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Full text of "La religión del imperio de los incas"

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POR 


J.  JIJÓN  Y  CAAMASO 

Individuo  de  número  de  la  Sociedad  Ecuatoriana  de  Estudios  Históricos  Araericanos. 

Sorio  correspondiente  de  la  Real  Academia  de  la  Historia  de  Madrid,  de 

la  Academia  Nacional  de  Historia  de  Bogotá,  de  la  Sociedad 

Geográfica  de  Lima,  etc. 


VOLUMEN  I 

LOS    FUNDAMENTOS    DEL   CULTO. 

Huacas,  Conopas,  Apachitas,  Urcos, 

Huancas,  Macháis. 


QUITO.  —  ECUADOR 

Tipografía  y'Enx'Uadernación  Salesiaxas 

1919 


LA  RELIGIÓN  DEL  IMPERIO  DE  LOS  INCAS 


La  Relijióq 
del  Imperio  d^  I03  Inca5 


POR 


J.  JIJÓN  Y  CA AMANO 

Indinduo  de  número  de  la  Sociedad  Ecuatoriana  de  Estudios  Históricos  Americanos, 

Socio  correspondiente  de  la  Real  Academia  de  la  Historia  de  Madrid,  de 

la  Academia  Nacional  de  Historia  de  Bogotá,  de  la  Sociedad 

Geográfica  de  Lima,  etc. 


VOLUMEN  I 

LOS    FUNDAMENTOS    DEL    CULTO. 

Huacas,  Conopas,  Apachitas,  Urcos» 

Huancas,  Macháis. 


QUITO.  -  ECUADOR 

Tipografía  y  Encuadernación  Salesianas 

1919 


.      i  2  2000 


J¡  la  sania  memoria  de  mi  rricdre. 

París,  febrero  de  !9í6- 


Digitized  by  the  Internet  Archive 

in  2010  with  funding  from 

University  of  Toronto 


http://www.archive.org/details/lareligindelim01jij 


PROLOGO 

El  presente  volumen,  es  el  primero  de 
aquellos  en  que  nos  proponemos  estudiar 
la  religión  del  Imperio  de  los  Incas,  tal 
cual  era  al  tiempo  de  la  conquista  espa- 
ñola y  como  nos  las  dan  a  conocer  los 
escritores  contemporáneos,  o  poco  poste- 
riores al  derrumbamiento  de  la  monarquía 
de  los  sucesores  de  Manco  Cápac. 

Las  creencias  y  supersticiones  incaicas, 
fuéronse  acrecentando  a  medida  que  se 
ensanchaba  el  Imperio,  el  que  si  impuso 
el  culto  dinástico,  el  del  Sol  y  los  Incas, 
no  procuró  extinguir  las  religiones  de  las 
naciones  conquistadas  sino  que,  muy  al 
contrario,  dejando  libre  curso  a  sus  ma- 
nifestaciones, procuró  incorporarlas  en  la 
religión  incaica. 


II        Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

Así  el  Imperio,  al  principiar  el  siglo 
XVI,  estaba  muy  lejos  de  presentar  un 
aspecto  religioso  uniforme;  era  un  mosai- 
co de  creencias;  este  mosaico  es  el  que 
nosotros  nos  proponemos  analizar. 

El  Imperio  que  estudiamos,  es  el  que 
quedó  formado  de  un  modo  estable,  des- 
pués de  las  conquistas  de  Guayna  Oápac, 
esto  es,  la  región  ocupada  hoy  por  las  Re- 
públicas del  Ecuador,  Perú  y  Bolivia.  El 
N.  O.  Argentino,  no  lo  consideramos  par- 
te integrante  del  Señorío  del  Cuzco,  por 
más  que  los  Incas  hayan  ejercido  notable 
influencia  y  dominio  sobre  los  aborígenes 
de  esa  región,  pues  nunca  fue  incorporado 
de  un  modo  tan  completo  en  el  Imperio, 
como  por  ejemplo  Quito. 

Consideramos  en  esta  obra  la  religión, 
como  un  fenómeno  social,  propio  a  la  na- 
turaleza del  hombre  y  la  estudiamos  con 
criterio  antropológico.  Cada  fenómeno  re- 
ligioso, lo  anahzamos  comparativamente 
con  los  fenómenos  semejantes,  que  se  ob- 
servan en  otros  pueblos  de  nuestro  Con- 
tinente y  del  Viejo  Mundo,  así  el  estudio 


Prólogo  III 

de  la  religión  incaica,  es  también  el  de  los 
fenómenos  religiosos  que  en  ella  ocurren. 
Al  hacer  las  comparaciones,  no  pretende- 
mos establecer  relación  genética  entre  unos 
ejemplos  y  otros;  simples  coincidencias  de 
la  naturaleza  humana,  u  obra  de  con- 
tacto y  propagación  cultural,  sólo  nos  in- 
teresan en  cuanto  nos  dan  a  conocer  la  esen- 
cia del  hecho  religioso,  que  investigamos. 

Cuando  hayamos  llegado  al  fin  de 
nuestra  empresa  y  anahzado  las  creen- 
cias, supersticiones,  ritos  y  cosmogonías  de 
los  subditos  de  los  Incas  y  hayamos  tra- 
zado un  cuadro  bastante  completo  de  los 
fenómenos  religiosos  primitivos,  entonces 
y  sólo  entonces  trataremos  de  determinar 
el  origen  de  las  ideas  de  los  antiguos  pe- 
ruanos, acerca  de  lo  sobrenatural. 

