This is a digital copy of a book that was preserved for generations on library shelves before it was carefully scanned by Google as part of a project
to make the world's books discoverable online.
It has survived long enough for the copyright to expire and the book to enter the public domain. A public domain book is one that was never subject
to copyright or whose legal copyright term has expired. Whether a book is in the public domain may vary country to country. Public domain books
are our gateways to the past, representing a wealth of history, culture and knowledge that's often difficult to discover.
Marks, notations and other marginalia present in the original volume will appear in this file - a reminder of this book's long journey from the
publisher to a library and finally to you.
Usage guidelines
Google is proud to partner with libraries to digitize public domain materials and make them widely accessible. Public domain books belong to the
public and we are merely their custodians. Nevertheless, this work is expensive, so in order to keep providing this resource, we have taken steps to
prevent abuse by commercial parties, including placing technical restrictions on automated querying.
We also ask that you:
+ Make non-commercial use of the files We designed Google Book Search for use by individuáis, and we request that you use these files for
personal, non-commercial purposes.
+ Refrainfrom automated querying Do not send automated queries of any sort to Google's system: If you are conducting research on machine
translation, optical character recognition or other áreas where access to a large amount of text is helpful, please contact us. We encourage the
use of public domain materials for these purposes and may be able to help.
+ Maintain attribution The Google "watermark" you see on each file is essential for informing people about this project and helping them find
additional materials through Google Book Search. Please do not remo ve it.
+ Keep it legal Whatever your use, remember that you are responsible for ensuring that what you are doing is legal. Do not assume that just
because we believe a book is in the public domain for users in the United States, that the work is also in the public domain for users in other
countries. Whether a book is still in copyright varies from country to country, and we can't offer guidance on whether any specific use of
any specific book is allowed. Please do not assume that a book's appearance in Google Book Search means it can be used in any manner
any where in the world. Copyright infringement liability can be quite severe.
About Google Book Search
Google's mission is to organize the world's information and to make it universally accessible and useful. Google Book Search helps readers
discover the world's books while helping authors and publishers reach new audiences. You can search through the full text of this book on the web
atjhttp : //books . qooqle . com/
Acerca de este libro
Esta es una copia digital de un libro que, durante generaciones, se ha conservado en las estanterías de una biblioteca, hasta que Google ha decidido
escanearlo como parte de un proyecto que pretende que sea posible descubrir en línea libros de todo el mundo.
Ha sobrevivido tantos años como para que los derechos de autor hayan expirado y el libro pase a ser de dominio público. El que un libro sea de
dominio público significa que nunca ha estado protegido por derechos de autor, o bien que el período legal de estos derechos ya ha expirado. Es
posible que una misma obra sea de dominio público en unos países y, sin embargo, no lo sea en otros. Los libros de dominio público son nuestras
puertas hacia el pasado, suponen un patrimonio histórico, cultural y de conocimientos que, a menudo, resulta difícil de descubrir.
Todas las anotaciones, marcas y otras señales en los márgenes que estén presentes en el volumen original aparecerán también en este archivo como
testimonio del largo viaje que el libro ha recorrido desde el editor hasta la biblioteca y, finalmente, hasta usted.
Normas de uso
Google se enorgullece de poder colaborar con distintas bibliotecas para digitalizar los materiales de dominio público a fin de hacerlos accesibles
a todo el mundo. Los libros de dominio público son patrimonio de todos, nosotros somos sus humildes guardianes. No obstante, se trata de un
trabajo caro. Por este motivo, y para poder ofrecer este recurso, hemos tomado medidas para evitar que se produzca un abuso por parte de terceros
con fines comerciales, y hemos incluido restricciones técnicas sobre las solicitudes automatizadas.
Asimismo, le pedimos que:
+ Haga un uso exclusivamente no comercial de estos archivos Hemos diseñado la Búsqueda de libros de Google para el uso de particulares;
como tal, le pedimos que utilice estos archivos con fines personales, y no comerciales.
+ No envíe solicitudes automatizadas Por favor, no envíe solicitudes automatizadas de ningún tipo al sistema de Google. Si está llevando a
cabo una investigación sobre traducción automática, reconocimiento óptico de caracteres u otros campos para los que resulte útil disfrutar
de acceso a una gran cantidad de texto, por favor, envíenos un mensaje. Fomentamos el uso de materiales de dominio público con estos
propósitos y seguro que podremos ayudarle.
+ Conserve la atribución La filigrana de Google que verá en todos los archivos es fundamental para informar a los usuarios sobre este proyecto
y ayudarles a encontrar materiales adicionales en la Búsqueda de libros de Google. Por favor, no la elimine.
+ Manténgase siempre dentro de la legalidad Sea cual sea el uso que haga de estos materiales, recuerde que es responsable de asegurarse de
que todo lo que hace es legal. No dé por sentado que, por el hecho de que una obra se considere de dominio público para los usuarios de
los Estados Unidos, lo será también para los usuarios de otros países. La legislación sobre derechos de autor varía de un país a otro, y no
podemos facilitar información sobre si está permitido un uso específico de algún libro. Por favor, no suponga que la aparición de un libro en
nuestro programa significa que se puede utilizar de igual manera en todo el mundo. La responsabilidad ante la infracción de los derechos de
autor puede ser muy grave.
Acerca de la Búsqueda de libros de Google
El objetivo de Google consiste en organizar información procedente de todo el mundo y hacerla accesible y útil de forma universal. El programa de
Búsqueda de libros de Google ayuda a los lectores a descubrir los libros de todo el mundo a la vez que ayuda a autores y editores a llegar a nuevas
audiencias. Podrá realizar búsquedas en el texto completo de este libro en la web, en la páginalhttp : / /books . qooqle . com
SA /SfJ./t
^arbartí College üfararj
FROM THE FUND
POR A
PROFESSORSHIP OF
LATIN-AMERICAN HISTORY AND
ECONOMICS
ESTABLISHRD I913
1
1%
-/. / 1
U REFORMA POLÍTICá DE ULTRAMAR
ises-1900
M REFORM& POLITICE
DE ULTRAMAR
DISCURSOS Y FOLLETOS
RAFAEL M. DE LABRA.
1868-1000
«m»
MADRID
TOOtRAFf A DE ALFRBDO AL0N8O
Catín de B*rbi*ri, *úm. $
1901
n^rtVAfiO COLl ¿GE UBRArtf
3.| ^ MAR 9 1921 -
lATi» rtlGAN
O
AL LECTOR
El título y el índice de este libro dicen suficien-
temente cuál es mi propósito al publicarlo. Paré-
cerne que también son bastante para explicar la
razón y la sustancia de la obra formada por va-
rios discursos y algunos folletos, con que solicité
la atención pública de España en el agitado perío-
do histórico comprendido entre la gforiosa Revo-
lución de ¡Septiembre y los afrentosos desastres
de 1898.
Me determino a reproducir y coleccionar esos
trabajos, porque no siendo obras de carácter pura-
mente literario, ni mera expresión de mi manera
personal de ver las cosas, pueden muy bien servir
para el exacto conocimiento de los hechos á que
se refieren, y que ocupan lugar considerable en la
Historia contemporánea española.— Y pienso que
este conocimiento será de gran valor para los que,
corriendo los tiempos, quieran y deban formar un
juicio acabado de los problemas españoles del si-
glo xix, teniendo en cuenta las posiciones y los
pareceres de los contemporáneos, no ya por me-
ra curiosidad ó interés puramente retrospectivo,
si que para aprovechar las lecciones que de aque-
llos hechos se desprenden, en obsequio al prestí-
gio y el porvenir de España y al progreso regular
de la Humanidad. *
No es verosímil que se reproduzca en España
la situación de estos últimos treinta años. Es de-
cir no es verosímil que se repitan los problemas
coloniales que nos han preocupado en este tiempo.
Pero las lecciones que de los aludidos sucesos se
desprenden no pueden menos de interesar a todos
cuantos, entrando en el fondo de las cosas y co-
nocedores de la economía moral de las sociedades,
se den buena cuenta de que la cuestión colonial
era uno de los problemas fundamentales de la Es-
paña contemporánea, y que las causas de los úl-
timos desastres eran, no las entrañadas única y
exclusivamente en el viejo régimen ultramarino,
ai que las que viciaban y todavía vician la vida
entera de la sociedad española.
En el libro de ahora trato sólo del problema,
político de Ultramar. Y aun respecto de este me
ateneo ¿trabajos de carácter general. Por eso
no sfincluyen en la colección los dos folletos eon
que comencé en 1869 mi campaña, y que se titu-
lan- La pérdida de las Américas-y La Cuestan Co-
lonial en 1869. Aquél es un estudio histórico rela-
tivo al período do 1810 á 1825, para probar _amm
f,ié, no, la libertad quienperdió las Amencas. El otro
es una descripción del estado de nuestras Colo-
nias en la época de la Revolución de Septiembre
y que concluye con la doble aünracum de que rf
lorvenir de nuestras colonias estaba a la sombra de Es-
paña, y que España, sólo por la libertad, podm asegu-
rar su imperio allende los mares.
r\
Vil
Después he publicado un estudio sobre La Cues-
tión de Puerto Rico en 1870, con fórmulas atenua-
das de autonomía colonial, que hay que relacio-
nar con mi discurso sobre el Presupuesto de Puerto
Rúo de 1889, que explica una fórmula de transac-
ción calcada en el régimen foral de las Provincias
Vascongadas; y mi libro titulado Una campaña par-
lamentaría, que comprende todos mis discursos po-
líticos de 1871 á 73; y mi discurso de 1880, sobre el
Primer presupuesto de Cvba, con cuyo motivo se for-
muló por primera vez en el Parlamento español,
dentro de la Restauración borbónica, la aspira-
ción francamente autonomista; y mis Conferencias
del AbvJi de 1890, sobre política colonial; y la co-
lección de mis discursos de 1896, sobre la Reforma
electoral en las Antillas; y mi folleto del propio año
sobro la Política antillana en la Metrópoli española; y
mi libro sobre la Autonomía colonial de 1892; y mis
discursos de 1895, sobre la Reforma política // eco-
nómica en las Antillas, etc., etc.
Claro está que todos estos trabajos se relacio-
nan también con el problema moral y social anti-
llano, entrañado en la pavorosa cuestión de la escla-
vitud; pero no es ésta su propia materia, que
siempre reservé para esfuerzos excepcionales, por
mí realizados como parlamentario, publicista, pro-
pagandista y Presidente de la Sociedad Abolicionista
Española.
Tengo el propósito de coleccionar también bue-
na parte de mis folletos y discursos sobre este par-
ticular, que estimé siempre bajo la doble presión
de un requerimiento de conciencia y de un deber
vin
de patriotismo. Porque, aparte de haber yo naci-
do en Cuba y formado parte de su clase dominan-
te, pocas cosas me han preocupado y avergonzado
tanto, fuera de España, como la consideración de
ser mi Patria la única nación de Europa que, con
aspiración á representar algo, dentro de la civili-
zación cristiana y la cultura contemporánea, en
la afonía del siglo xix, cubría con su bandera la
Infame y corruptora esclavitud de los negros.
Así lo dige al redactar la protesta que, contra
aquella afrenta, votó la Junta revolucionaria de
Madrid en 1868.
El nuevo libro que preparo también podrá ser-
vir de enseñanza, por los hechos á que se contrae;
porque la empresa abolicionista de estos últimos
años es uno de los empeños más gloriosos y de
éxito más completo de la Historia política moder-
na de España.
Pensando en ello, no puedo explicarme el silen-
cio que nuestros políticos y nuestra prensa obser-
van respecto de este particular. Menos aún, cuan-
do tíido el mundo baja la cabeza ante el desastre
de 1898. Por esto mismo debían ser más potentes
la protesta y el recuerdo de la abolición de la es-
clavitud, que se realizó en Puerto Rico de un modo
mwmparáble y en Cuba, de manera y con conse-
cuencias superiores á todas las demás experien-
cias abolicionistas del siglo xix.
Colecciono, pues, para la Historia.
; 3o -Noviembre- 1 0"* i
Madrid.
c\
r
SANROMA
PROPAGANDISTA
CATEDRÁTICO — ESCRITOR
DIPUTADO
I 86 O- 189 5
. *í
JOAQUÍN MARÍA SANROMA
i <!>
(1860-1895)
Se Sor as y Señores:
Necesito de vuestra benevolencia por breves momentos.
No vengo á hacer un discurso necrológico. Ni esta es la
oportunidad, ni yo cuanto coa medios bastantes para estu-
diar la vasta, complicada y admirable obra de Joaquín Ma-
ría Sanromá, en el orden político y científico de 1a España
contemporánea. Los discursos que acabáis de oír, y que
contienen meras indicaciones respecto de mucha y buena
parte de esa obra, me dispensan de toda demostración reg-
(1) Este discurso fué pronunciado en ot gran Salín de Acto» de!
Ateneo Científico Literario -le Madrid, la noche dal 38 da Abril da lS^Sf
•O Ib cual so celebró una valida en honor ¡le Sanromá, que ataljuba da
aorit. Presidió la sesión el Presídante do abolla ilustra Sala D So»
giq mundo tíoret, y pronunciaron discursos en me mona del ana do loa
•abarse D. Gabriel Rodrigas^ D, (Jumuraindcj de AicáraLe, D, Liurea*
so F i güero la, D, José de Echegaray, [>. Man nal Pedregal y el autor de
1* oración que 7a arriba.
Después se bao publicado todos esos discursos en na volumen a coya
cabeza figura al retrato de Sin roma.
pacto de la gravedad y transcendencia de las amperios en
que agoto su vida la ilustra persona en cayo honor y me-
moria aquí piadosamente nos reunimos. Bien podría decir
que vengo hoy al Ateneo á realizar; con particular guato y
macho honor para mi, lo que se llama comunmente un acto
de presencia, ostentando una doblo representación que da
cierto valor á lo que significaría muy poco si se redujera i
mi humildísima gestión personal. Porque asi por lo qoe
hasta ahora ¿*e ha dicho respecto de los empeños do Sa u ro-
ma en el orden de la abolición de la esclavitud, de la re-
forma colonial y de la representación parlamentaria anti-
llana, como por la notoria participación que yo he tenido
en todas esas empresas dentro do los últimos treinta años
seguramente habréis deducido que fui un compañero del
inolvidable finado. En tal concepto» en represen tació a de
los antiguos abolicionistas y de los diputados de la pequeña
Antilla, vengo á este sitio á tributar el homenaje de mi
particularísima consideración á la memoria del que envida
estimamos todos como una de nuestras primeras e indiscu-
tibles personalidades*
La vida parlamentaria de Sanromá se desenvuelve sobre
m representación do diputado reformista de Puerto Eico en
el agitadisimo período de 1370ál873, Bus más espléndidos
triunfos oratorios, como propagandista, quizá, son los qtte
consiguió desde 1364 a 1873 en los grandes mteiing* aboli-
cionistas de Madrid, en los cuales intervino como uno de los
fundadores y de los constantes directores de la Sociedad
Abolicionista española- Por tanto, el nombre de Sanromá
está íntimamente unido á la reforma colonial contemporá-
nea que el ilustre finado comprendió en todo su alcance,
desde una superior altura, con nn desinterés y un entusias-
— 5 —
mo admirables, sirviendo á la patria española tanto con
el valor indiscutible de sus grandes esfuerzos intelectuales i
cuanto con el ejemplo fortificante del peninsular generoso,
que sin compromiso personal, ni estimulo extraño, ni espe-
ranza de premio, en momentos por todo extremo difíciles y
que ahora difícilmente se comprenden, cuando la calumnia
centelleaba y la pasión lo invadía todo, no titubeó en poner
su gran palabra y su poderoso esfuerzo, con perseverancia
y sistema (que es como estos empeños resultan eficaces), al
servicio de la redención moral y política de nuestras Antillas.
No ha llegado todavía la hora de formar el juicio defini-
tivo sobre el carácter, la misión y la obra de la reprsen-
taáón parlamentaria de la pequeña Antilla en aquel ex-
traordinario periodo. Pero como un dato para ese juicio,
yo (que he pertenecido á todos los grupos parlamentarios
que han representado á Coba y á Puerto Rico, desde que
la Revolución de Septiembre rompió el paréntesis de olvi-
do é injusticia que se inició en 1836), puedo permitirme
la afirmación de que la diputación portorriqueña del periodo
aludido, sólo es comparable á la primera diputación ame-
ricana de 1812, como iniciativa y como sentido trascen-
dental en el orden general de la política española.
Con efecto, entre la diputación americana del año 12 y
la del año 20, hay varias diferencias de fácil registro y no
difícil explicación. Los diputados de la última fecha se ocu-
paron preferentemente de la reforma local, y por esta pre-
ferencia, su principal obra consistió en la proposición de los
cuarenta y cinco diputados para constituir, bajo el princi-
pio de la autonomía colonial, las tres grandes colonias de
Nueva España, Colombia y el Perú. Frente á este sentido
que alguien pudiera tachar de particularista, está el que
— 6 —
acusa la activa intervención que en los debates consti-
tucionales y en la política general de las Cortes gaditanas
tuvieron los diputados de América, y entre ellos el elo-
cuentísimo Dr. Mejia, uno de los grandes maestros de la
oratoria espadóla contemporánea. Pues de la propia suerte,
la diputación portorriqueña del último periodo revoluciona-
rio actuó de manera que el problema colonial vino á iden-
tificarse con el general político de España, y la acción de
aquellos diputados llegó, en determinados momentos, por
lo enérgica, lo insistente y lo disciplinada, á influir de un
modo decisivo en la marcha de las cosas peninsulares, y
muy al contrario de como habían influido, inmediatamente
antea» en la política conservadora peninsular, los elementos
forjados por las instituciones antiguas ultramarinas, y que
en la Península representaban, conforme á su origen y su
educación, nn sentido de oposición resuelta al avance de las
doctrinas liberales.
Por esto se explica, en primer término, que la diputación
liberal portorriqueña, siendo en el fondo autonomista, no
levantara entonces la bandera de la autonomía, ni se ocu-
para especialmente del problema del gobierno interior de
la colonia. Su criterio era la absolnta igualdad política y
civil de los españoles de aquende y allende, y sobre esta
base destacaba, como interés absorbente, la abolición inme-
diata y simultánea de la esclavitud. Después venia la re-
forma electoral con sentido igualitario. Y todo bajo un espí-
ritu radicalmente democrático. Por este lado las aspiracio-
nes de aquella diputación se confundían admirablemente
con todo el espirita de la Revolución de Septiembre.
Luchaba, empero, con el hecho terrible y la influencia
desastrosa de la insurrección de Cuba, utilizada hasta lo
iT\
inverosímil por los enemigos da toda clase de reforma colo-
nial; es decir, de una verdadera reforma sin carácter buro-
crático ni reservas contradictorias, ni alardes de protecto-
rado 6 de patronato ofensivo para el español antillano.
Verdad qne para lachar contra estas y aun mayores pre-
venciones, Puerto Rico tenia de su parte circunstancias ex-
cepcionales. Tenía la dulzura y tranquilidad proverbial de
sus habitantes; lo escaso de los negros esclavos; el número
muy reducido de peninsulares, demostrativo de que la fuer-
«a del imperio de España en aquel país estaba en todos sus
habitantes; y la tradición gloriosa de la misma Isla en las
campañas de los siglos xvi y xvh contra lo 3 filibusteros de
la Tortuga y los soldados y los barcos de Hilan da, Francia
¿Inglaterra, rechazados por el empuje patriótico de los
portorriqueños, que llegaron á salir de su Isla persiguiendo
á sus contrarios por el mar de las Antillas. Además, tenia
el hecho (que nunca se debiera olvidar, que se ha repetido
después, y de que no pocos políticos han prescindido muy
recientemente) de haber servido aquella Isla de terreno de
aclimatación para las reformas más provechosas en el orden
de la colonización moderna. Me refiero principalmente á las
reformas económicas y aun políticas que se implantaron en
la pequeña Antilla, por el celo del diputado Pover y el in-
tendente Ramírez, desde 1812 á 1817, y cuyos maravillosos
resultados afrvieron para que en lo substancial fueran lle-
vadas con éxito, todavía superior, á Cuba, desde 1818 á
1821.
De todo esto resulta, que aun sin contar con las dificulta-
das propias y características del periodo de 1868 á 1873,
k empresa de los diputados portorriqueños no era fácil. Pe-
día, por lo menos, tanta energía como tacto y una orienta-
ción política poeitiva en relación con las exigencias de aquel
medio peninsular y en vista de los errores y exageraciones
en que habían incurrido los diputados americanos doce-
alfiíias.
Felizmente, el pueblo portorriqueño, de un gran instinto
político y de una disciplina admirable, facilitó la empresa
eligiendo sus diputados indistintamente entre criollos y pe*
ninsulares, todos los cuales aceptaren el compromiso, dedi-
cándose á su desempeño con preferencia á todas las demás
empresas de su vida. El resultado fué tan satisfactorio, que
yo no creo que pueda ponerse por cima de él ningún otro
éxito de la política contemporánea. Con relación á Puerto
Rico, debe citarse la abolición de la esclavitud inmediata y
simultánea, la reforma municipal y provincial que se plan»
too en 1S72 y rigió hasta el 74, y, por último, la promulga*
cíod del título primero de la Constitución de 1869, sin sal»
ve dad es ni reservas de ningún género.
En cuanto al influjo de aquellos diputados en la marcha
general de la política española, recuérdese la influencia que*
tuvo en ésta el proyecto de abolición de la esclavitud
de 1 872, contra la cual se concertaron, con mayor ó menor
voluntad, todos los elementos conservadores y reaccionarios-
de aquella época, según lo patentiza un notable Manifiesto
(ahora nunca recordado) que lleva la fecha de Enero de*
1873 y sirvió de programa á la famosa Liga ultramarina.
DeBpués vino la participación que aquellos diputados to-
maron en favor de la República, en el voto del 11 de Febre*
ro. Y por último esfcl el papel superior que ellos desempe*
fiaron en el grupo de los conciliadores de la Asamblea na-
cional en un periodo agitadísimo y critico cuyos detalles
eon todavía perfectamente ignorados. No es del caso discu-.
— 9 —
tir si acertaron ó no en esa campaña. Pero lo que nono*
se podrá negar ea que aquellos hombres demostraron una
gran energía j nn gran civismo, y que sabiendo lo que que-
ría n, lograron todo lo que se habían propuesto.
Y no admito que ae me argumente discutiendo la mayor
o menor duración de lo que ellos conquistaron. Esto me
llevarla á otro debate. Pero así y todo, debo observar, pri-
meramente, que la abolición de la esclavitud no solo fué un
hecho definitivo en la historia de Puerto Rico sino que su
ejemplo sirvió poderosamente para una reforma análoga en
Cube , agí cerno para desvanecer no pocas prevenciones que
contra el Gobierno español y su política colonial tenían por
aquel entonces algunos Gobiernos de Europa y de América.
Bien lo patentizan los despachos de nuestros Ministros de
Estado de 1872 y 1874* La reforma municipal y provincial
y la extensión del sufragio en Puerto Rico fueron datos que
utilizó (al parecer con éxito decisivo) el Sr. General Martí-
nez Campos, para llevar á los insurrectos cubanos á la Paz
del Zanjón. Y tengo por cierto que en aquella feliz experiencia
J en la no menos recomendable de la vida interior de nues-
tras Provincias Vascongadas, se habrán de encontrar las
ultimas determinantes de la reforma definitiva del actual
régimen político y económico de las dos Antillas españo-
las. Pero en último caso, yo opondría á cualquier observa-
ción recelosa, la historia de todas las reformas políticas en
todas partes y señaladamente en España, donde nadie ha
podido retajar el mérito de lea Cortes de Cádiz porque el
régimen constitucional por olas proclamado cayera en 1814
y volviera á hundirse en 1*24, después del tormentoso pe-
riodo de I8ií0 á 1 823, para triunfar definitivamente á los
22 años de haberse iniciado por los inmortales doceañistas.
— 10 —
£1 recuerdo me parece Unto más oportuno cuanto qae por
lo qae ea estos ultimo» días hemos oído, asi en el Congreso
como en el Senado, parece qae quienes acertaron sobro
nuestro problema colonial f nerón los que en 1870 soste-
nían y recomendaban las reformas y las soluciones que ahora
ja patrocina todo el mando, y señaladamente los mismos
que las combatieron á sangre y fuego, con rectitud y pa-
triotismo que no quiero negar, hace veinticinco años.
Insisto, pues, en que bajo este punto de vista, los dipu-
tados portorriqueños del periodo á que me refiero, no solo
no han sido superados por nadie, *¡no que tienen en la
historia de España y del extranjero muy pocos competi-
dores,
Puedo bien celebrarlos sin reserva alguna, porque loa
más han muerto, y los que viven tienen alcanzados en otros
órdenes de empeños una fama tal, que el mérito qae ahora
les reconozco zxo puede darles mayor relieve. Y si bien es
cierto que yo pertenecí á aquella diputación, no lo es me-
nos! que, aparte mi pequenez personal, entonces todavía
más considerable que ahora, el principal mérito de aquel
grupo consistió en que nada de lo que hizo pudo decirse ja-
más que era efecto de una inspiración particular.
En ese grupo figuró en primera linea Joaquín María
San roma, que á el llegó con un gran nombre en la tribuna,
en la cátedra y en la prensa. Su elección fué libérrima y
espontánea de parte de los reformistas portorriqueños, que
sólo le conocían por su devoción probada á la causa de la
reforma, Fué uua elección eminente y absolutamente polí-
tica, como todas las análogas de aquella tierra, en aquella
¿poca. Es otro hecho que conviene registrar; quizá en él
descanse una buena parte de la importancia excepcional
— II —
que tuvo aquel grupo paríame otario. A tal honor correspon-
dió perfectamente San roma.
Es muy difícil que desde fuera se comprendan los traba-
jos, loa compromisos y los deberes que entraña la represen-
tación parlamentaria para aquellos que consideran la po-
lítica como un empeño serio , y van al Congreso ó a! Senado,
por vocación ó por efecto da circunstancias más 6 menos
previstas y más ó menos libremente aceptadas, pero que
de todos modos determinan una obligación garantizada por
la conciencia y el honor. Contribuye á loa errores que ge *
neraimeute ee padecen respecto de este punto, la relativa
desconsideración en que ha caído, de poco acá, en casi toda
Europa y muy señaladamente en España, el régimen parla •>
mexitario: desconsideración á que han contribuido no poco
los abusos de los gobiernos, las flaquezas de diputados
y senadores y el deplorable cambio operado en la re*
dacción y confección de los periódicos.
Preocupados estos de lo novelesco y lo dramático , bajo
«i imperio de la impresión y rectificando de un moio ape-
nas comprensible el papel que la prensa desempeñó en el
gran período de la instauración del régimen constitucional
y de la propaganda democrática! nuestros diarios consagran
toda su atención á la noticia momentánea y de cierto relieve,
dejando reducida la campaña parla ene otar i a al escasísimo
circulo de los cien diputados ó senadores que ordinariamente
ocupan los escaños en los Palacios de la representación na*
cionaL La indiferencia ha llegado en estos últimos días
al punto de que, discutiéndose (ahora quizá como nun-
ca), los gastos generales del Estado, los periódicos, y seña*
1 adamen te loa de gran circulación, ee limitan á decir tan
sólo los nombres de los diputados que hablan en pro
— 12 —
ó en contra de las secciones y los artículos del presupuesto.
Contribuye á esto, también, la circunstancia de que la
mayor parte de las cuestiones políticas, se resuelven fuera
del salón de sesiones, que por tanto queda reservado para
la solemne y de cierto carácter teatral, de donde resul-
ta una gran reserva respecto de la eficacia de los debates
parlamentarios, en los cuales se comprometen muchos hom-
bres de buena fe, sin contar con que la última palabra la
dirán en los pasillos ó en los gabinetes de la Presidencia y
de los ministros los grandes facedores de componendas y
fórmulas, que luego se presentan al país, desorientado y
sorprendido, con el rubro consagrado de grandes y fatrió*
ticas transacciones.
De todo esto buena culpa toca á los gobiernos, preocupa*
dos principalmente de salir del paso y cada ves más deci-
didos á utilizar todos los recursos de la famosa inJlvAneia
mora i en los comicios electorales, para asegurarse en el
Parla meato, no sólo una inmensa é incondicional mayoría,
si que un grupo de oposicionistas circunspectos y agradeci-
dos. Inútil discutir el éxito de este empeño, mientras el
Congreso y el Senado sean los únicos competentes para el
examen de las actas de diputados y senadores, y para au-
torizar las causas criminales, que de oficio ó á instancia de
parte, ge incoan contra los representantes del país en los
tribunales de Justicia. Por lo mismo, ya todo el mundo sabe
que sólo Jos ministros inocentes dan grandes batallas con-
tra proposiciones de cierta importancia: porque lo más
práctico es que éstas pasen á las secciones donde se nom-
bran comisiones que no se reúnen nunca, ó que nunca dic-
taminan, por que jamás estiman perfectamente estudiado
el asunto . Así, el Parlamento se reduce á un mere aparato, y
-\
— 13 —
la generalidad de los aficionado* se indina á pensar que en
el gran escenario de los desahogos retóricos.
No desconozco que sirve bastante á esta desconsidera-
ción, lo que diputados y senadores usan y abusan de la
palabra en discursos interminables, rectificaciones inmen-
sas y alusiones inverosímiles, sin reparar que en los deba-
tes políticos lo único que interesa es la opinión del grupo,
siendo verdaderamente insignificante el dictamen indivi-
dual, asi como que en los debates técnicos no hay pacien-
<ria ni atención para un discurso que exceda de una hora.
Y no digo nada de las dificultades que para discusiones se*
rías y eficaces supone el excesivo número de diputados y
sonadores ({sobre cuatrocientos!), que obliga á los oradores
á tomar casi constantemente el tono tribunicio.
Consecuencia de todo ello es, en un orden superior, la opi-
nión, ya bastante generalizada y sostenida por otras razones,
de que el Parlamento es sólo una de las varias formas de
la acción política contemporánea, y que no puede esperar
mucho el que se limite 4 mover la opinión pública y la volun-
tad de los Gobiernos sólo dentro del Congreso y del Senado.
Pero después resultan una gran merma del antiguo pres-
tigio de que disfrutó el Parlamento español, y una gran
¿acuidad para que la generalidad de las gentes crea que el
empeño parlamentario es cosa sencillísima, ó que diputa*
dos y senadores no son otra cosa que unas figuras más ó
menos decorativas, consagradas en vista del esplendor de
la gobernación del Estado y el provecho de o a millar de
personas de diferentes partidos.
La verdad es que la institución parlamentaria res-
ponde á otros fines y supone otras condiciones. De todos
modos, y á despecho de todos los abusos, la tribuna parla •
— 14 —
mentaría es, y será por mucho tiempo, la primera tribana
de España. Tengo por cierto que en plaso próximo, y por
la exigencia del público, se rectificará la oposición que hoy
existe entre el Parlamento y la prensa periódica. En todo
cato» ya puedo señalar mochos ejemplos de diputados y se-
cadores qne hoy cumplen con sus deberes con la misma fe
y la misma escrupulosidad qne demostraron los parlamen-
tarios de 1836 y 1869.
Todo esto lo consigno, no sólo para que se rectifiquen loe
supuestos equivocados 4 que antes he aludido y se compren*
dan bien las positivas dificultades con que tropieza al con-
cienzudo desempeño de la representación en Cortes, acreedo-
ra á una atención exquisita (pues que en el orden de los
principios el régimen representativo y parlamentario, esT
hoy por hoy, una de las principales garantías de la libertad
civil y política del mundo); sino también para prevenir el
juicio de los que, estimando la empresa de hace quince o
veinte años con el criterio ahora imperante, pudieran mi-
rar con relativa indiferencia la obra de Sanromá, en las Cor-
tea del 70 al 73.
Porque entonces, no fueron posibles las intermitencias, las
distracciones y los desmayos. Ni el empeño se redujo a pro-
nunciar algunos discursos, ó á hacer algunas preguntas en
sesión pública, y de suerte que las gentes tuvieran siempre
en la memoria el nombre del diputado. La campaña era cons*
tanto dentro y fuera del Parlamento, y lo mismo para el
diputado de oposición que para el diputado ministerial» en
términos apenas sospechables en este último período de
anemia, indisciplina y pesimismo. Además, Sanromá fué
un diputado colonial, y esta última circunstancia hizo espe-
cial mente difícil su patriótica tarea.
*\
— 15 —
Punto es este que me preocupa cada vez más; porque, 4
parte de considerar, en término» generales, que la represen-
tación directa en las Cortes es una nota característica de
la colonización española, y que entraña consecuencias poli*
ticas y sociales de tanta originalidad como superior impor-
tancia, advierto que, últimamente han cundido, más de lo
verosímil, algunos errores, tanto respecto de la eficacia de
aquel procedimiento en los días actuales, cuanto de las con-
diciones adecuadas ó indispensables para la vida de aquella
representación. Pero no necesito advertir que este no es
tema apropiado á la solemnidad de esta noche. Bástame
señalarlo para insistir en que la representación parí a mentaría
ultramarina pide mayor devoción, más asiduidad y mayor
trabajo que la representación del resto de la Península,
No £6 puede desconocer que la de acá tiene cerca, al
lado, la masa electoral, el concurso alentador de los corre-
ligknarioa, la opinión pública directamente excitada é ilus-
trada por el clamor de los intereses. El diputado colonial
ha de contar, so ore todo, con sus propios y exclusivos me*
dios, porque basta el estímulo, la adhes ón 6 el aplauso
(cuando vienen) llegan por el correo, al mee 6 mes y medio
de haberse determinado en Madrid la necesidad. De otra
parte bey que contar con la aversión que las asambleas de
carácter general tienen á Tos problemas locales, y el interés
qae los enemigos de las reformas ultramarinas ponen en re*
ducir el carácter de estas á una cuestión más ó menos mo-
nada, a lo sumo administrativa, y, si es posible» de campa-
nario. De fcquí la dificultad de ciertos debates; contando
siempre con que en el Parlamento no se habla siempre
cuando ss quiere, y que la oportunidad es la primera coa-
dición del éxito oratorio; y prescindiendo de los obstáculos
\
— 16 —
extraordinarios, y ahora ya apenas presumibles, que deter-
minaba la confusión del interés efímero y discutible de loa
gobernantes, y de la deplorable administración española
en nuestras Antillas con la causa de la Patria, comprometi-
da al mismo tiempo y de otro modo, hace veinticinco años,
por efecto do la insurrección cabana.
No quiero entrar en más honduras para abonar mi tesis
de que los diputados antillanos necesitan un mayor esfuerzo
y una mayor solicitud que los del resto de la Nación, por lo
menos en tanto llegue la hora de la consagración de la auto*
nomia colonial, que ha de arrancar de nuestro Parlamenta
la inteligencia siempre problemática de los negocios exclu-
sivamente insulares. Por eso no es posible la intermitencia
en la acción de esos diputados, ni es dable su aislamiento
en la política española, cuanto más en el seno de las Cortee,
si es que se trata de otra cosa que de una mera y más ó me-
nos brillante, pero efímera, propaganda»
De aquí la necesidad de un gran prestigio, de una gran
altura de miras, de un gran amor á las ideas y de una gran
consideración á las conveniencias y á las prácticas parla-
mentarias, para aprovechar las oportunidades sin compróme*
terse en protestas y alborotos más á menos justificados, pero
que á la postre sirven sólo á los que, careciendo de razón la
buscan en los incidentes de la disputa y del escándalo, y sin
caer en el equivoco de la indolencia ó la debilidad que los
adversarios estiman como un dejo del coloniado ó del vasa-
llaje.
Y el empeño es de excepcional relieve si se tiene en cuen-
ta, de una parte, la escasísima fuerza de la colonia antillana
de la Península, hoy pooo numerosa y poco aficionada á la
política (al revés de lo que acontece en Inglaterra con la ce*
— 17 —
loma irlandesa), y qae, portento, au concurso para mover
aquí la opinión no puede ser muy eficaz; y por otra parte,
que la falta de relaciones políticas de los círculos, los parti-
dos y los personajes insolares con los análogos de la Metró-
poli hace casi imposible el aprovechamiento de los medios
de estos para suplir la notoria deficiencia de aquéllos en el
escenario peninsular. Por esto, yo creo, y no me canso de
decir, que la representación parlamentaria es, hoy por hoy,
no diré el único, pero evidentemente el más positivo medio
de la campaña ultramarina aquende el Atlántico.
Si, el medio más positivo, siempre que el parlamentario
colonial sepa y pueda sustraerse á dos verdaderos peligros.
£1 primero consiste en inclinarse á la opinión de los parla-
mentarios anticuados que suponen concentrada toda la
Tida política del país en los Palacios de los Congresos
j que por tanto, basta con asistir á las sesiones de Cor-
tes y pronunciar en estas discursos de mayor ó menor efecto,
según las aptitudes particulares y las circunstancias del
momento. Como antes he indicado, cada vez se acentúa mas
la vida política extraparíamentaria y por tanto, los diputa-
dos de las colonias deben considerarse principalmente como
«1 núcleo potísimo y prestigioso de una gran campaña, den-
tro y fuera del Parlamento, para la conquista de la opinión
pública que ha de ser su verdadera fuerza.
£1 otro peligro consiste en intentar ea la Península, eu
la Metrópoli, campañas políticas sólo con las ideas y los
¿gustos y los procedimientos de Ultramar. Es decir, po-
ner aquí los problemas absolutamente lo mismo que se
plantean en las Antillas. Los escenarios son muy diferen-
tes: hasta el lenguaje es diverso. Los primeros efectos de
-este error son aislar completamente á los voceros de las Coló-
— 18 —
nías privándoles de los medios que proporcionan los Taris»
incidentes de la política y ann el trato con los demás Dipu-
tados y .Senadores: dar á los problemas ultramarinos nn tin-
te exclusivo que los pone fuera del interés común; sustituir
la representación parlamentaria por la Agencia Colonial de
Inglaterra ó de Holanda; 7 en fin, reducir el público al pe»
que ñu circulo de los paisanos, comensales ó contertulios de
esos diputados. Por aquí cayeron casi todos los de las Colo-
nias francesas hasta hace poco tiempo. Por el mismo error se-
hau io utilizado los diputados vascos de Ejpaña.
Para toda la obra que comento, tenia Sanromá condicio-
nes relevantes. Su vehemente palabra y sus hábitos de vi-
goroso polemista, su firme voluntad y su espíritu altivo»
eran casi de necesidad en aquel periodo en que la patriotería
quería imponer silencio con gritos y amenazas verdadera-
mente intolerables. Además, nuestro celebrado amigo era una-
positiva autoridad en nuestras academias y nuestros círculos-
intelectuales. Disfrutaba de una posición desahogada, qae ha -
cía ridiculas las consabidas calumnias sobre la eficacia del
oro filibustero; contaba con la adhesión entusiasta de sus dSs-
cipulos de la Escuela de Comercio y con relaciones valiosas
en la escena política española: era un catalán de todos cono-
cido por su patriotismo y su identificación absoluta con los
intereses de la Península, y nadie le colocó jamás en el
grupo de los teóricos ó de los ilusos. Sobre este punto puedo
repetir que los reformistas de Puerto Rico procedieron siem-
pre con exquisito tacto, buscando sus defensores en el cír-
culo de peninsulares de representación, medios, autoridad
y iinimod. No entró esto por poco en el éxito de la campaña-
de apella época y en el influjo que los portorriqueños lo-
graron en la política nacional antes de 1874.
— 19 —
EJ Diario de Sesiones de 1872, contiene dos discursos por
todo extremo notables de Joaquín San roma: el pronunciado
en 6 de Junio sobre el Presupuesto general del Estado, ó,
por mejor decir, sobre la Deuda flotante; y el dicho en favor
de la abolición de la esclavitud en Puerto Rico, contendien-
do ahora con D. Alejandro Pidal y antes con e! ministro de
Hacienda, Sr. Elduayen. Pero además hay que registrar
otros discursos sobre las actas de Vinaroz y San (xeraán,
que en realidad fueron detenidos estudios sobre la situación
política y las condiciones electorales del reino de Valencia
y de la isla de Puerto Rico, en aquel laboriosísimo periodo
déla Revolución,
Por aquel entonces también Sanroma presentó tres propo -
Alciones de ley muy razonadas y de extraordinaria impor-
tancia. La una Ueva la Fecha de 1 6 de Mayo de 1 872. y tiene
por objeto el nombramiento de una comisión parlamentaria
que continuase la información acordada por las Cortes Cons-
tituyentes sobre ol estado moral ó intelectual y material de
las clases trabajadoras, así agrícolas o orno industriales. La
ofra proposición es de 27 de Mayo de 1872 y tiene por objeto
la reforma y reoganización general de la Hacienda pública
de la isla de Puerto Rico sobre la base de la supresión de
los derechos de exportación y del derecho diferencial de
bandera, la reducción en un S3 por 100 de los gastos de gue*
rra y administración general, la aplicación de las Ordenanzas
de Aduanas de la Península de 1870, la reforma librecambis-
ta de los aranceles portorriqueños y la declaración de c&bota*
je del comercio entro la Península y la pequeña Antijla» La
tercera proposición (también precedida de muy bien pensada
exposición de motivos, y que tiene la misma fecha] es en fa-
vor de la abolición, inmediata y con indemnización , de la es-
— 20 —
clavitud en Puerto ftico. Nada de esto se llegó á discutir, por
circo nata acias extrañas á la voluntad del proponen te, hasta
quo, por efecto déla crisis de Diciembre, el ministerio
presidido por el Sr. Buiz Zorrilla llevó al Congreso el
proyecto de ley de abolición de la esolavitud, fecha 23 de
Diciembre de 1872, cuyos principales preceptos fueron al
fin votados por aclamación en 23 de Marzo de 1873 y con
cuyo motivo Sanromá pronunció el discurso á que me he
referido antes.
Evidentemente, la mayor solicitud de Sanromá en sa
larga y brillante serie de esfuerzos en pro de la reforma co-
lonial fué dedicada al problema de la esclavitud. Se expli-
ca por muchos motivos. Porque esa cuestión era la cuestión
madre en nuestras Antillas, y aun hoy mismo, después de
abolido el patronato en 1886, sus lejanas consecuencias cons-
tituyen una de las dificultades más serias, ó por lo menos
ano de lo* puntos más interesantes de la economía social
antillana. Bien lo demuestran, sin ir más lejos, de un lado,
la agitación producida en Cuba hace pocos meses con mo-
tivo de los decretos de aquel Gobierno general en favor de
la equiparación de negros y blancos en el orden político y
administrativo, y de otra parte, las reservas que se oponen
al establecimiento del sufragio universal en ambas Antillas,
cuya cultura no es por concepto alguno inferior al de las re-
giones peninsulares, pero donde se señala como obstáculo,
la existencia de un número considerable de hombres de co-
lor, que hace ocho ó diez años vivían en la servidumbre.
Primeramente, el problema de la esclavitud era una
caestión de suprema justicia y de interés genéricamente ha*
mano. Su relieve por este concepto era superior y extraor-
dinario. Luego, por efecto de las circunstancias, la necesidad
— 21 —
de la abolición importaba al honor de la Metrópoli española,
por que, últimamente, y después de las reclamaciones que los
elementos antillanos hicieron (sobre todo en el seno de la fa-
mosa Junta de información, que celebró ana sesiones en
líadrid, hacia 1866) aparecía que la resistencia A la aboli-
ción estaba en nuestro Gobierno, que había prescindido tor-
pemente por espacio de más de medio siglo de La tendencia
abolicionista iniciada en las Cortes de Cádiz por las famo-
sas proposiciones de Alcocer y de Arguelles,
Mas, aparte de todo esto, que se imponía de un golpe y
á primera vista, máxime en el periodo de protestas y ex*
panaiones de la Revolución de 1863- aparte de esto, existían
motivos especiales para determinar la atención de los hom-
bres pensadores y estudiosos que conocieran la situación in-
terior política y económica de nuestras Antillas, y para con-
cretar sobre este punto la mayor parte de las observaciones
y las demandas. Porque siendo lotoria la deplora He situación
política de aquellos países, no es menos positivo que la ma-
yor garantía de esa situación era la esclavitud de los negros;
por aquello que el gran Lincoln decía, con referencia a un
astado de cosas al parecer menos tirante que el de Cuba y
Puerto Rico en la época á que me contraigo. * El pueblo no
puede ser mitad libre, mitad esclavo».
Además, hay que tener en cuenta que todo el orden
económico antillano descansaba en el monopolio de la pro-
ducción colonial, y en la relativa baratura de esta por la
relativa abundancia de obreros, meroed á la traía, sosteni-
da 4 despecho de las leyes, loa tratados y los cruceros in-
gleses.
En tal concepto, no er» difícil prever la tremenda crisis
que agoviaria á nuestras Antillas, llevándolas quizá á la si-
— 22 —
tu&cióü de Santo Domingo, si, distraídos los gobiernos y loa
elementos sociales y productores de aquellos países, se echa-
ban encima, sin aviso ni preparación, la declaración de li-
bertad de los negros (impuesta ya por la voz del mundo des -
pues de la guerra de separación de los Estados Unidos) , y la
competencia de un gran número de comarcas adecuadas
para la producción del azúcar, el café y el tabaco, de
r-v antes proveían á los mercados modernos, casi exclu-
sivamente, algunas comarcas privilegiadas de América y
Asia.
En el problema de la esclavitud, pues, estaba la raíz de
toda la cuestión antillana. Pero con todo esto, hay que ad-
verhr que la opinión pública andaba en la Península muy
distraída respecto del particular. No hace muchos meses lo
he explicado desde esta tribuna, al inaugurar la serie de
Conferencias que sobre el problema colonial del día dieron
en el Ateneo algunos señores diputados de Cuba. Desde 1 S 30
4 1860, aquí casi nadie se ocupó de la situación de nuestras
Aütiüas, cuya aparente prosperidad se exageraba, cuya sa-
tisfacción y fidelidad eran un supuesto obligado de todos los
documentos oficiales, y respecto de las que no se entreveía
otro peligro que el de la abolición de la esclavitud; la cual,
según voz de los pocos que presumían de competentes y aquí
m hacían oir con una arrogancia apenas imaginable, habla
arruinado á las Antillas francesas é inglesas y sido la única
causa de la catástrofe de Santo Domingo. |H*LIa que ad*
mirar, señores, la osadía con que se propagaba que loa es-
clavos de las Antillas españolas vivían contentos y felices t
y que los reglamentos esclavistas del 40 al 50 , después de
rechazada la progresiva ordenanza de 1789, eran un prodi-
gio de previsión y espíritu cristiano! Nadie hablaba de los
— 23 —
ftiltnquts, ni da loa áocaóajoj, ni del grillete, ni de la es-
pantosa mortalidad asnal de los esclavos. . ,
En esta situación, apareció en Madrid hada 1863, nn
hombre de mucho talento, extraordinaria iniciativa y pas-
mosa actividad, que se llamaba Julio Vizcarroudo. Era hijo
de Puerto Rico, y se había educado eo los Eifcados Unidos.
Eq este país habla casado con una inteligente y nobilísima
dama, cuyo nombre quiero aquí citar, por lo mismo que son
moy pocas las personas que conocen la brillante parte que
aquella ilustre mujer tomó eu toda la campaña abolicionis-
ta, secundando con tanta modestia como entusiasmo los tra-
bados de su esposo: me refiero A Enriqueta Brewsfcer.
Paeibien; por la solicitud de Vizcarrondo se rompió la
asombrosa indiferencia en que aquí se vivía respecto del
problema social antillano , denunciado únicamente por el
programa político del famoso periódico democrático La Dis-
atíiún, donde ya en 18,07 se consignaba, como artículos de
la doctrina democrática, la representación en Cortes de Cuba
y Puerto Rico y la abolición de la esclavitud. Gracias á
Gaos trabajos del entusiasta hijo de Puerto Kico, pudo, el
2 de Abril de 1 865, constituirse la Sociedad abolicionista
«apañóla. Entre sus fundadores, aparece San roma al lado
de Asquerino, Bona, Gabriel Rodríguez, Échegaray, Fran-
cisco O rgaz, Beraza, Castelar, O, Laureano Figuerola, y
otros que ahora á mi memoria se escapan; la mayor parte
ya muertos
No es tampoco del momento hacer la historia de aquella
brillantísima Sociedad, que ha vivido hasta que en 1336
fué abolido el patronato, forma hipócrita con que se quisa
mantener la servidumbre, aun después de las leyes aboli-
cionistas de 1873 y 1881 1 Tentador ea el recuerdo de los
— 24 —
grandes meettngs, celebrados en 1865, 66, $9, 70 y 73, en
loe teatros de Variedades, la Zarzuela, Lope de Rueda, Prin-
cipe, la Al tatabra y el Beal de Madrid; del esplendorosa
certamen poético de Junio de 1866, en que se llevó el diplo-
ma de honor la inolvidable doña Concepción Arenal; de la
briosa campaña de El Abolicionista , órgano de la Sociedad t
desesperación del esclavismo, y que llegó á entrar en casi
todos los pueblos de mediana importancia de nuestra Penín-
sula; del valioso concurso que á la idea redentora prestaron
todos los periódicos democráticos, y señaladamente La Dis-
cv¿iónt La Democracia y La Propaganda, dirigida esta úl-
tima por el malogrado escritor José Luis Girior; de lo»
grandes meelings de Valla dol id, Sevilla, Cartagena, Zara-
goza y Barcelona; de las luchas de la Sociedad con la pode-
i oba Liga contra las reformas ultramarinas, en cuya direc-
tiva formaban la mayor parte de los hombres que ahora.
patrocinan aquellas mismas reformas, y, en ñn, de las peri-
pecias y vicisitudes de aquella asociación, suprimida em
ís» 6, reorganizada en 1868, suspensa en 1875, y rehecha
con n Ufe vos bríos hacia 1879.
Pero si do puedo ni debo hablar de esto, sin excusar la
modesta participación que yo tuve en casi todos esos empe-
ño», me ha de ser licito, por consideraciones de estricta jus-
ticia y para que la nueva generación pueda apreciar bien<
uüü de los más valiosos ejemplos de la propaganda polí-
tica contemporánea, señalar alguno de los méritos de aque
Ha laboriosa empresa, cuyos servidores fueron en su casi
totalidad peninsulares residentes en Europa, relativamente-
desinteresados en el problema ultramarino, pero atentos á
inexcusables deberes de patriotismo y de conciencia.
No he de hablar del brío y de la extensión de aquella*
— 25 —
campiña, qne se organizó y sostuvo de na modo tal, que
casi me atrevo á decir que ha superado á todo lo análogo
realizado en la España contemporánea- Ni me he de ocupar
de la resonancia extraordinaria que tuvieron ana principa*
las esfuerzos en aquel período centelleador de la Revolución
de Septiembre, y en aquella ¿poca en qne, para atajar loa
progresos de la idea abolicionista, ge invocaba las com-
plicaciones de la guerra de Cuba y se nos calumniaba de
todas las maneras imaginables, engañando A loa peninsula-
res residentes en las Antillas y suponiéndonos cómplices es*
tupidos de las intrigas extrae jei as y traidoras vendidos al
dinero de los protestantes! los cuákeros 6 los propagandis-
tas, cuando no los gobiernos de Inglaterra y los Estados
Unidos, La vulgaridad y la calumnia son adversarios que
necesariamente han de encontrar en bu camino y han encon-
trado siempre todos cuantos pretenden influir en las socieda-
des con ideas nuevas, saturadas de razón y de justicia. [Y gra-
cias cuando á esos enemigos no se junta también la envidia!
Lo que yo deseo señalar ahora, pensando en la encada
del ejemplo, es, en primer lugar, que la Sociedad Abolí*
cionista mantuvo con firmeza insuperable, desde el primero
al último día, su carácter absolutamente humanitario y su
sentido eminentemente patriótico. Fue siempre aquella
Sociedad perfectamente extraña, como decían sus Estatutos,
t* todo exclusivismo de escuela, toda exigencia de iglesia
j todo compromiso de partido i ; y eso que sus adversarios
j las circunstancias hicieron lo posible para que la empresa
abolicionista perdiera su carácter desinteresado. Quita no
haya entrado por poco este desinterés» cuidadosamente man-
tenido, en el éxito del empeño. Tal vez por no haber obser-
vado esta conducta hayan sido tan escasos los resultados
— 26 —
de la Sociedad antiesclavista, qae bajo loe auep icios del
Cardenal Lavigerie, se ha intentado después constituir
en España, en vista de la redención de los esclavos de
África.
En segando logar, necesito decir qne nuestra Sociedad
abolicionista no se redujo á unos cuantos actos solemnes y
á empeños intermitentes de carácter más ó menos apara-
toso y efectista. Sus directores hicieron, como debían, un
objeto especial y aun preferente de su vida, en aquel
periodo, la triple obra de ensanchar el circulo de los asocia-
dos! ilustrar y determinar la opinón pública y apremiar
á los gobiernos, siguiendo al detalle y al minuto el des-
arrollo Jal problema esclavista, no fácil de dominar por la
distancia que nos separa de las Antillas y por el estado
político excepcional de estas últimas comarcas. Para este
trabajo sirvieron mucho las sucursales abolicionistas esta»
Mecidas en Cuba después del 79, y la adhesión verdadera-
mente admirable de los abolicionistas portorriqueños, que
primero, con sus donativos á la Sociedad y después, con su
decisión nobilísima, hicieron fácil el éxito de la ley emanci-
padora de 22 de Marzo de 1873.
Es esta una nota de que no pueden prescindir aquellos
que intenten alguna propaganda seria en nuestra Patria. Son
muchos los que dicen que aqui no hay opinión pública. Yo
creo absolutamente lo contrario. Lo que falta es conoci-
miento exacto de las exigencias de una propaganda» Esta
es una falta que se relaciona grandemente con el grave error
de la mayoría de nuestros partidos políticos, que á toda hora
confunden la agitación con la organización, preocupándo-
se exclusivamente de la primera; y eso de un modo cir-
cunstancial é intermitente.
f\
— 27 —
La tercer nota que se saca del estadio de la Sociedad
Aboliciomsta, es relativa á la per; ect a. orientación y acen-
tuada finalidad de aquella Asociación, Porque es muy co-
hl¿d que loe más entusiastas defensores de la Patria se rin-
dan 6 distraigan después de las primeras victorias. Y no es
manos frecuente que Jos intereses ven oídos» aparentando
cierta sumisión á la ola triunfante y avasalladora, bus-
quen en los detalles la ocasión para mixtificaciones que pa-
ralicen, cuando no desvirtúen» el efecto del triunfo alcan-
zado por loa adversarios. Además, ea bien conocida la
formóla de los letrados experimentados, que quizá se preo-
cnpAn más de los incidentes y dificultades de h ejecución
de en fallo favorable, que de obtener una sentencia propicia.
La importancia de esta consideración se evidencia con
la historia de nuestra Sociedad Abolicionista. Quizá asom-
braría la exposición que jo hiciera de las dificultades que
encontramos en 1379 para reorganizar la Asociación, por
cuanto muchos creían sinceramente que el problema social
ultramarino estaba vi rt a al mente resuelto por la ley de
Marzo del 73, respecto de Puerto Rico, y por uno de los ar-
tículos del Pacto del Zanjón. Antes necesitamos esfuerzos
extraordinarios para continuar la campaña, á pesar de la
ley preparatoria para abolición ie 1 >Tj . V necesitamos tra-
bajar lo indecible para conven car á las gentes de que des-
pués de la ley abolicionista de 1831, subsistía la esclavitud
en Cuba, por cuanto subsistían el Lepo y el grillete y el
trabajo obligatorio de los patrocinados. Si nuestra Sociedad
hubiera cedido en cualquiera de estos puntos, rindiéndose
4 la opinión que con facilidad se distrae con aparentes triun-
fos, es muy probable que todavía, con la fórmula de la ley
de vagos ó de los contratos obligatorios de trabajo ó de la
— 28 —
importación de asiáticos y africanos en masa y en determi-
nadas condiciones de explotación, todavía, la servidumbre
continuara en Cuta.
Por ultimo, debo señalar el hecho verdaderamente ex*
traordinario de qne á la Sociedad Abolicionista española le
haya sido dada la inmensa satisfacción de ver realizadas la
mayor parte de sus aspiraciones con el aditamento de qne
bus propios adversarios, no sólo reconozcan el hecho de la
bondad de lo realizado, sino que hasta se permitan la pre-
tensión de darse por sus cooperadores, contando con nues-
tra magnanimidad y con el desconocimiento natural de las
nuevas generaciones, para las cuales lo sucedido aquí en
1872, casi es tan extraño como lo que pasó á unes del si-
glo xviii. Este éxito extraordinario debe alentar á todos
los propagandistas, rectificando la terrible genera! idad de
la leyenda mosaica, qne condena á todos los iniciadores y
directores á no pisar, ni siquiera ver, la tierra prometida.
No quiero decir con esto que yo entienda que la obra
abolicionista se halla totalmente realizada en Puerto Rico,
y sobre todo en Cuba. Aquella obra suponía primeramente
la abolición de las leyes y las prácticas esclavistas. Des-
pués, el reconocimiento de la plenitud de los derechos ci-
viles y políticos al negro, liberto ó libre. Por último, la
educación del liberto y en general de la raza de color, la
cual, contra todas las prevenciones y todos los prejuicios,
es y tiene que ser un factor importantísimo del pueblo cu-
bano. De todo esto, lo más grave y lo que realmente ee
llevó toda la atención de la 8ociedad Abolicionista fué lo
primero. Y para esto eran de superior eficacia los esfuerzos
de los peninsulares que constituían la casi totalidad de los
miembros de la Sociedad emancipadora. Lo demás, ya en-
r\
— 29 —
traba en el orden político ultramarino, y lo último da pee di &
ó había de depender» principalmente, de lo 9 habitan tea de
nuestras Antillas; de loa b laucos y de loa negros ya capa-
citados para ciertas empresas por las reformas políticas
ultramarinas hechas de 1880 ¿ asta parte.
Más aun. Para este último empeño , nuestra antigua So-
ciedad Abolicionista tenía muy escasos medios. Segura man*
te ninguno de aquellos que habrían asegurado, desde el prin-
cipio, la eficacia de sos esfuerzos. Era muy difícil recabar el
entusiasmo délas personas que aquí viven, para obras que
principalmente interesan á los habitantes de nuestras Anti-
llas y enya iniciativa no se ve con claridad, pero que es ne-
cesario provocar, haciéndoles entender que no deben confiar
totalmente en la buena disposición de los demás. Yo sé bien
que es difícil convencer de esto á muchos amigos de Ultra-
mar, que fían demasiado en el celo y el deber de nuestros
gobiernos y en la lógica de nuestros partidos, y que hasta
llegan á exigir á las comarcas peninsulares una atención
para los problemas antillanos, que no se tiene ni puede tener
en Cuba y Puerto Rico para los problemas de Oataluila ó
Castilla. Pero este detecto se corregirá bastante dentro del
nuevo orden político que ahora se va á inaugurar, En tanto,
es necesario no excusar la realidad,
Yo hubiera deseado mucho que esa Sociedad Abolicionis-
ta española, que presidí en su último periodo, todavía vi-
riese y trabajara en pro de la educación del liberto anti-
llano. Es notorio que particularmente no abandono el ne-
gocio. Pero he tenido qae reconocer la casi imposibilidad
de que nuestra Asociación emancipadora continuase ac-
tuando después de la abolición del patronato. Por fortuna,
la rasa de color de nuestras Antillas ba superado todo
— 30 —
cuanto los optimistas podían esperar, en la hora de la
abolición de la esclavitud. Hoy mismo sorprenden los es-
fuerzos y los éxitos de aquella raza ya libre, para com-
pletar su educación política y social. Yo desde aquí la en-
vío mi cariñosa felicitación, al propio tiempo que excito á
que continúen cooperando á esta obra civilizadora, á loa
dignos miembros de la Agencia ó sucursal abolicionista de
la Habana y al grupo importantísimo de hombres blancos
que con sus prestigios y sus recomendaciones vienen allí
contribuyendo á la instauración y consolidación de un or-
den moral y político que parte del supuesto, ya indiscutible
en todos los pueblos cultos, de la solidaridad social.
Pero es claro que esta obra no seria hoy posible sin los
trabajos de aquella Sociedad Abolicionistas española que
encontró al negro en Cuba, allá eu el ingenio, el barracón ó
el palenque; y aquí, en los escenarios de nuestros teatros,
bailando grotescamente el tango y compartiendo con nues-
tro hambriento maestro de escuela, el tristísimo privilegio
de provocar las ruidosas carcajadas de nuestro público in-
diferente ó desorientado.
De esa Sociedad, como he dicho, Sanromá fué uno de
los fundadores: llegó á presidirla, aunque por muy poco
tiempo, hacia 1879, sucediendo á Olózaga, al marqués de Al*
baida y al venerable D. Fernando de Castro. Pero sobre to-
do fué uno de sus primeros oradores, llegando á excepcional
altura, principalmente en las Conferencias abolicionistas de
1872, del teatro de Lope de Rueda (antiguo Circo de Paul)
y en los teatros de la Zarzuela y la Alhambra, durante el
periodo revolucionario. Además, no puede excusarse sobre
este particular la influencia extraordinaria de las elocuen-
tes lecciones que Sanromá daba en la Escuela de Comercia
— 31 —
de Madrid sobre la historia de! comercio en Europa y Amó-
' rica, — la importancia moral, poli tica, económica y social del
descaer i miento de América, — el viejo régimen colonial, y en
fin, la implantación y [a abolición de la esclavitud en
el mar de las Antillas, en el Brasil y en la República Nor-
teamericana.
Por todo lo que aquí he dicho, comprenderéis, Señoras y
Señores , la exactitud de mi afirmación respecto de la parte
importantísima que en el empeño de la reforma colonial cupo
i Sanromá, si no como gobernante, al menos como propagan-
dista y como político y diputado; y de aquí deduciréis tam-
bién la razón que me asistía para aventurar la especie de que
quisa en esto consistía el mayor mérito del ilustre finado
como orador y como propagandista. De todas suertes, resul-
ta que San rom a fué uno de los hombres de te más viva y pro*
bada» de más calor propagandista y de más positiva influen-
cia en la España de la segunda mitad del siglo xix ,
Esta última consideración me lleva á señalar otra nota
que tengo por característica de la sociedad contemporánea,
en la cual felizmente no es la acción del gobernante^ la ac
rión del que posee el poder, la única que determina el pro-
greso político y social. En los siglos anteriores, esto último
era lo corriente, y el propagandista tenía que resignarse á
la labor obscura, al efecto lejano nunca por él visto, á la
confusión de la utopia y de la solución pos i ti vi y verdadera
mente gubernamental. Por esto la historia reduce todos sus
aplausos al rey, al privado, al conquistador , Los tiempos
han variado, consagrando por única soberanía la de la opi-
nión pública, y con ella el poder incontrastable de la pro -
pagan da honrada, consciente y perseverante. Por eso puede
decirse que hombres como Sanromá, no sólo desearon y
— 32 —
recomendaron, sino que influyeron y gobernaron como mi-
nistros predilectos de aquella verdadera sobaran*.
Y con esto concluyo. Mas permitidme que al tiempo de
dar el último adiós al concienzudo profesor, at propagan-
dista infatigable y al compañero querido, sainde en él i
aquellos otros queridísimos compañeros ya muertos que
juntaron sus esfuerzos á los de San rom á( aai en el seno de
la Diputación reformista de Puerto Rico, como en ia Socie-
dad Abolicionista española.
Han desaparecido casi todos los miembros de aquel
grupo celoso, activo, disciplinado, infatigable y entasi&ata,
que con tanta energía como fortuna reprodujo, ampl ¿án-
delas y concertándolas con las conquistas de la Revolución
democrática de 1868, en las agitadas y esplendorosas Cor-
tes del 69 al 75, las nobles protestas y las viriles y patrió-
ticas reclamaciones de aquellos Comisionados de Puerto Ri-
co, en la Junta de información para laa reformas ultrama-
rinas de 1865, que, prescindiendo del programa oircojaa-
pecto y de las preguntas meticulosas del Gobierno doctrina-
rio, se adelantaron á reclamar, como supuesto necesario da
toda reforma colonial y condición inexcusable de la vida
digna, tranquila y progresiva de los blancos de la pequeña
A d ¡La, la abolición inmediata y simultánea, con mdsmm-
zacíón ó sin ella, de la esclavitud de tos negros.
Me complace sobre modo el recordar en toi¿s las solem <-
nidades de cierto carácter á que concurro, la serie nunca
interrumpida de esfuerzos y reclamaciones de Puerto Rico y *
sus representantes, desde los momentos miamos en que se ini-
cia la Revolución española dentro del siglo que corre: recla-
maciones y esfuerzos saturados del espíritu contemporáneo
que frecuentemente se anticipan á las previsiones de los po •
— 33 —
Uticos de la Metrópoli, y que mantienen en otra forma ales-
pirita de ia unidad nacional y el sentimiento poderoso de de-
voción y lealtad que aquella pequeña isla demostró repeti-
das veces en tiempos anteriores luchando por su propio e*~
faeno contra loe filibusteros, loa irán ceses, loa ingleses y
los holandeses, y resistiendo después el huracán separatista,
que abatió nuestra bandera en las dilatadas regiones de la
América continental, Y lo recuerdo, tanto por rendir el
tributo de justicia que aquel paia se merecer como para
señalar el contraste que o trocea Las virtudes y las aspi-
raciones de aquellos insulares, con la desatención y hasta
el olvido con que ahora mismo se responde por parte de
nuestro Gobierno a pietenaíones que descansan en el
principio de absoluta igualdad política y legal de todos los
españoles,
Baldonoty, Fadi&l, García Maitín, Acosta, Corchado,
Áyuso, Vizcarrondo, Uelis Aguilera ., , todos son persona-
lidades que ya están completamente dentro de la jurisdic-
ción de la historia, y cuyos trabajos y cuyos méritos podrán
«¿alarse siempre, ora como un ejemplo á ios patriotas y á
los verdaderos hombres políticos, ora como materia de oon-
soita y motivo de orientación á los futuros diputados de
nuestras Antillas, para quienes, hoy mas que nunca, des-
pués de las varias reformas políticas y administrativas
de 1 370 á esta parte, dada la situación de nuestras Filipi-
nas y nuestras posesiones de África, y en vista de los nue-
ves rumbos del Derecho internacional y el desarrollo de
los empeños colonizadores contemporáneos, será racional-
mente imposible reducir su misión á una empresa de ca-
rácter puramente local, con un sentido de particularismo
inconciliable con las exigencias de la democracia moderna
— 34 —
y la evolución, transformación y consolidación de ías gran-
des nacionalidades de nuestro siglo.
Harto comprendo que no es esta la oportunidad de insis-
tir en la consideración que acabo de hacer: mas permitid-
me que de paso la subraye enérgicamente, rectificando el
concepto, bien modesto 7 rayano en lo mezquino, de loa
que piensan que la esfera de acción de loe diputados y se*
uadores de nuestras Colonias, se reduce cada vez mas y su
representación se achica en el seno de las Cortes espa-
ñolas.
Nunca he vacilado respecto de este particular, aun en
aquella época en que lo acentuado de la excepción ul trama-
riña comprometía más á los representantes de las Antillas á
dedicarse muy especialmente al problema colonial. Pero aun
entonces y sobre todo después de las reformas de sentido libe *
ral y tendencia igualitaria que se han promulgado 4 partir
de 1 880, yo he creído, y ahora creo, que á esosdiputados y esos
senadores más que á otro alguno, corresponde la inteligencia
y discusión de los problemas más generales de la patria es-
pañola. Por ejemplo, el problema de la descentralización, el
de la transformación de la vida política y administrativa fi-
lipina, el del desarrollo de nuestra marina, el de nuestra
intimidad efectiva y transcendental con Portugal y las Re-
públicas sud americanas, el de nuestra dilatación por Ma-
rrueces, el de nuestras relaciones internacionales en Europa,
América y Asia y otros análogos que cada di a se van impo-
niendo más á nuestro espíritu, á medida que se van resol-
viendo nuestras dificultades interiores y se afirma la perso-
nalidad española, dentro de los nuevos tiempos y del espí-
ritu de la Revolución contemporánea, en el mundo culto y
progresivo*
— S5 —
Muéveme á pensar ¿ato la consideración de 1a clase de
estudios y de cuestiones á que se ven obligados preferente*
mente loa diputados y senadores antillanos por la índole
particular de loa negocios ultramarinos y por la rasón 7 el
alcance de las relaciones morales y mercantiles de nuestras
Antillas con el extranjero, en cuyo mercado se coloca mayor
parte de la producción colonial. Por otro lado, no se puede
prescindir ni del lugar qne el derecho colonial ocupa en el
cuadro del derecho público, ni de la representación que, en
el mundo americano, da á España la posesión de Cuba y
Puerto Rico, identificadas con la existencia europea por
la consagración de las libertades necesarias y la presencia
de sus diputados en el Parlamento español, y saturadas
del espirita de América por su vecindad y sus constantes
y directas relaciones con las Repúblicas del nuevo Conti-
nente,
Por manera, que lejos de que las reformas y aun la pro-
clamación de la autonomía colonial en nuestras Antillas,
hayan de reducir la competencia de los diputados de aque-
llos lejanos paisas, en la vida parlamentaria nacional, i mi
juicio la fortifican, acentúan y extienden»
Y cuéntese que no quiero sacar partido del imponente
movimiento que se produce en estos instantes allende el Ca-
nal de la Mancha y por cuya virtud se transformará, en
ykRono lejano, el régimen colonial británico. Me refiero á
aquella tendencia á rectificar ¡a exageración autonomista
del Canadá» la Australia y el Cabo y á modificar el concep-
to del derecho imperial de la Metrópoli inglesa, para venir
a constituir una gran nación formada por Inglaterra y sus
Colonias, con una representación parlamentaria y un go-
bierno superior en relación con las últimas aspiraciones del
— 36 —
derecho internacional. Para nna empresa análoga en Espa-
ña no ea floja ventaja el hecho de la representación que por
las declaraciones de las inmortales Cortes de Cádiz, tienen
asegurada en nuestras Cortes, nuestras Colonias y en
Ja actualidad las islas de Cuba y Puerto Rico.
También ha desaparecido la mayoría de los fundadores
de la Sociedad Abolicionista española y sus principales
agentes y sostenedores en las provincias de la Península y
allá en Cuba y Puerto Rico, donde los Coico, los Quiñones*
los Carbonell, los Cortina y un pequeño grupo de animosos
jóvenes, secundaron con verdadera fruición y ánimo irresis-
tible nuestros esfuerzos, ora inspeccionando loa contratos
de trabajo y la situación excepcional y casi momentánea
que determinó la aplicación de la ley abolicionista del 73 á
Puerto Rico, ora vigilando la rectificación de los censos de
esclavos de Cuba, desde 1880 al 85.
Muy pocos quedan de este otro reducido grupo ultrama*
riño; pero en ellos seguramente ha de influir la memoria
de Jos trabajos hechos, de los grandes prestigios, de la per*
severancia y de los éxitos de los que ya han muerto, y cu-
yos saorifioios, muy superiores á lo que generalmente se
cree y puede pensarse fuera del tiempo y del medio impo-
nente ó desalentador en que aquellos hombres se movieron ,
dan cierto carácter sagrado á la empresa de la redención
del esclavo antillano, que comenzó por la destrucción de loa
infames Códigos negros, y que todavía hoy palpita en la
exigencia de una grande obra social de cultura que rehabili-
te definitivamente, en bien de todos y honor de España, para
la tranquilidad de nuestras Antillas, y en obsequio del pro-
greso del mundo y del derecho universal, á la rasa de color
de Puerto Rico y Cuba.
— ti —
Y ya termino, rogándoos me dispenséis que haya puesto
cu relación la memoria del ilustre Sanromi con empresas
que en este momento nos preocupan 4 todos, y respecto de
las cuales, ahora como nunca, as necesario buscar luces, con-
sejos, orientación. AI principio os anuncie que no pretendía
hacer una necrología. Mi idea era algo mas modesta, por
una parte: por otra, algo de mayor transcendencia. Por-
que pensando todo lo dicho y recordando de qué suerte San-
roma intervino en las grandes obras que he referido; cómo
se relacionó con sus demás compañeros; cómo compartió
las aspiraciones más acentuadas de los portorriqueños, des-
amparados pero inquebrantables en sus protestas y deman-
das; y cómo se desprendió de toda clase de prejuicios y todo
género de compromisos locales para inspirarse sólo en los
principios de eterna justicia y en la totalidad de los intereses
de la madre España, que vive del esplendor de todas y cada
una de sus regiones, y para la cual, como dijeron los Inmor-
tales de Cádiz, nuestras colonias no son ni pueden ser meras
factorías ni lugares condenados á perdurable explotación y
servidumbre; pensando todo esto— digo, — puedo y debo reco-
nocer en el profesor de la Escuela de Comercio, en el exdipu-
tado del 72, en el escritor fecundo, elegante y castizo, en el
campeón del librecambio y et gran orador abolicionista, una
personalidad perfectamente acusada y uno de aquellos hom-
bres á quienes el critico Emerson ha llamado homéret repté'
itiUaiivo*.
Su memoria siempre quedaría como un consuelo para el
espíritu entristecido y agobiado, en estos azarosos tiempos
■le incertidumbre, componendas, indisciplina y anemia, lías,
por otros motivos y para aquellos á quienes todavía no ha
rendido el pesimismo, que entienden que el deber no se
— 3S —
reduce al lamento y que tienen dan conciencia de su*
c m j romiaoe de patriotas y su personalidad como hombrea
de hiatoria, oonTiooionee y principio* esa figura debe ser
señalada principalmente como un estímulo y on ejemplo»
He dicho.
r\
LA
REPÜBLICA T LAS LIBERTADES
DE ULTRAMAR
r\
LA REPÚBLICA Y LAS LIBERTADES
DE ULTRA MAR
Iban pasando de moda los dicterios contra Ja República
de 1 873. £1 miedo de los pusilánimes se disipaba, £1 desen-
canto de loa que creUn todo remediable por la caída de la
República, llegaba casi á su apogeo. La mala fe de una bae*
na parte de los francos detractores de aquel orden de coeaa
j la doblez de aquellos otros que afectando servirlo lo com-
prometieron, más 6 menos efectivamente, se había eviden-
ciado. Calmábanse las pasiones del periodo de la lucha y el
tiempo y la distancia iban permitiendo ver, concierta clari-
dad y precisión, los hechos realizado* hace veinticinco años.
Se aproximaba la hora de la justicia.
Debíamos contribuir todos á que esta fuese completa y
efectiva. Convenía traer nuestros datos al juicio. Que la opi-
nión pública supiera lo que se hizo y lo que no se hizo en l 87 Z
y que conociese de qu¿ modo contribuyeron a aquellos acon-
tecimientos y á la ruina de laobra de la Asamblea Nacional,
los individuos, los partidos y los interesan que tomaron par-
te más ó menos activa, en aquel crítico periodo. He aqoí el
defeco de muchos patriotas.
— 42 —
Pensando en esto no hace muchos meses, algunos de lew
que preso ociamos los sucesos de 1873 ó tomhmoy parte ett
ellos, manteniendo después en el Parlamento r en la prensa
y en la plaza pública, enhiesta la bandera de la República
democrática que aclamamos (por diversos motivos, bien que
con un mismo interés patriótico) en el seno de la Asamblea
Nacional, creímos de mucha oportunidad publicar un* serie
de icol o grafías destinadas á precisar y explicar bien los he-
chos, quisa más que para servir á la Historia, para enss
fianza de las nuevas generaciones que ya solo de oidas co-
nocen aquella oonfasa época y para preparar, en plazo más
6 menos breve, por el convencimiento de todos y en condi-
ciones de pleno éxito, la restauración del orden de cosas que
complementó la obra meritisima y transcendental de la Ee -
vola ció a de Septiembre.
Nuestro proyecto era tratar por separado las grandes
cuestiones y los empeños imponentes que embargaron la
atención y la acción de la República del 73 ¡ explicar cómo
se produjo el voto solemne del 11 de Febrero de aquel año;
precisar los elementos de aquella situación política; exami-
nar la gestión republicana en la esterado la legislación gene-
ral, de la fi nanza, de la administración civil, de la guerra,
de las colonias, de las relaciones internacionales, etc., etc.
El trabajo podría ser de bastante importancia supo esto
que loa que se comprometían á él eran, por regla general,
personas que en aquel laboriosísimo período tomaron una
parte muy activa y eficaz en la dirección de lit política repu*
blicana y del gobierno de España.
A ellas me hallaba yo unido por el voto que á favor de la
República di el 11 de Febrero, en cuya fecha figuraba en la
izquierda del partido radical, casi con las mismas ideas que
— 43 —
wioíb tengo y que son las mismas que expresé ante les
«Jftoíores independientes de Asturias en los comienzos de la
fieTolarión de Septiembre, E*ta proc deocia radical, el
no haber figurado moca entre los ministeriales de ningu-
na gira&cióo, mis ideas de siempre y la circunstancia de
¿«bar declinado el honor de figurar entre les directores
oficiales ¿el régimen de 1873 me daban algún titulo para
jalear con relativa indepeodeoc a U mayor parta de aque-
llos acontecimientos, en cuya intimidad tuve que entrar y
respecto de los cuales son verdadera mente asombrosos los
errores que corren.
Pero arlemáa en aquella época comencé á fi tjurar á la ca-
beza del grupo parlamentario constituido por los diputados
reformistas de Puerto Rico, y necesité acentuar la campaña
abolicionista iniciada en 1863, suspensa en 1866 y reco-
menzada eu 1870 por medio de meetiugs, exposiciones, con-
ferencias y manifestaciones cayo completo éxito fortificaron
mi fe profunda en el valor de la propaganda y el poder so-
berano de la opinión pública, E-ttas y otras circunstancias!
que no sería discreto exponer aqnf, me capacitaron espe-
cialmente para estimar lo que por aquel entonces sucedió
tu noastras Antillas y lo que el Gobierno de la República
hizo en punto á po itiea colonial.
Claro se está que en la distribución de los trabajos á qne
me vengo refiriendo, se me habla de recordar para escribir
sobre el complejo problema antillano de 1373, Acepté el
compromiso con la mejor voluntad.
Pero la realización de edte pensamiento propagandista
se aplazó y aun se dificultó por diversas causas. Perseve-
rando en él, yo he aprovéchalo más de una ocasión, para
hablar del período del 73, sobre el cual existían aun más
_ J
— 44 —
prevenciones que respecto del periodo del 20 al 23, ya den-
tro de la época constitucional. Qiisa en España se ha pil-
cado de nuyor inJQstioia qae la notoria con que ¡os franco-
sea se ocuparon, por macho tiempo, de la Be^úblua del
-*8. sin la cual quizá habría sido imposible la instauración
y sobre todo el desarrollo de la tercera Repubü o a francesa
de nuestros días, sin embargo, nuestra República del 73
fué menos censurab e qae la vecina del 43 y tiene de común
con esta, su carácter de preparatoria Lo cual no quita para
que tvmbiH ofrezcan mucho margen á nna critica justa y
desinteresada.
Con este criterio preparaba yo nn trabajo especial soHre
los Ensayos y los ejemplos republicanos del siglo X/Xt
cuando algunas circunstancias ie valor inexcusable me han
determinado á ordenar apresuradamente mis datos y á
escribir estas líneas dedicadas concretamente á exponer lo
que la Repúb ioa empanóla y nuestros republicanos han he-
cho en favor de las libertades antillanas (1).
uso de Ka motivos de mi resolución es el evidente fra-
caso da la política... colonial (llamémosla asi) de todo* los
partidos monárquicos de nuestra Patria. No tengo para qué
resonar el hecho. Me parece de evidencia El famoso em-
peño de la asimilación ya es tenido por todo el muaao no
sólo por imposible en lo futuro, sino por desastroso hasta el
presente, L*& reformas liberales del 95, aceptadas por loa
autonomistas de las Antillas y por los diputados repu-
blicanos con muchas y bien señaladas reservas (contra lo
que propala ahora mismo la prensa liberal peninsular) ya
parecen á todos deficientes. A última hora se han querido
(L) Aquel trabajo esta 0a prensa En 61 me ocupo prime raméala de
a» República de Francia 7 de los Hitados Unidos de América ,
— 45 —
interpretar en na sentido autonomista rechazado franca *
mente por liberales y con ge r va dores, lo misan allá en ana
poco recordada votación parlamentaria de 21 de Junio
de 1F86, ítae al discutirse las mismas reformas de hace
dos añoá en Jas sesiones de 7 y d de Junio de 1895.
La vacilación y las contra dicción es de loa conservadores,
tobre todo desde Julio de 1896" á esta fecha, no hay para qné
comentarlas. Y la aparición det decreto refrendado por el
3r, Cánovaa del Castillo en 4 de Febrero último, si bien cona
titaye un positivo mérito para éste hombre público qne ha
tenido energía y sentido para sobreponerse á las preocupa»
cienes y los miedos de todos los partidos monárquicos asi
como para desdeñar el vocerío de la patriotería y las intrigas
dala rutina, son la prueba más concluyante del fracaso total
de toda la política monárquica de veinte años á esta parte.
QaUá pronto podrá decirse que todo cuanto nuestros mo-
nárquicos negaron en ese laborioso periodo frente á las con-
tinuas y vigorosas reclamaciones de autonomistas y republi-
canos, todo lo han tenido que ir concediendo, á última hora
j en condiciones poco favorables para su éxito, vencidos por
las circunstancias más que obligados por el convencimiento,
hasta llegar á la resuelta proclamación de lo que cien veces
declararon incompatible con la unidad de la Patria, el in-
terés de la Monarquía y hasta el honor de la Nación.
Pero con ese indiscutible fracaso hay que relacionar dos
hechos. Primero: el temor de mucha parte del pueblo
español de que las soluciones con qne el actual Gobierno
pretende poner término á la guerra de Cuba, sean la impo-
sición del extranjero. Y luego, la general duda de la ap-
titud moral y política de los partidos que han sido hasta
ahora contrarios ai régimen que con el aplauso de los Go-
— 46 —
biernoe extrañes y la simpatía de todos los hombres justo»
y progresivos parece que va á inaugurarse en Cuba y es
Puerto Riso, para presidir al afianzamiento y desarrollo de
las nuevas instituciones.
Además, y como nna de las consecuencias de lo antes afir*
mado, hay que establecer que lo» únicos elementos abona-
das por sus antecedentes y su devoción para hacer que las
instituciones autonomistas vivan y prosperen mediante nna
política de fe y sinceridad, son los elementos republicanos»
Porque solo ellos han proclamado de muy atrás la solución
autonomista como medio de evitar lo que ahora pasa en
nuestras Antillas y como modo de organizar definitivamen-
te el gobierno de las colonias. Y porque soto puesta la
vista en ellos puede afirmarse, frente a la susceptibilidad del
honor español, que en i£spaña ha habido siempre mochos y
buenos españoles, que independientemente de lo que pensara
y dijera el extranjero, han creído y dicho á toda hora, que
la mejor política en Ultramar es la de la paz y la confianza
en los cubanos y portorriqueños, asi como que la solución
positiva de los problemas antillanos estaba y está eu la Au-
tonomía colonial.
De donde se sigue que la Cuestión colonial^ por su in-
mensa gravedad, por el compromiso internacional que en-
traña, por lo que su actual solución afecta al honor de la
Patria española, por la devoción que exitgd y por el estado
de asombrosa descomposición* de todos nuestros partidos mo-
nárquicos, la Cuestión colonial-, repito, es una vi?Jm más en
favor déla restauración déla Bepúblíca en España, En pro
de esta restauración trabaja también otro problema vital de
nuestra Patria; problema que resulta de toda nuestra histo-
ria, del sentido del derecho público contemporáneo y de las
-47 -
crecientes exigencias de la vid» internacional. El problema
de Ja intimidad ibérica^ boy sin soluoión fuera del régimen
republicano,
Eatiéndase que hablo de la intimidada* les pueblos por-
tagnes y español y que do preciso fórmula alguna. La ad-
vertencia se hace necesaria con flid eran do la situación por
todo extremo critica de Portugal en estos momentos, aai
como el partido que los sostenedores del statu quo lusitano*
quieren sacar de la actitud de loa republicanos portugueses
7 de las tendencias de los republicanos españoles, para atri?
l'Qir a UD08 y otros el loco propósito de violentar la volun-
tad y las susceptibilidades lusitanas, atrepellando la per-
sonalidad del pueblo de Camoens y de Vaeco de Gama, mal-
tratado hasta lo in verosímil, en lo más ir timo de sa digni*
dad y de su representación, por los ingleses protectores y
garantes de la Monarquía portuguesa, tanto en los comienaos
del siglo actual ó sea en la époaa de la tiranía de Beres-
ford, como en los días recientes del escándalo de Lorenio
Marques y del Ultimátum británico de 1890,
Esto no quita para que si las cosas se pusiesen ole otro
modo y por la libérrima voluntad de portugueses y españo-
les se llegase á una fórmula práctica de inteligencia de en-
trambos pueblos autónomos, loa mismos que hoy nos seña-
lan á Jas iras lusitanas ó á la desconsideración da las gen-
tea reflexivas y verdaderamente políticas, por la supuesta
mgeración de nuestras ideas y el romanticismo de núes*
tras tendencias, aprovechasen nuestra propaganda y se jao-
taran de haber sido punto menos que loa únicos adivinado
ns y protectores de la solución triunfante (l).
( l ) lf e p a rm i t o ■ i Ur m ia librtif 10 brc Portugal y jut rtf ¿7 •«.—£• H*'
— 4$ —
Pero hay algo mi* que determina «ate trabaje». A prisci -
píos del iorierQO de 1195 llegí> i Madril ana comisión
del partido Autonomista portorriqueño, pera estudiar de
carca lia disposiciones de los partidos nacionales y de loa
hombree políticos de la Metrópoli, También debia ver si era
dable concertar con ellos tina cierta inteligencia» que quita-
se Í los autonomistas antillanos It marca de perdurable
inferioridad con que loa ha querido ha iriller el viejo régi-
men, palpitante sn el fondo de recientes y expansivas re-
formas. Da esta saerts se apresuraría el triunfo de las liber-
tades coloniales en tola su integridad, y se facilitada á los
devotos de éstas el acceso al poder, conforme al torno de
que hasta cierto panto disfrotan todos los partidos de la
Metrópoli,
El Sr. Sagaats, a título de jefa del partido Liberal penin-
sular, biso ciertas declaraciones qu* le comprometen, á jui-
cio de la mayor parte de loa comisionados portorriqueños,
en sentido mar favorable á los autonomistas.
Per efecto de esto y de otra* cansas, se ha producido re
cien tómente la arisis del antiguo y báoso partido A n tono •
mista de Puerto Rico. Una parte de él se ha fusionado con
el partido Liberal de la Península, con la esperanza de que
se acentúe la afición del Sr, Sagista y en la confianza de
que la tendencia del partido Liberal se ha de convertir en
franca y terminante aceptación da todos los compromisos y
los artículo* délos programas portorriqueños de 10 do Mar-
zo de 1897 y 18 de Mayo de 1891.
Otra parte del antiguo partido borinqueño ha resistido
raí uro poríu^mio eonUmporánta.— L* moderna lapiítorafn d* Portugal,—
t&» p*ÜK0* portuguEH*.—?,* intimidad ibérica , etc . etc.
— 41 —
este movimiento. Con ella están las personas que cons-
tituían el Direotorio del partido y ahora se trata, por
estos elementos resistentes, de resolver de modo regu-
lar y definitivo la situación ereada por la evolución de
los fusionados y por la nueva dirección que toma la
política colonial en la Metrópoli. Con tal objeto dentro
de pocas semanas se convocará en Puerto Bico una Asam-
b'ea autonomista, ante la oaal se ha de plantear el pro
blema del mantenimiento de la personalidad del anti-
gao partido , como partido pura y exclusivamente local ó
qniíá la delicada solución de su intimidad y aun su fusión
con el republicanismo peninsular.
Mientras esto sucedía en la pequeña Antilla, en la Metró-
poli se produjeron varios hechos de suma gravedad y
transcendencia.
El Gobierno conservador, ratificando las declaraciones
que hizo en el Mensaje de la Corona de 1896, contra la
eficacia de las reformas ultramarinas de 15 de Marzo de
1895, ha promulgado el decreto de 30 de Abril de 1897,
en sentido favorable al sel/ governmut colonial. Quisa
de mucha mayor importancia que los artículos del tal
decreto ei el Preámbulo del de 4 de Febrero, que eona
las bases de esta nueva reforma y rompe en absoluto con
la doctrina asimilista y la tradición y los compromisos
de la Bestauraoión y la Regencia en materia ultrama-
rina.
Sin duda los decretos referidos tienen muchos defectos.
Para su eficaoia existe la enorme dificultad de que en ólloj
se prescinde de la reforma electoral requerida por todos los
elementos progresivos ó imparciales de las Antillas. Se in-
curre, pues, en el mismo error de la reforma de los liberales
— 50 —
peninsulares de 1835, cuyas primeras consecuencias ya se han
vlñio en Puerto Kico, donde, en estos últimos dias, se ha
planteada esa reforma, ea medio del retraimiento de todos
los liberales y autonomistas y en provecho exclusivo de los
antiguos conservadores, los cuales continúan monopolizando
el poder, eon el beneficio de que este sea ahora mayor que
cuando las Cortes y el Ministerio de ültram t tenían mayor
competencia en los negocios de las Antillas. Pero con todos
euB defectos, loa decretos de Febrero y Abril del 97, son un
considerable progreso, tanto por lo que contienen, cnanto
por lo que obligan al partido Liberal, sucesor obl gado, en
plazo próximo, de los conservadores (1),
Y con efecto^ luego han venido el Manifiesto del Sr. Sa-
gasta, de Junio del ano corriente y la interpretación del
mismo hecha por el propio jefe del partido Liberal, en el
sentido de que la autonomía colonial á que se reñere el Ma-
nifiesto es aquella Autonomía que los autonomistas antilla-
nos defienden.
No necesito decir que todo esto ha debido influir en el
catado de la cuestión antillana. De hecho, así conservadores
como liberales— es decir, todos los partidos gobernantas de
la Península— están dentro de aquella política autonomista
tan combatida y á las veces erecrada por nuestros partidos
monárquicos desde 1879 é 1897. Eg claro que no bastan
O) Sobro eitos par Leu' aras puede ve rus «l arlíeilo qie publiqué
en uu opiísculD-r-ivist! del alo 9Sr coa el lítalo de La paliiUm iét&ni+t
«n 1893. Bu él trato de la refería* Maere*
Deipuéa, y sobre el decreto del Sr, «¿üotii da 1897, he pmblUid*
U3BS No tus ea La Corrnpondewiíi «V Btptáa de F A reto i limo, y uia
CnU cae! mUnn periódico «i Juii* del año corrí tal*
— ftl -
Jas declaraciones del Manifiesto del SrÉ Sagaeta ni U inser-
ción del decreto de Abril ultmo ea la Gaceta para que hom
tres cantee y conocedores de U política (ai o gal armo ate
de nuestra política) crean y afirmen que Ja Autonomía co
lonia! ha triunfado en nuestra Patria, Pero por muchos rao
tí?oe qae es ocioso detallar y explicar, resulte que todas las
condiciones déla política imperante han variado radicalmen-
te y que ya ee preciso estimar nuestro problema ultramarino
de otro modo del acostumbrado. Los datos de ahora son
perfectamente distintos, quii i el su mayor parte opuestos,
a loa de hace pocos meses; no digo a loi de hace unos cuan-
ta años
Donde sin dada el efecto tiene que ser mayor es en las
Antillas. Asi no me han extrañado las noticias corridas
por alguroa periódicos de Madrid sobre fusión de los parti-
dos Autonomista y Reformista de Cuba y aun sobre fusión
de loe autonomistas de la grande Antilla con e! partido Li-
teral de la Península.
Luego e urgió la especie— de ana elocuencia colosal,— de
qae la Unión Constitucional de Cuba (es decir, loa conser-
vadores de Cuba) se habla decidido por las reformas auto-
nomistas del Sr. Cánovas. Como los incondicionales de
Paerto Rico se habían decidido antes por las retormis de
1895..., á condición de ser ellos toe que las plantearan, ape-
Bar de su antigua oposición.
No tengo seguridad respecto de aquella estupenda noticia*
Se bien (porque eso no cabe ignorarlo al único representante
parlamentario que el partido Autonomista cubano tiene aho-
ra en la Metrópoli) que todo lo de las fusiones anunciadas es
inexacto, como lo es todo cnanto por ahí se dice de gestiones
J trabajos de loe auto a o mistas cerca de los insurrectos
— M —
cubacoe, y de rectificaciones de algunos puntos sustanciales
del programa autonomista en mentido avanzado 6 en rumbo
opuesto.
Pero no por esto dejo de reconocer que, aaí para loe auto*
nomiatas de Cuba como para loe de Puerto Rico (tonto loa
ya fusionados oon el partido Liberal, como loa resistentes i
la fusión, y en particular estos últimos) surgen nuevas
cuestiones, para cuya solución son preciaos datos oon que
hasta ahora no se ha contado.
Entre éstos figura, en primer término, el relativo & la
autoridad , la competencia y las condiciones da todos y
cada uno de los partidos peninsulares ó nacionales para
implantar y desarrollar la Autonomía colonial en nuestras
Antillas. Por supuesto, partiendo de la doble hipótesis
de que, oon efeoto, se ha de hacer algo mis que publi-
car unas cuantas leyes autonomistas en la Gaceta de
Madrid y de que la autonomía que se decrete sea real-
mente la Autonomía que hasta hoy hemos predicado los
autonomistas en las Antillas y en ]a Península, 6 lo que
fuera de España se conoce con el nombre de Autonomía
colonial.
Después hay otro problema: el de la posición de loe
elementos políticos antillanos con relación á los penín-
snlares, en el punto y hora en que todos éstos acepten
la solución autonomista de modo análoga, ¿ quiíi mas vivo,
al modo conque,, hasta hoy, proclamaban, todos los parti-
dos m nárquicos y gobernantes, la política de la asimila-
ción, obteniendo por ello la devooión de los constitucionales
de Cuba y los incondicionales de Puerto Rico frente al
partido Autonomista, estimado por unos y otros, aquí y allá,
punto menos que como por reprobo y seguramente coun iu
— ©3 —
compatible con el gobierno regular de la Monarquía aspa*
fióla,
Desde este momento es verosímil y racional que surja en-
tre loa antillanos da cierta cultura política, aun entre loa
que mis especialmente se preocupen de la particularidad in
salar, la cuestión de ai procede 6 no acentuar sus simpatías
Eiacia aquellos parti ios, eximiendo al local de las preven -
ciooeay lo* exclusivismos anejoj á toda reclamación parti-
cular.
Hasta la hora presente, ai bien era cierto que el máa
firme y entusiasta apoyo— el verdadero apoyo— de las as-
unes antonomietas era el partido Republicano español
-í por lo menos ano de las diversos grupos que forman este
partido— oo era menos exacto que loa autonomistas de Cuba
f Puerto Rico, constituidos respectivamente en J 873 y 1187,
prescindían en absoluto del punto de la forma del gobierno
Laoionalt de suerte que con perfecto derecho cabían en aque-
llos partidos locales, en absoluto pie de ignalidad, republi-
canos y monárquicos ,
Compréndese pjr tanto la resistencia de estos ultimes &
identificar absolutamente au suerte con los republicanos
peninsulares, que no aparecían como gobernantes, aunque
ií como simpat zadores y cor religionarios de los más radi-
cales defensores de la libertad colonial . Mas no serla menos
respetable la resistencia de los autonomistas republicanos á
ingresar en las filas monárquicas, si los monárquicos pro-
clamaran también la autonomía,
Ño era esto el menos tuerte de los argumentos que
lotteni&n la existencia de los partidos locales ultrama-
rtoce, quizá alguna vea exagerados en la acentuación
deán locilUmo. De esto he hablado con toda franqueza
- •* —
en los prólogos de nrs libres sobre la Autononía coto*
nial en España y la Reforma ¿fcctoral de las Antillas.
La situación parece que cambia, Laa cosa» se ponen de
modo que es fácil laoptacón.
Dado, se entiende, que tea procedente esta y conven-
ga 6 sea posible la total desaparición, ahora 6 después,
de los partidos locales antillanos; panto sobre el caal no
be de decir, en el momento presente, mi particular y defi-
nitiva opinión.
Tomo el problema como me lo plantean los periódicos pe-
ninsulares y machas correspondencias y aun consultas de
Ultramar, donde hoy existe, a lemas de los autonomistas
monárquicos y de los autonomistas republicanos, na ñame*
roso grapo de autonomistas hasta ahora reservados ó indi*
taren tesa cualquier otro interés que no fuese el inmediato
y por muchos motivos dominante de la colonia mal llume-
da provincia ullramarim, y mantenida de hecho, por la
ley y por la práotica (contra lo que la ignorancia ó la mali-
cia no cesan de propalar) en ana deplorable cnanto injusti-
ficada inferioridad respecto de las pro mnciat peninsulares,
A todos esos elementos hay que hablar, para que el jui-
cio se forme y la actitud se determine, allende el Atlántico,
con pleno conocimiento de cansa.
Con toda sinceridad añadiré que también me deberla ha-
ber movido á coordinar y publicar mis apantes sobre eata
materia el clamoreo con qae buena parte de la gente mo-
nárquica pretende atribuirse todos los progresos coloniales
y aan la paternidad de las reformas más expansivas de Ul-
tramar, Quisa en pocas ocasiones como en la presente con-
vendrá recordar el suum citiqut.
Pero este panto de vista habría parecido muy inferior al
— 55 —
que tomo para, explicar la verdad de lo sucedido respecto
de loa republicanos, sin pretender negar el mérito (á mi
juicio inferior) de los demás partidos. Ni siquiera me pre*
ocupo, por el momento, de comparar lo que anos y otros han
hecho, teniendo en cuenta la diversidad de sus medios, de
Ita épocas y de las circunstancias. Esto podrá ser materia
para otro trabajo.
Ahora me reduzco á exponer modestamente, con cierto de-
tille, lo que los republicanos españoles han hecho en pro
4e nuestras Antillas deade 1373 á esta parte. Hago historia
-con los menos comentarios posibles.
II
Mi panto de partida es la proclamación de la República-
qie se verificó el 11 de .Febrero de 1873.
Dejo á un lado, para simplificar el estudio, el periodo ver*
daderamente admirable, tanto por la gravedad de la situa-
ción, ensoto por la transcendencia délos empeños, como,
por la energía desplegada, qne precedió inmediatamente
a aquel transcendental suceso. Lo que el partido radical hizo
con re 1 ación á nuestras Antillas fué de una importancia ex-
traordinaria, habida cuenta principalmente de las dificulta-
des del momento y de la oposición que movieron todos lo*
elementos conservadores (setembristas y alfonsinos), toman*
do por base y pretexto precisamente la cuestión colonial.
Quizá fué aquella la vez primera en que esta cuestión»
transcendió de un modo decisivo á la vida, general po-
lítica de España. Antes el problema ultramarino había in-
fluido poderosamente en las relaciones del partido modera-
do y da la Unión liberal, determinando la caída del pri-
mero . Entonces se consagró por modo esplícito la com-
petencia de las Cortes para entender en los presupuestos
ultramarinos y terminó (en principio) el absolutismo coló*
- 57 —
Dial victorioso después de la expulsión de los diputados
americanos de las Cortes de 1836 y de la redacción del
artículo 2.° adicional de la Constitución de 1837.
Otra vez, en 1879 , las cuestiones de Ultramar — señalada*
mente la cuestión de Caba y la paz del Zanjón— influye-
ron también de manera muy grave en la marcha política
de la Península, rectificándose el sentido de la primera
época de la Restauración y viniendo á compartir las ta-
rea* legislativas y parlamentarias, después de cuarenta y
tres años de forzada ausencia, I03 diputados y senadores de
Coba.
Pero nada de lo que se bizo en 186S, ni de lo que se ha
realizado después del 79 basta poco hace, nada puede ser
comparado, como originalidad, energía y transcendencia, á
lo que se planteó y resolvió más ó menos, durante el periodo
revolucionario del 68 al 73. En este periodo operó en primer
término, con su vigor y su orientación característicos, el
partido radical.
Y en el último período de la administración del par-
tido radical (ó sea á partir Je mediados de 1872) el problema
ultramarino se sobrepuso de tal suerte, que bien puede ase*
gurarse que vino á ser uno de los primeros motivos de la caí-
da déla monarquía de D. Amadeo de Saboya.
Porque el mencionado partido dio, en aquellos aguadísi-
mos días, un empuje enorme á la política reformista colo-
nial, que se había inaugurado en la primera época de la Re-
volución de Septiembre, de modo mu/ tibio, tanto por la
intervención que en el g obierno de Ultramar consiguieron,
en 1868, muchos elementos conservadores, á pesar déla
victoria de Alcolea, como por la deplorable influencia que
para resistir todo empeño expansivo necesariamente habla de
— 58 —
tenerla guerra separatista de Cuba, comenxaia en aquel
mismo tiempo.
Al partido radical se la deba la iniciativa de la abolido a
de la esclavitud ea Puerto Riso y la resolueióa para plan-
tear en eeta iala la ley deeeentraliaadora municipal de 1 870:
mediáis ambas de superior alcance. Pero con ser estas de-
terminaciones nmy gra7ee y transcendentales, tolavia lo
eran m&¿ el calor y el sentido con que aquel gobierno, presi-
dido por el eefior D. Manuel Ruis Zorrilla, tomó i m cuenta,
como empeño muy principal, la tarea de hacer á Puerto
Rico partícipe de todas, absolutamente todas, las conquistas
de la Revolución de 8eptíembre, ya por ser esto de ai soluta
justicia, ya por loe méritos una vez más contraídos por loa
portorriqueños fíeles, cual siempre, á la Madre patria, en
los momentos más críticos, ya en fin, por el influjo que
se suponía que esta política había de ejercer (como ejerció)
en la terminación de la guerra de Cuba.
El valor positivo de esa política puede calcularas por la
irritación extraordinaria de los diversos enemigos del par-
tido radical y por el Manifiesto que en su daño publicó, en
Enero de 1873, la Liga ultramarina entonces forma Ja en la
Península contra las reformas de Ultramar, A ella perte-
necían bastantes personas que ahora reconocen honradamen-
te su equivocación de antaño y que patrocinan la urgencia de
las soluciones autonomistas. Conviene insistir en esto para
reducir el alcance de oposiciones que hoy se hacen por otros,
con no meóos pasión ni más fundamento que los demostra-
dos entonces por muchos de los reformistas de 1897.
Aquel Manifiesto nunca debiera ser olvidado. Allí se
decía enfáticamente que c España estaba bajo el peso -ie
un nuevo infortunio á cuyo 30I0 anuncio se habían conver-
— 59 —
tido 6D desgracies sen ndarias las que no hacia rancho
tiempo parecían insufrible ti'» .
Eae infortunio lo producían el proyecto do ley aboliendo
la esclavitud en Puerto Rico y el decreto de 1 3 de Diciem *
bre de 1£72 referente al pT antea miento inmediato en acue-
lla ida de la ley maniapal que debió aplicarse á mediados
de IS70 y por la cual se establecían alcaldes y concejales
electos por los vecinos mayores de 25 años que supieran
leer y escribir á pagaran alguna contribución al Estado.
En ella se concedían , también, facultades de cierta valía a
los Ayuntamientos reducidos antes á mera decoración.
|Ua infortunio todo eso I
Sin duda alguna antes de este movido período, la Revo-
lución de Septiembre había hecho sentir sus efectos en el
orden colonial, pero solo en cierto grado y medid»; no los
que se hubieran debido esperar si la lógica fuera en todas
ocasiones la ley del mundo político.
Antes de la Revolución se había iniciado y sostenido
por algunos elementos democráticos de la Península y
algunos naturales de las Antillas residentes en la Me*
trópoli, una campaña en favor de soluciones muy acen-
tuadas y expansivas en materia colonial. Buenas pruebas
de ello son el programa y los artículos del famoso periódico
La Discusión (I) fundado y dirigido desde 1858 á 1867,
por D, Nicolás M. Hivero asi como loe meetingsde la Socie-
dad abolicionista española, que por iniciativa del portorri-
queño D. Julio Viícarrondo funda mes en 1863, y que actuó
en Madrid desde esta f et ha hiSl a I £G6.Peroene&te primer pe-
(1) En este periódico Cf meneé jo *d 1*00 mi campaüa en pro de
lM libertad» coloniales.
— 60 —
nodo de su vida la Sociedad abolicionista redujo sus preten-
siones A la proclamación de la libertad del negro, sin tocar
el punto del procedimiento. Aun para llegar á aquella afir-
mación, pasando de la protesta contra la Ir ala, necesitaron
los primeros directores del abolicionismo español reñir muy
buenas batallas dentro de la misma Sociedad. En cnanto al
programa de La Discusión (que lo llegó á ser de toda la de-
mocracia española) conviene recordar que en lo relativo á
Ultramar no pasaba del mero enunciado de la abolición dé
la esclavitud y de l* representación en Cortes de las provin-
cias ultramarinas..
Por manera que lo recomendado á la opinión por loa
propagan distas más avanzados, era algo muy modesto y
seguramente no lo bastante para determinar á nuestros
distraído* políticos (cuanto más á la generalidad de las
gentes) en un sentido medianamente radical. No hay, pues,
que extrañar las dificultades surgi las en el seno de la Jun-
ta Superior Revolucionaria de Madrid, ni los términos tem-
pladísimos de las declaracionss de Septiembre del 68.
La Junta Superior Revolucionaria de Madrid (resumen
de todo el primer movimiento revolucionario de 1868) hizo
dos declaraciones, ahora ya punto menos que olvidadas,
pero que conviene recordar, máxime cuando á todo andar
viene la hora de las liquidaciones y de las responsabili-
dades.
En 15 de Octubre de 1868, D. Nicolás M. Bivero, sostu-
vo la siguiente moción:
• Considerando que la esclavitud de los negros es un ul-
traje a la naturaleza humana y una afrenta para la Nación
que tínica ya en el mundo civilizado la conserva en toda su
integridad.
Considerando que por su historia, por su carácter, por lo
— 61 —
relacionada que está con todas la? esferas de vida en nues-
tras A imitad, per la tranacend encía de cualquier medida qae
sobre elJa se tome y la gravedad qae todo golpe irreflexivo
entraña aun para los mismos negros, la esclavitud es ana
de e«as instituciones repugnantes, cay a desaparición no
deba hacerse esperar, pero que exige en cambio la adopción
sesuda y bien peonada de otras medidas previas y coetáneas
de índole mu? diversa, qae hagan fácil, fecunda y defini-
tiva la obra de la abolición.
Considerando qae estos miramientos, sin embargo, no
obstan para qne ínterin las Cortes constituyentes, oyendo
á los di rutados de Ultramar, decreten la abolición inmedia-
ta de la esclavitud, el Gobierno provisional pueda tomar
alguna medida en desagravio de la justicia ofendida y sin
temor á ninguna de esaa complicaciones que obligan á es-
perar el acuerdo de tas Cortes.
L% Junta superior revolucionaria de Madrid propone al.
<.-robierno provisional como medida de urgencia y salvadora*
Quedan declarados libres todos los nacidos de mujer es-
clava á partir del I T de Septiembre próximo pasado.»
En la misma fecha (esto es» el propio J 5 de Septiembre
de 1808), la misma Junta votó otro Decreto, que también
propuso el Sr. R i ver o y deoía asi:
t La Jauta superior revolucionaria, á propuesta de varios
de sus miembros, acordó por aclamación proponer al Gto •
bienio que llame á la representación de las próximas Cor •
tas constituyentes á las provincias de Ultramar.»
Por cierto que recuerdo bien que estas declaraciones no se
hicieron sin reparo por parte de alguno de los miem-
bros de aquella Junta, un poco alarmada por el efecto inme-
diato que las tales declaraciones podían producir en las An •
tillas, donde se suponía incontrastable al elemento conser-
vador y casi en pleno salvajismo al negro nacido para la
servidumbre.
Y en cuanto á 1¿ declaración sobre derechos politioos ya
se supondrá que su redacción original seria otra, en términos
más comprensivos y con sus considerandos correspondientes.
L
— 62 —
Por aquel entonce*, circuló en Madrid una Exposición al«
Gobierno provisional pidiendo mocho más y precisando el
modo y manera de llamar á los diputados de Coba y Puer-
to Rico á las Cortes Constituyentes. Aquella Exposición fué
suscrita por más de trescientos peninsulares muy conocidos
en los círculos políticos de Madrid. Pero desgraciadamente
no surtió efecto. Lo mismo que en 1810. Porque la insisten-
cia en el error es uno de nuestros mayores pecados.
Esto no quita para que corra muy válida la especie de
que la Revolución de Septiembre inundó á las Antillas con
reformas radicales... y que esas fueron la causa del movi-
miento separatista de Yara. Gomo ahora se dice que las
reformas del 95 (que no se han planteado todavía) han sido
la causa de la actual insurrección de Cuba.
Tanto de esto como de los obstáculos que produjo la in-
surrección de Tara, bien explotada en la Península por loa,
enemigos de toda refornra fundamental de nuestras colo-
nias, puedo hablar yo como pocos, porque (ya es hora de
de que lo diga) intervine directa y constantemente en todo-
cuanto en la Metrópoli se intentó por aquel entonces para
llevar al otro lado de los mares, con el espíritu de la demo-
cracia moderna y el sentido de la Revolución de Septiem-
bre, la más sólida garantía del imperio de España. Las dos
mociones antes referidas fueron por mi redactadas y por mi
ruego las presentó á la Junta Revolucionaria el Sr# Ri ve-
ro. Como redacté y presenté al Sr. Duque de la Torre la
referida Exposición sobre el mejor modo de consoltar la opi-
nión de nuestras Antillas para su reforma política, económi-
ca y social.
Como se ve las declaraciones de Septiembre no pasaron
— 63 —
de osa fórmula simpática, de términos muy modestos y den»
tro de la tendencia de encomendar )a resol uoión del proble-
ma ultramarino á los Poderes Públicos organizados, en
una situación ya regular y definida.
Inaugúrase la obra del Gobierno provisional con la Cir-
eolar de 27 de Octubre de 1868, en la cual el Ministerio de
Ultramar (regido entonces por un hombre del criterio con-
servador y de la historia acentuadísima de D. Adelardo
Upes de Ayala) explicaba á las autoridades de Cuba y
Puerto Rico los propósitos del Gobierno. En esta circular,
después de muchos rodeos, frases retóricas y generalidades
ja prohibidas por la ley 41, título III, libro 3.° del Código
de Indias, el Gobierno anuncia que estudia «la forma electo*
ral más adecuada á la diversidad del estado social en las
provincias Ultramarinas y que al definirlas tendrá muy en
cuenta las naturales diferencias y condiciones de los habi-
tantes de nuestras Antillas».— Y afiadeque t dentro áelor
límites prácticos que no le es dado traspasar, el Gobierno
adoptará un sistema de elección tá» amplio como sea po*
sitie.*
Para precisar los compromisos de la Revolución de Sep*
ttembre el ministro de Ultramar escribe lo siguiente:
«La Revolución actual que se ha captado las simpatías de
propios y extraños por su templanza y su espíritu justicie-
ro, no aplicará á las provincias de Ultramar medida alguna
violenta, ni atropellará derechos adquiridos al amparo de
las leyes, no dará tampoco nueva sanción á inveterados
tbcaosni á manifiestas trasgresiooes de la ley natural.
Acepta en el orden político todo lo que tiende á aumentar
las inmunidades de las provincias ultramarinas, sin relajar
los lazos que las unen al centro de la Patria; admite en el
orden todo lo que conspira á un fin humanitario y civiliza-
dor, pero sin alterar de un modo brusco y ocasionado á gra-
•^
— 64 —
vítíimoe conflictos para ella misma y la condición de la po-
blación agrícola de nuestras Antillas.»
Clam se está qne la Circular debía producir no escasas
alarma en el circulo de los hombres espansivos realmente
i ■ lea r 1 1 idos en espirita con la Revolución. No digamos na-
da del partido que de esta enorme equivocación habían de
sacar los pesimistas y los enemigos de España.
La taita de preparación y de idea y la profunda descon-
fianza del Gobierno se evidenciaron más en el Decreto so-
bre elecciones de Diputados á Cortes constituyentes que
se publicó en 14 de Diciembre del propio año 68 y en
la Circular de la propia fecha sobre ejercicio de la li-
bertad de imprenta y del derecho de reunión en las Anti-
llas,
Ei decreto antes mencionado reconoció á Caba, lo mis-
mo que á Puerto Rico, la representación en Cortes, en con-
diciones de igualdad, si bien atribuyendo á la primera de
estas islas 18 diputados para sus 955.805 hombres libres y á
la segunda 11 diputados para 612.442 habitantes también
libres.
En este Decreto, después de afirmarse que el pensamiento
del Gobierno era la asimilación y que nada podía ni debía
hacerse hasta que los diputados de las Antillas llegasen á las
Cortes, se dice: t Deseosos de que las elecciones se verifiquen
con entera libertad, se ha suspendido el uso de la Real
orden de 28 de Mayo de 1825, por la cual se conceden fa-
cultades extraordinarias, exentas de responsabilidad, á las
autoridades de las Antillas, que tendrán qne concretarse
estrictamente durante el periodo electoral á las que les con -
fieren las leyes de Indias.» Y el art. 26 del mismo Decreto
— 05 —
dice claramente que aquella suspensión de facultades sub -
iiatirá soh durante el período el electoral.
Loe preceptos de las Leyes de Indias sobre tranquilidad
de la tierra é sea las leyes 1A título 3.° y 7/ del título 4.°
libro 5.° del Código de Indias, fueron hechas en 1588 y
1568 (reinado de Felipe II) y constituyeron nnade las ba-
ses de nuestro orden político ultramarino durante el periodo
del absolutismo.
Pero además en un articulo adicional del mismo decreto
de 1869 se aplazó la celebración de las elecciones en Cuba,
de modo que aquella bailen ñosa medid* y sus complemen-
tarias no produjeron ningán efecto.
La Circular á que aludí na te 3 establece con toda claridad
que las libertades de imprenta y de reunión aludidas en el
Decreto antss citado son < parte integrante del ejercicio del
derecho electoral» y que de ellas habrán de disfrutar opor-
tunamente (eic) los natura les de las Antillas». Y añade:
«En ilustrar la opinión de loa electores y de los que hayan
de ser elegidos sobre los puntos que darán ocasión á los deba-
tes del Congrego Constituyente; en defender loa derechos de
aquellos y la legalidad de las elecciones, es en lo que prin-
cipalmente debe emplearse la libertad que para escribir y
pub icar impresos existirá en esa provincia y para convenir
loe medios de asegurar el mayor acierto en la elección es
para lo que obtienen la facultad de reunirse los electores. »
Luego sigue diciendo :
«Debo advertir á V. K. que existe un asunto de gravísi-
mo ínteres para esa provincia que por su naturaleza no puede
ser discutido públicamente allí *u estos momentos. Formt
la esclavitud (que no teme el Uobiarno llamar las oosas por
su nombre, como erradamente se ha supuesto), una de las
principales bases de la propiedad agrícola é industrial en
las islas de Cuba y Puerto Hico, Sacar ¿ público debate
— 66 —
un» de las cuestiones fundamentales de la sociedad, caando
loo ánimos se hallan agitados por el apasionamiento que es
propio délos pueblos inexpertos en el uso de los derechos
políticos, serla más qne temerario y el Gobierno, que como
ja ha anunciado á V . £. propondrá á las Cortes en su diat
la resolución legal y humanitaria de aquel difícil problema,
no puede consentir que se convirtiera hoy en ocasión de jus-
tificados temores y amenazas.
Por último, se prohibe absolutamente combatir de palabra
ó con la pluma la integridad del territorio y el dominio de
Patria.»
Ya el mismo ministro, Sr. López de Ayala, reconoció en
el I ufarme que presentó á las Cortes Constituyentes en 20
de Febrero de 1869 que su conducta y sus declaraciones
f jeron ásperamente juzgados por algunos órganos de la
ojmiión pública á quienes extraviaba en este asunto lana-
tur al exaltación de las ideas propias de los periódicos revo-
lucionarios y expansivos.
Con tal motivo, teniendo en cuenta lo que pasaba en Cuba
desde el malhadado Decreto de 12 de Febrero de 1867, so-
bre contribuciones y luego del fracaso de la Junta de infor-
mación para las reformas ultramarinas de 1866 y apreciando
todo lo sucedido después de las declaraciones oficiales del
Sr. López de Ayala (radicalmente opuestas al sentido de
la Circular de 19 de Octubre 1868 con que el Gobierno pro-
visional se dio á conocer de las potencias extranjeras) no
puede menos de causar extrañeza la facilidad con que los
hombres de opiniones ultraconservadoras atribuyen á sos
adversarios, por modo esclusivo, una perniciosa exaltación
que los saca totalmente de la realidad, comprometiendo to-
das las causas qne pretenden defender con el mejor deseo.
Porque, lo cierto es, que no se dará mayor intransigencia ni
más jactancia ni mayor apartamiento de toda la realidad po-
— 07 —
lírica y aun social que loa de esos ultraconservadores que por
ga profaoda adversión á todas las teorías expansivas, se
empeñan en cerrar los ojos ante la i resistible ola que sobre
elloa avanza con Ja fuerza de las nuevas exigencias y loa
naevos ideales. No hay utopia comparable á las ilusiones
reaccionarias .
Por eso las revoluciones hay que explicarlas no solo por
sus motivos directos —buenos ó malos— sino también por la
escala aptitud, por la prevención y por las provocaciones de.
los elementos hostiles que se jactan constantemente, con nn
éxito siempre deplorable, de vencerlas y dominarlas.
Pero ya lo he dicho, ahora el Gobierno provisional pecó
respecto de Cuba de lo mismo que pecó la Regencia de Cádiz
en 1810. Se repitió ta historia en el conjunto y aun en el
detalle. L% tendencia política del A y ala de 1868 es idénti-
ca a la del Lardi&afoal de 1810.
£1 sentido político de las tibias y hasta contraproducen-
tes manifestaciones de Octubre y Diciembre de 1868, no pu-
do ser dominado por otras disposiciones verdaderamente
plausibles que en otros órdenes se dieron por el Gobierno
de Madrid hasta el año 70, Por ejemplo: la habilita*
«ion de los títulos extranjeros eu Cuba, decretada en 11
de Diciembre de 1168; el decreto de unificación de fueros,
de l,° de Febrero de 1 860; la reorganización délas Au-
diencias antillanas con competencia para entender en los
negocios contencioso administrativos de 7 de Febrero
y 6 de Abril del mismo año; la reforma de las clases
pasivas de 23 de Mayo; la revisión de los expedientes
de la magistratura y la in amovilidad judicial decreta-
da en 6 de Diciembre; la proclamación de la libertad reli-
giosa en 20 de Septiembre; la reforma expansiva de la anti-
68 —
gua legislación de sociedades anónimas; la anulación del
decreto de 12 de Febrero de 1867, y la extensión á las dos
Antillas de la ley de 1867 qne modificó la del enjuiciamien •
to civil de la Península. Luego vinieron, dentro del año 70;
la creación de los Cuerpos de Contabilidad administrativa,
Aduanas y Correos la ley de Extranjería (seguramente de
mérito), la reorganización de la Hacienda ultramarina,
la abolición de los expedientes de limpieza de sangre, el
arancel provisional para las aduanas de la Grande Antüla,
fecha 9 de Septiembre de 1870 y la ley preparatoria para
la abolición de la esclavitud de 4 de Julio del propio año.
El misino autor del Arancel referido ha dicho después,
con noble franqueza, todo cuanto podría oponerse á obra
tan lamentable, hecha sólo bajo la presión de las circo oa-
ti u iari y con el ñn de acudir con toda urgencia á la nece-
sidad de proveer de recursos al Tesoro de Cuba. £1 Minis-
tro anuncia en el prólogo del decreto de 9 de Septiembre
que &u propósito era «acercarse á la libertad de comercio
inás amplia y más absoluta jue es la verdadera base de
prosperidad de las naciones y en especial de los países coló-
nialed-. Pero no responde á esta idea el Arancel de 1870,
que esta dtntro de la vieja teoría del pacto colonial y des-
arrolla y sanciona los aniquiladores derechos de exporta-
ción, el derecho diferencial de bandera, derechos casi prohi ■
bi tiros para las harinas extranjeras, triples y cuádruples
derechos para las carnes y los tejidos de fuera sin la justa
compon nación en la entrada de los frutos coloniales en la
Península. Asi y todo, este Arancel mejoraba el anterior de
12 de Marzo de 1867, que á su vez modificó el monstruoso
*ie 1 . de Febrero de 1853.
La misma ley preparatoria para la abolición de la ásela*
— 69 —
vitad en Cuba y Puerto Rico de 4 de Julio de 1870
habría sido una medida de extraordinario efecto é inmenso
alcance en otra época* Sin que sea posible negar en impor-
tancia* hay que reconocer que la circunspección de sus
preceptos y la reducción de la obra emancipadora á la ex*
Unción de ¡a esclavitud por la libertad de los nacidos desde
aquella fecha y de los negros sexagenarios, no era lo más
propio de una situación democrática, creada por la Revolu-
ción que había concluido con la media legitimidad monár-
quica proclamando los derechos naturales de hombre y el
sufragio universal» Asi que fueron muchos los que consi-
dere ron aquella ley (difícilmente entendida, mal aplicada y
á la postre bastardeada en Cuba por los elementos reaccio-
■ arios y esclavistas allí dominantes) como un respiro dado,
oon sana v olrmtad sin duda, pero por excesivo temor, á los
interese* del esc t avíame casi arrollado por la ola revotado
nar i a.
Pero muy pronto en Cuba lo llenó todo la guerra. Alli
no hubo garantías ni derechos. El estado de sitio fué la
base de todo aquel orden político y social. Los bandos
de los Capitanes generales lo resolvían todo, destacando
entre ellos los que establecieron el régimen de los em-
bargos ó secuestres de los bienes de los infidentes (sos-
pechosos, anéenles ñtñ alados por la acción gobernativa, ó
condenados por los Consejos de guerra ó los tribunales de
justicia} y luego» 1¿ confiscación de una buena parte de esos
mismos bienes, cuyo importe se dedicó á cubrir las impo-
nen tea atenciones de la guerra. Esos bandos muy pronto
fueron aprobados y complementados por el Gobierno de la
Metrópoli, según se va en los reales decretos de 20 de Abrí)
de IB 60 y 9 y 31 de Agosto de 1872.
— 70 —
Por todo esto no pudo tener cumplimiento en Cuba, ni as
intentó siquiera que lo tuviese, el art. 108 déla Constitu-
ción de 1669 que á la letra diee: cLas Cortes constituyentes
reformarán el sistema actual de gobierno de las provincias
de Ultramar cuando hayan tomado asiento los diputados de
Cuba 6 Puerto Rico, para hacer extensivos á las mismas, con
las modificaciones que se creyeran necesarias, los derechos
consignados en la Constitución.» (1)
En Puerto Rico ya fueron bastante mejor las cosas. Como
se lia visto, el decreto ley de 14 de Diciembre de 1868 reco-
noció a 1a pequeña Antilla el derecho de enviar (como en-
vió) á las Constituyentes de 1869, once diputados. Por aque-
lla ley, para ser elector se necesitaba ser español, mayor de
edad y pagar por impuesto teritorial ó por subsidio indus-
trial ó de comercio 50 pesetas al año.
En 1.° de Abril de 1871 variaron estas condiciones. Se
reconocieron á la Isla, que ya tenia 616.465 habitantes libres
{amén de 43 mil esclavos) quince diputados y cuatro senado»
res y se estableció que disfrutase del voto todo español ma~
y or de veinticinco años, que supiese leer y escribir ó que
pagase 40 pesetas de contribución directa al Estado.
(]) No quiero que pase esta oportunidad sin rendir publico tributo
de admiración y gratitud al ilustre cubano D. Nicolás de Ai carato,
comisionado que fué en la Junta de reformas de 1865, fundador, propie-
tario 7 director del perió iico Bl Sigb, que se publicó en Madrid en
«l otoño de 1869 y director del parió iico democratio La CoiuUtuet4mf
que an Madrid fandó y publicó D. Nico'ás Muría Rirero en 18*72. As»
carato fué uno de los cubanos qu* mis trabyaron en aqu «lia época por
las libertades coloniales y uno de los mis detjtw y entusiastas de la
band«r& di España en América. Muerto hace poce an la miseria y ea
el olvido, bien merece que se desagravie ra memoria*
Pere la reforma política casi no pasó de aquí. Por de oon-
^tado tampoco se cumplió respecto de la pequeña Autilla el
*rtículol08 de la Constitución del 69, y en Puerto Bico con-
tinuaron rigiendo(por virtud de la Real orden de 22 de Abril
de 1837), las anacrónicas leyes de la vieja colonia. £1 decreto
de 14 de Diciembre de 1868 se limitó á suspender las facul-
tades arbitrarias de la Real orden de 28 de Mayo de 1825 (la
llamada de las facultades omnímodas de los Capitanes ge -
aérales), silo durante el periodo electoral, y aun dentro de
éste se mantuvieron las excepciones que las Leyes de Indias
concedían para la tranquilidad de la tierra. Con estas sub-
sistieron el bando de polioía y buen gobierno diotado, con el
voto consultivo del Real acuerdo, por el Gobernador y Ca-
pitán general D. Juan de la Pezuela en 15 de Diciembre
de 1849; la organización municipal de 27 de Febrero
de 1846, SI de Julio y 28 de Agosto de 1847; el régimen
penal de la Novísima, reformado por el Reglamento pro-
visional para la Administración de Justicia llevado á Puer-
to Rico en 26 de Septiembre de 1835; el procedimiento se-
creto y de la prueba tasada de nuestro antiguo sistema ju-
dicial; loe gobiernos y subgobiernos político-militare*, etc.
Es decir: la centralización política y administrativa; la
eecla vitad negra á despecho de la ley de 1870; la previa
censura para la prensa, la negación de la vida municipal,
la inseguridad personal y la servidumbre enervante y
desmoralizadora.
Parece ocioso repetir que todo eso era fundamental-
mente incompatible con el espíritu de la Revolución de
Septiembre, con la Constitución de 1869, y con la repre-
sentación y el sentido de las Cortes españolas, en cuyo seno
figuraban los diputados de Puerto Rico, con los mismos
derechos que todos los demás, como diputados de la Narión*.
A penas se comprende á la distancia á que ahora estamos*
Pero todo ello fué efecto— como antes he insinuadoras la
impresión extraordinaria qne en la Metrópoli produjo el de-
sarrollo de la gnerra de Coba y del influjo qne en la políti-
ca peninsular mantuvieron los elementos conservadores,
aprovechándose del pretexto ultramarino.
No contribuyó esto pooo á la caída del Gobierno re
Tohiclonario; repitiéndose ahora el mismo fenómeno ob-
servado en 3814, 1823 y 1856. Porque nada más absur-
do que creer que la reacción triunfante en ultramar limita
?n acción á la vida colonial» Este error se ha pagado con
muchos dolores y mucha sangre y muchos desastres en Es-
palia, sobre todo en la Edad contemporánea. No me atrevo
á asegurar que el error se haya rectificado en nuestros días.
Sin embargo, Puerto Eico vivió con ciertas aspiraciones
en aquella época y allí se constituyó el partido reformista
que hizo una vigorosa campaña en pro de la abolición in-
mediata de la esclavitnd y de la identidad de los derechos
políticos y civiles de portorriqueños y peninsulares, envian-
do fogosos diputados á las Cortes y logrando influir de un
modo positivo en los círculos directores de la política de la
Metrópoli. [Tan vigoroso era el espíritu de la Revolución de-
Septiembre (1)1
No es del caso explicar de qué suerte los diputados porto-
rriqueños, secundados por un pequeño pero entusiasta grupo-
da hijos de la pequeña Antilla, residentes por aquel enton-
ces en Madrid y en Barcelona, se identificaron con aquella
Revolución é intervinieron activamente en el desarrollo de
(l) Pueden Terse m's libros Lo* diputado» americanos *n tas Corto*
Eipafotag y Una campaña parlamentaria de 1878.
— 73 —
li política general del país y en el carao de los sucesos de
li Península. La explicación da todo esto pide macho espa-
do y no responde á mi propósito de ahora. Pero conviene
«Salar el hecho y proclamar su importancia, entre otros
motivos, porque quizas buena paite, la mayor paite de lo
que en la Metrópoli se hizo desde 1869 al 73 respecto de
Puerto Rico, se debió á la actitud y disposición de los por-
torriqueños antes citados, muy en harmonía con el sentido
iluminante en la pequeña Antüla, de espirita profundamen-
te democrático y de un localismo macho menos acentuado
que el de Cuba.
De ese modo no fué fácil á los elementos reaccionarios ul-
tramarinos disentir aquí el problema colonial, poniendo
como términos del mismo, á los insulares de un lado y a los
peninsulares de otro; posición desventajosísima para los
primeros! toda vea que el proVema se había de resolver en
li Península. El espíritu de la Revolución de Septiembre y
el tacto político de los portorriqueños de entonces, hicieron
que por cima de todas esas diferencias y de otras históricas
análogas, se colocase la razón det derecho y el reclamo de
los principios.
Claro se está que esto no se consiguió cómodamente ni se
conaiguió del todo. Pero la cosa revistió suma importancia
J Hay que estimarla*, entre otras razones, para explicar las
dificultades que han surgido después en la campaña política
ultimarías, desarrollada en condiciones muy distintas a
lia del 868- 73(1).
(1) Pueda ▼•rae mi discutió aobre Joaquín M. S*nromá¡ diputado
« fué de Puerto Rico ea 1S72 y mi compañero de muchas campan»»
r -amentaría* y exlraparlatneutaríu, desde 1865 i 18flÜ*
— 74 —
liesultado de la influencia revolucionaria, de la virili-
dad de los reformistas portorriqueños, del celo de loa repre-
sentantes parlamentarios de éstos y de la sinceridad y las
patriótioas disposiciones del partido radical dirigido por el
Sr« D. Manuel Buiz Zorrilla (y en cuyas filas tomamos
puesto casi todos los diputados reformistas de la pequeña
A a tilla), fué la actitud de este partido y del ministerio que
lo representó en el poder, á partir del otoño de 1872.
SI mérito de lo que los radicales hicieron entonces no es
discutible; pero también hay que reoonooer que su nobilí*
sima acción no pudo pasar de una vigorosa iniciativa, cuyos
efectos se palparon inmediatamente en la crisis de la mo-
narquía, determinada por la conjura de todos los elementos
reaccionarios de la época, los cuales oemo antes he indicado,
buscaron como les mejores pretextos, la política que se ini-
ciaba respecto de Ultramar y la célebre cuestión de la refor-
ma del Cuerpo de artillería.
111
Estamos ya en 187 1: en aquel tempestuoso periodo en el
caal Cuba se hallaba entregada á las pasiones de la guerra
dril, y la Península luchaba desesperadamente con dificulta-
des de tal número 7 tal naturaleza, que quizá no tienen pa-
recido en toda nuestra historia contemporánea. No es posi-
ble olvidar un momento que por aquel entonces hubo en la
Península la guerra carlista y la sublevación cantonal,
amen de la conspiración alfonsina, complicada con las gra-
vea consecuencias de la desorganización del cuerpo de arti-
llería y de la reserva Ó casi hostilidad de todos los Gobiernos
de Europa, Mas tarde explicaré cómo no fueron tampoco
muy lisonjeras nuestras relaciones de entonces con la Repú-
blica norteamericana.
£1 dato es de monta para apreciar el mérito y alcance
(ta ciertas resoluciones. Porque evidentemente no tiene el
mismo valor lo hecho, ni aun lo intentado en aquella an-
gnatiosa época y lo realizado en épocas recientes de calma y
de orden relativos.
Aparte de la gravedad intrínseca del problema ultrama-
rino y de la circunstancia de que sus asperezas y conflictos
h?an sido sistemáticamente utilizados por nuestros partí-
— 76 —
dos conservadoras y en general por los monárquicos para
dar batalla á los liberales y concitar en daño de éstos todas
las susceptibilidades y preocupaciones, no es de olvidar que
durante aquel crítico periodo, la insurrección cubana se
mantuvo en nna intransigencia absoluta, sin que sus direc-
tores ó sus soldados, se prestaran á escuchar una sola pala-
bra que no tuviera, por supuesto, el reconocimiento explícito
de la independencia de la Isla.
Error de los insurrectos ó fuerza de la insurrección. No
discuto la causa. Establezco el hecho; asi como el da
la absoluta imposibilidad del partido republioano español
de aceptar ni por un momento el tal supuesto.
Pero además es imposible excusar la actitud por todo ex •
tremo alarmante de las autoridades de la Grande Antilla en
los primeros días de la instauración de la República. Re-
cientemente el 8r. D. Miguel Morayta ha publicado en su
Biiíútia de España un interesante documento, que releva
de toda otra prueba.
El citado historiador dice que llegado un telegrama del
Ministro de Ultramar, D. Francisco Salmerón, al Gene-
ral Ceballos Gobernador Capitán General de Cuba partici-
pándole la proclamación de la República, reunió Ceballos
Junta de Autoridades locales de la Isla y luego expidió
esta circular telegráfica.
i Proclamada la República en España por abdicación de
>Ü, Amadeo, las Autoridades reunidas en Junta han acor-
»dado por unanimidad resistir á todo trance cualquiera re-
* forma que viniera á poner en peligro, la integridad del
•territorio ó el modo de ser de esta sociedad. Sírvase Y • B.
> participarlo asi á los leales habitantes de ese departamen-
to, para que descansen tranquilos ante semejantes sucesos»
¿confiando en el patriotismo de sus Autoridades.— Cs-
«ballos.»
— 7T —
Todavía después de esto, especialmente con otros motivo»
ta vo el Gobierno de la República do* graves rozamientos con
las autoridades de Cuba. Primero, oon ocasión del decreto
de 15 de Octubre de 18 73 que suprimió las facultades ex-
cepcionales de gobemadúr de plaza sitiada, concedidas á
loa Capitanea generales de aquella isla la Real orden de 28
de Mayo de 1825 y que rae tífico el Real decreto de 2* de
Noviembre de 1867. Esta resolución de 15 de Octubre, vino
á acentuar la tirantez producida por otro decreto de 11 del
propio mes, por el cual se revoca el del Gobernador ge-
neral de 16 de Octubre de 1872 sobre deslinde de atribucio-
nes entre el Gobernador civil de la Habana y el jefe de la po-
licía de aquella ciudad. En el referido decreto de 1 1 de Oc -
tabre de 1873 se dice: i que la autoridad superior de la Isla
ti atendrá (sic) á lo preceptuado en el Reglamento de 30 de
Enero del fio y i los decretos de 27 de Marso y 7 de Junio
de l&7üt que claramente determinan las atribuciones que en
punto á policía competen al Gobernador político de la «Ha -
ba&a.i
EL otro rozamiento, ó mejor dicho, la otra serie de rosa-.
mitiGtos se produjo con ocasión del viaje que hizo á las An-
tillas el ministro de Ultramar D. Santiago Soler y Plá, á
fines de 1 873- £1 Capitán general de Cuba, en el primer casc9
bízo observaciones manifestando su opinión de que se lo
desarmaba en medio de muy criticas circunstancias. En el
segando, aquella misma autoridad discutió insistentemente
la inspección del Ministro en el territorio sometido á la ju-
risdicción del Gobernador general antillano. No eran estas
las mejores circunstancias para que el Gobierno republicano
pudiera obrar con la energía que pedían sus compromisos
jttliticos y la grave situación de nuestras Antillas.
— 78 —
Añádase & esto otra consideración: la de que asi corno-
toda reforma en sentido liberal qoe les conservadores-
adopten ó pueden adoptar contará siempre con el apo-
yo 6 por lo menos el respeto de todas las oposiciones libe-
ralea, de traerte que realmente no tendrá oposición, asi la»
reformas hechas ó intentadas por los partidos avanzados
han tenido siempre que lachar con la resistencia de todos los-
demás partidos, de lo que no es pequeña muestra la famosa-
Liga de carlistas, moderados, conservadores y constitucio-
nales de fínes de 1 872 contra la reforma provincial y la abo -
Jírión de Ja esclavitud en Puerto Bico, acometida por nues-
tros radicales y republicanos.
Lo cual quiere decir que el solo pensamiento de aquellas-
reformas tiene más mérito que las tres cuartas partes de la
hecho de 1 879 á esta parte, en condiciones perfectamente
favorables para los que han realizado ahora, en este ultimo-
período, mucho menos de lo que los radicales y republicanos-
pretendieron y realizaron á despecho de una ciega oposición,.
hace veinte años.
Con tales antecedentes, veamos loque la República hizo en
obsequio de nuestras Antillas en aquel período de prueba.
Luego veremos lo que hicieron después y lo que hacen
hoy les republicanos en relación con las soluciones libérale*
ultramarinas, más ó menos resistidas en público y de una.
in añera olicial, por los elementos gobernantes.
Porque obras son amores é importa llevar todas las par-
tidas á la cuenta.
La primera partida la constituye una délas medidas de-
mayor transcendencia adoptada por el Gobierno español res*
pecto de los complicados— verdadera ó falsamente— en lav
insurrección separatista cubana. Tal es el decreto de 15 de*
_
— 79 —
Julio de 1373» que declaró « alzados todos loa embargos de*
bienes resillados en los de los insurrectos é infidentes de la
Isla de Cuba, por disposición, guhtrnatiwitk consecuencia
del decreto de 20 de Abril de 1869, i
Poco tiempo después, el mismo Gobierno (en 16 de Sep-
tiembre de 1873) «suspendía la ventado loa b ien es procedente»
de causas incoadas ¿ reos de infiieucia declarada» , conolu-
j«ado en 1 5 de Octabre del propio año por disponer que ino
se tomase en la Habana resolución alguna sobre estedelicado
particular sin previa y especial consulta del Gobierno de la
República.»
El valor de estos acuerdos debe apreciarse, no ya sólo-
bajo el ponto de vista del derecho de gentes y de la morali*
dad pública que en los preámbulos de estos decretos se in-
vocan, si que también, muy singularmente, como medios
para facilitar el regreso & la legalidad j á la ciudadanía es-
pañola de centenares de personas ya castigadas por la
uiaeria y el ostracismo» ya constreñidas á permanecer
en el campo separatista por el embargo de sus bienes y la
ninguna esperanza de recobrarlos, sin volver á duba y po-
nerse al alcance de las pasiones de la guerra civil.
Lejos de mi el escatimar el menor aplauso al señor gene-
ral Martínez Campos por la resolución con que mucho des-
pués de la época á que me refiero, puso término á to-
da clase de embargos, acordando la devolución de loe
bienes á todos cuantos habían sido privados de ellos por cual-
quier procedimiento; pero sí me ha de ser licito observar que
nssta medida, dictada en vista de la sumisión de los insu-
rectos y ya casi establecida la paz, (hacia 1378) ha sido
j nata y grandemente celebrada entrando por no poco en las
dmpatias que han acompañado al señor Cien eral citado en el
— 80 —
penúltimo periodo da su mando en Coba, jcon cuánto mayor
motivo no deben ser celebrados loe decretos del Gobierno de
la República de Julio, Septiembre y Octubre, expedidos
«n el período álgido de la guerra, por puro amor á los prin-
cipios de Derecho y á pesar de todo género de preocupacio-
nes y censuras!
Y catas resoluciones se oonoertaban con otros decretos,
como los de 17 de Abril, 12 de JulúTy 1.° de Agosto sobro
deportados y confinados cubanos cuya situación económica y
penal recibió un grande alivio, '.digno de tanta mayor estima,
cuanto que aquello tenia efecto en un periodo en el cual no
regían aun en Cuba la ley de Orden público, ni el Código Pe-
nal, ni la Ley de Enjuiciamiento criminal. Después de oon-
cluida la guerra y dentro de la Restauración, los confinados
no gozaron de mayores ventajas! siendo así que lo que pro-
cedía» por el mero hecho de haberse promulgado la Constitu-
ción en las Antillas en 1881 (y dado que su deportación en
la mayor parte de los casos fué producto de medidas excep-
cionales de Justicia que no podían imponer una pena bo-
rrada de nuestros Códigos y nuestras prácticas hace más
de cincuenta años) era su libertad inmediata é incondicional.
Pero no pararon aquí los cuidados del Gobierno republi-
cano respecto de la isla de Cuba. Bien por lo contrario de lo
que hicieron los partidos de la Restauración hasta 1881, el
Ministerio de Ultramar, que desempeñaron sucesivamente
los Srei, Sor ni, Palanca, Snfier, y Soler, tomó otras medidas
muy gcaves respecto de la política ultramarina»
lia cuestión social cubana fué estudiada en sus dos aspeo-
tos: la de los asiáticos y la de los negros.
A principios de 1873 se había planteado la ley de aboli-
ción inmediata en la isla da Puerto Rico (de que hablaré
— SI —
después) y en 15 de Septiembre se autorizaba la constitución
en la Habana de ana Sucursal ó delegación de la Sociedad
Abolicionista Española, cayo fin no es necesario expresar,
caja aotvidad y celo fueron extraordinarios, y cayos
efecto* podrían calcularse sobre el texto de la orden de
24 de Marzo de 1873, qne denegó la peregrina cnanto anti-
patriótica resolución propuesta por el Gobernador general
de Cuba, respecto á la situación de los esclavos empadrona-
do* fuer» de término.
Ea edta orden el Gobierno de la República estableció
que era de todo panto necesario «poner inmediatamente en
libertad á los negros» qne á despecho del Real decreto de 29
de Septiembre de 1866 sobre represión y castigo del tráfico
negrero, no aparecían inscritos como taies esclavos en el
censo que debió concluirse en 1867. Y concluía el 8r. Mi-
nistro Sornl, «recomendando mu y especialmente el pronto
y estricto cumplimiento de la orden reservada de 5 de Agos-
to de 1872 respecto á la remisión de datos estadísticos, adun-
dantes y detallados , sobre la cuestión de esclavitud.»
De esto resaltó la libertad de unos 10.000 negros en todo
al año 73. Pero la República cayó, y cayó en olvido el de-
creto de 24 de Marzo. Diez años después, los amigos del
Sr. Núfiez de Arpe, Ministro de Ultramar del partido libe-
ral, solicitaban para éste, con justicia, el aplauso de los
filántropos y los hombres rectos por el decreto de 9 de
Febrero de 1883* qne lisa y llanamente reprodujo el decreto
del Gobierno de la República .
Lo que la Sucursal de la Sociedad Abolicionista en la Ha-
ana (presidida en 1880 por el Dr. Francisco Giralt (1), y
(1) Me propongo publicar dentro de poco un estudio sobre la empre-
i abolicionista española de 1863 á 1890. Bn ól se registrará todo.
— 82 —
< d cuyes trabajos tomaron muy activa parte jóvenes detanto
entusiasmo é inteligencia como los Sres. Chomat, Broeh,
Lámar y muchos otros que ahora se escapan á mi mente),
representó en todo esto casi nadie lo sabe. Sin ella quizá ha*
bria sido imposible la depuración de los expedientes incoados
á ti ü de conseguir la libertad de los negros sexagenarios y los
no iüHcrí ptos en los registros de esclavos. Pero el' mérito de
aquella calurosa y sostenida gestión, hay que estimarlo tanto
en relación con el número de libertos proclamados por virtud
de la rectificación y el esclarecimiento de los mencionados
expedientes, como también por la animación que á la causa
abolicionista comunicaron en la propia isla de Cuba, los
trabajos ya atinados de la Sucursal . Después esta influyó no
poco en la transformación de los antiguos cabildos de ne-
gros africanos y en la constitución de sociedades y escuelas
de gente de color, merecedoras de particular estudio, como
uno de los datos que más avaloran la historia de la aboli-
ción de la esclavitud en las Antillas españolas (1).
Eewpecto de la cuestión asiática ó de los chinos, el Go-
bierno de la República en 26 de Mayo de 1873 dispuso que
el Gobernador de Cuba hiciera que se cumpliesen en toda
su extensión las leyes sobre contratación de colonos chinos,
y que ee castigase con arreglo á las mismas á las empresas
que, ocupándose de dioho negocio, Jas infrinjtesen.
En i nulo puede consultarse mi estudio sobre D. Fkrnando do Catiro
(Presideota de U Sociedad Abolicionista). Un folleto, 1888. Y mi
dUcurt o de l.* de Enero de 1874 sobre La Abolición dt la Soeitdad Aboli*
attnitia an 1878. Un folleto en 8.' Madrid 1894. Y la colección del pe-
riódico El Abolicionista, que se publicó en Madrid desde 1864 á 1890.
(1) Sobre esto puede verse el folleto que publiqué en 1805, titulado:
La rasa dt color, dt Cuba.
— 83 —
Y en la propia fecha se manifestaba al mismo Goberna-
dor superior cía estrañeza con que se habían visto las con-
tradiciones y exageradas apreciaciones de los informantes»
en el expediente incoado para la revooación de la Real
orden de 27 de Abril de 1871 sobre suspensión de emigra-
ción china. Además se mandó que se oyese en este asunto al
Consejo de Estado,
Por aquel entonóos se adoptaron otras dos medidas de
trascendencia.
Por la ana quedaba autorizado el nombramiento de dos
funcionarios públicos que inspeccionaran el trato recibido
por los chinos en la travesía de China á Cuba, y recogiesen
en la Habana las quejas que los chinos formalaran á su de-
sembarco. Por la otra se mandaba que se diese cuenta al Go-
bierno de la Metrópoli, de todas las resoluciones que se adop •
taran en Cuba sobre inmigración asiática y se concluía dis-
poniendo que se suspendiese la aprobación del reglamento
de reoontrataoión de chinos hasta qu¿ sobre esta materia de
la inmigración asiática se estableciesen medidas genera-
les inspiradas en aquel sentido expansivo que habla pro*
Tocado en 1872 la creación de una Comisión central de
Colonización de la isla de Cuba, protegida vivamente por
el Gobierno republicano por sus decretos de 26 de Mayo y
1S de Junio, 4 de Agosto y 26 de Septiembre de 1873.
A la par el Gobierno se ocupaba de los intereses esen-
cialmente políticos de la Isla. Pocas pruebas más oouclu-
yentes que estas. Por Decreto de 15 de Octubre de 1873
fué derogada la famosa Real orden de 28 de Mayo de 1825
que (contra el parecer del antiguo Consejó de Indias) con-
firió al Gobernador superior de la Isla todo el lleno de
/mitades de los Gobernadores de plazas sitiadas; Real
— 84 —
orden (dice el Decreto) que «6 nada añade á las amplísimas
atribuciones que las leyes de aquellas provincias conceden
en cejos extraordinarios á los Gobernadores generales de la
Isla, puesto que se refiere á las Ordenanzas del ejército en
la parte de ellas que no puede ser aplicable á los asuntos
de Gobierno, ó supone una autoridad omnímoda é ilimitada
como no la ha disfrutado ni disfruta representante ni dele»
gado alguno de naciones que tienen provincias ultra-
marinas.»
En 24 de Octubre se aprobó el reglamento sobre organi-
zación judicial en Ultramar para la ejecución del Decreto
de 25 de Octubre de 1870. Es decir, no solo para que la
previ nion de los puestos judiciales se hicieseypor oposición y
el ascenso por concurso, previa revisión de los expedientes»
sino para poner todo el personal y la acción toda de la jus-
ticia en Ultramar bajo la autoridad y dependencia exclu-
sivas del Tribunal Supremo^ conforme á la admirable y
nunca bastante aplaudida innovación que en este particular
gravísimo produjo el advenimiento de la República haoe
veinticinco años.
Completaban esta medida los Decretos de Octubre plan-
teando el Cuerpo notarial en las dos Antillas.
Y por otra parte, se dio el decreto de 26 de Mayo que
desestimó la pretensión de los Padres jesuítas y escolapios
de Coba, de que se constituyese en favor de los establecí*
mientes de instrucción por ellos sostenidos, ventajas y
privilegios inadmisibles en una sociedad organizada fuera
de la tutela teocrática.
Por último, en 14 de Octubre de 1873 fué autorizado el
Ministro de Ultramar para visitar las islas de Cuba y
Puerto Rico con objeto de estudiar los medios de poner ter-
— S5 —
mino á la insurrección, mejorar 011 situación económica 7
preparar otras reformas.
Con efecto, el Sr. Soler 7 Plá se embarcó para la isla de
Cabe en el penúltimo mes de 1873, 7 allá le sorprendió la
crida de la República.
IV
Por b antes dicho, claramente se comprende el sentido
profundamente simpátioo que paralas reformas democráti-
cas en O aba tenia el Gobierno republicano de 1873; sin
que bastara á negar este hecho la diferente aoentnación da
ratas simpatías, mucho más enérgicas en los Ministerios
presididos sucesivamente por los Sres, Figueras, Pi y Sal-
merón, que en el Gabinete dirigido por el Sr. Castelar.
Puede afirmarse perfectamente que todo el pensamiento
de la situación republicana era llevar á Cuba la plenitud de
los derechos y las libertades antillanas. Las diferencias se
reducían á que, mientras algunos pensaban que era preciso
esperar que la paz se hiciese, bien por la fuerza de las ar-
mas, bien, sobre todo, por efecto del convencimiento y de
los nobles oficios de la gente conciliadora, otros estimaban
que la adopción de medidas radicales servirían á maravilla
para producir la paz anhelada. Por lo mismo, todos hacían
idénticas protestas, y en el Gobierno todos los grupo*
daban, en la esfera administrativa, verdaderos pasos de
gigante en la obra de la redención de la hermosa Antilla.
Todo esto tomó mayor realce oon la presentación á las
Cortea Constituyentes, por el Sr. Ministro de Ultramar»
— 87 —
D. ftancteoo 8oñar y Capdevila, del siguiente proyecto de
ley, que reproduzco al pie de 1» letra, tanto por su gra-
vedad y aleante, oomo por ser muy poeo ocmoeido.
Dice asi:
«Considerando que el fundamento de la actual situación
politice de la Nación española lo constituyen los principios
de la Democracia, cuyo primer dogma es el de tíos Dere-
chos naturales del hombre, anteriores y superiores á toda
ley positiva;»
Considerando que estos Derechos están consagrados en
el Título I de la Constitución de 18*9;
Considerando que los títulos siguientes se refieren á la
organización de los Poderes públicos, sobre lo cual muy
especialmente están llamados á entender y resolver, en de*
unitiva y dentro de breve plazo, las actuales Cortes;
Considerando que la situación politioo-militar de la isla
de Cuba no puede ser parte á evitar la proclamación de los
derechos aludidos, porque mientras los unos oponen á esta
proclamación el estado excepcional de la Isla, los otros dan
por causa á este estado el mantenimiento de nuestro ana-
crónico régimen colonial en toda su absurda integridad;
Considerando que de todas maneras y en último caso, el
estado de insurrección sóle podría obstar al pleno imperio
de la libertad allí donde la insurrección arde, cosa que no
sucede felismente en la mayor parte del territorio de Cuba;
Considerando que el advenimiento de la República ha
despertado toda oíase de esperances en los divididos y has-
ta hoy opuestos españoles de Ultramar, produoiendo un
fuerte movimiento polítioo en Cuba, inspirado en un alto
sentido de justicia y de libertad y en un generoso espíritu
de concordia;
Considerando que el estado en que se halla una pequeña
parte del territorio de Cuba exige la adopción ' de medidas
extraordinarias, al modo que al juioio de las Cortes lo
exige la situación de algunas otras provincias de la Metró-
poli;
Considerando que por el mero bocho de la proclamación
del Título I de la Constitución de 1869 en Cuba, que-
da virtualmente abolida la esclavitud, pero que la ma-
nera y los procedimientos para estirpar la servidumbre re-
queren una particular atención y exigen una ley especial,
tomo ha sucedido en todos los pueblos cultos;
— zs —
Considerando, por último, que oa llegada labora de salir-
de las vanas fórmalas, las promesas indeterminadas, las
condiciones irresolubles y los temperamentos doctrinarios,
y que á La honra de la patria, y al interés de la República,
importa demostrar qne sus principios son ana verdad, sus
palabras oca ley, y sas procedimientos ana rtzon,
El Ministro que suscribe tiene la honra de someter á la
aprobación de las Cortes el siguiente
PftOTECTO DE LET
« Artículo 1.° Se declara vigente en la provincia de
Cuba, á excepción del territorio qae ocupan ú oca paren los
insurrectos, el Título 1 de la Constatación promulgada el
6 de Jnnio de 1869.
Art. 2.* £1 Gobernador superior de la proviaoia de Cu-
ba queda autorizado para plantear la ley de facultades ex-
traordinarias promnlgada para la Península el 2 del co-
rriente Julio. Én virtud de esta ley, el Gobernador superior
de la provincia de Cuba podrá tomar desde luego, respecto
de la insurrección, todas las medidas extraordinarias qae
exijan las necesidades de la guerra, y puedan contribuir al
pronto restablecimiento de la paz.
Art. 3.° La abolición de la esclavitud, implícitamente
consagrada por los artículos 2.°, 6.°, 12, 13 y 14 déla
Constitución de 1869, se realizará con arreglo á una ley es-
pecial.
Madrid 10 de Julio de 1873.— El Ministro de Ultramar,
Francisco ¡áuñer y Capdevila.»
Sobre este proyecto de ley (1) emitió dictamen la oomi-
aión correspondiente, produciéndose dos dictámenes cuya,
diferencia corresponde á lo qae antes hemos indicado.
El primero de esos dictámenes decía así:
• á LAS CORTES
La Comisión permanente de Ultramar ha examinado de-
ten idamente, y con el esmero que le ha sido posible, el pro»
(1) Tuve el honor de intervenir ícticamente en en redacción y pue»
do proclamar ssí la noble disposición que desde el primer momento en-
contré en el 8r. Suner, como las resistencias de todo género qne, aun-
'i* ti tro de la situación republicana, se opusieron á la presentación [del
proyecto al Congreso.
— 89 —
yecto de ley presentado por el señor Ministro de ultramar
y tomado en consideración por las Cortes Constituyentes»
por el qne se extiende á la provincia de Coba el Titulo pri-
mero de la Constitución española de 1869.
La Comisión acepta en todos sus extremos los laminosos
Considerandos qne al Proyecto preceden y que demuestran
que de hoy más el Ministro de Ultramar se inspira en un
alto criterio de justicia y de expansión, único que puede
mantener vivo el sentimiento de la Unidad nacional alien*
de el Atlántico, suficiente á asegurar, no sólo la integridad
de la Patria, si que la realización de los grandes destinos
que á España están reservados en el mundo descubierto por
nuestros grandes navegantes del siglo xvi.
La Comisión ha retarda «lo, bien á su pesar, la emisión de
su dictamen en asunto tan importante, porque ha tenido en
consideración que se discutía por las Cortes Constituyentes
el proyecto de Constitución federal; y como quiera que en
opinión de la Comisión este proyecto de Constitución lleva
en si más libertades y un alto criterio de justicia» acordó re-
tasar aquel dictamen hasta tanto que el referido proyecto
se convirtiera en el Cód'go fundamental de la nación espa-
ñola, haciéndolo extensivo entonces á la isla de Cuba.
Tal era el pensamiento que animaba á la Comisión; pero
después, por circunstancias imprevistas y que no estaban
al aloanoe de ésta, la discusión del proyecto constitucional
ha sido suspendida. Y no siendo el ánimo de la Comisión
contribuir en manera alguna á que los habitantes de la isla
de Cuba, nuestros hermanos, estén privados de los derechos
políticos que gozan felizmente los demás españoles, la Comi-
sión, inspirada en. estos vehementes deseos, acuerda lo si-
guiente:
1.° Según el art. 31 de la Constitución de 1869, se ne-
cesita una ley cuando la seguridad del Estado exija la sus*
pensión de las garantías consignadas en los artículos 2.°,
5.°, 6.° y 17 del mismo Código. La Comisión no discute
ahora la bondad de esa doctrina; la considera oomo legal, y
se ocupa sólo de ponerla en armonía oon lo existente en
Ultramar; esto es, oon todo aquello que no puede borrarse
de una plumada, y cuya sinrazón, en último caso, aprecia-
rán detenidamente las Cortes cuando sean llamadas á en-
tender da la organización de los Poderes en nuestras provin-
cias trasatlánticas, si es que semejante punto no queda libre-
mente entregado á la iniciativa de los Estados particulares
dentro de la Federación española. \
Porque resulta de una parte, que dada la distancia á qner
— 90 —
ae baila la isla de Coba, y luego, la faltado continuas y rá-
pidas comunicaciones, será punto menos que imposible en
ciertos casos, que el art. SI aludido sea perfectamente obser-
vado, puesto qne á serlo, la ley votada por las Cortes llega-
ría á deshora eu algunas ocasiones. Conviene, pues, poner
en armonía todas estas dificultades que la distancia, cuando
meóos, podría suscitar á veces.
2,° Por estas rasónos, la Comisión opina que es de toda
necesidad dar cierto desenvolvimiento y con él cierta pre-
cisión , á un extremo consignado en el segundo párrafo del
art» 31 , determinando la ley de Orden público, que ha de
regir en la is'a de Cuba, como en la Península, en ciertos
y determinados casos.
3.° Se declara vigente en la provincia de Cuba, á ex*
cepción del territorio que ocupan ú ocuparen los insurrectos,
el Título I de la Constitución promulgada el 6 de Junio
de 1869.
4 . a La experiencia acredita la necesidad de relacionar
los Poderes para que éstos puedan funcionar libre y desem-
barazadamente, y en esta atención la Comisión cree de alta
y justa urgencia que el Gobierno de la Metrópoli invista al
Gobernador oivil de la isla dé Cuba de las mismas faculta-
des que gozan los de la Península, si la aplicación de las le •
y en ha de dar el saludable resultado que estas entrañan.
Guando las circunstancias políticas lo exijan, el Gobernador
civil, á su juicio, resignará el mando en el Capitán general.
5 - ° El Capitán general de la provincia de Cuba queda
entonces autorizado para plantear la suspensión de las ga-
rantías consignadas en los artículos 2.°, 6.°, 6.° y 17 del
mismo Código cuando así lo exijan las circunstancias políti-
cas en aquella provincia, dando inmediatamente cuenta al
Gobierno supremo de la nación para que estelo ponga en
conocimiento de las Cortes, las cuales aprobarán, si lo esti-
maren, en el más breve plazo. Bilas Cortes tuviesen sus-
pendí da a sus sesiones, el Gobierno podrá determinar en es*
te caso lo que crea más conveniente, dando cuenta á las
Cortee cuando éstas funcionen.
6.° Por lo demás, la Comisión está en un todo conforme
con al Proyecto referido, y cuya aprobación somete á la sa-
bia y alte, consideración de las Cortes Constituyentes.
PROYECTO DE LEY
Artículo 1 ,° Se declara vigente en la provincia de Cuba,
Í excepción del territorio que ocupan ú ocuparen los inga-
— 91 —
rwt9&» el Titalo 1 de la GoQBt'taoión promulgada en 6 de
Junio de 1861.
Art. 1,* El Gobernador superior de la provincia de Ca-
be queda ameritado para plantear la ley de facultades ex-
traurdinarias promulgada para la Península el 2 del pro*
ximo pasado Julio. En virtud de esta ley, el Gobernador
superior de la provincia de Coba podrá tomar desde luego»
reipecto de la insurrección, todas las medidas extraordina-
ria qne exijan les necesidades de la guerra y puedan con-
tribuir al pronto restablecimiento de la pas.
Art. 3.* La abolición de la esclavitud, implícitamente
consagrada por los artículos JA 6.°, 12, 13 y 15 de la
Constitución de ISO?, m realizará con arreglo á una ley es-
pecial.
Palacio de las Cortes 2 de Septiembre de 1 873.— José Ra-
món Fernández, — Manuel García Marqués— Enrique Cal-
vo.—Manuel Corchado.»
El 3r, Corchado era diputado reformista de Pnerto Rico.
Los demás eran diputados de la Península y todos federales.
El segundo de los dictámenes aludidos, decía lo siguiente:
•Lee Diputados que suscriben, individuos de la Comisión
de Ultramar,
Considerando que el planteamiento del Título I de la Cons-
titución en la isla de Cuba, según lo propone la Comisión,
podría ofrecer gravísimos inconvenientes en la situación ex«
espolona] por qae atraviesa la mención» da provincia;
Considerando qne cuando se trata de la suspensión de
garantías en la Península, y se funda esta medida en que
hav en ella quien con las armas en la mano grita €j muera
la República! ■ no seria lógico llevar dichas garantías á
Cuba, donde hay quien de la misma manera grita «jumera
España?»
Considerando qne es casi seguro que los partidarios de la
insurrección separatista intentarían, á la sombra de las ga-
randas constitucionales, levantar la bandera de dicha insu-
rrección en la parte occidental de la isla, que afortunada-
mente se ha mantenido hasta ahora dentro del orden;
. Considerando que los insurrectos de Cuba no han depues-
ta las armas, á pesar de las repetidas ofertas hechas por el
Gobierno de qne cuando esto tuviera lugar se llevarían á
dicha isla todas las libertades de la Metrópoli;
— 92 —
Considerando que en la dignidad del Gobierno no cabe
la oonoeeión de las libertades que se piden con las armas en
la mano y al grito de •[ muera España!»,
T considerando, por último, que no es razonable ni insto
realizar las antedichas reformas en tanto que aquella pro-
vincia no tenga en las Cortes su legitima, y para ello ne-
cesaria representación,
Piden á las Cortes se sirvan disponer que por ahora no
ha lugar 4 declarar vigente en la isla de Cuba el Titulo I de
la Constitución.
Palacio de las Cortes 12 de Septiembre de 1873. — Juan
Fernández de Cuevas. — Pablo Bernales. — Gumersindo
Hondea Brandón. — F. Puente Jiménez, »
Importa mucho insistir en la especie de que aun los que
en las Cortes Constituyentes del 73 parecían un tanto rea-
cios á las reformas ultramarinas con aplicación á Cuba, no
lo eran en principio y sólo ponían como condición de
una política radical análoga á la de la Península, el previo
establecimiento de la paz en aquella comarca. Es decir, que
Cuba se colocase en la propia condición en que se hallaban
Galicia ó Castilla.
Por de contado esto no quiere decir que dentro del parti-
do republicano dejaran de existir individualidades, que1 an-
tes como ahora, por contradicciones que explican varios mo-
tivos, pero de modo siempre lamentable, fueran adversarios
de toda política expansiva. Aquí y fuera de aquí no faltan
demócratas de esos que creyendo en el dogma de los derechos
naturales del homire% sin embargo solo ven y comprenden
al ser humano dentro de la latitud europea. Ni faltan de-
magogos que una vez llevados á la secretaria de un gobierno
civil, entienden que es causa de una declaración de estado
de sitio el hecho de que dos personas hablen alto en un oafó*
Tampoco puede sorprender á nadie que el republicano qne
gozaba de un privilegio como el de las harinas de Santander
5.
— 9* —
•en Cuba, ó la casi prohibición de los tejidos 6 los hierros ex-
tranjeros en si mercado antillano, 6 la pingüe cesantía de tul'
•empleado ultramarino, con el mismo calor con que atacaba en
la Península los consumos, las qnintas y los fatulos nobilia-
ria de que ól no disfrutaba, defendiera la dictadura colonial
y la explotación mercantil de nuestras Antillas que le favo-
Son excepciones que confirman la regla general. Esta en
-el caso presente la acusan el proyecto y los dictámenes antes-
reproducidos. T lo demuestra elocuentemente lo sucedido
después de 1873 en las filas de la oposición republicana, muy
trabajada, bien que sin éxito, para que rechazase á los auto-
nomistas antillanos. De ello hablaré en su oportunidad.
Todavía ademas del problema político existía en 1873
ana cuestión: la abolición de la esclavitud. Respecto de ella,
después del decreto del Sr. Borní (24 de Mano de 1873)
•obre libertad de los negros no inscriptos en el oenso de es-
clavos de 1368, hay que atenerse á las esplicitas manifesté
•dones de los señores ministros Sorni, Sofier y Palanca.
En la sesión de 28 de Junio de 1873, preguntado el señor
ministro Suñer por el diputado 8r. Araus, anunoió su pro*
pósito de presentar, tan luego como el tiempo le consintiera
-enterarte de la cuestión, un proyecto de ley cal objeto de
poner inmediatamente en libertad á los 300 ó 400.000 es-
clavos que gemían en la isla de Guba%» Esta notioia fué
•acogida por grandes aplausos de toda la Cámara.
En la sesión del 2S de Julio del propio año, el ministro
ir. Palanca, preguntado por el Sr. Betanoourt, diputado re-
formista de Puerto Rico, anunció cque el proyecto de abo*
limón de la esclavitud en Cuba estaba muy adelantado, y
tue por más que pensaba librarse ouauto antes de la pesada
— 94 —
carga del podtr, abrigaba la «parama de que todos mi sa~
orificios serian por Dios recompensados, permitiéndole leer*
pronto aquel proyecto de ley deede la tribuna del Congreso. •-
Y el Sr, Sorní, en la propia sesión, afirmaba que tai él
hubiera continuado en el Ministerio (de donde salió en el
mes de Mayo), no hubieran transcurrido más de cuatro 6-
cinco días ain que hubiera traído á la Cámara una ley de
abolición de la esclavitud,» con tanto mayor motivo cnanto
que los propietarios de Cuba estaban ceonformes en aceptar
la abolición inmediata y sin indemnización.»
Al lado de todas estas declaraciones y de los decretos po-
sitivos de aquel laboriosísimo período de dies meses, pón-
ganse les vagas promesas, las frases huecas, las medidas
contradictorias y las resoluciones tímidas de los siete afios
de la Reatan ración.
Porque dados todos los datos antes consignados, ¿qué hu-
biera hecho el Gobierno de la Bepúblioa en Cuba si en esta
isla se hubiera producido la paz como se estableció en 1878?*
Responda el ejemplo de Puerto Rioo.
Se lleva Cuba de tal suerte la atención del público, que
con macha frecuencia por aqui se ha entendido que Puerta
Bieo era, como Puerto Principe, nna provincia cubana, T es
tal la flaqueza de muchos liberales de reservar su admiración
parales hombres y los hechos de los conservadores, que no
sorprende el sistemático olvido y hasta el desdén que aun
Iob propios reservan parala isla borinqueña en uno de los
periodos más brillantes de nuestra historia colonial.
Por eso aqui apenas sé oye hablar de lo sucedido en 1873.
en Puerto Rico. Un cambio los cónsules extranjeros en sus
extensos informes á sus respectivos Gobiernos, los discursos
de los Regentes de la Audiencia de Puerto Rico sobre la mo-
ralidad y criminalidad del país, los estados de Aduanas res»
pMto de la importación y exportación, loe artículos de re*
vistas y periódicos de Inglaterra, Venezuela, Norte Amó*
rica, Francia y Hamburgo arrojan datos á montón para ro-
bustecer un juicio favorabilísimo respecto de la obra reali-
tda en aquella isla hace diez años per el Gobierno de la
lepúbliea.
No voy ahora á entrar en muchos pormenores. El que
Bien algunos puede consultar la Memoria que hacia 1874
— 96 —
publiqué por encargo de la Sociedad Abolicionista Español*
non él título de cuna Experiencia abolicionista. • O los dos
últimos discursos que yo pronunció en uno de loa banquetes
€on que los abolicionistas españoles conmemoraban anual*
mente la abolición de la esclavitud decretada para Puerto
Eioo el 22 de Marzo de 1873.
Vamos á los hechos oficiales que reduciré á tres.
Las leyes provincial y municipal de 1872.
La Ley de abolición inmediata y simnltánea de la escla-
vitud.
La extensión á Puerto Rico del Titulo I de la Con* tita*
tiión de 1869.
Después de esto hay que poner la administración serena
é imparcial del señor General D. Rafael Primo de Rivera;
el decreto de 26 de Julio de 1873 para que se remitieran por
el Gobernador de la Isla al Ministerio couantas publicado*
nes y periódicos diesen á conocer tendencias ó interesas so ■
cíales apolíticos, para formar verdadero juicio acerca del
estado de la provincia y de las necesidades principales» y
el decreto de 14 de Octubre que autorizó al Ministro de
Ultramar para visitar la isla de Puerto Rico, apreciar «1
resultado de las reformas allí introducidas y resolver lo que
estimara conveniente á su administración y gobierno.
Hay que ¿epetir que las leyes provincial y municipal
de 1872 tienen la fecha de 1870. Sin embargo, en esta últi-
ma no se planteó mas que la ley provincial con algunos re-
cortes é interpretaciones contraproducentes. Con todo eso
los Ministros que hicieron aquella reforma y las situa*
ciones que parecieron aceptarlas, quedaron bien con la opi-
nión liberal de la Península, con los Gobiernos extranjeros
y con el mundo culto. Pero tampoco no quedaron mal
^
— 9fr —
oon lo» elementos conservadores y burocráticos da Puerto
Rioo que consiguieron que en el particular de la vida más
intima de aquel pata so se saliese del statuo q%o% dejando las
leyes citadas para inofensivo ornamento de la Colección le-
gíalativi. La opinión quedó desorientada. Repito que no ea
este el menor pecado de la política colonial española.
Fué necesaria la venida de los últimos días de la monar*
qoia democrática y los primeros de la República, para que
el Ministerio presidido por el Sr. Ruis Zorrilla decretase el
planteamiento inmediato ó íntegro de las dos leyes de 1870.
Ea por todo extremo instructivo el preámbulo del Real
decreto de 13 de Diciembre de 1872 que dispuso que desde
lugo se aplicase á Puerto Rioo la ley municipal de 1870 y
en el cual se hace brevemente la historia de lo sucedido
desde esta última fecha hasta fines del año 72.
El Ministerio de Ultramar, por decreto, y á pesar de
existir las Cortes, dispuso en 28 de Agosto de 1870 que se
plantease en Puerto Rico el proyecto de ley municipal pre-
sentado á las Constituyentes, pero el Gobernador superior de
Puerto Rioo biso observaciones en el sentido de modificar
el proyecto. Consecuencia de esto fué el aplazamiento de ,
la aplicación de éste.
El Gobierno de Madrid estimó y aprobó las modificacio-
nes propuestas por el de la pequeña Antilla y dispuso que
oon estas novedades se aplicase enseguida la reforma mu •
lieipal portorriqueña. Pero después de publicado este de-
creto de 1870, reformado, en la Gaceta de Puerto Rico, el
~ >bierno de aquella isla suspendió su ejecución, porque
amó neoesarias otras modificaciones. Y la reforma quedó
suspenso hasta que en 13 de Diciembre de 1872 el Go-
rao metroBolitioo, aceptando las nuevas rectificaciones y
— 98 —
kd arémonos de la autoridad superior de la Antilla menor»
dispaso otra vea que se llevara á electo lo resuelto dos afio»
antes, teniendo en cuenta que en el disetirso de la Corona.
de 1872 se habla dicho cque no habla peligro en llevar á
Puerto Rico las reformas neoosarias para su organizaren,
politica y administrativa!.
Asi y todo, en el Beal decreto de 1872 se autoriió al Go-
bernador de Puerto Rico para introducir un articulo adi-
cional en la leforma de 1870. Después de esto es ocioso*
decir la fuerza que todavía dentro de la Revolución de Sep-
tiembre tenia el prejuicio favorable al poder ministerial res-
pecto de Ultramar, asi como los grandes motivos que los li-
berales ultramarinos han tenido siempre para dudar de que
las victorias alcanzadas por la justicia y la libertad en el
Parlamento y la Qaeeta, transciendan inmediata y positiva*
mente á la vida colonial.
Por lo mismo puede dudarse mucho que el decreto da
] 3 de Diciembre de 1872 se hubiese convertido en realidad
allende el Atlántico á no sobrevenir en la Metrópoli la Re-
pública y con ella algunas disposiciones especiales del Mi-
nisterio de Ultramar en sentido favorable al vigoroso plan-
teamiento y desarrollo de la doble reforma municipal y
provincial de 1870.
La importancia de las leyes citadas la demuestra la re-
producción de algunos de loe conceptos del Preámbulo de la
ley provincial y un simple extracte de las disposiciones
principales de esta y de la ley munioipal.
* lasada la ley provincial de la Península — dice el men-
cionado Preámbulo— en un elevado espíritu desoentralizador
y armonizadas en ella del modo que la sabiduría de las Cor-
tea halló más oportuno, las facultades del Poder central re-
presentado por el Gobernador, con la independencia y vita-
— 99 —
V/ká de loe intereses provinciales, una ley para Puerto Bieo
inspirada en ese espirita, tolo necesita dar mayor desarrollo
á estos extremos y ponerlos en armonía con las condioiooes
«apénales de aquella isla. A la distancia á qne de laPeninsu-
la se encuentran las provincias de América, la vida local re-
clama para en desarrollo ana independencia completa en la
dirección de los intereses y en la gestión de SU9 negocios es-
penales, y exige en cambio una concentración más vigorosa
y me acción más deeembarasada y más enérgica de las fa-
cultades del Poder oentral
A este ponto de vista general obedeoen las modificaciones
qae con relación á la ley de la Península encierra el proyec-
to Asft, en el panto más importante, qae es el
de la* atribuciones políticas del Gobernador, además del
derecho de publicar las leyes, dictar los bandos, imponer
multas y reclamar el auxilio de la faena armada, se le au •
toril* para suspender las asociaciones que comprometan la
seguridad del Estado y cerrar los establecimientos de ense-
ñanza qne se encuentren en el mismo ceso, para convocar
la junta de Autoridades, para suplir la acción de las corpo-
raciones populares cuando esta no sea suficiente, y además
para suspender los decretos del Gobierno y de otras autori-
dades, aunque con los requisitos, limitaciones y fórmula?
acocearías
Asimismo se ha creído conveniente y necesario para la
buena administración establecer un sistema especial de re-
cursos de aliada oontra los actos del Gobernador, ya para,
ante el mismo, ya para ante el Gobierno supremo.
De la misma fuente emanan las facultades administrati-
vas oonoedidas al Gobernador para trasladar los funciona-
rios, suspenderlos en casos necesarios, imponer multas á las
corporaciones y á los mismos funcionarios dependientes de
su autoridad, y suscitar las competencias que fuesen nece-
sarias.
La aplicación de este principio exigía como su inmediata
oonsecuenoia una extensión análoga de las facultades de la
Diputación provincial para atender á la misión que se la
confia. Por esto el Ministro que suscribe ha creído necesario
dar más amplitud á las atribuciones naturales de una Dipu-
láón, determinando especialmente todas sus facultades, y
utorizándola para diotar medidas de carácter general y
)ligatorio sobre instrucción, obras públicas, bancos y so-
ledades, asi como para contratar empréstitos que exoedan
e 250.090 pesetas; pero estas medidas exigirán la aproba*
— 100 —
cióa del Poder legislativo ó que éste deje transcurrir un afta
ejiD revocarlas, en cayo ceso se entenderán definitivamente
a¡ re bada s.
Igualmente podrá la Diputación presentar para los cargos
eultisiástioos, informar sobre el establecimiento de nuevos
impuestos, proponer ia creación ó la modificación de los ar-
bitrios y recursos locales, y, en una palabra, tomar la ini-
cjhtiva en todas aquellas cuestiones qne, aun cuando de
competencia exclusiva del Gobierno, necesiten reformas
que puedan convenir al buen régimen de la Isla
AI mismo tiempo y á fin de completar las facultades de la
Diputación, se le reconoce la de mantener la integridad de
su jurisdicción estableciendo al efecto las competencias que
poje defenderlas creyesen oportunas
Las antiguas criticas dirigidas al sistema oolonial espa-
ñol se han fundado de un lado en la arbitrariedad de las
autoridades; del otro en la centraliza» con absurda y exage-
rada de la vida colonial. Al concluir con este sistema y al
modificar profundamente la vida colonial según el espirita
da la revolución de Septiembre, solo había dos caminos qne
elegir: ó la independencia completa de las antiguas colonias,
6 bu asimilación con la Motrópoli. llamándolas á la parti-
cipación de la vida nacional. La Cámara Constituyente ha
adoptado este último camino, y al Ministro que suscribe so-
lo le toca procurar interpretar fielmente el espíritu de la
Asamblea Soberana.
Pero al hacerlo hubiera sido pretensión injustificada que-
rer igualar en un todo la vida de una provincia unida al con-
t mente americano y separada del europeo por la inmensidad
de los mares sin tener en cuenta sus condiciones geográficas,
su historia, sus tendencias, sus simpatías, sus relaciones. La
asimilación asi entendida serla la muerte de todo espíritu lo-
cal, y obligaría al cabo á abandonar un sistema que, á fuersa
de semejanzas, acabaría por quitar el carácter peculiar.
Era, pues, preciso al establecer este sistema dejar toda la
expansión posible y todo el desarrollo más vigoroso á los ele-
mentos de la vida propia local y al mismo tiempo hacer en-
t rar este nuevo desarrollo dentro de un circulo legal donde la
i rbitrarirdad no se conociese, y donde, al mismo tiempo, la
acción del poder central solo se sintiera para el bien «y no
se la encontrase nunca en el camino del desarrollo y de la
vida propia.»
— 101 —
Inspirada, pues, esta reforma en un elevado espíritu des-
eentralizador, la administración provincial quedó arregla-
da de cata manera:
Al frente de la provincia Gustarían: un Gobernador sope*
ñor. anxiliado en cierto» caaos por la Junta de Autoridades t
y una Diputación provincial, formada por un Diputado por
etoa 26,000 almas,
£1 Gobernador superior, autoridad puramente civil, has-
ta el extremo de que se hacía incompatible este cargo con el
ticrcicio dé malquier mando militar, no solo era el primer
Magistrado de la provincia en el orden administrativo, sino
qae también desempeñaba funciones políticas en el concepto
de representante y delegado del Poder central, cuyas atribu-
ciones asumía para que la acción del Gobierno pudiera
sentirse en los casos precisos pronta y eficazmente, y no
sirviera de remora y de embarazo como ocurre hoy, fjue la
resolución de casi todos los asuntos está encomendada al
Ministerio de Ultramar ó al Gobierno supremo, los cuales,
por La multiplicidad de negocios y por la distancia á que
de las Antillas se hallan, no puede resolverlos tan pron-
to como fuera de desear, ni con perfecto conocimiento de las
necesidades de estas comarcas, viniendo asi el expedienteo
y la excesiva centralización á matar la iniciativa individual
y á impedir el desarrollo de la vida ultramarina.
Gomo Jefe superior de la Administración, correspondía
al Gobernador:
Mantener la integridad de la jurisdicción administrativa,
nscitanáo al efecto competencias á los Tribunales conten-
ÍQso-administrativos ó judiciales;
Representar á la provincia en todos los asuntos;
Vigilar todos los ramos de la Administración pública.
— 102 —
Proponer al Gobierno cnanto oonoernioee al fomento da
loo inleroeee morales y materiales de la lela;
Suspender, por causas justificadas en expediente, 4 los
f unoionarios de la Administración cayo nombramiento co«
rreepondieee al Poder oentral, dando 4 éste caenta inme-
diatamente;
Trasladar los funrionario^públioos, poniéndolo en como
cimiento del Gobierno, y
Cubrir las vacantes interinamente, é imponer maltas 4
los funcionarios que de su autoridad dependiesen.
Como Representante del Gobierno supremo, oempetíale:
Publicar, circular y hacer ejecutar las leyes y reglamen-
tos, dictando los bandos y disposiciones que jusgase nece-
sarios;
Reclamar el auxilio de la fuersa armada;
Suspender toda asociación que delinquiese, ó cuyo objeto
comprometiera la seguridad del Estado, y cerrar, en case
de delincuencia, oualquier establecimiento de enso&aasa;
Instruir las primeras diligencias en los delitos desoubier-
tos por su Autoridad;
Convocar la Junta de Autoridades;
Nombrar, en los pueblos donde fuere necesario, delega •
dos que ejerciesen las atribuciones del Gobierno y supliesen
la acción de los Ayuntamientos;
Suspender la ejecución de los acuerdos dictados por otras
autoridades, aunque fuese de la competencia de las mismas,
y de los decretos y disposiciones del Gobierno, siempre que
pudiesen ocasionar perturbación en el orden moral ó mate-
rial, ó comprometer de uu* manera grave los intereses pá-
Mióos, dando de ello cuenta resonada al Ministro de Ul-
tramar;
— 103 —
Ejercitar la gracia de indulto;
Señalar los establecimientos en que debían cumplirse las
condenar,
Y, en ana palabra, ejercer todas las atribuciones de go-
bierno que las leyes le señalaren 6 compitieran al Poder
central.
Por último; como Delegado de éste cerca de las Corpora-
ciones locales, podría:
Presidir, sin troto, la Diputación provincial, y convo-
carla cuando la estimase conveniente;
Suspender, mediante ciertos requisitos, los acuerdos de
la Diputación provincial y de los Ayuntamientos;
Suplir, por sí ó por sus delegados, la acción municipal
7 provincial, y suspender en el ejercicio de su cargo á los
Alcaldes, Tenientes y Concejales, concurriendo las circuns-
tancias prescritas en la ley Municipal .
La Junta de Autoridades la constituían: el Gobernador
superior, el Militar, el Comandante de Marina, el Regente
7 Fiscal de la Audiencia, el Intendente de Hacienda y el
Vicepresidente de la Diputación provincial, y debía ser
oída en los casos graves, y sobre todo para la suspensión de
las garantías constitucionales, hasta que recaiga el acuerdo
déla Metrópoli.
De esta ligera" enumeración de las atribuciones que el
Decreto de 1870 otorgaba al Gobernador superior de Puerto
Itieo, se desprende que por grande que fuese la amplitud
concedida á dicha Autoridad, no afectaba en lo más mínimo
ala independencia déla Corporación provincial. Solo en
árcunstanciaa extraordinarias y por motivos muy graves
ara licito al Gobernador intervenir en los asuntos propios
4e la Diputación, y siempre había de hacerle con
a
— 104 —
justificada y dando cuenta al Gobierno inmediatamente.
Por supuesto, qne contra las medidas del Gobernador es-
taban el recurso contencioso administrativo y los Tribunales
ordinarios de Justicia, por aquel entonóos inamovibles.
Por lo demás, quedaba espedita la acción de la Diputa-
ción provincial, á la que dejaba ancho campo el art. 46 del
Decreto, atribuyéndole oomo de su exclusiva competencia:
K° Cuanto se refería á la Administración local.
2." £1 nombramiento y separación de todos sus funcio-
narios y dependientes.
5.* Todo lo concerniente á la administración y fomento
de loa intereses morales y materiales de la Isla, que no oo-
r respondiese expresamente i \o& Ayuntamientos, al Gober-
nador superior civil ó al Gobierno supremo.
4.° Diotar disposiciones de carácter general y obligato-
rio para toda la Isla en materia de instrucción, obras pú?
blicas, establecimientos de Bancos y Sociedades, contrata-
ción de empréstitos que excediesen de 250.000 pesetas y
otros análogos.
Estas medidas no serian válidas sin la aprobación de las-
Cortes, pero si pasaba el término de un año sin que recayese
dicha aprobación, se entendían desde luego válidas y eficaces.
:> ° Proponer en terna al Gobernador superior civil los
individuos que habrían de ejercer los cargos eclesiástico» de
la Isla.
6,° Discutir y proponer en su caso al Gobernador supe-
rior civil y al Gobierno supremo cuanto creyese conveniente-
á los intereses de la Isla y no fuese de su competencia, ex-
ceptuándose tan solo las cuestiones de carácter político, acer-
ca de las cuales les estaba vedado proponer medida alguna.
7,° Informar acerca del establecimiento de nuevos im-
, _ 105 —
puestee, modificación de los que existiesen y cualquiera
otra medida de carácter financiero.
I.° Proponer al Gobernador superior civil la modifica-
don de eaalqnier impuesto local, y
9.* Contratar libre y definitivamente empréstitos que no
excediesen de 250.000 pesetas.
Sobre esto hay qne reparar la fórmula verdaderamente
americana y profundamente libera \ que establece la com-
petencia de la Diputación en el párrafo 3.° Todo lo qv4 no
se reserva expresamente por las leyes á otras corporaciones
es de la jurisdiocióo de la Diputtoióa provincial. El sentido
autonomista de la diaposición es evidente.
Después nótele la brevedad del término otorgado al Go-
bernador superior oivil para suspender los acuerdos de la
Diputación provincial (término que no excedía de quince
dias) y el concedido al Gobierno para ratificar ó anular esta
suspensión, que era de dos mises, desde la salida de la co-
municación del Gobernador por el primer correo trasatlánti*
co de Puerto Rico; entendiéndole levantada la suspensión,
si transcurridos cuatro meses desde que esta fué decretada,
no se comunicaba á la Diputación resolución alguna del Go-
bierno* En otro caso el Gobierno de la Metrópoli hacia suya
la resolución, quedando por tanto sometido el negocio á la
competencia de las Cortes.
De la propia suerte es de monta el plaxo puesto á las Cor-
tes para resolver sobre los acuerdos de la Diputación pro*
vincial: un año.
Por de contado, la Diputación elogia la Comisión pro*
vincial encargada de ejecutar sus acuerdos.
Los diputados sólo podían ser separados por sentencia de
ks Tribunales.
— 106 —
lia Diputación formaba todos los años su presupuesto da
gastos é ingresos. En el de gastos figurarían precisamente
ciertas partidas relativas á instrucción, beneficencia, etcé-
tera, etc., y para cubrirlos todos podía verificar un repar*
¿¡miento entre los pueblos de la provincia.
Estas y algunas otras disposiciones de menor importan-
cia, per§»inspiradas todas en el decidido empeño de llevar
á la isla de Puerto Bioo saludables reformas, garantizaban
plenamente á los ciudadanos contra la arbitrariedad y el
aboso por parte de los encargados de administrar ó de vi-
gilar los intereses provinciales, y les daban completas segu-
ridades de que eran un hecho las disposiciones consignadas
en la ley en punto á descentralización administrativa.
De aquí resultó una gran deseen traliaaoión, que á no
haber sido restringida hasta el exagerado extremo que des-
púas lo fué, por el primer Gobierno de la Restauración, hu •
biera tenido beneficiosas consecuencias para la isla de Puerto
Rico y sido un precedente admirable para la más complica-
da reforma de Cuba; ni más ni menos que como sucedió á
principios del siglo con las reformas económicas que llevan
la firma del Intendente Ramírez de Villaurrutia.
Pero además, el éxito de la reforma provincial de 1872,
plasteada en 1873, constituye un argumento potísimo á fa-
vor de los autonomistas, que insisten en sostener que el sis-
tema que defienden no está en el circulo de las novedades
peligrosas y menos en el de las cosas irrealizables.
La facultad que á la Diputación puertorriqueña se confi-
rió, de legislar acerca de la instrucción, de las obras publi-
cas, del establecimiento de Bañóos y Sociedades, etc., etc.,
no es otra cosa que un ensayo de autonomía, deficiente sin
duda, pero autonomía al fin, cuya práctica, como en otra*
[
— 107 —
ocasiones he dicho, constituye para Puerto Rico ano de
§m mayores timbres de gloría, porque demostró palpable-
mente que eBte es an pueblo digno y eapai de ejercitar todas
ka libertades y todos loe derechos.
Igial espirita expansivo domina en la ley Municipal.
Dado su carácter de corporaciones económico-administra-
tivas, encomendóse á los Ayuntamientos, como de sn exclu-
siva competencia, U gestión, gobierno y dirección de loe
intereses peculiares de loe pueblos, y en partiealar cuanto
n relacionaba con el establecimiento y creación de servicios
municipales referentes al arreglo y ornato de la via pública,
comodidad e higiene del vecindario, fomento de sos inte-
reses materiales y morales, buen orden y vigilancia de to-
dos los servicios, aprovechamiento, onidado y conservación
de todas las fincas, bienes y derechos pertenecientes al Mu-
nicipio y establecimientos qne de 61 dependan, y determi-
nación» repartimiento, recaudación, inversión y cuenta de
todos los arbitrios ó impuestos necesarios para la realización
de los servicios municipales.
Como era natural, estableció la ley que todos los acuer-
dos de los Ayuntamientos en asuntos de su competencia
fuesen inmediatamente ejecutivos, sin perjuicio de los re-
cursos que contra los mismos cupiesen. Pero hay otro géne-
ro de acuerdos, cuyos efectos trascienden de la esfera en
que se mueve la vida del Municipio, por más que recaigan
en asuntos de la competencia municipal, y respecto á éstos
eiigió la ley, para que fuesen ejecutivos, la aprobación de
la Comisión provincial, de la Diputación provincial en pleno
6 del Gobierno central, según los casos.
Necesitaban la aprobación de la Comisión provincial los
relativos á reforma y supresión de establecimientos munici-
— 108 —
pales de beneficencia é instrucción, á las podas y cortas
en Loa montes del Municipio, ó á contratos qne se refirie-
sen 4 los edificios inútiles para el servicio á qne estaban
destinados, y á los oréiitos paitioalares á favor de los pue-
blos.
Era necesaria la autorización de la diputación provin-
cial para entablar pleitos en nombre de los pueblos menores
de 10.000 habitantes.
V , por último, recaerían la aprobación del Gobierno cen-
tr&l, asi los aonerios relativos al establecimiento de toda
clase de fuerza armada, como los qne hiciesen relación á
con frutos sobre bienes inmuebles del Municipio, derechos
reales y títulos de la Deuda pública.
En el oapitulo de los presupuestos municipales es digno
de ser mencionado el art. 99. aue fija las bases con arre-
glo á las cuales podrían rea izar sus ingresos los Ayunta*
■lientos. Son las siguientes:
1 .* Determinación de los arbitrios por el Ayuntamiento ,
aparta los productos de sus rentas y bienes y de un recargo
de céntimos adioiouales á 1» contribución directa del Esta-
do, que nunca podría subir para esfe efecto más allá del 40
por J00.
2 . " Pago de las multas en un papel especial creado al
efecto.
3.* Fijación de la riqueza imponible para el reparti-
miento general por los mismos contribuyentes, reunidos en
secciones.
4#* Distribución entre las secciones del importe total
del repartimiento hecho por el Ayuntamiento.
5.* Nombramiento por sorteo de síndicos en cada seo-
ciód , para fijar lo que correspondiera por el repartimiento
— 100 —
general i cada individao, y apelación al Ayuntamiento del
acuerdo de los aludióos.
•.* Determinación por el Ayuntamiento de las especies
•que habrían de ser objeto del impnesto de consumos, de la
forma en que habían de tener lngir y de las tarifas por que
as habla de regir sn exacción, las cuales no excederían
-as ningún caso del 25 por 100 del precio medio del articulo
ei la localidad respectiva.
7.a Recurso de agravios ante la Diputación provincial á
los que se creyesen perjudicados por los acuerdos del Aynn -
tamiento.
8.* Acción pública para acudir á la Diputación provin-
cial y al Alcalde delegado del Gobierno contra toda ilega-
lidad ó eztralimitación que el Ayuntamiento cometiera al
designar los arbitrios y artículos para el impnesto de con -
•sumos, al determinar las tarifas y modo de peroepción ó al
•ejecutar las demás operaciones que les estaban confiadas.
9.a Publicidad de todas las operaciones*
Es de notar también que, dando la le/ de 1870 toda la
•amputad necesaria á la vida de los Municipios, y recono-
ciando el alcance de sus atribuciones, no pnso trabas á los
Ayuntamientos de Puerto Rico en la confección y aproba-
ción de sus presupuestos, en los cuales para nada tenia que
intervenir el Gobierno general, bastando la garantía de que
¿habían de ser expuestos al público cuatro meses antes de
terminar el año económico, por espacio de quince días, desde
la fecha en que se hiriese el anuncio en la forma ordinaria
y los recursos concedidos 4 los vecinos contra las ilegalida-
des y abasos que los Ayuntamientos pudieran cometer;
aparte del derecho de inspección y vigilancia que, en repre*
mentación del Gobierno central ó supremo, tenían el Gobsrna-
— 1L0 —
dcr superior civil, sus delegados especiales y en último tér-
mino el Alcalde, que 4 su carácter de autoridad popular y
administrativa unía el de representante del Gobierno oon
funciones gubernativas en lo político.
La ley municipal se limitaba á exigir que en el presa-
puesto de los Municipios aparecieran como partidas de
gastos las relativas á la conservación y arreglo del orden
publico, la policía urbana y rural, la policía de seguridad,
la instrucción primaria, la administración de las fincas y
bienes del pueblo, los servicios municipales ya establecido*
y especialmente el mantenimiento del culto y de los minis-
tros católicos, el personal y material de las dependencias y
oficinas, las pensiones y cargas de justicia que pesaran so-
bre los fondos municipales» el fomento de arbolado, medios
contra incendios y de salvamento marítimo, suscrición al
Diario oficial de la provincia, contingente del Municipio
en el reparto provincial, biblioteca municipal é impre-
vistos,
Los ingresos municipales eran los provenientes de bienes
de los Municipios ó de los establecimientos de instrucción»
beneficencia y otros análogos; recargos sin limitación sobte
las contribuciones directas que percibe el Estado; impuestos
sobre determinados servidos é industrias; impuesto de con-
sumos y repartimiento general y proporcional entre los ve-
r i n os y hacendados del término municipal.
Nuevas garantías para los administrados por el régimen,
municipal de 1872 y al propio tiempo para los administra*
dore?, eran los recursos y responsabilidades que oon arre •
glo á la ley nacían de los actos de los Ayuntamientos.
El Delegado del Gobierno, el Alcalde ó el Gobernador
superior civil podían suspender los acuerdos municipales
— lil-
es dos casos. El primero: cuando hubieran sido diotadas en
aiantoe que no fuesen de la competencia municipal. Segun-
da «ao: cuando infringieran expresa y terminantemente día»
posiciones de caricter general. Era indiapenaable, siempre,
qpela suspensión fusta razonada y con expresión concreta y
precisa de las disposiciones en qne se fundaba. En el primera
de los casos antes eefi alados, si la suspensión viniera del
Alcalde, el Gobernador pasarla el negocio á la Diputación
provincial para que ésta, en el término de un mes, resolvió-
le en definitiva. En el otro caso, el Gobernador, también en
•) término de un mes, resolverla por si ó elevarla el asunta
■1 Ministerio de ultramar.
Pero todavía iba la ley más lejos, concediendo á los par-
ticulares el derecho de acudir á los .funcionarios menciona»
des en demanda de suspensión de los acuerdos de los Ayun-
tamientos, cuando debiendo haberla decretado por si no lo
bebieran hecho; y á todos los que se creyeren perjudicados
en sus derechos por los acuerdos municipales no compren-
didos en el caso anterior, el de reclamar contra dios me»
diente demanda ante el juez ó tribunal competente. Por
último, el art. 123 hacia personalmente responsables al Go-
bernador superior, á su delegado, al Alcalde y á loa vocales-
de los Ayuntamientos y Diputaciones provinciales de loa
daños y perjuicios indebidamente originados por la ejecu-
ción ó suspensión de los acuerdos de aquellas oorpora-
No solo aloansaban las atribuciones de los funcionario»
tates citados á los casos de extralimitaron de las recono-
cidas á los Ayuntamientos, si que también á los de omi-
nen de los actos que las leyes les encomendaban. Y se otor-
gaban igualmente á los particulares el derecho de denunciar
, - 112 -
estas omisiones á Ut autoridades superiores, cuyas faculta-
des en esto panto variaban desde el mero requerimiento k
los Municipios para que ejecutasen en nn plazo fijo el neto
ó fancióa que no hubiesen realizado, hasta la suspensión
del Ayuntamiento, y la designación de nn delegado que
ejerciese las funciones asignadas á éste, dando cuenta á la
Diputación provincial.
Sin duda alguna no es esto, en el orden provincial y co-
lonial, todo lo que los autonomistas sostienen; no es lo que
proponía el 8r. Daque de la Torre en su informe de 1866, ni
aun lo contenido en el proyecto de Ley que llevó al Congre-
so el Sr. 0, Manuel Becerra, melificando varios artículos de
la Constitución del 1869 para hacerla aplicable á la Isla
de Puerto ¿ico, ni en fin, lo que dice el proyecto de Ley del
mismo Sr, Becerra sobre organización provincial de la cita-
da Isla.
Pero seda negar una positiva realidad el desconocer así
el sentido des oentral izado r de las citadas leyes de 1870 y 72 ,
como su inmensa superioridad respecto de los decretos aná-
logos que en 1878 llevó la Restauración á Puerto Rioo y á
Cuba, y que allá se han sostenido hasta estos últimos
días.
No quiero hacer comparaciones. Me distraería mucho este
trabajo- Pero si advertiré que el carácter de los decretos de
1872 está explícitamente declarado en el Preámbulo de
los mismos, donde se dioe h> siguiente: cEl Ministro que
suscribe entiende que, dado el estado particular de civiliza-
ción y cultura de Puerto Rico, es preoiso organizar allí el
Poder de tal manera, que intervenga en todos los actos ad-
ministrativos de alguna importancia; que conozca el dea*
arrollo de todos los intereses; que sancione con su autoridad
— us —
toda iniciativa; que regale todo movimiento de verdadera
transcendencia; que sea, en soma, el centro moderador de
todas Jas faenas, para que, aun cuando en sn nacimiento
y progreso se las deje en completa libertad, para enfrenar*
las si llegan á traspasar los limites de la legalidad y de la
conveniencia pública.
«Sin esta organización no es posible mantener en tan apar-
tadas regiones el prestigio de la Autoridad, ni vigorizar sn
acción para que realice los fines de que se halla encar-
gada.»
Tengo por cierto que cuando hayan pasado treinta aftos
parecerá inverosímil que en el último tercio del sigo xiX
hayan regido en las Antillas españolas monstruosidades po-
líticas y administrativas como los decretos de 24 de Mayo
de 1878 respecto del gobierno y la administración de aque-
llas Mamadas provincias: sobre todo, si se tiene en cuen-
ta que esos decretos anularon los de 1872, ejecutados en la
pequeña Antilla con un ¿sito extraordinario, y que el primer
articulo de la Paz del Zanjón que se hizo en 10 de F obrero
de 1878, dios á la letra: c Concesión á la isla de Coba de las
mismas condioiones políticas, orgánicas y administrativas
de que disfruta la isla de Puerto Rico. • Es decir, las leyes
municipal y provincial del tiempo de la República.
Conforme á los decretos de 1878, el presupuesto y las
ordenanzas municipales dependían ^1 Alcalde y del Go-
bernador, al panto de que cuando respecto del presupuesto
había discrepancias entre éste y el Municipio, y en tanto no
resolvía el Ministerio de Ultramar, prevalecía la opinión
del Gobernador. Los Alcaldes eran nombrados por óste, den-
tro ó fuera de la terna propuesta por el Ayuntamiento, y el
Gobernador no resultaba responsable de nada, por haberse
— 114 —
suprimido, de loa decretos vigentes en Ultramar, el art. 30
de la ley provinoial peninsular, que establéela la res-
ponsabilidad de los Gobernadores ante el Tribunal Su-
primo, conforme á los artículos 204 á 235 del Código
penal.
En cuanto á la Diputación provincial, hay que saber que
toda ella ae contenía en la Comisión provincial, y asi el
Presidente como los vocales de ésta eran de libre elección
del Gobernador, al cual correspondía separarlos ó suspen-
derlos, motivando su resolución. La Diputación entera
podía ser suspendida por el Gobernador y disuelta por el
Ministro de Ultramar, so'o consultando al Consejo de Es-
tado.
Pero aun comparando lo queja República realizó en 1873
con lo que después de 22 afios se decidió 4 proponer y ha-
cer el partido liberal de la Restauración, no creo que queda
por bajo la situación revolucionaria.
Porque la reforma municipal de 1895 deja subsistente el
censo electoral de los 5 pesos en las Antillas, y reconoce al
Gobernador general el derecho de nombrar alcalde, eli-
giéndolo dentro de la corporación municipal.
Además, en Cuba, la Diputación provincial carece del de-
recho de resolver en definitiva sobre las suspensiones de los
acuerdos municipales que resuelve solo el Gobernador.
Y cuéntese que no ha||o de la extraña manera de ha-
berse aplicado á Puerto Rico la ley de 1895, por los decre-
tos de Diciembre de 189S, opuestos en muchas partes (siem-
pre en sentido reaccionario) 4 la ley que pretendían des-
arrollar, y cuya oposición perjudica lo indecible á la
confianza qne debe ponerse en la eficacia de las posteriores
y m¿s expansivas reformas ultramarinas de 29 de Abril
— 11» —
último. Quiero atenerme á la fórmula original de la re*
forma de la Begeneia que ha merecido mayor aplauso. T
al hacer las citas anteriores prescindo de desarrollos y de
otras consideraciones que distraerían macho la atención del
lector. He limito á hacer una llamada.
I
VII
Dé más aliento que las leyes Municipal y Provincial de
1 870 y 72 fué la de la abolición de la servidumbre en Puer-
to Rico.
Por ella se estableció lo siguiente:
*Art. 1.° Queda abolida para siempre en la isla de
Puerto Rico la esclavitud.
A rL 2.° Los libertos quedan obligados á celebrar oon-
tratoH con sus actuales poseedores, con otras personas ó
coa &1 Estado, por un tiempo que no bajará de tres años.
£d cutos contratos intervendrán, con el carácter de curado-
res de los libertos, tres funcionarios especiales nombrados
por "-1 Gobierno superior con el nombre de poseedores de
loa libertos.
Art. 3.° Los poseedores de esclavos serán indemniaa-
dos de su valor en el término de cinco meses después de
publicada esta ley en la Gaceta de Madrid. Los poseedores
con quienes no quieran celebrar contratos sus antiguos es-
claves, obtendrán un beneficio de 25 por 100 sobre la in-
demnización que hubiera de corresponderías en otro caso*
— 117 —
Art. 4.° Esta indemnización se fija en la . cantidad de
3$ millonea de peseta*, que ae hará efectiva mediante un
empréstito qne realiiará el Gobierno sobre la exclusiva ga •
rantfa de la renta de la isla de Puerto Rico, comprendiendo
en los presupuestos de la misma la cantidad, de 3.500,000-
pesetas anuales para intereses y amortiíación de dicho em-
préstito.
Art. 6.° La distribución se hará por una Junta com-
puesta del Gobernador superior civil de la Isla, Presiden-
te; del Jefe eoon&mioo; del Fiscal de la Audiencia; de tres
Diputados provinciales elegidos por la Diputación; del
Sindico del Ayuntamiento de la capital; de dos propieta-
rios elegidos por los 50 poseedores del menor número. Los
acuerdos de esta Comisión serán tomados por mayoría de
votos.
Art. 6.* bi el Gobierno no colocase el empréstito, entre-
gará los títulos á los actuales poseedores de esclavos*
Art. 7.° Los libertos entrarán en el pleno goce de los
derechos políticos á los cinco años de publicada la ley en la
Gaceta de Madrid >
Estas disposiciones fueron complementadas con una orden
de 27 de Mayo de 1 «73, autorizando «la constitución en
Puerto Rico de una Sociedad Abolicionista, con el benéfico
objeto de cooperar al éxito de la ley de 22 de Marzo y faci-
litar la redención del esclavo» conforme á las siguientes
bases:
!.• Procurar á los libertos colocación favorable en los
establecimientos industriales y agrícolas.
2.a Secoger los huérfanos y desvalidos y darles educa»
c£6n y trabtjo.
3.a Proceder á la educación de la rasa de color.
— 118 —
4/ Denunciar á las Cortes, al Gobierno supremo y á
las autoridades looales en su caso, los abasos que se come-
tan en la Isla respecto del exaoto cumplimiento de la ley de
abolición.
5.a Ayudar á los protectores de libertos, ya informan*
dolos respeoto de la condición y suerte de los contratados,
ya secundando los esfuerzos de aquéllos conforme á las ins-
trucciones que de ellos reciban.
Y 6.* Informar cada seis meses al Gobierno sobre el
estado general del país y sobre la situación de la rasa de
color, de los libertos y de la producción agrícola, propo-
niéndole lo que estime oportuno.
Y con esto se relacionaba el nombramiento en Puerto
Rico, como comisarios ó protectores generales de libertos,
de abolicionistas tan caracterizados como los Srce. D. Pedro
G. Goyco y D. Salvador Carbonell. No se repetía la pesada
broma de 1870. La ley se hacia para cumplirla.
Luego, el Gobierno de la Restauración hizo lá ley abo -
lición i sta de 13 de Febrero de 1880. Pero no autorizó la
constitución de Sooiedades abolicionistas en Cuba, y en
cambio sancionó un Reglamento que establece el cepo y el
grillete, y anula una buena parte de la Ley. Asi aquel cas-
tigo, como todo el patronato (fórmula hipócrita de nna nueva
servidumbre, consagrada por la citada ley), no terminaron
basta 1883 y 7 de Febrero de 1836.
Detrás de la Ley abolicionista de 22 de Marzo de 1873,
vino la extensión á Puerto Rico del título I de la Conatitu-
ción de 1869. La propuso el Sr. Ministro de Ultramar áon
Francisco Sufier y Capdevila en sesión de 11 de Julio de
1873, y votada por la Asamblea Constituyente déla Repú-
blica, se hizo la promulgación de la ley, en 6 de Agosto.
— 119 —
£1 alcance de esta medid* 86 puede calcular por los
derandes del proyecto del Gobierno y el preámbulo del dio •
tunen de la Comisión,
Laa razone* en que el Gobierno ae apoyaba son las m<-
guientes;
• Considerando que el fundamento de la actual situación
política de la nación española lo constituyen loe principio*
déla democracia, cuyo primer dogma en el de cloe derechos
naturales del hombre, anteriores y superiores á toda ley
positiva»:
Considerando que estos derechos están consagr ados en el
título I de la Constitución de 1869:
Considerando que los títulos siguientes se refieren á la
organización de los poderes públicos, sobre lo onal muy es-
pecialmente están llamados á entender y resolver en definí.
ti?a las actuales Cortes.
Considerando que la cultura de la isla de Puerto Rico
bastaría por si sola, ai otras rasónos de derecho no existió-
¿en, psra proclamar en aquel país todas las libertades pro-
pias de loe pueblos civilizados:
Considerando que el Gobernador superior de aquella Isla
ha estimado que la situación exigía la proclamación de las
libertades de imprenta, de reunión £ de asociación, lo cual
ha hecho con el carácter de medida administrativa:
Considerando que, tanto estas medidas como la abolición
de la esclavitud, han producido la apetecible plenitud de
sos efectos:
Considerando que, unidas las razones de justicia á las de
conveniencia, hacen imposible el retardar por nn solo mo-
mento ni bajo ningún pretexto la consagración y reoonoci*
miento explícitos de los derechos referentes á la personali»
— 120 —
dad humana en la culta, pacifica y leal isla de Puerto Bioo».
La Comisión se expresaba de es+e modo:
* La Comisión acepta en todos sos extremos los luminosos
considerandos que al proyecto preceden, y que demuestran
que de hoy más el Ministerio de Ultramar se inspirará en
un alto criterio de justicia y de expansión, único que puede
mantener vivo el sentimiento de la unidad nacional allende
el Atlántico» único suficiente á asegurar, no solo la integri-
dad de la patria, si que la realización de los grandes deeti •
nos que k España están reservados en el mundo descubierto
por nuestros grandes navegantes del siglo xvi.
La Comisión se cree, sin embargo, en el caso de intro*
ducir alguna modificación en el proyecto sometido á su
examen.
Según el art. 31 de la Constitución de 1869, se necesita
una ley cuando la seguridad del Estado exija la suspensión
de las garantías consignadas en los artículos 2.°, 5.°, 6.a
y 17 del mismo Código. La Comisión no discute ahora la
bondad de esta doctrina; la considera como legal, y se ocu-
pa solo de ponerla sn armonía con lo existente en Ultramar,
esto es, coa todo aquello que no puede borrarse de una
plnmadu, y cuya sinrazón, en último caso, apreciarán dete-
nidamente las Cortes, cuando sean llamadas á entender en
la organización de los poderes en nuestras provincias tras-
atlánticas» si es que semejante punto no queda libremente
entregado á la iniciativa de los Estados particulares dentro
de la federación española.
Porque resulta, de una parte, que dada la distancia á que
se baila la isla de Puerto Bioo de la Metrópoli, y la falta
de continuas y rápidas comunicaciones de entrambas, será
punto menos que imposible en ciertos casos que el art. 31
-.121 -
«ludido sea perfectamente observado, puesto que, á serlo,
la ley votada por las Cortes llegaría á deshora en algunas
ocasiones.
Por otra parte, los Gobernadores superiores y Capitanes
generkles de la provincia de Puerto Rico, si bien no gozan
dalas facultades extraordinarias (por la menos en su pleni-
tud), de que trata la Beal orden de 1826 referente á Cuba,
disfrutan de toda la autoridad y de todos los medios sancio-
nados en la Becopilación de Indias, principalmente en el
titulo III, libro 2 °, todo lo que es de difícil, si no imposi-
ble, relación con el Código constitucional de 1869.
Conviene, pues, poner en armonía todas estas disposicio-
nes y hacer frente 4 las dificultades que la distancia, cuan-
do menos, podría suscitar 4 las veces.
Para ello la Comisión ha tenido en cuenta las proposicio-
nes de ley presentadas á estas Cortes por los dignos dipu-
tados de Puerto Eioo, asi como el espíritu declarado en los
considerandos de que el Ministro de Ultramar ha hecho
preceder el proyecto objeto ahora de examen. Pero entién-
dase bien, que la Comisión pretende sólo resolver las dificul-
tades del momento, sin aventurar opinión alguna definitiva
sobre la futura organización de los que vendrán á ser Esta-
dos particulares trasatlánticos de la federación española.
Por razones análogas, la Comisión opina que es de toda .
necesidad dar cierto desenvolvimiento, y con él cierta pre-
cisión, á un extremo consignado en el segundo párrafo del
artículo 31 determinando la ley de Orden público que ha de
regir en Puerto Eioo, como en la Península, en ciertos y
determinados casos.»
Firmaron este dictamen, fecha 14 de Julio de 1873, los
diputados D. José Ramón Fernandos, D. Manuel García
— 121 —
Marques, D. Manuel Corchado, D. Enrique Calvo Delga*
do y D. Santiago Soler.
El texto de la parte dispositiva de este dictamen (que fu*
aprobado por las Cortes) es el que signe:
¡Art, l.# Se declara vigente en la provincia de Pnerto
Rico el titulo 1 de la Constitución de 1.° de Junio de
1869. '
Art *l.° Cuando la seguridad del Estado, en circuns-
tancias extraordinarias, exija en la provincia de Puerto
Eioo la suspensión de las garantías consignadas en los ar-
tículos segundo, quinto y sexto, y párrafos primero, se-
gundo y tercero del 17, el gobernador superior lo pondrá
por telégrafo en conocimiento del Gobierno central para
que ¿fita solicite de las Cortes la ley á que hace referencia
la Constitución en su art. 31 .
Art 3.° En el caso de que por interrupción de comu-
nicaciones telegráficas con carácter de permanencia ó de
larga duración, no pudiese ser oumplido el anterior artícu-
lo, queda autorinado el gobernador superior civil de la pro-
vincia para suspender las garantías consignadas en los ar-
tículos segundo, quinto y sexto, y párrafos primero, segun-
do y tercero del 17, á menos que la Diputación provincial
en pleno, á este efecto convocada, y la junta de autorida-
des, per mayoría de votos, no fuesen favorables á la indi-
cada suspensión.
En el supuesto de empate, lo dirimirá el gobernador
civil.
En todas las ocasiones, el gobernador superior oomuni-
oará inmediatamente la resolución tomada y los funda-
mentos y circunstancias del acuerdo al ministerio de Ul-
tramar, para que éste lo transmita á las Cortes, las cuales,
— 1213 —
por medio de una ley, si lo estimaren oportuno, ratificara»
la suspensión de garantías.
En caso negativo, 6 transcurridos treinta días desde la
.suspensión sin que las Cortes hubieren tomado acuerdo al-
guno, se entenderá derogada la disposición del gobernador
superior de Puerto Rico.
Art. 4.° Para los efectos del art. 31 de la Constitución,
se entenderá vigente en la provincia de Puerto Rico la ley
de orden público de 23 de Abril de 1870.
Art. 5.# Quedan derogadas todas las leyes y disposicio-
nes que de cualquier modo se opongan á lo consignado en
la presente ley. ■
Ta be dicho que esta medida fué precedida de otras muy
favorables del partido radical, que en 1872 habían conce-
dido una ampliación en el goce del derecho de sufragio,
reconociéndolo á todos los que supieran leer y escribir ó
pagaran alguna contribución. Además, en 11 de Mano
de 1873, con motivo de la convocatoria de Cortes Constitu-
yentes, el Poder ejecutivo de la República había establecido
que tuvieran derecho electoral en Puerto Rico todos los
españoles mayores de 21 afios, siempre que pagaran alguna
cuota de contribución directa al Estado ó supieran leer y
escribir, tá fin (decía aquel decreto luego convertido en
ley) de que sea uno mismo el censo para las elecciones de
concejales, diputados provinciales y diputados á Cortes.»
Y en 26 de Junio del propio año de 1873 se promulgó una
ley para la renovación de Ayuntamientos y D;putacionee
provinciales en la Península, Baleares y Puerto Rico, en
cuya ley se ratifica la consagración del derecho electoral en
los mismos términos de la ley de 11 de Marso anterior.
Pero la determinación de las Constituyentes de la Repúbli-
- 124 —
ca y la ley de 6 de Agosto {que aplicó el Sufragio Universal
a Puerto Rico, consagrando allí todas las libertades necesa-
rias y los principios de la democracia contemporánea) puso
término á todas las vacilaciones y reservas, demostrando un
alto sentido poítioo a) no detenerse en la consideración de.
si debía ó no llevarse á Ultramar, una parte del Código del
f f ( cuando aquí, en la Península, se dudaba de su vigencia
y da si convenía ó no mejor aplaaar toda modificación del
estado de Puerto Rioo, hasta que pudiera llevarse á la Isla
la Constitución integra con las modificaciones y novedades
entrañadas en el proyecto de Constitución federal.
Para Ultramar ha habido y continúa habiendo dos pe-
ligros. >
El del estudio y seria meditación que al parecer ningún
Ministro de Ultramar ha tenido hasta entrar en el Ministerio.
Y * t de la espera de la última reforma que se proyecta
para la Península, á fin de llevar á los países trasatlánticos
lo myor. Por estos procedimientos Cuba y Puerto Rico han
estado esperando una media libertad desde 1837 á 1869.
I Y luego continuaron esperando las leyes especiales prometi-
das por todas las Constituciones del país por espacio de
más de cincuenta años!
La República vio claro que con este criterio lo que triun-
faba en Puerto Rioo era el statu quo. £1 título I de la
Constitución del 69 era la consagración explícita de los de-
rechos individuales y de la soberanía del pueblo, y cual*
quiere que fuese la suerte de esa Constitución y las nove-
dades de la Federación proyectada, el título I referida
sería siempre un término obligado en toda situación deme-
eritica.
<-\
VII
Otra de las grandes dificultades con que ha tropezado y
tropieza nuestra política colonial consiste, como ya he insi-
nuado, en el retardo con qne se aplican las leyes y las dis-
posiciones de todo género qne aparecen en la Gaceta ¿4
Madrid para satisfacer la opinión justiciera de la Penínsu-
la y las exigencias de puro carácter moral, pero de una
iberia indiscutible, de todo el mundo culto, bastante atento
desde hace algún tiempo á lo que ocurre en las colonias
españolas.
Al lado 6 si se quiere después del retardo aludido, hay
que poner la falta de lógica con que frecuentemente se ha*
«en y redactan los reglamentos para la aplicación de las
leyes coloniales en Ultramar y por último la manera, por
regla general poco satisfactoria, con que las leyes más
expansivas y plausibles se cumplen por parte de nuestras
autoridades.
Todo esto es muy viejo. Los que conocen medianamente
nuestra historia colonial saben muy bien de qué deplorable
manera se cumplieron en América las excelentes Leyu
tsttosde Carlos V sobre los indios, la servidumbre de
— 126 —
¿atoe y las encomiendas. Es notorio que la mejor y más
sustanciosa parte de nuestras famosas Leyes dé Indias fué
bastardeada y casi anulada en la práctica, sobre todo en el
careo del siglo xviu, al punto de que respecto de cierto par-
ticular celebradisimo por los que solo de oídas hablan de
astas cosas» pudiera escribir el duque de Linares, virrey
de México, frases tan elocuentes como las que siguen: i8i
el que viene á gobernar este reino, no se acuerda repetidas
vecte de que la residencia más rigurosa es la que se ha de-
tomar al virrey en su juicio particular por la Majestad
Divina, puede ser más soberano que el Gran Turco, pues
no discurrirá maldad que no haya quien se la facilite ni
practicará tiranía que no se le consienta.» No neoesito
decir cuáles fueron los motivos de la resuelta y admirable
actitud del marqués de la Sonora, primer ministro univer-
sal de Indias» á fines del siglo pssado, y de qué manera su
justamente celebrada Ordenanta de Intendentes y otras
Reales cédulas por el estilo, promulgadas entonces para
evitar el visible é inmediato derrumbamiento de nuestra
imperio colonial» fueron rectificadas en la práctica por la
maJioia, la preocupación 6 la rutina, produciéndose todo
género de corruptelas que abrieron el camino á las insurrec*
dones americanas de principios de este siglo y de los últi-
mos días del anterior, realizadas» unas veces, por los indio*
y otras por los blancos, pero todas perfectamente previstas
en el celebérrimo Informe de D. Jorge Juan y D. Antonio
de 01 loa, que corre con el nombre de c Noticias secretas de.
América • 6 por el ilustre Humbolt, que en 1811 y después
de haber visto por sus propios ojos los países americanos»
publicó su conocido c Ensayo político sobre el reino de Nueva.
— ni —
Hace y* cerca de veinte años yo publiqué un pequeño
trabajo titulado La pérdida de las América*, con el pro*
pósito de rectificar la especie muy divulgada de que lae li-
bertades concedidas por el Gobierno español á loe reinos
de América en loe comiensoe del siglo xnc, fueron la causa
de la emancipación de aquellos países, y oreo haber demos-
trado con citas legales indestructibles, con hechos de ab-
soluta evidencia y con la opinión de autoridades oomo
Florea Estrada, el diputado Urquinaona, el fiscal Costa y
tiaH» el historiador Gervinos y hasta D. Agustín Argue-
lles y el conde de Toreno, decididos adversarios de los li-
berales americanos, que sobre no ser cierto que en América
ie hicieran determinadas reformas, y muoho menos las re*
clamadas como urgentes para calmar el descontento de
aquellos países y desbaratar las conspiraciones urdidas bas-
tante tiempo antea y en pleno absolutismo, se dio el caso de
que las reformas mas satisfactorias se aplicaran tardíamente,
y luego se suspendieran, siendo, por regla general, los en-
cargados de hacerlas efectivas, las autoridades y los elemen-
tos que se habían caracterizado hasta entonces por la oposi-
ción mas decidida á toda modificación del viejo statu pío.
Aún con referencia á época reciente algo he dicho anees
respecto del modo y manera de haberse llevado á Cuba las
declaraciones de la Eevoluoión de Septiembre y de la sus-
pensión ó aplazamiento de las leyes municipal y provincial
votadas en 1870 para Puerto Juco. T se repitió el caso en
U7S» 18134 y 1S96.
Eicaso explicar el terrible efecto qne estas habilidades,
estos sorteos y estas mixtificaciones producen en Ultramar,
donde es mucha la penetración de las gentes y sobrada la
prevención contra los manejos de nuestros Gobiernos. La
— 128 —
sorpresa 00 allí absolutamente imposible. Bu cambióle!
maro retraso en la aplicación de nna reforma produce ana *
verdadera exasperación y nna considerable merma del ne-
cesario prestigio de loe poderes públicos de la Metrópoli, -
que allá frecuentemente, y por nn error lamentabilísimo, se-
confunden con la opinión, los intereses y la disposición
general del país peninsular.
Tampoco quiero decir nada del efecto tristísimo qne todo
esto produce en el extranjero, donde los publicistas y loé
Gobiernos están al tanto de machas cosas de nuestras oo~>
lonias; machísimo más de lo que imaginan la parte vulgar
de nuestros políticos, nuestros desorientados Gobiernos y
los comprometidos en la rutina y las torpesas que consti-
layen el ambiente de nuestra vida oficial amerioana. Esa
atención del extranjero la abonan el nuevo aspecto del pro*
blema colonial, la importancia extraordinaria, * política,
mercantil ó internacional de nuestras Antillas, y el desen-
volvimiento que han adquirido en estos últimos años los
viajes de los publicistas, la emigración é inmigración de los
europeos y el estudio de la legislación comparada. Aparto
de lo que ha sido siempre, y ahora es más que nunca, el
derecho colonial, que muchos tratadistas ponen completa-
mente fuera del derecho privado de los pueblos, y en cam-
bio, más ó menos dentro ó bajo de la acción internacional .
Quizá por estas consideraciones, quisa por la natural fuer-
xa esp&nsiva de la institución republioana, eé el hecho que
el Gobierno de 1873 se preocupó seriamente de cumplimen-
tar las leyes entonces dictadas respecto de Puerto Rico, y
que riu admirable devoción fuó correspondida con un éxito
extraordinario, demostrativo tanto de la bondad y la eflce-
oía de las soluciones generosas entonóos proclamadas,
_ 129 —
eamo de I* cultura, y el civismo de 1* ida de Puerto Rico,
suya actitud pare el ejercicio de loo derecho* más deliea*
dos, quedó absolutamente probada.
Je justificación de esto* últimos asertos se puede presen-
tar al testimonio de todos los cónsules extranjeros cuyos in-*
fcnnes oficiales se han publicado en Francia, Inglaterra» loe
Estados Unidos, Italia y Alemania, y además el hecho de
que pasados algunos años, los ministros de la Restauración
y la Regencia de España, muchos de ellos enemigos en 1 873
dalas reformas de Puerto Rico, hayan utilisado la felis e*f
perienoia portoríquefia de aquella fecha como un justificante
de la nuera y afortunada política colonial del Gobierno espa*
fioL En último caso se podría traer al debate las cifras refo*
rentes á los presupuestos y al movimiento mercantil de la pe-
queña Astilla en 1868, 70 y 73 y 76; es decir, de todo aquel*
periodo, dentro del cual se verificó la abolición radical de lai
exolavitud, la instauración del sufragio universal, la pro*'
clamaoión de la Constitución democrática del 69 y la nue-
va erganisaoión munioipal y provincial.
La preocupación y el espíritu reaccionario gritaron por
mocho tiempo que el solo anuncio de esas reforáias perturba*»
ria profundamente el orden y la vida económioa de la peque»
ña Astilla. Se habló, con una desenvoltura y una ignoran*
cía verdaderamente superiores, de la horrenda catástrofe de
Santo Domingo, explicada por la atotición de la esclavitud,
que decretó la Revolución franoesa. Se cacareó la ruina de
Jamaica y las Antillas británicas, y se fabricó una peregri-*
na historia de ká oausas de la Revolución hispano amerka*
na, presoindióndose de puntes tan inHffnijleantes como el de'
la súbita revocación del decreto de libertad de ooiperojp
dictado en 1813* y cuya anulación, hecha para
— 180 —
el monopolio de los comerciantes de Oádis, determinó i lo»
indeciso.* revolucionarios de Buenos Aires á emanciparse
de la Metrópoli española. Se llegó al ponto de afirmar, den*
tro j fuera del Parlamento, y de modo solemne, qne las re*
formas de Puerto Jiico, quebrantando el prestigio de Espa-
ña y leí fuersa de los elementos políticos y sociales qne
sostenían su bandera en el mar de las Antillas, serviría de
estimulo al desarrollo de la insurrección de Guba.
Los hechos han contestado de una manera victoriosa á
iodos esos argumentos de la pasión, la rutina y los intare*
ses mal asegurados (1). La población de Puerto Rico, qne
en 1860 era de 583.308 almas y en 1872 de 617.328, es hoy
de 798.566 habitantes. El presupuesto de aquella fecha subía
i 2 millones de daros, hoy llega á 4 millones de pesos. Y los
ingresos han superado* los gastos en 1.167.722 pesos. En
1872 Jas Aduanas producían unos 2.100.000 pesos. Ahora
dan: más de 3 y Vt millones.
La Balanza Mercantil de 1871, afirma qne el comercio ex-
terior de la pequeña Antilla fué en aquel afio de 23 . 435.486
pesos: de ellos, 16.436.323 de importación y 8,008.125 de
exportación. Ahora (datos de 1892) ese movimiento mercan-
til loul 68 de unos 33. 167. 92 1 de duros. De ellos, 17. 071. «00
corresponden ala importación y 16.076.312 á la exporta-
ción* Pero hay que contar que el día siguiente á la aboli-
ción (6 sea en 1874), el movimiento comercial fue de anos
10*814.368: al afio siguiente de 20.700.000 y pico: y á loe
Safios (ó sea en 1878) de 27.847.890 £1 promedio de loe
6 años de aparente tranquilidad de la Isla fl865 69) fué de
14,265,748 pesos: De ellos 8.626.463 la importación y
(1) Sobra esto véaae mi estadio La §xptri$neia abolición ^^ d* Pu«ri«
7 el trebejo del Sr. Jheeno Áaiut tobr* Puerto Mteo ea 1890.
— 131 —
$.439,205 la exportación. El promedio de los 6 años poste-
riores á la abolición (1874 78) foé de 22.653.S7S: De elloe
13.661.151 pertenecen á la importación y 8.9*2.224 á la
exportación. A los 20 afios de hecha la abolición el movi
miento mercantil de Paerto Rico ha duplicado oon creóos.
De 25 millones á 54.
Para la estimación de estos datos bueno será traer á la
memoria lo que sucedió en las colonias británicas y en las
franoesas después de la abolición de la esclavitud. El duque
de Broglie, en su conocido Report de 1843, refiíióndoee á las
Antillas inglesas, donde la abolición se hizo en 1833, afirma
que el resultado inmediato de aquella medida fuó una t re-
ducción de un cuarto en las expediciones de azúcar y de un
termo en las de café.» Pero á los quince afios la exporta-
ción de los productos coloniales había excedido á la de los
tiempos de la esclavitud y del Monopolio, en Antigua, Bar-
bada, Trinidad y en la casi totalidad de las Antillas, cuan-
do menos, en un 26 por 100, quedando interior hasta eu un
67 sólo en Jamaica, San Vicente, y Granada. En las Colo-
nias francesas la baja inmediata fué de un 50 por 100 en
Martinica, de un 55 en Guadalupe y de un 25 en la Reuni-
da. Cinco afios después (ó sea en 185e) la disminución en
las cuatro principales colonias (ó sea en Martinica, Guada*
lupe, Rensión y Guyana) es de 11 millones de francos oon
relación á 1846: en 1848 la baja fué de 43 millones. Y en
1858 la exportación sube 36 millones. Pues bien, todas esas
afras son inferiores á las que arrojan las estadísticas de
Puerto Rico, cuya experiencia abolicionista no tiene igual
en el mundo.
El progreso no es discutible un minuto. Pero hay que
añadir que todo el extraordinario cambio político y social
— 134 —
procesados por insurrecciones republicanas y por delitos
i s imprenta, y el 14 de Mano se vota otra ley concediendo
amnistía por todos loa delitos cometidos por medio de la
imprenta en Puerto Rico. Ya he dicho cómo se autorisó 1a
existencia de la 8ociedad Abolicionista antes de proclamar-
se en la pequeña Antilla los derechos de reanión y asoáa-
oión, Al lado de esto hay qne poner el nombramiento del
Teniente General D. Rafael Primo de Rivera para el Go-
bierno de aquella Antilla; es decir, el nombramiento de
ana persona perfectamente identificada con el nuevo régi-
men político colonial, como lo demostró durante todo el
tiempo de su sincera y celosísima administración, secunda-
do por otras personas de nota -muy liberal y expansiva, y
que debían ver y vieron en la aplicación y el desarrollo de
las reformas democráticas, una ocasión de demostrar la
excelencia de las doctrinas que habían proolamado como
buenas, ya en libros y periódicos, ya en los mismos cen-
tros administrativos ultramarinos. SI cambio de 1873 no
puso los destinos de Puerto Rico á merced de gente impro-
visada. £1 Gobierno de la República se cuidó 'tan solo de
que los hombres encargados de dar realidad á las leyes f
los decretos expansivos no fueran los adversarios de éstos,
y el Gobierno pndo ver por los hechos, qne había sido
discreta su conducta, inspirada en una regla de sana poli*
tica, y hasta de sentido moral: quisa sólo de buen sentido.
En 27 de Ootubre, el Ministerio, ratificando lo dispuesto
por el Gobierno radical en 4 de Noviembre del 72, sobre
la publicación de un Boletin Oficial del Ministerio de Ul-
tramar, desarrolla ampliamente esta idea, disponiendo que
eu este periódico bimensual/ y de gran tirada, se publiquen,,
ikQ solo todas las disposiciones legales respecto de nuestras
— 135 —
'^Colonias, sí que trabajos científicos y dootrinales de pro-
paganda dentro de condiciones de la más completa li-
bertad. A primera vista esto es an detalle, pero los cono-
cedores de las cuestiones ultramarinas no lo estimarán de
esta suerte, porque es bien sabido que uno de los más po-
derosos recursos de la reacción y el monopolio, imperan-
tes en las Colonias de todos los países, consiste en despis-
tar á la opinión pública y fatigar al observador, ya por la
oonfusión y el desbarajuste de las medidas administrativas
que sobre las Colonias se dictan, ya haciendo dificilísimo
si conocimiento directo ó inmediato de las disposiciones
que en Ultramar se promulgan, muchas veces, en contra-
dicción con aquellas mismas leyes. Por tanto, la publici-
dad frecuente y oportuna de todo lo ofioial, respecto de Ul-
tramar, es una obra de sinceridad y de verdadero alcance
Aparte de esto, queda el empeño de la propaganda y
de la exposición detenida de la situación de nuestras Co-
lé-nías al modo que se hace en todas las Metrópolis de me*
diana importancia. Sin embargo, el Boletín Oficial del
Ministerio de Ultramar solo duró hasta 1879, y desde 1875
▼ario completamente de carácter, tomando uno excesiva-
mente modesto. Ahora las leyes y los prinoipales decretos
salen revueltos con todo lo demás, en la Gaceta de Madrid,
á la cual no llegan las resoluciones que se adoptan en las
Antillas. No existe Compilación legislativa ultramarina,
porque si bien en 8 de Febrero de 1896 se decretó que se
• hiciese esa Compilación de leyes y disposiciones vigentes,
y en 1888 comenzó su publicación con la inserción de un
•decreto del Gobierno General de la Habana de 1.° de Enero
-del 86, la obra está atrasadísima, hasta el punto de que pue-
— 136 —
da dudarse de si continúa publicándose. El último tomo ee
del 93 y contiene las disposiciones del primer cuatrimestre
de 1888: es decir, la legislación de hace cerca de diei años.
Por último, en 14 de Octubre de 1873 apareció un decre-
to del Gobierno republicano, disponiendo que el Ministro
de Ultramar visitase la isla de Ouba oon el objeto cde esta*
diar los medios de poner término á la insurrección que en
ella existia, mejorar su situación económica, .preparar la
abolición de la esclavitud y plantear las reformas necesarias
en el Gobierno y Administración de la provinoia, adop-
tando desde luego, dentro de sus facultades, las medidas que
estimase oportuno para aquellos fines.»
Y luego añadía: «visitará también la isla de Puerto Rico
con el objeto de apreciar el resultado de las reformas allí
introducidas, y resolver, asimismo, con arreglo a las atri-
buciones que le competen, lo que estime conveniente á so
administración y gobierno.»
En el preámbulo de este decreto se habla de la necosidad
de ana acción vigorosa y decisiva para concluir con la
guerra cubana, «cuya continuación priva á la grande Anti-
lia de los beneficios de la paz, imposibilita el desarrollo da
su riqueza, y es constante obstáculo al planteamiento de las .
reformas que reclaman de consuno la humanidad y la civili-
zación . i Trátase del estado económico que se califica de gra •
ve: y estimase lastimado el crédito y en aumento la des*
con ñau xa, exigiéndose por todas partes un plan ordenado de
Hacienda que dé recursos para la pacificación y permita ha*
oer que las cargas impuestas al país redunden en su presti-
gio, prosperidad y beneficio. Se habla de la esclavitud, y es-
perando que este problema se ha de resolver oon el concurso
y eJ acuerdo de todos, el preámbulo dice «que no cabe olvidar
- 137 -
q ue la conciencia pública espera con ansiedad creciente el
día de la abolición .»
cLa República — añade— fiel á sus principios, ha amplia-
do las reformas que á Puerto Rico i levó . la Revolución dé
Septiembre. Lia esclavitud ha desaparecido* El titulo pri-
mero de la Constitución reconoce en los hijos de aquella
provincia los derechos que gozan sus heráianos de la Pe»
niifeula.*? el Gobierno que aspira á completar su obra ne>
oarita apreciar el resultado de tan trascendentales innova-
dones.»
Por último concluye: tEl Gobierno espera tanto de esta
determinación (la del informe sobre la situación ultramari-
na), que no ha vaoilado en aceptar el generoso ofrecimien-
to de uno de sus individuos, seguro de que cuantos aman
el nombre de España, verán que si el progreso reclama
ciertas reformas, y la opinión exige el cumplimiento de
ciertas promesas, nada, absolutamente nada, hay superior
para la República á la integridad de la patria.»
Conforme á este decreto, el Sr. D. Santiago Soler y Plá,
Ministro de Ultramar, se embarcó para Puerto Rico y Onba
á fines de 1878, pero en lá Grande Antilla le sorprendió el
famoso golpe del 3 de Enero, que dio al traste con todos
los propósitos y proyectos" de su viaje.
Por lo pronto éste Je proporcionó algunos graves roda-
mientos con la primera autoridad de Cuba, según lo indi-
cado en otra pcrte de este trabajo. Pero de todas suertes el
viaje del Sr. Soler y Plá acredita el excelente propósito
del Gobierno republicano que, después de las reformas he-
días, no se limitaba simplemente á desear otras. Y el via-
je, con todas las dificultades y peligros que entrañaba, era
tanto mas de estimar, cuanto que el matiz político que pre-
#5
— 136 —
da dudarse de si continúa publicándose. El último tomo ee
del 93 y contiene las disposiciones del primer cuatrimestre
de 1888: €8 decir, la legislación de haoe cerca de dies aftos.
Por último, en 14 de Octubre de 1873 apareció un decre-
to del Gobierno republicano, disponiendo que el Ministro
de Ultramar visitase la isla de Ouba con el objeto cde esta*
diar los medios de poner término á la insurrección que en
ella existia, mejorar su situación económica, .prepararla
abolición de la esclavitud y plantear las reformas necesarias
en el Gobierno y Administración de la provinoia, adop-
tando desde luego, dentro de sus facultades, las medidas que
estimase oportuno para aquellos fines.»
Y luego añadía: € visitará también la isla de Puerto Rico
con el objeto de apreciar el resultado de las reformas allf
introducidas, y resolver, asimismo, con arreglo á las atri-
buciones que le competen, lo que estime conveniente á so
administración y gobierno.»
En el preámbulo de este decreto se habla de la necosidad
de una acción vigorosa y decisiva para concluir con la
guerra cubana, «cuya continuación priva á la grande Anti-
ila de los beneficios de la paz, imposibilita el desarrollo da
su riqueza, y es constante obstáculo al planteamiento de las .
reformas que reclaman de consuno la humanidad y la civili-
zación* » Trátase del estado económico que se califica de gra-
ve; y estímase lastimado el crédito y en aumento la dea*
confian za, exigiéndose por todas partes un plan ordenado de
Hacienda que dé recursos para la pacificación y permita ha*
cer que las cargas impuestas al país redunden en su presti-
gio, p^oeptridad y beneficio. Se habla de la esclavitud, y es-
perando que este problema se ha de resolver con el conourso
y el acuerdo de todos, el preámbulo dice € que no cabe olvidar
— : 137 —
que la conciencia pública espera con ansiedad creoiente el
día de la abolición. »
cLa República — añade— fiel á sus principios, ha amplia-
do las reformas que á Puerto Rico llevó la Revolución de
Septiembre, lia esclavitud ha desaparecido. El titulo pri-
mero de la Constitución reconoce en los hijos de aquel: ,
provincia los derechos que gozan sus hferAanos de la Pe-
nüfeula.*'? el Gobierno que aspira á completar su obra ne*
casita apreciar el resultado de tan trascendentales innova-
ciones.»
Por último concluye: <El Gobierno espera tanto de esta
determinación (la del informe sobre la situación ultramari-
na), que no ha vacilado en aceptar el generoso ofrecimien-
to de uno de sus individuos, seguro de que cuantos aman
el nombre de España, verán que si el progreso reclama
ciertas reformas, y la opinión exige el cumplimiento de
ciertas promesas, nada, absolutamente nada, hay superior
para la República á la integridad de la patria. *
Conforme á este decreto, el Sr. D. Santiago Soler y Pláf
Ministro de Ultramar, se embarcó para Puerto Rico y Cnba
4 fines de 1873, pero en lá Grande Antilla le sorprendió el
famoso golpe del S de Enero, que dio al traste con todos
los propósitos y proyectos de su viaje.
Por lo pronto éste \p proporcionó algunos graves roia-
mientos con la primera autoridad de Caba, según lo indi-
cado en otra pcrte de este trabajo. Pero de todas suertes el
viaje del Sr. Soler y Plá acredita el excelente propósito
del Gobierno republicano que, después de las reformas he-
chas, no se limitaba simplemente á desear otras. Y el via-
je, con todas las dificultades y peligros que entrañaba, era
tanto mas de estimar, cuanto que el matiz político que pre-
— 136 —
da dudarse de si continúa publicándose. El último tomo es
del 93 y contiene las disposiciones del primer coatrimeetre
de 1888: es decir, la legislación de hace eerca de diez afioe.
Por último, en H de Octubre de 1873 apareció nn decre-
to del Gobierno repnblioano, disponiendo que el Ministro
de Ultramar visitase la isla de Coba con el objeto t de esta*
diar los medios de poner término á la insurrección que en
ella existía, mejorar su situación económica, prepararla
abolición de la esclavitud y plantear las reformas necesarias
en el Gobierno y Administración de la provincia, adop-
tando desde luego, dentro de sus facultades, las medidas que
estimase oportuno para aquellos fines.»
Y luego añadía: c visitará también la isla de Puerto Rico
con el objeto de apreciar el resultado de las reformas allf
introducidas, y resolver, asimismo, con arreglo á las atri-
buciones que le competen, lo que estime conveniente á su
administración y gobierno.»
En el preámbulo de este decreto se babla de la necosidad
de una acción vigorosa y decisiva para concluir con la
guerra cubana, ccuya continuación priva á la grande Anti-
Ua de los beneficios de la paz, imposibilita el desarrollo de
su riqueza, y es constante obstáculo al planteamiento de las .
reformas que reclaman de consuno la humanidad y la civili-
zación, » Trátase del estado económico que se califica de gra-
ve y estímase lastimado el crédito y en aumento la des*
confianza, exigiéndose por todas partes nn plan ordenado de
Hacienda que dé recursos para la pacificación y permita ha*
cer que las cargas impuestas al país redunden en su presti-
gio, pi^sptridad y beneficio. Se habla de la esclavitud, y es-
perando que este problema se ha de resolver con el concurso
y el acuerdo de todos, el preámbulo dice t que no cabe olvidar
— ; 137 —
que la conciencia pública espera con ansiedad creoiente el
dia de la abolición •>
cLa República — añade— fiel á sus principios, ha amplia-
do las reformas que á Puerto Rico llevó . la Revolución de
Beptiembre. La esclavitud ha desaparecido. El titulo pri-
mero de la Constitución reconoce en los hijos de aquella
provincia los derechos que gozan sus hferAanos de la Pe-
niifcula.'Y el Gobierno que aspira á completar su obra ne*
casita apreciar el resultado de tan trascendentales innova-
ciones.»
Por último concluye: c El Gobierno espera tanto de esta
determinación (la del informe sobre la situación ultramari-
na), que no ha vacilado en aceptar el generoso ofrecimien-
to de uno de sus individuos, seguro de que cuantos aman
d nombre de España, verán que si el progreso reclama
ciertas reformas, y la opinión exige el cumplimiento de
ciertas promesas, nada, absolutamente nada, hay superior
para la República á la integridad de la patria. *
Conforme á este decreto, el Sr. D. Santiago Soler y Plá,
Ministro de Ultramar, se embarcó para Puerto Rico y Cuba
4 fines de 1873, pero en lá Grande Antilla le sorprendió el
lamoso golpe del 3 de Enero, que dio al traste con todos
loe propósitos y proyecto^ de su viaje.
Por lo pronto éste lp proporcionó algunos graves roaa-
mientos con la primera autoridad de Caba, según lo indi-
cado en otra pcrte de este trabajo. Pero de todas suertes el
viaje del Sr. Soler y Plá acredita el excelente propósito
del Gobierno republicano que, después de las reformas he-
chas, no se limitaba simplemente á desear otras. Y el via-
je, con todas las dificultades y peligros que entrañaba, era
tanto mas de estimar, cuanto que el matiz político que pre-
— 136 —
da dudarse de ei continúa publicándose. El último tomo es
del 93 y contiene las diaposiciones del primer cuatrimestre
de 188 8: es decir, la legislación de nace cerca de dies años.
Por último, en H de Octubre de 1873 apareció nn decre-
to del Gobierno republicano, disponiendo que el Ministro
de Ultramar visitase la isla de Cuba con el objeto t de esta*
diar los medica de poner término á la insurrección que en
ella existía, mejorar su situación económica, .preparar la
abolición de la esolavitud y plantear las reformas necesarias
en el Gobierno y Administración de la provincia, adop-
tando desde luego, dentro de sus facultades, las medidas que
estimase oportuno para aquellos fines.»
Y luego añadía: c visitará también la isla de Puerto Bioo
con el objeto de apreciar el resultado de las reformas allf
introducidas, y resolver, asimismo, con arreglo á las atri-
buciones que le competen, lo que estime conveniente á so
administración y gobierno.»
En el preámbulo de este decreto se habla de la necosidad
de una acción vigorosa y decisiva para concluir con la
guerra cabana, «cuya continuación priva á la grande Anti-
11a de los beneficios de la paz, imposibilita el desarrollo de
su riqueza, y es constante obstáculo al planteamiento de las .
reformas que reclaman de consuno la humanidad y la civili-
zación. t Trátase del estado económico qu$ se califica de gra •
ve: y estimase lastimado el crédito y en aumento la des-
confianza, exigiéndose por todas partes nn plan ordenado de
Hacienda que dé recursos para la pacificación y permita ha-
cer que las cargas impuestas al país redunden en su prestí-
gío» prosperidad y beneficio. Se habla de la esclavitud, y es-
perando que este problema se ha de resolver con el concurso
y el acuerdo da todos, el preámbulo dice t que no cabe olvidar
— ; 137 -
que la conciencia pública espera oon ansiedad creciente el
día de la abolición. >
cLa República — añade— fiel á sus principios, ha amplia-
do las reformas qne á Paerto Rico llevó .la Revotación de
Septiembre. La esclavitud ha desaparecido. El titulo pri-
mero de la Constitución reconoce en los hijos de aquella
provincia los derechos que gozan sus hfcrAanos de la Pe-
nüfeula.-f el Gobierno que aspira á completar su obra ne*
oeeita apreciar el resultado de tan trascendentales innova*
ciones.»
Por último concluye: cEl Gobierno espera tanto de esta
determinación (la del informe sobre la situación ultramari-
na), que no ha vacilado en aceptar el generoso ofrecimien-
to de uno de sus individuos, seguro de que cuantos aman
el nombre de Espafia, verán que si el progreso reclama
ciertas reformas, y la opinión exige el cumplimiento de
ciertas promesas, nada, absolutamente nada, hay superior
para la República á la integridad de la patria. *
Conforme á este decreto, el Sr. D. Santiago Soler y PUL,
Ministro de Ultramar, se embarcó para Puerto Rico y Cnba
4 fines de 1873, pero en la Grande Antilla le sorprendió el
üunoso golpe del S de Enero, que dio al traste con todos
los propósitos y proyecto^ de su viaje.
Por lo pronto éste lp proporcionó algunos graves roaa-
mientos con la primera autoridad de Caba, según lo indi-
cado en otra pcrte de este trabajo. Pero de todas suertes el
viaje del Sr. Soler y Plá acredita el excelente propósito
del Gobierno republicano que, después de las reformas he-
chas, no se limitaba simplemente á desear otras. Y el via-
je, oon todas las dificultades y peligros que entrañaba, era
tanto mas de estimar, cuanto que el matiz político que pro-
■^1
— US —
dominaba en las esferas oficiales á fines de 1873t era el
nieuoa pronunciado del republicanismo español. Con uni-
óla frecuencia loa gobernantes de entonces fueron censara*
dos, combatidos y estimulados por sos demás correligiona-
rios, que creían urgente continuar la obra de la reforma
sin loa aplazamientos que suponía el viaje del Sr. Solar
j Flá. Por tauto, la nota de éste era la mas templada, y
sin embargo no puede negarse su sentido reformista y su
patriótica intención.
vni
He dicho, al principio de este trabajo, que para apreciar
debidamente lo que la Bepública de 1873 hizo en favor de
las libertades de Ultramar, es imposible prescindir de las
extraordinarias circunstancias de aquel tiempo; oirounstan-
eias no sólo perfectamente distintas y aun opuestas á las del
período posterior de la Restauración y de la Regencia, si
que de gravedad muy superior á todas las que han caracte-
rizado á las épocas señaladas por el heoho de la reforma
colonial en los pueblos más poderosos y ejemplares de la
política contemporánea.
Con deplorable frecuencia se ha prescindido de esta nota
por no pocos antillanos, seria y naturalmente preocupados
en favor de la pronta y positiva instauración de un régi-
men colonial progresivo.
Es preciso ser sinceros y dar á las oosas su verdadero
nombre. No es digno, ni siquiera forma), prescindir de la
realidad de los hechos. Además, el error de los antillanos
á que me refiero puede ser de extraordinarias consecuen-
cias. Ya ha producido algunas bien sensibles; de las cua-
w%
1
— 140 —
les poeos como Jo pueden hablar, porque somos muy conta-
dos los que en la Península hemos permanecido en el terre-
no del combate, aleada la bandera autonomista y sin descon-
fiar del éxito de la propaganda, en los interregnos parla-
mentarios, y en los periodos críticos de las grandes cerra-
sones, de los apremiantes pesimismos, de las provocacio-
nes insoportables y de las calumnias protegidas por la ig-
norancia popular, la exaltación patriótica y el pánico de los
días negros y terribles.
Uno de los primeros efectos del error que señalo ha sido
ana cierta reserva de alguaos elementos políticos de la gran*
de Antilla, respecto de los elementos republicanos de la Pe-
nínsula; reserva correspondida á la postre y después de ma-
chos incidentes de enojosa explicación, por parte de bastan-
tes republicanos, con una gran desconfianza, acompañada
de motes y censuras de excesiva severidad.
A mi juicio, la principal causa de esta positiva falta de in-
timidad está en una dobló equivocación de la Península y de
las Antillas. Aquí no se comprende bien la situación excep-
cional de los antillanos, á quienes se niega el derecho común
de los españoles, y que por tanto necesitan consagrar prefe-
rentemente sus esfuerzos á recabar lo que ya es un supuesto
indiscutible de todas las campañas de los peninsulares. Ade-
más, la especialidad de la vida colonial pide una atención es-
pecialísima, y no sería medianamente discreto, de parte de
los politioos insulares, posponer este particular á la campaña
que, á diario, los peninsulares hacen en nombre de toda
la Nación, pero que en realidad ordinariamente es, y tiene
que ser, en obsequio de las regiones ó provincias de la Pe-
nínsula, ouyos representantes constituyen la casi totalidad
de nuestras Cortes, y cuyos intereses económioos — más &
— 141 -
i efectivos,— considerados de cierto modo, pueden estar .
6 no en harmonía con los de Onba y Puerto Rico, Por
tanto, para qne los problemas antillanos se conozcan y se
procure y consiga su necesaria harmonía con los intereses
de las regiones peninsulares, en vista del interés supremo
• de la Nación, ha sido preciso y es natural que los políticos
ultramarinos hicieran y hagan una campaña de mucha
-acentuación local. Al hacer esto "no merecen la nota de
egoístas, ni por ello puede discutírseles su sentido y valor
políticos. *
Pero tampoco yo desconozco el pecado del otro lado. Y
este consiste en que mucha gente de las Antillas no sabe,
6 no ha estimado bien, primero, lo que la República del 73
y los republicanos de época posterior, han heoho por la cau«
sa de las libertades coloniales: y segundo, lo que para esta
causa representa actualmente el concurso de los república-
nos de la Península, aun en el supuesto de que todos los
. monárquicos de España estuvieran decididos á proclamar,
con perfecta sinceridad, la Autonomía colonial.
Mis de una vez he oído rebajar los méritos de la obra
-colonial republicana de 1873 (nunca precisada por sus orí ti*
coa), invocando para ello el deber en que los republicanos es-
taban, por razón de su doctrina, de aplicarla inmediatamen-
te, á la sociedad política de Cuba y Puerto Rico. Paro alargu •
mentar asi se desconoce algo punto menos que sustancial
en todo empeño de política positiva. Aparte de que se exige
á los republicanos lo que solo hasta cierto punto se pide á
los monárquicos, que pasan plaza de gubernamentales. No
jbb posible considerar únicamente los principios en las cam-
pañas de los partidos. El hombre político tiene que estimar
^al propio tiempo el medio en que opera, los recursos de
— 14 2 —
que dispone, las probabilidades de éxito, loe elementos au-
xiliarse y cooperadores y la colocación qne los problemas .
tienen , tanto por su importancia absoluta como por las cir-
canstancias de tiempo y lagar. En tal supuesto ee pan-
to menos que una locura esperar que los hombres políticos»
por el mero compromiso doctrinal realicen, inmediata y abso-
lutamente, todas las ideas consagradas en su programa, 6~
que se deducen de éste, por su propio y único esfuerzo, qui-
za con la cooperación de gentes opuestas á algunas sol ocio -
nes particulares, mientras los partidarios de éstas se reser-
van, en una relativa indiferencia y cruzados de brazos, vien-
do cómo los demás satisfacen sus deseos. Esto, no sólo no ee
político; quisa tampoco es humano.
Pero además, vuelvo á repetir que la mayor parte de las
dudas que en Ultramar se tienen respecto de la considera-
ción que las libertades coloniales han merecido á los re-
publicanos de la Península, depende de que allí son desco-
nocidos muchos hecho* , y que son pocos los que pueden es-
timar i dos mil leguas de distancia las positivas dificulta-
des con que la República del 73 luohó para realizar lo qne
hizo y que de todas suertes fué muchísimo mas de lo que
han hecho después los partidos de la Restauración. Esto,
prescindiendo graciosamente de que los partidos monár-
quicos han sancionado respecto de Puerto Rico un evidente
retroceso: el retroceso que implican los decretos de 1876, la
reforma electoral del 92 y del 94, y muy buena parte de la
reforma llamada de los Sres. Maura y Abarzuza de 1894 y
95, inferior, en ciertos extremos, al régimen portorriqueño
de 1873. De ello hablan poco é no dicen nada los críticos y
los desdeñosos á que me refiero.
Deplorando todo esto, no me asombro ni me irrito. Aquí
— 143 —
mismo, en la Península, estoy viendo á cada paso la indi-
ferencia con qne se habla de los hombres y las situaciones*
políticas qne prepararon y consagraron, en medio de dificul-
tades sin cuento, el régimen liberal y relativamente demo-
crático de que hoy disfrutan, sin haberles costado casi nada,
6 nada del todo, aquellos que más tachan de deficientes
los trabajos realisados por sus antecesores. Es muy común
quitar toda importancia á lo que uno mismo no hace, aun-
que de ello se aproveche, y es íacüishno exigir á los de-
más, en nombre de la lógica, todo género de buenas dis-
posiciones y aun de positivos sacrificios, prescindiendo de la
aplicación de esa misma lógica á la conducta del que re-
dama y exi je.
