
y  que  so  repartes  profusa  y  gratuita  méate  á  nacionales  y 
extranjeros.  En  Espafia,  esto  se  desconoce  en  absoluto*  y  que 
aquí  pueden  hacerse  perfecta  y  muy  eficazmente  lo  demues- 
tran los  rscisutss' trabajos  sobro  Estadística  de  Prosa  pues* 
tos  y  Estadística  ds  las  Contribuciones,  publicado  coa  ge- 
neral y  caluroso  aplauso  de  todas  las  gentes  de  cierto  valer, 
por  nuestro  Ministerio  de  Hacienda. 

No  sé  que  sobré  nuestras  colonias  de  América  se  naya 
publicado  nada  oficial  después  de  las  Notes  y  el  trabajo 
estadístico  sobre  Oaba  de  ü .  Ramón  de  la  Sagra;  es  decir, 
hace  cena  do  60  años.  De  Puerto  Rico  no  hay  nada,  Po- 
quíaimo  y  muy  deficiente  sobre  la  isla  de  Luzco  (que  en 
extensión  os  poco  monos  que  Cuba),  y  nada  sobre  las  Visa- 
ya*.  En. el •  Ministerio  de  Ultramar  existan  muchos  abulta- 
dos tomes  de  la  Memoria  manuscrita  de  Pallen  y  Rodríguez 
sobtfé  tornando  Póú:  nadie  se  lia  cuidado  de  nacer  uo  el- 
tracto*  Y  yo  mismo,  para  hablar  de  estas  cosas  baos  a  a  os 
afros*  hs  tenido  mas  recurrir  á  libros  extranjeros  y  á  los  in- 
forme» orales  y  ofiokmos  de  dos  exgobernadores  de  aquella 
isla  y  de  tros  6  cuatro  particulares.  No  os  fácil  entrar  sm 
deb ais  do  este  modo. 


—   WT  — 

Pero  ahondaremos  la  tnaotii*.  *t  *•, 

Saben  todos  loa  qae  upe  egwnhia1  <j«e  t*  ccdcaia  de  Fer- 
nando P/jo  y  Annobón  fié  aáqtánid*  por  España  á  finos  del 
siglo  pasado,  en  virtud  a*  un  oanabie  haobo  oh  Portugal, 
que  por  asta  negociaron  adfaitifehpooibata  da  8aoram« 
•n  America,  lío  es  menos  aabido  que  casi  desde loa  primero* 
días  de  la  adquisición  de»  eaaa  otar  ¿alas  afirieanas  las  mi- 
ramo»  con  gran  desdén  haa^  o^e  ios  ingleses  pusieron  los 
ojos  en  ellas  prmripUaio  par  SDÜqitour  a»  lea  pennit  i ra 
establecer  allí  un  depósito*  yshiayiB,  qa»  pat»  perseguir  la 
trata,  ae  lea  permitiera  domiciliar  álií  el  tribunal  mixto  de 
presas  de  la  trata.  Laegoy  non  el  eanooimiento  práctico 
qae  tienen  en  estos  agtmtoá,  aoüokaron  «I  dominio  de  la 
colonia,  y  no  sólo  la  s  o  ü  sitaren,  aino  que  en  18él  llegaron 
al  ponto  de  oomeniar  tratos  muy  precisos  ooq  «1  Gobierna,  y 
ana  á  ofrecer  lüO.üüu  peso««  •Farsee  .que  la  cosa  se  hubiera 
arreglado  ai  no  habióte  sklo  porqu*  la  opinión  p&Mioa  pe* 
ninsular  no  se  pteató  a  la  perdida  da  esta  colonia.  Se  llegó 
1  hacer  ana  protesta  en  eTBarlamenta*  Entonóos  concluyó 
la  pretensión  de  Inglaterra,  ai  memos  por  al  momento*  Esto 
ya  constituyó  on  punto  i»  partida  y  una  notada  avisa  para 
los  hombres  qne  se  ocapaba»  de  estas  avabsrias;  pero,  sin 
embargo,  volvimos  a  abaadonso1  Hefnaftdo  Póo,  y  puede  de- 
cirse que,  por  una  serie  de  ■  rifas  uiauiqne  esensngaronen  la  Re  - 
volución  de  Septiembre,  aam.inieriUoBdeoaairo  ó  seis  años, 
venimos  hasta  el  decreto  da.  1889  qne  hny  riga  solpe  organi- 
zación de  Fernando  Póo..  Qotr  esta  decreto hay  otan  de  1894 
«probando  el  araños!  dojudteoe  sataiona  al  régimen  dife- 
rencial de  bandera,  y  otra  disposición  posterior  que  se 
refiere  á  1»  manera  de  v  entorne  i»  ealeaüaadón  y  la,  toma 


—    BIS    — 

de  posesión  de  aquello»  territorios-  Todo  ello  constituye  un 
ooDJtnto  abigarrado,  de  tal  smert^  qis  creo  que  hace  do» 
ftñoa  ae  pensó  seriamente  en  hacer  na  Código  en  que  se  com- 
prendióte el  orden  procesal,  el  orden  penal  y  el  orden  ¿vil 
y  todo  lo  que  habí*  de  oonsti tuir  la  vida  completa  de  la  co- 
lonia de  Femando  Póo, 

Hoy  constituyen  el  grupo  de  las  Colonias  Españolas  de 
Guinea:  primero»  en  el  golfo  de  Guinea  la  isla  de  Femando 
Fóo,  que  es  una  terocra  parte  de  la  de  Puerto  Rico  (2.000 
kilómetros  de  extensión);  mas  cerca  de  la  costa,  entre  Fer- 
nán «lo  Póo  y  la  oosta  de  África  y  también  en  el  golfo  de 
Guinea,  ae  encuentran  Coriseo  y  loe  dos  Eiobey,  donde  tam- 
bién flota  la  bandera  española*  Coriseo  tiene  solo  14  kilo* 
metros  de  superficie,  donde  viven  20.000  negree  de  la  beli- 
cosa raía  benga.  Eiobey  mayor  tiene  2  kilómetros  y  Elo- 
bey  chico  15  hectáreas.  Ambas  islas  é  ambos  islotes  es- 
tán casi  tocando  al  continente  africano:  frente  á  la  desem- 
bocadura del  rio  Moni.  En  loo  Elobey  reside  el  subgober* 
nador  del  grupo  colonial  y  allí  radican  las  cuatro  o  seis  fac- 
torías que  monopoüaan  el  comercio  de  la  región.  En  rigor  es 
nn  país  protegido  por  España»  Les  negros  que  allí  habitan 
tienen  su  rey,  qae  si  propio  tiempo  ostenta  el  titulo  de  te- 
niente gobernador  español  de  Corisoe,  de  las  adyaoen- 
tes  y  de  ka  territorios)  continentales  que  son  una  legua  sobre 
San  Juan.  Asi  resulta  de  loe  conciertos  ó  tratados  que  los 
marinos  españolee  Lerena  y  Chacón  hicieron  en  i  843  y 
18*8.  Loe  islotes  Elobey  dependían  de  Coriseo*  y  en 
ellos  España  ha  logrado  establecer  nn  verdadero  de- 
minio. 

Por  último,  España  posee  en  aquella  paite  del  Afrtoa  Oo* 


—    819    — 

eidental  7  yi  en  ti  continente  africano  el  territorio  del 
Mnni:  es  decir,  el  espacio  comprendido  entre  el  rio 
Campo,  al  Norte,  y  la  di  visión  de)  Moni  y  el  Gabón, 
al  Sor,  con  las  cuencas  completas  de  loe  ríos  Mani  y  Be  - 
nito.  Loe  geógrafos  dan  á  este  territorio  nna  extensión 
de  50.000  kilómetros,  ó  sea  la  décima  parte  del  territo- 
rio peninsular;  y  eso  apreciando  sólo  el  espacio  reco- 
rrido por  nuestros  exploradores.  De  otro  modo  y  aplicando 
i  nuestros  descubrimientos  la  doctrina  establecida  non  moti* 
vo  del  Congreso  de  Berlín  para  la  dilatación  y  expansión 
colonial,  y  prolongan  dése  nuestra  acción  por  el  interior 
africano,  puede  decirse  que  el  territorio  español  del  Mani  es 
de  190.000  kilómetros,  en  condiciones  verdaderamente  ex- 
oepeionales,  porque  el  espacio,  poblado  por  los  negros  pa- 
póle 7  vengas,  es  riquísimo,  de  espléndida  y  variadísima 
vegetado d,  regado  por  numerosos  ríos,  oasí  todos  navega- 
bles y  en  comunicación  nnos  con  otros,  que  hacen  muy  fá- 
cil el  acceso  ai  interior  de  África. 

Sato  territorio  pertenece  á  España,  por  lo  meóos  desde 
1860,  marcad  a  ios  convenios  Lechos  con  los  reyes  negros  de 
Coriseo,  y  á  las  afortunadas  empresas  de  nuestros  explora- 
dores de  1884  á  1190,  En  él  no  existe  población  ni  estable- 
cimiento alguno  seguramente  organizado:  quisa  alguna  fac- 
toría dependiente  de  las  de  Elobey.  A  las  veces  allí  se  ins- 
talan, con  car  ¿éter  pasajero,  al  ganos  comer  oi  antes  españo- 
les ó  extranjeros  para  comprar  especias,  marfil,  frutas, 
aceite  de  palma,  canchea,  oto.  Mas  no  por  esto  el  pala  deja 
de  ser  envidiable  y  envidiado,  como  lo  demuestran  las  cons- 
tantes gestiones  del  Gobierno  franca»,  que  no  solo  pretende 
extender  se  colonia  del  Gabón  á  costa  ds  la  Guinea  ospa. 


i 


—  «20    — 

ñola,  «¿no  qne  ha  llegado  é  disputarnos  y  aún  nos  disputa, 
la  integridad  de &t»4 - 

Por  último,  ya  fuera  dri  golfo  de  Guinea»  á  naos  600  leí  - 
lómttroede  Femando  Péa^  asar  adentro,  por  bajo  de  la  isla 
portuguesa  de  Sanio  9Bomáeyy  a  las  pnertai  de  las  grandes 
solé  ladea  del  Atlántico,  está  la  isla  de  Annobón,  de  unos 
eiete  kilómetros  de  superficie  y  una  población  de  tres  mil 
negros:  isla  pooo  atendida  á  principios  de  este  siglo  y  en 
la  que ce  prodojo unaiasunrección  de  indígenas,  por  lo  ge- 
nera! inofensivo*,  qne  contribuyó  grandemente  al  casi  aban  - 
dono  en  qne  hoy  tenemos  aquel  gran  peñasco,  de  di  fío  i  3  ac- 
ceso  y  escasa  fertilidad:  pero  de  poai tira  impertan cia  como 
lagar  de  descanso  y  espera  para  el  comercio  trasatlántico  y 
como  punto  estratsgioo  y  de  parada  para  la  marina  de 
guerra. 

Como  se  ve,  nmestraa  ooioniaa  da  Guinea  son  muy  diver- 
sas y  de  una  importajtort  muy  distinta,  debiendo  ser  tam- 
bién muy  diferentes  los  empeños  que  en  ellas  hayan  ds 
comprometerse.  Pero  lo  de  más  valor,  por  el  presente,  y  le 
que  es  más  indispensable  atender  de  momento,  es  la  isla  de 
femando  Poó,  tanto  por  lo  que  ya  existe  allí  cuanto  por- 
que  aquella  es  la  base  de  nuestro  grupo  colonial  de  Guinea, 

Kn  Fernando  Póohayuua  población  de  mis  de  SO  mil 
almai,  repartidas  en  70  pueblos  y  caseríos,  aun  cuando 
sólo  2.000  reconosoan  el  dominio  de  Eepufia,  no  pe- 
eando  de  60*  loe  blancos.  Se  explica  la  cosa,  porque 
Fernando  Póo  puede  considerarse  dividido  en  dos  lecciones: 
la  parte  de  costa  y  la  parte  del  centro.  £1  dominio  poaitifo 
de  España  no  existe  más  que  en  la  parte  de  la  costa,  por- 
que, aunque  esté  reconocido  en  principio  en  toda  la  ieU,  en 


—    821   — 

el  interior  viven  independienuie  las  tribus  indígena  a  y 
«toa  00,000  habitante»  del  interior  de  Femando  Póo  tienen 
un  modo  especial  de  vivir,  perteneciendo  4  una  rase  (negra 
por  decon tacto)  dulce,  candorosa,  trabajadora,  en  condiciones 
que  realmente  la  hacen  merecedora  de  toda  cimpatfa.  Es* 
raza  cu  la  de  Loa  bubia. 

Hablando  de  esta  isla  el  gran  explorador  de  África  mia 
ter  Stanley,  dada:  •  Ea palla  poeee  la  parte  más  saaa  y  más 
fértil  del  Golfo  de  Bninea.  Fernando  Póo  es  la  joya  del 
Océano;  pero  nna  joya  en  broto  que  España  no  ae  toma  el 
trabajo  de  pulimentar.  De  ahí  que  no  tenga  valor  alguno 
comercial,  y  por  mi  parte,  no  darla  ni  cien  duros  por  toda 
la  iela,  en  el  estado  en  que  se  enouentra  actualmeato. 

>  El  Gobierno  no  tiene  más  que  ayudar  á  la  isla  enviando 
A  ella  hambree  prácticos  que  no  faltan  en  España.  Son  ex* 
tranjeroe,  ingleses,  los  que  se  enriquecen  en  Fernando 
Póo;  alemanes  en  Corifeo  y  Elobey.  ¿Por  qné  no  habían 
de  enriquecerse  españoles  en  provecho  de  la  madre  pa- 
tria?* 

Otro  escritor  extranjero,  el  alemán  Janikovofki,  muy 
conocedor  de  Jas  ielaS  y  de  las  costas  occidentales  de  A  frica 
y  que  ha  escrito  mucho  y  bien  sobre  Fernando  Póo»  dice, 
con  referencia  á  1885,  lo  siguiente:  «Fernando  Póo  pasa  en 
Europa  como  una  de  las  islas  más  insalubres,  pero  esta  ma- 
la fama  carece  en  absoluto  de  fundamento,  siendo  su  clima 
mejor  qne  el  de  otros  machos  puntos  déla  costa  africana. 
Según  los  datos  estadísticos  que  me  ensefitrofi  las  autorida» 
*~a  locales,  sncomben  principalmente  los  deportados  caba- 
os que  le  entregan  á  la  bebida;  vienen  loego  los  negros,  y 
i  último  logar  Jos  blancos.  Desde  loego  estos  pagan  su  tri- 


—   S22    — 


bato  á  las  fiebres,  como  suoede  «a  todas  la*  costea  de  Afri* 
ca,  piro  son  raros  los  caso*  de  muerte,  > 

Observaciones  termométrioae  hachas  por  Jeuikoveeki  en 

el  mea  da  Agosto  dieron  por  la  mañana  18*,2t  y  al  medio* 

di*  2 Io, 9.  Beta  teaperatora  reina  dorante UealaoiÓB  dalas 

lluvias,  desde  Julio  á  Octubre,  y  es  sigo  superior  en  el  res  - 

o  del  año .  • 

Los  problemas  politíeos  eeon6mioos  y  sooiales  que  se  dan 
en  Fernando  P6o  son  los  de  toda  oolomaaoión.  La  coloni 
sació  n  tiene  tres  problemas  que  están  perfectamente  seftVa 
dos  en  la  historia  y  en  la  practica;  el  problema  de  la  colo- 
nización propiamente  dicho,  el  problema  de  la  reducción  j 
el  problema  internacional. 

El  problema  de  la  oolonisaoión  consiste  eu  llegar  4  playas 
deshabitadas  o  pobladas  por  raías  inferiores,  ocuparlas  con 
los  elementos  propios  é  instalar  allí  la  rasa  descubridora  ó 
colonizadora.  £1  segundo  problema,  el  de  1%  red  noción,  con- 
siste en  recoger  las  tribus  atrasada*,  incultas,  mas  6  meses 
rebeldes,  y  reducirlas  al  dominio  del  pueblo  colonizador  y 
educarlas  y  transformarlas  bien  para  fue  se  fundan  con  loa 
dominadores,  bien  para  que  constituyan  en  lo  porvenir  nue- 
vos pueblos  independientes.  SI  teroer  problema,  el  interna- 
cional, que  se  plantea  siempre  en  toda  colonización,  ei  el  de 
las  relaciones  con  los  pueblos  extranjeros,  para  asegurar  1a 
cooperación  de  estos  en  la  empresa  colonizadora  sin  menos 
cabo  de  la  soberanía  del  colonizador  en  el  terreno  dominado. 

Por  esto,  seftoree,  yo  considero  como  uno  de  los  mayores 
errores  que  hemos  padecido  en  la  manera  da  discutir  eqní 
la  cuestión  colonial,  el  entender  siempre  que  el  problema 
colonial  es  puramente  nn  problema  interior,  que  pueda  ser 


jEesnelto  por  nosotros  de  la  manera  que  nos  acomode.  Eso 
.no  puede  ser  de  ninguna  suerte.  Ni  por  el  propio  qonoepto 
,del  Derecho  colonial  en  principio,  ni  por  las  condiciones 
fundamentales  de  la  población  de  toda  colonia  (donde  el 
elemento  extraño»  exótico,  suele  ser  un  elemento  potísimo), 
por  ningún  modo  puede  gobernarse  nunca  una  colonia 
sin  contar  con  los  pueblos  extranjeros.  No  he  cesado  de 
decirlo  desde  hace  25  años.  No  me  cansaré  de  repetirlo. 

Por  eáo  ahora  mismo,  en  el  problema  que  está  plantea- 
do respecto  de  Cuba,  no  es  una  novedad  que  la  cuestión 
internacional  sea  para  mi  la  cuestión  fundamental.  Lo  mis- 
mo en  Cuba  que  en  Filipinas.  Las  circunstancias  han  ve- 
nido á  dar  al  presente  una  exoepoional  importancia,  un 
relieve  extraordinario  á  este  aspecto  internacional  del  pro- 
blema; pero  es  evidente  que  el  problema  internacional  en 
•Cuba  ha  sido  siempre  tan  grave  como  el  problema  colonial 
propiamente  dicho.  Y  hemos  pecado  ó  han  pecado  grande- 
mente aquellos  que  no  han  fijado  su  atención  en  eite  aspee- 
te  del  asunto,  queriendo  discutirle  siempre  sin  importarles 
un  bledo  lo  que  pensaran  Inglaterra,  Francia  y  los  Estados 
Unidos.  Porque,  señores,  es  indispensable  tener  muy  en 
cuenta  la  vos  y  el  sentido  de  todos  los  pueblos  extraños  res- 
pecto de  estas  cuestiones  transcendentales  que  quizás  son  las 
que  (fuera  de  la  compleja  de  Oriente),  han  preocupa  y 
preocupan  más  á  los  pueblos  modernos,  determinando  el 
mayor  número  dé  sus  complicaciones,  á  partir  del  si- 
gilo XTIII. 

Pues  bien:  ¿de  qué  suerte  hemos  resuelto  el  problema  de 
1*  colonización,  propiamente  dicho,  en  nuestras  islas  del 
¿elfo  de  Guinea?  Mal,  muy  mal,  por  la  sencilla  razón  de 


53 


é 


"1 


—  834  — 

|ue  en  este  largo  periodo  de  nuestra  dominación,  lo  que  de- 
bió haoerse  fué  haber  determinado  una  gran  corriente  de 
nmigración  y  haber  procurado  desarrollar  una  gran  faena 
de  iniciativa  en  la  localidad. 

Inmigración,  no,  no  la  hay.  Existen  para  ello  dificultad» 
mny  gravee.  Mientras  no  se  garantice  la  libertad  en  aque- 
llos países;  mientras  no  se  garantioen  especialmente  las  li- 
bertades de  religión,  de  industria,  de  comercio ,  y  con  ellas 
la  seguridad  individual  de  modo  radicalmente  opuesto  al  ré- 
gimen burocrático  militar  ó  al  teocrático  de  que  con  tanta  di- 
ficultad prescinde  la  España  contemporánea  en  sus  colonias; 
mientras  tanto  no  se  dé  una  gran  fuerza  á  los  elementos  lo* 
cales  que  permita  el  desenvolvimiento  de  una  vida  normal 
en  esos  países,  cualquiera  que  sea  el  grado  de  civilización 
en  que  se  encuentren,  siempre  aquellas  colonias  estarán» 
una  condición  inferior,  muy  deficiente  • 

Así  es  que,  estudiando  el  presupuesto  del  año  anterior, 
yo  me  he  asombrado  al  observar  que  allí  no  hay  ninguna 
partida  para  la  construcción  de  caminoe;  y  que  sea  muy  pe- 
queña la  partida  destinada  á  una  escuela  que  está  en  situa- 
ción deplorable.  Lo  principal  se  gasta  en  organización  mili- 
tar. Después  vienen  las  partidas  dedicadas  al  sostenimiento 
y  predominio  de  los  misioneros,  que  allí,  como  en  Filipinas 
(aunque  en  menor  grado)  cambian  su  papel  religioso  por 
otro  eminentemente  político. 

No  discuto  ahora  la  importancia  que  tenga  la  intervenciáa 
monaoal  ó  de  los  misioneros  en  la  oolonisaeión.  No  soy  par- 
tidario de  ella,  sobre  todo  porque  no  oreo  que  es  4ste  su  tiem- 
po. Podrá  ser  discutible  si  sirvieron  para  algo  en  otra  época; 
pero  ahora  no  lo  discuto,  como  no  discuto  tampoco  el  probk- 


i 


r 


—  .825   — 

mm  de  la  dictadura  militar.  Lacrea,  por  lo  menos,  infecunda  y 
extemporánea.  Además  ha  probado  la  experiencia  que  esos 
procedimientos  son  algo  más,  ton  contraproducente» *  Pero 
ana  haciendo  todo  género  de  concesiones,  y  dejando,  por 
espirita  de  transacción,  alguna  parte  á  las  misiones  y  otra  á 
la  representación  militar,  hay  que  buscar  un  elemento  más; 
hay  que  buscar  la  fuersa  oivil  de  nuestras  colonias,  y  para 
esto  es  necesario  (tratándose  de  Fernando  Póo),  sostener  y 
•ensanchar  aquella  junta  de  vecinos  que  se  oreó  en  i&SO 
sólo  en  la  ciudad  de  Santa  Isabel  para  la  administración  de 
la  misma,  y  cuyas  funciones  se  han  ido  extendiendo  al  punto 
-de  que  ahora  pueden  establecer  algunos  impuestos  locales,  y 
sobre  todo  perciben  todos  los  de  la  ciudad  y  con  ellos  loe  de 
Aduanas,  para  entregar  luego  una  parte  de  lo  recaudado  al 
-Gobierno  central.   En  18S8  se  llevó  esa  institución  casi 
municipal  del  Consejo  de  Vecinos  á  San  Carlos  y  la  Con- 
-capción,  que  son  las  otras  dos  poblaciones  de  la  cosca  de 
Fernando  Póo.    . 

Seta  tiene  que  ser  la  base  del  desarrollo  de  aquella  coló  - 
nia,  debióndose  estimar  que  para  su  prestigio  y  su  eficacia 
hay  que  procurar  cuatro  cosas:  la  primera,  el  ensancha  de 
las  facultades  del  Consejo  en  sentido  autonomista;  h  según  - 
da, el  ensanche  del  circulo  de  los  consejeros,  haciendo  que  en 
¿1  entre  la  rasa  negra  y  en  general  toda  clase  de  hombres; 
la  tercera,  la  sustitución  gradual  de  los  consejeros  de  nom  * 
bramiento  del  Gobierno  por  consejeros  electivos  y  de  carácter 
popular,  y  la  cuarta,  la  plena  y  sincera  consagración  de  lee 
libertades  públicas,  de  los  derechos  naturales  del  hombre  y 
ée  las  franquicias  constitucionales  del  oiudadano  español  en 
Fernando  Póo  y  en  todas  nuestras  oolonias  de  Guinea, 


—   SÍ6   — 

Sobre  este  mismo  ponto  quiero  excusar  rasónos  de  carác- 
ter teórico.  Tampoco  aduciré  el  ejemplo  de  las  grandes  fea» 
cienes  colonizadoras  de  estos  tiempos;  el  ejemplo  de  Ingla- 
terra, que  lleva  á  todas  partes  el  jurado,  el  hab$*s  corp*t  + 
las  libertades  de  imprenta  y  de  reunión  y  la  nota  más  6- 
menos  viva  del  ielf  goverment.  Todo  ello  puede  verte 
y  estudiarse  en  las  colonias  británicas  de  la  costa  africana 
próximas  á  Fernando  Póo:  en  Sierra  Leona  y  Gamlría  y 
Lagos»  de  donde,  4  la  continua,  salen  trabajadores  para  las 
colonias  españolas. 

Básteme  el  dato  de  Portugal;  el  ejemplo  de  las  ootadm» 
vecinas  4  Fernando  Póo;  de  las  islas  del  Principe,  do 
Santo  Tomás  y  aun  de  Cabo  Verde.  Todo  eso  que  la  Vul- 
garidad y  la  rutina  petulante  dicen  en  España  que  es 
imposible  en  nuestras  islas  africanas;  todo  eso  es  tí»  i#¿¿» 
en  colonias  análogas  á  las  nuestras;  iba  á  decir  idénticas, 
si  no  fuera  notoria  la  extraordinaria  inferioridad  de  estas 
últimas  en  cultura,  riqueza  y  seguridad.  £sto  es,  en  toda 
aquello  que  depende  de  los  hombres. 


II 


Ee  hablado  de  aentido  autonomista  para  la  reforma  y  al 
«ponche  del  Consqjo  de  Vecinos  de  Fernando  Póo  oomo  re- 
presentación  del*  fuero  local.  Conviene  que  sobre  esto  dé  al  • 
gqma  ligera  explicación» 

Se  cornete  un  verdadera  diaparate  al  atribuirnos  á  loa 
defensores  de  la  doctrina  autonomista  la  afirmación  de  que 
la  autonomía  oonsiste  en  una  solución  radical  por  cuya  vir- 
tud se  estableoen  Cimeras,  Ministerios,  Presidencias  y 
<Jobieroo  propio  en  todos  los  pueblos»  oualeequiera  que  sean 
la  historia,  la  cultura  y  los  recursos  de  éstos.  Asi  alguna* 
▼eq^s  se  nos  pregunta  si  se  nos  ocurriría  establecer  la  auto- 
nomía en  feriando  Póo  ó  en  Mtadajmp. 

Eso  no  se  nos  ha  ocurrido  nunca,  porque  es  un  soiemM, 
-disparate.  La  autonomía  loque  afirma  es.  la  gradación,  en 
al  modo  y  manera  de  administrar  y  gobernar  los  pgpbLwj 
A  aquellos  pueblos  qme  han  llegado  &  la  pleaHud  de,  la  ri  • 
qnasa,  del  esplendor  y  de  laconoiBncia.dftsus  propias  fuer-, 
*f«fthay  que  darles  grandes  garantías  de  expansión;  prime- 
ro, porque  les  es  debido,  y  luego,  porque  si  no  se  haoe  api, 
«a,  estableo*  la  incompatibilidad  entre  ellas  y  la  Metrópoli  y 

la  Metrópoli  se  atribuyen  toda*  lan.torgasas,  aunqu*rqaU 


—   *28  — 

mente  no  tenga  la  culpa  déla  mayor  parte.  Del  mismo* 
modo,  aquellos  pueblos  que  están  en  segundo,  en  tareero  6- 
cuarto  grado  de  progreso,  deben  recibir  de  una  manera  pro- 
porcionada esa  expansión  colonial  hasta  llegar  á  la  plenitud 
de  las  franquicias  y  la  competencia  locales.  De  este  moda 
aquellos  que  están  en  el  grado  más  inferior  deben  ser 
realmente  administrados  por  la  Metrópoli,  y  los  que  están 
en  el  grado  superior,  deben  administrarse  por  si  mismos. 
Con  tal  criterio,  es  evidente  que  ni  Fernando  Póo  ni  boa» 
na  parte  de  nuestras  Filipinas  podrían  disfrutar  desde  aho- 
ra de  grandes  y  aparatosos  Consejos  ó  Asambleas  oolonialee^ 
pero  en  todos  esos  países  sería  indispensable:  primero,  faci- 
litar el  acceso  de  su  población  y  de  sus  elementos  sociales  al 
gobierne  local,  oreando  desde  luego  instituciones  más  ó  me- 
nos populares;  y  segundo,  disponerse  á  reducir  gradual  y 
sucesivamente  la  acción  tutelar  del  Gobierno  central,  para 
que  en  plazo,  lo  más  pronto  posible,  toda  la  Administración 
local  quedara  entregada  á  las  corporaciones  locales  y  luego- 
se  llegara  en  condiciones  de  éxito  á  la  instauración  de  aque- 
llos Consejos  y  aquellas  Asambleas  coloniales  que  no  puedan 
ser  ni  constituir  privilegio  de  ninguna  rasa,  familia  ni  oo- 


A  esto  hay  que  afiadir  que  para  conseguir  esto  y  para  lo- 
grar que  en  tanto  llegue  la  hora  de  las  grandes  franquicias 
locales  (que  el  Gobierno  debe  desear  y  procurar  con  toda 
sinceridad),  es  indispensable  organixar  seriamente  la  admi- 
nistración colonial,  para  lo  que  es  de  absoluta  necesidad 
prescindir  del  régimen  vigente. 

Lo  llame  régimen,  por  darle  un  nombre;  porque  lo  que 
hora  sucede  es,  más  que  deplorable,  bochornoso.  Allá,  en 


—   829   — 

1ST0,  se  pensó,  oon  motivo  de  Filipinas,  en  orear  un  cuerpo 
especial  de  empleados  ultramarinos.  Se  proyectaron  tres 
cátedras  y  se  trazó  un  plan,  en  vista  de  los  ejemplos  de 
Inglaterra,  de  Holanda  y  de  Francia.  Porque  en  ninguna 
nación  colonizadora  de  mediana  importancia  se  oree  hoy  que 
malquiera  persona  puede  ser  empleado  en  las  colonias  y 
menos  aún  en  aquéllas,  pobladas  por  rasas  distintas  de  la 
europea,  y  que  hablan  un  idioma  propio  y  tienen  historia, 
costumbres  y  tendencias  características.  Pero  el  propósito 
revolucionario  se  lo  llevó  el  aire.  Del  mismo  modo,  el  aire 
se  llevó  todas  las  leyes  que  garantizaban  la  pericia  y  la  in- 
amovilidad  de  nuestros  empleados  en  Cuba  y  Puerto  Rico. 
Xa  arbitrariedad  y  el  favoritismo  se  impusieron.  Ahora 
palpamos  muchos  de  sus  efectos.  (Tenemos  perdidas  casi 
todas  nuestras  colonias! 

Pero  si  esta  perdida  no  es  total  ó  si  conseguimos  evitarla, 
hay  que  variar  radicalmente  de  procedimiento.  Allí,  en  las 
Antillas,  la  Autonomía  es  un  hecho  definitivo.  No  hay  que 
hablar  más  de  ello.  Pero  respecto  de  Filipinas  y  Fernando 
Fóo,  hay  que  pensar  en  orear  una  Administración  colonial 
seria  y  capaz,  y  para  ello  hay  que  formar  un  cuerpo  de  em- 
pleados coloniales  como  los  que  existen  en  el  resto  del  mun- 
do. Y  con  tanto  mayor  motivo,  cuanto  que  si  puede  decirse 
qp&  la  Autonomía  es  un  hecho  definitivo  en  las  Antillas,  no 
es  menos  seguro  el  afirmar  que  el  gobierno  de  los  frailes  en 
.Filipinas  también  ya  ha  terminado.  Hay,  pues,  que  susti- 
tuirlos y  no  creo  que  nadie  imagine  que  esa  institución 
pueda  hacerse  poniendo  el  Gobierno  general  y  el  local  del 
Archipiélago  en  manos  del  elemento  militar.  Esto  tampoco 
ja  se  discute  en  el  mundo. 


MÍ  opinión  sobreesté  particular  quedarla  muy  obsotóá 
si  yo  no  añadiese:  1.°,  que  oreo  que  en  Filipinas  hay  ooinar' 
oas  4  las  euales  se  puech  aplicar  el  régimen  autonomista  er 
un  grado  considerable  de  desarrollo;  y  2.°,  que  entiende)' 
que  lo  mismo  en  Filipinas  que  en  todas  las  demás  ooloniar 
españolas,  y  por  tanto  en  Fernando  Póo,  es  indispensable' 
poner  desde  luego  la  garantía  de  los  derechos  dd  hombre? 
del  ciudadano,  ni  más  ni  menos  que  en  el  resto  de  España, 
al  lado  de  una  Administración  seria  y  honrada,  saturada  det* 
deseo  de  facilitar  la  educación  política  y  administrativa  de 
la  colonia,  de  suerte  que  en  el  menor  plaao  posible  teta  pné¿ 
da  por  sí  atender  á  sus  propios  y  exclusivos  intereses.  Sobit 
este  punto  conviene  mucho  estudiar  el  régimen  de  Ue  terri- 
torio*  de  los  Estados  Unidos. 

Todavía  qneda  un  grave  problema  relacionado  con  estos' 
puntos:  el  de  la  representación  de  las  colonias  en  el  Paria- 
mente  nacional.  Portugal  y  Francia  la  tienen  sancionada. 
España  la  afirmó  en  1812,  la  suprimió  en  1S3T  y  ha  vuelta 
á  consagrarla,  pero  oon  reservas  (Filipinas  no  ha  recobrad* 
la  representación  que  disfrutó  en  1812,1820  y  1836),  en1 
1868  y  1879.  Inglaterra  la  ha  negado  hasta  ahora,  pero  de 
pocos  años  á  esta  parte  allí  se  ha  pronunciado  una  vigorosa 
tendencia  en  favor  de  la  representación  de  las  colonias, 
con  nn  cambio  transcendental  en  el  orden  y  los  fines  dtf 
la  colonización  británica.  Se  trata,  pues,  de  un  probl¿ 
ma  importantísimo,  á  que  da  hoy  particular  interés  ef 
profundo  cambio  operado  en  el  régimen  de  nuestras  Anti- 
llas, por  efecto  de  los  decretos  autonomistas  de  Noviembre ' 
de  1807. 

Es  notorio  que  hay  bastantes  político*  que  oreen  qtfe  éUW 


—  Sí!   — 

décrttoslmponén  la  supresión  <dd  loa»dipat*d*s  y  Senadores 
d#Oaba  y  Puertt?  Rioo.  OtibS  oreemos  que  eso  no  *stá  bas- 
tante f andado,  ai  bien  pensamos  que  hay  que  medifioar  la 
Constitución  para  hacer  posible  en  condiciones  de  igoaldad, 
dé  prestigio  y  de  eficacia,  la  oononrreneia  de  los  represen- 
tantes parlamentarios  coloniales  y  peninsulares  en  el  gra  n 
Farlamento  español, 

Fero  la  importancia  del  problema  hace  imposible  qne  yo 
lo  trate  ahora.  Tanto  más  cuanto  que  ya  no  creo  que  todas 
las  colonias  españolas  se  hallen  en  oondioiones  de  ser  re- 
presentadas directamente  en  Cortes.  No  lo  han  estado  en  el 
Congreso  de  los  Estados  Unidos  los  territorios  de  Washing- 
ton, Idaho,  Dakota,  Montana,  Wyoming  y  Utah  hasta 
1839 —1890  y  189*.  Lo  cual  no  quiere  decir  que  hasta  estas 
fechas  esos  territorios  estuvieran  sometidos  á  la  arbitrarie- 
dad burocrática  6  á  la  dictadura  militar.  En  ellos  rigió  la 
democrática  Ordenanza  de  territorios  de  1787. 

Recuerdo  esto,  pensando  principalmente,  en  la  mayor 
parte  de  nuestras  colonias  de  Asia,  pero  añadiendo  que 
oreó  que  algunas  comarcas  de  Lusóu  y  de  las  Visayas  ti  - 
néri,  á  mi  juicio,  dsrsoho  á  ser  representadas  directamente 
en  las  Cortes  españolas. 

Relaciónase  bastante  con  todo  esto  lo  que  antes  he  indica- 
do respecto  deJla  educación  de  las  rasas  llamadas  infe- 
riores y  del  problema  de  la  reducción  de  indígenas. 

8cibre  tal  particular  conocemos  hoy  varios  sistemas.  Loa 

principales?  el  de  Holanda  en  Java',  el  de  los  Estados  Uní- 

iosJreepecto  de  lo*  indios  del  Missisipi  y  el  Misouri,   yol 

spafiol  antiguo  ó  sea  el  de  nuestro  celebrado  Código  de 

Liraiatf.* 


—   812  — 

I*  legislación  holandesa  (sobre  todo  después  de  las  refir- 
mas de  1848  y  70)»  consagrando  la  autoridad  soberana,  la 
competencia  superior  y  la  intervención  frecuente  del  Par* 
lamento  de  la  Metrópoli  en  los  negocios  coloniales  (es  decir, 
todo  lo  contrario  de  lo  qne  pasa  en  España  respecto  de  Fi- 
lipinas y  Fernando  Póo)f  se  preocupa  principalmente  de 
mantener  las  históricas  formas  políticas  y  aun  sociales  de 
la  parte  principal  de  su  imperio  de  las  Indias  orientales,  ó 
sea  de  Java,  estimada  generalmente  como  colonia  de  explo- 
tación y  fuente  de  ingresos  del  tesoro  metropolitioo.  Asi  es 
que  si  bien  la  armadura  de  la  Administración  holandesa  en 
Java  la  forman  el  gobernador  general  oon  sus  dos  Consejos 
consultivo  y  ejeoutivo,  los  residentes  de  las  provincias,  los 
asistentes  de  los  departamentos  y  los  inspectores  hechos)  en 
la  Escuela  de  Delft  ó  en  la  Universidad  de  Leyden  y  que 
constituyen  un  cuerpo  de  funcionarios  verdaderamente  ex- 
cepcional, pero  no  imposible  de  emular,  la  dirección  inme- 
diata de  los  indígenas  (es  decir,  de  los  26  millones  de  hom- 
bres que  pueblan  aquella  isla,  de  extensión  análoga  á  la  de 
Coba  y  algo  mayor  que  la  de  Luión),  corre  á  cargo  de  estos 
mismos  y  de  sus  tradicionales  autoridades,  como  son  los 
wedonos,  los  asistentes  vedónos  y  los  msntuas,  oon  todo  el 
acompañamiento  y  todo  el  aparato  de  las  viejas  institucio- 
nes respetadas  y  casi  enaltecidas,  en  apariencia,  por  el  Go- 
bierno europeo.  Por  esto  en  Java  hay  dos  príncipes  de  ras* 
que  figuran  á  la  cabeza  de  dos  vastas  provincias  de  la  Isla: 
el  emperador  de  Socrakarta  y  el  sultán  de  Djokjarta.  Y  el 
idioma  oficial  de  la  isla  es  el  malayo:  el  indígena.  T  1» 
religión,  escrupulosamente  respetada,  es  la  del  país. 
Pero  esto  no  quita  para  que  la  Administración  holinrkiaa 


% 


—  su  — 


represente  allí  mismo  la  iniciativa  progresiva  y  el  poder 
civilizador*  En  tal  concepto  ha  vivido  y  vive  bajo  la 
influencia  de  la  comente  de  ideas  qne  ee  desenvuelve 
en  la  Metrópoli,  en  armonía  con  loe  adelantamientos 
del  Derecho  público  y  singularmente  del  Derecho  colo- 
nial. 

Por  tal  motivo,  á  pesar  de  lo  qne  los  rutinarios  y  enamo- 
rados del  statu  quo  afirman,  á  las  instituciones  opresivas 
del  dnro  Daendels  de  1808,  sucedió  la  reforma  de  Validen 
Boseh  en  1833  y  últimamente,  después  de  la  vigorosa  pro. 
paganda  de  Van  Hoevell,  de  Mnltatoli  y  de  Van  der  Lith  y 
de  las  tentativas  legislativas  de  Thorbecke,  de  {Vaneen  y  de 
Van  de  Pute,  de  1861  á  1868,  se  llegó  á  la  leyes  de  1870  que 
consagraron  la  libertad  de  cultivo  y  la  enfitensis  europea  y 
dios  decretos  de  1882  qne  sancionaron  la  redención  de  la 
Gorvea  mediante  el  pago  de  nn  impuesto  para  llegar  A  la 
completa  abolición  de  aquel  oprobioso  y  agotador  tributo 
personal.  Por  lo  mismo,  ha  transcendido  á  Java  la  diferen 
da  de  los  partidos  metropoliticos  de  Holanda,  donde  ya  ha- 
ce mocho  tiempo  que  se  rectificó  completamente  el  desastro- 
so prepucio,  arraigadisimo  en  España,  en  estos  últimos  cua  - 
renta  efios,  de  que  solo  habla  un  sistema  colonizador  y  una 
política  colonial  nacional,  que  de  igual  modo  habían  de  sos. 
tener  y  desarrollar  los  liberales,  los  conservadores,  los  de- 
mócratas y  los  absolutistas.  Por  lo  mismo,  en  fin,  se  ha  po- 
dido llegar,  en  el  escenario  predilecto  de  la  colonia  de  em. 
ploíaciónt  á  la  aspiración  cada  ves  más  fortalecida  de  que  el 

¡atado  prescinda  de  este  modo  de  oolonisar,  sustituyéndole 
n  el  régimen  expansivo  que  implica  la  generalisación  de 

ios  principios  democráticos  y  la  consagración  de  las  líber- 


—  8M«  — 

tades  Decasajiatcomo  baae^rieicn»  dd^ 
versal  de  la  ¿poca  oente*npor¿nee« 

He  aludido  al  sistema  de. gobierna  da  loe  indio*  qsa 
priva  ea  loa  Estado*  Unidos  y  bien  qne  de  pasada»  quiere 
dar  k  voi  da  alarma  oontea  la  vulgaridad  de  que^eaila  J*e» 
publica  Americana  eólo  privan  la  violencia  y  el  espirita  de 
exterminio  oontea Jas  ¿asas  indígena*  Peréecme*  esto  ten 
disparatado,  oomo  la  especie  muy  gemevaUaad**  en  Norte 
América  y  en  Inglaterra,  de  qne  loaeepafiolea,  ooncluyeroa 
con  loa  indios  del  Centro  y  Sud  Americano;  especie  qne. 
descansa  en  el  hecho,  por  desgracia  cierto,  de  qne  los  in- 
dios de  las  Antillas  desaparecieron  dentro  de  los  veinte 
primeros  aftos  del  descubrimiento  y  déla  conquista»  y  del 
modo  y  manera  qne  virilmente  denunoió  el  inmortal  Pa- 
dre las  Gasas.  A  este  cargo  Espala  pnede  oponer  el 
texto  de  las  Leyes  nuevas  de  Carlos  V;  la  campaña  de  se* 
gobernadores  coloniales  cónica  loa  desafueros  de  los  ene> 
meaderos  del  Perú  y  de  Méjioo;  el  espirito  y  la  letra  de 
las  leyes  1.a,  tit.  1.°,  libro  49  primera,  tít.  3, libro».0,  del 
Coligo  de  Indias  del  siglo  xvii;  todo  el  libra  6.°  da  esta 
Código,  y,  en  fin,  la, famosa.  Ordeaania  de  Intendentes  de. 
Nueva  España  y  la  Beal  Cédula  de  la  Trinidad  de  la  épo- 
ca del  apenas  conocido,  pero  admirable  Marqués  de  la  Se- 
ñora, 

Pues  algo  por  el  estilo  pnede  decirse  de  les  Estadía  Uai* 
dos,  Cierto  que  allí,  y  señaladamente)  ea  los  Justados  da 
Georgia  y  Alábame,  se  acosaron  y  desarrollaron  tendenaies 
y  yiolenoiaa- verdaderamente  aboaainablea  oontr*  los  indios 
de  las  orillas  del  Missiaipí;  no  meóos  enante  e*qa.*iaace»- 
pauas  y  la  politice,  del  general  Jaeksoa\>  respecto  d*e#l 


_ 


-particular  y  de  b  «xpanstón  déla  fkjtáblíca  *or  la  Flori- 
da y  la  comarca  que  hüy  se  reparten  los  Estados  de  Atlan- 
sa  y  la  Carolina  del  SÉd,  merecen  la  más  absoluta  conden  *- 
ción;  no  menos  positivo,  que  faaee  mny  poco,  y  aún  ahora 
mismo,  se  señalan  machas  agresiones  y  no  pocos  atropellos 
de  parte  de  los  inmigrantes  europeos  del  Par  West,  que  pre- 
fieren las  correrlas  sobre  la  linea  de  demarcación  de  los  te- 
rritorios indios,  al  establecimiento  formal  y  definitivo  en  la 
oomarca  occidental  de  la  Bepública,  al  amparo  del  konic 
tUad,  del  derecho  de  preemption  y  de  otras  instituciones 
americanas  de  tanta  originalidad  como  excepcional  valor, 
que  secundan  el  empefio  de  la  repartición  de  tierras  por 
ventas,  más  ó  menos  oondioionalee,entre  los  nuevos  poblado  ■ 
res  de  aquella  próspera  nación.  Pero  al  lado  de  esto  hay  que 
poner  la  serie  de  extraordinarios  esfuerzos  que  aquella  Re- 
pública ha  hecho,  desde  los  días  de  Washington,  no  sólo 
para  evitar  ó  contener  esas  demasías,  sino  para  traer  á  los 
indios  al  pleno  goce  del  derecho  y  de  la  emulación  con- 
temporáneos. 

En  •  este  sentido,  la  obra  iniciada  por  el  Presidente  Mon- 
roa  de  comprar  terrenos  á  los  indios  y  trasladar  á  éstos  al 
espacio  hoy  conocido  con  el  nombre  de  territorio  indio,  en- 
tre Tejas,  Sansas  y  el  Missouri;  el  Acta  de  1834  que  creó 
la  Comisaría  de  los  negocios  indios,  cuya  importancia  no  ha 
cesado  de  crecer  hasta  el  momento  presente  y  que  rivaliza 
non  la  famosa  Comisaria  de  la  Educación;  la  consagración 
dallas  llamadas  «cinco  naciones  civilizadas  de  indios»,  esta- 
blecidas al  Oeste  del  Missisipi  y  cerca  de  Kansas  y  Arkan- 
sas;  la  organización  de  los  boarding  schools,  los  days  scheols 
y  los  trainings  schools  para  la  instrucción  y  la  educación  de 


—  ss*  — 

la  raza  indígena;  y  la  enmienda  14  de  la  Constitución  vota- 
da en  1887,  y  el  Acta  de  Mr.  Dawee  de  1887  tendente»  4 
favorecer  la  ampliación  de  la  ciudadanía  americana  á  los 
indios  y  la  conversión  de  la  propiedad  colectiva  de  éstos  en 
indi  vidual  y  libre  eon  datos  de  que  no  puede  prescindir 
ninguna  persona  que  quiera  formar  un  mediano  juicio  sobes 
las  instituciones  de  Norte  América  y  el  progreso  del  Mundo 
en  el  siglo  que  vivimos. 

Otros  defectos  tiene  la  República  de  los  listados  Unidos 
mucho  mayores  que  los  qne  la  vulgaridad  le  atribuye  res* 
poeto  del  particular  á  que  me  refiero.  Lo  propio  snoede  eon  la 
anarquía  más  6  menos  resonante  de  que  tanto  hemos  oMs 
hablar  en  estos  días  y  qne  ha  hecho  creer  á  tantas  gestas 
el  colosal,  el  apenas  imaginable  disparate  de  que  aquella 
República,  de  75  millones  de  habitantes  y  de  una  riquesa 
igual  á  la  quinta  parte  de  la  total  de  Europa,  careóla  ds 
medios  para  sostener  una  guerra  con  España... 

Hay  que  repetirlo  una  y  otra  vea:  el  llamado  Servido  i* 
los  indios  es  uno  de  los  méritos  de  la  Administración  ame* 
rioana,  servicio  que  hay  que  relacionar  eon  los  Reglamentos 
de  1787  á  que  antes  he  aludido  sobre  la  organización  de  ta» 
rrí  to  r ios  y  las  disposiciones  posteriores  sobre  la  transforma- 
ción de  éstos  en  Estados,  asi  oomo  respecto  del  modo  y  mane- 
ra de  naturalizarse  el  extranjero  y  convertirse  en  ciudadano 
de  la  República.  Y  no  es  licito  olvidar  que  el  Gobierno  de 
loa  Estados  Unidos,  por  bastante  tiempo,  reconoció  á  los  in- 
dios (qne  hoy  ya  no  pasan  de  doscientos  mil  individuos)  el 
derecho  de  enviar  delegados  al  Congreso  americano  para  ex- 
poner sus  quejas,  manifestar  sns  deseos  y  defender  sns  dere- 
chos: asi  oomo  que  la  política  de  protección  4  los  indias  ha 


—  *S7  — 

pacato  más  de  ana  vas  en  jpeJigro  la  anidad  de  la  Bepúbli- 
oa,  por  cu  anco  Georgia  y  Alabama  ya  intentaron,  con  esto 
motivo,  levantarse oontra  el  Congreso  y  el  Gobierno  déla 
Federación. 

Al  lado  del  procedimiento  norteamericano  y  del  holan- 
dés, hay  qae  poner  el  espafiol.  Es  decir,  el  olásioo:  el  que 
hoy  resa  Itaría  si  se  practicasen  rignrosamente  las  viejas 
Leyes  de  Indias  como  fueron  redactadas  desde  el  siglo 
xvi  al  xvn,  pero  teniéndose  en  cuenta,  para  el  empeño  da 
una  eficaz  aplicación,  los  progresos  posteriores  del  mnndo  y 
las  exigencias  del  medio  contemporáneo. 

Con  estas  últimas  palabras  quiero  combatir  la  peregrina 
pretensión  de  los  qae,  tal  vez,  sin  haber  oomprendido  bien 
la  razón  histórica  y  las  condiciones  de  medio  y  de  alcance 
de  la  célebre  Recopilación  de  1660,  ó  por  un  indiscreto  celo 
patriótico  ó  una  preocupación  tradicionaUeta  de  tristes  cuan- 
to excepcionales  consecuencias,  sostienen  que  lo  procedente 
en  la  actual  crisis  colonial  española  y  en  la  agonía  del  si- 
glo xix.  aun  después  de  las  grandes  y  afortunadas  expe- 
riencias británicas  del  Cabo,  el  Canadá,  las  Bermudas  y  lee 
Islas  de  Sotavento  y  Barlovento,  es  restaurar  totalmente 
el  imperio  de  nuestro  Código  indiano,  formado  por  Reales 
cédulas,  provisiones  y  ordenanzas  que  en  su  mayor  parte 
datan  de  la  segunda  mitad  del  siglo  xvi  y  de  la  primera 
del  xvi l  6  sea  del  periodo  de  les  Felipes. 

Dejo  á  un  lado  á  los  que  hablan  de  aquel  Código  por  pa- 
ra referencia;  y  esos  no  son  pocos.  Pero  es  imposible  pres- 
cindir de  la  consideración  de  que  para  el  éxito  de  aquella 
legielttcüa  fueron  precisos  los  problemas  y  las  condiciones 
políticas  y  sociales  á  que  se  aplicaron  6  quej  las  determina- 


—  «IS  — 

ron.  Aun  con  todo  arto,  tengo  la  seguridad  de  qne  si  se  trata- 
se de  precisar  la  reforma  de  lo  actual  con  el  criterio  de  las 
Ley  es  de  Indias»  ros  más  entusiastas  partidarios  tendrían  qne 
prescindir  de  un  modo  considerable  de  preceptos  6  institu- 
ciones hoy  perfectamente  inexplicables  6  de  todo  en  todo 
incompatibles  oon  las  exigencias  económicas  é  internaciona- 
les da  nuestra  época.  Pero  tampoco  es  para  dejada  en  olvido 
la  c  >  servaoión  de  que  el  Código  de  16*0  fui  en  mucha  par* 
modificado  en  el  curso  del  sigla  xyjji,  contribuyendo  esta* 
modificaciones  á  los  movimientos*  revolucionarios  de  la 
America  Continental  y  determinando  la  más  vigorosa  pro- 
testa de  todos  cuantos,  con  otro  interés  que  el  burocrático  ó 
el  del  monopolio  mercantil,  se  ocuparon  de  nuestra  colon;, 
lación  la  víspera  de  la  emancipación  de  nuestros  reinos 
americanas. 

Hago  estas  salvedades,  en  vista  de  la  frecuencia  con 
que  ahora  son  citadas  las  Leyes  de  Indias,  oponiéndolas 
al  régimen  autonomista  y  callando  que  la  mayoría  de 
loa  partidarios  del  viejo  sistema  patrocinan  el  régimen  mi- 
litar que  se  implantó  en  las  Antillas  con  el  absolutismo  de 
1825. 

For  lo  demás,  yo  creo  que  el  sentido  general  de  la  antigua 
legislación  sobre  indios  es  plausible,  siendo  grandemente 
aprovechables  las  instituciones  que  respecto  de  los  elementos 
indígenas  allí  fueron  consagradas.  Asi  no  debiera  presan* 
dirse,  por  una  parte,  de  que  en  aquel  Código  se  establecey 
por  ejemplo,  la  automación  expresa  al  virey  del  Perú,  Don 
Luis  de  Toledo,  para  que  compilase  y  coordinase  las  antiguas 
prácticas  y  leyes  de  los  indios,  y  por  otra  lado,  de  que  los  le- 
gisladores de  aquella  época,  al  proclamar  la  doctrina  de  la 


r 


i 

'       —   8S9    —  " 

asimilación,  do  la  hicieron  con  referencia  á  los  españolea 
de  rasa  6  sos  descendientes  (porque  éstos  siempre  fueron 
considerados  al  igual  de  los  de  la  Metrópoli),  sido  á  los 
indígenas,  á  los  indios,  cnya  reducción  y  educación  se  per- 
seguía para  elevarlos,  gradual  y  sucesivamente,  á  la  altara 
del  resto  de  los  habitantes  de  España, 

No  es  del  caso  desarrollar  estas  ideas:  pero  consto  mi 
parecer  de  que  sobre  la  base  y  con  los  elementos  de  las  Le- 
yes de  Indias,  deparadas  y  coordinadas  con  los  decretos  del 
Marqués  de  la  Sonora  y  de  las  Cortes  de  Cádiz,  podrían  muy 
bien  organizarse  satisfactoriamente  casi  todas  las  colonias 
españolas  de  Asia  y  África. 

Y  conste  también  que  yo  doy  un  valor  muy  relativo  á  Los 
obstáculos  que  para  esta  obra  se  señalan,  teniendo  en  cuen- 
ta los  privilegios  de  las  órdenes  monásticas,  asi  como  los  in- 
tereses creados  y  los  prejuicios  establecidos  en  esas  colonias 
Porque  sé  muy  bien  que  macho  mayores  eran  los  intereses 
y  la  fuerza  de  la  Compañía  británica  de  las  Indias,  y  sin 
embatgo,  por  cima  de  ellos  pasó  el  Parlamento  inglés  en 
1857.  Y  no  puedo  ignorar  ni  ignoro  que  los  grandes  pres- 
tigios de  Van  den  Bosch  y  la  poderosa  influencia  del  nutrí* 
do  y  respetado  cuerpo  de  Administración  colonial  de  Java 
no  fueron  bastantes  para  detener  las  grandes  y  trans- 
cendentales reformas  que  respecto  de  sus  colonias  hizo 
Holanda  desde  1870  hasta  1894.  Para  estos  profundos 
cambios  bastaron  la  gran  insurrección  india  de  185*  y 
loe  desastres  financieros  y  económicos  de  Java  de   1861 

k  nte  crisis  semejantes  á  nadie  se  le  ocurrió  mantener 
el    Mu  quo  y  menos  mixtificar  la  reforma  recomendada 

54 


1 


.  —  840  — 

por  loa  grandes  propagandistas,  con  notai  y  oorruptdu 
reaccionarias.  Allí  4  nadie  ae  le  ocurrió  hacer  lo  que  eoto 
nosotros  se  hiio  en  189*  al  aplicar  a  Puerto  fiioo  las 
nebrinas  de  1895. 

Y  yaelvo  al  tema  preferente  de  mi  discurso. 


r 


ni 


Después  de  loe  dos  problemas  de  la  reducción  y  la  eoio» 
nizacián  que  tienen  que  ventilarse  en  Femando  Póo,  en  Co- 
riseo y  en  el  picacho  de  Annobón,  qneda  el  problema  Ínter- 
nacional*  que  reviste,  en  la  costa  afrioana,  nn  carácter  dis- 
tinto del  que  antes  he  señalado. 

Porque  se  trata  de  oolonias  nadantes,  de  establecimien- 
tos constituidos  oon  elementos  inonltos  6  al  lado  de  razas 
atrasadas  y  de  sociedades  organizadas  más  6  menos  definí- 
tivamente  en  aquel  continente  qne  llama  hoy  la  atención 
especial  de  todo  el  mnndo  cnlto  y  exoita  los  deseos  y  los  es* 
fuerzos  de  los  principales  Oobiernes  europeos  para  rea  i  zar 
á  toda  costa  la  imponente  obra  de  su  civilización  y  mi  re* 
partición.  Se  trata,  en  nna  palabra,  de  oolonias  nnevaa  fun- 
dadas en  África,  y  cnyo  desarrollo  se  ha  de  hacer  conforme 
á  las  exigencias  del  tiempo  qne  ha  producido  el  Estado  del 
Congo* 

A  poco  que  se  medite  se  comprenderá  qne  siendo  hoy  la- 
teralmente imposible  mantener  en  Fernando  Póo,  Coriseo  y 
Annobón»  el  anacrónico  régimen  del  aislamiento  y  la  intole- 
rancia colonial,  y  habiendo  de  contar  necesariamente  para  el 
desenvolvimiento  de  esas  oolonias  oon  el  elemento  extran- 


—    842    — 

jero,  allí  están  puestas  casi  todas  las  cuestiones  que  hoy 
preocupan  &  los  colonistas  de  oierta  altara.  Es  decir,  la  cues- 
tión de  la  libertad  religiosa,  la  de  la  seguridad  personal,  la 
de  la  propiedad  individual  del  extranjero  y,  en  fin,  las  del 
tráfico  mercantil  y  la  libertad  del  trabajo.  Con  esas  cuestio- 
nes se  relacionan  directamente  el  poder  y  los  privilegios 
de  los  misioneros,  la  jurisdicción  militar,  el  régimen  políti- 
co, el  sistema  de  aduanas,  etc. 

Es  un  verdadero  dislate,  señores,  qne  todo  eso  se  puede 
resolver  en  nuestras  colonias  sin  contar  más  que  con  la 
voluntad  del  Gobierno  español.  Esa  pretensión  no  prospera- 
rla en  ninguna  parte.  No  puede  prosperar  en  nuestras  islas 
de  África  y  harto  lo  demuestran  los  rozamientos  qne  hemos 
tenido  con  Inglaterra  por  cansa  de  los  negros  metodistas  es- 
tablecidos en  Santa  Isabel  de  Fernando  Póo  y  el  retroceso 
qne  el  comercio  de  esta  isla  ha  experimentado  por  la  aplica- 
ción del  Arancel  proteccionista  de  hace  pocos  años.  A  mi  no 
me  sorprendería  qne  surgiesen  cualquier  día  gestiones  de 
Los  Gobiernos  extranjeros  que  dieran,  en  la  Guinea  española, 
un  resultado  algo  parecido  al  famoso  protocolo  de  18T7, 
firmado  por  los  Estados  Unidos  y  por  España,  en  detrimen- 
to de  la  soberanía  de  ésta. 

Y  pienso  qne  este  es  punto  muy  de  cuidado,  porque  la  de- 
bilidad ó  la  arrogancia  sobre  la  materia  facilitan  lo  inde- 
cible el  establecimiento  de  las  jurisdicciones  mixtas  con  que 
los  pueblos  cultos  y  poderosos  humillan  á  los  Gobiernos  que 
no  se  prestan  á  garantisai  con  leyes  generales,  la  vida  y  la 
libertad  de  sus  subditos  y  de  los  extranjeros. 

Pero  como  he  indicado,  hay  algo  nuevo,  singular  en  nues- 
tras colonias  africanas,  que  depende  en  gran  parte  de  su 


,.-i 


—  843  — 


situación  geográfica:  algo  qae  se  refiere  principalmente  i  la 
eosta  africana,  donde  tenemos  las  factorías  de  Maní  y  si  se 
quiere,  los  dos  islotes  de  Elobey, 

¿Cnál  es  el  problema  internacional  especial  que  palpita 
en  esas  comarcas?  Pues  el  problema  es  tan  grave,  que  si 
hoy  no  constituye  nn  peligro,  tengo  por  cierto  que  lo  cons- 
tituirá en  plazo  no  remoto.  Porque  el  problema  de  A  frica  es 
un  problema  que  se  va  afirmando  en  el  concierto  de  los 
pueblos,  quizá  oon  más  viveza  que  otro  alguno. 

Toda  Europa  se  ha  ido  repartiendo  el  continente  afri- 
cano, y  después  de  la  Conferencia  de  Berlín  de  l?3d, 
ya  se  estima  de  derecho  público  europeo  que  aquel  territorio 
(sobre  todo  el  Centro  y  Oeste  de  África),  no  es  susceptible 
de  ocupación  y  menos  del  modo  y  manera  que  la  realizaron 
los  franceses  y  los  ingleses  en  el  periodo  que  va  de  1825  á 
nuestros  dias. 

Por  la  vieja  ocupación  y  el  derecho  establecido  en  Berlín, 
y  las  crecientes  exigencias  de  mercados  para  la  industria  y 
«1  comercio  do  Europa,  en  África  están  planteados  cuatro 
problemas. 

Primero,  el  problema  del  Congo,  del  interior  del  África; 
segundo,  el  del  Niger,  que  comprende  esas  cuestiones  que 
ahora  llaman  tanto  la  atención,  y  por  las  cuales  se  supone 
que  Francia  é  Inglaterra  pueden  llegar  á  las  manos;  tercero, 
«1  de  Marruecos;  cuarto,  el  del  Transvaal,  Zanzíbar  y  Mo- 
zambique, en  relación  oon  las  pretensiones  y  los  derechos  de 
Inglaterra,  Alemania  y  Portugal. 

¿Qué  cuestiones  hay  aquí  para  España?  A  primera  vista 
no  parecen.  ¿Pero  puede  ser  España  indiferente  á  todo  es- 
to? De  ninguna  manera.  Tenemos  relacionadas  con  el  pro- 


—   M4  — 

Mema  del  Congo  la  cuestión  del  rio  Muni,  la  cuestión  de  h» 
dos  Elobey  y  aan  la  de  Fernando  Póo;  el  problema  del  Ni- 
ger  entraña  el  de  las  zona»  de  dilatación  é  influencia  que 
interesa  grandemente  á  nuestra  colonia  del  Rio  de  Oro;  el 
problema  de  Marruecos  es  el  de  la  seguridad  de  Ceuta  y  de 
las  aspiraciones  de  Inglaterra  en  Tánger  y  el  Mediterráneo. 
Por  el  momento,  tampoco  parece  que  interesan  á  España 
las  cuestiones  del  extremo  meridional  de  África,  ultima- 
menta  extendidas  á  Zanzíbar  y  la  oosta  de  Mozambique.  £1 
problema  que  allí  preocupa  á  Inglaterra  y  á  Alemania  nos 
resultaría  completamente  extraño  si  uno  de  los  factores  no 
fuera  nuestro  hermano  Portugal,  destinado  á  un  nuevo  sa- 
crificio por  parte  de  su  poderosa  protectora.  Pero  de  todos 
modos,  los  otros  tres  problemas  son  de  tal  .naturaleza,  qoe 
ningún  pueblo  de  cierta  importancia  puede  oreerse  ajeno  á 
ellos,  aunque  con  ellos  no  se  relacione  directamente.  Por- 
que  el  desarrollo  de  la  industria  en  Europa,  donde  ya  no 
hay  medio  posible  de  colocar  los  productos,  sobra  todo 
después  del  colosal  desenvolvimiento  que  ha  tenido  la  in- 
dnstria  en  Alemania  en  estos  últimos  catorce  6  diez  y  seis 
años  y  la  creciente  tendencia  de  Norte  América  á  cerrar 
sus  puertas  á  la  producción  europea  y  á  apoderarse  de  las 
plazas  sudamericanas,  ha  determinado  una  viva  preocupa- 
ción y  animadas  é  insistentes  gestiones  de  parte  de  los  Go- 
biernos de]  viejo  mondo  para  asegurar  vastas  comarcas  de 
abundante  y  fácil  clientela  que  hagan  posible  el  funciona- 
miento regalar  de  las  fábricas  y  la  vida  de  loe  millares  de 
obreros  de  aquende  el  Atlántico  para  quienes  el  paro  ó 
huelga  impuestos  por  ei  agolpamiento  y  superabundancia  de 
loe  productos  seria  la  señal  de  perturbaciones,  quisa  más 


—   846   — 

graves  que  lie  pro  rocadas  por  el  socialismo,  y  que  en  últi- 
mo término,  combinadas  con  éstas,  determinarían  una  situa- 
ción critica  en  lo  tocante  al  orden  público  y  á  la  vida  polí- 
tica interior  é  internacional.  Sólo  asi  se  comprende  que,  á 
pesar  de  poseer  tan  grandes  territorios,  todavía  las  grandes 
potencias  europeas  se  agiten  discutiendo  un  pedazo  de  te- 
rreno  allá  en  las  soledades  del  África,  y  consideren  como 
punto  de  capital  interés  político,  el  precisar  si  es  ó  no 
conveniente  hacer  la  línea  férrea  que  ha  de  partir  de  Tunes 
para  reoorrer  la  linea  del  Niger,  ó  si,  por  el  contrario,  se 
debe  preferir  el  desarrollo  de  la  línea  del  Gongo,  en  busca 
de  la  bajada  del  Nilo. 

Ahora  bien;  bajo  este  punto  de  vista  y  sin  discutir  Jas 
cosas  que  he  recordado  para  dar  orden  á  mis  pensamientos, 
la  verdad  es  que  nuestra  posición  en  la  desembocadura  del 
Mnni  tiene  un  superior  interés,  y  está  llamada  á  ser  muy 
discutida.  ¡Qué  hablo  del  "porvenir!  Esa  posición  ya  nos 
está  discutida  por  el  Gobierno  francés. . 

Ha  habido  un  momento  en  que  se  creyó  que  nuestros  bar* 
eos  tenían  que  romper  el  fuego  sobre  un  barco  francés;  lue- 
go se  produjeron  discusiones  muy  violentas  entre  las  auto- 
ridades españolas  y  francesas,  y  al  fin,  hace  ya  más  de  cinco 
años,  que  fué  preciso  constituir  en  París  una  Comisión  que 
ventilase  este  asunto  para  llegar  después  á  un  statu  quo  tan 
original  que,  á  pesar  de  que  no  se  ha  disuelto  todavía  la  Co- 
misión, ni  se  ha  dado  por  definitivo  el  mantenimiento  de 
aquel  statu  quo,  ahora  mismo  lo  niegan  y  atacan,  por 
modo  exclusivo,  y  con  alarmante  éxito,  algunos  comercian* 

s  franceses.  Porque  Francia,  que  está  en  el  Gabón  y  que 

etende  la  conquista  del  río  Muni  para  aplicar  en  seguida 


—   846   — 

la  teoría  de  la  Conferencia  de  Berlín,  de  las  zonas  de  in- 
fluencia y  llegar  al  centro  del  Congo  y  á  loe  grandes  lagos, 
ha  mantenido  el  derecho  sobre  el  territorio  donde  ra- 
dican las  factorías  extranjeras,  amparadas  por  la  bandera 
de  España  y  ha  perseguido  á  barcos  alemanes  y  españoles, 
hasta  el  punto  de  provocar  mas  de  un  conflicto. 

En  los  últimos  afios  hice  alguna  pregunta  sobre  estos 
particulares  al  señor  Ministro  de  Estado.  Su  contestación 
no  fué  satisfactoria.  Se  me  pidió  que  aplazara  mis  observa- 
ciones: las  aplacé,  y  el  resultado  hasta  ahora  ha  sido  poco 
halagüeño  para  nuestra  causa,  porque  ni  el  Gobierno  se 
ocupa  de  este  asunto,  ni  la  Comisión  de  París  termina  sos 
trabajos,  ni — lo  que  es  peor— nadie  en  nuestros  droulos 
políticos  da  á  este  negocio  la  menor  importancia. 

La  tiene  muy  seria,  señores,  tanto  por  lo  que  he  dicho, 
considerando  la  cuestión  desde  un  punto  de  vista  general 
y  que  se  relaciona  con  la  posesión;  repartición  y  oivilisaciói 
del  África  (que  es  uno  de  los  grandes  y  primeros  compro- 
misos del  Mundo  contemporáneo),  cuanto  por  otra  razón  po- 
lítica que  nos  debe  interesar  excepcionalmente  en  estos  ins- 
tantes. Me  refiero  á  la  solicitud  que  el  Gobierno  español  debe 
poner  en  el  mantenimiento  de  las  relaciones  más  afectuosas 
posibles  con  la  vecina  República  francesa.  No  digo  ya  para 
evitar  todo  rozamiento  y  suavizar  todas  las  dificultades! 
Porque  no  es  dable  olvidar  el  papel  que  Francia  ha  desem- 
peñado y  quizá  desempeñe,  en  el  conflicto  internacional  que 
ahora  justamente  nos  preocupa.  El  Libro  Rojo  demuestra 
que  esa  nación  ha  sido  la  más  propicia  á  nuestra  causa,  la 
más  noble  y  generosa  en  sus  manifestaciones  de  simpatía 
con  motivo  del  conflicto  hispano-americano.  Por  tal  motí- 


r 


—  «47  — 

yo,  la  cuestión  del  Maní,  7  con  ella  la  de  Andorra,  piden 
terminación  pronta»  inmediata. 

Con  eatoe  antecedentes,  ¿creéis  qne  seriamente  no  nos 
debe  preocupar  y  no  debemos  llevar  el  aliento  de  la  nueva 
vida  á  nuestra  colonia  de  Fernando  Póo? 

No  quiero  discutir  el  detalle  del  presupueste  del  afto  an- 
terior, es  decir,  de  ese  presupuesto  burocrático  que  lanza 
el  Ministerio  después  de  haber  sido  aprobada  la  partida 
que  en  conjunto  7  vagamente  s*  nos  recomienda  ahora.  Si 
lo  discutiera,  quedaríais  asombrados  los  que  aquí  os  en- 
contráis reunidos  y  oísteis  mis  reclamaciones  de  hace  tres 
ó  ouatro  áfios. 

No  hay  medio  de  examinarlo.  Nuestras  relaciones  posta- 
les son  un  verdadero  esoándalo,  puesto  que  necesitamos  uti-  ' 
Usar  la  linea  del  Principe  ó  de  la  costa  Porque  tiene  aqueHa 
colonia  relaciones  bastante  frecuentes  con  dos  ó  tres  coló 
nias  inglesas  del  litoral  africano  y  con  la  colonia  portu- 
guesa del  Principe  en  el  Atlántico.  To  he  hablado  mu- 
cho respecto  de  este  particular  con  dos  ó  tres  gobernadores, 
marinos,  personas  muy  ilustradas  que  han  regido  aquella 
comarca  y  que  pasaron  después  á  las  portuguesas  del  Prin  - 
cipe  y  de  Santo  Tomás.  Según  su  voto  no  hay  posibilidad 
de  comparación  entre  aquella  pobre  ciudad  de  Santa  Isabel 
(la  capital  de  Fernando  Póo),  con  menguados  edifícaos  y 
casi  sin  muelle,  poblada  principalmente  por  deportados 
cubanos  (allí  llevados  violando  nuestra  Constitución  y 
nuestro  Código  penal),  y  esa  otra  colonia  del  Príncipe 
qne  tiene  grandes  casas,  inmensos  palacios,    construidos 

iostenidos  por  el  modestísimo  y  decaído   reino  de  Por- 

¿al.  Y  esta  diferencia  que  advierte  fácilmente  el  viaje* 


r 


—   841   — 

ro,  todavía  aumenta  cuando  la  oomparación  se  haee  ooa 
otros  pueblos  de  las  oolonias  británicas  del  litoral  re- 
dunda ea  desprestigio  nuestro.— Para  el  trabajo  rudo  de  la 
costa  de  Fernando  Póo  se  traen  anualmente  del  litoral  veri- 
no,  negros  kr  a  manea  que  permanecen  en  la  colonia  espa- 
ñol* ¿joco  tiempo.  Esos  trabajadores  sirven  también  para 
divulgar  la  pobreza  de  nuestro  establecimiento.  Luego  la 
reforma  arancelaria  de  1892  ha  fustigado  al  comercio  ex- 
tra ojero  y  los  comerciantes  son  lenguas  divulgadoras  de 
nuestra  deplorable  situación.  No  quiero  hablar  de  otras 
propagandas  indirectas  que  nos  dañan  lo  indecible.  Antes 
recordé  to  que  Stanley  escribía  de  femando  Póo.  Ahora 
he  de  añadir  que  no  es  para  leído  oon  calma  lo  que  los  pe 
riódicos,  sobre  todo  las  revistas  de  geografía  y  de  colonixa- 
ciósj,  publican  sobre  nuestros  empeños  en  el  África  Occi- 
dental, 

Y  esto  yin  entrar  en  los  pormenores  del  presupuesto  ni 
analizar  laa  condiciones  de  la  Administración  de  Fernando 
Póo,  para  la  cual  no  se  exigen  requisitos  especiales  de  nin- 
gún genero  á  los  que,  empleados  en  aquel  remoto  y  exoep- 
cioim.  pala,  representan  el  doble  interés  del  prestigio  metro- 
político  y  de  las  atenciones  comunes  y  extraordinarias  de 
una  sociedad  atrasadísima.  Los  empleados  en  nuestras  oo- 
lonias da  Guinea  ni  necesitan  conocer  el  idioma  de  aquellos 
paiaod,  ni  su  geografía,  ni  sus  leyes,  ni  su  historia,  ni  nada. 
Allá  van  con  la  misma  preparación  que  podrían  ir  al  inte- 
rior de  Galicia  ó  á  la  montaña  de  Cataluña. 

Bien  es  que  la  Administración  civil  en  aquellos  países 
ocupa  un  logar  secundario.  Por  cima  de  ella  está  el  ele- 
mento militar,  constituido  por  la  marina  de  gnerra,  ouyo* 


—  849  — 

jefts  son  el  gobernador  y  el  subgoberaador  de  la  colonia. 
Gnu  efecto:  loe  gastos  de  marina  pasan  de  141 ,600  pesos» 
á  los  que  hay  que  agregar  los  aneldos  y  gastos  de  repre- 
sentación del  gobernador  y  el  subgoberaador,  que  saben  á 
§•500,  Perianto,  la  atención  militar  se  lleva  más  del  50 
por  ]  O*  del  presupuesto  (doy  números  redondos)  y  á  la  Ad- 
ministración civil  (allí  representada  por  anos  20  empleados 
de  todas  categorías)  se  aplica  á  duras  penas  el  23. 

En  el  llamado  ramo  de  Orada  y  Justicia  y  Fomento 
se  invierte  cerca  del  25  por  ciento,  pero  es  preciso  no  de- 
jarse engañar  ó  oonfundir  por  los  nombres.  Porque  tal  ramo 
comprende,  en  Fernando  Póo,  el  servicio  de  los  Misioneros, 
el  de  la  escuela  primaria,  la  construcción  y  entretenimien- 
tos de  caminos  y  la  inmigración  y  oolonisaoión.  Los  Misio- 
neros de  ambos  sexos  (establecidos  corporativamente  en 
La  Concepción,  8anta  Isabel  y  San  Carlos  de  Fernando 
Póo,  Corisoo,  Annobón  y  Blobey  y  cabo  de  San  Juan)  se 
llevan  lo  mq'or  de  la  partida;  esto  es,  los  dos  tercios.  La 
instrucción  primaria  secularisada,  corre  á  cargo  de  un 
maestro  y  de,  una  maestra  que  consumen  la  enormidad  de 
unos  mil  y  pico  de  pesos!  Al  entretenimiento  y  construcción 
de  caminos  se  dedican  10.000  y  al  fomento  de  de  la  inmi- 
gración 7.000» 

Conviene  no  olvidar  que  el  presupuesto  total  de  la  Colo- 
nia es  de  unos  260  mil  pesos:  que  sólo  en  las  inmediacio- 
nes de  Santa  Isabel  de  Fernando  Póo  hay  unos  cuantos 
kilómetros  de  carretera  mal  entretenida,  y  que  el  interior 
aquella  isla  carece  de  todo  otro  medio  de  acceso  que  los 
.más  caminos  construidos  por  bnbies  y  una  siempre  de- 
arable  vía  oentral  que  hicieron  oon  gran  trabajo  hace  bas- 


—  850  — 

tantee  años  algunos  gobernadores  y  que  ahora  está 
destruida,  por  efecto  de  las  aguas  y  del  exceso  de  la  ve- 
getación tropical. 

Tampoco  se  pnede  dejar  á  un  lado  la  consideración  de 
que  los  Misioneros  constituyen  un  cuerpo  de  caráoter  me* 
naca l  y  privilegiado  del  Estado,  que  tiene  á  su  cargo  la  pro- 
paganda religiosa,  el  servicio  del  culto  y  la  enseñan»  pú- 
blica que  monopolizan  en  todas  las  regiones  de  Guinea, 
f  o  era  de  la  capital  de  Fernando  Póo.  No  me  interesa  par  el 
momento,  discutir  lo  que  esos  Misioneros  han  conseguido 
allí:  pero  si  me  conviene  notar,  primero,  que  en  ellos  se 
gasta  tanto  ó  muy  poco  menos  que  en  toda  la  Administra- 
ción civil  (esto  es,  el  23  por  100  del  presupuesto  total  de 
la  colonia);  y  segundo,  que  hasta  la  fecha,  que  yo  sepa,  y 
apesar  de  llevar  ese  instituto  bastantes  aftos  de  vida  en  Fer- 
nando Fóo,  ni  él,  ni  el  Ministerio  de  Ultramar  han  creído 
oportuno  publicar  memoria  ni  dato  de  ninguna  especie, 
por  donde  pudiera  formarse  idea  de  los  servicios  prestados, 
y  de  si  estos  merecen  ó  no  el  sacrificio  que  imponen  al  teso- 
ro colonial. 

Pero  repito  que  de  esto  no  se  ocupan  los  críticos  extraigo* 
ros,  que  forman  su  opinión  en  vista  del  oonjunto,  por  la 
aparienoia  de  Fernando  Póo  y  por  su  contraste  coa  las  de  • 
más  colonias  europeas  de  África. 

Pero  ¿quién  les  va  á  la  mano?  ¿Quién  trata  de  estas  co- 
jas fuera  del  secreto  del  Ministerio  de  Ultramar?  ¿Sobre  to 
do,  ¿qué  hacemos,  qué  hacemos  para  rectificar  ese  descré- 
dito, esas  censuras,  esas  denuncias  que  después  de  todo  tie- 
nen grandísimo  fundamento  en  Fernando  Póo,  y  ouyoe  de* 
plorables  resultados  con  relación  á  las  Antillas  y  Filipi- 


L/-Y 


—  8*1  —  • 

ñas,  ahora  condensan  á  comprender  los  más  distraídos  y 
megos  en  Eapafia? 

Ta  me  bastarla  esta  terrible  y  desatentadora  propaganda 
para  que  yo  insistiese  en  recomendar  al  Gobierno  y  á  los 
señorea  diputados  y  ana  á  los  que  de  cualquier  modo  se  in- 
teresan en  la  vida  pública  española,  la  variación  total,  la 
rectificación  completa  de  cnanto  pasa  respecto  de  nuestras 
colonias  de  África*  Pero  además,  hay  un  hecho  de  absolu- 
ta evidencia,  que  para  otros  fines  y  por  otros  motivos,  abo- 
na esta  calorosa  recomendación.  El  hecho  de  que  los  proce- 
dimientos opuestos  al  que  yo  patrocino,  no  han  dado  hasta 
ahora  (es  decir,  en  cerca  de  ochenta  años)  más  que  resultados 
indiscutiblemente  deplorables. 

Hablando  del  estado  de  otras  colonias  españolas  he  hecho 
el  propio  argumento.  Es  el  argumento  mismo  que  utiliaaba 
Franklin  á  fines  del  siglo  pasado,  para  excitar  á  Inglate- 
rra á  que  variase  de  sistema  en  las  colonias  de  Norte  Amé- 
rica y  para  evitar  la  insuriección  de  éstas,  c Ensayad  el 
otro  procedimiento!  (1) 

Después  de  todo  ¿es  ó  no  exacto  que  los  mismos  errores 

(1)  Va  le  advertirá  que  en  este  discurso  me  abstengo  de  precisar  las 
reformas  necesarias  ie  nuestras  colonias  del  Occidente  africano.  De  al- 
gunas hablé  en  otro  trabajo  de  mayor  extensión  que  aparece  en  mi  libro 
Cuatrienal  palpitante*  dé  PolUica,  Dtrteho  Jf  Administrad  ón.  Cap.  V.  Las 
eolonias  españolas  del  Golfo  dé  Guinea  en  1891—  Ahora  he  querido  tra- 
tar la  cuestión  desde  otro  punto  de  vista.  He  querido,  sobre  todo, 
recomendar  que  se  estudie  y  discuta  seriamente  el  asunto,  con  el  crite- 
rio contemporáneo,  dentro  y  fuera  de  las  Cortes.  Porque  sólo  la 
~~Udad  geográfica  de  Madrid  y  algunos  poces  ilustrados  marinos  pan- 
qué dan  Talor  4  este  problema  envuelto  en  la  indiferencia  de  la  casi 
jdidad  de  nuestros  contemporáneos. 


Tí 


._  852   — 

que  España,  han  sostenido  y  realizado  otras  nadante  o^- 
kmisadoras,  y  que  la  rectificación  de  esta  conducta  ha  sido 
posible  y  ha  producido  exoelentes  efectos?  ¡Qué  mayor 
ejemplo  que  el  de  esa  Inglaterra  que  acabo  de  eitar! 

Por  otra  parte,  ¿puede  dieentirae  seriamente  la  dispe> 
retada  tesis  de  otros  tiempos  sobre  la  incapacidad  nativa 
de  ciertos  pueblos  para  el  régimen  de  la  libertad  y  del  pro- 
greso?— Porque  el  ejemplo  de  aJgnnas  colonias  inglesas  es 
amaláyente.  Las  libertades  británicas,  hoy  florecen  de  idea- 
tico  modo  en  el  Ganadi  francés»  en  el  Ganada  inglés,  en  la 
colonia  holandesa  del  Cabo,  entre  los  boers  y  los  ingle* 
sea,  los  africanders,  los  aolús  y  los  caires  del  África  austral, 
en  la  española  isla  de  la  Trinidad  y  en  las  ciudades  ne- 
gras de  las  Bahamaa  y  las  Bermudas.  Tratándose  de  instita- 
dones  humanas  ¿cómo  y  por  qué  Femando  Póo  no  ha  de 
poder  prosperar  por  procedimientos  análogos  á  los  qe» 
privan  en  Sierra-Ioona? 

Además  yo  persevero  en  mi  ya  vieja  opinión  de  que  debe- 
mos considerar  el  empeño  de  la  oolonisaoión  como  un  inte- 
rés capital  de  Espafia:  sobre  todo»  de  la  Espafia  contempo- 
ránea. 

Abundan  las  ratones.  Pero  me  limitaré  á  exponer  dos. 


IV 


La  raía  española,  por  su  genio  nativo  y  original,  aún 
más  que  por  su  historia,  as  una  rasa  expansiva  y  de  una  vo- 
cación colonizadora  que  después  de  haberla  conducido,  en  el 
pasado»  á  empeños  verdaderamente  fantásticos,  le  imprime 
ahora  mismo  una  actividad,  un  entusiasmo,  una  energía  y 
una  fe  en  el  éxito  da  las  más  atrevidas  empresas,  que  con- 
trastan extraordinariamente  con  el  mediano  vigor  y  la  esca- 
sa perseverancia  puestos  en  loa  demás  modestos  empeños,  y 
sobre  todo  en  los  otros  intermitentes  y  desorientados  de  rela- 
ción y  vida  exterior  de  la  España  contemporánea.  Par»  esti- 
mar bien  esto  hay  que  conocer  un  poco  las  comarcas  espa- 
ñolas donde  principalmente  se  forma  y  nutre  la  corriente 
emigrante.  De  esto  he  hablado  yo  aquí  mismo  otraa  veces, 
refiriéndome  de  un  modo  muy  especial  á  Asturias,  en  cuyo 
pais  paso  una  buena  parte  del  año  descansando  de  mi*  fati- 
gas profesionales  y  políticas  y  estudiando Jde  cerca  y  sobre 
el  terreno  propio,  uno  de  los  factores  de  nuestra  presente 
'vida  social. 

Si,  señores,  hay  que  saber  por  qué  y  cómo  sale  la  gecte 

leí  Principado  para  salvar  el  Atlántico.  Le  interesa,  af, 

liacer  fortuna,  hacer  dinero,  y  por  eso  á  primera  vista,  va  á 


—  8*4  — 

América  y  luego  vive  en  Cuba,  eo  Méjico,  en  Buenos  Airee 
consagrado  á  ana  labor  y  desplegando  aptitudes  y  méritos 
superiores  á  los  demostrados  en  el  propio  hogar:  pero  en 
el  asturiano,  por  oima  y  por  bajo  de  esta  preocupación  in- 
teresada, existen,  como  primera  causa  determinante  de  §o 
tendencia,  de  su  propensión,  de  su  enérgica  resolución  de 
emigrar,  el  ansia  de  la  vida  nueva,  el  afán  de  la  comunica- 
ción, el  deseo  de  correr  tierras,  el  propósito  de  crear  algo 
fuera  del  estrecho  circulo  trazado  por  las  altas  montañas  y 
el  mar  tempestuoso  del  Norte  de  España.  Eso  es  lo  que  pien- 
sa y  desea  el  asturiano  en  el  fondo  de  sus  estrechos  valles, 
en  lo  alto  de  sus  atrevidos  picachos,  en  la  playa  de 
aquel  negruzco  y  revuelto  mar  que  para  cualquiera  otro  se- 
ria un  obstáculo,  pero  que  sobre  el  asturiano  obra  como  un 
incentivo,  para  lanzarse  á  surcarlo  fiado  en  su  buena  es» 
trolla. 

Asi  es  que  cuando  yo  oigo  hablar  de  que  se  trata  de  poner 
limite  á  la  emigración  en  España,  replico  que  esto  no  puede 
ser.  Cada  pueblo  tiene  su  carácter.  Francia  no  es  emigran- 
te. Sus  empeños  de  difusión  y  de  expansión  los  realiza  por 
medio  de  su  literatura  y  de  su  palabra,  y  por  eso  París  es  el 
centro  de  todo  el  mundo  y  nadie  piensa  en  salir  de  él.  Italia 
se  difunde  por  medio  de  sus  artes.  Inglaterra  por  medio  de 
su  comercio.  España  por  su  pasión  colonizadora;  porque  no 
cabe  ni  ha  cabido  nunca  en  la  Península,  desde  que  se  cons- 
tituyó la  nación  española  y  porque  el  temple,  los  gustos  y 
hasta  los  éxitos  de  sus  hijos,  la  han  empujado  siempre  á  bus- 
car grandes  escenarios  fuera  de  sus  fronteras,  en  todas  las 
latitudes  y  en  trato  con  todas  las  razas  y  las  civilizaciones. 
Por  esto»  y  bajo  ese  punto  de  vista,  tengo  por  cierto  que  ] 


—  865    - 

iras  España  exista,  el  poder  de  la  emigración  será  un  ele- 
mento potísimo  de  nuestra  vida  social,  y  peoará  de  indis- 
érete  el  legislador  que  trate  de  ponerla  coto. 

De  otro  lado,  señoree,  no  se  puede  menos  de  reconocer 
que  la  historia  entra  por  macho  en  nuestra  aotual  vida. 
Pues  qué  ¿no  hemos  esparcido  nuestro  idioma,  nuestra 
sangre,  nuestras  costumbres,  nuestras  aspiraciones  por  todo 
el  mundo?  Al  fia  y  al  cabo  los  dos  idiomas  que  más  se  ha- 
blan en  ¿1  son  el  inglés  y  el  español;  y  los  españoles. tenemos 
una  situación  de  primera  importancia  allende  el  Atlántico 
{allá  donde  se  elabora  el  porvenir),  sobre  todo,  después  de 
haber  renunciado  en  estos  últimos  años  á  intervenir  en  las 
cosas  políticas  interiores  de  los  pueblos  sudamericanos 
con  el  carácter  de  tales  españoles.  Asi  hoy,  cuando  allí  el 
español  entra  en  pelea,  !o  hace  á  su  costa,  y  cae  &  se  levanta, 
pero  sin  pedir  la  protección  del  pabellón  nacional,  como  su- 
cedía antes  del  célebre  discurso  de  don  Joaquín  Francisco 
Pacheco,  y  del  no  menos  célebre  de  D.  Juan  Prim,  con  mo- 
tivo de  la  cuestión  de  Méjico. 

Hoy  tenemos  motivos  especiales  para  tratar  con  gran  ca- 
riño á  esos  emigrantes,  porque  en  estos  momentos,  luchan- 
do con  diñcaltades  tan  extraordinarias,  como  las  que  nos 
agobian,  cuando  los  recursos  son  tan  contados  y  nece- 
sitamos buscar  el  apoyo  en  todas  partes,  sin  duda  se  produce 
una  verdadera  satisfacción,  el  alma  se  ensancha  y  el  ce  ra- 
zón palpita  mis  fuerte,  al  considerar  de  qué  suerte  al  grito 
de  la  Patria  herida  responden  los  españoles  del  Rio  de  la 
**lata  y  de  Méjico  aportando  su  concurso  sin  regateos  ni  re- 
traso, á  la  defensa  de  los  intereses  nacionales  • 
He  hablado  de  otra  razón  en  pro  de  mis  recomendaciones 

55 


1 


—  856   — 

y  es  jh  que  se  desprende  de  la  ic fluencia  directa  y  poderosa 
que  las  instituciones  y  los  intereses  coloniales  tienen  en  la 
vida  peninsular.  Es  este  un  punto  apenas  conocido  y  de 
que  may  pocos,  poquísimos  políticos  se  han  ocupado.  Como 
casi  nadie  ha  puesto  la  atención  en  la  influencia  que  en  los 
destinüd  de  España,  en  su  representación  internacional,  en 
su  carácter  y  en  la  marcha  general  política  del  mnndo  ejer- 
ció el  apartamiento  de  nuestra  patria  de  los  negocios  eu- 
ropeos para  llevar  toda  nuestra  atención  á  América. 

¿tribuyo  á  estos  problemas  un  interés  excepcional;  no  ya 
fcúlo  por  las  convicciones  y  los  sentimientos  que  en  mi  ha 
podido  producir  un  constante  estudio  de  estos  particulares, 
si  que  por  haber  podido  palpar,  en  mi  ya  no  corta  vida  pú- 
blica, los  resultados  económicos,  políticos  y  sociales  delin- 
tí  ajo  délas  Indias  occidentales  y  á  última  hora,,  especial- 
mente de  nuestras  Antillas,  sobre  la  política,  el  orden  y 
el  progreso  de  ia  Metrópoli  española. 

Aun  sin  salir  de  la  esfera  puramente  política,  yo  declaro 
que  apenas  puedo  comprender  cómo  la  gente  liberal  de  nues- 
tros días  no  ha  visto  hace  ya  mucho  tiempo  la  perfecta  n> 
compatibilidad  que  existía  y  existe  entre  el  desarrollo  y 
esplendor  de  las  instituciones  expansivas  que  tanto  esfuer- 
zo r  lauta  sangre  y  tantas  vidas  ha  costado  á  la  Península 
en  todo  lo  que  va  de  siglo  y  el  mantenimiento  allende  el 
mar  de  un  régimen  oprobioso  donde  destacan  la  intoleran- 
cia religiosa  y  mercantil,  la  esclavitud,  la  burocracia,  la  dio* 
tadura  militar,  la  centralización  y  la  privama  monacal. 
Para  conservar  todo  eso  en  las  colonias  hay  que  preparar 
y  robustecer  gentes,  institutos,  centros,  intereses  y  presti- 
gios en  el  corazón  mismo  de  la  Metrópoli;  y  luego  es  evi» 


—    857  — 

dente  que  todo  eso,  que  es  la  negación  absoluta  del  régimen 
constitucional  de  qne  tanto  nos  ufanamos,  ha  de  prosperar 
y  ensancharse  y  agigantarse  en  Ultramar,  que  á  la  postre 
nos  devuelve  exuberantes  y  poderosos  todos  aquellos  ele* 
montos  de  perturbación  y  ruina. 

Seria  muy  fácil  demostrar  con  hechos  esta  reacción  de  la 
deplorable  vida  que  hemos  creado  en  Ultramar,  principal* 
mente  después  de  1825,  sobre  la  vida  política  y  moral  de  la 
Península.  Los  elementos  reaccionarios  de  aquí,  allá  han 
encontrado  sa  mejor  medio  y  su  mayor  fuerza  y  no  es  para 
olvidado  un  minuto,  el  elocuentísimo  dato  histórico  de  que 
los  principales  Capitanes  de  la  campaña  absolutista  de  la  Pe- 
nínsula en  1814  y  1823  y  1841,  fueron  los  más  señalados  en 
América  luchando,  no  sólo  con  la  insurrección  de  los  colo- 
nos, sino  con  toda  tentativa  seria  para  instaurar  allí,  con^ 
forme  á  los  decretos  de  n  mee  tras  Cortes,  la  Constitución  y 
las  libertades  de  1812. 

Por  tanto,  no  es  dable  creer  que  las  instituciones  colonia- 
les tienen  un  puro  carácter  local.  Para  pensar  tal  cosa  es  i  n  - 
dispensable  prescindir  de  la  íntima  relación  que  la  vida  de 
nuestras  colonias,  tiene  actualmente  con  la  peninsular.  Id 
á  Asturias,  á  Santander,  á  las  provincias  vascas,  á  la  cos- 
ta catalana:  todo  aquello  está  poblado  de  gentes  que  han 
vivido  y  hecho  su  fortuna  en  nuestras  Antillas,  y  que 
mantienen  trato  frecuente  con  éstas.  Ta  no  se  da  el  qb&o 
de  los  grandes  y  definitivos  éxodos:  el  indiano  ó  el  ameri* 
cano,  como  se  llama  en  nuestras  costas  peninsulares  al 
peninsular  que  ha  vivido  en  América  ó  Filipinas,  crn- 
sa  con  suma  frecuencia  el  Atlántico  y  con  dificultad 
prefiere    la    comarca  de   su  origen  á    la  de    su  adop- 


—   858  — 

eión .  Todas  le  poseen  por  igual.  ¡Hay  que  verlo,  señoresl 

Y  esto  sin  contar  con  lo  que  representa  para  al  prestigio 
y  la  representación  y  el  carácter  de  España  el  manteni- 
miento, cnanto  más  la  prosperidad  de  nuestras  actuales 
colonias.  £1  dia  que  las  perdamos  daremos  nn  bajón,  aho- 
ra apenas  imaginable,  en  la  linea  que  nos  trazaron  los 
tratados  de  1765  y  que  consagran  el  principio  de  la  deca- 
dencia española. 

Por  bbo  hay  que  pensar  muy  en  serio  y  muy  despacio  so- 
bre estas  materias.  Por  eso  yo  deploro  tanto  que  en  plena 
guerra  con  los  Estados  Unidos,  por  causa  ó  á  pretexto  de 
nuestro  régimen  colonial,  se  reproduzca  aquí  el  viejo  pre- 
supuesto de  nuestras  colonias  del  golfo  de  Guinea.  Por  eso 
me  áfaca  tanto  en  dar  la  voz  de  alarma  frente  á  un  doble 
peligro  que  hoy  ofrece  nuestra  política  ultramarina:  el  de 
las  soluciones  súbitas,  improvisadas  bajo  la  presión  de  las 
circunstancias  y  el  de  volver,  una  vez  pasada  esta  crisis,  4 
la  vieja  manera  de  entender  los  problemas  coloniales  como 
una  especialidad  subalterna. 

SÍ,  caía  vez  tengo  más  miedo  á  la  imprevisión  de  los  poli- 
ticos  y  de  los  Gobiernos.  Por  tal  motivo  me  ocupo  tanto  de  la 
propaganda  y  de  la  opinión  pública:  de  esa  opinión  que  te 
dice  que  no  existe  ó  no  vale  en  España. 

¡Qué  profundo  error,  señores! 

La  que  aquí  falta  es  el  propagandista,  el  propagandista 
perseverante,  oportuno  y  práctico.  Porque  aqui  es  muy  fre- 
cuente pronunciar  un  disourso,  callar  luego  uno  ó  dos  años, 
hacer  un  articulo,  quizás  escribir  un  libro,  y  al  oabo  de  oier- 
to  tiempo  durante  el  cual  nada  se  ha  trabajado,  quejarse  de 
que  el  público  no  haya  hecho  oaso  al  desahogo  más  ó  menos 


—  859   — 

elocuente,  más  6  menos  caluroso,  pero  pasajero,  quizá  mo- 
mentáneo, del  qne  esperaba  qne  la  opinión  se  formase  como 
por  encanto. 

Del  mismo  modo  aqni  es  muy  común  hacer  campañas 
prescindiendo  del  tiempo,  del  medio  y  de  las  circn nefan- 
das, para  pedir  lo  mismo  y  del  mismo  modo,  á  todos  loa 
públicos  y  frente  á  todos  los  adversarios.  Son  mny  pocos 
los  propagandistas  españoles  qne  han  sabido  atemperarle 
al  teatro  de  sus  empeños,  tomar  el  tono  adecuado  y  fiar  en 
la  virtualidad  de  las  ideas  y  la  lógica  de  los  principios, 
considerando  que,  á  veces,  el  logro  de  una  reforma  modesta 
supone  para  el  éxito  completo  de  la  campaña,  mucb a  más 
fberza  que  la  conquista  repentina  pero  instable  de  la  teta* 
Kdad  de  lo  deseado.  £1  quid  está  en  saber  distinguir  ks 
reformas  que  tienen  transcendencia  y  obligan  á  otra,  de  las 
que  sólo  tienen  un  valor  efectista  y  sirven  para  desorientar 
á  los  débiles  y  los  ilusos.  Y  quizá  la  mayor  dificultad  del 
propagandista  consiste  en  conocer  la  disposición  y  el 
flaco  del  público  indiferente  ó  adverso  á  quien  se  dirige,  y  el 
cual,  raras,  rarísimas  veces,  rectifica  de  un  golpe  y  total- 
mente, en  un  momento,  sus  antiguas  ideas  y  preven- cienes. 

Por  último,  es  casi  corriente  en  España  hacer  campiñas 
de  una  gran  generalidad  á  pesar  de  la  escasa  preparación 
doctrinal — digámoslo  con  lisura, — de  la  escasa  cultor*,  de 
nuestro  país,  donde  más  de  las  dos  terceras  partes  de  los 
habitantes  no  saben  leer  y  escribir;  donde  no  hay  medio  de 
lograr  que  los  Ayuntamientos  paguen  más  allá  de  los  tres 
cuartos  del  miserable  sueldo  anual  de  los  maestros  de  pri* 
meras  letras;  donde  pasan  de  des  millones  (es  decir,  la  nove- 
na parte  de  la  población  total)  los  hombres  que  no  tienen 


-    860    — 

ocupación  conocida  y  exceden  de  300  mil  las  personas  que 
se  dedican  oficial  y  públicamente  á  la  mendicidad  • 

Aunen  otras  condiciones,  el  público  difícilmente  se  pres- 
ta á  eecncbar  atentamente  generalidades,  y  de  ninguna 
suerte  por  esUa  Be  decidirá  á  realizar  ó  imponer  cosa  alga* 
na.  Por  tacto,  es  preciso  concretar  el  esfuerzo  y  precisar  la 
pretensión . 

Pties  bien,  'o  que  respecto  de  estos  particulares  aquí  su- 
cede, es  todo  to  contrario  á  lo  que  pasa  en  el  resto  del  mun- 
do, donde  la  propaganda  es  un  elemento  positivo  de  la  vida 
pública  y  uno  de  los  primeros  factores  del  progreso  social  y 
político.  T  la  verdad  es  que  los  hombres  que  aquí  se  han 
dedicado  á  propagandas  enérgicas  y  oportunas,  por  regla 
general,  pueden  estar  satisfechos  y  seguros  de  que,  cuando 
han  tenido  razón,  casi  todo  lo  que  han  predicado  se  ha  he- 
cho, y  basta  han  tenido  la  satisfacción  de  ver  proclamadas 
las  soluciones  que  ellos  predicaban  aun  por  aquellos  que 
antea,  con  buena  voluntad,  pero  ciertamente  engañados,  con 
gran  energía  las  combatían . 

Por  eso  yo  doy  tanta  importancia  á  esta  gran  tribuna 
parlamentaria,  la  primera  de  España:  por  eso  yo  estimo 
tanto  el  valor  y  el  alcance  de  reuniones  de  personas  que, 
como  las  que  abora  me  escuchan,  atienden  sosegadamente 
y  con  buen  propósito,  á  las  diferentes  opiniones  que  se  emi- 
ten con  un  puro  interés  patriótico.  Este  es  un  público  que 
debe  ser  solicitado  constantemente. 

Por  eso,  aparte  de  la  cuestión  constitucional,  que  he  se* 
ña  lado  al  principio  de  este  discurso,  conviene  excepcional- 
mente  provocar  aquí  estos  debates  á  fin  de  que  de  ninguna 
acierte  nos  sorprendan  los  acontecimientos. 


—  861    — 

Ya  lo  he  dicho,  ¡Quiera  el  cielo  que  no  peque  de  profetal 
Pero  temo  que  Ja  cuestión  de  África  nos  ha  de  traer  algunos 
disgustos,  y  ai  nosotros  no  nos  preparamos  con  tiempo  ó 
para  resolverla  ó  para  afrontar  sus  dificultades  o  para  aban- 
donarla, éste  aera  un  conflicto  serio  para  España.  Aquí  de 
la  fumosa  frase  de  Thiers:  hay  que  tomar  las  cosas  en  serio 
y  no  trágicamente. 

No  basta,  do,  querer  vivir;  es  necesario  relacionar 
nuestros  propósitos  con  nuestros  medios  y  nuestros  medios 
con  nuestra  propia  voluntad.  Más  aún;  todas  las  campañas 
que  se  vaa  habiendo  aqui  en  materia  de  colonización  deben 
hoy  preocuparnos  más  que  nunca,  rectificando  grandes 
erro  rea  y  grandes  injusticias. 

To  puedo  hablar  de  esto  con  gran  desahogo  por  cuanto 
los  hechos  de  estos  últimos  días  han  comprobado  de  un 
modo  inoperable  rodas  mis  denuncias  y  mis  recomenda- 
ciones; como  el  éxito  incomparable  de  la  abolición  de  la 
esclavitud  en  Puerto  Rico  y  en  Cuba  en  1873  y  1 88  1  y  de  la 
reforman  expansiva  y  democrática  en  Puerto  Rico  en  1878, 
abona  por  distinto  camino,  la  justicia  y  la  oportunidad  de 
aquella  misma  campaña.  No  me  jacto  ahora  de  nada. 
He  perdonado  muchas  de  las  cosas  que  contra  mi  se  han 
dicho,  y  ahora  me  preocupo  pura  y  exclusivamente  de  ver 
de  qué  aaerte  la  experiencia  puede  ser  aprovechada  por  to- 
dos. Bien  notorio  es  que  ni  la  calumnia,  ni  la  amenaza,  ni  el 
peligro  personal  me  han  detenido  en  mi  campaña  colonial 
de  más  de  25  años,  curante  los  cuales  me  he  visto  muy 
poco  acompañado  y  en  bastantes  ocasiones  y  por  no  corto 
tiempo,  casi  completamente  solo.  Eso  no  se  comprenderá 
ahora.  Tampoco  se  advirtió  ni  ouando  en   1881  se  decretó 


—   862  — 

la  abolición  de  la  esclavitud  en  Cuba,  ni  cuando  en  1895  se 
votaron  las  incompletas  reformas  de  la  administración  y  el 
gobierno  de  las  Antillas.  Lo  lecuerdo,  no  como  nn  mérito: 
toe  parece  que  ahora  he  demostrado  que  no  me  preocupaba 
eso.  Pero  interesa  mucho  señalarlo  para  que  no  se  repita  el 
caso. 

De  todos  modos,  yo  no  puedo  ni  debo  olvidar  lo  que  ha 
pasado  a  mí  alrededor.  ¿Lo  habéis  olvidado?  Esta  cuestión 
colonial  ha  sido  considerada  aqui  por  espacio  de  muchos 
años  como  una  especialidad  desagradable:  el  que  caía  en  la 
débil  i  ilad  de  entrar  en  ella,  ese  era  un  hombre  político  per* 
dído;  H\nA  que  se  comprometía  en  determinadas  solucio- 
nes, corría  grandísimo  peligro. 

To  recuerdo  haber  oído  á  D.  Antonio  Alcalá  Galíano, 
onyori  últimos  años  alcancé;  yo  recuerdo  haberle  oído  expli- 
car de  qué  suerte,  habiendo  sido  él,  en  1820  y  1840,  partí 
darlo  de  la  autonomía  colonial  y  de  cierta  política  espansiva 
en  América,  abandonó  por  completo  estas  cuestiones  ouyo 
estudio  hizo  en  Inglaterra,  porque  vio  lo  que  le  había  suce- 
dido á  Florea  Estrada  y  á  otros  ilustres  patricios,  que  siendo 
reformiataa,  magistrados  espalóles  y  hombres  de  mucho  en* 
tendi miento,  se  encontraron  acosados  constantemente  por  la 
sospecha,  cuando  no  por  la  denuncia,  de  dudosos  patriotas. 

De  aquí  resulta  una  gran  dificultad  para  la  política  colo- 
nial. Porque  el  primer  efecto  de  la  sospecha  de  que  he  ha- 
blado es  la  reserva  de  las  gentes  de  juicio:  el  segundo  efecto, 
la  prepotencia  de  las  medianías  y  de  los  interesados  en  la  ru- 
tina y  en  los  monopolios:  el  tercer  resaltado,  la  entrega  de 
la  dirección  de  los  negocios  ultramarinos  á  los  políticos  de- 
butantes, á  los  ministros  sin  preparación,  á  los  distraídos  y 


—   863   — 

á  los  indiferentes,  que  se  guardarán  muy  bien  de  hacer  de 
su  paso  por  el  Ministerio  de  Ultramar  nn  titulo,  y  más 
aÚD,  de  comprometerse  para  lo  sucesivo  en  esta  especialidad* 
Y  hablo  de  la  gente  de  criterio  y  de  altura  de  pensamiento* 
No  quiero  referirme  á  los  que  salen  de  ese  Ministerio  para 
aumentar  con  pretextos  y  aparatos  qne  á  mi  no  se  me  pue- 
den ocultar,  el  grupo  de  los  abogados  de  la  intransigencia  y 
la  rutina. 

De  aquí  la  necesidad  de  traer  estos  problemas  para  que 
el  juicio  se  forme  para  que  se  cambien  las  opiniones,  para 
que  se  determinen  los  rumbos,  y  para  que  algunas  ideas,  que 
muchas  veces,  por  lo  anticipadas  y  prematuras,  son  peligro- 
sas, puedan  corregirse,  mediante  un  gran  debate,  ó  puedan 
rectificarse  6  modificaree  en  el  sentido  que  corresponda  para 
que  las  reformas  se  hagan  con  el  concurso  del  mayor  nú- 
mero y  mediante  sacrificios  de  todos,  por  la  consideración 
de  parte  de  los  más  conservadores  de  que,  en  la  relación 
colonial  á  que  abora  me  refiero,  ni  nuestras  colonias  están 
dispuestas  á  soportar  el  statu  quoí  ni  es  dable  prescindir  hoy 
de  las  reclamaciones  del  resto  del  mundo,  ni,  después  de 
anunciadas  las  reformas,  es  posible  contenerlas  sin  graví- 
simo peligro  del  orden  público,  como  acaba  de  suceder  en 
Cuba.  De  parte  de  los  reformistas  más  radicales,  procede 
convenir  en  que  es  preciso  sacrificar  algo  del  ideal  para  lo* 
grar,  por  la  cooperación  general,  el  inmediato  quebranta* 
miento  de  lo  que  impera  y  el  planteamiento  rápido  de  insti- 
tuciones fecundas,  de  tal  suerte  que  unas  reformas  traigan 

ras,  puesto  que  al  fin  y  al  cabo  las  últimas  impondrán  la 

'lución  definitiva,  del  problema.  Este  es  el  secreto  de  la 

-Iitica  positiva  y  eficaz. 


—  S64  — 

De  aquí  resolta  el  final  práctico  de  las  palabras  que  yo 
he  tenido  el  honor  de  pronunciar;  palabras  que,  repito,  he 
dicho  en  nombre  de  este  grupo  autonomista  y  en  nombre 
de  la  Minoría  republicana. 

Corrí  jamos  pronto  y  bien  lo  que  acabo  de  señalar  como 
un  grave  error  de  nuestra  política  y  un  positivo  pecado  de 
nuestra  Administración,  cuyos  deplorables  efectos  ahora 
tristemente  palpamos  y  pagamos.  Porque  ya  sus  consecuen- 
cias y  responsabilidades  no  quedan  en  las  columnas  de  los 
periódicos  ó  en  las  páginas  de  los  libros.  Y  esforcémonos 
para  que  ese  fin  y  cualquier  otro  empeño  análogo,  contra- 
riado por  la  malicia,  la  Vulgaridad  6  la  ignorancia,  sean 
aquí  servidos  con  más  medios  y  más  autoridad  y  eficacia 
que  en  ninguna  otra  parte.  Si,  tenemos  el  deber  de  procu- 
rar seriamente  que  las  Cortes  sean  el  gran  centro  donde 
se  discutan  todas  las  ideas  y  donde  se  formen  y  determi- 
nen libre  y  poderosamente  las  soluciones:  Por  lo  mismo 
que  el  Parlamento  corre  tan  grande  peligro,  los  que  so- 
mos realmente  partidarios  de  la  libertad  parlamentaria,  de- 
bemos, no  sólo  evitar  todos  los  males  que  ese  régimen  pueda 
tener,  sino  hacer  todo  lo  necesario  para  sostenerla  con  el 
brillo  y  la  eficacia  indispensables. 