Si  alguna  vez,  en  el  curso  de  este 
libro,  nos  hemos  referido  a  las  creencias 
judaicas  o  a  las  prácticas  cristianas,  ha 
sido  tan  solamente  a  la  parte  formal  y 
ritual  de  ellas,  no  al  dogma,  que  creyén- 
dolo divinamente  revelado,  lo  tenemos  por 
extraño  a  las  leyes  evolutivas  que  rigen  a 


rv       Ebligión  del  Imperio  de  los  Inoas 

los  fenómenos  religiosos,  en  cuanto  son 
hechos  humanos;  mas  tratando  esta  obra 
de  rehgiones,  declaramos  paladinamente 
someter  todas  las  afirmaciones  que  en  ella 
se  contienen,  a  la  revisión  de  la  Autoridad 
Eclesiástica,  pues  respetamos  como  infali- 
bles, las  enseñanzas  de  la  Iglesia  Catóhca. 


CAPITULO   I 

LAS    HUACAS 

Los  historiadores  del  Perú,  deslumbrados 
por  el  brillante  culto  del  Sol,  seducidos  por 
las  afirmaciones  del  Inca  Garcilaso  o  siguien- 
do la  corriente,  ya  tan  marcada  en  el  mismo 
siglo  Xyi,  de  atribuir  a  los  Incas  una  reli- 
gión monoteísta,  han  incurrido  no  pocas  veces, 
en  el  error  de  no  prestar  el  interés  debido  a 
otras  manifestaciones  de  la  religiosidad  perua- 
na, que,  no  por  ser  menos  elevadas  y  poéticas, 
son  menos  interesantes,  para  llegar  al  verda- 
dero conocimiento  de  la  mentalidad  de  los  in- 
dios precolombinos  de  esa  parte  de  la  América 
del  Sur,  ya  que  constituían  el  fondo  mismo  de 
sus  creencias  religiosas,  la  parte  de  ellas  que, 
más  de  cerca,  tocaba  su  sensibilidad,  que  más 
se  relacionaba  con  sus  costumbres  domésticas 
y  a  las  que  por  más  tiempo  permanecieron  ad- 
heridos. Así,  en  los  primeros  años  del  siglo 
XYII,   los   Visitadores   de   idolatrías  casi   no 

Bellgión  del  Imperio  de  los  Incas  1 


2  Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

tienen  que  ocuparse  del  culto  del  Sol  ni  de  los 
otros  grandes  dioses  del  panteón  incaico,  mien- 
tras necesitan  emplear  todas  sus  fuerzas  para 
luchar  con  el  culto  de  las  Huacas,  que  tan  arrai- 
gado estaba  en  el  alma  de  los  naturales ;  las 
cuales,  si  en  muchas  ocasiones,  eran  imágenes 
y  pinturas  de  diversas  formas  y  materias  (1), 


(1)  Vvo  en  las  Indias  gran  curiosidad  de  hacer  Ídolos  y 
pinturas  de  diversas  materias  y  estas  adoraban  por  dioses. 
Llamavanlas  en  el  Perú  Guacas  y  ordinariamente  eran  de  ges- 
tos feos  y  disformes.  Acosfa  Historia  Natural  y  Moral  de  las 
Indias,  Sevilla,  1590,   pág.  323. 

Al  segundo  genero  (de  cosas  divinas)  pertenece  una  infi- 
nidad que  tenian  de  imágenes  y  estatuas  que  todos  eran  ído- 
los muy  venerados  por  sí  mismos  sin  que  pasase  esta  simple 
gente  adelante  con  la  imaginación  a  buscar  lo  que  represen- 
taban. Destas  unas  eran  pintadas  y  otras  entalladas  de  dife- 
rentes materias  formas  y  grandeza;  unas  eran  de  plata,  otras 
de  oro,  palo,  piedra,  barro  y  de  otras  cosas;  unas  tenían  forma 
humana,  y  otras  de  diversos  anímales,  peces,  aves  y  legum- 
bres, como  de  carneros,  culebras,  sapos,  guacamayos,  de  ma- 
zorca de  maíz,  y  otras  semillas  y  legumbres,  muy  bien  contra- 
hechas. De  las  figuras  de  animales  las  mas  eran  de  menor 
tamaño  que  sus  ejemplares,  porque  tenian  estatuas  de  hombres 
no  mayores  que  un  dedo  de  la  mano.  En  esta  tan  grande 
diversidad  de  ídolos  he  notado  una  cosa  particular,  y  es,  que 
los  que  tenian  formas  de  animales  y  legumbres  eran  comun- 
mente mas  bien  obrados  é  imitaban  con  mas  propiedad  lo  que 
significaban ;  pero  los  de  figura  humana  tenian  de  ordinario  tan 
feos  y  disformes  gestos,  que  mostraban  bien  en  su  mala  cata- 
dura ser  retratos  de  aquel  en  cuya  honra  los  hazían  que  era 
el  Demonio.  Cobo  (B)  Historia  del  Nuevo  Mundo.  Sevilla  1892. 
Tomo  m,  pg.  846. 