Y paso por alto el escandaloso espectáculo que se ha dado
varias veces, en estos últimos años, de las aclamaciones y
los vítores con que han sido saludados, no solo por la mul-
titud desorientada ó ignorante, sino por bastantes gentes
más & menos identificadas con las reformas ultramarinas,
hombres políticos perfectamente caracterizados por sus de-
claraciones terminantes contra la autonomía colonial ó con-
tra la abolición inmediata de la esclavitud ó contra la re-
forma electoral democrática ó contra otras soluciones es»
paneivas coloniales, y á los cuales, el clamor de última hora
loa presenta como los más decididos reformistas y los bene-
factores más indiscutibles de las Antillas españolas. Excu-
sado es decir que entre todas aquellas aclamaciones, de
fecha bien reciente, no hubo un solo recuerdo para la Re-
pública del 73 ni para la campaña autonomista de los repu-
blicanos españoles de estos últimos diecisiete años.
Repito qne todos estos hechos no me sorprenden ni me
desaniman de ninguna suerte. He contado siempre oon
• _ ¡44 —
todo eso. Pero mi prudencia no llega á la longanimidad, y
ai como hombre justo tengo derecho, y hasta el deber da
procurar la rectificación de esos abusos de la credulidad pú-
blica, como hombre político necesito ocuparme del particu-
lar, porque sé, por una larga y costosa experiencia, las difi-
cultades que todas esas injusticias producen para continuar
las campañas del derecho, mediante el concurso de elemen-
tos y fuerzas positivamente efíoaces. No en cosa corriente
mantener la cooperación de los elementos simpáticos á la
reforma ultramarina frente á la insistencia del olvido 6
de la desconsideración de esos auxiliares por parte, más
ó menos importante, de aquellos que primeramente han
de aprovechar el efecto de la oampafia reformista que en
la Península se haga.
Por todo esto no me cansaré de recordar los enormes
obstáculos que para el menor avance, en el sentid j de la li-
bertad y la política colonial en 1S73, oponían las circuns-
tancias por todo extremo exoepoionales de la Península y
-Cuba. En tal sentido, cuanto en aquella época se hiao con
tendencia espansiva tiene un valor punto menos que in-
comparable con lo que la Restauración ha hecho en circuns-
tancias tan favorables oomo las que siguieron inmediata-
mente á la paz del Zanjón y las de todo el periodo de tras*
t ulidad y progreso de los últimos quinos ó dieciséis
attos.
7a he indicado buena parte de tas dificultades de la po •
lítica interior de la Península. Algo he dicho de los obstá-
culos provenientes de la actitud reservadísima, que frente 4
la República del 73 adoptaron los Gobiernos europeos. &
insinué algo también respecto de la disposición poco alenta-
dora de la República norteamericana.
— 145 —
Ahora ampliaré las indicaciones.
El Gobierno francés, según despachos del 8r. Olózaga,
estovo al principio dispuesto á reconocer nuestra Repúblioa.
Mr. Thiers le manifestó, á mediados de Febrero, que de he-
-cho reconocía el nuevo estado de cosas de España, pero que
por monee de política internacional tardaría algún tiempo
en dar carácter oficial al reconocimiento.
Nombrado por el Sr. 8almerón para Embajador en Pa-
rís el Sr, A barniza, este no llegó á presentar sus credencia-
les, siendo sustituido, después del golpe del 3 de Enero,
por el Sr. Marqués de la Vega Armijo, en cuya fecha re-
conoció Francia al Gobierno del duque de la Torre.
Alemania tampoco reconoció á la República á pesar de los
eefhenoe que hiso D. Patricio de la Eaoosura, ministro en.
Berlín. Celebró este señor varias conferencias con Bismarok
y le encontró propicio al reconocimiento, pero no se decidió
probablemente (decía el Sr. Escosura), por la presión que
ejercían los gobiernos de Viena, Rusia é Italia.
En cuanto á los demás gobiernos europeos, solo el de Sui-
sa simpatizó con la República española, reconociéndola en
24 de Febrero de 1873, después de haberle sido notificado el
advenimiento de aquella por la Embajada española de París.
Nuestra República fué reconocida en América por los
Gobiernos siguientes: Estados Unidos, Guatemala y Gesta
Rica.
El Gobierno de los Estados Unidos reconoció enseguida
el nuevo Gobierno español enviando al efecto órdenes tele*
gráficas á Mr. 8ickles para que efectuara el reconocimiento.
Se convino en que fuera en forma solemne y mediante una
audiencia pública ante el Presidente del Poder ejecutivo y
así se realiaó el día 15 de Febrero de 1S73.
— 146 —
El 3 de Marzo siguiente, las Cámaras americanas vota-
ron oa joint retolution felicitando á España por la pro*
clamación de la República y encargando al Presidente, que-
lo era el general Grant, que transmitiera esta resolución al
Gobierno de Madrid.
Mr. 8ickles dio conocimiento de este acuerdo parlamen-
tario en Nota oficial de 20 de Abril de 1873.
En Octubre de 1873 presentó sus credenciales el señor
don Carlos Gutiérrez, reconociendo á la República española .
en nombre de los Gobiernos de Guatemala y Costa Rica.
Pero hay que decir algo más que no se halla consignado
en los documentos relativos al reconocimiento de la Repú-
blica del 73 y que no resulta de la mera referencia á la aba-
tención v reserva de los gobiernos europeos.
! ■ f. tal sentido conviene que se conozca la contestación
que el señor don José de Carvajal, Ministro de Estado en
Espa&a, se vio en el caso de dar al representante oficioso de
Francia á fines de 1873 y que explica bien la tirantez de
relaciones de nuestro Gobierno aun con el de la Repúblioa
vecina y hermana, cuya sin razón no necesito demostrar.
Et§ un documento curioso que se ha publicado en Madrid
muy recientemente. Helo aquí: «
cMuy señor mió:
He recibido la nota que con fecha de ayer ha tenido usted
la bondad de dirigirme en queja de las apreciaciones que
el estado actual de los asuntos políticos en Francia ha su-
gerido á la prensa de Madrid que recibe, por lo que usted
se figura, inspiraciones del Gobierno y especialmente de
la Presidencia. Con este motivo estableoe usted hechos y
entra en leflexionefl que no puedo dignamente aceptar, so-
bre todo después de haber usted afirmado en dicho docu-
mento, que los presenta á mi consideración, habiendo antes
apurado su paciencia y sus sentimientos conciliatorios.
— I4T —
8i usted hubiera formulado pura y simplemente au queja.
Instaría recordarle por respuesta la libertad que disfruta
la prensa en nuestro país, aun después de recientes y tran-
sitorias modificaciones introducidas en la legislación; poro
oomo usted funda á manera de principio, que existe una
prensa oficial, inspirada por el Poder ejecutivo; como ha-
bla de ataques constantes y violentos por parte de la mis-
ma hacia la nación qu* usted representa; complica estos he-
chos con el lengnaje oficial del Gobierno, las comunicacio-
nes de nuestro embajador en París y la sinceridad de las
declinaciones del jefe del Estado; oomo, por último, llega
su condescendencia hasta el pnnto de aconsejar caál de*
niara ser la preocupación legitima de la prensa que supone
oficiosa, no puedo menos de hacerme someramente cargo de
estas diferentes cuestiones en el terreno que usted me las
presenta.
No existe prensa semiofioiai, ni los periódicos republica-
nos que se publican en Madrid, reciben directa ó indirecta-
mente las inspiraciones del Poder Ejecutivo; se encuen-
tran en el mismo caso que los de otro color político. No re •
cuerdo que la nación vecina haya sido juzgada por la pren-
sa española, y mucho menos por la republicana, peor que
lo ha. sido y lo es constantemente nuestro propio Gobierno;
L fácil será á usted comprender que éste no tiene dentro de
s leyes medios de reprimir las apreciaciones que, tanto
respecto de so conducta oomo de la de otros gobiernos eu-
ropeos% hagan los periódicos españoles. Es muy sensible
que usted, partiendo de aquella suposición, ligue los actos
de la prensa con el lenguaje oficial del Gobierno, porque
siendo usted el representante político de la nación vecina,
sólo debe hacer responsable á este ministerio de sus pro-
pios actos y manifestaciones; y es todavía más sensible que
confunda usted en uoa misma nota las quejas que el len-
guaje de nuestros diarios políticos le sugieren con la co-
rrespondencia de nuestro representante en París, tír. A bar-
zuza, y con la sinceridad, que nadie tiene derecho á poner
en duda, de las declaraciones del presidente del Poder
Ejecutivo.
Pero todavía es más penoso que ocurran á usted estas ob •
servaeiones y estts analogías, por el simple hecho de que
en un periódico se haya estampado la f*aae de que todavía
hay salvación para la Francia^ inocente y sencillísima ma-
nifestación que no ha debido despertar la susceptibilidad de
usted. Si el Gobierno tuviera prensa á su devoción, sabría
— 148 —
por si propio darla la dirección que considerase conveniente
á los intereses de la Patria; pero al menos, como expresión
de la bnena voluntad qne anima á usted, no desconoce el
valor de su consejo.
Y en cuanto á 1a reticencia principal de su nota, relati-
va á que este Gobierno es dueño de sentir en su particular
simpatías que contrastan con las seguridades ofic ales que
ba dado á usted, me, reservo hacer presente á su excelentí-
simo señor ministro de Negocios Extranjeros las observa-
ciones que me ocurren acerba del derecho que usted pueda
tener para esta afirmación; y aun antes d«j qae usted Sicial-
meote me lo manifestara y lo reconociera como facultad de
este ministerio, libres estábamos de hacer ó no votos en fa-
vor de la adopción definitiva en Fr anc a del régimen repu-
blicano.
Lo que tengo el honor de manifestar á usted, para su co-
nocimiento y efectos oportunos, ofreciéndole siempre mi'
consideración más distinguida.
Madrid 14 de Noviembre de 1879. — £1 Ministro de Es-
tado, José de Carvajal.»
Ahora vengamos á las relaoiones de España con loe Es-
tados Unidos.
Como era natural, el Gobierno de los Estados de Norte
América debía separarse de la conducta de los Gobiernos
europeos, y apresurarse á reconocer á la República españo-
la de 1873, pero la cuestión cubana tenia que ser una gran
dificultad para las intimas y deseables relaciones de España,
y la gran República. Momentos hubo en que fué inminente
una ruptura entre las representaciones ofioiales de entram-
bos países. En este trance, el Gobierno de la República es-
pañola demostró un tacto y una energía excepcionales.
Su valor ha podido ser desconooido en el transcurso de los
últimos 25 años, entre otros motivos porque no ha habido
termino de comparación. Pero en los días presentes, des-
pués de los Mensajes de los Presidentes americanos de»
veland y Mac Kinley, de las notas de Mr. Olney y de>
— 149 —
los debites del Congreso de Washington, y de las actitu-
des y resoluciones del Gobierna conservador de España
respecto de cuestiones de tanta resonancia como la perse-
cución del Allia*ce> el proceso del Competitor, el indulto
de Sanguily, las investigaciones sobre la muerte del den*
tista Rufa, los socorros á los americanos indigentes de Cu*
ba, y otros particulares por el estilo, paréceme, repito, que
no habrá hombre medianamente imparcial que no ponga por
cima de todo lo hecho por los monárquicos (que dicho sea
de paso, en 1861, abandonaron á Santo Domingo, en 1819
vendieron la Florida, en 1823 franquearon, en la Penín-
sula, el camino á los Cie.u mil hijos de San Luis y en
1836 solicitaron y aprovecharon la Cuádruple alianza) la
disposición viril y los procedimientos afortunados de los
hombres de 1873 en sus relaciones con los Estados Unidos,
Cuéntese que no emito parecer sobre la bondad ó el error
de la conducta del Ministerio presidido por el Sr. Cánovas
del Castillo. Ese es otro problema, por cierto muy delicado
y complejo. Me limito á afirmar que, bajo todos respectos,
lo que hizo y lo que consiguió el Gobierno de 1873 fué
mejor.
Debo recordar que el periodo álgido de la primera insu-
rrección de Cuba fué el de los años 73, 74 y 75. A media-
dos de 1872 (el 14 de Mayo) el general Balmaseda firmó un
decreto de indulto, llamado del Cauto Embarcadero: indulto
del que fueron exceptuados Céspedes, los individuos de la
Cámara insurrecta y varios cabecillas. Por diversos motivos
este decreto no produjo efecto. Además las huestes de los
revolucionarios se nutrieron con numerosos expedicionarios
«de los Estados Unidos, Venezuela y las vecinas Antillas.
Balmaseda dimitió y le sucedió como Capitán general y Go-
— 160 —
émulos superior de Cuba el general Ceballos, el cual, fal-
co de recursos militares ante la creciente pujanza de la re •
belión, determinó reducirte á la defensiva en las juriediooío-
Dea de Holguín y Bayamo en el Oriente de Cuba y tomar
la ofensiva, oon cierto vigor, en el departamento central j
en la jurisdicción de Santiago. Al general Ceballos sucedió
el general Pieltain, que no tuvo grandes éxitos militares,
pero '[ae mantuvo bien el orden en la Habana. Los insu •
rrectoa se concentraron y organizaron en gruesas partidas
de tres y cuatro mil infantes y ochocientos á mil jinetes» oon
armas y medios regulares de guerra, constituyendo campa-
mentos y aprestándose á romper la* famosa trocha de Jácaro
i Morón para invadir el Centro y Oeste de la Ida. El vera-
no de 1873 fué fatal para las armas españolas. En estos mo-
mentos el general Jovellar fué á Cuba, sustituyéndole, en
1574, el general Concha, En este año los insurrectos entra-
ron en Sanoti Spiritus é invadieron la jurisdicción de Trini-
dad, El 6 de Enero de 187$, Máximo Gómez pasó la trocha
y á tinea de aquel año la insurrección era, como nunca, im-
ponente.
Por manera que si bien la guerra cubana logró después
de la República mayor importancia que la oonseguida hasta
entonces, el año 73 faé de muchas mayores dificultades que
loa anteriores, aan sin considerar más que la actitud y los
recursos de los insurrectos, prescindiendo de los obstáculos
que para combatir pronto y eficazmente á Ó3tos resultaban de
la criéis política de la Metrópoli, de las conspiraciones de loe
alionamos, de los alzamientos de los carlistas y cantonalistas
y de la influencia que el cambio de instituciones en la Pe-
nJnaula tenia que ejeroer y realmente ejerció en la Habana,
donde comenzaron á publicarse algunos periódicos republi-
-"151 —
-canos y sefialarss algunas diferencias contenidas discreta y
ipoiitieatfiente per el general Pieltain.
Sato sentado, hay que volver la vista al pueblo de loa
'Estados Unidos.
Seria pueril negar las simpatías que todas las revolucio-
nas de Cuba han logrado y tienen qae oonseguir en Norte
América. No mis respetable me parece el discutir la faena
de esas simpatías. Las determinan muy diversas causas,
todas potísimas. Bastarían la vecindad de loa Estados Uní*
dos y de Cuba, la circunstancia de pertenecer los unos y
la otra al Continente Americano, y el. hecho de que la in-
dependencia y personalidad de la República norteameri-
cana arrancan de una revolución de trece colonias contra
ana Metrópoli europea. Después de esto hay otros moti-
vos de oarácter eminentemente poHtioo, pero que ¿ mi juicio
no tienen la importancia de los primeros, los. cuales llegan
i lo íntimo del pueblo americano y le predisponen de un
modo perfectamente distinto á cuanto pudiera pensar, sentar
7 hacer el Gobierno de Washington, obligado á respetos,
temperamentos y maneras, impuestos por las prácticas y las
reglas convenidas del Derecho internacional.
No se me pueden ocultar los motivos y el fin de los po-
líticos norteamericanos que en 1854 patrocinaban las ten-
dencias anexionistas de López y Pintó ni la osusa de las
negociaciones que entonces se intentaron para la compra
de Cuba, después de las Conferencias de Ostende. Ni puedo
ignorar lo que desde 1869 i 1874 se hizo por los insurrec-
to! cubanos para recabar el apoyo del Gobierno de Was-
hington, constantemente resistente y aun opuesto (por ra-
tones que comprendo muy bien) á las gestiones de nues-
tra separatistas. Del mismo modo creo no equivocarme al
— 162 —
apreciar lo que ahora pasa en el Congreso de los Esta-
dos Unidos, la rasón de 1% actitu4 del Gobierno .de la.
Bépúbliea, y loa motivos de las aparentes vacilaciones de
éste al lado de la agitación qne se llegó ¿ produoir en
aqnel país, sobre todo hace seis ú ocho meses, en favor de
la insurrección cubana.
De paso djré que pertenezco al grupo de los que duden qne
los directores de la República norteamericana ahora verda-
deramente deseen (como no desearon en 1870) la indepen-
dencia de Cuba, y que ni por esta independencia ni por la
inmediata anexión de la grande An tilla á la Gran Bépúbliea,
él Gobierno de Washington y los hombres políticos de los
Estados Unidos, estén dispuestos ¿ una guerra con España.
Llego al punto de pensar que, hoy por hoy, lo que más
convendría á Norte América y lo que realmente preocupa
á aquellos estadistas,' es que continúe la bandera de Es-
paña en el Morro de la Habana, pero mediante: 1.° un ana-
plio régimen liberal y autonomista cuyo florecimiento hsga-
dificilísima la agitación de los simpatizadores del separatis-
mo que producen no pocas dificultades en el curso de la ac-
tual política americana, y 2.° una extensa y radical reforma
arancelaria que permita tanto la explotación del mercado an*
tillano por el comercio de los Estados Unidos como la fortifi-
cación del Tesoro de este último paja con los grandes ingre-
sos provenientes de la entrada de nuestros productos colo-
niales por las aduanas de Norte América.
Todo esto no quita la menor fuerza á las contingencias
del porvenir ni á la gravedad de los muy meditados proce-
dimientos del Gobierno americano en estos últimos meses.
Ahora me basta consignar esto, sin profundizar el pro-
blema y sin explicar tampoco cómo y por qué entiendo que>
— 163 —
el Gobierno de Washington no cambiará de conducta — pa»
ra nosotros muy molesta y á las veces intolerable — mien-
tras no m haga la reforma política y arancelaria en nnes»
tras Antillas ú otros Gobiernos no tomen nna actitnd más
definida respecto del problema cubano, invocando para ello
antecedentes de la historia internacional moderna, bien 6
mal interpretados 6 aplicados, pero qne quima se recuerdan
en estos momentos en las Cancillerías de algunas poten*
das europeas.
Todo eso es de importancia; mas por cima de todo está»
las causas generales que primero he señalado, y de las que
es imposible que prescinda ningún estadista español, por-
que se trata de realidades y de datos inexcusables de núes-
tra doble política colonial é internacional. £1 mundo no se
gobierna oon gritos ni supuestos candorosos ni sonoras pa-
labras ni meros deseos,
£s notorio que el Gobierno americano* desde 1869 á 1878
Uso algo más que producirse de un modo correctísimo con
España» correspondiendo delicadamente á la actitud que
esta habría observado, desde 1861 á 1864, durante la gue-
rra separatista de los Estados Unidos, en cuyo periodo
el Gobierno de Madrid, disintiendo de los de París y de
Londres, ae negó á reconocer á los E3tados rebeldes del
8ur, presididos por Jerfferson Davis, y defendidos por Lee»
Los hombres de Washington se mostraron francamente
hostiles á los insurrectos cubanos del movimiento de Tara.
Buena prueba de ello, los célebres Mensajes de Grant da
% de Diciembre de 1869, y 13 de Junio de 1870 y Agosto
de 1875, contrarios al reconocimiento de beligerancia en fa-
vor de aquellos insurrectos»
Pero con todo esto, en medio de la guerra, llegó un ins-
— 164 —
trate en que casi se dio por positivo u* cambio de poéi*ie%
ne* por efecto de un incidente por todo extremo lamentable:
el apresamiento que en 30 de Octubre de 1874, fuera de
lee aguas españolee, biso el vapor da' guerra español Tur-
nado, del barco americano el Virginias, ¿ bordo del cual
iba on grupo de cubanos insurrectos, procedente de lo%
Estados Unidos, con el evidente propósito de desembarcar
en la Grande Antilla. Fueron sometidos los insurrectos
apresados á un consejo de guerra que decretó el fusilamiento
de muchos de ellos y loe tribunales españoles declararon
buena presa el Virginias^ por haberse demostrado que ente
barco izaba a su antojo todas las banderas y sólo en el acto
del apresamiento enarboló la americana.
Con tal motivo el Gabinete de Washington, empujado por
la opinión pública de la gran República, huso, por medió
de su representante en Madrid, Mr. Siolee, una caluros*
protesta y reclamaciones muy vivas, que determinaron al
Gobierno español á escribir frases de tanta energía como
las siguientes:
Señor Ministro:
«Acabo de recibir la nota de* V. 6. 9 feoha de hoy, pro-
testando en el ejercicio de su cargo á nombre del Gobierno
de lod Estados Unidos, y tomando por movimiento propio
la voz de la humanidad, cuya representación no le compe-
te exclusivamente, con motivo de las ejecuciones que se
han verificado en Santiago de Cuba en los días 7 y 8 de
este mes.
Presentada la protesta en términos generales y sin rela-
ción á agravio alguno inferido á la Unión Americana, no
puede el Gobierno de la Bepublioa Española reconocer en
V . E . personalidad para ello, como no la hubiera tenido Es-
paña respecto de hechos sangrientos ocurridos en nuestros
días, lo mismo en los Estados Unidos qn<* en otras nacio-
nes del Viejo y Nuevo Continente. Rechazada ya la protes-
ta con serena energía, tengo que fijar mi atención en la da-
r
— 1M —
njae de «fulo y en las palabra eoaloradas ¿impropias «ni
qne "?. 8. califica la conducto de las autoridades españolas*
Sif^l documento suscrito per V. £. eareoe de solemnidad
qn* pudiera prestarle el dereehe á dirigírmelo, cuando
ajenos debiera la templansa de ene forma* haber demoe-
tajda que no le diotaba la pasión.
Tocarla muy á la ligera esta materia, si hubiera de cui-
darme sólo de la eficacia de la ofensa; pero» apreoiándola
en su intención, no puede el Gobierno consentir que» anti-
cipándose i su propio juicio, el representante de una nación
extranjera, si bien amiga, califique i les autoridades aspa*
Solas de otro modo que como el Gobierno mismo lo consi-
dere justo; inmistión siempre inadmisible, pero tanto mis
entraña cuanto que ni el Gabinete de Washington, ni éste
de Ifadrid, ni V. E. tienen á la hora presente datos bas-
tantes 4 fundamentar una queja, ya sea sobre el apresa-
miento del Jfcyt****, ya sobre los hechos posteriores*
No debo siquiera rebatir aqui eeos oalifioativos que alte-
rarían la mesura de mi comunicación; pero note V. £. que
sin conocimiento de eeos hechos hubiera sido siempre aven-
turado jasgar de las autoridades, y que entre tanto se al-
cansaba, convenía á la elevación del carácter que V, S. ha
adquirido, considerar que ellas eran guardadoras y repre-
sentantes de la ley, al paso que los fusilados eran rebeldes
que venian á conculcarla, enemigos de la patria, perturba-
dores de la paz y del imperio de una República hermana.
A despecho de cualquier apariencia, ha debido, por lo
tanto, V« B. suspender su opinión, como la ha suspendido
él Gobierno de España: que no quiere «ponerse á la tacha
de atropellado y ligero, "en puntos tan delicados y comple-
jos. En esta actitud seguirá hasta lograr plena certidum-
bre, y puede V. E. estar seguro de que no alterará su es-
píritu linaje alguno de presión, ni le apasionará la nota
de V. E. al extremo de olvidar que le debe 4 un tiempo
á le dignidad de su país y al respeto de las leyes, que es-
tán por cima de la conveniencia y de las susceptibilidades,
nacionales.
Termina V. E. declarando, también por orden de su Go-
bierno, que pedirá amplia reparación de cualquier ofensa
inferida á los ciudadanos norteamericanos ó á su pabellón.
Sensible es que V. E. no haya sostenido, bajo este punto
de vista, de problemática realidad, la actitud adoptada en
la* manifestaciones verbales á que V. E, hace determina-
da referencia. Fiada estaba á la espontaneidad y á los sen-
— 1&6 —
ümíentos cordiales del Gobierno español, la solución que
hubiera de darse á esta contingencia que V. E* prematu-
ramente, y con enojosa previsión, trae ahora al terreno ofi-
cial, en el que no rehuiré seguir sosteniendo que el Gobierno
de la República está resuelto á que se cumpla la ley, lo
mismo ea el territorio español que en nuestras relacione*
internacionales, y que no ha de tolerar el menoscabo de
ningún derecho.
Lo que tengo el honor de comunicar á V, £., enya vida,
guarde Dios machos años.— Madrid 14 de Noviembre
ds 1873— José de Carvajal. »
Al cabo, el conflicto terminó satisfactoriamente. Las ne»
gociaciones diplomáticas concluyeron el 26 dé Noviembre.
£1 Gobierno español sostuvo que el Virginias era ana
buena, presa, por cuanto no estaba* bajo el amparo de la
bandera americana y habla sido capturado en aguas libree»
£1 Gobierno americano afirmó que el barco era de su pata
y pidió la satisfacción del saludo. Pero en tanto los tribu-
nales de los Estados Unidos declararon, de buena fe, que
el Virginiui no tenía derecho á izar la bandera americana.
Desde este momento — y esto sucedió hacia el 20 de Di-
ciembre db 1873— la cuestión resultaba facilísima.
Pero cinco días después el Gobierno republicano caía por
el atropello que las tropas del general Pavía hicieron pose*
sumándose del Palacio de las Cortes de Madrid y expulsan-
do de ella á los diputados constituyentes. Es decir, realisan-
do algo todavía más grave que el desembarco del general
Ortega y el levantamiento de los carlistas en San Carlos de
la Rápita, hacia L860, cuando España estaba comprometida
en la guerra de África.
Por cierto que lo ocurrido después de 1878 respecto del
Vwgi%iu*y si acusa el vivísimo deseo de la Restauración de
restablecer cnanto antes las buenas relaciones con los fista-
— U7 —
dos Unidos, no arguye muoho en favor de 1» supuesta ener-
.gía y el superior tacto de loe ministro» de aquella época.
Porque el oonoierto del ministro español Sr. Polo de Ber-
nabé con el ministro americano Mr. Fish, de 29 de No-
viembre de 1871, estableció que Espafi» devolviese á los Es*
tados Unidos el Virginias y la tripulación y los pasajeros
ene esta vieran vivos, que saludaría á la bandera americana
y que otorgaría una indemnización, solo en el caso de que se
demostrase que el Vtrginius tenia derecho á enarbolar la re*
brida bandera. Los tribunales americanos declararon luego
que no existía ese derecho y el Consejo de Estado de Espa-
ña, bien qoe con deplorable retraso, dictaminó lo propio
tn 1870. Y sin embargo, Espa&a pagó, á principios de 187»>
para socorro dé las vieU mas de la- captura del Virginms,
80 mil pesos. Y renunció además a insistir en la recla-
mación que nuestro ministro en Washington presentó al
•Gobierno americano en 30 de Diciembre de 1873, pidiendo
á este indemnización por las piraterías del Virginmu.
No mucho después, el Gobierno de la Restauración y el
de h» Estados Unidos de América suscribían el protocolo
da 12 de Enero de 1877, en vista del tratado de 1796.
Bueno ó malo en su aléanos, aquel concierto es un ataque á
la soberanía y el prestigio de España en las Antillas.
IX
Con las indicaciones hechas podría terminar este tnab*-
jo, dedicado principalmente á precisar la política que hicie-
ron loa republicanos de 1873 respecto de Ultramar y sefta-
Jadamente respecto de nuestras Antillas. Pero ya pronojrti
decir algo sobre lo que los republicanos españoles han he*
oho deapuii en obsequio de las libertades coloniales, pera
abonar más y más mi primera indicación relativa al dere-
cho qtte los partidarios de la Repnblioa tienen para oom¡-
rarse (dentro del circulo de nuestros actuales políticos), como
Jos más acentuados propagandistas de la nueva re&np»
colonial y para sostener que á los republicanos antes %u i
otros algunos, les corresponde en buena lógica la misión de
plantear las reformas expansivas y especialmente la antono-
mia colonial en condiciones de prestigio, sinceridad y éxito.
Insisto en no discutir lo que los demás partidos y las
demás situaciones políticas hicieron. Esto no obsta para que
advierta que el famoso golpe de Estado del S de Enero de
J 874, que dio al traste con la situación republicana creada
el 1 i de Febrero de 1873, repercutió en Ultramar, desha-
— 1W —
riandn la «agror p*g* de lo W M ***** ewPNNHo e*.le*
dj» aflea ipieriiatoi^ftotf^jjjitariorea.
Bsr ai derecho de le fosrsa gesrttrnn anuladas las fraa*
qsicias awmisipolas y provinciales «a Famrt* JBéü . AlU.se
pnwándiA totalmente de la Constatación de 18**. Se res-
tableció la previa mosto» parala imprenta. Loa concejales
y diputados provinciales fueron nombrados por el Goberné
dar que paso la wda lee*! ¿ merced de loa alcalde» de flt li-
berna» nombramiento, eea eneldo fijo y extraño* hasta á la
vendad del pueblo que administraban. ^Persiguióse de
nade implacable 4. loa maestros de primera caasflsnia, la
mal quedó realmente desbaratada. Tuvieron qne emiggar
&lgnnoe de loa mis earaeterísados reformistas. De hecfy se
restauro, el decreto de \**<m*imo¿(U de 192$ y los partidos
peUtieos se deshicieron, dispersándose sos individuos. &a
laetcmn triunfó de na modo completo. Solo qnedó en jye la
abülision de la esclavitud, sin qne ¿litaran conservadores
pnseapados oon la idea de desvirtuar esta gran refiprma por
nidio de la llamada organización del trabajo y del régimen
dalas Hóretas de trabajadores, de los contratos obligatorios
y de la clasificación de la vagancia (más 6 menos efectiva)
•aire los delitos sancionados por el Código.
Bada de esto puede extrañar á los que conozcan la hiato»
ría colonial y se den mediana cuenta de la intima relación
qne hay entre la política de las Metrópolis y la política de
liji Colonias. Pe ella prescinden así los que en las primeras
creen que la política colonial ss ana excepción sin trans*
candencia en la vida total de la Nación, como los qne en las
Colonias opinan qne se puede prescindir de la política ge.
isral ó nacional, esperando la libertad de los qne las com-
baten más ó menos en la Madre Patria.
n
I
— íóo —
Napoleón I no pe detuvo en la anulación de ciertas liberta*
dea coloniales consagradas por la Revolución franoesa. Se
atrevió á revocar loe decretos" de abolición de la eeolavituá.
De aqol la insurrección de loe negree, que la vulgaridad y la,
mala fe atribuyen á la abolición/ No ee puede imaginar' at-
yor falsedad. Porotra parte** sonde sobra conocidos los
manejos de loe esclavistas franceses, después de la abolición
de 1848, para desvirtuar los decretos emancipadores con
los reglamentos sobre la trata china y los cooliet y los ooa -
tratos fañosos de los libertos. Algo de esto se ideó en Paar •
to Rico en 1874 y 75. Pero afortunadamente no prosperó
por la resistencia de todo el país.
Én cambio prosperaron los mayores disparates respecto
del peligro que entrañaba la difusión de la ensefiania pábli-
cal Loa conservadores extremaron su oposición á la orea*
cióc del Instituto de segunda eneeñania y i la fundación
de la Universidad portorriqueña. Estos esfuerios al priaoi*
pió lograron un éxito completo. Los amparaba la invoo» -
rión de la integridad de la Patria. También en la Peoia-
aula, loa absolutistas habían conseguido, en la e¿iOoa del te -
rror blanoo, cerrar Institutos y Universidades, protestando
contra la fatal manía d$ pensar y creando en vea de centres)
educativos escuelas oficiales de tauromaquia.
Estos esfuerce* á la postre-resultaron estériles. La enee>-
ñansa primaria se reorganizó en 1880. £1 Instituto se creó
en 1882 y fundado poco después el Ateneo portorriqueño,
éste fué autorizado para la preparación y estadio de las ea~
rreras de Derecho y de Letras. (Pero cuántos años pasaren
y cuántos esfuerzos no fueron necesarios dentro del período>
de la Restauración borbónica y en plena pazl
Como antea se ha dicho, la Restauración en 1878 regule*
— 1*1 —
la vida municipal y provincial y el gobierno general de lm>
¡ala de Pnerto Rico con un eentido acentuadamente centra*
lindar y nn espíritu de ofensiva desconfíenla.
Restaurado D. Alfonso XII ¿ fines de 1874, faé vetada la
Qpaatitnoifrn del 78, oayo artículo 89 dicecque las provincia*
de Ultramar han de ser gobernadas por hy$* espídale** pero
que el Gobierno quedaba autoriisdo para aplicar á las mis-
mas, con las modificaciones que juagara oon venientes y dan*
do menta á las Cortas, las leyes promulgadas 6 que se pío*
amigaran en la Península.» Además Ooba y Puerto Rico
serian representadas en las Cortee del Reino en la forma que
determinase una ley especial, que podría ser diversa para
eada una de estas provincias. Por último, el Gobierno
determinaría ooándo y en qué forma serían elegidos los re-
presentantes á Cortes de la Isla de Cuba.
Por efecto de este articulo se hizo el título 8 de la Lsy
electoral de 28 de Diciembre de 1878, por la cual se establé-
ela: 1.* que solo tendrían derecho á elegir diputados i Cor-
tas en las Antillas los espalóles que pagaran 126 pesetas
anuales por impuesto territorial ó urbano ó por subsidio in-
dustrial 6 de comercio; 2.° que no podrían ser admitidos co-
mo diputados los que habiéndose hallado abetos ¿ servi-
dumbre en lá Isla de Cuba no llevasen por lo menee diea
años de ser ibertoa y exentos de patronato, y 3.° que no
podrían ser electores ea Cuba les que habiendo estado suje-
tos á servidumbre no llevasen por lo menos tres aftas de ser
libertos y cientos de patronato.
Antes he hablado del decreto de 1878 respecto de la or-
ganiaadón mnnioipal y provincial de Puerto Rico; decreto
exageradamente oentraliíador y de acentuadísimo espíritu
de desoonfiansa que primero se dio para la pequeña Antilla y
— 16* —
luego (en 21 de Julio ad 78) se extendi6 á Cuba. II tal de-
«reto i« calificó da Uy provisional y con su motivo oficial»
mente se dijo que seguirla hasta que entrasen los rcprsssa""
tantea de Cuba aa el Parlamento y oon su concurso aa hi.
ciara la ley definitiva. ¡Vanas frasea y ociosas promanan»
Esa ley provisional ha dorado dieciocho afios, y yo mismo
no pode conseguir del Gobierno liberal de 1882 que acepta-
se una enmienda á la ley provincial peninsular que entone**
se biso en el Congreso, para llevarla, oon modificaciones, á
aa Antillas.
La Península no podía vivir maniatada por la ley ante-
rior que se habla extendido á las Antillas con muchas
notas de carácter centraJiaadpr y verdaderamente inso-
portable! En 1882 se me aseguró que estaba próxima la
reforma provincial de Cuba y Puerto Rico. T no se cesaba
de decir enfátieamente que estas Islas disfrutaban de las
mismas libertades que laa demás provincias de España.
También de 1878 es el decreto que fija las atribuciones
de los Gobernadores generales de Cuba, Puerto Bico y Fili»
pinas . Eu su art, 3.° se hace referencia á las facultades ex-
traordinarias del antigua régimen, ó sea á los poderes dis-
crecionales de las Leyes Indias, sin sancionar la saludable
intervención que en las resoluciones de los gobernadores y
vireyee tenían las Audiencias ultramarinas. La Reacción,
pues, se presentó y desarrolló de un modo formidable. Luego
vinieron algunas atenuaciones*
A mediados de 1879 se aplicó á Cuba y Puerto Rico
el Código penal de la Península de 1879 con algunas
modificaciones referentes á los esclavos y á los patroci-
nados. En la misma época se llevó á las Antillas la ley
Hipotecaria de la Metrópoli y se organiaó la Adminis-
— 163 —
trióte de justicia, sustrajéndola un poco 4 la arbitrariedad
liifchtorliil, Ka 18Í0 es promulgó la Ley relativa al dere-
ole de reunión y en U de Febrero delmiemo alio 188* se
proclamó la abolición de la esclavitud, ai bien senoiottande
el patronato, ftrmala hipócrita de la antigua servidumbre» A
principios del aflo 84 ee estableció en la* Antillae el regiátoo
y el matrimonio civil. En 1886 el Código -de Comercio. * n
la misma época fué abolido el patronato. Y en 1881, dea*
pnea de nna formidable batalla parlamentaria, ae declaró
vigente en las Antillae (bien qne con reservas) t la Constitu-
ción de 1878.
Pero lo más relevante 7 meritorio de todo este período
es la pacificación de Coba por efecto del célebre Convenio
del Zanjón que lleva la fecha del 10 de Enero de 1878.
Ta be dicho qne la insurrección cabana tomó onerpo él
silo 73 7 qne desde el 74 al 78 logró un desarrollo extraor-
dinario aprovechando mil circunstancias, entre las cuales
isy qne poner la creciente simpatía de casi todos loa pue-
blos de América 7 entre estos especialmente los Estados
Unidos del Norte, Venezuela 7 el Peta. Las simpatías de loa
dos primeros pueblos qne acabo de citar se tradujeron en
apoyo oficioso 7 en expediciones de revolucionarios que des-
embarcaron con bastante facilidad en la grande Antüía, En
al Perú se llegó á más, porque el Gobierno de aquella Se -
publica no titubeó en reconocer la beligerancia de los insu-
rrectos cubanos. También he dicho que en 1877 Máximo Go-
mes rebasó la trocha de Morón á Júoaro 7 que la guerra se
extendió al territorio de las Villas. Pero á poco de haber
logrado la insurrección este desarrollo extraordinario, ape-
aar de los dos envíos de 18 mil 7 20 mil hombtes que por
aquel entonces hisó el Gobierno espafiol á instancias del ge»
— 164 —
ñera] Coacta , que al principio habla oreidoque no necesitaba
refrenas militares, á poco, refuto, de haber logrado aqael
pasmoso vuelo , te determinaron grandes divisiones entre loe
insurrecto», divisiones qne produjeron la destitución del Pre-
sidente Céspedes y los reemplazos sucesivos de los generales
Gómez y Garda. Bn este momento se inició en Coba, tanto
en la política como en la campafia militar, una rectificación
completa de las ideas 7 de los procedimientos qne hablan pre*
dominado antes, patrocinados por los Generales Caballero
de Bodas y Balmaseda. E*ta transcendental rectificación
está representada por el General Martínez Campos, enyo
éxito excasa todo género de comentarios*
La teoría de la guerra por la guerra vino al suelo. Ini-
ciáronse los procedimientos políticos. La guerra de Cuba
fué considerada como una guerra civil. La generosidad y
la confipnza en los medios morales se impuso allí donde ra
di cabio el mayor prestigio y la mayor responsabilidad» Y el
resaludo fué el de siempre: uo verdadero triunfo. £1 Con-
veaio del Zanjón» No me explicaría cómo esto se olvida en
estos morneotos por el Gobierno y por algunos periódicos de
Madrid, sino estuviese al tanto de que aquí nadie se acuerda
de lo qne pasó en Méjioo, en el Sur de América y en las Cor-
tes españolas de 1S20 á 1823. Sin embargo, la lección de
aquella época es elocuentísima.
Después de las alegrías del momento se ha criticado
macho el Convenio referido. No ha faltado quien le lla-
mase la hoja de parra de la insurrección separatista. He
sobran los datos pava afirmar que quienes han dicho esto
desconocían positivamente el estado efectivo de la insurrec-
ción de Cuba y la disposición de toda América en aquella
techa. No niego las divisiones de los insurrectos y la deea*
— 1*5 —
dencia de su causa 4 fines de. 1977; pero tamtién conozco
bastante la historia de Méjico desde 181* al 25 y los oom_
propuso? de la mayoría de los Gobiernos americanos «o
1978» asi como el estado financiero y militar de nuestra Pa-
tria entonces y loe medios suficientes qne integristas y re*
volucionarios tenias para haber realisado por completo la
destrucción de la Isla. Esto ultimo no será inverosímil para
beque sepan que Santo Domingo afines del siglo pasado
fué mis rica y esplendorosa qne Coba, y sin embargo ahora
no es más qne una mina. Por tanto me pongo en el grupo de
los qne estiman qne el señor Martines Campos mereció bien
de la Patria y realizó nna obra extraordinaria al preparar y
suscribir el Convenio del Zanjón, qne puso término á una
lucha qne oostó, sólo á la Metrópoli española, según dicho
del sefiór general Jovellar, más de 140 mil hombres y 7JK>
millones de duros ( 1 ).
T entiéndase qne aplaudo la conducta del citado General,
no solo por el convenio mismo, sino por la humanisación de
la guerra y por el valor y la honradez con qne explicó al
Gobierno, para que lo supiese la nación entera, las causas
ds la rebelión separatista cubana y el sentido de la política
ene era preciso realisar para que concluyese la guerra y el
separatismo dejara de ser un verdadero peligro.
Bajo e6te punto de vista- con viene mucho vulgarizar la
que el citado General decía por aquel tiempo al Gobierno»
En una de sus comunicaciones de fecha anterior al con-
venio de 10 de Febrero del 78, decia lo siguiente:
«No hay que hacerse ilusiones, el peligro existe en la par-
te pacificada. Podrá no venir, pero amenaza. Se creía antee
(1) Ha tratad© con inBifttencia de conocer el total' de pérdida* de
Ouba y la Peaiaiala. XI Gobierno lo ignore* Aef vaaos i ciega»*
— 166 —
que el ce* áotft de estos fobitenlea no era propio puto 1*
guarro. Tanto el blanco como el negro no» kan demostrado lo
contrario. Las promesas nunca cumplidas, los abasos de to-
dos gooeros, el no haber dedioado nada ál ramo de Fomento,
la exclusión de los natnrates de todos los ramos dé la Adflsi -
nigtración, y otra porción de faltas dieron origen a la insui •
rreceión . £1 creer los Gobiernos qne aquí no había más tiie*
dio qne el terror, y ser cuestión de dignidad no planteen:
las reformas hasta qne no sonase nn tiro, la han continua*
do. Por ese camino nunca hubiésemos concluido, aunque se
cuaje la isla de soldados. Es necesario, si no queremos
arruinar á España, entrar francamente en el terreno de las
libertades. Yo creo que si Cuba es poco para independiente
es mas que lo bastante para provincia española y que no Ten-
ga esa serie de malos empleados» todos de la Península: qne
se dé participación 4 los hijos del país, que los destinos sean
estables. Si se oree que esto es ponerles la situación en lee
manos, yo opino qne peor son sus enemistades encubiertes
y que no necesitaron el 68 tener cargos públioos para su-
blevarse. Hoy son aguerridos, y si entre ellos no hay
grandes generales, hay, lo qne necesitan, notables gue-
rrilleros.»
Pero debemos hablar con perfecta sinceridad. Los bon-
vencionalismos, los equívocos y hasta las falsedades que co-
rreo ordinariamente en la Península y quiza han corrido
«iampre, respecto de la política ultramarina, nos perjudican
lo indecible. Pocos son los que saben cómo y por quó vino
Colón desde Santo Domingo cargado de cadenas y abre •
mado de calumnias por sus enemigos los explotadores de
la nueva Colonia. Nadie se cuida de explicar cómo se resis-
tieron en el oontinente americano las Leyes nuevas de Car*
los V y por quó Vasco Núñei de Balboa murió á manos de
Pedradas en Centro América. No es tema de nuestros políti-
cos ni de nuestros historiadores la sublevación de los Pira *
rro y el terrible conflicto que dominó el viril D. Pedro de
Lagasoa en el Perú* Nadie se cuida de desentrañar el pro-
ceso del Conde de Revillagigedo, une de Ion tres grandes vi*
reyes de M ético. 8* ha tachado da iluso el inmortal padre
Xas Casas y se ha estimado cerno neto patriótico al prescin-
dir de la* Notas secretes da Uiloa 7 Jorge Joan. Oon etto
f can decir que loa extranjeros nos tienen envidia 7 proea»
can nuestro deseredito, aa ha comprometido 7 aun compre»
asta á esta noble 7 viril Bapafia, á ana política absurda y
m ana oampafla verdaderamente imposible.
Parque las osees no dejan da ser porque nosotros las ne- .
gaamos. Los poblemas coloniales están hoy á la vista de
todo el mundo caito y de todos los Gobiernos qae pablionn
loa informas de sus cónsules 7 en momentos dados pretenden
intervenir en ases mismos problema» en nombre 7 por vir-
tud ds los últimos adelantos del Derecho internacional, in-
vocando, oportuna ct importune, la instauración del régimen
constitucional en el continente europeo, la emancipación de
Grecia, la unidad de Italia y la transformación de los prin-
cipados danubianos por la cooperación 7 el concierto de las
graades naciones del mando contemporáneo. Será esto bueno
ó será malo: no lo discuta. Paro es nn hecho. Y se falta á to-
das las conveniencias sociales y A todos los deberes del pa-
triotismo ocultándolo al ftaeblo español. Sa decir, á nn pne-
hb qae realmente no tiene el menor interés en ana política
»bnsiva en América.
Por estos motivos; 7 algunos otros que creo ocioso deta-
llar, debo decir francamente que la Beatauración no proce-
dió con la sinceridad 7 la energía convenientes inmediata-
mente después de la Paz del Zanjón.
Antas de ahora he dioho da qué suerte qneió sorteado el
cumplimiento del art. 1 .° de aquel Convenio qae se ñrmó en
10 de Febrero de 1878; es decir» cuando en el orden del de-
recho positivo regían en Puerto Rico las leyes 7 los regla*
— 1«S —
mentó* del tiempo de la República. Lejos de mantenerse»
aquellas conquistas de la Revolución, en 14 de Mayo y 21
Junio de 1878 (esto ee, tree 6 cuatro meses después del'
Convenio) se poblioaron los decretos reaccionarios sobre el
Gobierno, los municipios y las diputaciones provinciales de
Cuba y Puerto Rico. El 8 de Diciembre del 78 (es decir, diez
meses después del pacto del Zanjón) se dictó la ley electoral
que anulaba el sufragio universal en Puerto Rico, r
Una carta del sefior General Martín» Campos al señor
Cánovas del Castillo excusa el menor razonamiento. Dice«
asi:
«Yo soy menos liberal que ustedes y deploro ciertas li-
bertades: pero la ¿poca las exige. La fuerza no constituye-
nada estable; la razón y la justicia st abren paso, tarde ó-
temprano. No bien aprueban ustedes los artículos de la oa-
I titulación, ya empiezan 4 poner cortapisas, entendiendo que
os diputados no deben ir hasta la renovación de las Cortes.
No comprendo esto: si hay alguna dificultad que impida ir
nuevos diputados á esas Cortes, ciérrense éstas. Yo, particu-
larmente, á Martin Herrera le indiqué la conveniencia de
que fueran diputados y estuvieran ahí ya para arreglar la
cuestión de la esclavitud, cuestión tan pavorosa que sin ella
no hubiese durado tanto la guerra, en la que yo no quiero en-
trar porque me considero incompetente, pero que la religión
y la humanidad rechazan. No creo que se resuelva en un día,
pero tampoco oreo que )a Ley Moret sea suficiente. Es tan
compleja, que he dudado ni aun indicarla, pero me ha eos*
tado trabajo discutir en este terreno: en las conferencias que
he tenido con el enemigo ha visto usted que ni se habla de
ella.
Pues bien, creo que es la mayor de las debilidades que he
conocido en mi vida. No me he atrevido 4 tocarla por que
vulnera intereses respetables, por que afecta al modo de ser
de Cuba, pero creo que si no se toca por el Gobierno, las na-
ciones extranjeras, que no tienen por qté mirar nuestros in-
tereses, la tocarán. Yo considero que la iniciativa debe par*
tir del Gobierno para encauzar la cuestión y que no se re-
suelva atropelladamente. La abolición en un día seria la
muerte de Cuba: es preciso poner la lqy del trabajo, do
— 169 — r
instrucción y la colonización y estudiar loa medios de í o-
demniíación, ya señalando el plazo para que el trabajo du-
rante ese tiempo indemnice al dueño ó ya fijándola con car-
go al Estado. Pero este último serla ruinosísimo y como no
habría de qué pagar, serla un engaño*.
Por manera que la buena voluntad del partido conser-
vador, que ocupaba el poder en 1878, para cumplimentar y
desarrollar la Paz del Zanjón fué bastante disoatible. Afor-
tunadamente por cima de la voluntad de los hombres está
la lógica de las cosas y de las situaciones. El convenio del
Zanjón con la política en él encarnada, trascendió 4 la Pe-
nínsula, probándose una vez más la influencia que las co-
fa* de Ultramar tienen en el desenvolvimiento de la política
de la Metrópoli. Cayó el Ministerio Cánovas-Romero, y fué
Bastituído por el que presidió el señor general Martines
Campos, inaugurándose un periodo de relativa expansión,
que facilito tanto el advenimiento del partido liberal á las
esferas del Gobierno en 1881 como la reaparición de los
elementos avanzados y republicanos en la esfera da la vida
legal y de la política activa.
n¡
X
Eíeoto de todo orto fueron: en las Antillas, la ley abolicio-
nista de 1881, la de reanión pacifica, la instauración del
juicio oral con la ley de Enjuiciamiento criminal, la reforma
de la instrucción pública, la unificación de las carreras del
Cttado en la Península y en Ultramar, la redacción de la
contribución (que era de 10 por 100 en las fincas asucareras
y tabacaleras y de 1* en los demás .cultivos), primero, á
g par 100 en los cultivos generales, y & 2 en las fincas de ta-
baco y caña: y luego, á 2 por 100 en todos los cultivos. Todo
eso se realizó con la cooperación ó & excitación de los dipu-
tados y senadores cubanos que en 1879 entraron en las Cor-
tee, después de una ausencia de 48 años.
Loa diputados de Puerto Rico ya hablan entrado en 1869,
y daade esta fecha no han dejado de ser llamados cuantas
veces después se ha hecho la convocatoria del Parlamento
aep&ñol. Asi vinieron 4 las primeras Cortes de la Restaura-
ción y en ellas funcionaron. Es decir, vinieron los diputados
con ervaáores, pues los electores reformistas y liberales de
la pequeña Antilla se retrajeron después del golpe de 3 de
Enarc de 1873 hasta 1879.
r
— 171 —
También revistieron importancia las disposiciones de ca-
rácter eoonómioo que se dictaron en esta época. £1
presupuesto de gastos de Cuba era en 1868 69 de unos
25.41 5.945 pesos. Hasta 1 856-57 los presupuestos de aquella
Ida no pasaron de 15 millones. Y así y todo se saldaban con
J*p#re¿#que, desde 1849 á 1859, produjeron, para el Teso-
rodela Península, 31.845.312 pesos, según puede verse en
las curiosas Memorias del general D. José de la Concha y
del Intendente D. Mariano Cancio Villamil. El desequilibrio
y la baja de los sobrantes fueron resultado de las guerras
de Méjioo y Santo Domingo que pagó, no sé por qué, el Te*
soro de Cuba. Mas si presupuesto que se presentó á las
Cortes Constituyentes para 1869 70 subía á 2s.269.597
daros.
Desde 1870 4 1878 rigieron unos mismos presupuestos;
el ordinario de gastos importaba 27.452. 55$. A esta su-
me habla que añadir la de 7,45. 641 pesos del presupuesto e?"
traordiaario. Total: unos 28,200.000 pesos: número re*
deudo. Pero el desarrollo de la guerra impuso muchos mas
dispendios* que se atendieron con billetes del Banco Espa»
fiel emitidos por orden del Gobierno de la Metrópoli, y que
desde 1869 á mediados de 1871 representaron unos 17 mi-
llones de duros. En 1872 y 1874 se emitieron bonos y bille-
tes del Tesoro; en 187$ y 76 se hicieron nuevos emprésti-
tos, se emitieron billetes por el Banco Español de la Habana
7 se hipotecaron las rentas de la Isla para garantizar otras
obligaciones del Tesoro; en 1878 y en 1882 se creó una den*
da amortizada para liquidar los créditos del Tesoro por per-;
tonal y material, varios préstamos y las emisiones que
vinieron 4 refundirse en los billetes hipotecarios emiti-
dos en 1886, por la suma de 124 millones de duros. Esta,
— 172 —
cifra luego, en 1890, se amplió oon otros 55.550.000.
II total de la sección 1.* del Presupuesto de 1870-71, ó
sea la-de obligaciones generales (donde se comprendió 1a
deuda, las clases pasivas, los emigrados de América, las
consignaciones al duque de Veragua, los pagos de alguno*
ososos y pensiones y los gastos del Ministerio de Ultramar)
no pasaba de 2.657.6S5 pesos.
Convendrá advertir que, 4 partir de 1874, el Gobierno
Se dispensó del oonourso de las Cortes para los presupues-
tos cubanos. Invocó algunas veces el articulo 27 del decreto
de Administración y contabilidad de la Hacienda de Ultra-
mar, fecha 12 de Septiembre de 1870, y como éste no auto-
riza variaciones, se acordó por Real orden de 2A da Agos-
to de 1876 que c mientras no fuesen discutidos por las Cor-
tos del reino los presupuestos generales de gastos é ingra-
tos de las provincias de Ultramar, en créditos extraordina-
rios, serian aprobados por Aeal Jeoreto acordado en Con-
sejo de ministros, con audiencia de la sección correspon-
diente del Consejo de Estado •.
£l art. 27 del Decreto di 1870, reorganizando la Ha-
cienda pública de las provincias de Ultramar, había esta*
Mecido que si por cualquier motivo las Cortes dejasen de
autorizar algún año la ley de presupuestos de Ultramar, se
considerarla vigente la inmediata anterior.
Por esto el Ministerio de Ultramar, en 22 de Octu-
bre de 1873, expidió un decreto declarando en vigor pa-
ra el afio económico de 1873-74 en Puerto Rico, Cuba y
Filipinas, los presupuestos que hablan regido en aquellos
paisas en 1872 «73. Y explicaba su resolución por el he*
cho tde no haberse podido elevar á ley el proyecto que
el ministro del ramo habla presentado á las Cortes en 11 de
v
- m - m¡
Septiembre de 1872.» De iodos modos, loo
de 1873 regirían, Ínterin lee Cortee no resolviesen oto*
Por la Beal orden de 36 de Agosto de 1876 ee impago un»
verdadcm dictadura económica en le Grande A n tilla, donde
•e llegó 4 exigir el oontribajente en 1878 nade menos que el
30por 1<K) de todos loe productos. En 1879 ee vino al 26 por
100. Y en 18741876 se llegó 4 decretar el 10 por 100 eV¿
capital, m bien solo se llegó 4 cobrar el 1 y 1(4 per 100. Bel
1873 (oomo en 1872) solo se cobró el 10 por 100 de todas
las rentos.
Explicase hasta cierto panto el olvido de las prerrogati-
vas de las Cortee en vista del desarrollo que la insurree»
eíón cabana tomó en 1875, pero no es fltail encontrar escasa
el hecho de que aquella dictadora económica aloansass tam-
bién 4 Puerto Rico, donde continuaba sin la menor altera»
«óa el orden politioo.
En 1878 el presupuesto de Cuba subió 4 la enormidad de
46.594.688 pesos, pagados sólo por aquella isla. En 1870 8a
todavía subió mis: 4 56.764.688. Pero el afio 80-81 ese pre-
supuesto bajó 4 44.035.350 pesos. Bu 1882-88 fué de
81.860.249; en 1883-84 de 34.170.880 y en 1885 86 de
31.169.663.
Ademas, en el presupuesto ds 1880 se redujo en nn 15
por 100 el derecho de exportación general de frutos ue Cu*
ha, y en 1883 volvió 4 hacerse otra rebaja que ee repitió
ea 1886, 1892 y 1893, hasta quedar suprimido ese impuse*
toen 1893.
Por áltimo, en 30 de Junio y 20 de Julio de 1882,
se hicieron las leyes llamadas de relaoionee mercantiles
de las Antillas y la Península, por las cuales, en prin-
"£
• 174 —
«fio, «i estableció el cabotaje, que debió ser electivo
es 1892 (1)
£n cnanto 4 Puerto Bico hay que establecer que el pre-
supuesto de gastos de 1870 71, que fijaba los gastos ordina-
rio* de la Isla en 1, 919.677 pesos, subsistió (en virtud del
conocido art. 27 del decreto de 12 de Septiembre de 1870)
basta 1877, en cuya fecha (13 de Agoste) y prescindiendo
de Job representantes parlamentarios ultramarinos, se dio un
Beal decreto fijando en 3.711 . 914 pesos los gastos ordina-
rios de la Isla. Desds 1878 á 1880 ese presupuesto es de
3.686,98 pesos; presupuesto siempre indisoutido. A partir
del afio 81 intervienen activamente en la discusión los di»
potados autonomistas. El presupuesto de gastos de 1881 en
de 3,615.083 pesos. El de 1885 sube á 3.834.012.
11 periodo de la Herencia que principia en 1888 fué bas-
tante más favorable para las libertades antillanas. La pro-
mulgación de la Constitución de 1878 hecha por decreto de
7 de Abril de 1881 y después de refiida batalla entre con-
servadores y liberales, tuvo muchas consecuencias y su ma-
yor eficacia se advierte en esté periodo» bajo la influencia del
partido liberal. En 5 de Enero de 1891 se publicó la Compi-
lación general sobre administración ds justicia que resume
y amplía la real cédula de 1855, y los reales decretos de 12
(1) He leído en un opuscuio publicado en 1090 por el Ministerio de
Ultra mar, tobre el BstaéppoUtiec y aáminitíratitó i§ €«•§«, que asta 41-
tiasa rtforoa fe hito á instancia a de loa diputados antillanos. Declino
el honor y rectifico lm noticia. Loa diputados aut* nomiataa nunca eos-
tuvimti eeo, y en cambio eenalamoe Isa consecuencias deplorables y
ya jot tedes reconocidas, de aquella medida, á cuyo buen proposito ni»
eímos jaa^efa. Vea pe mi discurso pronunciada en la sesión del Coa»-
i d* a*J de Mayo de 1884.
— m — ■
di Abril da 1*76, 23 de Mayo de 1873, 15 de Enero de 1884
y 29 de Mayo de 1885. La libertad da imprenta y la libertad,
deacoeiacióii ae llevaron i las do* Antillaa en 1 1 de Noviem-
tesde 2816 y 12 de Junio da 1868 respectivamente. El pa-
tronato ee abolió en 1886» En 31 de Julio del 89 se promul-
góla laa Antillaa ei nuevo Código civil. En 38 de Enero del
869 el Código mercantil. En 14 de Julio de 1893 la reforma
de la ley hipotecaria. En 5 de Julio del 87, la validación de
be estudios beeboe privadamente. Luego vinieron la supre-
■óa de loa derechoe de exportación, la rebaja de loe de carga
y deeearga; el tratado de comercio oon loa Estados Huidos
de América de 1891; la fijación de la cuota contributiva en
Cuba de 12 por 100 en laa fincas urbanas, 2 por 100 en laa
risfcieas y 1 5 por 100 en la industria y el comercio; las retor-
nas electorales de 1892 y 94 y la reforma del gobierno y
administración d^e Jas dos Antillas de 1* de Mano de 1895,
son loe decretos complementarios de Diciembre de 1896.
Además el presupuesto de gastos de Cuba fué en 1886*87
de25.969,734peeos;enl888.89,de25.596.441;enl890 91,
de 26.446.810, en 1891-92, de 26.214.695; en 1892-93»
de 28 074.594; de 26.037.394; en 189394 y en los si-
guientes años de 26.087.394.
Con esto hay que relacionar el Arancel de 29 de Abril de
1892 (que debió regir provisionalmente por espacio de seia
assea) y laa nueves Ordenanaas de Aduanas; estas últi-
mas de verdadero progreso respecto de laa anteriores. Los
Aranceles cubanos descansan en un impuesto constante so-
tes los productos extranjeros de diferente importancia se-
ftn los géneros y en un impuesto transitorio del 10 ai 15
per 100 sobre todas las procedencias.
, En Puerto Bico el presupuesto 1886 fué de 3.898.612 pe-
— 176 —
aoe. En 18S9 es de 3.859.05*. Ea 1892 ee de S.768 590. T*
en 1 994 de 8 .977.500. Ya he dicho que hoy ee de 4 tnilloAee.
Ea eete trebejo de referencia 4 la obra de la Bestaura*
cien y de la Begenoía no he omitido nada que constituya
un mérito para loe reformistas de esta época. Ahora sincera • '
mente he de declarar que eea obra tiene no pocas manchas,
cuyo detalle me seria facilísimo. Básteme decir qne la"
reforma electoral de 1892 consagrando la escandalosa farsa
de los socios de ocasión, dando el privilegio del voto á los
empleados públicos, y manteniendo la cuota electoral dalos :
25 pesos, contradecía toda la tendencia de la época y provo-
có el retraimiento de los autonomistas y liberales sueltos dé'
Cuba, La reforma del 94 (también hecha por el partido li-'
beral) infirió un verdadero agravio á los habitantes de Puer-
to Rico, 4 quienes aún hoy se exige la cuota de 10 pesos oo-
mo base del derecho de sufragio, mientras se pide la de cin-
co al contribuyente cubano. De aquí el retraimiento de los*
autonomistas portorriqueños que protestaron ruidosamente
contra la calificación de españoles de tercera clase que san-
cionaba el decreto del 8f. Maura. Y así se dio una prueba
ni i* de la ofrecida por los cubanos en 1893, de que los habí-'
tancas de las Antillas estaban ya resueltos 4 no consentir qofr
se rebajase su consideración frente á los demás ciudadanos
españoles.
La ley de relaciones mercantiles de 1882 se ha barrenado
por numerosos decretos del Ministerio de Ultramar y aun
por artículos de leyes de presupuestos como la de 189$, de
tal suerte, que ha resultado una absoluta franquicia para
los productos peninsulares en las Antillas y positivas di-
ficultades para los productos antillanos en la Península.
£1 Arancel de 1892 se hiso para negociar sobre él con los
i Unidor, anulado en 1894 el convenio con esta Re-
pAMioa, subsiste el Arancel proteccionista 4 petar de que '
bate ya eeroa de cuatro aftoa debiera, con arreglo á la ley ?
haberse reformado en sentido expansivo, para abarear la
vida ultramarina y hacer posible la concurrencia de nuestra
predicción colonial con la del extranjero*
Verdad que se promulgaron las leyes expansivas de im-
porte, reunión y asociación; pero no es menos exacto que
«i 1890 se ha llevado á las Antillas el Código de Justicia
MDiter, en el cual se leen enormidades políticas y jurídicas
cosmlan consignadas en sus arta. 28 y 29 (1).
II primero de estos artículos define las atribuciones de los
Capitanes Generales de distrito en la Peni nenia y señala en-
tre ellas la aprobación de las sentenoias de los Consejos de
Guerra ordinario y de Oficiales Generales, cualquiera que
sea la pena impuesta, siempre que se trate ie los delitos de
inician, espionaje, rebelión, conjuración para la rebelión,
sedición, negligencia en actos del servicio, abandone del
mismo, cobardía, insulto i superiores, desobediencia y se»
B art. 29 se refiere 4 loe Capitanes Generales de Ultra-
mar y determina que les corresponde la aprobación de las
isetsneias antes citadas y tademds aquellas otras en que se '
trate de los delitos de robo en despoblado, siendo cualquie-
ra al número de la cuadrilla, ó en poblado, siendo en cua-
drilla de cuatro ó mas; secuestro, incendio en despoblado,
amenaza de cometer los anteriores delitos, ya sea exigiendo
nha cantidad, ya imponiendo cualquiera otra condición
\\) Véase ni libro Cuutiemt ptfpitantu dé Política, D§r$oh* y Ai-
— m —
conaatutiva de delito grave previsto en el Código penal
ord .nano y cualesquiera otro* quf atonten grav emente á la
riguridad di cotas y personas ó dios intereses generales de
la nacían y del ejército*»
Por cima de todo eeto se hallan el descrédito universal de
nuestra centralizada administración ultramarina; la proteo-
«ion decidida, franca é incomparable que las autoridades de
todo género han dado y continúan dando á loe elementos y
partidos conservadores antillanos contra los liberales y au-
tonomistas; la intervención de los Alcaldes de nombramien-
to del gobierno en la política interior de aquellos países;
los escándalos de la ya celebre lista de candidatos y diputa-
dos cuneros de Puerto Rico y las frases tan expresivas y sin»
ceras como las del 8r. León y Castillo, Ministro de ultramar
en 1 882, que reconocía en pleno Parlamento, «que en Puerto
Rico se podía hacer todo impunemente»-, ó como las del se-
fior Tejada de Valdosera, también Ministro de Ultramar,
que candorosamente declaró que la ley electoral ultramari-
na se había hecho para asegurar la superioridad á los ele-
mentos conservadores.
Paro quiero prescindir de todo esto para reconocer y
proclamar que en estos últimos años se han realizado pro-
gresos considerables en la vida económica y política de
nuestras Antillas. Lo he dicho solemnemente varias veces,
combatiendo a los intransigentes y á los pesimistas.
Tingólo por indiscutible aunque deploro que esas refor-
mas no se hayan hecho mis de prisa, más 4 tiempo y ^esti-
mando las nusvas reclamaciones que toda positiva mejora
produce y ha producido en un pueblo tan culto y tan an-
sioso de progreso y de justicia como el de Cuba y Puerto
Bico, Para no satisfacer estas exigencias, muchos piensan
— I7i —
que habría valido má* no prometer nada ni quebrantar el
statu quo. De eeto nunca puede prescindir el reformieta.
Porque onando se olvide ee fácil dar oon la revolución.
Ahora importa aetimar tómo y por qué ee han hecho *
progreeoe
XI
Laa cansas son machas. Aqui sólo voy á apreciar algu-
nas de las de carácter paramente político, T aan tratándose-
de éstas prescindiré consciente y gastosamente de aquellas
que pudiera llamar generales. Es claro qae en la saludable
modificación del espirita de los elementos gubernamentales
de Ja política española» en estos últimos años, ha debida
influir poderosamente, así como la demostración irrefutable»
por hechos positivos, de la cultora y aptitud de nuestras An-
tillas para el ejercicio de los más delicados derechos políti-
cos, Del mismo modo ha debido pesar la evidencia de que
nuestros hermanos de Ultramar no se resignaban á inferió-
ridadea de ninguna especia, la lógica de la evolución políti-
ca, que en la Metrópoli se realizaba con la mira de identifi- -
car (empeño ilusorio), la monarquía de los Borbones oon las
exigencias de la democracia contemporánea.
Lo que ahora me interesa consignar es: primero, que los
avances realisados en la política colonial española, dentro
-» 181 —
del periodo referido» «o responden á espontaneidades de le»
partidos monárquicos imperantes; y segando, que eses aVak-
sjs se han realisado poi las excitaciones constantes y vigo-
rosas de los partidari os de la reforma colonial, qae en este
iltímo periodo revisti6 el carácter de reforma autonomista.
No es indiferente afirmar esto con la precisión con: que
acabo de hacerlo. Tampoco son escasos los que aUá en ul-
tramar creen (por desconocer los logares y las personas),
que todo lo conseguí do fué cosa fácil, y que, por ejemplo, el
partido liberal de 1» Península, casi desde el primer día,
por bondad de corazón 6 por la lógica de los principios» se
mostró decididamente favorable á llegar. . . á la Autonomía
colonial.
[Qué errorl
T cuéntese que de las resistencias, más ó menos positi-
ns y duraderas del partido liberal (cuyos servicios re*
conoseo), no saco argumento en agravio de éste. Rectifico
la equivocación, perseverando en mi creencia de que les de-
mias se merecen, y que las cosas, en el orden político, na
se hacen por sí solas. Aun en la vida ordinaria, los dere-
chos hay que pedirlos, y para asegurarlos ante los tribuna-
les de justicia, no basta tener razón, si no que son precises
papel sellado, procurador y abogado. Lo he repetido no s¿
cuántas veces.
Ahora importa decir quiénes pretendieron y consiguieron
Ufui las reformas de Ultramar.
Pues fueron: primero, los diputados y senadores autono-
mistas de las Antillas. Después, los republicanos de la Pe-
A raía de la paz del Zanjón se constituyeron en Cuba
dos grandes partidos políticos: el Liberal y el de Unión
— 182 —
Omttknoümalk Por bajo aparecieron, para luego díeoh
el Waeimaly el D moer ático. Yusera de todos «lio*
taren en actitud y disposición muy distintas toe
gentes de la vieja oolonia y loe intransigente* del
ratiemo.
£1 programa del partido de ünián Cmutiiucionai, fué el
d t guíente:
Aplicación íntegra á las provincias de Cnba de !a Cons-
titución de la Monarquía, la oaal distribuye y ordena las
funciones de los Poderes públicos, y garantáis la libertad
da imprenta, la de reunión pacifica, la de asociación para
04 fínes de la vida humana, la de petición y loe demás
derechos que reconoce á los españoles.
Aplicación á Cuba, en el sentido de la postóle y racional
ilación á las demás provincias españolas, de las leyes
i ue se hayan diotado ó se dicten para asegurar «l respeto
reciproco de los derechos á que se refiere el párrafo ante-
rior, conforme á la propia Constitución, y de las orgánicas
agentes en la Península, asi como de cuantas otras en
ella se promulguen.
Leyes especiales dentro del mismo criterio de asimilación 9
■ >n relación á los intereses particulares de Cuba.
Remoción de todo obstáculo que impida el Ubre ingreso
en los destinos públiooe á cuantos españoles tengan aptitud
y ara ellos, onalquiera que sea el lugar de su nacimiento.
Nueva ley, eficaz, de responsabilidad judicial, y medidas
¿ue aseguren la moralidad en todos los ramos y servicios
lía la administración.
Cne«Uó« ec*«4alea
Supresión del derecho de exportación.
Reforma arancelaria en el sentido de la posible rebaja de
ierechos, especialmente en los artículos de primera neos-
eidad ,
Celebración de tratados entre España y las potencias
extranjeras, en particular con los Estados Unidos, mercado
principal de nuestros frutos, sobre bases de amplia recipro-
cidad que favorezcan los intereses agrícolas» mercantiles y
fabriles de Cuba.
— 183 —
Aplicación d# medidas que faciliten nuestro comercio con
los puertos nacionales hasta llegar á la declaración de ca-
botaje.
Especial defensa de la producción agrioola y de la indus-
tria manufacturera de nuestro tabaco*
Arreglo definitivo de la Deuda pública.
Rebaja racional en los impuestos y reparto equitativo de
los que debían subsistir.
Economías en los gustos públioos.
Atención preferente á la reconstrucción de las comarcas
asoladas por la guerra:
Abolición de la esclavitud, con arreglo á las bases esen-
ciales de la ley Noret, modificada en su plazo, en el limite
que permitan las necesidades morales y materiales del país*
y convenientemente adicionada en todo lo que tienda a fa-
vorecer la condición de los siervos que aún queden en ese
estado, después de la promulgación de aquella ley, sin in-
demnización pecuniaria á los propietarios.
Inmigración encomendada á la iniciativa particular y
eficazmente protegida por el Estado, en condiciones de li-
bertad de contratación; atendiéndose asi á la necesidad de
braceros que experimenta el país, y facilitándose la resoiu*
«ion del problema social. >
El partido liberal de Cuba compendiaba en esta forma su
programa:
Exacto cumplimiento del art. 21 de la ley Moret, en su
primer inciso, que dice asi: «Ei Gobierno presentará á las
Cortes, cuando en ellas hayan sido admitidos los diputados
de Cuba, el proyecto de ley de emancipación indemnizada
de los que queden en servidumbre después del planteamiento
do esta ley. • Reglamentación simultánea del trabajo de color
libre y educación moral é intelectual del liberto.
# Inmigración blanca exclusivamente, dando la preferen-
cia á la que se haga por familias, y removiendo todas las
trabas que se oponen á la inmigración peninsular y extran-
jera; ambas por iniciativa particular.
Cmftrtló» política
Las libertades necesarias.— Extensión délos derechos
\
— 184 —
individuales que garantiza el titulo I de la Constitución é-
todos los españoles, á saber: Libertad de imprenta, de re-
unión y de asociación. Inmunidad del domicilio, del indi-
viduo, de la correspondencia y de la propiedad. Derecho
de petición.— Además la libertad religiosa y la de la cien-
cia en la enseñanza y en el libro.
Admisión de los cubanos*, al par que los demás españo-
les, á todos los cargos y destinos públicos, con arreglo al'
art. 15 de la Constitución.— Inmediata entrada en el escala-*
fon general de los funcionarios de justicia, del ramo de ins-
trucción pública y de las demás carreras administrativas*
Aplicación integra de las leyes municipal, provincial,
electoral y demás orgánicas de la Península á las islas de
Cuba y Puerto Rico, sin otras modificaciones que las que
elijan las necesidades é intereses locales, con arreglo al
espíritu de lo convenido en el Zanjón,
Cumplimiento del art. 89 de la Constitución, entendién-
dose el sistema de leves especiales que determina, en el
sentido de la mayor descentralización posible dentro dé la
unidad nacional.
Separación é independencia de los poderes civil y militar..
Aplicación á la isla de Cuba del Código penal, de la ley
de Enjuiciamiento criminal, de la ley Hipotecaría, de la-
del Poder judicial, del Código de Comercio novísimo y da*
más reformas legislativas con las modificaciones que exijan
los intereses locales. — Formaoión de un Código penal.
Supresión del derecho de exportación sabré todos Ios-
productos de la isla. .
Reforma de los aranceles de Cuba, en el sentido de que
los derechos de importación sean puramente fiscales: des*
apareciendo los que existan con el carácter de derechos
diferenciales, sean específicos ó de tandera.
Rebaja de los derechos que pagan en las aduanas de la
Península los azúcares y mieles de Cuba, hasta reducirlos
á derechos fiscales.
Tratado de comercio entre España y las naciones ex-
tranjeras, particularmente con los Estados Unido», y sobre-
la base de la más completa reciprocidad arancelaria entre
aquélla y Cuba, y otorgando á todos los productos extran-
jeros en las aduanas y puertos de la isla, las mismas fran-
quicias y privilegios que aquéllos conceden á nuestras pro-
unciones en los suyos.
- ¡** —
Conversión de U Dea da. Reparación del crédito público.
Liquidación de la cuenta con el Banco Español de la Ha-
bana* i
El partido democrático r como su nombre indica, era máa
radical y sus fórmulas revestían un carácter más teórico.
Pretendía todas las libertades, el sufragio universal, la abo-
lición de la pena de muerte, e1 Jurado, la autonomía mu-
nicipal, la bu presión de loa derechos diferenciales de bande-
ra y otras instituciones que no existían en la Metrópoli,
¿demás la abolición de la esclavitud. — El partido nacional,
en cambio, se limitaba á pedir la completa identidad da
Cuba y las provincias peninsulares.
Estos dos últimos partidos nunca tuvieron verdadera fuer*
a y ee disolvieron á poco de sn constitución, entrando la
mayor parte de sus individuos en el partido liberal y que-
dando otros á modo de activos propagandistas, y solo por
algún tiempo, en la redacción del periódico La Discusión.
No bastaría lo dicho para formar exacto juicio de los dos
grandes partidos antes mencionados. Hay que afiadir, 1.°
que en el constitucional formaron casi todos los penin-
sulares que en Cuba se ocuparon de cualquier modo de
política, asi como los funcionarios públicos, y en el literal
la casi totalidad de los nacidos en Cuba. 2.° que el Gobier-
no y las autoridades se decidieron resueltamente por el par*
üdo constitucional, y 3.° que tanto por esto como por otras
varias circunstancias, entrambos partidos modificaron antes
de tres afios sus respectivos programas tomando el literal
' el sentido democrático y autonomista, y el constitucional t el
centralista y conservador.
Dio mucha acentuación á este último el ingreso en el
mismo de los intransigentes reaccionarios, cuya represen-
— 196 —
i c ¡6a llevaba el periódico titulado La Vez ie Cpia. En
cambio se adhirieron al partido literal muchoe de loe anti-
guos convenidos del Zanjón, quedando el separatismo re-
ducido á un pequeño grupo de créticos y pesimistas, dentro
de la isla, y á m* circulo poco extenso y de escaso influjo de
intransigentes revolucionarios que se establecieron en loa
Estados Unidos de América y en las costas del Golfo de
Mejioo, fiando el logro de sus esperanzas, principalmente,
en ¡apolítica del Gobierno español.
El partido conservador ó constitucional se declaró servi-
dor de todos los Gobiernos de la Metrópoli, afirmando que
sus soluciones eran extrañas á todo esclusivismo político,
¿fregó que su devoción á la Madre patria era insuperable
y aun pretendió tomar el nombre de partido español.
De todas estas pretensiones la positiva y justificada fuó,
□ duda, la referente á la devoción de los constitucionales á
la Metrópoli. Eso es incontestable. Sin que el reconocimiento
de esta virtud implique el aplauso á los excesos con que bas-
tantes veces y por efecto de la dirección que aquellos elemen-
te» tuvieron, afearon y comprometieron su causa.
A aquella devoción los llevaban convicciones profundas,
sentimientos muy vivos é intereses tan manifiestos como
respetables. Los peninsulares de Cuba, trabajadores, eco-
nómicos, entusiastas, merecedores de grandes respetos y
simpatías, sin los cuales no se comprendería la vida cubana,
y que en aquella isla pasan, quizá, de 200.000, tienen en la
Península á susiamilias por ellos cariñosamente atendidas y
acarician constantemente el deseo de volver al seno de estas,
después de veinte ó mas años de gran labor, para gozar* en
el país natal, bien que recordando siempre á Cuba, del truto
de sus sacrificios y economías.
— 1W —
Pero no es exacto que el programa de los constitucionales
revistiera el desinteresado carácter político de que muchos
de éstos han hablado, ni puede pasar por indiferente la prev
tensión de asumir la total representación de España.
Sin disentir ahora la bondad 6 maldad del programa, y so*
toe todo do las prácticas del referido partido de Untan Con*-
Utuáonal, no se necesita gran esfuerzo para demostrar que
ambas cosas son de puro y eminente carácter conservador.
Lo mismo en Cuba que en la Península, que en todas
partes.
Los constitucionales pretendían que sus soluciones y sus
procedimientos eran los únicos para mantener el imperio!
de España en las Antillas; por el contrario, los autonosais-
tas aseguraban que lo más eneas para esto era su programa.
Pero sobre la voluntad y las pretensiones de los unos y
los otros está la naturaleza misma de las afirmaciones he-
ehas por ambas partes. En tal sentido es un verdadero abuso
de la inocencia pública, el aventurar que el sufragio res-
tringido, la centralización administrativa, la previa cenen*
ra, los delitos especiales de imprenta, el patronato y otras
•osas por el estilo, amparadas por los constitucionales cu-
banos, eran de cerca ni de lejos compatibles con el criterio
democrático.
De otra parte, la política de \ñss procedencias ha sido im-
posible en las colonias de cierta cultura. Solo prescindiendo
de ella ha podido Inglaterra sostener su bandera en el Ca-
nadá, el Cabo, la Australia y las Antillas, después del te-'
rrible fracaso de la política contraria en las trece colonias
de Norte América. La pretensión de un partido español su
tierra española es una imprudente invitación á los que ft<>
comparten todas las opiniones y los intereses más ó
— 1*3: -r-
oontingentes y defendibles de aquel grupo política, á tomar
La bandera de la rebeldía ó del extranjero. Imposible imagi-
nar cosa más contraproducente.
No digo nada cuando aquellas pretensiones son ealorisa»
das por las autoridades de la Metrópoli, Obligadas por
altos motivos de prudencia, á mantenerse en el fiel de la.
balanza entre los partidos coloniales. En nuestra política.,
antillana se ha llegado al extremo de las candorosas decla-
raciones del señor Conde de Tejada de Valdosera, sobre la
finalidad de la ley electoral de su época y á la exaltación
del 8r. Romero Robledo al ministerio de Ultramar, Agu-
jando á la cabesa de los diputados de la Unión Constitu-
cional de Cuba, y siendo uno de los más comprometidos,
como tal diputado, con los elementos intransigentes da
aquella isla.
Pero á veces el exceso del mal trae el remedio. Quisa na
entraron por poco esas exaltaciones y sus inmediatas con-
secuencias allá en Cuba, para el movimiento llamado econó-
mico, que se produjo en la Orando Antilla hacia 1892,
contra el régimen arancelario y las medidas financieras* de
los conservadores y del propio 8r. Romero Robledo, y
para que la formidable protesta contra estos errores encon-
trara especial acogida en el partido liberal peninsular, 4
cuya proteoción indudablemente, dígase lo que Be quiera, so
debió, por modo considerable y quisa decisivo, la formación
del partido reformista cubano en 1894.
Bn este partido ultramarino, que apareció á los conden-
sos como una disidencia, ó mejor, un desprendimiento del
constitucional entraron muchos peninsulares y bastantes
(insulares. Su raís estaba en el movimiento cconónUco: su
sentido era tibiamente autonomista, y sus pretensiones se
— 139 —
reducían á ocupar un término medio entre los autonomista*
y loe constitucionales.
Hoy existe este partido reformista (todavía pooo fuerte i)
«mía pretensión de ser el inspirador de las últimas refor-
mas de 1S96. La pretensión es excesiva. Podría contentarse
con el papel de valioso oooperador. T buena prueba de ello
as el programa del partido, que lleva la fecha de 30 de Oc-
tubre de 1894.
He aquí sus principales conceptos:
Fiel y exacta observancia de la Constitución del Estado,
que reconoce y garantiza los derechos Individuales y pro*
dama la necesidad de que las provincias de Ultramar sean
gobernadas por leyes especiales, sin perjuicio de la autoh
ación que concede el Gobierno para aplicar á las misma* ,
son las modificaciones que juzgue convenientes y dando
cuenta á las Cortes, las leyes promulgadas ó que se pro-
mulguen para la Península.
Aplicación á esta Isla de todas las leyes que se hayan
¿jetado ó se dicten en la, Península para asegurar el res-
peto reciproco de los derechos que reconoce el titulo I de
la Constitución, y de las orgánicas, sin otras modificado
oes que las estrictamente indispensables, reclamadas por
la naturaleza ó por las costumbres, con sujeción al mencio-
iado criterio de especialidad.
1 Extensión del derecho electoral para Diputados á Cor-
tes, Provinciales y Conoejales á todos los españoles naci-
do) ó residentes en Cuba, según lo aconsejen y reclamen
las condiciones de la Isla, y en relación oon las institucio-
nes que en este sentido rijan en la Península.
Aprobación é inmediata promulgación del proyecto de
Ley presentado en el Congreso de los Diputados el dia I
<le Junio último, para el Gobierno y Administración Civil
de esta Isla y la de Puerto Rico.
8in perjuicio de las reformas que pueda demandar en lo
futuro la nueva organización provincial, y que la expe-
riencia aconseje, habrá detener !a Diputación, entre otras,
facultades para aprobar las cuentas de los Mnnicipios; re-
visión y apelación de los acuerdos de estas Corporaciones
•— 190 —
que no sean de la exclusiva competencia de las mismas, y
demás asuntos de administración local; la de nombrar jr
separar todos sos funcionarios y dependientes; todo lo con-
cerniente á la administración y fomento de los intereses
morales y materiales de la Isla, en cuanto por la Ley Mu""
ti ic i pal & otras especiales no corresponda á los Ayunta*
mientes, Gobierno General ó Gobierno Supremo; la de dio*
tar disposiciones de carácter general y obligatorio para to*
da la Isla en materia de Instrucción, Obras públicas, esta-
blecimiento de Bancos y Sociedades, contratación de em-
préstitos y otros análogos; la de discutir y proponer, en su
caso, al Gobierno General ó Gobierno Supremo, cuanto
crea conveniente á los intereses de la Isla y no sea de su
competencia; la de informar acerca del establecimiento de-
nuevos impuestos, modificación de los existentes y cual-
quiera otra medida de carácter financiero; y la de propo-
ner al Gobierno General la creación, modificación ó supre-
sión de cualquier impuesto local.
Constitución del Consejo General de* Administración,
con Jas facultades que le concede el proyecto de reformas»
del señor Maura, acentuándose en forma directa la parte-
electiva del mismo.
Ley que determine las atribuciones del Gobernador
General de la Isla, su responsabilidad, gerarquía y circuns-
tancias personales para su nombramiento, sin excluir nin-
go na de las clases del Estado.
Ley de empleados públicos, que solo autorice el ingreso
en las carreras civiles á los españoles establecidos en Cuba,
sin distinción de procedencias, en quienes concurran deter-
minadas circunstancias, reservando al Gobierno Supremo<el
nombramiento de los jefes de Administración y jefes de las-
dependencias provinciales, y haciéndose los demás nom-
bramientos por el Gobierno general.
£ jamen y revisión de las ooentas correspondientes al pre-
supuesto de la Isla, en forma que puedan ser ultimadas bre-
vemente dentro del organismo de su administración looal.
Ley del Jurado.
Reorganización de los servicios, administración y reduc-
ción de los gastos públicos.
Derogación inmediata de la Ley de Relaciones comer*
cíales, mientras tanto no se establezca la libertad oomerciat
con la Península.
— 191 —
Reforma Ai an celaría hasta llegar á un arancel paramen-
te focal, sin perjuicio déla* legítimas necesidades del Te-
soro; y reforma asimismo de las Ordenanzas de Aduanas 7
da Ja Comisión Arancelaria.
S opresión del derecho de exportación.
Celebración de tratados especiales de comercio qne re*
guien las relaciones de esta Isla con las naciones extraiga*
ns.
Revisión de loe actuales, especialmente del concertado
con loa Estados Unidos, á fia de obtener facilidades para
el tabaco y libertarlo de los defectos de qne adolece.
Libre venta del tabaco en la Península, previo pago de
loa derechos correspondientes.
Supresión absoluta de todo impuesto sobre el tabaco ela-
borado.
Suspensión del impuesto industrial qne pesa sobre el
mear-
Ley que organice el crédito agrícola en condiciones efi-
cicee para el fomento de la agricultura; y reforma de la
de Enjuiciamiento civil en beneficio de las haciendas co-
muneras, para hacer posible, por medios breves 7 econó-
micos, la división i inscripción de las mismas.
Liquidación definitiva de la Deuda y arreglo de la mis-
ma, que disminuya su interés y prometa llegar á una anua-
lidad compatible con la renta pública y las necesidades del
país*
Creación de un régimen monetario bien ordenado.
Revisión por un tribunal especial, y en plaso breve y
determinado, de los expedientes de clasificación de las ola-
sea pasivas, y nueva forma de pago á las mismas, qne rea-
petando los derechos adquiridos, permita aliviar esta carga
anual del presupuesto.
Ese programa no ha sido rectificado oficialmente hasta el
dk. Fero hay que reconocer que las circunstancias han
impuesto últimamente una gran acentuación al partido r#-
fonttütüy bien metidoya en la jurisdicción de los partidarios
dala Autonomía colonial*
XII
£1 partido autonomista cubano se nutrió, como antea he
dicho, con la gente del país. En este sentido pudo aventu-
rarse la afirmación deque Cuba et autonomista. Tanto por
esto, como por el género de oposición de los constituciona-
les, y por el error de las autoridades de Cuba y la polí-
tica del Gobierno de Madrid (quisas tamtién por una
inclinación defectuosa de toda la política americana), el tal
partido pecó algo de particularista. Esto (que es muy difí-
cil que se vea con claridad en las Antillas) le quitó algunos
medios, sobre todo en la Metrópoli, donde, sin embargo, se
hablan de recabar por decreto de la opinión pública y por
la decisión de los partidos nacionales, todas las reformas
que necesitaba Cuba.
No he creído jamás que el partido autonomista cubano'
ftiera poco español. A. mi juicio (y creo tener muchos da-,
tos para pensar asi), ese partido es español, pero de otro modo
que el partido de Unión Constitucional. Y he aventurado
varias veces, en altos círculos políticos y en momentos bien
critico?» la especie de que el interés permanente de España
palpitaba en aquel partido avansado mis que en los otros,
«pyo patriotismo y faena no he puesto en dada. — El
autonomista cubano no era ni podía ser revolucionario. Para .
creer otra cosa se nsoesita desconocer la economía de la so*
cíedad antillana, lias para los autonomistas cubanos, hi-
jos de aquel país, y gente nerviosa, inteligente, entusiasta»
tpava, de fantásticas aspiraciones y destinada á vivir y
morir en las Antillas, Cuba estaba apto que la Península,
íi más ni menos que para la generalidad de los península»
sÑel problema se ponía al contrario, considerando á la Pe-
ájanla, no ya como la totalidad nacional, sino como un
termine» de diferenciación dentro de ésta y en relación con
la Colonia estimada en grado inferior.
; cCuba no necesita favores— de ninguna extraña tierra; —
m Cuba todo se encierra: —Cuba es un jardín de flores...—
dice el anónimo y popular poeta, con la misma espontanei-
dad y la propia jactancia que por aquí gastan los catalanes
y aun los gallegos cuando hablan (y lo hacen 4 toda hora)
fohkfatria chica. Lo extremoso del cantar y de la preten-
.(ión se palpa.
De sentimientos tan distintos y de objetivos tan diversos
faja harmonía es posible, oomo he de explicar enseguida,
resulta uno de los primeros problemas de la colonización.
Ciego será quien no lo vea. Se ha producido en todas par-
toe y en todas ¿pocas. No hay más que leer el Informe de
Jord Durham sobre el Canadá y el Ensayo de Humboldt
pobre Méjico.
, Es evidente que en los primeros períodos de la vida de
jas colonias el problema tiene una importancia muy se-
condena. Nadie puede, discutir la superioridad, no ya de
Ja Metrópoli, sino do los elementos de diversa clase que
— 194 —
r «presentan á ésta en la colonia. Pero miando la oolonia h*
progresado al pnnto de que la gente del país valga tanta '
i no la de la madre Patria, y la comarca rivalice en ri-
quesa y esplendores con la mejor de la Metrópoli, el pro»
blema adquiere soma gravedad, que se centuplica si el Go-
> mo se empeña en sostener por medios artificiales y .
de ley la inferioridad de los colonos. Resolta entonces'
lo qoe pasó en los Estados Unidos de América antes da
1787; lo que sucedió en el Canadá en 1836; lo que pas&
eu el Cabo en 1860; lo que ocurrió en Santo Domingo
en 1789; lo que ocurrió en las Antillas francesas en 18M*
1804 y 1848; lo que pasó en el Brasil en 1820; lo que su-
cedió en la Plata en 1811; lo que sucedió en Méjico en 1821,
y lo que pasó en Venezuela y en el Perú en 1812 y 1821
respectivamente. La lección de puro repetida deberla estar
casi olvidada.
No hay, pues, que esquivar la dificultad. Ella se impona.
El problema está en reducir la aparente antinomia; en
poner por cima de los exclusivismos de la Península y da
las Antillas, la gran patria española, cuyo interés supre-
mo es uu interés del mundo político contemporáneo. T pa-
ra esto, la solución autonomista no tiene rival. No lo digo
yo, autonomista 3Íncero y espafiol reflexivo, de toda la vida;
lo dice el mundo todo; lo dicen todos los tratadistas de esta
época; lo evidencian todas las experiencias extranjeras; la
proclama la actitud de los Gobiernos extranjeros de
días, frente al conflicto de Cuba; lo reconocen los
conservadores y liberales españoles, que al cabo se indinan
á eeta solución, aunque prescindiendo cuidadosamente da
«aquellos que trajeron las gallinas».
Pero de todos modos, por cima de la posible flaqueaa 4
— 195 —
del «pinato del error de la politice autonomista (no me
interesa ahora profundizar este punto), estaban en Onba
la bondad y eficacia de la doctrina. La fórmala de 1878,
^Kplieada extensamente en el Manifiesto (1) de 1 .° de Agos-
to de 1878, {né sustituida por la Deolaraoión de 22 de Mayo
de 1881 y por los acuerdos de la Junta Magna del partido
{única oelebrada en la Habana), de 1.° de Abril de 1882,
luego desenvueltos por la Circular de la Junta Central de
21 de Junio del mismo año.
La Declaración de 1881 fué de inmensa transcendencia.
La hiño el periódico El Triunfo% órgano del partido, en un
monado y elocuente articulo (de su redactor D. Antonio
Gcvin), titulado Nuestra doctrina. El articulo, de franco
SBBtido autonomista, fué denunciado ante el Tribunal de
imprenta, como atentatorio á la Constitución del Estado. £1
Tribunal lo absolvió en 31 de Mayo: fallo que en la histo-
ria política de Cuba representa lo que fallos análogos de
1868 y 65 en la Península significan en la historia de la
democracia española. Desde aquel instante vino á tierra el
peejuieio de les partidos legales é ilegales de Cuba, y quedó
garantizada la propaganda de la Autonomía. A poco el Mi-
nistro de Ultramar, D. Fernando León y Castillo, promul-
gó la ley de reuniones en las Antillas. Grande aplauso me-
nee por tan generosa y política resolución.
El contenido del articulo del Triunfo faé ratificado y
ampliado por la Circular déla Junta de 21 de Junio de 1882.
Beso días antes la Junta Magna habia dicho lo siguiente:
(9 Todot «ata* documentos consta* en el Apéndice de mi Ubre, La
Autonomía colonial #» Soparía. Un volumen. Madrid, 4892.
— 19*
La Junta Magna, considerando que el credo y las aspi-
raciones del partido liberal (asi se llamaba entonces el
autonomista) son constantemente objeto de las más gra-
tuitas imputaciones en esta Isla, y sobre todo en la Metro»
poli, juzga conveniente resumir sus propósitos en las si»
guiantes afirmaciones:
ti * Identidad de derechos civiles y poli ticos para
los españoles de uno y otro hemisferio, debiendo regir,
por tanto, en esta lela, sin cortapisas ni limitaciones, .
la Constitución del Estado, expresión suprema de la uni»
dad é integridad de la Patria común, que constata»
\f ti los altos y fundamentales principios del partido li-
beral.
>2.* Libertad inmediata y absoluta de los patrocina-
dos.
»3.* Autonomía colonial, es decir, bajo la soberanía y
autoridad de las Cortes con el Jefe de la Nación y para to-
dos los asuntos locales, según las reiteradas declaraciones
de la Junta Central, que solemne y deliberadamente rati-
fica esta Junta Magna, de modo -que manteniendo loa-
amplias principios de responsabilidad y representación lo*
cal , se afirmen los elementos necesarios del régimen auto-
nómico, el cual irrevocablemente está consagrado el parti-
do liberal.
1 4 .* Considerando que el carácter local del partido está.
sirviendo de pretexto para torcidas interpretaciones, al ex-
tremo de ponerse en duda el carácter de los principios quo
profesa destaro de la política nacional, la Junta Magna,
rectificando las manifestaciones reiteradas de la Junta.
Central, declara:
Que el Partido liberal de Cuba ba profesado siempre y
profesa los principios de la dimooraoia ubiral in toda.
su pureza y por lo tanto, los Senadores y Diputados del
partido liberal podrán, cuando lo juzguen oonvenieata, unie-
se á los grupos parlamentarios que tengan por fin, póbuba»
y solemnemente declarado, llevar á la esfera de las leye*
los principios democráticos, cuidando siempre de sacar L
salvo la INTEGRIDAD DI LA DOCTRINA QUE SUSTENTA EL PAJE-
TIDO LIBERAL y SU devoción á la FÓRMULA DE GOBIERNO
local que ha mantenido y mantiene. >
Insistiendo en e$taa declaraciones, la Circular de 21 do
Junio de 1882 dice lo siguiente:
— 1*7 —
fTres principios fundamentales integran la doctiina que
sustenta el Partido liberal en lo tocante á la organisa-
ción y atribuciones de los Poderes públicos en esta Isla.
Y son:
1.° La soberanía de la Metrópoli, sin la cual no cabe la
existencia de la colonia.
2.° La representación local, qne da forma en el
dominio del derecho y en la eefera de los intereses á la
personalidad de la colonia en lo qne 4 sa vida interior
atañe*
3.° La responsabilidad del Gobierno colonial, garantía
de recta administración y de respeto á las leyes.
A cada nno de ellos corresponde respectivamente nca ins-
titución: 4 la soberanía de la Metrópoli, el Gobierno Gene-
ral; á la representación local, la Diputación insular; á la
responsabilidad, el Consejo de Gobierno. De esa suerte se
conciertan en cabal armonía, y dentro de un orden es-
tablecido, legítimos derechos de la Nación y los de la co-
tana.
Es el Gobierno General representante y delegado del
Gobierno de la If ación. A este incumbe su nombramiento y
.«paredón, en el orden polltioo, ante él es responsable única
j exclusivamente. »
Después de las declaraciones de 1 882, la Directiva auto-
nomista habanera ha publicado muchos otros documentos,
que estimo innecesario reprodacir. T con ellos hay que
relacionar las declaraciones de sus correligionarios y repre-
sentantes en el Parlamento español. No hay medio de su-
primir esto, oomo quisa algún intransigente haya imagina-
do, reduciendo todo el escenario al territorio antillano y
toda autoridad á los elementos populares. £00 estarla fuera
de toda la política conocida.
Imposible traer aquí siquiera los extractos de la vigoro-
sa campaña, que por espacio de 20 años hicieron en las
Cortes los diputados y senadores autonomistas. Responden
á las declaraciones de la Habana de 1882 y su influencia
sobré la opinión pública de la Península fné naturalmente
y
-.198 —
mayor que la de la directiva habanera, por cnanto la acción
de esta, por varios motivos, salió muy poco del circulo de la
Grande Antilla.
El programa de la Minoría autonomista de Gnba y
Puerto Rico se consignó en el breve discurso qne por
las reiteradas alusiones de otros muchos diputados y
por encargo expreso de mis dignos compañeros de la citada
representación antillana, tuve el honor de pronunciar
del 12 de Julio de 1879; esto es, en las primeras sesiones
en la sesión de las Cortes á que concurrieron por primera
vez, después de 1836, los diputados de Cuba. Discutíase el
Mensaje de contentación al discurso de la Corona. Y enton-
ces la Minoría autonomista se expresó de este modo, con-
testando á una pregunta del Sr. D. Costino Hartos sobre
loa propósitos y antecedentes del autonomismo antillano y
de ñus representantes en Cortes:
cSi se tratara de mi sola persona, la pregunta (la del se*
ñor Martos) seria perfectamente ociosa. Yo soy lo que he
sido siempre, yo represento lo que he representado siem-
pre, sin vacilaciones, ni arrepentimientos, ni miedos, ni
impaciencias, luchando unas veces acompañado y muchas
enteramente solo. Yo vengo á defender aquí absolutamen-
te lo mismo que he defendido en doce años de constan-
te bregaren )a prensa, en la cátedra, en el meeting, en
el Parlamento, donde he firmado todas las soluciones de
la libertad y de la democracia, principiando por la abo*
lición inmediata de la servidumbre, para cuya defensa
el 8r. Cánovas se ha permitido decir que se necesitaba
un triste valor Mi valor, Sr. Cánovas, no es ni triste ni
alegre: es el valor de convicciones honradas que deben
imponer á S. S., como á todo el mundo, el más profundo
respeto.
Pero ahora soy uno de los Diputados de Cuba, y en este
momento represento con el Sr. D. Calixto Bernal, eminente
publicista y uno de los fundadores de la democracia espa-
ñola, y con el Sr. Portuondo, una de las ilustraciones de
— 199 —
«rostro cuerpo de ingenieros militares, y que ha hecho la
rada campaña de Cuba, al partido liberal y democrático de
la grande Antilla. En nombre de ellos y en el propio mió
hablo, para que desde luego se sepa cuál es nuestra ban-
dera.
Nuestra base la constituyen las leyes existentes, verda-
dero* compromisos eon el mundo culto, afirmaciones so-
lemnes recogidas por los Gabinetes extranjeros y por la
opinión de nuestras Antillas. En primer término el estric-
to cumplimiento del art. 21 de la ley dicha Moret, de 23
de Junio de 1870, en el cual se establece «que el Gobierno
presentará las Cortes, cuando en ellas hayan sido admitidos
les Diputados de Cuba, ¿1 proyecto de ley de emancipación
indemnizada de los que queden en servidumbre después del
planteamiento de la ley citada.» Solo que nosotros entende-
mos que esa abolición ha de ser inmediata y simultánea y
porque asi lo piden la ciencia y el derecho, asi lo aconseja
la historia de todas las aboliciones contemporáneas, asi lo
exige la gloriosísima experiencia abolicionista de Puerto-
Rico de 1873, asi lo suponen las explicaciones dadas y los
ofrecimientos hechos después de aquella fecha y en vista de
aquel suceso por Gobiernos conservadores de España á Ga-
binetes extranjeros, y asi, en fin, parece absolutamente inex-
cusable después del art. 3.° de la pas de Zanjón*, que reco-
noce explícitamente tía libertad á los esclavos ó colonos
asiáticos que se hallaban en las fias insurrectas» .
De otra parte venimos á pedir el estricto cumplimiento del
art. 89 de la Constitución vigente de 1876, que establece
tque las provincias de Ultramar serán gobernadas por le-
yes especiales » No somos, por tanto, paitidarios del rigoro-
so sistema de asimilación: queremos una legislación especial
que consagre de nn lado la más amplia descentralización
política y administrativa bajo la unidad nacional y supues-
ta la integridad,, y de otro lado los principios económicos
más expansivos que por medio de la supresión de los dere-
chos de exportación, la declaración del cabotaje, y sobre
todo los tratados de comercio, conduzcan á la abolición
gradual de las aduanas.
Y como complemento de todo esto, la estricta, la rigurosa,
la leal observancia por parte de todos, del Gobierno, del
pueblo de la Metrópoli, de las colonias, de la letra y sobre
todo el espiritu de la digna y felicísima paz del Zanjón,
{tonto de partida y término de referencia del partido libe-
val y democrático de Cuba.
Pero debo advertir algo más: nosotros venimos aquí con
14
— 200 —
un propósito de concordia, y en tal concepto no hemos de-
oponernos á fecundas inteligencias y dignas transacciones
en lo qne se refiere á formas y procedimientos, siempre que
se mantenga )a pureza del principio. Nosotros asimismo
pretendemos velar y hacer en obsequio de los intereses
creados todos los sacrificios compatibles con la justicia, á
la cual rendimos culto incondicional y fervoroso.
Con tales ideas hemos entrado y nos hallamos en esta
Cámara los diputados liberales de Cuba, despees de una
atisencia de cerca de cincuenta años del Parlamento espa-
ñol. Nosotros, que vemos la urgencia de todas estas refor-
mas, deseamos que sé discutan inmediatamente y por gran*
des que sean los rigores de la estación, so héroes do
desamparar nuestro puesto; pero ¿nos cumple la iniciativa^
Lo hemos pensado detenidamente. De ninguna suerte, y
eflto por dos motivos.
Os he dicho, señores diputados, que nosotros queremos
que la legalidad que ahora se cree en las Antillas sea una
obra de concordia. Nosotros queremos el concurso de todos,
el sacrificio de todos, la adhesión de todos; y para llevar
la voz y la dirección de este empeño, nadie como un Go-
bierno que independientemente de su carácter político,
por su naturaleza, representa ó debe representar el interés
común.
Además, las reformas de Ultramar tienen la desgracia
de venir siendo prometidas hace cincuenta años, aplazán-
dose su realización, de modo que pasa por corriente fuera
de nuestra patria la afrentosa especie de que España en
este punto jamás Ha de cumplir lo que promete. T nosotros
queremos dejar toda la iniciativa al Gobierno, para que
resulte claro que la entidad nacional, en su representación
más genuina, es la que produce espontáneamente las leyes
que han de salvar á nuestros hermanos de América, y nun-
ca aparezca por modo alguno que esas leyes son el resultado-
de las reclamaciones incesantes de los diputados de las pro-
vincias trasatlánticas.
Patrióticamente, pues, cedemos la iniciativa. Pero la
cosa tiene un término que el deber nos impone y la con-
ciencia nos grita. He dicho que nosotros, y con nosotros
todos los diputados de Ultramar seguramente, estamos dis-
puestos á permanecer aquí este verano. Yo buen sacrificio
haré, porque mis excesivos trabajos del invierno me piden
siempre un largo descanso. Pero no importa. Aqui estamos
todos. Sin embargo, parece como que el Gobierno no oree
oportuno traer los proyectos en estos instantes. No sé lo»
— 201 —
motivos; supongo que sean poderosos y desde luego me
allano á su resolución. To fio macho en las dignas personas
que preside el Gabinete y si ministerio de Ultramar. Pero
si en la próxima campaña parlamentaria esos proyectos no
vinieran, yo anuncio desde ahora nuestra resolución formal
de recoger la iniciativa que hoy cedemos y de plantear vi-
rilmente es e'. seno de las Cortes todos y cada uno de los
problemas ultramarinos.
Voy á terminar. £1 señor Presidente de esta Cámara, al
tomar posesión de su elevado cargo, tuvo á bien dirigir á
les diputados cubanos un cariñoso saludo que luego han
repetido otros señores diputados. Yo lo devuelvo ¿ todos
con profunda gratitud por tan afeotuosas frases, y no' he
menester añadir que en nosotros han de encontrar siempre
vtlnntad decidida para servir los altos intereses de la pa-
tria.
Hoy repetía esas frases cariñosas el señor, presidente del
Constjo de Ministros, con el cual yo no he tenido hasta
ahora el honor de cambiar ni la palabra ni aun el saludo,
daícnal me separan en la política general de mi patria
verdaderos abismos, pero hacia el cual me llevan las pro-
fundas simpatías personales, Hace poco uníase mi aplauso
al de toda la Cámara, mi espíritu se asociaba á las honra-
das, á 1*8 generosas frases con que 8. S. explicaba esa gran
política que yo siempre he recomendarlo, y que por medio
de la guerra ha conducido a la pac del Zanjón; y esta mis-
ma simpatía que S. 3. me inspira, me autoriza á desear en
vos alta que 8. 8. no se contente con pasar por un hombre
de corazonadas, sino que sea realmente un hombre de ca-
rielsr. La voluntad no se demuestra queriendo un poco
ahora y otro poco luego, sino queriendo bien, queriendo
mucho, y sobre todo queriendo siempre. Y je me temo que
entre los amibos de 8. 8. haya bastantes que en muchas
cosas, y particularmente en estas ultramarinas, deseen que
el general Campos y el pacificador del Zanjón quiera solo
d ratos.
Lo sentiría de veras» por 8. 8. desde luego, y sobre todo
por mi patria, que harta de voces y golpes, bien necesitada
está de caracteres (1). »
Dieciseis años después — el 13 de Febrero de 1895,— la
(1) De análogo modo habló después el Sr. Portuondo, en la sesión
da 4 de Febrero de 1880.
— 202 —
minoría autonomista tuvo que explicar nuevamente sa con-
ducta. Llevamos entonces la voz de la minoría el Sr. Mon-
tero y yo, y repetimos, con ligeras variantes, las mismas
declaraciones de 1879. Entonces dijimos (como luego 89
verá más en detalle) que éramos radical y profundamente
opuestos á todo pesimismo y á la política del todo ó nadat y
que dominados por un espíritu de concordia y cou la per*
fecta conciencia de la superioridad de nuestra doctrina' y
de que todas las soluciones bien intencionadas y progresi*
vas del problema colonial conducirían á nuestra definitiva
victoria, asi como de que á medida que establecieran liberta-
des y sustituciones progresivas, éstas exigirían complemen-
tos y desarrollos que solo podüí dar nuestra escuela ó nuestro „
partido, nos .prestábamos de buen grado á facilitar, 'con
perfecta sinceridad, la instauración de todas las mejoras
que se hicieran por nuestros adversarios eu el vigente or»
den legal de nuestras Antillas. Llegamos á más y fué á fiar
la demostración de nuestra tesis al fradaso de los empeñas
contrarios, sin permitirnos contribuir por nuestra parte á
ese fracaso, pero manteniendo vivo nuestro derecho de de-
fender en toda ocasión la puresa de nuestros ideales y de
señalar el peligro entrañado en las soluciones adversas,
fuesen cualesquiera su popularidad del momento y el loable
propósito que las animara.
En este sentido mi discurso de 29 de Mayo de 1882,
sobre lá ley del cabotaje, proclamada con peregrino entu-
aemo por la Cámara liberal, no deja la menor duda. En-
tonces la Minoría autonomista salvó su voto, adelantándose
á lo que hoy parece el dictamen unánime de todos los que
viven en Cuba y de la mayoría de los políticos peninau-
l*ree.
a
— 203 —
Eq e*a hermosa campaña que yo puedo muy bien elo-
giar, porque al fia y al cabo foi tan solo ano de lo»
míen broa de aquella Mi corla; en esa hermosa campaña, re*
pito, oca pan logar preeminente los debates para conseguir la
legalidad de la propaganda autonomista en las Antillas;
Ja diacosión de 1S60 para recabar la proclamación de la
CoDfttitoción del 76 en Ultramar; las gestiones para oonse*
goir la abolición del patronato; la proposición sobre la di-
firió n de mandos; los es f aeraos para la reforma arancelaria
y loa trabajos para la inclnsión de las partidas de gobierno
general y las resoltan cías de las guerras de Santo Domingo
j Méjico, en el presupuesto general ó nacional; las excitacio-
nes para la celebración del tratado de comercio con los Esta-
dos Uoidoa y la supresión del derecho de exportación y del
diferencial de bandera; la oposición á la inmigración china;
las insistentes proposiciones y los calurosos debates enprode
nai amplía reforma electoral (1) y la reiterada exposición do
la doctrina autonomista, ya en las fórmulas más precisas
aprovechando la critica del presupuesto antillano, ya ofre-
ciendo soluciones de transacción inspiradas en el ejemplo de
las provincia* Vascongadas (2).
( 1} Fu#d» Ttrsi sobre eaio mi libro titulado La reforma §Uctcral e»
hiAniiltA». Un tcI. «D 8.- lfadrid 1892.
(V Puado Teraa mi di acareo pronunciado en el Congreao el 11 do
Julio de 1838 j luego publicado con el título de Uña férmula dé trm*-
uec ún Higo esta* y otras citas análogas, porque en loe libros y diá-
conos á qoa me refi iro ss trata de los trabajos que los demás han he*
abo en pro j en coaira de la cansa autonomista.
XIII
Pero en toda la obra hay tres particulares que oonvien©
.precisar.
Consiste el primero en el animado debate que en Juuio de
1884 sostuvo la Minoría autonomista del Congreso con el
Sr. Cánovas del Castillo, á la sasón presidente del Consejo
de Ministros.
Hasta entonces la doctrina autonomista había sonado
en el Parlamento como una protesta peligrosa, Quizá el res*
peto con que se oía á los diputados coloniales era efecto de
la consideración personal que tatos, por varios motivos,
inspiraban. Bajo este punto de vista las Cortea de la Res-
tauración y de la Regencia merecen todo género de felicita-
ciones. Su tolerancia y. su cortesía fueron exquisitas: tanto
como deoidida su oposición á la doctrina de los autonomis-
tas. Sin duda alguna en el convencimiento de todos los con-
servadores de la época estaba la incompatibilidad de esta
doctrina con la causa de la Monarquía y con la integridad
de la patria. No opinaba de otra suerte la mayoría del par-
tido liberal, algo preocupada oon la campaña de los consti-
— 206 —
tu cíonales pon insulares de 1870 y 73, que por tanto entra*
ban thora azi el partido dirigido por el Sr. Sagas ta.
Pero el discurso pronunciado por el Sr. Cánovas del
Castillo en la sesión de 24 de Junio de 1884, contestando 4
otro discurso mió sobre la situación de Cuba, púsola tesis au-
tonomista en condiciones tan satisfactorias como inespera-
das (l), Las palabras del señor Presidente del Consejo re-
percutieron en toda la Península, en Ultramar y en el ex*
tranjero. Sos declaraciones fueron ana verdadera victoria
(I) Bate dábate foé «1 de la contestación al Discurso de la Corona.
Con nu molido los diputado* de le Unión Constitucional (anos pertene-
ciftatee el partido liberal de la Península, como los Sres. Balaguer, Villa-
saevft, A.rmiÜán,TañÓn y Crespo, y otros dentro del partido conservador,
como los Sr©a. Doran y Onzmán), presentaron una enmienda de suma
importancia y que represente un avance en la política de aquel partido^
Bis enmienda, fachada en 18 da Janio de 1S64 y que defendió el se-
ñor Vi Han nove, pretendiendo negar que sus soluciones venían por la
excitación y campiña de los diputados autonomistas, dice así:
"■al Congreso ve con singular satisfacción que sean objeto de la soli-
citud de V. fcl., al par que las demás, las provincias de Ultramar, entre
Us qnef las de Cube, por efecto de la aflictiva é insostenible situación
per qne atraviesan, exigen del Gobierno, de una manera inmediata, la
aplicación de medidas encaminadas 4 dotar 4 aquéllas! de condiciones
de existencia .
& este 6a, el Congreso entiende que el. Gobierno, utilisando los me-
dica legiaiatiTos maa bref&s, debe procurar se realicen y rijan el l.*de
Jal i o próximo, U rebaja del presupuesto basta la oifra máxima de 94
millonea de durosj la inmediata declaración de cab ataje en bandera
nacional del comercio entre las provincias antillanas y las. península»
re«; la mayor reducción poeible de los derechos de exportación sobre el
sin car y el tabaco y del de importación sobre vinos españoles; y la
unificación y arreglo de Jas deudas, obteniendo una considerable pró-
rroga en la amortización y platos de las privilegiadas, y empleando
1
— 206 —
de las nuevas ideas y una gran base para la campaña auto-»
no mista que ya contaba á sa fav6r la extensión de la Cons-
litación de 1876 á las Antillas, lograda en 1881.
El Sr. Cáuovas del Castillo dijo entonces:
«O vo me equivoco macho, ó con el espirita de esta en-
mienda estamos de acuerdo todos, absolutamente todos, y*
que aun el Sr. Labra ha reclamado ó reivindicado para si'
con repetición la gloria de la iniciación de muchas de lasv
reformas que en esta enmienda se proponen. Qaiere decir,.
pues, que si la enmienda no contiene por sa parte, ni ma-
cho mecos, todo el espirita del Sr. Labra, en el fondo, la
propio el Sr. Labra que los demás individuos de los parti-
dos que tienen asiente en esta Cámara, simpatizan grande-
mente con el espíritu en que esa enmienda está redactada.
¿Ni cómo podía ser de otra suerte? ¿Cómo no habíamos d&
participar todos nosotros, y participar con honda adhesión,
del espíritu de esta enmienda?
medios verdaderamente eficaces para extinguir la representada por loe
í 1 3 ! etat del Banco Español de la Babana emitidos por cuenta del Go-
bierno.
De esta manera, y promoviendo la celebración de traaados de co-
ma rci o en beneficio de la isla de Cuba, 4 la que se deben hacer cítan-
oslos qne reportan los que existen celebrados con Potencias extran-
jeras! todo en armonía cen los intereses comunes de las demás proYin-
cias de la nación; protegiendo de un modo directo y material la
inmigración libre de trtbaj adores útiles, y adoptando todas las demás
disposiciones que, como la reforma de la legislación hipotecaria, cítíI,
mercantil y procesal, la publicación de una ley rie emplee dos y ék
ií insamiento de la tranquilidad pública, con la extirpación del bando»
lerismo, son complemento de las indicadas, podía el Gobierno de V. U.
colocar 4 las proviaciss de Cuba en condiciones de volver 4 su pasada
prosperidad, salvándolas desde luego de la total ruina que les ame-
— 207 —
El iflmirso del 3r* Labra ha obtenido mis aplausos, val»
gai! por b que valgan, no solamente por su parta artística,.
ai no por *■ 1 d senvol vimieuto lógico de so concepto funda-
nmnr»]f pr r ln estrecha relación de las partes con el todo;
porque tí. S., arrancando de nn principio, ha desenvuelta
este [ riüup;o, quizá de la ánioa manera que podía ser dea-
Lo que hay es, y después de las declaraciones qne he he*
cho *DU*riormeQte, do debe esto ofender ni poco ni mucho
al Sr. Labra, lo que hay es que S. 8. s* ha olvidada
delira cosa 7 se ha colocado fuera de una realidad, es a
laber: de i a realidad nacional. Todo lo qne 8. 8. ha
dich -, no contando con qae existe ana España, no contan-
do que *xi*te una Nación oreada que no se puede deshacer
tn un dia; todo eso aplicado á un pala en situación comple-
tándote distinta de la que tiene el nuestro, y distinta de la
de Oubn, seria quizá cierto á mi juicio, yo se lo concedo.
¿Pero hav algún partido político, y sobre todo teniendo en
cuenta qne los partidos políticos, cnando están en el Gobier-
no, tienen todavía más estrechas obligaciones, hay algún
hombre de gobierno que pueda resolver ni la cuestión de
Cuba ni otro género de cuestión ninguna, sin tener en
eueota todos los intereses nacionales? ¿Qué es una Nación?
al propia tiempo que nn conjunto de antecedentes y un can-
jacto de sentimientos, y nn conjunto de ideas; ¿qué es una
Nación al lado de esto y aun sobre esto, sino ana grande é
histórica combinación de intereses? ¿Son estos interese»
siempre lógioos? ¿Están estos intereses desenvueltos cons-
tantemente con arreglo á principios? ¡Qué han de estarlo!
Eáos intereses los ha formado arbitrariamente el tiempo en
la generalidad de las naciones, lo cual no legitima cierta-
mente sa existencia perpetua, lo cual no excusa el que en
el!08 se remedie cuanto se pueda y se deba remediar, some-
tiendo lo accidental y lo arbitrario á la regla y al principio;
pero es imposible qne en un día, ni por una enmienda, ni
por nn discurso, ni por ana pretensión de un partido ó de
unos hombrea políticos, se arregle todo como la mente la
concibe, como el concepto lo exige en su propio y natural
desenvolvimiento.
|Qaé querría yo más que traer al presupuesto de la Pe-
nínsula inmediatamente la mayor parte del presupuesto
que pesa sobre la isla de Cuba, que es, en resumen, el sis
i qne el Sr. Labra quiere aplicar á las relaciones de los
r*
— 208 —
dos países! |Pues quél ¿oree el 8r. Labra que si yo encon-
trara que en la Península, que bien sabe 8. 8. que ka te-
nido igualmente eue desgracias, sus largas desgracias; oree
S. 8. que si yo encontrase que la Península estaba en
situación de cargar sobre si, desde este instante, con ana
grandísima parte de las obligaciones de la isla de Cuba, á
fin de libertarla de ese peso y de que saliera más pronto 6
se la ayudara á salir lo más pronto posible de la situación
presente; cree S. 8. que yo no lo propondría al Congreso?
¿Cree 8. S. que el Congreso español no lo votarla? Pero
sin entrar en pormenores, pues que 8. 8. se propone disen-
tís frecuentemente esta cuestión f y ocasiones varias ha de
tener todavía en que discutirla, redusca 8. 8. 4 oifraa la
división del presupuesto que sumariamente biso aquí ayer»
y díganos los oeutenares de millones que con ese proyecto
ó con esa idea quiere echar sobre el presupuesto de la Pe-
nínsula, venga eso á una discusión concreta, y entonces) no
se le dirá aquí que eso sea injnsto; no se le hará una impo*
sioión ni de quejas ni de recriminaciones, yo estoy seguro
de ello; pero se le dirá: eso es completamente imposible
para la madre patria; y después de todo, cuando aun la in*
tegridad de la patria, por pocos ó por muchos, está comba-
tida en la isla de Cuba, lo primero que hay que conservar
para la isla de Cuba es la integridad de esta patria misma,
y procurar que esta patria no pierda su fuerza y su vigor»
euoumbiendo bajo el peso de cargas imposibles de llevar,
para que ouando se necesite de nuevo, acuda, como ha aoa-
dido ya y acudirá siempre, á salvar estos altísimos objetos..
La sorpresa y luego la irritación que este discurso del
Sr. Cánovas del Castillo produjo en el grupo parlamenta*
rio constitucional, es indecible. Ya otra ves produjo una
sorpresa parecida el Sr. Cánovas: ouando publicó el preám-
bulo del Beal decreto de 1865, que abrió la información en
Madrid sobre las reformas ultramarinas. Entonces el minis-
tro de Ultramar rompió oon el slatu quo. Todavía después
se ha producido otro escándalo semejante: en Abril de 18 tí,
con el preámbulo del último decreto de reformas de Cuba y
Puerto Rico.
No hay por qué ni para qué negar el mérito de estos actos.
k
r
— 209 —
8a deficiencia está en las soluciones y sobre todo en el proce-
dimiento para dar efecto á las criticas y realidad á las aspi •
radones del Sr. Cánovas del Castillo. De otro modo, la
obra de este hombre público habría sido extraordinaria.
A. decir verdad, los adversarios del Sr. Cánovas del Cas
tillo y los constitucionales cubanos, han exagerado las de-
claraciones del 24 de Junio de 1884. Pero no se puede
negar que entonces el Presidente del Consejo reconoció,
siquiera en principio, la bondad de la doctrina autonomista,
á la que opuso, en lo tocante á su aplicación á España, ' las
condiciones especiales de este país. Su criterio, pues, era
perfectamente opuesto al que habia servido hasta entonces
para combatir en las Cortes aquí en la Península y en todas
partes, allá en las Antillas, la causa de la autonomía: cri-
terio de todo en todo oontrario al del sefior Ministro de Ul-
tramar, conde de Tejada de Valdosera, que pocas horas
antes habia pretendido refatar mi discurso.
La propaganda autonomista, pues, dio un paso de gigan-
te, por efecto de la acción parlamentaria.
£1 segundo hecho á que me he referido sucedió dos años
después.
fin 16 de Junio de 1886 sé presentó á las Cortes españolas
la siguiente enmienda al proyecto de contestación al Discur-
so de la Corona. £1 Sr. D. Rafael Montoro, en nombre de la
Minoría autonomista de Cuba y Puerto Rico, defendió la
enmienda que fué rechazada por 217 votos por 17. Estos vo-
tos fueron los siguientes:
Sres. Muro. — Baselga.— Pefíalva.— Villalba Hervás. —
Castilla.— Salmerón. — Ascárate.— Pedregal. — Romero Gil
Sauz. — Labra. — Fernández de Castro-Montoro. — Portuon-
do»— Figueroa.— Ortis. — Viicarrondo.— Prieto y Caules.
— 210 —
Es decir, loa votos de todos loa autonomistas y loa repn»
blicanoa del Congreso, á excepción de loa pesibilistas, qna
ge abstuvieron, y que ya por aqnel entonces evolucionaban
en sentido monárquico. En contra votaron todos los monár-
quicos de la Cámara. Es decir, los liberales y loa conserva-
dores.
La enmienda decía asi:
«Los diputados que suscriben proponen al Congreso se
sirva acordar que el párrafo décimo quinto del proyecto de
contestación al Discurso de la Corona quede redactado en
la forma siguiente:
SI Congreso ha oído con satisfacción los propósitos del
Gobierno de V. M. con respecto á Cuba y Puerto Rico.
Critica y angustiosa es hoy como ayer la situación de la
gr&ade Antilla, y no es en verdad floreciente la de la iela
hermana, por otra serie de caneas muy diversas, pero im-
putables en no pequeña parte á la acción directa é indirecta
del Poder público. Justo y previsor es en efecto el propósi-
to que anima al Gobierno de cumplir sus compromisos en
favor de tan importantes colonias; pero ea indispensable
que los cumpla Bin otra demora que la estrictamente nece*
Baria para obtener el concurso de las Cortea, cuando no sea
posible usar de la facultad concedida por el art. 89 de la
Constitución, el cual debe ser utilizado para llevar cuanto-
antes á nuestras Antillas todas las le) es civiles y políticas
que han de realizar la igualdad ante el derecho e-tre loa
españoles de ambos hemisferios. Confia el Congreso en que
al mismo tiempo que á estas reparadoras medidas procede-
rá el Gobierno de V. M. á introducir en el régimen tribn-
tario y comercial de amfcas Islas las profundad alteracionea
que únicamente podrán asegurar la nivelación efectiva da
los presupuestos, sin abrumar al contribuyente y que co-
municarán nuevo vigor á las decaidaa fuentes de riquesa.
La inmediata abolición del Patronato en Cuba coronará la
obra redentora comenzada treoe años ha con éxito felicísi-
mo en Puerto Rico, y será la medida inicial de la aerie da
esfuerzos que deben consagrarse á la regeneración de una
raza oprimida.
Kl Congreso espera del Gobierno de V. M. esta noble de*
terminación. VaBto campo se abrirá con tales reformas al
desarrollo social de nuestraa más adelantadas colonias, pie-
— 211 —
parándolas con tino para el advenimiento del sistema que
ha de garantizar sos progresos y satisfacer sus naturales
aspiraciones; aquel en qne los intereses morales y materia-
les de las sooiedades nuevas quedan debidamente ampara-
dos sin que peligre, antes bien consolidando y fortaleciendo
su unión con la Madre Patria: el de la Autonomía colonial
en toda su pureza.
Palacio del Congreso 15 de Junio de 1886.— Rafael Mon-
tero.— Rafael Fernández de Castro. — Julio Vizcarrondo.
—Alberto Ortiz. — Miguel Figueroa.— Bernardo Portuon-
do.— Rafael M. de Labra. >
Claro se está, que no era esta la vez primera que se ha-
blaba en el Parlamento español de autonomía* Apenas en-
trados los representantes en el Congreso, ó sea en 1880, ya
con toda franqueza se planteó el problema. JÜn nombre de
mi» compañeros lo hice en mi discurso de 15 de Abril de
1830, sobre el primer presupuesto de Cuba. Y luego to-
dos los diputados y senadores antillanos sostuvimos ardo •
rosamente la misma tesis, ya en términos generales, ya
señalando los gastos imperiales ó de soberanía en el presu-
puesto nacional, ya reclamando una ley provincial que sus-
tituye 4 la provisional en 1878, ya discutiendo el presu-
puesto de obras públicas, y el de enseñanza, ya demandando
la reforma arancelaria con independencia del cabotaje, y,
en fin, solicitando la reforma electoral y explicando la posi-
ción desarada de la representación ultramarina en las Cor-
tes nacionales, oon dos presupuestos, y dos tesoros radical-
mente diversos y aun opuestos (l).
Tampoco, como luego se verá, fué la enmienda que de-
(1) Véaaw mis discuraos: Bl primer presupuesto de Cuba (13 de
Abril de 1880); en mis Discursos Políticos, Académicos y Forenses^ 20
de 1890.
La Unidad y la especialidad en el régimen colonia/ (14 Jmnio 1883).
La situación de Cuba en 1884. (20 de Janio 18S4).
— 212 —
ió el Sr. Montoro la única proposición que en estos
úl timos aflos se ha presentado y discutido en las Cortes. Pero
aquella enmienda revistió excepcional importancia, tanto por
k concreción del tema y del discurso que pronunció el señor
Montoro con nn éxito verdaderamente superior, como por
la oportunidad en que se produjo, como por llevar la» solas
ü jas de los diputados autonomistas á modo como expresión
y resumen de la aspiración de los partidos avanzados de
las dos Antillas representados con perfecto acuerdo, por las
directivas en Ultramar y los parlamentarios en la Metro*
poli.
Después do la enmienda citada los diputados autonomía*
tas hicieron algo análogo, pero que no tuvo parecida reso-
nancia, por haberse disuelto las Cortes ante las cuales se
realizaron las gestiones á que aludo. Me refiero á las pro-
posiciones que en 26 de Julio de 1886 presentaron los di»
y atados autonomistas, sobre reforma política y económica
de la Grande Antilla.
Y, como después se verá, la Minoría parlamentaria re-
publicana, en 27 de Abril de 1891, presentó y sostuvo otra
enmienda autonomista al Mensaje de contestación al die-
ta rao de la Corona.
Refiriéndome concretamente á las proposiciones de 1886,
he de advertir que todas estas proposiciones iban precedidas
de ana exposición de motivos, en la cual se hada referencia
á las opiniones democráticas y radicales de los firmantes, j
al deseo deéstos de recabar inmediatamente la reforma de
las Antillas en armonía con el derecho vigente á* la salón en
la Metrópoli. De esta suerte se acreditaba el carácter guber-
namental de los proponentes, que eran los Sres. D. Ber-
nardo Portuondo, D. Julio Visoarrondo, D. Alberto 0rtis9
— 213 —
D. Rafael Montero, D. Miguel Figueroa, D. Rafael Fer-
nandos de CagtTO y el autor de eetas lineas.
Lo sustancial de la proposición sobre «Identidad de los
derechos políticos de los españoles en Europa y América >,
era esto:
«Cesa desde hoy toda desigualdad de derechos civiles y
políticos entre los españoles que- habitan en las provincias
peninsulares y los que habitan en las provincias de Cuba y
Puerto Rico, asi en lo que se refiere al reconocimiento de
esos derechos como en lo que toca al modo y forma de re-
gular su ejercicio.
Quedan derogadas las limitaciones que se dictaron por el
decreto de 7 de Abril de 1881, al declararse vigente en las
islas de Cuba y Puerto Rico la Constitución del Estado.
Todas las leyes orgánicas ó complementarias que tengan
por objeto definir ó regular, modificar en cualquier sentido
el ejercicio de los derechos políticos ó civiles que la Consti-
tución consagra, se considerarán vigentes en las provincias
de Cuba y Puerto Jileo desde luego, y al tiempo mismo de
so promulgación en la Península; bastando, como para
todas las otras provincias de la Nación, el hecho solo de su
publicación en la Gaceta oficial de Madrid.»
Le proposición sobre c reforma electoral en Cuba y Puerto»
Btco> declaraba aplicable integramente á las Antillas la
ley electoral que á la sazón regia en la Península.
La proposición sobre reforma del régimen municipal y
provincial en las dos islas, se condensaba en estas disposi-
ciones:
cLas leyes municipal y provincial vigentes en la Penín-
sula se aplicarán á las provincias de Cuba y Puerto Rico,
quedando derogadas todas las leyes y reglamentos publi-
cados hasta el día para el gobierno y administración de
dichas provincias, y sobre organización y atribuciones de
sus Ayuntamientos y Diputaciones provinciales, asi como
todas las leyes, decretos y reglamentos que impongan á
esas corporaciones locales cualquier gasto no previsto en la
presente ley...
— 214 —
Eí Ministro de Ultramar, al dictar para Cuba y Puerto
Rico los reglamentos para el cumplimiento de. es a ley,
tendrá en cnenta las facultades qae corresponden á lo* go-
bernadores generales dentro de los insulares reconocidos»
y que han de regirse por le jes especia 'es.
Las reformas y modificaciones qne sean necesarias en lo
sucesivo como resntado de la aplicación de es as Iatpm a
Coba y Puerto Rico, fite harán precisamente por ^cnerdo do
las Corporaciones ó Cámaras insulares con los g< bjrna <o
res generales de las Antil as,. en la forma qu3 determine la
Constitución especial de dichas Islas. •
Pero bueno es advertir qne en el preámbulo de esta pro
posición se proclama la excelencia del régimen que en Puer-
to Bico vivió en 1872 y 1873, se protesta contra la cotí fu-
tí ion de las facultades de ios funcionarios mi i tares y evi-
tas, y se dice textualmente:
Considerando qne si bien es verdad qae los diputados
que suscriben profesan la doctrina de la autonomía colonial
y aspiran a' reconocimien'o en las leyes de uua enfilad
política formada por el grupo insular de las *eis provincias
cubanas, y creen necesario regularizar y'defin ir su corad-
nación, especia1 dentro del Estado, sometiendo á ella, como
funciones oca'es de la colonia autónoma, el róg unen de sus
Provincias y Municipios, bien que en armonía coo lo-* mis-
ólos principios descentra' izadores que invocan y nu^nran,
no es menos cierto que al reclamar la identidad iumB<li»ta
de la organización municipal y provincial entre la P*díi»mi-
La y las Antillas, quieren extinguir desde luego odiosas
designa dadee que engendran justísimas quejas.
Después de consignar las reservas necesarias respe * o de
sus opiniones, lo cual no afecta en modo a gano & propó-
sito constante que les anima de defende? la igua da1 junta
en el derecho entre los españoles de Europa v los de Amé-
rica, tienen la honra de someter á la consideración del
Congreso lo siguiente.»
La proposición de ley sob/e eseparaoión de la autoridad
i vil de la militar» en las dos Antillas, establecía la ifime-
— 216 — |
'diata separación de mandos, y la equiparacióa de las Capi-
tanías generales de Puerto Rioo y Coba con las demás de la
Península, asi como la estricta observanoia de la ley de
orden público para la de egación de la autoridad civil en fa
militar.
La proposición sobre creaciones financieras entre la
Metrópoli y las Antillas» establecía que el presupuesto de
gastos se dividiera en tres grandes agrupaciones: primera,
gastos generales del Estado; segunda, gastos especia es de
la Peninsu a é is'as adyacentes; tercera, gastos espeoia'es
de las islas de Cuba y Puerto Rico.
Corresponderían á la primera agrupación: 1/ Las obli-
gaciones generales del Estado y las secciones primera, se*
ganda, tercera, cuarta, quinta y décima de las obligaciones
da los departamentos ministeriales; 2.° Las secciones pri-
mera, segunda, tercera y quinta del vigente presupuesto de
gastos de Cuba; 3.* Las secciones primera, segunda, tercera
y quinta del presupuesto de gastos de Puerto Rico.
Corresponderían á la segunda agrupación, las secciones
sexta, séptima, octava y novena del presupuesto vigente de
gastos de la Península é islas adyacentes.
Corresponderían á la tercera agrupación, las secciones
cuarta, sexta y séptima del presupuesto vigente de gastos de
Cuba, y las secc'ones cuarta, sexta y séptima del presupues-
to corriente de gastos de Puerto Rico .
Todos los gastos comprendidos en la primera agtupación
se incluirían en un solo presupuesto, que seria el general de
(fastos del Estado. Para cubrir estos gastos contribuirían en
justa proporción todas las provincias del Estado.
£1 cálculo de la proporción en que debían contribuir las
islas de Cuba y Puerto Rico se haría teniendo en cuenta
«5
— 216 —
mi actual facultad contributiva, que habla de regularse par-
la riqueza imponible demostrada; y en defecto de datne
ciertos y positivos para ello, se determinaría la proporción
por el principio de que resultase igual para todos el tanto -
por habitante.
Las partes proporcionales asi determinadas habrían de
constar separada y especialmente en el presupuesto de in-
gresos, en una sección titulada c Val ores á cargo de las
islas de Cuba y Puerto Eicoi.
Los gastos que compondrían la segunda agrupación figu-
rarían en un presupuesto especial de gastos de la Peninsual
¿ Islas adyacentes. Los presupuestos especiales de gastas
de Cuba y Puerto Rico contendrían solo los comprendidos
en la tercera agrupación antes citada.
Los presupuestos de ingresos para dichas Is^as deberían
cubrir, además de las partes proporcionales de los gastos
generales del Estado,. los gas'os especiales de las Antillas.
Determinadas todos los años las partes proporcionales
que correspondían á Cuba y Puerto Rico, los Ministros
de Hacienda y de Ultramar acordarían lo más oportuno
para el movimiento y traslación de fondos que fuesen nece-
sarios durante cada ejercicio.
Los Ministros de Ultramar y de Hacienda dictarían
todas las disposiciones necesarias para el cumplimiento de
la nueva ley, en el concepto de que el nuevo régimen de
relaciones financieras que ella establece, debiera aplicarse
á la composición de los presupuestos para el ejercicio
de 1887-88.
La proposición sobre la reforma del criterio tributario de
las Antillas tenia un carácter transitorio y se formulaba
ec el supuesto de que las Cortes de la Nación quisieran por
— «7 —
ahora resolver sobre esto y no dejarlo libremente á las
«asambleas 6 Diputaciones insolares, á qoienes realmente
eorrespondia. Por tanto, en el preámbulo de aquella pro-
posición se dsda textualmente:
«Siendo el voto del impuesto tino de los prime os dere-
chos en los pueblos regidos por el sistema representativo, .
íes claro que todas las atenciones, en cuanto se refiere á su
naturaleza, á la determinación de los tipos, así como en la
forma y modo de llevar á cabo ó de hacer efectivas la impo-
sición, el reparto y la cobranza de los tributos, han de ser
discutidas, examinadas y resueltas como cuestiones de ca-
rácter puramente looal, y en tal concepto ino'uirse en los
jiresopoestos especiales de ambas Islas, coya formación,
examen, aprobaoión y sanción, se harán con arreglo al
régimen de gobierno que se establezca en las colonias.
Fondados en las consideraciones que preceden, y des-
pués de dejar sentado que el régimen de gobierno y la or-
gan zaoión política de las Antillas, únicas compatibles oon
la verdad y pureza del sistema representativo, y con la
justicia, es el régimen de la autonomía colonial, defendido
y propuesto por la representación liberal de Cuba y Puerto
Rico, los diputados que suscriben tienen la honra de some*
ter al Oocgre&o la siguiente. •
Luego venían las soluciones al detalle. Se afirmaba la
contribución directa, que debía ser de 6 por 100 para toda
clase de riqueza.
Sobre los derechos arancelarios se decía:
cSe reformarán los derechos de los aranceles de adua-
nas de Cuba y Puerto Rico, con arreglo á las baaes si-
guientes:
1.a No se impondrá derecho alguno de exportación.
2.a No se impondrá derecho alguno á la importación de
los artículos de producción y procedencia de la Península é
Islas adyacentes.
3.a El impuesto que se cobrará á la importación de
las mercaderías, que habrá de determinarse en los arance-
les, será de dos especies:
Derecho fiscal, que no podrá exceder de 10 por 100 del
valor del género á que se imponga.
i
— 218 —
Derecho de balanza, que consistirá en una pequeña can*
tidad por unidad de cuento, medida ó peto.
4 . * Loe derechos focales y los de balanza se graduarán
de forma que los artículos indispensables para la vida, 6
de primera necesidad* y los necesarios para la producción»
no paguen á su entrada más del 3 por 100 de su valor; y
que tos demás paguen ses&n su oíase y condición, coma
determinará el Gobierno, dentro del limite impuesto por la
base 3.*, continuando en completa franquicia las mercade-
rías que hoy lo están . »
Se recomendaba la supresión gradual de la lotería, y se
reformaba el impuesto de consumos, pasando, el de consumo
de ganado á los presupuestos municipales, y autorisando
un impuesto sobre bebidas espirituosas, excluyendo el vino.
Suprimíase también todo impuesto sobre viajeros y trans -
portes marítimos y ferroviarios.
La proposición sobre organiíación del c Gobierno geno*
ral de La Isla de Cuta* merece ser reproducida integra.
Hela aquí:
* Los Diputados que suscriben tienen el honor de proponer
ai Congreso la siguiente proposición de ley sobre orgánica-
cióu y gobierno general de la Isla de Cuba.
Al formular los artículos de esta proposición, los infras-
critos han debido ajustarse al espíritu y carácter político de
la actual Constitución de la Monarquía española y al sen ti -
do de las leyes municipal y provincial vigentes en la Pe-
ni nao la, que conforme á reiteradas declaraciones de diver-
sos Ministerios, y señaladamente del Gabinete actual, han
de ser extendidas á la Isla de Cuba para establecer la lega-
lidad definitiva sobre los decretos provisionales de 21 do
Junio de 1878.
Por manera que la proposición que sigue no ha de en-
tenderse como la fórmula rigurosa y exclusiva de nn partí •
do, ni mucho menos como la expresión de una escuela po-
lítica,
Al propio tiempo interesa consignar que los que suscri-
ben se han inspirado, asimismo, y siempre con espíritu d°
concordia, en la historia de las constantss aspiraciones do
la Grande Antilla; en la solicitud formulada por el Consn*
— ai9 —
lado déla Habana en 1811; en la proposición que á las
Cortes de 1822 hicieron loa diputados cubanos O. Félix
Várela y D. Tomás Gener; en la recomendación de la
Juntado Fomento de Cuba de 1836, y en la propuesta de
los comisionados electos en 1867 por los Ayuntamientos de
la Isla para la Junta de información convocada en Madrid
por decreto de 1865.
Todavía los que suscriben han tenido en cuenta otros da-
tos, como son los informes y votos dados por los excelentí-
simos 8res. Duque de la Torre y D. Domingo Dulce, ex-
gobernadores generales de la Isla de Cuba, en la Comisión
referida, así como la ley de Gobierno general de la isla de
Puerto Rico, puesta en vigor en aquella Isla por decreto
de 27 de Agosto de 1 870, y que con admirable éxito allí
rigió por espacio de cuatro años.
Si de estos datos próximos se quisiera prescindir en busca
de mayor abolengo y especial demostración, sacada de ex-
periencias extrañas, también los que firman podrían apor-
tar, en obsequio de su actual modestísima proposición,
otros recuerdos y otros razonamientos Porque es notorio
que nuestras leyes de Indias sancionaron la existencia en
América de Cortes análogas á las de Castilla, Aragón y
Cataluña, y ya son muchos los doctos que en sus libros y
sus Memorias registran la celebración más ó menos frecuen-
te de Asambleas ó Consejos regionales en Coba, Santo Do-
mingo y Méjico, y otras comarcas del mundo hispano ame-
ricano, en loa siglos xvi y xvu.
Por otra parte, la proposición de ahora se aleja poco de
la reforma colonial francesa de estos últimos veinte años;
nota especialmente recomendada á aquellos que, recono-
ciendo la razón y fecundidad de la experiencia colonial
británica, mantienen ciertas reservas sobre la capacidad de
la raza latina para cierta clase de empresas políticas y de
reformas transcendentales.
Con estos antecedentes y estas explicaciones, creen los
infrascritos que queda suficientemente determinado el ca-
rácter modesto y práctico de la siguiente Proposición dé
Ley:
£1 Gobierno general de la Isla de Cuba se organiza en la
forma siguiente:
Articulo 1.° Habrá un Gobernador general, represen-
tante del Gobierno Supremo de la Metrópoli, jefe superior
— 22© —
de la Administración pública en dicha Isla, y de las fuer-
zas de mar y tierra constituidas en ella.
Art. 2.° Una ley especial determinará las facultades y
obligación «6 del Gobernador general en conformidad con la
Constitución y con la presente ley. \
Art, 3.° Existirán en la Ma ana Diputación insular
elepida directamente por los habitantes de la misma, con-
forme á una ley especial, y un Consejo de Administración.
Art. 4.° La Diputación discutirá y votará el presupues-
to especial de dicha isla, deducidas las cargas generales ó
nación»- les que serán establecidas por las Cortes, asignando
4 la Isla citada una cuota proporcional á su población y al
estado de su riqueza.
También discutirá y resolverá todos los asuntos de inte*
res local, entendiéndose por tales los relativos á los ramos
de instrucción pública, obras publicas, sanidad, beneficen-
cia, agricultura, aguas, bancos, ferrocarriles, inmigración,
formación y policía de las poblaciones, puertos y aranceles
de aduanas, asi como á la aplioaoión en la Isla de Cuba de
las leyes municipal y provincial.
Los acuerdos de la Diputación no serán válidos hasta
que alcancen la sancón del Gobernador general, que habrá
de concederla ó negarla dentro del plazo de un mes; enten-
diéndose por concedida si transcurriese este plazo sin obser-
vación alguna.
Art. 5,ü En caso de disentimiento entre la Diputación
inaular y < 1 Gobernador general, deberá éste dar cuenta al
Gobierno de S. M., que resolverá en el término de tres
meses, transcurridos los cuales se entenderá ejecutivo el
acuerdo maular.
Art. 6.° Las oficinas superiores del Gobierno general
constarán de tantas secciones como asuntos especiales de-
ban tener á su cargo. Cada una de estas secciones tendrá á
su trente un secretario del despacho.
Art. 7.a Los jefes de las secciones á que se contrae el
articulo anterior, serán nombrados y separados libremente
por el Gobernador general, siendo responsables ante la Di-
putación, á cuyas sesiones deberán concurrir.
De esta responsabilidad quedan exceptuados los jefes de
las secciones de Guerra, Marina y Justicia, que depende-
rán solo del Gobierno euperior ó del Supremo do la Metró-
poli.
Art, 8.° El Consejo de Administración deliberará é in-
formará sobre los acuerdos de la Diputación antes de que
pasen á la sanción del Gobierno general.
— Í21 —
Art. 9.* £1 CoDsep de Adminiatr ación oonstará da un
ii amero igual alas dos terceras partts de loa miembros de
la Dipotüci6n i dsq Jar respectiva.
Loa Cooe^jeroB aera a nombrados mitad por el Gobierno
supremo, coo arreglo i lo qae determine la ley especial
constitutiva de este cuerpo y la otra mitad por los Ayunta-
mierjtog, las Diputaciones provinciales y los institutos ó aso*
ci aciones de carácter general de la Isla i quienes la ley oi«
tada reconoiea eete derecho.
Art. 10. Las sesiones de la Diputación insular y del
Conflpj j de Administración serán públicas.
A rt. 1 1 , EL Gobernador general, de acuerdo con sus se*
cretarioa, nombrara ? separará libremente á los empleados
de todos los ramos civiles dentro de las categorías y reglas
qae establezca una ley, bajo bu responsabilidad.
Art. 12. £1 Gobernador general sólo será responsable
ante el Gobierno supremo, »
Para completar estas proposiciones faltó una sobre el Go-
bierno de Puerto Rico. Debía presentarse cuando se reanu-
daran las sesiones de Cortes, que no se reanudaron (l).
Claro se está qae las proposiciones antes mencionadas
eran la resaltante de los pareceres distintos de los diputados
y senadores ultramarinos y de las recomendaciones de la?
directivas autonomistas de Cuba y Puerto Rico, Yo no ten-
go por qué ocultar que algunas de las soluciones concretan
no me satisfacían. Pero el hecho es que todos firmadlos esos
documentos que hay qae relacionar con otros de mucho
(I) Lu anterior** proposición^ fueron redactadas por loa Sref . Por*
tuondo1 Orlti y Slootoro. A mi me capo el honor de eicribirel preám-
bulo dala última, bascando la resultante de los distintos matices de la
Minería. Pero todaa eaae proposiciones fueron disco tidas y votadas en el
•eoa de a jta, sal vfindisj * Iguoos votas, pero conviniendo todos los dipu-
Uics y senadores es las aúrmacioaes fundamentales y en su sentido.
Quedé yo encardado da redactar la proposición sobre el Gobierno de
Fueiio Rico, previa consulta á la Directiva autonomista de la pequeña
An tilla. La Directiva de la Hi^ana estaba de acuerdo con las pro pe si*
c iones presentadas j que ja conocía de tiempo atrás*
— 222 —
pormenor j gran doctrina publicados por la Directiva aato -
nomista de Cuba en 22 de Marzo de 1886 y 2 de Pobrero
de 1888.
Con eatoa datos apenas se comprende que haya quien to-
davía diga que no se conoce la autonomía que pretenden
Jos autonomistas antillanos. No tiene partido alguno de la
Peo ínsula programa de tanta claridad y detalle.
De este modo y mediante nna labor extraordinaria y &
la cual ee hará cumplida justicia en su dia, hicieron yo
campaña los representantes autonomistas de Cuba, hasta
llegar en 1 895 á la discusión del célebre proyecto de refor-
mas del partido liberal peninsular. Este es el tercer parti-
cular á que aludí antes.
Prescindo también de juzgar esas reformas, pero no puedo
excusarme de repetir ahora que, aparte su a positivos mar i*
tos, y au valor como medio de oombate (quizá éste era el mé-
rito superior) aquel proyecto, como solución, tenia dos gra-
vea incoa venientes. El primero, el inconcebible retraso con
que se discutió y votó en las Cámaras después de la presen*-
tación del plan original en 5 de Junio de 1893. Ese proyecta
mutila: ib no fué ley hasta el 15 de Marzo de 1895. Y no se
ha llevado á Puerto Rico hasta el 3 de Diciembre de 189$.
El segundo defecto de la reforma mencionada fué y es la
preterición de la reforma electoral. Parece imposible este
error en el partido liberal, que había padecido la equivoca-
ción de l £94 y provocado el retraimiento de los portorrique-
ños reaiateutes á pasar por españoles de tercera clase.
Con lo primero se repitió una vez más el error de 181$,
1868, 1870 y 1878: el error de que sabiamente prescin-
dió la República en 1873. Con lo segundo, se desconocía el'
carácter democrático que necesariamente tiene que llevar
— 223 —
toda reforma autonomista en las colonias españolas y d»
América, y se corría el peligro de dar á la reforma un to-
no oligárquico imposible en el momento en que se anuncia-
ba la reforma como medio de atajar el descontento cubano y
las discordias de los peninsulares .
Los representantes parlamentarios antillanos, sin embar-
go, prestaron sn apoyo á la reforma del 95, si bien salvan-
do el rigor de sus principios, prometiendo continuar lu-
chando por ellosyratificáudoeeensu política, perfectamente
opuesta á todo pesimismo (l). En tal sentido hablamos el
8r. Hontoro y yo, en las sesiones de 9 y 1 1 de Febrero
de 1395.
Antes de terminar estas indicaciones sobre la campa-
ña que hicieron los parlamentarios cubanos desde 1879 4
189&, debo decir a'go sobre el modo de haberse desen-
vuelto la política en la tranquila isla de Puerto Rico.
Los sucesos de 1878 y J 879 también transcendieron A la.
pequeña Antilla, donde la reacción imperó, con más ó gas-
nos viveza, desde el famoso golpe del 3 de Enero. A loe
comienzos la reacción faé terrible. Los directores y favore-
cidos de és*e no supieron olvidar la participación que los
diputados reformistas portorriqueños habían tenido én la cri-
sis de 1873, pesando grandemente en el grupo llamado de
los conciliadores y oponiéndose á la actitud de los radica-
les, que á mediados de aquel año rompieron con los repu-
blicanos de abolengo. Luego aquellos dipotados lograron
cierta importancia en la Constituyente republicana... Y el
golpe del 3 de Enero llegó á Puerto Rice, poniendo allí
(l) Véase el Diario d$ Setionu del Congreso de Febrero dé 1895 y
también mi libro Cwttionu palpUmnUt, 1896.
— 224 —
violentamente á los conservadores sobre los liberales y repu-
blicanos, que naturalmente, sin la menor resistencia, se dis-
persaron ,
En 1879 se trató y aun logró, aunque difícilmente, la
reconstrucción del antiguo partido reformista de 1869 á 7S,
y lucia J 881 el empeño tomó gran calor y obtuvo cierto
éxito i Mas luego allí surgió la aspiración de dar al viejo
partido la acentuación autonomista. Asi se hizo en la Asam-
blea de Pono© de 10 de Marzo de 1887. De ella salió el pri-
mer programa del partido autonomista portorriqueño: pro*
grama modificado, en puros accidentes de organización y con-
d acta, en la Asamblea de Mayagüez de 18 de Mayo de 1891 .
Ese programa es sustancialmente el mismo de Cuba:
quita de mayor acentuación democrática, de una mayor
aproximación á la política de la Península y de un porme-
nor que no tolera dudas y le pone por cima de todos como
gubernamental.
No es inútil reproducir la parte del programa que con-
tiene loa principios del partido. Helo aqui:
*El partido tratará de obtener la identidad política y ja-
rldica con nuestros hermanos peninsulares; y el principie
fundamental de su política será alcanzar la mayor deseen»
tralizacióti posible dentro de la unidad nacional.
> La fórmula clara y terminante de este principio es el régi-
men autonómioo que tiene por base la representación directa
délos intereses locales á cargo de la Diputación provincial
y la resiJon8abiiida<l también directa de los que tengan á su
cargo el ejercicio de las funciones públicas en lo que toca
á la administración puramente interior local.
» Como consecuencia de esta doctrina, el partido pedirá
que en esta Antilla queden resueltas definitivamente, por la
autor ¿da i competente, los asuntos administrativos locales,
y que se administre el país con el concurso legal de sus ha-
bitantes, concediendo á la Diputación la facultad de acor-
dar en todo lo que toque y se relacione con los asuntos pa-
ramente locales, y sin intervención alguna en lo que tenga
— 125 —
«erácter nacional; asi oomo )a de volar y formar loa presa*
puestos de ingresos y gastos locales por sa naturaleza, ob-
jeto y fin, y sin perjuicio de las atribuciones de las Cortes
en materia de presupuesto nacional.
»E1 partido no rechtsa la unidad política, antes bien
proclama la identidad política y segu.n la cual en Puerto
Rico, lo mismo qneen la Península, regirán la> propia
-Constitución, la ley electoral, la de reuniones, la propia re-
presentación en Cortes, la propia ley de asociación, la de
imprenta, la dé procedimientos civiles y criminales, la or-
gánica de Tribunales, 'la de matrimonio civil, la de orden
páblico, la misma ley provincial y munioipal; es deoir, que
en PMto á derechos civiles y políticos, el partido pide QUB
si ioüalb á las Antillas ron la Península.
«Y en virtud de la desoeotralisación administrativa que
el partido pide, las cuestiones locales, que por regla general
deben reservarse á las Antillas, son la* siguientes: instruc-
ción pública, obras públicas, sanidad, beneficencia, agricul-
tura, bañóos, formación y policía de las poblaciones, inmi-
gración, puertos, aguas, obreros, presupuesto local, im-
puestos y aranceles y tratados de comercio, estos subordi-
nados siempre á la aprobación del Gobierno Supremo; de
manera que al hacer esa reserva, la Metrópoli oontinúa en
el goce Supremo de la sobiranía y en la práctica del m-
naio, entendiéndose exclusivamente en todo lo relativo al
ejército, marina y Tribunales de Justicia, representación di-
plomática y administración general de pais, señalando á
éste el cupo que le corresponde en el presupuesto general
del Estado, llevando la dirección de la política general, ve-
lando por la fiel observancia de las leyes» resolviendo todos
los conflictos de corporaciones y entidades, nombrando y
separando, con arreglo á las leyes generales de la Nación,
á sus representantes en las diversas esferas de los poderes
públicos v en la facultad de suspender y anular los acuer-
dos de la Diputación insular, cuando lleven el vicio de in-
competencia, ó sean contrarios álos intereses nacionales.
«Dado el carácter local de la unión ó Partido autono-
mista, se deja á cada uno de sus afiliados completa libertad
para ingresar en los partidos políticos de la Metrópoli que
acepten ó defiéndanla Autonomía de las Antillas, de sus-
tentar sus ideas particulares respecto de la forma de Go-
bierno.»
Bato decía el programa de Ponoe de 1877. En el de 1891
— 226 —
de Mayagua se reformó tan eolo el último artículo, di»
cí ndoae que:
■ La Delegación, de acuerdo con el leader del partido (1)
y por medio de los comisionados q< e éste designe y que ée*
te presidirá, quedan facultados para acordar y realizar in-
tdigencúe ó alienase del partido autonomista portón quefi o
con Ib 8 democracias peninsulares, q«e acepten 6 defiendan
el criterio económico administrativo de las Antillas. >
£ste artículo no denegó en la práctica la autorización
dada á los afiliados del partido autonomista portorriqueño y
sobre todo á sus representantes parlamentarios, para tomar
puesto en los partidos de la Península! en tanto no se real i -
zhas la inteligencia ó alianza recomendadas en Mayagüeas,
Con tal programa esos autonomistas eligieron y en vi a-
roo sus diputados al Congreso, donde figuraron constante-
mente al lado de los diputados cubanos, pero dentro de la
Minoría republicana en lo tocante á la política general.
ti) El Uator es una institución del partido, consagrada para le c one-
titución del mismo. Yo he tenido el honor de desempeñar ese carga
por acuerdo de la Asamblea de Ponce, ratificado por la de Mavagnet.
El cargo supone á la jefatura de la represen laciÓQ parlamentaría ee>
la Metrópoli, pero no equivale á la jefatura del partido, que radica en
Puerto Rico. Véase mi libro La Autonomía •olonial.
XIV
Hay que decir tina 7 mil veces que la representación
parlamentaria autonomista fué el más poderoso medio de
propaganda y de influencia que las, ideas 7 los intereses li-
berales de Ultramar han tenido en la Península desde 1879
á esta parte.
En otros países, los intereses coloniales han contado con
otros servidores: agentes especiales, periódicos, empresas
que reportan ventaja da las reformas qae se solicitan, un
grupo de colonos residentes en la Metrópoli 7 atentos á la de-
fensa constante 7 enérgica de la tierra de su procedencia,
etc., etc. La colonia irlandesa de Londres daba 7 aún da un
valor extraordinario á loa autonomistas de la Cámara popu-
lar. Aquí en la Península, solo con intermitencias 7 7a hace
bastante tiempo, la juvenil colonia portorriqueña prestó
cierto calor i la propaganda reformista colonial. La gene-
ralidad de las gentes ultramarinas no se cuida en la Metró-
poli española de eae empeño. Ni siquiera los comerciantes
7 productores de las Antillas han visto con claridad que leg
— 228 —
convenía haoer algunos sacrificios para ilustrar la opinión
que tqui había de imponer reformas que se traducirían par».
ellos en nray baenos pesos daros. Cuando los refinadores de-
azúcar de Cataluña y del Norte basoaron alianza para reca-
bar franquicias para el azúcar antillano, no encontraron
aquí más que á los diputados.
Solo por excepción puede citarse el hecho de la publica-
ción del periódico La Tribuna^ que vivió dos años (1882 88)*
que jo tuve el honor de dirigir y que redactaron vario»
escritores antillanos y peninsulares. La base de la empresa
estaba en la Habana; pero muchos accionistas vivíamos en
Madrid y en Puerto Rico.
Compartió por algún tiempo con La Tribuna la atención
constante y preferente de los negocios antillanos, la Revista-
de ¡as Antillas, periódico semanal, publicado en Madrid
y briosamente dirigido y escrito por D. Francisco Cepeda,
inteligente asturiano, que ha vivido mucho en Cuba y que-
fué por mucho tiempo Secretario general de la Directiva,
autonomista de ) uerto Rico. Pero este último periódico era
de la propiedad exclusiva del Sr. Cepeda, antes de que dichos
señor ocupase un puesto en la Directiva portorriqueña, don-
de jreetó señalados servicios. Por tanto, la campaña de la
Revista corría por la exclusiva cuenta de su propietario. Y
no hay que dtcir que lo arduo del empeño déla propaganda
autonomista exigía bastante más que una publicación sema-
nal, dedicada preferentemente al público antillano.
Como después diré, algunos otros periódicos de la Penin-
finia contribuyeron á la defensa de las soluciones autonomis-
ta; pero sin la representación de los autonomistas antilla-
nos, sin identificarse con aquellos partidos locales, sin dar
al punto colonial preferencia ni hacerlo objeto de atención
— %%% —
¿oonstante. En una palabra: esos periódicos peninsulares de
que después hablaré no pudieron nunca considerarse, ni
fueron considerados, como un efecto de la acción autonomis-
ta nhramaiina sobre la opinión púb'ica > los círculos políti-
cos de la Metrópoli. £n este concepto, sólo La Tribuna pudo
pretender aquel honor y aquella responsabilidad.
Tengo la intima convicción de que en C uba no se ha
«preciado lo suficiente el servicio que aquel periódico prestó
á la causa autonomista. No por esto es menos profundo mi
convencimiento de que aquella publicao ón (redactada por
antillanos y peninsulares) hizo dar un paso de gigante á esa
misma causa en los circuios cultos de la Metrópoli y sobre
todo en los círculos republicanos. Porque aquel periódico no
se limitó á defender la autonomía como un privilegio colo-
nial, sino que defendió la autonomía para las Colonias y las
regiones peninsulares al propio tiempo que la República de*
mocrática y la unión de los republicanos que ahora ya todos
estos aclaman como inexcusable.
Por todas esas consideraciones no oreo impertinente re-
ptoducir aquí algunos párrafofe del Programa del tal pe-
riódico, publicado en Madrid el 2 de Mayo de 1882.
Decían asi:
c La ley común y la secularización de la vida: he aquí, en
el orden de las relaciones de la Jglesia con el Estado y con
la sociedad, el lema de la Revolución moderna que amanece
con el doble descubrimiento de la imprenta y el Nueva
Mundo, y con la Reforma, la Monarquía y las nacionalida-
des. Mejor dichp, hé bqui el lema y el espíritu de toda la
evolución social de estos últimos cuatro siglos, en que des-
tacan brillantemente y como hechos irreductibles y trans-
cendentales, la paz de Westfalia. la enmienda primera de
la Constitución de los litados Unidos, el tratado de Paria
de 1854 y la ruina del poder temporal de los Papas.
Después de esto, nuestro criterio en el orden general de
la política, es el de la democraoia contemporánea afirmado
— 230 —
en estas dos formólas: DerecAas individuales. — Gobierno d*
la nación por la nación. Fórmalas que ya no son las de ha
grupo de ideólogos ó de nna escuela paramente científica; que
ja no constituyen tan solo la aspiración generosa de los esta-
distas, si que por el contrario, aparecen consagradas solem-
nemente en el terreno de la practica y de las institaoiones por
los pueblos más circunspecto» y prósperos de nuestra £dad,
y que, después de las reformas británicas de 1870, de la vio-
tona de la tercera República en Francia, de la Unidad de?
Itafia, del arraigo y desenvolvimiento de las libertades pú-
blicas en Bélgica, Holanda, Grecia y Portugal, de las leyes
confesionales y las reformas de 1866 del imperio Austro-
Ir! ángaro, de la ultima crisis oriental, de las enmiendas XI»
XII y XI11 de ia i onstituoión norteamericana y de las
modificaciones expansivas de Chile, Perú, México y Vene-
zaela, puede decirse que son las inspiradoras de todo al
movimiento político con que se despide el siglo xix.
Pero como La Tribuna no pretende ser un periódico
meramente científico, si que moverse dentro de las condicio-
nes actuales de nuestra patria é influir directamente en la
marcha de los sucesos que no* afectan inmadiata y diaria-
mente, es claro que ha de asociarse á una de las grandes
direcciones de la política española. En este sentido nos
declaramos hijos del gran movimiento revolucionario de
1863 A 1874 y aceptamos la totalidad de su evolución.
Por suerte ó por desgracia no nos Creemos obligados á
hacer la causa de ninguna de las fracciones en que se divide
bov la democracia española y que por muy poderosos moti-
vos la aseguran (á nuestro humilde juicio de no variar de
rumbo y de procedimientos, y por grandes y generosos que
sean, como son, los propósitos particulares) un porveoir de
? riles agitaciones y luchas i o tes tinas y un presente de
ia aperadora impotenoia. Que esta situación responde á
causas muy hondas, fácilmente se concibe. Y no menos C.&*
ro aparece para todos los que en las pasadas contiendas po-
líticas no han tomado una parte activa, base de antagonis-
mos y decepciones más ó menos fundadas, -que es imposible
para nuestra Democracia realiz ir acto alguno que lé garan-
tías al orden público, á las libertades de la Nación y al
progreso general de la Saciedad española, sin que sus gru-
pos, fracciones é individualidades dispersas vengan á ñus
inteligencia leal, franca y honrada que deje á salvo las
últimas y definitivas aspiraciones de cada uno y respeta,
para en su día y su hora, los particulares compromisos, pero
— 231 —
que desde luego -sustituya abstrnsas idealidades, deseos in-
finitos y protestas por vagas é ineficaces, con soluciones
concretas y compromisos definidos qne cierren la puert* á
nuestras clásicas algaradas y nuestros febriles estreme
oimientos, incompatibles ya oon la marcha general del
mondo.
A ese empeño de aproximación de los diversos elementos
de la democracia española piensa consagrarse especialmen-
te La Tribuna, sin pretender dar la fórmula precisa, y mu*
eho menos llevar la dirección de un movimiento que por to-
das partes se anuncia. Nuestro propósito se redoce á poner
en oondioiones de llegar á esa inteligencia, imprescindible
para recabar v consolidar las instituciones democráticas, á
los que han de realizarla; siempre en el supuesto, primero,
ds que esto no se conseguirá, con la pretensión ofensiva de
que solo unos hayan de ceder para tomar la bandera ó acep-
tar la direoción de los otros, y segundo, que en el estado ac-
tual de la política contemporánea se necesita cerrar los ojos
para no ver que en ninguna parte del mundo, ni en el Go-
bierno, ni en le oposición, impera total y exclusivamente un
solo partido y mucho menos un grupo de sectarios y hom-
bres ae escuela.
• Fuera de esto. La Tsibuüa se propone estudiar muy par
tioularmente algunas cuestiones de interés primordial en
los momentos que vivimos. ,
a. En primer término, la Cuestión Colonial que nos pro*
ponemos discutir sosteniendo:
La urgencia de la abolición completa, sincera y efectiva
de la esclavitud en Cuba.
La identidad de los derechos políticos y m viles de los es-
pañoles de entrambos mundos, mediante el planteamiento
inmediato y la práctica leal y honrada, así de la Constitu •
eión, como de las Leyes municipal y provincial y de los Có-
digos comunes de la Península en nuestras Antillas.
La reforma liberal de los Aranceles para evitar la ruina
inminente de la prodooción antillana, destruyendo asi la
última forma de la explotación colonial y
La comisión de grandes facultades económicas y admi-
nistrativas á corporaciones insulares, de origen popular y
forma representativa que, así en Ouba como en Puerto Kioo,
cuiden de los intereses pura y exclusivamente locales, con*
"forme á un prinoipio de radical descentralización bajo la
mudad del Jfistado y supuesta la integridad de la Patria, al
modo que hoy va privando, no solo en el Imperio colonial
16
— 232 —
británico, si que en las posesión ts francesas, portuguesas jr
holandesas de África, Asia y América.
b, La Cuestión de enseñanza qae La Tribuna pretende re-
solver mediante
La libertad profesional.
La libertad de enseñar, y
La intervención del Estado en la instrucción priman»,
haciéndose cargo (independientemente de la acc óe partica*
Jar y municipal) del sostenimiento de las éscue'as eo toda
la nación y prestando nn apoyo especialfsimo á los maestro»
de pr i ñera enseñanza, hov vergonzosa ó impolíticamente
desatendidos cnando no humillados.
o, la cuestión penal en el sentido de
La abolición de la pena de muerte y de las perpetuas;
La organización del cuerpo especial de Entablecimieafeos
penales dependiente del Ministerio di» Justicia;
£1 restablecimiento del Jurado y del juicio ora';
La grataidad de la Administración de Jarcia, y
La hbre discusiói de los proceros y las sentencias.
i>. La Cuestión administrativa defendiendo
La reforma de lo contencioso administrativo;
La organización de a, carrera adminÍHtra»iva en condi-
cionen de equidad, puesta la visca en la H stor a de nuestro»
partidos, pero fuera de las influenzas d« Ja política;
Uua ley de procedimiento administrativo que concluya
con el expedienteo y ampara al particular contra la lentitud,
la nobetbia y la negligencia de la burocracia; y
Un* gran descentralización provincial y municipal que
consagre la vida propia y sustantiva de los grandes orga-
nismos sociales y que es quizá el medio más pod- roso de
corregir la espantosa anemia que devora a la Nación y de
sacar á la masa del paisde la terrible indiferencia que le
envuelve
m. La Cuestión Internacional en el sentido de
Hacer conocer detalladamente el desarrollo de las ideas
liberales y democráticas en el extranjero y la necesidad
de ajuarar nuestra vida política á la marcha general del
mundo, asi como;
EJ procurar la mayor intimidad política, económica y so*
cihl de nuestra Patria con las Repúblicas Sudamericanas,
el Brasil y Portugal, si bien respetando tedas susceptibilida-
des anejas á la independencia de estas naciones, ©uvas pro*
venciones y apartamiento ha vigorizado, en últimos días,
un a torpe propaganda de violenta unificación.
— 233 —
w. La Cuestión Financiera abogando por
La redacción de los gastos públioos á los ingresos ciertos;
La equitativa repartición del impuesto por la formación
del catastro y la pob'ioidad de los repartimientos;
La supresión del impuesto de congamos v de todos los que
desigual ó injustamente pesen sobre las clases populares;
La unificación de la deu^a y
La reforma liberal, gradual y constante de los aranceles
de aduanas.»
Los diputados y senadores, pues, han sido basta ahora
los verdaderos elementos de la propaganda autonomista en
la Península. Por esto, el error del retraimiento es en las
Antillas el colmo de las equivocaciones. Se entiende para los
que desean la reforma pacifica, que á mi juicio es la única
positiva.
Pero el empeño de los representantes autonomistas luchó
aquí con muy serias dificultades.
Eu primer término, oon la preocupación muy generaliza-
da eu los círculos políticos y literarios de Madrid y de algu-
nas provincias, respecto á la propensión separatista de todos
los antillanos. Descansa esta preocupación en antecedentes
y supuestos de cierto valor, sobretodo en la Metrópoli; pero
acusa singularmente una absoluta f* ta de estudio del pro-
blema colonial y de la historia americana.
La antigua teoría de la emancipac ón colonial ha entra-
do, con exageración, en el espíritu de muchas personas. La
idea de que no gobernamos bien í nuestras colonias está
muy generalizada. El efecto producido por la pérdida de
los reinos sud-americanos todavía aquí dura. Los movi-
mientos revolucionarios de Cuba dentro de esta siglo son
bien conocidos. Y no es raro, ni mucho menos, oír por
estos círculos y estas casas, á ardorosos contradictores de
las reformas ultramarinas, exponer la enormidad de que á
— 234 —
ellos antillanos también serian separatistas. Por este ea*
mino ae viene al supuesto de que hay una propensión nati-
va, ingénita en los cubanos y portorriqueños, de apartares
definitivamente de sus padres y hermanos d«* la Península.
Las opiniones paran aquí; pero el resultado es que aun
ea hombres muy liberales y en personas reflexivamente
propensas á las reformas de ultramar, existe cierto esooior
fomentado por el disgusto de poder ser más 6 menos en*.
vueltos por la exagerada habilidad americana.
Por desgracia son pocos, muy pocos, los que profundizan
el atmnto y estudiando con calma la vida íntima de nuestras
colonias, sus espontaneidades, sus exaltaciones, sus tenden-
cias, el lenguaje de sus masas, las aspiraciones de sus cla-
ses cultas, las relaciones de éstas con la inmigrante, la dis*
posición de ésta última, la economía de aquella sociedad y la
historia de aquel pueblo en formación, son muy pocos, repi
to. los que están en el caso de poder distinguir dos cosas por
todo extremo diversas en este complejo negooio: lo que en las
demostraciones más ó menos fogosas de los antillanos pudie-
ra ser queja amarga, protesta transcendental y aun inclina*
cióu separatista, y lo que realmente es solo viril resistencia
a do consentir una inferioridad que nada abona, ó si se quiere
cierto exceso de personalidad y de vida local, que de modo
muy parecido se produce en las regiones más vigorosas de
la Península española: en Barcelona y en Viscaya, por
ejemplo.
Si esto fueáe estudiado de veras por todos nuestros politi*
coa no habrían dado nunca al elemento separatista de nues-
tras Antillas un valor político que realmente no ha tenido
hasta estos últimos días; que ahora tiene, precisamente, por
la concurrencia de causas externas que no puedo analizar
— 235 —
aquí de pasada, y el absurdo empeño de muchos de nuestros
gobernantes» de muohos funcionarios públicos y de buena
parte de los conservadores de Cuba y Puerto Rico de expli-
car por separatismo lo que realmente no era tal cosa ni mu-
cho menos. De estas gentes se puede repetir que han oonse-
goidoque rabie el perro á fuerza de gritar que estaba rabioso.
Pero ese estudio ha faltado en la Península, donde ahora
mismo se tiene al Ministerio de Ultramar por un Ministerio
de entrada, para el cual no se necesita preparación de nin-
guna especie y que cualquiera domina á los seis meses de
ocupar la famosa poltrona. Y faltando ese estudio (sobre to-
do de la economía y de la historia de nuestras colonias), no
se han podido estimar — quizá ni siquiera traslucir— los po-
derosos, los poderosísimos motivos que en nuestras Antillas
existen para que los elementos directores de aquella comple-
ja y original sociedad vean con análoga prevención á la que
demuestran los peninsulares) aunque por razones distintas,
esa emancipación colonial, que tampoco es ya, ni con mucho,
una afirmación definitiva del Derecho Públioo contempo-
ráneo.
Meditando un poco y con ciertos datos á la mano ¿cómo no
habría de evidenciarse la irracionalidad perfecta del supues-
to de que el antillano haya de ser necesariamente hostil á la
Madre patria? ¿Cómo no se habría de comprender la causa
positiva de la tirantez de relaciones que existe entre buena
parte de nuestras Antillas con los elementos gobernantes y
dominadores de aquellos países y de la Metrópoli? ¿Cómo no
se habría de saber que esto mismo ha sucedido en todas las
colonias del mundo y que esto se ha rectificado en muchas
de ellas mediante nuevos y expansivos procedimientos?
Y en fin, ¡cómo no se comprendería que á ser cierta esa
— 236 —
absurda incompatibilidad de los colonos con la Metrópoli»
sería también imposible la empresa de mantener la bande-
ra de ésta en las Antillas, toda res que á medida qne se
aumentase la población antillana, precisamente por el au-
mento y el arraigo de la inmigración peninsular en aque-
llos países, aumentarían las ponderadas incompatibilidades
de humor y de intereses y con ellas el desarrollo deseado
y protegido de aquellas envidiadas comarcas!
Sobre esta base resolta un absurdo toda política colonial
reducida 4 un empefto de loca preparación de convictos y
luchas parricidas.
Demás de esto hay que considerar otras tres cosas. Pri-
mera, las dificultades anejas á la novedad de la doctrina
autonomista; segunda, la resistencia característica del es-
píritu Castellano, que es el qae domina ahora en Espafta, 4
todo empefto de determinación y vida particular; tercera, el
profundo, pero muy generalizado error de que toda campa-
fia eepansiva, y no digo nada de to Ja campaña autonomista,
tiene por único fin el beneficio de las colonias, siendo así que
interesa 4 toda la nadan (de que esas Colonias /arman porté
inUgranU y no i modo dé factorías, como decían los hombres
de 1812) y no poco 4 la Metrópoli, evidentemente incapaz
y fracasada en todo empeño centralizados
En estas circunstancias, en un medio no grandemente fia*
vorable, sin el concurdo de los cubanos y portorriqueños
aquí residentes, lejos de la tierra propia, sin ambiente for-
tificante y sin el caluroso apoyo que 4 los diputados refor-
mistas de Puerto Bioo dio en la época revolucionaria el es*
pirita generoso y vivificante de la Revolución de Septiem-
bre, los diputados antillanos tuvieron que moverse con pe-
regrina falta de reeurses.
— 237 —
Repito qae su obra fué extraordinaria. Paro no debo ooultar
tampoco alguna que otra eqnivooaoión qne quisa algunos pa-
decieron, sobre todo algunas dificultades extrañas al medio
en que so operaba y que quisa puedan evitarse en lo futuro.
Km hora de decir la verdad entera.
Ta he aludido 4 la tendencia particularista, muy viva
tobie todo en Cuba, donde no fueron pocos los que
ere > ero d que, para determinar en la Metrópoli una gran re-
forma colonial ó oubtna, bastaría lo que en las Antillas se
lesnas» y se hiciese (i). Tampeoo ha faltado quien creyera
(1) Parii que te forma aproximado juicio de la falta áe medioe de U
eeoLÓB autooomlrta oabaee «óbrala Península, me decido 6 traer al p4-
•tioo elguooe date*. Lt ÉafSa ooleoeion de documentes (mani Sestee,
míc «lares, etc., etc.) do Ua Directiraa autosomistas antillanas que so
mi pnblícad j en Bu^opí, «i lt que ftgnra en al apéndice de mi libro Lm
AwkmcnHi* Cctonfai #* B$p***. L * maaiSeotos autonomistas aquí aaa
eirculneta muy poco, casi oída, con diftcultad extraordinaria, y en cfr-
• alea red ucidísi mol. Kd 'cebas rcpreiueiio lee periódieee deis Hetré-
pelí ai estos se bm oco pido de ellos. Lee mas aatoriíadoe periódicos de
be Antillas (j loe b #y excelentes) no se encuentran en la Península,
fuere de tre* 6 cuatro oficinas y dos ó tres centros de lectura, como el
ateneo y el naeloe do Madrid , Por esto, si noaoblesea eiiatido aquí les
diputados y íes adore» i uLoDomUtss no se habría sabido ni da de la an-
tinomia que se def ndie en ha Anti las. Y ai í y todo. . . Por eso es
eeomV?oeo el progrsto de lio ¡leas autonomistas ea Bspeaa.
Debo» sin embargo, h icer constar que hace cinco e seis afios los aato-
oamistas de Puertí Rico, coftTeneidos de laneceeidad de áieer asid pro-
paganda, realizaron ana modesta Suscripción con cuyos productos pn-
diiren publicarse ea Mtdr id Mistos y libros y hojas que produjeron
«osa o efdcto. Claro eitt que mis libres y folletos se pabilo tron per mi
•telusÍTt cuenta. Lo menos que debía á aquellos escalentes y genero*
ees amigas j oorrelígien oríes»
— 238 —
que la cuestión colonial es solo una cuestión antillana. Seña*
lo el hecho y me limito á afirmar que esos supuestos consti-
tuyen un gravísimo error. £1 problema colonial es por su
naturaleza un problema español; un problema de la Patria
grande. Desgraciados de nosotros— de todos — si se violenta
esa naturaleza.
Pero aquel sentiio particularista no podía menos de in-
fluir (más ó menos) en la disposición general de los diputa*
dos antillanos, acentuando un poco la actitud ya delicada
que necesariamente les imponía (como antes expliqué) la
especialidad del problema ultramarino; especialidad que no
niega su engranaje con la vida general política de la Na*
ción De aquí una cierta predisposición de la mayoría de
los representantes autonomistas ultramarinos á apartarse
de la política general— pero sin prevenciones de ningún
género, sin desamor, sin egoísmo.
Sobre eBte punto hay que rectificar completamente la sos*
pecha de bastantes liberales y republicanos de la Península.
Yo puedo hablar de esto con cierta autoridad porque he vi-
vido constantemente en el seno de la representación antilla-
na y allí he mantenido la tendencia de aproximación á la
política general.
Y principié por dar el ejemplo, afiliándome al partido re-
publicano español, en la época de su desgracia y sin esperar
de él ni siquiera mi credencial de diputado, asegurada por
la devoción, nunca bastante agradecida, de mis electores j
amigos de Puerto Rico y Cuba, en condiciones de nna inve-
rosímil independencia.
Cuéntese que compensando hasta cierto punto la tenden-
cia particularista de que vengo tratando, oon gran sentido
político la Junta Magna del partido autonomista cubano
— 239 —
«afebleció en 1882 que los senadores y diputados del partida
podrían unirse á los grupos parlamentarios democratices
déla Metrópoli, cuidando de sacar á salvo la integridad de
la doctrina del autonomista y su devoción á la fórmula de
gobierno local.
Del mismo modo la Asamblea de Ponce votó el art. 7.*
del Programa de 1886, bastante más espansivo que el de
Cuba.
Por efecto de las declaraciones indicadas, me fui dado
vivir en el seno del partido republicano peninsular, al cual '
debo una deferencia que nunca agradecerá bastante. Y
creo que oon algún provecho para mis correligionarios do
Ultiamar (1).
Oportunidad es esta de explicar un incidente que puda
tañer mucha transcendencia para la política colonial espa-
ñola. Era á los comienzos de las Cortes de 1886, á las cua-
les asistieron un grupo considerable de diputados «utono-
(l) Con efecto, á petar de mi re presentación acentuadamente colo-
* mal, loa republicanos peninsulares me han otorgado siempre represen-
' taetosea de su plena coafianxa, poniéndome en sus Directorios y en las
Jutas Supremas de Unión y Fusión republicanas y confiáudome el bo-
tar de redactar la mayor parte de sus Mat> i fiestas y acuerdos.
Preciso el hecho para combatir la máe ligera sospecha sobre cualquie-
» disposición desfavorable á la sansa autonomista de aquellos elemento a
republicanos. No hay en la Península nadie más autonomista que yo. Ha-
día que me pueda discutir esta representación que se acusa en loa mo-
mentos críticos: cuando se habla de responsabilidades ante el Gobierne
ó ante la prensa excitada ó ante las matas descompuestas. Sin embargo,
jamas mi carácter colonia), que nunca he atenuado, ha sido obstáculo
para la confianza de mis correligionarios de la Península, los cuales en
lt*ime propusieron para diputado de, Madrid.
Confieso que me halagó la designación. Mi triunfo hubiera sido
— 140 —
miatae j otro no escaso de diputados republicanos peminem-
lansi
Daba la circunstancia de qne todos los primeros profoee-
t&n opiniones republicanas, y que todos los últimos simpa-
tizaban con las soluciones autonomistas. A la vista da esa
coincidencia, con la perspectiva de nn grupo parlamenta*
cío de más de 30 individuos, y teniendo en cuenta que les
diputados republicanos representaban distintos matices dsl
republicanismo español y se hallaban propicios á constituir
la r/tiá* parlamentaria republicana, se me ocurrió qne
podríanlos entrar en ella todos, sin oompromster á unes*
tros electores ni á nuestros respectivos partidos. Mediante
este concierto podríamos haber organisado y distribuido les
trabajos, corriendo por cuenta de los diputados peninsula-
res la eaestión de la forma de gobierno y de la politice
monárquica, y á cargo de los antillanos los problemas da la
autonomía y de la vida local, no sólo en las Antillas sino
en toda la Nación.
m jaro . Lo fié el de la respcteble pers eme fue me sustituyo, el eeler
Fe i re gol, Y jo, que tengo une alte idee del pueblo de Madrid, eae
nubiora atoado y me afanarle siempre con en represe ataeién en Cortee,
ya que oa otro tiempo (en 1899) decliné en representación municipal,
par* ln que no me creo eon condiciones.
Foro ■ a 1S9S réHuttHé de modo odcial la eandidetnra de diputase por
lfadridt porque después del Ifanifi esto de la Directiva autonomista de
Cub* da i.* de Boero de 1893, j sobre todo, de sus últimos pirréis* (en
que •} hice alosion notorio á mi bumilde persona) no creí que poifa
declinar la representación de Cuba, si por Cuba era elegido, peraeoosr
*»# «amjjiSo rompiendo con el retraimieato que jo be combatido atona-
pro «a todts partes.
Coacte! pues, la buena disposición de los ropublieenes peninsulares,
«un on este detalle.
— 241 —
Hfgo gracia al lector de toda explicación respecto al
aléanos do esta empresa. Por lo pronto aseguraba 4 los
diputados antillanos, periódicos, partidarios, muchos ami-
gos en el campo de batalla y 4 dos mil leguas de dis-
tancia de los lugares donde ellos tenían sus primeros doró-
los. Para los peninsulares era de mucha faena el concurso
de un grupo de hombres dedicados especialmente 4 un pro-
blema fundamental de la política republicana, pero bastan-
te olvidado desde 1874 4 esta parte y sin ooya soluoión es y
ser4 bien difícil la vida de la próxima República.
Para no ocultar nada añadiré que por aquellos mismos
días se constituían los dos citados grupos parlamentarios
en el Congreso. SI autonomista tuvo la bondad de conferir-
me su presidencia, en harmonía con las indicaciones de las
Directivas de Coba y Puerto Rico. Los republicanos discu-
timos una cuestión análoga y desde el primer momento se
señalaron públicamente tres candidaturas: las de los señores
lluro y Pedregal, come exministros de la época republicana
j la mía, como el diputado mas antiguo.
Con toda franqueza y perfecta sinceridad decliné este ho-
nor y resistí las insistentes y bondadosas instanoias que en
junta celebrada por toda la Minoría, en uno de los salones
del Congreso, me hicieron públicamente mis compañeros los
Sres. Villalba Horras y Gil Sans. Entonóos expuse la oir*
oso stand n de haber sido ya electo para la presidencia del
grupoautonomista. Mo faltó quien en la reunión utiliiara este
mismodato para sostenerque seria muy oportuno y eficis que
«na misma persona llevara la dirección parlamentaria de
ambos grupos, pero yo tuve que declarar que no me com-
prometía 4 esa empresa, por todo extreme simpática, por
cuanto no respondía de que el plan por mi ideado y que antes
— 24 2 —
he expuesto tuviera la unanimidad de votos en el seno de 1*.
Minoría parlamentaria antillana. No se pueden aceptar lo*
cargos mu la creencia de poderlos desempeñar eficazmente.
Pocos dias después era electo oon mi voto público, para
presidente del grupo republicano, mi qnerido amigo el señor
Pedregal $ antes de dos años ingresaban en el partido libe-
ral algunos queridos compañeros de la Minoría autonomista»
Pero la generalidad de las gentes, aun dentro del Congreso,
continuó creyendo que debían ser unos mismos los autono-
mistas y ios republicanos*
Así pasaron las cosas y ahora me atrevo á decir que en»
tonces se perdió una gran oportunidad de dar extraordina-
ria fuerza y mucho prestigio á la acción de los autonomía*
tas de (Juba y Puerto Bico en la opinión pública y en la»
Cortes da la Península. No es fácil que esto se comprenda 4
dos mil leguas de distancia.
Todavía la diputación autonomista antillana luchó oon
otra dificultad. La oompusieron casi siempre dos elementos.
El uno constituido por personas residentes en la Metrópoli,
el otro por personas domiciliadas en las Antillas, muy iden-
tificadas con las ideas, los sentimientos y los intereses de
aquellas comarcas y oon las directivas de aquellos partidos
locales de que formaban parte. No hay para qué decir que
estos últimos diputados y senadores tenían la mayor re-
presentación local; asi como á los primeros correspondía la
mayor representación general en la totalidad del empeño*
Pero sucedió constantemente que los diputados del pri-
mer grupo vinieron á Madrid solo por tiempo muy limita-
do; una vez cada dos ó tres años y aquella ves por tres 6
cuatro meses. El plazo era brevísimo y su gestión tenía
que redn jirse á Madrid, y en Madrid, al Parlamento. No
— 243 —
ludria posibilidad material da relaoi6n oon loa demás ele-
mentos políticos de la Metrópoli ni de campana propagan -
dista fuera de las Cámaras, donde no se habla cuando ni
como se quiere.
De esta anorte el aislamiento de aquellas personas, de mé-
rito verdaderamente superior, de nobilísima intención 7 de
laboriosidad indiscutible, fue cada día más positivo y pal*
pable.
Y como esto se relacionaba necesariamente con la espe-
cialidad de la doctrina, la irregularidad de la campaña y
la tendencia particularista antillana (muy aoentuada des-
pués de 1*90), resultó un positivo aumento de dificultades,
cuyo vencimiento habría sido posible (aunque no fácil) como
lo demostró el éxito de las conferencias que sobre el proble-
ma colonial dieron en el Ateneo de Madrid, en el invierno
de 1895, varios de aquellos prestigiosos ó inteligentes auto-
nomistas (1).
lio mismo dije yo que debería haberse hecho en otros
-centros de Madrid y en provincias. Mas para ello era pre»
«so que los diputados continuaran aquí más tiempo, que la
suputación se organisara de otro modo, y queallá en las An-
üllas se comprendiera el valor y la eficacia de la propaganda
*?ue aquí debían hacer, con sus propios medios, los antilla-
ios, poniendo á la opinión pública muy por cima de las
tacnas disposiciones de los Gobiernos y de los políticos.
Mi fe en la opinión pública es cada ves más fuerte. En
la opinión pública, fervorosa, oonstante y suficientemente
solicitada* Puedo hablar por propia experiencia. Supongo
(l) Betas conferencia» m publicaron en 1895, en dos tomoe con el tf-
talo de 2» ProbUm* Colmial Cwtumporhnto. Diáconos de loe Srev. £•*
tm, Qibtga, Caata&oda, Dolí, Montero Tsrry, Cueto j Moret.
— 244 —
que falta esta á los que á cada instante nos dioen que en Es
pifia la opinión pública no vale nada.
£1 gropo peninsular de la diputación autonomista tuvo
siempre una rectitud de propósito y una devoción á la cau-
sa que nadie podría discutir. Pero no era menos positiva su
falto de intimidad con las directivas insulares, cuya co-
municación frecuente imponía toda oíase de conveniencia*
políticas.
Faltando esa intimidad en una parte de la Minoría alu-
dida, careciendo aquí todos de cuerpo auxiliar de correli-
gionarios, asediado j los diputados de la mayor acentuación
local por los elementos dudosos que, después, en los momen
tos críticos han excusado su cooperación á nuestra caaea y
ausente, por regla general, del escenario de las Caites aquel
elemento parlamentario, claro se está que nuestra acción te-
nia que resentirse, y que para hacerla todo lo eficaz que exige
lo grave de su empeño habría que buscar, en lo porvenir*
otros medios en otra parte; como por ejemplo, en una espe-
cial organización déla Minoiia parlamentar. a combinándo-
la con una relación más viva con los centres polítiood penin-
sulares y la publicación de un periódico propio en Madrid,
Todo esto bien considerado, no es posible negar ni el pa-
re: relevante que los diputados y senadores de Cuba y Puer*
to Rico han desempeñado como únicos gestores del inte-
rés autonomista insular en E¿paña, durante los últimos
1 & años, ni los méritos y los éxitos extraordinarios de esa
representación parlamentaria autonomista, ni Ja segur i -
dad de que se pueden obtener grandes triunfos ilustrando
de un modo más regalar y efíoas á la opinión pública y
comprometiendo con más resolución á los elementos politi-
ces de la Península, ni que las viotorias alcanzadas en estos
— 245 —
üürnoa años soperan á los medios empleados pera obtener-*
Im, ni , en fio , que para conseguir más, es necesario bascar
iniiJio y oooperación en el terreno mismo donde se han
üdo 7 se han de dar las grandes batallas decisivas para.
k» libertades de nuestras Antillas.
XV
Esos auxilios y esa cooperación, bien que en proporciones
modestas, la han tenido los autonomistas de lae Antillas en
los republicanos peninsulares, en el transcurso de ios últi-
mos veinte años.
Los hechos hablan.
Repito que no niego lo que en obsequio de las libertades
coloniales han hecho otros partidos» y señaladamente el
liberal peninsular. Ni quiero discutir el tema* No me im-
porta. Ya he consignado lo realizado por los Gobiernos li-
terales de 1881, 1886, 1192 y 1895. Trato ahora solo de
señalar los mayores méritos y compromisos.
He interesa afirmar y repetir que todo eso se ha re-ali-
sado después de vigorosas campañas de los diputados y se-
cadores autonomistas; que en su logro han entrado ade-
más del esfaerao de los senadores y diputados antillanos,
cierta buena disposición del partido liberal» las corrientes
espansivas de la época, la situación de las Antillas, la ac -
titud de los partidos insulares y la cooperación especial
y 4 veces decisiva de los republicanos de la Península: j
en fin» que todos los partidos monárquicos, aun el liberal»
— 247 —
en los momentos de mayor expansión, han proclamas
franca y solemnemente su oposición resuelta al régimen,
autonomüla, considerado por los anos como antitético al
interés monárquico y por todos como cosa vitanda y opuea -
ta al poderío y las tradiciones de la nación española.
No creo que sobre este último punto haya la más ligera
dada para los que estén al tanto de nuestra historia parla
mentar ia, á pesar de los infantiles esfuerzos que algún
hacen en estos días, para que corra otra cosa. Las palabras
de Iob Sres. Cánovas del Castillo y Sagasta presidiendo
Ministerios ó haciendo la oposición, están en la memoria
de todos. Recien tísimas son las observaciones que el prime-
ro de aquellos políticos hizo al redactor en jefe de la Nouvé-
lie Revue Internationale de Paris (Mr. Henri Charriot)y que
wte publicó en su revista (1). No menos explícitas fueron
las frases con que el Sr. Sagasta (2) me contestaba en las
Cortes de 1892. Y no hay para qué repetir los esfuerzos que
(1) La Revue International dedicó en 15 de Diciembre de 1895 un
número especial & expresar la opinión de los principales políticos
eepanoles, sobre el problema de Cuba.
(2} Hé aquí algunas de esas frases:
«Be imposible hacer antes las reformas políticas que las económicas
»Yo no soy de los que disen «sálvense los principios y piérdanse las
•lonias», sino de los qus dicen aunque parexca liberal anticuado «sal -
•Tense las colonias y piérdanse los principios» .
•Tengo macho miedo i la autonomía, muy expuesta á que venga tre*
de ella ia independencia, y como hsy cubanos enemigos de España que
se aprovecharían de los elementos que da la autonomía, yo no quiero
dar elemento ninguno á mis enemigos; por eso rechazo la autonomía
»¿Se entiende por autonomía la descentralización? Pues no reli-
aos por palabras. Pero autonomía en lo político, algo que merme la
soberanía de la nación, eso, jamás; esa es la valla insuperable que hay
entre los autonomistas y ios liberales» •
17
— 248 —
entrambos estadistas hicieron en las Cortes de 2895 para
demostrar que las reformas Maura-Abarzuza c no eran la
autonomía colonial, y que por no serlo las votaban liberales
y conservadores.»
Lo que no se sabe tan bien es cómo ha influido en el Go-
bierno liberal, para las concesiones hechas al liberalismo
antillano, la harmonia y el afecto, y una cierta intimidad
que por mucho tiempo (hasta 1894) mantuvieron en el Con-
greso los diputados republicanos y los diputados autonomis*
tas, aun sin llegar á confusión de ningún género.
No me parece que ha llegado el momento de explicar deta-
ll ^lamente esto; pero si recordaré el inteiés que el Sr. Sa-
gasta tenia en fortalecer su partido con los desprendimientos
y 1 b. benevolencia del republicano y que para un hombre de
la sagacidad y experiencia del jefe del liberalismo no podía
pasar desapercibida (y no pasó ciertamente) la influencia que
en a actitud de la Minoría republicana del Congreso habían
de ejercer las consideraciones y concesiones que el partido
gobernante hiciera á la reclamación autonomista, cuyos
gestores aparecían confundidos (cualesquiera que fuesen las
reservas y aun protestas que ellos hicieran) ante el público,
con loa diputados defensores de la República.
Sobre ello podría decir yo mucho más por aquello de que
pan máxima fui.
Aparte de esto hay que estimar lo que positivamente y
de un modo directo y público hicieron los diputados repu-
blicanos en el Congreso desde 1880 á 1895. Es decir, desde
que hubo Minoría republicana en el Parlamento español,
después de 1873.
Para estima/' este punto me bastarán algunas citas.
En otra parte he hablado de la enmienda que los diputa-
— 249 —
dos autonomistas presentaron y que defendió el Sr Monto*
ro en las Cortes de 1886, asi como del hecho de que solo loa
diputados republicanos acompañaran á los autonomistas en
la votación nominal de la enmienda»
Dieron mucha acentuación al hecho varios incidentes.
Por ejemp'o, la Minoría republicana posibi lista pe abétuvo
de votar. El Sr. Gil Bergen explicó hábilmente su abstención
diciendo que no vela la oportunidad de la cuestión y sobre
todo que necesitaba más pormenor y claridad para resolver
sobre el problema planteado por los autonomistas.
La misma generalidad de la afirmación de estos — ya que
no el discurso del Sr . Montero — debia haber sido un estí-
mulo para la adhesión, siquiera en principio» de los posibi -
listas del Congreso, Pero la explicacióa estaba en otra parte
y todo el mundo lo comprendió perfectamente. Porque ya
entonces había comenzado la evolución de I03 políticos
que dirigía el Sr. Castelar en favor de la Monarquía. Era
natural que los pesimistas no contradijeran el voto de sus
prójimos correligionarios. Por tanto su abstención dio más
tono republicano al voto del 16 de Janio de 1886.
Otro hecho de menor importancia servirá para robustecer
mi opinión * En el curso del debate sobre la contestación al
discurso de la Corona terció vigorosamente, como individuo
de la Comisión, el Sr. IX Antonio Maura y buena parte de su
discurso se encaminó á ae Salar el grave paso que la Minoría
republicana habla dado al votar la enmienda de los autono-
mistas, por cuyo hecho, á su juicio grandemente eeosurable ,
aquella Minoría había tomado las notas radicales y pertur-
badoras del Sr. Pi y Margall (1).
(1) Véeae el Diario rf* Setwnit del GoDgrefo de 23 de Janio de 1886.
— 250 —
Ed honor de la verdad, el Sr. Maar*. lo mismo entonces
que después, siempre se ha mostrado opuesto á la solu-
ción autonomista; pero conviene precisar el hecho de 1886,
por lo mismo que se trata de persona muy caracterizada
después, en el sentido de reformas ultramarinas, que no se
pueden ni deben confundir con la Autonomía (1).
Algo análogo podría decirse de otro importante hombre
político del partido liberal: del Sr. D. Fernando León y
Castillo.
Grande injusticia sería negar lo que este político ha hecho
en favor de las libertades coloniales. Yo he aplaudido ca-
lurosamente su gestión ministerial de 1881 y he reconocido
su noble propósito, ya que no su acierto, con motivo de la
ley de 1882 respecto de las relaciones mercantiles de las
Antillas y la Península. Pero con ser el Sr. León y Casti-
llo el ministro de Ultramar más expansivo del partido libe-
ral , hay que reconocer también que siempre fué hostil á la
solución autonomista que era la fórmula de la campaña an-
tillana de estos últimos dieciseis años y por lo que se ha visto
después, la fórmula única de salvación de las Antillas e$pa«
ñolas.
Me seria facilísimo aportar frases de muchos discursos
del Sr. León y Castillo. Básteme citar parte de aquel de
contestación al Sr. Portuondo en que decía:
c La independencia administrativa con ribetes de autono-
mía es para mi, en un término breve, la independencia de
la isla de Cuba y su separación de la madre patria.
Ki partido liberal no cree que el porvenir de las colonias
sea la separación de la madre patria, y el estado autónomo
es i [revocablemente i mposible . »
Pero vamos más adelante. Todavía reciente el voto dado
(1) Véase iu discurso del 8 de Julio de 1896.
— 261 —
por la Minoría republicana á la enmienda del Sr. Montoro,
esa Minoría, en 27 de Abril de 1891 , presentó otra enmienda
al proyecto de co atestación al Mensaje de la Corona, enmien-
da que defendió el 3r< Pedregal (refiriéndose á mi para que
la desarrollara) y que suscribimos, á nombre de todos los
domas compañeros al efecto congregados en nno de los salo-
nes del Palacio del Congreso, los Sres. Pedregal y Azcárate,
como centralistas; Pí y Margall y Valles y Bibot, como
federales; Maro* como progresista; Becerro de Bengoa, como
suelto, y quien escribe estas lineas, como centralista auto*
nocnista. Esa enmienda» en la parte relativa á lo colonial, x
dice así:
iLa situación de nuestras Antillas es cada ves más alar-
mante, debido, no solo á camsas económicas de distinta Ín-
dole, si que muy principalmente á la política centralizadora
de desconfianza y desigualdades, allí dominante y que arge
rectificar, asi por reformas que abaraten la vida y aseguren
la prodncción colonial, como por otras de diverso carácter
entre la* cuales figura la plena identidad de los derechos po-
líticos con la Metrópoli, el sufragio universal, el mando su-
perior civil y la organización insular autonomista.
iEl mismo espíritu debe inspirar la progresiva reforma
del estado de nuestras colonias de Oceania y de África,
donde debe asegurarse desde luego el goc« de las libertades
Ímblicas y organizar el gobierno con arreglo á las particip-
ares y distintas condiciones de cuitara y de riqueza de
aquella comarca. >
Esta enmienda tenia otros precedentes.
fil año 1890 la Minoría parlamentaria republicana for-
mólo las bases de su acción dentro del Congreso, y con la
firma de ios Diputados progresistas Sres. Baselga y Moro,
lo mismo que del Sr. Becerro de Bengoa (suelto) y de los
Sres, Pedregal, Azcárate, F. González, Labra, Prieto y
TilUlba (centralistas), entonces proclamó también \& Auto-
nomía colonial en explícitos términos:
_ 252 —
i La Minoría sostiene la identidad de loa derechos políti-
cos y civiles en Cuba y Puerto Rico respecto de la Penín-
sula, y en toda* las colonias el mando touperior civil, con
tina organizan i óu interior en sentido autonomista, que, afir-
mando poderosamente la unidad de la nación y del J£stado,
consagre de un modo amplio y eficaz la competencia local
para los negocios propiamente coloniales.»
Eato es de fecha de 2fi de Febrero de 1S90.
La idea se repite en el Manifiesto de 29 de Mayo del 91 1
de la Minoría republicana del Congreso á sus correligiona-
rios de España, después de las elecciones municipales. Fir-
maron el Manifiesto no sólo los centralistas Sres, Azcárate,
Cervera, Labra, Melgarejo y Pedregal, y los federales seño-
res Palma, Pi y Ma^gall, Puigy Calzada y Valles y Ribot,
y los republicanos sueltos Sres. Becerro de Bsngoa y Moyat
sino los progresistas Sres. Ballesteros, Baselga, Gonzá-
lez Chermá, Harenco, Muro y Rodríguez (D. Calixto), á
loe cuales se atribuía ana actitud hostil á la solución auto-
nomista!
En este Mamjlssto se dioe sobre la cuestióu colonial lo
siguiente:
■ Nos proponemos llevar ese mismo espirita autonómico
á la organización de las colonias. Queremos identificarlas
en lo fundamental con la Metrópoli, salvando su competen-
cia para resolver directa y oportunamente sus particulares
negocios.
»*3etán todas regidas militarmente; se considera aún pe*
ligrosa la mera división de mandos. Tienen Cuba y Puerto
Rico asiento en las Cortes; pero no el sufragio nni versal
para 1 a elección de ens representantes. Ni e»ta ni otra re*
presentación han conseguido aun las Islas Filipinas. No ea
allí libre ni el pensamiento; existe la previa censura aun
para los libros que van de la Península.
»Esto, unido á males administrativos y económicos, que
no por lo inveterados dejan de exigir pronto remedio, traen
inquietas a todas las colonias y mantienen en todas nn fer-
mento de rebelión que es para nosotros una constante ame-
— 25S —
naza. Queremos, por de pronto, en todas, Ja prepotencia
del poder civil, la identidad de derechos, la entrada en las
Cortes, la enmienda de los machos vicios de que la admi-
nistración adolece, el severo castigo de cuantos cometan
exacciones indebidas ó defrauden rentas.»
, Mucho disgustaban estas demostraciones de los republi-
canos al Sr. Romero Robledo, grandemente interesado en
demostrar que ningún partido nacional y de la Península
aceptaba la solución autonomista colonial, asi oomo que los
autonomistas cubanos eran, más que indiferentes, hostiles
4 los republicanos peninsulares .
Esta idea correspondía oon la especiosa y muy discutible ,
de que, en cambio, en los partidos incondicional de Puerto
Rico y constitucional de Cuba, aparecían hombres de todas
las procedencias y aficiones déla Metrópoli (y por tao
republicanos) y que aquellos incondicionales y constitu-
cionales figuraban en todos Iqs partidos de la Península ,
intimando,. sus diputados y sus senadores, oon los partidos
nacionales, conservador y liberal, haciendo política general
y obteniendo el.apoyo de todos los Gobiernos y todos los
elementos políticos de la Madre Patria.
No se necesita subrayar la intención de la tesis, poco es -
timada por los elementos avanzados allende el Atlántico.
La dificultad para la política del Sr, Romero Robledo y de
sos íntimos, estaba en el hecho de que hasta entonces los di"
potados autonomistas habían parecido confundidos con los
republicanos; y en que algún autonomista, como quien
escribe estas lineas, ocupara puesto de algún relieve en
*l directorio de uno de los grupos republicanos peni
salares. Pero sobre todo, en la probabilidad de que los re-
publicanos peninsulares dieran por suya la fórmula autonó -
«dea antillana, quitando á esta su carácter puramente local
— 254 —
7 toda sombra de exclusivismo, y haciendo absolutamente*
imposible que, dentro 6 fuera de las Cortee, apareoiese un re-
publicano peninsular compartiendo las soluciones de los par-
tidos constitucional de Cuba é incondicional de Puerto Rico.
Si se hubiese logrado la política del Sr. Romero Robledo,
luego se habría dado el paso de hacer venir al Congreso ó-
al Secado á algún republicano afiliado á los partidos con-
servadores 6 reaccionarios de Ultramar.
Todo estose evidenció en el Parlamento hacia 1801, al
discutirse tina interpelación desenvuelta por el diputado
autonomista D. Miguel Moja.
Era ocioso que hicieran declaración alguna los repre-
sentantes del partido federal y del centralista, porque en
su** programas respectivos, bien notorios, se consignaba
da modo explícito la afirmación autonomista. Las vueltas y
revueltas del Sr. Romero Robledo eran alrededor del gru-
po republicano-progresista, y en nombre de éste, y por mi
insistente ruego, habló su presidente D. Josó Muro, en la
se&ifrn del 11 de Julio de 1891, diciendo lo siguiente:
* El 8r. Romero Robledo, pasando revista á la distinta
actitud de los partidos políticos peninsulares, fijándote
señaladamente en la actitud en que pudieran estar coloca-
dos los partidos republicanos respecto á la política ultra-
marina, vino á afirmar que ninguno de los individuos de
esta Minoría haría declaraciones en el sentido de la autono-
mía colonial. Esta afirmación del Sr. Romero Robledo, no
tanto por sus términos como porque pudiera envolver una
inculpación de falta de seriedad á mis compañeros y á mi,
es grave, tan grave -jue en el día de ayer, en el más inme-
diato al discurso del Sr. Romero, nosotros hubiéramos
opuesto la oportuna rectificación si el debate hubiera conti-
nuado sobre la proposición del 8r. Moja. Reanudado hojv
aprovechamos esta primera ocasión para manifestar que
todos nuestros actos, que toda nuestra política, todas nues-
tras declaraciones son una continua afirmación del princi-
pio y de la tendencia autonomista en la Península y en.
— 255 —
Ultramar. Por ser asi pusimos nuestras firmas en la en-
mienda á la contestación al discurso de la Corona, qne tan
brillantemente defendió aqaí el Sr. Pedregal á nombre de
todos; por ser asi suscribimos antes de las anteriores Cortes,
el acta qne estampó nuestra conducta, nuestros principios y
procedimientos como regla y guia en los debates parlamen-
tarios: De suerte que solo desconociendo el Sr. Romero
Robledo estos, ó atribuyéndonos una volubilidad de que no
somos capaces, pudo llegar á la conclusión que ninguno de
nosotros se atreverla á hacer declaraciones en el sentido de
la autonomía colonial.
No hay para quét decir, porque esto de puro sabido se
sobreentiende, que en el partido republicano progresista, á
quien tengo la honra de pertenecer, como en todos los par-
tidos, tanto republicanos como monárquicos, dentro de la
integridad y la doctrina, hay sobre estas cuestiones y sobre
otras matices de opinión que no afectan á la esencia, y la
esencia es el principio y la tendencia en los cuales todos
absolutamente estamos conformes, como que reiteradamente
hemos afirmado, ratificado y suscrito esos compromisos.»
Habla otro grupo republicano en la Cámara, y era el
posibilista, en vísperas de entrar en el partido monárquico
liberal. Esto último lo hizo en 1893, pero en la sesión del
11 de Julio del 91 declaró, por los labios del Sr. Celleruelo,
lo siguiente:
c8e ha puesto aqui en duda si aceptamos ó no el nombre
ó dictado de autonomistas, y debo declarar que no lo acep-
tamos en cnanto á las cuestiones que á Ceba se refieren.
Ka lastimar absolutamente en nada á las dignísimas per-
sonas que llevan en esta Cámara la representación ó la ban-
dera de este partido, nos vemos obligados á rechazar ese
nombre por la significación que seguramente sin razón
alguna, da la inmensa mayoría de los espaSoles asi al nom-
bro oomo al partido que con él se apellida.
Y hecha esta declaración, solo me resta decir que no
estamos conformes con el principio absoluto de la asimila-
ción; que lo encontramos irrealizable y peligroso, y lo
— 256 —
creemos además perjudicial para el desarrollo de loa inte-
reses de las Antillas y más perjudicial aún para los intere-
ses del resto de la Nación.
Queremos para la Isla de Cuba y la de Puerto Rico leyes
especiales, leyes dictadas y aplicadas de conformidad con
el espíritu y con las tendencias modernas y en consonancia
con el alto grado de civilización que las Antillas han alcan-
zado, civilización y cultura que, si no supera, iguala por
lo menos la de muchas naciones europeas que marchan á la
cabeza del progreso, i
En aquel debate solo el Sr. D. Josa Carvajal correspon-
dió, hasta cierto punto, á las esperanzas del Sr. Homero
Robledo. Y digo hasta cierto punto, porque si bien aqnel
hombre político, en la sesión del 3 de Julio, se manifestó
opuesto á la autonomía colonial, en cambio expuso sus
deseos de que ese llevase á las Antillas la ley municipal»
la provincial y la electoral i con otras reformas, de modo
que la diferencia de Ultramar y la Península fuera solo en
lo contributivo, en lo económioo. Pero el Sr. Carvajal, coa
ser una personalidad saliente, no hablaba más qne por su
cuenta y no formaba en grupo alguno republicano.
Por manera que á mediados de 1891 otra vez se probó en
el Congreso que los partidos republicanos españoles defen-
dían la autonomía colonial (1).
Y así corrieron las oosas hasta que llegaron los debata*
y la votación de la célebre ley de reformas del Gobierno y
Administración de las Islas de Cuba y Puerto Rico,
en 1895.
Cuando se presentó al Congreso el Uamido proyecto Han*
ra, la Minoría republioana se había retirado de la Cámara
(1) Véase el Diario dé S¿tiott$t de Junio y Julio de 1891 y mi diicur-
10 parlamentario de 8 de Julio.
— 257 —
por efecto de los apasionados debatea que produjo el incon-
cebible propósitodel partido liberal peninsular, de reformar
4& sentido burocrático el régimen municipal de \% Penínsu-
la. A aquella Minoría pertenecíamos el Sr. D. Miguel Moya
7 y°i <lue «ramos también diputados autonomistas de Puerto
Eioo. Loa autonomistas cubanos estaban en el retraimien-
to. La Minoría, con gran sentido y manifiesta generosi-
dad, declaró que, en consideración á nuestra procedencia, á
la gravedad intrínseca del problema ultramarino y á las
circunstancias del momento, el Sr.,Moya y yo podríamos per-
manecer en el Congreso, con el exclusivo fin de discutir la
cuestión colonial.
JCsta declaraoión fué realzada por la negativa que la
misma Minoría dio á pretensiones análogas de diputados
vascongados y de alguna otra provincia peninsular, solici-
tados á la sazón por el interés de la cuestión de las Capita-
nías generales y la división militar de España. La Minoría
estimó qne nada de esto era comparable al interés político y
excepcional de la cuestión ultramarina. Merced á estas de*
daraeionee me fué dable recoger y contestar en las Sesiones
del 14 y 15 de Junio de 1893, las alusiones y censuras que
el 8r. Cánovas del Castillo dirigió pocos días antes, en el
Congreso, al partido autonomista onbano.
Pero luego la Minoría republicana volvió al Congreso y
pudo asistir á la disensión del proyecto de ley llamado del
8r. Abaraña* sobre el Gobierno y Administración de las
Antillas.
Puede ya decirse. La Minoría republicana no simpatiza*
be con este proyecto ni con su supuesto inmediato, el qne
en 6 de Junio de 1893, presentó el Sr, Maura. Tampoco
ara yo un entusiasta, pero mi disposición personal era bas»
— 25S —
tanto distinta de la de los demás compañeros del grupo-
republicano; sin dada porque en mi debían pesar y pesaban
oousideracjénes procedentes de mi intimidad con la direc-
tiva autonomista cabana, de un regular conocimisnto del
medio antillano y de un detenido estudio del valor relativo
y del aloanoe político circunstancial de aquellos proyecto*,
muy discutibles si eran estimados solo como una solución
definitiva del problema ultramarino. Era muy difícil qne
loa diputados republicanos peninsulares apreciaran todoesto
de igual manera.
Sigo prescindiendo de detalles y de explicaciones. Ni si-
quiera quiero sacar argumento en mi favor de lo que actual-
mente pasa en Puerto Rico, donde se plantea la refor-
ma Maura, sin reforma electoral y en beneficio de la oligar-
quía conservadora. Es decir, realizándose algo de lo que yo
temía.
Oiré tan solo que hubo un momento en que fué posi-
ble y aun probable que la Minoría republicana, sino com-
batía los proyectos Maura-Abarzusa, se abstuviera de vo-
tarle. Excuso deoir lo que esta abstención hubiera reper-
cutido, sol re todo en las Antillas, y el daño que habría
causado á la Minoría autonomista que pretendía represen-
tar la nota más radical en la pelitioa ultramarina.
Por fortuna las dificultades fueron vencidas (no sin tra-
bajo, por motivos que no son del caso) y no oreo pecar de
jactancioso diciendo que contribuyó bastante á nna solueiós
satisfactoria la circunstancia de qne yo perteneciera á en-
trambas minorías: la autonomista y la republicana. Por lo
pronto puedo afirmar que hice gestiones en este sentido y
que á la postre recibí el encargo de pronunciar en plano
Congreso algunas frases que dieran solución al conflicto.
— 259 -
Mi breve discurso del 18 de Febrero de 1895 fué uno de
loa mis delicados, de los más difíciles que he pronunciado
en mi ja no corta vida parlamentaria. Entonces dije:
c Bueno es que se sepa, es decir, que se confirme (porque
aqui se ha dicho constantemente) que nosotros consideramos
este dictamen, sin estimarnos parte en este concierto ni
autores de esa obra. De otro modo, nuestra acción de parti-
do propagandista cesaría en el momento de votarse esa ley.
Eso ya Jo dijimos cuando por primera vez presentó su pro-
yecto el Sr. Maura, y tuve )0 que usar de la palabra para
recoger una alusión del Sr. Cánovas del Castillo (1). Ya
entonces dije, no sólo por propia cuenta, sino llevando ia
vos del partido autonomista de la isla de Cuba (que para
ello me había autorizado por medio de un telegrama suscri-
to por el digno Presidente de aquella directiva), ya coton-
ees dije, que el partido no era participe en aquella empresa
ni asumía responsabilidad directa respecto de aquel pro-
yecto, pero que lo consideraba como un progreso cuja ten-
dencia era necesario apoyar por su harmonía con el principio
de la especialidad de la legislación ultramarina; entendien-
do además que importaba mucho mantener al propio tiempo
nuestro peculiar criterio en la cuestión colonial, y llevar
nuestras soluciones, hasta donde fuera posible, á la seria
reforma enunciada.
fin tal supuesto se hace preciso repetir, que nosotros no
somos verdaderos autores ni confeccionadores de ese dicta-
men, ni podemos asentir á todas sus soluciones, pero que de
ninguna suerte desconocemos sus méritos en relación con
muchos y muy considerables intereses (2). Quiero decir con
esto, que ni por un solo instante hemos dejado de ver los de-
fectos de este dictamen, y que, al prestarle hoy el concurso
bien definido de que habló el Sr. Montoro, no obramos por
sorpresa ni i or arrebato, ni aun bajo la presión de aquella
alegría propia de quien advierte que se le otorga algo que
no podía ni debía esperar, per lo menos en el momento en
que se le hace el regalo. Conviene que conste que para fijar
nuestra actual actitud hemos meditado bastante, inspirán-
(1) Beaióa del 14 de Julio de 1898.
(2) Convendrá tener presente el artículo que con mi firma y rubro
4e L» PotUica Colonial en 1898 publiqué & principios de 1894 en el pe-
riódico madrileño La Jutticia. Luego fué reproducido en un folleto de
propaganda política titulado Bipartido ContralUta.
— 260 —
don os en la conocida tradición de la Minoría parlamentaria
Autonomista.
t Podría aducir muchas pruebas, pero voy á citar tan sólo
dos ó tres ejemplos. En primer término, á nosotros no ha
debido satisfacernos la forma empleada en este dictamen
para recabar los votos del Congreso.
Tampoco ha podido pasar para nosotros como cosa de-
poca importancia, el hecho de sacar de este Parlamento na •
cionul, donde el elemento electivo y popular tiene tan viva
representación, ciertas atenciones para llevarlas al Consejo
Jar cubano, constituido, no sólo por vocales designados
libremente (asi se dice) por el pueblo, si que por individuos
de la libre designación del Gobierno, y en perjuicio, como es
entura), de la independencia de aquel centro y de Ja supre-
macía del elemento representativo. Este defecto resulta más-
grave, por no acompañar á la ley que discutimos aquella
amplia reforma electoral que creíamos patrocinada por ele»
tos muy templados de esta Cámara y hasta por miem-
bros importantes de ese Gobierno.
* » *■•••••••.*•••■•••••••■. •«•••••••••••••••• ••••• •»-
* Además, Sres. Diputados, es necesario rectificar nn error
qna oigo cou mucha frecuencia repetido p r todas partes.
1 1* autonomía colooial no se resuelve pura y exclusivamen -
te en el propósito de arrancar á los Po 'eres centrales facul-
tades y atribuciones, para llevarla* allende los mares y
íarlas á instituciones ó á centros de carácter más ó me-
nod burocrático ó privilegiado. No, de ninguna suerte La
autonomía en tesis general, la autonomía que piden los par*
tidos autonomistas de Cuba y de Puerto Rico, que son esen-
cialmente democráticos, no se limita á una derogación de
facultades del Poder central, sino que consiste en delegar
aquellas facultades que no impliquen en lo más mínimo-
mengua de derechos correspondientes á la soberanía impe-
rial, á centros populares, á instituciones similares á las de
la Metrópoli, á elementos apropiados por su origen y cir-
cunstancias para desempeñar funciones que antes estuvie-
ran conferidas al elemento electivo y responsable.
Es preciso rectificar una vez más este error, porque si él
prevaleciera, seria cosa de creer que estaba dentro de las
tendencias autonomistas arrancar al Congreso su competen-
cia, para cualquier ramo de la Administración ó cualquier
interés de gobierno (por ejemplo, la fijación de contribucio-
nes, la atención postal, ó el régimen arancelario nltramari-
— 261 —
ao), con el fin de entregarlo, por ejemplo, á la Junta da
autoridades de Coba 6 Puerto Rico.
»Con lo cual se cometería el mismo error de pensar que
habían sido inspiradas en un sentida autonomista las re-
formas que en el siglo pasado realizó el Marqués de Pom-
bal en el Brasil, restando ciertas facultades del Poder cen-
tral, para conferírselas á autoridades y centros coloniales
cuyo carácter era unas veces oligárquico, otras dictatorial,
negando asi el principio de expansión que constituye la
base del régimen autonómico que nosotros sostenemos y
proclamamos.
1Y0 declaro con toda franqueza que, siendo muy circuns-
pecto y meticuloso en ciertos puntos el actual proyecto»
seria más gubernamental, y á mi juicio más orgánico y
completo, si en el particular de que trato se ajustara al
programa que sostiene el partido autonomista cubano. Nos-
otros todos queremos la separación del presupuesto nacio-
nal y del presupuesto local. Al presupuesto nacional trae-
mos todas las atenciones del Imperio en la forma y en la
cuantía que se determine por la voluntad libérrima de las
Cortes, y á esos gastos generales del Imperio ó de la Nación
queremos que contribuyan las colonias ó provincias de
Ultramar con la cuota que les corresponda en condiciones
análogas (tomando en cuenta la riqueza, la población, etcé-
tera) á las de las provincias de la Península. Y entendemos
al lado de esto que, sin rozamientos de ninguna especie,
bajo la autoridad suprema del Gobierno, con la interven-
ción en su caso de las Cortes, y manteniendo integro el
derecho imperial que nosotros reconocemos quizá con más
eficacia que las escuelas opuestas, las Antillas deben tener
la facultad de determinar sus presupuestos locales y de
frjar, no sólo sus gastos, sino sus ingresos para satisfacer
aquéllos y para pagar la cuota que á aquellas comarcas
corresponda en vista de las atenciones generales ó naciorfa-
. les que las Cortes señalen. Claro es que la fijación de esa
cuota cumple á. la plenitud de la ¿¿epresentación nacional;
de ninguna suerte á las Asambleas insulares. Triste cosa es
necesitar estas explicaciones evidentes y sencillísimas para
rectificar tantas preocupaciones y tantos prejuicios como nes
atajan el camino, en círculos de notoria ilustración.
a >Porque1 hoy por hoy, ha de lucharse con la inmensa
dificultad que resulta de una contradicción visible entrañad»
— 262 —
en el reconocimiento pleno de la facultad de fijar loa gasto»
al Consejo insular, y una reserva completa á favor de la
Metrópoli en el punto de fijar loa impuestos y arbitrar Jos
recursos para la satisfacción de aquellas atenciones. Tengo
para mi que seria más completa la obra, más franca, más
orgánica, más definitiva, si se reconociese á aquellos países
la facultad para determinar su orden financiero bajo su
plena responsabilidad y con su innegable y auperior com-
petencia, lo cual pudiera hacerse de una de dos maneras:
ó bien, como yo entiendo que seria lo máa justo, abando-
nando por completo esta facultad á las colonias, como
sucede en las Antillas inglesas, ó bien dejando á la colonia
la fijación y distribución, en un gran grupo de impuestos,
de la casi totalidad de ellos, y reservándose el Poder cea*
tral algúja impuesto determinado y que le pareciera segura
y de fácil administración, cerno sucede, por ejemplo, en la
Península, por virtud del concierto económico vigente en
la actualidad en las provincias Vaaeongadas. Algo análogo
pasa en las Antillas francesas; de modo que no Be trata do
ninguna originalidad alarmante.
»Y siendo nosotros asi, radical y fu nd ¿mental me u te
opuestos á la política del pesimismo; no entrando en nues-
tro programa, ni por hipótesis, aquesta fórmula antigua de
todo ó nada; atentos á recoger el menor incidente para
aprovecharle y darle vida con nuestras ideas y nuestras
tendencias; al ver este dictamen hemos creído de todo punto
necesario hacer dos cosas: en primer término, declarar
públicamente que es un positivo progreso, porq ae esta es la
verdad ; y de otro lado . afirmar nuestra franca situación,
en cuya virtud, al mismo tiempo de instaurarse esas nuevas
instituciones, á las que nosotros hemos de prestar calor y
aquella dedicación que son necesarios para su efectividad,
al mismo tiempo, repito, hemos de mantener enhiesta núes*
tra bandera, con nuestro programa bien deriuido, con núes
tras aspiraciones bien determinadas, entendiendo que las
instituciones progresivas, á medida que se realizan, consti-
tuyen nuevos estímulos y nuevas garandas para mayores
progresos.
• Del mismo modo es necesario que se entienda que «1
partido autonomista antillano es, por declaración expresa
ae su programa, un partido radicalmente democrático.
Y no menos cierto que todo esto es que cuanto decimos en
— 263 —
d uastro programa, todo lo creemos de realización próxima y
hasta urge ote, sin distingos, ni reservas, ni equívocos*
1L0 mismo qa eremos el principio de la identidad de loa
derechos de los ciad adanes, que el procedimiento de la des-
centralización en vista de la autonomía (que es el concepto
positivo de la doctrina), para conseguir dos cosas. A saber:
allá, en las Antillas, la mayor, más oportuna y más com-
itente atención ¿ tas necesidades locales; y aquí en la
Metrópoli, el descargo de responsabilidades y obligaciones
tías verosímiles, pero qua, impuestas al Poder central,
producen compromisos excepcionales y evidentemente son
5a principal causa de las q nejas, recelos, criticas, perturba-
ciones y deas airea que llenan la historia de las colonias
contemporáneas, y cupo término h% coincidido con el triun-
fo defímitivo de la solución autonomista en las principales
colonias del mundo, para evitar la violenta emancipación de
«atas, 1
tUno de los mayores peligros de toda clase de reformas
ultramarinas constate en que estas aparezcan en la Gaceta
y que luego no se traduteau ea hechos. Y no es menor peli-
gro el que resalta del hechi de que planteándose esas
reformas con recta i o tención y buen sentido, luego, por
aspiraciones diversas ó por pasión iJe partido ó por intereses
de la burocracia se malogren, recibiendo en las Colonias
distinta interpretación de Ja primitiva, genoina y verdade-
ra. Esto es doblemente importante tratándose de un proyecto
de bases que necesita dea en volverse en un articulado que
al ñu y al cabo no conocemos.
t Tened presente toda nuestra historia colonial. Aquellas
inmortales leyes nuevas de Carlos V, en favor délos in-
dios, se aplicaron del modo desastroso que evidencian las
Policías secretas del Perú, redactadas por los marinos don
Jorge Juan y D . Antonio Uiloa.
«Las Dobles iniciativas del año 1 1 y las leyes votadas por
las Cortes gaditanas, también se llevaron á América de
ana manera completamente contradictoria y la más apropia-
da para exacerbar los ánimos, conturbados ó suspensos por
efecto del baatardeamiecto ó el positivo fracaso de la mayor
parte de las grandes reformas del Marqués de la Sonora, á
unes de siglo iViil
> Aún más: en nuestro mismo tiempo tenemos una ley res-
pecto de la anal es constante y unánime el parecer de todos
ios partidos antillanos; la ley de relaciones de 1882. Hizose
j-8
— 264 —
aquella ley equivocadamente (y yo tuve que consignar alga*
na declaración respecto de ella en el momento de ser vota*
da), pero con un buen deseo, con un buen propósito de
armonía y con un patriotismo indiscutibles. Hubo error en
aquella ley, pero peores efectos produjo bu contraria inter-
pretación por sucesivos decretos, que destruyeron el princi-
pio de igualidad antes proclamado, é hicieron de la fórmula
del cabotaje un aparato para cubrir la más irritante desi-
gualdad de los productos antillanos y peninsulares, hasta
el punto de provocar, como he dicho, la protesta hoy de to-
da Cuba, que realmente no puede vivir sometida á tales
rigores (1).
> Pues bien, señores: de la misma manera, este es un pro-
yecto que representa un progreso sobre lo que existe, y que
es ademas un gran compromiso de todos aquellos ele-
mentos que han resistido más, hasta ahora, en Cuba, la
tendencia reformadora. Implica, además, la cooperación de
todos los elementos políticos de la Península en vista prin-
cipalmente del orden de nuestras Antillas.
»Y termino haciendo otra indicación que me recomiendan
amigos queridos.
iHe hablado primeramente como individuo del partido
autonomista cubano. No he podido excusarme de hacer algu-
na alusión á mi antiguo carácter de Diputado por Puerto Ki-
co, exponiendo algo por mi propia y exclusiva cuenta- Pero
al termiiar no puedo prescindir de 3a situación que me
crea el pertenecer también, en el orden de la política gene-
ral, á una de las Minorías republicanas del Congreso.
»No tengo que decir que yo hubiera estimado mucho que
cualquiera de mis dignos compañeros de este grupo— «I
digno presidente de la Minoría centralista, por ejemp/o, —
hiciera declaraciones más completas» terminantes y autori-
zadas. Asi lo he suplicado. Pero estos queridos compañeros
míos me han hecho el honor de encargarme que hiciera una
declaración en su nombre. A saber: que tilos también concu*
rrirán, si es necesario , á la votación de esta reJormat con el
mismo sentido de armonía y de progreso que he expuesto en
este breve discurso^ pero con las reservas propias de su
carácter político y entendiendo que si se realiza un pro-
greso, importa mantener viva la fe en los grandes ideales
y recomendar, por una propaganda incesante y una gran
(1) Sesión del Congreso del 29 de Mayo de 1S82, Véase ademAa mi
libro Cuution m palpitantes, donde se demuestra esto si detalle.
— 265 —
confianza en la opinión pública, la plenitud de las solucio-
iltes definitivas de carácter liberal y democrático que hemos
sostenido, sin equivoco ni vacilaciones, en el transcurso de
estos últimos veinte aílos. »
No tengo para qué decir la satisfacción que me produjo
la aprobación que mis compañeros de lae dos Minorías,
autonomista y republicana, dieron á mis palabras* Bien
puedo afirmar que por ellas no hubo votación nominal en
el Congreso, y quede allí salió con el concurso de todos,
pero por diversos motivos, la ley de reformas de 18 1 5,
Todavía después de las sesiones de Febrero y Marzo de
|W$, se habló de Ultramar en las Cortes. El partido li-
beral cayó en Abril de aquel año, pero las Cortes no fueron
disueltas. Prestáronse los liberales á apoyar para legalizar
la situación, al Gabinete Cánovas, y lo hioieron en términos
de una enorme debilidad, después confirmada y ampliada
por otros hechos, hasta el punto de que haya podido decirse
que la flaqueza es la nota actual del partido dirigido por el
tir. Sagasta. Lo reconozco con pena, por lo mismo que son
notorias mis simpatías por ese partido, conforme á mi cri-
terio político relativamente optimista , como tas decía el
Sr. Cánovas del Castillo en so último discurso del Senado.
Los diputados liberales exageraron su benevolencia para
los conservadores en las postrimerías de las Cortes de 1S95;
de tal suerte que los Presupuestos generales del Estado y
los de Cuba y Puerto Ilieo quedaron entregados, para su
discusión, á los diputados republicanos, en medio de una es-
pantosa soledad, á la cual contribuyeron la actitud y dispo-
sición de la prensa, que quiso también hacer el vado alrede-
dor de la gestión parlamentaria repito! i rana.
Solo por el c-elo y la energía de los republicanos pudieron
— 26* —
ser disentidos, en aqnel año de 1895, los presupuestos de las
Antillas. Cnando llegó la hora del debate estaban ausentes
casi todos los diputados autonomistas de Cuba, que re-
gresaron á la isla apenas votada • la ley de reformas de
Marzo.
EL Sr. Pedregal, en la sesión de 7 de Junio de 1895, com-
batió el Presupuesto de Puerto Rico, afirmando la solución
autonomista. Yo le secundé en la misma sesión. Y á po-
co, »?4 19 de Junio de 1895, volví á discutir La cuestión
colonia), como autonomista y como republicano, comba*
tiendo el Presupuesto de Cuba. Entonces los republicanos
mantuvimos la tradición parlamentaria autonomista abso-
lutamente opuesta á la política de las autorizaciones.
En seguida se suspendieron las sesiones de Cortes. Pero
pronto el problema cubano tomó una importancia excepcio-
nal > En su vista se reunió la Minoría parlamentaria repu-
blicana y, después de maduro examen, entendió que era ar-
gente la apertura del Parlamento para discutir este proble-
ma* AI efecto se resolvió hacer uña gestión cerca del Gobier-
no é invitar oficiosamente á los demás grupos parlamenta-
rios á que prestaran su concurso para la protesta oportuna.
Pero nadie correspondió á esta excitación, y á la postre la
Minoría republicana se vio constreñida á publicar un docu-
mento de innegable importancia, cuya segunda parte está
consagrada por completo á la cuestión ultramarina. Este
documento, dirigido al Sr. Cánovas del Castillo, dice asi:
* Los Senadores y Diputados á Cortes, que suscriben,
acuden á V. E. en calidad de Presidente del Consejo de
Ministros, y en tanto responsable legitímente del ejercicio
de las prerrogativas del Jefe del Estado, con el doble fin
de hacer constar su expresa protesta por la grave y trans-
cendental infracción constitucional que implica el no ha-
— 267 - '
berse realizado, o i poderse ja realizar, la reunión de las
Cortea antea del 3 i del mes actual, y de pedir la convoca-
ción de aquéllas para que la voz del pala sea oída por el
órgano de en representación legal, en las circunstancias,
por lo criticas, angustiosas y verdaderamente extraordina-
ria* , en qne al preseLte se halla.
I Todas nuestras Constituciones, asi las qne han regida'
más ó frenos tiempo, como ¡as qne no pasaron de proyecto»
exigen qne las Cortes se reúnan todos los años. La diferen-
cia entre ella*\ en punto á este precepto, consiste en qne
las inspiradas en un sentido más liberal, en previsión de
qne los Gobiernos pudieran mistificar el proyecto, acatán-
dole en sn letra, pero no en su espirita, señalan el día en
que aquéllas ha a úb reunirse, y la duración mínima de
cada legislatura, ó ambas cosas, en lo cual se conformaban
con lo que acontece, no ya en los países constituidos en
Repúb ica, sino en Jas más de las Monarquías constitucio-
nales de Kuropa.
»Fero> de que bajan admitido esas limitaciones la Consti-
tución de 1 845 y la vigente, ¿se sigue que pueda legal mente
darse el caso de que transcurra mucho más de un año, hasta
dieciocho meses, sin que se reúnan las Cortes, como acon-
tecería si se diera por bueno que las sesiones ce obradas en
un año, correspondientes á uoa legislatura comenzada en el
anterior, ban de e u te u 'ier*>e celebradas en cumplimiento
del precepto constitucional con relación al primero?
*Que do se entendió asi en el tiempo en que rigió la Cons-
titución de 1845, 'o prueba la solicitud que con fecha 2$ de
Diciembre de 1866 elevaron 105 Dipntados á la Reina Doña
Isabel II, en la cual se dice que cen vano se buscan artificio-
sas interpretaciones á una prescripción ouya inteligencia es-
tá no solamente fijada por sus orígenes, sino solemnemente
consagrada por una práctica no interrumpida, que puede
considerarse como parte integrante de la Constitución!. Y
como los orígenes de Ja prescripción del Código de 1876 no
ion ctros qoe lo* de la consignada en la de 1845, y á mayor
abundamiento son idénticos los términos en que aparece
redactada en ambos, creemos excusado distraer por más
tiempo la atención de V. E. con género alguno de disquisi-
ciones sobre este particular.
*Lo único orne cumple á los Senadores y Diputados que
suscriben, os consignar sn más solemne protesta en contra
de una tal infracción de la Constitución, ó de tan errónea
interpretación de la misma, por virtud de la cual) cerno si
t
LOWl 1 A imUliJII J 2X9Q
- i* jasar sb -A :
k ^9 jcrsniíir un§ *yr"*Tre trios ásóissi csüs> el
^*t* *s***s ¿mmids s _
fm*li%m «>4 v, jjoaca ^m ¿■'niiBii a ti Bscnsrds) dt i
i» £s* w^crais* irnos» ¡a* |mcm ca-
na* Ctt CÍ ^■IIH sig&s.
f*siy>Sya»5sr ;ttiki«fn osdssemei seises-
^est** l«i^MM4< 4 ommtom wn^T.-iiw ¿tsmaii* e¿ hmm ám
Js p**>* / fe 4w«n buii^ri, s» ks>j i^aí sassásudsd
* j**** i ** *44pei¿* i* j«s smcLms asá* ssWcaades psn
* 4 «&a 4ns«m qss, si es dckocasm cato todas
, $•**>* ! :«7»r tras de si 1* rúa. de 1* Penissnls
**** to : ido á ls suerte da lss inu;
tf a el caso qas. confiase* decisiva de 1*
[¿sotóla á ls isls de Cabs; y entre
¡o* h*y '■jrjft proclamas ls necesidad de oom-
*se# (s tatsrrsceioii de ls faena con el planteamiento de
0*ftrfrfthñ i^jüíj^ss mis h ¡aeuos rsdiesJes. ¿T cuándo, süio
— 269 —
ahora, y dónde sino en al seno de la Representación nació -
nal, puede y debe discutirá* problema tan difícil y que por
tantea y tales motivos afecta á la salad de la Patria?
íQae esa guerra funesta dure ó acabe; que se conduzca
con fortuna ó con desgracia; que, en el caso mejor, termine
pronto 7 bien, siempre tendrían que dejar oir su vos las
Cortes para resolver el problema de evitar su reproducción.
En cualquier otro caso, desde el menos malo hasta el peor
posible, el Gobierno tendría apoyos, medios y recursos que
están á punto de faltarle, si se ha da mantener dentro de la
legalidad. Nuestro ejército, que se muestra en esta campa-
ña, por lo valeroso, al igual de loe primeros, y por lo su-
frido, superior á todos, alcanzarla la recompensa á que tie-
ne derecho el que muere por la patria, al saber que el país
conocía, estimaba y agradecía sus servicios y hacia saber
al mondo á toda hora que el ejército que pelea en duba e«
el brazo, el corazón y la voluntad de España.
>8i se cree que ha 1 legado para el régimen parlamentario
en nuestro país la hora de au muerte, dígase y óbrese en
consecuencia; que esto será mil veces preferible á menos»
preciar ó poner en ridiculo las instituciones que le sirven
de fundamento, ó 4 demostrar, por modo indirecto, que
éstas sólo son tolerables en circunstancias llanas y coman ■
tes, é imposibles ó perjudiciales en las arduas y difí-
ciles.
■Al velar los que suscriben por la legalidad constitucional
y por el prestigio de las Cortes, y pedir que estas se reúnan,
puestj el pensamiento en las dificultades presentes y en las
mis gravea que puedan sobrevenir» dan muestra manifiesta
de su preferencia en favor de toda solución que pueda ha-
llarse, mediante el funcionamiento normal de loe Poderes
públicos. Si éstos se muestran sordos á nuestra petición, no
desconocemos que se acrecentarán los deberes que para con
el país tenemos, entre los cuales no seria ciertamente el me-
nor el de procurar y alcanzar muy pronto la unión de todas
las fuerzas republicanas de modo y manera que pudiera to-
mar sobre sí, como obligado empeño, la defensa del derecho
y el amparo del honor de la Patria,
>¿£adríd 25 de Diciembre de 1S9 5,— Exorno. Sr.: Tiberio
Afila.— Gumersindo A acárate. —Juan G. Ballesteros. —
Eduardo Baselga. — Eduardo Benot. —José de Carvajal. —
José Fernando González. — Gonzalo Julián. — Rafael María
de Labra. — Baldomero Lostau. — José Marenco.— José Mel*
garejo.— José Muro. — Manuel Pedregal.— Francisco Pi y
— 270 —
Margall.— Bafael Prieto y Canjea.- José María Ramírez. —
Calixto Kodrignez.— Nicolás Salmerón.»
Eeta protesta fué oficialmente contestada por el Gobierno
conservador en las columnas de la Gaceta. Y no tuvo mas-
consecuencias en el orden de los hechos inmediatos y posi-
tivos. Pero es evidente que por ella la Minoría Republicana
apareció como la tínica interesada en la defensa del presti-
gio del Parlamento y en el debate y la precisa determina*
ción del estado de la grande Antilla.
Pa pena considerar lo que después han dicho los parti-
dos monárquico? y casi tcdos los periódicos madrileños,
que á fines de 1895 excusaron el más ligero apoyo á los di-
putados y senadores republicanos. Después de aquella fecha
se han reproducido en todos los tonos los argumentos y las
protestas consignados en el dooumento de ?5 de Diciembre
de 1895. Pero el Gobierno ha continuado desoyendo estas
quejas y buscando pretextos y excusas para su desdén en la
actitud de los monárquicos cuando los republicanos pedían
inútilmente la apertura del Parlamento,
^\
XVI
Pronto íaeron di sueltes las Cortes liberales. A las añe-
ramente convocadas para 1896 no concurrieron los republi-
canos. De modo qua estos nada pudieron hacer dentro del
Parlamento en pro de las libertades de Ultramar y para el
leal cumplimiento de la ley votada en Marzo de 1895, En
«fta situación hemos llegado al momento presente.
Pero hay que advertir qne en 1S96 tuvo efecto nía hecho
qae demuestra bien el interés constante de los republicanos!
por la cansa ultramarina» y lo qne por ella hubieran traba-
jado si desgraciadamente y mny contra mi parecer, no se
hubiese impuesto el retraimiento en la Península.
Coincidió con la proclamación del retraimiento la consta-
tación de la Unión Republicana, de qne después hablaré.
Miembro de Ja Unión y ponente de la Comisión que formuló
lis bases de la Mi noria, yo re o] ame de todos y cada uno de
los individuos de aquella Jauta qne declararan si en el casa
d& ser yo electo representante parlamentario de las Antillas
podría ó no aceptar este cargo, sin detrimento de la disci-
plina republicana. De esta suerte sometí á la Junta, no el
pinto, de si yo debía ó no llevar la representación de Cuba
— 272 —
6 Puerto Rico en estos críticos momentos, sino la cuestión
de la compatibilidad de aquella representado d oca el puesto
que ocupaba en el oentro superior de la Unida Republi-
cana,
Reprodújoee ahora lo que sucedió cuando loa diputados
republicanos se retiraron del Congreso en 1 893.
Por unanimidad quedé autorizado, en vista de mis antece-
dentes, mis compromisos y mía soluciones de política oolo-
nial, asi como del grave estado de nuestras Antillas, para
tomar asiento en las Cámaras eipaíiolaa, en el supuesto
siempre de que en estas no me habría de ocupar de política
general.
Después de esto fui nombrado miembro del Directorio de
la Unión Republicana, y á peco, la Universidad de la Haba-
na, sin consultarme y aun sin previo aviso, me honró con el
cargo de Senador, á titulo de autonomista.
Eei estas condiciones y con tales supuestos pude yo pro-
nunciar en el Senado mi discurso de 30 de Junio de 139e\
Al Sanado fui por el voto de los autonomistas cubanos, pero
además expresamente autorizado per los republicanos espa-
ñoles para defenderla solución autonomista. Y después de
mi discurso no esouohé la menor critica de mis correli-
gionarios de la Península.
. Por cierto que en estos últimos dias se han dicho y han
pasado tales cosas á mi alrededor que me parece de alguna
utilidad recordar algo de lo que hablé en el Senado en Junio
del 90. Han transcurrido solo unos cuantos meses, y lo que
entonces se dijo y suoedió, parece ya un hecho casi de la
Edad Media. ¡Qaé solicitud de parte de la mayoría de las
gentes para que nadie se acuerde de lo pasado, y aun para
que se piense que la Autonomía, como la solución doctrinal y
— 27* —
como medio de concluir la guerra cubana, es una cosa nuera,
de estos últimos días, por nadie entrevista ni recomendada
tata estos instantes de incomparable adivinación!
ID discurso de 1896 tuvo un triple propósito.
Primero» señalar la gravedad interior é internacional de
la guerra de Cuba» Segundo, recabar de los partidos go-
bernantes de la Península declaraciones explícitas, tanto res -
pacto de la situación de la grande Antilla, como sobre la
manera de resolver el doble problema allí planteado, de la
inmediata pacificación de la Isla y de su porvenir político y
social más ó menos próximo» Y tercero, ratificar los com-
promisos del Partido autonomista cubano en pro de la ban-
dera española, precisar sus honradas disposiciones y adver-
tir franca y noblemente lo que era necesario para que la bue-
na voluntad y los esfuerzos de ese partido surtan el efecto
apetecible para la pronta y definitiva pacificación de Cuba.
Desenvolviendo esta última parte, entonces dije que, el
propósito de los insurrectos cubanos se reducía:
•1.° A que la guerra dure el mayor tiempo posible, da*
rante el cual pueden sobrevenir conflictos interiores que cea*
tnpliquen directa ó indirectamente la fuerza de la i ü surrec-
ción.
2.° A destruir la riqueza del país, contando coa qoe
aquélla, una vez concluida la guerra, y dada la admirable
disposición de Cuba, se levantaría de nuevo, merced al capi-
tal extranjero, mientras que su destrucción por el momento
privaba de recursos al Gobierno español, ponía exclusiva*
mente á cuenta del Tesoro de la Península los enormes gaa*
tos de la guerra, y empujaba con el acicate del hambre, y
les estímulos de la pasión, á millares de hombres al campo
rebelde.
Y 3.° A evitar todo lo posible los choques sangrientos
r oon el ejército nacional para escusar el apasionamiento, en
1 la firme creencia de que el español es valiente y sufrido y
fc que la guerra no terminará por la fuersa de las arma» si no
— 274 —
por la imposibilidad material y económica de España de
sostener la campaña.
Nada de esto era un misterio, Todo lo decían á cada mo*
mentó, hasta en periódicos, los jefes de la insurrección. >
Por opuesto modo el interés de España consistía:
1 .° En concluir la guerra pronto y bien; es decir, con
relativa ra pides y de un modo definitivo que no obligase á
mantener en Cuba un ejército de ocupación, ni consintiese la
Srobabilidad de una nueva insurrección deotro de cinco ó
ies años.
1.° En defender y fomentar la agonizante riqueza de
Coba, tanto en vista de los apuros presentes y de )o§ cálcu-
los de los insurrectos, cuanto de la pronta reconstrucción
del país el día anhelado de la paz.
3.° En oponer á la política de la i a surrección el en tu*
si asmo de la población cubana que había de quitar a aque-
lla la mayor parte de su fuerza y escusa ría & la Península
considerables sacrificios, permitiendo á la Met ó poli una
acción más libre en sos relaciones y gestiones internado
najes.
Frente á este comolicado problema — añalí, — necesita-
mos, por interés patriótico, «conocer con todi claridad y
precisión, las opiniones y los propósitos de las partidos go-
bernantes de España, asi como el país cubano espera que de
los actnales debates parlamentarios salga una grotn ori&tUa
dan poli tica, qae permita considerar el problema tremendo
de aqueila guerra, con mayor fortaleza y más esperanza»»
Para inquirir aquellas opiniones y aquellos propósitos,
me esforcé en fijar bien el alcance de la pretensión diciendo:
»No se trata ahora de determinar las causas generales de
la guerra de Cuba. Esa es otra cuestión que exorno ahora
reflexivamente. Se trata solo, como antes he dicho, del esta-
do actual de la guerra cubana. Tampoco se puede confundir
el punto discutible con el problema colonial completo de Es-
paña y con las reformas necesarias en Cuba cuando la gue-
rra termine. La cuestión es más concreta y más urgente. Se
trata de averiguar el mejor medio de con clin r pronto y bien
ja guerra en la grande Autillo . >
Luego continué:
«Hasta ahora han emitido su opinión el Gobierno por
^
— 275 —
medio del Discurso de la corona y el partido liberal por
medio del discurso que en representación de ia min oí i la de
este partido pronunció el exministro D. Pió Gallón, com-
batiendo la política conservadora. Ni uno ni otro han sido
explícitos. El problema es mucho más apremiante y grave
de lo que suponen esos dos discursos.
•Pero, además, el Gobierno, que lleva la total representa*
(rión de los conservadores españoles, insiste en el tremendo
error de reducir la cuestión de Cuba á una cuestión de faer-
sa. Para él, todo se reduce á soldados, barcos y dinero de
la Península. No le ha producido el menor efecto el progre*
so constante de la insurrección á medida que se acentuaba
esa política exclusiva. Y llega al extremo de renunciar por
completo á las reformas de 1895, no sólo en Cuba perturba-
da, sino en Paerto Rico tranquila, con lo coal comete una
verdadera iniquidad, y olvida que las reformas hechas en
Puerto Rico desde 1869 á 1873, sirvieron de argumento
para que el general Martínez Campos, con ese ejemplo» lo-
grase la paz del Zanjón.
•Además es inexplicable que hombres dedicados al estudio
de nuestra bintoria colonial desconozcan ú olviden el papel
que desempeñó la culta y morigerada isla de Puerto Rico,
cuando á los comienzos del siglo se iniciaron en las Anti-
llas españolas las reformas recomendadas por el marqués de
la 8onora, para salvar el dominio español en el continente
hispano-americano.
»fiste se perdió por persistir nuestros gobernantes en la
política reaccionaria y en los empeños de fuerza. No hay un
libro de historia contemporánea, escrito fuera de España,
que no lo declare explícitamente. Cuba y Puerto Rico se
conservaron y prosperaron mediante las reformas de 181 Bf
llevadas á teliz término por el intendente Ramírez, bajo la
inspiración de los hombres de Cádiz: mas antes de ser üe -
vadas estas reformas á Cuba, se ensayaron en Puerto Rico
y su éxito en esta isla autorizó y facilitó la obra en la otra.
»Asi Puerto Rico parece hecho exprofeso para salmr con
su cordura y patriotismo estas dificultades de la política es-
pañola. No hay ya que hablar del admirable efecto con que
en Puerto Rico, desde 1869 á 1874, se implantaron la abo-
lición de la esclavitud, la representación parlamentaria* el
sufragio universal, las libertades democráticas, el lib. I de
la Constitución del 69, y la descentralización administrati-
va, por las reformas casi autonomistas del Municipio y la
provincia en 1872.
— 276 —
>8in embargo, cuando el partido liberal hizo la reforma
electoral en 1892, agravió al elector portorriqueño, ponién-
dole en peores condiciones qne el peninsular y el cabane,
dándole una credencial de español de tercera clase, qne de-
corosamente no podia aceptar (ni aceptó) un país que habla
practicado con éxito el sufragio universal y siguificádose
por su cultura y civismo. Ahora el Gobierno conservador
paga su lealtad, negándole las reformas del 95 por que no se
ha sublevado»
•En tal sentido, quizá, puede decirse, que el Gobierno
ahora da un paso atrás, porque el Mensaje entraña un bilí
de indemnidad por el incumplimiento de las reformas vota-
das con urgencia en 1895, autorizando aquel al Gobierno
para desistir de ellas.
»T no vale decir, como afirma el Discurso de la corona,
que se ha prescindido de aquella ley, porque la rechazarom
los partidos insulares y singularmente el autonomista. Es
verdad que estos dirigieron al gobierno dos extensas y ra-
zonadas mociones en 4 de Majo y 19 de Abril del año pa-
sado; pero sobre que el texto de esas mociones dice literal-
mente lo contrario de lo que supone el Gobierno (bien que,
conforme se agravaron las circunstancias, los autonomistas
recomendaron una mayor amplitud en los reglamentos que
hacia imprescindibles la ley referida, dentro del sentido del
sef government), hay que reparar que las gestiones mencio-
nadas para que se hiciera esas ampliaciones fueron poste-
riores al hecho positivo de haberse resuelto el Gobierno á
infringir la ley, que debía estar en práctica á mediados de
Junio, y para lo cual eran precisas disposiciones previas de
de detalle que ni se dieron ni al cabo se darán. La ley de
Marzo era sólo una ley de bases que obligaba al Gobierno,
inmediatamente, á desarrollar esas bases por lo menos en la
Baceta.
«Ahora si, con el cambio de las circunstancias y el pro-
greso extraordinario de la insurrección, ya esas reformas
serán insuficientes, par lo menos para atajar el vuelo de la
guerra, y desd6 Juego para impedir aquello en cuya consi-
deración se votaron el año pasado, y que seguramente ha-
brían impedido planteadas á tiempo. Es decir, la guerra.
»Y no es sólo el abandono de la reforma poli tica. SI dis-
curso de la Corona no tiene una palabra para la reforma
económica; ni siquiera para la reforma arancelaria, cuya
urgencia proclamaron los mismos conservadores en las Cor*
tes pasadas.
— 277 —
iPara después qve la guerra concluya, el Gobierno ofrece»
mayores ptj aneíones á 1* Teda antillana. En el discurso de
la Corona se lee Jo siguiente: «Fácilmente será admisible la
asimilación, en cuanto sea posible, annqne nada resolvería
esto sólo de por sí en el estado en qne por necesidad dejará
la isla la insurrección después que ten^a fin. Guando tal
cago llegue, preciso ha de ser, para que la paz se consolide
en ellas, el dotar á entrambas Antillas de una personalidad
administrativa y económica de carácter exclusivamente local,
pero que haga expedita ¡a intervención total del país en sus
negocios peculiares, bien que manteniendo intactos los dere-
chos de Ja soben nía, é intactas las condiciones indispensa-
bles para su subsistencia.
■Con esto el Gobierno peca por una extremada vaguedad,
que siempre hará estériles sus mejores propósitos. Porque
Ja fórmula empleada no dice gran cosa, sobre todo en labios
de conservadores: si bien autoriza á los viejos propagandis-
tas de la autonomía colonial en España para sospechar que
se trata de la solución por estos cien veces recomendada,
puesto que nadie sino ellos en España han hablado (y con
vivísima protesta de parte de los conservadores de toda
clase) de la personalidad de Cuba y del derecho ágobernarse
ella müma, dentro y bajo la indiscutible soberanía de Es»
pana. Para explicar su doctrina han dicho mil veces que
pretendían ttoda la descentralización compatible con la
unidad del Estado y la integridad nacional».