Sí,  señores:  es  necesario  que  realmente  las  Cortes  funcio- 
nen de  un  modo  serio  y  sean  y  representen  algo,  con  trans- 
cendencia positiva  para  el  país;  que  las  Cortes  no  se  reúnan 
poco,  y  que  ouando  se  reúnan  sus  sesiones  no  lleguen  á  re 
vestir  un  mero  carácter  de  fiesta,  de  solemnidad  6  de  apa- 
rato. E*  imprescindible  combatir  enérgicamente  el  supuesto 
de  que  para  defender  el  honor  nacional  y  la  integridad  de  la 
Patra,  proceda  reclamar  el  silencio  de  todo  el  mundo.  Hay 


—    Sé5    — 

•ue  disonar.  Esa  es  la  ley  del  Parlamento;  discutir  para  que 
el  Parlamento  afirme,  para  que  el  público  entienda  de  qué 
suerte  todavía  nuestra  España  tiene  recursos  positivos  y 
medios  de  sostener  y  realiear  loe  grandes  destinos  á  que 
está  llamada.  Esto  pide  una  gran  fuerza  de  volun 
tad  en  los  legisladores,  y  una  decisión  no  menos 
enérgica  de  todos,  y  oada  uno  de  los  ciudadanos  para  hacer 
los  sacrificios  que  las  circunstancias  exijan,  principiando 
por  el  de  las  preocupaciones,  las  jactancias  y  la   rutina 

íe  tan  extraordinaria  parte  han  tenido  en  los  desastres  y 
la  situación  que  ahora  todos  deploramos.   Estas  cri&ie  no 

rven  para  el  lamento  ni  para  la  ira  ni  la  desesperación. 
Valen  para  la  enmienda.  He  dicho. 


NOTAS 


ASPECTO    INTERNACIONAL 
DE  LA  CUESTIÓN  DE  CUBA  C  0 


Presumo  que  ya  á  nadie  se  le  ocurrirá  pedir  nuevas  prue- 
bas de  mi  antigua  y  muy  sostenida  tesis  de  que  en  toda 
cuestión  colonial  hay  un  problema  internacional. 

También  me  parece  que  lo  que  está  sucediendo  ahora  ex- 
cusa toda  demostración  de  que  era  absolutamente  imposible 
considerar  y  resolver  el  problema  de  Cuba  eomo  una  mera 
cuestión  de  gobierno  interior  de  España. 

Loe  hechos  son  de  tanta  fuerza  y  tanta  evidencia  que  se 
imponen  por  si  mismos  á  las  gentes  más  distraídas  ó  más 
refractarias  á  todo  razonamiento  y  toda  previsión. 


(1)    Estos  artículos  se  publicaron  en  el  diario  barcelonés  Lm  Ptsbl   ¡ 
AhI,  en  Julio  de  1SÍ8.    Bato  es,  luego  de  haberse  negado  el  señar 
Presidente  del  Consejo  á  aceptar  una  interpelación  parlamentaria  Ju* 
bre  el  mismo  asunto.  Lo  que  ha  sucedido  después,  y  el  absoluto  sitei* 
cío  de  la  prensa  periódica  española  sobre  estes  particulares,  acreditan 
la  gran  conveniencia  de  que  aquella  interpelación  se  hubiera  verifica     „ 
]        está  muy  arraigado  en  España,  á  pesar  de  las  protestas  de  mltí  qq 
]     i,  la  preocupación  de  vivir  fuera  del   mundo    internacional,  de 
(       s  intereses  y  tendencias,  no  se  cuida  casi  ninguno  de  nuestros  po 
]        i  y  nuestros  publicistas .  Así  va  elle . 


—    868   — 

Pero  esto  no  quita  para  que  ahora  recuerde  lo  que  á  fines 
de  la  primavera  de  1896  sostuve  en  el  Senado,  sin  que  por 
aquel  entonces  la  generalidad  de  los  políticos  españoles 

«e  en  mis  añrmaciones  otra  cosa  que  mi  afición  á  los  es- 
tudios  de  política  internacional. 

Hago  mención  de  esto  sin  la  menor  jactancia.  Me  inspira 
el  buen  deseo  de  demostrar  á  las  gentes  imparciales  que, 
por  regia  general,  no  me  he  equivocado  respecto  délos 
asuntos  que  ahora  preocupan  á  todo  el  mando  y  cuyo  trata- 
miento y  discusión  me  han  valido,  en  el  curso  de  estos  últi- 
mos 25  años,  acerbas  censuras,  groserías  y  calumnias  de 
parte  de  la  ignorancia  ó  de  la  patriotería  enseñoreadas  de  la 
sociedad  española.  Mi  impopularidad  fue  tan  positiva  y  de 
tanta  duración  como  ha  sido  y  es  concl  oyente  la  prueba  ma- 
terial que  los  hechos  han  dado,  en  estos  últimos  días,  á  casi 
todas  mis  afirmaciones,  mis  anuncios  y  mis  temores. 

Además,  con  el  recuerdo  aludido  pretendo  otras  dos 
coBas.  La  primera,  que  la  gente  discreta  y  verdaderamente 
patriota  crea  que,  del  mismo  modo  que  he  acertado  en  mi 
campaña  sobre  la  cuestión  colonial,  puedo  acertar  en  lai 
recomendaciones  que  ahora  hago  á  mi  país  sobre  otros  pro 
b  lemas  tan  graves  ó  más  que  los  coloniales,  en  cuya  prona. 
y  acertada  solución  creo  interesado  el  porvenir  moral  y 
político  de  España.  De  aquí  deduzco  solo  que  tingo  atyút 
derecho  á  ser  oído. 

La  otra  cosa  que  pretendo  es  que  mis  conciudadanos  no 
den  á  mis  anuncios  y  mis  críticas  más  valor  que  el  snfi 
cíente  para  recomendar  á  los  hombres  formales  y  á  los  di* 
rectores  de  la  política  española,  que  dediquen  alguna  atan* 
ción  al  estudio  de  lo  que  pasa  más  allá  de  nuestras  fronte- 
ras; á  lo  que  se  piensa,  se  dice,  se  proyecta  y  se  hace  en  e 
resto  dei  mundo  contemporáneo.  Porque  humildemente  re- 
conozco que  casi  todo  cuanto  yo  he  dicho  y  he  rtcomenda 
do  sobre  nuestra  cuestión  colonial  ha  sido  producto  del 
trato  con  mucha  gente  que  vive  fuera  de  nuestro  país,  asi 
como  del  estudio  constante  y  bien  intencionado,  de  las  gran 
des  experiencias  políticas  y  las  serias  empresas  de  gobierno 
de  pueblos  extraños. 

Nada  ó  casi  nada  de  lo  que  ha  sucedido  y  ahora  socedt 
en  nuestra  España,  es  único  y  original  en  la  historia:  sobre 
todo,  en  la  historia  del  siglo  que  ahora  concluye. 

Cuando  en  Junio  de  1890  traté  en  el  Senado  la  cuestión 
cubana,  me  esforcé  en  demostrar: 


r 


—    869     - 

1.°  Qae  era  indispensable  que  España  saliese  del  ais  - 
¡amiento  interc  ación  al  en  qae  estaba  viviendo. 

2.°  Qae  para  hacer  eso  era  necesario,  de  ana  parte,  que 
procuráramos  acercarnos  política  y  económicamente  á  los 
grandes  pueblos  europeos  y  americanos,  cayo  concarso  norf 
eería  absolutamente  indispensable  en  una  crisis  próxima,  y 
sobre  todo  por  causa  de  nuestras  colonias;  y  por  otra  par- 
te, que  pusiéramos  el  régimea  de  gobierno  de  nuestras  An- 
tillas y  de  Filipinas,  en  armonía  con  la  nota  general 
dominante  hoy  en  el  mundo,  en  punto  á  colonización. 

3.*  Qae  nuestras  difíciles  relaciones  con  los  Estados 
Unidos  de  América  crecerían  pronto  en  gravedad  y  que  era 
necesario  normalizarlas  cuanto  antes,  abordando  desde  lue- 
go los  problemas  internacionales  entrañados  en  la  cuestión 
de  la  naturalización  americana  de  los  cubanos,  en  la  inteli- 
gencia y  práctica  del  Protocolo  de  1877,  directamente  rela- 
cionado con  el  tratado  de  España  y  ios  Estados  Unidos  de 
1797,  y  en  los  expedientes  de  indemnización  á  ciudadanos 
de  la  América  del  Norte,  ya  por  efecto  de  la  aplicación  del 
arancel  aduanero  de  Cuba,  ya  por  causa  de  los  accidentes  de 
la  actual  guerra,  y 

4.°  Que  todos  estos  particulares  no  podrían  ser  bien  tra- 
tados ni  resueltos  pronta  y  satisfactoriamente  sino  mediante 
la  intervención  de  varias  naciones;  intervención  abonada 
por  la  circunstancia  de  que  también  ellas,  como  los  Estados 
Unidos,  tenían  formuladas  muchas  otras  reclamaciones  por 
cansas  análogas  á  las  de  las  protestas  americanas,  siendo 
de  esperar  que,  una  vez  constituida  una  Conferencia  inter- 
nacional para  tratar  de  estos  asuntos  qne  no  afectan  direc- 
tamente á  la  intangible  soberanía  de  España  en  las  Anti- 
llas, los  conferenciantes  habrían  de  procurar  una  solución 
satisfactoria  de  todas  las  cuestiones  políticas  según  lo  eli- 
gían el  mantenimiento  de  la  paz  y  el  progreso  del  Derecho 
internacional  bastante  perturbado  por  los  recientisimos  inci- 
dentes del  conflicto  anglo  venezolano. 

£1  Sr.  Cánovas  del  Castillo  (que  era  á  la  sazón  Presiden- 
te del  Consejo  de  Ministros  y  con  quien  yo  discutí  este  pun- 
to en  el  Senado),  por  las  exigencias  de  la  polémica  ó  por 
cualquier  otro  motivo,  se  excusó  de  darme  la  respuesta  que 
pretendía;  pero  á  los  pocos  días  de  este  debate,  discu- 

mdo  el  propio  señor  con  otros  oradores  que  no  hablan  to- 

kdo  mi  punto  de  vista,  expuso,  en  el  Congreso,  la  necesi- 

1  de  desvanecer  las  prevenciones  que  en  Europa  existían 


k 


—   870   — 

respecto  de  nuestro  régimen  colonial  y  de  lo  que  pasaba  en 
Cnba(l). 

¡o,  en  el  notable  preámbulo  del  Deereto  de  24  de  Abril 
de  1S97,  el  m  smo  Sr .  Cánovas  del  Castillo  raionó  y  fun- 
damentó las  reformas  de  sentido  autonomista  sancionadas 
por  aquel  decreto,  en  cod sideraciones  de  carácter  interna- 
cional bastante  próximas  á  las  qne  yo  habia  hecho  en  el 
Senado.  ¡Lástima  grande  qne  el  jefe  del  partido  conserva- 
dor no  hubiese  llévalo  más  allá  su  acción  y  qne  entonces 
no  ee  hubiera  determinado  á  evitar  el  conflicto  presente  con 
loe  Estados  Unidos,  provocando  en  términos  decorosos  y  de 
positiva  eficacia,  la  arción  internacional  con  motivo  ó  ápre 
texto  de  las  reclamaciones  pecuniarias  que  pegaban  por 
cansa  de  Coba  sobre  el  Gobierno  español! 

De  todos  modos  es  imposible  negar  hoy  que  el  decreto  da 
Abril  de  1897  produjo  un  butn  efecto  fuera  de  Es  p 'fia. 

Bastarían  par  a  demostrarlo  algunos  de  los  documento! 
rmeoremente  publicado*  por  el  Gobierno  español  en  sn 
Libro  Rojo.  Por  ejemplo;  la  extensa  nota  que  Mr.  Olney  (Mi- 
nistro de  Negocios  extranjeros  de  1^8  Estados  Unidos  de 
América),  pasó  en  10  de  Abril  de  1896  á  nuestro  Gobierno, 
y  qne  el  señor  duque  de  Tecuán,  Ministro  de  Estado  en  &• 
paña,  contestó  en  22  del  mismo  mes  y  año;  el  Mensaje  del 
Presidente  Cleveland  al  Gongreso  americano  en  8  de  Di- 
ciembre de  1896  y  las  comunicaciones  hechas  por  el  men* 
donado  Mr.  Olney,  al  Ministro  de  España  en  Washington, 
Sr.  Dupuy  de  Lome  y  de  que  éste  da  cuanta  en  su 
despacho  de  13  de  Cebrero  de  1890. 

Mr.  Olney  decía  en  Abril  del  96  al  Gobierno  español: 

«Tr  rio  parece  indicar  que  si  España  ofreciese  á  Cuba  una  verdadera 
autonomía  (esto  es,  una  manera  de  gobierno  propio,  que  dejando  4  sai- 


fii  Véase  el  folleto  titulado  La  Autonomía  colonial  anto  lasCcrtu 
ttpaf'alcu  y  la  opinión  pública  $n  la  Península  con  motivo  do  la  guerra  ü 
Cvbn  y  mi  libro  sobre  L*  Cuestión  do  Cuba  $n  1896.— Madrid  189(5. 

til  sumario  de  de  la  primera  de  estas  publicacioneses  el  aifuieate: 
I  Loe  ijiecursrs  del  senador  antonumieta  D:  Rafael  M.  de  Libra  —II  Los 
del  aeñoriPresi.ente  del  Censejo  de  Ministros,  O.  Antonio  Canoras  del 
Castillo  -  DI.  Los  debates  del  Senado  f  el  Congreso.-  IV  Las  opiaift* 
nea  ¡le  los  conservadores  j  liberales  en  el  Parlamento.— V.  Kl  juicio  de 

La  p^DBft. 

También  debe  recordarse  sobre  este  partienlar  la  Advertencia  6 
Prólogo  de  la  parte  tercera  de  este  libre  titulada  Lo*  probUmatU 
ÜU  r*n*W  en  \898. 


—    871    — 

to  la  soberanía  de  la  Metí  6 poli,  satisficiese  todas  las  exigencias  racio 
salea  de  sos  sáb litos  españole 3),  habría  motivo  justificado  para  creer 
que  la  pacificacién  de  la  Isla  pudiera  realizarse  sobre  esta  base  7  su 
resultado  sería  satisfactorio  para  cuan' os  se  hallan  verdaderamente  io. 
teresados  en  el  asunto;  porque,  deade  lusgo,  pondría  término  al  conflicto 
■que  consume  7  acaba  con  los  recursos  de  la  Isla  (privándola  de  su  ri- 
queza, cualquiera  que  sea  el  definitivo  vencedor,  conservaría  perfecta 
la  posesión  de  España)  si  a  mengua  de  su  decoro,  que  sería  consultado  7 
no  combatido,  merced  á  la  discreta  reforma  de  los  reconocidos  agravios; 
la  prosperidad  de  la  Isla  7  los  bienes  de  sus  habitantes  quedarían'bajo 
la  protección  tutelar  de  España  sú  rom  par  les  vínculos  tradicionales  7 
propios  que  uoen  á  la  Colonia  á  la  Madre  patria  7  pondría  á  aquella  en 
el  caso  de  manifestar  su  aptitud  para  gobernarse  por  sí  misma  bajo  las 
condiciones  mas  ventajosas.» 

Después,  el  Sr.  Dapuv  de  Lome  decía,  en  13  de  Febrero 
de  1897,  á  nuestro  Ministro  de  Estado: 

«La  opinión  del  señor  Secretario  de  Estado,  que  es  también  la  ¿el 
Presidente  «le  la  República,  sobre  las  reformas,  93  que  son  cuanto  *$ 
puede  pedir  y  mis  de  lo  que  ellos  esperaban.  Esa  es  tambiÓQ  la  opinión  da 
los  principales  hombres  políticos  que  no  nos  han  sido  abiertamente  hos- 
tiles, inclusos  muchos  que  teidrán  gran  influencia  en  la  nueva  adminis- 
tración 7  el  propio  Mac  Kinley.  La  prensa,  que  empezó  &  atacarlas  sin 
-conocerlas,  ha  hecho  el  silencio  á  su  alrededor. » 

Todo  eso  dice  bien  claro  que  era  argente  qae  el  Gobierno 
español  hubiese  continuado  coa  más  energía  y  con  propó  • 
sito  de  mayor  alcance  por  el  camino  emprendido  en  Abril 
del  97. 

Nueva  demostración  de  la  conveniencia  de  provocar  la 
acción  internacional  en  nuestros  negocios  coloniales,  la 
trajeron  la  subida  del  partido  liberal  en  e)  Poder  en  Sep- 
tiembre de  aquel  mismo  año  97,  7  el  efecto  que  en  todo  el 
mando  produjeron,  primero,  el  anuncio  oficial  de  que  el 
Oobierno  presidido  por  el  Sr.  Sagasta  pensaba  instaurar  en 
Coba  y  Puerto  Rico  el  régimen  autonomista  hasta  entonces 
combatido  por  todos  los  partidos  monárquicos  españoles  y 
hacer  en  Filipinas  grandes  y  profundas  reformas  políticas  y 
sociales:  y  después,  los  decretos  sinceramente  autonomistas 
de  25  de  Noviembre  del  año  97,  decretos  cuyo  gran  alcance 
comprendió  perfectamente,  y  desde  el  primer  momento,  la 
Junta  directora  de  la  Revolución  cubana. 

Añi  se  explica  la  festinación  con  que  el  Presidente  de  la 
Junta  de  Nueva  York,  Sr.  Estrada,  se  decidió  á  protestar, 
«firmando  que  la  Autonomía  proclamada  por  el  Gobierno  ni 

56 


—   872  — 

era  tfti  cosa  ni  seria  estab'ecida  y  desarro] 'ada  en  las  Anti- 
llas con  1^.  sinceridad  absolutamente  necesaria.  Sobre  esto 
bay  d uto  oficial  en  el  Libro  Rojo.  Allí  consta  la  cocdüdíc* 
ción  del  8r.  Ministro  de  España  en  Washington  á  nuestro 
Ministro  de  Estado,  referente  á  la  actitud  y  la  propaganda 
oe  la  directiva  separatista. 

Pero  tampoco  entonces,  ni  ann  después,  nuestro  Gobierno 
se  ocupó  de  la  acción  internacional \  or  mí  recomendada 
mncho  tiempo  antes,  en  evitación  de  rczamiectos  preeucni* 
bles  y  para  la  solución  de  los  conflictos  existentes. 

Eu  esta  situación  terminó  el  año  97.  cerrándolo  (para  el 
efecto  que  ahora  me  ocupa)  el  Mensaje  del  Presidente  Mac- 
Kiolej  al  Congreso  de  los  Estados  Unidos,  da  fecha  6  »1e 
Diciembre  de  1897. 

Este  docnmento  tiene  que  ser  el  ponto  de  partida  de  U» 
observaciones  qne  me  propongo  hacer  sobre  la  política  in* 
teroanodal  española. 


*7  3       - 


O 


Tomo  este  punto  de  partida  por  dos  motivos.  Ante  todo, 
porque  en  el  Mensaje  Mac  Kinley  qneda  reconocida,  oonsa* 
grada  y  aplaudida  la  nueva  política  colonial  española  en  sa- 
tisfactoria relación  con  los  deseos  del  Gobierno  norteameri- 
cano y  con  las  recomendaciones,  mas  6  menos  explícitas, 
pero  siempre  positivas,  que  lo*  Gobiernos  de  Europa  habían 
hecho  a)  de  España,  en  estos  últimos  años. 

Mr.  Mac-Kinley  consigna  en  aquel  Mensaje  frases  de  sa- 
ma importancia  y  transcendencia,  tanto  respecto  de  las  re- 
formas coloniales  españolas»  como  sóbrela  necesidad  de 
dar  tiempo  á  que  los  decretos  de  Noviembre  produjesen  su 
efecto;  como,  en  fin,  en  punto  á  las  reservas  que  ciertos  an- 
tecedentes y  algunos  intereses  de  momento  de  la  política 
americana  imponían,  ajuicio  del  Presidente,  al  Gobierno 
de  Washington. 

Conviene  reproducir  aquí  con  brevedad  la  parte  más  im- 
portante y  sustancial  de  aquella  declaración  presidencial, 
que  implica  el  reconocimiento  explícito  de  que  España  y  la 
cuestión  de  Cuba  están  dentro  de  la  corriente  internacional 
contemporánea. 

Decía  asi  Mr.  Mac- Kinley: 

•Ha  ocupado  el  poder  un  ahoyo  Gobierao  en  la  Madre  Patria,  y  de 
antemano  se  ha  comprometido  á  declarar  qne  todo»  loa  esfuerzo*  del 
mondo  to  basterían  para  manten* r  la  pea  en  Cuba  por  medio  de  las 
bayoneta*:  qne  lee  yagas  promesas  de  reformas,  deepues  de  la  sumisión 
no  anortan  solución  alguna  al  problema  insular;  que  con  la  sustitución, 
de  los  jefes,  por  el  contrario,  sobrevendrá  nn  cambio  en  el  antiguo 
sistema  de  hacer  la  guerra,  sustituido  por  otro  en  armonía  eon  la  nueva 
'  politice,  qne  ya  no  pretenderá  colocar  á  los  cubanos  so  la  terrible 
alternativa  de  huir  á  la  manigua  6  sucumbir  de  miseria;  qne  se  esta- 
blecerán las  reformes,  de  acuerdo  eon  las  necesidades  y  circunstancias 
de  1< s  tiempos,  y  que  e stas  reformas,  encaminsdas  á  conceder  piensan- 


J 


—    874    — 

lonom  ía  á  la.  colonia  y  á  crear  un  eficaz  derecho  electoral  y  una  admi- 
nistración del  país  por  el  país,  habrán  de  confirmar  y  afirmar  la  sobera- 
nía de  España  mediante  una  justa  distribución  de  los  poderes  y  cargas 
sobre  una  base  de  inteTés  mutuo  y  que  no  se  halle  minada  por  na 
sistema  de  procederes  egoístas.» 

«Que  el  Gobierno  del  Sr.  Sagasta  ha  entrado  en  un  camino  en  el 
cual  es  imposible  retroceder  con  honra,  es  cosa  indiscutible;  que  en  las 
pocas  semanas  que  su  Qcbierno  lleva  de  existencia  ha  dad?»  prueba  de 
la  sinceridad  de  sus  declaraciones,  es  innegable.  No  impugnaré  yo  su 
sinceridad,  ni  debe  tampoco  permitirse  que  la  impaciencia  embarace 
la  empresa  que  ha  acometido.  Honradamente  debemos  &  España  y  á 
nuestras  amistosas  relaciones  con  esa  Nación  el  darle  una  oportunidad 
raioDftble  para  realizar  sus  esperanzas  y  probar  la  pretendida  eficacia 
del  nuevo  orden  de  cosas,  al  cual  se  ha  comprometido  de  una  manera 
irre  ve  cable.» 

«El  porvenir  próximo  demostrará  si  hay  probabilidades  de  conseguir 
la  indispensable  condición  de  una  paz  honrosa,  justa,  para  los  cubanos 
y  para  España,  al  par  que  equitativa  para  nuestros  intereses,  t*n  Inti- 
muTii-'ute  ligados  con  el  bienestar  de  Cuba.  Si  esa  paz  no  se  consigue, 
no  quedará  más  remedio  que  afrontar  la  necesidad  de  que  los  Estados 
Unidos  emprendan  otra  suerte  de  acción.  Canudo  tal  caso  llegue,  la 
acción  que  haya  de  tomarse  será  determinada,  inspirándose  en  el  deber 
y  derechos  indiscutibles,  sera  afrontada  sin  temor  y  sin  vacilarte*  a  2a 
Jií  s  rís  las  obligaciones  que  este  Gobierno  debe  á  sí  mismo,  al  pueblo  que  le  ha 
confiado  la  protección  de  sus  intereses  y  de  su  honra,  y  a  la  humanidad.  Y 
al  obrar  procederá  seguro  de  su  derecho  y  no  atentando  contra  los  ágenos, 
impu  Uado  sólo  por  consideraciones  rectas  y  patrióticas,  no  movido  por  la 
pasión  ni  por  el  egoísmo.  El  Gobierno  continuará  cuidando  vigi'ante» 
mente  de  los  derechos  y  de  las  propiedades  de  los  ciudadanos  america- 
nos y  no  perdonará  ni  uno  solo^de  sus  esfuerzos  para  procurar,  por  me- 
dios pacíficos,  una  piz  que  sea  honrosa  y  duradera.  Si  en  lo  sucesivo 
pareciese  ser  un  deb°r  impuesto  por  nuestras  obligaciones  á  nosotros 
miimis,  á  la  civilización  y  á  la  humanidad,  el  intervenir  con  la  fuerza, 
lo  haremos,  pero  no  por  culpa  nuestra,  sino  solo  porque  la  necesidad  para 
emprender  tal  acción  sea  tan  clara  que  asegure  el  apoyo  y  la  aprobación  tel 
mrtndfí  civilizado   * 

Corrobora  estas  declaraciones  la  Nota  del  nuevo  ministro 
norteamericano  Mr.  Woodford  al  Gobierno  español,  de  30 
de  Diciembre  de  1897.  Nuestro  Gobierno  recogió  y  agrade- 
ció estas  declaraciones  en  so  Nota  de  1.°  de  Febrero  de  1898. 

Pero  he  dicho  que  tengo  otra  raión  para  considerar  el 
Mensaje  de  6  de  Diciembre  de  1897,  del  Presidente  Mae- 
Kinley,  como  panto  de  partida  de  mi  actual  estudio.  Esta 


r\ 


—   875  — 

razón  consiste  en  que  á  partir  de  aquella  fecha  comienzan  y 
ee  desarrollan,  con  creciente  interés  y  extraordinaria  fre- 
cuencia, las  negociaciones  diplomáticas  de  España  con  las 
.  demás  potencias. 

Lo  demuestra  de  un  modo  decisivo  el  Libro  Rojo  que 
acaba  de  publicar  el  Gobierno  español.  De  esas  negociacio- 
nes las  más  vivas  son  las  sostenidas  con  el  Gabinete  de 
Washington. 

Recorriendo  sus  páginas,  se  advierte  que  desde  fines  del 
año  97  hasta  fines  de  Abril  de  1898,  sólo  ha  habido  tres  ro- 
zamientos de  verdadera  importancia  entre  los  Gobiernos  de 
Washington  y  de  Madrid. 

Los  rozamientos  á  que  me  refiero  son  los  siguientes.  En 
primer  término,  el  producido  por  el  motín  de  la  Habana  de 
5  de  Enero  de  1898. 

Tanto  en  América  como  en  Europa  se  dio  una  extraor- 
dinaria importancia  á  este  suceso,  llegándote  á  anunciar  en 
la  prensa  y  en  los  círculos  políticos  extranjeros,  qae  los  ene- 
migos del  nuevo  régimen  autonomista  estaban  dispuestos 
á  expulsar  al  Gobernador  general  de  Coba  D.  Ramón 
Blanco  y  á  cometer  todo  género  de  violencias  contra  los 
extranjeros  y  señaladamente  contra  los  ciudadanos  norte- 
americanos residentes  en  la  capital  de  la  Isla.  Parece 
cierto  que  el  Gobierno*  de  Washington  se  preocupó  mucho 
del  particular  y  aun  pensó  en  la  eventualidad  de  un  dése  na  - 
barco  de  tropas  americanas  en  evitación  de  una  catástrofe. 

No  discuto  ahora  ni  la  gravedad  del  suceso  (que  no  niego) 
ni  el  punto  referente  á  los  probables  promotores  del  motín , 
que  solo  podía  aprovechar  á  los  enemigos  de  la  Autonomía 
y  á  los  adversarios  de  España. 

En  otro  lugar  (1)  hegheoho  alusión  al  efecto  que  aquel 
alboroto  produjo  en  el  grupo  de  banqueros  y  hombres  de 
negocios  que  en  Europa  trataban,  por  aquel  entonces,  de  con- 
certar con  el  Gobierno  de  Madrid,  algo  trascendental  para 
la  vida  de  España  y  decisivo  para  el  afianzamiento  del  ré- 
gimen autonomista  en  Cuba. 

O  yo  estoy  muy  equivocado  ó  si  las  circunstancias  hu- 
bieran ayudado  un  poco,  no  solo  el  Gobierno  español  ha- 
bría podido  hacer  un  empréstito  que  le  emancipase  de  la 
presión  de  los  actuales  acreedores  hipotecarios  de  Almadén 
y  de  las  exigencias  de  los  accionistas  de  los  ferrocarriles  del 


(1)    Mi  dÍ8carso  parlamentario  de  30  de  Mayo  de  1898. 


r 


—   876   — 

Norte  y  Mediodía  de  España,  sino  qae  quisa  habría  eidofa- 
cil  ucificar  las  deudas  de  Coba,  restañar  las  heridas  can* 
sadas  por  la  guerra  separatista  iniciada  en  Baire,  y  dotar 
á  la  grande  A n tilla  de  medios  suficientes  para  realisar  un 
plan  de  reformas  económicas  y  de  obras  públicas  que  ha- 
brían transformado,  en  brevísimo  tiempo,  aquel  hermoso 
cnanto  desgraciado  país. 

El  pensamiento  de  los  gestores  de  aquella  empresa,  He* 
gaba  ¿  bastante  más;  porque,  quisa,  una  de  sus  primeras 
consecuencias  sería  facilitar  á  España  la  fortificación  y  en- 
sanche de  *a  poderío  naval  é  interesar  activamente  ¿  afganos 
Gobiernos  extranjeros  en  la  conservación  y  prosperidad  del 
Imperio  colonial  español. 

Para  todo  esto  eran  supuestos  indispensables  el  estable- 
cimiento de  la  Autonomía  colonial  en  las  Antillas  y  el 
mantenimiento  del  ordeá  público  en  las  mismas. 

Oreo  que  las  cosas  pasaron  más  que  de  un  buen  deseo; 
mucho  más  que  cuando,  hace  cinco  ó  seis  años,  corrió  por 
Europa  la  especie  de  que  el  Gobierno  español  pensaba  se 
riamente  en  iniciar  en  Cuba  una  serie  de  reformas  de  acen- 
taadiaimo  sentido  autonomista,  fin  aquella  época  también  as 
habló  de  un  concierto  de  varios  negociantes  belgas,  france- 
ses é  ingleses  que  llegaron  á  visitar  algunas  poblaciones 
importantes  de  la  grande  Antilla  y  aun  á  conferenciar  con 
algunos  personajes  de  la  l9la,  con  el  ánimo  de  intentar  una 
gran  operación  financiera  sobre  la  base  del  régimen  auto- 
nomista. 

Ahora,  á  fines  de  1897,  las  cosas  se  pusieron  de  otro 
modo.  Parece  cierto  que  se  trazaron  planes  y  se  hicieron 
ofrecimientos,  de  los  cuales  debieron  tener  muy  detenida  no- 
ticia, por  lo  menos,  los  Gobiernos  de  Madrid  y  de  Londres. 

Pero  los  deplorables  sucesos  de  la  Habana  (que  debieron 
haberse  verificado,  según  los  planes  de  sus  provocadores  y 
directores,  quince  días  antes}  dieron  al  traste  con  una  de 
las  bases  de  la  aludida  negociación:  precisamente  cuando  el 
cónsul  de  los  Estados  Unidos,  Mr.  Lee,  se  esforzaba  en 
convencer  á  su  Gobierno  y  á  su*  compatriotas  de  que  la 
Autonomía  había  fracasado  en  Coba...  Es  decir,  á  los  dos 
meses  escasos  de  las  declaraciones  autonomistas  de  la  Gace- 
ta de  Madrid;  cuando  acababa  de  instaurarse  el  Gobierno  in- 
sular y  cuando  se  preparaban  las  elecciones  de  diputados  á 
Cortes  y  de  representantes  cubanos  en  la  Asamblea  colonial! 

Después  de  los  sucesos  de  la  Habana  (reprobables  en 


—  877   — 

«Codos  sentidos)  ha  corrido  por  todos  los  periódicos  ameríoa- 
4cs  y  europeos,  la  declaración  (auténtica  ó  falsa)  del  perio- 
«lista  qne  en  el  diario  Los  Reconcentrados,  de  la  capital  de 
Coba,  dio  pretexto  para  ei  motín  de  5  de  Enero  de  1898,  de 
qne  sn  actitud  y  sns  provocaciones  respondieron  al  proposito 
de  tmbar  el  orden  público  y  de  dificultar  el  planteamiento 
del  nnevo  régimen.  Ahora  falta  averiguar  si  esa  disposición 
«ra  espontánea  ó  respondía  también  á  un  plan  trazado  en  al- 
:gán  otro  pais  de  América.  Lo  que  ha  sucedido  después,  abe- 
na el  interés  de  esta  averiguación, 

Pero  lo  que  por  el  memento  interesa  precisar,  para  el  fio 
concreto  del  trabajo  que  hago,  se  reduce  á  que  no  menos  cier 
to  que  todo  lo  dicho  es  que  las  dificultades  y  los  rozamientos 
producidos  por  los  sucesos  de  la  Habana  (relacionadas,  por 
nuestros  detractores,  con  el  recuerdo  de  las  expulsiones  de) 
general  Dulce,  Gobernador  general  de  Coa*  en  1869  y  de  lo* 
<vireyes  españoles  de  Buenos  Aires  y  de  México  dentro  del 
primer  cuarto  del  siglo  corriente),  habían  terminado  satis* 
factoriamente  á  fines  deTEnero. 

En  28  de  este  mes,  nuestro  Ministro  en  Norte  América 
-comunicó  á  nuestro  Gobierno,  la  satisfacción  del  Presidente 
americano,   hecha    pública  en  la  comida  anual   daia  en 
aquellos  ¿lias  al  cuerpo  diplomático  extranjero  en  Washing 
ton. 

Poco  antes   (20  y  24  de  Enero),  el  ministro  de  Negocios 
extranjeros,  Mr.  Day,  había  comunicado  á  nuestro  repre 
sentante,  la  simpatía  que  le  inspiraba  la  conducta  de  Eapa 
Üa  y  el    propósito  del  Gobierno   de  los  Estados  Unidos  de 
dejar  plena  libertad  al  Gobierno  español  para  el  desarrollo 
de  su  política. 

A  este  espíritu  de  simpatía,  fortificado  por  el  buen 
aspecto  que  ofrecían  las  negociaciones  iniciadas  entonce» 
para  un  tratado  mercantil  de  España  con  ios  Estados  Un  i 
dos,  corresponde  oficialmente  el  anuncio  de  la  visita  del  aco- 
razado Maine  á  los  puertos  de  Cuba:  visita  que  habían  de  de* 
-volver  inmediatamente  (como  en  efecto  devolvieron)  algu- 
nos barcos  españolea,  que  saludarían  la  bandera  americana 
en  ios  puertos  de  la  Unión. 

Prodojoel  segundo  rozamiento  la  voladura  del  Maine, 
verificada  el  17  de  Febrero,  en  el  puerto  de  la  Habana. 
Tampoco  importa  ahora  discutir  las  causas  de  este  lamen- 
table suceso,  á  cuya  estimación  podría  aplicarse  muy  bien 
«1  criterio  del  cui  prodest. 


—    878   — 

No  6e  necesita  discutir  los  extraños  procedimientos  y  la* 
actitud  original ísim a  del  Gobierno  de  loa  Estados  Unidos, 
para  dificultar  la  estimación  imparcial  de  la  catástrofe  por 
medio  del  concurso  de  los  ingenieros  americanos  y  espa- 
ñoles 

Sobre  las  cansas  del  hecho  resoltaron  opuestos  los  dio» 
támenes  de  los  españoles  y  los  americanos.  £1  Gobierno 
español  ae  prestó,  desde  luego,  á  someter  el  hecho  y  sos 
consecuencias,  al  juicio  de  pericos  de  notoria  imparcialidad» 
El  Gobierno  americano  se  desentendió  desde  el  principio  de 
esta  disposición,  al  propio  tiempo  que  rechazaba  el  concorso 
de  los  marinos  é  ingenieros  españoles,  para  que  por  medio 
de  investigaciones  concertadas  con  los  de  los  Estados  Uni- 
dos, en  el  puerto  de  la  Habana,  se  llegara  á  una  exacta  de- 
terminación de  todo  lo  referente  á  la  catástrofe,  que  no  solo 
había  sido  tremenda  para  el  barco  americano,  sino  que  habla* 
constituido  un  enorme  peligro  para  los  barcos  españoles, 
situados  á  cortísima  distancia  del  Maine,  y  que  en  el  mo- 
mento crítico  de  la  explosión  habían  enviado  sus  tripulan- 
tes, con  una  abnegación  admirable,  á  prestar  auxilio  á  la* 
víctimas  de  la  voladura. 

Pero  todavía  sucedió  algo  más  extraño,  y  faé  qae  des- 
pués de  esas  extrañas  negativas  del  Gobierno  de  Washing- 
ton, el  capitán  ¿el  Maine  solicitó  de  las  autoridades  de  la 
Habana  el  permiso  para  aplicar  la  dinamita  a  los  restes  del 
barco  destruido.  Negáronse,  como  era  de  presumir,  nues- 
tras autoridades,  tanto  por  consideración  á  los  demás  bar* 
eos  españoles  y  extranjeros  anclados  en  la  bahía  de  la  Ha* 
baña,  cuanto  porque  estando  en  debate  el  doble  punto  de  la 
naturaleza  y  la  responsabilidad  de  la  catástrofe,  no  podía 
prescindí  rse  de  la  conservación  del  Maine,  en  el  estado  en 
que  la  voladura  lo  había  dejado,  para  que  en  todo  caso» 
personas  extrañas,  y  absolutamente  imparciales,  pudieran 
examinarlo  y  formar  un  juicio  razonado  y  definitivo  sobre 
aquel  deplorable  incidente. 

Después  (en  28  de  Marzo  de  1898)  el  Gobierno  norte- 
americano, en  vista  de  la  general  sorpresa  qne  la  preten- 
sión del  capitán  del  Maine  produjo,  quiso  rebajar  el  alean* 
ce  de  ésta,  y  asi  el  ministro  de  los  Estados  Unidos  en  Ma- 
drid expuso  que  el  propósito  de  aquel  marino  habla  sida 
sencillamente  emplear  pequeñas  cargas  explotadoras  en  la 
parte  superior  del  buque,  con  objeto  de  hacer  en  ella  la  lim- 
pieza necesaria  para  llegar  á  donde  estaban  todavía  loa  ca- 


—  879  — 

dáveres  f  los  cañones.  La  explicación  ha  debido  satisfacer 
á  muy  pecas  personas. 

Pero  la  voladora  del  Maine  fué  extraordinariamente  ex- 
plotada por  Ja  prensa  sensacional  y  los  jingoes  de  ios  Esta- 
dos Unidos,  mientras  en  Madrid  se  procaraba  explicar,  del 
modo  menos  alarmante,  las  pretensiones  y  las  intransigen- 
cias del  Gobierno  americano.  Tal  vez  por  esto,  y  porque,  en 
realidad,  el  rozamiento  producido  por  los  lamentables  su- 
cesos antes  aludidos,  era  de  aquellos  conflictos,  que  por  su 
propia  naturaleza,  deben  ser  resueltos  por  un  arbitraje,  per- 
dió importancia  basta  el  punto  dé  ocupar  un  lugar  muy  se- 
cundario, como  lo  demnestra  el  hecho  de  que  el  Presidente 
de  la  República  norteamericana  recibiera  de  un  modo  afec- 
tuosísimo al  nuevo  Ministro  español,  Sr.  Polo  de  Bernabé, 
el  12  de  Muzo. 

£1  mismo  br.  Polo  comunica  en  11  de  Marzo  al  Ministro 
de  Estado  de  España,  qae  tanto  el  secretario  de  Estado  co- 
mo el  subsecretario  de  Wabhington,  le  habían  recibido  de 
la  manera  más  cordial  y  afectuosa,  declarando  «que  la  si- 
tuación habla  mejorado,  y  que  el  Presidente  de  la  Repúbli- 
ca co  queria  la  guerra. » 

El  ministro  norteamericano  en  Madrid,  Mr.  Woodford, 
que,  según  declaración  efícial  del  ministro  de  Washing- 
ton (16  de  Septiembre  de  1897)  vino  á  Madrid  con  una  mi- 
sión altamente  pacifica,  en  su  Apunte  de  29  de  Marzo,  pone 
á  un  lado  la  cuestión  del  Maine  y  todas  las  demás  secunda- 
rias, para  formular  sus  graves  exigencias  cobre  la  inmediata 
pacificación  de  Cuba,  Por  tanto,  el  punto  del  Maine  no  pue- 
de ser  estimado  como  causa  de  la  ruptura  de  España  con  los 
Estados  unidos. 

El  tercer  rozamiento  lo  produjo  la  extraviada  carta  del 
ministro  español,  Sr.  Dupuy  de  Lome,  en  la  cual  aquel  di- 
plomático censuraba  duramente  al  Presidente  Mac-Kinley. 
Este  incidente  (de  carácter  particular,  como  be  demostró  en- 
seguida) se  desarrolló  desde  el  9  al  16  de  Pobrero  y  termino 
por  completo,  y  de  un  modo  satisfactorio,  mediante  la  sus- 
titución del  Sr.  Dupuy  por  el  Sr.  Polo  de  Bernabé  y  ana 
amistosa  declaración  del  Gobierno  español.  Así  se  desprende 
de  la  Mota  del  ministro  de  los  Estados  Unidos  en  Madrid, 
al  Ministro  de  Estado  de  España»  fecha  16  de  Febrero 
del  98. 

Por  bajo  de  estas  tres  cuestiones  aparecieron  otras  dos  de 
mucha  menor  importancia,  en  la  apariencia.  Una  motivada. 


—   880   — 

por  el  deseo  del  Gobierno  norteamericano  de  socorrer 
■con  dinero  y  aun  con  víveres  a  )as  víctimas  de  la  guerra  de 
Coba. 

Primero  fueron  socorridos  los  americanos  residentes  no 
Ja  grande  Antilla.  El  Gobierno  español  no  se  opuso  á  esto, 
aun  cuando  el  modo  y  manara  de  verificarlo  los  agentes  ame- 
ricanos produjeron  más  de  una  irregularidad,  reconocida  ya 
por  todo  el  mundo.  Porque  «s  bien  sabido  que  con  pretexto  de 
los  socorros,  aUuna  vez  se  hizo  contrabando.  Respecto  del 
auxilio  á  los  cubanos  reconcentrados \  el  Gobierno  norteame- 
ricano pretendió  al  principio  que  aquellos  socorros  f a  eran 
llevados  en  barcos  extranjero*  convoyados  por  barcos  de 
guerra  de  los  Estado*  Unido».  Luego,  ante  'a  resistencia 
del  Gobierno  español,  el  de  Washington  redujo  su  preten- 
sión, á  que  los  barcos  portadores  de  víveres  therao  barcos 
de  guerra.  Pero  dentro  de  la  primera  quincena  de  Marzo  ya 
«e  desistió  de  la  empresa. 

Las  dificultades  puestas  por  el  Gobierno  español  descan- 
saban, tanto  en  lo  irregular  del  procedimiento  como  en  lo 
anómalo  de  las  circunstancias  y  ea  los  abusos  á  que  se  ha- 
bían prestado  los  envíos  anteriormente  hechos. 

Por  lo  que  ha  pasado  después,  se  puede  calcular  toda  la  ra- 
sos del  Gobierno  español.  Porque  ha  resultado  que  los  tales 
envíos  eran  una  manera  de  proteger  la  insurrección  y  que 
«l  cónsul  americano  en  la  Habana.  Mr.  Lee.  apareció  pron- 
to como  uno  de  los  simpa  ti  «ador  es  ma*  calurosos  de  la  rebe- 
lión separatista.  Evidentemente,  en  él  punieron  gran  con- 
fianza los  insurrectos  y  los  laborante*  Como  ya  he  dicho, 
sus  informes  fueron  en  el  sentido  de  que  la  Autonomía  habla 
fracasado,  precisamente  cuando  Jas  reformas  comenzaban 
á  arraigar,  y  en  vísperas  de  Ja  constitución  de  las  Cámaras 
insulares  de  las  dos  Antillas.  Y  al  fio.  la  opinión  pública  en 
la  Habana  y  á  la  postre,  el  Gobierno  de  Madiid  señalaron-. 
con  toda  franqueza,  á  aquel  funcionario  extranjero,  como  un 
activo  agente  del  separatismo  cubano. 

La  otra  causa  de  dndas  y  recelos  fueron  los  aprestos  mi- 
litares, asi  de  España  como  de  los  Estados  Unidos. 

Parece  que  la  primera  vez  que  de  esto  se  trata  por  Jo*  Go 
biernos  de  entrambos  países,  es  A  principios  de  Febrero  del 
98.  Pero  ya  eo  16  de  Diciembre  del  97,  nuestro  Ministro  de 
Estado  pregunta  al  ministro  plenipotenciario  español  en 
Washington  qué  hay  sobre  la  salida  de  la  encuadra  americana 


—  Se- 
para el  Golfo  de  México.  £1  6r.  Dupay  contesta  qae  est* 
eeJida  oareoe  de  gravedad,  responde  al  plan  ordinario  de 
lee  eieroicios  navales  norteamericanos,  y  aun  puede  servir 
para  distraer  á  los  jingoee.—  Has  en  5  de  Febrero,  nues- 
tro Ministro  de  Estado  comienza  á  preocuparse  del  asunto 
y  comunica  sus  temores  á  los  representantes  de  España 
oerca  de  los  Gobiernos  europeos.  Kequendo  Mr.  Day,  en 
16  de  Marzo,  contesta  que  aquellos  preparativos  de  guerra, 
asi  los  navales  como  los  ds  defensa  de  las  costas,  que  hablan 
llegado  á  adquirir  cierta  importancia  en  las  últimas  semanas, 
eran  motivados  por  la  actitud  de  España,  que  hacia  gran- 
des armamentos  y  se  preocupaba  mucho  del  aumento  de  su 
escuadra. 

La  cosa  por  el  momento  no  tuvo  consecuencias. — Pero 
importa  precisar  el  alcance  y  la  forma  de  )a>  conver- 
sación que  por  aquel  entonces  tuvieron  )o»  representantes 
de  España  y  de  ios  Estados  Unidos.  Nuestro  ministro, 
el  Sr.  Polo  de  Bernabé,  la  explica  en  el  8i¿niente  telegra- 
ma fechado  en  Washington  el  1 6  de  Marzo  de  1898: 

•lír.  Day  me  citó  hoy  para  pedirme  qae  se  admitan  libres  de  dere- 
chas  de  puerto  y  tonelaje  los  baques  qae  transitoriamente  lleven  so- 
corros 6  lo*  reconcentrados  He  recomendado  la  petición  al  goberna- 
dor general  de  Coba. 

Después  de  celebrada  la  conferencia  me  ha  declarado  solemnemente 
que  los  Estados  Unidos  no  quitrín  la  gu§rrat  y  qae  no  desean  a  Coba 
ai  regalada.  Me  hn  dicho  qu«  fu*  preparativos  de  gte-ra  eran  motiva- 
dos por  nuestra  actitud  al  adquirir  grxndes  armamentos  y  aumentos  en 
1*  escuadra.  Le  objeté  que  teniendo  u  «i  rebelión  en  <  una,  necesitába- 
mos aumentarles,  a  lo  que  me  Hijo  que  ciertos  buques  no  podían  em- 
plearse contra  lo«  insurrectos  y  que  mucho*  creían  aquí  que  España, 
para  concluir  con  honra  la  rebelión,  viendo  que  se  prolongaba  indefi- 
nidamente la  lucha,  quería  la  guerra  con  los  Estelos  Unidos.  Le  dije 
ene  era  un  disparate  y  que  solemnemente  le  declaraba  que  nosotros 
quería  moa  la  p*x,  y  para  conservarla  haríamos  todo  lo  compatible  con 
la  honra  y  la  dignidad  nacional,  que  la  Nota  de  1  cíe  Febrero  sin- 
tetizaba nuestra  política.  L*  intervención,  le  añadí,  traería  consigo  la 
guerra,  porque  en  toda  nación  que  aprecia  su,  honra,  intervención  j 
guerra  son  términos  semejantes.  Me  dijo  qu«  celebraba  mucho  e«t*  de- 
«la  ración,  y  la  repetí,  añadiéndole  que  una  guerra  en  he  circunstan- 
cias actuales  sería  un  crimen  contra  la  humanidad  y  la  carnización,  y 
quede  ese  erimen  nunca  resultaría  responsable  Espina.  Dfjele  que 
nosotros  estábamos  haciendo  todo  lo  posible  para  acabar  en  breve   la 


—   882   — 

insurrección,  y  que  silo*  Estados  Unidos  hubieran  hecho  urna  mínima 
parte,  principalmente  disolviendo  la  Junta  de  Nueva  York,  todo  habría 
concluido.  Contestóme  que  esto  no  era  posible  dadas  las  leyes  ameri- 
canas y  el  estado  aclual  de  la  opinión. » 

£1  Gobierno  español  se  limitó  á  llamar  la  atención  dal 
Gobierno  norteamericano  sobre  el  contraste  de  nuestra  con- 
ducta con  la  de  los  Estados  Unidos,  donde  los  armamentos 
continuaban.  En  aquel  pais  se  hablan  dedicado  á  este  fia  50 
millones  de  dollars.  formándose  la  escuadra  permanente  de 
Cayo-Hueso  y  concentrándose  otra  en  Lisboa,  al  propio 
tiempo  que  continuaban  gozando  de  una  extraña  libertad 
los  comités  separatistas  de  New-York.  Todo  ello  consti- 
tuía una  especie  de  presión,  favorable  en  último  término  á 
los  separatistas  cubanos;  precisamente  cuando  se  iban  á 
verificar  en  la  grande  Antilla  las  elecciones  de  diputados  á 
Cortes  y  de  la  Asamblea  insular,  resultado,  quisa  el  más 
considerable  é  inmediato  de  los  decretos  autonomistas  de 
Noviembre  de  1897. 

Así  se  comunicó  al  Sr.  Polo  de  Bernabé  en  12  y  17 
de  Marzo,  y  de  ello  se  habló  enseguida  en  Madrid  á  miste 
Woodíbrd.  Este  se  presentó  siempre  vivamente  interesado 
en  dar  á  sus  gestiones  el  tono  de  una  gran  simpatía  por 
España,  demostrada,  cuando  menos,  por  la  forma  afectuosa, 
más  que  circunspecta,  de  sus  observaciones,  en  medio  de  la 
sorpresa  que,  á  propios  y  extraños  habían  producido  los  artí- 
culos efe  franca  hostilidad  á  nuestra  causa  y  nuestra  repre- 
sentación ,  publioados  en  un  periódico  de  Nueva  Yorck,  por 
el  anterior  ministro  Mr.  Taylor,  á  las  pocas  semanas  de  ha» 
ber  cesado  éste  en  su  cargo  diplomático  cerca  del  Gobierno 
de  Madrid . 

Como  se  ve,  el  Gobierno  español,  no  dejó  de  mano  un  mo- 
mento, en  todas  estas  negociaciones,  la  protesta  de  la  absolu- 
ta necesidad  de  que  desapareciese  toda  presión  ó  amenasa 
de  parte  de  los  Estados  Unidos  para  que  diera  resultado  la 
autonomía  proclamada  en  Cuba. 

Pero  hasta  aqní,  repito,  las  relaciones  de  loa  Estados 
Unidos  y  de  España,  parecían  bastante  cordiales.  Luego 
surge,  con  una  precipitación  inverosímil  y  un  relieve  extra- 
ordinario, un  radical  cambio  de  conducta,  por  parte  del  Go- 
bierno de  Washington/Once  días  bastaron  para  este  cam- 
bio. El  hecho  merece  una  detenida  consideración. 


-   883 


El  cambio  que  acabo  de  señalar  no  se  reduce  á  la  mate  * 
ría  y  los  argumentos  de  las  negociaciones  hispano-america  - 
ñas;  1  ega  hasta  á  la  forma  de  los  documentos  que  se  cru- 
zan estre  los  gobiernos  aludidos  y  á  los  términos  de  las  re* 
clamaciones  que  presenta  el  americano,  cuya  conducta  con* 
trasta  visiblemente  con  la  del  español,  tal  vez  algo  extremoso 
en  su  circunspección  y  sus  deferencias . 

Beto  último  ha  sido  motivo  de  no  escasas  censuras  por 
parte  de  la  prensa  ardiente  y  de  muchos  políticos  de  Espa- 
ña. A  mi  juicio,  en  estas  criticas  se  ha  ido  demasiado  le* 
jos.  Lo  uno,  porque  es  para  mi  evidente  que  nuestro  Gobier- 
no debía  evitar  á  toda  costa  la  guerra  con  los  Estados  Uni- 
dos; máxime  si  se  demostraba  el  interé3  de  éstas  ea  que 
la  guerra  tuviera  efecto,  apareciendo  como  provocadores  los 
españoles,  ya  muy  tachados  en  el  resto  del  mundo,  por  |a 
política  que  se  habla  hecho  en  nuestras  colonias  y  las  ope- 
raciones militares  que  se  realizaban  en  Coba  en  el  curso  de 
loe  dos  ó  tres  años  últimos.  Pero,  después,  debia  considerarse 
el  gran  interés  que  para  la  causa,  el  prestigio  y  la  fuerza 
de  España  entrañaba  la  demostración  palpable  de  un  buen 
deseo  de  solucionar  todos  los  cooflictos  producidos  por  la 
enestión  de  O  aba,  de  un  modo,  no  solo  reflexivo,  si  que 
amistoso  y  hasta  benévolo. 

Digan  lo  que  quieran  loa  intemperantes  siempre  habla 
macho,  en  favor  de  Españ*,  el  estudiado  silencio  con  que 
nuestras  Cortes  acogieron  la?  provocaciones,  las  gro- 
serías y  los  tremendos  insultos  que  se  profirieron,  casi  sin 
interrupción,  en  las  Cámaras  americanas, desde  1895  ál8t7, 
asi  contra  el  Gobierno  y  las  autoridades  de  nuestro  país, 
como  contra  toda  la  sociedad  española.  La  conducta  de  loe 
diputados  y  senadores  americanos  no  tiene  parecido  en  la 
Historia  parlamentaria  y  en  los  Anales  políticos  contempo- 
ráneos. Aun  después  de  declarada  la  guerra  (en  cuyo  trance 


r 


—   884  — 

también,  la  oondncta  del  Gobierno  de  Washington  ha  ofre- 
cido ana  deplorable  originalidad)  no  se  han  oido,  ni  en  anee* 
tro  Uongreso  ni  en  nuestro  Senado,  frases  incompatibles  con 
la  severidad  de  la  fondón  gubernamental.  Ni  antee  de  que 
esto  pasase,  se  han  visto  en  nuestras  calles  y  platas  atenta- 
dos al  Derecho  público  y  al  respeto  internacional,  ©orno  la 
quema  y  arrastre  de  la  bandera  y  el  escudo  de  España,  que 
con  frecuencia,  tuvieron  efecto  en  la  segunda  mitad  del 
año  97,  en  algunas  ciudades  de  Norte  América. 

El  hecho  de  la  gestión  pública  del  Comité  separatista  cu 
baño  en  los  principales  centros  politáoos  de  la  República, 
apenas  se  comprende  dentro  de  los  principios  corrientes  del 
Derecho  internacional.  Nunca  bastaría  á  justificarlo  la  mar» 
protesta,  por  parte  del  Gobierno  amerioano  (que  «n  ello  ha 
inpistido  mucho)  de  que  las  leyes  de  loe  Estados  Unidos  na 
consienten  la  prohibición  de  esos  comités;  porque  ro  es 
imaginable  la  vida  internacional  en  el  supuesto  de  que  cada 
nación  sea  absolutamente  libre  para  consentir  ó  no  en  su 
propio  territorio  los  ataques  directos  y  materiales  á  la  segu- 
ridad, la  tranquilidad  y  la  soberanía  de  la  naoión  vecina, 

Pero,  además,  esa  tesis  es  literalmente  inverosímil  en  la- 
bios del  Gobierno  amerioano  que  provocó  en  1872  la  cuestión 
del  Alabama  y  el  arbitraje  de  Ginebra  y  que  ahora  mismo  ha 
recabado  del  Gobierno  inglés  la  expulsión  del  Canadá  de  un 
diplomático  español  acusado  de  trabajar  en  aquel  país  con- 
tra los  Estados  Unidos.  Aparte  de  que  tampoco  es  rigoro- 
samente cierto  que  las  leyes  de  neutralidad  de  este  país  (4 
partir  de  las  promulgadas  deade  fines  dei  siglo  pasado  has- 
ta 1820,  por  Washington,  Jefferson  y  Monroe)  autoricen  lo 
que  estos  últimos  años  públicamente  se  ha  hecho,  en  loa  Es- 
tados Unidos,  en  favor  de  la  insurrección  de  Cuba,  hasta 
el  punto  de  que  todo  el  mundo  entendiera,  .que  la  principal 
foeisa  de  ésta  be  hallaba  en  la  República  de  Norte  Ama* 
rica.. 

Frente  á  eso  hay  que  'poner  las  satisfacciones  oficiosa*, 
pero  efectiva*,  que  el  Gobierno  español  dio  en  1897,  al  mi* 
lustro  de  los  fiotudoa  Unidos  en  Madrid  por  \*a  expresiones 
au puestamente  ofensivas  de  un  oficial  de  nuestra  Mario»  na 
nua  conferencia  de  la  Sociedad  Geográfica,  de  carácter 
particular;  aai  como  todo  ouanto  se  hiso  para  destgraviar  4 
bür.  Mac  Eimey,  con  motivo  de  la  extraviada  carU  partiou» 
la  i*  del  seftor  Dupuy  de  Lome. 

iNo  obsta  lo  que  digo  para  reconocer  que  hasta  bien  en* 


K 


—   885   — 

irado  Mareo,  el  trato  diplomático  de  España  y  loa  Estados 
Unidos  filé  correcto.  Loa  dos  Gobiernos  y  sos  respectivos 
representantes  se  esforzaban  en  hacer  protestas  contra  la 
mera  posibilidad  de  nna  guerra  y  se  repetían  las  frases 
mis  oorteses  y  aun  benévolas. 

Pero  el  22  de  Marzi  de  1898,  Mr.  Woodford  solicita  de 
nuestro  Ministro  de  Estado  ana  conferencia  urgente,  y  añade 
la  conveniencia  de  que  asista  á  ella  el  8r.  Ministro  de  Ul- 
tramar, porque  dicho  Mr.  Woodford,  conocía  poco  e)  esp»« 
fiol  y  deseaba  tqne  sa  ool versación  fuera  interpretada  por 
el  Sr.  Moret  cuidadosamente.» 

La  eonferenoia  tiene  efecto  el  día  22,  y  en  ella  el  ministro» 
norteamericano  df  ja  á  los  dos  ministros  españoles  una  ma- 
nifestado* escrita,  que  da  un  corte  alarmante  al  curso  de 
)as  anteriores  conversaciones  y  los  benévolos  tratos.  La 
Manifestación  dice  abi: 

«al  empeiar  nuestra  entreveía,  debo  decir  á  ustedes  que  el  informe 
sobie  el  Main*  te  baila  en  poder  del  Presidente.  No  estoy  autorizado 
para  dar  á  cor  ocer  la  tendead*  ni  las  conclusiones  de)  mismo,  pero  sí 
lo  eatoy  para  decUrarUs  que  ti  dentro  a»  muy  pocos  dios  no  té  Uéga  k 
W*  aoumráo  éatitfattono.  qué  A&UGUaa  una.  paz  inmediata,  y  hohbosa. 
•*»  Cuba,  el  Presidenta  no  pod>á  por  menos  de  sometsr,  en  #u  totalidad, 
al  Congreso,  para  tu  dtcitión,  la  cuestión  de  las  relaciones  entre  Hs 
paila  y  loa  fcBt*do*  Unidos,  comprendiendo  en  ella  el  asunto  del  Main*. 
—Comunicaré  inmediatamente  por  la  vía  telegráfica  al  Presidente,  cual* 
«cuera  indicación  que  al  efecto  pueda  formular  España  j  *tptro  r—ibir 
mmtro  üb  hoy  pccos  dus  alyuna  proposición  concreta  que  equivalga 
al  •MabU  -imiénto  inmediato  de  la  pas  en  Cuba.» 

Mo  hay  que  deoir  que  esto  era  uoa  verdad  *r  a  commina- 
don*  del  género  de  lan  amenasas  que  los  pueblos  poderoso* 
emplean  para  aterrar  á  los  incultos  y  los  desahuciados  del 
Uñado  ó  de  las  p  otestas  qae  las,  naciones  ofendidas  y  que- 
disponen  de  grandes  medios,  utilisan  contra  los  egresóte» 
inconsiderados. 

£n  vano  nuestro  Ministro  de  Estado  replicó:  1 .°  que  para- 
la estimación  del  asunto  del  Maine  era  indispensable  oompa- 
raír  los  dos  dictámenes  de  Jas  comisiones  americana  y  espa- 
ñola, examinados  coa  caima  y  fuera  de  las  pasiones  propias 
cto  coda  Cámara  popular  y  que  en  caso  de  disidencia  irreauo* 
oble  procedía  someter  el  litigio  á  otros  jueces  desapasiona 
dos,  y  2,°,  que  respecto  á  la  pt»s  de  Coba* era  indispensable* 
«onecer  las  aspiraciones  y  los  sentimientos  de  la  Cámara* 


—    886    — 

insolar  que  habría  de  reunirse  en  la  Habana  pocos  días 
déspota:  el  4  Mayo. 

A  muy  poco  de  celebrada  la  conferencia  de  Mr.  Wooford 
con  nuestros  ministros  de  Estado  y  de  Ultramar  (el  28  de 
Marzo)  aquél  comunica  al  Gobierno  español  un  extracto  del 
informe  de  la  Comisión  americana  sobre  la  voladora  ¿el 
Maine.  £1  dictamen  atribuye  ésta  á  la  explosión  de  ona  mina 
sobmarina  debajo  del  fondo  del  buque,  sin  que  pudiera  pro- 
barse responsabilidad  de  persona  ó  personas  determinadas. 
Pero  el  Gobierno  norteamericano,  por  so  parte,  añade  que, 
supuesto  el  deber  de  España  de  proteger  las  personas  y  los 
bienes  que  se  hallaban  en  el  puerto  de  la  Habana,  y  mas 
particularmente  una  nave  pública  y  los  marineros  de  ana 
Potencia  amiga,  á  España  le  c correspondía  una  grave  res- 
ponsabilidad en  el  suceso*. 

Al  día  siguiente  (29  de  Marzo)  Mr.  Woodford  da  un  nie- 
vo paso,  acentuando  el  apremio.  El  ministro  americano 
deja  en  manos  del  señor  Presidente  del  Consejo  de  Ministros 
de  Es  p  a  ña  un  Apunte,  cuya  claridad  compite  con  su  rudeza. 
Es  indispensable  reproducirlo  textualmente,  porque  en  la 
historia  de  las  relaciones  de  dos  potencias  amigas,  no  per- 
turbadas por  la  intrusión  de  la  una  ea  los  negocios  de  1& 
otra,  no  se  dan  ejemplos  análogos.  Dice  asi  el  Apunte: 

«1  El  Presidente  me  encarga  explicara  a  directa  y  francamente  caá 
V.  E.  acerca  de  la  condición  actual  de  los  asan  toa  en  Cuba  y  del  estada 
de  las  relaciones  entre  España  y  los  Estados  Unidos. 

2  El  Presidente  piensa  que  no  hay  ventaja  alguna  en  disentir  ka 
pantos  de  vista  respectivos  que  sobre  estos  asuntos  tiene  cada  una  da 
las  dos  naciones;  esto  sería  ocasiónalo  á  discusiones  y  á  controversia 
•que  podrían  detener  y  quizas  impedir  una  resolución  inmediata. 

S  El  Presidente  me  encarga  diga  áV.  K.  que  nosotros  no  deseamos 
ni  queremos  la  posesión  de  Cuba. 

4  También  me  encarga  decirle  con  igual  claridad,  que  deseamos  la 
completa  pacificación  de  Cuba . 

5  Para  e»te  fia  mi  sugiere  La  idea  de  un  armisticio  inmediato,  que 
dure  hasta  el  primer  día  de  Octubre,  durante  el  cual  te  negocie  pira 
obtener  la  paz  entre  España  y  ios  insurrectos,  contando  para  elle  coa 
los  amistosos  oficios  del  Presidente  de  los  Estados  Unidos* 

Y  S  Desea  también  la  revocación  in  ¡nediata  de  la  orden  relativa  i  loa 
reconcentrados,  de  modo  que  las  gentes  puelaa  volver  á  ana  propieda- 
des, al  par  qu¿  los  necesitados  sean  socorrid  is  con  alimentos  y  j 
enviados  por  los  Estados  Unidos.  Los  Estados  Unidos  cooperaran  á  < 


r 


—   S87    — 


fin  con  I aí  autoridades  españolas  para  que  el  remedio  sea  completo  y 
efectivo .  ■ 

Al  Apunte  del  ministro  americano  contestó  el  español,  en 
21  de  Marzo,  trasmitiéndole  el  acuerdo  del  Consejo  de  mi- 
nistros de  Ei paña  que  comprendía  los  siguientes  extremos: 

CaiA*irofi  dtl  <Main*»  .—España  «ata  pronta  á  someter  á  un  arbitraje 
las  diferencias  que  pudieran  surgir  en  este  asunto. 

ftv, mn  ip*#W{ '■  *.— El  general  Blanco,  siguiendo  las  instrucciones  del 
Gobierno t  acaba  de  revocar  *n  las  provincias  occidentales  el  bando 
relativo  á  los  r  a  concentrados,  y  aunqne  esta  medida  no  podrá  alcanzar 
tedia  sus  complementos  h*sta  que  las  operaciooes  militares  terminen, 
el  Gobierno  pone  á  disposición  del  Gobernador  general  de  Cuba  um 
crédito  dq  treí  millones  de  pesetas  *  fin  de  que  los  campeiinos  vuelvan 
desda  laegí>  y  con  éxito  A  sus  trabajos. 

Kl  m:<n3r>  Gobierno  aceptará,  sin  embargo,  coalquier  auxilio  que 
pira  alimentar  y  socorrer  á  los  necesitados  le  sea  enviado  de  los 
Eptados  Unidos,  ea  la  forma  y  condiciones  antes  convenidas  entre 
aquel  subsecretario  de  Estado  y  el  ministro  de  Bspaña  en  Washington. 
pft£¡/fco£i¿n  d$  Cuba  -Bl  Gobierno  empaño*,  más  interesado  que  el  de 
loa  Hataca*  Caídos  en  dar  á  la  grande  An tilla  una  paz  honrosa  y 
Bitab'e,  se  propone  confiar  su  pre  «ración  al  Parlamento  insular,  sin 
cuja  »otarvencicu  no  podría  llevarla  á  cabo,  entendiéndose  que  r-o  por 
esa  «a  aTo?njraan  y  disminuyen  las  facultades  *es*rvadas  por  la  Cons- 
titución al  Gobiarno  Central. 

Snsjrtnifión  ¿4  hostilidades .  —Como  las  Cámaras  cubanas  no  se  reunirán 
hasta  el  4  de  Mayo,  el  Gobierno  español  no  te-  dría,  por  su  parte,  incon- 
veniente en  aceptar,  desde  luego,  una  suspensión  de  hostilidaies  pedida 
por  loa  insurrectos  al  General  en  Jefe,  á  quien  corresponderá  en  este 
cavo  determinar  el  plazo  y  las  condiciones  de  la  suspensión. 

Tan  pronto  como  se  hizo  pública  la  tirantez  de  velaciones 
entra  loe  Gabinetes  de  Madrid  y  Washington,  po-  pfeoto 
narurtil  de  la  aotitucl,  las  exigencias  y  el  tono  de  este  últi- 
mo, comenzaron  las  principales  potencias  europeas,  es  - 
pon  trámente  ó  por  iniciativa  del  Hamo  Pontifioe,  nego- 
cibcíonRB  conducentes  á  recabar  del  Gobierno  español  que 
accediste  á  lo  principal  de  las  pretensiones  americanas, 
mientras,  por  otra  parte,  los  representantes  de  las  mismas 
seis  grandes  potencias  europeas  se  presentaban  á  Mr.  Mac 
Kinley  y  dejaban  en  su  poder  una  Nota  oolectlva  anaciendo 
o»  I  a  roa»  apelación  á  los  sentimientos  de  humanidad  y  de 
moderación  del  Presidente  y  del  Pueblo  americano  en  sus 
existentes  diferencias  con  Rdpafia,  y  esperando  que  ulteriores 


r% 


—    888   — 

negociaciones  llevarían  á  un  acuerdo  que  asegurase  la  p*s 
v  diera  las  necesarias  garantías  para  el  restablecimiento 
del  orden  en  Cuba.  > 

Esto  último  sucedió  el  6  de  Abril.  Mr.  Mac  KinLy  con» 
tettó  en  términos  generales  y  muy  vagos.  Cinco  días  des* 
pues  de  esta  gestión  diplomática,  y  doedias  después  de  co- 
municado por  el  Gobierno  español  á  todos  los  demás  Go- 
biernos, el  americano  inclusive,  su  resolución  de  conceder 
inmediatamente  una  suspensión  de  hostilidades  en  Cusa. 
el  Presidente  Mac  Kinley  enviaba  al  Congreso  de  Was 
hington  el  anunciado  Mensaje  sobre  la  cuestión  cubana. 

£n  este  Mensaje,  fecha  11  de  Abril,  se  trata  en  general 
la  cuestión  de  Cuba  iel  modo  que  después  se  verá.  Aquí 
conviene  señalar  el  párrafo  en  el  cual  el  Presidente,  refi- 
riéndose á  la  propuesta  de  España,  de  someter  la  diversidad 
de  informes  sobre  el  asunto  del  Maine  á  peritos  imparcia* 
les,  007a  decisión  aceptaba  de  antemano  el  Gobierno  es- 
pañol, consigna  como  único  comeut  «rio  las  siguientes  pa- 
labras: A  eslo  no  he  iodo  respuesta  alguna. 

Hay  4Ue  advertir  que  el  informe  de  la  Comisión  de  ma- 
rinos españoles,  sobre  la  voladura  del  Maine,  llegó  á 
Wahhiugtou  el  3  de  Abril,  en  cuya  fecha  el  ministro 
español  lu  transmitió  al  Departamento  de  Estado  america- 
no.,— De  este  infoime  no  se  cuidan,  ni  Be  han  cuidado  des- 
pués, 64  Presidente  ni  el  Gobierna  de  la  República  de  los 
Estados  Unidos. 

No  habí*  el  Gobierno  español  podido  recobrarse  oomple* 
raméate  de  las  protestas  y  exigencias  americanas  de  27  y 
29  di  Marzo,  cuando  e.  ministro  de  los  Sitados  Unidos  se 
dirige  á  nuestro  Ministro  de  Estado  participándole  que  el 
Presideute  de  la  Bepúblio*  habia  sometido  aquel  mismo  dia 
(el  6  de  Abril)  ai  Congreso  americano  toda  la  cuestión  cubana. 
Añade  Mr.  Woodford  que  había  esperado  recibir  anUs 
de  tas  doce  del  mismo  día  la  notificaron  oficial  de  haber 
proclamado  el  Gobierno  español  la  suspensión  de  hosti- 
lidades en  Cuba  y  le  advierte  que  tai  en  todo  aquel  día 
llegara  dicho  Gobierno  á  una  decisión  fiaal  respecto  al  ar- 
misticio, podría  conocerlo  el  Presidente  de  la  República  7 
trasmitirlo  enseguida  al  Congreso» . 

El  Gobierna  español  nada  habla  prometido  que  autoriaa- 
se  el  apremio  de  Mr.  Woodford,  y  asi  lo  haee  coaatar  nues- 
tro Ministro  de  Estado  en  comunicación  oficial.  O  por  esto 
ó  porque  el  Presidente  Varíase  de  parecer,  ó  por  cualquier 


—   889    — 

otro  uiouvo  hasta  ahora  ignorado,  Mr.  Woodford,  en  7  de 
Abril,  participa  al  Ministro  de  Estado  español  que  Mr,  Mao- 
K¡nley  había  aplazado  la  remisión  del  Mensaje  hasta  el 
rifa  11,  y  que,  por  tanto,  quedaba  retirada  la  Nota  del 
6,  lo  que  «le  proporcionaba  un  verdadero  placer,  porque 
se  apartaba  mncbo  del  ánimo  de  en  Gobierno  todo  propósito 
de  ejercer  una  presión  sobre  España.  > 

Al  fin  se  presentó  el  Mensaje  presidencial  á  las  Cámaras 
americanas  en  11  de  Abril  de  1898.  De  ese  Mensaje  se  ha- 
blará luego.  Enseguida  se  produjo  nu  dictamen  del  Comité 
de  fiegocios  extranjeros  de  la  Cámara  de  representantes  de 
WMfehmg'on  contra  la  soberana  de  España,  dando  una 
gran  importancia  á  la  destrucción  del  Maine.  din  pérdida 
de  momento  lo  votó  la  Cámara.  El  18,  el  Senado  aceptó  en 
parte  aquella  resolución  y  el  mismo  día  18  las  dos  Cámaras 
americanas  concertadas  votan  el  bilí  que  sancionado  i  o  me- 
diata fuente  por  el  Presidente,  obligó  al  ministro  de  España 
en  Washingtoo  á  salir  el  20  de  Abril  de  ios  Estados  Unidos 
v  al  Gobierno  español  á  comunicar  (en  21  del  propio  mes) 
á  Mr.  Woodford,  que  quedaban  interrumpidas  las  relacio- 
nes diplomáticas  entre  España  y  la  República  Americana. 
No  es  imaginable  mayor  precipitación  en  los  sucesos. 

El  Gobierno  de  Washington  había  comanioado  en  20  de 
Abril  á  sn  Ministro  en  Madrid,  Mr.  Woodford,  la  orden 
siguiente: 

«Si  á  la  hora  del  medio  día  del  sábado  próximo,  23  de 
Abril  oorriente,  no  ha  sido  comunicada  á  este  Gobierno  por 
el  de  España  nna  completa  y  satisfactoria  respuesta  á  esta 
demanda  y  Resolución  en  tales  términos,  que  la  paz  de  Cuba 
quede  asegurada,  el  Presidente  procederá,  sin  ulterior 
aviso,  á  osar  del  poder  y  autorisaoión  ordenados  y  confe 
ridos  á  él  por  dicha  Resolución,  tan  extensamente  como  sea 
necesario  para  obtenerla  en  efecto.  > 

Site  despacho  no  pudo  ser  t  a  o  emitido  por  Mr.  Woodford 
al  Gobierno  español,  porque  este  comunicó  antes  al  Minis- 
tro norteamericano  su  resolución  de  cortar  las  relaciones 
diplomáticas  con  el  de  Washington. 

Apoco,  y  también  antes  de  que  se  declarase  la  guerra  pon 
éste,  los  buques  de  guerra  norteamericanos  apresaban  cerca 
de  las  Antillas  algunos  españoleé  mercantes.  La  declaración 
de  guerra  lleva  la  fecha  del  25  de  Abril. 

Para  la  exacta  inteligencia  de  la  disposición  del  Gobierno 
americano  y  de  la  actitud  del  español  en  el  curso  de  estas 


—   890   — 

negociaciones,  desde  los  primeros  dies  de  Mayo,  á  mediados 
de  Abril,  con  viene  señalar  dos  incidentes. 

Domo  se  ha  visto,  la  severidad  de  la  Cancillería  ameri* 
«cana,  se  trocó  pronto  en  acrimonia  para  convertirse  defini- 
tivamente en  ofensiva  presión  é  intolerable  exigencia,  hacia 
el  29  de  Marzo.  Pues  bien;  en  25  de  Marzo,  el  ministro  de 
Negocios  extranjeros,  Mr.  Day,  aseguraba  al  representante 
de  España  en  Washington:  1  .*.  que  en  la  atención  de  loa 
reconcentrados  cubanos,  el  Gobierno  de  los  Estados  Unidos 
deseaba  marchar  de  completo  acuerdo  con  el  español  y 
evitar  todo  motivo  de  rozamiento,  v  2.°,  que  ei  bien  el  Presi- 
dente enviarla  al  Congreso  el  informe  sobre  la  voladora 
del  Maine  (antes  de  recibir  el  dictamen  de  los  comisionados 
españoles)  y  aquel  documento  habría  de  producir  gran  agi- 
tación, tenia  la  seguridad  de  que  todo  se  arreglaría  amiga- 
blemente. 

El  día  28,  Mr.  Woodford  anunciaba  á  nuestro  Ministro 
de  Estado  la  opinión  del  Presidente  americano  de  que  si 
Congrego  de  Washington  no  tomarla  por  lo  pronto  otra  re- 
solución que  la  usual  de  referir  el  informe  sobre  el  Maine  al 
Comité correspondiente* .  Y  el  dipomático  americano  añade: 
t Según  las  mejores  informaciones  que  he  podido  adquirir, 
creo  que  eo  las  dos  Cámaras  del  Congreso  americano  preva- 
lecerá un  sentimiento  de  deliberación  y  que  no  hay  motivo 
para  que  e>  Gobierno  español  pu^da  temer  que  nada  se  hsgi 
rápida  ó  injustamente.*  Peroá  las  24  hora*,  Mr.  Woodford, 
ponía  en  manos  del  Presidente  del  Consejo  de  Ministros  de 
España  el  Apunte  relativo  al  armisticio,  la  pan  oon  los  in- 
surrectos y  la  situación  de  los  reconcentrado?. 

Por  otra  parte,  en  9  de  Abril,  el  Gobierno  español,  por 
conducto  de  su  representante  diplomático,  comunicó  al  Go- 
bierno de  Washington  que  había  acordado  la  suspensión  da 
hostilida Jes  en  Cuba:  hecho  que  el  mismo  Gobierno  ameri 
cano  supo  el  propio  día  por  el  Ministro  de  Estado  del  Sumo 
Pontífice  y  por  Mr.  Woodford.  A  pesar  de  esto  y  délas 
geati  enes  que  los  representantes  diplomáticos  de  Francia, 
Inglaterra,  Italia,  Austria,  Alemania  y  la  Santa  riede  hi- 
cieron en  7  de  Abril  cerca  del  Presidente  Mae  Eanley,  ¿ate 
se  abstuvo  rigorosamente  de  modificar  su  proyectado  Mea- 
gaje  al  Congreso  (Mensaje  que  presentó  el  11  de  Abril),  li- 
mitándose á  añadir  las  siguientes  equivocas  frases: 

«Ayer,  después  de  haber  preparado  el  anterior  Mensaje,  he  sabido  q  •* 
el  último  decreto  de  la  Reina  Regente  de  Repella  ordena  al    general 


—   891    — 

Blanco  proclama  una  sotpensión  da  hostilidades,  cuya  duración  y 
detalles  do  ma  han  sido  aúo   comunicados,   uon  objeto  ae  preparar  y 

facilitar  la  paz Bata  hecho,  con  todas  sns  consecueocias,   merecerá, 

seguramente,  vuestra  justa  y  solícita  atencián  en  los  solemnes  debates 
que  estáis  &  pnnto  de  inaugurar.  Si  esta  medida  produce  un  resultado 
satisfactorio,  se  realizarán  nuestras  aspiraciones  como  pueblo  cristiana 
y  pacífico.  En  caso  contrario,  solo  justificará  nuevamente  la  acción  por 
nosotros  meditada.» 

Pero  más  importante  que  todo  esto,  para  otro  fin  más  ge 
seral,  es  la  ood  ai  deración  de  lo  que  estaba  sucediendo  en 
Coba  y  lo  que  pasó  en  los  Estados  Unidos,  fuera  del  palacio 
de  la  Presidencia  de  Washington,  desde  los  primeros  días 
de  Mano  ha¿ta  bien  entrado  el  mea  de  Abril . 


892 


En  1.°  de  Enero  de  1S98  se  verificó  ea  Oaba  !a  instaura 
ción  del  régimen  autonomista  sancionado  para  Coba   y 
Puerto  Rico,  por  los  decretos  de  25  de  Noviembre  de  1897. 

Son  estos  tres.  Por  el  primero,  se  extiende  sin  reserva  ni 
limitación  de  género  alguno,  á  las  Antillas,  el  goce  de  los 
derechos  políticos  de  que  disfrutaba  la  Peniosula.  Por  esto, 
en  lo  sucesivo  regirían  en  Oaba  y  Puerto  Rico  las  le?ea 
complementarias  de  la  Constitución  vigente  en  la  Metrópoli, 
y  en  especial  la  ley  de  Enjuiciamiento  criminal  v  la  de  or- 
den público,  la  de  expropiación  forzosa,  la  de  instrucción 
pública,  las  de  imprenta,  reunión,  y  asoo'aoión  y  el  Código 
de  Justicia  Militar.  Dicho  se  está  oon  esto  que  desapareóla 
la  excepción  sanoiooada  por  este  último  eo  su  art.  29  y 
que  en  rigor  echaba  por  tierra  buena  parte  del  decreto  de  27 
de  Abril  de  1881,  que  ordenó  la  promulgación  de  la  Cons 
titución  española  de  J876  en  Cuba  y  Puerto  Rico. 

Otro  de  los  decretos  *ie  Noviembre  de  1897  se  contrae  al 
derecho  electoral.  Extiende  á  las  Antillas  la  ley  electoral 
peninsular  de  26  de  Junio  de  1890;  proclama  el  sufragio 
universal;  niega  en  absoluto  el  voto  á  los  institutos  armados 
de  cualquier  clase  que  fueren;  hace  imposible  el  abuso  es 
canda) o ao  de  los  llamados  socios  de  ocasión;  declara  que  no 
se  necesita  autorización  para  procesar  á  ni  ngúu  funcionario 
público;  orea  una  Junta  insular  del  censo  electoral  en  la  qne 
todo*  los  partidos  políticos  han  de  tener  representación,  al 
propio  tiempo  que  el  (Gobierno  general,  el  civil  y  las8alas 
de  gobierno  de  la  Audiencia  de  la  capital;  afirma  que  la  ju- 
risdicción ordinaria  es  la  única  competente  para  el  conoci- 
miento de  los  delitos  electorales  y  somete  la  vigilancia  de 
las  elecciones  á  la  Junta  Central  racional  del  censo. 

En  este  decreto  se  establece,  por  excepción:  1 .°  que  para 
ser  diputado  provincial  se  necesita  ser  natura)  de  la  pro 
vincia  ó  llevar  cuatro  años  consecutivos  de  residencia  en  la 
misma,  y  2.°  que  para  ser  concejal  de  Ayuntamiento  de  más 


/ 


—   893    — 

-de  1000  vecinos  es  precisa  la  residencia  de  castro  año*,  y  el 
pago  de  ana  cuota  de  contribución.  También  serian  elegi- 
bles como  concejales  los  que  siendo  vecinos  y  pagando  alga- 
ña  curta,  acreditaran  con  titulo  oficial  su  capacidad  profe- 
sional 6  académica.  Podrian  ser  Consejeros  de  Administra- 
ción los  que  con  arreglo  al  arr.  25  de  la  ley  electoral  penin 
«otar  tienen  capacidad  para  ser  senadores. 

El  terror  decreto  de  Jos  aludidos  se  refiere  al  Gobierno  y 
Administra&én  de  las  islas  de  Cuba  y  P%erto%  Rico, 

Ezousa  muchos  comentarios  sobre  sus  antecedente*,  es- 
píritu y  alcance,  la  reproducción  de  algunos  délos  párrafos 
de  K  Exposición  qne  precede  á  est*  Deoreto,  dado  sin  anuen- 
cia de  las  Cortes,  pero  que  éstas  mego  (en  Mayo  de  189S) 
sancionaron. 

Muy  al  principio,  el  Gobierno  explica  su  propósito  de 
esta  suerte: 

«Propúsose,  tote  todo,  sentar  claramente  el  principio,  desenvolverle 
-en  tod*  su  integridad  y  rodea  i  lo  de  todas  las  garantías  de  éxito.   Por- 

•  que  cuando  se  trata  do  confiar  la  dirección  de  sus  negocios  4  puebles 
que  han  l'egado  4K  edad  viril.  6  no  debe  hablárseles  de  autonomía,  6 
es  preciso  dársela  completa,  con  la  convicción  de  que  se  les  coloca  en 
o1  camino  del  bien,  sin  limitaciones  ó  trahas  hijas  de  la  desconfianza  j 
del  recelo .  ó  se  fía  de  la  defensa  de  ía  nacionalidad  &  la  represión  y  á 
la  fuerza,  ó  se  entrega  al  consorcio  de  los  afectos  y  de  las  tradiciones 
con  los  intere«es  fortificado  &  medida  que  se  desarrolla  por  las  ventajas 
de  uq  sistema  de  gobierno  qae  enseñe  y  evidencie  4  las  colonias  que 
bajo  ningún  otro  les  sería  dado  alcanzar  mayor  grado  de  bienestar,  de 

•  seguridad  y  de  importancia. 

Esto  sentido,  era  condición  esencial  par  i  lograr  el  propósito,  buscar 
4  ese  f  rincipio  una  forma  practica  é  inteligible  para  el  pueblo  que  por 
el  había  de  gobernarse,  y  la  encontró  el  Gobierno  en  el  programa  de 
aquel  rartido  insular,  considerable  por  el  número,  pero  más  impor  tanto 
aún  por  la  inteligencia  y  la  constancia,  cuyas  predicaciones,  desde  hace 
veinte  años,  han  familiarizado  al  país  cubano  con  el  espíritu,  los  proce- 
dimientos y  la  transcendencia  de  la  profunda  innovación  que  están  lla- 
mados á  introducir  en  su  vida  política  y  social. 

Con  lo  cual  ya  se  afirma  que  el  proyecto  no  tiene  nada  de  teórico,  ni 
o*  imitación  ó  copit  de  otras  Consttnc iones  coloniales,  miradas  con 
razón  como  modelo  ai  la  materia ;  pues  aun  cuando  el  Gobierno  ha  te- 
nido muy  presentes  sus  enseñanzas,  entiende  que  las  instituciones  de 
pueblos  que  por  su  historia  y  por  su  ra*a  difieren  tanto  del  de  Cuba,  no 
.pueden  arraigar  donde  no  tienen  ni  precedente,  ni  atmósfera,  ni  aque- 
lla preparación  que  nace  de  la  educación  y  de  las  creencias. 


—  894  — 

Planteado  así  el  problema,  tratándose  de  dar  una  Constitución  auto- 
nómica á  na  territorio  español  poblado  por  raza    española  y  por  Espa- 
ña civilizado,  la  resolución  no  era  dudosa:  la  autonomía  debía  deten- 
volverá©  r  entro  de  las  idess  y  con  arreglo  al     rograma  que  lleva  ese 
nombre  en  las  Antillas,  sin  eliminar  nada  de  tu  contenido,  sin*alterar 
'sobre  tcdo  tu  espíritu;  ante*  bien,  compitiéndolo,  armonizándolo, dán- 
dole mayv  r*  8  garantías  de  e»t*biidad.  cual  corresponde  a¡  Gobierno  de 
una  Metrópoli  que  se  siente  atra  da  k  implantarlo  por  la  conviectfn  de 
aus  ventajas,  por  el  aLhelo  úe  llevar  la  paz  y  «1  aosiego^á  tan  preciados 
territorios,  y  por  la  conciencia  de  sus  responsabilidades,  no  sólo  ante 
la  colonia,  sino  también  ante  sus  propios  vastísimos  interesen  que  el 
^  tiempo  ha  enlazado  y  tejido  en  la  tupida  itd  de  los  anos. 
Luego  el  Gobierno  dice: 

De  esta  manera,  la  Conttitoei/n  autonómica  que  el  G  o  bit  rao  propone 
para  las  islas  de  Cuba  y  Puerto  Rico,  no  es  exótica,  ni  copiada,  ni  imi- 
tada; es  ona  organización  propia,  por  ios  españoles  antillanos  concebi- 
da y  predicada,  por  el  partido  liberal  gustosamente  inscrita  en  su  pro» 
gram*  pura  que  la  Nación  supiera  lo  que  de  él  podía  esperar  al  recibir 
el  Poder,  y  que  se  caracteriza  por  un  rasgo  que  ningún  régimen  colonial 
ha  ofrecido  hasta  ahora;  el  de  que  las  Antillas  puedan  ser  completa- 
mente autónoma*,  en  el  sentido  más  amplio  de  la  palabra,  y  al   propio 
tiempo  tener  representación  y  formar  parta  del  Parlamento  nacional. 
De  suerte  que,  mientra*  los  representantes  del  pueblo  insular  gobiernan 
desde  sus  Clamaras  locales  Ls  interósea  propios  y  especiales  de  su  país, 
otros,  elegidos  por  el  mismo  pueblo  asisten  y  cooperan  en  las  Cortes  á 
la  formación  de  las  leyes,  en  cuyo  molde  se  forman  y  se  van  compene* 
trando  y  unificando  los  diferentes  elementos  de  lá  nacionalidad  española, 
Y  no  es  esta  pequeña  ni  escasa  ventaja,  menos  aún  motivo  para  estra- 
ñeza, come  quizás  alguno  pudiera  sentirla,   porque  esta  presencia  de 
los  diputad*  s  antillanos  en  las  Cortes  es  un  lazo  estrechísimo  de  la 
nacionalidad  que  se  levanta  sobre  todas  las  unidades  que  en  su    seno 
viven,  solicitado  hoy,  como  uno  de  ios  mejores  progresos  políticos  de 
nneatris  días,  por  las  colonias  autónomas  inglesas  ansksas  de  partici- 
par,   dentro  de  un  Parlamento  imperial,  de  la  suprema  función  de 
legisladores  y  directores  del  gran  imperio  británico. 
So  otro  lado  se  añade: 

Seguí  anen te  algo  quedará  por  hacer  y  algo  necesito  rá  reformarse. 
Ya  lo  irán  mostrando  á  un  tiempo  la  defensa  y  la  censura  que  do  su» 
disposiciones  se  hagan,  y  ya  so  irá  aquilatarlo  lo  que  la  una  y  la  otra 
tengan  de  fundado,  permitiendo  incorporar  lo  bueno  en  el  proyecto  y 
descartar  lo  que  no  responda  á  sus  ideas  fundamentales  cuando  llegue 
el  momento  de  recibir  la  sanción  de  las  Cortes. 


—    895    — 

Batiéndose,  oA  embargo,  que  el  Gobierno  ne  retirará  de  él,  ni  con* 
sentirá  ee  retire  nada  de  lo  que  son  libertades,  garantías  y  privilegios 
coloniales,  porque  pronto  á  completar  la  obra  6  á  exclarecer  las  dadas» 
no  entiende  que  al  presentarla  á  la  sanción  parlamentaria,  puedan 
sufrir  disminución  las  concesiones  hechas,  ni  podría  consentirlo  si 
cuenta  con  la  mayoría  de  las  Cámaras. 

Luego  la  Exposición  se  ocupa  ooncretame&te  de  dos  de 
loe  máa  importantes  'problemas  de  la  vida  antillana:  del 
Arancel  de  aduanas  y  de  la  Denda. 

Y  se  explica  de  este  modo: 

El  cómtrcio  de  exportación  déla  Península á  Cuba,  que  se  cifra  por 
vaos  treinta  millones  de  pesos  anua.es,  y  que  ade  aás  da  lugar  á 
combinaciones  de  importancia  para  la  navegación  de  altura,  ha  estado 
•¿metido  hasta  ahora  á  un  régimen  de  excepción  incompatible  en 
absoluto  con  el  principio  de  la  autonomía  colonial. 

Implica  éste  la  facultad  de  regular  las  condiciones  de  su  comercio 
do  importación  y  exportación  y  la  libre  administración  de  sus  aduanas* 
Negárselas  a  Cuba  6  Puerto  Rice  equivaldría  á  destrtir  el  valor  de  loi 
principios  sentados;  tratar  de  falsearlas,  sería  incompatible  con  la 
dignidad  de  la  Nación.  Lo  que  al  Gobierno  toca,  después  de  reconocer 
el  principio  en  toda  su  integridad,  es  procurar  que  la  transición  se 
haga  sin  sacudimientos  ni  perjuicio  de  k  a  intereses  a  la  sombra  del 
antiguo  sistema  desarrollados,  y  para  ello  preparar  una  inteligencia 
con  los  Gobiernos  antillanos. 

Porque  nunca  han  negado  les  defensores  más  acérrimos  de  la  auto- 
nomía la  disposición  de  aquellos  países  á  reconocer  en  favor  de  la  in- 
dustria y  del  comercio,  genuinamente  nacionales,  un  margen  que  les 
asegurase  aquel  mercado. 

así  lo  aseguraron  siempre  sus  representantes  en  Curtes,  y  así  conti- 
núan asegurándolo  todos  los  partidos  de  la  isla  de  Cuba,  según  manifes- 
tacionee  que  el  Gobierno  tiene  por  irrecusables.  Las  queja*  provenían, 
no  de  la  existencia  de  derechos  diferenciales,  sino  de  su  exageración, 
que  impedía  á  las  Antillas  asegurarse  los  mercados  que  necesitan  para 
sus  ricos  y  abundantes  productos,  y  de  la  faltado  reciprocidad.  No 
existiendo,  pues,  dificultades  invencibles,  hay  derecho  á  decir  que  la 
inteligencia,  más  que  posible,  es  segura;  sobre  todo,  si  se  tiene  en 
cuenta  que  la  importación  peninsular  en  Cuba  se  hace  en  unos  50  artí- 
culos entre  los  400  que  tiene  el  Arancel,  y  que  de  aquéllos,  muchos,  por 
su  carácter  especial  y  por  las  costumbres  y  gustos  de  aquellos  natura- 
lee,  ao  pueden  jamás  temer  la  concurrencia  de  sus  similares  extranjeros. 

fio  deben,  pues,  alarmarse  los  industriales  de  la  Península,  y  con 
ellos  loa  navieros,  ante  la  afirmación  de  una  autonomía  que,  al  modifi. 


r 


—    896    — 

-car  las  condiciones  en  que  se  fun  la  el  Arancel,  no  altera  los  íandamcav 
tos  esenciales  de  las  relaciones  económicas  entre  Espala  y  las  Antillas. 
Habrá,  s*n  dada,  al  ganas  dificultades  para  armonizar  6  compensar  lai 
inevitables  diferencias  de  todo  cambio  de  régimen  mercantil;  será  pre- 
ciso combinar  de  alguna  manera  ambos  Aranceles,  pero  ni  los  ioter<wi 
cubano*  son  opuestos  á  los  peninsulares,  ni  está  en  el  interés  de  i  adié 
disminuir  las  relaciones  mercantiles  entre  los  do  i  países 

8obre  la  Deuda  de  Coba,  dioe  la  Exposición: 

En  cuanto  á  la  deuda  que  pesa  sobre  el  Tesoro  cubano,  ya  direeta 
mente,  ya  por  la  gario  tía  que  ha  dado  al  de  la  Península,  y  que  éste 
sope rta  en  forma  analog*,  ea*á  fuca  de  duda  la  justicia  de  repartirla 
equitativamente  cuando  la  terminación  de  la  guerra  permita  fijar  tu 
importe  definitivo. 

Ni  ha  de  ser  éste  tan  enorme,  así  debemos  esperarlo,  que  represente 
un  gravamen  insoportable  para  las  energías  nacionales,  ni  la  Ilación 
ettá  tan  falta  de  medios  que  pueda  asustarle  el  porvenir.  Un  paít  que 
ka  dado  en  los  últimos  meses  muestras  tan  gallardas  de  virilidad  y  ds 
disciplina  social;  un  territorio  como  el  de  Coba  que,  aun  en  medio  de 
sus  convulsiones  políticas  y  del  apenas  ir  terrumpido  guerrear  de  trein- 
ta años,  ha  pro  "i  acido  tan  considerable  riqueía,  aun  cultivando  tan  solé 
una  pequeña  parte  de  su  feracísimo  suelo,  y  que  lo  ha  hecho  por  sus  so- 
las fuerzas,  con  escssas  instituciones  de  crédito j  luchando  con  los  asn- 
eares privilegiados,  cerrado  el  mercado  americano  á  sus  tabacos  elabo- 
rados, y  transformando  al  propio  tiempo  en  libre  el  trabajo  esclava, 
bien  puede  ai  rentar  sereno  el  fago  de  sos  obligaciones  é  inspirar  coa- 
fisnsa  á  sus  acreedores . 

Por  eao,  á  juicio  del  Gobierno,  iv porta  pensar  desde  ahora,  más  qne 
en  el  repaito  de  la  Deuda,  en  el  modo  de  satisfacerla,  y  si  fuera  posible, 
de  extinguirla,  aplicando  los  procedimientos  económicos  de  nuestra 
época  á  las  grandes  riquezas  que  el  suelo  cubano  asegura  á  loa  agricul- 
tores y  el  subsuelo  i  los  mineros,  >  aprovechando  las  extraordinarias 
facilidades  que  al  comercio  universal  ofrece  la  forma  insular  y  la  situa- 
ción geográfica  de  ta  que  no  sin  razón  se  ha  llamado  la  Perla  de  las  As- 
tillas. 

Con  estas  ideaa  creáronse  en  Cuba  dos  Cámaras  insolare*, 
llamadas  Cámara  de  los  representantes  y  Consejo  de  Admi- 
nistración; nn  Gobernador  general  y  cinco  secretarios  de 
Despacho  de  los  asuntos  puramente  insulares.  Las  Cama 
ras  serian,  de  libre  y  total  elección  de  la  Isla,  la  de  Repre- 
sentantes y  la  de  Consejeros  de  nombramiento  mixto:  te 
decir,  nombrados  ocho  por  los  electores  cubanos  y  siete  por 
«1  Gobernador  general  entre  las  personas  que  reunieran  de* 


—   897   — 

terminadas  condiciona  Ambas  Cámaras  constituirían  el  Par* 
lamento  insular.  El  Gobernador  general  era  de  nombra- 
miento real*  Los  secretarios. del  Despacho  de  nombramiento 
del  Gobernador,  pero  responsables  ante  las  Cámaras  y  por 
ende  dependientes  de  éstas. 

Las  facultades  de  las  Cámaras  insulares  se  extendían  á 
«acordar  sobre  todos  aquellos  pontos  qne  no  hubiesen  sido 
especial  y  taxativamente  reservados  á  Jas  Cortes  del  Reino 
o  mJ  Gobierno  central»  por  el  decreto  de  25  de  Noviembre 
de  1897  6  por  las  Cortes  en  lo  futuro:  siendo  &*  advertir  que 
«una  ves  aprobado  por  las  Cortes  el  Decreto  de  Noviembre , 
ésta  no  podía  modificarse  sino  en  virtud  de  una  ley  y  á  pe- 
tición del  Parlamento  inmlar* . 

£1  decreto  referido  atribuía  especialmente  á  este  Parla- 
mentó  los  negocios  de  Gracia  y  Justicia,  Gobernación. 
Obras  publican,  I astr acción  y  Agricultura.  Por  conse- 
cuencia, las  Cámaras  insulares  se  ocuparían  de  la  organi- 
zación administrativa  del  país,  de  la  división  territorial, 
provincial,  municipal  v  judicial,  de  sanidad  marítima  y 
terrestre*,  de  crédito  público,  banco  y  sistema  monetario. 
•I  ambién  aquellas  (Jamaras  formarían  los  reglamentos  de 
las  leyes  votadas  por  las  Cortes  del  Reino,  y  sobre  toda 
entenderían  en  materia  de  procedimiento  electoral,  forma- 
ción de  censo,  ratificación  de  los  eleotores,  manera  de  ejer 
eitar  el  sufragio,  aplicación  de  las  leyes  generales  de  Admi- 
nistración de  Justicia  y  organización  de  tribunales. 

£1  Parlamento  insular  haría  libremente  el  presupuesta 
de  gastos  y  de  ingresos  de  la  isla,  los  tratados  de  oomeroio 
y  el  arancel  de  aduanas.  Y  también  las  Cámaras  podrían 
-dirigirse  al  Gobierno  Central,  por  medio  d«l  Gobernador 
general,  proponiendo  la  derogación  6  modificación  de  las 
vigentes  leyes  del  Reino,  asi  como  la  presentación  de  nue- 
vos proyectos  de  ley  ó  la  adopción  de  resoluciones  de  ca- 
rácter ejecutivo  que  interesaran  á  la  colonia. 

El  voto  de  las  Cámaras  debía  ser  sancionado  y  publicado 
por  el  Gobernador  general,  dentro  del  periodo  de  dos  mese^, 
en  el  cual  el  Gobernador  podría  suspender  el  acuerdo,  remi- 
tiéndolo al  Gobierno  de  la  Metrópoli,  para  que  ésta  lo 
sancionara  ó  lo  devolviese  al  Parlamento  insular.  Trans- 
curridos los  dos  meses  sin  resolución  del  Gobierno  Central, 
se  entendería  que  privaba  el  acuerdo  recurrido  ó  consol  • 
tado. 

En  aquellos  casos  en  que  á  juicio  del  Gobernador  gene- 


—   898    — 

ral,  los  intereses  nacionales  pudieran  ser  afectados  por  los 
.  Estatutos  coloniales,  precederla  á  la  presentacóa  de  los 
proyectos  de  iniciativa  ministerial  su  comunicación  al  Go- 
bierno Central.  T  si  el  proyecto  era  da  la  inioiativa^ar la- 
mentaría, el  Gobierno  reclamarla  el  aplazamiento  de  la  dis- 
ensión hasta  que  el  Gobierno  Central  hubiese  manifestado 
sn  juicio. 

£1  Gobernador  general,  por  medio  de  sus  Secretarios  del 
Despacho,  nombrarla  todos  los  empleados  insulares.  Los  de- 
más decretos  del  Gobernador  deberían  ir  refrendados  por  los 
Secretarios,  unióos  responsables|ante  las  Cámaras  y  los  Tri- 
bunales de  Justicia.  El  Gobernador  responderla  ante  el  Tri- 
bunal Supremo  de  la  Metrópoli.  Además  el  Gobernador  era 
•1  jefe  del  Ejercito  y  de  la  Marina;  llevaba  la  represen  tacita 
del  Estado  en  las  relaciones  oon-el  exterior  y  respondía  del 
orden  y  la  tranquilidad  de  la  Colonia;  todo  lo  cual  estaba 
sustraído  á  la  competencia  de  los  Secretarios  del  Despacho 
del  Gobierno  insular. 

La  organización  municipal  seria  obligatoria  en  todo  grupo 
de  población  superior  á  mil  habitantes.  Todo  Municipio  esta- 
rla facultado  para  estatuir  sobre  instrucción,  vías  de  co- 
municación, sanidad  local  y  presupuestos  municipales. 
Nombrarla  y  separarla  libremente  á  los  empleados  y  elegi- 
rla á  los  alcaldes  y  tenientes  de  alcalde,  entre  los  con- 
cejales. 

Al  frente  de  cada  provincia  habría  una  Diputación  pro- 
vincial, elegida,  lo  mismo  que  los  Ayuntamientos,  en  la  for- 
ma que  determinaran  los  Jilstatutos  coloniales.  Esas  Dipu- 
taciones serían  autónomas  en  todo  lo  referente  á  la  creación 
y  dotación  de  establecimientos  de  instrucción  pública,  sea- 
vicios  de  beneficencia,  vías  provinciales  (fluviales  ó  maríti- 
mas), presupuestos  y  nombramiento  y  separación  de  sus  em- 
pleados. 

Las  elecciones  de  concejales  y  diputados  provinciales  se 
harían  de  modo  que  las  minorías  tuviesen  representación*.— 
'lodo  acuerdo  municipal  que  tuviera  por  objeto  la  contrata* 
ción  de  empréstitos  ó  deudas  municipales  carecería  de  fuer» 
ejecutiva,  si  no  fuese  aprobado  por  la  mayoría  de  los  vecU 
nos,  cuando  asi  lo  hubiera  pedido  la  tercera  parte  de  los 
concejales.  Es  decir,  el  re/erendun. 

Todo  ciudadano  podría  acudir  á  los  tribunales  de  justicia, 
cuando  entendiese  que  sus  derechos  ó  intereses  fueron  vis- 
lados  por  los  acuerdos  de  un  Municipio  ó  de  una  Diputa- 


-   899    - 

cíód  provincial.  También  el  Ministerio  fiscal  podría  recurrir 
ante  loe  tribunales  por  laa  infracciones  de  ley  ó  laa  extra  li- 
mitación e  a  de  facultades  cometidas  por  los  Ayuntamientos 
y  Diputaciones. 

De  loe  acuerdos  de  los  Apuntamientos  entendería  la  Au- 
diencia del  territorio  y  de  los  acuerdos  de  las  Diputaciones 
la  Audiencia  Pletorial  de  la  Habana.  En  apelación  del  fallo 
de  ésta,  el  Tribunal  Supremo. 

£1  Decreto  que  aquí  ahora  se  examina  contiena  en  su  úl- 
timo título,  otra  gran  originalidad  aparte  del  referendum 
antes  citado 

£1  Gobernador  general  podrá  acudir,  á  título  de  Jefe  del 
Poder  ejecutivo  colonial,  cuando  lo  estime  oportuno,  ante  la 
Audiencia  Pletorial  de  la  Hhbana  para  que  ésta  dirima  los 
conflictos  de  jurisdicción  entre  el  Poder  «gecut  vo  y  las  Cá- 
mara* insulares.  8i  surgiera  al  gura  cuestión  de  jurisdic- 
ción, nutre  el  Parlamento  insular  y  el  Gobernador  general 
en  fu  calidad  de  representante  del  Poder  central,  que  á  pe* 
tición  del  primero  no  fuera  sometida  al  Consejo  de  minis- 
tros d$\  Reino,  cada  una  de  las  dos  partes  podrá  someterla 
á  la  resolución  del  Tribunal  Supremo  del  Reino,  que  resol- 
verá en  pleno  y  en  una  sola  instancia. 

No  procede  ahora  examinar  y  discutir  detenidamente 
estas  reformas,  de  no  escasos  defectos.  Para  el  fin  con 
que  aquí  se  citan  basta  reconocer,  primero,  que  tienen 
una  grandísima  importancia  y  rompen  con  la  tradición  bu- 
rocrática mantenida,  mas  ó  menos  resueltamente,  por  iodos 
•  les  partidos  monárquicos  v  de  gobierno  de  España, 
dentro  del  siglo  corriente:  2.°  que  corresponden,  en  ko 
esencial,  á  la  propaganda  hecha  por  los  autonomistas 
antillanos  desde  1879  á  esta  fecha,  y  3  °  que  en  ciertos 
extremos  exceden,  bajo  el  punto  de  vista  expansivo,  á  lo 
que  rige  en  materia  colonial  en  Inglaterra  y  las  colonias  in- 
glesas. 

Las  dos  primeras  afrmaoiones  por  nadie   podrán  ser 
puestas  en  duda;  aun  ahora  que  nadie  se  acuerda  ó  quÍ9re 
acordarse  de  que  la  úaioa  vez  que  se  planteó  en  el  Parla- 
mento español  Na  cuestión  de  la  autonomía  colonial,  para 
aer  resuelta  inmediatamente,   por  medio  de  una  votación 
— lamentaría— 4  sea  en  15  de  Junio  de  1886— sólo   loe  di* 
¿dos  autonomistas  de  las  Antillas  y  los  republicanos  pe- 
guiares  votaron  en  pro,  oponiéndose  á  ellos  todos  loa 
oarquicos  de  la  Cámara.  La  proposición  suscrita  por  la 


—  900  — 

minoría  autonomista  de  Ultramar  samó  solo   17  votos  en 
pro  frente  á  217  en  contra  (1). 

Ea  cnanto  ala  intima  relación  de  las  refornus  de  No* 
▼iembre  con  el  programa  délos  autonomistas  cubanos,  ya 
dic?  lo  snfíoieutH  la  comparación  de  los  decretos  de  No 
vmmbre  con  los  Manifiestos  de  las  Directivas  autonomistas 
de  Cuba  y  Paerto  Rico  y  con  los  discursos  y  las  proposicio 
nes  de  ley  de  los  diputados  y  senadores  antillanos  en  las 
Cortes  españolas,  desde  1875  á  1896  (2).  Pero  á  todo  eso 
hay  que  ttfiadir  la  declaración  explícita  que  los  órganos  di* 
rectivos  loe *lea  de  esos  autonomistas  hicieron  en  Diciembre 


(l)    Veas»  mi  libra  La  Rspúbtiea  y  la»  libertad**  de  Ultramar, 
(9)     Véafle  mi  libro  La  República  y  la*  libertadet  d«  Ultramar,  Cn  Yol . 
Madrid  1881. 

Bl  índica  de  los  tres  capítulos  referentes  á  esta  materia  ei  el  si- 
guiente: 

I.  Bl  partido  autonomista  cubano.— La  Patria  chica.— Sentido  cea- 
servaior  de  aquel  partido.— La  exuberancia  tropical.  —La  personalidad 
insular.  —Comparación  de  lo  que  sucede  en  las  Vascongadas,  ea  Cata- 
luna  y  en  Galicia— Las  fórmulas  autonomistas  de  MF78,  1881  y  1883.— 
Las  declaraciones  parlamentarias  de  los  autonomistas  antillanos  so  lai 
Cortes  de  19,  del  82  y  del  95 

II.  La  olra  de  los  representantes  parlamentarios  de  las  Antillas  ea 
la  Península.— Bl  debate  de  Junio  de  1894.— Declaraciones  transeeadaa- 
tales  del  Sr.  Cánovas,  Presidente  del  Consejo  de  Ministros.-— La  enalta- 
da Montoro  de  1886.—  Las  siete  proposiciones  de  ley  de  los  autonomis- 
tas de  1888.—  Los  programas  de  1887  y  1891  de  los  autonomistas  de 
Paerto  Rico. 