Las  Huaoas  3 

de  gestos  feos  y  deformes,  para  el  gusto  de  los 
españoles,  eran,  más  a  menudo,  objetos  natura- 
les, tales  como  montes,  rocas,  islas,  fuentes,  etc., 
etc. ;  a  los  cuales,  puesto  quo  adoraban,  supo- 
nían dotados  de  alma  y  conocimiento,  proce- 
diendo así  por  aquel  estado  inferior  de  la  men- 
te, que  se  designa  con  el  nombre  de  animismo 
y  que  consiste  en  atribuir  poder  volitivo  y 
comprensivo  a  los  objetos  naturales,  o  que,  se- 
gún la  definición  de  Reinacb,  es  la  proyección 
al  exterior  de  la  inteligencia  obscura,  que  obra 
en  los  salvajes  y  en  los  niños,  poblando  el 
mundo,  y,  en  particular,  los  seres  y  objetos 
que  les  rodean,  de  vida  y  sentimientos  seme- 
jantes a  los  suyos  (1).  Concepción  primitiva 
que  se  encuentra  entre  los  salvajes  y  los  niños 
y  de  la  cual  es  fácil  descubrir  supervivencias 
aun  en  las  sociedades  cultas. 

El  hombre  primitivo  no  siente,  como  nos- 
otros, la  diferencia  que  le  separa  de  los  otros 
seres  de  la  creación   (2);    bastarían,  para  de- 

(1)  Reinach  ÍSalomon),    Cuites  Mythes  et  Keligions,    To- 
mo I,  París,  1905,  pg.  I. 

Id.  id  Orpheus,  París,  1909,  pg.  8. 

(2)  Lang  (A.)    Mythes  Cuites  et  Religions,  Trad.  franc. 
par   Mariller.  París,  1896,  pg.  149. 

Beville  (Albert).     Histoire    des  religions,    Tomo  I,    París, 
1883.  pg.  46  a  78. 


4  Eeligióít  del  Imperio  de  los  Incas 

mostrarlo,  las  ideas  que,  acerca  del  tótem,  tie- 
nen mnclios  pueblos  salvajes.  Mas,  sin  ir  tan 
lejos,  tenemos  a  nuestra  vista  y  ocurren,  dia- 
riamente, en  nuestro  alrededor,  heclios  de  igual 
fuerza  probatoria.  ¿  Quién  no  ba  visto  a  un 
niño  dirigirse  a  los  perros  o  a  otros  animales, 
y  bablarles,  como  si  éstos  fuesen  capaces  de 
comprender  sus  palabras?  ¿Y  qué  hombre 
adulto  no  ha  hablado,  alguna  vez,  a  un  perro 
a  un  gato  o  a  un  caballo?  Personas  rústicas 
hay  que  sostieuen  largas  conversaciones  con 
sus  animales,  que  los  aconsejan  y  amonestan 
cual  no    harían  con  un   niño  pequeño  ( 1 ),    y 


Im  Thurn  Among  tlie  Indians  of  Guiana,  London,  1883, 
pg.  351  a  353. 

( 1 )  Estos  sentimientos,  que,  hoy  día,  se  manifiestan  tan 
sólo  de  un  modo  irreflexivo  o  en  las  clases  inferiores  de  la 
sociedad,  se  traducían  en  épocas  anteriores,  en  hechos,  plena- 
mente conscientes  y  ejecutados  por  la  autoridad  social ;  asi  en 
Francia,  se  seguía  proceso  a  los  toros  que  mataban  a  un  hom- 
bre, sometiéndoles  a  pena  de  muerte.  Ejemplos  de  tales  jui- 
cios se  encuentran  desde  el  año  de  1120  hasta  el  de  1740,  en 
el  cual  fué  ejecutada,  por  última  vez,  una  vaca.  En  Grecia 
se  seguía  juicio  a  los  animales  y  aun  a  objetos  inanimados, 
que  habían  causado  mal  a  un  hombre.  Así,  en  Atenas  había 
un  edificio,  especialmente  dedicado  a  este  género  de  procesos, 
el  Prytaneum  «donde  hierros  y  otros  objetos  sin  vida  son 
llevados  a  prueba»  (Pausanias,  L.  I,  Cap.  XXVTII).  Frazer 
Pausanias's  description  of  Greece,  Vol.  I,  pg.  43,  Vol.  11,  pg. 
370,  London,  1898).  No  faltan  ejemplos  parecidos  en  la  legis- 
lación mosaica.    Asi,  en  el  Éxodo,  cap.  XXI,   leemos:  28  «Si 


Las  Hüacas  5 

que  distraen   las  horas  de  soledad  en  compa- 
ñía de  un  gato  o  de  un  perro. 

Igual  proceder  se  observa,  si  bien  con 
menos  frecuencia,  con  los  objetos  inanimados, 
a  los  que  niños  y  salvajes  dotan  de  vida.  Muy 
citado  ha  sido  el  hecho  de  los  niños  que,  des- 
pués de  caerse  o  golpearse,  tratan  de  hacer 
mal  al  objeto  que  ha  sido  causa  de  su  dolor 
como  si  fuese  el  responsable  y  quisiesen  escar- 
mentarle, para  que  no  repitiera  el  hecho.  Ee- 
nómeno  que,  menos  claro  y  consciente,  se  ex- 
perimenta también,  en  los  hombres  maduros, 
cuando,  por  ejemplo,  arrojan  al  suelo  el  bas- 
tón con  que  se  han  golpeado,  o  imprecan  al 
objeto  que  les  ha  causado  dolor. 