«Ahora bien, si esto € s lo único que el Gobierno prepara,
¿por qué no lo dice con1 lisura y claridad? El equivoco es
en estos momentos contraproducente, toda vez que es de
pensar que las promesas del Discurso de la Corona se han
hecho para que produzcan un efecto inmediato en Cuba, en
España, en Europa , en América, y en vista de la pronta y
completa terminación de la guerra. El Gobierno plantea
casi una nueva tesis académica.
»Por otro lado, los antecedentes del partido conservador y
de nuestros actuales gobernantes, no son los más abonados
para determinar la confianza, y menos aún la confianza en
vaguedades y equívocos. ¿ hora mismo acaba de faltar, no
solamente á sus compromisos, no aplicando la ley de 1 5 de
Marzo de 1895. Y su insistencia en conducir la cuestión de
Cuba á un problema de guerra, patentiza en absoluto falta
de fe en la eñeacia de los recursos morales y la política ex-
pansiva para resolver las crisis de los pueblos.
i Despees de todo, esa misma equivocada solución queda
— 278 —
reservada para ana fecha incierta: para cuando Urmi»
tu la guerra, aobre cuyo estado actual, coyas orecientes
mitades y cayo porvenir inmediato se prescinde en ab«
soJato, como si los extraordinarios sacrificios qae la Penín-
sula hace no merecieran qae se precisase la situación y se
determinase con datos positivos, faera de los cablegramas
i B iales de la Habana, el resaltado más que probable de
tan excepcionales cuanto nobilísimos empeños.
>La guerra, pues, continuará como hasta aquí, salvo lo
que para so terminación no prefijada pncdau influir las
vagas frases y las promesas equivocas de la Corona. Por
este camino no hay que esperar que las dificultades pre-
sentes cesen. £1 problema será dentro de poco más pa-
voroso.
La actitud del partido liberal en esta cuestión, tampoco
es satisfactoria. Verdad qae ha ratificado sus compromisos
en favor del \ lantén mié uto de la ley de reformas de 15 de
Manso de 1895. pero también ha añadido que esto no será
mientras subsista la guerra en Cuba.
Ha llevado su temerosa circuospec¿ión hasta prescindir
de Puerto Rico, á ou*a isla va infirió ese partido el agra-
vio de la reforma electoral de 1894, que determinó el re-
traimiento en que hasta el dia perseveran los autonomistas
portorriqueños. Es posible que el partido liberal se incline
á plantear desde luego las reformas en la pequeña Antilla:
asi lo han dicho con repetición los perió lieos liberales ata-
cando al partido conservador. Pero el Sr. Gallón — quo ha
llevado la represeotaoióa de aquel cfrupo político en el de-
bate del Senado— no ha hecho diferencias, ni esclarecido
el punto.
«Pero lo más raro está en que ese partido se limita á pre-
sentar como solución del couflioto cubano las reformas del
95 y se excusa de discutir el tema sugerido por el discurso
de la Corona respecto de la solución definitiva entrañada
en la personalidad administrativa y económica de las Aa*
tillas, que bien pudiera ser el solf government. Excusán-
dose de este examen el partido liberal, falta á una de las
condiciones fundamentales del régimen parlamentario que
no consiente que el Parlamento sea sólo el lugar donde se
presentan mociones, mensajes ó fórmulas para el mero oo«
nocimiento del país ó de lo¿ Poderes públicos, siso el sitio
donde se examinan y debaten esas fórmulas, con la obli-
gación por el lado de los partidos gobernantes de oontro-
vertir as de cada uno de éstos de carácter práotioo, apli-
— 271 —
-cables dentro del horizonte visible de 1» política palpitante.
•Por esto el partido liberal (aparte de otros motivos que
¿escandan en el supuesto de la división interna de éste), se
folla obligado, cual ningún otro, á desentrañar los propó-
sitos del Gobierno y á discutir asi el problema cubano de
actualidad como el de porvenir inmediato, en los términos
planteados por el Discurso de la Corona, por los partidos
locales cubanos y por la opinión pública de España y del
extranjero. En este punto, era indispensable que ese parti-
do emitiera su parecer sobre la autonomía colonial conside-
rada ya no sólo como doctrina, sino como medio de pacifi-
cación moral y material de las Antillas.
»Por otra parte, apenas se oom prende que el partido li-
beral reduzca todo su programa á recomendar, sin el me-
nor comentario, la instauración de las reformas del 95,
después de terminada la guerra; porque no en balde van
ya pasados dieciséis meses de ésta, y se ha promovido en
Ceba una situación politioa radicalmente opuesta á la de
Junio de 1893 y Febrero de 1895 y los partidos locales
cubanos han tomado otra actitud. JSl autonomista ha for-
mulado sus Memorándum da Mayo y Septiembre, y hoy
patrióticamente rectifica parte de las dec araciones que en*
toncos hizo, en vista de circunstancias contrarias á las que
determinaron su anterior compromiso (1).
iPorqne es evidente que el principal propósito que presi-
dió á la votación de aquella ley —la evitación de hondas per-
turbaciones políticas y de orden público en Cuba, — no se
ha logrado, sea de quien fuere la culpa del suceso. Resulta,
pues, inconcebible que oon la misma bandera de Marzo de
1*95, se pretenda ahora animar al pais y concluir la guerra,
dejando para nn porvenir incierto la enmienda de defectos
utn transcendentales, ya señalados detalladamente hace año
y medio, como, por ejemplo, el mantenimiento del censo
electoral que sostiene el carácter oligárquico de la represen-
tación ultramarina, contrastando con el sufragio universal
H)ue existe en el resto de la nación española, cuyas piovin
«¿as no tienen más razón ni título que los que pueden osten-
tar las Antillas; ó como la nota esencialmente burocrática
del Consejo de administración, nombrado en su mayor par-
tí) Batos Memorándum faaron publicados por mí en Janio de i89f,
«a am folleto que dediqué al Senado, rectificando la explicación que de
-ellos había dado el Sr. Cánovas.
"9
— 280 —
te de real orden; ó como la negación del derecho de laaoor*»
poraciones insulares de votar los impuestos para cubrir gas ■
tos cuya designación libremente se las permite, de modo que
se acuse con mayor energía la impotencia de aquellos cen-
tros, ó en fin, como )a excusa de la competencia insular para
establecer el Arancel cubano, cuando cada vez aparece con
mayor evidencia la imposibilidad da que el Ministerio de
Ultranur pueda emanciparse de la presión que aquí hacen
algunos elementos industriales de fa T enlnsula, para man-
tener con mayor ó menor desenvoltura el principio de la ex ■
p] o t ación mercantil de las colonias, fuera de toda compensa-
ción y toda equidad .
t£l mismo partido liberal, al votarla ley de reformas en
Marzo de 1895, ofreció la reforma electoral para plazo muy
próximo. Ahora no puede esperar que Jas gentes se entu-
siasmen con las deficiencias de hace año y medio, y prescin-
dan de todo lo que ha pasado en este tif mpo, y que sólo pue-
de ser estimado como nuevos motivos para recabar una re-
solución justa y definitiva.
»Pero todavía es más inconcebible que el partido liberal
se crea dispensado de explicar franca y detenidamente las
razones de su actitud del momento, el rumbo de un política
y sus opiniones sobre el problema del setf govemvient plan-
teado en todas partes, al terminar de las guerras coloniales
contemporáneas, como un medio de fortificar los quebranta
dos vínculos de las colonias con sus Metrópolis.
• Esto último constituye un gran pecado, tanto porque me-
diante esta reserva se redoce el espacio y se excusan los da-
tos necesarios para el libre juego de les elementos gobernan-
tes, cuanto porque esa actitud es incompatible con la repre-
sentación progresiva é iniciadora del Partido liberal y con-
tradice ías tradiciones de éste en la historia colonial aspa-
ñola de los últimos quince años. Se trata, pnest de una ver*
dadora subversión deideap, tendencias y actitudes, »
Después hice detenida alusión á loa compromisos y las
soluciones que respecto de la cuestión colonial tenia el par-
tido republicano. No oculté el interés de éste en que se evi*
denciase que ninguno de los actuales partidos gobernantes y
en general ningún partido monárquico tiene ni puede tener
solución para la cuestión colonial y señaladamente para la
de Cuba Pera añadí que era preciso reconocer, obrando
— S«I —
oon sinceridad» que tsi bien el partido republicano tiene las
soluciones mié acertadas y eficaces para el problema anti-
llano, éste podía ser todavía solucionado, en lo que tiene da
argente, bien que no da un modo definitivo, por Jos partidos
gobernantes españolee, á condición de decidirse á prescin-
dir de loe procedimientos circunspectos ó contradictorios
qae han sucedido á la pgz del Zanjón y á cumplimentarla
en todos sus extremos y c informe á las crecientes exigen-
cias de Iob tiempos, adoptando aquellas actitudes y aquellas
medidas acreditadas por tolas las experiencias coloniales
contemporáneas, para resolver conflictos análogos.
Igs stí, pues, en que era de todo punto indispensable que
los partidos gobernantes hablasen oon perfecta claridad.
Y terminé mi discurso con estas frases;
(Permitidme acariciar la esperanza de que los debates
que ahora se desarrollan en el Senado español produzcan
un resultado análogo al de los debates de 1860 sobre la
cuestión de Méjico y la política de España en las Repúblicas
snd americanas. (Ojalá qne por vuestros votos salga, con la
afirmación absoluta del derecho incontrastable de España
al mantenimiento de las Antillas bajo la bandera de la
Patria común, la proclamación de la Autonomía co onial,
como el medio acreditado por todas, absolutamente por
todas las experiencias contemporáneas, para asegurar la
satisfacción inmediata y cumplida de las necesidades lo*
cales y el principio sagrado de la integridad nacional que
todos estimamos como una imposición del honor y una exi-
gencia de la economía general del mundo político de nuee*
tro tiempo.
>De todas suertes yo quiero creer que aquí resultará tríun*
f*n te y por todos aclamado el principio de que los grandes
conflictos sociales se resuelven primeramente, y sobre todo,
par medios morales y políticos y que la base más sólida de
los Gobiernos es el concurso y el amor de los pueblos » 1
Después de este discurso se pronunciaron varios en el
Senado y en el Congreso, resultando un debate largo é io-
— 282 —
tereaan te, pero de pocas soluciones . Seguramente, ninguna
inmediata, precisa y práctica.
Esa discusión ha sido resumida en an folleto publicado
por aquel entonces con el titulo de La Autonomía colonial
ante las Cor íes españolas y la opinión pública de la Penin*
tula, con motivo de la guerra de Cuba{}}*
En este folleto se dice lo siguiente, que ee por todo ex-
tremo exacto:
«De todo el debate parlamentario sobre el Mensaje, re*
mita:
1.° Que el Gobierno permanecerá durante le guerra de
Cuba en el staíu quo, lo mismo en la grande An tilla que
en Puerto Rico; es decir, dejando en abandono definitivo
las reformas de 1895 y prestando todo su apoyo al partido
incondicional de Puerto Rico y al de la Unión Constitucio-
nal de Cuba.
'2.° Que para después de la guerra, el Gobierno ofrece
á las Antillas su régimen deseen tralizadnr á la manera del
Btlf governmmt inglés, pero sin definirlo ni prepararlo
desde ahora por ningún procedimiento político.
3 ° Que el partido liberal de la Península se reserva ab-
solutamente respecto de las soluciones futuras y definiti-
vas para las Antillas; opinando que mientras dure la
guerra se deben plantear las reformas del 95 en Puerto Ri
co, promulgándolas solo en la Gaceta de Cubat con loa re-
glamentos de estas reformas para aplicarlos en aquella i día
asi que llegue la paz, y haciendo desde luego la reforma
arancelaria en ambas Antillas. Por último, cree que prc*a
concluir la guerra es necesario utilizar medios políticos al
lado del esfuerzo militar*
4,° Que el partido de la Unión Constitucional de Cuba
(1) Hé aquí su con tu nido;
Lot discursos dñl Senador antonomMía D. Rafall M. d§ Labra — Lot
dtl Jíflor Presidtnté d§l Conté/ o de Ministros 0. Antonio C&novo* d«I
Castillo — L$* dthattt rf#J Stn*do y it CQngr$$o . —L?* opiníünoj ds ¿o*
lihtr&Ui i iow constrvadartt $n ti Parlamento — -Ei juicio d* Ja pt*ift#a
fnintular, ■
~\
— 283 —
sostiene á todo trance el procedimiento exclusivo de la gua-
rrada cual atribuye muy particularmente á la división da
aquel partido que produjo la aparición del partido reformis
ta cubano, á la falta de reaodes de gobierno y á Ja exagera-
dÓn de la propaganda autonomista. Para después de ter-
minada la guerra y asegurada la paz (como aquel partido la
entiende) acepta las re formas que la nación decrete y qtt€
garanticen su soberanía^ todo con reservas en armonía con
el criterio tradicional de aquel grupo político ultraconser-
vador y en oposición franca á la solución autonomista.
Y 5.* Que si el partido liberal ha estado, en términos
genera! es, de acuerdo con el Sr. Labra y con los autono-
mistas de Cuba, en que es preciso que la acción política
acompañe á la acción militar para dominar la iobtirreccíón
cubana, el señor Presidente del Con tejo de Ministros ha
estado á la postre, bien que de un modo teórico, tu as pró-
ximo á las afirmaciones doctrinales y á la estimación de
ciertas condiciones y cierttB aspectos de la guerra hechas
por el senador Sr. Labra. »
XVJI
Pero los republicanos españolea han hecho mucho más
que todo lo expuesto.
Hasta aguí he hablada de la representación parlamen-
taría republicana. Ahora voy £ tratar de los partidos re-
publicanos y de la prensa republicana independiente ó ser-
vidora y órgano de aquellos partidos.
Sabido es que después del golpe del 3 de Enero de 1874 y
por la resistencia de algunos de los prohombres republica-
nos de aquella fecha á sostener la bandera de la legalidad
son el apoyo del ejército del Norte, todavía los devotos de la
República pretendieron reorganizar sua fuerzas y disputar
á los favorecidos por el general Pavía la dirección definitiva
de la política española. Con tal motivo se verificaron alga-
lias juntas de notables en el curso det año 74 y aun se llego
i un acuerdo sobre las soluciones doctrinales del partido
reorganizado.
Este acuerdo se formuló en un documento dividido en
dos partes. En la primera se consignaban las bases del credo
repuWcano; en la segunda se expresaban las reforma*
§POtpaUila ce* otra* organizaciones política* diferente* U
— 285 —
h Federación. Entre esas reformas figuraban las siguientes:
Ahuman inmediata de la esclavitud m Cuba. — Constitu-
ción de un régimen civil di nuestras provincias ultramari-
na* sobre la base de los derechos naturales del hon% br$ y de
un* progresiva descentralización, política y administrativa
ksuta llegará la autonomía colonial.
Por desgracia «ate Programa no se pnblíc6. El 8r . Pí y
Hargall no preató su asentí miento, separándose del dicta-
men de los Srea, F ignaras, Salmerón, Chao j otros carao*
terrado* pereo najes del antiguo partido federal, asi eomo
de un grupo de antiguos radicales comprometidos definiti -
vamente en favor de la Ropublica (1].
A fines de í 874 tuvo efecto la insurrección militar de
tíagunto, y en 1375 tomó posesión del trono el rey D. Al-
fonso. A poco comentaron, con diferentes motivos, las per-
secuciones de al ganos conspicuos republicanos . Se inició la
emigración de éstos y se desistió en España de todo trabajo
de reorganización de los partidarios de la República, El
Sr, Rmii Zorrilla, que de Portugal había venido á fines de
1894, para intentar una nueva aproximación de republicanos
antiguos y viejos radicales, tuvo que desistir y que trasladar-
se á Francia, desde donde comenzó á preparar una nueva
revolución. A poco también faó desterrado el Sr, Salmerón.
(1 El Programa & que se alad» arriba era abra do conciliación, par*
de notas aamy radie alas «a «i orden da la desee ntraliiaeión y dolí fie-
moer&cín. Para remitirla a pro riniiai j determinar la adhesión de 1 01
republicanos de ía rispara j de i día aig-uisate1 as redactó una Carta*
CtrcnUr, aprobada por todos los concurrentes * las juntas celebradas
por aquel entonces con este fin, en Us casas de íoi Sres. Sarda y C hao.
Te lo ve el honor de redactar eaa Carta, coya borrador obra entre mía
papeles.
— 286 —
Sin em bar go, .todavía no habían corrido dos años desde
la victoria de la Restauración borbónica, cuando ya se ini-
ciaron en Madrid algunos trabajos de reconstrucción de la
fuerza republicana. Para esto contribuyó algo la relativa
legalidad de la Constitución de 1876, 7 cierta especie de
tolerancia que respecto de las personas se impuso en las
esferas del Gobierno, por efecto de la in ñu en cía del señor
Cánovas, resistiendo á los implacables neocatólicos y á loa
antiguos moderados.
Las tentativas de reconstrucción democrática se produje-
ron bajo la enseña de la Unión r¿pttéti€Qnay en cuyo senti-
do hicieron vi go roses es fu* rzes asi el periódico SI Tribuno,
fundado por aquel entonces, sobre la base del antiguo dia-
rio MI Pueblo ', por D, Calixto A riño y dirigido por don
Manuel Regidor y Jurado, exdiputado de Puerto Rico»
como la publicación dirigida por D * Antonio Hánchei Pé*
rez, con el título de La Unión* y á la cual contribuimos
como accionistas, varios amigos de diferente procedencia
democrática.
la idea fon da mental de aquélla Unión era la con-
centración de todos les esfuerzos republicanos parala inme-
diata restauración de la República, Supuestos necesarios de
esta concentración debían ser la afirmación de lo común á
todos loa republicanos 7 la organización de una hueste po-
derosa y muy disciplinada. Por tanto era preciso , por lo
pronto, prescindir de los antiguos partidos y grupos repu-
blicanos, dado que los hubiera.
Combatieron esta tesis algunos de los antiguos federales,
principalmente el Sr. Pi y Margall, que sostuvo la necesi-
dad de reconstituir previamente los partidos, ó por lo me-
nos el federal. A asta tendencia se convirtió el periódico
/^v
— 287 —
La Unión, mientras El Tribuno sostuvo lo contrario (1).
Por efecto de esta resistencia, de Ja mnerte del periódico
El Tribuno y de algunos otros incidentes de la política
genera1 v la campaña unión i st a decavó; pero todavía antes
de ceder totalmente el paso á la tendencia opuesta, la aspi*
ración de Unión republicana se manifestó de modo consi-
derable hacia 1878* Buena prueba de ello ion la Carta-
Manifiesto qne por aquel entonces lirmamos los Brea. Chao,
MarLer , Sarda, Etapa* Begidor, Cervera, Vilart, yo y otros
exdi potados federales y radicales, y Ja junta que estci y
otro» muchos republicanos tuvieron para organizar la Unión
en Madrid, en cesa del Sr, D. Luis Vidart.
Pero al cabo triunfó la idea de la reorganización de loe
partidos. Quedamos muy pocos creyeudoen la inoportunidad
de ésta; pero como nos movían razones verdaderamente pa-
trióticas, rechazamos toda tentación de continuar haciendo
ana campaña que, por lo pronto, servirla para aumentar la»
coefusiones, la indisciplina y los antagonismos de los re*
publícanos. Á lo qne no renunciamos fué á mantener la
idea en la pura esfera de la intención y á señalar nues-
tro carácter de republicanos sueltos.
Por esto no me presté á organizar nada después del ban-
quete qne mis de doscientos republicanos partidarios de la
Unión republicana me dieron el 19 de Julio de 188.V en loa
Jardín ee del Buen Retiro , A la propia consideración res*
pon den el programa y la conducta del periódico La Tribu*
na, qne funde y dirigí en 1882, y enyo programa de Unión
republicana he reproducido en páginas anteriores. Presumo
(1) Fq í yo tu o dé I*i eoleboredores mis rncaentai de El THbtm*,
y allí «bogué calurosa y reiteradamente por le Única ,
— 288 —
que como tatos se darían otros caaos en provincias, porque
la idea se habla generalisado mucho, y quedaron por mu-
dio tiempo muchos republicanos sueltos en la política espa-
No ea del oaso repetir las rasónos que abonaban mi tesis,
ni siquiera explicar la relación que esta tenia con los en -
sayos de Unión y de Fusión hechos con posterioridad. Estos
y lo predicado en 1878 no eran una misma cosa, poro todo
ello estaba dentro de una tendencia. Lo que sí puedo decir
ea que si la Unión republicana se hubiera realizado hace
veinte años, la situación de los republicanos sería hoy muy
otra. Por le pronto, puede afirmarse que el éxito final de la
tendencia contraria no ha sido grandemente satisfactorio,
y que triunfante en 1880 el espíritu de la separación y la
diferenciación, luego se llegó, no ya á la reconstrucción de
los antiguos partidos, sino á una verdadera pulverización
de ellos, apareciendo por todas partes grupos y grupitoa
que por regla general han servido solo para quebrantar
prestigios y ahondar las incompatibilidades íntimas do la
familia republicana.
Vencí dos en 1880 los calurosos defensores de la Unión
surgieron los partidos posibilista, progresista y federal
con sus programas respectivos.
El programa posibilista lleva la fecha de 1.° de Febrero
de 1897, y se reduce á una invitación á los devotos de la
política del 8r. Castelar, á agruparse en provincias y á pre-
pararse para la lucha electoral. En aquel documento no se
expone doctrina alguna. Todo él es una referencia á la po-
lítica del menoionado hombre públioo, una protesta contra
el retraimiento y una nueva afirmación de la institución
republicana.
— m —
El programa federal w halla expuesto on el Proyecto de
Constitución que elaboró y votó la Asamblea federal de
Zaragosa, en 10 de Junio de 1883*
Allí se establece que cías Colonias españolas son Estados
federales ai igual que los demás de la Península • , y por
ende han áe disfrutar de La misma autonomía que estos úl-
Con posterioridad el partido federal ha dedicado una
particular atención á nuestras Antillas, y así aparece en el
Programa de 22 de Junio de 1894 (promulgado por acuerdo
del Consejo del mencionado partido, con la firma del Pre*
mdente de aquél, DÉ Francisco Pi y Uargall), que lee iede
ralea quieren en el orden administrativo autónomas las üa -
Unios t á par de las regiones de ¿a Península.
En otra parte del mismo Programa se detalla lo que los
federales quieren en el orden humano y en el orden político*
En el primer grupo de aspiraciones ponen «las libertades
de pensamiento, de conciencia y de cultos; el respeto á
todas las religiones, sin preferencia ni privilegios á ñinga
nt; la supresión de las obligaciones del culto y el clero,
dotados los sacerdotes de todas las iglesias de los miamos
derechos que los demás ciu da danés, atenidos a los miamos
deberes y sujetos á la misma jurisdicción y las mismas le*
yes; civiles el matrimonio, el registro y el cementerio; la ga*
rail ti a de la vida y el trabajo; Ja inviolabilidad de la perso-
nalidad, el domicilio y la correspondencia; la abolición de la
pena de muerte y la persecución sin piedad de la vagancia. »
En el orden político t desean la República, las doá Cáma-
ras, el sufragio nn i versal, el régimen representativo (en lu-
gar del parlamentario) y la Federación, Detallando dice asi
el Programa;
— «o —
«El Estado Central ha de tener á eu cargo el régimen
de la vida nacional en lo político, lo económico y le admi-
nistrativo, con los siguientes atributas: l.°, las relaciones
extrae jeras y por lo tanto la diplomacia y les consulados»
los aranoeles de aduanas, la paz y la guerra, el ejército y
la armada; 2.°, el juicio y tallo de todas las cuestiones
Ínter regionales; 3.° el restablecimiento del orden donde el
desorden, ajuicio del Senado, comprometa la vida nacional
y do basten ios poderes de la región á contenerlo; 4:\ la
defensa de los derechos poli* icos y de la forma y el sistema
de gobierno contra todo Estado regional que los suprima ó
los amengüe; 5.*, la legislación penal sobre delitos federa-
les y la creación de tribunales federales , asi criminales
como civiles; 6.°, la regulariz ación del comercio interior y
todo lo á él inherente: códigos mercantil f marítimo y fia-
vial, vías generales, correos y telégrafos, moneda, pesos y
medidas; 7.°, las disposiciones indispensables parala difu-
sión y la generalización de la primera enseñanza en todo
el territorio de la República; 8 . *, las dirigidas á qne en
todo el territorio de la República sean válidos los contratos)
y ejecutorias las sentencias que en cualquiera de las regio*
nes se celebre ó pronuncie.
•Los Estados regionales han de tener á su cargo el régi*
men de la vida regional en lo político, lo económico y lo
administrativo, con los atributos siguientes: la garantía y
la defensa de la libertad y el orden; el juicio y el fallo de
las cuestiones entre municipios; la organización de las mi-
licias regionales, subordinadas al Estado central, solo *n
casos de guerra con el extranjero; la legislación civil y la
de procedimientos; la legislación penal para todos los deli-
to* que no sean calificados de delitos federales; la organi-
zación de los tribunales correspondientes; la imposición y
la cobranza de los tributos.
*Loa Estados municipales han de tener a su carga
el régimen de la vida municipal en lo político, lo econó-
mico y lo administrativo, con las siguientes atribuciones:
la garantía y la defensa de la libertad y el orden; la
organisaoión de guardias municipales; la formación y
promulgación de ordenanzas; el juicio y el castigo de los
qne las quebranten; la imposición y cobranza de tributos
para sns especiales gastos y ios qne la región le im*
ponga,
>Las atribuciones qne expresamente no se hayan conferi-
do al Estado central, quedarán reservadas á los Estados re-
— 291 —
gionales; l¿s na conferidas á los Estados regionales, re-
seivadaft i los Municipios.
*K1 jefe de cada región es el ejecutor de las resoluciones
nacionales; el jefe de cada municipio el ejecutor de las re-
gionales, i
£1 Partido democrático progresista dio un Manifiesto en
l.°de Abril de USO. En él se contienen los siguientes pá-
rrafos dedicados á la cuestión colonial:
§ Difíciles son por extremo las complicaciones traídas por
la serie de los tiempos en la gobernación de las provincias
ultramarinas y los dan os han tomado proporciones ternero*
gas para Ja grande A n til la con el azote de diez años de
guerra. Prevaleció el sistema, cómodo al parecer, de los
aplazamientos, cuanto funesto por exigir soluciones de-
finitivas que no excluían meditación profunda. En vez de
ello manteníase un statu quo absolutista, fiado á los gober-
nadores generalas que enardecía? los sentimientos de los
que veían en Ja Metrópoli uoa vida política más conforme
con la cultura de la época. Pusieron remedio los hombres
de nuestras ideas, en lo que cabía, aboliendo la esclavitud
en Puerto Rico v haciendo participe á la gran Antilla del
ambiente liberal de la Península. Hoy debemos afirmar,
como antes, que el s tai ti quo y el aplazamiento han sido
juzgados por sos amargos frutos y hay que decidirse por la
libertad, llevándola resueltamente y desde luego á las colo-
nia» por medio de la asitniUcón de estas á las provincias
de la Metrópoli; sistema definitivo según unos, por que
aquellas deben regirse; preparación y transición, según
otros, al autonómico, el cual en ningún caso habrá de em-
pecer ni ambargar la anidad de la patria: pero no hay que
hacer una confusa mezcla de asimilación y autonomía, con-
siderando como asimiladas aquellas provincias para lo que
solo aproveche á las peninsulares y como autonómicas pat a
tener presupuestos y deudas suyas propias.
* Eias son nuestras aspiraciones, y como condición precisa
para real izarlas en su din, aspiramos á establecer con toda
la democracia, pues de una obra común se trata, la debida
concordia y el indispensable acuerdo: concordia y acuerdo
cuya base racional no puede ser otra que la Constitución de
1869, por todos reconocida como garantía suficiente para
que los partidos, sin excepción alguna, dentro de ella y por
— 292 —
ella, se muevan y agitan pacificamente basta conquistar al
favor de la opinión pública. Jfil código de 1869 debe aer el
lazo de ación de todos los elementos democráticos; a él de-
bemos todos, por boy, respeto é inquebrantable obediencial
desde el primea instante de la fortuna basta el día en que,
ganada Ja Nación á nuestros ideales, el poder legislativo
acuerde y sancione la legalidad definitiva y democrática
que haya de imperar en Kspaña, legalidad abierta, per mi*
tase dos repetirlo una yes más, á toda modificación que
nuevas necesidades del país é exigencias de la opinión lie •
gueo á reclamar.»
Cou posterioridad, como es notorio, el partido Demócrata
progresista se dividió y la izquierda del mismo, que consti •
tuja la mayoría, continuó afirmando los principios del Pro*
grama de 1880; pero explicados por los Manifiestos de Lon-
dres y de París, del jefe del partido, D. Manuel Bui* Zorri ■
lia. Cuando otra vez, y después de la muerte del Sr. Ruíz
Zorrilla, el partido volvió á fraccionarse, la izquierda» que
continuó llamándose demócrata progresista y que ¿ la pos-
tre resultó ser mayoría, ratificó su adbe^óo. á todas y
cada una de las declaraciones de su antiguo director. Estas
declaraciones, por lo que bace á la cuestión de Ultramar,
se contienen en el Manifiesto que el referido IX Manuel
Ruiz Zorrilla dio el 16 de Mayo de 1892, bajo la Forma de
una carta escrita en Bruselas y dirigida al Presidente de la
Junta directiva del partido republicano progresista.
He aquí los párrafos de este Manifiesto, atinentes al par-
ticular de que abora trato:
«Pero ¿por qué nos ba de parecer extraño que la política
de la Restauración sea mezquina y contraproducente, cuan-
do en lo que se refiere á Ultramar no tiene calificativo la
que siguen los Gobiernos restauradores?
>To que nada dije en mi Manifiesto de Londres porque
no se pensara que solicitaba el apoyo de los partidas loca*
les de las Antillas para mi obra, quiero dedicar á este
— 293 —
asunto algunas palabras, hoy que los acontecimientos me
han dado la razón y han hecho jueticia 4 las afirm aciones
constantemente sostenidas en toda mi vida pública, de que
c nuestros hermanos de Ultra mar nada tienen que esperar
de la Monarquía, que retita las mezquina* concesiones que
hace coa □ do asi conviene a los intereses de los partidos que
turnan en el poder ó á los particulares de los hombres iu-
fiayentes,
i Concluyen te prueba de estas afirmaciones es lo ocurrido
con la exposición firmada por todos loa centros importantes
de la Habana y por todos los hombres eminentes sin distin-
ción de opiniones, Nada piden qae los republicanos no estén
en el caso de decretar desde el primer día que gobiernen; y
sin embargo el partido conservador que ha pretendido re-
presentar á los españolee incondicionales, ha recibido con
desprecio Jas reclamaciones de aua amigos y protectores de
toda la vida. Lamento lo ocurrido como patriota; pero ello
servirá de lección á nu estros correligionarios de Ultramar
para que se ideo tinqueo con nosotros, sí da tiempo, hagan
lo que debieran hacer desda el primer día de mi destierro.
Con nosotros vivirán la vida del derecho, en lugar de vivir
«orno hoy, de Ja tolerancia de los poderes públicos,»
Indudablemente, la fórmula autonomista proclamada por
«1 partido federal no era 1*. de los autonomistas antillanos
ni ha sido la que se ha discutido con calor y hasta apasio-
namiento, asi en Ultramar como en la Península t en el cur-
so de los últimos veinte años. Ni es tampoco la fórmula
adoptada fuera de Kspaña por todos cuantos en libros, pro-
gramas de partido y periódicos de política militante han
sostenido y sostienen la Autonomía Colonial* Los federales
tienen una idea de las Colonias análoga á la de los asimi-
listas de verda y ¡su concepto de) Estado es distinto del que
supone el Derecho Colonial novísimo,
No interesa a mi propósito discutir aquí si la fórmula de
los federales es mejor ó peor ¡ue la de los autonomistas
propiamente dichos. Claro se está que yo creo que aquella
es inferior á esta, lo mismo en el orden de la doctrina que
— 2%i —
«Dolüflla política positiva y práctica, Pero de todas anor-
tes hay que reconocer que iasj declaraciones y la campaña de
loa federales inspitadas en un sentido radicalmente ex pana i -
yo y descentra iza 3orp y que hasta cierto ponto dejan atrls lo
pretendido teóricamente por Eos autonomistas, ha favorecido
la gestión de éstos , que han contado siempre con el apoyo de
los diputadost los periódicos y las masas del partido federal.
Cierto también que ni el Manifiesto demócrata progreais -
ta de 1880, ni la carta de Londres de 1B92( proclaman la an -
tonomía de nuestras antillas. Pero h*y que observar ante
todo que de las dos partes que comprende el Programa auto -
nomista antillano, la primera, Ó sea la identidad de dere-
chos políticos y civiles, también lo proclamaron siempre loa
de m ócratas pro gr esi st as , i ■ es p u ó a hay q ue a d ver tí r q M 1 00
demócratas progresistas más circunspectos en la materia
han proclamado siempre, asi para Ultramar como para la
Península, una completa descentralización, cálcala en la
Constitución de 1869 y ea las leyes de 18 70. Y por ultima,
procede recordar que de 1870 y hechas por el partido ra-
dical, son las leyes municipal y provincial de Puerto Rico
que los progresistas estiman, al par de los domas grupos re-
publicanos, b en que por diferente motive, como ana de sos
tradiciones, leyes que en rigor responden al sentido au-
tonomista del nuevo derecho colonial .
Todavía el republicanismo español, por medio de suspira-
dos ó grupos, ha acentuado más su significación autonomista,
Gomo antes indiqué, el partido Demócrata progre-
sista, fundado en 1880, se ha dividido dos veces. En la
última, y más reciente, quedó en libertad ano de sus
grupos para unirse á muchos posib i listas que resis-
tieron los consejos del Sr, Castelar, y que por tan-
— 295 —
4o no entraron en lis filas del partido monárquico liberal.
Con estos ele ni en toa se formó hace cosa de dos años el
partido Nacional Republicano, que ha subsistido hasta qu *
en estos días entró á Formar parte de la Fusión Republica-
na, Ese partido Nacional en el breva tiempo de su exis-
ten ola se ha abitenilo da formular solución alguna [ ara
«1 problema ultramarino.
La división anterior y primera del partido Progresista
permitió qne la disidencia se apartara j contribuyera non
la Minoría parlamentaria republicana de 1890 y coa nume-
rosos republicanos sueltos a constituir el parado Republi-
cano Centralista, que dio á los en Programa en 20 de Ju-
nio de 1891.
En este Programa se lee la siguiente declaración doctrinal:
tEn punto á la cuestión colonial bay qie afirmar la
identidad de los derechos políticos y civiles de Cuba y
Puerto Rico respecto de la Península; la representación en
'Cortea de las comarcas del Archipiélago filipino, cuya cul-
tura y condiciones lo permitan, y en todas las colonias la
consagración de les derechos naturales de1 hombre, el man*
do superior civil y una organización interior autonomista
que afirme en el grado y del molo que las circunstancias
deles diferentes países lo consientan, la competencia lo*
cal para los negocios propiamente coloniales, hasta llegar
á toda la discentralizaciH compatiále con la integridad na-
cional y la unidad del Estado ,i
A poco de constituirse los nuevos partidos republicanos,
-aun por machas personas que accedieron á ello en evitación
de males mayores y quita como medio de llegar otra vez a la
"Unión deseada; á poco de constituirse, repito, esos partí*
dos, se produjo nuevamente la tendencia de concentración
de> los esfuerzos republicanos. Solo que ahora tomaron la
iniciativa y aparecieron come factores de la Unión , los par-
tidos, en lugar de las individualidades»
— 296 —
Después de la infructuosa tentativa de IS7S, ge han pro-
parado y hasta constituida cuatro organizaciones de análogo*
sentido. La primera fué obra de los partidos Demócrata-pro
gres i ata y Federal, y tiene su fórmala en Ja Declaración
de 19 de Marzo de 1886, suscrita por los Srea. Pí y M*j—
gal I, Salmerón, Montemar y Fortuoudo,
En ella aquellos partidos se comprometen
■ 1 ,fl A afirmar y defender como principios comunes los
derechos de la personalidad humana, el sufragio universal y
la República, como la forma esencial de la organización
democrática de los poderes públicos.
2.° A luchar unidos para la organización desús comn
nes aspiraciones por todos los medios legales y aun con
aquellos extraordinarios que la opinión reclama y la juati
cia sanciona, cuando son sistemáticamente conculcados los
derechos individuales ó sistemáticamente detentada la sobe*
rania del pueblo eereñol, procediendo en uno y ttro caso
de previo tomún acuerdo, y guardando entre tí las natura
les relaciones de perfecta igualdad.
3.° A e ce^-tar como legalidad provisional desde el esta-
blecimiento de la República hasta la reunión de las Cortea.
le a artículos de la Constitución de 1869 y Ja ley municipal
de 1670, compatibles con estas bases y con la forma de Go-
bierno republicano, ein que se entienda en manera alguna
que la aceptación en esta legalidad provisional prejuzgue la
cuestión relativa á la organización de la República.
4.° A constituir un Gobierno provisional en que tengan
justa representación todos los partidos que concurran al
triunfo de Ja República.
5,° A convocar dentro de un breve pTazo Cortes consti-
tuyentes en condiciones que bajran realmente imposible to-
da acción ó intervención del Gobierno y de las autoridades
locales en las elecciones.
6.° A someterse á la Constitución que decreten las Cor-
tea, obligándose recíprocamente, cualquiera que sea la forma,
que se dé á Ja República, á no perseguir fuera de los me
dios legales la realización de sus peculiares aspira*
ci on es ;
7.° A declarar que esta coalición no ee obstáculo para
3U6 cada partida defienda y propague, antes como después
e la República* sus peculiares doctrines. — ■
— 297 —
8,° A procurar por los medica más eficaces que esta coa-
lición responda al decidido propósito de que el estableci-
miento de Ja República, más que obra de partidos, asa una
obra nacional . » *•
Luego Tino la segunda fórmula, suscrita en 23 de Enero
de 1893, por las representaciones de los partidos Centra-
lista, Federal y Progresista. Bus principales bases eran
eatas:
«1/ El fin de la Unión Republicana es acelerar el ad-
venimiento de la República.
> 2.a Para Ja consecución de este fin utilizará , con la acti-
vidad y energía que exigen las angustias de la Patria, todos
los medios que las circunstancias proporcionen ó aconsejen.
• 3.* La Unión tendrá una Junta directiva residente en
Madrid, compuesta de nueve individuos, elegidos tres por
cada una de las direcciones nacionales de los partidos re-
publicanos*
* A esta Junta corresponderá la suprema dirección de los
tres partidos para todos sus fines generales y coman es, y
estará ampliamente facultada par¿ nombrar dentro y fuera
de Madrid Jas delegaciones que estime necesarias para la
realización desús trabajos.
»4.a Se constituirá inmediatamente después de procla-
mada la República, un gobierno provisional, en que ten-
drán justa representación todas las fuerzas políticas que
concurran al triunfo de aquélla.
>5.a Los partidos que constituyen la presente Unión se
comprometen á someterse á la Constitución que en definiti-
va el país sedó, obligándose reciprocamente, cualquiera que
sea la forma de la futura República, á no perseguir, fuera
de loa medios legales, la realización de sus peculiares aspi-
raciones.»
En el Manifiesto que sobre los propósitos de la Unión
Republicana se dio el mismo día 23 de Enero de 1893, se
leían las siguientes frases (1):
(1) Firmaron este Uaaifiasto los sellaras aigfnientes e& representa*
«¡6a de lo# partidas Central i at a , Federal y Progresista: p
«umeramd* Aieárate,— Juan Gnalberto Ballestero, — Vicenta Bar*
— 298 —
i
iEd tanto, nuestras desordenadas colonias de Asia y
nuestras Antillas, amenazadas por la fuerza de atracción
de mercados extranjeros favoreoidos con verdaderos privi-
legios por recientes tratados mercantiles, oon dificultad vi-
ven sometidas al Gobierno militar, al régimen de la des-
igualdad respecto de) resto de España y á un sistema de
centralización radicalmente incompatible con su propia es-
pecial naturaleza, sus vigorosas reclamaciones y las exi-
gencias umversalmente reconocidas, de la colonización mo-
derna.
i Y para que nada falte en medio de todas estas tristezas,
eetos dolores y estos peligros, aparece la monarquía, resu-
men de todo lo imperante, contrariando por el mero hecho
de nú existencia el ansia patriótica de la intimidad con el
vecipo reino de Portagal, donde en este mismo momento,
por todas partes, brota idéntica aspiración respecto de Es-
paña y se producen la aclamación entusiasta de la Repúbli-
ca y la tendencia reflexiva á la Federación ibérica^ que ha*
ciendo imposibles agravios como el ultimátum británico de
1S3Ü, responda, en el extremo occidental europeo, al movi-
miento de concentración, sobre la base de las autonomías
locales y regionales, con que en el orden internacional, se
despide el siglo xix. »
La tercer fórmula es la de 26 de Marzo de 1896. La sus-
cribieron los representantes de los partidos Centralista, Pro-
gresista y Nacional, y del grupo Federal, separado del se*
berí — Eduardo Benot.— Enrique Calvet.— José Castilla.— Antonio Ca,.
tan». — Rafael Cervera. —Antonio M. Coll y Puig.— José M. Esqnerdo.
— Pablo Fernández Izquierdo.— Pablo Jiménez.— Rafael Ginard ds la
Rcaa.— José Fernando González. — Francisco González Chermá.— Igna-
cio Hidalgo Saavedra. —Santos de la Hoz. — Rafael M. de Labra.— Ma-
nual Llano y Persi. —Miguel Mayoral. -José Melgarejo.— Ambrosio
Moja,— José Muro.— Felipe Benito Nebreda.— Eduardo Palanca.— Je-
rónimo Palma.— Manual Pedregal.— Francisco Pí y Margall.— Calixto
Rodríguez —Vicente Rodríguez.— Fe mando Romero GilSinz.— Buaebio
Ruz Chamorro.— Manuel Ruiz Zorrilla — Kicolás Salmerón y Alona*.
—Juan Sol y Ortega.— José Valles y Ribot.— Mariano Vela.— José
Zaazo*
— 299 —
ñor Pi. Este último y sus amigos (minoría en la última
Asamblea federal) resisten todo concierto de carácter gene-
ral y permanente.
Las pr id ci palea bases de la nueva Unión f aeren estas:
«X La Unión republicana es la concentración de loa es-
fuerzas de los partidos Centralista, Federal, Nacional j
Progresista , para preparar el triunfo de la Bep ública en
España y asegurar el arraigo y desarrollo de las institu-
ciones republicanas.
■ Por tanío, supone la existencia de esos Partidos y las
afirmaciones fundamentales y comunes 4 los mismos,
»IL 8n principal objeto es la determinación de la coa*
docta qne corresponde á los republicanos, tanto para ace-
lerar el advenimiento de la República, como para facilitar
su instauración y vida , por el concurso de todos y en vista
del interés supremo de la Patria.
*UI . Ante Ja apremiante necesidad de realizar la
Unión republicana v los cuatro Partidos representados en es*
ta Junta declaran qne no tomarán parte en las próximas
elecciones de diputados á Cortes y senadores.
»Este acuerdo tiene un carácter circunstancial. En lo su*
cesivo, la Junta Directiva de la unión republicana acordará,
en cada caso, si los Partidos unidos han de luchar ó abste-
nerse en cada elección de diputados á Cortes y senadores,
obligándose todos, de ahora para entonces, á acatar y cum-
plir, sea el que fuere, el acuerdo de dicha Junta*
>IV. Los Partidas unidos se reservan el pleno derecho
de propagar sus respectivos ideales; pero sin hostilizarse,
ni en la tribuna, ni en la prensa.
>V\ La organización de Ja República será determinada
por las Cortes Constituyentes. Estas se elegirán por sufragio
universal, conforme ¿ la ley de 26 de Junto da 18 90, con
las modificaciones siguientes: Primero, el reconocimiento
de la representación por el voto acumulado. Segundo, la
supresión de los colegios especiales establecidos por la ley
vigente. Y tercero, la fijación de la edad de 21 años para
la obtención del derecho electoral.
y VI. Los Partidos unidos se comprometen al respeto
absoluto de la legalidad arcada por Jas Constituyentes,
condenando desde ahora todo cuanto en contra de esa lega-
lidad pudiera hacerse, de cualquier modo ó por cualquier
concepto, fuera da la vía legal y pacifica.
y
— 300 —
■VII, Las Juntas revolucionarias constituidas en los
pueblos y las provincias al proclamarse la República» cesa-
ran asi que se constituya el Gobierno provisional.
y Dichas Juntas serán sustituidas por loó Ayuntamientos
y Diputaciones provinciales, elegidos con arreglo á la ley
electoral antes citada.
■VIII. La dirección general y los intereses comunes de
la nación, estarán hasta la reunión de las Cortes Constitu-
yentes, á cargo de un Gobierno nacional constituido de
modo que en él tengan representación, proporcional y equi-
tativa, todos los elementos que hayan contribuido al triunfo
de la República.
■La acción del Gobierno nacional se inspirará en el más
profundo respeto á los derechos naturales dei hombre y les
garantías del ciudadano, consagrados por el tí t. I de la
Constitución de 1869, así como en el sentido general de la
Revoluoión y en el deber riguroso de no prejuzgar solución»
alguna especial y definitiva respecto de la forma de la Re-
pública.
'Inmediatamente después de constituido el Gobierno, és-
te convocará los comicios, para que con arreglo á la ley
electoral de 26 de Junio de 1890, se proceda á la elección de
Ayuntamientos y Diputaciones provinciales.
»IX. Los nuevos Ayuntamientos y Diputaciones pro-
vinciales se regirán por las leyes municipal y provincial de
20 de Agosto de 1870, modificadas en el sentido de que todo
cuanto en dichas leyes se reconoce como de la exclusiva
competencia de los Municipios y Diputaciones provinciales,
ha de quedar sustraído á la intervención de las autoridades
extrañas á aquellos organismos, salvos los recursos guber-
nativos, que serán resueltos por las Comisiones provincia^
lee, y los demás recursos que las citadas leyes establecen
para ante los tribunales de justicia (1).
Después de votadas estas bases, la Asamblea de 1896
hiao 1 a siguiente Declaración:
(1) Estas bases fueron firmadas por los Sres. Oamersindo ds AzcA-
rata,— Juan Goalberte Ballestero.— Dámaso Barrenengoa — Vicenta
Blasco Ibifiez.— Cosme Bcfcevarrieta.— José María Bsquerdo.— Aleja
Sarcia Moreno.— Pablo Jiménez. — Pedro Gémez y Gómez.— Salvador
OÓaez Liatio.— Marcelino Isabel.— Casimiro Junco.— Rafael María da
Labra . —Ricardo Lnpiani . —Emilio Menéndez Pallares . -Antonia Ma •
— 301 —
t Los abajo firmantes, en nombre y representación de loa
f*rtido8 republicanos Centralista, Federal, Nacional y
Progresista constituidos en Unión republicana, declaran:
Que la Unión republicana estima que la cuestión de Cuba
48 hoy el problema polítioo capital de nuestra Patria; ve
4on admiración y entusiasmo los heroicos esfuerzos de cuan-
tos en la tierra cubana sostienen con el honor de nuestra
tandera los sagrados derechos de España en América, y
protesta enérgicamente contra el mas leve propósito ó la
forma más atenuada de cualquier poder extranjero, de me-
noscabar la soberanía indiscutible de la Nación española.
Eq su vista, la Unión republicana declara:
Paiicsao. Qae es un interés supremo el de mantener i
toda costa y sin reserva de ninguna especie el sagrado de la
integridad de la Patria.
8igündo, Que son dignos de sus calurosas simpatías y
su entusiasta aplauso, todos cuantos noble y bravamente
lachan por la cansa española en la fratricida guerra de
Oaba; siendo de condenar, ahora como nunca, el aiste-
<na imperante, por cuya virtud pueden excusarse el sa*
grado deber de defender la Patria y morir por ella, ai na-
cosario fuera, los reclutas que disponen de dinero para re-
dimirse del servicio militar.
TsaoiRO. Que es un error funesto el considerar esta
-guerra como una cuestión puramente militar, siendo así que
por su naturaleza, sus antecedentes y sus circuí) atan das,
constituye un gravísimo problema, á que es preciso dar so-
lución por medios políticos discretamente combinados con el
esfuerzo de las armas.
Cuarto. Que la torpeza del actual Gobierno, en pres-
cindir de los recursos políticos, puesto que ni siquiera ha
{planteado en ninguna de las Antillas, como era su deber, la
ey de reformas ultramarinas, votadas con el carácter de
-urgencia por todos los partidos representados en las Cortes
de 1895, constituye una de las más acusadas responsabili-
dades de la situación imperante, correspondiendo á la bo-
chornosa tradición monárquica, á cuya cuenta hay que car*
•gtr el quebrantamiento de nuestro Imperio colonial en el
riño.— Miguel llorayta.— José Maro — Pedra Niembro.— Manuel Ortir*
—Manuel Pedregal.— Pablo Perales.— Fernando Remero Gil fiani. —
Antonio Raíz Beneyán.— Juan Salas Antón.— Nicolás Salmerón y Alon-
so.—Joaquín Sanche».— El Marqués V. de Santa Marta.— José María
Valles y RiboU— Mariano Vela.— Joan Simeón Vidarte.
— 302 —
curso de loe últimos cien años, por U cesión de la Luisiana».
la venta de la Florida , el abandono de Santo Domingo y la
pérdida de nuestras grandes colonias del continente Sud-
americano, y
Quinto. Que la e lución df fíjit'va del problema políti-
co j social de nnefatrua Antillas, bajo la bandera española y
como medio de asegurar la tranquilidad y el desarrollo de
aquellos pueblos en intima relación con los verdaderos inte-
reses peninsulares, coueiate, ajuicio de todos los partidos de
la Unión Repitdlicünax en la i m plantación de reformas radi-
cales en la administración y régimen interior de Puerto Rico
y Cuba, llegando la mayoría de las firmantes a estimar
que, así los principios del derecho como las circunstanciase
excepcionales del momento y todas las afortunadas ex pe'
riendas de las naciones colonizadoras de la Eiad Moderna,
imponen la oportuna aplicación del principio de la autono-
mía coionial.t
Por último, pocos mases hace sa ha realisado otro esfaer*
10 en pro de la Unión republicana, ahora llamada Fusión
republicana*
La fórmula llera la fecha da 1 .° de Junio de 1 S97 y su»
principales artículos son los que siguen:
cl.° Los ñu es de la Fusión Republicana son;
A. Conquistar la República.
B. Gobernarla hasta que las Cortes Constituyentes la
den forma.
C. Reunir dichas Cortas, garantizando la libre elección
por Sufragio universal de los representantes del país que
habrán de formarlas
D. Utilizar todos los medio» ó procedimientos, asf loa
normales como los extraordinarios, que el deber impone y
las circunstancias aconsejan» hasta conseguir la sustitución
del régimen imperante por el republicano.
2.° La organización de la República será determinada
por las Constituyen tes r cuy* convocatoria se demorará lo
menos posible! á fin de que se acelere la hora solemne de
fijar los destinos de la patria,
3.° La dirección general y los intereses comunes de Ja
nación estarán, hasta la reunión de las Cortes Constituyen-
tes, i cargo de nn Gobierno Nacional constituido de modo»
*\
— 303 —
que en ¿1 tengan representación proporcional y eqai tativa
todos loe elementos que hayan contribuido al triunfo déla
República.
La acción del Gobierno Nacional se inspirara en el más
profundo respeto á ios derechos naturales del hombre y á
las garantías del ciudadano, consagrados por el titulo 1 de
la Constitución de 18fi9, asi como en el sentido general de
U Revo loción y #n él deber riguroso de no prejuzgar solu-
ción alguna especial y definitiva respecto de la forma da la
República ,
Inmediatamente después de constituido el Gobierno, éste
convocara loa comicios para que, con arreglo á la ley e'ec*
toral de 26 de Junio de 1390, se proceda á Ja elección de
Ayuntamientos y Diputaciones provinciales*
4W° Lob nuevos Ayuntamientos y Diputaciones provin-
ciales se regirán por las leyes municipal y provincial de SO
de Agosto de '£70, modificadas por el Gobierno Pro visión al
an nn sentido autonomista, de suerte que tcdo cuanto en
ellas se reconoce como de Ja exclusiva competencia de los
Municipios v Diputaciones provinciales, ha de quedar sus-
traído á Ja intervención de les autoridades extrañas á aque-
llos organismos. Los recurso» gubernativos serán resuelto»
por las Comisiones provinciales, y los demás recursos que
las citadas leyes establecen por loa tribu Dales de justicia.
5.a Las Cortes Constituyentes se elegirán por sufragio-
universal, conforme á la ley de 26 de Junio de 1*90, con
las m crfi fica cion es * i guien tes :
A. £1 recen oci miento de í\ representación por el voto
acumulado; y
B. La supresión de los colegios especiales establecidos
ñor la ley vigente.
6.° Los elementos fusionados se comprometen al respe-
to absoluto de la legalidad que establezcan las Constituyen-
tes, condenando desde ahora todo cuanto en contra de osm
legalidad pudiera hacerse, de cualquier modo ó por cual-
quier concepto, fuera de la vía legal y pacifica.
7 ,Q En virtud de Jas bases precedentes y declarada cons-
tituida la Fosión republicana, con el fin de que nada es-
rt su marcha ni sea obstáculo á la unidad y á la enca-
de su acción, consideran se desde este instante diaueltoa
partidos y grupos cuyos representantes lian concurrí <
i la formación del nuevo partido de Fusión, los que
om prometen á ejecutar este acuerdo, comunicándolo A
respectivos organismos políticos.
— 304 —
8/' El partido da Fusión republicana agept* el régimen
autonómico como solución al problema de Cuba y Puerto
Rico, rechazando toda ingerencia extranjera que pueda ser
lesiva al honor' nacional.
9.° El partida de Fustán republicana mantendrá desde
luego en sa integridad la 1er de 24 de Julio de 1873, re-
gulando el trabajo en Jas fábricas, ta'lereí 7 minas; resta-
blecerá el proyecto relativo á la creación de jurados mixtos,
y declara que tiene el firme propósito de poner en an día
toda la atención que reclama el problema obrero i na pirán-
dose para la regulación del misma en su aspecto jurídi-
co, en el sentido que reclaman el derecho y la armonía en*
tre las clases sociales.
10. El Partido de Fusión republicana, ansia, con to-
dos los miramientos y discreción que pide lo difícil del pro-
blema, que llegue el instante oportuno da establecer en laa
islas Filipinas un nuevo régimen, ya que las funestas con-
secuencias del vigente se han puesto harto de manifiesto (1).
(1} Firmas este concia rio, como dirsctoreí de loi partido* Centra-
lista, Nacional, Federal orgánico, Posibilista, Autonomista, 6 como re-
publicanos a tío 1 toa, 6 republicano» prosedeutes de les partidos Fe-
dsral y Progresista, entro otros los setteres José Artola. — Oumer
aíndo do Ascirate.— Rafael María, de Labra.— Miguel Moray t a. —
José Muro.— Enrique Péreí de Guzmftn —Marqués de Santa Mar-
ta. —Nicolás Silmerón y Alease. — Ramón Péreí Costales.— Fran-
cisco Rispa y Pe rpiñ a,— Fernando Gasaet.— Melquíades Al vsrez,— Emi-
lio Menéudez Pallaros,— Juan Pía y MáH.— Basilio Lacort — Alfredo
Calderón.— Douato QSmei Trevijano.— José Mure — José Carva-
jal. — Juan Sol y Ortega»— Bdusrdo Baselga — Francisco González
Oil .-« J ii an O a a I b srt o Ball e ate r o . — Cali x to Red rígu ex. — Faoat i no
Caro. — Alfredo Yicenlí. — Ignacio Hidalgo 8aavedrat— Emilio Je»
noy.— Rafael Pristo y Caíales.— Rafael Cerrera — Juan Balas Ant6n_
*- Josi Melgarejo»— Odón de Baon.— Joaé Manuel Fiemas Hurta-
do.—Marceli ano IsaHl.— Miguel VíLlalva Hervís.— Casimiro Jan*
**■ — Cosme Echevarrieta, — Luís Oj eda.— Fernando Lozano.— Euaebio
Corominas,— Ricardo Guash>- Francisco Sánchez.— José Gonxfclez Ale-
gre.—Ci risco Halbín,— Jos* Auso, — Luis Penal va.— Camilo Pérez Pas-
tor.—Manuel Zapatero»— Carlos Amus&o*— Aurelia do AlberL— Vizconde
XVIII
Paré ce me que loa textos aducidos y datos expuestos bo
«oneienten la menor d u ■ 1 a respecto del apoyo qae los partí*
dos republicanos peninsulares, después de 187 3, han pres-
de Tarro! Solaoot — Ti Wio A vita . — Juan Martí Torran. — Federica
Km— José Prefuaio.— Francisco Roque. — Aurelia Blasco Grajeles* —
Joan CarbonelL — Blas Enrique Jiménez.— Casto Vilar,— Joié Montes
l»rf». — Andrés Corb* cha . — I g n aci o Q& re b i ta re na . — José Cao *— Tomás
Remara, — Cristóbal Martín Rej.— Lucio Catalina,— Ruperto J, Cb&Ta-
ni . — Constan t i no Rodríguez . — M igu e I M or An . — M ar isn o Santos P i ne-
jo— Cirilo Tejarina —Gaspar Mjreao Msrlíner, — Salvador Gdmei
Lirio —Manuel Fernando* Cueras.— Clemente Selvas. — José Ser ra
Clan.*— Picotas Amador*- José Andreu . — Francisco Aguadé > — Floren-
tío Vg-uicü — Rúbeo Landa —Simeón Vídert*— Ángel Rniz de Que*
redot — Victoriano Castro. — Manuel Herb ella. —Manuel Alcázar Goma-
les — Hipólita Calderón — Atanasio Gil Tortoea— Luis SimarrO,*—
Vistor Nersrr o B e ig . — J osqnía Sinc h ez Co v isa . — José M , Bscuder . —
taael Riso*— Francisco Sftb*la. —Rafael Alonso. — Manuel Unsuraurra-
fl,— Anlcoio Lsrranaga.— Qaopnr Lsguina. — Kueebio Ruiz Chams-
trn,.— Indalecio Corujede. — José María García Alvares. — Joaquín ¿e
fluel vas. — Joan B- Delgado.— Agustín Sard i. — Segundo Moreno lar -
cta.— Joan Palsu.— Diego le Bued*.— Zacarías Ruiz.— Federico Sola»-
— 306 —
tado a loa ideas franca y radicalmente t¿ formado ras <r»
nuestro orden colonial — y si u guiar mente, de 1879 á esta
parte, & las soluciones autonomistas y a la campaña que los
autonomistas antillanos han realizado en la Metrópoli ó en
Ultramar en favor de sas doctrinad,
A pesar de esto, es probable que no falte quien arga mente
citando algunos respetables nombres de republicanos espa-
ñoles adversarios antes, y quien sabe si ahora, de la autono-
mía colonial. Si este argumento tuviera Fuerza habría tam-
bién que atribuírtele al hecho de que algunos monárquicos,
en sus libros ó en bus conversaciones privadas, no han ocul-
tado sn parecer favorable, no ja solo a toa principios autono-
mistas, sino a la teoría de la emancipación de las Colonias.
Pero esos hechos aislados realmente no dicen nada en
contra de mi tesis. Las opiniones individuales no causan
estado en el orden de la política positiva. Esta la determinan
tan solo la actitud, disposición, declaraciones y hechos de
los partidos, que son, hasta el momento presente, la forma
más seria 7 eficaz de la acción política contemporánea.
Demás de esto conviene mucho insistir en que ninguno
délos poces, muy pocos republicanos que, por su cuenta, se
han opuesto manifiesta y concretamente á la autonomía 00*
lonial, ninguno lo ha hecho de tal modo qne su oposición se
extendiera á todo el programa autonomista. Asi mismo
gui. — Izando Vidal. — Nirciao Villapadiema.— José Chucea.— Pabla
Amina*— Esteban Antón Moras*— Emilio A Tango,— Mari ue Araus, —
Trinidad Ai iza.— Manual Montero,— José Ramírez Duro,— Eladio Mar-
cos Calleja^ Miguel Mttas -Cayetano Mocat — Edwdo Méndez Ib*-
fiex.^Salredar Perdió,— Tomai Pérez Linares.— Federico Solae£ui
etc., «te.
— 307 -
puede decirse que ni o gema de aquellas, respetables perso*
nas se mostró nunca propicia al mantenimiento del viejo
régimen colonial 6 á la solución asimi lista, al modo qne la
definían y sostenían los partidos monárquicos gobernantes.
Me seria facilísimo aducir al ganos textos: pero me basta-
rá recordar, en primer termino, que el programa autonomis-
ta antillano afirma los principios de la democracia y sostiene
la identidad de los derechos políticos de peninsulares y ul-
tramarinos, concluyendo por afirmar para las Colonias una
descentralización mayor qne la propia de las provincias 6 re •
gionea de la Metrópoli, á cambio de mayores cargas y res
ponsabilidades. Respecto de este ultimo punto, cierto que al-
gunos republicanos no compartieron el voto de la generali-
dad, pero respecto de los otros dos particulares, nadie, ab-
solutamente, nadie en el campo republicano ha mostrado re-
serva ni vacilación de ni agua genero.
Pero después de lo que queda expuesto respecto de las
grandes representaciones del republicanismo español, mere
ten particularísima consideración las recientes declarado*
oes de la Fusión Republicana* constituida por republicanos
de todas las procedencias, de los cuales algunos eran
bien conocidos por su i opiniones individuales hostiles
4 la Autonomía de la 9 Colonias. La declaración autonomis-
ta de la Asamblea que en Junio último votó la Fusión Be •
publican a fué acogida, tanto por los representantes congrega-
dos en el Teatro Moderno de Madrid, como por el numeroso
público que llenaba los corredores y galerías altas, con
aplausos repetidos, prolongados, atronadores.
No hubo ia menor protesta ni reserva de ninguna espe*
ele. Y puedo afirmar sin temor á la menor rectificación, por
cuanto yo estaba en la Bala, que aquel acuerdo y el de la di-
/5S
— 308 —
solución de los antiguos grupos republicanos fueron los :
aplaudidos de todos los proolamados por la Asamblea» con-
trastando este hecho con el de los ruidosos aplausos con que,
á poro, y en el mismo local, era acogido, por nn público mo-
nárquico, la declaración de nn político conservador en pro
de la posible liquidaoión del negocio de Cuba.
Dan mayor relieve á todo esto el contraste y la oposición
de lo declarado por los partidos republicanos y lo iicho por
las individualidades republicanas más reservadas, asi como
el particular concurso que todos los republicanos sin dial iu~
ción prestaron siempre á las protestas y al sentido democrá-
tico y radical de la campaña autonomista de los antillanos ,
con lo dicho, hecho y defendido por todos y cada uno de loa
partidos monárquicos, los cuales siempre estuvieron más 6
menoa enfrente de esos autonomistas, hasta el punto de no
consentir que en el Congreso — y contra lo que es costumbre
— entraran á formar parte de las comisiones de presupues-
tos y cs8i podría decirse que de ninguna comisión que hubie-
ra de dictaminar respecto á política ó finanza de Ultramar,
los diputados de Cuba y Puerto Rico partidarios de la auto-
nomía colonial.
Además, es notorio que tanto en el Ministerio de Ultra*
mar como en otros altos puestos de la Administración públi-
ca, figuraron y figuran, con exclusión de todo otro elemento-
colonial, diputados y senadores de la Unión Constitucional
de Cuba, la cual monopolizó y monopoliza contra los auto*
nomificas y con aplauso y apoyo de todos los partidos monár-
Huí coa de la Península, la dirección política y la adminis-
tración de las Antillas. Bastarla esto para repetir que los
republicanos han sido los unióos patrocinadores de las so*
lu clones autonomistas en nuestra España.
— 309 —
Pero todavía se deben citar otros hechos en favor de esta
tesis. EL primero y decisivo es el de la cooperación que á !»
mencionada campaña autonomista ha prestado la prensa de
la Peni Denla. No creo qne sea dable rectificar la afirma-
don qne aventuro de que no ha habido en estos últi-
mos veinte años un solo periódico monárquico en la Pe*
ilusa! a que haya defendido la Autonomía colonial»
En cambio recuérdense los nombres v la significación y
los compro miso ¡i de los periódicos que en la Metrópoli han
servido esta idea. Antes cité Ja Revista de las Antillas qne
dirigió el 3r. Cepeda, Ahora recuerdo el Voto Nacional qoe
dirigió el Sr< Chiea, La TH&una qne dirigí yo, La Unión
qne dirigió el Sr, Sanche» Pérez, El Liberal dirigido sucesi*
vamente por los Sres. Araus y Moya, La Justicia desde los
días de la dirección del Sr. Atíenzi á los de la gestión del
8r, Pérez García, Las Dominicales de los 8 res, Chíes y
Lozano, MI Nuevo Rét/imen del Sr. Pi y Margall... Todos
esos periódicos de Madrid eran , y los qne viven son repu ■
blicanod. Del propio modo han sido y son republicanos y
autonomistas El MercanHl Valenciano % La Publicidad de
Barcelona, La Voz Montañesa de Santander; es decir, tres
de los seis periódicos de mayor circulación ó importancia
da las provincias españolas,
Y cuéntese que fuera de La Tribuna, en ninguno de lo»
periódicos tenia ni tiene parte el capital antillano ni i d lineo-
cía directa la política local ultramarina. Mas aún; con
«acepción de La Iríbwna^ y de la Revista de las Antillas t
ninguno de los periódicos qne en la Península han defen-
dido ó defienden la autonomía colonial» ha tenido ni tiene
suscripción de mediana importancia en Ultramar. Por ma-
nera que el apoyo de todos esos periódicos ha sido y es do-
L
— 310 —
ud perfecto desinterés; por amor a la idea; por la firme
creencia de que de Fe adiendo la solución autonomista se
responde á la lógica de la doctrina democrático* republica-
na, ae procara el bienestar de las Antillas, aa abofa por la
tranquilidad y el progreso de la Península y te contribuye
al prestigio y al poder de toda España (1],
Bien qu« este desinterés en tan msritísima campaña
(desinterés que quizá no sea bien entendido todavía) corres-
ponde admirablemente al demostrado por loa partidos o
grupos republicano*.
Bien ó mal, estos no ae han cuidado de extender su acción
á las Antillas, Es decir, no han procurado constituir allí
comités ni formar organizaciones más ó menos depeD dien-
tes de los Centros republicanos directivos de la Metrópoli*
Quizá alguno, en cierta ocasión, ha excusado oportunida-
des aprovechables sino se hubiera tenido en cuenta qns en
determinada a circunstancias, y siendo muy vivo el sentí*
miento de la política local en las Antillas ciertas gestiones
podrían producir inmediatamente la división y desorganiza*
cien de la fuerza local autonomista, necesitada de todas sus
energías para luchar en Ultramar con el Gobierno monár-
quico y con los partidos conservadores plenamente identifi-
cados en a o desastrosa campaña.
En tal sentido los partidos peninsulares— y particular-
(1) Bi predio lia cor constar que los partidos autonomistas de tu An-
tí il a* han car respondido & estas ai apatías do la pro as a peninsular co-
piando al Con grato dos veces ni Br. D* Miguel Moya (director de El Li«
btrAlj como diputado autonomista, sin que por aato ae en Un diera qne-
El Liberal foen uo pi_»rióíi:o del pirtido autonomista da Cu o* 6 da
Puerto Rico. Así lo ha declarado El Liberal y lo han * atendí do siempr*
Jaa Directivas insulares.
— 311 —
mente el Centralista— han recibido con particular satief*c -
ción la adhesión de calificadas personal i dades de la política
local antillana; por ejemplo, loa exdiputados D. Julián
Blanco y Sosa y D. Gabriel Millet. Pero de ninguna auer
te han puesto como coadición, ni nada qne ee le parezca,
para la insistente campaña en pro de la autonomía y de una
política de justicia y expansión en Ultramar, la cooperación
6 la mera correspondencia de los que en las Antillas viven É
Repito que no jazgo definitivamente esta conducta. Se
ütlo el hecho como he señalado tantos otros» añadiendo que
no conozco ejemplo parecido. Fortifica este concepto lo que
últimamente ha hecho el partido Liberal de la Peni caula con
'os autonomistas portorriqueños que solicitaron su concurso
y que han tenido que entrar en aquel partido aceptando su
disciplina. Lo propio exigieron los liberales de otros tiem-
pos ¿ los vascongados y los catalanes , que por este medio
m emanciparon del régimen de desigualdad y de los esta-
dos de sitio » casi permanentes antes de 1S5S. Algo parecido,
aunque en forma muy diversa, exigieron los liberales i ti
gleeea á los autonomistas irlandeses, Y es sabido qne les
asimilistas f ranease1! (que en rigor defienden Jo qne los
tutooomistas españoles, aun cuando lleven otro nombre por
razones distintas y de localidad) necesitaron ponerte dentro
da los partidos republicanos de la Madre Patria para lograr
la extensión á las Antillas del sufragio universal» el gobier-
no civil, la libertad municipal} la división de los presu-
puestos loe a lea y de la nación, eto*, etc.
Sobre este punto han corrido muchos errores, atribuyen
dome una gestión que yo no ha realizado. No han sido
pocos los que han creído qoe yo he trabajado activamente
para lograr que los autonomistas antillanos ingresasen e»
31
n
— 312 —
los partidos republicanos de la Península, La suposición ea
absoluta mente falsa. Ni siquiera he hecho uso de falco lta des
que el Directorio portorriqueño me dio hace años para alga
que, sin ser lo supuesto, podría parecérsele.
Yo no he pasado de recomendar á Jos diputados y seca*
dores autonomistas f primero, que realizaran m campaña en
relación afectuosa, constante j hasta Intima con la repre-
sentación parlamentaria republicana; y segundo, que aque-
llos autonomistas antillanos que fueran partidarios de la
República, tomaran ( oomo yo, puesto en el aludido grupo
parlamentario. Ya he dicho antes cómo hubiera celebrado
que los diputados autonomistas de Cuba y Puerto Rico, en
determinado momento, hubiesen constituido un grupo den-
tro de la Unión parlamentaria republicana.
Excuso repetir razonamientos ni traer otros nuevos. Tam-
poco es oportuno explicar ahora por que no tomó sobre mi
la gestión que falsamente se me supone. Estas explicaciones
no se harmonizan con el na del trabajo presente.
Pero si cabe dentro do mi plan el decir que la gestión
que yo verdaderamente practiqué — y por cierto con nu éxito
que robustece mi fe en la virtud de la razón y en e! poder
de una propaganda sostenida con perseverancia — la ges-
tión que me preocupó por mucho tiempo y cuyo alcance po-
lítico v eron perfectamente mis adversarios en la Península.
fué la de asegurar á los autonomistas antillanos y á la can
sa autonomista, el resuelto apoyo de un partido nacional y
especialmente del partido Republicano. Para ello, natural-
mente, me dieron autoridad el hecho de estar yo dentro de
este partido y la circunstancia de predicar con el ejemplo.
Por eso yo no podré olvidar nunca el efecto qne en mi áni-
mo produjo el banquete con que en el salón de LharJy me
— 313 —
o tequiaron doscientas personas, entre loa que figuraban
hombres como Estanislao Fignerag, Eduardo Chao y Manuel
Pedregal, con motivo del d ¿Acarea que pronuncié en el Con-
gres o, en Abril de 1880, defendiendo la sol ación autonomía.
ta. A aquel banquete concurrieron algunos hijos da las Ac ti-
llas, más 6 menos comprometidos en favor de la reforma co *
lonial, pero la generalidad de los asistentes eran republica-
nos, sin la menor relación con las Antillas; gente sincera y
entusiasta, cuya franca devoción me co o firmó en mí idea res-
pecto del respectivo valor de la cooperación de todos y cada
uno de los partidos y loé elementos políticos de la Península
y de la casi imposibilidad de que la solución autonomista, en
feos dos conceptos fundamentales, pa diese triunfar en la Me*
trópoli, por el solo esfuerzo de los autonomistas antillanos.
Despoés, en mis excursiones políticas por Vizcaya, Le-
vante y Andalucía, adquirí nuevos datos que he aprove-
chado, sin distracción ni duda, cada ves más convencido de
qne es elemento capital de la acción política la detenida
tatimución del medio en que se trata de operar, Por eso,
después de los principales actos da propaganda re» litados
en aquellas comarcas, recababa yo de los Comités directi-
va! del Centralismo, que saludaran, telegráfica mente ó por
escrito, á las Directivas autonomistas antillanas, ratificando
au devoción y sus compromisos en favor de la Autonomía.
Por lo mismo en toda esa campaña, aun á riesgo de pasar
por preocupado é impertinente, hice siempre objeto de mi
particular atención la tesis de qne la reforma colonial no
era un empeño exclusivo, ni debía estar colocada dentro de
la jurisdicción del especialista, sino qno afectaba á la vida
total de la Nación y al interés político general, cnanto mas
il interés de los liberales y los demócratas.
— 314 —
Y esto por tras principales ratones, Porque es ímpoiible
prescindir de que uno de los fon dame utos del valor histó-
rico, del prestigio presente y de la representación interna-
oional de EspaEa, consiste en el valor y la prosperidad de
sos colonias, cuya situación geográfica y coyas condicionas
físicas, económicas y sociales, son de notoria y excepcional
Importancia, al par que comprometen á nuestra Patria á
desvelos y atenciones apenas imaginables, si tofos nues-
tros intereses se diesen solamente aquende el Pirineo y en el
territorio que abrazan el Mediterráneo y el Atlántico.
En segundo lugar, porque la vida de nuestras colonias,
y seSaladamen te de nuestras Antillas, influyo poderosa y
directamente en la de la*í má* adelantadas comarcas de la
Península. Para dudar de esto, es necesario no haber pisa-
do las playas catalanas y desconocer la economía de San*
tender y Asturias.
Y ademas porque es un hecho evidente, aunque no bien
estudiado por nuestros políticos, el influjo que la reac
ción ultramarina ha tenido, sobre todo en el curso del
presente siglo ( al modo que sucedió en Inglaterra en el
último tercio del siglo xv ti i) en 'a pujanza de la reación
peninsular, cuyos corifeos y capitanes sacaron medios v se
educaron y for ti carón para la empresa liberticida, en las
contiendas americanas, en el ejercicio del poder consagrado
por las leyes de Indias bastardeadas por la famosa Eeal
orden de las Omnímodas de 1825, y en el disfrute de los
monopolios ele' viejo régimen.
En tal sentido vuelvo á repetir que yo nunca, para de-
fender las libertades coloniales, he prescindido de su engra-
naje con las de la Penínsila y de tomar la cuestión como
Qn problema total,
— 315 —
En cnanto á la conveniencia — estoy por decir la necee i ■
dad — del apoyo de los partidos avanzados de la Península—
y singularmente del Republicano — á la causa autonomista
colonial, tengo tanto que explicar y referir que la abun-
dancia de materia me obliga á reducir extraordinariamente
eljdiscurso, [No en vano se pasan más de treinta años o ven-
do T viendo, y bregando por u na causal
Respecto de lo pasado , be dicho varias veces y en mu *
chas partee, que me atrevo á dudar de que sin la propagan-
da republicana, dentro y fuera del Parlamento, se hubieran
conseguido los adelantos de estos últimos 10 afioe» asi en
la opinión pública como en la esfera del gobierno y de las
leyes. Bespecto del porvenir, mi convicción es tan firme,
que aseguro qne» ann cuando los actuales partidos gober-
nantes, por efecto de su última evolución, establecieran «1
régimen autonomista en nuestras Antillas, serian precisos
para el éxito de &ifa, la atención, la solicitad y el esfuerzo
del partido Republicano.
Todo ello se explica perfectamente,
No necesito esforzarme para abonar mi discreta reserva
respecto al modo v macera con que los actuales partidos mo-
nárquicos y gobernantes bayan de plantear la Autonomía
en las Antillas. Me faltan ciertos datos de intimidad y yo
doy, bajo el punto de vista de la doctrina y del éxito, una
gran importancia al sentido pro raudamente democrático con
que se ha defendido la Autonomía en las Antillas y oon qua
allí se tendrá que establecer el nuevo régimen; sobre todo
en vista de la principal determinante del último decreto
del partido conservador. Es decir, en vista de- la pronta
pacificación de Cuba*
Con esto quiero significar que no me prometo verdaderos
— 31G —
resultados ni el Gobierno de la Metrópoli persevera en su
propósito de descentralizar atribuciones del Poder Central
para llevarlas 4 cent roa burocráticos y á corporaciones más
ó monos oligárquicas Mi opinión resuelta es que laa faeul
tades que ge reconozcan á las instituciones coloniales se
atribuyan á corporaciones eminentemente populares y que
la vida local ó insular se co usagre franca y sinceramente,
haciendo depender del pueáio de las Antillas i tocios aque-
llos Funcionados á cuyo cargo hayan de correr laa atencio
sea y las necesidades locales.
Y que esto puede realizarse sin menoscabo de la sobera-
nía de la Nación, no es materit discutible ni en el orden
doctrinal ni en el práctico. Piden los autonomistas antilla-
nos menos que lo que rige en el Canadá y sin embargo
nadie que entienda de derecho político y que sepa el uso
que Inglaterra h* hecho del llamado derecho imperial , pue-
de negar la soberanía británica sobre las dependencias an-
glo- americanas. Todas las dificultades ó las confusiones
que respecto de este particular pueden surgir, dependen de
la manera de establecer la diferencia que separa á los negó -
oíos locales ó coloniales de los negocios generales ó de la
Nación.
En tal supuesto, es indispensable que la reforma de la
organización de nuestras Antillas coincida con una amplí -
sima reforma electoral, y que las n novas instituciones se
planteen con sentido democrático. Esto era recomendable
antes de la guerra de Cuba. Hoy me parece imprescin-
dible.
De otra parte, no me explico bien cómo la reforma auto
nomista podría realizarse en Ultramar, sin la intervención
directa y preferente de los antiguos autonomistas. T esto
^v
— 31T —
implicaría el abandono de la decidida protección que todos
nuestros partidos monárquicos han dado a la Unión Cons-
titucional de Coba y a loa incondicional es da Puerto Rico,
El punto es de ta' gravedad riue, á mi juicio, p res cundir de
41 equivale á asegurar el fracaso de ta nueva política,
£1 grado de la intervención de \on autonomistas en el
planteamiento y arraigo del nuevo régimen, sería cuestión
también muy i m porgante en cualquier momento» Pero ahora
de valor insuperable, por cuanto esas autonomistas necesi-
tan fuer aa excepcional y prestigios extraordinarios pira
realizar el doble empeño de instaurar las institución es
autonomistas y de desarmar y vencer la insurrección ca-
bana.
No quiero tratar extensamente estos particulares, V por
no complicar el discurso prescindo de loe varios problemas
de íondo que ha producido h actual guerra de Ouba y cuya
resolución no dependerá solo de lo que hasta ahora se ha
llamado la Autonomía. Aludo á los problemas de la repo-
blación y de la reconstrucción de O aba, de la deuda, del
ejército colonial; particulares todos intactos y muy poco co-
nocidos de la casi totalidad de nuestros políticos. Me atengo
4 lo que hasta ahora se ha disentido con mayor ó menor
competencia y con más ó menos aprovechamiento. Y llego
á aceptar, con guato, así las declaraciones antes aludidas
del 8r. Sa gasta, como el supuesto de que, en todo caso, los
herederos políticos del Sr. Cánovas completarán, en buen
sentido, la reforma de 1S97, porque no puedo creer que se
acepte locamente la probabilidad de un fracaso, por falta de
los necesarios complementos de la obra iniciada en Abril úl-
timo. No puedo ser más benévolo.
Pero también lie dicho muchas veces (y muy eape-
— 318 —
cía 1 mente caá d do loa abolicionalistas logramos lea lejee
de abolición de la esclavitud de 1873 y 18.31) que era más
difícil ejecutar un fallo que ganar la sentencia í, por le cual
he dado j continúo dando una importancia excepcional y
haala decisiva, á la manera con que se aplican las leyes de
reforma. Para esto último se necesita, no aolo maj bien a
voí untad, fe viva y reflexiva perseverancia da parte de loa
llamados, por modo oficial, á dirigir y realizar sea aplica*
ción, sino atención exquisita y celo insuperable de p&rfe de
los elementos que, más 6 menos deade fuera, asistan al plan*
tea miento y al desarrollo de aquella novedad*
Me seria muy fácil aducir muchos datos en comprobación
de mi aserto. Datos re.ativog á la misma compleja reforma
co otila 1 que se ha venido planteando y desenvolviendo en
las Antillas desde 1 879 á esta parte.
Recuérdese lo que ha pasado con el derecho de sufragio
que se quitó, contra toda clase de ofrecimientos, convenien-
cias y ejemplos, á los propietarios y cultivadores rn ralee cu-
yas fincas pagaron el 2 por 100 de la renta (después de ha-
ber pagado el I ó) t por efecto de la crisis colonial. Recuérdese
como se interpretó la ley electora! en punto al reparto de la
cuota contributiva de los establecimientos mercantiles entre
todos los que los directores da ellos decían que eran socios,
con lo cual se oreó la clase de socios de ocasión, Recuérdese
lo que sucedió con los patrocinados de la ley abolicionista
de 1881, con leu cuales se mantuvo virtualmente la esclavi-
tud. No son para olvidadas las excepciones i ntrod acidas en
el Código de Justicia multar reciente, en daño de las Anti-
llas y en oposición al texto de la Constitución allá promulga*
da en 1 88 1 Y no ae puede prescindir de la serie de reforma»
parciales de la ley de relaciones mercantiles de 1162, que
— 319 —
redujeron el cabotaje caai á un derecho exclusivo de loa pro-
ductora y comercian tea peninsulares .
Por tanto, repito, no puede confiarse en la eficacia de las
reforma» por el mero hecho de que aparezcan en la Qaaia
oficial y aun por la circunstancia de que se haya iniciado un
planteamiento, con la mejor buena fe del mundo y los más
rectos propósitos imaginables. Solo viviendo fuera de nues-
tro mundo político puede pensarse que los autonomistas, re-
gimentados y sometidos ala disciplina de los partidos go-
bernantes, hubieran de tener bastantes medios para campa-
ñas de resaltado respecto á omisiones, contradicciones ú ol-
vidos de su propio partido general 6 peninsular. Aun para
facilitar su protesta 6 fortificar su gestión seria preciso el
acicate de loa de fuera. Es decir» de personas que al rea-
liiar an inspección y su crítica no pudieran ser acodadas
de indisciplinadas y perturbadoras.
De aquí la conveniencia de que, aun dentro de la situa-
ción imperante» aparezca capacitado excepción al mente el
partido republicano español para llevar la voz Je los auto-
nomistas de las A n tullas que no sean monárquicos. Y de
aquí la necesidad de evidenciar lo¿ títulos que para esta
empresa tienen los republicanos españoles, recordando,
cota do menos, lo que en circunstancias por todo extremo
extraordinarias, j en el curso de lina larga historia, han
hecho estos en favor de nuestras colonias y especialmente
de loa derechos y las libertades de Cuba y Puerto Rico.
Pero además siempre convendrá tener muy en cuenta
las superiores, las excepcionales facilidades que para la
propaganda de los ideales democráticos y concretamente de
las soluciones autonomistas, ofrecen los partidos no gober-
nantes de nuestra Patria. J£sta es una ventaja que compon-
— 320 —
sa el i neón ven iente de la falta de poder, ai ge tiene en cuen-
ta que vivimos en loa tiempos de loa gobiernos de opinión
j que no es del todo preciso que los partidos sean dueños
de la Gaceta para Jhvar á ésta sos principios y sos obser-
vaciones.
Buena prueba de ello es lo que ha sucedido en España
con laa reformas democráticas dentro de los últimos veinte
años; pero sobre todo, lo que ha sucedí lo con la reforma
colonial en este iVtimo período. Porque no me atrevo á
creer que nadie intente negar que, cuando unos cuantos de
fendíamos en el Parlamento y fuera de él, la división de
mandos, y el tratado de comercio oon los Estados Unidos y
las libertades de imprenta y de reunión y la separación de
los gastos de soberanía de los gastos coloniales en el preso *
puesto de las \n tillas, y la reforma de la ley electoral de
1S76. , , todo esto era resuelta mente rehusado por los parti-
dos gobernantas de aquel tiempo.
Hay qne considerar qne loa partidos de esta clase tienen
muchos reparos para incluir en a as programas laa refor-
mas qne no creen inaplazables, y que aun laa argentas
las anuncian con la mayor circunspección posible, temero-
sos de laa exigencias qne el público formularla a. las 24 ho-
ras de convertidos los propagandistas en gobierno. No te-
men esto los partidos de oposición radical, mucho más ge-
nerosos y menos expuestos. Amén de que dando una mayor
importancia á los principios qne á la conducta, con facilidad
es prestan 4 poner dentro del cuadro de sus aspiraciones,
todo aquello qne determina la lógica.
En tal sentido y ano en el aupuesto d* que las refor-
mas coloniales llegaran a lo deseable, serla ana iumeu*
sa torpeza de parte de los autonomistas antillanos pri*
— 321 —
Yiree del con cargo de loe partidos radio ales y propaga nJia
tas de U Peníoanla, rindiéndose á uo exclusivismo 7 á una
preocupación del momento, que los republicanos posible
mente estimarían como una demostración egoísta y quizá
como un pecado de id gratitud,
No hay para qué razonar la gravedad de esta última
contingencia. Cierto que las ideas no son los hombres» pero
verdad también que sin tatos no pueden realizarse aquéllas
y que laa di visiones y los antagonismos de los que profesan
Lis mismas ideas frecuentemente perjudican á la vida de es
tas macho más que la oposición y hasta las embestidas de
tas mis decididos adversarios* Buenas pruebas de ello ofre-
ce la historia contemporánea del republicanismo español.
Por ello la oposición de nuestros republicanos á los au -
tonomistas de las Antillas perjudicaría lo indecible á la
cansa de estos y al progreso pacifico y positivo de las
institución es políticas y sociales de Uuba y Puerto Rico.
Y no sería fácil a loa antillanos borrar de la historia el he*
eho evidente del con curso activo, generoso y eficaz que el
republicanismo español ha prestado, desde 1873 á esta par-
te, i la causa délas libertades de Ultramar. En pocos te
r renos como en el de la política ee pagan los olvidos, los
abandonos y las i o gratitudes. Sé que el vulgo, dejándose
llevar de las apariencias, piensa lo contrario, Pero si esto
último fuere asi, seria una vana palabra la lógica de la
Historia, que ee la primera ley del mundo*
Después de todo esto y sobra en base, urgen varios pro-
blemas íntimamente ligados entre sí, y cuya de'ioadesa no
es preciso escarecer. Problemas de arte político, apenas es-
bozados hasta el día y que necesariamente tienen que pre«
ocupar dentro de poco á ios habitantes de las Antillas y de
— 322 —
on modo especial á los autonomistas republicanos de Jad
mismas. Quizá también f aunque de diferente modo y per
diferente* razones, á los de la Península.
¿De que suerte se ha de entablar y sostener en lo futuro
la intimidad de relaciones de los unos y los otros?
¿Ea compatible con esta intimidad la existencia de loa
partidos insulares?
¿Proclamada de veras y siendo un hecho positivo el ré-
gimen autonomista en las Antillas, es dable prescindir de
los partidos locales?
¿Gomo ae relacionará en lo sucesivo la política insular 7
la política nacional?
He ahí varios de toa problemas á que acabo de aludir.
Recito lo que con otro propósito ya be dicbo: no me corres-
ponde tratarlos en este momento y monos en esto libro. Bis*
tame señalarlos como una demostración de la gravísima
trascendencia de laa reformas que ahora se anuncian y cuyo
alcance no se estimará 1 ocularmente sin tener en cuenta, de
nn lado, nuestro poco estudiada tradición colonial, y de otro,
el nuevo rumbo de la colonización británica, manifiesto en
la campan a de la Federación imperial y en las últimas decla-
raciones del Gobierno inglés y de los principales Ministros
de las Colonias inglesas.
Todos son problemas de superior arte político.
J
XIX
Por todo lo dicho se comprenderá que no aventaré nada
tn las afirmaciones con que he encabezado este libro.
Los republicanos españolas han sido, en estos últimos
25 años, los más decididos, constantes y segaros defensores
de las libertades antillanas y los únicos patrocinadores de
la solución autonomista para nuestras colonias.
A estos títulos hay que agregar otro de suma Importan-
cia en estos momentos y al cual aludí al principio.
Es indudable que la autonomía colonial es un hecho en
la política española. Pero hay que reconocer que esta solu-
ción tropieza hoy con una grave dificultad en el terreno de
las susceptibilidades nacionales. Corre bastante la especie
de que la autonomía se arranca á España por los inga r rec-
tos cubanos y más aún por los Estados Unidos de América.
Esta tesis puede ser combatida con varios argumentos,
pero hay uno de fuerza insuperable. £1 que resulta del he-
cho evidente de que en España ha habido y hay más piiti*
dos que los monárquicos, y que estos últimos son los qie
— 324 —
í . .i ti combatido constante y ciegamente hasta ahora la Auto-
nomía colonial. No es menos indiscutible que ésta ha sido '
reconocida y proclamada hace muchos años por un gran par-
tido español: por el partido Republicano.
De donde se viene á estas conclusiones: primera, que el
partido Republicano es hoy un servidor excepcional dtl
prestigio y el honor de la Patria; y segunda, que la Auto-
nomía colonial no es una imposición del extranjero, sino una
de tantas soluciones de !a política española.
Por todo lo cual, en buena doctrina política y en un or-
den regu'ar de gobierno, la llamada á plantear y á ha-
cer que arraigue la Autonomía en nuestras Antillas es la
República. La moral y las conveniencias políticas imponen
esto. Además lo abona la admirable experiencia de Pueno
Hico en 1873.
Loa republicanos, pues, tienen de su parte, por causa de
la cuestión colonial, la razón, la historia, la práctica de
la política y el decoro nacional. [Quiera Dios que no l'S
franquee el camino una gran catástrofe!
Pero en el orden de la vida práctica y de la política pal-
pitante es dable una hipótesis: la de que cualquiera de los
actuales partidos monárquicos, rectificando sincera y hon-
radamente sus prejuicios y su política anterior, en vista de
la terrible complicación de las presentes circunstancias, se
decida á realizar el programa autonomista. Cuando menos,
á enrayar, con lealtad y energía, este nuevo procedimiento,
de resultados admirables en otros países y en otras crisis
análogas á la actual española.
Eu este caso la realidad se impondría y solé un iluso ó
un desatentado podría oponerse á esta obra verdaderamente
patriótica. Porque siendo, como es, el problema antillano el
— 235 —
capital de la rolítica de Ef ja- ñ» en estos momestoe^ no e*
el único: y tampoco es irracional el admitir la introd noción
(irregular y contradictoria, pero abonada por la urgencia del
problema) de la solución autonomista en un programa del
partido imperante, consagrado, al propio tiempo, á dominar
lagjtQación manteniendo, respecto de otros particulares,
uc criterio distinto y aun opuesto.
¿eta contradicción nunca perjudicarla al éxito de la po-
lítica general republicana. Porque «lo semejante llama á lo
¿emejante > y la victoria de las ideas republicanas en la
cuestión colonial traería aparejadas otras soluciones de
vi Dilogo carácter; incompatibles con la Monarquía.
Con este mismo criterio (aparte de otras razones) proce-
■3 ¿ que repuLÜ canoa sinceros aceptasen y aplaudiesen que en
el régimen monárquico, se introdujesen las libertada * de im-
prenta y de reunión y el sufragio universal. La eficaeia de
*stas libertades no es discutible. Por eso, loa verdaderos
monárquicos se han preocupado tanto, en Eepafia, de bas-
tardearlas y corromper! as , cuando no han conseguido im-
pedirlas.
Acepta da, poes, la hipótesis de que por motivos verdade-
ramente patrióticos, alguno de les partidos gobernantes, ja
eo el poder, ae decidiera á plantear el régimen autonomista
en nuestras Antillas, hay que proveer esta eventualidad.
En tal momento paróceme de todo ponto indiscutible: 1.°
Q:e los republicanos debieran apoyar con resolución aque-
ta empresa, constituyéndose en sus principales y más so-
lícitos vigilantes, por devoción á las ideas. 2.° Que á los
i publican os corresponded a una parte principalísima en la
obra de la instauración del nuevo régimen colonia), por
coya virtud, sa voto j hasta en acción debieran ser requerí
— 326 — •
dos preferentemente por el Gobierno, invocando el aupr»
mo interés de la Patria.
Lo primero, no empece á la rotunda afirmación de qaet
siempre, los republicanos, en el poder, plantearían mejor el
régimen autonomista, en Gnba y P □ orto Rico. Lo segando ,
no obsta á la participación que todoa los demás partidos,
insulares y peninsulares, deban tener en la instauración
del nuevo régimen colonial.
De todos modos, es indispensable no prescindir un mo -
mentó de que esta obra verdaderamente compleja y delicada
exige mucha atención y no poca virtud* Y que la criáis
española no consiente equívocos, habilidades reservas ni
egoísmos.
t.* de Agosto de 1897.
OVIKDO
FIN
Lft CUESTIÓN DE ULTRAMAR
EN 1871
DISCURSO PARLAMENTARIO
m **i
ADVERTENCIA
El discurso que va á continuación faé f1 primer acta de
tai vida parlamentaria.
Había sido yo electo diputado independiente por el dis-
trito asturiano de Infieato, cana de mí familia. Alli nació
mi padre y allí tengo mucnos deudos» con cariñosos y eñta-
siafitae amigos» á los cuales debo mi entrada en la política
activa española, con nna libertad de que se dan pocos ejem-
plos. Mi gratitud nanea llegará á la confianza y los medios
con que me favorecieron entonces aquellos astures, cayo
interés espeeialisimo en el problema antillano es bien pú-
blica y cuya excepcional representación en la historia polí-
tica de la España contemporánea raya tan alto, que es
qnizá la de mayor valor entre toda a las representaciones
regionales de nuestra Patria.
Sin compromisos de partido de ningún genero, sin obli-
gación alguna respecto á grupo ó persona determinada den-
— 330 —
tro del Parlamento, por mi libérrima voluntad me coloqué
en la izquierda del partido radical Je la Península, pero
manteniendo mi absoluta independencia para tratar la cuas
íión colonial que yo venia discutiendo fuera del Congreso, en
meetings, periódicos, cátedras y libros, desde 1860- oa decir,
desde que pude dirigirme al piiblíoo y responder i una de
las imposiciones más enérgicas de mi conciencia.
Nacido en Ouba, de padres peninsulares! con familia y
amigos en aquella isla, y formando parte del grupo de pri-
vilegiados de la sociedad ultramarina! be creído, desde muy
temprana edad, que estaba estrechamente obligado á poner
Cuanto fuera y valiese en favor de la redención de nuestras
Antillas. JSn tal sentido, la abolición de la esclavitud llegó
á ser para mi una verdadera obsesión. Luego me preocupé de
la dignificación del español antillano, por la igualdad civil
y política del ciudadano aquende y allende el Atlántico. Por
último (y esto señaladamente á partir de 1879) consagré mi
propaganda y mis gestiones á la instauración de la Autono-
mía colonial estimada en la plenitud de sus relaciones y su
alcance, y en cuya defensa ya Hablé, aunque incidental-
mente, en mi primer discurso parlamentario de hace más de
veintisiete años. Antes, en la primavera de 18709 la habla
defendido en la cátedra del Ateneo. Luego la expliqué dete-
nidamente como diputado de Cuba, en mi discurso de 1880;
el segundo que pronuncié en nombre de la Minoría parla-
mentaria autonomista de las dos Antillas (1).
(1) Véase mi libro La Colonización en la Historia. Dos tornea en 4.*
^4
— 331 —
De esta suerte t mi campaña ha tenido siempre un carácter
eminentemente moral. La he considerado como el rigoroso
cumplimiento da tan deber que sobre mí especial mente pe-
saba, y comprendiéndolo bieo , nunca creí que hacía cosa
extraordinaria ni que mía pobres esfuerzos fueran moral-
mes te superiores, ni aun iguales, á los que en pro de la can-
sa colonial han hecho en la Península otros hombres que se
movían en este terreno con un desahogo de que yo care-
cía. Ante ese ineludible compromiso de mi honor y de mi
conciencia, valían muy poco los disgustos, los quebrantos
y aun los peligros, que me asediaron en mi larga campaña
ie más de treinta años, durante los cuales puedo asegurar
que ni sentí desfallecimientos, ni abandoné la tarea un
solo día, ni lograron siquiera preocuparme, unas veces el
aislamiento, en medio del cual frecuentemente me moví, y
otras, la tremenda impopularidad, que tanto en la Penin*
lula como en las Antillas, se cebó por bastante tiempo en
mi modesto pero honrado nombre.
No dudé jamás del éxito de mi campaña, en cuya vista
y por cuyo motivo decliné, en algunas ocasiones, el honor de
loe puestos oficiales con qne mis buenos amigos de la Pe-
Madrid, 1896.-— También mis Discursos Políticos, Académicos y Forenses ,
*emos en 4.' Madrid I88né
vei tengan cierto interés histórico el prólogo de mi libro Lo*
ados americanos en las Cortés españolas ( 1872-73) y mi Memorándum
> de Abril dé 1873) & los electores de Puerto Rico.
/•.
— 333 —
nínsula me brindaron, tísta actitud no fué efecto de la mo-
destia; menos de la arrogancia. Sé que la malicia ha que*
r ¡do interpretarla de otro modo,
£1 tiempo me ba defendido satisfactoriamente, Y ya
hoy puedo explicar algo extraño para mochas gente?. Yo be
creído que para mi empresa de propagandista era absolu-
tamente indispensable una grande, una completa i ti de pen-
dencia personal; creyendo siempre, también, q ere el verda-
dero obstáculo con qne en España tropezaba \ a reforma co-
lonial era la ignorancia de la generalidad ds las gentes,
y que todo se puede y debe esperar de la opinión pú-
blica, enérgica y sistemáticamente solicitada por ana vigo-
rosa propaganda.
A ella me he entregado. Por eso decliné el positivo honor
de ser alto funcionario del Estado en 1872 y ministro en
1S73. Por eso hoy, cuando ha triunfado la Antonomía en
Cuba y en Puerto Rico, ni á mí se me ha ocurrido que po-
día ocupar puesto alguno en el gobierno autonómico de las
Antillps, ni mis amigos de éstas han pensado ofrecer*
meló, ni nadie ha extrañado que no se me ofreciera ni qne
yo no lo esperara.
Me parece, pues, que el tiempo ha hecbo cumplida jas ti-
lia, y que ya pueden enmudecer la vulgaridad y la calum-
nia. Edtoy ahora donde estaba y como estuve en 1370*
Además esta situación (más de una vez discutida entre
algunos políticos) se explica porque, para mi, el problema
colonial ha sido y sigue siendo bastante más, mucho más
— 333 —
que na problema de detalle 7 relativamente pasajero. Por
«átcDo he tenido nanea una representación parcial , local,
puramente ultramarina, & despecha de lo que el valgo pueda
habar creído.
Jamas estimé la cuestión colonial como oua especialidad ó
on interés particular de las Antillas españolas (error mny
generalizado eu nuestro país), sino como un problema de
importancia general y capital para toda España , amén de
QDü cuestión de absolnta justicia y de interés público uni-
¥arsaL
Parece me que también el tiempo me ha dado Ja riBÓn.
Fgrque en estos momentos no veo á mi alrededor más que
autonomistas. Proclamó la autonomía, ó el stlf govtrmmt
colonial, el Sr. Cánovas del Castillo en sus decretos de
Abril de 1897. El Sr. Bagaata ha instaurado el régimen
autonomista en laa Antillas, mediante los decretos de No-
viembre de ese mismo año. Todos los monárquicos de nues-
tro país parecen con formes» y nadie ae acuerda de las
censuras con que los republicanos y los autonomistas
éramos acosados y casi puestos foera de la ley, cuando no
de la sociedad española, no hace machos meses. El discurso
que pronuncié en el Senado á fines de Junio de 1896 fué la
iltima protesta de los autonomistas desheredados.
Claro que yo he de aplaudir y aplaudo sincera y caluro-
samente la honrada y patriótica rectificación de las opinio-
nes y los prejuicios de los antiguos adversarios de la Auto-
nomía. Públicamente excité, en au día, al Sr. Cánovas á que
1
— 334 '—
tomara este camino que él señaló (hay que hacerle justicia}*
hacia 1884, discutiendo en las Cortes conmigo. Antes de su-
bir al poder elf partido liberal y el Sr. Sagasta, les envié mi
modesta felicitación por sus favorables disposiciones y le-
ofrecJ mi pobre concurso (siempre fuera de 'as esferas ofi-
ciales), desde el teatro de León, donde en Agosto de 189T
pronuncié un discurso en pro de la Fusión republicana y de
la República española, cuya causa sirvo desde el 11 de Fe*
brero de 1873, sin haber rectificado lo fundamental de mi
doctrina política de 1870. Ahora, como entonces, creo que
con relación al [problema antillano, no es el momento de
ajusta r cuentas ni de precisar responsabilidades.
Pero esta misma conducta me autoriza especialmente
para sacar lecciones de la gran experiencia del día, y
particularmente del hecho de que hoy la Autonomía colo-
nial sea proclamada por todos, como yo la entendí desde el
primer momento; como un interés general de toda España.
Quizá la mayoría de los que por aquí la aclaman de este
modo no se den exacta cuenta de lo que vale y de lo que ha de
trascender. Tampoco estoy seguro de que dominen su alcance
todos los que allá en las Antillas la vitoreen y aprovechen.
Para comprender bien esto es preciso haber trabajado mu-
cho eobre esta idea. Pero es indudable que esa solución
reviste hoy tnas formas y una importancia de que hasta
ahora apenas nadie se dio cuenta en el escenario de la
política española. Y si lo que ahora se ensaya en nuestras
Antillas arraiga y prospera, seguramente hade ser base
— 336 —
para una seria transformación de la política interior é in-
ternacional de nuestra Patria.
Entonces se habrán cumplido plenamente mis prediccio-
nes. Pero aun con lo sucedido basta hoy, creo que tengo bas-
tante para afirmar que no me equivoqué en el modo de
plantear mi tesis de derecho colonial hace treinta años, y
para solicitar de los hombres imparciales que me reconozcan
algo más que un espíritu preocupado por intereses parciales
7 problemas de segunda importancia.
Con estas mismas ideas abordé el problema ultramari no
en nuestro Parlamento, á poco de entrar en él (nótese bien),
por el voto de la Península. Quise hablar con motivo de la
contestación al Mensaje de la Corona, en el cual se dedi-
caban unas pocas é incoloras frases á la cuestión colonial,
evidenciándose en ellas uno de los positivos pecados de la
Bevolución de Septiembre (1). No pude sostener mi encien-
da por no pecar de inmodesto y aun de perturbador. Pero
aproveché, enseguida, una oportunidad para formular un
tote de censura contra el ministro de Ultramar y provocar
en el Congreso un debate que se quería evitar á toda costa.
Lo que esto suponía no se puede comprender ahora. ¡Qué
dificultades encontré para que otros diputados firmaran mi
proposición I Algunos que lo suscribieron retiraron luego
Puede leerse mi discurso* inaugural de las Conferencias que so-
lí problema colonial dimos en el Ateneo de Madrid, hacia 1895,
s diputados de Cuba. También pnede verse el cap. *.* de mi libro de
\ titulado La República y fot libertades dé Ultramar.
A \»mW
— 331 —
en firma, [Ni siquiera estaba en el Congreso un galo dipata -
do do UJ tramar J
fíl efecto del d:ecfirsc» que ea Julio do 1871 prouuiioié e>n
defensa de la proposición de o*aaura faé extraordinario, L*&
sesión parlamentaria de aquel dfa terminó en la madrugada
del siguiente. Los incidentes fueron numerosos y por t >do
extremo dramáticos. Entonces se reprodojo la repara-
ción de radicales y constitucionales sopa ración qoe ó
poco faé definitiva, figorando la cuestión de U tramar
como nno do sus principales determinantes y demostrándose
una vez más, que aquí, siempre y quizá como en mogona otra
nación moderna, el problema colonial haioáuidoen la \ ida
general de la Metrópoli. No faltó qnien propusiera en loa pa-
sillos del Congreso un voto de censura contra mi, ya que
no f o era posible mi expulsión de la Cámara.
De todo esto nadie se acuerda á los veintiséis años. Pero
bueno es recordarlo (después del triunfo de la abolición de
la esclavitud, de las libertades antillanas y de la au-
tonomía colonial), para educación de las nuevas genera-
ciones. No hay que desesperar nunoa de la razón ni pensar
que las victorias del Derecho se han conseguido en poco
tiempo y casi sin esfuerzo ni quebranto. Ni hay qae asas -
tarse de la impopularidad del momento.
He perdonado sinceramente á todos míe detractores. Ni
me acuerdo de ellos. ¡Que Dios y la Patria les perdonen loa
males que su intransigencia, sus torpezas y sos atropellos
han causado á España y á la Humanidad!
— 357 —
No tengo para qué recordar tampoco las violencia* de to-
do genero que en Cuba provocó mi disourso. Pero ai
quiero decir qne de allá venían reproches sin cuento a mis
electoras de Infiesto, Gangas de Onis,. Parres y los puer-
tos altos del Oriente de Asturias, por la enormidad de ha-
berme enviado al Congreso!
7 digo esto para haoer constar que ni una sola t>¿£, ni
por acaso, ni con el menor pretexto, aquellos electores me
significaron disgusto de ninguna especie.
Más aún. Hace muchos años paso tres 6 cuatro meses
en Asturias. Vivo en el campo, en finca heredada de mis
padres, donde he escrito la mayor parte de mis libros sobra
la cuestión colonial. Pero tengo trato constante con Oviedo
y las principales poblaciones del Principado. Allí he pasado
los periodos más tempestuosos de las tres guerras da Cuba,
Jamás he sido objeto de la más leve desconsideración por
parte de aquellos asturianos. T después, concluida la pri-
mera guerra, son extraordinarias las deferencias publicas
y privadas con que me ha obligado aquel hermoso pais.
Deseo que conste en honor de la tolerancia y la cultura
de Asturias; de aquel pais representado gloriosamente, en
la historia de América, por el contador Alonso de Quintani-
11a, el exministro Campillo y el reflexivo cuanto valeroso
~ "i Estrada. Y quiero que este dato se estime co-
ina nueva prueba de mi vieja y constante tesis del
ble éxito de una campaña en favor de la refor*
tramarina, si esta campaña se hacia en la Penln-
_^
— 338 —
aula con perseverancia y energía, solicitando directamente
la inteligencia y los sentimientos del pueblo. Porque, des-
pués de todo, loa aquí interesados en el monopolio, la bu-
rocracia y la dictadura de Ultramar, han sido y son una
minoría.
De ello hablé hace pocos meses en Infíesto, ouando fui á
presidir el meeting preparatorio de la organización de la
Fusión republicana en aquella comarca. Volví & hablar á
aquel público después de veintiséis años de silencio, y me
cemplaci grandemente dando relieve al contraste de lo
que en 1870 pedían y querían las preocupaciones, la in-
transigencia y la ígrorancia respecto de la cuestión colo-
nial y lo que boy impone la opinión pública, aleccionada
por tristísima experiencia y por el clamor de todo el mundo
culto.
De este contraste resulta una triste consideración: ¿la da
los resultados admirables que para la paz, el prestigio y al
progreso general de Espafia hubiera producido Ja realiza-
ción de mi programa colonial de hace muchos años. Pero
también resulta algo fortificante y educador, por la evidencia
del poder de la razón, y la superioridad de la política, di
Us principios sobre la de los acomodamientos, contradic-
ciones, atropellos y habilidades, que constituían hasta baca
peco el gran recurso de los que se decían gobernantes pori*
tivos y prácticos. .
] Quiera el cielo que esta lección se aproveche para
rectificar otros errores muy parecidos que todavía hoy
— J83 —
privan en materia internacional y ea nuestra política pal-
pitante!
Par análogos motivos me decido á s^car ahora de1 olvido
midiacardo de IS7I-
Revisándolo y comparándolo con lo que deapu¿3 h^ dicho f
oído y vistOy se fortifica mi afición á perseverar y mi fe pro-
fonda en 1a virtualidad de las ideas.
19 da Enero da i 891,
J
V
i.A CUESTIÓN
(o
ULTRAMAR EN 1871
SiSobis Diputados:
Cnando hace unos cuantos días me Vi en el caso de reti-
rar la enmienda que había tenido la honra de presentar al
proyecto de coa testación al Mensaje (2), ya se me alcanza-
ban las dificultades con que tendría que luchar y los es-
fuerzos que necesitarla para lograr de nuevo que esta
Cámara, en las últimas horas de la legislatura, bajo la in-
flo encía de una temperatura insoportable y preocupada con
otros gravísimos asuntos de interés, al parecer, más inme-
diato, dedicase eu ilustrada atención al tema de mi enmien-
da; y esto contando siempre con Ja alentadora acogida que
el Congreso tiene por costumbre diaptnaar á todos los miem»
broi de este alto Cuerpo, y señal adame a te á los que, como
l) Este discurso fué dicha en el Congreso de los diputados de Ba-
ña el ]0 de Julio de 1811, «a apoyo de nn voló do censura contra el
D atro de Ultramar D. Adela r lo López da Avala.
'9^ F¿ta proposición se inserta al fin de este discurso.
/
— 342 —
i
yo, h*n probado con su largo silencio, que entra en sus pro-
pósitos molestaros lo menos posible, amparándose en todo
caso de mi propia hamildad y de vuestra reconocida bene-
volencia
Pensaba yo, señores diputados, qte apenas disentido el
Mensaje surgirían las cuestiones de Hacienda, que casi des*
de el primer día de la constitución del Congreso comenza-
ron á tronar en la Comisión de presn puestos, llamando hacia
ésta la atención de casi toda la Cámara; y temía que, dada
la extensión y las peripecias del debate sobre Ja contestación
al discurso de la Corona, no hubiera aquí ¿nimo ni tiempo
para otra cosa que para examinar y votar los proyectos del
Sr. Moret.
T este temor acrecía teniendo en cuenta que el objeto de
mi solicitud era la cuestión de Ultramar. Porque triste, pe-
ro necesario, es decirlo: ¡quién, al ver la indiferencia oon
que de ordinario los hombres políticos toman nuestras obsas
coloniales, pensando tal ves que el empeño de la coloniza-
ción se redoce á esos fines secundarios de buscar mercados
para nuestros productos, puertos para nuestras naves, sitio
para nuestros emigrantes, empleos para nuestros desocupa-
dos y § uizá sobrantes para nuestro Tesoro; quién al reparar
que aquí pasan las legislaturas sin que, á semejanza de lo
que sucede en Holanda y en Inglaterra (las dos ¿nicas na-
ciones que en punto á colonias pueden rivalizar oon la nues-
tras) se discutan los problemas ultramarinos, ni se haga
mención de esos países que viven al otro lado de los mares
al abrigo del pabellón español, sino para repetir la insustan-
cial fraee de que • continúan prósperos y felices», quién po-
dría pensar que esta es la tierra de aquel Campillo, aquel
Baavedra, aquel Oviedo, aquel Vivero, aquel Viard, y todos
^v
r
— 343 —
arja ellos historiado rea y escritores del siglo xvir, que con tan
per f gr i < ; a in tel i gencia y tan a c e n tu ada a fi ai 6 a tratab au de
las cosaa da nnastraa I adías, y á cu y 03 esfuerzo* y á cuyos
cousejoa faé debido aquel moa omento legal que lleva la fir-
ü\h de Curias II, y constituye uno de nuestros grao dea fcim-
brf 9 como gran naci6n colonizadora I [Quién al observar que
ahora miamo, di por algo pesan en nuestro juicio las co-
sta de Ultramar, es por la cuestión de Juba, reducida tor-
pemente á un empeño de fuerza, quién se atrevería a pen-
sar rn la influencia enérgica, conataute, casi di arta, que en
el I ^envolvimiento de Dueatra iuetoria haa tañido d«sde el
siglo XVI \üé sucesos de A me rica, así cuino en la midion que
fiori está oon£i la respecto de eso* pueblos, sanare de núes*
tra sangre espirita de nuestro espirita , que alia, tras la in-
mensidad del Atlántico, y en medio de loa prodigios de una
naturaleza abruma lor^ próiiga de arrebatos y de caricias,
de céfiros y de tempestades, alieotan f se desenvuelven con
el carácter de naciones independiente j; donde viven milla-
iea iñ españole ¿, á donde van la mayor parce de nuestros
emigran tea 1 y donde á pesar de nuestro apartamiento y nues-
tras chía * encías, y á despecho de las convulsiones y las co-
lisiones de estos último i cincuenta uiíoj, todo propende vi*
fiibl fmen te á una inteligencia franca, amorosa, Íntima con
Ja antigua madre patria, para reorganizar Ja gran familia
española, y qubi dar nueva base y nueva vida á los gigan-
tescos empeños de eaU ge ate latina , ¿u 3 despuej de haber
constituido el fondo de una historia de diez y nueve siglos,
parece sacar de sus desastres nuevas fuerzas, de sus caídas
nuevos bríos, de bus tormentas nuevas ideas, patentizando
en medio de sus de lores que las grandes catas trotea» contó
los triunfos excepcionales, son patrimonio de es3S pueblos y
_-
— 344 —
esas razas que tienen sobre si el empeño y la responsabili-
dad de nna misión universal!
Con estos antecedentes» bien pueden comprender los se*
flores que me escuchan, si jo podía ó no temer el aplazar
el examen de la cuestión ultramarina, y si hice ó no un sa-
crificio retirando mi enmienda, ooea de que no me arrepien-
to, porque crea haber cumplido un patriótico deber. (1) Mas
he de decir con franqueza que algo atenuaba mis rócelos.
Cierto que yo renunciaba á sostener mi enmienda; cierto que
yo aplazaba para momentos más oportunos, pero tal vez no
cercanos, el pleno examen de esa cuestión colonial á que he
sido llevado y en que estoy comprometido desde el primer
instante en que mis labios maldijeron la esclavitud de los
negros; cierto que yo renunciaba por el instante á patentizar
como al llegar aquí, no he olvidado en lo más mínimo
mis anteriores ideas, ni plegado la bandera que he agitado
en numerosas reuniones y en el estadio de la prensa; mas al
cabo el Mensaje se discutiría, hablan de tomar parte en esta
discusión los representantes de todas las oposiciones, y yo
esperaba que de labios de tan autorizados oradores salieran
dos protestas, de todo punto imprescindibles, que al menos
excusaran mi silencio. La una contra la subsistencia de la
esclavitud en nuestras Antillas, suceso escandaloso, ai me
permitís la frase, y que hiere todos los sentimientos de esta
gran nación, hecha por el cristianismo y la hidalguía, *y que
no puede ni debe consentir que la libertad que hemos eon-
quietado en Septiembre se convierta torpemente en el mono
polio de una raza ó de una familia, para dar al mundo el
(1) Véase el extracto de la Sesión del Congreso de 21 de Junio de
1891. al fin de este discurso.
— 345 —
vengoDzoso espectáculo del liberto, que negau loen otros el
derecho, sanciona la injusticia de su anterior humillación;
la otra, la ausencia de los diputados de Puerto Rico, gra-
vísimo ataque al régimen parlamentario y á Ta soberanía
del p ai;?, porque deja el llamamiento de loa diputados de
U Cámara á merced del buen talante de un ministro, que
hoy es un Ayala, un Sagasta, un duque de la Torre, perso-
nas dignísimas, de cuya ¿ntiaridft4 nadie es capas de du-
dar, pero que maftana puede ser un Walpole 6 un Stratfbrd.
Además, señores diputados, yo acariciaba la esperanza
de que el actual señor minia tro de Ultramar hubiese dejado
eu puesto, permitiendo la subida A otroa hombres, uo preci-
samente de mis propias ideas en la cuestión colonial, (que
para estas no lo pido ni siquiera lo aconsejo, pues harto
comprendo lag asperezas de la realidad, las exigencias de Ja
política y los imjien. i i vos del patriotismo), *í que de otras
personas menos refractarias á las modernas ideas sobre co-
lo&isaG'ón y menos mal diapu petas que S. 8., por los lamen-
tables su «esos que desgraciadamente se han desenvuelto
«a Ultramar durante la primera administración del señor
A Tala. De este modo, mi discurso hubiera sido inútil, pues
que yo no tengo interés alguno en hacer revistas retrospec-
tiva, y guato oí uy poco, mejor dicho, no gusto nada de ha-
cer una aposición personal,
Pero ya lo habéis vi ato; esa crisis que esperábamos todos
no ge ha resuelto. El Ministerio continúa con el Sr. A y al a,
y parece que con nueva fuerza, dispuesto, como ha dicho
\ Ulloa en la otra Cámara, a seguir haciendo lo que
ia antes del Mensaje, y resuelto, como ha asegurado el
>r presidente del Consejo t a tranbigir en todo para con-
var la anión, y dgnde no sea posible transigir, aplazar,
coa lo que dicho se está que las cuestiones al camarinas se
aplazarán, porque esto es lo que venia haciendo el Sr, Aya*
la, y es imposible que transí] i el 8r. Ayali con al Sr, Mo-
rett menos aún con el Sr. Martos, y ni siquiera con el señor
Ulloa, que en 1865t y en estos bancos, defendía una políti-
ca rauy distinta de !a que practica el actual señor mi-
nistro de Ultramar.
Y como que estas declaraciones han de infl airea mi posi-
ción respecto del Gobierno y de la mayoría, y como que yo
guato de Jas posiciones claran, los señores dipntadoame han
de permitir una digresión ant^s ríe entrar on materia.
Fl 8r, PRESIDENTE: Seílor diputado, permítame
V, ¿j» le diga que se aparta bastante de loa términos de la
proposición.
El Sr. LABRA: Si 8. S. me lo permiteí le observaré
con todo respeto , que es muy pertinente lo que estoy dicion
do, porque voy á demostrar por qué aoatoogo hoy mi propo-
sición, encaminada á censurar al señor ministro de U 'tra-
mar y á poner de manifiesto mi profunda desconfianza res-
pecto del actual Ministerio, incapaz» en mi sentir, de una
política franca, verdadera y positiva en toda oíase de cues
tiones, pero singularmente en la cuestión ultramarina.
Ei Sr. PRESIDENTE; La proposición de 3. S. st Tañe-
re a la isla de Cuba*
El Sr, LABRA: Mi proposición se refiere á lo que suoe
de o a nuestras colonias, y muy particularmente á la in-
observancia de las leyes que se han dictado para Ultra-
mar (1}.
0) He aqaí la proposición:
«L»s diriTiudofl que suacribtm tienen la hocir¿ d^ proponer il Con-
greso as sirva declarar que ve tan Lli&igrado l as gravea ataques que
— ni —
Pees bien, voy á consignar una declaración puramente
personal, que no hubiera hecho á no venir como de perlas
en este memento; porque jo creo qne ciertas declaraciones
Bolo deben salir de labios de los diputados cuando éstos tie<
iien cierta autoridad y sus palabras entrañan gran tranacen-
deDCÍH. Yo Carezco de importancia política, y cuando hablo
lo htigo por mi propia cuenta; pero como ha llegado la opor-
tunidad de explicar mi posición, sin pretensiones ni petu-
lancia, y ein necesidad de pedir la palabra para establecer
To qne á muy pocos interesaría! no quiero desaprovechaba,
siempre con la venia del Sr. Presidente.
Yo, señorea diputados, vine á este Congreso sin «o no ci-
miento ni anuencia de ninguno de los hombres de la situa-
ción. A ella, empero, estaba anido espontáneamente por mil
ideas, por mis antecedentes, pero sin vi aculo oficial ni ofi-
cioso de ningún género; y esta misma disposición me
llevó a frecuentar Jas reno iones de la mayoría, ein que na-
die me invitase á ello, y siguiendo el ejemplo da los mu-
chos y buenos amigos y correligionarios que tango en tstog
bancos de la democracia y en los del progresismo. A la ma-
yoría he prestado mi voto en los momentos difíciles; pero
lo he hecho siempre esperando el instante en que, domina-
do al carácter turbulento de las minorías y sonada la hora
de la constitución de dos grandes partidos gobernantes den*
mira bq Cuba el principio de autoridad y la inobaertmeia. Se lu Jeyei
J daúr-toü fiados de»d » 3S*J0 para llevar á Ultramar «. ^spiritu demo-
**á,ico de la Revolución do Septiembre,
lie i o del Congreso 6 de Julio da 18*71.— Rafael María da Labra, *—
i Pablo Soler.— ha fael Serrano,— Juan D, Ücon.— Prudencio fcañu-
-Joiqnín F.»cud»r.— Candido Salíaos..» De loa firmantes» loaseis al-
ta pertenecían al partido republicano,
— 344 —
tro de la situación inaugurada en 1868, fuera posible dea
lindar los campos y acometer una política definida. Esta
instante ha llegado, y sin embargo, ni ese deslinde, ni
esa política se hacen, y mucho menos se harán, dad»s la
declaraciones del señor presidente del Consejo de ministros,
del safior ministro de Gracia y Justicia y la continuación
del Sr. Ayala en el ministerio de Ultramar. En este caso,
3 o, por mi cuenta y riesgo y sin comprometer á nadie, pero
también sin consideraciones de ningún género, declaro
que no puedo eutar ni estaré con este Ministerio de oonci*
liacíón.
Ahí las cosas— y vuel vo al asuntado mi proposición —
«[aro está que yo no podía fiar nada en el Gobierno, y por
tanto, á este respecto no podía enmudecer. Pero además
aucedio que las Minorías no turieron ana sola palabra
en el debate del Mensaje, para protestar contra la ausencia
de los representantes de Puerto Rico, y menos aún contra
la subsistencia de la esclavitud; hecho que deploro y me
maravilla, teniendo en cuenta ya el carácter universal y hu-
manitario que distingue á la propaganda del partido repu-
blicano, ya los compromisos de oonciencia á que está obli-
gada esa minoría tradicionalista, en cuyo seno figuran sa-
cerdotes de Cristo que no pueden permanecer sordos á los
gritos y las quejas de aquellos de nuestros hermanos que se
agota d y mueren en un lodazal de vicios, en el fondo de los
Macarrones 6 en el infierno de un ingenio bajo el chasquido
del látigo.
Fero las oposiciones no hablaron, repito, y ya fue de
todo punto preciso que yo presentara mi proposición» Y
entiéndase bien que al hacerlo no padezco esa enfermedad,
muy común en los hombres políticos, de verlo todo por el
— 349 —
prisma de sus preocupaciones, creyendo qqe todas las cosa**
dependen de aquella cuestión objeto preferente de sus esta*
dios y de say esfuerzos. Ni tampoco vengo aquí A pediros
nada para mJT pues que si es ciarte que yo he nacido en
Cuba, en la Península me he ednoado; aqoi tengo cnanto
poaeo, aquí de mi trabajo vivo^ aquí jaoen l&a cenizas de
mi padre, aquí he obtenida todo género de alentadoras aa
tisficcionee, y en esta tierra esta naturalmente todo mi
porvenir.
Así que, entended lo bien, do reclamo franquicias para
mi persona, ni segur i Jad para mi hogar, ni respeto para
mis intereses: hablo en nombre de algo mas alto; hable tn
nombre de la justicia, definiendo la ate c te de la Patria, y ana
pudiera decir que sirvo y represento los interesad de una de
nuestras mejorad y más simpáticas provincias — de Asturias,
— interesada como ninguna otra en que se haga la p&s en
nuestro mundo colonial y desaparezcan del cielo de Améri-
ca esas brumas > esas tempestades que tan te obstan á que
tos hijos de aquellas legendarias montañas, dotados de una
prodigiosa tuerca expansiva que los lleva i correr todos los
maree y habitar todas as tierras, en en en tren hora y lugar
para poner de manifiesto ana grandes virtudes, su sobrie-
dad incomparable, su* hábitos de trabajo, sn espíritu da
economía : Asturias f en yo genio inmortal siempre dispuesto
Í repetir el sursum corda en los momentos críticos para la
independen cía y para 1* honra nacional, parece como que
inora mismo me habla al oído para que venga á pediros —
ubrea de 1868! j revolucionarios de Septiembre! — que
sta la vista en la ley del tiempo, escuchando la voz del
ndo civilizado, ateutos á lus evoluciones de los grandes
&loa modernos y á los movimientos del mundo tras**
— 350 *-
atlá utico, pensando, en fin, nn instante en el destino que la.
Providencia, parece habernos reservado, al echarnos a^oi,
en el extremo del Occidente europeo, ante la opulencia del
Océano, las tentaciones del abismo y los prestigios de lo
i finito, cerno para recoger y formular el último pensamien-
to del viejo mundo y resibir y agrandar los primeros suspi-
ros del nuevo continente... volváis sobre nuestra grandes*
pagada y reanudéis, conforme á nuevas ideales, aquella
brillante tradición colonial, corrompida en el siglo xvhi
basta tal punto que nuestro imperio vivió solo del recuerdo
de un ayer magnifico; y deshonrada desde 1823 por el abso-'
lutismo j el doctrinalismo al levantar sobre el carácter civil
y el espíritu igualitario de nuestras lepes de Indi**, allá
las estrecheces de la teocracia, aqui las miserias de la es-
clavitud y en todas partes los intereses de la dictadura.
Harto c emprendo, señores diputados, que la cuestión es
grave, difícil, por todo extremo delicada. Y entiéndase bien
que cuando hablo asi prescindo completamente de la grave-
dad que pueda prestarla la maledicencia. To bien sé que
hay algunos miserables apostados en calles, salones j pe*
riódicos } ara poner una sospecha detrás de cada palabra y
bordar con sus asquerosas calumnias los nombres más dig-
nos y las intenciones más levantadas: gente villana, que pa-
ra hablar mal de los hombres honrados solo necesita » hacer
en vos alta examen de conciencia, y á Ja que yo, tan perse-
guido y tan maltratado, no quiero siquiera hacer el honor
de mi desprecio. Pero estos aullidos no pueden turbar la se-
renidad de este Congreso ni influir lo más mínimo en la ac-
titud de nuestros hombres políticos. Bien por lo contrario,,
esos ataques y esas brutalidades, envueltas siempre en el
grito de ¡viva España! si algún multado deben dar, es atraer
— 351 —
vuestra mirada sobre el fondo del negocio que con tales di c-
terics y tales recursos se defiende; porque cuando de la ver-
dad se trata, solo se pide luz, y la verdad siempre brota de
la discusión amplia, tranquila y razonada.
]AhJ señores diputados (no lo echéis en olvido), cuan-
do el adjetivo escandaloso salta, cuando la diatriba corre,
cuando la reticencia sustituye al razonamiento, y cuando
para rechazar al adversario de prescinde del asunto invo-
cando, e m pero , nombres a u gustos < tr a d i cion es venera n da s ,
iiitert-^es sagrados, es que no se tiene fé en Ja bondad intrin-
«eca de la causa que se defiende, es que se trata de algo pe
qotfio, de algo vergonzoso, de algo que suda oprobio y
egoísmo, y entonces, como u unca, ue debe ahondar la mate-
ria, en la seguridad de hacer un acto • fe justicia, y de que,
en todo caso, existe o na verdadera cuestión,
For manera que la dificultad del asunto no estriba tn
isto» Lo ¿sf ero está en cierta oíase de preocupaciones qna
aun en espíritus rectos ha producido la fratricida guerra de
Cuta, y que les hace sinceramente dudar de la non venían-
da de que en estos Ínstenles aquí se trate de las cosas ul-
tramarinas, que comunmente se refieren al estado de la
grande A d tilla, To me acuerdo de haber hablado muchas
Teces sobre esto con algunos amigos míos que figuraban en
al seno de las Constituyentes, y recuerdo haberles oído de-
cir: * Es impoeible abordar en pleno Congreso la en ostión ul-
tramarina* Si usted ee hallase en él no lo baria» Las preocu-
paciones son grandes, y sobre todo, es muy discutible la
tu ni dad _ ¿Je tratar los problemas coloniales, cuando en
a ee y ele a al grito de i ¡muera España 1» cuando allá
Jte un partido que pretende arrancarnos con las armas lo
a de grado les daríamos, y cuando el partido que defien-
— 352 —
do la integridad del territorio se maestra receloso de todo
cnanto aquí se dice y se promete. •
Y sin embargo, respetando la sinceridad de estas opi-
niones, yo insistía en la contraria, y hoy yeo eaán acertado
andaba.
Porque, señores, es preciso ante todo no olvidar los
ejemplos. No es la guerra de Caba la primera guerra sos*
tenida en colonias. Recordad la fecha de 1820, y lo qne sa-
cedlo en el continente Sudamericano. Entonces, y por ra-
zonas que no voy á examinar ahora, existía una guerra en-
tre España y los antigaos vireinatos y capitanías generales.
Se había perdido la Plata; se había perdido Venezuela; se
había perdido Chile. Abriéronse en Madrid las Cortes ex-
traordinarias, y la preocupación impuso silencio sobre la
marcha de las cosas americanas. Vinieron las Cortes ordi-
narias: y como la tempestad arreciaba, hubo hombres su-
ficientemente enérgicos para levantar la voz, pero sin nin-
gún éxito. La proposición de los 45 diputados americanos
para la formación de cuatro grandes colonias confederadas,
como hoy sucede en el Canadá, apenas- si se oyó. La propo-
sita de Golfín pidiendo el reconocimiento de la indepen-
dencia de lo que ya era independiente, y la reforma del
régimen colonial, tampoco se escuchó. La proposición del
mismo Gobierno para acordar la libertad colonial á Améri*
ea, no fué discutida. Era preciso callar y hacer la gcterra
para reducir á los americanos... T con efecto, perdim3S la
América.
¿Queréis otro ejemplo? Los Estados Unidos se levanti
contraía Madre patria por las cuestiones del té y del
bre; Inglaterra tomó nna actitud enérgica. Lord North
sidia el Gabinete británico, y á las elocuentes reclamaoi<"
— 353 —
de Chtttam, de Barket de Cambien, acusa don también de
antipatriotas» contentaba: «No discuta tnos sobre eso.,. No
ee piense en revocar acuerdos antes de que América esté
prosternada a nuestros pies.» Y lord Gower añadía: < Dejad
á los americanos hablar de sus derechos nato ral es y divi-
nos. jSus derechos de hombre y de ciudadano! ¡Sus derechos
recibidos de Dios y de la naturaleza! ,*É [Mi opinión es em-
plear la fuerza I • Y la fuerza solo se empleó, é Inglaterra
perdió tos Estados-Unidos.
Bascad en cambio otro ejemplo. Es en 1 857: la India in-
glesa se ba conmovido. La inquietad se propaga; brota la
chispa de la insurrección, de una insurrección que reviste
e-I doble carácter de po i tica y religiosa. La guerra se enta-
bla, y ]a lucha toma proporciones tan espantosas, que ya en
Europa suena la voz que anuncia el fin de Inglaterra.
I* situación es critica] terrible, angustiosa. El patriotismo
británico se irrita; y, sin embargo, en pleno Parla meLto ge
discute la cuestión de la India, Roebuck y Bright sostienen
el abandono de aquellos países , y no falta en la prensa in-
glesa quien sostenga el derecho de los cipayoa. Otros clama n
por la urgencia de reformas que hagan compatible la inte»
tfridad nacional con las exigencias de la justicia y de la ci-
vilización. Y recor dadlo, señores diputados, antea de la toma
da Lucfcnow, y mucho antes de la conclusión de la guerra de
la India, se hacen las reformas fundamentales de aquel or-
den de cosas. Triunfan la libertad y «l derecho, ampliamen-
te disentidos en el Parlamento británico* y desde entonces
^solida el imperio de Inglaterra en la India entre los
usos del mundo civilizado. — ¿Queréis másprueb is?¿Ne*
■&id más ejemplos? jFara qué se habrá escrito la Hie*
— 354 —
Pero venid al tiempo de las últimas Constituyentes, y
permitidme qne os explique los resaltados producido? hasta
ahora por el silencio de las Cortes en lo referente á Ultra-
mar, y hasta si queréis en lo relativo á Cuba. Me fijaré con-
cretamente en la grande Antilla, que es donde se temían
más los efectos de la discusión, y donde nuestro silencio
debía producir maravillas. Oidme, os lo suplico, y oidmesin
prevención hasta que concluya.
Vosotros ignoráis la situación de Cuba. Vosotros creéis
pura y simplemente que Cuba es un país desgarrado por una
lucha fratricida, donde el sable impera por la dura ley de
la necesidad; pero lo que no sabéis es que Cuba, hoy por
hoy, es un feudo del absolutismo. Y positivamente ignoráis
de qué manera se ha llegado á tan deplorable extremo. Qui-
zá, puestos á discurrir, penséis que por los antecedentes de
aquel país, por la lógica de las cosas y de los intereses, por
la exigencia de todo cuanto allí existe y tieúe voz frente al
orden aquí creado después de la Revolución de Septiembre*
En parte esto es exacto; pero no basta á explicar cómo en Cu-
ba se mira con tanta prevención y tanta arrogancia, por la
generalidad de las gentes que allí defienden la integridad
nacional, cuanto aquí se dice y se piensa respecto de aquel
país.
La razón de esto se halla en el error gravísimo qne
allí se padece respecto de la actitud y los compromisos de
los hombres de Septiembre en lo relativo á los asuntos celo-
niales, y bel, pensando que aquí de veras deseamos la ven-
ta de Cuba ó que nos importa poco la conservación de
nuestras Antillas, aquellas gentes se muestran decidida
mente hostiles á una situación que entraña para ellos la per*
dida de sus intereses y hasta de su existencia. Pues notad
cétüD este error se sostiene. Las puertas de Cuba aet in her*
mélicamente cerradas á todo lo que aquí dicen Ior hom-
bres y la prensa de la sifcnaci6n; por manera, que allí no se
saben nuestras opiniones sino por lo que dicen nuestras ad*
versar i os. Este ni i amo discurso, señores diputados, tengo la
segtrid&d de que no circulará en (Jaba, por más d? que sea
ira (acido, según sus convenioacias, por la prensa escla-
vista.
Y no es solo que estén cerradas las puertas de la grande
AütílJa á las manifestaciones del liberalismo peninsular, es
que hay interés en mantener la alarma de aquellas gentes,
coya mayoría, yo lo oreo asi, no posee esclavos, ni goza de
monopolios y obra de buena fe . Asi se sostienen las inflann -
ciae reaccionarias y esclavistas, que lo aprovechan todo y
qM no perdonan medio de hacer creer que aquí andamos
perdidos en medio de nuestras frecuentes colisiones, entre-
gados al dominio de la ambición, muerto el patriotismo. .,
quizá vendidos á ese ore cuíano que, al parecer, ha sustituido
1! oro de los carbonarios y de los ingleses, y cuya idea entra
perfectamente en aquellos espíritus dominados por las som-
bras propias de una eooiedai entregada al culto de los inte-
reges materiales.
Para esto ha servido, i maravilla, la reserva de las
Cortes Con tita y entes; porque se ha podido dar á enten-
der que aquí no hay idea fija, que aquí no hay conviccio-
nes profundas, y que lo único que priva non esas i anuen-
cias, ora de los esclavistas, ora de los separatistas que se
ue trabajan nuestros ánimos y nos reduce el silencio.
asi han pasado los días sin permitir que se forme ana
exacta de la actitud de nuestros gobernantes » expuestos
't género de calumnias, sin queso echen las bases de
— 356 —
una política colonial acentuada, sin dar á nuestros her-
manos de allende los mares la seguridad absoluta (esa segu-
ridad que viene después de una franca discusión) de que
aquí estamos resueltos á mantener lá unidad nacional, pero
también á hacerles plena justicia y á proclamar las liber-
I des en nuestras Colonias, compromiso inexcusable de la
£ evolución de Septiembre.
Aparte de esto, ¿cómo en una Asamblea democrática;
cómo en este mismo Congreso en que hasta los tradicionalis
tas han pagado un tributo tan magnifico á la libertad de
discusión; cómo aquí habíamos de renegar del principio
fundamental del régimen representativo, y más aún de la
moderna democracia? Todo, todo es discutible: todo está
entregado á las disputas de los hombres; que no es cierto
que la razón y el error se amen con amor invencible: y nos-
otros, que al fin y al cabo venimos aquí, no solo á legislar,
sino á educar con el ejemplo, no podemos consentir en
abandonar al Gobierno la gestión de las cosas difíciles, pro-
clamando con cualquier pretexto la eficacia de los procedi-
mientos secretos, y reconociendo que los Congresos solo sir-
ven para las épocas de calma y que los debates son dalosoa
para el éxito de los empeños comprometidos.
T como si esto no fuera suficiente para censurar con el
respeto debido á otras grandezas la actitud de las Constitu-
yentes en la cuestión ultramarina, todavía habría la com-
paración de lo sucedido en el seno de aquella ilustre Cama*
ra, con lo que pasaba á la sazón en el resto del país. Siem-
pre constituirá una página de gloria para nuestro pueblo la
euergia y el desinterés con que en la prensa y en la tribuna
se han discutido en estos últimos años los problemas coló
males. Durante la lucha, aquí ha habido, como en los pue-
j
— 357 —
bloa mil libree del mando, argumentos para todos, y la li»
Wrtad ha aprovechado grandemente para que en estas crí-
ticas circunstancia a no baya quedado hundida entre maldi-
ciones y exabruptos la cansa de los negros y la redención
de los puebla de Ultramar,
Pues bien , esta actitud del país exigía correspondencia
en el Congreso, y hoy mismo os pido, señores diputados,
que abráis vuestro espíritu a todas las opiniones y á todas
las creencias.
Si las Constituyentes se equivocaron, como nuestros
mayores se equivocaron en 18 1 Ü y 1 820, no sigamos por
este camino. Reconozcamos la necesidad de discutir los pro-
blemas ultramarinos; prescindamos de preoco paciones; fije*
moa la atención en lo que pasa, y con mesura, con discre-
clon y con buen deseo, veamos de resolver lo que interesa
il cien de la patria; en la inteli gen cía de que los problemas
Tto ss eluden con aplazarlos.
Y en este supuesto, voy á entrar en el objeto preciso de
mi proposición. Quizá me he distraído uu tanto; pero no lo
debáis extrañar, ni yo lo lamento, Ea la vez primera que
tqoi se plantea la cuestión colonial, y yo debía desbrozar el
Ierren o, á riesgo de salir me de las condiciones clásicas de
todo discurso, Pero yo no vengo i hacer nn discurso ni i
trabajar por mi gloria personal — dando da barato que yo
tuviera fuerzas para ello. — Algo más alto me inspira, y 4
«ate supremo interés pienso sacrificarlo torio.
Mas es muy posible que por lo que he dicho alguno sos*
P**N que mi objeto es tratar especialmente la cuestión de
' i* Quizá se piense, porque á Cuba me he referido hasta
1 i , si bien para hacer más notoria la inconveniencia de
i ''atar aquí oon franqueza las cuestiones coloniales, Y no
— 358 —
hay tal, por dos razones. La primera, porque no estoy capa-
citado para entrar ahora en el arduo debate que esta cuestión
habría de ocasionar; y si me permitís la licencia, añadiré
que no creo capacitada para este objeto á ninguna de las
respetables personas que ocupan un asiento en estos escaños.
Claro es que esto no quiere decir que yo no posea mu-
chos datos, ni que desconozca el origen de la insurrección
cubana, ni, en fin, que deje de tener formado mi juicio so-
bre el pasado, la actualidad y el porvenir de este terrible
conflicto. Evidente es que quien, como yo, ha dedicado, biea
6 mal, tanto tiempo á estos asuntos, evidente es que debe
h.ibar leído casi todo cuanto sobre ellos se ha escrito ó dicho
en España y el extranjero, pesando los argumentos para
formar su humilde juicio.
En esta inteligencia, yo creo poder decir que las causas
de la insurrección cubana están en la fatal tradición colonial,
que arranca de 1823, en las decepciones de 1837, 1854, y
muy principalmente en la que siguió á la Junta de informa-
ción de 186$, en la administración rigorosa y anacrónica
del señor general Lersundi en 1867 y 1868 i y con estas cau-
sus, en el espíritu de espontaneidad de aquella Antilla, ex-
citado hasta llegar al separatismo.
Porque, señores diputados, vosotros, de seguro, sabéis
que toda política colonial rueda siempre sobre estos tres pro-
blemas: el de las razas, el del trabajo y el de la espontaneidad
local. Sobre ellos se dan casi todas las cuestionas políticas,
económicas y sociales que se han presentado en Europa, aun-
que revistiendo nuevas formas, y entrañando distinto aléan-
os; y todos cuantos de estas cosas tratan, no ignoran qun el
problema de la espontaneidad local lleva en últimotórmino á
la autonomía colonial, por el camino de la descentralisaoión,
— 3*9 —
y al separatismo por el camino de la sofocación y el aniqui-
lamiento. Por eeo no puede extrañar nanea el carácter se-
paratista, más ó menos pronunciado, de todas las rebeliones
coloniales; porque el germen del separatismo existe en todas
las colonias, lo mismo en las nuestras que en las de Holan-
da é Inglaterra.
Ahora bien; si de esto pasáis á preguntarme mi juicio
sobre la insurrección, obtendréis en seguida la respuesta. La
he dado desde el primer día. He condenado esa insurrec-
ción y he hecho cnanto me ha sido posible por evitar sus
progresos.
Tenia yo, señores diputados, y tengo la convicción pro-
funda de que sin esa insurrección la libertad se hubiera
proclamado en Ultramar, y que esos reaccionarios que hoy
se guarecen en los pliegues de la bandera nacional, y que
hasta poco hace se atrevían á hablar también de la Revolu-
ción de Septiembre, hubieran corrido la misma suerte que
aquí se ha deparado á los defensores del vergonzoso abso-
lutismo de la metía-legitimidad.
Pensaba yo y pienso, señores diputados, que no era
licito provocar una insurrección cuyas proporciones yo
preveía perfectamente, cuando en el seno de la sociedad
cubana había más de 300.000 desgraciados con derecho á
entrar en la vida del honor y del trabajo, con otra prepara-
ción que la del campo de batalla, bajo otra luz que la del
incendio, y en medio de otra atmósfera que la de odios y
maldiciones que hoy pueblan el antes dichoso cielo de
l. Creía, en fin, y hoy oreo más que entonces, que por
"niño que vamos, que es el abierto en 1868, Cuba se
-a, no para España, no para la raza latina, si que —
ror me causa el decirlol — porque yo he cifrado muchas
r
— 360 —
esperanzas sobre las Antillas! — para la civilización.
Mas para discutir todo esto seria preciso que en este
debate hubiera términos de referencia fijos é incontesta-
bles. Da otro modo la discusión no conducir!'1 más que &
confundirnos. El Gobierno hubiera podido proporcionarnos
estos términos, abriendo una amplia información, encabe-
zada con laa respuestas de los Comisionados cubanos
de 1 866, y con los escritos y los informes secretos del malo*
grado general Dulce, del brigadier Peláez, del general Le-
tona, del coronel Modet, de los comandantes de tos bata*
llones ríe voluntarios de Santander y de tantos otros digní-
simos militares que han expuesto su vida y dirigido á nues-
tros soldados en la ruda campaña de Cuba. Si esta infor-
mación se hiciese (y á ello está moralmente obligado el Go-
bierno), y si en ella se admitiesen todas las opiniones y con
desinterés y equidad, de ella se sacase una conclusión exen-
ta de todo sabor político, el debate sobre la cuestión cuba-
na serla facilísimo, y yo no dudaría un momento en entrar
en él* Hágase y se me encontrará en mi puesto. Pero hasta
entonces, no he de contribuir á irritar los ánimos y á
confundir más la opinión, máxime cuando mi propósito de
hoy es otro.
Porque sépase, y esta es la segunda rasón por que no
voy á entrar de lleno en la cuestión cubana, sépase que mi
pensamiento no es ahora hacer ni un discurso de doctrina»
ni siquiera examinar la conducta del Gobierno en estos des
últimos attos. Allá cuando al Congreso vengan los proyec-
tos de ley sobre nuestras Colonias, yo disentiré del modo
que me eea dable los principios y las teorías reinantes so-
bre política colonial, y demostraré con el ejemplo de los
pueblos cultos, el testimonio de la historia de estos últimos
— 361 —
setenta y dos años en que aparecen como puntos capitales la
i gf emancipación de América, la abolición de la esclavitud, el
libre cambio, la reforma colonial inglesa de 1841 y 1» rebe-
lión de la ludia, de qué manera las colonias se desarrollan
«si J por medio de qué vínculos se sostiene la integridad nacio-
c¿ nal.
0 Pero esto no me importa hoy, como no me importa la
critica de los medios utilizados por el Gobierno hasta el día.
Muy por el contrarío: yo quiero aceptar todo lo hecho; yo ha-
go mías, por hoy, las ideas del Gobierno; yo admito hasta sus
preocupaciones. Notadlo bien: nada pongo de mi parte; en
todo el desenvolvimiento de este discurso me he de referir
á lo que ha obtenido ya la sección, más ó menos explícita,
de las Constituyentes; á lo que existe copsignado en leyes
y decretos y hasta en la misma Constitución; á lo que se ha
declarado hasta la saciedad por el mismo Gobierno. De muer-
te que mi discurso será (permítaseme la frase] verdadera-
mente gubernamental y político.
Para realisar este propósito veamos de fijar de una ma>
ñera clara y precisa la cuestión de las cosas y los tér-
minos de la situación. Ya para ocho meses que se disolvie-
ron las Constituyentes. En todo el curso de su vida tres in-
fluencias se habían repartido los ácimos y determinado su
oendacta y sus acuerdos, respecto á Ultramar. De una parte
estaba un gran sentido liberal, no extraño en verdad, porque
notorios eran los compromisos de los partidos liberales res-
pecto de nuestras Colonias.
» quiero decir nada del antiguo partido democrático,
tante en dar cabida en sus programas á las dos ideas
por mucho tiempo se han mirado como fundamentales
ueetra cuestión colonial: la representación en Cortes de
,^
362 —
aquellos países y la abolición de la esclavitud. Y notorio es
que la vez primera que en este recinto alzó su vqz el señor
D. Nicolás María Rivero, fué para protestar contra el régi-
men de nuestras llamadas provincias de Ultramar. No ha-
blaré tampoco del antiguo partido progresista, arrepentido,
si no avergonzado, de aquel fatal acuerdo de 1837, que ex-
pulsando á los diputados ultramarinos de nuestras Cortea,
dejó á aquellas comarcas, bien contra su voluntad— es cier*
to — entregadas al absolutismo y la dictadura, sosteniendo
los nidos en que se ha formado una buena parte de ese mi-
litarismo y esa burocracia que tan terribles ó implacables
han ¿ido después contra el partido progresista.
Aun prescindiendo de estos bandos, allí estaba la Unión
liberal, que tan enérgica campaña había hecho en 1865 con-
tra el Gabinete Narváez Seijas, tomando por motivo la ones.
tión de Ultramar; aparte de los solemnes compromisos per-
sonalmente contraidos por los señores duques de la Torre y
marqués de Gastelñorite, que por tanto tiempo fueron la
esperanza de nuestras provincias de allende el Atlántico • Y
aun ai estos compromisos no hubieran existido, si los coope-
radores y partícipes de la Revolución de Septiembre no hu-
bieran estado obligados en favor de una política liberal res*
pecto do nuestras Colonias, hubiera hecho ley la Revolu-
ción misma, que, con un gran instinto comprendió y declaró
la urgente necesidad de llevar á Ultramar el nuevo espirita,
so pena de mantener en su corazón un foco de maléficas
inspiraciones é influencias abiertamente enemigas, y á la
postre destructoras, de todo lo hecho en Cádiz y en Aloolea. *
Has junto á esta corriente había el hecho de la insurrec-
ción de Cuba, y una ignorancia colosal de todo lo re-
ferente á nuestras colonias. Ante el sacudimiento de Cuba»
— 363 —
todos nuestro b partidos se alarmaron, y como he dicho, en-
mudecieron, y enmudecí endo, se dio ocasión y pretexto para
que se repusiesen las infla encías reaccionarias de allende el
Atlántico, apoderándose poco á poco de ana parte de la opi-
díób pública^ á pretexto de velar por la integridad nacional.
En cuanto á la ignorancia de que he hablado, no nece-
sito decir cosa alguna: todos tenemos conciencia de ella, y
01 no hubiera otra prueba, yo apelaría á los debates que
aqni se sostuvieron hace año y medio sobre Filipinas, y á
los esfuerzo a que necesitaron hacer los diputados de Puerto
Rico para explicar cómo la pequeña Antilla se diferenciaba
sustancial y profundamente de la sociedad cubana. Ade-
más, esta ignorancia producía tanto mayor y más deplora-
ble efecto, cuanto que con ella se confundían los errores
aquí generalizados sobre los sucesos de 1812yl822, errores
en cuja virtud todavía se asegura que la libertad (esa diti-
na ausente de nuestro Imperio colonial), que las reformas li-
berales fueron la canea de la pérdida de nuestras Américas.
Pasa bien; dados estos antecedentes, fácil es compren-
der que la situación de nuestras colonias, al terminar sus
tareas la Asamblea Constituyente, no podía ser la más sa-
tisfactoria; pero que no por eso ofrecía los caracteres de
desesperada. Una verdadera transacción fué el resultado de
todas aquellas causas; transacción en que el espíritu liberal
y reformador consiguió estos triunfos: primero, los artícu-
los 103 y 109 de la Constitución del 69; después, la entrada
de los diputados puerto risueños en la Cámara española;
go el paso de la democracia por el ministerio de Ultra-
% y como con soca encía ios decretos del Sr. Becerra so-
liberCad religiosa, y los del Sr. Moret sobre la enseñanza
administración de Filipinas; en seguida el artículo adi-
r
— 364 —
cioiial A las leyes de ayuntamientos y diputaciones provin-
ciales referente á Puerto Rioo; y por último, la ley prepa-
ratoria para la abolición de la esclavitud .
Naturalmente, estos triunfos suponían otras compensa-
ciones, entre ellas el aplazamiento del proyecto de Consti-
tución de Puerto ¿tico y la subsistencia del statu quo polí-
tico en Cuba. Pero no voy ahora á examinar si las compen-
saciones arrancadas por el espíritu de la reacción, merced á
las críticas circunstancias porque el país y la opinión atra-
vesaban, valían ó no más que las conquistas revoluciona-
rias.
He dicho, y ahora repito, que mi único interés consiste
en aceptar la situación tal cual apareció al finalizar las
Constituyentes para ver de examinar si luego el Ministerio
obró ó no dentro de lo que exigía la lógica de aquella situa-
ción! cuya idea madre creo poder formular de esta manera:
t formal compromiso de llevar á nuestras colonias el espíritu
de Septiembre, venciendo y allanando las dificultades de
Cuba t.
lujuria haría yo á los señores diputados si me detuviera
prolijamente á explicar la conducta que este pensamiento
imponía al Gobierno, y sobre todo ai señor ministro de
Ultramar, durante el tiempo que corriese antes de que,
reunidas las Cortes, el país, debidamente representado, pu-
diese dar cima á los compromisos legados por la anterior
Cámara. Claro se está que este pensamiento imponía un
celo vivísimo, no sólo para vencer la insurrección de Cuba,
sino \ »ra mantener los triunfos obtenidos, para desenvol-
verlos dentro de un espíritu de simpatía hacia nuestros her-
manos de allende el Océano, para allanar el camino me-
diante esos recursos de que disponen los Gobiernos mejor
— 365 —
que las Cámaras* y preparar las cosas de manera que hoy
apenas si tuviéramos más que seguir el rumbo trazado,
dar un voto de gracias al señor ministro. Evidente era
que todo esto exigía grande inteligencia de las cosas co-
loniales; grande amor á aquellos países y una actividad,
hasta si se quiere, insuperable; pero no es menos cierto que
con no ser todo esto muy común, era por todo extremo ne-
cesario, y que estábamos en el case de esperarlo, y si me
es licita la palabra, de exigirlo.
No es solo por el compromiso de las Constituyentes, sí
que también es por la naturaleza delicada de nuestras rela-
ciones con nuestras Colonias. Es tan triste y tan larga la
historia de sus dolores y de sus decepciones, que no bastan
para calmar la natural ansiedad de aquellos pueblos, y para
volverlos al pacifico y fecundo goce de su vida, unas cuantas
promesas seguidas únicamente de una benévola disposición.
Hartos aquellos españoles de ofrecimientos que hemos de-
rramado con pasmosa prodigalidad en 1809, en 1820, en
181$, en 1837, en 1854 y en 1866, las meras palabras no
hacen allí ningún efecto, y la menor inoertidumbre, el me-
nor paréntesis, el menor tropiezo causa un resultado que
solo podemos comprender los que mantenemos vivas comu-
nicaciones con aquellos países, y no cesamos de infundir á
nuestros amigos de Ultramar, no ya la esperanza en tal
ó cual partido, y en tal ó cual hombre, sino la fé en el
triunfo del derecho por ser derecho, y en la justicia de España,
directamente solicitada por todos los medios de propaganda.
Ahora esta delicadeza de relaciones era mayor, y mayor,
" tanto, el compromiso de la situación. Eeoordad, sefio-
, las peripecias de la Constitución de Puerto-Rico; reoor-
1 que las Cof tes Constituyentes desecharon el voto partí-
— 366 —
colar del fcfior Homero Robledo, pero recordad también que
al tnhü bo se votó ]a Constitución, 6 mejor dicho, que al fin .
la Constitución, cuyo examen se suspendió con la calda de
mi amigo el Sr. Becerra (objeto hoy de grandes y merecidas
simpatías en Ultramar, porque ha sido nuestro primer mi-
nistro de Jas Colonias), fue sacrificada á la buena inteligen-
cia de dos bandos de aquella Cámara. Por manera que, con
motivo ó sin él, podían nuestros hermanos de América sospe.
ehar que sus más caros intereses, su honra, su derecho, su
porvenir, se posponían á las luchas y las preocupaciones de
loa partidos peninsulares. ¡Tremenda sospecha, fecunda
en todo género de desastres,* porque responde á un
sentimiento de difícil represión en esta rasa española de
suyo altiva y valerosa!
Pues bien, con estes antecedentes, juzgad si la cuestión
colonial era difícil. No se trataba ya de un mero empeño de
fuerza. No se U ataba tampoco de acometer de repente las
grandes reformas que hacían necesarias esta Revolución, que
ha dicho desde el primer día que cno hay honra sin liber-
tad». El caso era menos grandioso, pero quizá más difí-
cil. Se trataba de mantener por todos los medios imagina-
bles el espíritu de nuestras colonias. Era preciso á fuerza de
eelo y de inteligencia conseguir que no desmayasen los unos;
que no se ensoberbeciesen los otros, y que no llegase el
caso de que por un incidente deplorable, de esos que regis-
tra con frecuencia la historia de nuestra patria, se hallara
la posteridad en caso de juzgar terriblemente á las Cortes
de 1869.
Y lien, ¿qué se ha hecho? Vamos por partes. Pasead
vuestras miradas por estos escaños, y buscad á los diputa-
dos de Puerto Rico.— Preguntad al señor ministro de DI-
— 367 —
tramar si ee La aplicado en la pequeña Antilla la ley de
a y untami en tos y qué importancia tiene la diputación pro-
vincial creada, hará como dos meses, en aquella isla.— In-
quirid, en fin , cuál ha sido la suerte de aquella famosa ley
preparatoria de la abolición de la esclavitud, que por algu-
nos se nos presentó como un triunfo decisivo del espíritu
revolucionario sobre el anacrónico orden de coáas existentes
en Ultramar, todavía dos años después del movimiento de
Septiembre I
Y contad, señores, con que si en alguna parte podía es •
perarse que estas leyes, y principalmente la última (que yo
combatí á faer de sincero abolicionista) surtiesen la plenitud
de tas efectos y se realizasen con toda la facilidad y toda la
prontitud apetecibles, era en Puerto Rico. Aquí los intere„
aes de la esclavitud eran escasísimos: porque ni los escla-
vos pasan de 43,000, representando sólo el 6 por 100 de la
población total, ni hay industria alguna que se sostenga
sobre el trabajo servil, ni existe una separación radical
entre las razas que pueblan el pais, toda vez que los
mulatos llegan á más del 50 por 100; ni en fin, la
densidad de población permite la holganza y los peligros de
lae aboliciones repentinas, ni existen en el seno de aquella
sociedad grandes masas de bozales; ni allí viven esos gran-
des propietarios, esos grandes capitales, esas enormes for-
tunas que hechas á la sombra del privilegio tienen miedo á
todo lo que trasciende a reformas, y están dispuestos á hacer
todo genero de sacrificios para resistir la invasión delespiri-
Jemour ático, que es su implacable enemigo.
Podo, pues, hada esperar que con voluntad y con celo
erto-Eico daría un ejemplo magnifico de la eficacia de
iM las leyes citadas, pero en particular de la ley prepa-
— 368 —
ratona de abolición— ai alguna eficacia podía tener <
cosa que los abolicionistas negamos siempre. Y, sin em
go, señores diputados, ¿sabéis lo oonrrido? Pues oidlo.
La ley preparatoria promulgada aquí en Julio, tardó
de cnatro meses enserio en Paerte Rico, siendo precisai
incesantes preguntas y reclamaciones de la prensa abol
insta de la Península, y cuando esto se hiao, después
haber torpemente provocado nna serie de conflictos,
reteniendo la ley en la Capitanía general, mientras tod
país y principalmente los negros sabían muy bien sa <
tencia, ora citando á los poseedores de más de 25 esc!
para resolver sobre las cuestiones que entrañaba la
pero sin cuidarse de que á estas reuniones asistiesen
ningún concepto los síndicos, esto es, los abogados de
siervos, siempre consultados en cuanto á los siervos se
fieren, ni los amos de menos de 25 esclavos, cuyos intei
son, y no pueden menos de ser, opuestos á los de los g
dos poseedores —cuando esto se hizo, repito, se realú
condiciones tales, que á mi me admira la manera con
las preocupaciones de localidad cegaron 4 la primera i
, ridad de Puerto Rico, de cuyo buen deseo yo no podli
puedo dudar.
Porque es el caso, que antes de cumplirse esa ley, <
artículo 19 preceptúa que sean considerados libres todoi
que no aparezean inscritos en el censo formado en Dici
bre de 1868, se autorizó para que de nuevo se abriese a
gistro de esclavos y se hiciesen en él todas las posibles
(áficaoiones. De este modo, no sólo el Estado habrá sui
perjuicios, porque los niños nacidos en los tres ó ou
meses que se tardó en plantear la ley tendrán que ser <
prados á sus dueños, en vez de recibir la libertad de ba
r
— 269 —
como la ley había dispuesto, sino qas meiiinte esa rectifica-
ción, á todas luces contraria al espíritu 7 aun al texto de la
ley preparatoria, han podido sustraerás i la libertad ma-
chofl esclavos mayores de «0 aftas, a quienes las Constitu-
yentes habían reconocido el derecho incondicional á la hon-
ra y 4 la vida*
Y esto no es ana hipótesis, señores diputados. De una par-
te tenéis la circunstancia de que existiendo de muy atrás en
Puerto Rico lo que en nuestras provincias del Norte se lla-
ma la prestación personal, y estando dispensados de ella los
¿acia vos mayores de fiO afros, no era raro ver á los amos
apresurarse á inscribir en el grupo de los sexagenarios á los
que no habían llegado i esta edad, y que ahora, merced á la
ley de abolición y de no haberse permitido rectificaciones de
ningún género, hubieran entrado desde luego en el disfrute
de m libertad. Por otro lado, en el ministerio de Ultramar
existe, y el señor ministro la debe conocer, una exposición
de un abolicionista de Puerto Rico , que con ana bravura,
oon un desinterés y con uaa decisión verdadera me u te he-
roicos en nn país donde se cü re ce por completo de la seguri-
dad personal, denuncia las falsedades cometidas por deter-
minados poseedores de esclavos eu determinados distritos
de la nía.
De modo, que la ley preparatoria de la abolición ha sido
violentada en su espíritu y su texto, aun en aquellas mis-
mas localidades, donde mejor hubiera podido producir sus
efectos, patentizando esas excelencias que los abolicio-
nistas habíamos negado. Pero, al lado de esto, ved lo que
h* sucedido con las leyes de organización provincial y
municipal, votadas por las Constituyentes con una adición
en cuya virtud se debían aplicar á Puerto Rico. Y notad,
— 370 —
señores, que esto era de gravedad altísima, y tanta que al-
gunos han pretendido que con este triunfo se había com-
pensado, ó poco menos, el terrible y nunca bastante la-
mentado fiasco del proyecto de Constitución puertoriqnc»
fia. Y hasta cierto punto se explica por el carácter irregular
y de todo en todo an ti- español de los municipios de nues-
tras colonias, donde todo existe menos la representación de
aquellos intereses por que viven y para los que viven en to-
dos los pueblos los municipios. Puesbisn: la ley munioipal
todavia no se ha promulgado en la pequeña Antilla á los
ocho meses muy largos de promulgarla aquí; y si bien la
provincia se ha constituido, reviniéndose el país en los co-
micios y nombrando su diputación insular, ¿cómo vive, qué
es, qué significa este nuevo cuerpo?
Un mal pensado creería que ha nacido solo para su des-
crédito. ¿Y sabéis por qué, señores diputados? Porque car-
gado con grandes atenciones que hasta ahora pesaban so-
bre el Gobierno central, y que tenían su capitulo en el pre-
supuesto de éste, como que el presupuesto no se ha modi-
ficado, y ya hemos visto (con gran'extrafieza por mi parte, J
llamo sobre esto la atención del Congrsso, y pido explica-
ciones al Sr. jiyala), que el señor ministre de Ultramar no
ha tenido á bien traerlo aquí, cual hizo el Sr. Becerra y cual
cumplía á todas las tradiciones de la unión liberal, resulta
que la diputación carece hoy de teda suerte de recursos or-
dinarios, teniendo que apelar á la derrama ó al empréstito
hasta para adquirir un local, poniéndosela de este modo en
el caso de inaugurar su vida con una medida impopular;
cosa de todo punto inexplicable, supuesto el interés que el
gobierno debe tener en asegurar la existencia y el desarro-
llo de aquella institución, engendrada por el mismo espíritu,
— 371 —
por las mismas ideas, por los mismos intereses que hacen
posible la existencia de estas Cámaras, de la actual dinastía
y de la situación en que todos estamos franca y lealmente
comprometidos.
Pero qué mucho que esto ocurra, si después de esto el
correo nos ha traído la tristísima nuera de haberse negado
la primera autoridad de Puerto Rico, á dar posesión de su
cargo de secretario de la diputación provincial á una perso-
ne, elegida por aquel cuerpo, y que reúne A una inteligencia
notoria, condiciones de carácter que la han hecho respetable
en todos los círculos y para todos los partidos de Puerto Rico.
7 este suceso no creáis que es insignificante. Lo seria si
re tratase pura y simplemente de un cargo público, de un
destino cualquiera ó de tal ó cual persona, por más de que
éúta fuese la del exdiputado constituyente D. Román Bal-
dono y de Castro, á quien el país ha compensado votándole
por dos distritos para que lo represente en estas Cortes. El
o es muy otro. Se trata de una de las atribuciones de la
diputación, reconocida terminantemente y sin reservas por
la. ley de diputaciones; se trata de la negativa rotunda del
señor capitán general de Puerto-Rico á dar explicaciones á
li diputación, como manda la ley, so pretexto de que infor-
muría al Gobierno , fórmula que prueba que allí subsiste para
la primera autoridad todo el antiguo orden de cosas, y que
la nueva institución, tan celebrada, tan aplaudida, tan pon-
derada, es pnra y simplemente una vana palabra, y á lo
sumo nna promesa más. Y yo os pregunto: ¿es posible así
>bernación de ningún pueblo? ¿Es esto ni sombra de una
tica colonial?
iro bien es que todo palidece ante el aplazamiento de
invocatoria de los comicios puertoriqueños, para que
— 372 —
enviasen sus representantes á estas Cortes. Confiésoos, se-
ñores diputados, que ansio oir de los elocuentes labios del
st ñor ministro de Ultramar explicaciones que siquiera ate-
núen el deplorable efecto que esta enorme falta ha produci-
do en el ánimo de nuestros colonos; porque ni puedo creer
que S. S. desconozca los fatales resultados que allá en 1810
y luego sn 1836 brotaron de medidas un tanto análogas á
las presentes, ni S. S. puede ignorar cuan hartas están
nuestras colonias de decepciones y cuánta y cuan natural os
su susceptibilidad. ¿Quién desconoce que una de las causas
más poderosas de la enemiga de Caracas á la Regencia, y
por tanto uno de los fundamentos del desarrollo de la in-
surrección separatista de 1810, fué el Jaaber olvidado avisar
á Venezuela la convocatoria de las famosas Cortes de Cádiz,
hiriendo asi el sentimiento igualitario de aquellos países y
dejando que tomasen carne y cuerpo las desconfianzas pro-
ducidas por la conducta recelosa de la célebre Junta Cen-
tral? (Y acaso aqui no se saben las terribles consecuencias
de la resolución de 1837 cuando se cerraron las puertas da
las Cortes españolas á los diputados de Ultramar, no para
condenar á aquellos paises al absolutismo (que contra esta
idea bien protestó el ilustre Arguelles, lo mismo que Vila y
Caballero, y nuestro digno presidente) sino para resolver
los problemas ultramarinos en un plazo que desgraciada-
mente no llegó; porque contra la voluntad de aquellos hom-
bres ilustres sobrevinieron terribles sorpresas é inesperados
cambios de situación, dejando sobre el viejo partido pro-
gresista la terrible responsabilidad de aquel sacrificio que
tantas lágrimas y tantos dolores hizo posibles en nuestras
Antillas por espacio de cerca de cuarenta años, pero pro*
perdonándonos un ejemplo que no debiéramos desaprove-
— 373 —
char y que tal vez ha desaprovechado el señor ministro al
permitir que en estos críticos momentos se dé una solución
de continuidad en la práctica de esto que se nos ha presen*
tado como la primera y más valiosa de las conquistas de la
revolución en nuestras provincias ultramarinas!
T contad que lo que aquí yo echo de menos es la solici-
tad del ministro. Otra cosa no puedo sospechar. Se trataba
de un punto delicado y á la par de un pueblo separado por
millares de leguas de Madrid. Siendo las comunicaciones
poco frecuentes, cualquier retraso, y más cualquiera olvido,
tenia que ser fatal. Se necesitaba, pues, mucho celo, extra*
ordinaria solicitud.
Las Constituyentes se disolvieron al finalizar el año 70.
£n 20 de Enero de este año ya el señor ministro de la Go-
bernación anidaba de que en la Península se formase la lióta
de mayores contribuyentes á que se refiere la ley electoral,
El 20 y 27 resolvía no se qué sobre los distritos electorales.
B 16 de febrero se convocaban las Cortes ordinarias. . .
Pues bien; el señor ministro de Ultramar solo el 22 de Fe*
brero envía un decreto á Puerto Rico (lo tengo aquí, coma
tedas, absolutamente todos cuantos documentos y disposi-
ciones cito) , para que se dé principio á los trabajos prepa-
ratorios en Puerto Rico; siendo de advertir que este decre-
to—en que se habla, por ejemplo, del consejo de adminis-
fración, que hace mucho no existe en nuestras Antillas, y
de otras cesas por el estilo, que no arguyen gran cosa en
favor del ministerio de Ultramar — se envió como telegrama
I Juba, tardando ¡veintiún días! en llegar á Puerto Rico;
c es» cerca del doble de lo que tarda el oorreo ordinario
i Cádiz» Comprended, señores diputados, comprended
t la diligencia demostrada en este dificilísimo asunto.
— 374 —
Y |ah, señores! Si tantos olvidos y tantas mistificaciones
son siempre y en general lamentables, lo son macho más
tratándose de Paerto Rico, cuya actitud presente y cuya
historia son, en verdad, dignas de admiración, hasta tal
punto que hoy podemos y debemos hablar con orgullo de
aquel pueblo, poniendo en él todo genero de confianzas. Con
orgullo, sí, porque en Puerto Rico, más todavía que en las
repúblicas Centrales de América, se ha realisado á mara-
villa uno de los empeños más difíciles y gloriosos de la co-
lonización— ¡la fusión de razas! — y el espíritu expansivo y
generoso de aquel pueblo se ha mostrado de tal suerte, que
¿ aquellos insulares corresponde la honra peregrina— caso
único en la historia del Nuevo Mundo, y más aún en la da
las Antillas — de haber negado sus puertos y sus playas á
la hedionda nave del negrero, para que luego, cuando
en 1866 vinieran sus representantes á ser interrogados en
la Península por sus derechos, sus intereses y sus conve-
niencias, suya fuera aquella arrogante y magnifica frase
de «preguntadnos antes por el derecho de nuestros es-
clavos».
Y debemos, si, poner en él nuestra confianza, porque
Puerto Rico es aquel pueblo que á fines del siglo xvu vivió
por espacio de setenta años con gobernadores propios y pro -
1 as ordenanzas, entregado á sí mismo, sin que se quebran-
tase en lo más mínimo la unidad nacional, y reforzado más
tarde con los restos de aquellos heroicos españoles que ha-
bían hecho la defensa de Coro y Maracaibo, para venir
arruinados, heridos, maltratados, moribundos, á buscar un
pedazo de tierra española donde lanzar el postrer suspiro;
pueblo ilustre que en 1820, cuando se hablaba de la confe-
deración colonial, pedia á nuestras Cortes depender direo-
— 376 —
lamente de la Península, y que hoy mismo, despreciando
las provocaciones de loe absolutistas de Madrid y de la
Habana, resistiendo las tentaciones del separatismo de
Nueva York, desoyendo la ronca vos del desengaño y de la
desesperación, inerte con la conciencia de sa derecho, vivas
todas sus esperanzas, dueño de sus impulsos, aprovecha
las pequeñas franquicias concedidas para demostrar su cul-
tora, se organiza para conquistar lo que se le debe, acude á
los comicios, vota como representantes, á pesar de las res
trieciones del sufragio y de lis omnímodas del 23, á abolí
cronistas declarados y demócratas sinceros, y parece decir-
los con su civismo, con su energia y su entusiasmo: CjEe-
pafioles recordad que no os hemos faltado en los dias ne-
gros del infortunio! ¡Liberales, pensad que para ser dignos
do la libertad no hemos qaerido tener esclavos! (Demóora
tu, considerad que las brisas de América nos saturan, que
«1 aliento del porvenir nos sostiene, que nuestras relaciones -
diarias, incesantes, permanente**, son con Inglaterra, el
pueblo más activo de Europa; con los Estados Unidos, el
pueblo más libre del mundo; con Venezuela, el pueblo mis
espiritual de América; con las Antillas francesas, donde se
ha resuelto ya el problema de la esclavitud; con las Anti-
llas inglesas, donde se ha consolidado el nuevo principio
<kl nlf-govermmt de las oolonias, y que, en fío, todo lo
que en nuestro pala existe, todo lo que siente, todo lo que
palpita, todo está demostrando que nuestra tierra se halla
preparada, quizá como otra ninguna del nuevo Continente ,
] \ que aquí arraigue, crezca y fructifique el árbol de la
< Mraoia moderna! »
tro ya habéis visto, oómo á pesar de esto, casi todo cuan-
4 * Cortes Constituyentes decretaron para Puerto Rico,
25
— 376 —
sufrió embarazos y mistificaciones, hasta ponerlo todo en
gravísimo peligro.
Y no nos detengamos más en ello, que alguna atención
merece lo acontecido en Filipinas* En este panto debo
prinoipiar por hacer plena justicia al Sr. Moret. Público es
que he combatido á S. 8. con la energía que suelo por su
gestión de las cosas ultramarinas, y no me arrepiento, sin
que ahora deba justificar mi conducta; pero jamás me bt
negado á reconocer las muchas y buenas, aunque incom-
pletas refirmas, y la especial solicitud que al Sr. Moret
merecieron las islas Filipinas, y que en mi sentir consfí •
rayen la mejor página de la historia administrativa de su
señoría. A continuar los propósitos del 8r. Moret con al*
gún más calor, y sobre todo generalizándolos más, nuestra
gran colonia asiática hubiera cambiado muy pronto de ca-
rácter entrando de lleno en la vida moderna, cuyas gran-
des perspectivas le había abierto el 8r. Becerra con aquel
decreto sobre extranjería que implantó en Filipinas la li-
bertad religiosa. Pero ¡ayl que todos los buenos deseos del
Sr. Moret han quedado en suspenso, y las cosas llevan
trazas de parar en algo muy distinto, sin que para esto, que
se debe al Sr. Ayala, haya obstado la presencia de aqnél en
el seno del Consejo de ministros.
Si tuviera espacio, y no me pareciese inoportuna la oca-
sión, yo trataría de demostrar cómo se ha viciado el carao*
ter y comprometido el porvenir de nuestras Filipinas desde
mediados del siglo xvm, y más aún en estos últimos trein-
ta años. Porque es preciso, señores diputados, que recor-
téis que si Puerto Eico con las actuales Repúblicas de la
América oentral son, por su estado presente, un timbre de
nuestra historia colonial de América, las Filipinas no lee
— 377 —
ceden bajo otros conceptos y frente á frente de la coloniza-
ción extranjera.
Eeoordad de qué modo, al comenzar la edad moderna,
comentaron á realizar sos empeños de exteriorizaron en
Asia y América las grandes naciones colonizadoras. La co-
lonización había respondido á fines distintos en el curso de
la historia. Colonia por expansión, colonia por dominio, co-
lonia por explotación: he aquí las tres formas de coloniza-
ción que se presentan en el correr de los tiempos. Mas es
de notar cómo dentro de cada una de estas formas apuntan
las otras, y de qné manera tan diferente la realizan los dis-
tintos pueblos que toman sobre sí esta tarea, de acuerdo
siempre con el carácter particular y las condiciones singu-
lares de su vida.
La colonización moderna, bien lo sabéis, reviste por mu»
ebos motivos que afectan á la historia gqneral de Europa,
el carácter de explotación; mas el empeño se realiza de di-
verso modo por Inglaterra y Holanda, que por España y
Portugal; y aun tratándose de estos dos últimos pueblos,
ion también notorias las diferencias. Inglaterra Be pre-
ocupa casi exclusivamente de crear factorías, proteger su
navegación y su industria é imponer tributos. Todas las
cuestiones que hasta 1810 en América y 1855 en Asia sos-
tiene la Oran Bretaña en sus colonias, revisten un carao
ter mercantil. Holanda, que en América aparece más ex-
pansiva y que admite á los navegantes de todos los países,
en Asia llega hasta la constitución de esa colonia de Java,
< esta á todo el espíritu moderno, pero que, no obstante,
i anos economistas adocenados presentan como ejemplo 4
: ostras Filipinas.
r>s pueblos latinos ya se fijan en otra cosa cuando de
— 878 —
colonias se trata. Se ocupan de la reducción de pueblos, de
la formación de sociedades, mejor dicho, de la extensión de
su carácter y de sn vida, de sus leyes y sos creencias, á loe
nuevos países descubiertos ó conquistados. Portugal lohice
por Ja centralización, como en el Brasil y en la misma In-
dia: España con mayor expansión, como en las Antillas y
en las filipinas; pero contad siempre que sobre esto coas
tantemente priva el carácter mercantil de toda la coloniza-
ción moderna. La diferencia está en que en unos pueblos
(en los sajones) este carácter parece como exclusivo; en los
otroB (en los latinos), solo domina como respondiendo á la
ley del tiempo. Pues bien; si con estas ideas juzgáis la colo-
nización española de los siglos xvi y xvii, fácil os será mos-
trar oomo rasgos capitales estos: la intolerancia mercantil
la i d tolerancia religiosa, y el espiritn civil é igualitario de
toda nuestra legislación y nuestra vida.
Mas, señores, hay en nuestra historia colonial dos ten
dencias: la una está en el Consejo de Indias, la otra en
aquellos colonizadores qne se llamaron Irala en América y
Legazpi en el Asia. ¿Y sabéis lo que representa estaseguada
tendencia? Un mundo de ideas que se adelantan prodigio-
samente á sn tiempo y que hoy mismo pueden ser procla-
madas por los pueblos más adelantados en el camino de la
civilización. Pues esa segunda tendencia es la que campea
en Filipinas. Asi veis aquí la intolerancia mercantil que-
brantada por el puerto franco de Manila, y el comercio
oon China y la India: asi veis la intolerancia religiosa ne-
gada por la admisión del elemento chino en la gran colonia
asiática. Solo queda el carácter civil de nuestra colonización.
Pero jab, señores! contra todo 3 estos principios obró el
siglo xvín; y á pesar de los esfuerzos de los Santa Cruz 7
^^k»
— 379 —
loe Anda, tipos de aquella pléyade de grandes gobernantes
que España dio á sus colonias, y por los que se sostuvo en
Ultramar nnsetro imperio, falto ya de savia y extraño al
movimiento general de los tiempos, cayeron las Filipinas
ante las exigencias de la Casa de Sevilla, y por la debilidad
de las Cortes de Felipe IV y Carlos II, en .poder de la teo-
cracia, que allá se aseguró y subsistió mientras Carlos III
la aventaba del Paraguay, donde hoy podemos todavía
contemplar sus espantosos efectos. Yo no conozco, señores
diputados, un fenómeno más notable que esta negación per
fecta de todos los orígenes y todo el carácter con que se ini-
ció y desarrolló nuestra gran colonia asiática.
Pero el hecho es que la teocracia era dueña de Filipinas
en las condiciones más extremadas que podían imaginarse;
porque su imperio se ejercía mediante una de las formas
más rigorosas que la teocracia puede emplear, mediante les
institutos monásticos. Y asi se desenvuelve lenta y traba-
josamente aquella sociedad, planteándose una serie infinita
de problemas, entre los que no es el menor la viva lucha
entablada casi desde principio de este siglo, entre el clero
regular, de suyo exclusivo y absorbente, y el clero secular,
representante de una vida más expansiva y simpática; y
inn dentro del primero, entre las diversas órdenes y los
grupos distintos que constituyen cada una de ellas.
Mas llega la Bevolución de Septiembre, y sorprende á
aquella sociedad sin que sus elementos fundamentales hu-
bieran recibido influencias de los nuevos tiempos. Sin
embargo, allí vivía el germen de grandes progresos: y ya
1 la maldad misma de las cosas, que no podía llegar á
; ya por esa circunstancia verdaderamente deplorable
< tuestras colonias, que ha obligado á sus hijos á buscar
1
— 380 —
la lúa y la instrucción fuera del país, a donde vuelven co-
nociendo Huevos horizontes y abrigando nuevas aspirado-
nes; ya por el instinto mismo del pueblo, que recibe, a las
veoes, misteriosos avisos que le oonm aeren y pradispoim
para acoger la buena nueva, el hecho es que La revolución
es saludada con amor, y desde entonces principia «n Pili-
pinas un movimiento, que loco será el que no vea 6 no sienta*
Y este movimiento debia afectar á la organización teo-
crática de aquella sooiedad, y asi principió por hacerse sen-
tir en los centros de enseñanza, y por traducirse en preten-
siones respecto de la organización religiosa. Yo me prometo ¡
señores, profundizar estas cuestiones en no lejano día, por*
que me prometo que no tardará mucho el señor ministro
de Ultramar en traer las leyes de que habla el art. IOS de
la Constitución; mas por hoy debo hacer constar que el g*_
ñor Moret sintió los latidos del nuevo movimiento y se pro-
puso secundarle, primero reformando la enseñanza, y des -
pues creando un cuerpo de administración civil*
No necesito, señeros diputados» detenerme en mostrar la
importancia y el enlace de estas materias; tampoco debo
decir cómo y por qué las tengo por incompletas y aun equi-
vocadas *n ciertos puntos. Pero lo que tí me cumple es
afirmar que llevadas á cumplido efecto, después de la re-
forma fundamental del Sr. Becerra, hubieran cambiado
grandemente las condiciones de la sociedad filipina , prepa-
rándola de admirable manera para recibir el espíritu de
la nueva época y las transformaciones que hace necesarias
en nuestro imperio colonial la vida que hemos comenzad o
en la Península, á partir de Septiembre de 1868*
Y ¿cómo no, señpres diputados? Por un lado se arranca-
ba el monopolio de la enseñanza á los dominicos, que allá.
— Sal-
en Filipinas hablan bastardeado la gran tradición de loa
onustas, ya encerrándose en sa maearrónieo latín, ya ha-
dando que en sn Universidad se explicase, como se explicó
hasta 1864, el sistema de Tolomeo, ya afirmando por boca
del rector de aquel establecimiento en 1870, que los pro-
gresos de la inmoralidad y de la instrucción eran paralelos.
Por otra parte, se constituía nn cuerpo de administración,
dotado de grandes condiciones de inteligencia y de estabi •
lidad, que por su propia naturaleza había de tender á mer-
mar el poder teoorátioo, más que su rival y su opuesto, su
decidido enemigo.
T no se diga que entrambos acuerdos eran deficientes y
entrañaban no pocos peligros. To bien sé que al fin y al
etbo la Universidad civil de Manila no era la libertad de
enseñanza, y no se me oculta que las condiciones asignadas
al cuerpo de administración civil, cuyo ingreso debía ser
por oposición y de modo muy análogo al practicado en In-
glaterra y Holanda, eran las más á propósito para consti-
tuir allende los mares una poderosa burocracia. Pero es
innegable que estas y otras imperfeoeiones hubieran podido
subsanarse en un brevísimo plazo, ensanchando, como an-
tes he dicho, el círculo de los propósitos del ministerio de
Ultramar, y llevando con ánimo entero á Filipinas el títu-
lo I de la Constitución española de 1869.
Fuera de esto, y consideradas en sí mismas las reformas
del 8r. Moret, tenían una gran importancia. La cuestión
de empleados será siempre capital en Ultramar • No voy á
k~Mar mal de ellos: soy hijo de uno que allí dejó — lícita me
esta jactancia — un nombre venerable y venerado. Conos-
(luchos modelos de probidad ó inteligencia; pero también
ne antoja incontestable el hecho de que la inmensa ma-
1
— 382 —
yoria, saoada del clroalo do los amigos y los compadras de
loa ministros, es incapaz de sostener en nuestra» colon i aa
el doble carácter que les corresponde por la misma natura-
leza de las cosas; de inteligentes servidoras de una admi-
nistración difícil, y representantes del nombre y del pres-
tigio de la madre patria en las colonias* -Por esto yo soy
partidario de los grandes sueldos y las grandes posiciones
para nuestros empleados de Ultramar, pero enemigo decía-»
rado de las improvisaciones y los compadrazgos.
Eq cuanto á la enseñanza, apenas si necesito decir do»
palabras. Uno de los graves males de las Repúblicas sud-
americanas es la deficiencia de la instrucción, que obliga á
sus mejores hijos á buscar la satisfacción de sus necesidades
espirituales fuera de sa propia tierra; y asi se da luego aque-
lla falta de relación entre las masas y la gente ilustrada, .
euyos efeotos patentiza singularmente la historia de Nueva
Granada y Venezuela. En nuestras colonias no solo existe
este peligro, sino otro inconveniente dañoso á los interese»
de la unidad nacional, porque forzados nuestros hermanos á
buscar la ciencia en el extranjero, por la distancia á que
está la Península y el oscurantismo que priva en la coló
nia, sus ideas se forman fuera de nuestro espíritu; acos-
túmbrense á juzgarnos por el pensamiento de los extraños,
y luego, vueltos á su hogar, se establece una lucha funesta
entre todo lo que les rodea y todo lo que han disoutido y
avalorado en el templo de su conciencia.
Y bien: ¿qué ha sucedido con los decretos del Sr. Moret,
relativos á la enseñanza y al cuerpo de administración
civil de Filipinas? Yo solo tengo algunos datos, porque es
muy difícil, señores diputados, averiguar lo que pasa en
nuestras colonias. Haré oaso omiso de los rumores que oo-
V
I
\
— 383 —
rren; pero ai diré que me consta que debiendo estar Forma-
do el escalafón del cuerpo de administración, ni siquiera se
lia reunido la junta calificadora; y es notirio qne los ejer-
cimos de oposición para el ingreso en el cuerpo, que debían
haberse celebrado el 1.° de Jnnio, no han tenido efecto,
son grave perjuicio de algunas personas qne hablan toma-
do en serio el decreto del 8r. Moret. De aqni deduzco cla-
ramente qne todo lo relativo al cuerpo de administración
•até en suspenso.
• Pero lo referente á la enseñanza es más incontestable,
To no sé lo qne habrá ocurrido en Filipinas; pero si sé que
tqii se había citado á todos los licenciados y doctores que
quisieran hacer oposición á las cátedras de la Universidad
de Manila. Acudieron muchos al llamamiento; escribieron
sus Memorias; depositáronlas, como estaba dispuesto, en el
Ministerio de Ultramar, y aguardaron aquí que terminase
si plaso de la convocatoria. Pero este terminó y no fueron
convocados, y ellos, que debían estar en Manila el 1. ° de
Jooio de este año, hoy no saben si el decreto del Sr. Moret
foé verdad ó fué broma. De aquí deduzco que también está
co suspenso la reforma de la enseñanza.
7 todo me duele, pero mucho, por el 8r. Ayala. 8. S. es
un hombre de talento; ha vivido siempre en la región ce-
leste de las ideas, y su espíritu ha estado siempre abierto á
todas las inspiraciones generosas, á todos los afectos des-
interesados. 8. 8. es un gran poeta que no tiene que la-
mentar una sola infidelidad de esas Musas á quienes recrea
~ namora; 8* 8. ha vivido eternamente contemplando los
gresca de la inteligencia y simpatizando, de seguro, con
as las tentativas del pensamiento para romper el carcere
?o de la preocupación, de la ignorancia y del oscuraatig-
f
. — 384 —
mo... y sin embargo, á 8. S. toca en suerte la triste empresa
de oponerse á la reforma de la enseñanza de Filipinas, al
desenvolvimiento del espirita de nuestras colonias, á la re-
dención de la conciencia de nn pueblo! I ¡A.hf Sr. Ayalaí
}Qué ingrata tareal ¡Qaé página tan triste en la brillante
historia de un gran poeta! 1 1
De modo, señores diputados, que la cosa es clara. Puerto
Rico había logrado, y lo que es más, merecido, la preferente
atención de los legisladores de 1869; la actitud de aquel
país habla sido por todo extremo simpática; su situación
excitaba á grandes reformas y junto con ella, la situación
general de nuestras colonias, exigía que se llevasen allí á
cumplido efecto todas las disposiciones correspondientes á
los sagrados compromisos de la Revolución, pues que no
solo no habla asomo de peligro en ello, sino que convenia
hacer un ensayo en aquel país y dar al resto de nuestro In-
perio eolonial el ejemplo de lo que estaba en el pensamiento
del Gobierno hacer tan luego como las cosas ultramarinas
entrasen en su natural cauce. Y ya lo habéis visto; en
Puerto Rico se desconocen, se violentan y se mistifican las
leyes.
Se trata de las Filipinas. Son allí las reformas quisa más
fáciles, porque el statu quo es de todo punto imposible; por-
que contra el statu quo protestan las autoridades civiles,
que han enviado al Gobierno de Madrid proyectos de refor-
ma que contienen hasta el principio de la representación en
Cortes; porque contra el statu quo protestan las autoridades
eclesiásticas, que, como el señor obispo de Manila (de sega -
ro lo sabe el señor ministro), y los principales caras pá-
rrocos del Archipiélago, representan al Gobierno pidiendo
que concluya el monopolio de las órdenes monásticas y loe
a.
— 385 —
ai cea os qns nata raimen te se ampuAn de bu sombra . Y
él 8r. Moret discretamente se prepara á su avisar los obs-
táculos y á allanar el terreno para que las Cortes puedan
cumplir el art. 109 de la Conitituoión y da sus decretos...
Pero los decretos no se cumplen; se dejan en suspenso.
Mas todavía suceden cosas peores , y estas cosas ocurren
en Cuba. Claro se está, señores, que después de lo que
be dicho al principio de este discurso, no he de consagrar
ahora muchas palabras á la situación tristísima de la gran*
de Antilla. Su mero recuerdo me aflige; y aunque fuera aquí
pertinente, que en yerdad no lo es, el hablar de los terribles
dolores que para aquella tierra, ahita de sangre y cuajada
de maldiciones, ha traído la espantosa y fratricida guerra
qoe ultraja i la naturaleza entre los bramidos del mar de
loe trópicos y la tristeza de aquellos espléndidos cielos, a no-
que fuera pertinente, digo, yo no podría consagrarle en estos
momentos la atención tranquila, reposada, reflexiva, que es
necesaria para recoger todos los detalles y formular juicios
con arreglo a la ley moral.
¡Ah, señoree I Lo que ha pasado en Cuba en esta linea
de violencias y de horrores, es indescriptible. Ni me
extraña, ni puedo ahora hacer más que condenarlo de pa-
sada, pero con toda mi alma. Y no me extraüa, Redores di-
putados, porque yo pretendo conocer algo nuestro carácter,
fácil á ciertos arrebatos y cienos extravíos; y harto de-
muestran con su arrojo y con sus excesos los oue en Cuba
pelean, que por más que la lengua de los unos en el paro-*
mo de la rabia, maldiga de la patria que hasta poco hace
dio bandera, españoles son todos t con tocias sus con di -
'es, sus rasgos, sus vicios, sus virtudes, sos grandezas y
caídas, sus errores y sus inipí raciones* Porqne también
— 386 —
yo algo he estudiado la guerra de quinoe años que en 182*
dio por resultado la emancipación del continente americano,
después de aquellas terribles hecatombes, aquellas san-
grientas fiestas que siempre empañarán la historia do Bo-
lívar y que han proporcionado tan poco envidiable puesto
en los anales modernos á Calleja, á Boves y á Monteverde.
Porque yo no sé cómo se ha ido formando en Guba esa at-
mósfera de prevenciones, de odios, de apetitos desatentados,
de negras concupiscencias. Porque yo no ignoro cómo en
el espacio de cincuenta años se han alijado 200.000 boza-
les, mientras desatentadamente se perseguía al pensamien-
to refractario ó meramente extraño á las especulaciones del
libro de caja y la partida doble... Y es evidente, señores,
que cuando los pueblos, como los individuos, viven fuera de
esas grandes corrientes de idealidad, de derecho, de justi-
cia, de moral, que refrigeran el espirito y vigoriían el áni-
mo, cuando faltos del movimiento de la vida pública y pre-
cipitados en el culto de los intereses materiales, olvidan por
el becerro de oro el altar de la conciencia, curan con los es-
pectáculos del circo la nostalgia de lo infinito y sacian con
las opulencias del restauran t la sed de lo puro y lo desinte-
resado, entonces esos pueblos, oon su respiración difícil»
cen sus emanaciones pútridas, con sus abandonos vergon-
zosos, con sus prisas impremeditadas, preparan la atmósfe-
ra y hacinan los combustibles para que el día en que el genio
frenético de los desastres asome con la antorcha en la
mano, en el último momento del festín babilónico, la explo-
sión sobrevenga y la conflagración llene los espacios; q—
los pueblos, más que los individuos, por la propia oon
oión de su ser, están fatalmente condenados á la expiao
•n la Historia, y esta es ley que solo pueden ignorar ar
r
— 387 ~
desgraciados para quienes se ha hecho la apoplegla de so-
bremesa, y á cuya imprevisión, coya ceguedad y cayo aban •
dono están reservadas las súbitas catástrofes de las ciuda-
des malditas, la terrible sepultara de Pompeya y Herculano.
Pero de esto no me debo ocupar. Ahora no me importan
los extravíos de la guerra civil; lo que me ocupa es lo or-
dinario, lo sfstefcnátieo, lo que parece tomar carácter de
normal; aquello en que puede influir el Gobierno, aquello
en que debe influir y de lo qne es responsable en esta Oá -
mará.
V en este sentido veamos lo que ea Cuba viene suce-
diendo de seis meses á esta parte. Dos intereses capitales
tiene el Gobierno en Cnba: el uno, el de la abolición de la
esclavitud; el otro, el de la integridad nacional. Para mi,
señores, todo es uno.
Yo no creo ni pnedo creer qne la honra de España tolere la
subsistencia de la servidumbre de los negros, máxime sien*
do, como al parecer somos, los postreros en concluir dentro
del mundo civilizado con esta infamia que tan magnifica y
elocuentemente condenó la Junta revolucionaria de Madrid,
allá en 1868, en aquellos memorables diasen que discutía-
mos acaloradamente en el Circo de Price si la abolición se
babia de contar desde el 12 ó el 29 de Septiembre. ¡Quan-
tum mulatos ai tilo/
To tampoco he podido nunca creer que la cuestión colonial ,
te resolviese sin empezar por quebrantar las cadenas del es-
clavo, con aquella misma rapidez, con aquel mismo ánimo,
n aquella misma imprevisión, si queréis, con que núes-
w padres aplastaron en un solo día, sin preparaciones, ni
rados, la vergüenza de los señoríos. He creido siempre
eto, y hasta tal punto, que cuando algunos dignísimos
— 388 —
amigos muy entendidos en estas cosas ultramarinas, de-
cían: «j dad libertada los blancos, que ellos emanciparán
á los negros, » replicaba yo; cemancipad antes á los negros,
qne lo demás vendrá por añadidura*. Yo, en fia, señores,
no oreo hoy, no pnedo creer que la insurrección de Caba
ooneluya, si no conolnye antes la esclavitud de los negros.
Pero, en fin, para el Gobierno el interés de la abolición
era un interés particular. £1 mundo civilizado la exigía; la
reclamaban, tomando todos los tonos compatibles con la
dignidad de España, los Gabinetes extranjeros; la imponía
la misma conducta de los insurrectos cubanos, que la ha-
blan decretado sin condiciones, y la voluntad, en fia, de
este país, nunca sordo, nunca abandonado, nunca indife-
rente á las grandes causas, cuando le solicita una aotiva
propaganda. Y el Gobierno, pagando tributo á todo esto,
se había resuelto á un paso: á la ley preparatoria del mes
de Junio del año 70.
Vosotros recordareis que la ley tenia en rigor dos par-
tes. La primera concedía la libertad nada menos que á
64.000 esclavos: 54.000 en Cuba y 8.000 en Puerto Rico,
y esto lo hacia mediante cuatro artículos. Los niños meno-
res de dos años y los que naciesen en lo sucesivo serian
libres, aunque sometidos al patronato. Seríanlo también
los mayores de 60 años. Deberianlo ser los antiguos eman-
cipados, y por último, los siervos de los insurrectos, siem-
pre que hubiesen prestado servicios al Gobierno español. La
segunda parte de la ley se refería á la esclavitud subsisten -
te; se prohibía la separación de familias y ciertos castigos
corporales.
¿Y qué ha sucedido con esta ley, que no califico ahora?
Sabedlo, señores diputados: que no se cumple en Cuba, Algo
t
— 589 —
peor que esto, qae se ha ana lado en O aba. Y el hecho es
incontestable. Primeramente la ley promulgada aquí no
fe promulgó en aquella lela mientras loe periódicos escla-
TisUa de Madrid } con una frescura y nna inocencia pirami-
dales, nos daban todoa loe di as la segundad de qae la ley
había comen lado í surtir sus efectos en ambas Antillas, Y
■olo merced ¿una denuncia incesante por parte de la pren-
sa liberal, se consiguió que el señor ministro Moret exigiese
al general Caballero la promulgación de la layen Coba. Y
la promulgación vino el 29 de Septiembre, esto es, tres me
sea largos después de hecha en Madrid; pero se hizo con un
articulo adicional que la dejaba en suspenso. Naevoa enga-
ños y nuevas protestas; y al cabo en Noviembre se rectifica
el articulo adicional, pero no se deja en vigor Ja ley, sino
pora y simplemente para los niños que al fin iban 4 entrar
en patronato, y para los siervos de los insurrectos» que de
seguro no suben á 200. ¿Qué se ha hecho dalos 20,000 es*
clavos mayores de 60 años? Permanecen, 4 pesar de la ley,
en servidumbre. ¿Que de los e\ 6 00 emancipados?
¡Ahí respecto de los emancipados sucedió algo más terri-
ble. Yo no puedo hablaros de la espantosa suerte de estos
desgraciados, qae solo debían vivir cinco años en patrona-
to, y cuya suerte, con arreglo 4 los tratados, debieran ser
la envidiable de los libertos de Sierra Leona. Básteme lla-
mar la atención sobre el precepto terminante de la ley
de Junio: los emancipados debían entrar inmediatamente
en el pleno goce déla libertad. No habla ninguna reserva,
pguna condición, ningún patronato ni aprendizaje de
ngún género.
Pues bien , esos desgraciados continúan siendo hoy sier-
ra, mediante un con Ira to de trabajo por ocho años que han
— 390 —
firmado, óidlo, á ciegas, cuando ya se había votado aquí en
las Constituyentes so libertad, pero cátodo do se había pro-
mulgado allá la ley qae consagraba so derecho. Y ese con-
trato es repugnante, porque es peor que el que firman los
chinos, é indudablemente complioa la cuestión social* Y
bien, ¿qué ha hecho el señor ministro de Ultramar sobre
todos estos particulares? To espeta, yo deseo, yo exijo,
como diputado, explicaciones precisas, categóricas, termi
nantes. Lo pido en nombre de mi país» en nombre de la
justicia.
Porque aparte de las razones generales que antes he
apuntado como atendibles por el Gobierno para llevar ade •
lante esta ley, teníais otra de no esoasa importancia. Al
presentarla en Junio del año pasado, y al discutirla, ya du-
damos de deciros que esa ley seria ineficaz, y no solo inefi
caz, sino contraproducente. Harto conocíamos la historia de
todas las aboliciones, y harto sabíamos también que en to
das partes, absolutamente en todas, esos temperamentos de
espera no habían producido otro efecto que el de complicar
la cuestión. £1 Gobierno hacía lo contrario; tenía en sus ma
nos probarnos sus excelencias; pero ya lo habéis visto: lo
que ha sucedido en Cuba ha venido solo á añadir un ejem-
plo á las tentativas infortunadas, y una razón al principio
de la abolición inmediata.
Pero hoy, señores diputados, tiene este punto una im-
p tancia excepcional en Cuba. Hasta hará como diez meses,
la guerra de la grande Antilla era una violenta excisión de
la familia española: desde entonoes la guerra ha tomado otro
carácter todavía más deplorable. Hoy, según el testimonio
del general Jordán, del general Quesada, de casi todos los
periódioos de los Estados Unidos y de las correspondencias
— 891 —
■
«Je la Habana, hoy el grueso de lae faenas de los insurrectos
•de Ceba está formado por negros y chinos. T bien, señores,
ante esta complicación, ¿qué medidas toma el Gobierno?
Quiero y debo ser justo: el actmal señor ministro aeaba
de acordar la prohibición de la inmigración china, y este
-decreto, con el referente i los bienes embargados, quisa
constituyen lo único bueno que se debe i la administración
de 8. S. Sin embargo, no estoy tranquilo, y posiblemente
tampoco lo estará el Sr. Ayala, porque lo* periódicos de
estos días han copiado un telegrama en que se afirma que
en Cuba se resiste el decreto sobre embargoB, y ayer mismo
ne leido que á Madrid han llegado los representantes de una
.filantrópica sociedad para pretender la revocaoión del de-
creto sobre chinos y echar las bases de una gran inmigra-
ción (libre! de asiáticos, africanos y europeos,
Pero aun dando por cierto que 8. 8. se haya de resistir 4
tales exigencias, evidente es que esas medidas no tienen
una importancia tan de aotualidad, como todo lo que se
resuelva respecto á los negros. Porque yo os pregunto: ¿qué
esperanza dais á esos negros que hoy corren los campos de
Chiba en plena libertad, y que de ella vienen gozando hace
dos años? ¿La libertad? Pues y entonces, ¡qué será de los ne-
gros no sublevados! ¿La servidumbre otra vea? Es decir, la
servidumbre horrible, infernal, incomparable del cimarrón
cogido en el palenque. |A.h, señores diputados! Pensad en
esto, porque en esto estriba por mucho la cuestión de Oaba.
Aquí se habló demasiado de Santo Domingo, y sin em-
bargo, ahora es cuando Cuba principia á tomar el carácter
de la AntUla negra. Porque ¿qué otra causa que la reduc-
ción 4 servidumbre de todos aquellos negros que acaudilló
Toussaint L'Ouverture, fuá la que produjo el levantamiento
26
— 392 —
/
de Dessalines y Cristóbal en aquellos terribles días de 1802?
{Dioen que la abolición!
Paleo de toda falsedad. Abrid la historia. Preguntad á
Thiers, á Schoelcher, á Ferie. La abolición fbé decretada en
1793 y terminó las diferencias entre blancos y mulatos, sus-
citadas en 1790 por las tímidas declaraciones de la Constitu-
yente. La Bevolución y las matanzas no vinieron hasta que
Napoleón, en 1 802 y después de la pas de Amiens, quiso re»
sucitar la trata, asesinó á Toussaint L'Ouverture y proclamó
de nuevo la esclavitud en Santo Domingo, que había sido
abolida nueve años antes. Por cierto que la abolición sir-
vió (contra todo lo que el vulgo propala) para que los en-
^ tusiaemados colonos de las Antillas francesas (blancos y
negros) resistieran y expulsaran de aquellos países en 179$
á los soldados ingleses. De esa suerte, la abolición sirvió
á la integridad nacional francesa.
¡Pensad, señores diputados, si puede haber analogías oon
. lo que pasa en Cuba! Pensad si podéis reducir á servidumbre
á loa negros libres de la insurrección; pensad si esta es la
hora de anular leyes como la preparatoria para la abolición,
ó si es el instante de proclamar, dejando á salvo todos los
intereses (que á esto no me opongo), la abolición inme-
diata! (1).
El segundo interés del Gobierno en Cuba es, como he di-
cho, la integridad nacional; y para dar f andamento á esto,
no os he de hablar de patriotismo, que esta es, como todas
las viitudes, prenda de que no se debe hacer gala, ni respec-
.todela que se pueden adelantar explicaciones ofensivas
siempre al decoro del que las da. Acostumbrémonos ¿ pres-
\
(1) Véase la nota referente á la abolición en Puerto Rico.
— 393 —
dndir de ciertos argumentos y á hablar sin necesidad de
ciertas protestas. Y esto asi, ¿queréis saber dónde está el
fundamento, la ratón decisiva de la conservación de Cuba?
En nuestro deber.
El oonfüoto cubano sólo tiene urna de estas tres soln*
dones: la cesión de la grande Antilla á otro pueblo ami-
go; el abandono, ó sea su independencia, y el manteni-
miento de nuestro imperio en aquella isla. No voy á dis-
currir sobre estos extremos: quiero únicamente insinuar mi
juicio.
Pues bien, la cesión equivaldría al pleno reconocimiento
de nuestra actual impotencia para toda obra de exterioriza-
don; esto es, para llevar nuestro espíritu y nuestro carácter
fuera del horizonte sensible de esta tierra» dotada en otros
tiempos de grandes facultades para colonizar. Y esto se-
ria tanto más grave, cuanto que nuestra impotencia se
patentizaría en los mismos días en que las grandes corrien-
tes de la civilización conducen á estos empeños de dilata*
don. Y tanto más vergonzoso, cuanto que después de haber
consentido en que durante el último siglo y en lo que va de
éste se bastardease en América y en Asia nuestra gran tra-
didón colonial, renunciábamos á la gloriosa empresa de rec-
tificar nuestros extravíos y curar los males de nuestras co-
lonias.— En cuanto al abandono. .. seria simple y llanamen-
te un crimen de lesa humanidad*
En este «puesto nos corresponde el mantenimiento de
la integridad nacional; pero, entiéndase bien, no como una
mera satisfacción á nuestro amor propio ofendido, ne
como una pena á los que se han rebelado oontra la madre
patria, no» en fin, como una empresa militar, como un em-
peño de fuerza. No. Cuba debe conservarse para España;
— 394 —
mas para que Espafia cumpla en aquella tierra loe grandes
deberes qae impone la justicia y la civilización.
Por esto, más que por otras razones, yo lamento loe
medios de qae el Gobierno se está valiendo para la pacifica-
ción de Cuba. Y eso que de poco aoá es necesario haoer jos*
ticia á los buenos deseos de algunas de las autoridades mili-
tares de aquella isla. Yo, señores, he combatido rudamente
al señor general Yalmaseda, aunque en los términos que mi
educación y mi lealtad consienten. Su actitud al tiempo de
publicar aquel terrible bando de Bayamo, que escandalizó
á la prensa nacional y extranjera, exigía una protesta, con
tanta mayor razón, cuanto que aquello podía ser mera-
mente un pasajero extravio.
Pues por lo mismo hoy quiero enviar desde aquí mi hu-
milde pláceme á la primera autoridad de duba por las ten-
dencias humanitarias y el pensamiento político que en la
actualidad revela, y le enviaría también á otros bravos sol-
dados que allí sostienen verdaderamente nuestra honra,
si no temiese que esta sencilla felicitación fuera causa de
su expulsión de la isla por las muchedumbres desaten-
tadas.
¿Pero cuáles son esos medios de que el Gobierno se vale,
ó que sufre el Gobierno, para concluir con la insurrección
de Cuba? ¿Acaso corresponden los medios al fin? ¿Por ven-
tura con ellos terminará la guerra pronto y Hén> dos con-
diciones precisas para los que no miramos la guerra de Cu-
ba bajo el punto de vista de las zafras, de las liquidaciones
y de las contratas?
Los medios hasta hoy utilizados ó tolerados son estos:
el envío anual de 8 á 10.000 soldados; los fusilamientos y
los embargos en grande escala; la privanza de los intereses
— $95 —
7 1*0 aprehensiones de un partido exclusivo sobre todo cuanto
existe j cnanto se hace en la grande Antilla. Y de eeta ma-
nera, 70 os digo que no concluiréis la guerra de Cuba.
To os anuncio nuevas complicaciones. Yo os profetiao ma-
jares desastres, aunque inmediatamente consigáis refrenar
la insurrección, 7 á pesar de que 70 orea que la insurrec-
ción agónica (1).
Porque si miramos la cuestión como cuestión de fuera»
(y no es, en verdad, este el único carácter, ni siquiera el
principal, del conflicto de duba), lo que urge es enviar de
un golpe 25 ó 30.000 hombres que hagan la campaña en un
breve plazo, evitando el actual copioso derramamiento de
langre que asusta 7 cada vez ahonda más el antagonismo de
aquellos partidos, 7 poniendo un limite al suplicio lento á
que está sometido nuestro ejército, obligado á soportar meses
7 meses la crudeza del clima 7 las privaciones 7 rigores
excepcionales de aquella lucha que en dos años nos ha pro-
porcionado más de 20.000 bajas.
Dad, pues, la voz de alarma; abrid los enganches; decid
que necesitáis soldados para concluir la guerra en ocho ó
diez meses, 7 tened seguridad de que os sobrarán soldados,
porque aquí hay siempre afición 7 aliento para los empeños
de armas.
Pero concluid al mismo tiempo con los fusilamientos 7
los embargos. Yo no sé á cuántos millones de pesos sube
hoy el valor de los bienes embargados, ni á cuánto montan
los perjuicios producidos por esta gravísima infracción de
todas nuestras leyes procesales; pero en cambio, aquí tengo
una nota circunstanciada del numero de insurrectos 7 aim-
(1) Véase después el texto del convenio del Zanjón.
— 396 —
p atizado rea, máa 6 menos verdaderos, fu a i lados, agarrota-
dos ó muer toe vi ole ata mente, pero fuera de la la oh a. Esta
numero ee eleva, señorea diputados, á cerca de 5» 000, Y pen-
sada señorea, la ineficacia de este derramamiento de sangra;
considerad que las ideas solo ae matan con otras ideas, y que
si hay algún argumento decisivo en contra de esas violen-
cias y esas ejecuciones, lo dan esas lápidas donde están es-
critos loe nombres de nuestros precursores; lo damos nos-
otros miamos sentad oa hoy en estos escaños, después de ha-
ber sido ayer perseguidos; lo dais, en ña, vosotros, señores
ministros, que ayer habéis tenido pregonadas vuestras oa*
be zas. i Basta de sangre en Cuba, basta! Ved que esos rebel-
des son nuestros hermanos, y que el verdugo nanea ha pro-
bado nada»
Pero todavía hay quizá algo más grave que todo esto.
Tal como las cosas ae van ofreciendo y desarrollando en 1&
grande An tilla, no hay allí porvenir más que para las exa-
geraciones y los arrebatos, de los cuales la primer victima
es la dignidad nacional. Porque, señores, lo que priva en
Cnba es una especie de autonomía colonial, pero irregular,
contradictoria, absurda; autonomía que niega «I sumo
imperio de la Metrópoli, pero que compromete á ésta y la
arrastra vergonzosamente á donde bien parece á un partido
ofuscado en el calor de la pelea.
¿Lo dudáis? Pues ved lo qne sucede con las leyes de
nuestras Cortes y los decretos de nuestros ministros. Ya ha-
béis oído como se ha anulado la ley preparatoria de la aboli-
ción, Sabed ahora que allí se kan deshecho nuestras leyes
de procedimiento, poniendo á los consejos da guerra sobre
los tribunales ordinarios; y, en fint [vergüenza me da el de-
cirlo 1 allí se ha resucitado la pena de confiscación , con el
_
— 397 —
mismo derecho con que se podrá resucitar cualquier día
la peca del tormento.
Pero venid á la práctica de la vida. Beoorred las colum-
nas de aquéllos diarios manchados siempre oon los anun-
cios de dótales* y alli veréis series de artículos contra los
derechos individuales, contra las reformas ultramarinas,
contra la situación de Septiembre, y en pro de los embargos»
de las confiscaciones, y ahora, de la fijación de precios á las
cabesas de los insurrectos. Oid la vos de aquellos casinos, y
sabréis que se pide la negación de la libertad de los porto-
riqueños, y hasta una excepción en nuestra vida política»
una cortapisa, un limite para nuestra prensa y nuestra tri-
buna siempre que se trate de las oosas ultramarinas, y si el
Br. Moret estuviera aqui os explicarla de qué manera tan es-
candalosa se insulta, se ha insultado en la Habana á los mi*
lustros, á los diputados, á todos cuantos no opinan oemo
los frenéticos directores de aquellas masas. | Y esto se haoe
allí donde rige la previa oensura y priva el estado de
¿aerral
¡Ahí yo os aseguro que esto no puede seguir asi. De
esta manera quien en Cuba alaa la voz no es Espafia,
so es el Gobierno: es simplemente un partido. Y desde este
momento la cuestión toma un carácter deplorabilísimo.
Ante ese partido lo sacrificamos todo; porque no olvidéis
que nosotros (los que aqui vivimos) somos los que enviamos
soldados á Cuba, y los que á la postre, y como es natural
(j como ya lo demuestra el proyeoto del Sr. Moret, para
ngularisar la situación del Banoo de la Habana) los que
ea definitiva haremos trente á la deuda oreada en la gran-
de Artilla.
Además, ¿qué porvenir se le depara á la Isla, qué suerte
— 398 —
á loa arrepentidos, á los presentados, á los vencidos, ai un»
partido es el triunfador en vez de serlo España? ¿Qué pers-
pectiva se les ofrece?
Tengamos resolución. Creéis que en Cuba sólo se
debe hablar de guerra: do discuto ahora el prooe dimiento;
pues bien; sea, Pero declarad el estado de sitio. Que todo*
enmudezcan, y sobre todo, que nadie hable para abrir la*
heridas y avivar los odios. No os pida que hagáis lo que los
Estados Unidos en 1867: os recomiendo sólo la actitud de
Inglaterra en el Canadá en 1348.
Y desde luego creo que esta actitud encontrará aplausos
en los miemos defensores de España en Cuba, Yo do tengo
por qué hablar ahora de los Voluntarios, y menos para
agobiarlos con diatribas, En aquel cuerpo ha habido y quisa
hay muchos fautores de punibles excesos; pero también en
bu seno se cuentan hombres llenos de buena intención, y
que, amantes de su patela, no pagan tributo á las exagera-
ciones de la guerra civil. El señor ministro de Ultramar de
seguro sabe que hoy de nuevo apunta allí una tendencia
pacífica y de conciliación . Apresurémonos á secundarla;
apresurémonos á echar las verdaderas bases de pacificación
de Coba.
Pero, lo repito, para esto ee necesario que se refrenen
los ímpetus del partido dominante en Cuba: es preciso qae
se le haga entender que quien manda sil i es el Gobierno es*
pañol: es indispensable que se atajen aquellos extravíos y
aquellos arrebatos»
Porque no hay que dudarlo; si hoy no corregís aquellos
excesos, mañana os será imposible. | Y mañana es indispon*
sable, de todo punto indispensable, proclamar la libertad en
las colonias! Pi, la libertad, porque á ella tiende todo en el
— S99 —
mudo, porque sin ella no se vive en el siglo xix, porque
por ella dama y se mueve todo cuanto es, cnanto vive,
alienta y palpita en la virgen América. Si, la libertad»
porque estáis solemnemente comprometidos á procla-
marla, revolucionarios de Septiembre, y para vuestros ac-
tos está el tribunal de la historia.
Y bien: si boy enmudecéis ante el partido absolutista de
nuestras Antillas; si no dais la mano á los que quieren la
integridad nacional, pero también la libertad; si consentís
en que la autoridad de la Metrópoli se desconozca, ¿qué
porvenir nos aguarda? Aún peor que el de Méjico en 1823.
Becordadlo.
Entonóos, como ahora en Cuba, el Consulado de co-
mercio y una buena parte de los grandes personajes de
aquella colonia se mostraban, no sólo enemigos de la insu-
rrección separatista, si que aferrados á la continuación del
it€tu quo. Guerrero, el cabecilla insurgente, oorria los cam-
pos, pero la insurrección agonizaba. Nuestras Cortes se vie-
ron feriadas & decretar, por la lógica de las cosas y por
compromisos de honra, medidas liberales para Nueva-Sepa*
fia, y entonces sisaron el grito contra la patria Itúrbide y el
chispo Peres, y el Consulado y todos aquellos intransigentes
de la víspera. Y el imperio de España cayó porque se unie-
ron los insurgentes y los leales; pero — bueno es que no se ol-
vide—cayó nuestro imperio para ser á poco expulsados to-
dos los españoles del territorio americano. ¡Lección elocuen-
tísima que no debemos olvidar ni aquí ni en Cuba!
Pero ya no debo ni puedo extenderme más. Ya habéis
oido de qué modo entiendo yo que podéis concluir con el
conflicto cubano, dentro siempre de vuestras ideas y aun
aceptando vuestras prevenciones. No me argumentéis di-
— 400 —
ciendo que podría hacerse mejor. Lo sé; pero en todo eete
discurso no he emitido mi opinión entera, porque tal vea
me tacharais de ideólogo 7 de seguro no conseguiría efecto
tan pronto como ee necesario. Insisto en que todo enante
he sostenido cabe dentro de vuestros principios; i todo es*
tais seriamente obligados; todo es por completo imprescin-
dible. Concluid la guerra de Cuba. Se debe concluir, por-
que nos va en ello la honra 7 el porvenir. Concluidla con
vuestro criterio, pero concluidla pronto y bien.
Mas viniendo 7a al objeto principal de este discurso, 7
para terminarlo, permitidme que os recuerde resumiendo le
dicho, qué es lo que sucede en nuestras Antillas con las le*
yes de las Constituyentes y los decretos del G-obierno; 7 per-
mitidme asimismo que evidenoie lo eiuivocado de la oon-
duota del sefior ministre de Ultramar.
Lo habéis oído: en Puerto Rico se mistifican las 10703; en
Filipinas se suspenden; en Cuba se anulan. He aquí lo que
se ha hecho después de la disolución de las Constituyentes:
he aqui toda nuestra política oolonial. Ahora no es mucho
que espere las explicaciones del Sr. Ayala; porque por este
camino solo se va & la perdición .
Voy á oonoluir, señores diputados, pero antes de verificar-
lo ob pido licencia para hacer una deolaraoión. Mejor dicho,
para consignar por vea primera una idea propia respecto
de nuestras colonias, independientemente de los compromi-
sos y de las ideas del Gobierno, que han sido, por hoy9 el
punto de referencia de todas mis observaciones.
No quiero sentarme sin proolamar enérgicamente que
sobre todo esto urge una necesidad, 7 é3ta se reduoe 4 haoer
la reforma democrática de nuestro mundo colonial.
Nada os hablaré de la Íntima relación que por espacio de
^
j
— 401 —
tres siglos ha tenido nuestra historia con la de América;
aada de las influencias que, & partir del siglo xix, cons-
tantemente vienen ejerciéndose por el nuevo mundo sobre
el tmjo; nada de los resoltados que para la cansa de la li-
bertad en nuestra patria han producido los sucesos de 1810
j 1820, allende el Atlántico. Pero en cambio fijaos por un
momento en el carácter de la Revolución de Septiembre, en
la situación política de la Península, y en la economía y las
condiciones de nuestras colonias. Esto asi, *no extrañaréis
que os afirme que la reforma de nuestro orden colonial es
d complemento inexcusable de este movimiento de 1868
que nos ha abierto los grandes horizontes y las soberbias
perspectivas de la moderna democracia.
Considerad, señores, cómo los intereses ultra-conserva*
dores se han agrupado, por admirable instinto, sobre la
eoeetión colonial, y á propósito de ella libran batallas á la
libertad de imprenta, al dereoho de reunión, al sufragio uni-
versal, haciéndolos incompatibles con la integridad de la
patria, como antes decían que lo eran con la religión, con el
orden y oon la propiedad. Consideradlo, y ved si esta cues-
tión, revestida hoy de un carácter excepcional y exclusivo,
no tiene una importancia y una transcendencia inmensas
para la suerte de la patria y para el arraigo y el robustecí -
miento de las conquistas de Septiembre.
T no podía ser otra cosa. Si consagraseis el statu quo en
las colonias por preocupación ó por indiferencia (hipótesis
que no admito), al mismo tiempo permitiríais que el espi-
de la Reacción os echase una cadena, con la que os se-
mposible hacer vuestra jornada por el camino del por-
r, porque siempre pesaría sobre vuestra ooncienoia la
**'* injusticia de haber condenado á aquellos países á lo
— 401 —
> que aquí creéis incompatible con nuestra honra, y
i hablaría en daño de 1* pureza y la sinceridad de
pinkaea, redundando, á 1a par, en perjuicio del
orden político que habéis oreado y tratáis de consolidar, el
reconocer allende loe maree el principio de las escuelas ne-
gadas 6 contradicha* por el tít. I de la Constitución del 69,
el atenido y anacrónico principio de que el derecho de los
individuos y las libertades de los pueblos, no solo son oon*
cesiones más 6 menos graciosas del Poder, sino que depen-
den snstancialmen te de las condiciones físicas y las circuns-
tancias históricas de las comarcas, de las exigencias de la
geografía, de las latitudes, de las distancias y de los cli-
mas, lo mismo que de los mandatos y los compromisos de la
tradición.
Por tanto, es preciso que uo nos abandonemos ni nos dis-
traigamos. Es necesario estar muy sobre nosotros mismos
en estes momentos difíciles y no transigir, por ningún con-
cepto, con inconsecuencias y extravíos que si al principio
parecen per judicar sólo á nuestros hermanos de Ultramar,
á la postre y como siempre ha sucedido, transcenderían al
orden interior de la Península: que lo semejante clama por
lo semejante, y el abismo llama al abismo.
Es indispensable precavernos contra las preocupacio-
nes que engendra la guerra no menos que contra los es-
fuerzos de esos reaccionarios, que al grito de ¡Viva Espa-
ña! pretenden imponernos el más religioso respeto á los
lugares de refugio que se han buscado y de que hoy disfru-
tan en Ultramar, en tanto logran de nuevas concesiones y
nuevos privilegios robustez para sus faenas y mayor
alcance para sus manejos: {peligro inmenso en estos ins-
tantes en que la obra revolucionaria exige toda clase de
\
desvelos y no consiente una atmósfera perturbada por loe
efluvios corruptoras del barracón y del refectorio}
¡Ah, no lo olvidéis, hombres del 1169! Ahí teoéU la histo-
ria; siempre, fliempre los enemigos de la libertad en Amé-
rica lian sido los enemigos de la libertad en España, Apren-
ded de ellos; sed avisados; sed lógicos.
Pero no es esto solo. No es únicamente el interés
de la España revolucionaria; no es solo el interés de
ejti situación política , por cuya integridad estáis obligados
avalar con tanta energía como la que muestran nuestros
adversarios para destruirla. Algo más, pero mucho más, pesa
en esta cuestión para excitarnos á llevar con voluntad deci-
dida el nuevo espíritu allende los mares •
La sociedad española atraviesa un momento supremo
trabajada por tantas revoluciones y por luchas tan terribles
y de tan diverso género como todas las que llenan el período
de 1809 á I3G8. Hoy, su medio de no escasos errores y no
pocos peligros, hemos llegado á conseguir uu triunfo, una le*
galídad común para todos los partidos. Consagrada la liber-
tad de la palabra y proclamado el sufragio universal, abier-
tas están las puertas del poder á todos los bandos y á todas
las opiniones. Llega quizás la hora de un alto; llega el me*
tentó del descanso. Pero la vida, y la vida en estos pueblos
latinos, tan hechos á perderse sin agotarse nunca, no tolérala
delectación celeste, ni el estilismo, ni la paciente reflexión de
loa pueblos germánicos. P$lear es nuestro desatuso f y el alto
que se hace necesario en nuestro desenvolvimiento exterior,
no lo podremos conseguir sino dando nieva dirección á
nuestras fuerzas. De aquí la urgencia de una gran política
internacional, que ya presiente nuestro pueblo con su mag-
nifico instinto; de aquí la urgencia de una gran política de
— 404 —
exterioriaación» sujeta á las leyes del tiempo, y que se Unce
en las grandes corrientes de la época, Y eeta política no
puede ser una política de a veo turas, ni de violencias; no
puede eer una segunda campaña de África, ni una guerra
católica en Boma.
Sus objetivos son claros: Portugal aquí, América allá.
Tedio, señorea diputados, vedi o en interés de esta her-
mosa Patria que ha llenado el mundo con sus homéricas
empresas, y que sacrificándose tantas veces por Ja suer-
te de Europa y de la civilización, ora deteniendo á los
árabes, ora lanzándose á América» ora entumeciéndose
en Ja intolerancia religiosa, ora persiguiendo todas las inve-
rosimilitudes y entregándose á la locura de lo imposible, tie-
ne derecho— si, lo tiene reconocido por la Providencia — para
buscar y hallar el pago en los anchos caminos de la Historia.
Yedloj señores diputados, y proclamadlo. Mas procla-
mad también que, asi como nuestra inteligencia y nuestra
unión con Portugal no se hará mientras nuestra cultura no
crezca y nuestros arrebatos no se templen, así nunca llega-
remos á recoger amorosameute en nuestros brazos á esa fa-
milia española repartida en el continente americano, y que
tantas veces y por boca de sus mejores poetas, sus grandes
oradores y sus primeros estadistas, ha evocado el sagrado
nombre de su madre: nunca Jo conseguiremos, mientras Ea-
paua aparezca en sus colonias y á la puerta de aquellos pue-
blos como el ciego representante del monopolio, la dicta*
dura y la esclavitud.
He dicho*
r
NOTAS
UN DISCURSO KN ASTURIAS
El periódico más antiguo y popular de Asturias, extraño
4 toda parcialidad política, El Caríayón de Oviedo, rese-
ñaba de la siguiente manera el meeting verificado en Infles-
te en 2 de Septiembre de 1897:
# «MEETING» DE LA FUSIÓN REPUBLICANA
Cuando el tren llegaba i Infiesto, á las doce menos coarto, gruesos
petaquea fueron disparados, como saludando á los que de Oviedo iban
para asistir al mtling.
Inmenso gentío ocupaba el andén y las inmediaciones, saludando
todos á los Sres. Labra, Alvarex y Balbín, representantes, respectiva-
mente, del Directorio de Fusión republicana, del Comité central y del
provincial.
Acompañados de los Sres. D. José y D. Luis Arroyo, y seguidos de
numeroso público, se dirigieron á la fonda del Sr. Pérez, donde se sir-
vió un espléndido banquete, en que reinó gran animación.
Bn el servicio se esmeraron por complacer, y lo han conseguido, las
ftftoritas Bduarda, Filomena y Sofía, hijas de los dueños de la casa.
Terminado el ba nquete se trasladaron todos al local donde había de
verificarse el muting,
Bra éste un amplio salón, capaz para más de 1.100 personas, y estaba
— 406 —
de bote en bota, ocupado por distinguida* señoras y bella» señoritas y
casi todo el pueblo de lo tiesto, no faltando re p re sea tac ion es de la ma-
yoría de loe pueblos del oriente di Asturias.
Principió el acto £ las dos, haciendo la presentación de los oradoresi
en brevet frases, DP Joan Ilautista Sánchez, quien al mismo ti 6 capo
indicó el objeto da la re anión, que era posesionar en sus «argot á loa
individuos que habían de formar el Gamita local i a fusión republicana,
en Id tí esto.
El Sr. D. Eugenio Di ai, anciano sexagenario, empelé su discurso
con las frases de salud y frateraidsd, la pai sea con Yosotroi. Rétela
su pasado y su presente y diae que en dieciseis alios que fué concejal
no hiio otra cosa que trabajar en bien del concejo*- Desea que del acto
de boy resulte el bien de la patria.
El Br. Balbín saluda i los republicanos de Infíesto en nombre da los
de Oviedo y muestra tu agradecimiento por las ateneienet que le dis-
pensaron, excitando á todos á que sean francos para decir lo que ton.
Sigue D. Melquisdet Alvarez, que en párrafos llenos de elocuencia
j de calor, hace la crítica de lea partidos monárquicos, quienes, dice»
han perdido la fe en Iss ideas y el amor á la patria, no conservando más
que el deteo del poder.
A. todos, liberales y eonservaderet, alcanzan tus reeriminecienet,
porque todos, dice, ton la causa de las desgracias que hey pasan sobra
España.
Silvela, Sagasta y Moret, ninguna se libra de sus censuras.
De Silvela, dice que enarbola la bandera de la moralidad, cuando él
se negé á firmar el mensaje de los republicanos pidiendo la apertura da
los Cortes para combatir la indemnización afora. Cuando da las Cortes,
cujas elecciones siendo Ministro de la Gobernación, dijo Sagasta fus
estaban deshonradas antas de nacer.
Se extraña de la conducta de los Sret. Sagasta y Moret, quienes am
la última crisis reclamaban el poder para salvar los altos intereses da
la patria, y por la muerte de Cánovas aconsejan que los conservadoras
continúen gobernando.
Termina haciendo un parangón entra lo que aucede en España csst
los partidos políticos, y le mismo qua ha pasado en la república fraa»
cesa, donde han caído de los más elevados puestos los mayores prestí*
¿rios, ante la más leve sospecha de que habían pee ido de inmoralidad
v -2m
— 407 —
8 a hermoso di s torso fué muy api nucí ido en casi tolos loa periodos.
LavAntase si Sr. Labra j es saludado por nutrida silva de aplansos*.
Celebra la animación t extraordinaria concurran tía del mMting j la
pruBDcia *n 61 da muchas damas, que da muestra nn positivo progreso
en la tultara de la Tilla, y deipnés de fijar la raión y el fin de esta re
unión en ¡ufieato, organizaría como el primer acto oficial del comité de
fotáüa republicana, recuerda que el distrito de Infiesto fué el que hace
veinticinco años lo envió por primera vez al Congreso, donde sostuvo,
dstpreciaud o las cahim ni as y arrostrando t<* do género de amena* aa y
de injurias, la abclicióo de la esclavitud, las libertades ultramarinas y
la autonomía colonial, como el medio mas seguro da afianzar la bande-
ra j la reuresentiohin de España en América, al mismo tiempo qae
li Tida esptéadida de nuestras A tí tillas La pasión, la ignorancia y la
Codicia entendieron las injurias y las protestas que se formularon en-
tonces oontra el orador, aloe electores de Infiesto y de Candas, loa
coalas, como el propio Sr* Labra, disfrutaban boj de la incomparable
■aüsfaccióu de ver que todo el mundo, basta bus antiguos enemigos,
procUtnao aquella política de libertades j de justicia, coma la única
<%us y salvadora de España ©3 los negros días que vivimos.
Bl púb^co acoge con aclamaciones este recuerdo.
De esta victoria suca el Sr. Labra dos enseñanzas; una para los poli*
ticos nuevos que uo deben arredrarse ni desesperar por la impopulari-
dad momentánea de su 3 ideas, seguros de que teniendo razón y man-
teniéndolos honradamente y con períeverancla, al fin triunfan con
aplauso general . La otra consecuencia es la autoridad que éxitos aná-
logos daa á las personas que se anticiparon en la predicación de doctri-
nas y soluciones para recomendar otras nuevas que determinan las cir-
cunstancias. Por esto el orador se cree autorizado para asegurar que
la solución de los evidentes males de ahora está en la república jnsti -
tiara y expansiva, y que al medio de bacer posible la repüblicaen pla-
to breve es la fusión republicana, que pide, para el adveoi miento, y, so-
Dre todo la consolidación de aquella institución, el esfueno disciplina-
J" de todos los republicanos y el concurso patriótico de todos los hom -
I que se den cuenta de los peligres a ctualest cualesquiera que bayan
las actitudes y las opiniones que tuvieron antea,
21 punto de partida da la Fusión republicana ea la terrible crisis
se ote de la integridad moral y material de España y el peligro de
«7
— 408 —
muerte que corre d lia primer» conquistas democrático* de la resolu-
ción de ísptiembre.
LaB determinantes de la fusión son.' primero el fracaso notorio de
todos los. paitidts mtnárc uices, y fe gurí so el deplorable resultado que
Loa republicaats tí enea haciendo por eeperado y en contradicción uno*
con otros, en los últimos veinte nno*\
El Sr. libra desarrolló estes punto* eon muchas observaciones
políticas y irises muy vígorofas, que producen en el público extra-
ordinario efecto, sobre tedo cuando desoribe al caciquismo y demuestra
que an raíz esti en el gobierno de Madrid.
No menor erecto causa cuando desmiente el supuesto de que loe
republicanos desean la república solo para ellos,
para obtener es l a pobre ventaja, dice el Ir, Labra, podríamos
habernos resellad* bace muebo tiempo, poniéndonos por cima de toa
re sel lados más satisfechos.
(Est mendosoa y prolongados aplanaos.)
La República necesita hombres nuevos, porque los viejas solos, están
agotados. Hay que armcLiiar les ímpetus de les nuevos con la expe-
riencia de los viejo?, que tampoco pueden faltar en esta obra patrió-
tica,
£1 Sr, Labra llama gente nueva lo mismo á Loe jóvenes entusiasta*
que á los que no siendo jóvenes; sin embargo, han permanecido liMU
ahora fuera de la política palpitante, y cuyo concurso es necesario para
los o nevos problemas que se pondrán ante la república triunfante.
Tiene por fin la fusión: re&taurar y consolidar la república, y en ton-
to que ésta Pega, velar por loe libertades democratice* consignadas
en los Códigos y atropelladas cada ver más en la practica.
Su programa es may lencillo* Para lo inmediato sostiene en el
orden teórico los principie a democráticos de la Constitución da! flíí,
las lew1 a municipal y provudal del 70, modificadas, en sentido auto-
nomisíai la república con la plenitud de las responsabilidades, la auto-
nomía m las Al tillas y el ciiteno armónico délas clases, consagrad*
en las leyes de reforma social de 1873,
En la práctica quiere en primer término y hasta que se reúnan las
Constituyentes, un gtsierno nacional en el cual tengan representación
todos les elementos políticos y sociales que hayan trabajado por el ad ■
ven i miento de la república, cualesquiera que sean su procedencia
— 409 —
matissi de epinióa deitro do una perfecta honorabilidad.— Y para
legrar «le gobierno j la restauración de la república y la defensa
utaal da los principios democráticos1 ura organización sería y disci-
plinada de todos loa republicanos, que deben posponer aus aspiraciones
de escuela para cuando exista la república, qua ea bu supuesto ne-
teeafiO.
Bato ei el programa del momento
Para mañana las Cortes Constituyentes, donde todas Las opiniones es-
tiran re píese otadas y producirán una Constitución reformable íntegra-
mente por medios legales.
Si orador no &* explica que en estos instantes, cuando se trata de la
vida de la patria y de los interósea fundamentales de la democracia,
baya republicanos que se preocupen de puntos teóricos. Sn la fusión
caben los republicanos todos, porque a nadie se niega su origen y su
¿satino definitivo y el derecho de propagar individualmente sus par-
ticulares opiníonea. Termina el Sr. Labra llamando la atención del
auditorio sobre dos particulares. El primero consiste en la importan ai a
extraordinaria que la f os ion da i la acción local y i la cooperación de
los comités municipales y provinciales, sin los qne el Directorio no
podri hacer nada. Por eso en la fusión se reconoce al comité local plano
derecho oara orgenjiarse á sa modo y para determinar la política local
dentro dal programa común y el interés general al partido.
El otro particular se refiere & la apremiante cuestión de Cuba* cuya
guerra es preciso terminar cuanto antea; paro de un modo definitivo,
de modo que en las Antillas ondee llena de prestigios la bandera de
Ha paña, amparando las libertades conté mp arincas. Con tal motivo el
orador, profundamente emocionado, describió la intimidad de la vida
antillana y la vida peninsular, produciendo hondo efecto en el audito-
rio, el culi la interrumpió con atronadores aplausos, cuando atri-
buía a los moniíquicoa la pérdida de los territorios hispano-ameri-
eanog, primero por la venta de la Florida, lue^o por la ttrpe políti-
ca, sostenida sangrientamente en Perú y México, por la intolerancia
mercantil en le Plata y por afrentoso y reciente abandono de Santo
unge.
Las últimas palabras del orador fueron para recomendar el sacrificio
jecUnte pero absoluto de los interósea y preocupaciones personales!
honor de la patria .
— 410 —
\
Cerróse el rtwíing con gmadeg aclamaciones qns se reprodu-
jeron al salir loe oradores di la espaciosa sala donde «e verificó h
reunión.
Allí se anunció que el próimo donúng-o se Tarificara una reunión
análoga en Sama.
— 411 —
HITA CONTESTACIÓN AL MENSAJE DE LA CORONA
£1 Dictamen de la Comisión de Contestación al Discurso
déla Corona de 1871 contenía el siguiente párrafo relati-
vo A la cuestión de ultramar;
«Fatal legado de antiguo régimen, durante el cual fer mentaron las
pasienes rencorosas y se preparo k explosión, es la g narra civil que
arde en Cuba todavía; pero el Congreso de Diputados comparte con
T. M+ la esperanza de que pronto j dichosamente termina. La entereza
de) Gobierno, el patriotismo, valor y sufrimiento de la marina, del
ejercito y voluntarios, la pericia de bus je fea y el constante ahinco de
la nación entera contribuirla & este tía, juntamente con la persuasión
qne ha de ganar al cabo la suerte da loa rebeldes, de que sometido*
alcanzarán las libertades que en balde quieren obtener por la fue na,
la emplee estorba solo el cumplimiento de las promeaae de la Eevoln-
•ión, las cuales no tardaran, lia dada, eomo el Congreso desea, en
Terie totalmente realizadas en la otra grande Autilla española, donde
la paz ao se ha turbado y donde el pleno goce de los derechos políticos
j la abolición de la esclavitud no han de influir en que se turbe.»
Este Dictamen estaba fechado en 24 de Mayo de 1871 y
llevaba las firmas de D. Nicolás H, R i vero, O. Francisco
Romero y Robledo, D. Gabriel Rodríguez, D. Joaquín
íosqnera, D. José A basca! y D. Juan Val era.
Mi enmienda tiene la fecha de 30 de Mayo de 1ST1 y lie-
l las firmas de D. Antonio Ramos Calderón, D. Ruperto
Fernández de las Cuevas, D. José M, Villa vicenoio, don
- 412 —
Ijuís Ai Zamora, D, Ka fací L&ffítte y Castro y D. Jacinto
María Anglada, todos pertenecientes al partido radical. Eo
ella se dice:
< A l p k rra f a i» to«— De ip uós de dond e dice m0t eo metidos alca n taré n
la* libsrtadee que en bafde quieren obtener por la Afíf-io, aeg-uirá.
^iólo su empleo estorba ol cumplimiento perfecto do loa solemnes j
notorios compromisos de la Revolución, lo cual no obstará, cierta méate,
pera que en Unto llega el suspirado dfe de la pazt el Gobierno adopte
todos les medios que hacen precisos en la grande Antilla el restableci-
miento ael principio de autoridad y con él la consolidación del imperio
de la Metrópoli en nuestras colonias, al par que las Certas real i tan el
empeño legado por las Constituyentes de adoptar la ley definitiva de
abolición de la esclavitud y acometer respecto de Puerto Rica y Filipi-
na las reformas fundamentales necesarias para armonizar la tí da colo-
nial con la de la Península, llevando al otro lado de los mares* sin re-
servas ni miedos,, el espíritu democrático de la Constitución do 1669*
En esta idea, el Congreso deplora la inexplicable ausencia de loa dipu-
tado* y senadores de Puerto Rico, así cerno el incumplimiento de laj
reformas decretadas sabré la enseñanza pública y la administración
civil de Filipinas! y La suspensión de los principales artículos de la ley
que al terminar su vida votaren las Cortee Constituyen te e para, prepa-
rar la abolición de la esclavitud . *
Estas indicación es deben completarse con la reproducción
del brevísimo párrafo que el Diacareo de la Corona a laa
Cortas españolas dedicaba á la cuestión colonial y que es el
siguí gg te:
«Abrigo lisonjera esperanza de la pro ata pacificación de Cuba. Alli,
come ea todas partes, el ejército, la marina y los voluntarios defienden
les altos intereses de la Patria. *
m.
— 413 —
III
MI DISCURSO SOBRg USA ENMIENDA PARLAMENTARIA
Eu la sesión del 21 de Jamo do 1371, el señor Presiden-
te del Congreso de los Diputados invitó á loa autores de
las proposiciones 6 enmiendas á la contestación al Mensaje ,
que todavía quedaban por discutir, á que las retiraran para
facilitar Ja discusión de otros asuntos de interés argente *
Con tal motivo yo pronuncié las siguientes palabras:
«9«loree DmuUi'-v*. muy bravea palabras voy i pronunciar; paro se
haca* de todo panto precisas, dada mí situación en i a La Cámara, y da-
dos loa com premiaba que ha triído aquL Las iniicaciones dsl señor
presidenta da la comí alón de Mensaje tnt obligtn sin dala alguna^ por
las muchas deferencia* que á in «o noria me ligan, y por las razones da
§rran peno que ha expuesto, á retirar mi enmienda- pero antea cumplo a
ai propósito dar alg-uuai explicaciones acerca de ella,
La enmienda que tuve la honra de presentar aquí, con otras amigos
niioi, tenía 4. ■ partas, Li una propendía á provocar aquí y á sostener
una cuestióa gr&YÍsima, que tengo por la más capital de ia política es-
pañola, Creía yo qus ara llegado el momento do que se disentiesan en
*1 Parlamento espaiol sería y tranquilamente , paro con la frente aliada
y con ánimo resuelto, las cueitiones toda* qua se refieren al problema
ultramar i no s y creía que era llegada la ocasión da que ae aostuYÍera con
Vi,itlgüia y con entereza las ao ucionea mia pitr ¡óticas ymascondu-
tea & dar la aeguridid más absoluta á todos nuestros hermanos de
.ramarj de qua aquí nadie piniibi en esis loen -as da la vanti de
Hr en atas locaras da la anexión da Cub i a otras nacía íes; pero que
uíimo tiempo, todos estábamos resueltos y teníanos la volantad,
1
— 4H —
firme é incontrastable de que quien mandflu-e allí fuese pura y exclusi*
va mente Eapana+ Bata era el sentido d e una de las partes de mi
enmienda.
Creía además que todos los partidos , y especial me a le el partido
que rige loa destinos del país desde la Revolución de Septiembrej
tenían la obligación de llevar el espíritu democrático al otro lado de
los maten, j esto es indispensable; porque continuar como hasta aquí
con el eiatema y con las leyes que han dominado en aqu*llos países, no
ea más que tener una eadena sujeta á nuestros pies, que toa ha de
impedir á los liberales seguir por la anchurosa senda del porvenir.
Bate era el carácter principal de mi enmienda,
Tenia otro carácter, que era re f árente á loa últimos actos de la
ad mi nist ración do l Sr. Aya La , actos que yo creo inspirados en t cablas
propósitos y altas ideas, pero que también creo profunda y radical-
mente equivocados. Después ñc esto, lo primero lo discutiré en cual
quier momento que pueda, y yo tengo formada intención seria de traer
pronto la cuestión por loe medios que el Reglamento me proporciona,
para ventilar aquí, si los señorea diputados tienen la bondad de
secundar mía esfuerzos, todo el problema colonial.
Respecte á las ideas concretas del Sr. Aya] a, verdaderamente T dada
la situación de las cosai políticas y lo que tolos sabemos que proba»
ble mente pasará dentro de muy pocos días, el Congreso comprenderá
que yo no tengo absolutamente ningún interés en discutir ya loa actos
ni la personalidad del Sr. Ayala, que por todos conceptos me es suma-
mente respetable. En este supuesto y eato dicho, no teniendo ningún
inconveniente en acceder & la excitación verdaderamente patriótica
que se nos ha hecho, retiro la enmienda, con ánimo de disentir, cuando
pueda, loe grandes problemas de la política ultramarina.»
— 415 —
IV
EL PAOTO BIL ZANJÓN
He iquí ]oi términos de la capitulación del Zanjón»
qtie concluyó la guerra separatista de Cuba do 1878:
•Coailituídes «n Junta el pueblo j fn«r2» armada d*l departamento
del centro j egrup* ciónos parciales de otrrs departamentos, domo
único medio hábil de poner tertniuo a lag negociaciones pendientes en
uo ó en otro sentido, y teniendo en cuenta el pliego do proposiciones
i Qtomtdta por el geDevsl e& jefa del ejército español, resolvieron, por
aa parte, mcdiScar aquéllas, preeautando loa siguientes artículos de
capitulación:
Art. i,' Concesión a la isla de Cuba de las mismas condiciones
pelitiesa, or gen i casa y administrativas que disfruta la iaia de Puerto
Rico,
Art. 2»* Olvido de lo pasado respecto a los delitos políticos come-
tido» desde 1668 hasta el presente, y libertad de loa encamados o que
ie lia) en cumpliendo condena dentro 6 foera de la Isla. Indulto gene-
ni i los desertores del ejórsito español, sin distinción de aacioaalidad,
Wiesdo extensiva sata cláueua A cuantos hubieaen tomado parta
directa ó indirectamente en el movimiento revolucionario.
Art* 8." Libertad a loe colonos asiáticos 7 esclavos que se hallan
boj sn las SI as ineurrectaa.
M, *.• Ningún individuo que «a virtud de esta eipitnlaciÓn re'
jiea y qued* bajo la acción del Gobierno español, podra ser compe'
á prestar ningún servicio de guerra, mientras no se establezca la
en todo el territorio ,
"t. 5," Todo individuo que en virtud de esta cApilulacioa 4ese«
— 416 —
marchar fuera de li Tala, queda fie aluda y le proporcionará el Go-
bierno español loa meiiog de h icario, rio t >sir en pabltclonei, ai así
lo deseara t
Art* 6." La capitulación da cada faena ae hará ea despoblado,
donde coa antelación se espantaran laa armas y de p Sí i toa de guerra*
Art. 7/ Jll general en jefe del ejército eapinol, a fio d* facilitar toa
medios de que puedan eveuira* loa demia dapi't mentó a, franqueará
todna laa vías da mar y tierra da que pueda disponer.
Art, EL* Comidera q lo pactado can el Gamité del Ceitro como
g-eneral y ain restricciones particalaraa todoe loj~4eeu*ttiniDtoa do la
lela que acepten astea candicionos .
Campamento de San Agnatíah Febrero 10 de li73<— E. L. Lumcos .
^Rafael Rodríguez, secretario.»
Todo esto fué a captad o y proclamado, primero, por al
eafior general D. Araanio Martí ae» Campos, liego por al
Gobierno- de Madrid, presidido par al Sr. Cánovas del Cas*
tillo. Y sa Liz j 1ü paz, demostrándose práctioament É la ra-
zón con que yo siete años antaa, en pleuo Par) ame ato j
completamente solo en él, decía que la ouestión de Cuba no
era una mera cuestión de fuerza y que no ae concluiría por
este solo medio t
Conviene añadir que tlaa condiciones políticas, orgánicas
j administrativas de Puerto Rico* a que ae contrae el ar-
ticulo 1,° del convenio del Zanjón, eran las decretadas por
la República española de 187 ¿r no derogadas legal méate
basta deapuój de hecha la paa con los insurrectos de Cuba.
Con efecto, de 21 de Junio de 1878 data Ir reforma cen-
tral izad ora del régimen provincial y municipal delS70y72
de Puerto Rico. De 9 de Junio del propio año 7$ ea el de-
creto que fija las facultadas de loa gobernad) ras generales
délas Antillas, y de 2* de Diciembre de 1878 es la ley que
abolió al sufragio universal en Puerto Rico» En 7 da Enero
— 417 —
de 187* faó virtualmente suprimida U libertad de impren
U, qne existía en la pequeña A n tilla, deade que en 6 de
Agento de 1871 fué llevado á ésta el título I de la Cons-
titución de 1860. Y por el articulo 6.° del Real decreto de
Bde Julio de 1878, interpretado por resolución del Go-
bierno general de Cuba de 1890, correspondió á loa al-
caldea y ene delegados dar ó negar permiso (sin ulterior
recurso), para las funciones ó reuniones que hubieran de
Tarificarse en su respectiva localidad, asi como presidir
1m reuniones cuando 3o estimaren conveniente. Dicho se
«fita con esto lo que vino á ser el derecho de reunión en
Ultramar.
Verdad ea que por efecto del golpe de Estado de 3 de
Enera dt 1 874, en Puerto Rico de hecho quedaron sus*
pniBfts las libertades allí llevadas en 1873 y se estableció
un régimen arbitrario, respecto dsl cual, por ejemplo, la
lev de imprenta de Enero del 79 fué un progreso; pero el
mpuegto legal a que ee refirió el Pacto Zaojón fué eviden-
temente el de 1873, po.ee no era dable imaginar que los
in en r rectoe con dtcionase n su su m U ion , pr ete n di e n do subsi -
instiera en Cuba aquello mismo contra lo cual se habían
levantado en armas- Para hacer eso, habrían prescindido
ihflotata mente del articulo 1 . * del Pacto.
Como se ve en la práctica, este Pacto se cumplió muy
medí mámente, Es decir, en lo relativo á la organización
política j administrativa del paíl.
De los decretos de 1878 á las leyes municipal y provin*
ci ¿e 1870 (puestas en vigor en 1873 y qua produjeron
ei uerto Rico nn admirable resultado, como lo produjo
li ij del sufragio universal) hay abismos. Pero no son
fl Q las distancias que separan á los referidos decretos de
— 418 —
las ley o s municipal y provincial vigentes en la P enfria a la
por aquella misma fecha y después de es tableo i da la Res-
tauración. Con estas últimas, la vida local es dificilísima:
con los decretos* no existe.
Este contraste se acento 6 después de 29 da Agosto de
IStI, en cuya fecha el partido liberal de la Península re-
formó eu sentido expansivo la ley provincial de 1377, man-
teniendo en las Antillas el régimen opresivo de 1873. Así
mismo el partido liberal, en 7 de Marzo de 1830, estableció
en España el sufragio universal, pero mantuvo en las Anti-
llas el escandaloso régimen electoral de los 25 pesos de con
tribuoión, los socios de ocasión y otras enormidades por el
estilo.
La cosa era tanto mas inexcusable cnanto que Puerto Rico
había disfrutado pacificamente y con notorio éxito > de todas
las libertades de la Península en 1873, y así Puerto Rice
como Cuba, no tenían nada que envidiar a las más adelan-
tadas provincias peninsulares en cultura y riqueza.
Seria facilísimo detallar las diferencias que separaban
al régimen provincial y municipal de la Península del
régimen análogo ultramarino en 1878, Sin embargo, á toda
hora se hablaba en nuestro Parlamento y en loe documen- '
tos oficiales, como si esas diferencias no existieran. Basten
estos recuerdos. ¡
Por ejemplo: la ley peninsular autorizaba al Gobernador
para suspender los acuerdos de la Diputación y de la Co-
misión provincial, dando cuenta razonada al Gobierno de
Madrid dentro de las 48 horas siguientes: los Goberm
res de las Antillas estaban dispensados de esta obliga i i
y además podían, por su propia autoridad (y contra toda o
que sucedía en la Metrópoli), 1 ,° suspender en el ejerció- e
:
— 41» —
gn cargo á los diputados provinciales, alcaldes, tenientes de
alcalde y concejales,' en los casos y en la forma prevenidos
id la ley provincial y en la municipal. Por otra parte podían
aaplir, por si ó por ana delegados» la acción provincial y la
municipal, ya nombrando la Diputación y Ayuntamientos
cnaado no &* reunieran, 6 completando su número cuando no
ío hiciesen en el suficiente para tomar acuerdo, ya supliendo
lu ranclones de las mismas corporaciones cuando se nega-
ran i ejercerles y dando cuenta en todo easo al Gobernador
general de las mismas Antillas, Por último, los Gobernado*
ríe antillanos estaban facultados para dirigir & las Diputa*
mnea provinciales las excitaciones que les pareciesen o por
Unas sobre las cuales estaban obligadas á tomar acuerdo,
NTi esto ni lo anterior pasaba en la Península.
El articulo da la ley provincial peninsular que hace
responsable en cualquier momento ante el Tribunal Su*
premo á los Gobernadores de provincia por los delitos
que cometan en el ejercicio de su cargo, no existe en los
i teretes sobre Ultramar, resaltando por tanto perfecta-
mente ociosos la mayor parte de los artículos 192 al 224
del Código penal de la Península, que sa llevó á las Au
tillas en 23 de Mayo de 1879 y que se contraen á los
delitos por los funcionarios públicos contra el ejercicio de
los derechos individuales sancionados por la Constitución.
Ee verdad que subsistió el viejo juicio dé residencia para
los Gobernadores generales; pero sobre que esto es otra
co§& muy distinta y ese juicio no procede sino después
qt el Virrey ó el Gobernador general ha dej ado de serlo,
lo hacho a ya probaron demasiado la exactitud con que el
vi *ey de México, duque de Linares, dijo oficialmente á su
su saor: «Síi el que viene á gobernar esto reino no se acuer-
— 420 —
da repetidas veces que la residencia más rigaroaa es la que
sella de tomar al Virrey en su juicio particular por la Ma-
jestad divina, puede ser más soberano que el gran Turco,
pues no discurrirá maldad que no haya quien se la facilite,
ni practicará tiranía que no se le consienta. »
El Gobernador en las Antillas elige, entre tos individuos
de la Diputación, á los cinco que han de constituir la Comi-
sión provincial: nombra por si al vicepresidente y elige
al presidente de la Diputación entre los tres que ésta le
propone. £1 reglamento de la Diputación, hecho por ésta,
tiene que ser sometido á la aprobación del Gobernador ge-
neral, el cual nombra, á propuesta de la Diputación, el
secretario, el contador y el depositario de la misma. Aquella
aprobación se necesita para que la Diputación provincial
pueda girar visitas de inspección á los Ayuntamientos. La
Diputación solo informa en los expedientes sobre creación»
segregación y supresión de municipios y términos: si el
Gobernador lo aprueba es ley aquel informe; en otro caso
la cuestión va al ministerio de Ultramar. £1 Gobernador
general, previa consulta del Consejo de Administración,
puede destituir gubernativamente á los diputados provin-
ciales, cosa que en la Península corresponde á los Tribu-
nales de Justicia. —Por supuesto, todo lo anteriormente ex-
puesto, no aparece en la ley peninsular, donde todas las
facultades atribuidas en Cuba al Gobernador se reconoces
á la Diputación provincial.