III  Posición  difícil  de  la  representación  antillana  autonomista  en  la 
Península.— Su  falta  de  medios.— Reserva  de  la  colonia  antillana  an  la 
Metrópoli.— Los  periódicos  antillanos  en  esta.'— La  Rutista  de  las  An- 
tillas del  Sr.  Cepeda.—  La  Tribuna  de  1882-88.— Programa  de  este  pe- 
riódico.—Preocupaciones  peninsulares.— Bl  supuestf  separatismo  ne- 
cesario —Bl  fondo  de  desconfianza.— La  burocracia.— La  novedad  as 
la  doctrina  autonomista —Bl  espíritu  castellano.— Bl  supuesto  exela- 
sivodelas  colonias. —Lejanía  de  la  masa  política  autonomista. -81 
particularismo  antillano.— Aislamiento  de  les  diputado*  y  senador* 
autonomistas.— La  Unión  parlamentaria  repub  icana  pudo  reetifiíar 
algo  aquel  aislamiento.— La  constitución  defectuosa  de  la  representa- 
ción autonomista.— Los  méritos  de  los  diputados  y  senadores.  -So» 
gloriosas  campañas— necesidad  de  elementos  auxiliares. 


—    901    — 

de  1897,  afirmando  que  en  loa  decretos  aludidos  estaba  con» 
tenida  la  doctrina  de  los  partidos  autonomistas  de  las  Anti- 
llas De  esta  suerte  se  rectificó,  por  quien  podía,  la  tesis  man- 
tenida por  Jos  directores  de  la  Junta  separatista  de  Nueva 
York  de  que  la  Autonomía  consagrad*  por  aquellos  decre- 
tos no  era  una  verdadera  Autonomía  (1). 

Más  discutible  parecerá  la  tercera  tesis.  Sin  embargo,  es 
positivo  queU  Gran  B retafia  no  admite  en  el  Parlamento 
nacional  ni  en  la  dirección  general  de  ia  política  británica 
á  los  representantes  de  sus  colonias. — Del  propio  modo ^ 
tampoco  acepta  responsabilidad  alguna  en  la  deuda  y  las 
obligaciones  de  éstas. — De  ninguna  suerte  admite  límite  ¿ 
Jo  que  allí  se  llama  el  derecho  imperial  ó  sea  á  la  facultad 
del  Parlamento  de  resolver  por  si  y  de  imponer  á  las  colo- 
nias lo  que  estime  conveniente  al  interés  de  toda  la  nación, 
aun  cuando  se  trate  de  materias  más  ó  menos  sometidas  á 
la  jurisdicción  colonial. — Y  en  fin,  en  punto  al  veto  de  los 
gobernadores,  aun  en  Jas  colonias  de  gobierno  responsable^ 
ni  la  legislaoión  ni  la  práctica  inglesas  reconocen  corta  • 
pisas. 

En  tal  supuesto,  yo,  que  seguramente  no  he  pasado  nun  • 
ea  por  conservador  ni  pacato  en  mis  campañas   autonomis- 
tas, tengo  que  oponer  bastante  á  los  arta.  30  y  43   del  de 
creto  de  25  de  Noviembre  de  1897  que  expresan,  con  deplo 
rabie  vaguedad,  la  doctrina  referente  á  la  suspensión  de  los 


(l)  A  les  pocos  días  de  anunciado  el  propósito  del  Gobierno  presi- 
dido por  el  Sr.  Sagaata'de  hicer  refirmas  autonomistas  en  las  Antillas, 
visite  al  Sr.  Presidente  del  Consejo  de  Ministros,  como  Senador  de  la 
universidad  de  la  Habana,  para  comunicarle  en  nombre  de  la  Janta  di- 
rectiva autonomista  de  Cuba  el  siguiente  cablegrama: 

t Sírvase  transmitir  Presidente  Consejo  y  Ministro  de  Ultramar  salu- 
do paitido  autonomista  que  mantieae  inquebrantable  fe  su  programa 
baaado  soberanía  madre  Patria  y  principio  autonomista  colonial  según 
en  sus  manifiestos  y  declaraciones  ss  han  desenvuelto  y  qae  dichos  se- 
n  ¿res  se  han  servido  aceptar.  Cumple  partido  grato  deber  felicitando 
Gobierno  ofrecí  e  o  do  cordial  apoyo  restauración  paz  pública  y  completa 
realización  dicho  programa. -Gal vez». 

A  poco  (Diciembre  del  97; y  tan  pronto  como  la  directiva  autonomista 
cubana  tuvo  conocimiento  detenido  de  los  decretos  de  25  de  Noviembre 
da  189^,  recibí  otro  telegrama  oficial  pira  que  declarase  al  Gobierno  de 
la  Metrópoli  que  aquellos  decretos  contenían  el  programa  del  partido* 
autonomista  de  la  grande  Antilla. 


—    902    — 

acuerdos  insolares  cuando  estos  son  contrarios  á  la  Consti- 
tución del  reino  ó  al  derecho  nacional.-  M4*  grave  aun  me 
parece  el  art  2.°  adicional  q  o*  sustrae  ala  *b<s  -I  uta  com 
petencia  de  las  Cortea  la  modificación  délos  Estatutos  colo- 
niales, nna  vea  aprobado  el  de  25  de  Noviembre  del  97. 

Eeta  8fel vedad,  cuyo  valor  doctrinal  me  parece  evidente, 
abona  mi  afirmación  de  que  en  el  orden  de  las  ideas,  lo  he 
oho  por  el  Gobierno  espafiol  á  fines  de  1 897  reviste  nu  carác- 
ter por  todo  extremo  excepcona  ,  en  relaoión  oon  las  expe- 
riencias colonizadoras  de  nuestros  tiempos.  S»o  qne  ••ato 
obste— como  ante*  he  indicado — al  reconocimiento  de  otras 
equivocaciones  y  contradicciones  de  aquel  decreta,  sobre 
cu  /a  confeocóu  corren  errores  que  algún  día  deberé  rectifi- 
car extensamente  (1). 

Del  mismo  modo  convengo  en  qne  el  Ministerio  liberal 
no  hizo  por  aquel  entonces  todo  lo  necesario  para  qne  Its 
reformas  de  Noviembre  produjeran  el  apetecible  efecto*, 
teniendo  en  cuenta  que  de  esas  reformas  se  esperaba,  do 
sólo  un  mejor  régimen  de  nuestras  Antillas,  si  que  tas 
b  en  la  terminación  de  la  gnerra  cubana,  en  la  cual  eran 
parte  Ioh cubanos  insurrectos  y  los  simpatizador»*  de  lo* 
Estados  Unidos.  No  tengo  por  qué  ni  para  qaé  demostrar 
que  no  todo  lo  que  yo  recomendé  por  aquel  entonóos  frft 
atendido  y  que  lo  hecho  al  fin  en  Puerto  Rico  me  intran- 
quilizó y  apenó  extraordinariamente. 

Pero  con  la  misma  sinceridad  debo  sostener  que  la  nueva 
conducta  del  Gobierno  español  abonaba,  á  principia  de  1898, 
asi  la  confianza  que  en  él  puso  la  mayor  parte  de  la  sociedad 
cubana,  ansiosa  de  libertades  "  de  paz,  como  laa  esDeraoas 
generales  de  próximos  v  satisfactorios  resultados. 

Por  lo  pronto  se  conbtitujó  el  Gobierno  insular  eos 
elementos  prestigiosos,  tomados  de  'os  antiguos  partidos 
autonomista  y  reformista,  fundidos  ahora  ai  efecto  de  dar 
realidad  y  eficacia  á  los  decretos  de  Noviembre.  El  aori- 
guo  partido  conservador  aceitó  la  situación  creada  por  éstos 
y  se  dispuso  á  cooperar  á  la  normalización  de'  orden  politiea 
y  social  de  la  grande  An tilla.  8in  menoscabo  del  carácter 
de  aquel  grupo  político.  Renació  la  fe  en  el  país.  Termina- 
ron i  as  deportaciones  gubernativas,  los  fusilamientos  y  kti 


(l)  Por  lo  pronto  véate  mi  discurso  pronunciado  en  el  Congreso  di 
loa  diputados  da  Bsprta  en  11  de  Mijo  de  1898,  al  discutirse  el  M8  dt 
indemnidad  pedido  por  el  Gobierno»  con  motivo  de  lea  Decr  atoe  de  9 
de  Noviembre  de  1897. 


—   90*  — 

redadas  políticas.  Y  comenzaron  á  volver  loa  emigrados 
-voluntarios,  las  gentes  temerosas  que  desde  1896  á  mediados 
de  1897,  se  habiaa  refugiado  principalmente  en  Méjico  y 
los  Estados  Unidos  de  América.  Hasta  en  la  gaerra  se  nota* 
ron  los  efectos  del  cambio  de  dirección  política  y  militar. 
Todas  las  acciones  militares  de  aquellos  días  faeron  favora- 
bles á  las  tropas  del  Gobierno,  las  ouales  salieron  de  la 
inacción  en  que  aparecían  durante  el  segundo  semestre  de 
1897,  en  el  cual  los  insurrectos  llegaron  á  dominar  comple- 
tamente todo  el  campo  del  departamento  oriental.  Luego  los 
insurrectos  del  resto  de  la  Isla  evitaron  todo  choque  con  las 
tropas  del  Gobierno;  varios  cabecillas  acataron  la  nueva 
legalidad  y  algunos  y  caracterizados  simpatizadores  pu- 
blicaron en  Nueva  York  su  opinión  favorable  á  la  paa  ■ 
£rantizada  por  el  nuevo  régimen.  Y  mientras  que  los  je- 
i  de  la  insurrección  iniciaron  una  serie  de  tremendas 
medidas  contra  la  tendencia  cada  vez  más  acentuada  enere 
los  revolucionarios  á  transigir  con  el  Gobierno  insular,  la 
directiva  separatista  de  Nueva  York  comenzó  una  vigorosa 
propaganda  sobre  el  tema  de  la  insubsistencia  probable  de 
las  nuevas  reformas,  ya  que  era  imposible  insistir  en  la 
negación  de  que  éstas  fueran  verdaderamente  autonomistas . 
£1  Gobierno  insular  cubano  dio  en  22  de  Enero  de  1898, 
un  Manifiesto  al  país.  En  él  se  leen  las  siguientes  frases: 

El  nuevo  régimen  es  el  pleno  reconocimiento  de  la  personalidad  polí- 
tica de  la  colonia.  Dueña  será  en  adelante  de  sus  destinos,  y  como  en 
los  pueblos  libres  al  poder  acompaña  la  responsabilidad,  los  desaciertos 
que  tuvieron  su  origen  en  el  ejercicio  del  primero  imputables  serán  tan 
sólo  á  la  colonia  autónoma.  Para  deliberar  y  resolver  en  panto  á  todos 
los  asuntos  propios  de  la  vida  local  existirá  el  poder  legislativo,  asiento 
de  la  voluntad  popular. 

Solícito  guardador  de  los  derechos  y  libertades  de  la  colonia  y  ge* 
nnino  representante  de  las  tendencias  y  aspiraciones  dominantes  en  al 
Parlamento  insolar,  el  poder  ejecutivo,  en  su  carácter  de  Gobierno  res- 
ponsable, cuidará  estrechamente  de  llevar  á  la  práctica  con  entera 
fidelidad  las  determinaciones  que  el  legislativo  adoptare,  haciendo  que 
la  fuerza  obligatoria  que  les  corresponde  conserve  intacta  toda  su  efi- 
cacia. Así  la  fórmula  de  el  giMimo  d$l  p*u  por  si  pait  y  para  si  pot* 
•encarnará  en  la  vida  real,  imperando  en  definitiva  las  corrientes  de 
opinión  que  hayan  alcanzado  el  concurso  del  sentimiento  público»  Es 
mn  régimen  que  descansa  exclusivamente  en  la  confianza  que  á  loa 

i8 


—    904  — 

ciudadanos  inspiren  los  depositarios  del  j-oder  público,  y  dentro  del* 
cual  el  voto  decisivo  pertenece,  por  lo  mismo,  al  pais 

En  la  clara  conciencia  de  su  responsabilidad,  el  Gobierno  provisional 
llenará  todos  sus  deberes  con  inquebrantable  energía  al  par  que  con 
mesurada  prudencia,  sin  dar  entrada  jamás  á  m  viles  ap  sionados. 
Fuerte  eon  la  cobilítima  coope: ación  del  Ge bierno  de  S.  M.  y  con  el 
leal  concurso  de  su  digno  representante;  fuerte  también  con  el  apoyo 
de  la  opiíión  honrada  y  sensata  aquí  y  en  la  Metrópoli;  peseido  de 
robusta  fe  en  la  restauración  de  la  paz  merced  á  la  salvadora  i d ucencia- 
de  la  nueva  política  colonial,  que  será  perduratle,  y  con  la  erterexa  de 
ánimo  que  la  situación  exige  para  conducir  á  buen  pueito  la  combatida 
nave,  pondrá  (3  a  viene  haciéndole),  todo  tu  empeño  en  asegurar  al 
nuevo  régimen  la  ce  crianza  de  Udcs.  £1  establecimiento  de  la  autono- 
mía no  es  únici  mente  la  victoria  de  un  partido;  es  el  trioi  fo  del  buen 
sentido,  de  la  tzperiencia  y  de  la  prtvisión,  del  tatrietismo  sino  á 
inteligente  que  ic*lla  las  pasiones  para  que  dcm'ne  'a  r» sen  y  se  mida» 
los  furestos  retultados  de  la  ÍLtraisigencia  con'ra  el  remedio  que  la 
humanidad,  la  justicia  y  la  cordura  prescriben  de  contunó  para  poctr 
pronto  término  á  los  malí 8  púbi'cos,  los  cíales  á  todo  ^canean  y  nada 
perdonan 

Por  la  alteza  de  mi:  as  á  que  obedece;  ror  el  ancho  camj.0  que  abreá 
toda 8  Ib 8  manifestaciones  de  la  vida  polítioa  y  eocial;  por  las  garantía! 
que  brinda  á  todcs  los  intereses  legitimes  bajo  el  amparo  de  la  ley,  el 
nuevo  régimen  está  llamado  á  ser  el  patrimonio  común  de  cuantos  anea . 
á  Cuba  con  amor  noble  y  vivificante,  hayan  nacido  en  su  suelo  ó  eos 
ella  eit*n  unidos  por  los  lazos  de  la  afección  6  de  la  fortuna.  La  auto- 
Lomía  á  nadie  excluye;  es  un  régimen  abierto  á  todos,  y  á  todos  ofrece 
les  rnedi*  8  de  cooperar  honradamente  á  la  consecución  del  bien  general. 
Sin  desdoro  para  nadie  y  con  honor  para  te  dos  llama  la  nueva  legalidad- 
á  su  ceno,  á  los  que  se  precien  de  buenos  ciudadanos  y  que  ai  lo  fueren 
en  lealidad,  no  habrán  de  permanecer  impasibles  ante  las  desventura* 
de  todo  un  pueblo  é  indiferentes  ante  la  consagración  da  sus  derechos. 

Sea  el  pasado  enseñanza  provechosa,  tero  lo  semillero  de  odios  si 
fuente  impura  de  recriminaciones.  Ha  muerto  para  siempre  la  política 
de  la  suspicacia  y  de  la  proscripción.  Todos  se  me  8  ct  baños  y  todos 
eomos  peninsulares. 

Tiempo  es  ya  que  la  reflesión  te  sobrepoTga  á  los  extravíos  de  la 
voluntad  y  el  civismo  al  tmor  propio.  Nadie  tiene  derecho  á  inmo'ar 
un  pueblo  en  aris  de  ideales  no  compaitidos  por  la  comunidad,  si  paco 
que  todos  vienen  obligados  á  secundar  generosamente  el  alto  empeño 
de  mejorar  la  suerte  de  la  Patria  amada,  asegurándole  los  dos  hieres  per 
excelencia  paia  toda  sociedad  culta:  el  orden  y  la  libertad. 


~\ 


—  905.  — 

En  estas  circunstancias  era  lo  natural  esperar  que  con 
relativa  calma,  la  mu  va  política  colonial  produjera  en 
efecto.  Asi  lo  reconocieron  y  proclamaron  todos  los  periódi- 
cos europeos  y  buena  parte  de  los  americanos.  En  idéntico 
sentido  se  expresaron  los  representantes  de  los  Gobiernos 
de  Europa  cerca  del  de  Madrid. 

Buena  prueba  de  la  firmeza  y  el  alcance  de  esta  benévola 

disposición  de  todo  el  mundo  contemporáneo  fué  la  rtsolu- 

.  ción  de  los  banqueros  europeos  de  que  antes  he  hablado,  de 

hacer  al  Gobierno  español  un  empréstito  considerable  para 

la  unificación  y  el  pago  de  la  deuda  de  Cuba. 

Para  este  empréstito  se  buscaría  un  capital  de  100  mi- 
llones de  libras  esterlinas,  dedican doee  ochenta  á  la  compra 
de  toda  k  Deuda  cubana,  consolidada  al  S  por  100  y  ga- 
rantizada exclusivamente  oon  las  rentas  de  la  grande  An- 
tilla  y  con  los  beneficios  que  reportarían  algunas  concesio- 
nes mineras  y  de  ferrocarriles  y  varias  explotaciones  agrí- 
colas. Los  20  mülones  reatantes  se  dedicarían  ala  explo- 
tación de  las  riquezas  naturales  de  Cuba  por  una  empresa 
Particular,  pero  con  la  protección  del  Gobierno  español, 
os  patrocinadores  de  este  negocio  no  creían  inverosímil 
que  el  Gobierno  inglés  tomara,  en  firme,  pero  en  secreto, 
50  millones  de  libras,  como  hiso,  en  su  día,  con  las  accio- 
nes del  canal  de  Suez. 

Todo  esto  aparte  de  los  dos  empiéstitos  de  ocho  mitones 
de  libras  sobre  las  minas  de  Almadén  y  la  garantía  del 
impuesto  de  tráfico  y  navegación;  asi  como  de  la  creación 
en  Madrid  de  un  Banco  acglo  español,  oon  capital  de  cuatro 
millones  de  libras,  cuyo  principal  objeto  seria  colocar  en  el 
mercado  inglés  los  pagarés  y  Deuda  flotante  del  Gobierno 
español. 

Claro  se  está  que  los  sostenedoros  y  simpatizadores  de  la 
insurrección  cubana  habían  de  hacer  todos  los  esfuerzos 
imaginables  para  destruir  las  nacientes  esperan zae  y  para 
que  fracasaran  tanto  los  decretos  autonomistas  de  Noviem- 
bre del  97,  como  los  esfuerzos  del  Gobierno  insular  cubano. 

Con  tal  propósito  se  iniciaron  y  desarrollaron  algunos  tra- 
bajos para  provocar  graves  perturbaciones  del  orden  públi- 
co en  las  principales  ciudades  de  Cuba.  Las  autoridades  de 
*~  habana  tuvieron  noticias  de  un  alboroto  proyectado  pera 
últimos  días  de  Diciembre  del  97;  alboroto  que  debía 
ifioarse  en  la  capital  de  la  Isla  antes  de  que  se  nombrara 
nmensara  á  funcionar  el  nuevo  Gobierno  autonomista 


—   906   — 

Abortado  el  plan,  se  reprodujo,  dando  por  efecto  el  motín 
de  la  Habana  del  5  de  Enero. 

No  hay  por  qué  ni  para  qué  negar  que  éste  tuvo  una  p  >  - 
siti7a  gravedad.  Ni  seria  discreto  rebajar  lo  más  mínimo 
la  severa  censura  que  merecen  todos  cuantos  por  diferentes 
motivos,  en  distinto  estilo  y  con  diversa  responsabilidad, 
figuraron  en  aquel  triste  suceso,  como  principales  actores  y 
cooperadores,  manifiestos  6  reservados.  Varios  periódicos» 
aparte  del  provocador  del  conflicto,  fueron  atropellados  6 
amenazados;  la  alarma  producida  en  la  Habaua  llegó  á  ser 
extraordinaria;  la  repercusión  del  suceso  fuera  de  Ouba,  in- 
mensa y  suma  la  transcendencia  del  mismo,  ea  ios  críticos 
momentos  de  la  instauración  del  nuevo  régimen.  Pero  tam- 
bién hay  que  advertir  que  ni  los  cónsules  ni  los  particulares 
extranjeros  residentes  en  la  Habana  corrieron  el  menor  peli- 
gro, ni  las  autoridades  españolas — insulares  ó  peninsulares 
— economizaron  energías  para  conseguir  un  rápido  y  com- 
pleto éxito,  que  en  efecto  consiguieron,  restableciendo  el  or- 
den con  la  cooperación  de  todos  los  elementos  sociales,  y  de 
tal  suerte,  que,  desde  entonces  hasta  ahora,  no  se  ha  adver- 
tido el  menor  síntoma  de  la  reproducción  de  aquellos  deplo- 
rables sucesos. 

Cierto  que  uno  de  los  sensibles  efectos  de  aquel  inoi  len- 
te fué  el  fracaso  de  las  gestiones  que  en  Europa  s a  ha- 
dan para  dará  la  nueva  situación  cubana  poderosos  me- 
dios económicos  que  asegurasen  su  desarrollo.  Ana  sin 
que  hubiese  por  alguna  parte  (y  lo  hubo)  interés  en 
asustar  á  los  negociantes  europeos,  el  motín  de  Enero  tenía 
por  sí  bastante  fuerza  para  aconsejar  á  estos  la  espera. 
Luego  vinieron  otros  motivos  para  determinar  el  abandono 
completo  de  todo  proyecto  financiero:  porque  pronto  se 
puso  en  evidencia  que  la  insurrección  separatista  contin  na- 
ba disfrutando  del  apoyo  de  los  Estados  Unidos  y  que  en 
este  país  había  muchos  elementos  propicios  á  la  guerra  de 
la  República  con  España  ()). 


(1)  Esta  particular,  absolutamente  desconocido  por  la  prensa  espa- 
lóla y  por  la  casi  totalidad  de  nuestros  hombres  políticos,  ya  na  comen- 
zado á  tratarse  públicamente  en  algunos  círculos  de  Londres,  con 
motivo  de  la  reciente  quiebra  del  famoso  negociante  Mr.  Eoolej,  que 
era  el  principal  agente  de  la  operación  financiera  arriba  tanateas, 
M : ,  Kooley  no  oculta  (según  se  me  asegura),  oue  «l  fracaso  de  Is  ne- 


rv 


—  907  — 

'  Pero  también  es  exacto  que,  aun  después  del  5  de  Enero, 
funcionó  regular  mes  te  el  Gobierno  insular  y  oomenaó  la 
transformación  del  zégimen  administrativo  de  Gnba.  De 
igual  modo  puede  asegurarse  que  después  del  5  de  Enero,  la 
insurrección  no  hizo  el  menor  avance  y  que  todo  se  dispuso, 
con  relativa  regularidad,  para  conseguir  la  realización  de  dos 
actos  complementarios  de  la  creación  del  Gobierno  insular 
y  absolutamente  necesarios  para  afirmar  la  nueva  situación 
política.  Me  refiero  á  la  elección  de  representantes  en  las 
Cortee  españolas  para  contribuir,  en  el  seno  de  estas,  á  la 
discusión,  ratificación  y  votación  definitiva  de  los  decretos 
de  25  de  Noviembre  de  1897,  según  preceptuaban  los  artí- 
culos adicionales  ae  estos  y  á  la  elección  y  constitución  de 
las  Cámaras  insulares,  cuya  misión  excepcional,  por  mu- 
chos conceptos,  era  de  completa  evidencia.  Las  elecciones 
de  representantes  en  Cortes,  por  sufragio  universal,  habían 
de  verificarse  el  27  de  Marzo  y  la  apertura  de  las  Cortes  en 
Madrid  el  25  de  Abril,  fecha  que  se  anticipó  siete  días  por 
decreto  de  14  de  Abril  de  aquel  año.  La  elección  de  las  Cá- 
maras insul&rep  tendría  efecto  ¿  mediados  de  Abril  y  la 
apertura  del  Parlamento  colonial  el  4  de  Mayo. 

En  tanto  el  Gobierno  insular  publicó  sus  Manifiestos 
de  22  de  Enero  y  30  de  Abril.  El  día  2  de  Abril, 
el  mismo  Gobierno  dirigió  al  Presidente  Mac  Kinley  el  si- 
guiente cablegrama: 

Ante  el  empeño  c,ue  forma  ese  Gobierno  en  restablecer  la  paz  y  la 

prosperidad  de  este  país,  cúmplenos  decirle  que  los  insurrectos  forman 

una  minorís,  mientras  los  autonomistas  representamos  la  mayoría  del 

pueblo  cubaLO,  decidida  á  salvar  les  inte)  eses  de  la  civilización  por  los 

medios  de  la  libertad  y  la  justicia. 

Y  á  medií  dos  de  Abril,  cuando  se  evidencia  la  política 
violenta  del  Gabinete  norteamericano,  el  Gobierno  de  Ma- 
drid recibió  de  la  Habana  el  siguiente  despacho,  firmado 
por  el  Gobernador  general  D.  llamón  Blanco: 

«El  Consejo  de  Seoetarios,  con  plena  conciencia  de  su  representa- 
cien  ctiso  primer  Gobierno  autonomista  de  Cuba,  ruega  áV.  E.  se  sirva 
•levar  á  S.  M.  la  Reina  y  al  GoUerno,  la  oferta  incondicional  de  su  con- 


,V« 


\''.< 
.*•*? 


gociación  española  ha  sido,  quizá,  el  primer  motivo  6  por  lo  menos  la 
causa  ocasional  de  su  ruina. 


—  908  — 

carao  para  la  defensa  de  los  derechos  de  España  y  de  las  libertades  y  la 
regeneración  de  esta  isla,  y  la  seguridad  da  que  la  inmensa  maye  ría  de 
este  pueblo,  alentada  por  el  generoso  espíritu  de  nuestra  raza  y  agra- 
decida á  la  noble  confíanzi  y  rectitud  de  la  Madre  patria  al  otorgarle  «a 
críticas  circunstancias  un  sistema  de  Gobierno  pr<  pío,  que  brinda  i  toda 
«ana  espimciÓD,  eficaces  garantías,  y  admite  razonables  ampliaciones, 
está  y  estará  resueltamente  á  su  lado,  para  mantener  á  todo  trance  y  á 
costa  de  todas  les  sacriicios,  el  honor  y  la  soberanía  de  la  nación  y  las 
libres  instituciones  de  la  colonia 

Aparte  de  esto,  ti  Gobierno  insular  decretó  en  1.°  de 
Abril  del  98,  qae  en  vista  de  estar  adelantada  la  pacificación 
de  las  provincias  occidentales  de  Cuba,  •  cesara  la  concentra  • 
ción  de  los  campesinos,  autorizándoles  para  regresar  con 
8na  familias  á  los  campos  para  dedicarse  en  ellos  á  sos  la- 
bores  habita  ales,  protegidos  por  lis  autoridades  y  juntas  de 
auxilios. »  Al  efecto,  y  ¿  fin  de  qae  aquellos  no  carecieran  de 
medios  para  dedicarse  al  cultivo,  se  abrirían  obras  públicas 
y  se  establecerían  cocinas  económicas  que  normalizasen  y 
facilitaran  el  servicio. 

Por  este  múmo  tiempo,  el  Gobierno  insular  cubano  en- 
viaba a  Washington  dos  representantes  para  preparar  na 
tratado  de  comercio,  del  modo  y  manera  que  autorizaban  los 
artículos  37  al  40  del  Decreto  de  25  de  Noviembre  de  1897. 
En  Washigton  permanecieron,  poco  tiempo,  aquellos  fun- 
cionarios en  relación  constante  con  los  ministros  del  Pre- 
sidente Mac  Kinley  y  alertados,  al  principio,  por  el  Go- 
bierno y  los  funcionarios  americanos  para  llegar  a  una  ver- 
dadera intimidad  comercial  de  los  Estados  Unidos  oon  Cuba 
y  quién  sabe  si  oon  la  misma  Península  española. 

Por  cierto,  que,  (según  se  me  asegura)  si  bien  ios  delega 
dos  de  Cuba  terminaron  todos  sus  proyectos,  no  sucedió  lo 
propio  con  el  representante  de  los  Estados  Unidos,  de  suer- 
te que  la  ruptura  de  relaciones  de  estos  con  Espafia  se  pudo 
producir  antes  de  que  las  oficinas  americanas  hubiesen  pro- 
porcionado los  datos  y  las  proposiciones  que  les  correspon- 
dían y  que  se  oonsiieraron  como  urgentes,  al  principiarlas 
amistosas  negociaciones  á  que  he  aluiido  antes. 

Si  comprende  que  el  prospecto  fel  zde    las  cosas  cuba, 
ñas  á fines  de  Enero  de   1898  había  de  disgustar  profun- 
damente á  los  partidarios  de  la  insurrección  separatista. 
De  aquí    un  desesperado    esfuerzo    de  éstos,    quí    en- 
tonces pusieron  todo  su  celo  en  la  agitación  popular  de   al- 


—  909  — 

ganas  ciada  les  de  Norte  América  y  en  recabar  determina 
das  actitudes  del  Gjb  erno  de  Washington,  presidiendo 
casi  por  completo  de  la  débil  campaña  militar  en  los  cam- 
pos de  la  grande  Antilla. 

La  agitación  norteamericana  fué  considerable.  Los  perió- 
dicos de  mayor  circulación,  como  el  World,  el  Sun  y  el  He- 
rald, se  cubrieron  de  grabados  j  anuncios  sensacionales.  El 
Sapo  de  senadores,  de  muy  atrás  comprometidos  en  favor 
1  movimiento  separatista  cubmo,  redobló  su  í  esfuerces 
dentro  y  fuera  de  las  Cámaras.  Verificáronse  meetingí,  no. 
«lo  en  aquellas  localidades  donde,  como  en  Us  principales 
poblaciones  de  la  Florida,  el  elemento  oub  mo  era  considera* 
ble,  sino  en  otras  hasta  entonces  extrañas  á  las  simpatías 
separatistas.  Discutióse  acaloradamente  si  procedí*  tan  solo 
-el  reconocimiento  de  la  beligerancia  de  los  cnbinos  insurrec  • 
tos  ó  la  proclamación  de  la  República  de  Cuba,  aun  cuando 
fuera  evidente  que,  por  aquel  entonces,  los  insurrectos  difícil  • 
mente  habían  podido  constituir  nn  Comité  directivo  en  la  isla, 
síb  lograr  nunca  establecerlo  en  población  alguna,  ni  aun  en 
el  departamento  Oriental,  donde  disfrutar! 4  de  mayor  devo- 
ción y  ayuda  por  parte  de  los  campesinos,  guajiros  ó  ne- 
gros. No  menos  palpable  era  que  el  campo  de  la  ipsurreo- 
-  ción  se  había  reducido  considerablemente,  están d )  asegura* 
das  las  comunicaciones  y  los  cultivos  en  todo  el  Occidente 
y  que  las  fuerzas  insurrectas  habhn  disminuido  sin  atre- 
verse á  salir  de  sus  naturales  defensas,  en  el  fondo  de  la 
manigua.  La  propaganda  antiespañola  creóla  al  compás  de 
loe  difíciles  éxitos  del  Gobierno  autonomista.  Pronto  apa- 
recieron dominando^todo  este  movimiento,  el  sentimiento  de 
la  expansión  territorial  norteamericana,  la  idea  de  la  hege- 
monía y  el  protectorado  de  la  gran  República  sobre  todo  el 
nuevo  Continente  y  el  propósito  de  extremar  la  famosa  doc- 
trina de  Monroe  (1),  ya  bastardead*  des  le  la  época  del  pre- 
sidente Polk,  ó  sea  desde  1845. 

H  \y  bastantes  motivos  para  pensar  que  Mr.  Míc  Kinley, 
-como  Mr.  Cleveland  y  sus  respectivos  ministros,  Mr.  Day 


(1)    8obre  esta  doctrina  pueden  Ye  rae  mía  trabxjos  sobre  Honro* ,  *♦: 
•a  y  tu  tiempo,  y  mis  lecciones  del  Ateneo  en  Madrid  sobre  La  infr- 
mió*  internad  mil .  (La  cuastióa  de  Oriente,  de  Italia  7  la  de  Amén- 
.—Bshtdio*  d§  Dmruho  intrnacional. 


—  010  — 

y  Mr.  Olney,  so  velan  con  buenos  ojos  la  intervención  en* 
Coba.  En  ignal  sentido  estaban  los  presidentes  da  las  dos- 
Cámaras.  Todavía  más  opuestos  á  toda  aventura  se  mos- 
traban algunos  publicistas,  profesores  y  políticos  norteame- 
ricanos. Buena  prueba  de  ello  son  los  folletos  que,  con  un 
valor  cívico  y  personal  admirable,  publicaron  por  aquel  en* 
tonces  hombres  de  la  altura  y  del  prestigio  científicos  de- 
Mr.  Phelps  y  Mr.  Harts;  el  primero,  una  de  las  grandes 
autoridades  juridioas  de  la  Repkblica,  Embajador  de  la  mis- 
ma en  Londres  hasta  hace  poco  tiempo  y  candidato  hoy  muy 
sostenido  á  la  presidencia  del  Tribunal  Supremo  de  aquel 
país;  el  segundo,  docto  catedrático  de  la  Universidad  de 
Harward  y  autor  de  varios  importantísimos  libros  sobre  el 
derecho  y  representación  de  los  Estados  Unidos,  como  la 
celebrada  Introducción  al  estudio  del  Gobierno  jederal  y  los 
Ensayos  prácticos  sobre  el  Gobierno  americano,  con  motivo 
de  la  cuestión  chilena  en  1891. 

Pero  la  ola  creció  y  las  simpadas  en  favor  de  Cuba  opri- 
mida, se  trocaron  en  pasión  por  la  extensión  y  el  poderío 
de  Norte  América.  Por  momentos  subió  la  prefión.  En  esto 
únicamente  se  apoyan  los  que  pretenden  'excusar  las  con- 
tradicciones y  el  repentino  cambio  del  Gobierno  de  Was- 
hington, respecto  del  que,  su  ministro  en  San  Petersburgo 
aseguraba  al  Gobierno  ruso,  y'éste  trasmitía,  en  39  de  Mar- 
zo, al  español,  cque  no  contribuirla  al  conflicto  de  la  Repú- 
blica con  España» . 

El  incidente  del  Maine  sirvió  á  maravilla  para  que  esa 
presión  aumentase.  La  malicia  ha  atribuí does te  deplorable 
hecho,  á  los  intransigentes  y  patrioteros  de  Cuba,  que  soña- 
ban con  vencer  en  lucha  franca,  á  los  Etados  Unidos, 
allí  considerados  como  e)  alma  de  la  insurrección  separa* 
tista,  y  cuyo  triunfo  en  último  caso  facilitaría  á  España 
una  salida  honrosa,  que  ellos  creían  imposible  frente  á 
frente  de  loe  cubanos  insurrectos.  Pero  también  la  mali- 
cia atribuye  á  algunos  separatistas  cubanos,  y  sobretodo  á 
los  simpatizadores  de  los  Estados  Unidos,  aquel  deplorable 
suceso,  cuyo  perfecto  exciar  acimiente  ha  impedido  el  Go- 
bierno norteamericano,  con  una  torpeza  y  una  insistencia 
apenas  comprensibles.  Lo  veíosimil  es  que  aqueüa  ca- 
tástrofe fué  debida  á  causas  fortuitas 

Luego  viene  el  incidente  de  la  carta  del  ministro  español 
Sr.  Dupuy  de  Lome  contra  el  presidente  Mao  Xinley.  No 
hay  que  olvidar  que  esa  carta  era  privada  y  que,  sustraída 


—  «1  — 

del  correo,  fué  publicada  por  el  Journal  de  Nueva  York, 
ardoroso  enemigo  de  España. 

Bajo  esta  presión,  el  Gobierno  de  los  Estados  Unido» 
realiza  y  prepara  actos  por  todo  extremo  sospechosos.  Prin- 
cipia por  resistir  abiertamente  las  reclamaciones  que  el  es- 
pañol le  hace  oontra  la  permanencia  y  la  propaganda  de  la 
junta  separatista  cubana  en  Nueva  York.  Luego  resuelve 
que  el  acorazado  Maint  fondee  en  el  puerto  de  la  Habana, 
i  riesgo  de  que  las  gentes  de  fuera  crean  que  la  presencia 
de  ese  buque  es  precisa  como  garantía  de  la  vida  y  hacien- 
da de  Ior  americanos  en  la  capital  de  Cuba,  mientras  los  cu* 
baños  y  los  peninsulares  sospechan,  por  diverso  concepto, 
que  este  es  un  medio  de  alentar  la  insurrección  ó  de 
provocar  un  conflicto,  como  el  qoe  buscaba  el  barco 
filibustero  Laurada  viniendo  á  Valencia,  so  pretexto  de 
cargar  frutas.  Enseguida,  y  muy  pronto,  se  organizan  las 
escuadras  americanas  que  se  sitúan  en  las  proximidades  de 
Cuba  y  se  inician  los  grandes  armamentos  en  la  República. 
So  efecto  debió  ser  tal,  que  el  Gobierno  español  lo  denunció 
á  las  Potencias  europeas,  y  e!  ministro  de  España  en  Was- 
hington  no  titubeó  en  afirmar,  después  de  ciertas  investi- 
gaciones, que  aquel  movimionto  alarmante  obedecía  al  de» 
seo  del  Gobierno  americano  de  entretener  á  los  jingoes.  Asi 
aparece  en  les  despachos  del  7  y  8  de  Febrero  de  1898. 
Pero  el  25  de  este  mes,  ya  el  mismo  ministro  español  en 
Washington  se  inquieta  ante  la  importancia  y  la  precipita- 
ción de  eeos  aprestos  militares.  Viene  luego  la  reclamación 
de  Washington  pidiendo  el  inmediato  relevo  del  ministro 
esrañoiDupuy  de  Lome,  cuando  éste  ya  había  dimitido; 
relevo  seguramente  justificado,  pero  que  abonaba,  en  últi- 
mo extremo,  la  petición  de  un  traslado  del  cónsul  Lee,  muy 
sospechoso  para  las  autoridades  y  los  particulares  españo- 
las de  la  Habana.  A  poco  surge  la  pretensión  americana 
(3  de  Marzo)  de  favorecer  con  auxilios  á  los  reconcentrados 
de  Cuba,  y  luego  la  idea  de  que  estos  auxilios  sean  llevados 
por  buques  de  guerra  de  los  Estados  Unidos:  pretensión 
que  exacerbaba  á  los  patriotas  de  la  isla  y  pareció  ocasiona- 
da á  muy  serios  conflictos,  según  el  Gobierno  español  hizo 
saber  al  de  Washington.  Divúlgase  el  dictamen  de  los 
ingenieros  y  marinos  norteamericanos  sobre  la  voladura 
del  Maint,  y  el  Gobierno  de  los  Estados  Unidos  se  nie- 
ga, (primero,  á  que  los  ingenieros  y  marinos  españoles 
concurran  con  los  de  Norte  América  para  formar  juicio, 


éM 


—  912  — 

y  segando,  á  que  se  comunique  al  Congreso  americano 
«1  primer  dictamen,  aompafiado  del  informe  de  los  espa- 
ñolea. 

Y  á  todo  esto  no  cesan  las  reclamaciones  del  Gobierno 
de  Madrid  al  de  Washington  y  á  los  de  las  grandes  Poten* 
«ias  de  Bnropa:  ya  sobre  la  necesidad  de  tiempo  y  es- 
pacio para  qne  las  reformas  autonomistas  de  Noviembre 
4*  1807  produzcan  sns  inmediatos  efectos,  contándose  entre 
«ellos,  en  primer  término,  las  eleooiones  de  dipútalos  á  Cor- 
tes y  de  miembros  en  la  Asamblea  Colonial,  ya  sobre 
la  interpretación  que  los  i  osar  rectos  y  sos  simpatizadores 
dan  á  la  actitud,  y  las  determinaciones  de  los  Estad*  U ai 
dos,  como  modos  de  protección  af  movimiento  separatista 
(onya  gran  faerza  radicaba  en  las  jautas  de  Nueva  York) 
y  como  ocasión  propicia  de  rosa nien toa,  y  chiques  de  los 
Gobiernos  americano  y  español,  que  concluirían  por  una 
guerra,  postrera  esperanza  del  agoniaante  separatismo  01- 
bano. 

No  hay  que  pecar  de  prevenidos  y  malioiosos  en  la  esti- 
mación de  estos  hechos  y  de  estas  indicaciones;  pero  aun  sin 
la  confirmación  que  sucesos  absolutamente  indi  icutibl es  han 
dado  despué  1  á  ciertas  desfavorables  presunciones  de  lee 
alarmados  observadores  de  Mario  y  Abril  de  1898,  seria 
pecar  de  candorosos,  hasta  un  grado  apenas  verosímil  el  ne- 
gar la  influencia  directa  que  la  actitud  de  los  Estados  Uni- 
dos (de  su  Gobierno  y  de  sus  ciudadanos)  ha  tenido  en  el 
mantenimiento  de  la  insnrrecoión  cubana  á  partir  de  los 
primeros  días  del  mes  de  Febrero  de  1898. 

Sobre  todo  es  imposible  cerrar  los  ojos  ante  la  evideaeia 
de  que,  á  medida  qne  se  acercan  las  elecciones  de  diputados  á 
Cortes  y  de  la  Asamblea  insular,  las  dificultades  y  aun 
las  amenazas  de  Norte  América  crecen.  Cuando  ya  se 
-está  á  punto  de  que  se  reúnan  las  Cortes  en  Madrid  y 
la  Asamblea  insular  en  la  Habana,  el  Gobierno  de  Was- 
hington se  descompone,  obliga  al  ministro  Mr.  W  joford  á 
variar  de  actitud  y  de  lenguaje  y  formula  las  acres  exigen* 
cias  y  la  conminación  intolerable  que  aparecen  en  la  Ma- 
nifestación escrita  de  23  de  Mirzo  y  en  el  Apunte  de  29  del 
próximo  mes.  Desde  entonces  no  hay  en  aquel  Gobierno 
otra  disposición  que  la  exlgeioia  y  la  esperanza  de  que 
el  de  Madrid  se  le  someta,  reconociendo  la  persona- 
lidad de  los  insurrectos  y  el  patronato  de  Was- 
hington. 


—  918  — 

Lh  mayor  fuerza  de  esta  consideración  arranca  de  la  im» 
posibilidad  de  imaginar  que  otra  oosa  hubieran  podido  ha* 
oer  Ioí  B-itados  Unidos  para  evitar  la  eficacia  de  los  deere  • 
toe  autonomistas  de  1897  y  la  pacificación  de  Cuba,  si 
realmente  se  hubieran  propuesto,  de  un  modo  públi- 
co é  indiscutible,  semejante  conducta. 


. 


v» 


•14   — 


Asi  como  he  negado  fuerza  al  argumento  de  la  debilidad 
del  Gobierno  español  respecto  á  las  exigencias  del  america- 
no, antes  de  la  seria  intimación  formulada  por  éste,  á  fines  de 
Marzo  de  1898,  tengo  que  reconocer  qne  no  seria  fácil  refutar 
el  cargo  relativo  á  cierta  excesiva  confianza  y  hasta  cierto 
candor,  de  parte  de  los  políticos  españoles,  en  sus  gestiones 
y  precauciones  contra  los  procedimientos  de  Norte-América, 
á  partir  de  mediados  de  Enero  del  mismo  año.  Los  datos  del 
Libro  Rojo  ya  ofrecen  serios  motivos  para  una  reserva  poco 
satisfactoria*:  pero  lo  qne  después  se  ha  evidenciado,  por  ac- 
tos precisos  del  Gobierno  de  Washington,  por  la  publicación 
de  las  instrucciones  de  éste  á  sus  cénsales,  sus  marinos  y  sus 
soldados,  y  por  las  declaraciones,  más  ó  menos  oficiosas,  de 
carácter  retrospectivo,  de  sns  ministros,  sus  representantes 
y  sns  diplomáticos. . .  eso  ya  impone  una  explicación  en  regla 
á  los  directores  de  la  política  española.  Tal  explicación  no 
se  ha  hecho  todavía  é  interesa  mucho,  por  lo  menos,  al  pres- 
tigio de  nuestra  diplomacia  y  á  la  claridad  de  nuestra  deso- 
rientada política  exterior. 

A  decir  verdad ,  más  duros  son  los  cargos  que  resultan 
contra  los  políticos  de  Washington  .  Pero  esas  tachas  y 
esos  reparos  son  de  carácter  mny  opuesto  á  los  que  se  pue- 
den formular  contra  los  gobernantes  de  España. 

De  todas  suertes,  resulta  que,  hacia  el  8  de  Febrero  de  1898, 
ya  el  Gobierno  español  debió  comprender  que  sus  relaciones 
con  el  americano  tomaban  un  carácter  alarmante  y  que  en 

{>revisión  de  acontecimientos  más  graves  era  preciso  llamar 
a  atención  de  las  demás  Potencias.  Asi  ló  hizo,  hasta  cierto 
punto,  determinando  sus  gestones  distintas  actitudes  en  las 
Po  tencias  requeridas ,  cuya  disposición  contribuye  á  acen- 
túa r  el  carácter  internacional  que  deade  su  origen  túvola 
cuestión  de  Cuba. 

Esto  se  desprende  del  Libro  Rojo.  Pero  hay  que  repetir 
que  la  publicación  irregular  y  mutilada.de  la  mayor  parta 


—    915  .  — . 

de  los  despachos  y  las  comunicaciones  que  constituyen  el 
referido  Libro  no  consiente  nn  juicio  definitivo.  Tal  juicio  se 
formulará  cuando  los  otros  Gobiernos  extrranjeros,  más  des- 
preocupados que  el  español,  comuniquen  á  sos  respeotivos 
Parlamentos,  como  es  costumbre,  un  extracto  de  cierta  ex- 
tensión, de  sus  tratos  y  gestiones  diplomáticos,  en  el  curso 
de  los  años  97  al  99 

Asimismo  hay  que  notar  que  en  el  Libro  mencionado  no 
eonsta  una  verdadera  gestión  cerca  de  otros  Gobiernos  que 
los  europeos. 

Cierto  que  en  el  mencionado  Libro  aparecen  varios  tele- 
gramas  y  algunas  circulares  dirigidos  genéricamente  á  los 
representantes  de  España  en  el  extranjero.—  Estos  des* 
pachos  comienzan  en  24  de  Marzo  de  1898,  cuando  el  mi- 
nistro norteamericano  Mr.  Woodford  advierte  al  Gobierno 
español  que  el  Presidente  Mac  Kinley  está  dispuesto  á  lle- 
var al  Congreso  el  asunto  del  Maine  y  la  totalidad  de  las 
relaciones  de  España  y  los  Estados  Unidos,  si  en  muy  po- 
cos días  no  se  llega  á  un  acuerdo  que  asegure  la  paz  inme- 
diata de  Cuba» 

También  tiene  igual  carácter  de  generalidad  el  despacho 
de  25  de  Marzo,  proponiendo  el  arbitraje  de  las  Potencias 
amigas:  el  de  31  de  Marzo,  dando  cuenta  del  Apunte  de 
Mr.  Woodford:  el  de  18  de  Abril  oon  el  primer  Memoran 
dmn  español:  y  las  dos  circulares  de  21  y  23  de  Abril, 
dando  cuenta  del  rompimiento  de  relaciones  oon  Norte 
América  y  del  segundo  Memorándum  de  nuestro  Gobierno. 

Pero  hay  que  notar:  1 .°  que  en  todo  el  Libro  Rojo  no 
aparece  la  menor  alusión  á  las  contestaciones  de  los  repre 
sentantes  españoles  en  América.  2.°  que  de  ninguna  suer- 
te se  hacen  á  éstos,  encargos  especiales  más  ó  menos  rela- 
cionados con  la  situación  v  la  acción  de  la  Amérioa  latina. 
3.°  que  antes  del  24  de  Marzo,  ya  el  Gobierno  español  se 
había  entendido  por  tres  veces  (16  y  22  del  propio  mee,  y  el 
S  del  anterior)  de  un  modo  particular,  con  los  Gobiernos  de 
Francia,  Alemania,  Austria,  Inglaterra,  Rusia  é  Italia, 
obteniendo  de  ellos  contestaciones  más  ó  menos  satisfacto- 
rias. 4.°  que  al  pedir  oonsejo  y  proponer  el  arbitraje  á  los 
demás  Gobiernos,  el  Gabinete  de  Madrid  sólo  se  refiere  á  las 
~  Vides  Potencias,  según  resulta  del  texto  explícito  de  los 

agramas  circulares  de  24  y  31  de  Marzo;  y  5.°  que 

i  oon  estas  Potencias  y  luego  con  la  Santa  Sede,  cuenta, 
raes  del  24  de  Marzo;  sobre  todo,  para  llegar  á  la  sus- 


—  916  — 

pensión  de  hostilidades  en  Cuba  y  á  los  actos  que  con  eea 
suspensión  se  relacionan. 

De  todo  esto  se  dednce  que,  realmente,  para  el  Gobierno 
español  tuvieron  escasa  importancia  la  actitud  7  las  disposi- 
ciones de  la  América  latina.  Confirma  esta  creencia  la  re» 
reserva  oon  que,  respecto  de  este  partíonlar  se  explicó  el  as- 
señor  ministro  de  Estado  D.  Pió  Gallón  al  ser  interrogado 
por  mi  en  el  Congreso;  la  tarde  del  1S  de  Mayo  de  1898« 

De  todas  suertes,  es  innegable  que  en  el  Libro  Rojo 
se  prescinde  de  aquella  América. 

La  omisión  sorprende  y  no  puede  parecer  bien  á  cuantos 
den  al  negocio  de  que  aquí  se  trata  una  grave  transcen- 
dencia; porque  no  se  necesita  gran  esfuerzo  ni  son  precisos 
muchos  antecedes  testécnicos  para  pensar  que»en  el  coiflicto 
que  estudiamos,  era  indispensable  la  intervención  de  la 
América  española. 

Abosan  este  perecer,  principalmente,  dos  rosones.  En 

Srimer  término,  después  de  la  rectificación  de  la  doctrina 
lonroe,  en  la  época  del  presidente  Polk;  de  las  tendencias 
manifiestas  en  la  oonvccataria  y  celebración  del  llamado 
Congreso  panamericano  de  1889,  y  scbre  todo,  del  reciente 
conflicto  anglovenezolano,  terminado  por  el  tratado  de 
Washington  de  1897,  no  es  lícito  á  ningún  estadista  dudar 
de  que  todo  cuanto  en  el  Nnevo  Mundo  se  intente  por  el 
Gobierno  de  los  Estados  Unidos,  oon  el  pretexto  ó  el  motivo 
del  1  restigio  ó  de  los  intereses  de  la  República  (más  ó  menos 
comprometidos  en  el  resto  deF  Continente  americano),  tiene 
un  alcance  extraordinario  para  la  vida  propia,  distinta  é 
independiere  de  las  Ke^úblicas  del  Centro  y  Sud  de  Amé* 
rica,  cuja  soberanía  queda  en  pleito  desde  el  instante  en 
que,  con  probabilidades  de  éxito,  se  plantea,  franca  ó  em- 
bozadamente y  con  éste  ó  aquel  nombre,  la  pretensión  del 
protectorado  de  Waeh'ngton. 

£1  fracaso  del  Coegreso  que  en  i 88 9  presidió  Hr.  Blaine 
(relacionado  con  la  resistencia  de  Méjico  á  vender  la  Baja 
California)  es  la  demostración  más  cumpiida  de  que  las  fie- 
públicas  sud  americanas  se  dan  buena  cuenta  del  peligro 
que  para  todas  ei.t:  aña  la  política  anexionista  del  Norte,  por 
reducidas  qne  sean  las  pretensiones  inmediatas  de  ésta  y  por 
concreto  y  tranquilizador  que  parezca  el  motivo  de  las  ges- 
tiones de  la  exuberante  República.  Pero  aquel  suceso  y  lo 
que  los  norteamericanos  han  hecho  después  en  Chile,  Haití 
y  San  Salvador  hacia  1891,  en  Guatemala  en  1890  y  en  la 


—  «17  — 

misma  Venezuela  en  1892,  también  demuestran  que  loa  po- 
líticos norteamericanos  comprendieron  bien  la  conveniencia 
de  contar  con  la  voluntad  de  los  pueblos  del  Orinoco,  les 
Andes,  y  el  Plata,  y  en  todo  caso,  la  necesidad  de  enten- 
derse separadamente  con  cada  nna  de  las  vecinas  Repdbli* 
cas  latinas,  para  imponerse  á  ellas,  de  grado  ó  por  fuerza,  y 
antes  de  que  se  produzca  una  alianza  de  todos  los  elemen- 
tos amenizados  por  la  espansión  acglo  sajona. 

No  hay  político  en  Sud  América  que  desconozca  la  histo- 
ria de  la  separación  de  Tejap,  de  Méjico  y  su  anexión  á  la- 
Rejública  de  los  Estados  Unidis.  Comenzó  ésta,  heícia  1885, 
por  favorecer  la  cor  spiración  de  los  separatistas,  cuyo  nú- 
cleo residía  en  Norteamérica  y  cuyos  principales  agentes 
eran  y atkees,  de  origen  ó  de  adopción,  establecidos  en  el 
Estado  mejicano  y  á  los  cuales  se  agregaron,  en  1836,  mil 
voluntarios  americanos,  jara  pelear  contra  el  general  San- 
tana.  A  mediados  de  este  mismo  año  36,  el  Congreso  de  los 
Estados  Unidos  se  prestaba  ti  reconocimiento  de  la  indepen- 
dencia de  Teja?,  y  el  Gobierno  de  la  gran  República  facilitó  i 
los  insurrectos,  &  pretexto  de  auxilios  contra  los  indios,  dos 
millones  de  pesos.  Además  envió  á  las  costas  mejicanas  tres 
buques  de  guerra,  que  desde  luego  fueron  estimados  como 
nna  demostración  contra  M éjico, de  tanta  ó  mayor  fuerza  que 
la  libertad  de  que  en  aquel  mismo  tiempo  gozaron  para  alis- 
tarse y  municionarse  en  Nueva  Orleans,  otros  ochocientos  ó 
ai)  voluntarios  que  hablan  de  invadir  á  Durar  go,  Zacatecas 
y  San  Luis. 

En  Maizo  de  183?,  los  Estados  Unidos  reconocieron  ofi- 
cialmente la  nueva  Jxepáblica  de  Tejas  y  se  comenzó  á  pre- 
parar la  anexión  de  que  hablan  con  toda  olaridad  los  Mensa- 
jes presidenciales  de  aquel  año,  con  referencia  á  declaracio- 
nes de  mucha  simpatía  del  Meusaje  presidencial  de  22  de 
Octubre  de  1836;  es  decir,  de  fecha  anterior  al  reconoci- 
miento de  la  independencia  de  rejas. 

Por  ttído  esto,  el  Gobierno  de  Méjico  bo  quejó  al  de  loa 
Estados  Unidcs,  en  1842  y  43:  las  Cámaras  y  el  Gobierno 
norteamericanos  col  testaron  con  desabrimiento  y  á  media* 
dos  de  1845  fué  proclamada  la  aLtxión  de  TVjas  á  la  gran 
República.  De  aqui  la  gueira  de  éata  con  Méjico,  que  co- 
nectó en   la  primavera  de  1845  y  terminó  en  Febrero  y 

ayo  de  1848  por  el  tratado  de  Guadalupe- Hidalgo»  Este 

nrmitió  á  Norte  América  el  ensanche  de  su  .erritorio  con 
)s  Estados  mejicanos  de  Nuevo  Méjico  y  California.  Con 


918  — 

Tejas,  ge  aumentó  el  territorio  norte-americano  en   anas 
546720  millas  cuadrada*. 

La  analogía  de  lo  sucedido,  desde  18S4  á  1848,  en  él  Nor- 
te de  Méjico,  con  lo  que  ahora  ha  pasado  en  Cuba,  Puerto 
Rico  y  Filipinas,  es  palpable.  La  diferencia  principal  con- 
siste en  la  abreviación  de  tiempo,  en  la  última  inverosímil 
campaña  de  los  Estados  Unidos  oontra  loa  españoles.  So 
cuanto  al  sentido  de  la  política  que  eu  uno  y  otro  caso  se  ha 
desarropado  por  parte  del  G-obiernode  Washington,  no  hay 
para  qué  demostrar  que  es  el  mismo,  en  las  dos  demostra- 
ciones antea  señaladas. 

Y  parece  excusado  razonar  los  temores  de  todas  las  Repú- 
blicas sudamericanas  ante  el  conflicto  presente  que  supone 
1.°  un  tremendo  ataque  á  un  pueblo  latino  que  vivía,  coa  tí- 
tulos históricos  excepcionales,  en  sitio  privilegiado  de  Amé 
rica,  2.°  una  protexta  vigorosa  oontra  el  prestigio  y  la  fuer- 
za de  una  Potencia  europea  que,  con  derecho  indiscutible 
basta  ahora,  sostenía  su  bandera  en  el  nuevo  Mundo,  y  3.° 
ana  nueva  afirmación  déla  hegemonía  Norte  •Americana  en 
toda  América,  cuyo  concurso  para  redimir  á  Cuba  declinó 
resueltamente  el  Gobierno  de  Washington  en  1873  y  ex* 
•cuso  por  completo  en  1897. 

Por  otra  parte,  es  un  hecho,  por  todo  extremo  significativo, 
«1  contraste  que  presenta  la  actitud  actual  de  las  Repúbli 
«as  latino-americanas  en  todo  lo  tocante  á  la  insurrección  de 
Cuba  con  la  actitud  y  la  conducta  de  esas  mismas  Repúbli- 
cas, respecto  de  la  misma  cuestión,  desde  1869  á  1874. 

Hace  veinticinco  años  los  revolucionarios  y  separatistas 
cubanos  encontraron,  casi  desde  los  primeros  momentos, 
«co  simpátioo  y  apoyo  caluroso,  no  sólo  en  el  pueblo  de  8ud- 
América,  si  que  en  la  casi  totalidad  de  los  Gobiernos  de» 
aquellas  Repúblicas. 

^  Buenas  pruebas  de  ello  son  el  acuerdo  de  la  Cámara  me- 
jicana de  3  de  Abril  de  1869  para  recibir  la  bandera  de 
Cuba  en  los  puertos  de  Méjico:  el  reconocimiento  de  la  ia 
dependencia  de  Cuba  votado  por  la  Cámara  chilena  en  4  de 
Hayo  de  aquel  año:  el  acuerdo  análogo  de  la  Cámara  del 
Perú  del  13  de  Mayo,  etc. ,  eto. 

Contribuían  á  estas  disposiciones,  de  todo  en  todo  opuestas 
al  interés  España,  varias  causas.  Entre  ellas  no  es  la  menor 
la  circunstancia  de  que  por  aquel  entonces,  y  desde  1863 
fusta  1879  (y  á  pesar  del  armisticio  de  11  de  Abril  de  1871) 
«ataban  rotas  las  relaciones  diplomáticas  de  España  coa 


r 


—    919 


Chile,  el  Perú.  Chile  y  el  Ecuador.  Tampoco  hasta  1881  Es- 
paña, reconoció  la  independencia  de  Colombia  6  Naeva  Gra- 
nada. Hasta  i  880  no  se  hizo  el  tratado  de  paz  y  amistad  de 
España  con  el  Paraguay.  Y  hasta  Octubre  de  1874  tampoco 
el  Gcbieruo  de  Madrid  aceptó  oficialmente  la  personalidad 
y  soberanía  de  la  República  de  Santo  Domingo,  cayos 
habitantes  se  reincorporaron  á  la  nación  española  en 
1861  y  contra  alia  se  sublevaron  en  1863,  consiguiendo, 
por  la  fuerza,  que  nuestros  soldados  evacuasen  aquel  país, 
en  1865. 

La  resuelta  oposición  al  dominio  español  en  Cuba  llegó 
al  extremo  de  qne  en  1873,  los  Gobiernos  sudamericanos, 
qne  ya  habían  hecho  declaraciones  oficiales  en  favor  de  la 
insurrección  cubana  desde  3  de  Abril  de  1869,  propu- 
sieran al  Gabinete  de  Washington,  una  gestión  colectiva 
cerca  de  I  de  MadrH,  para  recabar  de  éste  el  reconocimiento 
de  la  independencia  de  la  grande  Antilla.  Esta  gestión  ha- 
bía sido  precedida  de  las  propuestas  hechas  en  la  Cámara 
popular  de  Colombia  en  Mayo  de  1870  9  aceptadas  por  la 
del  Pera  cu  1871,  para  establecer  nn  pacto  de  todas  las  Re- 
públicas de  America  con  el  fin  de  favorecer  la  libertad  cu- 
bana. Pero  la  proyectada  gestión  de  1873  fracasó  por  la 
Oposición  del  Gobierno  de  Washington,  el  cual  hizo  observar 
qne,  habíéodose  instaurado  la  República  en  España,  por  el 
voto  de  la  Asamblea  española  del  11  de  Febrero  de  aquel 
año,  era  ríe  esperar  que  el  nuevo  Gobierno  variase  radical- 
mente de  política  en   las  Antillas. 

Con  efecto,  la  República  española  de  1873  introdujo  gran- 
des cambios  en  nuestro  régimen  colonial.  A  los  comienzos 
de  a  jUf  1  año  se  plantearon  en  Puerto  Rico  las  leyes  muni- 
cipal y  provincial,  de  sentido  autonomista,  votadas  por  las 
Cortes  Constituyentes  en  1870,  pero  que,  por  recelos  é  in- 
flaencina  de  los  elementos  conservadores,  habían  queda- 
do incumplidas.  En  22  de  Marzo  de  1873  fué  votada  la  ley 
de  abolicióu  inmediata  y  simultánea  de  la  esclavitud,  in- 
demnizando á  los  poseedores  de  esclavos.  Y  en  6  de  Agos- 
to de  aquel  mismo  año  se  extendió  á  Puerto  Rico  el  título  I 
de  la  Ciiutjtitiiüióa  de  1869,  y  por  tanto  el  sufragio  univer- 
sal los  derechos  naturales  del  individuo,  las  libertades  ne- 
farias, la  soberanía  nacional  y  la  reformabilidad  de  la 
üonstitución. 

Tambre  a  la  República  del  73  adoptó  graves  medidas  res* 
ecto  de  Cuba.  Por  ejemplo:  en  15  de  Octubre  de  1873,  su- 

59 


m 


—  920  — 

primió  las  facultades  exctpcünales  de  tomandante  de  plata 
sitiada  de  que  dispoLÍan  los  capitanes  geneíales,  por  virtud 
de  la  Real  orden  de  18  de  Mayo  de  1825.  En  15  de  Julio  ds 
1878  quedaron  alzado*  loe  embargos  gubernativos  de  bienes 
de  loe  insurrectos  éinñVlentes  cubanos,  por  virtud  del  de* 
creto  de  29  de  Abril  de  1869.  En  16  de  Septiembre  de  1878 
se  suspendió  la  venta  de  los  bienes  procedentes  de  causal 
incoadas  á  reos  de  infidencia  declarada.  En  24  de  Marzo 
fueron  puertos  en  libertad  diez  mil  nebros  no  inscritos  como 
esclavos  en  el  registro  de  la  esclavitud.  En  24  de  Octubre 
se  organizó  la  administración  de  justicia  sobre  la  base  de 
la  oposición  para  el  ingreso  en  la  carrera  judicial  y  de  la 
inamovilidad  de  los  jueces,  puertos  bajóla  dependencia  di- 
recta y  exclusiva  del  Tribunal  Supremo  de  la  nación.  Y  en 
10  de  Julio,  el  ministro  de  Ultramar  Sr.  Sufier  y  Capde- 
vil  a,  llevó  á  las  Cortes  un  proyecto  declarando  vigente  en 
Cuba,  fuera  del  territorio  que  ocupaban  ios  insurrectos,  el 
titulo  I  de  la  Constitución  de  1869.  Este  provecto  quedó  so- 
bre el  tapete. 

Esta  era  la  legislación  vigente  en  1874,  la  víspera  del 
golpe  de  estado  del  3  de  Enero  de  este  Ȗo,  que  prodejo  la 
calda  de  la  República.  Y  ente  erael  derecho  positivo  en  1878; 
porque  si  bien  en  Puerto  Rico  se  babía  establecido,  por  efec- 
to de  les  sucesos  del  3  de  Enero,  la  dictadora  militar,  tal 
hecho  revestía  sólo  un  carácter  transitorio  y  excepcional. 
Por  eso  los  diputados  portorriqueños  que  en  1876  vinieron 
á  las  primeras  Cortes  de  la  E  están  ración,  fueron  electos  por 
sufragio  universal,  para  cuja  abolición  se  hizo  precisa  la 
ley  de  9  de  Junio  de  1878. 

Estos  datos  son  interesantes,  por  cuanto  el  art.  l.°dei 
convenio  llamado  del  Zarjón,  que  en  10  de  Febrero  de 
1878,  ¿uso  término  á  la  guerra  de  Cuba,  afuma  cía  conce- 
sión á  la  isla  de  Cuba  de  las  mismas  condiciones  políticas, 
orgánicas  y  administrativas  de  que  disfrutaba  Puerto  Eico. 
Es  decir,  el  régimen  de  1873. 

Verdad  es  que  este  artículo  comenzó  á  ser  modificado 
por  el  Gobierno  general  de  Cuba  en  1 .°  de  Marzo  de  1878 
y  que  luego  el  Gobierno  de  Madrid  prescindió  bastante  del 
convenio. — Pero  es  imposible  olvidar  el  texto  del  pacto  de 
10  de  febrero  y  la  circunstancia  de  que  la  reforma  oentra- 
lizadora  de  la  ley  municipal  y  provincial  de  1870,  lleva 
la  fecha  de  14  de  Mayo  de  1878  y  la  sustitución  del  safra-* 
gio  universal  por  el  régimen  censitaxio,  desigual  y  receloso 


r 


—    921   — 

en  las  dos  Antillas  y  que  allí  doró  hasta  1893,  data  de  9  de 
Junio  del  mismo  año  de  1878. 

Por  tanto,  no  estaba  descaminado  el  Gobierno  norteame- 
ricano al  esperar  de  la  República  española  un  cambio  pro- 
fundo y  de  gran  espontaneidad  por  parte  de  aquélla,  en  el 
régimen  político  de  las  Antillas. 

Pero  lo  que  importa  en  el  orden  de  las  observaciones 
que  ahora  hago,  es  que  el  hecho  de  la  resistencia  del  Go- 
bierno norteamericano  en  1873  alas  disposiciones  de  los 
Gobiernos  de  Sud-Ainérica  para  intervenir  como  en  cosa 
propia  en  i  a  cuestión  de  Cuba. 

Frente  á  todo  eso  aparece  la  actitud  de  esas  mismas  re- 
públicas desde  1895  á  1897.  No  puede  prescindirse  de  que 
en  1893  el  representante  diplomático  de  España  en  el  Uru- 
guay (el  Sr.  D.  José  de  la  Rica)  se  habla  asociado,  en  nom- 
bre de  aquella  u ación  á  los  acuerdos  del  Congreso  america- 
no de  Montevideo  de  1888  sobre  puntos  importantísimos  de 
Derecho  internacional  privado.  Aquellos  acuerdos  fueron 
adoptados  por  los  representantes  del  Uruguay,  la  ArgeutU 
na,  Perú,  Chile,  Brasil,  Venezuela,  Méjico  y  Uoiivia  y  su- 
ponen una  gran  cordialidad  é  intimidad  de  relaciones  tía 
loa  pueblos  convenidos.  En  los  años  1893  y  94  fispafía  ce- 
lebró importantes  tratados  de  propiedad  intelectual  con 
Guatemala  y  Costa  Rica ;  de  extradición  con  Colombia  y  coa 
Venezuela. 

En  1895  se  hacen  tratados  de  extradición  de  España  con 
Uruguay  y  de  España  con  Chile;  uno  nuevo  de  paz  y 
amistad  de  España  con  Honduras  y  otro  de  propiedad  litera- 
ria con  Méjico.  Con  Chi  e  y  Guatemala  vuelven  los  eipa- 
ñoles  á  tratar  en  1896,  sobre  extradición  y  propiedad  inte- 
lectual. Y  en  1897  se. concierta  importante  tratado  entre 
España,  Costarica,  Guatemala,  Chile  y  las  Repúblicas 
centrales  reunidas,  para  el  despacho  de  exhortos  y  partidas 
referentes  al  estado  civil  de  los  ciudadanos  de  aquellos 
países.  También,  en  Julio  de  1897,  se  modificó  y  cumpl  el 
tratado  de  paz  de  España  con  el  Perú,  de  fecha  1879.  Y  á 
mediados  del  año  98,  se  hizo  otro  tratado  entre  el  Perú  y  E  -•- 
paña  sobre  el  estado  civil  de  los  ciudadanos  de  entrainJj* 
naciones. 

Además,  en  el  último  decenio,  España  ha  aceptado, 
con  éxito,  el  papel  de  arbitro  en  varias  cuestiones  hispano 
americanas  Por  ejemplo,  en  1881  y  85,  el  Gobierno  espa- 
ñol entendió  en  delicadas  cuestiones  surgidas  entre  Colon. 


m 


—  922  — 

bia  y  Venezuela,  dictando  fallo  en  16  de  Marzo  de  1891. 
Del  mismo  modo  España,  desde  1882  á  1892.  entendió  en 
las  diferencias  de  Colombia  con  Costa  Rica,  hí  bieti  el  Go- 
bierno español  dec  mó  su  voto  definitivo,  por  las  Rogaciones 
que  hizo  el  de  Colombia  sobre  si  había  ó  no  transcurrido  el 
plazo  para  la  emisión  del  laudo  arbitral.  Igualmente, 
E*pafia  intervino  en  1886  en  las  cuestiones  de  Bolivia  con 
el  Perú;  en  1887  á  91,  en  las  diferencias  del  Ecuador  con 
el  Perú.— En  1798  en  Jas  del  Perú  con  Chife.  También  Es- 
ptña  resolvió,  desde  1886  á  88,  las  diferencias  de  Colombia 
coíí  Italia  y  desde  1896  á  97.  las  de  Francia  coti  S^nto  Do- 
mingo.—Eo  1898,  las  de  Italia  con  Guatemala,  Por  otra 
parte,  los  Gobiernos,  los  representantes  y  muchos  hom 
bred  ilustres  de  las  Repúblicas  latinas  de  América  ía 
terviDÍeron  activa  y  brillantemente  en  losCongreeos  interna» 
dónales  científicos  y  las  fiestas  todas  que  se  celebraron  en 
Madrid,  en  1892,  con  motivo  del  cuarto  centenario  del  dea- 
cubrimiento  del  Nuevo  Mundo. 

Sin  duda  no  habría  bastado  esto  para  determinar  la  actual 
conducta  de  8ud- América  con  relación  á  la  antigua  Metró- 
poli española  y  á  la  nueva  insurrección  cubana.  En  aque 
lias  Repúblicas  han  debido  inflair  también,  por  ejemplo, 
ks  reformas  realizadas  en  Ultramar  desde  1890,  y  sobre 
tcdo,  los  decretos  autonomistas  de  1897. 

Pero  de  todas  suertes  esas  disposiciones  han  tomado  an 
relieve  extraordinario  en  1896  y  97,  merced  al  apartami-tt 
to  completo  de  los  Gobiernos  hispano  americanos  de  la  línea 
de  conducta  que  mantuvieron  desde  1869  a  1875;  aparta- 
miento que  es  necesario  estimar,  no  sólo  conaulf  r*nio  U 
acción  oficial  de  los  Gobiernos  y  la  opinión  general  de  loa 
pueblos  aludidos,  sigue  el  hecho,  por  demás  significativo  de 
las  grandes  aportaciones  de  dinero  con  que  la  colonia  es- 
pañola de  Méjico,  la  Plata  y  Chile  han  auxiliado  á  U  Ma- 
trópoli  para  que  ésta  aumentase  su  escuadra  y  acudiese  i 
las  necesidades  de  sus  soldados;  cosa  que  no  sucedió  y  qoa 
hasta  hubiera  sido  absortamente  imposible  en  aquellos 
países,  hace  una  veintena  de  años,  durante  la  primera  ia- 
surrección  separatista  de  Cuba, 

Además  es  notoria  la  resuelta  oposición  del  Gobierno  do- 
minicano á  los  insurrectos  de  i  a  grande  A  titula,  contra  los 
cuales  desplegó  una  vigilancia  extremada  y  hasta  tm  rigor 
muy  señalado  en  todo  el  Nuevo  Mundo;  rigor  que  bisa  li- 
teralmente imposible  que  en  Santo  Domingo,  después  de  U 


—  923  — 

partida  del  general  Gómez  y  del  propagandista  Marti,  dea- 
.  cansaran,  como  lograron  descansar  en  otras  islas  vecinas, 
los  agentes  separatistas,  cnanto  más  les  devotos  de  la  insu- 
rrección, apercibidos  para  salvar  la  corta  distancia  que  se- 
para á  los  dos  países  vecinos  y  para  llevar  al  campo  insu- 
rrecto sus  personas  y  las  armas  proporcionadas  por  los  sim- 
patizadores de  la  revolución  cabana. 

Sin  decir  más  (y  hay  materia  para  alargar  mucho  el  dis  • 
curso)  ya  puede  adivinarse  que  no  se  comprende  cómo  el 
Gobierno  de  Madrid  no  contó,  en  su  grado  y  medida,  con 
los  Gabinetes  del  Centro  y  de  Sud  América  en  el  curso  de 
las  negociaciones  con  los  Estados  Unidos. 

Del  Libro  Rojo  resulta,  como  he  dicho,  que  las  del  Go- 
bierno español  comenzaron  realmente  el  24  de  Marzo  de 
1898,  por  un  telegrama  de  nuestro  ministro  de  Estado  á 
les  repredentantes  de  España  en  el  extranjero.  En  ese  des- 

Sacho  se  informó  á  éstos  de  la  conferencia  celebrada  el  23  de 
íarzo  por  mistar  Woodíord  y  los  ministros  de  Estado  y  Ul- 
tramar de  España. — El  documento  termina  con  las  siguien- 
tes \  alabras:  c Importa  que  V.  E.  conozca,  así  la  medida  y 
calidad  de  las  pretensiones  y  exigencias  que  se  nos  formu- 
lan, como  la  prudencia  y  moderación  con  que  las  contesta- 
mos, para  que  V.  E,  pueda  dejar  bien  establecida  ante  ese 
Gobierno,  la  conducta  de  unos  y  otros  Gabinetes  y  el  ca- 
rácter que  revestirán  cualesquiera  sucesos  que  el  porvenir 
nos  reserve. » 

Ya  poco  antes,  en  8  de  Pobrero,  el  mismo  ministro  de 
Estado  español  habla  prevenido  á  un  grupo  de  diplomáticos 
españoles  (los  representantes  de  España  en  Berlín,  Londres, 
París,  Boma,  San  Petersburgo  y  Viena)  que  cía  ostenta- 
ción y  concentración  de  fuerzas  navales  de  los  Estados  Uní* 
dos  cerca  de  Cuba  y  en  los  mares  próximos  á  la  Península 
y  la  insistencia  con  que  el  Maine  y  el  Montgomery  perma- 
necían en  la  gran  Antilla  originaban  recelos  crecientes  y  po- 
dían, quizá,  producir  por  cualquier  incidente  un  conflicto.» 
El  Gobierno  español — asi  decía  el  ministro— trataba  de  evi» 
tarlo  d  toda  costa,  haciendo  heroicos  esfuerzos 'para  mante- 
nerse en  la  más  severa  corrección. 

Bastante  después,  en  16  de  Marzo  de  1898,  el  propio  mi- 

jistro  habló  á  los  embajadores  españoles  antes  citados,  del 

d forme  de  los  técnicos  de  España  sobre  la  catástrofe  del 

.Jaine,  que  eotos  técnicos  atribuyen  á  un  incidente  ocurrida 

m  el  interior  del  buque,  y  el  ministro  oonoluye  diciendo: 


-    924  — 

c  Con  viene  que  en  conversaciones  oficiosas  y  en  la  inspi- 
ración de  publicaciones  serias  y  amigas  de  ese  país,  se  lla- 
me la  atención  sobre  la  extraña  insistencia  con  que  Jos  dia- 
rios y  otros  elementos  de  los  Estados  Unidos  persisten  en 
atribuir  la  catástrofe  á  orígenes  completamente  falsos,  man- 
teniendo asi  ana  especie  de  ofensiva  amenaza  en  las  rela- 
ciones de  aquella  República  con  España.» 

El  22  de  Marzo  nuestro  ministro  de  Estado  vuelve  á  di- 
rigirse á  nuestros  representantes  en  Europa  para  partici- 
par! ph  que  «las  noticias  de  los  Estados  Unidos  no  podían 
estimarse  satisfactorias,  porque  Mac-Kinley  y  su  Gobierno 
habían  dejado  que  la  ola  subiera  considerablemente  y  caita 
ya  dndar  de  que  tuvieran  voluntad  y  fuerza  para  resis- 
tir I  a  » 

Pero  ni  el  16  ni  el  22  de  Marzo,  ni  el  8  de  Febrero,  el 
Grbierno  español  hacia  otra  cosa  que  informar  &  sus  repre- 
sentantes, sin  extenderse  á  recomendarles  cosa  alguna,  pre- 
cia cerca  de  los  Gobiernos  ante  quienes  estaban  acreditados. 

En  todo  caso  esos  tres  despachos  no  revestían  otro  carác- 
ter que  el  de  advertencias  Ya  en  24  de  Marzo  se  inician 
Jas  gestiones  de  otro  alcance,  pero  sin  llegar  al  tono  y  el 
sentido  de  una  verdadera  reclamación  diplomática,  con  fía 
inmediato  y  práctico. 

Porque  si  bien  nuestro  ministro  de  Estado  entera  á  todos 
los  representantes  de  España  en  el  extranjero  (no  ya  sólo 
á  los  embajadores  antedichos)  de  las  declaraciones  y  avisos 
de  Mr.  Woodford,  sobre  los  propósitos  del  Presidente  Mac- 
Kiníey  de  llevar  al  Congreso  la  cuestión  del  Mainejú 
problema  de  Cuba,  no  espera  nada  de  los  Gabinetes  ex- 
tranjeros i»i  recomienda  á  nuestros  diplomáticos  que  hagan 
otra  cosa  cque  dejar  bien  establecida  ante  los  Gobiernos 
extraños  la  conducta  del  americano  y  del  español,  etcé- 
tera, etc.  t 

Cuando  el  requerimiento  de  España  comienza,  es  en  25 
del  mismo  mes  de  Marzo,  fecha  del  telegrama  circular,  tam- 
bién dirgiido  á  todos  los  representantes  del  Gobierno  espa- 
ñol en  el  extranjero  para  participarles  que  el  Gobierno  de 
los  Estados  Unidos  leerá  al  Congreso  de  este  país  el  dicta- 
men americano  sobre  la  catástrofe  del  Afaine,  csin  dar  al 
Gobierno  español  previo  conocimiento  de  aquel  dictamer  - 
sin  adquirirlo  tampoco  del  ya  emitido  por  la  comisión  ef 
ñola.  •  Y  en  este  telegrama  se  añade: 


—  925  — 

«Por  lia  coas  ida  raciones  contenidas  e a  mi  telegrama  de  ayer,  y  por 
«l  techo  di  someter  aq  asila  cuest'ón  á  una  Cámara  popular,  apartán- 
dola de  La  jiiriüdKcióü  privativa  del  Poder  Ejecutivo,  hecho  que,  en 
nurstro  sentir,  pueie  provocar  el  conflicto  entre  las  dos  naciones  y  el 
Gobierno  español,  este  C'  nsidera  de  su  dehei  y  estima  conforme  a  loa 
principios  que  presiden  laa  relaciones  ii  ternacionales  entre  Potencias 
críatiaDas,  poner  *st¿ja  antecedentes  en  conocimiento  de  ese  Gobierno 
j  reclamar  sus  ominosos  oficios  para  que  el  Presidente  de  lo*  Estados 
Uoidoa  conserve  en  la  jurisdicción  del  Ejecutivo  cuanto  se  refiera  alas 
cae  a  Lio  ñas  o  dil'Teacim  on  España,  á  fia  de  Uevarlaa  á  términos  hon- 
rosos. Y  Un  cOQvaadd-i  está  España  de  la  razón  que  le  asiste  y  de  la 
prudencia  cor-  que  ob  a,  que  si  el  proposito  ref  sri  io  no  se  alcanza,  no 
vacua  *n  sohniíar  d'xda  huyo  el  consejo  ds  iaa  grandes  Patencias,  y  en  úl- 
timo término  su  arbitraje  pira  dirimir  las  diferencien  pendientes  y  las 
qu4t  í**-  wtt  jaíinrínir  precinto,  puedan  perturbar  una  paz  que  la  Naei&n  es • 
pañol*  d*f#a  co»#*rvir  h  mt\  donde  su  honor  y  la  integridad  de  bu  terri' 
torio  lü  CQDeiíutan,  no  eMo  por  io  que  á  sí  misma  concierne,  sino  tanv 
bien  por  lo  que  U  ^tierr-i,  de3puéa  de  encen  dida,  pudiera  afectará  loe 
demás  pauea  de  ííuropí  y  América. 

S.rv^e  V.  E  .  dur  lectura  de  estd  telegrimi  á  esa  8>ñor  min'str  o  de 
Negocios  Extranjeros.» 

Lo  mia  saliente  de  este  despacho  es,  sin  dada,  la  reco- 
mendación del  arbitraje,  Pero  solo  el  de  las  grandes  Poten- 
cias. Eo  la  contestación  escrita  que  el  ministro  de  EsUdo 
de  Ifispaña  dio  Mr,  Woodford  en  25  de  Marzo,  aquel  había 
recomen  lado  a  ¿ate  y  á  bu  Gobierno  la  sumisión  del  asa  ato 
del  Mame  á  terceros,  desinteresados  é  irreprochables. 
— JJeetpués,  el  propósito  de  requerirla  intervención  de 
ésto*  se  aürmó  y  generhlzóde  tal  modo,  que  constitu- 
ye uua  de  las  notas  capitales  de  la  laboriosa  negociación 
de  que  tratamos.  Luego,  y  en  diversas  ocasiones,  el  Go 
tierno  español  insiste  en  su  solicitud  del  25  de  Marzo. 

Los  datos  que  contiene  el  Libro  Rojo  no  son  suficientes 
para  formular  una  opinión  precisa  respecto  de  la  acogí ia 
que  la  propuesta  de  España  mereció  á  las  Potencias  euro- 
peas. Los  despachos  en  que  se  consignan  las  respuestas 
del  extranjero  aparecen  truncados  de  un  modo  verdadera- 
mente deplorable.  Y  digo  deploradle,  porque  á  E «paña  in- 
teresaba excepcionalmente  que  se  conociera  bien  la  actitud 
y  las  disposiciones  de  todas  y  cada  una  de  aquellas  Poten- 
cias, tanto  para  el  juicio  de  la  Historia,  como  para  que  den- 
tro de  r  «estro  país  se  formara  una  verdadera  opinión  pública 


—  926  — 

sobre  nuestra  situación,  nuestros  medios,  nuestros  aliados  y 
uTU'cíh  oa  enemigos  en  el  momento  presente  y  en  un  porvenir 
no  lejano* 

Ael  y  todo,  parece,  primero,  que  la  acogida  de  las  Po- 
tencias aludidas  varió  bastante  según  el  carácter  y  los  com- 
promisos de  cada  una  de  éstas,  y  segundo,  que  ninguna  se 
dedicó  á  aceptar  francamente  la  parte  más  substancial  déla 
propuesta  española,  contentándose  con  responder  de  me- 
j  r  ó  j  oor  manera,  á  \ »  excitación  referente  á  gestionar  cer- 
ca del  Presidente  de  los  Estados  Unidos,  para  que  «éste 
conservara  en  la  jurisdicción  del  ejecutivo  cuanto  se  referia 
á  las  cuestiones  ó  diferencias  con  España,  á  fin  de  llevarlas 
á  términos  honrosos.» 

EJ  Gobierno  más  expresivo  fué  el  de  Italia,  cuyo  minis- 
tro de  Negocios  Extranjeros  dice  al  representante  español, 
en  27  de  Marzo,  que  eu  Gobierno,  c animado  de  los  más 
amistosos  sentimientos  por  la  Reina  Regente  y  por  la  Na- 
ción española,  obraría  inmediatamente  en  el  sentido  expre- 
sado por  aquel  representante,  y  que  considerando  que  el  Go- 
bierno («pañol  se  habría  dirigido  á  las  demás  grandes  Poten* 
das,  creía  que  Italia  debía  ponerse  en  inteligencia  con  és- 
tas.» 

Tales  frases  fueron  dichas,  según  asegura  el  despacho  del 
embajador  español,  con  visible  convicción. 

Ruta  misma  calurosa  simpatía  italiana  se  revela  en  otro 
despacho  de  15  de  Abril. 

No  aparece  en  el  Libro  Rojo  la  contestación  explícita  de 
Francia,  que  fué  requerida  especialmente  por  el  embajador 
de  Espuña  en  París  para  que  c  invocan  do  la  tradición  de 
la  política  internacional  respecto  de  Cuba  deede  el  comienso 
de  siglo,  propusiera  á  Inglaterra  una  acción  común  en  pro 
de  la  paz.»  El  ministro  francés  aceptó  en  principio  la  indi- 
cación y  c pidió  plazo  para  reflexionar  y  someter  el  asunto 
al  Consejo  de  ministros,  t — De  esto  no  se  vuelve  á  hablar  en 
el  Libro  Rojo,  donde  no  se  cita  otra  vez  á  Francia  más  que 
con  motivo  de  las  nuevas  gestiones  del  Gobierno  español  en 
31  de  Marzo. 

Contrasta  este  silencio  con  la  excepcional  benevolencia 
de  la  acogida  del  ministro  francés  y  con  las  calurosas  mues- 
tras de  simpatía  de  la  prensa  francesa,  que  se  prodigó  al 
punto  de  disgustar  á  los  norteamericanos,  hasta  que  tuvieron 
efecto  los  desastres  de  Cavite,  y  sobre  todo  los  de  Santiago 
de  Cuba.  También  este  oambio  de  aotitud  merece  atención». 


—  927  — 

Porque  resulta  más  que  probable,  de  una  parte,  que  Fran- 
cia, contador  a,  mejor  que  España,  de  la  situación  interna- 
don  al  y  de  las  disposiciones  positivas  de  Inglaterra,  no  se 
atrevió  á  comprometerse  ea  la  empresa  á  que  Je  invitó  nues- 
tro embajador,  y  por  otro  lado,  que  nuestros  fracasos  mili- 
tares rebajaron  el  concepto  que  fuera  de  España  se  tenía 
de  nuestros  medios  y  nuestra  resolución. 

£1  ministro  de  la  Santa  Sede,  cardenal  Ram polla,  ase* 
garó  que  E&p&fia  •  contaba  con  el  afecto  de  la  canta  Sede 
y  con  la  amistad  de  Francia» — t aplaudió  la  calma  y  mode- 
ración de  nuestro  Gobierno» — y  «recomendó  que  éste  tratase 
de  obtener  que  los  Gabinetes  europeos  ejercitaran  su  in- 
fluencia en  Washington,  á  fin  de  evitar  la  guerra.» 

£1  Gobierno  austríaco  considera  «que  una  de  las  cuestio- 
nes más  importantes  en  Europa  es  sostener  la  paz.  y  que 
en  eso  debe  alojarse  principalmente  la  gestión  diplomáti- 
ca. •  Y  recomienda  que  «se  publique  el  informe  español  so- 
bre el  Afame  como  contraposición  del  americano  y  para  fa- 
cilitar el  arbitraje.» 

El  Gobierno  ruso  en  27  de  Marzo  estaba  lleno  de  simpa- 
tía  por  España  y  de  entusiasmo  por  la  Reina»...  pero  no 
pasó  de  estas  declaraciones. 

£1  ministro  de  Negocios  extranjeros  de  Berlín,  en  28 
de  Marzo  escuchó  los  documentos  cambiados  por  el  mi- 
nistro de  los  Estados  Unidos  en  Madrid  y  nuestro  mi- 
nistro de  Estado...  y  apreció  como  era  debido  la  conducta . 
tan  opuesta  de  lo*  Gobiernos  español  y  americano.  Y  nada 
más, 

£1  ministro  de  Negocios  Extranjeros  de  la  Gran  Bretaña 
ni  babló  con  el  representante  español  en  Londres.  El  sub- 
secretario inglés  escribió  a  éste  que  el  ministro  Mr.  Balfour 
«había  tomado  en  sincera  conaideración  el  telegrama  y  las 
miras  pacíficas  del  Gobierno  español;  que  el  Gabinete  britá- 
nico veia  con  sentimiento  que  cualquier  incidente  podría  tur- 
bar innecesariamente  las  relaciones  entre  España  y  los  Es- 
tados Unidos  y  que  Mr.  Balfour  telegrafiaba  al  embajador 
británico  en  Washington  para  que  si  tenia  oportunidad^ 
informase  al  Gobierno  americano  de  la  actitud  conciliadora 
del  español.» 

Como  se  ve,  las  respuestas  conocidas  de  los  Gobiernos 
Boropeos— y  de  la  8anta  Sede — fueron  poco  ó  nada  alenta- 
doras. Frialdad  glacial  en  Inglaterra,  reserva  deprimente- 
en  Alemania,  Austria  y  Rusia;  tristes  palabras  en  el  Vati- 


—  92S  — 

cano;  circunspección,  vecina  del  temor,  en  Francia;  esto- 
rbes simpatías  en  Italia. 

Quisa  esto  que  se  snpo  perfectamente  en  América — qui- 
zá fMHfo  influyó  bastante  en  Ja  actitud  resuelta  y  desconside- 
rada de  los  hombres  de  Washington,  que  el  28  de  Marzo 
h n ce n  saber  al  Gobierno  español  que  «á  éste  alcanza  grave 
redponsabilidad  en  el  caso  del  Maine»  y  el  29  del  mismo  mes 
es  i  gao»  por  medio  del  Apunte  presentado  por  Mr.  Wood- 
fbrd,  la  inmediata  pacificación  de  Cuba,  la  revocación  de 
Jas  órdenes  dadas  en  la  Habana  respecto  de  los  reconcen- 
trados, el  socorro  de  ellos  por  los  filántropos  americanos  y 
el  armisticio  que  ha  de  durar  hasta  1.°  de  Octubre  para  que 
se  negocie  ia  paz  entre  España  y  los  insurrectos,  mediante 
los  mi] latosos  oficios  del  presidente  de  los  Estados  Unidos. 

A  íos  seis  días  de  haber  solicitado  España  la  gestióa  pa- 
cifica europea,  vuelve  á  reclamarla  en  vista  del  Apunte  de 
Mi".  W<>odford.  A.  este  propósito  responde  el  telegrami  de 
nuestro  ministro  de  Estado  á  los  representantes  de  las  gran 
des  Potencias  y  de  la  8anta  Sede,  fecha  31  de  Marzo.  Eq 
eme  telegrama  se  resumen  las  contestaciones  y  las  con  ce- 
eiones  del  Gobierno  español,  por  efecto  del  Apunte  de 
Mr.  Woodford,  y  se  dice  lo  siguiente: 

*A  que  sean  aceptadas  en  Washington  estas  bases  de  arreglo,  que 
sat.iafiic.eD  en  gran  parte  las  pretensiones  de  Mac  Kinley  y  son  el  últi- 
mo límite  de  nuestra  moderación  y  de  nuestros  esfuerzos  por  conservar 
la  paz,  deban  concretarse  y  dirigirse  desde  hoy  mismo,  ya  que  no  hay 
líéúapo  para  otra  cosa,  las  valiosas  gestiones  de  ese  Soberano  (ó  Pren* 
dente)  y  de  su  Gobierno  si  como  espéranos  por  noticias  de  V.  B., 
quieren  cooperar  al  m-nteuimiento  de  la  misma  paz  y  á  tan  templáis 
defensa,  de  nuestros  derechos.  Sirvas 3,  pues,  dar  inmediato  coaoci  - 
miento  de  este  despacho  á  ese  señor  ministro  de  Negocios  extranjeros. 

Con  esta  gestión  se  abre  el  segundo  periodo  de  las  negó- 
eluciones  diplomáticas  de  España  y  las  Potencias  europeas. 

Todavía,  respecto  de  las  contestaciones  dadas  por  los  Ga- 
binetes extranjeros  á  las  anteriores  excitaciones  del  Gobier- 
no de  Madrid,  el  Libro  Rojo  pesa  de  mayor  deficiencia  que 
la  señalada  con  motivo  del  despacho  de  26  de  Mareo. 

Porque  ahora  solo  aparecen  un  despacho,  fecha  2  de  Abr1 
relativo  á  la  contestación  del  Gobierno  inglés;  otro  telegr 
ma  de  nuestro  embajador  en  París,  fecha  8  de  Abril,  y  ot 
de  nuestro  embajador  en  Boma,  2  del  propio  mes. 


i 


—  929  — 

Loa  dos  últimos  despachos,  sod,  respecto  del  primero,  de 
completa  contradicción . 

Con  la  misma  6  mayor  frialdad  que  sutes,  el  Gobierno 
inglés,  6  mejor  dicho  el  ministro  de  Negocios  extranjeros, 
se  Umita  á  decir  á  nuestro  representante  en  Londres  qne  'cel 
Gobierno  británico  confia  en  que  el  Presidente  de  los  Esta- 
dos Unidos  está  deseoso  como  el  Gobierno  español  de  llegar 
á   un  arreglo  satisfactorio  para  ambas  partes.» 

£1  Gobierno  de  Francia,  por  el  contrario,  en  3  de  Abril, 
declara  qne  cesta  gestionando  activamente  en  Washing- 
ton para  el  mantenimiento  de  la  paz.» 

El  cardenal  Ram polla,  en  2  de  Abril,  después  de  afirmar 
que  el  conflicto  toma  extraordinaria  gravedad  y  que  el  Pre- 
sidente de  los  Estados  Unidos,  deseoso  de  laptá,  está  arro- 
llado por  las  Cámaras  americanas,  propone  la  intervención 
de  Su  Santidad  para  lograr  de  España  el  armisticio  en 
Cuba.  Además,  el  cardenal,  oficialmente  afirma  que  «el  Pre- 
sidente de  los  Estados  Unidos  estaba  dispuesto  á  aceptar  el 
apoyo  del  Papa  y  qne  éste  deseaba  ayudar  á  España §. 

El  Gobierno  español  contestó  á  la  Santa  Sede,  aceptando  y 
agradeciendo  su  mediación;  prometiendo  acceder  á  una  sus* 
pensión  de  hostilidades  que  formulara  ó  transmitiera  el  San- 
to Padre  y  recomendando,  como  conveniencia  del  honor  de 
J?8paña,  tqne  á  la  tregua  otorgada  fuera  unida  la  retirada 
de  las  hguas  de  las  Antillas  de  la  escuadra  americana,  con 
objeto  de  que  la  República  de  los  Estados  Unidos  demostra- 
ra también  su  propósito  de  no  alentar  ni  sostener  voluntaría 
ni  involuntariamente  la  insurrección  de  Cuba.» 

Por  aquel  mismo  tiempo,  Monseñor  Ireland,  Arzobispo 
católico  norteamericano,  que  de  orden  de  Sn  Santidad  fué 
desde  San  PaHo  á  Washington  para  hablar  con  el  repre- 
sentante de  Espeña,  Sr.  Polo  de  Bernabé,  dijo  á  este  (en 
4  de  Abril)  que  «el  Presidente  de  los  Estados  Unidos,  con 
quién  había  conferenciado  aquel  mismo  día,  deseaba  ar- 
dientemente la  paz,  pero  que  era  indudable  que  el  Congreso 
votaría  la  intervención  ó  la  guerra,  si  el  Gobierno  español 
uo  ayudaba  al  Presidente  y  á  los  partidarios  de  la  paz.t 
Por  éüto  el  Arzobispo  insistió  en  qne  España  «debía  acce- 
der sin  condiciones  al  armisticio.» 

Sobre  lo  mismo  vuelve  á  hablar  el  Arzobispo,  en  6  de 
Abril,  y  añade  que  «respecto  ala  retirada  de  la  escua- 
dra americana,  era  imposible  obtenerlo  por  entonces»  pero 
que  «ofrecía  personalmente  continuar  en  Washington  y  es- 


—  930  — 

peraba  conseguirlo    después  de  hecha  Ja   concesión  espa- 
ñola, i 

Además  los  diplomáticos  extranjeros  que  visitaron  adkoc 
al  español  en  la  capital  norteamericana  te  comunicaron  qae 
ese  trabajaba  activamente  entre  los  Gabinetes  de  Europa 
para  una  acción  inmediata,  simultánea,   idéntica  y  general. 

De  modo  que  las  excitaciones  del  Gobierno  ea  pañol 
de)  31  de  Marzo  dieron  algún  efecto.  Este  se  señaló  con*¡ 
derablemente  por  la  visita,  de  carácter  tücial,  que  loa  repre- 
sentantes diplomáticos  europeos,  por  encargo  de  sus  res- 
pectivos Gobiernos,  y  unidos  con  este  fin,  hicieron  al  Presi- 
dente de  los  Estados  Unidos  y  al  ministro  de  Estado  de 
España,  en  7  y  9  de  Abril  respectivamente. 

Con  este  paso  se  inició  el  teroer  periodo  en  las  negocia- 
ciones diplomáticas,  que  ahora  se  complican  con  la»  ges- 
tiones que  los  representantes  europeos  hacen  cerca  del  Go- 
bierno de  los  Estados  Unidos. 


~\ 


—  931  — 


6 


Por  lo  que  se  ha  publicado  hasta  ahora,  no  parece  que 
esta»  gestu  nes  fueran  absolutamente  las  mismas  qne  se  ha- 
bían realiza 'i  a  cerca  del  Gobierno  español.  Nuestro  repre- 
sentante en  Washington  dice,  en  fe<;ha  7  de  Abril,  que  la 
Nota  colectiva  de  los  representantes  de  las  seis  grandes  Po- 
teuciaa  contiene  «ana  calurosa  apelación  á  loa  sentimientos 
de  humanidad  y  de  moderación  del  Presidente  y  del  pueblo 
americano  en  sus  existentes  diferencias  con  España,  espe- 
rando que  ulteriores  negociaciones  llevarían  á  un  acuerdo 
que,  al  propio  tiempo  que  asegurase  la  paz  diese  las  necesa- 
rias garantías  para  el  restablecimiento  del  orden  en  Cuba.» 

La  gestión  realizada  por  los  diplomáticos  de  las  mismas 
grandes  Potencias  en  Madrid  tuvo  por  objeto,  según  comu- 
nica nuestro  ministro  de  Estado  al  representante  de  Aus- 
tria-Hungría (el  decano  de  loa  diplomáticos  aludidos),  en  9 
de  Abril,  «hacer  observaciones  y  dar  consejos  para  qne  Es- 
paña accediera  á  las  elevadas  instancias  de  Su  Santidad 
León  XIII,  y  concediera  en  Cuba  una  suspensión  de  hosti- 
lidades que  los  mencionados  diplomáticos  juzgaban  com- 
patible con  el  honor  y  el  prestigio  de  las  armas  españolas 
en  aquella  provincia  autónoma.! 

E-rto  mismo  vuelve  á  decir  el  referido  ministro  de  Estado 
al  comunicar  en  9  de  Abril  al  cardenal  .Rampolla,  por  me- 
dio del  embajador  español  en  Roma,  que  había  sido  acorda- 
da a  suspensión  de  hostilidades.  Y  se  repite  otra  vez  en 
nn  telegrama  circular  de  la  propia  fecha,  dirigido  á  los  em- 
bajadores españoles  en  Paria,  Berlín,  Viena,  Londres, 
Koma  y  San  Petersburgo. 

Para  el  fin  con  que  sa  escriben  estas  lineas  no  es  punto  de 
escasa  importancia  la  diferencia  señalada. 

Por  lo  que  en  otra  parte  se  ha  dicho,  se  sabe  que  el  Go- 
bierno español,  en  Si  de  Marzo,  se  prestaba  (según  con- 
testó al  Apunte  de  Mr.  Woodford)  á  buscar  cpor  medio  del 
Parlamento  colonial  ó  insular  de  Cuba,  una  paz  honrosa 


—  932  — 


Eara  esta  isla — á  conceder  desde  luego  una  suspensión  de 
ostitidades  pedida  por  los  insurrectos  al  general  en  jefe  es-  j 
pañol — y  á  socorrer  á  los  reconcentrados  con  fondos  propios,  | 
después  de  haber  revocado  en  las  provincias  occidentales  el  j 
bando  que  dispuso  la  reconcentrad ón.t  | 

A  lo  que  no  de  prestaba  erat  primero,  á  ofrecer  la  iome-        j 
diaia  pacificación  de  Cuba;  segando,  á  brindar  inmediata-         < 
iuente  nn  armisticio  incondicional  á  sus  insurrecto»;   teroe- 
ro.  á  negociar  la  paz  con  ellos  y  menos  mediante  los  oficios        j 
del  Presidente  de  los  Estados  Unidos — y  cuarto,  á  que  los 
necesitados  de  Cuba  fueran  socorridos  con  alimentos  y  re- 
cursos enviados  de  Norte  América. 

Luego,  la  gestión  del  Papa  se  encaminó  á  vencer  la  resis- 
tencia de  Espeña  en  lo  relativo  á  la  suspensión  de  hostili- 
dades, la  cual  se  quería  que  el  Gobierno  español  concediese, 
incontinenti*  por  petición  déla  Santa  Sede,  sin  esperará 
que  Ja  hicieran  los  insurrectos  al  Capitán  General  de  Coba. 

El  Gobierno  español  accede  al  principio,  poniendo  la  con- 
dición de  que  la  escuadra  americana  se  retire  de  la  grande 
Antilla.  Mas  en  segnida,  el  Gobierno  de  España  prescinde 
de  esta  última  condición,  respondiendo  á  nuevas  gestiones 
del  Papa  y  a  la  de  las  seis  grandes  Potencias. 

En  cambio,  estas  no  se  sabe  que  requirieran  al  Presidente 
de  lo*  Estados  Unidos,  no  ya  para  que  correspondiese  á  lt 
concesión  española  retirando  la  escuadra  norteamericana, 
cuyo  electo  moral  era  ya  por  aquel  entonces  evidente,  pero 
ni  m  ¡Mera  para  que  transigiese  sobre  las  concesiones,  cada 
vez  dj As  amplias,  del  Gobierno  esptftol.  Las  seis  Potencias 
h'i  lii  Litaron  aun  a  gen  erica  recomendación  de  alcance  muy 
vago. 

Por  lo  que  deapués  ha  sucedido  y  se  ha  publicado,  tanto 
en  América  como   en   Europa,   se   ha  podido  comprender 
que  Ja  atenuación  de  las  gestiones  europeas  en  Washington 
se  debía  en  mucha  parte  á  la   intervención  activa  del  em 
bajador  inglés. — La  disposición  de  éste — y  aun  de  su  Go- 
bierno— se  hizo  bastante  sospechosa  muchos  días  antes,  tanto 
que  eu  10  de  Marzo,  nuestro  embajador  en  Londres  dice  que 
•  L  f       dose  comunicado  á  aquella  ciudad,  en   un  telegrama 
de  Nueva  Yoik,  , que  el   embajador  inglés  en  Washington 
habla  declarado  al  Presidente  de  los  Estados  Unidos  < 
si  ocurría  un  conflicto  con  España,  le  secundaria  Inglatei 
el  subsecretario  de  Negocios  Extranjeros  de  esta  ñau 
ofreció  á  nuestro  representante  diplomático,  desmentirlo 


F 


—  933  — 

teóricamente,  coua  que  hizo  en  la  seeión  celebrada   por  la 
Cámara  de  los  Comunes  el  mismo  dia  10.  • 

ilás  tard**,  la  prensa  noticiera  ha  atribuido  á  Mr.  Wood- 
íbrd  Ja  dec  a  ración  de  que,  necesitando  evitar  ana  com- 
pleta i  untara  con  España  antes  Abril  de  1898,  por  no 
hallarse  dispuestos  entonces  los  Estados  Unidos  para  hacer 
Ja  guerra,  pudo  lograr  aqael  aplazamiento,  por  la  coope- 
ración del  embajador  de  Inglaterra  en  Madrid. 

No  creo  cierto  qne  Mr.  Woodford  se  haya  expresado  como 
afirma  la  prensa  noticiera  americana  y  europea;  pero  es  in- 
dudable que  lo  qne  ésta  dice  responde  á  la  opinión  generali- 
zada de  que  en  todas  las  gestiones  que  los  Gobiernos  euro- 
peos realizaron  entonces,  la  intervención  británica  era  por 
todo  extremo  favorable  á  los  Estados  Unidos  y  que,  intervi- 
niendo en  el  concierto,  ayudaba  á  éstos  mucho  más  que  si 
desde  el  primer  momento  el  Gobierno  de  Londres  hubiese 
declinado  tal  pai  tici pación  en  el  negocio. 

Ebto  lo  ha  hecho  el  Gobierno  inglés  varias  veces  al  tra- 
tarse la  cuestión  de  Oriente,  desde  1830  á  1878.  Alemania 
lo  ha  hecho  t también  en  esa  misma  cuestión,  posteriormente. 
Loe  resultados  no  siempre  han  respondido  a  la  intención  de 
esas  habilidades:  mas,  para  que  éstas  fracasaran  fueron 
precisas  condiciones  y  una  resolución  de  que  ahora,  por 
mu}  diverses  motivos,  carecían  las  Potencias  europeas  más 
propicias  á  evitar  el  atropello  de  España.  Lo  que  no  se  ex- 
plica bien  es  cómo  los  políticos  españoles  no  pusieron  de 
relieve  esta  circunstancia  ni  qué  hicieron  para  evitar  la 
habilidad  británica. 

La  doble  gestión  diplomática  antes  aludida,  se  hizo,  pues, 
en  Madrid  y  en  Washington.  Una  gestión  distinta  en  cada 
una  de  las  dos  capitales  y  siempre  muy  por  bajo  de  lo  que 
el  Gobierno  español  había  solicitado  en  24  de  Marzo. 

El  resultado  de  la  gestión  en  Madrid  fué  completo.  El 
Gobierno  español  previno  en  9  de  Abril,  por  telegrama,  al 
#eneial  en  jefe  del  ejercito  de  Cuba  cque  concediese  inme- 
diata viente  una  suspensión  de  hostilidades  por  el  tiempo 
que  estimase  \  t  i  ciencia  1,  jara  preparar  y  facilitar  la  paz 
anhelada,  i 

El  general  mencionado  decretó  la  suspensión.  Y  de  ello 
fueron  informados  loa  Gobiernos  europeos,  la  Santa  Sede  y 
el  Gobierno  norteamericano.  Este  tuvo  noticia  oñcial 
por  su  embajador  en  Madrid,  por  el  :  ecretario  de  Esta- 
do del  Papa  y  por  el  representante  de  España  en  Was- 


—  934  — 

hingtou.  según  telegrama  del  Sr.  Polo  da  Bernabé,  fecha 
10  de  Abril. 

La  única  oontestaoión  que  todo  ello  tuvo,  fué  el  Mensaje 
del  Presidente  de  loa  JSstadoa  Unidos  al  Congreso,  fecha  11 
de  Abril. 

Al  lado  de  lo  referido  toca  poner  lo  que  sucedió  á  lo*  re 
presentantes  de  las  seis  grandes  Potencias  qne  vi e roa,  en 
Washington,  al  Presidente,  el  6  de  Abril. 

Según  despacho,  fecha  7  da  Abril,  de  nuestro  represen- 
tante ea  Washington,  el  Presidente  Mac  KinUy  contato  á 
los  diplomáticos  europeos  trñconocieudo  e  oarájter  huma- 
nitario y  desinteresado  de  la  gestión  colectiva,  compar- 
tiendo el  dflseo  por  ellos  expuesta  y  expre8±nii  el  deque 
terminase  la  situación  crónica  de  los  disturbios  de  Oaba. 
qne  perjudicaba  les  intereses  americanos  j  lastimaba  Loi 
sentimientos  de  la  human ¡dadi 

Y  ni  eutonces  ni  de*pnÚH,  nada  mág. 

Hasta  que  llegó  el  Meustvje  presidencial  de  11  de  Abnl,  el 
cual,  como  en  otra  parte  se  ha  dicho,  termina  con  la  simple 
noticia  de  que  «el  dia  antea  de  presentarse  el  Mensaje  y  des- 
pués de  haberse  preparado  étte,  el  Presidente  habla  sabido 
la  orden  dada  al  general  ei  j^fd  de  Cub*  para  qus  pnjU* 
mará  una  suspensión  de  hostilidades,  cuya  duración  y 
detalles  no  hablan  sido  aú-i  comunicados  al  Presidente»* 

Y  concluye  (hay  qu^  re  pe  ti  rio,  por  la  íiuma  relacióa  que 
esto  tiene  con  las  afirmaoiiuHH  del  cardsnal  Hampnlla  y  de 
monseñor  Ireland  respecto  de  las  ideas  y  la  posición  ie 
Mr.  Mac  Kinley)  diciendo:  «Este  hecho,  con  todas  sus  con* 
secuencias,  merecerá  seguramente  vuestra  jaeta  y  soli- 
cita atención  en  lo*  solemnes  debates  que  están  a  punto 
de  inaugurarse.  Si  esta  medida  prodoce  un  resultado  satis 
factorio,  se  realizarán  vu^ntraa  aspiraciones  como  pueblo 
oristiano  y  pacifico.  En  cnso  contrario,  sólo  justificará  nue- 
vamente la  acción  por  nosotros  meditada*. 

En  el  Mensaje  no  se  haca  la  menor  alusión  &  las  gestio- 
nes de  las  seis  grandes  Potencias  europeas. 

£1  fondo  del  Mensaje  es  digno  de  estudio. 

Principia  describiendo  con  sombríos  colores  el  astado  de 
Cuba,  la  situación  tristísima  de  los  reconcentrados,  la  ine- 
ficacia de  les  esfnersos  hechos  por  España  para  dominar  la 
insurrección  separatista,  el  porvenir  terrible  de  aquella  iáU 
y  el  término  de  la  gnerra  que,  á  juicio  del  Presidente  (da  no 
variar  los  términos,  los  métodos  y  los  factores  de  la  luí.  ha), 


—  9S5  — 

^61  o  podrí*  coDclair  por  la  exterminación  de  'os  combatiente*. 