Estos  hechos  han  sido  explicados  por  Spen- 
cer,  como  derivados  del  culto  de  los  muertos. 
Este  filósofo,  cuya  adhesión  a  las  doctrinas 
evolucionistas  es  bien  notoria,  sostiene  que  ya 
los  animales  superiores  saben  distinguir,  per- 
fectamente, los  seres  vivos  de  los  que  no  lo 
son,  fundándose  en  el  movimiento  que  tienen 
por  propiedad  exclusiva  de  los  primeros  y  que, 
por    consiguiente,    el    animismo  de   los   niños 

un  buey  acorneare  a  un  hombre  o  a  una  mujer,  y  murieren, 
sea  apedreado:  y  no  se  comerán  sus  carnes».  (La  Santa  Bi- 
blia traducida  por  Scio,  Barcelona,  Tomo  I,  1910,  pg.  270). 


6  Kbligión  del  Imperio  de  los  Inoas 

con  respecto  a  los  objetos  inertes  o  es  debido 
a  pobreza  del  lenguaje  o  es  causado  por  pre- 
conceptos  de  educación.  Así,  según  este  autor, 
la  explicación  del  culto  de  piedras,  montes, 
fuentes  etc.  sería  necesario  buscarla  en  el  cul- 
to de  los  muertos,  a  cuyos  espíritus  servirían 
aquéllos  de  residencia,  y  el  que,  a  su  vez,  se- 
ría originado  por  los  sueños  que  le  revelan  al 
primitivo  la  espiritualidad  de  su  alma  (1). 

Teoría  que,  además  de  ser  muy  artificial, 
está  basada  en  afirmaciones,  cuya  verdad  pue- 
de ser  controvertida.  En  efecto,  hay  buenas 
razones  para  creer  que  los  animales  son  ani- 
mistas,  en  ciertas  ocasiones,  como  cuando  los 
perros  ladran  a  la  luna,  muerden  el  palo  o 
piedra  con  que  se  les  ha  querido  herir,  o  cuan- 
do un  caballo  se  espanta  ante  un  objeto  de 
forma  singular  y  se  resiste  a  pasar  junto  a  él, 
aunque  no  haya  en  él  nada  que  pudiere  sus- 
citar la  idea  de  movimiento  (2). 

El  animismo  o  naturalismo  como  se  lo 
quiera  llamar,  que  no  implica  la  creencia  en 

(1)  Spencer  (Herbert^.  Principes  de  Sociologie,  Traduc- 
ción francesa  de  Cazelles,  Paris,  1890,  Tomo  I,  pg.  435  a  499. 

(2)  Eeville  (A.lbert).  La  nouvelle  théorie  évliémóriste.  M. 
Herbert  Spencer. — Annales  du  Musee  Guimet  Revue  de  l'his- 
toire  des  religions,  Tomo  4",  París,  1881. 


Las  Huaoas  7 

espíritus  independientes,  sino  tan  sólo  la  su- 
posición que  los  objetos  inanimados  o  «son  vi- 
vos, a  causa  de  sus  propias  facultades,  o  por- 
que son  en  sí  poderosos »  (1),  debe  ser  expli- 
cado como  un  hecho  primario,  originado  en 
la  naturaleza  de  la  mente  humana,  aún  no 
desarrollada,  y  no  como  un  producto  derivado 
más  o  menos  artificial  (2).    Pues  por  extraño 


íl)  Clodd  (Edward),  Animism  the  Seed  of  Religión,  Lou- 
don,  1905,  pg.  22. 

(2)  Más  de  una  explicación  de  este  fenómeno  tan  gene- 
ral lia  sido  formulada ;  pero,  como  no  puede  menos  de  espe- 
rarse en  materia  tan  difícil  y  compleja,  casi  todas  ellas  tienen 
el  inconveniente  de  ser  demasiado  exclusivas  y  simplistas  y 
de  no  tener  en  cuenta  el  verdadero  estado  intelectual  de  los 
primitivos. 

En  la  clásica  obra  de  Lubbock  «The  Origen  of  Civilisa- 
tion »   se  encuentra  la  teoria  siguiente : 

Partiendo  del  supuesto  que  los  salvajes  atribuyen  vida  a 
cuanto  tiene  movimiento,  se  explica  el  culto  a  las  corrientes 
de  aguas,  al  sol,  la  luna  etc.  Se  dice  que  la  religión  de  los 
salvajes  no  consiste  en  el  profundo  sentimiento  del  espíritu, 
sino  en  un  gran  temor  de  un  mal  inmediato  o  en  el  deseo  de 
un  bien  próximo ;  que  la  noción  que  tienen  de  deidad  es  esen- 
cialmente diversa  de  la  nuestra,  pues,  en  lugar  de  ser  sobre- 
natural, es  sólo  natural  y  se  insiste  en  el  sentimiento  que 
podemos  llamar  místico,  que  producen  las  grandes  selvas,  las 
rocas  y,  en  general,  toda  comunión  estrecha  con  la  naturale- 
za. (Lubbock,  The  Origen  of  Civilisation,  London,  1882,  pgs. 
285  a  287, 