El Alcalde, que tiene sueldo en las Antillas, es nombrado
por el Gobernador. Aquél puede ser ó no vecino del término
municipal y la ley no le exige condición administrativa
alguna. En cambio puede ser separado y destituido por el
Gobernador cuando á éste parezca bien. El sueldo de loa
— 421 —
alcaldes se hace por el Gobernador general, previa pro-
puesta de los A 5 u n t a mi en te s respe ct i vo s . El G ober n ador
general nombra los Tenientes de Alcalde ó propuesta en
terna del ¿fusta miento; pero puede removerlos y reempla-
zarlos por otros concejales cuando le parezca oportuno. E
Gobernador, oyendo á la Diputación provincial, aprueba ó
no las Ordenas zas municipales y nombra al Secretario del
Ayuntamiento á propuesta de esta corporación. Los Ayun-
tamientos pueden asociarse siempre que el Gobernador lo
autorice. En el cae o de que faltando menos de medio año
i5op ara las elecciones ordi Darías, ocurrieren vacantes que
asciendan á Ja tercera parte del número total de concejales,
al Gobernador nombrará como interinos á personas que en
¿pocas anteriores hubieren pertenecido al Ayuntamiento.
El Ayonta miento y la Junta municipal votan el prega ♦
pues to municipal y enseguida lo remiten al Gobernador para
que éste pueda corregir las extraii mi t aciones lega I es f si las
h tibiera. De los acuerdos del Gobernador podrán alzarse las
Jautas municipales, no precisamente el Ayuntamiento; el
Gobernador general resolverá oyendo al Consejo deAdmi-
ui arraclán; pero si no resol vi ere dentro de los quince días
antes de empezar el ejercicio del año económico, regirán los
preeupuaetos con las correcciones introducidas por el Gober-
nador. La creación de arbitrios municipales se hará por los
Ayuntamientos con la Junta de asociados; pero el acné r do no
aera ejecutorío sin la aprobación del Gobernador general con
informe de la Diputación provincial. Los repartimientos se
h~~x.n á propuesta del Ayuntamiento y con el dictamen de
I* diputación provincial si el Gobernador los aprueba. Pero
bj iso de disentimiento resolverá el Gobernador; lo mismo
a lera con las tarifas da consumo. Las maltas que impo-
^
— 422 —
ti e el Gobernador ¿loa concejales tío so o recurribles ante la
autoridad judicial: solo procede el airamiento ante el mismo
Gobernador que la impuso.
No se necesita comentario alguno. En todo caso eeria
comentario vivo el deplorable estado moral y material de
todos loa pueblos de nuestras Antillas*
Después de los decretos de 1S7S y de las leyes electorales
de la propia fecha vino su corruptela y mistificación.
Con efecto, en la disposición 2 , a transitoria del decreto
de 21 de Junio de 1878, sobre organización municipal de
las Antillas, se dice que ten tanto no se publiqne la ley
electoral á que se refiere el art. 40 del mismo decreto , serán
electores los que designa el articulo del mismo número de la
ley municipal de la Península, como contribuyentes, siem-
pre que vengan pagando la cuota de cinco pesos y los demás
que el citado articulo señala».
Al fin, en 16 de Agosto de 1878 se llevó a Cuba la ley
electoral municipal de 1870, con las moiiicaciones intro-
ducidas en ella en 16 de Diciembre de 1876-, pero el Go-
bierno general de la Grande Autiila, en 28 de Enero
de 1881, resolvió que á pesar de todo continuase rigiendo
la excepción de la disposición transitoria del decreto de 21
de Julio de 1878, perfectamente opuesta al art, 1." de lt
Ley de la Península de 1870, modificada en 76, que reco
noce el derecho electoral municipal á todos los que paguen
alguna cuota de contribución ó tengan capacidad profesio-
nal á oficial de cualquier género.
Hedíante la prórroga de la excepción que ha durado
hasta 1S95J fué excluida del derecho electoral munici-
pal la mayoría de los que gozaban del mismo en Puerto
Rico, y además se consagró un privilegio á favor de loe
— 423 —
empleados civiles, activos y cesantes ó jubilados, y de los
retirados del Ejército 6 Armada» por cuanto á éstos les bas-
taba ese carácter para tener voto.
La ley electoral para diputados á Cortes, que lleva la
fecha de 28 de Diciembre de 1878, exige al elector la
cuota de 125 pesetas de contribución territorial, 6 por sub-
sidio industrial 6 de comercio: es decir, todo lo contrario á
la ley peninsular y lo opuesto al criterio dominante en las
leyes electorales, que exigen cuota de contribución para el
goce del derecho electoral. En estas siempre se exige menos
cuota al contribuyente territorial, por suponer al comer-
ciante é industrial de carácter más instable ó pasajera, fin
las Antillas se igualó á todos, beneficiándose á los indus-
triales y comerciantes por la notoria raxón de que éstos eran
conservadores y en su inmensa mayoría peninsulares, como
los agricultores y propietarios eran liberales y antillanos.
Pero luego se produjo una corruptela de este mismo pre-
cepto legal, en beneficio también de los comerciantes penin-
sulares y conservadores, porque en 2 f de Agosto de 1878
se decretó por el Gobierno general de Cuba, que para inoluir
en las listas y censo electoral (lo mismo el municipal y
provincial que el de diputados á Cortes), los socios de oom-
pañías mercantiles, deberían reclamar los agentes la inclu-
sión de aquéllos si reunían las condiciones de electores,
presentando al efecto en el respectivo Ayuntamiento una
nota expresiva del tanto por ciento que á cada socio corres-
pondiese en las utilidades de la sociedad, á fin de que con
«te date y el da la contribución total que la referida sooie-
dad satisficiese, se hiciere el correspondiente* prorrateo , que
demostrara si los socios debían ó no ser comprendidos ea
Us listas de electores y elegibles. De ninguna suerte se exi-
a8
— 424 —
gió que el gerente presentara la escritura social donde apa-
recían los nombres de los socios y la participación de ¿atoe
en la Sociedad. Bastaba la palabra del gerente, el cual»
por tanto, pudo hacer electores á su capricho. Esto también
subsistió hasta 1893.
De aquí uno de los más escandalosos é irritantes abusos de
las elecciones antillanas: el de los llamados socios de ocasión.
A este abuso hay que agregar el de las coacciones electora-
les, y sobre todo el de las listas de candidatos cuneros que,
en Puerto Rico sobre todo, llegaron á ocupar las dos terceras
partes de los puestos de la Diputación y la Senaduría.
A pesar de esto, se hablaba pomposamente en los docu-
mentos oficiales de que las Antillas estalan representadas
en Cortes al igual de las demás provincias de la Península:
como se hablaba de los Ayuntamientos y las Diputaciones
provinciales de las Antillas, á pesar de que las leyes allá
vigentes eran en todo opuestas á la Metrópoli y negaban
sustancialmente la vida local.
De esta suerte cumplieron nuestros partidos monárquicos
la PazdelZajón.
Esto no lo prediqué yo.
No empece lo dicho á la afirmación que repetidas veces he
hecho de que las reformas políticas espansivas decretadas
por el partido liberal, en Coba y Puerto Rico, desde 1881
á 1897, han sido de positiva importancia. No puede desco-
nocerse que la tiene la reducción del presupuesto de gastos
cubano que en 1879 llegó á ser de unos 57 millones de duros
y en 1895 era )a tolo de 26 millones. Las libertades de im-
prenta, reunión y asociación, en 1886, 1880 y 1888 respec-
tivamente, faeron garantizadas del mismo modo en la Me-
trópoli y en las Antillas. Y la reforma judicial de 1895
— 425 —
sobre las anteriores de 1855, 75, 79 y 84 que aparece en la
Compilación de 5 de Enero da 1801) constituye un posi-
tivo progreso que hay que relacionar con la extensión en
juicio oral y público y la ley de Enjuiciamiento criminal de
la Península y Cuba ó Puerto Rico en 1888.
Pero tampoco esto obstaba al creciente mal efecto qne
producía en las Antillas la tiranía local, al punto de que
últimamente se llamaba por muchos á las libertades polí-
ticas antes señaladas las libertades de lujo.
Además, era evidente que tan pronto como se conquista**
sen las libertades primarias, surgirían potentes la aspira-
ción local y el programa de la organización de la colonia
patei; tizándose la absoluta incompatibilidad del régimen
municipal y provincial de 1378, con todo lo que y» es co-
rriente en el mundo contemporáneo , cnanto más eo colonias
de cierta vida y aspiraciones. [Cómo prescindir siquiera de
la posición geográfica de Duba y Pnerto Rico y de su am-
biente americano!
Agregúese á todo esto la equivocada manera de entender
el problema económico y el modo de todo punto inverosímil
de haberse proclamado el cabotaje mercantil en 1882, para
destruí río y anolarlo después por una serie de mistifica-
ciones apenas comprensible en estos momentos»
Porque el cabotaje no era una solución para las Antillas,
pero respondía á nn espíritu de equidad grandemente plau-
sible. Luego el cabotaje vino al suelo, ¿Pero de quó
modo?
n 30 de Junio y 20 de Julio de 1882, se publicaron Isa
3 reguladoras de las relaciones mercantiles de las
illas con la Península. Por la primera, desde 1,° de
*> de 1SS2 ee admitían Ubres de derechos en la Métró-
— 426 —
poli, todos los producto* antillanos y filipinos, excepto el
tabaco, el azúcar, los aguardientes, el cafe, el cacao y el
chocolate; si bien respecto de estos productos exceptuados
(quedando siempre fuera el tabaco sujeto á legislación espe
eial) se irían reduciendo anualmente los derechos devenga
dos por los mismos en las aduanas peninsulares, para que
en 1.° de Julio de 1852 la franquicia fuera absoluta. Por la
ley de 20 de Julio de 1882 se declara libre, en el transcur-
so de esos diez años, la importación en las Antillas de todos
los productos peninsulares, en bandera nacional.
Sin embargo de esto, lo único que de veras se realisó fué
la supresión de los derechos de los productos peninsulares
en las Antillas. Por medio de artículos de los presupuestos
ultramarinos y peninsulares de 1884, 85, 88 y 93 fueron
punto menos que anuladas las franquicias otorgadas & los
productos ultramarinos, y asi se explica que si en 1888 la
Península recibe de Ouba por valor de siete millones y pioo
de pesos, y en 1892 unos diez millones escasos, la Penín-
sula, que en la primera de esas fechas (1888) ponía en la
Grande Antilla géneros por valor de trece millones de du-
ros, en 1892 coloque muy cerca de treinta millones. Es de-
cir, que en este último año el 11 por 100 de la exportación
viene á la Metrópoli, y el 46 por 100 de la importación en
Cuba es de productos peninsulares. Todo plausible, si este
no fuera un artificio y las leyes no hubiesen gravado inde-
bidamente y contra lo acordado en 1882, los productos an-
tillanos en el mercado peninsular.
No son menos elocuentes los siguientes datos: en 1882
pagaba el aguardiente de caña de Cuba en las Aduanas de
la Península 13*75 pesetas hectolitro; con arreglo 4 la ley
de aquella fecha en 1892 no debía pagar nada; pero de he-
— 427 —
cho, en 1895 pagaba 37' 50 pesetas. Y el aguardiente de
vina peninsular no paga nada en Cuba. El ai ú car en 1882
pagaba 23 L 10 pesetas; en 1895 pagó 33 '50, Y el impuesto
sobre el azácar peninsular , que en 1882 se calculó por alto
tn dos millones de pesetas al año, en 1885» por convenio
con los fabricantes, se rebajó á 1.14 5.000 pesetas, de las
coalas no se cobraron mas que 975.843.
üíto aparte los rigores del arancel general respecto al
extranjero: enormidad denunciada por el mero hecho de ler
du es tras Antillas países de exportación y de necesitar ab-
solutamente el mercado extranjero por la evidente insui-
cieucia del mercado peninsular de solo 18 millones de ha-
bitante» y por la competencia del azúcar de remolacha. Solo
en el mercado de los Estados Unidos, O aba viene colocando
el 82 por 100 de su exportación,
Pero aun considerando el positivo adelanto que implican.
Jaa libertades de reanión, imprenta y asociación procla-
madas en 1881» 81 y 88; y sin olvidar que en 7 de Abril de
1881 se promulgó en Cuba y Puerto Rico la Constitución de
1876, y que se amplió el derecho electoral en 1893, ¡como
prescindir de qne en 1 890 se publicó el Código de Justicia Mi-
litar, cuyo articulo 29 (muy distinto del 28, que se refiere A
las Capitanías generales de la Península}, dice que á los
Capitanes generales de Ultramar les corresponde la aproba-
ción de las sentencias á que se refiere el art. 23, pero además
tde aquéllas en que se trate de delitos de robo en despoblado,
siendo cualquiera el número ó da la cuadrilla; en poblado,
siendo en cuadrilla de cuatro ó más; secuestro, incendio en
despoblado, amenaza de cometer estos delitos, ya sea exi-
giendo una cantidad, ya imponiendo cualquiera otra con-
dición constitutiva de delito grave previsto en el Código penal
— 428 —
ordinario y cualesquiera otros que afecten gravemente d la
seguridad de cosas t personas ó á los intereses gratos de la
Nación y del ejército!*
Con un poco da voluntad, aplicando este articulo, se anu-
la la Constitución y se vuelve al imperio de las facultades
omnímodas del Real decreto de 1825 É A pesar de la Consti-
tución de 1876 y de todas las declaraciones de las Cortes
y de los Gobiernos habidos y por haber ,
i
r
— 429 —
V
LA JSXPtRIENOIA DI PÜIRTO BIOO DI 1873
Esta experiencia comprende dos extremos: el relativo á
la abolioión de la esclavitud y el tocante á la instauración
da las libertades democráticas en la pequeña Antilla,
Vamos por partes.
No es del cago extractar aquí los argumentos que desde
1868 á 1873 se hicieron contra la abolición de la esclavitud
tanto en Cuba como en Puerto Rico. Aun con relación á la
pequeña Antilla, donde no había guerra y donde el núme-
ro de esclavos, casi todos nacidos en el país, era menor de
46,000 para una población libre de cerca de 700.000 in-
dividuos, se aseguró que un decreto abolicionista produci-
ría inmediatamente el desorden público y la ruina de la
producción colonial en el referido país, y ademas transcen-
dida á Cuba, ensoberbeciendo á los negros de esta isla
y desalentando á sus amos, pródigos en recursos contra los
insurrectos.
Con tal motivo se produjo en la Península una gran agi -
tación política que llegó al parosismo cuando el partido ra-
dical, dirigido por D. Manuel Ruis Zorrilla, determinó, 4
fines de 1872, que se plantease en Puerto Rico la ley muni-
cipal votada para aquella isla á mediados de 1870 (ley que
estaba en suspenso desde aquella misma fecha por la influen-
r\
— 430 —
cia de los conservadores)» y ee hiciera allí la abolición inme-
diata de la servidumbre.
Mezclóae con esto la pasión de lea partidos constitucional
y al fon sino, contra el radical. Entonces 86 constituyó la Liga
nacional contra las reformas ultramarinas, publicándose un
famosísimo manifiesto de esta Liga, redactado por D . Ade~
lardo Lopes de A y al a, en cuyo documento llegó á decirse»
con referencia al proyecto abolicionista, que España estaba
bajo el peso de un infortunio f á cuyv solo anuncio se habían
convertido en desgracias secundarias las que no hacía mucho
tiempo parecían insufribles.
Pero al fin, el 22 de Marzo de 1873 fué decretada U
abolición inmediata» simultánea é indemnizada de la escla-
vitud en Puerto Rico, Esta ley se planteó en aquella Anti-
lia como procedía: es decir, confiando su planteamiento y
aplicación á los abolicionistas de la misma* El resultado
fué por todo extremo satisfactorio, destruyendo la realidad
todas los temores y las siniestras profecías de los esclavistas
más ó menos vergonzantes.
La Sociedad Abolicionista Española elevó al Ministerio
de Ultramar en 15 de Julio de 189-4 una estensa y razona-
da exposición respecto de los primeros afectos de la ley
abolicionista en Ja pequeña Antilla. En ella es extractan
los informes de loa cónsules de Inglaterra, Francia, Ios-
Estados Unidos y Alemania en la pequeña Antilla, los
del Gobernador general D. Rafael Primo de Rivera, los
del Presidente de la Audiencia y del Jefe de la Guardia
civil y muchas cartas de hacendados puertorriqueños de
positiva importancia, sobre el estado político, económico y
social de la Isla antes y despnós de la abolición. También
se hace referencia á lo qne sucedió en las Antillas francesas
1
L
— 431 —
é inglesas en la ¿poca de la abolición de la esclavitud en
aquellos países, y de todo eflo resulta que la abolición de
la esclavitud en Puerto Hico ha sido uua experiencia ver-
daderamente gloriosa, y por mochos conceptos excepcional.
Por esto iin duda los ministros de Estado españolee de
1874 j 76 invocaron en comunicaciones diplomáticas el éxi-
to admiiable de la abolición en Puerto Rico como nua de-
mostración de loe buenos propósitos 7 de loe éxitos da núes*
tro Gobierno en la política colonial. No detuvo 4 aquellos
señores la consideración de qae sus respectivos partidos
■poyaron i la Liga esclavista de 1872; bien es que reciente-
mente nn caracterizado personaje conservador, en un dis-
curso muy aplandído ante loa representantes de toda la
prensa madrileño, se ha ufanado del ¿xito de los decretos
abolicionistas combatidos ardo rusamente en otra época por
todos los conservadores españoles. Sin embargo, nadie
protestó. Buena prueba de cómo se hace y se sabe la histo-
ria contemporánea en España.
En la Exposición de la Sociedad abolicionista de 15 do
Julio del 74 aparecen los ti gn lentes párrafos:
«He he moa da molestar ÍV,E. con al fiemen detenido de la situa-
ción de la isla de Puerta H co desde el mee de Marzo de URÓ\ V, S. la
dtbe ¿oftocer perfectamente. En todo caso, por nosotros hablarían loa
periódicos extranjeros y loa Informes de Loa señores Cónsules de Ingla-
terra, loa Hatadas Unidos 7 Aleónala, que no pueden sor un secreto
para el ministerio de Eatado. Faro ai debemos animar que la expenen-
aia abolicionista da Puerto Riso está en el caso de pretender el primer
puesta quúá en la hietoria de la abolle ¡6n, y que es na titule á la
consideración del mundo contemporáneo que España poeie poner al
lado de aquella nobilísima meción de Alcoier á las inmortales Cortea
d« Cádiz , de aquella célebre Instrucción de esclavos de l" 89, de aquella
patriótica renuncia da todo derecho de loa propietarios de Guatemala
— 432 —
*■ al primar temo da asta siglo y da aqnslla varonil piálala da las
«Misionadas da Puerto Rico a* 1866.
Porque, eenor, la obra da la emancipeeieQ da los esclavos s* ha
hecho an Puert» Rico aa loa mismos di is en que se hacían tras slaeaio •
Das generales da Dipotados á C.rtes, Dipatidos pr jviacialos é indivi-
daos del municipio; an loa momaatoo aa que se eraaban loa Ayunta-
mientos popularas; coando una laj da la Asamblea Racional llevaba. &
aquella isla, con al raeoaoeimieato da los derechas naturalee del
hombre, al sufragio unireraml y todas loe dereehoa políticos conaigBa-
dos an al titulo I de la Constitución dsl 69, y, an fia, cuando triunfante
an la Península la República y abierto de aneTo al periodo oonstitm-
yente, aran posibles todas las vaguedades, tolos los deseos, todas las
confusiones y tolas las incerti lumbres. Ba asta último concepto, la
situación da Puerto Rica tenía semejanza con la da las colonias franca-
sas después de Febrero de 1848 .
De otra parta, la insensata propaganda hacha por les esclavistas
había espantado el dinero de la circulación, uniéndose á esto la grave
«ruis mercantil que produjo en los Rstados Unidos ammarosas y alar-
mantes quiebras que transcendieron á la pequeña An tilla, á su Tez
amenazada por la atros sequía que por espacio da d*s atoa viene
cebándose an los campes de la isla y la aterradora baja de loa azúcares
producida por el aumento de la cosecha en la Iniia, en Cuba y en otros
países. En tal supuesto, la situación da Puerto Rico era macho mis
grave que la de ninguna otra de las col snias ya libras de esclavos, que
en su vecindad tenía.
Ademas, Y. B. no desconoce que la ley de abolición se llevó 4 Puerto
Rico, escueta. Para su completo éxito, exigíanse otras medidas que
cooperasen al logro de la idea abolicionista. La reducción del presu-
puesto, la libertad de Bancos: la reforma de los aranceles— eran medi.
das por todos reclamadas, cuando menos aleccionados por el ejemplo
de Francia* Inglaterra, Holanda y aun los mismos Bstalos Unidos.
YV.fi, sabe que la indemnización a los posesdordS de esclavos, de
que habla el artículo 3.* de la ley de Marzo, no solo no se ha pagado,
sino que hoy mismo nadie tiene noticia de que se haya hecho la tasa-
ción de los libertos, y sobre todo, que se haya intentad} hacer la tira-
da de los bonos i que ss refiere el artículo •.* de la citada ley: extremo
r
— 433 —
tobrs el que también, aunque de puo, doj tomamos U libertad de
llimir U ilustrada atenci 6 n de V, S„ puesto que en Puerto Rico el
metálico ee cada vez matrero j necesario.
Par Último, apenas transcurrido! o^ho mises desde si plan t anuiente
te la Lej emancipad orat ccurrió si proíuado y transcendental cambio
píi! ¡tico producido por los sucesos del 3 de Enero; cambio que importó
•a li pequeña Antilla el estado de sitio; la distinción de la Diputación
provincial y de todos los AyuoUm lentos populares, la suspensión de
todos o casi todos los profesores de instrucción primaria^ la clausura
del Instituto da segunda ens&üanza recientemente croado y cajos
tíñanos pasaron al i «minarlo de Padres Jesuítas mediante una subven -
tiAn de seis mil duros acordada por ios nuevos diputados provincial et;
la disolución de las milicias dsl país, tan cslebrea en la heroica historia
de las guev ras de Puerto Rico contra holandeses , inglesas y filibuste-
ro*: la muerte de la prense liberal y reformista, el envió á la Penínsn-
l* y á Cuba de gran númerj de jefes y o Aciales del ejército de aquella
iflla; la renovación de casi todo el personal administrativo y de los
primeros funcionarios del orden judicial: la disolución de la Jttnia de
inttnwu moraUi y m&t$riültef creada por oí general Primo de Rivera y
destituida con toe hombres man importantes de todos los partidos
políticos, la emigración de muchos vecinos a la Península y el extran-
jero, la persecución de otros, sospechados como matonei da ce aspirar
wetre el nuevo orden de cosas; La promulgación de un ssveriftimo re-
gíanle oto dicho de vagos; si rea tab le oimiento de las antiguas tibrtttu
deloi obreros libres, yt per último, el Decreto do 10 de Abril contra si
V^ respetuosamente so alxa la Sooisdau Abolijíonist*, y que las
favorecidos por aquella medida y algún que otro periódico de la madre
jetria defienden (sin razón a no dudarlo) como es use cu ene ia obligada
as las uo vedadas introducidas después del 3 da Enero en el orden polí-
tico de la tranquila y morigerada iaU de Puerto Rico,
Pues bien; en estas condiciones, íjdn do*f<iv:irahlñ\t si bien ds carao -
ter accidental, se ka realizado la aho iciin en Puerto Etico, No com-
prendemos cómo hay español que no esté afano del éxito.
Y ¿cuelas han sido los resultados? Los resultados definitivos es impo-
■ible registrarlos al an? encaso de promulgada la Ley de abolición,
V. K. ¿abe que en ningún país del mundo la emancipación ha podido
— 434 —
ser juzgada por sus efectos hasta finalizado el segundo quinquenio des-
pués de la reforma.— En cuanto á los resultados inmediatos, sclo apro
zimadamente podemos hablar hoy, porque sobre faltarnos algunos
datos que nuestra siempre retrasada administración ultramarina no nos
suministrará hasta el último trimestre del ano corriente, hay que con-
siderar que siendo la época de la cosecha y del movimiento mercantil,
que produce la necesidad de la exportación de los géneros coloniales,
de Bnero á Junio, da la circunstancia de que tanto la Ley de libertad
como el Decreto de restauración de la servidumbre han comenzado i
producir sus efectos precisamente en lo más crítico de la época aludida,
de suerte que en rigor y absolutamente no puede decirse que la expe-
riencia abolicionista de Puerto Rico cuenta un afto de vida y que el
trabajo libre ha producido todos sus naturales efectos en el primer año
de su ejercicio.»
Y luego signe la Exposición (publioada en 18Í5 con el
título de una experiencia abolicionista de Puerto Rico).
«Bn poder de la Sociedad Abolicionista existe un estado demostrativo
de la exportación de Puerto Rico desde 26 de Diciembre del 72 al 1.* de
Diciembre del 88, con referencia detallada al azúcar, las mieles, el eeÜ
y el tabaco exportados en los anos de 1869, 70, 71 y 72. De todo elle
resulta que comparado el primer año de libertad (1878) con el último
de esclavitud (1869, porque desde este afto al 78 rigió la ley preparato-
ria de 1870), aquél lleva al segundo una ventaja extraordinaria, al
punto de que si en los azúcares llega al 25 tor 160, es casi el doble ea
el café y el 84 por 100 en el tabaco.
Comparado el afto 78 con el anterior de media libertad (pues que sa
él regía la ley preparatoria de 4 de Ja lio de 1870, que emancipó i los
negros mayores de sesenta años y fomentó con su influencia la costum-
bre de manumitir esclavo> el resultado es que en el afto crítico la
exportación ha excedido las cifras del anterior en el café, igualándolas
aa el azúcar y las mieles y bajando solo bien poco en el tabaco. . .
¿Un qué colonia ha sucedido otro tanto?
«t • • ••••••••••• • ...•••••
Tengamos al orden público. Ante todo, tiene la palabra el señor
— 435 -
Prudente do U Audiencia de Puerto Rico* D, Blas Díaz Meodivil, que
il ría usa ir los trabajos judiciales del año 1*413, dice -El resaludo
total d al Estado es eatisfic torio. Todos loa delitos qae registra son los
comunes j mis: f recuso tea en el país» alo que aparezca ano a*lo en
que sus autores hayan obedecido i la condición de libres que han
adquirido,* — *Di las 121» causas formadas, laa 14 lo Kan sido por el de-
lito tan común en el país, de A «no, sin que aparezca ni uno solo por
homicidio ni assaioito, como desgraciadamente cuando existía la
esclavitud encedía «□ alijuua hacienda, por el mil trato o sevicia,..
Sutninado todo y hechas les comparaciones debidas, resalta que en
t B~l 3 la Audiencia de Puerto Rico aparece con menor criminalidad que
niogona de laa Auiioneíaq do U Pao ¡nao '.a é islal adyacentes.»
Por último, e\ digno Gobernador general de la isla, al
despedirse de loa puertorriqueños en 2 de Febrero de 1874,
«Dribla:
«Felicito con todo mi corazón a los liberto», qu« eon ejemplar «ordura
T hocradez han correspondido £ la justicia que lee hiciera nuestra Madre
España, por medio de las Cortes» k\ de a pedirme, lea encargo como otrafl
muchas veces lo he hecho, que continúen por la senda honrada del
trabijo j que hagan ahorros, porque la vejez enerva las fuerzas, y así
«crin acreedores A mayor consideración social... La paz pública, el
orden que tanto amáis, han permanecido inalterables durante todo el
período da mi gobierno . Reconocido estoj i ese nuevo beneficio que
da vosotros he recibido *
Por último! la Sociedad Abolicionista rea ame todos loa
datos aducido» diciendo:
1É Que después de la abolición en Puerto Rico, se ha mantenido
en tado au rigor el orden público.
Que la delincuencia ha bajado.
Que la producción, atando manos, no ha disminuido.
Que los libertos han cumplido la obligación que se les impuso
ia ley de Mario, ver locando loa obligados contratos de trabajo.
Que la mitad do todoe aquellos, el 4G por 100 de loa que trabaja-
_'_
— 436 —
btn en el campo, y el 65 de los domésticos, han continuada con roí
antiguo 8 a moa, de qoienea recibieron nn trato dulce [durante la época
de la servidumbre.
&* Que un número considerable de loa que, apenaa promulgada la
Ley, huyeron de las haciendas y fincas conocidas en Puerto Rico per
el rigor que en ellas se empleaba con los esclavos, lo hicieron bajo la
presión de les tristísimos recuerdos de su cautiverio. -
7.* Que la primera y mis enérs/ita protesta de ios negros contra la
esclavitud, apenas conocida la Ley de abolición, fué contra la retid**-
eia y pern antneia de los mismos en las facundas durante la noche.
8.* Que en la comisión de los delitos imputables] á los libertos ao
h a influido la nueva condición de libres de que éstos disfrutaron desde
Abril de 1874.
9." Que ni d gano de los resultados obtenidos en la pequeña Antilla
encuentra rival en los alcinzadca durante un período de tiempo anÜa-
go y aun mucho mayer en cquellas colonias de Francia é Inglaterra,
más afines á las nuestras y que se presentan como ejemplos en la his-
toria de la abolición. »
Todas las consideraciones expuestas adquieren nn valor
extraordinario por lo sucedido con posterioridad. Desde 1874
á esta parte no ha ocurrido el menor disturbio en Puerto
Bico. La gente de color vive tranquila y dedicada al tra-
bajo, de idéntico modo á como hace la gente blanca. No hay
diferencia posible entre el liberto y el libre.
En cuanto al movimiento mercantil (de excepcional im-
portancia en un país de productos coloniales, y que vive
punto menes que exclusivamente de la importación y la ex*
portación porque el consumo local del producto propio 69
escaso), son decisivos A tos verdaderamente publicados en
Puerto Bico. Reproduciré algunos.
437 —
Importación
Exportación
Años
Peso»
Pesos
TBtal
1869
9.066.902
6.535.352
15.602.254
1872
15. 435. 323
8.008.125
23.443.448
1873
13.564.815
8.500.533
22.065.348
1874
13.249.354
7.111.636
20.363.990
1878
13.133.582
13.129.927
26.263.109
1879
18.448.221
11.694.792
30.043.013
1883
13.785.843
, 11.618.882
25.404 725
1893
17.081.609
16.076.312
33.157.921
Resumen. Término medio de los cinco años anterioras
ala abolición, ó sea desde 1869 á 1873: Importación.
13.406. 359 pesos; exportación, 8.039.214; total. 21.445.578.
ídem de los cinco años siguientes", ó desde 1874 * 1878:
Importación, 13.238.035 pesos; exportación, 9.096.272; to-
tal, 22.334.307.
ídem de los cinco años siguientes, ó desde 1879 á 1883:
Importación, 14.626.246 pesos; exportación, 11.145.005;
total, 25.771.251.
líe be ocnpado de la abolición en Puerto Rico porque á
esta Is'a dediqué preferentemente mis observaciones en el
discurso parlamentario de 1871, y sobre este punto fui muy
contradicho, creyendo la mayoría de la gente que era una
verdadera locura hablar entonces de la abolición en Cuba.
Es claro que este último problema ofrecía muchas más
dificultades que el primero. Pero al fin la abolición también
«e hizo en Cuba. Primero se promulgó la ley de 13 Febre-
ro de 1880, dejando en pie el patronato, como la ley de 1870
dejó en planta el cepo y el grillete, abolidos después en Cuba
merced á una activa campaña de la Sociedad Abolicionista
en 27 de Noviembre de 1883. Luego en 7 Octubre de 1886
se abolió el patronato. No sucedió nada de lo que
— 438 —
anunciaron los esclavistas. Sobre este particular pueden
leerse las publicaciones de la Sociedad Abolicionista, des
de 1881 á 1888, y el folleto que con el titulo La Raza &
color en Cuba publiqué en 1894, con motivo del delicado
obsequio que el Directorio Central de las Sociedades de
la Baza de color de la Isla de Cuba me hizo en aquel uño.
Ahora dos palabras sobre la reforma política y adminis
trativa de la pequeña A n tilla.
Todo ouanto se diga respecto del éxito de ésta seria páli -
do ante la realidad. Puerto Rico dEsempeft* «a la historia
de la colonización moderna un papel brillantís mo y caá
asombra la ignorancia que existe sobre el particular, entre
nuestros políticos, como abruma la consideración de la in-
justicia con que ha sido recompensada la pequeña A n tilla.
Recuérdese lo que allí ocurrió á los comienzos de este di
glo, es decir, cuando se inició la reforma antillana bajo las
inspiraciones del marqaés de la Sonora y de las (Jar tes de
Cádiz, por la mediación del famoso intendente D. Ala-
j andró Ramírez de Villaurrutia. Las Reales cédulas de
1811, 1815 y 1818 reformadoras de todo el orden económi-
co de la pequeña Antilla, con evidente alcance social y
transcendencia política, produjeron todos sos resaltados es
aquel país y su éxito fué poderoso estímalo para que, des Ja
1816 á 1818, se plantearan en Cuba, consigniendo los tales
decretos, en estd vasto escenario, un efecto t»i*vU mas
admirable.
Considerándolo se robustece la creencia de qu í si I*a
grandes reformas del apenas recordado marqié* de la So-
nora se hubieran mantenido y desenvuelto á fines del si-
glo xviii, habzia sido fácil evitar la desmembración del im-
perio colonial español, cuarteado y puesto en ruina por ios
^\
— 439 —
mil abusos y anacronismos que describieran HamboMt ea
Ti libro sobre Nueva España, D, Jorge Juan y D. Anto-
nio de Ulloa, en ana Noticias secreter, loa Virreyes Da que
Je Linares 7 ftevillagigedo en sua I a formes y el mismo
Marques de la Sonora en sus Memoriales precursores de la
Ordenanza de Intendentes de Nueva España, la oei ala de
población de la Trinidad y tos decretos de libertad de co-
mercio de 1778 á 1797,
Sirvió, pues, en 1814, Puerto ftico de experiencia para
la gran reforma que se hizo en Cuba, y que íadadablemeit-
a impidió que nuestras Antillas siguieran la suerte de la
América Continental ,
A los cincuenta y dos años se repite el fenómeno. En el
i atérralo ge había producido el hecho de la venida á Ma-
drid ile los Comisionados de los Ayuntamientos y los ma-
yores contribuyentes de Puerto Rico, para informar al Go-
bierno de la Metrópoli sobre las reformas argentes en el
orden político y económico de aquella Isla. Aquellos Comi-
sionados, anides á Los de Cuba (y apartándose por com-
pleto de los informantes nombrados por el Gobierno),
protestaron contra el supuesto de |ne fuera dable, y me*
tíos digno, intentar reforma alguna de las anunciadas en el
á&oreto de convocatoria de 1865, sin que le precediera la re-
forma social, es decir, la abolición de la esclavitud. — T loa
Comisionados portorriqueños se adelantaron, al extremo de
proponer, con el carácter de urge ate, la abolición i u me, lia-
U, simultánea, cotí ó sin indemnización. Constituye esto
rn ixcepcional honor para la pequeña Antilla, y no menos
itigio recabaron de esta proposición los mismos üomi
¿lados, pertenecientes todos á las clases más cultas, aco-
ladas y distinguidas de la sociedad portorriqueña*
*9
— 440 —
Luego ¿ los tres añcs vino la Revolución de 1868. Esta
no ee atrevió á pasar de Ja convocatoria de diputados a Cor-
tes, rompiendo el vergonzoso pr tente sis do los treinta y
cnatro años de ausencia de toda represen trción parlamen-
taria y de vida libre de las colonias españolas. Loa diputa-
dos a Cor h fueron elegidos en Puerto Hico conforme á un
censo arbitrario de SO pesetas de contribución directa al
año, y manteniéndose allí todo el régimen anticuo, tanto
que por el decreto de 14 de Diciembre de 1868 y la circu-
lar de la misma fecha sobre el ejercicio de la libertad de
imprenta y el derecho de reunión, se establece que la Real
orden <*e 28 de Mayo de 1825 (llamada de las omnímodas,
porque las oonct tía de esta clase al capitán general de la
isla) se entenderla en suspenso solo durante el periodo
electoral »
Puerto Kico, ron gran discreción y raro tacto, aprovechó
las mezquinas libertades y utilizó los mermados derechos
que sucesivamente le fueron rrconocidos desrte 1868 á 1H72,
é hizo verdaderos prodigios de cordura y de sentido polí-
tico para aclimatar las pequeñas novedades que se introdu-
cían en el antiguo sistema colonial, como medio de capaci-
tarse para pretensiones más considerables. Así la ley pre*
paratoria para la abolición de la esclavitud de 1870 allí fué
cumplida activamente; lo mismo sucedió con la ley de ex-
tranjería, el decreto de unificación de fueros y el de liber-
tad religiosa. Luego y por el tolo impulso de Ja propaganda
democrática que &e hacía en la Península y de loa éxitos lo-
grados por las reformas hechas en Puerto Hico, se plantea-
ron la reforma electoral de 1 É° de Abril de 1871, que reco-
noció el derecho de vetar diputados á Cortes á todo español
libre, de veinticincos ños en adelante» que supiera leer y es-
— 441 —
cribir 6 que pagase 40 pea e tas de contribución directa al
Estado.
Pero al lado de todo esto hay que poner la acción de los
partidos organizados en aquella isla desde loa comienzos
del año 69; señaladamente la acción del partido liberal ó
reformista que valientemente preciso sos aspiraciones en la
formóla de c identidad de derechos políticos y civiles de
españolee portorriqueños y de la Península*. T digo va-
Ii$niem&nie porque no ¿e puede prescindir de que este par-
tido se movía dentro de la pequeña Antilla bajo la Real or-
den de las Omnímodas^ el bando de gobierno de Peínela de
1849, los decretos de organización municipal de 1846 y 47
y el régimen penal de la Novísima. Gomo si esto fuera po-
co, pronto el Gobierno de la Metrópoli (el partido llamado
constitucional) llevó á Puerto Rico la corrupción de los co-
micios y la lista de los diputados cimeros, A todo esto fr'zo
frente el país liberal portorriqueño, cayo aliento y cuyas
esperanzas no quebrantaron la triste circunstancia de que
des pu ©s de votado el art. 108 de la Constitución de 1869,
subsistiera el viejo régimen en aquella culta y laboriosa
Antilla.
£1 axt* 103 decía que ■las Cortes Constituyentes reforma-
rían el sistema actual de gobierno de las provincias de Ul-
tramar, cuando hubieran tomado asiento los diputados de
Cuba ó Puerto Rico, para hacer extensivas á las mismas,
con las modificaciones que ee creyeren necesarias, Iob dere-
chos consignados en la Constitución*. — I^os diputados de
Poerto Jiico entraron en las Cortes á mediados del 69. Pero
art. 10B quedó ain cumplir.
Sólo a mediados de 1^70, el ministro de Ultramar con-
guió que ee votaran las leyes municipal y provincial para
_i
H
442 —
Puerto Kico. En verdad, entrambas leyes tenían un sentido
autonomista y valían juntas bastante más que la reforma
proyectada en 1893 por el partido liberal, y que lleva el
nombre de reforma Maura. Pero las leyes de 1870 solo sir-
vieron para disgustar á loa reformistas y en general al pue-
blo de Puerto Rico; porque no bien aquellas leyes aparecie-
ron en la Gaceta, los elementos reaccionarios solicitaron y
consiguieron que quedaran en suspenso. A poco se aplicó la
ley provincial, con algunas modificaciones; pero no asi la
ley municipal, y como ésta era la base de aquélla, resultaron
de escasísima importancia los cambios efectuados en la or-
ganización de la provincia.
Al fin, al terminar el año 72, el partido radical se decidió
á hacer la abolición de la esclavitud y á poner en vigor en
Puerto Rico la ley municipal de 1870. Y asi se hizo. La ley
abolicionista lleva la fecha de 22 de Marzo de 1873 y fué
votada por la Asamblea Nacional que también votó la Re-
pública española.
Muy poco después, en 6 de Agosto de 1873, las Cons-
tituyentes republicanas extendieron á Puerto Rico el ti-
tulo I de la Constitución de 18G9. Por el art. 4.° de
la ley de extensión también se llevó á la pequeña Anti-
11a la ley de orden público de 1870, que desde entonces
rige allí.
De e9ta suerte Puerto Kico vivió todo el año 73 en plena
democracia y bajo un régimen casi autonomista.
No necesito repetir lo que antes se ha expuesto respecto
de las dificultades que suponía la coincidencia de la reforma
política, la transformación económica y administrativa y la
abolición radical de la esclavitud. Cualquiera de ertos em-
peños acometidos de repente y del modo qué queda indica-
PV
— 443 —
do, sería bastante para imponer respeto y aun reservas al
estadista tnág confiado y resuelto.
Tampoco quiero decir lo que quizá convendría con otro
proposito sobre loa obstáculos que en la Peni ñau la se pu-
sieron al planteamiento y desarrollo de las nuevas institu-
ción ea coloniales. La famosa Liga antireformista de 1872
prodigó todas las alarmas y las amenazas. Los reacciona-
rios ultramarinos impusieron no sé cuántas conspiraciones y
motines en Puerto Hice, para demostrar al público la tesis
maravillosa de que el país portorriqueño, ansioso de refor-
mas, ae levantaba precisamente cuando las reformas se iban
a hacer y realizaba todo lo que los adversarios de éstas de*
se aban, para que no se saliese del slatu quo ultramar ido.
Cierta' parte de la prensa madrileña se agotó, hacien-
do referencias é historias (rectificadas á loa poco* días) so*
br* cosas y personas de las Antillas, que ponían el cabello
de punta. Y con todo esto trabajaba en daño de Puerto Rico,
la creciente crisis de la política peninsular.
Allá en la isla los reaccionarios y los esclavistas des-
pechados, soñando todavía con la reglamentación del tra-
bajo, por mi lio de la libreta del obrero y de la persecu-
ción del supuesto vago (formulas del esclavísmo vergon-
zante), lejos de aquietarse ante la nueva situación y de pre-
pararse á titulo de conservadores y patriotas, para la evo-
lución dentro del nuevo orden de cosas, tomaron una acti-
tud de ¿¿em i rebeldía frente al nuevo Gobernador general.
Apesar de todo, en Puerto Hice no pasó nada. No se
perturbó un momento el orden público, no se paralizó el
trabajo, no se perjudicó la vida económica del país. Antea
te aducido algunos datos.
Con esto podía esperarse que el ejemplo da Puerto Bico
— 444 —
servirla para un ensayo de mayor alcance en Coba. Ta se
ha visto que sirvió para que los insurrectos cubanos suscri-
hieran el Pacto del Zanjón. Mas no sirvió para que nues-
tros Gobiernos monárquicos intentaran. , bastante mecos
de lo que las circunstancias les han obligado á realizar
en 1897, después de haber contribuido al derramamiento de
sangre y á la ruina de Ouba y de buena parte do la Penín-
sula.
£1 golpe del 3 de Enero de 1874 repercutió en Puerto
Hice. Pero aus efectos fueron allí inmediatamente mucho
máa eo cuide rabies y dea astrosos que en la Península. C<"
mu que allí se impuso la dictadura y las cosas voi vieren al
estado que tenían antes de 3 868,
Sin embargo, la experiencia de Puerto Rico desde 1869
á 74 será siempre no timbre de gloria para la colon ilación
española contemporánea.
__
LA CUESTIÓN DE CUBA
en isoe
DISCURSO PARLAMENTARIO
A
1
— 447 —
LA CUESTIÓN DE CUBA EN 1896
DISCUESO PAELAMEKTAKIO
.A DVERTENCIA
£1 discurso que sigue fué la última protesta de la
propaganda autonomista en la oposición. [Secretos de la
inerte I \ Sorpresas de la historial
1 Quién me dijera en Julio de 1871 , que, dieciséis años des-
pués, habla de plantearse en el Parlamento español, casi
el mismo problema que entonces discutí, demostrándose
ana vei más, mi repetida afirmación de qne no existe error
Cometido por España que no haya sido igualado y aun
«aperado por las demás grandes naciones y que la única di-
Arencia entre éstas y aquélla consiste en que mientras
lis unes se enmiendan* la otra persevera en flus equivoca-
dones y no se resuelve á sacar provecho de sus quebran-
* — y desastres!
j?ero quién me dijera* también, en 4 de Julio de 1880 ,
ndo, en nombre de la Minoría parlamentaría autonomía*
pronuncié en el Congreso mi discurso sobre el primer
— 448 —
presupuesto de Cuba y planteé (con general sorpresa) la pri-
mera reclamación de la Autonomía colonial como solución
inmediata y práctica para nuestras Antillas— 6 aun. cuando,
en 14 de Jnnio de 1883, trató de ezplioar la unidad y fa
especialidad en el régimen colonial, con motivo de nna en-
mienda al Proyecto de presupuesto onbano — quien mo dijera
que, corridos muy pocos años esa solución autonomista ha*
bría de aparecer como solución de gobierno en \* Gaceta dé
Madrid, proclamada y aplaudida por los mismos partidos
que insistentemente la habían combatido desde los primeros
días de la Restauración borbónica! (1)
Después de esto, ¡cómo no esperar en no corto plasoel
triunfo de otras soluciones políticas igualmente salvadoras,
que sirvo con la misma fe de antaño y con idéntico proposi-
to al que demostré en esa larga campaña autonomista, cuyo
éxito es una de las mayores victorias que la razón y la jus-
ticia han conseguido en la historia española contemporánea!
Pero descendiendo un poco, todavía podría señalar el
contraste que presenta mi discurso del 30 de Hayo de 1896
(1) Antea da esas fechas había yo publicado en Madrid mis folletos y
libros titulados La Justicia en Ultramar (1863), La cuestión colonial en
1869, La pérdida de las Amárteos (1869). La cuntían d$ Puerto Rico (187S),
La abolición do I* esclavitud en las Antillas españolas (1870;, La abéU-
oión dé la esclavitud en el orden económico (1871) y La colonizarte* en la
Historia (1874). Los discursos de 1880 y 83 pueden verse en el tomo II
de mis Discursos políticos, académicos p forenses, publicados en 1886.
r\
r
— 449 —
(que va á continuación) con los decretos de 23 de Noviembre
de 1897, que han llevado la Autonomía colonial á Cuba y
Puerto Rico. Porque en la primera de estas fechas vol-
ví 4 encontrarme solo, como en 1871, en el Parlamen-
to español (pues que mi digno colega D. Elíseo Giber-
ga, electo senador por las Sociedades Económicas de las
Antillas, no tomó posesión de su oargo, y el partido repu-
blicano peninsular estaba entonces en el retraimiento) y lue-
go, en 1897, se ha proclamado la Autonomía de idéuí <oo mo-
do á como yo la recomendé dos años antes: esto es, la Au-
tonomía de gobierno responsable, como una solución política
de fondo y como un medio de conseguir la paz en Cuba.
La mayor parte de la gente que ha aceptado ahora la solu-
ción autonomista lo ha hecho en el segundo concepto. Empero
que al fin todos reconocerán la plenitud de sus excelencia?,
y que dentro de algunos años suceda con la Autonomía oo-
lonial vigente en las Antillas lo que ahora sucede con la
abolición de la esclavitud, realizada en las mismas á despe-
cho de los que en estos momentos nos disputan el honor de
haberla defendido.
Cuéntese, empero, que al decir todo esto, ni yo me atri-
buyo una importancia excepcional en aquella empresa, ni
cometo la tontería (perdóneseme la palabra, por lo gráfica)
< ifirmar que el triunfo de la Autonomía se debe exclusiva-
i ite á los autonomistas.
La he dicho no sé cuántas veces. En la vida política, el
: lividuo vale pooo. Lo que vale y lo que produce es la re-
r\
— 450 —
presentación. Yo, desde que hice mi primer discurw
meo (ario en nombre de loe liberales 6 reformistas d
to Rico, allá en 1872, y sobre todo, desde que hice
careo auto do mista de 1880, amparado y alentado
compañeros del Congreso — Bernal, Betancourt, Po
y Guell y ±í ente,— tuve un oaráoter representativo qt
intentado declinar nunoa y que no me han podido qt
gentes que han tenido el mal gasto de atacarme, má
nos de frente, exagerando con su torpeza, mis pobres
y mi modesta personalidad.
Esta rep regen taeión me ha sostenido en el curso i
últimos veinte años. Ella me ha proporcionado r
sima mente, y en la hora critica de la aplicación de
c retos de Noviembre último y del planteamiento de
tono mía, asi en Cuba como en Puerto Rico, éxitos qi
me han sorprendido; cuyo detalle pienso dar al públi
hora oportuna para alentar á las gentes modestas
vencidas, y cuya razón está muy fuera del valor pee
mo de la persona que ha podido contribuir á que
sag hayan sucedido del modo que han pasado, para
la moral y la política.
Tampoco caigo en la petulancia de creer que no 1
do ni hay más autonomistas que los antillanos. 1
honradamente, con mucho gusto (y con la pequen
p Ucencia que puede darme el hecho de no haber a
nado el escenario de la lucha ni un minuto en todo
años), que yo he creído representar á todos los
— 461 —
nomiataa, y que el mérito de loe de la Península—como oa-
' pteidad y como moralidad y como eficacia— es de primera
\ faerza. ¿Cómo sin ellos se habría podido hacer aquí la pro-
fcpaganda autonomista? ¿Y cómo sin hacer la propaganda en
■ la Península habría podido ser hoy la Autonomía una so-
lución de gobierno?
Pero después de reconocido esto, hay que convenir tam-
bién en que en el primer supuesto, la primera razón y la ma-
yor fuerza de la campaña autonomista han estado y están
tD nuestras Antillas. Sin los partidos autonomistas de Cuba
7 Puerto Rico — modelos de entusiasmo y de disciplina—
U Autonomía colonial aquí habría sido, quizá, sólo una tesis
ar amante académica.
Allá en las Constituyentes de 1869 ya algunos diputados
hablaron de Autonomía; pero como de una mera aspiración.
T se dio después el caso de que algunos de los autono-
mistas teóricos de entonces, cuando llegó la hora — á par-
tir de 1879 — de hacer de la Autonomía una solución prác-
tica é inmediata, no sólo se abstuvieran de apoyarla, sino
que llegaran á combatirla, combatiendo á los autonomistas.
De esto ya he hablado en mi trabajo sobre La República
y la* libertades d$' Ultramar. Repito la indicación porque
me repugnan mucho las jactancias y no me allano á auto-
riiar argumentos con mi silencio.
cómo se me había de ocurrir que los autonomistas
h s sido los únicos factores de la Autonomía que ahora
ti fa!
— 452 —
La Autonomía ha venido por varios caminos y la h
pujado muchas causas. Ya las detallaré en sa día, ]
preteudo estar bastante enterado de esto, y sé que ma
lo que por ahí se dice es incompleto y falso. ¿No lo faé
yor parte de lo qne se mermaré al explicar las cansa
abolición de la esclavitud en 1873? No es la hora de
pormenores, como no es la de concretar ciertas respe
lidades.
Mas al pnedo afirmar: 1 .°, qne una de las primera
gas de la victoria antonomiata es la colosal propaganc
en su obsequio han hecho últimamente sus antiguos <
toree, cuyas torpezas, fracasos y escándalos han llej
lo apenas imaginable; y 2.°, que sin los autonomía!
como propagandistas en Ultramar y en la Península, ji
elemento de gobierno en las Antillas, no hubiera si<
tibie Ja Autonomía, que sólo ellos predicaron y cob
den cómo es indispensable para quesea una realid
Ihs esferas de la política práctica.
¿Pero acaso los republicanos franceses fueron los ai
de la Ü epública de 1820 é siquiera de la del 48? ¿Lo i
los republicanos españoles de la Eepública del 73? ¿
gimen democrático de 1868 lo impusieron, por su ezc
esfuerzo, los demócratas de la Discusión y la Democ
¿Dónde una escuela é un partido solos han variado ra
mente la situación y menes creado y hecho arraig
nuevo ai eterna de gobierno?
Per mancrp, que jo que redizeo como es debido i
— 4S3 —
pórtate i* personal en Ja empresa presente (me parece que
lo le demostrado cen algo más que con palabras), limita
también el valor y la eficacia de la acción puramente auto-
nomista en la obra de estos días. Reconozco y proclamo,
od gnsto, la cooperación extraña. Afirmo que seria ana de
las mayores torpezas de mis correligionarios de las Antillas
pensar qne ahora mismo el éxito de la Autonomía depende
coló de lo qne en Ultramar pase... Pero insisto en decir qne
rin esos autonomistas antillanos so habría boy Autonomía,
y que sin ella la Patria española cordería nna de¿ hecha
tempestad, con inmenso peligro de los más caros intereses
de esta tierra y de la civilización en general.
Porque ios becbos han demostrado—y parece que es-
to ya 6e b a reconocido por casi todos los españoles» como lo
ban proclamado todos los políticos de Europa— que la Auto-
nomía colonial no es un mero intei és particular de Puerto
Bico y de Cuba, sino que afecta á la tranquilidad, al pres-
tigio, á la fuerza y al progreso de Esj aña entera. Asi lo com-
prendí yo siempre, aun cuando lo recomendaba en nna si-
tuación de paz y relativamente próspera.
£1 discurso que sigue tuvo su complemento en otro de
extensas rectificaciones y explicaciones que pronuncié al
día siguiente (1.° de Junio) en el Senado, contestando á los
SreB. Cánovas del Castillo y General Martínez Campos,
a ' ¿orno en las breves palabras con que, á poco (el 4 de Ju-
o i, procuré resumir el debate en lo que se relacionaba con
i particular punto de vista. Pero lo fundamental y doc-
— 4*4 —
trinal de mi trabajo de aquella fecha está en el día
que va á continuación.
Lo pronuncié en condiciones por todo extremo da
rablee. No era yo el joven entusiasta é inexperimc
de 1871; si bien tenia la misma fe en mi causa é id
conciencia de mi deber. Ahora éste aumentaba con el
promiso contraído, en el curso de los últimos diecisiete
coa los partidos autonomistas de las Antillas, que
presente ocasión no tenían más representante parlan
rio que yo.
Pero en cambio, las demás circunstancias eran quiai
difíciles que en 1871, por efecto de la nueva g
separatista de Cuba, por el retraimiento de la vida ¡
mentaría del partido republicano de la Península, p
abstención de los partidos autonomista y reformista c
Antillas, y en fin, por el imperio del partido conserv
que en este periodo llegó á imponerse en todo, á todoi
todas las maneras posibles é imaginables. ¡Qué difer
del medio ambiente del gran periodo de la Revoluei
Septiembre!
Pero no era esto lo que principalmente me contrai
Mucho menos el pasar del Congreso al Senado, como
algunos sospecharían. Ya otra vez (hacia 1885) fui <
Senador por las Sociedades Económicas de Amigos
País de Cuba y Puerto Rico, al propio tiempo que el d
to de Sabana Grande y la circunscripción de Santa Cl¡
de las Villas, me nombraban Diputado. Por oonvenii
r
— 455 —
políticas y parlamentarias opté por la Diputación de Santa
dará, pero ja entonces advertí no solo que yo era parti-
dario del régimen bica moral, sino que creía (y continúo
creyendo) qne los partidos políticos propagandistas (oomo
los autonomistas de las Antillas y los republicanos de la
Península), debían preocuparse preferentemente de llevar
su representación al Senado y de hacer allí una oampafta
insistente, de mucho tacto y de mucho alcance, prescindien-
do del tono agrio de la protesta y del efectismo oratorio casi
imprescindible en reuniones de mil ó más personas, oomo
l las que ordinariamente asisten á los debates del Congreso.
¡ En el Senado se podía y puede, mejor que en ninguna otra
parte, detallar los negocios y explicar razonadamente con
aplicaciones prácticas á las cuestiones del momento, los
| programas políticos, económicos y adminiatrativos. Y esto es
i de monta en los partidos tachados de teóricos y aun de
ilusos,
1 Esta opinión se ha fortificado con mi experiencia perso-
nal de 1896. Porque, sin vana modestia, puedo asegurar
| que mis palabras tuvieron eco en el Senado, apesar de lo
excepcional de las circunstancias y de l»s prevenciones pro-
| vocadas por la guerra de Cuba y la forzada dispersión del
i partido autonomista cubano á consecuencia de la política
~~~ representaba el señor general Weyler.
ras aún. Creóme en la inexcusable obligación de oonsig-
aquí mi gratitud á la por todo extremo benévola aoo~>
a que me dispensó el Senado cuantas veces intervine en
3©
r
iU
'"■•r-
— 456 — -
sus debatea; lo mismo en Mayo y Junio de 1 866 que en I
tiembre de 1897, cuando me creí en el deber de delica<
de rectificar públicamente la disparatada especie — di
gada en un momento de positivo pánico en España, po
prensa reaccionaria de Madrid — de que yo, por sorpre
por debilidad t había cometido la torpeza de recomendi
suscrición de nn periódico madrileño casi separatista,
soltó, que tampoco el periódico babia sido procesado
separatismo ni cosa por el estilo. Pero lo dicho, d
estaba.
Tantas consideraciones como he debido al Congreso di
Diputados, durante veinte años de labor incesante en pr
mis opiniones nunca compartidas por la mayoría de aqt
Cámara, otras tantas me dispensó en 1896 el Senado, d<
la oposición á mis doctrinas era mayor si cabe que en iT (
graso. Ahora tengo una particular satisfacción en proclai
lo, al propio tiempo que elogio la prudencia, la templan:
la exquisita cortesía de aquella Cámara, en cuya constitu
hay algo que puede señalarse como modelo de institucii
análogas de Europa y América.
£1 verdadero, el casi único motivo de mi repugnanc
entrar en el Senado, á mediados de 1896. consistía en
yo opioaba que, en el supuesto de que los autonomistas i
llanos estimaran oportuno prescindir de) retraimiento
he sido siempre opuesto á él, lo miemo en Ultramar qu
la Península) para enviar representantes al Senado, i
debían ser elegidos entre las personas que, residiendo
r
— 457 -
Coba, dorante los últimos tiempos, hubieran visto y co-
nocido directamente los sucesos que allí habían tenido
efecto.
De tal suerte, éstos podrían ser explicados en la Península
por sos principales testigos y actores, realizando ana infor-
mación punto menos que imposib e para los que los sabía- .
moa tan sólo por referencia.
Es ocioso que yo razone esta opinión, fondada principal-
mente en la atención que presto á cuanto pasa en las Anti-
llas, á pesar de lo cnal no me tengo por competente respecto
de muchos particulares de carácter puramente local . Por
aquel entonces corrían por Madrid las más extrañas y falsas
noticias, aun entre las personas que ae daban por enteradas
délas cosas antillanas, y esto fortalecía mi añeja creencia de
que es indispensable que respecto de la política puramente
insular (que era lo culminante de la situación de 1896) lle-
ven la palabra en nuestras Cortes los hombres que viven
ordinariamente en las Antillas.
Tal opinión se harmoniza con mi constante recomendación
á los antillanos de que, para las cosas que se han de hacer
en la Península, cedan el primer puesto á los autonomistas
que residan en ésta y que por tanto deben conocer mejor que
los que aquí pasan solo algunos meses, ó los que ven de le-
jos las cosas , el terreno sobre el cual se ha de operar % el
ladero valor de las personas, la oportunidad de las ges-
íes, la manera de mover los peones y los medios de que
uede disponer para lograr el éxito, en un escenario, no
_
— 458 —
bien preparado para el desarrollo de una política expao
colonial*
Con tales ideas, claro se está que no pude imaginar
mis correligionarios de Cuba me favoreciesen con su
para las Cortea de 1896. No he pedido nonoa ese '
por lo cual mi reconocimiento á la extraordinaria confi
de mis electores es mayor. Pero en 1895 yo había es
de modo bien explícito: de saerte que la noticia de mi <
ción me sorprendió grandemente.
T ahora declaro también que una vez recibida esa i
oía, no vacilé un momento en aceptar el honor que me
pensaron la universidad de la Habana y el partido i
nomista cubano, por cuyos votos entré en el Senado;
que entendí que era un deber estricto é inexcusable. L
he pensado que éste ha sido uno de los modestos
positivos servicios que yo he prestado á mi Patria y i
partido.
En estas circunstancias pronuncié mi discurso del S
Mayo de 1 89G , en el cual me propuse tres cosas. Prim
señalar la gravedad interior é internacional de la guen
Cuba: segunda, recabar délos partidos gobernantes d
Península, declaraciones explícitas tanto respecto de lf
tuación de la grande Antilla como sobre la manera d
solver el doble problema allí planteado de la inmediaü
cificación de la Isla y de su porvenir político y social
ó menos próximo: tercera, ratificar los compromisos
partido autonomista cubano en pro de la bandera espaf
r
— 459 —
precisar sus honradas disposiciones y advertir francamente
lo qne creía necesario para que la buena voluntad y los es-
fuerzos de este partido surtieran el efecto apetecible en la
obra difícil de la pronta y definitiva pacificación de
Cuba.
£1 supnesto de mi oración no era solo el derecho de Es*
paña á conservar á Coba, cual parte tan integrante de la
Nación como lo son las montañas de Asturias, los llanos de
Castilla y las playas de Andaluoia y Cataluña. Asi lo dije-
ron las Cortes de 1812. To además órela y creo que España
tiene el deber de dominar prottto y bien la insurrección sepa-
ratista, por ley del honor, en beneficio de la complicada so-
ciedad antillana, por interés del derecho internacional con-
temporáneo y en cumplimiento de los transcendentales y
prestigiosos compromisos de los grandes pueblos coloniza-
dores* Y esta era otra de las razones de mi discurso.
Correspondiendo al primero de mis propósitos antes se-
ñalados, otra vez sostuve, como en 1871, que la cues-
tión de Cuba no era uua mera cuestión de fuerza, y que la
fuerza tampoco ahora la concluirla, como no la oenoluyó
hace diecinueve años. Porque asi no ha concluido ninguna
guerra civil, ni guerra alguna colonial, ni cualquiera otra
guerra de carácter eminentemente político.
iqui en España nos sobran los ejemplos; las dos últimas
rraa civiles provocadas por el carlismo, la de Portugal,
le los Países Bajos, la del Sur de América, la de Santo Do-
go. Para Inglaterra fué decisiva la guerra oontra las tre-
— 460 —
ce colonias que luego constituyeron la República de los Ea\
do» Unidos de América. Buena prueba lo que Inglaterra h
en Nueva Brunewich en 1789,yen el Canadá en 1791 y 18-
Mi tema en el Senado era que se hacia preciso mover
país cubano contra la insurrección separatista, combatí*
por aquel entonces, solo por el Gobierno de la Metrópoli,
demento oücial de Cuba y el partido conservador de aque
¡ola. No bastaba esto. Y para mover al país cubano (pi
hacer la contrarrevolución) era indispensable una política
expansión y confianza y la afirmación de la Autonomía
Ion i al, por cuanto esta significa aquella confianza, con i
la consagración de las energías insulares y la fe y los r,
juicios en un porvenir tranquilo y esplendoroso, fuera tol
mente de las reservas de casi todos nuestros políticos |
bern a mentales.
Para realizar todo eso se hada necesario levan tai
desautorizado y perseguido partido autonomista cubaí
objeto preferente de los denuestos del separatismo y vícti
de las sospechas de las autoridades cubanas, asi como de
ataques de los conservadores de la grande A n tilla, sin <
tantos obstáculos y provocaciones hubieran conseguido
bilitar la protesta que aquel partido venia haciendo, en i
dio de la guerra y ante la ruina probable de Cuba, de bu
ble afirmación de la virtualidad de las energías antilla
y de la soberanía de España.
Otro de mis propósitos era obligar á los partidos
bemantei á concretar su solución colonial. Tenían mu<
r
— 461 —
importancia las frases que aparecían en el Mensaje de la
Corona á las Cortes, cuyas sesiones se inauguraron en 11 de
Mayo de 1896. Helas aquí:
«La mayor asimilación á la Península que echan algunos de menoa
ea la legislación antillana, nunca ha encontrado en el Gobierno espa-
ñol dificultades grandes, y el aplazarla, mucho mis q ti 3 de él ha depea
dido del despego injusto de no pocos elementos del país á la asimila-
ción, y su marcada indiferencia hacía las leyes especiales. Fácilmente
será, pues, admitida la asimilación, en cuanto sea posible, aunque n& i
«solvería esto de por sí en el estado en qne por necesidad dejará la
isla la insurrección después que tenga fia. Cuando tal caso llegue,
preciso ha de ser, para que la paz se consolide en ellas, el dotar k
entrambas Antillas de una personalidad administrativa y esonórai .
de carácter exclusivamente local, pero qne haga expedita la interv
•eión total del país en sus negocios peculiares, bien que manteniendo
intactos los derechos de la soberanía, é intactas las condiciones india
pensables para su subsistencia. A todo esto encaminará el Gobierno
sus pasos, si tal política merece la aprobición de las Cortes.
En estos párrafos resalta la indicación del self goverment
-colonial, pero en términos saniamente vagos. La indicación
no era extraña presidiendo el Gobierno el Sr. Cánovas del
Castillo, qne ya en la sesión del Congreso de 24 de Junio de
1S84, discutiendo conmigo, habla reconocido la bondad te'
rica de la doctrina autonomista (1). Pero era preoiso qne
"1 Gobierno concretase su propósito, y lo procuré/ aun dan -
orne cuenta de que la aludida vaguedad era estudiada.
(l) Véase La República y Jos libertades dé UWremor.— Par. XIII.
«
— 462 —
El Sr. Cánovas del Castillo quería, de un lado, satisf*
la recomendación de los Gobiernos extranjeros y de todi
prensa del mundo culto en favor de un nuevo régimen p
nuestras Antillas; y de otra parte, preparar al partido o
ser v ador y á la excitada opinión pública de la Penínst
para un cambio profundo en el sistema colonial enton
vigente, y sobre todo en el modo de tratar la guerra
Cuba, si dentro de breve plaso resultaba ineficaz el méú
de la guerra con la guerra, proclamado al enviar á la gr
de AntiUa al señor general Weyler.
Que no me equivoqué, lo demuestran las evasivas del
fíor Cánovas del Castillo al oontestarme en la sesión de
de Junio, asi como los discursos pronunciados por el pro
señor en el Congreso, á mediados del mismo mes de Ja
de 1896, y el Preámbulo del Real decreto sobre Refbr
Colonial en las Antillas, de 29 de Abril de 1897.
Pero aún más que esto me interesaba estreohar al pai
do liberal para que formulase claramente sus solución*
Habíase reservado este partido de un modo lamenta!
Encerrábase en pedir, con bastantes reservas, la aplicad
de la ley de reforma votada en 1895 para Cuba y Pu
to Juco y en proclamar la necesidad de unir á la acó
de las armas la acción política, para terminar la guc
cubana. Pero no había medio de que precisara en qué o
sietía esa acción política, y era incontestable (como pena
j habla dicho el Sr. Cánovas), que la reforma de 1895
pecaba de insuficiente.
r
— 463 —
Yo lo puedo decir con tanto mayor motivo cuanto que, á
pestr de no haber sido nunca un verdadero entusiasta de
ceta reforma (que sostuve, salvando mi voto en el seno de la
Minoría parlamentaria autonomista de aquella fecha), rece-
sosco que ai hubiera sido aplicada enseguida oon lealtad,
y sobre todo, si se hubiera aplicado á poco de presentarse
el proyecto primitivo en el Congreso, 6 sea á mediados
de 18V3, no habría sobrevenido la actual guerra de Ouba,
6 ésta habría tenido poquísima importanoia. A mediados de
1896, la ley de 1895 carecía de valor y mucho más de efi-
cacia.
Pero desde el punto y hora en que el partido conserva-
dor tomaba )a orientación autonomista, la lógica de la po-
lítica llevaba al partido liberal á afirmaciones resueltas ya
foera del antiguo oompromiso monárquioo que había rocha-
ndo siempre las soluciones radicales, patrocinadas exclusi-
vamente y mediante una labor incesante, por los elementos
republicanos de un carácter eminentemente critico y propa-
gandista. Parecíame imposible que obligado á contestar en
estos momentos, el partido liberal quedase detrás del con-
cordador, Y no se me ocultó que el problema consistía en
hacer hablar á aquel partido: es decir, en no consentirle la
posición espectante ni las fórmulas del orítioo.
Esta convicción mía se fortificó después de oir al Sr. don
] Bullón, que en el Senado llevó la vos del partido libe-
i en los debates del Mensaje; y sobre todo, luego que ad-
< ri valiosos informes respecto de las diferencias intestinas
n
— 464 —
qae sobre este particular trabajaban al partido d
por el Sr, Sagasta.
De aquí mi insistencia en las excitaciones qne dirij
liberales. Molestáronse un poco éstos y algunos se ei
ron mucho de mi actitud» supuesto que yo he sido g
mente de los republicanos más propicios al partido 1
Continúo siéndolo, y después de los decretos de 25 é
viembre de 1897, con mayor motivo.
No lie dieron cuenta aquellos liberales de que mi
ttioso requerimiento iba acompañado del aplauso que
cian las reformas que ellos hablan hecho y dé la profe
que nadie, dentro de la situación monárquica, esti
análogas condiciones -para resolver bien la cuestión o
y para dar un vigoroso paso en el camino de la Auto
único recurso salvador de la crisis presente. Ni eeti
qae el momento no consentía vaguedades sobre esta ci
capital de la politio» española y que mi excitación le
porcion&ba uña oportunidad admirable para tomi
posición firme y brillante frente á las vacilaciones y 1
casos de los conservadores; fracaso punto menos que i
cidos por el 8r. Cánovas del Castillo. Ni, en fin, convi
en que la actitud y el juego de los partidos en la vida
ca contemporánea, de ningún modo puede depender
gustos y la comodidad de cada uno de ellos, sino de 1
genciag de la opinión pública y de la ley de armonía
factores de esa misma vida. Por esto era absoluta
imposible que, en 1896, el partido liberal se redujese
r
— 465 —
snrar la obife y á esperar la caída de sas adversarios, como
a al pais no le interesara saber, con tiempo, la fórmala polí-
tica de las oposiciones, destinada racionalmente á ser ana
realidad en la práctica del gobierno, tan pronto como deja-
ra el poder el 8r. Cánovas del Castillo.
Llevé mi escrupulosidad hasta el ponto de prescindir en
absoluto de la fórmala de los republicanos, los cuales, como
«8 toen sabido, eran hasta entonces los unióos defensores de
la Autonomía colonial; como que la habían votado en las
Cortes de 1886, y la hablan propuesto categóricamente en
las Cortas de 1891 (1). Ya cuidé de advertir en mi discurso
qneyo no hablaba más que como representante de los autono-
mistas cubanos, pues que la Unión republicana de la Penín-
sula, de cuyo Directorio formaba yo parte, y coa cuya
autorización entré en el Senado, mantenía el retraimiento,
de suerte que nadie podía tomar su nombre en nn debate
parlamentario.
He atuve, pues, i las soluciones de los gubernamentales
del momento, pero reclamé que se precisase la solución.
No fui afortunado. £1 exministro liberal Sr. Gallón, que
después de conferenciar con el Sr. Sagasta, pidió la pala-
bra para contestarme, al cabo no usó de ella. T luego al
discutirse la contestación al Mensaje en el Congreso, ningu-
de los oradores que tomaron parte en el debate se refirió
} Véase La Autonomía colonial •*» Btpaña, y La República y las H-
éstéc ZHfromar, pir. XII.
n
— 466 —
á los términos de mi requerimiento. De estar yQ en la Cáma-
ra popular, seguramente no habrían concluido los debates
del modo que allí terminaron/ porque no se pudo saber en*
ranees ni lo que el partido liberal haría si alcanzaba inme-
diatamente el poder, ni siquiera su opinión sobre la formula
autonomista señalada por el Sr. Cánovas. No se moe-
tro más expresiva la prensa liberal de toda España.
Pasaron las cosas de tal suerte, que el Sr. Cánovas re-
sultó en aquellos debates más cerca de mí y más expansivo
que los liberales; porque el jefe del Gobierno conservador,
que excusó sus contestaciones á mis preguntas en el Senado,
me las dio bastante satisfactorias en el Congreso, donde jo
no las podía recoger ni cementar (1).
Pero si el Sr. Sagasta como jefe del partido liberal hubie-
ra hecho entonóos siquiera las deficientes manifestaciones
sobre política colonial de Junio de 1897, ¡cuan otros ka-
brian sido los decretos del Sr. Cánovas del Castillo de
Abril del propio año y cuan otra la situación presente de
España y Cuba!— No es para desdeñado el hecho de que por
inspiraciones del Gobierno se publicase en los periódicos
extranjeros el dato de que, según mi opinión, expuesta en el
Senado, quisa de la actitud del partido liberal, principal-
mente defendía la solución del conflicto cubano (2).
(1) Véaee en el Apéndice lo que escribí sobre astea particulares al
señor director do La C*rrup*nimel* d§ BtpmAa.
(2) Véase en el Apéndice mi discurso parlamentario del 4 do Janio
de lees.
— 467 —
Repito que no fui afortunado en el efecto de mis reque-
rimientos. Terminaron los debates parlamentarios de 1S95,
y como yo carecía de nn periódico propio para hacer la
campaña activa y precisa que era indispensable, la solu-
ción autonomista quedó relegada al circulo de las criticas y
de ke aspiraciones. Una ves más deploré la constante falta
de medies de la campaña autonomista en la Península. Es di«
flcil comprender cómo los partidos autonomistas antillanos
Un podido moverse en la Metrópoli sin un circulo de de-
votos muy acentuados, siquiera por su procedencia colonial ,
y sin un periódico órgano oficial de sus doctrinas y de sus
determinaciones. Por esto se demostró exoepcionalmente la
virtualidad de las ideas autonomistas: y casi asombra el
éxito que en la opinión pública peninsular obtuvieron teo-
rías al parecer tan nuevas, servidas por una propaganda
tan falta de recursos en este escenario político. Pueden dis-
cutirlo solo los que de estos asuntos hablan de oídas t y so-
bre todo, después de la victoria.
Pero las Cortes suspendieron sus sesiones. La vida par-
lamentaria y aun la vida política de todo el país desmaya-
ron al punto de poderse sospechar que en España no que-
daba más fuerza que la del Gobierno. La arbitrariedad y
*1 abatimiento se generalizaron hasta lo inverosímil. Triun-
fó en absoluto, allá en Cuba, la teoría de «á la guerra con la
raí. Se produjo la insurrección de Filipinas; hablóse
na invasión filibustera en Puerto Rico; sobrevinieron
.tentad < .- anarquistas de Barcelona y la monscruosa
m
— 468 —
aplicación de las draconianias leyes de 1895 contra el
anarquismo en Catalana. El pánico— un verdadero pánico
— llegó á apoderarse de la sociedad española, que en el Otoño
efe 1896 ofreció circunstancias y disposiciones que yo no he
conocido antes y que hago fervientes votos por que no a»
repitan.
. Corrió el tiempo, y como otras veces, éste se encargó de
demostrar la razón de mis anuncios, consejos y predicado
nes. Ahora se acaban de publicar en Madrid, por el Go-
bierno, algunas cifras elocuentísimas. En J.°de Enero de
1897, el Tesoro de la Península había gastado en Cuba(l)
para las atenciones de la guerra, más de 108 millones de
pesos. 176 mil hom br es dieciplinados, verdaderamente he
róicos, que salieron de la Península desde 1.° de Marzo del
95 á l.9 de Diciembre de 1896, sufrían todos los horro-
(1) He ahí el resumen completo:
CUENTAS DE LA GUERRA
Pagos hethos por atenciones dé la guerra eU Cuba.
Desde 4 de Marzo de 1895 á 80 de Junio de 1996, según cuenta pu-
blicada, 63.802.802*140 pesos.
Dtsde 1.a de Julio de 1896 á 81 de Diciembre de 1896, ídem idea,
44.999. 736'518.
Desde 1.a de Enero á 30 de Junio de 1897, ídem id., 43. SIS. 191*31».
Desde 1.° de Julio á 31 de Diciembre de 189*3, según cuenta no publi-
cada, 10. 292. 899 '020.
Total pesos, 222.407. 688*891.
Equivalentes & 1.112.088.444*485 pesetas.
\
r
— 469
res de la famosa guerra de Haití, de comienzos de eato
siglo. — El hambre, la viruela y la fiebre palúdica hacia
espantosos extragos entre los leales y los insurrectos. Los
campos de la Península se quedaban sin brazos jóvenes:
los campos y las pequeñas poblaciones de Cuba eran arra-
sados. Comenzó entonces allí el terrible éxodo de los re-
concentrados. Tomaron desarrollo las deportaciones, por
medida precautoria y mera disposición gubernativa, á los
presidios de África y á Fernando Póo. Todavía no se
puede estimar la baja sufrida por la población de Cuba,
en estos años de guerra, pero hay quien la cifra en cer-
ca de 250.000 almas. Según datos del Ministerio déla
Guerra, el número de jefes, oficiales y soldados de toda
clase, muertos ó desaparecidos en Cuba desde el princi-
pio de la campaña, hasta fines de 1896, subía á 16.063.
£1 délos insurrectos á 12.076 con 3.468 heridos, y 86*
prisioneros y 2.198 presentados, también espanta. Y á
última hora surgió un conflicto internacional con los Esta-
dos Unidos, agravado por la actitud reservada de los go~
bienios de Europa.
Los hechos impusieron al fin lo que debieran haber deter •
minado las palabras y la reflexión un año antes. Tal fué la
canea del decreto refrendado por el Sr. Cánovas del
Castillo en 29 de Abril de 1897, y de las declaraciones he-
< sobre este decreto, en Junio, primero por el Sr. Sa-
{ , y después por todos los notables del partido liberaL
es del momento exponer mi criterio respecto de estos
— 470 -
particulares. A su tiempo lo hice con la brevedad que el
caso exigía. El Sr. Cánovas del Castillo me favoreció, ha-
ciéndome conocer sus proyectos antes de darles la última
mano; por entonces me abstuve de decir nada sobre este
punto, porque soy de los que creen que en politáoa se debe
hablar mucho cuando se trata de propagar y muy poco
cuando se trata de realizar.
Mas ahora debo decir que encontré al Sr. Cánovas dis-
puesto á hacer en sentido autonomista mucho más de lo
consignado en el decreto de Abril. Bespeoto de las deolara-
«iones del Sr. Sagasta, debo recordar que me produjeron
una verdadera decepción. No lo oculté, y no seria absoluta-
mente imposible que mi respetuosa critica influyera un tanto
en las explicaciones algo más satisfactorias, que aquel dis-
tinguido hombre públioo biso á poco á algunos reporttrs ma-
drileños. También es posible que yo exagere la importancia
de mis observaciones, (i)
Pero la idea hacía su camino, per su propia virtualidad y
por el creciente y estruendoso fracaso de sus adversarios.
Estos fueron los determinantes de la hermosa oración que
pronunció el Sr. Moret en medio de grandes aplausos que
hacen honor á los liberales aragoneses, en el nuéting oele-
brado en Zaragoza en la primavera de 1897.
Algunos meses antes, en Octubre de 1896, el propio se-
ñor AJoret había pronunciado, en el mismo Zaragoaa, otro
( 1) Véase el Apéadice .
Y
— 471 —
di acurs q acentuando la actitud de los liebrales en la cues-
tión de Ultramar; viril discurso que le valió no flojas críti-
ca b de baetj* parte de aus correligionarios y que casi le dejó
solo con sus Íntimos. Mas, al fío9 esta tendencia expansiva
triunfó. EL Sr. Sa gasta ratificó las declaraciones autono-
mistas del Sr. Moret y estas fueron el programa del
Gobierno cuando en el otoño de 1S97 ocupó el poder el
partido liberal. Aellas responden los decretos autonomis-
tas de 25 de Noviembre de 1897, los cuales hay que expli-
car teniendo á la vi ata la a instrucciones que el ministro de
Ultramar (Sr, Moret), dio luego á los gobernadores gene-
ralee de Cuba y Puerto Bico, para la aplicación de los ta-
les decretos (1),
Tampoco viene á cuento consignar aquí mi opinión sobre
loa decretos de Noviembre último* Ya lo haré en la debida
oportunidad, porque eso te ha de discutir bastante en las
próximas Cortes y en otros sitios públicos, dentro de no
lejano plazo; aunque yo creo que por este lado no está el
mayor peligro de la situación. — Siempre costará mucho tra-
bajo reducir á muohas gentes de la Península á que no vean
en las Colonias meras dependencias, y por tanto, á que todo
cuanto en ellas se proclame ó haga, pase del carácter de
meras concesiones. Tampoco será fácil hacer comprender
x ~tras gentes de Cuba que la cuestión colonial no es
. mera cuestión cutana, y que, por tanto, para su reso-
Véaa« el Apéndice.
3l
r
T
— 472 —
lucían hay que cootar con bastantes mas datos que lo»
locales. Pero de todas entortes, los decretos de* Noviembre,
aun reconociéndolos bastante incompletos hasta que las
próximas Cortes resuelvan varios graves problemas en aque-
llos entrañados, son de nna positiva y excepcional impor-
tancia y merecen nn caluroso aplauso.
No se lo excusé lo más mínimo, aun siendo muy delicada
mi posición política (1). Sobre este particular ahora ratifico
lo que por aquel entonces dige á tode el que me quiso oir: lo
mismo á republicanos que á monárquicos, á antillanos que
á peninsulares. Con efecto, desde el primer momento yo
sostuve: 1.° que era preciso apoyar el ensayo autonomista
intentado por el Gobierno liberal, aun cuando los liberales
y en general todos los monárquicos españoles hubieran
sido hasta el momento presente adversarios de la Autono»
mía; %*, qoe ese ensayo debía ser sincero, y que por tanto el
planteamiento del nuevo régimen debía confiarse á los
autonomistas antillanos; 3.°, que la autonomía se plan*
teaba ahora en Cuba en condiciones muy desventajosas,
porque no era ya sólo una solución de gobierno, sino un
modo de concluir la guerra separatista y un medio de r*
construir un país devastado y dominado por toda das»
de pasiones; 4.°, que no podía entenderse que la solución
autonomista había triunfado, ni aun esperarse unaocm-
(1) Véase el resumen de mié dúcurso» en los meetings ¿t _
Reiiiofin, Vitoria, San Sebastián y Gijón, en el otoño de 1897.
A
— 473 —
pltta eficacia de so proclamación, por el mero hecho de
aparecer loa decretos autonomista* en la Qacéta dé Madrid
y aun de ocupar autonomistas loa ministerios coloniales,
J i.°, que á mí personal mente, por mis compromisos re]*
publícanos, por mi numera de entender la cuestión colonial
como un problema general político, por mi residencia habi-
tual en la Metrópoli y aan por mi posición fuera de las
intransigencias locales, no me correspondía puesto alguno
oficial en la nueva situación política, lo cual ¿o obstaba i
mi resolución de prestar todo mi apoyo á la actual empre-
sa reformista al Gobierno liberal de la Metrópoli y á loa
Gobiernos coloniales de Cuba/y Puerto Rico.
Después de esto, me puse á disposición del Gobierno de
Madrid y trabajé activamente para 'que mis amigos de las
Colonias secundaran con toa a resolución les decretos auto*
nomietas.
No era esta floja empresa. Anuncio que tendrá bastante
interés lo que en su día yo publique sobre lo que ha pasado
en Madrid, en las Antillas y en el extranjero, desde Octu-
bre hasta el momento do instaurarse el nuevo régimen en
Puerto Rico ¡Cuántas lecciones para un hombre político (
i Y qué ignorancia de la realidad de las cosas y de lo que
positivamente ha sucedido en todo ese laboriosísimo período,
la de casi todos, si no todos, cuantos en papeles y reuniones
licas han hablado sobre este asunto!
Je mi sé decir que no he descansado un momento, y que
principales esfuerzos se han dedicado: 1.°, á que la base
— 474 —
política del nuevo régimen antillano fuera el sufragis uni-
versal; 2.°, á que en la instauración de eae régimen no fe
quebrantase la doctrina autonómica, ya oreándose un nuevo
partido autonomista anUs de esa instauración y para este so-
lo efecto, en detrimento del viejo partido de aquel nombre, ya
designándose aquí, por el Gobierno déla Metrópoli, los mi-
nistros de los Gobiernos coloniales, y 3.°, á que la dirección
de la empresa en los primeros momentos, allá en las Anti-
llas, se confíase preferentemente á los autonomistas de la vis-
pera: es decir, á los que ban perseverado en estos últimos tiem-
pos. Creo que oon lo sucedido me puedo dar por satisfecho.
Pero todo esto y señaladamente los decretos de > oviem-
bre último, me interesan ahora desde otro punto de vista*
Por lo pronto los cito y refiero á mi discurso de 30 Mayo
de 1 896, para otros efectos.
La relación de mi discurso de 30 de Mayo de 1S96, eon
lo* decretos de 25 de Noviembre de 1897 y aun oon el de 29
de Abril del propio año (que sin duda señaló el camino
después tomado por el partido liberal de la Península), tie-
ne una positiva importancia por la lección que ofrece á los
estadistas de altura y á los hombres políticos formales, res-
pecto de la perfecta inconveniencia de oponer radicales ne-
gativas á la propaganda y recomendación de soluciones po-
líticas, que, prescindiendo de su mérito intrínseco, tienen de
au lado el apoyo de la experiencia afortunada de otros pue-
bloi, y parecen puestas en la corriente más poderosa de las
ideas y los intereses contemporáneos.
r\
— 475 —
Ea difícil señalar en los últimos tiempos mayor intran-
sigencia que la demostrada por la casi totalidad de nnea -
tros gubernamentales ante la recomendación autonomista.
El propio Sr. Cánovas del C autillo, que más de una ves en-
trevio la bondad de ésta en el terreno puramente doctrinal,
bien por lamentable contradicción de su espíritu ó por sus
prejuicios conservadores, ó por la necesidad de obtemperar
á lis exigencias y los compromisos de sus correligionarios,
un rica se resolvió á apartarse de exclusivismos práctico**,
que llevó en ocasiones ¿ ana exageración apenas concebible.
De ningún modo digo esto para formular censuras. Coa
repetición be manifestado que no creo que es la hora da
concretar y depurar responsabilidades, Pero me interesa
macho consignar el hecho, porque la lección es de lo más)
vigoroso qne yo conozco en la historia, pues que el cambio
radical de política colonial operado por mis adversarios de
mochos a Eos, ha sido cosa de muy pocos meses; y para sa-
lir adelante con su empeño, los nuevos gobernantes han te-
nido que proclamar la absoluta necesidad de confiarse á loa
autonomistas de antaño: esto es, á los sospechosos de toda
la vida, á los señalados constantemente como incompatibles
con el orden, el prestigio y el porvenir de la Patria.
Esa intransigencia no ha debido tenerse nunca. El mun-
do entero marchaba por distinto camino. Solo la ignorancia
lia propalar la especie de qne la reforma autonomista bri-
ioa se habla hecho concretamente para procurar la eman-
ación de las colonias inglesas. Y solo para los ignorantes
1
— 476 —
debía ser un secreto que el sistema opuesto era el que pri-
vaba en las colonias emancipadas de esa misma Inglaterra,
de Francia, de Portugal \y de España, cuando se realizó
su emancipación... Pero hay alga £eor quizas que la igno-
rancia, y es el prejuicio. Y en España desgraciadamente se
aceptó como cosa corriente que el Ministerio de Ultramar era
nn ministerio de entrada, asequible á políticos faltos de to-
da preparación en materia colonial y corriendo como indis-
entibie la especie de que no habla más que una política ver-
daderamente nacional y segura, que consistía. . . en hacer
lo nismo que al parecer se habla hecho antes.
Por esto y por otras concausas se ha podido imponer . la
solución autonomista como una solución de sorpresa y á ella
st atribuyen compromisos y medios que en puridad de ?er-
dad no tiene. Muchos hombres de entendimiento, de cul-
tura, de excelente voluntad, pero tímidos, no se han atrevido
en estos últimos veinte años, & desarrollar sus estudios en la
orientación autonomista, señalada aquí por los débiles, loe
distraídos', los ignorantes y. los maliciosos como atentatoria
al honor y á la integridad de la Patria. Otras buenas persof
ñas no han osado hacer públicas sus opiniones. El país, la
opinión' nacional no se ha preparado como debía. u
Y ahora los directores de la nueva política parecen fal-
tos de cierta autoridad para realizar la empresa, para des-
armar prevenciones, para levantar esperanzas. Lo debo re-
conocer con la misma franqueza con que he declarado que
el Gobierno del Sr. Bagasta ha sido y es, hasta el presente, y
[
— 477 —
en este particular, un modelo de sinceridad. Mas para dea*
oonocer lo que antes he indicado seria preciso no leer nn
periódico extranjero e ignorar lo que pasa en el interior de
Ouba, en el campo de los insurrectos y en el circulo de sus
simpatizador^ del Continente americano y aun de Eu-
ropa.
Se triunfará al cabo: mucho lo deseo y hago todo lo posi-
ble para que esto suceda. Pero la dificultad es evidente, y
ahora hablo de ella con dos motivos, que vienen á ser dos
fines. El primero, para que no se exagere la responsable -
dad de la Autonomía y de los autonomistas en el caso pre-
sente. El segundo, para que los gubernamentales no re;
tan sos intransigencias (cuando menos doctrinales), ya
cuando se trate de complementar el nuevo régimen procla-
mado para las Antillas en 5 de Noviembre último, ya
cuando llegue labora (muy próxima á mi juicio) de poner
mano en el disparatado, anacrónico ó injusto régimen vi-
gente en Filipinas, al cual dediqué severas criticas en
mi discurso de 1871, y cuyo examen he tenido que aplazar
después por la necesidad de contraer todas mis faculta 1
al urgentísimo problema antillano.
Por lo mismo que creo muy necesarias y hasta argentes,
serias y profundas reformas del orden moral y político de
nuestra Patria, y que considero como la más poderosa pa-
lca para esta obra, la opinión pública, bastante más fuerte
i toda clase de intereses, de cautelas y de imposioionea,
lo mismo soy de los más opuestos á los cambios repenti
1
— 478 —
nos, á las leyes improvisadas, á la politioa de las impresio-
nes y las sorpresas.
Tengo macho miedo á las conversiones súbitas y á lo»
decretos del entusiasmo. Porqne me preocupo del arraiga
de las instituciones y sé por una larga y costosa experien-
cia de qué suerte los intereses quebrantados se acogen para
rehacerse y entablar la batalla en los pliegues de las nue-
vas situaciones creadas en momentos de exaltación y ale*
grla, y cómo, á los pocos meses de instalado un nuevo ré-
gimen, los que lo impusieron por un arrebato vacilan, y
oon sus incorrecciones dan a los adversarios argumentos y*
fuerzas de que carecían en el instante de ser atacados.
Por esto me explico la facilidad oon que hombres verda-
deramente sinceros y que figuraban en las filas de los par-
tidos avanzados de la Península, han abandonado sus an-
tiguos compromisos. Los aceptaron por impresión y en me-
dio del mayor entusiasmo. Y decaído ó muerto el senti-
miento que los empujó, se hundieron en la duda y al fin en
la apoetasía. Sería una enorme injusticia atribuir oiertat
rectificaciones políticas á móviles torpes y propósitos in-
dignos.
De mcdo que hay que decidirse á no improvisar solucio-
nes. 8i es preciso, debemos poner una especial atención en
calmar á los impacientes* Pero oon esto hay que prodigar
los esfuerzos en el orden de la propaganda: hay que con-
quistar la opinión pública, pero con perseverancia, con digr
feidad, oon sentido.
— 479 —
í una de las condiciones de esta eampafia es la toleran-
cia. Tergo por nn verdadero orimen, en el estado de la opi-
d ion pública de España, impedir de oualquier modo la ex*
presión de todas las ideas, y sobre todo, de la fórmula prác-
tica de todas las tendencias. Y esto se impide, no sólo por
medio de leyes y de actitudes hostiles de las autoridades, si*
so con el clamoreo da les prejuicios y de las pasiones, que
teman por pretexto unas veces la religión, otras la patria i
•cando la causa ¡del pueblo, cuándo el interés del orden 6
del progreso.
Lo que ahora ha sucedido en la onestión de las Antillas
debiera abrir los ojos á todos los hombres discretos y ver-
daderamente patriotas. Si no se nos hubiera querido aplas-
tar con tantas calumnias y tantas infamias... , ¿no habría
triunfado hace dos años la Autonomía colonial y no se ha*
bria evitado España los dolores y las pérdidas que conoce*
nos y los que todavía tendremos que registrar?
Pero Dios quiera que la lección aproveche para las em-
presas próximas. Hay que oir, y oir bien á todo el mundo,
Y es preciso qne las reformas que se hagan en nuestro país
sean con la garantía ó por la fuersa de la opinión pública,
suficiente informada y dignamente requerida.
Sato lo digo por todo, pero muy especialmente por la ra*
forma autonomista, qne ahora nos preocupa.
'a en otra parte he explicado cómo y por qué los decre-
de Noviembre son insuficientes» y he iniciado qne es
verdadera injusticia y nn positivo absurdo desconocer
/^
— 480 —
que el régimen autonomista no se plantea en nuestras Anti-
llas del modo que sus partidarios lo recomendamos desde
1879 á 1896: esto es, ©orno nna solución regular y de go-
bierno en un periodo relativamente normal. Ahora se pide
á loa autonomistas que establezcan un sistema nuevo de go-
bierno contra el cual se han amontonado las prevenciones;
poro además se les pide que, al propio tiempo, concluyan
con la guerra de Cuba y reconstruyan la isla completa-
mente destrozada y aruinada en estos últimos afios de espan-
tosa guerra. {Y todavía hay quien grita porque á los tres ó
cuatro meses de publicados los decretos autonomistas en la
Gaceta de la Habana, y sin los demás decretos complemen-
tarios, no ha concluido la insurrección cubana y arregládose
todas las cosas coloniales satisfactoriamente!
Cuéntese, empero, que yo no prometí nada de esto en mi
discurso de 1897, que, como antes he dicho, fué la última
protesta de los autonomistas en la oposición.
También acaricio gratas esperanzas respecto del compli-
cado empeño á que me refiero. Por lo menos, puede afir-
marse que lo sucedido hasta ahora, después de la instaura-
ción de los Gobiernos insulares, ha superado á lo acaecido
en otros países, en los primeros momentos del planteamien-
to de un nuevo régimen . Y hay motivo para felicitarse asi
de la relativa tranquilidad y la creciente confianza de las
poblaciones antillanas, como de que hayan fracasado
esfuerzos que en Madrid se hicieron en estos últimos m
para que el régimen autonomista se inaugurase en las >•
— 481 —
Has por la negación de las bases primeras de este régimen;
coflA qae hubiera podido realizarse muy bien ya haciéndose
aquí en Madrid, loa ministerios coloniales, como antes se
nombraban los directores de la administración ultramarina,
Ji fabricándose en la Píaxa de Santa Orna partidos insola*
ras que hobieran de plantear en Ooba y Poerto Rico, con
atoy discutible prestigio, lo que sólo les viejos autonomistas
habían predicado, por espacio de veinte años; ya impo-
niéndose á los nuevos (y en su día necesarios) partidos co-
loniales el carácter de mera prolongación de los gabera a-
mentales de la Península, con lo que se rectificaría la tr&di -
«ón regional de los partidos avanzados de ambas Antillas,
m excluiría del gobierno local á los republicanos y se vo Ibe-
ria á las viciosas prácticas del viejo régimen de \&domi-
toción colonial bajo la aparatosa é hipócrita fórmula de la
Asimilación racional y posible.
No parearon aquí las maquinaciones de nuestros adversa
ríes, ni pararán en eso seguramente. Luego vino la disou
non, por rumores, referencias y obra de segunda y tercera
nano, de los hombres más salientes de los" antiguos parti-
dos autonomistas; no solo de los que formaron parte de los
Gobiernos insulares, si que de aquellos otros que pudieran
sustituir en placo más ó menos breve á los actuales minia*
fres de Cuba y Puerto Rico. Y en seguida, la propaganda
< equívoco y de la sospecha sobre los motivos ó los pre*
1 38 más fútiles y la recomendación de que se in terpreta-
algunos artículos de los decretos de Noviembre en el
/
— 482 —
sentido de ampliar (par ahora — según candorosamente ee
decía)— las facultades de los Gobernadores generales, con-
fiándoles exclusivamente todo lo relativo al orden público
y á la dirección de la política; con lo qne dicho se seta,
que á la postre, quedarían anulados de hecho los ministros
coloniales, y además, agobiados por el más completo ridiculo.
Coadyuvando á estos propósitos, en estos últimos meses, m
han propalado en Madrid las más peregrinas noticias de
dualismo en el seno del Gobierno de Coba casi en crisis,
y división de los antiguos autonomistas en conservadores y
radicales, dispuestos los últimos á dar en tierra con los as*
tuales ministros antillanos para facilitar indirectamente el
ingreso de los separatistas en el gobierno. Y saltando por
cima de todas las conveniencias y de todas las prácticas de
los países donde se ha proclamado la Autonomía de gobier-
no responsable y de los terminantes preceptos de los decre-
tos de Noviembre, se ha pretendido discutir en Madrid la
política puramente local de las Antillas y hasta exigir al
Gobierno de la Metrópoli responsabilidad de cuanto haoen
los ministros insulares, extraños á su jurisdicción, como
no sea violando los principios fundamentales de la Autono-
mía Colonial, destruyendo el oaráeter político de los Go-
bernadores generales de Cuba y Puerto Rico y poniendo á
estas islas (por la limitación de la competencia de las Cor*
tes y el ensanche de la competencia local) en una condición
quisa inferior á la que tenían en los últimos días del anti-
guo régimen.
— 4i3 —
Faro no es esto lo peor. Porque detrás de eea insistente
campan», se ha podido ver, de ana parte, la oonfíansa de
nuestros adversarios en hallar algún apoyo (aunque por
otros motivos], en liberales y autonomistas, muy dignos y
síd ceros, pero candorosos ó impacientes y poco ó nada «ten-
tó* á !a gran experiencia europea de las transformacines del
orden político; y de otra parte, la predisposición de no po-
cos hombres mu y comprometidos en el éxito del actual ensayo
aatoiemist», á creer que éste, en lo sucesivo, apenas si tro-
pesaré con más dificultades que las que ocurran en Cuba y
Puerto Rico, por lo en al no deben merecer extraordinaria
atención ni les próximos debates parlamentarios en nues-
tras Cortes, ni la disposición de los partidos po'itioos pe*
ninsulares, ni la acción política que aquí se desenvuelve, ni
la orientación de la opinión pública metropolitioa.
jQué equivocación! Si no estamos más que en el terser
acto del drama, cuyo desarrollo pide mucho más espacio y
bastantes más actores que los conocidos ó presentados hasta
el dial
No trato de rasonar ahora mi opinión perfectamente con-
traria á los supuestos antes referidos. A su tiempo dtfe,
donde procedía, para que surtiera efecto, que me interesa-
ban, para el éxito de la nueva politioa, casi tanto como el
texto de los decretos de Noviembre, los nombres y los an*
adentes de las personas que allá en las Antillas los hi-
m de plantear. Y por eso, después de escuchar y regia-
r las francas declaraciones de los Sres. Sagasta y More:
— 4S4 —
Presidente de) Consejo de Ministros y Ministro de Ultra-
mar respectivamente, «obre su deoidido propósito de llevar
i la práctica la doctrina de los partidos autonomistas anti-
llanos, dediqué todo mi esfuerzo (en un periodo cuya labor
no se conoce todavía) al modo y manera de confiar eu
planteamiento á los autonomistas de abolengo (1). Ahori
me corresponde tan solo consignar con toda energía mi
protesta contra toda cuanto sea empequeñecer ó comprometer
de cualquier modo la cuestión colonial ó contra lo que oon-
duxca, mas ó menos derechamente, á dejar al acaso la inter-
pretación délos deoretos de Noviembre, su complemento y
su fortificación por medio de la política de la Metrópoli y
de la opinión nacional.
Lo bago sin preocuparme de que reducida la futura
campaña autonomista á lo que en las Antillas se haga, au-
mentan las responsabilidades y las dificultades que nos aprie-
tan los que aquí, en la Península, hemos de ser requeridos,
disentidos y atacados precisamente por las aplicaciones é
instalaciones del nuevo régimen, en cuyos detalles locales se
tenemos parte. Ya valdría la pena de considerarlo; aunque
otra cosa orean algunos pocos que sin pisar este escenario»
nunca se han dado buena cuenta de sus obstáculos.
(1) Véase mi carta al Sr. D. Manual Fernández Juncos, presitf ~
que fué del Directorio autonomista de Puerto Rico. Las cartas que di
i Cmba no son publicables,fpor su carácter íntimo, pero responden al
pie pensamiento.
— 48* —
Has por eiina da todo esto y para los que como yo signan
considerando el problema .colonial — y ahora especialmente
el problema de Oaba— como ana cuestión total y nacional, es
de toda necesidad y como un deber de conciencia, formular
m opinión para que el empeño no fracase en este momento
critico, bien por exceso de confianza, bien por distracción
mis ó menas inexcusable, bien por taita de datos precisos
sobre la situación de las cosas y las exigencias de la poli-
tica, por parte de los más comprometidos ó más interesa*
dos en el éxito del iniciado ensayo autonomista.
Apercibámonos, pues, todos á di sentir y á operar con bue
aa fe y acendrado patriotismo, sin intransigencias ni pre-
juicios, dándonos perfecta cuenta de que el poblema afec-
ta á intereses de la más alta importancia (á la causa de la
Humanidad y de la civilización, tanto como al honor de
España y al porvenir de nuestras Antillas), y de que en
indispensable poner por cima de todo (no me cansaré de
decirlo) la soberanía de la opinión pública, seria, honrada y
eficazmente solicitada.
Después de esto no ocultaré que la publicación de mi dis-
curso de 1895 en estos instantes obedece también, aunque
en muy último término, á un pequeño interés personal: ai
de fijar bien mis personales responsabilidades.
De ninguna suerte consentiré que las gentes distraídas»
liciosas ó mal intencionadas, pretendan de mi lo que yo
he ofrecido ó aquello para lo cual carezco evidentemente
aedios. No retiro una linea de cuanto he dicho ó escrita
1
— 486 —
«a^úUimos cinco anos; pero tengo derecho á «¿r
que se esté á mis palabrea.
También la reimpresión de mi disoorso del 96 pued..*
* para otra cosa, y es para animar i los débiles, á lo. »
ciwtae, á los pesimistas.
Ooando yo defendía la Antonomfa colonial ha» ta
•«*, icnáo pocos, aon entre los devotos de otro ticpa,
creían en la eficacia de mis protestas y de mi. recomen
cionesl
Pero, por mny diversas cansas, la Autonomía ha trin-
co, y en la hora del trinnfo ha sido imposible prescindir,
asi en Cnba «>mo en Pnerto Eico, de los autonomistas dt
t»dft la vicia.
Porque no hay poder más firme ni realidad más postor»
que la realidad y el poder de las ideas.
Mu rio de 1898.
Midrid.
LA CUESTIÓN
DE
CUBA EN 1898 (,>
► -
Skñorys S&nadobes:
Tendría por ociojo om'jQzar este dis^arso dando relieve
i ]as dificultades verdaierameate extraordinarias qne se
presentan á mi pasa, ai e*to no me proporcionara la oca-
sión de declarar francamente qne las creo com penga dftfl por
doa circunstancias. Primero, por el honor do dirigir la pala-
bra £ est* Cámara; luego por la excepcional oportunidad
t|Qe ae me depara para ratificar el sentido de mi propaganda
de 2,1 auos fortifi :*da por la palpable real ida! deleahr*
ehoa qne llenan la historia de estos últimos agitadas tiempr s *
Tiene esta Cámara en la historia parlamentaria de na eff—
()) Este discurso fué dicho en el Sana lo el 31 da Juní i Í9 18} 3.
testado por loa S res. Gáuoías dd Castillo [Presldanti dil O**
tó 3) j Martín e z Campos f fuá com pl eta 4 o po r m í e 1 1 a d ai re ct i ñ cae ios,
4* * de Julio inmediato, 7 unal brevas palabrea d ch \s en la b*s!óec
¿i dsl mUno mea al terminar el debate samtorkt del Maaa*j 3,
3i
i
r
— 488 —
tra Patria un gran prestigio; no es dable olvidar lo que su»
obras han trascendido y representado en la evol ación del»
política contemporánea española. Y á aumentar sus títulos,
su fuerza y sus esplendores debemos contribuir todos (cada
cual á su modo y en su grado) en e9tos críticos momentos eo
que, por viciosas prácticas y culpas tanto propias como
ajenas, y quizá más sjenBS que propias, corren peligro de
muerte las instituciones representativas y parlamentarias.
He declaro fervoroso partidario de este régimen, y ratifico
públicamente mi ya conocida devoción á la práctica constante
del derecho electoral y á la necesidad de no abandonar con
pretexto alguno (salvo las imposiciones del decoro y los
casos de fuersa mayor), esta tribuna que, aparte de sus sin-
gulares prestigios, tendría siempre la ventaja para la eficaz
propaganda de las ideas, de ser la primer tribuna del
país y desde la cual, con serenidad, con espacio y con da
tos, pueden discutirse seriamente y con resultados positivos
todos los negocios de la Nación.
De aquí mi resistencia á las abstenciones parlamentarias:
de aquí también mi oposición resuelta, tanto á las crecientes
corruptelas que anulan el poder fiscal y quitan toda autori-
dad al Parlamento, como á la funesta tendencia de nuestros
gobiernos á prescindir, cada vez más, del concurso de núes-
tras Cortes, reuniéndolas lo menos posible y excusando sus
salvadoras iniciativas para reducirlas á un papel mediana-
mente decorativo.
De aquí, por último, mi positiva satisfacción al con-
corrí r por mi mismo, y en la poquedad de mis f~~~*
zas, á esta labor parlamentaria, que considero como >
de los más fuertes estímulos de nuestra vida moral y t
r
— 48* —
da ha id fluencias más directas de la cuitara política de
mi patria.
Adamas, al venir á este sitio con la devoción del qae ha
sido y es grao partidario del régimen bicameral, experimen-
to un verdadero placer, porque vuelvo á encostrar en estos
bancos á tantos ilustres varones en coya compañía, bajo
cuyo consejo, y por cayo ejemplo, pude yo hacer mis pri-
meros pasos en la carrera parlamentaria, en la que llevo
ya largos años, y en la cual no he encontrado motivo sino
para justificar mi fe en la propaganda de las ideas, y para
agradecer la disposición basta benévola de todos mis com-
pañeros, á escuchar y respetar todas las convicciones hon-
radas, dando asi á nuestra vida publica el tono de ana ad-
mirable tolerancia.
Abrigo el intimo convencimiento de que si algún servicio
pequeño he podido prestar á mis ideales, y sobre todo á esta
tierra española, habrá pocos, quizás ninguno, que pue-
dan compararse al servicio que creo hacer en estos mo-
mentos, porque aquí vengo en situación verdaderamente
extraordinaria y con nna representación particular bien con*
creta y definida, á declarar, en medio de todos los conflictos
que nos rodean, y en nombre del partido autonomista
de Cuba, que, pocos ó muchos, queridos, odiados, acari-
ciados, ó perseguidos, los hombres de aquel partido man-
tienen en sata suprema crisis, con férvido entusiasmo, dos
ideas.
La primera es, que la salvación de todos los coi) nietos
presentes está en aquella solución proclamada por el autooo-
igmo colonial, en cuya virtud se conseguirá la fortificación
16 los derechos de la localidad, de la integridad de la Fa-
j — 490 —
j tria, de la anidad del Estado y de la soberanía de la 2
•' ción en admirable armonía y fecunda intimidad; y
ganda, que interesa, no solo á la consagración del de
1
al parecer inagotable raza. [Bien, muy bien. — Aplaw
cho que España tiene en el mar de las Antillas (dere<
idéntico al que tiene la Metrópoli española allá en
sagradas montañas de Asturias, ó en las fértiles comí
cas de Andalacia) sino también á la vida económica y á
bienandanza de Cuba y Puerto Rico (resultado de núes
espirita y de nuestra sangre y espejo fiel de los gustos,
3 costumbres y los intereses de la Madre Patria) que en es
•1 islas se sostenga la bandera de España, rodeada de toe
* los prestigios y todas las energías de nuestra legendarii
1
i en la tribuna pública.)
í;'£ ~ El Sr. PRK8I DENTE {agitando la campanilla): Ord
■"-■»" *. en las tribunas.
* \ ' \ El >°r. LABRA: Con esto, señores Senadores, ya casi
y'-ir '.* go que no voy á hacer aqui lo que pudiera llamarse un d
cureo de oposición; es decir, un discurso de ciertas mol*
tias para los que ocupan el poder, é ideado y dicho en vi
del quebrantamiento de mis adversarios, y para recabar <
poder en beneficio de las ideas y de los hombres cuya repi
sentación aquí traigo.
No; yo tengo otro empeño más concreto. No más alto
más bajo, pero realmente de otro carácter; porque no
p¡«r^- • puede olvidar que pertenezco á un partido nacional, al pi
-*" tido republicano, y que en el momento de dirigir mi pal
,4-j£ bra al Senado no puedo ostentar aqui su representado
ni hablar en su nombre.
• Tiene ese partido nacional sobre los problemas oolonial
— 491 —
r
una tradición brillantísima, á qoe no se suele bnoer la
debida justicia. Ese partido llevó & efecto la abolición de la
esclavitud en Puerto ÍUcoí proclamó en 1873 la Constitu-
ción democrática del 69 en la pequeña A d til la, é hito prác-
tica en aquella culta isla la reforma administrativa descen-
tralizad ora, cae! a o ton omlata, decretada en 1870 y suspensa
casi basta el advenimiento de la República. Y de tai suerte
hizo esto, que cuando en 1S7S se concertó el famoso Pacto
del Zanjón para terminar la guerra separatista de Cuba, el
primer artículo de aquel pacto estableció como condición de
la paz, que Cuba serla regida por la legalidad españo'a de
Puerto Rico, que fué la obra de la Repúhica.
Ese mismo partido republicano cuenta entre ene tradicio ■
ues el haber derogado en 1S73 el terrible decreto de [823,
que concedía á los gobernadores y capitanes generales de
las Antillas las facultades omnímodas de los comandantes
de plazas en estado de sitio. En seguida, proclamó la ioa-
movilidad judicial, ensanchando la autoridad del Tribunal
Supremo de Justicia y poniendo la administración de la jos*
tiáa en Ultramar fuera de las influencias perturbadoras del
Poder ejecutivo. Luego derogó el procedimiento de los em-
bargos y las confiscaciones délos primeros años de la ante*
rior guerra de Cuba, puso en libertad á miles de negros no
inscritos como esclavos en los registros de la esclavitud y
anunció el planteamiento de la Constitución de 1869 en
aquella isla tan pronto como en ella terminase la insurrec-
ción de Yara ó fuese materialmente posible su aplicación y
etica en aquella perturbada comarca «
>esde 1879 á esta parte, ese partido, por medio de sus
resentantes en Cortes, ha apoyado y hecho suyas todas
i
m
•1
;fc'
: *
■ t-
;•■
x }
\fk
■iv
fr1
— 492 — l
las proposiciones y redamaciones autonomistas de las d<
Antillas; en Febrero de 1895 votó, con salvedades y re»
nociendo la insuficiencia de la medida, las llamadas refo
mas de Abarsuza, y él fué el único que pidió la reape
tura de las Cortes cuando en Julio último se agravaron li
cuestiones internacionales y el problema cubano, por la ad
tud de los Estados Unidos. Luego protestó contra la dú
lución del Parlamento español cuando en el americano
discutían ciertas mociones en pro de la beligerancia de 1
insurrectos en la grande Antilla; condenó por medio de i
documento solemne el escandaloso pago de la llamada i
demnización Mora, y por último, en 26 de Mano próxh
pasado, en el Manifiesto de las basas de Unión republioan
formuló antes que nadie el voto de que cía cuestión de Cu
no era ni podía ser una cuestión pura y exclusivamente o
litar i, pidió que se plantearan inmediatamente las reform
de 1895 en Puerto Rico y sostuvo cía necesidad de nnevi
urgentes y más radicales reformas para terminar la guei
separatista de la grande Antilla y para restaurar loe qi
brantados fueros de la justicia.»
Sin embargo, y apesar de que ese partido república
tiene soluciones concretas sobre el arduo problema alta
marino, y de que le convendría mucho evidenoiar'que ni
f uno de los partidos monárquicos las tiene, yo no pac
desenvolver tales tesis, no sólo porque no represento en ]
Cortes al republicanismo español, sino porque he contra!
con la Directiva de Unión republicana, á la cual porteño»
el compromiso de no ocuparme en el Parlamento de la ]
lítica general, y hasta el de excusar todo debate <;
afecte á los intereses y loa planes del partido republioan
— 493 —
Responde este compromiso á uu deber de disciplina. Los
republicanos han proclamado el retraimiento y cualesquiera
que sean mía opinión es respecto de eete particular, á todos
S3 non impone el acatar el acuerdo de un modo escrupuloso;
con tanto mayor motivo, cuanto que la Jauta creadora de
Unión republicana ahora, como la Minoría parlamentaria
hace dos añost resolvieron, por unanimidad de votos y de an
modo expreso y singa lar, que en vista de la gravedad ex*
trema del problema colonial» de las circunstancias particu-
lares del régimen electoral de Coba y Puerto Rico, de la
organización de los partidos antillanos y de mis compromi*
S3dde toda la vida, pudiera yo asistir al Congreso y al Se-
nada para discutir la cuestión de Ultra mar . Todo obliga a
observar y cumplir el debar de disciplina que he señalado*
El ejemplo debe interesar á toda la sociedad española» hoy
como nunca necesitada de tales ejemplos de respeto y bu*
misión.
Por manera que aquí traigo una representación particular
(la de loe autonomistas cub.\uoi) y me preocupa un empefio
relativamente concreto, un fia especialisimo fuera de los
intereses relativamente secundarios de la política palpitante,
f con tal ex plieación ya puedo añadir que principio en los
actuales debates llevo un triple propósito. Primero, señalar
la gravedad interior é internacional de la guerra de Cuba»
Segando, recabar de los partidos gobernantes de la Penínsu-
la declaraciones explícitas tanto respecto de la situación de
la grande Antilla , como sobre la manera de resolver el doble
> róblenla allí planteado, de la inmediata pacificación de la
ala y de su porvenir político y social más ó menos pró-
iauh Y tercero, ratificar los compromisos del Partido
494
a utonomista cubano en pro de la bandera española, pi
cisar sus honradas disposiciones y advertir franca y nobl
mente Jo que es necesario para que labuena voluntad y 1
esfuerzos de ese partido surtan el efecto apetecible para
pronta y definitiva pacificación de Cuba.
Supuestos mi discurso, son, de un lado, el derecho <
España á censervar á Cuba cual parte integrante de
Dación, al modo que dijeron las Cortes de 1812; esto <
como lo son las montañas de Asturias, los llanos de Ci
tilla y las playas de Andalucía y Cataluña; de otra pan
el deber que España tiene de. dominar ftonto y bien la i
surrección separatista, por ley del honor, en beneficio de
complicada sociedad antillana, por interés del derec
internacional contemporáneo, en cumplimiento de los tn
cen dentales y prestigiosos compromisos de los grane
pueblos colonizadores y para tranquilidad del resto <
mondo, seriamente amenazado por las complicaciones cj
surgen y pueden surgir en América.
No diié una palabra de las circunstancias excepciona
en que se ha verificado la elección de representantes
Cortes de la isla de Cuba.
La otra Cámara primero, y ésta después, han dado
bus fallos, y aunque me fuera dable hoy discutirlos, aie
pre al intentarlo faltaría á una conveniencia parlamentar
Además, para mi campaña no necesito eso. Lo únioo c
tengo que manifestar es, que aquel partido autonomista
d reído que no había estado en condiciones de acudir i
lucha para la elección de Diputados, dificultada, entre ot:
causar, por la situación general del país; y que si ha p
sentado candidatos á la senaduría por la universidad de
r
— 495 —
Hataaa y la Sociedad Eco cónica, ea parque en esas Corpas
racicies ceda jodian ii fluir, ni Ja gusjra, di los abusos do
las lutcridades. T aun cuando pudiera discutirse si por fal-
ta de cemj enetraciín y de relación con la representación di-
vena de otes elementos, debía ó no observares el retrai-
miento más ó menos absoluto, la directiva autonomista ha
tenido en cuenta una consideración de excepcional valor, y
&9 la de que sería de un efecto desastroso ante nuestro propio
F»i«. ante la propia Cuba y ante el extranjero, si aquí no
aprovecháramos una ocasión cualquiera para hacer constar
que nosotros estamos dispuestos á cooperar en todas formas
al mantenimiento de Ja integridad de U Patria y á la con-
quieta de las libertades antillanas; doble empeño, que con*
eider amos en sustancia como uno mitmo, merecedor de
atrición incesante y de empello insuperable (1),
(1) YéaFP el í cuerdo de la Directiva del partido ftütonomiíta de
Coba, El par ti lio da ?neito Bico cataba en, el retraimiento deade la re-
forma electoral del Sr. Maura (hecha en 1893).
Dice aaí la Directiva cubana:
*Cc ueid erando que al acordar la Junta Central del Partido Liberal
intoBomifiia en Septiemfcre de 18í»í) la fxpoa'ciÓn que elevo a1 Gobier*
no de B* II. tpco mer dardo cie)taa medídee que estimaba propina para
f íeilitar j acflernr la pseifietcón del pía, ente odió y sincera y explí-
titiBíeníe decíate- aunque contrariaba ct n filo sua Has vivas espire-
denet*— que míentrta «e Extendiera, la inanrrectir a por gran parte de
la lila, no latían bac fdtraa elecciones parala constitución del nuevo
Ci lfí-jc de Acn ii ittracif e: 0| inión que ac g¡6 con aplanao la prenem
icividoTa 7 aceptó antoncea al Gobierno, argún noticia que por
< 7 tutorías do conducto llegó fc la Jnnta, y según lo prueba la inda-
la suepeneion de laa elecciones da Consejeros, Diputados provin-
n
— 496 —
Después de hacer esta protesta, no solo en nombre
«ino principalmente en nombre de mis amjgoe de Cu
oon ánimo de hacer constar las colaciones que nos pa
•cíales y Concejales en toda la U'.a, 4 pesar de estar terminada
hace largos meses la rectificación extraordinaria del censo que 1
servir para dichas elecciones;
Considerando que desde la fecha indicad» no han disminuido
tensión é importancia de la perturbación que sufre la Isla, y qi
-virtud de ella, al debatirle aquí y en la Península la convenio n
inconveniencia de la disolución de las últimas Cortes, ss decL
•contra éita, por estimar imposible la celebración de elecciones g
les en Cuba en condiciones de eficacia que permitan la fiel ezpi
de la opinión del cuerpo electoral, no sólo el órgano oficial de
Junta y el del Partido Reformista, sino los periódicos y los hoi
públicos más importantes de casi todos los partidos de la Penínff
entre ellos, con singular energía el Jefe del Partido Liberal;
Considerando que aunque en algunas lugares no llegaran lai di
tades de orden material á conitituir insuperable obstáculo para U
oración de elecciones, sin embargo, la suspensión de las gan
constitucionales, el estado de las comunicaciones, y las desorgí
-ciones de no pocos comités, no permiten realizar los trabajos prc
torios y la propaganda indispensables á la asción política de un p
-como el nuestro en elecciones de carácter popular; pues si bien
tiene y retira su apoyo al Gobierno para todo 1* que ss refiera á
fensa de la nacionalidad y al restablecimiento de la pn pública,
principios distintos, política propia de cuyo empeñado sostenlmien
podría dispensarse en modo alguno al dirigirse al cuerpo electora]
«lecciones esencialmente políticas;
Considerando además, que después de publicado el Real Docre
convocatoria de las nuevas Cortes ha acordado la abitención elec
el Partido reformista, antecedente cuya importancia no puede dej
apreciar esta Junta Central, dada la significación que tiene dicho
tido en la política local;
Considerando que no siendo el propSf ito de la Junta acordar a
r
— 4*7 —
de momento necesarias, en el doble concepto de satisfacción
i los problemas ultramarinos y de remedio á los conflictos
presentes, he de poner gran solicitad en que se sepa bien
que tanto como eso interesa que anuí di ¿catamos, precise-
mos y comprendamos todo el fondo y toda la transcendencia
del problema onbano. Yo rechazo en absoluto todos los te-
mores, todas las protestas, todas las reservas que por ahí
corren respecto á qne no sea conveniente discutir en el Par*
lamento español tales asuntos. ¿Dónde, sino aquí, deben ser
objeto de severo examen y amplia discusión? ¿Dónde?
¡Ah, señores! En primer lugar, como antes he insinuado,
comprometido el régimen representativo y parlamentario, no
comprendo cómo podríamos declarar incompetente al Parla-
mento y peligroso el uso que hagan los Diputados y Sena-
dores de su derecho para desentrañar los problemas más
ardaos, solicitar todos los intereses de la Patria y evidenciar
hs energías positivas que en esta tierra existen, para termi-
nar la guerra y resolver todos los conflictos que nos rodean .
traimiento de carácter político, lino ana moni abstención, f andada en
)es circunstancias antea consignadas, y qne do ninguna anorto ha do
influir oa la actitud y procedimientos dol Partido, dobe naturalmente
limitarse á las elecciones de caricter popular ca que concurran aqué-
llas, y nc pueden extenderse á las de las Corporaciones, en las cuales
so existen:
La Junta Central acuerda abstenerse de presentar candidatos para
las próximas elecciones de Diputados 4 Cortes y 'e Senadores por las
provincias; reservándose presentarlos para las elecciones de Senadores
w» las Reales Sociedades Económicas y por la Universidad de la
una.
Iabana23 do Marzo de 1893.—V.* B/-EI Presidente, Josi M aria
't*z.— Rl Secretario, Antonio Gavin.* *
498 —
[Cómo, en esta tierra, donde podemos contar, no ya co
ejemplo reciente de Francia disentiendo y resolviendo
pleno Parlamento los problemas de Madagascar ó dal '
kin, de exoepcional gravedad, é imponente apariencia,
con el asombroso espectáculo de las Cortes de Cádiz, q ue
cutieron todos los problemas más transcendentales baj
fuego enemigo y cuando apenas si materialmente existía
paña, con la aspiración firmísima y al fin lograda, de eac
cario íedo al honor y al bien de la Patria,— cómo en este
donde se elaboró el sistema constitucional y se plante
casi todas nuestras Constituciones por la acción directa 3
tusiasta de las Cortes, en función permanente y reson*
en medio de nuestras tres últimas sangrientas y aterrad
guerras civiles y peninsulares, — cómo se ha de afir
ó consentir siquiera que se señale como perjudicial ni
como peligrosa la intervención de los diputados y señad
en la cuestión que hoy por hoy más afecta á la suerte, á
intereses materiales, á la vida y al honor de España l
¿Dónde puede estar el perjuicio de los discursos, d<
preguntas ó de las excitaciones que aqoi se hagan? ¿C
negar el derecho de hacerlas á los Representantes del j
cuando creemos todos (y por eso somos parlamentarios),
en la discusión, en la conversación, en el trato intimo
el cambio de ideas, está el secreto de la solución de t
los problemas que llenan y forman la vida de la socie
contemporánea? ¿Por ventura el régimen parlamentar!
un puro adorno y estas Cámaras son meros escenarios de
tas más ó menos recreativas y ociosas? Si los debatas d<
tas Asambleas son no ya perjudiciales, sino ineficaces j
la resolución de los problemas serios de la política nació
>
— 49tf —
¿par qué no se proclama 7 se reducen estas sesiones á laa
aparatosas de nuestras solemnidades académicas? En tales
supuestos ¡quiénes más enemigos del régimen que los par*
lamentan 08 desilusionados!
Pero, además, señores, jo bien recuerdo, porqué cada
ves más vuelvo los ojos á la Historia, á la gran maestra de
la vida y la primer consejera de los políticos expertos y
apercibidos, en estos críticos momentos en que las pasiones
loa intereses, loe prejuicios 7 la justa preocupación de las
grandes responsabilidades forman una atmósfera que difí-
cil méate permite ver lo que nos rodea; 70 bien recuerdo,
digo, de qué suerte, silencios y aplazamientos análogos á los
que ahora se recomiendan han sido causa de grandes com-
plicaciones 7 positivos desastres para nuestra pobre Patria.
Yo no puedo ignorar cerno el procedimiento contrario
triunfante en otros países, en circunstancias* análogas, ha
producido ventajas ahora por todo el mando reconocidas f
«vitado buena parte de los males que hemos tenido 7 teñe-
moa que deploraren España. Permitidme recordaros foIo el
contrario ejemplo de nuestra Patria de 1820 á 1323, 7 de
Inglaterra desde 1774 á 1783.
Todos aqui sabéis mejor que 70 cómo después de restau-
rado el régimen constitucional en Marzo de 1820, se pro-
clamó la Constitución doceañista en América 7 se extendió,
con retraso 7 muy discutibles modificaciones?, á los reinos
trasatlánticos la amnistía que U Revolución peninsular de*
cretó para teda la nación en los primeros días de su trian f j,
v no es para nadie un secreto que en las dos legislaturas
1 -as Cortes ordinarias de 1820 7 21 loa asuntos america>
1 . no obtuvieron r articular atención.
— 600 —
Ahora parece evidente que la merecían, pero enton
creyó, de una parte, que era poco patriótico discutir e
blema dificultando la acción del Gobierno metrópolis
rebajando el prestigio de éste ante el extranjero por
velación de las dificultades con que nuestro Gobien
chata allende el Atlántico; y de otro lado se pens¿
eran suficientes para establecer el orden en Amena
los medios militares de la Metrópoli, ora la influend
allí debió ejercer la mera proclamación del régimen c
tucional en la Peo ínsula.
Y eso que la independencia era un hecho en la Pía
Venezuela se había concertado un armisticio entre insí
tos y leales; en el Perú y Chile continuaba, bajo api
ciaja muy dudosas, la agitación revolucionaria, y en
co, ei bien á fines de 1819 aparecía ya sofocado el gf&
* i miento iniciado por Morelos y el cura de Guadaln¡
davia Jas montañas del Sur guarecían algunas partid-
rebeldes capitaneados por Guerrero.
La Memoria verdaderamente optimista presenta
Congreso de 1820 por el ministro de Ultramar D. Ai
Porcel, no fué discutida. Se necesitaron reiteradas ii
cías de los diputados antillanos (señaladamente del me,
Montoya) para que en Agosto de aquel año se nombra
Comisión de negocios de Ultramar que no llegó á di<
sar nada en la primera legislatura de aquellas Cort
obstante la calurosa excitación que sobre el partícula
el diputado platieLse Magariño en la sesión del
Ootubre de 1820. La Memoria suscrita por el minis
Ultramar Sr. Caadra, y presentada en Marzo de 182
era menos optimista que la del Sr. Porcel, y sólo me
— 501 —
[as calumas eicitaeionea del diputado venezolano tenor
Pault que en Majo de 1821 pidió al Gobierno que trajese
al Congreso todos los antecedentes relativos al armisticio
de Venezuela, se logró que las Cortes nombraran una Co-
misión especial para el estudio de la situación de A merina
j para exponer lo más conducente para concluir del modo
mas acertado las desavenencias que afligían a las provin-
cias americanas.! Pero esa comisión se limitó á proponer
que «se excitara el celo del Gobierno para que presentase
á la deliberación de las Cortes, á la major brevedad,
las medidas qne creyese convenientes.» Para llegar á esto
que se propuso a fines de la regunda legislatura de 1820
fué preciso qne el diputado mejicano Medina excitase i la
Comisión á presentar al gnr a solución, mientras Ja Dipu-
tación americana se apercibía á formular una Exposición
á las Cortes, precisando los medios indispensables á su
juicio para atajar el mal que volvía á reproducirse alleade
el Atlántico.
Esa exposición fué presentada á fines de Majo al Go-
bierno, siendo rechazada por éste, y por tal motivo, los
diputados americanos se decidieron á leerle á las Cortea
en la sesión del 25 de Junio, es deoir, cinco días antes de
terminar la segunda y última legislatura de las Cortes ordi-
narias de 1820 á 21 . Aquella famosa exposición ausenta
por 45 diputados americanos y que contenía un verdadero
plan de organización autonomista, produjo calurosa protes-
ta en el seno de las Cortes, pero quedó sin discutir. En Ja se-
sión inmediata las Cortee acordaron pedir al Rey qne convo-
case Cortes extraordinarias y señalaron las materias qne ha»
lian de ocupar la atención de ¿filas; por ejemplo, la divi*
— 502
sión del territorio español, la organización del Ejercite
Ja Armada y la formación de los Códigos. Todo el muí
se olvidó del problema americano y faé preciso que fon
laran los diputados americanos ana vigorosa protesta p
que á pesar de la oposición de Toreno y Calatrava, ae a
diese á la moción que las Cortes elevaron al Bey, qne
Cartee extraordinarias se habían de ocupar también <de
medidas que el Gobierno propusiese, á fio de conseguir
tranquilidad y promover el bien de las Antillas». ^As
todo, el discurso con que el Rey cerró las sesiones el 30
Judío, conforme al texto de la Constitución del año 11
de varios artículos del Reglamento de las Cortes de aquí
época, se prescinde en absoluto de la cuestión americaí
Y la Exposición impresa que los diputados americanos <
varón en 22 de Enero de 1821 al Ministro de la Guei
pidiendo la remoción de los Virreyes Pezuela y Apodaoa
los generales Morillo, Craz y otros identificados comple
mente con el viejo régimen colonial y poseídos por las
siones de la guerra americana, quedó desatendida fuera
caso preciso del Virrey Apodaca, sustituido en Méjico
el general Odonoju, cuando ya los elementos antiliberi
de Méjico habían destituido á Apodaca, según costo m
muy generalizada entre ciertos elementos ultramarinos
todo el curso de nuestra historia colonial.
Como es sabido, las Cortes extraordinarias de 1821 a
braron sesiones desde el 23 de Septiembre de 1821 á 14
Febrero de 1822 y se inauguran con un apasionado del
sobre la presencia y títulos de los diputados americanos
ates ó propietarios en las Cortes de la Nación, j
prescindiendo del problema grave del nuevo Mundo: de
r
— 503 —
•situación política y militar, hasta que en 26 de Octubre el
(bpotado Paul formuló una proposición para exigir al Mi-
nistro de Ultramar que propusiera las medidas á que se ha*
4>ía referido el dictamen déla Comisión parlamentaria de
las Cortes ordinarias. Paul se fundaba en las alarmantes
noticias recibidas de América y en hechos absolutamente
indiscutibles que acreditaban el progreso de la insurrección
•al'ende el Atlántico. La proposición del diputado america"
no foé aprobada por un solo voto, pero el Gobierno no hixo
caso de esta i esolución ni nadie en las Cortes osó tratar el
problema americano. Todavía á principios de 1822 las Cor*
tes, asustadas de la idea de ocuparse de este asunto, requi-
rieron otra vez al Gobierno para que formulase sus solucio-
nes, lo cual al fin se consiguió en 17 de Enero del citado
año de 1821. Entonces se nombró una Comisión parlamen-
taria que á los pocos días dictaminó sobre la vaga proposición
del Gobierno, excusándose de entrar en detalles, y propuso
que aquel nombrase varias personas que fuesen á América
para recibir las proposiciones que los gobiernos allí estable-
cidos hiciesen, á fío de transmitirlas á las Cortes para que
éstas resolvieran en definitiva. Tan peregrina propuesta foé
-combatida, entre otros, por el diputado extremeño Golfín,
que presentó un plan de organización autonómica, mientras
circulaba entre los diputados una Memoria de análogo sen-
tido, inspirada en el antiguo proyecto del Conde de A randa
y escrita por encargo del Ministerio de Ultramar, por don
Miguel Cabrera de Nevares. Ninguna de estas soluciones fué
3 cionada por el voto de las Cortes, Este consagró el fondo
dictamen de la Comisión, con ad ciones del Conde de
icano, Moscoso y Espiga, que condenaron todo concierto
33
— 604 —
pacifico hecho en Amérioa por autoridades españolas
beldes, obligaron al envió de nuevas faenas mil
allende el Atlántico y exigieron á los Gabinetes extrai
que se abstuviesen de todo trato con los gobiernos coni
dos por los rebeldes. Esto se acordó en Septiembre de
Poco después se excluían del seno de las Cortes á los
tados de todos aquellos países americanos que hubiesen
conocido la autoridad soberana de la Metrópoli; es de
todos los diputados ultramarinos, fuera de los de í
ñas, Cuba y Puerto Bico, los cuales más tarde, en
también fueron expulsados, quedando aquellas isla
representación parlamentaria hasta que se hicieran
especiales para las provincias de Ultramar, cosa
no sucedió en los treinta y tres afios que suoedier
aquella deplorable determinación . Y es de advertir
en los debates que se produjeron con tales motive
Ministro de Ultramar dijo muy poco, reservándose á
bre del Gobierno tomar las medidas que estuvien
sus atribuciones y que no creyó poder manifestar pul
mente.
Luego tienen efecto en Madrid los sucesos de 7 de J
se inicia la rebelión carlista: convócanse y reúnense las
tes de i 822; proyéctase y realízase la invasión francesa
restaurar el absolutismo y se instaura éste después de h
róioas escenas del Trooadero. Pasado Febrero de
nadie habló en la Península de Ultramar, pero ni este í
do silencio ni el voluntario de los dos años anteriores p
ron evitar que las cosas siguieran su curso, y que el
ble ma americano acentuase su gravedad, poniéndose
de la opinión y los medios de la Metrópoli, que se
m 1ML
— 505 —
sorprendida con el reconocimiento de la independencia de
los Tainos hispanoamericanos, hecho de mi modo explíci-
to por el gobierna norteamericano en Marzo de 1822 y
de o a mado implícito por el gobierno inglés qae ofreció al
español , en este mismo año, intervenir oficiosamente para
que terminase la guerra de Snr América, hasta qne en 3 824
siguió el ejemplo de los Estados Unidos reconociendo tam-
bién por modo solemne la independencia de la América
Central y Meridional >
Fué, pues» no sólo ocioso lino contraproducente todo
cuanto aquí, dentro y fuera de las Cortes, se hizo para que
no se tratara U cues ti ¿a de América de un modo público
y serio. Precisamente en los mismos dias en que se inau-
guraba la segunda legislatura de las Cortes de 1821, I túr-
bido daba su célebre proclama en favor del Pía o de Igua-
la * £1 24 de Agosto del propio año lo reconocía y firmaba
el tratado de Cerdo va, el vi rey español D . Juan Odonoja;
esto es, i poco de desdeñarse en Madrid la proposición de
los 45 diputados americanos. El 24 de Febrero de 1322 (es
decir, casi en el momento mismo en que nuestras Cortea
aprobaban el dictamen evasivo de la Comisión de Ultramar
con las adiciones intransigentes de Toreno) 09 verificaba ]&
instalación del primer Congreso independiente de Méjico y
jüT-hbü la Regencia mejicana. En la primavera de 1321 re*
comenzaron las hostilidades en Venezuela y el 24 de Junio
di aquel año tuvo efecto la batalla de Car abobo f que facili-
to A Bolívar la constitución de la República de Colombia.
1 ' ultimo vinieron el reconocimiento de la independencia
t ricasa por los Estados Unidos y el de la América Meri-
( %1 por Inglaterra,,, mientras los gubernamentales de
iV !
•*'_
*M" -1 — 506 —
España continuaban afirmando que el secreto y la
eran loe medios de resolver satisfactoriamente la oí
americana!
Perdonad, señores, la digresión, siquiera por lopo
i: -t entre nosotros se recuerdan estas grandes lecciones
.1
* •
*
.t
[*£; -i Historia.
tf " l
n ■ I
Frente á este ejemplo poned el de Inglaterra, y p<
con el pequeño aditamento de la afirmación qne yo i
permitido hacer muchas veces de que en punto á erro:
jKr£" -í colonización, España ha ocupado generalmente un
inferior al de las demás Naciones, pero oon la difereí
C *í y este es nuestro pecado, que purgamos de nn modo
;. t 5 ble— de que nosotros difícilmente aprovechamos el f
" ■ -. ^ propio y la experiencia ajena, mientras qne los dem
■ - • i man consejo de su propia y reconocida desgracia, qa
; :.V cilmerte ó nunca se explican por el capricho de la si
la exclusiva maldad del adversario.
» :, ;: Mientras la elocuencia tenga admiradores y haya
.•>■;. * don y entusiasmo para la defensa generosa del d
i, t atropellado y maltrecho, serán nn timbre de gloria p
"... " Edad contemporánea las brillantes páginas de la h
' £ ..£ parlamentaria británica, donde se consignan los excep
V'\i * les esfuerzos que en pro de la causa norteamericana
ron los grandes oradores ingleses del último tercio c
glo xviii. Porque sin negar los servicios que á la cau
Lv*4- r - la litartad política en general ha hecho Inglaterra, n
tí"»*"
de excusarse el reconocimiento de que el pueblo ingle
liza oon el romano de los tipos clásicos en punto á pr<
de superior y arrogante respecto de los demás pueblo
como es positivo que en sus luchas con éstos no ha ]
i/
.r'.¡
^\
— Í07 —
jamás de modesto y generoso. No menos exacto es que la
colonización inglesa anterior al siglo pr en en te se ha carac-
terizado, por lo que hace á la Metrópoli, por su carácter
eminentemente mercantil é interesado, extremándose en las
colonias británicas la nota de la explotación h seta un grado
moy superior al que se advierte en la colonización españo-
la. For esto se explica que en la hora del con nieto anglo*
americano, la cansa de las trece colonias careciese de sim-
patizadores en la masa del pueblo inglés, apartado por ma-
chas leguas de distancia de las orillas del Hndson y del
Deiaware y puesto bajo la influencia inmediata de aquel
poderoso y original board af commerc* de Londres, centro 4
la vez político y económico, de excepcionales medios de
acción y dispuesto á sacrificarlo todo á sus particulares in-
tereses, un tanto disfrazados con el aparato del orgullo
británico y el interés nacional. Coincidían estas circuns-
tancias con la privanza del sentido absolutista del rey
Jorge III, el oual perdió la razón cuando se perdieron las
trece colonias de América. Por otra pavte, la ausencia
de diputados americanos en el seno del Parlamento del
Reino Unido, hacía difícilísimo que el interés y el derecho
de las colonias encontraran defensa calurosa y eficaz en el
corazón de la Metrópoli, Sin embargo, esa defensa fué vi-
gorosa, constante, entusiasta, tal y como podían desearla
los más exigentes, por espacio de diez años, en el seno
del Parlamento británico . Los discursos de Sheridam, de
Fox, de Barke, y sobre todo del gran Pitt, son hoy el or*
trullo de la Inglaterra contemporánea y positiva causa de
tigfacción para la generación moderna.
Cierto que eeos discursos tío fueron bastantes para impe-
— 508 —
dir la guerra da Norte América ni para que los m ¡nial
ingleses rectificaran la deplorable y siempre fracasada ;
lítica de á la guerra solo con la guerra. Quisa recordando
terribles, las abominables frases con qne lord North exp]
al retirarse del poder en 1782, las vicisitudes de la luc
atribuyendo indirectamente su sostenimiento al Rey, é ii
nuando qne los ministros más de una vez habían dndado
su éxito, quizá pudiera asegurarse que aquellos grandes <
cursos, pronunciados sin intervalo y con todo motivo y t
pretexto, en medio de una gran impopu'aridad y por peí
ñas que no tenían ni podían tener apoyo ni interés algí
en América, produjeron su efecto aun en el ánimo da
mismos adversarios. Pero de todas suertes, es imposible
gar que aquella espléndida campaña parlamentaría sir\
aun con relación á la misma Inglaterra, primero, para ha
que ésta se fijase en la transcendencia política de la coló
zación y en su influencia directa en la vida moral da la 1
trópoli; luego, en los medios eficaces para mantener unii
á la Madre Patrja, colonias que por su cultura y por sus i
dios materiales no podían resignarse á ser meras factoría
puertos militares; tercero, en la deficiencia ó la perfecta i
potencia de los recursos militares aislados para dominar
grandes revoluciones, así como en la incapacidad del inte
mercantil y de los centros puramente económicos para dirí
absolutamente la política de las Naciones; cuarto, en el va
positivo de América y en la verdadera importa acia de
relaciones angloamericanas. A todo esto hay que aña
la influencia que en la educación general política de ín¿
térra hizo aquella campaña, porque con motivo da la g
rra de América, la tribuna de Westminster se convirtió
— 509 —
uta verdadera cátedra de derecho publico, deaie la cual ae
preparó la trans formación política iniciada en el Reino
Unido dentro del primer tercio del siglo actual.
Asi Inglaterra podo hacer la paz coa loe Estados Unidos
en 1783, reconociendo inmediata mente la independencia del
nuevo pueblo y entablando con él, enseguida, toda clase de
relaciones morales y mercantiles, mientras que, por otra
parte, iniciaba la reforma colon i al expansiva! de que e?una
considerable prueba la reforma hecha en el Ganad! en 1791 .
No quiero recordar, señores, que nosotros no llegamos 4
reconocer la independencia de ios Reinos hi a p ano-amar ica»
nos, que existía de hecho ya en 1824 hasta 1836, que es
la fecha del tratado con Méjico, y ana hasta 18 G5, que es
la nacha del tratado con el Pera. Y no quiero habar de
cómo el sentido de la política que hicimos, con maravilloso
resaludo, en Puerto Rico y Cuba áe^de 1813 á 1820, bajo
la inspiración da las refirmas del marqué * de la Sonora y
de las Cortes de Cádiz, y con coya política se hubiera quiza
impedido la perdida del Continente americano, fué rectifica-
da en 1823, con el famoso decreto da las omnímodas de los
capitanea generales.
Básteme lo dicho en apoyo de la acción libre de las Cor-
tes y de los debates amplios sobre las cuestiones coloniales,
para robustecer , co n ej e m pl os p ráctico s , mi p rote b ta co n -
tra la fon esta teoría del siítucio patriótico que se nos quiere
imponer, en este período de grandes desconfianzas, fácil
de convertirse pronto en un periodo de pánico t en el cnal,
*1 Gobierno, sin apoyo positivo en la opinión, pudiera eer
i apellado y arrastrado á las mayores torpezas, llevando A
Í faetón, sorprendida y agotada, á un oprobioso desastre.
'I*
— 510 —
Por esto, séame lícito también decir algo respecto al
lencio de hombrea importantes, de personas coya rep
sen tai ion aparece mny acentuada en nuestra política ult
'"■i j marica, de quienes te dos, dentro y fuera de esta Cama
: i' . . j esperábamos explicaciones que quizás só!o ellas pueden <
¿ c \ respecto de lo que en Coba ha sucedido en estos últii
^*: - i meses: políticos de mny merecida consideración qne ape
¡J l ' • j da esto creen qne no están obligados á intervenir
" ■?; -< este debate, sino en el panto y hora en qne sean requerí*
especialmente, quizá atacados 6 censurados con más ó i
nos pasión y violencia.
No; eso no lo consiente el Paramento, donde cada c
tiene su lugar con propia y determinada representad
3 que hay que acreditar del modo a fecuado á la índole de
institución parlamentaria ydonde á nadie le es licito el pa
de mero ó indiferente espectador. Pero además, esta sil
:* \\ ciosa espectación tampoco es permitida aun fuera del 1'
m , ;' • \ lamento á los hombres públicos de cierto carácter y cié
r" i historia.
• ■ -j
' • * i Los hombres políticos deben tener esto muy en cuei
* *_ í y, sobre todo, aquellos que han desempeñado los al
; ** , cargos de nuestra política colonial; aquellos que han rej
;• ,j sentado los intereses y la política del Gobierno en Ultran
í '>'.'-/ .] y señaladamente aquellos que han llevado con honor la
' . ' ■ # fenea de los intereses generales de4 la Patria. Esos tien
: .■.'•■'*• ^ . ■ ', ¿mi juicio, en los momentos difíciles (y lo son mucho
$!**£" "\ presentes) el deber de dar su consejo: por lo menos la o
&V; ( gaoión de exponer su opinión y de ilustrar al público
íV-"" '-. sus datos y sus observaciones directas, fortalecidas pox
\\,V ciencia y su experiencia personales. [Ah! ¡No faltaba n
i". ' .1
■V
— 511 —
Se puede llegar á grandes alturas; ¿pero se llega por la»
condiciones paramente individuales y sin más compromiso
que el pasajero de la instable posición oficial? rueden todo»
estos hombres ilustres ser personas de indiscutible mérito-
particular, pundonorosos militares, hombres probos, corree»
tos, buenos amigos, padres honrados; pero mediante eso so-
lamente, ¿serian y valdrían lo que realmente son en la poli-
tica española? Son algunos, son todos, por diferentes moti-
vos, Jo que Emerson llamaba hombres representativos, y en
este sentido tienen la obligación inexcusable de dar su voto,.
■o como voto decisivo, ya lo sé, pero si como voto de mayor
cuantía.
T si esto me parece hasta corriente tratándose de la ge-
neral idad de los negocios públicos, antojase me indiscuti-
ble cuando se trata de problemas coloniales, tanto por
la dificultad de qce la opinión general de la Metrópoli pue-
da ser suficientemente informada por el trabajo y los re-
querí mientas de los particulares, cuanto por el doble pa-
pel que desempeñan los funcionarios del Estado encar-
gados en las Colonias, no sólo de atender á las exigen-
cias de la Administración, siso de representar, en su
totalidad, el prestigio, la solicitud y el carácter protector de
la Madre Patria. Por eso en la historia colonial española
tienen un gran valor las Memorias y los informes de los
virejes y de los visitadores é inspectores de Indias; y en
la edad contemporánea figuran eo primer término las Me-
morias y las explicaciones que sobre el estado de la Amé-
a británica dio, dentro y fuera del Parlamento inglés, y
relación con sus empeños oficiales, el célebre lord
rham, á quien hay que referir muy señaladamente la
— 512 —
iniciación de la gran reforma autonomista del Gan&c
Fot todo esto, yo no pecaré de desconsiderado al p<
ahora indi vid nal mente su opinión á todos loe homt
notables á quienes se ha aludido; á los señores Genere
Martínez Campos y Calleja muy especialmente, pues c
ellos han gobernado á Coba en estos últimos tiempo*
deben tener opiniones propias sobre el estado de los asa
tes ultramarinos y les importa macho exclarecer y reetifit
bastante de lo que respecto á Sus Señorías mismo i se
dioho y disoutido en estos meses, así en España como en
extranjero. No necesito que tan distinguidas personas o<
firmen mi opinión ó fortalezcan mi actitud (perdonadme e
rasgo de inmodestia); pero si afirmo redondamente, qne 5
Señorías no pueden excusarse de emitir aquí solemne mej
su juicio sobre el problema palpitante ultramarino, ou
pliendo asi con su deber como Senadores y como represf
tantas de las tradiciones y la política del Gobierno eu An
rica, en un momento en que todo el muud) tiene puesl
los ojos en este asunto.
II
Y vamos al fondo del problema. Ya lo he dicho. No v¡
a hablar más que de Cuba, porque estáe asunto absorbe to
nuestra atención en este instante y compromete toda naejt
suerte. Con esto indico que yo tengo opinión distinta á la q
he oidu a un hombre importante del partido conservador <
Bidente, Yo tengo la opinión de que la muerte de nuesl
representación colonial llevaría tras si nuestro descrédito
qa:z¿ tneetra inmediata mina como potencia hÍ9t5rica y
«nropea.
Por lo tanto» señorea es" preciso ver este trancen iental
iflQDtj con cuidado; oir todas las opiniones j aspiraciones,
7 resolver después, no por aquel interés político que divi-
de Jos negocios en cuestiones de mavorla y de minoría,
ni aun siquiera estimando el punto como un interés
d* Gobierno conservador, 6 liberal, ó republicano, sino
como un asunto de importancia fundamental de la Patria,
y hasta como un positivo deber de conciencia; que esto es pre-
ciso cuandoee arranean hombrea alpaid para llevarlos á des-
piadada é interminable guerra, cuando es exigen esfuerzos
y se destruyen esperanzas, que <ieb*n sacrificarse, sít pero
aj menos con la casi seguridad de que todos esos sacrificios
han de tener un término próximo y satisfactorio.
Bieu comprenderán los señores Sanadores que creyendo
este mi deber, siendo esta mi preocupación de todo momento
y causa esp ecial de angustia para mi espirito en el i estan-
te en qae dirijo la palabra á esta Cámara, y encontrando
inmensas dificultades por el número y diversidad de cues-
tiones qne en este debate se han planteado, necesito redu-
cir lis todo lo posible. Así, voy á ver sí concreto mis obser-
vaciones llamando vuestra atención sobre las tres notas
que, á mi juicio t destacan en el pavoroso problema que
•bsorbe justamente la atención de España y comienza á
fijar la de todo el mundo.
La primer nota se refiere á lo que podríamos llamar el
Altado interior de nuestro país frente al problema militar
*ülano«
-* guerra de Cuba, en primer término, ha proporciona-
— 514 —
IV
do ocasión exoepcionalmente favorable de discutir y n
ver un panto de potísima importancia social; como qu
relaciona directamente eon la virtualidad del pueblo e
fiol y viene siendo objeta de los más enoontrados pareo
dentro y fuera de nuestro propio país. De tal suerte fl
producido esa oportunidad, que si no fuera por las circ
tandas que la condicionan, podríamos alegrarnos, po
ha venido á demostrar una cosa, á saber: que en los im
tes en que tantos dicen que la anearía se ha apoderadc
todos los espíritus, cuando se pondera por todas parte
decadencia de España y se aventura la especie de que n<
vimos más que la vida de las componendas y de las coi
telas; cuando parece que no hay ideas, ni rumbos, ni c
ranzas , las energías vitales de esta tierra han surgido
superficie hablando el leu guaje elocuentísimo de las real
des y demostrando que aquí hay capital, faena, me<
espíritu, y que lo que necesitamos son objetivos prec
políticos que dirijan, ideas que levanteu y aproveche
voluntad de este pueblo, dispuesto siempre al saeri
cuando se trata del honor y de la dignidad de la Patri
Yo lo he visto; yo he visto esos mozos, esos niños
marchaban, [pocos días hace, por las calles de Ma<
rebosando entusiasmo los unos, demostrando los otrof
su recogimiento y su varonil apostura la energía de su
mo, dispuestos todos á cruzar el gran Atlántico, indife
tes á la amenaza de la fiebre y al peligro de las balas,
jando tras sí las lágrimas de sus madres y los suspire
sus amantes, sin esperanza de recompensa ni preocupi
de lucro, sin odio ni miedo, atentos á la ley del deber,
les á la disciplina, con la conciencia serena del que
si
r
— 515 —
«que cumple oomo bueno dando su sangre por el derecho, y
sobre todo por el honor de la tierra que han hecho y defen-
dido con sacrificios análogos nuestros padres en una larga
historia de empeños heroicos. .. Ni un grito, ni una protes-
ta, ni la más leve murmuración! El fenómeno es verdadera*
mente admirable. Seguramente no lo esperaban la mayoría
de nuestros hombres políticos. Europa entera lo ha aplaudi-
do, al propio tiempo que confesaba su anterior creencia de
que España era incapas de poner, con sus propios y exclu-
sivos mfejdios y á dos mil leguas de distancia, un ejército de
200.000 hombres para guerrear en condiciones de dificul-
tad, solo comparable á aquellas con que luchó para ser
vencido el ejercito francés de Santo Domingo, á comienzos
de este siglo.
Yo he visto también todo eso, f al verlo no he podido
menos de exclamar: pues qué, ¿acaso los que nos gritan ó
mormuran que esta es una tierra perdida, que aqui todo está
corrompido, que todos se hallan dispuestosá venderse y á en-
tregarse, no ven de qué suerte palpita, entre nosotros, la
energía, y oomo en medio de estos conflictos, positivamente
aterradores, late siempre un espíritu generoso y viril, ga-
rantía d e compromisos admirables, resoluciones poderosas
y éxitos inverosímiles? '
¡AJi! Seguramente aqui hay más que los lamentos estéri-
les de las gentes pusilánimes, y más que los Gobiernos,
abrumados por el compadrazgo y el caciquismo y deshechos
en luohas verdaderamente mezquinas.
Jon este motivo se han planteado dos problemas muy in-
otantes: el uno es el problema del ejército colonia); el otro
*e la reforma del servicio militar. — No digo qoa
— 816
' •>.
•-1
sea esta la hora deiesolver astas cuestiones. Ya al aeñoi
nistro de la Guerra (al cual, apro vechando esta ocaaióo
lodo fervorosamente por sos energías y snsaotividadee
su inteligencia y sn patriotismo), ya el señor ministro
decía en nno de sns último* proyectos, que era preciso tr
nuevamente la cuestión de la redención del servicio mili
y de otro lado hacia cierta favorable indicación respecto
idea del ejército colonial. Ya sé yo, repito, que no son e
puntos á resolver ahora; pero sí quiero señalar i
especialmente el último; porque cualesquiera que i
los éxitos que en esta crisis hayamos de alcanzar al
lado de los mares, y conviniendo eu que no hay
blo alguno (porque en esto si que tiene razón, com
otras cosas, el mensaje de la Corona) que haya super
ni siquiera igualado al eáfuerso hecho por España en <
meses, no es posible creer que esta Nación, que puede
centrarse en lo sucesivo en conflictos análogos, hayí
continuar realizando el colosal esfuerzo de reclutar y
viar y sostener en Ultramar 40, ú 80, ó 150.000, ó 200
soldados, permanentemente separados de sus hogares, a]
nando el Tesoro nacional, quitando brazos á los a»mp
á la industria y dando á la vida de la Metrópoli el cari
de una empresa exclusivamente militar y de conquista. F
cia ha planteado el problema y lo tiene ya casi á términ
solución; Inglaterra, en forma que á mi no me pa
perfectamente aceptable, lo tiene disentido y resuelto
una de las partes más considerables de su vasto Impí
El problema está, pues, planteado. Es necesario oo
con el ejército colonial: sólo que ese ejército colonial j
naturalmente, ciertas condiciones y otras reformas. Pie
— 517 —
devoción, el «mor de lia colonias, I* voluntad in contras -
UbJe de servir de ona. maneta incondicional á la bandera
de la Patria» para lo que hay que levantar el espirita de
eaas Colonias, contar con íu pneéh é identificarlo con el
metrópoli tico por medio de nna poli tica de confianza, ex*
pansión y libertad.
£1 otro problema» es del servicio militar. [Que pena me
da! Yo no bago cargos; pero realmente canea inmenso dolar
considerar qne por Ja organización de nuestro sistema, en los
formen te b presentes parece entregada la defensa de la Patria
Btlfc mente i Its clases pebres, desheredadas . Claro está que
figuran en el ejército brillantes jefes y oficiales A los cuales
es necesario también no escatimar el aplauso; pero la verdad
es, que la redención á metálico hace que se lo el pobre se en*
cnentreen la necesidad de cnmplír con el deber de entregar
en sangre por el honor y Tos intereses de Kspafía. Y esto es
preciso reformarlo, Es necesario qne nuestros hijos, loa
hjes de las clases ¿fortunadas, délas clases ricas, tengan
En puerto allí donde está el pobre y presten el servicio mi-
litar en las minina a condiciones de nn modo absoluto ó irre-
dimible. De esa suerte te fortificará y se levantará el
concepto de la dignidad militar, se producirán reformas
fundamentales en la organización y educación intimas de
nuestro ejército y ae pedra traer nn acento de disciplina á
esta perturbada sociedad española.
La segnnda nota qne de&tacaen el problema cubano, es
la internacional; es decir, nuestro aislamiento en el mundo,
nestro aislamiento con relación á los Gobiernos extrae-je-
ra, nnrstro aislamiento con relación ala opinión del mun-
o contemporáneo.
— 618 —
Yo he meditado bastante sobre esto, porque saben l
machos de los que me honran con su atención, qne de n
•atrás vengo sosteniendo la necesidad de romper la poli
•de circunspección exagerada que en el orden internada
-caracteriza á España. Y además, porque en el problc
«abano no puedo menos de ver la relación ó influencia
tiene la política de los Estados Unidos, y no debo 1311c
-cómo y de qué suerte, desde 1820, Europa se ha moetr
propicia á considerar el punto de la soberanía de Espi
en las Antillas, como un interés de la política gañera!
mundo.
Aquí se han discutido, y debo pensar qne se di sea ti
todavía más, algo dos de los puntos cardinales de nuai
problema diplomático. Yo he tenido el honor de votar I*
mi en da de mi ilustre maestro el Sr. Comas, aunque sin o*
partir, entiéndase bieo, todas sus opiniones. Yo he he
sencillamente una afirmación doctrinal, porque yo creo (
discutir si en este momento se debe ó no denunciar el í
tado) que la doctrina dominante en el protocolo de 1877
tampoco discuto si este protocolo está ó no de acuerdo <
el tratado de 1795) trasciende en daño de la soberanía
pañola y constituye una positiva reducción del carácter
nuestra nación al de los pueblos inferiores donde rigen
tribunales mixtos y las jurisdicciones excepcionales p\
los extranjeros.
Pero quizá aún más que el fondo del ya famoso protc
lo importa en estos momentos la manera de interpretar
¿unos desas artículos; interpretación que explica cier
ingerencias intolerables por parte del gobierno de los Es
dos Unidos, en la administración de nuestras Antillas y ci
— 519 —
fea reclamaciones que podrían llegar á un extremo incom-
patible con los medios económicos del Estado en las A n ti-
lín.
Tanto como esto importan otras reclamaciones norte-
americanas, bagadas en otro a tratados y en las relacione»
corrientes y en las prácticas nana lee entre los pueblos con-
temporáneos. Me refiero á las pr oten tas y demandas que se
van agolpando en nuestro Ministerio de Botado por cansa ó
¿pretexto de atropellos propios de tos períodos de guerra, y
muy explicables en guerras como la actual de Cuba, 6 bien
coq ocasión de multas impuestas por nuestros empleados de
Aduanas y de Haciend*¿ barcos y comerciantes america-
nos. Es esta materia sobre la en al hay que tener en cuenta
machos ditos: entre otro*, et relativo i la excesiva inter-
vención de los americanos de origen ó de adopción mis 6
menos reciente, en la política y aun en la goerra de la
grande Antilla. Agrego lo relativo a la na tu ral i z ación
americana da muchos hijos de Coba; naturalización sos pe*
chesa y que entraña grandes complicaciones que es necesa-
rio prevenir ó disipar en iuterói de Eapaü \ y de los Ehtados
Unidos. El mismo presidente Cleveland, en mas de una oca-
fiiÓn, solicitó la mirada del Congreso norteamericano sobre
este particular, siendo de toda evidencia la irregularidad
de todo lo que se practica en los Estados Unidos, exageran*
no el alcance de la protección de entes sobre personas que
en realidad iovoo*n aquel apsyo par mKivoá y ñnei abso-
lutamente incompatibles con loi principios generales del
¡sho internacional,
última hora h*u surgí lo d *b itea periodísticos sobre el
esto propósito del Gobierno americano de reconocer 1»
i
— 520 —
beligerancia de los insurrectos cubanos, y aun algo sol
esto se ha iniciado en algún Mensaje del presidente de
gran República. Pero todavía más grave que toio lo <¡
acabo de indicar es lo que en los Mensajes presidenciales
Washington y luego en los círculos políticos y en la preí
de aquel país se ha dicho y repite en estos mismos mome
tos sobre el punto de la intervención internacional, estin
da en sus términos generales y muy especialmente con n
ti vo de la guerra de Cuba.
Evidente es que todas estas son cuestiones en las que
causa, el pretexto ó la ocasión son por el momento el negó
español, pero no menos cierto es que todas ellas transoii
den necesariamente á todo el Derecho internación
máxime la última que he indicado, de importancia en
me, y que vendrá á perturbar por completo el Derecho
gentes contemporáneo. Me refiero al nuevo sentido y á la n:
va interpretación que se qaiere dar (sobra todo, por
muchedumbres y por un cierto grupo de políticos] á la ce
bre doctrina deMonroe.
Esa doctrina no es, no representa en el momento en q
se produjo, en 1823, lo que se quiere que sea ahora: ni
quiera lo que Mr. Cleveland, en su célebre Mensaje dec
¿ovaciones á lord Salisbury, formuló hace cosa de año y n
dio con motivo de las cuestiones de Venezuela con Itiglater
No niego que dentro de los Estadoa Unidos, país en don
el cultivo de la ciencia del Derecho internacional ha Uej
do á'gran altura, existen muchos pensadores, mu di os t
tadista8 que no interpretan la doctrina de Monroe en el si
tido perturbador á que aludo: pero no ha de negar, señor
(¿cómo he de negar la evidencia?) que la tendencia absorbí
— 521 —
te, la tendencia dominante, lo que constituye el sentimien •
to general del país, ee la dilatación de la doctrina de 1823
hasta llegará un gran exclusivismo continental y á la ab-
sorción de toda América por el espíritu, los intereses, el
gobierno y la representación de los Estados Unidos.
Bien sabemos que la primitiva fórmula apareció en 1S23
con motivo de dos cuestiones concretas: de un lado, con oca-
sión de las negociaciones que había con Rusia en orden á las
tierras de Norte América, y de otro por la actitud graví-
sima de la Santa Alianza europea, que intentó dominar
y reconquistar la América española no solo para España,
sino para el absolutismo monárquico, con el propio sentido
que había determinado las intervenciones de la misma
Santa Alianza en nuestra patria, en el Piamonte y eu Ñapó-
les. No es del easo explicar, ni lo consentiría el carácter de
una Asamblea como el Senado, de qué suerte este sencido
original de la llamada doctrina de Monroe se mantuvo y afir •
mó diferentes veces, ora con ocasión del Congreso de Pana-
má de 1824, ora con motivo de las ouestiones de Centro
América en 1850, ora en el conflicto provocado por el Im-
perio ¿ranees ai levantar en Méjico el trono de Maximi-
liano.
Tampoco me detendré á precisar cómo la mayor parte de
los tratadistas de Derecho internacional de Norte América
insisten en dar esta explicación circunspecta á esta famosa
doctrina. Pero ocioso é indiscreto seria ocultar que la opi-
i i general americana últimamente le ha dado un mayor
i mee, y que el sentido ambicioso del malogrado Mr. Blai-
í (ministro del Presidente Harrison y promotor del famoso
* igreso Pan americano de 1889) tiene numerosísimos par-
\t
l
— 622 —
tidarioa en la gran República, donde por muchos se prefe
de, no fiólo sustraer á América de la relación política, eooi
mica é internacional con Europa, sino someterla á una es
cié de protectorado que habría de ejercer el pueblo de W
hington y de Lincoln. Esta tendencia ha tomado mucho
Heve con motivo de la cuestión de Venezuela; lo toma ó
tomará á pretexto de la ouestión cubana, si bien los asp
tos que ha de presentar con este último motivo, no sei
absolutamente los mismos, por grande que sea la insisten
y franca la orientación de la República norteamerioai
¿Para qué he de decir ahora que esa tendencia de exclusa
mo y predominio, disfrazada con varios nombres, es opu
ta al sentido del movimiento internacional iniciado por
tratado de Westfalia de 1688, y continuado sucesivame;
por los tratados de Utrecht de 1703, de Hubersburgo
1763, de Viena de 1815, de París de 1856 y de Berlín
1878 y 85, que acusan el constante sacrificio de las diferí
ciasderaza, de secta, de representación histórica, de re
gión, de familia, para levantar sobre todas ellas el inte
humano? Exagerando la doctrina de Monroe, al dia sigui
te de haberse quebrantado á cañonazos el aislamiento
Ghina, del Japóo, del Paraguay y de Marruecos (quebrai
logrado precisamente con el concurso de los Estados U
dos), se crearía una nueva diferencia: la diferencia coi
nental antipática al movimiento expansivo y al espíritu
solidaridad de los pueblos contemporáneos. Pues con
esto hay que protestar, contra esto protestará la Amér
meridional, protestará Europa y tiene derecho á protest
como pocos, la patria del Padre Victoria y de Baltasar
Ayala.
— 523 —
Pero no ncd kagatnod ilusionas; este do es un empeño
individual* Por mi parta entiendo que tampoco ninguna de
las cuestiones que antea señalé (las de naturalización, in-
demnización, beligerancia, protección de rebeldes, etcétera»
etc.), ninguna se resolverá pronta y satisfactoriamente por
el solo trato de España con los Estados Unidos. De aquí Ja
necesidad de contar con i a cooperación extranjera, con la
cooperación de los Gabinetes de otras nacionas y de la opi-
nión pública del mundo culto que dtbe y puede considerar
todos estos "problemas como algo más que un interés partí*
cnlar y exclusivo de üspaña*
Pensar de otra manera, equivaldría ano leer un solo pe-
riódico del extranjero; equivaldría á no poner un solo mi*
nato la atención en los debates de los Parlamentos de otras
naciones,
Pero después de esto he de reconocer que, hoy por hoy,
estamos en malas condiciones para recabar esa cooperación
internacional que recomiendo. Edto es efecto primeramente
del aislamiento en que vive Eej afra,
Ese aislamiento es, á su vez, renultado de varias causas .
Ka primer término del concepto que de la circunspección es-
pañola tienen ó patrocinan, entre otros, el señor Presiden-
te del Consejo, en la cual he creído yo ver, con cierto dolor,
tanto una reacción exagerada de Jas exageraciones á que nos
había llevado antes nuestro espíritu romántico f batallador,
como nna falta de confianza en los medios con que cuen-
ta España, que ahora mismo parece vivir y levantarse con
snergias para muchos inverosímiles. Después á eso aisla-
miento ha contribuido una reciente y profunda equivoca*
don de nuestro partido conservador»
— 524 —
No se hacen en vano campañas como la última contra 1
tratados mercantiles, cerrando por completo la puerta c
una intransigénc a absoluta á los intereses extranjeros,
principio, sí, dando á la cuestión el carácter reducido
un problema interior y casi de familia, se vence y se d
persa á la minoría liberal, pero después la ola se revoeh
y Tiene más fiera, y entonces no paga el partido con ser v
dor sus culpas, sino que desgraciadamente las paga el pal
Hay después otros datos que voy observando* Yo leo ra
cho todo lo qne la prensa extranjera dice del problema a
tillano y de nuestras relacione* con los Estados Unidos;
puedo afirmar, sin temor de üua "rectificación , que salvo ;
gunos detalles en puutos insigui ficantes, la prensa europc
la francesa, la italiana, la alemana, la ing'eaa, qne es
que yo más conozco, esta completamente de nuestra pal
en el conflicto qne mantenemos en Coba y censura los proc
dimientos norteamericanos y sus exageraciones, ¿ las cu
les se debe dar nna importancia muy relativa, porque 1
pueblos Ubres suenan macho, y por Unto, hay qne estudi
bien y distinguir y precisar las responsabilidad as de ca
uno de sus factores y elementos.
Pero, notadlo bien; en cambio no conosíio un solo periór
co extranjero que esté con nosotros para mantener el réj
men imperante en Cuba. Convienen las gentes de fuera
que es necesario concluir la insurrección, terminar ese m
vimiento, volver la paz al país; paro el concejo es cousta
te. España necesita modificar el régimen de las AntiMs
Espafía debe decidirse por la autonomía colonial. Se tra
de un punto de hecho. Espero la rectificación.
Yo no quisiera pecar de im peí tinento, aun cuando me ai
— 625 —
parase de bien conocidas prácticas parlamentarias para ha-
cer ciertas preguntas- Por tanto insinuaré ana con todo gé*
ñero de salvedades y dejando al Gobierno en plena libertad
para responderla. ¿No tiene el Gobierno algún dato de ca-
rácter oficial respecto á la manera cómo algún Gabinete
extranjero, j más concretamente» alga eos Gabinetes euro-
peos entienden nuestro problema de Ultramar?
¿Por acaso, en el curio de las relaciones oficiales ú ofi-
ciosas de nuestro Gobierno con algunos gobiernos extran-
jero* , no ba oído el primero Ja expresión de iaa simpatías que
inspira España más allá de l*s fronteras, no ha percibido
ciertas Teladas censuras á la actitud y la conducta de los
Estados Unidos, pero con el aditamento de cariñosas excita
ciónos para que el Gobierno español varié de procedimiento
en nuestras colonias y se ponga eo armonía con el sentido
dominante en la colonización contemporánea me liante la
proclamación de la autonomía colonial? ¿Es ia verosímil Ja
especie de que una da la^ mayores dificultades con que núes
tro Gobierno tropieza pañi concluir la guerra de Cuba, sos-
tenida muy particularmente por las simpatías y los auxilios
directos da Norte América, es la propaganda que ee hace en
el mun do eo n tra n a est r o régimen coló n í a I T atribuye nd o á
nuestro Gibiern - propósitos reacción arios por la suspensión
de las refirmas del 95, lo mismo en Cuba agitada qne en
Puerto Rico pacífica f por la significación que ae atribnye
públicamente á ia sustitución del señor general Martines
Campos por el señor general Weyler en el gobierno da la
indo Antilla y en la dirección de la guerra cubana?
Por lo pronto puedo asegurar que de esto hablan todos
i días los principales perió lieos de Europa y que recomen*
— 526 —
daciones ó insinuaciones análogas de los gobiernos europeo»
no son nnevas en la historia de las relaciones exteriores de
España. Bnena prueba de ello es lo que hicieron Francia é*
Inglaterra, cnando allá, por lósanos de 1850, se trató de
garantizar por la acción internacional la soberanía española
en las Antillas. Aquel laudable propósito que fracasó, no sólo
por la célebre nota de Mr. Evorets, si qne f entre otras can*
eas) por el disgusto qne á los Gabinetes de París y Londres
producía nuestro ¿tatú guo colonial. A lo menos esto consta
en documentos oficiales, ja públicos, de aquellas canci-
llerías.
Llego á la tercera nota, á lo más íntimo del problema:
al prcblema de Cuba, de la guerra de Cuba, en relación
con el Gobierno conservador, con el partido conservador y
con las soluciones que se preeentan ahora para concluirla.
III
A mi juicio, la guerra de Cuba, durante el actual perío-
do de mando del partido conservador, demuestra, para el
efecto que voy discutiendo, la profunda desconfianza que
este partido tiene en los medios morales y políticos para
resolver las grandes cuestiones que se ventilan en estos mo-
mentos. Al principio fué indecisión; después repudiación
absoluta de todo procedimiento moral y político.
Lo vemos bien demostrado: el partido conservador con-
tri jo un compromiso absoluto respecto de las reformas del
24 de Marzo de 1895. El jefe de ese partido se comprometió-
explícitamente, y aun hizo francas declaraciones, qu»
rv
— 527 — .
reprodujo dfspuós el ec ñor Ministro de Ultramar, cuando yn
había estallado la insurrección. E atoo cm su creencia era
que aquel lus reformas evitarían teda perturbación, y en úl-
timo caso qne aquellas reformas refrenarían ciertas impa-
cundas y allanarían ciertas dificultades provecientes del
mismo retraso con que se llevaban á las Antillas las refor-
mas, después de haber sido presentadas como inmediatas
dos afios antea. Conviene precisar bien esto.
Tetí&n 83, SS. no compromiso terminante: el compro*
miso de llevar á 'a práctica aqnelU ley, por medio de re
gUmentos qne debían publicarse en la Gaceta inmediata-
mente, y ein loe cnales ni era dublé formar juicio defini-
tivo stbre el alcance de la reforma*
£1 Br. Cánovas del Castillo de una parte, y jo de otra, al
tifmpo de votar, nos reservamos el decir de qoé manera
interpretábamos aquella ley; y nos reservamos el juicio
dffioitivo de la obra reformista hasta qne se pubi; ca-
rao les reglamentos. Pero después de ocupar el Gobier-
no el partido conservador vino Ja indecisión, retardán-
dose «xtraordinariemente la publicación de estos decretos
y, por tanto, las reformas quedaron en suspenso. Luego,
el ministro de Ultramar tomó algunas medidas por todo
extremo sospechosas, respecto al poder de los partidos polí-
ticos cubanos. Á poco se acentuó la vacilación, ya esperada
del Gtbif rno. y se inició nn cambio político separando al
general Calleja pera enviar á Cuba al general Martínez de
Campos*
No era el general Martínez de Campos persona que pu-
iera ir de gobernador á Coba para representar pura y er-
osivamente la violencia; mejor dicho, el procedimiento de
— 528 —
la guerra. £30 no lo podía representar el general Martines
<de Campos. Méritos tiene S. S. muy grandes; bizarría re-
conocida; es hombre de suerte y de competencia. Eso le da
una gran representación aquí, pero en América no tendrá
8. S. ese carácter; S. S. será siempre el hombre del Zan-
jón, el hombre de la política de transigencia y de reconoci-
miento de las libertades y -de los derechos.
Si en lugar de ir el general Martínez Campos acompaña-
do de grandes fuerzas, como fué, hubiese ido otro genera1,
esto habría sido la rectificación plena de la política primera,
de la política del partido liberal; pero yendo el general
Martínez Campos acompañado de esas fuerzas, anunciaba
un cambio de política, pero solo en una de sus determina*
ciones. £1 Gobierno no confiiba ya en la eficacia superior
de las reformas, y el general Martínez Campos llevó el en-
cargo de uMlizir las armas y, hasta cierto puato, la po itiaa.
Su señoría debió conocerlo, porque de otra suerte no po-
día ir sin renegar de todo lo que es, de lo qus vale y de
parte de su gloriosa historia. Pero el compromiso del nuevo
gobernador, dados sus antecedentes, era dificilísimo. El
señor general Martínez Campos, no podía ser más que el
hombre de los proceiimienlos políticos: allí estaba su po*
der, su eficacia. Sin embargo, aceptó la política media del
partide conservador.
Hasta Noviembre, S. S. quiso mantener allí esta políti-
ca. No hizo bien en todo lo que realizó hasta el mes de No-
viembre; pero la verdad es que mantuvo en toio eje tiem-
po la aspiración de las reformas aplazadas. Llegó un
momento en que abandonó por completóla política de refor-
mas el señor general Martínez Campos.. . (El Sr* Martí*
_
_ 529 —
*& Campos: Yo> do: el Gobierno.— Rumora.) ¡Ah,S. S, no:
el Gobierno! (El Sr . Afartíntz Campos: Pido la palabra*)
Pero me lo explico; cuando la re-j remonta ció a que se tiene
fie muy alta; cuando la dificultad de ana empresa no consiste
solo en dar un diegusto a tal ó cual Amigo, sino que está en
comprometer toda una política, eo comprometer á una si *
tuición que ha puesto su representación en la lealtad del
actor, do se puede al dia siguiente de aceptar uu puesto va-
riar de rumbo. — Así es que yo, que soy un leal adversario,
siempre he rectifícalo dos opiniones bastante generalizadas
^ la Península i nuíij respecto del Sr. Pr evidente del Consejo
de Min: stros, y otra respecto al Sr. Martínez Campos. En
cnanto al Sr, Presidente del Consejo de Ministros, no le be
de ocultar, puesto que aquí no se debe ocultar nada, que hay
muchos que h-.n creído qce en el instante de subir al po*
der el Sr. Cánovas del Castillo, renegaba de sus com-
promisos y tomaba el poder para mixtificarlos. No; yo creo
firmemente que no ha sido eso, y be dado la completa sega*
rídad de que 3. 3. perseveraba en cumplir sus compromi-
sos, y que óatoe eran tan terminantes como el día que hoa-
mdimenfce declaró otra cosa; lo que hay es que S. S. no te*
nía toda la fe necesaria en la virtual! lad de estas ideas y
poluciones, y por eso titubeó y luego cayó del lado de sus
antiguas prevenciones. De la misma manera, en cuan-
to al general Martínez de Campos, también dentro y fuera
de EspafLa se ha dicho que cortó su historia en el punto y
Wa erj que ataüdonó tu dirección del ejército para deplo-
rar, so lo, au fracaso,
o he creído siempre que á S- S. le produjo ejtraordi-
fr > efecto el no si*ber que determinación debía tomar, la-
— 530 —
ohau do con los deberes de lealtad respecto al Gobierno qae
le hebia fiado una delicada misión, y de otra parte con la
idea de que sin las reformes, sin Ja política liberal, no era
vi b ble la misión de que a* Labia encargado» Pero en me-
dio de lea dudaa, de las fluctuaciones del gobernador gene-
ral de Cuba, se precipita Ja política conservadora de Ma-
drid, política ene e mirada á prescindir del sentido de la re-
forma volada en Marzo de 1S95 y que se anuncia por uds
serie de medidas» man que alarmantes, desalentadoras, una
de ellas fué la suspenaión de las elecciones municipales
y provinciales de las dos Antütas» y en segui da el nom-
bramiento de diputados y concejales de Real orden. ¿Pero
cómo, por qué, cod que derecho se hacía esto?
Siento no ver sentado en en sitio al Sr. Ministro de Ül
tramar, porque acerca de esto tengo gravísimas quejas qti
dirigir áS, 8. Yo disentí esta cuestión en el Congreso,
ni el digno Presidente de la Comisión, que allí dictammo
sobre esto, ni yo, que puse mochos reparos á esta solución.
entendimos jamás que fuera posible realizar dos cosas; sus-
pender las elecciones municipales en el mes de Jodio y com*
brar de Beal orden concejales para sustituir á los concejales
que éóIo podrían haber dejado de serlo en el caso de qoe &e
acudiera á los comicios para que eligiesen otras persona*.
¿Por qué? Porque esto lo dispone categóricamente el art. 92
de la ley electoral de Cuba, el cual dice qne cuando por
cualquier concepto los concejales n nevos no puedan tomar
posesión de sus cargos, los concejales antiguos deben con
set vi>ree los miemos puestos cargos que desempeñaban haa
ta ese momento.
Después se realizó otra obra extraordinaria y dañe
— 531 —
y fué nombrar concejales á los conservadores en lugar de
loa autonomistas y reformistas. [El /SV. Martínez C&M-
pc$: No es exacto.) No tendrá S. S. parte en ello; se ha-
ría contra sus órdenes; pero lo cierto es que ha suce-
>ti Jo, y do me podrá negar la veracidad de este dato . En
Baracoa no hay un solo concejal autonomista, y allí los au-
tonomistas lo eran todo. Respecto del Príncipe, tengo aqnl
los datos y sucede una cosa por el estilo. Repito que 8. 8. da-
rla otras órdenes; pero si asi es, no se han cumplido. Estos
«on hschotí, y por lo tanto sobre el 'os no cabe disensión,
M mismo tiempo realizaba el partido conservador otra
obra parecida, que fué nombrar gobernadores de las provin-
cias cabanas, no ya 4 perdonas de ideas conservadoras, sino
i Jos presidentes de los comités conservadores, como sucedió
en Matanzas y en Finar del Hío. ¿Cómo podréis negar esto?
¿Cómo podréis negar que al poco tiempo, en vez de preparar
U creación del nuevo Consejo de Administración, se orearan
nuevos puestos en el antiguo para dárselos á los hombrea
del partido conservador? Y cnidado que no me fijo en las
personas, pues estoy acostumbrado í tratar estas cuestiones
desde cierta al tora; me limito á presentar el hecho como un
dito. Los nombramientos serían magníficos, sorprendentes,
admirables; pero lo cierto es t que se faltaba á la ley electo-
ral por un lado, luego á las declaraciones del Gobierno por
otro yT por último, al sentido general de la refirma de
Marzo, en que todos habíamos convelido. Y esto produjo —
necesariamente tañía que produoír — un quebranto inmenso
i il prestigio del partido conservador y una decepción
anda en el ánimo de todo el país antillano.
eneres, ha llegado el Sr, Ministro de Ultramar á una
I
— 532 —
cosa verdaderamente peregrina. Aquí se votó baca año*
una ley para crear el Consejo de Instruccdón pública. Era
una novedad, y una novedad de transcendencia» Se quiso
llevar á él la representación de todos los diferentes institutos
y elementos de la enseñanza. Aquella ley debía aplicara
á Ultramar, y se aplicó. En la Península, este Consejo que-
dó bastante mal arreglado, ¿no es verdad , Sr. Ministro de
Fe mentó? Pero, en fin, á este Consejo vinieron representa
clones de todos los elementos de la enseñanza peninsular,
de la privada en todas ana formas y de la pública ú oficia ¿
en todos sus grados. ¿Pnes sabéis cómo se ha aplicado en
Coba y Puerto Rico? Quitando el voto á loa maestros de
primera enseñanza para dárselo á las Juntas de instrucción
pública y á los inspectores; es decir, á los funcionarios nom-
brados por el Gobierno. Este es nn detalle que demuestra I&
desconfianza extraordinaria que allí se tiene, caando lo que
debía hacerse era abrir el corazón y dar entrada en el nuevo
Consejo á todos los elementos de los diversos partidos, pues
bastante era la fnerza de resistencia que tenia el partido
conservador.
No quiero hablar de lo que sucedió en el orden de las re-
formas económicas, perqué de ello me he de ocupar espe-
cialmente en otra sesión.
Por el momento básteme traer á la memoria del Senado
algunos hechos. La ley de 14 de Junio de 1S95 autorizó al
Gobierno para que arbitrase recursos mediante la pignora*
ción ó venta de los billetes hipotecarios creados en 18S6 y&
ra atender á les gastos que originara el restablecimiento del
orden público en Cuba y nada menos que hasta la comp&*
ta pacificación de aquella isla. Yo no conozco autorización
_
— 533 —
^cft ígualaia en atrevimiento a la que acato de citar, hasta
que hite pocos di as se ha presentado i este Parlamento otra
que quiíá se haya aprobado y que declara que el Gobierno
puede arbitrar, míentraa no estén reunidas las Cortea (y 7a
gibemos qne estarán reunidas lo menos posible) con cargo
i las secciones de Guerra y Marina del presupuesto de Cuba
de 1896-97, los recursos necesarios para atender á las obH*
gacioues de carácter extraordinario y que se criginen con
motivo de la actual alteración del orden público, compren-
diendo en estos gastos loa servicios con en la res y diplóma-
meos, Este proyecto ha llegado al extremo de autorizar al
Gobierno para mar del crédito público j de la garantía
especial de alguna renta ó contribución de la nación, que
no le halle particularmente obligada, tiendo el Consejo de
ministros absolutamente dueño de fijar la cantidad de loa
préstame s, ane condiciones, el tipo de interés, los píaseos
]e amortización y la garantía que haya de darse al pres-
tamista .
Muy poco antes el Gobierno había obtenido otras dos
extrañas autorizaciones: las referentes á los presupuestos
de (Jaba y Pnerto Bico para 1S95-96. Por esas leyes
«1 Gobierno quedó facultado para plantear en Cuba y
Puerto Rico, los presupuestes generales de gastos é
ingreses de dichas islas f ara 1895-36, con eujedón á la ley
de refera a de 15 de Marzo sebre Gobietro y Administra-
ción de laa mismas y además para hacer Ibb modifica dones
aeceeams en les servidos ó establecerlos nuevos» proce-
ndo en igual forma respecto de Jos ingreeoe indisponga -
1 b para cubrirlos* — Y como si esto no foera bastante, el
Cerno fne autorizado: primero, para negociar billetes
— 534 —
hipotecarios de Cuba, emisión de 1890, á fia de obtener los
miles de pesos que exigieae la atención de la deada flo-
tante contraída y el déficit que ofreciera el ejercicio co-
rriente de 1894-95, y segundo, para modificar el articulo
3.° de la ley de 30 de Julio da 1892, que establecía un
derecho transitorio de 10 por 100 á la entrada en la isla
de efectos de toia procedencia (la nacional inclusiva) que
no fuesen de comer , beber y arder, exigido ea la§ Aid» -
Laa , sobre las cuotas señaladas a la importación en la se-
cunda columna arancelaria y loa recargos que se impu*
bieran ,
Me parece que no aventuro paradoja alguna afirmando
q>e jamás ea España se han concedido autori gamonee ee-
Lüejüiitedj que constituyen una verdadera diotad ara admi-
nistrativa y económica.
Por ultimo, hay que recordar lo que en Cubaeucedió coa
el llamado tratado de comercio con los Estados Unidos y
COfi la reforma arancelaria,
El arancel vigente en Cuba lleva la fecha de 29 de Abril
de 1 892 y ee hizo en vista del convenio comercial celebrado
coti los Estados U o idos eo 28 de Ja io de 1894, Aquel aran-
cel sancionó tipos bastante altos, á los cuales se habla da
referir la reteja del 25 y el 50 por 100 concedidos ¿ Norte
América, y en él se cometieron no pocos errores respecto de
la imporUc ón de algunos efectos —como la maquinaria —
absoluta meóte precisos para la industria de Ciibi, donde
hay que preocuparse mucho, no tanto de que sé produzca
en abundancia sino de que se produzca barato. El arancel
de 1892 ae llamó interino y se autorizó á laa corporaciones
y los intereses insulares para que hicieran laa obéer vacio-
— 536 —
ueapara En resultado, y en tanto vino la denuncia y termi-
nación del convenía con les EbUdos Unidos en 24 de Agoato
de 1*94, con lo que el arancel de 1992 reaattb gravosísimo,
flj hieti aseguró el monopolio del mercado a a til Uno por par*
te da la industria peninsular.
No eólo sa hicieron calorosas protestas por parte de las
Astillas y ofrecimientos de urgente reforma del lado de
li Metrópoli, sino que aquí se constituyó en Eoe.ro del 95
una Junta especialmente encargada de proponer en breve
ptaso la reforma del arancel provisional, para hacer posi-
ble la vkla Bctihúiiv-ca, sobre todo de Cuba, excitada» alar -
mada y casi armiñada por el superior motivo de las difi-
cultades del merendó americano, por la creciente baja del
precio de loe ai acares y por el monopolio de la producción
peninsular. La Junta verificó numerosas y bien aprovecha
dae reuniones s hizo sus propuestas* Pero el Gobierno no
hadado un solo piso respecto de esta cuestión, ni aventura
una frase, ni se acuerda siquiera de que respecto de la ur-
gencia de una solución expansiva, son casi idénticos Ion
compromisos del partido conservador y los del liberal y
unos miamos los redamos de todos los partidos de Cuba.
fisto serU inficiente para que Cuba estuviera al borde
de la ruina. [Imaginaos lo que habrá aumentado aquella
crisis con las enormes dificultades y loa tremendos compro-
misos de la guerra!
Frente á todo esto las angustias del seftor gobernador
general de Cuba llegaron á ser inmensas» Ya respiraba
x -TcesT un poco fuerte, y eso llegaba aqui por medio de los
qtUts de los perió lieos. Pronto se vio la absoluta im*
ibíüdad de continuar allí el señor general Martínez da
.
r
— 536 —
Campos, Loa incidentes de Ja guern», el crecimiento de la
insurrección, la pericia de loa contrario* 6 la cuestión
política local fueron la determinante de su regreso á Eepa~
ña. Pero sobre todo esto se hallaba la lógica de la situación.
So sefiotía entonces salió de Coba* y fué nembrado para
sustituirle el general Weyler, un militar aguerrido, inteli-
gente; pero como para ese cargo (ya lo lie dicho), á causa de
la ocmpleiídad del problema cubano, no bastan represen-
taciones militares, habí a que ver qué representaba politica-
mente el señor general Weyler.
£1 señor g* o era? Weyler teria una representación per-
fectamente definida: represéntala la última evolución del
partido conservador, es decir, la franca suspeneión de todas
les reformas y el procedimiento de las armas como único
medio de vencer la insurrección. Ya no se habló más de re
foimts; ya ao se habió más de las )eyea de 1805; ya no se
habló más de procedimientos pacíficos de ningún genero,
No había otro procedimiento que hombres, dinero, todo ge-
nera de sacrificios y toda clase de energías para sofocar
el movimiento separatista que, en ves de encontrarse hoy
«focado, continuó desde entonces más potente cada día.
¿Cuál había de ser el efecto que produjese en Cuba tan
sencillo y radical cambio de política, por más que ya se pu-
diera prever á partir del día de la destitución del sefior ge*
n eral Calleja? En primer lugar (y esto es el mayor peligro
de la cuestión cubana), el desencanto, la sorpresa, la sepa*
ración del país, la reserva del sentí miento y la oonfiansa dal
público respecto del Gobierno; áespnós, necesariamente, \
la retirada de los partidos liberales de aquella isla, no
lado de la Patria, sino de las proximidades del Gobir
— 537 —
quedaron con éste fiólo I oh represen tantea de la extrema de-
recha do loa partido** cubanos.
Repítese macho en nuestras conversaciones partí culatea,
que en la guerra de Cuba luchamos con un inconveniente
grandísimo, superior, y ee, que el país todo esta en contra de
España, Yo lo niego en redondo. — No; lo que suceda es, que
¿quel pai s en gran parte está bus pene o y temeroso de la
actitod del Gobierno; no ve en ella la parte buena,
ye lo qae tiene de mala; y al recelo y desconfianza del Po-
der responde la mayoría de los en baños con indiferencia,
sin que por esto simpatice con la insurrección . Podrán de-
cir'o por la calle mochos, pero ¿cómo lia de estar el país
con la insurrección, cuando la insurrección ea la ruina y la
miseria, cuando nadie sabe lo qne va á suceder en aquella
tierra al cabo de nn año, cuando las fortunas más conside-
rables corren ya peligro de muerte, en ando la fiebre y el
fuego y las balas están concluyendo con aquella poco
numerosa población, cuando dentro de poco no habrá allí
mis que' tristezas qne deplorar con la misma pena con qne
deplora moa la desgraciada suerte de Santo Domingo qne ha-
ce un siglo era quizá más espléndida y arrogante que Cuba,
¡Ahí Los qne Ten desde lejos esa lucha, podrán mirarla con
cierta tranquilidad; pero los que tenemos allí el alma, la tl-
da, el corazón, las fuerzas, loa amigos» la familia, los que
conocemos á foodo y al detalle lo qae aquello es y lo que
allí pasa y allí se prepara, no podemos esperar tranquila-
mente horrenda catástrofe que por todas partes se anuncia.
?or eso quizá el mayor peligro de la cuestión cubana es
reserva de aquel país, el aislamiento en que allí vive el
i ern o. Cierto que es titánico y nobilísimo el esfuerzo de
r
— 5*8 —
los soldados de nuestro ejército; pero es muy gravo Ja actitud
ldel país, que ai bien, lejos de estar con allí vive la insurrec-
ción, protesta oontra ella, no acompaña al Gobierno; y en
esto, que es el grave problema y la dificultad tremenda de
la guerra de Ceiba, está el secreto de Ja solución aquella
criáis. Ahí está la manera de acabar con la guerra.
Fijémonos un poco en loque puede llamarse la política
de la guerra cubana. Veamos lo que en ella interesa á sos
principales factores y aun lo que sobre ella dicen los ele*
mantos combatientes- Esto nos dará datos para la política
general.
For un lado tenemos la política de la insurrección: por
otra parte está la política de España. ¿Cuál es el interés
de la insurrección? Primero, que la guerra dure mucho;
segundo! concluir con la ri quera dal pafs; tercero, evitar
choques sangrientos entre los soldados de España y los sol*
dados de Cuba.
Este es el programa Está bien pensado, está bien me-
ditado, porque no en balde ha pasado cerca de un siglo de
guerras en América. «¡Que dure, que dure, dicen los insu-
rrectos» porque de esta suerte vendrán los conflictos inter-
nacionales! ¡Que dure, porque de esta susrte vendrá la ne-
cesidad ds hacer en la Península esfuerzos extraordinarios
de hombres y de dineroj ¡Que dure, porque así veadrá el
cansancio del adversario obligado á agitarse en el vacío.
i;Que dure, que durel (como decía uno de sus miyorea
caudillos, uno de los más aguerridos, quizá* el primero dti
la insurrección); que dure, que dure, porque á España no
la vencemos en lucha, con las armas, con el fuego. No; Es-
paña es un pueblo de valientes, es un pueblo que peleará
r\
— 539 —
hasta el último instante; la que hace falta es que no tenga
fusiles, que tenga pólvora que se agoten sus recursos, y
para llegar á esa extremo, es preciso que la insurrección
dure, jque dure!»
De otro lado, ¿creéis que los insurrectos concluyen con I*
riqueza cubana porque odian á Cuba? No; no la odian;
no; la quieren, pero tristemente se equivocan en el modo
de quererla» La quieren , pero dicen: concluyendo con la ri-
queza de Cuba, de aquí no saldrán recursos para España
y la guerra concluirá por falta de medios materiales.
Y á proposito 4e esto, i qué error tan grande y tan pro-
fundo el cometido con uno de nuestros insignes generales,
cuando se dijo que al defender, por ejemplo, los ingenios
y las fábricas de azúcar, servía solo los intereses da los
particulares! No, no; lo que se defendía de aquella suerte
era la riqueza, era el nervio indispensable para hacer la
guerra..
De esta suerte (dicen los insurrectos), el dia que haya
concluido todo en Cuba y se haya destruido cuanto existe,
quedará yerma la tierra, sí, pero la tierra es potente: y ellos
locamente oreen que después vendrán nuevos hombres, con
capitales y medios para levantar aquella tierra que ellos han
contribuido á perder y aniquilar con sus excesos y lo*
•oras.
Después, su sistema consiste en excusar la lucha, evitar
el derramamiento de sangr** el choque; porque al fin y al
cabo, ellos dicen, lo dicen sus periódicos, que yo leo bien
** con gran cuidado, porque tengo obligación de conocerlos.
No; nosotros no podemos odiar á esos ¿soldados; debemos
* usarlo §> porque cumplen heroicamente un deber y rea pon-
— §40 —
den á laa exigencias del honor coa la bravura de siempre y
porque seria ana insensatez aumentar ociosamente las di Fe ■
reccias, las diatduaias y la? dificultades del presente y los
obstáculos del porvenir non la saña y el rencor de los
combata* 1»
F tente á esto, ¿caá l debe ser la poMüea de España?
Perfectamente clara. En primer término, concluir en-
seguida la guerra. Pronto, pronto. — Ea decir, pronto
y bien. Con esta fórmula quiero expresar mi idea de
que es necesario y posible concluir la guerra, en plazo rela-
tivamente breve, con los recursos militares que se quiera,
pero sobre todo y ante todo, con el concurso caluroso, entu-
siasta, decidido, de la inmensa mayoría del pneblo cubano,
para lograr nn éxito definitivo en el sentido de que no sea
verosímil la reproducción de un sacad i miento análogo al pre-
sente que nos imponga de nuevo un sacrificio quizá ma ■
yor en hombres y dinero
fin aegundo termino hay que robustecer la riqneza del
país, defenderla de la compleja crisis presente, afianzarla
frente at insurrecto y á la concurrencia extranjera, estí
niularla( darla desarrollo para lo porvenir. Y en último
término, hay que dominar y llevar de frente un doble em-
peño: ni que guerree, la guerra; pero al que do guerree, la
par, la confianza, el amor. (Ün señor Senador pronuncia
palabras que no se perciáen.J Todo ae dirá; que las fórmu-
las no salen de los labios de un golpe, y sob e todo, no tie-
nen derecho á dndar niá mostrarse impacientes los aefiores
qne no han protestado con escándalo ante las vagas fórmulas
del partido conservador y la reserva del partido Liberal, Lq
go diré cómo st ha de realizar la política de la pas. Por
i
— MI —
pronto afirmo qae la inmensa mayoría, la casi totalidad ddl
pala ctibano, do guerrea.
Al lado de sato tenemos laa soluciones de loa dos partidos
gobernantes- La solución del partido conservador es la del
Mensaje, Lícito me ha de ser lamentarme con casi todos los
señores Senadores que han usado ante? de i a. palabra del
modo y manera como ha venido el Mensaje. —Bien están
esas fórmulas que voy á discutir; pero ¿no cree el Gobierno
que, dada la situación tremendi porque atravesamos, dada
la expectación general, dado lo que aquí se ha dia cutido,
con ese Mensaje, 7 al lado de ese Mensaje, con los pro-
yectos que han presentado el señor miniabro de la Gue-
rra y el señor ministro de Ultramar (máxime si son tan
enormes como el di timo del señor ministro de Ultramar),
debía venir alguna explicación categórica respecto del estado
v situación de la isla de Utiba, de la guerra, de la Hacienda
y de todas las otras cuestiones; en cuya virtud pudiéramos
formar un juicio aproximado de la verdadera disposición y
ios medios positivos del Gobierno y de la crisis antillana
fnmmtrtT
Más aún: por grandes qne sean el tacto y la circuns-
pección del señor Ministro de £3 atad o, que mantiene 004 te-
áia en términos generales plausible (aunque no llevada al ex-
tremo que la lleva S. ¡3.) respecto á la reserva de los do-
cumentOd diplomáticos, ¿no hubiera sido de cierta conve-
niencia aporcar para debutes como el presenta y en general
para el juicio público algunos datos, atguaoade esos pliegos
™e forman los libros rojot amarillo ó amlf por los cuales
pudiera formar un concepto bastante fundado del moda 7
«ñera que los pueblos extraños tienen da estimar laa caá*
1
— 542 —
3§g, las condiciones, el desenvolvimiento y el porvenir que>
de nuestra gaerra de Cuba?
Y cuenta, señores, que es tanto mas grave el proyecto
del s<fior Ministro de Ultramar, á que acabo de aludir»
cuanto que S. 8., que ahora se pretenta solicitando una
autorización inconcebible, de que no hay ejemplo en país
alguno y contra Ja cual el argumento más poderoso
que yo pudiera utilizar serian las mismas palabras que
B. 8., como diputado, empicó centra el Sr. Abanas»,
cuando éste presentó hace pocos meses un proyecto de
autorización más pequeño... [El Sr, A&armza:) Entonces
estaba solo.) Eso lo explicará él, porque yo no llevo aquí
su voz; pero no comprendo cómo el señor Ministro, al pe*
dir Ja autorización económica de ahora, ee ha olvidado
de que tenia delante otrts dos del afio pagado, cuyos últimos
artículos dicen: cDel neo que se haga de esta autorización bi
dará cuenta á las Cortes. > ¿No era este el momento de dar
cuenta al Parlamento?
Pero voy á las fórmulas de solución del actual conflicto
cubano. La fórmula del Gobierno conservador es esta: en
1» situación presente, que osuna situación de guerra, nada
más que la guerra. Notadlo bien, nada más que la guerra*
Por tanto, repudiación absoluta de las reformas de 1895;
1 pero repudiación en Cuba, donde hay guerra; repudiación
en Puerto Bico, donde no la hay. Algo parecido á lo que por
por aquí se decía en 1870 y 1875, opuesto A lo que la Be-
pública hizo en 1873 y á lo que al fin 3a Restauración tuvo
que hacer en 1878, al patrocinar la Paz del Zanjón, Quiero
prescindir por el momento de que siendo lógiooa nuestros
conservadores, tendrán que pedir también la dictadura en la
— 543 —
Peíkaula; aunque sospecho que por otro medio y con otros
pretextes y otras apariencias ya Be llegará á ello. Pero el
Gobierno ahora ha adelantado una novedad, pues que en
el Mensaje afirma para cuando concluya Ja guerra, y como
fórmala definitiva y solución de los problemts ultramarinos»
mis que como medio de resolver, por el momento, laa difi-
cultades que ee presentan en Cuba, la creación de uua per-
sonalidad administrativa y económica que, ein menoscabar
la soberanía de la nación, d¿ cajaci Jad y medios al pala cu-
bano, á las Antillas, para atender á eua propias necesida-
des y obligaciones ,
Esta formula, no lo niego, me sedujo; pepo ts'o pide ex*
plicaciones categóricas?, porque aquí no podemos patrocinar
equívocos, ni debemos ni podemos tenerlos, tanto respecto del
extranjero, como respecto de Cuba. ¿Qué quiere decir, como
fórmala definitiva, esa personalidad administrativa y eco*
cómica? Porque en el orden colonial hay fórmulas conga-
gradas; ya lo sabemos; ya las cauocais.
La de la asimilación se ha proclámalo y ensalzado mil
veces con la protesta de todos nuestro? partidos y nuestros
Gobiernos monárquicos, de que era, no solo la única com-
patible con el régimen monárquico, sino la única verdade-
ramente nacional.
Con trabajo renuncio á la crítica de esta fórmula, expli-
cada contradictoriamente por sus ciegos partidarios eu el
curso de los últimos cuarenta años y á la cual atribuyo
mocha parte de los conflictos presentes. Pero reconociendo
iO no es la hora de esta crítica, aquella en la que—como
cade hoy — parees qne casi todo el mundo da la espalda a las
>ja teoría asimilista, sí creo que no está demás repetir mi
— 544 —
constante protesta de que esa celebrada asimilación de núes*
tros monárquicos y gobernantes de este último periodo, no
es la fórmala tradicional de la colonización española. Nun-
ca se ocurrió ni á los legisladores de Indias ni á nuestros
tratadistas de derecho colonial afirmar la asimilación de los
españolea de Ultramar: para éstoa proclamaron siempre la
identidad de derechos políticos y civiles. Para los indios
al, la asimilación. Esto es, la educación y elevación gra-
dual de los mismos hasta llegar á la plenitud del derecho
español, Y para indios j para españoles el régimen de las
franquicias locales, de los reglamentos y leyes especiales
dentro de la localidad, los Concilios y las Cortos regiona*
les, loe Eneros coloniales: en ana palabra, la A uto no mi a
condicionada por las circunstancias de aquellos tiempos y
dentro del orden político de los siglos xvi y xviu Olvidan
do todo esto, se ha podido establecer en estos últimos cin-
cuenta años allende el Atlántico el régimen de la desigual-
dad, de la centralización y de la desconfianza, haciendo de
los españoles ultramarinos, españoles de segunda y de ter-
cera clase y trayendo sobre el Gobierno de la Metrópoli
atenciones, compromisos y responsabilidades verdadera-
mente irracionales é imposibles. En tal sentido nada más
triste qne lo que respecto de este particular ha sucedida
últimamente. Porque, en la época en que aqui eu la Penín-
sula se ha avanzado en el disfrute de los derechos políticos,
consagrándose el sufragio universal, el jurado democrático y
osa relativa descentralización municipal y provincia1, se ha
querido conservar allá en las Antillas (tan cultas, tan ri-
y tan españolas como el resto de las regiones de la I
nlnsula) el censo electoral, los alcaldes de Real orden.
— 545 —
centralización más exagerada y presa otaos* y aun el régi-
man de loa consejos de guerra que indirectamente sao ciona
el ártica to 29 del novísimo y no discutido Código de Justi-
cia militar. Este co atráete no lo ofreció el periodo antigao
de nuestra colonización ni aun se dio en el período del ab-
Bolntiamo peninsular.
Pero dejemos esto á un lado para afirmar enseguida que
hasta ahora en el escenario de la política española y mas
partí cu lar mente en el circulo de loa que eu estos cincuenta
últimos añoa se han ocupado de las cosas trasatlántica* ,
solo un determinado grupo de hombres, en sus libros, sus
discursos, sus manifiestos y mu campañas propagandistas
j de gobierno , ha hablado de la personalidad de las Anti
lías, eu el sentido de dar á éstos las facultades y los medios
necesario i para atender eaficieote y prontamente á Jas nece
sidades primeras de la localidad, de la colonia, sin menos-
cabo de la soberanía de España, Eje grupo, ¿cuál h* uHuV
¿Cuál es? El autonomista, Y yo tengo ahora el derecho de
preguntar A ese Gobierno: ¿es que al utilizar la fórmala de
loa tutou o mintaa acepta bq contenido? ¿No lo acepta? En
este último caso, ¿qué quiere decir eso de la personalidad
administrativa y económica de las Antillas, sobre todo cuao-
do se dirige á Cuba y más ó menos directamente a lo go-
biernos del mundo culto, harto cotí o ce dores ds la política
colonial del siglo xix y de los errores y fracasos de la ac-
tual pol i ti ca col o ti i al es pañol a ?
Ya me doy cuenta de que en la fórmala del Mensaje 4
i * me refiero no se haba de la personalidad política, pero
& frase ya en las escuelas se ha dejad» bastante de lado,
»«í nos podemos reir de todas las gen tea que afirman.
— 54S —
por ejemplo, que loa Ayuntamientos carecen de carácter
; (tico, siendo asi que éstos tienen nna facultad política
tan esencial, como lo es la de nombrar Senadores en
ciertas y determinadas circunstancias.
Pero entrando un peco en el asunto, me permitiré adver-
tí r que cuando en otro tiempo se hablaba del carácter no
politioo de ciertas instituciones y corporaciones, se quería
dar i entender que éstas carecían de la facultad suprema
de constituirse y regirse absolutamente por si propias, es-
tableciendo poderes y determinando su vida conforme al ré-
gimen federal en su grado menos harmónico con la unidad
del Estado. Siendo esto asi, es probable que la redac-
ción de la personalidad cubana ó portorriqueña, á lo eco-
nómico y administrativo, responda al propósito de negar á
nuestras dos Antillas el derecho de hacer su constitución
y por tanto de establecer los poderes coloniales al lado ó
per cima del Poder de la Metrópoli. En tal caso deberé
recordar que esto no lo han pedido jamás los autonomistas
antillanos. La autonomía colonial, que por espacio de mu-
chos afios hemos defendido en la Península, en las Anti-
llas y en todo el mundo, ha supuesto constantemente la
soberanía de la nación, la cual es la única capacitada para
decretar y reformar Ja Constitución política, económica y
administrativa de Cuba y Puerto Rico. Por la voluntad
nacional, y manteniéndose siempre en potencia y en acto
esa voluntad, sin delegación esencial de ningún género y
por procedimientos aún más racionales y eficaces que los
consagrados por otros países (la misma Inglaterra, por
ejemplo) vivirán las instituciones coloniales al par que la
competencia de las corporaciones jurídicas y especialmente
— 547 —
políticas de nuestras Antillas, se reducirá para y exolusi-
Timeote á lo in guiar, y esto solo en cuanto no & feote al in-
terés 6 al ders-cho del resto de la Nación. Por eso ni en
Gula ni en Puerto Rico podrá reformarse la Constitución
general de España, ni siquiera en aquello que más directa-
mente afecte á los españoles que allí vivan; ni allí por el
voto exclusivo de los antillanos se podrá modificar la Cons-
titución colonia], ni el Gobierno de la Metrópoli renun-
ciará á la intervención que en la vida política de aque-
llos países supone el veto de los gobernadores coloniales.
Por lo mismo, nosotros hemos sostenido que tanto las
leyes generales de España — las civiles y las penales-
como las que regulan intereses públicos de superior trans-
cendencia social, como la superior organización de la Jus-
ticia imperen á Ultramar por el voto y acción de las
Cortes nacionales soberanas, en cuyo seno tendrán las An -
tillas idéntica representación á la de todas y cada una de
las regiones peninsulares. Por manera que la personalidad
de Cuba, de que aquí se ha hablado por espacio de tantos
años frente á la doctrina y los abusos de la asimilación, no
tiene el carácter de la personalidad federal á que general-
mente se aludía en otra época, cuando se habla de Autono-
mía po'ítica.
Pero de todas suertes, ante la escueta fórmula que apa-
rece en el Mensaje de la Corona, y no pudiendo prescindir
de los antecedentes que acabo de recordar, yo tengo el de-
recho de preguntar una y mil veces, á ese Gobierno: ¿Lo
se recomienda para Cuba como definitiva solución es ana
itución, llámese como se quiera, con facultades plenas
* resolver todo lo insular, bajo la Eoberania de la Nación,
— 548 —
y con intervención del poder soberano de la madre Patria?
¿Es Beto? Pues esto es la Autonomía. Y entonces hay que
decirlo. ¿No lo es? Pues expliqúese esa solución.
Paro llega después otra sombra. ¿Se aplaca la solución
recomendada en el Mensaje? Aquí surge otra gran dificul-
tad, ¿Queda aplazada esa solución ad calendas grecas; que*
da ahora en la indeterminación, quizá como una nueva pro-
mesa en nuestra historia colonial contemporánea y tal va
cerno un punto á discutir en el momento de su aplicación
allá cuando la guerra termine en Cuba? ¿Es esto? Pero en-
tonces t ¿cómo se va á producir efecto en el país y se va á lo-
grar lo mismo que el Mensaje reconoce como conveniente,
lo qoe yo creo indispensable, es decir, el mover ahora á
las gentes y llevarlas á la contrarrevolución para que con
f Bte poderoso recurso concluya pronto y bien la guerra? T
en Unto que se señala esa solución que debía ser urgente
como un término indefinido del programa total del partido
conservador, mientras no concluya la guerra, ¿ha de conti-
nuar el viejo sistema en Puerto Rico?
Señores, lo que se hace con Puerto .Rico ya no tiene noto*
bre. Yo os pido en interés de todos los partidos que aban-
donéis vuestras añejas preocupaciones. Mirad que aquel es
no | mí» tranquilo, siempre dispuesto á recibir las leyes en
condiciones de dar realidad y eficacia á todas las ideas. To- '
das las instituciones que se han llevado allí han producido
bus naturales y deseables frutos. Y esto no es de ahora.
Re ordad el periodo en que concluyó el imperio de
Eepafta en el Sur de América. Entonces, por recomen
ción de Pover y por la inteligencia del intendente Bar
rez, ee aplicaron y ampliaron las reformas del marqués
— 549 —
la Sonora á las Antillas amenazadas. Puerto Rico las acep-
tó, y alJi obtuvieron nn ¿xito completo. De Poerto Bico
Piaron á Coba, en vista del resultado que habían obtenido»
y en Coba lograron un nuevo y más resonante éxito, garsn-
titando en las Antillas el poder de España, agoniíanteen
el continente americano. Después, ¿cómo olvidar lo que
pagó en 1873? Allí llevamos todas las reformas, el sufragio
universal, la libertad de imprenta, la libertad de reunión,
7 illí produjeron tal efecto, que cuando el general Martines
Campos hiio la paz del Zanjón, dijo á los insurrectos: Es-
palla hará en Coba lo mismo que en Puerto Bico. Y me-
diante esa promesa, de jaron las armas los insurrectos.
¿Qné razón hay para que continúe el statu quo en la pe-
queña Antilla? No puedo discutir un solo momento la razón
entre cómica y terrible, de que no se puede plantear nada
en Poerto Rico, esperando la última moda. Porque hay
quien dice que como no puede saberse si las reformas del 95
ú otras más expansivas se desacreditarán en aquella isla
mientras subsista el único pretexto que puede haber para
api u zar la reforma en la grande A n tilla: (es decir, la gue-
rra, que solo arde en Cuba), lo prudente es no tocar al régi-
men portorriqueño, eecusando á la A n tilla menor los incon-
venientes y los disgustos del ensayo de aquellas reformas
que quizá pudieran fracasar ó que tal vez exijan modifica-
ciones cuando se planteen en el país cubano, ¿Es esto serio?
¿Es esto justicia, ó es una iniquidad?
Todavía hay otro problema respecto de este primer par-
cular. Dignísimas personas son todas las que ocupan ese
>anea { señalando al bancv azul); ¿quién puede dudar de la
actitud con que proceden respecto del negocio que nos
— 560 —
preocupa? ¿Cómo ponerla en tela de juicio? Pero ¿dejará de
Ber cierto que este partido conservador, después de compro-
meterse á llevar inmediatamente á Coba y Puerto Rico las
reformas votadas el 14 de Marzo de 1895, no las ha lleva-
do? ¿Con qué derecho puede pedir el partido conservador
que Cuba ni Puerto Rico crean que cuando con el aja la
guerra ese mismo partido llevará las reformas de que ahora
habla, por grandes, amplias y generosas que ellas sean y,
por calurosas que parezcan las actuales protestas? ¿Fueron
fhjaa las de 1895? No hay, pues, que fiar en el éxito de las
meras palabras.
amos ahora á las soluciones del partido liberal, To
tengo que concretarme en este punto á las declaraciones
que ti jui ha hecho, en nombre de este mismo partido,
olS-. Gullón. S. tí. me hade permitir que le expre-
se mi dada de que los partidos gobernantes, los partidos
que tienen la aspiración de suceJerse en el Gobierno, pue-
dan da^ su fórmula df terminada de !a misma manera que
8, H. , en el nombre de su partido, la exposo en una de las
últimas sesiones de esta Cámara.
No; el régimen parlamentario no es eso; no basta que
des pa os de oir las. opiniones del Gobierno, se levante el
partido que se le opone, para limitar sus protestas y obser-
vaciones á estas sencillísimas frasee: cMi fórmula no es esa
y no digo más. •
No; hay que discutir la fórmula del Gobierno; hay que
desentrañarla; hay que poner frente á frente de la solución
adversa la solución propia . Porque en el caso actual, es evi-
dente que el señor Presidente del Consejo de Ministros nos
da su nota; su resolución es definitiva» en el doble sentido
r
— ¿*1 —
de responder á Jas necesidades de Cuba y Paerto Rico, j
de procurar la terminación déla guerra. ¿Por qué el parti-
do liberal no discute esta solución? ¿Por qaó no ataca por
ella al partido conservador? Y sobre todo, si no r está . con
este partido, si no cree que esa solución es la justa, ¿por
qué no explica las razonen que tiene para no aceptarla? ¿Es
que únicamente cuenta con la fórmula de las reformas
del 95? Pero ¿de qué suerte? Acaso con la salvedad también
dono plantearlas inmediatamente en Cuba y ni siquiera en
Paerto Hice hasU que concluya la guerra? (El Sr. GuUón
pronuncia algvnas palabras que no se perciben.) Ni una
sola palabra ha dicho 8. S. sobre ese particular. He leído
con toda atención el discurso pronunciado por 8. 8.; pero
yo me alegraría da que S. 8. dijera algo en cualquier senti-
do, porque grandemente me*interesa, como he manifestado
anterior meo te, fijar bien las posiciones de todos.
Yo no tengo relación alguna con el partido conservador,
ni puedo tener con el partido liberal más que las simpatías
que me inspiran todo movimiento expansivo, y la ma-
yor proximidad i mis particulares soluciones políticas.
Psro tan lejano ó indiferente soy á lo que oonstituye inte-
nses de Gobierno de los unos como á las conveniencias
particulares de los otros.
Hablo» pues, puedo hablar con una completa imparciali-
dad y sin otra preñen pación que la de la suerte de Cuba y
la de la positiva eficacia de los medios que ahora se propon-
gm para dominar la crisis presente. £n tal supuesto, me
■ugo á toda reeerva, á todo equivoco, á tod* vacilación.
concretamente afirmo que i estas horas no es ni puede
r una solución la reforma antillana de 1895.
Jé
— 552 —
Pero ¿ea que el partido liberal cree que do hay más soto-
cita que la reforma del 95? ¿Cree que toda la evolución co-
lonial está ahí? ¿Cree que en los momentos actuales, dada
la situación de las islas de Coba y Puerto Rico, únicamente
aplicando opas reformas es cerno se puede levantar allí el
espíritu público? No me cansaré de bacer estas preguntas.
Y adelantándome digo que si la respuesta fuera afirmativa,
en tal caso el partido liberal retrógrada, y en ese sentido
está detrás del pattido conservador.
La ley del 95 tecla raión de ser. Cooperamos á ella to-
dos- El partido autonomista lo hiso con sinceridad, con
un manifiesto buen deseo. Pnedo hablar en esto con tanta
mayor independencia, cuanto que quien puso quisa más re-
pares á aquella reforma, fué el que en esté momento tiene
el honor de dirigiros la palabra. Pero es lo ciento que la
aceptamos, la sostuvimos, la amparamos. ¿Por qué? Pri»
mero, porque como el partido autonomista no ha sido nunca
un partido pesimista, como no ha querido jamás hacer vio-
lencia á las soluciones, como ha aceptado todas las reforma»
de buena fe y ha crtido que del planteamiento de unas t»
vendría á la exigencia inmediata de otras; pensaba que esto
por un lado, y por otro la poca eficac'a de algunas institu-
ciones, á cuyo arraigo no había de contribuir, traerían nece*
sanamente el triunfo definitivo de sus ideales, con la fuerza,
con el convencía ietto y por la voluntad de todos, calmada
por el momento la gran excitación producida en Cuba por
los sucesos de los últimos cinco años y por el mismo impo-
lítico aplazamiento de la llamada reforma Maura.
Por otra parte seria imposible negar la importancia que
tuvieron las reformas de 1895, lo mismo en el periodo deán
é
— 653 —
iniciación y su presentación á las Cortes españolas que en
«1 momento de su votación por éstas. Lo he dicho repetidas
veces. Loa proyectos del Sr. Hanra proporcionáronla ven-
taja de dar forma y precisión y regularidad al llamado mo-
vimiento económico de Coba, con virtiéndolo en nn movi-
miento político de positiva orientación y resultados perfec-
tamente compatibles con el orden público. Luego son tribu-
yeron. 4 deshacer la resistencia de la Unión Constitucional
cubana, muchos de cuyos elementos formaron el partido re-
formista y se apartaron de la vieja intransigencia fecunda
en todo género de desastres y que tenia dividida a la socie-
dad política cubana en criollas y peninsulares. En último
término consagraron algunos principios y algunas solucio-
nes de valor sustantivo^ cuya importancia superaba á la de-
ficiencia, á las contradicciones y hasta la injusticia de al-
gunas otras a firmado Des de la misma obra reformista..
Lo propio podría decir de la ley llamada de Abarzuza,
que es la de 1S95, y en la cual se vació con no escasas mo-
dificaciones la reforma del Sr. Maura de 1893. Aun con
ser considerables las modificaciones de 1895, y con sancio-
nar buena parte de los errores del proyecto anterior, al
par que rectificaba, aunque poco, otros, la aplicación resuelta
de la ley de 1895 hubiera producido buenos efectos en Cuba:
yo creo que habría impedido la actual insurrección. Y cuen-
ta, señores, que ya tenia muy mal preparadas. á las Antillas
I el hecho por todo extremo deplorable de no haber seguido
inmediatamente á la presentación del proyecto Maura en
18 su debate en las Cortes y su planteamiento en Cuba
y arto Rico. Esos aplazamientos y esas distracciones y
« desdenes ó esos olvidos no se pueden hacer impune-
l
— 554 —
mente tratándose de pueblos excitados y realmente dispues-
tos á no dejarse desdeñar. Es este nno de los mayores peca-
dos de la política colonial española: y en este particular no
son pequeños los cargos que se pneden hacer á nuestro par-
tido liberal en relación con la campaña reformista de estos
últimos cinco años. Es decir, cargos perfectamente contra-
rios á los qne por análogo motivo, le hacen los ultraconser-
vadores cobatros y muchos conservadores de Madrid.
Pues bien, asi y todo, y á pesar del error capitalísimo de
la ley Abarznsa y del proyecto Maura, de prescindir de la
reforma electoral (olvido imperdonable tratándose de pue-
blos latinos y de colonias de los antecedentes de Cuba y
Puerto y Hioo) yo tengo que repetir que la obra de 1895
habría producido saludables efectos si la ley se hubiera apli-
cado oon el sentido y del modo que afirmaron todos los hom-
bres políticos que tomaron parte eu los debates parlamenta-
rios de los meses de Febrero y Marzo de 1895.
Pensando en esto los diputados autonomistas prestamos
entonces nuestro humilde pero franco apoyo. Ylodigimos
con toda franqueza.
¿Cuáles fueron las declaraciones que hicimos cuando
se votó en el Congreso el Proyecto Abarzuza? Primero
el Sr. Montoro, en los comienzos del debate, y yo
á lo último, llevando el nombre y la representación , no ya
sólo de la minoría autonomista, sino también de la minoría
republicana de las Cortes, dijimos: «aceptamos esa fórmula
(aunque oon inconvenientes graves que entonces señala-
mos, y que no tengo para qué repetir ahora), porque repre-
senta un progreso; pero fijamos, oomo condiciones, dos:
primera, su planteamiento inmediato; segunda, su plantea-
t$k
— 555 —
miento sincero; porque sólo de es» suerte habrá de producir
multados relativamente satisfactorios».
Pero todo esto pasaba en 1895. Luego... ahora... ¿cómo
prescindir de lo que ha sucedido y del nuevo estado de las
cosas? ¿Cómo reducir el empeño á la mera instauración de
las reformas de 1RT5 y esto solo cuando termine la guerra?
Porque no en balda van ya pasados dieciseis meses de
esta y se ha promovido en Cuba una situación política ra*
dicalmante opuesta á la de Junio de 1893 y Febrero de 1895
y los partidos locales cubanos han tomado otra actitud. £1
autonomista ha formulado sus Memorándum de Mayo y
Septiembre últimos, y hoy patrióticamente rectifica parte
de las declaraciones que entonces hizo en vista de circuns-
tancias contrarias á las que determinaron su anterior com-
promiso .
Es evidente que el principal propósito que presidió á la
votación de aquella ley — la evitación de hondas perturba*
cionea políticas y d» orden público en Cuba— no se ha lo-
grado, sea de quien fuere la culpa del suceso. Resulta,
pnea, incoo cebibfe que con la misma bandera de Marzo de
1895, se pretenda ahora animar al país y concluir la gue-
rra, dejando para un porvenir incierto la enmienda de de-
tectes tan transcendentales, ya señalados detalladamente
hace año y medio, como, por ejemplo, el mantenimiento del
censo electoral que sostiene el carácter oligárgico de la re-
presentación ultramarina, contrastando con el sufragio uni-
versal que existe en el resto de la nación española, cuyas
provincias no tienen más razón ni titulo que los que pueden
«tentar las Antillas; ó como la nota esencialmente buró-
rátioa del Consejo de administración, nombrado en su ma-
1
— 666 —
jor parte de Real orden; 6 como la negación del derecho de
las corporaciones insulares de votar los impuestos para cu-
brir gastos cuya designación libremente se las permite, pa-
ra que ae acuse con mayor energía la impotencia de aquellos
centros, ó, en fin, como la excusa de la competencia insolar
para establecer el Arancel cubano, ouando cada ves aparece
con mayor evidencia la imposibilidad de que el Ministerio
de Ultramar pueda emanciparse de la presión que aquí ha*
cen algunos elementos industriales de la Península, para
mantener con mayor ó menor desenvoltura el principio de
la explotación mercantil de las colonias, fuera de toda com-
petición y toda equidad.
El mismo partido liberal, al votarse en Marzo de 1895,
ofreció la reforma electoral para plazo muy próximo. Ahora
no puede esperar que las gentes se entusiasmen con las defi •
ciencias de hace año y medio, y prescindan de todo lo que
ha pasado en este tiempo, y que sólo debe ser estimado
como nuevo motivo para recabar una solución pronta Justa
y definitiva.
Pero todavía es más inconcebible que el partido liberal
ae crea dispensado de explicar franca y detenidamente las
mzr tipa de su actitud del momento, el rumbo de su política
y ana opiniones sobre el problema del seljgoverrumnt
planteado en todas partes, al terminar las guerras colo-
niales contemporáneas, como un medio de fortificar los que.
brantados vínculos de las colonias y sus Metrópolis.
Esto último constituye un gran pecado, tanto porque me*
diante esta reserva se reduce el espacio y se excusan leí
datos necesarios para el libre juego délos elementos go-
bernantes, cuanto porque esa actitud es incompatible oon
— 567 —
la representación progresiva é iniciadora del partido libe-
sal y contradice las tradiciones de tete en la historia colo-
nial española de los últimos quince años. Se trata, pues» da
una verdadera subversión de ideas, tendencias y actitudes.
Permitidme que sea tan severo en la expresión de mis
juicios, por lo mismo que es notoria cierta simpatía de mi
parte á favor del partido liberal y porque de la disposición
de este espero' yo un gran avance en la solución del pro-
blema que á todos gravemente nos preocupa.
Fijaos en que el problema actual ultramarino no está
puesto ante los partidos gobernantes españolea en estos tér-
minos de escuela: ¿qué oonvieoe á Puerto Rico? ¿qué con*
viene á Cuba más ó menos tranquila? ¿qué conviene i una
-colonia? La cuestión está planteada en éstos otros términos:
.¿qué conviene en este momento para concluir la guerra en
Cuba, para levantar los ánimos y para asegurar después las
condiciones todas de prosperidad y riqueza de aquella isla?
Pues para eso, lo he de decir con toda franqueza, la fórmu-
la del partido liberal es de uoa deficiencia verdaderamente
desesperante,
£1 problema es claro: ¿qué es lo que hay que hacer? ¿qué
queréis hacer ahora? Decidlo con entera franqueza. Dad
vuestras propias soluciones ó discutid la del adversario,
para que los demás saquemos las consecuencias. Con vues-
tra estudiada reserva, os ponéis loa liberales detrás de los
-conservadores. Creedme, de vosotros precisamente depende
la solución en est03 momentos .
Domo no ha de ser la muica vez que moleste la atención
la Cámara, tengo que prescindir de otras muchas indi-
iones que prolongarían innecesariamente mi discurso de
— 558 —
hoy. Ya sé habrá advertido que be dejado completamente-
aparte toda la gravísima cuestión económica de Coba, lo*
mismo lo referente á la reforma arancelaria, aplazada, no
té por qué ni para qué, bace on año, que lo tocante á lar
autorizaciones recabadas en Jnnio del afio altimo 6 pedidas
en estos momentos al Congreso y al Senado por el señor
ministro de Ultramar para atender de nn modo inverosímil
al restablecimiento de la paz en la grande A n tilla. Aplazo
f ata cuestión para cuando aqui se discuta el presupuesto de
Cuba. Quiero evitar confusiones,, y ahora me acucia el de-
seo de poner término á esta oración parlamentaria, que de*
nnccia en todas sus partes mi preocupación y el anhelo-
de mis amigos de conttibuir del modo que nos sea dable á
la pacificación de Cuba y á la normalidad déla vidad»*
Bagan*.
III
Por mi posición especialisima en esta Cámara, no pu*
di en do reclamar el poder para un partido nacional por la»
razones que he explicado al principio de mi discurso, yo me
creería dispensado de presentar soluciones concretas al
problema que estamos aqui discutiendo, si yo no viese oon
gran prevención toda gestión política de carácter mera*
mente critico y alcance puramente negativo. No es invero-
símil que alguien estime como una verdadera impertinencia
que yo salga de la insistente reclamación de solucione»
r
— 559 —
precisas á ios dos partidos monárquicos que exclusivamente
llevan la nota y la pretensión de gobernantes de la ac-
tual política española. Pero no debo olvidarme qne realiza
ahora una obra de buena fe y de paro patriotismo, y que
teogo la opinión de que todavía hay remedio para los males
de Coba, Por tanto alguien también puede exigirme 6 espe-
ras mi humilde juicio respecto del modo y manera de conse-
guir este efecto.
Además, ni por un solo minuto debo olvidarme de que yo
hablo aquí en nombre de un partido local antillano, en re-
presentación de loa autonomistas de Cuba, que saben bien
que no pueden aspirar, por la particularidad de su represen-
tación, al poder en la Metrópoli, donde sólo tienen derecho
á gobernar loa partidos nacionales ó generales; pero tam« .
poco mis amigos y correligionarios ultramarinos ignoran
qne su concurso es absolutamente necesario, para la pacifi-
cación de Cuba, y entienden que deben decir con toda fran-
queza Us condiciones en cuya virtud ese óoncurso puede ser
eficaz.
Con estas salvedades, yo me atrevo á decir que es abso-
lutamente indispensable proclamar ahora mismo, por moda
solemne, la autonomía colonial en nuestras Antillas. Ed de*
cir, una autonomía acomodada al espíritu y á las tradiciones
coloniales de España, sobre la base de la identidad perfecta
de derechos civiles y políticos de los. españoles de allende
y aquende el Atlántico, del sufragio universal y del go-
bierno responsable en el sentido de que sean reponsabiea
inte las corporaciones populares insulares, capacitada para
ttender y resolver todo lo puramente colonial, los funcio-
narios públicos encargados exclusivamente de la adminis-
— 560 —
tración insular. Y todo ello bajo la soberanía indiscutible
de la Nación española representada por los Poderes públi-
cos de la misma, y garantizada del modo y manera que la
misma Naoión en Cortes estime oportuna.
Después de esto, yo sostengo qne esa Autonomía colonial
se debe aplicar inmediatamente, mañana mismo, á la isla
de Puerto Rico, pero con toia sinceridad y resolución 7
sin que nadie pueda temer que el predominio de cualquiera
de los gtupos políticos insulares en las corporaciones de
mella isla sea el resultado de ninguna otra fuerza 6 in-
fluencia que la voluntad explícita de la mayoría de aquel
pais.
Asimismo creo que es indispensable llevar urgentemente
á las oolumnas de la Gaceta las fórmulas concretas y posi-
tivas de esa solución autonomista para Cuba, con el explí-
cito compromiso de proceder á su aplicación en el modo
y manera que lo permitan ahora las circunstancias, para
que el régimen quede implantado en toda su plenitud en
el punto y hora en que cese materialmente la guerra en
aquella comarca .
Del mismo modo pienso que e3 inexcusable levantar la
vida económica de Cuba por medio de una grande, resuel-
ta é inmediata reforma arancelaria de carácter eminente-
mente librecambista, que abarate ó realmente haga posible
la existencia particular y la industria en Cuba, que asegure
á 8 productos de aquella tierra grandes mercados en todo
el mundo, que comprometa al extranjero á la defensa del
orden y de la paz en la antilla, y que respete la producción
metropolitica del modo y manera que las respetan los aran-
celes coloniales ingleses. E* decir, no consintiendo que en
r
— 661 —
ningún caso el producto extranjero resalte favorecido con-
tra el producto nacional.
Por último, entiendo que corresponde al Gobierno, por
me medios propios y característicos, que yo no puedo ni de*
bo detallar ahora, levantar la opinión cabana, excitar el
concurso caluroso y activo de aquel país, determinar el de-
ssrxn y la redacción de los insarreotos en vista de la liber-
tad consagrada definitivamente en aquella tierra, que ahora
agoniza por efecto de la guerra, y en último extremo pro-
curar, provocar y dirigir la contrarrevolución en nombre
del derecho de Espafia y de la Autonomía colonial.
No es imposible'que todavía haya quien desee que yo pre.
ase esos medios de gobierno. Pero seria en mi gravísima K
indiscreción detallarlos, porque para ello necesitaría, en
primer término, estar en el banco azul y oontar con los re-
cursos generales y los prestigios de todo género del poder
constituido. Yo, desde aquí, solo puedo y debo decir que
me doy perfecta cuenta de todos esos medios.
Tales son nuestras soluciones, que presento con relativa
timidez y con toda clase de salvedades para que consten
como modestas recomendaciones, para que se interpreten
como la expresión de nuestros compromisos en la obra de
pacificación que deseamos, como contraste con las solacio*
nes que aquí se hau escuchado, y, en último término, como
la aspiración de un partido local antillano bien distinto por
su naturaleza, sus medios y sus responsabilidades, de los
grandes partidos gobernantes déla Península. (El seriar
" 116% pronuncia algunas palabras que no se oyen.) Ya he
ho al principio que no hablo absolutamente más que en
tabre de an partido local.
— 564 —
representativo en 1853 y eon el planteamiento de Ja auto-
nomía colonial en su forma más acusada en 1872. La mis-
ma Jamaica ofrece dos pruebas de soma importancia. En
I * el gobierno inglés le impuso la abolición de la escla-
vitud. Jamaica intentó revolverse, y el gabinete liberal bri-
tánico pretendió suspender la Constitución local. Sin em-
bargo, el Parlamento se opuso. Jamaica se tranquilizó y en
1854 fué modificada aquella Constitución en sentido ex-
pansivo, reduciéndose las facultades del gobierno metropo-
lítico. Once años después se produjo una gran revuelta in-
terior en la oolonia: los oligarcas realizan una gran matan*
za de negros, y luego vuelven los ojos á Inglaterra preten-
diendo que ésta asuma el gobierno directo de la colonia. La
Metrópoli británica no puede excusarse; y para asegurar el
orden público acepta la dejación que los colonos hacen en
manos del Gobierno de Londres, de algunas de sus fran-
quicias locales, reconociendo su insuficiencia; pero ese mis-
mo Gobierno se apresuró en 1884 y 1894 á desprenderse de
todas las facultades excepcionales para restablecer el régi-
men liberal y expansivo eo Jamaica, asegurando la paz en-
tre negros y blancos y un gran prestigio para la madre
Patria, que allí representa sobre todo la libertad y el pro-
greso. Los efectos de toda esta campaña son evidentes.
£1 gran discoreo de John Rusell de 1854 ha tenido
bu respuesta ahora en los grandes banquetes con que
loa colonos del Canadá y la Australia han festejado pocos
meses hace á Mr. Chamberlain, proclamando la perfecta
intimidad de todos los ingleses residentes en todas las par-
tes del mundo. Por estas demostraciones, Chamberlain, i
[ ear de las últimas torpezas de la política extranjera bri-
r
— 565 —
tánica, Jia podido orgullosamente deoir frente al conflicto do
Veoexuela, que Inglaterra no está sola. Efectivamente, la
acompañan con amor entrañable todas sus colonias, cnya
identificación le está asegurada por el régimen autonomista.
En cambio, señores, nosotros tenemos el recuerdo de lo»
sfSos 20 al 23; nosotros, ante el movimiento revolucionario
de A mélica, abandonamos los negocios y le opusimos loe
discursos del Conde de Toreno y el Arancel unificador y
prohibicionista del año 22. El resultado fué que mientras
Inglaterra, con su autonomía colonial, aseguraba todas sus
colonias y engrandecía la Patria, nosoüos perdimos todo
•1 imperio que tediamos en la América contyiental, como
hubiéramos perdido á Coba y Puerto Rico, de no contrade-
cir 6 rectificar nuestro error, lleva ndo á «stas islas desde
1812 á 1820 las reformas del Marqués de la Sonora.
Voy á terminar, señores Senadores, con dos recuerdos de
importancia y alcance muy diversos, pero íntimamente re-
to dorados con la gestión que en este momento realizo. El
uno es de carácter puramente personal. Permitidme que lo
someta á vuestra bondad por el honrado propósito que me
anima y por la positiva transcendencia de la lección que
entraña.
Por estos mismos días, haoe veinticinco años, que yo
pronuncié mi primer discurso parlamentario. El tema era
bastante análogo al presente. Mi posición muy parecida
á la actual. Ardía la guerra en Cuba, y yo, representante
de Asturias* en el Congreso español, estaba, por mis opi-
-:üDes coloniales, casi solo, aparentemente solo, extra ordi-
riamcnte más tolo que me encuentro ahora en el So-
lo. Entonces, en el fragor de la lucha, yo grité como
r-
■ — 56$ —
el poeta inmortal, ;pas} paz! Afirmé que el conflicto da
Cuba no terminaría por el medio exclusivo de las ar-
mas, y sostnve que era absolutamente indispensable y
de suprema urgencia realizar, por razón del derecho y
como medio político de gobierno en las dos Antillas,
la abolición de la esclavitud y una amplia reforma de-
mocrática en el orden político, económico y administrativo
de Puerto Rico. Renuncio á describiros el terrible efecto
que produjeron mis palabras aun en aquella Asamblea
constitnída en hu mayoría por mis amigos de la infancia,
por mis maestros de la Universidad, por mis compañeros
de escuela y academia.
Yo muchas veces he tenido que calmar la indignación de
mis íntimos, que no comprendían la fiereza con que, tanto
en la Península como en las Antillas, fui atacado. No me
extrañaba nada de eso, porque yo conozco bien de qué suer-
te han sido atacados, en los momentos de pasión, cuantos en
España han defendido la libertad de las colonias.
Tampoco se me ocultaba la sinceridad de mucho? do
mis implacables adversarios, cuyos exoesos vi siempre das*
de una gran altura, y de cuyos agravios ya no tengo memo-
ria, porque yo sabia, y sé muy bien, que cuando se procede
rectamente y se tiene razón, sólo se necesita perseverar, de-
jando al tiempo que acredítelas verdades y haga justicia.
Pues bien; el tiempo ha proclamado por completo la
exactitud de mis predicciones y la razón de mis defensas.
Cnanto yo prediqué se ha realizado. En Puerto Rico se
instauraron con éxito maravilloso todas las libertades, y si
ejemplo y la i l fluencia de Puerto Rico fueron uno de los
fundamentes de la paz del Zanjón.
— 567 —
Es muy posible qn^buena parte de las que me esc libáis
eatóia en situación análoga á la de mis oyentes y oontr adicto -
res di hace veinte años. Vuelvo á predicar aoa oosa análoga.
Tengo el derecho do esperar que loa mayoreí ad réremos de
mis predicaciones de ahora repitáis más tarde loa discursos
que reciente mentó he oido de labios de mis contradictores de
antaño, ponderando en eatos últimos días las reformas al*
tramarinas de 1872 al 74, como positivas glorias de Eapafia.
Tengo la perfecta seguridad de que se repetiría ei caso.
Pero jay, señores, que yo no tengo ahora, como tenia en*
tonces, mocho tiempo por delante! Porque el conflicto
de Cuba ya no tiene superior. No admite tregua. £9
de suprema urgencia. De aquí mis ansias vivísimas de
que la rectificación de ideas y la transformación de senti-
mientos se verifique ahora, inmediatamente.
EE otro recuerdo se refiere á mi adolescencia y á escena a
inolvidables que constituyen grandes éxitos y merecí mien *
toa excepcionales de este Senado. Era allá per los años de
1853, cuando se traía ante el Parlamento español el pro
blema transcendental de una rectificación de nuestra poli
tica en la América española, ya independiente. En aquellas
circunstancias se oyeron en esta gran Asamblea dos voce»
elocuentísimas: la del ilustre D, Juan Francisco Pacheco y
1* del prestigioso D, Juan Priin.
Entrambos eran objeto de las acusaciones más violentan,
por su actitud benévola hacia los pueblos americanos. No
es maravilla. Siempre la calumnia se ha cebado con todos
.utos representaron nuestra política expansiva allende el
lántico, desde C jlón hista el conde de Reviilagigedo y
marqués de la Sonora.
3jr
— 568 —
Pero f nerón tantas la elocuencia» la sinceridad y 3a ra~
ióü de aquellos insignes repúblicos: llegó á tanto la diacre*
eión y el sentimiento político de este Senado, que la política
entonces proclamada en medio de la estupefacción general,
se impuso al Gobierno espefiol, y desde entonces nuestras
relaciones con la América latina le inspiraron en un gran
espíritu de concordia, en el olvido de nuestras recientes y
sangrientas colisiones, en la desconsideración de la amena*
xa y de las jactancias como medios de in fluencia política é
internacional, en el recuerdo de nuestra historia común, y
de nuestro común empeño de colaboradores da una obra
trascendental para la civilización del mundo; y en la sega*
ridad de que el trato efusivo de los pueblos y en último tér-
mino, la política de la generosidad y la confianza sen la me-
jor garantía del prestigio y de los derechos de los gobiernos
y las naciones.
Esa es, señores, una nota característica, bien que poco-
estudiada, de nuestra historia internacional contemporánea.
Desde entonóos renunciamos á todo prejuicio y á toda pre-
tensión exclusiva, fundados en la procedencia de los que en
América viven y á América sirven con su laboriosidad in-
comparable y sus virtudes ejemplares.
[Ojalá que nuestros gobiernos de ahora se cuidasen de
sacar las debidas consecuencias de aquel suceso; oosa tanto
más recomendable, cuanto que después, las circunstancias
han cooperado á esa empresa, como lo demuestran el fraca-
so del Congreso panamericano de 1890 y las fiestas dul
Cuarto centenario del descubrimiento de Amérioal
Permitidme acariciar la esperanza de . que los del ►
que ahora se desarrollan en el Senado español prodnkt
— S69 —
ub remitido análogo. [Ojalá que por vuestros votos salga»
con la afirmación robusta del derecho incontrastable de Es*
paila al mantenimiento de las Antillas, bajo la bandera de
>a Patria común, la proclamación de la Autonomía colonial
como el medio acreditado por todas, absolutamente todas
las experiencias contemporáneas, para asegurar la satisfac-
ción inmediata y cumplida de las necesidades loca'ea y el
principio sagrado de la integridad nacional que todos esti-
mamos como nna imposición del honor y nna exigencia de
la economía general del mondo político de nuestro tiempo!
De todas suertes, yo quisiera que aquí resoltara triunfan-
te y por todos aclamado, el principio de que los grandes
conflictos sociales se resuelven primeramente por medios
morales y políticos, y que la base mas sólida de los gobier-
nos la forman el concurso y el amor de loe puebles* He
dicho.
t
r
APÉNDICE
cuba A raras di 1895
(Uut interview con La Rmme Intemstionale)
A fine í de 1895, Za Jtaw* Internationale de París, envió
á Madrid en redactor en jefe para qne celebrase algunas
con fereE cías con personas mny significadas en la política
española, sobre la situación política y económica de nuestro
país. Mr . Henri Charriaut, qne es el periodista aludido,
detempeñó perfectamente en comisión y en el número de la
Jietue Intetnúticnale publicado en Diciembre de 1895, pu-
blicó el resultado de sns conversaciones con los Sres. Cas-
telar, Cánovas del Castillo, Sagasta, Pi Margall, Silvela,
Pirfal, Lopes Doraí ligues, Salmerón, Muro, Moya, Maura,
Barrio Mier, Salvany, Beraza, García Ladevese y otros. El
na dominante de esas conferencias fué la cuestión de
ba,
tfr. Charriaut me consultó también y mis explicaciones
— 572 —
aparecen en el referido número de La Revue. Creo de algún
interéa reproducir aquí, traducido, algo de aquellas expli-
caciones, con alguna leve rectificación de forma más que de
concepto. De esta suerte se comprenderá lo que yo veiay á
los pocos meses de haberse votado las reformas coloniales de
1895, que el Ministerio conservador no quiso aplicar inme-
diatamente como era su compromiso político y su deber co-
mo Gobierno*
He aqui mis opiniones:
c Tres graves cuestiones deben fijar la atención y excitar el
celo de los hombres políticos de mi país; la cuestión de loa
partidos, la de Cuba y la de Portugal
» Respecto de Cuba, debo establecer que oreo que la sitúa*
oión de la grande Antilla es más que grave, peligrosa.
•Todos los habitantes de Cuba están justamente alarma-
dor La guerra devasta las provincias de Santiago de Cuba,
Puerto Principe, Santa Clara y Matanzas. Existen no sólo
bandas de insurrectos, sino algunos bandidos (coma cuatro*
ros, salteadores y secuestradores), más ó menos indepen-
dientes de la masa formal de la insurrección y oomo ka su •
cedida en todas las colonias del mundo.
•Sin mercad ) para los azúcares, el tabaco y los aguar*
dientes, Cuba no podrá recibir cantidad suficiente para cu -
brir sus gastos de producción, y yo veo muy comprometidas
sus fuerzas agrícolas por la inquietud que reina en los cam-
pos y la falta de recursos de los propietarios y colonos. Hay
que advertir que Cuba solo produce esos artículos coloniales,
cuyo monopolio constituye la prinoipil razón de su enorme
riqueza. En él estriba la mayor parte de sus dificultades] y
sus peligros presentes, aun cuando no existiese la insurrec-
ción. Esto no lo ven ni el Gobierno, ni los comerciantes ca-
talanes. No comprenden que es preciso facilitar la transfor-
mación de la producción oubana. Ahora los obreros sin tra-
bajo, no teniendo siquiera para comer en muchas localida-
des, hacen oir alarmantes clamores; el crédito se pierde
el exterior y en el interior; ei comercio snspanso; los neg
cios, paralizados; en una palabra, es imposible que puee
continuar esta situación sin que pronto sobrevenga la m
1^.
r
— 573 —
«espantosa bancarrota, la miseria, el hambre, la despobla-
ron.
• Las causas de la insurrección de 1868 eran mas políticas
•que económicas. Aquel primer levantamiento estaba pre-
visto por el respetable hombre público que hoy preside el
Ministerio; y »i el Gobierno que sucedió al que, con gran
prudencia, habla creado la Junta de información de 1866
para laar reformas de Ultramar, no hubiese desdeñado las
' recomendaciones de ésta, seguramente se habría evitado la
sangrienta gnerra de los diez años, que costó la vida de
200.000 hombres y mas de 700.000.000 de duros, sin con-
tar el valor de las propiedades destruidas y cuyas conse*
• ensucias son todavía una pesada carga para el Estado.
>Según todos los informes, la Isla ha sido administrada
de un modo deplorable. Por ejemplo, en el orden electoral
f vemos que Cuba solamente tieoe un elector por cada cinco
! habitantes, y Puerto Rico uno por cada 221.
| >Esta isla, que cuenta con 800.000 habitantes, solo tiene
I 52.000 con derecho al voto, como contribuyentes, porque
es preciso pagar, para ser elector, ana cuota de 50 pesetas.
Cuba cuenta millón y medio de habitantes y solo 84.000
electores, pagándose para serlo una contribución mínima
' de 25 pesetas.
> Esta contradicción entre las dos islas —ciertamente inex -
plieaeie— -redunda en dañi de Puerto Rico, donde la con-
tribución del Estado es más baja y, por tanto, mayor la
dificultad de una cuota electoral semejante á la de Cuba. En
Puerto Rico fanoionó perfectamente el sufragio universal
en 1873, pero allí lps conservadores y peninsulares son los
menos y la ley quiere sobreponerlos á los hijos del país, que.
todos son liberales y autonomistas. Esta injusticia ha sido
patrocinada por el liberal Sr. Maura, autor del último pro-
yecto de reforma colonial, cuyo radicalismo tanto se exage-
ra. No es dable mayor preocupación.
»Claro es, que las provincias españolas están más favore-
cidas. Asturias, por ejemplo, con 200.000 hibitantes menos
que la pequeña Autilla y uu territorio de 11.000 kilómetros
menor tiene, sin embargo, 121.713 elejcores. Consecuencia
de esta diferencia ilegal es que nosotros saoamos solo 50 di -
putados, 35 por Cuba y 15 por Puerto Rico, para defender
w intereses de las Antillas, contra 400 diputados de la
enínsnla, que hacen las leyes sin escuchar nuestros con-
ajos. Aquí impera el sufragio universal y allí n\ á pesar
e que las comarcas peninsulares uo s aperan de ñinga na
— 674 —
inerte en riqueza, ni cultora, ni lealtad á las Antillas.
•En España el grupo de partidarios da la explotación eo-
] >nial es muy reducido. Está formado por loa interesado*
en los empleos públicos de Ultramar y loa comerciantes da
ciertas regiones del litoral, que se aproar han de la >BPÍg-
mficancia de las tarifas aduaneras para introducir en Cuba,
bajo bandera española, productos extranjeros nacionaliza-
dos si pasar por cualquier puerto de Ja metrópoli.
•La majoría en la Península desea Ja paz, pero manten-
drá la guerra como cuestión de honor.
•Los asturianos, los gallegos v los catalanes que constitu-
yen la base de la emigración peninsular á Cuba, necesitan
del orden y prosperidad de la isla, que es para ellos ana
fuente de ingresos de la que sacan grandes recortes para
sus familias de la metrópoli enriquecidas con este comercio.
•Hoy es indispensable hacer propaganda vigorosa en fa-
vor de la paz y de la Autonomía colonial, única que podrá
wetableoer el orden. Solamente una campaña política muy
euérgica podrá, por sus resultados, terminar la guerra. Está
probado que la insurrección ha enmantado extraordinaria-
mente desde la subida del partido conservador; los cubanos
están persuadidos de que este Gobierno no planteara las re-
formas, » . . .
•A pesar de haber sido votadas el mes de Mar&o de este
alio, todavía el Gobierno conservador que preside el señor
Cánovas desde mediados de 1895, no ha hecho absolutamente
nada, ni en Cuba, ni en Puerto fiieo, donde no ha habido si
hay guerra. Y donde en la pasada, ó sea desde 1 869 á 187*,
se hicieron reformas muv gravee con éxito satisfactorio y
cuyo ejemplo fué invocado por el general Martínez Campos
y por nuestro Gobierno, para conseguir de los insurrectos
cubanos que depusieran las armas, fir mando en 1873 la
paa del Zanjón.
•En cambio, con motivo del voto de los los maestros da
Cuba para el Consejo de Instrucción pública, se acá bao de
promulgar unos decretos de carácter marcadamente reaccio-
nario, completando estas disposiciones con recompensas i
los servidores del poder, caracterizados por sus opiniones
ttltra«conservadoras, tedo con gran disguÉto del pais cu-
baño.
•En nombre del partido autonomista he presen! ado estos
días al Sr. Cánovas una serie de observaciones aoerca de
la manera política de encausar la guerra. Desgraciadamen-
te en estos momentos, la opinión pública y el Gobierno están
s\
r
— 575
completamente preocupados por la cuestión manicipal de la
PeDÍoenla. Loe ataques de los separatistas, de un lado, y la
prevención de los conservadores de otro, hacen que el partí*
do autonomista se encuentre en la imposibilidad de obrar.
«Loa elementos más arraigados del antiguo partido con-
servador se mantienen en cierta reserva, porque juzgan que
3a época no asta para intransigencias y que Cuba no tole-
raría la idea de una nueva reconquista. De consiguiente no
sería imposible hacerles comprender el interés de un acuer-
do, dejando á na lado á los exaltados y gritadores que no
tienen ningún prestigio en la isla.
i El partido reformista está más indeciso y su actitud sor*
prende cuando se recuerda la energía con que combatió ha-
ce poco tiempo á los conservadores, precisamente en el mo-
mento en que éstos se quejaban de la falta de protección
por parte del Gobierno, puesto completamente del lado del
refor mismo. Esto sucedió durante el último periodo del
partido libera 1 que dirige el Sr. Sagasta, y singularmente
cuando era ministro de Ultramar el Sr. Maura.
iDe lo dicho resulta que el único partido que tiene en Cuba
fuerza verdadera é innegable vitalidad, es el partido auto-
nomista» que ha vivido siempre sin el apoyo del gobierno y
cuja sinceridad y patriotismo ahora más que nunca deben
ser apreciados, por la gravedad de la presente crisis. Pero
es preciso reconocer que esta agrupación se halla muy que-
brantada por la propaganda revolucionaria y la actitud des-
deñosa del Gobierno conservador.
»f * * Creo que la guerra tomará aún grandes proporcio-
nes y estoy seguro de que sólo por las armas no se resolverá
el con nieto. Aunque la guerra terminase por la faena, vol-
vería á empezar dentro de 4 ó 5 años. Durante este tiempo,
Caba quedada arruinada y la Metrópoli no podría mante-
ner allí un ejército de ocupación, ni hacer frente á las nece-
sidades de aquel territorio devastado. Esta última hipóte-
sis no es admisible para España después de la prueba colo-
sal de energía y dignidad que acaba de dar enviando á Cuba,
en menos de tres meses, un ejército de 125.000 hombres.
> A demás preveo un llamamiento de9 los insurrectos á los
Estados americanos, y sé que Europa entera se muestra fa-
**?aHe al restablecimiento de la Autonomía colonial en
estras Antillas • -
*. ..No me atrevo á decir como terminará la guerra; mis
Qores son grandes. No me decido á aconsejar otra cosa
e el immediato establecimiento de las reformas de Puer-
— 576 —
to Eioo y en algunas regiones de Caba. No me explico como
el Gobierno se resiste á ponerlas en vigor en la pequeña Aa-
tilla y no les ha promulgado todos los reglamentos en la
Gaceta oficial de Cuba, á reserva de fijar una epooa en que
con seguridad empezasen á regir.
*No se trata ya de lo que pneda gastar al Gobierno, sino
de lo que las oironstanoias imponen, y es preciso a toda ooita
evitar qne antes de un año toda la isla da Cuba se subleva
contra el Gobierno, confundiendo á ¿ate con el Estado y la
Nación.