Reconoce  Air.  Mac  Kmley  los  esfuerzos  hechos  última- 
-mente  por  fispafia,  p*ro  loa  declara  estériles  al  propio  tiem- 
po qué  cree  demostrada,  por  un%  lar  ya  prueba,  que  E*paña 
es  impotente  para  lograr  el. fin  por  el  cual  sottuvo  la  guerra. 

Y  afi  trie  que  es  ya  intolerable  la  situación  de  Cuba,  impo 
niéndose  la  pacificación  de  ésta  en  nombre  de  la  humanidad, 
-dz  la  civilización  y  de  los  intereses  americanos  en  peligro... 
Por  tanto,  es  necesario  que  acabe  aquella  guerra. 
v  Por  todo  eso,  y  señaladamente  por  el  peligro  de  los  inte- 
reses americano!*,  Ion  Sitados  Unidos  tienen  el  derecho  y  ti 
deber  de  hablar  y  de  ob^ar.  A  esta  consi  ieraoión  respon- 
dieron, en1  oro  tiempo,  las  declaraciones  del  Presidente 
Grant  y  las  gaviones  recientlsimas  de  los  Presidentes  Cle- 
veland y  Mac  Kintey. 

Desgraciadamente, — continúa  diciendo  Mr.  Mac  K'nley  , 
— la  desfavorable  respuesta  dad*  por  el  G  'bierno  español  á 
la  última  propositó  a  da  Mr.  W>>odford  |.ara  procarar  la 
inmediata  paz  en  Cuba,  hace  creer  que  el  Podtr  ejecutivo 
de  la  República  norteamericana  ha  llegado  al  término  de 
sus  esfuerzos  amistosos. 

Llegado  el  aumento  de  obrar,  el  Presidente  d:scate  los 
medios.  En  primer  término  está  el  reconocimiento  de  un 
gobierno  en  (Jaba.  Pero  este  medio  proporcionaría  mochos 
inconvenientes  al  Ghbierao  norteamericano  sujetándole 
á  obligaciones  internacionales  y  expiniéadole  á  que  en  el 
caso  de  ser  obfigada  1*  intervención,  é*t*  tuviera  que  ha- 
-oerse  con  acuerdo  del  gobierno  reconocido  bajo  su  dirección 
y  apareciendo  loa  interventores  como  meros  aliados  amis- 
tosos. 

Más  franca,  má?  segura,  más  libra  y  má*  propia  del  oabo 
es  la  intervención  hecha  pjr  propia  y  exo  usiv*  oieata  del 
Gobierno  de  loa  Estados  Unidos. 

£-tfa  intervención  podría  hacerse  de  dos  nnd^s:  bajo  la 
y  arma  de  una  neutralidad  imparcial  que  impusiera  una  tran- 
sacción racional dlot  contendientes  ó  convirtiéndose  la  Repú- 
blica en  aliada  activa  de  uno  de  é¡>tos. 

Mr.  Mac  Kmley  estima  que  las  relacione*  de  los  Estados 
Unidos  oo n  fijpafia  y  con  Cuba,  en  e^tod  ú  tiaras  me«ei,  su 
ponen,  realmente,  una  manera  de  iniervenciót  amistosa  qué 
se  ha  mtni/estado  de  muchos  modos \  ninguno  de  cllot  defini- 
tivo y  que  acusa  una  infidencia  potencial  q>ce  tiende  d  un  fin 
ulUrior  pacífico,  justo  y  honroso  para  todos  los  interesado*. 


—    936   — 

£1  Presidente  afirma  que  todos  loe  actos  de  los  Ertadoe 
Unidos  te  han  impirado  en  un  deseo  sincero  y  desinteresado- 

por  la  paz  y  prosperidad  de  Cuda,  no  empañada  por  discre- 
pancias entre  ¿os  Estados  unidos  y  £spana,  ni  manchada 
por  la  sangre  de  ciudadanos  americanos» 

El  Prenderte  p«  decide  por  la  intervención  ya  furiosa 
de  los  hilados  Unidos  como  potencia  neutral.  Angora  que 
Bon  numerosos  ¡os  precedentes  históricos  de  la  inUrvenciá* 
de  naciones  tecinas  para  contener  el  inútil  sacrificio  de  vi- 
das hi  monas  oca  fien  a  do  por  ctnjlictos  interiores  en  el  terri- 
torio situado  más  allá  de  svs  fronteras. 

Cree  qne  semejante  intervención  implica  el  empleo  de  me 
didas  hoslile*  ctitra  ovias  partes  contendientes ,  tpnlo  para 
obligarlas  duna  tregua,  cuanto  para  prepararla  solución 
final. 

Y  explica  y  detalla  Jes  motivos  de  eeta  intervención  da 
la  siguiente  manera: 

«Primero.  La  causa  de  la  humanidad,  y  para  poner  término  á  las 
barbaridades  de  la  lucha,  é  la  efueión  de  eergre,  al  hambre  y  á  la  horro- 
rosa miseria  que  ce  la  «dualidad  desoían  la  Isla,  y  á  las  que  co quieren 
6  no  pueden  pmer  térmiro  6  dar  alivio  les  dos  band»  a  opuettes.  Inútil 
sería  conteeUrLOs  que  ett'B  acontecimientos  tienei  lug>ren  ctre-  país 
dependiente  de  ura  Fottnci.  extranjera,  ro  pudittdo.  por  tanto,  aftc- 
tarno*  en  lo  más  míiimo.  1  a  iuerventión  noe  incumbe  como'un  deber 
ineludible,  porque   1<  s  sucesos  alucides  ocurren  &  nutstras  puertas. 

Segundo.  Ratamoa  obligados  á  garantizar  a  nuestros  ciudadanos  e» 
Cuba  la  protección  é  inmunidad  de  sus  vidas  é  intereses  materiales  qo* 
no  les  puede  ni  quiere  asegurar  ningún  Gobierno  exúttnte  en  la  lela, 
acabando  con  un  estaco  de  coses  que  les  priva  de  protección  legal. 

Tercero.  £1  derecho  de  itterveí  cien  puede  justificarse  con  loa  gra- 
vísimos perjuicios  al  cerner  ció  y  negocios  mercantiva  de  ruemos  ciu- 
dadanos, la  destrucción  gratuita  de  la  propiedad  y  la  devastación  da  la 
Isla. 

Cuarto.  la  situación  actual  deja  Isla  de  Cuba  es  una  imenaia 
constante  para  nuestoa  paz  itterior,  é  impone  al  Gobierno  de  loa  Bota- 
dos Un  des  gastos  eco? mes,  coi  secuencia  de  un  conflicto  que  dura 
desde  hace  anos  en  una  Isla  ten  próxima  á  nuestro  país, y  tan  unida  coa 
nosotros  por  importantes  reU  cienes  comerciales;  y  con  en  conataxte 
peligro  ]a  vida  y  la  libeitad  de  nuettrrs  conciudí  danos,  mientras  a* 
des  trujen  las  haciendas  y  caudales  de  éstos  y  están  expuestos  áfar 
apresados  y  lo  son,  en  efecto,  nuestros  buques  mercantes  por  la  marina 
de    un  Gobierno  extrmjere.  Las  exredicioi  es  filibustera»,  que  scao» 


—  937  ~ 

impotentes  para  impedí  r  del  todo,  y  las  cuestiones  y  complicaciones 
¡rriUnt*s,  que  no  tengo  per  qué  mencionar,  con  la  resultante  tensión 
en  nuestrna  relaciones,  constituyen  una  amenaza  constante  pira  la  paz 
de  loa  Balados  Unidos  y  nos  obligan  á  vivir  casi  en  pie  de  guerra  res- 
pecto de  ul&  Nación  con  la  que  estamos  en  paz.  > 

Como  última  demostración  de  los  peligros  á  que  la  situa- 
ción de  Cuba  exponía  constantemente  á  los  Estados  Uni- 
dos, Mr  MaoKinley,  señala  el  informe  de  los  ingenieros  y 
marinos  americanos  sobre  la  catástrofe  del  Afaine,  estimada 
por  aquellos  informantes,  como  efecto  de  una  explosión 
exterior  producida  por  una  mina  submarina.  El  dictamen 
americano  no  define  las  responsabilidades,  que  por  tanto 
quedan   por  determinar. 

JB1  Gobierno  español  estaba  dispuesto  á  hacer  sobre  este 
asunto  cuanto  exigiera  el  concepto  más  elevado  del  honor  y  la 
justicia,  y  hasta  había  propuesto  someter  las  diferencias 
de  loe  dirtámenes  americano  y  español  á  peritos  extraños  é 
imparciales,  cuya  decisión  aceptaba  aquel  Gobierno  de  an- 
temano Advierte  el  Presidente  que  á  tal  propuesta  no  ha- 
bía contestado  nada. 

Pero  lo  incedido  demostraba  gue  el  Gobierno  de  España  no 
podía  garantir  la  seguridad  de  un  buque  de  la  marina  ame- 
ricana m  U  puerto  de  la  Habana  cuando  ese  buque  va  con 
una  misión  de  paz  y  amparado  en  el  derecho  más  completo. 

El  resumen  y  el  fin  práctico  de  este  Mensaje  están  cen- 
tén idos  en  las  siguientes  lineas: 

*£n  vista  de  estos  hechas  y  consideraciones,  pido  al  Congreso  auto- 
rice y  otorgue  al  Presdente  poderes  para  adoptar  medidas  qne  asegu- 
iftn  el  completo  y  definitivo  termino  de  hostüüades  entre  el  Gobierno 
áe  E^pafia  y  si  pueblo  cubano  y  que  aseguren  en  la  Isla  la  instalación 
de  un  GnWrno  estaale,  capaz  de  mantener  el  orden  y  de  cumplir  con 
■ai  obligaciones  internacionales,  garantizando  la  paz  y  la  seguridad  de 
sus  ciudadanos  como  de  les  nuestros.  También  pido  autorización  para 
emplear  las  fuerzís  militare*  y  navales  de  los  Estados  Unidos,  según 
■e&  nectario  para  dichos  fines  y  en  interés  de  la  humanüad.  Para 
contribuir  á  conservar  la  vida  de  los  habitantes  hambrieatos  de  1&  Isla 
miendo  que  continúe  la  distribución  de  alimentos  y  socorros  y  se 

un  crcüvo  del  Tesoro  público  para  completar  la  caridad  de    núes- 

conciudadanos, 
la  solución  depende  del  Congreso  con  todas  sus  terribles  respon- 
'afei. 


—    938.  — 

Ha  agotado  todo*  los  esfuerzo*  para  remediar  el  intolerable  estado  da 
sotasen  un  país  que  te  hilla  á  nuestras  puertas  y  eatoy  dispuesta  i 
cumplir  las  obligaciones  que  me  imponen  la  Constitución  y  las  layas. 
-Aguardo  vuestros  acuerdos.» 

Sin  discutir  por  el  momento  las  afirmaciones,  las  citas  y 
las  tesis  de  Mr.  Mac  Kinley,  conviene,  para  la  exacta  inte- 
ligencia del  Mensaje  extractado,  recordar  dos  cosas. 

Primeramente,  qne  ese  Mensaje  tiene  el  carácter  de  an 
Mensaje  especial,  sóbrela  totalidad  de  la  cuestión  cubana, 
incluyendo  en  ella  el  particular  de  la  catástrofe  del  Maint* 
para  coya  explicación  se  prescinde  en  absoluto  del  dicta- 
men de  los  técnicos  españoles  y  se  desdeña  el  fallo  ds 
tercero. 

La  naturaleza  de  esta  cuestión  no  consiente  el  someterla 
punto  menos  que  exclusivamente  á  los  debates  de  un  Parla- 
mento. Esto  no  se  ha  hecho  nunca  por  Gobierno  alguno,  en 
circunstancias  parecidas.  A  los -Gobiernos  compete  proponer 
á  las  Cámaras  la  adopción  de  tales  ó  cuales  medidas,  cuando 
los  hechos  que  las  motivan  implican  un  positivo  ó  indiscu- 
tible agravio  á  la  nación  que,  en  su  vista,  debe  tomar 
una  actitud  resuelta,  en  defensa  de  au  honor  ó  de  sus  in- 
tereses, en  relación  concreta,  con  la  ofensa  ó  el  daño  reci- 
bidos. 

Llevar  este  negocio  á  las  Cámaras  americanas^,  (aun  cuan- 
do no  se  hubiera  producido  en  Norte  América  la  agitación 
que  allí  produjo,  por  excitaciones  sabidas  de  todo  el  mundo, 
la  catástrofe  del  Maine)  y  poner  esta  cuestión  en  manos  da 
diputados  y  senadores,  después  de  la  insistente  recomenda- 
ción de  España  de  que  todos  estos  negocios  se  trataran  por 
el  Poder  Ejecutivo,  (según  previene  la  Constitución  de  los 
Estados  Uüi  ios  y  es  práctica  universal)  con  la  reserva  de 
hacer  intervenir  en  el  asunto  á  las  Potencias  extrañas  á 
este  conflicto,  entrañaba,  sin  género  de  duda,  el  propósito 
de  acelerar  el  término  de  la  cuestión,  entrando  resuelta- 
mente en  el  camino  de  las  soluciones  violentas. 

Por  otra  parte,  no  puede  presoindirse,  con  este  motivo,  de 
la  actitud  de  Mr.  Woodford  en  Madrid. 

En  29  de  Marzo,  el  representante  norteamericano  entregó 
si  Gobierno  español  el  famoso  Apunte  contestado  categóri- 
camente por  este  Gobierno  en  SI  de  Mano.  En  esta  última 
fecha,  nuestro  ministro  de  Estado  comunica  á  las  Potencial 
europeas  el  Apunte  y  la  contestación,  y  desde  el  2  al  é  dé 


t 


—  *939   — 

Abril  m  reciben  en  Madrid  las  declaraciones  de  loa  Gobier- 
nos extranjeros. 

La  acción  de  eatos  cerca  del  Norte  América  y  el  e^añol, 
se  realiza  desde  el  6  al  9  de  Abril  Dentro  de  este  período 
(ó  sea  el  6  de  Abril),  Mr.  Woodford  presenta  una  extraña 
Nota  del  Ministerio  d«  Estado  español  participándole  que 
•n  aqnel  mismo  día  el  Presidente  Mao  Km  ley  habí»  rniu  it  ido 
al  Congreso  americano  un  Mensaje  que  abarcaba  toda  la 
cuestión  cubana,  acompañándolo  con  las  recomendaciones  que 

estimaba  necesarias  y  oportunas sin  aconsejar  el  reco* 

nacimiento  de  la  independencia  de  los  insurrectos,  pero  sí  la 
adopción  de  medidas  para  la  cesación  de  hostilidadet  y  el 
restablecimiento  de  la  paz  y  de  un  Gobierno  estable  en  Cuba. 

Esto  lo  hacia  en  interés  de  la  humanidad  y  en  aras  de  la 
seguridad  y  tranquilidad  de  los  Estados  Unidos. 

Pero  el  fio  verdadero  de  la  comunicación  de  M~.  Wood- 
ford era  manifestar  á  nuestro  Gobierno  que  había  esperad® 
fasta  las  doce  de  la  tarde  del  día  6,  la  notificación  oficial 
de  la  suspensión  definitiva  de  hostilidades  en  tuba,  aín 
doda  por  efecto  del  Apunte  del  29  de  Marzo. 

T  el  representante  americano  añadía:  cSi  el  Gobierno  de 
8.  M.  llegara  en  el  día  de  hoy  á  nna  decisión  fiaul,  con 
«respecto  4  un  armisticio,  telegrafiaré  á  mi  Gobierno  el  tex- 
»to  de  aquél,  en  caso  de  recibirlo  antes  de  las  doce  de  esta 
anoche.  De  esta  manera  llegará  á  poder  del  Presidente, 
imafiana  jueves  por  la  mañana  á  tiempo  para  que  lo  pueda 
aoomunicar  al  Congreso  mañana  jueves.» 

Nuestro  ministro  de  Estado  replicó  inmediatamente  á 
esta  Nota  conminatoria,  qoe  no  había  prometido  maniftsta* 
eién  alguna  para  el  día  6  y  que  el  Gobierno  se  atenía  d  la 
'contestación  dada  en  31  de  Mareo  al  Apunte  del  29,  pre- 
sentado con  la  exigencia  de  una  contestación  en  término  mny 
perentorio. 

Al  día  siguiente  (ó  sea  el  7  de  Abril),  Mr.  Woodford  reti- 
ra su  impertinente  Nota  del  6;  participa  que  no  se  ha  pre 
sentado  al  Congreso  americano  el  proyectado  Mensaje 
presidencial;  dice  que  hsta  se  presentará  el  día  1 1  y  acom- 

}>aña  estas  declaraciones  oon   las  siguientes  significativas 
rases  referentes  á  la  retirada  de  la  Nota: 

Esto  me  proporciona  un  verdadero  placer  pues  se,  aparta 
mucho  del  dnimo  de  mi  Gobierno  todo  propósito  de  ejercer 
;  presión  sobre  España. 
Como  se  ha  dicho  antes,  la  suspensión  de  hostilidades  en 


£\ 


—  S40  — 

Cuba,  se  decretó  en  9  de  Abril  y  en  esta  fecha  fue  conocido 
el  acuerdo,  en  Europa  y  América.  El  dia  11  se  leyó  el  Men- 
saje de  Mr.  Mac  Kinley. 

Son  excusados  los  comentarios. 

Todo  iba  al  vapor. 

Claro  se  e»tá  que  el  Mensaje  presidencial  era  un  poderoso 
obstáculo  para  qne  la  suspensión  de  la  lucha  produjese  efecto 
en  Cuba . 

Los  insurrectos  cubanos  debieron  ver  en  aquel  documento 
algo  más  qne  una  promesa  de  inmediato  apoyo.  Porque  en 
todo  e)  Mensaje  dominaba  un  espíritu  desdeñoso  para  elGo- 
bierno  español,  de  cuyas  concesiones  se  prescindía,  lo  mis- 
mo que  se  había  prescindido  de  sus  resistencias.  En  último 
caso,  la  referencia  á  éstas  y  aquéllas,  debía  ser  estimada 
como  un  peñalamiento  de  la  debilidad  de  nuestroQobierno. 

De  otra  parte,  la  preterición  absoluta  de  todo  cuanto  pu- 
diera relacionarse  con  las  gestiones  de  las  grandes  Poten- 
cias implicaba  una  nueva  dificultad  para  la  solución  defi- 
nitiva, racional  y  jurídica  de  la  cuestión  de  Cuba. 

Porque  ya  se  veía  claro  de  qué  modo  entendía  el  Gobierno 
norteamericano  aquel  proposito  que  expuso  el  Presidente 
Mao  Kinley  en  su  Mensaje  de  6  de  Diciembre  de  1897,  de 
contar  con  el  apoyo  y  la  aprobada*  del  mundo  civilizado 
para  intervenir  por  la  fuerza  en  la  cuestión  de  Cuba,  ai 
asi  lo  in  ponían  la  civilización,  la  humanidad  y  loa  inUrestt 
de  los  Erados  Unidos. 

Ahora,  el  Gobierno  de  éstos  se  desentendía  en  absoluto, 
hasta  de  las  instancias  de  los  Gabinetes  europeos,  y  resulta- 
ba obvio  que  éstos  habrían  de  mirarse  mucho  para  conti- 
nuar sus  gesticnes.  asi  como  que  cuando  en  Washington  ae 
tomaba  este  camino,  seria  indudablemente  porque  aquel 
Gobierno  tendría  bastantes  datos  para  pensar  que  nadie 
le  iría  á  la  mano.  ' 

No  hay  que  preguntar  cómo  ni  por  qué  los  simpatizado- 
res de  la  insurrección  separatista  cubana  debieron  tomar 
el  Mensaje  como  un  estímulo.  Y  con  mayor  motivo,  si 
realmente  era  cierto  que  Mr.  Mao  Kinley  profesab*  opi- 
niones desfavorables  á  la  guerra.  En  tal  caso,  no  solo  el 
Presidente  resultaba  vencido,  sino  que  el  vencimiento  de 
éste  se  verificaba  de  tal  suerte  y  en  forma  tal,  que  consti- 
tuía un  excepcional  apoyo  para  la  causa  contraria. 

Una  prueba  de  todo  esto  es  lo  que  sucedió  en  el  Congreso 
americano  desde  el  11  al  18  de  Abril. 


—  941   — 

Por  ocioso  tengo  detallar  loa  debates,  proposiciones  y 
resol  aciones  parciales  de  las  Cámaras  americanas,  en  las 
-que  se  estimo  como  principal  excitante  el  particular  del 
Mazne.  Los  acuerdos  de  los  dos  oaerpos  del  Congreso  fue- 
ron al  principio  distintos,  por  cnanto  el  Senado,  acentuadí- 
simo en  su  hostilidad  á  España,  había  ploclamado  el  recono- 
cimiento de  la  República  cubana,  rechazado  por  la  Cámara 
de  Representantes.  Al  cabo,  las  dos  Cámaras  se  concentra- 
ron, votando  una  proposición  de  las  llamadas  conjuntas  6 
-ejecutivas,  concebida  en  los  siguientes  términos: 

«Considerando  que  el  aborrecible  estado  de  cosas  qne  ha  existido  en 
Cuba  durant*  los  tres  últimos  anos,  en  Isla  tan  próxima  4  naeitro  te- 
rritorio ha  herido  el  sentido  moral  del  pueblo  de  los  Estados  Unidos, 
ha  sido  un  desdore  para  la  civilización  cristiana  y  a»  llegado  4  su  pe- 
ríod)  crítico  con  la  destrucción  de  un  barco  de  guerra  norteamericano 
y  con  la  muerte  de  966  de  entre  sus  oficiales  y  trípuUntes,  cuando  el 
buque  visitaba  amistosamente  el  puerto  de  la  Habana;» 

«Considerando  que  tal  estado  de  cosas  no  puede  ssr  tolerado  por  mas 
-tiemp  •,  según  manifestó  ya  el  Presidente  de  los  Estelos  Unidos,  en 
Mensaje  que  envió  el  11  de  Abril  al  Congreso,  invitando  á  éste  4  qne 
:  adopte  resoluciones,» 

«BlSmadoyia  Camarade  Representantes,  reaniics  en  Congreso, 
acuerdan: 

Primero.     Qne  el  pueblo  da  Cuba  es  y  debe  ser  libre  é  in  lependiente. 

Segundo.  Qne  es  deber  de  los  Estados  Unidos  exigir,  v  por  la  pre- 
sente su  Gob  erno  exige,  que  el  Gobierno  español  renuncie  inmediata- 
mente 4  su  autoridad  y  gobierno  en  Cuba  y  retire  sus  fuerzas  terres- 
tres y  navslet,  de  las  tierras  y  mares  ds  la  Isla. 

Tercero.    Que  se  autoriza  al  Presidente  de  los  Estados  Unidos  y    ss 
le  encarga  y  ordena  que  utilice  todas  las  fuerzas  militares  y  navales  de 
ios  Estados  Unidos  y  llame  al  se;  vicio  activo  las  milicias  de  los  Estados 
de  la  Uiión,  en  el  número  que  sea  naces &rio  para  llevar  4  efecto  estos 
acuerdos. 

Y  cuarto .  Que  los  Estados  Unidos,  por  la  presente,  niegan  que  ten- 
gan ninguna  intención  de  ejercer  jurisdicción,  ni  soberanía,  ni  de 
Intervenir  en  el  Gobierno  de  Cuba,  si  ne  es  para  la  pacificación,  y 
afirma  su  prepósito  de  dejar  el  dominio  y  gobierne  de  la  Uli  al  pueblo 
-de  ésta  una  vtz  rt  atízala  dicha  paei/lcación . » 

Este  acuerdo  no  fué  tomado  por  unanimidad.  En  el  Se- 
nado triunfó  por  42  votos  contra  35.  En  la  Cámara,  por  SI  O 
•contra  6. 


—    942  — 

Quedaba  por  fijar  la  actitud  del  Presidente.  La  más  lige- 
ra comparación  del  texto  de  loa  último*  párrafos  del  Men- 
saje pmideT  cial  de  1 1  de  Abril  con  (-1  Uxto  del  acuerdo  vo- 
tado por  el  Cor gr feo  norteamericano  evidencia  que  este  úl- 
timo había  dejado  muy  atrás  la  propuesta  de  Mr.  Mae- 
Kinley. 

£1  Corare* o  habla  resuelto  la  inmediata  exjmUión  de 
Ee palla  de  la  grande  Antilla.  Y  se  htbía  atribuido  el  dere- 
cho de  hacer  entrar  en  el  concierto  del  mundo  contemporá- 
neo á  un  nuevo  pueblo  libre  é independiente.  Y  se  había  re- 
servado la  absoluta  competencia  para  fijar  la  hora  y  el  modo 
en  que  este  pueblo  pe  dría  entrar  en  el  goce  de  sus  derechos 
de  soberanía. 

Como  después  demostraré,  quisa  no  se  da  otro  caso  de 
tamaña  arrogancia  en  la  historia  cor  temporánea. 

No  habla  pensado  en  tanto  el  Pres  dente  Mac  Kinley, 
que  sabia  muy  bien  que  las  opiniones  norteamericanas  es- 
taban divididas  entre  el  reconocimiento  del  Gobierno  insu- 
rrecto y  la  renurcia  de  España  á  retirar  su  bandera  de 
Cuba.  Pero  Mr.  Mac  Kinley,  ensegu  da,  en  20  de  Abril, 
hizo  publicar  cficial  su  adhesión  al  bul  votado;  es  decir, 
procedió  de  un  "nodo  perfectamente  opuesto  al  de  Mr.  Cía- 
veland   en  casos  parecidos,  en  1896  y  97. 

En  su  consecuencia,  el  repretettatte  español  en  Was 
hington  pidió  el  mi*mo  día  sus  pasa*  ortes,  dejando  confiada 
la  protección  de  los  intereses  espt» fióles  en  Norte  América 
al  embajador  de  Francia  y  a)  ministro  de  Austria  Hungría. 

Y  nuestro  ministro  de  Estado  pasó  el  día  21 ,  á  Mr.  Wood- 
ftrd,  la  siguiente  comunicación: 

«En  cumplimiento  de  un  pecoso  deber,  tengo  la  honra  de  participar  á 
V.  &.,  que  sancionado  por  e1  Presidente  de  la  Repúb  ica,  una  resolución 
de  ambas  Cámaras  de  los  Estados  Unidos  qoe,  al  teger  la  legítima  so- 
beranía de  España  ▼  amenazar  con  ura  inmediata  interven  cien  armada 
en  ^a  Isla  de  Cuba,  equivale  á  una  evidente  declaración  de  guerra,  el 
Gobierno  de  S.  M.  ha  ordenado  á  su  miiistTO  en  Washington  que  se 
retire,  fin  pérdida  de  tiempo,  del  ten  i  torio  norteamericano  con  todo  el 
personal  de  la  Legación. 

Por  esle  hecho  quedan  interrumpidas  las  relaciones  diplomáticas  que 
de  antiguo  existían  entre  los  dos  países,  cesar  do  toda  comunicación  of- 
cial  entre  sus  respectivos  representantes,  y  me  apresuro  á  ponerlo ei 
•onocimiente  de  V.  E  á  fin  de  que  adopte  por  su  parto  las  diaposicii 
ne  s  que  crea  convenientes  > 


— .  04S  — 

Con  esta  comunicación,  el  Gobierno  español  se  adelantó 
á  la  petición  de  pasaportes  por  Mr.  Woodford,  el  cual  ha- 
bla recibido  de  so  Gobierno  la  nota  signiente: 

«Si  &  la  hora  del  mediodía  de  sábado  próximo,  28  de  Abril  corriente, 
•o  ha  aido  comunicada  á  este  Gobierno  por  el  de  España  una  con  pleta 
y  satisfactoria  respuesta  á  esta  demandada  paz  y  resolución,  en  tales 
términos  que  la  paz  de  Cuba  quede  asegurada,  el  Presidente  proceder! 
sin  ulterior  aviso,  á  usar  el  poder  y  autorización  ordenados  y  conferidos 
4  él  por  dicha  resolución,  tan  extensamente  como  sea  necesario  obte 
aerlaen  efeeto.» 

Los  intereses  americanos  en  España  quedaron  confiados 
al  embajador  de  Inglaterra. 

Mientras  sacedlo  esto,  el  Gobierno  español  acudió  otra 
res  á  los  Gabinetes  extranjeros. 


—  944  — 


En  14  de  Abril,  nuestro  ministro  de  Estado  bis?  sebet  4 
la  danta  Sede  qne  cías  esperadas  resoluciones  de  las  Cama- 
»ras  norteamericanas  obligarían  probablemente  el  Gtobier- 
»no  español  á  adoptar  n nevos  acaerdos  onyo  carácter  estarla 
»en  relación  con  las  circunstancias:  pero  aceptada  anterior- 
>  mente  por  él  la  mediación  de  Su  Santidad,  estimaba  como 
»un  deber  el  conocer  á  este  proposita  la  última  palabra  del 
> Santo  Padre,  no  tanto  porque  abrigase  esperanzas  de  u 
» resultado  pacifico  de  su  elevada  y  bondadosa  misión,  com* 
•patible  con  nuestro  honor  y  dignidad  nacional,  sioooomo 
»  muestra  de  respeto  y  gratitud  á  la  Santa  8ede,  asi  como 
♦para  que  sirviese  de  ságrala  sanoión  á  la  justicia  de  na** 
»tra  causa. » 

Al  propio  tiempo  el  ministro  espafLol  dirige  a  los  repre- 
sentantes de  Eipafia  cerca  de  las  seis  grandes  Potencias  »1 
siguiente  despacho: 

tía  Cámara  de  Representante*  délos  Estados  Unidos,  deipoés  de  La- 
íerir  á  Bipaña  irritantes  é  injustificadas  ofensis  y  de  propagar  ctt 
motivo  del  suceso  del  Aféiné,  las  más  gratuitas  é  insoportables  calum- 
nias, ha  votado  por  inmsns*  mayoría  ana  resolución  qqe  autorías  ti 
Presidente  de  la  República  para  intervenir  inmediatamente  j  kaiU 
per  medio  de  las  armas,  en  el  gobierno  y  sn  la  Tida  interior  de  uní 
provincia  autónomi  española.  Vota  la  que  sea  por  el  Senado  y  acepU 
da  por  el  Presidente  la  proposición  mencionada,  constituirá  en  los  li- 
tados Unidos  una  situación  de  derecho  y  una  amenaza  de  hecho,  que 
nuestra  dignidad  no  hi  de  estimar  compatible  oon  la  continuación  di 
las  relaciones  diplomáticas. 

151  gobierna  español,  que  aceptando  la  invitación  del  Paire  dente  y 
dsfl riendo  i  los  amistosos  consejos  de  las  grandes  Potencias,  asa»» 
de  ex  tremar  sa  moderación,  y  les  dolorosos  sacrificios  para   man  temer 


-    945   — 

y  facilitar  a  pax,  ha  de  demostrar  ea  una  eventualidad  que  eonaidera 
ya  inevitables,  la  propia  mayor  resolución  para  defender  el  territo- 
rio y  el  honor  nacional;  y  sin  perjuicio  de  que  todos  loa  Gobierno* 
reciban  próximamente,  nn  reanmea  de  loe  heehoi  y  escrito»  más 
«alientes  en  este  periodo  de  naertras  relaciones  con  los  Batados 
unidos,  aende  ahora  á  la  imparcialidad  y  á  la  conciencia  de  las 
grandes  Potencias  europeas  para  que  por  sí  8  las,  a  la  luz  del 
derecho  universal  y  de  la  moral  cristiana,  consideren  el  atentado  que 
sin  justicia,  rezón,  ni  pretexto  va  á  cons  íma^se  y  determine  i  después 
«1  juicio  de  la  Europa  en  euest'ón,  de  tan  evidente  y  compleja  impor- 
tancia.—Sírvase  usted  dar  lectura  de  este  telegrama  &  ese  señor  minis- 
tro de  negocios  extranjeros.» 

Y  el  18  de  Abril  el  mismo  ministro  da  Estado  de  Espa- 
lla remitió  á  todos  los  representante»  de  ésta  ea  el  extran- 
jero, nn  extenso  y  razonado  Memorándum  sobre  las  relacio- 
nes de  Eapafia  con  los  Estados  Unidos,  desde  el  oomienio 
de  la  insurrección  cubana  hasta  acuella  fecha. 

En  este  despacho  se  recomendaba  que  el  Memorándum 
fuese  comunicado,  sin  pérdida  de  tiempo,  á  los  Gobiernos  ex- 
tranjeros, porque,  csu  objeto  no  era  otro  qae  exponer  4  la 
consideración  de  las  Potencias  amigas  el  derecho  y  la  jus- 
ticia que  asistían  á  España  y  que  ofrecía  notable  contraste 
«on  la  conducta  de  los  Estados  Unidos. » 

En  el  mismo  telegrama  se  decía  que  cpor  la  rapidez  con 
que  se  sucedían  los  acontecimientos,  era  posible  que  en  el 
momento  de  la  entrega  del  Memorándum  nuevos  hechos 
hubieran  venido  á  cambiar  ó  modifi  jar  los  que  se  relataban.» 

Luego,  en  21  de  Abril,  el  Gobierno  español  participa  á 
ios  representantes  del  mismo,  la  raptara  de  relaciones  diplo- 
máticas con  los  Estados  Unidos,  del  sigaiente  modo: 

«Sancionado  por  el  Presidente  de  los  Batados  Unidos  la  resolución  da 
ambas  Cámaras  que  niega  la  soberanía  española  y  amenaza  oon  la  in- 
tervención armada  en  Cuba,  equivalente  &  una  declaración  de  guerra, 
«e  retiró  anecae  nuestro  ministro  en  Washington  con  el  personal  da  la 
Legación,  según  instrucciones  que  tenía,  y  esta  mañana  se  ha  notifica- 
do 4  Mr.  Woodford  que  quedaban  interrumpidas  las  relaciones  diplo- 
máticas entre  ambos  paisas  y  cesaba  toda  comunicación  e£  sial  entre  sos 
representantes.  El  Gobierno  de  S.  vf.9  al  obrar  ie  esta  suerte  se  t  *  pro- 
puesto evitar  la  presentación  del  «JtfmolN»  americano  que  habría  eosnv 
titeído  nueva  cfenta.  Asilo  ha  comprendido  el  representante  de  les 
Batados  Unidos,  que  se  ha  limitado  a  pedir  sus  pasaportes  y  saldrá 
«ata  tarde  en  el  tren  expreso  para  Francia  » 


—  918  — 

del  Gobierno  de  Washigton:  primero,  por  el  carácter  noto- 
riamente cfensivo  del  bilí  de  18  de  Abril;  después,  por  el  bitt 
que  las  dos  Cámaras  americanas  votaron  el  25  del  propio 
mes,  proclamando  el  estado  de  guerra. 

Pero  en  daño  de  la  corrección  del  Gobierno  norteameri- 
cano aparece  el  hecho  de  que,  antes  del  25  de  Abril  aludido, 
los  buques  de  guerra  de  los  Estados  Unidos  apresaron  en 
las  aguas  de  las  Antillas  ó  en  sus  proximidades,  diez  ba- 
ques mercantes  españoles.  La  evidencia  de  este  atentado 
al  Derecho  Internacional  la  patentizaron  los  términos  del 
bilí  citado,  en  el  cual  be  da  ala  declamación  de  guerra  efec- 
to retroactivo,  suponiendo  que  ésta  comienza  el  21  de  Abril, 

Nada  puede  justificar  tul  afirmación.  Porque  el  Gobierno 
español,  ni  de  palabra  ni  de  obra,  realizó  cosa  alguna  contra 
la  persona  ni  los  bienes  de  los  ciudadanos  de  Norte  Améri- 
ca. Hasta  que  los  marinos  y  soldados  de  Ja  Kepública  Ame- 
ricana hicieron  hrmus  contra  £sp*ña  esta  se  limitó  á  pre- 
pararse para  resistir  la  agresión  anunciada  en  el  bul  de  18 
de  Abril. 

£1  22  de  este  mes  fué  capturado  el  buque  español  Buena- 
ventura, en  el  golfo  de  Méjico.  En  aquel  mismo  día  se  de* 
cretó  el  bloqueo  de  la  costa  septentrional  de  Cuba  por  loe 
norteamericanos;  bloqueo  que  no  resoltó  efectivo,  tanto  por 
falta  de  buques  como  por  la  manera  interminente  de  ejercer- 
se la  vigilancia,  en  una  costa  que  pasa  de  150  millas. 

Inmediatamente  son  bombardeados,  sin  previo  aviso,  al- 
gunos puertos  de  aquella  isla,  sentándose  precedentes  para 
nn  hecho  análogo  realizado  sobre  Puerto  Rico,  el  11  de 
Hayo.  Dos  barcos  norteamericanos,  tomando  la  bandera  es- 
pañola, entran  en  la  bahía,  de  Guantánamoy  tratan  de  apo- 
derarse de  esta  población.  Son  destruidos,  p(  r  orden  del 
Gobierno  de  Jos  Estados  Unidos,  la  mayoría  de  loe  cables 
telegráficos  internacionales,  que  mantenían  la  comunicación 
de  Cuba  con  el  resto  del  mundo.  Por  aquel  entonces, 
también,  él  referido  Gobierno  proclamó  su  resolución  de 
renunciar  al  corso  y  de  aceptar  los  principios  de)  Tratado 
de  París  de  1856  sobre  la  guerra  marítima.  Y  á  poco 
(hacia  el  24  de  Junio)  se  verifica  el  desembarco  del  ejército 
norteamericano  en  las  inmediaciones  de  Santiago  de  Coba 
y  comienza  el  sitio  de  esta  plaza,  con  el  auxilio  de  los  insu- 
rrectos cubanos.  £1  4  de  Julio  es  destruida  totalmente  la 
escuadra  española  á  la  vista  de  Santiago. 

Lanzados  en  el  camino  de  la  guerra  t  los  norteamericanos 
la  llevan  á  Puerto  Rico  y  á  las  islas  Filipinas.  Principian 


—  949  — 


por  el  bombardeo  de  la  capital  de  la  pequeña  Astilla,  coaa 
que  como  antes  se  ha  dicho,  sucede  á  principios  de  Mayo, 
dando  ocasión  á  que  los  atacados  demostraran  gran  deci- 
sión contra  el  extranjero  agretor.  Por  otra  parte,  los  enemi- 
gos, preparados  desahogadamente  en  Hong-Kong,  para 
caer  sobre  Id  añila,  buscan  el  auxilio  de  los  tagalos,  apro- 
vechando las  quejas  de  éstos  contra  la  Metrópoli  española. 

Es  este  un  (unto  de  subido  interés,  (ero  que,  hasta  el 
momento  presente,  aparece  envuelto  en  grandes  sombras,  que 
hacen  dificilísima  so  estimación.  Contribuyen  á  ello,  en  grao 
manera,  las  arraigadas  preocupaciones  de  los  políticos  esr/a- 
fioles  sobre  filipinas;  la  distancia  á  que  se  ballnn  éstas  de  la 
Metrópoli;  la  escatez  de  comunicaciones  de  Europa  con  aqué- 
llas islas;  el  régimen  sur  picas,  intolerante  y  anacrónico  que 
allá  existe  y  que  consagra  la  omnipotencia  del  clericalismo  y 
la  dictadura  militar — y  en  fin,  los  positivos  esfuerzos  que  úl- 
timamente se  h*»n  hecho  en  España,  para  que  la  opinión  pú- 
blica no  fuera  ílustri  da  respecto  de  las  causas,  el  curso  y 
los  incidentes  délas  últimas  insurrecciones  de  nuestra  gran 
colonia  asiática. 

Estos  esfuerzos  han  sido  secundados  por  una  asombrosa 
ignorancia  del  estado  de  aquel  pais,  nna  gran  pasión  contra 
los  insurrectos  y  un  miedo,  apenas  concebible,  de  parte  de 
los  gobernantes  y  de  los  elementos  liberales  de  la  Metró- 
poli (1). 

Por  todo  eso,  á  esta  fecha,  no  sabemos  bien  si  la  insurrec- 


(1)  Abundan  las  pruebas:  pero  la  última,  y  quizá  más  cor  el  oyen  te, 
la  ofrcctD  los  coi  fusoe  é  itteimirjíbles  d« batea  que  tibie  la  cuestión 
de  Filipinas  tuvieron  efecto  en  el  Gcrgreeo  y  el  Secado,  en  les  meses 
de  Majo  y  Judío  de  1898.  No  bubo  medio  de  averiguar  lo  que  real- 
mente había  pasado  en  los  aüos  96  á  98  en  la  grao  colonia  asiática,  ni 
siquiera  lo  que  pasaba  á  fines  del  tegundo  semestre  de  este  último 
afeo.  El  Gobierno  excusó  enérgicamente  Ta  ccmunicsción  al  Congreso 
de  las  instrucciones  politices  dadas  al  capitán  general.  6r.  Angustí. 
No  se  pudo  conseguir  que  alguien,  con  car  éter  eficial,  precísaselas 
cendiciones  refetv»dt>s  del  pacto  de  Banabiactc  y  rectificara  lo  que,  en 
daño  dtl  Gobierno  ftpt no),  publicaba  teda  la  pierna  deíurcpa.  Yun 
diputado  liberal,  el  Sr.  Alas,  no  pudo  leer  al  Congreso,  por  los  crecien* 
tes  rumores  de  este,  la  extraña  representación  que  por  aquel  entonces 
entregaron  al  stnor  Presidente  del  Consejo  de  ministros  Jos  procurado* 
res  de  las  Ordenes  monásticas  de  Filipinas.  El  empeño  era  nohiblar 
de  ello. 


—  9*0  — 

eión  que  capitaneó  Aguinaldo  ea  1896  y  97,  estaba  6  ne 
«oiooada,  cuando  oomensó  la  guerra  de  España  ooa  loa  Ba- 
tidos Unidos;  ni  cual  toó  el  verdadero  aloanoe  del  llamada 
pacto  de  Btanabactó,  concertado,  mas  ó  m«mdjerp licitamen- 
te, en  1897,  por  el  Gobernador  generalde  Filipina*,  Sr.  Pri- 
mo de  Rivera,  coa  Aguinaldo  y  eos  oompafieros;  ni  ai  eafce 
paoto  ae  cumplió  en  todoa  aua  eztremoa»  6  por  el  contrario 
fué,  como  alega  Aguinaldo,  olvidado  por  las  autoridades  es- 
pañolas» en  parte  muy  considerable,  por  lo  cual  fué  posible 
que  la  insurrección  tagala  se  reprodujese  en  Mayo  del 898. 

'Por  análogos  motivos  ignoramos  hasta  hoy  los  termino* 
del  pacto  que,  el  comodoro  norteamericano  Devev,  directa- 
mente  ó  por  medio  del  Cónsul  de  los  Estados  Unidos  ea 
Hong-Kong,  hiso  con  Aguinaldo,  para  que4  lo*  tagalos 
apoyasen  la  agresión  americana  contra  Manila.  Y  no  sabe- 
mos más  respecto  de  las  excitaciones  y  los  auxilios  del  Oo 
bierno  de  Washington  y  del  comodoro  Dovey,  á  las  tribus, 
más  ó  menos  civilizadas,  de  Filipinas,  para  que  lucharan 
contra  España,  y  favorecieran  á  los  americanos  de  un  modo 
tan  decisivo,  que,  bien  puede  asegurarse  que  sin  el  apoyo  da 
los  filipinos,  la  empresa  do  los  yankees  no  hubiera  pasa* 
do  de  la  fácil  victoria  de  la  bahía  de  Miuüa:  victoria  con* 
seguida  el  2  de  Mayo  do  1898,  por  barcos  acorazados  y  de 
gran  potencia,  contra  la  débil  escuadra  espadóla,  de  made- 
ra, y  oen  cationes  antiguos  y  casi  inservibles.  (1).  Eso  es 
tan  cierto,  como  que  sin  el  auxilio  de  loa  iusur reotos  cabt- 
nos,  el  ejército  de  Norte  América  no  habría  podido  sostener 
el  sitio  de  Santiago . 

La  falta  de  los  datos  aludidos  es  de  suma  importancia  para 
apreciar  bien,  desde  el  panto  de  vista  del  Derecho  Interna* 
cional,  la  acción  de  los  Estado*  Uoiiosea  Filipinas. 

Siempre  será  nn  argumento  disfavorable  al  Gobierno  es* 
pañol  la  mera  apariencia  de  que  todos  ó  casi  todos  loa  ele- 
mentos indígenas  de  Filipinas  apoyaran  al  extranjero,  en  la 
guerra  actual,  rompiendo  la  hermosa  tradición  de  aquél 
país,  cuya  historia  ofrece  páginas  tan  fortificantes  como  la 
referente  á  la  expulsión  de  los  ingleses  de  Manila,  por  el 
oidor  D.  Simón  Anda  y  8alasar,  casi  con  el  solo  oononrss 

(l)  Sobre  tolo  esto  puede  lame  lo  que  ha  publicado  el  periádfc» 
La  Publicidad  de  Barcelona  ea  Junio  y  Dioienabre  do  1SSS  y  primer  trt- 
meetre  de  1899.  También  paede  coasaltatsaUmistetiaae^ikaatdmU* 
4a  Corito  4e  Ultramar  y  que  se  publicó  ea  IBSS* 


r 


—    051    — 

de  los  tagalos,  en  1764.  No  se  explica  bien,  que  después  de 
300  afios  de  dominación  española,  puliera  suceder  eso,  que 
no  pasó  en  América,  á  pesar  del  movimiento  insurreccional 
de  Topac-Amaru,  ea  1782,  Y  no  digamos  nada  de  la  evi- 
dente impotencia  de  las  órdenes  monásticas  que  se  dabau 
punto  menos  que  como  la  única  garantía  del  imperio  espa- 
ñol en  el  Archipió  ago  hispano  asiático  y  contra  Jas  ou& 
parece  haberse  hecho  príncipemente  la  última  insurrección 
filipina. — Todo  eso  es  muy  triste  y  todo  ello  pide  mucha  ex 
plioación. 

Pero  de  mayor  gravedad  y  más  alcance  seria  el  cargo 
contra  los  americanos,  de  haber  éstos  utilizado  en  su  favor  el 
alzamiento  de  tribus  (aparte  las  fuerzas  y  los  elementos  en l 
tos,  dirigidos  por  Aguinaldo),  que,  apasionadas  por  varios 
motivos  y  sobre  todo,   por  el   efecto  natural  de  la  luch 
pusieran  en  tremendo  peligro  la  vida  de  las  gentes  pacifí 
cas  de  los  paisas  insurreccionados  y  los  intereses  defiaiti  ■ 
tos   de  la  civilización.    En  eate  sentido,  lo  hecho  por 
norteamericanos  (ó  mejor  dicho,  lo  que  hasta  ahora  parece 
que  estos  han  heckoj  en  Filipinas,  sale  del  circu'o  de  lo  co- 
nocido en  Ja  Historia  y  de  lo  tolerable  á  pueblos  de  repra 
eentaoión  en  el  orden  internacional. 

Desde  el  comienz)  de  la  guerra  hasta  principios  de  Julio, 
debió  pasar  algo  entre  los  Gobiernos  extranjeros  y  el  espa- 
ñol; pero  la  absoluta  reserva  de  éste,  hizo  imposible  que 
se  supiera  por  aquel  entonces  nada  relativo  á  este  par 
ticnlar. 

Nuestro  Gobierno  se  negó  á  discutir  en  el  Parlamento  so- 
bre el  estado  de  nuestras  relaciones  exteriores,  y  en  seguida 
suspendió  las  garantías  constitucionales  en  toda  España, 
sometiendo  á  la  prensa  á  la  previa  censura,  ejercida  por 
oficiales  del  ejército,  que,  según  órdenes  superiores,  no  per- 
mitieron que  se  tratase  de  a*juel  negocio,  é  impidieron  qne 
el  país  se  apercibiera  para  cualquier  desastre. 

Ésto  86  debe  relacionar  con  el  pecado  constante  del  Go 
bierno  de  Madrid  de  no  interesar  á  la  opinión  culta  del 
mondo,  y  sobre  todo,  á  la  de  Europa,  en  la  cuejtión  ame- 
ricana durante  la  crisis  de  1898. 

Al  contrario  de  2o  que  hizo  el  Gobierno  norteamericano  en 
""65,  cuando  se  planteó  la  cuestión  del  Alabama,  los  políti- 

s  españoles  descuidaron  totalmente  la  publicación  de  folle- 
•s,  libros  y  hojas  en  el  extranjero,  precisamente  ouando  s 
re  Europa  influían,  oon  grandes  exageraciones  y  errores 

61 


—    962   — 

positivos,  ana  conocida  Agencia  telegráfica  puesta  al  serví- » 
ció  de  los  intereses  de  Washington,  y  nn  periódido  yanta 
de  gran  información,  como  el  Berald,  que  se  publica  en  Pa- 
rís hace  algunos  años. 

Esta  pasividad  ó  esta  negligencia  debe  ser  comprendida 
en  el  grnpo  de  los  cargos  que,  con  bastante  fundamento, 
hacen  los  adversarios  del  actual  Gobierno  español,  el  cual, 
sin  dada  alguna,  fué  á  la  guerra  con  los  Estados  Unidos  y 
la  sostuvo,  en  las  condiciones  más  deplorables  que  pudiera 
imaginarse.  Tal  censura  es  incomparablemente  superior  ala 
que  abora  se  anuncia  y  que  dentro  de  poco  se  acentuará,, 
respecto  ala  aceptación  de  la  guerra;  porque  no  es  discuti- 
ble ya,  que  ésta  era  inevitable  y  que  la  querían  é  imponían, 
de  todos  modos,  loa  Estados  Unidos. 

Por  incidencia,  y  muy  incompletamente,  se  supo  por  aquel 
entonces  (y  luego  se  ha  comprobado)  que,  hacia  el  20  de 
Abril,  el  Presidente  de  la  República  Suiza  invitó  al  Gobier- 
no español  á  adherirse  á  los  artículos  adicionales  de  la  Con- 
vención de  Ginebra  de  20  de  Octubre  de  1 868,  sobre  la  suer- 
te de  los  militares  heridos  en  campaña  .El  Gobierno  de  Ma- 
drid convino  en  ello,  el  25  de  Abril,  y  supo,  en  10  de  Mayo, 
por  conducto  del  Gobierno  suizo,  que  tambión  se  había  ad- 
herido el  de  Washington. 

En  23  de  Abril,  España  declaró  caducados  el  Tratado  de 
Paz  y  Amistad  de  27  de  Octubre  de  1795  con  los  Esta- 
dos Unidos  y  el  Protocolo  de  12  de  Enero  de  1877;  conce- 
dió un  plazo  de  cinco  días  á  todos  los  buques  norteamerica* 
nos  para  que  salieran  de  los  puertos  españoles,  y  proclamó 
las  reglas  de  la  gueTra  marítima,  sancionadas  por  el  Con- 
greso de  París  de  Abril  de  1856,  á  pesar  de  que,  como  era 
notorio,  el  Gobierno  español  no  había  aceptado  hasta  en- 
tonces los  acuerdos  de  aquel  Congreso. 

Añadió  que,  «manteniendo  su  derecho  á  conceder  patentes 
de  corso,  conforme  á  su  reserva  de  16  de  Mayo  de  1867»» 
prescindía,  por  entonces,  de  este  recurso  extraordinario,  li- 
mitándose cá  organizar,  con  buques  de  la  marina  mercante 
española,  un  servicio  de  cruceros  auxiliares  de  la  marina  mi- 
litar, que  cooperarían  con  ésta  á  las  necesidades  de  la  cam- 
piña, y  estarían  sujetas  al  fuero  y  jurisdicción  de  la  marina 
de  guerra».  Afirmó  el  derecho  de  visita  y  de  apresamieato 
de  los  barcos  enemigos  por  los  de  la  marina  real;  definió  el 
contrabando  de  guerra  y  declaró  piratas  á  los  capitanes» 
patronos  y  oficiales  de  buques  que,  no  siendo  norteamerica- 


—  953   — 

nos,  6  no  siéndolo  las  dos  terceras  partes  de  su  tripulación, 
fuesen  apresados  ejerciendo  actos  de  guerra  contra  España, 
Para  llevar  á  efecto  todo  esto,  y  singularmente  el  dere- 
cho de  visita,  ee  publicaron  unas  instrucciones,  fechadas  ec 
24  de  Abril  de  1898,  y  comunicadas,  junto  con  las  decla- 
raciones antes  referidas,  á  los  Gobiernos  extranjeros,  en  3 
de  Mayo  del  mismo  año. 

El  1 1  de  este  mes,  los  representantes  de  España  en  el 
extranjero  son  requeridos  por  el  Gobierno   español  para 
que  htgan  saber  A   las  Potencias  amigas:   1.°  que  la  ley 
americana  de  25  de  Abril  da  efecto  retroactivo  á  sus  dispo 
siciones,  suponiendo  existente  el  estado  de  guerra  desde  el  2 1 
de  aquel  mes;  2.°,  que  antes  del  25  de  Abril  habían   sido 
apresados,  contra  todo  derecho,   los  barcos  españoles  Bue 
nav  entura,  Pedro,  Catalina,  MiguelJover.  Saturnina,  Can 
dila,  Antonia,  Sofia,  Matilde  y  Cándida;  y  3.°,  qne  el  blo- 
queo de  la  parte  Norte  de  Cuba,  comprendido  entre  Babia 
Honda  y  Cárdenas  y  el  del  puerto  <Je  Üienfuegos,  co  eran 
efectivos,  como  lo  demostraban  la  entrada  y  salida  de  mu* 
chos  barcos  españoles  en  aquellos  puertos. 

£n  6  de  Junio  los  diplomáticos  españoles  informan  á  los 
Gobiernos  extranjeros  de  los  bombardee?  realizados  por  los 
americanos,  del  uso  indebido  de  la  bandera  española  y  de  la 
interrupción  de  los  cables  internacionales.  Con  tal  motivo,  el 
Gabinete  español  invoca  la  doctrina  generalmente  admitida 
en  el  mundo  contemporáneo  y  principalmente  la  de  los  tra- 
tadistas americanos  como  Dudley  Field. 

Nada  se  sabe  de  la  acogida  dispensada  por  les  Gobiernos 
europeos  y  americanos  á  éstas  recomendaciones  y  protesta?. 

Ignórase  si  la  renuncia  al  corso  fué  discutida,  siendo  evi* 
dente  la  ventaja  que  de  ella  reportaban  los  Estados  Unidos, 
ahora  poderosos  y  superiores  á  España  y  que  en  1856  y  60 
se  negaron  á  comprometerse  á  semejante  renuncia,  precisa- 
mente por  la  inferioridad  de  su  marina  y  de  sus  medios  de 
guerra.  Es  sabida  la  importancia  que  los  corsarios  dieren 
á  los  Estados  Unidos  del  Sur  en  la  guerra  da  separación  de 
1861  á  65.  También  es  evidente  que  el  comercio  del  muedo 
aprovechó  la  renuncia  del  corso  por  parte  de  España  y 
esto  debía  eer  correspondido  de  alguna  suerte. 

En  realidad,  pareoe  que,  desde  el  mes  de  Abrí),  Eépefia 
uedó  entregada  completamente  á  sus  propias  y  exclusivas 
senas,  y  que  el  resto  del  mundo  se  dispuso  á  asistir  como 
taro  espectador,  á  la  tremenda  lucha  de  aquella  Nación , 


—  954  — 

quebrantada  y  sorprendida  por  lossnoesos,  con  Ja  poderos* 
República  norteamericana,  amparada  de  las  grande*  inst- 
rreociones  de  Cuba  y  de  Filipinas,  y  fortificada  tanto  por  &1 
fraoaeo  de  laa  negociaciones  pacificas  del  mes  de  Abril /codo 
por  la  actitud  tímida,  ouando  no  cobarde,  de  las  mismo 
P o tenoias  desairadas  por  el  Mensaje  Mac  Kin ley  de  11  de 
Abril  de  1898. 

Esta  era  la  situación  de  las  oosas  al  comentar  el  mas  da 
Julio  de  este  último  año. 

Ahora  procede  examinar  esos  hechos  á  la  luz  de  loa  prin- 
cipios y  en  relación,  no  ya  sólo  con  loa  intereses  y  la  repre- 
sentación de  España,  si  que  con  el  Derecho  Internaoionat, 
la  representación  de  los  grandes  factores  del  mundo  moder- 
no, y  el  sentido  de  la  civilización  contemporánea. 

Mejor  dicho,  ahora  procede  sacar  ia  lección  aprovechable 
que  entraña  el  actual  conflicto  hispano  americano. 


r\ 


—  9S5  — 


8 


Es  notorio  que  la  actual  guerra  de  los  Estados  Unidos 
con  España  tiene  un  carácter  espeoialisimo. 

En  primer  lugar,  es  evidente  que  España  no  ha  dado  á  la 
República  norte  americana  motivo  ni  pretexto  de  aquellos 
que  justificarían  una  declaración  de  guerra  ó  ana  agresión 
armada  del  género  de  las  luchas  ordinarias  entre  las  nacio- 
nes modernas.  Antes  por  el  contrario,  Espeña  ha  extremado 
sus  deferencias  á  los  Estados  Unidos  y  ha  excusado  la  toma 
de  raaón  de  algunos  agravios  de  estos  últimos. 

También  es  evidente  que  el  ataque  moral  y  la  agresión 
material,  en  el  conflicto  presente,  han  partido  de  Norte  Amé- 
rica. 

Y,  en  fin,  no  hay  medio  de  excusar  las  terminantes  decla- 
raciones del  Mensaje  presidencial  de  Mac  Einley  de  11  de 
Abril  de  1898  y  de  los  considerandos  del  bilí  americano  del 
18  del  propio  mes  y  año. 

En  el  curso  de  este  trabajo  se  han  señalado  algunos  actos 
del  Gobierno  español  censurados  por  sus  adversarios  como 
maestras  de  debilidad.  Antes  del  6  de  Diciembre  de  1807, 
se  habla  dado,  entre  otros  casos,  el  del  apresamiento  del 
barco  filibustero  Contpeiitor,  con  cuyo  motivo  se  discutió 
mucho  si  procedía  ó  no  juagar  militarmente  á  los  tripulan- 
tes y  pasarlos  ó  no  por  las  armas,  conforme  á  las  leyes  de 
Cuba  y  á  las  ordenanzas  del  ejercito  español.  Aquella  gra- 
ve dificultad  se  resolvió  en  favor  de  los  Estados  Unidos; 
como  en  consideración  á  éstos  fué  luego  indultado  el  cubano 
Sanguily,  preso  y  aun  sentenciado,  en  la  Habana,  como  reo 
del  delito  de  conspiración  y  rebelión. 

Por  esta  cansa,  y  mediante  la  invocación,  más  ó  menos 
oportuna,  del  Tratado  hispano-amerioano  de  1795  y  del  Pro- 


—  956  — 

tocólo  de  1877,  fué  en  Cuba  bastante  frecuente  la  diferencia 
de  suerte  délos  compañeros  de  uoa  misma  parada  ó  una 
misma  expedición  filibustera,  según  los  prisionerrs  hechos 
por  les  españoles  fueran  norte  amer  i  ranos  6  naturales  de 
Cuba,  Y  es  de  advertir  que  e  beneficio  reconocido  4  loa 
primeros  se  extendió  á  cubanos  de  nacimiento!  que  para  éste 
ó  muy  parecido  efecto,  se  habían  nacionalizado  en  loa  Es- 
tados Unidos,  mediante  un  abuso  que  hace  poco,  va  deu un- 
ció, oon  toda  solemnidad,  al  Congreso  de  Washington,  el 
Presidente  Cleveland. 

No  menos  gravedad  tiene  Ja  relativa  calma  que  el  Go- 
bierno espiñol  demoró  ante  la  sentencia  dada  por  el  Tri 
bunal  Supremo  de  Justicia  americano,  con  motivo  del  alis- 
tamiento del  barco  americano  ílorm*  destinado  á  favorecer 
la  rebelión  cubana.  Mediante  aquel U  sentencia  se  rectificó 
el  Acta  americana  de  18  ls  que  atdbuye  ni  Presidente  de  los 
Estados  Unidos,  el  derecho  de  impedir  que  en  el  territoro 
de  la  Unión  se  preparen  ataques  contra  naciones  amigas.— 
Ahora  las  autoridades  amerioanas  declararon  que,  para  im- 
pedir las  expediciones  filibusteras,  era  preciso  que  constara 
el  fin  hostil  de  las  mismas. 

Con  esto  habría  bastado  para  facilitar  las  expediciones 
referidas;  pero  sobre  toda  otra  coasideracióu  estaba  el 
hecho  verdaderamente  eaoandaloso  de  que  en  Nueva  Yoík, 
en  Fila  el  fia.  en  varias  poblaciones  de  la  Florida  y  hasta 
en  el  mismo  Washington,  actuaban  con  toda  libertad,  los 
comités  directivos  de  la  insurrección  de  Cuba 

La  no'a  pasada  por  el  Gobierna  norteamericano  al  espa- 
ñol, en  26  de  Junio  de  1897,  protestando,  en  términos  de  una 
gran  violencia,  contra  los  bandos  y  procedimientos  del  ge- 
neral Weyler  para  reprimir  la  insurrección  cubana  y  para 
hacer  efectiva  la  reconcentración  de  la  población  rurai,  es 
un  documento  poco  compatible  con  el  respeto  debido  á  la  io- 
berania  de  España;  sin  embargo  de  \o  cual,  el  Gobierno  es 
pañol  se  limitó,  en  4  de  Agosto  del  97,  á  otra  protesta  bas- 
tante suave,  contra  la  viveza  del  titilo  fskJ  de  la  Nota  de 
Junio,  á  rectificar  las  exageraciones  é  inexactitudes  de  la 
misma,  á  recordar  los  abasos  v  violencias  que  ee  hicieron 
en  los  mismos  Estados  Unidos  durante  la  guena  de  separa» 
ción  y  á  afirmar  que  lo  que  á  estos  correspondía,  dado  el 
Tratado  de  1795,  era  impedir  que  en  el  territorio  america- 
no encontrase  ayuda  y  hasta  dirección  Ja  insurrección  cuba 
na,  la  cual,  sin  este  apoyo,  ilegítimo  á  todas  luces,   habría 


f% 


r 


—  957  — 

sido  extinguida,  mucho  tiempo  hada,  por  las  armas  de  la 
Metrópoli.  El  contraste  de  estas  dos  notas  es  palpable  y  pe- 
noso para  la  susceptibilidad  española. 

Nada  de  lo  antes  expuesto,  ni  nada  de  lo  que  sucedió 
desde  el  Mensaje  de  1897,  prodojo  la  menor  violencia  de 
parte  del  Gobierno  de  Madrid. 

No  la  produjo  tampoco  la  amenaza  de  la  intervención 
armada  con  que  el  Presidente  Mac  Kinley  termina  aquel 
Mensaje. 

Ni  provocaron  protestas  de  difícil  contestación,  los  íd  - 
sultos  sin  ejemplo,  con  que  diputados  y  senadores  ame- 
ricanos,  en  sesiones  solemnes»  atacaron  á  España  en  1897 
y  98;  ni  el  atropello  de  la  bandera  española  por  un  grupo 
de  soldados  de  la  milicia  de  Delaware;  ni  las  declara  i  > 
-  nes  de  abierta  hostilidad  y  franca  provocaoión  de  algunas 
legislaturas  y  algunos  gobernadores  de  ciertos  Estados  de  la 
Unión. 

España  se  redujo,  ante  todo  esto,  á  reclama?  de  los  Es- 
tados Unidos  que  no  protegieran  la  insurrección  cubana . 

Luego — ya  se  ha  dicho — tuvo  efecto  la  captura  de  un  bar 
co  español  por  los  de  guerra  norteamericanos,  el  22  de 
Abril,  antes  de  haberse  hecho  la  declaración  de  guerra. 

En  el  Mensaje  del  Presidente  Mac  Kinley,  fecha  1 1  de 
Abril  (es  decir,  el  Mensaje  en  que  se  pide  autorización  y  me  * 
dios  para  la  intervención  en  Coba)  se  reconoce  .terminan' 
temante  que  *  lapas  y  prosperidad  de  Ouba  no  estaba  empa- 
cada por  discrepancias  entre  los  Estados  Unidos  y  España 
ni  manchada  por  la  sangre  de  ciudadanos  americano*  Y 
luego  viene  (con  la  afirmación  resuelta  de  que  se  traU  de 
una  intervención  para  que  terminen  las  hostilidades  en 
Cuba  y  allí  se  instale  cnn  gobierno  estable,  capaz  de  man- 
tener el  orden  y  de  cumplir  las  obligaciones  internaciona- 
les!) la  precisión  de  los  cuatro  motivos  deesa  interven  o  ón. 

No  hay  para  qué  repetir  lo  que  se  h*  dicho  del  acuerdo 
•del  Congreso  americano. 

Pero  si  hay  que  insistir  en  la  consideración  de  los  moti- 
vos expuestos  por  el  Presidente  Mac  Kinley,  para  estimar 
los  en  cuanto  éstos  pudieran  determinar  una  guerra  más  ó 
menos  ordinaria,  siempre  fuera  de  las  oondiciones  particula- 
rísimas de  lo  que  se  llama  verdaderamente  una  intervención 
internacional,  en  el  supuesto  de  la  interdependencia  de 
Jas  Naciones  oultas. 

El  Presidente  norteamericano  señala  como  causas  del  con- 


—  958  — 

flicto  (aparte  la  canea  de  humanidad),  jos  perjuicios  que  la 
guerra  de  Cuba  producía  al  comercio  ameikano, -la  impo- 
tencia del  Gobierno  español  para  proteger  Ja  vida  y  los  ín- 
ter eses  de  les  americanos  en  Cuta.  -  Je  a  ga&tcs  enormes  que 
impon  Ja  á  loa  Estados  Unidos  el  imposible  de  evitar  las  ex- 

Í mediciones  filibusteras,  á  cuyo  gravamen  había  que  añadir 
aa  complicaciones  y  cuestiones  irritantes  que  estos  a*foer- 
zca  producían  ó  podían  producir— y  el  peligro  con  atante de 
qne  los  barcos  americanos  fuesen  apresadas  por  ana  marina 
de  guerra  extranjera. 

No  hay  por  qué  ni  para  qué  negar  Jo  más  ganancial  de 
los  hechos  antes  aludidos,  perotartbién  es  inexcusable  po- 
ner al  lado  de  su  reconocimiento  otros  datos  que  reducen 
tanto  su  alcance,  para  los  efectos  de  que  aquí  ee  trata,  que 
en  ocasiones  les  quitan  toda  importancia. 

Porque,  primeramente,  hay  que  tener  en  cuenta  que  los 
efecfcts  de  las  guerras  en  el  comercio  de  los  neutrales  son 
coia  corriente  y  que  á  nadie  hasta  chora  se  le  ha  ocurrido 
alegar  como  una  causa  decisiva  para  que  cualquiera  de 
las  naciones  neutrales  declare  á  mi  vez  la  guerra  al  pala,  ya 
afligido  por  la  lucha  que  se  verifica  en  en  interior,  ó  que 
tiene  que  sostener  contra  otro  pueblo.  Cierto  que  el  comer- 
cio de  los  Estados  Unidos  con  Cuba  ha  baj  .do  más  de  un 
70  por  100,  después  de  haber  revíB ; ido  una  importancia  ex- 
cepcional, pues  que  mes  del  80  por  100  de  la  producción  de 
Cuba  se  colocaba  fácilmente  en  el  mercido  norteamericano. 
Pero  de  ninguna  suerte,  esta  desgracia  es  exclusiva  de  los 
Estados  Unidos. 

Igual  consideración   tiene  qne  oponerse  al  argumento 
relativo  á  las  pérdidas  que  los  norte-americanos  experimen- 
taron en  Cuba  por  efecto  de  ia  guerra.  Son  la*  mismas  que 
experimentare  n  los  demás  extranjeros  y  los  españolea  penin 
su  ares  y  criollos,  habitantes  de  la  grande  /intilla*  T  «de 
mas  son  las  corrientes  crómame  enloda  guerra  civil,  i 
cuyos  rigores  y  peripecias  se  someten  los  extranjeros  que  se 
deciden,   por  motivos  de  pura  conveniencia  particular,  y 
per  su  ubérrima  voluntad,   á  eflttbleaerae  en  un   país  n 
trafio* 

Menos  exaoto,  todavía,  aparece  el  Presidente  Mac  Kinley 
cuando  habla  de  los  esfuerzos  qne  el  Gobierno  uorteameri* 
cano  tenia  que  haoer  para  lograr  el  imposible  (según  el  P' 
Bidente)  de  evitar  las  expediciones  filibusteras. 

Que  esto  último  no  fué  asi,  lo  sabe  todo  el  mued 


—  959  — . 

fíüce  ociosa  teda  argumentación  el  hecho  evidente  de  que 
cu  Jas  ciudades  norteamericanas  se  hallaba  establecido  el 
vfrdadtrc  Gi  biemo  de  lobimurreotos  cubanos,  el  cual,  como 
loe  mismos  Presidentes  de  les  Este  dos  Unidos  han  declara- 
do, do  ha  podido  constituirse  de  un-  modo  estable  en  nin- 
guna pedición — ni  ann  sitio  determinado — de  la  isla  de 
Cuba,  En  Codo  caso»  la  sentencia  antes  aludida  sobre  el  caso 
del  Fertat  en  relación  con  el  Acta  de  neutralidad  de  1818, 
suple  todos  los  razonamientos;  porque  es  indiscutible  que 
mediante  aquella  doctrina  no  hay  posibilidad  de  impedir  ex* 
pedición  alguna  filibustera  de  los  puertos  norteamericanos. 

Efeto  sin  contar  ja  con  la  probable  negligencia  de  los  fun- 
cionarios j  úbJiccs  de  los  Estados  Unidos,  calurosos  simpa* 
tizidf  res  de  la  insurrección  cubana  ya  con  las  declaraciones 
cfieiuifs  de  muchos  Estados  particulares  de  la  República  en 
favor  de  los  cubanos  insurrectos. 

Be  modo  que  no  se  puede  hablar  en  serio  de  la  corrección 
norte  americana  en  el  punto  de  que  ahora  se  trata.  No  hay 
nadie  en  el  mundo,  fuera  del  Presidente  Mao  Kinley,  que 
discuta  siquiera  este  punto.  De  sobra  ee  explican  sobre  él  to- 
dos los  jeiiódicos  politices  y  todas  las  revistas  de  Derecho 
internacional  de  nuestros  días. 

Pero  esto  significa  algo  más  que  la  vacuidad  del  argu- 
mento norteamericano:  esto  constituye  un  argumento  en 
contra  del  Gobierno  de  los  Estados  Unidos  y  de  su  tesis 
refteclo  de  les  motives  particulares  de  la  gre  ra.  Pues 
claro  10  que  ¡ara  que  tengan  algún  valor  las  protestas  de 
ks  nortsamencanes  respecto  de  los  perjuicios  que  les  traía 
la  guerra  de  Cuba,  es  absolutamente  indispensable  que  los 
protestantes  lo  tuvieran  la  menor  culpa  ni  en  la  iniciación 
ni  en  el  sostenimiento,  ni  en  el  desarrollo  deesa  guerra.  Y 
resulta  todo  lo  contrarío. 

Esto  antes  de  1897,  porque  despuéf»,  como  ee  ha  explica- 
do en  otraparfe  y  volverá  á  comentarse  más  tarde  la  iu fluen- 
cia del  Gobierno  de  los  Estados  Unidos  eu  la  continuación 
de  la  ií  surrección  agonizante  fué  tal,  que  bien  puede  ase- 
gurarse que  á  ella  se  defr¿,  sobretodo,  que  la  guerra  cuba- 
na no  terminase  en  los  primeros  meses  de  1 898.  No  hay  meio 
dio  de  rectificar  lo  que  es  de  dominio  ¿  ikblico;  lo  que  se  sabe 
perfectamente  en  todo  el  mundo;  lo  que  era  materia  de  la 
conversación  diaria  de  cuantas  personas  discurrían  sobre 
«stos  particulares  en  el  Capitolio  de  Washington  y  en  la» 
calles  de  Nueva  Tork. 


—  960  — 


En  reamen,  para  que  los  argumentos  ahora  discutidos 
tu  vienen  alguna  faena  era  preciso  que  loa  malas  de  que  el 
Presidente  Mao  Kinley  se  queja,  fueran  privativos  de  Jos 
norteamericanos  y  luego,  que  en  Ja  producción  y  sosteni- 
miento de  esos  males,  no  cupiera  la  menor  parte  á  loa  Esta- 
dos Unidos.  Ni  lo  uno  ni  lo  otro  es  cierto. 

Verdad  que  el  Gobierno  norteamericano  ha  insistido  mu- 
cho en  la  observación  de  que  las  leyes  y  las  prácticas  de 
la  República  no  permitían  la  adopción  de  ciertas  medidas 
para  impedir  la  supuesta  ó  verdadera  cooperación  áñ  loe 
norteamericanos  en  la  insurrección  cubana.  Pero,  aun  dando 
por  cierto  que  el  Aota  de  neutralidad  de  1813  (interpretada 
ahora  de  muy  distinta  manera  á  como  ae  entendió  para  de- 
cretarla, después  de  la  segunda  guerra  con  ladran  Bretaña, 
y  da  graves  rodamientos  con  Francia)  no  consentía  Lo  que 
el  Gtabierno  español  solicitaba  ea  términos  da  ana  modes- 
tia incomparable,  hay  que  estimar  otros  dos  argumentos  de 
positiva  faena. 

El  primero,  ya  indioado  ea  el  curso  de  este  trabaja,  es 
la  imposibilidad  racional  y  jurídica  de  admitir  el  absoluta  de* 
re  3 no  de  un  pueblo  que  pretende  figurar  en  la  sociedad  in- 
ternacional, para  establecer,  por  su  exclusiva  cuenta  y  en 
absoluta  autoridad,  las  oondioione*  del  respeto  debido  á  la 
soberanía  é  independencia  de  las  demás  naciones*  8i  este  úl- 
timo error  prosperase  no  habría  neutralidad  ni  pai  posibles. 
Cada  Nación  se  fijaría  libremente  loa  limites  de  la  conside- 
ración debida  al  poder  extranjero  y  todas  las  reclamaciones 
hechas  por  éste,  en  vista  de  una  neutralidad  d adosa  ó  falta, 
serían  re. hatadas  con  el  argumento  de  que  las  lepes  de  la 
Nación  requerida  consentían  á  los  ciudadanos  de  éita  una 
gran  libertad  para  perjudicar  al  estrafko.  Es  decir,  el  mis* 
mo  argumento  que  palpita  en  el  fondo  de  las  replicas  dadas 
ahora  pur  el  Gobierno  norte  amerioauo  á  las  reclamaciones 
españolas. 

Pero  ademas  hay  otra  razón  que  destruye  totalmente 
esta  pretensión  norteamericana,  que,  por  otra,  parte  se  har- 
moniza bastante  con  la  reciente  tendencia  de  machoi  politi- 
ces de  le?  Estados  Unidos,  no  sólo  á  mantener  cierta  origi- 
nalidad en  lo  que  podía  llamarse  su  Dereaho  Internacional, 
sino  á  imponerlo  á  los  demás  Gobiernos  del  Alnado, 

Esa  razón  es  la  experiencia  de  1861-73;  Loque  los  propios 
Estados  Unidos  pretendieron  y  sostuvieran  respecto  de  la 
neutralidad  y  de  las  oonsiieraciouea  debidas  a  los  iasur/es- 


—  961  — 

tos  confederados  y  al  Gobierno  de  Washington  con  motivo 
de  la  famosa  guerra  separatista  del  Sar. 

Es  bien  sabido  que  dorante  aquella  guerra  se  construye- 
ron en  loe  puertos  de  la  Gran  Bretaña,  por  particulares  des- 
ligados de  todo  vinculo  con  el  Gobierno  inglés,  algunos  bar- 
coa  destinados  á  loe  Budistas  y  que  ya  en  plena  mar  ó  sobre 
las  costas  norteamericanas,  destruyeron  muchos  barcos  de 
la  marina  federal.  El  Gobierno  de  Washington  protestó 
calurosamente  y  aun  exageró  sus  pretensiones  respecto  á  1» 
neutralidad  en  términos  no  corrientes  conforme  á  los  pre- 
ceptos de  la  neutralidad  armada  de  fio  es  del  siglo  pasado 
y  á  lo  convenido  en  el  Congreso  de  París  de  1856,  que  era 
la  legislación  de  Ja  6 poca.  Inglaterra  (que  sobre  estos  parti- 
culares siempre  se  mostró  muy  reservada,  hasta  el  punto  de 
no  suscribir  buena  parte  de  los  conciertos  vigentes  en  todo 
el  mondo)  opuso  viva  resistencia  á  las  reclamaciones  norte - 
americanas,  aun  cuando,  á  decir  verdad,  nunca  los  diploma* 
ticos  británicos  llegaron  á  la  franqueza  con  que  los  ameri- 
canos de  hoy  tratan  de  emanciparse  de  los  deberes  ordina- 
rios de  la  neutralidad  entendida  por  el  comúo  de  los  morta- 
les. Los  debates  de  Inglaterra  y  los  Estados  Unidos  oonti-  , 
nuaron  por  mucho  tiempo  y  en  ocasiones  revistieron  forma* 
nada  agradables. 

£1  resultado  fué.  primeramente,  el  Tratado  de  Washington 
de  &  de  Mayo  de  1871,  por  el  cual  las  Potencias  contratan- 
tes sometieron  hus  dificultades  á  un  tribunal  de  arbitros  que 
se  había  de  reunir  en  Ginebra,  para  resolveren  vista  de  tres 
reglas  que  se  consignaron  en  el  Tratado  y  se  conocen  en  Ja 
Historia  contemporánea,  con  el  nombre  de  las  Regias  de 
Washington.  Por  ellas  un  estado  neutro  está  ob'igado  á  im- 
pedir á  los  beligerantes  que  se  sirvan  de  sus  puertos  ó  de 
eus  aguas,  jara  aumentar  ó  lenovar  provisiones  milita- 
res y  armas,  asi  como  para  reclutar  soldados.  También 
está  obligado  a  emplear  toda  la  vigilancia  posible  en  sos 
propios  puertos  y  en  sus  aguas  y  respecto  á  todas  las  perso- 
nas que  vivan  dentro  de  su  jurisdioión,  para  impedir  toda 
vio'ación  de  las  obligaciones  y  los  deberes  señalados  en  el 
Tratado,  Por  efecto  de  este  acuerdo  se  verificaron  las  sesio 
nes  del  tribunal  en  Ginebra  en  1872,  saliendo  de  allí  grue- 
sas indemnizaciones  que  tuvo  que  pagar  Inglaterra,  por  cau- 
sa de  la  pérdida  de  baroos  americanos  como  el  Alabama, 
el  Florida,  el  Oreto  y  otros,  á  bastantes  particulares  de  loe 
atados  Unidos»  perjudicados  por  la  desconsideración  conque 


n 


—  962  — 

Inglaterra  habla  tratado  la  practica  general  de  neutralidad 
de  todo  «1  mondo  caito. 

Sobre  estos  extremos  es  de  obleada  consulta  el  libro  que 
Mr .  Caleb-Cushing  (uno  de  los  arbitrios  nombrados  por 
los  Estados  Unidos)  publicó  en  1S74  con  el  título  de  £1 
Tratado  de  Washington.  Ese  libroes  el  resumen  de  todas  las 
coi  testaciones  que*,  hora  pnede  dar  Fs¡rt»fUt  y  en  general, 
por  todos  los  defensores  del  Derecho  internacional,  a  tai 
argumentos  del  presidente  Mac  Kinlef. 

Fero  todavía,  en  honor  del  potólo  de  los  Estados  Unidos 
y  de  la  cansa  de  la  Justicia  uo  i  versal»  que  está  muy  por  cima 
de  Jas  pasiones  del  momento  y  los  exclusivismos  de  raza  y 
de  fronteras,  es  dable  invocar  contra  las  exageraciones  y 
los  sofismas  dé  que  ahora  se  trata,  el  testimonio  de  otro 
ilustre  norteamericano,  de  Mr,  £.J.  fhefpe,  antiguo  re- 
}  i  ventante  délos  Estados  Unid  h  de  América  en  Londres 
y  una  verdadera  autoridad  en  materias  de  Derecho  inter- 
nacional. 

Mr.  Phelps,  como  algunos  otros  publicistas,  senadores  y 
catedráticos  norteamenicanos,  han  protestado  ahora  caluro* 
jámente  contra  la  guerra  de  España  y  loa  astados  Unidos, 
del  mismo  con  que  el  grao  Lincoln  protestó  contra  la  con 
ducta  que  en  su  tiempo  observó  el  Gobierno  norteamenica- 
no  respecto  á  México  y  Texas,  y  como  Mferson  y  Monroe 
censuraron  los  atropellos  preparados  ó  realiaadoi  sobre  La 
Florida  antes  de  ser  adquirida  esta  por  los  americanos 
mediante  el  Tratado  hispanoamericano  de  1819  y  antea  de 
iniciar  Monroe  los  tratos  pacificas  con  los  indios  ribereños 
del  Missisipe. 

El  respetable  diplomático  de  quien  ahora  me  ocupo  publi- 
có, en  28  de  Marco  de  1898,  una  carta  abierta  dirigida  á 
Mr.  LeviP.  Morton,  ex  vi  ce- presidente  de  ía  República 
con  el  titu'.o  de  La  Intervención  en  Cuba,  De  esta  aubstan* 
ctosa  carta,  son  los  párrafos  siguiente?: 

«El  género  humano,  aleccionado  por  la  etpeneocia,  ha  convenido — 
jfi  munlo  no  puede  permitir  qae  este  acuerdo  sea  reohaiedo— qae 
ning-ón  motivo,  como  no  8«a  la  defensa  de  los  intereses  materiales  d« 
una  nación  6  de  &u  honra,  que  es  el  mía  excelso  de  los  intereses,  puede 
justificar  la  intervención  violenta  en  loe  aauntos  de  otra  nación  cor  *• 
coa!  «e  esta  en  peí. 

La  mediscióa  6  la  ayada  amistosa  puede  siempre  ofrecerse,  v   pu< 
aeef  urla  ó  declinarla  el  Gobierno  á  quien  se  ofrece;  pero  una  *e- 


—  963  — 

chazada,  t  do  intento  de  intervención  armada  es  un  crimen,  cajas  tris- 
tea  y  aciagas  consecuencias  están  demostradas  en  mochis  páginas  de  le 
historia.  Y  esto  tiene  aplicación  especial,  sobre  todo  si  se  trata  de  in- 
tervenir en  apoyo  de  ana  rebelión  armada  contra  otro  Gobierno  par 
sus  ciudadanos. 

La  idea  do  que  esta  nación,  ú  otra  alguna,  esté  justificada  para 
arrogarse  U  supervisión  moral  ó  política  en  los  asantes  de  sus  vecinos 
j  pira  enmendar  ó  corregir  por  la  invasión  armada  los  defectos  ó  fal- 
tas de  «us  inití Luciónos  6  los  errores  de  su  gobierno,  ó  bien  para  ejer 
car  la  caridad  por  1a  fuerza,  es  inadmisible  en  absoluto  é  infinitamente 
perniciosa. 

A  la  lot  de  estas  consideraciones  investiguemos  qué  motivos  se  ale- 
gan para  pretender  que  debemos  intervenir  en  los  asuntos  de  España 
sn  1*  isla  da  Cuba  y  precissmente  lo  que  vendríi  á  significar  la  «in- 
tervecoion.> 

España  es  y  ba  sido  siempre  una  nación  amiga.  El  agitador  que  más 
industriosamente  bosque  la  guerra  no  ba  podido  encotrar  en  ninguna 
historia ,  desde  que  América  quedó  abierta  á  nuestra  actividad,  gracias 
á  Cristóbal  Colón,  ningún  motivo  de  querella  entre  ambas.  España  ni 
nos  ha  atacado,  ni  se  propone  atacarnos,  ni  tiene  los  medios  para  ello. 
Ha  tnaníefestado,  por  el  contrario,  el  más  vivo  deseo  y  ha  hscho  todos 
tos  esfuerzas  para  evitar  hostilidades  que  seríaa  pira  ella,  y  lo  sabe 
bien,  c  Llsmitoaai,  Combate  España  una  rebelión  cont'a  su'autoridad  en 
Cuba,  que  haca  tiempo  huVen  terminado  por  agotamiento  de  no  haber 
estado  apoyada  yaiimenlada  por  expedidores  cocticuas  desde  este 
país,  en  violación  de  nuestras  ?eyes  de  neutralidad  y  de  los  deberes 
que  los  tí  atados  nos  impone.  Cierto  que  este  Gobierno  no  ha  favoreci- 
do las  expediciones;  qus  ha  hecho  algunos  esfuerzos  para  puprimirlas, 
sinceros  sin  duda,  pero  ineficaces  siempre,  empleando  al  efecto  algua- 
ciles federales  que  de  ordinario  han  llegado  á  los  muelles  de  donde 
salían  los  burcoe* después  de  haber  zarpado  éstos.  Con  una  vigésima 
parte  de  las  fuerzas  marítimas  para  reunir  las  cuales  revolvemos  hoy 
el  ntun^o,  y  que  destinamos  «á  fines  de  defensa  nacional,»  hubiéramos 
pedido  cegar  la  única  fuente  de  donde  hn  recibido  la  rebelión  los  re- 
cursos que  la  han  permitido  vivir. 

Alguuúg  de  los  que  abogan  por  la  guerra  sostienen  que  debe  hacerse 
á  España  responsable  por  la  pérdida  del  Main»  tenga  ó  no  1»  culpe 
de  ella,  Es  d  ficil  que  puedan  sustentar  esta  proposición,  porque  man 
cuando  el  desastre  se  debiese  á  la  negligencia  de  España,  sería  incues- 
tionable su  leuponsabilidal.  ¿No  se  les  ocurre  á  esos  señores  que  la 
regla  qoe  invocan  sería  aplicable  á  ambos  aspectos  del  caso?  Si  España 
ha  de  garantizar  la  seguridad  de  nuestros  buques  en  sus  puertos,  tea- 
ga  ó  no  tenga  ella  la  culpa  de  lo  que  sobrevenga,  entonces  nosotros, 


—  964  — 

saldrán  de  nuestros  puertos  expediciones  armadas  que  vajtn  á  *tbv#r 
tir  á  su  gobierno.  Y  si  en  un  caso  la  negligencia  implica  Faenonaabi- 
Jidad,  debe  implicarla  en  el  otro. 

Nosotros  cobramos  á  la  Gran  Bretaña  quince  millón  es  de  peí»  por 
las  depredaciones  del  Alabama,  que  sólo  había  sido  construido,  pero 
no  equipado,  armado  ó  tripulado  en  aquel  paía;  y  al  eligir  este  cabro 
nos  fundamos  en  que  el  gotierno  ingles  no  había  ejercido  debida  vi- 
gilancia para  impedir  que  zarpara  el  buque.  ¿Hay  quien  dolo  da  que 
podría  presentarse  un  alégalo  aún  mas  poderoio  de  negligencia  coalla 
nuestro  gobierno,  ante  un  tribunal  de  arbitraje,  con  motiva  de  sata 
expediciones? 

En  esta  contienda  entre  España  y  sus  subditos  rebeldes,  sin  consi- 
derar para  nada  los  méritos  de  la  misma  y  concediendo  k  loa  insurrec- 
tos todas  las  virtudes  que  se  supone  acompañan  &  una  rebelión  costa 
un  Gobierno  constituido. . .  excepto  cuando  este  Gobierno  es  el  nues- 
tro, ¿existe,  en  primer  lugar,  algún  interés  de  nuestra  parte  qne  jai- 
tifique  la  intervención  por  derecho  de  propia  de  te  ras  V 

Invocóse  al.'principio,  para  cohonestar  esta  ingerencia,  la  interrupción 
que  infria  el  comercio  americano;  pero  ya  se  ha  abandonad*  preten- 
sión semejante.  Es  cosa  de  sobra  establecida  para  que  pueda  discutirte 
que  los  inconvenientes  y  pérdidas  sufridas  por  el  comercio  de  los  Bstst 
dos  neutrales  cuando  existe  guerra,  aun  siendo  á  menudo  considera- 
bles, no  constituyen  motivo  lícito  para  la  intetvención,  y  hay  que  so- 
brellevarlos. Kn  este  respecto  la  airan  Bretaña  ha  perdido  mucho  wat 
que  nosotros. 

Cuando  en  la  guerra  civil  los  puertos  del  Sor  fueron  bloqueados  por 
las  escuadras  federales,  sufrió  grandes-pérdidas  el  comer ¿io  de  otras 
□aciones,  especialmente  tratándose  de  un  artículo  tan  importante  como 
el  algodón,  Y  sin  embargo,  las  naciones  perjuiicadas  no  hicieron  por 
ello  la  menor  indicación  de  ingerencia,  ni  se  la  hubiéramos  tolerado. 
Debe,  pues,  reconocerse,  y  todo  el  mundo  lo  reconoce,  excepto  loa  pt¡ 
riódicos  interesados,  que  nc  estamos  en  la  necesidad  de  propia  defensa 
contra  España,  ni  tenemos  derecho  alguno  á  vindicar  agravios  qne  nts 
den  títulos  i  interponer  nuestras  armas  en  pro  de  la  rebelión  cubaos. 

£1  terreno  en  que  finalmente  ss  han  colocado  los  que  predicas  la 
agresión,  es  que  debemos  ir  á  la  gusrra  por  humanidad,  Pero  siempre 
ee  supuso  qae  la  humanidad  era  precisamente  una  de  las  principal*» 
razones  para  evitar  la  guerra,  y  que  de  ningún  modo  pneda  servirse 
mejor  los  intereses  de  la  humanidad. 

Oitrlo  que  el  derecho  internacional  reconoce  como  única  y  rara 
excepción  de  la  regla  que  hemos  mencionado  respecto  de  la  interves- 
por  idénticas  razones,  debemos  garantizarla  de  que  no  se  equiparan  j 
cTóa,  que  una  nación  puede  intervenir  coando  se  hace    absolutamente 


—   *»5  — 

necesario  impedir  do  a  matanza  injustificada  6  ultrajes  monstruoso* 
eu  Qtro  pala;  peí  o  esta  excepción,  que  sólo  rarísimas  veces  se  ha  invo- 
cado para  proceder,  sólo  es  aplicable  en  casos  extremos  y  clarísimos 
jno  tiene  a  plica  ción  al  caso  presente.» 

Hasta  aquí  Mr.  Phelps.  Ahora,  pongamos  á  un  lado 
los  supuestos  motives  directos  y  ordinarios  de  ia  guerra 
que  discutimos,  y  volvamos  la  vista  á  la  causa  primera  de- 
las  expuestas  por  Mr.  Mao  Kinley.  Examinemos  esto  con 
calma  y  calculando  todo  el  alcance  del  nuevo  problema. 


n 


—   966  -- 


9 


Al  tomar  este  nuevo  panto  de  vista!  nos  colócanos  frente 
á  una  intervención  internacional,  en  su  forma  mis  acento*- 
da,  más  violenta. 

De  modo  que  no  se  trata  de  una  cuestión  particular  y  da 
conocido  alcance  de  España  y  los  Estados  Unidos.  Aun- 
que no  complicaran  el  negocio  otros  intereses  y  otras  causas, 
con  lo  dicho  basta  para  asegurar  que  tenemos  delante  un 
problema  de  Derecho  internacional. 

Pero  en  el  caso  concreto  á  que  se  refisre  este  trabajo,  pro 
cede  preguntar:  1. — ¿Habí*  motivos,  ea  Cuba,  para  una  in- 
tervención extranjera? — 2.  Caso  afirmativo  ¿podían  reali* 
zairla  los  Estados  Uaidoa? — 3.  En  el  supuesto  favore.bh 
¿era  iioito  realizar  esa  intervención  del  modo  coa  que  se  ha 
hecho? 

Para  discutir  cualquiera  de  estos  puatos  es  preciso  coasi- 
derar  antes  y  por  breves  momentos,  la  doctrina  y  las  prác- 
ticas más  generalizadas  en  nuestros  dias  respecto  del  parti- 
cular gravísimo  de  la  intervención.  L?  justifican,  da  una 
parte,  la  necesidad  de  estimar  esta  cuestión  á  U  luz  da  las 
principios  y  prescindí  indo  de  los  intereses  personales  y  de 
las  simpatías  que  pueda  inspirar  cada  uno  de  les  pneblos 
interesados  en  el  actual  conflicto  hispano  armne  *no  -y  de 
otro  lado,  el  error  que,  con  tanta  arrogan  oía  como  ínsistenoii . 
vienen  propalando  desde  los  comienzos  da  la  actual  guerra, 
la  casi  totalidad  de  nuestros  oradores  f  nuestros  periódicos, 
respecto  del  alcance  de  la  soberanía  de  ios  pueblos  y  el 
«septo  de  la  independencia  de  las  naciones. 

Importa  precisar  bien  esto,  porque  como  no  se  trata  d* 


—  967  — 

"blemas  de  política  interior  en  coja  resolución  solo  influye  la 
voluntad  de  los  españoles,  las  equivocaciones  en  que  ¿atoa 
incurran  de  ninguna  suerte  han  de  ser  compartidas  por  el 
resto  del  mundo.  Por  tanto,  las  fatales  consecuencias  del 
error  patriótico  las  soportaremos  solo  los  que  vivimos  y  pa- 
decernos en  España. 

Veamos,  pues,  las  cosas  desde  alto. 

£s  muy  singular  el  cambio  que  en  las  opiniones  ise  ha 
operado  respecto  del  particular  de  la  intervención,  en  todo 
el  curso  del  siglo  actual. 

En  su  primera  mitad,  los  partidarios  de  la  intervención 
internacional  son,  por  lo  oomúu,  los  defensores  de  las 
opiniones  más  conservadoras.  Las  cancillerías  y  los  políti- 
cos de  las  Monarquías  absolutas  la  patrocinaban  de  un 
modo  resuelto  contra  la  tendencia  liberal  representada  en 
Europa  por  Inglaterra  y  en  América  por  los  Estados  Unidos. 
Los  publicistas  italianos  la  prodigaban  las  más  acres  cen- 
suras y  el  Papa,  en  su  Encíclica  de  8  de  Diciembre  de  1864, 
— proposición  62  del  Syllabus  errorum— declara  error  lo 
signiente:  tProcIamandum  est  et  observandum  principium 
quod  vocat  de  non  tnterventum.* 

En  rigor,  la  política  de  la  intervención  la  iniciaron,  en  la 
Edad  contemporánea,  los  partidarios  de  la  solución  tradi- 
cionalista  monárquica.  Asi  lo  demuestran  la  deolaraoióa  he- 
cha en  27  de  Agosto  de  1791  por  loa  aliados  de  Pilnit  con- 
tra la  Revolución  francesa,  el  ultimátum  análogo  de  Austria 
de  1792,  y  la  proclama  prusiana  fi rauda,  á  instancia  de 
los  emigrados  franceses,  por  el  daque  de  Brunsviok,  en  7 
de  Junio  de  1792.  Hasta  19  de  Noviembre  de  este  año,  no 
contestó  la  Convención  declarando  que  Franoia  concedería 
fraternidad  y  socorro  á  todos  los  pueblos  que  quisieran  re- 
cobrar su  libertad. 

La  misma  Inglaterra,  por  el  Tratado  de  20  de  No- 
viembre del  año  quince,  se  comprometió  con  las  demás  Po- 
tencias europeas  que  habían  dado  al  traste  oon  N  apoleón 
y  restablecido  el  antiguo  orden  de  cosas,  á  sostener  óste  y 
«un  á  celebrar,  por  medio  de  sus  representantes,  reuniones 
periódioas  con  los  representantes  de  las  demás  naciones  del 
centro  de  Europa  cpara  la  atención  de  los  grandes  i  a  te  rejas 
oo  muñes.  > 

Pero,  por  el  transcurso  del  tiempo,  las  situaciones  varia- 
ron. Inglaterra,  á  partir  de  1821  y  del  despacho  de  lord 
Castlereagh,  tomó  una  actitud  opuesta.  Y  más  tarde,  Ingla- 

62 


—  UB  — 

tena  lect.ficó  esta  iritma  disposición  interviniendo  activa- 
mente  en  tede  a  loa  negocios  orientales,  asi  coso  en  loa  de 
España  é  Italia. 

Es  notorio  qne  en  estes  últimos  40  años,  loa  mayores 
partidarios  de  la  intervención  internacional  han  aido  loa 
liberales. 

£sta  contradicción  se  explica  bien  per  el  cambio  gene- 
ral de  la  dirección  política  de  Europa.  A  los  comiansta 
del  siglo,  la  fuerza  cataba  de  parte  de  los  alementaa  tradi- 
cionalietas  y  la  intervención  se  recomendaba  y  ae  hada, 
para  impedir  el  advenimiento  de  laa  nnevas  ideas  ó  para 
restaurar  el  antiguo  iégimen.  Después,  la  intervención  aa 
ha  recomendado  por  motivos  y  en  sentido  perfectamente 
opuestos. 

Peto  sobre  tedo  esto  se  bailan  los  últimos  progresos  y  el 
sentido  total  del  Derecho  júblico  contemporáneo,  acusado 
por  las  tres  grandes  y  de  minantes  tendencias  del  Derecho 
internacional. 

De  ellas,  la  primera  ea  la  que  tiene  por  fin  determinar  el 
concepto  de  la  Nación,  que  no  ea  un  hacho  arbitrario  y  pa- 
sajero, sino  que  exige  condiciones  de  regularidad,  perma- 
nencia, suficiencia,  responsabilidad  y,  en  una  palabra,  per* 
icnalidad,  dentro  del  cuadro  general  dolos  pueblos  caltas 
qte  constituyen  hoy  la  forma  wparior  positiva  da  la  eoaV 
dad  hurjDina.  Laa  declaracior.ee  de  lea  Ccsgresos  do  Berlín 
de  I&7B  y  18*5  sobre  el  Ccngo  y  la  cuestión  de  Orionrt 
ecn  de  un  valor  decisivo  en  esta  mataría. 

La  Etgunda  tendencia  ae  determina  an  ol  aentído  do  Sit; 
recer  y  acelerar  la  constitución  do  la  S$ci$iai  di  las  JVa- 
cwna;  ee  decir,  algo  superior  4  Ja  nacionalidad  moderna 
que  ja  es  un  progreso  extraordinario  sobre  la  Ciudad  an- 
tigua y  el  exclusivismo  local  de  la  Idad  Media,  asi  oomo 
algo  más    preciso  y    práctico  que  la    Cristiandad    me- 
dioeval. Por  tal  motivo  se  han  fysadolas  puertas  do  Ja 
Cfcirj»  y  el  Japón,  y  destruido  el  aislamiento  del  Pferagwy, 
y  asegundo  la  libertad  de  los  maros  y  los  ríos,  y  seta 
bleoido  los  Cengresos  internacionales,  cuyo  acceso  se 
generaííiando  de  dia  en  día,  do  modo  que  ya  no  os  una 
nota  carácter  iatica  do  los  miamos  ni  ol  carácter  religic 
ni  la  forma  política,  ni  la  condición  étnica  ni  la  raióa  geo- 
gráfica. 

La  tercera  tendencia  tiene  per  finconaagrar  los  injejeoes 
«eenoialts  y  fundamentales  (fe  la  civil  ilación  contemporánea 


—  969  — 

(y  entre  ellos,  principalmente,  los  derechos  naturales  é  ina- 
lienables de  la  personalidad  humana  y  la  regularidad  y  per- 
manencia de  la  entidad  nacional)  poniéndolos  fuera  do  loe 
compromisos  y  las  estrecheces  de  las  fronteras,  las  raías, 
las  religiones  y  las  familias,  para  darles  por  garantía  la 
sanción  colectiva  de  todas  las  naciones  cultas.  A  esta  ten- 
dencia responden  los  protectorados  contemporáneo*,  las 
conferencias  internacionales  sobre  la  guerra,  los  tratado* 
de  extradición,  la  constitución  del  Centro  de  servicios  in- 
ternacionales de  Suiza,  la  freouente  reunión  de  los  gran- 
des Congresos  diplomáticos  que  han  variado  la  organiza- 
ción de  Europa  á  partir  de  los  Tratados  de  1815,  los  cada 
vea  más  felices  ensa>os  de  codificación  del  Derecho  in- 
ternacional privado  y  la  aspiración — cada  ves  más  acentua- 
da— de  dar  carácter  permanente  al  arbitraje  internacional. 
Y  á  esta  última  tendencia  también  responden  las  fre- 
cuentes intervenciones  pacificas  ó  armadas  Se  los  pueblos 
directores  en  los  pueblos  atrasados  ó  perturbados;  inter- 
venciones que  no  hay  que  confundir  con  la  guerra  provo- 
cada por  motivos  particulares  ni  con  la  conquista  realizada 
con  tales  ó  cuales  pretextos,  pero  ya  fuera  del  cuadro  de  las 
declaraciones  solemnes  del  mundo  civilizado . 

La  intervención  se  ha  realizado,  dentro  de  lo  qne  va  de 
siglo,  de  diversas  maneras.  En  primer  lugar  se  ha  hecho 
mediante  una  gestión  más  ó  menos  decidida  del  Gobierno 
interventor  sobre  el  Gobierno  de  la  naoión  intervenida, 
pero  gestión  de  carácter  diplomático  y  á  lo  sumo  fortaleci- 
da ó  secundada  por  una  demostración  militar.  Vervi  gra- 
tia;  por  la  preparación  de  un  ejército  invasor  ó  por  la  pre- 
sencia de  algunos  barcos  de  guerra  en  determinados  puer- 
tos de  la  nación  requerida  ó  amenizada.  En  ocasiones  esta 
demostración  ha  llegado  al  extremo  de  que  el  Gobierno  in- 
terventor haya  hecho  desembarcar  gente  armada  de  sas  bu- 
ques para  garantizar  momentáneamente  la  vida  desús  sub- 
ditos. 

Otra  manera  de  intervenir  es  por  medio  de  la  fuerza  ar- 
mada, ya  de  modo  sistemático  y  amplio,  pero  siempre  con 
carácter  pasajero.  La  nota  es  de  importancia,  porque  si  la 
intervención  y  la  ocupación  consiguiente  de  las  oiudades 
y  las  fortalezas  del  país  intervenido  son  duraderas,  la  inter- 
vención se  convierte  en  nna  especie  de  protectorado,  el 
cual  puede  ser  irregular  como  el  de  Egipto  ó  definitivo  y 
permanente  como  el  de  Túnez. 


r 


-  970  — 

La  intervención  de  esta  última  oíase  (ee  decir,  la  inter- 
vención armada  coa  carácter  pasajero)  puede  verificar» 
por  demanda  y  en  apoyo  del  Gobierno  del  país  intervenido: 
por  solicitad  y  en  apoyo  de  elementos  contrarios  á  aquél 
Gobierno  ó  por  iniciativa  del  Gobierno  interventor  en  para 
consideración  á  sus  nacionales  y  sas  protegidos  y  á  despe- 
cho ó  sin  cuidarse  de  los  elementos  del  país  intervenido. 

Ejemplos  de  lo  primero  son  la  intervención  de  Francia  é 
Inglaterra,  formando  la  cuádrnpe  alianza,  en  los  negocios 
de  España  y  Portugal  y  á  favor  de  la  cansa  constitucional, 
en  1834;  la  intervención  de  España  en  Portugal  en  1847  á 
favor  de  la  reina  María  y  contra  los  miguelistas,  y  la  de 
Rusia  en  1849,  en  favor  de  los  austríacos  contra  la  Revoló- 
;  n  húngara.  Ejemplos  de  lo  segando  son  la  intervención 
de  Francia,  Inglaterra  y  Rusia  en  1826  y  27  en  favor  de  lo» 
griegos  sublevados  contra  Tarquia;  la  del  Brasil,  el  üi 
guay  y  el  Paraguay  en  1851,  contra  el  tirano  Rosas  de  Be 
nos  Aires;  la  de  Francia  contra  el  Gobierno  revolucionario 
de  Roma  en  1848  ó  contra  Inglaterra  y  en  favor  de  los  Esta- 
dos Unidos  en  1778.  Ejemplos  de  la  tercera  clase  de  inter- 
vención son  la  de  las  Potencias  europeas  en  Siria  en  1860  y 
la  de  Kspaña,  Francia  é  Inglaterra  en  México  en  18GL 

No  pretendo  dar  la  lista  de  todas  las  Ínter  reaciones,  bí 
mucho  menos.  Hago  unas  citas  por  vía  de  ejemplo.  Convie- 
ne establecer  esta  salvedad,  tanto  porque  el  número  de  1m 
intervenciones  realiíadas  dentro  del  siglo  corriente  es  mnj 
considerable,  cnanto  porque  no  sería  fácil  claaiñ  carias  en 
tres  ó  cuatro  grupos,  como  sería  necesario  para  faraiaf 
sobre  todas  ellas  un  juicio  de  golpe  y  primera  intención* 

También  conviene  mucho  distinguir  respecto  de  las  diver- 
sas maneras  de  prestar  apoyo  á  ios  partidos  de  la  nación  in- 
tervenida oontra  el  Gobierno  de  Ó3ta  misma,  tiste  panto  h* 
revestido  últimamente  mucha  importancia  con  motivo  de  1» 
cuestiones  americanas.  Con  referencia  á  este  particular  se  h% 
discutido  si  el  reconocimiento  de  la  beligerancia  de  los  in- 
surrectos en  la  guerra  separatista  de  los  Estados  Unidos  ei* 
ana  intervención  europea  en  la  República  norteamericana* 
La  opinión  de  los  tratadistas  y  las  cancillerías  e j  contradi 
i  este  supuesto,  inclinándose  en  cambio  á  creer  que  es  na 
modo  de  intervenir  el  reconocimiento  terminante  de  la  ind* 
pendencia  de  ana  región  sublevada  contra  el  Gobierno  ii 
todo  el  país  del  cual  formaba  parte  aquella  región.  EíW 
ponto  ha  vuelto  i  ser  tratado  recientísimamente  con  motivo 


—  971  — 

de  las  proposiciones  heohas  por  síganos  senadores  nor- 
teamericanos en  favor  de  los  insurrectos  de  Coba. 

Las  meras  indicaciones  que  acabo  de  hacer,  demuestran 
y  abonan,  en  primer  término,  mi  salvedad,  muy  contraria  al 
supuesto  corriente  entre  los  políticos  españoles,  respecto  al 
derecho  de  los  Poderes  públicos  de  nn  Estado  para  ha- 
cer en  estelo  que  bien  les  parezca,  sin  consideración  4  las 
demás  naciones;  y  luego,  que  en  la  base  de  la  actual  distri- 
bución política  y  organiaación  del  mundo  entra  muy  princi- 
£  tímente  esa  intervención  que  casi  todos  nuestros  perió- 
008  dan  por  desacreditada  y  universal  mente  combatida. 

Sobre  este  último  punto  no  hay  más  que  fijarse  en  lo 
que  han  sido  y  lo  que  son,  en  nuestra  época,  la  Cuestión  de 
Oriente  y  la  Cuestión  de  Italia.  Aquélla,  en  sus  tres  fases  de 
cuestión  de  Oreoia,  cuestión  de  Egipto  y  cuestión  del  Danu- 
bio. Esta,  en  an  doble  aspecto  del  problema  de  la  unidad  de 
Italia  y  de  la  cuestión  del  poder  temporal  de  los  Papas. 

Todo  eso  constituye  el  grupo  de  las  mayores  preocu- 
paciones y  los  problemas  fundamentales  de  la  política  in- 
ternacional positiva  del  mundo  europeo  contemporáneo; 
problemas  todos  tratados,  complicados  ó  resueltos  por  la  in- 
tervención. 

Luego,  ha  venido  otra  tercer  cuestión  general  ó  uni- 
versal, que  es  la  Cuestión  americana,  planteada  alrededor 
del  famoso  Mensaje  del  Presidente  Monroe  en  1823  y  des- 
envuelta en  los  Mensajes  de  Po)k  de  1854  y  de  Johnson  de 
1864,  en  las  negociaciones  de  1848,  52  y  70  sobre  la  adqui- 
sición de  Cuba  por  los  Estados  Unidos,  en  el  Congreso  pan- 
americano de  Washington  de  1890,  en  la  campaña  de 
Blaine  y  en  los  incidentes  del  conflicto  anglo  venesolano  de 
1895,  para  llegar  á  la  actual  guerra  de  España  y  los  Esta- 
dos Unidos. 

Pero  sobre  que  la  Cuestión  americana  no  es  todavía 
un  problema  resuelto  ni  quizá  á  punto  de  resolverse,  sus  da- 
tos reviaten,  hasta  ahora,  solo  el  carácter  de  parciales  y  por 
la  reserva  que  las  Potencias  europeas  y  ]a  generalidad  de 
los  americanos,  han  opuesto  á  los  empeños  y  la  doctrina 
de  los  Estados  Unidos  de  América,  de  ninguna  suerte  pue- 
den ser  esa  doctrina  y  esos  empeños  invocados  como  su- 
puesto definitivo  del  Derecho  internacional  contemporáneo. 

Hay,  pues,  que  fijarse  en  datos  inexcusables  de  la  vida 
internacional  de  nuestros  días.  Y  entre  esos  datos  figuran  en 
primer  término,  los  de  la  Cuestión  de  Oriente,  tanto  por  el 


—   972    — 


alcance  y  la  generalidad  que  esta  Cuestión  ha  revestido  y 
reviste,  cuanto  por  la  mis  6  menos  positiva  analogía  que 
puedan  ofrecer  algunos  de  sns  incidentes  con  la  actual 
Cuestión  de  Cuba.  Al  menos,  desde  el  pnnto  de  vista  ame- 
ricano, y  para  fundamentar  la  intervención  armada  de  loa 
Estados  Unidos  en  la  grande  Antilla,  por  causa  dehumani 
dad  6  interés  del  Derecho  publico  universal. 