Para  otros  antropólogos,  el  animismo  es  debido  a  que,  en 
conformidad  con  aquella  primitiva  y  pueril  filosofía,  en  la  cual 
la  vida  humana  parece  la  clave  directa  para  la  interpretación 


8  Eeligión  del  Imperio  de  los  Inoas 

e  imposible  que  parezca  a  nuestras  mentes  de 
civilizados  el  atribuir  vida  y  poder  a  objetos 


de  toda  la  naturaleza,  la  teoría  de  los  salvajes  acerca  del  uni- 
verso refiere  sus  fenómenos  a  la  acción  sapiente  de  espíritus 
personales.  Así,  no  sería  el  animismo  producto  de  una  espon- 
tánea fantasía,  sino  de  una  reflexión  lógica  de  los  salvajes  de 
que  no  hay  efecto  sin  causa,  y  la  aplicación  al  mundo  exte- 
rior del  único  origen  de  actividad  que  conocen,  esto  es,  el  ac- 
to voluntario.  Asi,  todos  los  fenómenos  de  la  naturaleza  se- 
rían producidos  por  el  querer  de  los  espíritus,  que  imaginan 
residentes  en  sus  alrededores.  (Tylor,  Primitive  culture,  Lon- 
don,  1891,  Tomo  n,  pg.  109.  —  Gohlet  d'Alviella,  The  Concep- 
tion  of  God,  London,  1892,  pg.  52.  —  In  Animism  in  Hastings 
Encyclopaedia,  pg.  535.  —  Hewitt,  Orenda,  American  Anthro- 
pologist,  N.  S.,  Vol.  IV,  Lancaster,  1902,  pg.  33). 

hn  Thiiim,  cuyas  observaciones  sobre  el  valor  que  los  sal- 
vajes dan  a  los  sueños  son  tan  valiosas,  opina  que  los  primi- 
tivos, raciocinando  por  su  experiencia  y  en  vista  de  que  su 
propio  espíritu,  cuando  sueñan,  se  mueve  con  completa  acti- 
vidad, mientras  su  cuerpo  permanece  inmóvil,  no  se  extrañan 
de  que  las  inertes  rocas  tengan  espíritu  activo.  Cuando  al 
salvaje  le  ocurre  algún  mal,  lo  cree  originado  por  el  objeto 
inerte  que,  inmediatamente,  se  lo  ocasiona;  y,  cuando  le  so- 
breviene una  desgracia,  después  de  haber  visto  un  objeto  de 
forma  extraña,  se  la  atribuye  a  éste.  Cree,  además,  este  autor 
que  los  vegetales  sirven  de  intermedio  al  primitivo,  para  atri- 
buir vida  a  las  rocas,  ya  que,  siendo  inanimados,  le  consta 
viven.  (Im  Thurn,  Among  the  Indians  of  Guiana,  London, 
1883,  pgs.,  355  y  356). 

Clodd  propone  una  explicación  intermedia  entre  las  dos  : 
Según  él,  «la  distinción  enti-e  cuerpo  y  espíritu,  que  explica 
al  hombre  su  propia  actividad,  era  la  clave  de  las  acciones  de 
las  cosas  animadas  e  inanimadas.  Una  vida  y  querer  personal 
las  controlaba».  La  concepción  de  vida  en  las  cosas  sin  mo- 
vimiento   sería  debida   a  las    ideas  que    los  primitivos    tienen 


Las  Huaoas  d 

inertes,    es  el    animismo    un  estado    común  a 
casi  todos  los  pueblos  salvajes  y  se  encuentra 


acerca  de  los  sueños.     (Coldd,  Animism,   London,   1906,    pgs. 
26  a  51). 

En  la,  por  muchoa  títulos,  valiosa  introducción  a  la  iiis- 
toria  de  las  religiones  del  Profesor  Toy  se  halla  una  explica- 
ción del  animismo  muy  interesante.  En  este  libro  se  lee  que 
las  «tribus  más  salvajes,  que  nos  son  conocidas,  miran  el 
mundo  entero,  la  naturaleza,  los  muertos,  como  cosa  de  te- 
merse y,  a  veces,  como  seres  a  quienes   se  debe  propiciar 

Esta  teoría,  dados  los  puntos  de  vista  de  los  salvajes,  es  ine- 
vitable. Ignorantes  de  lo  que  llamamos  ley  natural,  no  pueden 
ver  la  razón,  por  la  cual  los  fenómenos  de  la  vida,  no  esta- 
rían controlados  por  alguno  de  los  poderes  por  ellos  conocidos ; 
y  la  fuente  de  estos  poderes  la  buscan  en  las  cosas  que  están 
en  sus  alrededores.  Todos  los  objetos  de  la  naturaleza  son 
misteriosos  para  el  salvaje,  y  llenos  de  movimientos  y  aparen- 
tes capacidades,  que  inducen  a  los  salvajes  a  ver  en  ellos  las 
causas  de  las  cosas;  y  como  sus  procederes  les  parecen,  gene- 
ralmente, semejantes  a  los  suyos,  los  suponen  dotados  de  una 
naturaleza  parecida.  Como  son  misteriosos  y  potentes,  los  te- 
men y  tratan  de  aliarse  con  ellos  o  protegerse  de  sus  nocivos 
influjos».  [Toy,  Introduction  to  tbe  History  of  Religions, 
Boston,  1913,  pgs.  99  y    100). 