> Tampoco oreo justo atribuir al Ministerio liberal la can*
s& de la insurrección cabana. Su responsabilidad es otra.
Los liberales y el Sr. S&gasta cometieron el error de lie-
var al Congreso el proyecto de reformas del Sr. Maura, síd
la idea ó la voluntad de realizarlas. Loa largos debutes y
los aplazamientos, más aún qae la insuficiencia positiva del
proyecto de ley, produjeron en Caba uaa inmensa decep-
ción que explotó el grupo de separatistas. Ahora mismo no
tieue explicación la reserva de los liberales, en esta campa-
ña, ouando están obligados á hacer establecer ene propias
reformas.
* No puedo dejar pasar desapercibido na hecho oar&ctarü-
tico; el dinero con que se empezó y sostiene U iuanrrec*
ción, procede de los tabaqueros cubanos establecidos en las
islas y costas del golfo mejicano, á consecuencia de nues-
tras arbitrarias leyes fiscales y de nuestros tratados de co
mercio que combatían la libre exportación de los taba&oa
cubanos. Y sin embargo, ahora mismo se excusa en Ma-
drid la reforma arancelaria reclamada ea sentido liberal
por todos, absolutamente todos los partidos de Caba, vi-
niéndose á repetir, en beneficio de un grupo de productores
y comerciantes peninsulares, ei mismo error de 1810
y 1 é 22, que puso del lado de los insurrectos americanos,
merced al nun tañimiento déla explotación privilegiada de
aquellos países por los peninsulares, el latera* mercantil»
jC uántos errores en la conducta del Gobierno!
» En lo que á mi se refiere, dsbo declarar >|ue me qaeian
pocos medios de acción. La minoría parlamentaria autono-
mista está, desorganizada y dispersa. Muchos de naeitros
antiguos amigos de la Península se abstienen pir diferea*
tes motivos, y los nuevos no nos ayudan. La he previsto
lo he anunciado haoa tiempo, porque yo soy viejo en la f
Utiea, he hecho muchas campañas y estudiado mucha g*
te, y nunca creí que la obra de los autonomistas concluya
— 577 —
con las reformas de Maura y Abarcara, ni por la eficacia
sola y exclusiva de ellas.
«Sis considerar totalmente fracasada mi política, yo me
limito á dar consejos cuando me los piden y á trabajar coa
gran resultado Lauta la presente, para aliviar la situación
de los presos y deportados cubanos, culpables 6 inocentes).
Creo, al obrar así, que hago una obra patriótica y un acto
humanitario.
\
— 578 —
r.
r:
r
ir»
TI
LAS RirORMAR DB CÁNOVAS
k El Sr. Cánovas del Castillo tuvo la bondad de hacerme
ju conocer su decreto de 29 de Abril de 1897, antes de su
i publicación, dejándome en absoluta libertad para emitir mí
¡. juicio sobre ellos, Inego que vieran la lúa en la Gaceta. Fué
i mi conferencia con el Sr. Cánovas de mucho interés, pero
i- no he creído nunca que tenia el derecho de hacerla pública.
f. Pero luego de promulgados los decretos aludidos, La Oh
h> rrespondencia de España me requirió (lo mismo qne á
| otros hombres políticos) para que comunicara á este perió*
V dico mis impresiones. Asi lo hice, y La Correspondencia
k del 6 de Febrero de 1897 pone en mis labios las declarado-
ra nes siguientes:
I cSólo debo y puedo hablar de una impresión. La obra
del Sr. Cánovas, en cualquier momento, seria de mocha
importancia; hoy la tiene transcendental. Sobre todo para
los que en medio de muy criticas circunstancias, y con no-
torias responsabilidades, tenemos que considerar los noví-
simos decretos de reforma ultramarina de un modo muy
distinto al que corresponde á una mera tesis de polémica.
Además, yo sé muy bien qne en casos análogos al presenta
le parecer individual de los políticos, significa poce. Se vale
lo que se representa.
— 579 —
» Tengo ahora máa motivos que ea 1895 para asegurar
que ya no prosperará reforma alguna en nuestras A u tillas
ai no la acompaña una amplia reforma electoral. Yo pido
el sufragio universal, lo mismo que en la Península. Por-
que conozco perfectamente la historia de las oligarquías
americanas, y no puedo olvidar que las Antillas son pue-
blos latinos, y que además vi en en el seno de la America
contemporánea, libre y democrática. Creo que no hay pro-
vincia alguna de la Península que las supere en inteligen-
cia, aptitud política y valor económico. Pero sobre todos
estos datos, tengo hoy el decisivo de los elementos y el ca-
rácter de la actual guerra de Cuba, perfectamente distintos
de los de la guerra anterior. Debemos llamar resuelta y
francamente á todo el pueblo cubano á la inteligencia y di-
rección de sus peou iares y singularísimos negocios. Las
vaguedades, las reservas y las cautelas serian, hoy como
nunca, contraproducentes.
>Luego, pongo á la altura del texto de las reformas mas
radicales posibles, la sinceridad en su aplicación. Esto ha
sido decisivo en todas las reformas coloniales del mundo.
Ahora entre nosotros lo es más por muchos y muy próximos
antecedentes que no quiero recordar. Y porque de veras
creo que las actuales reformas se dan pensando seriamente
en su eficacia, y tanto para que concluya pronto la guerra
cabana, como para evitar que la próxima paz sea tan solo
una tregua.
•Por lo mismo pienso que seria el colmo del candor espe-
rar que la promulgación de las reformas en la Gaceta pro-
duzca rápida ó inmediatamente lo que todos deseamos. No
se puede pensar, por el momento, en la debilitación de los
medios militares; pero es absolutamente indispensable, du-
de luego, cambiar completamente la política que se esta ha-
ciendo en Cuba.
•Estimo de suma importancia, en relación con lo antes
dicho, que el Gobierno (que ha asumido la responsabilidad
de hacer una ley sin el concurso de las Cortes), se decida á
plantear cuanto antes en Puerto Rico las nuevas reformas,
rectificando, con hechos prácticas, el deplorable efecto que
ban causado en las Antillas, en el extranjero y aun en la
misma Península, los últimos decretos de aplicación de las
>rmas del 95. No hay el menor pretexto para aplazar el
ayo de estas nuevas reformas en Puerto ¿tico, máxime
iendo en cuenta el efecto que las anteriores hechas por la
olución de Septiembre y la República, en aquella Anti-
0:
— 580 —
lia, tuvieron para la pacificación de Coba en 1878, asi come
la admirable y feliz experiencia qne biso, en la primera de
estas islas, el famoso intendente Ramiros, de las grandes
reformas económicas qne salvaron á Cuba á los oomiensos
del siglo. Nanea agradeceremos bastante á Puerto Rico
lo qne ha servido para el honor y la gloria de España.
» En cuanto á las reformas ahora publicada?, insisto en
creerlas de positiva transcendencia. Desde luego necesitan
aclaraciones y determinaciones para evitar rosamientos
y conflictos mas qne probables, entre las nuevas autorida-
des y los nuevos organismos. Por ejemplo: no se comprende
la eficacia de las resoluciones del Consejo de Administra-
ción si absolutamente todos los altos funcionarios y en par*
tioular el director de Administración local no dependen de
modo alguno del Consejo,
•Tampoco se expl.ca que los empleados en servicios loca*
] es puedan ser de nombramiento mas ó menos limitado, de
tos gobernadores, dado qne los haya. No hay para qué subra-
yar la delicadeza del punto relativo á los delegados muni-
cipales; que no habiendo mucho tacto y mucha sinceridad,
podrían hacer ilusoria la descentralización proclamada. En
cambio no cabe discutir el positivo valor de lo acordado
respecto del impuesto arancelario, asi como la excelencia
de la idea de que el Consejo vote los ingresos del mismo
modo que vota los gastos. Tal ves hubiera sido mejor la
fórmula del vigente concierto de las Vascongadas, que yo
me he permitido reromendar varias veces» como la más sea-
cilla y comprensiva.
»Pero es imposible prescindir de que se trata de un deore-
to de bases como la ley de reformas del 95, para cuya
estimación definitiva es necesario conocer !os reglamentos.
Así como que hay que contar con que en el mismo decre-
to se dejan, para leyes especiales, cuestiones tan graves co-
mo las referentes á los gastos de soberanía, al ejército, á la
deuda y al orden público.
>De todos modos, las reformas del señor Cánovas signi-
fican un plausible cambio en nuestra orientación política
colonial. Hay que operar sobre él. Por lo pronto procede
esperar del partido liberal de la Península una nueva de*
terminación y acentuación de su actitud y sus rumbos, ©nee
que el avance del partido conservador ha sido verdad
mente excepcional. Esto se entiende, dentro de la sitase
monárquica y en la esfera de los partidos gobernantes,
es ese el aspecto menos importante de la obra del ac
— 581 —
Gobierno, dado que represente algo el juego de loa partido»
en la política positiva de los pueblos contemporáneos.
» Por lo que á mi hace solo tengo qne recordar que ja-
más be hecho política pesimista y qne boy tengo nueve»
motivos para perseverar en mi afirmación de siempre de
qne la Autonomía colonial es la mejor garantía del honor,
de ]■ fuerza y de la integridad de la Patria. »
j^EIrt*
— 582 —
III
LAS DECLARACIONES D£L SE, 6AOA5TA
En Mayo de 1897 se reunieron los notables del partido
liberal de la Península y el Sr, Sagasta pronunció os dii-
cnxso exponiendo sns opiniones sobre el problema aotoal de
Cuba. Despnés se acordé que una comisión de notablai
del mismo partido, teniendo en cuenta aquellas opinionai
y el sentido dominante en la ejecución formaliíae una es-
pecie de manifiesto. Aei se hizo en 24 de Junio. Entonces
el señor director de La Correspondencia de España crej ó
oportuno consoltarme sobre estos particulares, y yo le con-
testó del modo siguiente, en 29 de Junio del 97:
«Mi distinguido amigo:
A su deseo, que estimo y agradezco, se une mi cade
vez más firme convicción respecto ala necesidad de so*
licitar enérgicamente la opinión pública de España io«
bre los tremendos problemas que nos rodean y amenazan.
A esa opinión lo fío casi todo y difícilmente me explico el
error de nuestros partidos de prescindir de ella gastando
las fuerzas en conversaciones de familia. Solo los que nc
han movido oon calorjy sistema esa gran palanca de la vid*
moderna, pueden dudar de lo que vale y puede aún en Es-
paña. Pero los temas que usted tiene la bondad de señalar-
me son tan delicados y complejos que yo no puedo tratar*
loa en pocas palabras. Porque á usted le interesarán algo
— 583 —
mia razonamientos: mi voto solo no vale la pena. Beto no
obsta para que jo comunique á V. mis impresiones, re-
«ODocienio so escasa importancia.
i Comparto la o pie ion del Sr. Sil vela respecto de la nrgen-
da de hablar claro sobre Coba, de la necesidad de aplicar
con resolución v sinceramente las reformas decretadas en
Abril 7 de la imposib Jidod de vencer lainsnrrección cabana»
ai esta fuera el levantamiento de todo nn pneblo contra la
Metrópoli. Felizmente no es esto. Pero creo que la Peninsu-
la está maj mal i d formada respecto de lo qne ahora pasa en
3a grande A Otilia. Y tengo la pena de creer qne ai no se
varia de procedimiento las reformas de Abril podrán resol •
tar hasta coLtrapro Jncentes.
iE a lo que no estoy de acuerdo con el Sr. Silvela es en la
estimación del concepto de la Autonomía y del valor de loe
elementos políticos de Cnba Porque la lógica de las afir-
maciones de mi antiguo compañero y amigo lleva á la con-
clusión de qne Cuba está perdida. Yo no lo creo.
lAfcí mismo difiero en la apreciación del positivo conflicto
internacional de este momento. Yo no creo en el peligro
iwaudiato de una guerra con los Estados Uniios. Los polí-
ticos americanos, por muchas razones, no la quieren, y
aquel Gobierno, que tiene una política muy orientada, ex-
cusará toda oíase de ootflictos para ganar tiempo y reducir
su acción á las redamaciones de indemnización. Este es el
verdadero peligro. Porque ron esas reclamaciones america-
nas se combinarán las de Francia, Inglaterra y qnizá Ale-
mania, donde no seri* difícil que ahora mismo se estuviese
gestionando en ese sentido. Y esas reclamaciones aumen-
tarán prodigiosamente, si no varía en redondo el modo de
nacer la guerra en Cuba y si no se consigue qne la insu-
rrección separatista teoga enfrente la acción entusiasta y
^resuelta de la mayoría del pueblo cubano. Algo de esto
insinué en el Senado hace nn ano.
y Pero cuéntese que seria ana gran imprudencia hacer ea«
tender ahora que las reformas proclamadas no han de ser
dt unitivas y que esas retormas basten, aun por el momento»
sin la electoral y la arancelaria y sin un procedimiento
político de gran acentuación expansiva. Me seria muy fácil
fortificar mi opinión con citas de la historia colonial; prin-
cipiando por el recuerdo de Cuba desde 1876 al 78 y el de
México del 20 al 23.
•Confieso á usted que me ha producido mucho sentamien-
to el Manifiesto del Sr. Sagasta. Yo he reconocido gustosa»
— 584 —
pública y reiteradamente los servicios que á las libertades»
coloniales ha preetado el partido liberal. Y he drcho y aho-
ra repito qoe en estos días, la solución del problema colo-
nial está en manos de ese partido. Pero, francamente, el"
Manifiesto es nna horrible decepción. A esta hora no son,
posibles vaguedades, ni equívocos, ni reservas. Ya no baria-
hablar de la acción política que ha de acompañar a la mili'
tar: es preciso decir en qué consiste la una y la otra, por-
que tamben ya les conservadores hablan de las dos. Ni es-
suficiente indicar que se vadla Autonomía: hay que decir
que se proclamará ó no se proclamará la Autonomía. Y en
el primer caso, de qué Autonomía se trata.
Porque ya toca en lo intolerable lo qué está sucediendo
en nuestros círculos políticos, donde á cada instante se ha*
bla en términos vagos de autonomía política y de autono*
muía administrativa y de Self gotemment británico y de
personalidad insular, etc , etc. Y todo esto para que se
confundan las gentes sencillas y pierdan la paciencia los
hombres juiciosos que han debido creer que cuando se trata
de autonomía colonial se hace referencia ó á lo que por tal
se entiende en todo el mundo contemporáneo ó más concre-
tamente á lo. que han propuesto los autonomistas de Cuba y
Puerto Rico, qae son los únicos que han planteado este pro-
blema en España.
^Relaciono con esto otro particular que me tiene muy dis-
gustado, y es que pase por autonomía cualquier cosa, ó que-
intentándose la solución autonomista fuera de las condicio-
nes de éxito, que (con raEÓn ó sin ella, pero con perfecto
derecho) venimos recomendando hace más de veinte años
los autonomistas españoles, al cabo fracase el empeño, con
el peligro de que luego se atribuya el fracaso al error fun-
damental de la doctrina. Serla el colmo de la longanimidad
de nuestra parte enmudecer sobre este punto después de
haber callado tanto respecto de la responsabilidad délos
conflictos y desgracias presentes que no hemos cesado de
anunciar por espacio de muchos años.
('"Después de esto y de insistir en la obligación ineludible
de todos nuestros partidos (así los gut ornamentales como
los propagandistas) de presentar so'ucíoeos detsl adas al
problema antillano, debería yo indicar algo sobre esto.
Pero no es el empeño para una carta. Básteme repetir que
yo mantengo la solución autonomista como un medio de fa-
vorecer á las Antillas, de fortificar el vinculo colonial, de»
descargar á la Metrópoli de atenciones imposibles y de in*
i
— 585 —
verosímiles responsabilidades y de terminar bien y con re-
lativa prontitud la terrible guerra que nos preocupa y
arruioa.
T ademes creo que á medida que pe retrase la solución
que patrocino ( • que no es la d« 1 Gobierno conservador) se
hará más necesaria la instauración de otras instituciones
que prosperan en las colonias extranjeras y que yo nunca
hedtfrndido.
De cuanto le digo puede V. nacer el uso que le parezca
oportuno. Ni yo soy de los políticos equivocoe ni los tiem-
pos están para reservas. »
— 586 —
IV
DK0LARA0ION18 HECHAS EN CÁDIZ
Poco antes de verificarse las elecciones de diputados y
senadores para las Cortes de 1896 tuve que presidirla
hermosa fiesta literaria que con el nombre de Juego* Flora-
les se celebró en Sevilla en la primavera de aquel año. Con
tal motivo mis correligionarios republicanos de Sevilla me
obsequiaron con un banquete en el gran hotel de Madrid, en
el cual hice declaraciones precisas sobre la nrgenoia de la
reforma autonomista. Los mismos conceptos que emití
en Sevilla expuse á los pocos días en un gran meeting que
presidí en Cádiz.
Tal vez tenga algún interés de trasladar aquí lo que
sobre este particu'ar publicó el importante Diario de Cdii*
en 8 de Mayo de 1896 .
Dice asi:
c He aquí un breve extracto de la perorado n del señor
Labra.
Señores— dice — debo á la bondad de los directores de es-
ta meritisima casa el honor de ocupar este sitio coa el pro*
pósito de discurrir sobre algunas cuestiones públicas, de
modo que pueda interesar al partido republicano, y sobre
todo á los amautes de la patria.
Celebra la ocasión de saludar á todos los republicanos de
Cádiz, sin distinción de clases ni matices: saluda á todos
los habitantes de esta ciudad, que se impone por todos con-
ceptos á ouantos la admiran y contemplan; que recuerda
-\
— 587 —
por su belleta laa ciudades de la antigua Grecia y que res-
plandece con fus prestigios históricos, identificados con la
Eepíiña toda; porque en dos ocasiones supremas ha repre-
sentado el honor y el principal interés de la Patria.
No ha babido rara el orador, pueblo alguno que en su vi-
da le baya producido emoción más positiva. Puede haber
entrado en ello Jos recuerdos de bu infancia. Aqoi empezó sos
primeros estudios literarios, hace mochos años, parque ja ha
doblado el cato de Buena Lsperenza; pero cuando recorre
las c*. Upb y pinzas de este pueblo, que parece una ciudad de '
nácar, recuerd* su nifies y los afectos de sus padres.
E que ba eetodiado la política de España en este siglo,
puede afirmar que los dos grandes movimientos de nuestra
moderna están sintetizados en las Cortes del 1 2 y la Revo-
lución de Septiembre, que afirmó después de* triunfo de la
soberanía de la nación los derechos naturales del individuo,
dtndo las armas para que carera 1* tradición é imperasen
las fer der cías modernas, f Tempestad de aplausos en este pe-
ríodo que el orador pronuncia con i aladras y conceptos be
fluimos* imposibles de tomar al oído J
Recuerd* los reinados de Carlos III y Carlos IV, los
tiempos de Godo?, el dominio de la sopa boba , las traiciones
de Femando VII y las debilidades de los tradicional istas
que se pusieron al lado del usurpador; se condensaron
entonces todas las fuerzas nobles y santas del país para pro-
ducir el renacimiento de la patria con el ímpetu délas idees
modernas.
Habla también del reinado de D.* Isabel de Borbóo, en
que parece que la podredumbre había entrado en la sociedad
esp&ñ da á cuyo efecto enumera varios hechos históricos.
Entonce, es cuando viene la Revolución de Septiembre, que
rechazó aquel estado de cosas y realizó la voluntad del
paeblo libre.
Esta es la tierra sagrada de la libertad; y lo mismo que
en Zaragoza y Gerona se recuerdan páginas sublimes de la
Independencia Nacional, y en Covadonga la Reconquista
y en Sevilla las opulencias de la naturaleza y el arte; todo
palidece ante la grandeza moral de eate pueb'o, que proclamó
en dos ocasiones la libertad y la moralidad como la base de
Ir política del porvenir en España
Este pueblo en su representaron histórica es un ejemplo
j una razón, Y lo dee asi, porque lt situación del país es
cada día más apremiante y exige por momeotoa mayor i ú«
mero de sacriñolos. A fuer de hombre político, cuando se
— 588 —
o- apa de hechos histórico* basca una lección aplicable. En-
tiende que seria miserable recogerse solo en el lamento, y
seria abominable entretenerse en ana critica estéril, cuando
do se ponen voluntad y alientos para remediar el daño.
La historia de Cádis demuestra que no se debe desconfiar
nunca de los pueblos ni de la virilidad de la sociedad, ana-
que parezcan moribundos. Hace una poética y fiel pintara del
invierno, donde parece que todo ha muerto; pero b»jo ese
manto de nieve está la fuera* latente que revivirá al primer
rayo del sol.
Lat ideas son las que levantan el mundo y renuevan las
sociedades; y aquellas que parecen perdidas van abrando
en el pensamiento de todos, disponiendo os espiritas v las
voluntades, y en la hora tremenda del desastre, cuando es
preciso concitar las revoluciones, estas son las que oonstitu-
jen la bandera y la stlvaoióa de los pueblos.
¿Necesito deciros— añade • que atravesamos uno de esos
momentos terribles? ¿No tenéis las manifestaciones de los pe*
rióJioos? ¿No veis ee«s elecciones corrompidas que son la an-
títesis de la lealtad de los hombre»? ¿No veis esos Atonta-
mientos, escenarios de concupiscencias é inmoralidades?
Ahora mismo, no lo niego, la Restauración ha representa*
do un periodo de relativa pas y de un cierto progreso de
los intereses. ¿Pero es que la Restauración ha cre»do esos
intereses? 1*0 que ha producido resultados es la Revolución
de 1868. Es aquella semi la que germinó en días de tempes-
tad. Si la Revolución mató la intransigeno a re!ig>o<ia y es*
tableció la abolioión de la esclavitud, y desterró la tasa y
creó otras magaas reformas, hay que pregan Ur A la Res-
tauración qué ha hecho en dtfiuitiva de aquellos progresos
cuál es la situación en que hoy los tiene y cuál el pjrvemr
que les prepara.
Asistimos al periodo tremendo en que, triunfante el par-
tido conservador, ha abolido al partido libera»; de tal suerte
que podemos decir que valen tanto los unos como los otros,
pues han renegado estos de aquellos piincipios transcenden-
tales.
til partido oonservador vive de la complacencia del I beral,
que se ha negado á las peticiones de los repub ¿«-anos en
cuestiones importantes, y ha dado autorizaciones distintas
al gobierno, y hoy mism>, en laouestióu de 0»b ifima ese
partido liberal dice que si al fin las Uortes res a el vea, él ba-
jará la cabeaa.
Pregunta cuál es la característica del partido conserva-
— 589 —
«flor. Motadlo bien. El orador tiene amigos en todas partes,
-y lee hace justicia; de modo qne la batalla monada no le
preocupa. Pero ese mismo modo de ver sayo le haoe ser in-
transigente en cosas de orden moral Dice que el partido con-
servador ha falsificado todas las libertades. Dándosela de
práctico, ha dicho que aun oponié adose á la democracia, la
•acopla cuando los avances políticos se han hecho por el
partido á quien corresponde, acatándolos después, para har-
monisarlos con las costumbres y con los intereses historióos.
.]Qoá cuadro tan maravilloso!
Pero no es eso lo que hace. Acepta esas conquistas para
corromperlas. Asi en el momento en que el extranjero nos
provoca se prescinde del concurso.de las Cortes, para con-
trarrestar la libertad y la intervención del Parlamento. Bes»
poeto del sufragio, si ha de ser como hoy est más vale rene-
gar de él. Ya no es restringir ni vioentar el voto: eso seria
una verdadera inocencia. Ahora por anticipación, y agó-
stalos uno y otro medio, se aplican millares de votos á loa
designados en el famoso encasillado de cuneros. Y con esto
priva la infamia del voto oomprado, con que se hace rene*
gar de su honor á unos infelices.
Debe requirir, no so o al partido republicano, á todos los
españo es honrados; porque es preciso suprimir el voto de
todos esos ciudadanos que claudican; porque el sufragio no
es un derecho renuuoiable. E * un medio de conseguir el me-
joramiento social, un modo de gobierno, y merece ser
suspendido en el ejercicio de aquel derecho, cuyo mal uso
transciende á los demás ciudadanos, quien reniega de tan
sagrados deberes y vende su intervención en la vida pú-
blica.
Se va dando la idea en toda España ds que se puede as-
pirar á tomar puesto en el Congrego para conseguir encum-
brarse y hasta hacer algunos negocios. Y asi, que se puede
rehacer la fortuna perdida, por una popularidad fácil que
lleve á las altas representadores, donde todos, unos hoy y
otros mañana, sigan los mismos procedimientos.
Despuéd está la figura del cacique, que pinta con coló-
res sombríos, acomodado á todas las situaciones, encontran -
do siempre su falange para venganzas y satisfacciones de
todas clases.
Habla del problema de Cuba. Bien sabidos son sus com-
promisos. Eby se lee en todos los periódioos que la auto-
nomía no puede practicarse, porque la recomiendan los ex-
tranjeros. No es esto nunca óbice, porque lo que debe tener-
— 590 —
ae en cuenta es lo que está abonado por la justicia y Ja ra*
son. Si los enemigos aplauden, tanto mejor*
Pero lo que tenemos el derecho de decir quienes vfnímos
defendiendo eses ideas hace veinticinco años, es que hemos-
hecho una gran obra patriótica, porque si la autonomías*
implanta ahora, no es porque lo quieran Inglaterra ó los
Estados Unidos, sino porque hay un partido que ama á su
patria y ha sostenido mucho antes, por razón de doctrina,
con grandes argumentes y ejemplos, esa solución salvado-
ra. (Grandes salvas de aplausos J
Recuerda el ejemplo de grandes naciones coloniales, como
Inglaterra, que, aleccionada por la experiencia por grande*
desastres, para conservar su sobsrani*, ha sabido elevar al
mismo gra »o de libertad que la Metrópoli, á una adminis-
tración solicita, y auna perfecta conciencia y satisfacción de
si mismos, á territorios lejanos, no explotados, sino protegi-
dos v amparados por el Poder nacional ó metropolítico.
Niega haber dicho en Sevilla (como afirman algunos pe-
riódicos) que de la cuestión de Cuba no se debe hablar. Por
el contrario; cree que debe romperse el llamado silencio pa-
triótico. Si calló, no ha sido por voluntad suya; él tiene fe
en la discusión. Aconseja que te dos los partidos presenten
sus fórmulas de solución, para que el país elija, y por su
parte va al Senado para sostener las ideas de toda su vida
pública, que en los asuntos de Cuba son hoy el progra-
ma de la Unión Republicana. Cree que la cuestión de
Cuba determina en primer término un hecho positivo: la
vitalidad de nuestra patria, que ha asombrado al mundo,
organizando, en medio de sus desgracias y angustias,
130.000 hombres, que van á emular los tiempos más glo-
riosos de las armas españolas, defendiendo nuettro* dere-
chos y las cooquistas logradas con todas las energías de un
pala inagotable cuando de su honor se trata.
También te evidencia el error del régimen vigente, que
exime á clases enteras del deber de entregar su sangre por
la nación. Por esto, 'a guerra de Cuba ha impuesto, ooa
carácter de urgencia, la organ ilación de fio i ti va del serví'
ció militar obligatorio, sin redención pecuniaria.
Se ha visto igualmente que estamos só os en £uropa. Te-
semos enfrente á los Estados Unidos, pero los ágenos 4
esta cuestión, y contrarios á la doctrina de Monroe, sin em-
bargo nos han dejado solos; y es porque hemos seguido una
política internacional equivocada, manteniéndonos aislados,
sin pactar con esa Francia tan atractiva y tan simpática»
*i
r
— 591 —
que es la única que dos ha enviado palabras de consuelo.
Pero es asimismo que nuest a antigua administración co-
lonial está reñida con todas las ideas y sentimientos gene*
rales de Europa. Todos reconocen nuestro derecho, pero-
nos aconsejan que llevemos alli la autonomía, como fórmula
del derecho y de la patente realidad.
Ninguna colonia ha triunfado jamás por sí sola. No ge-
ha de contradecir ahora la historia. ¿Pero hemos de triun-
far otra vez para establecer el rég'men militar de la ocupa-
ción? ¿Hemos de sostener un ejército agotando las fuerza*
de la patria, y sin otro fin ulterior?
No, señores, no debemos escatimar el esfuerzo militar*
pero para realizar después la libertad, la moralidad y la
equidad, por medio de Ja autonomía.
Acompáñese ta too ón militar con la política, para que so
diga que vive allí el imperio español, no por la faerza de
las armas, sino por la voluntad de todos y por una aspira-
ción general de justicia.
Considerando los grupos de que está formada la insu-
rrección, es imposible prescindir de que entre ellos están en
gran parte los despechados y desengañados de falaces pro-
mesas, que ni siquiera se han realizado en esa hermosa 7
tranquila isla de Puerto Rico, que por pago de su abnega-
ción sufre el yugo del caciquismo* y la falta de libertades.
Recuerda de nuevo lo que hizo en el orden colonial la
Revolución de Septiembre, permitiendo que bajo la bandera
de la libertad ó invocando sus so'uciones se pudiera hacer
por Martínez Campos la psz del Zaüjón.
No hay ahora ni un recuerdo para aquellos hombres del
72 y 73 que prepararon y realizaron tan magnas obras!
Y debemos nosotros recordar lo que tiene en su cuenta la
monarquía: la venta de la Florida, la pérdida de la Lnisia»
oa, la separación de los Estadoa sud americanos, el aban-
dono de 8anto Domingo.
De donde puede deducirse que la monarquía tiene á su.
cargo todas las mermas de la integridad nacional, como
la República tiene en sus timbres todos los adelantos conse-
guidos para mantener íntegro el territorio español.
JSn este momento critico, repite, «firma su i convicciones
de 25 años, las que sostuvo, en medio de un mar de calum-
nias y á las que cada vez da mayor evidencia el fracaso
de los contrarios. En el problema más grave de cuantos
boy preocupan á la nación, en el problema colonial, no
hay más solución que la Autonomía, porque ella avivará
— 592 —
las fuerzas locales, reduciendo las responsabilidades de la
Metrópoli, y trayendo la nota harmónica á las relaciones, ya
panto menos qne imposibles, de las co onias y los elemen-
tos directores de la nación. 8ólo de esa suerte se anulará
la burocracia y perderá su prestigio la política de la fuerza;
es decir, los dos tactores de mayor perturbación de la te-
rrible crisis p» esente.
¿Puede suceder algo más grave de lo qne sucede, en punto
á corruptelas apoetasías y componendas? ¿Pnede haber alfo
peor que ese indiferentismo *y ese pesimismo que se va apode-
rando de todo el mundo? ¡Quién eabal Tolavia puede venir
el desastre. Y nosotros los republicanos debemos estar
¡¿percibidos, como lo estuvieron los de Francia en la triste
noche de Sedán.
Para esto, permitidme que os haga algunas recomenda-
ciones á título de amigo. Los estuerzos individuales, por
potentes que sean, no son eficaces para las grandes empre-
sas. Hay la policio*» de (a agitación, que consiste en pre-
sentar problemas, excitar las pasiones, agigantar los de*
seos. Todo esto, difundido sin trabasen ni sistema, prodooa
efecto, pero como de enfermo, qne determina solo sacudidas.
Pero hay la poli'ica de la organización, que produce las
grandes masas, ante las cuales son insignificantes todos los
obstáculos.
Kepubhcanos aislados valéis poco. Aun en estos ó en
más graves mementos, seréis ineficaces. Porque tened en
cuenta que la gran fuerza no es el impulso incoherente,
Lno la robusta y sólita acción, como la de ese grandiom
mar, cuyo impuls i siempre es incontrastable.
Organizaos, pues, y no olvidéis jamás que la República
na es solo para los republicanos, sino que su reino es el ds
la igualdad y el derecho. {Grandes aplausos.)
Cuando se le hab a d* las divisiones de los republicanos,
contesta que ellos, después de veinticinco afios de aleja-
miento del poder, mantienen lo cardinal de sus principios,
y Los contrarios, á los dos años de privación, reniegan di
sus ideas y convicciones.
¿Qué fuerza no deben tener nuestros principios, que ha-
cen se pierdan todos esos inconvenientes en la marcha ma-
jestuosa con que van tranquilos y serenos por la advera»
dad los hombre* consecuentes y honrados?
Se discute «obre hombres antiguos y nuevos. Permitidas
esta recomendación, con todo calor y energía. Tened fe en
los hombres que conocéis; en los que lo han dado todo por sus
— 593 — "
ideas, loa que han «aerificado carrera ó intereses. Vosotros
loe leñéis en esta tierra de Cádiz. Amadlos: ellos se sacrifi-
carán una y cien veces, por la cansa qae abrasaron.
Nada más os puedo decir. No vengo á predicar nada
en favor de ninguna agrupación particular. Yo soy partida-
rio sincero de la unión republicana. No bó cómo se ha de
realisar en las diferentes comarcas. Ha de ser por la fusión
de los inter ses comunes, pero por la volunUd de los re-
publicanos de las provincias, en justo respeto del principio
' de la autonomía.
Realicemos esa obra en consideración á los grandes com-
promisos que hemos contraído. Se nos recuerda el fracaso
de 1873. Y la República, hoy incontrastable en otros palees,
400 h* pasado por otros ensayos aaalog b? E*te mismo ró-
gimen constitucional, que es nuestro estado de derecho ¿ha
I nacido ahora? ¿No hubo repetidos fraoaeot? | Los del afio i4,
y del 23, y las revoluciones y los motines d«l 34 al 68!¿ Por
i qué no hemos de creer que el ensato de 1873 no esmás que
i la experiencia natural antes del definitivo resultado?
Se nos dice que tenemos en frente los intereses permanen-
tes del país. Hablan de la religión ¿Nosotros enemigos
de la religión?. ¿Por dónde? lo que queremos ee el respeto
de la conciencia individual: todos los ciudadanos con perfec-
to derecho de mantener sus ideas y de lo que no hemos de
eonsentir es el cura trabucaire qae se levantaba por esos
eampos, sustituyendo con el alma ai Crucifijo.
Lio que no consentiremos es que la propiciad sea un efec-
to de la exp otación, ni las depredaciones del caciquismo y
el fisoo. Queremos la propiedad entera, respetable, pero en
eos condiciones naturales
Se habla de que somos enemigos de ejército, ¡cuando
creemos que donde está un soldado peleando está con él
toda, el alma de la patria!
Afirmemos esas reivindicaciones, mas para todo cMo ne-
cesitamos voluntad. Qiédense atrás los miedos y las estéri-
les lamentaciones Pero debemos ir siempre con la idea de
1a patria, y necesitamos ser algo más que partidarios de la
movilidad de los poderes; necesitamos ser hambres morales,
necesitamos decir que por encima de nuestras convicciones y
»m pro misos, hemos de ser hombres honrados, eternamente
Mirados, poniendo esta nota de moralidad por oimade todo.
(Los aplausos duran más d$ un minuto.)
*"S1 Sr. Labra estuvo hablando algo más de una hora. Su
— 594 —
palabra es enérgica y vibrante. Voi robusta de tribuno,,
para coya propagación no son obstáculos las configurad*-
nes del local. Acción elegante y sobria. Hay pasión en sos
juicios pero pas'ón generosa de hombre convencido y de
propagandista de ideas. El 8r. Labra es una figura respe-
table y austera; su vida política ha sido la locha porfiada y
conetiote. pero por concesiones elevadisimas y transcenden-
tales Se veenél siempre la propensión á alzarse de las
tristes rea idades pequeñas, para cernirse en regiones mis
puras, pero donde la responsabilidad y el riesgo son acaso
mayores como que radican en la oposición délas ideas
nuevas con la fe y las preoeo paciones más arraigadas. La
dicción, de este orador es más bien rápida que pausada. Re-
dondea < on arte los períodos, y es una contrariedad para
quien le escucha tonto por gusto como por obligación, que
la fogosidad de su expresión, armónica con la intención del
concepto, arríbate á veces al auditorio habta interrumpirle
á mitad de la frase, cerno si, demostrando adivinarla y com-
pre? derla, quisiera hacer al orador un nuevo halago.
En soma, los republicanos y los pocos que sin serio oye*
ron al Sr. Labra están de enhorabuena. Pero es lástma
que Ctdiz entero (que le inspiró pensamientos beJliíi-
xnos), en un tema más general, no haya podido escucharle.»
^\
— 595 —
D10LABA010IIM H10HA8 EN L1ÓM
Dorante el verano y el otoflo de 1897 realicé por las pro-
vincias del Norte de España y por acuerdo del Directorio
de la fusión republicana nn viaje de propaganda, pronun-
ciando machos discursos en León, Gijón, Infiesto, Sama,
Beinosa, Vitoria, San Sebastián y otras poblaciones.
Por aquel entonces se produjeron dos hechos: las decla-
raciones autonomistas del partido liberal y la subida de
4ste al poder. Con tal motivo dije algo que me importa re-
cordar aquí.
En el vueting oelebrado en el teatro de León la tarde
del 25 de Julio de 1897, me expresé del siguiente modo,
según consta en la extensa noticia telegráfica publicada por
El Liberal de Madrid del 26 de Julio:
cA las cinco de la tarde empitza el t*e$ting.
£1 teatro está completamente lleno de republicanos de
todos los matices.
Al aparecer en el escenario los oradores suena una ruido-
sísima salva de aplausos, en la que toman paite las señoras
que ocupan los palcos. Preside D. Miguel Moran (presidente
del comité provincial de la Fusión republicana), el cual
presenta á los oradores. Lee á continuación multitud de te*
— 596 —
legramas de adhesiones de Madrid y provincias. Refiere loe
trabajos de organización de Ja fusión repobicana leonesa,
en párrafos elocuentísimos, que arrancan calorosos aplau*
sos.
Levántase el 8r. Labra, que es objeto de nna grandísima
ovación .
Comienza recordando que esta es en dieciseis años la se*
ganda ves en qne dirige su voz á nn pneMo de Castilla.
La primera fué en nn gran meeting celebrado en el teatro de
Calderón, de Valladolid, á raíz de terminarse la guerra
anterior de Coba.
Consagra nn sentido e'ogio á la firmeza castellana. Con
Castilla sola acaso no se hab'ia hecho España; sin Castilla
es seguro qne no se habría he< ho.
Señala la semfjat.za entre aquella época y la actoal, y
entra de lleno en el estudio de la cuestión palpitante.
£1 estado gr» vísimo del país pide que todos los partidos
y grupos políticos concreten los esfuerzos y precisen las
soluciones inmediatas y prácticas con clatidad meridiana.
A este fin responde la Fusión republicana, que implica
el aplazamiento de parte de todos los republicanos, de
todo aquello que no sea urgente, esencial, y ahora en los
principios democráticos de la Constitución del 69 la Repú-
blica con la refo ma proviucial y municipal en sentido
autonomista v Ja autonomía colonial.
Además, la Fusión es la exaltación política de ideas y
principios, cuyo olvido iks ha traído á una situación
inferior á 1868. Es también acto de \ revisión patriótica,
porque stiendn A la constitución de una gran fuerza poli*
tica y de un partirlo verdaderamente nacional, qne recoja
el poder después de la próxima cuta atrofie de los partidos
monárquicos desgraciada. Por último, es una determi-
nación de política positiva, gubernamental, armonizada con
urgencias nacionales y la opinión de Europa y de Améri-
ca. En este sentido, la fnsión no se agotará en promesa!
irrea izables ni se compromete á variarlo todo de golpe.
Como triunfo de la política de principios y da la virtua-
lidad de las ideas, puede señalarse Jo que pasó en la cues-
tión c'e Cuba, que es la absorbente en el momento actoal;
detrás eBtá la aparente anemia y desorientación del país,
de qne deben responder primeramente la arbitrariedad de
loa conservadores y la flaqueza de los liberales. La única
solución del problema cubano es la autonomía en Cuba J
Puerto Bico; aili por exigencias de la guerra, aquí por
— 597 —
decoro nacional, y en todas partea por la virtud intrínseca
del principio autonomista, coya aplicación ha evitado en
todas las colonias qne fructificase la idea separatista y en
otras qne fracasase la rebelión contra la Metiópoli. (Aplau-
sos )
Todo lo contrario á lo hecho por la asimilación en todas
partes, pero no basta aclamar la autonomía, necesitase
definirla, precisarla; después hay qne enct mandar su plan*
teamiento y desarrollo, sobre todo, á los autonomistas de
la víspera; estos no consentirán qne pase por autonomía
cnalqoier cosa, sino lo qne ellos h*n predicado en España
ó lo qne se llama autonomía colonial en el txtranjero.
De otra suerte, sin oponerse á nada, porque su patrio-
tismo se lo prohibe, declinarán la responsabilidad en lo
que seria una mixtificación que dafiaría «1 bonor é interés
de España, merece caluroso aplauso la última declaración
de los liberales, que rectifica las reservas del Manifiesto-
de Sagasta y pone el prob'eme en los prop cios términos
que yo recomendé en reciente discurso en el Senado discu-
tiendo con el 8r. Cánovas.
Conservadores y liberales viven ya en una atmósfera de
autonomía; pero es necesario que precisen las fórmulas y la
aplicación y digan claramente lo que harán con los partidos
autonomistas antillanos, sir cuyo concurso activo y entu-
siasta no será un éxito la autonomía. Tampoco ésta podrá
plantearse, subsistiendo las deportaciones gubernativas y
entregadas todas las Corporaciones popo ares y empleos
políticos y administrativos por decretos del Gobierno á
los antiguos enemigos de la autonomía. (Apkttsos.)
Si es cierto que hoy son autonomistas, conservadores y li-
berales, hay que advertir que lo son por efecto de una sú •
bita y patriótica conversión, y que los republicanos, después
de autonomistas antillanos, son los únicos que en España,
cuando menos desde 1880, vienen predicando la autor omia
colonial, combatida terminantemente por todos los partidos
monárquicos.
En prueba de esta tesis habré de señalar el apoyo cons-
tante que los diputados republicanos dieron siempre á los
autonomistas en el Parlamento, presentando enmiendas y
Proposiciones suscriptas por republicanos, entre ellas por
1 8r. Pedregal en 1890; la votación nominal que recayó en
886 en una enmienda del autonomista 8r. Montoro; las
edaraciones hechas por mí, llevando yo la vos de autono-
mistas y republicanos en 1895 sobre las reformas de A bar-
— 598 —
suza; loa Manifiestos de los partidos centralista, federal y
progresista; la declaración adicional de la Junta Unión Re-
publicana en 1896. y la base última de las declaraciones
doctrinales de la Pasión Republicana en 1897. No por esto
niego— añade— los positivos méritos del partido liberal en
política expansiva ultramarina, desde la promulgación do
la Constitución del 76, á las libertades de imprenta, reu-
nión y asociación y las reformas de Abarsuisa.
Lo be proclamado siempre, y reconosco asimismo el ser-
vicio prestado por el Sr. Cánovas, cuando discutiendo
conmigo en 1883 rompió teóricamente la tradición de nues-
tros monárquicos sobre el valor doctrinal de la solución au-
tonomista y sin duda es también mérito considerable el del
discurso de 1896 y reformas de Abril del 97 que dieron on
.go'pe mortal á la política asimilista. (Aplausos.)
Pero reconociendo todo esto, hay ya que decir que el pro-
blema es mu ' otro, y qae todos estos monárquicos retrasa-
ron la polución positiva, oon grave dallo de nuestro país, j
que resulta comparando col doctas, que los republicanos lo
vieon mejor y antes que todos los demás, acreditando su
.gran sentido gubernamental.
Luego los republicanos son los más competentes para rea-
lisar la empresa autonomista, y por lo menos, para dar su
voto é iLflair en el planteamiento y desarrollo de esas refor-
mas, cuya aplicado ü será siempre sospechosa ó discutida,
si corre exclusivamente á cuenta de sus antiguos adversa*
rirs ó de aquellos que oon sus vacilaciones, retrasos y con-
tradicciones, han contribuido inocentemente al fracaso de
muy buenas ideas.
Además, los autonomistas españoles, oon su antigua pro*
pa ganda y actitud de ahora prestan gran servicio á la pa-
tria, por cuanto niegan la oalumniosa especie de que la so-
lución autonomista viene impuesta por el extranjero. Lo
que sucede ahora es lo mismo que pasó oon la esclavitud
en 1877.
Constará, pues, siempre, y debe constaros, que mucho
antes de las recomendaciones de los JBstados Unidos y de
los gobiernos europeos, habia muchos españoles, y sobre to-
do un gran partido nacional, que proclamábala autonomía,
sin preocuparse de lo qae pareciera á los extraños; si éstos
ahora aplauden, eerá estimado el aplauso, pero sin que is fru-
ya en la resolución. En cambio, constará también el pro»
pósito de esos autonomistas españoles de rectificar los trata-
dos oon los Estados Unidos, derogando el de 1877 y de dis-
f
— 599 —
cutir las condicionas de naturalización y protección de loe
subditos americanos, en honor del dereche internacional
contemporáneo y de la soberanía y prestigio de Espafia. La
victoria de Ja so ación autonomista tiene otra importancia
moral y política, porque acreditando la virtualidad de las
ideas, demuestra lo irracional de su persecución por la ley
ó por preocupaciones y pasiones de políticos.
Todavía no hace un afio se motejaba de antipatriotas y
aun filibusteros, á los autonomistas. Hoy,- los mismos per
seguidores gritan que no puede continuar la situación de
duba bajo la dictadura r y todos los gubernamentales afirman
que la autonomía es la solución de la patria. (Grandes
aplausos.)
De los dicterios personales no hay que hablar; siempre
iueron así tratados los partidarios de las reformas colonia •
les. Colón, Las Gasas, Lagasoa, Revillagigedo, (Salves,
Mejia, Flores Estrada, Espartero, Prim y ahora mismo
Sagasta.
Pero si importan las prevenciones contra las doctrinas,
entre otros motivos porque en la hora del triunfo estos im-
pónense por sorpresa y con violencia perturbadora, de to-
dos modos ha de constar que ahora el partido republicano
anticipóse en la propaganda autonomista, como en 1873 lo
biso para la abolición de la esclavitud en Puerto Rico.
Lo mismo pasará con la unión ibérica, que solo los repu-
blicanos hacen entrar en sus programas y mantienen en sus
tratos con portugueses. La Unión Ibérica vendrá en plazo
breve, y con la autonomía de las Antillas oontribuirá ala
grandeza de nuestra España.
Después el orador hizo ligeras consideraciones sobre la
tesis del discurso, referentes á la libertad religiosa, á la
propiedad, á la vigorisaciéu del ejército, á la organización
municipal y provincial, é insistió en que el partido repu-
blicano es absolutamente compatible con todas las opinio-
nes religiosas y con todas las reformas que se han de haoer
gradual y sucesivamente.
No prescindiendo de lo existente sino cuando se tenga
medio seguro de sustituirlo con ventaja. Terminó compar-
üendo la opinión de Sagasta, 8üvela y Moret, de que es-
*~~*os abocados á grandes sucesos en plazo corto, eu vista
lo cual urge una vigorosa organización de la fusión re-
blicana en toda la Península.
\1 sentarse el orador reprodúcese mayor, si oabe, la
"ióu con que fué saludado al principio. •
600 —
VI
SOBRE LA IMBTAUBaOIÓN DEL NülVO R±Q1M*H UK
PUXRTO &1CO
Sr. D. Manuel Fernández Judíos,
Pnsidénlé d» la Directiva del partido aulpnomitta hittárito
d€ Puerto Rico .
Mi distinguido amigo: De acuerdo con los Sres. Moret j
García Molinas puse á usted un telegrama concebido en loa
eiguientos termines: «Convendrá suspendan lucha todo gé-
nero bbsta conocer plan que. indicamos próximo correo é
instrucciones nuevo Gobernador. Choques amigos compro*
meten nuevo régimen y causan aqui daño prestigio Puer-
to Rico.»
£1 Sr. García Mol i ras tuvo la bondad de firmar también
e*te telegrama y además dirigró otro idéntico, que jo sus-
cribí b1 fcr. Muñoz Rivera, quedando en escribir por esta
correo á ente e* ñor y £us amigos ampliando las indicado*
nes del telegrama y dándoles detallada cuenta de las va-
rias conferencias que aqui hemos celebrado por iniciativa
del mencionado Sr. García MoliEas, cuyo patriotismo, cor-
tesía y buen deteo nunca aplaudiré bastante.
Yo no he ocultado á nadie que no estoy convencido déla
necesidad de que en estos momei tos se forme, aaí en Coba
como en Puerto Pico, un partido único para el planteamien-
to y desarrollo del nuevo régimen. Me inclino á pencar que
esto es una anticipación muy discutible, por cuanto yo creo
que, dentro de p'azc no largo, abi tí han de formar los nue-
vos partidos h cales, en vista de luc-ycs problemas que se
plantearán dentro de la situación auicromista y i 1 1* efecto
de la deaaj,arición, que creo inevitable, deles antiguos par-
^v
— «01 —
tidos incondicional y de Unión Constitucional de las do»
Islas. To espero qne mochos ir* condicionales de positiva
valía, con perfecta sinceridad y sin menoscabo de su conse-
cuencia y su prestigio, acepten el régimen autonómico y
dentro de él busquen términos para asegurar su natural y
legitima influencia. Quedarán ahí unos cuantos intransigen-
tes reaccionarios y antidiluvianos, ni más ni meóos que don
Claudio Moyano y sus amigos en la Península después de
1876. Por lo mismo no veo con claridad que convenga poner
ahora las cosas de suerte que todos los constitucionales é in-
condicionales hayan de perseverar en su representación de
derecha, más ó menos extrema) y todos los antiguos autono-
mistas (conservadores y libérale*, republicanos y monár-
quicos) hayan de quedar obligados á una representación
contraria. Y más aún desconociéndose totalmente los pro-
blemas que se han de producir dentro de la situación auto-
nomista, por todo extremo distintos á los problemas que en
lo antiguo determinaron la formación de los viejos partidos
coloniales.
Por esto yo habría visto con simpatía que no se prejuz-
! garan las condiciones y soluciones del porvenir. Y no me
! parecería mal que Ios-autonomistas históricos y los libera-
í les de Puerto-luco vinieran á un concierto que permitiese
| constituir el nuevo régimen y la convocatoria y reunión de
una Asamblea insular, en cuyo seno se determinarían las
nuevas direcciones. Algo análogo me parecía recomenda-
ble en Cuba, con relación á autonomistas y reformistas: al-
go semejante á lo que produjo los Gobiernos provisionales y
nacionales de la Península en los períodos revolucior arios.
Pero como yo soy un autonomista muy convencido, he
puesto siempre sobre mis opiniones particulares en lo rete*
L rente á todo aquello qae tiene un carácter local, la opinión
i de los que en la localidad viven, que son los qae tienen la
mayor competencia y además han de hacer lo que se reco-
miende, vote y convenga.
| £bta opinión se complementa con mi conocido parecer de
que los competentes para resolver y entender la política ge-
' neral y lo que se prepara, discute y hace en la Metrópoli,
son las personas que viven en esta y que están al tanto da
■ orientes, problemas, elementos y datos imposibles de esti-
lar á dos mil leguas de distancia y que tengo por factores
1 excusables del problema colonial bastante superior á una
■ íesiión de mera localidad. Por eso he deplorado tanto el
! npeño de muchos amigos nuestros de que aquí se hiciera
— 602 —
una política autonomista solo á gusto de naestros correli-
gio oarios de Ultramar.
Con estos antecedentes usted comprenderá que así que
supe lo sucedido en Cuba con autonomistas y reformistas
(aun cuando todavía no estoy perfectamente enterado por
no haber recibido carta del Sr. Qálvez, Presidente de la
Directiva autonomista cubana), declaré terminantemente
que aceptaba por completo lo hecho en la Habana per
creer que sus autores tenían ia mayor competencia y de-
ploré lo que aquí publican algunos periódicos y hacen 6
dicen algunas personas fuera del escenario y sin medios
positivos para dar eficacia á sus siempre respetabilísimas
opiniones. Asi mismo entendí que, por muchas razones de
larga y ahora ociosa explicación, lo sucedido en Cuba era un
dato de excepcional valor para Puerto Rico, y que natural-
mente ustedes propenderían á una situación análoga que qui-
taefl todo argumento á los que de cualquier manera buscan
Íiretexto en la diferencia de las dos Antillas para imponer á
a mis pequeña un estado de positiva inferioridad política
ó social.
Con esto se combinó la impresión desagradable que me
produjeron algunos sueltos y aun artículos de la prensa
portorriqueña. Realmente no había en ellos cosa da mocha
gravedad. Pero me alarmó su tono vivo, y considerando lo
peligroso que son todas las contiendas de vecindad y de fa-
milia t me alarmé bastante más que por lo presente, por lo
que pudiera ser en plazo no remoto, ana discusión en cree-
cendo entre antiguos amigos, ante un público de adversa-
rios interesados en ahonda* las diferencias. Esto me hu-
biera preocupado siempre: ahora me preocupa vivamente por
muchos especialisimos motivos.
Me permito recordar á usted la carta que hace algunos
meses dirigi al Directorio autonomista con motivo de la
probable división del partido, por efecto del concierto de los
Sres. Sagasta y Moret por una parte, y Brioso, Muñoz Ri-
vera y Cintron por otra. Repetí oficialmente al Directorio
lo qae aqni dije á estos señores y al Sr. Degetau, respecto
á la altísima conveniencia de que, después de fraccionado
el antiguo partido autonomista, los dos grupos mantuvieran
relaciones muy afectuosas, casi intimas. No discutí enton-
ces, \ or que me faltaba competencia para ello, la disposi-
ción de los Sres. Matienzo, Muñoz y Brioso, pero afirmé
que si esta respondía á la voluntad y á las necesidades de
muchos antiguos autonomistas de esa Isla, debía realizarse
r
— eos —
francamente la diviaion, en términos de verdadera cordia-
lidad. Por desgracia Ja división no se hiso en la hora opor-
tuna y del modo que jo órela mejor. Quisa por esto suce-
den boy algunas cosas que deploro. Pero respetando yo lo
sucedido por las razones que antes he expuesto sobre mi ac-
titud en todo lo ref- rente á la acción puramente insular,
creo que nada de cnanto ha pasado puede rectificar mi conse-
jo favorable á ana buena inteligencia— es decir, á una inteli*
genera en términos de *ficacia--de los dos grupos aludidos.
A esto se agregan motivos potísimos y excepcionales pro-
ducidos por eJ cambio total de la política ultramarina reali-
zado en estos últimos meses.
Porque la discusión apasionada y el choque violente de
los antiguos defensores de las soluciones expansivas para
Puerto Kico constituirían hoy la mayor de las dificultades
para la instauración del nuevo régimen y quisa algo más
que un pretexto para que sus detractores concitaran la opi-
nión pública de la Península contra los autonomistas, pri-
mero, y luego contra esa siempre maltratada pero dulcísi-
ma 7 culta Isla de Puerto Bico. Ahora mismo algunos pe-
riódicos de Madrid explican la dimisión del general María
por la imposibilidad de dominar las pasiones locales. Se re-
pite con frecuencia que los autonomistas no se entienden; ni
más ni menos que como se suponía que pagaba en Cuba. £1
propósito me parece claro. Esos mismos periódicos, viejos
enemigos de todo régimen expansivo en las colonias, ya se
i permiten decirnos á todos y principalmente al Gobierno,
de qué suerte y con qué elementos se debe plantear la auto-
nomía en las dos Antillas y llegan al extremo de sefialar
los elementos de que se debe prescindir; esto es9 los elemen-
tos de mayor tradición autonomista. Y apena ver que perso •
ñas excelentes y de bonísima intención, pero perturbadas
momentáneamente ó de escasa experiencia política, acojan y
aun secunden buena parte de esas críticas y recoinenda-
Por manera que ya ha comenzado aquí algo de lo que yo
temía que se produjese en Puerto Biso. A ello me refiera
en la última parte de mi telegrama. T esto me parece que
lo reconocen del mismo modo los Sres. Moret y García Mo*
linas» justamente preocupados con la necesidad de instau-
rar el nuevo régimen con el mayor número de fuerzas posi-
bles y sin ninguna contrariedad en el círculo de los prime-
ramente comprometidos á esa instauración asi en la Penin*
sola como en las Antillas.
-_ 604 —
Por los miemos motivos, yo, que mantengo absolutamente
todoa uiifl compromisos republicanos, he hecho y continua-
ré haciendo una vigorosa campaña en los circuios republi-
canos de Madrid para que de ninguna suerte éstos dificultan
la acción de) Gobierno en este critico momento y en todo
cnanto pueda afectar directa ó indirectamente al plantea-
miento de la Autonomía en Cuba y Puerto Rico. No es inve-
rosfmil que haya intransigentes. Ya nuestros enemigos di-
vulgaron en la prensa y por medio del telégrafo, la peregri-
na especie de que, por esto ó por cosa análoga, iba á ser yo
residenciado y desautorizado por mis compañeros de la Di-
rectiva de Pasión republicana. Todo era una falsedad: los
techos lo demostraron. Pero la propaganda se hizo sin que
4 mi me preocupara un minuto.
Con mayor razón puedo y debo recomendar esta con-
docta á todos los amigos de Puerto Rico, contando, 1.°—
con qoe ellos tienen que hacer mucho míe, porque están
en condiciones de hacerlo y les importa más el éxito de la
noble empresa que ahora realiza el partido liberal, con
nuestras ideas de siempre, y 2.° — con que en el modo de
apoyar esta empresa y para darle verdadera eficacia han
de influir las circunstancias á medida que estas se pro-
do sean .
Por todos estos motivos aquí hemos hablado respecto á
los términos de la inteligencia cariñosa y eficaz á que us-
tedes y esos fasionistas pueden llegar en vista de los últimos
acontecimientos para dar segura base á la instauración del
régimen autonomista y facilitar la reunión de la Asam-
blea insolar en condiciones honorables y de gran eficacia
política. Parece que síganos de esos amigos están encan-
tados con el concepto de Fusión. Otros quieren solo un
mero Concierto muy condicional. ¿Seria imposible que con-
vinieran en uoa Unión, seriamente organizada con un pro-
grama muy defiuido y un compromiso bien determinado
por Ja necesidad á que responde la ob igada concentra-
ción de todas las tuerzas autonomistas y expansivas de
este país?
El programa me parece claro: la defensa -en todas partes
y el planteamiento eu Puerto Rico de los decretos autono-
mistas de Noviembre.
El compromiso; hasta que la Asamblea organice el nuevo
régimen y dentro de ella se determinen los nuevos partidos,
siendo de suma conveniencia prolongar todo lo que se pueda
ese compromiso.
r
— 605 —
De todo eao se dedace que el partido 6 Unión que ahi se
«constituya debe tener un carácter exclusivamente looal. Es
decir, extraño á la política general de la Nación, en cnanto
en él pueden formar, con perfecto derecho y condiciones de
abeolota igualdad , monárquicos y republicanos, socialistas
ó individualistas, sin más disciplina, ni más jefes, ni más
autoridades que los de la localidad. Da esta suerte ese par-
tido 6 Unión podria elegir diputados y senadores para
nuestras Cortes, con una plena libertad de acción en todo lo
relativo á la poli tica nacional y oon dos compromisos per-
fectamente definidos; el de defender contra todo el mundo
los decretos de Noviembre y el de acatar en lo relativo á
I -este punto y á la politica que e' partido ó la Unión haga
¡ para desarrollar y arraigar aquellos decretos én esa Isla, á
i fas autoridades del mismo partido ó Unión.
\ Oon esto pretendo conseguir dos cosas, aun prescindían-
I do de lo que doctrinal mente implica el régimen autonomía -
i ta. No comprendo bien cómo, al menos por ahora y míen-
; tras no se reforme la Constitución española, podrían ahi fun-
cionar libremente los partidos nacionales, pobre todo en de-
trimento de los locales. No discuto el problema, que me pa •
| rece muy grave. Por el momento no creo posible que en
¡ esas Antillas convivan partidos organizados unos con ea-
¡ rácter local y otros de índole general ó nacional y como
prolongación ultramarina de los partidos peninsulares.
T esto será menoe posib'e si los tales partidos se ponen
unos frente á otros. Me temo mocho que esto produjera algo
parecido á lo que privaba en el antiguo régimen. No hay
que olvidar que los decretos de Noviembre ponen á ese país
en situación radicalmente distinta á 1» de Puerto Rico cuan*
do se vsrificó ahí la constitución del partí io liberal ó fusio-
nista.
JPero sin decir nada respecto del porvenir, y prometiéndo-
me estudiar seriamente el problema, me reinz^o á la cuestión
de ahora y digo que la recomendación que ncaho de hacer
respecto, en primer término, á la conveniencia de momento
de repartir las representaciones parlamentarias y políticas
de los autonomistas de Puerto R'co entre el ma^or número
de grupos y fracciones de la política peninsular, corregiría
ano de los mayores defectos de nuestras anteriores campa-
Cías, coya falta de recursos conoce usted muy b' >n. No se me
ocultan los inconvenientes del procedimiento. Pero los pos-
K>ngo al inmenso peligro del aislamiento ó del compro*
i niso oerrado eon un solo grupo nacional, precisamente
— «06 —
cuando la solución autonomista ha sido ya aceptada por '
ríos grupos y partidos de la Península.
El otro extreme de mi recomendación tiende 4 evitar la-
indisciplina de los autonomistas de la Península y la corrup-
tela de los diputados y senadores independientes. Ya sabe
usted bien mi opinión decidida sobre el particular, efecto-
de una larga y oostosa experiencia. Aquí ustedes no necesi-
tan de patiooos ni de aficionados, sino de representantes de
un partido, sometidos á la disciplina del mismo. Ha sido y
será de un deplorable efecto que dipotados, senadores ó de-
legados de los partidos ultramarinos pronuncien aqui dis-
cursos y publiquen artículos, al parecer con la representa-
ción insular, hablando por su propia cuenta y exponiendo»
soluciones quisa contrarias al programa y al sentido de los
partidos locales. To he tenido más de un disgusto con este-
motivo. Beconosoo el pleno derecho del publicista y el ora*
dor á decir todo lo que piense, pero esto con muchas salve-
dades. Entre ellas la de maroar bien la diferencia de su
opinión particular y la del partido y la de no hacer de nin-
gún modo campaña contra el pareoer i-e este ni oontra el
dictamen y los compromisos desús directores. Llego á oon-
venir en la posibilidad de que el partido insular otor-
gue conscientemente una representación libre, por moti-
vos especialísimos. Pero esto no es ni puede ser la regla ge-
neral.
Todavía no he hablado en público de la latente indisei-
Klina de la últimas representaciones ¡parlamentarias colonia-
M que me comprometieron á equilibrios y sorteos que no
pienso repetir más, por que resultaba que toda la responsa-
bilidad era para mi y la disciplina sólo á mi me obligaba.
Pero el peligro para los representados y para las Antillas
era y es evidente. Mi recomendación es tanto más enérgica
cnanto que la afición más generalizada entre los candidatos
de la Península á la representación ultramarina ea fa dé-
las diputaciones independientes. Eso no debía prosperar
nunca. Ahora menos que nunca. Por eso las Directivas ul-
tramarinas deben hacer cotstar aqui su personalidad com-
binándola con la de las representaciones parlamentarias y
las agencias públicas.
No creo que haya dificultad invencible sobre estos partí*
calares. Más delicado es lo relativo al modo de organiíar esa
Unión autonomista. ¿Quién debe presidirla? A mi humilde*
juicio, persona grata á todos, de positivo prestigio, de espíri-
tu conciliador y desde luego que no sea el presidente de nin-
— 607 —
gvLQ de loe dos grupos que van á fraternizar. Yo llegaría i
excluir de la j residencia á cualquiera de las personas que
formen faite de cualquiera de los dos Directorios. Pero no
formulo un juicio definitivo porque desconozco el persona) .
Creo que deben ustedes buscar el Presidente señalando
condiciones más que fijándose en la persona. La edad,
los prestigios históricos, las representaciones oficiales, el
don de gentes, la respetabilidad indiscutibles. . . todas son
condiciones que aquí utilizamos mucho para excusarla con-
currencia de las pasiones y los compromisos personales, fis-
to debe ser obra de un acuerdo patriótico.
Luego las Yicepresidancias corresponden naturalmente
al Sr. Moños Eivera y á usted en su calidad de presidentes
de las antiguas Directivas autonomista histórica y liberal
A fusión lita. En defecto de cualquiera de ellos las personas
que designen los antiguos Directorios. Y el resto del Comité
directivo, por mitad, considerando que si bien en el partido
fusión i ata hay bastantes respetables personas que nunca,
fueron autonomistas, ia base sí lo es, y todos se encuen*
tran perfectamente indentificados con los decretos de No*
viembre. En Cuba no ha privado esto. Pero en Puerto-Rico
no veo la dificultad, supuesto que se haya de realisar Jla
Unión,
Claro se está que en todo lo que llevo dicho hay que distin-
guir aquello en que hemos convenido los tires. Moret, Gar-
da Molinas y yov de lo que es mi propio y exclusivo razona-
miento. Es posible que aquellos señores no fundamenten en
parecer y au consejo absolutamente como yo. Las posicio-
nes, los anteceden tes y Jos compromisos son distintos. Tam-
po co sería imposible que coincidiésemos eu todo*. Mas para
el efecto político, práctico y del momento, basta con que
todos coincidamos, como realmente coincidimos, en dos
Ante todo, en la solución positiva, que consiste, 1.° en
la Unión de Jos dos grupos para el fin arriba señalado;
3,° en el carácter local de la Unión autonomista y S.° en la
necesidad de organizar esa Unión, Liga ó Partido de una
manera eficaz, con una Directiva, un Presidente grato á to-
dos y poco ó nada comprometido en las vivas luchas de estos
"timos diaa, dos vicep residencias repartidas en los dos gru*
m y el resto de los individuos del comité repartidos por
itad entre los mismos grupos.
En segundo término, todos creemos que nada pnede haber
ora en Puerto Eico superior á la conveniencia de que
— 608 —
mediatamente se planteen los decretos de Noviembre en
condiciones de éxito y de suerte qne, tanto ahí como en 1*
Península, como en tola i partes, pueda se - defaadida U
experiencia qne se realice en 1* pequeña Antil^a y cintra
la cual se han de emplear a'gunos argumentos que propor-
cionarían la intriga y la pasión política si no los ofreciesen
la desunión, los antigoni*mos y los error*? de los antilla-
nos. Frente á esta última hipótesis tenemos una extraordi-
naria confianza en el tacto, la abnegación y el patriotismo
de todos u^edes.
En este sentido he tenido el gusto de hablar con el señar
general González Muñoz, persona muy simpática, cubano
de nacimiento, militar de méritos mu? probados y antori
dad saturada de nobilísimos deseos y que ve con todt clari-
dad la gloria que reportará del éxito del difícil empeño qie
ha tomado á su cargo al ir á esa I*la en estos aumenta*.
El Sr. González Muñoz conoce á todos ustedes y adema)
tiene en esa isla muchos amigos y algunos parientes Yo
he salido satisfecho de ta conversación que tuvimos y la qne
intervinieron muy discretamente loa Sres. Moret y García
Molinas.
Hablé poco con el Sr. Francia, que es el nuevo secretario
de ese Gobierno. Me pareció persona de mucha inteligencia y
de exquisita cortesía: dos condiciones fundamentales para
gobernar colonias cultas. Me han dado ,n formes detenidos
de dicho señor, todos satisfactorios.
Por tanto, acaricio la esperanza de un éxito.
Debo concluir señalando bien el carácter de todas mil
gestiones y mis recomendaciones. Por mucha que sea la boa*
dad de ustedes y por amplias que parezcan los poderes ooa
qne la Directiva de ahora ha ratificado los que me tenia otor-
gados la antigua Delegación autonomista, yo no me be
creído capacitado para establecer aquí un compromiso que
á ustedes ob'igue. Se trata de cosa que se ha de realizar
exclusivamente en Puerto Rio, y antes he dicho cómo yo
entiendo la autonomía y de qué suerte proclamo y aoato la
competencia de los que han de realizar las cosas y están en
el escenario donde éritas se han de verificar,
No se me oculta la trascendencia que la resolución de us-
tedes ha de tener en la Metrópoli, donde yo espero que es la
próxima primavera ha de producirse una gran agitación
política, con motivo ó á pretexto de la cuestión colonial. Por
esta consideración y por el mucho cariño qne yo debo á Pner*
to Rico, me he atrevido á hacer los razonamientos anteriores
— - 609 —
7 á formular algunos consejos, después de escuchar el auto»
ruado y patriótico voto de loe Sres. Moret 7 García Molina*.
Pero 70 no do7 mas que consejos, sin que me orea desaira-
do porque ustedes estimaran el problema de otro modo 7 ai
por efecto de datos 7 oircunstanoiis que desconozco resol-
viesen algo distinto 7 aun opuesto.
Bien sabe usted la energía con que 70 he mantenido, en
relación con mis amigos de Cuba 7 Puerto Rico, la compe-
tencia, me atreveré á decir la superior competencia de los
que aquí estemos, para decir lo que aquí, en la Península,
se ha de realisar en provecho de las Antillas 7 en el orden
de la política general ultramarina. De esta suerte he acep-
tado, agradecido, el cargo de leader. — Pero esto mismo
reduce extraordinariamente mis pretensiones cuando se tra-
ta de negocios exclusiva ó principalmente locales.
Insisto tanto en esto, no sólo por consideración 7 respeto
á esa Directiva 7 en vista de la mayor eficacia de la resolu-
ción que ustedes adopten, sino también para fijar los tér-
minos de la responsabilidad que 4 todos nos corresponde en
negocio que tengo por muy delicado.
Lo que si puedo asegurarle e& que la noticia incompleta 7
vaga de esta inteligencia que aquí disentimos 7 recomen*
damos, ha producido excelente efecto en los círculos políti-
cos madrileños 7 satisfacción á los amigos de la novísima
reforma colonial.
Me preocupa mucho el desvanecer la sospecha ó el temor
deque los autonomistas de nuestras Antillas puedan oponer
la menor dificultad 4 la instauración del régimen autono-
mista. Pero deseo más; deseo que todos pongamos lo nece-
sario para que la difícil experiencia de ahora sea un hecho
7 lo que se haga en Cuba 7 en Puerto Rico en eBte primer
período nos dé fuerzas de todo género para defender la
nueva política colonial.
Quién sabe si de no creer 70 que este es un período crítico
7 que ahora está extraordinariamente comprometida la
causa autonomista por motivos 7 hechos perfectamente dis-
tintos á los que dificultaron su marcha en el periodo de la
propaganda; quién sabe si 70 hubiera determinado mi reti-
rada de la campaña después de proclamada mí satisfacción
d* haber logrado lo que casi nunca consignen los hombres
p iticoe: la victoria de mis ideas 7 la realización de mis
e eranzas! Pero no es esta la hora del desarme, ni aun de
1* "etirada.
>ara concluir, ruego á usted felicite á todos esos queridos
i
— 110 —
amigos por la entrada del nuevo año. Can fiemes en qnipor
el eefneiio de todos la Autonomía *erá en 1118 un hwbf
definitivo para gloría de Espafia y dicha de Puerto fiioo.
Queda suyo, etc.— Bafael M. de Labra.— Madrid 26 de
Diciembre de 1S97.
— 611 —
Vil
SOBRB BL OONOUaSO DI LOS AUTONOMISTAS ARTÍLLANOS
i A principios de Diciembre de 1S97, la numerosa colonia
^portorriqueña de Barcelona celebró en el famoso reetaurant
< Martín» de aquella ciudad, un banquete para celebrar la
promulgación de loa decretos autonomistas. En aquella
solemnidad se dio lectura á un extenso manifiesto de los
portorriqueños de Barcelona 4 sus hermanos de la pequeña
Aníállla y se acordó enviar extensos telegramas de adhe-
«6a y felicitación á Madrid. Fui jo favorecido con el si-
guiente, publicado luego en los periódicos de Madrid y de
¡ Barcelona:
«Señor Labra.— Senado. — Madrid. — Barcelona.
Reunido fraternal banquete crecido número entusiasmo
inmenso colonia portorriqueña celebrar implantación auto-
nomía. Acordó unánime felicitar á Labra iniciador defensa
colonias, combatiendo. Incansable maestro, apóstol ideas
triunfantes. Comisión hónrase cumplir acuerdo enviando
¿ratitud Labra* — Cortón. — Malaret.— Colón.— Ointron. —
Cuchy.— Llorena.»
¡ A este telegrama contesté con una carta política, que re—
L
— 612 —
produzco como demostración de mi modo de ver el plan»
teuniento da la reforma autonomista.
También escribí cartas análogas á autonomistas muy ca-
racterizados de Cuba; pero todas ellas de carácter intimo.
No tuve motivo ni ocasión para más. La colonia cabana de
la Península tampoco hizo demostración alguna por aqnel
entonces. Sin embargo, creo que debía haberla hecho. No
es insignificante este dato, como demostración de las enor-
mes dificultades con que se ha tenido que luchar en la Pe*
i imbuía, par* la campaña antcncmista. La falta de medios»
y aun del concurso de los que aquí parecían más obligados
á ello ha sido extraordinaria. Con esto se evidencia, tam-
bién, la virtualidad de la idea autononomista triunfante
principalmente per su propia fuerza.
He aquí mi carta á los portorriqueños de Barcelona:
cSefíores D. Antonio Cortón.— ^D. Pedro Malarst.—
D. Felipe Colón.— D. Melquíades Cintron.— D. José Ca-
ehy y D. Luis Llorens."
Barcelona.
Mis distinguidos amigos y correligionarios: Su felicita-
ción de ayer me ha impresionado prof nudamente. Desde
luego por el cari fió con que me saludan, recordando loa
días negros y el período rodo de la propaganda auto-
nomista, cayo éxito ep por todo extremo fortificante en esta
triste época de los pesimismos y las apostadas.
Yo aeepto ese cariñoso recuerdo, pero haciéndolo extensi-
vo á aquellos otros hombres que tedavia lucharon y pade-
cieren más qoe yo por la canta de Jan libertadas antillanas;
h< bre todo, á aquellos que murieron y qne no btn tenido la
compensación de haber visto resilladas sus profecías y sus
predicaciones inspiradas en el conocimiento profondo de la
oYctrina redentora de la liberte d y en el santo amor á la
Falria: al grar Saco, al inolvidable Baldorioty. a) venerable
Bi-inal. á Julio Vizcarrondo, á Antonio Ángulo Heredia á
Manuel Corchado, á José Ramón Betancourf, á Félix Boca,
— 613 — •
á Nicolás Azcárate, á los C omisionados portorriqueños y
cobanos de 1865, á los diputados autonomistas de 1879 á-
1805 y á los portorriqueños reformistas del 69 al 73.
{Qué pléyade! ¡Qué enseñanza! jGuánta virtud!
Pero su calinosa felicitación me interesa aún más que
por esto. Ustedes han comprendido perfectamente que la ac-
ción aislada de los Gobiernos no es decisiva. Ustedes de*
muestran que en momentos romo el presente es obligado el
concurso reflexivo de los ciudadanos y celebran la publica*
ción de los decretos autonomistas, aplauden á los Ministros
que los llevan á la Gaceta, les ofrecen su patriótica coopera-
ción y envían palabras de aliento á nuestros hermanos de
Puerto Bico excitándoles á que presten su caluroso y efi-
cas apoyo á la instauración del nuevo régimen, con aquel
gran ser «ido demostrado en toda la historia de Puerto-Bico
y que haré de aquella hermosa y culta Isla una de las co-
lonias ejemplares del mundo contemporáneo.
Recita i. ustedes mis excelentes correligionarios, mi aplau-
so en tu/ insta por tan discreta y patriótica actitud.
Poique es preciso que todos comprendan que ni el nuevo
iégim< n te icstaura allende el Atlántico en aquellas circo n 8-
Un i as >fgn]i»rmeníe favorables para su éxito con que nos-
otros c litábamos para asegurarla experiencia recomenda-
da, ti lo qi e ahora se ha hecho es te rio lo que h&y que hacer
para qn- su dé por lograda la difícil campt ña.
Pediera la Autonomía colonial ? cr espacio de 20 años»
diapor di*, comí* una solución de gobierno en circunstancias
ordinaria» y como un medio de evitar corflictosy desastres.
Hoy se i.stf ur*< en Cuba en condicionen de m preño a dificul-
tad, & liorna hora y como un reme Jio heroico, principal-
mente \ i.ra terminar la guetra cubana y para conjurar con-
flictos i^*roacionales de todos conocidos.
Por i'üi parte, estamos sólo en el tercer i.cto del drama.
El prin^.ro )(- llenó nuestra propaganda: e.l segundo lo ca-
racterizar) los patrióticos decretos del Gobierno liberal.
Ahort* : bistimos áia práctica de eso> detraes: al plar-tea-
mieijio .'el Luevo régimen: empresa do dificultades por todo
extremo imj oner í s Pues bien, para este empeño— lo re-
pito—no batí» h. btena voluntad del Gobierno*
Ubtrdes hacen perfectamente proel-, miado la necesidad
que todoti los autonomistas, singrh i inerte los que viven
las Antilla aporten sus eLÓr^icoe esfuerzo** á esta ebra
fritísima y Trascendental, con tanto mayor motivo, cuan-
queá mi juicio, en el actual crítico período el Gotierno
— 614 —
-de la Metrópoli debe dejar libérrima la acción de las Auti-
llos, sin intervenir en la disposición y el movimiento de
•sus partidos, si bien señalando las responsabilidades loca-
les y confiando principalmente en la competencia y el ci-
vismo de los que por espacio de mochos años han represen-
tado en aquellas islas el doble interés de la Autonomía co-
lonial y de la Soberanía de España. Así lo impone la lógi-
ca de la doctrina oficialmente proclamada, y es natural que
el Gobierno se preocupe de evitar un fracaso en la primera
prueba.
Además hay que insistir hasta pecar en lo importuno9
en el señalamiento del papel que ha correspondido á Puerto
Rico en'todas las novedades de la reforma colonial dentro
del siglo que vivimos, fio aquella dulce y privilegiada
tierra se han ensayado todas las reformas más peligrosas.
Y el éxito no sólo lia demostrado la excelencia de los prin-
cipios, sino que ha servido de argumento y estímulo para
intentar enseguida su realización en otras colonias.
Lo he explicado oieu veces recordando lo que pasó con la
reforma del Intendente Ramiros na 1816, con las reformas
políticas y sociales de 1821, con la representación en Cor-
tes de 1469, con la ley municipal de 1872, con el sufragio
universal y las leyes democráticas de 1873, con ta aboli-
ción de la esclavitud de esta última fecha. Por eso, sin
duda, decía (y no á mala parte) un ministro de Ultramar
cque en Puerto Kioo se puede hacer todo impunemente!.
Por lo mismo, y porque historia y nobleza obligan, los
autonomistas portorriqueños, prescindiendo de los agravios
de estos últimos años, deben hacer los imposibles para que
los deoretos autonomistas de Noviembre se planteen y arrai-
guen en aquella isla de un modo insuperable.
Correspondo, pues, fervorosamente al saludo de ustedes
y me asocio á la fiesta de la colonia portorriqueña de Bar-
celona en honor de la Madre España y de las grandes vir-
tudes y los indiscutibles éxitos de la pequeña Antilla, á la
cual tanta devoción y tantos favores debo' desde ios prime-
ros días de mi carrera política.
Ruégoles se hagan eco de mis seuti miso tos de profunda
gratitud cerca de todos los compañeros.
Muy suyo afaao. y s. q. b. s. m., — Rafael II. de Labra.
— Madrid — 7 — Diciembre, 97.
r
IOS PROBLEMAS DE ULTRAMAR
EN 1898
DISCURSOS PARLAMENTARIOS
-w
ADVERTENCIA
1
En el primer período de las Cortes de 1898 pronuncié
cuatro dia careos; de ello» tres relacionados directamente
eon la cuestión colonial.
El extraño á este as a uto se refirió al problema siempre
gravísimo, hoy como nanea imponente, de la difusión de la
enseñanza elemental en España. Cada día se fortifica y
agranda más en mi espíritu mi ya antigua convicción de
que el desarrollo de la instrucción pública, en sus términos
primeros y elementales, es más que de una absoluta nece-
sidad, de una urgencia abrumadora en nuestro país, donde
ya parece, á casi todos, indispensable dar ana fuerte base á
las instituciones democráticas y corregir gran des y transcen-
dentales defectos de nuestra deplorable educación histórica.
Por eso he puesto mis esfuerzos respecto de aquel parti-
cular al nivel de los mis atractivos y obligados de mi carn-
ea política, protestando en todas las ocasiones y con to*
i loe pretextos, contra el posible supuesto de que mis
— ti* —
trabajos respondan á criterio alguno técnico ó á afición es-
pecialista de cnalqnier génerj. Yo no soy nn pedagogo. Mi
labor es esencial, cuando no exclusivamente, política.
Loa últimos acontecimiento y la angustiosa crisis que
en estos instantes casi devora á nuestro país, han llevado
mi predilección por esta empiesa al último grado imagina-
ble, He llegado al punto de no comprender cómo puede
existir pensador, sociólogo, estadista ú hambre público en
España, distraído respecto de este punto*
Y cuéntese que por ahora no me pYeocupa la enseñan*
superior; mucho menos la gran enseñanza de las facultades
universitarias. Pongo todo mi interés en algo mas modesto:
en U enseñanza elementa', en la escuela primal i a; á lo
samo, en la enseñanza de las Escuelas de Artes y Oficios.
Y sobre ello pido, como de necesidad apremiante y snpre
ma, la acción combinada del Estado con sus grandes medios
de carácter general, en vista de un fin político y los esfuer-
zos de los particulares, con sus poderosas y entusiastas ini-
ciativas, en vista de un interés social (1).
li) Véase mi ditcurso sóbrela «ensenania primaria y las Bseuala*
normal s «o Bspana». Lo pronuncié en SO de Majo de 1SSS.
En 18 do Mayo de 1S95 pronuocié otro discurso aatl go sobre la
EwHti'na primaria por él Bttaio. 9a publicó luego ea mi libro titulada
CuñAtiom tpalpitanUi dé Política, Dtrétho y Ad*i(*f$tr*ri4». \ rol. Ma-
drid, 18ÍH,
También pueden verse mis discursos publicados en mi libro MI Coo*
§réto PtdagógUa iberoamericano dé 1812.
~ §19 —
Relaciono con esto mi solicitud raspeóte de las garantía*
§ ue exige la seguridad individual, ahora más comprometi-
da que otras veces, tanto por la tradicional petulancia de la
burocracia, la omnipotencia é irresponsabilidad de la ad-
ministración judicial, los extravíos del jurado y el recién*
tisimo y por nadie estudiado Código de Justicia militar,
oomo por el pánico que han producido en la sociedad espa-
ñola las guerras de Cuba y filipinas y los últimos sacudi-
mientos anarquistas de Cataluña y las Vascongadas.
Pensando en ello, me propuse en estos últimos meses re-
petir las gestiones que hice en las Cortes de 1895, y á este fin
dirigí al señor ministro de Gracia y Justicia a'gunas pre -
guatas sobre el modo de cumplirse actualmente los precep-
tos legales sobre la prisión preventiva y respecto de la ne-
cesidad de reformar aquellos preceptos en el sentido del ma-
yor respeto al honor y á la seguridad personal de los indi-
viduoa(l).
Pero la suspensión de las sesiones de Cortes, á los dos
meses escasos de reunidas éstas, hizo imposible el desarro-
llo qne yo me proponía dar á mis trabajos sobre el último
punto aludido.
(1) Véase el Apéndice y después mi diiearao sobre los *rrcr$s /««?•
«foto, pronunciado fn 15 de Abril de 1805, y que también aparece en
el libro Cuutiomt p*¡pU*nt—.
De ello traté también en ana Conferece' a pública qne di en el Cenfre
«•» huh^teción Comerefol de Madrid, en Junio de 1SSS.
— 620 —
Por tanto, lo más vivo de mis trabe jos parlamentarios
en el primer periodo de las Cortes abiertas en 20 de Abril
de 1898, consistió en mi campaña sobre la cuestión colonial.
De los tres discursos que pronuncié fobre este particular,
el primero fué el de 10 de Mayo, con motivo de varias
alusiones que se me hicieron en el debate de contestación
al Mensaje de la Corona. El otro discurso fué el de 1 1 de
Mayo, con motivo de la aprobación del bilí de indemni-
dad que solicitó el Gobierno liberal por haber reformado
el orden político y económico de las Antillas, mediante les
decretos autonomistas de Noviembre de 1897, sin la inter-
vención de las Cortes. El tercer discurso versó sobre la
colonización española en África y más especialmente sobre
los problemas coloniales de Fernando Póo. Lo pronuncia
el 3 de Jnnio. Van los tres á continuación de esta
Advertencia.
Todos están intimamente relacionados, porque demnes
tran la faerza y la transcendencia verdaderamente incom
parables de la rutina y de las preocupaciones imperantes en
la colonización española, aun en la agonía del siglo xix.
Porque todavía en estos momentos hay quien, después de
haber realizado ó defendido las deplorables empresas colo-
niales de estos últimos diez años, habla j omposameute de
exigir á loe demás las responsabilidades entrañadas en Ja
crisis presente, que todo el mundo (es decir, el mando que
vive más allá de nuestras fronteras ó alienta fuera de nuea-
— 621 —
tros cfrooloB oficiales) atribuye á las torpezas y loa pecados
de los entusiastas del famoso arimilismo, á los detractores y
mixtificadores de la paz del Zvojón y á los patrocinadores
de la política de la desigualdad, la desconfianza, el mono-
polio y la guerra á todo trance.
»
Todavía en la hora imponente en que se hunde al
imperio de España en Filipinas y se da el caso, verdade-
ramente anómalo y único en nuestra historia colonial, de
que la gran masa de la población indígena se una al extran-
jero invasor; cuando las órdenes monásticas , due£L*s en
absoluto, hasta ahora, de la sociedad fi ipina, declaran en
documento público y oficial, que son incompatibles con toda
clase de libertades y con el sentido civil de la civilización
contemporánea, y en fin, cuando se patentizan los deseos
que loe demás pueblos europeos y el naciente Japón tie-
d*b de adquirir, en todo ó en parte, aquellas colonias,
<cuyo atraso ó abandono proclaman los mismos que hasta
hoy las gobernaron y administraron» por su exclusiva cuen-
ta, fuera totalmente del conocimiento de las Cortes y al
amparó de todo género de protestas efeotistas y de alardes
pedantescos de nna competencia que han desvanecido los
-desastres presentes, todavía hay quien se resiste á procla-
mar la necesidad de ponerse inmediatamente, allá en el Ar-
chipiélago asiático, en condiciones de analogía oon las demás
naciones colonizadoras que, siguieudoan procedimiento radi-
calmente opuesto al nuestro en estos últimos afios, oonser-
— - S2Í —
Tan sus colorías ricas, prósperas y perfectamente identifi-
cadas oon sus Metrópolis!
Todavía» coando se patentiza lo desatentado de nuestra
burocracia y lo contraproducente de nuestros recelos, sus-
picacias y exclusivismos, asi en las Antillas como en
Filipinas, todavía se presenta al Congreso el presupuesto
de Fernando Póo, redactado ni mis ni menos que en 1 88a
y 1890 (esto es, como si nada hubiera pasado desde enton-
ces y como si nada sucediera ahora) en términos que ha-
cen imposibles su examen 7 su discusión y de modo que
implica la prepotencia del militarismo 7 del clericalismo,
7 consagra, en sus formas primitivas y más provocadoras»
todas las prevenciones 7 los anacronismos de nuestro dege-
nerado régimen colonial I
Pero ¡qué más!— ¿No acabamos da oir en el Congreso es*.
pafiol que la Autonomía colonial ha sido un fracaso en las
Antillas, cuando no la causa de la actual guerra con los
Estados Unidos: afirmación no menos atrevida 7 falsa,
pero igualmente efectista 7 perturbadora del sentido moral
7 de la conciencia política de nuestro país, que la cien ve-
ces repetids durante el curso de los últimos setenta años de
que las declaraciones generosas 7 las reformas políticas de
las Cortes deCádís determinaron casi absolutamente la pér-
dida de nuestros antiguos Reinos de América, maravillosa-
mente administrados y predispuestos (!!) para el progreso
pacífico 7 el mantenimiento del imperio español, á pesar dala
— 523 —
que orntra esta tesis dicen f] alzamiento de Tnpac Amará
en el Feíú i fines del siglo xvm eJ informe cfícial del Visi-
tador Ai teche, las Nofss ¿«tretas de D. Jorge Joan y don
A nftnio £ llce, las Memorias y lee f x^-OMuones del marqué»
de U Señora, les disturba y df nuncios de lea diputados
*míríí*nci fDÍaü Cctí<8 de 18 12 á 3814 y de IS20 á 1821,
y ka libros con ten» pe ranees de Ja Revo! ación hí§ pano-ame-
ricaoadel ejemímstro D. Alvaro Flores Estrada, del magia-
irado peLÍcaalar Urquinabta, del Consejero 1). Jote Ma-
nuel Vhdillo y del famoso viajero Guillermo de Humboldl?
¿No vemos el afán con que to jocas genes aborá atacan
al Gobierno liberal, por el tai uetto de haber concertado oon
loe insurrectos filipinos, hace une a meara y amo medio de
obtener la pacificación del Archipiéago, nnas reforma»
¡oljficas de que por mil motivos serla ja imposible de pres-
cindir y <G}o tpTtn miento j or parle de Es[ afta ha servid»
i les corleamericencs de j retí xto para legrar que los taga*
los vuelvan a lt vastarte tn armas, confiando en que por el
compromiso del comodoro Dt wey y del Cocea! norteameri-
cano con el insurrecto Aguinaldo en Singapoore, a princi*
pies de 1 £96, esas reformas serán un hecho definitivo en
ÍjJipTJie, reconocido y consagrado por tedis las grandes
lotfBciae de Europa y América?
¿Y no es ¡ afraile la ac batan* indiferencia con que la
y orla de nuestros politices y la prensa toda acaban do
! pasar el inverosímil presupuesto de Fernando Fóo, res-
1
— 624 —
pecto del caal, asi dentro como fuera del Parlamento («n «1
Congreso, solo yo hiblé; en el Sanado, nadie) se bao u»d-
tenido las mismas añejas prevenciones y el mismo arro*
gante desdén con que hace pocos años se disentían los pre-
supuestos de las AnliHas ó se negaba el derecho de cueca-
tirios en detalle y de votarlos por partidas, á las Cortes da
la Nación?
I Y tenemos el agua al cuello!
0 íalquiera, al ver lo que sucede y al oir lo que se dice,
y a no tener otros datos, cualquiera afirmarla que aquí no
ha pasado ni pasa nada.
Nueva demostración de mi ya vieja tesis de que lo más
grave y deplorable de nuastra politioa colonial— quisa de
toda la política española— es la persistencia en el error y el
total desprecio del escarmiento propio y de la experieneia
ajena.
¿Quién se ha cnidado aquí, en el circulo de nuestros gu-
bernamentales y de los inspiradores de la opinión pública,
de estudiar, con aplicaciones práoticas á los actuales pro-
blemas de España, las causas y los pormenores de las su-
eeeivas y muy parecidas pérdidas de los Países Bajee»
Portugal, Italia, la América Continental y Santo Domingo»
desde el siglo xvi á esta parte?— Porque ya debía preocu-
par la repetición del hecho.
— «26
Mis discursos sobre la cuestión colonial, y señaladamente
«1 primero, necesitabm un complemento. Por eao anunció
en el Congreso ana interpelación de carácter internacional.
Ye me referí á ella en mi discurso del 10 de Mayo, advir-
tiendo que para explanarla necesitaba conocer el Libro Rojo,
ósea la colección de documentos diplomáticos, coya publi-
cación preparaba por aquel entonóos el señor ministro de
Efltado.
Después ratifiqué mi propósito al cliso n ti rae el pre-
supuesto del Minutario de Estado, en cuya fecha todavía
no se había repartido el Libro Rojo. Por último, á fines
de Junio formulé de un modo ofioial mi deseo de ser con-
testado inmediatamente por el Gobierno (1). — Se exou3Ó de
acceder á mi deseo el Sr. Bagaste, presidente del Consejo
de Ministros, alegando motivos de esoasa fueria, por lo que
me vi en el caso de presentar una proposición incidental
pidiendo al Congreso que declarase que el Gobierno debía
dar explicaciones: primero, sobre ciertos particulares del
Libro rojo recientemente publicado, con deficiencias pal-
pables —y segundo, sobre el estado de nuestras relacionas
(1) Vfese «1 Apéadir •.
— 626 —
diplomáticas á fartir de fines de Abril último 6 sea desdéis
focha del último Memore* d*m publictdo por nuestro Gobier-
no scbre la cuestión con los Estados Unidos.
Pero no se habla en el Congreco tiempre que ss quiere.
Se necesita ambiente y el orador politioo debe preocupar-
fe del resoltado inmtdiato y positivo de su discurso. El de-
bate que yo me proponía plantear quisa oreaba dificultades
a algucos grupos parlamentarios. El interés público estaba
en un debate general de política palpitante y yo no podía
tratar la cueitión internacional de pasada ó con acalora-
miento y generalidades que de ninguna suerte consiente la
materia. ¡Poco que fe me criticaría fuera de España, si yo
hubiera caído en la dtb lidad de hacer nna ioterpel ación ds
este género; uta interpelación vaga, retórica ó meramente
sensacional!
Abí y todo me dispase i decir algo sobre este importan*
íisimo punto, recogiendo dos muy beLé volas alusiones que
me hicieron los Bree. Moret y Romero Robledo en el debate
sobre el estado de Filipina?, con el cual se cerró el primar
periodo de las Cortes de 1897. Pero tampoco pude realizar
mi proposito, porque el Gobierno suspendió de pronto las
sesiones, precisamente el día mumo en que varios diputados
republicanos debíamos hacer uso de la palabra.
Siempre costó mucho trabajo, no ya convencer sino oonss-
guir de la generalidad de las gentes y la mayoría de nnes-
tros políticos, que escucharan con calma esas cuatro afirma-
— 627 —
orones 4 cuya defensa y desarrollo he dedicado yo macha
tiempo, en el carao de los últimos treinta años: 1 .* que son
cosas muy dirttintasneacofoaia y nna provine**, siendo
por tacto Qa absurdo pretender gobernarlas del propio modo
yon diente tomar por privilegio el reconocimiento da
superiores fkcu tades para la propia admiaistraoióa, á las
corporacioDea colonial ej, á cambio de mayores responsabili-
dades y eargftg, que atribuí las, contra natura, á las Mitró*
poií, comprometan, agobian, desprestigian y haoen fraoa-
fiar A ¿itas, cuales jaie-a q»ie sean los prove^-lns qie de ello
reporten, por el momento, la burocracia y el monopolio in-
dostrUl y mercantil. — 2.* que ea tod* cuestión co'onial hay
id bi bita tina cnestión internacional, de donds resalta, de
nna p» ne, un nuevo obaúculo para trat ir á las colonia* co-
mo meras provincias me'ropolitioas y di otro la lo, la abso-
luta necesidad de- que el régimen colonial esté en harmonía
oon el derecho púb'ioo universa'* —3.a que la doatriaa del
primer periodo de la E U J Moderna respecto de la soberanía
y la independentia de Us naciones se ha rectificado en el si-
glo actual, y que por tanto no es exacto que una nación pás-
ela hacer en su propio territorio todo cuanto bien le pares-
«a, sin contar con el asentimiento de los demás pueblos oul •
toa y prescindiendo en absoluto, si asi se le antojare, da
las condiciones elementales de la oivilisaoión contemporá-
nea, de los procedimiento* usuales en todo el mundo y da
las bases fundamentales y los supuestos corrientes del Dere-
— 628 —
rho internacional novísimo.— 4.a que no es dable vivir fuera
del concierto del mundo y que España urgentemente debe
poEerge dentro de él, tan lejos de la política de los Pactos
de fiínilia como del aislamiento consagrado por la Res-
tauración borbónica de estos últimos años, porque aquel
cambio se lo imponen su representación histórica, su posi-
ción geográfica, sus compromisos respecto de Portugal y de
Marruecos, la seguridad de sus lejanas y codiciadas
colonias y los complicados problemas que en ellas se han
planteado á partir de la primera guerra separatista cubana
y de la penúltima insurrección filipina.
Vi réceme, sin embargo, que lo que recientemente ha su-
cedido y lo que por desgracia ahora pasa en Eepaña, ya ha
hecho rectificar muy buena parte de los errores que sobre
tcdos los particulares antes enunciados privaban de modo
tal, que los que sosteníamos opiniones opuestas casi vivía-
mos de la compasión de los demás, cuya petulancia y ca-
yos desplantes rajaban en lo intoleiable. Nuestros aprie-
tos de última hora son de tal eviienoia y tal faena, que
cueeta trabajo suponer que haya entre nosotros un hombre
de mediano juicio que no se dé por avisado respecto de la ur-
gencia de cambiar de procedimientos, asi en la política co-
lonial como en punto á relaciones internacionales.
Por esto me preocuparon, bastante más de lo qoe hace
tres ó cuatro años me habrían preocupado, la oposición que el
Gotieroo hizo á que se hablase en las Cortes sobre nuestra
r
— 629 —
política internacional y la perfecta indiferencia, cuando na
el olímpico desvio con qne todo esto foé tratado por casi toda
la prensa madrileña, la cual, á decir verdad, no ha escasea-
do en estos últimos días 8 as equivocaciones sobre lo qne en
1» actualidad priva en el orden del Derecho de gentes y res-
pecto délas exigencias qne, al amparo de éste, podría Espa-
ña formular ante el concierto de las naciones civilizadas.
Pretendía yo, mediante la interpelación anunciada, fijar
bien los términos del arduo y complicadísimo problema
colonial qne hoy justamente á todos nos embarga, y mi»
deseos llegaban al pnnto de qne, mediante nn debate repo-
tado y ooncienzudo, se hiciese en España una opinión ra-
bonada y de fuerza respecto de nuestra verdadera posición
y d* los medios de qne podíamos disponer para dar térmi-
no ala guerra que sostenemos con la América del Norte,
Yo no he creído nunca que para concluir esta bastasen
nuestras armas. Siempre he creído que para dar cima al
problema colom'aji planteado últimamente en nuestras An-
tillas, debíamos liquidar con la República de los Estados
Unidos, y yo no podía ignorar que esto, que foé ya una em-
presa difícil desde 1848 á 1854 y de 1869 á 1878, abona-
ba ahora, como nunca, la participación de la acción inter-
nacional , ya recomendada, en el primero de esos periodo»
históricos, por Inglaterra, Francia y la misma España; en
e >gundo por los Estados Unidos y las Repúblicas súdame-
i oas y en los actuales días por los hechos y negociaciones*
. — 630 —
diplomáticas de Marzo y Abril últimos, registrados en el él*
i timo Libro Rojo del Gobierno español.
Raya en la insensatez el comprometerse en nna larga 7
costosa lucha sin que . los combatientes se den me liara
cuenta de sn posición y sas recursos. El jingoísmo ^ el
crtiinUmo y la patriotería no pueden kfluir en «1 ánimo 7
la conciencia de los hombres serios y honrados á quienes
sata en coman dad * la dirección y la suerte de países cu toa.
La vicU de millares de soldado*, la fortuna páb:ica com-
prometida en barcos costéeos y armamentos 7 fortificaciones
imponented, los ahorros del atribulado contribuyente y el
honor de todo un pueblo, no pueden estar á merced de la
Retórica y dtl Noticierismo. Ya excita los nervios la prí*
vetiza que entre nosotros han logrado los tácticos de c*fe 7
los estrategas del S ilón de Conferencias, a3Í como impone
laevileruU de las imprevi dionea y los despiltarros de nues-
tra Administración en todo lo referente á la defensa mLitar
del i'hírt, por tierra y per mar. *
Nue&fcra tradicicnal fe en lo inverosímil, lo fantástico 7
lo milagroso ahora se ha demostrado, por modo extraordina-
rio, inventando eecuedrae, combaten, artificios, sorpresa*,
vift n-o homéricas y babilónicos desastres. A cada momen-
to se habla del auxilio de tales ó cuales potencias extras»
jeras, y con la misma kri'idnd se protesta contra to las
ellas, acusándolas, unas veces, de brutal egoísmo y exigién-
¿oIüb oír*» que, espontáneamente y de balda, se sacrifiquen
— «si — •
en nuestro obsequio, á pesar del retraimiento en que hemos
Tivido por espacio de muohoe años respecto del concierto y ;
los intereses deTresto del mondo.
Y todo esto se dioe, se hace, se propala, y se difande sin
meditación, sin estadio, sin mediano conocimiento de las oo-
fl»8, de sos antecedentes, de sos cansas, bajo la presión del '
reporterismo y de la prensa sensacional— únicos medios de
información y casi únicos directores de nuestras relaciones *
internacionales y á poco mis de la actual guerra y de toda. '
nuestra vida política.
To creía que esto debía terminar. Como creía que el Go- '
tierno había publicado para algo eficaz el Libro Rojo; re*
gbtro de indicaciones cuya ampliación procedía en el
seno de las Cortes; base positiva de toda clase de observa* '
dones que de ninguna suerte podíamos referir á datos publi-
cados. *in autoridad ni responsabilidad, por el extranjero.
Sin agravio de nadie, me permito dudar que existan •
m España mis de cien personas que hayan reoorndo la»
páginas de ese libro. Eu nuestros periódicos y revistas no
he leído un sólo artículo sobre ese interesante índice de par- •
U de las recientes negociaciones diplomáticas de no estro
Gobierno, desde 10 de Abril de 1896 á 23 de Abril de
1898. En alguaos diarios de Madrid he visto un mero ex-
tracto de los títulos de los diferentes artículos de aquel Ín-
dice. A poco que se hojee el libro, se advierte su gran de-
ficiencia. Muchos despachos y notas están truncados y He-
te
- 634 —
forma* regulares de la acción política, fia España no hay
grandes asociaciones libres 6 ligas políticas de carácter mas
6 menos transitorio, ni aqni se publican semanarios 6 revis-
ta* de índole independiente pero dedicados con preferencia 4
la critica y á la formación de la opinión pública por la pro-
paganda insistente y razonada. Bajo este punto de vista bisa
pnede asegurarse que pasamos poruña grave crisis: la produ«
oída por la prensa libre y noticiera, muy preocupada de lo
sensacional, señora del campo y con ciertas pretensiones, no
ya sólo de hacer la opinión, sino de dirigir la acción polí-
tica sustituyendo á los partidos que califica de moldes
viejos.
Por esto y por otras raaones ereo que la opinión á que
ahora me refiero hay que buscarla en el Parlamento, dondo
tienen su lngar la representación de todos los partidos «■•
pañoles y su sitio las personalidades más salientes de nnei-
tro país. Allí es donde pueden y deben fijarse las posicio-
nes, precisarse los compromisos y determinarse la resal*
tanto de los diversos pareceres. Para ello, sin duda, el Go-
bierno ha remitido á las Cortes el Libro Rejp, que no es, oo
puede ser más que una base de información, tanto más »a-
toriaada cuanto más disparatados son los telegramas y
las correspondencias que los periódicos nacionales
y extranjeros fabrican sobre particulares de cierta re-
serva.
Hasta ahora en nuestras Cortes apenas si se ha hablado
— 635 —
de [a cuestión i eterna cío nal. Casi minease habla (1). En
la legislatura actual ban hecho varias preguntas los señores
Osma, Sánchez Toca, Cor vera, Gomas... y algún otre mis
que ahora escapa á mí memoria. Yo pronuncié, sin efecto
inmediato, mi discurso del !0 de Majo señalando esta
dirección. Y últimamente pe han hecho en el Congreso
dos indicaciones de monta, pero muy vagas: una del señor
Süvela, propicia á adelantar la hora de la pai con los
Ef tadoe Unidos, y sobre Ja necesidad de salir del retrai-
miento internacional, á cuyo fin era preciso entrar en el
mundo apercibidos y gin las manos vacías, y otra del señor
Gomero Robledo, partidario de la prolongación de la gue-
rra j de que 3a paz ae haga, en su caso, entendiéndose Espa»
fia directamente con los Estados Unidos.
Ya me parece que estas indicaciones bastaban para que
Be hubiese discutido la materia, fuera de la vieja preocupa-
ción del absoluto secreto de Estado qne todavía priva entre
machos de aquellos diplomáticos, de quienes tanto se bur-
laba Bismark al hablar del «régimen de las cortesías, los
rigodones y las trufas», y que no tiene más fuerza que
(1) Véante mis discursos sobre la Política ééterior dé Un conservadores
tspañohs (16 da Enero de 1885) y sobre Las relaciones de Sepa** y Ime
rrpúblíe** iudarntric^nas (19 de Marzo de 1895). También me permito
citar mi diico.no sobre La intimidad Ibero-americana ($ de Noviembre
d« 1992) 7 mi discurso Introducción al eurso dé histeria dé loe relacioné*
aatftrioru dé Stjtaña, pronunciado en la Secuela de Estudie* superiores
«el Ateneo de 18 de Febrero de 1807.
rí
— «36 —
las preocupación ea análogas y ya rie ahechas sobre la itidia-
ntibilidad de la cosa juzgada, al secreto del sumario y U
reserva é intangibilidad del expediente administrativo.
No quiere decir esto que un Ministro de Negocios ex-
tranjeros está obligado á decir á todo ei mondo y á cada
paso io que sucede en las Cancillerías; pero ese Ministro
tiene el deber de afirmar so reserva cnando llega el caao,
afirmando de este modo sn responsabilidad y dando la no-
ta de prevención que la tal reserva implica; sin qne asta
reserva pueda ser general y constante, ni el discreto silencio
de un Ministro pueda obstar á que los diputados y senado-
res, con una gran libertad de palabra y una posición muy
desahogada, fijen sus posiciones, aconsejen al país y hablen
al mundo todo, ignorante de otra suerte de lo que se piensa,
siente ó desea en los países más interesados en los graves
conflictos internacionales.
Aumentan la importancia de estas observaciones, de nna
parte, la circunstancia de que las sesiones de nuestras Cor-
tes se habían de suspender, como se suspendieron y por
plazo indeterminado, á fines de Junio: y de otro lado, el*
texto del art. 54 de la Constitución española, que atribuye
exclusivamente al Rey las negociaciones diplomáticas, al
declarar la guerra y el hacer y ratificar la paz, dando
después cuenta documentada á las Cortes. La cooperación
directa de las Cortes sólo es precisa, según el art. 55, para
oeder ó agrandar el territorio nacional. En estas oondioio-
— 637 —
nes ¿era ocioso oír la opinión de tas Cortea sobre el conflic-
to actual j esas posibles ó probables soluciones? ¡O n^rá
mejor dejar que éstas sarjan da improviso y se impongan,
sin base ni conciencia» como tantas otras de tres años á esta
psxte!
Insisto, por tanto, en qne habría convenido 4 todos (7
particularmente al Gobierno) qne hubiésemos discutido ana
interpelación sobra pjlíti&a inter nacional, en la qqi cns
proponía tratar, entre otrod, loa siguientes puntos.
Ante todo, d-tseabü conocer aii la actitud de las Repú-
blicas su lamericanas, como lo que cerca de ellas ha he*
cho nuestro Gobierno en estos dos últimos aüos. La defi-
ciencia del Libro Rojo en este particular es casi asombro-
sa. El ponto deba preocupar, en 're otros motivos, por dos
muy «cuajados.
Primero, porque es imposible que ha ja un político
en Sur América que no vea o' aro qne la suerte da a--, aellas
repúblicas está comprometida en al resultado de la empre-
sa neo metida, audaz mente y contra todo derecho, por los
Estados Unidos en Cuba, sin qne basten para tranquilizar á
nadie las protestas de Washington, referentes á la fntnra in-
dependencia cuban* y al desinterés yaukae. La historia y
la anexión de Tejas son muy recientes y elocuentísimas las
protestas con que la casi totalidad de los representantes de
Sud- América se despidieron en 1390 del fracasado Con*
graso Panamericano reunido en Washington en I8S9, por
— 639 —
iniciativa de Hr. Blaíne, para consagrar la hegemonía de
Norte América.
Luego, porque es público que ahora, al revés de lo que
enoedió desde 1869 á 78 1 loe Gobiernos sudamericanos uo
han hecho demostración alguna en favor de la i na Dirección
separatista cabana, y porque so es meóos significativo que
las demostraciones de simpatía sudamericana qne acompa-
ñaron á los Ettados Unidos en su campaña de 1806 contra
Inglaterra, con motivó del conflicto ang lo* venóse la o o, no se
han producido ahora en relación con el cenflicto de Norte
América con Espefia.
En segando término, interesaba mucho que se pusiese eo
claro el procedimiento usado por el comodoro Dcwey y el
Gobierno norteamericano para conseguir el alzamiento
de los indios filipinos contra España, después del cual la
encuadra yankee no ja permaneció indiferente espectadora
del sitio de Manila por las gentes de Aguinaldo, sino que
cooperó, más é menos directamente, á la efectividad de ese ai*
tic, cuyos efectos probables en lo relativo á la seguridad per-
sonal de los sitiados, han movido á los Gobiernos europeos
i enviar machos barcos de guerra á la bahía de Luaón.
Porque si las cosas fueran ó hubieran pasado como la
prensa noticiera asegura, parecerieme la conducta de los
norteamericano* por completo fuera del Derecho de gentes
contemporáneo que consiente, todavía menos que el uso de
ciertos explosivos y de materias infestantes en la guerra, el
r
— 039 —
asolamiento y amparo de tribus y muchedumbre desorga-
nizada y de cultura incipiente, eobre sociedades y gobiernos
civilizados. Tan no lo tolera, que precisamente la victoria
de la anarquía en el eeno de un pueblo culto, se entiende
por causa bastante para la intervención activa internacional
en la sociedad victima de tal desastre.
8obre esto si que era indispensable una protesta enérgica
y tucas as te las grandes naciones contemporáneas. Pero
esto era preciso detallarlo s£i como eiplicar los elementos
(bu cultura positiva y sus medios eficaces) de la actual in-
surrección filipina.
En tercer lugar, yo hubiera pedido amplias explicacio-
nes sobre muchos vacies de las negociaciones registradas
en el Libro Rojo 6 cen motivo de la voladura del A/aine y
de la suspensión de las hostilidades en Cuba.
Casi maravilla que nadie en España se haya cuidado de
hacer público y de comentar el hecho importantísimo de
qie el Gobierno español, en 22 de Mario de 1898, comunicó
á todos los Gabinetes europeos, el deseo de someterse al ar-
bitraje de éstos «para dirimir las diferencias pendientes
con los Estados Unidos y las que en un porvenir próximo
pudieran perturbar una pac que la nación española deseaba
conservar, no sólo por lo que á si misma convenia, sino por
lo que la guerra después de encendida pudiera afectar á
los demás países de Europa y América. •
Del Libro Rojo resulta que los Gabinetes extranjeros
— G40 —
no respondieron, por lo pronto, coma era de esperar. Sólo
Francia contestó calorosamente, contrastando con este ca-
lor la frialdad de Inglaterra, Todavía el Gobierno español,
en 21 de Marzo, vuelve á requerir á loa Gabinetes extranje-
ros, y al fin, en 9 de Abril, los representantes de seis gran-
des Potencias europeas en Madrid excitan a nuestro Gobier-
no á acordar (como acordó) tía suspensión délas hostili-
dades en Cuba, para preparar y facilitar la paz. *
Es bien sabido que esta gestión diplomática fué precedí*
da inmediatamente de otra análoga hacha por el Sumo
Pontífice cerca del Gobierno de Madrid, al propio tiempo
que solicitaba lo propio del Presidente Mao Kínley y
que este último era exoitado por los representantes de Eu-
ropa eu Washington, á que «hiciese valer sus sentimientos
de humanidad y de moderación para llegar a un acuerdo con
España que, al propio tiempo que aseguras* la paz, diera
las necesarias garantías para el restablecí miento del orden
en Guba.t
Todo lo que respecto de este particular y de lo sucedido
inmediatamente después, dice nuestro Libro Rojo, es ds
una vaguedad y ana confusión excepcionales , De ninguna
suerte se explica cómo se produjo la iniciativa del Papa,
cuya gestión hay que aplaudir con tanto calor como proce-
de condenar, lo mismo las impías excitaciones de los
obispos y sacerdote* católicos de los Estados Unidos que
ahora claman por la guerra y pidan la bendición del Pon*
— 641 —
tífico romano para las tropas invaaoras de Cuba, que la
actitud poco evangelio» de los sacerdotes que en Espafia
agitan las pasiones é invocan en estos momentos al Dios de
loa ejércitos y de las victorias, olvidándose de que la divi-
nidad as, ante todo, la más alta representeción de la Justi-
cia, la Paz y la Misericordia,
Tovmvía no subamos el positivo alcance de las respuestas
de Mr. Mac Kinley a las recomendaciones del Sumo Pon*
tifies y de las Potencias europeas, aun después de haber
accedido España á la suspensión de las hostilidades, y á
parto muy considerable de lo que el Gobierno de los Esta-
dos Unidos pretendía, con una arrogancia de muy mal gus-
to, en 29 de Marzo, cambiando de repente la actitud afeo-
tilosa mantenida pocos días antes. — Ignórase también lo
qoe las Potencias europeas hicieron y dijeron después del
positivo desaire con que el Gobierno americano respondió á
bus gestiones basadas en la suspensión de las hostilidades
en Cuba, No se sabe tampoco qué contestaron el Papa y los
Gabinetes europeos a la recomendación que el de Madrid
les hizo, al propio tiempo que accedía á sus indicaciones,
para que 2a deferencia española fuera corresponpida en
Washington, con la retirada de las escuadras y el abandono
de otros medios de presión que constituían un positivo
aliento para los insurrectos de Cuba.
En este orden de consideraciones, la merece muy princi-
pal la contestación que el Papa da en 16 de Abril á núes-
¿
— 642 —
tro embsjador, que deseaba conocer la última pt lahra[átl
Sanio Padre en esta cuestión. Según el Cardenal Rampolla»
Su Santidad cdeja á la sabiduría y libre acción del Gobier-
aso de España el adoptar las medidas que juzgue oecw
>i ias para la tutela de sn derecho y dignidad... y reco-
tmienda que no se precipiten loa Bocetos y que ae guarden
• la calma y dignidad que tantea simpatía* han granjeado
ten el mundo ciyiJisado á aa buena causa* .
El auxilio no es mucho ni quizá corresponde al éxito que
obtuvieron en España las anteriores gestiones del Papa. Li
culpa no será de este; pero conviene á todos que esto ae pre-
cise y se divulgue.
Al Mensaje del Presidente Mac Rio ley de 11 de Abril,
sucedió la votación en Washington del bilí que nos expul<
sa de Cuba, fecha lt del citado mes, y en 21 de Abril el
Gobierno español rompe sus relaciones con el americano.
Estos hechos fueron explicados por nuestro Ministro de
Estado á las Potencias extranjeras, en e! Afetnorandu»
del 23 de Abril, con cuyo documento termina el Ubre
Bqjo.
Desde entonces hasta la fecha no sabemos que el Gobier-
no español haya realizado gestión alguna, asi en Europa
como en América y en Asia. T eso que, en estos dos áto-
mos meses, han tenido efecto hechos gravísimos en Filipi-
nas, cuya vecindad esmaltan China, el Japón y las Indias
francesa é inglesa. Ni siquiera tenemos una ligerísima no-
^
— «43 —
tocia del efecto producido en las Cancillerías europeas por
el Memorándum eepaflol de 23 de Abril del 9ft.
don tales antecedentes no me parece que cataba fuera de
lugar mi pretensión de qne el Gobierno nos dijera algo res*
peetode lo sucedido después del 23 de Abril y de la dispo-
sición actual de las Potencias extranjeras, sobré cuyo parti-
cular conviene desvanecer algunos recelos, algunas ilusio-
na y bastantes vulgaridades. Pongo en el número de estas
últimas casi todo cuanto se dice respecto de la necesidad de
mantener el secreto diplomático, porque sobre que nadie
pide á nuestro Gobierno la revelación de intimidades, es
evidente que en punto á la actitud general de los Gobier*
dos de Europa y América, el de los Estados Unidos tiene
qne estar perfectamente enterado.
Luego, á cada momento por ahi se habla de la disposición
detalócual Potencia europea para regalarnos barcos y
cañones y esgrimir su espada, desinteresadamente, en nues-
tro provecho. Enseguida se anuncia que esa misma Poten •
cia acecha la hora de quedarse con parte de las Filipinas.
Un dia cree por aquí todo el mundo que el Papa ha resuel-
to el conflicto á nuestro favor; á la semana siguiente se da
por indiscutible que el Pontifíoe romano se ha decidido po r
si Gobierno de Washington y sanciona sus conquistas. ¿Es
dable continuar en estas alternativas, cuyo último resulta-
do se reduce á privarnos de toda orientación internacional
y a comprometernos en empeños imposibles?
— 644 —
Pero además yo oreo que la pos i don tomada por nuestro
Gobierno en el Memorándum del 23 de Abril no ee anacien-
te. Lo digo con tanta mayor franqueza cuanto que 90; da
los qne oreen injustificados los ataques que se han dirigido,
con nna vaguedad extrasrdinaria, á Ja gestión diplomática
española desde Enero á Abril últimos. Me refiero á lo qne
resulta del Libro Rojo y con la salvedad ya apuntada res-
pecto de la América del Snr. Reservo mi juicio definitivo
para cuando, dentro de poco, lea los demás libros diplomát .i-
oos del extranjero.
Ya en mi discurso del 10 de Mayo, hice una alusión al
papel que correspondía á España en el conflicto internado-
nal de estos momentos. Sin duda alguna los derechos y los
intereses particulares de España, atropellados escandalosa-
mente por los Estados Unidos, ocupan el primer logar, pe-
ro no lo son todo, como al parecer supone el Memorándum,
Y aun, á las veces, inenrriendo en nna grande contradic-
ción y rectificando dos terminantes declaraciones del Presi-
dente Mac-Kinley en sus últimos Mensajes, parece como que
nuestro Gobierno entiende que la guerra actual es un nego-
cio solo de los Estados Unidos y España.
Yo positivamente creo que lo que sucede ahora en Cuba,
es de una inmensa transcendencia en el orden internacional.
8e trata por el Gobierno norteamericano del desarrollo sin
contemplaciones de la política Monroe en su teroera mane*
ra, en daño de la independencia de la America latina, me-
L
r
— 645 —
Boeprecio de Europa y agravio, de samo alcance, del Dere-
cho internacional que ya no consiente la obra de la con-
quista ni los imperios universales ni los exclusivismos do-
lí lición, rasa y continente.
Prescindo de detallar y razonar todo esto. Pienso ha-
eei lo próximamente de un modo adecuado.
Sisteme ahora mi protesta absoluta contra los término»
del bilí americano de 18 de Abril, ann más arrogantes que
los intolerables de la Santa Alianza de 1823 y las pro-
clamas dé Rusia contra la integridad de Turquía.— Añade
que ese bilí es peifectajmente contrario á la tradición glo-
riosa de la República de los Estados Unidos en punto á
Derecho internacional: tradición mantenida brillantemente
por Washington, Jeffeson, Monroe, Lincoln y no pocos pu-
blicistas y profesores ilustres de las actuales Universida-
des y Academias de repúblicas norteamericanas como Hart
y Phelps. Y afirmo que sobre esta base y con el extrafio dato
referente á la conducta del Gobierno americano en Filipi-
nas, debiera el Gobierno español requerir vigorosamente á
las grandes Potencias europeas, á los Gobiernos sudame-
ricanos, y en general al concierto político del mundo con-
temporáneo, para que resolviesen el conflicto presente, po-
niendo coto á las ambiciones de los Estados Unidos que en
estos momentos olvidan lo que para su vida política y so-
cial representaron la incipiente prepotencia del militarismo-
encarnado en Jakson, después de las empresas de la Fio»
— 646 —
rida y de Tejas, y el enorme crimen consagrado por el
mantenimiento de la esola vitad frente á la lógica de la
Constitución de 1789.
No desconozco qae la actitud de Europa en estos momen-
tos es por todo extremo deplorable. Me parece mucho peor
que la observada por las grandes Potencias hace dos años,
con motivo del conflicto heleno turco, pues que, al fin y al
cabo, entonces la iniciativa del conflicto y de la agresión
fué de Grecia y ahora todas las provocaciones y los desma-
nes están de parte de las Estados Unidos, que no solo han
consentido que en sn territorio actuase la Junta separatista
cubana y en él se hiciese nn empréstito y se preparasen
expediciones de insurrectos contra un Gobierno amigo, como
era el español, sino que cuando por la proclamación del
régimen autonomista decaía visiblemente la insurrección
cubana, la han alentado con el envío de barcos de guerra
yankecs á los puertos de la grande Antilla, con la simulada
protección á los reconcentrados y con* la Agencia del cónsul
Lee, para concluir, primero, con nn intentode humillar al
Gobierno español, bien manifiesto en la exigencia del Go-
bierno norteamericano de 29 de Marzo, y luego, con «na
verdadera provocación de guerra, implícita en el bilí del
Congreso de 18 de Abril.
Llego ál punto de creer que lo que ahora pasa se parece
bastante á lo que sucedió, hace ya cerca de nu siglo, oon la
repartición de Polonia.
r
— 647 —
. Después dé las gestiones de Europa oerca del Presidente
Yir-Ktnley en 7 de Abril último, lo que ahora encade 7
lo que Europa hace ee una gran vergttanza. Tal es mi pro*
fonda convicción; map para que el mundo la comparta en
-absolutamente indispensable qne se demuestre qne el Go-
bierno español ha sido activo 7 enérgico 7 que, ron perfecta
conciencia de su derecho, de su posición 7 de sus medios,
ha hecho las reclamaciones qne corresponden al caso. Y esto
nadie lo sabe.
Gomo nadie sabe lo que ha impedido al Gobierno español
resolver en definitiva sobre el corso, en vista de la reserva
mantenida por los Estados Unidos y España frente al
.acuerdo de París de 1856 7 en vista asi de la reciente des-
trucción de las escuadras españolas como de las resoluciones
.norteamericanas sobre presas marítimas 7 barcos de guerra
•auxiliares. No discuto la resolución: señalo la deficiencia»
¿Es esto comprensible?
Aun dado qne al Gobierno español le paresca perfecto
cuanto hace, ¿la gravedad de la crisis presente no impone
la consulta á la opinión pública?
Sé bien que ahora se discute el punto de la intervención
-europea, sosteniéndose por algunoe que cuando se haTa de
¿eoer la pss, España debe entenderse exclusivamente con los
Estados Unidos, porque cualquiera otra potencia extranje-
ra, después del abandono en que todos los extraños nos hap
dejado, se preocupará solo de cobrar el corretaje. No tengp
— 648 —
para qué discutir aquí es» tesis que pide mucha discusión».
Porque oo es dable olvidar lo que entrafiuba nuestro aisla»
miento internacional ni la clase de apoyo que, tanto ahora
como desde 1848 á 54, España ha deseado de Europa res*
pecto de Cuba, ni les condiciones en que generalmente
se han ofrecido 6 solicitado los auxilios internaciona-
les, ni en fin, las tremendas exigencias que respecto de
Turquía tuvo Busia en San Estefano, y recientemente
Turquía respecto de Grecia, exigencias que no prospera-
ron merced á la acción internacional europea, consegra
da respectivamente, por los tratados de Berlín y Constan-
tinopla.
Pero repito que esa no es la cuestión de ahora, y que de-
todas suertes pide especial debate. En lo que importa al fin
de estas líneas y á la publicación de mis recientes discur-
sos del Congreso, diré que los argumentoe antes menciona-
dos corresponden á otro punto de vista enteramente distinto
del que jo he tomado para estimar la posición de Espaila-
en el conflicto presente.
Yo no creo que hoy se ventila tan solo un puro interés €8*
pafioh Creo que nuettra causa es superior; que España
representa un gran interés internacional.
£ Has, como astee he dicho, de nada de esto pudimos tratar
en el Congreso, cuyas sesiones se suspendieron en JanJa-
de 1898, de repente, pero no sin la calurosa protesta de he
republicanos, que ahora, como en Junio de 1898, fueren k»
— 649 —
4*icoi que defendieron las prerrogatiTas y el prestigio de
las Cortee.
Por todo esto, cnanto más lo medito menos me puedo ex*
plisar la resistencia del Gobierno y ano de boena parte de
la prensa, á qns ahora se disentiese el problema internacio-
nal y se tratara en las Cortes, oon toda la amputad necesa-
ria, la cuestión política de las Antillas y de Filipinas.
Eea resistencia es nna reproducción do la qne desde 182
á 1S22 se opuso por nuestros políticos á que se tratase en
el Congreso el punto de la insurrección de Amérioa y* de
las medidas politices que eran indispensables para detener
ó resolver aquélla, con toda urgencia,
Ta lo recordó en el discurso que pronunció en el Senado
en 30 de Hayo de 1897, cuando combatí resueltamente el
)\*m*do sikncio patriótico qu* b* qnecl* imponer ala so-
ciedad espalóla! respecto de la guerra y en general del pro-
blema de Cuba.
Desde 1820 i 1822 hubo un empeño manifiesto de parte
de loe diputados en cometer exclusivamente al Gobier-
no la inteligencia y resolución del problema americano»
JB1 Gobierno por su lado tenia idéntico interés en cargar la
.atención y la responsabilidad á las Cortes. Por Unto, ni
éstas ni aquél hicieron nada.
Fué desatendida la patriótica proposición del diputado
peninsular Golfín y la Exposición de les cuarenta y cinco di*
pntados americanos, ambas de sentido autonomista. Para.
— 660 —
detener el crecimiento del separatismo ae ideó ana nue?*,
aparatosa ó inútil comisión que había de ir A América 4
**r r utudiar é informar, Y en loa miamos dita en que To»
rano 7 Mosooso hacían grandes y sonoras protestas de ia*
transigencia y fiereza, recomendando á España una pe*
litiea de rigor; allá en Méjico se firmaba por el Virrey a*
pañol ü'donojú (que sustituyó al conde de Venadito, di-
funto por la rebeldía eq anula) el tratado de Córdova coa
el reconocimiento del plan de Iguala proclamado por Itur-
bide. Ea decir, se reconocía muchísimo mis de lo propuai-
to por los cuarenta y cinco diputados americanos: se reco
nocía la independencia de Méjico.
La lección no se aproveché tampoco en 1897* El liítn-
ció patrió ÍÍcú ee no? impuso. Vino luego el gran pinico del
verano de aquel afio,*. y ya a abe moa desgraciadamente q ni
la gnerra no concluyó. Como no habría concluido en ISTS,
mn el pacto del Zanjón.
¿hora el Gobierno y la prensa de Madrid no han querido
que «e disco t a más en el Congreso ■ . . £¿ta bien . Haciendo
lo contrario» laa Cortea de 1812 y laa de 1836 i 1840 bosta-
vieron el espíritu del pais ó hicieron posible, primero, el
arraigo del régimen oonatituciocal en España, frecte al
cari tamo que solo por el entaaiaamo liberal y por Idi
intereses económicos oread oa por laa Cortea faé vencido;
luego, el tratado de Elliot y la Cuádruple Alianza; ea decir
el apoyo europeo ó mejor, del mando caito, para la im*
— 651. —
tauradón y defensa del nuevo régimen en Espafia, asi
como para la rápida terminación de la primera gnerra oar-
liste, que, como todas las guerras civiles, concluyó por un
convenio.
Nadie hablará desde la gran tribuna d« las Cortas.. . Be
hablará demasiado en las calles, los cafés y los casinos»
No se hará la opinión (áblica. Los sucesos se precipitarán.
Se nos impondrán soluciones improvisadas sabe Dios por
quién y de qué manera; y quedará probado, á gusto de los
adversarios del régimen parlamentario, que las Cortes son
meros aparatos para los dias de fiesta.
Declino en absoluto la responsabilidad de tantos dislates.
No entra esto por poco ep mi decisión de publicar este libro,
con el cual ratifico mi profunda fe en la eficacia de la
propaganda y mi profundo respeto á la opinión pública
consultada y suficientemente requerida, ilustrada y eman-
cipada de Us Jraiti hechas, de la presión del reporterismo-
sensacional y de las sugestiones de un mal entendido patrio-
tierno que cimentan nuestra deplorable instrucción priman*
y nuestra desastrosa educación histórica, combinadas oon el
predominio de la jactancia, la fantasía y la leyenda en el
desarrollo general de nuestra vida.
2 Seriamente preocupado de esto, procuré, en todo lo que va
de afio y en buena parte del pasado, contribuir fuera de la*
Cortee, á rectificar enormes prejuicios y colosales errore»
respecto de lo que sucedía y pasaba en el extranjero;
— 652 —
oon cuya firanoejnotificación me proponía evitar i mi pito
tremendas deoepciones y sorpresas abrumadoras como las
que ahora todoe sufrimos.
Porque es indispensable que se corrija la manera de en-
señar la Historia en nuestras Escuelas. Hay que decidirse
i oombatir enérgicamente la oampaña que por ahi se haca
de nuestra incomparable superioridad en punto & valor,
energiay suerte, recursos, derechos, etc., eto, frente i frente
del mundo entero.
Eso, que es deplorable en tietopo ordinario, es desastroso
en periodo de guerra, porque raras veoee las oosas pasan
i medida del deseo. Y la jactancia cuesta cara.
En todos los tristísimos sucesos del día encuentro yo dos
causas poderosas: una administración casi tan deplorable
como )a francesa la víspera de Sedán y una propaganda
verdaderamente insensata sobre nuestros medios y las con*
iliciones de nuestros adversarios, propaganda que, cayendo
sobre una educación histórica lamentable, ha perturbado
gravemente á nuestro país, cuya bravura y cuya abnegación
indudables necesitaban mejores directores.
A este patriótico propósito respondió la publicación de
mi libro titulado La Repúilíca de Jos Estados Unidos de
América: libro que repartí profusa y gratuitamente (según
mi costumbre) entre nuestros hombres políticos y las perao-
tías que de cualquier modo po trían influir en la opinión
pública espafiola.
— M* —
Em libro no tiene más que ao mérito; eos numeroso* de-
*os tomados de les publicaciones mis recientes de loe Arta-
des Unidos, al punto de qne oreo qne no hay otro trabajo
más palpitante.
De eeoe datos resulta qne los Estados Unidos tenían, en
1*90, unos 63 millones de habitantes (hoy pasan de 70), de
lee cuales más de nueve millones eran extranjeros, y de ée-
*tas, tres millones alemanes, dos millones irlandeses y uno y
*ptoo ingleses y escoceses. La población viril pasaba de 32
•milloaea de individuos. Ea 1800 la población era de cinco
j pico millones: en 1830. de trece millonee: 1870 de treinta
.y ocho y medio; en 1880 de algo mis de cincuenta, tíolo el
13 por 100 no sabia leer ni esoribir. El ejército de paa dis-
ponía, hace cinco a&os, de 2118 oficiales y 25.000 solda-
•dos: pero la milicia, que se podía morilisar, en 1890 subía
4 trece y medio millqnes de hombres hechos. Los bar-
eos, en 1896, eran seis aooraaados, cuarenta y cuatro cru-
ceros y muchos buques servidos por 15.500 marinos de
todas clases. Por aquel entonces estaban cinoo aoorasa-
des en oonstruoción y nueve oruoeros y diecinueve torpe-
deros.
Era y es la extensión territorial de los Estados Unidos
¿(9.212 kilómeros) algo superior á la del Canadá, cerca de
la mitad de la América del Norte, y casi igual á la de toda
Europa. Solo el Estado de Nueva Tork es tan grande como
Inglaterra. Las dos Virginias y las dos Carolinas juptas
"1
mm tU —
son tan ex tone as como España. El Estado de Texas «a más
que Austria Hungría. Bennidos Jos diecisiete Estados del
Este, ó eea de la costa del Atlántico, eon mas que Alema-
nia y Francia juntas.
El prca opuesto de la Federación (es decir, dejando aparta
los presupuestos de los Estado e)v onbeá 2.290 millones de
pteetas: al de Eepsfia á 833 milloief, el cY Italia á I,TGJr
el de Inglaterra á 2,300 y el de Francia ó 3 3£0. En G ca-
rra, ordinaria mente gastaban los Estados Unidos SCO millo
ses de pesetas, y en Marina 162.
La producción del hierro es los Estados Un idee llegó en
J 855 al §*• de la producción total del mundo; la del acero
il4,°Li maquinaria de vapor estaba representada, en
Norte América, en 1892, por oineo y medio millones de
caballos, en Ir g] aterra por cerca de siete millones, en
Alemania por cinco y medio, en^ Francia por tres. La
producción agtKcla re calculaba en 3.200 millones de
francos al aEo; la industria en cuarenta y oineo mil mi-
llonea.
I<a fortuna total de la república americana, según mistar
Carnegie, en tu Dan o cracia ttiunfanU^ era en 1S¿0 de mi-
llones 42.15» de francoe; la de Inglaterra, de I J2.50O mills-
nes. Pero en 1892, Inglaterra llega 4 218 millones, y en
188», los Estados Unidos alcanzan la cifra de 250 millonee;
el eño 95, la cifra es 64.000 millones de duros! I Asi Mr. Mol-
ha], en su Diccionarw Í€ la Estadística dé 1894, asegura.
j
r
— 65* —
ese la riquesa total de loa Estados Unidos ara do 237.375
sillones de francos, y so ienta nacional do 35.500, siendo
ti capital do toda Europa nn billón de franooo. T otro ee-
aritor calcula que, siguiendo la prosperidad de estos iltimoe
afios, les Estados Unidos de América en 1945 tendrán ISO
millones de habitantes y 250.000 millones de daros de
A todo etto hay qne añadir: 1 .% que en la guerra separa*
lista de 1860 65, cuando el Gobierno del Norte, después del
fracaso del inerte Somter, (porque, al principio de la gue-
rra, la suerte fué casi siempre adversa al Norte), en 1861,
Hamo a las armas á 75.000 voluntarios, respondieron
100.000.— 2. #, que en la batalla deHalveru Hill(l.°de Julio
de 1862} cada uno de los dos ejércitos del Norte y del Sur
se cemponia de 100 000 hombres, y que la vispeta de e¿ts>
batalla, el Presidente Lincoln puso sebre las armas, solo en
el Norte, 300.000 hombres, y á los jocos diasy por efecto
de la retirada del general Pope, otros 300.000.— 3.° que el
ejército del Potomao mandado por Orant.en Hayo de 1863,
sabia a 140.000 soldados y las bajas délos dos ejércitos»
desde Mayo á Junio, sobre el Espidan, pasé de 86.000 hom-
bres.— 4.*, que el ejército mandado por Sherman á fines do
18(4, en Georgia, era 100.000 soldados, y el de Orant, dos
meses antes de terminsr la guerra, frente á Lee, subia á
•00.000.— 5. •, que la guerra de aquellos cuatro afios costó"
i los Estados del Norte tres millones de duros por dia y
— 456 —
una deuda de cero* de tree mil millonea de pesos, sports
1» deuda de los Estados del Sor, que subió á des mil mi*
llenes 7 laa pérdidas de hombree, que exoedieron de na
millón, — 7 6.°, que eu la guerra que los Estados Unidos
eoetovieron oon Méjioo desde 1846 á 43 (euando la Repúbli-
ca norteamericana tenia 23 millonee de habitantes), el Go-
bierno de Washington paso i disposición dal general Tkj-
lor 60.000 hombres, 7 á las órdenes del general 8oott otros
10.000 soldados, siendo los gastos de estos dos afios de U-
oha, terminada en dafto de Méjico, por el tratado de Gtv
dalupe Hidalgo, de 25.000 soldados americanos 7 IéO mi-
llones de dollars qus indemniíaron los Astados CJnidos oon
la anexión de Nuevo Méjico 7 California.
No son estas cifras para qae nadie se aterre; pero si para
rectificar los disparates que han corrido respecto déla f*lfta
de medios militares de los Estados Unidos, así eomo para
pensar macho en el grave peligro de ir Espafia sola 4 ana
guerra que ha exousado la Gran Bretaña en 1895.— Bisn es
que tampoco eran más discretos bs que en Washington
pensaban en Marzo que Espafia cedería i todo por flaqueza»
7 que la conquista de Cuba y Puerto Rico, con el apoyo ds-
oisivo de los insurrectos, era cosa ds quinos diaa 7 alga id
eomo un paseo militar.
Con el propio fin de hacer la opinión, me esforcé en dsf
cierto carácter de actualidad k mis lecciones del Ateas*
donde, desde la oreaoión de la Escuela de Estudias suporto*
— «57* —
tu (en 18*6) me hallo encargado do la cátedra de Historia
de las relaciones exteriores de España (1).
Allí, ante un públioo muy selecto, he disentido este afio el
problema de la interrenoión y analisado ta onestión de Orien-
te, la cuestión de Italia y la onestión americana. Esta última
ka sido el principal, casi el único tema de mis lecciones do
1198. Con tal motivo expnse el origen y el desenvolvió
Miento de la -política Monroe» enana tres maneras; el al*
eansedel Congreso pan americano de 1999; el conflicto an«
gio-venesolane y el Tratado de Washington de 189* y la
Quitió* de Guia, á partir de 1820, y señaladamente en
leejgraves periodos de 1850 á 1856—1870 i 1878— y UM
41898» fijándome de modo especial en la célebre Nota de
Mr. Everet de 1852, en las tentativas para garautiaar por
Europa la soberanía de España en las Antillas, y en los
incidentes de la gnerra separatista onbana da 1890. Oon
igual propósito traté la actitud y oondncta del Presidente
Orant, asi como de las tres gestiones pacificas del Gobierno
délos Edtados Unidos para adquirir por cómprala isla de
Onba, de la campaña parlamentaria norteamericana de los
dos últimos años, do los Mensajes presidenciales de Ole*
valand y Uao-Kinley de 1895 a esta parte, y de lo poco
qae se conocía públicamente respecto de la campaña di-
(1) Véase mi lección inaugural del lf da Febrero de 1897.
Pronto m publicará un Extracto de las lecciones del curso de 1S90»
— 468 —
plomática del Gobierno efpiJSoi be te* de publicar** ti
Litro Rojo,
Es claro que en la cátedra del Atiero ya lo podía aduar
como un hombre político. Mía observad? ees tenían un ca*
rácter científico, pero ueJ y todo pude perfecta meóte afir-
mar y oreo que demostrar lo que ha sostenido con dema-
siada íxtcni iín ahora, y en que el problema actual da Co-
ba no es uta mera cuestión da loa Estadoa Unidos y da
Espafia, y que respecto de ella era obligada, en bextficio
da todas, en obsequio del Derecho y del progreso general
contemporáneo, la acción internacional del mundo civi-
lizado. ¿
Volvamos ahora á mis trabajos parlamenta! ioa del pr¿-
tri*4$tre de 1898.
Con mis discunos del 10 de Mayo pretendí tomar rcsi-
ciones para los debatea jarlamentarics que jo epperaba j
que no vinieron por el vuelo que rápidamente logro la gue-
rra con los Estadoa Unidos.
^
— 65« —
Lts elecciones antillanas de senadores y diputados á Cor-
tes contradijeron mis recomen daciones y mis deseos. No debo
ni puedo ocultarlo. Dejo á un fadj las personas, que para mi
son siempre respetables: me fija sólo en el carácter domi-
nante y en las condiciones generales políticas de la actual re-
presentación pirlamentaría antillana qne han hecho, prime-
ro, absolutamente imposible la formación del grupo autono-
mista, y luego, la acción de éste en una campaña en la cual»
mochas circunstancias y todos los antecedentes le tenían se-
Halados un papel brillantísimo, la intervención más au-
torizada y prestigiosa y la responsabilidad más acen-
tuada y positiva.
La proclamación de la Autonomía colonial por el Gobier-
no liberal, mediante los dos decretos de 27 de Noviembre
de 1897, fe hizo en vista de una conveniencia política d*l
momento y con el doble objeto de terminar la guerra dé
Onba y de consolidar la pas en las Antillas. El partido li-
beral había sido, casi hasta aquel mismo momento, partida-
rio de la política de Asimilación, y además, en ocasiones
recientes, había combatido, hasta con ardimiento, la Auto-
nomía, que nunca comprendió siquiera como una solución
lejana.
Proclamada la Autonomía de este modo, es claro qué los
debates parlamentarios que se produjeran con motivo de los
decretos de Noviembre comprenderían dos extremos: el de
la oportunidad de esos decretos y el de la bondad intría-
— «60 —
ma y la eficacia potencial del régimen autonomista»
Bespecto de lo primero, el más autorizado para discutir,,
tendría que ser el Gobierno; pero respecto de lo segundo
nadie podría excusar la mayor competencia y la responsabi-
lidad más definida á los autonomistas que por espacio de mu*
chos años Habían sido los únicos qoe defendieron, en la Pe-
nínsula 7 en las Antillas, la solución ahora triunfante en las
columnas de la Gacela, j á cuyo éxito debían contribuir de
todas suertes, 7a procurando en las Antillas la instauración
del nuevo régimen en condiciones de eficacia, 7a dando, en
la Metrópoli, todo género de garantías 7 de alientos, para
que aquí nadie vacilara en el periodo critico de los primeros
tanteo» 7 ensayos.
Por esto 70, que secundé ardorosamente al Gobierno libe-
ral (sin aceptar por esto todas sus responsabilidades) den-
tro 7 fuera de Eepafia, en cuantas gestiones me fueron reco-
mendadas desde el mes de Octubre á principios de Enero ó
sea hasta qoe se establecieron los Gobiernos autonomista»
insolares, no perdoné ooasión ni pretexto para dar relien,
ante los ojos de mis correligionarios de las Antillas, al pa-
pel 7 la misión que habían de corresponder á los represan*
tantee todos, pero sefialadamente á los representantes auto-
nomistas de aquellas islas, en las Cortes de 1898.
Creía 70 que mis amigos debían preocuparse mucho dala
que en Ja Metrópoli se hiciera, sobre todo dentro de la pri-
mera legislatura de estas Cortes, llamadas á aprobar, da*
1
— 66] —
arrollar y complementar los decretos de Noviembre, resol»
tiendo cuestiones de tente gravedad doctrinal y tanta trans-
cendencia práctica, como el ponto de loe gastos de soberao
irfa» y el particular de la primera reforma expansiva de loe*
Aranceles. ¡Quién sabe lo que después se disentiría!
Porqne por mny cierto siempre tuve que los decretos alu-
didos imponían la reforma de la Constitución del JEteino y que-
so podía continuar la representación parlamentaria de la
Nación, del modo que abora. Porque ahora resulta un verda-
dero privilegio en favor de los antillanos, tanto ó más irri-
tante que el que disfrutaban, mediante el régimen anterior,
los peninsulares respecto de los contribuyentes y la vida in-
terior de las Antillas.
El nnevo régimen entraña problemas de superior im-
portancia: algunos apenas esbozados fuera de nuestro
país y cuja solución constituye la preocupación dominante-
de la novísima tendencia colonizadora de la Oran Bretaña.
He refiero á la Federación imperial británica, de que so
nuestran entusiastas partidarios asi lord fioabery, el ex-
jefe del partido liberal inglés y sucesor del insigne Gleds-
tone, como el activo y popular Mr. Chamberlain, actual
ministro de las Colonias del Gobierno semiconservador ó»
unionista de la Reina Victoria.
Tentadora bien que difícil era la empresa de demostrar
cómo esa solución se armoniza con la tradición colonizado-
ta española mejor que con ninguna otra, y de qué suerte,.
— ee* —
por tal medio, insistentemente recomendado por nuestros**
tonomistas, desafiando las apreciaciones de la vulgaridad, de
la patriotería y del torpe interés de los monopolisadoreí,
España recobraría el prestigio que perdió con la corruptela
de las famosas Leyes de Indias. Tal es mi profando con-
vencimiento.
Pero de todas suertes, hay que repetir ahora mas que
nnnca, qne la Autonomía, qne nosotros hemos predicado, no
consiente el apartamiento de los antillanos de la politicé
nacional. Como que semejante disposición corresponde á
una teoría de derecho político radicalmente opuesta, en eos
fundamentos científicos, áloe de nuestra doctrina autono-
mista, la cual, además, en sus fórmulas prácticas y en leí
programas gubernamentales de los partidos antillanos y de
«us representantes en el Parlamento desde 1879' á esta fe-
cha (extremo del que con freouenoia presoinden en las As-
tillas, algunos desconocedores de lo que es y vale un partí*
do político que envía sus apoderados á las Cortee), se ka
recomendado al juicio publico, en el sentido deque existía
una perfecta harmonía entre sus teorizantes y sus práé»
tioos.
En tal supuesto yo he dicho y afirmo que la Autonomía
colonial se la combate igualmente tomando el panto de
vista del particularismo, que utilizando los argumentos del
antiguo Imperio colonial, mal disfrazados con las protestes
¿el Asimilismo, á cada paao descubiertos por los desafee*
r
— 66S —
T08 da los viejos partidos Incondicional y de Unión consti-
tucional de Ouba y Pnerto Bioo.
Por todo esto era, á mi juicio, neoeeario que á las
Cortes de 1898 vinieran buena parte de la antigua repre
Mutación parlamentaria autonomista de las Antillas y
hombres muy caracterizados y de mucho arraigo y suma in-
fluencia en la política y en la sociedad de aquellos países.
De ningún modo me opuse á que vinieran también hom-
bres nuevos y aun personas reciente y sinceramente con-
vertidas al autonomismo, en el supuesto de que su nuevo
compromiso fuera público ó bien garantizado por sus pa-
trocinadores y recomendantes: cosa tanto más delicada
cnanto que la Directiva cubana habla publicado últimamen-
te un Manifiesto no muy preciso y poco ó nada conocido en
la Península, donde, al parecer, se buscaban algunos can-
didatos para la representación antillana. Pero siempre insis-
tí en que la base déla representación parlamentaria debía
serla gente antigua, bien conocida, bien probada y com-
prometida como ninguna otra al éxito de la nueva empresa;
porque esa gente era la de notoria competencia, la de mayor
prestigio, la de mayores medios y la de más acentuadas
responsabilidades en la escena política peninsular.
Por desgracia esto no se vio con claridad en nuestras
Antillas. Por algún tiempo tuve que combatir calurosa-
mente las opiniones que me comunicaban muy respetables
é inteligentes personas, favorables al supuesto de que el ézi-
43
— 664 —
to de la nueva reforma colonial dependía exclusivamente»
de lo que sucediera en Ultramar, por lo que era indispen-
sable que les mas prestigiosos hombres, los de mas arraigo-
de allá, quedaran en las Antillas para constituir las Cá-
maras y los Gobiernos insulares. iQuéerrorl Pero ese»
error triunfó.
Bepito qne dejo á salvo todo lo personal. Me lo imponen nía*
gustos, mi educación y mi conocidísima práctica: pero ade-
más, la profunda convicción de qne los debates personales,
como las disputas y los desplantes, solo sirven al qne no
tiene rasón y para en, brollar y distraer al público. No niego-
el mérito individual de todos y cada uno de los diputados 7
senadores autonomistas electos con el criterio que antes he*
combatido. Pero el becho es que la nneva representación an-
tillana no ha podido constituir en ninguna de las dos Cáma-
ras españolas un gruyo autonomista unido, disciplinado,,
identificado absoluta y notoriamente con la tradición parla*
mentaría del partido, en relación constante y directa con loa
organismos directores del mismo en Ultramar, estimado J
considerado, como en otras ocasiones, por los demás groóos-
del Congreso, foera de las Cámaras, por el Gobierno y
por la opinión pública, con personalidad y vida propias.
Otro hecho evidente es que Jos diputados y senadores auto-
nomistas, como grupo, como entidad, no han hecho cosa
alguna en las actuales Cortes ni han pesado en ellas, hasta
ahora» lo más mínimo. Muchos, ni han realiaado acto al»
t\
1
r
— 666 —
gano qae los acredite como identificados con el partido in-
sular qne loa ha enviado al Parlamento. T cuenta que al-
ganos, hasta poco antes de la elección, tenían, por sns ante-
cedentes personales 6 por el circulo dentro del qne se mo-
vían, nna representación nada autonomista y hasta adversa
i les qae aqni hemos llevado, por espacio de nn coarto de
agio, la bandera de la Autonomía, Suun cuique.
Todo esto no lo discute aquí nadie. No es inverosímil qne
lo resistan algunos que á dos mil legua* de distancia crean
que, respecto de las cosas que aquí pasan, puedan tener, por
su talento ó su habilidad, más competencia que la de los que
se mueven en este escenario peninsular, donde, después de
todo, se han de desarrollar los sucesos parlamentarios y
mover los diputados y senadores ultramarinos. Pero mi hu-
mildad no llega al punto de no protestar oontra tal supuesto
y de no decir que mi opinión sobre este punto se hallaba
fortificada por la de muchos hombres de primer orden de la
política española, los cuales creían que, ahora el grupo au-
tonomista debía «ser el de mayor importancia de nuestras
Cortes.
Por de contado que no se me ocultaron, ni por un minuto,
las grandes dificultades de la empresa.
Aceptó el compromiso con perfecta conciencia de los obs-
táculos y mayormente después de advertir y deplorar la re-
serva 6 la pasividad de la Colonia Cubana de la Península,
cuya actitud en estos momentos críticos aumentaba las de-
— 06* —
¿"ciencias y aun loe obstáculos 00b que hemos lachado loe re
presenta n tes parla meo barios da laa Antillas en Madrid y de
que he hablado con bastante franqueza otras veces. Por*
que es cierto que ni tos antillanos r calientes en la Peo ín-
cola r por regla general, se prestaban 4 hacer lo que hadan
los autonomistas irlandeses en Londres, poniéndose al lado
de sus representantes, con etitu yendo un grupo y contribu-
yendo con sus personas y sus bolsillos, á la campaoa que
aqní ae hacia con grandes apuros, ni se decidían 4 prestar
bu apoyo 4 los elementos políticos peni nenia rea que, con aa
devoción y sus esfuerzos, so pilan en la Metrópoli la deficien-
cia de los más interesados en el éxito de la empresa refor-
mista.
Por poca práctica que yo tenga de estas cosas y por me-
diano conocedor que yo sea de la situación política actual,
era imposible que 4 mi, dedicado especialmente 4 estos
asuntos, ee me ocultara, que la actual representación par-
lamentaria autonomista antillana habla de luchar con el
so puesto de que fuese aquí la representación de loe gobier-
nos insulares. Esto razonablemente no se podía admitir; por-
que, de otro modo, esos representantes parlamentarios feo*
drian á ser ana especie de embajadores de aquellos Gobier-
no*, sin intimidad con ellos, pero obligados al imposible de
contestar en las Cortes á todas las preguntas y reclamacio-
nes que á diputados y senadores les viniera en voluntad de
hacer, invadiendo la jurisdicción de las Cámaras colonia-
s*\
— 16* —
leí* Pero todos sabemos lo que intonsa 6 excusa la pa-
rios política y no está fuera del terreno de las probabilida-
des la hipótesis de que los diputados y senadores ultrama-
rinos, por ahora al menos, fueran requeridos y hasta obli-
gados á comprometerse en ciertos debates de positivo carác-
ter local. Ni tampoco era verosímil ni delicado que aquel
grupo parlamentario se desentendiese en absoluto de lo que
hadan sus amigos en los Gobiernos de Cuba y de Puerto
La posición pues era difícil. Mas para venoer las dificul-
tades yo fiaba en la discreción, el prestigio y la disciplina
del grupo autonomista parlamentario y en que los Gobier-
nos insulares considerarían, como de capital importancia,
el estar en relaciones frecuentes y directas con ese grupo.
Loego% no hay para que ocultar que la situación aparente-
mente privilegiada de los representantes de Ultramar en
las Oortes de la Nación, imponía á éstos una exquisita, una
excepcional circunspección, porque con cualquier pretexto
surgiría una protesta de los adversarios más ó menos resig-
nados de la Autonomía.
To recuerdo bien la comprometida situación de los anti-
guos diputados vascongados. Este peligro se salvarla me-
diante una gran prudencia, una gran disciplina y una bue-
na dirección de los representantes ultramarinos, los cuales»
á mi juicio, no debían excusar, de ninguna suerte, en estos
críticos momentos, la afirmación de su representación par-
— 668 —
ticular. Por tal motivo yo no aplaudiría nunca que un di-
putado ó un sanador de las Antillas hablase en esta trance y
en negocio político, con otra represen tación que la antillana.
Por último, loe represen tantee á que me refiero, tenían
que preocuparse mucho de que nadie loe con fundiera con
loe diputados y sanadores ministeriales: confusión bastante
probable, tanto por la circunstancia de ser el Ministerio
Sagas t a el autor de los decretos de Noviembre último y el
supremo director de la política relacionada con aquel loi
decretos, cuanto porque uo era absolutamente imposible que
tal 6 cual ministro 6 tal ó oual contradictor de éste, preten-
diesen que la diputación antillana sirviera loe intereses
secundarios que caracterizan al mimsterialismo en las cam-
pañas par! amen tari as.
Todo esto me preocupó mucho daade el primer momento.
Debo reconocer que buena parta de mié temores ae realist
ron. A poco de recibir noticia de las elecciones de Cuba*
comprendí que la próxima campaña parlamentaria sería
poco lucida. Por ahora no aparo las responsabilidades
Pero sí tango el derecho de decir qne en todo cnanto ahora
lamento no me corresponde la menor parte.
He hecho cuanto en mi mano ha estado por evitarlo , Ex
cuso por muchos motivos el detallar (por ahora) lo qne res-
pecto de este particular ha sucedido. Me basta con la protes-
ta que acabo de hacer y con decir que, dándome perfecta
cuenta de lo que pasaba, me preocupe en mis discursos de
— 669 —
Ifayo último, de fijar bien mi posición personal y politio*.
*d virtiendo qne no existía grupo autonomista parlamentario,
y qne yo hablaba solo en nombre de varios diputados que
cerca de mi estaban y qne me hablan dado est* encargo.
Además, hioe constar qne estos diputados perteu*ciau á dis-
tintos partido* de la política e4p*ñjla y qne raciiuabaa so-
lemnemente la tradición autonomista de ios últimos veinte
años de incesante labor y responsabilidades bien definidas ,
asi en las Antillas como en la Península.
Desde aquel momento afirmé mi absoluta libertad de
acción dentro del Parlamento, relacionándola con una explí-
cita reserva qne en favor de esa misma libertad hice en el
seno de la Minoría parlamentaria republicana el primer día
de la constitución de ésta. En aquella reunión advertí qne,
identificado con la política general de la Fusión republicana,
y con los diputados que la representaban en el Congreso,
«in embargo, de ninguna suerte podía comprometerme á
seguir á éstos en las campañas qne estimaran oportunas so-
bre la cuestión colonial, siempre que tales empresas no oon •
vinieran ó parecieran mal á los partidos autonomistas anti-
llanos; porque éstos me habían elegido, así en Cuba como en
Puerto Rico (1) sólo á titulo de autonomista, y porque mis
(1) Bnla» Cortos actual w llevo la doble representación déla c|r-
cuaieripeion electoral de dan Joan de Puerto ftico y del distrito da
#uanabaeoa de Cuba.
— 670 —
electores insulares, que no pertenecen á partido alguno de lt>
Península, me reconocían, como siempre, el perfecto de-
recho á afiliarme al partido peninsular demoorátioo que
yo estimara conveniente, pero dejando á salvo mis compro*
misos en pro de la política autonomista tal como la enten-
dían Jos partidos antillanos que me honraban con ana po-
deres*
Esta reserva fué comprendida y aceptada por todoa
los diputados de la Fusión republicana.
Todavía me preocupé de otras dos cosas en los primerea
días de la legislatura actual. De ningún modo podía yo
consentir que se confundieran la acción y las responsa-
bilidades del Gobierno que suscribió los decretos de No-
viembre de 1 897, oon las de los autonomistas que, por razone*
de fondo y de* carácter permanente, hablamos hecho antes la
propaganda de la doctrina autonomista y contribuíamos aho-
ra á facilitar el éxito de aquellos decretos. Hubiera sido el
colmo del candor pasar oon que se redujese el valor de nues-
tra doctrina á la importancia de un expediente ó de un re
medio para la actual guerra de Cuba; remedio ensayado i
última hora y en condiciones verdaderamente extraordina-
rias y desfavorables,
Y no digo nada del supuesto de que yo pasara con la
hipótesis de responder personalmente, oon el Ministerio pre-
sidido por el Sr. Bagaste» de la política realizada por éste,,
sobre todo, después de promulgados los decretos de No-
\
— 171 —
vismbre de 1897. Porque yo» que he hecho en honor de loe
8rcs. Segaste y Moret todas lee declaraciones favorables
que procedían en justicia, no tengo para qné ocultar: pri-
mero, que no me han parecido bien algunos de sus sotos; se-
gundo, que yo no he sido consultado respecto de ciertas dis •
pendones; tercero, que los autonomistas déla Península no
han tenido parte activa en la obra del actual Gobierno, y
coarto, que, modestia aparte, yo oteo sinceramente que no
•otros, los que aquí estamos, con ciertos antecedentes, cier-
tas responsabilidades y ciertos medios de que carecían los
que se convirtieron á la buena doctrina en el otoño de 1897
(sin compartir por esto, en la Metrópoli, con los viejos auto-
■onustas, la dirección de la nueva empresa), nosotros lo hu-
' Miramos hecho un poco mejor y hubiéramos sorteado con
mayor éxito algunas dificultades con que ha tropesado el
Gobierno liberal (1).
(1) Por esto la Junta Central de Pasión republicana, votó á fines de
Noviembre de )S9"J el siguiente acuerdo:
«La Junta Central de la Fusión republicana declara: Que respondien-
do con entera lealtad al eapíritu de la Pasión republicana y en perfecta
consonancia con la primera de sus bases adicionales, considera nece sa-
ris ratificar de nuevo públicamente y con entusiasmo, sus convicciones
en favor de kt autonomía colonial, reconociéndola, desde luego, como la
Única y eficaz solución del problema de Cuba y Puerto Rico.»
«Habrá de reehasar al propio tiempo, con verdadera energía, por im-
pulsee nobles del patriotismo, teda ingerencia extranjera que pueda ser
^
— 672 —
Todo, pues, justificaba mi resolución de fijar ahora per-
fectamente mi posición pera o q al en el Congreso» en tanto
llegaba la hora de despedirme den altivamente de mis elec-
tores y correligionarios de Cuba y Puerto Rico, coa qaie
oes estoy en descubierto, por motivo» patrióticos que ex-
lesiva al honor nacional y es su a o bar también protestar contra todo
acto 6 resolución de los Poderes públicos, qae tienda i quebrantar la
integridad de nuestra soberanía en las Antillas 6 que lastime de algac
saodo el decoro del ejército, digna por Untos títulos del aplauso y da U
consideración de los españoles.»
«De acuerdo, pues, con todo lo ei puesto, urge hacer constar:
i Primero. Que el partido ds Foaión republicana se fsliciti de que al
partido liberal haya utilizado para poner término i La guerra d* Cosa,
ia solución autonomista, qns hemos defendido siempre bu frente ds te-
das las agrupaciones monárquica ,
•Segundo. Que lamenta no se h a va puesto en práctica antes ds aba-
ra, sn condición es menos angustiosas para la Metrópoli y cuan lo ara
de indudable y seguro éxito.
«Tercero. Que declina en absoluto toda responsabilidad respecto de
tos errores deficiencias y otras dificultades que puedan producirse «a
«1 planteamiento y desarrollo dsl nuevo régimen antillano, por efecto
también de la desconfianza quo habrán de inspirar los qns jamás han
reconocido antes del momento presente, las excelencias de las institu-
ciones autonomistas.
«Cuarto. Qns protesta, asimismo, contraía conducta y el proceder
de los partidos monárquicos, que no tan solo rectifican & cada instante
sus conocidas solucionas en la política colonial, ai no que llegan i pres-
cindir arbitrariamente del poder legislativo para realizarlas ►
"!
— 673 —
plioaré oportunamente, desde la campaña parlamentaria
de 1895.
Que no me había yo equivocado al afirmar ceta posición
desde el primer momento, lo vinieron pronto á demostrar
las alusiones y criticas que, dentro y fuera de las Cortes, se
han hecho al nuevo régimen, presoindiéndose, casi en ab
soluto, de la doctrina, para discutir, sobre todo, su opor-
tunidad, hasta el punto de que se haya aventurado la pere-
grina especie de que los decretos de Noviembre contribu-
yeron, con la pasividad 6 la distracción de nuestros Go-
biernos de Madrid, á la guerra con Jos Estados Unidos.
Pero no me reduje á las protestas antes indicadas, sino
que ratificando mi propósito de ayudar al Gobierno liberal
en su empefio y demostrando con hechos, dentro y fuera del
Congreso, la efectividad de los ofrecimientos, me reservé in-
tegramente el derecho, Ja hora y el modo de exigirlas
responsabilidades entrañadas en toda la política antiautono
mista, sostenida hasta hace muy pocos meses, asi como en
la gestión misma del actual Gobierno, del cual, de ninguna
suerte, podemos ni queremos pasar por solidarios Jos auto-
nomistas históricos,
A esta reserva bien explícita ha dado mayor valor la es-
crupulosidad con que me be abstenido en todos los discur-
sos que he pronunciado en el Congreso y fuera de él, desde
Octubre á esta parte, de formular censuras severas contra
cualquiera de los partidos ó de las individualidades verda-
— 674 —
defámente cansantes de loa graves males que todos sopor-
tamos y que los autonomía tas denunciamos con repetición
rajan a en Ja impertinencia; siendo de advertir qae, como
ya dije en el Congreso, jo creo que las responsabilidades
aludidas no se reducen á los Gobiernos y á loa partido*
mencionados, sí que también á muchos otros «lamen toa qos
han fomentado y extraviado las pasiones del país, hacién-
dole incurrir en graves errores sobre eus positivas faenas,
sos medios de acción, y la política oportuna, tanto como so-
bre el poder y Jas condiciones de nuestros enemigos en las
Antillas y en Filipinas. Para declinar la responsabilidad,
en el momento del desastre palpable, no vale gritar mucho
ni colgar a los demás toda la enlpa de lo que pasa.
Por último, también insistentemente, cuantas veces be
hablado en Ja Cámara popa lar y desde el primer día, he
sostenido: primero, que la cuestión internacional era sólo
un aspecto del problema cubano» y segundo, que en la
acción internacional estaba la solución más decorosa y de
superior transcendencia del conflicto de España con los Es-
tados Unidos. De ello traté antes. Asi y todo, no sería im-
posible que por ahi se me tacbase de imprevisor . - . porque
los Gobiernos y algunas otras gentes no establecieron la
Autonomía cuando y como yo la recomendada , y no convi-
nieron conmigo en que hoy es un dislate prescindir del
medio internacional para gobernar colonias,
Todo esto quedó bien determinado en los discursos que
-\
r
— «75 —
pronuncié en los dias 10, 11 y 13 de Mayo. Tengo la pre-
tensión de creer que á ninguno de míe oyentes le quedó la
menor duda respecto de mi actitud, mi posición y mis pro-
pósitos. Afisdo que no hice gestión de ninguna especie
ptra realizar el imposible de la constitución de un grupo
parlamentario autonomista que nadie me recomendó desde
las Antillas y al cual en todo caso no hubiera podido oomu-
nicar instrucciones de ningún género, porque no las recibí.
Después me preocupé de tratar el problema colonial des-
de otro punto de vista y con otro motivo. A este propósito
responde el discurso que pronuncié en el Congreso el 3 de
Junio sobre el presupuesto de Fernando Póo. Vino á ser
esta oración parlamentaria como una comprobación de in-
dicaciones que hice antes respecto á la absoluta necesidad
de prescindir completamente de las corruptelas, suspicacias
é intransigencias que hablan comprometido, en estos últi-
mos años, la nueva dirección colonial señalada por el famo-
so pacto del Zanjón.
Excuso adelantar aquí las observaciones que el lector
verá en mi discurso, pero lícito me ha de ser repetir,
una ven más, la expresión de mi profunda estrañeza de que
en medio de la terrible crisis presente, el Ministerio de Ul-
tramar incidiese en presentar á las Cortes el imaginario
presupuesto de nuestras colonias del Golfo de Guinea, del
mismo modo que en 1895, ouando yo lo combatí extensa-
mente. De la misma manera y por rasónos análogas me ex-
— 676 —
trafió que á nadie se le ocur riera que era llegado el caso de
decir algo sobre la presentación de loe presupuestos de Fi-
lipinas al Parlamento nacional.
No creo que esto arguya decisivamente contra 1* sinceri-
dad de la nueva política que el partido liberal y el Gobierno
del Sr. Sagasta iniciaron respecto de las Antillas, en No-
viembre último; pero seguramente tampoco dice en favor
de la robustos y del alcance de los propósitos y los pro-
cedimientos de este Gobierno en materia ooloniaL Porque
ya no es posible aquella irritante contradicción que por
espacio de muchos afios privó en España entre la política
peninsular y la ultramarina, de suerte que demócratas
intransigentes aquende el Atlántico y que veían en la sepa-
ración de un alcalde de la Península motivo bástente para
una insurrección popular, estimaban como cosa corrients
que ios concejales de las Antillas fueran de nombramiento
real y los presupuestos muntcipaleí antillanos estuviesen 4
merced de los secretarios de los gobiernos insulares. Ni es
dable que prospere la no muy lejana oposición del régimen
de Puerto Rico con el de Cuba, por cuya virtud, mientras
en la grande A o tilla, que desde 1836 no había disfrutado
del derecho electoral y donde la esclavitud había existido
con innegable importancia hasta 1881, por lómenos, goxe-
ba del derecho electoral el mayor de edad que pagaba oíaos
[#906 de contribución al Estado, en fa ial& hermana, donde
la esc avitud casi no había existido, y fuó abolida en 187S, y
r
— 677 —
donde, desde 1873 á J 876, se había disfrutado con ¿sito ad-
mirable del sufragio universal, el elector necesitaba pa-
gar ana contribución de 10 pesos.
Todo* eso, que no quiero explicar ahora y que realmente
era intolerable, concluyó en 1897 con los decretos del 27
de Noviembre, ouyos preámbulos son una obra meritísima
de buena fe y de sentido político. Por lo mismd, ¿cómo
justificar que, después de esa fecha, se reprodujese el buro-
crático presupuesto de Fernando Póo de la época de los
conservadores?
El hecho cólo tiene una explicación que favoreoe poco 4
la energia,cuando no á la formalidad, del Ministerio de Ul-
tramar. Y dice bastante contra la decisión de la mayoría de
nuestros hombres políticos influyentes para llevar á sus na»
turales consecuencias y en todos los órdenes las imposicio-
nes de la novísima reforma colonial. Porque á ésta hay que
ir con un criterio. De otra suerte, no hay más que expe-
dientes, y en todo caso no nos haría gran honor haber re-
dactado los decretos de Noviembre de 1 897 sobre Cuba, pura
y solamente porque las circunstancias nos imponían allí un
cambio de procedimiento excusado donde los mismos ele-
mentos causantes de los desastres antillanos tenían aún
fuerza para dominar.
Debo advertir también que el actual sefior ministro de
Ultramar, D. Vicente Homero Girón, se prestó, en el debato
por mi provocado el 3 de Junio último, á lo que de todas
— 67? —
suertes resistieron loe ministros de 1a época conservadora;
eeto es, á traer á lee Cortee en la legislatura próxima, asi
e) presupuesto de Fernando Póo con todo detalle como el
presupuesto de Filipina*, traído ja á nuettro Parlamen-
to, annqne sin efecto positivo, en 1870 y 1873. Portante,
mi oampafia ahora no íaé del todo ineficaz.
Yo hubiera querido dar mayor extensión 4 mis gestiones
parlamentarias de este año, abordando de frente el proble
ma total filipino. Pero me faltaron datos y no vi clara la
oportunidad de provocar un debate de ciertos resultados.
Hi afidión al asunto es ya antigua. En 1869 publiqué un
trabajo bastante extenso con el titulo de La Cuestión Cok*
nial, ya entonces traté este problema con relación á las An-
tillas y al Archipiélago filipino. Buena parte de mi discur-
so del 10 de Julio de 1871 está dedicada á lo que sucedía y
debía hacerse en nuestras colonias de Asia. Después, repe-
tidas veoes. en el Congreso, he indicado mi propósito de tra-
tar la materia y he patrocinado la aspiración de muchos fili-
pinos de enviar representantes á nuestras Cortes. Tengo mu-
chos motivos para conocer los sucesos de Cavite de 1872,
porque como letrado entendí en aquel terrible proceso, 0070
recuerdo me hace temblar, del mismo modo que temblaba
por la suerte de su p»is, Jefferson, cuando traía 4 las mientes
la transacción del Congreso americano con la esclavitud.
Cierto que en estos últimos afios dejé un poco al lado la
cuestión filipina. No ha faltado quien me lo advirtiera.
— 679 —
Pero también este aparento desvio tenia su fundamento. De
ningún modo pensé jamás en abandonar el problema, ni yo
soy de los hombres que tienen dos criterios para las cues-
tiones políticas 6 oreen que, oomo decía Lincoln, con refe-
rencia á los Estados unidos, para condenarlo, can paeblo
puede vivir mitad libre, mitad esclavo».
La razón de mi reserva consistía en el conocimiento
práctico qne adquirí, de que carecía de elementos para
acometer de frente la campaña. Los filipinos, después de
loa procesos de Cavite en 1872, no ofrecían el apoyo nece-
sario para la rada empresa; aquí, el creciente malestar
de nuestras Antillas había empajado á los explotadores de
nuestras Colonias, á poner sus intereses, sus medros y
quisa la mejor base de sus medios de influencia y de de*
ienaa en el Archipiélago asiático: nadie se atrevía en la Pe-
nínsula con las órdenes monásticas, de grandes apoyos, más
ó menos descubiertos, no sólo en los centros oficiales y en
todos los círculos monárquicos, sino aan en los círculos poli-
ticos más avanzados; tampoco nadie se ouidaba de orga-
nizar un cuerpo de Administración colonial, para que, aún
con más motivo que en Java y en las Indias f. ancosa y bri-
tánica, sustituyese en el orden civil al anacrónico régimen
teocrático, harto desacreditado eu el Brasil y en el Para-
guay, y cuya instantánea supresión sólo había de producir
una revolución ó la imposición del no menos inaceptable ré-
gimen militar...
— . 680 —
Por todo esto creí lo mes práctico buscar los medios ÓV
combate en la formación y exfeneión de un criterio só'ido,
ilustrado y expansivo sobre la totalidad del problema colo-
nial, aprovechando para ello las circunstancias excepcio-
nal mente propicias del prob'ema antillano. Con los positi-
vos elementos de Cnba y Puerto Rico era dable dar aqní
nna batalla, qae interesarla á muchas gentes, cayo corcoreo
se podría solicitar eneeguida, para corclnir eos el dispara-
tado régimen filipino. Por eso ya cuidé de advertir, dentro y
fnera del Parlamento, qne la. Minoría parlamentaria auto-
nomista no redncia en cemr o de acción al problema antilla-
no y recomendé á todos mis compañeros de diputación»
que se ocuparan, con la posible frecuencia, de los apunto*
de Filipinas.
No sucedió esto, porque al fin no pudo realizarse en la-
Península la campaña general que yo patrociné por muebo-
tiempo y á la cual me be referido en otros libros.
De todos modos, cuando se constituyó en 1893 el parti-
do republicano centralista, pude lograr qne figurara, como*
uno de los artículos del credo de aquel partido, el siguien-
te: «Respecto de la cuestión colonial hay que afirmar, 1.°
Ja ident'dad de les derechos políticos y civiles de Cuba y
Puerto Rico respecto de la Península; 2.° la representación
en Cortes de las comarcas del Archipiélago filipino, cuya
cultura y cuyas condiciones lo permitan, y S.° en iodos las
colonias % la consagración de los derechos naturales ielkom
■\
r
~ 6*1 —
¿re, el mando superior civil y una organización interior
autonomista que afirme, en el grado y del modo que las
circunstancias de los diferentes países lo consientan, la
competencia local para los negocios propiamente coloniales»
hasta llegar á toda la descentralización compatible con la
integridad nacional y la anidad del Estado^ .
En el propio sentido firmé la Declaración de la Minoría <
parlamentaria republicana de 26 de Febrero de 1890 y el
Manifiesto de la misma de 29 de Mayo de 1891: api como
la enmienda que los diputados republicanos de diferentes
matices presentamos al proyecto de contestación del Con-
greso al Discurso de la Corona en 27 de Abril de 1891. En
esta enmienda se dios:
c La situación de nuestras Antillas es oada vez más alar-
mante debido, no solo á causas económicas de distinta índole,
ai que muy particularmente á la política de deseon fianza y
desigualdades allí dominante y que urge rectificar, asi por
reformas que abaraten la vida y aseguren la producción
colonial, como por otras de distinto carácter, entre las cuales
figura la plena identidad de los derechos políticos oon la
Metrópoli, el sufragio universal, el mando superior civil y
la organización insular autonomista. — E! mismo espíritu
debe inspirar á la progresiva reforma del estado de nuestras
Colonias de Oceanla y de África, donde debe asegurarse,
desde luego, el goce de todas las libertades públicas y orga-
nizarse el Gobierno con arreglo á las particulares y cus*
— 6ft2 —
tintan condicione» de c altura y de riqueza de aquellas co*
marcas. •
Por manera que ni yo desarmé en estos últimos afLos ai
siquiera me distraje* Esperaba la oportunidad y me preo-
cupaba de asegurar medios para el combate, que siempre
creí mas difícil par lo que hace á Filipinas que respecto de
las Antillas.
No eran pocos obstáculos el absoluto desconocimiento qae,
en la Metrópoli, existía y existe hasta de la geografía del
Archipiélago t Ib frase hecha de que en Filipinas <no había
mas españoles que los frailes i y el supuesto punto menos
que general (fortificado por desmoralizadores espectáculos!
como la exhibición de las tribus de i go trotea y de negritos en
la ultima exposición filipina de Madrid de 1890) de que to-
dos los indios del archipiélago eran tribus de cultura inci-
piente, raza nina, gente blanda y hasta cobarde y en los co*
míen z os de la reducción. {Después de cerca de cuatro siglos
de conquista y dominio!
Ahora, tampoco quiero ocultar, siendo opuesto á los deba-
tea muy comprensivos y bastante antipático á los discursos
muy e i te usos porque el público no los sigue, que hubiera ce ■
labrado intervenir en el último debate parlamentario sobre
el problema filipino, no sólo por la ocasión que se me depa-
raba de decir algo y preguntar otro poco (no lo que yo tenia
ideado) sobre la cuestión internacional que tanto me preocu-
paba y preocupa, sino porque me animaba el doseo de roque*
— .•83 —
rir á 1*8 personas competente» para que nos explicasen la
última insurrección tagala y as planteara da cualquier
modo y en cualquiera de sus aspectos el problema de la re-
forma colonial filipina.
Es indiscutible que hasta la fecha no hemos podido cono-
cer, de un modo oficial, el carácter de la insurreooión del
Archipiélago asiático ni siquiera su programa. A última
liora, y por acaso, pocas personas hemos conocido el Maní*
flasto de Aguinaldo publicado, en Agosto de 1867, en el Dia*
rio dé Avisos del Japón y en el oual no se dice cosa alguna
oontraria á la soberanía de Espafia.
Que el desgraciado Rizal no era un enemigo de ésta pare-
ce positivo: en sus libres no se encuentra motivo para afir-
mar lo contrario»
La recientísima absolución del capitalista filipino don
Francisco de Rojas es de una abrumadora elocuencia respec-
to de la injusticia de ciertas acusaciones que corrieron aquí
como palabras del Evangelio, en el verano de 1896, en cuya
época se verificó el procesamiento del relator del Tribunal
Supremo de Justicia y Redactor en Jefe del Diario O/leUA
de sesiones del Senado, D. José María Pantoja, como reo de
conspiración contra la integridad de la patria en Filipinas!
De nada de esto habla nadie. Nadie tampoco recuerda que
en 1812,-1820 y 1836, las Filipinas estuvieron representa-
das en las Cortes de la Nación y que cuando, en 1868 y 1 871,
se rectificó el agravio que se hiao á las Antillas en 1836, al
expü Wr del Congreso á loa iepreaentantea par lamen tarioe
de édtaet ae olvidó 4 la grao colonia Asiática, que conti-
nuó so metida al abacia ti amo apostólico, hasta el punto de
que oi ai quiera loa preso puestos filipinos se traen á las
Cortea.
Nadie habla de que actos del movimiento i n surrección»!
de 1896, tuvieron efe oto las conspiraciones y loa procesos
de 1840, y de 1872 (respecto de las coalea han corrido loe
diala'es y las falsedades mas extraordinarios) y no es para
dejar en la sombra, el silencio que se ha hecho en eatoa ul-
times días alrededor de la Exposición de loa rop reían tan tea
de las órdenes monásticas de Filipinas, que, reclamando
del Gobierno de la Metrópoli, que se decida entre ellos y
loe masones, señala como condiciones de su continuadla en
el Archipiélago exigencias verdaderamente inconsideradas*
No exagero nada. Las órdenes monásticas dicen lo
siguiente:
«Tal acontecería ai en ley se tradujeran la secular íz ación da loa
ministerios regulares; la secularizac ón de la enseñanza; la deaimorfi-
ntÍ6n de los bienes de las Corporaciones, 6 la supresión de la libertad
qots leí compete para disfrutar y disponer de ellos; la declara -i óti de 1*
tolerancia de cultos; el establecimiento del matrimonio cítíI; la per*
misión de toda clase de asociaciones y la libertad de la prensa, Tal
acontecería, per lo que más directamente nos atalie, si continuando
aquí y allá, la, 4 todas luces injustificada, campala contra nosotros, «I
Oobie rao en sus actos demostrara que realmente concepta i que soa-
otros liemos sido causa de la insurrección y que noi oponemos al
_
— 685 —
ingreso de estas Islas 7 al desenvolvimiento de sos legítimas as-
piraciones. T¿1 acontecería, si no persiguiendo con tesón las ase-5
elaciones secretas 7 no poniendo eficaz corree tiro 4 los sediciosos
qoe soliviantan las magna inconscientes del pueblo contra las Regala-
res 7 contra todo b más sanio 7 más español de las islas, se quisiera
qne los Religiosos continuaran en su* ministerios, expuestos en todo
moaento áser sacrificados, cual es terrible consigna de la secta 7 cual
por desgracia 7a ocurrido, sin tener, acaso, ni ann el conaualo de qne
feen apreciados eso i sacrificios.
Si los religios>s ha nos de coatinuir en las l*Us siendo dtiles á la
Religión 7 á España, á nadie puede caber duda que ha d¿ ser garantí»
lando sólidamente nuestras personas, nuestro prestigio, nuescro mi*
aisterio.»
Reproduico estas líneas porque me pareoen decisivas,
parala fatara reforma colonial de Filipinas, pues qne ellas
-diosn bien olaro lo que las órdenes monásticas entienden
-como indispensable para su existencia en agüella comarca .
Es decir, todo lo contrario á lo qne supone el mando con-
temporáneo. Y además, lo reprodnzoo porque no ha habido
medio de qne en el aotaal Congreso se oyera sa lectura,
•miando un diputado autonomista (el Sr. D. Genaro Alas),
00a admirable sentido y rara energía, pretendió que lo 00-
neciera la Cámara (1). ¡Terrible prueba del miedo y de le*
prevenciones dominantes en ella, aun entre los elementos
(1) Merece ser leído lo que el Sr. Alas dijo en este debate de Junio
41 time. Queiará en los anales ds nuestras Cortes. Así se habla.
— 686 —
liberales y más comprometidos en la solución del problema,
de Cnba!
Pero hay más que eete. He seguido coa particular aten»
don el lánguido debate con que terminaron las sesiones del
Congreso en Junio último y que, como he dicho, versó sobre
la insurrección filipina. En él se prescindió en absoluto de-
las soluciones: ni siquiera se hicieron públicas las reformas
que el nuevo Gobernador general Angustí ha decretado con
autorización del Gobierno de la Metrópoli, ya hace cerca de
dos meses y que se suponen saturadas de cierto espíritu auto*
nomista. Nadie se preocupó de recabar del Gobierno que
precisara su pensamiento respecto de esas reformas ó por lo
menos de las que se anunciaron vagamente en el Discurso de
la Corona con que se abrieron en 20 de Abril de 1698 la*
actuales Cortes (1).
Porque la última insurrección fiilipina y su recientiaims
resurrección, bajó la íl fluencia ó por )o& manejos norteame-
ricanos, no son más que incidentes, distintos todos y todos
(1) Dice así el Discurro.— «A los graves asuntos que de esta raerte
■©licitan nuestra atención hacia loe maree de Occidente, Tienen a
-aniñe el eitado de une «tres p oiesicnes en el lejano Oriente. Las islas
Filípica?, cuya lealtad ha pueito á prueoa una grave ínsurreccién fe»
Mímente dominada, sienten tcdtTÍa las censecneneiss de aquella agita-
«Un profunda. Para calmarla y para prevenir en lo fatnro el descon-
tento, remediando lee canana del anterior malestar, mi Gobierne os
someterá importantes resoluciones »
<*\
— 687 —
gravísimos, del problema» y con ser importante el saber si
efectivamente el Gobierno español, por medio de sn primer
representante en Manila, prometió 6 no reformas políticas y
sociales para terminar el primer movimiento acaudillado por
Aguinaldo, mny por cima de esto se halla el considerar que
la reforma filipina (como la decretada en las Antillas en
Noviembre de 1898), tiene un valor propio y sustantivo, de-
pendiente del que se dé á la cuestión colonial planteada eu
el gran Archipiélago asiático. De todas suertes y sobre otras
clases de problemas hay que poner y resolver el de si Es-
palia pnede y debe mantener en Filipinas el régimen vigen-
te y, caso negativo, cuál ha de ser el régimen qoe sustituya
al actual.
De esto nadie se ha cuidado en nuestras Cortes. Sin em-
bargo, esto ya es absolutamente imposible excusarlo. Pero
hay que principiar por plantear el problema fuera de pre-
ocupaciones y prevenciones, y atentos, el oido y la vista, á
las experiencias extrañas y persuadidos, los que estudien el
caso, de que España ha sido grande cuando en ella ha en-
carnado el espíritu total de la época de sus empeños y sus .
éxitos. Desde que se aparta de la corriente universal su de-
cadencia es positiva, en el interior, en las Colonias y eu
todas partes.
Últimamente he oido decir que el problema filipino es di-
ferente del antillano. Es cierto: pero de aquí no se infiere
que el criterio para las soluciones tiene que ser distinto y
— 688 —
menos opuesto. £1 derecho colonial descansa en principio*
j la poli tic a colonial consiste en aplicarlos según los tiem-
pos y las circunstancias: no en contradecirlos ni mistificar-
los. En Fi ¡pinas existe dentro del complejo problema co-
lonial, el de la libertad religiosa y la secularización de la vi-
da; el agrario y de la desamortización; el de la igualdad y li
elevación progresiva de las razas; el de la autonomía local
y el de las libertades políticas* Esos problemas no están
intaotos, porgue, á pesar de que nadie habla de ello, es la
verdad que ya en 1870, la Revolución de Septiembre loi
abordó; luego en 23 de Junio de 1881 se decretó la libertad
del trabajo y del cultivo y desde 1884 á 1890 ae llevaron al
Archipiélago: el Código penal, el Código de Comercio, la
Ley procesal civil y el Código civil y en 5 da Enere y 19
de Mayo de 1893 se hizo la reforma municipal de Luzón y
las Visayaa; reforma derogada públicamente, en el año últi-
mo por el partido conservador de la Península y algo
Antes, por todo género de corruptelas y atrevimientos buro-
cráticos. Los decretos de reforma filipina de 12 de Septiem-
bre de 1897 (felizmente dejados en suspenso por el actual
Gobierno liberal) tratan, no sólo del régimen municipal, sino
de la Justioia de paz, del Cóiigo penal, délas atribucio-
nes del Gobernador, de la vigilancia y policía, de los idio-
mas filipinos, de la enseñanza y del clero. Todo eso tratado
con nn deplorable sentido y de manera propia para producir
escándalo, todavía más que por lo reaccionario, porque la
^\
r
— 5(99 —
obra de loa conservadores choca contra todo lo que se
practica y florece en comarcas análogas y porque se realiza
cuando agónica la insamcoión tagala y casi en los mismos
días en que el 8r. Cánovas del Castillo publca, frente á la
insurrección pojante de Coba, los decretos de Abril de 1897
de reforma antillana. Esto no se puede hacer simplemente.
Ya lo hemos visto. De todos modos esto no se debe hacer.
Pero aquí aduzco el recuerdo de las reformas, promulga-
das de 1870 á 1894, para advertir que el filipino ha gustado
ya del fruto prohibido de la libertad y de la reforma y que
de hoy más es m oralmente imposible el itatu quo colonial,
máxime en comarcas que, como la de Luzón , de ninguna
suerte son inferiores á algunas provincias de la Metrópoli y
que evidentemente ya no quieren (y pueden no querer) vivir
en el régimen de la mano muerta, la burocracia, la centrali-
zación administrativa, la desigualdad de razas y la nega-
ción de las libertades necesarias de loa pueblos modernos.
Demás de esto hay que contar con que en el comercio ex-
terior de Filipinas, que eo 1896 casi llegó i 264 millones de
pesos (1), la Península española representa escasamente el
(1) Ht aquí el pi omedio;
Alemania
Bélgica.
Expor
teeiooea
Impor-
tacionea
a-a
— ■
Dollar».
Bollara.
983700
144923
45000
273240
— ato —
seis por 100, y el 8 el grupo de Francia, Inglaterra y loa
Estados Unidos: qae á muy poca distancia del A rchípiélago
eeti el Japón, traoaformado y en a sombro so progreso Doran
identificación con las ideas modernas y sus victorias sobre
la China (representación déla inmovilidad y el anacronismo)
y en creciente y directo trato con lae grandes potencias euro-
peas, desde 1870 á esta parte; j qne el desarrollo de la rebe-
lión de última hora, favorecida por tos norteamericano?, es
un dato absolutamente irreductible en la vida de nuestra
gran colonia asiática, donde, para restablecer la eoberaaia
española, no seria Suficiente la mera retirada de la saetía*
Bxpor- Iispof^
Ucionei tociciei
Doliera. Dolían.
Cbina 18000 96781
Espine 4500000 7700006
Estados Unidos 498285*7 162446
Praoci» 1987900 1TOOO0
Oran Bretaña N67500 2467066
Japón 1887909
Diveraos 4065704 4907104
Total 24556640 18141610
La Oran Bretaña es, como fe Te, la qne compra mea 4 las ialai Filipi»
na, - capando loa Bstadi a Unidos el aegnndo lagar con 4.982.006 do-
lí íiru y el tercero Bapafia.
En taa importacicnea del Archipiélago, en cambio, ocapa Banana •)
primer lagar, diatanciándose macho loa demáa paiaea.
— 691 —
dra yankee, que ocupa la bahía de Manila, toda vea que,
hoy por hoy, lo quetieoe comprometida la suerte de nues-
tra bandera y el poder de nuestro Gobierno en aquellas
lejanas eomaroas es realmente la población tagala, protes-
tante, en armas y duefia de la parte más importante de
Latón. ¿Por qué no meditan ahora (después de estudiar el
punto) en la gran obra del gobernador Anda y Salazar?
¿Bastará para prescindir de esta eneefianza, la conside-
ración de que esto no se reduce á una noticia, y que pide
estadio y reflexión?
Paréceme que todo lo dicho es ya de evidencia y que no
bastará para deshacerlo el remedar al avestruz que pone la
cabeza debajo del ala esperando que de tal suerte ni las cosas
pasea ni los demás las vean. Pero cuánto ha costado á esta
inagotable y maltrecha Espafia, creer á pies juntillas, á los
que, por espacio de no sé cuántos años, nos han estado atro-
nando los oídos, con la autoridad de prácticos, maestros y es-
pecialistas, para afirmar campanudamente, que era imposi-
ble que el tagalo luchara con el europeo y que el filipino acer-
tara á idear concierto ni organización de ningún género.
Cuánta sangre; cuánta ruina y cuánto quebranto moral nos
ha traído el desconocer ya que, más privilegios y más dere-
chos y más fuerza que las órdenes monásticas filipinas tenia
1» Compañía de las Indias en el Indostán y sin embargo,
Inglaterra la abolió, por interés general, en 1858, después
de haberlo tocado y reformado continuamente en 1775 y 88
— 602 —
^
y 1833 y 53, como en 1833 pasó por cima de los derechos da
los propietarios de esclavos de las Antillas británicas, ya.
que entre los moderno» Gobernadores y Administradores de
nuestro hermoso Archipiélago no han existido preptígioa
como los de Daendels y Van den Bosch en Java, ni en el or*
den délos productos materiales, loe de Filipinas pueden ser
remotamente comparados con los de la gran colonia holan-
desa mediante el criterio de 1830 y sin embargo» el Gobierno
holandés, atento al desastre de 1849 y á las protestas le
les y la campaña de los reformistas de la Metrópoli de 1865
y á las bajas de la producción y el comercio de Java, en
a nos posteriores, se decidió á prescindir de las resistencias
de una burocracia, sin duda, mucho más competente que la
nuestra (como que se nutria en las escuelas especíales de
Leyden y de Left) y de los prejuicios de los gobernadores
coloniales, para adoptar la nueva política iniciada por la ley
: raria de 1870 y la abolición de la corbea, en el sentido
V la vida libre contemporánea.
De todo esto yo hubiera querido tratar en el Congreso,
porque los últimos sucesos ja dan cierta base para hablar,
con alguna eficacia, de las reformas fundamentales que pide
el estado presente de Filipina?, Por lo menos, hubiera plan-
teado, en sus verdaderos términos, el problema, desarrollan-
do algunas de las indicaciones que hice ai discutir poco ac*
tes el apenas imaginable presupuesto de Fernando Pooy so
el supuesto de que no hay español medianamente disanto
<*\
~ 693 —
qn* Fe preocupe de que conservemos los archipiélagos de
FéIípíerHj Carolinas j Marianas, para que continúe el de-
^Ti^ramieDto de Eap&fia, enviando mUes de soldados penin-
pal» res á reducir, por la. fuerza t á Jos tagalos, tan pronto
come el comodoro Dewey abandona á Caví te (1).
Pero como he dicho , el Gobierno del Sr. Sa gasta creyó
cae era perjudicial que discutieran] oa eetaa y otras copas en
las Cortes, También respecto de este punto quiero que cons
te mi peifrcta irresponsabilidad. Man aún; quiero que cona-
la mi voto eo contra y qne he be:ho, oficial y nficloaa mente,
todo cnanto ha estado en mi mi&o para e-vitarlo*
Las indicaciones que acabo de hacer explican suficiente-
mente lo qoe me propnae y lo que hice, en los tr?s meneada
campaña parlamentaria de ! 893, en cuyo período me deiiqué
flj L*a problemas fílípfnoa fosroa trattdaa da mano maestra y de-
m extraed o una previsión i comparable, por j. Man col Regidor Jurado,
toan;ieno de c acimiento, «idipuudo bu Loro mista, de Poarto Rico y
fundador, conmigo, del periódico SI Corno d¿ España^ que tc poeticé «a
Madrid dtide irtTO i |#&
— 694 —
«espeoialíeimamente al problema colonial, considerándolo en
toda so amplitud» tanto porqne este era mi particular y ab-
sorbente compromiso, en las ciroonstanoias presentes, cnanto
porque la cuestión ultramarina Ueg6 á ser, y todavía es hoy,
la cuestión capital, cuando no la total de la nación españo-
la. Nunca como ahora se evidenció el concepto que yo he
tenido desde los primeros días de mi campaña política-
es decir, desde hace ya'treinta a los —del problema colonial.
No he hecho más, porque no he podido. Pero bueno es que
conste qne ni he desaprovechado ocasión alguna ni he titu-
beado un minuto respecto á mi ya vieja convicción sobre la
-eficacia de la opinión páblioa, bien ilustrada y requerida.
Buena parte de lo mucho malo que ahora sucede en España
se debe á que, á pesar de muchas y resonantes protestas, la
mayoría de nuestros hombres politioos no comparte
aquella convicción y á que, de hecho y por muy diversas
causas, en estos últimos años, han decaído mucho, en nuestra
Patria, la propaganda de los principios y la ilustración rega-
lar y sistemática de las gentes respecto de los problemas ge-
nerales y de derecho político. L i simple noticia, las puras
fórmulas y la mera acción, más ó menos ruidosa y efectista,
no bastan para orieiitar y vigorizar á un pueblo.
De todo lo que en este papel digo se infiere:
Primero: que no he creído nunca que la cuestión colo-
nial es un problema particular y exclusivo; mucho menos
un interés local de nuestras Antillas y de Filipinas. Por
r
— 695 —
tanto jamás he tratado loa negocios ultramarinos como un es*
finalista ni oomo un prooarador particular de los antillanos
que por espacio de veinte años me han enviado á las Cortes,
conociendo bien mi absoluta identificación con la política
genera! española, y mi reflexivo y público propósito de ser
«* diputado de la Naden.
Para pensar 7 obrar de otro modo, habría sido preciso que
70 desconociera la existencia ó el valor del Derecho colonial
7 que no hubiera estadiado con cierto detenimiento, oomo
he hecho, la historia de las relaciones políticas, económicas
7 sociales de la Metrópoli 7 las colonias espaftolas, de cuyo
estudio he sacado la idea de que es muy discutible, bajo cier-
to punto de vista 7 para ciertos efectos, cuál ha sido mayor
7 de mayor transcendencia, si el inflajo de la Península en
Ultramar ó el de nuestras colonias (señaladamente las de
América) en la vida moral y política de la Península.
Por eso y algo mis he dicho siempre, y ahora repito,
que creo muy dificil que en España arraigue la Democracia
7 que nuestra Patria pueda intentar sostener cierta perso-
nalidad 7 realizar ciertas empresas en el orden interna-
«fonal, si no consagra explícita 7 definitivamente en sus
colonias la autonomía colonial 7 el régimen de la oonfiansa
7 la libertad.
Después de esto, lo antes rasonedo demuesta que persevero
«n mi firme creencia de que es imposible que España conti •
lite aislada en el concierto de las Naciones contemporáneas,
45
— 6*6 —
Ahora se ha palpado, 86 palpa, una de laa consecuencia*'
de este aislamiento. Pero adviértase que lo que sucede sólo-
es una de las diversas consecuencias del error imperante.
Apenas comprendo cómo los partidarios de ese aislamien-
to, ó los que lo han consentido, hacen en estos instantes cier-
tos argumentos contra la actitud de las Potencias europeas.
Cierto» indiscutible es que la conducta de éstas es deplo-
rable. Aun sin llegar al criterio de la Santa Aliansa, 6 al
del Presidente Monroe, ó al de los redactores de los Trata-
dos de Parle y de Berlín de 1856 y 1878, puede bien afir-
maree que la pasiva espectación de Europa y América en
el conflicto hispanoamericano será una gran verguean de
la Historia política contemporánea. Pero ¿cómo pueden soli-
citar la acción enropea los que han estado proclamando, en
estos ultimes tiempos, que España, de ninguna suerte, dt~
bia comprometerse más allá de sus fronteras?
Ten evidente y desastrosa me parece esta contradicción,
como absurda la tesis de que ahora España no tiene medie»
positivos y materiales de interesar á otras Naciones en eu de
feces ó que la solución de la crisis presente se debe fiar taa
sólo á la generosidad de loa norteamericanos vesee
dores.
De todos modos la lección presente, aunque muy dar»,
debe ser aproveche da por los más distraídos, más cocfitdor
ó más arrogantes.
En tercer lugar, de lo dicho resulta que jo tengo oa» f*
— 697 —
viva, profunda, excepcional en el genio y la vitalidad de la
rasa española. En esto no hay petulancia, ni flaqueza, ni
patriotería de ninguna especie* Ahí están todos mis libros,
todos mis discursos. Yo no he gastado nunca mis pulmones
dando vivas, ni mis fuerzas haciendo desplantes. ¿Quién más
que yo ha señalado loa defectos de mi familia? Solo que los
he creído generalmente remediables y á su remedio se han
dedicado mis pobrfñimos esfuerzos , poniendo, en primer tér-
mino, como un empeño capital , urgente, una vigorosa re*
forma de la educación española.
Porque gran parte, quizá la mayor de lo equivocado y
deplorable de nuestra vida depende, principalmente, de
una gran deficiencia de la cultura media de España y del
decaimiento de nuestras otases directoras; — precisamente
cuando los problemas sociales 4 internacionales revisten
mayor importancia y piden nuevos procedimientos y so-
luciones más potentes y eficaces.
A sí se explicará la verdadera pasión con que yo he toma-
do el problema pedagógico de España. No me cansaré de
repetirlo: ese problema es para mí, ante todo y sobre todo,
de o o carácter eminentemente político. Y para resolverlo
pido el concurso activo v vigoroso del Estado, en vista pre»
ferente, en ando no exclusiva, de la ilustración del mayor nú*
mero (la enseñanza elemental y primaria en su doble con-
cepto de instrucción y educación) y el apoyo resuelto de los
ciudadanos, de la acción particular, de la acción libre de la
698 —
sociedad español», para sacar á salvo ana intenta» de honor,
do paz y de civilización.
Por último, paré cerne bien evidenciado que yo he insisti-
do en estos últimos tiempos, no sólo en lo que el Sr. Cáno-
vas del Castillo, disentiendo conmigo en 1896, llamaba mi
política optimista ó sea mi confianza en la eficacia de la
política reformista espansiva y democrática, sino en mi
añeja resolución de apoyar toda tendencia favorable á la
reforma colonial, aun cuando ésta no respondiera complete-
mente á mis reoomendaoienes, ni fuera realizada por los
hombres de mi partido y de mi preferencia.
En estos últimos meses he hecho algo que no tiene positi-
vo mérito por cuanto me lo ha impuesto el deber y yo doy
un valor muy relativo á lo que se llama la conveniencia.
Me atrevo á asegurar que cuantas veces me he inspirado en
los principios no he sufrido percance. No me atrevería á
decir lo propio respecto de las pocas veces en que he tenido
que someterme á la política de las habilidades.
En esta última temporada he podido ratificar, de un mo-
do no común, mi fe y mi propaganda sobre este particular.
Me he prestado calurosamente á secundar los esfuerzos del
Gobierno liberal para la instauración del régimen autono-
mista en las Antillas y he trabajado, como el que mas, para
combatir resuelta y eficazmente las reservas y aun las con-
tradicciones de algunos correligionarios mios de ultramar»
de la Península y del extranjero. Añado que yo no he pe-
— 6gg —
dido ni logrado absolutamente nada del Gobierno, respecto
de los autonomistas de la Península y me he limitado á re-
clamar, con éxito (por regla general) qneen la constitución de
loa Gobiernos insulares, el Gobierno de la Metrópoli se ata*
viera á los acuerdos de los antillanos, residentes en Cuba y
Puerto Rico. Y me he opuesto en absoluto, con éxito decisi-
vo, á loa trabajos que aquí torpemente se iniciaron para
arreglar, en Madrid, las cosas cuya inteligencia y resolución
correspondía á las gentes de allend e el Atlántico. Temo
que eeto no ge ha comprendido bien por todos en nues-
tras Antillas. Pero yo estoy perfectamente satisfecho de lo
que he real izado, sin preocuparme lo mas mínimo de las
pereonas ni esperar la gratitud individual de nadie.
He hecho más. Mis discursos lo evidencian. Me he abs-
tenido rigorosamente de la menor censura contra el Gobier-
no liberal; y cao que alguna vez oreo haber tenido razón
para censurarlo. Por otros motivos he excusado, en términos
inverosímiles , toda discusión y todo recuerdo respecto de
hombres y partidos peninsulares á quienes, á mi juicio y en
conciencia, corresponde muy particularmente la mayor res-
ponsabilidad de las actuales desgracias. He querido facilitar
de todos modos la doble empresa de la instauración y arrai-
go de la Autonomía en las Antillas y de la victoria, siquiera
moral, de España sobre los Estados Unidos, objeto en otro
tiempo de mí devoción y representante hoy de tendencias
verdaderamente deplorables é incompatibles con mis con-
— 700 —
vieáones democráticas y republicanas. Puedo hablar sobre
esto último con taota mayor energía, cnanto que no oreo que
haya en España persona qne haya defendido tanto el
valor moral y político de la República Norteamericana (1).
Cuéntese que mi silencio tiene el pequeño mérito de que
yo tengo la firme convicción de que ahora podría haber di-
cho mucho, como autonomista y como republicano, respecto
de los antecedentes, la conducta y los procedimientos de
los partidos monárquicos peninsulares que en estos instan-
tes realizan la política autonomista por ellos insistentemente
señalada á las prevenciones nacionales, como atentatorias al
prestigio, la fuerza y el derecho de España. Lo mismo podría
decir respecto de la política internacional que esos partidos
realizan ó consienten en estos momentos, con lamentable!
resultados.
Permítaseme ahora recordar lo que en Junio de 1896 di-
je, en el Senado, al Sr. Cánovas del Castillo y á los partí-
(1) Sobre los Botados Unidos de América he publicado uu libro que
trata de la Bovolwión nortoamorUana dol siglo XTUI (é sea de la funda-
ción de la Repúb Jca)— unas Confsrsnoias sobro si Papol y la Rsprosmis-
dan dé los Estados Unidos 4o América on el Dorseho lntorn*eional—doi
discursos sobre Lincoln y Monroo— ararlas lecciones de mi Careo sobre
la Colonización dola motor i*, respecto de las colonias británicas en
América— varios artículos sobre escritores americanos, como Poe, Coo-
per y Enriqueta Aowe— un folleto sobre la Abolición do te osclavUui o»
Norto América— y recientemente un. libre sobre Loo Sotados Unidos *
América on 1896.
^
— 701 —
dos conservador y liberal. Todo lo que anuncié ha sucedido
•al pie de la letra. Por discreción , más que por modestia, no
dije entonces que yo estaba muy bien enterado de la dispo-
sición de los Gobiernos extranjeros respecto del problema
de Cuba. Y por motivos de delicadeza, me limité á meras
alusiones á las reservas y los consejos que los Gobiernos de
Francia é Inglaterra hablan dado al de fispafia desde 1848
4 54 para que variase nuestro régimen colonial, de modo
•que fuera posible al extranjero garantizar la soberanía de
España en las Antillas.
Luego me hubiera sido muy fácil recordar alguno de mis
discursos del Congreso, oídos con una esquisita deferencia
por los diputados y aun por los Gobiernos liberal y conser-
vador, pero estimados punto menos que como una elucubra-
ción teórica, cuando los que estaban perfectamente fuera de
la realidad y de la práctica eran mis oyentes reacios y mis
Jactanciosos contradictores.
Por otra parte, yo no podía ignorar lo que la Bepábliea y
los diputados republicanos han hecho desde 1873 á esta par-
te, en obsequio de la reforma colonial y del prestigio y la
integridad de la patria española. Sobre esto he publicado un
libro (1), lleno de datos y de documentos irrecusables. Sin
-embargo, después de su publicación, he oído y leído afirma*
«dones contrarias, perfectamente gratuitas y cuyos altores,
(1) £• Mtpéblioa y le* Libertad** * Ultramar. I toI . Madrid . 1898 .
— 702 —
ni en el Parlamento ni fuera de él, se lian tomado el traba-
jo de aducir la menor prueba en favor de sas desahogos.
No tengo para qué repetir ahora lo que significó el
éxito asombroso de la experiencia de Puerto Bico en 1873:
cómo esta experiencia influjo decisivamente en el pacto
del Zanjón y de qué manera este pacto fué mistificado al
propio tiempo que se mistificaban las libertades reconocida?
á Puerto- Rico ror la República española.
Y que la solución autonomista no ha Ceñido desde 1 S 7 y 4
1897, dentro y fbera de las Cortee, más apoyo que el de Ice
republicanos, se demuestra por el hecho evidente de que solo
loa periódicos republicanos han patrocinado esta soIücíóq;
porque solo en los programas republicanos r parece consa-
grad a la Autonomía colonial y porque solo loa diputados
republicanos, contra todos les monárquico**, vetaron, en
IS&6, la proposición de los diputados autonomistas, sosteni-
da por el Sr. D. Rafael Montoro, en favor de la Autonomía,
Aparte de esto hay que considerar Ja relación internacio-
nal. Es indiscutible que, cuando A fines de IS73, lasBcpú»
Micas sudamericanas se concertaron para proponer, en
nombre de América, al Gobierno de España, que accediese á
la independencia de Cuba, esta gestión fracasó porque se opu-
so el Gobierno de los Estados Unidos, asegurando que habien-
do triunfado la República en España, la República rectifica'
ria completamente la política colonial monárquica. Respecto
del conflicto del Virginiu*> no se puede discutir que nuestro
I
r\
r
— 705 —
Gobierno republicano logró un éxito completo, por que el de
Washington reconoció explícitamente el derecho de España
a la perecen ción del Vitgiidu$y de tal suerte que la indem-
nixación pagada en 1876 por nuestro Gobierno monárqui-
co so procedía, en vista de las anteriores negociaciones del
Gobierno de Madrid y el de Washington.
No menos evidente es qne distan abismos» como energía y
alcance político, las notas cambiadas por aquel entonces, en-
tre los Ministros norteamericano y francés oon nuestro Mi-
nistro de Estado, celoso del prestigio de España en términos
incomparables con los de las notas que en estos dos últimos
años han salido de nuestro Ministerio de Estado contestando
á las del Gobierno norteamericano, Ko hay que hablar de la
lamosa indemnización á Mora, negada constantemente por
nuestros republicanos. Del mismo modo es indiscutible: 1.a
que los diputados republicanos se opusieron tenazmente á
que en 1895 se suspendieran las sesiones de las Cortes en
vísperas de discutir el problema internacional de Cuba, y
2.°, que en aquella misma fecha fueron los únicos que, por
medio de un documento solemne, reclamaron del Gobier-
no conservador, que se abrieran las Cortes para discu-
tir la cuestión Mora y fijar la actitud de España frente á
los atrevimientos y las violencias del Congreso de Was-
hington.
Como aquí todo esto se olvida y son muchos los que ha-
blan de memoria, aun en negocios graves y de superior
— 704 —
transcendencia, se explica que nadie recuerde esto ni en la
prensa ni en el Congreso. Yo podía hiber hablado de ello,
pero me abstuve de la menor alusión.
Y cuenta, qne en algán momento pude considerarme
como verdaderamente provocado, ya en mi persona, ya ei
la de mía antiguos, sinceros y desinteresados correligiona-
rios. Porqne á provocación me sonaba el oir hablar á sí-
ganos de nuestros viejos y desacreditados adversarios, dala
torpeza del Gobierno al comprometerse en la obra autono-
mista, cuando el verdadero argumento que, en este orden de
ideas, podía hacerse al Gobierno liberal era el haber dejado
para última hora la proclamación del nuevo régimen: estoes,
la hora en que buena parte de los enemigos del sistema an-
terior habían contraído compromisos y creado intereses en
las filas separatistas, formadas A pretexto ó en vista del fra-
caso de las reformas anunciadas en 1893 y de la subida al
poder de nuestro partido conservador.
¿Y qué deoir de la arrogancia con qne no pocos anti auto-
nomistas de hace unos cuantos meses, algunos autonomistas
que á última hora y por cansancio habían plegado la vieja
bandera, y hasta algunos incondicionales y conttitocionalts
de entrambas Antillas pretendían, no solo la dirección del
nuevo orden de cosas oreado á fines de Noviembre, sino dis-
cutirnos á los de abolengo, nuestros títulos y nuestra ciuda-
danía, y hasta cerrarnos las puertas del Parlamento Nacio-
nal ó dificultarnos el acceso ó las Asambleas insulares que
"\
— 705 —
habrían de dominar los conversos, y loo arrepentidos del
momento?
Porque ya lo puedo declarar: en un punto ha estado que al
día siguiente de proclamada la autonomía en Puerto Rico,
yo no hubiera sido electo diputado á Cortes por aquella isla,
merced á intrigas y violencias extraordinarias y notorias,
propias del viejo régimen, que sin embargo, respetó cons-
tantemente mi candidatura. Pero de ellas, ni aun aludido en
el Congreso, he creído que debía pronunciar una palabra.
¡T cuánto podría ye haber comentado la campaña que
contra mi se hiio, eu la prensa y en los circuios políticos,
durante los últimos meses de 1897; unas veces, para hacer
creer al público y ai Gobierno, que yo carecía de la repre-
sentación y poderes especiales (que positivamente tenia) de
las Directivas autonomistas de nuestras dos Antillas; otras
veces, para que dentro y sobre todo fuera de España, corrie-
se la falsedad de que primero el Directorio, y luego la Direc-
tiva de la Fusión Republicana española, me habla desautori-
zado, reprendido y condenado por el incondicional (?) é in-
discreto apoyo que yo prestaba á un Gobierno monárquico,
en la tarea de la implantación de la Autonomía colonial, lie
vando mi imprevisión y mis preocupaciones locales y parti-
cularistas hasta el punto de comprometer el prestigio y li-
bertad de acción de nuestros republicanos más ardientes ó
implacables!
Y sin embargo no quise rectificar en periódicos ni en la
— 706 —
tribuna ninguno de estos dislates» al cabo destruidos por 1»
evidencia de los hechos, las declaraciones solemnes de la
Directiva republicana, los cablegramas de los Directorios
autonomistas de las Antilllas y las comunicaciones y los
acuerdos oficiales del Gobierno. Yo no desplegué los libios
ni hice la menor gestión para que todo esto fuera público.
Paréceme que no habrian sido muchos los que demostra-
ran, en caso análogo, tanta paciencia. Pero esto no era
mansedumbre de • mi parte. Era la fuerza del deber, qot
creo haber visto con toda claridad y servido como cumple á
un político serio, 4 un patriota sincero y á un hombre hoi*
rado.
Afirmo solemnemente que no pesa en mi conciencia, no di-
go ya el sentimiento de haber dificultado, de modo alguno,
la empresa de Noviembre, si qne el temor de no haber con-
tribuido (dentro de mis medios y en la posición que el Go-
bierno monárquico me señaló) al éxito de aquel patriótico
cuanto difícil empeño.
Ignoro la suerte que está reservada en estos críticos mo-
mentos á nuestro imperio colonial; quién sabe si á Espolia
entera. El horizonte está muy cerrado; la tormenta signe, y
nuevas negruras aparecen por todas partes. En estos tremen-
dos instantes estimo como una de las mayores satisfaccio-
nes de mi vida y uno de los mayores desagravios de qne be
disfrutado en ella, los calurosos y prolongados apláneos
con que desde todos los sitios del Congreso fué acogida 1*
-\
r
— 707 —
eolemne declaración que en nombre propio y de mis com-
pañeros de representación parlamentaria antillana, hice el
10 de Hayo último «de que, fuera el que fuese el porvenir
qne nos aguardara, nosotros afirmábamos nuestra absoluta
identificación oon la suerte de Espafia».
Ahora añadiré que yo nunca he creído que esta suerte era
incompatible oon la felicidad de nuestras Antillas y menos
oon el Derecho, la Fas y el Progreso del Mundo.
Madrid
3o- Junio— 9S.
/ **!
1
r
LA CUESTIÓN DE CUBA
EN 1898
DISCURSO
\
ADVERTENCIA
La publicación do mi discurso parlamentario del 10 de
Majo último responde al mismo fin con que lo pronuncié
en el Congreso.
lío trato de convencer á nadie. Cumplo con mi deber y
defiendo mi doble representación de diputado república*
no y apoderado político de nuestras dos Antillas (pues que
en las Cortes actuales lo soy del distrito de Guanabacoa
de Cuba y de la circunscripción de Sa n Juan de Puerto
Rico), fijando bien mi posición en Ja tremenda crisis por -
que atravesamos y haciendo todo lo que en mi mano está
pora que dentro y fuera de España se vea cómo, en los co-
mienzos de las eeaionea parlamentarias de este año, en ten*
-di y expliqué el problema ultramarino.
Antes de concluirse el primer período de la actual le-
gislatura quise desarrollar una ínter palacio ti al Gobierno
sobre su política internacional. Respondía esto á mi arrai-
gada convicción (ya declarada en mi discurso en el Sena-
do de Junio de 1396 y otra vez expueata en mi discurso
dM Congreso de 10 de Mayo último, de que el actual pro-
4*
/"
— 712 —
Mema de Cuba era quizá más una cuestión internacional
que un problema colonial y de derecho interior. En la ac-
ción internacional ponía yo mis mejores esperanzas para el
término de la guerra de España con los Estados Unidos,
El Sr. Presidente del Consejo de Ministros, á vuelta de
excusas bastante originales, declinó la interpelación, y
pronto hube de convencerme de que tampoco había graü
interés, respecto de este particular, en el Congreso, donde
se discutía lenta y distraídamente nada menos que el pro-
blema de Filipinas • Enseguida se cometió el error de
suspender las sesiones de Cortes: luego, se estableció la
previa censura para la imprenta: luego se suspendieron
las garantías constitucionales en toda España y el Gobier-
no español, presci ndiendo del concurso internacional y ein
dar antes ni después, la menor explicación sobre esto, in-
vitó directamente al Gobierno norteamericano á que for-
mulase las condiciones de la paz.
Recibidas las exigencias norteamericanas (entre laficua*
les figura, como imprescindible, la expulsión total de Es-
paña del mundo que ésta descubrió y civilizó) nuestro
Gobierno creyó oportuno conferenciar con varias repre-
sentaciones de la política y la administración espa-
ñolas; entre ellas, loe exgobernadores generales de las
Antillas, prescindiendo en absoluto de los representantes
parlamentarios de éstas, destinadas á un vergonzoso sa-
crificio. Y á poco, é insistiéndose en el empeño de escluir
de la resolución del conflicto hispano americano, á todtf
las potencias neutrales de América y Europa, se firmó el
protocolo de la paz que suprime el imperio colonial de Es-
paña. ....
J
— 7JS —
Después Be ha hablado de reunir las Cortes, cuya misión
es ya al parecer sencillísima, pero también á ultima hora
se asegura que las Cortes Be reunirán tarde-
En tanto no faltará quien dentro y fuera de esta, se
pregunte qué eon, qué representan y qué hacen en esta
crisis los diputados y senadores de las Antillas sacrifi-
cadas.
Para contestar á esta pregunta se necesita algo más que
este folleto: pero en tanto llega la oportunidad de hablar
oficialmente y como procedo, estimo de necesidad recor-
dar lo que en nombre de un grupo de diputados antillanos
por mi propia cuenta» dije la vez primera que pude ha-
blar en el actual Congreso.
Repito que no persigo fin propagandista alguno*
Quiero probar una vez más, con hechos, qae ahora,
como siempre, no he abandonado la brecha un solo mo*
mentó,
1 5— Aposto- 9*.
Onifto.
Quinta de Ahtti.
r*
LA CUESTIÓN DE CUBA
EN 1898 °5
( SlfíOEIS DIPUTADOS,
Solicito la atención de la Cámara por poco tiempo. Ha-
blo, más que eo mí propio nombre y por mi je reo nal deseó»
en representación de un grupo de Díp atados autoc enlistas,
formado por loe históricos de Puerto Kico y loe autor, o mi a-
taa de 3a grande Antilla, repulí icarios nnos, monárquico»
otros y varios ein compromiso determinado con nuestros
partidos peninsulares y nuestros grupos parlamentarios,
pero todos atentos á los intereses políticos generales de la
Nación, como representantes de la totalidad de la misma;
obligados particularmente por el carácter local de los par-
tidos antillanos, aún más que por lo extraordinario de las
(1) E«te discurso se pronunció en el Congreso d« los Diputad» el
1 } de Majo de lfl&3 + — Según mí cajtumbre (par efecto de mis muchas
ceupiciouea) no corregí oste d le curso y sin corrección «a salió en al
Piarte di Sirfont- del Congreso» AI reproducirlo hoyt me he permitid*
aclarar y ampliar dos 6 trea indicaciouea, pero sin variar lo mis mínl-
3ae le fundamente! del primitivo texto.
— 716 —
actuales circunstancias, á gestiones y actitudes muy espe-
cial es y dispuestos á mantener en este Congreso la tradi-
ción, loa compromisos y las responsabilidades de veinticinco
años de constante propaganda en favor del sistema que afir-
ma como bases indestructibles, de un lado, no sólo la so-
beranía de España, si que la unidad de la Patria, y de otro,
todos los fueros locales y todas las libertades de nuestras
Antillas, compatibles con aquellos gran dea principios y
aquellos sagrados intereses.
La actitud qoe veníamos manteniendo en todo este debate,
se hallaba perfectamente justificada por muchas considera-
ciones debidas al buen orden parlamentario. Yo cada ver
boj más fervoroso amante de este sistema; mas por lo mifl-
mo, soy poco aficionado, cada vez menos, á los debates muy
extensos, y sobre todo á los debates muy complicados, por*
que oreo que estos perjudican, no sólo á la eficacia de cuanto
aquí hagamos, sino á la utilidad general de nuestro empeño;
ya se considere el Parlamento como la primera tribuna de
nnestra Patria, ya como nn medio positivo y directo de
coadyuvar á la gobernación del Estado. Agí ea que nosotros
entendíamos que podían y debían discutirse todas las cues-
tiones aquí planteadas, y que requerían ana atención singu-
lar por parte de todos y oada uno de los 3 res. Diputados, pe-
ro con cierto plan, en horas distintas, de modo gradual y su-
cesivo, para que el país, necesitado, hoy como nunca, de da-
tos, explicaciones y orientación, pudiese formar juicio y
arreglar á ¿ate, sus disposiciones , sus sacrificios, sus dejóos
y sos esperanzas.
En este sentido, á mi me habla parecido muy bien el de-
bate político, enyo fin principal consistía, mas que en dia-
^
— 717 —
-cutir grandes cuestiones, en fijar posiciones, prescindiendo
de las opiniones particulares, que en el orden de la polítioa
práctica significan poco. Órela también que era oportuno el
actual debate con motivo del accidente de Cavite; pero
creía que estaba detris esperando turno, con oaráoter de
urgencia y requiriendo una atención especialíaima, el gra-
vísimo problema del bilí de indemnidad (1), con cuya oca-
sión habría de discutirse largamente todo lo que se rela-
ciona con el cambio total de nu astro sistema ultramarino
y con la implantación del nuevo régimen autonómico.
Por este motivo hemos permaneoido aquí tranquilos y
silenciosos, y yo he resistido, á pie firme y sin pestañear t
el ataque incesante, el faego graneado de criticas y oen-
snras que se han dirigido, no ya á la política del Gobier-
no (en la que claro es que yo no tengo responsabilidad al-
guna), sino al alcance y significación de la política
de la autonomía colonial, y sobre todo contra la virtud
y eficacia de este sistema.— Y hubiera seguido silencioso,
creyendo que aún no era llegado el momento de dison-
ar, sin la ornel insistencia con que varios señores Dipu-
tados han formulado aquellas criticas, á tal punto, que
pudiera alguien sospechar que muestro silencio signifi-
caba encogimiento, temor, olvido, desdén ó oualquier otro
•sentimiento que no podemos tener los que nos reconocemos
obligados aqui á mantener la integridad de nuestro carácter
y á afirmar la eficacia de nuestras doctrinas, ahora demos-
trada en términos y condiciones excepcionales.
(1) Bl Qobiarno lo solicitó, apenas reunidas las Cortea, con relación
á los decretos de Noviembre de 1897, qie establecieron, sin el con-
í da aquéllas, el régimen autonomista en Coba y Puerto Rico.
n
Perqué sépase bien y de ana vez para todas, que aquí
petamos para disentir todos y oada ano de esos extremos,
en cumplimiento de no estrés elementales deberes y satisfac-
ción de nuestros constantes des*09.
Por todo ello, señores, tengo ahora qne hacer una
rectificación, que ha de revestir el carácter de ana so*
lemne protesta.— Yo afirmo ante todo, qne la materia á que
me rt fiero es de primera importancia y merecerá, en todo
caso, la intervención activado estegrnpo autonomista, pero
qne también pensamos qne es preciso disentiría seria y dete-
nidamente, asi como qne el momento propio es aquel ea
ue se discata el lili de indemnidad. — Porque es necesario
ver, en primer término, lo que la doctrina de la autonomía
es en si; de qué suerte los decretos de Noviembre último res-
ponden á la propaganda y á las ofertas hechas antes por el
partido liberal, y cómo y por qué ese Gobierno y ese partido,
y con él todos los Gobiernos y todos los partidos monárqui-
cos, Un hecho una rectificación completa de su antiguo prtK
cedí miento y de su antigua doctrina en el orden de la politi-
za colonial. Y porque es necesario ver también cómo estos
procedimientos nuevos y estas últimas reformas se han ela-
borado dentro de condiciones especialisimas, y cómo no han
t urgido tan de repente como algunos creen, pues que tienes
antecedentes precisos y concretos en el orden del tiempo,
tales como los decretos del señor Cáncvss del Castillo en
1896, y la misma ley del señor Abarsuza.
Todo esto hay que tenerlo en cuenta, como hay que en»
minar al mismo tiempo las criticas formuladas por las oposK
cienes, y los diversos criterios mantenidos por los diferentes
grupos de la Cámara en el largo transcurso de la discusión
r\
— 71» —
del problema colonial; las dificultades puestas y las facili-
dades dadas para qne la obra de hoy produzca efecto; la
relación de esta con el extranjero y señala lamente con loa
Eetados Unidos de América; las disposiciones del Go-
bierro (á qnien anica mente compete, tanto por ser esta sn
misión como por el hecho de no figurar en ese Ministerio,
ni en sos dppaidenoiaa penis solares, ningún viejo antono-
mista) respecto de estos negocios y por Jo qne hace al
planteamiento y desarrollo de los decretos en Las Anti*
lla^i y en fio, otros mochos importanlisimns detalles en que
se evidencian, de modo peregrino, el valor y la faena y el
alcas ce de la difícil empresa.
Cuando todo eso se discuta . cuantío esto se examine, en-
tonces veremos la posición qne cada coa! tiene; veremos de
qné suerte hernia marchado nosotras los autonomista a. pos-
poniendo intereses personales y de esruala á la realización de
alte empino; cuales son las responsabilidades de este Go-
bierno; cuáles las qne corresponden ¿ los Gobiernos anterio-
res; cuáles las qne realmente coa incumben á loi autonomía-
tas de abolengo, Y podremos distinguir por completo loa
cem prono isos década coa1, loa ofrecimientos de tolos y cada
uno y loa deberes y las pe simones qne respectivamente co-
rresponden ahora á loa hombres públicos qne han planteado
fita cuestión ó intervenido en el a,
Pero aún hay más, y es qne este debata no pueie antici-
parse poique faltan des elementos, á mi juicio, insustitui-
bles. Yo esperaba que el Sr. Ministro de Ultramar hubiera
traído aqui, y quizás lo traiga, algún resumen, algún con-
junto de datos o£< jales indiscutibles, respecto al estado pre-
sente de la isla de Cuba, Perqué todo lo que aquí se diga
— 720 —
por impresiones particulares, sin dada muy respetables, no
basta; es necesario buscar ana síntesis en la oaal se pneda
fundar nn jaicio comparativo.
' Y al mismo tiempo yo entiendo que este problema coló*
nial, desde el primer momento, desde el primer día, es ni
problema donde entran como elementos, no sólo el dato os-
onial, sino también el dato internacional; á tal punto, que
asi como yo he creído siempre qae hace dos años era, impo-
sible resolver la difícil cuestión que se nos ofrecía, sólo por
el procedimiento de las armas, siendo necesario qne le
acompañase el procedimiento que se llamaba político, así
también entiendo qae, hoy por hoy, este es an problema qne
no tiene solución sólo por el heroico empeño material en que
estamos comprometidos, sino que hay qae acudir también al
procedimiento diplomático, al cual doy ana importancia de-
cisiva, justificada por la qae ha tenido en problemas análo-
gos en estos últimos tiempos de la historia contemporánea.
Mientras no vengan estos datos que yo deseo, y cuya an*
sencia lamento; mientras no se presente el Libro Rojo, re*
rasado por las circunstancias que ha expuesto el señor mi-
nistro de Estado en pasadas sesiones, entiendo yo qne el
debate siempre ha de tropezar con grandes dificultades.
Tan cierto es esto, que yo no he escachado á ninguno da
los señores que han terciado hasta ahora en la discusión de
estos asuntos, aquellas observaciones y crítica que, á mi jai*
ció, tienen qae estar basadas en el modo y manera de haber
llevado el Gobierno la gestión diplomátioa, tanto como ga-
rantía de su entrada en la guerra, de todo panto imponente
(digan lo qae quieran la vulgaridad, la ignorancia y la pe-
dantería) en que ya estamos comprometidos, cuanto oomo
— 721 —
medio 7 recurso definitivo para salir bien 7 decorosamente
de este conflicto, que al pareoer arrostramos solos (contra lo
que es práctica en el mundo internacional 7 aconsejaban
nuestras particulares circunstancias), 7 que en definitiva
ha de resolverse como se han resuelto todas las orisis análo-
gas, para que una paz no se reduzea á una tregua, incom-
patible con la tranquilidad 7 el progreso del mundo.
Frente á las afirmaciones rotundas que aqui se han hecho,
sin acompañar pruebas 7 demostraciones de ningún género,
quisa sea conveniente precisar algo más, adelantando por
mi parte alguna otra afirmación no menos rotunda que po-
drá ser motivo de debate en el momento 7 del modo que esti-
men adecuados nuestros adversarios.
Quiero 7 debo insistir, señores, en oiertos particulares,
invocando toda vuestra benevolencia, porque los erro-
res que á cada paso escucho, 7 la arrogancia con que (aun
cuando parezca imposible) todavía se presentan algunos
de nuestros adversarios, me hacen creer que el público
aún no se da cuenta de los términos propios del problema
colonial 7 mucho menos del gravísimo y transcendental
compromiso presente, cuyo desarrollo puede ser de una im-
portancia excepcional para España 7 para el mundo.
Pero además no puedo menos de preocuparme de fijar
bien mi posición, mi actitud, mis compromisos, tanto
porque la hora es crítica, ouanto porque, en vista de lo
que ahora se dice ó se supone, á pesar de la propaganda
que en estos últimos tiempos hemos hecho los autonomistas,
7 cuando se trata de hechos próximos, verdaderamente
de ayer, que, dentro de poco, senos atribuyan aspira-
ciones, ofrecimientos, recomendaciones, actitudes, tesis,
— 722 —
eom pro mieos, ideas y con docta perfectamente opuestos á
todo lo qoe pencamos, qoeremos y hacemos en estos difíciles
momentos. Por lo manos considero como ponto de hoiror j
cargo de conciencia, que las gentes sepan ,que no estros corre-
ligionarios y n ti astro? compatriotas de la Peo ínsula y de Ul-
tramar no ignoren, qoe la TTÍPtoría, en fin, consigne, que í
los di potados a tí tnu o mistan de IR 93 no se han ocultado mi
miento los términos del problema colonial del mem^to y
que no han convenido en confusión ni escasa de ningún*
especie. Por tanto, no trato ahora de convencer anadie.
Pretendo tolo qoe se sepa bien lo qoe creemos y lo qneeita
mos dispuestos á realizar. No hay en ello inmodestia di
ningño genero. Sólo conciencia de nuestros deberes y sentí •
míenlo de noegtra respooHfebilid&d,
En primer término, tengo qoe oponer la negativa mis
absoluta ¿ la t filmación qne aquí ae ha hecho, respecto de
qna la de cirios aotoLÓmka es incompatible con el piecki
de Ik soberanía nacional. Con esto último se niega lo qae al
concepto de la ecberarJa es y se desconoce qne el fundurocn'
to del poder soberano es el no existir por cima de eete nts£tí&
otro poder qne resuelva, ni en apelación ni por propia inima-
ti va, las cuestiones diversas qoe ae planteen. Un el piste
ma de la autonomía colonial, el supuesto siempre abgolati-
men te indi apon sable ea afirmar que, aparte de toda fran^!
cia particular y por cima de todog los poderes locales, esta
la soberanía de la Nación, con el doble derecho, en primer
lugar, de la iniciativa, y en segundo, de la represión; iba-
xime en un sistema como es el que aquí añora ae ha acep»
tado y que constituye nn adelanto positivo en el derecho
colonial contemporáneo iniciado por Inglaterra» Por §Q
— 72S —
virtud las colonias tienen una representación en el Parla-
mento nacional, representación que es necesario garantizar
de un modo que sea eficaz y que no pertarbe la marcha de la
Metrópoli. De esta suerte se fortifioa excepoionalmente todo
lo qne constituye la nnidad de la Patria, muy superior al
«moepto de la integridad del territorio.
Yo me he asombrado del modo y manera de plantear el
problema de la autonomía en el Parlamento y en alguna de
nuestras academias. — Prescindiendo del lugar donde aquel
régimen más espléndidamente vive y recordando sólo la ce-
lebre teoría de Ja emancipación colonial, que tanta popula-
ridad alcanzó á fines del siglo pasado y principios de este»
» ha olvidado de qué manera se planteó la reforma autono-
mista y con qué sentido y alcance fué recomendada» por los
publicistas y los gobernantes británicos, el cambio del sis-
tama dominante en las colonias inglesas hasta la insurrec-
ción y la independencia en las trece colonias que consti-
tuyeron, en 1776, el núcleo de la República de los Estados
Unidos de Amérioa. Porque el viejo sistema era el de las
corruptelas oficinescas y el monopolio de los fabricantes y
los comerciantes de la Metrópoli; el de la petulancia y las
«trecheóos de la burocracia; el de la sospecha, las trabas y
las prevenciones contra los colonos; el de la arrogancia de
los funcionarios metrópoli ticos y del supuesto de la inferio-
ridad virtual y eterna de los colonos: todo lo que se sostiene,
nunca sin dificultades, hasta que las colonias, ya crecidas,
sa dan ensata de qne no existe su inferioridad y de que
tienen medios para resistir moral ó materialmente los efec-
tos prácticos de esa supuesto. Entonces aparecen sucesiva-
mente los dos periodos de la protesta pacifica y de la pro-
— 724 —
testa armada: lo que en la HUtoria de loe Estados Unidos
se llamó la guerra de pluma y la guerra de espada. Y esta
protesta se combina con la política internacional para lo-
grar su efecto, siendo de esperar siempre que esa combina-
ción se produzca si la protesta dora y arraiga.— Porque
todas las emancipaciones de las colonias se han hecho con
la cooperación» directa ó indirecta, del extranjero. Esto es
elemental en la Historia de la colonización y no debiera
ignorarlo ningún ministro de Ultramar.
La Revolución de los Estados Unidos fue aprovechada
inmediatamente por Inglaterra. De aqui la reforma liberal
del Canadá de 1791: reforma que contuvo al separatismo
de aquella gran colonia. Nosotros los españoles, algo aná-
logo (aunque muy lejano) hicimos, después de la pérdida de
nuestros reinos de América, pues que llevamos, con éxito
admirable, á Puerto Rico y Cuba, las reformas económicas
del marqués de la Sonora y de las Cortes de Cádiz, refor-
mas que quizá, planteadas y sostenidas en la América con-
tinental, hubieran evítalo allí la crisis. Pero los españoles
rectificamos esta sabia política en las Antillas á partir de
1826 é Inglaterra, al contrario, la desenvolvió en sentido
expansivo en sus oolonias y pasó, dentro del primer tercio
del siglo actual, desde el régimen representativo á la Auto-
nomía colonial, que luego, á partir de 1852, llevó con ma-
yor vigor y mayor fe que nunca, al grado de generalización
y acentuación que se conoce hoy en el dominio del Casada
y en las oolonias de Australia.
Pero advertid, señores, que la política autonomista bri-
tánica no se formuló como un medio de emancipar colon:
Sobre esto es muy general el error en España. Lo comj
— 725 —
ton no poces escritores franceses. El sistema de la Autono-
mía, en las esferas del Gobierno, se presentó como nn modo
de fortificar el vinculo colonial. Y el resultado positivo,
práctico, ha sido ese. Porque en las colonias inglesas no
eolo no hay separatistas, sino que ahora se advierte nn
doble movimiento de concentración local y de aproxima»
otón á la Metrópoli, mediante la rectificación de algunas
franquicias coloniales. Y el ejemplo dado recientemente por
las colonias inglesas, de adhesión incondicional á la Madre
Patria, frente á las contingencias posibles de la política
exterior británica, ha permitido á lord Salisbury calificar,
orgulloso y jactancioso, de espléndida á la soledad de la
Oran Bretaña, en el concierto internacional.
En comprobación de mis palabras, básteme recordar las
que en J852 pronunció en el Parlamento inglés lord John
Rosoli, al iniciar la nueva política colonial:
cSi es nuestro deber, como yo creo firmemente (decía
aquel ilustre Ministro) conservar nuestro grande y preciosa
Imperio colonia), velemos para que no descanse más que en
principies justos propios para honrará este paia y con-
tribuir á la dicha y la prosperidad de nuestras posesiones.»
Y después de atribuir la guerra y la revolución de los Es-
tados Unidos de América cno á un simple error, no á una
simple falta, sino á una serie repetida de faltas y errores,
á una política desgraciada de concesiones tardías y de exi-
gencias inoportunas», y reconociendo que tal ves podría
llegar un momento en que las colonias inertes y poderosas
quisieran separarse buenamente de la Metrópoli, añadía:
* No creo muy próximo ese momento, pero de todas suertes»,
demos á esas colonias, en tanto que sea posible, la facultad
!
— 726 —
-de dirigir sus propios negocios: que oresoan en numero y
en bienestar y saceda lo que suoediere, nosotros, oiudade-
nos de este gran imperio, tendremos el consuelo de decir
que hemos contribuido á la felicidad del maído. •
Ya he dicho lo que es bien sabido: qne el resultado ds
esa gran política ha sido matar el separatismo en las colo-
nias inglesas. T esta última y actual experiencia poliosa
autoriza la repetición de lo qne en esta Cámara hemos
afirmado muchas veces los autonomistas, desafiando la me-
nor rectificación de nuestros adversarios; y es que allí don-
de la Autonomía colonial se ha proclamado, alü, sin excep-
ción, se ha mantenido la bandera de la Metrópoli y que to-
das las emancipaciones coloniales oonooidas hasta el día,
realizadas violentamente, se han producido <en las colonial
regidas por la Asimilación ó cualquiera de los sistemas
opuestos al sistema de la Autonomía.
Por lo que hace á la otra afirmación qne he hecho relati-
va á la recientisima acentuación del movimiento de apro-
ximación politioa y aun eoonómioa de las oolooias inglesas
(hasta las de Gobierno respondadle, en el grado superior au-
tonomista hasta ahora conocido) á la Metrópoli británioa,
básteme recordar las conferencias celebradas en Junio y
Julio de 1897 por Mr. Chamberlain, ministro de las Colo-
nias de Inglaterra, con loe Presidentes de los Consejos ds
Ministros de las Colonias de Gobierno responsables venidos
A Londres oon motivo del centenario de la Asina Victoria y
á los cuales, Mr. Chamberlain dirigió, á modo deresojata*
el Memorándum de 31 de Julio llamado 4 figurar en el
gran archivo oolonial británico, al lado del famoso Informa
de lord Dnrhan. De otra parta están, respondiendo á análo-
— 727 —
go fio, los programas y la campaña de la gfau Asociación de
reforma colonial que lleva por titulo la Liga de la Federa-
ción imperial, á cuyo frente» á partir de 13 SI, han ñgnrado
políticos de la altara de Mr . Forster, ¡0rd Staohope y lord
Bocee bery. que ha publicado ronches é importantes libros,
como los de Mr. Paikiu y Mr, Klinn, en cuyo sentido están
los renombrados trabajos del parlamentario Mr. Dilkaa y del
gran profesor de Cambridge, Mr. Seele/, y que ahora, en
formólas precisas, mantiene la necesidad de que la Metrópoli
inglesa renuncie ana parte de los derechos conocidos con el
nombre de derechos imperiales, y las colonias prescindan de
ciertas franquicias locales, para constituir un gran Parla-
mento de todo el Imperio británico , en el cnal se hallen re*
presentados, en forma debida, todas las comarcas y todos lo,
pueblos de ambos mundos donde ondee la bandera inglesas
Para nadie es un misterio que con esta tendencia simpa-
tita el actual Ministro Mr. Cbamberlain. Sin disentir por el
momento las facilidades ó las dificultades coa que tal pen-
an miento lacha y ha de lachar para traducirse en re «o 1 acio-
nes prácticas, sé ame lícito decir aquí, otra Tes, que para esa
solución pocos países estaban preparados como E*p*ñ*> y
que esa idea ha entrado por no poco en los programas y en
lae campañckS parlamentarias y propagandistas de los auto-
nomistas españoles de 1 390 á esta parte.
Otro punto sobre el cual se ha dicho aquí bastan te t es el
relativo al supuesto fracaso del régimen autonómico, y yo
también tengo qne llamar la atención de los £3 res. Diputa*
dea sobre eete particular. No hay que con fundir doe extre-
mos: de uu lado, el modo y manera con que los partidos
gobernantes actuales, y el partido liberal particularmente.
47
— 726 —
ban aceptado y sostet ido la Autonomía colonial; y de otrev
el concepto, el modo» la marera cob que los autonemístís
de abolengo, los que representa moa aquí la doctrina auto-
nomista» hemos defendido dorante veinticinco afioe el ré-
gimen autonómico.
Por Jas evoluciones de loe partidos, que 70 so censuro.
y porque loa problemas de cada momento imponen solucio-
nes súbitas o inesperadas, yo me explico bien qne el Go-
bierno liberal haya reconocido y proclamado, y lo hayan
reronocido y proclamado muchos qne antea oran enemigos
de fa Autoicmía, tu necesidad inmediata, ante todo y sobre
todo, como medio de pacificación, Pero aun c a ando la Au-
tonomía colonial hubiera fracasado como medio de pacífica-
c;ón,cosa que yo niego; aun cuando esto fuera, y foe»
igualmente indiscutible qne el nuevo régimen se hubiera
estab'ecido en ambas Antillas y proclamado en la Penínsu-
la bajo nuestra dirección y con la plenitud de nuestros me-
dios y nuestra responsabilidad, para nosotros, los viejos
autonomistas» los qne representamos la bandera autonomía*
te, ¿por dónde y enándo podía ser este argumento contra la
doctrina que nosotros hemos sostenido?
Nosotros hemos afirmado la doctrina autonomista de tret
modoe. Primero, por En valor sustantivo, como so'ución
de gobierno, remo medio de resolver todos y cada une
de les [re bit mas coloniajes en relación con los peninauls*
res , en c o 1 d i ci o n e s re gu 1 a res, or d i n a r i 11 y bien d efin idas.
Luego, ht mes 1 firmado que la reforma de la Autonomía co-
lonial, implicaba una gran politice, internacional, an*
creíamos inexcusable, tacto para que esta pobre España rt
levantara y pudiese adquirir personalidad en el concierta
— 72» —
europeo, como para que la acoión exterior ó extranjera,
cuyo concurso estimamos indispensable para la vida y el
desarrollo de todas las colonias modernas, fuese una garan-
tía más de la soberanía de España, sobre todo, en el mar de
las Antillas. Por último, y ya solo en tercer término,
en la relación particular del actual conflicto ultramarino
(que anunciamos muchas veces, que se nubífera evitado oon
el planteamiento oportuno de nuestras soluciones y que aun
htj entendemos de modo algo distinto de como lo entiende
el Gobierno), afirmamos que la Autonomía colonial tenia
eficacia para resolver el conflicto especial de Cuba.
Pero aun cuando hubiera fracasado, ¿por dónde había de
negarse la bondad de la doctrina coando no se ha discutido
y enando es evidente la eficacia de su principio fundamen-
tal? De la doctrina no quiero hablar mientras no se discuta.
De lo otro, de la política internacional estrecha, intima-
mente relacionada con la colonial, yo también opino, como
ba dicho el Sr. Sil vela y han afirmado también otros seño-
res diputados, que es necesario seguir una política interna -
cional muy viva, muy sistemática, muy orientada; pero ten-
go que recordar, que esto no lo digo ahora, sino que desde el
afio 1879 estoy sosteniendo este punto de vista en medio de
la indiferencia de la mayoría de nuestros hombres políticos.
A mi me ha parecido siempre imposible que España, con
sob condiciones geográficas, con sus compromisos colonia-
les, con sus relaciones comerciales con todo el mundo, pu-
diese vivir en un aislamiento que no3 empequeñece, des-
arma y entrega, — ¡qué digo nos entrega!, — qoe nos des-
acredita, ojie nos rebaja y nos aniquila ante el mondo
civilizado.
— 73Ü —
¿Es posible creer en estos momentos, en que el consorcio
de todos los intereses del mondo hace imposible vivir porra
propia y exoluEi va cuenta, lo mismo al individuo que á lifl
naciones, es razonable que un país, siquiera eéte en el extre-
mo Occidente, tenga derecho y medios de afirmar que el sola
ee basta para bu progreso y su defensa, y que su soberanl»
llega al extremo de bacer dentro de a as Fronteras todo cuanto
esté en su deseo ó imponga su capricho? ¿Ei posible que esta
tierrai fecundada y sostenida por eí concurso del capital ex-
tranjero, y singularmente, de la cultura de franceses y de
inglesas, que tanto nos han «asentido; es posible que qaedfl
fuera del trato de los hombres políticos, rectificando aquella
tradición brillante de 1830 y 1840, en que nueetrog hom-
bres públicos trataban con los más eminentes del extrsnjfi*
ro, conocían sua costumbres y sus libros; es decir, todo Jo
contrario de lo que sucede en estos momentos en que crea-
mos que solo con nuestra leyenda y con nuestros deseos
tenemos suficiente para salir de todos los conflictos?
| Señores I ¿Ver dónde, cuando tenemos al lado el proble-
ma de Portugal, absolutamente inexcusable, si Españi hi
de ser algo dentro de la tendencia novísima, consagrada por
la unidad de Italia, la Unidad de Alemania, la resurrec-
ción de Grecia, la reconstr acción de los Estados Danubia-
nos (es decir, conforme á la corriente moderna que pro-
duce y sostiene las grandes naeiooatidades y hace imposi-
bles las naciones pequeñas); cuando más allá nos provoca el
problema de Marruecos, donde se viene recogiendo y deter-
minando la influencia de casi todos los grandes directo-
res de la civilización contemporánea, para completar U
obra quizá más atrevida y transcendental de este siglo (i»
r
— 731 —
introducción del África en el mundo del derecho, la ciencia,
la industria y el comercio contemporáneos); cnando el des-
arrollo portentoso de la América sajona y el movimiento de
concentración de la América latina determinan una vigo-
rosa compensación del sentido y de los intereses earopeos
prometiendo relaciones, comí comisos y conflictos ¡ para
enya solución será imposible prescindir del hecho material
de ocupar la Península ibérica el punto medio geográfico
«tro esos dos grandes mundos, — por dóndG, repito, puede
pasar sin protesta la desmoralizadora tesis de que España,
por la insignificancia de ciertas recursos, la exageración de
ros fantasías y el exceso de sus anteriores empeños debe y
pnede permanecer como mera y resignada espectadora de
los grandes hechos que se elaboran y suceden en todo el
orle, en la agonía del siglo xix?
Pero sin llevar tan allá las miradas, considerando tan solo
el número y la cantidad de nuestras colonias repartidas por
todo el mundo, ¿no hemos visto ya, no palpamos que á pe *
sar de nuestra voluntad heroica, no tenemos medios propios
suficientes para acudir á su defensa en la manera que eer
absolutamente indispensable para un mediano éxito?
Siempre quedará como una empresa maravillosa de la
Edad contemporánea/ ésta en que se ha colocado á nuestra
España. No conozco ninguna comparable. Intentar una Na-
den como la nuestra, con una exigüidad numérica de po-
bkción y en condiciones difíciles de economía y hacienda,
sostener una doble guerra colonial y al mismo tiempo otra
tercera con un pueblo joven, brioso, lleno de jactancias y
recursos, de 70 millones de almas y de una riqueza igual a
la cuarta parte de la total de Europa, y sostener esas trei
— 732 —
guerras á dos mil ó cuatro mil leguas de distancia, en tan
vastas comarcas como son nuestras Filipinas y nuestras
Antillas. . . ¿Qoé pueblo ha hecho esto nunca? ¿Cuál?
Porque para pelear en Méjico en 1863, ni Francia ni In-
glaterra, apesar de sus enormes nfedios, se decidieron i
emprender la campaña cada una por su cuenta, y la eja*
presa de Francia, ya retirados los españoles y los fran-
cotes que se resistieron á levantar el trono de Maximilia-
no, apenas puede estimarse más que como un expedien-
te para salir, en brevísimo tiempo, con relativo decoro,
del compromiso contraído por Napoleón III, eu un mo-
mento de imprevisión, cujas fatales consecuencias has
sido ya reconocidas por amigos y adversarios. Y asi y
todo, no puede prescindirse del doble hecho de que al
enemigo del Imperio francos ara, en 1863, la débil Bapu*
blica mejicana, sin hacienda, ni medios de combatir y das-
garrada por incesante guerra civil, y que la retirada da loa
franceses se produjo á poco ;de la protesta del Presidente
norte- americano Johnson, 'que ya libre dalas dificultáis!
de la guerra separatista, pudo invocar enérgicamente esa*
tra los invasores de Méjico, la doctrina de Monroe»
Pero ahora, señores, en este instante, hace un año ape-
nas, ¿no hemos visto el resonante conflicto de Inglaterra coa
los Estados Unidos, el conflicto anglo-veneaplauo? ¿Se pus-
de dar provocación más osada que la del Gabinete de Was-
hington? Este llegó á afirmarla doctrina Monroe en su terce-
ro ó cuarto desarrollo, en su manera más provocadora y bru-
tal, con una energía y una desenvoltura que no se ha afirma-
do ciertamente en las notas de Mr. Olney, y después en las
del Ministro actual de Negocios extranjeros, Mr. Day, eos
•relación 4 España. T sin embargo, como Inglaterra se en-
-canttab» ea aquella que Humaba Saliibary grande y es-
pléndida soledad, estimó lo mas práctico firmar el
tratado de Washington de 1897, en el oual ha aaorifioado
su amor propio 7 ha reconocido que no podía ni debía lu-
char.—¿Por qué? Porque comprendió qae no podíala*
oher sola, á tan grande distancia, en la vecindad misma de
loa Estados Unidos, 7 que en todo caso, los posibles resolta-
dos favorables para ella da esa gaerra serian mny inferiores
•A km perjuicios de su oomercio, de su industria, de su mis»
ma vida política, muy interesados en la prosperidad norte-
Cito esas dos grandes naciones con relación á América,
por lo parecido de los casos con el nuestro, si bien con la
salvedad de que, tanto Inglaterra oomo Francia, carecían to-
talmente de derecho en Venezuela 7 en Méjico . Pero 70
podía muy bien aumentar los ejemplos, aun con relación ¿
las guerras europeas; porque ee bien sabido, qae una de las
mas serias 7 constantes preocupaciones de la Gran Bretaña,
ante la posibilidad de una lucha internacional, ha sido 7 es
-contar con un aliado en el. viejo continente. Ese aliado ha
sido unas veees Portugal 7 otras Prnsia. Y no menos públi-
co es que en las grandes guerras provocadas por la cuestión
da Oriento» fuera de una excepción, 7 esto por mny poco
tiempo, ninguna Potencia Occidental se ha determinado á
entrar sola en campaña.
Pues con todo eso, España aparece hoy comprometida en
tal empresa, incomparablemente superior á todas la» conoci-
das de doscientos años á e*ba fecha, tanto por la calidad 7 el
poder del adversario (que vive en un territorio tan grande
— T34 —
como reda Eurepa), como por la Ujanía del teatro déla g&t-
rra, como, en fin, por el quebranto que necesariamente ha de
haber prtd acido en n Dentro pato la dn ración y crudeza de
la insurrección cubana, & fa cual han venido á dar fuem el
Gobierno y loa soldados de los Estados Unidos,— No
pago tributo á sentimiento alguno exclnp ivo ni comparto
jactancia de ningún género (no pequé nunca por estelado),
al repetir que lo que España, pobre y desangrada* hace
ahora, es panto menos que homérico.
lías por lo mismo necesito, mejor dicho nectsittmot
saber todos; bien , pronto j cumplidamente cómo esto ha pa-
sado. Por eio, yo espero con viva ansiedad loa documentos
que ha de presentar el señor minie tro de Estado; porque yo
deseo saber de qué suerte, modo y manera se ba ido á la
guerra, y en qué condiciones. Yo creo que si la guerra pudo
evitarse, no debimos ir ¿ ella. Asi como, si nos fué abso-
lutamente impuesta, annqne esta no faera la tierra da los
patriotas de Oercsa y de Cádis, de los Almogabares del si»
glo xiv y de los conquistadores de América, siempre el ho»
sor nos feriaría á pelear como buenos por nuestro derecho
y por el interés moral del mundo.
A mi do se me oculta un solo instante que esta guerra
viene preparada por modo y por artes que no puedo expo*
ser en estos mementos, porque molestaría demasiado vues»
tra atención; pero por lo miemo que á la guerra se ha ido,
es necesario saber concretamente romo se ha procurado
sortearla, y, en todo caso, ya que la guerra existe, en qué
condiciones estamos y qué porvenir se nos ofrece.
Pero después de todo esto, señores diputados, hay toda»
via un ponto importantísimo, á saber: que aun cuando la.
— 73¿ —
doctrina por nosotros so atentada se hubiera practicado ín-
tegramente en las condiciones en que la hemos predicada y
sostenido, todo lo que ha pasado, no niega en peco ni en
mucho ta virtualidad do nuestra doctrina. Pues qué-, el'
fracaso de 1823 con la entrada de loe 100.000 hijos de San
Luis en Esjrsfía y la destrucción del régimen constitucio-
nal, hecha por el extranjero, ¿negó virtud al régimen cons-
titucional9
Yo espeté y aun espero oir una contestación explícita,
concreta, razonada* con pruebas, no vaga, de meras fra-
see, a nna animación importantísima que ha hecho aquí-
al Sr. Moret; afirmación coja exactitud ma parece abso-
lutamente indiscutible* — £1 Sr. Moret ha asegurado que
el supuesto fracaso de la Autonomía colonial (fracaso que
yo niego en redondo) , habría que atribuirlo, en última
extremo, á nn hecho accidental: a que se ha precipitado &
al tizna hora la intervención armada de loe Estados Unidos»
To aseguro que esto es verdad, y espero la disensión r aso-
nad a, porque frente á hechos y documentos que robustecen
mi tesis no basta la simple ó mera afirmación qne se haga
en contra. El eeñor Moret ha traído bus datos, y yo,
que tengo el deber, y le he cumplido, de estudiar con
atención estas cuestiones y de seguir su desarrollo, no
solo en la Península y en Europa, sino en Washington
y en los Gobiernes extranjero?; yo, que puedo afirmar qui-
en esta materia estoy tan en ten do como el que más, afirmo
que la acción coercitiva de loe Estados Unidos y su políti-
ca de intervención, se precipitó y determinó en el punto y
hora en que tuvieron el Gobierno y les políticos norteame-
ricanos la conciencia de qne con la autonomía venia la paz.
— 736 —
Este es un heoho da tal evidencia, que se halla confir *
mudo 7 demostrado por toda clase de documentad público*
y particulares, por el tes ti mooio de la a mas íl nutres hom-
bres públicos, diplomáticos y estadistas de todas parces ♦
que coincidan en que hubo un las tan te en que La imar reo-
ció n se vio seriamente amenazada por el efecto moral y
directo del cambio de la política colonial del Gobierno es-
pañol, y que luego vino otro momento en que eaa insur rea-
cio n ee consideró completamente vencida por consecuencia,
ya casi material y directa» de la instauración del régimen
autonomista en la grande Antilla.