De  lo  que  he  dicho  ó  supuesto,  resulta  claro  que  no  niego 
que  son  posibles  y  licitas  las  intervenciones ,  aun  en  casos  en 
que  la  conducta  de  las  naciones  intervenidas  no  perjudica 
directa  y  ex  ilusivamente  á  los  intereses  y  los  derechos  ds 
los  interventores. 

Pero  tanto  de  la  teoría  que  abona  esa  intervención,  amo 
de  las  intervenciones  realiaadas  en  lo  que  va  de  siglo,  as 
deduce  algo  más  que  el  mero  derecho  de  intervenir. 

Porque  no  basta  esto  para  que  una  intervención  sea 
legítima  y,  por  lo  menos,  merezca  la  consideración  y  el  res* 
peto  de  las  gentes  cultas. 

Ea  también  indispensable  la  justa  apropiación  de  loé  me* 
dios  empleados  por  el  interventor  al  fin  general  que  éste  per- 
sigue— y  que  la  intervención  no  se  resuelva  ea  provecho 
particular  de  éste — y  que  su  determinación  do  sea  el  efecto 
del  capricho,  la  pasión  ó  la  preocupación  del  que  in- 
terviene—  y  en  último  término,  que  la  intervención  y 
ene  efectos  resulten  garan tinados  por  *1  voto  ó  la  acción  de 
los  demás  pueblos  directores  del  mundo  civilizado;  ea  decir 
de  las  grandes  entidades  y  los  faoteres  responsables  de  í* 
gran  Sociedad  de  las  Naciones. 

De  no  darse  estas  condiciones,  elaro  se  esta  que  la  inter- 
vención es  un  modo,  más  ó  menos  disfraitdo,  de  la  antigua 
conquista  y  que  á  prosperar  la  doctrina  contraria,  las  na- 
ciones pequeñas  ó  débiles  estarían  completamente  a  merced 
del  humor,  las  conveniencias  ó  las  ambiciones  de  los  Esta- 
dos poderosos. 

Sin  dada  no  han  llegado  los  tiempos  en  que  estas  ú'timu 
causas  desaparecen  del  cuadro  de  la  política  internan  j- 
nal;  pero,  sobre  ser  evidentes  las  tendencias  i  suprimirlas  j 
los  éxitos  que,  en  este  sentido,  se  han  logrado  en  los  ultimen 
Cincuenta  años,  de  todos  modos,  es  indipenaable  no  coesí  g- 
tir  que  la  violencia  se  ^explique  por  el  derecho  y  que  confun- 
diéndose los  motivos  de  ciertos  actos  de  fuerza,  medren  el 
espíritu  de  conquista  y  la  satisfacción  de  las  mis  bruta* 
les  concupiscencias,  al  amparo  de  los  prestigios  de  la  d- 


j 


—  973  — 

vilixaoión  y  mediante  protestas  da  generosidad  y  oultura 
que,  machas  veces,  oonsigaea  Telar  un  tanto  la  grosería  y 
maldad  de  los  hechos. 

Por  esto  no  pnede  ser  aplaudida  la  intervención  que  con- 
tribuye &  aumentar  las  perturbaciones  de  la  nación  interve- 
nida 6  que  utiliza,  para  si  éxito,  las  violencias  de  tribus  in- 
cultas, lanzidas  sobre  Gobiernos  comprometidos  por  la  re* 
belión  de  sus  subditos.  Del  propio  modo,  no  es  admisible  la 
intervención  violenta  y  armada,  sin  que  antes  se  apuren  te* 
dos  los  medios  pacíficos.  T  por  lo  mismo  es  una  tendencia 
cada  ves  más  pujante  la  de  que  las  intervenciones  no  Be  rea- 
licen por  na  solo  Gobierno,  y  por  las  propias  y  exclusivas 
declaraciones  y  gestiones  de  éste,  asi  oomo  que  una  vez  reali- 
zada la  intervención,  sus  resultados,  definitivos  no  queden  4 
merced  del  interventor,  por  grandes  que  apareaban  su  des- 
interés, su  cultura  y  su  poder. 

Con  todo  lo  expuesto  se  relacionan  los  progresos  que  en 
otros  órdenes,  más  ó  menos  análogos  al  de  la  intervención 
internacional,  se  han  verificado  en  el  Darecho  público  con- 
temporáneo. Por  ejemplo:  los  progresos  del  Dareoho  de  la 
guerra  y  de  la  soluoión  de  los  oanfLctos  internacionales. 

Sobre  tal  punto,  es  imposible  olvidar  lo  que  es  y  lo  que 
promete  ser,  en  plazo  no  lejano,  el  arbitraje  internacio- 
nal. Y  tampooo  es  excusable  el  recuerdo  de  lo  que  en  este 
orden  de  ideas  representan  en  la  Historia  contemporánea,  la 
Conferencia  de  Bjrlia  de  1885,  y  el  Asta  de  O  jnstituaióa  del 
Congo. 

Esto,  hablando  en  términos  generales;  porque  en  deter- 
minados oasos,  las  condiciones  y  reservas  de  la  interven- 
ción y  las  exigencias  á  que  h*  de  responder  el  interventor , 
son  mayores. 

Así  sucede,  por  ejemplo,  cuando  la  intervención  tiene  por 
fin  públioo  (mediante  declaraciones  más  ó  menos  terminan- 
tes ó  sinceras),  hacer  entrar  en  el  círculo  de  pueblos  inde- 
pendientes, y  con  el  oaráoter  de  Nación  Soberana,  4  un 
pueblo  ó  una  comarca,  que  hasta  entonoe3  figuraban  como 
parte  de  la  Nación  intervenida. 

Lo  misma  puede  deairse  o?n  referencia  al  case  de  que  la 
integridad  territorial  de  la  Nación  acometida  estuviera  más 
ó  menos   explícitamente  garantizada  por  otras  Naciones 

?'  singularmente  por  el  interés  general  internacional  de 
a  época. 
En  tales  casos,  es  imposible  reconocer  4  un  solo  Pueblo, 


—  974  — 

por  grandes  que  eean  aus  medies  y  bus  jactancias,  el  dere- 
cho de  modificar  á  iu  entejo,  por  el,  por  ana  conveniencias  ó 
sus  ideas,  el  mapa  de  las  Naciones  contemporáneas,  dando 
carta  de  ciudadanía  internacional  á  ana  región,  poniéndola 
4  la  altara  y  con  las  responsabilidades  da  los  demás  pue- 
blos independientes  y  ensanchando  ó  reduciendo,  á  en 
modo,  el  circalo  de  éstos. 

Nada  hay  que  decir  de  la  exageración  de  las  otras  pre- 
tensiones de  rectificar  ó  destruir  las  garantías  dadas  por 
otras  Naciones  al  statu  que  de  la  Nación  intervenida.  Por- 
que esto  juede  hacerse,  pero  nanea  por  la  faene,  siquiera 
se  utilicen  pretextos  y  se  aprovechen  oportunidades  para 
■segurar  el  éxito  del  atropello,  luego  explicado  por  las  im- 
posiciones de  la  legitima  defensa  ó  las  irregularidades  y  exi» 
gencias  de  lo  inesperado. 


J 


—  976  — 


X 


Respecto  de  todos  estos  particulares,  Ja  Cuestión  de  Orien- 
te, como  he  indicado,  nos  ofrece  abundantísimos  datos  y 
lecciones.  £1  ejemplo  de  Rusia,  preocupada  con  )a  idea  de 
intervenir  constantemente,  por  so  propia  y  exclusiva  cuenta, 
en  los  nrgocics  turcos,  merece  tanta  atención,  como  la  soli- 
citud de  las  deseas  Potencias  europeas  de  contrariar  la  pre- 
tensión usa,  para  poner  la  solución  del  problema  al  ana- 
Ciro  del  concierto  de  te  des  las  Naciente  directoras  del 
ando  moderno. 

A  Rusia  cabe  el  honcr  de  haber,  la  \  rimera,  recogido  y 
amparado  la  protesta  gnVga  contemporánea  contra  la 
tiranía  turca  y  en  favor  de  la  resurrección  del  pueblo  helé- 
nico. Quizá  hay  que  convenir  en  que  si  esf&erao  ruso  se  de- 
ben, en  primer  término,  la  ebra  de  descomposición  del  Impe- 
rio de  Constentinopla  y  la  constitución  de  les  nuevas  nació* 
nalidades  del  Oriente  europeo,  dentro  del  siglo  que  corre. 
Pero  al  lado  de  esto  hay  que  poner  la  censidertción  de 
que  no  siempre  el  empego  moscovita  apatece  desinteresado, 
y  casi  nunca  en  forma  modesta;  por  lo  cual,  puede  también 
pensarse  que,  si  su  acción  hubiera  sido  única  y  en  todo  caso 
si  ae  hubiera  desenvuelto  como  se  pensaba  en  San  Peterebur- 
go,  aquella  empresa,  verdaderamente  simpática  para  todos 
cuantos  se  interesan  por  el  triunfo  de  la  justicia  y  la  liber- 
tad del  mundo,  habría  dejado  bastante  que  desear,  no  ale- 
jándote mucho  del  triste  ejemplo  dePolcnia,  con  que  termi- 
nó el  siglo  XVIII. 

En  los  días  del  Congreso  de  Vi  en  a  de  1815,  el  Empera- 


— -  97ó  — 

dor  Alejandro  ponía  ante  los  ojos  da  los  aliados  la  cuestión 
holeno-turoa  oomo  bastante  parecida  al  problema  de  la  escla- 
vitud y  la  trata:  y  si  bien  por  aquel  entonóse  las  influencias 
de  Metternioh  lograron  excusar  la  solución,  pronto  los  roaos 
la  abordan,  con  motivo  de  la  insurrección  griega  de  1821. 
La  aoentaada  disposición  moscovita  en  favor  de  ésta  deter- 
minó á  las  grandes  Potencias  de  la  época  4  hacer  el  Tratado 
de  Londres  de  ó  de  Ja'io  de  1827,  para  ofrecer  sn  media- 
ción á  Grecia  y  Turquía. 

Por  aquí,  y  por  efecto  de  la  resistencia  tarca,  se  vino  á  la 
batalla  de  Navarino  y  cuando  los  aliados  vacilaron  respecto 
4  la  conveniencia  de  insistir,  de  nn  modo  directo  y  positivo 
en  apoyar  la  emancipación  griega,  Rusia  se  decidió  4  la  goal 
rra  contra  el  Saltan.  Sus  soldados,  en  Mayo  del  año  28,  paa 
saron  el  Prnth,  y  sos  esfuerzos  lograron  el  éxito  extraordi- 
nario de  la  Pai  de  Andrinópolio,  de  Septiembre  de  1829. 

Pero  en  el  momento  mismo  de  esta  victoria  ss  inicia  la 
intervención  del  resto  de  las  grandes  Potencias  europeas, 
que  producen  la  Conferencia  de  Londres  de  O  ¿tabre  de 
1829,  y  luego,  en  1830,  oonsagran  la  independencia  de 
Grecia,  garantizándola  de  nn  modo  directo. 

A  poco  surge  la  cuestión  de  Egipto  por  la  rebelión  de 
Mehemet  Ali.  Aprovéchala  Ansia  para  resaber  del  Saltan 
ventajasen  el  Danubio,  y  los  Gobiernos  de  Constaatinopla 

Íde  San  Petersburgo  hacen  el  Tratado  de  Uakiar  Itke- 
issi  de  183S,  4  los  pocos  días  de  haber  csdido  el  Saltan  el 
bajalato  de  Siria  y  algunos  otros  territorios  al  virey  sa- 
ble vado.  Aquel  Tratado  sancionaba  la  prepotencia  rosa. 

Pero  enseguida,  las  demás  Potenoias  europeas  intervienen 
para  limarle  y  reducirle,  y  pDr  esa  intervención  resaltan  las 
Convenciones  de  Londres  de  1840  y  41,  que  ponen  término, 
por  aquel  entonces,  al  problema  oriental,  sorteando  las  exi- 
gencias y  rectificando  las  ambiciones  de  Rusia. 

A  los  doce  años  renace  el  problema  de  Oriente:  Tantea 
Bosia  la  disposición  de  las  demás  Potenoias  j  señalada- 
mente de  Inglaterra,  para  intentar  nía  nueva  intervención 
en  el  Imperio  turco,  y  en  vista  del  fracaso  de  sus  gestiones 
y  aprovechando  ciroanstanoias  internacionales  que  parecían 
favorables  4  su  empelo,  decídese  en  1854  4  imponerse  4 
Turquía.  De  aquí  la  guerra,  que  terminó,  mediante  la  cam- 
paña de  Crimea,  y  en  la  cual  lucharon  jantes  JPrancia,  In- 
glaterra y  Oerdefia  de  p¿rte  de  Turquía  contra  el  Imperio 
roso. 


—  977  — 

La  flotación  de  este  conflicto  la  dieron  el  famoso  Con- 
greso y  el  Tratado  de  París  de  1856,  tan  importante  y 
transcendental  en  la  Historia  del  Derecho  público  europeo 
y  aun  universal,  como  los  Tratados  de  Wcstfalia,  Utreeht 
y  Viena.  Por  el  Tratado  de  Paris  quede  una  vas  más  con- 
sagrada la  competencia  del  Concierto  internacional  para 
resolver  en  definitiva  la  Cuestión  de  Oriente,  que  Rusia 
pretendía,  otra  ves,  resolver  por  su  propio  y  exclusivo  es- 
fuerzo. 

Pasan  otros  veinte  años  antes  de  que  la  cuestión  oriental 
vuelva  á  ofrecer  el  aspect*  y  las  condiciones  de  uu  proble- 
ma capital  de  la  política  contemporánea. 

Sin  duda  alguna  que  en  el  curso  de  esos  veinte  afios  esa 
cuestión  fue  objeto  de  la  solicitud,  los  tanteos,  y  los  pro- 
gramas de  las  grandes  Poteuoias  occidentales  y  cierto  tam- 
bién que  los  pueblos  ribereños  del  Danubio  y  la  renaciente 
Grecia  intentaron  más  de  una  ves  provocar  una  revolución 
definitiva  en  obsequio  de  su  libertad  é  independencia.  En 
eete  periodo  aparecen,  con  caracteres  de  imposible  excusa»  la 
aspiración  panslavista  y  la  tendencia  favorable  á  la  organi- 
zación del  pueblo  rumano,  al  lado  de  los  esfusrzos  hechos  por 
Rusia  y  Turquía,  para  atenuar  los  efectos  del  Tratado  de  Pa- 
rís y  del  empeñe  de  ensanchar  los  limites  y  la  importancia 
del  reino  de  Grecia. 

Buenas  pruebas  de  esto  son  la  evacuación  de  los  Princi- 
pados danubianos  por  las  tropas  austríacas  que  la  habían 
ocupado,  por  precaución,  en  1854,  la  inminencia  de  una 
nueva  guerra  general  en  1S57;  la  Conferencia  de  Paris  de 
1858;  la  unión  de  Moldavia  y  V alaquia  en  1859  bajo  la  di- 
rección de  Alejandro  Couza;  la  consagración  definitiva  de 
esta  unión  por  la  Puerta  Otomana  en  1861 ;  el  enaltecimiento 
de  la  casa  de  Hohenzollern  ea  Rumania  y  la  independencia 
definitiva  de  asta  á  mediados  de  1866;  la  semi- indi  penden- 
cia de  Servia  en  1864,  despuóa  de  la  evacuación  de  las  tro* 
pas  turcas  realizada  eu  1862;  la  insurrección  de  Creta  en 
1868,  la  cesión  ds  las  islas  Jónicas  por  Inglaterra  4  Gre- 
oia  y  la  Conferencia  de  París  sobrs  el  conflicto  heleno-turco 
en  aquel  mismo  año,  asi  como  Us  reformas  tarcas  de  1869. 

Pero  en  1876,  las  cosas  se  disponen  de  modo  que,  otra 
ves,  entiende  Rusia  que  debe  y  puede  reanudar  su  antigua 
campaña  centra  Turquía,  á  titulo  protectora  de  los  cristianos 
de  Oriente  y  de  interesada  en  la  suerte  de  los  eslavas  tirani- 
zados por  el  Sultán.  La  tenacidad  de  éste  para  sustraerse  á 


—    978   — 

las  exigencias  do  la  Europa  calta  solo  puede  compararse  con 
la  habilidad  6  la  perfidia  conque  sistemáticamente  falsea 
ó  elude  todos  los  compromisos  por  Turquía  contraidos  para 
entrar  en  la  corriente  culta  contemporánea. 

Ta  en  1870,  Rusia,  aprovechando  Ja  guerra  franco-alema- 
na, habla  anunciado  su  propósito  de  prescindir  del  Tratado 
de  París  de  1856,  por  lo  cual  y  en  vista  de  complica- 
ciones inminentes,  las  demás  Potencias  europeas  celebraron 
las  Conferencias  de  Noviembre  de  1871,  que  produjeron  la 
Convención  de  Londres  de  1 3  de  Mario  de  aquel  año,  modifi- 
cando en  muy  pequeña  parte  el  Tratado  de  París,  y  soste- 
niendo la  buena  teoría  respecto  de  la  subsistencia  de  los 
tratados  y  convenios  internacionales  á  despecho  de  las  pro* 
tensiones  y  jactancias  rusas,  muy  análogas  á  las  novísimas 
de  los  Estados  Unidos  en  sus  dif  cusiónos  recientes  oon  In- 
glatenay  España. 

Luego  agravan  la  situación  el  desvergonzado  olvido  por 
parte  de  Turquía  de  ses  compromisos  internacionales;  las 
revueltas  interiores  de  este  país;  la  victoria  de  los  ele- 
mentos reaccionarios  y  fanáticos  en  Constantinopla,  y  el  al- 
Sarniento  de  la  Bosnia  y  la  Herzegovina. 

Menos  que  esto  necesitaba  Rusia  para  tomar  la  iniciativa 
déla  agresión:  pero  antes  de  que  pudieran  realizárselos 
planes  moscovitas,  ya  Francia,  Alemania,  Austria,  Ingla- 
terra ó  Italia  se  decidieron  á  mediar,  reclamando  del  Sal- 
tan, por  la  nota  de  20  de  Enero  de  1876,  graves  y  positi- 
vas reformas  en  la  vida  turca. 

Lo  mismo  esta  nota  que  otros  trabajos  análogos;  (como  el 
memorándum  de  Berlín  de  11  de  Hayo  del  propio  año  76, 
—la  mediación  de  las  Potencias  para  tranquilizar  á  Ser- 
via, Bosnia,  Herzegovina  y  Bulgaria  en  Agosto, — la  pro- 
puesta de  fiusia  en  Octubre  para  celebrar  otra  conferen- 
cia internacional, — la  Conferencia  de  Constantinopla  ter- 
minada en  20  de  Enero  del  77,  y  el  protocolo  de  Londres 
de  21  de  Marzo),  resultaron  inútiles  cuando  no  contrapro- 
ducentes. 

La  irritación  de  los  antiguos  Principados  danubianos,  la 
arrogancia  de  Turquía,  las  atrocidades  cometidas  por  los 
funcionarios  públicos  y  los  soldados  del  Imperio  otomano 
tomaron  vuelo  extraordinario  y  con  41  crecieron  las  indeci- 
siones de  las  grandes  Potencias,  basta  que  Rusia,  en  Abril 
de  1877,  se  decidió  á  declarar  la  guerra  al  Sultán. 

El  resultado  de  esta  guerra  fué  la  victoria  del  moscovita 


/ 

i 


—  979  — 

y  el  Tratado  de  San  Stéfano  de  3  de  Mano,  que  paso  á 
Turquía  al  borde  de  la  ruina.  Esta  se  habría  consumado 
irremisiblemente  si  en  aquella  hora  suprema  no  hubieran 
intervenido  las  demás  Potencias,  obligando  á  ios  beligeran  • 
tea  y  á  todos  los  interesados  en  aquella  tremenda  lucha,  á 
aceptar  el  Tratado  de  Berlín  de  13  de  Julio  de  1878,  por  el 
cual  quedaron  consagrados  el  Principado  completamente 
autónomo  de  la  Bulgaria;  la  autonomía  administrativa  de  la 
Bumelia  oriental,  con  un  gobernador  cristiano  nombrado 
por  el  Sultán,  coa  el  asentimiento  de  las  demás  Potencias; 
la  reforma  polítioa  de  Greta,  oon  arreglo  a*  reglamento  de 
2868,  liberalmente  modificado;  la  administración  de  Bosnia 
y  Herzegovina  por  Austria;  la  independencia  de  Montene» 
gro,  Servia  y  Rumania;  la  mediación  de  las  grandes  Po- 
tencias para  la  fijación  de  los  limites  de  Grecia  y  Turquía; 
la  reforma  de  las  provincias  turcas  de  la  Armenia  y  el 
compromiso  solemne  de  Tarquia  de  mantener  en  todo  el 
Imperio,  el  principio  de  la  libertad  religiosa  en  su  más  am- 
plio sentido. 

Después,  dos  veces  ha  resurgido  la  Cuestión  d$.OrienU% 
pero  sin  que  en  ella  apareciese  Risia  desempeñando  un  prin- 
cipal papel. 

Una  de  esas  veces  ha  sido  oon  motivo  del  Egipto,  donde 
en  1878  se  había  establecido  la  intervención  de  Francia  ó 
Inglaterra  para  la  cuestión  financiera. 

Desde  1879  á  1882,  agftanse  los  intransigentes  contra 
los  europeos,  deponen  al  Virey,  é  inician  la  guerra,  dirigí- 
doépor  Arabi  pacha,  á  quien  deshicieron  I03  ingleses,  en 
Septiembre  de  1882  Desde  esta  fecha,  Inglaterra  ocupa 
militarmente,  aunque  con  carácter  provisional,  el  Egipto. 
Esta  situación  es  explicada  por  el  Gobierno  británico  por 
la  agresión  de  los  mahometanos  y  por  el  incumplimiento 
manifiesto  de  lo  convenido  en  1878:  pero  tiene  la  protesta 
de  Francia,  mientras  las  demás  Potencias  guardan  una  re- 
serva abonada  por  las  demás  complicaciones  europeas  y  que 
autoriza  el  supuesto  de  qae  Egipto  es  hoy  una  de  las  serias 
dificultades  inglesas. 

La  otra  resurrección  del  problema  orient *l  es  la  nueva  in- 
surrección de  Greta,  protegida  por  el  Gobierno  griego  y  que 
produce  la  guerra  de  Grecia  y  Turquía  en  1897. 
-  El  éxito  de  las  armas  faé  favorable  á  los  turóos,  quienes» 
en  vista  de  la  abstención  délas  grandes  Potencias  por  efec- 
to de  la  circular  rusa  del  1 9  de  Abril  de  aquel  año,  se  dispn- 


—  «80- 
sieron  á  sacrificar  despiadadamente  4  Grecia,  arrebatándole 
parte  de  su  territorio  é  imponiéndole  ana  tremenda  in- 
demniíación  de  guerra. 

Todo  se  hubiera  realisado,  á  no  decidirte  aquella!  Poten- 
cias á  mediar,  abriéndose  al  efecto  en  el  mismo  afio  de  97, 
la  Conferencia  de  Constantinopla,  que  produjo  los  prelimi- 
nares de  par,  firmadlos,  después  de  grandes  discusiones,  en 
18  de  Noviembre,  y  al  fin  el  Tratado  definitivo  dé  pan  entre 
Turquía  y  Grecia,  de  4  de  Octubre.  Ocioso  es  recordar  que 
este  Tratado  tuvo  un  gran  alcance  en  el  orden  político  de 
Greta,  y  en  Ja  situación  financiera  de  Grecia,  que  logró  la 
especial  garantía  de  Francia,  Inglaterra  y  Rusia. 

Dedúcese  de  todo  lo  expuesto  que  la  acción  colectiva  de 
las  grandes  Potencias  europeos  (es  decir,  de  las  directoras 
del  mundo  internacional  contemporáneo)  no  ka  permitido 
nunca  que  el  problema  de  más  duración,  más  serio  y  de  más 
transcendencia  del  siglo  presente  quedara  á  merced  de  la 
voluntad  de  un  solo  pueblo,  por  grandes  que  fueran  los  me- 
dios, los  alientos  y  las  pretensiones  de  éste  y  por  justificados 
que  parecieran  los  motivos  de  carácter  públicoy  de  progreso, 
justicia  y  cultura  universal  invocados  para  la  grave  em 
presa  de  intervenir  decididamente  en  la  suerte  de  otro  pue- 
blo desconcertado,  injusto  ó  puesto,  por  diferentes  causa.' 
fuera  de  la  corriente  civilizadora  de  nuestra  época. 

Y  se  deduce,  además,  que  por  los  actos  repetidos  de  que 
arriba  se  habla,  Europa  no  solo  ha  afirmado  la  competencia 
internacional  para  resolver  las  ¿raves  cuestiones  de  la  re- 
ducción de  la  soberanía  de  una  nación,  del  ingreso  de  al- 
gunos pueblos  en  el  eirculo  de  las*  naciones  independientes 
y  con  propia  personalidad  y  de  la  garantía  de  ciertos  den* 
chos  y  libertades,  por  cima  de  fronteras,  religiones  y  rasas» 

Ha  hecho  más:  y  es  constituir  una  especie  de  vigilancia 
permanente  sobre  lo  realisado  y  algo  asi  como  una  garantía 
colectiva  de  la  organi Ación  misma  del  mundo  oriental  en* 
ropeo. 

Todo  esto  ha  logrado  mayor  desarrollo  en  la  esfera  de  los 
principios,  mediante  la  Conferencia  á  Berlín  de  1*84-85,  y  el 
Tratado  sobre  el  Congo,  por  más  que  sus  preceptos  se  refie- 
ran, de  momento,  tan  solo  al  mun¿k>  africano. 

Por  ese  Tratado  no  solo  se  consagran,  de  un  modo  solem  • 
ne,  la  libertad  de  comercio,  la  prohibición  de  1a  trata  de  es- 
clavos, la  neutralidad  de  los  territorios  comprendidos  en  la 
cuenca  del  rio  Congo  y  la  libre  navegación  de  les  ríos  Con* 


í"*- ;'>/*! 


—   981  — 

go  y  Niger,  sino  que  se  preaisan  las  reglas  para  la  ocupa- 
ción de  territorios  nnllios  y  la  anexión  de  comarcas,  asi  co- 
mo la  necesidad  del  arbitraje  y  la  prioridad  de  los  recargos 
paeifioo8  para  resolver  los  conflictos  entre  las  Potencias 
Contratantes  sobre  el  territorio  de  África. 

£1  avance  que  todo  esto  significa  en  el  Derecho  interna- 
cional es  verdaderamente  extraordinario.  En  la  Conferencia 
que  inauguró  sos  trabajos  en  Berlín  el  15  de  Noviembre  de 
1884  y  qne  los  termioó  el  29  de  Septiembre  de  1885,  estu- 
vieron representados, España,  Alemania,  Bélgica,  Dinamar- 
ca, los  Estados  Unidos  de  América,  Francia,  Inglaterra,  Ita- 
lia, Países  Bajos,  Portugal,  Rusia,  8 necia,  Noruega  y  Tur- 
quía. Luego  se  adhirieron  el  Sultán  de  Zanzíbar  y  el  Sul- 
tán de  Persia.  De  suerte  que  ese  Tratado  es  quisa  el  de  ma- 
yor generalidad  y  alcance  de'  mundo  moderno. 

Fácil  me  seria  ilustrar  los  hechos,  las  declaraciones  y  los 
supuestos  de  que  acabo  de  hacer  mérito,  aeí  come  fortificar 
la  tesis  á  cuya  discueión  y  cuyo  sostenimiento  he  dedicado 
los  anteriores  párrafos,  con  referencias  á  sucesos  de  análo- 
go sentido,  i  un  fuera  del  círculo  particular  de  la  ouestión 
oriental.  Para  apoyarme  están  la  acción  de  Francia  y  Oer- 
dcfia  en  el  Centro  y  8ur  de  Italia  desde  1854  á  1864;  la  in- 
tervención pacifica  de  Francia,  Austria,  Inglaterra,  Prusia 
y  Rusia,  en  los  Países  Bajos,  que  produjo  desde  1830  4 
1889,  la  independencia  de  Bélgica:  la  Cuádruple  alianza 
en  España  y  Portugal  en  1836;  la  intervención  anglo-fran- 
eesa  en  el  Rio  de  la  Plata  desde  1845  á  1850;  la  brasileño 
argentina  en  el  Paraguay  en  1874,  y  la  de  la  de  Francia  é 
Inglaterra  en  China,  de  1842  á  1860. 

Dejo  á  nn  lado  lo  que  Francia  é  Inglaterra  hicieron 
hacia  1850  en  la  Plata.  No  revirtió  carácter  sistemático  ni 
tuvo  el  carácter  preciso,  necesario  para  que  aquel  empeño 
expresasealgo  determinado  y  definitivo  en  la  empresa  inter- 
nacional. 

lias  importante  es  lo  que  España,  Francia  é  Inglaterra 
proyectaron  hacia  1861  en  Méjico,  y,  sobre  todo,  lo  que 
Francia  hizo  después  del  convenio  de  Orizaba  y  de  la  reti- 
rada de  españoles  y  franceses  en  favor  del  imperio  de  Ma- 
ximiliano. Pero  el  fracaso  de  esta  última  tentativa,  justa  y 
eficazmente  protestada  por  los  £*tados  Unidos,  excusa  de 
considerar  la  obra  como  un  dato  concluyente  del  desarrollo 
del  Derecho  público  contemporáneo.  En  último  extremo 
vendría  á  fortificar  la  tesis  de  la  incompetencia  de  la  ac- 


—  982  — 

ción  exclusiva  de  una  Nación  para  reformar  el  árdea  poli- 
tico  de  otra. 

Tampoco  reviste  aparentemente  carácter  regalar  v  defini- 
tivo algo  realisado  dentro  del  siglo  qne  corre  por  Franela, 
Inglaterra,  España  y  loa  Estados  Unidos  en  el  sentido  de 
garantizar  el  mantenimiento  de  la  bandera  española  en  Ouba 
y  Puerto  Rico;  pero  es  innegable  el  valor  qne  el  hecho  tiene 
en  si,  y,  sobre  todo,  en  relación  con  el  nuevo  y  gravirimo 
problema  de  Derecho  internacional  qne  se  ha  planteado  en 
nuestro  tiempo  oon  el  nombre  de  la  Cuestión  amtrieoM.  j 

Porqne  este  punto  tiene  mucho  que  ver  oon  la  afina**  ] 
ción  qne  poco  hace  consigné  respeoto  á  la  imposibilidad  ra- 
cional y  jnridioa  de  que  por  la  mera  acción  y  por  el  azoh- 
sivo  criterio  de  un  Paeblo  ó  nn  Estado  pudiera  variarse  la 
carta  geográfíoa  política  de  una  época,  atrepellándose  loa 
derechos  y  rectificándose  la  integridad  territorial  de  nía 
Nación,  garantizada,  más  ó  menos  explícita  y  poeitivaaua* 
te,  por  los  demás  Estados  directores  del  Hundo  moderno. 

La  cuestión  mereoe  algún  estudio,  por  lo  mismo  <jne  de 
ello  se  ha  hablado  muy  poco  faera  y  sobre  todo  dentro  de        ! 
España.  ! 


-    083  - 


11 


La  falta  de  una  política  internacional  de  la  España  con- 
temporánea y  la  exageración  con  qne  en  nuestro  pala  se  ha 
considerado  genera: meóte  el  imperio  de  la  Metrópoli  espa- 
ñol* en  América,  explican  el  profundo  error  padecido  por 
casi  todos  nuestros  políticos  y  la  generalidad  de  nuestra 
piensa,  al  estimar  las  causas  del  sostenimiento  de  nues- 
tra bandera  en  las  Antillas. 

Un  mal  entendido  patriotismo  y  una  gran  ignorancia  de 
la  política  exterior  han  hecho  posible  que  entre  nosotros  se 
atribuyera  aquel  suoeso  tan  sólo  á  nuestra  decidida  volun- 
tad, á  nuestra  disposición  altiva  y  á  la  legendaria  bravura 
de  los  españoles  de  aquende  y  allende  el  Atlántico. 

Sin  duda,  todo  eso  ha  entrado  por  mucho  eu  el  fenómeno 
a'udido,  como  ha  entrado  la  positiva  voluntad  de  los  cuba- 
nos y  portorriqueños,  entre  los  que,  digan  lo  que  quieran, 
nunca  (hasta  poco  hace,  y  esto  por  motivos  que  no  procede 
explicar  ahora),  los  separatistas  revistieron  el  carácter  de 
una  fuerza  política  y  jamás  el  anexionismo  pasó  de  aspira- 
ción de  un  circulo  muy  reducido  de  personas. 

Pero  al  lado  de  eso  hay  que  poner  el  dato  importantísimo 
de  la  cooperación  de  otras  naciones,  para  asegurarla  inte* 

Sridad  española  en  América,  después  de  la  emancipación 
e  los  reinos  centro  y  and  amen  canos.  El  error  sobre 
este  particular  se  ha  llevado  entre  nosotros  al  punto  de  que 
en  láepaña  no  se  hablara  más  que  de  las  tentativas  y  los  es- 
fuerzos hechos  per  los  Estados  Unidos  para  apoderarse  de 
la  codiciada  Cuba. 

63 


—   9*4   — 

Y  aun  esto  ie  explicó  de  un  modo  deficiente  y  para  un 
solo  efeeto:  el  de  la  exaltación  del  patriotismo,  al  cual  debían 
nuestros  polítioos  haber  proporcionado  verdaderos  medios 
para  que  sns  sacrificios  resultaran  efioaees. 

Los  hechos  tienen  una  elocuencia  insuperable.  Apenas 
reconocida  la  independencia  de  la  América  latina  oontinen- 
tal,  surgieron  las  intrigas  y  las  desconfianzas  internaciona- 
les respecto  de  la  conservación  del  dominio  español  en  Cuba 
y  Puerto  Rico.  Las  correspondencias  diplomáticas  del  pe* 
riodo  que  va  de  1825  á  1840  están  inspiradas  constantemen- 
te en  los  supuestos — verdaderos  ó  falsos — de  que  unas  ve 
oes  Francia,  otras  Inglaterra,  y  otras  los  Estados  Unidos 
pretenden  adquirir,  de  grado  ó  por  fuersa,  la  isla  de  Cuba. 
En  este  terreno,  merecen  particular  mención  las  denuncias 
y  las  protestas  de  la  Canoilleria  norteamericana,  de  1822, 
23  y  25. 

Por  aquel  entonces,  nadie  más  propicio  á  España,  que  el 
Gabinete  de  Washington,  muy  preocupado  contra  los  mane* 
jos  franceses  y  británicos,  fero,  á  partir  de  1826,  pareos 
Inglaterra  (que  se  había  adelantado  á  reconocer  lain 
dependenoia  de  la  América  continental  española)'  la  más 
amiga,  hasta  el  punto  de  declararse  oficialmente  dispuesta 
«á  concertarse  con  las  otras  dos  potencias  marítimas,  de 
quienes  únicamente  se  podía  temer  la  ocupaoión  de  Cuba, 
para  garantizar  la  conservación  de  ésta  para  España. t 

Las  negociaciones  que  con  este  fia  inició  tímidamente  el 
Gobierno  ingle  j,  fracasaron  por  la  resistencia  de  los  Esta* 
dos  Unidos  á  suscribir  un  tratado  con  aquel  objeto. 

Entonces  el  secretario  de  Es'ado  americano  Mr.  Clay 
escribió  (3  de  Abril  de  1826.)  4  Mr.  Everett,  representan- 
te de  los  Estados  Unidos  en  Madrid,  que  el  tratado  en  in  • 
necesario,  pues  que  las  deolaraoionas  hechas  por  loa  6o* 
biernos  de  Washington,  Londres,  París  y  Madrid  sobre  la 
suerte  de  Cuba  equivalían  i  una  garantía. 

A  los  siete  años  de  esto,  en  1843,  vuélvese  á  hablar  de 
propósitos  de  Inglaterra  respecto  de  la  grande  Antilla,  y  los 
Estados  Unidos,  no  sólo  ratificaron  sus  declaraciones  de  sim- 
patía, sino  que  ofrecieron  sns  medios  militares  y  de  todo 
género  para  rechsiar  la  supuesta  agresión  británica.  Enton- 
óos se  suponía  al  partido  liberal,  y  señaladamente  á  Espar- 
tero, predispuestos  á  ceder  las  Antillas  á  la  Oran  Bretaña. 

El  ministro  americano  Mr.  Upshur  llegó  á  proponer 
una  inteligencia  de  los  Estados  Unidos,  Francia  y  España. 


—  986  — 

lían  a  poco,  en  1845,  ja  aparece  la  pretensión  norteameri- 
cana respecto  de  Cuba.  II  senador  Lewis  presenta  al  Sena- 
do de  Washington  nna  propoaioión  para  la  compra  de  la 
Grande  Antjlla. 

Entonces  toca  á  Inglaterra  protestar  recordando  ana 
baenos  deeeoa  de  1826  y  ee  ofrece  á  reanudar  las  an- 
tiguas gestiones.  El  Gobierno  español,  por  boca  del  mi- 
nistro Martínez  de  la  Rosa,  declina  estos  ofrecimientos» 
cuja  aceptación  se  interpretaría  (dice)  por  c desconfianza  de 
parte  de  España,  de  sos  propias  faenas,  para  defender,  en 
caso  necesario,  eos  preciosas  colonias •  ,  pudiéndose»  por 
otra  parte,  temer  que  c dándose  á  la  garantía  ofrecida 
más  valor  del  que  en  aquella  actualidad  podía  tener,  6  se 
regatease  tía  concesión  ó  se  exigiesen  á  España  condicio- 
nes onerosa**  como  una  retribución  justa •. 

Pero,  según  la  Real  orden  de  24  de  Noviembre  de  1845, 
en  que  esto  se  dijo,  el  Gobierno  español  levantó  acta  de  que 
en  caso  de  un  conflicto  con  los  Estados  Unidos  ó  cualquiera 
otra  nación  por  causa  de  Coba,  España  podía  contar  con  el 
auxilio  formal  de  la  Gran  Bretaña. 

El  año  43  se  caracteriza  por  la  viveza  que  tomaron  las 
desconfianzas  respecto  de  Inglaterra,  por  un  lado  y  por  otro» 
respecto  de  los  Estados  Unidos. 

Con  la  primera  había  roto  sus  relaciones  diplomáticas, 
España,  bien  que  no  fuera  causa  de  esto  la  cuestión  de  (Ju- 
ta. Al  propio  tiempo  el  representante  norteamericano, 
Mr.  Saunders,  por  encargo  del  ministro  Boohanam,  se 
decidió  á  ofrecer,  al  Gobierno  de  Madrid,  50  millones  de 
pesos  por  la  Grande  Antilla,  haciendo  constar  tque  tan 
deseable  como  Ja  posesión  de  esta  isla,  debía  ser,  para  los 
Estados  Unidos,  que  sólo  se  adquiriese  por  la  libre  volun- 
tad de  España,  pues  que  cualquiera  adquisición  no  sancio- 
nada por  la  justicia  y  el  honor  debía  ser  rechazada  inme- 
diatamente.» 

El  Gobierno  español  contestó,  por  boca  del  marqués  de 
Pidal  (y  asi  aparece  en  un  despacho  de  Mr.  Saunders,  fe* 
cha  14  de  Diciembre  de  1848),  que  »el  sentimiento  del  país 
era  que  antes  que  ver  la  isla  de  Cuba  en  poder  de  otra  Po- 
tencia, verla  sumergida  en  las  profundidades  del  Océano.» 

Pero  a  poco  comenzaron  los  preparativos  filibusteros  con- 
tra Cuba,  en  los  Estados  Unido?,  á  despecho  de  las  con- 
denaciones del  Presidente  Taylor.  Luego  se  realizaron  el 
«desembarco  del  general  López  en  Cárdenas  y  la  aprehen- 


L 


áaftt 


—  986  — 

eión  de  los  baques  americanos  Georgiana  y  Susana  Sand  por 
el  vapor  español  PUarro,  en  la  isla  de  Contó;  surgieron 
agrias  contestaciones  entre  los  Gobiernos  de  Madrid  y  de 
Washington,  y  pareció  inminente  la  guerra  entre  España 
y  los  Estados  Unidos. 

Entonces  el  Gobierno  espafiol  expide  nna  circular  á  sos 
representantes  en  el  extranjero  (15  de  Junio  de  1850)  y 
plantea  lo  qne  en  1845  rehusó  el  mismo  Gobierno  de  Espa- 
ña; esto  es,  un  concierto  con  Francia  é  Inglaterra  para  de* 
fender  la  bandera  española  en  las  Antillas. 

La  gestión  no  fué  desatendida.  Comenzó  el  debate  para 
dar  forma  á  la  idea.  Se  hizo  un  proyecto  de  triple  y  recipro- 
ca garantía;  pero  el  Gobierno  ingle*,  a  fines  de  Diciembre* 
expuso  la  creencia  de  que  era  preciso  comunicarlo  al  Gobier- 
no norteamericano  para  determinar  á  éste,  por  lo  pronto,  á 
impedir  toda  tentativa  hostil. 

Además  mostró  varias  dudas  respecto  de  la  omveniencia 
de  contraer  un  formal  com  promiso  mientras  subsistiese  la 
rafa  en  Cuba,  y  fuera  evidente  el  incumplimiento  por  par 
te  de  las  autoridades  españolas  de  los  tratados  hispano  bri- 
tánicos relativos  á  aquel  infame  tráfico.  Por  aquí  se  llegó 
pronto  al  abandono  de  todo  concierto  internacional. 

£1  año  51  toman  importancia  excepcional  las  expedido* 
íes  filibusteras  y  los  rozamientos  de  España  con  ios  Estados 
Unidos  por  ésta  causa.  Desembarca,  por  segunda  vez.es 
Cuba,  López  y  es  fusilado  con  muchos  de  sus  partidarios. 
Es  detenido  un  correo  americano  en  Babia  Honda  y  se 
produce  en  los  Estados  Unidos  una  extraordinaria  agita- 
ción contra  España.  Por  tercera  ves  aparece  la  idea  de  un 
concierto  internacional  en  beneficio  de  la  dominación  espe- 
tóla en  Cuba. 

Sólo  que  ahora  no  se  trata  ya  de  organizar  algo  oontra 
los  Este  dos  Unidos.  Se  toma  nota  de  las  reiteradas  protes- 
tas de  éstos  contra  todo  atropello  de  la  soberanía  de  España 
y  en  oposición  á  toda  tentativa  de  hacer  pasar  á  Coba  y 
Puerto  Rico  á  poder  de  oualqu  er  Potencia  europea.  8obii 
esto,  Francia  é  Inglaterra  pretenden  que  se  llegue  á  una 
declaración  suscripta  por  ellas,  y  además  por  los  Estados 
Unidos,  con  el  compromiso  de  que  ninguna  de  las  tres  Da- 
ciones ensancharían  sus  dominios  haciende  suyas  las  dosis- 
las  citadas. 

Porque  tampoco  Francia  dejó  de  ser  objeto  de  los  recelos 
y  las  preocupaciones  internacionales  respecto  de  la  pose? 


I 


—  987  — 

sión  do  Coba.  8obre  todo  en  los  Estados  Unidos,  loa  polfti* 
«08  y  los  diplomáticos  consideraron  mucho  el  punto  en  dos 
ocasiones,  a  tes  de  1850.  La  más  señalada,  á  poco  de  res- 
taurado el  absolutismo  en  España,  por  la  mediación  armada 
de  los  franceses,  los  cuales  (se  suponía)  querían  hacerse  pa- 
gar el  serví  trio  con  la  oesión  de  la  grande  Antilla. 

Otra  vea  se  habló  del  asunto  al  terminar  la  guerra  eivit 
y  teniendo  en  cuenta  la  resurrección  del  espíritu  de  aspan* 
■ion  francesa,  bajo  la  dominación  de  los  Orleans,  á  cuya 
^épooa  hay  que  referir  las  anexiones  de  Argel  y  T&uce,  el 
aliento  dado  por  Franoia  á  la  rebelión  de  Mihemet  Alí  ea 
Egipto,  la  famosa  cuestión  de  los  matrimonios  españoles  y 
las  demostraciones  de  las  esouadras  francesas  sobre  los 
puertos  de  Méjico,  la  Plata  y  Haíti  en  1838  y  1839  para 
satisfacción  de  agravios —verdaderos  ó  supuestos— de  sib- 
ditos  de  Francia,  más  ó  menos  comprometidos  en  las  re- 
vueltas  y  la  política  de  la  América  launa. 

Las  disposiciones  anglo  francesas  de  1852  fueron  provo- 
oadas  por  el  Gobierno  español,  lo  mismo,  que  en  1850,  y 
contra  lo  que  sucedió  en  1845  y  aun  en  1826.  La  acogida 
de  las  Potencias  europeas  fué  simpática  aunque  no  entu- 
siasta. El  Gobernó  inglés  recordaba  siempre  la  cuestión 
de  la  trata,  y  no  parecía  hostil  á  la  eventualidad  de  la  in- 
dependencia de  Cuba,  como  término  da  la  evolución  colo- 
nial y  remedio  de  la  crisis  oubana. 

El  Gobierno  francés  se  atrevía,  en  19  de  Septiembre 
de  1851,  á  decir  al  español,  cosas  tan  graves  oomo  las  si- 
guientes: 

«En  vano  se  pretendería  disimular  que  annque  los  inv* 
sores  (esto  es,  los  filibusteros)  no  han  encontrado  en  su  cul- 
pable tentativa  ninguna  simpatía,  reina  gran  descontento 
en  la  población  criolla,  que  se  queja  del  paso,  oada  vei  ere 
eiente,  de  los  impuestos  y  de  la  poca  participación  que  se  Ja 
eonoede  en  el  reparto  de  los  empleos.  Al  Gabierno  de  Ma- 
drid corresponde  juagar  lo  que  puede  hacer  para  destruir  ó 
atenuar  estas  quejas  ..  > 

For  fin,  Francia  é  Inglaterra  acordaron,  hacia  Abril  de 
1852,  un  proyecto  de  convenio,  que  sus  representantes  en 
Washington  comunicaron  al  Gobierno  norteamericano,  en 
4  de  Julio  del  propio  mes  y  año,  y  al  que  contestó  el  minis- 
tro Everett  en  1 .°  de  Diciembre. 

El  proyecto  decía  textualmente: 

-«Lis  altas  partes  contratantes  desautorizan  por  el  pre- 


r* 


—  988    — 

senté  convenio,  separada  y  colectivamente,  para  el  presea» 
te  y  para  el  porvenir,  toda  intención  de  obtener  la  posesión 
de  la  isla  de  Cube,  y  se  obligan  respectivamente  á  prevenir 
y  reprimir,  en  todo  cnanto  de  ellos  dependa,  toda  tentatifa 
dirigida  á  ese  fin  por  cualquiera  Potencia  6  particulares. 

«Las  altas  partes  contratantes  declarad,  separada  y  eolec- 
tivi mente,  que  no  tomarán  ni  guardarán,  sea  para  todts 
ellas,  sea  para  una,  ningún  derecho  de  fiscalización  exclu- 
siva sobre  la  isla  de  Cuba,  y  que  no  tomarán  ni  ejercerán 
en  ella  ninguna  autoridad.» 

La  contestación  del  ministro  americano  Mr.  Everett  es 
de  una  extraordinaria  importancia.  Entre  sus  principales 
consideraciones  domina  la  que  se  refiere  á  la  tradición  fe* 
deral  de  evitar  alianzas  políticas  con  las  Potencias  euro* 
peas.  Luego  advierte  que  el  compromiso  de  que  se  trataba 
era  muy  diferente  y  desigual  para  Francia  ó  Inglaterra  y 
para  los  Estados  Unidos,  por  la  posición  geográfica  de  Cuba. 
Repite  que  es  ya  tradicional  en  Norte  América,  su  oposición 
á  qoe  esta  isla  pase  á  poder  de  una  Potencia  europeajy  que 
para  resistir  esto  ha  ofrecido  su  concurso  á  España.  Afirma 
claramente  que  la  adquisición  de  Cuba  por  los  Estados  Uni- 
dos es  de  gran  conveniencia  y  muy  deseada  por  ei  país  ame- 
ricano, respondiendo  á  la  ley  de  su  destino.  Sostiene  que 
España  no  podrá  dominar  las  dificultades  antillanas  que  no* 
drian  traer  una  revolución,  ante  cuya  eventualidad  debía 
ser,  á  las  Potencias  europeas,  grata  la  idea  de  que  Cuba 
entrase  á  formar  parte  de  la  Federación  norteamericana.  Es- 
paña no  podría  siquiera  terminar  la  vergüenza  de  la  trata. 

Deaptés  de  esto,  Mr.  Everett  ratifica  el  propósito  del  Go- 
bierno de  los  Estados  Unidos  de  mantener  buenas  y  estre- 
chas reJ  aciones  con  España,  nación  generosa  y  tu  antigua 
amiga,  á  la  cual  (dice  el  diplomático  americano)  tenían  el 
deber  de  dejar  conservar  en  paz  los  retíos  exiguos  de  su 
poderoso  imperio  trasatlántico. 

En  suma:  los  Estados  Unidos  se  niegan  á  renunciar  á  la 
futura  anexión  de  Cuba;  creen  que  el  destino  de  esta  es  esa 
anexión  que  aprovechará  al  progreso  del  mundo  y  prome- 
ten no  anticipar  ni  violentar  aquel  suceso  ni  consentir  que 
la  pandera  española  sea  sustituida  en  las  Antillas  por  la 
bandera  de  otra  Potencia  europea. 

Con  ser  casi  todo  esto,  en  definitiva,  desfavorable  á  Es* 
paña,  hay  que  reconocer  que  esas  declaraciones  implican 
también  la  garantía  del  imperio  español  en  América,  si. 


—  989  — 

quiera  por  el  momento.  Una  garantía  de  presente,  oaei  tan 
explícita  como  la  de  Francia  é  Inglaterra. 

Por  la  aotitnd  del  Gobierno  americano,  el  proyecto  de 
Abril  de  1862  quedó  á  un  lado;  pero  no  terminaron  con  esto 
si  loe  debates  entre  los  Gobiernos  europeos  y  el  de  los  Esta- 
dos Unidos,  y  mucho  menos  la  cuestión  internacional  que 
se  llama  la  Cuestión  Americana.  Todo  lo  contrario. 

La  extensa  nota  de  Mr.  Everett  hizo  avanza*  y  ensanchar 
el  problema  en  términos  excepcionales.  Otras  circunstancias 
de  primera  y  absorbente  importancia  de  la  política  europea 
contribuyeron  á  que  poco  después  se  aplazara  el  debate  di- 
plomático, pero  manteniendo  las  Potencias  europeas  su 
oposición  á  la  tesis  del  Gobierno  americano.  El  problema 
fundamental  surgió  de  nuevo,  fortificado  por  las  negocia- 
ciones y  los  debates  de  1852,  á  los  treinta  y  cinco  años. 

Por  lo  que  hace  á  la  vida  interior  de  Ouba,  hay  que  ad- 
vertir que,  sofocadas  la  insurrección  y  la  conspiración  sepa- 
ratistas ó  anexionistas  de  1852  4  1854,  en  1868  se  produjo 
el  alzamiento  de  Yara,  sostenido,  más  ó  menos  vigorosa- 
mente, pero  siempre  de  un  modo  considerable,  hasta  1878, 
y  terminado  sólo  por  un  convenio:  el  famoso  del  Zanjón. 
En  todo  este  periodo,  las  simpatías  norteamericanas  se  de- 
terminaron en  la  forma  de  una  verdadera  cooperación  á  fa- 
vor de  los  insurrectos.  De  la  disposición  general  de  la  masa 
no  hay  que  hablar.  Esta  constantemente  ha  estado  (con 
más  ó  menos  viveza  y  con  tal  ó  cual  fin)  del  lado  de  todas 
las  conspiraciones  é  insurrecciones  de  Ouba  oontra  Espafia. 
Lo  más  acentuado  que  por  aquel  entonces  se  presenta  es  la 
actitud  de  los  elementos  oficiales. 

El  Congreso  americano,  á  propuesta  de  Mr.  Henry  Clay, 
votó  en  AbriFde  1869  la  siguiente  declaración:  cEl  pueblo 
de  los  Estados  Unidos  simpatiza  con  el  pueblo  cubano  en 
los  esfuerzos  patrióticos  que  hace  para  asegurar  su  inde- 
pendencia y  establecer  la  forma  de  Gobierno  republicano, 
que  garantiza  la  libertad  individual  y  la  igualdad  política 
de  todos  los  ciudadanos,  y  el  Congreso  oonoederá  su  con- 
curso constitucional  al  Presidente  de  los  Estados  Unidos 
cuando  éste  juzgue  oportuno  reconocer  la  independencia  y 
la  soberanía  de  dicho  Gobierno  republicano.  > 

En  este  sentido,  y  en  el  de  favorecer  el  reconocimiento  de 
la  beligerancia  de  los  insurrectos  de  Ouba,  se  insistió  por 
los  políticos  de  Norte  América.  Con  tal  propósito  presentaron 
Mr.  Banks,  de  Massachusset,  y  Mr.  Orth,  de  Indiana,  sus 


—  990  — 

propocicio&es  de  1870,  en  la  Cámara  de  representantes  de 
Washington .  En  el  Senado  trabajó  en  el  mismo  sentido,  en 
1372,  Mr.  Blair,  de  Missouri.  Y  asi  el  Senado  oomo  la  Cá- 
mara votaron  algunas  de  estas  propuestas,  pero  nanea  con 
carácter  definitivo  é  inmediatamente  efieas. 

Tales  d^  mostraciones  no  produjeron  efecto  en  la  Presi- 
dencia ni  en  el  Ejecutivo,  á  cuya  oabesa,  por  aquel  enton- 
ces, estaba  el  General  Grant,  de  quien  son  los  Mensajes  de 
Diciembre  de  1869,  Junio  de  1870,  Diciembre  del  71,  Di- 
ciembre de  1874  y  Diciembre  de  1875,  opuestos  al  recono- 
cí mHL  to  de  la  beligerancia  de  los  insurrectos  cubanos,  y 
mucho  man ,  á  la  independencia  de  Cuba. 

Respecto  de  esta  actitud,  hay  que  tener  en  cuenta,  de  una 
parte*  loa  m  tí  vos  (los  públicos  y  los  secretos);  de  otra,  las 
declaraciones  solemnes  y  oficiales  respecto  de  la  revolución 
cuban  i»;  por  ultimo,  las  gestiones  positivas  y  de  carácter  di- 
plomático cao  que  el  Gubierno  de  Washington  !as  secunda- 
ba y  desenvolvía. 

Precisamente  en  1869  comentaron  en  Madrid  las  gestio- 
nes hechas  por  el  representante  norteamericano  Mr.  Sickta, 
por  encargo  del  ministro  Mr.  Fisch,  para  ofrecer  los  fes 
ñot  úJÍgíoí  del  Gobierno  de  Washington,  á  fia  de  termi- 
nar la  guerra  de  Cuba  sobre  las  siguientes  basad:  reconoci- 
miento de  la  independencia  de  esta  isla,  idemnización  qut 
Cuba  pagaría  á  España,  abolición  de  la  esclavitud  en  la 
Grande  Aatilia  y  armisticio  durante  las  negociaciones  dsl 
arreglo. 

Con  gran  error  se  han  expuesto  y  comentado  están  ne- 
gociaciones* que  duraron  desde  el  27  de  Junio  del  69  al  28 
de  Noviembre  del  propio  año.  Muchos  han  supuesto,  y  aun 
dicho*  que  en  ellas  se  trató  de  la  compra  de  las  Antillas  es* 
pañoles  por  los  Astados  Unidos.  Otros  han  sostenido  que  el 
Gobierno  español  se  resistió  á  toda  inteligencia 

La  verdad  es  que  nuestro  Gobierno  se  ofreció  á  instaurar 
el  régimen  autonómico  en  las  Antillas  y  á  hacer  la  abolición 
de  la  esclavitud  en  Cuba,  tan  pronto  oomo  cesaran  las  hos» 
tilidades  en  esta  isla.  Aun  se  estendió  á  someter  el  punto 
de  la  independencia  al  plebiscito  onbano.  Pero  España  exi* 
fia  como,  paso  previo,  que  los  insurrectos  depusieran  las 
arman,  hecho  que  coincidiría  con  una  amplia  y  completa 
amn  istia  por  parte  de  la  Metrópoli. 

Por  ultimo,  nuestro  Gcbierno  estableóla  que  si  el  pueblo 
ou  aun  votaba  la  independencia,  Cuba  pagarla  á  España 


j 


—  991  — 

una  indemnización  garantiíada  por  los  Estados  Unidos» 
cuyos  hunos  oficios  se  aceptaban,  desde  luego. 

Deepi  ea  de  esto  hay  que  advertir  que  el  Gobierne  nor- 
teamerioano  excusó  siempre  sa  garantía  a  la  indemniíaoión 
(á  menos  qQe  el  Congreso  lo  resolviera)  ó  insistió  en  qae 
ante  todo  se  estableciera  el  armisticio. 

Por  tanto,  fracasó  la  gestión  norteamericana:  pero  en  28 
de  Noviembre  de  1869,  Mr.  Skkles,  telegrafió  á  Mr.  Fisoh, 
dicióndole  que  nuestro  ministro  de  Ultramar  le  habla  auto- 
rizado para  detallar  las  medidas  qae  se  proyectaban  para 
Puerto  Rico  y  que  eran  profundamente  democráticas  y  de 
sentido  autonomista.  Estas  se  harían  extensivas  á  Cuba, 
tan  pronto  como  oesaran  allí  las  hostilidades  y  Cuba  en- 
viara á  las  Cortes  españolas  sus  diputados. 

Todavía,  después,  al  comunicar  Mr.  Fisch,  en  Febrero  de 
1874,  sus  instrucciones  al  nuevo  representante  norteameri- 
cano en  Madrid,  Mr.  Caleb  Cashing,  ratifica  que  su  polí- 
tica se  contrae  á  lograr  la  abolición  inmediata  de  la  escla- 
vitud en  Cuba  y  la  autonomía  en  Cuba  y  Puerto  Rioo.  Los 
Estados  Unidos  (dice),  no  desean  la  anexión  a  Caba,  aunque 
tí  que  esta  isla  al  fin  se  eleve  á  República  independiente  de 
hombres  ubres.  Por  tanto,  la  política  del  momento,  respec- 
to de  aquella  isla,  es  cía  espectante,  con  la  convicción  fija 
deque  los  Estados  Unidos  llenarán  su  deber  cuando  lo 
aconsejen  el  tiempo  y  las  circunstancias. ■ 

Por  otro  lado,  procede  tener  muy  en  cuenta  las  mani- 
festaciones presidenciales  antes  aludidas.  Mr.  Q-rant  se  es- 
forzó en  rechaiar  las  pretensiones  de  los  insu prestos  cú- 
tanos, pero  haciendo  constar  que  España  no  había  ganado 
ventaja  alguna  sobre  los  insurrectos  en  el  curso  de  la  gue- 
rra. 

El  Mensaje  de  1875  va  mas  allá:  anunoia  que  al  fio,  tem- 
prano ó  tarde,  habrá  que  aoudir  á  la  mediación  ó  la  inter- 
vención para  que  termine  la  contienda  en  Cuba  y  ratifioa  el 
ofrecimiento  del  Gobierno  de  los  Estados  Unidos,  de  me* 
diar,  en  cualquier  momento  y  tan  pronto  como  se  le  haga 
la  demanda 

En  el  mismo  Mensajt  se  estampan  estas  palabras,  con 
referencia  al  supuesto  de  que  la  lucha  no  concluya  en  breve 
y  sigas  los  daños  que  causa  d  todas  las  naciones  y  particu- 
larmente d  los  Estados  Unidos. 

i  Creo  que  las  otras  Naciones  están  obligadas  á  asumir 
la  responsabilidad  que  les  toca  y  á  meditar  seriamente  ea 


—  992  — 

les  unióte  medidas  posible*  que  quedan:  la  mediación  y  la 
intervención.» 

Con  eete  se  relacionan:  l.\  la  actitud  que  el  Gobier- 
no de  los  Estados  Unidos  adoptó,  cuando  en  1873,  algunos 
Gobiernos  sod-americanos  propusieron  una  gestión  calec- 
tiTa  de  Amóríca  cerca  de  España  para  conseguir  la  libertas1 
de  Coba,  y  2.°  la  gestión  que  el  mismo  Satínete  de  Washig- 
ton  hizo  en  1874,  cerca  de  algunos  Gobiernos  europeos,  para 
intentar  algo  en  el  sentido  de  una  intervención,  más  ó  menos 
definida,  en  la  grande  An  tilla. 

Respecto  de  lo  primero,  algo  se  ha  dicho  en  otro  lugar  de 
este  estudio.  Los  Estados  Unidos  impidieron  la  gestión  sud- 
americana expresando  su  ooofiansa  de  que  la  situación  reci- 
bí ica  d*  ,  creada  en  España  por  efecto  del  voto  déla  Asamblea 
nacional  del  11  de  Febrero  de  1873,  trasoenderia  al  estado 
político  y  social  de  nuestras  Colonias,  como  así  sucedió. 

Efectivamente,  de  aquella  fecha  datan  la  abolición  inme- 
diata y  simultanea  de  la  esclavitud  en  Puerto  Rico,  la  ins- 
tauración de  un  régimen  democrático  y  autonomista  en  este 
isla,  y  los  datos  que  sirvieron  á  poco  para  determinar  al 
convenio  del  Zanjón  y  la  sumisión  de  los  insurrectos  cuba- 
nos, en  vista  de  lo  que  habia  hecho  la  Repúlioa  en  la  pe- 
queña Antilla  (1). 

En  cuanto  á  la  disposición  europea  tocante  á  una  inter- 
vención, luego  de  caída  la  Repúblioa  en  España,  hay  que 
señalar  el  fracaso  de  la  tentativa  norteamericana,  pero  tam-, 
bióti  la  circunstancia  de  que  esta  misma  tentativa  y  la  pasi- 
vidad de  los  Estados  Unidos  después  de  aquel  fracaso,  de- 
muestran que  por  estos  se  reconoció  la  competencia  de  las 
Potencias  europeas,  y  en  suma,  del  Concierto  internacional 
para  resolver  (con  los  Estados  Unidos,  sin  duda)  respecto 
del  porvenir  de  las  Antillas  españolas  y  del  imperio  de  Es» 
palia  en  América. 

Desde  mediados  de  1878  ó  sea  desde  la  Pas  del  Zanjón, 
hasta  la  primavera  de  189a,  imperaron  el  orden,  la  eos- 
fianza  y  la  tranquilidad  en  Cuba.  No  quiere  decir  esto  que 
en  ese  largo  periodo  de  dies  y  siete  años,  no  se  produjeran 
disturbios  ni  asomase  de  vez  en  cuando  la  tormenta. 

A  los  dos  años  del  Convenio  del  Zanjón,  se  produjo  la 
llamada  guerra  chica,  promovida  y  sostenida  por  aJgu- 


{ I      Véase  mi  libro  titulad*  La  República  y  la»  Ht*rtadé*  i»  Ultramar. 
— I  v  ■ ',  4/  Madrid  18SC. 


—  993  — 

nos  de  los  insurrectos  de  la  anterior  guerra,  loe  oaalee  pro» 
testaron  contra  la  terminación  de  ésta,  que  atribuyeron  á 
una  sorpresa  y  se  esforzaron,  con  algún  éxito,  en  demos- 
trar qne  las  capitulaciones  del  Zanjón  no  se  habían  cumpli- 
do y  qne  la  situación  de  alguna  comarca  (como  por  ejem- 
plo, el  departamento  Oriental  de  la  Isla)  era  intolerable, 
1)or  haberse  extremado  las  suspicacias  y  la  intolerancia  de 
os  partidarios  del  viejo  régimen  y  de  las  autoridades  espa- 
fiólas  contra  todos  los  cubanos  señalados  por  sus  opiniones 
liberales. 

Hablando  con  sinceridad,  es  preciso  reconocer  que  estas 
protestas  no  estaban  totalmente  destituidas  de  fundamen- 
to. Has  por  cima  de  tales  censuras,  se  hallaban  tres  he» 
chos.  £1  primero,  el  ansia  de  pez  de  la  sociedad  cubana. 
£1  segundo,  la  tendencia  cada  ves  más  acentuada  de  la  Me- 
trópoli de  reformar  profundamente  el  viejo  régimen  colo- 
nial. £1  tercero,  la  aparición  de  un  partido  antillano  deci- 
dido á  aprovechar  esta  tendencia  y  á  recabar,  por  el  proce- 
dimiento evolutivo  y  pacifico,  la  instauración  en  Cuba  de 
todos  los  adelantamientos  políticos  y  se  cíales  oon  témpora* 


Este  partido  fué  el  Autonomista,  constituido  en  1879  y  ai 
cual  se  debió  principalmente,  según  declaración  solemne  del 
sefior  general  Blanco,  entonocs  Gobernador  general  de  la 
grande  Antilla,  el  fracaso  de  la  insurrección  de  1881. 

La  guerra  chica  duró  poco  y  apenas  fijó  la  atención 
del  extranjero.  Desentendiéronse  del  problema  antillano  las 
Potencias  europeas,  por  la  creencia  que  en  ellas  arraigó 
de  que  las  reformas  liberales,  muy  esperadas  de  España  y 
de  realización  casi  inmediata,  quitarían  toda  ocasión  y  todo 
pretexto  a  una  acción  perturbadora  por  parte  de  los  Estados 
Unidos.  En  estos  se  refugiaron  algunos  insurrectos  y  en 
Nueva  York  y  en  Tampa  constituyeron  centros  de  propa- 
ganda separatista,  de  escasa  importancia. 

£1  Gobierno  norteamericano  no  le  dio  ninguna  á  esos 
centros,  cuya  acción  se  redujo  exclusivamente  á  la  publica- 
ción de  periódicos  y  folletos  contra  la  dominación  española 
En  cambio,  el  gabinete  de  Washington  dedicó  una  parti- 
cular atención  á  ensanchar  las  relaciones  mercantiles  de 
las  colonias  españolas  y  los  Estados  Unidos  de  América  y 
á  fortificar  la  posición  de  los  norteamericanos  residentes  en 
lss  Antillas,  sustrayéndolos  á  los  rigores  de  los  procedi- 
mientos españoles,  en  materia  criminal. 


—  994  — 

A  esto  responde  el  Protocolo  firmado  por  los  Esta- 
dos Unidos  y  Eipafia  en  12  de  Enero  de  1877,  interpre- 
tando y  dando  nuevas  aplicaciones  al  Tratado  qne  entran* 
bas  naciones  hicieron  en  27  de  Octubre  1795.  Pero  todavía 
son  de  mayor  importancia  el  Moiu»  vivendi  comercial  qne 
las  dos  Potencias  aludidas  suscribieron  en  13  de  Febrero  de 
1887  y  el  Tratado  de  comercio  de  28  de  Junio  de  1891 ,  am- 
pliación estraor diñaría  de  los  Tratados  de  13  de  Febrero  de 
18*4,  21  de  Diciembre  de  1887  y  26  de  Mayo  de  1888,  so- 
bre aranceles  y  derechos  diferenciales. 

Esto  aparte  de  otros  convenios  de  menor  trasoendenoia 
política,  como  dos  de  extradición  de  criminales  de  5  da 
Enero  de  1877  y  7  de  Agosto  del  82;  el  de  marcas  de  fábri- 
ca de  10  de  Janio  de  1882;  el  de  20  de  Ma?o  ddl  75,  sobre 
el  sistema  métrico;  los  de  1.°  de  Junio  de  1878  y  4  de  Julio 
de  1611,  sobre  Correos;  y  aún  el  de  3  Julio  da  1880,  sobra 
proteooión  á  Marruecos;  el  de  26  de  Fabrero  de  1885.  sobra 
el  Congo  y  el  Niger,  y  el  de  2  de  Julio  de  1890,  sobre  el 
comercio  y  la  civilización  del  África. 

Estos  Tratados  son  los  especiales  y  transitorios  de  1 1  de 
Agosto  de  1802,  sobre  iniemiizaoionea  p3r  efosto  del  Tra- 
tado de  1795;  el  de  22  de  Febrero  de  1819,  sobre  la  aiiui- 
sición  de  la  Florida  por  la  República  norteamericana,  y  el 
de  17  de  Febrero  de  1834,  para  el  arreglo  de  diferencias 
entre  los  Gobiernos  de  Waadngton  y  de  Madrid,  consti- 
tuían la  base  de  las  relaciones  jurídicas  de  España  y  los 
Estados  Unidos,  antes  de  la  guerra  actual. 


_   995  — 


12 


Por  desgracia,  pronto  comenzaron  á  revestir  excepcional 
gravedad  las  cuestiones  de  Coba,  por  efecto  de  muy  diversas 
causaF,  cuya  explicación  no  corresponde  á  este  lugar  y  que, 
en  todo  caso»  exige  espacio  y  desarrollo  incompatibles  con  el 
ti  ci  precifio  y  particular  de  este  trabajo  (1). 

La  falsa  interpretación  y  la  aplicación  por  todo  extre- 
mos deplorable  é  injusta  de  la  ley  de  relaciones  mercantiles 
de  Cuba  y  la  Península  de  20  de  Julio  de  1882,  junto  con 
la  equivocada  disposición  de  los  Presupuestos  ultramarinos, 
hechos  en  la  Metrópoli  de  modo  que  resultaban  ineficaces 
las  reclamaciones  y  el  voto  de  los  contribuyentes  cubanos, 
se  unieron  á  la  crisis  general  de  los  azucares  en  el  mundo, 
y  &  la  derogación  del  Tratado  comercial  de  1891,  por  efecto 
de  la  reforma  del  bilí  Mac  ELinley,  que  se  realizó  en  los  Es- 
tados Huidos,  hacia  mediados  de  1891. 

Por  otro  lado,  los  incontestables  avances  que  en  el  orden 
político  ge  habían  verificado  en  las  Antillas,  desde  que  en 
1879  estuvieron  representadas  en  las  Cortes  España  y 
en  1881  se  proclamó  allende  el  Atlántico  la  Constitución 
eipafíola  de  1876,  excitaron  y  fortificaron  grandemente  las 
aspiraciones  de  los  antillanos,  que  pronto  exigieron,  de  una. 
parte,  la  reforma  profunda  del  régimen  electoral  ultramari 
no  para  sustituirlo  con  el  peninsular,  estableciéndose  la 


(í)    Viue  mi  libro  ¿a  M$fbrma  Colonial  $n  Mtpafia,  ud  vol.  Madrid, 
1IQ5,—  Y  mi  obra  Cmu 9Umu  palpita***  d*  Politica,  D*r§ch*  y  Aimini*~ 

frarftf»,  na  m!.  Madrid,  1897. 


—  996  — 

igualdad  política  de  antillanos  y  peninsulares,  y  de  otro 
lado,  la  reforma  vigoren  del  régimen  municipal  y  de  la  or- 
ganización administrativa  insular,  en  el  sentido  de  ana  am- 
plia descentralización. 

Por  este  camino  vino  el  llamado  movimiento  económico 
de  Coba,  en  el  cual  intervinieron  activamente  haoendados, 
comerciantes,  productores  de  todo  género  y  hombres  de  to- 
das procedencias  y  todos  partidos. 

Eran  las  pretensiones  de  los  autores  de  este  movimiento 
bastante  menos  que  las  del  partido  autonomista,  pero  su 
trascendencia  y  sus  peligros  mucho  mayores. 

Trató  de  evitarlos  el  partido  liberal  de  la  Península  y  con 
este  fin  el  ministro  de  Ultramar  Sr.  Maura  llevó  al  Con* 

Í peso  español,  en  3  de  Junio  de  1893,  un  proyecto  de  re- 
brma  del  régimen  de  Gobierno  y  de  la  Administración  ci- 
vil de  las  islas  de  Coba  y  Puerto  Rico. 

A  pesar  de  sus  gravas  defectos,  este  proyecto  tué  aoogido 
con  viva  satisfacción  en  Cuba,  por  su  tendencia  descentra* 
lixadora  y  como  un  medio  de  contener  la  agitación  del  país. 
Pero  luego  se  produjeron  varios  sucesos  que  dieron  á  la 
obra,  inspirada  eu  excelente  deseo  y  cuya  inmediata 
aplicación  habría  sido  de  plausible  efecto,  el  carácter  de 
una  nueva  y  mayor  causa  de  agitación. 

Porque  el  gabinete  liberal,  lejos  de  intentar  que  el  pro- 
yecto fuese  inmediatamente  discutido,  votado  y  aplicado,  lo 
dejó  dormir  por  espacio  de  oeroa  de  dos  años,  provocando 
con  esto  las  viejas  desconfianzas  y  grandes  protestas  de 
parte  de  todos  loa  elementos  liberales  de  las  Antillas  y  de 
la  generalidai  de  los  sostenedores  del  movimiento  econó- 
mico. Por  otro  lado,  el  proyecto  produjo  la  división  del  an- 
tiguo partido  oonservador  de  Cuba  y  la  lucha  e (leonadísi- 
ma de  los  elementos  peninsulares  de  la  Isla.  Y  en  tanto» 
en  la  Península  se  aoentuó  el  espíritu  del  partido  ooaserva- 
dor,  dirigido  por  el  9r.  Cánovas;  cuyo  partido,  á  despecho 
de  las  tendencias  personales  de  éite  hombre  público,  se  mos- 
tró siempre  hostil  á  todas  las  ideas  expansivas  ea  materia 
oolonial. 

No  es  dable  olvidar  (y  menos  en  estos  momentos,  ante 
las  criticas  y  las  promesas  de  muchos  de  esos  conservadores) 
la  violencia  conque  aquel  partido  interpretó  el  Pacto  del 
Zanjón,  por  la  antipática  ley  electoral  de  28  de  Diciembre 
de  1878  (que  suprimió  el  sufragio  universal  en  Puerto  Rioo 
y  oreó  en  ambas  Antillas  un  régimen  de  desigualdad  y  pri- 


j 


—  997  — 

vílegio  favorable  solo  á  los  electores  peninsulares  y  con- 
servadores) asi  oomo  por  el  decreto  de  9  de  Junio  del  pro* 
pío  año  de  1S78,  sobre  gobiernos  superiores  de  Coba  y 
Puerto  Rico  y  régimen  municipal  y  provincial,  dentro  del 
sistema  más  rigurosamente  oentralizaaor  imaginable  y  de  la 
política  de  la  prevención  y  la  desconfían». 

Esensado  decir  lo  qae  todo  esto  sirvió  á  los  separatistas 
refugiados  en  los  Estados  Unidos.  El  pesimismo  entró  en 
Cuba,  mientras  que  por  otro  lado,  el  antiguo  partido  penin- 
sular se  deshacía.  Entonces  comentaron  los  trabajos  revo- 
lucionarios, absolutamente  imposibles  cinco  afios  antes. 

A  los  dos  de  estériles  agitaciones  y  violentas  contiendas 
(sobre  todo  entre  los  antiguos  devotos  del  antiguo  régimen 
colonial)  vinieron  los  partidos  monárquicos  de  la  Península 
á  un  acuerdo  sobre  la  base  de  1*  Reforma  Maura.  Fué  ese 
acuerdo  la  ley  de  reforma  oolonial  de  las  Antillas  de  1 6  de 
Marzo  de  1895. 

En  rigor,  tampoco  era  esto  lo  que  el  derecho  y  las  circuns 
tandas  exigían.  Apenas  se  comprende  que  entonces  ya  todos 
los  políticos  españoles  no  comprendieran  la  necesidad  de  una 
amplia  reforma  electoral  que  concluyese  con  el  régimen  del 
censo  y  las  desigualdades  por  razón  de  procedencia  y  fe  de 
bautismo.  Merced  á  esta  irritante  injusticia,  y  cuando  en 
la  Península  se  hablaba  á  boca  llena  del  arraigo  de  la 
democracia  y  de  la  harmonía  de  ésta  con  la  Restauración 
borbónica,  se  daban  en  el  circulo  de  los  elementos  po- 
líticos de  nuestra  Patria,  españoles  de  segunda  y  tercera 
clase. 

Por  aquel  entonces,  ya  el  Sufragio  universal  llevaba  en  la 
Península  cinco  años  de  práctica,  merced  á  la  ley  de  26  de 
Junio  de  1890.  También  Puerto  Eioo,  como  la  Península, 
había  disfrutado  de  esta  franquicia  y  la  perdió,  como  la 
Metrópoli,  en  1878,  No  había  razón  ni  motivo  para  esta- 
blecerán este  particulhr  diferencia  alguna  entre  las  Anti- 
llas y  la  Península,  porque  es  evidente  que  no  hay  provincia 
peninsular  que  en  cultura  ni  en  riqueza  aventaje  á  Cuba  y 
Puerto  Bico.  No  había  medio  de  disfrazarque  el  propósito  del 
legislador  peninsular  era  asegurar  artificialmente  el  predo- 
minio de  los  peninsulares  sobre  los  criollos  en  las  Antillas. 

Pero  además,  en  la  hora  de  la  reforma  total  del  régimen 
antillano  jcómo  podía  prescindirás  del  carácter  democrátioo 
de  éstal  Ni  lo  uno  ni  lo  otro  lo  vieron  el  ministro  Maura  en 
1893  ni  el  ministro  Abarznza  en  1895. 


—  99S  — 

De  todo  ello  se  desentendió  el  partido  liberal,  volviendo  al 
pecado  de  ofrecer  otra  vea  y  para  tiempo  indeterminado,  naa 
reforma  electoral  que  rectificase  el  tono  oligárquico  del  régi- 
men imperante. 

Sin  embargo,  el  sentido  de  la  ley  de  5  de  Hamo  de  1$95 
se  impaso.  Porque  lo  que  mas  se  veía  y  mas  pronto  irritaba 
en  el  viejo  régimen,  era  la  petulancia  burocrática,  la  opre- 
sión centralizados,  el  arraigado  aboso  administrativo,  y  la 
desigualdad  con  la  Penkeula  en  el  orden  administrativo  y 
económico,  apesar  de  lo  que  con  dudosa  buena  fe  propalaban, 
urdí  eturii,  les  que  refiriéndose  al  hecho  de  que  en  las  Anti- 
llas como  en  la  Península  existían  Ayuntamientos  y  Dipúta- 
me nes  provinciales,  callaban  cuidadosamente  las  sustancia* 
les  diferencias  de  esas  mismas  instituciones  aquende  y  allen- 
de el  Atlántico,  a&i  como  excusaban  el  monstruoso  dato  de 
que  el  voto  de  los  diputados  peninsulares  f  aese  decisivo  para 
los  impuestos  color  iales  que  la  Península  no  pagaba,  mien- 
tras que  el  voto  color  i»l  respecto  de  los  impuestos  de  la  Pe* 
ninsula  era,  de  todo  en  tolo,  insignificante»' 

Al  fia  todos  aceptaron  la  nueva  reforma  con  mayores  6 
menores  reeerv*s.  8c  votó  en  Cortes  la  que  se  llamó  Ley- 
Abarzuia.  Y  se  promulgó  en  la  Gaceta  de  Madrid. 

Pero  cayó  del  poder  el  partido  liberal.  Subieron  los  con* 
servftdores.  Los  separatistas  de  Nueva  York  desembarca 
ron  en  Cuba.  Se  suspendió  la  aplicación  de  la  ley  lo  mismo 
en  Cuba  donde  había  agitación,  que  en -Puerto  Rico  don* 
de  reinaba  la  mas  completa  tranquilidad...  Y  se  hisola 
revolución  de  B«ire. 

£n  lo  sucesivo  el  Gobierno  español  no  pensó  más  que  en 
dominar  la  insurrección  por  la  fuerza.  A  medíalos  de 
1895,  se  proclamé  la  desacreditada  fórmala  de  la  guerra 
con  la  guerra.  Hbblose  una  vez  más,  enfáticamente,  de  sa- 
crificar por  el  mantenimiento  de  la  dominación  española 
nuestro  último  hombre  y  nuestra  última  peseta.  Y  las  cosas 
retrogradaron  lo  que  todos  los  hombres  de  previsión  y  de 
estudios  políticos  debían  esperar...  y  temer. 

Con  esto  cambiaron  también  las  disposiciones  del  ex- 
tranjero. 

.  Bn  los  Estados  Unidos  se  produjo  un  movimiento,  cada 
vei  más  vivo,  en  favor  de  la  insurrección  oubana.  No  tengo 
para  qué  discutir  las  cansas.  Simpatía  republicana:  exolo* 
sivif mo  americano:  interés  particular;  repulsión  hacia  de- 
terminados procedimientos  de  guerra:  aprovechamiento  áe 


—  «99  — 

as  circunstancias  para  plantear  un  problema  de  engrande- 
cimiento que  las  circunstancias  habían  puesto  á  nn  lado  hacia 
machos  años:  excitación  favorecida  por  el  reciente  conflicto 
de  Inglaterra  coa  los  Estados  Unidos  por  cansa  ó  con  moti- 
vo de  Ja  cuestión  de  límites  de  la  Guyana  inglesa  y  Vene- 
zuela. . ,  sea  lo  que  fuera,  el  hecho  es  que  á  muy  poco  de  ini- 
ciada la  última  insurrección  cubana,  ésta  encontró  caluroso 
«pojo  en  i*  República  de  Norte  América. 

En  las  principales  ciudades  se  constituyeron  juntas  de  cu- 
banos y  simpatizadores  para  a  legar  dinero  y  preparar  expe- 
diciones sobre  las  costas  de  Cuba;  de  sus  puertos  salieron  mu- 
chos barcos  cuyo  d  satino  y  cuya  hostilidad  al  Gobierno  espa- 
ñol nunca  fué  ni  podía  ser  un  secreto  para  nadie:  sus  perió- 
dicos se  desataron  en  todo  género  de  violencias  contra  los 
gobernantes  y  los  soldados  españoles  de  Cuba  y  luego 
contra  España,  y  la  dominación,  colonial  española;  y  sus 
Cámaras  legislativas  dieron  un  espectáculo  quisa  único  en 
la  Htdtoria  contemporánea,  agotando  el  diccionario  de  loa 
dicterios  y  de  Jas  provocaciones  contra  una  nación  amiga. 
Ya  de  esto  se  ha  tratado,  aunque  de  pasada,  en  otra  par- 
te de  ests  trabajo.  Ocioso,  á  más  de  desagradable,  seria  in- 
sistir ahora  en  ello.  Lo  que  importa,  por  el  momento,  es 
consignar  que,  apesar  de  las  reiteradas  y  calurosas  excita- 
ciones de  lod  diputados  y  senadores  norte-americanos,  y  con- 
tra lo  que  algunos  esperaban  de  los  hombres  que  reciente- 
mente hablan  discutido,  en  términos  de  gran  arroganoia,  con 
Inglaterra»  representada  por  lord  Salisbury,  en  la  cuestión 
de  Venezuela,  terminada  por  el  tratado  de  Washington  de 
Diciembre  du  1&97,  el  Freaidento  de  la  Bepública  norte- 
ame  ncüDü  (que  io  era  Mr  Cleveland)  constantemente  se 
mantuvo  en  cierta  relación  respetuosa  con  el  Gobierno  espa- 
ñol, procurando  reanudar  la,  tradición  del  Presidente  Grant. 
La  resistencia  de  Mr.  Cleveland  á  reconocer  ora  la  beli- 
gerancia de  Jos  insurrectos,  ora  la  razón  y  el  fía  de  éstos, 
llegó  al  punto  de  hacer  muy  probable  un  ruidoso  choque 
entre  el  Presidente  y  el  Congreso  de  los  Estados  Unidos. 

Los  simpatizadores  de  los  separatistas  cubanos,  presen* 
taron,  en  el  curao  de  ios  años  96  y  97,  varias  proposiciones 
que  las  Oánjaras  vieron  con  buenos  ojos.  Alguna  fué  apro- 
bada coa  el  carácter  de  concurrente,  por  el  Senado  y  la  Cá- 
mara de  representantes,  que  al  efecto  se  concertaron  en  7  da 
Abril  de  1896.  Esta  resolución  favorece  al  reconocimiento 
de  la  beligerancia  de  los  insurrecto j  y  tenia  el  carácter  de 

6+ 


—  1000  — 

una  recomendación  expresiva  del  Presidente,  como  la  anti- 
gua de  Mr.  Clay. 

Pero  á  poco,  las  cosas  toman   mayor  vuelo.     Loe  ad 
ví ra trica  de  Eepafia  preparan  proposiciones  de   las  lla- 
madas conjuntos;  es  decir,    proposiciones  votadas    por  el 
Senado  y  la  Cámara  de  represen  tantea,  con  el  carácter  de 
ley.  Fíente  á  esta  probabilidad  se  propala  la  especie  de 
que  Mr.  Cleveland  se  disponía  á  oponer  el  voto   presiden- 
cial, por  ser  de  la  exclusiva   competencia  del  Presidente  la 
dirección  délos  negocios  diplomáticos   y    de  las  relacio- 
nes extranjeras.    De  aqni  una  gran   irritación  entre  les 
elementos  ardientes  del  Congreso    norteamericano,  doede 
también  corrió  la  especie  de  que  ee  avecinaba  la  probabili- 
dad de  tina  sensación  contra  el  Presidente,  al  modo  qne  se 
proyectó,  en  1865,  contra  Mr.  Johnson,  por  supuesta  extra- 
iinntación  de  funciones. 

La  energía  de  Mr.  Cleveland,  qne  logró  qne  el  Senado 
desechase  las  proposiciones  concurrentes  antes  ¿tadidas,  se 
impuso,  pero  no  \h gó  á  impedir  qne,  muy  luego,  el  miimo 
Senado  votase  (el  20  de  Majo  de  1897)  )a  proposición  era 
junta  de  Mr.  Fortkfr,  en  favor  del  reconocimiento  de  la 
beligerancia  y  que  sobre  el  mismo  particular  comenzaron 
las  deliberaciones  en  la  Cámara  de  representantes.  £n  este 
momento  subió  al  poder  Mac  Kinley. 

No  obstaba  la  resistencia  del  Presidente  Ciegan  d  á  la* 
exageraciones  y  violencias  de  los  enemigos  de  España,  para 
que  el  Gobierno  de  Washington  gestionase  vivamente  cerca 
del  de  Madrid,  respecto  de  la  guerra  de  Cuba, 

Hasta  la  fecha  no  tenemos  sobre  este  particular  y  eata 
periodo  histórico,  más  datos  que  los  defiemt tiernos  publica- 
dos por  el  Gobierno  español  en  su  Libro  rojo. 

Entre  los  documentos  que  contiene,  llaman  singualarmen- 
te  la  atención  los  siguientes:  la  nota  que  en  10  de  Abril  de 
1 899  dirigió  el  ministro  de  Estado  norteamericano,  mistar 
GJney,  al  representante  de  Eepafia  en  Washington,  ofre 
ciendo  los  buenos  oficios  de  los  Estados  Unidos  para  poner 
término  á  la  guerra  de  Cuba;— la  contestación  que  en  22 
da  Mayo  siguiente  da  el  Gobierno  español,  declinando  el 
ofrecimiento;— -el  Mensaje  del  Presidente  Cleveland  al  Con 
greso  norteamericano,  en  8  de  Diciembre  del  propio  año 
en  cuyo  Mensaje  el  Presidente  afirma  que  los  Estados  Uni- 
dos no  intervendrán  en  la  cuestión  de  Cuba  á  menos  qne 
España  demuestre  la  imposibilidad  de  sofocar  la  ineu- 


s\ 


J 


—  1001  — 

rrección; — la  comunicación  qne,  en  4  de  Tebrero  de  1897, 
hizo  el  ministro  de  Estado  español  al  representante  de  Es- 

Sifia  en  Norte  América,  para  conocimiento  del  Gobierno 
j  este  u  timo  país,  de  las  nuevas  reformas  administrativas 
que  el  español  preparó  y  se  dispuso  á  plantear  en  las  Anti- 
llas; —la  nota  protesta  que  en  28  de  Junio,  y  en  nombre 
de  la  Humanidad  y  de  los  intereses  de  los  Estados  Unidos 
hace  el  Gobierno  norteamericano  contra  loe  bandos  y  pro- 
cedimientos adoptados  por  el  general  Weyler  en  Cuba; — la 
réplica  dada  en  4  de  Agosto,  por  el  Gobierno  español,  á  la 
nota  anterior; — el  nuevo  ofrecimiento  que,  en  23  de  Septiem- 
bre, hacen  los  listados  Unidos  á  Ejpafia,  de  sus  tumos 
ofleioSy  para  terminar  la  guerra  cubana,  cu,  a  continuación 
perjudica  extraordinariamente  los  intereses  americanos; — 
la  réplica  del  Gobierno  español,  de  23  de  Octubre,  anun- 
ciando la  nueva  política  colonial  que  se  propone  seguir  el 
Ministerio  presidido  por  el  Sr.  8agasts; — el  Mensaje  de 
Mr.  Mac  Kinley  de  6  de  Diciembre, — y  la  comunicación  que 
el  representante  de  les  Estados  Unidos  en  Madrid  hace  al 
Gobierno  español,  en  20  de  Diciembre,  del  buen  efecto  cau- 
sado en  el  de  Washington  por  las  noticias  relativas  á  la 
nueva  política  colonial  que  se  va  é  desarrollar  en  Cuba. 

Conociendo  un  pooo  la  materia  de  que  tratamos,  es  fácil 
sospechar,  que  no  todo  lo  interesante  de  este  periodo  está 
contenido  en  los  documentos  antes  aludidos  y  ñn  el  Litro 
rojo  español;  más  para  discutir  el  punte  que  ahora  nos 
preocupa,  lo  citado  basta. 

Hay  que  reconocer  que  la  nota  suscrita  por  Mr.  Olney 
en  10  de  Abril  de  1896,  es  de  suma  importancia.  Bien 
pudiera  decirse  que  hace  honor  al  Gobierno  americano. 
Pero  ningún  argumento  mejor  que  éste,  contra  la  conduc- 
ta que  el  propio  Gobierno  observó  respecto  de  Espala,  á 
partir  de  1898. 

En  términos  de  una  gran  disorección,  y  con  todo  género 
de  salvedades,  respecto  del  honor  y  los  derechos  de  Espa- 
ña en  América,  el  ministro  de  Estado  norteamericano  se 
esfuerza  en  demostrar  que  la  situación  de  Cuba  es  insoste- 
nible y  que  los  exclusivos  procedimientos  utilizados  por  el 
Gobierno  español  para  vencer  la  insurrección  cubana,  resul- 
taban, de  toda  evidencia  insuficientes. 

Con  igual  felicidad  señala  el  ministro  de  los  Estados 
Unidos  los  peligros  del  triunfe  de  la  insurrección,  y  co- 
menta la  probabilidad  de  la  ruina  definitiva  de  la  Isla,  cu* 


—  ¡002  — 

yo  producto  normal  de  o  ;henta  6  cien  müloued  de  pesos  «1 
aflo  se  evaluaba,  por  aquel  entonces,  en  veinte  millones  es 
casos. 

Después  explica  el  interés  que  los  Estados  Unidos  tienen 
en  que  aquello  no  siga,  va  porque  La  República  norteame- 
ricana es  una  nación  civilizada  y  cristiana,  ya  porque  ella 
es,  después  de  Eapau*,  quien  más  comprometida  se  halla  tn 
la  suerte  y  el  porvenir  de  Cuba.  De  modo  delicadísimo  y 
persuasivo,  y  después  de  dar  extraordinario  valor  á  los  ea 
orificios  que  £3 paña  ha  hecho  ahora  para  sanear  por  la 
fuerza  la  insurrección  separatista,  excita  al  Gobierno  de 
Madrid  á  variar  de  procedimiento,  v  para  esta  caso  ofrece 
los  dueños  oficios  del  Gobierno  de  Washington,  en  la  forma, 
el  modo  y  la  oportunidad  que  el  español  quisiera,  recono- 
ciendo á  éste  absolutamente  el  derecho  de  la  iniciativa,  pero 
recomendando  que  lo  que  haya  de  hacerse,  se  haga  desde 
luego. 

Son  verdaderamente  notables  las  frases  oon  que  termina 
esta  nota. 

Dice  asi: 

«Hasta  aquí  España  ha  hecho  frente  alai nsurrección  coa  la  espada  ea 
la  mauo;  no  ha  dado  maestra  alguna  que  iadique  que  la  rendición  y  su 
misión  y  reducción  serían  seguidas  de  otra  cosa  que  de  una  vuelta  al 
antiguo  régimen. 

¿No  sería  prudente  modificar  esta  política  y  acompañar  la  aplicación 
de  la  fuerza  militar  con  una  declaración  oficial  de  los  cambios  q  ia  ■• 
proponen  en  la  administración  de  la  lila  con  objeto  ta  suprimir  todo 
justo  motivo  de  queja?  A  España  compete  considerar  y  determinar  edi- 
les deben  ser  esos  cambios. 

Pero  si  fueran  tales  que  los  Estados  Unidos  pulieran  re: om; ai %r  *\ 
adopción  por  quittr  substancialmente  todo  fundado  motiva  de  quejt, 
usarían  au  influencia  para  que  fueran  aceptados  y  es  apenas  poaibla  du- 
dar qué  sería  poderosísima  para  traer  la  terminación  de  las  hostilidades 
y  la  restauración  di  la  paz  y  del  orden  de  la  Isla.  Kl  resukido  del  modo 
de  proceder  indicado  sería  seguramente,  sino  hubiera  otro,  que  la  losa* 
sección  perdería,  en  gran  parte,  sino  por  completo,  el  auxilio  y  el  apoto 
moral  de  que  ahoia  disfruta  por  parte  de  los  Estados  Unidos, 

Al  terminar  esta  comunicación  es  apenas  necesaria  repetir  que  está 
inspirada  en  los  más  amistosos  sentimientos  para  España  y  el  pueblo 
español*  Atribuir  á  los  Estados  Unidos  proyectas  hostiles  ú  ocultos  sa. 
tí 4  un  error  grande  y  lamentable.  Los  Estados  Unidos  no  tienen  da 
siga  i  os  para  la  soberanía  de  España 

Tampoco  eitán  impulsados  por  ningún  motivo  da  antro  metimiento  n 


—  1003  — 

p  or  «1  deseo  de  inspirar  su  voluntad  á  otra  nación.  Su  proximidad  geo- 
gráfica, y  taclia  las  consideraciones  arriba  detalladas  les  obligan  á  in- 
teresarse en  k  solución  del  problema  cnbano  quiera  ó  no  quiera. 

Su  única  preocupación  es  que  la  solución  del  problema  se  haga  rápi- 
da y  que  por  estar  fundada  en  la  verdad  y  en  la  justicia  sea  permanen- 
te. Para  ayudar  á  esa  solución  ofrece  las  soluciones  que  en  esta  Nota  se 
contienen ,  $  arfan  por  completo  mal  interpretadas  á  no  ser  que  se  atri- 
bajeran  á  Los  Estados  Unidos  otros  propósitos  hacia  España  que  los  de 
ofrecer  su  sutiüo  para  la  terminación  de  la  lucha  fraticida  de  un  modo 
que  dejando  su  honor  y  dignidad  incólumes  aumente  al  mismo  tiempo 
y  conserve  los  verdaderos  intereses  de  aquellos  á  quienes  importa. > 

El  Gobierno  español  (como  antea  he  indicado)  declinó  en 
22  de  Mayo  el  ofrecimiento  de  los  buenos  oficios  de  los  nor- 
teamericanos. £1  Sr.  Daque  de  Tetaán  (ministro  de  Ettado 
en  el  Gabinete  presidido  por  el  Sr.  Cánovas  del  Castillo)  en 
una  extensa  comunicación  dirigida  al  representante  espa- 
ñol Sr.  Dupny  de  Lome,  después  de  disentir  (en  honor  de 
la  verdad,  ein  fortuna)  las  criticas  de  Mr.  Olney,  hace  des- 
cansar en  resistencia  en  estos  doi  puntos:  «el  Gobierno  espa- 
ñol se  ha  comprometido  de  motu  propio  en  el  Discurso  de  la 
Corona,  á  ampliar  y  mejorar,  en  su  oportunidad  (sic),  las  re- 
formas  hechas,  ó  mejor  dicho  decretadas,  en  1899  en  la  ad- 
ministración de  nuestras  Antillas:  el  Gobierno  de  España  no 
se  prestaría  nunca  á  alternar  con  sus  subditos  rebeldes,  corno 
de  potencia  A  potencia,  y  por  tanto,  faltarían  términos  hdbi* 
¿es  para  parificar  á  Ouba  mientras  no  se  partiera  del  hecho 
de  la  sumisión  de  los  rebeldes  en  armas  á  la  madre  Patria. » 

Deepuéa  de  esto  el  ministro  español  insistía  en  señalar 
como  una  de  las  principales  causas  de  a  existencia  de  la 
rebelión  cubana,  el  apoyo  que  esta  encontraba  en  la  Repú- 
blica de  \t  s  Estados  Unidos. 

En  silencio,  y  con  tristeza,  recibió  Mr.  Olney  la  comunica- 
ción del  Sr,  Duque  de  Tetuán,  cuya  negativa  entró  por  mu- 
cho en  ja  producción  de  las  proposiciones  antes  citadas  de  loa 
eeoadores  y  representantes  del  Congreso  norteamericano;  pe- 
ro el  Presidente  Cleveland  no  debió  creer  definitiva  esta  con- 
testación, cuando  en  su  Mensaje  de  8  de  Diciembre  del  mis- 
mo año  96,  insiste  en  mantener  el  cf recimiento  de  sus  bue- 
nas cñcios,  lo  discute  y  lo  razona,  después  de  combatir 
roda  otra  manera  de  intervención  en  Cuba. 

Aludiendo  á  las  excitaciones  que  se  le  hicieron  para  po- 
ner término  á  la  lucha  destructora  de  la  Grande  Antilla, 


—  1004  — 

ton  á  costa  de  una  guerra  entre  España  y  loe  Estado*  Uñi- 
dos (guerra  que,  stgún  afirmaban  oonnaenciaiineni»  sai 
preconisadores,  no  «fría  de  grandes  proporciones  ni  de  du- 
dogo  éxito)  decía:  asín  negar  ni  afirmar  la  exactitud  ie 
esto,  conviene?  decir  que  loe  Estados  Unidos  como  Nación, 
tienen  que  informar  sus  actos  en  el  derecho  y  no  en  la  fue  za 
y  esa  debe  ser  la  norma  de  su  conducta.  Por  lo  demás,  aun 
cuando  la  pas  no  constituye  para  los  Estados  Unidos  una 
necesidad,  estos  son  el  más  pacifico  de  los  pueblos,  siendo 
m  aspiración  más  constante  la  de  vivir  en  buena  amistad 
con  todo  el  mundo.  Y  como  sus  dominios  son  tan  dilatados  y 
tan  diversos  que  satisfacen  cuantas  ambiciones  y  veleidades 
son  imaginables  en  este  orden  de  ideas,  haciendo  preferible 
la  realidad  poseída  á  la  más  atractiva  belleza  que  pueda 
existir  cerca  de  ellos  ni  sueñan  con  las  conquistas  ni  miran 
con  ojos  codiciosos  lo  que  otros  poseen. » 

Refiriéndose,  aunque  sin  precisarlo,  á  los  argumentos  de 
la  resistencia  del  Gobierno  español,  Mr.  Cleveland  dice 
que  «todo  parecía  indicar  que  si  España  ofreciese  á  Caba 
una  verdadera  autonomía,  habria  motivo  justificado  para 
rreer  que  la  pacificación  de  la  isla  se  puliera  realisar  sobre 
esta  base,  siendo  su  resultado  satisfactorio  para  cuantos  se 
bollaren  verdaderamente  interesados  en  el  asunto.»  Pero  la 
exigencia  de  España  de  que  los  rebeldes  se  sometieran,  de 
una  manera  incondicional,  antes  de  que  se  les  concediese  la 
autonomía  no  estaba  plenamente  justificada,  aporque  impli 
caria  el  desconocimiento  de  hechos  tan  graves  oomo  la  co'  sis- 
tenoia  que  bebían  dado  á  la  rebelión  los  dos  años  que  ya  con- 
taba de  vid»;  la  posibilidad  de  que  se  prolongase  de  una  ma- 
nera indefinida,  por  la  índole  misma  de  las  cosas,  ye  mo  lo 
demostraba  la  experiencia;  lainminente  y  com  pleta  ruinada 
la  isla  si  la  guerra  no  acababa  sin  pérdida  de  tiempo  y  prin- 
cipalmente los  grandes  abusos  que  t«  dos  los  partidos  políti- 
cos de  Fspaña,  todos  los  centros  oficiales  y  sus  hombres  pú- 
blicos más  eminentes  reconocíany  confesaban,  pidiendo  so 
llniedio.» 
T  luego  añadía:  asabiendo  esto,  negarse  á  ofrecer  las  re 
rmas  necesarias  mientras  que  aquéllos  que  las  pi-len  no  se 
entreguen  á  discreción,  deponiendo  las  armas,  antes  parece 
descuidar  el  peligro  que  darse  cuenta  de  su  gravedad  y  ofre 
ce  ocasión  á  que  la  suspicacia  dude  de  la  sinceridad  de  las 
buenas  disposiciones  manifestadas  en  favor  de  las  re- 
formas.» 


r\ 


—  1005  — 

Con  repetición,  Mr.  Cleveland  insistía  en  demostrar 
los  perjuicios  directos  que  la  guerra  de  Caba  producía 
á  los  Estados  Unidos,  tanto  por  los  sacrificios  qae  el 
•Gobierno  de  la  República  tenia  qne  haoer  para  mantener 
la  neutralidad  y  evitar  conflictos,  cnanto  por  razón  de  loa 
intereses  económicos  de  los  americanos  comprometidos  en  la 
isla,  donde  el  capital  de  éstos,  invertido  en  plan  aci 
nes,  ferrocarriles,  minas,  y  otras  empresas,  oacilaba  entre 
JO  y  50  millones  de  pesos,  siendo  el  importe  de  las  tran- 
sacciones mercantiles  de  la  República  con  Cuba,  en  1889, 
anos  64  millones  de  pesos,  en  1893  sobre  IOS  millones  y 
?t  millones  en  1894. 

De  paso  el  Presidente  toca  las  diferentes  soluoiones  qae 
en  los  Estados  Unidos  se  han  dado  á  la  onestióa  cubana:  el 
reconocimiento  de  la  beligerancia,  el  de  la  independencia  y 
al  de  la  compra  de  la  Isla  por  la  República.  Sobre  este  úl  - 
timo  particular  dioe:  «esta  especie  no  puede  ser  tomada  ea 
consideración  á  causa  de  que  no  existe  la  menor  muestra 
de  que  España  desee  oir  proposiciones  de  tal  índole.  > 

Asimismo  Mr.  Cleveland  hace  constar,  que,  couales 
quiera  que  fueran  las  circunstancias  que  pudieran  sobreve 
nir,  la  política  y  los  intereses  obligarían  á  los  E  atado  a 
Unidos  á  oponerse  á  la  adquisición  de  Cuba  por  otra  Poten- 
cia ó  á  la  intervención  de  ésta  en  aquélla.» 

Tan  notable  documento  terminaba  ad virtiendo  que  cao 
se  debía  razonablemente  suponer  que  la  actitud  de  los  B 
tados  Unidos  habla  de  seguir  siendo  expectante  de  una  ma  • 
ñera  indefinida.»  Por  tanto,  cuando  se  demostrase  la  inefi 
cacia  de  los  medios  empleados   por  España    contra   Ion 
rebeldes,    cuando    se   evidenciara    que  su    soberanía    se 
extinguid  en  Caba  para  todos  los  fines    de  su   existen 
<jia  legal  y  cuando  los  esfuerzos  desesperados  que  se  hicie 
ran  para  restablecerla  degenerasen  en  inútiles  sacrificio* 
de  seres  humanos  y  en  total  destrucción  de  aquello  mismo 
que  fué  cau*a  de  la  guerra,  las  obligaciones  que  impone  la 
soberanía  de  España  quedarían  pospuestas  á  mis  altos  de- 
beres que  los  Estados  Uaidos  no  dulariau  eu   reconocer  y 
cump'ir. 

»Pjr  tanto,  podría  llegar  un  momento  en  que  una  política 
correcta  y  atonta  á  los  intereses  norteamericanos  y  respe- 
tuosa para  los  intereses  de  otras  naciones  y  de  sus  ciuda- 
danos, unida  á  consideraciones  de  humanidad  y  al  deseo  de 
ver  una  nación  fértil  y  opulenta,  intimamente  relacionada 


—   1006  — 

con  loa  Estados  Unidos,  libra  da  la  devastación  y  d» 
la  ruina  más  completa,  pusieran  al  Gobierno  de  Washing- 
ton en  el  caso  de  amparar  los  intereses  comprometidos 
y  de  ofrecer  á  Coba  y  á  sus  habitantes  los  beneficios  de  la 
paz,  ■ 

Üon  ligeras  reservas  podría  asegurarse  que,  asi  la  nota  de 
Mt.  Olney  como  el  Mensaje  de  Mr.  Cleveland  están  dentro 
de  las  prescripciones  del  Derecho  Internacional  contempo- 
ráneo y  que  la  posición  que  mediante  estos  documentos  tomó 
el  Gobierno  de  los  Estados  Unidos»  era  de  mucha  fuerza. 
Pero  en  hü  daño  trabajaban  la  evidente  incorrección  de  los 
tribunales  de  justicia,  la  policía,  los  gobiernos  de  los  Esta- 
dos particulares  y  el  mismo  Congrepo  de  los  Estados  Unidos 
respecto  de  la  manera  de  entender  los  deberes  de  la  neutra- 
lidad y  el  respeto  que  merecen  las  naciones  amigas.  Por 
esto,  sin  duda,  el  Presidente  Cleveland  se  creyó  en  el  caso 
de  dar  bu  proclama  de  1 2  de  Junio  del  propio  afio  de  1896, 
recordando  aquellos  deberes  y  respetos  y  censurando  severa- 
mente i  los  americanos  que  faltaban  á  ellos. 

No  puede  decirse  que  la  gestión  del  Presidente  Cleve- 
land fae  ineficaz.  A  poco  aparecieron  en  la  Gaceta  i$ 
Madrid  Í09  decretos  de  Febrero  de  1897  oon  un  nue- 
vo plan  tfe  reformas  administrativas  para  las  dos  An- 
tillas; reformas  que  él  Ministerio  del  Sr.  Cánovas  se  es- 
forzó en  caracterizar  como  espontáneas  de  nuestro  Gobier- 
no, Se  necesitaría  mucha  sencillez  y  mucha  ignorancia  de 
todo  lo  qxxe  pasaba  en  el  mundo  por  aquel  entonces,  para 
reconocer  esta  espontaneidad. 

Más  fácil  sería  convenir  oon  los  devotos  del  Sr.  Cánovas 
del  Castillo  (á  cuya  acción  personaiiaima  fueron  debidos 
aquellos  decretos)  en  que  la  nueva  reforma  era  superior, 
tanto  4  la  proyectada  por  el  Sr.  Maura,  como  á  la  ley  llamada 
de  AbarzQza  (ósea  la  de  5  de  Marzo  de  1895).  ya  desead 
mada  por  todas  las  gentes  en  la  Grande  Antilla.  Así  se 
explica  el  buen  efecto  que  hicieron  aquellos  decretos  en 
Mr.  Cleveland  y  Mr.  Olney. 

Pero  el  defecto  capital  de  la  ley  de  1895  que  consistía  en 
esoue&r  el  carácter  político  de  la  reforma,  ahora  subsistía  T 
sobro  te  do,  le  negaban  eficacia,  así  el  empeño  del  Gobierno 
español  de  aplazar  el  planteamiento  del  nuevo  régimen  hasta 
que  Cuba  pareciese  pacificada  ó  punto  menos,  como  la  rir- 
constancia  de  que  se  reservaran  exclusivamente  el  plantea- 
miento de  las  nuevas  instituciones  los  mismos  hombres  y  los 


—  1007  — 

miemos  elementos  que  hasta  aquel  instante  representaban  la 
tradición  opuesta  á  la  política  colonial  expansiva. 

Esta  circunstancia  tomó  mayor  color  por  la  política  que 
al  propio  tiempo  realizó  el  flamante  Gobierno  reformista  en 
las  dos  Antillas. 

En  Puerto  Rico  los  elementos  reaccionarios  y  conserva* 
dores  continuaron  monopolizando  el  gobierno,  ufanándose 
de  que  las  cosas  se  lo  habían  cambiado  de  nombre,  mien- 
tras los  liberales  y  autonomistas  siguieron  protestando  y 
retraídos!  porque  siempre,  tanto  allí  como  en  Cuba,  los 
autonomistas  habían  puesto  como  condición  primera  de 
toda  reforma  ¡a  sinceridad  y  el  espíritu  expansivo  y  de  con- 
fianza en   en  aplicación. 

En  la  A  Otilia  mayor  e)  estado  de  sitio  se  generalizó;  to- 
maron desarrollo  imponente  las  deportaciones  gubernativas 
Á  Ceuta,  Chafarinas  y  Fernando  Póo;  se  inició  la  obra  de 
las  reconcentraciones  de  guajiros  y  la  guerra  adquirió  no 
grado  extraordinario  de  dureza. 

Es  difícil  imaginar  condiciones  más  apropiadas  para  que 
los  nuevos  decretos  (los  visibles  en  la  Gaceta)  perdieran 
importancia  y  llegaran  á  resultar  contraproducentes. 


r± 


—   !Ú0«   - 


13 


En  estos  momentos  sacudió  Mr.  M*c  Kiuley  a  Mr,  Cle- 
veland en  la  Presidencia  de  U  República  norteamericana. 

Con  el  cambio;  las  cosas  empeoraron  para  todos.  Proito 
el  nnevo  Presidente  rectificó  ia  reflexiva  conducta  de  en  an- 
tecesor y  franqueó  el  paso  i  las  ambiciones  pop  a  lares.  Biftn 
es  que  á  ello  contribuyeron  bastantes  mis  cansas  que  la  va  « 
(ilación  de  Mr.  Mac  Kiniey. 