Conceptos  diferentes  sobre  estas  materias  tienen  Irving 
King,  en  cuyos  escritos  leemos:  «Oscuros  como  son  los  orígenes 
de  la  cultura,  es  posible que  la  primera  filosofía  del  hom- 
bre, si  una  concepción  tan  simple  puede  llamarse  filosofía,  no 
fué  animista,  esto  es,  no  era  una  concepción  del  mundo,  como 
movido  por  un  número  más  o  menos  grande  de  agentes  espiri- 
tuales y  conscientes.  Era,  más  probablemente,  una  concepción 
parecida  a  aquella,  tan  general  boy,  entre  muchos  salvajes,  de 
que  existe  en  la  naturaleza  una  fuerza  impersonal  y  semimecáni- 
ca,  que  el  hombre  puede  en  parte  usar  en  su  provecho» .  King, 
The  Developement  of  Religions,  New  York,  1910,  pg.  117. 


10        Eeligión  del  Impeeio  db  los  Ingas 

en  los  países  y  razas  más  diferentes,  donde  no 
sólo  se  atribujen  vida  y  poder  a  piedras,  árbo- 
les, fuentes,  montañas  y  otros  seres  inanima- 
dos (1),  sino  que  se  los  considera  más  poderosos 
que  el  hombre,  y,  por  esto,  se  les  rinde  culto. 

Ocioso  e  imposible  sería  enumerar  todos 
los  pueblos  en  que  existen  creencias  animis- 
tas;  pero  no  estará  por  demás  recordar  a  la 
consideración  del  lector  algunos  ejemplos,  a  fin 
de  demostrar  la  universalidad  del  fenómeno  y 
precisar  su  significación  y  el  nivel  de  cultura 
en  que  se  presenta,  para  que,  así,  sea  más  fácil 
el  formarnos  una  idea  aproximada  del  estado 
de  civilización  en  que  se  encontraba  Tahuan- 
tinsuyo,  al  tiempo  de  la  conquista  española, 
materia  sobre  la  que  han  corrido  y  corren  aún 
en  el  mundo  científico,  ideas  muy  lejanas  de 
la  verdad. 

Los  esquimales  creen  en  espíritus  del  mar, 
de  los  vientos  y  de  las  nubes,  y,  según  ellos, 
todo  lugar,  por  algún  concepto  notable,  tiene 


(1)  Frazer,  Le  Rameau  d'or,  Trad.  Franc.  de  Stiebel  y 
Toutain,  Tomo  III,  París,  1911,  pg.  5. 

Beville  (A.),  Histoire  des  religions,  Tomo  II,  París,  1883, 
pg.  222. 

Hastings,  Encj'cloepedia  of  Religión  aud  Etliics.  Animism, 
Vol.  I,  Edinbourgh,  1908,  pg.  635. 


Las  Huaoas  11 

espíritu  guardián  (1),  de  carácter  malévolo, 
a  quien  es  necesario  propiciar,  mediante  sa- 
crificios adecuados. 

Gentes  de  este  mismo  pueblo,  nos  cnenta 
Spencer,  atribuyeron  vida  a  un  organillo  y  a 
una  caja  de  música,  y  supusieron  que  ésta  era 
hija  de  aquel  (2). 

Al  decir  de  Boas,  todas  las  poblaciones 
indígenas  de  la  América  del  Korte  son  ani- 
mistas  (3),  y,  según  Dormán,  el  culto  de  los 
objetos  naturales,  tales  como  montañas,  rocas, 
desfiladeros  etc.  etc.  y  de  todo  lugar  que  pre- 
senta alguna  singularidad,  prevalece  en  toda 
la  América  Setentrional  (4). 

Afirma  Jones  que  la  religión  Algonquín 
es  un  puro  y  candido  animismo,  en  el  cual 
86  adora   un  objeto,    cuando  se  cree    que  éste 

(1)  Turner  'L.),  Ethnologie  of  tlie  Ungave  District, 
Hudson  Bay  territory  (Smithsonian  Institution  ll"*  annual 
report  of  the  Burean  of  Ethnologie,  1880  —  90,  Washington, 
1894,  pg.  494. 

(2)  Spencer  (H.),  Principes  de  sociologie,  Trad.  franc. 
de  Cazelles,  Paris,  1890,  Tomo  I,  pg.  187. 

(3)  Boas  (F.),  Second  General  Report  of  the  Indians  of 
British  Columbia.  Report  of  the  60""  meeting  of  the  British 
Association  for  the  Advencement  of  Science.  London,  1901. 

(4)  Dormán,  The  origin  of  Primitivo  Superstitions, 
Philadelfia,  1881,  pg,  300.  Véase,  también,  Reville,  Histoire 
des  religions,  París,  1883,  Tomo  I,  pg.  225. 