£1 primero de los momeotoa á que me refiero es aquel en
que se constituyó el Gobierno insular de O aba . Nombra*
dos loe Secretarios del Despacho de aquel Gobierno, oca-
padoa estos cargos por personas de gran notoriedad política
(contra loa cuales ee hicieron los imposibles» tanto en Cabl-
eóme en loa Estados Un idos t como en Francia, como en la
Península misma, para que de ninguna suerte aoaptaraa el
compromiso), se iniciaron, por los adversarios del nuevo ré-
gimen, otras gestiones para contener lai simpatías que, tan-
to en el extranjero como en el circulo de los antiguos de-
votos y cooperadores de la insurrección, determinó el heoho
evidente de la reforma autonomista. Yo recibí botantes
cartas de los Estados Unidos en las que hacían aúpasete*
inverosímiles contra la reforma decretada por til Gobierno
y después, cuan lo apareció en la Gaceta t contra su proba-
ble desarrollo. El Gobierno ha hecho pública ana comuni-
cación oficial de nuestro Ministro en Washington en la que
después de comentarse los extraños arde ni o i publicado! ea
nuestro agravio, allá en New- York, por Mr. Taylor, eoiba*
— 737 —
jador de loa Estados Unidos en Madrid, afirma que el pre-
sidente de la Junta separatista cabana había publicado una
declaración negardo qne la Autonomía ofrecida por el Go-
bierno español fuese la verdadera. La protesta de la Junta
Central del partido a n ton o mista de Cuba, única competente.
para hablar sobre aquel la materia, deshizo aquella declara-
ción . Luego vinieron otros manejos, para comprometer el
éxito de la empresa autonomista en sns primeros tanteos.
Esos manejos, cuyos autores yo no conozco, pero a loa cna*
lee puedo y debo aplicar el criterio del qui prodest, produje -
fon inme \ latamente el motín de la Habana en los primeros
días de Enero; motín que según me han escrito personas de
mucha representación y aun autoridades de aquella ciudad*
fué preparado pira los últimos días del mes de Diciembre.
No es llegada la hora de explicar todos los terribles
secretos de aquel deplorable suceso, en el cual la ma-
licia de naos cuantos si r vi 6 de estimulo á la irritación
y la protesta peligrosa de muchos hombres sorprendidos
en un momento por todo extremo difícil. Noticias tengo
de que aquel suceso desconcertó inmediatamente una gran
operación financiera que se ideaba en Europa y que, á
desarrollarse en la paz, hubiera facilitado excepcional -
mente el éxito de la reforma aa ton o mista colonial. No
tengo qne decir nada respecto de la profunda inquietud
que los sucesos del il de Enero causaron en la Habana y
en Uadrid, pero sí afirmaré que por una parta contuvieron
el regreso de muchos enbanos á la grande Antílla y sir-
vieron de tema á todo género de declamaciones y terrin *
eos anuncios de la prensa noticiera de los Estados Unidos,
la onal llegó al extremo de propalar, para que lo recogiese
— 73b —
como lo recogió la prensa europea, que había corrido peli-
gro de expulsión el gobernador general de Cuba, que no
estaba segara la vida de loa norteamericanos y de loa cós-
anles extranjeros en la Habana y que el gobierno de Was-
hington pensaba en la conveniencia de que algunos barcos
de guerra faesen á los puertos cubanos á las órdenes del
cónsul Lee.
Ya costó trabajo disipar esta profunda alarma. El orden
se restableció en la Habana; desaparecieron de la misma
loe promotor es de aquella agitación. Per? sin ser cierto,
nomo en algunos periódicos norteamericanos se dijo, que el
gobierno de Washington se habla ocupado de la eventua-
lidad de que la repetición de aquellos sucesos hiciera posi-
ble el desembarco en Cuba de alguna tropa de los Estados
Unidos para la guarda de las vidas de sus compatriotas,
yo he oído asegurar que nuestro Gobierno tiene alguna no-
ticia oficial \ de que por aquel entonces, y coincidiendo
con la salida de algunos buques de guerra americanos para
el golfo de Méjico, el cónsul Lee, cuya actitud de última
hnra Je coloca entre nuestros más resueltos adversarios, in-
formó por aquel entonces que la Autonomía había fracasa-
do en Cuba.
Tan no sucedió esto, como que en seguida se dispusieron
las cosas para que el nuevo régimen obtuviera una nueva y
más brillante consagración. A poco de esto el Gobierno in-
sular de Cuba dio su elocuente Manifiesto al paie de 22 de
Enero último, y Cuba entera se dispuso para la elección de
sus representantes parlamentarios en las Cortes nación alai
y para la reunión en la Habana de las primeras Cámaras
autonomistas. Y este fué el segundo momento eu que la
— 739 —
incorrección gepaiatista se vio en peligro de muerte. En
realidad, en ton cea comenzaron las presen (aciones, reple-
garon h e loe insurrectos en dos departamentos, y hubo una
hora en que ee marcaron claramente laa vacilaciones, las
vaguedades; aquel momento en que Máximo Gómez lanzó
su decreto de muerte contra todo el que hablase de paz;
en que se verificó el sacrificio heroico del teniente coronel
Bilis; en que las predicaciones de paz sonaban muy bien en
loe oídos de muchos insurrectos.
Pues bien, en ton oes los simpatizadores del separatismo
hacen el postrer esfuerzo, Alborótanse los periódicos de los
Estados Unidos; reprodúceme las incorrecciones de lengua-
je (una gran vergüenza) de alguno» diputados y senadores
norteamericanos... Entonces fas cuando vino la escua-
dra norteamericana á las Tortugas; entonces cuando de
los Estados Unidos empezaron á enviarse auxilios para loa
reconcentrados, y cuando parecía que se alzabí la voz de
los Estados Unidos diciendo á las fuerzas inearreüUe: «re-
sistid, no perdáis la esperanza T que en último término ven-
drá á plantearse en favor vuestro el con dicto internacional,»
Entonces es cuando en las Cámaras norteamericanas rea*
núdanse apasionados debates y se dibujan en su seno
perfectamente dos con ientes distintas; de un lado estaba la
política de los Presidentes, porque yo creo que hay que ha-
cer, lo mismo á Cleveland que a Mac; Kinley, la justicia de
reconocer que han sido contrarios á la guerra, evita ud ola t
resistí en del a y aun an un oían do el oo n fl uto o on stí tu ato n al
por la competencia exclusiva de los Presidentes en la direc-
ción de las cuestiones internacionales, actitud de resisten-
cia qoe, defendida y realizada por los Presidentes de am-
— 740 —
bas Cámaras, dio lagar á que fracasaran las dos mocionet
conjunta* de 1896 y 1897* T de otro lado, estaba la co-
rriente popular exaltada, impaciente, apremiando y exci-
tando al Presidente de la República, porque veía que el
término de la guerra civil y la imposibilidad de intervenir
en Cuba, estaban en la consagración y en el funcionamiento
de la autonomía colonial.
Así ge precipitaron loa auceeos en veinticinco días, seño*
rea diputados (1)- [Qué digo veinticinco! Por lo que he oído á
personas autor izadas, por lo que he leído en un periódico di
Lo adres cuya exacta información me cenata, por lo que se
me ha escrito de loa Estados Unidos* deduzco no solo que el
cambio de actitud, de disposiciones y aun de expresión de!
Gobierno norte -americano fué á fines de Marzo tan acentúa-
do como rápido, sino que una ves verificado ese cambio r
aquel Gobierno se sintió acometido de nna especie de fiebre
para precipitar los sucesos, estrechar al Gobierno español,
importunarle con sus exigencias y sn destemplanza y obli-
garle á una positiva humillación, negándole, no ya las sinv
palias y la cooperación moral que para la implantación déla
Autonomía en Cuba hablan ofrecido los Presidentes Cleve-
land y Mac-Rinley en sus Mensajes de 18 96 y 97, y el Minia-
tro Olney en su ya conocida Nota de 4 de Abril de 1 SU,
sino el plazo prudencial que requieren empeños mucho
menos ex oep otoñales y que no podían menos de dar aquellos
mismos americanos que, si bien con protestas, esperaron
(1) Estas y otras afirmaciones han resoltado totalmente demo«tn-
d as deapués por al Libro Rajo*
Alema*, véaae mi estadio «obre El aspecto inttrnaeiona1 dé la tvitUÓ*
coíortí.*1 ?i¿f&>Tli/i, publiri -o i toe liados de Julin,
— 741 —
desde la Nota de Mr. Olney, á que se cambiara el sistema,
imperante en Cnba y se realizaran las reformas anunciadas*
por el 8r. Cánovas. Ahora se prescindía de todo eso, se pre*»
dfldia de que los decretos autonomistas habían oomensado á-
cumplirse al mes de promulgados; se prescindía de que loe
Gobiernos insulares de las dos Antillas se habían estableci-
do en Enero, ¡y se exigía que á los tres meses de hecho esto
estuviera enteramente pacificada Coba? ¿Por qué tal festina-
ción? ¿Por qué todo esto siempre extraño y confuso?
Aquí parece que se ignoran ciertas cosas, porque nadie
se ha tomado el trabajo de estudiar de cerca el asunto; pero
yo creo que se puede pensar que le acción de los Estados
Unidos se aceleró porque aUí se sabia que dentro de muy
poco iban á reunirse en Madrid los diputados de la Nación
y en la Habana las Cámaras antillanas, y las Antillas iban
á dar el más solemne testimonio de adhesión á la Patria.
Sobre tedo, es evidente que cuando se trata de reunir las-
Cámaras insulares, viene la guerra, y asi como dos años
antes Máximo Gomes, hablando de la guerra separatista»
prescindiendo de incidentes y excusando choques mili-
tares, decía: t Que dure, que dure, porque de esa suerte-
se consumirán los recursos de España,» asi ahora los se-
paratistas recalcitrantes instan al Gobierno americano,
gritando: c j Pronto, pronto, pronto, porque si no el triunfo
para España es indudable!»
Después de esto, debo fracer mi tercera afirmación.
Yo he escuchado aquí, como uno de los más fuerte»
ataques dirigidos al Gobierno, la afirmación de que ee ta-
feamos en un instante tan decisivo y tan digno de ex-
cepcional meditación, como que hablamos renunciado en
— U2 —
nuestras Antillas á todos nuestros intereses, derechos y
esperan za s, Y Be alirmaba más: que no teníamos hoy «n
las Ana lias más que ao panto de honor. Quizá se pensaba:
salvemos el honor, que, una ves salvado, de lo cual sólo
nosotros somos jueces, podemos abandonarlas.
Pues yo protesto ieeaelt*mente1 primero en nombre di
esto mismo honor; protesto por Ja manera, por las circoni-
tancimtí, por las condiciones de correspondencia, por lis
desconsideraciones que ha tenido con nosotros esa República
ds los Estados Unidos, que en este sombrío trance pone i
nn lado de un modo que á mi (como amante del progreso y
de la dignificación de los pueblos, como republicano y co-
mo f recaen te divulgador de los adelantos políticos y «ocia -
Jes de Norte América) me liega al alma, hechos t datos, res-
petos, obligaciones de carácter moral que hacían punto
menos que inverisímil lo que ahora contra España proyec-
ta , dice y hace el Gobierno de Washington , Porque no, no
es licito olvidar que España descubrió el Nuevo Mundo y
qae nuestro Soto descubrió el Mi así si pí: no es lícito olvidar
que España cooperó relativamente, mis que Francia, expo-
niéndose á más con menos motivo y comprometiendo» como
ya vio nuesto Conde de Aranda, el porvenir de sns Virrei-
natos americanos , á la independencia de los Estados Udí
dos en 17S3; no es licito prescindir de que España amisto-
samente contribuyó en 1819, por la cesión de la Florida, al
engrandecimiento de la República naciente, y en fin, nos*
puede ahogar el recuerdo de que cuando su 1861, en 1»
época más critica de la vida norte americana, toda Europa
reconoció á los Estados rebeldes del Sav, el Norte y la oau*
ea de la integridad de los Estados Unidos, encontraron
r
— 743 —
-entre nosotros las más calorosas simpatías, y si bien nuestro
«Gobierno, forzado por el medio europeo en que vivía,
tuvo que hacer ciertas declaraciones en favor de la belige-
rancia de los Budistas, lo hizo en térmiaos tales é inter-
pretó en la práctica de tai suerte su declaración de Junio
Ae 1861, que el mismo representante en Madrid del Go-
bierno de Washington, por encargo especial de éste, se re*
conoció cúbicamente como oblígalo á la cariñosa defe-
rencia española. No en balde el ilustre ministro del gran
Lincoln, Mr. Sewird, declaraba oficialmente y á cada paso
que £spañ¿, por sus antecedentes y por su porvenir, era una
verda Jera nación americana. [Hoy el Presidente Mac Kin-
ley, el autor del Mensaje de la Paz de 1897, contradicién-
dose, rendido y maltrecho, rompiendo la tradición de. Lln-
jeoln, Grant y Cleveland, secunda la desatentada resolución
del Congreso de Washington para expulsar á Ejpaña de
Axnéiicfel
Pero es que tenemos allí macho más, representamos ya
más que este interés de honor, qae quizá puliera salvarse
con un daelo á primera sangre. Tenemos allí naestro dere-
cho, que es tan claro y tan vivo sobre aquel sneo america-
no, como el que ostentamos sobre esta tierra heroica de Za-
ragoza ó sobre la sagrada de Cád.z.
Tañemos, adema*, intereses. Ya sé yo que machos de
los intereses ddl pásalo desaparecen con la autonomía
colonial, por jue deben desaparecer, y no hemos de com-
prometer nuestra suerte y nuestra vida por un reducido
grupo de personas; pero otros quedan, otros saldrán, y se
contarán, como han salido y se han contado en todos loa
pueblos donde se ha establecido el nuevo régimen.
4*
i~X
— 744 —
Hay también otra cosa que á mi me preocupa grande
mente, fuera aún del doble punto del honor y del derecho
de Eepaña, más ó menos com prometidos en oca cuestión
particular. Porque sobre todo, hay que estimar qne tal
como se presenta hoy lacuBstión hUpauo-americaua, Ea-
paña lleva en ella una representación singularísima y ex-
traordinariamente simpática al mundo.
Hasta cierto punto, se reproduce lo que sucedió en loa
principios del siglo, cuando fuimos atropellados, pi-
soteados, destruidos, vencidos, eí; pero representando nn
interés de primer orden en el concierto universal y en la
esfera del dere:ho, tanto por la consagración de los princi-
pios que proclamaron las Cortes de 1812 (de una transcen-
dencia evidente en la vida moral y política de nuestra Pa-
tria, que desde entonce?, como dijeron los inmortales do*
ce&ñiataH, fué una ■ nación libre ó independiente, sin qne
pudiera ser patrimonio de ninguna familia ni personal),
como, porque la heroica protesta española centra el poderlo
del tiempo, contra el que entonces representaba en Enropa
lo que ahora va á representar la Rerübüca de Washington
((parece mentira!), en el No evo Mundo ó sea el supuesto
derecho de conquista, determinó inmediatamente el movi-
miento de resurrección de las naciones enropeas y la afirma-
ción de ks principios más celebrados y efectivos del noviai-
mo Derecho internacional.
Al decir esto, pretendo, no sólo dar realce á la cuestión
que ahora nos ocupa y afirmar que éata, por en proth
naturaliza y por su obligado alcance, ee halla dentro
de la jurisdicción de los pueblos cultos y (cuando mecos
de los pueblos directores del mondo) y de la política gece-
r~
— 745 —
ral de nuestros tiempos, rico que quiero señalar este piu.ro
como uno de los objetivos de la acción de nuestro Gobierno.
Y lo + señalo, lo mismo para contribuir al éxito de la pa-
triótica empresa de este, que para anunciar mi propósito de
exigir las responsabilidades que procedieran si el Gobierno,
por error, distracción ó debilidad, prescindiese en todo ó en
parte de las gestiones suficientes, relacionadas con aquella
consideración y cometiera la falta de referir principalmente
la solución del problema hispano americano á la sola acción
de las armas.
Siempre abonarían el llamamiento especial de la atención
de los Gobiernos extrañare s algunos de los hechos que en
si corso de estos dos últimos meses se han realizado en
Coba ó en sns cercanías por el Gobierno ó las eecu adras de
Norte América; hechos que contrarían las pr Ícticas m&s
corrientes del Derecho Internacional contemporáneo, consa-
grado particularmente (para los efectos á que alado), por
el Tratado y los Congresos de París de 1 §56, el Tribunal de
Ginebra y el Tratado de Washington de 1S71, y las con fe*
rendas de Berlín, Bruselas y Berna de fechas moy recien-
tes. De todo esto y de algo más me propongo hablar aquí en
ocasión oportuna: es decir, cuando conozca con exactitud
los hechos á que me refiero y algunos otros con el tos rela-
cionados, y enti e Ice cutíes j orgo el extraño modo de ha-
berse entablado y practicarse el bloqueo de la grande Anti-
lía; el empleo de ciertos explosivos por los barcos america»
nos dispuestos al bombardeo de poblaciones abiertas y que
no son plazas de armas» sin que al bombardeo precede* aviso
de especie alguna* las gestiones que se hacen cerca de po*
ten ci as neutrales y ann la disposición de alguna de estas
__ 746 —
i
respecto de la extensión del concepto del contrabando da
guerra, dentro del cnal parece que se trata de poner el car-
bón de piedra, en daño evidente de la marina espínala; el
apresamiento de barcos mercantes españoles antes de la
solemne declaración de guerra; la amenaza de interrupción
y aún destracción de los cables telegráficos submarinos, et-
cétera.
Pero todavía hay más motivos para afirmar la compe-
tencia de la jurisdicción internacional en el conflicto de
que tratamos. Porque público y notorio es que seis repre-
sentantes de Europa pidieron al Gobierno de España una
tregaa en la campaña de Cuba, que nuestro Gobierno acce-
dió á ello y que otro acto análogo, realizado al parecer por
las mismas potencias europeas cerca del Gobierno de loe
Estados Unidos, no sé ahora con qué alcance, no ha prodn*
cido el menor efecto, apareciendo de esta suerte en situa-
ción poco airosa ó los interventores ó España: desconside-
ración de que no se libra el Pontífice romano, que precedió
á las Potencias europeas en la gestión aludida y que al
esforzarse por evitar la guerra, sin duda alguna hizo ho-
nor á su representación y á su espirita realmente evangé-
lico, y merece el respeto de los hombres qué, cualquiera
que sea su opinión religiosa, tengan en algo el inteiói
moral del mundo.
Al menos conocedor de los asuntos y lss prácticas in-
ternacionales le ocurre que no es verosímil, dentro de
las leyes del derecho y del decoro, que estos hechos no
sean exp icados pública y satisfactoriamente, que el Go-
bierno de Washington permanezca indiferente y hasta jac-
tancioso de un desdéa y unas pretensiones mal cubierta!
— 747 —
en los párrafos finales del último Mensaje de Mr. Mae-
Kinley y, en fio, que no es racional que los Gobiernos en*
ropeos, que positivamente han comprometido á España en
este trance y que han sido agraviados por la scberbia indi-
ferencia norteamericana, suspendan ahora toda acción y se
dispongan á ser meros espectadores de uno de los mayores
atropellos de la Edad contemporánea y de una lucha escan-
dalosamente desigual, para que los técnicos del mundo
pnedan apreciar, de balde, los efectos mortíferos de los
grandes inventos de guerra, cuyo empleo excusan los pode-
rosos. No quiero decir lo que esto significaría á mi jaició.
Pero hay más. No se puede desconocer que el problema de
Cuba ha sido siempre y lo es hoy singularmente, asi por el
modo y manera de haberlo planteado Mr. Mac* Kinley,
como por los términos del bilí votado por el Congreso norte-
americano, un problema que afecta á toda la política inter-
nacional.
Porque, notadlo bien, señorea diputados, no es un capri-
cho nuestro la posesión de Cuba y de Puerto Rico.— En todo
este siglo, es decir, desde que en este siglo adquieren
relieve esas dos grandes representaciones de Europa en el
golfo de Méjico, Cuba y Puerto Rico tienen un interés in-
ternacional.— Poroso, de 1848 á 1854, hubo negociaciones
entre Inglaterra, Francia y los Estados Unidos, para ga-
rantizar la soberanía de Espafia en las Antillas, gestiones
rechazadas por los últimos en la célebre declaración firmada
por el ministro norteamericano Mr. Everett, en 1852,
qne ha venido á ser como la nota característica de toda
la política de los Estados Unidos en sus relaciones con
Enropa. — Luego, en 1873, ouando se produío la primera
— 748 —
insurrección separatista de carácter grave, hubo un oo-
nato de imposición á España por las Repúblicas ameri-
canas y por iniciativa de la de Colombia, para reconocer
la independencia de Coba, que no llegó á dar resaltado por
la oposición de los Estados Unidos, qne ent.nocs, simpati-
sando con la naciente República española, pedia plazo pin
que ésta desarrollara su politioa colonial. — Y después, en
1875, cuando se trató del reconocimiento de la belige-
rancia, el mismo presidente Grant, reconoció que la cues-
tión de Cuba era una cuestión internacional, para la
que no bastaba la acción de los Estados Unidos, y se diri-
gió á Inglaterra, i Alemania y á todas las grandes poten-
cias de Europa, para que se ejerciera una acción colectiva,
á la que éstas se opusieron.
De suerte que, por el reconocimiento explícito de todos
cuantos han tomado parte en esto, la cuestión de Cnbe es
una cuestión internacional: internacional por la posición de
Cuba, internacional por la política que se ha seguido, in-
ternacional por las relaoiones de la América del Norte
con la América del Sor, internacional por los principios
que se han venido ¿ consignar desde entonces por todos los
tratadistas del nuevo derecho público universal.
Pero aun cuando todo esto no fuera cierto, mi opiniói
quedaría afirmada y demostrada por las declaraciones de
los dos últimos Mensajes de Mr. Mao-Kinley y, sobre todo,
por los originalisimos é intolerables términos del bilí de 18
de Abril, que expulsa á los españVes de América. Fijarse
bien en esto, señores diputados. Yo oía comentar el otro
día á un estimado amigo mío, las declaraciones de Mr. Mac-
Ejnley para justificar la intervención, y me fijaba en que
— 749 —
k- «ato 80 ha hecho oon cierto talento, porque poniéndoos
S*fc aparentemente, como se pone Mac-Kinley, faera de la doo*
ai trina de Monroe en bu última fórmula, y después de la
nú. campaña realizada por la República de América del Norte
4 í contra Inglaterra y de la solución del conflicto venezolano,
\¡í Á loe Estados Unidos hubieran afirmado que tenían derecho
ap 4 intervenir en Cuba y en Puerto Bico por un interés partt-
ü cular, renacería otra ves la protesta de Europa, y aun esa
:./ Inglaterra, que ha tenido buen cuidado de qne se olvidara
£ el tratado de 1897, no podría menos de intervenir en la ouee-
?ii tión, dada la gravedad del conflicto.
3 1 La política discreta, la política hábil, era prescindir un
jj poco de estos motivos y en cambio tomar aquellos en cuja
virtud se afirma el derecho de intervención en los tiempos
modernos.
Hablar de derecho, de intereses generales del manda y
darse tono como de protector y mediador desinteresado en
la obra de la emancipación del mundo americano, da cierta
apariencia moral é imponente. Pero hay que ir al fonda
de la empresa. Es necesario negar todo eso, porque no
hay pueblo alguno que, aun dentro de las últimas teorías
sobre intervención, tenga derecho á determinar por ¿i y
ante si, cuándo está en peligro la suerte de la Humanidad*
Tampoco existe el derecho de atribuirse una nación, por la
conciencia de su fuerza positiva ó circunstancial, el papel
de exclusivo desfacedor de agravios y de reconstructor del
mondo moral fuera de so propio territorio. Ni un solo
miembro de la gran ciudad universal, del concierto general
de loe pueblos civilizados, tiene competencia para aumentar
6 disminuir el número de factores de este concierto, N i, en
— 750 —
fin, es dable realizar esa obra de redención de pueblo*
oprimidos y la complf ja empreea de traer á la vida inter-
na den e 1 nn nuevo pmblo independiente sin contar con la
voluntad del protegido. Pnes bien, de todo esto ha prescin-
dido e) 0(b erno norteamericano: primero, en e) Mtn saje del'
prtsdente Mac Kinley: despeé i y más señaladameLte, más
arrogante y escandalosamente, en el Mil de 18 de Abiil del
Congreso norteamericano.
La fórmula más atrevida conocida basta el día en la
Hirtona del Derecho internacional contemporáneo, en ma-
teria ar alega á la que ahora trato, es la cmj leada por Ruaia
para invadir á Torqníaen 1876, y llegar á Pkwcay Chip-
ie ü. Sin embargo, no fué tan brutal como la empicada en
esta ocasión per el Gi bienio americano, — Y no se olvide que
rodafi he salvedades hechas entonces por Busia respecto de
*n desinterés, lo mismo que íalvedbdes ai alegas de los mis-
mee ruaos en 1833y ISí 3, no impidieren que las demás po-
tencías eurepras intervinieran en la cuestión de Oriente, pa-
ra contener a7 Gtbierno moscovita en sus ambicio? as preten-
aiones de patrono y para garantizar, centando expresamen-
te con la voluntad de los protegidos, y la simpatía del mone-
do, Jas libertades de las comarcas griegas y danubianas. A
esto responden los tratados de París, de Londres y di Berlín.
Además, el Gobierno de Wathirgton ahora ha prescindido
de que para intervenir en nn país por causa de la guerra ci-
vil que en este arde, <on j rebabilidades de pioducir la anar-
quía y en cendiootes parecidas alas que comenta Mr Mac»
Kitjley en cu ú timo Mensaje, es necesario justificar que la
nación interventora no ha tenido hasta entonces participa-
ción alguna en aquella guerra; cosa que no pueden sostener
— 751 —
Jet Eeíadcs Unidos, en coyas ciudades actaan libremente
los ccmii és y íag igencies geparr tistas cabanas y de cuyo*
puerto* han tal ido abeo Intimen te todas (señalo bien el ad-
T*rtio) las cjpfdicicrrB armadas contra el Gobierno de-
Cuba. Pero, ademé?, difícilmente se comprende cómo el
Gobierno ncríeamerkauo, qne ba suscrito los acuerdos de
la Conferencia de Berlín íobre el Congo y los del Congreso*
panamericano de 1 890, precipita abcra las cosas en sn ciega
enemiga contra Eípafla, excusando en absoluto el procedi-
miento arbitra], para rendirte, deslombrado, ante el supuesta
derecho de conquista qne hoy afirman los americanos, prin»
cipo contrario á todas bus tradiciones, á las altas aspira-
dores de Washington y de los grandes presidentes que le-
sucedieron, qne eran grandes patriotas.
To podría invocar aquí textos de hombres, los más ilus-
tres del Norte ¿rr erica, donde, como todo el mundo sabe,,
el cultivo del Derecho internacional es objeto de particu-
lar estudio. Yo i c dría citar libros y artículos publicad oét
recien tf mente, qne Ecn la condenación más completa de
esas dos afirmaciones*
Antes htf citado á Mr. Hart y Mr. Phelp, el primera
profesor de Ja Unívereidad de Harward; el segundo, no*
solo maestro de Derecho Internacional y eminente juris-
consulto, sino representaste hasta hace poco de los Es-
tados Unidos en Londres. Mr. Hart protesta contra la
intemperancia y la violencia que caracterizan la politioa
norteamericana en setos últimos tiempos, y que llegando al
último extremo de la exageración en el actual choque con
España, ya revistió tonos y formas repugnantes en los re-
cientes conflictos de los Estados Unidos con los débiles Esta*
/^
■^
— 752 —
dos de Sud Amérioa (según se demostró en el libro recién te
7 notabilísimo publicado en la Habana por el 3r. Céspedes
con al titulo de Monroc y su política)* Mr. Hart, con motivo
del atropello de Chile por el Gobierno norteamericano, dice:
« Con 65 millones de habitantes y ana marina poderos* se
puede! sin riesgo personal, desoonocer loa principios de
Derecho internacional comunmente recibidos; pero al fia y
al cabo hemos sacado de eso escaso provecho; nos hamos
creado enemigos sin necesidad y puesto en las manos de
naciones poderosas, armas que en el porvenir puedan ma y
bien esgrimir en dafio nuestro.» Y aüaie: c9a dios que la
Be^ública de los Estados Unidos es el arbitro del m iludo
occidental; nuestra dignidad no exige tanto t y como dice
Bryca, no necesitamos un martillo de vapor para cascar
nueces.»
Mr. Fhelp protesta con mayor energía, si cabe, en un
trabajo especialmente dedioado á la cuestión de Cuba, con*
tra la intervención americana en la grande Anfcilla: sostiene
que la insurrección separatista habría sucumbido ha ma-
cho tiempo sin el auxilio de las expediciones que, con des-
precio de las leyes de neutralidad, han salido de la Eepu*
blíca de loe Estados Unidos: discute la responsabilidad de
España en el particular del Maint, y después de tronar
contra la especie de que á pretexto de humanidad se pro*
voque una guerra cuyos estragos nadie puede calcular, con-
cluye condenando la preferencia que para el empleo de sai
grandes fuerzas hace la próspera República de un enemigo
que considera exangüe y arruinado.
Pero no menos superiores son aquellas nobles palabras
de Lincoln que, cuando se realizaba algo análogo á lo que
r
— 753
ahora sa intenta, la anexión de Texas, condenaba el hecho
como un crimen indigno de la República y atentatorio á to-
dos los respetos debidos al' Derecho internacional. Del mis-
mo modo protestaban Jefferson y Monroe cuando él jingoís-
mo y los violentos pedían á vos en grito la guerra con Es-
paña para la anexión de la Florida. En honor de la huma-
nidad, por el prestigio de la Bepública, hay que procla-
mar aquí que esas protestas son de los hombres más pres-
tigiosos de los Estados Unidos y que se harmonisan con
los const jos de Washington.
Perdonadme, Sres. Diputados, la insistencia. Yo creo que
la generalidad de las gentes no se ha fijado bastante sobra
este particular. 8on muy pocos los que han estimado la di-
ferencia que existe entre el Mensaje del Presidente Mac-Kin-
ley y el Bill del Congreso norteamericano. No serán mu-
chos los que dentro y fuera de ¿¡apaña, comprendan (porque
esto no es fácil sin ciertos antecedentes), que por bajo de
las protestas desinteresadas y humanitarias del Gobierno
norteamericano está la aspiración fortiaima de aumentar
el territorio de la Bepública, con las islas de Coba y Puer-
to Bioo, constantemente deseadas por aquel Gobierno desde
la época de Jefferson y de Monroe y cuyo porvenir señaló
de modo bien manifiesto el ministro Everett en 1852, al
excusarse de cooperar á la acción de Inglaterra y Francia
para garantizar la soberanía de España en aquellas Anti-
llas. A estas convicciones, uno mi firme, mi firmísimo con-
vencimiento de que no Imy realidad superior á las ideas, de
que no hay poder superior al de los principios, de que los re-
eientisimos progresos del Derecho Internacional dan motivo
para fundar en la acción internacional una gran oonfiania*
/ <í
— 754 —
Sé bien todo lo que en contra dice I a Vulgaridad pre-
tenciosa. Es más fácil hablar qne estudiar, T 119 muy
frecuente qae, en las cuestiones políticas mis delicadas*
lleven la voz los poco enterados y los ecos del sentadora-
Hamo j el efectismo que tanto dan) han causado ahora a
España, Pero nada de esto modifica mi convencí miento,
A lo qae agrego, que tampoco soy de los que creen que lia
cosas se hacen por si solas y que entiendo que es dificilísimo
que la acción internacional se determine sin el activo é in-
sistente requerimiento del Gobierno español» requerimiento
que di lie | re (luí irse directamente cerca de los Gobiernos
extranjeros é indirectamente sobre la opinión pública del
mundo. Por eso vuelvo á llamar vuestra atención sobre el
bilí norteam' ricano de 18 de Abril último.
El 1 "residente Mac-Kinley en el Mensvje de 1 1 de Abril
pide al Congreso que c autorice al Presidente para adop-
tar medidas que aseguren el completo y definitivo térmi-
no de host Iidades entre el Gobierno de España y el poe*
blo cubano y que aseguren en la Isla de Coba la instala-
ción de un Gobierno estable, capaz de mantener el or-
den y de cumplir con ana obligaciones internacionales, ga-
randiando la pai y la seguridad de sus ciudadanos así como
délos de Norte América.» También pide autorización <para
emplear las fuerzas militares y navales de los Estados Uní-
dos, según tea necesario para dichos fines y el interés de
la humani Jad». — Y recomienda Apara contribuir á conser-
var la vida de los habitantes hambrientos de la Tila qne
continúa la distribución de alimentos y socorros y se vote
no crédito del Tesoro público para completar la caridad de
los ciudadanos americanos».
j
— 755 —
En el mismo documento se señalan como motivo de la
intervención norteamericana: 1.°, la cansa de la Huma-
nidad y Ja obUgación de poner término á las barbarida-
des déla locha que no pneden ser excusadas por que ocurren
á las puertas de los Estados Unidos; 2.° la ob igación
de garantizar á los norteamericanos. residentes en Cnba la
protección é inmunidad de sus vidas é intereses materiales
que no les quiere ni puede asegurar ningún Gobierno exis-
tente en la Isla; 3.°, les gra vi di moa perjuicios qne irrogan
al comercio de los norteamericanos, la deetruco ón gratuita
de la propiedad y la destrneción de Coba, y 4.°, la amena-
za que la situación de esta lula constituje para la paz inte-
rior de los Estados Unidos y los gastos enormes que impo-
ne al Gobierno norteamericano, obl gado á vivir casi en
pie de guerra. En este mismo Mensaje, el Presidente Mac-
Kinley da escasa importancia al conflicto del Afaine y dea*
donosamente habla de la propuesta hecha por el Gobierno
español en 10 de Marzo, de someter á arbitros todas las
diferencias posibles con los Estados Unidos. Todavía con
mayor desdén advierta el Presidente, en las últimas lineas
de su Mensaje, que desjuéi de preparado éste, había sabi-
do «que la Beina Urgente de Es p a fía Labia ordenado una
suspensión de hostilidades con objeto de preparar la paz.»
No se podía decir menos.
Ya este Mensaje era bastante distinto al de 6 de Diciem-
bre de 1897, en el cual, si bien el mumo r residente habla-
ba de la eventualidad de la intervención norteamericana en
Cuba, añadía tque no perdonada ni uno solo de sus etf cier-
zos para procurar por medios pacíficos una paz que fuese
honrosa y duradera.» Y terminaba afirmando: «Si en lo
r^k
X
— 756 —
sucesivo pareciese un deber impuesto por nuestras obli-
gaciones para con nosotros mismos, la civilización y la hu-
manidad, el intervenir con la fuerza, lo haremos, pero no por
culpa nuestra, éího solo porque la necesidad para empren-
der ¿al acción sea tan clara que asegure el apoyo y aproba-
ción del mundo civilizado.*
Ahora bien, estimad brevemente las resoluciones del bilí
votado en 18 de Abril por el Congreso norteamericano.
Principia por afirmar cque el aborrecible estado de cosas
de Cuba ha herido el sentido moral del pueblo de los Esta-
dos Unidos, ha sido un desdoro para la civilización cristia-
na y ha llegado á su periodo critico con la destrucción del
Maine » Considera que tal estado de oosas no puede ser
tolerado por más tiempo. Y acuerda (nótese bien}, acuerda
por au única y exclusiva autoridad y sin contar absoluta-
mente con nadie, de presente ni para lo f aturo: <1.°, que
el paeb!o de Cuba es y debe de ser libre é independiente;
2.°, que es deber de los Estados Unidos exigir, y por la
presente su Gobierno exige que el Gobierno español renun-
cie absolutamente á su autoridad y gobierno en Cuba y re-
tire sus fuerzas militares y navales de las tierras y los ma-
res de la isla; 3.°, que se autorice al Presidente de los E^.tt*
dea Unidos y se le encargue y ordene que utilice todas las
fuerzas militares y navales de éstos y llame al servicio acti-
vo IhB milicias de los distintos Estados de la Unión, en el
numero que sea necesario, para llevar á efecto estos acuer-
dos; y 4.°, que los Estados Unidos, por la presente, niegta
que tengan ningún deseo ni intención de ejercer jurisdicción
ni soberanía, ni de intervenir en el gobierno de Cuba, sino
es para su pacificación y afirman su propósito de dejar d
r
— 757 —
dominio y gobierno de la isla al pueblo de ésta, tina ves
realizada dicha pacificación. >
No tengo para qué comentar las últimas declaraciones y
para cuya exacta interpretación conviene el recuerdo de la
política americana en Texas, desda 1836 á 1847. Me basta,
para el fin con qne hago esta cita, fijar la atención en las dos
primeras afirmaciones, completamente faera de las faculta-
des y los poderes qne el Derecho internacional contempo-
ráneo reconocen á las naciones soberanas. Podrían los Esta-
dos Unidos hacer ahora lo qne hicieron en 1824, precedidos
por Inglaterra, reconociendo la independencia de la América
latina. Pero declarar urbi et orbe y para todos los efectos y
en todas las relaciones internacionales, que Cuba es nn Es-
tado independiente, y decir esto con carácter definitivo, sin
preocuparse nn minuto de si los cubanos quieren ó no la-
independencia, y si las demás Naciones convienen ó no en
ello, seria de lo mis extraordinario que se diese en la-
Historia contemporánea, si, por otro lado, no apareciera
el decreto de expulsión de España, la intimación afren-
tosa que se hace á nuestro Gobierno y el encargo al Pre-
sidente amerioauo, de realizar, por medio de las armas,
aquella expulsión, sin cuidarse del voto del país interve-
nido y menos aún de la aprobación (cuanto más del a~oyo)
de las demás naciones á que se referia el Mensaje del Pre-
sidente Mac-Kíuley de 6 de Diciembre de 1897, ni de
las gestiones hechas cerca del mismo Presidente per lo»
representantes del Papa y de Ibs seis potencias europea»
qne lograron en 9 de Abril último la suspensión de hostili-
dades en Coba y á cuyas gestiones ni siquiera alude el
Mensaje presidencial de dos días después.
— 768 —
Repito, señores diputados, que no conozco desconsidera-
ción ni arrogancia oomparables. Auto esta reiolnción pal i «
dece la del famoso Mensaje del Presidente Cleveland de
1894 sobre la cuestión anglo-venezolana y contra Inglate-
rra. Bien es verdad que la descoca poetara y la provocación
da ahora no hubieran sido posibles sin la victoria americana
del último tratado de Washington, que resulta un i a can -
tivo para la actitud de hoy, hábilmente preparada por los
dos úl Limos Mensajes de Mao-Kinley.
No son de este lugar ni de esta oportunidad considerado*
ütíd de carácter técnico ni de Índole asaiemioa, Fraudada
de ellas, pero no de decir que empero con anaia li que pe-
rió lieos de superior cultura y las revigUe jurídica* del
Mando científico han de exponer en plaso brevídimo res-
pecto de La actitud, la posioión y las preteasiooea de la Be*
f úUIca norteamericana en el actual conflicto de Cobi,—
Por que bien se sabe que es general la protesta coatra la con -
ducta y las aspiraciones de equeila República frente 4 In-
glaterra con motivo del conflicto- venezolano y eso que loa
procedimientos británicos en sua relaciones coa VenezaeJt
y en general con toda la América latina abiiiaba u las anii-
patlae de todo el Nuevo Mando, justificando las censuras át
loe hombres serios, los políticos más perspicaces y los juria*
consultos más renombrados de Europa. La teoría formula-
da en términos muy acentuados por el Fiesideate ClevsJud
en eu Mensaje de 14 de Diciembre de 1894, y por el mi*
iriatro Mr. Oiney en sus respuestas i lord SalUbary, fueran
olí ver sal mente interpretadas como la mam rotación de un
Derecho Internacional inadmisible y como la intolerablí
aspii aoión del Gobierno de Washington á la dirección a-
r
— 75» —
perior de todos loa negocios americanos. Afirmo que no
ihay un solo periódico, ana sola revista de cierta reputa-
ción entre los cultivadores de la Ciencia de Derecho ínter -
«aeiontl que haya patrocinado las novísimas teorías norte-
americanas, Y ahora agrego que el bilí del Congreso de
Washington de 1$ de Abril de 1808 deja muy atrae loe
«atrevimientos más conocidos en la Historia, y está en opoei
4ábn á todo lo que teníamos por corriente en el orden del De-
trecho internacional .
Porque el Gobierno norteamericano no solo se erige en
protector y director de toda América: no solo proclama y sir-
ve an interé* exclusivo contioental-americano rectificando
la tendencia general consagrada por los Congresos de Pa-
fffs, de Berlín y de Madrid, en f*vor de la mayor amplitud
-del Circulo Internacional á despecho de las diferencias geo-
gráficas, etnográficas, históricas, de religión y de clima: no
«solo pretende sustituir los conceptos deficientes del Equilibrio
«europeo y del concierto de los Pueblos cultos con el apara
toso protectorado de W*f hington sobre todos los pueblo*
•nuevos, sino que se atribuye el derecho punto menos que
exclusivo, de aumentar el número de las Naciones indepen »
dientes y de estimar y defender los intereses supremos de
Ja Humanidad.
Ahora bien, ¿puede permanecer Europa, puede perman -
-eer el mundo culto indiferente á tales pretensiones, y á ta-
les atropellos que hasta ahora y después de la concesión de
Inglaterra en 1897, no han encontrado más protesta que la
España? ¿Y en todo caso, el Gobierno español puede,
be excusarse de requerir á los demás Gobiernos extran-
"os para que discutan y resuelvan este punto? Entiéndale
_n
— 760 —
bien lo que pregunto. No trato de que pidamos auxilio peta
pelear. ¿Seremos vencidos? ¡Quién sabe! La reclamados, él
requerimiento qne aconsejo tienen otro valor, otro fondi-
mento, otro alcance. España peleará ahora como en Roí-
c< avalles, como en el Salado, eomo en las Navas de Tolo»,
como en Lepante, como en Bailen (es decir, por un interéa
universal); mas aparte de esto tiene el derecho de requerí*
la acción de Europa, en vista de precedentes bien señalados»
Sin ir más lejos, toda la cuestión de Oriente, ¿no es ose
Justificación para todas las reclamaciones que pueda formular
España? Aun cuando nuestra situación fuera análoga á h
de Turquía en Oreta y la de los Estados Unidos á la de
Grecia en el confítate oriental ¿no se recuerda que frente á
las intervenciones incesantes de Grecia, en 1869, se reunióla
Conferencia de Paría que impuso silencio á la Nación per»
turbadora, y no se advierte para el atropello que se anuncia
ó casi se inicia por América, no es licito invocar la doctá*
na y los compromisos de los últimos Congresos de Berlín?
Y variando los términos, y «endo una verdad que en
estos instantes hemos proclamado la libertad complete de
Coba, un régimen colonial, con imperfecciones que yo no he
de indicar abora, pero que de todos modos es nn verdadero
avance en el derecho público y que se presentará como «o-
délo bajo el punto de vista de la consagración de las liber-
tadla necesarias auna Colonia contemporánea ¿con qué dere-
cho se presentan los Estados Unidos oomo los defensores de
la libertad y la dignidad de los pueblos? ¿Podemos permaná.
eer silencioso? ante este nuevo atropello de la verdad y del
prestigio y la representación moral de España en el mondo
moderno y en último caso, de Europa estera? En este sentí-
— 761 —
do, yo espero, que «i no hoy, cuando lo estime oportuno «1
señor ministro de Estado, haga declaraciones explícitas so-
bre este particular.
No basta que se aparten l que se reserve a las Naciones
europeas/ es necesario saber por qué se han movido para
obtener de nosotros una actitud determinada; qué están dis-
puestas á hacer, qué garantía podemos encontrar en ellas,
sobre todo, después de complacidas. Por esto se ve que nos-
otros no tenemos en la cuestión de Cuba sólo un compromiso
de honor; tenemos intereses, tenemos derechos y tenemos
una representación que no puede desconocerse y menos ab-
dicarse*
Dos palabras, para concluir. Es asta, señores Diputados,
la vea primera que los Diputados que conmigo están en la
Cámara, dirigen la palabra al Congreso. Nosotros repre-
sentamos á un grupo del partido autonomista de Coba y á
los históricos de Puerto Rico, Somos, por tanto, represen*
tantee de partidos locales, que además del sompromíso ge*
neral de Diputados de toda la Nación, en este caso tenemos
una comisión especial, hoy como nunca delicada dentro ds
este Parlamento compro metido en cosas muy trascendenta-
les y complejas.
Es claro que dentro de este grupo, por el carácter local de
nuestra representación y porque estamos autorizados á ocu-
par un puesto entre ios diferentes grupos de la Cámara, hay
Diputados republicanos, los hay monárquicos, los hay que no
pertenecen á ninguno de aquellos elementos que constituyen
una parcialidad dentro de este Congreso. Ya lo he dicho al
oomenriar este discurso, Pero todos tenemos el compromiso
común y preciso de defender, ante todo, el crede de ¿a auto-
"1
— 7«2 —
nomia y de llevar aqui la representación de los partidos 7
loa intereses autonomistas de nuestras Antillas» Pues m
nombre de éstos 7 en nombre de todos los que ocupamos es*
tos bañóos, yo tongo que haoer una declaración: la hubiera
hech o anteo á no haberse retrasado la aprobación de nues-
tras actas. Y es que en el instante en que corre gravísimo
peligro nuestra sagrada bandera, en el momento miaño
en que las escuadras amenaaan á la Habana, y quisa has -
comentado los cañonasos en la isla de Puerto Bioo, casa-
do quisi pareoe nuestra Metrópoli abandonada de toda Es*
ropa, nosotros queremos que se entienda que juramos
por nuestro honor, que estamos de una manera franca, re-
suelta, irrevocable, identificados con la suerte de España.
He dicho.
#
EL BILL DE INDEMNIDAD
DISCURSO
L /
Iiomífr
lo» ir
nor
1
EL BILL DE INDEMNIDAD
?Ü& £GS DE0B1T0S DK NOVJBMBlil DI 1897 (O
Señores Dipütadoí:
Para estar dentro del Reglamento he pedido la palabra
en contra del dictamen de la C ¿misión que absuelve al
Gobierno del pecado de haber reformado el régimen político
y administrativo de las Antillas por los decretos de 25 de
Noviembre del año último» sin el concurso de las Cortes;
pero laa declaraciones que voy á hacer en nombre de los
Diputados autonomistas por oaya cuenta hablé ayer tarde,
demostrarán qae tenemos el propósito de votar el Bill do in-
demnidad, acloque con algunas salvedades.
He interesa distinguir y fijar bien varias cuestiones.
Anuncié ayer que nosotros estábamos dispuestos á reco-
ger toda observación y 4 estimar toda critica que se hiciera
respecto le la ouestiói colonial á que aquí se ha aludido, y
que ahora principal milite debía debatirle. M&a parece, por
(1) Elle disonree se pronunció an 11 ee Hiyo de 1891
Tomaron parta «n este hr.rve débete «a represenUcifin de di * eraos
■Ifrapoe de UCima-i, los 5rea SjLvela Romero Robado, Barrio y Miar,
loara* Riñe Vi I lana *t*, Cállamelo, Parí» tí «achata y Satinaron,
l le mi» a! Sr. Mmiatra <:« UUramiT, Toiji raiarvwoa iu jaiclo dafi -
i Uve para un debita espacial .
el sufragio universal, como base de la reforma autonomista
antillana; segando, que era tambieo de todo punto nece-
sario «jue el Gobierno de la Metrópoli ee abj tuviese de
nombrar loe Ministros de los Gobiernos insulares y de to-
mar cualquier iniciativa en lo relativo á la organización y
disposición de los futuro* partidos délas Antillas; tercero,
qae la superior dirección de la política local ultramarina,
en el primer periodo del nuero régimen, debía corresponder
prínoinal, ya que no exefaaivaineote, a loa elementos histó-
ricos del antonomismo da Cuba y Puerto Rico; y, en último
extremo, que era también absolutamente preciso adelantar
todo lo posible las reformas, una vez que el Gobierno tenía
la resolución de hacerlas. Y afirmaba cita urgeuaia pirque
yo sabía, tenia el deber de saber, de que suerte iaíl liria la
pronta publicación de los decretos ao toe o mi atas en Ja acti-
tud, no sólo de Cuba, sino de los Estados Un idos y de algu-
nas potencias europeas, respeoto da la cueatíóa oub*na. Me
parece que lo sucedido desde Enero á seta parte me ha da-
do cumplidamente la raaóu.
Por otra parte, dejé siempre á salvo la cuestión de la
conetitocionalidad de la reforma. No he intervenido en ella.
Mi opinión era contraria á qne se estableciera el nuevo ré>
gimen sin la concurrencia de las Cortes. Y dije respecto 4
esto lo mismo que tuve el honor de decir al Sr. Canoras
del CastHlo, cuando aquel hoabre politice me honró ¿ama*
nica adorne su decreto de Febrero de 1897 antes de hacer-
lo público. Hibia allí un punto delicadísimo, una onesttte
previa: el punto de la cwastituotonelídad de la medida. Ya
no lo salvaba; pero aseguré que en cuarto al éitt de indem-
nidad qne pedia el 8r. Oeuota» del Castillo, yo no le i
n
— 7ft9 —
ria mi voto en el Senado. Del mismo modo el bilí de indem-
nidad que presenta hoy el Gobierno, yo lo voto, con esto
salvedad; deplorando que se siga este sistema de legislar
fuera de las Cortes sin disentir las reformas ni hacer qne á
estas contri bajan el mayor número de elementos políticos y
sociales. Salvo mi responsabilidad, entiendo qne no debe
repetirse el caá o; pero reconozco qne no hay otro medio de
salvar las diñe altad es de la sita ación presente qne absolver,
con estas salvedades, al Gobernó reformista.
Para terminar : el bilí de indemnidad se refiere á nnos
decretos de gran importancia, de importancia transcenden-
tal.
He dicho qne en eatos decretos y en estas reformas hay <
bastante que disentir, y qae disentiremos seguramente: pero
sobre sus deficiencia* hay dos cosas que principalmente me
interesa consignar. De na lado, estas reformas son la con-
sagración mis explícita de las libertades coloniales en sn
parte más sustancial y positiva. Por ellas Cuba y Pnerto
Rico aparecen en amplias condiciones de emitir su voto, de-
terminar su sentido y afirmar sus deseos en el instante en
que el extranjero pretende negar la soberanía española so-
bre aquellas tierras, que por su historia, y por sus intere-
ses, y su posición geográfica, y sus compromisos interna-
cionales, sólo pueden ser consideradas como parte esencia-
lisima de la vieja y prestigiosa España. Nada más oportu*
no, nada más discreto, nada más político, que asegurar la
fuerza y la vida y la eficacia de esas condiciones qne per-
e irán á las Antillas manifestar claramente sn voluntad y
t ^ar el supuesto de que ea ellas impera una oprobio»
t inla.
n
¿¿atrasta con lo que I* América dsl
^*t'**Za*d* más atentatorio á ano de loe orín-
- &+ jd Derecho público contemporáneo que lo
¿r& <***#;& a* Gobierno de Washington, imponiendo
pr**
í^^Z^ga voluntad á otro Gobierno soberano, despre-
r
/
r*1*0^ porosas protestas qoe le ha dirigido el Gobier
*** ^ de Coba, prescindiendo en absoluto del plebiscito
' a f reservándose el Derecho definitivo de hacer la pe-
■gstcióa de la isla y de declarar cuándo ceta pacificación
gtfi Aecha.
qb otro lado, los principios reconocidos y adamados en
ji0 reformas de Noviembre de 1897 son los del novísimo
Derecho colonial. Por esos decretos nos hemos puesto al
uní=ono con los demás pueblos del mundo contemporáneo:
liemos entrado en el concierto internacional; y como yo ten-
go la convicción deque el actual problema de Cuba ha de
encontrar su solución preferentemente en el orden de las
gestiones diplomáticas y los oompromisos internacional*
del momento presente, creo que facilitamos lo indecible esta
civilizadora empresa poniéndonos, por la reforma oolonial
aludida, en comunicación directa con el espíritu dominante
de la época, de suerte que nadie en Europa ni en América
pueda entender, que al consagrar de cualquier suerte el de-
recho ó los intereses de España en nuestras Antillas 6 en Fi-
lipinas, frente al atentado norteamericano, se rinde á un in-
terés particular ó sanciona una excepción en el mundo culto.
De aqui la situación Tortísima que en el orden moral y
en la esfera del Derecho público ha tomado Espafla", tanta
para negar los pretextos y alegaciones del Gobierno norte*
americano, presuntuoso interventor y agente de la Huma*
— 771 —
uidad y del Derecho moderno en las desquiciadas y re*
niel tas Antillas espinólas, como para reclamar del con*
cierto de lea Naciones culta* y de lee Potencies libres
de Europa y América, que condenen explícitamente el
panel de Conquistador que ahora deseca peña le República
de los Estados Unidos, renegando de sus más brillantes:
tradiciones y de la doctrina de sus grandes maestros.
Por todo esto votamos el bilí de indemnidad, repitiendo
que no por esto renunciamos á precisar y eligir en su día
las responsabilidades entrañadas en el problema colonial
español en el ourao de loi veinte últimos años, dnrante loa
cuales no hemos casado de proclamar la ex celsitud del régi-
men de la autonomía, Y advierto que creemos íncursos en
esas responsabilidades lo mismo á los gobiernos y á los par*
tidos qne con bu política y sus excesos hayan podido com-
prometer la suerte de nuestras Antillas y la paz, el presti-
gio y el progreso de España, que á los qne fuera del orden
oficial, hayan podido producir esos mismos efectos con sus
exageraciones, sus errores , sus excitaciones violentas y sus
funestas propagandas.
Por hoy no nos corresponde precisar esto. Nos cumple
facilitar la doble obra de la instauración, arraigo y de» arro-
lo del régimen autonomista en las Antillas y de la defensa
de) honor, el derecho y los intereses de todo género de Es-
paña, comprometidos seriamente, en la guerra provocada
por la República norteamericana en términos casi unióos
en la Historia.
Be dicho
n
r
EL PRESUPUESTO DEL MISTERIO DE ESTADO w
SiÑoftse Diputado*
He pedido la palabra para decir muy pooas y para someter
algunas brevea coüsiJerecionea al jaicio de U Cámara,
señaladamente al del Sr, Ministro de Estado.
Ha ya muchos años tenga oca tambre, siempre que as
discute e^a parte del Presupaeito general de la Nación,
de hacer algunas observaciones que responden ámi profundo
con venoimteüto, respecto al papel que desempeña el Minis-
terio de Estado, al cual consideraba y considero, juntamente
con el Ministerio de Ultramar, oomo ano de los mis posi-
(i) Eate diecureo fué pronunciado en al Coagreso el 18 da atajo da
1 8^3 Lo coa uaió al Sr. Ministro D. Fio Gallón, ofreciendo traer pronto
Mi Libro Raje j aceptando ai da bata propueito.
Sobra Asarte» dtl Sur dja.
«Yo mi ha limitado a !o <}ue laa ci re un «lancina exigías, que ai no,
«r«a al Sr. Labra qua ni Rabiara doacuidado aquello qu« aa reriere i
nueetro perrenireo África, da la coal cr«o habar cuidado tanto como
cualquiera da mia autececeree, j, aa al gano de loe esnntoa pea dienta a f
«as qd éxito superior á mia acperamaa, ni mucha menea hablara deja-
4a «a «aguado logar la importancia da n nutra* reUoionee con laa Ke-
pdblicaa Sui-americanu, da laa callea, coa exoepcióa da una ó doa,
unge la i a mf acción da opinar como el tallar Labra: que eetán ofre-
ciémáonoa ahora laatimeuioi tan a inca roa da amiatad y da apracia, qua
panden aonatituir para aoaotroa, cuende a o moa objeto ia una agreaitu
5>
^
— 776 —
tiros recargo* políticos y uva de las más firmes garantías
de la personalidad espafbla, por estar en en mano la reía*
eión de Espefia con el resto del mando* To tengo la firme
eontieción de qoe en estos Ministerios están la fueran, al
prestigio, la consideración de nuestra Patria; y como esta
es en mi convicción muy antigua, he tenido siempre por
costumbre consumir un turno respecto de cualquiera de loa
capítulos de este prteupueato.
Tenía ahora el mismo propósito; pero debo rectificarlo
por dos motivos principales. En primer lugar, porque todas
las consideraciones qoe yo pudiera exponer en este instan-
te, no habrían de ser seguidas de resultados eficaces por
parte del GLbierco, cuando sabemos todos que está en cri-
sis» y cTaro es que las recomendaciones que pueden hacerse
al Gobierno han de ser para que, el mismo las realice, en so-
tos próximos y sucesivos. Y en segundo término, porque asi
que hayan pasado estos días y se haya resuelto la crisis,
anuncíale y desarrollaré una interpelación sobre nuestra,
tan injustificada, tan mienta y tan criminal cerno la de tos
Unid oí, al mea dulce y pera anenta da laa consuelen.
Hay, lin embarga pontos aobra toa coalae ya so hay iaeeaTesicmto
tn hacer ftflnnaeionoe, como al dal bloqueo á qp* 0. S. aa ha referid» y
al da laa inf raceionee, no ya da toda derecha iatarnaeiaaal, timo ám
toda noción da moral cristiana, en qaa tetan iaaurriendo los Bateées
TJnidoa deida'qae han declarado lagoarim i Pápala, falta* y 4 mea
juicio daTitoa 6 átentodoe de tftfto fine?*, que, claro teti, afrma vas*
tfto al Gobierno etpafiof Jara prettatsr encrgtaemettte ante todo» las
pnablot el til íiados da Buropa y da Amé'itss; par» ai en eeta estry «en*
firme con 8. 8 , le pido, én cambio, que no alíjala mf qoe dousrmrfne
la feíma y la ocaaión én q«ie ha tic haeeree «ata, ya ase t ;ca á a*re g*>
ñero de oblift cienes en laa cnalaa toda reesrra parece peqmela.»
r
— 777 -
política exterior, y oon motivo de esa interpelación hateé
de discutir macha* cosas que no podrí» tratar ahora sin
distraer vuestra atención.
Esta interpelación habrá de versar: primero, sobre el pa-
pel que corresponde á España en el movimiento internacio-
nal contemporáneo y la actitud qne el actual Gobierno ba
tomado rectificando 6 ratificando la política del partido
conaervaaor oarateriíada en nn sentido de aislamiento cuyos
resultados primeros palpamos: segundo, sobre nuestras re-
laciones Internacionales con América; particular qoe yo he
estimado siempre oon nn criterio bien distinto al qne aquí
se manifestó hace pocos dias por el jefe de nna de las mino-
rías parlamentarias. Es este punto imprescindible, tanto
por el alcance de U política qne pretende desarrollare!
Gobierno norteamericano sustituyéndose violentamente á
la acción reflexiva y autorisada de todo el Nuevo Mundo,
como por los compromisos contraidos por nuestro Go»
biérno respecto al Congreso de Montevideo de 1888, sobre
cujas4 soluciones, prácticas y urgentes, yo he hablado aquí
repetidas veces, sin lograr más que esperas y evasivas. Por
áltimo, mi interpelación habrá de versar sobre muchas cb»
sao qne están sucediendo ahora oon motivo de la guerra con
los Estados Unidos y que redaman, á mi juicio, declaracio-
nes terminantes y explícitas por parte del sefior Ministro do
Estado,' para que respecto á ellas el público todo pueda
formar electo íutcio y adoptar una actitud. K" '
Ahora mismo, sin ir más allá del problema planteado
po¿ la guerra; creo que ha/ bastante qué decir respecto del
alcanoe y valor [legal qne tiene ta aprehensión del terco
Bú**a*e*tura, cuarido aún no se habla hecho la declara*
1
— 778 —
oión de guerra en los términos acostumbrados por todas U
potencias del globo. Existe también la ouestióu de loe cor-
sarios, que, al parecer, y á pesar de todas las declaraciones
heofcae por los Estados Unidos, están sonriendo los maree
sin que sepamos cuál ee la tendencia positiva de nnestro Go-
bierno, libre por la reserva que hicimos, sobre las declarado-
nen contra el oorso sn 1856 , ni en fin tengamos noticia de la
disposición ds los demás Gobiernos enrppeoc y de las con-
cesiones que estos pudieran hacernos á cambio de la renun-
cia del corso, en obsequio del comercio universal. Otra
cuestión muy grave, verdaderamente internacional, es la
del bloqueo de nuestra isla de Cuba, donde parece cierto
que los barses americanos no son suficientes para hacer
efectivo el bloqueo, por lo cusí resulta ilícita la presa da les
buques neutrales que aquellos barcos están haciendo sn
aguas españolas. Y por último, teñamos la escandalosa con-
ducta (indigaa de los precedentes y de la historia del pue-
blo norteamericano) del Gobierno yanJtee, que hoy lansa sos
esouadras i haqer bombardeos ds piases abiertas sin dar m-
quiera aviso.
Todas estas son cuestiones que conviene discutamos para
marcar bien, no el sentido de tal ó cual fracción polition,
ájp el de la Cámara entera, i fin de facilitar la acción del
Gobierno para hacer las gestiones decorosas que en pro de
nuestros derechos pueden y deben haoenes. í orqip para
bajarnos pos bascaremos nosotros., No tenemos que acudir i
nadie para cumplir el deber. Mas. para robustecer nues-
tros doreejiosv oomo miembros del .gran oonmertat iptoraa-
oionaj* necesitamos fijar nueejro sentido y spestra posición,
precisando hechos y determinando claramente las i
r
— 779
qm», tacto para tratar con los Gabinete* extranjero*, como
para recabar ef apoyo de la opinión pública universal.
No ea menos grave marcar la actitnd de las Repúblicas
sudamericanas, fue ahora, al revés de lo qae pasó desde
1S69 hasta 1973, se mantienen en nna reserva extraordina*
ría y qae no sí mpaüsan con la insurrección separatista y
mucho menos con f as provocaciones y violencias de la Re-
pública de Norte América, en y as excesivas pretensiones ya
alarmaron pro fon cía mente i la América Central en 1854,
cajos atropellos h ¡ciaron á México tomar las armas en 1144,
en ros desaines y cuyas demasías irritaron i Chile y al Perú
en I S92 y 94 y cujas arrogancias hicieron fracasar el Con*
greso panamericano de 1S89 y 90 No me parece qne es in-
diferente precisar este punto cuando los Estados Unidos se
preocupan tanto de llevar la vos de toda América, poco
hice, con motivo de la cuestión anglo venesolana y ahora
con motivo ó pretexto de la cuestión de Cuba. La indiferen-
cia con que nuestro público sigue estas cuestiones, justifi-
caría mi proposito de discutirlas oon el Gobierno. Pero esto
será en su tiempo y lugar. Cuando se publique el LittQ
JÍojot que reclamo calurosamente.
Tengo también qne hacer una salvedad acerca de la 8so»
eión rajos gastos se van á votar (1).
(I) L* Sección i* f nada 4*1 Presupuesto geaoral de saetee ee
rolare al ui jiiterio de Sitado, cu/ te ateneienee importa* 4.988>tlt,t9
ptootae, ton gmpci d« sea Sección eon:
ka AdmiaietricÜD Central, que caceta 604 .SOT pétete*
Cnarpoo diplenitieee j soasolar 2.4S0.SJ5 »
Tribual de la Rota 160.00S
Oaatoi dÍ7eraoe 1 .SS1.Í20
Patronato de la übnpi* de Joraeelem . Si l7S0
— 780 —
Entiéndase bien que jo no oreo qne esas partidas deban
desaparecer del presupuesto; los que aquí nos sentamos «os*
tenemcs, por el contrario, qoe mochas debieran estar do-
tadas con mayores recursos.
Tampoco tengo el propósito de combatir el capitulo aebre
el que he pedido la palabra; únicamente, á propósito de este
capítulo y de los servicios de los misioneros qoe compren
den cuatro artículos, me permito recomendar al Gobierno
que venga, que rectifique un tanto el modo j la manera de
presentar estas cuestiones á la Cámara. Acompaña siem-
pre al Presupuesto general una Memoria también de carác-
ter general, y más especialmente financiera que adminis-
trativa. En cambio los datos para demostrar de qué suerte
ciertos servicios están organizados, qué resultados han pro*
ducido, ouálss son las consecuencias de estos trabajos, no
aparecen en parte alguna. Ahora mismo tenemos delante
Culto y ser? icio de la iglesia de San Francisco. . . . 16.500 €
Servicio A cargo da loa misioneros 408,000 «
Materlalde la Obrapfa 0.000 «
Oastos diverso* dal Patronato 188.060 »
Ejefoicíoo cercad* • ti. 407, 10»
El Capítulo con cuyo motivo se pronuncio «ata discurso ea al décima
j trata de loa servicios de loa lliaioneres .
Comprende cuatro artículos, que son:
Colegia de Santiago y Crispiona ISO. 000 patetas
Ifiaiones de Tierra Santa. 80.000
ídem de Marruecos 130.000 •
Igleeiade Argel 14.000 »
XI Ministerio de Estado proporciona 8.000.000 de pesetea de légrese,
per obvenciones de los Consulados que iguran en la Sección segunda,
eap. 8.°, art. 8.* del Presupuesto ae Ingresos.
r\
— 781 —
anas partid»* del presupuesto del Ministerio de Estado que
se refieren 4 misioneros, á exploraciones geog ráfhts y oten»
tíficas, i empresas artísticas, eto. etc. ¿Oiré unainoonve-
u ieüoi a si afirmo que de todos estos particulares so hay an
la Cámara ció cae ata personas qoe-tesgan la menor noticia?
Aun loa aficionados á esta* materias ¿por dónde ni cómo
han de saber el resoltado de loa saor.fi jí os hechos el alio
pisado y el alcance da loa qie ahora ae decretan, si á la*
Cortas qo vieie más dato que k vaga iadioacióa de las
partidas dal presupuesto? ¿^an qué calor» con qué eficacia,
con qué conciencia se han da votar esas partida?
Con tal motivo me permito recordar ana baena priotiea
de los dos pri meros periodos del régimen constitucional en
España: de 1812 ¿ 1814 y de 1820 á 1823. Entonces cada
ministro enviaba, al principio de las legislaturas, un resu-
men especial de los trabajos y los compromisos de en depar-
tamento: de moJo que siempre había baso de estadio y de
discusión para los diputados, cuya iniciativa frecuentemen-
te no baste para plantear bien los problemas parlamen-
De mayor alcance es la práctica que existe en los Estados
Cuidos. Allí, al lado del mensaje general presidencial ó
de las observaciones especiales que hace el Presidente,
anas veaes al principio da la legislatura, atoas veces
en el corso da ella) determinadas por oirsunstansts* par*
ticQÍares, vienen aiempre las Memorias oonoretas de les
DeparUmeo toa, y estas Memoria* no sólo se impriman y
reparten 4 todos los Diputados y Sanadores amerioeM*,
sino también á todos los hombros que en Eiropa y Améei-
«a tienen un pooo.dé afioie* á las suastiMes de interés
— 782 —
general. Yo debo la eorteeia de aquellos hombree politicón
y de aqtielloe administradores, el recibir todos losefioe cosa*
Memorias, y mediante loe datos que me ofireeen oreo toser em
conocimiento bastante exacto do la metiera como está orga-
nizada y desarrollada la rida interior de los Ertados Usi*
dos. Hay algunos trabajos de mérito exoepeional9 como, per
ejemplo, los de la Comisaria do la Educación, que i
dos 6 tres volúmenes al año, y qne se reparten á los 1
brea polltioos de toda Europa, mientras no advierten al Ce-
misario americano, qne no los quieren recibir. En eetoe li-
bros te estudia el desarrollo de la instrucción, pública,
no sólo de los Estados Unidos, sino también de east todos
los pueblos del mundo; de tal suerte, qne bien pudiera de-
cirse que, después del trabajo brirlentísimo de un espejes!
distinguido, el señor Cossio, director de nuestro Museo Fs»
dagógieo (que ha hecho un* estudio muy detenido sobre Je
primera enstfianna en España), el más eomplstequeee come»
ce sobre la instrucción pública elemental de nuestro peas»
es precisamente el detallado en uno de loe titfmne vétame*
nea de la Comisaría de los Estados Unidos. T lo misase
digo de lá Comisaría dsl 'lrabajo y del Dspartasssnta^e Ice
Indios, Pues en Inglaterra suosde, poco mee & menos» lo
mismo, aunque oon alguna mayor limitación y cortapies»
Puesto que es necesario levantar aquí el espirite y censa*
gramos á obras de verdadera sustancia moral y prescindir
en tanto de las pequeñas preocupaciones de la poütisa pea*
pitante, serla oon veniente que on lo sucesivo los lliníatoritm,
sobre todo el de Estado, acompañasen sus presupejesteo
son Memorias, en las cnalee expusiera* éonsreei y eepe-
«Ulmente loe ttabajoe quecsoe Ministerise bebiotun Jas»
r
Í83
che el afio anterior, y, sobre todo, los servicios presta*
dos por todas laa Comisiones que, en términos generales,
responden i un fin respetable de exteriorisación, qne debe
ser seriamente estudiado j determinado, tanto para no com-
prometernos en losas empresas, como para no despilfarrar
nsestros pobres recursos en empefios desordenados y sin
raaón ni nulidad positivas*
Paitarla al ofrecimiento qne antes he hecho de redecir
extraordinariamente mis observaciones si ahora cediera á
la gran tentación de hablar de estos empeftos y estos com-
promisos. Algnna otra ves lo he hecho ea esta Cámara con
cierta extensión y tendré macho gusto en insistir sobro
estos particulares luego que el señor Ministro de Estado so
sirva proporcionarnos el trabajo de referencia que reco
■tiendo ó los datos particulares que pienso redamar des-
pués que najamos discutido el problema capital del mo-
mento: la situación qne nos h« creado la guerra con los
Estados Unidos Porque no oreo difícil la redacción de la
Memoria de que he tratado» .
Al Ministerio de Estado vienen bastantes informes de
nuestros cónsules y aun de noestrosdiplomátioos. Buena par-
te de esos informes se publican de un modo desordenado en
wd Boletín O/tcialdd Ministerio, que circula muy poco: sosa
perfectamente comprensible en un pala como el nuestro,
donde los precios de suscripción de la Qacsta oficial del
Estado y del Diario dt hi Sesiona ds las Cortee son
muy altos» sin duda para que la generalidad del público se
itere diflciksente. Pues con los informes i qne me refiere
ton otros qne podrían procurarse, eeguramente-ee con-
fwrfa despertar el inter.es general de Espalla sobre
— 784 —
algunas eueetiones y empresas que, oomo las de Márcaseos
y Portugal, son por todo estremo simpáticas en nuestro
país. T en este esmino no seria difícil recabar sacrificios
del Tesoro y de los particulares para publicaciones, ex
ploraoiones y trabajos de divulgación científica y litera-
ria, qae hoy por hoy apenas si se intentan. Por lo menos
nadie sabe qae se intenten, y en todo caso nadie sabe el re-
soltado que dan, viniendo á ser (sí se reafisan, con pobris-
mos medios, oomo ha sucedí lo respecto de África) nn entre-
tenimiento panto menos qae ocioso.
Y no admito qae esto no interés iría al público. Frente á
tal argumento yo tengo el brillante resaltado de los mtttínfs
de las Sociedades geogrifioas de Madrid y de la Sociedad
Mauritana de Granada. No digo nada del calor oon que en
las últimas sesiones del Congreso Pedagógioo iberoameri-
cano de 1892 se acogió la idea de constituir una sociedad
ibórica de trato intelectual f vnlgarisaoión oientifi ja y edu-
cación popular. Pero ya tengo dicho machas veces que en
estas obras no basta la idea; son indispensables los actos y
la perseverancia.
El Ministerio de Estado y el de ultramar podrían servir
macho para esta tarea. Desde luego preparándola por los
medios de propaganda qne correspondan naturalmente á m
instituto: luego, patrocinando los esfnersos particulares, sin
pretender sustituir la acción oficial á la ubre.
Para esto qnisi servirla de no poco nna severa organiaa*
ción de los estudios de la carrera diplomática y oonsulur y
áVIfc carrera de empleados de Ultramar. Algo se proymtó
en 1370: la reaóoióa lo dejhiio. Hace dos afloS se trató la
constituir en Madrid «n Instituto 6 Aoádétatí* de
"V
j
— 7»5 —
colonial, a'go asi como el Colegio holandés da Delft ó la
Edcnel a Colonial de Francia .
También esto fracasó, aucque contaba con lia simpatías
del Gobierno conservador, Y ahora mismo se habla, por ana
parte, de establecer, al amparo del Ateneo de Madrid, que
acaba da fundar, con apoyo del Esta lo y admirable éxito ,
la Recuela de Estadios Superiores, un Instituto libra coló
nial! mientras otros pretenden orear una gran Academia
de eet odios para La carrera consular. Por mi parte, en ar-
monía con los Estatutos del renombrado Instituto europeo
de Derecho internacional (en cu jo seno ocnpo UA modedtí-
aimo puesto) y de acuerdo con algunos ilustres colegas de
tquel centro y de muchos profesores y cultivadoras del De*
reoao de gentes en España, me he permitido también
recomendar la constitución de una Academia ó Instituto de
Derecho Ínter nacional y oolonial destinado i prestar ex-
traordinarios servicios á nuestro país y de na modo digno
de la gran tradición de loa Soto, los Snarca y los Váz jues
Manchada ,
Mis para todo eato es preciso también que el Ministro de
Estado no excuse la publicación de sos LiBrw Rojos. Ed
seis años oreo que ha publicado dos. Ahora se anuncia
otro: ya me parece que hay motiro, y espero que, á diferen
cia de loa anteriores, abarque la totalidad de nuestras rela-
ciones exteriores.— Da otro modo, costará trabajo que ls
generalidad de las gentes entienda que los problemas in-
ternacionales son otra cosa que una eipecul ación intelectual
o no estéril entretenimiento de nnos coas tos desocupados
más 6 menos elegantss y pretenciosos. Si esto no fuera
más que un disparate, ya podríamos sonreír. Pero ahora
— 78* —
bptit Mittt macho dinero, «Mh» **»gr» y araahatii*
H*4¡oho(J).
(1) Ltt«M«M|MiUÍQMÍMMM Mkifteri» 4» Mole, «&•»*•
• ÍMMI potete» je* Repta* tiene f rtríeimet problema* interno*»
ubi «,0* iteadtr.
k«vaí ^^mmímmmi I— elfuteniaa»
IÜI Stoeeete de Sfcfia j dm 8hx. —Dm6rdmmm en Roma.
<v; CMtMi de «d*.-lndtmni«ciooa,._CMial a, ^.^
ü eW-lU^aeienee pra el Tratado deOeeae,^ ^ U o™
*™t*B..-Jun.diec.oa marítima fterreetrede Oibraltar.-RetU™
ajen, j «tifictc one. del Tratado cU Pa, *♦* ., üru^aj de *Z
******** P« •! rertablecimiento de k Pnt toa CnrL-Mr~
*o.-c«; d de fluti Cn» de Mar pequeña.
üaido. d» «88t huta 1M7. -"■■•■««■«■■I» d* iMBMfa
alüj"™ * ■"«-^■««"fc *• « *•«.«. .« .1 *,, Nfc-
1»!' A^B6e°f r8,"8- «íM-*«-^-hrt> d. „ ««dd.
*»«mw de BnttMt Airw ea i*». ** «P10»**»»-
iwl. Bucmoi d« M«lilU.
Abril i. mi, iou U **eim«l». «« ,*.„». "" *"* "*
LA POLÍTICA EXTERIOR
DEL GOBIERNO LIBERAL DE ESPAÑA
DISCURSO
_
^
LA POLÍTICA EXTERIOR
DEL GOBIERNO LIBERAL DE ESPAÑA (1)
Sifloaia Diputados:
Tengo el propósito de hacer dos preguntas, una al señor
Ministro de Gracia y Justicia, y otra al 8r. Presidente del
CoDáfjo de Ministro». S aplico al Sr. Presidente del Con -
ar jo se fije un poco en lo que voy á decir y lo transmita con
especial recomendación al Br. Ministro de Gracia y Justicia,
i quien tengo hace tiempo anunciada ana pregunta qne re
Tiste cierta gravedad. Hablo de la actitud y disposiciones
que yo creo debe tener el Gobierno, y señaladamente el
(l) Krtt di acuri o fui p re m ti n ciado en «1 Congreso da loa diputados
«1 Al di Jdq;o d« 1408. Le coouitó «1 8r. Sagette (Presidente del Cen-
izo) pfn cien do qo* «1 Gobierno m ocuparía de los gravee hechos que
denuncio respecto de le prisión preventiva, sobre cayo particular he
hablado di forestes teces en el Ceagreeo y faerade él, desde 1M0 a
este psrte. Puede verse sobre el particular mi libro Custionés paipi
Pero respecto de la mierpelecftn eobre política internación* i , el
Sr. Segsits ee »x«ueo alegando, primera, en# ara argente disentí r Ice
aatae de vario* dipútales, j argenta también la suspensión de Bestcati
dei Cocgreio por cauea de lo ce 3 uroso de la estación. Lnego el Sr. Pre-
— 79U —
Sr. Ministro de Gracia 7 Jaiticíe, «a lo relati vo i la prisión
preventiva 7 4 la libertad provisional.
líe preooapa seríame a te este panto de la seguridad indi
vidual tanto 00 m o al relativo i la en te f! ansa primaria, puet
creo son do* cuestiones fundamentales, da carácter moral,
de la vida española ■
Hace años aquí ee discutió esta ponto. £1 entonces Mi-
nistro de Gracia y Justicia, que lo era el aeñor Homero Be*
bledo, me prometió presentar ana reforma eficaz en el orden
da la prisión preventiva v de la prisión provisional, para
qae no se diera el caso, que se está din do, de que puedan
ser detenidas y encerradas en la cárcel sin plazo ni consi
deración, personas a quienes se cree por el momento qne
deben ser delin cuentea y resaltan al fin abiaeltas, sin
que baya medio de que nadie rectifique la desconsidera
ción qne han merecido, ni les indemnice el perjuicio qae
han sufrido durante el tiempo en qae han estado procesa-
das 7 presas»
■id en te del Contejo, v anuido de argumentación, eepueo en opio Un dea-
faro» ble 4 un debita que coartara la libertad da acciOD del Qobiera*
cuando eate la necea i ta e Diera ,
lojilti en mi raeg-o como arriba ee Teri, Anuncié una propoeieiee
incidental; luego la presea té t pero, at fin, no U eoatuve, porque tí claro
qae do daría juega, p^r ta actitud del Gobierno 7 la dispoeíci6a de no
escandirla por parte de la mayovía liberal 7 de la minoría eoneer ta-
bora.
to no quería hacer un acto de oposición ni entretener i nn peblie*
dit traído con *» dUtvria mét, tino dar al Gobierno atedien de pelea «
el exterior. Creo que el Gobierno ge equíTocó profúndame ate al exea-
»r el debate .
r
791 —
Tengo aquí algunos datos da lo ocurrido en la cároel de
Madrid desde 1895, que oonviene tener muy presente.
Citaré tan sólo ouatro 6 seis eaeos. Par qjempb, Mannel
Bfcedio Boendia, ingresó en la oiroel el año 1892, salió el
96 absuelto. despuós de enatro aftxi de prisión, y sin que
nadie le haya indemoisado. Lo propio ha oenrrido A Maree-
•Iseno Fernándoi Gomas, que entró en 1893, y salió el 97
absaelto temblón. Jalián del Valle Alonso, ha permanecido
igualmente cuatro afioj preso, siendo condenado en 17 de
Febrero del 96 á ouatro meses de arresto. Enrique O lona
Pairó y Mauricio Navarro de Onis, recluidos desde el 93;
Joaquín Elola Domingues, desde el 94; Peiro Millán Cle-
mente y Mannel Olmedo Monfri, desde el 95; todos conti-
núan presos. T Bafael Padilla Baeno, lo está desde 1890,
habían Jo sufrido oondena por otras causas durante ese tiem-
po y sin que se haya resuelto el primer proceso.
Pero el caso verdaderamente notable y anómalo es el de
^Gumersindo Miranda Pastor, sentenciado por la Audiencia
do Madrid á nueve años y un mes de prisión correccional
por dos tentativas de delito; en 1892 faó declarado de-
míale 4 ingresó como tal en el matice cnio de Santa Isa»
bel de Léganos en 1894.
Dado de alta por los módicos á los nueve meses y días
do estar allí, volvió á ingresar en la pririón en Ma-
drid. La Audiencia mandó llevar i cabo otra informa-
cita, y, en virtud de ella y por estimarle loco, ee le des-
turó otra ves ai manicomio que correspondiese, ordenan-
do el gobernador que fuese conducido al de Santa Isabel ,
al que no ha panado, siguiendi toiavi* en la Prisión oelu-
lar de Madrii, porque parece que los mélicos se ciegan
Si
— 792 —
á admitirle en Legares fondados en su primer ¿letames.
Por tanto, resalta que, quedando en aoapenso el cumpli-
miento de )a condena de todo preso por la declaración de
demencia, según terminantemente previene la ley, no puede
considerarse qne éste se halle cumpliéndola; pero esto no
obstante, de hecho asi ocurre, pues el preso está sometido
al régimen de la cárcel por el desacuerdo de los médicos &
por tolerarse qtte no se cumpla lo mandado por la Audien-
cia. Esta enormidad no debe consentirse, y ha de procurarse
termine tan triste situación, porque casi es seguro qne con
el tiempo que éste desgraciado estuvo sujeto al régimen ce*
lular, mientras su condena debia de derecho estar en sus-
penso, la habrá cumplido. Un indulto vendría á remediar
esta gran injusticia.
Algo por el estilo sucedió hace pocos años con una mujer
reclusa en Alcalá, y declarada demente á poeo de su reala-
sión. Tengo idea deque foé indultada, porque se evidenció
la enormidad de qu», demente, soportaba los rigores de la
cárcel ni más ni menos que si cumpliera condena; y sin em-
bargo, al recobrar la salud tenia que cumplir ésta integra-
mente, como si no hubiera estado presa mientras le faltó 1»
raión. Creo, repito, que aquella mujer fué indultada. Aho-
ra podia hacerse lo mismo con el preso Gumersindo Miran-
da. Pero esto no remedia fundamentalmente el mal.
Es preciso atenderlo por medio de la ley, introduciendo
un nuevo artículo en el Código penal ó entendiendo áese
caso y á otros análogos la ley nueva y especialiaima sobre
prisión preventiva y prisión provisional, que recomiendo
calurosamente al Sr. Ministro de Gracia y* Justicia, con la
protesta de que si 8. 8., con su rmyór competencia y mayo»
— 793 —
res medios, no trae ese proyecto en la próxima legial atura,
yo me reconoceré en la obligación de plantear aquí el pro-
blema por medio de nna proposición de ley.
Y voy ahora á la cuestión que se relaciona más especial-
mente con el señor Presidente del Consejo de Ministros,
Cuando se discutió el Mensaje de la Corona, hice una
alusión á la necesidad de discutir el problema internacional;
á poco vino la disensión del presupuesto del Ministerio de
Estado, ratifiqué mi propósito, y el Ministro de Estado, señor
Gullón, tuvo la bondad de aceptar en principio la interpela-
don que yo le anuncié, no queriendo entonces discutir el pro*
blema internacional por no involucrar las cuestiones. Des-
pués he mantenido mi circunspección y mi calma por dos
motivos. En primer término, porque esperaba la publicación
del Liirp Jtojo, y en segundo lugar, porque no quería en tor-
peeer la discusióndel presupuesto, ya por la urgencia de ¿ate,
ya porque la naturaleza del problema que yo quería plantear
era de tal alcance, que exigía un debate un tanto especial,
El presupuesto se ha disentido y aprobado; pronto se van á
suspender las sesiones, y en este concepto me creo capacita*
do para rogar al Sr. Presidente del Consejo de Ministros
que me admita inmediatamente, para mañana ó pasado. He*
gtm 8. 8. quiera, nna interpelación sobre este particular.
Me dirijo al 8r. Presidente del Consejo, teniendo en
cunta que. m wt^s dos ó tres meses ha habido dos Minia -
tres ds Estado; pero desde luego yo me daré por perfecta-
meafcL honrado con que el Sr. Presidente del Consejo ó el
8c Duque de Almedóvar, cualquiera de los dos, me diatin-
gan contestando a las observaciones que yo voy 4 tener el
honor de exponer .
— 794 —
£1 fin de mi interpelación, primeramente, ea disentir en
pri Qcipio y en término* generales la gestión diplomática del
Gobierno español desde principio de este afto.
Ea segundo término, contribuir 4 qne se forme opinión,
con el oononrso y participación de todos los partidos de esta
Cámara, respecto á la idea qne Espafta tiene de sn posición
en el orden de la política internacional, de los medios y con-
diciones qne hoy la caracterizan y de cuál pnede ser sn res-
ponsabilidad en la situación en qné la colocan las circuns-
tancias y en la solución de derecho público y armonía uni-
versal que se avecina. En tercer logar, pretendo que fuera
de España se conozcan las diversas direcciones, si las hubie-
se, ó la direoción única que tienen todos los políticos de Espa-
ña, por lo menos los representantes más caracterizados de
esta política. En último término, me he de permitir, ©en to-
dos los respetos y todas las salvedades, sin olvidar la posi-
ción modestísima del Diputado que dirige la palabra á la
Cámara, haoer alguna recomendación al Gobierne respecto
á la actitud y á alguna gestión que me parecen absoluta-
mente imprescindibles en la situación internacional que tío-
De hoy el problema general de Cuba.
Yo entiendo, señores, y lo he dicho repetidas veces, que
es preciso hacer la justicia debida á la actitud verdadera-
mente gallarda del pueblo español, cuya vitalidad y cuyas
condiciones se han aquilatado hoy de una manera indina-
tibie ante propios y extraños. Te fio en el heroísmo de loo
soldados que pelean al otro lado do los maros por el hour
de nuestra bandera, por la integridad do nusstra Patrio,
Tengo por cierto también que represento un gran tostar, zm
factor sorprendente, punto menos que maravilloso, la <
r
— 79S —
ción, y «1 fervor que acreditan nuestros hermanos de Ultra-
mar que se juntan 4 nuestro ejército para pelear por nues-
tra bandera; pero no se me oculta, después de todo, que
hoy el secreto del compromiso que estamos manteniendo
allende los mares, está, ante todo y sobre todo, en las rela-
ciones internacionales. Ahi, á mi juicio, está la resolución
definitiva del problema que hoy nos preocupa y que nos
preocupará extraordinariamente dentro de dos meses.
De otro lado, yo sé bien que al Gobierno, por la Consti-
tución, le corresponde la dirección de los negocios diplo-
máticos; al Gobierno, al Poder ejecutivo, le corresponde, por
modo exclusivo, el hacer la pas y el examinar y resolver
estas cuestiones que pueden afectar de una manera profun-
da al honor y á la integridad de la Patria.
Dentro de pocos días se cerrarán las Cortes; el Gobierno
queda investido por la Constitución y por el hecho de sus-
penderse las sesiones, con plenitud de facultades; y me
parece de todo punto necesario, en primer término, que
aquí se fijen bien las posiciones y se determinen bien las
responsabilidades de cada cual, y, en segundo lugar, que
el Gobierno tenga en cuenta, para haoer después lo que
guste, afirmando la responsabilidad de su conducta, las ob-
servaciones, los requerimientos, las excitaciones y hasta las
notas que con todos los respetos y salvedades podamos pre-
sentar los Diputados y grupos políticos que tenemos aqui
una representación de cierto alean oe.
En tal sentido, yo suplioo al Sr. Presidente del Conseja
de Minietros acepte mi ruego, y se digne manifestar desdo
luego, si mañana ó pasado podré yo tener el honor de ex-
planar la interpelación que acabo de anunciar.
— 796 —
i
PRIMERA KBOTiriOAOIÓN (1*)
Pongamos de lado la dificultad, perdóneme *8. S. que se
lo diga, la dificultad pequeña que el Sr. Presidente del
Consejo de Ministros ha señalado para aceptar mi inter-
pelación.
Yo no me opongo, ni creo que nadie se opondrá, á que
discutamos las actas, y esto perfectamente puede hacerse
dentro del reglamento, haciendo lo mismo que hemos hecho
hasta aquí para discutir los presupuestos, y del mismo modo
que se hacia antes de constituirse la Cámara, por prescrip-
ción reglamentaria. Con que en lugar de ser cuatro las ho-
ras de sesión sean seis, y las dos últimas se consagren ex-
clusivamente á las actas, creo que el temor del Sr. Presi-
dente del Consejo de Ministros quedaría perfectamente rec-
tificado por la realidad de los hechos.
Por tanto, yo me atrevo á proponer á 8. S., de acuerdo
con el interés que le inspira la suerte de todos nuestros com-
pañeros» que aoepte esta solución: la propuesta á la Cámara
de qae las sesiones sean de seis horas y que las dos prime-
ras ó las dos últimas se dediquen concretamente al examen
y votación de las actas.
Después, yo, ¿cómo he de exousar lo que tengo por una
absoluta evidencia y un compromiso perfecto ante el país
y ante mÍ3 compañeros de representación? Yo he demostra-
do uoa circunspección exquisita, una calma constante.
(i) Las palabras que siguen fueron dichas contestando al Sr. Sagas-
U, que se excusaba con la urgencia de discutir algunas actas de Di*
puUdon.
— 7*7 —
Sabe bien la Cámara que yo no soy de los Diputados que
hablan con frecuencia. Yo soy enemigo resuelto de los de-
bates resonante* y sensacionales; mas, por lo mismo, esta
actitud mía tranqaila-me da un derecho indiscutible, cutm
do creo que el asante es de soma importancia, á plantearlo
resuelta meo te. Y yo creo que ser (a una verdadera de-
bilidad el que se suspendiesen las sesiones de esta Cámara
en medio de este conflicto extraordinario, que es la preocu-
pación de Europa y que atrae la mirada de todo el mundo
sobre nosotros, sin que se supiese absolutamente nada da
lo que piensan los partidos y los hombres políticos sobre les
problemas internacionales de España. Seria una verdadera
vergüenza, repito, y no se ha dado un solo caso, fuera de
nuestro país, de que los diputados, en circunstancias análo-
gas, se retiren á sus hogares permaneciendo luego en una
absoluta indiferencia y dejando por completo al Gobierno la
absoluta responsabilidad de sus actos, sin que este cuente,
ni por eos pecha, y por adelantado, con los vetos ó los cornejos
del Parlamento reducido á algo menos que figura decorati-
va. Yo, por mi parte, al menos en este punto, repito que lo
tendría por una verdadera debilidad, á que no estoy dispues-
to A prestarme.
En su consecuencia, yo siento mucho mantener este pun-
to de vista, pero lo tengo que afirmar en vista de que sa
nos tacha, aquí dentro y fuera de aquí, de estar devorados
por la anemia; de que no sabemos lo que pasa, de que nos
distraemos todos los días formulando opiniones en oorrilloa
j esperando no sé que del acaso. Pues frente 4 esta sospecha
de que nos corroe la anemia, debemos poner la resolución
clara y positiva de afrontar las responsabilidades, defen-
L
— 798 —
dietulo cada cual sus opiniones. Y esto lo podemos hacer
eiü dar proporciones extraordic arias á loa debate?, pero
fijando posiciones definitivas y resuelta s siempre necesaria*,
hoy altío Jotamente indispenEab'es por Ja deplorable manera
con que ha sido informada la opinión pública sobre el as-
pecto actual del negocio de Cuba,
Por tanto, termino insistiendo en mi ruego. Y propon-
go al Bf\ Presidente del Consejo de Ministros, para
que, inmediatamente, ei á S. S. le pareciese bien, y el au-
mento da las horas de sesión, su carácter de leader de esa
mayoría, lo recomiende al señor Presidente déla Cámara
para qne el Congreso tome acuerdo. Pero si 3. S. persevera
en esta asunto en la actitud que ha man i f citado antes, con-
tra todo lo qne yo suelo hacer, tendré el sentimiento maña-
na de presentar una proposición incidental para que se dis-
cuta el particular que. he recomendado á la consideración de
Ja Cámara.
— 799 —
FIOÜNI A BKCTCflOAOIÓN
SiÑOBia:
Como tengo un verdadero interés en que resolvamos eete
asunto amistosamente, necesito rectificar algo de lo que el
8r, Preeidente del Consejo de Ministros ha dicho. Porque
4 8, 3, le parece como que jo he puestoja cuestión en los
términos de una perfecta intransigencia, y en tal caso, dice
el8r. Presidente, jo Je délo oponer la mía. No hay más
que una diferencia, Br. Presidente del Consejo: que yo
desde el mes de Abril estoy cediendo y su señoría la vez
primera que yo le pido que ceda un poco, se mantiene in ■
transigen te *
En eegnndo término, ha íl vooado S. 8. la práctica y el
Reglamento; y en esto, contra lo que suele suoeder cuando
habla S. S. , no ha estado felía, porque el art. 191 del Regla-
mento autoriza de nn a manera expresa las discusiones de
seis horas, no solo para los presupuestos, sino para todos
aquellos asuntos que ee entienda por la Presidencia y el
Congreso que tienen el carácter de urgentes. Por manera,
que el asunto t hora i disentir, eB si es urgente ó no la pro*
posición que tengo el honor de recomendar a 8. 8. De la ur-
gencia, ¿qué he de decirle, Sr. Presidente? Cuando 8, 8.
me presente el ejemplo, que en este caso es decisivo, de otros
países que en circunstancias análogas hayan creído que no
se ha de hablar absolutamente nada respecto de su posición
internacional y no se ha de discutir siquiera un Libro flojo
que se ha presentado, yo cree que para algo más que para
que lo lean en sus csess y en Ta intimidsd de sus familias, los
— 800 —
Diputados y Senadores, cuando 3. 8, me de ese ejemplo,
entonces podre reservarme; pero hoy por hoy, tengo la con*
viccióü absoluta de que serriremos á la Patria muy de ve-
ras haciendo conocer las diversas opiniones que aquí hay res-
pecto al problema internacional de España.
En verdad, el problema es delicado; pero cuente su seño*
ría que la ves primera no me dio como rasón de negarse á
aceptar mi ruego más que la cuestión de las actas. Ahora
me opone otra consideración: el Gobierno ha llegado al pan*
to de creer que no procede de ninguna manera discutir este
tema.
Qae es un tema delicado y peligroso, tal vea yo lo reco-
nozca; pero eso depende de dos oausas. Primera, de lo que
aquí se diga. No es posible que S. S. pueda juagar raspeólo
del alcanoe y del tono de la interpelación que yo haga mien-
tras no la haya hecho. Pero, en segundo término, 4 mi no se
me ha ocurrido nunca, por la poca experiencia que debo i
y el estadio modestísimo que llevo de negocios análogos fu
de nuestro país y dentro de él, creer y pretender que los
Gobiernos están obligados á contestar á todo lo que pregan*
tea los Diputados sobre materias internacionales. Hacien-
do justicia á la posición diversa del Gobierno y de los Dipu-
tados puede recomen lárseles prudencia al Gobierno y pru-
dencia al que tiene que hacer la interpelación, pero en último
caso el peligro de las interpelaciones está en el punto de
vista del Gobierno, en lo que el Gobierno haga y diga. Esto
del Gobierno exclusivamente depende y nadie le podrá fbr-
sar ta mano. El Diputado no tiene mis que exponer por
su cuenta sus opiniones ante el país para que el país las oe~
noaca, e¡\ Gobierno las aproveche y se forme la opinión, baos
— 801 —
del régimen constitucional y representativo. Y seria gran
indiscreción el exigir del Gobierno contestaciones abso-
lutas A todos los pontos que con ana libertad extraordinaria
puede hacer un Diputado, y sobre todo un Diputado de la
oposición ■ Es decir, que, bajo este punto de vista, reoonoioo
que la polémica, 6 mejor dicho, la disensión, es delicada,
aun cuando yo no encuentro loe peligros extraordinarios que
•afiala el Sr. Presidente del Consejo, porque adelanto que yo
no tongo la pretensión de exigir contestaciones al Gobierno
respecto á todos y cada uno de los puntos que yo con toda
libertad be de plantear.
Ahora bien; yo ruego á S. S. que, sin mezclar eu este
asueto ninguna clase de amor propio, teniendo en cuenta el
sito espíritu que todos tenemos y el interés de llegar á un
arreglo en condiciones naturales, ruego &3, B, qne se sir-
va aceptar mi interpelación. En otro caso, si £. S. man-
tiene su derecho, yo no puedo declinar mi responsabilidad,
y, por tanto, me vero en el caso de plantear esta cuestión
por medio de una proposición, siguiendo los trámites re-
glamentarios).
r
NUESTRAS COLONIAS DE ÁFRICA
DISCURSO
r
r\
r
NUESTRAS COLOIUS DE «FRICA
(I)
Señores Diputados:
El grupo autonomista que se sienta en estos bañóos, y ía
Minoría republicana que está en esos otros, no oreen que
puede terminar el debate sobre el Presupuesto general de
gastos del Estado, y menos pasar la Seooióa décima, que
ahora se va i disentir, sin una respetuosa protesta de núes*
tra parte, y sin que se haga una excitación calurosa al
Ministerio de Ultramar para que, en lo suoesivo, reotiñque
el modo y manera de presentar á la consideración de laa
Cortes los gastos relativo^ á la Colonia de Fernando Pao,
y las demás que constituyen nuestro grupo colonial del gol-
fo de Guinea. No es esta la vez primera que hacemos igual
protesta; ya el 8r. Villalba Hervás, hace seis años, como
individuo, de Ja Minoría republicana, y luego yo, en nom-
bre del grupo autonomista* en los últimos debates parla*
y) Discurso pronunciado en el Congreso en 3 de- Junio de 189S, eos
motivo de la Sección décima del presupuesto general do Botado para
199S-9*. Lo contestó ol Sr. Ministro da Ultramar (Romero Girón) ofre-
ciendo traer á las Cortos ol presupuesto de Fernando Póo de 1*99*1900.
1
— 806 —
mentarías de las Cortes del 95, hioimos protesta análoga,
que interesa sobre todo á la oonstituoionaiidad del proyec-
to, que ahora se presenta oomo si nada hubiera sucedido de
entonces acá.
j Parece imposible tal persistencia en el error! Por lo mis-
mo, no ha de ser menos viva nuestra oonstauota en la oposi-
ción y la denuncia, ahora fortificadas por la evidencia de
les desastrosos resultados de la oonduota que oombatimos.
Para que los Sres. Diputados se den perfectamente cuen-
ta de aquello á que van dirigidas mis excitaciones, me per-
mitiré advertir el modo y manera oon que en el Presupuesto
actual (que es el general del Estado) aparece la ooneigna-
cíón para Fernando Póo.
Lft Sección décima dioe asi:
«Colonia de Fernando Póo. — Capitulo único.— Artículo
único —Suma con que, en la proporción fijada por la ley ds
25 de Julio de 1884, debe contribuir el Tesoro de la Penín-
sula para atender á los gastos de la oolonia durante el ais
económico de 1898 99 : 876.000 pesetas.» Es decir,
175.000 duros.
No quiere decir esto que baste la partida que aoabo de
leer para sufragar todos los gastos de Fernando Póo y de
las colonia* próximas. Se suman oon esta cantidad de
175,000 pesos que apareoe en el Presupuesto de la Metro •
poli, otra cantidad de 70.822 duros que grava al Presupues-
to de Filipinas, y además hay el ingreso de 16.880 pesos
que salan de los ingresos ó impuestos propios de la colonia.
Por manera que el presupuesto de Fernando Póo tiene es-
tas trea bv*es: la cantidad seflalada en el Presupueste
de la Península, Seoción que aqui se discute, apesar de fat
— sor —
lar los datos precisos para toda discusión : las partidas
qne ae consagren en los presupuestos de Filipinas, que no
disentí mos nanea porque no se preven tan 4 las Cortes, y por
último, la partida más pequeña que grava al Presupuesto
particularísimo de Fernando Póo, del -cual no tenemos la
menor noticia por las razones que luego expondré. De esta
suerte viene a producirse una cantidad total de cerca de
263.000 pesos.
Insisto en llamar la atención de los Sres. Diputados
sobre el modo y manera con que viene formulada la partí*
da de Femando P60 en eete Presupuesto. No hay más in-
dicación que la general; no hay detalle de ninguna especie.
Absolutamente nada qae pueda llevar i los señores Dipu-
tados á la apreciación de si la partida de los 175.000 du-
ros es una partida bien pensada y bien aplicada. Por otra
parte , jamás se sabe cómo se emplea.
La razón es muy sencilla. A pesar de ser precepto termi-
nante de la ley orgánica del Tribunal de Cuentas, que
este se ocupe detenidamente de la inversión de loe créditos
y formula de una manera adecuada el juicio que le merece,
nunca viene en las Memorias presentadas 4 las Cortes por
el Tribunal» censura, observación ni consideración respecto
al modo de aplicarse el dinero del Estado en las islas de
Fernando Poo y sus próximas*
Por otra parte, aquí se vota directamente la sama, De
176.000 pesos que aparece en la sección que discutimos, e
indirectamente las otras de loa 87.000 y pico que ptgarán
Fernando P60 y Filipinas, 1 os 2&9.J55 peeorj y dentro
de dos ó tres meses, el Ministro de Ultramar, por su
sola autoridad, publica un presupuesto particular de
M
Fernando Póo* Bs decir, aqni so séllala la cantidad m glo-
bo; do ee dioe de qoé MiBtra «i» da «plisar ni se diserte
absolutamente las condiciones; krúniooqpie se dice caque se
dan tanteé mués de daros persigue el - Ministro de UIf
tramar, por aceite puramente burocrática, aplique me
cantidad en un presupuesto que ee publica en la Gaceta, y
del cual tañemos noticia mucho después de haber votado
aquí la partida, pero ain consecuencias de ninguna especie.
Porque ni siquiera el Tribunal dé Guantas se ocupa de ai
egop miles do duros se han aplicado en vista del presupuesto
hecho j publicado por el Gobierne después de cerradas las
Cortee y oc**ra todas las prácticas ooneeidas en materia
análoga. . r*
Pero sucede otra cosa singularísima. Si Ministerio de
Ultramar jamás remite al Congreso data alguno que airta
para apreciar el uso que aquél haoc de la especie de autora
aacióu inoosaparableque las Cortee le dieron el alio último,
al votar la partida1 en globo de la Sedqión dáeima del Preso-
puesto general del Estado, Es práctica oorrieate en materia
de autoriaaeiónes que ea la misma lej en que estarse conce-
den, aperesoá an articulo final recordando que el Gobierno
ha de dar cuenta á laa Cortas de lo qne Jbeya hecho en virtud
de las extraordinarias facultado* concedidas por raaones
siempre excepcionales y transitorias. Del mismo modo o
uaual, fuera de Espafia, que los Gobiernos envíen álos
Parla mentes y pongan 4 la dispeeioioardei públioo, Memo-
rial ó informes sobre la Administración pública en deter-
minadas esferas; sobre todo si se trata de empresas de un
valor excepcional, oomo son las relativas á la instrucción
pública, las relaciones extranjeras, el trabajo, etc., etc.
r
~- 809 —
Pues bien; m el calo presente y tratándose de nuestras
coIodírs del golf* do auto», i pesar de la moEstruoaidad
de la autorixaoión que implica la Sección décima de nuestro
presupuesto general del Estado, janee el Ministerio de Ul-
tramar se ha cuidado de explicar lo que ee ha hecho en Fer-
nando Póo» lo que se propone hacer y el estado actual de
aquellas comarcas, hoy punto menos que desatendidas y qae
iolo en un brtvJsímo momento ha fijado la atención de Espa-
fia: cnando Inglaterra en 1841 ge propileo adquirirlas ofre-
ciendo unce cuantos miles de pesos» Me temo que aquella
atención se excite otra Yes cuando Francia ó loa Estados
Unidos repitan por en cuenta (y como ya hay motivos para
sospecharlo) la pretensión de Inglaterra.
¿Pero es posible, dentro del régimen constitucional y del
sistema representativo parlamentario, qae se presentan par*
tidas de esa suerte? Has a^n: ¿es posible mantener y re*
conocer, sobre todo en estos instantes, la autoridad buró*
orática que viene ejerciendo el Ministerio de Ultramar?
En último término, aquí podemos disentir la ouestión
bajo dos puntos de vista. El primero es el del contribuyen-
te español. ¿Esta Cámara puede entorilar por virtud de la
Constitución, ó de la ley orgánioa déi Tribunal de Cuentas
ó de las Leyes da contabilidad, ó del Reglamento mismo del
Congreso, la consignación de esta partida en términos ab-
solutos, sin que se diga cómo y en qué se han de gastar esos
dinerts que se recogen del bolsillo ole) contribuyente pe»
ninen lar?
Y si volvemos la vista á otro lado, ai tenemos en cuenta
lo que pasa en femando Póo, Coriseo, Annobón y en la cos-
ta occidental del África, aei como en el archipiélago filipino,
— 810 —
preguntar: ¿cabe dentro del concepto de 1* legisla-
ción española en materia* coloniaje», que pódame, ein o>
noeimiente de lee persona* que han de pagar esa oontribo
cien, y sin conocimiento de las Cortes de la Nación, impo-
ner una tributación 4 Filipinas y otra á Fernando Pee,
siendo arbitro absoluto el Ministerio de Ultramar para dis-
tribuir estas cantidades del modo que mejor le parezca?
Estas son las primeras cuestiones que aquí- surgen. Ye
niego que la practica que en este particular se sigue sea
compatible con nuestra Constitución, lie bastarla, para re»
servarme, la historia de las grandes batallas que aquí ae han
dado respecto de la competencia del Parlamento en ma-
teria de presupuestos coloniales. Luego están los ejemplos
de 1873 y de 1174; porque en el afio 1874 vinieron aquí
los presupuestos de Filipinas y de Fernando Póo. Por úl-
timo, me preocupa el recuerdo de que una de las caneas de
las grandes luchas que sostuvieron las antiguas Cortee con
nuestros Beyes, y sobretodo con Garlos I, consistió en qus
el Cesar pretendía que se señalaran en globo las cantidades
con que debían contribuir las Cortes, y las Corten pedían
y reclamaban que se detallase y concretase aquel servicie
ó aquel gasto, para el oual se votaba la cantidad, consis-
tiendo en esto último el principal interét del regimos repre-
sentativo.
Todos los debates que ha habido en materia colonial das-
de 1837 hasta la fecha, pueden dividirse en dos grupos: el
primero comprende loa de excepcional transcendencia, y en
el segundo podemos colocar otros que, si fueron también
de importancia suma, no llegaron á la gravedad de los pri-
meros. Los que pudiéramos llamar de primera magnitud
811 —
me partee que han sido loa siguientes: primero, el de 18f &
pera disentir la competencia de las Cortes precisamente en
este asanto de loe presupuestos ultramarinos; segando, el
de 1 $72 y 71 pera la abolición de la esclavitud, y tercero,
el que sostuvimos aquí en 1 895 pare, llevar A lea col o ni a a
fes reformas presentadas por el partido liberal .
Además de estas tres grandes discusiones, ha habido
otras doa de extraordinaria importancia, que son: aqaella
en que, por un acto del partido liberal, accediendo á los re*
querimientos de los autonomistas de esta Cámara, se vino
A la declaración de que era necesario promulgar la Cons-
titución del fletado en nuestras provincias de Ultramar.
Esto se hito en 1881 . Luego está aquel otro debate no me-
nos transcendental, en que por primera ves, discutiendo pre-
cisamente conmigo, el Sr. Cánovas del Castillo hizo la pri-
mera declaración respecto á la compatibilidad de la doctri-
na autonomista con loe principies de la integridad y de la
unidad del Estado*
Respecto al primer debate, al debate del 63, cuyo recuer-
do me interesa más, conviene advertir que este fué el pri-
mero en que se discutió realmente la situación constitu-
ción» I de los antillanos, después de la expulsión verificada
oto el aSo 37, de loe Dipatadas de Puerto Rico, Cuba y Pili*
picas, mediante la afirmación de que se iban á regir nues-
tra* provincias ultramarinas por leyes especiales, que los
hombres, aqaella fecha tuvieron voluntad de hacer, pero que
oo hicieron, dejando á nuestras provincias de Ultramar
bajo el régimen de la dictadura y de la oentraliíacíón ,
Por esto olvido, y por una serie de corruptelas, llegó 4
establecerse por el Poder ejecutivo, un derecho perfecto de
L
— 813 —
legislar en absoluto respecto de ka cuestionen interioren de
Cuba y Puerto Biso*,' y, «obre todo» de bus presupuestos.
Vino Inego 1* granbatalla que dio la Unión liberal contra
el partido moderado «presentado por elSr. Seijes, el cnal
afirmaba el mismo criterio que hoy podrían sustentar loe que
creen que debe sustraerse al Parlamento el conocimiento
de loe presupuestos de Filipinas y Fernando Fóo, y que
tiene competencia absoluta el Gobierno para legislar sobre
estas materias. La üoioa liberal di 6, con gran ardimien-
to y aparato, aquella balal la, la ganó y comenzó el periodo
de lae reformas incesantes de la política de Ultramar; pero
el punto de partida fh& el reconocí miento explícito del dere-
cho único de las Cortas para discutir y resolver las cuestio-
nes de presupuesto* eoleilia les.
lia ai tu ación de noy Tiene á ser análoga. Ya se ve que Fi-
lipinas y Fernando Fóo se hallan en condiciones distintas a
las de las Antillas. No voy á con fundir ambas cuestionen.
Pero bajo el punto de Tista de la competencia del Poder aje*
cutivo, r i vaheando con la competencia del Parlamento, la
situación de que ahora trato es semejante á la de 1 863,
Pero hay mucho mis; y es que con arreglo al texto de la
Constitución, raya en lo imposible excusar el derecho ex-
clusivo de las Cortes á legislar y entender en los presu-
puestos de Filipina» y Fernando Póo. Porque la Constitu-
ción del 76 (casi lo mismo digo délas del 69, del 46 f
del 37) a&rma que das provincias de Ultramar habrán
de ser gobernadas por leyes especiales i. Be lo único que
hace excepción es en el orden parlamentario, reconocí* mdo
que el derecho de asr representados en Cortes corresponde
sólo á Cube y Puesto Bioo. Pero es necesario discutir caá-
r
— *1*. —
leí son liia provincias le Ultramar, ¿Desde está «i texto
legal que hace poaible qua sean prpvinoias de Uétramsn .«
Coba 7 Pnerto Eioo y n© Id sea Filipinas? ¿Eei donde ni
de qaé manera Filipinas, Fernando Bóo y sos adyacentes, •
carecen del carácter de pravinoiaa, dado *L sentido- innova • .
dor de nuestras Corta* deüádi*, donde q aeds deejaradb
que las colonias españolas ¿o aran fwotoHa*?»
Ademas» eu 4 d» Septiembre de 188 1 elminiatrj da Ul-
tramar promulgó el Cfoiígb'peiialenFüifin^^ J£a.*l ev*
cabesatntento de aquel decreto fe lea quaal Gobierno lo, ha- '
ce «en virtud del are. 89 da la Conetitnaión de la Monar-
quía », ea decir, del articula que dice á la Jetea: cLaa pro-
vincias de, Ultramar aeran gobernadas por laye* especiales;
pero el Gobierno queda anfcoriaado para aplicar á las sin*
mas, con las modiEoacione» qne jvsgae eonveniantee 7
dando cuenta á las Cortea* da las leyes promulgadas 6 qne
se promulguen para la Península.»
Del miimo modo, en 8 «de Febrero de 1888, el ministro
de Ultramar llevó á Filipinas la lej de Enjuiciamiento eivil
de !a Peuio§ulap con ciertas modificaciones y 4 lacabesa de
este decreto aparece también la invocación del art. 89 da la
Cooatitución, Lo mismo se liase en el decreto de 6 de Agosto
d^ 1888 que llevó á Filipinas, al Código de Comercio.
De modo qne para el Gobierne, Filipinas son provincias
que deben eer gobernada*?**, hpt* 6ff4C¡ales, solo que al
Gobierno se ha olvidado de cuinpHr la obligación^ qoaie im>
pone la segunda parbe del art. 89 de la Constitución, * »éa,
ir cuenta á las Cortes da la* promulgación del 06cbgo pe-
al y d« la Ley procesal am FilipiBa*. ' •
En 31 da Julia de 1 39 al propio ininistarts da Ulftfainar
— «14 —
lleve i «tu kUa el nueve Código civil de la Península; 1»
Uevó al mJamo tiempo qaa á Cuba y Fuerte Bieo, pao»
citar apreuntato el ert. et da la ConetitoeiÓB, bien qa»
ea el ert. S.° del decreto ee hable de lee Filipina* oame de
provincia* análoga* i lee Antttlae.
De aquí do ee deduce rigorocamante que Anteado Fia
está en la míame condición que Filipina*, le verdad. Pera
yo observo, en primer lugar, qae, noy por hoy, en materia.
de presupuesto*, el Gobierno hace la propio coa Fernanda
Peo qae oon Filipina*, paee qne no loe trae á lee Cortea
4 peaar del art. 8$, y luego, qae ai qae afirme que Fernán»
do Poo no ea una provincia carenóla y fondeen eate afir»
macaón nn derecho de la Adoainiatraotón activa y ana ex*
copetón en daño de aquella comarca y del derecho da la*
Cortee eapalolae, qae ea lo general y fundamental ea el or-
den político, y aa la eafera legielativa de nuestra Patria, la
corresponde la prueba, peraqueüae raaooee bellameats
oempendiadae en la regla 1.* del til. H de la Partida I.* y
ea lea leyee 1 y 2 deltit. 14 de la Partida 8.* Porque al qaa
afirma le toca toda la prueba, fuera da aneado la negación ea
la baee de un derecho ó rectifica al general capúcela.
No me canearé de decirlo, para rectificar un error muy
generaliaede* la evidente que ea la Gbastftaoióu del En»
teda no hay reserva alguna reepaato ó contra,
Póo, y yo deecooome otra leyqaoaaBctanelai
lea llamada* póiuüma altramarinae da Bepaaik
Pera dotaos de barato que aat Filipinas cama
Poo y \m colonias de Guinea no seaa provincia** ¿per don*
de, considerando el testa dala Oonetilnaion que seeenoce qaa
lea Oaitta cea al Bey ean laa iftticat tu njprfarfar para 1
r\
— su —
ley 10, y aquel otro artículo que habla dé la facultad que el
Poder ejecutivo tiene de dar loe reglamentos con do cantee
pan aplicar las Ityéi; por dónde podría contrariarte la
afirmación de derecho conetí tocio nal de que Jas leyes, tanto
de Filipinas, como de Fernando Fóo, de Annobón, de Co-
riseo 7 de Jan costas de África, deben hacera» aquí, dentro
da nuestro Parlamento?
Después de esto, que para mi es de suma importancia
pac lo que diré al terminar laa indicación ei qne someto al
Congreso, debo llamar la atención sobre otro particular, y
es sobre la absoluta necesidad que hay de que en lo futuro
la partida del Presupuesto que discuto venga acompañada
de una Memoria explicativa que haga comprender á loe hom-
bree públicos, y en general á las gentes qne ee ocupan del
desarrollo y solidez del poderlo ee pañol y así como de lo que
representa nuestro esfueiio colonial en el golfo de Guinea,
qué ee Jo que hacemos y de qué suerte empleamos el dinero,
con lento mtjor motivo cuanto que* por ejemplo, el presu-
puesto actual, que te idéntico en la cifra al del año pasado
(pesetas 875.010), es bastante majorqueel de 1195*96
(615.000 pesetas), ein que sepamos la rasóü del aumento ni
el resultado positivo obtenido en el ejercicio último ni qué
es Jo que podemos prometernos en el ejercicio actual.
No precie a encarecer Ja altísima conveniencia— diré
más»— la completa necesidad de que el Gobierno ooctríbn-
j» poderosamente á que el pueblo español forme un media*
no juicio de lo que es, vale y representa nuestro mundo co-
lonial. Dejo aparto el interés político, para fijarme en lo
orna significa en nuestro paie la c migración. Yo no creo que
m puede contrariar esta tendencia ni me enamora la idea
L
— 816 -^
de ^ue el Gobisrno lá condicione y reglamente, Pero «1
creo que dsbs linear toda lo necesario pira que el pueblo
espalo! se dé .cabal cuenta de los escenarios trasatlánticos
ó da cualesquiera otroe extraños que quiera poblar. Y para
estafetera de propaganda, servirán lo indecible los debatea
ptrkmsntarioa De. modo que aun bajo esta panto de vista,
ver laderamente modesto, yo recomiendo ios debates de las
Cortas que deben ser preparados por Memorias análogas á
las. que publican todos los Ministerios de Europa y América
y que so repartes profusa y gratuita méate á nacionales y
extranjeros. En Espafia, esto se desconoce en absoluto* y que
aquí pueden hacerse perfecta y muy eficazmente lo demues-
tran los rscisutss' trabajos sobro Estadística de Prosa pues*
tos y Estadística ds las Contribuciones, publicado coa ge-
neral y caluroso aplauso de todas las gentes de cierto valer,
por nuestro Ministerio de Hacienda.
No sé que sobré nuestras colonias de América se naya
publicado nada oficial después de las Notes y el trabajo
estadístico sobre Oaba de ü . Ramón de la Sagra; es decir,
hace cena do 60 años. De Puerto Rico no hay nada, Po-
quíaimo y muy deficiente sobre la isla de Luzco (que en
extensión os poco monos que Cuba), y nada sobre las Visa-
ya*. En. el • Ministerio de Ultramar existan muchos abulta-
dos tomes de la Memoria manuscrita de Pallen y Rodríguez
sobtfé tornando Póú: nadie se lia cuidado de nacer uo el-
tracto* Y yo mismo, para hablar de estas cosas baos a a os
afros* hs tenido mas recurrir á libros extranjeros y á los in-
forme» orales y ofiokmos de dos exgobernadores de aquella
isla y de tros 6 cuatro particulares. No os fácil entrar sm
deb ais do este modo.
— WT —
Pero ahondaremos la tnaotii*. *t *•,
Saben todos loa qae upe egwnhia1 <j«e t* ccdcaia de Fer-
nando P/jo y Annobón fié aáqtánid* por España á finos del
siglo pasado, en virtud a* un oanabie haobo oh Portugal,
que por asta negociaron adfaitifehpooibata da 8aoram«
•n America, lío es menos aabido que casi desde loa primero*
días de la adquisición de» eaaa otar ¿alas afirieanas las mi-
ramo» con gran desdén haa^ o^e ios ingleses pusieron los
ojos en ellas prmripUaio par SDÜqitour a» lea pennit i ra
establecer allí un depósito* yshiayiB, qa» pat» perseguir la
trata, ae lea permitiera domiciliar álií el tribunal mixto de
presas de la trata. Laegoy non el eanooimiento práctico
qae tienen en estos agtmtoá, aoüokaron «I dominio de la
colonia, y no sólo la s o ü sitaren, aino que en 18él llegaron
al ponto de oomeniar tratos muy precisos ooq «1 Gobierna, y
ana á ofrecer lüO.üüu peso«« •Farsee .que la cosa se hubiera
arreglado ai no habióte sklo porqu* la opinión p&Mioa pe*
ninsular no se pteató a la perdida da esta colonia. Se llegó
1 hacer ana protesta en eTBarlamenta* Entonóos concluyó
la pretensión de Inglaterra, ai memos por al momento* Esto
ya constituyó on punto i» partida y una notada avisa para
los hombres qne se ocapaba» de estas avabsrias; pero, sin
embargo, volvimos a abaadonso1 Hefnaftdo Póo, y puede de-
cirse que, por una serie de ■ rifas uiauiqne esensngaronen la Re -
volución de Septiembre, aam.inieriUoBdeoaairo ó seis años,
venimos hasta el decreto da. 1889 qne hny riga solpe organi-
zación de Fernando Póo.. Qotr esta decreto hay otan de 1894
«probando el araños! dojudteoe sataiona al régimen dife-
rencial de bandera, y otra disposición posterior que se
refiere á 1» manera de v entorne i» ealeaüaadón y la, toma
— BIS —
de posesión de aquello» territorios- Todo ello constituye un
ooDJtnto abigarrado, de tal smert^ qis creo que hace do»
ftñoa ae pensó seriamente en hacer na Código en que se com-
prendióte el orden procesal, el orden penal y el orden ¿vil
y todo lo que habí* de oonsti tuir la vida completa de la co-
lonia de Femando Póo,
Hoy constituyen el grupo de las Colonias Españolas de
Guinea: primero» en el golfo de Guinea la isla de Femando
Fóo, que es una terocra parte de la de Puerto Rico (2.000
kilómetros de extensión); mas cerca de la costa, entre Fer-
nán «lo Póo y la oosta de África y también en el golfo de
Guinea, ae encuentran Coriseo y loe dos Eiobey, donde tam-
bién flota la bandera española* Coriseo tiene solo 14 kilo*
metros de superficie, donde viven 20.000 negree de la beli-
cosa raía benga. Eiobey mayor tiene 2 kilómetros y Elo-
bey chico 15 hectáreas. Ambas islas é ambos islotes es-
tán casi tocando al continente africano: frente á la desem-
bocadura del rio Moni. En loo Elobey reside el subgober*
nador del grupo colonial y allí radican las cuatro o seis fac-
torías que monopoüaan el comercio de la región. En rigor es
nn país protegido por España» Les negros que allí habitan
tienen su rey, qae si propio tiempo ostenta el titulo de te-
niente gobernador español de Corisoe, de las adyaoen-
tes y de ka territorios) continentales que son una legua sobre
San Juan. Asi resulta de loe conciertos ó tratados que los
marinos españolee Lerena y Chacón hicieron en i 843 y
18*8. Loe islotes Elobey dependían de Coriseo* y en
ellos España ha logrado establecer nn verdadero de-
minio.
Por último, España posee en aquella paite del Afrtoa Oo*
— 819 —
eidental 7 yi en ti continente africano el territorio del
Mnni: es decir, el espacio comprendido entre el rio
Campo, al Norte, y la di visión de) Moni y el Gabón,
al Sor, con las cuencas completas de loe ríos Mani y Be -
nito. Loe geógrafos dan á este territorio nna extensión
de 50.000 kilómetros, ó sea la décima parte del territo-
rio peninsular; y eso apreciando sólo el espacio reco-
rrido por nuestros exploradores. De otro modo y aplicando
i nuestros descubrimientos la doctrina establecida non moti*
vo del Congreso de Berlín para la dilatación y expansión
colonial, y prolongan dése nuestra acción por el interior
africano, puede decirse que el territorio español del Mani es
de 190.000 kilómetros, en condiciones verdaderamente ex-
oepeionales, porque el espacio, poblado por los negros pa-
póle 7 vengas, es riquísimo, de espléndida y variadísima
vegetado d, regado por numerosos ríos, oasí todos navega-
bles y en comunicación nnos con otros, que hacen muy fá-
cil el acceso ai interior de África.
Sato territorio pertenece á España, por lo meóos desde
1860, marcad a ios convenios Lechos con los reyes negros de
Coriseo, y á las afortunadas empresas de nuestros explora-
dores de 1884 á 1190, En él no existe población ni estable-
cimiento alguno seguramente organizado: quisa alguna fac-
toría dependiente de las de Elobey. A las veces allí se ins-
talan, con car ¿éter pasajero, al ganos comer oi antes españo-
les ó extranjeros para comprar especias, marfil, frutas,
aceite de palma, canchea, oto. Mas no por esto el pala deja
de ser envidiable y envidiado, como lo demuestran las cons-
tantes gestiones del Gobierno franca», que no solo pretende
extender se colonia del Gabón á costa ds la Guinea ospa.
i
— «20 —
ñola, «¿no qne ha llegado é disputarnos y aún nos disputa,
la integridad de &t»4 -
Por último, ya fuera dri golfo de Guinea» á naos 600 leí -
lómttroede Femando Péa^ asar adentro, por bajo de la isla
portuguesa de Sanio 9Bomáeyy a las pnertai de las grandes
solé ladea del Atlántico, está la isla de Annobón, de unos
eiete kilómetros de superficie y una población de tres mil
negros: isla pooo atendida á principios de este siglo y en
la que ce prodojo unaiasunrección de indígenas, por lo ge-
nera! inofensivo*, qne contribuyó grandemente al casi aban -
dono en qne hoy tenemos aquel gran peñasco, de di fío i 3 ac-
ceso y escasa fertilidad: pero de poai tira impertan cia como
lagar de descanso y espera para el comercio trasatlántico y
como punto estratsgioo y de parada para la marina de
guerra.
Como se ve, nmestraa ooioniaa da Guinea son muy diver-
sas y de una importajtort muy distinta, debiendo ser tam-
bién muy diferentes los empeños que en ellas hayan ds
comprometerse. Pero lo de más valor, por el presente, y le
que es más indispensable atender de momento, es la isla de
femando Poó, tanto por lo que ya existe allí cuanto por-
que aquella es la base de nuestro grupo colonial de Guinea,
Kn Fernando Póohayuua población de mis de SO mil
almai, repartidas en 70 pueblos y caseríos, aun cuando
sólo 2.000 reconosoan el dominio de Eepufia, no pe-
eando de 60* loe blancos. Se explica la cosa, porque
Fernando Póo puede considerarse dividido en dos lecciones:
la parte de costa y la parte del centro. £1 dominio poaitifo
de España no existe más que en la parte de la costa, por-
que, aunque esté reconocido en principio en toda la ieU, en
— 821 —
el interior viven independienuie las tribus indígena a y
«toa 00,000 habitante» del interior de Femando Póo tienen
un modo especial de vivir, perteneciendo 4 una rase (negra
por decon tacto) dulce, candorosa, trabajadora, en condiciones
que realmente la hacen merecedora de toda cimpatfa. Es*
raza cu la de Loa bubia.
Hablando de esta isla el gran explorador de África mia
ter Stanley, dada: • Ea palla poeee la parte más saaa y más
fértil del Golfo de Bninea. Fernando Póo es la joya del
Océano; pero nna joya en broto que España no ae toma el
trabajo de pulimentar. De ahí que no tenga valor alguno
comercial, y por mi parte, no darla ni cien duros por toda
la iela, en el estado en que se enouentra actualmeato.
> El Gobierno no tiene más que ayudar á la isla enviando
A ella hambree prácticos que no faltan en España. Son ex*
tranjeroe, ingleses, los que se enriquecen en Fernando
Póo; alemanes en Corifeo y Elobey. ¿Por qné no habían
de enriquecerse españoles en provecho de la madre pa-
tria?*
Otro escritor extranjero, el alemán Janikovofki, muy
conocedor de Jas ielaS y de las costas occidentales de A frica
y que ha escrito mucho y bien sobre Fernando Póo» dice,
con referencia á 1885, lo siguiente: «Fernando Póo pasa en
Europa como una de las islas más insalubres, pero esta ma-
la fama carece en absoluto de fundamento, siendo su clima
mejor qne el de otros machos puntos déla costa africana.
Según los datos estadísticos que me ensefitrofi las autorida»
*~a locales, sncomben principalmente los deportados caba-
os que le entregan á la bebida; vienen loego los negros, y
i último logar Jos blancos. Desde loego estos pagan su tri-
— S22 —
bato á las fiebres, como suoede «a todas la* costea de Afri*
ca, piro son raros los caso* de muerte, >
Observaciones termométrioae hachas por Jeuikoveeki en
el mea da Agosto dieron por la mañana 18*,2t y al medio*
di* 2 Io, 9. Beta teaperatora reina dorante UealaoiÓB dalas
lluvias, desde Julio á Octubre, y es sigo superior en el res -
o del año . •
Los problemas politíeos eeon6mioos y sooiales que se dan
en Fernando P6o son los de toda oolomaaoión. La coloni
sació n tiene tres problemas que están perfectamente seftVa
dos en la historia y en la practica; el problema de la colo-
nización propiamente dicho, el problema de la reducción j
el problema internacional.
El problema de la oolonisaoión consiste eu llegar 4 playas
deshabitadas o pobladas por raías inferiores, ocuparlas con
los elementos propios é instalar allí la rasa descubridora ó
colonizadora. £1 segundo problema, el de 1% red noción, con-
siste en recoger las tribus atrasada*, incultas, mas 6 meses
rebeldes, y reducirlas al dominio del pueblo colonizador y
educarlas y transformarlas bien para fue se fundan con loa
dominadores, bien para que constituyan en lo porvenir nue-
vos pueblos independientes. SI teroer problema, el interna-
cional, que se plantea siempre en toda colonización, ei el de
las relaciones con los pueblos extranjeros, para asegurar 1a
cooperación de estos en la empresa colonizadora sin menos
cabo de la soberanía del colonizador en el terreno dominado.
Por esto, seftoree, yo considero como uno de los mayores
errores que hemos padecido en la manera da discutir eqní
la cuestión colonial, el entender siempre que el problema
colonial es puramente nn problema interior, que pueda ser
jEesnelto por nosotros de la manera que nos acomode. Eso
.no puede ser de ninguna suerte. Ni por el propio qonoepto
,del Derecho colonial en principio, ni por las condiciones
fundamentales de la población de toda colonia (donde el
elemento extraño» exótico, suele ser un elemento potísimo),
por ningún modo puede gobernarse nunca una colonia
sin contar con los pueblos extranjeros. No he cesado de
decirlo desde hace 25 años. No me cansaré de repetirlo.
Por eáo ahora mismo, en el problema que está plantea-
do respecto de Cuba, no es una novedad que la cuestión
internacional sea para mi la cuestión fundamental. Lo mis-
mo en Cuba que en Filipinas. Las circunstancias han ve-
nido á dar al presente una exoepoional importancia, un
relieve extraordinario á este aspecto internacional del pro-
blema; pero es evidente que el problema internacional en
•Cuba ha sido siempre tan grave como el problema colonial
propiamente dicho. Y hemos pecado ó han pecado grande-
mente aquellos que no han fijado su atención en eite aspee-
te del asunto, queriendo discutirle siempre sin importarles
un bledo lo que pensaran Inglaterra, Francia y los Estados
Unidos. Porque, señores, es indispensable tener muy en
cuenta la vos y el sentido de todos los pueblos extraños res-
pecto de estas cuestiones transcendentales que quizás son las
que (fuera de la compleja de Oriente), han preocupa y
preocupan más á los pueblos modernos, determinando el
mayor número dé sus complicaciones, á partir del si-
gilo XTIII.
Pues bien: ¿de qué suerte hemos resuelto el problema de
1* colonización, propiamente dicho, en nuestras islas del
¿elfo de Guinea? Mal, muy mal, por la sencilla razón de
53
é
"1
— 834 —
|ue en este largo periodo de nuestra dominación, lo que de-
bió haoerse fué haber determinado una gran corriente de
nmigración y haber procurado desarrollar una gran faena
de iniciativa en la localidad.
Inmigración, no, no la hay. Existen para ello dificultad»
mny gravee. Mientras no se garantice la libertad en aque-
llos países; mientras no se garantioen especialmente las li-
bertades de religión, de industria, de comercio , y con ellas
la seguridad individual de modo radicalmente opuesto al ré-
gimen burocrático militar ó al teocrático de que con tanta di-
ficultad prescinde la España contemporánea en sus colonias;
mientras tanto no se dé una gran fuerza á los elementos lo*
cales que permita el desenvolvimiento de una vida normal
en esos países, cualquiera que sea el grado de civilización
en que se encuentren, siempre aquellas colonias estarán»
una condición inferior, muy deficiente •
Así es que, estudiando el presupuesto del año anterior,
yo me he asombrado al observar que allí no hay ninguna
partida para la construcción de caminoe; y que sea muy pe-
queña la partida destinada á una escuela que está en situa-
ción deplorable. Lo principal se gasta en organización mili-
tar. Después vienen las partidas dedicadas al sostenimiento
y predominio de los misioneros, que allí, como en Filipinas
(aunque en menor grado) cambian su papel religioso por
otro eminentemente político.
No discuto ahora la importancia que tenga la intervenciáa
monaoal ó de los misioneros en la oolonisaeión. No soy par-
tidario de ella, sobre todo porque no oreo que es 4ste su tiem-
po. Podrá ser discutible si sirvieron para algo en otra época;
pero ahora no lo discuto, como no discuto tampoco el probk-
i
r
— .825 —
mm de la dictadura militar. Lacrea, por lo menos, infecunda y
extemporánea. Además ha probado la experiencia que esos
procedimientos son algo más, ton contraproducente» * Pero
ana haciendo todo género de concesiones, y dejando, por
espirita de transacción, alguna parte á las misiones y otra á
la representación militar, hay que buscar un elemento más;
hay que buscar la fuersa oivil de nuestras colonias, y para
esto es necesario (tratándose de Fernando Póo), sostener y
•ensanchar aquella junta de vecinos que se oreó en i&SO
sólo en la ciudad de Santa Isabel para la administración de
la misma, y cuyas funciones se han ido extendiendo al punto
-de que ahora pueden establecer algunos impuestos locales, y
sobre todo perciben todos los de la ciudad y con ellos loe de
Aduanas, para entregar luego una parte de lo recaudado al
-Gobierno central. En 18S8 se llevó esa institución casi
municipal del Consejo de Vecinos á San Carlos y la Con-
-capción, que son las otras dos poblaciones de la cosca de
Fernando Póo. .
Seta tiene que ser la base del desarrollo de aquella coló -
nia, debióndose estimar que para su prestigio y su eficacia
hay que procurar cuatro cosas: la primera, el ensancha de
las facultades del Consejo en sentido autonomista; h según -
da, el ensanche del circulo de los consejeros, haciendo que en
¿1 entre la rasa negra y en general toda clase de hombres;
la tercera, la sustitución gradual de los consejeros de nom *
bramiento del Gobierno por consejeros electivos y de carácter
popular, y la cuarta, la plena y sincera consagración de lee
libertades públicas, de los derechos naturales del hombre y
ée las franquicias constitucionales del oiudadano español en
Fernando Póo y en todas nuestras oolonias de Guinea,
— SÍ6 —
Sobre este mismo ponto quiero excusar rasónos de carác-
ter teórico. Tampoco aduciré el ejemplo de las grandes fea»
cienes colonizadoras de estos tiempos; el ejemplo de Ingla-
terra, que lleva á todas partes el jurado, el hab$*s corp*t +
las libertades de imprenta y de reunión y la nota más 6-
menos viva del ielf goverment. Todo ello puede verte
y estudiarse en las colonias británicas de la costa africana
próximas á Fernando Póo: en Sierra Leona y Gamlría y
Lagos» de donde, 4 la continua, salen trabajadores para las
colonias españolas.
Básteme el dato de Portugal; el ejemplo de las ootadm»
vecinas 4 Fernando Póo; de las islas del Principe, do
Santo Tomás y aun de Cabo Verde. Todo eso que la Vul-
garidad y la rutina petulante dicen en España que es
imposible en nuestras islas africanas; todo eso es tí» i#¿¿»
en colonias análogas á las nuestras; iba á decir idénticas,
si no fuera notoria la extraordinaria inferioridad de estas
últimas en cultura, riqueza y seguridad. £sto es, en toda
aquello que depende de los hombres.
II
Ee hablado de aentido autonomista para la reforma y al
«ponche del Consqjo de Vecinos de Fernando Póo oomo re-
presentación del* fuero local. Conviene que sobre esto dé al •
gqma ligera explicación»
Se cornete un verdadera diaparate al atribuirnos á loa
defensores de la doctrina autonomista la afirmación de que
la autonomía oonsiste en una solución radical por cuya vir-
tud se estableoen Cimeras, Ministerios, Presidencias y
<Jobieroo propio en todos los pueblos» oualeequiera que sean
la historia, la cultura y los recursos de éstos. Asi alguna*
▼eq^s se nos pregunta si se nos ocurriría establecer la auto-
nomía en feriando Póo ó en Mtadajmp.
Eso no se nos ha ocurrido nunca, porque es un soiemM,
-disparate. La autonomía loque afirma es. la gradación, en
al modo y manera de administrar y gobernar los pgpbLwj
A aquellos pueblos qme han llegado & la pleaHud de, la ri •
qnasa, del esplendor y de laconoiBncia.dftsus propias fuer-,
*f«fthay que darles grandes garantías de expansión; prime-
ro, porque les es debido, y luego, porque si no se haoe api,
«a, estableo* la incompatibilidad entre ellas y la Metrópoli y
la Metrópoli se atribuyen toda* lan.torgasas, aunqu*rqaU
— *28 —
mente no tenga la culpa déla mayor parte. Del mismo*
modo, aquellos pueblos que están en segundo, en tareero 6-
cuarto grado de progreso, deben recibir de una manera pro-
porcionada esa expansión colonial hasta llegar á la plenitud
de las franquicias y la competencia locales. De este moda
aquellos que están en el grado más inferior deben ser
realmente administrados por la Metrópoli, y los que están
en el grado superior, deben administrarse por si mismos.
Con tal criterio, es evidente que ni Fernando Póo ni boa»
na parte de nuestras Filipinas podrían disfrutar desde aho-
ra de grandes y aparatosos Consejos ó Asambleas oolonialee^
pero en todos esos países sería indispensable: primero, faci-
litar el acceso de su población y de sus elementos sociales al
gobierne local, oreando desde luego instituciones más ó me-
nos populares; y segundo, disponerse á reducir gradual y
sucesivamente la acción tutelar del Gobierno central, para
que en plazo, lo más pronto posible, toda la Administración
local quedara entregada á las corporaciones locales y luego-
se llegara en condiciones de éxito á la instauración de aque-
llos Consejos y aquellas Asambleas coloniales que no puedan
ser ni constituir privilegio de ninguna rasa, familia ni oo-
A esto hay que afiadir que para conseguir esto y para lo-
grar que en tanto llegue la hora de las grandes franquicias
locales (que el Gobierno debe desear y procurar con toda
sinceridad), es indispensable organixar seriamente la admi-
nistración colonial, para lo que es de absoluta necesidad
prescindir del régimen vigente.
Lo llame régimen, por darle un nombre; porque lo que
hora sucede es, más que deplorable, bochornoso. Allá, en
— 829 —
1ST0, se pensó, oon motivo de Filipinas, en orear un cuerpo
especial de empleados ultramarinos. Se proyectaron tres
cátedras y se trazó un plan, en vista de los ejemplos de
Inglaterra, de Holanda y de Francia. Porque en ninguna
nación colonizadora de mediana importancia se oree hoy que
malquiera persona puede ser empleado en las colonias y
menos aún en aquéllas, pobladas por rasas distintas de la
europea, y que hablan un idioma propio y tienen historia,
costumbres y tendencias características. Pero el propósito
revolucionario se lo llevó el aire. Del mismo modo, el aire
se llevó todas las leyes que garantizaban la pericia y la in-
amovilidad de nuestros empleados en Cuba y Puerto Rico.
Xa arbitrariedad y el favoritismo se impusieron. Ahora
palpamos muchos de sus efectos. (Tenemos perdidas casi
todas nuestras colonias!
Pero si esta perdida no es total ó si conseguimos evitarla,
hay que variar radicalmente de procedimiento. Allí, en las
Antillas, la Autonomía es un hecho definitivo. No hay que
hablar más de ello. Pero respecto de Filipinas y Fernando
Fóo, hay que pensar en orear una Administración colonial
seria y capaz, y para ello hay que formar un cuerpo de em-
pleados coloniales como los que existen en el resto del mun-
do. Y con tanto mayor motivo, cuanto que si puede decirse
qp& la Autonomía es un hecho definitivo en las Antillas, no
es menos seguro el afirmar que el gobierno de los frailes en
.Filipinas también ya ha terminado. Hay, pues, que susti-
tuirlos y no creo que nadie imagine que esa institución
pueda hacerse poniendo el Gobierno general y el local del
Archipiélago en manos del elemento militar. Esto tampoco
ja se discute en el mundo.
MÍ opinión sobreesté particular quedarla muy obsotóá
si yo no añadiese: 1.°, que oreo que en Filipinas hay ooinar'
oas 4 las euales se puech aplicar el régimen autonomista er
un grado considerable de desarrollo; y 2.°, que entiende)'
que lo mismo en Filipinas que en todas las demás ooloniar
españolas, y por tanto en Fernando Póo, es indispensable'
poner desde luego la garantía de los derechos dd hombre?
del ciudadano, ni más ni menos que en el resto de España,
al lado de una Administración seria y honrada, saturada det*
deseo de facilitar la educación política y administrativa de
la colonia, de suerte que en el menor plaao posible teta pné¿
da por sí atender á sus propios y exclusivos intereses. Sobit
este punto conviene mucho estudiar el régimen de Ue terri-
torio* de los Estados Unidos.
Todavía qneda un grave problema relacionado con estos'
puntos: el de la representación de las colonias en el Paria-
mente nacional. Portugal y Francia la tienen sancionada.
España la afirmó en 1812, la suprimió en 1S3T y ha vuelta
á consagrarla, pero oon reservas (Filipinas no ha recobrad*
la representación que disfrutó en 1812,1820 y 1836), en1
1868 y 1879. Inglaterra la ha negado hasta ahora, pero de
pocos años á esta parte allí se ha pronunciado una vigorosa
tendencia en favor de la representación de las colonias,
con nn cambio transcendental en el orden y los fines dtf
la colonización británica. Se trata, pues, de un probl¿
ma importantísimo, á que da hoy particular interés ef
profundo cambio operado en el régimen de nuestras Anti-
llas, por efecto de los decretos autonomistas de Noviembre '
de 1807.
Es notorio que hay bastantes político* que oreen qtfe éUW
— Sí! —
décrttoslmponén la supresión <dd loa»dipat*d*s y Senadores
d#Oaba y Puertt? Rioo. OtibS oreemos que eso no *stá bas-
tante f andado, ai bien pensamos que hay que medifioar la
Constitución para hacer posible en condiciones de igoaldad,
dé prestigio y de eficacia, la oononrreneia de los represen-
tantes parlamentarios coloniales y peninsulares en el gra n
Farlamento español,
Fero la importancia del problema hace imposible qne yo
lo trate ahora. Tanto más cuanto que ya no creo que todas
las colonias españolas se hallen en oondioiones de ser re-
presentadas directamente en Cortes. No lo han estado en el
Congreso de los Estados Unidos los territorios de Washing-
ton, Idaho, Dakota, Montana, Wyoming y Utah hasta
1839 —1890 y 189*. Lo cual no quiere decir que hasta estas
fechas esos territorios estuvieran sometidos á la arbitrarie-
dad burocrática 6 á la dictadura militar. En ellos rigió la
democrática Ordenanza de territorios de 1787.
Recuerdo esto, pensando principalmente, en la mayor
parte de nuestras colonias de Asia, pero añadiendo que
oreó que algunas comarcas de Lusóu y de las Visayas ti -
néri, á mi juicio, dsrsoho á ser representadas directamente
en las Cortes españolas.
Relaciónase bastante con todo esto lo que antes he indica-
do respecto deJla educación de las rasas llamadas infe-
riores y del problema de la reducción de indígenas.
8cibre tal particular conocemos hoy varios sistemas. Loa
principales? el de Holanda en Java', el de los Estados Uní-
iosJreepecto de lo* indios del Missisipi y el Misouri, yol
spafiol antiguo ó sea el de nuestro celebrado Código de
Liraiatf.*
— 812 —
I* legislación holandesa (sobre todo después de las refir-
mas de 1848 y 70)» consagrando la autoridad soberana, la
competencia superior y la intervención frecuente del Par*
lamento de la Metrópoli en los negocios coloniales (es decir,
todo lo contrario de lo qne pasa en España respecto de Fi-
lipinas y Fernando Póo)f se preocupa principalmente de
mantener las históricas formas políticas y aun sociales de
la parte principal de su imperio de las Indias orientales, ó
sea de Java, estimada generalmente como colonia de explo-
tación y fuente de ingresos del tesoro metropolitioo. Asi es
que si bien la armadura de la Administración holandesa en
Java la forman el gobernador general oon sus dos Consejos
consultivo y ejeoutivo, los residentes de las provincias, los
asistentes de los departamentos y los inspectores hechos) en
la Escuela de Delft ó en la Universidad de Leyden y que
constituyen un cuerpo de funcionarios verdaderamente ex-
cepcional, pero no imposible de emular, la dirección inme-
diata de los indígenas (es decir, de los 26 millones de hom-
bres que pueblan aquella isla, de extensión análoga á la de
Coba y algo mayor que la de Luión), corre á cargo de estos
mismos y de sus tradicionales autoridades, como son los
wedonos, los asistentes vedónos y los msntuas, oon todo el
acompañamiento y todo el aparato de las viejas institucio-
nes respetadas y casi enaltecidas, en apariencia, por el Go-
bierno europeo. Por esto en Java hay dos príncipes de ras*
que figuran á la cabeza de dos vastas provincias de la Isla:
el emperador de Socrakarta y el sultán de Djokjarta. Y el
idioma oficial de la isla es el malayo: el indígena. T 1»
religión, escrupulosamente respetada, es la del país.
Pero esto no quita para que la Administración holinrkiaa
%
— su —
represente allí mismo la iniciativa progresiva y el poder
civilizador* En tal concepto ha vivido y vive bajo la
influencia de la comente de ideas qne ee desenvuelve
en la Metrópoli, en armonía con loe adelantamientos
del Derecho público y singularmente del Derecho colo-
nial.
Por tal motivo, á pesar de lo qne los rutinarios y enamo-
rados del statu quo afirman, á las instituciones opresivas
del dnro Daendels de 1808, sucedió la reforma de Validen
Boseh en 1833 y últimamente, después de la vigorosa pro.
paganda de Van Hoevell, de Mnltatoli y de Van der Lith y
de las tentativas legislativas de Thorbecke, de {Vaneen y de
Van de Pute, de 1861 á 1868, se llegó á la leyes de 1870 que
consagraron la libertad de cultivo y la enfitensis europea y
dios decretos de 1882 qne sancionaron la redención de la
Gorvea mediante el pago de nn impuesto para llegar A la
completa abolición de aquel oprobioso y agotador tributo
personal. Por lo mismo, ha transcendido á Java la diferen
da de los partidos metropoliticos de Holanda, donde ya ha-
ce mocho tiempo que se rectificó completamente el desastro-
so prepucio, arraigadisimo en España, en estos últimos cua -
renta efios, de que solo habla un sistema colonizador y una
política colonial nacional, que de igual modo habían de sos.
tener y desarrollar los liberales, los conservadores, los de-
mócratas y los absolutistas. Por lo mismo, en fin, se ha po-
dido llegar, en el escenario predilecto de la colonia de em.
ploíaciónt á la aspiración cada ves más fortalecida de que el
¡atado prescinda de este modo de oolonisar, sustituyéndole
n el régimen expansivo que implica la generalisación de
ios principios democráticos y la consagración de las líber-
— 8M« —
tades Decasajiatcomo baae^rieicn» dd^
versal de la ¿poca oente*npor¿nee«
He aludido al sistema de. gobierna da loe indio* qsa
priva ea loa Estado* Unidos y bien qne de pasada» quiere
dar k voi da alarma oontea la vulgaridad de que^eaila J*e»
publica Americana eólo privan la violencia y el espirita de
exterminio oontea Jas ¿asas indígena* Peréecme* esto ten
disparatado, oomo la especie muy gemevaUaad** en Norte
América y en Inglaterra, de qne loaeepafiolea, ooncluyeroa
con loa indios del Centro y Sud Americano; especie qne.
descansa en el hecho, por desgracia cierto, de qne los in-
dios de las Antillas desaparecieron dentro de los veinte
primeros aftos del descubrimiento y déla conquista» y del
modo y manera qne virilmente denunoió el inmortal Pa-
dre las Gasas. A este cargo Espala pnede oponer el
texto de las Leyes nuevas de Carlos V; la campaña de se*
gobernadores coloniales cónica loa desafueros de los ene>
meaderos del Perú y de Méjioo; el espirito y la letra de
las leyes 1.a, tit. 1.°, libro 49 primera, tít. 3, libro».0, del
Coligo de Indias del siglo xvii; todo el libra 6.° da esta
Código, y, en fin, la, famosa. Ordeaania de Intendentes de.
Nueva España y la Beal Cédula de la Trinidad de la épo-
ca del apenas conocido, pero admirable Marqués de la Se-
ñora,
Pues algo por el estilo pnede decirse de les Estadía Uai*
dos, Cierto que allí, y señaladamente) ea los Justados da
Georgia y Alábame, se acosaron y desarrollaron tendenaies
y yiolenoiaa- verdaderamente aboaainablea oontr* los indios
de las orillas del Missiaipí; no meóos enante e*qa.*iaace»-
pauas y la politice, del general Jaeksoa\> respecto d*e#l
_
-particular y de b «xpanstón déla fkjtáblíca *or la Flori-
da y la comarca que hüy se reparten los Estados de Atlan-
sa y la Carolina del SÉd, merecen la más absoluta conden *-
ción; no menos positivo, que faaee mny poco, y aún ahora
mismo, se señalan machas agresiones y no pocos atropellos
de parte de los inmigrantes europeos del Par West, que pre-
fieren las correrlas sobre la linea de demarcación de los te-
rritorios indios, al establecimiento formal y definitivo en la
oomarca occidental de la Bepública, al amparo del konic
tUad, del derecho de preemption y de otras instituciones
americanas de tanta originalidad como excepcional valor,
que secundan el empefio de la repartición de tierras por
ventas, más ó menos oondioionalee,entre los nuevos poblado ■
res de aquella próspera nación. Pero al lado de esto hay que
poner la serie de extraordinarios esfuerzos que aquella Re-
pública ha hecho, desde los días de Washington, no sólo
para evitar ó contener esas demasías, sino para traer á los
indios al pleno goce del derecho y de la emulación con-
temporáneos.
En • este sentido, la obra iniciada por el Presidente Mon-
roa de comprar terrenos á los indios y trasladar á éstos al
espacio hoy conocido con el nombre de territorio indio, en-
tre Tejas, Sansas y el Missouri; el Acta de 1834 que creó
la Comisaría de los negocios indios, cuya importancia no ha
cesado de crecer hasta el momento presente y que rivaliza
non la famosa Comisaria de la Educación; la consagración
dallas llamadas «cinco naciones civilizadas de indios», esta-
blecidas al Oeste del Missisipi y cerca de Kansas y Arkan-
sas; la organización de los boarding schools, los days scheols
y los trainings schools para la instrucción y la educación de
— ss* —
la raza indígena; y la enmienda 14 de la Constitución vota-
da en 1887, y el Acta de Mr. Dawee de 1887 tendente» 4
favorecer la ampliación de la ciudadanía americana á los
indios y la conversión de la propiedad colectiva de éstos en
indi vidual y libre eon datos de que no puede prescindir
ninguna persona que quiera formar un mediano juicio sobes
las instituciones de Norte América y el progreso del Mundo
en el siglo que vivimos.
Otros defectos tiene la República de los listados Unidos
mucho mayores que los qne la vulgaridad le atribuye res*
poeto del particular á que me refiero. Lo propio snoede eon la
anarquía más 6 menos resonante de que tanto hemos oMs
hablar en estos días y qne ha hecho creer á tantas gestas
el colosal, el apenas imaginable disparate de que aquella
República, de 75 millones de habitantes y de una riquesa
igual á la quinta parte de la total de Europa, careóla ds
medios para sostener una guerra con España...
Hay que repetirlo una y otra vea: el llamado Servido i*
los indios es uno de los méritos de la Administración ame*
rioana, servicio que hay que relacionar eon los Reglamentos
de 1787 á que antes he aludido sobre la organización de ta»
rrí to r ios y las disposiciones posteriores sobre la transforma-
ción de éstos en Estados, asi oomo respecto del modo y mane-
ra de naturalizarse el extranjero y convertirse en ciudadano
de la República. Y no es licito olvidar que el Gobierno de
loa Estados Unidos, por bastante tiempo, reconoció á los in-
dios (qne hoy ya no pasan de doscientos mil individuos) el
derecho de enviar delegados al Congreso americano para ex-
poner sus quejas, manifestar sns deseos y defender sns dere-
chos: asi oomo que la política de protección 4 los indias ha
— *S7 —
pacato más de ana vas en jpeJigro la anidad de la Bepúbli-
oa, por cu anco Georgia y Alabama ya intentaron, con esto
motivo, levantarse oontra el Congreso y el Gobierno déla
Federación.
Al lado del procedimiento norteamericano y del holan-
dés, hay qae poner el espafiol. Es decir, el olásioo: el que
hoy resa Itaría si se practicasen rignrosamente las viejas
Leyes de Indias como fueron redactadas desde el siglo
xvi al xvn, pero teniéndose en cuenta, para el empeño da
una eficaz aplicación, los progresos posteriores del mnndo y
las exigencias del medio contemporáneo.
Con estas últimas palabras quiero combatir la peregrina
pretensión de los qae, tal vez, sin haber oomprendido bien
la razón histórica y las condiciones de medio y de alcance
de la célebre Recopilación de 1660, ó por un indiscreto celo
patriótico ó una preocupación tradicionaUeta de tristes cuan-
to excepcionales consecuencias, sostienen que lo procedente
en la actual crisis colonial española y en la agonía del si-
glo xix. aun después de las grandes y afortunadas expe-
riencias británicas del Cabo, el Canadá, las Bermudas y lee
Islas de Sotavento y Barlovento, es restaurar totalmente
el imperio de nuestro Código indiano, formado por Reales
cédulas, provisiones y ordenanzas que en su mayor parte
datan de la segunda mitad del siglo xvi y de la primera
del xvi l 6 sea del periodo de les Felipes.
Dejo á un lado á los que hablan de aquel Código por pa-
ra referencia; y esos no son pocos. Pero es imposible pres-
cindir de la consideración de que para el éxito de aquella
legielttcüa fueron precisos los problemas y las condiciones
políticas y sociales á que se aplicaron 6 quej las determina-
— «IS —
ron. Aun con todo arto, tengo la seguridad de qne si se trata-
se de precisar la reforma de lo actual con el criterio de las
Ley es de Indias» ros más entusiastas partidarios tendrían qne
prescindir de un modo considerable de preceptos 6 institu-
ciones hoy perfectamente inexplicables 6 de todo en todo
incompatibles oon las exigencias económicas é internaciona-
les da nuestra época. Pero tampoco es para dejada en olvido
la c > servaoión de que el Código de 16*0 fui en mucha par*
modificado en el curso del sigla xyjji, contribuyendo esta*
modificaciones á los movimientos* revolucionarios de la
America Continental y determinando la más vigorosa pro-
testa de todos cuantos, con otro interés que el burocrático ó
el del monopolio mercantil, se ocuparon de nuestra colon;,
lación la víspera de la emancipación de nuestros reinos
americanas.
Hago estas salvedades, en vista de la frecuencia con
que ahora son citadas las Leyes de Indias, oponiéndolas
al régimen autonomista y callando que la mayoría de
loa partidarios del viejo sistema patrocinan el régimen mi-
litar que se implantó en las Antillas con el absolutismo de
1825.
For lo demás, yo creo que el sentido general de la antigua
legislación sobre indios es plausible, siendo grandemente
aprovechables las instituciones que respecto de los elementos
indígenas allí fueron consagradas. Asi no debiera presan*
dirse, por una parte, de que en aquel Código se establecey
por ejemplo, la automación expresa al virey del Perú, Don
Luis de Toledo, para que compilase y coordinase las antiguas
prácticas y leyes de los indios, y por otra lado, de que los le-
gisladores de aquella época, al proclamar la doctrina de la
r
i
' — 8S9 — "
asimilación, do la hicieron con referencia á los españolea
de rasa 6 sos descendientes (porque éstos siempre fueron
considerados al igual de los de la Metrópoli), sido á los
indígenas, á los indios, cnya reducción y educación se per-
seguía para elevarlos, gradual y sucesivamente, á la altara
del resto de los habitantes de España,
No es del caso desarrollar estas ideas: pero consto mi
parecer de que sobre la base y con los elementos de las Le-
yes de Indias, deparadas y coordinadas con los decretos del
Marqués de la Sonora y de las Cortes de Cádiz, podrían muy
bien organizarse satisfactoriamente casi todas las colonias
españolas de Asia y África.
Y conste también que yo doy un valor muy relativo á Los
obstáculos que para esta obra se señalan, teniendo en cuen-
ta los privilegios de las órdenes monásticas, asi como los in-
tereses creados y los prejuicios establecidos en esas colonias
Porque sé muy bien que macho mayores eran los intereses
y la fuerza de la Compañía británica de las Indias, y sin
embatgo, por cima de ellos pasó el Parlamento inglés en
1857. Y no puedo ignorar ni ignoro que los grandes pres-
tigios de Van den Bosch y la poderosa influencia del nutrí*
do y respetado cuerpo de Administración colonial de Java
no fueron bastantes para detener las grandes y trans-
cendentales reformas que respecto de sus colonias hizo
Holanda desde 1870 hasta 1894. Para estos profundos
cambios bastaron la gran insurrección india de 185* y
loe desastres financieros y económicos de Java de 1861
k nte crisis semejantes á nadie se le ocurrió mantener
el Mu quo y menos mixtificar la reforma recomendada
54
1
. — 840 —
por loa grandes propagandistas, con notai y oorruptdu
reaccionarias. Allí 4 nadie ae le ocurrió hacer lo que eoto
nosotros se hiio en 189* al aplicar a Puerto fiioo las
nebrinas de 1895.
Y yaelvo al tema preferente de mi discurso.
r
ni
Después de loe dos problemas de la reducción y la eoio»
nizacián que tienen que ventilarse en Femando Póo, en Co-
riseo y en el picacho de Annobón, qneda el problema Ínter-
nacional* que reviste, en la costa afrioana, nn carácter dis-
tinto del que antes he señalado.
Porque se trata de oolonias nadantes, de establecimien-
tos constituidos oon elementos inonltos 6 al lado de razas
atrasadas y de sociedades organizadas más 6 menos definí-
tivamente en aquel continente qne llama hoy la atención
especial de todo el mnndo cnlto y exoita los deseos y los es*
fuerzos de los principales Oobiernes europeos para rea i zar
á toda costa la imponente obra de su civilización y mi re*
partición. Se trata, en nna palabra, de oolonias nnevaa fun-
dadas en África, y cnyo desarrollo se ha de hacer conforme
á las exigencias del tiempo qne ha producido el Estado del
Congo*
A poco que se medite se comprenderá qne siendo hoy la-
teralmente imposible mantener en Fernando Póo, Coriseo y
Annobón» el anacrónico régimen del aislamiento y la intole-
rancia colonial, y habiendo de contar necesariamente para el
desenvolvimiento de esas oolonias oon el elemento extran-
— 842 —
jero, allí están puestas casi todas las cuestiones que hoy
preocupan & los colonistas de oierta altara. Es decir, la cues-
tión de la libertad religiosa, la de la seguridad personal, la
de la propiedad individual del extranjero y, en fin, las del
tráfico mercantil y la libertad del trabajo. Con esas cuestio-
nes se relacionan directamente el poder y los privilegios
de los misioneros, la jurisdicción militar, el régimen políti-
co, el sistema de aduanas, etc.
Es un verdadero dislate, señores, qne todo eso se puede
resolver en nuestras colonias sin contar más que con la
voluntad del Gobierno español. Esa pretensión no prospera-
rla en ninguna parte. No puede prosperar en nuestras islas
de África y harto lo demuestran los rozamientos qne hemos
tenido con Inglaterra por cansa de los negros metodistas es-
tablecidos en Santa Isabel de Fernando Póo y el retroceso
qne el comercio de esta isla ha experimentado por la aplica-
ción del Arancel proteccionista de hace pocos años. A mi no
me sorprendería qne surgiesen cualquier día gestiones de
Los Gobiernos extranjeros que dieran, en la Guinea española,
un resultado algo parecido al famoso protocolo de 18T7,
firmado por los Estados Unidos y por España, en detrimen-
to de la soberanía de ésta.
Y pienso qne este es punto muy de cuidado, porque la de-
bilidad ó la arrogancia sobre la materia facilitan lo inde-
cible el establecimiento de las jurisdicciones mixtas con que
los pueblos cultos y poderosos humillan á los Gobiernos que
no se prestan á garantisai con leyes generales, la vida y la
libertad de sus subditos y de los extranjeros.
Pero como he indicado, hay algo nuevo, singular en nues-
tras colonias africanas, que depende en gran parte de su
,.-i
— 843 —
situación geográfica: algo qae se refiere principalmente i la
eosta africana, donde tenemos las factorías de Maní y si se
quiere, los dos islotes de Elobey,
¿Cnál es el problema internacional especial que palpita
en esas comarcas? Pues el problema es tan grave, que si
hoy no constituye nn peligro, tengo por cierto que lo cons-
tituirá en plazo no remoto. Porque el problema de A frica es
un problema que se va afirmando en el concierto de los
pueblos, quizá oon más viveza que otro alguno.
Toda Europa se ha ido repartiendo el continente afri-
cano, y después de la Conferencia de Berlín de l?3d,
ya se estima de derecho público europeo que aquel territorio
(sobre todo el Centro y Oeste de África), no es susceptible
de ocupación y menos del modo y manera que la realizaron
los franceses y los ingleses en el periodo que va de 1825 á
nuestros dias.
Por la vieja ocupación y el derecho establecido en Berlín,
y las crecientes exigencias de mercados para la industria y
«1 comercio do Europa, en África están planteados cuatro
problemas.
Primero, el problema del Congo, del interior del África;
segundo, el del Niger, que comprende esas cuestiones que
ahora llaman tanto la atención, y por las cuales se supone
que Francia é Inglaterra pueden llegar á las manos; tercero,
«1 de Marruecos; cuarto, el del Transvaal, Zanzíbar y Mo-
zambique, en relación oon las pretensiones y los derechos de
Inglaterra, Alemania y Portugal.
¿Qué cuestiones hay aquí para España? A primera vista
no parecen. ¿Pero puede ser España indiferente á todo es-
to? De ninguna manera. Tenemos relacionadas con el pro-
— M4 —
Mema del Congo la cuestión del rio Muni, la cuestión de h»
dos Elobey y aan la de Fernando Póo; el problema del Ni-
ger entraña el de las zona» de dilatación é influencia que
interesa grandemente á nuestra colonia del Rio de Oro; el
problema de Marruecos es el de la seguridad de Ceuta y de
las aspiraciones de Inglaterra en Tánger y el Mediterráneo.
Por el momento, tampoco parece que interesan á España
las cuestiones del extremo meridional de África, ultima-
menta extendidas á Zanzíbar y la oosta de Mozambique. £1
problema que allí preocupa á Inglaterra y á Alemania nos
resultaría completamente extraño si uno de los factores no
fuera nuestro hermano Portugal, destinado á un nuevo sa-
crificio por parte de su poderosa protectora. Pero de todos
modos, los otros tres problemas son de tal .naturaleza, qoe
ningún pueblo de cierta importancia puede oreerse ajeno á
ellos, aunque con ellos no se relacione directamente. Por-
que el desarrollo de la industria en Europa, donde ya no
hay medio posible de colocar los productos, sobra todo
después del colosal desenvolvimiento que ha tenido la in-
dnstria en Alemania en estos últimos catorce 6 diez y seis
años y la creciente tendencia de Norte América á cerrar
sus puertas á la producción europea y á apoderarse de las
plazas sudamericanas, ha determinado una viva preocupa-
ción y animadas é insistentes gestiones de parte de los Go-
biernos de] viejo mondo para asegurar vastas comarcas de
abundante y fácil clientela que hagan posible el funciona-
miento regalar de las fábricas y la vida de loe millares de
obreros de aquende el Atlántico para quienes el paro ó
huelga impuestos por ei agolpamiento y superabundancia de
loe productos seria la señal de perturbaciones, quisa más
— 846 —
graves que lie pro rocadas por el socialismo, y que en últi-
mo término, combinadas con éstas, determinarían una situa-
ción critica en lo tocante al orden público y á la vida polí-
tica interior é internacional. Sólo asi se comprende que, á
pesar de poseer tan grandes territorios, todavía las grandes
potencias europeas se agiten discutiendo un pedazo de te-
rreno allá en las soledades del África, y consideren como
punto de capital interés político, el precisar si es ó no
conveniente hacer la línea férrea que ha de partir de Tunes
para reoorrer la linea del Niger, ó si, por el contrario, se
debe preferir el desarrollo de la línea del Gongo, en busca
de la bajada del Nilo.
Ahora bien; bajo este punto de vista y sin discutir Jas
cosas que he recordado para dar orden á mis pensamientos,
la verdad es que nuestra posición en la desembocadura del
Mnni tiene un superior interés, y está llamada á ser muy
discutida. ¡Qué hablo del "porvenir! Esa posición ya nos
está discutida por el Gobierno francés. .
Ha habido un momento en que se creyó que nuestros bar*
eos tenían que romper el fuego sobre un barco francés; lue-
go se produjeron discusiones muy violentas entre las auto-
ridades españolas y francesas, y al fin, hace ya más de cinco
años, que fué preciso constituir en París una Comisión que
ventilase este asunto para llegar después á un statu quo tan
original que, á pesar de que no se ha disuelto todavía la Co-
misión, ni se ha dado por definitivo el mantenimiento de
aquel statu quo, ahora mismo lo niegan y atacan, por
modo exclusivo, y con alarmante éxito, algunos comercian*
s franceses. Porque Francia, que está en el Gabón y que
etende la conquista del río Muni para aplicar en seguida
— 846 —
la teoría de la Conferencia de Berlín, de las zonas de in-
fluencia y llegar al centro del Congo y á loe grandes lagos,
ha mantenido el derecho sobre el territorio donde ra-
dican las factorías extranjeras, amparadas por la bandera
de España y ha perseguido á barcos alemanes y españoles,
hasta el punto de provocar mas de un conflicto.
En los últimos afios hice alguna pregunta sobre estos
particulares al señor Ministro de Estado. Su contestación
no fué satisfactoria. Se me pidió que aplazara mis observa-
ciones: las aplacé, y el resultado hasta ahora ha sido poco
halagüeño para nuestra causa, porque ni el Gobierno se
ocupa de este asunto, ni la Comisión de París termina sos
trabajos, ni — lo que es peor— nadie en nuestros droulos
políticos da á este negocio la menor importancia.
La tiene muy seria, señores, tanto por lo que he dicho,
considerando la cuestión desde un punto de vista general
y que se relaciona con la posesión; repartición y oivilisaciói
del África (que es uno de los grandes y primeros compro-
misos del Mundo contemporáneo), cuanto por otra razón po-
lítica que nos debe interesar excepcionalmente en estos ins-
tantes. Me refiero á la solicitud que el Gobierno español debe
poner en el mantenimiento de las relaciones más afectuosas
posibles con la vecina República francesa. No digo ya para
evitar todo rozamiento y suavizar todas las dificultades!
Porque no es dable olvidar el papel que Francia ha desem-
peñado y quizá desempeñe, en el conflicto internacional que
ahora justamente nos preocupa. El Libro Rojo demuestra
que esa nación ha sido la más propicia á nuestra causa, la
más noble y generosa en sus manifestaciones de simpatía
con motivo del conflicto hispano-americano. Por tal motí-
r
— «47 —
yo, la cuestión del Maní, 7 con ella la de Andorra, piden
terminación pronta» inmediata.
Con eatoe antecedentes, ¿creéis qne seriamente no nos
debe preocupar y no debemos llevar el aliento de la nueva
vida á nuestra colonia de Fernando Póo?
No quiero discutir el detalle del presupueste del afto an-
terior, es decir, de ese presupuesto burocrático que lanza
el Ministerio después de haber sido aprobada la partida
que en conjunto 7 vagamente s* nos recomienda ahora. Si
lo discutiera, quedaríais asombrados los que aquí os en-
contráis reunidos y oísteis mis reclamaciones de hace tres
ó ouatro áfios.
No hay medio de examinarlo. Nuestras relaciones posta-
les son un verdadero esoándalo, puesto que necesitamos uti- '
Usar la linea del Principe ó de la costa Porque tiene aqueHa
colonia relaciones bastante frecuentes con dos ó tres coló
nias inglesas del litoral africano y con la colonia portu-
guesa del Principe en el Atlántico. To he hablado mu-
cho respecto de este particular con dos ó tres gobernadores,
marinos, personas muy ilustradas que han regido aquella
comarca y que pasaron después á las portuguesas del Prin -
cipe y de Santo Tomás. Según su voto no hay posibilidad
de comparación entre aquella pobre ciudad de Santa Isabel
(la capital de Fernando Póo), con menguados edifícaos y
casi sin muelle, poblada principalmente por deportados
cubanos (allí llevados violando nuestra Constitución y
nuestro Código penal), y esa otra colonia del Príncipe
qne tiene grandes casas, inmensos palacios, construidos
iostenidos por el modestísimo y decaído reino de Por-
¿al. Y esta diferencia que advierte fácilmente el viaje*
r
— 841 —
ro, todavía aumenta cuando la oomparación se haee ooa
otros pueblos de las oolonias británicas del litoral re-
dunda ea desprestigio nuestro.— Para el trabajo rudo de la
costa de Fernando Póo se traen anualmente del litoral veri-
no, negros kr a manea que permanecen en la colonia espa-
ñol* ¿joco tiempo. Esos trabajadores sirven también para
divulgar la pobreza de nuestro establecimiento. Luego la
reforma arancelaria de 1892 ha fustigado al comercio ex-
tra ojero y los comerciantes son lenguas divulgadoras de
nuestra deplorable situación. No quiero hablar de otras
propagandas indirectas que nos dañan lo indecible. Antes
recordé to que Stanley escribía de femando Póo. Ahora
he de añadir que no es para leído oon calma lo que los pe
riódicos, sobre todo las revistas de geografía y de colonixa-
ciósj, publican sobre nuestros empeños en el África Occi-
dental,
Y esto yin entrar en los pormenores del presupuesto ni
analizar laa condiciones de la Administración de Fernando
Póo, para la cual no se exigen requisitos especiales de nin-
gún genero á los que, empleados en aquel remoto y exoep-
cioim. pala, representan el doble interés del prestigio metro-
político y de las atenciones comunes y extraordinarias de
una sociedad atrasadísima. Los empleados en nuestras oo-
lonias da Guinea ni necesitan conocer el idioma de aquellos
paiaod, ni su geografía, ni sus leyes, ni su historia, ni nada.
Allá van con la misma preparación que podrían ir al inte-
rior de Galicia ó á la montaña de Cataluña.
Bien es que la Administración civil en aquellos países
ocupa un logar secundario. Por cima de ella está el ele-
mento militar, constituido por la marina de gnerra, ouyo*
— 849 —
jefts son el gobernador y el subgoberaador de la colonia.
Gnu efecto: loe gastos de marina pasan de 141 ,600 pesos»
á los que hay que agregar los aneldos y gastos de repre-
sentación del gobernador y el subgoberaador, que saben á
§•500, Perianto, la atención militar se lleva más del 50
por ] O* del presupuesto (doy números redondos) y á la Ad-
ministración civil (allí representada por anos 20 empleados
de todas categorías) se aplica á duras penas el 23.
En el llamado ramo de Orada y Justicia y Fomento
se invierte cerca del 25 por ciento, pero es preciso no de-
jarse engañar ó oonfundir por los nombres. Porque tal ramo
comprende, en Fernando Póo, el servicio de los Misioneros,
el de la escuela primaria, la construcción y entretenimien-
tos de caminos y la inmigración y oolonisaoión. Los Misio-
neros de ambos sexos (establecidos corporativamente en
La Concepción, 8anta Isabel y San Carlos de Fernando
Póo, Corisoo, Annobón y Blobey y cabo de San Juan) se
llevan lo mq'or de la partida; esto es, los dos tercios. La
instrucción primaria secularisada, corre á cargo de un
maestro y de, una maestra que consumen la enormidad de
unos mil y pico de pesos! Al entretenimiento y construcción
de caminos se dedican 10.000 y al fomento de de la inmi-
gración 7.000»
Conviene no olvidar que el presupuesto total de la Colo-
nia es de unos 260 mil pesos: que sólo en las inmediacio-
nes de Santa Isabel de Fernando Póo hay unos cuantos
kilómetros de carretera mal entretenida, y que el interior
aquella isla carece de todo otro medio de acceso que los
.más caminos construidos por bnbies y una siempre de-
arable vía oentral que hicieron oon gran trabajo hace bas-
— 850 —
tantee años algunos gobernadores y que ahora está
destruida, por efecto de las aguas y del exceso de la ve-
getación tropical.
Tampoco se pnede dejar á un lado la consideración de
que los Misioneros constituyen un cuerpo de caráoter me*
naca l y privilegiado del Estado, que tiene á su cargo la pro-
paganda religiosa, el servicio del culto y la enseñan» pú-
blica que monopolizan en todas las regiones de Guinea,
f o era de la capital de Fernando Póo. No me interesa par el
momento, discutir lo que esos Misioneros han conseguido
allí: pero si me conviene notar, primero, que en ellos se
gasta tanto ó muy poco menos que en toda la Administra-
ción civil (esto es, el 23 por 100 del presupuesto total de
la colonia); y segundo, que hasta la fecha, que yo sepa, y
apesar de llevar ese instituto bastantes aftos de vida en Fer-
nando Fóo, ni él, ni el Ministerio de Ultramar han creído
oportuno publicar memoria ni dato de ninguna especie,
por donde pudiera formarse idea de los servicios prestados,
y de si estos merecen ó no el sacrificio que imponen al teso-
ro colonial.
Pero repito que de esto no se ocupan los críticos extraigo*
ros, que forman su opinión en vista del oonjunto, por la
aparienoia de Fernando Póo y por su contraste coa las de •
más colonias europeas de África.
Pero ¿quién les va á la mano? ¿Quién trata de estas co-
jas fuera del secreto del Ministerio de Ultramar? ¿Sobre to
do, ¿qué hacemos, qué hacemos para rectificar ese descré-
dito, esas censuras, esas denuncias que después de todo tie-
nen grandísimo fundamento en Fernando Póo, y ouyoe de*
plorables resultados con relación á las Antillas y Filipi-
L/-Y
— 8*1 — •
ñas, ahora condensan á comprender los más distraídos y
megos en Eapafia?
Ta me bastarla esta terrible y desatentadora propaganda
para que yo insistiese en recomendar al Gobierno y á los
señorea diputados y ana á los que de cualquier modo se in-
teresan en la vida pública española, la variación total, la
rectificación completa de cnanto pasa respecto de nuestras
colonias de África* Pero además, hay un hecho de absolu-
ta evidencia, que para otros fines y por otros motivos, abo-
na esta calorosa recomendación. El hecho de que los proce-
dimientos opuestos al que yo patrocino, no han dado hasta
ahora (es decir, en cerca de ochenta años) más que resultados
indiscutiblemente deplorables.
Hablando del estado de otras colonias españolas he hecho
el propio argumento. Es el argumento mismo que utiliaaba
Franklin á fines del siglo pasado, para excitar á Inglate-
rra á que variase de sistema en las colonias de Norte Amé-
rica y para evitar la insuriección de éstas, c Ensayad el
otro procedimiento! (1)
Después de todo ¿es ó no exacto que los mismos errores
(1) Va le advertirá que en este discurso me abstengo de precisar las
reformas necesarias ie nuestras colonias del Occidente africano. De al-
gunas hablé en otro trabajo de mayor extensión que aparece en mi libro
Cuatrienal palpitante* dé PolUica, Dtrteho Jf Administrad ón. Cap. V. Las
eolonias españolas del Golfo dé Guinea en 1891— Ahora he querido tra-
tar la cuestión desde otro punto de vista. He querido, sobre todo,
recomendar que se estudie y discuta seriamente el asunto, con el crite-
rio contemporáneo, dentro y fuera de las Cortes. Porque sólo la
~~Udad geográfica de Madrid y algunos poces ilustrados marinos pan-
qué dan Talor 4 este problema envuelto en la indiferencia de la casi
jdidad de nuestros contemporáneos.
Tí
._ 852 —
que España, han sostenido y realizado otras nadante o^-
kmisadoras, y que la rectificación de esta conducta ha sido
posible y ha producido exoelentes efectos? ¡Qué mayor
ejemplo que el de esa Inglaterra que acabo de eitar!
Por otra parte, ¿puede dieentirae seriamente la dispe>
retada tesis de otros tiempos sobre la incapacidad nativa
de ciertos pueblos para el régimen de la libertad y del pro-
greso?— Porque el ejemplo de aJgnnas colonias inglesas es
amaláyente. Las libertades británicas, hoy florecen de idea-
tico modo en el Ganadi francés» en el Ganada inglés, en la
colonia holandesa del Cabo, entre los boers y los ingle*
sea, los africanders, los aolús y los caires del África austral,
en la española isla de la Trinidad y en las ciudades ne-
gras de las Bahamaa y las Bermudas. Tratándose de instita-
dones humanas ¿cómo y por qué Femando Póo no ha de
poder prosperar por procedimientos análogos á los qe»
privan en Sierra-Ioona?
Además yo persevero en mi ya vieja opinión de que debe-
mos considerar el empeño de la oolonisaoión como un inte-
rés capital de Espafia: sobre todo» de la Espafia contempo-
ránea.
Abundan las ratones. Pero me limitaré á exponer dos.
IV
La raía española, por su genio nativo y original, aún
más que por su historia, as una rasa expansiva y de una vo-
cación colonizadora que después de haberla conducido, en el
pasado» á empeños verdaderamente fantásticos, le imprime
ahora mismo una actividad, un entusiasmo, una energía y
una fe en el éxito da las más atrevidas empresas, que con-
trastan extraordinariamente con el mediano vigor y la esca-
sa perseverancia puestos en loa demás modestos empeños, y
sobre todo en los otros intermitentes y desorientados de rela-
ción y vida exterior de la España contemporánea. Par» esti-
mar bien esto hay que conocer un poco las comarcas espa-
ñolas donde principalmente se forma y nutre la corriente
emigrante. De esto he hablado yo aquí mismo otraa veces,
refiriéndome de un modo muy especial á Asturias, en cuyo
pais paso una buena parte del año descansando de mi* fati-
gas profesionales y políticas y estudiando Jde cerca y sobre
el terreno propio, uno de los factores de nuestra presente
'vida social.
Si, señores, hay que saber por qué y cómo sale la gecte
leí Principado para salvar el Atlántico. Le interesa, af,
liacer fortuna, hacer dinero, y por eso á primera vista, va á
— 8*4 —
América y luego vive en Cuba, eo Méjico, en Buenos Airee
consagrado á ana labor y desplegando aptitudes y méritos
superiores á los demostrados en el propio hogar: pero en
el asturiano, por oima y por bajo de esta preocupación in-
teresada, existen, como primera causa determinante de §o
tendencia, de su propensión, de su enérgica resolución de
emigrar, el ansia de la vida nueva, el afán de la comunica-
ción, el deseo de correr tierras, el propósito de crear algo
fuera del estrecho circulo trazado por las altas montañas y
el mar tempestuoso del Norte de España. Eso es lo que pien-
sa y desea el asturiano en el fondo de sus estrechos valles,
en lo alto de sus atrevidos picachos, en la playa de
aquel negruzco y revuelto mar que para cualquiera otro se-
ria un obstáculo, pero que sobre el asturiano obra como un
incentivo, para lanzarse á surcarlo fiado en su buena es»
trolla.
Asi es que cuando yo oigo hablar de que se trata de poner
limite á la emigración en España, replico que esto no puede
ser. Cada pueblo tiene su carácter. Francia no es emigran-
te. Sus empeños de difusión y de expansión los realiza por
medio de su literatura y de su palabra, y por eso París es el
centro de todo el mundo y nadie piensa en salir de él. Italia
se difunde por medio de sus artes. Inglaterra por medio de
su comercio. España por su pasión colonizadora; porque no
cabe ni ha cabido nunca en la Península, desde que se cons-
tituyó la nación española y porque el temple, los gustos y
hasta los éxitos de sus hijos, la han empujado siempre á bus-
car grandes escenarios fuera de sus fronteras, en todas las
latitudes y en trato con todas las razas y las civilizaciones.
Por esto» y bajo ese punto de vista, tengo por cierto que ]
— 865 -
iras España exista, el poder de la emigración será un ele-
mento potísimo de nuestra vida social, y peoará de indis-
érete el legislador que trate de ponerla coto.
De otro lado, señoree, no se puede menos de reconocer
que la historia entra por macho en nuestra aotual vida.
Pues qué ¿no hemos esparcido nuestro idioma, nuestra
sangre, nuestras costumbres, nuestras aspiraciones por todo
el mundo? Al fia y al cabo los dos idiomas que más se ha-
blan en ¿1 son el inglés y el español; y los españoles. tenemos
una situación de primera importancia allende el Atlántico
{allá donde se elabora el porvenir), sobre todo, después de
haber renunciado en estos últimos años á intervenir en las
cosas políticas interiores de los pueblos sudamericanos
con el carácter de tales españoles. Asi hoy, cuando allí el
español entra en pelea, !o hace á su costa, y cae & se levanta,
pero sin pedir la protección del pabellón nacional, como su-
cedía antes del célebre discurso de don Joaquín Francisco
Pacheco, y del no menos célebre de D. Juan Prim, con mo-
tivo de la cuestión de Méjico.
Hoy tenemos motivos especiales para tratar con gran ca-
riño á esos emigrantes, porque en estos momentos, luchan-
do con diñcaltades tan extraordinarias, como las que nos
agobian, cuando los recursos son tan contados y nece-
sitamos buscar el apoyo en todas partes, sin duda se produce
una verdadera satisfacción, el alma se ensancha y el ce ra-
zón palpita mis fuerte, al considerar de qué suerte al grito
de la Patria herida responden los españoles del Rio de la
**lata y de Méjico aportando su concurso sin regateos ni re-
traso, á la defensa de los intereses nacionales •
He hablado de otra razón en pro de mis recomendaciones
55
1
— 856 —
y es jh que se desprende de la ic fluencia directa y poderosa
que las instituciones y los intereses coloniales tienen en la
vida peninsular. Es este un punto apenas conocido y de
que may pocos, poquísimos políticos se han ocupado. Como
casi nadie ha puesto la atención en la influencia que en los
destinüd de España, en su representación internacional, en
su carácter y en la marcha general política del mnndo ejer-
ció el apartamiento de nuestra patria de los negocios eu-
ropeos para llevar toda nuestra atención á América.
¿tribuyo á estos problemas un interés excepcional; no ya
fcúlo por las convicciones y los sentimientos que en mi ha
podido producir un constante estudio de estos particulares,
si que por haber podido palpar, en mi ya no corta vida pú-
blica, los resultados económicos, políticos y sociales delin-
tí ajo délas Indias occidentales y á última hora,, especial-
mente de nuestras Antillas, sobre la política, el orden y
el progreso de ia Metrópoli española.
Aun sin salir de la esfera puramente política, yo declaro
que apenas puedo comprender cómo la gente liberal de nues-
tros días no ha visto hace ya mucho tiempo la perfecta n>
compatibilidad que existía y existe entre el desarrollo y
esplendor de las instituciones expansivas que tanto esfuer-
zo r lauta sangre y tantas vidas ha costado á la Península
en todo lo que va de siglo y el mantenimiento allende el
mar de un régimen oprobioso donde destacan la intoleran-
cia religiosa y mercantil, la esclavitud, la burocracia, la dio*
tadura militar, la centralización y la privama monacal.
Para conservar todo eso en las colonias hay que preparar
y robustecer gentes, institutos, centros, intereses y presti-
gios en el corazón mismo de la Metrópoli; y luego es evi»
— 857 —
dente que todo eso, que es la negación absoluta del régimen
constitucional de qne tanto nos ufanamos, ha de prosperar
y ensancharse y agigantarse en Ultramar, que á la postre
nos devuelve exuberantes y poderosos todos aquellos ele*
montos de perturbación y ruina.
Seria muy fácil demostrar con hechos esta reacción de la
deplorable vida que hemos creado en Ultramar, principal*
mente después de 1825, sobre la vida política y moral de la
Península. Los elementos reaccionarios de aquí, allá han
encontrado sa mejor medio y su mayor fuerza y no es para
olvidado un minuto, el elocuentísimo dato histórico de que
los principales Capitanes de la campaña absolutista de la Pe-
nínsula en 1814 y 1823 y 1841, fueron los más señalados en
América luchando, no sólo con la insurrección de los colo-
nos, sino con toda tentativa seria para instaurar allí, con^
forme á los decretos de n mee tras Cortes, la Constitución y
las libertades de 1812.
Por tanto, no es dable creer que las instituciones colonia-
les tienen un puro carácter local. Para pensar tal cosa es i n -
dispensable prescindir de la íntima relación que la vida de
nuestras colonias, tiene actualmente con la peninsular. Id
á Asturias, á Santander, á las provincias vascas, á la cos-
ta catalana: todo aquello está poblado de gentes que han
vivido y hecho su fortuna en nuestras Antillas, y que
mantienen trato frecuente con éstas. Ta no se da el qb&o
de los grandes y definitivos éxodos: el indiano ó el ameri*
cano, como se llama en nuestras costas peninsulares al
peninsular que ha vivido en América ó Filipinas, crn-
sa con suma frecuencia el Atlántico y con dificultad
prefiere la comarca de su origen á la de su adop-
— 858 —
eión . Todas le poseen por igual. ¡Hay que verlo, señoresl
Y esto sin contar con lo que representa para al prestigio
y la representación y el carácter de España el manteni-
miento, cnanto más la prosperidad de nuestras actuales
colonias. £1 dia que las perdamos daremos nn bajón, aho-
ra apenas imaginable, en la linea que nos trazaron los
tratados de 1765 y que consagran el principio de la deca-
dencia española.
Por bbo hay que pensar muy en serio y muy despacio so-
bre estas materias. Por eso yo deploro tanto que en plena
guerra con los Estados Unidos, por causa ó á pretexto de
nuestro régimen colonial, se reproduzca aquí el viejo pre-
supuesto de nuestras colonias del golfo de Guinea. Por eso
me áfaca tanto en dar la voz de alarma frente á un doble
peligro que hoy ofrece nuestra política ultramarina: el de
las soluciones súbitas, improvisadas bajo la presión de las
circunstancias y el de volver, una vez pasada esta crisis, 4
la vieja manera de entender los problemas coloniales como
una especialidad subalterna.
SÍ, caía vez tengo más miedo á la imprevisión de los poli-
ticos y de los Gobiernos. Por tal motivo me ocupo tanto de la
propaganda y de la opinión pública: de esa opinión que te
dice que no existe ó no vale en España.
¡Qué profundo error, señores!
La que aquí falta es el propagandista, el propagandista
perseverante, oportuno y práctico. Porque aqui es muy fre-
cuente pronunciar un disourso, callar luego uno ó dos años,
hacer un articulo, quizás escribir un libro, y al oabo de oier-
to tiempo durante el cual nada se ha trabajado, quejarse de
que el público no haya hecho oaso al desahogo más ó menos
— 859 —
elocuente, más 6 menos caluroso, pero pasajero, quizá mo-
mentáneo, del qne esperaba qne la opinión se formase como
por encanto.
Del mismo modo aqni es muy común hacer campañas
prescindiendo del tiempo, del medio y de las circn nefan-
das, para pedir lo mismo y del mismo modo, á todos loa
públicos y frente á todos los adversarios. Son mny pocos
los propagandistas españoles qne han sabido atemperarle
al teatro de sus empeños, tomar el tono adecuado y fiar en
la virtualidad de las ideas y la lógica de los principios,
considerando que, á veces, el logro de una reforma modesta
supone para el éxito completo de la campaña, mucb a más
fberza que la conquista repentina pero instable de la teta*
Kdad de lo deseado. £1 quid está en saber distinguir ks
reformas que tienen transcendencia y obligan á otra, de las
que sólo tienen un valor efectista y sirven para desorientar
á los débiles y los ilusos. Y quizá la mayor dificultad del
propagandista consiste en conocer la disposición y el
flaco del público indiferente ó adverso á quien se dirige, y el
cual, raras, rarísimas veces, rectifica de un golpe y total-
mente, en un momento, sus antiguas ideas y preven- cienes.
Por último, es casi corriente en España hacer campiñas
de una gran generalidad á pesar de la escasa preparación
doctrinal — digámoslo con lisura, — de la escasa cultor*, de
nuestro país, donde más de las dos terceras partes de los
habitantes no saben leer y escribir; donde no hay medio de
lograr que los Ayuntamientos paguen más allá de los tres
cuartos del miserable sueldo anual de los maestros de pri*
meras letras; donde pasan de des millones (es decir, la nove-
na parte de la población total) los hombres que no tienen
- 860 —
ocupación conocida y exceden de 300 mil las personas que
se dedican oficial y públicamente á la mendicidad •
Aunen otras condiciones, el público difícilmente se pres-
ta á eecncbar atentamente generalidades, y de ninguna
suerte por esUa Be decidirá á realizar ó imponer cosa alga*
na. Por tacto, es preciso concretar el esfuerzo y precisar la
pretensión .
Pties bien, 'o que respecto de estos particulares aquí su-
cede, es todo to contrario á lo que pasa en el resto del mun-
do, donde la propaganda es un elemento positivo de la vida
pública y uno de los primeros factores del progreso social y
político. T la verdad es que los hombres que aquí se han
dedicado á propagandas enérgicas y oportunas, por regla
general, pueden estar satisfechos y seguros de que, cuando
han tenido razón, casi todo lo que han predicado se ha he-
cho, y basta han tenido la satisfacción de ver proclamadas
las soluciones que ellos predicaban aun por aquellos que
antea, con buena voluntad, pero ciertamente engañados, con
gran energía las combatían .
Por eso yo doy tanta importancia á esta gran tribuna
parlamentaria, la primera de España: por eso yo estimo
tanto el valor y el alcance de reuniones de personas que,
como las que abora me escuchan, atienden sosegadamente
y con buen propósito, á las diferentes opiniones que se emi-
ten con un puro interés patriótico. Este es un público que
debe ser solicitado constantemente.
Por eso, aparte de la cuestión constitucional, que he se*
ña lado al principio de este discurso, conviene excepcional-
mente provocar aquí estos debates á fin de que de ninguna
acierte nos sorprendan los acontecimientos.
— 861 —
Ya lo he dicho, ¡Quiera el cielo que no peque de profetal
Pero temo que Ja cuestión de África nos ha de traer algunos
disgustos, y ai nosotros no nos preparamos con tiempo ó
para resolverla ó para afrontar sus dificultades o para aban-
donarla, éste aera un conflicto serio para España. Aquí de
la fumosa frase de Thiers: hay que tomar las cosas en serio
y no trágicamente.
No basta, do, querer vivir; es necesario relacionar
nuestros propósitos con nuestros medios y nuestros medios
con nuestra propia voluntad. Más aún; todas las campañas
que se vaa habiendo aqui en materia de colonización deben
hoy preocuparnos más que nunca, rectificando grandes
erro rea y grandes injusticias.
To puedo hablar de esto con gran desahogo por cuanto
los hechos de estos últimos días han comprobado de un
modo inoperable rodas mis denuncias y mis recomenda-
ciones; como el éxito incomparable de la abolición de la
esclavitud en Puerto Rico y en Cuba en 1873 y 1 88 1 y de la
reforman expansiva y democrática en Puerto Rico en 1878,
abona por distinto camino, la justicia y la oportunidad de
aquella misma campaña. No me jacto ahora de nada.
He perdonado muchas de las cosas que contra mi se han
dicho, y ahora me preocupo pura y exclusivamente de ver
de qué aaerte la experiencia puede ser aprovechada por to-
dos. Bien notorio es que ni la calumnia, ni la amenaza, ni el
peligro personal me han detenido en mi campaña colonial
de más de 25 años, curante los cuales me he visto muy
poco acompañado y en bastantes ocasiones y por no corto
tiempo, casi completamente solo. Eso no se comprenderá
ahora. Tampoco se advirtió ni ouando en 1881 se decretó
— 862 —
la abolición de la esclavitud en Cuba, ni cuando en 1895 se
votaron las incompletas reformas de la administración y el
gobierno de las Antillas. Lo lecuerdo, no como nn mérito:
toe parece que ahora he demostrado que no me preocupaba
eso. Pero interesa mucho señalarlo para que no se repita el
caso.
De todos modos, yo no puedo ni debo olvidar lo que ha
pasado a mí alrededor. ¿Lo habéis olvidado? Esta cuestión
colonial ha sido considerada aqui por espacio de muchos
años como una especialidad desagradable: el que caía en la
débil i ilad de entrar en ella, ese era un hombre político per*
dído; H\nA que se comprometía en determinadas solucio-
nes, corría grandísimo peligro.
To recuerdo haber oído á D. Antonio Alcalá Galíano,
onyori últimos años alcancé; yo recuerdo haberle oído expli-
car de qué suerte, habiendo sido él, en 1820 y 1840, partí
darlo de la autonomía colonial y de cierta política espansiva
en América, abandonó por completo estas cuestiones ouyo
estudio hizo en Inglaterra, porque vio lo que le había suce-
dido á Florea Estrada y á otros ilustres patricios, que siendo
reformiataa, magistrados espalóles y hombres de mucho en*
tendi miento, se encontraron acosados constantemente por la
sospecha, cuando no por la denuncia, de dudosos patriotas.
De aquí resulta una gran dificultad para la política colo-
nial. Porque el primer efecto de la sospecha de que he ha-
blado es la reserva de las gentes de juicio: el segundo efecto,
la prepotencia de las medianías y de los interesados en la ru-
tina y en los monopolios: el tercer resaltado, la entrega de
la dirección de los negocios ultramarinos á los políticos de-
butantes, á los ministros sin preparación, á los distraídos y
— 863 —
á los indiferentes, que se guardarán muy bien de hacer de
su paso por el Ministerio de Ultramar nn titulo, y más
aÚD, de comprometerse para lo sucesivo en esta especialidad*
Y hablo de la gente de criterio y de altura de pensamiento*
No quiero referirme á los que salen de ese Ministerio para
aumentar con pretextos y aparatos qne á mi no se me pue-
den ocultar, el grupo de los abogados de la intransigencia y
la rutina.
De aquí la necesidad de traer estos problemas para que
el juicio se forme para que se cambien las opiniones, para
que se determinen los rumbos, y para que algunas ideas, que
muchas veces, por lo anticipadas y prematuras, son peligro-
sas, puedan corregirse, mediante un gran debate, ó puedan
rectificarse 6 modificaree en el sentido que corresponda para
que las reformas se hagan con el concurso del mayor nú-
mero y mediante sacrificios de todos, por la consideración
de parte de los más conservadores de que, en la relación
colonial á que abora me refiero, ni nuestras colonias están
dispuestas á soportar el statu quoí ni es dable prescindir hoy
de las reclamaciones del resto del mundo, ni, después de
anunciadas las reformas, es posible contenerlas sin graví-
simo peligro del orden público, como acaba de suceder en
Cuba. De parte de los reformistas más radicales, procede
convenir en que es preciso sacrificar algo del ideal para lo*
grar, por la cooperación general, el inmediato quebranta*
miento de lo que impera y el planteamiento rápido de insti-
tuciones fecundas, de tal suerte que unas reformas traigan
ras, puesto que al fin y al cabo las últimas impondrán la
'lución definitiva, del problema. Este es el secreto de la
-Iitica positiva y eficaz.
— S64 —
De aquí resolta el final práctico de las palabras que yo
he tenido el honor de pronunciar; palabras que, repito, he
dicho en nombre de este grupo autonomista y en nombre
de la Minoría republicana.
Corrí jamos pronto y bien lo que acabo de señalar como
un grave error de nuestra política y un positivo pecado de
nuestra Administración, cuyos deplorables efectos ahora
tristemente palpamos y pagamos. Porque ya sus consecuen-
cias y responsabilidades no quedan en las columnas de los
periódicos ó en las páginas de los libros. Y esforcémonos
para que ese fin y cualquier otro empeño análogo, contra-
riado por la malicia, la Vulgaridad 6 la ignorancia, sean
aquí servidos con más medios y más autoridad y eficacia
que en ninguna otra parte. Si, tenemos el deber de procu-
rar seriamente que las Cortes sean el gran centro donde
se discutan todas las ideas y donde se formen y determi-
nen libre y poderosamente las soluciones: Por lo mismo
que el Parlamento corre tan grande peligro, los que so-
mos realmente partidarios de la libertad parlamentaria, de-
bemos, no sólo evitar todos los males que ese régimen pueda
tener, sino hacer todo lo necesario para sostenerla con el
brillo y la eficacia indispensables.
Sí, señores: es necesario que realmente las Cortes funcio-
nen de un modo serio y sean y representen algo, con trans-
cendencia positiva para el país; que las Cortes no se reúnan
poco, y que ouando se reúnan sus sesiones no lleguen á re
vestir un mero carácter de fiesta, de solemnidad 6 de apa-
rato. E* imprescindible combatir enérgicamente el supuesto
de que para defender el honor nacional y la integridad de la
Patra, proceda reclamar el silencio de todo el mundo. Hay
— Sé5 —
•ue disonar. Esa es la ley del Parlamento; discutir para que
el Parlamento afirme, para que el público entienda de qué
suerte todavía nuestra España tiene recursos positivos y
medios de sostener y realiear loe grandes destinos á que
está llamada. Esto pide una gran fuerza de volun
tad en los legisladores, y una decisión no menos
enérgica de todos, y oada uno de los ciudadanos para hacer
los sacrificios que las circunstancias exijan, principiando
por el de las preocupaciones, las jactancias y la rutina
íe tan extraordinaria parte han tenido en los desastres y
la situación que ahora todos deploramos. Estas cri&ie no
rven para el lamento ni para la ira ni la desesperación.
Valen para la enmienda. He dicho.
NOTAS
ASPECTO INTERNACIONAL
DE LA CUESTIÓN DE CUBA C 0
Presumo que ya á nadie se le ocurrirá pedir nuevas prue-
bas de mi antigua y muy sostenida tesis de que en toda
cuestión colonial hay un problema internacional.
También me parece que lo que está sucediendo ahora ex-
cusa toda demostración de que era absolutamente imposible
considerar y resolver el problema de Cuba eomo una mera
cuestión de gobierno interior de España.
Loe hechos son de tanta fuerza y tanta evidencia que se
imponen por si mismos á las gentes más distraídas ó más
refractarias á todo razonamiento y toda previsión.
(1) Estos artículos se publicaron en el diario barcelonés Lm Ptsbl ¡
AhI, en Julio de 1SÍ8. Bato es, luego de haberse negado el señar
Presidente del Consejo á aceptar una interpelación parlamentaria Ju*
bre el mismo asunto. Lo que ha sucedido después, y el absoluto sitei*
cío de la prensa periódica española sobre estes particulares, acreditan
la gran conveniencia de que aquella interpelación se hubiera verifica „
] está muy arraigado en España, á pesar de las protestas de mltí qq
] i, la preocupación de vivir fuera del mundo internacional, de
( s intereses y tendencias, no se cuida casi ninguno de nuestros po
] i y nuestros publicistas . Así va elle .
— 868 —
Pero esto no quita para que ahora recuerde lo que á fines
de la primavera de 1896 sostuve en el Senado, sin que por
aquel entonces la generalidad de los políticos españoles
«e en mis añrmaciones otra cosa que mi afición á los es-
tudios de política internacional.
Hago mención de esto sin la menor jactancia. Me inspira
el buen deseo de demostrar á las gentes imparciales que,
por regia general, no me he equivocado respecto délos
asuntos que ahora preocupan á todo el mando y cuyo trata-
miento y discusión me han valido, en el curso de estos últi-
mos 25 años, acerbas censuras, groserías y calumnias de
parte de la ignorancia ó de la patriotería enseñoreadas de la
sociedad española. Mi impopularidad fue tan positiva y de
tanta duración como ha sido y es concl oyente la prueba ma-
terial que los hechos han dado, en estos últimos días, á casi
todas mis afirmaciones, mis anuncios y mis temores.
Además, con el recuerdo aludido pretendo otras dos
coBas. La primera, que la gente discreta y verdaderamente
patriota crea que, del mismo modo que he acertado en mi
campaña sobre la cuestión colonial, puedo acertar en lai
recomendaciones que ahora hago á mi país sobre otros pro
b lemas tan graves ó más que los coloniales, en cuya prona.
y acertada solución creo interesado el porvenir moral y
político de España. De aquí deduzco solo que tingo atyút
derecho á ser oído.
La otra cosa que pretendo es que mis conciudadanos no
den á mis anuncios y mis críticas más valor que el snfi
cíente para recomendar á los hombres formales y á los di*
rectores de la política española, que dediquen alguna atan*
ción al estudio de lo que pasa más allá de nuestras fronte-
ras; á lo que se piensa, se dice, se proyecta y se hace en e
resto dei mundo contemporáneo. Porque humildemente re-
conozco que casi todo cuanto yo he dicho y he rtcomenda
do sobre nuestra cuestión colonial ha sido producto del
trato con mucha gente que vive fuera de nuestro país, asi
como del estudio constante y bien intencionado, de las gran
des experiencias políticas y las serias empresas de gobierno
de pueblos extraños.
Nada ó casi nada de lo que ha sucedido y ahora socedt
en nuestra España, es único y original en la historia: sobre
todo, en la historia del siglo que ahora concluye.
Cuando en Junio de 1890 traté en el Senado la cuestión
cubana, me esforcé en demostrar:
r
— 869 -
1.° Qae era indispensable que España saliese del ais -
¡amiento interc ación al en qae estaba viviendo.
2.° Qae para hacer eso era necesario, de ana parte, que
procuráramos acercarnos política y económicamente á los
grandes pueblos europeos y americanos, cayo concarso norf
eería absolutamente indispensable en una crisis próxima, y
sobre todo por causa de nuestras colonias; y por otra par-
te, que pusiéramos el régimea de gobierno de nuestras An-
tillas y de Filipinas, en armonía con la nota general
dominante hoy en el mundo, en punto á colonización.
3.* Qae nuestras difíciles relaciones con los Estados
Unidos de América crecerían pronto en gravedad y que era
necesario normalizarlas cuanto antes, abordando desde lue-
go los problemas internacionales entrañados en la cuestión
de la naturalización americana de los cubanos, en la inteli-
gencia y práctica del Protocolo de 1877, directamente rela-
cionado con el tratado de España y ios Estados Unidos de
1797, y en los expedientes de indemnización á ciudadanos
de la América del Norte, ya por efecto de la aplicación del
arancel aduanero de Cuba, ya por causa de los accidentes de
la actual guerra, y
4.° Que todos estos particulares no podrían ser bien tra-
tados ni resueltos pronta y satisfactoriamente sino mediante
la intervención de varias naciones; intervención abonada
por la circunstancia de que también ellas, como los Estados
Unidos, tenían formuladas muchas otras reclamaciones por
cansas análogas á las de las protestas americanas, siendo
de esperar que, una vez constituida una Conferencia inter-
nacional para tratar de estos asuntos qne no afectan direc-
tamente á la intangible soberanía de España en las Anti-
llas, los conferenciantes habrían de procurar una solución
satisfactoria de todas las cuestiones políticas según lo eli-
gían el mantenimiento de la paz y el progreso del Derecho
internacional bastante perturbado por los recientisimos inci-
dentes del conflicto anglo venezolano.
£1 Sr. Cánovas del Castillo (que era á la sazón Presiden-
te del Consejo de Ministros y con quien yo discutí este pun-
to en el Senado), por las exigencias de la polémica ó por
cualquier otro motivo, se excusó de darme la respuesta que
pretendía; pero á los pocos días de este debate, discu-
mdo el propio señor con otros oradores que no hablan to-
kdo mi punto de vista, expuso, en el Congreso, la necesi-
1 de desvanecer las prevenciones que en Europa existían
k
— 870 —
respecto de nuestro régimen colonial y de lo que pasaba en
Cnba(l).
¡o, en el notable preámbulo del Deereto de 24 de Abril
de 1S97, el m smo Sr . Cánovas del Castillo raionó y fun-
damentó las reformas de sentido autonomista sancionadas
por aquel decreto, en cod sideraciones de carácter interna-
cional bastante próximas á las qne yo habia hecho en el
Senado. ¡Lástima grande qne el jefe del partido conserva-
dor no hubiese llévalo más allá su acción y qne entonces
no ee hubiera determinado á evitar el conflicto presente con
loe Estados Unidos, provocando en términos decorosos y de
positiva eficacia, la arción internacional con motivo ó ápre
texto de las reclamaciones pecuniarias que pegaban por
cansa de Coba sobre el Gobierno español!
De todos modos es imposible negar hoy que el decreto da
Abril de 1897 produjo un butn efecto fuera de Es p 'fia.
Bastarían par a demostrarlo algunos de los documento!
rmeoremente publicado* por el Gobierno español en sn
Libro Rojo. Por ejemplo; la extensa nota que Mr. Olney (Mi-
nistro de Negocios extranjeros de 1^8 Estados Unidos de
América), pasó en 10 de Abril de 1896 á nuestro Gobierno,
y qne el señor duque de Tecuán, Ministro de Estado en &•
paña, contestó en 22 del mismo mes y año; el Mensaje del
Presidente Cleveland al Gongreso americano en 8 de Di-
ciembre de 1896 y las comunicaciones hechas por el men*
donado Mr. Olney, al Ministro de España en Washington,
Sr. Dupuy de Lome y de que éste da cuanta en su
despacho de 13 de Cebrero de 1890.
Mr. Olney decía en Abril del 96 al Gobierno español:
«Tr rio parece indicar que si España ofreciese á Cuba una verdadera
autonomía (esto es, una manera de gobierno propio, que dejando 4 sai-
fii Véase el folleto titulado La Autonomía colonial anto lasCcrtu
ttpaf'alcu y la opinión pública $n la Península con motivo do la guerra ü
Cvbn y mi libro sobre L* Cuestión do Cuba $n 1896.— Madrid 189(5.
til sumario de de la primera de estas publicacioneses el aifuieate:
I Loe ijiecursrs del senador antonumieta D: Rafael M. de Libra —II Los
del aeñoriPresi.ente del Censejo de Ministros, O. Antonio Canoras del
Castillo - DI. Los debates del Senado f el Congreso.- IV Las opiaift*
nea ¡le los conservadores j liberales en el Parlamento.— V. Kl juicio de
La p^DBft.
También debe recordarse sobre este partienlar la Advertencia 6
Prólogo de la parte tercera de este libre titulada Lo* probUmatU
ÜU r*n*W en \898.
— 871 —
to la soberanía de la Metí 6 poli, satisficiese todas las exigencias racio
salea de sos sáb litos españole 3), habría motivo justificado para creer
que la pacificacién de la Isla pudiera realizarse sobre esta base 7 su
resultado sería satisfactorio para cuan' os se hallan verdaderamente io.
teresados en el asunto; porque, deade lusgo, pondría término al conflicto
■que consume 7 acaba con los recursos de la Isla (privándola de su ri-
queza, cualquiera que sea el definitivo vencedor, conservaría perfecta
la posesión de España) si a mengua de su decoro, que sería consultado 7
no combatido, merced á la discreta reforma de los reconocidos agravios;
la prosperidad de la Isla 7 los bienes de sus habitantes quedarían'bajo
la protección tutelar de España sú rom par les vínculos tradicionales 7
propios que uoen á la Colonia á la Madre patria 7 pondría á aquella en
el caso de manifestar su aptitud para gobernarse por sí misma bajo las
condiciones mas ventajosas.»
Después, el Sr. Dapuv de Lome decía, en 13 de Febrero
de 1897, á nuestro Ministro de Estado:
«La opinión del señor Secretario de Estado, que es también la ¿el
Presidente «le la República, sobre las reformas, 93 que son cuanto *$
puede pedir y mis de lo que ellos esperaban. Esa es tambiÓQ la opinión da
los principales hombres políticos que no nos han sido abiertamente hos-
tiles, inclusos muchos que teidrán gran influencia en la nueva adminis-
tración 7 el propio Mac Kinley. La prensa, que empezó & atacarlas sin
-conocerlas, ha hecho el silencio á su alrededor. »
Todo eso dice bien claro que era argente qae el Gobierno
español hubiese continuado coa más energía y con propó •
sito de mayor alcance por el camino emprendido en Abril
del 97.
Nueva demostración de la conveniencia de provocar la
acción internacional en nuestros negocios coloniales, la
trajeron la subida del partido liberal en e) Poder en Sep-
tiembre de aquel mismo año 97, 7 el efecto que en todo el
mando produjeron, primero, el anuncio oficial de que el
Oobierno presidido por el Sr. Sagasta pensaba instaurar en
Coba y Puerto Rico el régimen autonomista hasta entonces
combatido por todos los partidos monárquicos españoles y
hacer en Filipinas grandes y profundas reformas políticas y
sociales: y después, los decretos sinceramente autonomistas
de 25 de Noviembre del año 97, decretos cuyo gran alcance
comprendió perfectamente, y desde el primer momento, la
Junta directora de la Revolución cubana.
Añi se explica la festinación con que el Presidente de la
Junta de Nueva York, Sr. Estrada, se decidió á protestar,
«firmando que la Autonomía proclamada por el Gobierno ni
56
— 872 —
era tfti cosa ni seria estab'ecida y desarro] 'ada en las Anti-
llas con 1^. sinceridad absolutamente necesaria. Sobre esto
bay d uto oficial en el Libro Rojo. Allí consta la cocdüdíc*
ción del 8r. Ministro de España en Washington á nuestro
Ministro de Estado, referente á la actitud y la propaganda
oe la directiva separatista.
Pero tampoco entonces, ni ann después, nuestro Gobierno
se ocupó de la acción internacional \ or mí recomendada
mncho tiempo antes, en evitación de rczamiectos preeucni*
bles y para la solución de los conflictos existentes.
Eu esta situación terminó el año 97. cerrándolo (para el
efecto que ahora me ocupa) el Mensaje del Presidente Mac-
Kiolej al Congreso de los Estados Unidos, da fecha 6 »1e
Diciembre de 1897.
Este docnmento tiene que ser el ponto de partida de U»
observaciones qne me propongo hacer sobre la política in*
teroanodal española.
*7 3 -
O
Tomo este punto de partida por dos motivos. Ante todo,
porque en el Mensaje Mac Kinley qneda reconocida, oonsa*
grada y aplaudida la nueva política colonial española en sa-
tisfactoria relación con los deseos del Gobierno norteameri-
cano y con las recomendaciones, mas 6 menos explícitas,
pero siempre positivas, que lo* Gobiernos de Europa habían
hecho a) de España, en estos últimos años.
Mr. Mac-Kinley consigna en aquel Mensaje frases de sa-
ma importancia y transcendencia, tanto respecto de las re-
formas coloniales españolas» como sóbrela necesidad de
dar tiempo á que los decretos de Noviembre produjesen su
efecto; como, en fin, en punto á las reservas que ciertos an-
tecedentes y algunos intereses de momento de la política
americana imponían, ajuicio del Presidente, al Gobierno
de Washington.
Conviene reproducir aquí con brevedad la parte más im-
portante y sustancial de aquella declaración presidencial,
que implica el reconocimiento explícito de que España y la
cuestión de Cuba están dentro de la corriente internacional
contemporánea.
Decía asi Mr. Mac- Kinley:
•Ha ocupado el poder un ahoyo Gobierao en la Madre Patria, y de
antemano se ha comprometido á declarar qne todo» loa esfuerzo* del
mondo to basterían para manten* r la pea en Cuba por medio de las
bayoneta*: qne lee yagas promesas de reformas, deepues de la sumisión
no anortan solución alguna al problema insular; que con la sustitución,
de los jefes, por el contrario, sobrevendrá nn cambio en el antiguo
sistema de hacer la guerra, sustituido por otro en armonía eon la nueva
' politice, qne ya no pretenderá colocar á los cubanos so la terrible
alternativa de huir á la manigua 6 sucumbir de miseria; qne se esta-
blecerán las reformes, de acuerdo eon las necesidades y circunstancias
de 1< s tiempos, y que e stas reformas, encaminsdas á conceder piensan-
J
— 874 —
lonom ía á la. colonia y á crear un eficaz derecho electoral y una admi-
nistración del país por el país, habrán de confirmar y afirmar la sobera-
nía de España mediante una justa distribución de los poderes y cargas
sobre una base de inteTés mutuo y que no se halle minada por na
sistema de procederes egoístas.»
«Que el Gobierno del Sr. Sagasta ha entrado en un camino en el
cual es imposible retroceder con honra, es cosa indiscutible; que en las
pocas semanas que su Qcbierno lleva de existencia ha dad?» prueba de
la sinceridad de sus declaraciones, es innegable. No impugnaré yo su
sinceridad, ni debe tampoco permitirse que la impaciencia embarace
la empresa que ha acometido. Honradamente debemos & España y á
nuestras amistosas relaciones con esa Nación el darle una oportunidad
raioDftble para realizar sus esperanzas y probar la pretendida eficacia
del nuevo orden de cosas, al cual se ha comprometido de una manera
irre ve cable.»
«El porvenir próximo demostrará si hay probabilidades de conseguir
la indispensable condición de una paz honrosa, justa, para los cubanos
y para España, al par que equitativa para nuestros intereses, t*n Inti-
muTii-'ute ligados con el bienestar de Cuba. Si esa paz no se consigue,
no quedará más remedio que afrontar la necesidad de que los Estados
Unidos emprendan otra suerte de acción. Canudo tal caso llegue, la
acción que haya de tomarse será determinada, inspirándose en el deber
y derechos indiscutibles, sera afrontada sin temor y sin vacilarte* a 2a
Jií s rís las obligaciones que este Gobierno debe á sí mismo, al pueblo que le ha
confiado la protección de sus intereses y de su honra, y a la humanidad. Y
al obrar procederá seguro de su derecho y no atentando contra los ágenos,
impu Uado sólo por consideraciones rectas y patrióticas, no movido por la
pasión ni por el egoísmo. El Gobierno continuará cuidando vigi'ante»
mente de los derechos y de las propiedades de los ciudadanos america-
nos y no perdonará ni uno solo^de sus esfuerzos para procurar, por me-
dios pacíficos, una piz que sea honrosa y duradera. Si en lo sucesivo
pareciese ser un deb°r impuesto por nuestras obligaciones á nosotros
miimis, á la civilización y á la humanidad, el intervenir con la fuerza,
lo haremos, pero no por culpa nuestra, sino solo porque la necesidad para
emprender tal acción sea tan clara que asegure el apoyo y la aprobación tel
mrtndfí civilizado *
Corrobora estas declaraciones la Nota del nuevo ministro
norteamericano Mr. Woodford al Gobierno español, de 30
de Diciembre de 1897. Nuestro Gobierno recogió y agrade-
ció estas declaraciones en so Nota de 1.° de Febrero de 1898.
Pero he dicho que tengo otra raión para considerar el
Mensaje de 6 de Diciembre de 1897, del Presidente Mae-
Kinley, como panto de partida de mi actual estudio. Esta
r\
— 875 —
razón consiste en que á partir de aquella fecha comienzan y
ee desarrollan, con creciente interés y extraordinaria fre-
cuencia, las negociaciones diplomáticas de España con las
. demás potencias.
Lo demuestra de un modo decisivo el Libro Rojo que
acaba de publicar el Gobierno español. De esas negociacio-
nes las más vivas son las sostenidas con el Gabinete de
Washington.
Recorriendo sus páginas, se advierte que desde fines del
año 97 hasta fines de Abril de 1898, sólo ha habido tres ro-
zamientos de verdadera importancia entre los Gobiernos de
Washington y de Madrid.
Los rozamientos á que me refiero son los siguientes. En
primer término, el producido por el motín de la Habana de
5 de Enero de 1898.
Tanto en América como en Europa se dio una extraor-
dinaria importancia á este suceso, llegándote á anunciar en
la prensa y en los círculos políticos extranjeros, qae los ene-
migos del nuevo régimen autonomista estaban dispuestos
á expulsar al Gobernador general de Coba D. Ramón
Blanco y á cometer todo género de violencias contra los
extranjeros y señaladamente contra los ciudadanos norte-
americanos residentes en la capital de la Isla. Parece
cierto que el Gobierno* de Washington se preocupó mucho
del particular y aun pensó en la eventualidad de un dése na -
barco de tropas americanas en evitación de una catástrofe.
No discuto ahora ni la gravedad del suceso (que no niego)
ni el punto referente á los probables promotores del motín ,
que solo podía aprovechar á los enemigos de la Autonomía
y á los adversarios de España.
En otro lugar (1) hegheoho alusión al efecto que aquel
alboroto produjo en el grupo de banqueros y hombres de
negocios que en Europa trataban, por aquel entonces, de con-
certar con el Gobierno de Madrid, algo trascendental para
la vida de España y decisivo para el afianzamiento del ré-
gimen autonomista en Cuba.
O yo estoy muy equivocado ó si las circunstancias hu-
bieran ayudado un poco, no solo el Gobierno español ha-
bría podido hacer un empréstito que le emancipase de la
presión de los actuales acreedores hipotecarios de Almadén
y de las exigencias de los accionistas de los ferrocarriles del
(1) Mi dÍ8carso parlamentario de 30 de Mayo de 1898.
r
— 876 —
Norte y Mediodía de España, sino qae quisa habría eidofa-
cil ucificar las deudas de Coba, restañar las heridas can*
sadas por la guerra separatista iniciada en Baire, y dotar
á la grande A n tilla de medios suficientes para realisar un
plan de reformas económicas y de obras públicas que ha-
brían transformado, en brevísimo tiempo, aquel hermoso
cnanto desgraciado país.
El pensamiento de los gestores de aquella empresa, He*
gaba ¿ bastante más; porque, quisa, una de sus primeras
consecuencias sería facilitar á España la fortificación y en-
sanche de *a poderío naval é interesar activamente ¿ afganos
Gobiernos extranjeros en la conservación y prosperidad del
Imperio colonial español.
Para todo esto eran supuestos indispensables el estable-
cimiento de la Autonomía colonial en las Antillas y el
mantenimiento del ordeá público en las mismas.
Oreo que las cosas pasaron más que de un buen deseo;
mucho más que cuando, hace cinco ó seis años, corrió por
Europa la especie de que el Gobierno español pensaba se
riamente en iniciar en Cuba una serie de reformas de acen-
taadiaimo sentido autonomista, fin aquella época también as
habló de un concierto de varios negociantes belgas, france-
ses é ingleses que llegaron á visitar algunas poblaciones
importantes de la grande Antilla y aun á conferenciar con
algunos personajes de la l9la, con el ánimo de intentar una
gran operación financiera sobre la base del régimen auto-
nomista.
Ahora, á fines de 1897, las cosas se pusieron de otro
modo. Parece cierto que se trazaron planes y se hicieron
ofrecimientos, de los cuales debieron tener muy detenida no-
ticia, por lo menos, los Gobiernos de Madrid y de Londres.
Pero los deplorables sucesos de la Habana (que debieron
haberse verificado, según los planes de sus provocadores y
directores, quince días antes} dieron al traste con una de
las bases de la aludida negociación: precisamente cuando el
cónsul de los Estados Unidos, Mr. Lee, se esforzaba en
convencer á su Gobierno y á su* compatriotas de que la
Autonomía había fracasado en Coba... Es decir, á los dos
meses escasos de las declaraciones autonomistas de la Gace-
ta de Madrid; cuando acababa de instaurarse el Gobierno in-
sular y cuando se preparaban las elecciones de diputados á
Cortes y de representantes cubanos en la Asamblea colonial!
Después de los sucesos de la Habana (reprobables en
— 877 —
«Codos sentidos) ha corrido por todos los periódicos ameríoa-
4cs y europeos, la declaración (auténtica ó falsa) del perio-
«lista qne en el diario Los Reconcentrados, de la capital de
Coba, dio pretexto para ei motín de 5 de Enero de 1898, de
qne sn actitud y sns provocaciones respondieron al proposito
de tmbar el orden público y de dificultar el planteamiento
del nnevo régimen. Ahora falta averiguar si esa disposición
«ra espontánea ó respondía también á un plan trazado en al-
:gán otro pais de América. Lo que ha sucedido después, abe-
na el interés de esta averiguación,
Pero lo que por el memento interesa precisar, para el fio
concreto del trabajo que hago, se reduce á que no menos cier
to que todo lo dicho es que las dificultades y los rozamientos
producidos por los sucesos de la Habana (relacionadas, por
nuestros detractores, con el recuerdo de las expulsiones de)
general Dulce, Gobernador general de Coa* en 1869 y de lo*
<vireyes españoles de Buenos Aires y de México dentro del
primer cuarto del siglo corriente), habían terminado satis*
factoriamente á fines deTEnero.
En 28 de este mes, nuestro Ministro en Norte América
-comunicó á nuestro Gobierno, la satisfacción del Presidente
americano, hecha pública en la comida anual daia en
aquellos ¿lias al cuerpo diplomático extranjero en Washing
ton.
Poco antes (20 y 24 de Enero), el ministro de Negocios
extranjeros, Mr. Day, había comunicado á nuestro repre
sentante, la simpatía que le inspiraba la conducta de Eapa
Üa y el propósito del Gobierno de los Estados Unidos de
dejar plena libertad al Gobierno español para el desarrollo
de su política.
A este espíritu de simpatía, fortificado por el buen
aspecto que ofrecían las negociaciones iniciadas entonce»
para un tratado mercantil de España con ios Estados Un i
dos, corresponde oficialmente el anuncio de la visita del aco-
razado Maine á los puertos de Cuba: visita que habían de de*
-volver inmediatamente (como en efecto devolvieron) algu-
nos barcos españolea, que saludarían la bandera americana
en ios puertos de la Unión.
Prodojoel segundo rozamiento la voladura del Maine,
verificada el 17 de Febrero, en el puerto de la Habana.
Tampoco importa ahora discutir las causas de este lamen-
table suceso, á cuya estimación podría aplicarse muy bien
«1 criterio del cui prodest.
— 878 —
No 6e necesita discutir los extraños procedimientos y la*
actitud original ísim a del Gobierno de loa Estados Unidos,
para dificultar la estimación imparcial de la catástrofe por
medio del concurso de los ingenieros americanos y espa-
ñoles
Sobre las cansas del hecho resoltaron opuestos los dio»
támenes de los españoles y los americanos. £1 Gobierno
español ae prestó, desde luego, á someter el hecho y sos
consecuencias, al juicio de pericos de notoria imparcialidad»
El Gobierno americano se desentendió desde el principio de
esta disposición, al propio tiempo que rechazaba el concorso
de los marinos é ingenieros españoles, para que por medio
de investigaciones concertadas con los de los Estados Uni-
dos, en el puerto de la Habana, se llegara á una exacta de-
terminación de todo lo referente á la catástrofe, que no solo
había sido tremenda para el barco americano, sino que habla*
constituido un enorme peligro para los barcos españoles,
situados á cortísima distancia del Maine, y que en el mo-
mento crítico de la explosión habían enviado sus tripulan-
tes, con una abnegación admirable, á prestar auxilio á la*
víctimas de la voladura.
Pero todavía sucedió algo más extraño, y faé qae des-
pués de esas extrañas negativas del Gobierno de Washing-
ton, el capitán ¿el Maine solicitó de las autoridades de la
Habana el permiso para aplicar la dinamita a los restes del
barco destruido. Negáronse, como era de presumir, nues-
tras autoridades, tanto por consideración á los demás bar*
eos españoles y extranjeros anclados en la bahía de la Ha*
baña, cuanto porque estando en debate el doble punto de la
naturaleza y la responsabilidad de la catástrofe, no podía
prescindí rse de la conservación del Maine, en el estado en
que la voladura lo había dejado, para que en todo caso»
personas extrañas, y absolutamente imparciales, pudieran
examinarlo y formar un juicio razonado y definitivo sobre
aquel deplorable incidente.
Después (en 28 de Marzo de 1898) el Gobierno norte-
americano, en vista de la general sorpresa qne la preten-
sión del capitán del Maine produjo, quiso rebajar el alean*
ce de ésta, y asi el ministro de los Estados Unidos en Ma-
drid expuso que el propósito de aquel marino habla sida
sencillamente emplear pequeñas cargas explotadoras en la
parte superior del buque, con objeto de hacer en ella la lim-
pieza necesaria para llegar á donde estaban todavía loa ca-
— 879 —
dáveres f los cañones. La explicación ha debido satisfacer
á muy pecas personas.
Pero la voladora del Maine fué extraordinariamente ex-
plotada por Ja prensa sensacional y los jingoes de ios Esta-
dos Unidos, mientras en Madrid se procaraba explicar, del
modo menos alarmante, las pretensiones y las intransigen-
cias del Gobierno americano. Tal vez por esto, y porque, en
realidad, el rozamiento producido por los lamentables su-
cesos antes aludidos, era de aquellos conflictos, que por su
propia naturaleza, deben ser resueltos por un arbitraje, per-
dió importancia basta el punto dé ocupar un lugar muy se-
cundario, como lo demnestra el hecho de que el Presidente
de la República norteamericana recibiera de un modo afec-
tuosísimo al nuevo Ministro español, Sr. Polo de Bernabé,
el 12 de Muzo.
£1 mismo br. Polo comunica en 11 de Marzo al Ministro
de Estado de España, qae tanto el secretario de Estado co-
mo el subsecretario de Wabhington, le habían recibido de
la manera más cordial y afectuosa, declarando «que la si-
tuación habla mejorado, y que el Presidente de la Repúbli-
ca co queria la guerra. »
El ministro norteamericano en Madrid, Mr. Woodford,
que, según declaración efícial del ministro de Washing-
ton (16 de Septiembre de 1897) vino á Madrid con una mi-
sión altamente pacifica, en su Apunte de 29 de Marzo, pone
á un lado la cuestión del Maine y todas las demás secunda-
rias, para formular sus graves exigencias cobre la inmediata
pacificación de Cuba, Por tanto, el punto del Maine no pue-
de ser estimado como causa de la ruptura de España con los
Estados unidos.
El tercer rozamiento lo produjo la extraviada carta del
ministro español, Sr. Dupuy de Lome, en la cual aquel di-
plomático censuraba duramente al Presidente Mac-Kinley.
Este incidente (de carácter particular, como be demostró en-
seguida) se desarrolló desde el 9 al 16 de Pobrero y termino
por completo, y de un modo satisfactorio, mediante la sus-
titución del Sr. Dupuy por el Sr. Polo de Bernabé y ana
amistosa declaración del Gobierno español. Así se desprende
de la Mota del ministro de los Estados Unidos en Madrid,
al Ministro de Estado de España» fecha 16 de Febrero
del 98.
Por bajo de estas tres cuestiones aparecieron otras dos de
mucha menor importancia, en la apariencia. Una motivada.
— 880 —
por el deseo del Gobierno norteamericano de socorrer
■con dinero y aun con víveres a )as víctimas de la guerra de
Coba.
Primero fueron socorridos los americanos residentes no
Ja grande Antilla. El Gobierno español no se opuso á esto,
aun cuando el modo y manara de verificarlo los agentes ame-
ricanos produjeron más de una irregularidad, reconocida ya
por todo el mundo. Porque «s bien sabido que con pretexto de
los socorros, aUuna vez se hizo contrabando. Respecto del
auxilio á los cubanos reconcentrados \ el Gobierno norteame-
ricano pretendió al principio que aquellos socorros f a eran
llevados en barcos extranjero* convoyados por barcos de
guerra de los Estado* Unido». Luego, ante 'a resistencia
del Gobierno español, el de Washington redujo su preten-
sión, á que los barcos portadores de víveres therao barcos
de guerra. Pero dentro de la primera quincena de Marzo ya
«e desistió de la empresa.
Las dificultades puestas por el Gobierno español descan-
saban, tanto en lo irregular del procedimiento como en lo
anómalo de las circunstancias y ea los abusos á que se ha-
bían prestado los envíos anteriormente hechos.
Por lo que ha pasado después, se puede calcular toda la ra-
sos del Gobierno español. Porque ha resultado que los tales
envíos eran una manera de proteger la insurrección y que
«l cónsul americano en la Habana. Mr. Lee. apareció pron-
to como uno de los simpa ti «ador es ma* calurosos de la rebe-
lión separatista. Evidentemente, en él punieron gran con-
fianza los insurrectos y los laborante* Como ya he dicho,
sus informes fueron en el sentido de que la Autonomía habla
fracasado, precisamente cuando Jas reformas comenzaban
á arraigar, y en vísperas de Ja constitución de las Cámaras
insulares de las dos Antillas. Y al fio. la opinión pública en
la Habana y á la postre, el Gobierno de Madiid señalaron-.
con toda franqueza, á aquel funcionario extranjero, como un
activo agente del separatismo cubano.
La otra causa de dndas y recelos fueron los aprestos mi-
litares, asi de España como de los Estados Unidos.
Parece que la primera vez que de esto se trata por Jo* Go
biernos de entrambos países, es A principios de Febrero del
98. Pero ya eo 16 de Diciembre del 97, nuestro Ministro de
Estado pregunta al ministro plenipotenciario español en
Washington qué hay sobre la salida de la encuadra americana
— Se-
para el Golfo de México. £1 6r. Dupay contesta qae est*
eeJida oareoe de gravedad, responde al plan ordinario de
lee eieroicios navales norteamericanos, y aun puede servir
para distraer á los jingoee.— Has en 5 de Febrero, nues-
tro Ministro de Estado comienza á preocuparse del asunto
y comunica sus temores á los representantes de España
oerca de los Gobiernos europeos. Kequendo Mr. Day, en
16 de Marzo, contesta que aquellos preparativos de guerra,
asi los navales como los ds defensa de las costas, que hablan
llegado á adquirir cierta importancia en las últimas semanas,
eran motivados por la actitud de España, que hacia gran-
des armamentos y se preocupaba mucho del aumento de su
escuadra.
La cosa por el momento no tuvo consecuencias. — Pero
importa precisar el alcance y la forma de )a> conver-
sación que por aquel entonces tuvieron )o» representantes
de España y de ios Estados Unidos. Nuestro ministro,
el Sr. Polo de Bernabé, la explica en el 8i¿niente telegra-
ma fechado en Washington el 1 6 de Marzo de 1898:
•lír. Day me citó hoy para pedirme qae se admitan libres de dere-
chas de puerto y tonelaje los baques qae transitoriamente lleven so-
corros 6 lo* reconcentrados He recomendado la petición al goberna-
dor general de Coba.
Después de celebrada la conferencia me ha declarado solemnemente
que los Estados Unidos no quitrín la gu§rrat y qae no desean a Coba
ai regalada. Me hn dicho qu« fu* preparativos de gte-ra eran motiva-
dos por nuestra actitud al adquirir grxndes armamentos y aumentos en
1* escuadra. Le objeté que teniendo u «i rebelión en < una, necesitába-
mos aumentarles, a lo que me Hijo que ciertos buques no podían em-
plearse contra lo« insurrectos y que mucho* creían aquí que España,
para concluir con honra la rebelión, viendo que se prolongaba indefi-
nidamente la lucha, quería la guerra con los Estelos Unidos. Le dije
ene era un disparate y que solemnemente le declaraba que nosotros
quería moa la p*x, y para conservarla haríamos todo lo compatible con
la honra y la dignidad nacional, que la Nota de 1 cíe Febrero sin-
tetizaba nuestra política. L* intervención, le añadí, traería consigo la
guerra, porque en toda nación que aprecia su, honra, intervención j
guerra son términos semejantes. Me dijo qu« celebraba mucho e«t* de-
«la ración, y la repetí, añadiéndole que una guerra en he circunstan-
cias actuales sería un crimen contra la humanidad y la carnización, y
quede ese erimen nunca resultaría responsable Espina. Dfjele que
nosotros estábamos haciendo todo lo posible para acabar en breve la
— 882 —
insurrección, y que silo* Estados Unidos hubieran hecho urna mínima
parte, principalmente disolviendo la Junta de Nueva York, todo habría
concluido. Contestóme que esto no era posible dadas las leyes ameri-
canas y el estado aclual de la opinión. »
£1 Gobierno español se limitó á llamar la atención dal
Gobierno norteamericano sobre el contraste de nuestra con-
ducta con la de los Estados Unidos, donde los armamentos
continuaban. En aquel pais se hablan dedicado á este fia 50
millones de dollars. formándose la escuadra permanente de
Cayo-Hueso y concentrándose otra en Lisboa, al propio
tiempo que continuaban gozando de una extraña libertad
los comités separatistas de New-York. Todo ello consti-
tuía una especie de presión, favorable en último término á
los separatistas cubanos; precisamente cuando se iban á
verificar en la grande Antilla las elecciones de diputados á
Cortes y de la Asamblea insular, resultado, quisa el más
considerable é inmediato de los decretos autonomistas de
Noviembre de 1897.
Así se comunicó al Sr. Polo de Bernabé en 12 y 17
de Marzo, y de ello se habló enseguida en Madrid á miste
Woodíbrd. Este se presentó siempre vivamente interesado
en dar á sus gestiones el tono de una gran simpatía por
España, demostrada, cuando menos, por la forma afectuosa,
más que circunspecta, de sus observaciones, en medio de la
sorpresa que, á propios y extraños habían producido los artí-
culos efe franca hostilidad á nuestra causa y nuestra repre-
sentación , publioados en un periódico de Nueva Yorck, por
el anterior ministro Mr. Taylor, á las pocas semanas de ha»
ber cesado éste en su cargo diplomático cerca del Gobierno
de Madrid .
Como se ve, el Gobierno español, no dejó de mano un mo-
mento, en todas estas negociaciones, la protesta de la absolu-
ta necesidad de que desapareciese toda presión ó amenasa
de parte de los Estados Unidos para que diera resultado la
autonomía proclamada en Cuba.
Pero hasta aqní, repito, las relaciones de loa Estados
Unidos y de España, parecían bastante cordiales. Luego
surge, con una precipitación inverosímil y un relieve extra-
ordinario, un radical cambio de conducta, por parte del Go-
bierno de Washington/Once días bastaron para este cam-
bio. El hecho merece una detenida consideración.
- 883
El cambio que acabo de señalar no se reduce á la mate *
ría y los argumentos de las negociaciones hispano-america -
ñas; 1 ega hasta á la forma de los documentos que se cru-
zan estre los gobiernos aludidos y á los términos de las re*
clamaciones que presenta el americano, cuya conducta con*
trasta visiblemente con la del español, tal vez algo extremoso
en su circunspección y sus deferencias .
Beto último ha sido motivo de no escasas censuras por
parte de la prensa ardiente y de muchos políticos de Espa-
ña. A mi juicio, en estas criticas se ha ido demasiado le*
jos. Lo uno, porque es para mi evidente que nuestro Gobier-
no debía evitar á toda costa la guerra con los Estados Uni-
dos; máxime si se demostraba el interé3 de éstas ea que
la guerra tuviera efecto, apareciendo como provocadores los
españoles, ya muy tachados en el resto del mundo, por |a
política que se habla hecho en nuestras colonias y las ope-
raciones militares que se realizaban en Coba en el curso de
loe dos ó tres años últimos. Pero, después, debia considerarse
el gran interés que para la causa, el prestigio y la fuerza
de España entrañaba la demostración palpable de un buen
deseo de solucionar todos los cooflictos producidos por la
enestión de O aba, de un modo, no solo reflexivo, si que
amistoso y hasta benévolo.
Digan lo que quieran loa intemperantes siempre habla
macho, en favor de Españ*, el estudiado silencio con que
nuestras Cortes acogieron la? provocaciones, las gro-
serías y los tremendos insultos que se profirieron, casi sin
interrupción, en las Cámaras americanas, desde 1895 ál8t7,
asi contra el Gobierno y las autoridades de nuestro país,
como contra toda la sociedad española. La conducta de loe
diputados y senadores americanos no tiene parecido en la
Historia parlamentaria y en los Anales políticos contempo-
ráneos. Aun después de declarada la guerra (en cuyo trance
r
— 884 —
también, la oondncta del Gobierno de Washington ha ofre-
cido ana deplorable originalidad) no se han oido, ni en anee*
tro Uongreso ni en nuestro Senado, frases incompatibles con
la severidad de la fondón gubernamental. Ni antee de que
esto pasase, se han visto en nuestras calles y platas atenta-
dos al Derecho público y al respeto internacional, ©orno la
quema y arrastre de la bandera y el escudo de España, que
con frecuencia, tuvieron efecto en la segunda mitad del
año 97, en algunas ciudades de Norte América.
El hecho de la gestión pública del Comité separatista cu
baño en los principales centros politáoos de la República,
apenas se comprende dentro de los principios corrientes del
Derecho internacional. Nunca bastaría á justificarlo la mar»
protesta, por parte del Gobierno amerioano (que «n ello ha
inpistido mucho) de que las leyes de loe Estados Unidos na
consienten la prohibición de esos comités; porque ro es
imaginable la vida internacional en el supuesto de que cada
nación sea absolutamente libre para consentir ó no en su
propio territorio los ataques directos y materiales á la segu-
ridad, la tranquilidad y la soberanía de la naoión vecina,
Pero, además, esa tesis es literalmente inverosímil en la-
bios del Gobierno amerioano que provocó en 1872 la cuestión
del Alabama y el arbitraje de Ginebra y que ahora mismo ha
recabado del Gobierno inglés la expulsión del Canadá de un
diplomático español acusado de trabajar en aquel país con-
tra los Estados Unidos. Aparte de que tampoco es rigoro-
samente cierto que las leyes de neutralidad de este país (4
partir de las promulgadas deade fines dei siglo pasado has-
ta 1820, por Washington, Jefferson y Monroe) autoricen lo
que estos últimos años públicamente se ha hecho, en loa Es-
tados Unidos, en favor de la insurrección de Cuba, hasta
el punto de que todo el mundo entendiera, .que la principal
foeisa de ésta be hallaba en la República de Norte Ama*
rica..
Frente á eso hay que 'poner las satisfacciones oficiosa*,
pero efectiva*, que el Gobierno español dio en 1897, al mi*
lustro de los fiotudoa Unidos en Madrid por \*a expresiones
au puestamente ofensivas de un oficial de nuestra Mario» na
nua conferencia de la Sociedad Geográfica, de carácter
particular; aai como todo ouanto se hiso para destgraviar 4
bür. Mac Eimey, con motivo de la extraviada carU partiou»
la i* del seftor Dupuy de Lome.
iNo obsta lo que digo para reconocer que hasta bien en*
K
— 885 —
irado Mareo, el trato diplomático de España y loa Estados
Unidos filé correcto. Loa dos Gobiernos y sos respectivos
representantes se esforzaban en hacer protestas contra la
mera posibilidad de nna guerra y se repetían las frases
mis oorteses y aun benévolas.
Pero el 22 de Marzi de 1898, Mr. Woodford solicita de
nuestro Ministro de Estado ana conferencia urgente, y añade
la conveniencia de que asista á ella el 8r. Ministro de Ul-
tramar, porque dicho Mr. Woodford, conocía poco e) esp»«
fiol y deseaba tqne sa ool versación fuera interpretada por
el Sr. Moret cuidadosamente.»
La eonferenoia tiene efecto el día 22, y en ella el ministro»
norteamericano df ja á los dos ministros españoles una ma-
nifestado* escrita, que da un corte alarmante al curso de
)as anteriores conversaciones y los benévolos tratos. La
Manifestación dice abi:
«al empeiar nuestra entreveía, debo decir á ustedes que el informe
sobie el Main* te baila en poder del Presidente. No estoy autorizado
para dar á cor ocer la tendead* ni las conclusiones de) mismo, pero sí
lo eatoy para decUrarUs que ti dentro a» muy pocos dios no té Uéga k
W* aoumráo éatitfattono. qué A&UGUaa una. paz inmediata, y hohbosa.
•*» Cuba, el Presidenta no pod>á por menos de sometsr, en #u totalidad,
al Congreso, para tu dtcitión, la cuestión de las relaciones entre Hs
paila y loa fcBt*do* Unidos, comprendiendo en ella el asunto del Main*.
—Comunicaré inmediatamente por la vía telegráfica al Presidente, cual*
«cuera indicación que al efecto pueda formular España j *tptro r—ibir
mmtro üb hoy pccos dus alyuna proposición concreta que equivalga
al •MabU -imiénto inmediato de la pas en Cuba.»
Mo hay que deoir que esto era uoa verdad *r a commina-
don* del género de lan amenasas que los pueblos poderoso*
emplean para aterrar á los incultos y los desahuciados del
Uñado ó de las p otestas qae las, naciones ofendidas y que-
disponen de grandes medios, utilisan contra los egresóte»
inconsiderados.
£n vano nuestro Ministro de Estado replicó: 1 .° que para-
la estimación del asunto del Maine era indispensable oompa-
raír los dos dictámenes de Jas comisiones americana y espa-
ñola, examinados coa caima y fuera de las pasiones propias
cto coda Cámara popular y que en caso de disidencia irreauo*
oble procedía someter el litigio á otros jueces desapasiona
dos, y 2,°, que respecto á la pt»s de Coba* era indispensable*
«onecer las aspiraciones y los sentimientos de la Cámara*
— 886 —
insolar que habría de reunirse en la Habana pocos días
déspota: el 4 Mayo.
A muy poco de celebrada la conferencia de Mr. Wooford
con nuestros ministros de Estado y de Ultramar (el 28 de
Marzo) aquél comunica al Gobierno español un extracto del
informe de la Comisión americana sobre la voladora ¿el
Maine. £1 dictamen atribuye ésta á la explosión de ona mina
sobmarina debajo del fondo del buque, sin que pudiera pro-
barse responsabilidad de persona ó personas determinadas.
Pero el Gobierno norteamericano, por so parte, añade que,
supuesto el deber de España de proteger las personas y los
bienes que se hallaban en el puerto de la Habana, y mas
particularmente una nave pública y los marineros de ana
Potencia amiga, á España le c correspondía una grave res-
ponsabilidad en el suceso*.
Al día siguiente (29 de Marzo) Mr. Woodford da un nie-
vo paso, acentuando el apremio. El ministro americano
deja en manos del señor Presidente del Consejo de Ministros
de Es p a ña un Apunte, cuya claridad compite con su rudeza.
Es indispensable reproducirlo textualmente, porque en la
historia de las relaciones de dos potencias amigas, no per-
turbadas por la intrusión de la una ea los negocios de 1&
otra, no se dan ejemplos análogos. Dice asi el Apunte:
«1 El Presidente me encarga explicara a directa y francamente caá
V. E. acerca de la condición actual de los asan toa en Cuba y del estada
de las relaciones entre España y los Estados Unidos.
2 El Presidente piensa que no hay ventaja alguna en disentir ka
pantos de vista respectivos que sobre estos asuntos tiene cada una da
las dos naciones; esto sería ocasiónalo á discusiones y á controversia
•que podrían detener y quizas impedir una resolución inmediata.
S El Presidente me encarga diga áV. K. que nosotros no deseamos
ni queremos la posesión de Cuba.
4 También me encarga decirle con igual claridad, que deseamos la
completa pacificación de Cuba .
5 Para e»te fia mi sugiere La idea de un armisticio inmediato, que
dure hasta el primer día de Octubre, durante el cual te negocie pira
obtener la paz entre España y ios insurrectos, contando para elle coa
los amistosos oficios del Presidente de los Estados Unidos*
Y S Desea también la revocación in ¡nediata de la orden relativa i loa
reconcentrados, de modo que las gentes puelaa volver á ana propieda-
des, al par qu¿ los necesitados sean socorrid is con alimentos y j
enviados por los Estados Unidos. Los Estados Unidos cooperaran á <
r
— S87 —
fin con I aí autoridades españolas para que el remedio sea completo y
efectivo . ■
Al Apunte del ministro americano contestó el español, en
21 de Marzo, trasmitiéndole el acuerdo del Consejo de mi-
nistros de Ei paña que comprendía los siguientes extremos:
CaiA*irofi dtl <Main*» .—España «ata pronta á someter á un arbitraje
las diferencias que pudieran surgir en este asunto.
ftv, mn ip*#W{ '■ *.— El general Blanco, siguiendo las instrucciones del
Gobierno t acaba de revocar *n las provincias occidentales el bando
relativo á los r a concentrados, y aunqne esta medida no podrá alcanzar
tedia sus complementos h*sta que las operaciooes militares terminen,
el Gobierno pone á disposición del Gobernador general de Cuba um
crédito dq treí millones de pesetas * fin de que los campeiinos vuelvan
desda laegí> y con éxito A sus trabajos.
Kl m:<n3r> Gobierno aceptará, sin embargo, coalquier auxilio que
pira alimentar y socorrer á los necesitados le sea enviado de los
Eptados Unidos, ea la forma y condiciones antes convenidas entre
aquel subsecretario de Estado y el ministro de Bspaña en Washington.
pft£¡/fco£i¿n d$ Cuba -Bl Gobierno empaño*, más interesado que el de
loa Hataca* Caídos en dar á la grande An tilla una paz honrosa y
Bitab'e, se propone confiar su pre «ración al Parlamento insular, sin
cuja »otarvencicu no podría llevarla á cabo, entendiéndose que r-o por
esa «a aTo?njraan y disminuyen las facultades *es*rvadas por la Cons-
titución al Gobiarno Central.
Snsjrtnifión ¿4 hostilidades . —Como las Cámaras cubanas no se reunirán
hasta el 4 de Mayo, el Gobierno español no te- dría, por su parte, incon-
veniente en aceptar, desde luego, una suspensión de hostilidaies pedida
por loa insurrectos al General en Jefe, á quien corresponderá en este
cavo determinar el plazo y las condiciones de la suspensión.
Tan pronto como se hizo pública la tirantez de velaciones
entra loe Gabinetes de Madrid y Washington, po- pfeoto
narurtil de la aotitucl, las exigencias y el tono de este últi-
mo, comenzaron las principales potencias europeas, es -
pon trámente ó por iniciativa del Hamo Pontifioe, nego-
cibcíonRB conducentes á recabar del Gobierno español que
accediste á lo principal de las pretensiones americanas,
mientras, por otra parte, los representantes de las mismas
seis grandes potencias europeas se presentaban á Mr. Mac
Kinley y dejaban en su poder una Nota oolectlva anaciendo
o» I a roa» apelación á los sentimientos de humanidad y de
moderación del Presidente y del Pueblo americano en sus
existentes diferencias con Rdpafia, y esperando que ulteriores
r%
— 888 —
negociaciones llevarían á un acuerdo que asegurase la p*s
v diera las necesarias garantías para el restablecimiento
del orden en Cuba. >
Esto último sucedió el 6 de Abril. Mr. Mac KinLy con»
tettó en términos generales y muy vagos. Cinco días des*
pues de esta gestión diplomática, y doedias después de co-
municado por el Gobierno español á todos los demás Go-
biernos, el americano inclusive, su resolución de conceder
inmediatamente una suspensión de hostilidades en Cusa.
el Presidente Mac Kinley enviaba al Congreso de Was
hington el anunciado Mensaje sobre la cuestión cubana.
£n este Mensaje, fecha 11 de Abril, se trata en general
la cuestión de Cuba iel modo que después se verá. Aquí
conviene señalar el párrafo en el cual el Presidente, refi-
riéndose á la propuesta de España, de someter la diversidad
de informes sobre el asunto del Maine á peritos imparcia*
les, 007a decisión aceptaba de antemano el Gobierno es-
pañol, consigna como único comeut «rio las siguientes pa-
labras: A eslo no he iodo respuesta alguna.
Hay 4Ue advertir que el informe de la Comisión de ma-
rinos españoles, sobre la voladura del Maine, llegó á
Wahhiugtou el 3 de Abril, en cuya fecha el ministro
español lu transmitió al Departamento de Estado america-
no.,— De este infoime no se cuidan, ni Be han cuidado des-
pués, 64 Presidente ni el Gobierna de la República de los
Estados Unidos.
No habí* el Gobierno español podido recobrarse oomple*
raméate de las protestas y exigencias americanas de 27 y
29 di Marzo, cuando e. ministro de los Sitados Unidos se
dirige á nuestro Ministro de Estado participándole que el
Presideute de la Bepúblio* habia sometido aquel mismo dia
(el 6 de Abril) ai Congreso americano toda la cuestión cubana.
Añade Mr. Woodford que había esperado recibir anUs
de tas doce del mismo día la notificaron oficial de haber
proclamado el Gobierno español la suspensión de hosti-
lidades en Cuba y le advierte que tai en todo aquel día
llegara dicho Gobierno á una decisión fiaal respecto al ar-
misticio, podría conocerlo el Presidente de la República 7
trasmitirlo enseguida al Congreso» .
El Gobierna español nada habla prometido que autoriaa-
se el apremio de Mr. Woodford, y asi lo haee coaatar nues-
tro Ministro de Estado en comunicación oficial. O por esto
ó porque el Presidente Varíase de parecer, ó por cualquier
— 889 —
otro uiouvo hasta ahora ignorado, Mr. Woodford, en 7 de
Abril, participa al Ministro de Estado español que Mr, Mao-
K¡nley había aplazado la remisión del Mensaje hasta el
rifa 11, y que, por tanto, quedaba retirada la Nota del
6, lo que «le proporcionaba un verdadero placer, porque
se apartaba mncbo del ánimo de en Gobierno todo propósito
de ejercer una presión sobre España. >
Al fin se presentó el Mensaje presidencial á las Cámaras
americanas en 11 de Abril de 1898. De ese Mensaje se ha-
blará luego. Enseguida se produjo nu dictamen del Comité
de fiegocios extranjeros de la Cámara de representantes de
WMfehmg'on contra la soberana de España, dando una
gran importancia á la destrucción del Maine. din pérdida
de momento lo votó la Cámara. El 18, el Senado aceptó en
parte aquella resolución y el mismo día 18 las dos Cámaras
americanas concertadas votan el bilí que sancionado i o me-
diata fuente por el Presidente, obligó al ministro de España
en Washingtoo á salir el 20 de Abril de ios Estados Unidos
v al Gobierno español á comunicar (en 21 del propio mes)
á Mr. Woodford, que quedaban interrumpidas las relacio-
nes diplomáticas entre España y la República Americana.
No es imaginable mayor precipitación en los sucesos.
El Gobierno de Washington había comanioado en 20 de
Abril á sn Ministro en Madrid, Mr. Woodford, la orden
siguiente:
«Si á la hora del medio día del sábado próximo, 23 de
Abril oorriente, no ha sido comunicada á este Gobierno por
el de España nna completa y satisfactoria respuesta á esta
demanda y Resolución en tales términos, que la paz de Cuba
quede asegurada, el Presidente procederá, sin ulterior
aviso, á osar del poder y autorisaoión ordenados y confe
ridos á él por dicha Resolución, tan extensamente como sea
necesario para obtenerla en efecto. >
Site despacho no pudo ser t a o emitido por Mr. Woodford
al Gobierno español, porque este comunicó antes al Minis-
tro norteamericano su resolución de cortar las relaciones
diplomáticas con el de Washington.
Apoco, y también antes de que se declarase la guerra pon
éste, los buques de guerra norteamericanos apresaban cerca
de las Antillas algunos españoleé mercantes. La declaración
de guerra lleva la fecha del 25 de Abril.
Para la exacta inteligencia de la disposición del Gobierno
americano y de la actitud del español en el curso de estas
— 890 —
negociaciones, desde los primeros dies de Mayo, á mediados
de Abril, con viene señalar dos incidentes.
Domo se ha visto, la severidad de la Cancillería ameri*
«cana, se trocó pronto en acrimonia para convertirse defini-
tivamente en ofensiva presión é intolerable exigencia, hacia
el 29 de Marzo. Pues bien; en 25 de Marzo, el ministro de
Negocios extranjeros, Mr. Day, aseguraba al representante
de España en Washington: 1 .*. que en la atención de loa
reconcentrados cubanos, el Gobierno de los Estados Unidos
deseaba marchar de completo acuerdo con el español y
evitar todo motivo de rozamiento, v 2.°, que ei bien el Presi-
dente enviarla al Congreso el informe sobre la voladora
del Maine (antes de recibir el dictamen de los comisionados
españoles) y aquel documento habría de producir gran agi-
tación, tenia la seguridad de que todo se arreglaría amiga-
blemente.
El día 28, Mr. Woodford anunciaba á nuestro Ministro
de Estado la opinión del Presidente americano de que si
Congrego de Washington no tomarla por lo pronto otra re-
solución que la usual de referir el informe sobre el Maine al
Comité correspondiente* . Y el dipomático americano añade:
t Según las mejores informaciones que he podido adquirir,
creo que eo las dos Cámaras del Congreso americano preva-
lecerá un sentimiento de deliberación y que no hay motivo
para que e> Gobierno español pu^da temer que nada se hsgi
rápida ó injustamente.* Peroá las 24 hora*, Mr. Woodford,
ponía en manos del Presidente del Consejo de Ministros de
España el Apunte relativo al armisticio, la pan oon los in-
surrectos y la situación de los reconcentrado?.