La  protesta  de  26  de  Junio  del  97  s^bre  el  mod&  de  hacer 
la  guerra  en  Caba  (i)rotesta  con  la  cual  se  inician  las  rei** 
clones  del  nnevo  Presidente  de  la  República  con  el  Gobierna 
conservador  español)  responde,  no  solo  el  aspecto  que  la  gua» 
rra  cubana  ofrecía  á  principio  del  año  9  7  y  al  api  azi  miento  da 
las  reformas  coloniales  que  h±bím  aparecido  en  la  Gaceta  de 
Madrid  á  principio  de  año,  sino  también  a  la  pujanza  que 
la  agitación  simpatizadora  de  Ja  revolución  cubana  habla  lo- 
grado por  el  mero  hecho  de  haber  salido  dsi  poder  Mr.  C  ft« 
veland. 

Qiisá  con  aquella  protesta  se  pretendía  calmar  un  pooo 
á  los  ruidosos  protectores  de  Ioí  insurreotoa  deCaba* 

En  este  documento,  de  macha  energía,  el  Presídante  p«* 
tende  hablar  en  nombre  de  la  Httma?iidad  y  de  la  Civiliza- 
ción, tanto  como  eo  el  del  Prnth  americana . 

JUa  contestación  del  Sr.  Du  }ue  de  Tetaau  (4  de  Agesto  de 
1897)  no  puede  ser  celebrada,  Tichanse  en  ella  de  exage- 
radas las  criticas  contrarias  á  loa  procedimientos  que  priva- 
tan  en  la  guerra  de  Caba,  y  conviniéndose  eu  la  dureza  de 
ciertos  actos,  se  explica  esta  por  las  exigencias  de  la  guerra. 


—    1009   — 

Atácase  i  los  insurrectos  y  se  recuerdan  excesos  cometidos 
por  las  autoridades  y  las  tropas  federales  dorante  la  guerra 
de  separación  de  los  Estados  Unidos. 

Se  comprende  que  esta  Téplica  (muy  débil  frente  á  verda- 
deras crudezas  de  la  protesta  norteamericana  haya  produ- 
cido, al  hacerse  jjúbüca,  deploraba  efecto,  dentro  y  fuera  de 
España. 

Lue^  el  nuevo  representante  de  Washington  en  Madrid, 
Mr.  Wooford,  habla  más  en  nombre  de  su  propio  pala,  refi- 
riéndose tanto  ¿  los  perjuicios  de  todo  género  que  los  Es- 
tados Unido  en  fren  y  cuanto  al  estado  que  la  cuestión  de 
Cuba  tiene  en  el  Congreso,  cuyas  sesiones  se  hablan  suspen- 
dido para  reanudarlas  en  Diciembre  y  discutir  la  proposi- 
ción conjunte  presentada  á  la  Cámara  de  representantes, 
despue*  de  habar  sido  votada  otra  análoga  por  el  Sanado,  a 
favor  de!  reconocimiento  de  la  beligerancia  á  los  insurrectos. 

«Seguramente— dice  Mr  Woodford,— España  no  pnede 
aguardar  de  loe  Estados  Unidos  que  estos  permanezcan  ocio- 
eso  dejando  padecer  grandes  intereses,  que  se  agiten  nuestros 
elementos  políticos  y  que  el  país  se  alborote  perpetuamen- 
te, mientras  no  se  hace  ningún  progroao  aparente  en  la  so 
lucióu  del  problema  cubano.  Tal  política  de  inacción  por 
parte  de  los  Estados  Unidos  no  había,  en  realidad,  de  traer 
beneficio  alguno  para  E*p&ña,  mientras  que  acarrearla  á 
los  Estados  Unidos  incalculables  dtños.> 

Por  esto  el  Presidente  de  la  República,  sin  pensar  nada 
cque  pudiera  implicar  el  menor  asomo  de  humillación  para 
Espafin,  pero  haciendo  constar  cqus  la  impotencia  de  ésta 
impone  á  los  Estados  Unidos  un  grado  de  sufrimiento  y  de 
perjuicio  qu*  no  puede  desconocerse •,  reitera  el  ofrecimien- 
to de  sus  bueno*  oficio» ',  que  ahora  t  podrían  ser  interpues- 
tos  con  ventea  para  España»,  dejando  á  ésta  la  determina 
ción  del  modo  de  la  cooperación  americana  ofrecida.  Pero, 
en  cambio,  el  Presidente  pide  contestación  pronta  y  la  es- 
pera den  ti  o  del  mes  de  Octubre  siguiente. 

Con  efecto,  c  m  >  antes  he  dicho,  el  Gobierno eepañ)l  con- 
test6  en  23  de  Chtubre  de  1897,  declinando  nuevamente  los 
$uenos  o/icios  ofrecidos.  Pero  ahora  ya  aquel  Gobierno  ha- 
blaba de  otro  modo.  Como  que  había  subido  al  poder  el 
partido  liberal  f  que,  si  bien  ba  tante  remiso  á  salir  de  la  re- 
forma de  1395,  cuando  el  Sr.  Cánovas  del  Castillo  iniciaba 
un  nuevo  avance,  á  la  postre  y  después  de  las  declaraciones 
hechas  por  el  Sr*  Sagasta  el  24  de  Junio  y  las  más  anea- 


/a 


—  1010  — 

triada*  i  el  Hr.  Moret  en  el  muting  de  Zaragoia,  ee  decidió 
por  intentar  la  pacificación  de  Coba,  principalmente,  por 
medica  políticos  y  por  efecto  de  reformas  francamente 
autonomistas. 

£1  nuevo  ministro  español,  Sr.  Gallón,  pudo,  con  fortuna, 
recobrar  el  terreno  perdido  por  su  antecesor  y  responder  á  la 
invitación  del  americano  sobre  el  medio  mas  adecuado  de 
servir  el  intetés  de  la  pts,  recomendando  que  se  pusiese 
termino  á  la  cooperación  que  los  Estados  Unidos  venían 
prestando  á  la  insurrección  separatista. 

Sobre  este  particular  decía  el  Sr.  Gallón: 

«Pete  i  los  terminantes  preceptúa  de  las  leyes  de  neutralidad  y  á  la 
doctrina  guatacuda  por  el  Gobierno  americano  en  el  famoso  arbitraje 
del  Aiabama  respecto  de  la  diligencia  que  ha  de  emplearse  para  evitar 
cnalqaier  acto  tgreeivo  contra  una  Nación  amiga,  es  lo  cierto  qae  han 
salido  y  continua  a  saliendo  de  los  Estados  de  la  Unión,  expediciones 
filibusteras  y  que  á  la  vista  de  todos  f  andona,  en  Nuera  York,  una  junta 
insurrecta,  ffat  públicamente  alardea  de  organizar  y  mantener  la  hos- 
tilidad armada  y  la  constante  provocación  á  la  Nación  española.  Lograr 
que  desaparezca  st  mojante  estado  de  cosas  como  lo  demanda  la  verda- 
dera amistad  internacional,  sería,  en  sentir  del  Gobierno  de  S.  M.,  el 
eafaarzr,  más  conducente  á  la  par  que  pudiera  realixar  el  señor  presi- 
dente de  I  oh  Estados  Unidos. 

Bastaría  para  utilizarlo  con  eficacia  que  se  inspirara  en  *  1  proceder  qne 
en  caaes  análogos  siguieron  predecesores  suyos  tan  ilustres  como  Vsu- 
Burén,  Tyler,  Tayler,  Fillmore  y  Pierce,  en  los  años  1838,  41,  49,  51, 
y  55,  y  que  condenando  por  medie  de  enérgica  proclama  á  los  que  con- 
tra vienen  las  leyes  federales  y  favorecen  la  insurrección  en  Cuba,  anun- 
ciara á  lo 9  ciudadanos  americanos  que  tal  hicieran,  qne  no  habrían  de 
contar  en  adelante  con  la  protección  diplomática  del  Gobierno  de  Was- 
tinten»  por  muy  grave  que  fuera  la  situación  á  que  su  torpe  conducta 
les  redujera. 

Con  abaE donar  de  este  modo  á  su  propia  tuerte,  á  los  que  in- 
fringe u  loa  Estatutos  fundamentales  de  la  Unión  y  descaradamente 
condecen  ilegales  expediciones  fílibustsras,  con  reprimir  enérgica  y 
continuamente  a  los  que  convierten  el  territorio  federal  en  campo  de 
acción,  de  reprochables  manejes  filibusteros,  con  eligir,  por  ultimo,  á 
los  emf  leados  superiores  é  inferiores,  el  más  estricto  cumplimiento  de 
sus  deberes,  en  cuanto  á  las  leyes  de  neutralidad  se  refiere,  haría  el 
señor  Presiden  ti  por  la  paz  más  de  lo  que  es  posible  por  cualquier  otro 
medio  ó  procedimiento. 


—  1011  — 

Y  ti  todavía  se  alegara  que  lia  facultades  del  Ejecutivo,  eon  limita- 
das en  este  punto,  habría  que  recordar  la  máxima  sustentada  por  los 
Raudo**  Unidos  en  el  Tribunal  de  Ginebra,  segúa  la  cual  «ninguna 
nación  puede,  bajo  protesto  de  deficiencia  en  sus  leyes,  desatender  el 
cumpHmierto  de  sus  deberes  de  soberanía  con  otra  nación  soberana. 

Cuentan  además  los  propios  Estados  Unidos  en  su  historia,  el  ejem- 
plo ek cuente  que  ofrecieron  al  Nuevo  Mundo,  cuando  juzgaron  necesa- 
rio proveerse  da  leyes  más  enérgicas  que  facilitaran  nuevos  recursos, 
para  evitar  los  desmanes  del  filibustera  jmo,  y  en  cono  pazo,  logra 
ron  que  el  Parlamento  voUra  cutntas  dispoaicioaei  juzgaron  necesa- 
rias para  tal  fía,  como  ocurrió  con  el  acta  de  10  de  Mayo  de  1838,  que 
rigió  durante  dos  anos . 

Dedúcese,  pues,  de  lo  expuesto,  que  pira  demostrar  con  actos  los 
vivos  iese:8  de  paz  y  amistad  que  animan  al  Gobierno  amigo  de  los 
Estados  Unidos,  imparta  mucho  que  con  resolución  y  perseverancia 
correspondientes  *  sus  vastos  msdios,  ejecute  cuanto  íes  necesario 
para  que  el  territorio  de  la  Unión  no  constituya  el  centro  donde  se 
fraguan  las  maquinaciones  que  sostienen   la  insurrección  cubana. 

No  quiere  con  eficacia  el  fin,  quien  no  está  dispuesto  á  conceder  los 
medios,  y  aquí,  el  fin  que  es  la  paz.  se  logra  conque  los  Estados  Uni- 
dos pongan  decidido  empeño  en  cumplir  con  amistoso  celo,  la  letra  y 
espíritu  de  sus  leyes  de  neutralidad. » 

Ahora  correspondió  al  representante  del  Gobierno  da 
Washington  evidenciar  su  debilidad,  Mr.  Woodford,  en 
30  de  Octubre,  después  de  acusar  el  recibo  de  la  nota  del  25 
y  de  pedir  el  programa  del  partido  liberal  español  para  re- 
mitirlo con  aquella  nota  á  Washington,  se  limita  á  repetir 
que  «el  Gobierno  de  los  Estados  Unidos  h*  cumplido  siem 
pie  1*6  leyes  de  la  neutralidad  y  los  Tratados  con  España» 
es  una  mera  afirmación  que  á  nadie  convencerá. 

No  más  feliz  estuvo  el  propio  Presidente  de  la  República 
cuando,  en  su  Mensaje  del  6  de  Diciembre  se  hiz?  cargo  de 
los  reparos  del  Gobierno  español  á  la  conducta  del  Go- 
bierno americano  en  panto  á  neutralidad.  Mr.  Mac  Kialey 
se  limitó  á  decir  esto: 

«Esta  acusación  carece  de  fundamento  serio.  España  no  hubiera  po- 
dido Jumarla  si  hubiera  tenido  conocimiento  de  los  constantes  esfuer- 
zos que  este  Gobierno  ha  hecho,  gastando  millones  y  poniendo  eo. 
juego  la  maquina  administrativa  de  la  Nación  entera  para  cumplir  pie- 
sámente  sus  deberes,  seguí  las  leyes  internac  onales.  Sería  bastante 
respuesta  á  esa  acusación  el  hecho  de  haber  sido  detenida,  violando) 
nuestras  leyes,  una  sola  expedición  militar  6  un  sólo  barco  armado, 


—  1012  — 

antes  de  talir  de  nueetns  rostas  Pero  de  este  aspecto  de  la  Nota  aspa- 
Sola  no  es  neeeaario  hablar  más  por  ahora.  Firme  en  el  convencimiento 
de  haber  cumplido  por  completo  nne&tras  obligaciones,  se  di6  la  debida 
respuesta  á  este  cargo  por  la  vía  diplomática. . . » 

Ni  máe,  ni  menos.  Hasta  ahora  no  conooenns  mayores 
detalles  de  esa  respuesta,  cnya  publicidad  interesaba  de  na 
modo  excepcional  al  Gobierno  de  los  Estados  Unidos. 

Las  palabras  del  ministro  de  Estado  español  fueron  lue- 
go corroboradas  por  la  Gaceta  dé  Madrid,  que  a  fines  de 
Noviembre  publicó  los  decretos  de  reforma  autonomista  oon 
las  instrucciones  necesarias  para  llevarlas  inmediatamente 
á  la  práctica,  después  de  sustituir  al  general  Wejler  por  el 
general  flanco,  en  el  Gobierno  general  de  Cuba. 

A  poco,  como  antes  he  dicho,  ó  sea  el  6  de  Diciembre,  Mr. 
Mac  Kinley  le  jó  el  Mensaje  anual  de  la  Presidencia  al 
Congreso  de  los  Estados  Unidos.— De  este  documento  se 
ha  hablado  ya  en  otra  parte,  por  cuanto  es  el  punto  do 
partida  de  este  trabajo.  Ahora  baste  decir  que  en  el  Men- 
saje aludido  fueron  discutidas  otra  vez  todas  las  soluciones 
posibles  de  la  cuestión  de  Cuba.—  En  él  se  ratifica  el  jai 
ció  de  que  en  la  guerra  cubana,  sel  españoles  como  cubanos, 
ha  n  olvidado  el  Código  de  la  guerra  de  los  pueblos  civili 
za  dos;  se  habla  del  inexcusable  deber  del  gobierno  nor- 
teamericano de  amparar  á  sus  nacionales  atropellados  en  la 
Grande  A  n tilla,  y  se  regittra.  con  frases  de  simpatía  y  es- 
peranza, la  nueva  política  autonomista  iniciada  por  el  Go- 
bierno liberal. 

En  este  documento  se  hacen  declaraciones  tan  graves 
como  las  seguientes,  con  relaoión  á  lo  que  el  Gobierno  libe* 
ral  español  había  realizado,  iniciando  la  nueva  política: 

«Ha  relevado  al  general  cajas  órdenes  brutales  inflamaban  la  ima- 
ginación americana  4  indignaban  al  manió.  Hi  modificado  la  horrible 
orden  de  concentración  y  se  ha  comprometido  á  cuidar  de  los  abando- 
nados y  á  permitir  que  los  que  quieran  volver  á  cultivar  sus  campos 
puedan  hacei  lo,  asegurándoles  la  protección  del  Gobierno  español  en 
su  9  legítimas  ocupaciones.  Acaba  de  p  ner  en  libertad  á  los  prisioae 
res  del  Compttitsr,  antes  condenados  á  muerte,  y  que  habían  servido 
de  asunto  á  frecuente  correspondencia  diplomática  durante  éste  y  el 
anterior  Gobierno.  No  hay  ya  ni  un  solo  subdito  americano  detenido  6 
cumpliendo  condena  en  Cuba.» 

Por  todo  eeto,  había  qne  esperar  los  hechos*  El  porvenir 


—   1013  — 

próximo  demostrarla  si  había  probabilidad  de  conseguir  la 
indispensable  condición  de  ona  peí  honrosa.  Si  ésta  no  se 
consiguiese,  no  quedaría  más  r.  medio  para  los  Eatadoe 
Unidos  (asi  decía  Mr.  Mac  Kinley)  que  emprender  otra 
snerte  de  acción,  considerando  sos  intereses,  su  honor  y 
los  derechos  de  la  humanidad. 

En  tal  caso  procederían  de  modo  que  el  mundo  civilizado 
asegurase  el  apoyo  y  la  aprobación  á  la  acción  emprendida, 
no  por  culpa  de  los  americanos,  sino  por  una  necesidad  per- 
fectamente clara. 

No  hay  que  apurar  mucho  el  ingenio  para  distinguir  lo  cons- 
tante y  lo  contradictorio  en  la  política  exterior  seguida  por 
el  Gobierno  de  los  Estados  Unidos  en  el  curso  de  loa  últimos 
cuatro  años.  Sin  dar  cierta  generalidad  á  las  observaciones 
y  prescindiendo  de  estudiar  la  política  de  Mr.  Cleveland 
en  Santo  Domingo,  en  las  islas  Haway  y  en  la  cuestión  del 
Canal  de  Nicaragua,  aparentemente  opuesta  á  Jaécete 
nida  por  el  mismo  Presidente  en  la  cuestión  angl  o -vene- 
solana;  sin  buscar  más  datos  que  los  qne  ofrece  el  problema 
en  baño,  fácilmente  se  puede  £<  fialar  la  unidad  y  el  contraste. 

En  el  fondo,  los  dos  Presidentes  convenían  en  estimar  de 
importancia  extraordinaria  para  el  porvenir  de  los  Erados 
Unidos  la  anexión  de  Cuba.  De  idéntico  modo  ambos  per- 
seguían la  idea  de  la  hegemonía  de  la  gran  Bepúblsca  en  el 
mundo  americano.  A mbes afirmaban  el  principio  de  la  in- 
tf  i  vención  y  la  oposición  resuelta  á  que  en  Cuba  pudiera 
izarse  la  bandera  de  otra  potencia  europea  distinta  de 
Fspafia.  Pero  en  el  procedinvento,  en  el  modo  y  en  la  esti 
mación  de  las  oportunidades,  hay  una  distancia  apredable 
á  simple  vista  entre  las  declaraciones  y  la  obra  de  los  dos 
citados  hombres  públicos. 

Por  lo  pronto,  de  paite  de  Mr  Cleveland  están  las  pre- 
ferentes invocaciones  al  interés  humano;  la  excitación  al 
Gobierno  español  para  que  por  si  mismo  realice  fas  refor- 
mas coloniales  y  la  política  necesaria  para  la  pacificación 
de  Cuba  y  la  evitación  de  la  ir  gerencia  extraño ;  la  reaie- 
tenoia  á  los  apasionamientos  de  los  simpatizadores  de  la  in- 
surrección cubana,  que  podían  coartar  la  acción  de  España 
L comprometer  á  los  Estados  Unidos  sn  una  guerra!  y  en 
i,  la  referenoia  al  juicio  y  al  voto  de  las  demás  Naciones, 
que  no  podrían  ver  con  ca'ma  (según  el  Presidente  ameri- 
cano decía),  qu^  continuase  la  guerra  en  daño  de  toda  cla- 
se de  respetos  é  intereses. 


—  1014  — 

Mr.  Cleveland  acreditó  siempre  un»  cierta  prevención 
contra  la  política  de  la  fuerza,  y  grandes  antipatías  contra 
toda  precipitación  de  soluciones.  Cnando  acentuó  en  dispo- 
sición en  favor  de  soluciones  extremas,  fué  en  el  curso  del 
conflicto  con  Inglaterra  por  causado  Venerada:  pero  en- 

aces  aprovechó  1»  circunstancia  de  que  la  actitud  del  po- 
deroso gobierno  inglés,  frente  á  la  débil  República  snd- 
americana,  entrañaba  un  verdadero  atropello  y  era  un  nue- 
vo  atentado  en  la  serie  de  las  íd jarías  hechas  por  los  go- 

artos  europeos  á  los  jóvenes  naciones  de  América,  y  ha* 
bía  concitado  contra  los  inglesas  á  los  Gobiernos  y  la  opi- 
nión pública  del  Nuevo  Mundo,  determinando,  en  la  parte 

ina  de  éste,  una  positiva  rectificación  de  las  prevenciones 
qne  contra  los  Estados  Unidos  había  producido,  en  último 
extremo,  el  fracasado  Congreso  Pan-americano  de  1890. 

Para  Mr.  Cleveland  la  anexión  de  Cuba  era  oaestién  de 
tiempo,  y  para  lograrla  en  condiciones  de  éxito  tomaba  al- 
tura y  prestigio,  dando  relieve  al  papel  amistoso  y  reden- 
tor de  los  Estados  Ucidos,  y  huyendo  de  toda  apariencia  de 
provocación  y  conquista,  que  podrían  proporcionar  á  la 
gran  República  un  carácter  perfectamente  opuesto  á  su  re 
presentación  en  el  mundo  contemporáneo:  el  carácter  de 
una  nación  agresora  y  á  la  postre  militar,  de  todo  en 
todo  incompatible  con  las  exigenoias  y  las  condiciones  de 
una  República  democrática. 

El  tiempo  explicará  cómo  y  por  qué  Mr.  Mac  Kinleyv  que 
al  principio  pareció  seguir  el  rumbo  trazado  por  Mr.  Cleve- 
land, muy  pronto  lo  rectificó  completamente,  precipitándose, 
por  flaqueza  ó  por  propia  voluntad,  en  la  política  de  lo  que 
ya  se  llama  en  les  Estados  Unidos  la  expansión  colonial  y 
el  imperialismo.  Esto  es  todo  lo  contrario  á  lo  que  recomen- 
daron Washington,  Jefferson,  Monroe  y  los  grandes  fun- 
dadores dele  esplendorosa  República  norteamericana. 

También  el  tiempo  permitirá  apreciar  cumplidamente  el 
valor  y  la  eficacia  respectivos  de  los  dos  procedimientos 
empleados  por  Mr.  Cleveland  y  Mr.  Mao  Kinley. 

Por  lo  pronto  el  de  este  último  ha  dado  de  si  la  guerra 
en  las  condicioEes  deplorables  que  se  han  expuesto  en  el 
presente  trabajo.  En  cambio,  Mr.  Cleveland  puede  poner 
de  su  lado  la  doble  circunstancia  del  positivo  efecto  que  sus 
recomendaciones  produjeron  en  el  Gobierno  español  para  la 
promulgación  de  los  decretos  reformistas  de  1897  y  de  Ja 
coincidencia  de  sus  gestiones  con  otras  análogas,  aunqua 


J 


r 


—  1015  — 

no  tan  viva*,  departe  de  otroa  Gobiernos  europeos»  y  que 
evidentemente  contribuyeron  ala  publioación  de  loa  re- 
ferida decretes.  De  esta  suerte  te  acreditó  el  coacu reo  in- 
ternacional para  la  pacificación  de  lae  AntiiJaa  españolas. 

£m  este  no  punto  nauta  ahora  por  nadie  tratado  y  que  pida 
un  detenido  estudio.  Por  desgracia,  faltan  los  datos  *ufioieu- 
tes:  ee  decir,  toa  datos  públicos  6  incontrovertibles.  Ni  el 
Gobierno  español  lo»  ha  incluido  en  ninguno  de  sus  Libros 
rojos,  ni  han  aparecido  hasta  ahora  en  los  libros  análogos 
del  extranjero.  Pero  tampoco  han  apareeido  en  los  libros 
ofioiaiea  los  documentos  á  qna  antea  me  he  referido  respecto 
alas  negociaciones  de  1826— 1850 -1852  y  1870,  sobre  la 
suerte  de  Unba.  Y  para  tener  exacta  noticia  de  esas  docu- 
mentos verdaderamente  i  ui  i  -entibies,  ha  sido  preciso  que 
transcurrieran  muchos  auos  desde  su  redacción  y  tramitación 
-entre  los  Gobiernes  europeos  y  americanos. 

La  vez  primera  que  se  aludió,  en  ios  círculos  políticos  es- 
pañoles, á  la  ttctitnii  de  los  Gobiernos  extranjeros  sobre  la 
actual  cuestión  de  Cuba,  fué  en  la  sesión  c  alebrada  por 
nuestro  Secado  en  30  de  Junio  de  1896. 

.Entonces  yo,  dtscntifaio  con  el  Sr.Cinovas  del  Caitillo, 
(i  la  sazón  Presidente  del  Consejo  de  Ministros),  me  per- 
mití  con  todo  géoero  de  salvedades  y  alardeando  de  ana 
prudencia  quizá  exagerada,  excitar  al  Gobierno  español  á 
que  explicara  a!go  sobre  este  punto,  que  á  mi  particular- 
mente no  me  era  descot cuido. 

Entonces  pregunté: 

■jMo  tiane  el  Gobierno  alffáa  dato  de  carácter  oficial  respecto  á  la 
manera  con  que  agua  dabütit*  extranjero,  y  más  coQ^fettmants  ftlgn- 
noa  G*biaat**  eun^oa  entiendan  nuestro  problema  de  Ultramara 

*Por  acas-s,  6ü  el  curto  da  iaa  relaciones  oficiales  ú  oücioeas  de  pues* 
tro  Gobierno  coa  algunos  ertr-iojgrjs,  ¿uo  ha  oido  el  primero  la  expre- 
sión de  las  sim  patina  que  impira  Eupaña  mis  allá  de  las  fronteras;  no 
ha  percibida  ciartaa  veladas  cenauraa  á  la  actitud  j  U  conducta  da  loa 
Estados  Unidos,  paro  con  el  aditamento  de  cariñosas  oscitaciones  para 
que  el  Gobierno  español  YAfíe  de  procedimiento  en  nuaatras  colonias  j 
ia  ponga  en  armonía  con  el  sentí  lo  dominante  en  la  coloniíaciÓa  con* 
temporánea,  mediante  la  prodamacién  de  la  autonomía  col  joial?  ¿Ka 
inverosímil  la  fttfpeda  de  que  uní  de  lae  mayores  dificultades  coa  qna 
muenro  Gobierno  tropieza  para  caucluir  la  guerra  de  Cuba,  no  atenida 
muy  particuUrmatjte  por  faa  simpatías  y  les  auxilios  directos  de  Norte 
América,  es   la  propaganda  que  se  hace  en  el  Mundo   contra    nueatr* 

m 


—  1016  — 

regimos  cok  mi  ti,  atribuyendo  á  nuestro  Gobierno  propósitos  reaccio- 
na rio  ■  por  la  auspeneión  do  las  reformas  del  95,  le  mismo  eo  Cuba  igi- 
leda  que  en  PoortO  Rico  pacífico,  y  por  la  lignificación  que  se  atnba- 
_v&  públicamente  ala  sustitución  del  tenor  general  Martínez  Campos 
por  el  señor  general  Weyler  en  el  gobierno  de  U  Grande  Antílla  y  en 
la  dirección  de  la  guerra  cuban aV 

£1  Sr.  Cánovas  del  Castillo  &s  deseo tendió  de  eetaa  pre 
gratas,  oomo  de  otros  problemas  qao  flauteé  en  aquella,  se- 
sión; pero  sobre  casi  todos  &toe  puntea  disertó  á  poco  en  el 
Congreso  de  los  diputados.   El  decir,  allí  donde  yo  no  po 
dfa  reooger  y  comentar  las  iee^ueofes  y  donde  nadie  Ui  dii- 
cQtió  porqnealll  no  había  au tone  mistan  ni  republicanos  (1). 

Pues  bien;  el  Sr.  Cánovas  del  Castillo,  en  la  sesión  cele- 
brada por  el  Congreso  en  loe  primeros  días  de  JaJio  de 
1896,  resumiendo  los  amplios  debates  que  *IJ1  hubo  sobre 
la  cuestión  colonial  y  la  parte  del  Mena-eje  de  la  Corona, 
que  hablaba  de  la  urgencia  di  consagrar  la  personalidad  ad* 
ministrativa  y  eoonómica  de  Cuba,  y  de  hacer  en  Ultramar 
nuevas  y  grandes  reformas,  dejando  atrás  las  de  1895,  decii: 

«Kxiste  hoy  en  Cuba  la  necesidad  real  de  aplicar  en  gran  parte  lo 
que  los  ingleses  llaman  el  *9lfgov**nr<¡*nt,  de  llevar  allí  una  deexentreli 
¿ación  que  puede  calificarse  de  extrema,  de  dar  al  paif  una  grandísima 
parte  en  la  administración  de  sus  propios  y  peculiares  inlereeee;  de  lle- 
var asimismo  la  responsabilidad  k  esa  Administración,  quitando  esa 
responsabilidad  á  la  Madre  Patria,  da  modo  que  no  se  pueda  estar  con  a 
tíi ti  tomento,  con  los  ejemplos  más  6  meaos  exagerado*  de  nuestra  Ad- 
ministración, deshonrándonos  á  los  ojos  de  América  y  de  Europa  j  mi- 
tigando en  parte,  ya  que  no  destruyendo  del  todo,  en  algún  i  na- 
ción, la  simpatía  qne  la  notoriedad  del  derecho  de  Bspafte  nos  pudiera 
proporcionar. 

«No  as  allí  sólo;  ya  veis  si  soy  tranco  y  ti  empleo  otras  reservas  es 
la  disensión  qne  las  que  son  exclusivamente  necesarias,  No  es  sola 
mente  en  América  donde  con  grandísima  prude*  cía  por  parte  de  las 
K  e públicas  hiapano  americanas  y  con  on  afecto  filial  da  su*  Gcbiemoi. 
que  nunca  dníbwtmoo  olvidar,  se  piensa,  aíu  embargo,  que  debiéramos 
mejorar  la  Administración  de  la  isla  de  Cuba,  sobre  lo  basa  de  dar  i  o 
Mr  Tención  en  ella  á  loa  habitantes,  de  eai  Antílla;  no  es  tampoco  en  al* 
gtin  otro  país,  qne  no  teniendo  esos  motives  de  filial  caria  o  bacía  nos- 
otros, aunque  tenga  alguno,  se  piensa  lo  mismo.  No  es  allí  sólo.  Acaso  le 

(l)    Sobra  todo  esto  pueda  leerse  el  folleto  publicado  en  18? 8,  con  el 
titulo  da  La  autonomía  oolonial  «nf«  loa  CerJea  f  la  opinién  pública  ᧠ M* 
ton  motivo  d§  la  gutrra  d%  Cue». 


—  1017  — 

sabéis;  sin  duda  lo  sospe chaia.  E«  en  Europa  miama,  donde  Ja  preocupa- 
ción de  que  nosotros  no  llevamos  4  Aquel  gobierno  todos  loe  medios  do 
que  tea  tía  gobierno  a  la  altura  do  las  ideas  y  oleosidades  jurídicas  mo- 
d  aro  as,  nos  está  gravemente  perjudicando.  * 

La  declaración  no  pasó  de  ahí,  pero  basta.  Fuen*  de  Eri- 
paña»  ea  ciertos  circuios,  se  sabía  de  sobra  Jo  que  loe  (t  > 
ble  r  a  os  europeos  y  a  mer  i  caaos  pensaban  y  recomendaba  i 
respecta  de  la  urgencia  de  una  reforma  profunda  en  nuestro 
orden  colonial,  Recordábase  cóoqo  y  por  qué,  ea  dos  Apocan, 
habían  fracasado  las  gestiones  hechas  para  garantizar  el 
imperio  de  España  en  Coba,  y  de  qué  suerte  en  este  fracaso 
habían  influido  Jas  cuestiones  de  la  trata  y  la  antipatía  qne 
producían  algunas  de  nuestras  practicas  coleóla  es.  Los 
Gobiernos  i  o  gléa  y  frunce*  lo  habían  declarado  con  toda 
franquera,  en  1850  v  1852  respectivamente.  La  prensado 
todo  el  Mando  t*e  ooapaba  de  este  problema  en  el  mismo 
mentido;  es  decir,  en  favor  de  Ja  reforma  autonómica  de  las 
Antillas  y  en  pro  de  la  argucia  de  nna  soludón  al  proble* 
ma  cubano,  oomjicado  por  la  creciente  importancia  de 
las  simpatía  a  separatistas  6  anexión  intas  de  los  Estados 
Unidos,  á  partir  de  1896 .  Realmente  existia  una  interven- 
ción moral  de  Europa  y  América  en  la  situación  política, 
económica  y  social  de  ]as  A u  ti  II  as  espa  fulas. 

A  esta  día  posición  europea  é  hispano  americana,  auió  su 
calurosa  gneíJóa  Mr,  Cleveland  en  términos  apenas  disco 
tibies,  ni,  como  antes  he  dicho,  la  po  i  tica  del  Presidente  d* 
los  Estados  Unidos  no  resultara  comprometida,  y  á  Jad  ve 
ees  rectificada,  por  i  o  que  en  aquel  pafs  socedla  en  punto  al 
respeto  práctico  y  la  consideración  debida  á  los  poderes 
públoos  y  la  soberanía  de  una  nación  amiga. 

Foro  todo  esto  sirve,  primerOj  para  dar  mayor  relieve  a 
los  equívocos,  la  intemperante*,  la  precipitación  y  las  posi- 
tivas violencias  que  caracterizan  la  dirección  y  la  acción  del 
Presidente  Mac  Kiu  ey  á  Jos  pocos  mee- es  de  subir  al  Poder 
y  quedan  á  su  política  internacional  un  tono  perfectamen- 
te contrarío  al  derecho  y  las  prácticas  contemporáneas. 

Luego,  eso  sirve  para  evidenciar  nuevamente  que  la  cum- 
tión  de  Duba  estaba,  á  fines  del  año  97,  puesta  baja  la  jurii 
dicción  del  Concierto  internacional  moderno. 


—  mis  — 


14 


Ya  es  hora  de  contestar  á  las  preguntas  hechas  arriba 
sobre  la  intervención  armada  realizada  por  el  Gobierno  de 
loa  Estados  Unidos  en  Coba,  á  partir  de  Abril  de  1898. 

El  detalle  con  que  he  expuesto  la  con d acta  del  Gobierno 
norteamericano!  el  desarrollo  de  la  política  colonial  espa- 
ñola, á  contar  de  fínej  de  1897,  y  las  relaciones  diplomáti- 
ca* del  Gabinete  de  Madrid  con  el  de  Washington  y  los 
Gobiernos  europeos  en  el  curso  del  último  año,  facilita 
grandemente  la  tarea.  Apenas  si  ahora  necesito  otra  cota 
que  hacer  referencias  á  lo  antes  dicho  y  relacionar  estas  re- 
ferencias para  llegar  á  una  síntesis  cuya  fórmula  no  exige 
mucho  espacio. 

Por  otra  parte,  me  allanan  grandemente  el  camino  la  ab- 
soluta imparcialidad  con  que  he  apreciado  las  disposiciones 
de  Mr.  Cleveland  y  los  valiosos  antecedentes  de  la  Repúbli- 
ca norteamericana,  asi  como  la  severidad  de  mi  juicio  sobre 
loa  errores  del  Gobierno  español  y  las  inconveniencias  ó/in- 
justicias  de  nuestra  vieja  política  colonial. 

Eq  tatas  condiciones  puedo  desahogadamente  afirmar  que 
no  ha  habido  en  Cuba,  á  mediados  de  1898,  motivos  para 
una  intervención  extranjera. 

Y  esto  lo  afirmo,  no  sólo  con  el  criterio  de  las  teorías 
más  radicales  y  novísimas  del  Derecho  internacional,  sino 
también  teniendo  en  cuenta  las  prácticas  internacionales  más 
corrientes  de  nuestra  apoca,  los  argumentos  más  especiosoáea 
favor  de  una  actitud  agresiva  por  parte  de  la  República  ñor- 
fceamer icana  y  las  tradiciones  más  prestigiosas,  los  compro- 


—  1019  — 

misos  más  notorios  y  el  sentido  más  acosado  de  la  gran  Fede* 
r*ció  p  de  los  E«udos  Unidos. 

Demos  de  barato  que  la  insurrección  cubana  fuera  in- 
vencible por  parte  de  Espefia,  á  mediados  6  á  fines  de  1897. 
Con  vengamos  en  que  esa  insurrección  producía  á  los  Estados 
unidos  perjuicios  extraordinarios,  cuyo  término  era  urgente, 
así  para  el  btien  orlen  político  y  eoonómioo  de  la  Repúbli- 
ca, cuanto  para  excasar  al  Gobierno  de  ésta  gastos  conside- 
rables y  conflictos  diplomáticos. 

Está  bien.  Aceptemos  esas  hipótesi»,  pero  siempre  con  la 
protesta  de  qae  se  ha  probado  en  paginas  anteriores  que  la 
gaerra  de  Coba  no  ha  producido  ni  produos  á  los  Estados 
Unidos  más  daños  que  los  oorrientes  y  propios  de  la  vecin  - 
dad;  es  decir,  aquellos  que  jamás  han  sido  motivo  para  la 
g o erra  entre  dos  naciones  contiguas  6  próximas. 

Y  también  es  cierto  que  la  guerra  de  Cuba  llevaba  poco 
más  de  dos  años  de  duración  y  aparecía  visiblemente  decaí  - 
da  á  principios  de  1898,  así  como  que  la  guerra  civil  délos 
Estados  Unidos  de  1861,  que  tantos  perjuicios  ocasionó  al 
comercio  del  Mando,  duró  más  de  cuatro;  años,  revistiendo 
*í*mpre  proporciones  considerables. 

Pero  de  tod  >«  nodos,  ¿será  posible  que  persona  alguna  que 
haya  vivido  en  el  mundo  de  la  política  y  de  les  negocios,  ó 
<iue  haya  erguido  de  lejos  la  maroha  general  de  las  cosas 
en  todo  el  carao  de  los  últimos  cuatro  años;  será  posible  que 
niegue  el  hedió  de  que  en  todo  ese  tiempo  los  Estados  Unidos 
han  sido  el  centro  de  acción,  el  lugar  de  abastecimiento,  y  la 
base  de  operacioaes  de  la  insurrección  separatista  cubana? 

Y  desocé*  de  lo  dicho  y  detallado  en  las  páginas  anterio- 
res, ¿eg  d  ble  divertir  que  la  actitud  del  Gobierno  de  Was- 
hington— á  poco  de  entrado  el  año  98,— el  movimiento  de  sus 
barcos  de  guerra,  la  conducta  de  sus  agentes  oonsulares  en  la 
Habana  Jas  notas  y  reclamaciones  que  dirigió  al  Gobierno  de 
Madrid,  sus  exigencias  respecto  de  la  aplicación  del  depri- 
mente protocolo  de  1871  (que  da  un  alcance  extraordinario 
al  convenio  de  1795  y  protege  á  los  americanos  comprometi- 
dos en  la  rebelión  cubana)  y  las  declaraciones  solemnes  del 
Congreso  de  la  República  fortificaren  la  insurrección  se* 
par  a  ti  st  a  decadente,  desprestigiaron  al  Gobierno  de  Espa- 
ña y  dificultaron  el  planteamiento,  arraigo  y  desarrollo  do 
las  reformas  autonomistas  decretadas  en  Madrid  á  ises  de 
Noviembre  de  1892? 

En  tales  supuestos,  ¿en  quó  principio  de  Derecho,  en 


—  1020  — 

qné  precedente  de  carácter  internacional,  en  qué  argu- 
mento de  eqoidad  y,  en  último  caso,  en  qné  consideración 
de  moral  pública  puede  apocarse  la  pretensión  de  qne  el 
Gobierno  de  loe  Estados  Unido*,  cooperador  más  6  menos 
indirecto  de  la  insurrección  de  Ouba,  encuentre  fonda- 
mentó  en  ésta  para  formular  exigencias  oontra  España, 
imputándola  la  exclusiva,  la  absoluta  responsabilidad  de  lo 
queen  Cuba  pisa,  y  resolviéndose,  en  vista  de  esta  titaación, 
á  intervenir,  sólo  y  por  su  exclusiva  cuenta  y  con  las  condi- 
ciones por  él  libremente  fijadas,  en  la  insurrección  de  ana 
colonia  oontra  la  Metrópoli,  impediia  por  la  acción  del  inter- 
ventor para  dominar,  reducir  ó  aquietar  al  insurrecto? 

Seria  ocioso  invocar,  siquiera  como  atenuante,  el  dato  de 
la  Nota  pasada  por  el  Gobierno  norteamericano  al  espa- 
ñol (la  llamada  Nota  OlnepJ,  en  10  de  Abril  de  1196, 
ofreciendo  los  servicios  de  Washington,  en  condicionas  ho- 
norables, para  dar  felis  término  á  la  agitación  cubana»  bijo 
el  pabellón  de  España. 

Aquella  Nota,  foé  quisa,  el  acto  realizado  por  el  Gobierno 
de  los  Estados  Unidos,  dentro  de  loe  cinco  últimos  años,  mas 
estimable  para  cuantos,  absolutamente  desinteresados  en 
el  particular  concreto  de  la  cuestión  colonial  española,  es 
tudien  las  difíciles  relaciones  de  Fspafta  y  loe  Estados 
Unidos  en  el  último  cuarto  del  siglo  xix,  y  consideren  el 
pnblema  sólo  desde  el  ponto  de  vista  de  la  pan  y  el  progre 
so  general  de  los  pueblos.   No  lo  niego. 

Tampoco  tengo  por  qné  ni  para  qos  negar  que  aquel  ha* 
cho  tiene  un  positivo  valor  en  la  historia  de  la  política  in- 
terna de  España.— Los  partidos  políticos  de  ésta  no 
podrán  prescindir  de  la  mencionada  Nota  en  la  hora  ds 
exigir  las  responsabilidades  qne  corresponden  á  los  que, 
dirigiendo  el  Estado  esptñol,  quisa  entonces  podrían  ha* 
ber  evitado  el  deplorable  curso  que  llevaron  después  Jes 
negocios  ultramarinos. 

Pero  sin  prescindir  de  nada  da  esto,  es  necesario  no  va  • 
riar  su  carácter  ni  exagerar  su  trascendencia  Por  lo  menos, 
es  indispensable  precisar  fechas  y  relacionar  aquel  impor- 
tante documento  con  las  distintas  actitudes  que  el  Gobier- 
no anglo-amerioauo  tomó  desde  entonces  y  con  el  muy  di- 
ierente  estado  que  ofrecieron  las  cosas  en  Cuba,  á  partir 
ds  l.9  de  Enero  de  1898. 

Porque,  cuando  Mr.  Olney  escribió  su  Notado  1896,  apa- 
recía sin  salida  el  problema  cubano,  suspendas  indefinida- 


—  1021  — 

Lu«Dt«  allí  las  reformas  votadas  por  el  Parlamento  español  de 
1895,  y  enseft oreado  del  poder  nuestro  partido  conservador, 
siempre  opuesto  á  toda  política  expansiva  en  Ultramar  y 
profundamente  antipátioo  en  las  Antillas.  Y  cuando  se  de- 
cretó en  Whasington  la  intervención  en  Cuba,  fué  muchos 
meses  después  de  aquella  Nota,  y  i  los  cuatro  escasos 
de  ha  terse  comenzado  á  plantear  en  las  Antillas  el  régimen 
autonomista,  por  el  partido  liberal  español  qne  ocupaba  el 
poder  con  antecedentes,  compromisos  y  voluntad  estimados 
satisfactoria  y  públicamente  por  el  Gobierno  de  los  Estados 
Unidos,  y  que  para  la  noble  empreda  de  la  transformados 
del  orden  político  y  social  de  nuestras  colonias,  contaba 
con  las  simpatías  y  el  apoyo  de  todos  los  elementos  demo- 
cráticos de  España,  y  hasta  con  una  relativa  benevolencia 
de  los  conservadores  caídos. 

El  fondo  de  la  Nota  de  Mr.  Olaey—  lo  fundamental  da  su 
recomendación— era  un  hecho  á  principios  de  1898;  que- 
daba por  realizar  sólo  la  intervención  oficiosa  de  los  Es- 
tados Unidos.  Mucho  menos  necesitaba  España  en  aque- 
lla hora  para  terminar  la  guerra  cubana.  Necesitaba  tan 
sólo  que  los  Estados  U  a  id  os  se  estuviesen,  de  veras,  da 
fomentar  ó  caloría  r  esa  guerra.  Ea  una  palabra,  que  el  Go- 
bierno de  la  República  cumpliese  severamente  las  re- 
glas generales  déla  neutralidad  internacional  entendidas: 
1.°,  como  ese  mismo  Qobierno  habla  recomendado  á  Ea- 
ropa,  y  partioulamente  á  Inglaterra,  durante  la  guerra 
civil  norteamericana  de  1861  á  18*5;  2.°,  como  Espa- 
ña l*s  estimó  y  practicó  en  aquella  época  en  favor  de 
aquel  mismo  Gobierno,  que  tan  agradecido  se  mostró  enton- 
ces á  la  Nación  que  ya  obligaba  sa  gratitud  per  el  descu- 
brimiento de  América,  por  su  activa  cooperación  en  favor  de 
la  independencia  de  la  Unión  anglo-amerioana  en  1782,  y 
por  Ja  facilidad  con  que  en  1803.  1815, 1819  y  1820  se  habla 
prestado  al  ensanche  territorial  de  la  nueva  República  por 
la  Florida  y  la  Luisiana,  y  3.°,  como,  á  instancias  délos 
hombres  de  Washington,  quedó  determinado  y  proclamado 
per  el  famoso  Tribunal  de  Arbitrage  de  Ginebra  y  el  céle- 
bre Tratado  do  Washington  de  1871. 

De  todos  modos,  aun  apreciando  la  Nota  de  Mr.  Olney 
como  un  acto  bisn  intencionado  y  plausible  para  llevar  U 
paz  á  Cuba,  no  es  dable  entender  que  por  él  adquirieran 
los  Estados  Unidos  un  derecho  más  ó  menos  positivo  de  que 
carecían  la  víspera  de  la  publicación  de  la  Nota,  ni  se  pueda 


—  1022  — 

prescindir  de  lo  que  antes  de  ahora  se  ha  dicho  respecto  de* 
la  deficiencia  de  aquella  gestión,  mientras  no  f  aera  acompa- 
ñada de  una  rectificación  absoluta  del  apoyo  que  la  insurrec- 
ción cubana  Tenia  recibiendo  del  pueblo  y  aun  de  las  auto- 
ridades de  los  £etsdos  Unidos. 

Esto  oon  referencia  á  la  época  en  que  se  prodigo  la  Nota. 
La  segunda  ves  que  el  Gobierno  de  Washington  repitió  - 
el  ofrecimiento  de  sus  buenos  oficios,  fué  á  fines  de  Sep- 
tiembre de  1897»  la  víspera  misma  de  la  subida  al  poder 
del  ministerio  Sagaeta,  cuyo  programa  reformista  y  expan- 
sivo hacía  ociosa  la  gestión  eztraojera.  La  vez  teroera  en 
que  ésta  se  anuncia,  es  en  Marzo  del  año  §8-.  Páreteme 
imposible  desconocer  la  inoportunidad  de  la  solicitud,  que» 
implicaba  entonces,  cualesquiera  que  fuesen  las  protes- 
tas y  las  salvedades  con  que  se  la  acompañara,  una  gra- 
ve desconsideración  para  el  Gobierno  español,,  que  as* 
guramente  habría  logrado  la  paz  en  aquella  hora,  si  oon 
esta  y  otras  verdaderas  coacciocea,  no  se  hubieran  dificulta- 
do sus  medios  morales  y  materiales  de  acción  ante  la  vista 
del  Mundo,  ya  alarmado  y  pronto  escandalizado  por  tales 
procedimientos. 

Sería  cerrar  los  ojos  á  la  evidencia  el  desconocer  que  la 
aceptación  de  los  buenos  oficios  de  los  Estados  Unidos  en 
Febrero  ó  Maizo  de  1898  (|  y  los  buenos  oficios  dirigidos  en 
Cuba  por  el  cónsul  general  Mr.  Lee!),  habría  equivalido  L 
suscribir  el  protectorado  del  Gobierno  de  Washington  en 
condiciones  tan  deprimentes,  que  la  pérdida  de  Cuba  para 
España  sería  cosa  de  muy  poco  tiempo,  en  condiciones  ver- 
daderamente incompatibles  oon  el  prestigio  que  oorrespon 
d«  á  la  nación  descaí  ridora  de  América  y  que  aún  hoy  pue- 
bla la  mayor  parte  del  continente  sudamericano. 

Apurando  algo  las  cosas,  podría  la  malicia  llegar  á  más. 
Sobre  todo  ahora  y  después  de  haberse  produoido  otros  de- 
plorables actos  del  Gobierno  norteamericano,  que,  como  es 
notorio  é  indiscutible,  en  esta  campaña  no  tiene  á  su  favor 
el  voto  manifiesto  de  ningún  pueblo  del  Mundo. 

Y  no  digo  en  bbsoluto  que  tiene  enfrente  á  todo  el  Mun- 
do, porque  el  Litro  Rojo  recientemente  publicado,  da  moti- 
vos para  sospechar  que  el  Gobierno  inglés  ne  comparte  la 
aversión  general  de  los  demás  Gobiernos  aludidos  en  aque- 
lla recopilación  diplomática. 

Bin  duda,  la  malicia  puede  muy  bien  pensar  que  la  reitera- 
ción de  los  ofrecimientos  de  intervención  oficiosa!  hecha  ya 


J 


—  1023  — 

dentro  del  año  do  1891,  no  tenía  otro  carácter  que  el  de  un 
medio,  seis  ó  msnos  habilidoso,  de  mostrar  al  Mande  que  el 
Gobierno  americano  había  apelado  á  todos  loa  recursos,  as- 
tee del  material  y  violento,  que  ya  estaba  entonces  en  la 
■tatito  de  los  politioos  de  Washington.  Y  aun  esta  hipótesi» 
seria  benévola  al  lado  del  supuesto  de  qoe  aqnel  acto  fuera 
«na  manera  de  distraer  al  Gobierno  español,  respecto  de  las 
verdader»*  disposiciones  y  los  serios  preparativos  de  los  di* 
rectores  de  la  Oasa  Blanca. 

Tratándose  de  este  particular,  es  imposible  prescindir  de 
loe  pretextos  dados  por  el  Gobierno  de  los  Estados  Unidos 
pera  concentrar  sus  buques  de  guerra  y  apostarlos  luego 
ocrea  de  la  iela  de  Coba.  |  Entonces  los  americanos  alegaron 
el  temor  de  que  España  acometiera  6  declarara  la  guerra  4 
la  República! 

Nada  de  esto  pudiera  pensaras  si  el  Gobierno  norteame- 
ricano, despees  ds  la  Nota  de  Mr.  Olney,  y  ratificando  con 
hechos  las  declaraciones  simpáticas  que  laego  le  arrancan 
loe  decretes  autonomistas  de  Noviembre  de  1897  y  las 
nuevas  disposiciones  del  Gobierno  español,  hubiera  oelo- 
risadj  la  acción  de  éste,  para  lo  cual,  seguramente  no  eran 
medios  adecuados  la  forma  y  el  alcance  de  la  campaña 
hecha  para  socorrer  4  los  reconcentrados  da  Cuba,  ni  la  pre- 
aeneia  del  Jíuine  en  la  bahía  de  i»  Habana,  ni,  so* 
tos  todo,  la  actitud  del  cónsul  general  americano  Mr.  Lee 
en  la  capital  ae  Cuba.— Sobre  estos  particulares  ya  creo 
que  no  .caben  eq  nivosos.  El  tiempo  ha  hablado  quisa  mas 
de  lo  Lectsario. 

Pero  aau  apartando  la  vista  de  estos  lamentables  sucesos, 
y  lomando  la  famosa  Nota  de  Mr.  Olney  en  su  mas  generoso 
sentido,  y  aceptando  como  sinceras  las  manifestaciones 
solemnes  de  los  Presidentes  Cleveland  y  Mac  Kinlev  al 
Congreso  de  los  Estados  unidos  de  1896  y  1897,  pareos  que 
lo  mejor,  quia4  lo  único,  que  el  Gobierno  norteamericano  po- 
driahaber  hecho,  para  salvar  sus  responsabilidades  y  quedar 
dentro  del  Derecho  Internacional  contemporáneo,  era  procu- 
rar la  inteligencia  y  la  cooperación  de  los  demás  grandes  di  - 
rectores  del  mundo  político  moderno:  1.*,  para  declarar  que 
lo  que  sucedía  en  Cuba  era  absolutamente  atentatorio  4  los 
derechos  de  la  Humanidad  y  4  los  intereses  delaCivilisaojón; 
2.*,  paraestablecer  que  España  era  impotente  para  poner  ter  • 
saino  4  estaangustiosasituación,  y  3.°  para  determinar  lo  que 
mili  ss  debia  hacer,  del  propio  modo  que  se  habla  hecho  en 


—  1014  — 

Europa,  respecto  de  las  cuestiones  de  Oriente  y  de  Italia— 7 
en  Afrio*,  Asia  y  América,  respecto  de  los  problemas  de  Me- 
rrosoos»  el  Gongo,  China,  J*p6n  y  el  Paraguay. 

Es  de  creer  que  algo  d*  esto  pasó  por  el  espirita  de  loe 
hombres  de  la  Oasa  Blauoe,  puesto  que  el  Fraúdente 
Mac  Kinley,  en  su  Mensaj  i  de  6  de  Diciembre  de  1337,  ma- 
nifestó el  proponte  de  que  eu  acción  fuete  ton  clara  que  le 
asegurase  el  apoye  y  la  aprobación  del  mundo  civilitaio. 

Ya  en  otra  parte  «ve  ha  reoordado  oóun  el  Praiideats 
Orant  entendió,  en  1872  78,  la  competencia  del  Concierto 
internacional  de  los  gobiernos  americanos,  pava  recabar  de 
España  la  libertad  de  Oaba  —y  cómo,  después,  el  mismo 
Presidente,  oonsultó,  sin  éxito,  á  las  Potencias  europeas,  la 
conveniencia  de  intervenir  en  la  grande  Antilla. 

P*ro  la  indicación  de  Mr.  Mac  Kinley,  no  sólo  se  pasó 
á  mayores  ni  se  tradujo  en  acto  alguno  positivo,  siso  que 
pronto  f  aé  anulada  escandalosamente  y  como  no  se  ha  dado 
otro  ejemplo  en  la  H  storia  oontemporánea,  por  la  peregri- 
na resolución  dal  Congreso  americano  de  18  de  Abril  de 
1898  y  por  la  intervención  material  de  loe  soldados  * 
marinos  norteamericanos,  después  de  haber  sido  desdelU- 
da,  más  que  desatendida  1*  gestión  diplomática  de  las  gran- 
des Naciones  europeas  para  evitar  la  ruptura  de  loe  Esta- 
do Unidos  con  Eipbñi. 

Las  cosas  han  pasado  de  tal  suerte,  que  pooos  serán  ya 
los  que  no  vean  con  toda  claridad  que  las  últi  uas  determina  • 
eiones  de  la  actitud  definitiva  de  los  Estados  Unidos  (perfeo  * 
tamente  dispuesto  á  intervenir  de  cualquier  modo  y  oon  tales 
é  cuales  propósitos  en  la  cuestión  hispano*oubana),  fueron: 
1  .*  la  casi  evidencia  de  que  el  planteamiento  del  régimen  an- 
toasmista  en  Cuba  terminaría  en  breve '  plaio  laguerra  sepa  • 
ratísta,  y  oon  esta  terminación  se  destruía  la  mejor  coyun- 
tura de  influir  é  intervenir  el  Gobierno  de  Washington  en 
las  cosas  de  aquella  isla,  y  2.°  la  seguridad  de  que  ninguna 
Potencia  europea  iría  á  la  mano  de  loe  Estados  Unidos,  ni 
dificultaría  por  modo  alguno  que  éstos  resinasen  en  Ouba 
ia  obra  violenta  que  tenían  preparada. 

Desde  que  estos  dos  puntos  quedaron  bien  establecidos,  la 
intsrvsnción  norteamericana  fué  indiscutible. 

Pero  oon  esto,  ¡qué  retroceso  en  el  Deoret  j  Internacional! 

Porque  el  Gobierno  norteamericano  no  ha  consentido  un 
solo  momento  que  prospere  el  arbitrage,  propuesto  repetidas 
veces  por  España,  ni  se  ha  cuidado  paría  nada  de  las  leyes 


—  1025  — 


de  neutralidad  ni  de  loe  prinoipioe  oorrientee  en  punto  á  la 
«oberacia  de  las  naciones  ni  del  Concierto  internacional  para 
loeintereeee  7  las  solnoionee  qne  afectan  á  todo  el  lía  ido. 

Ann  ein  concretar  las  observaciones  á  detalles  importan  - 
tes  y  de  imposible  excusa,  basta  la  consideración  de  la  letra 
y  el  espirita  del  faino*»  bilí  del  Congreso  norteamericano 
de  18  de  Abril  de  1898,  para  poder  afirmar  qne  los  Etttdoa 
Unidos  han  excedido  ahora  en  arrogancia  y  violencias  at 
primer  Bonaparte  en  sus  decretos  respecto  de  Europa  ven  ■ 
oída  y  deshecha,  y  al  Emperador  ruso  en  sus  declaraciones 
-contra  Turquía  y  á  favor  de  los  pueblos  opresos  por  el  Sal  ■ 
tan,  4  los  comiensos  del  siglo  corriente. 

Porque  en  el  bilí  aludido  (determinado,  ség&n  se  dice,  en 
las  consideraciones  que  preceden  á  la  parte  dispositiva,  por 
«1  sentido  moral  del  pueblo  norteamericano),  no  sólo  te 
decreta  que  España  renuncie  inmediatamente  i  tu  autori* 
dad  y  al  gobierno  de  Cuba  sino  que  §e  proclama  que  Cuba 
4$  y  debe  ser  libre  4  independiente 

Después  viesen  otras  afirmaciones  de  positiva  gravedad; 
pero  las  que  afectan  directamente  al  Derecho  internacional 
non  las  primeras,  que  entrañan  uaa  pretensión  más  que  abn 
«iva  é  irritante,  absurda,  del  carácter,  lo*  derechos  y  la  re- 
presentación del  Estado  norteamericano  en  el  concierto  del 
Mondo  oivilisado. 

Porque  de  ellas  resulta,  desde  luego,  la  capacidad  del 
Estado  norteamericano  de  negar  eficazmente  y  por  su  abso- 
luta y  personal  autoridad,  la  soberanía  de  una  nación  que, 
como  la  española,  disfrotaba  de  la  plenitud  de  su  carácter 
internacional  y  de  ninguna  suerte  habla  ofendido  á  la    Re- 
pábioa  de  Norte  América  — Después,  apareoe  el  derecho  de 
-eeta  misma  de  ensanchar,  por  su  exclusivo  criterio  y  con  íu* 
medios  propios,  el   circulo  de  las  naciones  independien- 
tes, dando  ó  reconociendo  la  personalidad  de  tal  á  la  an- 
tigua colonia  de  Gaba,  sin  e-timar  siquiera  conveniente  pa- 
ra esta  declaración  transcendental  en  otro  orden  superior  al 
-de  las  meras  relaciones  particulares  da  Cuba  con  loa  Etta- 
<do8  Uoi  los,  la  aprobación,  j  ni  aún  el  conocimiento  de  los 
demás  pueblos  soberanos  á  cuyo  trato,  de  igual  á  igual,  era 
«elevada  la  grande  A  n  ti  Ha. 

A  todo  esto  hay  que  agregar  la  h  ipótesis  fundamental  de 
todas  las  resoluciones  del  bilí  mencionado;  la  hipótesis  de  que 
bastaba  que  el  sentido  moral  del  pueblo  Norte  Americano 
40  sintiera  herido  por  lo  que  pasaba  en  Cuba  (ó  mejor 


H 


—  1026  — 

dicho,  por  lo  que  el  Gobierno  de  loe  Estados  Unidoe,  por  s» 
propia  cuenta  y  oon  eos  dato*  exclusivos,  decía  que  pasa- 
fea)  para  que  ente  Gobierno  hiciese,  con  éxito,  las  declara- 
ciones antes  expuesta»  y  para  que  los  soldados  y  los 
marinos  de  aquella  República  invadieran  las  aguas  y  la  tie- 
rra de  Espafia,  con  el  fin  concreto  de  expulsar  á  ésta  de  sus 
dominios  de  América,  sin  el  menor  agravio  del  Derecho  io- 
er nacional  contemporáneo. 

Conviene  fijarse  mucho  en  que  el  ¿itfde!8  de  Abril 
de  1898  p?  escinde  en  absoluto  de  toda  ratón  y  aun  do  todo 
pretexto  de  carácter  particular,  para  abonar  la  violencia 
que  decreta. 

En  él  no  se  habla  palabra  de  los  perjuicios  que  á  los  Es- 
tados Unidos  cansa  la  guerra  de  Cuba.  No  haj  frase  algu- 
na referente  á  cualquiera  de  los  rozamientos,  cuando  no 
choques,  que  excusan  6  produoen  la  generalidad  de  las 
guerras  particulares  entre  dos  naciones.  Cierto  que  se  hace 
alnaión  á  la  pérdida  del  Maine  en  las  aguas  de  la  Habana, 
pero  sin  que  e*to  se  atribuya  al  Gobierno  español  ni  á  los 
españoles;  bien  que  tal  acusación  hubiera  sido  el  colmo  del 
atrevimiento,  precisamente  cuando  era  notorio  que  el  Gobier- 
no norteameriorno  se  habla  negado  en  redondo  á  que  los  cu- 
riales y  técnicos  de  España  y  los  Estados  Unidos  estudiase, 
juntos,  de  concierto  y  en  el  lug»r  del  siniestro,  la  terrible 
catástrofe,  que  también  pudo  haber  costado  la  vida  á  mu- 
chos españoles,  y  cuando  el  Gobierno  de  Espafia  acababa 
de  proponer,  de  un  modo  incondicional,  la  entrega  de  tata 
negocio  á  arbitros  extraños,  libremente  elegidos  por  las 
partes  interesadas  en  el  conflicto. 

Lo  que  para  el  bilí  de  Abril  de  1891  determina  nos  gra- 
vísimas resoluciones,  es  la  cauta  de  la  civilización  cris* 
liana,  en  cuya  deshonra  se  realizaban  en  Cuba,  por  aquel  en- 
tonces, hechos  qoe  herían  el  sentido  moral  norteamericano» 
Por  tanto,  los  Estados  Unidos,  por  sí  y  ante  si,  se  declaran 
los  vengadores  y  defensores  únicos  de  la  civilización  en  las 
Antillas,  frente  á  otro  pueblo  culto  y  cristiano,  respetado 
por  todas  las  Potencias  del  Mundo  moderno,  y  hasta  acom- 
pañado de  las  simpatías  de  estas  mismas  Potencias  en  el 
instante  oritioo  de  transformar  el  antiguo  régimen  oolo- 
nial  de  Cuba  y  Puerto  Rico,  de  modo  quisa  superior  al  que 
pasaba  por  más  expansivo  y  radical,  consagrado  en  las  co- 
lonias autonómicas  y  más  prósperas  de  la  libre  y  jactanciosa 
Inglaterra. 


—   1027  — 

Antes  da  ahora,  se  habla  señalado  por  las  candila-» 
vías  europeas,  y  por  los  más  respetados  joricooenltos 
-coatsmparaneoe,  la  ambiciosa  pretensión  del  Gobierno  norte 
americano  de  invocar  y  practicar  una  especie  de  Derecha 
Internacional  de  su  exclusiva  producción  y  se  especial 


Contra  esta  pretensión  formularon  muy  vivas  protestas, 
desde  189»  á  97,  Inglaterra  y  Francia,  con  motivo  de  l*s 
cuestiones  que  estos  dos  países  tuvieron  con  Yeneauela,  el 
Brasil  y  alguna  otra  nación  sudamericana.  Tumbién  las 
últimas  fórmulas  de  la  bastardeada  política  de  Monroe  y  la 
aspiración  del  Gobierno  de  la  Gasa  Blanca  de  » parecer,  ó 
ser  realmente,  el  protector  de  todo  el  nuevo  Mando,  no  han 
pasado  desapercibidas  y  sin  contradicción  por  parte  de  casi 
todos  los  estadistas  y  tratadistas  de  nuestro  t¡empo. 

Pero  lo  que  últimamente  ha  sucedido  en  el  Capitolio  de 
^Washington  deja  atrás  todo  lo  presumido  y  patrocinado 
antes  en  los  círculos  políticos  de  Norte  América,  y  todo  lo 
ambicionado  y  osado  en  materia  de  tutela  y  de  representa- 
ción, después  del  justificado  y  muy  aplaudido  frucneo  de 
las  empresas  de  Napoleón  I.  Porque  resulta,  por  e!  bilí  an- 
tes citado,  que  el  Gobierno  de  los  Estados  Unido*  es  el 
campeón  de  la  civilización  moderna,  con  absoluto  derecho 
para  fijarse  las  condiciones,  las  causas  y  el  alcance  de  su 
ación  aislada,  exclusiva  y  por  todos  concentos  soberana, 
Basta  enunciar  la  tesis  para  que  se  den  loe  motivo j  sufi- 
cientes de  su  terminante  condenación. 

Es  verdad  que  ei  cuarto  y  último  acuerdo  del  MU  en 
cuestión  contiene  la  protesta  de  que  los  Estados  Unidos  ca- 
recen totalmente  de  intención  de  ejercer  jurisdicción  ni  sobe- 
ranía en  la  grande  Antilla,  ó  dé  intervenir  en  el  gobierno 
de  Cuba,  sino  es  para  la  pacificación.  Ademad  allí  se  añrma 
el  proposito  de  dejar  el  dominio  di  la  Isla  al  pueblo  de  isla, 
una  vez  realizada  dicha  pacificación. 

Pero  cualquiera  que  sea  el  valor  práctico  de  'ale i  decla- 
raciones, es  evidente  que  no  rectifican  lo  más  mínimo  el  v*-* 
lor  teórico  y  el  alcance  ambicioso  del  su  pues  te  general  del 
MIL  Antes  bien  lo¿  confirma;  porque  re*uta,  en  primer 
término,  que  qnión  únicamente  pone  limite  á  la  accióo  norte- 
americana es  el  mismo  Congreso  de  los  Estados  Unidos  que 
la  decreta;  y  en  segundo  lugar,  que,  prescindiendo  loi  nor- 
teamericanos de  la  cooperación  de  los  demás  pueblos,  priva 
é  éstos  de  los  medios  prontos  y  eficaces  para  rectificar  cual* 


—  1028   - 

quier  ix  eáo  6  oualqoiera  mala  interpretación  y  apliojcita 
da  propósitos  originariamente  desinteresado*. 

Bien  seguro  es  qoe  ninguna  persona  canta  ni  hombre  mi- 
dianamente  conocedor  de  la  Historia  moderna,  fiará  mucho 
en  el  rigor  de  la  declamación  desinteresada  antes  referid». 
En  estas  empresas  con  dificultad  se  sabe  bien  como  ae  pnn 
cipia,  pero  nnnoa  se  sabe  como  ae  a  tuba. 

Aparte  de  que  precísame n  re  lae  últtmas  líneas  de  la  decía  - 
ración  mencionada  dejan  ancho  y  cómodo  espacio  para  toda 
suerte  de  interpretaciones,  y  sobre  todo  para  que  el  liberta- 
dor triunfante  fije  la  hora  y  las  condiciones  de  Cuba  pacifi- 
cada y  en  condiciones  de  que  la  gobierne  el  pneblo  cuba- 
no... libre  i  imdependient$t  por  la  mam  declaración  del 
Congreso  de  los  Estados  Unidos.  Otra  cosa  sucedería  si  en 
esta  obra  intervinieran  diversos  Gobiernos  y  más  pueblos, 

£1  ejemplo  de  la  ocupación  transitoria  de  Egipto  [,or  In- 
glaterra, en  circunstancias  incomparablemente  mejores  qne 
Jas  que  acompañan  á  la  intervención  de  los  Estados  Unidos 
en  Cuba,  permite  muy  poca  tranquilidad  respecto  de  cierta* 
declaraciones  generosas.  Y  la  historia  da  Ka  relaciones  de 
los  Estados  Uaidos  con  Tejas  y  Méjicu  no  coaiieotí  grande 
ilusiones  respecto  de  lps  compromisos  deaquAIlcs,  trabajados 
á  las  veces — y  hoy  quiíá  como  nunca — por  la  idea  del  impe- 
rialismo, que  parece  ser  la  tentación  xu&vor  de  la  rasa  sa- 
jona, en  la  plenitud  de  sus  victorias.  Peí  o  éste  no  es  el  pro> 
blema  del  momento. 


L 


r" 


-   102V  — 


15 


,No  se  detienen  aquí  Jad  con  sideraciones  qae  provoca  la 
•imple  y  general  vista  del  problema  internacional  entraña- 
do en  la  actual  guerra  de  Cuba. 

Al  lado  de  todo  lo  disentido  hay  que  poner:  1 .°,  lo  que 
implica  la  reserva  fie  las  demás  naciones  contemporáneas  y 
Señaladamente  de  Ua  Potencias  europeas,  en  el  deearroyo 
de  la  gcerrn;  2°t  loque  en  considerado  a  á  este  desarrollo 
hace  España,  y  3.*,  lo  que  poede  suponer,  para  el  porvenir, 
la  renuncia  que  ha  hecho  Ja  República  de  loe  Estados  Uni 
dos  de  su  positiva  i  eprehentacióc  en  el  Derecha  publico  y 
en  la  vida  internacional  de  nuestro  tiempo. 

Sobre  estas  cuestiones  no  es  fácil — qniz4  no  en  pcsible — 
formular  ahora  un  juicio  definitivo.  De  un  Iadu.  porque  esta 
moa  en  medio  de  la  guerra  y  es  dable  que  en  el  curso  de 
¿ata  se  determinen  cambios  y  hechos  nuevos  que  rectifiquen 
mucho- y  hasta  por  completo— la  disposición  de  los  Gobier- 
nes  extranjeros,  la  situación  de  España  y  las  condiciones 
verdaderamente  deprimentes  y  deplorables  para  el  desarro  - 
lio  del  Derecho  Internacional  que  en  este  momento  tenemos 
á  Ja  vista. 

For  otro  lado>  quizá  al  estado  actual  de  la  guerra  se  de- 
be la  falta  de  documento»  y  datos  precisos  respecto  de  la 
actitud,  las  gestiones  y  los  compromi  ce  de  los  princi- 
pales factores  de  la  tremenda  complicación  que  estudiamos; 
por  lo  que  no  es  imposible  que  algunas  de  las  criticas  y 
sobre  todo  de  las  denuncias  y  acusaciones,  fáciles  de  formu- 
lar en  este  momento,  en  realidad  sean  poco  fundadas,  por 


—  1030  — 

descansar  en  meras  apariencias  6  por  d«jar  á  un  lado  ate- 
nuaciones, excusas  y  aun  eximentes,  hoy  por  boy  dasoo- 
nocidas. 

No  obste  esto  para  que,  desde  luego,  pueda  afirmarse  que 
la  actitud  de  las  grandes  Potencias  europeas  resulta  muy 
deslucida  y  que  su  actual  pasiva  expectación,  si  se  prolon- 
ga un  poco,  puede  degenerar  en  algo  atentatorio  á  sus  pri- 
meros deberes  como  primeros  factores  y  elementos  directo- 
res del  Concierto  internacional  contemporáneo. 

F«  ocioso  robustecer  estas  afirmaciones  reproduciendo 
aquí  lo  que  ya  se  dijo  respecto  de  las  gestiones  que  la 
representación  diplomática  de  Francia,  Inglaterra,  Austria 
Hongrib — Rusia,  Italia  y  Alemania,  biso,  por  iniciativa  y 
con  el  c  ncurso  del  Pontífice  romano,  para  evitar  la  rup 
tura  de  España  y  los  Estados  Unidos.  Ahora  cumpla 
decir  qu<*  en  la  Historia  de  nuestro  tiempo  no  se  da  desooa- 
¡ción  parecida  á  la  que  el  Gobierno  de  Washington 
tuvo  }>*ra  aquellas  gestiones. 

A  esto  se  debe  agregar  otros  do*  hechos  de  primera  im- 
portancia que  son:  primero,  la  antipatía,  apenas  velada,  da 
la  mayor  pa-te — de  la  oasi  totalidad— de  las  Potencias  euro- 
peas, respecto  de  la  violencia  norteamericana;  y  segando, 
la  resignación,  más  que  la  pasividad,  con  que  las  Potencias 
aludidas  contemplaron,  después,  tanto  la  agresión  material 
de  que  fué  objeto  España,  como  la  indiferencia  v  el  olvido 
en  que  fueron  sepultadas  por  el  Gobierno  de  Washington, 
las  corteses  y  hasta  tímidas  excitaciones  de  los  Gobiernas 
europeo?,  fortificadas  por  la  deferencia  y  las  concesiones  del 
Gobierno  español. 

A  Igona  vez,  en  la  Historia,  se  ha  dado  el  caso  de  que  Go- 
biernos requeridos  por  los  directores  del  Conoierto  interna 
cional,  hayan  tratado  de  desentenderse  de  parecidos  reque- 
rimientos. Ejemplos  de  esto  nos  presenta  la  historia  de  Tur- 
quía en  relación  con  la  cuestión  da  Oriente;  sobre  todo  en 
loa  tiempos  de  la  insurrección  y  emancipación  de  Grecia  y 
eu  los  recientisimos  de  la  rebelión  de  Creta  y  de  la  guerra 
turco- helena. 

Pero  sebre  que  nunca  la  desconsideración  del  solicitado 
por  las  observaciones  de  las  grandes  Potencias  europeas 
llegó  al  extremo  que  ahora  se  discute,  es  sabido  que  las 
[tracciones  y  los  apresuramientos  y  las  habilidades  di' 
plomáticas  de  Turquía  fueron  contenidas  y  rectificadas  por 
la  acción  combinada  de  los  diplomáticos  y  los  soldados  da 


—  1031   — 

Trancia,  Inglaterra,  Rusia,  Alemania,  Italia  7  Austria- 
Hungría,  en  términos  beneficiosos  para  la  paz  del  Mando  y 
la  libertad  de  loe  pueblos. 

En  el  (aso  presente,  el  particular  reviste  mayor  impor- 
tancia, asi  por  los  antecedentes  próximos  de  los  debites  de 
los  Gabinetes  inglés  y  norteamericano  sobre  la  cuestión  de 
Venezuela  y  déla  declinación  de  Inglaterra  sancionada  por 
el  Tratado  de  Washington  de  1896,  como  porque,  al  vigor 
que  ha  logrado  en  los  Estados  Unidos  la  última  fórmala  de 
la  política  de  Monroe,  tendente  á  excluir  la  acción  europea 
•  del  gran  escenario  del  Nuevo  Mundo,  se  une  la  pretensión 
aún  mayor,  que  se  desprende  del  texto  del  óillnot- 
•  teamericano  de  18  de  Abril  de  1898,  por  el  cual  resal- 
tan los  Petados  Unidos  como  el  campeón  privilegiado  de 
los  intereses  de  la  civilización  moderna. 

Aun  concretando  esto  á  América,  la  pretensión  no  sólo 
seria  rechazable,  sino  que  contradice  abiertamente  la  aoti- 
tad  de  Francia  ó  Inglaterra^  precisamente  oon  relación  á 
las  Antillas  españolas,  seguí  se  demuestra  por  la  historia 
délas  negociaciones  cLplomátioas  de  1826  á  1854,  deque 
he  hablado  antes. 

Equivaldría  á  consagrar  un  verdadero  retroceso  en  el  De- 
recho Internacional,  el  reconocimiento  por  todos  los  pueblos 
del  Mando  del  exclusivismo  continental,  que  implica  la  fór- 
mala bastardeada  de  M>nroe,  enaltecida  por  Blaine,  en  ana 
-época  que  se  caracteriza  por  el  ensanche  de  la  solidaridad 
internacional  y  por  la  afirmación  de  que  los  principios 
fundamentales  del  Derecho  están  par  cima  de  raz*s,  reli- 
giones, e8caelas,  idiomas,  latitudes  y  distancias,  debiendo 
ser  garantizados  por  la  acúón  colectiva  de  todos  loa  pue- 
blos cultos. 

Pero  lo  absurdo  de  la  tesis  toma  mayores,  extraordina- 
rias proporciones  y  se  aoredita  indiscutiblemente  como  un 
-agravio  á  la  paz  del  Mundo,  á  la  dignidad  de  los  paeblos  y 
al  prestigio  y  los  deberes  de  la?  grandes  naoione*  directo- 
ras de  la  sociedad  contemporánea,  cuando  se  formula  del 
modo  incondicional  que  se  ve  en  el  bilí  aoglo  americano. 

£1  únioo  fundamento  (el  verdadero  pretexto)  de  ese  Mil, 
que,  hasta  cierto  punto,  responde  á  la  tendencia  de  nuestra 
Edad  á  patrocinar  las  intervenciones  internacionales  por 
«esnsa  de  la  Humanidad,  de  la  Civilización  y  del  Derecho 
¿universal,  á  despecho  del  antiguo  concepto  de  la  soberanía 
«nacional  y  de  las  facultades  y  jurisdicción  de  los  poderes 

66 


—  1032  — 

públicos  particulares;  el  único  fundamento,  repito,  del  HU 
de  1898  quita  teda  autoridad  á  lo  que,  por  en  cuenta  y  ca- 
pricho, realisan  hoy  los  Estados  Unidos  en  Gnba  y  deter- 
mina la  necesidad  de  que  la  violencia  hecha  á  la  soberanía 
de  la  nación  intervenida  sea  estimada,  patrocinada  y  resuel- 
ta, por  el  concierto  de  los  grtndes  puebles,  en  tanto  llega  la. 
hora  déla  constitución  del  gran  Consejo  arfictiónico  6  Par- 
lamento internacional,  que  está  en  el  deseo  de  todos  los  tra- 
tadistas y  estadistas  de  cierta  altura  y  que  se  señala  como 
nno  de  los  probables  éxitos  del  siglo  xx. 

En  esta  situación,  apenas  c6  compréndela  presente  acti- 
tud de  las  Potencias  europeas  ante  el  conflicto  hispan o-ame- 
ríoano.  Y  menos  aún,  después  de  haber  iniciado  una  gestión 
que  ha  quedadlo  en  el  aire  y  que  no  faltará  quien  califique 
de  estéril  protesta  de  una  positiva  impotencia. 

Beta  observación  se  complicada  si  resultara  cierto  lo  que 
parece  desprenderse  del  incompleto  Libro  Rojo  publicado 
por  el  Gobierno  español,  respecto  á  la  acogida  dispensada 
por  les  Gobiernos  europeos  á  sus  denuncias  y  protestas  con- 
tra los  procedimientos  de  los  Estados  Unidos. — Porque  de 
ese  Libro  resulta  como  muy  probable  una  gran  frialdad  de 
parte  de  Inglaterra,  frialdad  que  pudiera  llegar  á  impe- 
dir demostraciones  más  simpáticas  del  lado  de  loo  de- 
más Gobiernos  europeos  y  á  circunscribir  el  conflicto  6  la 
lucha,  punto  menos  que  imposible,  de  España  con  los  Esta- 
dos Unidos,  allende  el  Atlántico  ó  en  los  remotos  te- 
rritorios de  Filipinas. 

Tampoco  el  caso  es  nnevo.  Bien  conocidas  son  las  diflcul» 
tades  que  recientemente  ha  opuesto  Alemania  á  una  acción 
protectorado  Francia,  Inglaterra  y  Busia  en  favor  de  la 
cansa  de  Grecia,  en  su  última  guerra  oon  Turquía,  por  la 
libertad  de  Creta. 

Pero  si  lo  sospechado  fuera  un  hecho  positivo,  habría  que 
relacionarlo  con  otros  particulares  que,  á  primera  vista,  pue- 
dan pasar  desapercibidos:  como,  por  ejemplo,  el  término  del 
reciente  conflicto  de  Inglaterra  con  los  Estados  Unidos  por 
causa  de  Venezuela,  ó  la  preocupación  del  Gobierno  britá* 
nico  de  extender  el  Imperio  de  la  Gran  Bretaña,  por  medio 
de  la  última  manera  de  su  reforma  colonial,  patrocinada  por 
Ohamberíain  y  aun  por  Bosebery,  y  de  asegurar  bu  superio- 
ridad, frente  á  peligroscomo  los  entrañados  en  f  us  ahora  fre- 
cuentes rosamientoe  con  Francia,  Rusia  y  Alemania,  por 
el  concurso  activo  de  todas  las  fuerzas  de  la  raaa  sajona. 


í"\ 


—  1033  — 

Por  tanto,  86  tratado  algo  más  transcendental  qne  al  e gois- 
mo  de  las  Potencies  europeas.  £1  mantenimiento  de  la  in- 
nacción  de  éstas  durante  la  guerra,  podría  conducir  á  la 
renuncia  de  toda  intervención  para  fijar  el  término  del  luc- 
tuoso conflicto  y  para  la  celebración  de  la  paz,  dejando  qne 
esto  suceda  de  modo  y  manera  perfectamente  opuestos  á  to- 
do lo  que  ha  sido  práctica  en  casos  análogos  y  lo  qie  pueda 
interesar  á  la  libertad,  el  equilibrio  y  el  progreso  del 
Mundo. 

Quizá  no  vean  esto  tan  claro  aquellos  que  en  el  curao  de 
estos  últimos  años  han  dedicado  todos  sus  esfuerzos  á  pre- 
dicar el  aislamiento  internacional  de  España,  de  cuyas  re- 
sultas son  la  soledad  en  que  ahora  nos  encontramos  en 
una  empresa  verdaderamente  colosal  y  la  redacción  de 
la  política  española  á  menudencias  que  la  dan  el  carácter 
de  una  política  patamente  doméstica  y  cortan  el  vuelo 
á  los  pensadores  y  estadistas  de  este  pueblo  caracterizado 
en  la  Historia  por  ser  la  patria  de  los  precursores  de]  De* 
recho  internacional.  Nadie  al  oir  aquellas  exagerada»  pre- 
dicaciones de  la  indiferencia  ó  la  reserva  á  todo  trance, 
frente  al  desenvolvimiento  de  la  política  general  europea, 
nadie  podría  creer  que  España  fué  el  escenario  donde  se 
dieron  hechos  tan  trascendentales  como  la  lucha  del  poder  ro- 
mano con  el  cartaginés,  la  detención  de  la  ola  árabe  que  ve- 
nia sobre  Europa,  la  iniciación  del  descubrimiento  y  Ja  co- 
lonisaeión  de  América,  la  contienda  de  los  Borbones  y  ios 
Austriaa  y  la  ruina  del  primer  Imperio  napoleónico  (\) . 

Es  muy  fácil  que  con  la  propaganda  del  aislamieoto  se 
combinen  furiosas  protestas  contra  el  egoismo  europeo  y 
jactanciosas  esperanzas  de  que  nuestra  incomparable  bra- 
vura dé  al  traste  con  todo  el  poder  angloamericano.  Yo 
be  oido  en  alguna  parte  que,  en  el  momento  de  la  paz,  con- 
vendría á  España  desconfiar  de  la  acción  europea,  que  nos 
perjudicó  en  Marruecos  (?)  y  que  serviría  tan  sólo  para 
oobrarel  corretaje...! 

Todo  eco  me  parece  un  puro  dislate,  cuyos  detalles  no 
tengo  para  qué  discutir  ahora,  porque  no  veo  inmediata  la 
hora  de  la  paz,  aun  cuando  yo  soy  de  los  que  creen  que  de- 


(1)  Vétie  mi  conferencia  Intrcdvccitn  al  estudio  dé  las  Rilaciants  tx- 
uHúr$t  rf«  Etftküa  (Curto  superior  del  Ateneo  de  Madrid).  Un  foU.  Ma- 
drid, 1897. 


.-  *   .»  «■  - 


—    1035   — 

de  los  compromisos  transcendentales  del  Derecho  Público 
contemporáneo. 

De  ninguna  manera  hay  que  confundir  esta  cuestión  con 
la  particular  de  las  relaciones  de  la  Metrópoli  española  con: 
sos  colonias.  Este  es  otro  pleito. 

Porque  (repito  la  hipótesis  contrariada  por  la  notoriedad 
de  los  decretos  autonomistas  de  Noviembre  de  18*7),  pudie- 
ra suceder  que  la  situación  de  Cuba  fuese  la  que  el  Gobier- 
no norteamericano  pinta  y  proclama.  Pero  asi  y  todo,  lo 
qne  éste  ha  hecho,  lo  que  está  realizando  (no  digamos 
nada  del  modo  con  que  lo  realiza,  apresando  barcos  antes 
de  la  declaración  de  guerra,  suscitando  el  levantamiento  de 
tribns  incultas,  cortando  cables  internacionales,  declarando 
bloqueos  insuficientes,  bombardeando  pueblos  que  no  son 
plazas  fuertes  y  pretendiendo  forzar  puertos,  mediante  sus» 
titnoión  de  la  bandera  propia  oon  la  enemiga,  etc.,  etc.), 
todo  choca  abiertamente  con  lo  que  ¡os  libros,  los  gobiernos 
y  las  prácticas  de  nuestros  tiempos  autorizan  en  el  orden 
internacional.  Si  eso  privara,  resaltarla  una  consagración 
escandalosa  del  derecho  del  más  fuerte,  de  las  iniciativas 
del  más  osado,  de  uu  exclusivismo  continental  retrógrado 
y  focando  en  toda  suerte  de  antagonismos  y  conflictos,  y 
tanto  más  deplorablo,  cnanto  que  aparece,  llevando  su  re- 
presentación, una  República  democrática,  que  considera- 
moa  todos  como  la  manifestación  más  deslumbradora  del 
progreso  contemporáneo. 

Por  esto  protestó  vigorosamente  en  el  Congreso  de  Dipu- 
tados de  Espafia,  cuando  allí  se  formuló,  con  más  ó  menos 
ambigüedad,  la  aludida  idea  del  interés  secundario  y  par- 
ticular que  España  representaba  en  la  guerra  actual. 

Por  lo  mismo  he  creido  y  creo  qne  el  Gobierno  español 
no  parece  haber  comprendido  bien  su  papel  en  este  conflicto, 
reduciendo  su  acción  á  las  comnnicacioLes  y  las  protestas 
que  se  consignan  en  las  páginas  del  Libro  Rojo  publicadas) 
basta  ahora. 

Espafia  no  podia  ni  debia  limitar  sus  requerimientos  á 
las  1  otencias  europeas;  máxime  siendo  conocido  el  fracaso 
del  célebre  Congreso  Pan -Americano  de  1889,  y  el  sentido 
dominante  en  todo  el  Sur  de  América  contra  las  pretensio- 
nes absorbentes  de  los  Estados  Unidos  del  Norte.  T  aun  en 
sus  requerimientos  á  las  Potencias  de  Europa  podia  y  debia 
haber  demostrado  más  viveza,  apoyando  sus  reclamaciones 
por  una  gestión  calurosa  y  constante,  para  determinar  la 


¿^ 


—   1084  — 

bemoe  desearla  macho  y  por  modo  positivo.  Además  no  me 
presto  á  pensar  que  las  Potencias  europeas  se  resignes  á  bm 
completa  inace  ón  durante  y  despees  de  esta  guerra. 

De  ello  hablo  para  sacar  la  conveniente  lección  respecto 
del  porvenir;  para  señalar  lo  sucedido  y  lo  que  quisa  se 
prepara,  como  un  nuevo  y  decisivo  argumento  en  favor  de 
mi  tesis  de  muchos  años  de  que  «es  indispensable  para  Xs- 
paña,  á  pesar  de  su  Pirineo  y  de  sus  ooetas  y  de  su  poaieion 
geográfica  al  extremo  occidental  de  Europa,  vivir  la  vida 
internacional,  saoando  de  ella  medios  para  la  solución  de 
muchos  de  sos  gravea  problemas,  nacidos  quizá  de  la  poli* 
tica  contraria,  ó  cuando  menos  fortalecidos  y  agrandados 
por  é§ta  y  por  un  mal  entendí  lo  paCriotismot . 

También  importa  mocho  combatir  aquí  enérgicamente  al 
supuesto  (ya  deo  arado  en  un  cercano  debate  parlamentario, 
por  hombres  prominentes  del  partido  conaevador  espafio!, 
y  tal  vez  compartido  por  algunos  otros  políticos  da  distin- 
ta sigoifi  nación ),  de  que  España  no  tiene  en  la  guerra  actual 
otro  interés,  que  el  de  un  punto  de  honor,  y  que,  por  tanto, 
tenemos  delante  una  goerra  de  sólo  dos  naciones  y  de  un 
earácter  particular  ordinario  (1). 

No  creo  eso,  y  por  lo  dicho  ya  se  puede  oomprender  la 
gran  faerza  y  el  fundamento  sólido  de  mi  convicción  contra- 
ria. La  guerra  actual  hispano-americana  es  de  na  alto  y  ge* 
nérico  interés  internacional,  y  en  ella  representa  Espala 
mucho,  muchísimo  más  que  el  reducido  interés  de  poseer  las 
Antillas  y  las  Filipinas;  mucho,  machísimo  mas  que  au  as- 
piración legitima,  pero  apenas  comprendida  por  la  casi  to- 
talidad de  nuestros  actuales  hombres  poli  ticos,  á  ser  una 
gran  personalidad  en  el  mundo  contemporáneo,  mediante 
un  cambio  profundo  en  su  manera  de  ser  y  en  eos  relacio- 
nes coloniales  é  internacionales. 

Con  ser  todo  esto  importante,  palidece  ante  los  interesas 
generales  del  Derecho  Internacional,  seriamente  compro- 
metidos del  modo .  que  antes  he  indicado,  en  la  actual 
guerra,  en  la  que  corresponde  á  £spañ  i  la  representado  a 
del  mayor  derecho  y  el  progreso  mayor  en  el   orleo  total 


(1)    Véase  mi  discurso  parlamentario  da  10  la  Mayo  da  1838, 
testando  al  8r.  D.  Francisco  SÜYsla.— La  CuwiMk  é*  Ultramar. -i  r*l. 
4/  Madrid.  1900. 


"\ 


r 


—    1035    — 


de  loa  compromisos  transcendentales  del  Derecho  Público 
contemporáneo. 

De  ninguna  manera  hay  que  confundir  esta  cuestión  con 
la  particular  de  las  relaciones  de  la  Metrópoli  española  con 
aom  colonias.  Este  es  otro  pleito* 

roí  que  (repito  la  hipótesis  contrariada  por  la  notoriedad 
de  los  decretos  autonomistas  de  Noviembre  de  1897),  pudie- 
ra suceder  que  la  situación  de  Cuba  fuese  la  que  el  Gobier- 
no norteamericano  pinta  y  proclama.  Pero  asi  y  todo,  lo 
que  éste  ha  hecho,  lo  que  está  realizando  (no  digamos 
nada  del  modo  con  que  lo  realiza,  apresando  barco*  antes 
de  la  declaración  de  guerra,  suscitando  el  levantamiento  de 
tribus  incultas,  cortando  cables  internacionales,  declarando 
Moqueos  insuficientes,  bombardeando  pueblos  que  no  son 
plaza*  fuertes  y  pretendiendo  forzar  puertos,  mediante  sos* 
litación  de  la  bandera  propia  con  la  enemiga,  etc. ,  etc.)» 
todo  choca  abiertamente  con  lo  que  ¡os  libros,  los  gobiernos 
y  las  prácticas  de  nuestros  tiempos  autorisan  en  el  arden 
internacional.  Si  eso  privara,  resaltarla  una  consagración 
escandalosa  del  derecho  del  más  fuerte,  de  las  iniciativas 
del  más  osado,  de  uu  exclusivismo  continental  retrógrado 
y  Fecundo  en  toda  suerte  de  antagonismos  y  conflictos,  y 
fasto  más  deplorablo,  cuanto  que  aparece,  llevando  en  re- 
presentación, una  República  democrática,  que  considera* 
naos  todos  como  la  manifestación  más  deslumbradora  del 
progreso  contemporáneo. 

Por  esto  protestó  vigorosamente  en  el  Congreso  de  Dipu- 
tados de  España,  cuando  allí  se  formuló,  con  más  ó  menos 
ambigüedad,  la  aludida  idea  del  interés  secundario  y  par- 
ticular que  España  representaba  en  la  guerra  actúa). 

Por  lo  mismo  he  creido  y  oreo  que  el  Gobierno  español 
no  parece  haber  comprendido  bien  su  papel  en  este  oocflicto, 
reduciendo  su  acción  á  las  oomonicacioLes  y  las  protestas 
que  se  consignan  en  las  páginas  del  Libro  Rojo  publicadas 
hasta  ahora. 

España  no  podía  ni  debia  limitar  sus  requerimientos  á 
las  i  o  ten  cías  europeas;  máxime  siendo  conocido  el  fracaso 
del  célebre  Congreso  Pan  Americano  de  1889,  y  el  sentido 
dominante  en  todo  el  Sur  de  América  contra  las  pretensio- 
nes absorbentes  de  los  Estados  Unidos  del  Norte.  T  aun  en 
sus  requerimientos  á  las  Potencias  de  Europa  podía  y  debía 
haber  demostrado  más  viveza,  apoyando  sus  reclamaciones 
por  una  gestión  calurosa  y  constante,  para  determinar  la 


—  1036   — 

opinión  pública  en  todo  al  Mundo,  4  la  manera  con  que  loa 
Estados  Unidos  lo  hicieron  contra  Inglaterra»  en  la  época  del 
conflicto  del  Alabama,  7  como  los  pueblos  helé  o  icos  y  danu- 
bianos lo  han  realizado  repetidas  veces  para  recabar  el  apoyo 
de  los  Gobiernos  europeos  contra  el  poder  avasallador  del 
turco. 

Porqne  no  creo  pecar  de  humilde  ni  de  poco  patriota,  ai 
reconozco,  una  vez  más,  que  la  actual  lucha  de  E?pafU  con 
los  Estados  Unidos,  á  mas  de  mil  quinientas  leguas  de  las 
plazas  españolas  y  utilizando  aquéllos  el  apoyo  de  los  i  osa  - 
r rectos  cubanos  y  filipinos,  es  una  contienda  por  todo  extre- 
mo desigual.  No  sé  yo  de  otra  que  se  pueda  comparar  con 
ella,  dentro  de  la  Historia  moderna* 

Tampoco  estimo  que  peco  al  afirmar  que  el  compromiso 
de  España  en  esta  contienda  es  lnahar  bravamente,  para 
dar  tiempo  á  que  reflexionen  las  grandes  Potencias,  y  se  de* 
e¿ dan  á  tomar  la  parte  activa  qne  les  corresponde  por  raso  - 
nes  de  Humanidad  y  en  vista  del  interés  del  Concierto  inter- 
nacional. 

Pensando  en  esto,  comprendo  con  dificultad  la  excesiva 
circunspección  del  Gobierno  español. 

Antes  he  aludido  á  la  gravedad  excepcional  que  adquiere 
esta  cuestión,  por  aparecer  ahora»  represe  otan  do  la  violencia 
y  el  retroceso  (cualesquiera  que  sean  i  ai  pretextos  invoca- 
dos) un  pueblo  de  tos  títulos  y  las  coudicioaea  de  la  gran 
Kepública  norteamericana. 

Aun  dejando  á  un  lado  el  valor  de  las  instituciones  políti- 
cas y  el  sentido  social  de  esta  Nación,  obra  predilecta  del 
siglo  qne  ahora  agoniza,  basta,  para  abonar  la  iadicacies 
antes  hecha,  Ja  más  lijara  consideración  de  las  aportacio- 
nes del  pueblo  norteamericano  al  dodarollo  del  Derecho 
Internacional  (1). 

El  mero  hecho  de  la  independencia  de  ese  pueblo,  y  su 
aparición,  oomo  nación  soberana,  en  el  concierto  político 
del  Mundo,  afirmó  la  libertad  de  los  mares  contra  la  vieja 
teória  británica  del  nutre  clausum;  destruyó  el  antiguo 
sistema  colonial, determinando  las  primeras  reforma*  expan- 
sivas del  Canadá,  y  ensanohó  el  circulo  de  las  persouaü- 


(1)  Véase  mi  Conferencia  sobre  la  Msfr¿g»mti  iión  é  M/inm'ia  d*  U 
República  dé  los  Estados  Unidos  sn  si  Dsrscho  Inurnastonti  —1  f*lL 
Madrid  lfiSK). 


HWC: 


—  10S7  — 

aladea  internacionales,  reducido  hasta  entonces  al  oireulo 
europeo  y  cristiano. 

La  consagración  del  mar  libre  trascendió  loego  á  la  na* 
vejación  de  los  ríos  Missisipi,  San  Lorenzo  y  Rio  Grande 
del  Norte,  mediante  los  tratados  celebrados  por  loa  Estado* 
Unidos conEspaña  en  1795,  oon  Ioglaterra  en  1783,  1854  y 
1861  y  con  Méjico  en  1852.  El  mismo  principio  triunfa  en 
el  tratado  de  Washington,  que  los  Estados  Uaidos  concier- 
tan oon  Inglaterra  e¿  1842,  contra  el  derecho  de  visita 
qne  se  había  abrogado  esta  ú  tima,  oon  motivo  del  trá- 
fico de  esclavos  africanos.  Por  razones  análogas,  y  merced 
á  la  iniciativa  del  Gobierno  norteamericano,  en  1857  pudo 
firmarse — en  Copenhague — al  tratado  por  el  cual  quedó 
asegurada  la  libertad  de  la  navegación  de  los  estrechos  del 
Sund  y  los  Belts,  oon  una  indemnización  á  Dinamarca,  de 
30  y  medio  millones  de  rigsd*lers,  Y  rindiendo  culto  á  los 
mismos  principios  y  á  otras  consideraciones  de  política 
palpitante,  los  Estados  Uaidos  lograron  que  con  ellos  con- 
viniera Inglaterra,  en  1850,  el  libre  tránsito  del  proyec- 
tado istmo  de  Panamá  y  de  cualquier  otra  comunicación 
interoceánica  en  la  América  Central;  concierto  ratificado 
por  otros  tratados  hechos  por  el  Gobierno  de  Washington 
con  los  de  Honduras  en  1864  y  Nicaragua  en  1869  y  que 
en  mucha  parte  sirvieroa  de  modelo  para  la  neutralización 
del  canal  de  Suez  en  1885. 

La  adhesión  de  la  naciente  República  norteamericana 
en  1782,  83  y  85,  por  virtud  desús  tratados  con  los  Paises 
Bajos,  anecia  y  Prusia  respectivamente  (7  aun  antes  por  su 
Ordenanza  de  1781)  á  los  principios  de  la  Declaración  ar- 
mada de  1780,  dio  á  ésta  un  gran  alcance,  luego  fortalecí* 
do  por  la  actitud  circunspecta  (bien  que  muy  discutida) 
de  los  Astados  Unidos,  frente  á  la  guerra  anglo  francesa 
de  1784  y  por  la  famosa  acta  de  Non  intercours$  de  1809, 
ahora  vanamente  invocada  por  el  Gobierno  español  para 
evitar  que  en  territorio  norteamericano  se  preparasen  las 
expediciones  sobre  Cuba. 

El  tratado  celebrado  por  los  Estados  Unidos  oon  Prusia 
en  1785, — oon  sus  admirables  y  entonces  peregrinas  decla- 
raciones en  favor  de  las  mujeres,  los  niños,  los  trabajado - 
res,  los  mercaderes  y  en  general  los  no  combatientes  en  me- 
dio de  la  guerra,  afii  como  en  obrequio  de  los  prisioneros  he- 
chos en  esta, — constituye  un  avance  extraordinario  en  el  seo* 
*idode  la  justicia  y  la  humanidad;  á  cuyo  mérito  hay  que 


—  1038  — 

añedir  el  extraordinario  del  Beglamento  para  loa  ejércitos* 
en  camparla  redactado  por  el  ilustre  jurisconsulto  Lieber  y 
promulgado  por  el  ministro  de  la  Guerra  Mr.  Sranton,  da* 
ras  te  la  lucha  de  los  cocftderados  con  les  federales  del» 
América  del  Norte;  lo  mu  do  que  Ja  p-otesta  qne  el  Gobierno 
norteamericano  Uto  en  1856,  al  negarse  á  suscribir  lo» 
acuerdos  del  Ccrgreeo  de  Paría  respecto  del  corso  (ja  exe- 
crado por  el  generoso  Fiarklin,  qne  trató  inútilmente  da- 
establecer  en  cor  deu  ación  en  el  tratado  cen  Inglaterra  da 
1783).  á  ro  ser  qne  les  gr  ardes  Naciones  qoe  lo  rechaiaban 
convinieran  en  coreegrar  al  prepio  tiempo  la  libertad  ab. 
soluta  de  !a  mercancía  memiga  qne  no  fuera  contrabando 
de  guerra,  y  aun  la  de  les  barcos  enemigos  dedicados  ex- 
clusivamente al  ormercio. 

Pero  todavía  más  importante  qne  esto  último,  es  lo  qne 
se  refiere  al  famoso  Mensaje  del  Presidente  Monroe  de 
1825  y  á  la  constitución  del  tribunal  de  arbitraje  de  Ginebra 
de  1871. 

La  interpretación  abusiva  qoe  ce  ha  dado  á  ta  política 
y  á  las  formólas  del  Presidente  Monroe,  sebre  todo  á 
partir  de  1860,  no  pnede  eer  bastante  para  qne  se  niegaeel 
alto  sentido  y  el  valor  jurídico  de  la  transcendental  protesta 
de  1823,  en  favor  de  la  independencia  y  la  libertad  de  loa 

Sneb  os  y  contra  las-pretensiones  arbitrarias  y  reaccionaria» 
e  la  Santa  Alianza  europea,  en  coya  vista  y  por  enya  razón 
alzó  su  voz  ei  ilostre  Monroe. 

8i  aquella  valiente  declaración  no  hubiera  predocido  otro 
efecto  que  la  c posición  viril  y  afortunada  del  Presidenta 
Johnson  á  la  intervención  europea  y  á  la  violencia  ñapo* 
leónica  en  Méjico,  hacia  1865,  ya  merecería  el  aplauso  de- 
tedes  los  hombres  ementes  de  Ja  justicia  y  de  la  dignidad 
y  la  libertad  de  los  pueblos. 

De  otra  parte,  es  sabido  qoe  las  decisiones  del  arbitraje- 
de  Ginebra  fueron  la  juiciosa  y  recta  aplicación  de  las  tres- 
reglas  de  neutralidad  consagradas  por  el  art.  6.#  del  tra- 
tado de  Washington  de  1871,  que  representaba  una  de  la* 
últimas  not8s  la  serie  de  los  progresos  del  Derecho  ínter* 
nacional  contemporáneo. 

Aun  los  Estados  Unidos  de  Norte  América  pneden  apor» 
tar  otras  alegaciones  en  favor  de  su  alta  representación  en 
asta  orden  jurídico.  Ellos,  como  pocos,  realizaron  protestas* 
eficaces  contra  el  exclusivismo  nacional  y  en  favor  da  la  so- 
lidaridad de  los  pneblos.  Tal  es  el  verdadero  sentido  de  la» 


c  -;yí  ;: 


—  1039  — 

gesricnes  que,  con  éxito  satisfactorio,  hizo  el  Gobierno  nor- 
teamericano para  conseguir  qtie  el  Japón,  por  el  tratado  de 
Eariflgfc  wa,  en  1854,  ampliase  á  los  americanos  (y  por  este 
camino,  á  todcs  los  extra  ejerce)  la  libertad  de  comereio  con- 
cedida á  Inglaterra  en  1852. 

Paréceme  que  lo  qne  acabo  de  señalar  es  prueba  suficien- 
te  no  solo  de  la  imparcialidad  con  qne  he  pretendido  hacer 
este  Pí-tudio,  sino  de  la  positiva  simpatía  qne  me  han  ins- 
pirado siempre  los  actos  justos  y  trascendentales  de  la  gran 
Eí pública  americana. 

No  ha  cbstado  ni  podía  cbstar  esto  para  el  reconoci- 
miento de  los  grandes  pecados  cometidos  por  esa  misma 
Bn  úMica  antes  del  atentado  de  1898,  qne  sin  dnda  hará 
fecha  en  en  histeria.  La  sanción  déla  esclavitud  de  los  ne- 
gros, los  agravios  de  que  fueron  victima  por  espacio  de  mu- 
chos i  ños  los  indios,  la  agresión  á  Méjico,  la  preocupa» 
ción  del  prohibicionismo  mercantil,  son,  entre  otros,  gran- 
des manchas  de  la  vida  norteamericana. 

Pero  hay  qne  convenir  en  qne  eses  pecados  se  han  purgado 
terriblemente  por  aqnel  país,  asi  oomo  en  qne  alli  ha  habida 
siempre  espíritus  generosos,  almas  grandes,  talentos  previ- 
sores, patriotas  esclarecidos  que  no  han  vacilado  en  conde- 
nar briosamente  tales  excesos  y  tsmafios  errores,  arrostran- 
do la  impopularidad  y  á  Vf  ees  la  muerte,  pero  sirviendo,  á 
la  poitre,  con  «Acacia  al  prestigio,  la  representación  y  el 
porvenir  de  este  pueblo,  cuyas  injusticias  y  cuyas  contradic- 
ciones eran  estimadas  por  sus  adversarios  como  un  argu- 
mento decisivo  contraía  democracia  moderna. 

T  hay  que  añadir  qne  al  fin  ha  triunfado  en  los  Estado* 
Unidos  la  causa  de  Derecho,  levantándose  por  cima  de  sus 
errores  y  con  violencias  que  llegaron  á  consolidar  grandes 
intereses,  el  espíritu  de  esa  democracia,  puesta  en  gravísi- 
mo peligro  por  los  eclipses  que  padecieron  la  verdad  y  la 
justicia  en  algunos  de  los  periodos  más  críticos  de  la  histo- 
ria norteamericana. 

La  desinteresada  y  justa  consideración  de  todo  esto  obli- 
ga i  mirar  con  particular  atención  el  compromiso  contraído 
hoy  por  el  Gobierno  de  los  Estados  Unidos,  al  ponerse  frente 
á  todas  las  hermosas  y  fecundas  tradiciones  de  aquel  pueblo 
y  también  fuera  del  sentido  novísimo  del  Derecho  público 
moderno,  Es  decir,  primero,  frente  á  las  tradiciones  en  que 
descansa  la  alta  representación  política  y  soeial  de  aquel  país, 
y  por  cuya  virtud  éste  ha  podido  reponerse  de  tremendas' 


_  1040  — 

caídas  y  redimir  enormes  culpas;  y, segando, fuera  del  medio 
neturaly  adecuado  de  aqusilaso«iriad,ap*iutt  comprensible, 
renegando  de  ea  pesado,  para  coavertirae,  desvanecida,  on 
servidora  entusiasta  de  la  ambición,  la  soberbia  y  la  tiranía. 

lampoco  ha  llegado  la  hora  del  jaioio  definitivo.  Pero  ni 
es  el  momento  de  se&alar  loe  peligros  que  arrostra  la  gran 
República  al  sostener  nna  guerra  qne  deoora  con  el  título 
de  vengadora  de  la  oivilisación  cristiana  y  protectora  do  la 
libertad  de  Cuba. 

£1  porvenir  es  incierto;  mas  bien  se  paede  aventu- 
rar, qne  de  no  rectificarse  los  términos  aotualee  del  pro* 
blema,  esa  República,  vencedora  6  vencida,  apartada  del 
concierto  internacional  y  en  la  designal  lacha  que  ahora 
sostiene,  ofrecerá  grandes  motivos  para  la  alarma  y  el  do- 
lor de  los  que  en  sn  alta  representación  y  eas  deslum- 
brantes progresas  han  puesto  mnoha  confianza,  en-  biso 
de  la  Humanidad. 

Aun  en  el  caso  más  ventajoso  para  los  Estados  Unidos 
de  América,  seria  difícil  prescindir  del  reonerdo  do  los 
grandes  peligros  qne  aqaellalt  ^pública  corrió  después  do  la 
guerra  con  Méjico  y  por  el  crecimiento  do  la  influencia 
filibustera.  El  militarismo  y  la  ambición  territorial  son  dos 
amenaso9  constantes  á  la  solides  de  la  üspablioa  america- 
na. Claro  es  que  la  expulsión  de  Eepafit  de  América  soda 
el  libre  paso  para  la  invasión  de  la  Amérioa  latina,  y  quién 
sabe  si  uu  excitante  par*  prescindir  de  las  reoomendaeio* 
nos  del  testamento  de  Washington,  entrando  el  Gobierno 
de*  los  Estados  Unidos  en  las  luchas  de  la  flaropa  armada, 
por  la  puerta  de  una  desatentada  poro  desvaneoodora  ex- 
pansión colonial. 

Foro  vencidos  ó  simplemente  desprestigiados  loo  Estados 
Unidos  en  el  empeño  militar  de  ahora*.,  jqné  mayor  dalo 
para  la  causa  de  la  demomr ¿eia  contemporánea! 

Hajr ,  paes,  que  basoar  solución  á  este  conflicto,  qne,  por 
lo  dicho,  veo  desde  pauto  mis  alto  da  lo  que  me  oorrespon* 
derla  si  aquí  hablase  sólo  como  un  espafiol. 

Por  fortuna,  ahora  los  intereses  del  Derecho  y  de  la  ci- 
TÜisacióa  corresponden  admirablemente  coa  los  da  mi  pro- 
pia país. 

Por  tanto,  insisto  en  creer  que  hay  que  bascar  la  solu- 
ción de  este  drama  en  la  acción  decidida  del  Concierto  inter- 
nacional. 


—  1041  — 


1Q 


No  fió  me  oculta  que  esta  indicación  ha.  da  chocar  coa  la 
aparatosa  y  resonante  disposición  da  na  cierto  patriotismo 
que  en  estos  momentos  ae  impone  en  Españn,  aun  á  perón as 
rectas  7  muy  dudosas  respecto  de  las  probabilidades  de  éxito 
de  la  guerra  que  aislados  sostenemos  con  una  Nación  de  70 
millones  de  habitantes,  de  una  riqueza  que  equivale  á  la 
quinta  parte  del  total  de  la  de  toda  £  a  ropa  de  un  inovimien  - 
to  mercantil  anual  de  mas  de  1  525  millones  d 9  pssoa  (siete 
Teosa  más  que  el  de  España) — y  que  diapone  de  uta  esotia- 
dra,  que,  par  lo  menos,  puede  hacer  dificilísima  la  reproduc- 
ción del  hecho  increíble,  re  alisad  o  su  estos  dos  ú  ti  una  años 
por  el  Gobierno  español,  de  situar  200  mil  soldados  al  otro 
lado  del  Atlántico,  lin  contrariedad  de  ningún  género.  £1 
teatro  de  la  actual  guerra  es  al  territorio  de  las  Antillas,  á 
pocas  horas  de  distancia  de  los  puertos  norte- americanos 
y  no  se  puede  desdeñar  el  recuerdo  de  que  los  Estados  Uni- 
dos terminaron  su  guerra  de  1861  65  (^ue  costó  ana  deuda 
de  6  mil  millones  de  duros)  con  el  ejército  que  Grant  man* 
daba  frente  á  Lee,  y  que  sabía  á  600  mil  hambres  perfecta* 
mente  armados,  organizados  y  disciplinados. 