12        Eeligión  del  Impeeio  de  los  Inoas 

tiene  poder  en  potencia  de  hacer  bien  o  mal, 
sirviendo  de  criterio  para  reconocer  la  presen- 
cia de  esta  fuerza  el  efecto  emocional  que  el 
individuo  experimenta  en  presencia  del  obje- 
to   (1). 

Los  iroquíes  y  hurones  eran,  también, 
animistas,  llegando  estos  últimos,  en  este  or- 
den de  ideas,  hasta  propiciar  a  sus  redes  de 
pesca,  rogándoles  se  desempeñasen  bien  en  su 
oficio ;  para  lo  que,  con  variadas  ceremonias, 
las  desposaban,  anualmente,  con  dos  mucha- 
chas (2). 

Los  hidastas,  miembros  setentrionales  de 
la  familia  Siouan  o  Dacota,  prestan  inteligen- 
cia a  la  sombra  de  los  grandes  árboles  (3). 

Los  omahas,  otra  tribu  Siouan,  creen  que 
las  cosas  inanimadas  están  dotadas  de  vida  y 
las  suponen  semejantes  al  hombre ;  así,  ritual- 
mente,  llaman  a  las  piedras  «  viejos  »   (4). 

(1)  Jones  (W.),  The  Algonkin  Manitou. — Journal  of 
American  Folk  —  lore,  Vol.  XVIII,  pg.  183,  Boston,  1905. 

(2)  Parkman  (F.),  The  Jesuits  in  North  America,  Bos- 
ton, 1867,  p.  Ixix. 

(3)  Frazer,  Le  Ramean  d'Or,  tracl.  franc.  de  Stiebel  y 
Toutain,  Tomo  III,  París.  1911,  pg.  5. 

;4)  Fletcher  (A.),  A  Study  from  the  Omaha  tribe.  Abs- 
tracts  —  Proceedings  of  the  American  Association  for  the 
Advencements  of  Science,  1897,  Salen,  1898,  pg.  326  y  27. 


Las  Htjaoas  13 

Eácil  sería  multiplicar  ejemplos  semejan- 
tes, buscándolos  entre  otras  naciones  de  la 
América  del  ís'orte,  tales  como  las  que  moran 
en  la  Oolumbia  Británica,  en  el  estado  de 
Washington  o  en  la  California. 

Entre  los  mejicanos,  el  pueblo  de  Amé- 
rica dotado  de  una  mitología  más  desarrolla- 
da, los  mercaderes,  veneraban  al  cayado,  que 
les  había  servido  de  apoyo,  en  sus  viajes,  el 
cual  se  transformaba  entonces  en  Yacatecutli, 
dios  de  los  caminantes  (1). 

Los  antiguos  cronistas  castellanos  nos  han 
conservado  la  memoria  de  un  hecho,  que  pone 
muy  en  relieve  el  animismo  de  los  aborígenes 
de  Cuba.  El  Cacique  Hautey,  cuando  supo  la 
resolución  de  Colón  de  pasar  de  la  Isla  Espa- 
ñola a  Cuba,  juntó  a  su  gente  y  le  recordó 
las  crueldades  de  los  españoles  y  le  dijo  que 
todo  aquello  lo  hacían  por  un  señor  muy  gran- 
de, a  quien  amaban  mucho,  y  que  le  quería 
mostrar  « sacó  (entonces)  una  cestilla  de  pal- 
»  ma,  en  que  tenía  oro  y  dixo  «  Yeis  aquí  su 
»  señor  a  este  sirven  y  tras  este  andan  y  como 
»  aveys  oido,  ya  quieren  pasar  acá,  no  preten- 
»  diendo    más  de    buscar  a  este    señor  y    por 

( 1 )     Sahagiin.  —  Historia  General  de  las  cosas  de  Nueva 
España.  Yol.  I.  —  México  —  1829,  pg.  31. 


14        Eeligión  del  Impeeio  de  los  Ikcas 

»  tanto  hagámosle  aquí  fiesta  y  bayles  porqne 
»  quando  vengan  les  diga  qne  no  nos  liaga 
»  mal »  comen9aron  a  baylar  j  cantar,  hasta 
»  que  todos  quedaron  cansados  »   (1). 

Según  Reville,  la  religión  naturalista  o 
animista  de  la  mayor  parte  de  los  indígenas 
de  la  América  del  Sur  es  de  una  gran  pobre- 
za de  formas  (2). 

Los  indios  de  la  Guayana  creen  que  el 
espíritu  puede  pasar  del  cuerpo  de  su  dueño 
a  un  objeto  animado  o  inanimado.  Los  bru- 
jos malévolos  o  Kenaima  persiguen  a  sus  víc- 
timas en  forma  de  jaguares  o  de  otros  anima- 
les feroces.  El  objeto  que  el  paiman  o  curan- 
dero finge  extraer  del  cuerpo  del  enfermo,  sea 
dotado  de  vida  o  inerte,  es  tenido  por  encar- 
nación, corpórea  del  espíritu  del  Kenaima,  que 
entró  en  el  cuerpo  del  paciente,  para  causarle 
el  mal. 