Por otra parte, en 9 de Abril, el Gobierno español, por
conducto de su representante diplomático, comunicó al Go-
bierno de Washington que había acordado la suspensión da
hostilida Jes en Cuba: hecho que el mismo Gobierno ameri
cano supo el propio día por el Ministro de Estado del Sumo
Pontífice y por Mr. Woodford. A pesar de esto y délas
geati enes que los representantes diplomáticos de Francia,
Inglaterra, Italia, Austria, Alemania y la Santa riede hi-
cieron en 7 de Abril cerca del Presidente Mae Eanley, ¿ate
se abstuvo rigorosamente de modificar su proyectado Mea-
gaje al Congreso (Mensaje que presentó el 11 de Abril), li-
mitándose á añadir las siguientes equivocas frases:
«Ayer, después de haber preparado el anterior Mensaje, he sabido q •*
el último decreto de la Reina Regente de Repella ordena al general
— 891 —
Blanco proclama una sotpensión da hostilidades, cuya duración y
detalles do ma han sido aúo comunicados, uon objeto ae preparar y
facilitar la paz Bata hecho, con todas sns consecueocias, merecerá,
seguramente, vuestra justa y solícita atencián en los solemnes debates
que estáis & pnnto de inaugurar. Si esta medida produce un resultado
satisfactorio, se realizarán nuestras aspiraciones como pueblo cristiana
y pacífico. En caso contrario, solo justificará nuevamente la acción por
nosotros meditada.»
Pero más importante que todo esto, para otro fin más ge
seral, es la ood ai deración de lo que estaba sucediendo en
Coba y lo que pasó en los Estados Unidos, fuera del palacio
de la Presidencia de Washington, desde los primeros días
de Mano ha¿ta bien entrado el mea de Abril .
892
En 1.° de Enero de 1S98 se verificó ea Oaba !a instaura
ción del régimen autonomista sancionado para Coba y
Puerto Rico, por los decretos de 25 de Noviembre de 1897.
Son estos tres. Por el primero, se extiende sin reserva ni
limitación de género alguno, á las Antillas, el goce de los
derechos políticos de que disfrutaba la Peniosula. Por esto,
en lo sucesivo regirían en Oaba y Puerto Rico las le?ea
complementarias de la Constitución vigente en la Metrópoli,
y en especial la ley de Enjuiciamiento criminal v la de or-
den público, la de expropiación forzosa, la de instrucción
pública, las de imprenta, reunión, y asoo'aoión y el Código
de Justicia Militar. Dicho se está oon esto que desapareóla
la excepción sanoiooada por este último eo su art. 29 y
que en rigor echaba por tierra buena parte del decreto de 27
de Abril de 1881, que ordenó la promulgación de la Cons
titución española de J876 en Cuba y Puerto Rico.
Otro de los decretos *ie Noviembre de 1897 se contrae al
derecho electoral. Extiende á las Antillas la ley electoral
peninsular de 26 de Junio de 1890; proclama el sufragio
universal; niega en absoluto el voto á los institutos armados
de cualquier clase que fueren; hace imposible el abuso es
canda) o ao de los llamados socios de ocasión; declara que no
se necesita autorización para procesar á ni ngúu funcionario
público; orea una Junta insular del censo electoral en la qne
todo* los partidos políticos han de tener representación, al
propio tiempo que el (Gobierno general, el civil y las8alas
de gobierno de la Audiencia de la capital; afirma que la ju-
risdicción ordinaria es la única competente para el conoci-
miento de los delitos electorales y somete la vigilancia de
las elecciones á la Junta Central racional del censo.
En este decreto se establece, por excepción: 1 .° que para
ser diputado provincial se necesita ser natura) de la pro
vincia ó llevar cuatro años consecutivos de residencia en la
misma, y 2.° que para ser concejal de Ayuntamiento de más
/
— 893 —
-de 1000 vecinos es precisa la residencia de castro año*, y el
pago de ana cuota de contribución. También serian elegi-
bles como concejales los que siendo vecinos y pagando alga-
ña curta, acreditaran con titulo oficial su capacidad profe-
sional 6 académica. Podrian ser Consejeros de Administra-
ción los que con arreglo al arr. 25 de la ley electoral penin
«otar tienen capacidad para ser senadores.
El terror decreto de Jos aludidos se refiere al Gobierno y
Administra&én de las islas de Cuba y P%erto% Rico,
Ezousa muchos comentarios sobre sus antecedente*, es-
píritu y alcance, la reproducción de algunos délos párrafos
de K Exposición qne precede á est* Deoreto, dado sin anuen-
cia de las Cortes, pero que éstas mego (en Mayo de 189S)
sancionaron.
Muy al principio, el Gobierno explica su propósito de
esta suerte:
«Propúsose, tote todo, sentar claramente el principio, desenvolverle
-en tod* su integridad y rodea i lo de todas las garantías de éxito. Por-
• que cuando se trata do confiar la dirección de sus negocios 4 puebles
que han l'egado 4K edad viril. 6 no debe hablárseles de autonomía, 6
es preciso dársela completa, con la convicción de que se les coloca en
o1 camino del bien, sin limitaciones ó trahas hijas de la desconfianza j
del recelo . ó se fía de la defensa de ía nacionalidad & la represión y á
la fuerza, ó se entrega al consorcio de los afectos y de las tradiciones
con los intere«es fortificado & medida que se desarrolla por las ventajas
de uq sistema de gobierno qae enseñe y evidencie 4 las colonias que
bajo ningún otro les sería dado alcanzar mayor grado de bienestar, de
• seguridad y de importancia.
Esto sentido, era condición esencial par i lograr el propósito, buscar
4 ese f rincipio una forma practica é inteligible para el pueblo que por
el había de gobernarse, y la encontró el Gobierno en el programa de
aquel rartido insular, considerable por el número, pero más impor tanto
aún por la inteligencia y la constancia, cuyas predicaciones, desde hace
veinte años, han familiarizado al país cubano con el espíritu, los proce-
dimientos y la transcendencia de la profunda innovación que están lla-
mados á introducir en su vida política y social.
Con lo cual ya se afirma que el proyecto no tiene nada de teórico, ni
o* imitación ó copit de otras Consttnc iones coloniales, miradas con
razón como modelo ai la materia ; pues aun cuando el Gobierno ha te-
nido muy presentes sus enseñanzas, entiende que las instituciones de
pueblos que por su historia y por su ra*a difieren tanto del de Cuba, no
.pueden arraigar donde no tienen ni precedente, ni atmósfera, ni aque-
lla preparación que nace de la educación y de las creencias.
— 894 —
Planteado así el problema, tratándose de dar una Constitución auto-
nómica á na territorio español poblado por raza española y por Espa-
ña civilizado, la resolución no era dudosa: la autonomía debía deten-
volverá© r entro de las idess y con arreglo al rograma que lleva ese
nombre en las Antillas, sin eliminar nada de tu contenido, sin*alterar
'sobre tcdo tu espíritu; ante* bien, compitiéndolo, armonizándolo, dán-
dole mayv r* 8 garantías de e»t*biidad. cual corresponde a¡ Gobierno de
una Metrópoli que se siente atra da k implantarlo por la conviectfn de
aus ventajas, por el aLhelo úe llevar la paz y «1 aosiego^á tan preciados
territorios, y por la conciencia de sus responsabilidades, no sólo ante
la colonia, sino también ante sus propios vastísimos interesen que el
^ tiempo ha enlazado y tejido en la tupida itd de los anos.
Luego el Gobierno dice:
De esta manera, la Conttitoei/n autonómica que el G o bit rao propone
para las islas de Cuba y Puerto Rico, no es exótica, ni copiada, ni imi-
tada; es ona organización propia, por ios españoles antillanos concebi-
da y predicada, por el partido liberal gustosamente inscrita en su pro»
gram* pura que la Nación supiera lo que de él podía esperar al recibir
el Poder, y que se caracteriza por un rasgo que ningún régimen colonial
ha ofrecido hasta ahora; el de que las Antillas puedan ser completa-
mente autónoma*, en el sentido más amplio de la palabra, y al propio
tiempo tener representación y formar parta del Parlamento nacional.
De suerte que, mientra* los representantes del pueblo insular gobiernan
desde sus Clamaras locales Ls interósea propios y especiales de su país,
otros, elegidos por el mismo pueblo asisten y cooperan en las Cortes á
la formación de las leyes, en cuyo molde se forman y se van compene*
trando y unificando los diferentes elementos de lá nacionalidad española,
Y no es esta pequeña ni escasa ventaja, menos aún motivo para estra-
ñeza, come quizás alguno pudiera sentirla, porque esta presencia de
los diputad* s antillanos en las Cortes es un lazo estrechísimo de la
nacionalidad que se levanta sobre todas las unidades que en su seno
viven, solicitado hoy, como uno de ios mejores progresos políticos de
nneatris días, por las colonias autónomas inglesas ansksas de partici-
par, dentro de un Parlamento imperial, de la suprema función de
legisladores y directores del gran imperio británico.
So otro lado se añade:
Seguí anen te algo quedará por hacer y algo necesito rá reformarse.
Ya lo irán mostrando á un tiempo la defensa y la censura que do su»
disposiciones se hagan, y ya so irá aquilatarlo lo que la una y la otra
tengan de fundado, permitiendo incorporar lo bueno en el proyecto y
descartar lo que no responda á sus ideas fundamentales cuando llegue
el momento de recibir la sanción de las Cortes.
— 895 —
Batiéndose, oA embargo, que el Gobierno ne retirará de él, ni con*
sentirá ee retire nada de lo que son libertades, garantías y privilegios
coloniales, porque pronto á completar la obra 6 á exclarecer las dadas»
no entiende que al presentarla á la sanción parlamentaria, puedan
sufrir disminución las concesiones hechas, ni podría consentirlo si
cuenta con la mayoría de las Cámaras.
Luego la Exposición se ocupa ooncretame&te de dos de
loe máa importantes 'problemas de la vida antillana: del
Arancel de aduanas y de la Denda.
Y se explica de este modo:
El cómtrcio de exportación déla Península á Cuba, que se cifra por
vaos treinta millones de pesos anua.es, y que ade aás da lugar á
combinaciones de importancia para la navegación de altura, ha estado
•¿metido hasta ahora á un régimen de excepción incompatible en
absoluto con el principio de la autonomía colonial.
Implica éste la facultad de regular las condiciones de su comercio
do importación y exportación y la libre administración de sus aduanas*
Negárselas a Cuba 6 Puerto Rice equivaldría á destrtir el valor de loi
principios sentados; tratar de falsearlas, sería incompatible con la
dignidad de la Nación. Lo que al Gobierno toca, después de reconocer
el principio en toda su integridad, es procurar que la transición se
haga sin sacudimientos ni perjuicio de k a intereses a la sombra del
antiguo sistema desarrollados, y para ello preparar una inteligencia
con los Gobiernos antillanos.
Porque nunca han negado les defensores más acérrimos de la auto-
nomía la disposición de aquellos países á reconocer en favor de la in-
dustria y del comercio, genuinamente nacionales, un margen que les
asegurase aquel mercado.
así lo aseguraron siempre sus representantes en Curtes, y así conti-
núan asegurándolo todos los partidos de la isla de Cuba, según manifes-
tacionee que el Gobierno tiene por irrecusables. Las queja* provenían,
no de la existencia de derechos diferenciales, sino de su exageración,
que impedía á las Antillas asegurarse los mercados que necesitan para
sus ricos y abundantes productos, y de la faltado reciprocidad. No
existiendo, pues, dificultades invencibles, hay derecho á decir que la
inteligencia, más que posible, es segura; sobre todo, si se tiene en
cuenta que la importación peninsular en Cuba se hace en unos 50 artí-
culos entre los 400 que tiene el Arancel, y que de aquéllos, muchos, por
su carácter especial y por las costumbres y gustos de aquellos natura-
lee, ao pueden jamás temer la concurrencia de sus similares extranjeros.
fio deben, pues, alarmarse los industriales de la Península, y con
ellos loa navieros, ante la afirmación de una autonomía que, al modifi.
r
— 896 —
-car las condiciones en que se fun la el Arancel, no altera los íandamcav
tos esenciales de las relaciones económicas entre Espala y las Antillas.
Habrá, s*n dada, al ganas dificultades para armonizar 6 compensar lai
inevitables diferencias de todo cambio de régimen mercantil; será pre-
ciso combinar de alguna manera ambos Aranceles, pero ni los ioter<wi
cubano* son opuestos á los peninsulares, ni está en el interés de i adié
disminuir las relaciones mercantiles entre los do i países
8obre la Deuda de Coba, dioe la Exposición:
En cuanto á la deuda que pesa sobre el Tesoro cubano, ya direeta
mente, ya por la gario tía que ha dado al de la Península, y que éste
sope rta en forma analog*, ea*á fuca de duda la justicia de repartirla
equitativamente cuando la terminación de la guerra permita fijar tu
importe definitivo.
Ni ha de ser éste tan enorme, así debemos esperarlo, que represente
un gravamen insoportable para las energías nacionales, ni la Ilación
ettá tan falta de medios que pueda asustarle el porvenir. Un paít que
ka dado en los últimos meses muestras tan gallardas de virilidad y ds
disciplina social; un territorio como el de Coba que, aun en medio de
sus convulsiones políticas y del apenas ir terrumpido guerrear de trein-
ta años, ha pro "i acido tan considerable riqueía, aun cultivando tan solé
una pequeña parte de su feracísimo suelo, y que lo ha hecho por sus so-
las fuerzas, con escssas instituciones de crédito j luchando con los asn-
eares privilegiados, cerrado el mercado americano á sus tabacos elabo-
rados, y transformando al propio tiempo en libre el trabajo esclava,
bien puede ai rentar sereno el fago de sos obligaciones é inspirar coa-
fisnsa á sus acreedores .
Por eao, á juicio del Gobierno, iv porta pensar desde ahora, más qne
en el repaito de la Deuda, en el modo de satisfacerla, y si fuera posible,
de extinguirla, aplicando los procedimientos económicos de nuestra
época á las grandes riquezas que el suelo cubano asegura á loa agricul-
tores y el subsuelo i los mineros, > aprovechando las extraordinarias
facilidades que al comercio universal ofrece la forma insular y la situa-
ción geográfica de ta que no sin razón se ha llamado la Perla de las As-
tillas.
Con estas ideaa creáronse en Cuba dos Cámaras insolare*,
llamadas Cámara de los representantes y Consejo de Admi-
nistración; nn Gobernador general y cinco secretarios de
Despacho de los asuntos puramente insulares. Las Cama
ras serian, de libre y total elección de la Isla, la de Repre-
sentantes y la de Consejeros de nombramiento mixto: te
decir, nombrados ocho por los electores cubanos y siete por
«1 Gobernador general entre las personas que reunieran de*
— 897 —
terminadas condiciona Ambas Cámaras constituirían el Par*
lamento insular. El Gobernador general era de nombra-
miento real* Los secretarios. del Despacho de nombramiento
del Gobernador, pero responsables ante las Cámaras y por
ende dependientes de éstas.
Las facultades de las Cámaras insulares se extendían á
«acordar sobre todos aquellos pontos qne no hubiesen sido
especial y taxativamente reservados á Jas Cortes del Reino
o mJ Gobierno central» por el decreto de 25 de Noviembre
de 1897 6 por las Cortes en lo futuro: siendo &* advertir que
«una ves aprobado por las Cortes el Decreto de Noviembre ,
ésta no podía modificarse sino en virtud de una ley y á pe-
tición del Parlamento inmlar* .
£1 decreto referido atribuía especialmente á este Parla-
mentó los negocios de Gracia y Justicia, Gobernación.
Obras publican, I astr acción y Agricultura. Por conse-
cuencia, las Cámaras insulares se ocuparían de la organi-
zación administrativa del país, de la división territorial,
provincial, municipal v judicial, de sanidad marítima y
terrestre*, de crédito público, banco y sistema monetario.
•I ambién aquellas (Jamaras formarían los reglamentos de
las leyes votadas por las Cortes del Reino, y sobre toda
entenderían en materia de procedimiento electoral, forma-
ción de censo, ratificación de los eleotores, manera de ejer
eitar el sufragio, aplicación de las leyes generales de Admi-
nistración de Justicia y organización de tribunales.
£1 Parlamento insular haría libremente el presupuesta
de gastos y de ingresos de la isla, los tratados de oomeroio
y el arancel de aduanas. Y también las Cámaras podrían
-dirigirse al Gobierno Central, por medio d«l Gobernador
general, proponiendo la derogación 6 modificación de las
vigentes leyes del Reino, asi como la presentación de nue-
vos proyectos de ley ó la adopción de resoluciones de ca-
rácter ejecutivo que interesaran á la colonia.
El voto de las Cámaras debía ser sancionado y publicado
por el Gobernador general, dentro del periodo de dos mese^,
en el cual el Gobernador podría suspender el acuerdo, remi-
tiéndolo al Gobierno de la Metrópoli, para que ésta lo
sancionara ó lo devolviese al Parlamento insular. Trans-
curridos los dos meses sin resolución del Gobierno Central,
se entendería que privaba el acuerdo recurrido ó consol •
tado.
En aquellos casos en que á juicio del Gobernador gene-
— 898 —
ral, los intereses nacionales pudieran ser afectados por los
. Estatutos coloniales, precederla á la presentacóa de los
proyectos de iniciativa ministerial su comunicación al Go-
bierno Central. T si el proyecto era da la inioiativa^ar la-
mentaría, el Gobierno reclamarla el aplazamiento de la dis-
ensión hasta que el Gobierno Central hubiese manifestado
sn juicio.
£1 Gobernador general, por medio de sus Secretarios del
Despacho, nombrarla todos los empleados insulares. Los de-
más decretos del Gobernador deberían ir refrendados por los
Secretarios, unióos responsables|ante las Cámaras y los Tri-
bunales de Justicia. El Gobernador responderla ante el Tri-
bunal Supremo de la Metrópoli. Además el Gobernador era
•1 jefe del Ejercito y de la Marina; llevaba la represen tacita
del Estado en las relaciones oon-el exterior y respondía del
orden y la tranquilidad de la Colonia; todo lo cual estaba
sustraído á la competencia de los Secretarios del Despacho
del Gobierno insular.
La organización municipal seria obligatoria en todo grupo
de población superior á mil habitantes. Todo Municipio esta-
rla facultado para estatuir sobre instrucción, vías de co-
municación, sanidad local y presupuestos municipales.
Nombrarla y separarla libremente á los empleados y elegi-
rla á los alcaldes y tenientes de alcalde, entre los con-
cejales.
Al frente de cada provincia habría una Diputación pro-
vincial, elegida, lo mismo que los Ayuntamientos, en la for-
ma que determinaran los Jilstatutos coloniales. Esas Dipu-
taciones serían autónomas en todo lo referente á la creación
y dotación de establecimientos de instrucción pública, sea-
vicios de beneficencia, vías provinciales (fluviales ó maríti-
mas), presupuestos y nombramiento y separación de sus em-
pleados.
Las elecciones de concejales y diputados provinciales se
harían de modo que las minorías tuviesen representación*.—
'lodo acuerdo municipal que tuviera por objeto la contrata*
ción de empréstitos ó deudas municipales carecería de fuer»
ejecutiva, si no fuese aprobado por la mayoría de los vecU
nos, cuando asi lo hubiera pedido la tercera parte de los
concejales. Es decir, el re/erendun.
Todo ciudadano podría acudir á los tribunales de justicia,
cuando entendiese que sus derechos ó intereses fueron vis-
lados por los acuerdos de un Municipio ó de una Diputa-
- 899 -
cíód provincial. También el Ministerio fiscal podría recurrir
ante loe tribunales por laa infracciones de ley ó laa extra li-
mitación e a de facultades cometidas por los Ayuntamientos
y Diputaciones.
De loe acuerdos de los Apuntamientos entendería la Au-
diencia del territorio y de los acuerdos de las Diputaciones
la Audiencia Pletorial de la Habana. En apelación del fallo
de ésta, el Tribunal Supremo.
£1 Decreto que aquí ahora se examina contiena en su úl-
timo título, otra gran originalidad aparte del referendum
antes citado
£1 Gobernador general podrá acudir, á título de Jefe del
Poder ejecutivo colonial, cuando lo estime oportuno, ante la
Audiencia Pletorial de la Hhbana para que ésta dirima los
conflictos de jurisdicción entre el Poder «gecut vo y las Cá-
mara* insulares. 8i surgiera al gura cuestión de jurisdic-
ción, nutre el Parlamento insular y el Gobernador general
en fu calidad de representante del Poder central, que á pe*
tición del primero no fuera sometida al Consejo de minis-
tros d$\ Reino, cada una de las dos partes podrá someterla
á la resolución del Tribunal Supremo del Reino, que resol-
verá en pleno y en una sola instancia.
No procede ahora examinar y discutir detenidamente
estas reformas, de no escasos defectos. Para el fin con
que aquí se citan basta reconocer, primero, que tienen
una grandísima importancia y rompen con la tradición bu-
rocrática mantenida, mas ó menos resueltamente, por iodos
• les partidos monárquicos v de gobierno de España,
dentro del siglo corriente: 2.° que corresponden, en ko
esencial, á la propaganda hecha por los autonomistas
antillanos desde 1879 á esta fecha, y 3 ° que en ciertos
extremos exceden, bajo el punto de vista expansivo, á lo
que rige en materia colonial en Inglaterra y las colonias in-
glesas.
Las dos primeras afrmaoiones por nadie podrán ser
puestas en duda; aun ahora que nadie se acuerda ó quÍ9re
acordarse de que la úaioa vez que se planteó en el Parla-
mento español Na cuestión de la autonomía colonial, para
aer resuelta inmediatamente, por medio de una votación
— lamentaría— 4 sea en 15 de Junio de 1886— sólo loe di*
¿dos autonomistas de las Antillas y los republicanos pe-
guiares votaron en pro, oponiéndose á ellos todos loa
oarquicos de la Cámara. La proposición suscrita por la
— 900 —
minoría autonomista de Ultramar samó solo 17 votos en
pro frente á 217 en contra (1).
Ea cnanto ala intima relación de las refornus de No*
▼iembre con el programa délos autonomistas cubanos, ya
dic? lo snfíoieutH la comparación de los decretos de No
vmmbre con los Manifiestos de las Directivas autonomistas
de Cuba y Paerto Rico y con los discursos y las proposicio
nes de ley de los diputados y senadores antillanos en las
Cortes españolas, desde 1875 á 1896 (2). Pero á todo eso
hay que ttfiadir la declaración explícita que los órganos di*
rectivos loe *lea de esos autonomistas hicieron en Diciembre
(l) Veas» mi libra La Rspúbtiea y la» libertad** de Ultramar,
(9) Véafle mi libro La República y la* libertadet d« Ultramar, Cn Yol .
Madrid 1881.
Bl índica de los tres capítulos referentes á esta materia ei el si-
guiente:
I. Bl partido autonomista cubano.— La Patria chica.— Sentido cea-
servaior de aquel partido.— La exuberancia tropical. —La personalidad
insular. —Comparación de lo que sucede en las Vascongadas, ea Cata-
luna y en Galicia— Las fórmulas autonomistas de MF78, 1881 y 1883.—
Las declaraciones parlamentarias de los autonomistas antillanos so lai
Cortes de 19, del 82 y del 95
II. La olra de los representantes parlamentarios de las Antillas ea
la Península.— Bl debate de Junio de 1894.— Declaraciones transeeadaa-
tales del Sr. Cánovas, Presidente del Consejo de Ministros.-— La enalta-
da Montoro de 1886.— Las siete proposiciones de ley de los autonomis-
tas de 1888.— Los programas de 1887 y 1891 de los autonomistas de
Paerto Rico.
III Posición difícil de la representación antillana autonomista en la
Península.— Su falta de medios.— Reserva de la colonia antillana an la
Metrópoli.— Los periódicos antillanos en esta.'— La Rutista de las An-
tillas del Sr. Cepeda.— La Tribuna de 1882-88.— Programa de este pe-
riódico.—Preocupaciones peninsulares.— Bl supuestf separatismo ne-
cesario —Bl fondo de desconfianza.— La burocracia.— La novedad as
la doctrina autonomista —Bl espíritu castellano.— Bl supuesto exela-
sivodelas colonias. —Lejanía de la masa política autonomista. -81
particularismo antillano.— Aislamiento de les diputado* y senador*
autonomistas.— La Unión parlamentaria repub icana pudo reetifiíar
algo aquel aislamiento.— La constitución defectuosa de la representa-
ción autonomista.— Los méritos de los diputados y senadores. -So»
gloriosas campañas— necesidad de elementos auxiliares.
— 901 —
de 1897, afirmando que en loa decretos aludidos estaba con»
tenida la doctrina de los partidos autonomistas de las Anti-
llas De esta suerte se rectificó, por quien podía, la tesis man-
tenida por Jos directores de la Junta separatista de Nueva
York de que la Autonomía consagrad* por aquellos decre-
tos no era una verdadera Autonomía (1).
Más discutible parecerá la tercera tesis. Sin embargo, es
positivo queU Gran B retafia no admite en el Parlamento
nacional ni en la dirección general de ia política británica
á los representantes de sus colonias. — Del propio modo ^
tampoco acepta responsabilidad alguna en la deuda y las
obligaciones de éstas. — De ninguna suerte admite límite ¿
Jo que allí se llama el derecho imperial ó sea á la facultad
del Parlamento de resolver por si y de imponer á las colo-
nias lo que estime conveniente al interés de toda la nación,
aun cuando se trate de materias más ó menos sometidas á
la jurisdicción colonial. — Y en fin, en punto al veto de los
gobernadores, aun en Jas colonias de gobierno responsable^
ni la legislaoión ni la práctica inglesas reconocen corta •
pisas.
En tal supuesto, yo, que seguramente no he pasado nun •
ea por conservador ni pacato en mis campañas autonomis-
tas, tengo que oponer bastante á los arta. 30 y 43 del de
creto de 25 de Noviembre de 1897 que expresan, con deplo
rabie vaguedad, la doctrina referente á la suspensión de los
(l) A les pocos días de anunciado el propósito del Gobierno presi-
dido por el Sr. Sagaata'de hicer refirmas autonomistas en las Antillas,
visite al Sr. Presidente del Consejo de Ministros, como Senador de la
universidad de la Habana, para comunicarle en nombre de la Janta di-
rectiva autonomista de Cuba el siguiente cablegrama:
t Sírvase transmitir Presidente Consejo y Ministro de Ultramar salu-
do paitido autonomista que mantieae inquebrantable fe su programa
baaado soberanía madre Patria y principio autonomista colonial según
en sus manifiestos y declaraciones ss han desenvuelto y qae dichos se-
n ¿res se han servido aceptar. Cumple partido grato deber felicitando
Gobierno ofrecí e o do cordial apoyo restauración paz pública y completa
realización dicho programa. -Gal vez».
A poco (Diciembre del 97; y tan pronto como la directiva autonomista
cubana tuvo conocimiento detenido de los decretos de 25 de Noviembre
da 189^, recibí otro telegrama oficial pira que declarase al Gobierno de
la Metrópoli que aquellos decretos contenían el programa del partido*
autonomista de la grande Antilla.
— 902 —
acuerdos insolares cuando estos son contrarios á la Consti-
tución del reino ó al derecho nacional.- M4* grave aun me
parece el art 2.° adicional q o* sustrae ala *b<s -I uta com
petencia de las Cortea la modificación délos Estatutos colo-
niales, nna vea aprobado el de 25 de Noviembre del 97.
Eeta 8fel vedad, cuyo valor doctrinal me parece evidente,
abona mi afirmación de que en el orden de las ideas, lo he
oho por el Gobierno espafiol á fines de 1 897 reviste nu carác-
ter por todo extremo excepcona , en relaoión oon las expe-
riencias colonizadoras de nuestros tiempos. S»o qne ••ato
obste— como ante* he indicado — al reconocimiento de otras
equivocaciones y contradicciones de aquel decreta, sobre
cu /a confeocóu corren errores que algún día deberé rectifi-
car extensamente (1).
Del mismo modo convengo en qne el Ministerio liberal
no hizo por aquel entonces todo lo necesario para qne Its
reformas de Noviembre produjeran el apetecible efecto*,
teniendo en cuenta que de esas reformas se esperaba, do
sólo un mejor régimen de nuestras Antillas, si que tas
b en la terminación de la gnerra cubana, en la cual eran
parte Ioh cubanos insurrectos y los simpatizador»* de lo*
Estados Unidos. No tengo por qué ni para qaé demostrar
que no todo lo que yo recomendé por aquel entonóos frft
atendido y que lo hecho al fin en Puerto Rico me intran-
quilizó y apenó extraordinariamente.
Pero con la misma sinceridad debo sostener que la nueva
conducta del Gobierno español abonaba, á principia de 1898,
asi la confianza que en él puso la mayor parte de la sociedad
cubana, ansiosa de libertades " de paz, como laa esDeraoas
generales de próximos v satisfactorios resultados.
Por lo pronto se conbtitujó el Gobierno insular eos
elementos prestigiosos, tomados de 'os antiguos partidos
autonomista y reformista, fundidos ahora ai efecto de dar
realidad y eficacia á los decretos de Noviembre. El aori-
guo partido conservador aceitó la situación creada por éstos
y se dispuso á cooperar á la normalización de' orden politiea
y social de la grande An tilla. 8in menoscabo del carácter
de aquel grupo político. Renació la fe en el país. Termina-
ron i as deportaciones gubernativas, los fusilamientos y kti
(l) Por lo pronto véate mi discurso pronunciado en el Congreso di
loa diputados da Bsprta en 11 de Mijo de 1898, al discutirse el M8 dt
indemnidad pedido por el Gobierno» con motivo de lea Decr atoe de 9
de Noviembre de 1897.
— 90* —
redadas políticas. Y comenzaron á volver loa emigrados
-voluntarios, las gentes temerosas que desde 1896 á mediados
de 1897, se habiaa refugiado principalmente en Méjico y
los Estados Unidos de América. Hasta en la gaerra se nota*
ron los efectos del cambio de dirección política y militar.
Todas las acciones militares de aquellos días faeron favora-
bles á las tropas del Gobierno, las ouales salieron de la
inacción en que aparecían durante el segundo semestre de
1897, en el cual los insurrectos llegaron á dominar comple-
tamente todo el campo del departamento oriental. Luego los
insurrectos del resto de la Isla evitaron todo choque con las
tropas del Gobierno; varios cabecillas acataron la nueva
legalidad y algunos y caracterizados simpatizadores pu-
blicaron en Nueva York su opinión favorable á la paa ■
£rantizada por el nuevo régimen. Y mientras que los je-
i de la insurrección iniciaron una serie de tremendas
medidas contra la tendencia cada vez más acentuada enere
los revolucionarios á transigir con el Gobierno insular, la
directiva separatista de Nueva York comenzó una vigorosa
propaganda sobre el tema de la insubsistencia probable de
las nuevas reformas, ya que era imposible insistir en la
negación de que éstas fueran verdaderamente autonomistas .
£1 Gobierno insular cubano dio en 22 de Enero de 1898,
un Manifiesto al país. En él se leen las siguientes frases:
El nuevo régimen es el pleno reconocimiento de la personalidad polí-
tica de la colonia. Dueña será en adelante de sus destinos, y como en
los pueblos libres al poder acompaña la responsabilidad, los desaciertos
que tuvieron su origen en el ejercicio del primero imputables serán tan
sólo á la colonia autónoma. Para deliberar y resolver en panto á todos
los asuntos propios de la vida local existirá el poder legislativo, asiento
de la voluntad popular.
Solícito guardador de los derechos y libertades de la colonia y ge*
nnino representante de las tendencias y aspiraciones dominantes en al
Parlamento insolar, el poder ejecutivo, en su carácter de Gobierno res-
ponsable, cuidará estrechamente de llevar á la práctica con entera
fidelidad las determinaciones que el legislativo adoptare, haciendo que
la fuerza obligatoria que les corresponde conserve intacta toda su efi-
cacia. Así la fórmula de el giMimo d$l p*u por si pait y para si pot*
•encarnará en la vida real, imperando en definitiva las corrientes de
opinión que hayan alcanzado el concurso del sentimiento público» Es
mn régimen que descansa exclusivamente en la confianza que á loa
i8
— 904 —
ciudadanos inspiren los depositarios del j-oder público, y dentro del*
cual el voto decisivo pertenece, por lo mismo, al pais
En la clara conciencia de su responsabilidad, el Gobierno provisional
llenará todos sus deberes con inquebrantable energía al par que con
mesurada prudencia, sin dar entrada jamás á m viles ap sionados.
Fuerte eon la cobilítima coope: ación del Ge bierno de S. M. y con el
leal concurso de su digno representante; fuerte también con el apoyo
de la opiíión honrada y sensata aquí y en la Metrópoli; peseido de
robusta fe en la restauración de la paz merced á la salvadora i d ucencia-
de la nueva política colonial, que será perduratle, y con la erterexa de
ánimo que la situación exige para conducir á buen pueito la combatida
nave, pondrá (3 a viene haciéndole), todo tu empeño en asegurar al
nuevo régimen la ce crianza de Udcs. £1 establecimiento de la autono-
mía no es únici mente la victoria de un partido; es el trioi fo del buen
sentido, de la tzperiencia y de la prtvisión, del tatrietismo sino á
inteligente que ic*lla las pasiones para que dcm'ne 'a r» sen y se mida»
los furestos retultados de la ÍLtraisigencia con'ra el remedio que la
humanidad, la justicia y la cordura prescriben de contunó para poctr
pronto término á los malí 8 púbi'cos, los cíales á todo ^canean y nada
perdonan
Por la alteza de mi: as á que obedece; ror el ancho camj.0 que abreá
toda 8 Ib 8 manifestaciones de la vida polítioa y eocial; por las garantía!
que brinda á todcs los intereses legitimes bajo el amparo de la ley, el
nuevo régimen está llamado á ser el patrimonio común de cuantos anea .
á Cuba con amor noble y vivificante, hayan nacido en su suelo ó eos
ella eit*n unidos por los lazos de la afección 6 de la fortuna. La auto-
Lomía á nadie excluye; es un régimen abierto á todos, y á todos ofrece
les rnedi* 8 de cooperar honradamente á la consecución del bien general.
Sin desdoro para nadie y con honor para te dos llama la nueva legalidad-
á su ceno, á los que se precien de buenos ciudadanos y que ai lo fueren
en lealidad, no habrán de permanecer impasibles ante las desventura*
de todo un pueblo é indiferentes ante la consagración da sus derechos.
Sea el pasado enseñanza provechosa, tero lo semillero de odios si
fuente impura de recriminaciones. Ha muerto para siempre la política
de la suspicacia y de la proscripción. Todos se me 8 ct baños y todos
eomos peninsulares.
Tiempo es ya que la reflesión te sobrepoTga á los extravíos de la
voluntad y el civismo al tmor propio. Nadie tiene derecho á inmo'ar
un pueblo en aris de ideales no compaitidos por la comunidad, si paco
que todos vienen obligados á secundar generosamente el alto empeño
de mejorar la suerte de la Patria amada, asegurándole los dos hieres per
excelencia paia toda sociedad culta: el orden y la libertad.
~\
— 905. —
En estas circunstancias era lo natural esperar que con
relativa calma, la mu va política colonial produjera en
efecto. Asi lo reconocieron y proclamaron todos los periódi-
cos europeos y buena parte de los americanos. En idéntico
sentido se expresaron los representantes de los Gobiernos
de Europa cerca del de Madrid.
Buena prueba de la firmeza y el alcance de esta benévola
disposición de todo el mundo contemporáneo fué la rtsolu-
. ción de los banqueros europeos de que antes he hablado, de
hacer al Gobierno español un empréstito considerable para
la unificación y el pago de la deuda de Cuba.
Para este empréstito se buscaría un capital de 100 mi-
llones de libras esterlinas, dedican doee ochenta á la compra
de toda k Deuda cubana, consolidada al S por 100 y ga-
rantizada exclusivamente oon las rentas de la grande An-
tilla y con los beneficios que reportarían algunas concesio-
nes mineras y de ferrocarriles y varias explotaciones agrí-
colas. Los 20 mülones reatantes se dedicarían ala explo-
tación de las riquezas naturales de Cuba por una empresa
Particular, pero con la protección del Gobierno español,
os patrocinadores de este negocio no creían inverosímil
que el Gobierno inglés tomara, en firme, pero en secreto,
50 millones de libras, como hiso, en su día, con las accio-
nes del canal de Suez.
Todo esto aparte de los dos empiéstitos de ocho mitones
de libras sobre las minas de Almadén y la garantía del
impuesto de tráfico y navegación; asi como de la creación
en Madrid de un Banco acglo español, oon capital de cuatro
millones de libras, cuyo principal objeto seria colocar en el
mercado inglés los pagarés y Deuda flotante del Gobierno
español.
Claro se está que los sostenedoros y simpatizadores de la
insurrección cubana habían de hacer todos los esfuerzos
imaginables para destruir las nacientes esperan zae y para
que fracasaran tanto los decretos autonomistas de Noviem-
bre del 97, como los esfuerzos del Gobierno insular cubano.
Con tal propósito se iniciaron y desarrollaron algunos tra-
bajos para provocar graves perturbaciones del orden públi-
co en las principales ciudades de Cuba. Las autoridades de
*~ habana tuvieron noticias de un alboroto proyectado pera
últimos días de Diciembre del 97; alboroto que debía
ifioarse en la capital de la Isla antes de que se nombrara
nmensara á funcionar el nuevo Gobierno autonomista
— 906 —
Abortado el plan, se reprodujo, dando por efecto el motín
de la Habana del 5 de Enero.
No hay por qué ni para qué negar que éste tuvo una p > -
siti7a gravedad. Ni seria discreto rebajar lo más mínimo
la severa censura que merecen todos cuantos por diferentes
motivos, en distinto estilo y con diversa responsabilidad,
figuraron en aquel triste suceso, como principales actores y
cooperadores, manifiestos 6 reservados. Varios periódicos»
aparte del provocador del conflicto, fueron atropellados 6
amenazados; la alarma producida en la Habaua llegó á ser
extraordinaria; la repercusión del suceso fuera de Ouba, in-
mensa y suma la transcendencia del mismo, ea ios críticos
momentos de la instauración del nuevo régimen. Pero tam-
bién hay que advertir que ni los cónsules ni los particulares
extranjeros residentes en la Habana corrieron el menor peli-
gro, ni las autoridades españolas — insulares ó peninsulares
— economizaron energías para conseguir un rápido y com-
pleto éxito, que en efecto consiguieron, restableciendo el or-
den con la cooperación de todos los elementos sociales, y de
tal suerte, que, desde entonces hasta ahora, no se ha adver-
tido el menor síntoma de la reproducción de aquellos deplo-
rables sucesos.
Cierto que uno de los sensibles efectos de aquel inoi len-
te fué el fracaso de las gestiones que en Europa s a ha-
dan para dará la nueva situación cubana poderosos me-
dios económicos que asegurasen su desarrollo. Ana sin
que hubiese por alguna parte (y lo hubo) interés en
asustar á los negociantes europeos, el motín de Enero tenía
por sí bastante fuerza para aconsejar á estos la espera.
Luego vinieron otros motivos para determinar el abandono
completo de todo proyecto financiero: porque pronto se
puso en evidencia que la insurrección separatista contin na-
ba disfrutando del apoyo de los Estados Unidos y que en
este país había muchos elementos propicios á la guerra de
la República con España ()).
(1) Esta particular, absolutamente desconocido por la prensa espa-
lóla y por la casi totalidad de nuestros hombres políticos, ya na comen-
zado á tratarse públicamente en algunos círculos de Londres, con
motivo de la reciente quiebra del famoso negociante Mr. Eoolej, que
era el principal agente de la operación financiera arriba tanateas,
M : , Kooley no oculta (según se me asegura), oue «l fracaso de Is ne-
rv
— 907 —
' Pero también es exacto que, aun después del 5 de Enero,
funcionó regular mes te el Gobierno insular y oomenaó la
transformación del zégimen administrativo de Gnba. De
igual modo puede asegurarse que después del 5 de Enero, la
insurrección no hizo el menor avance y que todo se dispuso,
con relativa regularidad, para conseguir la realización de dos
actos complementarios de la creación del Gobierno insular
y absolutamente necesarios para afirmar la nueva situación
política. Me refiero á la elección de representantes en las
Cortee españolas para contribuir, en el seno de estas, á la
discusión, ratificación y votación definitiva de los decretos
de 25 de Noviembre de 1897, según preceptuaban los artí-
culos adicionales ae estos y á la elección y constitución de
las Cámaras insulares, cuya misión excepcional, por mu-
chos conceptos, era de completa evidencia. Las elecciones
de representantes en Cortes, por sufragio universal, habían
de verificarse el 27 de Marzo y la apertura de las Cortes en
Madrid el 25 de Abril, fecha que se anticipó siete días por
decreto de 14 de Abril de aquel año. La elección de las Cá-
maras insul&rep tendría efecto ¿ mediados de Abril y la
apertura del Parlamento colonial el 4 de Mayo.
En tanto el Gobierno insular publicó sus Manifiestos
de 22 de Enero y 30 de Abril. El día 2 de Abril,
el mismo Gobierno dirigió al Presidente Mac Kinley el si-
guiente cablegrama:
Ante el empeño c,ue forma ese Gobierno en restablecer la paz y la
prosperidad de este país, cúmplenos decirle que los insurrectos forman
una minorís, mientras los autonomistas representamos la mayoría del
pueblo cubaLO, decidida á salvar les inte) eses de la civilización por los
medios de la libertad y la justicia.
Y á medií dos de Abril, cuando se evidencia la política
violenta del Gabinete norteamericano, el Gobierno de Ma-
drid recibió de la Habana el siguiente despacho, firmado
por el Gobernador general D. llamón Blanco:
«El Consejo de Seoetarios, con plena conciencia de su representa-
cien ctiso primer Gobierno autonomista de Cuba, ruega áV. E. se sirva
•levar á S. M. la Reina y al GoUerno, la oferta incondicional de su con-
,V«
\''.<
.*•*?
gociación española ha sido, quizá, el primer motivo 6 por lo menos la
causa ocasional de su ruina.
— 908 —
carao para la defensa de los derechos de España y de las libertades y la
regeneración de esta isla, y la seguridad da que la inmensa maye ría de
este pueblo, alentada por el generoso espíritu de nuestra raza y agra-
decida á la noble confíanzi y rectitud de la Madre patria al otorgarle «a
críticas circunstancias un sistema de Gobierno pr< pío, que brinda i toda
«ana espimciÓD, eficaces garantías, y admite razonables ampliaciones,
está y estará resueltamente á su lado, para mantener á todo trance y á
costa de todas les sacriicios, el honor y la soberanía de la nación y las
libres instituciones de la colonia
Aparte de esto, ti Gobierno insular decretó en 1.° de
Abril del 98, qae en vista de estar adelantada la pacificación
de las provincias occidentales de Cuba, • cesara la concentra •
ción de los campesinos, autorizándoles para regresar con
8na familias á los campos para dedicarse en ellos á sos la-
bores habita ales, protegidos por lis autoridades y juntas de
auxilios. » Al efecto, y ¿ fin de qae aquellos no carecieran de
medios para dedicarse al cultivo, se abrirían obras públicas
y se establecerían cocinas económicas que normalizasen y
facilitaran el servicio.
Por este múmo tiempo, el Gobierno insular cubano en-
viaba a Washington dos representantes para preparar na
tratado de comercio, del modo y manera que autorizaban los
artículos 37 al 40 del Decreto de 25 de Noviembre de 1897.
En Washigton permanecieron, poco tiempo, aquellos fun-
cionarios en relación constante con los ministros del Pre-
sidente Mac Kinley y alertados, al principio, por el Go-
bierno y los funcionarios americanos para llegar a una ver-
dadera intimidad comercial de los Estados Unidos oon Cuba
y quién sabe si oon la misma Península española.
Por cierto, que, (según se me asegura) si bien ios delega
dos de Cuba terminaron todos sus proyectos, no sucedió lo
propio con el representante de los Estados Unidos, de suer-
te que la ruptura de relaciones de estos con Espafia se pudo
producir antes de que las oficinas americanas hubiesen pro-
porcionado los datos y las proposiciones que les correspon-
dían y que se oonsiieraron como urgentes, al principiarlas
amistosas negociaciones á que he aluiido antes.
Si comprende que el prospecto fel zde las cosas cuba,
ñas á fines de Enero de 1898 había de disgustar profun-
damente á los partidarios de la insurrección separatista.
De aquí un desesperado esfuerzo de éstos, quí en-
tonces pusieron todo su celo en la agitación popular de al-
— 909 —
ganas ciada les de Norte América y en recabar determina
das actitudes del Gjb erno de Washington, presidiendo
casi por completo de la débil campaña militar en los cam-
pos de la grande Antilla.
La agitación norteamericana fué considerable. Los perió-
dicos de mayor circulación, como el World, el Sun y el He-
rald, se cubrieron de grabados j anuncios sensacionales. El
Sapo de senadores, de muy atrás comprometidos en favor
1 movimiento separatista cubmo, redobló su í esfuerces
dentro y fuera de las Cámaras. Verificáronse meetingí, no.
«lo en aquellas localidades donde, como en Us principales
poblaciones de la Florida, el elemento oub mo era considera*
ble, sino en otras hasta entonces extrañas á las simpatías
separatistas. Discutióse acaloradamente si procedí* tan solo
-el reconocimiento de la beligerancia de los cnbinos insurrec •
tos ó la proclamación de la República de Cuba, aun cuando
fuera evidente que, por aquel entonces, los insurrectos difícil •
mente habían podido constituir nn Comité directivo en la isla,
síb lograr nunca establecerlo en población alguna, ni aun en
el departamento Oriental, donde disfrutar! 4 de mayor devo-
ción y ayuda por parte de los campesinos, guajiros ó ne-
gros. No menos palpable era que el campo de la ipsurreo-
- ción se había reducido considerablemente, están d ) asegura*
das las comunicaciones y los cultivos en todo el Occidente
y que las fuerzas insurrectas habhn disminuido sin atre-
verse á salir de sus naturales defensas, en el fondo de la
manigua. La propaganda antiespañola creóla al compás de
loe difíciles éxitos del Gobierno autonomista. Pronto apa-
recieron dominando^todo este movimiento, el sentimiento de
la expansión territorial norteamericana, la idea de la hege-
monía y el protectorado de la gran República sobre todo el
nuevo Continente y el propósito de extremar la famosa doc-
trina de Monroe (1), ya bastardead* des le la época del pre-
sidente Polk, ó sea desde 1845.
H \y bastantes motivos para pensar que Mr. Míc Kinley,
-como Mr. Cleveland y sus respectivos ministros, Mr. Day
(1) 8obre esta doctrina pueden Ye rae mía trabxjos sobre Honro* , *♦:
•a y tu tiempo, y mis lecciones del Ateneo en Madrid sobre La infr-
mió* internad mil . (La cuastióa de Oriente, de Italia 7 la de Amén-
.—Bshtdio* d§ Dmruho intrnacional.
— 010 —
y Mr. Olney, so velan con buenos ojos la intervención en*
Coba. En ignal sentido estaban los presidentes da las dos-
Cámaras. Todavía más opuestos á toda aventura se mos-
traban algunos publicistas, profesores y políticos norteame-
ricanos. Buena prueba de ello son los folletos que, con un
valor cívico y personal admirable, publicaron por aquel en*
tonces hombres de la altura y del prestigio científicos de-
Mr. Phelps y Mr. Harts; el primero, una de las grandes
autoridades juridioas de la Repkblica, Embajador de la mis-
ma en Londres hasta hace poco tiempo y candidato hoy muy
sostenido á la presidencia del Tribunal Supremo de aquel
país; el segundo, docto catedrático de la Universidad de
Harward y autor de varios importantísimos libros sobre el
derecho y representación de los Estados Unidos, como la
celebrada Introducción al estudio del Gobierno jederal y los
Ensayos prácticos sobre el Gobierno americano, con motivo
de la cuestión chilena en 1891.
Pero la ola creció y las simpadas en favor de Cuba opri-
mida, se trocaron en pasión por la extensión y el poderío
de Norte América. Por momentos subió la prefión. En esto
únicamente se apoyan los que pretenden 'excusar las con-
tradicciones y el repentino cambio del Gobierno de Was-
hington, respecto del que, su ministro en San Petersburgo
aseguraba al Gobierno ruso, y'éste trasmitía, en 39 de Mar-
zo, al español, cque no contribuirla al conflicto de la Repú-
blica con España» .
El incidente del Maine sirvió á maravilla para que esa
presión aumentase. La malicia ha atribuí does te deplorable
hecho, á los intransigentes y patrioteros de Cuba, que soña-
ban con vencer en lucha franca, á los Etados Unidos,
allí considerados como e) alma de la insurrección separa*
tista, y cuyo triunfo en último caso facilitaría á España
una salida honrosa, que ellos creían imposible frente á
frente de loe cubanos insurrectos. Pero también la mali-
cia atribuye á algunos separatistas cubanos, y sobretodo á
los simpatizadores de los Estados Unidos, aquel deplorable
suceso, cuyo perfecto exciar acimiente ha impedido el Go-
bierno norteamericano, con una torpeza y una insistencia
apenas comprensibles. Lo veíosimil es que aqueüa ca-
tástrofe fué debida á causas fortuitas
Luego viene el incidente de la carta del ministro español
Sr. Dupuy de Lome contra el presidente Mao Xinley. No
hay que olvidar que esa carta era privada y que, sustraída
— «1 —
del correo, fué publicada por el Journal de Nueva York,
ardoroso enemigo de España.
Bajo esta presión, el Gobierno de los Estados Unido»
realiza y prepara actos por todo extremo sospechosos. Prin-
cipia por resistir abiertamente las reclamaciones que el es-
pañol le hace oontra la permanencia y la propaganda de la
junta separatista cubana en Nueva York. Luego resuelve
que el acorazado Maint fondee en el puerto de la Habana,
i riesgo de que las gentes de fuera crean que la presencia
de ese buque es precisa como garantía de la vida y hacien-
da de Ior americanos en la capital de Cuba, mientras los cu*
baños y los peninsulares sospechan, por diverso concepto,
que este es un medio de alentar la insurrección ó de
provocar un conflicto, como el qoe buscaba el barco
filibustero Laurada viniendo á Valencia, so pretexto de
cargar frutas. Enseguida, y muy pronto, se organizan las
escuadras americanas que se sitúan en las proximidades de
Cuba y se inician los grandes armamentos en la República.
So efecto debió ser tal, que el Gobierno español lo denunció
á las Potencias europeas, y e! ministro de España en Was-
hington no titubeó en afirmar, después de ciertas investi-
gaciones, que aquel movimionto alarmante obedecía al de»
seo del Gobierno americano de entretener á los jingoes. Asi
aparece en les despachos del 7 y 8 de Febrero de 1898.
Pero el 25 de este mes, ya el mismo ministro español en
Washington se inquieta ante la importancia y la precipita-
ción de eeos aprestos militares. Viene luego la reclamación
de Washington pidiendo el inmediato relevo del ministro
esrañoiDupuy de Lome, cuando éste ya había dimitido;
relevo seguramente justificado, pero que abonaba, en últi-
mo extremo, la petición de un traslado del cónsul Lee, muy
sospechoso para las autoridades y los particulares españo-
las de la Habana. A poco surge la pretensión americana
(3 de Marzo) de favorecer con auxilios á los reconcentrados
de Cuba, y luego la idea de que estos auxilios sean llevados
por buques de guerra de los Estados Unidos: pretensión
que exacerbaba á los patriotas de la isla y pareció ocasiona-
da á muy serios conflictos, según el Gobierno español hizo
saber al de Washington. Divúlgase el dictamen de los
ingenieros y marinos norteamericanos sobre la voladura
del Maint, y el Gobierno de los Estados Unidos se nie-
ga, (primero, á que los ingenieros y marinos españoles
concurran con los de Norte América para formar juicio,
éM
— 912 —
y segando, á que se comunique al Congreso americano
«1 primer dictamen, aompafiado del informe de los espa-
ñolea.
Y á todo esto no cesan las reclamaciones del Gobierno
de Madrid al de Washington y á los de las grandes Poten*
«ias de Bnropa: ya sobre la necesidad de tiempo y es-
pacio para qne las reformas autonomistas de Noviembre
4* 1807 produzcan sns inmediatos efectos, contándose entre
«ellos, en primer término, las eleooiones de dipútalos á Cor-
tes y de miembros en la Asamblea Colonial, ya sobre
la interpretación que los i osar rectos y sos simpatizadores
dan á la actitud, y las determinaciones de los Estad* U ai
dos, como modos de protección af movimiento separatista
(onya gran faerza radicaba en las jautas de Nueva York)
y como ocasión propicia de rosa nien toa, y chiques de los
Gobiernos americano y español, que concluirían por una
guerra, postrera esperanza del agoniaante separatismo 01-
bano.
No hay que pecar de prevenidos y malioiosos en la esti-
mación de estos hechos y de estas indicaciones; pero aun sin
la confirmación que sucesos absolutamente indi icutibl es han
dado despué 1 á ciertas desfavorables presunciones de lee
alarmados observadores de Mario y Abril de 1898, seria
pecar de candorosos, hasta un grado apenas verosímil el ne-
gar la influencia directa que la actitud de los Estados Uni-
dos (de su Gobierno y de sus ciudadanos) ha tenido en el
mantenimiento de la insnrrecoión cubana á partir de los
primeros días del mes de Febrero de 1898.
Sobre todo es imposible cerrar los ojos ante la evideaeia
de que, á medida qne se acercan las elecciones de diputados á
Cortes y de la Asamblea insular, las dificultades y aun
las amenazas de Norte América crecen. Cuando ya se
-está á punto de que se reúnan las Cortes en Madrid y
la Asamblea insular en la Habana, el Gobierno de Was-
hington se descompone, obliga al ministro Mr. W joford á
variar de actitud y de lenguaje y formula las acres exigen*
cias y la conminación intolerable que aparecen en la Ma-
nifestación escrita de 23 de Mirzo y en el Apunte de 29 del
próximo mes. Desde entonces no hay en aquel Gobierno
otra disposición que la exlgeioia y la esperanza de que
el de Madrid se le someta, reconociendo la persona-
lidad de los insurrectos y el patronato de Was-
hington.
— 918 —
Lh mayor fuerza de esta consideración arranca de la im»
posibilidad de imaginar que otra oosa hubieran podido ha*
oer Ioí B-itados Unidos para evitar la eficacia de los deere •
toe autonomistas de 1897 y la pacificación de Cuba, si
realmente se hubieran propuesto, de un modo públi-
co é indiscutible, semejante conducta.
.
v»
•14 —
Asi como he negado fuerza al argumento de la debilidad
del Gobierno español respecto á las exigencias del america-
no, antes de la seria intimación formulada por éste, á fines de
Marzo de 1898, tengo que reconocer qne no seria fácil refutar
el cargo relativo á cierta excesiva confianza y hasta cierto
candor, de parte de los políticos españoles, en sus gestiones
y precauciones contra los procedimientos de Norte-América,
á partir de mediados de Enero del mismo año. Los datos del
Libro Rojo ya ofrecen serios motivos para una reserva poco
satisfactoria*: pero lo qne después se ha evidenciado, por ac-
tos precisos del Gobierno de Washington, por la publicación
de las instrucciones de éste á sus cénsales, sus marinos y sus
soldados, y por las declaraciones, más ó menos oficiosas, de
carácter retrospectivo, de sns ministros, sus representantes
y sns diplomáticos. . . eso ya impone una explicación en regla
á los directores de la política española. Tal explicación no
se ha hecho todavía é interesa mucho, por lo menos, al pres-
tigio de nuestra diplomacia y á la claridad de nuestra deso-
rientada política exterior.
A decir verdad , más duros son los cargos que resultan
contra los políticos de Washington . Pero esas tachas y
esos reparos son de carácter mny opuesto á los que se pue-
den formular contra los gobernantes de España.
De todas suertes, resulta que, hacia el 8 de Febrero de 1898,
ya el Gobierno español debió comprender que sus relaciones
con el americano tomaban un carácter alarmante y que en
{>revisión de acontecimientos más graves era preciso llamar
a atención de las demás Potencias. Asi ló hizo, hasta cierto
punto, determinando sus gestones distintas actitudes en las
Po tencias requeridas , cuya disposición contribuye á acen-
túa r el carácter internacional que deade su origen túvola
cuestión de Cuba.
Esto se desprende del Libro Rojo. Pero hay que repetir
que la publicación irregular y mutilada.de la mayor parta
— 915 . — .
de los despachos y las comunicaciones que constituyen el
referido Libro no consiente nn juicio definitivo. Tal juicio se
formulará cuando los otros Gobiernos extrranjeros, más des-
preocupados que el español, comuniquen á sos respeotivos
Parlamentos, como es costumbre, un extracto de cierta ex-
tensión, de sus tratos y gestiones diplomáticos, en el curso
de los años 97 al 99
Asimismo hay que notar que en el Libro mencionado no
eonsta una verdadera gestión cerca de otros Gobiernos que
los europeos.
Cierto que en el mencionado Libro aparecen varios tele-
gramas y algunas circulares dirigidos genéricamente á los
representantes de España en el extranjero.— Estos des*
pachos comienzan en 24 de Marzo de 1898, cuando el mi-
nistro norteamericano Mr. Woodford advierte al Gobierno
español que el Presidente Mac Kinley está dispuesto á lle-
var al Congreso el asunto del Maine y la totalidad de las
relaciones de España y los Estados Unidos, si en muy po-
cos días no se llega á un acuerdo que asegure la paz inme-
diata de Cuba»
También tiene igual carácter de generalidad el despacho
de 25 de Marzo, proponiendo el arbitraje de las Potencias
amigas: el de 31 de Marzo, dando cuenta del Apunte de
Mr. Woodford: el de 18 de Abril oon el primer Memoran
dmn español: y las dos circulares de 21 y 23 de Abril,
dando cuenta del rompimiento de relaciones oon Norte
América y del segundo Memorándum de nuestro Gobierno.
Pero hay que notar: 1 .° que en todo el Libro Rojo no
aparece la menor alusión á las contestaciones de los repre
sentantes españoles en América. 2.° que de ninguna suer-
te se hacen á éstos, encargos especiales más ó menos rela-
cionados con la situación v la acción de la Amérioa latina.
3.° que antes del 24 de Marzo, ya el Gobierno español se
había entendido por tres veces (16 y 22 del propio mee, y el
S del anterior) de un modo particular, con los Gobiernos de
Francia, Alemania, Austria, Inglaterra, Rusia é Italia,
obteniendo de ellos contestaciones más ó menos satisfacto-
rias. 4.° que al pedir oonsejo y proponer el arbitraje á los
demás Gobiernos, el Gabinete de Madrid sólo se refiere á las
~ Vides Potencias, según resulta del texto explícito de los
agramas circulares de 24 y 31 de Marzo; y 5.° que
i oon estas Potencias y luego con la Santa Sede, cuenta,
raes del 24 de Marzo; sobre todo, para llegar á la sus-
— 916 —
pensión de hostilidades en Cuba y á los actos que con eea
suspensión se relacionan.
De todo esto se dednce que, realmente, para el Gobierno
español tuvieron escasa importancia la actitud 7 las disposi-
ciones de la América latina. Confirma esta creencia la re»
reserva oon que, respecto de este partíonlar se explicó el as-
señor ministro de Estado D. Pió Gallón al ser interrogado
por mi en el Congreso; la tarde del 1S de Mayo de 1898«
De todas suertes, es innegable que en el Libro Rojo
se prescinde de aquella América.
La omisión sorprende y no puede parecer bien á cuantos
den al negocio de que aquí se trata una grave transcen-
dencia; porque no se necesita gran esfuerzo ni son precisos
muchos antecedes testécnicos para pensar que»en el coiflicto
que estudiamos, era indispensable la intervención de la
América española.
Abosan este perecer, principalmente, dos rosones. En
Srimer término, después de la rectificación de la doctrina
lonroe, en la época del presidente Polk; de las tendencias
manifiestas en la oonvccataria y celebración del llamado
Congreso panamericano de 1889, y scbre todo, del reciente
conflicto anglovenezolano, terminado por el tratado de
Washington de 1897, no es lícito á ningún estadista dudar
de que todo cuanto en el Nnevo Mundo se intente por el
Gobierno de los Estados Unidos, oon el pretexto ó el motivo
del 1 restigio ó de los intereses de la República (más ó menos
comprometidos en el resto deF Continente americano), tiene
un alcance extraordinario para la vida propia, distinta é
independiere de las Ke^úblicas del Centro y Sud de Amé*
rica, cuja soberanía queda en pleito desde el instante en
que, con probabilidades de éxito, se plantea, franca ó em-
bozadamente y con éste ó aquel nombre, la pretensión del
protectorado de Waeh'ngton.
£1 fracaso del Coegreso que en i 88 9 presidió Hr. Blaine
(relacionado con la resistencia de Méjico á vender la Baja
California) es la demostración más cumpiida de que las fie-
públicas sud americanas se dan buena cuenta del peligro
que para todas ei.t: aña la política anexionista del Norte, por
reducidas qne sean las pretensiones inmediatas de ésta y por
concreto y tranquilizador que parezca el motivo de las ges-
tiones de la exuberante República. Pero aquel suceso y lo
que los norteamericanos han hecho después en Chile, Haití
y San Salvador hacia 1891, en Guatemala en 1890 y en la
— «17 —
misma Venezuela en 1892, también demuestran que loa po-
líticos norteamericanos comprendieron bien la conveniencia
de contar con la voluntad de los pueblos del Orinoco, les
Andes, y el Plata, y en todo caso, la necesidad de enten-
derse separadamente con cada nna de las vecinas Repdbli*
cas latinas, para imponerse á ellas, de grado ó por fuerza, y
antes de que se produzca una alianza de todos los elemen-
tos amenizados por la espansión acglo sajona.
No hay político en Sud América que desconozca la histo-
ria de la separación de Tejap, de Méjico y su anexión á la-
Rejública de los Estados Unidis. Comenzó ésta, heícia 1885,
por favorecer la cor spiración de los separatistas, cuyo nú-
cleo residía en Norteamérica y cuyos principales agentes
eran y atkees, de origen ó de adopción, establecidos en el
Estado mejicano y á los cuales se agregaron, en 1836, mil
voluntarios americanos, jara pelear contra el general San-
tana. A mediados de este mismo año 36, el Congreso de los
Estados Unidos se prestaba ti reconocimiento de la indepen-
dencia de Teja?, y el Gobierno de la gran República facilitó i
los insurrectos, & pretexto de auxilios contra los indios, dos
millones de pesos. Además envió á las costas mejicanas tres
buques de guerra, que desde luego fueron estimados como
nna demostración contra M éjico, de tanta ó mayor fuerza que
la libertad de que en aquel mismo tiempo gozaron para alis-
tarse y municionarse en Nueva Orleans, otros ochocientos ó
ai) voluntarios que hablan de invadir á Durar go, Zacatecas
y San Luis.
En Maizo de 183?, los Estados Unidos reconocieron ofi-
cialmente la nueva Jxepáblica de Tejas y se comenzó á pre-
parar la anexión de que hablan con toda olaridad los Mensa-
jes presidenciales de aquel año, con referencia á declaracio-
nes de mucha simpatía del Meusaje presidencial de 22 de
Octubre de 1836; es decir, de fecha anterior al reconoci-
miento de la independencia de rejas.
Por ttído esto, el Gobierno de Méjico bo quejó al de loa
Estados Unidcs, en 1842 y 43: las Cámaras y el Gobierno
norteamericanos col testaron con desabrimiento y á media*
dos de 1845 fué proclamada la aLtxión de TVjas á la gran
República. De aqui la gueira de éata con Méjico, que co-
nectó en la primavera de 1845 y terminó en Febrero y
ayo de 1848 por el tratado de Guadalupe- Hidalgo» Este
nrmitió á Norte América el ensanche de su .erritorio con
)s Estados mejicanos de Nuevo Méjico y California. Con
918 —
Tejas, ge aumentó el territorio norte-americano en anas
546720 millas cuadrada*.
La analogía de lo sucedido, desde 18S4 á 1848, en él Nor-
te de Méjico, con lo que ahora ha pasado en Cuba, Puerto
Rico y Filipinas, es palpable. La diferencia principal con-
siste en la abreviación de tiempo, en la última inverosímil
campaña de los Estados Unidos oontra loa españoles. So
cuanto al sentido de la política que eu uno y otro caso se ha
desarropado por parte del G-obiernode Washington, no hay
para qué demostrar que es el mismo, en las dos demostra-
ciones antea señaladas.
Y parece excusado razonar los temores de todas las Repú-
blicas sudamericanas ante el conflicto presente que supone
1.° un tremendo ataque á un pueblo latino que vivía, coa tí-
tulos históricos excepcionales, en sitio privilegiado de Amé
rica, 2.° una protexta vigorosa oontra el prestigio y la fuer-
za de una Potencia europea que, con derecho indiscutible
basta ahora, sostenía su bandera en el nuevo Mundo, y 3.°
ana nueva afirmación déla hegemonía Norte •Americana en
toda América, cuyo concurso para redimir á Cuba declinó
resueltamente el Gobierno de Washington en 1873 y ex*
•cuso por completo en 1897.
Por otra parte, es un hecho, por todo extremo significativo,
«1 contraste que presenta la actitud actual de las Repúbli
«as latino-americanas en todo lo tocante á la insurrección de
Cuba con la actitud y la conducta de esas mismas Repúbli-
cas, respecto de la misma cuestión, desde 1869 á 1874.
Hace veinticinco años los revolucionarios y separatistas
cubanos encontraron, casi desde los primeros momentos,
«co simpátioo y apoyo caluroso, no sólo en el pueblo de 8ud-
América, si que en la casi totalidad de los Gobiernos de»
aquellas Repúblicas.
^ Buenas pruebas de ello son el acuerdo de la Cámara me-
jicana de 3 de Abril de 1869 para recibir la bandera de
Cuba en los puertos de Méjico: el reconocimiento de la ia
dependencia de Cuba votado por la Cámara chilena en 4 de
Hayo de aquel año: el acuerdo análogo de la Cámara del
Perú del 13 de Mayo, etc. , eto.
Contribuían á estas disposiciones, de todo en todo opuestas
al interés España, varias causas. Entre ellas no es la menor
la circunstancia de que por aquel entonces, y desde 1863
fusta 1879 (y á pesar del armisticio de 11 de Abril de 1871)
«ataban rotas las relaciones diplomáticas de España coa
r
— 919
Chile, el Perú. Chile y el Ecuador. Tampoco hasta 1881 Es-
paña, reconoció la independencia de Colombia 6 Naeva Gra-
nada. Hasta i 880 no se hizo el tratado de paz y amistad de
España con el Paraguay. Y hasta Octubre de 1874 tampoco
el Gcbieruo de Madrid aceptó oficialmente la personalidad
y soberanía de la República de Santo Domingo, cayos
habitantes se reincorporaron á la nación española en
1861 y contra alia se sublevaron en 1863, consiguiendo,
por la fuerza, que nuestros soldados evacuasen aquel país,
en 1865.
La resuelta oposición al dominio español en Cuba llegó
al extremo de qne en 1873, los Gobiernos sudamericanos,
qne ya habían hecho declaraciones oficiales en favor de la
insurrección cubana desde 3 de Abril de 1869, propu-
sieran al Gabinete de Washington, una gestión colectiva
cerca de I de MadrH, para recabar de éste el reconocimiento
de la independencia de la grande Antilla. Esta gestión ha-
bía sido precedida de las propuestas hechas en la Cámara
popular de Colombia en Mayo de 1870 9 aceptadas por la
del Pera cu 1871, para establecer nn pacto de todas las Re-
públicas de America con el fin de favorecer la libertad cu-
bana. Pero la proyectada gestión de 1873 fracasó por la
Oposición del Gobierno de Washington, el cual hizo observar
qne, habíéodose instaurado la República en España, por el
voto de la Asamblea española del 11 de Febrero de aquel
año, era ríe esperar que el nuevo Gobierno variase radical-
mente de política en las Antillas.
Con efecto, la República española de 1873 introdujo gran-
des cambios en nuestro régimen colonial. A los comienzos
de a jUf 1 año se plantearon en Puerto Rico las leyes muni-
cipal y provincial, de sentido autonomista, votadas por las
Cortes Constituyentes en 1870, pero que, por recelos é in-
flaencina de los elementos conservadores, habían queda-
do incumplidas. En 22 de Marzo de 1873 fué votada la ley
de abolicióu inmediata y simultánea de la esclavitud, in-
demnizando á los poseedores de esclavos. Y en 6 de Agos-
to de aquel mismo año se extendió á Puerto Rico el título I
de la Ciiutjtitiiüióa de 1869, y por tanto el sufragio univer-
sal los derechos naturales del individuo, las libertades ne-
farias, la soberanía nacional y la reformabilidad de la
üonstitución.
Tambre a la República del 73 adoptó graves medidas res*
ecto de Cuba. Por ejemplo: en 15 de Octubre de 1873, su-
59
m
— 920 —
primió las facultades exctpcünales de tomandante de plata
sitiada de que dispoLÍan los capitanes geneíales, por virtud
de la Real orden de 18 de Mayo de 1825. En 15 de Julio ds
1878 quedaron alzado* loe embargos gubernativos de bienes
de loe insurrectos éinñVlentes cubanos, por virtud del de*
creto de 29 de Abril de 1869. En 16 de Septiembre de 1878
se suspendió la venta de los bienes procedentes de causal
incoadas á reos de infidencia declarada. En 24 de Marzo
fueron puertos en libertad diez mil nebros no inscritos como
esclavos en el registro de la esclavitud. En 24 de Octubre
se organizó la administración de justicia sobre la base de
la oposición para el ingreso en la carrera judicial y de la
inamovilidad de los jueces, puertos bajóla dependencia di-
recta y exclusiva del Tribunal Supremo de la nación. Y en
10 de Julio, el ministro de Ultramar Sr. Sufier y Capde-
vil a, llevó á las Cortes un proyecto declarando vigente en
Cuba, fuera del territorio que ocupaban ios insurrectos, el
titulo I de la Constitución de 1869. Este provecto quedó so-
bre el tapete.
Esta era la legislación vigente en 1874, la víspera del
golpe de estado del 3 de Enero de este Ȗo, que prodejo la
calda de la República. Y ente erael derecho positivo en 1878;
porque si bien en Puerto Rico se babía establecido, por efec-
to de les sucesos del 3 de Enero, la dictadora militar, tal
hecho revestía sólo un carácter transitorio y excepcional.
Por eso los diputados portorriqueños que en 1876 vinieron
á las primeras Cortes de la E están ración, fueron electos por
sufragio universal, para cuja abolición se hizo precisa la
ley de 9 de Junio de 1878.
Estos datos son interesantes, por cuanto el art. l.°dei
convenio llamado del Zarjón, que en 10 de Febrero de
1878, ¿uso término á la guerra de Cuba, afuma cía conce-
sión á la isla de Cuba de las mismas condiciones políticas,
orgánicas y administrativas de que disfrutaba Puerto Eico.
Es decir, el régimen de 1873.
Verdad es que este artículo comenzó á ser modificado
por el Gobierno general de Cuba en 1 .° de Marzo de 1878
y que luego el Gobierno de Madrid prescindió bastante del
convenio. — Pero es imposible olvidar el texto del pacto de
10 de febrero y la circunstancia de que la reforma oentra-
lizadora de la ley municipal y provincial de 1870, lleva
la fecha de 14 de Mayo de 1878 y la sustitución del safra-*
gio universal por el régimen censitaxio, desigual y receloso
r
— 921 —
en las dos Antillas y que allí doró hasta 1893, data de 9 de
Junio del mismo año de 1878.
Por tanto, no estaba descaminado el Gobierno norteame-
ricano al esperar de la República española un cambio pro-
fundo y de gran espontaneidad por parte de aquélla, en el
régimen político de las Antillas.
Pero lo que importa en el orden de las observaciones
que ahora hago, es que el hecho de la resistencia del Go-
bierno norteamericano en 1873 alas disposiciones de los
Gobiernos de Sud-Ainérica para intervenir como en cosa
propia en i a cuestión de Cuba.
Frente á todo eso aparece la actitud de esas mismas re-
públicas desde 1895 á 1897. No puede prescindirse de que
en 1893 el representante diplomático de España en el Uru-
guay (el Sr. D. José de la Rica) se habla asociado, en nom-
bre de aquella u ación á los acuerdos del Congreso america-
no de Montevideo de 1888 sobre puntos importantísimos de
Derecho internacional privado. Aquellos acuerdos fueron
adoptados por los representantes del Uruguay, la ArgeutU
na, Perú, Chile, Brasil, Venezuela, Méjico y Uoiivia y su-
ponen una gran cordialidad é intimidad de relaciones tía
loa pueblos convenidos. En los años 1893 y 94 fispafía ce-
lebró importantes tratados de propiedad intelectual con
Guatemala y Costa Rica ; de extradición con Colombia y coa
Venezuela.
En 1895 se hacen tratados de extradición de España con
Uruguay y de España con Chile; uno nuevo de paz y
amistad de España con Honduras y otro de propiedad litera-
ria con Méjico. Con Chi e y Guatemala vuelven los eipa-
ñoles á tratar en 1896, sobre extradición y propiedad inte-
lectual. Y en 1897 se. concierta importante tratado entre
España, Costarica, Guatemala, Chile y las Repúblicas
centrales reunidas, para el despacho de exhortos y partidas
referentes al estado civil de los ciudadanos de aquellos
países. También, en Julio de 1897, se modificó y cumpl el
tratado de paz de España con el Perú, de fecha 1879. Y á
mediados del año 98, se hizo otro tratado entre el Perú y E -•-
paña sobre el estado civil de los ciudadanos de entrainJj*
naciones.
Además, en el último decenio, España ha aceptado,
con éxito, el papel de arbitro en varias cuestiones hispano
americanas Por ejemplo, en 1881 y 85, el Gobierno espa-
ñol entendió en delicadas cuestiones surgidas entre Colon.
m
— 922 —
bia y Venezuela, dictando fallo en 16 de Marzo de 1891.
Del mismo modo España, desde 1882 á 1892. entendió en
las diferencias de Colombia con Costa Rica, hí bieti el Go-
bierno español dec mó su voto definitivo, por las Rogaciones
que hizo el de Colombia sobre si había ó no transcurrido el
plazo para la emisión del laudo arbitral. Igualmente,
E*pafia intervino en 1886 en las cuestiones de Bolivia con
el Perú; en 1887 á 91, en las diferencias del Ecuador con
el Perú.— En 1798 en Jas del Perú con Chife. También Es-
ptña resolvió, desde 1886 á 88, las diferencias de Colombia
coíí Italia y desde 1896 á 97. las de Francia coti S^nto Do-
mingo.—Eo 1898, las de Italia con Guatemala, Por otra
parte, los Gobiernos, los representantes y muchos hom
bred ilustres de las Repúblicas latinas de América ía
terviDÍeron activa y brillantemente en losCongreeos interna»
dónales científicos y las fiestas todas que se celebraron en
Madrid, en 1892, con motivo del cuarto centenario del dea-
cubrimiento del Nuevo Mundo.
Sin duda no habría bastado esto para determinar la actual
conducta de 8ud- América con relación á la antigua Metró-
poli española y á la nueva insurrección cubana. En aque
lias Repúblicas han debido inflair también, por ejemplo,
ks reformas realizadas en Ultramar desde 1890, y sobre
tcdo, los decretos autonomistas de 1897.
Pero de todas suertes esas disposiciones han tomado an
relieve extraordinario en 1896 y 97, merced al apartami-tt
to completo de los Gobiernos hispano americanos de la línea
de conducta que mantuvieron desde 1869 a 1875; aparta-
miento que es necesario estimar, no sólo conaulf r*nio U
acción oficial de los Gobiernos y la opinión general de loa
pueblos aludidos, sigue el hecho, por demás significativo de
las grandes aportaciones de dinero con que la colonia es-
pañola de Méjico, la Plata y Chile han auxiliado á U Ma-
trópoli para que ésta aumentase su escuadra y acudiese i
las necesidades de sus soldados; cosa que no sucedió y qoa
hasta hubiera sido absortamente imposible en aquellos
países, hace una veintena de años, durante la primera ia-
surrección separatista de Cuba,
Además es notoria la resuelta oposición del Gobierno do-
minicano á los insurrectos de i a grande A titula, contra los
cuales desplegó una vigilancia extremada y hasta tm rigor
muy señalado en todo el Nuevo Mundo; rigor que bisa li-
teralmente imposible que en Santo Domingo, después de U
— 923 —
partida del general Gómez y del propagandista Marti, dea-
. cansaran, como lograron descansar en otras islas vecinas,
los agentes separatistas, cnanto más les devotos de la insu-
rrección, apercibidos para salvar la corta distancia que se-
para á los dos países vecinos y para llevar al campo insu-
rrecto sus personas y las armas proporcionadas por los sim-
patizadores de la revolución cabana.
Sin decir más (y hay materia para alargar mucho el dis •
curso) ya puede adivinarse que no se comprende cómo el
Gobierno de Madrid no contó, en su grado y medida, con
los Gabinetes del Centro y de Sud América en el curso de
las negociaciones con los Estados Unidos.
Del Libro Rojo resulta, como he dicho, que las del Go-
bierno español comenzaron realmente el 24 de Marzo de
1898, por un telegrama de nuestro ministro de Estado á
les repredentantes de España en el extranjero. En ese des-
Sacho se informó á éstos de la conferencia celebrada el 23 de
íarzo por mistar Woodíord y los ministros de Estado y Ul-
tramar de España. — El documento termina con las siguien-
tes \ alabras: c Importa que V. E. conozca, así la medida y
calidad de las pretensiones y exigencias que se nos formu-
lan, como la prudencia y moderación con que las contesta-
mos, para que V. E, pueda dejar bien establecida ante ese
Gobierno, la conducta de unos y otros Gabinetes y el ca-
rácter que revestirán cualesquiera sucesos que el porvenir
nos reserve. »
Ya poco antes, en 8 de Pobrero, el mismo ministro de
Estado español habla prevenido á un grupo de diplomáticos
españoles (los representantes de España en Berlín, Londres,
París, Boma, San Petersburgo y Viena) que cía ostenta-
ción y concentración de fuerzas navales de los Estados Uní*
dos cerca de Cuba y en los mares próximos á la Península
y la insistencia con que el Maine y el Montgomery perma-
necían en la gran Antilla originaban recelos crecientes y po-
dían, quizá, producir por cualquier incidente un conflicto.»
El Gobierno español — asi decía el ministro— trataba de evi»
tarlo d toda costa, haciendo heroicos esfuerzos 'para mante-
nerse en la más severa corrección.
Bastante después, en 16 de Marzo de 1898, el propio mi-
jistro habló á los embajadores españoles antes citados, del
d forme de los técnicos de España sobre la catástrofe del
.Jaine, que eotos técnicos atribuyen á un incidente ocurrida
m el interior del buque, y el ministro oonoluye diciendo:
- 924 —
c Con viene que en conversaciones oficiosas y en la inspi-
ración de publicaciones serias y amigas de ese país, se lla-
me la atención sobre la extraña insistencia con que Jos dia-
rios y otros elementos de los Estados Unidos persisten en
atribuir la catástrofe á orígenes completamente falsos, man-
teniendo asi ana especie de ofensiva amenaza en las rela-
ciones de aquella República con España.»
El 22 de Marzo nuestro ministro de Estado vuelve á di-
rigirse á nuestros representantes en Europa para partici-
par! ph que «las noticias de los Estados Unidos no podían
estimarse satisfactorias, porque Mac-Kinley y su Gobierno
habían dejado que la ola subiera considerablemente y caita
ya dndar de que tuvieran voluntad y fuerza para resis-
tir I a »
Pero ni el 16 ni el 22 de Marzo, ni el 8 de Febrero, el
Grbierno español hacia otra cosa que informar & sus repre-
sentantes, sin extenderse á recomendarles cosa alguna, pre-
cia cerca de los Gobiernos ante quienes estaban acreditados.
En todo caso esos tres despachos no revestían otro carác-
ter que el de advertencias Ya en 24 de Marzo se inician
Jas gestiones de otro alcance, pero sin llegar al tono y el
sentido de una verdadera reclamación diplomática, con fía
inmediato y práctico.
Porque si bien nuestro ministro de Estado entera á todos
los representantes de España en el extranjero (no ya sólo
á los embajadores antedichos) de las declaraciones y avisos
de Mr. Woodford, sobre los propósitos del Presidente Mac-
Kiníey de llevar al Congreso la cuestión del Mainejú
problema de Cuba, no espera nada de los Gabinetes ex-
tranjeros i»i recomienda á nuestros diplomáticos que hagan
otra cosa cque dejar bien establecida ante los Gobiernos
extraños la conducta del americano y del español, etcé-
tera, etc. t
Cuando el requerimiento de España comienza, es en 25
del mismo mes de Marzo, fecha del telegrama circular, tam-
bién dirgiido á todos los representantes del Gobierno espa-
ñol en el extranjero para participarles que el Gobierno de
los Estados Unidos leerá al Congreso de este país el dicta-
men americano sobre la catástrofe del Afaine, csin dar al
Gobierno español previo conocimiento de aquel dictamer -
sin adquirirlo tampoco del ya emitido por la comisión ef
ñola. • Y en este telegrama se añade:
— 925 —
«Por lia coas ida raciones contenidas e a mi telegrama de ayer, y por
«l techo di someter aq asila cuest'ón á una Cámara popular, apartán-
dola de La jiiriüdKcióü privativa del Poder Ejecutivo, hecho que, en
nurstro sentir, pueie provocar el conflicto entre las dos naciones y el
Gobierno español, este C' nsidera de su dehei y estima conforme a loa
principios que presiden laa relaciones ii ternacionales entre Potencias
críatiaDas, poner *st¿ja antecedentes en conocimiento de ese Gobierno
j reclamar sus ominosos oficios para que el Presidente de lo* Estados
Uoidoa conserve en la jurisdicción del Ejecutivo cuanto se refiera alas
cae a Lio ñas o dil'Teacim on España, á fia de Uevarlaa á términos hon-
rosos. Y Un cOQvaadd-i está España de la razón que le asiste y de la
prudencia cor- que ob a, que si el proposito ref sri io no se alcanza, no
vacua *n sohniíar d'xda huyo el consejo ds iaa grandes Patencias, y en úl-
timo término su arbitraje pira dirimir las diferencien pendientes y las
qu4t í**- wtt jaíinrínir precinto, puedan perturbar una paz que la Naei&n es •
pañol* d*f#a co»#*rvir h mt\ donde su honor y la integridad de bu terri'
torio lü CQDeiíutan, no eMo por io que á sí misma concierne, sino tanv
bien por lo que U ^tierr-i, de3puéa de encen dida, pudiera afectará loe
demás pauea de ííuropí y América.
S.rv^e V. E . dur lectura de estd telegrimi á esa 8>ñor min'str o de
Negocios Extranjeros.»
Lo mia saliente de este despacho es, sin dada, la reco-
mendación del arbitraje, Pero solo el de las grandes Poten-
cias. Eo la contestación escrita que el ministro de EsUdo
de Ifispaña dio Mr, Woodford en 25 de Marzo, aquel había
recomen lado a ¿ate y á bu Gobierno la sumisión del asa ato
del Mame á terceros, desinteresados é irreprochables.
— JJeetpués, el propósito de requerirla intervención de
ésto* se aürmó y generhlzóde tal modo, que constitu-
ye uua de las notas capitales de la laboriosa negociación
de que tratamos. Luego, y en diversas ocasiones, el Go
tierno español insiste en su solicitud del 25 de Marzo.
Los datos que contiene el Libro Rojo no son suficientes
para formular una opinión precisa respecto de la acogí ia
que la propuesta de España mereció á las Potencias euro-
peas. Los despachos en que se consignan las respuestas
del extranjero aparecen truncados de un modo verdadera-
mente deplorable. Y digo deploradle, porque á E «paña in-
teresaba excepcionalmente que se conociera bien la actitud
y las disposiciones de todas y cada una de aquellas Poten-
cias, tanto para el juicio de la Historia, como para que den-
tro de r «estro país se formara una verdadera opinión pública
— 926 —
sobre nuestra situación, nuestros medios, nuestros aliados y
uTU'cíh oa enemigos en el momento presente y en un porvenir
no lejano*
Ael y todo, parece, primero, que la acogida de las Po-
tencias aludidas varió bastante según el carácter y los com-
promisos de cada una de éstas, y segundo, que ninguna se
dedicó á aceptar francamente la parte más substancial déla
propuesta española, contentándose con responder de me-
j r ó j oor manera, á \ » excitación referente á gestionar cer-
ca del Presidente de los Estados Unidos, para que «éste
conservara en la jurisdicción del ejecutivo cuanto se referia
á las cuestiones ó diferencias con España, á fin de llevarlas
á términos honrosos.»
EJ Gobierno más expresivo fué el de Italia, cuyo minis-
tro de Negocios Extranjeros dice al representante español,
en 27 de Marzo, que eu Gobierno, c animado de los más
amistosos sentimientos por la Reina Regente y por la Na-
ción española, obraría inmediatamente en el sentido expre-
sado por aquel representante, y que considerando que el Go-
bierno («pañol se habría dirigido á las demás grandes Poten*
das, creía que Italia debía ponerse en inteligencia con és-
tas.»
Tales frases fueron dichas, según asegura el despacho del
embajador español, con visible convicción.
Ruta misma calurosa simpatía italiana se revela en otro
despacho de 15 de Abril.
No aparece en el Libro Rojo la contestación explícita de
Francia, que fué requerida especialmente por el embajador
de Espuña en París para que c invocan do la tradición de
la política internacional respecto de Cuba deede el comienso
de siglo, propusiera á Inglaterra una acción común en pro
de la paz.» El ministro francés aceptó en principio la indi-
cación y c pidió plazo para reflexionar y someter el asunto
al Consejo de ministros, t — De esto no se vuelve á hablar en
el Libro Rojo, donde no se cita otra vez á Francia más que
con motivo de las nuevas gestiones del Gobierno español en
31 de Marzo.
Contrasta este silencio con la excepcional benevolencia
de la acogida del ministro francés y con las calurosas mues-
tras de simpatía de la prensa francesa, que se prodigó al
punto de disgustar á los norteamericanos, hasta que tuvieron
efecto los desastres de Cavite, y sobre todo los de Santiago
de Cuba. También este oambio de aotitud merece atención».
— 927 —
Porque resulta más que probable, de una parte, que Fran-
cia, contador a, mejor que España, de la situación interna-
don al y de las disposiciones positivas de Inglaterra, no se
atrevió á comprometerse ea la empresa á que Je invitó nues-
tro embajador, y por otro lado, que nuestros fracasos mili-
tares rebajaron el concepto que fuera de España se tenía
de nuestros medios y nuestra resolución.
£1 ministro de la Santa Sede, cardenal Ram polla, ase*
garó que E&p&fia • contaba con el afecto de la canta Sede
y con la amistad de Francia» — t aplaudió la calma y mode-
ración de nuestro Gobierno» — y «recomendó que éste tratase
de obtener que los Gabinetes europeos ejercitaran su in-
fluencia en Washington, á fin de evitar la guerra.»
£1 Gobierno austríaco considera «que una de las cuestio-
nes más importantes en Europa es sostener la paz. y que
en eso debe alojarse principalmente la gestión diplomáti-
ca. • Y recomienda que «se publique el informe español so-
bre el Afame como contraposición del americano y para fa-
cilitar el arbitraje.»
El Gobierno ruso en 27 de Marzo estaba lleno de simpa-
tía por España y de entusiasmo por la Reina»... pero no
pasó de estas declaraciones.
£1 ministro de Negocios extranjeros de Berlín, en 28
de Marzo escuchó los documentos cambiados por el mi-
nistro de los Estados Unidos en Madrid y nuestro mi-
nistro de Estado... y apreció como era debido la conducta .
tan opuesta de lo* Gobiernos español y americano. Y nada
más,
£1 ministro de Negocios Extranjeros de la Gran Bretaña
ni babló con el representante español en Londres. El sub-
secretario inglés escribió a éste que el ministro Mr. Balfour
«había tomado en sincera conaideración el telegrama y las
miras pacíficas del Gobierno español; que el Gabinete britá-
nico veia con sentimiento que cualquier incidente podría tur-
bar innecesariamente las relaciones entre España y los Es-
tados Unidos y que Mr. Balfour telegrafiaba al embajador
británico en Washington para que si tenia oportunidad^
informase al Gobierno americano de la actitud conciliadora
del español.»
Como se ve, las respuestas conocidas de los Gobiernos
Boropeos— y de la 8anta Sede — fueron poco ó nada alenta-
doras. Frialdad glacial en Inglaterra, reserva deprimente-
en Alemania, Austria y Rusia; tristes palabras en el Vati-
— 92S —
cano; circunspección, vecina del temor, en Francia; esto-
rbes simpatías en Italia.
Quisa esto que se snpo perfectamente en América — qui-
zá fMHfo influyó bastante en Ja actitud resuelta y desconside-
rada de los hombres de Washington, que el 28 de Marzo
h n ce n saber al Gobierno español que «á éste alcanza grave
redponsabilidad en el caso del Maine» y el 29 del mismo mes
es i gao» por medio del Apunte presentado por Mr. Wood-
fbrd, la inmediata pacificación de Cuba, la revocación de
Jas órdenes dadas en la Habana respecto de los reconcen-
trados, el socorro de ellos por los filántropos americanos y
el armisticio que ha de durar hasta 1.° de Octubre para que
se negocie ia paz entre España y los insurrectos, mediante
los mi] latosos oficios del presidente de los Estados Unidos.
A íos seis días de haber solicitado España la gestióa pa-
cifica europea, vuelve á reclamarla en vista del Apunte de
Mi". W<>odford. A. este propósito responde el telegrami de
nuestro ministro de Estado á los representantes de las gran
des Potencias y de la 8anta Sede, fecha 31 de Marzo. Eq
eme telegrama se resumen las contestaciones y las con ce-
eiones del Gobierno español, por efecto del Apunte de
Mr. Woodford, y se dice lo siguiente:
*A que sean aceptadas en Washington estas bases de arreglo, que
sat.iafiic.eD en gran parte las pretensiones de Mac Kinley y son el últi-
mo límite de nuestra moderación y de nuestros esfuerzos por conservar
la paz, deban concretarse y dirigirse desde hoy mismo, ya que no hay
líéúapo para otra cosa, las valiosas gestiones de ese Soberano (ó Pren*
dente) y de su Gobierno si como espéranos por noticias de V. B.,
quieren cooperar al m-nteuimiento de la misma paz y á tan templáis
defensa, de nuestros derechos. Sirvas 3, pues, dar inmediato coaoci -
miento de este despacho á ese señor ministro de Negocios extranjeros.
Con esta gestión se abre el segundo periodo de las negó-
eluciones diplomáticas de España y las Potencias europeas.
Todavía, respecto de las contestaciones dadas por los Ga-
binetes extranjeros á las anteriores excitaciones del Gobier-
no de Madrid, el Libro Rojo pesa de mayor deficiencia que
la señalada con motivo del despacho de 26 de Mareo.
Porque ahora solo aparecen un despacho, fecha 2 de Abr1
relativo á la contestación del Gobierno inglés; otro telegr
ma de nuestro embajador en París, fecha 8 de Abril, y ot
de nuestro embajador en Boma, 2 del propio mes.
i
— 929 —
Loa dos últimos despachos, sod, respecto del primero, de
completa contradicción .
Con la misma 6 mayor frialdad que sutes, el Gobierno
inglés, 6 mejor dicho el ministro de Negocios extranjeros,
se Umita á decir á nuestro representante en Londres qne 'cel
Gobierno británico confia en que el Presidente de los Esta-
dos Unidos está deseoso como el Gobierno español de llegar
á un arreglo satisfactorio para ambas partes.»
£1 Gobierno de Francia, por el contrario, en 3 de Abril,
declara qne cesta gestionando activamente en Washing-
ton para el mantenimiento de la paz.»
El cardenal Ram polla, en 2 de Abril, después de afirmar
que el conflicto toma extraordinaria gravedad y que el Pre-
sidente de los Estados Unidos, deseoso de laptá, está arro-
llado por las Cámaras americanas, propone la intervención
de Su Santidad para lograr de España el armisticio en
Cuba. Además, el cardenal, oficialmente afirma que «el Pre-
sidente de los Estados Unidos estaba dispuesto á aceptar el
apoyo del Papa y qne éste deseaba ayudar á España §.
El Gobierno español contestó á la Santa Sede, aceptando y
agradeciendo su mediación; prometiendo acceder á una sus*
pensión de hostilidades que formulara ó transmitiera el San-
to Padre y recomendando, como conveniencia del honor de
J?8paña, tqne á la tregua otorgada fuera unida la retirada
de las hguas de las Antillas de la escuadra americana, con
objeto de que la República de los Estados Unidos demostra-
ra también su propósito de no alentar ni sostener voluntaría
ni involuntariamente la insurrección de Cuba.»
Por aquel mismo tiempo, Monseñor Ireland, Arzobispo
católico norteamericano, que de orden de Sn Santidad fué
desde San PaHo á Washington para hablar con el repre-
sentante de Espeña, Sr. Polo de Bernabé, dijo á este (en
4 de Abril) que «el Presidente de los Estados Unidos, con
quién había conferenciado aquel mismo día, deseaba ar-
dientemente la paz, pero que era indudable que el Congreso
votaría la intervención ó la guerra, si el Gobierno español
uo ayudaba al Presidente y á los partidarios de la paz.t
Por éüto el Arzobispo insistió en qne España «debía acce-
der sin condiciones al armisticio.»
Sobre lo mismo vuelve á hablar el Arzobispo, en 6 de
Abril, y añade que «respecto ala retirada de la escua-
dra americana, era imposible obtenerlo por entonces» pero
que «ofrecía personalmente continuar en Washington y es-
— 930 —
peraba conseguirlo después de hecha Ja concesión espa-
ñola, i
Además los diplomáticos extranjeros que visitaron adkoc
al español en la capital norteamericana te comunicaron qae
ese trabajaba activamente entre los Gabinetes de Europa
para una acción inmediata, simultánea, idéntica y general.
De modo que las excitaciones del Gobierno ea pañol
de) 31 de Marzo dieron algún efecto. Este se señaló con*¡
derablemente por la visita, de carácter tücial, que loa repre-
sentantes diplomáticos europeos, por encargo de sus res-
pectivos Gobiernos, y unidos con este fin, hicieron al Presi-
dente de los Estados Unidos y al ministro de Estado de
España, en 7 y 9 de Abril respectivamente.
Con este paso se inició el teroer periodo en las negocia-
ciones diplomáticas, que ahora se complican con la» ges-
tiones que los representantes europeos hacen cerca del Go-
bierno de los Estados Unidos.
~\
— 931 —
6
Por lo que se ha publicado hasta ahora, no parece que
esta» gestu nes fueran absolutamente las mismas qne se ha-
bían realiza 'i a cerca del Gobierno español. Nuestro repre-
sentante en Washington dice, en fe<;ha 7 de Abril, que la
Nota colectiva de los representantes de las seis grandes Po-
teuciaa contiene «ana calurosa apelación á loa sentimientos
de humanidad y de moderación del Presidente y del pueblo
americano en sus existentes diferencias con España, espe-
rando que ulteriores negociaciones llevarían á un acuerdo
que, al propio tiempo que asegurase la paz diese las necesa-
rias garantías para el restablecimiento del orden en Cuba.»
La gestión realizada por los diplomáticos de las mismas
grandes Potencias en Madrid tuvo por objeto, según comu-
nica nuestro ministro de Estado al representante de Aus-
tria-Hungría (el decano de loa diplomáticos aludidos), en 9
de Abril, «hacer observaciones y dar consejos para qne Es-
paña accediera á las elevadas instancias de Su Santidad
León XIII, y concediera en Cuba una suspensión de hosti-
lidades que los mencionados diplomáticos juzgaban com-
patible con el honor y el prestigio de las armas españolas
en aquella provincia autónoma.!
E-rto mismo vuelve á decir el referido ministro de Estado
al comunicar en 9 de Abril al cardenal .Rampolla, por me-
dio del embajador español en Roma, que había sido acorda-
da a suspensión de hostilidades. Y se repite otra vez en
nn telegrama circular de la propia fecha, dirigido á los em-
bajadores españoles en Paria, Berlín, Viena, Londres,
Koma y San Petersburgo.
Para el fin con que sa escriben estas lineas no es punto de
escasa importancia la diferencia señalada.
Por lo que en otra parte se ha dicho, se sabe que el Go-
bierno español, en Si de Marzo, se prestaba (según con-
testó al Apunte de Mr. Woodford) á buscar cpor medio del
Parlamento colonial ó insular de Cuba, una paz honrosa
— 932 —
Eara esta isla — á conceder desde luego una suspensión de
ostitidades pedida por los insurrectos al general en jefe es- j
pañol — y á socorrer á los reconcentrados con fondos propios, |
después de haber revocado en las provincias occidentales el j
bando que dispuso la reconcentrad ón.t |
A lo que no de prestaba erat primero, á ofrecer la iome- j
diaia pacificación de Cuba; segando, á brindar inmediata- <
iuente nn armisticio incondicional á sus insurrecto»; teroe-
ro. á negociar la paz con ellos y menos mediante los oficios j
del Presidente de los Estados Unidos — y cuarto, á que los
necesitados de Cuba fueran socorridos con alimentos y re-
cursos enviados de Norte América.
Luego, la gestión del Papa se encaminó á vencer la resis-
tencia de Espeña en lo relativo á la suspensión de hostili-
dades, la cual se quería que el Gobierno español concediese,
incontinenti* por petición déla Santa Sede, sin esperará
que Ja hicieran los insurrectos al Capitán General de Coba.
El Gobierno español accede al principio, poniendo la con-
dición de que la escuadra americana se retire de la grande
Antilla. Mas en segnida, el Gobierno de España prescinde
de esta última condición, respondiendo á nuevas gestiones
del Papa y a la de las seis grandes Potencias.
En cambio, estas no se sabe que requirieran al Presidente
de lo* Estados Unidos, no ya para que correspondiese á lt
concesión española retirando la escuadra norteamericana,
cuyo electo moral era ya por aquel entonces evidente, pero
ni m ¡Mera para que transigiese sobre las concesiones, cada
vez dj As amplias, del Gobierno esptftol. Las seis Potencias
h'i lii Litaron aun a gen erica recomendación de alcance muy
vago.
Por lo que deapués ha sucedido y se ha publicado, tanto
en América como en Europa, se ha podido comprender
que Ja atenuación de las gestiones europeas en Washington
se debía en mucha parte á la intervención activa del em
bajador inglés. — La disposición de éste — y aun de su Go-
bierno— se hizo bastante sospechosa muchos días antes, tanto
que eu 10 de Marzo, nuestro embajador en Londres dice que
• L f dose comunicado á aquella ciudad, en un telegrama
de Nueva Yoik, , que el embajador inglés en Washington
habla declarado al Presidente de los Estados Unidos <
si ocurría un conflicto con España, le secundaria Inglatei
el subsecretario de Negocios Extranjeros de esta ñau
ofreció á nuestro representante diplomático, desmentirlo
F
— 933 —
teóricamente, coua que hizo en la seeión celebrada por la
Cámara de los Comunes el mismo dia 10. •
ilás tard**, la prensa noticiera ha atribuido á Mr. Wood-
íbrd Ja dec a ración de que, necesitando evitar ana com-
pleta i untara con España antes Abril de 1898, por no
hallarse dispuestos entonces los Estados Unidos para hacer
Ja guerra, pudo lograr aqael aplazamiento, por la coope-
ración del embajador de Inglaterra en Madrid.
No creo cierto qne Mr. Woodford se haya expresado como
afirma la prensa noticiera americana y europea; pero es in-
dudable que lo qne ésta dice responde á la opinión generali-
zada de que en todas las gestiones que los Gobiernos euro-
peos realizaron entonces, la intervención británica era por
todo extremo favorable á los Estados Unidos y que, intervi-
niendo en el concierto, ayudaba á éstos mucho más que si
desde el primer momento el Gobierno de Londres hubiese
declinado tal pai tici pación en el negocio.
Ebto lo ha hecho el Gobierno inglés varias veces al tra-
tarse la cuestión de Oriente, desde 1830 á 1878. Alemania
lo ha hecho t también en esa misma cuestión, posteriormente.
Loe resultados no siempre han respondido a la intención de
esas habilidades: mas, para que éstas fracasaran fueron
precisas condiciones y una resolución de que ahora, por
mu} diverses motivos, carecían las Potencias europeas más
propicias á evitar el atropello de España. Lo que no se ex-
plica bien es cómo los políticos españoles no pusieron de
relieve esta circunstancia ni qué hicieron para evitar la
habilidad británica.
La doble gestión diplomática antes aludida, se hizo, pues,
en Madrid y en Washington. Una gestión distinta en cada
una de las dos capitales y siempre muy por bajo de lo que
el Gobierno español había solicitado en 24 de Marzo.
El resultado de la gestión en Madrid fué completo. El
Gobierno español previno en 9 de Abril, por telegrama, al
#eneial en jefe del ejercito de Cuba cque concediese inme-
diata viente una suspensión de hostilidades por el tiempo
que estimase \ t i ciencia 1, jara preparar y facilitar la paz
anhelada, i
El general mencionado decretó la suspensión. Y de ello
fueron informados loa Gobiernos europeos, la Santa Sede y
el Gobierno norteamericano. Este tuvo noticia oñcial
por su embajador en Madrid, por el : ecretario de Esta-
do del Papa y por el representante de España en Was-
— 934 —
hingtou. según telegrama del Sr. Polo da Bernabé, fecha
10 de Abril.
La única oontestaoión que todo ello tuvo, fué el Mensaje
del Presidente de loa JSstadoa Unidos al Congreso, fecha 11
de Abril.
Al lado de lo referido toca poner lo que sucedió á lo* re
presentantes de las seis grandes Potencias qne vi e roa, en
Washington, al Presidente, el 6 de Abril.
Según despacho, fecha 7 da Abril, de nuestro represen-
tante ea Washington, el Presidente Mac KinUy contato á
los diplomáticos europeos trñconocieudo e oarájter huma-
nitario y desinteresado de la gestión colectiva, compar-
tiendo el dflseo por ellos expuesta y expre8±nii el deque
terminase la situación crónica de los disturbios de Oaba.
qne perjudicaba les intereses americanos j lastimaba Loi
sentimientos de la human ¡dadi
Y ni eutonces ni de*pnÚH, nada mág.
Hasta que llegó el Meustvje presidencial de 11 de Abnl, el
cual, como en otra parte se ha dicho, termina con la simple
noticia de que «el dia antea de presentarse el Mensaje y des-
pués de haberse preparado étte, el Presidente habla sabido
la orden dada al general ei j^fd de Cub* para qus pnjU*
mará una suspensión de hostilidades, cuya duración y
detalles no hablan sido aú-i comunicados al Presidente»*
Y concluye (hay qu^ re pe ti rio, por la íiuma relacióa que
esto tiene con las afirmaoiiuHH del cardsnal Hampnlla y de
monseñor Ireland respecto de las ideas y la posición ie
Mr. Mac Kinley) diciendo: «Este hecho, con todas sus con*
secuencias, merecerá seguramente vuestra jaeta y soli-
cita atención en lo* solemnes debates que están a punto
de inaugurarse. Si esta medida prodoce un resultado satis
factorio, se realizarán vu^ntraa aspiraciones como pueblo
oristiano y pacifico. En cnso contrario, sólo justificará nue-
vamente la acción por nosotros meditada*.
En el Mensaje no se haca la menor alusión & las gestio-
nes de las seis grandes Potencias europeas.
£1 fondo del Mensaje es digno de estudio.
Principia describiendo con sombríos colores el astado de
Cuba, la situación tristísima de los reconcentrados, la ine-
ficacia de les esfnersos hechos por España para dominar la
insurrección separatista, el porvenir terrible de aquella iáU
y el término de la gnerra que, á juicio del Presidente (da no
variar los términos, los métodos y los factores de la luí. ha),
— 9S5 —
^61 o podrí* coDclair por la exterminación de 'os combatiente*.
Reconoce Air. Mac Kmley los esfuerzos hechos última-
-mente por fispafia, p*ro loa declara estériles al propio tiem-
po qué cree demostrada, por un% lar ya prueba, que E*paña
es impotente para lograr el. fin por el cual sottuvo la guerra.
Y afi trie que es ya intolerable la situación de Cuba, impo
niéndose la pacificación de ésta en nombre de la humanidad,
-dz la civilización y de los intereses americanos en peligro...
Por tanto, es necesario que acabe aquella guerra.
v Por todo eso, y señaladamente por el peligro de los inte-
reses americano!*, Ion Sitados Unidos tienen el derecho y ti
deber de hablar y de ob^ar. A esta consi ieraoión respon-
dieron, en1 oro tiempo, las declaraciones del Presidente
Grant y las gaviones recientlsimas de los Presidentes Cle-
veland y Mac Kintey.
Desgraciadamente, — continúa diciendo Mr. Mac K'nley ,
— la desfavorable respuesta dad* por el G 'bierno español á
la última propositó a da Mr. W>>odford |.ara procarar la
inmediata paz en Cuba, hace creer que el Podtr ejecutivo
de la República norteamericana ha llegado al término de
sus esfuerzos amistosos.
Llegado el aumento de obrar, el Presidente d:scate los
medios. En primer término está el reconocimiento de un
gobierno en (Jaba. Pero este medio proporcionaría mochos
inconvenientes al Ghbierao norteamericano sujetándole
á obligaciones internacionales y expiniéadole á que en el
caso de ser obfigada 1* intervención, é*t* tuviera que ha-
-oerse con acuerdo del gobierno reconocido bajo su dirección
y apareciendo loa interventores como meros aliados amis-
tosos.
Más franca, má? segura, más libra y má* propia del oabo
es la intervención hecha pjr propia y exo usiv* oieata del
Gobierno de loa Estados Unidos.
£-tfa intervención podría hacerse de dos nnd^s: bajo la
y arma de una neutralidad imparcial que impusiera una tran-
sacción racional dlot contendientes ó convirtiéndose la Repú-
blica en aliada activa de uno de é¡>tos.
Mr. Mac Kmley estima que las relacione* de los Estados
Unidos oo n fijpafia y con Cuba, en e^tod ú tiaras me«ei, su
ponen, realmente, una manera de iniervenciót amistosa qué
se ha mtni/estado de muchos modos \ ninguno de cllot defini-
tivo y que acusa una infidencia potencial q>ce tiende d un fin
ulUrior pacífico, justo y honroso para todos los interesado*.
— 936 —
£1 Presidente afirma que todos loe actos de los Ertadoe
Unidos te han impirado en un deseo sincero y desinteresado-
por la paz y prosperidad de Cuda, no empañada por discre-
pancias entre ¿os Estados unidos y £spana, ni manchada
por la sangre de ciudadanos americanos»
El Prenderte p« decide por la intervención ya furiosa
de los hilados Unidos como potencia neutral. Angora que
Bon numerosos ¡os precedentes históricos de la inUrvenciá*
de naciones tecinas para contener el inútil sacrificio de vi-
das hi monas oca fien a do por ctnjlictos interiores en el terri-
torio situado más allá de svs fronteras.
Cree qne semejante intervención implica el empleo de me
didas hoslile* ctitra ovias partes contendientes , tpnlo para
obligarlas duna tregua, cuanto para prepararla solución
final.
Y explica y detalla Jes motivos de eeta intervención da
la siguiente manera:
«Primero. La causa de la humanidad, y para poner término á las
barbaridades de la lucha, é la efueión de eergre, al hambre y á la horro-
rosa miseria que ce la «dualidad desoían la Isla, y á las que co quieren
6 no pueden pmer térmiro 6 dar alivio les dos band» a opuettes. Inútil
sería conteeUrLOs que ett'B acontecimientos tienei lug>ren ctre- país
dependiente de ura Fottnci. extranjera, ro pudittdo. por tanto, aftc-
tarno* en lo más míiimo. 1 a iuerventión noe incumbe como'un deber
ineludible, porque 1< s sucesos alucides ocurren & nutstras puertas.
Segundo. Ratamoa obligados á garantizar a nuestros ciudadanos e»
Cuba la protección é inmunidad de sus vidas é intereses materiales qo*
no les puede ni quiere asegurar ningún Gobierno exúttnte en la lela,
acabando con un estaco de coses que les priva de protección legal.
Tercero. £1 derecho de itterveí cien puede justificarse con loa gra-
vísimos perjuicios al cerner ció y negocios mercantiva de ruemos ciu-
dadanos, la destrucción gratuita de la propiedad y la devastación da la
Isla.
Cuarto. la situación actual deja Isla de Cuba es una imenaia
constante para nuestoa paz itterior, é impone al Gobierno de loa Bota-
dos Un des gastos eco? mes, coi secuencia de un conflicto que dura
desde hace anos en una Isla ten próxima á nuestro país, y tan unida coa
nosotros por importantes reU cienes comerciales; y con en conataxte
peligro ]a vida y la libeitad de nuettrrs conciudí danos, mientras a*
des trujen las haciendas y caudales de éstos y están expuestos áfar
apresados y lo son, en efecto, nuestros buques mercantes por la marina
de un Gobierno extrmjere. Las exredicioi es filibustera», que scao»
— 937 ~
impotentes para impedí r del todo, y las cuestiones y complicaciones
¡rriUnt*s, que no tengo per qué mencionar, con la resultante tensión
en nuestrna relaciones, constituyen una amenaza constante pira la paz
de loa Balados Unidos y nos obligan á vivir casi en pie de guerra res-
pecto de ul& Nación con la que estamos en paz. >
Como última demostración de los peligros á que la situa-
ción de Cuba exponía constantemente á los Estados Uni-
dos, Mr MaoKinley, señala el informe de los ingenieros y
marinos americanos sobre la catástrofe del Afaine, estimada
por aquellos informantes, como efecto de una explosión
exterior producida por una mina submarina. El dictamen
americano no define las responsabilidades, que por tanto
quedan por determinar.
JB1 Gobierno español estaba dispuesto á hacer sobre este
asunto cuanto exigiera el concepto más elevado del honor y la
justicia, y hasta había propuesto someter las diferencias
de loe dirtámenes americano y español á peritos extraños é
imparciales, cuya decisión aceptaba aquel Gobierno de an-
temano Advierte el Presidente que á tal propuesta no ha-
bía contestado nada.
Pero lo incedido demostraba gue el Gobierno de España no
podía garantir la seguridad de un buque de la marina ame-
ricana m U puerto de la Habana cuando ese buque va con
una misión de paz y amparado en el derecho más completo.
El resumen y el fin práctico de este Mensaje están cen-
tén idos en las siguientes lineas:
*£n vista de estos hechas y consideraciones, pido al Congreso auto-
rice y otorgue al Presdente poderes para adoptar medidas qne asegu-
iftn el completo y definitivo termino de hostüüades entre el Gobierno
áe E^pafia y si pueblo cubano y que aseguren en la Isla la instalación
de un GnWrno estaale, capaz de mantener el orden y de cumplir con
■ai obligaciones internacionales, garantizando la paz y la seguridad de
sus ciudadanos como de les nuestros. También pido autorización para
emplear las fuerzís militare* y navales de los Estados Unidos, según
■e& nectario para dichos fines y en interés de la humanüad. Para
contribuir á conservar la vida de los habitantes hambrieatos de 1& Isla
miendo que continúe la distribución de alimentos y socorros y se
un crcüvo del Tesoro público para completar la caridad de núes-
conciudadanos,
la solución depende del Congreso con todas sus terribles respon-
'afei.
— 938. —
Ha agotado todo* los esfuerzo* para remediar el intolerable estado da
sotasen un país que te hilla á nuestras puertas y eatoy dispuesta i
cumplir las obligaciones que me imponen la Constitución y las layas.
-Aguardo vuestros acuerdos.»
Sin discutir por el momento las afirmaciones, las citas y
las tesis de Mr. Mac Kinley, conviene, para la exacta inte-
ligencia del Mensaje extractado, recordar dos cosas.
Primeramente, qne ese Mensaje tiene el carácter de an
Mensaje especial, sóbrela totalidad de la cuestión cubana,
incluyendo en ella el particular de la catástrofe del Maint*
para coya explicación se prescinde en absoluto del dicta-
men de los técnicos españoles y se desdeña el fallo ds
tercero.
La naturaleza de esta cuestión no consiente el someterla
punto menos que exclusivamente á los debates de un Parla-
mento. Esto no se ha hecho nunca por Gobierno alguno, en
circunstancias parecidas. A los -Gobiernos compete proponer
á las Cámaras la adopción de tales ó cuales medidas, cuando
los hechos que las motivan implican un positivo ó indiscu-
tible agravio á la nación que, en su vista, debe tomar
una actitud resuelta, en defensa de au honor ó de sus in-
tereses, en relación concreta, con la ofensa ó el daño reci-
bidos.
Llevar este negocio á las Cámaras americanas^, (aun cuan-
do no se hubiera producido en Norte América la agitación
que allí produjo, por excitaciones sabidas de todo el mundo,
la catástrofe del Maine) y poner esta cuestión en manos da
diputados y senadores, después de la insistente recomenda-
ción de España de que todos estos negocios se trataran por
el Poder Ejecutivo, (según previene la Constitución de los
Estados Uüi ios y es práctica universal) con la reserva de
hacer intervenir en el asunto á las Potencias extrañas á
este conflicto, entrañaba, sin género de duda, el propósito
de acelerar el término de la cuestión, entrando resuelta-
mente en el camino de las soluciones violentas.
Por otra parte, no puede presoindirse, con este motivo, de
la actitud de Mr. Woodford en Madrid.
En 29 de Marzo, el representante norteamericano entregó
si Gobierno español el famoso Apunte contestado categóri-
camente por este Gobierno en SI de Mano. En esta última
fecha, nuestro ministro de Estado comunica á las Potencial
europeas el Apunte y la contestación, y desde el 2 al é dé
t
— *939 —
Abril m reciben en Madrid las declaraciones de loa Gobier-
nos extranjeros.
La acción de eatos cerca del Norte América y el e^añol,
se realiza desde el 6 al 9 de Abril Dentro de este período
(ó sea el 6 de Abril), Mr. Woodford presenta una extraña
Nota del Ministerio d« Estado español participándole que
•n aqnel mismo día el Presidente Mao Km ley habí» rniu it ido
al Congreso americano un Mensaje que abarcaba toda la
cuestión cubana, acompañándolo con las recomendaciones que
estimaba necesarias y oportunas sin aconsejar el reco*
nacimiento de la independencia de los insurrectos, pero sí la
adopción de medidas para la cesación de hostilidadet y el
restablecimiento de la paz y de un Gobierno estable en Cuba.
Esto lo hacia en interés de la humanidad y en aras de la
seguridad y tranquilidad de los Estados Unidos.
Pero el fio verdadero de la comunicación de M~. Wood-
ford era manifestar á nuestro Gobierno que había esperad®
fasta las doce de la tarde del día 6, la notificación oficial
de la suspensión definitiva de hostilidades en tuba, aín
doda por efecto del Apunte del 29 de Marzo.
T el representante americano añadía: cSi el Gobierno de
8. M. llegara en el día de hoy á nna decisión fiaul, con
«respecto 4 un armisticio, telegrafiaré á mi Gobierno el tex-
»to de aquél, en caso de recibirlo antes de las doce de esta
anoche. De esta manera llegará á poder del Presidente,
imafiana jueves por la mañana á tiempo para que lo pueda
aoomunicar al Congreso mañana jueves.»
Nuestro ministro de Estado replicó inmediatamente á
esta Nota conminatoria, qoe no había prometido maniftsta*
eién alguna para el día 6 y que el Gobierno se atenía d la
'contestación dada en 31 de Mareo al Apunte del 29, pre-
sentado con la exigencia de una contestación en término mny
perentorio.
Al día siguiente (ó sea el 7 de Abril), Mr. Woodford reti-
ra su impertinente Nota del 6; participa que no se ha pre
sentado al Congreso americano el proyectado Mensaje
presidencial; dice que hsta se presentará el día 1 1 y acom-
}>aña estas declaraciones oon las siguientes significativas
rases referentes á la retirada de la Nota:
Esto me proporciona un verdadero placer pues se, aparta
mucho del dnimo de mi Gobierno todo propósito de ejercer
; presión sobre España.
Como se ha dicho antes, la suspensión de hostilidades en
£\
— S40 —
Cuba, se decretó en 9 de Abril y en esta fecha fue conocido
el acuerdo, en Europa y América. El dia 11 se leyó el Men-
saje de Mr. Mac Kinley.
Son excusados los comentarios.
Todo iba al vapor.
Claro se e»tá que el Mensaje presidencial era un poderoso
obstáculo para qne la suspensión de la lucha produjese efecto
en Cuba .
Los insurrectos cubanos debieron ver en aquel documento
algo más qne una promesa de inmediato apoyo. Porque en
todo e) Mensaje dominaba un espíritu desdeñoso para elGo-
bierno español, de cuyas concesiones se prescindía, lo mis-
mo que se había prescindido de sus resistencias. En último
caso, la referencia á éstas y aquéllas, debía ser estimada
como un peñalamiento de la debilidad de nuestroQobierno.
De otra parte, la preterición absoluta de todo cuanto pu-
diera relacionarse con las gestiones de las grandes Poten-
cias implicaba una nueva dificultad para la solución defi-
nitiva, racional y jurídica de la cuestión de Cuba.
Porque ya se veía claro de qué modo entendía el Gobierno
norteamericano aquel proposito que expuso el Presidente
Mao Kinley en su Mensaje de 6 de Diciembre de 1897, de
contar con el apoyo y la aprobada* del mundo civilizado
para intervenir por la fuerza en la cuestión de Cuba, ai
asi lo in ponían la civilización, la humanidad y loa inUrestt
de los Erados Unidos.
Ahora, el Gobierno de éstos se desentendía en absoluto,
hasta de las instancias de los Gabinetes europeos, y resulta-
ba obvio que éstos habrían de mirarse mucho para conti-
nuar sus gesticnes. asi como que cuando en Washington ae
tomaba este camino, seria indudablemente porque aquel
Gobierno tendría bastantes datos para pensar que nadie
le iría á la mano. '
No hay que preguntar cómo ni por qué los simpatizado-
res de la insurrección separatista cubana debieron tomar
el Mensaje como un estímulo. Y con mayor motivo, si
realmente era cierto que Mr. Mao Kinley profesab* opi-
niones desfavorables á la guerra. En tal caso, no solo el
Presidente resultaba vencido, sino que el vencimiento de
éste se verificaba de tal suerte y en forma tal, que consti-
tuía un excepcional apoyo para la causa contraria.
Una prueba de todo esto es lo que sucedió en el Congreso
americano desde el 11 al 18 de Abril.
— 941 —
Por ocioso tengo detallar loa debates, proposiciones y
resol aciones parciales de las Cámaras americanas, en las
-que se estimo como principal excitante el particular del
Mazne. Los acuerdos de los dos oaerpos del Congreso fue-
ron al principio distintos, por cnanto el Senado, acentuadí-
simo en su hostilidad á España, había ploclamado el recono-
cimiento de la República cubana, rechazado por la Cámara
de Representantes. Al cabo, las dos Cámaras se concentra-
ron, votando una proposición de las llamadas conjuntas 6
-ejecutivas, concebida en los siguientes términos:
«Considerando que el aborrecible estado de cosas qne ha existido en
Cuba durant* los tres últimos anos, en Isla tan próxima 4 naeitro te-
rritorio ha herido el sentido moral del pueblo de los Estados Unidos,
ha sido un desdore para la civilización cristiana y a» llegado 4 su pe-
ríod) crítico con la destrucción de un barco de guerra norteamericano
y con la muerte de 966 de entre sus oficiales y trípuUntes, cuando el
buque visitaba amistosamente el puerto de la Habana;»
«Considerando que tal estado de cosas no puede ssr tolerado por mas
-tiemp •, según manifestó ya el Presidente de los Estelos Unidos, en
Mensaje que envió el 11 de Abril al Congreso, invitando á éste 4 qne
: adopte resoluciones,»
«BlSmadoyia Camarade Representantes, reaniics en Congreso,
acuerdan:
Primero. Qne el pueblo da Cuba es y debe ser libre é in lependiente.
Segundo. Qne es deber de los Estados Unidos exigir, v por la pre-
sente su Gob erno exige, que el Gobierno español renuncie inmediata-
mente 4 su autoridad y gobierno en Cuba y retire sus fuerzas terres-
tres y navslet, de las tierras y mares ds la Isla.
Tercero. Que se autoriza al Presidente de los Estados Unidos y ss
le encarga y ordena que utilice todas las fuerzas militares y navales de
ios Estados Unidos y llame al se; vicio activo las milicias de los Estados
de la Uiión, en el número que sea naces &rio para llevar 4 efecto estos
acuerdos.
Y cuarto . Que los Estados Unidos, por la presente, niegan que ten-
gan ninguna intención de ejercer jurisdicción, ni soberanía, ni de
Intervenir en el Gobierno de Cuba, si ne es para la pacificación, y
afirma su prepósito de dejar el dominio y gobierne de la Uli al pueblo
-de ésta una vtz rt atízala dicha paei/lcación . »
Este acuerdo no fué tomado por unanimidad. En el Se-
nado triunfó por 42 votos contra 35. En la Cámara, por SI O
•contra 6.
— 942 —
Quedaba por fijar la actitud del Presidente. La más lige-
ra comparación del texto de loa último* párrafos del Men-
saje pmideT cial de 1 1 de Abril con (-1 Uxto del acuerdo vo-
tado por el Cor gr feo norteamericano evidencia que este úl-
timo había dejado muy atrás la propuesta de Mr. Mae-
Kinley.
£1 Corare* o habla resuelto la inmediata exjmUión de
Ee palla de la grande Antilla. Y se htbía atribuido el dere-
cho de hacer entrar en el concierto del mundo contemporá-
neo á un nuevo pueblo libre é independiente. Y se había re-
servado la absoluta competencia para fijar la hora y el modo
en que este pueblo pe dría entrar en el goce de sus derechos
de soberanía.
Como después demostraré, quisa no se da otro caso de
tamaña arrogancia en la historia cor temporánea.
No habla pensado en tanto el Pres dente Mac Kinley,
que sabia muy bien que las opiniones norteamericanas es-
taban divididas entre el reconocimiento del Gobierno insu-
rrecto y la renurcia de España á retirar su bandera de
Cuba. Pero Mr. Mac Kinley, ensegu da, en 20 de Abril,
hizo publicar cficial su adhesión al bul votado; es decir,
procedió de un "nodo perfectamente opuesto al de Mr. Cía-
veland en casos parecidos, en 1896 y 97.
En su consecuencia, el repretettatte español en Was
hington pidió el mi*mo día sus pasa* ortes, dejando confiada
la protección de los intereses espt» fióles en Norte América
al embajador de Francia y a) ministro de Austria Hungría.
Y nuestro ministro de Estado pasó el día 21 , á Mr. Wood-
ftrd, la siguiente comunicación:
«En cumplimiento de un pecoso deber, tengo la honra de participar á
V. &., que sancionado por e1 Presidente de la Repúb ica, una resolución
de ambas Cámaras de los Estados Unidos qoe, al teger la legítima so-
beranía de España ▼ amenazar con ura inmediata interven cien armada
en ^a Isla de Cuba, equivale á una evidente declaración de guerra, el
Gobierno de S. M. ha ordenado á su miiistTO en Washington que se
retire, fin pérdida de tiempo, del ten i torio norteamericano con todo el
personal de la Legación.
Por esle hecho quedan interrumpidas las relaciones diplomáticas que
de antiguo existían entre los dos países, cesar do toda comunicación of-
cial entre sus respectivos representantes, y me apresuro á ponerlo ei
•onocimiente de V. E á fin de que adopte por su parto las diaposicii
ne s que crea convenientes >
— . 04S —
Con esta comunicación, el Gobierno español se adelantó
á la petición de pasaportes por Mr. Woodford, el cual ha-
bla recibido de so Gobierno la nota signiente:
«Si & la hora del mediodía de sábado próximo, 28 de Abril corriente,
•o ha aido comunicada á este Gobierno por el de España una con pleta
y satisfactoria respuesta á esta demandada paz y resolución, en tales
términos que la paz de Cuba quede asegurada, el Presidente proceder!
sin ulterior aviso, á usar el poder y autorización ordenados y conferidos
4 él por dicha resolución, tan extensamente como sea necesario obte
aerlaen efeeto.»
Los intereses americanos en España quedaron confiados
al embajador de Inglaterra.
Mientras sacedlo esto, el Gobierno español acudió otra
res á los Gabinetes extranjeros.
— 944 —
En 14 de Abril, nuestro ministro de Estado bis? sebet 4
la danta Sede qne cías esperadas resoluciones de las Cama-
»ras norteamericanas obligarían probablemente el Gtobier-
»no español á adoptar n nevos acaerdos onyo carácter estarla
»en relación con las circunstancias: pero aceptada anterior-
> mente por él la mediación de Su Santidad, estimaba como
»un deber el conocer á este proposita la última palabra del
> Santo Padre, no tanto porque abrigase esperanzas de u
» resultado pacifico de su elevada y bondadosa misión, com*
•patible con nuestro honor y dignidad nacional, sioooomo
» muestra de respeto y gratitud á la Santa 8ede, asi como
♦para que sirviese de ságrala sanoión á la justicia de na**
»tra causa. »
Al propio tiempo el ministro espafLol dirige a los repre-
sentantes de Eipafia cerca de las seis grandes Potencias »1
siguiente despacho:
tía Cámara de Representante* délos Estados Unidos, deipoés de La-
íerir á Bipaña irritantes é injustificadas ofensis y de propagar ctt
motivo del suceso del Aféiné, las más gratuitas é insoportables calum-
nias, ha votado por inmsns* mayoría ana resolución qqe autorías ti
Presidente de la República para intervenir inmediatamente j kaiU
per medio de las armas, en el gobierno y sn la Tida interior de uní
provincia autónomi española. Vota la que sea por el Senado y acepU
da por el Presidente la proposición mencionada, constituirá en los li-
tados Unidos una situación de derecho y una amenaza de hecho, que
nuestra dignidad no hi de estimar compatible oon la continuación di
las relaciones diplomáticas.
151 gobierna español, que aceptando la invitación del Paire dente y
dsfl riendo i los amistosos consejos de las grandes Potencias, asa»»
de ex tremar sa moderación, y les dolorosos sacrificios para man temer
- 945 —
y facilitar a pax, ha de demostrar ea una eventualidad que eonaidera
ya inevitables, la propia mayor resolución para defender el territo-
rio y el honor nacional; y sin perjuicio de que todos loa Gobierno*
reciban próximamente, nn reanmea de loe heehoi y escrito» más
«alientes en este periodo de naertras relaciones con los Batados
unidos, aende ahora á la imparcialidad y á la conciencia de las
grandes Potencias europeas para que por sí 8 las, a la luz del
derecho universal y de la moral cristiana, consideren el atentado que
sin justicia, rezón, ni pretexto va á cons íma^se y determine i después
«1 juicio de la Europa en euest'ón, de tan evidente y compleja impor-
tancia.—Sírvase usted dar lectura de este telegrama & ese señor minis-
tro de negocios extranjeros.»
Y el 18 de Abril el mismo ministro da Estado de Espa-
lla remitió á todos los representante» de ésta ea el extran-
jero, nn extenso y razonado Memorándum sobre las relacio-
nes de Eapafia con los Estados Unidos, desde el oomienio
de la insurrección cubana hasta acuella fecha.
En este despacho se recomendaba que el Memorándum
fuese comunicado, sin pérdida de tiempo, á los Gobiernos ex-
tranjeros, porque, csu objeto no era otro qae exponer 4 la
consideración de las Potencias amigas el derecho y la jus-
ticia que asistían á España y que ofrecía notable contraste
«on la conducta de los Estados Unidos. »
En el mismo telegrama se decía que cpor la rapidez con
que se sucedían los acontecimientos, era posible que en el
momento de la entrega del Memorándum nuevos hechos
hubieran venido á cambiar ó modifi jar los que se relataban.»
Luego, en 21 de Abril, el Gobierno español participa á
ios representantes del mismo, la raptara de relaciones diplo-
máticas con los Estados Unidos, del sigaiente modo:
«Sancionado por el Presidente de los Batados Unidos la resolución da
ambas Cámaras que niega la soberanía española y amenaza oon la in-
tervención armada en Cuba, equivalente & una declaración de guerra,
«e retiró anecae nuestro ministro en Washington con el personal da la
Legación, según instrucciones que tenía, y esta mañana se ha notifica-
do 4 Mr. Woodford que quedaban interrumpidas las relaciones diplo-
máticas entre ambos paisas y cesaba toda comunicación e£ sial entre sos
representantes. El Gobierno de S. vf.9 al obrar ie esta suerte se t * pro-
puesto evitar la presentación del «JtfmolN» americano que habría eosnv
titeído nueva cfenta. Asilo ha comprendido el representante de les
Batados Unidos, que se ha limitado a pedir sus pasaportes y saldrá
«ata tarde en el tren expreso para Francia »
— 918 —
del Gobierno de Washigton: primero, por el carácter noto-
riamente cfensivo del bilí de 18 de Abril; después, por el bitt
que las dos Cámaras americanas votaron el 25 del propio
mes, proclamando el estado de guerra.
Pero en daño de la corrección del Gobierno norteameri-
cano aparece el hecho de que, antes del 25 de Abril aludido,
los buques de guerra de los Estados Unidos apresaron en
las aguas de las Antillas ó en sus proximidades, diez ba-
ques mercantes españoles. La evidencia de este atentado
al Derecho Internacional la patentizaron los términos del
bilí citado, en el cual be da ala declamación de guerra efec-
to retroactivo, suponiendo que ésta comienza el 21 de Abril,
Nada puede justificar tul afirmación. Porque el Gobierno
español, ni de palabra ni de obra, realizó cosa alguna contra
la persona ni los bienes de los ciudadanos de Norte Améri-
ca. Hasta que los marinos y soldados de Ja Kepública Ame-
ricana hicieron hrmus contra £sp*ña esta se limitó á pre-
pararse para resistir la agresión anunciada en el bul de 18
de Abril.
£1 22 de este mes fué capturado el buque español Buena-
ventura, en el golfo de Méjico. En aquel mismo día se de*
cretó el bloqueo de la costa septentrional de Cuba por loe
norteamericanos; bloqueo que no resoltó efectivo, tanto por
falta de buques como por la manera interminente de ejercer-
se la vigilancia, en una costa que pasa de 150 millas.
Inmediatamente son bombardeados, sin previo aviso, al-
gunos puertos de aquella isla, sentándose precedentes para
nn hecho análogo realizado sobre Puerto Rico, el 11 de
Hayo. Dos barcos norteamericanos, tomando la bandera es-
pañola, entran en la bahía, de Guantánamoy tratan de apo-
derarse de esta población. Son destruidos, p( r orden del
Gobierno de Jos Estados Unidos, la mayoría de loe cables
telegráficos internacionales, que mantenían la comunicación
de Cuba con el resto del mundo. Por aquel entonces,
también, él referido Gobierno proclamó su resolución de
renunciar al corso y de aceptar los principios de) Tratado
de París de 1856 sobre la guerra marítima. Y á poco
(hacia el 24 de Junio) se verifica el desembarco del ejército
norteamericano en las inmediaciones de Santiago de Coba
y comienza el sitio de esta plaza, con el auxilio de los insu-
rrectos cubanos. £1 4 de Julio es destruida totalmente la
escuadra española á la vista de Santiago.
Lanzados en el camino de la guerra t los norteamericanos
la llevan á Puerto Rico y á las islas Filipinas. Principian
— 949 —
por el bombardeo de la capital de la pequeña Astilla, coaa
que como antes se ha dicho, sucede á principios de Mayo,
dando ocasión á que los atacados demostraran gran deci-
sión contra el extranjero agretor. Por otra parte, los enemi-
gos, preparados desahogadamente en Hong-Kong, para
caer sobre Id añila, buscan el auxilio de los tagalos, apro-
vechando las quejas de éstos contra la Metrópoli española.
Es este un (unto de subido interés, (ero que, hasta el
momento presente, aparece envuelto en grandes sombras, que
hacen dificilísima so estimación. Contribuyen á ello, en grao
manera, las arraigadas preocupaciones de los políticos esr/a-
fioles sobre filipinas; la distancia á que se ballnn éstas de la
Metrópoli; la escatez de comunicaciones de Europa con aqué-
llas islas; el régimen sur picas, intolerante y anacrónico que
allá existe y que consagra la omnipotencia del clericalismo y
la dictadura militar — y en fin, los positivos esfuerzos que úl-
timamente se h*»n hecho en España, para que la opinión pú-
blica no fuera ílustri da respecto de las causas, el curso y
los incidentes délas últimas insurrecciones de nuestra gran
colonia asiática.
Estos esfuerzos han sido secundados por una asombrosa
ignorancia del estado de aquel pais, nna gran pasión contra
los insurrectos y un miedo, apenas concebible, de parte de
los gobernantes y de los elementos liberales de la Metró-
poli (1).
Por todo eso, á esta fecha, no sabemos bien si la insurrec-
(1) Abundan las pruebas: pero la última, y quizá más cor el oyen te,
la ofrcctD los coi fusoe é itteimirjíbles d« batea que tibie la cuestión
de Filipinas tuvieron efecto en el Gcrgreeo y el Secado, en les meses
de Majo y Judío de 1898. No bubo medio de averiguar lo que real-
mente había pasado en los aüos 96 á 98 en la grao colonia asiática, ni
siquiera lo que pasaba á fines del tegundo semestre de este último
afeo. El Gobierno excusó enérgicamente Ta ccmunicsción al Congreso
de las instrucciones politices dadas al capitán general. 6r. Angustí.
No se pudo conseguir que alguien, con car éter eficial, precísaselas
cendiciones refetv»dt>s del pacto de Banabiactc y rectificara lo que, en
daño dtl Gobierno ftpt no), publicaba teda la pierna deíurcpa. Yun
diputado liberal, el Sr. Alas, no pudo leer al Congreso, por los crecien*
tes rumores de este, la extraña representación que por aquel entonces
entregaron al stnor Presidente del Consejo de ministros Jos procurado*
res de las Ordenes monásticas de Filipinas. El empeño era nohiblar
de ello.
— 9*0 —
eión que capitaneó Aguinaldo ea 1896 y 97, estaba 6 ne
«oiooada, cuando oomensó la guerra de España ooa loa Ba-
tidos Unidos; ni cual toó el verdadero aloanoe del llamada
pacto de Btanabactó, concertado, mas ó m«mdjerp licitamen-
te, en 1897, por el Gobernador generalde Filipina*, Sr. Pri-
mo de Rivera, coa Aguinaldo y eos oompafieros; ni ai eafce
paoto ae cumplió en todoa aua eztremoa» 6 por el contrario
fué, como alega Aguinaldo, olvidado por las autoridades es-
pañolas» en parte muy considerable, por lo cual fué posible
que la insurrección tagala se reprodujese en Mayo del 898.
'Por análogos motivos ignoramos hasta hoy los termino*
del pacto que, el comodoro norteamericano Devev, directa-
mente ó por medio del Cónsul de los Estados Unidos ea
Hong-Kong, hiso con Aguinaldo, para que4 lo* tagalos
apoyasen la agresión americana contra Manila. Y no sabe-
mos más respecto de las excitaciones y los auxilios del Oo
bierno de Washington y del comodoro Dovey, á las tribus,
más ó menos civilizadas, de Filipinas, para que lucharan
contra España, y favorecieran á los americanos de un modo
tan decisivo, que, bien puede asegurarse que sin el apoyo da
los filipinos, la empresa do los yankees no hubiera pasa*
do de la fácil victoria de la bahía de Miuüa: victoria con*
seguida el 2 de Mayo do 1898, por barcos acorazados y de
gran potencia, contra la débil escuadra espadóla, de made-
ra, y oen cationes antiguos y casi inservibles. (1). Eso es
tan cierto, como que sin el auxilio de loa iusur reotos cabt-
nos, el ejército de Norte América no habría podido sostener
el sitio de Santiago .
La falta de los datos aludidos es de suma importancia para
apreciar bien, desde el panto de vista del Derecho Interna*
cional, la acción de los Estado* Uoiiosea Filipinas.
Siempre será nn argumento disfavorable al Gobierno es*
pañol la mera apariencia de que todos ó casi todos loa ele-
mentos indígenas de Filipinas apoyaran al extranjero, en la
guerra actual, rompiendo la hermosa tradición de aquél
país, cuya historia ofrece páginas tan fortificantes como la
referente á la expulsión de los ingleses de Manila, por el
oidor D. Simón Anda y 8alasar, casi con el solo oononrss
(l) Sobre tolo esto puede lame lo que ha publicado el periádfc»
La Publicidad de Barcelona ea Junio y Dioienabre do 1SSS y primer trt-
meetre de 1899. También paede coasaltatsaUmistetiaae^ikaatdmU*
4a Corito 4e Ultramar y que se publicó ea IBSS*
r
— 051 —
de los tagalos, en 1764. No se explica bien, que después de
300 afios de dominación española, puliera suceder eso, que
no pasó en América, á pesar del movimiento insurreccional
de Topac-Amaru, ea 1782, Y no digamos nada de la evi-
dente impotencia de las órdenes monásticas que se dabau
punto menos que como la única garantía del imperio espa-
ñol en el Archipió ago hispano asiático y contra Jas ou&
parece haberse hecho príncipemente la última insurrección
filipina. — Todo eso es muy triste y todo ello pide mucha ex
plioación.
Pero de mayor gravedad y más alcance seria el cargo
contra los americanos, de haber éstos utilizado en su favor el
alzamiento de tribus (aparte las fuerzas y los elementos en l
tos, dirigidos por Aguinaldo), que, apasionadas por varios
motivos y sobre todo, por el efecto natural de la luch
pusieran en tremendo peligro la vida de las gentes pacifí
cas de los paisas insurreccionados y los intereses defiaiti ■
tos de la civilización. En eate sentido, lo hecho por
norteamericanos (ó mejor dicho, lo que hasta ahora parece
que estos han heckoj en Filipinas, sale del circu'o de lo co-
nocido en Ja Historia y de lo tolerable á pueblos de repra
eentaoión en el orden internacional.
Desde el comienz) de la guerra hasta principios de Julio,
debió pasar algo entre los Gobiernos extranjeros y el espa-
ñol; pero la absoluta reserva de éste, hizo imposible que
se supiera por aquel entonces nada relativo á este par
ticnlar.
Nuestro Gobierno se negó á discutir en el Parlamento so-
bre el estado de nuestras relaciones exteriores, y en seguida
suspendió las garantías constitucionales en toda España,
sometiendo á la prensa á la previa censura, ejercida por
oficiales del ejército, que, según órdenes superiores, no per-
mitieron que se tratase de a*juel negocio, é impidieron qne
el país se apercibiera para cualquier desastre.
Ésto 86 debe relacionar con el pecado constante del Go
bierno de Madrid de no interesar á la opinión culta del
mondo, y sobre todo, á la de Europa, en la cuejtión ame-
ricana durante la crisis de 1898.
Al contrario de 2o que hizo el Gobierno norteamericano en
""65, cuando se planteó la cuestión del Alabama, los políti-
s españoles descuidaron totalmente la publicación de folle-
•s, libros y hojas en el extranjero, precisamente ouando s
re Europa influían, oon grandes exageraciones y errores
61
— 962 —
positivos, ana conocida Agencia telegráfica puesta al serví- »
ció de los intereses de Washington, y nn periódido yanta
de gran información, como el Berald, que se publica en Pa-
rís hace algunos años.
Esta pasividad ó esta negligencia debe ser comprendida
en el grnpo de los cargos que, con bastante fundamento,
hacen los adversarios del actual Gobierno español, el cual,
sin dada alguna, fué á la guerra con los Estados Unidos y
la sostuvo, en las condiciones más deplorables que pudiera
imaginarse. Tal censura es incomparablemente superior ala
que abora se anuncia y que dentro de poco se acentuará,,
respecto ala aceptación de la guerra; porque no es discuti-
ble ya, que ésta era inevitable y que la querían é imponían,
de todos modos, loa Estados Unidos.
Por incidencia, y muy incompletamente, se supo por aquel
entonces (y luego se ha comprobado) que, hacia el 20 de
Abril, el Presidente de la República Suiza invitó al Gobier-
no español á adherirse á los artículos adicionales de la Con-
vención de Ginebra de 20 de Octubre de 1 868, sobre la suer-
te de los militares heridos en campaña .El Gobierno de Ma-
drid convino en ello, el 25 de Abril, y supo, en 10 de Mayo,
por conducto del Gobierno suizo, que tambión se había ad-
herido el de Washington.
En 23 de Abril, España declaró caducados el Tratado de
Paz y Amistad de 27 de Octubre de 1795 con los Esta-
dos Unidos y el Protocolo de 12 de Enero de 1877; conce-
dió un plazo de cinco días á todos los buques norteamerica*
nos para que salieran de los puertos españoles, y proclamó
las reglas de la gueTra marítima, sancionadas por el Con-
greso de París de Abril de 1856, á pesar de que, como era
notorio, el Gobierno español no había aceptado hasta en-
tonces los acuerdos de aquel Congreso.
Añadió que, «manteniendo su derecho á conceder patentes
de corso, conforme á su reserva de 16 de Mayo de 1867»»
prescindía, por entonces, de este recurso extraordinario, li-
mitándose cá organizar, con buques de la marina mercante
española, un servicio de cruceros auxiliares de la marina mi-
litar, que cooperarían con ésta á las necesidades de la cam-
piña, y estarían sujetas al fuero y jurisdicción de la marina
de guerra». Afirmó el derecho de visita y de apresamieato
de los barcos enemigos por los de la marina real; definió el
contrabando de guerra y declaró piratas á los capitanes»
patronos y oficiales de buques que, no siendo norteamerica-
— 953 —
nos, 6 no siéndolo las dos terceras partes de su tripulación,
fuesen apresados ejerciendo actos de guerra contra España,
Para llevar á efecto todo esto, y singularmente el dere-
cho de visita, ee publicaron unas instrucciones, fechadas ec
24 de Abril de 1898, y comunicadas, junto con las decla-
raciones antes referidas, á los Gobiernos extranjeros, en 3
de Mayo del mismo año.
El 1 1 de este mes, los representantes de España en el
extranjero son requeridos por el Gobierno español para
que htgan saber A las Potencias amigas: 1.° que la ley
americana de 25 de Abril da efecto retroactivo á sus dispo
siciones, suponiendo existente el estado de guerra desde el 2 1
de aquel mes; 2.°, que antes del 25 de Abril habían sido
apresados, contra todo derecho, los barcos españoles Bue
nav entura, Pedro, Catalina, MiguelJover. Saturnina, Can
dila, Antonia, Sofia, Matilde y Cándida; y 3.°, qne el blo-
queo de la parte Norte de Cuba, comprendido entre Babia
Honda y Cárdenas y el del puerto <Je Üienfuegos, co eran
efectivos, como lo demostraban la entrada y salida de mu*
chos barcos españoles en aquellos puertos.
£n 6 de Junio los diplomáticos españoles informan á los
Gobiernos extranjeros de los bombardee? realizados por los
americanos, del uso indebido de la bandera española y de la
interrupción de los cables internacionales. Con tal motivo, el
Gabinete español invoca la doctrina generalmente admitida
en el mundo contemporáneo y principalmente la de los tra-
tadistas americanos como Dudley Field.
Nada se sabe de la acogida dispensada por les Gobiernos
europeos y americanos á éstas recomendaciones y protesta?.
Ignórase si la renuncia al corso fué discutida, siendo evi*
dente la ventaja que de ella reportaban los Estados Unidos,
ahora poderosos y superiores á España y que en 1856 y 60
se negaron á comprometerse á semejante renuncia, precisa-
mente por la inferioridad de su marina y de sus medios de
guerra. Es sabida la importancia que los corsarios dieren
á los Estados Unidos del Sur en la guerra da separación de
1861 á 65. También es evidente que el comercio del muedo
aprovechó la renuncia del corso por parte de España y
esto debía eer correspondido de alguna suerte.
En realidad, pareoe que, desde el mes de Abrí), Eépefia
uedó entregada completamente á sus propias y exclusivas
senas, y que el resto del mundo se dispuso á asistir como
taro espectador, á la tremenda lucha de aquella Nación ,
— 954 —
quebrantada y sorprendida por lossnoesos, con Ja poderos*
República norteamericana, amparada de las grande* inst-
rreociones de Cuba y de Filipinas, y fortificada tanto por &1
fraoaeo de laa negociaciones pacificas del mes de Abril /codo
por la actitud tímida, ouando no cobarde, de las mismo
P o tenoias desairadas por el Mensaje Mac Kin ley de 11 de
Abril de 1898.
Esta era la situación de las oosas al comentar el mas da
Julio de este último año.
Ahora procede examinar esos hechos á la luz de loa prin-
cipios y en relación, no ya sólo con loa intereses y la repre-
sentación de España, si que con el Derecho Internaoionat,
la representación de los grandes factores del mundo moder-
no, y el sentido de la civilización contemporánea.
Mejor dicho, ahora procede sacar ia lección aprovechable
que entraña el actual conflicto hispano americano.
r\
— 9S5 —
8
Es notorio que la actual guerra de los Estados Unidos
con España tiene un carácter espeoialisimo.
En primer lugar, es evidente que España no ha dado á la
República norte americana motivo ni pretexto de aquellos
que justificarían una declaración de guerra ó ana agresión
armada del género de las luchas ordinarias entre las nacio-
nes modernas. Antes por el contrario, Espeña ha extremado
sus deferencias á los Estados Unidos y ha excusado la toma
de raaón de algunos agravios de estos últimos.
También es evidente que el ataque moral y la agresión
material, en el conflicto presente, han partido de Norte Amé-
rica.
Y, en fin, no hay medio de excusar las terminantes decla-
raciones del Mensaje presidencial de Mac Einley de 11 de
Abril de 1898 y de los considerandos del bilí americano del
18 del propio mes y año.
En el curso de este trabajo se han señalado algunos actos
del Gobierno español censurados por sus adversarios como
maestras de debilidad. Antes del 6 de Diciembre de 1807,
se habla dado, entre otros casos, el del apresamiento del
barco filibustero Contpeiitor, con cuyo motivo se discutió
mucho si procedía ó no juagar militarmente á los tripulan-
tes y pasarlos ó no por las armas, conforme á las leyes de
Cuba y á las ordenanzas del ejercito español. Aquella gra-
ve dificultad se resolvió en favor de los Estados Unidos;
como en consideración á éstos fué luego indultado el cubano
Sanguily, preso y aun sentenciado, en la Habana, como reo
del delito de conspiración y rebelión.
Por esta cansa, y mediante la invocación, más ó menos
oportuna, del Tratado hispano-amerioano de 1795 y del Pro-
— 956 —
tocólo de 1877, fué en Cuba bastante frecuente la diferencia
de suerte délos compañeros de uoa misma parada ó una
misma expedición filibustera, según los prisionerrs hechos
por les españoles fueran norte amer i ranos 6 naturales de
Cuba, Y es de advertir que e beneficio reconocido 4 loa
primeros se extendió á cubanos de nacimiento! que para éste
ó muy parecido efecto, se habían nacionalizado en loa Es-
tados Unidos, mediante un abuso que hace poco, va deu un-
ció, oon toda solemnidad, al Congreso de Washington, el
Presidente Cleveland.
No menos gravedad tiene Ja relativa calma que el Go-
bierno espiñol demoró ante la sentencia dada por el Tri
bunal Supremo de Justicia americano, con motivo del alis-
tamiento del barco americano ílorm* destinado á favorecer
la rebelión cubana. Mediante aquel U sentencia se rectificó
el Acta americana de 18 ls que atdbuye ni Presidente de los
Estados Unidos, el derecho de impedir que en el territoro
de la Unión se preparen ataques contra naciones amigas.—
Ahora las autoridades amerioanas declararon que, para im-
pedir las expediciones filibusteras, era preciso que constara
el fin hostil de las mismas.
Con esto habría bastado para facilitar las expediciones
referidas; pero sobre toda otra coasideracióu estaba el
hecho verdaderamente eaoandaloso de que en Nueva Yoík,
en Fila el fia. en varias poblaciones de la Florida y hasta
en el mismo Washington, actuaban con toda libertad, los
comités directivos de la insurrección de Cuba
La no'a pasada por el Gobierna norteamericano al espa-
ñol, en 26 de Junio de 1897, protestando, en términos de una
gran violencia, contra los bandos y procedimientos del ge-
neral Weyler para reprimir la insurrección cubana y para
hacer efectiva la reconcentración de la población rurai, es
un documento poco compatible con el respeto debido á la io-
berania de España; sin embargo de \o cual, el Gobierno es
pañol se limitó, en 4 de Agosto del 97, á otra protesta bas-
tante suave, contra la viveza del titilo fskJ de la Nota de
Junio, á rectificar las exageraciones é inexactitudes de la
misma, á recordar los abasos v violencias que ee hicieron
en los mismos Estados Unidos durante la guena de separa»
ción y á afirmar que lo que á estos correspondía, dado el
Tratado de 1795, era impedir que en el territorio america-
no encontrase ayuda y hasta dirección Ja insurrección cuba
na, la cual, sin este apoyo, ilegítimo á todas luces, habría
f%
r
— 957 —
sido extinguida, mucho tiempo hada, por las armas de la
Metrópoli. El contraste de estas dos notas es palpable y pe-
noso para la susceptibilidad española.
Nada de lo antes expuesto, ni nada de lo que sucedió
desde el Mensaje de 1897, prodojo la menor violencia de
parte del Gobierno de Madrid.
No la produjo tampoco la amenaza de la intervención
armada con que el Presidente Mac Kinley termina aquel
Mensaje.
Ni provocaron protestas de difícil contestación, los íd -
sultos sin ejemplo, con que diputados y senadores ame-
ricanos, en sesiones solemnes» atacaron á España en 1897
y 98; ni el atropello de la bandera española por un grupo
de soldados de la milicia de Delaware; ni las declara i >
- nes de abierta hostilidad y franca provocaoión de algunas
legislaturas y algunos gobernadores de ciertos Estados de la
Unión.
España se redujo, ante todo esto, á reclama? de los Es-
tados Unidos que no protegieran la insurrección cubana .
Luego — ya se ha dicho — tuvo efecto la captura de un bar
co español por los de guerra norteamericanos, el 22 de
Abril, antes de haberse hecho la declaración de guerra.
En el Mensaje del Presidente Mac Kinley, fecha 1 1 de
Abril (es decir, el Mensaje en que se pide autorización y me *
dios para la intervención en Coba) se reconoce .terminan'
temante que * lapas y prosperidad de Ouba no estaba empa-
cada por discrepancias entre los Estados Unidos y España
ni manchada por la sangre de ciudadanos americano* Y
luego viene (con la afirmación resuelta de que se traU de
una intervención para que terminen las hostilidades en
Cuba y allí se instale cnn gobierno estable, capaz de man-
tener el orden y de cumplir las obligaciones internaciona-
les!) la precisión de los cuatro motivos deesa interven o ón.
No hay para qué repetir lo que se h* dicho del acuerdo
•del Congreso americano.
Pero si hay que insistir en la consideración de los moti-
vos expuestos por el Presidente Mac Kinley, para estimar
los en cuanto éstos pudieran determinar una guerra más ó
menos ordinaria, siempre fuera de las oondiciones particula-
rísimas de lo que se llama verdaderamente una intervención
internacional, en el supuesto de la interdependencia de
Jas Naciones oultas.
El Presidente norteamericano señala como causas del con-
— 958 —
flicto (aparte la canea de humanidad), jos perjuicios que la
guerra de Cuba producía al comercio ameikano, -la impo-
tencia del Gobierno español para proteger Ja vida y los ín-
ter eses de les americanos en Cuta. - Je a ga&tcs enormes que
impon Ja á loa Estados Unidos el imposible de evitar las ex-
Í mediciones filibusteras, á cuyo gravamen había que añadir
aa complicaciones y cuestiones irritantes que estos a*foer-
zca producían ó podían producir— y el peligro con atante de
qne los barcos americanos fuesen apresadas por ana marina
de guerra extranjera.
No hay por qué ni para qué negar Jo más ganancial de
los hechos antes aludidos, perotartbién es inexcusable po-
ner al lado de su reconocimiento otros datos que reducen
tanto su alcance, para los efectos de que aquí ee trata, que
en ocasiones les quitan toda importancia.
Porque, primeramente, hay que tener en cuenta que los
efecfcts de las guerras en el comercio de los neutrales son
coia corriente y que á nadie hasta chora se le ha ocurrido
alegar como una causa decisiva para que cualquiera de
las naciones neutrales declare á mi vez la guerra al pala, ya
afligido por la lucha que se verifica en en interior, ó que
tiene que sostener contra otro pueblo. Cierto que el comer-
cio de los Estados Unidos con Cuba ha baj .do más de un
70 por 100, después de haber revíB ; ido una importancia ex-
cepcional, pues que mes del 80 por 100 de la producción de
Cuba se colocaba fácilmente en el mercido norteamericano.
Pero de ninguna suerte, esta desgracia es exclusiva de los
Estados Unidos.
Igual consideración tiene qne oponerse al argumento
relativo á las pérdidas que los norte-americanos experimen-
taron en Cuba por efecto de ia guerra. Son la* mismas que
experimentare n los demás extranjeros y los españolea penin
su ares y criollos, habitantes de la grande /intilla* T «de
mas son las corrientes crómame enloda guerra civil, i
cuyos rigores y peripecias se someten los extranjeros que se
deciden, por motivos de pura conveniencia particular, y
per su ubérrima voluntad, á eflttbleaerae en un país n
trafio*
Menos exaoto, todavía, aparece el Presidente Mac Kinley
cuando habla de los esfuerzos qne el Gobierno uorteameri*
cano tenia que haoer para lograr el imposible (según el P'
Bidente) de evitar las expediciones filibusteras.
Que esto último no fué asi, lo sabe todo el mued
— 959 — .
fíüce ociosa teda argumentación el hecho evidente de que
cu Jas ciudades norteamericanas se hallaba establecido el
vfrdadtrc Gi biemo de lobimurreotos cubanos, el cual, como
loe mismos Presidentes de les Este dos Unidos han declara-
do, do ha podido constituirse de un- modo estable en nin-
guna pedición — ni ann sitio determinado — de la isla de
Cuba, En Codo caso» la sentencia antes aludida sobre el caso
del Fertat en relación con el Acta de neutralidad de 1818,
suple todos los razonamientos; porque es indiscutible que
mediante aquella doctrina no hay posibilidad de impedir ex*
pedición alguna filibustera de los puertos norteamericanos.
Efeto sin contar ja con la probable negligencia de los fun-
cionarios j úbJiccs de los Estados Unidos, calurosos simpa*
tizidf res de la insurrección cubana ya con las declaraciones
cfieiuifs de muchos Estados particulares de la República en
favor de los cubanos insurrectos.
Be modo que no se puede hablar en serio de la corrección
norte americana en el punto de que ahora se trata. No hay
nadie en el mundo, fuera del Presidente Mao Kinley, que
discuta siquiera este punto. De sobra ee explican sobre él to-
dos los jeiiódicos politices y todas las revistas de Derecho
internacional de nuestros días.
Pero esto significa algo más que la vacuidad del argu-
mento norteamericano: esto constituye un argumento en
contra del Gobierno de los Estados Unidos y de su tesis
refteclo de les motives particulares de la gre ra. Pues
claro 10 que ¡ara que tengan algún valor las protestas de
ks nortsamencanes respecto de los perjuicios que les traía
la guerra de Cuba, es absolutamente indispensable que los
protestantes lo tuvieran la menor culpa ni en la iniciación
ni en el sostenimiento, ni en el desarrollo deesa guerra. Y
resulta todo lo contrarío.
Esto antes de 1897, porque despuéf», como ee ha explica-
do en otraparfe y volverá á comentarse más tarde la iu fluen-
cia del Gobierno de los Estados Unidos eu la continuación
de la ií surrección agonizante fué tal, que bien puede ase-
gurarse que á ella se defr¿, sobretodo, que la guerra cuba-
na no terminase en los primeros meses de 1 898. No hay meio
dio de rectificar lo que es de dominio ¿ ikblico; lo que se sabe
perfectamente en todo el mundo; lo que era materia de la
conversación diaria de cuantas personas discurrían sobre
«stos particulares en el Capitolio de Washington y en la»
calles de Nueva Tork.
— 960 —
En reamen, para que los argumentos ahora discutidos
tu vienen alguna faena era preciso que loa malas de que el
Presidente Mao Kinley se queja, fueran privativos de Jos
norteamericanos y luego, que en Ja producción y sosteni-
miento de esos males, no cupiera la menor parte á loa Esta-
dos Unidos. Ni lo uno ni lo otro es cierto.
Verdad que el Gobierno norteamericano ha insistido mu-
cho en la observación de que las leyes y las prácticas de
la República no permitían la adopción de ciertas medidas
para impedir la supuesta ó verdadera cooperación áñ loe
norteamericanos en la insurrección cubana. Pero, aun dando
por cierto que el Aota de neutralidad de 1813 (interpretada
ahora de muy distinta manera á como ae entendió para de-
cretarla, después de la segunda guerra con ladran Bretaña,
y da graves rodamientos con Francia) no consentía Lo que
el Gtabierno español solicitaba ea términos da ana modes-
tia incomparable, hay que estimar otros dos argumentos de
positiva faena.
El primero, ya indioado ea el curso de este trabaja, es
la imposibilidad racional y jurídica de admitir el absoluta de*
re 3 no de un pueblo que pretende figurar en la sociedad in-
ternacional, para establecer, por su exclusiva cuenta y en
absoluta autoridad, las oondioione* del respeto debido á la
soberanía é independencia de las demás naciones* 8i este úl-
timo error prosperase no habría neutralidad ni pai posibles.
Cada Nación se fijaría libremente loa limites de la conside-
ración debida al poder extranjero y todas las reclamaciones
hechas por éste, en vista de una neutralidad d adosa ó falta,
serían re. hatadas con el argumento de que las lepes de la
Nación requerida consentían á los ciudadanos de éita una
gran libertad para perjudicar al estrafko. Es decir, el mis*
mo argumento que palpita en el fondo de las replicas dadas
ahora pur el Gobierno norte amerioauo á las reclamaciones
españolas.
Pero ademas hay otra razón que destruye totalmente
esta pretensión norteamericana, que, por otra, parte se har-
moniza bastante con la reciente tendencia de machoi politi-
ces de le? Estados Unidos, no sólo á mantener cierta origi-
nalidad en lo que podía llamarse su Dereaho Internacional,
sino á imponerlo á los demás Gobiernos del Alnado,
Esa razón es la experiencia de 1861-73; Loque los propios
Estados Unidos pretendieron y sostuvieran respecto de la
neutralidad y de las oonsiieraciouea debidas a los iasur/es-
— 961 —
tos confederados y al Gobierno de Washington con motivo
de la famosa guerra separatista del Sar.
Es bien sabido que dorante aquella guerra se construye-
ron en loe puertos de la Gran Bretaña, por particulares des-
ligados de todo vinculo con el Gobierno inglés, algunos bar-
coa destinados á loe Budistas y que ya en plena mar ó sobre
las costas norteamericanas, destruyeron muchos barcos de
la marina federal. El Gobierno de Washington protestó
calurosamente y aun exageró sus pretensiones respecto á 1»
neutralidad en términos no corrientes conforme á los pre-
ceptos de la neutralidad armada de fio es del siglo pasado
y á lo convenido en el Congreso de París de 1856, que era
la legislación de Ja 6 poca. Inglaterra (que sobre estos parti-
culares siempre se mostró muy reservada, hasta el punto de
no suscribir buena parte de los conciertos vigentes en todo
el mondo) opuso viva resistencia á las reclamaciones norte -
americanas, aun cuando, á decir verdad, nunca los diploma*
ticos británicos llegaron á la franqueza con que los ameri-
canos de hoy tratan de emanciparse de los deberes ordina-
rios de la neutralidad entendida por el comúo de los morta-
les. Los debates de Inglaterra y los Estados Unidos oonti- ,
nuaron por mucho tiempo y en ocasiones revistieron forma*
nada agradables.
£1 resultado fué. primeramente, el Tratado de Washington
de & de Mayo de 1871, por el cual las Potencias contratan-
tes sometieron hus dificultades á un tribunal de arbitros que
se había de reunir en Ginebra, para resolveren vista de tres
reglas que se consignaron en el Tratado y se conocen en Ja
Historia contemporánea, con el nombre de las Regias de
Washington. Por ellas un estado neutro está ob'igado á im-
pedir á los beligerantes que se sirvan de sus puertos ó de
eus aguas, jara aumentar ó lenovar provisiones milita-
res y armas, asi como para reclutar soldados. También
está obligado a emplear toda la vigilancia posible en sos
propios puertos y en sus aguas y respecto á todas las perso-
nas que vivan dentro de su jurisdioión, para impedir toda
vio'ación de las obligaciones y los deberes señalados en el
Tratado, Por efecto de este acuerdo se verificaron las sesio
nes del tribunal en Ginebra en 1872, saliendo de allí grue-
sas indemnizaciones que tuvo que pagar Inglaterra, por cau-
sa de la pérdida de baroos americanos como el Alabama,
el Florida, el Oreto y otros, á bastantes particulares de loe
atados Unidos» perjudicados por la desconsideración conque
n
— 962 —
Inglaterra habla tratado la practica general de neutralidad
de todo «1 mondo caito.
Sobre estos extremos es de obleada consulta el libro que
Mr . Caleb-Cushing (uno de los arbitrios nombrados por
los Estados Unidos) publicó en 1S74 con el título de £1
Tratado de Washington. Ese libroes el resumen de todas las
coi testaciones que*, hora pnede dar Fs¡rt»fUt y en general,
por todos los defensores del Derecho internacional, a tai
argumentos del presidente Mac Kinlef.
Fero todavía, en honor del potólo de los Estados Unidos
y de la cansa de la Justicia uo i versal» que está muy por cima
de Jas pasiones del momento y los exclusivismos de raza y
de fronteras, es dable invocar contra las exageraciones y
los sofismas dé que ahora se trata, el testimonio de otro
ilustre norteamericano, de Mr, £.J. fhefpe, antiguo re-
} i ventante délos Estados Unid h de América en Londres
y una verdadera autoridad en materias de Derecho inter-
nacional.
Mr. Phelps, como algunos otros publicistas, senadores y
catedráticos norteamenicanos, han protestado ahora caluro*
jámente contra la guerra de España y loa astados Unidos,
del mismo con que el grao Lincoln protestó contra la con
ducta que en su tiempo observó el Gobierno norteamenica-
no respecto á México y Texas, y como Mferson y Monroe
censuraron los atropellos preparados ó realiaadoi sobre La
Florida antes de ser adquirida esta por los americanos
mediante el Tratado hispanoamericano de 1819 y antea de
iniciar Monroe los tratos pacificas con los indios ribereños
del Missisipe.
El respetable diplomático de quien ahora me ocupo publi-
có, en 28 de Marco de 1898, una carta abierta dirigida á
Mr. LeviP. Morton, ex vi ce- presidente de ía República
con el titu'.o de La Intervención en Cuba, De esta aubstan*
ctosa carta, son los párrafos siguiente?:
«El género humano, aleccionado por la etpeneocia, ha convenido —
jfi munlo no puede permitir qae este acuerdo sea reohaiedo— qae
ning-ón motivo, como no 8«a la defensa de los intereses materiales d«
una nación 6 de &u honra, que es el mía excelso de los intereses, puede
justificar la intervención violenta en loe aauntos de otra nación cor *•
coa! «e esta en peí.
La mediscióa 6 la ayada amistosa puede siempre ofrecerse, v pu<
aeef urla ó declinarla el Gobierno á quien se ofrece; pero una *e-
— 963 —
chazada, t do intento de intervención armada es un crimen, cajas tris-
tea y aciagas consecuencias están demostradas en mochis páginas de le
historia. Y esto tiene aplicación especial, sobre todo si se trata de in-
tervenir en apoyo de ana rebelión armada contra otro Gobierno par
sus ciudadanos.
La idea do que esta nación, ú otra alguna, esté justificada para
arrogarse U supervisión moral ó política en los asantes de sus vecinos
j pira enmendar ó corregir por la invasión armada los defectos ó fal-
tas de «us inití Luciónos 6 los errores de su gobierno, ó bien para ejer
car la caridad por 1a fuerza, es inadmisible en absoluto é infinitamente
perniciosa.
A la lot de estas consideraciones investiguemos qué motivos se ale-
gan para pretender que debemos intervenir en los asuntos de España
sn 1* isla da Cuba y precissmente lo que vendríi á significar la «in-
tervecoion.>
España es y ba sido siempre una nación amiga. El agitador que más
industriosamente bosque la guerra no ba podido encotrar en ninguna
historia , desde que América quedó abierta á nuestra actividad, gracias
á Cristóbal Colón, ningún motivo de querella entre ambas. España ni
nos ha atacado, ni se propone atacarnos, ni tiene los medios para ello.
Ha tnaníefestado, por el contrario, el más vivo deseo y ha hscho todos
tos esfuerzas para evitar hostilidades que seríaa pira ella, y lo sabe
bien, c Llsmitoaai, Combate España una rebelión cont'a su'autoridad en
Cuba, que haca tiempo huVen terminado por agotamiento de no haber
estado apoyada yaiimenlada por expedidores cocticuas desde este
país, en violación de nuestras ?eyes de neutralidad y de los deberes
que los tí atados nos impone. Cierto que este Gobierno no ha favoreci-
do las expediciones; qus ha hecho algunos esfuerzos para puprimirlas,
sinceros sin duda, pero ineficaces siempre, empleando al efecto algua-
ciles federales que de ordinario han llegado á los muelles de donde
salían los burcoe* después de haber zarpado éstos. Con una vigésima
parte de las fuerzas marítimas para reunir las cuales revolvemos hoy
el ntun^o, y que destinamos «á fines de defensa nacional,» hubiéramos
pedido cegar la única fuente de donde hn recibido la rebelión los re-
cursos que la han permitido vivir.
Alguuúg de los que abogan por la guerra sostienen que debe hacerse
á España responsable por la pérdida del Main» tenga ó no 1» culpe
de ella, Es d ficil que puedan sustentar esta proposición, porque man
cuando el desastre se debiese á la negligencia de España, sería incues-
tionable su leuponsabilidal. ¿No se les ocurre á esos señores que la
regla qoe invocan sería aplicable á ambos aspectos del caso? Si España
ha de garantizar la seguridad de nuestros buques en sus puertos, tea-
ga ó no tenga ella la culpa de lo que sobrevenga, entonces nosotros,
— 964 —
saldrán de nuestros puertos expediciones armadas que vajtn á *tbv#r
tir á su gobierno. Y si en un caso la negligencia implica Faenonaabi-
Jidad, debe implicarla en el otro.
Nosotros cobramos á la Gran Bretaña quince millón es de peí» por
las depredaciones del Alabama, que sólo había sido construido, pero
no equipado, armado ó tripulado en aquel paía; y al eligir este cabro
nos fundamos en que el gotierno ingles no había ejercido debida vi-
gilancia para impedir que zarpara el buque. ¿Hay quien dolo da que
podría presentarse un alégalo aún mas poderoio de negligencia coalla
nuestro gobierno, ante un tribunal de arbitraje, con motiva de sata
expediciones?
En esta contienda entre España y sus subditos rebeldes, sin consi-
derar para nada los méritos de la misma y concediendo k loa insurrec-
tos todas las virtudes que se supone acompañan & una rebelión costa
un Gobierno constituido. . . excepto cuando este Gobierno es el nues-
tro, ¿existe, en primer lugar, algún interés de nuestra parte qne jai-
tifique la intervención por derecho de propia de te ras V
Invocóse al.'principio, para cohonestar esta ingerencia, la interrupción
que infria el comercio americano; pero ya se ha abandonad* preten-
sión semejante. Es cosa de sobra establecida para que pueda discutirte
que los inconvenientes y pérdidas sufridas por el comercio de los Bstst
dos neutrales cuando existe guerra, aun siendo á menudo considera-
bles, no constituyen motivo lícito para la intetvención, y hay que so-
brellevarlos. Kn este respecto la airan Bretaña ha perdido mucho wat
que nosotros.
Cuando en la guerra civil los puertos del Sor fueron bloqueados por
las escuadras federales, sufrió grandes-pérdidas el comer ¿io de otras
□aciones, especialmente tratándose de un artículo tan importante como
el algodón, Y sin embargo, las naciones perjuiicadas no hicieron por
ello la menor indicación de ingerencia, ni se la hubiéramos tolerado.
Debe, pues, reconocerse, y todo el mundo lo reconoce, excepto loa pt¡
riódicos interesados, que nc estamos en la necesidad de propia defensa
contra España, ni tenemos derecho alguno á vindicar agravios qne nts
den títulos i interponer nuestras armas en pro de la rebelión cubaos.
£1 terreno en que finalmente ss han colocado los que predicas la
agresión, es que debemos ir á la gusrra por humanidad, Pero siempre
ee supuso qae la humanidad era precisamente una de las principal*»
razones para evitar la guerra, y que de ningún modo pneda servirse
mejor los intereses de la humanidad.
Oitrlo que el derecho internacional reconoce como única y rara
excepción de la regla que hemos mencionado respecto de la interves-
por idénticas razones, debemos garantizarla de que no se equiparan j
cTóa, que una nación puede intervenir coando se hace absolutamente
— *»5 —
necesario impedir do a matanza injustificada 6 ultrajes monstruoso*
eu Qtro pala; peí o esta excepción, que sólo rarísimas veces se ha invo-
cado para proceder, sólo es aplicable en casos extremos y clarísimos
jno tiene a plica ción al caso presente.»
Hasta aquí Mr. Phelps. Ahora, pongamos á un lado
los supuestos motives directos y ordinarios de ia guerra
que discutimos, y volvamos la vista á la causa primera de-
las expuestas por Mr. Mao Kinley. Examinemos esto con
calma y calculando todo el alcance del nuevo problema.
n
— 966 --
9
Al tomar este nuevo panto de vista! nos colócanos frente
á una intervención internacional, en su forma mis acento*-
da, más violenta.
De modo que no se trata de una cuestión particular y da
conocido alcance de España y los Estados Unidos. Aun-
que no complicaran el negocio otros intereses y otras causas,
con lo dicho basta para asegurar que tenemos delante un
problema de Derecho internacional.
Pero en el caso concreto á que se refisre este trabajo, pro
cede preguntar: 1. — ¿Habí* motivos, ea Cuba, para una in-
tervención extranjera? — 2. Caso afirmativo ¿podían reali*
zairla los Estados Uaidoa? — 3. En el supuesto favore.bh
¿era iioito realizar esa intervención del modo coa que se ha
hecho?
Para discutir cualquiera de estos puatos es preciso coasi-
derar antes y por breves momentos, la doctrina y las prác-
ticas más generalizadas en nuestros dias respecto del parti-
cular gravísimo de la intervención. L? justifican, da una
parte, la necesidad de estimar esta cuestión á U luz da las
principios y prescindí indo de los intereses personales y de
las simpatías que pueda inspirar cada uno de les pneblos
interesados en el actual conflicto hispano armne *no -y de
otro lado, el error que, con tanta arrogan oía como ínsistenoii .
vienen propalando desde los comienzos da la actual guerra,
la casi totalidad de nuestros oradores f nuestros periódicos,
respecto del alcance de la soberanía de ios pueblos y el
«septo de la independencia de las naciones.
Importa precisar bien esto, porque como no se trata d*
— 967 —
"blemas de política interior en coja resolución solo influye la
voluntad de los españoles, las equivocaciones en que ¿atoa
incurran de ninguna suerte han de ser compartidas por el
resto del mundo. Por tanto, las fatales consecuencias del
error patriótico las soportaremos solo los que vivimos y pa-
decernos en España.
Veamos, pues, las cosas desde alto.
£s muy singular el cambio que en las opiniones ise ha
operado respecto del particular de la intervención, en todo
el curso del siglo actual.
En su primera mitad, los partidarios de la intervención
internacional son, por lo oomúu, los defensores de las
opiniones más conservadoras. Las cancillerías y los políti-
cos de las Monarquías absolutas la patrocinaban de un
modo resuelto contra la tendencia liberal representada en
Europa por Inglaterra y en América por los Estados Unidos.
Los publicistas italianos la prodigaban las más acres cen-
suras y el Papa, en su Encíclica de 8 de Diciembre de 1864,
— proposición 62 del Syllabus errorum— declara error lo
signiente: tProcIamandum est et observandum principium
quod vocat de non tnterventum.*
En rigor, la política de la intervención la iniciaron, en la
Edad contemporánea, los partidarios de la solución tradi-
cionalista monárquica. Asi lo demuestran la deolaraoióa he-
cha en 27 de Agosto de 1791 por loa aliados de Pilnit con-
tra la Revolución francesa, el ultimátum análogo de Austria
de 1792, y la proclama prusiana fi rauda, á instancia de
los emigrados franceses, por el daque de Brunsviok, en 7
de Junio de 1792. Hasta 19 de Noviembre de este año, no
contestó la Convención declarando que Franoia concedería
fraternidad y socorro á todos los pueblos que quisieran re-
cobrar su libertad.
La misma Inglaterra, por el Tratado de 20 de No-
viembre del año quince, se comprometió con las demás Po-
tencias europeas que habían dado al traste oon N apoleón
y restablecido el antiguo orden de cosas, á sostener óste y
«un á celebrar, por medio de sus representantes, reuniones
periódioas con los representantes de las demás naciones del
centro de Europa cpara la atención de los grandes i a te rejas
oo muñes. >
Pero, por el transcurso del tiempo, las situaciones varia-
ron. Inglaterra, á partir de 1821 y del despacho de lord
Castlereagh, tomó una actitud opuesta. Y más tarde, Ingla-
62
— UB —
tena lect.ficó esta iritma disposición interviniendo activa-
mente en tede a loa negocios orientales, asi coso en loa de
España é Italia.
Es notorio qne en estes últimos 40 años, loa mayores
partidarios de la intervención internacional han aido loa
liberales.
£sta contradicción se explica bien per el cambio gene-
ral de la dirección política de Europa. A los comiansta
del siglo, la fuerza cataba de parte de los alementaa tradi-
cionalietas y la intervención se recomendaba y ae hada,
para impedir el advenimiento de laa nnevas ideas ó para
restaurar el antiguo iégimen. Después, la intervención aa
ha recomendado por motivos y en sentido perfectamente
opuestos.
Peto sobre tedo esto se bailan los últimos progresos y el
sentido total del Derecho júblico contemporáneo, acusado
por las tres grandes y de minantes tendencias del Derecho
internacional.
De ellas, la primera ea la que tiene por fin determinar el
concepto de la Nación, que no ea un hacho arbitrario y pa-
sajero, sino que exige condiciones de regularidad, perma-
nencia, suficiencia, responsabilidad y, en una palabra, per*
icnalidad, dentro del cuadro general dolos pueblos caltas
qte constituyen hoy la forma wparior positiva da la eoaV
dad hurjDina. Laa declaracior.ee de lea Ccsgresos do Berlín
de I&7B y 18*5 sobre el Ccngo y la cuestión de Orionrt
ecn de un valor decisivo en esta mataría.
La Etgunda tendencia ae determina an ol aentído do Sit;
recer y acelerar la constitución do la S$ci$iai di las JVa-
cwna; ee decir, algo superior 4 Ja nacionalidad moderna
que ja es un progreso extraordinario sobre la Ciudad an-
tigua y el exclusivismo local de la Idad Media, asi oomo
algo más preciso y práctico que la Cristiandad me-
dioeval. Por tal motivo se han fysadolas puertas do Ja
Cfcirj» y el Japón, y destruido el aislamiento del Pferagwy,
y asegundo la libertad de los maros y los ríos, y seta
bleoido los Cengresos internacionales, cuyo acceso se
generaííiando de dia en día, do modo que ya no os una
nota carácter iatica do los miamos ni ol carácter religic
ni la forma política, ni la condición étnica ni la raióa geo-
gráfica.
La tercera tendencia tiene per finconaagrar los injejeoes
«eenoialts y fundamentales (fe la civil ilación contemporánea
— 969 —
(y entre ellos, principalmente, los derechos naturales é ina-
lienables de la personalidad humana y la regularidad y per-
manencia de la entidad nacional) poniéndolos fuera do loe
compromisos y las estrecheces de las fronteras, las raías,
las religiones y las familias, para darles por garantía la
sanción colectiva de todas las naciones cultas. A esta ten-
dencia responden los protectorados contemporáneo*, las
conferencias internacionales sobre la guerra, los tratado*
de extradición, la constitución del Centro de servicios in-
ternacionales de Suiza, la freouente reunión de los gran-
des Congresos diplomáticos que han variado la organiza-
ción de Europa á partir de los Tratados de 1815, los cada
vea más felices ensa>os de codificación del Derecho in-
ternacional privado y la aspiración — cada ves más acentua-
da— de dar carácter permanente al arbitraje internacional.
Y á esta última tendencia también responden las fre-
cuentes intervenciones pacificas ó armadas Se los pueblos
directores en los pueblos atrasados ó perturbados; inter-
venciones que no hay que confundir con la guerra provo-
cada por motivos particulares ni con la conquista realizada
con tales ó cuales pretextos, pero ya fuera del cuadro de las
declaraciones solemnes del mundo civilizado .
La intervención se ha realizado, dentro de lo qne va de
siglo, de diversas maneras. En primer lugar se ha hecho
mediante una gestión más ó menos decidida del Gobierno
interventor sobre el Gobierno de la naoión intervenida,
pero gestión de carácter diplomático y á lo sumo fortaleci-
da ó secundada por una demostración militar. Vervi gra-
tia; por la preparación de un ejército invasor ó por la pre-
sencia de algunos barcos de guerra en determinados puer-
tos de la nación requerida ó amenizada. En ocasiones esta
demostración ha llegado al extremo de que el Gobierno in-
terventor haya hecho desembarcar gente armada de sas bu-
ques para garantizar momentáneamente la vida desús sub-
ditos.
Otra manera de intervenir es por medio de la fuerza ar-
mada, ya de modo sistemático y amplio, pero siempre con
carácter pasajero. La nota es de importancia, porque si la
intervención y la ocupación consiguiente de las oiudades
y las fortalezas del país intervenido son duraderas, la inter-
vención se convierte en nna especie de protectorado, el
cual puede ser irregular como el de Egipto ó definitivo y
permanente como el de Túnez.
r
- 970 —
La intervención de esta última oíase (ee decir, la inter-
vención armada coa carácter pasajero) puede verificar»
por demanda y en apoyo del Gobierno del país intervenido:
por solicitad y en apoyo de elementos contrarios á aquél
Gobierno ó por iniciativa del Gobierno interventor en para
consideración á sus nacionales y sas protegidos y á despe-
cho ó sin cuidarse de los elementos del país intervenido.
Ejemplos de lo primero son la intervención de Francia é
Inglaterra, formando la cuádrnpe alianza, en los negocios
de España y Portugal y á favor de la cansa constitucional,
en 1834; la intervención de España en Portugal en 1847 á
favor de la reina María y contra los miguelistas, y la de
Rusia en 1849, en favor de los austríacos contra la Revoló-
; n húngara. Ejemplos de lo segando son la intervención
de Francia, Inglaterra y Rusia en 1826 y 27 en favor de lo»
griegos sublevados contra Tarquia; la del Brasil, el üi
guay y el Paraguay en 1851, contra el tirano Rosas de Be
nos Aires; la de Francia contra el Gobierno revolucionario
de Roma en 1848 ó contra Inglaterra y en favor de los Esta-
dos Unidos en 1778. Ejemplos de la tercera clase de inter-
vención son la de las Potencias europeas en Siria en 1860 y
la de Kspaña, Francia é Inglaterra en México en 18GL
No pretendo dar la lista de todas las Ínter reaciones, bí
mucho menos. Hago unas citas por vía de ejemplo. Convie-
ne establecer esta salvedad, tanto porque el número de 1m
intervenciones realiíadas dentro del siglo corriente es mnj
considerable, cnanto porque no sería fácil claaiñ carias en
tres ó cuatro grupos, como sería necesario para faraiaf
sobre todas ellas un juicio de golpe y primera intención*
También conviene mucho distinguir respecto de las diver-
sas maneras de prestar apoyo á ios partidos de la nación in-
tervenida oontra el Gobierno de Ó3ta misma, tiste panto h*
revestido últimamente mucha importancia con motivo de 1»
cuestiones americanas. Con referencia á este particular se h%
discutido si el reconocimiento de la beligerancia de los in-
surrectos en la guerra separatista de los Estados Unidos ei*
ana intervención europea en la República norteamericana*
La opinión de los tratadistas y las cancillerías e j contradi
i este supuesto, inclinándose en cambio á creer que es na
modo de intervenir el reconocimiento terminante de la ind*
pendencia de ana región sublevada contra el Gobierno ii
todo el país del cual formaba parte aquella región. EíW
ponto ha vuelto i ser tratado recientísimamente con motivo
— 971 —
de las proposiciones heohas por síganos senadores nor-
teamericanos en favor de los insurrectos de Coba.
Las meras indicaciones que acabo de hacer, demuestran
y abonan, en primer término, mi salvedad, muy contraria al
supuesto corriente entre los políticos españoles, respecto al
derecho de los Poderes públicos de nn Estado para ha-
cer en estelo que bien les parezca, sin consideración 4 las
demás naciones; y luego, que en la base de la actual distri-
bución política y organiaación del mundo entra muy princi-
£ tímente esa intervención que casi todos nuestros perió-
008 dan por desacreditada y universal mente combatida.
Sobre este último punto no hay más que fijarse en lo
que han sido y lo que son, en nuestra época, la Cuestión de
Oriente y la Cuestión de Italia. Aquélla, en sus tres fases de
cuestión de Oreoia, cuestión de Egipto y cuestión del Danu-
bio. Esta, en an doble aspecto del problema de la unidad de
Italia y de la cuestión del poder temporal de los Papas.
Todo eso constituye el grupo de las mayores preocu-
paciones y los problemas fundamentales de la política in-
ternacional positiva del mundo europeo contemporáneo;
problemas todos tratados, complicados ó resueltos por la in-
tervención.
Luego, ha venido otra tercer cuestión general ó uni-
versal, que es la Cuestión americana, planteada alrededor
del famoso Mensaje del Presidente Monroe en 1823 y des-
envuelta en los Mensajes de Po)k de 1854 y de Johnson de
1864, en las negociaciones de 1848, 52 y 70 sobre la adqui-
sición de Cuba por los Estados Unidos, en el Congreso pan-
americano de Washington de 1890, en la campaña de
Blaine y en los incidentes del conflicto anglo venesolano de
1895, para llegar á la actual guerra de España y los Esta-
dos Unidos.
Pero sobre que la Cuestión americana no es todavía
un problema resuelto ni quizá á punto de resolverse, sus da-
tos reviaten, hasta ahora, solo el carácter de parciales y por
la reserva que las Potencias europeas y ]a generalidad de
los americanos, han opuesto á los empeños y la doctrina
de los Estados Unidos de América, de ninguna suerte pue-
den ser esa doctrina y esos empeños invocados como su-
puesto definitivo del Derecho internacional contemporáneo.
Hay, pues, que fijarse en datos inexcusables de la vida
internacional de nuestros días. Y entre esos datos figuran en
primer término, los de la Cuestión de Oriente, tanto por el
— 972 —
alcance y la generalidad que esta Cuestión ha revestido y
reviste, cuanto por la mis 6 menos positiva analogía que
puedan ofrecer algunos de sns incidentes con la actual
Cuestión de Cuba. Al menos, desde el pnnto de vista ame-
ricano, y para fundamentar la intervención armada de loa
Estados Unidos en la grande Antilla, por causa dehumani
dad 6 interés del Derecho publico universal.
De lo que he dicho ó supuesto, resulta claro que no niego
que son posibles y licitas las intervenciones , aun en casos en
que la conducta de las naciones intervenidas no perjudica
directa y ex ilusivamente á los intereses y los derechos ds
los interventores.
Pero tanto de la teoría que abona esa intervención, amo
de las intervenciones realiaadas en lo que va de siglo, as
deduce algo más que el mero derecho de intervenir.
Porque no basta esto para que una intervención sea
legítima y, por lo menos, merezca la consideración y el res*
peto de las gentes cultas.
Ea también indispensable la justa apropiación de loé me*
dios empleados por el interventor al fin general que éste per-
sigue— y que la intervención no se resuelva ea provecho
particular de éste — y que su determinación do sea el efecto
del capricho, la pasión ó la preocupación del que in-
terviene— y en último término, que la intervención y
ene efectos resulten garan tinados por *1 voto ó la acción de
los demás pueblos directores del mundo civilizado; ea decir
de las grandes entidades y los faoteres responsables de í*
gran Sociedad de las Naciones.
De no darse estas condiciones, elaro se esta que la inter-
vención es un modo, más ó menos disfraitdo, de la antigua
conquista y que á prosperar la doctrina contraria, las na-
ciones pequeñas ó débiles estarían completamente a merced
del humor, las conveniencias ó las ambiciones de los Esta-
dos poderosos.
Sin dada no han llegado los tiempos en que estas ú'timu
causas desaparecen del cuadro de la política internan j-
nal; pero, sobre ser evidentes las tendencias i suprimirlas j
los éxitos que, en este sentido, se han logrado en los ultimen
Cincuenta años, de todos modos, es indipenaable no coesí g-
tir que la violencia se ^explique por el derecho y que confun-
diéndose los motivos de ciertos actos de fuerza, medren el
espíritu de conquista y la satisfacción de las mis bruta*
les concupiscencias, al amparo de los prestigios de la d-
j
— 973 —
vilixaoión y mediante protestas da generosidad y oultura
que, machas veces, oonsigaea Telar un tanto la grosería y
maldad de los hechos.
Por esto no pnede ser aplaudida la intervención que con-
tribuye & aumentar las perturbaciones de la nación interve-
nida 6 que utiliza, para si éxito, las violencias de tribus in-
cultas, lanzidas sobre Gobiernos comprometidos por la re*
belión de sus subditos. Del propio modo, no es admisible la
intervención violenta y armada, sin que antes se apuren te*
dos los medios pacíficos. T por lo mismo es una tendencia
cada ves más pujante la de que las intervenciones no Be rea-
licen por na solo Gobierno, y por las propias y exclusivas
declaraciones y gestiones de éste, asi oomo que una vez reali-
zada la intervención, sus resultados, definitivos no queden 4
merced del interventor, por grandes que apareaban su des-
interés, su cultura y su poder.
Con todo lo expuesto se relacionan los progresos que en
otros órdenes, más ó menos análogos al de la intervención
internacional, se han verificado en el Darecho público con-
temporáneo. Por ejemplo: los progresos del Dareoho de la
guerra y de la soluoión de los oanfLctos internacionales.
Sobre tal punto, es imposible olvidar lo que es y lo que
promete ser, en plazo no lejano, el arbitraje internacio-
nal. Y tampooo es excusable el recuerdo de lo que en este
orden de ideas representan en la Historia contemporánea, la
Conferencia de Bjrlia de 1885, y el Asta de O jnstituaióa del
Congo.
Esto, hablando en términos generales; porque en deter-
minados oasos, las condiciones y reservas de la interven-
ción y las exigencias á que h* de responder el interventor ,
son mayores.
Así sucede, por ejemplo, cuando la intervención tiene por
fin públioo (mediante declaraciones más ó menos terminan-
tes ó sinceras), hacer entrar en el círculo de pueblos inde-
pendientes, y con el oaráoter de Nación Soberana, 4 un
pueblo ó una comarca, que hasta entonoe3 figuraban como
parte de la Nación intervenida.
Lo misma puede deairse o?n referencia al case de que la
integridad territorial de la Nación acometida estuviera más
ó menos explícitamente garantizada por otras Naciones
?' singularmente por el interés general internacional de
a época.
En tales casos, es imposible reconocer 4 un solo Pueblo,
— 974 —
por grandes que eean aus medies y bus jactancias, el dere-
cho de modificar á iu entejo, por el, por ana conveniencias ó
sus ideas, el mapa de las Naciones contemporáneas, dando
carta de ciudadanía internacional á ana región, poniéndola
4 la altara y con las responsabilidades da los demás pue-
blos independientes y ensanchando ó reduciendo, á en
modo, el circalo de éstos.
Nada hay que decir de la exageración de las otras pre-
tensiones de rectificar ó destruir las garantías dadas por
otras Naciones al statu que de la Nación intervenida. Por-
que esto juede hacerse, pero nanea por la faene, siquiera
se utilicen pretextos y se aprovechen oportunidades para
■segurar el éxito del atropello, luego explicado por las im-
posiciones de la legitima defensa ó las irregularidades y exi»
gencias de lo inesperado.
J
— 976 —
X
Respecto de todos estos particulares, Ja Cuestión de Orien-
te, como he indicado, nos ofrece abundantísimos datos y
lecciones. £1 ejemplo de Rusia, preocupada con )a idea de
intervenir constantemente, por so propia y exclusiva cuenta,
en los nrgocics turcos, merece tanta atención, como la soli-
citud de las deseas Potencias europeas de contrariar la pre-
tensión usa, para poner la solución del problema al ana-
Ciro del concierto de te des las Naciente directoras del
ando moderno.
A Rusia cabe el honcr de haber, la \ rimera, recogido y
amparado la protesta gnVga contemporánea contra la
tiranía turca y en favor de la resurrección del pueblo helé-
nico. Quizá hay que convenir en que si esf&erao ruso se de-
ben, en primer término, la ebra de descomposición del Impe-
rio de Constentinopla y la constitución de les nuevas nació*
nalidades del Oriente europeo, dentro del siglo que corre.
Pero al lado de esto hay que poner la censidertción de
que no siempre el empego moscovita apatece desinteresado,
y casi nunca en forma modesta; por lo cual, puede también
pensarse que, si su acción hubiera sido única y en todo caso
si ae hubiera desenvuelto como se pensaba en San Peterebur-
go, aquella empresa, verdaderamente simpática para todos
cuantos se interesan por el triunfo de la justicia y la liber-
tad del mundo, habría dejado bastante que desear, no ale-
jándote mucho del triste ejemplo dePolcnia, con que termi-
nó el siglo XVIII.
En los días del Congreso de Vi en a de 1815, el Empera-
— - 97ó —
dor Alejandro ponía ante los ojos da los aliados la cuestión
holeno-turoa oomo bastante parecida al problema de la escla-
vitud y la trata: y si bien por aquel entonóse las influencias
de Metternioh lograron excusar la solución, pronto los roaos
la abordan, con motivo de la insurrección griega de 1821.
La aoentaada disposición moscovita en favor de ésta deter-
minó á las grandes Potencias de la época 4 hacer el Tratado
de Londres de ó de Ja'io de 1827, para ofrecer sn media-
ción á Grecia y Turquía.
Por aquí, y por efecto de la resistencia tarca, se vino á la
batalla de Navarino y cuando los aliados vacilaron respecto
4 la conveniencia de insistir, de nn modo directo y positivo
en apoyar la emancipación griega, Rusia se decidió 4 la goal
rra contra el Saltan. Sus soldados, en Mayo del año 28, paa
saron el Prnth, y sos esfuerzos lograron el éxito extraordi-
nario de la Pai de Andrinópolio, de Septiembre de 1829.
Pero en el momento mismo de esta victoria ss inicia la
intervención del resto de las grandes Potencias europeas,
que producen la Conferencia de Londres de O ¿tabre de
1829, y luego, en 1830, oonsagran la independencia de
Grecia, garantizándola de nn modo directo.
A poco surge la cuestión de Egipto por la rebelión de
Mehemet Ali. Aprovéchala Ansia para resaber del Saltan
ventajasen el Danubio, y los Gobiernos de Constaatinopla
Íde San Petersburgo hacen el Tratado de Uakiar Itke-
issi de 183S, 4 los pocos días de haber csdido el Saltan el
bajalato de Siria y algunos otros territorios al virey sa-
ble vado. Aquel Tratado sancionaba la prepotencia rosa.
Pero enseguida, las demás Potenoias europeas intervienen
para limarle y reducirle, y pDr esa intervención resaltan las
Convenciones de Londres de 1840 y 41, que ponen término,
por aquel entonces, al problema oriental, sorteando las exi-
gencias y rectificando las ambiciones de Rusia.
A los doce años renace el problema de Oriente: Tantea
Bosia la disposición de las demás Potenoias j señalada-
mente de Inglaterra, para intentar nía nueva intervención
en el Imperio turco, y en vista del fracaso de sus gestiones
y aprovechando ciroanstanoias internacionales que parecían
favorables 4 su empelo, decídese en 1854 4 imponerse 4
Turquía. De aquí la guerra, que terminó, mediante la cam-
paña de Crimea, y en la cual lucharon jantes JPrancia, In-
glaterra y Oerdefia de p¿rte de Turquía contra el Imperio
roso.
— 977 —
La flotación de este conflicto la dieron el famoso Con-
greso y el Tratado de París de 1856, tan importante y
transcendental en la Historia del Derecho público europeo
y aun universal, como los Tratados de Wcstfalia, Utreeht
y Viena. Por el Tratado de Paris quede una vas más con-
sagrada la competencia del Concierto internacional para
resolver en definitiva la Cuestión de Oriente, que Rusia
pretendía, otra ves, resolver por su propio y exclusivo es-
fuerzo.
Pasan otros veinte años antes de que la cuestión oriental
vuelva á ofrecer el aspect* y las condiciones de uu proble-
ma capital de la política contemporánea.
Sin duda alguna que en el curso de esos veinte afios esa
cuestión fue objeto de la solicitud, los tanteos, y los pro-
gramas de las grandes Poteuoias occidentales y cierto tam-
bién que los pueblos ribereños del Danubio y la renaciente
Grecia intentaron más de una ves provocar una revolución
definitiva en obsequio de su libertad é independencia. En
eete periodo aparecen, con caracteres de imposible excusa» la
aspiración panslavista y la tendencia favorable á la organi-
zación del pueblo rumano, al lado de los esfusrzos hechos por
Rusia y Turquía, para atenuar los efectos del Tratado de Pa-
rís y del empeñe de ensanchar los limites y la importancia
del reino de Grecia.
Buenas pruebas de esto son la evacuación de los Princi-
pados danubianos por las tropas austríacas que la habían
ocupado, por precaución, en 1854, la inminencia de una
nueva guerra general en 1S57; la Conferencia de Paris de
1858; la unión de Moldavia y V alaquia en 1859 bajo la di-
rección de Alejandro Couza; la consagración definitiva de
esta unión por la Puerta Otomana en 1861 ; el enaltecimiento
de la casa de Hohenzollern ea Rumania y la independencia
definitiva de asta á mediados de 1866; la semi- indi penden-
cia de Servia en 1864, despuóa de la evacuación de las tro*
pas turcas realizada eu 1862; la insurrección de Creta en
1868, la cesión ds las islas Jónicas por Inglaterra 4 Gre-
oia y la Conferencia de París sobrs el conflicto heleno-turco
en aquel mismo año, asi como Us reformas tarcas de 1869.
Pero en 1876, las cosas se disponen de modo que, otra
ves, entiende Rusia que debe y puede reanudar su antigua
campaña centra Turquía, á titulo protectora de los cristianos
de Oriente y de interesada en la suerte de los eslavas tirani-
zados por el Sultán. La tenacidad de éste para sustraerse á
— 978 —
las exigencias do la Europa calta solo puede compararse con
la habilidad 6 la perfidia conque sistemáticamente falsea
ó elude todos los compromisos por Turquía contraidos para
entrar en la corriente culta contemporánea.
Ta en 1870, Rusia, aprovechando Ja guerra franco-alema-
na, habla anunciado su propósito de prescindir del Tratado
de París de 1856, por lo cual y en vista de complica-
ciones inminentes, las demás Potencias europeas celebraron
las Conferencias de Noviembre de 1871, que produjeron la
Convención de Londres de 1 3 de Mario de aquel año, modifi-
cando en muy pequeña parte el Tratado de París, y soste-
niendo la buena teoría respecto de la subsistencia de los
tratados y convenios internacionales á despecho de las pro*
tensiones y jactancias rusas, muy análogas á las novísimas
de los Estados Unidos en sus dif cusiónos recientes oon In-
glatenay España.
Luego agravan la situación el desvergonzado olvido por
parte de Turquía de ses compromisos internacionales; las
revueltas interiores de este país; la victoria de los ele-
mentos reaccionarios y fanáticos en Constantinopla, y el al-
Sarniento de la Bosnia y la Herzegovina.
Menos que esto necesitaba Rusia para tomar la iniciativa
déla agresión: pero antes de que pudieran realizárselos
planes moscovitas, ya Francia, Alemania, Austria, Ingla-
terra ó Italia se decidieron á mediar, reclamando del Sal-
tan, por la nota de 20 de Enero de 1876, graves y positi-
vas reformas en la vida turca.
Lo mismo esta nota que otros trabajos análogos; (como el
memorándum de Berlín de 11 de Hayo del propio año 76,
—la mediación de las Potencias para tranquilizar á Ser-
via, Bosnia, Herzegovina y Bulgaria en Agosto, — la pro-
puesta de fiusia en Octubre para celebrar otra conferen-
cia internacional, — la Conferencia de Constantinopla ter-
minada en 20 de Enero del 77, y el protocolo de Londres
de 21 de Marzo), resultaron inútiles cuando no contrapro-
ducentes.
La irritación de los antiguos Principados danubianos, la
arrogancia de Turquía, las atrocidades cometidas por los
funcionarios públicos y los soldados del Imperio otomano
tomaron vuelo extraordinario y con 41 crecieron las indeci-
siones de las grandes Potencias, basta que Rusia, en Abril
de 1877, se decidió á declarar la guerra al Sultán.
El resultado de esta guerra fué la victoria del moscovita
/
i
— 979 —
y el Tratado de San Stéfano de 3 de Mano, que paso á
Turquía al borde de la ruina. Esta se habría consumado
irremisiblemente si en aquella hora suprema no hubieran
intervenido las demás Potencias, obligando á ios beligeran •
tea y á todos los interesados en aquella tremenda lucha, á
aceptar el Tratado de Berlín de 13 de Julio de 1878, por el
cual quedaron consagrados el Principado completamente
autónomo de la Bulgaria; la autonomía administrativa de la
Bumelia oriental, con un gobernador cristiano nombrado
por el Sultán, coa el asentimiento de las demás Potencias;
la reforma polítioa de Greta, oon arreglo a* reglamento de
2868, liberalmente modificado; la administración de Bosnia
y Herzegovina por Austria; la independencia de Montene»
gro, Servia y Rumania; la mediación de las grandes Po-
tencias para la fijación de los limites de Grecia y Turquía;
la reforma de las provincias turcas de la Armenia y el
compromiso solemne de Tarquia de mantener en todo el
Imperio, el principio de la libertad religiosa en su más am-
plio sentido.
Después, dos veces ha resurgido la Cuestión d$.OrienU%
pero sin que en ella apareciese Risia desempeñando un prin-
cipal papel.
Una de esas veces ha sido oon motivo del Egipto, donde
en 1878 se había establecido la intervención de Francia ó
Inglaterra para la cuestión financiera.
Desde 1879 á 1882, agftanse los intransigentes contra
los europeos, deponen al Virey, é inician la guerra, dirigí-
doépor Arabi pacha, á quien deshicieron I03 ingleses, en
Septiembre de 1882 Desde esta fecha, Inglaterra ocupa
militarmente, aunque con carácter provisional, el Egipto.
Esta situación es explicada por el Gobierno británico por
la agresión de los mahometanos y por el incumplimiento
manifiesto de lo convenido en 1878: pero tiene la protesta
de Francia, mientras las demás Potencias guardan una re-
serva abonada por las demás complicaciones europeas y que
autoriza el supuesto de qae Egipto es hoy una de las serias
dificultades inglesas.
La otra resurrección del problema orient *l es la nueva in-
surrección de Greta, protegida por el Gobierno griego y que
produce la guerra de Grecia y Turquía en 1897.
- El éxito de las armas faé favorable á los turóos, quienes»
en vista de la abstención délas grandes Potencias por efec-
to de la circular rusa del 1 9 de Abril de aquel año, se dispn-
— «80-
sieron á sacrificar despiadadamente 4 Grecia, arrebatándole
parte de su territorio é imponiéndole ana tremenda in-
demniíación de guerra.
Todo se hubiera realisado, á no decidirte aquella! Poten-
cias á mediar, abriéndose al efecto en el mismo afio de 97,
la Conferencia de Constantinopla, que produjo los prelimi-
nares de par, firmadlos, después de grandes discusiones, en
18 de Noviembre, y al fin el Tratado definitivo dé pan entre
Turquía y Grecia, de 4 de Octubre. Ocioso es recordar que
este Tratado tuvo un gran alcance en el orden político de
Greta, y en Ja situación financiera de Grecia, que logró la
especial garantía de Francia, Inglaterra y Rusia.
Dedúcese de todo lo expuesto que la acción colectiva de
las grandes Potencias europeos (es decir, de las directoras
del mundo internacional contemporáneo) no ka permitido
nunca que el problema de más duración, más serio y de más
transcendencia del siglo presente quedara á merced de la
voluntad de un solo pueblo, por grandes que fueran los me-
dios, los alientos y las pretensiones de éste y por justificados
que parecieran los motivos de carácter públicoy de progreso,
justicia y cultura universal invocados para la grave em
presa de intervenir decididamente en la suerte de otro pue-
blo desconcertado, injusto ó puesto, por diferentes causa.'
fuera de la corriente civilizadora de nuestra época.
Y se deduce, además, que por los actos repetidos de que
arriba se habla, Europa no solo ha afirmado la competencia
internacional para resolver las ¿raves cuestiones de la re-
ducción de la soberanía de una nación, del ingreso de al-
gunos pueblos en el eirculo de las* naciones independientes
y con propia personalidad y de la garantía de ciertos den*
chos y libertades, por cima de fronteras, religiones y rasas»
Ha hecho más: y es constituir una especie de vigilancia
permanente sobre lo realisado y algo asi como una garantía
colectiva de la organi Ación misma del mundo oriental en*
ropeo.
Todo esto ha logrado mayor desarrollo en la esfera de los
principios, mediante la Conferencia á Berlín de 1*84-85, y el
Tratado sobre el Congo, por más que sus preceptos se refie-
ran, de momento, tan solo al mun¿k> africano.
Por ese Tratado no solo se consagran, de un modo solem •
ne, la libertad de comercio, la prohibición de 1a trata de es-
clavos, la neutralidad de los territorios comprendidos en la
cuenca del rio Congo y la libre navegación de les ríos Con*
í"*- ;'>/*!
— 981 —
go y Niger, sino que se preaisan las reglas para la ocupa-
ción de territorios nnllios y la anexión de comarcas, asi co-
mo la necesidad del arbitraje y la prioridad de los recargos
paeifioo8 para resolver los conflictos entre las Potencias
Contratantes sobre el territorio de África.
£1 avance que todo esto significa en el Derecho interna-
cional es verdaderamente extraordinario. En la Conferencia
que inauguró sos trabajos en Berlín el 15 de Noviembre de
1884 y qne los termioó el 29 de Septiembre de 1885, estu-
vieron representados, España, Alemania, Bélgica, Dinamar-
ca, los Estados Unidos de América, Francia, Inglaterra, Ita-
lia, Países Bajos, Portugal, Rusia, 8 necia, Noruega y Tur-
quía. Luego se adhirieron el Sultán de Zanzíbar y el Sul-
tán de Persia. De suerte que ese Tratado es quisa el de ma-
yor generalidad y alcance de' mundo moderno.
Fácil me seria ilustrar los hechos, las declaraciones y los
supuestos de que acabo de hacer mérito, aeí come fortificar
la tesis á cuya discueión y cuyo sostenimiento he dedicado
los anteriores párrafos, con referencias á sucesos de análo-
go sentido, i un fuera del círculo particular de la ouestión
oriental. Para apoyarme están la acción de Francia y Oer-
dcfia en el Centro y 8ur de Italia desde 1854 á 1864; la in-
tervención pacifica de Francia, Austria, Inglaterra, Prusia
y Rusia, en los Países Bajos, que produjo desde 1830 4
1889, la independencia de Bélgica: la Cuádruple alianza
en España y Portugal en 1836; la intervención anglo-fran-
eesa en el Rio de la Plata desde 1845 á 1850; la brasileño
argentina en el Paraguay en 1874, y la de la de Francia é
Inglaterra en China, de 1842 á 1860.
Dejo á nn lado lo que Francia é Inglaterra hicieron
hacia 1850 en la Plata. No revirtió carácter sistemático ni
tuvo el carácter preciso, necesario para que aquel empeño
expresasealgo determinado y definitivo en la empresa inter-
nacional.
lias importante es lo que España, Francia é Inglaterra
proyectaron hacia 1861 en Méjico, y, sobre todo, lo que
Francia hizo después del convenio de Orizaba y de la reti-
rada de españoles y franceses en favor del imperio de Ma-
ximiliano. Pero el fracaso de esta última tentativa, justa y
eficazmente protestada por los £*tados Unidos, excusa de
considerar la obra como un dato concluyente del desarrollo
del Derecho público contemporáneo. En último extremo
vendría á fortificar la tesis de la incompetencia de la ac-
— 982 —
ción exclusiva de una Nación para reformar el árdea poli-
tico de otra.
Tampoco reviste aparentemente carácter regalar v defini-
tivo algo realisado dentro del siglo qne corre por Franela,
Inglaterra, España y loa Estados Unidos en el sentido de
garantizar el mantenimiento de la bandera española en Ouba
y Puerto Rico; pero es innegable el valor qne el hecho tiene
en si, y, sobre todo, en relación con el nuevo y gravirimo
problema de Derecho internacional qne se ha planteado en
nuestro tiempo oon el nombre de la Cuestión amtrieoM. j
Porqne este punto tiene mucho que ver oon la afina** ]
ción qne poco hace consigné respeoto á la imposibilidad ra-
cional y jnridioa de que por la mera acción y por el azoh-
sivo criterio de un Paeblo ó nn Estado pudiera variarse la
carta geográfíoa política de una época, atrepellándose loa
derechos y rectificándose la integridad territorial de nía
Nación, garantizada, más ó menos explícita y poeitivaaua*
te, por los demás Estados directores del Hundo moderno.
La cuestión mereoe algún estudio, por lo mismo <jne de
ello se ha hablado muy poco faera y sobre todo dentro de !
España. !
- 083 -
11
La falta de una política internacional de la España con-
temporánea y la exageración con qne en nuestro pala se ha
considerado genera: meóte el imperio de la Metrópoli espa-
ñol* en América, explican el profundo error padecido por
casi todos nuestros políticos y la generalidad de nuestra
piensa, al estimar las causas del sostenimiento de nues-
tra bandera en las Antillas.
Un mal entendido patriotismo y una gran ignorancia de
la política exterior han hecho posible que entre nosotros se
atribuyera aquel suoeso tan sólo á nuestra decidida volun-
tad, á nuestra disposición altiva y á la legendaria bravura
de los españoles de aquende y allende el Atlántico.
Sin duda, todo eso ha entrado por mucho eu el fenómeno
a'udido, como ha entrado la positiva voluntad de los cuba-
nos y portorriqueños, entre los que, digan lo que quieran,
nunca (hasta poco hace, y esto por motivos que no procede
explicar ahora), los separatistas revistieron el carácter de
una fuerza política y jamás el anexionismo pasó de aspira-
ción de un circulo muy reducido de personas.
Pero al lado de eso hay que poner el dato importantísimo
de la cooperación de otras naciones, para asegurarla inte*
Sridad española en América, después de la emancipación
e los reinos centro y and amen canos. El error sobre
este particular se ha llevado entre nosotros al punto de que
en láepaña no se hablara más que de las tentativas y los es-
fuerzos hechos per los Estados Unidos para apoderarse de
la codiciada Cuba.
63
— 9*4 —
Y aun esto ie explicó de un modo deficiente y para un
solo efeeto: el de la exaltación del patriotismo, al cual debían
nuestros polítioos haber proporcionado verdaderos medios
para que sns sacrificios resultaran efioaees.
Los hechos tienen una elocuencia insuperable. Apenas
reconocida la independencia de la América latina oontinen-
tal, surgieron las intrigas y las desconfianzas internaciona-
les respecto de la conservación del dominio español en Cuba
y Puerto Rico. Las correspondencias diplomáticas del pe*
riodo que va de 1825 á 1840 están inspiradas constantemen-
te en los supuestos — verdaderos ó falsos — de que unas ve
oes Francia, otras Inglaterra, y otras los Estados Unidos
pretenden adquirir, de grado ó por fuersa, la isla de Cuba.
En este terreno, merecen particular mención las denuncias
y las protestas de la Canoilleria norteamericana, de 1822,
23 y 25.
Por aquel entonces, nadie más propicio á España, que el
Gabinete de Washington, muy preocupado contra los mane*
jos franceses y británicos, fero, á partir de 1826, pareos
Inglaterra (que se había adelantado á reconocer lain
dependenoia de la América continental española)' la más
amiga, hasta el punto de declararse oficialmente dispuesta
«á concertarse con las otras dos potencias marítimas, de
quienes únicamente se podía temer la ocupaoión de Cuba,
para garantizar la conservación de ésta para España. t
Las negociaciones que con este fia inició tímidamente el
Gobierno ingle j, fracasaron por la resistencia de los Esta*
dos Unidos á suscribir un tratado con aquel objeto.
Entonces el secretario de Es'ado americano Mr. Clay
escribió (3 de Abril de 1826.) 4 Mr. Everett, representan-
te de los Estados Unidos en Madrid, que el tratado en in •
necesario, pues que las deolaraoionas hechas por loa 6o*
biernos de Washington, Londres, París y Madrid sobre la
suerte de Cuba equivalían i una garantía.
A los siete años de esto, en 1843, vuélvese á hablar de
propósitos de Inglaterra respecto de la grande Antilla, y los
Estados Unidos, no sólo ratificaron sus declaraciones de sim-
patía, sino que ofrecieron sns medios militares y de todo
género para rechsiar la supuesta agresión británica. Enton-
óos se suponía al partido liberal, y señaladamente á Espar-
tero, predispuestos á ceder las Antillas á la Oran Bretaña.
El ministro americano Mr. Upshur llegó á proponer
una inteligencia de los Estados Unidos, Francia y España.
— 986 —
lían a poco, en 1845, ja aparece la pretensión norteameri-
cana respecto de Cuba. II senador Lewis presenta al Sena-
do de Washington nna propoaioión para la compra de la
Grande Antjlla.
Entonces toca á Inglaterra protestar recordando ana
baenos deeeoa de 1826 y ee ofrece á reanudar las an-
tiguas gestiones. El Gobierno español, por boca del mi-
nistro Martínez de la Rosa, declina estos ofrecimientos»
cuja aceptación se interpretaría (dice) por c desconfianza de
parte de España, de sos propias faenas, para defender, en
caso necesario, eos preciosas colonias • , pudiéndose» por
otra parte, temer que c dándose á la garantía ofrecida
más valor del que en aquella actualidad podía tener, 6 se
regatease tía concesión ó se exigiesen á España condicio-
nes onerosa** como una retribución justa •.
Pero, según la Real orden de 24 de Noviembre de 1845,
en que esto se dijo, el Gobierno español levantó acta de que
en caso de un conflicto con los Estados Unidos ó cualquiera
otra nación por causa de Coba, España podía contar con el
auxilio formal de la Gran Bretaña.
El año 43 se caracteriza por la viveza que tomaron las
desconfianzas respecto de Inglaterra, por un lado y por otro»
respecto de los Estados Unidos.
Con la primera había roto sus relaciones diplomáticas,
España, bien que no fuera causa de esto la cuestión de (Ju-
ta. Al propio tiempo el representante norteamericano,
Mr. Saunders, por encargo del ministro Boohanam, se
decidió á ofrecer, al Gobierno de Madrid, 50 millones de
pesos por la Grande Antilla, haciendo constar tque tan
deseable como Ja posesión de esta isla, debía ser, para los
Estados Unidos, que sólo se adquiriese por la libre volun-
tad de España, pues que cualquiera adquisición no sancio-
nada por la justicia y el honor debía ser rechazada inme-
diatamente.»
El Gobierno español contestó, por boca del marqués de
Pidal (y asi aparece en un despacho de Mr. Saunders, fe*
cha 14 de Diciembre de 1848), que »el sentimiento del país
era que antes que ver la isla de Cuba en poder de otra Po-
tencia, verla sumergida en las profundidades del Océano.»
Pero a poco comenzaron los preparativos filibusteros con-
tra Cuba, en los Estados Unido?, á despecho de las con-
denaciones del Presidente Taylor. Luego se realizaron el
«desembarco del general López en Cárdenas y la aprehen-
L
áaftt
— 986 —
eión de los baques americanos Georgiana y Susana Sand por
el vapor español PUarro, en la isla de Contó; surgieron
agrias contestaciones entre los Gobiernos de Madrid y de
Washington, y pareció inminente la guerra entre España
y los Estados Unidos.
Entonces el Gobierno espafiol expide nna circular á sos
representantes en el extranjero (15 de Junio de 1850) y
plantea lo qne en 1845 rehusó el mismo Gobierno de Espa-
ña; esto es, un concierto con Francia é Inglaterra para de*
fender la bandera española en las Antillas.
La gestión no fué desatendida. Comenzó el debate para
dar forma á la idea. Se hizo un proyecto de triple y recipro-
ca garantía; pero el Gobierno ingle*, a fines de Diciembre*
expuso la creencia de que era preciso comunicarlo al Gobier-
no norteamericano para determinar á éste, por lo pronto, á
impedir toda tentativa hostil.
Además mostró varias dudas respecto de la omveniencia
de contraer un formal com promiso mientras subsistiese la
rafa en Cuba, y fuera evidente el incumplimiento por par
te de las autoridades españolas de los tratados hispano bri-
tánicos relativos á aquel infame tráfico. Por aquí se llegó
pronto al abandono de todo concierto internacional.
£1 año 51 toman importancia excepcional las expedido*
íes filibusteras y los rozamientos de España con ios Estados
Unidos por ésta causa. Desembarca, por segunda vez.es
Cuba, López y es fusilado con muchos de sus partidarios.
Es detenido un correo americano en Babia Honda y se
produce en los Estados Unidos una extraordinaria agita-
ción contra España. Por tercera ves aparece la idea de un
concierto internacional en beneficio de la dominación espe-
tóla en Cuba.
Sólo que ahora no se trata ya de organizar algo oontra
los Este dos Unidos. Se toma nota de las reiteradas protes-
tas de éstos contra todo atropello de la soberanía de España
y en oposición á toda tentativa de hacer pasar á Coba y
Puerto Rico á poder de oualqu er Potencia europea. 8obii
esto, Francia é Inglaterra pretenden que se llegue á una
declaración suscripta por ellas, y además por los Estados
Unidos, con el compromiso de que ninguna de las tres Da-
ciones ensancharían sus dominios haciende suyas las dosis-
las citadas.
Porque tampoco Francia dejó de ser objeto de los recelos
y las preocupaciones internacionales respecto de la pose?
I
— 987 —
sión do Coba. 8obre todo en los Estados Unidos, loa polfti*
«08 y los diplomáticos consideraron mucho el punto en dos
ocasiones, a tes de 1850. La más señalada, á poco de res-
taurado el absolutismo en España, por la mediación armada
de los franceses, los cuales (se suponía) querían hacerse pa-
gar el serví trio con la oesión de la grande Antilla.
Otra vea se habló del asunto al terminar la guerra eivit
y teniendo en cuenta la resurrección del espíritu de aspan*
■ion francesa, bajo la dominación de los Orleans, á cuya
^épooa hay que referir las anexiones de Argel y T&uce, el
aliento dado por Franoia á la rebelión de Mihemet Alí ea
Egipto, la famosa cuestión de los matrimonios españoles y
las demostraciones de las esouadras francesas sobre los
puertos de Méjico, la Plata y Haíti en 1838 y 1839 para
satisfacción de agravios —verdaderos ó supuestos— de sib-
ditos de Francia, más ó menos comprometidos en las re-
vueltas y la política de la América launa.
Las disposiciones anglo francesas de 1852 fueron provo-
oadas por el Gobierno español, lo mismo, que en 1850, y
contra lo que sucedió en 1845 y aun en 1826. La acogida
de las Potencias europeas fué simpática aunque no entu-
siasta. El Gobernó inglés recordaba siempre la cuestión
de la trata, y no parecía hostil á la eventualidad de la in-
dependencia de Cuba, como término da la evolución colo-
nial y remedio de la crisis oubana.
El Gobierno francés se atrevía, en 19 de Septiembre
de 1851, á decir al español, cosas tan graves oomo las si-
guientes:
«En vano se pretendería disimular que annque los inv*
sores (esto es, los filibusteros) no han encontrado en su cul-
pable tentativa ninguna simpatía, reina gran descontento
en la población criolla, que se queja del paso, oada vei ere
eiente, de los impuestos y de la poca participación que se Ja
eonoede en el reparto de los empleos. Al Gabierno de Ma-
drid corresponde juagar lo que puede hacer para destruir ó
atenuar estas quejas .. >
For fin, Francia é Inglaterra acordaron, hacia Abril de
1852, un proyecto de convenio, que sus representantes en
Washington comunicaron al Gobierno norteamericano, en
4 de Julio del propio mes y año, y al que contestó el minis-
tro Everett en 1 .° de Diciembre.
El proyecto decía textualmente:
-«Lis altas partes contratantes desautorizan por el pre-
r*
— 988 —
senté convenio, separada y colectivamente, para el presea»
te y para el porvenir, toda intención de obtener la posesión
de la isla de Cube, y se obligan respectivamente á prevenir
y reprimir, en todo cnanto de ellos dependa, toda tentatifa
dirigida á ese fin por cualquiera Potencia 6 particulares.
«Las altas partes contratantes declarad, separada y eolec-
tivi mente, que no tomarán ni guardarán, sea para todts
ellas, sea para una, ningún derecho de fiscalización exclu-
siva sobre la isla de Cuba, y que no tomarán ni ejercerán
en ella ninguna autoridad.»
La contestación del ministro americano Mr. Everett es
de una extraordinaria importancia. Entre sus principales
consideraciones domina la que se refiere á la tradición fe*
deral de evitar alianzas políticas con las Potencias euro*
peas. Luego advierte que el compromiso de que se trataba
era muy diferente y desigual para Francia ó Inglaterra y
para los Estados Unidos, por la posición geográfica de Cuba.
Repite que es ya tradicional en Norte América, su oposición
á qoe esta isla pase á poder de una Potencia europeajy que
para resistir esto ha ofrecido su concurso á España. Afirma
claramente que la adquisición de Cuba por los Estados Uni-
dos es de gran conveniencia y muy deseada por ei país ame-
ricano, respondiendo á la ley de su destino. Sostiene que
España no podrá dominar las dificultades antillanas que no*
drian traer una revolución, ante cuya eventualidad debía
ser, á las Potencias europeas, grata la idea de que Cuba
entrase á formar parte de la Federación norteamericana. Es-
paña no podría siquiera terminar la vergüenza de la trata.
Deaptés de esto, Mr. Everett ratifica el propósito del Go-
bierno de los Estados Unidos de mantener buenas y estre-
chas reJ aciones con España, nación generosa y tu antigua
amiga, á la cual (dice el diplomático americano) tenían el
deber de dejar conservar en paz los retíos exiguos de su
poderoso imperio trasatlántico.
En suma: los Estados Unidos se niegan á renunciar á la
futura anexión de Cuba; creen que el destino de esta es esa
anexión que aprovechará al progreso del mundo y prome-
ten no anticipar ni violentar aquel suceso ni consentir que
la pandera española sea sustituida en las Antillas por la
bandera de otra Potencia europea.
Con ser casi todo esto, en definitiva, desfavorable á Es*
paña, hay que reconocer que esas declaraciones implican
también la garantía del imperio español en América, si.
— 989 —
quiera por el momento. Una garantía de presente, oaei tan
explícita como la de Francia é Inglaterra.
Por la aotitnd del Gobierno americano, el proyecto de
Abril de 1862 quedó á un lado; pero no terminaron con esto
si loe debates entre los Gobiernos europeos y el de los Esta-
dos Unidos, y mucho menos la cuestión internacional que
se llama la Cuestión Americana. Todo lo contrario.
La extensa nota de Mr. Everett hizo avanza* y ensanchar
el problema en términos excepcionales. Otras circunstancias
de primera y absorbente importancia de la política europea
contribuyeron á que poco después se aplazara el debate di-
plomático, pero manteniendo las Potencias europeas su
oposición á la tesis del Gobierno americano. El problema
fundamental surgió de nuevo, fortificado por las negocia-
ciones y los debates de 1852, á los treinta y cinco años.
Por lo que hace á la vida interior de Ouba, hay que ad-
vertir que, sofocadas la insurrección y la conspiración sepa-
ratistas ó anexionistas de 1852 4 1854, en 1868 se produjo
el alzamiento de Yara, sostenido, más ó menos vigorosa-
mente, pero siempre de un modo considerable, hasta 1878,
y terminado sólo por un convenio: el famoso del Zanjón.
En todo este periodo, las simpatías norteamericanas se de-
terminaron en la forma de una verdadera cooperación á fa-
vor de los insurrectos. De la disposición general de la masa
no hay que hablar. Esta constantemente ha estado (con
más ó menos viveza y con tal ó cual fin) del lado de todas
las conspiraciones é insurrecciones de Ouba oontra Espafia.
Lo más acentuado que por aquel entonces se presenta es la
actitud de los elementos oficiales.
El Congreso americano, á propuesta de Mr. Henry Clay,
votó en AbriFde 1869 la siguiente declaración: cEl pueblo
de los Estados Unidos simpatiza con el pueblo cubano en
los esfuerzos patrióticos que hace para asegurar su inde-
pendencia y establecer la forma de Gobierno republicano,
que garantiza la libertad individual y la igualdad política
de todos los ciudadanos, y el Congreso oonoederá su con-
curso constitucional al Presidente de los Estados Unidos
cuando éste juzgue oportuno reconocer la independencia y
la soberanía de dicho Gobierno republicano. >
En este sentido, y en el de favorecer el reconocimiento de
la beligerancia de los insurrectos de Ouba, se insistió por
los políticos de Norte América. Con tal propósito presentaron
Mr. Banks, de Massachusset, y Mr. Orth, de Indiana, sus
— 990 —
propocicio&es de 1870, en la Cámara de representantes de
Washington . En el Senado trabajó en el mismo sentido, en
1372, Mr. Blair, de Missouri. Y asi el Senado oomo la Cá-
mara votaron algunas de estas propuestas, pero nanea con
carácter definitivo é inmediatamente efieas.
Tales d^ mostraciones no produjeron efecto en la Presi-
dencia ni en el Ejecutivo, á cuya oabesa, por aquel enton-
ces, estaba el General Grant, de quien son los Mensajes de
Diciembre de 1869, Junio de 1870, Diciembre del 71, Di-
ciembre de 1874 y Diciembre de 1875, opuestos al recono-
cí mHL to de la beligerancia de los insurrectos cubanos, y
mucho man , á la independencia de Cuba.
Respecto de esta actitud, hay que tener en cuenta, de una
parte* loa m tí vos (los públicos y los secretos); de otra, las
declaraciones solemnes y oficiales respecto de la revolución
cuban i»; por ultimo, las gestiones positivas y de carácter di-
plomático cao que el Gubierno de Washington !as secunda-
ba y desenvolvía.
Precisamente en 1869 comentaron en Madrid las gestio-
nes hechas por el representante norteamericano Mr. Sickta,
por encargo del ministro Mr. Fisch, para ofrecer los fes
ñot úJÍgíoí del Gobierno de Washington, á fia de termi-
nar la guerra de Cuba sobre las siguientes basad: reconoci-
miento de la independencia de esta isla, idemnización qut
Cuba pagaría á España, abolición de la esclavitud en la
Grande Aatilia y armisticio durante las negociaciones dsl
arreglo.
Con gran error se han expuesto y comentado están ne-
gociaciones* que duraron desde el 27 de Junio del 69 al 28
de Noviembre del propio año. Muchos han supuesto, y aun
dicho* que en ellas se trató de la compra de las Antillas es*
pañoles por los Astados Unidos. Otros han sostenido que el
Gobierno español se resistió á toda inteligencia
La verdad es que nuestro Gobierno se ofreció á instaurar
el régimen autonómico en las Antillas y á hacer la abolición
de la esclavitud en Cuba, tan pronto oomo cesaran las hos»
tilidades en esta isla. Aun se estendió á someter el punto
de la independencia al plebiscito onbano. Pero España exi*
fia como, paso previo, que los insurrectos depusieran las
arman, hecho que coincidiría con una amplia y completa
amn istia por parte de la Metrópoli.
Por ultimo, nuestro Gcbierno estableóla que si el pueblo
ou aun votaba la independencia, Cuba pagarla á España
j
— 991 —
una indemnización garantiíada por los Estados Unidos»
cuyos hunos oficios se aceptaban, desde luego.
Deepi ea de esto hay que advertir que el Gobierne nor-
teamerioano excusó siempre sa garantía a la indemniíaoión
(á menos qQe el Congreso lo resolviera) ó insistió en qae
ante todo se estableciera el armisticio.
Por tanto, fracasó la gestión norteamericana: pero en 28
de Noviembre de 1869, Mr. Skkles, telegrafió á Mr. Fisoh,
dicióndole que nuestro ministro de Ultramar le habla auto-
rizado para detallar las medidas qae se proyectaban para
Puerto Rico y que eran profundamente democráticas y de
sentido autonomista. Estas se harían extensivas á Cuba,
tan pronto como oesaran allí las hostilidades y Cuba en-
viara á las Cortes españolas sus diputados.
Todavía, después, al comunicar Mr. Fisch, en Febrero de
1874, sus instrucciones al nuevo representante norteameri-
cano en Madrid, Mr. Caleb Cashing, ratifica que su polí-
tica se contrae á lograr la abolición inmediata de la escla-
vitud en Cuba y la autonomía en Cuba y Puerto Rioo. Los
Estados Unidos (dice), no desean la anexión a Caba, aunque
tí que esta isla al fin se eleve á República independiente de
hombres ubres. Por tanto, la política del momento, respec-
to de aquella isla, es cía espectante, con la convicción fija
deque los Estados Unidos llenarán su deber cuando lo
aconsejen el tiempo y las circunstancias. ■
Por otro lado, procede tener muy en cuenta las mani-
festaciones presidenciales antes aludidas. Mr. Q-rant se es-
forzó en rechaiar las pretensiones de los insu prestos cú-
tanos, pero haciendo constar que España no había ganado
ventaja alguna sobre los insurrectos en el curso de la gue-
rra.
El Mensaje de 1875 va mas allá: anunoia que al fio, tem-
prano ó tarde, habrá que aoudir á la mediación ó la inter-
vención para que termine la contienda en Cuba y ratifioa el
ofrecimiento del Gobierno de los Estados Unidos, de me*
diar, en cualquier momento y tan pronto como se le haga
la demanda
En el mismo Mensajt se estampan estas palabras, con
referencia al supuesto de que la lucha no concluya en breve
y sigas los daños que causa d todas las naciones y particu-
larmente d los Estados Unidos.
i Creo que las otras Naciones están obligadas á asumir
la responsabilidad que les toca y á meditar seriamente ea
— 992 —
les unióte medidas posible* que quedan: la mediación y la
intervención.»
Con eete se relacionan: l.\ la actitud que el Gobier-
no de los Estados Unidos adoptó, cuando en 1873, algunos
Gobiernos sod-americanos propusieron una gestión calec-
tiTa de Amóríca cerca de España para conseguir la libertas1
de Coba, y 2.° la gestión que el mismo Satínete de Washig-
ton hizo en 1874, cerca de algunos Gobiernos europeos, para
intentar algo en el sentido de una intervención, más ó menos
definida, en la grande An tilla.
Respecto de lo primero, algo se ha dicho en otro lugar de
este estudio. Los Estados Unidos impidieron la gestión sud-
americana expresando su ooofiansa de que la situación reci-
bí ica d* , creada en España por efecto del voto déla Asamblea
nacional del 11 de Febrero de 1873, trasoenderia al estado
político y social de nuestras Colonias, como así sucedió.
Efectivamente, de aquella fecha datan la abolición inme-
diata y simultanea de la esclavitud en Puerto Rico, la ins-
tauración de un régimen democrático y autonomista en este
isla, y los datos que sirvieron á poco para determinar al
convenio del Zanjón y la sumisión de los insurrectos cuba-
nos, en vista de lo que habia hecho la Repúlioa en la pe-
queña Antilla (1).
En cuanto á la disposición europea tocante á una inter-
vención, luego de caída la Repúblioa en España, hay que
señalar el fracaso de la tentativa norteamericana, pero tam-,
bióti la circunstancia de que esta misma tentativa y la pasi-
vidad de los Estados Unidos después de aquel fracaso, de-
muestran que por estos se reconoció la competencia de las
Potencias europeas, y en suma, del Concierto internacional
para resolver (con los Estados Unidos, sin duda) respecto
del porvenir de las Antillas españolas y del imperio de Es»
palia en América.
Desde mediados de 1878 ó sea desde la Pas del Zanjón,
hasta la primavera de 189a, imperaron el orden, la eos-
fianza y la tranquilidad en Cuba. No quiere decir esto que
en ese largo periodo de dies y siete años, no se produjeran
disturbios ni asomase de vez en cuando la tormenta.
A los dos años del Convenio del Zanjón, se produjo la
llamada guerra chica, promovida y sostenida por aJgu-
{ I Véase mi libro titulad* La República y la» Ht*rtadé* i» Ultramar.
— I v ■ ', 4/ Madrid 18SC.
— 993 —
nos de los insurrectos de la anterior guerra, loe oaalee pro»
testaron contra la terminación de ésta, que atribuyeron á
una sorpresa y se esforzaron, con algún éxito, en demos-
trar qne las capitulaciones del Zanjón no se habían cumpli-
do y qne la situación de alguna comarca (como por ejem-
plo, el departamento Oriental de la Isla) era intolerable,
1)or haberse extremado las suspicacias y la intolerancia de
os partidarios del viejo régimen y de las autoridades espa-
fiólas contra todos los cubanos señalados por sus opiniones
liberales.
Hablando con sinceridad, es preciso reconocer que estas
protestas no estaban totalmente destituidas de fundamen-
to. Has por cima de tales censuras, se hallaban tres he»
chos. £1 primero, el ansia de pez de la sociedad cubana.
£1 segundo, la tendencia cada ves más acentuada de la Me-
trópoli de reformar profundamente el viejo régimen colo-
nial. £1 tercero, la aparición de un partido antillano deci-
dido á aprovechar esta tendencia y á recabar, por el proce-
dimiento evolutivo y pacifico, la instauración en Cuba de
todos los adelantamientos políticos y se cíales oon témpora*
Este partido fué el Autonomista, constituido en 1879 y ai
cual se debió principalmente, según declaración solemne del
sefior general Blanco, entonocs Gobernador general de la
grande Antilla, el fracaso de la insurrección de 1881.
La guerra chica duró poco y apenas fijó la atención
del extranjero. Desentendiéronse del problema antillano las
Potencias europeas, por la creencia que en ellas arraigó
de que las reformas liberales, muy esperadas de España y
de realización casi inmediata, quitarían toda ocasión y todo
pretexto a una acción perturbadora por parte de los Estados
Unidos. En estos se refugiaron algunos insurrectos y en
Nueva York y en Tampa constituyeron centros de propa-
ganda separatista, de escasa importancia.
£1 Gobierno norteamericano no le dio ninguna á esos
centros, cuya acción se redujo exclusivamente á la publica-
ción de periódicos y folletos contra la dominación española
En cambio, el gabinete de Washington dedicó una parti-
cular atención á ensanchar las relaciones mercantiles de
las colonias españolas y los Estados Unidos de América y
á fortificar la posición de los norteamericanos residentes en
lss Antillas, sustrayéndolos á los rigores de los procedi-
mientos españoles, en materia criminal.
— 994 —
A esto responde el Protocolo firmado por los Esta-
dos Unidos y Eipafia en 12 de Enero de 1877, interpre-
tando y dando nuevas aplicaciones al Tratado qne entran*
bas naciones hicieron en 27 de Octubre 1795. Pero todavía
son de mayor importancia el Moiu» vivendi comercial qne
las dos Potencias aludidas suscribieron en 13 de Febrero de
1887 y el Tratado de comercio de 28 de Junio de 1891 , am-
pliación estraor diñaría de los Tratados de 13 de Febrero de
18*4, 21 de Diciembre de 1887 y 26 de Mayo de 1888, so-
bre aranceles y derechos diferenciales.
Esto aparte de otros convenios de menor trasoendenoia
política, como dos de extradición de criminales de 5 da
Enero de 1877 y 7 de Agosto del 82; el de marcas de fábri-
ca de 10 de Janio de 1882; el de 20 de Ma?o ddl 75, sobre
el sistema métrico; los de 1.° de Junio de 1878 y 4 de Julio
de 1611, sobre Correos; y aún el de 3 Julio da 1880, sobra
proteooión á Marruecos; el de 26 de Fabrero de 1885. sobra
el Congo y el Niger, y el de 2 de Julio de 1890, sobre el
comercio y la civilización del África.
Estos Tratados son los especiales y transitorios de 1 1 de
Agosto de 1802, sobre iniemiizaoionea p3r efosto del Tra-
tado de 1795; el de 22 de Febrero de 1819, sobre la aiiui-
sición de la Florida por la República norteamericana, y el
de 17 de Febrero de 1834, para el arreglo de diferencias
entre los Gobiernos de Waadngton y de Madrid, consti-
tuían la base de las relaciones jurídicas de España y los
Estados Unidos, antes de la guerra actual.
_ 995 —
12
Por desgracia, pronto comenzaron á revestir excepcional
gravedad las cuestiones de Coba, por efecto de muy diversas
causaF, cuya explicación no corresponde á este lugar y que,
en todo caso» exige espacio y desarrollo incompatibles con el
ti ci precifio y particular de este trabajo (1).
La falsa interpretación y la aplicación por todo extre-
mos deplorable é injusta de la ley de relaciones mercantiles
de Cuba y la Península de 20 de Julio de 1882, junto con
la equivocada disposición de los Presupuestos ultramarinos,
hechos en la Metrópoli de modo que resultaban ineficaces
las reclamaciones y el voto de los contribuyentes cubanos,
se unieron á la crisis general de los azucares en el mundo,
y & la derogación del Tratado comercial de 1891, por efecto
de la reforma del bilí Mac ELinley, que se realizó en los Es-
tados Huidos, hacia mediados de 1891.
Por otro lado, los incontestables avances que en el orden
político ge habían verificado en las Antillas, desde que en
1879 estuvieron representadas en las Cortes España y
en 1881 se proclamó allende el Atlántico la Constitución
eipafíola de 1876, excitaron y fortificaron grandemente las
aspiraciones de los antillanos, que pronto exigieron, de una.
parte, la reforma profunda del régimen electoral ultramari
no para sustituirlo con el peninsular, estableciéndose la
(í) Viue mi libro ¿a M$fbrma Colonial $n Mtpafia, ud vol. Madrid,
1IQ5,— Y mi obra Cmu 9Umu palpita*** d* Politica, D*r§ch* y Aimini*~
frarftf», na m!. Madrid, 1897.
— 996 —
igualdad política de antillanos y peninsulares, y de otro
lado, la reforma vigoren del régimen municipal y de la or-
ganización administrativa insular, en el sentido de ana am-
plia descentralización.
Por este camino vino el llamado movimiento económico
de Coba, en el cual intervinieron activamente haoendados,
comerciantes, productores de todo género y hombres de to-
das procedencias y todos partidos.
Eran las pretensiones de los autores de este movimiento
bastante menos que las del partido autonomista, pero su
trascendencia y sus peligros mucho mayores.
Trató de evitarlos el partido liberal de la Península y con
este fin el ministro de Ultramar Sr. Maura llevó al Con*
Í peso español, en 3 de Junio de 1893, un proyecto de re-
brma del régimen de Gobierno y de la Administración ci-
vil de las islas de Coba y Puerto Rico.
A pesar de sus gravas defectos, este proyecto tué aoogido
con viva satisfacción en Cuba, por su tendencia descentra*
lixadora y como un medio de contener la agitación del país.
Pero luego se produjeron varios sucesos que dieron á la
obra, inspirada eu excelente deseo y cuya inmediata
aplicación habría sido de plausible efecto, el carácter de
una nueva y mayor causa de agitación.
Porque el gabinete liberal, lejos de intentar que el pro-
yecto fuese inmediatamente discutido, votado y aplicado, lo
dejó dormir por espacio de oeroa de dos años, provocando
con esto las viejas desconfianzas y grandes protestas de
parte de todos loa elementos liberales de las Antillas y de
la generalidai de los sostenedores del movimiento econó-
mico. Por otro lado, el proyecto produjo la división del an-
tiguo partido oonservador de Cuba y la lucha e (leonadísi-
ma de los elementos peninsulares de la Isla. Y en tanto»
en la Península se aoentuó el espíritu del partido ooaserva-
dor, dirigido por el 9r. Cánovas; cuyo partido, á despecho
de las tendencias personales de éite hombre público, se mos-
tró siempre hostil á todas las ideas expansivas ea materia
oolonial.
No es dable olvidar (y menos en estos momentos, ante
las criticas y las promesas de muchos de esos conservadores)
la violencia conque aquel partido interpretó el Pacto del
Zanjón, por la antipática ley electoral de 28 de Diciembre
de 1878 (que suprimió el sufragio universal en Puerto Rioo
y oreó en ambas Antillas un régimen de desigualdad y pri-
j
— 997 —
vílegio favorable solo á los electores peninsulares y con-
servadores) asi oomo por el decreto de 9 de Junio del pro*
pío año de 1S78, sobre gobiernos superiores de Coba y
Puerto Rico y régimen municipal y provincial, dentro del
sistema más rigurosamente oentralizaaor imaginable y de la
política de la prevención y la desconfían».
Esensado decir lo qae todo esto sirvió á los separatistas
refugiados en los Estados Unidos. El pesimismo entró en
Cuba, mientras que por otro lado, el antiguo partido penin-
sular se deshacía. Entonces comentaron los trabajos revo-
lucionarios, absolutamente imposibles cinco afios antes.
A los dos de estériles agitaciones y violentas contiendas
(sobre todo entre los antiguos devotos del antiguo régimen
colonial) vinieron los partidos monárquicos de la Península
á un acuerdo sobre la base de 1* Reforma Maura. Fué ese
acuerdo la ley de reforma oolonial de las Antillas de 1 6 de
Marzo de 1895.
En rigor, tampoco era esto lo que el derecho y las circuns
tandas exigían. Apenas se comprende que entonces ya todos
los políticos españoles no comprendieran la necesidad de una
amplia reforma electoral que concluyese con el régimen del
censo y las desigualdades por razón de procedencia y fe de
bautismo. Merced á esta irritante injusticia, y cuando en
la Península se hablaba á boca llena del arraigo de la
democracia y de la harmonía de ésta con la Restauración
borbónica, se daban en el circulo de los elementos po-
líticos de nuestra Patria, españoles de segunda y tercera
clase.
Por aquel entonces, ya el Sufragio universal llevaba en la
Península cinco años de práctica, merced á la ley de 26 de
Junio de 1890. También Puerto Eioo, como la Península,
había disfrutado de esta franquicia y la perdió, como la
Metrópoli, en 1878, No había razón ni motivo para esta-
blecerán este particulhr diferencia alguna entre las Anti-
llas y la Península, porque es evidente que no hay provincia
peninsular que en cultura ni en riqueza aventaje á Cuba y
Puerto Bico. No había medio de disfrazarque el propósito del
legislador peninsular era asegurar artificialmente el predo-
minio de los peninsulares sobre los criollos en las Antillas.
Pero además, en la hora de la reforma total del régimen
antillano jcómo podía prescindirás del carácter democrátioo
de éstal Ni lo uno ni lo otro lo vieron el ministro Maura en
1893 ni el ministro Abarznza en 1895.
— 99S —
De todo ello se desentendió el partido liberal, volviendo al
pecado de ofrecer otra vea y para tiempo indeterminado, naa
reforma electoral que rectificase el tono oligárquico del régi-
men imperante.
Sin embargo, el sentido de la ley de 5 de Hamo de 1$95
se impaso. Porque lo que mas se veía y mas pronto irritaba
en el viejo régimen, era la petulancia burocrática, la opre-
sión centralizados, el arraigado aboso administrativo, y la
desigualdad con la Penkeula en el orden administrativo y
económico, apesar de lo que con dudosa buena fe propalaban,
urdí eturii, les que refiriéndose al hecho de que en las Anti-
llas como en la Península existían Ayuntamientos y Dipúta-
me nes provinciales, callaban cuidadosamente las sustancia*
les diferencias de esas mismas instituciones aquende y allen-
de el Atlántico, a&i como excusaban el monstruoso dato de
que el voto de los diputados peninsulares f aese decisivo para
los impuestos color iales que la Península no pagaba, mien-
tras que el voto color i»l respecto de los impuestos de la Pe*
ninsula era, de todo en tolo, insignificante»'
Al fia todos aceptaron la nueva reforma con mayores 6
menores reeerv*s. 8c votó en Cortes la que se llamó Ley-
Abarzuia. Y se promulgó en la Gaceta de Madrid.
Pero cayó del poder el partido liberal. Subieron los con*
servftdores. Los separatistas de Nueva York desembarca
ron en Cuba. Se suspendió la aplicación de la ley lo mismo
en Cuba donde había agitación, que en -Puerto Rico don*
de reinaba la mas completa tranquilidad... Y se hisola
revolución de B«ire.
£n lo sucesivo el Gobierno español no pensó más que en
dominar la insurrección por la fuerza. A medíalos de
1895, se proclamé la desacreditada fórmala de la guerra
con la guerra. Hbblose una vez más, enfáticamente, de sa-
crificar por el mantenimiento de la dominación española
nuestro último hombre y nuestra última peseta. Y las cosas
retrogradaron lo que todos los hombres de previsión y de
estudios políticos debían esperar... y temer.
Con esto cambiaron también las disposiciones del ex-
tranjero.
. Bn los Estados Unidos se produjo un movimiento, cada
vei más vivo, en favor de la insurrección oubana. No tengo
para qué discutir las cansas. Simpatía republicana: exolo*
sivif mo americano: interés particular; repulsión hacia de-
terminados procedimientos de guerra: aprovechamiento áe
— «99 —
as circunstancias para plantear un problema de engrande-
cimiento que las circunstancias habían puesto á nn lado hacia
machos años: excitación favorecida por el reciente conflicto
de Inglaterra coa los Estados Unidos por cansa ó con moti-
vo de Ja cuestión de límites de la Guyana inglesa y Vene-
zuela. . , sea lo que fuera, el hecho es que á muy poco de ini-
ciada la última insurrección cubana, ésta encontró caluroso
«pojo en i* República de Norte América.
En las principales ciudades se constituyeron juntas de cu-
banos y simpatizadores para a legar dinero y preparar expe-
diciones sobre las costas de Cuba; de sus puertos salieron mu-
chos barcos cuyo d satino y cuya hostilidad al Gobierno espa-
ñol nunca fué ni podía ser un secreto para nadie: sus perió-
dicos se desataron en todo género de violencias contra los
gobernantes y los soldados españoles de Cuba y luego
contra España, y la dominación, colonial española; y sus
Cámaras legislativas dieron un espectáculo quisa único en
la Htdtoria contemporánea, agotando el diccionario de loa
dicterios y de Jas provocaciones contra una nación amiga.
Ya de esto se ha tratado, aunque de pasada, en otra par-
te de ests trabajo. Ocioso, á más de desagradable, seria in-
sistir ahora en ello. Lo que importa, por el momento, es
consignar que, apesar de las reiteradas y calurosas excita-
ciones de lod diputados y senadores norte-americanos, y con-
tra lo que algunos esperaban de los hombres que reciente-
mente hablan discutido, en términos de gran arroganoia, con
Inglaterra» representada por lord Salisbury, en la cuestión
de Venezuela, terminada por el tratado de Washington de
Diciembre du 1&97, el Freaidento de la Bepública norte-
ame ncüDü (que io era Mr Cleveland) constantemente se
mantuvo en cierta relación respetuosa con el Gobierno espa-
ñol, procurando reanudar la, tradición del Presidente Grant.
La resistencia de Mr. Cleveland á reconocer ora la beli-
gerancia de Jos insurrectos, ora la razón y el fía de éstos,
llegó al punto de hacer muy probable un ruidoso choque
entre el Presidente y el Congreso de los Estados Unidos.
Los simpatizadores de los separatistas cubanos, presen*
taron, en el curao de ios años 96 y 97, varias proposiciones
que las Oánjaras vieron con buenos ojos. Alguna fué apro-
bada coa el carácter de concurrente, por el Senado y la Cá-
mara de representantes, que al efecto se concertaron en 7 da
Abril de 1896. Esta resolución favorece al reconocimiento
de la beligerancia de los insurrecto j y tenia el carácter de
6+
— 1000 —
una recomendación expresiva del Presidente, como la anti-
gua de Mr. Clay.
Pero á poco, las cosas toman mayor vuelo. Loe ad
ví ra trica de Eepafia preparan proposiciones de las lla-
madas conjuntos; es decir, proposiciones votadas por el
Senado y la Cámara de represen tantea, con el carácter de
ley. Fíente á esta probabilidad se propala la especie de
que Mr. Cleveland se disponía á oponer el voto presiden-
cial, por ser de la exclusiva competencia del Presidente la
dirección délos negocios diplomáticos y de las relacio-
nes extranjeras. De aqni una gran irritación entre les
elementos ardientes del Congreso norteamericano, doede
también corrió la especie de que ee avecinaba la probabili-
dad de tina sensación contra el Presidente, al modo qne se
proyectó, en 1865, contra Mr. Johnson, por supuesta extra-
iinntación de funciones.
La energía de Mr. Cleveland, qne logró qne el Senado
desechase las proposiciones concurrentes antes ¿tadidas, se
impuso, pero no \h gó á impedir qne, muy luego, el miimo
Senado votase (el 20 de Majo de 1897) )a proposición era
junta de Mr. Fortkfr, en favor del reconocimiento de la
beligerancia y que sobre el mismo particular comenzaron
las deliberaciones en la Cámara de representantes. £n este
momento subió al poder Mac Kinley.
No obstaba la resistencia del Presidente Ciegan d á la*
exageraciones y violencias de los enemigos de España, para
que el Gobierno de Washington gestionase vivamente cerca
del de Madrid, respecto de la guerra de Cuba,
Hasta la fecha no tenemos sobre este particular y eata
periodo histórico, más datos que los defiemt tiernos publica-
dos por el Gobierno español en su Libro rojo.
Entre los documentos que contiene, llaman singualarmen-
te la atención los siguientes: la nota que en 10 de Abril de
1 899 dirigió el ministro de Estado norteamericano, mistar
GJney, al representante de Eepafia en Washington, ofre
ciendo los buenos oficios de los Estados Unidos para poner
término á la guerra de Cuba;— la contestación que en 22
da Mayo siguiente da el Gobierno español, declinando el
ofrecimiento;— -el Mensaje del Presidente Cleveland al Con
greso norteamericano, en 8 de Diciembre del propio año
en cuyo Mensaje el Presidente afirma que los Estados Uni-
dos no intervendrán en la cuestión de Cuba á menos qne
España demuestre la imposibilidad de sofocar la ineu-
s\
J
— 1001 —
rrección; — la comunicación qne, en 4 de Tebrero de 1897,
hizo el ministro de Estado español al representante de Es-
Sifia en Norte América, para conocimiento del Gobierno
j este u timo país, de las nuevas reformas administrativas
que el español preparó y se dispuso á plantear en las Anti-
llas; —la nota protesta que en 28 de Junio, y en nombre
de la Humanidad y de los intereses de los Estados Unidos
hace el Gobierno norteamericano contra loe bandos y pro-
cedimientos adoptados por el general Weyler en Cuba; — la
réplica dada en 4 de Agosto, por el Gobierno español, á la
nota anterior; — el nuevo ofrecimiento que, en 23 de Septiem-
bre, hacen los listados Unidos á Ejpafia, de sus tumos
ofleioSy para terminar la guerra cubana, cu, a continuación
perjudica extraordinariamente los intereses americanos; —
la réplica del Gobierno español, de 23 de Octubre, anun-
ciando la nueva política colonial que se propone seguir el
Ministerio presidido por el Sr. 8agasts; — el Mensaje de
Mr. Mac Kinley de 6 de Diciembre, — y la comunicación que
el representante de les Estados Unidos en Madrid hace al
Gobierno español, en 20 de Diciembre, del buen efecto cau-
sado en el de Washington por las noticias relativas á la
nueva política colonial que se va é desarrollar en Cuba.
Conociendo un pooo la materia de que tratamos, es fácil
sospechar, que no todo lo interesante de este periodo está
contenido en los documentos antes aludidos y ñn el Litro
rojo español; más para discutir el punte que ahora nos
preocupa, lo citado basta.
Hay que reconocer que la nota suscrita por Mr. Olney
en 10 de Abril de 1896, es de suma importancia. Bien
pudiera decirse que hace honor al Gobierno americano.
Pero ningún argumento mejor que éste, contra la conduc-
ta que el propio Gobierno observó respecto de Espala, á
partir de 1898.
En términos de una gran disorección, y con todo género
de salvedades, respecto del honor y los derechos de Espa-
ña en América, el ministro de Estado norteamericano se
esfuerza en demostrar que la situación de Cuba es insoste-
nible y que los exclusivos procedimientos utilizados por el
Gobierno español para vencer la insurrección cubana, resul-
taban, de toda evidencia insuficientes.
Con igual felicidad señala el ministro de los Estados
Unidos los peligros del triunfe de la insurrección, y co-
menta la probabilidad de la ruina definitiva de la Isla, cu*
— ¡002 —
yo producto normal de o ;henta 6 cien müloued de pesos «1
aflo se evaluaba, por aquel entonces, en veinte millones es
casos.
Después explica el interés que los Estados Unidos tienen
en que aquello no siga, va porque La República norteame-
ricana es una nación civilizada y cristiana, ya porque ella
es, después de Eapau*, quien más comprometida se halla tn
la suerte y el porvenir de Cuba. De modo delicadísimo y
persuasivo, y después de dar extraordinario valor á los ea
orificios que £3 paña ha hecho ahora para sanear por la
fuerza la insurrección separatista, excita al Gobierno de
Madrid á variar de procedimiento, v para esta caso ofrece
los dueños oficios del Gobierno de Washington, en la forma,
el modo y la oportunidad que el español quisiera, recono-
ciendo á éste absolutamente el derecho de la iniciativa, pero
recomendando que lo que haya de hacerse, se haga desde
luego.
Son verdaderamente notables las frases oon que termina
esta nota.
Dice asi:
«Hasta aquí España ha hecho frente alai nsurrección coa la espada ea
la mauo; no ha dado maestra alguna que iadique que la rendición y su
misión y reducción serían seguidas de otra cosa que de una vuelta al
antiguo régimen.
¿No sería prudente modificar esta política y acompañar la aplicación
de la fuerza militar con una declaración oficial de los cambios q ia ■•
proponen en la administración de la lila con objeto ta suprimir todo
justo motivo de queja? A España compete considerar y determinar edi-
les deben ser esos cambios.