Reconozco  que  en  España  es  muy  impopular  Ja  idea  de 
recurrir  al  extranjero  para  lo  que  estimamos  que  ej  negocio 
de  nuestra  propia  j  exclusiva  competencia.  Y  más  impopu- 
lar aún  en  el  circulo  que  ahora  impone  su  voluntad  f  sus 
preocupaciones,  el  cual,  de  ninguna  suerte,  se  fija  en  que, 
manteniendo  el  principio  de  la  redención  por  metálico  del 
ser  vicio  militar,  ei  peso  de  nuestras  guerras  coloniales  $  de 


—  1042  — 

I  h  tremenda  que  sostenemos  con  un  coloso  como  loe  Estado» 
Unidos  de  América,  lo  llevan  nuestras  clases  pobres,  so- 
metidas á  la  división  de  la  sociedad  española  en  dos  grupos; 
el  o  no,  qne  tranquilo  y  diefr  atando  de  las  comodidades  de 
TiTj  hogar  bien  dispuesto  y  acondicionado,  decreta  la  gue- 
rra, y  de  otro  qne  la  sostiene  á  miles  de  leguas  de  en  fami- 
lia y  en  medio  de  teda  suerte  de  privaciones. 

Pero  tampoco  ahora  y  en  este  terreno,  temo  las  preven- 
ción es  del  valgo,  por  enfatuado  que  se  presente.  Hay  que 
decir  la  verdad,  como  la  he  dieho  al  negar  las  supuestas 
facilidades  de  la  guerra  con  los  Estados  Unidos,  y  al  expo- 
ner Jas  condiciones  y  los  recursos  de  este  pueblo,  cuando 
aquí  era  muy  general  la  propensión  4  rebajarlo  (1). 

Y  es  necesario  hablar  de  este  modo,  por  lo  mismo  que  yo 
no  compartí,  ni  hecompartidonunca,  la  opinión  de  los  que,, 
por  lo  bajo,  dicen  que  de  ninguna  suerte  debía  Espeta  haber 
atendido  las  provocaciones  norteamericana?,  y  que  al  bilí  de 
18  de  Abril  de  1898,  debiéramos  haber  contestado  con  algo 
ajf  como  el  abandono  de  Coba.  Todo  esto  implica  un  deseo* 
nocí  miento  profunde  de  la  situación  de  las  Antillas  españo- 
las, de  los  compromisos  de  nuestro  Gobierno,  délos  medios 
positivos  de  defensa  de  este,  y  de  los  deberes  que  el  honor 
y  el  porvenir  de  España  nos  impone  en  esta  tremenda 
crisis* 

Por  lo  mismo  hay  que  recordar  que  muchas  de  las  em- 
presas trascendentales  realisadas  por  España  dentro  del 
siglo  que  corre,  se  han  llevado  á  efecto  por  algo  más  que  el 
sólo  y  esclueivo  esfaerso  de  los  españoles.  Prescindo  de  la 
restauración  del  absolutismo,  con  el  auxilio  de  nuestros  cle- 
ricales y  apostólicos,  mediante  la  intervención  de  los  famo- 
sos cien  mil  hijos  de  San  Luis  en  1823.  Quiero  fijarme  eo  he- 
chos más  simpáticos  y  verdaderamente  gloriosos:  en  la  gue- 
rra de  la  independencia  y  en  la  primera  guerra  civil  de 
1833  á  1840.  Bn  la  primera,  es  notorio  que  con  la  ban- 
dera española  figuraron  en  los  campos,  la  inglesa  y  la  por- 
tuguesa. En  la  guerra  civil,  es  bien  sabido,  que  nos  favo- 
reció la  cuádruple  alianza  de  1884  y  que  á  nuestras  tropas 
liberales  unieron  sus  valiosos  esfuerzos  las  tropas  lusitanas 
y  hs  legiones  francesas  y  británicas,  contando  con  el  apoyo 
decidido  del  Gobierno  de  Londres. 


(1 1     Pueda  con  cuitarse,  sodts  tedo  esto,  mi  libro  titulado  La  R*pú~ 
f-.'í'-  U  fes  Eiladtt  Unida  dt  Am4ric*.  —  \  vol.,  8  \ -Madrid  1891. 


—  J043  — 

Pero  la  importancia  de  esta  consideración  acrece,  ai  se 
tiene  en  cuenta  que  la  intervención  del  Concierto  interna- 
cional aquí  definida,  no  está  abonada  sólo  por  un  ínteres 
partienlar  exclusivo  de  Eepaña. 

Se  trata,  como  ante9  he  dicho,  de  una  verdadera  conve- 
niencia internacional,  tanto  porque  mediante  esa  interven- 
ción era  factible  evitar  el  derramamiento  de  sangre  y  todos 
losdsños  propios  de  ana  situación  de  guerra,  cnanto  por 
que,  de  este  modo,  se  dificultará  la  repetición  de  agresiones, 
favorecidas  por  la  casi  seguridad  de  que  las  Potencias  euro- 
peas se  han  de  mantener  en  una  egoísta  y  temerosa  serenidad 
ó  una  expectación  deslucida,  mientras  las  balas  do  lleguen  á 
sus  fronteras.  Esta  cobarde  actitud,  producirá  á  la  postre  lo 
que  se  teme  por  el  momento:  la  perturbación  general  deter- 
minada por  el  enscberbeoimiento  de  los  Gobiernos  que  han 
contado  con  la  excesiva  prudencia  de  las  demás  naciones , 
para  intentar  y  realizar  sus  violencias  y  sacar  de  estas  arro- 
gancia y  fuersa  para  acometer  nuevas  deplorables  empresas. 

De  todos  modos,  interesa  a  todos  que,  al  amanecer  el  siglo 
XX,  no  aparezca  la  fueiza  como  la  razón  decisiva  del  or- 
den internacional.  En  tal  concepto,  repetiré  hasta  la  sacie 
dad,  que  el  atropello  de  que  es  víctima  España,  tiene  que 
preocupar  á  todos  los  demás  pueblos.  Si  eje  atrepello  pros- 
perase, bien  puede  asegurarse  que,  dentro  de  muy  poco 
tiempo,  se  producirá  otro  análogo  en  el  que  no  sera  parte 
y  victima  precisamente  España.  Quizá,  otra  vez  los  Esta 
4os  Unidos,  quizá  Inglaterra,  quizá  Rusia  sean  los  actores. 

La  situación  general  del  mundo  politice  brinda  oportuni- 
■dadee.  Y  el  ejemplo  de  ahora  serla  de  mucha  e ficacia  (1). 

No  hay,  pues,  motivo  alguno  para  que  los  verdaderos 
patriotas  españoles  vean  con  malos  ojos  la  sol  ación  qae  re* 
comiendo.  Y  sobran  las  razones  para  que  el  Gobierno  de 
España  se  ocupe  de  otra  cosa  que  de  protestas  más  ó  menos 
románticas. 

Dan  á  esto  fuerza  extraordinaria,  la  atención  que  el  Go- 
bierno español,  en  Abril  de  1888,  prestó  á  l&e  recomeuda- 
ciones  délas  grandes  Potencias  europeas;  las  concesiones 
que  hizo  á  éstas  adoptando  una  posición  plausible  desde 
cierto  punto  de  vista  pero  muy  deslucida  si  ahora  no  las  uti- 
liza para  recabar  deesas  mismas  Potencias,  en  justa  con 


(1)    Nótese  que  esto  se  escribió  en  J  alio  U  LS9S4 


1 


—  1044  — 

cordancia,  ana  actitud  resuelta  ñapeólo  del  Gobierno  de 
loe  Eetadoe  unidos  de  América:  y  en  fin,  Ja  oircunstaaeia  de 
que  por  nna  gestión  hábil,  vigorosa  y  bien  orientada  se  pue- 
de identificar  la  cansa  particular  y  la  pretensión  concreta 
de  España  con  nno  de  los  mayores  adelantos  del  Dereoho  In- 
ternacional público. 

Si  esto  se  realizara,  España  podría  ufanarse  determinar 
el  siglo  XIX  de  un  modo  análogo  á  como  lo  comennó;  lie 
van  do  la  representación  de  un  interés  jurídico  universal  y 
asociando  á  su  gestión  y  á  su  cansa,  la  acción  de  los  direc- 
tores del  Hundo  Moderno  y  el  sentido  y  las 
de  la  sociedad  jurídica  contemporánea. 


II 
fL  TRATADO  DE  PARÍS  DE  1898 


Después  de  escrito  el  anterior  trabajo  terminó  la  guerra 
•de  Coba  y  se  bizo  el  Tratado  de  paa  que  firmaron  en  Farís 
los  plenipotenciarios  españoles  y  norteamericanos,  el  10  de 
Diciembre  de  1898. 

Sobre  este  deplorable  hecho  he  hablado  y  escrito  bastan- 
te en  1899  y  1900,  contrastando  mis  perseverantes  y  cala- 
rosas  protestas  con  el  abaolato  silencio  de  la  prensa  espa 
fióla  (singularmente  Ja  madrileña)  y  de  cari  todos— podría 
decir  todos— nuestros  políticos.  El  Gobierno  ae  ha  desen- 
tendido de  la  cuestión. 

Es  probable  qae,  andando  el  tiempo,  las  feotes  compren- 
dan qne  era  preciso  hacer  ahora  algo.  Igual  reconocimiento 
se  ha  hecho  cuando  nuestros  últimos  desairea  ya  no  tenían 
remedio.  |Y  gracias  si  no  se  noa  ataoa  á  loa  qne,  en  tiempo, 
hicimos  cuanto  nos  fué  dable  y  arrostrando  toda  otase  de 
peligros,  para  evitar  esos  desastres! 

Entre  los  trabajos  que,  con  motivo  del  Tratado  de  París, 
he  hecho  en  estos  últimos  tiompos—  y  para  algo  mis  qne 
para  lamentar  lo  sucedido  -se  cuenta  1*  ConfareacU  que  so- 
bre ese  tema  di  en  el  Círculo  de  la  Uoión  Uleread  i  l  de  Ma- 
drid el  8  de  Janio  de  1899—  la  Conferencia  que  sobre  los 
últimos  datos  del  Derecho  internacional  contemporáneo* 
(Tratado de  París— Conferencia  de  la  paz  del  Hiya— One- 
rra  del  Transvaal)  di  en  la  Universidad  di  Oviedo,  en  No- 
viembre de  1899— el  Curso  de  Derecho  púálico  contsmpa* 

«7 


—  1048  — 

raneo  sobré  los  Tratados  internacionales  desis  al  da  Viena 
de  LS75  al  de  Parts  de  1898,  qae  acabo  da  dar  en  e\  Atento 
de  hl  adrid— y  el  extenso  articulo  que  he  publicado  sobre  Las 
colonias  españolas  eñ  el  libro  publicado  á  fines  de  Abril 
en  Prtiig  con  el  título  de  £<  Espagna. 

aalo  tatos  trabajos  por  la  imposibilidad  de  tratar  aqoi 
la  materia  ecbre  qne  ellos  venan.  Ecos  estudios  completen 
los  qoe  forman  este  volumen. 

A  ellos  me  refiero. 

Séame,  ein  embargo,  lícito  reproducir  aqoi  lo  más  eos 
'  &rj<  al  de  mi  particular  opinión  sobre  el  Tratado  de  Paria, 
tal  romo  la  expresé  en  algunas  de  mis  leccknes  del  Ateneo 
de  Madrid. 

i  *  produzco  el  breve  extracto  pnl  lirado  por  el  popular 
diario  madrilefio  La  Correspondencia  de  España  y  en  va- 
rios periódicos  de  provincia),  entre  ellos»  especialmente,  El 
Noroeste  de  Gijón  y  11  Republicano  de  Alicante),  en  Abril 
y  Mayo  de  1900. 


—104»  — 


POLÍTICA  INTERNACIONAL 


El  tf  ma  de  la  Conferencia  quinta  dada  por  el  Sr.  Labra 
en  el  Ateneo  sobre  Ice  grandes  hechos  de  la  vida  interna- 
cional contemporánea,  es  la  demostración  positiva  de  qne 
la  cansa  de  Ja  reciente  guerra  de  los  Estados  Unidos  con 
España  fué  lo  que  hoy  ya  se  llama  el  expansionismo  ams 
rica  no,  Este  reviste  una  trascendencia  excepcional  en  el 
derecho  público  de  los  tiempos  novísimos. 

Las  pruebes  negativas  de  aquella  tesis  son  las  aducidas  en 
la  Conferencia  anterior:  las  que  niegan  la  razón  y  la  corte- 
sa de  los  motivos  que  asi  el  presidente  Mac  Kinley  en  su 
Mensaje,  como  sus  ministros  y  agentes  en  sus  comunicacio- 
nes diplomáticas,  como  el  Congreso  de  Washington  en  au 
Hllde  18  de  Abril  de  1898,  consignaron  para  abonarla, 
violenta  agresión  de  los  norteamericanos,  prescindiendo  en 
absoluto  de  la  invitación  hecha  por  dos  veces  por  el  Gobier- 
no de  España  de  someter  el  conflicto  al  arbitraje  interna- 
cional y  de  la  tímida  recomendación  de  las  grandes  Poten- 
cias europeas  y  del  Sumo  Pontífice  romano  de  excusar  el 
medio  de  las  armas. 

El  profesor  del  Ateneo  insistió  al  comienzo  de  su  Confe- 
rencia, en  el  gran  interés  de  dar  relieve  á  la  especie  de  q?  e 
no  exietia  motivo  raciona),  ni  jurídico,  y  menos  amparado 
por  las  prácticas  contemporáneas,  para  una  intervención 
internacional  en  Cuba;  sobre  todo,  después  de  los  decretos 
autonomistas  de  28  de  Noviembre  de  1898,  y  máxime  reali- 
zada del  modo  y  con  las  pretensiones  exclusivas  y  arro- 
gantes de  los  Estados  Unidos,  que  obraron,  desdeñando  el 
concurso  de  los  Gobiernos  europeos  anunciado,  con  deplo- 
rable meticulosidad,  por  las  gestiones  que  éstos  hicieron,  en 
Madrid  y  en  Washington,  tara  evitar  la  intrusión  ameri* 
cana  en  el  mar  de  las  Antillas. 


—  1050  — 

£  interesa  precisar  esto,  tanto  para  ezplioar  bies  el  esta* 
do  deprimente  en  qne  Europa  quedó,  y  qne  ha  contribuido 
no  poco  á  lo  qoe  sucede  ahora  respecto  del  conflicto  de  Infla* 
térra  y  el  Transvaal  y  lo  qne  quisa  se  prepara,  en  plaso  no 
lejano,  en  otra  parte,  como  para  reotifioar  la  especie  muy  co- 
rrida ©q  España  hacia  1898,  y  aun  en  estos  días,  de  que  son 
cotias  corrierites  en  el  orden  internacional  contemporáneo, 
la  condenación  absoluta  del  principio  de  la  intervención, 
ano  por  motivos  de  interés  genera],  y  la  afirmación  déla 
soberanía  nacional,  en  el  sentido  de  que  cada  Gobierno, 
dentro  de  sus  limites  jurisdiccionales,  es  duefto  de  hacer  lo 
que  bies  le  parece. 

Por  este  error  es  fácil  que  un  país  abocado  á  la  guerra 
civil,  á  la  anarquía,  á  la  dictadura  ó  4  la  teocracia,  (aun  á 
fine*  del  siglo  XIX)  despierte  en  presenoia  de  un  extranje- 
ro interventor  por  oausa,  positiva  ó  supuesta,  del  interés  ge* 
neral  le  la  civilización,  sin  que  cod tea  tal  violenoia  sir- 
van de  nada  los  lamentos  y  las  protestas  más  ó  menos  re 
tóricae. 

Per  el  mismo  error  ha  sido  en  gran  parte,  dable  la  so- 
lución verdaderamente  inverosímil  de  la  cuestión  de  Cuba. 
sustraída,  con  evidente  torpesa  (cuando  menos  en  los  ató- 
moa  momentos  del  conflicto  hispano  americano),  al  cono* 
cimiento  v  fallo  de  Concierto  internacional,  cuyo  voto  cons- 
tituyó, desde  1823  á  1878  una  4e  la  más  positivas  garan- 
tías del  dominio  de  España  en  el  mar  antillano. 

La*  pruebas  positivas  de  la  teais  que  el  Sr.  Labra  sos- 
tiene sobre  estos  particulares  están  en  el  texto  del  Tratado 
de  Parid  de  10  de  Diciembre  de  1898  y  en  lo  que  desde 
entonces  á  esta  fecha  viene  sucediendo  en  Filipinas,  Puerto 
Rico  y  duba. 

Para  examinar  el  Tratado  de  Paria  principia  el  Sr.  La 
fcra  por  recoadar  los  términos  del  Mensaje  presidencial  de 
Mmc  Kinley  de  11  de  Abril  del  98  y  sobre  todo  del  ¿tf/que 
en  ]  3  del  mismo  mes  votó  el  Congreso  norteamericano,  y 
que  fné  el  principio  de  la  guerra. 

Luego  analiza  los  17  arríenlos  del  Tratado,  relacionan- 
do ton  con  el  Protocolo  de  1 2  de  Agosto,  cot forme  al  cual  «a 
debJa  temer  todo  del  triunfador  arrogante  y  seguro  de  qne 
nadie  le  iría  á  la  mano. 

Lo  fundamental  del  Tratado  de  París  consiste  en  lo  ai* 
guíente: 

I.    La  renuncia  por  parte  de  España  á  todo  derecho  de 


—  J051  — 


soberanía  y  propiedad  sobre  Cuba,  tomando  sobre  si  loe  Es- 
tados Unidos,  mientras  ocupen  á  Cuba,  eJ  cumplir  «toda a  las 
obligaciones  qne  por  el  hcoho  de  esta  ocupación  impone  el 
Derecho  internacional  para  Ja  protección  de  vidas  y  hacien- 
das.» También  los  Estados  Unidos  convienen  en  a'fo  máa 
respecto  de  Cnba.  en  lo  tocante  á  los  derechos  de  los  f  r pi- 
fióles que  allí  quedan;  pero  sa  compromiso  se  limita  al  i  lem- 
po de  Ja  ooopación.  Después  no  están  obligados  á  otra  cosa 
que  á  recomendar  al  Gobierno  cubano  que  acepte  las  condi- 
ciones que  el  americano  establece  sólo  por  el  tiempo  de  au 
dominación. 

II.  La  cesión  por  España  á  los  Estados  Unidos  de  las 
de  Puerto  Rico  y  demás  que  estaban  bajo  la  soberanía  de 
la  Península  en  las  Indias  Occidentales,  todas  las  is- 
las Filipinas  y  la  de  Ouan  en  las  Marianas.  Lee  Es- 
tados Unidos  reservan  á su  Congreso,  el  determinar  so- 
bre los  derechos  civiles  y  la  condición  política  de  los  natu- 
rales de  les  territorios  cedidos  por  Es pt fia  á  la  República 
americana.  Sin  embargo,  queda  establecido,  desde  luego, 
que  esos  habitantes  tendrán  asegurado  el  libre  ejercicio  de 
su  religión. 

III.  Los  Estados  Unidos  excusan  á  España  y  toman 
sobre  si  la  responsabilidad  de  todas  las  reclamaoiones  pe- 
cuniarias que  se  hubieran  producido  por  norteamericanos 
contra  el  Gobierno  español,  y  se  reservan  discutir  onn  loa 
reclamantes  el  supuesto  ó  falso  derecho  de  éstos.  Eepafia 
hace  lo  propio  respecto  de  las  reclamaciones  de  los  f  epa  ño- 
las contra  el  Gobierno  de  los  Estados  Unidos. 

IV.  Estos  dan  á  España  20  millones  de  dolían?  >  ain 
decir  por  qué,  y  Eeptña  renuncia  á  todos  los  edificios, 
muelles,  cuarteles,  etc. ,  etc.,  de  que  disfrutaba  en  Filipi- 
nas. Además,  el  Gobierno  de  los  Estados  Unidos  traslada- 
rá á  au  costa  á  Europa  á  los  soldados  prisioneros  de  los 
americanos  en  Filipinas,  y  se  comprometen  á  gestionar  cer- 
ca de  les  insurrectos  filipinos,  la  libertad  de  los  priai ene- 
ros españoles  hechos  por  los  tagalos.  Es  decir,  la  casi  totali- 
dad de  los  prisioneros.  España,  desde  luego,  pondrá  en  li- 
bertad y  repatriará  á  Filipinas,  los  prisioneros  tagalo». 

V.  Los  españoles  naturales  de  la  Península,  residentes 
en  los  territorios  abandonados  ó  cedidos  por  el  Gobierno  es- 
pañol, podrán  permanecer  en  ésto*,  circulando  en  ellos  li- 
bremente, disfrutando  del  derecho  de  propiedad  de  sus  bie- 
nes, con  el  de  disponer  de  ella  y  de  sus  productora,  aeí  oo* 


—  1052  — 

mo  del  derecho  de  ejercer  ea  industria,  conforme  lo  hagan 
loa  demaa  extranjero».  Mea  para  conservar  el  carácter  de. 
español  el  residente  en  aquellos  pairee,  tendrá  que  consig- 
nar expresamente  *u  voluntad  en  un  registro  ai  Aoc,  dentro 
de  un  año  despees  del  cambio  de  las  ratificaciones  del  Tra- 
tado. 

Además,  los  oitados  españoles  podrán  acudir  á  loe  tri- 
bunales ordinarios,  utilizando  en  su  defensa  los  mismos 
procedimientos  de  que  se  valgan  los  ciudadanos  del  territo- 
rio á  que  pertenezca  el  tribunal  requerido. 

VI.  Asimismo  se  respetarán  en  Cuba,  Puerto  Rico  y 
Filipinas  los  derechos  de  propiedad  literaria,  artística  6 
industrial  adquiridos  por  los  españoles.  Se  permitirá  la  en- 
trada libre  en  aquellos  países  de  las  obras  españolas  cientí- 
ficas, literarias  y  artísticas  que  no  sean  peligrosas  para  el 
orden  público,  sin  pagar  derechos  de  Adoaua,  por  espacio 
de  diez  años.  Los  barcos  y  mercancías  de  España,  entrarán, 
por  término  de  diez  años,  en  los  puertos  de  Filipinas,  en 
las  mismas  condiciones  que  lo*  buques  y  mercancías  de  los 
Estados  Unidos,  y  en  el  misino  plazo,  los  buques  mercan- 
tes españoles  disfrutarán  del  propio  trato  que  loa  america- 
nos en  todo  lo  referente  á  loe  derechos  de  puerto, 

VII.  I'or  último,  se  establecen  reglas  para  la  surtan- 
«¡ación  de  los  pleitos  y  las  causas  criminales  que  se  venti  • 
laban  ante  los  tribunales  peninsulares  y  coloniales  en  el 
momento  de  hacerse  Ja  paz. 

Fuera  del  Tratado  han  quedado  la  cuestión  de  la  respon- 
sabilidad de  las  deudas  ultramar  idas,  la  devolución  á  legí- 
timos y  particulares  dueños  de  las  cantidades  que  éstos  hu- 
bieran depositado,  por  fianza  ó  de  modo  parecido,  en  las  ca- 
jas públicas  coloniales,  y  la  cuestión  del  Maitu. 

Llama  el  Sr.  Labra  la  atención  sobre  la  muñera  de  es- 
tablecerse en  el  Tratado  el  abandono  de  Cuba  por  España 
y  la  cesión  de  Puerto  Rico  y  Filipinas  á  ios  Estados 
Unidos. 

Los  términos  son  de  gran  violencia.  El  americano  tiene 
interés  en  que  España  aparezca  expulsada  de  toda  *  Améri- 
ca, y  que  conste  que  esto  se  hace  por  la  sola  fuerza  norte* 
americana.  Esto  quizá  interesa  más  á  Europa  y  Sor  de  Amé- 
rica que  á  España.  No  hay  necesidad  de  precisar  su  alean* 
ee  internacional. 

Por  eso  los  plenipotenciarios  americanos  se  negaron  á 
debatir;  amenazaren  por  dos  veces  (cuando  se  trató  de  la 


—  1053  — 

-deuda  oubana  y  de  la  suerte  de  Filipinas)  oon  retirarse  si 
no  se  aceptaban  sus  imposiciones;  declinaron  por  tres  veaej 
la  referencia  de  la*  cuestiones  debatidas  ea  Parí*  á  un  ter- 
cero, técnico 6  arbitro;  impusiéronla  forma  e Jineta  del 
abandono  y  hasta  cuidaron  de  no  explicar  la  adquishióa 
de  Puerto  Rico  como  idemnisaoióa  de  gnerra  y  en  pag?  de 
los  20  millonee  de  pesos  á  que  se  refiere  el  art,  3.°  del  Tra- 
tado. 

Después,  el  profesor  del  Ateneo,  haoe  notar  como  los 
Estados  Unidos  prescindieron  por  completo  del  plebiscito  en 
las  colonias  españolas,  negando,  además.  á  los  naturales  de 
aquellos  países,  el  derecho  de  optar  por  la  nacionalidad  es- 
pañola ó  americana.  Y  tratándose  de  la  snerte  da  esos  auti  • 
gaos  españoles,  se  limitaron  á  establecer  en  el  art.  9  cque 
los  derechos  civiles  y  la  oo adición  política  de  b*  habitan- 
tes naturales  de  los  territorios  cedidos  á  los  Sitado  j  Unidos, 
se  determinarían  por  el  Congreso.»  Respecto  de  Cuba  (como 
ya  se  ha  dicho  y  con  nene  macho  subrayar),  el  articulo 
1.°  dispone  cque  será  ocupada  por  los  Estados  Unidos,  y 
mientras  dura  su  ocupación,  ellos  tomarán  sobre  sí  y  cum- 
plirán las  obligaciones  que  por  el  hecho  de  ocuparlas  le¿ 
impone  el  Derecho  internacional  para  la  proteooión  de  vidas 
y  haciendas.»  Ni  más  ni  menos.  Los  dos  artículos,  1.°  y 
9.°,  del  Tratado,  entrañan  gravísimas  cuestiones  de  Daré  - 
cho  internacional. 

Por  lo  pronto  resulta  que  Filipinas  es  victima  de  la  co%* 
-quista  y  Puerto  Rico  se  adquiere  por  las  mismas  teorías  de 
Ips  viejos  reinos  patrimoniales.  La  voluntad  de  los  pueblos 
resulta  desconocida  por  la  gran  República.  Luego  el  estado 
de  Cuba  es  de  una  monstruosa  originalidad,  porque  ni  for- 
ana parte  de  los  Estados  Unidos,  ni  es  Estado  soberano,  ni 
vive  bajo  un  protectorado.  Todo  allí  es  arbitrario.  Todo  á 
merced  absoluta  del  interventor  que  en  el  bilí  de  18  de 
Abril  de  1 A 98  estableció  que  el  Gobierno  norteamericano  en- 
tregará la  direooión  de  la  grande  Antilla  á  los  onbanos,ouan  - 
do  la  isla  esté  pacificada,  sin  duda  al  modo  que  aquel  Go- 
bierno entienda. 

La  negativa  del  derecho  de  opción,  que  solo  se  reserva  á 
los  peninsulares  residentes  en  Ultramar,  haoe  injustificados 
ios  cargos  que  en  la  Península  se  dirigen  á  ios  cubanos  y 
portorriqueños  que  viviendo  en  Cuba,  no  mautieaeo  su  ca- 
rácter de  españoleo.  El  Tratado  de  París  se  lo  prohibe  termi- 
nantemente. Y  es  de  advertir  que  el  Gobierno  español  soez- 


—  1064  — 

casó  absolutamente  de  oonsultar  á  aquellos  españolas  y  á. 
am  representantes  en  las  Cortee  nacionales,  reepeoto  de  to- 
das estes  cuestiones,  siendo  asi  que  consultó  á  todos  los  ex~ 
gobernadores  de  nuestras  colonias,  á  los  capitanes  genera- 
les y  almirantes  y  á  los  jefes  de  partido  y  de  todos  los  gru- 
pos  parlamentarios,  con  excepción  de  los  ultramarinos, 
autonomistas  y  conservadores.  £1  hecho  es  de  lo  más  ieó- 
Ktü  que  puede  imaginarse,  y  hay  que  relacionarlo  oon  el 
hecho  análogo  de  haber  prescindido  totalmente  el  Gobier- 
no de  Madrid  de  la  menor  consulta  sobre  el  particular, 
i  los  gobiernos  looales  y  autonomistas  de  Puerto  Rico  y 
Cuba. 

Además,  la  fórmula  empleada  en  el  Tratado  dejó  dudoso 
que  fuerau  españoles  los  canarios  y  baleares  residentes  en 
Cuba,  y  si  los  cubanos  de  nacimiento  residentes  fuera  de  la 
idla  continúan  ó  no  siendo  españoles.  Este  problema  lo  ha 
resuelto  recientemente  el  Gobierno  de  Cuba  diciendo  que 
son  cubanos  todos  los  nacidos  en  la  Isla,  residan  ó  no  en  ella. 

Por  último,  el  Sr.  Labra  señaló  la  verdadera  expoliación 
qoa  constituye  el  hecho  de  haber  excluido  totalmente  del 
Tratado  de  París  el  reconocimiento  de  las  deudas  coloniales 
por  parte  de  los  Estados  Unidos.  £1  caso  es  único  en  la 
Historia  oon  temparánea.  De  esta  suerte  España  cargó  coa 
4.tG0  millones  de  pesetas,  según  cuenta  de  31  de  Diciembre- 
de  1898.  A  esta  pérdida  hay  que  añadir  la  más  sensible 
de  37.506  soldados  y  marinos  muertos,  y  un  total  de 
bajas,  entre  muertos,  heridos  y  prisioneros,  de  84.220.  Pero 
todavía  es  peor  el  estado  de  ánimo  que  todo  esto  ha  produoi- 
do,  y  que  hay  que  rectificar  por  actos  viriles,  persuadidos 
de  que  es  posible  la  reconstrucción  nacional . 

Como  se  ve,  nada  de  lo  que  contiene  el  tratado  de  Parto 
tiene  que  ver  con  las  razones  atribuidas  por  los  Estados  Uni- 
dos i  la  guerra.  Es  decir, con  el  superior  interés  de  la  huma- 
nidad y  la  causa  de  )a  civilización.  Hay  en  éi  nn  lujo  de- 
urrcgancia  y  de  propósito  de  hnmi  lar  á  España,  seguramen* 
le  por  algo  más  que  por  mera  antipatía  á  este  país,  con  el 
que  el  presidente  MaoKinley  afirma  que  les  americanos  no 
tanian  roce  alguno  sangriento.  En  ese  Tratado  no  se  estable- 
ce Ja  menor  garantía  del  derecho  y  las  libertades  do  las  An* 
tillas  y  las  Filipinas,  entregadas  al  arbitrio  del  Gobierno 
americano.  Ni  remotamente  se  pone  limite  á  la  ocupación 
de  Cuba,  más  incondicional  que  la  de  Egipto  por  los  in- 
gleses* 


r\ 


—  1055   — 


Pero  después  hay  que  ver  cómo  en  la  práetiea  entienden 
y  practican  ese  originalisimo  Tratado  los  Estados  Unidos, 
en  menoscabo  de  au  gran  prestigio  democrático,  quisa  de  la 
solides  de  su  gran  imperio  y  de  seguro  costra  las  recomen- 
daciones de  les  Padres  de  la  Bevolueión  y  la  Constitución 
de  Norte  América. 


2 


Beanudando  el  Sr.  Labra  en  el  Ateneo  sus  conferencia» 
semanales  interrumpidas  por  las  últimas  fiestas,  comen- 
só  por  recordar,  primero,  sus* afirmaciones  respecto  del 
Tratado  de  París  de  Diciembre  de  1898,  qne  contradijo 
abiertamente  principios  tenidos  hoy  por  incontestables  en 
el  Derecho  público  internacional,  y  segundo,  alguno  de  los 
concepto*  consigna  des,  tanto  por  el  presidente  Mac  Kinley, 
como  por  el  Congreso  de  los  Estados  Unidos  en  sus  declara- 
dones  de  mediados  de  Abril  de  18  98  para  definir,  resonar 
y  justificar  el  atropello  de  la  soberanía  espafiola  y  la  inter* 
vención  americana  en  Cuba. 

Por  el  refendo  Tratado  quedan  sancionados  la  imposi- 
ción de  la  fuer  sa  sobie  el  aibitraje  internacional;  ei  dere- 
cho de  conquista  en  Filipinas?  la  adquiérelo»  de  Puerto 
Bico  como  indemnización  de  guerra  y  dentro  de  la  teoría 
de  los  antiguos  reinos  patrimoniales;  la  creación  en  Cuba 
de  una  entidad  política  qne  ni  es  Eetado  independiente,  ni 
colonia,  ni  Estado  federal,  ni  pala  protegido:  la  exousa  ab- 
soluta del  plebiscito  cerno  medio  de  determinar  la  eitoación 
futura  de  las  antiguas  colonits  eef  arlólas;  la  negativa  abso- 
luta al  derecho  de  les  españolee  .nacidos  en  Cuba,  Puerto 
Juco  y  Filipinas  á  optar  por  la  nacionalidad  originaria  ó 
por  la  impuesta  por  el  hecho  de  la  guerra  y  la  declinación 
l  or  parte  de  los  Batados  unidos  de  toda  responsabilidad  en 
punto  á  las  deudas  y  compromisos  contraídos  por  la  nación 
vencida,  con  motivo  ó  por  ratón  de  los  países  anexados  á  la 
Bepública  americana  ó  arrancados  al  imperio  español. 


r> 


—  1056  — 

Esto  so  la  relación  del  Tratado  de  Paria  eon  el  Derecho 
internacional  público.  Respecto  de  la  efíoaeia  de  ese  Tratado 
en  lo  relativo  a  los  fines  perteguidos  per  los  norteamerica- 
nos, hay  que  considerar  ante  todo  lae  declaraciones  oficiales 
de  ga  Gobierno  al  iniciar  la  guerra  y  que  comprendían  los 
siguientes  extremos: 

i.  Onba  era  y  debía  ser  nn  pueblo  libre  é  independiente. 
— 2.  Loe  Estados  Uaidoa  no  querían  el  dominio  de  Onba. — 
3.  El  Gobierno  norteamericano  entregarla  la  dirección  de 
Cuba  á  los  cubanos  tan  pronto  como  estuviese  pacificada  la 
isla. 

Sin  embargo  de  esto,  en  el  Trataio  de  París,  el  Gobierno 
de  Washington  no  se  obliga,  respecto  a  la  grande  Artilla, 
á  otra  oosa  que  á  la  oráctica  de  los  orincipios  generales  del 
Dereahode  gentes.  T  respecto  de  Filipinas  y  Puerto  Rico, 
el  mismo  Tratado  dioe  que  los  derechas  civiles  y  políticos 
de  portorriqueños  y  filipinos  serán  los  qu  i  quiera  conceder  - 
te*  el  Congreso  americano,  donde,  ni  Puerco  Rico  ni  Filipi- 
nas tienen  representantes. 

Aumenta  la  dureza  de  estas  afirmaciones  la  manera  con 
que  el  Gobierno  norteamericano  las  interpreta  prácticamen- 
te, fin  Filipinas  subsiste  la  guerra  de  los  indígenas  contra 
loe  invasores,  á  ios  cuales  aquéllos  acusan  de  deslealtad  en 
punto  al  cumplimiento  del  convenio  en  cuya  virtud  los  taga- 
los prestaron  su  concurso  á  las  armas  norteamericanas.  Es- 
tas, eran  impotentes,  por  sí  solas,  para  concluir  con  el  poder 
de  España  en  aquellos  paises.  Con  tal  motivo  se  recuerda, 
que,  para  un  efeoto  análogo,  fueron  impotentes  las  armas  in- 
gfesas,  cuando,  en  1762,  se  apoderaron  de  la  plaza  de  Mani- 
la, reconquistada  á  los  dos  afios,  por  loe  filipinos  y  españolas 
que  dirigió  el  insigne  Anda  y  Salaxar. 

La  situación  de  Puerto  Rico  a  peo  a  profundamente.  La 
propaganda  de  los  Estados  Unidos  ha  deshonrado  á  aquel 
país,  al  mismo  tiempo  que  heria  el  prestigio  de  España  oo- 
)on iaadora,  divulgando  la  especie  de  que  todos  los  habitan- 
tea  de  Puerto  Rico,  sin  distinción  de  procedencias,  clases 
v  i  oeicionss  y  apesar  de  la  conocida  historia  de  la  Isla,  y 
de  sus  antif  ñas  y  recientes  protestas  de  fervorosa  adhesión 
á  España,  habian  aclamado  al  invasor. 

Ya  dice  bastante  contra  esta  tesis  el  doble  hecho  de  la 
resistencia  norteamericana  al  plebiscito  y  de  haberse  restrin- 
gido después  el  sufragio  para  las  elecciones  municipales. 
Aparte  del  adelanto  de  la  legislación  civil  de  loe  Estados  da 


—    1057  — 

la  República  que  consienten  Ja  adquisición  de  la  propiedad 
territorial  sólo  al  ciudadano  norteamericano. 

En  Puerto  Rioo  hoy  rige  la  dictadora  militar  qne  ee  im 
pone  á  loa  organismos  locales  como  en  los  tiempos  más 
daros  del  viejo  régimen  colonial  y  mediante  la  derogación 
implícita  6  esplicita,  pero  completo,  de  loe  decretos  empaño* 
les  de  Noviembre  de  1897,  en  vano  invocados  ahora  por 
los  puertoriqueñoe. 

Se  ha  establecido  allí  el  faero  atractivo  de  la  jurisdicción 
de  guerra  para  los  delitos  en  qae  sea  part » un  americano. 
Las  mercancias  paertoriqnefias  pasan  faertes  derechos  en  la 
Metrópoli  norteamericana,  qae  defiende  sas  propios  azúoa* 
res  de  caña  y  remolacha,  aun  mas  qae  defendió  los  sayos 
España.  Y  como  qae  el  arancel  de  la  Isla  es  alto  para  todos 
los  productos  no  americanos,  resultarla  dificilísima  la  ex  por- 
tación  colonial,  por  falto  de  correspondencia  de  mercados, 
si  Puerto  Rico  no  viera  reducida  cada  vez  más  su  produc- 
ción. 

En  el  orden  político  no  hay  medio  de  imaginar  el  porvenir 
de  aquella  isla.  Lo  más  probable  as  que  no  sea  Estado  fe- 
deral, ni  territorio  americano.  Qaisá  sí  una  colonia  militar 
completamente  fuera  de  la  Constitución  y  délas  tradicio- 
nes norteamericanas,  pero  de  importancia  estratégica  en 
el  mar  de  las  Antillas,  dominando  el  golfa  de  Méjico  en 
los  canales  de  Panamá  y  Nicaragua.  jLos  informes  que 
recientemente  ha  dado  una  de  las  primeras  autoridades  mi- 
litares de  aquella  isla  al  comité  senatorial  de  Washington 
han  sido  opuestos  á  la  aptitud  política  y  al  derecho  de  los 
puertoriqueños  para  gozar  de  las  mismas  franquicias  que  los 
ciudadanos  de  Norte  América. 

Es  preciso  leer  esto  en  los  periódicos  de  los  Estados  Uní* 
dos  para  comprender  tamaño  disparate  y  tan  escandalosa 
injuria  á  Puerto  Rico,  de  una  historia  brillante,  qne  en  vano 
intentarán  borrar  sus  actuales  conquistadores. — Díganlo  el 
maravilloso  éxito  de  las  grandes  reformas  expansivas  de  las 
Cortes  de  Cádiz  y  del  Intendente  Ramírez  desde  1811  á 
1816;  y  la  manera  de  hab*r  disfrutado  aqaol  país  de  las  li- 
bertades públicas  desde  1820  á  23;  y  la  protesta  y  petición 
que  los  representantes  de  los  Ayuntamientos  puertorique- 
ños hicieron  al  Gobierno  español  en  1865  para  que  antes 
que  las  reformas  políticas  y  eoonómicas  para  los  blanoos,  se 
hiciera  allí  la  abolición  inmediata  y  simultánea  de  la  es* 
ciavitud  de  los  negros;  y  el  modo  y  manera  verdadera- 


—  1058  — 

mente  excepcionales  con  que  allí  se  hiso  la  abolióte  da 
la  esclavitud  en  1873;  y  Ja  virilidad  oon  que  por  espado  de 
máe  de  veinticinco  afioe  locho  contra  la  corrupción  elec- 
toral y  el  procedimiento  de  loe  candidatos  cuneros  y  oficia- 
les enviendo  al  Parlamento  espafiol  representantes  inde- 
pendientes que,  sin  desmayar,  un  solo  día,  pidieron  enér- 
gicamente la  identidad  de  derechos  civiles  y  políticos  de 
loe  españolee  de  uno  y  otro  hemisferio  y  nn  régimen  local 
expansivo  y  autonomista  para  la  colonia;  y  la  oordnra  y  el 
éxito  con  que  los  puertoríquffioe  ejercitaron  todos  los  de- 
rechos que  le  reconoció  la  República  española  por  la  liber- 
tad á  la  pequeña  Antilla  del  titnlo  1.°  de  la  Constitneióft 
del  1869  y  la  ley  municipal  y  provincial  de  1870. — Además 
Paeito  Rico  tenia  en  1898  una  población  de  cerca  de  un  mi- 
llón de  almas  ó  sea  106  por  kilómetro  cuadrado;  nn  movi- 
miento comercial  de  20  millones  de  duros  y  un  presupuesto 
genei  al  de  cinco  y  medio  millones  de  pesos,  con  los  qne  aa 
pegaban  los  gastos  generales  de  la  isla,  dejando  un  snperabit 
de  cerca  de  un  millón  de  duros. 

Ta  costaría  probar  que  muchos  de  ios  Estados  de  la  Re- 
pública norteamericana  tienen  estos  títulos  para  gozar  de 
los  beneficios  de  la  Constitución  de  1789  v  de  sus  quines 
enmiendas.  Segurameote  no  los  tenían  Tejas,  ni  Nueva 
Méjico  ni  California  cuando  en  1845  y  1850  entraron 
á  formar  parte  de  la  Unión  Americana.  Mucho  menos 
menos  los  tenian  Montana  y  Dakota  en  1889,  Wjoning  é 
Idaho  en  1870.  Y  no  habrá  medio  de  prob»r  que  Puerto 
Rico  ee  inferior  hoy  mismo  á  la  Florida  que  es  Befado  des* 
de  1845,  y  á  Colorado  que  lo  es  desde  1876.  La  injusticia 
en  este  punto  llega  á  )o  incalificable  I 

Además  un  culón  ha  destrosado  buena  paite  de  las  po- 
blaciones y  la  mayor  parte  de  las  haciendas  de  aquel  pais. 
La  miseria  ha  entrado  de  tal  modo  en  la  desventurada  isla, 
que  el  gobierno  de  Washington  ha  aoordado  en  estos  dial 
que  las  cantidades  pagadas  por  los  frutos  puertoriquefios  ea 
las  aduanas  federales  se  dediquen  á  aliviar  la  miseria  ds 
Puerto  Rico. 

En  Cuba  la  cuestión  ofrece  otras  proporciones  y  entraña 
nn  grave  problema  de  porvenir  inmediato.  También  allí 
impera  el  gobierno  militar.  Para  dentro  de  una  semana, 
están  anunciadas  elecciones  municipales,  primera  oonsulta 
que  se  hace  al  voto  de  Coba;  más  para  ello  se  ha  abolido  el 
sufragio  universal.  Junto  al  Gobernador  general  militar 


—  1059   — 

existe  un  Consejo  de  Secretarios  cubanos  qne  debían  oeu« 
parse  de  todas  las  coestiooes  de  ráracter  civil.  Estos  Secre- 
tarios son  amovibles  y  de  libérrima  elección  de  Gober- 
nador, sin  más  facultades  que  las  de  la  propuesta,  que  el 
Gobernador  atiende  ó  no,  ein  resonar  su  resolución,  inves- 
tido como  se  halla  de  plenas  facultades,  que  yaba  usado 
con  todo  desahogo  bien  para  modificar  la  legislación  política 
procesal,  penal  y  aun  civil,  armonizándola  con  la  norte- 
americana, bien  para  la  designación  de  funcionarios  públi- 
cos. Los  Secretarios  ni  firman  los  decretos»  que  suscribe  el 
General  Jefe  de  Estado  Mayor  del  Gobierno  general  de  la 
lela. 

En  estos  últimos  tiempos  se  ha  aoentuado  la  tendenoia 
del  Gobierno  general  de  reducir  la  oompetencia  de  los 
Secretarios,  excluidos  en  absoluto,  desde  el  principio,  del 
conocimiento  de  los  negocios  de  guerra  y  aun  de  los  fi- 
nancieros relacionados  oon  la  Aduana,  cuyos  produotos 
totales  ingresan  en  el  Tesoro  de  Washington.  Este,  por 
» hora,  paga  los  gastos  generales  de  los  municipios,  que  en 
cambio,  no  pueden  arbitrar  fondos. 

La  tendencia  centralizados  antes  señalada  produce  el 
doble  efecto  de  ensanchar  la  acción  personal  del  Gobernador 
y  de  referir  buen  golpe  de  negocios  cubanos  al  conocimiento 
directo  y  la  lejana  resolución  del  Gobierno  de  Washington, 
donde  se  ha  venido  á  orear  una  especie  de  ministerio  ú  ofi- 
cina más  ó  menos  ir  regalar,  de  negocios  coloniales  que 
quizá,  con  el  tiempo,  tome  el  oarácter  de  i  as  famosas  Comi- 
sarias de  la  agricultura,  del  trabe  jo,  de  la  educación  y  de 
los  indios,  que  complementan  la  acción  regular  de  la  admi 
nistracióo  norteamericana. 

Por  estos  medios  el  Gobierno  genera]  de  Cuba  no  solo  ha 
introducido  reformas  trascendentales  en  la  organización 
judicial  cubana  y  en  su  derecho  procesa],  sino  que  ha  cons- 
tituido una  especie  de  Corte  correccional,  cuyas  atribucio- 
nes se  condensan  en  la  personado  su  jefe,  autoridad  jankee 
que  resuelve  ein  apelación,  sin  ley  y  por  libórrimo  juicio 
persona],  las  causas  que  se  someten  á  su  fallo. 

Por  lo  mismo  ha  sido  posible  recientemente  la  interven- 
ción personal  y  pública  del  Gobernador  general  en  un  es- 
caudaloso  proceso  sobre  abusos  de  aduanas,  en  cuya  trami- 
tación las  autoridades  judiciales  quisieron  proceder  oon  la 
independencia  funoional  que  garantizaban  las  leyes. 

No  hay  que  hablar  de  vida  municipal  ni  provincial.  Todo 


.  r£' 


—  1060  — 

e*rá  en  manos  de  loa  presidenta  6  jefes  de  las  eorporaeio- 
oes,  los  cuales  deben  su  nombramiento  al  Gobernador.  Por 
decreto  de  éste  se  hn  aplegado  el  pago  de  las  deudas  muni 
c  i  piles.  Realmente  nada  se  hace  hoy  en  Cuba,  sino  tolerado 
por  el  Gobierno  militar.  Las  obras^públicas  se  decretan  y 
contratan  en  Washington .  4 

¿hora  se  trata  de  nna  modificación  profunda  y  sistemá- 
tica de  las  leyes  civil  y  procesal  de  Ja  Gran  A n tilia,  en 
vista  de  la  legislación  norteamericana.  Para  ello  el  Gober- 
nador ha  nombrado  una  reducida  comieión  de  cubanos  y 
norteamericanos  encargados  de  proponer  la  reforma,  qae 
sin  duda,  t>pr<  bada  por  aquella  autoridad,  sin  contar  con 
ningún  otro  dato,  formará  pronto  parte  del  nuevo  orden 
jurídico  de  Coba. 

Se  pecaría  contra  la  verdal  diciendo  que  todo  cuanto 
ahora  ocurre  en  la  Gran  Antilla  es  deplorable.  Mochas  de 
las  disposiciones  contenidas  en  los  dos  volúmeoes  publica- 
doi  en  1889  con  el  titula  de  Civil  Re  port  of  Major  gentnl 
J*  R.  Brock,  militar  y  Govérnor  of  ¿fofo  son  atendibles  y 
hasta  plauMblea. 

Eb  falso  que  la  inmoralidad  administrativa  haya  aumen- 
tado: por  el  contrario,  la  renta  de  aduanas  ha  crecido 
á  pesar  de  la  variación  poco  satisfactoria  del  arancel.  £1 
orden  público  y  la  policía  sanitaria  de  la  Habana  (objeto 
de  eapecialieimo  cuidado  del  Gobierno  americano)  se  man 
tienen  en  condiciones  de  estima  v  progreso.  £1  juego  y 
la  embriaguez  se  persiguen  de  modo  eficaz  — Y  hay  que  re- 
conocer que  las  autoridades  americanas  se  abstienen  cuida- 
documente  de  toda  persecución  personal  por  motivos  po- 
líticos. 

Esto  ha  influido  mucho  en  el  oontenimiento  de  la  protes- 
ta cubana  contra  la  prolongación  de  la  intervención  del 
Gobierno  de  Norte  América,  por  medio  de  una  verdadera 
dictadura  militar  suavizada  en  los  procedimientos. 

Paro  ya  ahora  la  protesta  toma  gran  viveza  en  la  prensa 
y  en  la  tribuna.  El  Gobierno  de  Washington  acaba  de 
enviar  á  Cuba  á  su  ministro  de  la  Guerra  para  que  estudie 
la  situación  del  ¿sis.  También  llegó  después  á  la  Habana  el 
Comité  senatorial  que  ha  de  proponer  al  Senado  el  término 
ó  la  continuación  de  lo  existente  <m  aquella  Iala. 

£1  Ministro  y  les  Senadores  tienen  frases  para  todos,  y  su 
opinión  personal  definitiva  resulta  una  verdadera  incógnita. 

Paro  Mr.  Mac-Kinley  no  dios  palabra.  En  los  Estados 


««.  1061  — 

Unidos  existe  osa  fuerte  corriente  política  francamente 
favorable  á  la  anexión  de  Coba.  Y  el  recuerdo  de  lo  suce- 
dido en  Tejas  hace  cincuenta  afios,  autoriza  todos  los  te- 
mores de  los  patriotas  cubanos.  Sobre  lo  que  no  hay  la 
menor  divergencia  en  los  Estados  Unidos  es  en  creer  que 
solo  á  estos  corresponde  la  facultad  de  fijar  las  oondiciones 
y  el  término  de  la  tntela  en  que  vive  Cuba. 

Ocioso  decir  los  peligros  que  esto  entraña  aun  para  la 
tranquilidad  material  y  el  porvenir  moral  y  económico  de  la 
sociedad  cubana,  donde  ya  se  van  formando  partidos  que 
afirmando  la  independencia  de  la  IsÍ8,  se  diferencian  solo- 
respecto  del  modo  de  llegar  á  ella.  Unos  (el  partido  conserva- 
dor)  pretendo  ol  protectorado  transitorio  de  los  Estados  Uni- 
dos: ctros  (entre  ellos  los  más  caracterizados  soldados  de  Ja 
insurrección  que  determinó  la  intervención  de  Norte  Amé- 
rica) quieren  la  independencia.  Eu  tanto  sólo  vive  la  dicta 
dura  norte  americana,  á  los  dos  años  de  evacuada  la  grande 
Antilla  por  las  autoridades  españolas. 

Esto  no  habría  sido  posible  si  el  problema  de  Cuba  hu- 
biera caído  bajo  la  jurisdicción  del  Concierto  internacional. 

Yendo  mal  las  cosas  para  Espina,  lo  probable  es  que  so 
hubiera  impuesto  Ja  solución  dada  al  problema  de  Greta 
en  18ó9  y  1896.  En  último  caso,  eran  precedentes  para 
otra  solución,  tlesde  luego,  la  neutralización  de  Bélgica  en 
1831,  la  de  las  islas  Jónicas  de  1863,1a  de  Luxemburgo 
de  1862,  y  sobre  todo  la  de  Suiza,  que  data  de  los  tratados 
de  1818.  Es  decir,  todo  aquello  en  que  nadie  pensó  ni  po- 
día pensar  en  la  Conferencia  de  París  de  1898.  Pero  este  es- 
quí zá  el  problema  de  mañana  en  Amériea:  de  un  mañana 
que  ya  casi  amanece  (1). 


(1)  Después  de  dicho  esto,  la  prensa  de  Madrid  ha  dado  ligera  cuen- 
ta de  la  con  i  ti  toe  ion  del  nuevo  Gobierno  de  Puerto  Rico.  No  ea  posible 
formar  juicio  por  lo  que  dicen  los  cablegramas. 


—  1062  — 


En  la  anterior  conferencia  del  Ateneo,  el  Sr.  Labre  sos* 
tuvo  que  si  la  cuestión  de  Coba  hubiese  sido  sometida  al 
Concierto  internacional,  aun  en  el  caso  de  que  la  solución  no 
correspondiera  enteramente  al  dereoho  de  Etpafia  y  4  lee 
conveniencias  de  la  grande  Antilla,  lo  probable  es  que  el  ¡go- 
bierna se  hubiera  resuelto  de  una  de  estas  dos  maneras. 

Usa.  aquella  con  que  se  resolvió  la  cuestión  de  Creta  (úl- 
tima fase  del  problema  europeo  oriental)  en  1869,  por  la 
Conferencia  de  Parid;  en  1878  y  1886  por  los  Congresos  de 
Berlín  y  el  pacto  de  Hilepa;  en  1896  por  la  carta  votada  per 
la  Asamblea  cretense  patrocinada  por  las  grandes  Potencias 
eriet  tanas,  y  en  1897  por  el  Tratado  de  Constantinopla. 

La  otra  solución  era  la  neutralización  de  la  grande  An- 
tilla, bajo  el  patronato  délas  grandes  naciones  de  Europa , 
de  Ejpaña,  de  los  Estados  Unidos  de  América  y  de  las  Re- 
públicas Sudamericanas,  en  vista  de  lo  que*se  biso  respecto 
de  Suiza  eu  el  Congreso  de  Vieaa  de  1815  v  de  lo  que  des- 
pués io  ha  hecho  para  la  neutralización  de  Bélgica  en  18$  l, 
de  lae  islas  Jónicas  en  1863,  del  duoado  de  Luxemburgo  de 
187  7  y  del  Estado  libre  del  Congo  en  1885. 

Sobre  este  tema  discurrió  el  profesor  del  Ateneo  en  su  con» 
ferencia  del  viernes  último. 

De  las  dos  soluciones  antes  indicadas,  la  primera  (la  au- 
tonomía cubana  garantizada  por  el  Concierto  internaciontl) 
era  la  que  mes  correspondía  al  dereoho  de  España — ¿n  el  su* 
puesto  de  que  el  éxito  desgraciado  de  la  guerra  oon  los  Er- 
tadoe  Unidos  no  permitiera  recabar  el  simple  man tenimiea* 
to  de  la  situaoión  política  oreada  por  los  decretos  españoles 
de  Noviembre  de  1897. 

Por  aquella  solución,  todavía  España  habría  podido  man  - 
tener  en  el  Nuevo  Mundo,  oon  el  apoyo  universal,  la  glorio- 
sa bandera  de  les  descubridores  de  Amérioa,  arraigando  en 
el  mar  de  las  Antillas  las  instituciones  de  1897,  oon  el  sen- 
tido evolutivo  de  la  gran  colonización  española,  bajo  la 
influencia  internacional  y  dentro  de  las  corrientes  novisi- 


—  1063  — 


con*  colonizadoras.  Poruñeen  todo  caso,  pero  principaimea» 
tu  en  esta  época  de  liquidación,  conviene  maih)  advertir 
que  no  es  jaeto  estimar  la  colonización  española  por  las 
desviaciones  y  oorrnptelas  da  loe  siglos  xvn  y  xvui  6  ñor 
la  reacción  y  el  anacronismo  que  se  producen  d*»de  L82& 
basta  época  muv  cercana,  con  el  satisfactorio  paré  a  tesis  del 
Gobierno  de  la  República  de  1873.  Aquella  colonización, 
qne  desafia  el  contraste  con  las  demás  empresas  análogas  de 
eo  época,  tiene  que  estudiarse  eo  los  libros  de  nuestros  colo- 
nistas Ustáriz,  Alvares  0«orio,  Martines  de  la  Masa  y  Cam- 
pillo; en  el  sentido  total  de  Id  famosa  Keoopil ación  de  Indias 
de  3  660,  y  señaladamente  en  la  lev  2.a,  libro  1 .°  del  libro  1 .° 
—las  2,  8  y  13,  tit.  2  del  libro  2.°— la  1/  del  tit.   17,— la 
leí  tit.  1  °  y  la  1.a  del  tit.  26,  la  30  del  tit.  27  y  la  22  del 
tit.  30  del  libro  9  °  referentes  al  fia  de  la  colonización,  á  la 
relación  jaridica  de  ios  Reinos  de  América  y  Castilla,  á  la  or- 
ganización económica  de  América,  á  la  reducción  de  los  in- 
dios, á  la  vida  local,  municipal  y  regional  de  los  un  vos  Reí* 
no**  j  las  garantías  del  españ  jI,  originario  ó  reducido  de  los 
nuevos  países,  al  tenor  de  lo  que  en  la  Metrópoli  regia  y  lo 
que  privaba  en  el  Mando  culto  en  aquellos  siglos.    Después 
hay  que  tener  en  cuenta  la  admirable  obra  del  Marqué*  d*  la 
Sonora,  el  primer  Ministro  U  ñ versal  de  lidias,   de  1754 
y  lo*  decretos  de  las  Cortes  de  Cáliz,  llevados  á  oumpkdo 
efecto,  con  éxito  txraordinari  >  é  insuperable,  asi  en  Cuba 
como  en  Puerto  Rico,  por  el  I  aleúdente  iiamirts  de  Villaa- 
rrutia,  desde  1812  á  1820. 

Españ»  entonces  puso,  hasta  donde  era  posible,  por  cima 
del  interés  material,  el  inte  ó*  moral  del  eoipeñ*  coloni- 
zador;  consagró  la  aocióa  directa  del  Eitado  para  la  civi- 
ligación  del  Nuevo  Mundo;  afirmó  por  leyes  \\  identidad 
de  los  derechos  civiles  y  politices  de  los  españ  >les  de  uno 
y  otro  hernia  fe»  i >,  y  proclamó  la  asimilación  progresiva  de 
jos  indios;  y  reconoció  la  Lota  loen  por  medio  de  las  Orde- 
nanzas y  compilacióo  délas  leyes  originarias,  por  la  exten- 
sión de  los  AyunUmientos,  y  en  fia,  por  la  consagración  de 
los  Concilios  provinciales  y  regionales  'á  que  se  refieren  las 
i'  ■  s  que  sentían  el  puesto  preemiueote  que  en  las  Cortes 
americanas  correspondía  á  las  ciuiade?  de  Méjico  y  el  Cus- 
40,  al  modo  que  en  la  Península  sucedía  con  fi argos  y  To  • 
ledo. 

Bin  duda  sería  un  dislate  pretender  que  á  esta  hora  pu- 
dieran tener  aplicación,  ni  siquiera  en  Filipinas,  las  viejas 

68 


I 


—  J064  — 

leyes;  pero  bu  sentido  comprensivo,  educador  y  moral,  de- 
purado de  las  malesas  y  acarreos  de  Jos  tiempos,  merece 
hoy  mismo  todo  género  de  respetos.  £1  principul  trabajo 
del  colonista  español  habría  de  ser  harmonizar  la  obra  áñ 
los  tiempos  pasados  con  las  exigencias  del  presente  y  de- 
terminar la  alérgica  reforma  de  todo  lo  anticuado  y  ana  * 
crónico,  con  la  convicción  de -que  la  mayor  gran  dea*  de 
España,  en  el  corso  de  su  brillante  historia,  ha  correspondi- 
do á  )a  identificación  de  este  país  con  fas  idea*  madres  de 
la  época,  en  lacnal  aquella  grandeza  se  manifestó-  Dobe 
motivo  para  perseguir  la  intimidad  de  Empana  con  el  pro- 
greso actual  del  mundo  y  la  determinación  de  su  nueva  vid» 
dentro  del  concierto  internacional. 

Para  todo  brindaban  ocasiones,  escenario  y  medios  ex- 
cepcionales, Cuba  y  Puerto  Rico,  en  1893,  España  podna 
haber  reaüsado  allí  una  admirable  obia.  no  solo  en  honor 
y  provecho  sujo,  si  que  en  beneficio  de  la  pac  de  Europa  y 
América  v  del  progreso  general  del  M  ando. 

Para  ello  tenia  títulos  sobrados,  rere  nocidos  de  modo 
elocuente  por  el  ministro  de  los  Estados  Unidos  Mr.  Sí  war-í > 
que  haoe  cuarenta  años  la  proclamaba  como  tona  verdadera 
potencia  americana»;  precise  menta  en  el  período  crítico  de 
la  intervención  francesa  en  Méjico.  De  análojro  modo  te 
expresaban  los  secretarios  del  Gobierno  de  Washington, 
llr,  Everett  y  Mr.  Olney,  en  sus  tamo*  as,  caracte  ríe  ticas  y 
transcendentales  notas  de  1852  y  189>  ecbre  el  porvenir  de 
Coba  y  las  relaciones  de  Europa  y  Norte  AaeViepj  con  ido* 
tivo  de  las  colonias  europeas  del  Noero  Mando, 

Además,  discretamente,  era  impoeitle  prescindir  de  qoe 
pasan  de  800.000  los  españoles  qoe  b/*y  viven  y  trabajan 
en  el  continente  americano,  representando  un  fautor  esen- 
cial de  los  progresos  de  las  Reí  úblicas  J  atine  a  de  América. 
Por  tanto,  es  c* si  inconcebible  que  de  U  última  guerra 
haya  salido  España  peor  qoe  Tnrquía  de  su  locha  con  la 
Europa  contempo? énea.  Porque  Turquía  (á  pepar  de  ios 
no  torios  y  monstruosos  pecados)  en  1878  y  en  1896  ha  podi- 
do conservar  á  Creta,  de  ningún  modo  unida  por  vinca  o 
étnico,  político  ó  moral,  á  los  dominadores  de  Constantino* 
pía,  meramente  acampados  en  un  extremo  de  la  vieja  Euro* 
pa  y  tenidos  umversalmente  por  una  positiva  afrenta  de  la 
civilización  moderna. 

JLa  otra  solución  (la  de  la  neutralización  de  Cuba  be  i  o  n& 
patronato  europeo  y  americano)  tenia  un  carácter  interna- 


—  1005  — 

cional  de  mayor  gravedad  y  superior  trascendencia.  Cono 
que  por  ella  quedaba  excluida  toda  pretensión  exclusivista 
continental,  en  el  mondo  descubierto  por  Europa  y  coya  ac 
tual  extraordinaria  emulación  hay  qne  atribuir,  tanto  á 
ésta,  como  á  los  elementos  propiamente  americanos  de  di 
versa  procedencia  y  distinto  sentido,  qne  constituyen  la 
base  presente  de  la  sociedad  trasatlántica.  Y  además,  por- 
que sobre  el  hecho  de  la  neutralización  de  Cuba  podría  lle- 
garse á  la  neutralización  de  las  Antillas  iodos,  gracias  á 
razonadas  concesiones  de  Francia,  Inglaterra,  Holanda  y 
Dinamarca,  qne  poseen  en  el  Mar  Caribe  oolomas  más  6 
menos  importantes,  seriamente  amenazadas  por  el  expan- 
sionismo americano. 

También  podría  pensarse  que  para  esta  solución  eran 
antecedentes  valiosos,  de  una  part*.  todo  lo  que  Francia, 
Inglaterra  y  los  mismos  Ertados  Unidos  han  hecho  desde 
1825  á  1 874,  para  garantizar  la  soberanía  de  España  enCnba 
y  Puerto  Rico  frente  á  las  pretensiones  pa»  ticu lares,  efecti- 
vas ó  supuestas,  de  cada  una  ri«  aquellas  naciones,  y  por  otra 
lado  la  actitud  y  disposición  de  las  Repúblicas  sudamerica- 
nas con  relación  á  la  actual  guerra  de  Cuba  y  frente  á  las 
aspiraciones  absor ventos  de  Ioh  Estados  Uoilos. 

Aon  en  último  término,  podría  haberse  oont«do  con  la 
cooperación  de  cierta  parte  de  la  opinión  pública  de  los  mis- 
mos Estados  Unidos;  opinión  rehecha  contra  la  propaganda 
del  jingoísmo  y  los  intereses  de  los  ex  pao  sionistas  é  impe- 
rialistas, mediante  el  influjo  de  muchos  hombres  rectos  y 
prudentes  de  aquel  país,  y  por  efecto  de  una  actitud  resuelta 
de  Buropa  y  de  Sud  Ano  ¿rica  contra  las  exageraciones  de  la 
política  Mor  roe,  bastardeada  y  locamente  comprometida  de 
cincuenta  años  á  esta  parte. 

Abona  esta  creencia  la  importancia  que  en  estos  últimos 
días  ha  adquirido  en  aquella  República  la  campaña  de  los 
antiexpaD sionistas  que  se  inspiran,  no  sólo  en  raaones  de 
justicia,  sino  también  en  conveniencias  de  la  política  inte 
rior  de  la  Federación,  asi  como  en  las  recomendaciones  de 
Washington  y  de  los  fundadores  ó  Padres  de  la  Unióa 
ana  encana. 

La  idea  de  la  neutralidad  perpetua  de  ciertos  Estados, 
ba  tomado  macha  fuerza  en  estos  últimos  tiempos.  En  las 
Conferencias  interparlamentarias  del  Haya,  Bruselas  y  Bu- 
dapesth  de  1891,  95  y  96  respectivamente,  logró  los  honores 
de  una  gran  consideración.  En  la  Conferencia  de  Brusela» 


—  106*  — 

de  1897,  volvió  á  plantearle  esta  soIucíóg  con  mu  carácter 
de  gran  generalidad  que  perjudicó  á  nn  muerdo  definitivo. 
Pero  la  insistencia  de  estos  requerimientos  al  voto  de  toa 
hombres  doctos  qne  constituyen  esos  Congresos  (en  tos  cua- 
les eitán  hov  representados  más  de  1 .500  de  loe  8.000  miem- 
bros de  los  Parla  meo  toe  de  tod*s  los  países  europeos)»  bien 
demaestra  qne  el  empeño  está  saliendo  de  los  límites  de  une 
generosa  recomendación  y  de  las  nebulosas  de  un  idealismo 
arrobador. 

Claro  es  que  ouando  ahora  se  habla  de  Ja  neatralievñóa 
de  Cuba,  no  se  trata  precisamente  del  problema  d Manado 
en  tas  Conferencias  interparlamentarias.  Ei  actual  de  Cabt 
(inquieta,  susceptible,  disgustada  por  la  prolongado  a  de  U 
intervención  norteamericana  y  quiíá  un  tunta  amenatadon 
con  el  ejemplo  de  la  obstinada  resistencia  de  Ion  fiii pinos  y 
las  más  ó  menos  veladas  simpatías  de  algunos  grupos  poli 
üocñ  de  Jos  Estados  Unidor)  es  más  práctico,  más  próximo 
y  corresponde  inmediatamente  á  los  Gubvpmoa.  del  modo 
y  manera  que  sucedió  en  los  casos  ds  1815,  1830,  1877  v 
otros  antes  citados. 

El  valor  y  la  trascendencia  ds  la  neutralización  de  Cufa 
(y  por  ella,  de  la  neutralización  ds  todo  el  gropo  antillano), 
pueda  calcularse  teniendo  eu  cuenta,  no  solo  loa  datos  ante 
rioree  sino  la  probabilidad  de  qus  p3r  efecto  de  lo  qne  aho- 
ra mismo  está  sn<?eiiendo  eu  aquella  isla,  U  incipiente  pro 
testa  de  Puerto  Rico,  la  alarma  de  las  AotüSaa  prosita  as  r 
Ja  aotitul  equivoca  de  muchos  gobiernos  de  Sii  Americi, 
ese  problema  se  plantee  al  fin  eu  el  Nuevo  Mando,  dantr  i 
de  an  período  no  mu  7  largo.  Pero  segara  mente  se  p?ddi 
haber  planteado  y  resuelto  mejor,  antes  del  Tratado  de  Pe» 
da  de  1898. 

Par  i  que  en  aquella  oportunidad  se  hubiese  discutido 
bien  y  con  efecto  satisfactorio  esta  solución  (ó  la  de  equipa- 
rar Cuba  á  Creta,  después  de  1896)  habría  sido  preciso 
sin  'inda,  que  las  grandes  Potencias  europeas  se  deri  dieras 
A  Afirmar  su  competencia  en  este  negocio,  ya  por  motivo* 
genérale?  juri  lieos,  ya  en  evitación  de  conflictos  interna- 
cionales que  quizá  preoipite  y  agrave  el  deplorable  éxito  del 
último  Tratado  de  París,  ya  haciendo  valer  ante  el  Gobierno 
norteamericano  el  argumento  deque  ala  acción  c^Ieeuv* 
de  las  naciones  modernas,  se  ha  debilo,  dentro  del  aiglo 
que  corre,  la  solución  del  problema  oriental  europeo,  U 
anulación  del  exclusivismo  japonés  y  chino  y   la  diatriba 


—  1067    - 


cito  pacifica  y  1»  superior  cultura,  del  continente  africano. 

Y  es  notorio:  1 .°  que  en  la  obra  general  europea  respecto 
de  Asia  y  África,  han  participado  directa  y  eficazmente  los 
americanos,  y  2°  qne  si  éstos  no  han  hecho  lo  mismo  en  las 
cuestiones  egipcia,  griega  y  danubiana,  débete,  entre  otros 
motivos,  á  qne  el  Gobierno  de  la  Gasa  Blanca  no  lo  ha  pre- 
tendido, manteniendo  de  tal  modo  el  programa  de  Jorge 
Washington  de  abstenerse  sistemáticamente  y  por  propia 
conveniencia,  de  las  complicaciones  del  viejo  Continente. 
A*i  y  todo,  el  Congreso  de  los  Estados  Unidos,  á  fines  de 
1806,  acordó  invitar  á  las  Potencias  europeas  á  tomar  me* 
didas  contra  Turquía,  para  el  cumplimiento  del  Tratado  de 
Berlín  respecto  de  la  Armenia,  y  si  esta  resolución  no  tuvo 
mayor  alcance,  fné  porque  no  la  secundó  el  presidente 
Cleveland. 

Pero  con  ser  todo  esto  exacto  y  merecer  severa  censura 
la  conducta  de  Europa  en  1898,  hay  que  reconocer  que  el 
primer  pecador  en  este  orden  de  cosas  fué  el  Gobierno  espa- 
ñol, por  no  determinar  su  gestión  diplomática  en  este  sen- 
tido, que  era  muy  superior  y  de  muchísima  más  trascenden- 
cia que  el  arbitraje  intemaciocal  reducido  á  los  términos  en 
que  el  Gobierno  de  Madrid  lo  propuso  por  tres  veces  en  las 
negociaciones  de  aquel  año  de  triste  memoria. 

Seria  injusto  atribuir  toda  la  responsabilidad  de  este 
error  á  los  gobernantes  españoles  de  1898.  Lo  compartían 
todos  los  elementas  políticos  de  España.  La  opinión  pública 
lo  hacia  posible  ó  lo  fomentaba.  Nadie  creía  en  la  necesidad 
de  que  España  tuviera  una  política  internacional.  Aun  aho- 
ra miemo,  después  del  tremendo  desastre  de  1898,  apenas 
hay  quien  se  ocupe  de  esta  política.  Son  muchos  los  que 
aconsejan  el  antiguo  aislamiento,  aunque  de  otro  modo  y 
con  otra  forma.  Nadie  habla  ya  del  Tratado  de  Parle,  ni  se 
oree  que  con  su  motivo  el  Gobierno  español  deba  hacer  algo 

Ír  prepararse  para  el  porvenir,  en  otra  disposición  que  la  de 
a  mansedumbre. 

La  desdeñosa  indiferencia  del  hidalgo  arruinado,  apar- 
tado de  las  gentes  y  envuelto  en  sus  harapos  y  su  arrogan- 
cia, seduce  á  muchos.  Es  popular  la  idea  de  )a  renuncia  de 
las  pocas  colonias  que  nos  quedan;  y  si  á  última  hora  se  ha 
producido  un  pequeño  movimiento  de  simpatía  á  los  pueblos 
sudamericanos,  con  motivo  de  la  presencia  de  los  marinos 
argentinos  en  Barcelona  y  Cartagena,  este  movimiento  no 
ha  revestido  más  carácter  que  el  de  un  desahogo  afectuoso 


—    10*8  — 

y  familiar,  muy  propio  do  los  periodos  tristes  y  de  deagta- 
cta,  pero  sin  aquellas  oondioiooes  reflexivas,  de  continui- 
dad y  eficacia  que  acusan  la  oonoieacia  de  un  objetivo  pre- 
ciso, la  estimación  de  una  utilidad  positiva  y  la  determina- 
oión  de  un  procedimiento  bien  relacionado  con  el  fin  que  se 
persigue  y  oon  los  medios  de  que  ee  dispone. 

Hay  que  insistir  mucho  en  señalar  y  ezplioar  las  cañáis 
primeras  de  este  fenómeno.  Uoa  de  ellas  ee  la  positiva  des- 
consideración que  nuestros  círculos  políticos  de  toda  espe- 
cie tienen  para  los  estudios  de  Política  y  Legis* ación  com- 
paradas y  de  Dar  echo  Internacional.  Luego  está  el  aparta- 
miento completo  de  nuestra  opinión  pública  de  todo  cnanto 
ocurre  ó  se  prepara  más  allá  de  nuestras  fronteras;  sin  que 
contradiga  este  la  pequeña  debilidad  de  nuestros  estrcmji 
rutas,  muy  reducidos  en  número,  y  atentos  solo  á  detallas 
del  oonfort  y  de  la  moda.  Por  otra  parte,  influyen  las  vaci- 
laciones y  contradicciones  de  nuestros  gobernantes,  respec- 
to de  la  representación,  el  papel,  las  necesidades  y  los  me- 
dios de  España ,  comprometía*  por  esto  á  vivir  bastante 
fuera  del  movimiento  político  y  social  contemporáneo  y  bajo 
la  presión  de  o  na  especie  de  política  doméstica,  cuya  pri- 
vansa  llega  á  términos  inverosímiles,  coincidiendo  con  un 
gran  quebranto  de  Ja  fe  en  la  virtualidad  de  las  ideas  y  del 
amor  á  la  propaganda  que  en  otro  tiempo  caracterizaba  á 
nuestros  partidos  avanzados  y  radicales. 

Hace  mucho  tiempo  que  no  hay  en  el  Parlamento 
español  ambiente  para  debates  de  carácter  internacional. 
Privan  allí  todavía  las  viejas  preocupaciones  del  sigilo 
diplomático,  análogo  al  ponderado  secreto  del  sumario,  á  la 
reserva  del  voto  de  los  jueces  y  á  la  indiscutibilidad  del  ex- 
pediente administrativo;  oosas  en  que  ya  nadie  cree. 

La  prensa  tampoco  se  presta  á  cUr  relieve  á  las  ooeetio* 
neo  exteriores.  La  meramente  noticiera  se  atiene  al  inciden- 
te inesperado,  que  constituye  un  mero  interés  de  curiosi- 
dad; la  que  se  jacta  de  recoger  y  secundar  el  sentimiento 
público,  no  puede  dar  relieve  á  los  asuntos  que  el  públioo 
ex:usa  ó  entiende  difícilmente;  y  la  que  aspirando  errónea- 
mente á  sustituir  al  Parlamento  y  á  los  partidos  politiooa  (á 
quienes  con  calor  combate,  careciendo  de  sos  medios  y  eos 
responsabilidades)  ha  pretendido  cambiar  su  carácter  de  dk- 
cutidora  é  informadora,  por  el  de  directora,  tampoco  acler 
te  á  salir  del  circulo  ae  loe  guatos  tradicionales  de  nuestra 
.política  palpitante,  y  estima  los  problemas  de  Derecho  ínter- 


—  loan  —  *  * 

nacional  como  materia  exclusiva  de  lae  especialidades  y 
tema  solo  de  disensiones  teóricas. y  especulativas. 

De  todo  esto  ofrece  abundantísimas  pruebas  la  triste  T 
reoiente  historia  de  lae  guerras  coloniales  de  Eipañ*  y  del 
último  conflicto  de'  ésta  ooa  loe  Astados  Unidos. 

De  aquí  ana  situación  grave,  difícil,  peligrosa,  que  hau 
complicado  recientemente  la  sorpresa  producida  por  núes* 
tros  últimos  desastres  ultramarinos,  la  reacción  determina- 
da por  la  actitud  entre  displicente  y  compasiva  de  Europa 
respecto  de  la  «España  vencida  en  C*vite  y  Santiago  de 
Coba,  y  en  fío,  y  de  modo  muy  especial,  la  limitación  de 
nuestros  horizontes  por  la  pérdida  de  la  casi  totalidad  de 
nuestro  imperio  colonial. 

Pero  ese  mal  tiene  remedio,  aunque  éste  no  haya  de  ser 
la  obra  de  nn  dia  ni  el  resaltado  de  esfueraos  parciales  y 
«z elusivos.  El  secreto  está  en  poner  á  la  Ejpa&a  de  nues- 
tro tiempo  en  la  corriente  de  la  política  contemporánea  y 
en  el  medio  intelectual  y  moral  europeo.  Obra  de  reflexión, 
de  macho  sentido  y  de  vigorosa  perseverancia,  que  pide  el 
ooneurso  de  varios  elementos  de  la  sociedad  española. 


Al  terminar  el  8r.  Labra  sus  conferencias  del  Ateneo  ha 
'hecho  nn  resumen  de  éstas  explicando  por  qué  ha  dado  en 
el  carao  de  este  año  tanta  importancia  al  Tratado  de  París 
de  Diciembre  de  189*.  Este  Tratado,  coa  las  demostraciones 
prácticas  de  la  manera  de  interpretarlo  los  Estados  Unidos 
en  Coba,  Puerto  Rico  y  Filipinas,  constituye  quizá  el  argu- 
mento más  visible  y  concluyente  contra  los  que  en  España 
creían  ó  creen  que  es  posible  vivir  no  sólo  sin  una  política 
internacional,  sino  en  un  aislamiento  excusado  con  pretextos 
de  modestia  y  de  prudencia,  cuando  no  fundamentado  en 
falsos  y  arrogantes  supuestos  respecto  de  los  medios  exclu- 
sivos de  defensa,  influencia  y  prestigio  de  nuestra  Patria. 

Pero  todavía  es  más  grave  lo  que  aquel  Tratado,  conside- 


—  1070  — 

rado  en  sus  relación* 8  coa  la  política  general  del  Mondo, 
entraña  pare  tata  y  ¡articular  mente  para  el  porvenir  de  la 
nación  española. 

Porque  no  debe  desconocerse  que  para  evitar  loe  grandes 
conflictos  internacionales  no  beata  Ja  mera  voluntad  de  na 
eolo  pneblo,  y  hay  que  recordar  frecuentemente  que  Jaa  na- 
doñee,  ann  lae  de  máa  esplendoroaa  historia,  no  concluyen 
aólo  por  en  espirita  aventurero,  ana  acometimiento*  y  ana- 
agitaciones  atóxicas,  aino  también  por  so  pasividad  y  ane- 
mia que  las  reduce  primero,  á  la  insignificancia  y  luego,  al 
papel  de  países  pioirgidos  y  materia  de  compensaciones  te- 
rritoriales con  que  se  satisfacen  ó  sortean  las  ambiciones  de 
los  poderosos  y  ae  procura  artificialmente  el  llamado  equili- 
brio interoaciora). 

Ningún  espíritu  juicioso  puede  prescindir,  en  estos  críticos 
instantes,  de  que  el  siglo  xix  ementó  en  España  con  loa 
Tratados  de  San  Id#  foneode  1890,  de  Amiexrede  1802  y  de 
Fi/ntaineb)eao  de  1807, que  iniciaron  el  quebrantamiento  del 
imperio  colonial  espt>fiol  con  la  pérdida  de  la  I  uisiana  y  la 
Trinidad  y  llegaron  al  re»  arto  de  la  Península  Ibérica  entre 
el  Bey  de  Etroria,  el  P/incif  e  de  la  Paz  y  el  Eey  de  Es* 
paila,  df  jando  ota  jarif  del  teuitorio  lusitano  (las  provin- 
cias de  Beira,  Tras  lo*  Montes  y  Extremadura  portuguesa) 
para  que  Esf  «fia  y  Francia  dispusieran  de  ella  segán  las 
circunstancias. 

De  no  menor  peso  es  la  consideración  de  la  falta  de  rum- 
bo y  de  Jas  iuverotími  es  contradicciones  que  caracterisan 
la  política  internacional  esj «fióla  délos  últimos  años  dai 
siglo  xvm  y  principios  del  xix,  en  los  cuales»  bajo  la 
influencia  de  los  Pactos  de  familia  y  por  preocupados  es 
personales  de  los  Monarcas  bortón  icos,  España  apoyó  y 
combatió  indistinta  y  sucesivamente  (y  siempre  con  efectos 
deplorables)  á  Francia  y  á  Inglaterra,  terminando  por  nece- 
sitar del  apoyo  de  ésta  para  rechazar  la  invasión  napo- 
leónica. Por  análogos  motivos,  España,  en  aquella  época, 
protegió  tanto  ó  más  que  Francia,  la  independencia  de  las 
colonias  norteamericanas,  quebrantando  el  poderlo  europeo 
en  América  y  dando  un  ejemplo  eficacísimo  y  pronto  apto- 
vechado,  á  las  colonias  españolas  del  Nuevo  mundo. 

Todo  esto  demuestra,  primero,  que  la  resignación  no  pve- 
de  ser  la  característica  de  un  pueblo — y  segundo,  que  una 
política  sin  rumbo  internacional  es  la  mejor  garantía  del 
desastre. 


a 


—  1071   — 

A  cata»  cotas  hay  que  agregar  otra  que  da  toso  4  la  His- 
toria internacional  do  los  últimos  cincuenta  afios  y  es  la 
referente  á  la  formación  de  las  grandes  unidades  ó  natío- 
n*Udades%  exigidas  por  necesidades  mercantiles  é  indus- 
triales, por  razones  financieras  relacionadas  especialmente 
eon  los  presupuestos  militares  modernos,  y  en  fio,  por  moti- 
vos generales  de  \% fluencia  é  imperio  análogos  a  aquellos 
que  determinaron  las  grandes  transformaciones  del  Mando 
antiguo  y  las  luchas  de  los  tres  primeros  siglos  de  la  Edad 
moderna. 

Por  esta  consideración,  bien  puede  afirmarse  que  dentro 
de  poco,  las  naciones  pequeñas  y  aisladas  serán  repartidas» 
entre  las  grandes,  y  que  aquellos  pueblos  que,  por  bus  con- 
diciones de  raza,  histeria  y  situación  geográfica  tie- 
nen (como  Eppafla)  un  papel  en  la  economía  general  de 
la  sociedad  política  moderna,  de  no  resignarse  á  perder  su 
personalidad,  necesitan  robustecerla  y  completarla  oou for- 
me á  la  ley  del  tiempo. 

En  este  sentido  tienen  un  valor  de  actualidad  evidente 
ideas  como  las  de  la  Unión  ibérica  y  de  las  autonomías  lo- 
cales y  regionales  sin  las  que,  hoy  por  hoy,  parecen  impo- 
sibles esas  grandes  concentraciones  de  intereses  y  fuerzas 
que  se  llaman  los  Imperios  contemporáneos,  factores  esen- 
ciales de  la  política  general  del  Mundo 

Claro  que  empeños  como  el  de  la  Unión  ibérica  y  los 
anejos  á  esta  idea  madre  son  perfectamente  inasequibles 
por  el  solo  esfuerzo  de  España  ó  de  Portugal  (bases  singu- 
lares ó  concertadas,  de  aquella  empresa)  y  más  aún  por  la 
política  suicida  del  aislamiento  i  ate  te  ación  al. 

No  es  del  momento  explicar  lo  que  para  obras  semejantes 
son  y  lo  que  valen  las  autonomías  locales  y  regionales;  pero 
bueno  será  recomendar  que  no  se  confundan  las  soluciones 
con  las  protestes.  Ahora,  en  España,  por  ejemplo,  el  cátala* 
niemo  es  solo  una  protesta  que  no  puede  prosperar  en  los  tér- 
minos de  en  actual  ruidoso  planteamiento.  Pero  ya  puede 
asegurarse  que  España  no  se  levantará  sin  una  gran  reforma 
autonomista,  perfectamente  compatible  con  la  unidad  del  Es- 
tado y  la  gran  personalidad  española,  exigida  por  la  corrien- 
te general  del  Mnndo. 

La  dirección  contemporánea  de  las  grandes  naciona- 
lidades se  ha  acentuado  en  estos  últimos  días  por  la  acti- 
tud y  los  empeños  de  la  raza  sajona  representada  por  sus 
dos  grandes  familias:  la  británica  y  la  norte  americana. 


—  1072  — • 

Setales  de  eata  ultima  vigorosa  tendencia  aoot  de  una 
parte,  el  Imperialismo  federal  británico  qae  satura  al  Go- 
bierno y  á  la  generalidad  de  los  políticos  de  la  Gran  Bre- 
taña [i  del  cual  son  incidentes  la  cuestión  Faohoda  de  18*3, 
k  transformación  novísima  del  régimen  colonial  inglés  ini- 
ciada en  1890  y  la  guerra  del  Transvaai);  de  otra  parte,  el 
expansionismo  amerioano  consagrado  por  el  Tratado  de  Pa- 
rís de  1898,  por  las  recientes  anexiones  de  las  Islas  de  8au- 
\ueh ,  por  los  renacientes  proyectos  sobre  el  Canal  de  Ni- 
caragua y  por  las  amenazas  anexionistas  de  Santo  D  >minge. 

La  armonía  de  estos  empeños  de  r*za  está  acreditada,  pri- 
mero, por  el  Tratado  de  Washington  de  2  de  Febrero  je  1817 
que  puso  término  ai  cooñicto  anglo  americano  por  causa  ds 
Venezuela,  y  segando,  par  la  conducta  de  Iaglaterra  da- 
rauta  la  guerra  de  España  con  los  fijados  Unidos.  La  inti- 
midad de  ingleses  y  norteamericanos  proiojo  el  proyecto 
df*  arbitraje  de  12  de  Enero  de  1897,  que  concertado  entre 
Mr.  Olney  y  Mr.  Pauncefote,  naufragó  en  el  Senado  de 
Washington  en  5  de  Mayo  del  propio  año,  aunque  dejando 
c¿bos  y  motivos  para  nuevos  tratos. 

Pero  de  todas  suertes,  la  inteligencia  de  los  Gobiernos  de 
Washington  y  de  Londres,  parece  cierta,  aun  cuando  no 
líegne  á  determinar,  por  el  momento,  las  fórmulas  positivas 
de  qae  con  alguna  indiscreción  ha  hablado  recientemente 
Mr.  Ohanberlain. 

Qae  tal  estado  de  cosas  constituye  una  amenaza  para  la 
tranquilidad  del  Mundo,  parece  cosa  evidente.  No  es  aventu- 
rar mucho  decir  que  si  no  fuese  una  incógnita  la  disposición 
del  Gobierno  alemán,  la  guerra  del  Transvaal  habría  dotar- 
minado  ya  algo  como  una  intervención  más  ó  menos  pacifica 
de  Rusia  y  Francia,  amparadas  en  ios  acuerdos  de  la  recién- 
Üsima  Conferencia  de  la  Paz  del  Haya,  que  autoriza  á  poten* 
oías  extrañas  á  un  conflicto  internacional  para  cofreoer,  aun 
en  el  curso  de  las  hostilidades,  sus  buenos  oficios  ó  su  media* 
oíód  ,  sin  qae  esto  pueda  jamás  ser  considerado  costo  un 
acto  poco  amistoso  para  cualquiera  de  los  contendientes.! 

De  esto  á  lo  que  Inglaterra  hizo  para  qae  fracasara  el  coa* 
veoio  de  San  Stephano,  de  1877,  entre  Turquía  y  Rusia  y  lo 
que  realizaron  las  grandes  Potencias  europeas  (fuera  de 
Francia)  en  1840,  para  desvirtuar  el  Tratado  turco  ruso  de 
Ufiktar  Skelefaki  de  183&,  va  una  inmensa  distancia.  Y  eso 
que  en  1833  y  1877,  la  victoria  de  Rusia  sobre  Turquía  ^ 
indiscutible. 


—  1073  — 

Porque  es  evidente  el  propósito  de  Inglaterra  de  apode* 
rarse  del  fiar  de  África  y  de  comunicar  con  el  Norte  y  No- 
roeste, por  la  linea  del  Nilo  y  de  lea  lagos,  mientras  que  por 
el  Oeste  ensancha  en  jurisdicción  colonial,  avanzando  ¿acia 
el  corazón  de  Afrioa  é  interceptando  la  comunicación  de  las 
Colonias  francesas  de  Túnez  y  Argel  con  las  del  Sen egaí  t 
mediante  la  amplia  aplicación  del  régimen  délas  llamadas 
zanas  de  influencia  colonial.  No  menos  cierto  es  que  loa  Es. 
tados  Unidos  acentúan  so  aspiración  á  la  hegemonía  en 
América  y  rompen  la  tradición  de  Washington,  creando  uu 
imperio  colonial  en  Oceanía  y  corriendo  los  peligros  seña- 
lados por  el  primer  Presidente,  á  fines  del  siglo  pasado.  Bir  - 
ven  grandemente  para  *st«*  empeño  las  instituciones  políticas 
y  coloniales  de  Norte  Améiica  y  de  Inglaterra. 

Es  sabido  que  la  República  norteamericana  está  formada 
por  un  distrito  federal  (el  de  Columbia,  cuya  capital  es  la 
residencia  del  Gobierno  de  los  Estados  Unidos,)  45  Estad  oh 
federales  y  5  Territorios.  Allí  rige  la  Constitución  de  17  de 
Abril  de  1787,  con  las  10  enmiendas  de  1795,  la  11a  de 
1798,1a  12*  de  1804,  la  13  de  1865,  la  14  de  1868  y  la 
15  y  última  de  1870.  Respecto  de  los  Territorios  existe  una 
legislación  especial  que  descansa  en  las  Ordenanza  de 
1787,  diferenciándose  bastante  su  aplicación,  porque  mien- 
tras en  los  territorios  de  Nuevo  Méjico,  Arizona  y  Gkla- 
homa,  creados  en  1850,  63  y  90  respectivamente,  imperan 
las  libertades  fundamentales  de  la  Constitución  del  87,  pero 
sin  el  disfrute  de  la  representación  en  el  Congreso  federal ,  en 
los  Territorios  indios  y  de  Alas  ka,  creados  en  1864  y  68  res- 
pectivamente, la  condición  de  los  cindadanos  es  inferior, 
pues  que  Alaeka  eetá  gobernada  de  modo  semejante  á  una 
colonia  de  la  Corona  británica,  y  el  Territorio  indio  se  baila 
sometido  á  la  administración  particular  del  Departamento 
del  interior  del  Gobierno  federal.  El  distrito  de  Columbia 
está  administrado  conforme  á  un  Acta  del  Congreso  de  1878 , 
por  tres  comisionados  nombrados  por  el  Presidente  de  la 
República. 

Por  tanto,  la  base  de  ésta  se  halla  en  los  46  Estado*,  de 
los  ouales  solo  7  entraron  en  la  Federación  con  tal  carácter 
y  sin  haber  pasado  por  la  condición  de  territorios.  La  con- 
versión de  estos  últimos  en  Estados,  principia  en  1788.  Los 
últimos  convertidos  (que  son  los  de  Wyoming,  Ydaho  y 
TJtah),  datan  de  1890  y  1896. 

Conforme  á  la  Constitución,  los  Estados  federales  y  al 


—  1074  — 

pueblo  de  los  Estados  Unidos  tienen  todas  las  facultades 
qie  la  Constitución  do  atribuye  á  la  Federación.  Y  ésta  ase 
gura  á  cada  Estado  de  la   inferna,   'a  forma  republicana  y 
una  efioaa  protección  contra  todo  género  de  invasiones  y 
rebeliones  interiores,  si  la  piden  sus  autoridades  locales. 

De  esta  suerte,  oada  Eatalo  no  sólo  tiene  una  adminis- 
tración propia,  con  autoridades  sólo  por  éi  e  egidas  y  non 
plenitud  de  facultades  en  el  orden  económico  (faera  del 
régimen  arancelario),  sino  poder  suficiente  para  hacer  sus 
Códigos  civil,  pCLal  y  procesal,  en  tanto  que  óstos  no  con- 
tradigan los  derechos  y  principios  taxativamente  reconoci- 
dos y  proclamados  por  la  Constitución  y  las  enmiendas 
constitucionales,  tanto  ó  n  ás  considerables  que  la  primera. 
Esos  derechcs  son  los  fundamentales  de  la  personalidad 
humana  y  las  últimas  conquistas  de  la  democracia  contem- 
poránea. 

Per  eso  dice  la  enmienda  1.a  «no  hará  el  Congreso  ley 
que  fe  refiera  al  sostenimiento  de  una  religión,  ni  que  prohi- 
ba su  ejercicio  ó  limite  la  libertad  de  la  palabra  y  de  la 
prensa,  ó  reduzca  el  derecho  del  pueblo  á  reunirse  paci- 
ficamente y  á  pedir  al  Gobernó  la  reparación  de  sus 
agravios.  >  Y  la  enmienda  9  etthblere  «que  no  se  dará  ja- 
más á  la  enumeración  de  les  derechos  consignados  en  la 
Constitución  una  interpretación  que  los  niegue  ó  derogue.» 

Mediante  tales  disposiciones  se  facilita  lo  indecible,  el  in- 
greso de  regiones  y  pueblos  extraños  en  la  Federación  ñor 
teamericana.  Asi  pudieron  agregarse  á  las  trece  primeras 
colonias  que  constituyeron,  en  1776  y  1787,  el  núcleo  de  la 
Federación,  regiones  tan  latinas  como  Luisiana,  Fonda, 
Tejas,  y  aun  California.  T  en  este  camino  van  hoy  algunas 
de  las  tribus  y  naciones  comprendidas  dentro  del  Territorio 
indio. 

Verdad  es  que  despuós  de  la  guerra  de  separación,  y  á 
contar  desde  las  enmiendas  14  y  15  de  la  Constitución  ameri- 
cana, la  tendenciH  unitaria  ha  tomado  gran  fueria  en  el  or- 
den político  de  aquel  pais  y  que  á  esta  tendencia  dará  ex- 
traordinario y  peligroso  vigor  el  expansionismo  consagra- 
do por  el  excepcional  óxito  que  acusa  el  Tratado  de  Paria 
de  1898.  p 

También  es  cierto  que  lo  que  ha  hecho  el  Gobierno  de 
Washington  en  Puerto  Rico,  y  aun  en  Cuba,  dentro  de  los 
dos  últimos  afios,  no  puede  determinar  muchas  simpatiasde 
parte  de  los  paisas  solicitados  por  la  fuerza  de  atracción  de 


—  1075  — 

1a  política  y  la  grandeza  sortea meri ranas.  Loa  éxitos  de 
1898,  preparan  quizá  una  modificación  de  la  Constatación 
de  lo*  Estados  Unidos;  porque  dentro  de  éata  seguramente 
no  caben  ni  el  protectorado  indefinido  que  se  ha  esUb  ecido 
en  Cuba,  con  las  formas  de  la  dictadora  militar,  ni  la  espe- 
cie de  colonia  militar  que  se  ha  creado  en  Puerco  Hit 

No  se  hablaba  de  esto  cuando,  desde  1848  á  1854»  se  po- 
pularizaba en  los  Estados  U  o  idos  la  idea  de  la  anexión  de 
Cuba.  Tampoco  esto  era  de  presumir  por  las  declaraciones 
y  los  acuerdes  del  Congreso  panamericano  de  1B39» 
al  cual  los  iniciadores  de  los  Estados  Unidos  (Mr.  Blume, 
singularmente),  sometieron  un  vasto  cuadro  de  proveaos  y 
medidas  inspirados  en  la  idea  de  la  mayor  expansión  posi- 
ble dentro  de  América;  en  el  sentimiento  de  un  respeto  ab- 
soluto á  los  prestigios  y  los  intereses  de  los  pueblos  latinos 
del  Nuevo  Mundo  y  en  una  prevención  manifiesta  contra  Eu- 
ropa. He  trataba  de  una  unión  aduanera  americana;  del  es- 
tablecimiento de  grandes  lineas  de  vapores  subvencionadas 
por  todos  los  Estados  de  América;  de  un  sibtema  uniforme 
de  tarifas  sobre  la  importación  y  la  exportación  de  mercan  • 
cías;  de  la  uniformidad  de  pesas  y  medidas;  de  la  consagra- 
ción de  la  propiedad  literaria  y  artística;  del  arbitraje  inter- 
nacional avaeiicauo... 

Del  Congreso  de  1889,  cerrado  en  Agosto  de  1890,  sólo 
resultaron  las  siguientes  decís raoionee:  1  °  qne  el  derecho 
de  conquista  debía  quedar  eliminado  del  derecho  júblieo 
americano,  durante  el  tiempo  del  ai  bit  raje  que  se  proyec- 
taba; 2.°  qne  serían  nulas  las  cesiones  de  territorio  qu*  ee 
hicieran  dorante  este  tiempo,  si  89  hacían  con  la  am?ut<za 
de  guerra  ó  bajóla  premón  de  fuerza  armada;  3.°  que  la 
nación  cesi  naria  teudria  derecho  á  apelar  al  joicio  de  arbi- 
tros; y  4.°  que  no  podría  renunciarse  al  derecho  atbitml. 

Estas  declaraciones  no  han  pasado  del  papel.  Antes  «le 
la  guerra  délos  Estados  Uridos  con  üspufU,  contrae,  en 
las  recomendaciones  de  Mr  Blaine,  la  conducta  del  üo 
bierno  de  Washington  con  Chile,  en  el  trihte  períjdo  de  la 
guerra  civil  chilena  sostanHa  en  1891  por  el  Congreso  de 
aquel  pais  y  el  presidente  Balmaseda.  Algo  análogo  puede 
decirse  de  la  conducta  del  Gobierno  de  los  Estados  Uuidoj 
en  Haití,  hacia  1895,  y  en  Guatemala  y  Salvador  en  1890  y 
91.  De  arbitraje  no  se  ha  vuelto  á  hablar,  y  eso  que  el  pre- 
cedente y  los  éxitos  del  Congreso  de  Montevideo  de  1882, 
debían  ayudar  mucho. 


—   1076  — 

Pero  todo  ha  palidecido  ante  el  Tratado  de  Paria  de 
1 898.  £1  prtb  ema  ahora  consiste  en  harmonizar  estas  ver- 
daderas extralimitaoiones  del  derecho  clásico  norteamerica- 
r,  o ,  con  el  sentido  amplio  y  comprensivo  de  la  Constitución 
de  1787,  qne  favorecen  lo  indecible  el  ensanche  y  poderío 
de  la  Federación  de  los  Estados  Unidos  por  medios  pacíficos 
y  morales  En  sama,  el  problema  del  día  consiste  eo  resol- 
ver, si  de  todo  esto  resolta  nn  Imperio  norteamericano  ó  na 
nuevo  y  espléndido  desarrollo  de  la  República  federal  di 
los  Estadot  Unidos. 

Por  lo  qne  hace  á  la  tendencia  expansionista  ó  absorben- 
te de  Ingíaterra,  qne  coincide  con  el  actual  movimiento 
norteamericano,  hay  qne  estimar  la  transformación  qne  se 
ha  operado  dentro  de  los  últimos  diea  años  en  el  régimen 
colonial  del  Reino  Unido. 

Parecía  qne  la  última  palabra  de  este  régimen  érala  con* 
sagración  de  los  Gobiernos  coloniales  responsables  del  Ca- 
nadá, el  Cabo  y  la  Australia.  La  constitución  del  Dominio 
del  Canadá  (1867  97),  era  la  fórmula  más  expresiva  y  re* 
guiar  de  este  sistema,  qne  había  que  relacionar  con  las  ge- 
nerosas y  trascendentales  explicaciones,  dadas  por  el  mi- 
nistro lord  John  Russe  1  en  el  Parlamento  británico,  en 
1  £52,  al  desarrollar  resueltamente  la  política  de  confussa 
que  Inglaterra  inició  oon  raro  acierto,  en  el  mismo  Canadá, 
hacia  1792.  Esto  es,  poco  después  de  perdidas  las  Colonias 
qne  hoy  forman  la  República  de  les  Estados  Unidos  de 
América,  y  aprovechando  de  modo  admirable  la  terrible 
lección  de  aquel  gran  fracaso  oolonial. 

La  última  fórmula  de  la  colon izaciÓD  británica  impli- 
caba: 1.°,  el  derecho  de  las  Colonias  á  gobernarse  del  modo 
qne  estimaran  oportuno,  sobre  la  base  déla  consagración 
de  ios  derechos  propios  del  ciudadano  británico;  2  •,  la  fa- 
cultad de  les  miomas  de  regular  su  trato  mercantil  con  los 
demás  puebles,  fin  cbigar  á  Ja  Metrópoli  á  proteger  la 
producción  colonibl  con  medidas  fiscales  y  arancelarias  de 
i  guna  especie,  Unto  en  el  mercado  metropoJitico  como  an 
cualesquiera  otros  mercado*;  3.°.  el  derecho  de  la  Metrópoli 
de  imponer  libremente  su  veto  definitivo  alas  disposiciones 
coloniales,  cuando  estimara  que  estas  contradecían  los  prin- 
cipios fundamentaos  del  Gobierno  inglés  ó  comprometían 
los  intereses  de  éste  y  en  general  de  teda  la  Nación;  4.°,  el 
derecho  del  Gobierr  o  británico  á  imponer  alas  Colonias, 
1 i  r  virtud  de  lo  qne  ee  llamaba  el  derecho  imperial,  Isa 


1077  — 


flotaciones  que  estimara  oportunas  para  salvar  el  interés 
común  y  defender  la  cansa  del  derecho,  el  progreso  y  la 
civilización;  5.°,  la  exclusión  oe  las  colonias  del  Parlamento 
británico,  que  era  el  único  capacitado  para  resolver  todas  las 
onestíones  qne,  asi  en  las  Colonia»  como  en  la  Metrópoli, 
afectaran  al  vigor  y  el  porvenir  del  Imperio. 

Hacia  1884  comenzó  en  Inglaterra  el  nuevo  movimiento 
reformista  colonial,  conocido  después  con  el  nombre  de  Fe- 
deración Imperial  Británica.  Entonces  se  constituyó  en 
Westmineter.  la  Liga  de  la  Federación  Imperial,  presidida 
por  el  ilustre  Fot  éter,  con  la  cooperación  de  personajes  como 
sir  John  Luí  bock,  y  de  publicistas  como  Par  king,  Dilke, 
8eeleyv  Bobmfcon,  etc.,  etc.  En  1892,  el  Comité  directi- 
vo, que  habla  organizado  sus  huestes,  tanto  en  la  Metrópoli 
como  en  las  principales  Colonias  (señaladamente  en  el  Ca- 
nada  y  en  Australia),  presentó  al  público  un  plan  de  refor 
na,  y  en  1893  se  disolvió  la  Liga  para  que  pudieran  for- 
maría agrupaciones  y  sociedades  distintas,  que  formula- 
ran desde  eu  especial  punto  de  vista,  el  modo  y  manera  de 
llevar  á  efecto  la  idea  fundamental. 

De  esta  suerte,  en  1893  y  94,  se  fundaron  la  United  Em- 
pire  Trade  Ligue  (que  tostedla  la  Unión  del  Imperio  por 
procedimientos  economices  inspirados  en  )a  tendencia  pro- 
teccionista) y  The  City  of  London  Braneh,  of  The  Impe- 
rial federatien  Ltogue  (partidaria  del  libre  cambio),  y  'J  he 
Imperial  Federatite  defence  (de  carácter  militar),  y  The 
Unity  of  ihe  tmpire  Asociatión  y  2 he  Group  of  Lecturers> 
sociedad  de  conferenciantes  y  propagandistas),  etc.,  etc. 

Por  este  camino  se  fueron  preparando  les  ánimos,  hasta  que 
en  i 897,  y  con  motivo  dehaber  concurrido  á  Londres,  por  se- 
gunda vez  (la  primera  fué  en  1887),  los  jefes  de  Ministerio  de 
las  Cotonías  de  Gobierno  responsable,  se  verificó  un  meetiog 
especial  de  estos  personajes,  presididos  por  Mr.  Chamberlain 
que  á  la  sazón  era  Ministro  de  las  Colcniasde  Inglaterra.  En 
esta  reunión  se  discutió,  en  vista  de  soluciones  prácticas, 
ja  sobre  la  coLveniencia  de  rx  edificar  el  régimen  arancela- 
rio  de  le  Metrópoli  y  de  las  Colonias,  para  asegurar  el  mer- 
cado de  éstas  y  aquellas  ala  pioducción  británica  y  vice- 
versa; ya  respecto  de  las  reformas  politices  que  hablan  de 
introduciré*  en  el  orden  colonial,  principiando  por  la  con« 
cent  ración  de  las  Colonias  en  grandf  s  Dominios  como  el  del 
Canadá;  ya,  en  fin,  sobre  la  mejor  defensa  militar  y  marí- 
tima de  todo  el  Imperio  británico. 


—  1078  — 

La  disposioióa  favorable  de  la  Conferencia  de  1197,  ka 
fortificado  lo  indecible  la  empresa  iniciada  en  1884,  y  des- 
de  entonces  y  singularmente  por  la  presencia  de  Mr.  Cham- 
berlainenel  Gobierno  ingéi,  ha  tomado  gran  aliento  y 
el  aire  de  nn  empeño  práctico  y  de  política  palpitante,  la 
idea  de  reformar  el  légimea  comercial  de  todo  el  Imperio 
británico,  y  dar  mator  anidad  á  la  dirección  política  del 
mismo.  Para  esto  ee  piensa  ora  en  orear  nn  Tribunal  Su- 
premo que  resuelva  tos  conflictos  de  la  Metrópoli  y  las  Ce- 
lonjas;  ora  en  establecer  en  Londres  nn  Parlamento  impe- 
rial, donde  con  la  intervenoióa  de  los  representantes  de 
aque'las  Colonias  y  del  Reino  Unido,  se  ventilen  y  solucio- 
nen todos  loa  grandes  problemas  políticos,  económico?,  mili- 
tares é  internacionales  de  la  Federación. 

A  esto  responden  los  trabajos  hechos  en  estos  últimos  años 
en  la  Australia,  para  confederar  las  oinco  colonias  de  aqne  • 
Ha  regió  o,  asi  como  los  proyectos  de  que  ahora  miaño  en- 
tiende el  G  iberno  de  Londres,  para  hacer  más  intima  la 
relación  política  de  aiuellas  C Jlonias  cou  la  Madre  Patria. 
Y  éste  es  el  espíritu  que  palpita  en  la  oooperacióu  qne  loa 
colonos  de  la  Australia  y  del  Cinadá  han  prestado  á  I  agía- 
térra  en  la  actual  guerra  del  Transvaal. 

Compréadese  por  esto  el  pensamiento  final  del  Gobierne 
ingle)  en  su  aotcul  luana  con  las  dos  Repáblicag  sudameri- 
canas, destinadas,  si  E  iropa  no  so  opone,  á  transformara* 
en  colonias  mis  ó  msuos  autóiomas  de  la  Grao  Bretaña;  ó 
mejor  dicho,  en  regiones  mas  ó  meaos  importantes,  del 
nuevo  y  deslumbrador  ímperi»  británico  que  sucederá  f 
aun  eclipsará  en  el  siglo  xs  al  asombros)  Imperio  español 
del  siglo  xvl  Porque  si  contiuú*  el  encogimiento  europeo  y 
se  m*nt»ene  la  buena  inteligencia  de  Inglaterra  y  los  £  «la- 
dos, á  despecho  de  las  recia  (naciones  de  ios  boers  en  Was- 
hington, París  y  Berlín,  la  ooipasión  británica  del  Egipto 
tal  vea  se  convirtiera  en  ocupación  deíiiitiv*;  las  Cjioniai 
portuguesas  del  Este  de  África  pasarían  á  ser  (JoUaias 
inglesas  y  el  derecho  fuñidme  a  tal  británico,  los  progrssoj 
de  la  gran  indnrtri*  inglesa  y  ei  desarrollo  da  impioeute 
comercio  del  Reino  Uaidj,  tendrían  por  teatro  da  su  ejplen* 
doros»  acción  la  mayor  parte  del  munio  oonoaido. 

Por  eso  se  ha  dicho  antes  qu*  la  trastormajión  del  régi- 
men colonial  inglés  de  1868  á  1874 ,  es  nua  condición  del 
expansionismo  británico,  dentro  de  la  teoría  novísima  de  las 
grandes  nacionalidades. 


—  1079  — 


Basta  lo  indicado  para  que  se  comprendan  los  gravísimos 
y  complicados  problemas  que  pone  sobre  el  tapete  la  eviden- 
te preocupación  de  Inglaterra  y  de  los  Estados  Unidos  de 
ensanchar  so  acción,  abarcando  al  mnndo  todo  con  sns  in- 
mensos brazos.  Es  natural  que  la  Europa  continental  se 
fije  mncbo  en  esto.  T  prudente  será  pensar  el  modo  de  asis- 
tir á  la  resolución  de  esos  problemas. 

Ante  esta  eventualidad  hay  que  fijarse  en  la  situación  de 
España. 

Perdidas  sus  grandes  Colonias,  parece  á  primera  vista 
que  nuestros  compromisos  exteriores  se  han  circunscrito,  ya 
que  no  se  han  desvanecido.   Pero  no  es  dable  prescindir: 

1.°  Del  valor  internacional  que  todavía  tienen  nuestras 
colonias  del  Oeste  de  África  y  del  Golfo  de  Guinea,  asi 
como  nuestros  Presidios  mayores  y  menores  del  Norte  afri  - 
cano;  tema  obligado  de  nuestras  preocupaciones  de  seguri- 
dad y  expansión,  desde  época  muy  antigua  y  antes  de  la 
distracción  de  nuestra  política  por  el  descubrimiento  de 
América. 

2.*    De  lo  que  representa  en  la  geografía  política  y  co 
meroial  contemporánea,  la  posesión  de  las  Canarias  á  la 
salida  de  Europa,  camino  de  América  y  África;  de  Ceuta  y 
Tarifa  en  el  estrecho  de  Gihraltar  y  de  las  Baleares  en  el 
Mediterráneo. 

3.°    De  lo  que  implica  la  dilataba  y  hermosa  costa  espa- 
ñola del  Mediterráneo,  escenario  probable  de  grandes  he 
chos  militares  que  correspondan  á  los  que  allí  mismo  tuvie- 
ron efecto  en  todas  las  edades  de  la  Historia. 

4.°  De  lo  que  entraña  la  contigüidad  de  Portogal  y  la 
vecindad  de  Marruecos,  comarca  objeto  preferente  de  la 
atención,  cuando  menos  de  Francia  é  Inglaterra,  y  cu 
yos  problemas  ahora  se  avivan  por  la  ocupación  france- 
sa del  Tuat  y  por  las  gestiones  del  Sultán  para  un  Con 
greso  internacional  que  reforme  el  Convenio  de  Madrid 
de  1880. 

5.°  De  lo  probable  que  es  qne  la  creciente  intran 
qnilidad  de  Coba  y  el  acentuado  descontento  de  Puerto 
Rico  (victimas  de  la  injusticia  y  la  despreocupación  norte- 
t  americaí  as),  junto  con  Ja  alarma  de  las  Potencias  europeas 
que  poseen  colonias  en  el  mar  de  las  Antillas,  y  con  la  re- 
pugnancia de  ha  Repúblicas  latinas  del  Nuevo  Mundo  á  la 
política  de  Blaine  v  Mac  Kinley,  planteen  en  periodo  muy 
*  próximo,  el  problema  de  la  neutralización  de  Cuba,  como 

6o 


—  1080  — 

transacción  entre  diversas  tendencias  y  muy  distintos  ing- 
reses, americanos  y  europeos. 

No  es  imposible  que  todavía  haya  ciegos  que  teniendo 
delante  todos  estos  problemas  orean  que  España  puede  des- 
interesarse en  un  conflicto  bastante  probable  en  plazo  pro» 
zimo.  Pero  también  es  verdad  que  por  espacio  de  seten- 
ta años,  9 penas  hubo  en  España  quien  pensara  que  la  sobe- 
ranía de  ésta  en  las  Antillas  dependía,  más  6  menos,  del 
apoyo  de  las  grandes  naciones  europeas.  La  realidad  de  im- 
puso y  ahora  se  impondrá.  El  verdadero  patriotismo  veda 
la  jactancia  y  obliga  á  la  previsión  en  los  planea  y  la  pru- 
dencia en  el  obrar. 


Precisando  el  Sr.  Libra  los  resultados  positivos  y  I*i 
aplicaciones  prácticas  de  sus  Conferencias  del  Ateneo,  se 
esforsó  últimamente  en  determinar  el  sentido  y  al  canea  de 
sus  recomendaciones  para  que  se  procurase  formar  ea  Espa- 
ña una  opinión  pública  apercibida  de  los  graves  conflictos 
posibles  y  aun  probables  dentro  de  nuestro  horizonte  visible 
político— nn  tanto  conocedora  de  las  atenciones  y  los  sacri- 
ficios que  imponen  el  deseo,  el  deber  6  la  necesidad  de  sos 
tener  la  personalidad  española  en  el  círculo  de  los  grande* 
factores  de  la  civilización  moderna — creyente  en  punto  á  U 
imposibilidad  de  vivir  en  estos  tiempos  fuera  del  trato  inter- 
nacional— propicia  á  inspirarse  en  las  corrientes  dominantes 
de  la  época  presente— y  capacitada  para  eetimar  los  objetivos 
racionales  de  la  acción  nacional  y  para  comprender  los  recur- 
sos positivos,  ordinarios  y  excepcionales  del  país,  por  cima 
de  toda  jactancia,  toda  fantasía  y  todo  pesimismo. 

Esta  opinión  debe  formarse,  primero,  en  los  drcolos  polí- 
ticos y  en  las  clases  directoras  de  la  sociedad  española.  No 
hy  que  decir  lo  muy  quebrantadas  que  aparecen  estas  ulti- 
mas, desde  hace  treinta  años.  {Apenas  semejan  á  las  que 
implantaron  el  régimen  constitucional  en  1836  é  hicieron  la 
Revolución  de  1868!  Y  resultan  responsables,  como  quien 
más,  de  nuestros  últimos  desastres! 


—  1081   — 

Después,  hay  que  determinar  esa  opinión  en  la  masa  gene  - 
ral  del  país,  cayo  inflajo  pesa  hoy  más  que  otras  veces  p  j 
«1  carácter  demoorático  de  la  vida  polilioa  y  sooial  da  la 
España  contemporánea.  Los  procedimientos  qne  para  oon- 
seguir  esto  se  han  de  seguir,  han  de  ser  muy  distintos  y  de 
mny  diverso  alcance,  según  la  diferencia  de  los  elementos 
qne  hay  qne  solicitar  y  reducir. 

Con  ello  no  se  sirve  sólo  un  ioteréj  particular  de  España 
siempre  atractivo  para  e¿  pañoles,  ai  que  también  una  obra 
de  general  cultura  y  de  progreso  uuiversal,  puesto  que  el 
Derecho  Internacional,  con  su  sentido  novísimo,  á  pesar  de 
las  ironías  de  los  pesimistas,  de  las  protestas  de  los  dee  - 
graciados  y  de  sus  positivas  faltas  y  sus  desesperantes  eclip- 
ses, representa  hoy  lo  más  alto  y  gloeroso  de  la  vida  total 
de  Jos  pueb  os  y  garantiza  próximos  adelantos  en  el  orden 
de  la  libertad  y  la  cultura  humanas. 

Conviene  advertir  que  cuando  se  recomienda  la  forma 
ción  de  una  opinión  pública  en  materia  internacional*  no 
se  predica  una  política  internacional  determinada.  No  es 
esto  propio  de  academias  y  centros  más  ó  menos  docentes. 
Quisa  tampoco  está  dentro  de  la  jurisdicción  de  Uas  gran- 
des agitaciones  políticas.  Corresponde  más  especialmen- 
te á  los  empeños  especiales  de  los  Gobiernos,  que  son 
los  que  tienen  datos  suficientes  y  deben  contar  oon  Jas  con- 
diciones de  información,  asiduidad  y  tacto  que  exigen, 
una  preparación  discreta  y  una  dedicación  sostenida  y  bien 
inspirada.  Pero  los  Gobiernos,  poco  ó  nada  pueden  sin 
ambiente. 

El  antiguo  medio  diplomático  es  cada  vez  menos  eficaz 
y  respetable.  Ea  cambio,  el  falso  patriotismo,  la  preocupa 
ción  de  los  intereses  más  próximos  y  materiales,   las  arro 
gancias  fortalecidas  por  una  equivocada  educaoión  nacional, 
los  renoores  y  exclusivismos  tradicionales,  las  frases  hachas 
respecto  del  destino  manifiesto  de  cada  pueblo  y  de  la  dis- 
posición de  los  demás,  el  jingoísmo,  la  propaganda  efectis- 
ta á  que  se  prestan  grandemente  la  oratoria  contemporánea 
y  las  pretensiones  de  mucha  parte  de  la  prensa  favorecida 
tanto  por  la  desorganización  y  el  descrédito  de  los  viejos 
partidos  como  por  lainsufioiencia  de  1k  instrucción  pública,  ■ , 
son  factores  poderosos  de  una  situación  que  se  impone  desas- 
trosamente a  todos  los  círculos  políticos  y  compromete  de 
modo  desfavorable  á  los  Gobiernos  que  carecen  de  medios  da 
resistir  la  influencia  exterior,  aun  en  si  caso  (no  frecuetfce)  de 


—  J082  — 

que  ellos  miemos  no  compartan  las  inclinaciones  y  los  per 
juicios  de  los  elementos  que  les  rodean  y  constriñen. 

Es  bien  sabido  que  el  argumento  más  poderoso  que  los 
partidos  gobernantes  de  España  hacen  valer  para  excusar  so 
tremenda  responsabilidad  en  lo  tocante  á  los  abrumadores 
sucesos  de  1898,  es  la  disposición  general  de  la  sociedad 
española  respecto  del  problema  colonial  y  del  conflicto  de 
España  con  Jos  Estados  Unidos. 

Cierto  que  esto  no  es  una  eximente;  pero  no  seria 
justo  dejar  de  apreciarlo  como  atenuante.  Máxime  te- 
niendo en  ouenta  que9  aun  ahora  mismo,  no  faltan  per- 
sonas que  piensan  que  quizá  nuestras  ultiman  desgra- 
cias podrían  haberse  excusado  6  aplazado  perseverando 
en  una  politica  colonial  opuesta  á  las  exigencias  del  muí»* 
do  contemporáneo.  Es  decir,  ¡apartándonos  todavía  más 
de  la  corriente  universal  y  corriendo  el  peligro  de  ha* 
ber  caído  como  caímos,  en  una  lucha  materialmente  im- 
posib'e,  con  una  nación  extraordinariamente  más  podero- 
sa que  España,  pero  entonces  con  la  mayor  desventaja  de 
que  nuestro  fracae o  fuera  celebrado  por  todos  los  pueblos 
modernos,  sin  quedarnos  el  derecho  de  protestar,  como 
ahora  protestemos,  contra  el  egoísmo  europeo,  en  nombre 
de  la  solidaridad  de  los  Pueblos  y  de  los  principios  del  De- 
recho! 

Urge,  por  tanto,  determinar  en  la  opinión  pública  una 
orientación  internacional  que  afirme  cuando  menos:  1.°  la 
necesidad  de  vivir  moral,  política  y  socialmente  en  rela- 
ción, todo  lo  intima  posible,  con  el  resto  del  Hundo  y  seña* 
ladamente  con  Jos  puebos  directores  de  la  sociedad  con- 
temporánea; 2.°  la  conveniencia  de  precisar  un  objetivo  de 
tendencias,  aspiraciones  y  esfuerzos;  3.°  la  necesidad  de* 
armonizar  las  aspiraciones  con  los  medios  de  que  España 
quiere  ó  puede  disponer  y  emplear. 

La  importancia  de  estas  indicaciones  se  comprenderá  si 
se  las  refiere  á  ideas  y  aspiraciones  que  ahora  se  proclaman 
en  muchas  partes,  contradiciendo  la  recomendación  de  no  po- 
ces gentes  que  se  dan  por  prudentes  y  reflexivas,  respecto 
de  la  política  que  á  España  corresponde,  en  vista  de  los 
problemas  iberoafricano  y  sudamericano. 
*  El  último  parece  eer  el  que  en  los  mementos  presentes  se 
lleva  la  atención  de  les  españoles,  que  creen  que  todavía. 
España  puede  y  debe  nacer  algo. — Buena  prueba  de  ello  lo» 
obsequios  tributados  en  estos  ultimes  días  á  loe  marinos  *r» 


—  1083  — 

gentinos  y  el  Congreso  hispanoamericano  que,  proyectado 
con  apoyo  decidido  del  Gobierno  eepañol  y  por  las  patrió  - 
ticas  y  bien  inspiradas  gestiones  de  U  sociedad  titulada  La 
«Unión  Ibero  Americana,  ha  de  celebrarse  en  Madrid  eu 
Noviembre  de  1900. 

Seguramente  todo  eso  tiene  nn  positivo  valor;  pero  hay 
qne  decir  con  toda  Usara,  que  para  dar  cierta  eficacia  á 
lo  qne  se  siente  y  ana  se  proolami,  con  cierta  vagas* 
dadf  sobre  estos  particulares,  precisa  qne  los  españolea,  y 
8Íogalarmente  los  qae  de  estas  materias  tratan  y  los  ele 
mentoa  directores  de  nuestra  sociedad,  varien  de  actitud  y 
da  conducta. 

No  büSta  hablar  de  la  unidad  de  la  raza,  de  los  vínculos 
de  familia  y  de  la  necesidad  de  restaurar  las  antiguáis  íatí 
mas  relaciones  morales,  políticas,  económicas  y  sociales  de 
EUpaña  oon  la  América  del  Sur — supuesta  siempre  la  exis- 
tencia de  las  respectivas  soberanías  nacionales.  Ya  es  in- 
dispensable decir  por  qué,  para  qué  y  cómo  se  ha  de  realizar 

-  esa  restanración. 

Tampoco  es  «inficiente  hacer  hermosos  discursos,  ceebrar 
expansivos  banquetes  y  hasta  organizar  Congresos  en  honor 
de  tan  noble  y  transcendental  idea.  Es  preciso  demostrar  la 
sinceridad  y  la  robustez  del  deseo  oon  hechos  positivos  é  in- 
dubitables; con  sen  ti  do  práctico,  con  una  decisión  absoluta 
y  con  nna  perseverancia  mantenida  por  la  persuasión  de 

-  que  con  la  empresa  que  se  intenta  no  vamos  á  hacer  algo 
aei  como  nn  favor  á  los  pueblos  de  la  América  latina,  sin 
rumbo  ni  progre  o  desde  que  se  emanciparon  del  Gobierno 
español — como  torpemente  piensan  ó  dicen  muchos,  hiriendo 

,  la  susceptibilidad  de  los  mismos  americanos,  a  quienes  quie- 

-  ren  atraer,  lastimándolos. 

Del  mismo  modo  hay  que  conocer  que,  en  este  empeño 
muy  delicado  y  que  ha  de  encontrar  no  escasas  dificultades, 
es  indispensable  renunciar  á  cuanto  pueda  servir  de  pretex  ■ 
to  para  qne  en  América  se  diga  ó  tema  que  España  pretende 
.  á  toda  costa,  llevar  la  direooión  del  concierto  hispanoameri- 
cano y  restablecer  oon  varios  pretextos  y  tales  ó  cuales  gal  - 
vedades»  su  antiguo  carácter  de  Metrópoli. 

•Y  no  hay  qne  decir  de  la  absoluta  imposibilidad  de   rea 
Usar- esa  simpática  obra  fuera  del  supuesto  fundamental  de 
la. Independencia  hispano  americana  y  del  criterio  moderní- 
simo y  las  soluciones  expansivas  que  caracterizan  la  actual 
«id*  del  .nuevo  Mundo,  cuya  representación  pretende,  por 


r 


—   1084  — 

nodo  exclusivo  y  sobre  todo  contra  la  vieja  Europa,  pre- 
cisamente para  dificultar  y  avalar  el  empe fio  de  la  intimi- 
dad de  loe  pueblos  latino  americanos,  la  República  de  los 
Estados.  Tanto  es  esto,  que  si  la  colonización  española  fue- 
ra realmente  la  qoe  la  mayoría  de  nuestros  gobernantes  7 
colonistas  de  eetos  últimos  tiempos  ba  f  ntendido;  si  nuestro 
empeño  colonizador  estuviera  realmente  representado  por 
la  Real  orden  de  1825  scbre  las  onnimodss  de  los  capita- 
nes generales  y  los  aranceles  prohibitivos  en  favor  de  las 
harinas  de  Castilla  y  los  géneros  de  Cátalo  ña,  y  los  regla- 
mentos centraliza  dores  municipales  de  1878,  rayarla  sn  lo 
cómico  qoe  España  pretendiera  ahora  concentrar  los  esfaer- 
ncs  desea  Arr erica,  que  enantes  veces  se  ha  oenpado  de 
cosas  parecidas  (en  los  Corgreeos  ds  Panamá  de  1 822-26  y 
1880  82,  asi  como  en  les  de  Lima  de  1847  48  y  1864-65),  coa 
la  sola  excepción  del  Congreso  de  Santiago  de  Chile  de  1856, 
verificado  bajo  la  smemza  deJ  fílibosterimo  norteamericano, 
lia  sido  acentuando  bu  protesta  no  fólo  contra  todo  cnanto 
pudiera  recordar  el  régimen  colonial  y  el  orden  político  eco- 
nómico é  interuaccional  qoe  desapareció  en  el  continente 
americano  á  principies  del  siglo  xix,  sino  contra  lo  que  pu- 
diera acusar  en  aquellos  países  el  propósito  por  parte  de  lo» 
españoles  de  reconquistar  algo  de  lo  perdido. 

Por  fortuna,  la  colonización  española  no  es  eso. 

Pensando  otra  cosa,  lo  más  cuerdo  sería  eludir  el  compro- 
miso de  nna  campaña  cu  jo  fracaso  final  puede  desde  luego 
•segurarse  y  algunas  de  cuyas  dificultedes,  hasta  el  momento 
presente,  no  son  tretas  al  error  que  ahora  se  combata. 

Imaginar  lo  contrario  es  licito  tan  sólo  á  los  que  viviendo 
y  hablando  dentro  de  las  fronteras  españolrs,  sin  leer  lo 
que  en  el  resto  del  Mundo  se  publica,  ni  oír  lo  que  todo  el 
mundo,  basta  con  exageración  por  nosotros  fomentada,  dice 
á  los  pocos  metros  de  la  linea  del  Pirineo,  insisten  non 
enalqnier  pretexto,  en  fantasías  y  jac  tac  sise  que  debía  haber 
aventado  el  Tratado  de  París  de  1898,  y  cuya  reproducción 
en  estos  momentos,  sos  pondría  ante  los  espiritas  viriles  ó 
imparciales  dsl  siglo  xx,  en  posición  mucho  más  triste  que 
la  del  inmortal  manche go  acometedor  de  comediantes,  cua- 
drilleros, trajineros  y  toda  oíase  de  gentes  grandes  y  peque- 
ñu  8,  aun  propugnar  do  por  la  verdad,  el  honor  y  Ja  justicie. 

Para  no  caer  en  tales  equivocaciones,  conviene  mucho 
tener  en  cuenta  que  nuestra  tradición  sobre  el  punto  de  la 
reanudación  de  las  relaciones  de  España  y  América   deja 


—  1085  ~ 

bastaste  que  desear,  so  obstaste  el  hecho  (quizá  úo  ico  en 
)a  historia  colonial)  de  la  reincorporación  de  Santo  Domingo 
¿  España,  en  1861,  Otros  datos,  también  favorables  á  nues- 
tra intimidad  con  la  América  latina,  son  las  declaraciones 
y  disposiciones  de  mnchas  de  las  grandes  figuras  de  la  re- 
volución hispano- americana,  como  Bolívar  y  Rivadavía, 
de  ninguna  suerte  hostiles  á  Espefia,  aunque  lo  fueran  al 
Gobierno  español  de  1810  á  1825.  Pero  en  contra  tenemos 
otros  hechos  de  imposible  excusa.  Hay  que  señalarlos  para 
evitar  su  repetición.  Sobre  todo  coando  se  habla  otra  v«z, 
en  términos  vagos,  de  una  política  hispano- americana. 

Tardamos  once  años  (1825-36)  en  reconocer  la  indepen- 
dencia de  Méjico.  La  iniciativa  de  la  reconciliación  de  Es- 
paña con  Venezuela  y  Montevideo  la  tomaron  estas  ReptiMt 
cas,  que  espontáneamente  abrieron  sus  puertos  á  los  buqD»? 
españoles,  por  cuyo  medio  se  llegó  en  1845  al  primer  trata- 
do de  paz  y  amistad  entre  dichas  Repúblicas  y  su  antígna 
Metrópoli.  De  1845  data  también  el  reconocimiento  de  Chi- 
le. Hasta  1847  no  reconocimos  á  Bolivia;  en  1850  á  Coma 
Bicaj  en  1855  á  8anto  Domingo;  en  1859  á  la  Argentina; 
en  1863  á  Guatemala;  en  1865  á  San  Salvador  y  el  Pend- 
en 1880  al  Paraguay  y  en  1881  á  Colombia.  Muy  al  costra  * 
rio,  Inglaterra,  el  mismo  día  que  resolvió  el  abandono  de 
sus  colonias  de  Norte  América,  base  de  la  República  de  los 
Estados  Unidos,  reconoció  la  independencia  de  esta,  consa- 
grada por  el  Tratado  de  1783.  Bien  puede  aventurarse  qne 
hasta  1870,  los  tratados  hispano-amerioanos  fueron  solo  de 
paz  y  amistad,  sin  entrar  en  más  honduras  ni  intimidades. 

Por  otro  lado,  contrariaron  mucho  las  buenas  relaciones 
de  España  con  las  Repúblicas  referidas,  1.°,  la  determina- 
ción de  la  nacionalidad  de  los  nacidos  ó  domiciliados  en 
aquellos  países,  donde,  luego  de  emancipados,  continuaron 
viviendo  muchas  familias  españolas  y  á  donde  fueron  mu 
chos  emigrantes  de  la  antigua  Metrópoli,  y  2.°,  la  par- 
ticipación excesiva  que  tomaron  en  las  cuestiones  poli- 
ticas  interiores  de  aquellos  países  ya  independientes,  mu- 
chos españoles,  sin  renunciar  por  esto  á  su  propia  nación  * 
lidad,  qne  les  sirvió  de  escudo  en  no  pocos  conflictos. 

En  todo  caso  siempre  habría  sido  un  gran  error  de  par- 
te de  España  aparecer  compartiendo  la  actitud  soberbia 
y  amenazadora  que  casi  todas  las  Potencias  europeas  adop- 
taron respecto  de  las  nacientes  y  agitadas  Repúblicas  and 
americanas,  desde  1825  á  1870.  España  estaba  en  otro  caso. 


—    1086  — 

Pero  las  consecuencias  de  tal  conducta  habían  de  ser  peores 
para  nosotros,  por  la  circunstancia  antee  referida  de  la  in- 
tervención de  loa  españolee  en  la  política  propiamente  ame- 
ricü&rt;  circunstancia  que  fué  efecto,  entre  otras  cansas,  de 
que  los  españoles  nanea  realmente  creyeron,  que  las  guerras 
de  América  teaian  otro  carácter  que  el  de  guerras  civiles  y 
que  el  Jos  jamás  podían  patar  por  extranjeros  en  territorio 
americano. 

JSn  ei  fondo  esta  es  una  razón  más  en  favor  de  la  inti- 
midad de  la  América  latina  independiente  y  España.  Pero 
esto  no  se  entendió  del  modo  conveniente  y  para  ana  po- 
lítica eficaz,  por  espacio  de  machos  años,  hasta  que  ae  ve- 
rificó, en  1861,  la  retirada  de  las  tropas  españolas  manda- 
das por  el  general  Prim,  que  faeron  á  Méjico  para  ana  in- 
tervención felizmente  fracasada. 

lia  guerra  de  España  con  las  Repúblioas  del  Pacifico, 
desde  1864  á  1866  y  luego  la  primera  insurrección  de  Caba 
de  1368  á  78,  que  realmente  tuvo  á  su  favor  á  casi  tedas 
las  Eepáblicas  sudamericanas,  dificultaron  grandemente  la 
cordial  inteligencia  de  éstas  con  su  antigua  Madre  patria. 
Quisa  las  guerras  del  Pacifico  debieran  haberse  concluido 
en  1871 1  de  otro  modo  que  por  una  suspensión  ilimitada  de 
Loa  til  id»  des,  que  hizo  aplazar  la  celebración  de  nuevos  y 
definitivos  tratados  de  pazcón  Bolivia,  Perú,  Chile  y  el 
E  .nadar ,  desde  1879  á  1883.  De  muy  distinta  manera  obró 
Inglaterra  al  terminar  1*  guerra  que  sostuvo  desde  1812  á 
I  SU,  con  loa  Estados  Unidos. 

Afortunadamente,  á  partir  de  1880,  se  allanan  la  mayor 
paxtede  nuestras  dificultades  con  Sud-América.  Desde  enton- 
ces batuta  la  fecha  celébrense  muchos  tratados  de  comercio, 
de  propiedad  industrial  y  literaria,  de  extradición  judicial 
etcétera,  etc.  España,  solicitada  por  algunas  Repúblicas  del 
Nuevo  Mundo,  interviene  con  acierto  en  la  decisión  de  varios 
pleitos  sobre  limites  é  indemnizaciones  pecuniarias  suscita- 
dos entre  los  pueblos  hispano  americanos. 

Después  se  han  verificado  dos  hechos  de  positivo  valor:  la 
adhesión  de  Sud  América  á  las  fiestas  del  IV  Centenario  del 
descubrimiento  del  Nuevo  Mando  y  la  actitud  de  loe  Gobier- 
nos de  la  América  latina  ante  la  nueva  insurrección  de 
Cuba  y  la  guerra  de  España  con  los  Estados  Unido*.  Ambos 
hechos  son  por  todo  extremo  favorables  á  España. 

Pero,  tampoco,  estos  hechos  han  sido  aprovechados  del 
medo  deseable.  El  Liiro  Rojo  publioado  en  1899  por  el  Go 


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trienio  español,  demuejtra  claramente  qae  éste  cometió  la 
gravísima  falta  de  no  requerir  á  los  Gobiernos  hispano- ame- 
ricanos como  requirió  á  los  europeos,  para  dar  soluoión  al 
conflicto  internacional  provocado  ó  planteado  por  la  agresión 
'  de  los  £stados  Unidos.  De  otra  parte,  todos  los  Congresos 
ibero  americanos  celebrados  en  Madrid  en  1892  acordaron 
diferentes  medidas  para  estrechar  las  relaciones  de  España  y 
la  América  latina.  Ninguna  de  esas  medidas  ba  vuelto  si- 
quiera á  ser  recordada. 

De  esto,  el  orador  se  ha  ocupado  con  repetición  en  el 
Parlamento,  sin  lograr  de  los  Gobiernos  contesta*  iones  sa- 
tisfactorias. Y  esto  lo  ha  tratado  extensamente  en  su  re- 
ciente libro  Cuestiones  palpitantes  de  Política,  Derecho  y 
Administración.  De  modo  que  el  error  tiene  más  arraigo  de 
lo  que  pudiera  creerse,  por  las  meras  apariencias. 

Todavía  hay  otro  hecho  que  se  presta  á  muchas  y  tristes 
consideraciones.  Eo  1888  y  por  iniciativa  del  Gcbierno 
Uruguayo  se  verificó  el  Congreso  de  Montevideo  para  adop- 
tar varios  acuerdos  de  Derecho  internacional  privado.  Asis- 
tieron los  representan  ten  de  casi  todos  los  Gobierno?  sud- 
americanos y  de  él  salieron  ocho  tratados  de  Derecho,  á  los 
cuales  se  adhirió  en  nombre  de  España  y  ad  referendum  el 
Ministro  de  España  en  el  Uruguay.  Esto  sucedió  en  1893. 
Desde  entonces  no  ha  vuelto  á  hablarse  de  este  particular. 

Tampoco  se  puede  prescindir  de  otro  error  que  ha  priva- 
do mucho  en  los  circuios  políticos  españoles  y  que  ha  tras- 
cendido grandemente  al  orden  internacional  de  que  ahora 
se  trata.  Y  es  el  de  considerar  la  cuestión  colonial  y  parti- 
cularmente la  de  Cuba  y  Puerto  Rico  como  un  modesto 
problema  de  política  interior. 

Oponíanse  á  esta  consideración:  l.°,  la  naturaleza  de  De- 
recho colonial,  2.°,  la  condición  especial  de  nuestras  Anti  • 
Has  por  efecto  de  su  situación  geográfica  v  de  las  disposicio- 
nes que  con  su  motivo  y  respecto  de  ellas  habían  demostrado, 
desde  1825  hasta  nuestros  dias,  Francia,  Inglaterra,  los  Es- 
tados Unidos  y  las  Repúblicas  sud-americaoas,  3  °,  la  intima 
relación  que  tenían  la  posesión  de  Cuba  y  Puerto  Rico  por 
Espafia  con  la  importancia  política  y  social  del  considera* 
bio  elemento  español  de  las  Repúblicas  latioas  del  Nuevo 
Moado. 

Con  este  motivo  el  Sr.  Labra  hace  constar  que  su  larga 
y  vigorosa  oampaña  en  favor  de  la  reforma  colonial  auto* 
nomista,  precedida  de  otra  no  menos  enérgica  (j  al  d  c 


'.j? 


^í 


"1 


—  1088  — 


coronada  por  éxito  satisfactorio  como  pocos,  en  pro  de  la 
abolición  fo  mediata  de  la  esclavitud  en  las  Antillas),  jamas 
revistió  el  carácter  de  un  empeño  local,  como  pudiera  eerio 
el  de  noa  campaña  en  favor  de  G&lic  a  ó  de  CaUluña,  por 
motivos  circunstanciales  y  aun  en  demanda  de  reparación 
de  ii  yi  ticias  históricas  6  de  solución  á  problemas  gravísi- 
mos pero  transitorios. 

Aquella  empresa  tenia  el  triple  fin  de  identificar  4  Espa- 
ña con  Ja  corriente  política  y  social  contemporánea  de 
la  en  al  la  separaban,  entre  otras  cansas  importan  tes,  el 
mantenimiento  de  )a  esclavitud  y  la  privanza  de  la  eentrali 
sacien  en  las  colonias — provocar  la  intimidad  de  España  con 
las  Repúblicas  latinas  del  Nnevo  Mundo  por  la  consagración 
en  las  Antillas  de  las  ideas  madres  de  la  triunfante  revolu- 
ción americana, — v  por  último,  fortificar  la  canea  y  los  me 
dios  de  Espoña  para  qne  esta  pudiera  escapar  del  naufragio 
de  las  naciones  desmembradas  y  decadentes,  afirmando ,  por 
procedimientos  progresivos,  y  discretee,  una  gran  personali- 
dad ibérica,  sobre  la  base  de  la  libérrima  y  corriente  volun- 
tad de  todos  y  cada  uno  de  los  pueblos  interesados  eu  la 
formación  de  esta  personalidad.  Desgraciadamente  estas 
ideas  no  fueron  estimadas  por  la  generalidad  rte  nuestro! 
políticos,  que  con  dificultad  se  emancipaban  del  antiguo 
concepto  colonial. 

Por  esta  reducción  de  perspectivas  de  nuestros  colonistas 
se  explica  que  hoy  mismo  sean  muchos  tos  partidarios  de 
la  liquidación  completa  de  nuestro  imperio  colonial!  renun- 
ciando ó  vendiendo  nuestras  colonias  de  África,  de  modo 
parecí  1o  á  como  se  han  vendido,  después  de!  Tratado  de 
París,  fas  Marianas  y  las  Carolinas  á  Alemania,  Es  decir, 
si n  contar  oon  los  pueblos  y  con  uu  criterio  bastante  apro- 
ximado al  que  los  norteamericanos  impusieron  en  París 
para  hacerse  con  la  isla  de  Puerto  Rico.  Por  igual  motivo 
se  explica  el  hecho,  por  otro  concepto  in ver osf mil,  de  que 
después  de  la  pérdida  de  las  Antillas  y  de  las  Filipinas,  se 
conserve  la  organización  de  nuestras  Colonias  de  África» 
absolutamente  del  mismo  modo  que  existían  antes  de  aquel 
ejemplar  suceso  y  contrastando  desfavorablemente  con  !• 
que  ahora  sucede  en  el  Congo,  en  las  Colonias  británicas 
de  la  Costa  Occidental  africana  (vecinas  de  Femando  Póo) 
y  aun  en  las  colonias  portuguesas  de  Santo  Taomó  y  el 
Príncipe. 

Sin  embargo,  un  completo  abandono  de  África  por  Etpa 


—   1089   — 

fia,  equivaldría  á  la  renuncia  absoluta  de  la  representación 
española  en  uno  de  sos  más  característicos  v  tradicionales 
empeño?,  poniéndose  además  fuera  de  la  inteligencia  inter- 
nacional, precisamente  respecto  de  loa  problemas  que  más 
han  de  preocupar  al  porvenir. 

Estas  indicaciones  hartan  para  demostrar  que  la  empresa 
de  la  intimidad  con  el  Sor  de  América  impone  una  aten- 
ción, un  estudio,  un  plan  y  una  perseverancia  de  que  nadie 
se  preocupa,  por  creer,  quizá,  el  negocio  fácil,  corriente,  de 
buen  ver  y  de  aquellos  que,  sin  comprometer  seriamente  4 
nada,  se  prestan  á  grandes  expansiones  retóricas  y  á  la  es 
teril  pero  resonante  y  siempre  aplaudida  glorificación  de 
nuestras  empieeis  pasadas. 

Con  etto  hay  que  relacionar  un  lamentable  contraste  opa 
se  ofrece  á  nuestra  vista  y  que  rebaja  extraordinariamente 
la  importancia  positiva  y  el  valor  práctico  de  toda  campan* 
de  intimidad  hispano- americana.  Se  trata,  de  un  lado,  de  1* 
aprobación  que  e)  Gobierno  español  ha  dado  á  las  plausibles 
gestiones  de  la  Sociedad  titulada  La  Unión  Ibérict  Ame- 
ricana, para  celebrar  dentro  de  seis  meses,  en  Madrid,  un 
Congreso  Hispano  americano  que  discuta  y  resuelva  todos 
loa  problemas  referentes  al  trato  moral,  intelecto*  1,  político 
y  económico  de  España  con  las  Repúblicas  8od  americanas 
y  de  ofra  parte,  de  la  desatención  que  ese  mismo  Gobierna 
tiene  para  los  problemas  pendientes  en  Cuba  y  Puerto  Ki  >:» 
después  del  Tratado  de  París. 

Que  estos  problemas  existen  lo  demuestran  1.°  el  del  Tra- 
tado de  1898,  2°  les  incidentes  del  registro  de  españoles 
que  impone  este  Tratado,  3.°  las  disposiciones  excepcional  - 
mente  favorables  á  las  Antillas  de  cuantos  españoles  pe 
singulares  han  regresado  á  la  Metrópoli  por  efecto  de  enr 
Tratado,  que  viven  masó  meco*  temporalmente,  en  As- 
turias,    Santander,  Vizcaya  y  Cata' uña,  y  que  con  bü 
trato,  sus  ideas  y  sus  capitales  influyen  poderosamente  en 
el  actual  extraordinario  desarrollo  industria)  de  aquellas 
comarcas,  y  4.°  el  movimiento  de  aproximación  y  concen 
tr  ación  de  cubanos  y  peninsulares  residentes  ahora  en  Ja 
Grande  AntiUa,  que  se  opera  en  e*ta,   frente  ala  política 
absorvente  y  dominadora  de  los  Estados  Unidos,  muy  bo 
peohosos  en  ponto  al  total  cumplimiento  del  último  articulo 
del  bilí  de   18  de  Abril  de  1898. 

Parecía  natural  que  el  Gobierno  español  se  ocupase  seria 

urgentemente  del  punto  relativo  á  la  nacionalidad  de  los 


—  1090   — 

que  habiendo  nacido  en  Caba,  en  Filipinas  ó  en  Puerto 
Rico  no  residen  en  estos  países  y  no  quieren  perder  la  na* 
oionelidad  española.  Los  portugueses  facilitaron  la  solución 
de  este  conflicto  con  el.art.  18  de  su  Código  civil,  que  esta- 
blece que  los  extranjeros  descendientes  de  sangre  portugue- 
sa que  se  domicilien  en  Portugal  pueden  ser  naturaliaa- 
dos,  sin  necesidad  de  residir,  por  lo  menos,  nn  año  en  te- 
rritorio portugués. 

£1  Gobierno  de  Coba  ha  decretado  que  son  cubanos  los 
que  han  nacido  en  Cuba  ó  son  hijos  de  cubanos,  aunque  no 
residan  en  Coba.  Nuestro  Gobierno  acaba  de  resolver  con 
motivo  de  la  reclamación  de  una  filipina  (viuda  de  español) 
que  por  su  regreso  á  IMipioaa.  perdió  su  nacionalidad  espa- 
ñola v  no  tiene  derecho  á  viudedad  ni  pensión  alguna. 
Adema?,  ahora,  alonóos  i'ríódioos  de  Madrid,  con  motivo 
de  la  designación  de  nuevos  senadores  vitalicios,  anuncian 
que  so  pueden  serlo  vanas  peréonas,  porque  habiendo 
nacido  en  Cuba,  e*  dudosa  su  nacionalidad,  á  pesar  de  que 
residen  en  Madrid  y  no  es  discutible  -su  voluntad  de  ser 
españoles.  Al  propio  tiempo  surgen  serias  dificultades  res. 
pecto  á  la  aplicación  de  la  última  ley  y  el  último  reglamento 
sobre  el  impuesto  de  derechos  reales  y  traslaciones  de  do- 
minio, tratándose  de  testamentos  otorgados  en  España,  por 
nacidos  en  Cuba,  cuya  nacionalidad  parece  equivooa. 

No  se  comprende  que  el  Gobierno  español  prescinda  da 
todas  estas  cuestiones  y  abandone  totalmente  la  causa  de  lo 
españoles  en  sus  últimas  colonias.  Quisa  esto  no  influya  po- 
co en  el  hecho  merecedor  de  particular  estudio  de  que  de  los 
200  mil  peninsulares  residentes  en  Cuba,  solo  66  mil  se  ha 
yan  inscripto  el  registro  de  españoles.  SI  Gobierno  de  Ma- 
drid ha  recabado  del  de  Washigtou  que  el  plano  para  estas 
inscripciones  le  prorrogue  por  seis  meses. 

Pero  hav  que  repetir  lo  que  antes  de  ahora  se  ha  dicho  en 
estas  Conferencias,  respecto  de  la  imposibilidad  de  atribuir 
á  nuestro  Gobierno  la  exclusiva  responsabilidad  de  este 
abandono.  Tal  error  es  muy  general  en  España  ahor*  mis- 
mo. Aquí  son  poquísimas  las  personas  que  de  estos  particu- 
lares se  ocupan.  Nadie  (fuera  de  los  españoles  que  viven  en 
«l  litoral  peninsular)  se  acuerda  de  las  Antillas  y  de  Fili- 
pinas. No  ha  habido  medio  de  que  se  discutan  en  las  Cortes 
hechos  de  tanta  gravedad  como  la  pérdida  de  nuestras  oolo* 
nias,  la  guerra  con  los  Estados  Unidos,  el  término  de  ésta 
por  el  inverosímil  Protocolo  de  12  de  Agosto  de  1898  y  el 


~\ 


—  íoyi  — 


Tratado  de  París  de  Diciembre  del  propio  año.  Loe  fallos 
del  Tribunal  Supremo  de  Guerra  acreditan  que  cuantas 
oulpas  parecen  imputables  á  nuestro  ejército  colonial 
y  nuestra  marina  de  guerra,  no  les  corresponden,  sino 
que  se  deben  dirigir  al  Gobierno  de  España.  Sin  embargo, 
esto  ni  se  discute  en  el  Parlamento.  La  opinión  pública,  lo 
mismo  que  las  representaciones  de  los  partidos  político*, 
excusan  esta  cuestión,  consintiendo  en  que  faera  de  España 
se»  forme  una  tan  deplorab  e  cnanto  injusta  idea  de  nuestro 
ejército  y  de  las  energías  españolas. 

Be  evidente  que  aun  después  de  la  pérdida  de  nuestras 
Antillas,  éstas  deben  ser  consideradas  como  un  dato  esen 
cialísimo  de  la  política  hispano  americana.  Los  errores  del 
Gobierno  español  en  la  administración  de  esas  islas  amo 
un  terrible  argumento  contra  el  empeño  iniciado  por  Espa- 
ña para  identificarse  con  la  América  libre  é  independien  te. 
Hoy  nadie  estimará  nuestra  labor  en  este  sentido  como  uca 
empresa  seria,  si  principíame s  por  apartar  la  vista  de  los 
intereses  de  raza  y  de  familia  que  viven  en  Coba  y  Puerto 
Bico  con  mucha  más  energía  de  la  que  suponen  y  proclaman 
los  norteamericanos,  para  realizar  (con  nuestro  insipiente 
concurso)  la  anulación  de  todo  lo  español  y  lo  latino  en  el 
mar  de  las  Antillas. 

Lo  primero  que  hay  que  acreditar  eu  esta  campaña  vs 
sinceridad  y  formalidad.  Después  hay  que  abarcar  la  tota- 
Jidad  de  la  obra,  bajo  una  idea  y  con  un  plan  meditado  y 
fijo.  Y  seria  el  colmo  de  la  insania  á  comprometerse  en 
una  empresa  como  la  de  que  se  trata,  acusando  la  privarla 
de  resentimientos  y  prevenciones  contra  una  parte  de  Ja  fa- 
milia hispano  americana,  al  día  siguiente  determinada  una 
guerra,  que  ha  cesta  do  á  Cuba  más  de  1 50  mil  habitantes  y 
á  la  Peninsuta  sobre  90  mil  jóvenes  soldados,  y  cuando  se 
impone  la  necesidad  de  aunar  los  esfuerzos  de  toda  esa  fa- 
milia frente  á  id  peligro  común  y  en  obsequio  de  un  interés 
superior  de  la  política  universal. 

Perqué  es  claro  que  la  intimidad  de  que  se  trata,  y  aun  el 
particular  de  la  afii nación  y  ensanche  de  la  personalidad 
ibérica,  representan  bastante  más  que  un  interés  puramen- 
te  español. 

Puede  hablar  de  esto  el  profesor  del  Ateneo  con  tanta  ma- 
yor libertad  y  aun  autoridad,  cuanto  que  no  fué  partidario, 
más  ó  menos  equívoco,  de  la  separación  de  las  Antillas  y  Ja 
independencia  de  Cuba.   Antes  bien,  combatió  estas  sola- 


—    1092  — 

piones  con  toda  franqueza;  y  para  evitarlas  sostuvo  por  ei* 
1  acio  de  muchos  años  á  ooeta  de  machos  sinsabores  y  arros- 
trando no  pocos  peligros,  la  solución  autonc  mista,  cuya 
excelencia  han  demostrado  de  modo  decisivo,  los  enceeca 
posteriores  á  1898.  P*ro  hoy  no  se  trata  de  la  reforma  colo- 
nial ni  cabe  disentir  los  hechos  oomntnidoB,  para  rectifi- 
carlos ti  combatirlos. 

Lo  hecho  heoho  está,  y  España  deba  partir  de  ello,  como 
Ing  aterra  partió  de  no  ce*  o  análogo  en  Norte  América. 
Máxime  poniéndose  sobre  el  tapete  gravísimos  problemas 
trasatlánticos  é  internacionales  que  afectan  al  prestigio  y 
si  porvenir  de  España  y  enya  mera  inteligencia  nos  seria 
grandemente  difícil,  cuando  no  imposible,  manteniendo 
una  actitud  desconsiderada  respecto  de  nuestras  Colonias 
de  ayer  mañane . 

Hay  qne  considerar  la  obra  en  conjunte.  Una  verdadera 
política  internacional  no  consiente  intermitencia*,  distrae* 
ciones  ni  contradicciones.  T  macho  meaos  la  reducción  da 
an-  problemas  á  pretextos  y  motivos  de  frases  y  fanta- 
sías, para  desahogos  fáciles,  trasportes  oratorios  y  rebusca- 
mientos y  prospectos  de  especialistas. 


6 


No  menos  graves,  ni  menos  atractivos,  ni  menos  popula- 
res en  Espafiía  qne  la  cuestión  hispano  americana  son  ai 
problema  ibérico  y  el  problema  marre qo i,  que  es  un  aspecto 
del  problema  africano.  Basta  la  enunciación  de  estas  caen 
liones  pata  qne  se  comprenda  qne  no  pueden  ser  tratadas 
ligeramente  y  por  pura  referencia. 

Stt  relación  eon  la  política  internacional  palpitante  de 
ia  Europa  contemporánea  las  dá  por  el  momento  ana  im  - 
portañola  quisa  superior  al  problema  a meri taño.  El  £ta  - 
tu  quo  de  Marruecos,  sancionado  por  el  convenio  inter- 
nacional de  Madrid  de  3  de  Julio  de  18 SO  y  [a  equívoca  si- 
tuación de  Portugal  después  del  escandaloso  atentado  de 
Loureoao  Marques  de  1890  y  el  oonvenio  anglo- lusitano  de 


/^ 


—  1093  — 

11  de  Judío  de  1891  entrañan  conflictos,  amonaras,  intere- 
ses y  tendencias  que  en  plazo  no  lejano  han  de  producir 
ana  nueva  dirección  en  la  política  europea,  y  que  por  lo 
pronto  inspiran  extraordinario  respeto  á  todas  las  grandes 
Potencias  de  nuestro  tiempo,  obligadas  á  seguir  con  parti- 
cular y  no  afectada  atención  la  marcha  de  las  cosas  en 
aquellas  comarcas  que  en  cierto  día  formaron  parte  del  im- 
perio de  España. 

La  complexidad  y  el  aparato  de  estos  problemas  ayudan 
mucho  la  propensión  de  nuestros  Gobiernos  á  no  tocarlos  de 
d i og ana  suerte  Pero  no  por  eso  es  menos  vivo  el  instinto 
popular  español  que  empuja  á  nuestro  pueblo  á  pensar,  y 
sobre  todo  á  sentir  respecto  de  Portugal  y  Marruecos,  casi 
como  de  cosa  dé  cata. 

Contrarían  la  satibfaotoria  solución  del  problema  ibérico 
varías  causas.  En  primer  término,  la  especie  de  Protecto- 
rado que  en  Portugal  ejerce  Inglaterra:  protectorado  casi 
tan  efectivo  (aun  cuando  la  forma  haya  variado)  como  el 
que  inauguró  el  Tratado  de  Methuen  de  1703,  y  el  más  duro 
é  intolerable  del  gobierno    de  lord  fiereeford,  de  1816 

En  segundo  término  están  las  positivas  prevenciones 
de  la  masa  general  del  país  lusitano  contra  todo  empeño 
de  hegemonía  castellana.  En  tercer  logar,  las  leyes  qme 
en  estos  últimos  tiempos  han  venido  á  neutralizar  la  eficacia 
de  los  sentimientos  producidos  en  España  y  en  Portugal 
por  los  combinados  esfuerzos  de  estos  dos  países  para  afir- 
mar su  independencia  contra  Napoleón  I,  y  para  instaurar 
el  régimen  constitucional.  Por  último  e9tá  la  forma  equivo- 
cada que  se  hadado  á  la  campaña  iberista,  y  la  relativa 
habilidad  con  que  los  intereses  creados  y  los  partidos  go- 
bernantes portugueses  han  aprovechado  esa  equivocación 
para  dar  á  la  propaganda  de  intimidad  ibero  americana, 
cierto  aire  de  incompatibilidad  con  los  fueros  de  la  sobera- 
nía portuguesa;  ni  más  ni  menos  que  elementos  y  partidos 
análogos  en  España  se  esforzaron  por  explicar  la  teoría  da 
U  autonomía  colonial,  como  opuesta  á  la  unidad  y  la  inte- 
gridad déla  Patria. 

Todo  es  tan  cierto,  como  que  cuantas  veces  se  ha  invocado 
é  invoca  la  idea  de  intimidad  hispano -lusitana,  ya  en  el 
Parlamento  español,  ya  en  la  plaza  pública,  ya  en  la  cáte- 
dra, así  en  el  orden  económico  oomo  en  el  literario  y  en  el 
político,  el  clamor  popular  la  saluda  con  verdadero  entu- 
siasmo. 


—  1094  — 

Por  lo  mismo  es  más  de  lamentar  que  las  gentes  que  de 
-  -'h  -.  cosas  se  ocnpan  y  con  cierta  elevación  y  medies,  oom* 
},&rtnn  estos  sentimientos,  se  abstengan  de  poner  en  la  can- 
pafía  qne  aquella  idea  requiere,  el  tacto,  la  claridad  y  las 
c  iciones  de  diversa  especie  necesarias  para  so  éxito, 
dentro  de  nn  plazo  más  o  meóos  próximo. 

No  eran  comparables  con  las  secundarias  diferencias 
que  reparan  a  España  de  Portugal  los  antagonn  nuos  y  los  in- 
tereses qoe contrariaron  por  espacio  demedio  siglo  dentro 
del  actual,  la  Unión  germánica,  comprendida  tior  hombres 
como  Stéin,  y  popularizada  por  les  estudiantes,  los  músicos, 
los  poetas,  los  pedagogos,  y  los  elementos  populares  de  Ale 
manía.  Pero  no  hay  qoe  pensar  en  la  intimidad  ibera  si  ésta 
implica  el  predominio  de  cualquiera  de  las  dos  familias  pe- 
ninsulares ó  se  pretende  realizarla  desdé  luego  con  una  for- 
mula determinada  y  casi  definitiva,  y  ñando  el  éxito  de  la 
obra  al  esfuerzo  centralizados 

Poco  avisado  será  el  qoe,  tratando  de  esta  materia,  no  ad- 
vierta que  no  hay  razón  más  substanciel  ni  motivo  más 
hundo,  para  que  Cataluña  esté  unida  á  Castilla,  que  les  que 
existen  para  recomendar  la  unión  de  Castilla  á  Portugal. 
Quizá  las  diferencias  fundamentales  de  las  comarcas  cata 
lhoa  y  castellana  v  los  contrastes  que  á  simple  vista  se  ss- 
D-=  la:i  al  reconocer  las  ciudades  y  los  campos  de  una  y  otra 
región  son  d«  más  valor  que  las  diferencias  y  ios  contrastas 
qne  ofrecen  Portugal  y  Castilla.  Tampoco  será  licito  olvidar 
que  el  movimiento  en  favor  de  la  independencia  lusitana, 
casi  coincidió  con  otro  análogo  de  Cataluña;  con  proyectos 
de  separación  de  Andalucía  bajo  la  dirección  de  Medinasi* 
douia  y  con  tentativas  apenas  esbozadas,  pero  de  igual  ca- 
rácter, en  Galicia. 

Coa  motivo  de  las  fiestas  del  Cuarto  centenario  del  des- 
cubrimiento de  América,  tomaron  muchos  ilustres  portu- 
gueses activa  participación  en  los  Congresos  cien  ti  fieos  in- 
teraaciopales  de  aquella  fecha.  Esa  intervención  fué  consi- 
derable en  el  Congreso  Pedagógico.  De  aquellas  Asambleas 
salieron  proyectos  de  aproximación  moral  v  aun  material. 
Se  ideó  la  constitución  de  una  Sociedad  U&re  ie  cultura  pe 
ntral  y  vulgarización  cient(flcat  que  había  de  celebrar 
grandes  fiestas  literarias  en  .Lisboa,  Madrid,  O  porto,  Bar- 
celona, etc.,  etc.  Pero  con  esto  sucedió  lo  propio  que  con 
los  demás  proyectos  respecto  de  la  intimidad  hispanoame- 
ricana. La  prensa  no  volvió  á  ocuparse  del  asunto;  los  po- 


—  1095  — 

Jftieoe  gobernantes  ee  retrajeron;  la  masa  ee  distrajo...  y 
la*  pocas  y  oentadisimas  personas  que  perseveraron  en  el 
propósito  de  fundar  la  Sociedad  indicada,  con  el  principal 
apoyo  de  pedagogos  y  publicistas,  pronto  se  dieron  cuenta 
de  qne  bregaban  en  el  vacio.  Sin  embargo,  la  intimidad 
ibérica  es  casi  una  pasión  española. 

Es  inútil  decir  lo  qne  en  la  leyenda  española  representa 
\* guerra  al  moro;  pero  sí  hay  que  reoordar  que  la  exten- 
sión de  España  por  África  ha  sido  una  de  las  notas  de  ma  - 
yor  viveza  de  nuestra  política  exterior  desde  el  siglo  nv. 
Es  decir,  desde  antes  que  estuviera  constituida  lo  que  as 
llama  Espala.  El  libro  de  D.  León  Galindo  y  de  Yera  sa- 
bré este  particular  es  de  inexcusable  consulta  para  todo  Es- 
tadista español.  La  dirección  americana  y  el  interés  de  la 
política  religiosa  del  centro  da  Europa  88  impusieron  en  el 
siglo  xvi  y  lúe?*  la  campan»  definitiva  sobre  Afric*  declinó 
considerablemente. 

Pero  más  que  esto  debe  llamar  la  atención  la  limitación 
del  empeño  de  los  españoles  á  las  costas  de  África,  y  el  ca- 
rácter exclusivamente  militar  que  estos  dieron  á  sus  empre- 
sas» realizadas,  sobretodo,  cuando  no  exclusivamente,  en  el 
literal  mediterráneo  de  la  costa  septentrional  africana.  Con- 
trasta esto  lo  indecible  oon  todo  lo  que  nuestros  antepasa- 
dos  hicieron  en  América  y  en  Asia. 

Sin  duda  para  esto  hubo  sus  causas.  Una  de  ellas,  el  fia 
principal  de  defensa  y  seguridad  de  la  Península  y  la  justa 
preocupación  de  hacer  posible,  ya  que  no  segura,  la  f recneu  ta  - 
ción  del  Mediterráneo,  cu  ya  navegación  aparecía  amenaza- 
da, unas  veces  por  los  piratas  berberiscos  y  los  barcos  de  Ar- 
gel, Túnez  y  Tánger,  y  otras,  por  las  fuerzas  regularse  de 
las  naciones  euroneas. 

No  menos  atendible  es  la  razón  de  la  oposición  que  los 
africanos  hicieron  á  la  invasión  del  territorio  por  los  euro- 
peos; oposición  tortísima  favorecida  por  las  mismas  Poten* 
das  de  Europa,  que  en  Afrioa  pudieron  hacer  fácilmente,  lo 
qne  les  fué  mu7  difícil  y  por  mucho  tiempo  imposible,  en  el 
lluevo  Mundo. 

Pero  el  resultado  de  todo  estoee  que  la  obra  de  la  interven- 
ción española  en  África  tuvo  mucho  menos  valor  que  la  rea- 
lizida  en  América,  la  ou&l,  aparte  toda  exageraoión  pa- 
triótica, no  se  puede  estudiar  sin  que  su  grandeza  se  im- 
ponga. 
.    Hasta  Portugal  aventajó  á  España  en  la  consideración 

7* 


—  1096  — 

dada  al  f  róbleme  africano.  T  eao  do  tolo  en  los  privaros 
tienD]08,  coa  t  do  jimba  el  sentido  do  la  Reirá  Isabel  y  del 
Carderal  Citntioe  y  aun  derpués,  cuando  en  África  lucha- 
bas, Tercian  6  jemian  hcmbies  cerno  el  Marqués  de  fiante 
Cruz  de  Marcenado,  D.  Pedro  He  tetes,  e)  conde  de  A  kan- 
déte  y  le*  marque*  te  de  Fie  res  DáviJa  y  de  Algaba* 

En  ¿pora  roncho  más  próxima,  cuando  por  efecto  de  loa 
Trata  des  hispí  o  t  muguetes  de  1767,  £s(t  fia  adquiriólas 
islas  de  Fernando  Póo,  ^nnotón,  Coriseo,  loa  des  Elcbey 
y  el  ternterio  ccntueLtal  qne  liega  el  Muni,  nuestro  em- 
peto  careció  de  altura,  de  rumbo,  de  transcendencia  y 
de  |en  everancia.  Hoy  míeme,  á  pesar  de  positivos,  aunque 
lenes,  } repletos  de  aquellas  colonias  de  la  Costa  de 
Guirea,  nuestros  gobernantes»  nuestra  prense,  nuestros  po- 
líticos y  el  pais  tedo  no  prestan  atención  á  lo  que  allí  se 
rea'iza,  á  detptcho  de  la  terrible  lección  de  la  última  guerra 
de  Cuba  y  FiJipnaa,  y  contrariando  todo  el  sentido  de  la  co- 
lonización coi  t<  mi  cianea.  La  desconsideración  llega  al 
punto  de  que  ce  mo  se  ha  dicho  varias  veces  en  estas  Confe- 
rencias, está  bastante  generalizada  en  ciertos  círculos  la 
idea  de  la  venta  ó  eJ  alendono  de  esas  ce  marcas  donde  pi- 
den solución  todos  los  prc  ble  mas  coloniales  de  otros  tiem- 
pos y  de  nuestro  mismo  tiglo. 

Por  eso  hay  que  meditar  sobre  )a  transformación  de  nues- 
tra cbia  en  Ja  costa  africana,  Besulta  mezquino  el  papel  de 
BUfftrca  Presidies  mayores  y  menores.  No  falta  quien  se 
preccu]  e  de  Ceuta  cerno  de  algo  más  que  un  puerto  militar 
me  diana  met  te  defendido  y  un  grupo  de  cuarteles  donde 
extinguen  su  grave  cor  de  na  algunos  miles  de  presidiarios. 
Nadie,  hasta  hace  veinte  años,  se  lijó  en  que  allí  batía  as 
futtlo  digno  y  trabajador,  merecedor  de  muchas  aten- 
eiciee,  base  de  una  acción  icflexiva  y  poderosa  sobre  el 
continente  septentrional  africano.  T  algún  hombre  político, 
en  la  iitímidsd,  ha  discutido  la  necesidad  de  extender  el 
estopo  de  Ceota  hasta  Tetuán,  trocando  para  esto  nuestras 

Jete frictea  del  Biff,  por  algunes  kilómetros  de  tierra  fuera 
el  cíirj  o  neutral 

Eeta  dirección,  aperas  esbezada,  temará  importancia  por 
el  desuello  de  lea  preblcmas  generales  políticos  de  Argel 
y  el  Idrgteb.  Feríala  mayor  de  las  indiscreciones  no  atar 
preparados  para  sucesos  que  se  enuncian  como  inmiir"- 
te*. 

Porque  á  la  importancia  pesitiya  que  estos  han  da 


—   1097  — 

ser,  al  valor  que  indiscutiblemente  tiene  para  España  {por 
machos  y  muy  diversos  motivos  que  es  innecesario  coocr© 
tar),  todo  cuanto  pase  en  la  costa  meridional  del  Mediterrá  ■ 
neo,  debe  agregarse  la  consideración  que,  respecto  de  les 
problemas  marroquíes,  han  dado  á  España,  de  00  años  á  esta 
parte,  todas  las  Potenoias  europeas,  bien  porque  estimaran 
los  grandes  é  insuperables  títulos  que  España  tenia,  por  iu 
historia  y  su  posición  geográfica,  bien  porque  tuvieran  en 
cuenta  que,  dados  los  medios,  la  situación  y  las  aspiracio- 
nes de  España,  esta  Nación  era  la  menos  temible  en  Ib  hora 
no  imposible  del  reparto  del  Imperio  marroquí. 

De  todo  lo  dicho  resulta  que  la  obra  de  España  en  África 
tiene  que  ser  distinta,  bien  que  se  desenvuelva  en  el  África 
Occidental,  bien  que  tenga  por  escenario  el  África  del  Norte. 

En  la  costa  de  Guinea  y  en  las  islas  próximas,  la  empre 
sa  parece  definida.  Las  dificultades  que  se  oponen  sod  ,  de  un 
lado,  las  aspiraciones  de  Francia,  á  extender  su  colonia 
del  Gabón  y  á  enseñorearse  de  las  riberas  del  Man  i:  de 
otra  parte,  las  vacilaciones  y  contradicciones  de  la  política 
colonial  que  realiza  nuestro  Gobierno  en  aquellas  comar 
cas.  Tal  vez  dentro  de  poco  surja  una  nueva  dificultad; 
las  aspiraciones  de  Inglaterra,  que  de  hecho  y  por  aban  do  ■ 
no  del  Gobierno  español,  poseyó  la  isla  de  Fernando  Póo 
desde  1827  á  1832  y  que  en  1841  ofreció  á  España  eü  mil 
libras  esterlinas  por  la  propiedad  de  aquella  oolonia  * 

En  el  Norte  de  Afrioa  los  prinoioales  obstáonlos  con  ais 
ton  en  la  disposición  del  Gobierno  ae  Marruecos  y  tn  las 

Ínrevenciones  y  las  suspicacias  de  los  Gobiernos  europeo* 
sobre  todo  de  Inglaterra  y  Francia)  naturalmente  prec  cu 
pados  de  la  libre  navegación  del  Mediterráneo. 

Las  relaciones  particulares  de  España  oon  Marruecos  han 
adquirido,  en  estos  últimos  tiempos,  carácter  de*  regularidad 
y  descansan  principalmente  en  el  Tratado  de  11  de  Marzo 
de  1799  sobre  protección  á  loa  españoles  residentes  en  te 
rritorio  marroquí;  el  convenio  de  29  de  Agosto  de  l Sis  so- 
bre términos  jurisdiccionales  de  Malilla  y  seguridad  de  ios 
presidios  españoles  de  la  costa  de  África;  el  tratado  de  Wad 
Ras  de  26  de  Abril  de  1860  que  terminó  la  llamada  guerra 
de  África,  oon  ventajas  políticas  y  comerciales,  no  aprove- 
chadas hasta  ahora  por  España;  el  tratado  de  Tánger  de  20 
de  Noviembre  de  1872  sobre  relaciones  eomereiales  de  Es- 
paña y  Marruecos;  el  Convenio  de  3  de  Julio  de  1880  gobio 
al  derecho  de  protección  á  los  europeos  residentes  en  aquel 


—  1098  — 

p&jfl  y  'os  Tratados  de  Madrid  de  5  de  Mario  de  1894  y  24 
de  Ftbrero  de  1895  que  pusieron  término  al  conflicto  de 
Malilla. 

Las  relaciones  de  España  con  las  demás  Potencias  euro* 
peas,  á  propósito  6  por  razón  de  Marruecos,  descansan  es 
el  ya  citado  Convenio  ó  Tratado  de  protección  de  3  de  Julio 
de  1880,  que  hay  que  completar  y  explicar  con  Tratados 
ausento*  particularmente  por  Marruecos  y  alcanas  da  esas 
Potencias,  y  aun  los  Estados  Unidos  de  América. 

Mr.  Eouard  de  Card  (profesor  de  Derecho  ínter  ración  al 
de  !a  Universidad  de  Tolosa  y  asociado  del  Jimitutode 
Derecho  Internacional),  ha  escrito  sobre  este  particular  un 
libro  de  consulta:  el  titulado  Lee  Traites  entre  la  írana 
*í  le  Maroc.  Allí  son  estudiados  detenidamente  loe  tratados 
y  con  venciones  de  1767,  1827,  1829,  1845,  1865,  y  sobre 
todo  de  1844  (Convención  de  Tánger),  que  constituyen  (con 
el  Convenio  de  Madrid  de  1880)  la  base  del  trato  de  fran- 
ceses y  marroquíes. 

Lia  relaciones  con  Inglaterra  eBtáu  determinadas  por  Jos 
tratados  de  1801,  1856,  1861,  1864,  1865,  1S75,  IStt 
y  1895,  El  trato  con  los  Estados  Unidos  descausa  en  ios 
convenios  de  1865  y  1880. 

Nc  es  necesario  más  para  que  se  comprenda  que  la  em  - 
presada  España  en  África  es  de  una  verdadera  dificul- 
tad, y  que  para  vencerla  es  un  obstáculo  evidente  el  ana- 
crónico espirita  que  imponía  la  guerra  al  fHoro 

Se  debe  reconocer  qne  es  grandemente  simpática  en  Espa- 
ña la  idea  de  extenderse  por  el  África  Septentrional.  Lo  ha 
sido  siempre.  Pero  no  menos  indiscutible  es  que  nadie  se 
cuida  aquí  de  los  medios  eficaces  para  realisar  esa  expan- 
sión. Porque  la  ineficacia  del  medio  exclusivo  de  las  armas 
ya  está  demostrada.  Las  victorias  españolas  de  este  siglo 
no  han  producido  nada  definitivo. 

Consecuencia  de  todo  lo  dicho  es  que  aun  tratándose  de 
empeños  que  se  imponen  al  país  por  el  clamor  de  la  masa  y 
el  instinto  del  pueblo,  se  necesita  salir  de  la  pasividad  ó  la 
indiferencia  que  nos  dominan.  No  basta  el  deseo  para  con- 
vertir la  aspiración  en  hecho.  Y  las  cosas  se  han  puesto  de 
tai  modo,  que  sería  locura  insigne  pretender  que,  aun  res- 
pecto de  los  puntos  antes  tratados,  bastara  la  voluntad  rece- 
siva y  los  medios  positivos  de  España  para  lograr  no  éxito 

Por  tanto  hay  que  meditar  sobre  los  problemas  que  núes 
tro  ¿usto,  nuestros  intereses,  la  voluntad  de  otros  ó  ctreuna 


—  1099  — 

tanda*  que  no  nos  son  impotables,  han  planteado  a  las  puer- 
tas de  nueetro  país,  y  para  cuya  solución  el  voto  de  España, 
por  modesto  que  sea  el  papel  de  esta,  es  indispensable,  Hay 
que  reflexionar  sobre  los  procedimientos;  sobre  los  medios 
posibles  y  los  medios  necesarios.  Precisa,  hoy  como  nanea, 
resistir  las  tentaciones  y  evitar  los  desvanecimientos.  Urge 
estudiar  la  razón  y  el  fin  último  de  nuestra  actitud  y 
nuestras  gestiones  respecto  de  esos  problemas.  Pero  sobre 
todo,  hay  que  adquirir  el  convencimiento  de  que,  hoy  por 
hoy,  ningún  empeño  de  la  naturaleza  dalos  indicado»  y 
ningún  esfuerzo  transcendental  de  España  son  realizables 
sin  la  cooperación  internacional. 

De  aquí  resulta  nna  nueva  comprobación  de  la  tesis  de 
que  si  España  no  ha  de  quedar  fuera  del  movimiento  in- 
ternacional, es  indispensable  que  se  forme  en  la  Penín- 
sula una  opinión  pública  sobre  estos  puntos;  que  se  deter 
inine  una  orientación  respecto  de  nuestra  politice  exterior 
y  en  fin,  que  se  preparen  condiciones  y  medios  de  que  Espa- 
ña actúe  como  un  factor  déla  vida  total,  política  y  vocial» 
del  siglo  xx. 

Todo  esto  supone:  1.°  la  necesidad  de  que  España,  lo 
mismo  en  el  orden  político  que  en  el  científico,  en  el  eoouó 
mico  y  en  el  social,  no  sea  una  excepción  en  la  mi  r  cha  gene- 
ral del  Hundo  contemporáneo,  y  2.°  la  conveniencia  de  estu- 
diar y  aprovechar  las  lecciones  que  los  pueblos  más  adelan- 
tados nos  dan,  mediante  experiencias,  tanto  mas  valiosas, 
cuanto  que,  por  regla  general,  todos  esos  pueblos  han  inoc- 
rrído  en  defectos  y  pecados  idénticos,  cuando  no  superiores, 
á  los  de  España,  con  la  diferencia  de  que  aquellas  naciones, 
al  revés  de  la  española,  han  prescindido  del  inmenso  error 
de  perseverar  en  sus  desastrosas  equivocaciones. 

A  primera  vista  estas  condiciones  son  tan  sencillas  como 
inexcusables.  Nadie  puede  discutirlas.  Todo  el  mondo  las 
acepta.  Sin  embargo,  la  realidad  dista  mucho  de  tales  su- 
puestos. 

Todavía  en  España  tiene  gran  tuerza  la  tendencia  ¿re- 
presentar, dentro  del  Mundo  contemporáneo,  lo  mismo 
que  representamos  al  principio  do  la  Edad  Moderna,  pero 
en  un  medio  totalmente  opnesto  á  la  eficacia  de  aquella  re 
presentación.  Por  eso  son  tanto  de  temer  la  ingerencia  del 
clericalismo  (visible  y  palpable  ahora  oomo  pocas  veces)  y 
la  influencia  de  la  intolerancia  religiosa,  que  palpita  en  el 
fondo  de  nuestras  costumbres. 


—  1100    — 

No  menos  positiva  y  funesta  es  la  propensión  á  mantener 
la  ori finalidad  española  en  ciertas  fiestas  populares  que  nos 
perturban  y  que  fortifican  cierta  afición  violenta  y  aan- 

Suinaria,  que  nos  ha  perjudicado  lo  indecible  en  el  curso  de 
i  Historia.  Lo  propio  puede  decirse  respecto  de  la  originali- 
dad escandalosa  de  la  falsificación  sistemática  de  la  función 
electoral.  Lo  mismo  de  la  Drerjotencia  del  caciquismo  y  del 
amor  siempre  vivo  á  la  indisciplina  y  la  guerra  civil. 

Como  éstos  pudieran  oitarse  otros  ejemplos,  de  que  gene- 
ralmente se  habla  <¡on  una  lenevolenoia  qne  bas'aria  para 
acreditar  el  arraigo  de  estos  grandes  obstáonlos  á  la  identi- 
fícaciÓQ  de  España  con  el  medio  social  contemporáneo,  sin 
el  cual  será  perfectamente  ocioso  todo  cuanto  intentemos. 

Por  esto,  por  la  oomplejidad  de  los  fenómenos  aludidos  y 
lo  profundo  de  sus  causas,  hay  qne  decir,  hasta  la  saciedad, 
que,  para  rectificar  lo  que  ahora  en  España  priva  y  ha  difi- 
cultado y  dificulta  la  cordial  y  fecunda  relación  de  nuestra 
Patria  eon  el  resto  del  Mundo,  es  indispensable  el  concur- 
so de  varios  elementos  de  la  sociedad  española. 

fio  estas  Conferencias  hay  que  poner  a  un  lado  lo  o^ue  co- 
rresponde especialmente  al  Gobierno  español  oomo  director 
de  nuestra  política  exterior.  Pero,  respecto  de  este  par- 
ticular, bien  puede  aquí  decirse  que  conviene  la  reforma  y 
gi  organización  de  nuestro  actual  y  un  tanto  anacrónico  re- 
remen  diplomático  y  consular. 

Con  esto  podría  relacionarse  la  creación  (por  esfuerso  di- 
recto ó  cooperación  análoga  á  la  que  hoy  el  Estado  presta  á 
la  Escuela  de  Estudios  Superiores  del  Ateneo  y  que  co- 
rresponde á  una  de  las  novísimas  fórmulas  de  la  política 
Íudadógica  contemporánea)  de  una  Escuela  de  Derecho  Co 
ouial  6  Internacional  que  favoreciera  la  formación  de  uu 
cuerpo  competente  para  representar  á  España,  no  sólo  en 
el  extranjero,  si  que  en  sus  co'onias  de  África,  contando  can 
que  han  de  variar  el  carácter,  la  organización  y  el  destino  de 
nuestras  posesiones  de  Ceuta,  Heliila,  Chafarinas,  etc.,  etc. 
De  la  creación  de  esta  Escuela  se  trató  haoe  tres  años  (al 
amparo  del  Ateneo  de  Madrid)  pero  los  buenos  propósitos  ds 
entonces  han  quedado  completamente  en  el  olvido,  aun  ouan- 
do  es  notorio  que  nuestra  deplorable  y  desacreditada  Admi- 
nistración colonial  ha  entrado  oomo  factor  potísimo  en  le 
últimos  escandalosos  fracasos  y  desastres  de  España,  y  qi* 
uoflBtra  representación  diplomática  no  nos  ha  valido  pan 
atenuar  siquiera  los  efectos  de  nuestra  actual  crisis. 


—  110)  — 

Deo tro  de  la  competencia  del  G ibierno  se  encuentra  tam- 
bién la  reanudación  de  nno  de  loe  más  serios  y  menos 
estudiados  procedimientos  ideados  y  practicados  por  los 
Beyes  Católicos  en  el  momento  de  ser  oreada  España:  el 
enrío  al  extranjero  de  jóvenes  inte  ¡gente*  y  de  maestros  o** 
lóeos  que  estudien  lo  qne  pisa  en  el  resto  del  Mando,  y  que» 
empapándose  en  las  ideas  y  las  tendencias  de  la  época,  con- 
tribuyan, después,  á  divulgarlas,  implantarlas  y  desarro- 
llarlas en  mientra  Patria,  por  meiios  suaves,  pero  intencio- 
nados y  pe  rae  varantes. 

Claro  está  que  esto  es  algo  muy  distinto  de  las  comisio- 
nes con  qne  el  compadrazgo  imperante  favorece  á  los  ami- 
gos y  los  desocupados  que,  sin  res  Uta  lo  alguno  para  el 
p*n,  hacen  hoy  viajes,  de  recreo  por  Earopa,  á  costa  del 
Estado. 


Sabré  todo  eato  deben  ponerse  los  esfuems  propios  de  los 
elementos  Ubres  é  independientes  de  nuestra  sooieiad. 
Quizi  la  pasividad  de  eaps  elementos  oonatituye  la  primer 
causa  de  nuestro  actual  abatimiento.  Sería  dificilísimo  de* 
talUreneate  instante  aquellos  esfaersia.  3in  embargo, 
es  dable  y  conviene  precisar  algunos. 

Desde  laego»  hay  que  recomendar  y  esperar  que  la  prensa 
varia  el  modo  de  considerar  las  cuestiones  exteriores  y  la 
política  internacional,  que  no  es  ni  puede  ser,  como  algunos 
periódicos  independientes  dicen  en  estos  días,  la  manía  de 
nn  aabio  ó  la  preocupación  de  na  extóatrun. 

EL  perió  i ¡co  tiene  hoy  la  ventaja  de  la  fueria  de  su  vos  y 
de  la  extensión  de  su  auditorio.  Además,  momentáneamente, 
le  dan  valor  extraordinario  la  desorganisioión  y  pasividad 
de  loa  partidos  políticos  y  las  corruptelas  y  abandonos  del 
Parlamento,  que  ni  siquiera  se  decide  á  defenderse  contra  las 
agresiones  da  esa  misma  prensa,  más  pecadora  que  el  mismo 


r* 


—  1102  — 

Pt ritmes to.  Los  partidos  actuales  todavía  so  ven,  como  vie- 
res sus  predecesor  es  la  necesidad  detener  periódicos  propios 
como  tienes  xepresestastes  en  las  Cortes.  Esa  necesidad  es 
mejor  es  Espafis,  por  la  visible  decadencia  de  tes  ineetinot 
y  las  conferescias  populares,  cada  Tes  más  pujantes  en  el 
extranjero. 

Luego,  hay  que  colicitar  y  esperar  una  actitud  mas  deci- 
dida y  eficas  de  parte  de  nuestras  clases  directora*,  Esta 
acción  puede  demostrarse  en  circuios  docentes,  como  el 
Alineo  de  Madrid,  cuja  importancia  y  cuja  eficacia  en  ?a 
superior  cultura  política  de  la  España  contemporánea  es 
notoria,  rivalizando,  cuando  no  superando,  á  las  Sociedades 
Económicas  de  Amigos  del  País  de  fines  del  eiglo  xViH, 
que  prepararon  la  vida  parlamentaria  del  zix. 

En  el  Ateneo  ie  Madrid  (llamado,  en  1860  y  cuando  im- 
peraban en  nuestro  país  la  intolerancia religici a  y  el  prohi- 
bicionismo mercantil,  1&  Holanda  de  España)  comena*ron 
los  estudios  públicos  de  Derecho  internacional,  dentro  del 
periodo  contemporáneo.  Lo  demuestran  las  actas  de  los  de- 
bates de  sus  Secciones  y  las  lecciones  qne  en  la  prestigiosa 
cátedra  de  las  calles  Carretas  y  de  la  Montera  dieron,  desde 
1141  á  1850,  losacfioresBuizLópezy  D.Facundo  GcfiL  Ce 
tres  silos  á  esta  parte,  esos  estudios  figuran,  con  distintos 
nombres,  en  el  coadio  de  las  cátedras  permanentes  del  Ate- 
neo,  porque  formas  parte  de  la  Escuela  de  Estudio*  supe- 
riores del  mi*  mo  Instituto. 

Pero  seria  de  desear  qne  esto  se  complementara  incla- 
vendo  es  el  mismo  cuadro  de  eneefiansas  regulares,  la  de 
otras  materias,  como  la  Política  comparada,  la  Historia 
política  contemporánea  y  la  Geografía  politioa  y  r¿*n*r*:i.¡, 
qns  ó  faltan  completamente  es  el  programa  de  la  tieefianí* 
superior  oficial  de  nuestro  país  ó  aparecen  es  éste  de  un  mo- 
do accidental  y  muy  por  bajo  de  las  necesidades  intelectuales 
y  políticas  de  nuestra  atrasada  Patria. 

El  ejemplo  del  Ateneo  madrilefio  seria  muy  provechoso 
para  aquellas  comarcas  que,  como  la  catalana  y  vizcaína. 
representan  dentro  de  Espafia,  la  sota  europea,  Ó  para  aque- 
llas otras  que,  sis  este  carácter,  muestras  benévola  disposi- 
ción á  empeños  de  vulgarización  científica,  cerno  loe  reali- 
zados es  estes  des  últimos  añor,  eos  alto  sentido  patriótico 
j  admirable  éxito,  po  **  los  ilustres  profesores  de  la  Univer- 
sidad de  Oviedo,  que  en  nuestro  país  secundan  la  menti 
sima  empresa  de  la  expansión  universitaria9  iniciada  a 


—  1103  — 

Inglaterra  dentro  del  último  tercio  de  nuestro  siglo  y  dea 
arrollada,  después,  espléndidamente,  en  Francia  y  Alema- 
nia. 

Esto  podría  tomar  mayor  vueí o  si  los  hombres  capaces  de 
nuestro  país,  ann  fuera  de  1»  jurisdicción  universitaria,  se 
dispusieran  á  dar  vida  en  España  á  las  conferencias  popu- 
lares, boy  importantísimas,  tanto  por  su  número,  oomu  por 
su  variedad,  "como,  en  fin,  por  el  creciente  número  de 
sus  asistentes,  en  Inglaterra,  la  Europa  central  y  los  Esta- 
dos Unidos  de  América.  La  conferencia  popular,  libreó 
sistemática,  suelta  6  formando  parte  de  los  llamados  Cursor 
frites,  esrcoea  perfectamente  distinta  del  meeting,  dedicado 
casi  exclusivamente  al  sentimiento  público.  La  conferencia, 
bien  sostenida  y  extendida  por  la  acción  de  grupos  propa- 
gandistas ajenos  á  todo  exclusivismo  departido,  de  escuela 
6  de  iglesia,  llenaría  boy  un  gran  bueco  de  la  sociedad  es- 
pañola. 

Quita  ei to  pudiera  haberse  realisado  satis faotoriamen te 
ai  se  hubiera  establecido  la  Sociedad  de  cultura  popular  y 
vulgarización  científica,  decretada  por  el  Congreso  Ibero- 
americano pedagógico  de  1892. 

También  seria  de  bastante  influencia  la  constitución  de 
otra  Sociedad,  proyectada  bajo  los  auspicios  del  Ateneo  de 
Madrid  y  por  recomendación  del  famoso  Instituto  de  De- 
recho Internacional  que  en  1873  se  fundó  en  Gante  y  que 
han  presidido  autoridades  científicas  como  los  señores  Bolín 
Jacquemius,  Asser,  Westltke,  Mancini,  De  Parieu,  Rivier, 
Renault  y  otros. 

Esta  Sociedad  habría  de  dedicarse  al  cultivo  de  la  Polín 
oa  comparada  y  del  Derfecho  internacional,  por  medio  de  de- 
bates públicos,  conferencias  populares  é  informes  á  los  Oo 
biernoa  y  á  la  opinión  del  país,  complementando  y  am- 
pliando   la    obra    meritoria    que    ahora  realisa  en  una 
determinada  esfera,  la  Sociedad  Geográfica  de  Madrid, 
que  es,  quisa,  el  único  centro  que  en  la  España  de  nuestro* 
oías  mantiene,  con  cierta  elevación  é  insistencia,  el  inte 
res  de  nuestra  política  exterior. 

Para  tal  empeño  servirían  mucho  los  catedráticos  de 
Derecho  internacional  público  y  privado  que  existen  en  to 
dan  las  Universidades  de  España  de  quince  años  á  esta  par 
te,  y  que  con  frecuencia,  publican  discursos,  memorias  y  aun 
libros,  perdidos  en  medio  de  la  indiferencia  general  y  del 
desdén  de  nuestros  políticos  y  nuestros  literatos. 


—  1104  — 

Tul  obra  aloausarla  mayor  importancia  ai  al  cabo  se 
realizara  el  transcendental  empeft»  de  un  ilustre  político 
sudamericano  recientemente  establecido  en  nuestro  pala,  de 
hacer  de  éste,  centro  de  ana  empreea  internacional  y  base  de 
la  publicación  de  un  gran  periódico,  cayo  carácter  v  cuya 
transcendencia  indica  bastante  su  título:  El  Mundo  Latina. 

Pero  ahora  se  anuncia  otra  obra  que  podrá  servir  de 
micho  para  avivar  entre  nosotros  loe  estadios  de  Derecho 
Públioo,  y  señaladamente  de  Derecho  Internacional.  Esta 
obra  es  el  Oongrtto  Social  y  Económico  Htipano  A  varícam, 
que  se  inaugurará,  en  Madrid,  en  el  próxiua  >  ron  t. 

Quisa,  puesta  la  mirada  exclusivamente  en  la  eficacia  te- 
tal  y  el  resultado  inmediato  de  la  empresa,  pudiera  Uoharae 
de  excesivo  su  programa.  Los  tiempos,  y  sobre  tolo  la  si* 
tuición  actual  de  España,  no  consienten  hiy  lo  que  no 
extrañaría  en  1802,  y  parecía  abonado  ai  día  siguiente  do 
la  Revolución  de  1868. 

Ese  Congreso  puede  ser  considerado  desda  tres  pantos  de 
vista.  El  político,  el  táurico  y  el  de  la  propaganda. 

La  rolaoióa  política  es  la  más  grave,  U  de  superior 
transcendencia  y  la  verdaderamente  difícil,  p  ir  oircaas* 
tanoias  qne  no  hay  para  qnó  detallar  ahora.  Ej  lo  pro- 
bable que  ni  Inglaterra  ni  ios  Estados  Unido.*  vean  con  in* 
diferencia  cualquier  oosa  que  pueda  contrariar  el  sentido 
de  la  expansión  anglosajona.  Precisamente  en  estos  mo- 
meatos  se  prepara,  por  la  iniciativa  del  Gobierno  de  los 
Estados  Unidos  (que  no  tiene  la  mism*  calma  que  el  Go- 
bierno de  Madrid,  respecto  de  las  consecuencias  del  Trata* 
do  de  París  de  1898)  un  Congreso  americano  que  ae  lia  de 
celebrar  dentro  de  pocos  meses  en  Méjico,  y  donde  es  ve- 
rosímil qne  se  vuelvan  á  escuchar  los  aoento*  de  Blains.  T 
ya  se  anuncia  que  el  Gobierno  portugués  (seguramente  por 
alguna  mena  mayor  que  la  de  su  propia  espontaneidad), 
hará  manifestación  oficial,  más  ó  menos  precisa,  de  que  ni 
admite  qne  el  próximo  Congreso  de  Madrid  sea  ibérico  ni 
está  en  su  ánimo  acudir  á  el  con  reprejeaUción  análoga 
á  la  que  tuvo  en  los  Congresos  de  1892. 

Se  trata,  pues,  de  algo  verdaieramante  serio:   por  lo 
pronto,  delicado.  Mas  esto  no  puede  ser  un  argumento  en 
contra  de  ese  Congreso  que  deba  celebrarse»  cnalesquier 
que  aean  sus  resultados  inmediatos  y  positivos, 

Pero  hay  otro  aspecto  del  asunto  que  no  puede  menos  d 
interesar  aun  á  los  más  desconfiados  y  meticulosos.  Qairt 


—  1105  — 

es  lt  América  latina  la  comaroa  donde,  dentro  de  lo»  ultimes 
einonenta  años,  se  ha  cultivado  y  cultiva  oon  más  amor  y 
preferencia  el  Dereoho  Internacional;  lo  mismo  en  el  oírcu 
lo  de  loe  doctos  y  especialistas  que  on  el  mayor  de  los 
políticos/ 

También  pnede  aventurarse  la  especie  de  qne  en  esa 
América  es  donde  con  más  fe  se  han  inioiado  el  plantea- 
miento de  instituciones,  y  la  proclamación  de  fórmulas  ju- 
rídicas de  mayor  novedad  y  transcendencia,  dentro  del  or 
den  del  Derecho  público  contemporáneo. 

La  demostración  de  lo  primero  es  muy  fácil  para  quien 
medianamente  conosoa  la  bibliografía  jurídica  de  nueartro 
siglo. 

Los  nombres  de  Bello,  Seijas,  Alporta,  8áenz  Peña,  Cal- 
vo, Toro,  Barra,  Lopes,  Sarmiento,  Caballos,  Pereira  y 
otros,  excusan  comentarios.  Por  otra  parte,  está  justificada 

Ct>r  los  hedhos,  la  pretensión  de  los  hispano  americanos  de 
abarse  adelantado  á  Europa  en  la  noble  empresa  de  dar 
realidad,  en  sms  varias  formas,  á  la  idea  del  arbitraje,  has- 
ta aproximarse  al  ideal  sostenido  en  nuestros  días  por  los 
más  calurosos  propagandistas  ds  esta  avanzada  fórmula 
d»l  movisimo  progreso  jurídico. 

Con  efecto,  más  de  un  publicista  trasatlántico  ha  dicho» 
sin  réplica  posible,  que  cuando  en  1873  Manoini  legró  que 
la  Cámara  de  dipntados  de  Italia,  antes  que  otras,  se  pro- 
nunciara en  favor  de  la  cláusula  compromisoria  de  arbitra- 
je, hada  medio  siglo  (1822  26)  que  esta  cláusula,  por 
inspiración  de  Bolívar,  figuraba  ya  en  los  primeros  pactos 
de  les  nacientes  Repúblicas  hispano  americana?.  Y  cuando 
en  1895,  la  Conferencia  interparlamentaria  de  la  Pas,  re- 
unida en  Bruselas,  recomendó  la  constitución  de  un  tribu- 
nal permanente  de  arbitraje  internacional  entre  los  Estados 
europeos,  hacía  ya  tres  cuartos  de  siglo  que  esa  institución 
había  sido  recomendada  y  hasta  bosquejada,  en  la  América 
latina,  como  lo  demuestran  las  Actas  del  Congreso  de  Pana- 
má de  1822  26,  de  los  Congresos  de  Lima  de  1847-48  y  de 
1865,  del  de  Santiago  de  Chile  de  1856,  y  de  las  Conferen- 
cias diplomáticas  de  los  representantes  de  Méjico,  Nueva 
Granada,  Venezuela,  Guatemala,  Salvador  y  Costa  Rica, 
reunidos  en  Washington,  el  propio  afio  de  1856. 

Aun,  en  orden  más  modesto,  pero  como  demostración  in* 
superable  de  simpatía  al  principio  del  arbitraje  de  ca- 
rácter permanente,  las  Repúblicas  hispano-amerioanas  pue- 


~> 


—   1106  — 

den  presentar  hechos  tan  plausibles  como  los  acuerdos 
del  Congreso  de  Panamá  de  1880  81,  sobre  el  convenio 
colombiano  ehileno  de  Bogotá  de  1880;  la  Conferencia 
celebrada  en  Caracas,  oon  motivo  del  Centenario  de  Bolívar 
en  1883;  y  las  convenciones  de  Panamá  y  de  Paila  de 
1882  y  83  sobre  el  tema  del  convenio  de  Chile  y  Colombia 
de  1880.  Esto,  aparte  de  la  disposición  favorable  á  lo  f  anda- 
mental  de  la  idea,  acreditada  en  el  Congreso  pm -atoen 
cano  de  Washington  de  1889  90  y  en  el  Congreso  jurídico 
hispano  iortngné¿americano  celebrado  en  Madrid  en  1892. 

Eii  cnanto  á  la  introducción  de  la  cláusula  especial  com- 
promisoria del  arbitraje  en  los  Tratados  particulares,  no 
se  puede  prescindir  de  que  esa  cláusula  ya  aparece  en  los 
Tratados  de  1828  de  Chile  con  el  Perú,  de  1829  del  Perú 
con  Colombia,  de  18S6  del  Ecuador  oon  la  Argentina,  de 
1 839  de  Méjico  con  Bélgica,  de  1848  de  Méjico  can  loa  Ea- 
tadoa  Un-.dos  del  Norte,  de  1850  de  Méjico  con  Bélgica, 
de  1852  de  Chile  con  Francia,  de  1853  del  Pera  con  Espa- 
da, etc.,  etc.,  hasta  llegará  los  Tratados  recíentünmoe  y 
exccpcionalmente  expresivos  del  Ecuador  con  España  y 
Francia  de  1888;  de  Colombia  oon  España,  de  1894;  de  Ee- 
paña  con  el  Perú,  de  1898  y  de  la  República  Argentina 
con  Italia  de  este  propio  año.  Este  último  Tratado  es  quizá 
el  que,  hoy  por  hoy,  supera  á  todo  cnanto  sobre  el  particular 
se  ha  hecho  en  el  mundo  internacional. 

Pero  lodavia  hay  otro  punto  sobre  el  cual  las  pretensiones 
hispano  americanas  tienen  que  ser  aceptadas,  por  mucho  que 
cneete  á  los  Gobiernos  de  la  vifja  Europa,  que  tan  mal  tra- 
taron á  aquellos  pueblos  en  los  primeros  días  de  su  inde 
pendencia.  Se  trata  de  los  esfuerzos  realiaadas  por  aque- 
llas Repúblicas  latinas  para  codificar  sus  leyes  civiles,  en 
relación  con  los  nuevos  rumbos  del  Derecho  Internacional, 
y  señaladamente,  para  codificar  el  Derecho  I  a  temado  nal 
privado. 

Lo  que  Europa  viene  haciendo  por  iniciativa  de  Holanda 
en  las  Conferencias  del  Haya  de  1893,  1896  y  1900,  lo  in- 
tentó antes,  con  más  amplitud  y  quiaá  mayor  éxito,  el  Con- 
greso de  Derecho  Internacional  Privado  de  Montevideo  de 
1888-92. 

Ahora  bien,  sea  el  que  fuere  el  éxito  puramente  político  d 
Congreso  Hispano  Americano,  oonvooado  para  el  otoño  < 
1900,  en  Madrid,  bien  puede  asegurarse  que,  si  hay  tacto 
vigor  en  los  directores  de  esta  Asamb.ea,  de  allí  puede  sil 


j 


—  1107  — 

un  gran  adelanto  para  el  Derecho  público  contemporáneo,  y 
especialmente  para,  el  Derecho  Internacional. 

No  ha  de  ser  mny  difícil  aprovechar  los  datos  antes  in 
dicados  par»,  cuando  menos,  generalizar  los  recientes  Trata* 
dos  de  la  B«públioa  Argentina  con  Italia,  y  del  Ecuador  y 
Colombia  con  España,  amellándolos  y  relacionándolos  oon 
los  acuerdos  de  la  Conferencia  de  la  Pas  del  Haya. 

Del  mismo  modo  es  dable  realizar  ahora  oon  mayores 
complementos  y  efectos,  lo  que  ya  debió  hacer  el  Gobierno 
español  hace  seis  ú  ocho  años,  cuando,  la  adhesión  oondieio- 
.  nal  ?  ai  referendum  de  nuestro  representante  diplomático  en 
el  Urnguay  á  loe  ocho  Tratados  del  Congreso  de  Montevi- 
deo, facilitó,  de  modo  especial,  la  obra  de  concordia  y  pro* 
greso  de  que  es  otra  muestra,  aunque  de  mucho  menor  al- 
cance que  la  americana,  lo  concertado  en  el  Haya  en  1896 
y  luego  publicado  en  la  Gaceta  Oficial  de  Madrid  de  1899, 
sobre  Derecho  internacional  privado. 

Esta  empresa  es  relativamente  fácil  y  no  hay  que  ponde- 
rar su  importancia.  Tanto  más  cuanto  que  su  feliz  éxito  no 
empece  que.  en  el  Congreso  proyectado,  se  traten  amplia- 
mente otras  cuestiones  y  se  veoga  á  resoluciones  concretas 
sobre  reformas  postales  y  telegráficas,  movimiento  banca- 
rio,  aranceles  de  Aduanas,  propaganda  mercantil  y  trato 
intelectual  y  literario  de  España  y  las  Repúblicas  latinas 
de  América.  Antes  bien,  lo  que  en  el  orden  jurídico  se  lo- 
gre será  una  fuerte  preparación  ó  uoa  garanda  positiva  de 
cuanto  en  otros  órdenes  de  vida  se  consiga. 

Pero  todavia  el  anunciado  Congreso  se  recomienda  por 
otro  concepto,  muy  relacionado  con  las  consideraciones  id 
tainamente  expuestas  respecto  de  la  alta  conveniencia  de 
formar  en  España  una  opinión  pública  sobre  los  problemas 
generales  del  Mundo,  política  exterior  y  ouestiones  inter- 
nacionales. El  Congreso  es  una  gran  ocasión  para  la  pro- 
paganda de  todas  estas  ideas.  Por  si  mismo  es  un  empe- 
ño propagandista  de  priíner  orden. 

Hay,  pues,  que  contribuir  á  él.  De  ninguna  suerte  se* 
ría  excusable  que  nuestros  hombrea  políticos,  nuestra  pren- 
sa y  las  personas  que  se  interesan  por  la  vida  mora  del 
nuestro  país  se  desentiendan  de  esa  obra,  pretextando  núes 
tra  impotencia  ó  la  inoportunidad  y  exageración  del  intento 
ó  el  escaso  valor  que,  en  crisis  como  la  aotnal  y  en  planes 
como  el  de  que  se  trata,  tienen  los  esfuerzos  de  puro  carác- 
ter moral. 


—  1108   - 

Sobre  todo  hay  que  combatir  enérgicamente  esta  última 
alegacióo,  por  lo  mismo  que  está  muy  generalisada.  Ño  es 
verdad  que  el  vinco  lo  más  poderoso  de  los  pueblos  sean  los 
intereses  materiales.  Tampoco  es  exacto  que  las  grandes 
re vol  aciones  y  trasfbrmaeiones  de  la  Historia,  se  hayan 
verificado  por  el  impulso  deoisivp.  6  por  lo  menos  preferen- 
te, de  esos  mismos  intereses.  No  hay  que  confundir  las 
apariencias  con  las  realidades. 

Todos  esos  grandes  hechos  deben  ser  profundizados  para 
reconocer  la  fuersa  más  6  menos  oculta  que  lo  agita  y  re- 
mueve todo,  y  que  frecuentemente  parece  en  una  despropor- 
ción colosal  con  lo  que  empuja  y  momentáneamente  produce» 
£ea  faena  siempre  ha  sido,  es  y  será,  una  fuerza  esencial- 
mente moral.  Por  causas  morales  más  que  por  la  necesidad 
finca,  los  hombree  £e  agotan 9  se  baten  y  mueren. 

Indudablemente,  sin  dinero,  sin  recursos  materiales,  no 
hav  empresa  positiva.  Eso  deben  meditarlo  los  políticos  de 
los  humos  deseos,  y  deben  saberlo  los  que  esperan  que  las 
oo^as  se  hagan  por  si  solas  6  caigan  hechas  del  cielo.  Pero 
la  empresa  supone  siempre  algo  invisible,  impalpable,  alen- 
tador, fortificante,  excitante,  que  responde  al  juego  mará* 
vilioFí)  de  los  principios,  secreto  de  la  vida  universal. 

Por  eso  y  por  otras  muchas  rasones  íntimamente  reía 
cionadas  con  la  crisis  presente  de  España,  tenemos  que 
preocuparnos  ahora  de  la  muy  comprometida  vida  moral  de 
nuFStr  o  pais.  r 

Hav  que  fiar  en  la  virtualidad  de  las  ideas  y  hay  qse 
cultivarlas  con  verdadero  amor,  aprovechando  la  dura  ex- 
periencia de  estos  últimos  años,  muy  relacionada  con  el 
tríete  espectáculo  que  se  nos  ha  impuesto  en  estos  últimos 
días,  de  una  gran  decadencia  de  los  resortes  morales  de  la 
sociedsd  española  y  una  deplorable  distracción  del  rumbe 
que  ésta  había  tomado  bajo  la  influencia  de  'la  Revolución 
de  1868,  discutible  ó  no  en  el  ordeq  general  político,  pero 
indiscutible  en  cnanto  nos  puso  en  relación  con  el  sentido 
progresivo  y  las  ideas  dominantes  en  el  Mundo  contempo- 
ráneo. 

Lo  expuesto  en  este  Curso  de  la  Escuela  de  Estudios  As- 
perfores  del  Ateneo,  es  una  pequeña  demostración  de  esta 
toéis.  Además,  constituye  unademostraciónconsiderablede  ja 
que  se  enunció  al  prinoipio  de  estas  lecciones,  relaf 
á  la  utilidad  positiva  y  al  interés  práctico  de  toda  obra  q 
tenga  por  objeto  hacer  que  España  viva  la  vida  intemao 


•  —1109  — 

nal,  y  que  para  ello  siga  con  atención,  máa  ó  menos  reflexi- 
va pero  siempre  despierta,  lo  que  en  el  reato  del  Mondo 
pasa. 

£n  tal  ccncf ptc,  á  las  raiones  fundamentales  qoe  aore- 
ditsn  la  stbstantividsd  del  Derecho  Internacional  (ele- 
mento de  primer  orden  del  Derecho  Público  Moderno)» 
hay  que  agregar  loa  hechos  materiales  que  en  fspafla  oons- 
ti '.oyen  la  materia  de  los  últimos  tristísimos  desastres,  enya 
corrí cción  ó  ¿nbea  nación  no  podrá  verificarse  sino  saliendo 
de  Ice  antiguos  rumbos  y  de  las  viejas  preocupaciones. 

Si  i  eos  desastres  te  cottsideían  paia  algo  más  que  para 
el  lamtiüo  estéril  6  Ja  rebeldia  t-aténics,  deten  servir  para 
r* cí ificar  aquella  ciega,  aquella  abenrda  y  ceei  inexplicable 
coiüsnza  con  que,  por  estado  de  moches  afios,  se  han 
visto  fot  mar  icbre  nuestro  hor i xen te  las  tempestades,  cre- 
yendo ejee  jara  nuestra  gtntración  no  ae  hablan  hecho  ni 
Ja  bancarrota  da  la  Hacienda,  ni  loa  fracasos  del  Ejército 
y  la  Harina,  ni  el  detmiibramieníodel  territoiio nacional, 
con  qne  habían  sido  castigadas,  á  nuestra  vista,  otras  Na* 
doñee,  quizá  más  despiertas,  pero  comprometidas  en  la 
lucha  con  Jo  imposible,  bajo  la  inspiración  de  lo  arbitrario, 
lo  anacrónico  ó  lo  fantástico. 

Lo  que  unánimemente  se  suponía  que  aquí  no  había  di 
ptsar  ba  jasado,  y  ha  sucedido  más,  mocho  más  de  lo  qoe 
Jos  hcmtrf  js  prudente!  y  perspicaces  podían  temer.  Porque 
ha  resultado  que  el  fondo  del  pais  estaba  bastante  peor  de 
lo  que  aventuraban  loa  críticos  tachados  de  visionarios  y 
pesimistas. 

Por  otra  parte,  casi  nada  de  lo  sucedido  es  peregrino  en 
la  Historia.  Al  igual  qoe  Espena,  han  caldo  y  van  cayendo 
otras  naciones  de  poder  an  alego  al  de  esta,  lío  se  trata  de 
una  verdadera  sorpresa.  No  hay  qoe  hablar  de  un  infortu- 
nio invercaimil  6  incomparable.  En  cambio,  hay  qoe  ver 
con  serenidad  é  intención  el  fenómeno.  Procede  como  non- 
ca  examinar  sos  caoaa.  Porqoe  la  repetición  del  hecho 
acosa  la  existencia  de  ona  ley. 

Discurriendo  sobre  este  ponto,  pronunciase  en  primer  tér- 
mino, el  acentuado  contraste  qoe  ofrecen  el  estado  aetual  de 
España  y  la  eitaación  qoe  hoy  tienen  aquellas  otraa  nacio- 
nes que  con  la  primera  compartieron,  dentro  da  la  Idad 
Moderna,  la  dirección  política  y  social  del  Mondo. 

¿Cómo  j  por  qtó  ae  ha  realiíado,  y  sobre  todo  se  mantiene 
esta  considerable,  esta  verdaderamente  extraordinaria  di- 


e* 


—  1110  — 

ferencia,  que,  así  en  so  coatenido  como  en  su  respectivo  va- 
ior ,  en  relación  oon  la  cuitara,  la  riqneta  y  e!  progresa  ge- 
neral de  la  Humanidad,  no  ee  dable  desvanecer  ó  atenuar  oon 
frasee  más  ó  menos  retoricas,  eufemismos,  canvenrionalú- 
mos  y  otros  recursos  incompatibles  con  la  realidad  que  en- 
tra por  los  ojos  y  los  oídos  de  todos  los  contemporáneos? 

De  otra  parte,  los  adelantos  realizados,  las  instituciones 
creadas,  las  invenciones  dif andidas,  las  comodidades  arrai* 
gadae,  todo  eso  que  constituye  la  sustancia  y  el  esplendor 
de  la  civilización  contemporánea  y  que  es  la  ratón  del  po- 
der y  el  secreto  de  le  arrogancia  de  los  pueblos  victoriosas, 
prósperos  e  imponentes  de  nuestros  dia§,¿todc  eso  se  ha 
ideado  y  hecho  para  otros  seres  de  naturaleza  distinta  de 
la  de  los  españoles,  oondenados  á  ser,  por  ley  de  origan  y 
compromiso  de  rasa,  una  excepción  vergonzosa  de  la  nue- 
va Europa? 

Tema  es  esternas  ds  una  ves  tratado  para  combatir  las 
vulgaridades  y  disparates  oon  que,  todavía  no  hace  mucho 
tiempo,  se  pretendía  por  algunos  cohonestar,  ya  que  no  de* 
fender,  la  esclavitud  de  los  negros.  Os  menos  escíndalo  es 
lo  que  se  dice  para  re90mendar  á  los  españoles  blanco*  la 
resignación  ante  las  fatalidades  de  la  rasa.  Pero  en  el  fon- 
do el  argumento  es  el  mismo.  Contra  ól  protestan  coda  la 
Historia  contemporánea  y  la  Política  comparada . 

Las  rasas,  las  familias,  los  pueblos  pueden  distinguirse, 
y  seguramente  se  distinguen  por  sus  respectivas  aptuulee: 
ae  distinguen  mis  por  su  educación  y  sus  prácticas.  Pera 
en  lo  fundamental,  en  lo  característicamente  ha  mana,  todos 
los  hombres  son  unos,  y,  por  tanto,  los  progresos  que  rea- 
liza un  pneblo  pueden  realizarlo  los  demás*  siquiera  varíen 
la  forma  y  en  las  aplicaciones.  Por  eso  la  libertad  no  es 
planea  ingle*at  ni  la  democracia  una  inttitnció*  amtri* 
cana. 

Por  esto,  y  por  muchas  otras  rásanos  que  salen  con  faci- 
lidad de  la  historia  política  y  social  de  Espala,  puado  ne- 
garse en  redondo  que  el  destino  ds  nuestra  Patria  sea  el 
vergonsoso  abatimiento,  disfrazado  oon  una  indiferencia  des- 
esperante que  ahora  parece  amenasar  á  España,  aumentando 
con  una  nueva  sombra,  las  tristezas  de  nuestros  últimos 
desastres.  Mas  por  lo  mismo,  es  necesario  ahondar  en  la 
vida  española  para  saber  onalos  son  las  oausas  positivas  J- 
la  decadencia  de  fispafia,  cuál  la  razón  del  retraso  en 
ha  quedado  respecto  de  otras  naciones  oon  quienes  rí  va 


—  Hit  — 

no  hace  mucho,  y  que  en  otra  época  compartieron  sus  erro- 
res y  sos  pecados. 

De  tal  estadio  no  puede  menos  de  resaltar  lo  que  con  repe- 
tición se  ha  indicado  en  el  carao  de  este  trabajo.  A  saber: 
qne  las  dos  principales  causas  de  nuestro  actual  quebranto 
consisten  en  nuestro  apartamiento  da  la  vida  moral  y  i«ol¡- 
tica  del  Mundo  contemporáneo,  y  nuestro  ciego  empeño  en 
representar  ideas,  intereses,  causas  vencidas,  de  cuya  tira- 
nía se  han  emancipado  las  demás  naciones. 

Miradas  de  esta  suerte  las  cosas,  el  problema  resulta  re- 
lativamente sencillo.  Véase  lo  que  todavía  priva  en  la  so* 
ciedad  española  é  influye  visible  y  superiormente  en  núes 
tro  carácter  y  nuestra  conducta,  contribuyendo  de  mo  so 
particular  á  darnos  tono  y  significación  en  el  concierto  del 
Mundo.  Y  luego  relaciónese  esto  con  nuestra  decadencia  cre- 
ciente al  compás  del  progresivo  desarrollo  de  aquella  pri- 
vanza, basta  llegar  ni  palpable  abatimiento  de  estos  di*s, 
que  no  puede  explicarse  sólo  ea  vista  y  por  r tizón  de  cir 
cunstancias  secundarias  y  datos  de  última  hora. 

Por  otro  lado,  obsérvese  si  lo  que  aquí  priva  impera  tam- 
bién, en  mayor  ó  menor  grado,  á  la  hira  presente,  en  íaa 
naciones  prósperas,  y  relaciónese  la  progresiva  deja  parición 
de  los  errores  é  injusticias  que  todavía  padecemos  y  que 
también  padecieron  los  demás  pueblos,  con  el  desenvolvi- 
miento y  la  creciente  riquez»  moral,  intelectual  y  material 
de  las  demás  eocied-ides  europeas;  porque  es  evidente  qtis 
poco  ó  nada  de  lo  que  en  España  ha  ínflaido  ó  inflaya  tía 
dejado  de  infloir  en  el  resto  del  Mundo,  produciendo  e^  ¿i 
los  misinos  ó  arjá'offos  resultados. 

8d  trata  de  un  doble  trabajo  de  análisis  y  de  comp  r  v 
ción,  para  el  que  hoy  sobran  melios  y  elementos.  Pero  tra- 
bajo qne  hay  que  hacer  sin  prejuicios  y  con  entera  buei  te. 
De  aquí  nuevos  motivos  para  llevar  la  atención  de  nues- 
tro público — sobre  todo  de  nuestras  clases  oirectordB  (Ua 
más  capaces,  obligadas  y  responsables) — á  lo  que  pasa  iuáa 
allá  de  las  fronteras  españolas:  á  loque  por  el  general  con- 
senso y  la  práctica  común,  se  impone  como  la  ley  del  Man* 
do  novísimo:  á  lo  que  se  levanta  por  cima  de  todos  loa  inte- 
reses, todas  las  tradiciones  y  todos  los  accidentes  de  la  vi  ía 
la  idea  robusta  y  esplendorosa  del  Derecho. 


~\ 


ÍNDICE 


AI  lector. . .- PAg.  1. 

II 
Sanromá  (1860-95) PAg.  1. 

Propagandista.  ^Catedrático.— -  Becrito?  —Abobado.— Bl  Parla  n  - 
to  e«pftíiol  como  tribuna  y  como  medio  de  gobierno .  —La  representa- 
cíóq  parlamentaria  de  las  Colonial  en  las  Cortes  españolas  (1812-1836- 
18681813).—  La  diputación  de  Puerto  Rico  de  1870-73.—  La  Sociedad 
abolicionista  española  (1866-80). —La  Asociación  para  la  Reforma  d» 
Ara  d  celes . 

IH 

L%  Rspúb'ica,  y  tas  libertades  de  Ultramar PAg,  S9, 

Historia  de  la  propaganda  y  de  las  reformas  colon  i*  lee  de  España 
desde  1868  á  1887.—  D.  Nicolás  Rivero  en  L%  Discusión,  antes  de  1363. 
—La  Sociedad  abolicionista  española.—  La  Revolución  del  68  7  la  ai- 
taactoo  de  Cuba  y  Puerto  Rico  desde  1868  hasta  1878.— Bl  partido  -■- 
di  cal  en  187*.—  La  República  en  el  73.—  Proyectos  de  Snfier  y  votos 


r^ 


—  1116  — 

posible*  de  U  cuestión  da  Cuba.—  lATerosimiUtud  de  1*  que  ha  preva- 
lecido.—Errores  de  Hapa&a  y  desafueros  y  violencias  de  le*  Estados 
Unido*.  — Quebranto  dei  Daraeho  Internacional  novísimo. 

VIH 
El  Tratado  dé  París  de  1898 Pág.  1.047. 

Suiu*k>: 

MU  aviaos  y  Conferencias  públicas  aobre  el  Marques  de  la  Sonora  y  la 
política  lConree,  desde  1894  á  1899.-M ia  Conferencies  aobre  el  Tratado  de 
Paría  en  el  Círculo  Mercantil  de  Madrid  y  en  la  Universidad  de  Oviedo 
de  1899 .  —Mi  informe  aobre  lea  Colonia*  españolas  de  1900  (publicado  ea 
la  AmM  InUrnotUmol  d§  Porft  y  en  el  BoUtin  d$  ¡a  Socitdtd  Q**jrá/ica 
d§  Madrid).— Mía  lecciones  del  Ateneo  aobre  el  Directo  públiso  oo»i*m- 
fvrfaeo.— -Afirmaciones  de  éate  respecto  de  la  solidaridad  internacional 
el  derecho  de  intervención  y  el  concierto  de  las  naciones. — &esum*n  . 
del  Tratado  de  París.— Su  juicio  en  relación  con  los  principios  del  De- 
recho Internacional  contemporáneo  y  con  lo  Que  los  nortwnerictios 
hacen  hoy  en  Filipinas,  Paarto  Rico  y  Cab*.— Retroceso  del  Derecho 
público.—  Quebranto  del  prestigio  americano.—  Tramceadeneia  de  este 
hecho . 


^