Pero si fueran tales que los Estados Unidos pulieran re: om; ai %r *\
adopción por quittr substancialmente todo fundado motiva de quejt,
usarían au influencia para que fueran aceptados y es apenas poaibla du-
dar qué sería poderosísima para traer la terminación de las hostilidades
y la restauración di la paz y del orden de la Isla. Kl resukido del modo
de proceder indicado sería seguramente, sino hubiera otro, que la losa*
sección perdería, en gran parte, sino por completo, el auxilio y el apoto
moral de que ahoia disfruta por parte de los Estados Unidos,
Al terminar esta comunicación es apenas necesaria repetir que está
inspirada en los más amistosos sentimientos para España y el pueblo
español* Atribuir á los Estados Unidos proyectas hostiles ú ocultos sa.
tí 4 un error grande y lamentable. Los Estados Unidos no tienen da
siga i os para la soberanía de España
Tampoco eitán impulsados por ningún motivo da antro metimiento n
— 1003 —
p or «1 deseo de inspirar su voluntad á otra nación. Su proximidad geo-
gráfica, y taclia las consideraciones arriba detalladas les obligan á in-
teresarse en k solución del problema cnbano quiera ó no quiera.
Su única preocupación es que la solución del problema se haga rápi-
da y que por estar fundada en la verdad y en la justicia sea permanen-
te. Para ayudar á esa solución ofrece las soluciones que en esta Nota se
contienen , $ arfan por completo mal interpretadas á no ser que se atri-
bajeran á Los Estados Unidos otros propósitos hacia España que los de
ofrecer su sutiüo para la terminación de la lucha fraticida de un modo
que dejando su honor y dignidad incólumes aumente al mismo tiempo
y conserve los verdaderos intereses de aquellos á quienes importa. >
El Gobierno español (como antea he indicado) declinó en
22 de Mayo el ofrecimiento de los buenos oficios de los nor-
teamericanos. £1 Sr. Daque de Tetaán (ministro de Ettado
en el Gabinete presidido por el Sr. Cánovas del Castillo) en
una extensa comunicación dirigida al representante espa-
ñol Sr. Dupny de Lome, después de disentir (en honor de
la verdad, ein fortuna) las criticas de Mr. Olney, hace des-
cansar en resistencia en estos doi puntos: «el Gobierno espa-
ñol se ha comprometido de motu propio en el Discurso de la
Corona, á ampliar y mejorar, en su oportunidad (sic), las re-
formas hechas, ó mejor dicho decretadas, en 1899 en la ad-
ministración de nuestras Antillas: el Gobierno de España no
se prestaría nunca á alternar con sus subditos rebeldes, corno
de potencia A potencia, y por tanto, faltarían términos hdbi*
¿es para parificar á Ouba mientras no se partiera del hecho
de la sumisión de los rebeldes en armas á la madre Patria. »
Deepuéa de esto el ministro español insistía en señalar
como una de las principales causas de a existencia de la
rebelión cubana, el apoyo que esta encontraba en la Repú-
blica de \t s Estados Unidos.
En silencio, y con tristeza, recibió Mr. Olney la comunica-
ción del Sr, Duque de Tetuán, cuya negativa entró por mu-
cho en ja producción de las proposiciones antes citadas de loa
eeoadores y representantes del Congreso norteamericano; pe-
ro el Presidente Cleveland no debió creer definitiva esta con-
testación, cuando en su Mensaje de 8 de Diciembre del mis-
mo año 96, insiste en mantener el cf recimiento de sus bue-
nas cñcios, lo discute y lo razona, después de combatir
roda otra manera de intervención en Cuba.
Aludiendo á las excitaciones que se le hicieron para po-
ner término á la lucha destructora de la Grande Antilla,
— 1004 —
ton á costa de una guerra entre España y loe Estado* Uñi-
dos (guerra que, stgún afirmaban oonnaenciaiineni» sai
preconisadores, no «fría de grandes proporciones ni de du-
dogo éxito) decía: asín negar ni afirmar la exactitud ie
esto, conviene? decir que loe Estados Unidos como Nación,
tienen que informar sus actos en el derecho y no en la fue za
y esa debe ser la norma de su conducta. Por lo demás, aun
cuando la pas no constituye para los Estados Unidos una
necesidad, estos son el más pacifico de los pueblos, siendo
m aspiración más constante la de vivir en buena amistad
con todo el mundo. Y como sus dominios son tan dilatados y
tan diversos que satisfacen cuantas ambiciones y veleidades
son imaginables en este orden de ideas, haciendo preferible
la realidad poseída á la más atractiva belleza que pueda
existir cerca de ellos ni sueñan con las conquistas ni miran
con ojos codiciosos lo que otros poseen. »
Refiriéndose, aunque sin precisarlo, á los argumentos de
la resistencia del Gobierno español, Mr. Cleveland dice
que «todo parecía indicar que si España ofreciese á Caba
una verdadera autonomía, habria motivo justificado para
rreer que la pacificación de la isla se puliera realisar sobre
esta base, siendo su resultado satisfactorio para cuantos se
bollaren verdaderamente interesados en el asunto.» Pero la
exigencia de España de que los rebeldes se sometieran, de
una manera incondicional, antes de que se les concediese la
autonomía no estaba plenamente justificada, aporque impli
caria el desconocimiento de hechos tan graves oomo la co' sis-
tenoia que bebían dado á la rebelión los dos años que ya con-
taba de vid»; la posibilidad de que se prolongase de una ma-
nera indefinida, por la índole misma de las cosas, ye mo lo
demostraba la experiencia; lainminente y com pleta ruinada
la isla si la guerra no acababa sin pérdida de tiempo y prin-
cipalmente los grandes abusos que t« dos los partidos políti-
cos de Fspaña, todos los centros oficiales y sus hombres pú-
blicos más eminentes reconocíany confesaban, pidiendo so
llniedio.»
T luego añadía: asabiendo esto, negarse á ofrecer las re
rmas necesarias mientras que aquéllos que las pi-len no se
entreguen á discreción, deponiendo las armas, antes parece
descuidar el peligro que darse cuenta de su gravedad y ofre
ce ocasión á que la suspicacia dude de la sinceridad de las
buenas disposiciones manifestadas en favor de las re-
formas.»
r\
— 1005 —
Con repetición, Mr. Cleveland insistía en demostrar
los perjuicios directos que la guerra de Caba producía
á los Estados Unidos, tanto por los sacrificios qae el
•Gobierno de la República tenia qne haoer para mantener
la neutralidad y evitar conflictos, cnanto por razón de loa
intereses económicos de los americanos comprometidos en la
isla, donde el capital de éstos, invertido en plan aci
nes, ferrocarriles, minas, y otras empresas, oacilaba entre
JO y 50 millones de pesos, siendo el importe de las tran-
sacciones mercantiles de la República con Cuba, en 1889,
anos 64 millones de pesos, en 1893 sobre IOS millones y
?t millones en 1894.
De paso el Presidente toca las diferentes soluoiones qae
en los Estados Unidos se han dado á la onestióa cubana: el
reconocimiento de la beligerancia, el de la independencia y
al de la compra de la Isla por la República. Sobre este úl -
timo particular dioe: «esta especie no puede ser tomada ea
consideración á causa de que no existe la menor muestra
de que España desee oir proposiciones de tal índole. >
Asimismo Mr. Cleveland hace constar, que, couales
quiera que fueran las circunstancias que pudieran sobreve
nir, la política y los intereses obligarían á los E atado a
Unidos á oponerse á la adquisición de Cuba por otra Poten-
cia ó á la intervención de ésta en aquélla.»
Tan notable documento terminaba ad virtiendo que cao
se debía razonablemente suponer que la actitud de los B
tados Unidos habla de seguir siendo expectante de una ma •
ñera indefinida.» Por tanto, cuando se demostrase la inefi
cacia de los medios empleados por España contra Ion
rebeldes, cuando se evidenciara que su soberanía se
extinguid en Caba para todos los fines de su existen
<jia legal y cuando los esfuerzos desesperados que se hicie
ran para restablecerla degenerasen en inútiles sacrificio*
de seres humanos y en total destrucción de aquello mismo
que fué cau*a de la guerra, las obligaciones que impone la
soberanía de España quedarían pospuestas á mis altos de-
beres que los Estados Uaidos no dulariau eu reconocer y
cump'ir.
»Pjr tanto, podría llegar un momento en que una política
correcta y atonta á los intereses norteamericanos y respe-
tuosa para los intereses de otras naciones y de sus ciuda-
danos, unida á consideraciones de humanidad y al deseo de
ver una nación fértil y opulenta, intimamente relacionada
— 1006 —
con loa Estados Unidos, libra da la devastación y d»
la ruina más completa, pusieran al Gobierno de Washing-
ton en el caso de amparar los intereses comprometidos
y de ofrecer á Coba y á sus habitantes los beneficios de la
paz, ■
Üon ligeras reservas podría asegurarse que, asi la nota de
Mt. Olney como el Mensaje de Mr. Cleveland están dentro
de las prescripciones del Derecho Internacional contempo-
ráneo y que la posición que mediante estos documentos tomó
el Gobierno de los Estados Unidos» era de mucha fuerza.
Pero en hü daño trabajaban la evidente incorrección de los
tribunales de justicia, la policía, los gobiernos de los Esta-
dos particulares y el mismo Congrepo de los Estados Unidos
respecto de la manera de entender los deberes de la neutra-
lidad y el respeto que merecen las naciones amigas. Por
esto, sin duda, el Presidente Cleveland se creyó en el caso
de dar bu proclama de 1 2 de Junio del propio afio de 1896,
recordando aquellos deberes y respetos y censurando severa-
mente i los americanos que faltaban á ellos.
No puede decirse que la gestión del Presidente Cleve-
land fae ineficaz. A poco aparecieron en la Gaceta i$
Madrid Í09 decretos de Febrero de 1897 oon un nue-
vo plan tfe reformas administrativas para las dos An-
tillas; reformas que él Ministerio del Sr. Cánovas se es-
forzó en caracterizar como espontáneas de nuestro Gobier-
no, Se necesitaría mucha sencillez y mucha ignorancia de
todo lo qxxe pasaba en el mundo por aquel entonces, para
reconocer esta espontaneidad.
Más fácil sería convenir oon los devotos del Sr. Cánovas
del Castillo (á cuya acción personaiiaima fueron debidos
aquellos decretos) en que la nueva reforma era superior,
tanto 4 la proyectada por el Sr. Maura, como á la ley llamada
de AbarzQza (ósea la de 5 de Marzo de 1895). ya desead
mada por todas las gentes en la Grande Antilla. Así se
explica el buen efecto que hicieron aquellos decretos en
Mr. Cleveland y Mr. Olney.
Pero el defecto capital de la ley de 1895 que consistía en
esoue&r el carácter político de la reforma, ahora subsistía T
sobro te do, le negaban eficacia, así el empeño del Gobierno
español de aplazar el planteamiento del nuevo régimen hasta
que Cuba pareciese pacificada ó punto menos, como la rir-
constancia de que se reservaran exclusivamente el plantea-
miento de las nuevas instituciones los mismos hombres y los
— 1007 —
miemos elementos que hasta aquel instante representaban la
tradición opuesta á la política colonial expansiva.
Esta circunstancia tomó mayor color por la política que
al propio tiempo realizó el flamante Gobierno reformista en
las dos Antillas.
En Puerto Rico los elementos reaccionarios y conserva*
dores continuaron monopolizando el gobierno, ufanándose
de que las cosas se lo habían cambiado de nombre, mien-
tras los liberales y autonomistas siguieron protestando y
retraídos! porque siempre, tanto allí como en Cuba, los
autonomistas habían puesto como condición primera de
toda reforma ¡a sinceridad y el espíritu expansivo y de con-
fianza en en aplicación.
En la A Otilia mayor e) estado de sitio se generalizó; to-
maron desarrollo imponente las deportaciones gubernativas
Á Ceuta, Chafarinas y Fernando Póo; se inició la obra de
las reconcentraciones de guajiros y la guerra adquirió no
grado extraordinario de dureza.
Es difícil imaginar condiciones más apropiadas para que
los nuevos decretos (los visibles en la Gaceta) perdieran
importancia y llegaran á resultar contraproducentes.
r±
— !Ú0« -
13
En estos momentos sacudió Mr. M*c Kiuley a Mr, Cle-
veland en la Presidencia de U República norteamericana.
Con el cambio; las cosas empeoraron para todos. Proito
el nnevo Presidente rectificó ia reflexiva conducta de en an-
tecesor y franqueó el paso i las ambiciones pop a lares. Biftn
es que á ello contribuyeron bastantes mis cansas que la va «
(ilación de Mr. Mac Kiniey.
La protesta de 26 de Junio del 97 s^bre el mod& de hacer
la guerra en Caba (i)rotesta con la cual se inician las rei**
clones del nnevo Presidente de la República con el Gobierna
conservador español) responde, no solo el aspecto que la gua»
rra cubana ofrecía á principio del año 9 7 y al api azi miento da
las reformas coloniales que h±bím aparecido en la Gaceta de
Madrid á principio de año, sino también a la pujanza que
la agitación simpatizadora de Ja revolución cubana habla lo-
grado por el mero hecho de haber salido dsi poder Mr. C ft«
veland.
Qiisá con aquella protesta se pretendía calmar un pooo
á los ruidosos protectores de Ioí insurreotoa deCaba*
En este documento, de macha energía, el Presídante p«*
tende hablar en nombre de la Httma?iidad y de la Civiliza-
ción, tanto como eo el del Prnth americana .
JUa contestación del Sr. Du }ue de Tetaau (4 de Agesto de
1897) no puede ser celebrada, Tichanse en ella de exage-
radas las criticas contrarias á loa procedimientos que priva-
tan en la guerra de Caba, y conviniéndose eu la dureza de
ciertos actos, se explica esta por las exigencias de la guerra.
— 1009 —
Atácase i los insurrectos y se recuerdan excesos cometidos
por las autoridades y las tropas federales dorante la guerra
de separación de los Estados Unidos.
Se comprende que esta Téplica (muy débil frente á verda-
deras crudezas de la protesta norteamericana haya produ-
cido, al hacerse jjúbüca, deploraba efecto, dentro y fuera de
España.
Lue^ el nuevo representante de Washington en Madrid,
Mr. Wooford, habla más en nombre de su propio pala, refi-
riéndose tanto ¿ los perjuicios de todo género que los Es-
tados Unido en fren y cuanto al estado que la cuestión de
Cuba tiene en el Congreso, cuyas sesiones se hablan suspen-
dido para reanudarlas en Diciembre y discutir la proposi-
ción conjunte presentada á la Cámara de representantes,
despue* de habar sido votada otra análoga por el Sanado, a
favor de! reconocimiento de la beligerancia á los insurrectos.
«Seguramente— dice Mr Woodford,— España no pnede
aguardar de loe Estados Unidos que estos permanezcan ocio-
eso dejando padecer grandes intereses, que se agiten nuestros
elementos políticos y que el país se alborote perpetuamen-
te, mientras no se hace ningún progroao aparente en la so
lucióu del problema cubano. Tal política de inacción por
parte de los Estados Unidos no había, en realidad, de traer
beneficio alguno para E*p&ña, mientras que acarrearla á
los Estados Unidos incalculables dtños.>
Por esto el Presidente de la República, sin pensar nada
cque pudiera implicar el menor asomo de humillación para
Espafin, pero haciendo constar cqus la impotencia de ésta
impone á los Estados Unidos un grado de sufrimiento y de
perjuicio qu* no puede desconocerse •, reitera el ofrecimien-
to de sus bueno* oficio» ', que ahora t podrían ser interpues-
tos con ventea para España», dejando á ésta la determina
ción del modo de la cooperación americana ofrecida. Pero,
en cambio, el Presidente pide contestación pronta y la es-
pera den ti o del mes de Octubre siguiente.
Con efecto, c m > antes he dicho, el Gobierno eepañ)l con-
test6 en 23 de Chtubre de 1897, declinando nuevamente los
$uenos o/icios ofrecidos. Pero ahora ya aquel Gobierno ha-
blaba de otro modo. Como que había subido al poder el
partido liberal f que, si bien ba tante remiso á salir de la re-
forma de 1395, cuando el Sr. Cánovas del Castillo iniciaba
un nuevo avance, á la postre y después de las declaraciones
hechas por el Sr* Sagasta el 24 de Junio y las más anea-
/a
— 1010 —
triada* i el Hr. Moret en el muting de Zaragoia, ee decidió
por intentar la pacificación de Coba, principalmente, por
medica políticos y por efecto de reformas francamente
autonomistas.
£1 nuevo ministro español, Sr. Gallón, pudo, con fortuna,
recobrar el terreno perdido por su antecesor y responder á la
invitación del americano sobre el medio mas adecuado de
servir el intetés de la pts, recomendando que se pusiese
termino á la cooperación que los Estados Unidos venían
prestando á la insurrección separatista.
Sobre este particular decía el Sr. Gallón:
«Pete i los terminantes preceptúa de las leyes de neutralidad y á la
doctrina guatacuda por el Gobierno americano en el famoso arbitraje
del Aiabama respecto de la diligencia que ha de emplearse para evitar
cnalqaier acto tgreeivo contra una Nación amiga, es lo cierto qae han
salido y continua a saliendo de los Estados de la Unión, expediciones
filibusteras y que á la vista de todos f andona, en Nuera York, una junta
insurrecta, ffat públicamente alardea de organizar y mantener la hos-
tilidad armada y la constante provocación á la Nación española. Lograr
que desaparezca st mojante estado de cosas como lo demanda la verda-
dera amistad internacional, sería, en sentir del Gobierno de S. M., el
eafaarzr, más conducente á la par que pudiera realixar el señor presi-
dente de I oh Estados Unidos.
Bastaría para utilizarlo con eficacia que se inspirara en * 1 proceder qne
en caaes análogos siguieron predecesores suyos tan ilustres como Vsu-
Burén, Tyler, Tayler, Fillmore y Pierce, en los años 1838, 41, 49, 51,
y 55, y que condenando por medie de enérgica proclama á los que con-
tra vienen las leyes federales y favorecen la insurrección en Cuba, anun-
ciara á lo 9 ciudadanos americanos que tal hicieran, qne no habrían de
contar en adelante con la protección diplomática del Gobierno de Was-
tinten» por muy grave que fuera la situación á que su torpe conducta
les redujera.
Con abaE donar de este modo á su propia tuerte, á los que in-
fringe u loa Estatutos fundamentales de la Unión y descaradamente
condecen ilegales expediciones fílibustsras, con reprimir enérgica y
continuamente a los que convierten el territorio federal en campo de
acción, de reprochables manejes filibusteros, con eligir, por ultimo, á
los emf leados superiores é inferiores, el más estricto cumplimiento de
sus deberes, en cuanto á las leyes de neutralidad se refiere, haría el
señor Presiden ti por la paz más de lo que es posible por cualquier otro
medio ó procedimiento.
— 1011 —
Y ti todavía se alegara que lia facultades del Ejecutivo, eon limita-
das en este punto, habría que recordar la máxima sustentada por los
Raudo** Unidos en el Tribunal de Ginebra, segúa la cual «ninguna
nación puede, bajo protesto de deficiencia en sus leyes, desatender el
cumpHmierto de sus deberes de soberanía con otra nación soberana.
Cuentan además los propios Estados Unidos en su historia, el ejem-
plo ek cuente que ofrecieron al Nuevo Mundo, cuando juzgaron necesa-
rio proveerse da leyes más enérgicas que facilitaran nuevos recursos,
para evitar los desmanes del filibustera jmo, y en cono pazo, logra
ron que el Parlamento voUra cutntas dispoaicioaei juzgaron necesa-
rias para tal fía, como ocurrió con el acta de 10 de Mayo de 1838, que
rigió durante dos anos .
Dedúcese, pues, de lo expuesto, que pira demostrar con actos los
vivos iese:8 de paz y amistad que animan al Gobierno amigo de los
Estados Unidos, imparta mucho que con resolución y perseverancia
correspondientes * sus vastos msdios, ejecute cuanto íes necesario
para que el territorio de la Unión no constituya el centro donde se
fraguan las maquinaciones que sostienen la insurrección cubana.
No quiere con eficacia el fin, quien no está dispuesto á conceder los
medios, y aquí, el fin que es la paz. se logra conque los Estados Uni-
dos pongan decidido empeño en cumplir con amistoso celo, la letra y
espíritu de sus leyes de neutralidad. »
Ahora correspondió al representante del Gobierno da
Washington evidenciar su debilidad, Mr. Woodford, en
30 de Octubre, después de acusar el recibo de la nota del 25
y de pedir el programa del partido liberal español para re-
mitirlo con aquella nota á Washington, se limita á repetir
que «el Gobierno de los Estados Unidos h* cumplido siem
pie 1*6 leyes de la neutralidad y los Tratados con España»
es una mera afirmación que á nadie convencerá.
No más feliz estuvo el propio Presidente de la República
cuando, en su Mensaje del 6 de Diciembre se hiz? cargo de
los reparos del Gobierno español á la conducta del Go-
bierno americano en panto á neutralidad. Mr. Mac Kialey
se limitó á decir esto:
«Esta acusación carece de fundamento serio. España no hubiera po-
dido Jumarla si hubiera tenido conocimiento de los constantes esfuer-
zos que este Gobierno ha hecho, gastando millones y poniendo eo.
juego la maquina administrativa de la Nación entera para cumplir pie-
sámente sus deberes, seguí las leyes internac onales. Sería bastante
respuesta á esa acusación el hecho de haber sido detenida, violando)
nuestras leyes, una sola expedición militar 6 un sólo barco armado,
— 1012 —
antes de talir de nueetns rostas Pero de este aspecto de la Nota aspa-
Sola no es neeeaario hablar más por ahora. Firme en el convencimiento
de haber cumplido por completo nne&tras obligaciones, se di6 la debida
respuesta á este cargo por la vía diplomática. . . »
Ni máe, ni menos. Hasta ahora no conooenns mayores
detalles de esa respuesta, cnya publicidad interesaba de na
modo excepcional al Gobierno de los Estados Unidos.
Las palabras del ministro de Estado español fueron lue-
go corroboradas por la Gaceta dé Madrid, que a fines de
Noviembre publicó los decretos de reforma autonomista oon
las instrucciones necesarias para llevarlas inmediatamente
á la práctica, después de sustituir al general Wejler por el
general flanco, en el Gobierno general de Cuba.
A poco, como antes he dicho, ó sea el 6 de Diciembre, Mr.
Mac Kinley le jó el Mensaje anual de la Presidencia al
Congreso de los Estados Unidos.— De este documento se
ha hablado ya en otra parte, por cuanto es el punto do
partida de este trabajo. Ahora baste decir que en el Men-
saje aludido fueron discutidas otra vez todas las soluciones
posibles de la cuestión de Cuba.— En él se ratifica el jai
ció de que en la guerra cubana, sel españoles como cubanos,
ha n olvidado el Código de la guerra de los pueblos civili
za dos; se habla del inexcusable deber del gobierno nor-
teamericano de amparar á sus nacionales atropellados en la
Grande A n tilla, y se regittra. con frases de simpatía y es-
peranza, la nueva política autonomista iniciada por el Go-
bierno liberal.
En este documento se hacen declaraciones tan graves
como las seguientes, con relaoión á lo que el Gobierno libe*
ral español había realizado, iniciando la nueva política:
«Ha relevado al general cajas órdenes brutales inflamaban la ima-
ginación americana 4 indignaban al manió. Hi modificado la horrible
orden de concentración y se ha comprometido á cuidar de los abando-
nados y á permitir que los que quieran volver á cultivar sus campos
puedan hacei lo, asegurándoles la protección del Gobierno español en
su 9 legítimas ocupaciones. Acaba de p ner en libertad á los prisioae
res del Compttitsr, antes condenados á muerte, y que habían servido
de asunto á frecuente correspondencia diplomática durante éste y el
anterior Gobierno. No hay ya ni un solo subdito americano detenido 6
cumpliendo condena en Cuba.»
Por todo eeto, había qne esperar los hechos* El porvenir
— 1013 —
próximo demostrarla si había probabilidad de conseguir la
indispensable condición de ona peí honrosa. Si ésta no se
consiguiese, no quedaría más r. medio para los Eatadoe
Unidos (asi decía Mr. Mac Kinley) que emprender otra
snerte de acción, considerando sos intereses, su honor y
los derechos de la humanidad.
En tal caso procederían de modo que el mundo civilizado
asegurase el apoyo y la aprobación á la acción emprendida,
no por culpa de los americanos, sino por una necesidad per-
fectamente clara.
No hay que apurar mucho el ingenio para distinguir lo cons-
tante y lo contradictorio en la política exterior seguida por
el Gobierno de los Estados Unidos en el curso de loa últimos
cuatro años. Sin dar cierta generalidad á las observaciones
y prescindiendo de estudiar la política de Mr. Cleveland
en Santo Domingo, en las islas Haway y en la cuestión del
Canal de Nicaragua, aparentemente opuesta á Jaécete
nida por el mismo Presidente en la cuestión angl o -vene-
solana; sin buscar más datos que los qne ofrece el problema
en baño, fácilmente se puede £< fialar la unidad y el contraste.
En el fondo, los dos Presidentes convenían en estimar de
importancia extraordinaria para el porvenir de los Erados
Unidos la anexión de Cuba. De idéntico modo ambos per-
seguían la idea de la hegemonía de la gran Bepúblsca en el
mundo americano. A mbes afirmaban el principio de la in-
tf i vención y la oposición resuelta á que en Cuba pudiera
izarse la bandera de otra potencia europea distinta de
Fspafia. Pero en el procedinvento, en el modo y en la esti
mación de las oportunidades, hay una distancia apredable
á simple vista entre las declaraciones y la obra de los dos
citados hombres públicos.
Por lo pronto, de paite de Mr Cleveland están las pre-
ferentes invocaciones al interés humano; la excitación al
Gobierno español para que por si mismo realice fas refor-
mas coloniales y la política necesaria para la pacificación
de Cuba y la evitación de la ir gerencia extraño ; la reaie-
tenoia á los apasionamientos de los simpatizadores de la in-
surrección cubana, que podían coartar la acción de España
L comprometer á los Estados Unidos sn una guerra! y en
i, la referenoia al juicio y al voto de las demás Naciones,
que no podrían ver con ca'ma (según el Presidente ameri-
cano decía), qu^ continuase la guerra en daño de toda cla-
se de respetos é intereses.
— 1014 —
Mr. Cleveland acreditó siempre un» cierta prevención
contra la política de la fuerza, y grandes antipatías contra
toda precipitación de soluciones. Cnando acentuó en dispo-
sición en favor de soluciones extremas, fué en el curso del
conflicto con Inglaterra por causado Venerada: pero en-
aces aprovechó 1» circunstancia de que la actitud del po-
deroso gobierno inglés, frente á la débil República snd-
americana, entrañaba un verdadero atropello y era un nue-
vo atentado en la serie de las íd jarías hechas por los go-
artos europeos á los jóvenes naciones de América, y ha*
bía concitado contra los inglesas á los Gobiernos y la opi-
nión pública del Nuevo Mundo, determinando, en la parte
ina de éste, una positiva rectificación de las prevenciones
qne contra los Estados Unidos había producido, en último
extremo, el fracasado Congreso Pan-americano de 1890.
Para Mr. Cleveland la anexión de Cuba era oaestién de
tiempo, y para lograrla en condiciones de éxito tomaba al-
tura y prestigio, dando relieve al papel amistoso y reden-
tor de los Estados Ucidos, y huyendo de toda apariencia de
provocación y conquista, que podrían proporcionar á la
gran República un carácter perfectamente opuesto á su re
presentación en el mundo contemporáneo: el carácter de
una nación agresora y á la postre militar, de todo en
todo incompatible con las exigenoias y las condiciones de
una República democrática.
El tiempo explicará cómo y por qué Mr. Mac Kinleyv que
al principio pareció seguir el rumbo trazado por Mr. Cleve-
land, muy pronto lo rectificó completamente, precipitándose,
por flaqueza ó por propia voluntad, en la política de lo que
ya se llama en les Estados Unidos la expansión colonial y
el imperialismo. Esto es todo lo contrario á lo que recomen-
daron Washington, Jefferson, Monroe y los grandes fun-
dadores dele esplendorosa República norteamericana.
También el tiempo permitirá apreciar cumplidamente el
valor y la eficacia respectivos de los dos procedimientos
empleados por Mr. Cleveland y Mr. Mao Kinley.
Por lo pronto el de este último ha dado de si la guerra
en las condicioEes deplorables que se han expuesto en el
presente trabajo. En cambio, Mr. Cleveland puede poner
de su lado la doble circunstancia del positivo efecto que sus
recomendaciones produjeron en el Gobierno español para la
promulgación de los decretos reformistas de 1897 y de Ja
coincidencia de sus gestiones con otras análogas, aunqua
J
r
— 1015 —
no tan viva*, departe de otroa Gobiernos europeos» y que
evidentemente contribuyeron ala publioación de loa re-
ferida decretes. De esta suerte te acreditó el coacu reo in-
ternacional para la pacificación de lae AntiiJaa españolas.
£m este no punto nauta ahora por nadie tratado y que pida
un detenido estudio. Por desgracia, faltan los datos *ufioieu-
tes: ee decir, toa datos públicos 6 incontrovertibles. Ni el
Gobierno español lo» ha incluido en ninguno de sus Libros
rojos, ni han aparecido hasta ahora en los libros análogos
del extranjero. Pero tampoco han apareeido en los libros
ofioiaiea los documentos á qna antea me he referido respecto
alas negociaciones de 1826— 1850 -1852 y 1870, sobre la
suerte de Unba. Y para tener exacta noticia de esas docu-
mentos verdaderamente i ui i -entibies, ha sido preciso que
transcurrieran muchos auos desde su redacción y tramitación
-entre los Gobiernes europeos y americanos.
La vez primera que se aludió, en ios círculos políticos es-
pañoles, á la ttctitnii de los Gobiernos extranjeros sobre la
actual cuestión de Cuba, fué en la sesión c alebrada por
nuestro Secado en 30 de Junio de 1896.
.Entonces yo, dtscntifaio con el Sr.Cinovas del Caitillo,
(i la sazón Presidente del Consejo de Ministros), me per-
mití con todo géoero de salvedades y alardeando de ana
prudencia quizá exagerada, excitar al Gobierno español á
que explicara a!go sobre este punto, que á mi particular-
mente no me era descot cuido.
Entonces pregunté:
■jMo tiane el Gobierno alffáa dato de carácter oficial respecto á la
manera con que agua dabütit* extranjero, y más coQ^fettmants ftlgn-
noa G*biaat** eun^oa entiendan nuestro problema de Ultramara
*Por acas-s, 6ü el curto da iaa relaciones oficiales ú oücioeas de pues*
tro Gobierno coa algunos ertr-iojgrjs, ¿uo ha oido el primero la expre-
sión de las sim patina que impira Eupaña mis allá de las fronteras; no
ha percibida ciartaa veladas cenauraa á la actitud j U conducta da loa
Estados Unidos, paro con el aditamento de cariñosas oscitaciones para
que el Gobierno español YAfíe de procedimiento en nuaatras colonias j
ia ponga en armonía con el sentí lo dominante en la coloniíaciÓa con*
temporánea, mediante la prodamacién de la autonomía col joial? ¿Ka
inverosímil la fttfpeda de que uní de lae mayores dificultades coa qna
muenro Gobierno tropieza para caucluir la guerra de Cuba, no atenida
muy particuUrmatjte por faa simpatías y les auxilios directos de Norte
América, es la propaganda que se hace en el Mundo contra nueatr*
m
— 1016 —
regimos cok mi ti, atribuyendo á nuestro Gobierno propósitos reaccio-
na rio ■ por la auspeneión do las reformas del 95, le mismo eo Cuba igi-
leda que en PoortO Rico pacífico, y por la lignificación que se atnba-
_v& públicamente ala sustitución del tenor general Martínez Campos
por el señor general Weyler en el gobierno de U Grande Antílla y en
la dirección de la guerra cuban aV
£1 Sr. Cánovas del Castillo &s deseo tendió de eetaa pre
gratas, oomo de otros problemas qao flauteé en aquella, se-
sión; pero sobre casi todos &toe puntea disertó á poco en el
Congreso de los diputados. El decir, allí donde yo no po
dfa reooger y comentar las iee^ueofes y donde nadie Ui dii-
cQtió porqnealll no había au tone mistan ni republicanos (1).
Pues bien; el Sr. Cánovas del Castillo, en la sesión cele-
brada por el Congreso en loe primeros días de JaJio de
1896, resumiendo los amplios debates que *IJ1 hubo sobre
la cuestión colonial y la parte del Mena-eje de la Corona,
que hablaba de la urgencia di consagrar la personalidad ad*
ministrativa y eoonómica de Cuba, y de hacer en Ultramar
nuevas y grandes reformas, dejando atrás las de 1895, decii:
«Kxiste hoy en Cuba la necesidad real de aplicar en gran parte lo
que los ingleses llaman el *9lfgov**nr<¡*nt, de llevar allí una deexentreli
¿ación que puede calificarse de extrema, de dar al paif una grandísima
parte en la administración de sus propios y peculiares inlereeee; de lle-
var asimismo la responsabilidad k esa Administración, quitando esa
responsabilidad á la Madre Patria, da modo que no se pueda estar con a
tíi ti tomento, con los ejemplos más 6 meaos exagerado* de nuestra Ad-
ministración, deshonrándonos á los ojos de América y de Europa j mi-
tigando en parte, ya que no destruyendo del todo, en algún i na-
ción, la simpatía qne la notoriedad del derecho de Bspafte nos pudiera
proporcionar.
«No as allí sólo; ya veis si soy tranco y ti empleo otras reservas es
la disensión qne las que son exclusivamente necesarias, No es sola
mente en América donde con grandísima prude* cía por parte de las
K e públicas hiapano americanas y con on afecto filial da su* Gcbiemoi.
que nunca dníbwtmoo olvidar, se piensa, aíu embargo, que debiéramos
mejorar la Administración de la isla de Cuba, sobre lo basa de dar i o
Mr Tención en ella á loa habitantes, de eai Antílla; no es tampoco en al*
gtin otro país, qne no teniendo esos motives de filial caria o bacía nos-
otros, aunque tenga alguno, se piensa lo mismo. No es allí sólo. Acaso le
(l) Sobra todo esto pueda leerse el folleto publicado en 18? 8, con el
titulo da La autonomía oolonial «nf« loa CerJea f la opinién pública ᧠M*
ton motivo d§ la gutrra d% Cue».
— 1017 —
sabéis; sin duda lo sospe chaia. E« en Europa miama, donde Ja preocupa-
ción de que nosotros no llevamos 4 Aquel gobierno todos loe medios do
que tea tía gobierno a la altura do las ideas y oleosidades jurídicas mo-
d aro as, nos está gravemente perjudicando. *
La declaración no pasó de ahí, pero basta. Fuen* de Eri-
paña» ea ciertos circuios, se sabía de sobra Jo que loe (t >
ble r a os europeos y a mer i caaos pensaban y recomendaba i
respecta de la urgencia de una reforma profunda en nuestro
orden colonial, Recordábase cóoqo y por qué, ea dos Apocan,
habían fracasado las gestiones hechas para garantizar el
imperio de España en Coba, y de qué suerte en este fracaso
habían influido Jas cuestiones de la trata y la antipatía qne
producían algunas de nuestras practicas coleóla es. Los
Gobiernos i o gléa y frunce* lo habían declarado con toda
franquera, en 1850 v 1852 respectivamente. La prensado
todo el Mando t*e ooapaba de este problema en el mismo
mentido; es decir, en favor de Ja reforma autonómica de las
Antillas y en pro de la argucia de nna soludón al proble*
ma cubano, oomjicado por la creciente importancia de
las simpatía a separatistas 6 anexión intas de los Estados
Unidos, á partir de 1896 . Realmente existia una interven-
ción moral de Europa y América en la situación política,
económica y social de ]as A u ti II as espa fulas.
A esta día posición europea é hispano americana, auió su
calurosa gneíJóa Mr, Cleveland en términos apenas disco
tibies, ni, como antes he dicho, la po i tica del Presidente d*
los Estados Unidos no resultara comprometida, y á Jad ve
ees rectificada, por i o que en aquel pafs socedla en punto al
respeto práctico y la consideración debida á los poderes
públoos y la soberanía de una nación amiga.
Foro todo esto sirve, primerOj para dar mayor relieve a
los equívocos, la intemperante*, la precipitación y las posi-
tivas violencias que caracterizan la dirección y la acción del
Presidente Mac Kiu ey á Jos pocos mee- es de subir al Poder
y quedan á su política internacional un tono perfectamen-
te contrarío al derecho y las prácticas contemporáneas.
Luego, eso sirve para evidenciar nuevamente que la cum-
tión de Duba estaba, á fines del año 97, puesta baja la jurii
dicción del Concierto internacional moderno.
— mis —
14
Ya es hora de contestar á las preguntas hechas arriba
sobre la intervención armada realizada por el Gobierno de
loa Estados Unidos en Coba, á partir de Abril de 1898.
El detalle con que he expuesto la con d acta del Gobierno
norteamericano! el desarrollo de la política colonial espa-
ñola, á contar de fínej de 1897, y las relaciones diplomáti-
ca* del Gabinete de Madrid con el de Washington y los
Gobiernos europeos en el curso del último año, facilita
grandemente la tarea. Apenas si ahora necesito otra cota
que hacer referencias á lo antes dicho y relacionar estas re-
ferencias para llegar á una síntesis cuya fórmula no exige
mucho espacio.
Por otra parte, me allanan grandemente el camino la ab-
soluta imparcialidad con que he apreciado las disposiciones
de Mr. Cleveland y los valiosos antecedentes de la Repúbli-
ca norteamericana, asi como la severidad de mi juicio sobre
loa errores del Gobierno español y las inconveniencias ó/in-
justicias de nuestra vieja política colonial.
Eq tatas condiciones puedo desahogadamente afirmar que
no ha habido en Cuba, á mediados de 1898, motivos para
una intervención extranjera.
Y esto lo afirmo, no sólo con el criterio de las teorías
más radicales y novísimas del Derecho internacional, sino
también teniendo en cuenta las prácticas internacionales más
corrientes de nuestra apoca, los argumentos más especiosoáea
favor de una actitud agresiva por parte de la República ñor-
fceamer icana y las tradiciones más prestigiosas, los compro-
— 1019 —
misos más notorios y el sentido más acosado de la gran Fede*
r*ció p de los E«udos Unidos.
Demos de barato que la insurrección cubana fuera in-
vencible por parte de Espefia, á mediados 6 á fines de 1897.
Con vengamos en que esa insurrección producía á los Estados
unidos perjuicios extraordinarios, cuyo término era urgente,
así para el btien orlen político y eoonómioo de la Repúbli-
ca, cuanto para excasar al Gobierno de ésta gastos conside-
rables y conflictos diplomáticos.
Está bien. Aceptemos esas hipótesi», pero siempre con la
protesta de qae se ha probado en paginas anteriores que la
gaerra de Coba no ha producido ni produos á los Estados
Unidos más daños que los oorrientes y propios de la vecin -
dad; es decir, aquellos que jamás han sido motivo para la
g o erra entre dos naciones contiguas 6 próximas.
Y también es cierto que la guerra de Cuba llevaba poco
más de dos años de duración y aparecía visiblemente decaí -
da á principios de 1898, así como que la guerra civil délos
Estados Unidos de 1861, que tantos perjuicios ocasionó al
comercio del Mando, duró más de cuatro; años, revistiendo
*í*mpre proporciones considerables.
Pero de tod >« nodos, ¿será posible que persona alguna que
haya vivido en el mundo de la política y de les negocios, ó
<iue haya erguido de lejos la maroha general de las cosas
en todo el carao de los últimos cuatro años; será posible que
niegue el hedió de que en todo ese tiempo los Estados Unidos
han sido el centro de acción, el lugar de abastecimiento, y la
base de operacioaes de la insurrección separatista cubana?
Y desocé* de lo dicho y detallado en las páginas anterio-
res, ¿eg d ble divertir que la actitud del Gobierno de Was-
hington— á poco de entrado el año 98,— el movimiento de sus
barcos de guerra, la conducta de sus agentes oonsulares en la
Habana Jas notas y reclamaciones que dirigió al Gobierno de
Madrid, sus exigencias respecto de la aplicación del depri-
mente protocolo de 1871 (que da un alcance extraordinario
al convenio de 1795 y protege á los americanos comprometi-
dos en la rebelión cubana) y las declaraciones solemnes del
Congreso de la República fortificaren la insurrección se*
par a ti st a decadente, desprestigiaron al Gobierno de Espa-
ña y dificultaron el planteamiento, arraigo y desarrollo do
las reformas autonomistas decretadas en Madrid á ises de
Noviembre de 1892?
En tales supuestos, ¿en quó principio de Derecho, en
— 1020 —
qné precedente de carácter internacional, en qué argu-
mento de eqoidad y, en último caso, en qné consideración
de moral pública puede apocarse la pretensión de qne el
Gobierno de loe Estados Unido*, cooperador más 6 menos
indirecto de la insurrección de Ouba, encuentre fonda-
mentó en ésta para formular exigencias oontra España,
imputándola la exclusiva, la absoluta responsabilidad de lo
queen Cuba pisa, y resolviéndose, en vista de esta titaación,
á intervenir, sólo y por su exclusiva cuenta y con las condi-
ciones por él libremente fijadas, en la insurrección de ana
colonia oontra la Metrópoli, impediia por la acción del inter-
ventor para dominar, reducir ó aquietar al insurrecto?
Seria ocioso invocar, siquiera como atenuante, el dato de
la Nota pasada por el Gobierno norteamericano al espa-
ñol (la llamada Nota OlnepJ, en 10 de Abril de 1196,
ofreciendo los servicios de Washington, en condicionas ho-
norables, para dar felis término á la agitación cubana» bijo
el pabellón de España.
Aquella Nota, foé quisa, el acto realizado por el Gobierno
de los Estados Unidos, dentro de loe cinco últimos años, mas
estimable para cuantos, absolutamente desinteresados en
el particular concreto de la cuestión colonial española, es
tudien las difíciles relaciones de Fspafta y loe Estados
Unidos en el último cuarto del siglo xix, y consideren el
pnblema sólo desde el ponto de vista de la pan y el progre
so general de los pueblos. No lo niego.
Tampoco tengo por qné ni para qos negar que aquel ha*
cho tiene un positivo valor en la historia de la política in-
terna de España.— Los partidos políticos de ésta no
podrán prescindir de la mencionada Nota en la hora ds
exigir las responsabilidades qne corresponden á los que,
dirigiendo el Estado esptñol, quisa entonces podrían ha*
ber evitado el deplorable curso que llevaron después Jes
negocios ultramarinos.
Pero sin prescindir de nada da esto, es necesario no va •
riar su carácter ni exagerar su trascendencia Por lo menos,
es indispensable precisar fechas y relacionar aquel impor-
tante documento con las distintas actitudes que el Gobier-
no anglo-amerioauo tomó desde entonces y con el muy di-
ierente estado que ofrecieron las cosas en Cuba, á partir
ds l.9 de Enero de 1898.
Porque, cuando Mr. Olney escribió su Notado 1896, apa-
recía sin salida el problema cubano, suspendas indefinida-
— 1021 —
Lu«Dt« allí las reformas votadas por el Parlamento español de
1895, y enseft oreado del poder nuestro partido conservador,
siempre opuesto á toda política expansiva en Ultramar y
profundamente antipátioo en las Antillas. Y cuando se de-
cretó en Whasington la intervención en Cuba, fué muchos
meses después de aquella Nota, y i los cuatro escasos
de ha terse comenzado á plantear en las Antillas el régimen
autonomista, por el partido liberal español qne ocupaba el
poder con antecedentes, compromisos y voluntad estimados
satisfactoria y públicamente por el Gobierno de los Estados
Unidos, y que para la noble empreda de la transformados
del orden político y social de nuestras colonias, contaba
con las simpatías y el apoyo de todos los elementos demo-
cráticos de España, y hasta con una relativa benevolencia
de los conservadores caídos.
El fondo de la Nota de Mr. Olaey— lo fundamental da su
recomendación— era un hecho á principios de 1898; que-
daba por realizar sólo la intervención oficiosa de los Es-
tados Unidos. Mucho menos necesitaba España en aque-
lla hora para terminar la guerra cubana. Necesitaba tan
sólo que los Estados U a id os se estuviesen, de veras, da
fomentar ó caloría r esa guerra. Ea una palabra, que el Go-
bierno de la República cumpliese severamente las re-
glas generales déla neutralidad internacional entendidas:
1.°, como ese mismo Qobierno habla recomendado á Ea-
ropa, y partioulamente á Inglaterra, durante la guerra
civil norteamericana de 1861 á 18*5; 2.°, como Espa-
ña l*s estimó y practicó en aquella época en favor de
aquel mismo Gobierno, que tan agradecido se mostró enton-
ces á la Nación que ya obligaba sa gratitud per el descu-
brimiento de América, por su activa cooperación en favor de
la independencia de la Unión anglo-amerioana en 1782, y
por Ja facilidad con que en 1803. 1815, 1819 y 1820 se habla
prestado al ensanche territorial de la nueva República por
la Florida y la Luisiana, y 3.°, como, á instancias délos
hombres de Washington, quedó determinado y proclamado
per el famoso Tribunal de Arbitrage de Ginebra y el céle-
bre Tratado do Washington de 1871.
De todos modos, aun apreciando la Nota de Mr. Olney
como un acto bisn intencionado y plausible para llevar U
paz á Cuba, no es dable entender que por él adquirieran
los Estados Unidos un derecho más ó menos positivo de que
carecían la víspera de la publicación de la Nota, ni se pueda
— 1022 —
prescindir de lo que antes de ahora se ha dicho respecto de*
la deficiencia de aquella gestión, mientras no f aera acompa-
ñada de una rectificación absoluta del apoyo que la insurrec-
ción cubana Tenia recibiendo del pueblo y aun de las auto-
ridades de los £etsdos Unidos.
Esto oon referencia á la época en que se prodigo la Nota.
La segunda ves que el Gobierno de Washington repitió -
el ofrecimiento de sus buenos oficios, fué á fines de Sep-
tiembre de 1897» la víspera misma de la subida al poder
del ministerio Sagaeta, cuyo programa reformista y expan-
sivo hacía ociosa la gestión eztraojera. La vez teroera en
que ésta se anuncia, es en Marzo del año §8-. Páreteme
imposible desconocer la inoportunidad de la solicitud, que»
implicaba entonces, cualesquiera que fuesen las protes-
tas y las salvedades con que se la acompañara, una gra-
ve desconsideración para el Gobierno español,, que as*
guramente habría logrado la paz en aquella hora, si oon
esta y otras verdaderas coacciocea, no se hubieran dificulta-
do sus medios morales y materiales de acción ante la vista
del Mundo, ya alarmado y pronto escandalizado por tales
procedimientos.
Sería cerrar los ojos á la evidencia el desconocer que la
aceptación de los buenos oficios de los Estados Unidos en
Febrero ó Maizo de 1898 (| y los buenos oficios dirigidos en
Cuba por el cónsul general Mr. Lee!), habría equivalido L
suscribir el protectorado del Gobierno de Washington en
condiciones tan deprimentes, que la pérdida de Cuba para
España sería cosa de muy poco tiempo, en condiciones ver-
daderamente incompatibles oon el prestigio que oorrespon
d« á la nación descaí ridora de América y que aún hoy pue-
bla la mayor parte del continente sudamericano.
Apurando algo las cosas, podría la malicia llegar á más.
Sobre todo ahora y después de haberse produoido otros de-
plorables actos del Gobierno norteamericano, que, como es
notorio é indiscutible, en esta campaña no tiene á su favor
el voto manifiesto de ningún pueblo del Mundo.
Y no digo en bbsoluto que tiene enfrente á todo el Mun-
do, porque el Litro Rojo recientemente publicado, da moti-
vos para sospechar que el Gobierno inglés ne comparte la
aversión general de los demás Gobiernos aludidos en aque-
lla recopilación diplomática.
Bin duda, la malicia puede muy bien pensar que la reitera-
ción de los ofrecimientos de intervención oficiosa! hecha ya
J
— 1023 —
dentro del año do 1891, no tenía otro carácter que el de un
medio, seis ó msnos habilidoso, de mostrar al Mande que el
Gobierno americano había apelado á todos loa recursos, as-
tee del material y violento, que ya estaba entonces en la
■tatito de los politioos de Washington. Y aun esta hipótesi»
seria benévola al lado del supuesto de qoe aqnel acto fuera
«na manera de distraer al Gobierno español, respecto de las
verdader»* disposiciones y los serios preparativos de los di*
rectores de la Oasa Blanca.
Tratándose de este particular, es imposible prescindir de
loe pretextos dados por el Gobierno de los Estados Unidos
pera concentrar sus buques de guerra y apostarlos luego
ocrea de la iela de Coba. | Entonces los americanos alegaron
el temor de que España acometiera 6 declarara la guerra 4
la República!
Nada de esto pudiera pensaras si el Gobierno norteame-
ricano, despees ds la Nota de Mr. Olney, y ratificando con
hechos las declaraciones simpáticas que laego le arrancan
loe decretes autonomistas de Noviembre de 1897 y las
nuevas disposiciones del Gobierno español, hubiera oelo-
risadj la acción de éste, para lo cual, seguramente no eran
medios adecuados la forma y el alcance de la campaña
hecha para socorrer 4 los reconcentrados da Cuba, ni la pre-
aeneia del Jíuine en la bahía de i» Habana, ni, so*
tos todo, la actitud del cónsul general americano Mr. Lee
en la capital ae Cuba.— Sobre estos particulares ya creo
que no .caben eq nivosos. El tiempo ha hablado quisa mas
de lo Lectsario.
Pero aau apartando la vista de estos lamentables sucesos,
y lomando la famosa Nota de Mr. Olney en su mas generoso
sentido, y aceptando como sinceras las manifestaciones
solemnes de los Presidentes Cleveland y Mac Kinlev al
Congreso de los Estados unidos de 1896 y 1897, pareos que
lo mejor, quia4 lo único, que el Gobierno norteamericano po-
driahaber hecho, para salvar sus responsabilidades y quedar
dentro del Derecho Internacional contemporáneo, era procu-
rar la inteligencia y la cooperación de los demás grandes di -
rectores del mundo político moderno: 1.*, para declarar que
lo que sucedía en Cuba era absolutamente atentatorio 4 los
derechos de la Humanidad y 4 los intereses delaCivilisaojón;
2.*, paraestablecer que España era impotente para poner ter •
saino 4 estaangustiosasituación, y 3.° para determinar lo que
mili ss debia hacer, del propio modo que se habla hecho en
— 1014 —
Europa, respecto de las cuestiones de Oriente y de Italia— 7
en Afrio*, Asia y América, respecto de los problemas de Me-
rrosoos» el Gongo, China, J*p6n y el Paraguay.
Es de creer que algo d* esto pasó por el espirita de loe
hombres de la Oasa Blauoe, puesto que el Fraúdente
Mac Kinley, en su Mensaj i de 6 de Diciembre de 1337, ma-
nifestó el proponte de que eu acción fuete ton clara que le
asegurase el apoye y la aprobación del mundo civilitaio.
Ya en otra parte «ve ha reoordado oóun el Praiideats
Orant entendió, en 1872 78, la competencia del Concierto
internacional de los gobiernos americanos, pava recabar de
España la libertad de Oaba —y cómo, después, el mismo
Presidente, oonsultó, sin éxito, á las Potencias europeas, la
conveniencia de intervenir en la grande Antilla.
P*ro la indicación de Mr. Mac Kinley, no sólo se pasó
á mayores ni se tradujo en acto alguno positivo, siso que
pronto f aé anulada escandalosamente y como no se ha dado
otro ejemplo en la H storia oontemporánea, por la peregri-
na resolución dal Congreso americano de 18 de Abril de
1898 y por la intervención material de loe soldados *
marinos norteamericanos, después de haber sido desdelU-
da, más que desatendida 1* gestión diplomática de las gran-
des Naciones europeas para evitar la ruptura de loe Esta-
do Unidos con Eipbñi.
Las cosas han pasado de tal suerte, que pooos serán ya
los que no vean con toda claridad que las últi uas determina •
eiones de la actitud definitiva de los Estados Unidos (perfeo *
tamente dispuesto á intervenir de cualquier modo y oon tales
é cuales propósitos en la cuestión hispano*oubana), fueron:
1 .* la casi evidencia de que el planteamiento del régimen an-
toasmista en Cuba terminaría en breve ' plaio laguerra sepa •
ratísta, y oon esta terminación se destruía la mejor coyun-
tura de influir é intervenir el Gobierno de Washington en
las cosas de aquella isla, y 2.° la seguridad de que ninguna
Potencia europea iría á la mano de loe Estados Unidos, ni
dificultaría por modo alguno que éstos resinasen en Ouba
ia obra violenta que tenían preparada.
Desde que estos dos puntos quedaron bien establecidos, la
intsrvsnción norteamericana fué indiscutible.
Pero oon esto, ¡qué retroceso en el Deoret j Internacional!
Porque el Gobierno norteamericano no ha consentido un
solo momento que prospere el arbitrage, propuesto repetidas
veces por España, ni se ha cuidado paría nada de las leyes
— 1025 —
de neutralidad ni de loe prinoipioe oorrientee en punto á la
«oberacia de las naciones ni del Concierto internacional para
loeintereeee 7 las solnoionee qne afectan á todo el lía ido.
Ann ein concretar las observaciones á detalles importan -
tes y de imposible excusa, basta la consideración de la letra
y el espirita del faino*» bilí del Congreso norteamericano
de 18 de Abril de 1898, para poder afirmar qne los Etttdoa
Unidos han excedido ahora en arrogancia y violencias at
primer Bonaparte en sus decretos respecto de Europa ven ■
oída y deshecha, y al Emperador ruso en sus declaraciones
-contra Turquía y á favor de los pueblos opresos por el Sal ■
tan, 4 los comiensos del siglo corriente.
Porque en el bilí aludido (determinado, ség&n se dice, en
las consideraciones que preceden á la parte dispositiva, por
«1 sentido moral del pueblo norteamericano), no sólo te
decreta que España renuncie inmediatamente i tu autori*
dad y al gobierno de Cuba sino que §e proclama que Cuba
4$ y debe ser libre 4 independiente
Después viesen otras afirmaciones de positiva gravedad;
pero las que afectan directamente al Derecho internacional
non las primeras, que entrañan uaa pretensión más que abn
«iva é irritante, absurda, del carácter, lo* derechos y la re-
presentación del Estado norteamericano en el concierto del
Mondo oivilisado.
Porque de ellas resulta, desde luego, la capacidad del
Estado norteamericano de negar eficazmente y por su abso-
luta y personal autoridad, la soberanía de una nación que,
como la española, disfrotaba de la plenitud de su carácter
internacional y de ninguna suerte habla ofendido á la Re-
pábioa de Norte América — Después, apareoe el derecho de
-eeta misma de ensanchar, por su exclusivo criterio y con íu*
medios propios, el circulo de las naciones independien-
tes, dando ó reconociendo la personalidad de tal á la an-
tigua colonia de Gaba, sin e-timar siquiera conveniente pa-
ra esta declaración transcendental en otro orden superior al
-de las meras relaciones particulares da Cuba con loa Etta-
<do8 Uoi los, la aprobación, j ni aún el conocimiento de los
demás pueblos soberanos á cuyo trato, de igual á igual, era
«elevada la grande A n ti Ha.
A todo esto hay que agregar la h ipótesis fundamental de
todas las resoluciones del bilí mencionado; la hipótesis de que
bastaba que el sentido moral del pueblo Norte Americano
40 sintiera herido por lo que pasaba en Cuba (ó mejor
H
— 1026 —
dicho, por lo que el Gobierno de loe Estados Unidoe, por s»
propia cuenta y oon eos dato* exclusivos, decía que pasa-
fea) para que ente Gobierno hiciese, con éxito, las declara-
ciones antes expuesta» y para que los soldados y los
marinos de aquella República invadieran las aguas y la tie-
rra de Espafia, con el fin concreto de expulsar á ésta de sus
dominios de América, sin el menor agravio del Derecho io-
er nacional contemporáneo.
Conviene fijarse mucho en que el ¿itfde!8 de Abril
de 1898 p? escinde en absoluto de toda ratón y aun do todo
pretexto de carácter particular, para abonar la violencia
que decreta.
En él no se habla palabra de los perjuicios que á los Es-
tados Unidos cansa la guerra de Cuba. No haj frase algu-
na referente á cualquiera de los rozamientos, cuando no
choques, que excusan 6 produoen la generalidad de las
guerras particulares entre dos naciones. Cierto que se hace
alnaión á la pérdida del Maine en las aguas de la Habana,
pero sin que e*to se atribuya al Gobierno español ni á los
españoles; bien que tal acusación hubiera sido el colmo del
atrevimiento, precisamente cuando era notorio que el Gobier-
no norteameriorno se habla negado en redondo á que los cu-
riales y técnicos de España y los Estados Unidos estudiase,
juntos, de concierto y en el lug»r del siniestro, la terrible
catástrofe, que también pudo haber costado la vida á mu-
chos españoles, y cuando el Gobierno de Espafia acababa
de proponer, de un modo incondicional, la entrega de tata
negocio á arbitros extraños, libremente elegidos por las
partes interesadas en el conflicto.
Lo que para el bilí de Abril de 1891 determina nos gra-
vísimas resoluciones, es la cauta de la civilización cris*
liana, en cuya deshonra se realizaban en Cuba, por aquel en-
tonces, hechos qoe herían el sentido moral norteamericano»
Por tanto, los Estados Unidos, por sí y ante si, se declaran
los vengadores y defensores únicos de la civilización en las
Antillas, frente á otro pueblo culto y cristiano, respetado
por todas las Potencias del Mundo moderno, y hasta acom-
pañado de las simpatías de estas mismas Potencias en el
instante oritioo de transformar el antiguo régimen oolo-
nial de Cuba y Puerto Rico, de modo quisa superior al que
pasaba por más expansivo y radical, consagrado en las co-
lonias autonómicas y más prósperas de la libre y jactanciosa
Inglaterra.
— 1027 —
Antes da ahora, se habla señalado por las candila-»
vías europeas, y por los más respetados joricooenltos
-coatsmparaneoe, la ambiciosa pretensión del Gobierno norte
americano de invocar y practicar una especie de Derecha
Internacional de su exclusiva producción y se especial
Contra esta pretensión formularon muy vivas protestas,
desde 189» á 97, Inglaterra y Francia, con motivo de l*s
cuestiones que estos dos países tuvieron con Yeneauela, el
Brasil y alguna otra nación sudamericana. Tumbién las
últimas fórmulas de la bastardeada política de Monroe y la
aspiración del Gobierno de la Gasa Blanca de » parecer, ó
ser realmente, el protector de todo el nuevo Mando, no han
pasado desapercibidas y sin contradicción por parte de casi
todos los estadistas y tratadistas de nuestro t¡empo.
Pero lo que últimamente ha sucedido en el Capitolio de
^Washington deja atrás todo lo presumido y patrocinado
antes en los círculos políticos de Norte América, y todo lo
ambicionado y osado en materia de tutela y de representa-
ción, después del justificado y muy aplaudido frucneo de
las empresas de Napoleón I. Porque resulta, por e! bilí an-
tes citado, que el Gobierno de los Estados Unido* es el
campeón de la civilización moderna, con absoluto derecho
para fijarse las condiciones, las causas y el alcance de su
ación aislada, exclusiva y por todos concentos soberana,
Basta enunciar la tesis para que se den loe motivo j sufi-
cientes de su terminante condenación.
Es verdad que ei cuarto y último acuerdo del MU en
cuestión contiene la protesta de que los Estados Unidos ca-
recen totalmente de intención de ejercer jurisdicción ni sobe-
ranía en la grande Antilla, ó dé intervenir en el gobierno
de Cuba, sino es para la pacificación. Ademad allí se añrma
el proposito de dejar el dominio di la Isla al pueblo de isla,
una vez realizada dicha pacificación.
Pero cualquiera que sea el valor práctico de 'ale i decla-
raciones, es evidente que no rectifican lo más mínimo el v*-*
lor teórico y el alcance ambicioso del su pues te general del
MIL Antes bien lo¿ confirma; porque re*uta, en primer
término, que qnión únicamente pone limite á la accióo norte-
americana es el mismo Congreso de los Estados Unidos que
la decreta; y en segundo lugar, que, prescindiendo loi nor-
teamericanos de la cooperación de los demás pueblos, priva
é éstos de los medios prontos y eficaces para rectificar cual*
— 1028 -
quier ix eáo 6 oualqoiera mala interpretación y apliojcita
da propósitos originariamente desinteresado*.
Bien seguro es qoe ninguna persona canta ni hombre mi-
dianamente conocedor de la Historia moderna, fiará mucho
en el rigor de la declamación desinteresada antes referid».
En estas empresas con dificultad se sabe bien como ae pnn
cipia, pero nnnoa se sabe como ae a tuba.
Aparte de que precísame n re lae últtmas líneas de la decía -
ración mencionada dejan ancho y cómodo espacio para toda
suerte de interpretaciones, y sobre todo para que el liberta-
dor triunfante fije la hora y las condiciones de Cuba pacifi-
cada y en condiciones de que la gobierne el pneblo cuba-
no... libre i imdependient$t por la mam declaración del
Congreso de los Estados Unidos. Otra cosa sucedería si en
esta obra intervinieran diversos Gobiernos y más pueblos,
£1 ejemplo de la ocupación transitoria de Egipto [,or In-
glaterra, en circunstancias incomparablemente mejores qne
Jas que acompañan á la intervención de los Estados Unidos
en Cuba, permite muy poca tranquilidad respecto de cierta*
declaraciones generosas. Y la historia da Ka relaciones de
los Estados Uaidos con Tejas y Méjicu no coaiieotí grande
ilusiones respecto de lps compromisos deaquAIlcs, trabajados
á las veces — y hoy quiíá como nunca — por la idea del impe-
rialismo, que parece ser la tentación xu&vor de la rasa sa-
jona, en la plenitud de sus victorias. Peí o éste no es el pro>
blema del momento.
L
r"
- 102V —
15
,No se detienen aquí Jad con sideraciones qae provoca la
•imple y general vista del problema internacional entraña-
do en la actual guerra de Cuba.
Al lado de todo lo disentido hay que poner: 1 .°, lo que
implica la reserva fie las demás naciones contemporáneas y
Señaladamente de Ua Potencias europeas, en el deearroyo
de la gcerrn; 2°t loque en considerado a á este desarrollo
hace España, y 3.*, lo que poede suponer, para el porvenir,
la renuncia que ha hecho Ja República de loe Estados Uni
dos de su positiva i eprehentacióc en el Derecha publico y
en la vida internacional de nuestro tiempo.
Sobre estas cuestiones no es fácil — qniz4 no en pcsible —
formular ahora un juicio definitivo. De un Iadu. porque esta
moa en medio de la guerra y es dable que en el curso de
¿ata se determinen cambios y hechos nuevos que rectifiquen
mucho- y hasta por completo— la disposición de los Gobier-
nes extranjeros, la situación de España y las condiciones
verdaderamente deprimentes y deplorables para el desarro -
lio del Derecho Internacional que en este momento tenemos
á Ja vista.
For otro lado> quizá al estado actual de la guerra se de-
be la falta de documento» y datos precisos respecto de la
actitud, las gestiones y los compromi ce de los princi-
pales factores de la tremenda complicación que estudiamos;
por lo que no es imposible que algunas de las criticas y
sobre todo de las denuncias y acusaciones, fáciles de formu-
lar en este momento, en realidad sean poco fundadas, por
— 1030 —
descansar en meras apariencias 6 por d«jar á un lado ate-
nuaciones, excusas y aun eximentes, hoy por boy dasoo-
nocidas.
No obste esto para que, desde luego, pueda afirmarse que
la actitud de las grandes Potencias europeas resulta muy
deslucida y que su actual pasiva expectación, si se prolon-
ga un poco, puede degenerar en algo atentatorio á sus pri-
meros deberes como primeros factores y elementos directo-
res del Concierto internacional contemporáneo.
F« ocioso robustecer estas afirmaciones reproduciendo
aquí lo que ya se dijo respecto de las gestiones que la
representación diplomática de Francia, Inglaterra, Austria
Hongrib — Rusia, Italia y Alemania, biso, por iniciativa y
con el c ncurso del Pontífice romano, para evitar la rup
tura de España y los Estados Unidos. Ahora cumpla
decir qu<* en la Historia de nuestro tiempo no se da desooa-
¡ción parecida á la que el Gobierno de Washington
tuvo }>*ra aquellas gestiones.
A esto se debe agregar otros do* hechos de primera im-
portancia que son: primero, la antipatía, apenas velada, da
la mayor pa-te — de la oasi totalidad— de las Potencias euro-
peas, respecto de la violencia norteamericana; y segando,
la resignación, más que la pasividad, con que las Potencias
aludidas contemplaron, después, tanto la agresión material
de que fué objeto España, como la indiferencia v el olvido
en que fueron sepultadas por el Gobierno de Washington,
las corteses y hasta tímidas excitaciones de los Gobiernas
europeo?, fortificadas por la deferencia y las concesiones del
Gobierno español.
A Igona vez, en la Historia, se ha dado el caso de que Go-
biernos requeridos por los directores del Conoierto interna
cional, hayan tratado de desentenderse de parecidos reque-
rimientos. Ejemplos de esto nos presenta la historia de Tur-
quía en relación con la cuestión da Oriente; sobre todo en
loa tiempos de la insurrección y emancipación de Grecia y
eu los recientisimos de la rebelión de Creta y de la guerra
turco- helena.
Pero sebre que nunca la desconsideración del solicitado
por las observaciones de las grandes Potencias europeas
llegó al extremo que ahora se discute, es sabido que las
[tracciones y los apresuramientos y las habilidades di'
plomáticas de Turquía fueron contenidas y rectificadas por
la acción combinada de los diplomáticos y los soldados da
— 1031 —
Trancia, Inglaterra, Rusia, Alemania, Italia 7 Austria-
Hungría, en términos beneficiosos para la paz del Mando y
la libertad de loe pueblos.
En el (aso presente, el particular reviste mayor impor-
tancia, asi por los antecedentes próximos de los debites de
los Gabinetes inglés y norteamericano sobre la cuestión de
Venezuela y déla declinación de Inglaterra sancionada por
el Tratado de Washington de 1896, como porque, al vigor
que ha logrado en los Estados Unidos la última fórmala de
la política de Monroe, tendente á excluir la acción europea
• del gran escenario del Nuevo Mundo, se une la pretensión
aún mayor, que se desprende del texto del óillnot-
• teamericano de 18 de Abril de 1898, por el cual resal-
tan los Petados Unidos como el campeón privilegiado de
los intereses de la civilización moderna.
Aun concretando esto á América, la pretensión no sólo
seria rechazable, sino que contradice abiertamente la aoti-
tad de Francia ó Inglaterra^ precisamente oon relación á
las Antillas españolas, seguí se demuestra por la historia
délas negociaciones cLplomátioas de 1826 á 1854, deque
he hablado antes.
Equivaldría á consagrar un verdadero retroceso en el De-
recho Internacional, el reconocimiento por todos los pueblos
del Mando del exclusivismo continental, que implica la fór-
mala bastardeada de M>nroe, enaltecida por Blaine, en ana
-época que se caracteriza por el ensanche de la solidaridad
internacional y por la afirmación de que los principios
fundamentales del Derecho están par cima de raz*s, reli-
giones, e8caelas, idiomas, latitudes y distancias, debiendo
ser garantizados por la acúón colectiva de todos loa pue-
blos cultos.
Pero lo absurdo de la tesis toma mayores, extraordina-
rias proporciones y se aoredita indiscutiblemente como un
-agravio á la paz del Mundo, á la dignidad de los paeblos y
al prestigio y los deberes de la? grandes naoione* directo-
ras de la sociedad contemporánea, cuando se formula del
modo incondicional que se ve en el bilí aoglo americano.
£1 únioo fundamento (el verdadero pretexto) de ese Mil,
que, hasta cierto punto, responde á la tendencia de nuestra
Edad á patrocinar las intervenciones internacionales por
«esnsa de la Humanidad, de la Civilización y del Derecho
¿universal, á despecho del antiguo concepto de la soberanía
«nacional y de las facultades y jurisdicción de los poderes
66
— 1032 —
públicos particulares; el único fundamento, repito, del HU
de 1898 quita teda autoridad á lo que, por en cuenta y ca-
pricho, realisan hoy los Estados Unidos en Gnba y deter-
mina la necesidad de que la violencia hecha á la soberanía
de la nación intervenida sea estimada, patrocinada y resuel-
ta, por el concierto de los grtndes puebles, en tanto llega la.
hora déla constitución del gran Consejo arfictiónico 6 Par-
lamento internacional, que está en el deseo de todos los tra-
tadistas y estadistas de cierta altura y que se señala como
nno de los probables éxitos del siglo xx.
En esta situación, apenas c6 compréndela presente acti-
tud de las Potencias europeas ante el conflicto hispan o-ame-
ríoano. Y menos aún, después de haber iniciado una gestión
que ha quedadlo en el aire y que no faltará quien califique
de estéril protesta de una positiva impotencia.
Beta observación se complicada si resultara cierto lo que
parece desprenderse del incompleto Libro Rojo publicado
por el Gobierno español, respecto á la acogida dispensada
por les Gobiernos europeos á sus denuncias y protestas con-
tra los procedimientos de los Estados Unidos. — Porque de
ese Libro resulta como muy probable una gran frialdad de
parte de Inglaterra, frialdad que pudiera llegar á impe-
dir demostraciones más simpáticas del lado de loo de-
más Gobiernos europeos y á circunscribir el conflicto 6 la
lucha, punto menos que imposible, de España con los Esta-
dos Unidos, allende el Atlántico ó en los remotos te-
rritorios de Filipinas.
Tampoco el caso es nnevo. Bien conocidas son las diflcul»
tades que recientemente ha opuesto Alemania á una acción
protectorado Francia, Inglaterra y Busia en favor de la
cansa de Grecia, en su última guerra oon Turquía, por la
libertad de Creta.
Pero si lo sospechado fuera un hecho positivo, habría que
relacionarlo con otros particulares que, á primera vista, pue-
dan pasar desapercibidos: como, por ejemplo, el término del
reciente conflicto de Inglaterra con los Estados Unidos por
causa de Venezuela, ó la preocupación del Gobierno britá*
nico de extender el Imperio de la Gran Bretaña, por medio
de la última manera de su reforma colonial, patrocinada por
Ohamberíain y aun por Bosebery, y de asegurar bu superio-
ridad, frente á peligroscomo los entrañados en f us ahora fre-
cuentes rosamientoe con Francia, Rusia y Alemania, por
el concurso activo de todas las fuerzas de la raaa sajona.
í"\
— 1033 —
Por tanto, 86 tratado algo más transcendental qne al e gois-
mo de las Potencies europeas. £1 mantenimiento de la in-
nacción de éstas durante la guerra, podría conducir á la
renuncia de toda intervención para fijar el término del luc-
tuoso conflicto y para la celebración de la paz, dejando qne
esto suceda de modo y manera perfectamente opuestos á to-
do lo que ha sido práctica en casos análogos y lo qie pueda
interesar á la libertad, el equilibrio y el progreso del
Mundo.
Quizá no vean esto tan claro aquellos que en el curao de
estos últimos años han dedicado todos sus esfuerzos á pre-
dicar el aislamiento internacional de España, de cuyas re-
sultas son la soledad en que ahora nos encontramos en
una empresa verdaderamente colosal y la redacción de
la política española á menudencias que la dan el carácter
de una política patamente doméstica y cortan el vuelo
á los pensadores y estadistas de este pueblo caracterizado
en la Historia por ser la patria de los precursores de] De*
recho internacional. Nadie al oir aquellas exagerada» pre-
dicaciones de la indiferencia ó la reserva á todo trance,
frente al desenvolvimiento de la política general europea,
nadie podría creer que España fué el escenario donde se
dieron hechos tan trascendentales como la lucha del poder ro-
mano con el cartaginés, la detención de la ola árabe que ve-
nia sobre Europa, la iniciación del descubrimiento y Ja co-
lonisaeión de América, la contienda de los Borbones y ios
Austriaa y la ruina del primer Imperio napoleónico (\) .
Es muy fácil que con la propaganda del aislamieoto se
combinen furiosas protestas contra el egoismo europeo y
jactanciosas esperanzas de que nuestra incomparable bra-
vura dé al traste con todo el poder angloamericano. Yo
be oido en alguna parte que, en el momento de la paz, con-
vendría á España desconfiar de la acción europea, que nos
perjudicó en Marruecos (?) y que serviría tan sólo para
oobrarel corretaje...!
Todo eco me parece un puro dislate, cuyos detalles no
tengo para qué discutir ahora, porque no veo inmediata la
hora de la paz, aun cuando yo soy de los que creen que de-
(1) Vétie mi conferencia Intrcdvccitn al estudio dé las Rilaciants tx-
uHúr$t rf« Etftküa (Curto superior del Ateneo de Madrid). Un foU. Ma-
drid, 1897.
.- * .» «■ -
— 1035 —
de los compromisos transcendentales del Derecho Público
contemporáneo.
De ninguna manera hay que confundir esta cuestión con
la particular de las relaciones de la Metrópoli española con:
sos colonias. Este es otro pleito.
Porque (repito la hipótesis contrariada por la notoriedad
de los decretos autonomistas de Noviembre de 18*7), pudie-
ra suceder que la situación de Cuba fuese la que el Gobier-
no norteamericano pinta y proclama. Pero asi y todo, lo
qne éste ha hecho, lo que está realizando (no digamos
nada del modo con que lo realiza, apresando barcos antes
de la declaración de guerra, suscitando el levantamiento de
tribns incultas, cortando cables internacionales, declarando
bloqueos insuficientes, bombardeando pueblos que no son
plazas fuertes y pretendiendo forzar puertos, mediante sus»
titnoión de la bandera propia oon la enemiga, etc., etc.),
todo choca abiertamente con lo que ¡os libros, los gobiernos
y las prácticas de nuestros tiempos autorizan en el orden
internacional. Si eso privara, resaltarla una consagración
escandalosa del derecho del más fuerte, de las iniciativas
del más osado, de uu exclusivismo continental retrógrado
y focando en toda suerte de antagonismos y conflictos, y
tanto más deplorablo, cnanto que aparece, llevando su re-
presentación, una República democrática, que considera-
moa todos como la manifestación más deslumbradora del
progreso contemporáneo.
Por esto protestó vigorosamente en el Congreso de Dipu-
tados de Espafia, cuando allí se formuló, con más ó menos
ambigüedad, la aludida idea del interés secundario y par-
ticular que España representaba en la guerra actual.
Por lo mismo he creido y creo qne el Gobierno español
no parece haber comprendido bien su papel en este conflicto,
reduciendo su acción á las comnnicacioLes y las protestas
que se consignan en las páginas del Libro Rojo publicadas)
basta ahora.
Espafia no podia ni debia limitar sus requerimientos á
las 1 otencias europeas; máxime siendo conocido el fracaso
del célebre Congreso Pan -Americano de 1889, y el sentido
dominante en todo el Sur de América contra las pretensio-
nes absorbentes de los Estados Unidos del Norte. T aun en
sus requerimientos á las Potencias de Europa podia y debia
haber demostrado más viveza, apoyando sus reclamaciones
por una gestión calurosa y constante, para determinar la
¿^
— 1084 —
bemoe desearla macho y por modo positivo. Además no me
presto á pensar que las Potencias europeas se resignes á bm
completa inace ón durante y despees de esta guerra.
De ello hablo para sacar la conveniente lección respecto
del porvenir; para señalar lo sucedido y lo que quisa se
prepara, como un nuevo y decisivo argumento en favor de
mi tesis de muchos años de que «es indispensable para Xs-
paña, á pesar de su Pirineo y de sus ooetas y de su poaieion
geográfica al extremo occidental de Europa, vivir la vida
internacional, saoando de ella medios para la solución de
muchos de sos gravea problemas, nacidos quizá de la poli*
tica contraria, ó cuando menos fortalecidos y agrandados
por é§ta y por un mal entendí lo paCriotismot .
También importa mocho combatir aquí enérgicamente al
supuesto (ya deo arado en un cercano debate parlamentario,
por hombres prominentes del partido conaevador espafio!,
y tal vez compartido por algunos otros políticos da distin-
ta sigoifi nación ), de que España no tiene en la guerra actual
otro interés, que el de un punto de honor, y que, por tanto,
tenemos delante una goerra de sólo dos naciones y de un
earácter particular ordinario (1).
No creo eso, y por lo dicho ya se puede oomprender la
gran faerza y el fundamento sólido de mi convicción contra-
ria. La guerra actual hispano-americana es de na alto y ge*
nérico interés internacional, y en ella representa Espala
mucho, muchísimo más que el reducido interés de poseer las
Antillas y las Filipinas; mucho, machísimo mas que au as-
piración legitima, pero apenas comprendida por la casi to-
talidad de nuestros actuales hombres poli ticos, á ser una
gran personalidad en el mundo contemporáneo, mediante
un cambio profundo en su manera de ser y en eos relacio-
nes coloniales é internacionales.
Con ser todo esto importante, palidece ante los interesas
generales del Derecho Internacional, seriamente compro-
metidos del modo . que antes he indicado, en la actual
guerra, en la que corresponde á £spañ i la representado a
del mayor derecho y el progreso mayor en el orleo total
(1) Véase mi discurso parlamentario da 10 la Mayo da 1838,
testando al 8r. D. Francisco SÜYsla.— La CuwiMk é* Ultramar. -i r*l.
4/ Madrid. 1900.
"\
r
— 1035 —
de loa compromisos transcendentales del Derecho Público
contemporáneo.
De ninguna manera hay que confundir esta cuestión con
la particular de las relaciones de la Metrópoli española con
aom colonias. Este es otro pleito*
roí que (repito la hipótesis contrariada por la notoriedad
de los decretos autonomistas de Noviembre de 1897), pudie-
ra suceder que la situación de Cuba fuese la que el Gobier-
no norteamericano pinta y proclama. Pero asi y todo, lo
que éste ha hecho, lo que está realizando (no digamos
nada del modo con que lo realiza, apresando barco* antes
de la declaración de guerra, suscitando el levantamiento de
tribus incultas, cortando cables internacionales, declarando
Moqueos insuficientes, bombardeando pueblos que no son
plaza* fuertes y pretendiendo forzar puertos, mediante sos*
litación de la bandera propia con la enemiga, etc. , etc.)»
todo choca abiertamente con lo que ¡os libros, los gobiernos
y las prácticas de nuestros tiempos autorisan en el arden
internacional. Si eso privara, resaltarla una consagración
escandalosa del derecho del más fuerte, de las iniciativas
del más osado, de uu exclusivismo continental retrógrado
y Fecundo en toda suerte de antagonismos y conflictos, y
fasto más deplorablo, cuanto que aparece, llevando en re-
presentación, una República democrática, que considera*
naos todos como la manifestación más deslumbradora del
progreso contemporáneo.
Por esto protestó vigorosamente en el Congreso de Dipu-
tados de España, cuando allí se formuló, con más ó menos
ambigüedad, la aludida idea del interés secundario y par-
ticular que España representaba en la guerra actúa).
Por lo mismo he creido y oreo que el Gobierno español
no parece haber comprendido bien su papel en este oocflicto,
reduciendo su acción á las oomonicacioLes y las protestas
que se consignan en las páginas del Libro Rojo publicadas
hasta ahora.
España no podía ni debia limitar sus requerimientos á
las i o ten cías europeas; máxime siendo conocido el fracaso
del célebre Congreso Pan Americano de 1889, y el sentido
dominante en todo el Sur de América contra las pretensio-
nes absorbentes de los Estados Unidos del Norte. T aun en
sus requerimientos á las Potencias de Europa podía y debía
haber demostrado más viveza, apoyando sus reclamaciones
por una gestión calurosa y constante, para determinar la
— 1036 —
opinión pública en todo al Mundo, 4 la manera con que loa
Estados Unidos lo hicieron contra Inglaterra» en la época del
conflicto del Alabama, 7 como los pueblos helé o icos y danu-
bianos lo han realizado repetidas veces para recabar el apoyo
de los Gobiernos europeos contra el poder avasallador del
turco.
Porqne no creo pecar de humilde ni de poco patriota, ai
reconozco, una vez más, que la actual lucha de E?pafU con
los Estados Unidos, á mas de mil quinientas leguas de las
plazas españolas y utilizando aquéllos el apoyo de los i osa -
r rectos cubanos y filipinos, es una contienda por todo extre-
mo desigual. No sé yo de otra que se pueda comparar con
ella, dentro de la Historia moderna*
Tampoco estimo que peco al afirmar que el compromiso
de España en esta contienda es lnahar bravamente, para
dar tiempo á que reflexionen las grandes Potencias, y se de*
e¿ dan á tomar la parte activa qne les corresponde por raso -
nes de Humanidad y en vista del interés del Concierto inter-
nacional.
Pensando en esto, comprendo con dificultad la excesiva
circunspección del Gobierno español.
Antes he aludido á la gravedad excepcional que adquiere
esta cuestión, por aparecer ahora» represe otan do la violencia
y el retroceso (cualesquiera que sean i ai pretextos invoca-
dos) un pueblo de tos títulos y las coudicioaea de la gran
Kepública norteamericana.
Aun dejando á un lado el valor de las instituciones políti-
cas y el sentido social de esta Nación, obra predilecta del
siglo qne ahora agoniza, basta, para abonar la iadicacies
antes hecha, Ja más lijara consideración de las aportacio-
nes del pueblo norteamericano al dodarollo del Derecho
Internacional (1).
El mero hecho de la independencia de ese pueblo, y su
aparición, oomo nación soberana, en el concierto político
del Mundo, afirmó la libertad de los mares contra la vieja
teória británica del nutre clausum; destruyó el antiguo
sistema colonial, determinando las primeras reforma* expan-
sivas del Canadá, y ensanohó el circulo de las persouaü-
(1) Véase mi Conferencia sobre la Msfr¿g»mti iión é M/inm'ia d* U
República dé los Estados Unidos sn si Dsrscho Inurnastonti —1 f*lL
Madrid lfiSK).
HWC:
— 10S7 —
aladea internacionales, reducido hasta entonces al oireulo
europeo y cristiano.
La consagración del mar libre trascendió loego á la na*
vejación de los ríos Missisipi, San Lorenzo y Rio Grande
del Norte, mediante los tratados celebrados por loa Estado*
Unidos conEspaña en 1795, oon Ioglaterra en 1783, 1854 y
1861 y con Méjico en 1852. El mismo principio triunfa en
el tratado de Washington, que los Estados Uaidos concier-
tan oon Inglaterra e¿ 1842, contra el derecho de visita
qne se había abrogado esta ú tima, oon motivo del trá-
fico de esclavos africanos. Por razones análogas, y merced
á la iniciativa del Gobierno norteamericano, en 1857 pudo
firmarse — en Copenhague — al tratado por el cual quedó
asegurada la libertad de la navegación de los estrechos del
Sund y los Belts, oon una indemnización á Dinamarca, de
30 y medio millones de rigsd*lers, Y rindiendo culto á los
mismos principios y á otras consideraciones de política
palpitante, los Estados Uaidos lograron que con ellos con-
viniera Inglaterra, en 1850, el libre tránsito del proyec-
tado istmo de Panamá y de cualquier otra comunicación
interoceánica en la América Central; concierto ratificado
por otros tratados hechos por el Gobierno de Washington
con los de Honduras en 1864 y Nicaragua en 1869 y que
en mucha parte sirvieroa de modelo para la neutralización
del canal de Suez en 1885.
La adhesión de la naciente República norteamericana
en 1782, 83 y 85, por virtud desús tratados con los Paises
Bajos, anecia y Prusia respectivamente (7 aun antes por su
Ordenanza de 1781) á los principios de la Declaración ar-
mada de 1780, dio á ésta un gran alcance, luego fortalecí*
do por la actitud circunspecta (bien que muy discutida)
de los Astados Unidos, frente á la guerra anglo francesa
de 1784 y por la famosa acta de Non intercours$ de 1809,
ahora vanamente invocada por el Gobierno español para
evitar que en territorio norteamericano se preparasen las
expediciones sobre Cuba.
El tratado celebrado por los Estados Unidos oon Prusia
en 1785, — oon sus admirables y entonces peregrinas decla-
raciones en favor de las mujeres, los niños, los trabajado -
res, los mercaderes y en general los no combatientes en me-
dio de la guerra, afii como en obrequio de los prisioneros he-
chos en esta, — constituye un avance extraordinario en el seo*
*idode la justicia y la humanidad; á cuyo mérito hay que
— 1038 —
añedir el extraordinario del Beglamento para loa ejércitos*
en camparla redactado por el ilustre jurisconsulto Lieber y
promulgado por el ministro de la Guerra Mr. Sranton, da*
ras te la lucha de los cocftderados con les federales del»
América del Norte; lo mu do que Ja p-otesta qne el Gobierno
norteamericano Uto en 1856, al negarse á suscribir lo»
acuerdos del Ccrgreeo de Paría respecto del corso (ja exe-
crado por el generoso Fiarklin, qne trató inútilmente da-
establecer en cor deu ación en el tratado cen Inglaterra da
1783). á ro ser qne les gr ardes Naciones qoe lo rechaiaban
convinieran en coreegrar al prepio tiempo la libertad ab.
soluta de !a mercancía memiga qne no fuera contrabando
de guerra, y aun la de les barcos enemigos dedicados ex-
clusivamente al ormercio.
Pero todavía más importante qne esto último, es lo qne
se refiere al famoso Mensaje del Presidente Monroe de
1825 y á la constitución del tribunal de arbitraje de Ginebra
de 1871.
La interpretación abusiva qoe ce ha dado á ta política
y á las formólas del Presidente Monroe, sebre todo á
partir de 1860, no pnede eer bastante para qne se niegaeel
alto sentido y el valor jurídico de la transcendental protesta
de 1823, en favor de la independencia y la libertad de loa
Sneb os y contra las-pretensiones arbitrarias y reaccionaria»
e la Santa Alianza europea, en coya vista y por enya razón
alzó su voz ei ilostre Monroe.
8i aquella valiente declaración no hubiera predocido otro
efecto que la c posición viril y afortunada del Presidenta
Johnson á la intervención europea y á la violencia ñapo*
leónica en Méjico, hacia 1865, ya merecería el aplauso de-
tedes los hombres ementes de Ja justicia y de la dignidad
y la libertad de los pueblos.
De otra parte, es sabido qoe las decisiones del arbitraje-
de Ginebra fueron la juiciosa y recta aplicación de las tres-
reglas de neutralidad consagradas por el art. 6.# del tra-
tado de Washington de 1871, que representaba una de la*
últimas not8s la serie de los progresos del Derecho ínter*
nacional contemporáneo.
Aun los Estados Unidos de Norte América pneden apor»
tar otras alegaciones en favor de su alta representación en
asta orden jurídico. Ellos, como pocos, realizaron protestas*
eficaces contra el exclusivismo nacional y en favor da la so-
lidaridad de los pneblos. Tal es el verdadero sentido de la»
c -;yí ;:
— 1039 —
gesricnes que, con éxito satisfactorio, hizo el Gobierno nor-
teamericano para conseguir qtie el Japón, por el tratado de
Eariflgfc wa, en 1854, ampliase á los americanos (y por este
camino, á todcs los extra ejerce) la libertad de comereio con-
cedida á Inglaterra en 1852.
Paréceme que lo qne acabo de señalar es prueba suficien-
te no solo de la imparcialidad con qne he pretendido hacer
este Pí-tudio, sino de la positiva simpatía qne me han ins-
pirado siempre los actos justos y trascendentales de la gran
Eí pública americana.
No ha cbstado ni podía cbstar esto para el reconoci-
miento de los grandes pecados cometidos por esa misma
Bn úMica antes del atentado de 1898, qne sin dnda hará
fecha en en histeria. La sanción déla esclavitud de los ne-
gros, los agravios de que fueron victima por espacio de mu-
chos i ños los indios, la agresión á Méjico, la preocupa»
ción del prohibicionismo mercantil, son, entre otros, gran-
des manchas de la vida norteamericana.
Pero hay qne convenir en qne eses pecados se han purgado
terriblemente por aqnel país, asi oomo en qne alli ha habida
siempre espíritus generosos, almas grandes, talentos previ-
sores, patriotas esclarecidos que no han vacilado en conde-
nar briosamente tales excesos y tsmafios errores, arrostran-
do la impopularidad y á Vf ees la muerte, pero sirviendo, á
la poitre, con «Acacia al prestigio, la representación y el
porvenir de este pueblo, cuyas injusticias y cuyas contradic-
ciones eran estimadas por sus adversarios como un argu-
mento decisivo contraía democracia moderna.
T hay que añadir qne al fin ha triunfado en los Estado*
Unidos la causa de Derecho, levantándose por cima de sus
errores y con violencias que llegaron á consolidar grandes
intereses, el espíritu de esa democracia, puesta en gravísi-
mo peligro por los eclipses que padecieron la verdad y la
justicia en algunos de los periodos más críticos de la histo-
ria norteamericana.
La desinteresada y justa consideración de todo esto obli-
ga i mirar con particular atención el compromiso contraído
hoy por el Gobierno de los Estados Unidos, al ponerse frente
á todas las hermosas y fecundas tradiciones de aquel pueblo
y también fuera del sentido novísimo del Derecho público
moderno, Es decir, primero, frente á las tradiciones en que
descansa la alta representación política y soeial de aquel país,
y por cuya virtud éste ha podido reponerse de tremendas'
_ 1040 —
caídas y redimir enormes culpas; y, segando, fuera del medio
neturaly adecuado de aqusilaso«iriad,ap*iutt comprensible,
renegando de ea pesado, para coavertirae, desvanecida, on
servidora entusiasta de la ambición, la soberbia y la tiranía.
lampoco ha llegado la hora del jaioio definitivo. Pero ni
es el momento de se&alar loe peligros que arrostra la gran
República al sostener nna guerra qne deoora con el título
de vengadora de la oivilisación cristiana y protectora do la
libertad de Cuba.
£1 porvenir es incierto; mas bien se paede aventu-
rar, qne de no rectificarse los términos aotualee del pro*
blema, esa República, vencedora 6 vencida, apartada del
concierto internacional y en la designal lacha que ahora
sostiene, ofrecerá grandes motivos para la alarma y el do-
lor de los que en sn alta representación y eas deslum-
brantes progresas han puesto mnoha confianza, en- biso
de la Humanidad.
Aun en el caso más ventajoso para los Estados Unidos
de América, seria difícil prescindir del reonerdo do los
grandes peligros qne aqaellalt ^pública corrió después do la
guerra con Méjico y por el crecimiento do la influencia
filibustera. El militarismo y la ambición territorial son dos
amenaso9 constantes á la solides de la üspablioa america-
na. Claro es que la expulsión de Eepafit de América soda
el libre paso para la invasión de la Amérioa latina, y quién
sabe si uu excitante par* prescindir de las reoomendaeio*
nos del testamento de Washington, entrando el Gobierno
de* los Estados Unidos en las luchas de la flaropa armada,
por la puerta de una desatentada poro desvaneoodora ex-
pansión colonial.
Foro vencidos ó simplemente desprestigiados loo Estados
Unidos en el empeño militar de ahora*., jqné mayor dalo
para la causa de la demomr ¿eia contemporánea!
Hajr , paes, que basoar solución á este conflicto, qne, por
lo dicho, veo desde pauto mis alto da lo que me oorrespon*
derla si aquí hablase sólo como un espafiol.
Por fortuna, ahora los intereses del Derecho y de la ci-
TÜisacióa corresponden admirablemente coa los da mi pro-
pia país.
Por tanto, insisto en creer que hay que bascar la solu-
ción de este drama en la acción decidida del Concierto inter-
nacional.
— 1041 —
1Q
No fió me oculta que esta indicación ha. da chocar coa la
aparatosa y resonante disposición da na cierto patriotismo
que en estos momentos ae impone en Españn, aun á perón as
rectas 7 muy dudosas respecto de las probabilidades de éxito
de la guerra que aislados sostenemos con una Nación de 70
millones de habitantes, de una riqueza que equivale á la
quinta parte del total de la de toda £ a ropa de un inovimien -
to mercantil anual de mas de 1 525 millones d 9 pssoa (siete
Teosa más que el de España) — y que diapone de uta esotia-
dra, que, par lo menos, puede hacer dificilísima la reproduc-
ción del hecho increíble, re alisad o su estos dos ú ti una años
por el Gobierno español, de situar 200 mil soldados al otro
lado del Atlántico, lin contrariedad de ningún género. £1
teatro de la actual guerra es al territorio de las Antillas, á
pocas horas de distancia de los puertos norte- americanos
y no se puede desdeñar el recuerdo de que los Estados Uni-
dos terminaron su guerra de 1861 65 (^ue costó ana deuda
de 6 mil millones de duros) con el ejército que Grant man*
daba frente á Lee, y que sabía á 600 mil hambres perfecta*
mente armados, organizados y disciplinados.
Reconozco que en España es muy impopular Ja idea de
recurrir al extranjero para lo que estimamos que ej negocio
de nuestra propia j exclusiva competencia. Y más impopu-
lar aún en el circulo que ahora impone su voluntad f sus
preocupaciones, el cual, de ninguna suerte, se fija en que,
manteniendo el principio de la redención por metálico del
ser vicio militar, ei peso de nuestras guerras coloniales $ de
— 1042 —
I h tremenda que sostenemos con un coloso como loe Estado»
Unidos de América, lo llevan nuestras clases pobres, so-
metidas á la división de la sociedad española en dos grupos;
el o no, qne tranquilo y diefr atando de las comodidades de
TiTj hogar bien dispuesto y acondicionado, decreta la gue-
rra, y de otro qne la sostiene á miles de leguas de en fami-
lia y en medio de teda suerte de privaciones.
Pero tampoco ahora y en este terreno, temo las preven-
ción es del valgo, por enfatuado que se presente. Hay que
decir la verdad, como la he dieho al negar las supuestas
facilidades de la guerra con los Estados Unidos, y al expo-
ner Jas condiciones y los recursos de este pueblo, cuando
aquí era muy general la propensión 4 rebajarlo (1).
Y es necesario hablar de este modo, por lo mismo que yo
no compartí, ni hecompartidonunca, la opinión de los que,,
por lo bajo, dicen que de ninguna suerte debía Espeta haber
atendido las provocaciones norteamericana?, y que al bilí de
18 de Abril de 1898, debiéramos haber contestado con algo
ajf como el abandono de Coba. Todo esto implica un deseo*
nocí miento profunde de la situación de las Antillas españo-
las, de los compromisos de nuestro Gobierno, délos medios
positivos de defensa de este, y de los deberes que el honor
y el porvenir de España nos impone en esta tremenda
crisis*
Por lo mismo hay que recordar que muchas de las em-
presas trascendentales realisadas por España dentro del
siglo que corre, se han llevado á efecto por algo más que el
sólo y esclueivo esfaerso de los españoles. Prescindo de la
restauración del absolutismo, con el auxilio de nuestros cle-
ricales y apostólicos, mediante la intervención de los famo-
sos cien mil hijos de San Luis en 1823. Quiero fijarme eo he-
chos más simpáticos y verdaderamente gloriosos: en la gue-
rra de la independencia y en la primera guerra civil de
1833 á 1840. Bn la primera, es notorio que con la ban-
dera española figuraron en los campos, la inglesa y la por-
tuguesa. En la guerra civil, es bien sabido, que nos favo-
reció la cuádruple alianza de 1884 y que á nuestras tropas
liberales unieron sus valiosos esfuerzos las tropas lusitanas
y hs legiones francesas y británicas, contando con el apoyo
decidido del Gobierno de Londres.
(1 1 Pueda con cuitarse, sodts tedo esto, mi libro titulado La R*pú~
f-.'í'- U fes Eiladtt Unida dt Am4ric*. — \ vol., 8 \ -Madrid 1891.
— J043 —
Pero la importancia de esta consideración acrece, ai se
tiene en cuenta que la intervención del Concierto interna-
cional aquí definida, no está abonada sólo por un ínteres
partienlar exclusivo de Eepaña.
Se trata, como ante9 he dicho, de una verdadera conve-
niencia internacional, tanto porque mediante esa interven-
ción era factible evitar el derramamiento de sangre y todos
losdsños propios de ana situación de guerra, cnanto por
que, de este modo, se dificultará la repetición de agresiones,
favorecidas por la casi seguridad de que las Potencias euro-
peas se han de mantener en una egoísta y temerosa serenidad
ó una expectación deslucida, mientras las balas do lleguen á
sus fronteras. Esta cobarde actitud, producirá á la postre lo
que se teme por el momento: la perturbación general deter-
minada por el enscberbeoimiento de los Gobiernos que han
contado con la excesiva prudencia de las demás naciones ,
para intentar y realizar sus violencias y sacar de estas arro-
gancia y fuersa para acometer nuevas deplorables empresas.
De todos modos, interesa a todos que, al amanecer el siglo
XX, no aparezca la fueiza como la razón decisiva del or-
den internacional. En tal concepto, repetiré hasta la sacie
dad, que el atropello de que es víctima España, tiene que
preocupar á todos los demás pueblos. Si eje atrepello pros-
perase, bien puede asegurarse que, dentro de muy poco
tiempo, se producirá otro análogo en el que no sera parte
y victima precisamente España. Quizá, otra vez los Esta
4os Unidos, quizá Inglaterra, quizá Rusia sean los actores.
La situación general del mundo politice brinda oportuni-
■dadee. Y el ejemplo de ahora serla de mucha e ficacia (1).
No hay, pues, motivo alguno para que los verdaderos
patriotas españoles vean con malos ojos la sol ación qae re*
comiendo. Y sobran las razones para que el Gobierno de
España se ocupe de otra cosa que de protestas más ó menos
románticas.
Dan á esto fuerza extraordinaria, la atención que el Go-
bierno español, en Abril de 1888, prestó á l&e recomeuda-
ciones délas grandes Potencias europeas; las concesiones
que hizo á éstas adoptando una posición plausible desde
cierto punto de vista pero muy deslucida si ahora no las uti-
liza para recabar deesas mismas Potencias, en justa con
(1) Nótese que esto se escribió en J alio U LS9S4
1
— 1044 —
cordancia, ana actitud resuelta ñapeólo del Gobierno de
loe Eetadoe unidos de América: y en fin, Ja oircunstaaeia de
que por nna gestión hábil, vigorosa y bien orientada se pue-
de identificar la cansa particular y la pretensión concreta
de España con nno de los mayores adelantos del Dereoho In-
ternacional público.
Si esto se realizara, España podría ufanarse determinar
el siglo XIX de un modo análogo á como lo comennó; lie
van do la representación de un interés jurídico universal y
asociando á su gestión y á su cansa, la acción de los direc-
tores del Hundo Moderno y el sentido y las
de la sociedad jurídica contemporánea.
II
fL TRATADO DE PARÍS DE 1898
Después de escrito el anterior trabajo terminó la guerra
•de Coba y se bizo el Tratado de paa que firmaron en Farís
los plenipotenciarios españoles y norteamericanos, el 10 de
Diciembre de 1898.
Sobre este deplorable hecho he hablado y escrito bastan-
te en 1899 y 1900, contrastando mis perseverantes y cala-
rosas protestas con el abaolato silencio de la prensa espa
fióla (singularmente Ja madrileña) y de cari todos— podría
decir todos— nuestros políticos. El Gobierno ae ha desen-
tendido de la cuestión.
Es probable qae, andando el tiempo, las feotes compren-
dan qne era preciso hacer ahora algo. Igual reconocimiento
se ha hecho cuando nuestros últimos desairea ya no tenían
remedio. |Y gracias si no se noa ataoa á loa qne, en tiempo,
hicimos cuanto nos fué dable y arrostrando toda otase de
peligros, para evitar esos desastres!
Entre los trabajos que, con motivo del Tratado de París,
he hecho en estos últimos tiompos— y para algo mis qne
para lamentar lo sucedido -se cuenta 1* ConfareacU que so-
bre ese tema di en el Círculo de la Uoión Uleread i l de Ma-
drid el 8 de Janio de 1899— la Conferencia que sobre los
últimos datos del Derecho internacional contemporáneo*
(Tratado de París— Conferencia de la paz del Hiya— One-
rra del Transvaal) di en la Universidad di Oviedo, en No-
viembre de 1899— el Curso de Derecho púálico contsmpa*
«7
— 1048 —
raneo sobré los Tratados internacionales desis al da Viena
de LS75 al de Parts de 1898, qae acabo da dar en e\ Atento
de hl adrid— y el extenso articulo que he publicado sobre Las
colonias españolas eñ el libro publicado á fines de Abril
en Prtiig con el título de £< Espagna.
aalo tatos trabajos por la imposibilidad de tratar aqoi
la materia ecbre qne ellos venan. Ecos estudios completen
los qoe forman este volumen.
A ellos me refiero.
Séame, ein embargo, lícito reproducir aqoi lo más eos
' &rj< al de mi particular opinión sobre el Tratado de Paria,
tal romo la expresé en algunas de mis leccknes del Ateneo
de Madrid.
i * produzco el breve extracto pnl lirado por el popular
diario madrilefio La Correspondencia de España y en va-
rios periódicos de provincia), entre ellos» especialmente, El
Noroeste de Gijón y 11 Republicano de Alicante), en Abril
y Mayo de 1900.
—104» —
POLÍTICA INTERNACIONAL
El tf ma de la Conferencia quinta dada por el Sr. Labra
en el Ateneo sobre Ice grandes hechos de la vida interna-
cional contemporánea, es la demostración positiva de qne
la cansa de Ja reciente guerra de los Estados Unidos con
España fué lo que hoy ya se llama el expansionismo ams
rica no, Este reviste una trascendencia excepcional en el
derecho público de los tiempos novísimos.
Las pruebes negativas de aquella tesis son las aducidas en
la Conferencia anterior: las que niegan la razón y la corte-
sa de los motivos que asi el presidente Mac Kinley en su
Mensaje, como sus ministros y agentes en sus comunicacio-
nes diplomáticas, como el Congreso de Washington en au
Hllde 18 de Abril de 1898, consignaron para abonarla,
violenta agresión de los norteamericanos, prescindiendo en
absoluto de la invitación hecha por dos veces por el Gobier-
no de España de someter el conflicto al arbitraje interna-
cional y de la tímida recomendación de las grandes Poten-
cias europeas y del Sumo Pontífice romano de excusar el
medio de las armas.
El profesor del Ateneo insistió al comienzo de su Confe-
rencia, en el gran interés de dar relieve á la especie de q? e
no exietia motivo raciona), ni jurídico, y menos amparado
por las prácticas contemporáneas, para una intervención
internacional en Cuba; sobre todo, después de los decretos
autonomistas de 28 de Noviembre de 1898, y máxime reali-
zada del modo y con las pretensiones exclusivas y arro-
gantes de los Estados Unidos, que obraron, desdeñando el
concurso de los Gobiernos europeos anunciado, con deplo-
rable meticulosidad, por las gestiones que éstos hicieron, en
Madrid y en Washington, tara evitar la intrusión ameri*
cana en el mar de las Antillas.
— 1050 —
£ interesa precisar esto, tanto para ezplioar bies el esta*
do deprimente en qne Europa quedó, y qne ha contribuido
no poco á lo qoe sucede ahora respecto del conflicto de Infla*
térra y el Transvaal y lo qne quisa se prepara, en plaso no
lejano, en otra parte, como para reotifioar la especie muy co-
rrida ©q España hacia 1898, y aun en estos días, de que son
cotias corrierites en el orden internacional contemporáneo,
la condenación absoluta del principio de la intervención,
ano por motivos de interés genera], y la afirmación déla
soberanía nacional, en el sentido de que cada Gobierno,
dentro de sus limites jurisdiccionales, es duefto de hacer lo
que bies le parece.
Por este error es fácil que un país abocado á la guerra
civil, á la anarquía, á la dictadura ó 4 la teocracia, (aun á
fine* del siglo XIX) despierte en presenoia de un extranje-
ro interventor por oausa, positiva ó supuesta, del interés ge*
neral le la civilización, sin que cod tea tal violenoia sir-
van de nada los lamentos y las protestas más ó menos re
tóricae.
Per el mismo error ha sido en gran parte, dable la so-
lución verdaderamente inverosímil de la cuestión de Cuba.
sustraída, con evidente torpesa (cuando menos en los ató-
moa momentos del conflicto hispano americano), al cono*
cimiento v fallo de Concierto internacional, cuyo voto cons-
tituyó, desde 1823 á 1878 una 4e la más positivas garan-
tías del dominio de España en el mar antillano.
La* pruebas positivas de la teais que el Sr. Labra sos-
tiene sobre estos particulares están en el texto del Tratado
de Parid de 10 de Diciembre de 1898 y en lo que desde
entonces á esta fecha viene sucediendo en Filipinas, Puerto
Rico y duba.
Para examinar el Tratado de Paria principia el Sr. La
fcra por recoadar los términos del Mensaje presidencial de
Mmc Kinley de 11 de Abril del 98 y sobre todo del ¿tf/que
en ] 3 del mismo mes votó el Congreso norteamericano, y
que fné el principio de la guerra.
Luego analiza los 17 arríenlos del Tratado, relacionan-
do ton con el Protocolo de 1 2 de Agosto, cot forme al cual «a
debJa temer todo del triunfador arrogante y seguro de qne
nadie le iría á la mano.
Lo fundamental del Tratado de París consiste en lo ai*
guíente:
I. La renuncia por parte de España á todo derecho de
— J051 —
soberanía y propiedad sobre Cuba, tomando sobre si loe Es-
tados Unidos, mientras ocupen á Cuba, eJ cumplir «toda a las
obligaciones qne por el hcoho de esta ocupación impone el
Derecho internacional para Ja protección de vidas y hacien-
das.» También los Estados Unidos convienen en a'fo máa
respecto de Cnba. en lo tocante á los derechos de los f r pi-
fióles que allí quedan; pero sa compromiso se limita al i lem-
po de Ja ooopación. Después no están obligados á otra cosa
que á recomendar al Gobierno cubano que acepte las condi-
ciones que el americano establece sólo por el tiempo de au
dominación.
II. La cesión por España á los Estados Unidos de las
de Puerto Rico y demás que estaban bajo la soberanía de
la Península en las Indias Occidentales, todas las is-
las Filipinas y la de Ouan en las Marianas. Lee Es-
tados Unidos reservan á su Congreso, el determinar so-
bre los derechos civiles y la condición política de los natu-
rales de les territorios cedidos por Es pt fia á la República
americana. Sin embargo, queda establecido, desde luego,
que esos habitantes tendrán asegurado el libre ejercicio de
su religión.
III. Los Estados Unidos excusan á España y toman
sobre si la responsabilidad de todas las reclamaoiones pe-
cuniarias que se hubieran producido por norteamericanos
contra el Gobierno español, y se reservan discutir onn loa
reclamantes el supuesto ó falso derecho de éstos. Eepafia
hace lo propio respecto de las reclamaciones de los f epa ño-
las contra el Gobierno de los Estados Unidos.
IV. Estos dan á España 20 millones de dolían? > ain
decir por qué, y Eeptña renuncia á todos los edificios,
muelles, cuarteles, etc. , etc., de que disfrutaba en Filipi-
nas. Además, el Gobierno de los Estados Unidos traslada-
rá á au costa á Europa á los soldados prisioneros de los
americanos en Filipinas, y se comprometen á gestionar cer-
ca de les insurrectos filipinos, la libertad de los priai ene-
ros españoles hechos por los tagalos. Es decir, la casi totali-
dad de los prisioneros. España, desde luego, pondrá en li-
bertad y repatriará á Filipinas, los prisioneros tagalo».
V. Los españoles naturales de la Península, residentes
en los territorios abandonados ó cedidos por el Gobierno es-
pañol, podrán permanecer en ésto*, circulando en ellos li-
bremente, disfrutando del derecho de propiedad de sus bie-
nes, con el de disponer de ella y de sus productora, aeí oo*
— 1052 —
mo del derecho de ejercer ea industria, conforme lo hagan
loa demaa extranjero». Mea para conservar el carácter de.
español el residente en aquellos pairee, tendrá que consig-
nar expresamente *u voluntad en un registro ai Aoc, dentro
de un año despees del cambio de las ratificaciones del Tra-
tado.
Además, los oitados españoles podrán acudir á loe tri-
bunales ordinarios, utilizando en su defensa los mismos
procedimientos de que se valgan los ciudadanos del territo-
rio á que pertenezca el tribunal requerido.
VI. Asimismo se respetarán en Cuba, Puerto Rico y
Filipinas los derechos de propiedad literaria, artística 6
industrial adquiridos por los españoles. Se permitirá la en-
trada libre en aquellos países de las obras españolas cientí-
ficas, literarias y artísticas que no sean peligrosas para el
orden público, sin pagar derechos de Adoaua, por espacio
de diez años. Los barcos y mercancías de España, entrarán,
por término de diez años, en los puertos de Filipinas, en
las mismas condiciones que lo* buques y mercancías de los
Estados Unidos, y en el misino plazo, los buques mercan-
tes españoles disfrutarán del propio trato que loa america-
nos en todo lo referente á loe derechos de puerto,
VII. I'or último, se establecen reglas para la surtan-
«¡ación de los pleitos y las causas criminales que se venti •
laban ante los tribunales peninsulares y coloniales en el
momento de hacerse Ja paz.
Fuera del Tratado han quedado la cuestión de la respon-
sabilidad de las deudas ultramar idas, la devolución á legí-
timos y particulares dueños de las cantidades que éstos hu-
bieran depositado, por fianza ó de modo parecido, en las ca-
jas públicas coloniales, y la cuestión del Maitu.
Llama el Sr. Labra la atención sobre la muñera de es-
tablecerse en el Tratado el abandono de Cuba por España
y la cesión de Puerto Rico y Filipinas á ios Estados
Unidos.
Los términos son de gran violencia. El americano tiene
interés en que España aparezca expulsada de toda * Améri-
ca, y que conste que esto se hace por la sola fuerza norte*
americana. Esto quizá interesa más á Europa y Sor de Amé-
rica que á España. No hay necesidad de precisar su alean*
ee internacional.
Por eso los plenipotenciarios americanos se negaron á
debatir; amenazaren por dos veces (cuando se trató de la
— 1053 —
-deuda oubana y de la suerte de Filipinas) oon retirarse si
no se aceptaban sus imposiciones; declinaron por tres veaej
la referencia de la* cuestiones debatidas ea Parí* á un ter-
cero, técnico 6 arbitro; impusiéronla forma e Jineta del
abandono y hasta cuidaron de no explicar la adquishióa
de Puerto Rico como idemnisaoióa de gnerra y en pag? de
los 20 millonee de pesos á que se refiere el art, 3.° del Tra-
tado.
Después, el profesor del Ateneo, haoe notar como los
Estados Unidos prescindieron por completo del plebiscito en
las colonias españolas, negando, además. á los naturales de
aquellos países, el derecho de optar por la nacionalidad es-
pañola ó americana. Y tratándose de la snerte da esos auti •
gaos españoles, se limitaron á establecer en el art. 9 cque
los derechos civiles y la oo adición política de b* habitan-
tes naturales de los territorios cedidos á los Sitado j Unidos,
se determinarían por el Congreso.» Respecto de Cuba (como
ya se ha dicho y con nene macho subrayar), el articulo
1.° dispone cque será ocupada por los Estados Unidos, y
mientras dura su ocupación, ellos tomarán sobre sí y cum-
plirán las obligaciones que por el hecho de ocuparlas le¿
impone el Derecho internacional para la proteooión de vidas
y haciendas.» Ni más ni menos. Los dos artículos, 1.° y
9.°, del Tratado, entrañan gravísimas cuestiones de Daré -
cho internacional.
Por lo pronto resulta que Filipinas es victima de la co%*
-quista y Puerto Rico se adquiere por las mismas teorías de
Ips viejos reinos patrimoniales. La voluntad de los pueblos
resulta desconocida por la gran República. Luego el estado
de Cuba es de una monstruosa originalidad, porque ni for-
ana parte de los Estados Unidos, ni es Estado soberano, ni
vive bajo un protectorado. Todo allí es arbitrario. Todo á
merced absoluta del interventor que en el bilí de 18 de
Abril de 1 A 98 estableció que el Gobierno norteamericano en-
tregará la direooión de la grande Antilla á los onbanos,ouan -
do la isla esté pacificada, sin duda al modo que aquel Go-
bierno entienda.
La negativa del derecho de opción, que solo se reserva á
los peninsulares residentes en Ultramar, haoe injustificados
ios cargos que en la Península se dirigen á ios cubanos y
portorriqueños que viviendo en Cuba, no mautieaeo su ca-
rácter de españoleo. El Tratado de París se lo prohibe termi-
nantemente. Y es de advertir que el Gobierno español soez-
— 1064 —
casó absolutamente de oonsultar á aquellos españolas y á.
am representantes en las Cortee nacionales, reepeoto de to-
das estes cuestiones, siendo asi que consultó á todos los ex~
gobernadores de nuestras colonias, á los capitanes genera-
les y almirantes y á los jefes de partido y de todos los gru-
pos parlamentarios, con excepción de los ultramarinos,
autonomistas y conservadores. £1 hecho es de lo más ieó-
Ktü que puede imaginarse, y hay que relacionarlo oon el
hecho análogo de haber prescindido totalmente el Gobier-
no de Madrid de la menor consulta sobre el particular,
i los gobiernos looales y autonomistas de Puerto Rico y
Cuba.
Además, la fórmula empleada en el Tratado dejó dudoso
que fuerau españoles los canarios y baleares residentes en
Cuba, y si los cubanos de nacimiento residentes fuera de la
idla continúan ó no siendo españoles. Este problema lo ha
resuelto recientemente el Gobierno de Cuba diciendo que
son cubanos todos los nacidos en la Isla, residan ó no en ella.
Por último, el Sr. Labra señaló la verdadera expoliación
qoa constituye el hecho de haber excluido totalmente del
Tratado de París el reconocimiento de las deudas coloniales
por parte de los Estados Unidos. £1 caso es único en la
Historia oon temparánea. De esta suerte España cargó coa
4.tG0 millones de pesetas, según cuenta de 31 de Diciembre-
de 1898. A esta pérdida hay que añadir la más sensible
de 37.506 soldados y marinos muertos, y un total de
bajas, entre muertos, heridos y prisioneros, de 84.220. Pero
todavía es peor el estado de ánimo que todo esto ha produoi-
do, y que hay que rectificar por actos viriles, persuadidos
de que es posible la reconstrucción nacional .
Como se ve, nada de lo que contiene el tratado de Parto
tiene que ver con las razones atribuidas por los Estados Uni-
dos i la guerra. Es decir, con el superior interés de la huma-
nidad y la causa de )a civilización. Hay en éi nn lujo de-
urrcgancia y de propósito de hnmi lar á España, seguramen*
le por algo más que por mera antipatía á este país, con el
que el presidente MaoKinley afirma que les americanos no
tanian roce alguno sangriento. En ese Tratado no se estable-
ce Ja menor garantía del derecho y las libertades do las An*
tillas y las Filipinas, entregadas al arbitrio del Gobierno
americano. Ni remotamente se pone limite á la ocupación
de Cuba, más incondicional que la de Egipto por los in-
gleses*
r\
— 1055 —
Pero después hay que ver cómo en la práetiea entienden
y practican ese originalisimo Tratado los Estados Unidos,
en menoscabo de au gran prestigio democrático, quisa de la
solides de su gran imperio y de seguro costra las recomen-
daciones de les Padres de la Bevolueión y la Constitución
de Norte América.
2
Beanudando el Sr. Labra en el Ateneo sus conferencia»
semanales interrumpidas por las últimas fiestas, comen-
só por recordar, primero, sus* afirmaciones respecto del
Tratado de París de Diciembre de 1898, qne contradijo
abiertamente principios tenidos hoy por incontestables en
el Derecho público internacional, y segundo, alguno de los
concepto* consigna des, tanto por el presidente Mac Kinley,
como por el Congreso de los Estados Unidos en sus declara-
dones de mediados de Abril de 18 98 para definir, resonar
y justificar el atropello de la soberanía espafiola y la inter*
vención americana en Cuba.
Por el refendo Tratado quedan sancionados la imposi-
ción de la fuer sa sobie el aibitraje internacional; ei dere-
cho de conquista en Filipinas? la adquiérelo» de Puerto
Bico como indemnización de guerra y dentro de la teoría
de los antiguos reinos patrimoniales; la creación en Cuba
de una entidad política qne ni es Eetado independiente, ni
colonia, ni Estado federal, ni pala protegido: la exousa ab-
soluta del plebiscito cerno medio de determinar la eitoación
futura de las antiguas colonits eef arlólas; la negativa abso-
luta al derecho de les españolee .nacidos en Cuba, Puerto
Juco y Filipinas á optar por la nacionalidad originaria ó
por la impuesta por el hecho de la guerra y la declinación
l or parte de los Batados unidos de toda responsabilidad en
punto á las deudas y compromisos contraídos por la nación
vencida, con motivo ó por ratón de los países anexados á la
Bepública americana ó arrancados al imperio español.
r>
— 1056 —
Esto so la relación del Tratado de Paria eon el Derecho
internacional público. Respecto de la efíoaeia de ese Tratado
en lo relativo a los fines perteguidos per los norteamerica-
nos, hay que considerar ante todo lae declaraciones oficiales
de ga Gobierno al iniciar la guerra y que comprendían los
siguientes extremos:
i. Onba era y debía ser nn pueblo libre é independiente.
— 2. Loe Estados Uaidoa no querían el dominio de Onba. —
3. El Gobierno norteamericano entregarla la dirección de
Cuba á los cubanos tan pronto como estuviese pacificada la
isla.
Sin embargo de esto, en el Trataio de París, el Gobierno
de Washington no se obliga, respecto a la grande Artilla,
á otra oosa que á la oráctica de los orincipios generales del
Dereahode gentes. T respecto de Filipinas y Puerto Rico,
el mismo Tratado dioe que los derechas civiles y políticos
de portorriqueños y filipinos serán los qu i quiera conceder -
te* el Congreso americano, donde, ni Puerco Rico ni Filipi-
nas tienen representantes.
Aumenta la dureza de estas afirmaciones la manera con
que el Gobierno norteamericano las interpreta prácticamen-
te, fin Filipinas subsiste la guerra de los indígenas contra
loe invasores, á ios cuales aquéllos acusan de deslealtad en
punto al cumplimiento del convenio en cuya virtud los taga-
los prestaron su concurso á las armas norteamericanas. Es-
tas, eran impotentes, por sí solas, para concluir con el poder
de España en aquellos paises. Con tal motivo se recuerda,
que, para un efeoto análogo, fueron impotentes las armas in-
gfesas, cuando, en 1762, se apoderaron de la plaza de Mani-
la, reconquistada á los dos afios, por loe filipinos y españolas
que dirigió el insigne Anda y Salaxar.
La situación de Puerto Rico a peo a profundamente. La
propaganda de los Estados Unidos ha deshonrado á aquel
país, al mismo tiempo que heria el prestigio de España oo-
)on iaadora, divulgando la especie de que todos los habitan-
tea de Puerto Rico, sin distinción de procedencias, clases
v i oeicionss y apesar de la conocida historia de la Isla, y
de sus antif ñas y recientes protestas de fervorosa adhesión
á España, habian aclamado al invasor.
Ya dice bastante contra esta tesis el doble hecho de la
resistencia norteamericana al plebiscito y de haberse restrin-
gido después el sufragio para las elecciones municipales.
Aparte del adelanto de la legislación civil de loe Estados da
— 1057 —
la República que consienten Ja adquisición de la propiedad
territorial sólo al ciudadano norteamericano.
En Puerto Rioo hoy rige la dictadora militar qne ee im
pone á loa organismos locales como en los tiempos más
daros del viejo régimen colonial y mediante la derogación
implícita 6 esplicita, pero completo, de loe decretos empaño*
les de Noviembre de 1897, en vano invocados ahora por
los puertoriqueñoe.
Se ha establecido allí el faero atractivo de la jurisdicción
de guerra para los delitos en qae sea part » un americano.
Las mercancias paertoriqnefias pasan faertes derechos en la
Metrópoli norteamericana, qae defiende sas propios azúoa*
res de caña y remolacha, aun mas qae defendió los sayos
España. Y como qae el arancel de la Isla es alto para todos
los productos no americanos, resultarla dificilísima la ex por-
tación colonial, por falto de correspondencia de mercados,
si Puerto Rico no viera reducida cada vez más su produc-
ción.
En el orden político no hay medio de imaginar el porvenir
de aquella isla. Lo más probable as que no sea Estado fe-
deral, ni territorio americano. Qaisá sí una colonia militar
completamente fuera de la Constitución y délas tradicio-
nes norteamericanas, pero de importancia estratégica en
el mar de las Antillas, dominando el golfa de Méjico en
los canales de Panamá y Nicaragua. jLos informes que
recientemente ha dado una de las primeras autoridades mi-
litares de aquella isla al comité senatorial de Washington
han sido opuestos á la aptitud política y al derecho de los
puertoriqueños para gozar de las mismas franquicias que los
ciudadanos de Norte América.
Es preciso leer esto en los periódicos de los Estados Uní*
dos para comprender tamaño disparate y tan escandalosa
injuria á Puerto Rico, de una historia brillante, qne en vano
intentarán borrar sus actuales conquistadores. — Díganlo el
maravilloso éxito de las grandes reformas expansivas de las
Cortes de Cádiz y del Intendente Ramírez desde 1811 á
1816; y la manera de hab*r disfrutado aqaol país de las li-
bertades públicas desde 1820 á 23; y la protesta y petición
que los representantes de los Ayuntamientos puertorique-
ños hicieron al Gobierno español en 1865 para que antes
que las reformas políticas y eoonómicas para los blanoos, se
hiciera allí la abolición inmediata y simultánea de la es*
ciavitud de los negros; y el modo y manera verdadera-
— 1058 —
mente excepcionales con que allí se hiso la abolióte da
la esclavitud en 1873; y Ja virilidad oon que por espado de
máe de veinticinco afioe locho contra la corrupción elec-
toral y el procedimiento de loe candidatos cuneros y oficia-
les enviendo al Parlamento espafiol representantes inde-
pendientes que, sin desmayar, un solo día, pidieron enér-
gicamente la identidad de derechos civiles y políticos de
loe españolee de uno y otro hemisferio y nn régimen local
expansivo y autonomista para la colonia; y la oordnra y el
éxito con que los puertoríquffioe ejercitaron todos los de-
rechos que le reconoció la República española por la liber-
tad á la pequeña Antilla del titnlo 1.° de la Constitneióft
del 1869 y la ley municipal y provincial de 1870. — Además
Paeito Rico tenia en 1898 una población de cerca de un mi-
llón de almas ó sea 106 por kilómetro cuadrado; nn movi-
miento comercial de 20 millones de duros y un presupuesto
genei al de cinco y medio millones de pesos, con los qne aa
pegaban los gastos generales de la isla, dejando un snperabit
de cerca de un millón de duros.
Ta costaría probar que muchos de ios Estados de la Re-
pública norteamericana tienen estos títulos para gozar de
los beneficios de la Constitución de 1789 v de sus quines
enmiendas. Segurameote no los tenían Tejas, ni Nueva
Méjico ni California cuando en 1845 y 1850 entraron
á formar parte de la Unión Americana. Mucho menos
menos los tenian Montana y Dakota en 1889, Wjoning é
Idaho en 1870. Y no habrá medio de prob»r que Puerto
Rico ee inferior hoy mismo á la Florida que es Befado des*
de 1845, y á Colorado que lo es desde 1876. La injusticia
en este punto llega á )o incalificable I
Además un culón ha destrosado buena paite de las po-
blaciones y la mayor parte de las haciendas de aquel pais.
La miseria ha entrado de tal modo en la desventurada isla,
que el gobierno de Washington ha aoordado en estos dial
que las cantidades pagadas por los frutos puertoriquefios ea
las aduanas federales se dediquen á aliviar la miseria ds
Puerto Rico.
En Cuba la cuestión ofrece otras proporciones y entraña
nn grave problema de porvenir inmediato. También allí
impera el gobierno militar. Para dentro de una semana,
están anunciadas elecciones municipales, primera oonsulta
que se hace al voto de Coba; más para ello se ha abolido el
sufragio universal. Junto al Gobernador general militar
— 1059 —
existe un Consejo de Secretarios cubanos qne debían oeu«
parse de todas las coestiooes de ráracter civil. Estos Secre-
tarios son amovibles y de libérrima elección de Gober-
nador, sin más facultades que las de la propuesta, que el
Gobernador atiende ó no, ein resonar su resolución, inves-
tido como se halla de plenas facultades, que yaba usado
con todo desahogo bien para modificar la legislación política
procesal, penal y aun civil, armonizándola con la norte-
americana, bien para la designación de funcionarios públi-
cos. Los Secretarios ni firman los decretos» que suscribe el
General Jefe de Estado Mayor del Gobierno general de la
lela.
En estos últimos tiempos se ha aoentuado la tendenoia
del Gobierno general de reducir la oompetencia de los
Secretarios, excluidos en absoluto, desde el principio, del
conocimiento de los negocios de guerra y aun de los fi-
nancieros relacionados oon la Aduana, cuyos produotos
totales ingresan en el Tesoro de Washington. Este, por
» hora, paga los gastos generales de los municipios, que en
cambio, no pueden arbitrar fondos.
La tendencia centralizados antes señalada produce el
doble efecto de ensanchar la acción personal del Gobernador
y de referir buen golpe de negocios cubanos al conocimiento
directo y la lejana resolución del Gobierno de Washington,
donde se ha venido á orear una especie de ministerio ú ofi-
cina más ó menos ir regalar, de negocios coloniales que
quizá, con el tiempo, tome el oarácter de i as famosas Comi-
sarias de la agricultura, del trabe jo, de la educación y de
los indios, que complementan la acción regular de la admi
nistracióo norteamericana.
Por estos medios el Gobierno genera] de Cuba no solo ha
introducido reformas trascendentales en la organización
judicial cubana y en su derecho procesa], sino que ha cons-
tituido una especie de Corte correccional, cuyas atribucio-
nes se condensan en la personado su jefe, autoridad jankee
que resuelve ein apelación, sin ley y por libórrimo juicio
persona], las causas que se someten á su fallo.
Por lo mismo ha sido posible recientemente la interven-
ción personal y pública del Gobernador general en un es-
caudaloso proceso sobre abusos de aduanas, en cuya trami-
tación las autoridades judiciales quisieron proceder oon la
independencia funoional que garantizaban las leyes.
No hay que hablar de vida municipal ni provincial. Todo
. r£'
— 1060 —
e*rá en manos de loa presidenta 6 jefes de las eorporaeio-
oes, los cuales deben su nombramiento al Gobernador. Por
decreto de éste se hn aplegado el pago de las deudas muni
c i piles. Realmente nada se hace hoy en Cuba, sino tolerado
por el Gobierno militar. Las obras^públicas se decretan y
contratan en Washington . 4
¿hora se trata de nna modificación profunda y sistemá-
tica de las leyes civil y procesal de Ja Gran A n tilia, en
vista de la legislación norteamericana. Para ello el Gober-
nador ha nombrado una reducida comieión de cubanos y
norteamericanos encargados de proponer la reforma, qae
sin duda, t>pr< bada por aquella autoridad, sin contar con
ningún otro dato, formará pronto parte del nuevo orden
jurídico de Coba.
Se pecaría contra la verdal diciendo que todo cuanto
ahora ocurre en la Gran Antilla es deplorable. Mochas de
las disposiciones contenidas en los dos volúmeoes publica-
doi en 1889 con el titula de Civil Re port of Major gentnl
J* R. Brock, militar y Govérnor of ¿fofo son atendibles y
hasta plauMblea.
Eb falso que la inmoralidad administrativa haya aumen-
tado: por el contrario, la renta de aduanas ha crecido
á pesar de la variación poco satisfactoria del arancel. £1
orden público y la policía sanitaria de la Habana (objeto
de eapecialieimo cuidado del Gobierno americano) se man
tienen en condiciones de estima v progreso. £1 juego y
la embriaguez se persiguen de modo eficaz — Y hay que re-
conocer que las autoridades americanas se abstienen cuida-
documente de toda persecución personal por motivos po-
líticos.
Esto ha influido mucho en el oontenimiento de la protes-
ta cubana contra la prolongación de la intervención del
Gobierno de Norte América, por medio de una verdadera
dictadura militar suavizada en los procedimientos.
Paro ya ahora la protesta toma gran viveza en la prensa
y en la tribuna. El Gobierno de Washington acaba de
enviar á Cuba á su ministro de la Guerra para que estudie
la situación del ¿sis. También llegó después á la Habana el
Comité senatorial que ha de proponer al Senado el término
ó la continuación de lo existente <m aquella Iala.
£1 Ministro y les Senadores tienen frases para todos, y su
opinión personal definitiva resulta una verdadera incógnita.
Paro Mr. Mac-Kinley no dios palabra. En los Estados
««. 1061 —
Unidos existe osa fuerte corriente política francamente
favorable á la anexión de Coba. Y el recuerdo de lo suce-
dido en Tejas hace cincuenta afios, autoriza todos los te-
mores de los patriotas cubanos. Sobre lo que no hay la
menor divergencia en los Estados Unidos es en creer que
solo á estos corresponde la facultad de fijar las oondiciones
y el término de la tntela en que vive Cuba.
Ocioso decir los peligros que esto entraña aun para la
tranquilidad material y el porvenir moral y económico de la
sociedad cubana, donde ya se van formando partidos que
afirmando la independencia de la IsÍ8, se diferencian solo-
respecto del modo de llegar á ella. Unos (el partido conserva-
dor) pretendo ol protectorado transitorio de los Estados Uni-
dos: ctros (entre ellos los más caracterizados soldados de Ja
insurrección que determinó la intervención de Norte Amé-
rica) quieren la independencia. Eu tanto sólo vive la dicta
dura norte americana, á los dos años de evacuada la grande
Antilla por las autoridades españolas.
Esto no habría sido posible si el problema de Cuba hu-
biera caído bajo la jurisdicción del Concierto internacional.
Yendo mal las cosas para Espina, lo probable es que so
hubiera impuesto Ja solución dada al problema de Greta
en 18ó9 y 1896. En último caso, eran precedentes para
otra solución, tlesde luego, la neutralización de Bélgica en
1831, la de las islas Jónicas de 1863,1a de Luxemburgo
de 1862, y sobre todo la de Suiza, que data de los tratados
de 1818. Es decir, todo aquello en que nadie pensó ni po-
día pensar en la Conferencia de París de 1898. Pero este es-
quí zá el problema de mañana en Amériea: de un mañana
que ya casi amanece (1).
(1) Después de dicho esto, la prensa de Madrid ha dado ligera cuen-
ta de la con i ti toe ion del nuevo Gobierno de Puerto Rico. No ea posible
formar juicio por lo que dicen los cablegramas.
— 1062 —
En la anterior conferencia del Ateneo, el Sr. Labre sos*
tuvo que si la cuestión de Coba hubiese sido sometida al
Concierto internacional, aun en el caso de que la solución no
correspondiera enteramente al dereoho de Etpafia y 4 lee
conveniencias de la grande Antilla, lo probable es que el ¡go-
bierna se hubiera resuelto de una de estas dos maneras.
Usa. aquella con que se resolvió la cuestión de Creta (úl-
tima fase del problema europeo oriental) en 1869, por la
Conferencia de Parid; en 1878 y 1886 por los Congresos de
Berlín y el pacto de Hilepa; en 1896 por la carta votada per
la Asamblea cretense patrocinada por las grandes Potencias
eriet tanas, y en 1897 por el Tratado de Constantinopla.
La otra solución era la neutralización de la grande An-
tilla, bajo el patronato délas grandes naciones de Europa ,
de Ejpaña, de los Estados Unidos de América y de las Re-
públicas Sudamericanas, en vista de lo que*se biso respecto
de Suiza eu el Congreso de Vieaa de 1815 v de lo que des-
pués io ha hecho para la neutralización de Bélgica en 18$ l,
de lae islas Jónicas en 1863, del duoado de Luxemburgo de
187 7 y del Estado libre del Congo en 1885.
Sobre este tema discurrió el profesor del Ateneo en su con»
ferencia del viernes último.
De las dos soluciones antes indicadas, la primera (la au-
tonomía cubana garantizada por el Concierto internaciontl)
era la que mes correspondía al dereoho de España — ¿n el su*
puesto de que el éxito desgraciado de la guerra oon los Er-
tadoe Unidos no permitiera recabar el simple man tenimiea*
to de la situaoión política oreada por los decretos españoles
de Noviembre de 1897.
Por aquella solución, todavía España habría podido man -
tener en el Nuevo Mundo, oon el apoyo universal, la glorio-
sa bandera de les descubridores de Amérioa, arraigando en
el mar de las Antillas las instituciones de 1897, oon el sen-
tido evolutivo de la gran colonización española, bajo la
influencia internacional y dentro de las corrientes novisi-
— 1063 —
con* colonizadoras. Poruñeen todo caso, pero principaimea»
tu en esta época de liquidación, conviene maih) advertir
que no es jaeto estimar la colonización española por las
desviaciones y oorrnptelas da loe siglos xvn y xvui 6 ñor
la reacción y el anacronismo que se producen d*»de L82&
basta época muv cercana, con el satisfactorio paré a tesis del
Gobierno de la República de 1873. Aquella colonización,
qne desafia el contraste con las demás empresas análogas de
eo época, tiene que estudiarse eo los libros de nuestros colo-
nistas Ustáriz, Alvares 0«orio, Martines de la Masa y Cam-
pillo; en el sentido total de Id famosa Keoopil ación de Indias
de 3 660, y señaladamente en la lev 2.a, libro 1 .° del libro 1 .°
—las 2, 8 y 13, tit. 2 del libro 2.°— la 1/ del tit. 17,— la
leí tit. 1 ° y la 1.a del tit. 26, la 30 del tit. 27 y la 22 del
tit. 30 del libro 9 ° referentes al fia de la colonización, á la
relación jaridica de ios Reinos de América y Castilla, á la or-
ganización económica de América, á la reducción de los in-
dios, á la vida local, municipal y regional de los un vos Reí*
no** j las garantías del españ jI, originario ó reducido de los
nuevos países, al tenor de lo que en la Metrópoli regia y lo
que privaba en el Mando culto en aquellos siglos. Después
hay que tener en cuenta la admirable obra del Marqué* d* la
Sonora, el primer Ministro U ñ versal de lidias, de 1754
y lo* decretos de las Cortes de Cáliz, llevados á oumpkdo
efecto, con éxito txraordinari > é insuperable, asi en Cuba
como en Puerto Rico, por el I aleúdente iiamirts de Villaa-
rrutia, desde 1812 á 1820.
Españ» entonces puso, hasta donde era posible, por cima
del interés material, el inte ó* moral del eoipeñ* coloni-
zador; consagró la aocióa directa del Eitado para la civi-
ligación del Nuevo Mundo; afirmó por leyes \\ identidad
de los derechos civiles y politices de los españ >les de uno
y otro hernia fe» i >, y proclamó la asimilación progresiva de
jos indios; y reconoció la Lota loen por medio de las Orde-
nanzas y compilacióo délas leyes originarias, por la exten-
sión de los AyunUmientos, y en fia, por la consagración de
los Concilios provinciales y regionales 'á que se refieren las
i' ■ s que sentían el puesto preemiueote que en las Cortes
americanas correspondía á las ciuiade? de Méjico y el Cus-
40, al modo que en la Península sucedía con fi argos y To •
ledo.
Bin duda sería un dislate pretender que á esta hora pu-
dieran tener aplicación, ni siquiera en Filipinas, las viejas
68
I
— J064 —
leyes; pero bu sentido comprensivo, educador y moral, de-
purado de las malesas y acarreos de Jos tiempos, merece
hoy mismo todo género de respetos. £1 principul trabajo
del colonista español habría de ser harmonizar la obra áñ
los tiempos pasados con las exigencias del presente y de-
terminar la alérgica reforma de todo lo anticuado y ana *
crónico, con la convicción de -que la mayor gran dea* de
España, en el corso de su brillante historia, ha correspondi-
do á )a identificación de este país con fas idea* madres de
la época, en lacnal aquella grandeza se manifestó- Dobe
motivo para perseguir la intimidad de Empana con el pro-
greso actual del mundo y la determinación de su nueva vid»
dentro del concierto internacional.
Para todo brindaban ocasiones, escenario y medios ex-
cepcionales, Cuba y Puerto Rico, en 1893, España podna
haber reaüsado allí una admirable obia. no solo en honor
y provecho sujo, si que en beneficio de la pac de Europa y
América v del progreso general del M ando.
Para ello tenia títulos sobrados, rere nocidos de modo
elocuente por el ministro de los Estados Unidos Mr. Sí war-í >
que haoe cuarenta años la proclamaba como tona verdadera
potencia americana»; precise menta en el período crítico de
la intervención francesa en Méjico. De análojro modo te
expresaban los secretarios del Gobierno de Washington,
llr, Everett y Mr. Olney, en sus tamo* as, caracte ríe ticas y
transcendentales notas de 1852 y 189> ecbre el porvenir de
Coba y las relaciones de Europa y Norte AaeViepj con ido*
tivo de las colonias europeas del Noero Mando,
Además, discretamente, era impoeitle prescindir de qoe
pasan de 800.000 los españoles qoe b/*y viven y trabajan
en el continente americano, representando un fautor esen-
cial de los progresos de las Reí úblicas J atine a de América.
Por tanto, es c* si inconcebible que de U última guerra
haya salido España peor qoe Tnrquía de su locha con la
Europa contempo? énea. Porque Turquía (á pepar de ios
no torios y monstruosos pecados) en 1878 y en 1896 ha podi-
do conservar á Creta, de ningún modo unida por vinca o
étnico, político ó moral, á los dominadores de Constantino*
pía, meramente acampados en un extremo de la vieja Euro*
pa y tenidos umversalmente por una positiva afrenta de la
civilización moderna.
JLa otra solución (la de la neutralización de Cuba be i o n&
patronato europeo y americano) tenia un carácter interna-
— 1005 —
cional de mayor gravedad y superior trascendencia. Cono
que por ella quedaba excluida toda pretensión exclusivista
continental, en el mondo descubierto por Europa y coya ac
tual extraordinaria emulación hay qne atribuir, tanto á
ésta, como á los elementos propiamente americanos de di
versa procedencia y distinto sentido, qne constituyen la
base presente de la sociedad trasatlántica. Y además, por-
que sobre el hecho de la neutralización de Cuba podría lle-
garse á la neutralización de las Antillas iodos, gracias á
razonadas concesiones de Francia, Inglaterra, Holanda y
Dinamarca, qne poseen en el Mar Caribe oolomas más 6
menos importantes, seriamente amenazadas por el expan-
sionismo americano.
También podría pensarse que para esta solución eran
antecedentes valiosos, de una part*. todo lo que Francia,
Inglaterra y los mismos Ertados Unidos han hecho desde
1825 á 1 874, para garantizar la soberanía de España enCnba
y Puerto Rico frente á las pretensiones pa» ticu lares, efecti-
vas ó supuestas, de cada una ri« aquellas naciones, y por otra
lado la actitud y disposición de las Repúblicas sudamerica-
nas con relación á la actual guerra de Cuba y frente á las
aspiraciones absor ventos de Ioh Estados Uoilos.
Aon en último término, podría haberse oont«do con la
cooperación de cierta parte de la opinión pública de los mis-
mos Estados Unidos; opinión rehecha contra la propaganda
del jingoísmo y los intereses de los ex pao sionistas é impe-
rialistas, mediante el influjo de muchos hombres rectos y
prudentes de aquel país, y por efecto de una actitud resuelta
de Buropa y de Sud Ano ¿rica contra las exageraciones de la
política Mor roe, bastardeada y locamente comprometida de
cincuenta años á esta parte.
Abona esta creencia la importancia que en estos últimos
días ha adquirido en aquella República la campaña de los
antiexpaD sionistas que se inspiran, no sólo en raaones de
justicia, sino también en conveniencias de la política inte
rior de la Federación, asi como en las recomendaciones de
Washington y de los fundadores ó Padres de la Unióa
ana encana.
La idea de la neutralidad perpetua de ciertos Estados,
ba tomado macha fuerza en estos últimos tiempos. En las
Conferencias interparlamentarias del Haya, Bruselas y Bu-
dapesth de 1891, 95 y 96 respectivamente, logró los honores
de una gran consideración. En la Conferencia de Brusela»
— 106* —
de 1897, volvió á plantearle esta soIucíóg con mu carácter
de gran generalidad que perjudicó á nn muerdo definitivo.
Pero la insistencia de estos requerimientos al voto de toa
hombres doctos qne constituyen esos Congresos (en tos cua-
les eitán hov representados más de 1 .500 de loe 8.000 miem-
bros de los Parla meo toe de tod*s los países europeos)» bien
demaestra qne el empeño está saliendo de los límites de une
generosa recomendación y de las nebulosas de un idealismo
arrobador.
Claro es que ouando ahora se habla de Ja neatralievñóa
de Cuba, no se trata precisamente del problema d Manado
en tas Conferencias interparlamentarias. Ei actual de Cabt
(inquieta, susceptible, disgustada por la prolongado a de U
intervención norteamericana y quiíá un tunta amenatadon
con el ejemplo de la obstinada resistencia de Ion fiii pinos y
las más ó menos veladas simpatías de algunos grupos poli
üocñ de Jos Estados Unidor) es más práctico, más próximo
y corresponde inmediatamente á los Gubvpmoa. del modo
y manera que sucedió en los casos ds 1815, 1830, 1877 v
otros antes citados.
El valor y la trascendencia ds la neutralización de Cufa
(y por ella, de la neutralización ds todo el gropo antillano),
pueda calcularse teniendo eu cuenta, no solo loa datos ante
rioree sino la probabilidad de qus p3r efecto de lo qne aho-
ra mismo está sn<?eiiendo eu aquella isla, U incipiente pro
testa de Puerto Rico, la alarma de las AotüSaa prosita as r
Ja aotitul equivoca de muchos gobiernos de Sii Americi,
ese problema se plantee al fin eu el Nuevo Mando, dantr i
de an período no mu 7 largo. Pero segara mente se p?ddi
haber planteado y resuelto mejor, antes del Tratado de Pe»
da de 1898.
Par i que en aquella oportunidad se hubiese discutido
bien y con efecto satisfactorio esta solución (ó la de equipa-
rar Cuba á Creta, después de 1896) habría sido preciso
sin 'inda, que las grandes Potencias europeas se deri dieras
A Afirmar su competencia en este negocio, ya por motivo*
genérale? juri lieos, ya en evitación de conflictos interna-
cionales que quizá preoipite y agrave el deplorable éxito del
último Tratado de París, ya haciendo valer ante el Gobierno
norteamericano el argumento deque ala acción c^Ieeuv*
de las naciones modernas, se ha debilo, dentro del aiglo
que corre, la solución del problema oriental europeo, U
anulación del exclusivismo japonés y chino y la diatriba
— 1067 -
cito pacifica y 1» superior cultura, del continente africano.
Y es notorio: 1 .° que en la obra general europea respecto
de Asia y África, han participado directa y eficazmente los
americanos, y 2° qne si éstos no han hecho lo mismo en las
cuestiones egipcia, griega y danubiana, débete, entre otros
motivos, á qne el Gobierno de la Gasa Blanca no lo ha pre-
tendido, manteniendo de tal modo el programa de Jorge
Washington de abstenerse sistemáticamente y por propia
conveniencia, de las complicaciones del viejo Continente.
A*i y todo, el Congreso de los Estados Unidos, á fines de
1806, acordó invitar á las Potencias europeas á tomar me*
didas contra Turquía, para el cumplimiento del Tratado de
Berlín respecto de la Armenia, y si esta resolución no tuvo
mayor alcance, fné porque no la secundó el presidente
Cleveland.
Pero con ser todo esto exacto y merecer severa censura
la conducta de Europa en 1898, hay que reconocer que el
primer pecador en este orden de cosas fué el Gobierno espa-
ñol, por no determinar su gestión diplomática en este sen-
tido, que era muy superior y de muchísima más trascenden-
cia que el arbitraje intemaciocal reducido á los términos en
que el Gobierno de Madrid lo propuso por tres veces en las
negociaciones de aquel año de triste memoria.
Seria injusto atribuir toda la responsabilidad de este
error á los gobernantes españoles de 1898. Lo compartían
todos los elementas políticos de España. La opinión pública
lo hacia posible ó lo fomentaba. Nadie creía en la necesidad
de que España tuviera una política internacional. Aun aho-
ra miemo, después del tremendo desastre de 1898, apenas
hay quien se ocupe de esta política. Son muchos los que
aconsejan el antiguo aislamiento, aunque de otro modo y
con otra forma. Nadie habla ya del Tratado de Parle, ni se
oree que con su motivo el Gobierno español deba hacer algo
Ír prepararse para el porvenir, en otra disposición que la de
a mansedumbre.
La desdeñosa indiferencia del hidalgo arruinado, apar-
tado de las gentes y envuelto en sus harapos y su arrogan-
cia, seduce á muchos. Es popular la idea de )a renuncia de
las pocas colonias que nos quedan; y si á última hora se ha
producido un pequeño movimiento de simpatía á los pueblos
sudamericanos, con motivo de la presencia de los marinos
argentinos en Barcelona y Cartagena, este movimiento no
ha revestido más carácter que el de un desahogo afectuoso
— 10*8 —
y familiar, muy propio do los periodos tristes y de deagta-
cta, pero sin aquellas oondioiooes reflexivas, de continui-
dad y eficacia que acusan la oonoieacia de un objetivo pre-
ciso, la estimación de una utilidad positiva y la determina-
oión de un procedimiento bien relacionado con el fin que se
persigue y oon los medios de que ee dispone.
Hay que insistir mucho en señalar y ezplioar las cañáis
primeras de este fenómeno. Uoa de ellas ee la positiva des-
consideración que nuestros círculos políticos de toda espe-
cie tienen para los estudios de Política y Legis* ación com-
paradas y de Dar echo Internacional. Luego está el aparta-
miento completo de nuestra opinión pública de todo cnanto
ocurre ó se prepara más allá de nuestras fronteras; sin que
contradiga este la pequeña debilidad de nuestros estrcmji
rutas, muy reducidos en número, y atentos solo á detallas
del oonfort y de la moda. Por otra parte, influyen las vaci-
laciones y contradicciones de nuestros gobernantes, respec-
to de la representación, el papel, las necesidades y los me-
dios de España , comprometía* por esto á vivir bastante
fuera del movimiento político y social contemporáneo y bajo
la presión de o na especie de política doméstica, cuya pri-
vansa llega á términos inverosímiles, coincidiendo con un
gran quebranto de Ja fe en la virtualidad de las ideas y del
amor á la propaganda que en otro tiempo caracterizaba á
nuestros partidos avanzados y radicales.
Hace mucho tiempo que no hay en el Parlamento
español ambiente para debates de carácter internacional.
Privan allí todavía las viejas preocupaciones del sigilo
diplomático, análogo al ponderado secreto del sumario, á la
reserva del voto de los jueces y á la indiscutibilidad del ex-
pediente administrativo; oosas en que ya nadie cree.
La prensa tampoco se presta á cUr relieve á las ooeetio*
neo exteriores. La meramente noticiera se atiene al inciden-
te inesperado, que constituye un mero interés de curiosi-
dad; la que se jacta de recoger y secundar el sentimiento
público, no puede dar relieve á los asuntos que el públioo
ex:usa ó entiende difícilmente; y la que aspirando errónea-
mente á sustituir al Parlamento y á los partidos politiooa (á
quienes con calor combate, careciendo de sos medios y eos
responsabilidades) ha pretendido cambiar su carácter de dk-
cutidora é informadora, por el de directora, tampoco acler
te á salir del circulo ae loe guatos tradicionales de nuestra
.política palpitante, y estima los problemas de Derecho ínter-
— loan — * *
nacional como materia exclusiva de lae especialidades y
tema solo de disensiones teóricas. y especulativas.
De todo esto ofrece abundantísimas pruebas la triste T
reoiente historia de lae guerras coloniales de Eipañ* y del
último conflicto de' ésta ooa loe Astados Unidos.
De aquí ana situación grave, difícil, peligrosa, que hau
complicado recientemente la sorpresa producida por núes*
tros últimos desastres ultramarinos, la reacción determina-
da por la actitud entre displicente y compasiva de Europa
respecto de la «España vencida en C*vite y Santiago de
Coba, y en fío, y de modo muy especial, la limitación de
nuestros horizontes por la pérdida de la casi totalidad de
nuestro imperio colonial.
Pero ese mal tiene remedio, aunque éste no haya de ser
la obra de nn dia ni el resaltado de esfueraos parciales y
«z elusivos. El secreto está en poner á la Ejpa&a de nues-
tro tiempo en la corriente de la política contemporánea y
en el medio intelectual y moral europeo. Obra de reflexión,
de macho sentido y de vigorosa perseverancia, que pide el
ooneurso de varios elementos de la sociedad española.
Al terminar el 8r. Labra sus conferencias del Ateneo ha
'hecho nn resumen de éstas explicando por qué ha dado en
el carao de este año tanta importancia al Tratado de París
de Diciembre de 189*. Este Tratado, coa las demostraciones
prácticas de la manera de interpretarlo los Estados Unidos
en Coba, Puerto Rico y Filipinas, constituye quizá el argu-
mento más visible y concluyente contra los que en España
creían ó creen que es posible vivir no sólo sin una política
internacional, sino en un aislamiento excusado con pretextos
de modestia y de prudencia, cuando no fundamentado en
falsos y arrogantes supuestos respecto de los medios exclu-
sivos de defensa, influencia y prestigio de nuestra Patria.
Pero todavía es más grave lo que aquel Tratado, conside-
— 1070 —
rado en sus relación* 8 coa la política general del Mondo,
entraña pare tata y ¡articular mente para el porvenir de la
nación española.
Porque no debe desconocerse que para evitar loe grandes
conflictos internacionales no beata Ja mera voluntad de na
eolo pneblo, y hay que recordar frecuentemente que Jaa na-
doñee, ann lae de máa esplendoroaa historia, no concluyen
aólo por en espirita aventurero, ana acometimiento* y ana-
agitaciones atóxicas, aino también por so pasividad y ane-
mia que las reduce primero, á la insignificancia y luego, al
papel de países pioirgidos y materia de compensaciones te-
rritoriales con que se satisfacen ó sortean las ambiciones de
los poderosos y ae procura artificialmente el llamado equili-
brio interoaciora).
Ningún espíritu juicioso puede prescindir, en estos críticos
instantes, de que el siglo xix ementó en España con loa
Tratados de San Id# foneode 1890, de Amiexrede 1802 y de
Fi/ntaineb)eao de 1807, que iniciaron el quebrantamiento del
imperio colonial espt>fiol con la pérdida de la I uisiana y la
Trinidad y llegaron al re» arto de la Península Ibérica entre
el Bey de Etroria, el P/incif e de la Paz y el Eey de Es*
paila, df jando ota jarif del teuitorio lusitano (las provin-
cias de Beira, Tras lo* Montes y Extremadura portuguesa)
para que Esf «fia y Francia dispusieran de ella segán las
circunstancias.
De no menor peso es la consideración de la falta de rum-
bo y de Jas iuverotími es contradicciones que caracterisan
la política internacional esj «fióla délos últimos años dai
siglo xvm y principios del xix, en los cuales» bajo la
influencia de los Pactos de familia y por preocupados es
personales de los Monarcas bortón icos, España apoyó y
combatió indistinta y sucesivamente (y siempre con efectos
deplorables) á Francia y á Inglaterra, terminando por nece-
sitar del apoyo de ésta para rechazar la invasión napo-
leónica. Por análogos motivos, España, en aquella época,
protegió tanto ó más que Francia, la independencia de las
colonias norteamericanas, quebrantando el poderlo europeo
en América y dando un ejemplo eficacísimo y pronto apto-
vechado, á las colonias españolas del Nuevo mundo.
Todo esto demuestra, primero, que la resignación no pve-
de ser la característica de un pueblo — y segundo, que una
política sin rumbo internacional es la mejor garantía del
desastre.
a
— 1071 —
A cata» cotas hay que agregar otra que da toso 4 la His-
toria internacional do los últimos cincuenta afios y es la
referente á la formación de las grandes unidades ó natío-
n*Udades% exigidas por necesidades mercantiles é indus-
triales, por razones financieras relacionadas especialmente
eon los presupuestos militares modernos, y en fio, por moti-
vos generales de \% fluencia é imperio análogos a aquellos
que determinaron las grandes transformaciones del Mando
antiguo y las luchas de los tres primeros siglos de la Edad
moderna.
Por esta consideración, bien puede afirmarse que dentro
de poco, las naciones pequeñas y aisladas serán repartidas»
entre las grandes, y que aquellos pueblos que, por bus con-
diciones de raza, histeria y situación geográfica tie-
nen (como Eppafla) un papel en la economía general de
la sociedad política moderna, de no resignarse á perder su
personalidad, necesitan robustecerla y completarla oou for-
me á la ley del tiempo.
En este sentido tienen un valor de actualidad evidente
ideas como las de la Unión ibérica y de las autonomías lo-
cales y regionales sin las que, hoy por hoy, parecen impo-
sibles esas grandes concentraciones de intereses y fuerzas
que se llaman los Imperios contemporáneos, factores esen-
ciales de la política general del Mundo
Claro que empeños como el de la Unión ibérica y los
anejos á esta idea madre son perfectamente inasequibles
por el solo esfuerzo de España ó de Portugal (bases singu-
lares ó concertadas, de aquella empresa) y más aún por la
política suicida del aislamiento i ate te ación al.
No es del momento explicar lo que para obras semejantes
son y lo que valen las autonomías locales y regionales; pero
bueno será recomendar que no se confundan las soluciones
con las protestes. Ahora, en España, por ejemplo, el cátala*
niemo es solo una protesta que no puede prosperar en los tér-
minos de en actual ruidoso planteamiento. Pero ya puede
asegurarse que España no se levantará sin una gran reforma
autonomista, perfectamente compatible con la unidad del Es-
tado y la gran personalidad española, exigida por la corrien-
te general del Mnndo.
La dirección contemporánea de las grandes naciona-
lidades se ha acentuado en estos últimos días por la acti-
tud y los empeños de la raza sajona representada por sus
dos grandes familias: la británica y la norte americana.
— 1072 — •
Setales de eata ultima vigorosa tendencia aoot de una
parte, el Imperialismo federal británico qae satura al Go-
bierno y á la generalidad de los políticos de la Gran Bre-
taña [i del cual son incidentes la cuestión Faohoda de 18*3,
k transformación novísima del régimen colonial inglés ini-
ciada en 1890 y la guerra del Transvaai); de otra parte, el
expansionismo amerioano consagrado por el Tratado de Pa-
rís de 1898, por las recientes anexiones de las Islas de 8au-
\ueh , por los renacientes proyectos sobre el Canal de Ni-
caragua y por las amenazas anexionistas de Santo D >minge.
La armonía de estos empeños de r*za está acreditada, pri-
mero, por el Tratado de Washington de 2 de Febrero je 1817
que puso término ai cooñicto anglo americano por causa ds
Venezuela, y segando, par la conducta de Iaglaterra da-
rauta la guerra de España con los fijados Unidos. La inti-
midad de ingleses y norteamericanos proiojo el proyecto
df* arbitraje de 12 de Enero de 1897, que concertado entre
Mr. Olney y Mr. Pauncefote, naufragó en el Senado de
Washington en 5 de Mayo del propio año, aunque dejando
c¿bos y motivos para nuevos tratos.
Pero de todas suertes, la inteligencia de los Gobiernos de
Washington y de Londres, parece cierta, aun cuando no
líegne á determinar, por el momento, las fórmulas positivas
de qae con alguna indiscreción ha hablado recientemente
Mr. Ohanberlain.
Qae tal estado de cosas constituye una amenaza para la
tranquilidad del Mundo, parece cosa evidente. No es aventu-
rar mucho decir que si no fuese una incógnita la disposición
del Gobierno alemán, la guerra del Transvaal habría dotar-
minado ya algo como una intervención más ó menos pacifica
de Rusia y Francia, amparadas en ios acuerdos de la recién-
Üsima Conferencia de la Paz del Haya, que autoriza á poten*
oías extrañas á un conflicto internacional para cofreoer, aun
en el curso de las hostilidades, sus buenos oficios ó su media*
oíód , sin qae esto pueda jamás ser considerado costo un
acto poco amistoso para cualquiera de los contendientes.!
De esto á lo que Inglaterra hizo para qae fracasara el coa*
veoio de San Stephano, de 1877, entre Turquía y Rusia y lo
que realizaron las grandes Potencias europeas (fuera de
Francia) en 1840, para desvirtuar el Tratado turco ruso de
Ufiktar Skelefaki de 183&, va una inmensa distancia. Y eso
que en 1833 y 1877, la victoria de Rusia sobre Turquía ^
indiscutible.
— 1073 —
Porque es evidente el propósito de Inglaterra de apode*
rarse del fiar de África y de comunicar con el Norte y No-
roeste, por la linea del Nilo y de lea lagos, mientras que por
el Oeste ensancha en jurisdicción colonial, avanzando ¿acia
el corazón de Afrioa é interceptando la comunicación de las
Colonias francesas de Túnez y Argel con las del Sen egaí t
mediante la amplia aplicación del régimen délas llamadas
zanas de influencia colonial. No menos cierto es que loa Es.
tados Unidos acentúan so aspiración á la hegemonía en
América y rompen la tradición de Washington, creando uu
imperio colonial en Oceanía y corriendo los peligros seña-
lados por el primer Presidente, á fines del siglo pasado. Bir -
ven grandemente para *st«* empeño las instituciones políticas
y coloniales de Norte Améiica y de Inglaterra.
Es sabido que la República norteamericana está formada
por un distrito federal (el de Columbia, cuya capital es la
residencia del Gobierno de los Estados Unidos,) 45 Estad oh
federales y 5 Territorios. Allí rige la Constitución de 17 de
Abril de 1787, con las 10 enmiendas de 1795, la 11a de
1798,1a 12* de 1804, la 13 de 1865, la 14 de 1868 y la
15 y última de 1870. Respecto de los Territorios existe una
legislación especial que descansa en las Ordenanza de
1787, diferenciándose bastante su aplicación, porque mien-
tras en los territorios de Nuevo Méjico, Arizona y Gkla-
homa, creados en 1850, 63 y 90 respectivamente, imperan
las libertades fundamentales de la Constitución del 87, pero
sin el disfrute de la representación en el Congreso federal , en
los Territorios indios y de Alas ka, creados en 1864 y 68 res-
pectivamente, la condición de los cindadanos es inferior,
pues que Alaeka eetá gobernada de modo semejante á una
colonia de la Corona británica, y el Territorio indio se baila
sometido á la administración particular del Departamento
del interior del Gobierno federal. El distrito de Columbia
está administrado conforme á un Acta del Congreso de 1878 ,
por tres comisionados nombrados por el Presidente de la
República.
Por tanto, la base de ésta se halla en los 46 Estado*, de
los ouales solo 7 entraron en la Federación con tal carácter
y sin haber pasado por la condición de territorios. La con-
versión de estos últimos en Estados, principia en 1788. Los
últimos convertidos (que son los de Wyoming, Ydaho y
TJtah), datan de 1890 y 1896.
Conforme á la Constitución, los Estados federales y al
— 1074 —
pueblo de los Estados Unidos tienen todas las facultades
qie la Constitución do atribuye á la Federación. Y ésta ase
gura á cada Estado de la inferna, 'a forma republicana y
una efioaa protección contra todo género de invasiones y
rebeliones interiores, si la piden sus autoridades locales.
De esta suerte, oada Eatalo no sólo tiene una adminis-
tración propia, con autoridades sólo por éi e egidas y non
plenitud de facultades en el orden económico (faera del
régimen arancelario), sino poder suficiente para hacer sus
Códigos civil, pCLal y procesal, en tanto que óstos no con-
tradigan los derechos y principios taxativamente reconoci-
dos y proclamados por la Constitución y las enmiendas
constitucionales, tanto ó n ás considerables que la primera.
Esos derechcs son los fundamentales de la personalidad
humana y las últimas conquistas de la democracia contem-
poránea.
Per eso dice la enmienda 1.a «no hará el Congreso ley
que fe refiera al sostenimiento de una religión, ni que prohi-
ba su ejercicio ó limite la libertad de la palabra y de la
prensa, ó reduzca el derecho del pueblo á reunirse paci-
ficamente y á pedir al Gobernó la reparación de sus
agravios. > Y la enmienda 9 etthblere «que no se dará ja-
más á la enumeración de les derechos consignados en la
Constitución una interpretación que los niegue ó derogue.»
Mediante tales disposiciones se facilita lo indecible, el in-
greso de regiones y pueblos extraños en la Federación ñor
teamericana. Asi pudieron agregarse á las trece primeras
colonias que constituyeron, en 1776 y 1787, el núcleo de la
Federación, regiones tan latinas como Luisiana, Fonda,
Tejas, y aun California. T en este camino van hoy algunas
de las tribus y naciones comprendidas dentro del Territorio
indio.
Verdad es que despuós de la guerra de separación, y á
contar desde las enmiendas 14 y 15 de la Constitución ameri-
cana, la tendenciH unitaria ha tomado gran fueria en el or-
den político de aquel pais y que á esta tendencia dará ex-
traordinario y peligroso vigor el expansionismo consagra-
do por el excepcional óxito que acusa el Tratado de Paria
de 1898. p
También es cierto que lo que ha hecho el Gobierno de
Washington en Puerto Rico, y aun en Cuba, dentro de los
dos últimos afios, no puede determinar muchas simpatiasde
parte de los paisas solicitados por la fuerza de atracción de
— 1075 —
1a política y la grandeza sortea meri ranas. Loa éxitos de
1898, preparan quizá una modificación de la Constatación
de lo* Estados Unidos; porque dentro de éata seguramente
no caben ni el protectorado indefinido que se ha esUb ecido
en Cuba, con las formas de la dictadora militar, ni la espe-
cie de colonia militar que se ha creado en Puerco Hit
No se hablaba de esto cuando, desde 1848 á 1854» se po-
pularizaba en los Estados U o idos la idea de la anexión de
Cuba. Tampoco esto era de presumir por las declaraciones
y los acuerdes del Congreso panamericano de 1B39»
al cual los iniciadores de los Estados Unidos (Mr. Blume,
singularmente), sometieron un vasto cuadro de proveaos y
medidas inspirados en la idea de la mayor expansión posi-
ble dentro de América; en el sentimiento de un respeto ab-
soluto á los prestigios y los intereses de los pueblos latinos
del Nuevo Mundo y en una prevención manifiesta contra Eu-
ropa. He trataba de una unión aduanera americana; del es-
tablecimiento de grandes lineas de vapores subvencionadas
por todos los Estados de América; de un sibtema uniforme
de tarifas sobre la importación y la exportación de mercan •
cías; de la uniformidad de pesas y medidas; de la consagra-
ción de la propiedad literaria y artística; del arbitraje inter-
nacional avaeiicauo...
Del Congreso de 1889, cerrado en Agosto de 1890, sólo
resultaron las siguientes decís raoionee: 1 ° qne el derecho
de conquista debía quedar eliminado del derecho júblieo
americano, durante el tiempo del ai bit raje que se proyec-
taba; 2.° qne serían nulas las cesiones de territorio qu* ee
hicieran dorante este tiempo, si 89 hacían con la am?ut<za
de guerra ó bajóla premón de fuerza armada; 3.° que la
nación cesi naria teudria derecho á apelar al joicio de arbi-
tros; y 4.° que no podría renunciarse al derecho atbitml.
Estas declaraciones no han pasado del papel. Antes «le
la guerra délos Estados Uridos con üspufU, contrae, en
las recomendaciones de Mr Blaine, la conducta del üo
bierno de Washington con Chile, en el trihte períjdo de la
guerra civil chilena sostanHa en 1891 por el Congreso de
aquel pais y el presidente Balmaseda. Algo análogo puede
decirse de la conducta del Gobierno de los Estados Uuidoj
en Haití, hacia 1895, y en Guatemala y Salvador en 1890 y
91. De arbitraje no se ha vuelto á hablar, y eso que el pre-
cedente y los éxitos del Congreso de Montevideo de 1882,
debían ayudar mucho.
— 1076 —
Pero todo ha palidecido ante el Tratado de Paria de
1 898. £1 prtb ema ahora consiste en harmonizar estas ver-
daderas extralimitaoiones del derecho clásico norteamerica-
r, o , con el sentido amplio y comprensivo de la Constitución
de 1787, qne favorecen lo indecible el ensanche y poderío
de la Federación de los Estados Unidos por medios pacíficos
y morales En sama, el problema del día consiste eo resol-
ver, si de todo esto resolta nn Imperio norteamericano ó na
nuevo y espléndido desarrollo de la República federal di
los Estadot Unidos.
Por lo qne hace á la tendencia expansionista ó absorben-
te de Ingíaterra, qne coincide con el actual movimiento
norteamericano, hay qne estimar la transformación qne se
ha operado dentro de los últimos diea años en el régimen
colonial del Reino Unido.
Parecía qne la última palabra de este régimen érala con*
sagración de los Gobiernos coloniales responsables del Ca-
nadá, el Cabo y la Australia. La constitución del Dominio
del Canadá (1867 97), era la fórmula más expresiva y re*
guiar de este sistema, qne había que relacionar con las ge-
nerosas y trascendentales explicaciones, dadas por el mi-
nistro lord John Russe 1 en el Parlamento británico, en
1 £52, al desarrollar resueltamente la política de confussa
que Inglaterra inició oon raro acierto, en el mismo Canadá,
hacia 1792. Esto es, poco después de perdidas las Colonias
qne hoy forman la República de les Estados Unidos de
América, y aprovechando de modo admirable la terrible
lección de aquel gran fracaso oolonial.
La última fórmula de la colon izaciÓD británica impli-
caba: 1.°, el derecho de las Colonias á gobernarse del modo
qne estimaran oportuno, sobre la base déla consagración
de ios derechos propios del ciudadano británico; 2 •, la fa-
cultad de les miomas de regular su trato mercantil con los
demás puebles, fin cbigar á Ja Metrópoli á proteger la
producción colonibl con medidas fiscales y arancelarias de
i guna especie, Unto en el mercado metropoJitico como an
cualesquiera otros mercado*; 3.°. el derecho de la Metrópoli
de imponer libremente su veto definitivo alas disposiciones
coloniales, cuando estimara que estas contradecían los prin-
cipios fundamentaos del Gobierno inglés ó comprometían
los intereses de éste y en general de teda la Nación; 4.°, el
derecho del Gobierr o británico á imponer alas Colonias,
1 i r virtud de lo qne ee llamaba el derecho imperial, Isa
1077 —
flotaciones que estimara oportunas para salvar el interés
común y defender la cansa del derecho, el progreso y la
civilización; 5.°, la exclusión oe las colonias del Parlamento
británico, que era el único capacitado para resolver todas las
onestíones qne, asi en las Colonia» como en la Metrópoli,
afectaran al vigor y el porvenir del Imperio.
Hacia 1884 comenzó en Inglaterra el nuevo movimiento
reformista colonial, conocido después con el nombre de Fe-
deración Imperial Británica. Entonces se constituyó en
Westmineter. la Liga de la Federación Imperial, presidida
por el ilustre Fot éter, con la cooperación de personajes como
sir John Luí bock, y de publicistas como Par king, Dilke,
8eeleyv Bobmfcon, etc., etc. En 1892, el Comité directi-
vo, que habla organizado sus huestes, tanto en la Metrópoli
como en las principales Colonias (señaladamente en el Ca-
nada y en Australia), presentó al público un plan de refor
na, y en 1893 se disolvió la Liga para que pudieran for-
maría agrupaciones y sociedades distintas, que formula-
ran desde eu especial punto de vista, el modo y manera de
llevar á efecto la idea fundamental.
De esta suerte, en 1893 y 94, se fundaron la United Em-
pire Trade Ligue (que tostedla la Unión del Imperio por
procedimientos economices inspirados en )a tendencia pro-
teccionista) y The City of London Braneh, of The Impe-
rial federatien Ltogue (partidaria del libre cambio), y 'J he
Imperial Federatite defence (de carácter militar), y The
Unity of ihe tmpire Asociatión y 2 he Group of Lecturers>
sociedad de conferenciantes y propagandistas), etc., etc.
Por este camino se fueron preparando les ánimos, hasta que
en i 897, y con motivo dehaber concurrido á Londres, por se-
gunda vez (la primera fué en 1887), los jefes de Ministerio de
las Cotonías de Gobierno responsable, se verificó un meetiog
especial de estos personajes, presididos por Mr. Chamberlain
que á la sazón era Ministro de las Colcniasde Inglaterra. En
esta reunión se discutió, en vista de soluciones prácticas,
ja sobre la coLveniencia de rx edificar el régimen arancela-
rio de le Metrópoli y de las Colonias, para asegurar el mer-
cado de éstas y aquellas ala pioducción británica y vice-
versa; ya respecto de las reformas politices que hablan de
introduciré* en el orden colonial, principiando por la con«
cent ración de las Colonias en grandf s Dominios como el del
Canadá; ya, en fin, sobre la mejor defensa militar y marí-
tima de todo el Imperio británico.
— 1078 —
La disposioióa favorable de la Conferencia de 1197, ka
fortificado lo indecible la empresa iniciada en 1884, y des-
de entonces y singularmente por la presencia de Mr. Cham-
berlainenel Gobierno ingéi, ha tomado gran aliento y
el aire de nn empeño práctico y de política palpitante, la
idea de reformar el légimea comercial de todo el Imperio
británico, y dar mator anidad á la dirección política del
mismo. Para esto ee piensa ora en orear nn Tribunal Su-
premo que resuelva tos conflictos de la Metrópoli y las Ce-
lonjas; ora en establecer en Londres nn Parlamento impe-
rial, donde con la intervenoióa de los representantes de
aque'las Colonias y del Reino Unido, se ventilen y solucio-
nen todos loa grandes problemas políticos, económico?, mili-
tares é internacionales de la Federación.
A esto responden los trabajos hechos en estos últimos años
en la Australia, para confederar las oinco colonias de aqne •
Ha regió o, asi como los proyectos de que ahora miaño en-
tiende el G iberno de Londres, para hacer más intima la
relación política de aiuellas C Jlonias cou la Madre Patria.
Y éste es el espíritu que palpita en la oooperacióu qne loa
colonos de la Australia y del Cinadá han prestado á I agía-
térra en la actual guerra del Transvaal.
Compréadese por esto el pensamiento final del Gobierne
ingle) en su aotcul luana con las dos Repáblicag sudameri-
canas, destinadas, si E iropa no so opone, á transformara*
en colonias mis ó msuos autóiomas de la Grao Bretaña; ó
mejor dicho, en regiones mas ó meaos importantes, del
nuevo y deslumbrador ímperi» británico que sucederá f
aun eclipsará en el siglo xs al asombros) Imperio español
del siglo xvl Porque si contiuú* el encogimiento europeo y
se m*nt»ene la buena inteligencia de Inglaterra y los £ «la-
dos, á despecho de las recia (naciones de ios boers en Was-
hington, París y Berlín, la ooipasión británica del Egipto
tal vea se convirtiera en ocupación deíiiitiv*; las Cjioniai
portuguesas del Este de África pasarían á ser (JoUaias
inglesas y el derecho fuñidme a tal británico, los progrssoj
de la gran indnrtri* inglesa y ei desarrollo da impioeute
comercio del Reino Uaidj, tendrían por teatro da su ejplen*
doros» acción la mayor parte del munio oonoaido.
Por eso se ha dicho antes qu* la trastormajión del régi-
men colonial inglés de 1868 á 1874 , es nua condición del
expansionismo británico, dentro de la teoría novísima de las
grandes nacionalidades.
— 1079 —
Basta lo indicado para que se comprendan los gravísimos
y complicados problemas que pone sobre el tapete la eviden-
te preocupación de Inglaterra y de los Estados Unidos de
ensanchar so acción, abarcando al mnndo todo con sns in-
mensos brazos. Es natural que la Europa continental se
fije mncbo en esto. T prudente será pensar el modo de asis-
tir á la resolución de esos problemas.
Ante esta eventualidad hay que fijarse en la situación de
España.
Perdidas sus grandes Colonias, parece á primera vista
que nuestros compromisos exteriores se han circunscrito, ya
que no se han desvanecido. Pero no es dable prescindir:
1.° Del valor internacional que todavía tienen nuestras
colonias del Oeste de África y del Golfo de Guinea, asi
como nuestros Presidios mayores y menores del Norte afri -
cano; tema obligado de nuestras preocupaciones de seguri-
dad y expansión, desde época muy antigua y antes de la
distracción de nuestra política por el descubrimiento de
América.
2.* De lo que representa en la geografía política y co
meroial contemporánea, la posesión de las Canarias á la
salida de Europa, camino de América y África; de Ceuta y
Tarifa en el estrecho de Gihraltar y de las Baleares en el
Mediterráneo.
3.° De lo que implica la dilataba y hermosa costa espa-
ñola del Mediterráneo, escenario probable de grandes he
chos militares que correspondan á los que allí mismo tuvie-
ron efecto en todas las edades de la Historia.
4.° De lo que entraña la contigüidad de Portogal y la
vecindad de Marruecos, comarca objeto preferente de la
atención, cuando menos de Francia é Inglaterra, y cu
yos problemas ahora se avivan por la ocupación france-
sa del Tuat y por las gestiones del Sultán para un Con
greso internacional que reforme el Convenio de Madrid
de 1880.
5.° De lo probable que es qne la creciente intran
qnilidad de Coba y el acentuado descontento de Puerto
Rico (victimas de la injusticia y la despreocupación norte-
t americaí as), junto con Ja alarma de las Potencias europeas
que poseen colonias en el mar de las Antillas, y con la re-
pugnancia de ha Repúblicas latinas del Nuevo Mundo á la
política de Blaine v Mac Kinley, planteen en periodo muy
* próximo, el problema de la neutralización de Cuba, como
6o
— 1080 —
transacción entre diversas tendencias y muy distintos ing-
reses, americanos y europeos.
No es imposible que todavía haya ciegos que teniendo
delante todos estos problemas orean que España puede des-
interesarse en un conflicto bastante probable en plazo pro»
zimo. Pero también es verdad que por espacio de seten-
ta años, 9 penas hubo en España quien pensara que la sobe-
ranía de ésta en las Antillas dependía, más 6 menos, del
apoyo de las grandes naciones europeas. La realidad de im-
puso y ahora se impondrá. El verdadero patriotismo veda
la jactancia y obliga á la previsión en los planea y la pru-
dencia en el obrar.
Precisando el Sr. Libra los resultados positivos y I*i
aplicaciones prácticas de sus Conferencias del Ateneo, se
esforsó últimamente en determinar el sentido y al canea de
sus recomendaciones para que se procurase formar ea Espa-
ña una opinión pública apercibida de los graves conflictos
posibles y aun probables dentro de nuestro horizonte visible
político— nn tanto conocedora de las atenciones y los sacri-
ficios que imponen el deseo, el deber 6 la necesidad de sos
tener la personalidad española en el círculo de los grande*
factores de la civilización moderna — creyente en punto á U
imposibilidad de vivir en estos tiempos fuera del trato inter-
nacional— propicia á inspirarse en las corrientes dominantes
de la época presente— y capacitada para eetimar los objetivos
racionales de la acción nacional y para comprender los recur-
sos positivos, ordinarios y excepcionales del país, por cima
de toda jactancia, toda fantasía y todo pesimismo.
Esta opinión debe formarse, primero, en los drcolos polí-
ticos y en las clases directoras de la sociedad española. No
hy que decir lo muy quebrantadas que aparecen estas ulti-
mas, desde hace treinta años. {Apenas semejan á las que
implantaron el régimen constitucional en 1836 é hicieron la
Revolución de 1868! Y resultan responsables, como quien
más, de nuestros últimos desastres!
— 1081 —
Después, hay que determinar esa opinión en la masa gene -
ral del país, cayo inflajo pesa hoy más que otras veces p j
«1 carácter demoorático de la vida polilioa y sooial da la
España contemporánea. Los procedimientos qne para oon-
seguir esto se han de seguir, han de ser muy distintos y de
mny diverso alcance, según la diferencia de los elementos
qne hay qne solicitar y reducir.
Con ello no se sirve sólo un ioteréj particular de España
siempre atractivo para e¿ pañoles, ai que también una obra
de general cultura y de progreso uuiversal, puesto que el
Derecho Internacional, con su sentido novísimo, á pesar de
las ironías de los pesimistas, de las protestas de los dee -
graciados y de sus positivas faltas y sus desesperantes eclip-
ses, representa hoy lo más alto y gloeroso de la vida total
de Jos pueb os y garantiza próximos adelantos en el orden
de la libertad y la cultura humanas.
Conviene advertir que cuando se recomienda la forma
ción de una opinión pública en materia internacional* no
se predica una política internacional determinada. No es
esto propio de academias y centros más ó menos docentes.
Quisa tampoco está dentro de la jurisdicción de Uas gran-
des agitaciones políticas. Corresponde más especialmen-
te á los empeños especiales de los Gobiernos, que son
los que tienen datos suficientes y deben contar oon Jas con-
diciones de información, asiduidad y tacto que exigen,
una preparación discreta y una dedicación sostenida y bien
inspirada. Pero los Gobiernos, poco ó nada pueden sin
ambiente.
El antiguo medio diplomático es cada vez menos eficaz
y respetable. Ea cambio, el falso patriotismo, la preocupa
ción de los intereses más próximos y materiales, las arro
gancias fortalecidas por una equivocada educaoión nacional,
los renoores y exclusivismos tradicionales, las frases hachas
respecto del destino manifiesto de cada pueblo y de la dis-
posición de los demás, el jingoísmo, la propaganda efectis-
ta á que se prestan grandemente la oratoria contemporánea
y las pretensiones de mucha parte de la prensa favorecida
tanto por la desorganización y el descrédito de los viejos
partidos como por lainsufioiencia de 1k instrucción pública, ■ ,
son factores poderosos de una situación que se impone desas-
trosamente a todos los círculos políticos y compromete de
modo desfavorable á los Gobiernos que carecen de medios da
resistir la influencia exterior, aun en si caso (no frecuetfce) de
— J082 —
que ellos miemos no compartan las inclinaciones y los per
juicios de los elementos que les rodean y constriñen.
Es bien sabido que el argumento más poderoso que los
partidos gobernantes de España hacen valer para excusar so
tremenda responsabilidad en lo tocante á los abrumadores
sucesos de 1898, es la disposición general de la sociedad
española respecto del problema colonial y del conflicto de
España con Jos Estados Unidos.
Cierto que esto no es una eximente; pero no seria
justo dejar de apreciarlo como atenuante. Máxime te-
niendo en ouenta que9 aun ahora mismo, no faltan per-
sonas que piensan que quizá nuestras ultiman desgra-
cias podrían haberse excusado 6 aplazado perseverando
en una politica colonial opuesta á las exigencias del muí»*
do contemporáneo. Es decir, ¡apartándonos todavía más
de la corriente universal y corriendo el peligro de ha*
ber caído como caímos, en una lucha materialmente im-
posib'e, con una nación extraordinariamente más podero-
sa que España, pero entonces con la mayor desventaja de
que nuestro fracae o fuera celebrado por todos los pueblos
modernos, sin quedarnos el derecho de protestar, como
ahora protestemos, contra el egoísmo europeo, en nombre
de la solidaridad de los Pueblos y de los principios del De-
recho!
Urge, por tanto, determinar en la opinión pública una
orientación internacional que afirme cuando menos: 1.° la
necesidad de vivir moral, política y socialmente en rela-
ción, todo lo intima posible, con el resto del Hundo y seña*
ladamente con Jos puebos directores de la sociedad con-
temporánea; 2.° la conveniencia de precisar un objetivo de
tendencias, aspiraciones y esfuerzos; 3.° la necesidad de*
armonizar las aspiraciones con los medios de que España
quiere ó puede disponer y emplear.
La importancia de estas indicaciones se comprenderá si
se las refiere á ideas y aspiraciones que ahora se proclaman
en muchas partes, contradiciendo la recomendación de no po-
ces gentes que se dan por prudentes y reflexivas, respecto
de la política que á España corresponde, en vista de los
problemas iberoafricano y sudamericano.
* El último parece eer el que en los mementos presentes se
lleva la atención de les españoles, que creen que todavía.
España puede y debe nacer algo. — Buena prueba de ello lo»
obsequios tributados en estos ultimes días á loe marinos *r»
— 1083 —
gentinos y el Congreso hispanoamericano que, proyectado
con apoyo decidido del Gobierno eepañol y por las patrió -
ticas y bien inspiradas gestiones de U sociedad titulada La
«Unión Ibero Americana, ha de celebrarse en Madrid eu
Noviembre de 1900.
Seguramente todo eso tiene nn positivo valor; pero hay
qne decir con toda Usara, que para dar cierta eficacia á
lo qne se siente y ana se proolami, con cierta vagas*
dadf sobre estos particulares, precisa qne los españolea, y
8Íogalarmente los qae de estas materias tratan y los ele
mentoa directores de nuestra sociedad, varien de actitud y
da conducta.
No büSta hablar de la unidad de la raza, de los vínculos
de familia y de la necesidad de restaurar las antiguáis íatí
mas relaciones morales, políticas, económicas y sociales de
EUpaña oon la América del Sur — supuesta siempre la exis-
tencia de las respectivas soberanías nacionales. Ya es in-
dispensable decir por qué, para qué y cómo se ha de realizar
- esa restanración.
Tampoco es «inficiente hacer hermosos discursos, ceebrar
expansivos banquetes y hasta organizar Congresos en honor
de tan noble y transcendental idea. Es preciso demostrar la
sinceridad y la robustez del deseo oon hechos positivos é in-
dubitables; con sen ti do práctico, con una decisión absoluta
y con nna perseverancia mantenida por la persuasión de
- que con la empresa que se intenta no vamos á hacer algo
aei como nn favor á los pueblos de la América latina, sin
rumbo ni progre o desde que se emanciparon del Gobierno
español — como torpemente piensan ó dicen muchos, hiriendo
, la susceptibilidad de los mismos americanos, a quienes quie-
- ren atraer, lastimándolos.
Del mismo modo hay que conocer que, en este empeño
muy delicado y que ha de encontrar no escasas dificultades,
es indispensable renunciar á cuanto pueda servir de pretex ■
to para qne en América se diga ó tema que España pretende
. á toda costa, llevar la direooión del concierto hispanoameri-
cano y restablecer oon varios pretextos y tales ó cuales gal -
vedades» su antiguo carácter de Metrópoli.
•Y no hay qne decir de la absoluta imposibilidad de rea
Usar- esa simpática obra fuera del supuesto fundamental de
la. Independencia hispano americana y del criterio moderní-
simo y las soluciones expansivas que caracterizan la actual
«id* del .nuevo Mundo, cuya representación pretende, por
r
— 1084 —
nodo exclusivo y sobre todo contra la vieja Europa, pre-
cisamente para dificultar y avalar el empe fio de la intimi-
dad de loe pueblos latino americanos, la República de los
Estados. Tanto es esto, que si la colonización española fue-
ra realmente la qoe la mayoría de nuestros gobernantes 7
colonistas de eetos últimos tiempos ba f ntendido; si nuestro
empeño colonizador estuviera realmente representado por
la Real orden de 1825 scbre las onnimodss de los capita-
nes generales y los aranceles prohibitivos en favor de las
harinas de Castilla y los géneros de Cátalo ña, y los regla-
mentos centraliza dores municipales de 1878, rayarla sn lo
cómico qoe España pretendiera ahora concentrar los esfaer-
ncs desea Arr erica, que enantes veces se ha oenpado de
cosas parecidas (en los Corgreeos ds Panamá de 1 822-26 y
1880 82, asi como en les de Lima de 1847 48 y 1864-65), coa
la sola excepción del Congreso de Santiago de Chile de 1856,
verificado bajo la smemza deJ fílibosterimo norteamericano,
lia sido acentuando bu protesta no fólo contra todo cnanto
pudiera recordar el régimen colonial y el orden político eco-
nómico é interuaccional qoe desapareció en el continente
americano á principies del siglo xix, sino contra lo que pu-
diera acusar en aquellos países el propósito por parte de lo»
españoles de reconquistar algo de lo perdido.
Por fortuna, la colonización española no es eso.
Pensando otra cosa, lo más cuerdo sería eludir el compro-
miso de nna campaña cu jo fracaso final puede desde luego
•segurarse y algunas de cuyas dificultedes, hasta el momento
presente, no son tretas al error que ahora se combata.
Imaginar lo contrario es licito tan sólo á los que viviendo
y hablando dentro de las fronteras españolrs, sin leer lo
que en el resto del Mundo se publica, ni oír lo que todo el
mundo, basta con exageración por nosotros fomentada, dice
á los pocos metros de la linea del Pirineo, insisten non
enalqnier pretexto, en fantasías y jac tac sise que debía haber
aventado el Tratado de París de 1898, y cuya reproducción
en estos momentos, sos pondría ante los espiritas viriles ó
imparciales dsl siglo xx, en posición mucho más triste que
la del inmortal manche go acometedor de comediantes, cua-
drilleros, trajineros y toda oíase de gentes grandes y peque-
ñu 8, aun propugnar do por la verdad, el honor y Ja justicie.
Para no caer en tales equivocaciones, conviene mucho
tener en cuenta que nuestra tradición sobre el punto de la
reanudación de las relaciones de España y América deja
— 1085 ~
bastaste que desear, so obstaste el hecho (quizá úo ico en
)a historia colonial) de la reincorporación de Santo Domingo
¿ España, en 1861, Otros datos, también favorables á nues-
tra intimidad con la América latina, son las declaraciones
y disposiciones de mnchas de las grandes figuras de la re-
volución hispano- americana, como Bolívar y Rivadavía,
de ninguna suerte hostiles á Espefia, aunque lo fueran al
Gobierno español de 1810 á 1825. Pero en contra tenemos
otros hechos de imposible excusa. Hay que señalarlos para
evitar su repetición. Sobre todo coando se habla otra v«z,
en términos vagos, de una política hispano- americana.
Tardamos once años (1825-36) en reconocer la indepen-
dencia de Méjico. La iniciativa de la reconciliación de Es-
paña con Venezuela y Montevideo la tomaron estas ReptiMt
cas, que espontáneamente abrieron sus puertos á los buqD»?
españoles, por cuyo medio se llegó en 1845 al primer trata-
do de paz y amistad entre dichas Repúblicas y su antígna
Metrópoli. De 1845 data también el reconocimiento de Chi-
le. Hasta 1847 no reconocimos á Bolivia; en 1850 á Coma
Bicaj en 1855 á 8anto Domingo; en 1859 á la Argentina;
en 1863 á Guatemala; en 1865 á San Salvador y el Pend-
en 1880 al Paraguay y en 1881 á Colombia. Muy al costra *
rio, Inglaterra, el mismo día que resolvió el abandono de
sus colonias de Norte América, base de la República de los
Estados Unidos, reconoció la independencia de esta, consa-
grada por el Tratado de 1783. Bien puede aventurarse qne
hasta 1870, los tratados hispano-amerioanos fueron solo de
paz y amistad, sin entrar en más honduras ni intimidades.
Por otro lado, contrariaron mucho las buenas relaciones
de España con las Repúblicas referidas, 1.°, la determina-
ción de la nacionalidad de los nacidos ó domiciliados en
aquellos países, donde, luego de emancipados, continuaron
viviendo muchas familias españolas y á donde fueron mu
chos emigrantes de la antigua Metrópoli, y 2.°, la par-
ticipación excesiva que tomaron en las cuestiones poli-
ticas interiores de aquellos países ya independientes, mu-
chos españoles, sin renunciar por esto á su propia nación *
lidad, qne les sirvió de escudo en no pocos conflictos.
En todo caso siempre habría sido un gran error de par-
te de España aparecer compartiendo la actitud soberbia
y amenazadora que casi todas las Potencias europeas adop-
taron respecto de las nacientes y agitadas Repúblicas and
americanas, desde 1825 á 1870. España estaba en otro caso.
— 1086 —
Pero las consecuencias de tal conducta habían de ser peores
para nosotros, por la circunstancia antee referida de la in-
tervención de loa españolee en la política propiamente ame-
ricü&rt; circunstancia que fué efecto, entre otras cansas, de
que los españoles nanea realmente creyeron, que las guerras
de América teaian otro carácter que el de guerras civiles y
que el Jos jamás podían patar por extranjeros en territorio
americano.
JSn ei fondo esta es una razón más en favor de la inti-
midad de la América latina independiente y España. Pero
esto no se entendió del modo conveniente y para ana po-
lítica eficaz, por espacio de machos años, hasta que ae ve-
rificó, en 1861, la retirada de las tropas españolas manda-
das por el general Prim, que faeron á Méjico para ana in-
tervención felizmente fracasada.
lia guerra de España con las Repúblioas del Pacifico,
desde 1864 á 1866 y luego la primera insurrección de Caba
de 1368 á 78, que realmente tuvo á su favor á casi tedas
las Eepáblicas sudamericanas, dificultaron grandemente la
cordial inteligencia de éstas con su antigua Madre patria.
Quisa las guerras del Pacifico debieran haberse concluido
en 1871 1 de otro modo que por una suspensión ilimitada de
Loa til id» des, que hizo aplazar la celebración de nuevos y
definitivos tratados de pazcón Bolivia, Perú, Chile y el
E .nadar , desde 1879 á 1883. De muy distinta manera obró
Inglaterra al terminar 1* guerra que sostuvo desde 1812 á
I SU, con loa Estados Unidos.
Afortunadamente, á partir de 1880, se allanan la mayor
paxtede nuestras dificultades con Sud-América. Desde enton-
ces batuta la fecha celébrense muchos tratados de comercio,
de propiedad industrial y literaria, de extradición judicial
etcétera, etc. España, solicitada por algunas Repúblicas del
Nuevo Mundo, interviene con acierto en la decisión de varios
pleitos sobre limites é indemnizaciones pecuniarias suscita-
dos entre los pueblos hispano americanos.
Después se han verificado dos hechos de positivo valor: la
adhesión de Sud América á las fiestas del IV Centenario del
descubrimiento del Nuevo Mando y la actitud de loe Gobier-
nos de la América latina ante la nueva insurrección de
Cuba y la guerra de España con los Estados Unido*. Ambos
hechos son por todo extremo favorables á España.
Pero, tampoco, estos hechos han sido aprovechados del
medo deseable. El Liiro Rojo publioado en 1899 por el Go
— 1087 —
trienio español, demuejtra claramente qae éste cometió la
gravísima falta de no requerir á los Gobiernos hispano- ame-
ricanos como requirió á los europeos, para dar soluoión al
conflicto internacional provocado ó planteado por la agresión
' de los £stados Unidos. De otra parte, todos los Congresos
ibero americanos celebrados en Madrid en 1892 acordaron
diferentes medidas para estrechar las relaciones de España y
la América latina. Ninguna de esas medidas ba vuelto si-
quiera á ser recordada.
De esto, el orador se ha ocupado con repetición en el
Parlamento, sin lograr de los Gobiernos contesta* iones sa-
tisfactorias. Y esto lo ha tratado extensamente en su re-
ciente libro Cuestiones palpitantes de Política, Derecho y
Administración. De modo que el error tiene más arraigo de
lo que pudiera creerse, por las meras apariencias.
Todavía hay otro hecho que se presta á muchas y tristes
consideraciones. Eo 1888 y por iniciativa del Gcbierno
Uruguayo se verificó el Congreso de Montevideo para adop-
tar varios acuerdos de Derecho internacional privado. Asis-
tieron los representan ten de casi todos los Gobierno? sud-
americanos y de él salieron ocho tratados de Derecho, á los
cuales se adhirió en nombre de España y ad referendum el
Ministro de España en el Uruguay. Esto sucedió en 1893.
Desde entonces no ha vuelto á hablarse de este particular.
Tampoco se puede prescindir de otro error que ha priva-
do mucho en los circuios políticos españoles y que ha tras-
cendido grandemente al orden internacional de que ahora
se trata. Y es el de considerar la cuestión colonial y parti-
cularmente la de Cuba y Puerto Rico como un modesto
problema de política interior.
Oponíanse á esta consideración: l.°, la naturaleza de De-
recho colonial, 2.°, la condición especial de nuestras Anti •
Has por efecto de su situación geográfica v de las disposicio-
nes que con su motivo y respecto de ellas habían demostrado,
desde 1825 hasta nuestros dias, Francia, Inglaterra, los Es-
tados Unidos y las Repúblicas sud-americaoas, 3 °, la intima
relación que tenían la posesión de Cuba y Puerto Rico por
Espafia con la importancia política y social del considera*
bio elemento español de las Repúblicas latioas del Nuevo
Moado.
Con este motivo el Sr. Labra hace constar que su larga
y vigorosa oampaña en favor de la reforma colonial auto*
nomista, precedida de otra no menos enérgica (j al d c
'.j?
^í
"1
— 1088 —
coronada por éxito satisfactorio como pocos, en pro de la
abolición fo mediata de la esclavitud en las Antillas), jamas
revistió el carácter de un empeño local, como pudiera eerio
el de noa campaña en favor de G&lic a ó de CaUluña, por
motivos circunstanciales y aun en demanda de reparación
de ii yi ticias históricas 6 de solución á problemas gravísi-
mos pero transitorios.
Aquella empresa tenia el triple fin de identificar 4 Espa-
ña con Ja corriente política y social contemporánea de
la en al la separaban, entre otras cansas importan tes, el
mantenimiento de )a esclavitud y la privanza de la eentrali
sacien en las colonias — provocar la intimidad de España con
las Repúblicas latinas del Nnevo Mundo por la consagración
en las Antillas de las ideas madres de la triunfante revolu-
ción americana, — v por último, fortificar la canea y los me
dios de Espoña para qne esta pudiera escapar del naufragio
de las naciones desmembradas y decadentes, afirmando , por
procedimientos progresivos, y discretee, una gran personali-
dad ibérica, sobre la base de la libérrima y corriente volun-
tad de todos y cada uno de los pueblos interesados eu la
formación de esta personalidad. Desgraciadamente estas
ideas no fueron estimadas por la generalidad rte nuestro!
políticos, que con dificultad se emancipaban del antiguo
concepto colonial.
Por esta reducción de perspectivas de nuestros colonistas
se explica que hoy mismo sean muchos tos partidarios de
la liquidación completa de nuestro imperio colonial! renun-
ciando ó vendiendo nuestras colonias de África, de modo
parecí 1o á como se han vendido, después de! Tratado de
París, fas Marianas y las Carolinas á Alemania, Es decir,
si n contar oon los pueblos y con uu criterio bastante apro-
ximado al que los norteamericanos impusieron en París
para hacerse con la isla de Puerto Rico. Por igual motivo
se explica el hecho, por otro concepto in ver osf mil, de que
después de la pérdida de las Antillas y de las Filipinas, se
conserve la organización de nuestras Colonias de África»
absolutamente del mismo modo que existían antes de aquel
ejemplar suceso y contrastando desfavorablemente con !•
que ahora sucede en el Congo, en las Colonias británicas
de la Costa Occidental africana (vecinas de Femando Póo)
y aun en las colonias portuguesas de Santo Taomó y el
Príncipe.
Sin embargo, un completo abandono de África por Etpa
— 1089 —
fia, equivaldría á la renuncia absoluta de la representación
española en uno de sos más característicos v tradicionales
empeño?, poniéndose además fuera de la inteligencia inter-
nacional, precisamente respecto de loa problemas que más
han de preocupar al porvenir.
Estas indicaciones hartan para demostrar que la empresa
de la intimidad con el Sor de América impone una aten-
ción, un estudio, un plan y una perseverancia de que nadie
se preocupa, por creer, quizá, el negocio fácil, corriente, de
buen ver y de aquellos que, sin comprometer seriamente 4
nada, se prestan á grandes expansiones retóricas y á la es
teril pero resonante y siempre aplaudida glorificación de
nuestras empieeis pasadas.
Con etto hay que relacionar un lamentable contraste opa
se ofrece á nuestra vista y que rebaja extraordinariamente
la importancia positiva y el valor práctico de toda campan*
de intimidad hispano- americana. Se trata, de un lado, de 1*
aprobación que e) Gobierno español ha dado á las plausibles
gestiones de la Sociedad titulada La Unión Ibérict Ame-
ricana, para celebrar dentro de seis meses, en Madrid, un
Congreso Hispano americano que discuta y resuelva todos
loa problemas referentes al trato moral, intelecto* 1, político
y económico de España con las Repúblicas 8od americanas
y de ofra parte, de la desatención que ese mismo Gobierna
tiene para los problemas pendientes en Cuba y Puerto Ki >:»
después del Tratado de París.
Que estos problemas existen lo demuestran 1.° el del Tra-
tado de 1898, 2° les incidentes del registro de españoles
que impone este Tratado, 3.° las disposiciones excepcional -
mente favorables á las Antillas de cuantos españoles pe
singulares han regresado á la Metrópoli por efecto de enr
Tratado, que viven masó meco* temporalmente, en As-
turias, Santander, Vizcaya y Cata' uña, y que con bü
trato, sus ideas y sus capitales influyen poderosamente en
el actual extraordinario desarrollo industria) de aquellas
comarcas, y 4.° el movimiento de aproximación y concen
tr ación de cubanos y peninsulares residentes ahora en Ja
Grande AntiUa, que se opera en e*ta, frente ala política
absorvente y dominadora de los Estados Unidos, muy bo
peohosos en ponto al total cumplimiento del último articulo
del bilí de 18 de Abril de 1898.
Parecía natural que el Gobierno español se ocupase seria
urgentemente del punto relativo á la nacionalidad de los
— 1090 —
que habiendo nacido en Caba, en Filipinas ó en Puerto
Rico no residen en estos países y no quieren perder la na*
oionelidad española. Los portugueses facilitaron la solución
de este conflicto con el.art. 18 de su Código civil, que esta-
blece que los extranjeros descendientes de sangre portugue-
sa que se domicilien en Portugal pueden ser naturaliaa-
dos, sin necesidad de residir, por lo menos, nn año en te-
rritorio portugués.
£1 Gobierno de Coba ha decretado que son cubanos los
que han nacido en Cuba ó son hijos de cubanos, aunque no
residan en Coba. Nuestro Gobierno acaba de resolver con
motivo de la reclamación de una filipina (viuda de español)
que por su regreso á IMipioaa. perdió su nacionalidad espa-
ñola v no tiene derecho á viudedad ni pensión alguna.
Adema?, ahora, alonóos i'ríódioos de Madrid, con motivo
de la designación de nuevos senadores vitalicios, anuncian
que so pueden serlo vanas peréonas, porque habiendo
nacido en Cuba, e* dudosa su nacionalidad, á pesar de que
residen en Madrid y no es discutible -su voluntad de ser
españoles. Al propio tiempo surgen serias dificultades res.
pecto á la aplicación de la última ley y el último reglamento
sobre el impuesto de derechos reales y traslaciones de do-
minio, tratándose de testamentos otorgados en España, por
nacidos en Cuba, cuya nacionalidad parece equivooa.
No se comprende que el Gobierno español prescinda da
todas estas cuestiones y abandone totalmente la causa de lo
españoles en sus últimas colonias. Quisa esto no influya po-
co en el hecho merecedor de particular estudio de que de los
200 mil peninsulares residentes en Cuba, solo 66 mil se ha
yan inscripto el registro de españoles. SI Gobierno de Ma-
drid ha recabado del de Washigtou que el plano para estas
inscripciones le prorrogue por seis meses.
Pero hav que repetir lo que antes de ahora se ha dicho en
estas Conferencias, respecto de la imposibilidad de atribuir
á nuestro Gobierno la exclusiva responsabilidad de este
abandono. Tal error es muy general en España ahor* mis-
mo. Aquí son poquísimas las personas que de estos particu-
lares se ocupan. Nadie (fuera de los españoles que viven en
«l litoral peninsular) se acuerda de las Antillas y de Fili-
pinas. No ha habido medio de que se discutan en las Cortes
hechos de tanta gravedad como la pérdida de nuestras oolo*
nias, la guerra con los Estados Unidos, el término de ésta
por el inverosímil Protocolo de 12 de Agosto de 1898 y el
~\
— íoyi —
Tratado de París de Diciembre del propio año. Loe fallos
del Tribunal Supremo de Guerra acreditan que cuantas
oulpas parecen imputables á nuestro ejército colonial
y nuestra marina de guerra, no les corresponden, sino
que se deben dirigir al Gobierno de España. Sin embargo,
esto ni se discute en el Parlamento. La opinión pública, lo
mismo que las representaciones de los partidos político*,
excusan esta cuestión, consintiendo en que faera de España
se» forme una tan deplorab e cnanto injusta idea de nuestro
ejército y de las energías españolas.
Be evidente que aun después de la pérdida de nuestras
Antillas, éstas deben ser consideradas como un dato esen
cialísimo de la política hispano americana. Los errores del
Gobierno español en la administración de esas islas amo
un terrible argumento contra el empeño iniciado por Espa-
ña para identificarse con la América libre é independien te.
Hoy nadie estimará nuestra labor en este sentido como uca
empresa seria, si principíame s por apartar la vista de los
intereses de raza y de familia que viven en Coba y Puerto
Bico con mucha más energía de la que suponen y proclaman
los norteamericanos, para realizar (con nuestro insipiente
concurso) la anulación de todo lo español y lo latino en el
mar de las Antillas.
Lo primero que hay que acreditar eu esta campaña vs
sinceridad y formalidad. Después hay que abarcar la tota-
Jidad de la obra, bajo una idea y con un plan meditado y
fijo. Y seria el colmo de la insania á comprometerse en
una empresa como la de que se trata, acusando la privarla
de resentimientos y prevenciones contra una parte de Ja fa-
milia hispano americana, al día siguiente determinada una
guerra, que ha cesta do á Cuba más de 1 50 mil habitantes y
á la Peninsuta sobre 90 mil jóvenes soldados, y cuando se
impone la necesidad de aunar los esfuerzos de toda esa fa-
milia frente á id peligro común y en obsequio de un interés
superior de la política universal.
Perqué es claro que la intimidad de que se trata, y aun el
particular de la afii nación y ensanche de la personalidad
ibérica, representan bastante más que un interés puramen-
te español.
Puede hablar de esto el profesor del Ateneo con tanta ma-
yor libertad y aun autoridad, cuanto que no fué partidario,
más ó menos equívoco, de la separación de las Antillas y Ja
independencia de Cuba. Antes bien, combatió estas sola-
— 1092 —
piones con toda franqueza; y para evitarlas sostuvo por ei*
1 acio de muchos años á ooeta de machos sinsabores y arros-
trando no pocos peligros, la solución autonc mista, cuya
excelencia han demostrado de modo decisivo, los enceeca
posteriores á 1898. P*ro hoy no se trata de la reforma colo-
nial ni cabe disentir los hechos oomntnidoB, para rectifi-
carlos ti combatirlos.
Lo hecho heoho está, y España deba partir de ello, como
Ing aterra partió de no ce* o análogo en Norte América.
Máxime poniéndose sobre el tapete gravísimos problemas
trasatlánticos é internacionales que afectan al prestigio y
si porvenir de España y enya mera inteligencia nos seria
grandemente difícil, cuando no imposible, manteniendo
una actitud desconsiderada respecto de nuestras Colonias
de ayer mañane .
Hay qne considerar la obra en conjunte. Una verdadera
política internacional no consiente intermitencia*, distrae*
ciones ni contradicciones. T macho meaos la reducción da
an- problemas á pretextos y motivos de frases y fanta-
sías, para desahogos fáciles, trasportes oratorios y rebusca-
mientos y prospectos de especialistas.
6
No menos graves, ni menos atractivos, ni menos popula-
res en Espafiía qne la cuestión hispano americana son ai
problema ibérico y el problema marre qo i, que es un aspecto
del problema africano. Basta la enunciación de estas caen
liones pata qne se comprenda qne no pueden ser tratadas
ligeramente y por pura referencia.
Stt relación eon la política internacional palpitante de
ia Europa contemporánea las dá por el momento ana im -
portañola quisa superior al problema a meri taño. El £ta -
tu quo de Marruecos, sancionado por el convenio inter-
nacional de Madrid de 3 de Julio de 18 SO y [a equívoca si-
tuación de Portugal después del escandaloso atentado de
Loureoao Marques de 1890 y el oonvenio anglo- lusitano de
/^
— 1093 —
11 de Judío de 1891 entrañan conflictos, amonaras, intere-
ses y tendencias que en plazo no lejano han de producir
ana nueva dirección en la política europea, y que por lo
pronto inspiran extraordinario respeto á todas las grandes
Potencias de nuestro tiempo, obligadas á seguir con parti-
cular y no afectada atención la marcha de las cosas en
aquellas comarcas que en cierto día formaron parte del im-
perio de España.
La complexidad y el aparato de estos problemas ayudan
mucho la propensión de nuestros Gobiernos á no tocarlos de
d i og ana suerte Pero no por eso es menos vivo el instinto
popular español que empuja á nuestro pueblo á pensar, y
sobre todo á sentir respecto de Portugal y Marruecos, casi
como de cosa dé cata.
Contrarían la satibfaotoria solución del problema ibérico
varías causas. En primer término, la especie de Protecto-
rado que en Portugal ejerce Inglaterra: protectorado casi
tan efectivo (aun cuando la forma haya variado) como el
que inauguró el Tratado de Methuen de 1703, y el más duro
é intolerable del gobierno de lord fiereeford, de 1816
En segundo término están las positivas prevenciones
de la masa general del país lusitano contra todo empeño
de hegemonía castellana. En tercer logar, las leyes qme
en estos últimos tiempos han venido á neutralizar la eficacia
de los sentimientos producidos en España y en Portugal
por los combinados esfuerzos de estos dos países para afir-
mar su independencia contra Napoleón I, y para instaurar
el régimen constitucional. Por último e9tá la forma equivo-
cada que se hadado á la campaña iberista, y la relativa
habilidad con que los intereses creados y los partidos go-
bernantes portugueses han aprovechado esa equivocación
para dar á la propaganda de intimidad ibero americana,
cierto aire de incompatibilidad con los fueros de la sobera-
nía portuguesa; ni más ni menos que elementos y partidos
análogos en España se esforzaron por explicar la teoría da
U autonomía colonial, como opuesta á la unidad y la inte-
gridad déla Patria.
Todo es tan cierto, como que cuantas veces se ha invocado
é invoca la idea de intimidad hispano -lusitana, ya en el
Parlamento español, ya en la plaza pública, ya en la cáte-
dra, así en el orden económico oomo en el literario y en el
político, el clamor popular la saluda con verdadero entu-
siasmo.
— 1094 —
Por lo mismo es más de lamentar que las gentes que de
- -'h -. cosas se ocnpan y con cierta elevación y medies, oom*
},&rtnn estos sentimientos, se abstengan de poner en la can-
pafía qne aquella idea requiere, el tacto, la claridad y las
c iciones de diversa especie necesarias para so éxito,
dentro de nn plazo más o meóos próximo.
No eran comparables con las secundarias diferencias
que reparan a España de Portugal los antagonn nuos y los in-
tereses qoe contrariaron por espacio demedio siglo dentro
del actual, la Unión germánica, comprendida tior hombres
como Stéin, y popularizada por les estudiantes, los músicos,
los poetas, los pedagogos, y los elementos populares de Ale
manía. Pero no hay qoe pensar en la intimidad ibera si ésta
implica el predominio de cualquiera de las dos familias pe-
ninsulares ó se pretende realizarla desdé luego con una for-
mula determinada y casi definitiva, y ñando el éxito de la
obra al esfuerzo centralizados
Poco avisado será el qoe, tratando de esta materia, no ad-
vierta que no hay razón más substanciel ni motivo más
hundo, para que Cataluña esté unida á Castilla, que les que
existen para recomendar la unión de Castilla á Portugal.
Quizá las diferencias fundamentales de las comarcas cata
lhoa y castellana v los contrastes que á simple vista se ss-
D-= la:i al reconocer las ciudades y los campos de una y otra
región son d« más valor que las diferencias y ios contrastas
qne ofrecen Portugal y Castilla. Tampoco será licito olvidar
que el movimiento en favor de la independencia lusitana,
casi coincidió con otro análogo de Cataluña; con proyectos
de separación de Andalucía bajo la dirección de Medinasi*
douia y con tentativas apenas esbozadas, pero de igual ca-
rácter, en Galicia.
Coa motivo de las fiestas del Cuarto centenario del des-
cubrimiento de América, tomaron muchos ilustres portu-
gueses activa participación en los Congresos cien ti fieos in-
teraaciopales de aquella fecha. Esa intervención fué consi-
derable en el Congreso Pedagógico. De aquellas Asambleas
salieron proyectos de aproximación moral v aun material.
Se ideó la constitución de una Sociedad U&re ie cultura pe
ntral y vulgarización cient(flcat que había de celebrar
grandes fiestas literarias en .Lisboa, Madrid, O porto, Bar-
celona, etc., etc. Pero con esto sucedió lo propio que con
los demás proyectos respecto de la intimidad hispanoame-
ricana. La prensa no volvió á ocuparse del asunto; los po-
— 1095 —
Jftieoe gobernantes ee retrajeron; la masa ee distrajo... y
la* pocas y oentadisimas personas que perseveraron en el
propósito de fundar la Sociedad indicada, con el principal
apoyo de pedagogos y publicistas, pronto se dieron cuenta
de qne bregaban en el vacio. Sin embargo, la intimidad
ibérica es casi una pasión española.
Es inútil decir lo qne en la leyenda española representa
\* guerra al moro; pero sí hay que reoordar que la exten-
sión de España por África ha sido una de las notas de ma -
yor viveza de nuestra política exterior desde el siglo nv.
Es decir, desde antes que estuviera constituida lo que as
llama Espala. El libro de D. León Galindo y de Yera sa-
bré este particular es de inexcusable consulta para todo Es-
tadista español. La dirección americana y el interés de la
política religiosa del centro da Europa 88 impusieron en el
siglo xvi y lúe?* la campan» definitiva sobre Afric* declinó
considerablemente.
Pero más que esto debe llamar la atención la limitación
del empeño de los españoles á las costas de África, y el ca-
rácter exclusivamente militar que estos dieron á sus empre-
sas» realizadas, sobretodo, cuando no exclusivamente, en el
literal mediterráneo de la costa septentrional africana. Con-
trasta esto lo indecible oon todo lo que nuestros antepasa-
dos hicieron en América y en Asia.
Sin duda para esto hubo sus causas. Una de ellas, el fia
principal de defensa y seguridad de la Península y la justa
preocupación de hacer posible, ya que no segura, la f recneu ta -
ción del Mediterráneo, cu ya navegación aparecía amenaza-
da, unas veces por los piratas berberiscos y los barcos de Ar-
gel, Túnez y Tánger, y otras, por las fuerzas regularse de
las naciones euroneas.
No menos atendible es la razón de la oposición que los
africanos hicieron á la invasión del territorio por los euro-
peos; oposición tortísima favorecida por las mismas Poten*
das de Europa, que en Afrioa pudieron hacer fácilmente, lo
qne les fué mu7 difícil y por mucho tiempo imposible, en el
lluevo Mundo.
Pero el resultado de todo estoee que la obra de la interven-
ción española en África tuvo mucho menos valor que la rea-
lizida en América, la ou&l, aparte toda exageraoión pa-
triótica, no se puede estudiar sin que su grandeza se im-
ponga.
. Hasta Portugal aventajó á España en la consideración
7*
— 1096 —
dada al f róbleme africano. T eao do tolo en los privaros
tienD]08, coa t do jimba el sentido do la Reirá Isabel y del
Carderal Citntioe y aun derpués, cuando en África lucha-
bas, Tercian 6 jemian hcmbies cerno el Marqués de fiante
Cruz de Marcenado, D. Pedro He tetes, e) conde de A kan-
déte y le* marque* te de Fie res DáviJa y de Algaba*
En ¿pora roncho más próxima, cuando por efecto de loa
Trata des hispí o t muguetes de 1767, £s(t fia adquiriólas
islas de Fernando Póo, ^nnotón, Coriseo, loa des Elcbey
y el ternterio ccntueLtal qne liega el Muni, nuestro em-
peto careció de altura, de rumbo, de transcendencia y
de |en everancia. Hoy míeme, á pesar de positivos, aunque
lenes, } repletos de aquellas colonias de la Costa de
Guirea, nuestros gobernantes» nuestra prense, nuestros po-
líticos y el pais tedo no prestan atención á lo que allí se
rea'iza, á detptcho de la terrible lección de la última guerra
de Cuba y FiJipnaa, y contrariando todo el sentido de la co-
lonización coi t< mi cianea. La desconsideración llega al
punto de que ce mo se ha dicho varias veces en estas Confe-
rencias, está bastante generalizada en ciertos círculos la
idea de la venta ó eJ alendono de esas ce marcas donde pi-
den solución todos los prc ble mas coloniales de otros tiem-
pos y de nuestro mismo tiglo.
Por eso hay que meditar sobre )a transformación de nues-
tra cbia en Ja costa africana, Besulta mezquino el papel de
BUfftrca Presidies mayores y menores. No falta quien se
preccu] e de Ceuta cerno de algo más que un puerto militar
me diana met te defendido y un grupo de cuarteles donde
extinguen su grave cor de na algunos miles de presidiarios.
Nadie, hasta hace veinte años, se lijó en que allí batía as
futtlo digno y trabajador, merecedor de muchas aten-
eiciee, base de una acción icflexiva y poderosa sobre el
continente septentrional africano. T algún hombre político,
en la iitímidsd, ha discutido la necesidad de extender el
estopo de Ceota hasta Tetuán, trocando para esto nuestras
Jete frictea del Biff, por algunes kilómetros de tierra fuera
el cíirj o neutral
Eeta dirección, aperas esbezada, temará importancia por
el desuello de lea preblcmas generales políticos de Argel
y el Idrgteb. Feríala mayor de las indiscreciones no atar
preparados para sucesos que se enuncian como inmiir"-
te*.
Porque á la importancia pesitiya que estos han da
— 1097 —
ser, al valor que indiscutiblemente tiene para España {por
machos y muy diversos motivos que es innecesario coocr©
tar), todo cuanto pase en la costa meridional del Mediterrá ■
neo, debe agregarse la consideración que, respecto de les
problemas marroquíes, han dado á España, de 00 años á esta
parte, todas las Potenoias europeas, bien porque estimaran
los grandes é insuperables títulos que España tenia, por iu
historia y su posición geográfica, bien porque tuvieran en
cuenta que, dados los medios, la situación y las aspiracio-
nes de España, esta Nación era la menos temible en Ib hora
no imposible del reparto del Imperio marroquí.
De todo lo dicho resulta que la obra de España en África
tiene que ser distinta, bien que se desenvuelva en el África
Occidental, bien que tenga por escenario el África del Norte.
En la costa de Guinea y en las islas próximas, la empre
sa parece definida. Las dificultades que se oponen sod , de un
lado, las aspiraciones de Francia, á extender su colonia
del Gabón y á enseñorearse de las riberas del Man i: de
otra parte, las vacilaciones y contradicciones de la política
colonial que realiza nuestro Gobierno en aquellas comar
cas. Tal vez dentro de poco surja una nueva dificultad;
las aspiraciones de Inglaterra, que de hecho y por aban do ■
no del Gobierno español, poseyó la isla de Fernando Póo
desde 1827 á 1832 y que en 1841 ofreció á España eü mil
libras esterlinas por la propiedad de aquella oolonia *
En el Norte de Afrioa los prinoioales obstáonlos con ais
ton en la disposición del Gobierno ae Marruecos y tn las
Ínrevenciones y las suspicacias de los Gobiernos europeo*
sobre todo de Inglaterra y Francia) naturalmente prec cu
pados de la libre navegación del Mediterráneo.
Las relaciones particulares de España oon Marruecos han
adquirido, en estos últimos tiempos, carácter de* regularidad
y descansan principalmente en el Tratado de 11 de Marzo
de 1799 sobre protección á loa españoles residentes en te
rritorio marroquí; el convenio de 29 de Agosto de l Sis so-
bre términos jurisdiccionales de Malilla y seguridad de ios
presidios españoles de la costa de África; el tratado de Wad
Ras de 26 de Abril de 1860 que terminó la llamada guerra
de África, oon ventajas políticas y comerciales, no aprove-
chadas hasta ahora por España; el tratado de Tánger de 20
de Noviembre de 1872 sobre relaciones eomereiales de Es-
paña y Marruecos; el Convenio de 3 de Julio de 1880 gobio
al derecho de protección á los europeos residentes en aquel
— 1098 —
p&jfl y 'os Tratados de Madrid de 5 de Mario de 1894 y 24
de Ftbrero de 1895 que pusieron término al conflicto de
Malilla.
Las relaciones de España con las demás Potencias euro*
peas, á propósito 6 por razón de Marruecos, descansan es
el ya citado Convenio ó Tratado de protección de 3 de Julio
de 1880, que hay que completar y explicar con Tratados
ausento* particularmente por Marruecos y alcanas da esas
Potencias, y aun los Estados Unidos de América.
Mr. Eouard de Card (profesor de Derecho ínter ración al
de !a Universidad de Tolosa y asociado del Jimitutode
Derecho Internacional), ha escrito sobre este particular un
libro de consulta: el titulado Lee Traites entre la írana
*í le Maroc. Allí son estudiados detenidamente loe tratados
y con venciones de 1767, 1827, 1829, 1845, 1865, y sobre
todo de 1844 (Convención de Tánger), que constituyen (con
el Convenio de Madrid de 1880) la base del trato de fran-
ceses y marroquíes.
Lia relaciones con Inglaterra eBtáu determinadas por Jos
tratados de 1801, 1856, 1861, 1864, 1865, 1S75, IStt
y 1895, El trato con los Estados Unidos descausa en ios
convenios de 1865 y 1880.
Nc es necesario más para que se comprenda que la em -
presada España en África es de una verdadera dificul-
tad, y que para vencerla es un obstáculo evidente el ana-
crónico espirita que imponía la guerra al fHoro
Se debe reconocer qne es grandemente simpática en Espa-
ña la idea de extenderse por el África Septentrional. Lo ha
sido siempre. Pero no menos indiscutible es que nadie se
cuida aquí de los medios eficaces para realisar esa expan-
sión. Porque la ineficacia del medio exclusivo de las armas
ya está demostrada. Las victorias españolas de este siglo
no han producido nada definitivo.
Consecuencia de todo lo dicho es que aun tratándose de
empeños que se imponen al país por el clamor de la masa y
el instinto del pueblo, se necesita salir de la pasividad ó la
indiferencia que nos dominan. No basta el deseo para con-
vertir la aspiración en hecho. Y las cosas se han puesto de
tai modo, que sería locura insigne pretender que, aun res-
pecto de los puntos antes tratados, bastara la voluntad rece-
siva y los medios positivos de España para lograr no éxito
Por tanto hay que meditar sobre los problemas que núes
tro ¿usto, nuestros intereses, la voluntad de otros ó ctreuna
— 1099 —
tanda* que no nos son impotables, han planteado a las puer-
tas de nueetro país, y para cuya solución el voto de España,
por modesto que sea el papel de esta, es indispensable, Hay
que reflexionar sobre los procedimientos; sobre los medios
posibles y los medios necesarios. Precisa, hoy como nanea,
resistir las tentaciones y evitar los desvanecimientos. Urge
estudiar la razón y el fin último de nuestra actitud y
nuestras gestiones respecto de esos problemas. Pero sobre
todo, hay que adquirir el convencimiento de que, hoy por
hoy, ningún empeño de la naturaleza dalos indicado» y
ningún esfuerzo transcendental de España son realizables
sin la cooperación internacional.
De aquí resulta nna nueva comprobación de la tesis de
que si España no ha de quedar fuera del movimiento in-
ternacional, es indispensable que se forme en la Penín-
sula una opinión pública sobre estos puntos; que se deter
inine una orientación respecto de nuestra politice exterior
y en fin, que se preparen condiciones y medios de que Espa-
ña actúe como un factor déla vida total, política y vocial»
del siglo xx.
Todo esto supone: 1.° la necesidad de que España, lo
mismo en el orden político que en el científico, en el eoouó
mico y en el social, no sea una excepción en la mi r cha gene-
ral del Hundo contemporáneo, y 2.° la conveniencia de estu-
diar y aprovechar las lecciones que los pueblos más adelan-
tados nos dan, mediante experiencias, tanto mas valiosas,
cuanto que, por regla general, todos esos pueblos han inoc-
rrído en defectos y pecados idénticos, cuando no superiores,
á los de España, con la diferencia de que aquellas naciones,
al revés de la española, han prescindido del inmenso error
de perseverar en sus desastrosas equivocaciones.
A primera vista estas condiciones son tan sencillas como
inexcusables. Nadie puede discutirlas. Todo el mondo las
acepta. Sin embargo, la realidad dista mucho de tales su-
puestos.
Todavía en España tiene gran tuerza la tendencia ¿re-
presentar, dentro del Mundo contemporáneo, lo mismo
que representamos al principio do la Edad Moderna, pero
en un medio totalmente opnesto á la eficacia de aquella re
presentación. Por eso son tanto de temer la ingerencia del
clericalismo (visible y palpable ahora oomo pocas veces) y
la influencia de la intolerancia religiosa, que palpita en el
fondo de nuestras costumbres.
— 1100 —
No menos positiva y funesta es la propensión á mantener
la ori finalidad española en ciertas fiestas populares que nos
perturban y que fortifican cierta afición violenta y aan-
Suinaria, que nos ha perjudicado lo indecible en el curso de
i Historia. Lo propio puede decirse respecto de la originali-
dad escandalosa de la falsificación sistemática de la función
electoral. Lo mismo de la Drerjotencia del caciquismo y del
amor siempre vivo á la indisciplina y la guerra civil.
Como éstos pudieran oitarse otros ejemplos, de que gene-
ralmente se habla <¡on una lenevolenoia qne bas'aria para
acreditar el arraigo de estos grandes obstáonlos á la identi-
fícaciÓQ de España con el medio social contemporáneo, sin
el cual será perfectamente ocioso todo cuanto intentemos.
Por esto, por la oomplejidad de los fenómenos aludidos y
lo profundo de sus causas, hay qne decir, hasta la saciedad,
que, para rectificar lo que ahora en España priva y ha difi-
cultado y dificulta la cordial y fecunda relación de nuestra
Patria eon el resto del Mundo, es indispensable el concur-
so de varios elementos de la sociedad española.
fio estas Conferencias hay que poner a un lado lo o^ue co-
rresponde especialmente al Gobierno español oomo director
de nuestra política exterior. Pero, respecto de este par-
ticular, bien puede aquí decirse que conviene la reforma y
gi organización de nuestro actual y un tanto anacrónico re-
remen diplomático y consular.
Con esto podría relacionarse la creación (por esfuerso di-
recto ó cooperación análoga á la que hoy el Estado presta á
la Escuela de Estudios Superiores del Ateneo y que co-
rresponde á una de las novísimas fórmulas de la política
Íudadógica contemporánea) de una Escuela de Derecho Co
ouial 6 Internacional que favoreciera la formación de uu
cuerpo competente para representar á España, no sólo en
el extranjero, si que en sus co'onias de África, contando can
que han de variar el carácter, la organización y el destino de
nuestras posesiones de Ceuta, Heliila, Chafarinas, etc., etc.
De la creación de esta Escuela se trató haoe tres años (al
amparo del Ateneo de Madrid) pero los buenos propósitos ds
entonces han quedado completamente en el olvido, aun ouan-
do es notorio que nuestra deplorable y desacreditada Admi-
nistración colonial ha entrado oomo factor potísimo en le
últimos escandalosos fracasos y desastres de España, y qi*
uoflBtra representación diplomática no nos ha valido pan
atenuar siquiera los efectos de nuestra actual crisis.
— 110) —
Deo tro de la competencia del G ibierno se encuentra tam-
bién la reanudación de nno de loe más serios y menos
estudiados procedimientos ideados y practicados por los
Beyes Católicos en el momento de ser oreada España: el
enrío al extranjero de jóvenes inte ¡gente* y de maestros o**
lóeos que estudien lo qne pisa en el resto del Mando, y que»
empapándose en las ideas y las tendencias de la época, con-
tribuyan, después, á divulgarlas, implantarlas y desarro-
llarlas en mientra Patria, por meiios suaves, pero intencio-
nados y pe rae varantes.
Claro está que esto es algo muy distinto de las comisio-
nes con qne el compadrazgo imperante favorece á los ami-
gos y los desocupados que, sin res Uta lo alguno para el
p*n, hacen hoy viajes, de recreo por Earopa, á costa del
Estado.
Sabré todo eato deben ponerse los esfuems propios de los
elementos Ubres é independientes de nuestra sooieiad.
Quizi la pasividad de eaps elementos oonatituye la primer
causa de nuestro actual abatimiento. Sería dificilísimo de*
talUreneate instante aquellos esfaersia. 3in embargo,
es dable y conviene precisar algunos.
Desde laego» hay que recomendar y esperar que la prensa
varia el modo de considerar las cuestiones exteriores y la
política internacional, que no es ni puede ser, como algunos
periódicos independientes dicen en estos días, la manía de
nn aabio ó la preocupación de na extóatrun.
EL perió i ¡co tiene hoy la ventaja de la fueria de su vos y
de la extensión de su auditorio. Además, momentáneamente,
le dan valor extraordinario la desorganisioión y pasividad
de loa partidos políticos y las corruptelas y abandonos del
Parlamento, que ni siquiera se decide á defenderse contra las
agresiones da esa misma prensa, más pecadora que el mismo
r*
— 1102 —
Pt ritmes to. Los partidos actuales todavía so ven, como vie-
res sus predecesor es la necesidad detener periódicos propios
como tienes xepresestastes en las Cortes. Esa necesidad es
mejor es Espafis, por la visible decadencia de tes ineetinot
y las conferescias populares, cada Tes más pujantes en el
extranjero.
Luego, hay que colicitar y esperar una actitud mas deci-
dida y eficas de parte de nuestras clases directora*, Esta
acción puede demostrarse en circuios docentes, como el
Alineo de Madrid, cuja importancia y cuja eficacia en ?a
superior cultura política de la España contemporánea es
notoria, rivalizando, cuando no superando, á las Sociedades
Económicas de Amigos del País de fines del eiglo xViH,
que prepararon la vida parlamentaria del zix.
En el Ateneo ie Madrid (llamado, en 1860 y cuando im-
peraban en nuestro país la intolerancia religici a y el prohi-
bicionismo mercantil, 1& Holanda de España) comena*ron
los estudios públicos de Derecho internacional, dentro del
periodo contemporáneo. Lo demuestran las actas de los de-
bates de sus Secciones y las lecciones qne en la prestigiosa
cátedra de las calles Carretas y de la Montera dieron, desde
1141 á 1850, losacfioresBuizLópezy D.Facundo GcfiL Ce
tres silos á esta parte, esos estudios figuran, con distintos
nombres, en el coadio de las cátedras permanentes del Ate-
neo, porque formas parte de la Escuela de Estudio* supe-
riores del mi* mo Instituto.
Pero seria de desear qne esto se complementara incla-
vendo es el mismo cuadro de eneefiansas regulares, la de
otras materias, como la Política comparada, la Historia
política contemporánea y la Geografía politioa y r¿*n*r*:i.¡,
qns ó faltan completamente es el programa de la tieefianí*
superior oficial de nuestro país ó aparecen es éste de un mo-
do accidental y muy por bajo de las necesidades intelectuales
y políticas de nuestra atrasada Patria.
El ejemplo del Ateneo madrilefio seria muy provechoso
para aquellas comarcas que, como la catalana y vizcaína.
representan dentro de Espafia, la sota europea, Ó para aque-
llas otras que, sis este carácter, muestras benévola disposi-
ción á empeños de vulgarización científica, cerno loe reali-
zados es estes des últimos añor, eos alto sentido patriótico
j admirable éxito, po ** los ilustres profesores de la Univer-
sidad de Oviedo, que en nuestro país secundan la menti
sima empresa de la expansión universitaria9 iniciada a
— 1103 —
Inglaterra dentro del último tercio de nuestro siglo y dea
arrollada, después, espléndidamente, en Francia y Alema-
nia.
Esto podría tomar mayor vueí o si los hombres capaces de
nuestro país, ann fuera de 1» jurisdicción universitaria, se
dispusieran á dar vida en España á las conferencias popu-
lares, boy importantísimas, tanto por su número, oomu por
su variedad, "como, en fin, por el creciente número de
sus asistentes, en Inglaterra, la Europa central y los Esta-
dos Unidos de América. La conferencia popular, libreó
sistemática, suelta 6 formando parte de los llamados Cursor
frites, esrcoea perfectamente distinta del meeting, dedicado
casi exclusivamente al sentimiento público. La conferencia,
bien sostenida y extendida por la acción de grupos propa-
gandistas ajenos á todo exclusivismo departido, de escuela
6 de iglesia, llenaría boy un gran bueco de la sociedad es-
pañola.
Quita ei to pudiera haberse realisado satis faotoriamen te
ai se hubiera establecido la Sociedad de cultura popular y
vulgarización científica, decretada por el Congreso Ibero-
americano pedagógico de 1892.
También seria de bastante influencia la constitución de
otra Sociedad, proyectada bajo los auspicios del Ateneo de
Madrid y por recomendación del famoso Instituto de De-
recho Internacional que en 1873 se fundó en Gante y que
han presidido autoridades científicas como los señores Bolín
Jacquemius, Asser, Westltke, Mancini, De Parieu, Rivier,
Renault y otros.
Esta Sociedad habría de dedicarse al cultivo de la Polín
oa comparada y del Derfecho internacional, por medio de de-
bates públicos, conferencias populares é informes á los Oo
biernoa y á la opinión del país, complementando y am-
pliando la obra meritoria que ahora realisa en una
determinada esfera, la Sociedad Geográfica de Madrid,
que es, quisa, el único centro que en la España de nuestro*
oías mantiene, con cierta elevación é insistencia, el inte
res de nuestra política exterior.
Para tal empeño servirían mucho los catedráticos de
Derecho internacional público y privado que existen en to
dan las Universidades de España de quince años á esta par
te, y que con frecuencia, publican discursos, memorias y aun
libros, perdidos en medio de la indiferencia general y del
desdén de nuestros políticos y nuestros literatos.
— 1104 —
Tul obra aloausarla mayor importancia ai al cabo se
realizara el transcendental empeft» de un ilustre político
sudamericano recientemente establecido en nuestro pala, de
hacer de éste, centro de ana empreea internacional y base de
la publicación de un gran periódico, cayo carácter v cuya
transcendencia indica bastante su título: El Mundo Latina.
Pero ahora se anuncia otra obra que podrá servir de
micho para avivar entre nosotros loe estadios de Derecho
Públioo, y señaladamente de Derecho Internacional. Esta
obra es el Oongrtto Social y Económico Htipano A varícam,
que se inaugurará, en Madrid, en el próxiua > ron t.
Quisa, puesta la mirada exclusivamente en la eficacia te-
tal y el resultado inmediato de la empresa, pudiera Uoharae
de excesivo su programa. Los tiempos, y sobre tolo la si*
tuición actual de España, no consienten hiy lo que no
extrañaría en 1802, y parecía abonado ai día siguiente do
la Revolución de 1868.
Ese Congreso puede ser considerado desda tres pantos de
vista. El político, el táurico y el de la propaganda.
La rolaoióa política es la más grave, U de superior
transcendencia y la verdaderamente difícil, p ir oircaas*
tanoias qne no hay para qnó detallar ahora. Ej lo pro-
bable que ni Inglaterra ni ios Estados Unido.* vean con in*
diferencia cualquier oosa que pueda contrariar el sentido
de la expansión anglosajona. Precisamente en estos mo-
meatos se prepara, por la iniciativa del Gobierno de los
Estados Unidos (que no tiene la mism* calma que el Go-
bierno de Madrid, respecto de las consecuencias del Trata*
do de París de 1898) un Congreso americano que ae lia de
celebrar dentro de pocos meses en Méjico, y donde es ve-
rosímil qne se vuelvan á escuchar los aoento* de Blains. T
ya se anuncia que el Gobierno portugués (seguramente por
alguna mena mayor que la de su propia espontaneidad),
hará manifestación oficial, más ó menos precisa, de que ni
admite qne el próximo Congreso de Madrid sea ibérico ni
está en su ánimo acudir á el con reprejeaUción análoga
á la que tuvo en los Congresos de 1892.
Se trata, pues, de algo verdaieramante serio: por lo
pronto, delicado. Mas esto no puede ser un argumento en
contra de ese Congreso que deba celebrarse» cnalesquier
que aean sus resultados inmediatos y positivos,
Pero hay otro aspecto del asunto que no puede menos d
interesar aun á los más desconfiados y meticulosos. Qairt
— 1105 —
es lt América latina la comaroa donde, dentro de lo» ultimes
einonenta años, se ha cultivado y cultiva oon más amor y
preferencia el Dereoho Internacional; lo mismo en el oírcu
lo de loe doctos y especialistas que on el mayor de los
políticos/
También pnede aventurarse la especie de qne en esa
América es donde con más fe se han inioiado el plantea-
miento de instituciones, y la proclamación de fórmulas ju-
rídicas de mayor novedad y transcendencia, dentro del or
den del Derecho público contemporáneo.
La demostración de lo primero es muy fácil para quien
medianamente conosoa la bibliografía jurídica de nueartro
siglo.
Los nombres de Bello, Seijas, Alporta, 8áenz Peña, Cal-
vo, Toro, Barra, Lopes, Sarmiento, Caballos, Pereira y
otros, excusan comentarios. Por otra parte, está justificada
Ct>r los hedhos, la pretensión de los hispano americanos de
abarse adelantado á Europa en la noble empresa de dar
realidad, en sms varias formas, á la idea del arbitraje, has-
ta aproximarse al ideal sostenido en nuestros días por los
más calurosos propagandistas ds esta avanzada fórmula
d»l movisimo progreso jurídico.
Con efecto, más de un publicista trasatlántico ha dicho»
sin réplica posible, que cuando en 1873 Manoini legró que
la Cámara de dipntados de Italia, antes que otras, se pro-
nunciara en favor de la cláusula compromisoria de arbitra-
je, hada medio siglo (1822 26) que esta cláusula, por
inspiración de Bolívar, figuraba ya en los primeros pactos
de les nacientes Repúblicas hispano americana?. Y cuando
en 1895, la Conferencia interparlamentaria de la Pas, re-
unida en Bruselas, recomendó la constitución de un tribu-
nal permanente de arbitraje internacional entre los Estados
europeos, hacía ya tres cuartos de siglo que esa institución
había sido recomendada y hasta bosquejada, en la América
latina, como lo demuestran las Actas del Congreso de Pana-
má de 1822 26, de los Congresos de Lima de 1847-48 y de
1865, del de Santiago de Chile de 1856, y de las Conferen-
cias diplomáticas de los representantes de Méjico, Nueva
Granada, Venezuela, Guatemala, Salvador y Costa Rica,
reunidos en Washington, el propio afio de 1856.
Aun, en orden más modesto, pero como demostración in*
superable de simpatía al principio del arbitraje de ca-
rácter permanente, las Repúblicas hispano-amerioanas pue-
~>
— 1106 —
den presentar hechos tan plausibles como los acuerdos
del Congreso de Panamá de 1880 81, sobre el convenio
colombiano ehileno de Bogotá de 1880; la Conferencia
celebrada en Caracas, oon motivo del Centenario de Bolívar
en 1883; y las convenciones de Panamá y de Paila de
1882 y 83 sobre el tema del convenio de Chile y Colombia
de 1880. Esto, aparte de la disposición favorable á lo f anda-
mental de la idea, acreditada en el Congreso pm -atoen
cano de Washington de 1889 90 y en el Congreso jurídico
hispano iortngné¿americano celebrado en Madrid en 1892.
Eii cnanto á la introducción de la cláusula especial com-
promisoria del arbitraje en los Tratados particulares, no
se puede prescindir de que esa cláusula ya aparece en los
Tratados de 1828 de Chile con el Perú, de 1829 del Perú
con Colombia, de 18S6 del Ecuador oon la Argentina, de
1 839 de Méjico con Bélgica, de 1848 de Méjico can loa Ea-
tadoa Un-.dos del Norte, de 1850 de Méjico con Bélgica,
de 1852 de Chile con Francia, de 1853 del Pera con Espa-
da, etc., etc., hasta llegará los Tratados recíentünmoe y
exccpcionalmente expresivos del Ecuador con España y
Francia de 1888; de Colombia oon España, de 1894; de Ee-
paña con el Perú, de 1898 y de la República Argentina
con Italia de este propio año. Este último Tratado es quizá
el que, hoy por hoy, supera á todo cnanto sobre el particular
se ha hecho en el mundo internacional.
Pero lodavia hay otro punto sobre el cual las pretensiones
hispano americanas tienen que ser aceptadas, por mucho que
cneete á los Gobiernos de la vifja Europa, que tan mal tra-
taron á aquellos pueblos en los primeros días de su inde
pendencia. Se trata de los esfuerzos realiaadas por aque-
llas Repúblicas latinas para codificar sus leyes civiles, en
relación con los nuevos rumbos del Derecho Internacional,
y señaladamente, para codificar el Derecho I a temado nal
privado.
Lo que Europa viene haciendo por iniciativa de Holanda
en las Conferencias del Haya de 1893, 1896 y 1900, lo in-
tentó antes, con más amplitud y quiaá mayor éxito, el Con-
greso de Derecho Internacional Privado de Montevideo de
1888-92.
Ahora bien, sea el que fuere el éxito puramente político d
Congreso Hispano Americano, oonvooado para el otoño <
1900, en Madrid, bien puede asegurarse que, si hay tacto
vigor en los directores de esta Asamb.ea, de allí puede sil
j
— 1107 —
un gran adelanto para el Derecho público contemporáneo, y
especialmente para, el Derecho Internacional.
No ha de ser mny difícil aprovechar los datos antes in
dicados par», cuando menos, generalizar los recientes Trata*
dos de la B«públioa Argentina con Italia, y del Ecuador y
Colombia con España, amellándolos y relacionándolos oon
los acuerdos de la Conferencia de la Pas del Haya.
Del mismo modo es dable realizar ahora oon mayores
complementos y efectos, lo que ya debió hacer el Gobierno
español hace seis ú ocho años, cuando, la adhesión oondieio-
. nal ? ai referendum de nuestro representante diplomático en
el Urnguay á loe ocho Tratados del Congreso de Montevi-
deo, facilitó, de modo especial, la obra de concordia y pro*
greso de que es otra muestra, aunque de mucho menor al-
cance que la americana, lo concertado en el Haya en 1896
y luego publicado en la Gaceta Oficial de Madrid de 1899,
sobre Derecho internacional privado.
Esta empresa es relativamente fácil y no hay que ponde-
rar su importancia. Tanto más cuanto que su feliz éxito no
empece que. en el Congreso proyectado, se traten amplia-
mente otras cuestiones y se veoga á resoluciones concretas
sobre reformas postales y telegráficas, movimiento banca-
rio, aranceles de Aduanas, propaganda mercantil y trato
intelectual y literario de España y las Repúblicas latinas
de América. Antes bien, lo que en el orden jurídico se lo-
gre será una fuerte preparación ó uoa garanda positiva de
cuanto en otros órdenes de vida se consiga.
Pero todavia el anunciado Congreso se recomienda por
otro concepto, muy relacionado con las consideraciones id
tainamente expuestas respecto de la alta conveniencia de
formar en España una opinión pública sobre los problemas
generales del Mundo, política exterior y ouestiones inter-
nacionales. El Congreso es una gran ocasión para la pro-
paganda de todas estas ideas. Por si mismo es un empe-
ño propagandista de priíner orden.
Hay, pues, que contribuir á él. De ninguna suerte se*
ría excusable que nuestros hombrea políticos, nuestra pren-
sa y las personas que se interesan por la vida mora del
nuestro país se desentiendan de esa obra, pretextando núes
tra impotencia ó la inoportunidad y exageración del intento
ó el escaso valor que, en crisis como la aotnal y en planes
como el de que se trata, tienen los esfuerzos de puro carác-
ter moral.
— 1108 -
Sobre todo hay que combatir enérgicamente esta última
alegacióo, por lo mismo que está muy generalisada. Ño es
verdad que el vinco lo más poderoso de los pueblos sean los
intereses materiales. Tampoco es exacto que las grandes
re vol aciones y trasfbrmaeiones de la Historia, se hayan
verificado por el impulso deoisivp. 6 por lo menos preferen-
te, de esos mismos intereses. No hay que confundir las
apariencias con las realidades.
Todos esos grandes hechos deben ser profundizados para
reconocer la fuersa más 6 menos oculta que lo agita y re-
mueve todo, y que frecuentemente parece en una despropor-
ción colosal con lo que empuja y momentáneamente produce»
£ea faena siempre ha sido, es y será, una fuerza esencial-
mente moral. Por causas morales más que por la necesidad
finca, los hombree £e agotan 9 se baten y mueren.
Indudablemente, sin dinero, sin recursos materiales, no
hav empresa positiva. Eso deben meditarlo los políticos de
los humos deseos, y deben saberlo los que esperan que las
oo^as se hagan por si solas 6 caigan hechas del cielo. Pero
la empresa supone siempre algo invisible, impalpable, alen-
tador, fortificante, excitante, que responde al juego mará*
vilioFí) de los principios, secreto de la vida universal.
Por eso y por otras muchas rasones íntimamente reía
cionadas con la crisis presente de España, tenemos que
preocuparnos ahora de la muy comprometida vida moral de
nuFStr o pais. r
Hav que fiar en la virtualidad de las ideas y hay qse
cultivarlas con verdadero amor, aprovechando la dura ex-
periencia de estos últimos años, muy relacionada con el
tríete espectáculo que se nos ha impuesto en estos últimos
días, de una gran decadencia de los resortes morales de la
sociedsd española y una deplorable distracción del rumbe
que ésta había tomado bajo la influencia de 'la Revolución
de 1868, discutible ó no en el ordeq general político, pero
indiscutible en cnanto nos puso en relación con el sentido
progresivo y las ideas dominantes en el Mundo contempo-
ráneo.
Lo expuesto en este Curso de la Escuela de Estudios As-
perfores del Ateneo, es una pequeña demostración de esta
toéis. Además, constituye unademostraciónconsiderablede ja
que se enunció al prinoipio de estas lecciones, relaf
á la utilidad positiva y al interés práctico de toda obra q
tenga por objeto hacer que España viva la vida intemao
• —1109 —
nal, y que para ello siga con atención, máa ó menos reflexi-
va pero siempre despierta, lo que en el reato del Mondo
pasa.
£n tal ccncf ptc, á las raiones fundamentales qoe aore-
ditsn la stbstantividsd del Derecho Internacional (ele-
mento de primer orden del Derecho Público Moderno)»
hay que agregar loa hechos materiales que en fspafla oons-
ti '.oyen la materia de los últimos tristísimos desastres, enya
corrí cción ó ¿nbea nación no podrá verificarse sino saliendo
de Ice antiguos rumbos y de las viejas preocupaciones.
Si i eos desastres te cottsideían paia algo más que para
el lamtiüo estéril 6 Ja rebeldia t-aténics, deten servir para
r* cí ificar aquella ciega, aquella abenrda y ceei inexplicable
coiüsnza con que, por estado de moches afios, se han
visto fot mar icbre nuestro hor i xen te las tempestades, cre-
yendo ejee jara nuestra gtntración no ae hablan hecho ni
Ja bancarrota da la Hacienda, ni loa fracasos del Ejército
y la Harina, ni el detmiibramieníodel territoiio nacional,
con qne habían sido castigadas, á nuestra vista, otras Na*
doñee, quizá más despiertas, pero comprometidas en la
lucha con Jo imposible, bajo la inspiración de lo arbitrario,
lo anacrónico ó lo fantástico.
Lo que unánimemente se suponía que aquí no había di
ptsar ba jasado, y ha sucedido más, mocho más de lo qoe
Jos hcmtrf js prudente! y perspicaces podían temer. Porque
ha resultado que el fondo del pais estaba bastante peor de
lo que aventuraban loa críticos tachados de visionarios y
pesimistas.
Por otra parte, casi nada de lo sucedido es peregrino en
la Historia. Al igual qoe Espena, han caldo y van cayendo
otras naciones de poder an alego al de esta, lío se trata de
una verdadera sorpresa. No hay qoe hablar de un infortu-
nio invercaimil 6 incomparable. En cambio, hay qoe ver
con serenidad é intención el fenómeno. Procede como non-
ca examinar sos caoaa. Porqoe la repetición del hecho
acosa la existencia de ona ley.
Discurriendo sobre este ponto, pronunciase en primer tér-
mino, el acentuado contraste qoe ofrecen el estado aetual de
España y la eitaación qoe hoy tienen aquellas otraa nacio-
nes que con la primera compartieron, dentro da la Idad
Moderna, la dirección política y social del Mondo.
¿Cómo j por qtó ae ha realiíado, y sobre todo se mantiene
esta considerable, esta verdaderamente extraordinaria di-
e*
— 1110 —
ferencia, que, así en so coatenido como en su respectivo va-
ior , en relación oon la cuitara, la riqneta y e! progresa ge-
neral de la Humanidad, no ee dable desvanecer ó atenuar oon
frasee más ó menos retoricas, eufemismos, canvenrionalú-
mos y otros recursos incompatibles con la realidad que en-
tra por los ojos y los oídos de todos los contemporáneos?
De otra parte, los adelantos realizados, las instituciones
creadas, las invenciones dif andidas, las comodidades arrai*
gadae, todo eso que constituye la sustancia y el esplendor
de la civilización contemporánea y que es la ratón del po-
der y el secreto de le arrogancia de los pueblos victoriosas,
prósperos e imponentes de nuestros dia§,¿todc eso se ha
ideado y hecho para otros seres de naturaleza distinta de
la de los españoles, oondenados á ser, por ley de origan y
compromiso de rasa, una excepción vergonzosa de la nue-
va Europa?
Tema es esternas ds una ves tratado para combatir las
vulgaridades y disparates oon que, todavía no hace mucho
tiempo, se pretendía por algunos cohonestar, ya que no de*
fender, la esclavitud de los negros. Os menos escíndalo es
lo que se dice para re90mendar á los españoles blanco* la
resignación ante las fatalidades de la rasa. Pero en el fon-
do el argumento es el mismo. Contra ól protestan coda la
Historia contemporánea y la Política comparada .
Las rasas, las familias, los pueblos pueden distinguirse,
y seguramente se distinguen por sus respectivas aptuulee:
ae distinguen mis por su educación y sus prácticas. Pera
en lo fundamental, en lo característicamente ha mana, todos
los hombres son unos, y, por tanto, los progresos que rea-
liza un pneblo pueden realizarlo los demás* siquiera varíen
la forma y en las aplicaciones. Por eso la libertad no es
planea ingle*at ni la democracia una inttitnció* amtri*
cana.
Por esto, y por muchas otras rásanos que salen con faci-
lidad de la historia política y social de Espala, puado ne-
garse en redondo que el destino ds nuestra Patria sea el
vergonsoso abatimiento, disfrazado oon una indiferencia des-
esperante que ahora parece amenasar á España, aumentando
con una nueva sombra, las tristezas de nuestros últimos
desastres. Mas por lo mismo, es necesario ahondar en la
vida española para saber onalos son las oausas positivas J-
la decadencia de fispafia, cuál la razón del retraso en
ha quedado respecto de otras naciones oon quienes rí va
— Hit —
no hace mucho, y que en otra época compartieron sus erro-
res y sos pecados.
De tal estadio no puede menos de resaltar lo que con repe-
tición se ha indicado en el carao de este trabajo. A saber:
qne las dos principales causas de nuestro actual quebranto
consisten en nuestro apartamiento da la vida moral y i«ol¡-
tica del Mundo contemporáneo, y nuestro ciego empeño en
representar ideas, intereses, causas vencidas, de cuya tira-
nía se han emancipado las demás naciones.
Miradas de esta suerte las cosas, el problema resulta re-
lativamente sencillo. Véase lo que todavía priva en la so*
ciedad española é influye visible y superiormente en núes
tro carácter y nuestra conducta, contribuyendo de mo so
particular á darnos tono y significación en el concierto del
Mundo. Y luego relaciónese esto con nuestra decadencia cre-
ciente al compás del progresivo desarrollo de aquella pri-
vanza, basta llegar ni palpable abatimiento de estos di*s,
que no puede explicarse sólo ea vista y por r tizón de cir
cunstancias secundarias y datos de última hora.
Por otro lado, obsérvese si lo que aquí priva impera tam-
bién, en mayor ó menor grado, á la hira presente, en íaa
naciones prósperas, y relaciónese la progresiva deja parición
de los errores é injusticias que todavía padecemos y que
también padecieron los demás pueblos, con el desenvolvi-
miento y la creciente riquez» moral, intelectual y material
de las demás eocied-ides europeas; porque es evidente qtis
poco ó nada de lo que en España ha ínflaido ó inflaya tía
dejado de infloir en el resto del Mundo, produciendo e^ ¿i
los misinos ó arjá'offos resultados.
8d trata de un doble trabajo de análisis y de comp r v
ción, para el que hoy sobran melios y elementos. Pero tra-
bajo qne hay que hacer sin prejuicios y con entera buei te.
De aquí nuevos motivos para llevar la atención de nues-
tro público — sobre todo de nuestras clases oirectordB (Ua
más capaces, obligadas y responsables) — á lo que pasa iuáa
allá de las fronteras españolas: á loque por el general con-
senso y la práctica común, se impone como la ley del Man*
do novísimo: á lo que se levanta por cima de todos loa inte-
reses, todas las tradiciones y todos los accidentes de la vi ía
la idea robusta y esplendorosa del Derecho.
~\
ÍNDICE
AI lector. . .- PAg. 1.
II
Sanromá (1860-95) PAg. 1.
Propagandista. ^Catedrático.— - Becrito? —Abobado.— Bl Parla n -
to e«pftíiol como tribuna y como medio de gobierno . —La representa-
cíóq parlamentaria de las Colonial en las Cortes españolas (1812-1836-
18681813).— La diputación de Puerto Rico de 1870-73.— La Sociedad
abolicionista española (1866-80). —La Asociación para la Reforma d»
Ara d celes .
IH
L% Rspúb'ica, y tas libertades de Ultramar PAg, S9,
Historia de la propaganda y de las reformas colon i* lee de España
desde 1868 á 1887.— D. Nicolás Rivero en L% Discusión, antes de 1363.
—La Sociedad abolicionista española.— La Revolución del 68 7 la ai-
taactoo de Cuba y Puerto Rico desde 1868 hasta 1878.— Bl partido -■-
di cal en 187*.— La República en el 73.— Proyectos de Snfier y votos
r^
— 1116 —
posible* de U cuestión da Cuba.— lATerosimiUtud de 1* que ha preva-
lecido.—Errores de Hapa&a y desafueros y violencias de le* Estados
Unido*. — Quebranto dei Daraeho Internacional novísimo.
VIH
El Tratado dé París de 1898 Pág. 1.047.
Suiu*k>:
MU aviaos y Conferencias públicas aobre el Marques de la Sonora y la
política lConree, desde 1894 á 1899.-M ia Conferencies aobre el Tratado de
Paría en el Círculo Mercantil de Madrid y en la Universidad de Oviedo
de 1899 . —Mi informe aobre lea Colonia* españolas de 1900 (publicado ea
la AmM InUrnotUmol d§ Porft y en el BoUtin d$ ¡a Socitdtd Q**jrá/ica
d§ Madrid).— Mía lecciones del Ateneo aobre el Directo públiso oo»i*m-
fvrfaeo.— -Afirmaciones de éate respecto de la solidaridad internacional
el derecho de intervención y el concierto de las naciones. — &esum*n .
del Tratado de París.— Su juicio en relación con los principios del De-
recho Internacional contemporáneo y con lo Que los nortwnerictios
hacen hoy en Filipinas, Paarto Rico y Cab*.— Retroceso del Derecho
público.— Quebranto del prestigio americano.— Tramceadeneia de este
hecho .
^