Estos  indios  dotan  de  alma  a  las  plantas 
y  a  las  rocas  y  montes;  así,  en  la  estación  de 
verano,  cuando  los  ríos  están  bajos,  las  piedras 


(1;  Herrera  (A.),  Historia  general  de  los  hechos  de  los 
Castellanos  en  las  Islas,  Tierra  Firme  y  Mar  Océano.  —  Ma- 
drid, 1683,  Tomo  I,  pg.  293. 

(2j  Jteville,  (A.),  Histoire  des  religions,  París,  1883,  To- 
mo I.  pg.  406. 


Las  Huaoas  15 

qne  se  encnentran  en  el  canee  de  éstos,  en  la 
parte  qne  el  agna  las  cnbría,  presentan  nna 
patina  negra  vidriosa,  los  indios  no  qnieren 
se  hable  del  aspecto  qne  entonces  presentan, 
porque  creen  qne,  avergonzadas  las  piedras,  se 
irritarán  y  les  cansarán  males. 

En  el  río  del  Esceqnivo  hay  nna  piedra 
cnriosa,  que  los  indios  no  permiten  nombrar 
j  que  procuran  no  sea  vista  por  nadie  j  qne 
ellos  nunca  miran. 

Toda  roca,  de  aspecto  singular,  la  creían 
dotada  de  espíritu.  La  misma  opinión  tenían 
de  las  caídas  de  agna  y  de  muchos  objetos 
inanimados. 

Los  Caribes,  que  moraban  en  el  río  Pome- 
rum,  cuando  apareció  una  peste  de  viruelas, 
se  retiraron  del  lugar,  cortando  en  el  camino 
grandes  árboles,  para  impedir  que  la  peste  les 
siguiese  (1). 

Los  araunas  tenían  en  su  templo  nn  dios 
que  llamaban  el  Guarda,  que  era  diez  lanzas  de 
chonta,  de  dos  yardas  de  largo,  muy  pulidas, 
y  cuya  punta  era  otra  pieza  de  madera   (2). 

(1)  Im  Thxirn  Among  the  Indians  of  Guiana,  London, 
1883,  pgs.  349,  354  a  56. 

'2)  Churche  {G.),  Aborígines  of  South  America,  London, 
1912,  pg.  146. 


16        Eeligión  del  Impeeio  de  los  Incas 

Los  chibclias  rendían,  como  los  peruanos, 
culto  a  todos  los  objetos  naturales  que  presen- 
taban alguna  singularidad    (1). 

Ko  es  el  animismo  exclusivo  de  América; 
en  el  Yiejo  Mundo  abundan  ejemplos  de  este 
fenómeno. 

Para  los  negros  de  África  toda  la  natu- 
raleza es  animada;  j  los  fenómenos  naturales, 
obra  de  un  ser  vivo.  Su  incapacidad  mitoló- 
gica, su  impotencia  de  concebir  un  organismo 
superior  hacen  que  teman  y  veneren  las  cosas 
que  están  a  su  alcance,  aun  las  más  humildes, 
por  poco  que  éstas  hieran  su  imaginación  y  les 
parezcan  misteriosas,  a  cualquier   título    (2). 

Los  naturales  del  Bajo  Kíger  llegan,  en 
su  animismo,  hasta  venerar  sus  utensilios  de 
cocina  (3). 

En  general,  todos  los  africanos  del  Oeste 
creen  que  un  espíritu  vive  o  puede  vivir  en 
todos  los  objetos  notables,  tales  como  cuevas, 
rocas,  árboles,  selvas.  Estos  espíritus  no  los 
consideran    unidos  con  el  objeto,  pero  juzgan 

^1)  Pedro  Simón,  Noticias  Historiales,  Bogotá,  ]891,  Vol. 
n,  pg.  294. 

(2j     Eeville,  op.  cit.,  pgs.  62  y  188. 

(3)  Leonard,  The  Lower  Niger  and  its  tribes,  London, 
1006,  pg.  310  a  341. 


Las  Huaoas  17 

que  éste  les  sirve  de  ordinaria  morada.  En 
nn  punto  del  curso  del  río  Ongowe  hay  una 
gran  piedra,  que  forma  una  como  represa  y 
dificulta  la  navegación :  los  negros  creen  que 
es  el  espíritu  de  la  piedra  que  no  quiere  que 
pasen  más  allá  las  canoas  (1). 

En  Asia  no  es  más  raro  el  animismo  que 
en  el  Continente  negro.  Hay  gentes  en  Siberia 
que  tienen  escasas  noticias  acerca  de  los  espí- 
ritus y  adoran  objetos  naturales,  personificán- 
dolos (2). 

Ciertos  pueblos  de  la  India  atribuyen  es- 
píritu a  infinidad  de  objetos  inanimados,  por 
humildes  y  vulgares  que  éstos  sean;  así,  una 
mujer  propicia  su  cesto  o  sus  utensilios  de 
menaje  (3). 

Los  karens  de  Burma  creyeron  que  los 
relojes  eran  seres  vivos   (4). 

De  los  koussa  kafl&rs  se  cuenta  que,  ha- 
biendo muerto  uno  de  sus  Jefes,  pocos  dias 
después  de  haber  roto  una  ancla,  sus  subditos 


(1)     Nassau,  Fetichism  in  "West  África,  London,  1904,  pg. 
60.     Tylor,  Primitive  Culture,    London,  1891,  Vol.  TI,  pg.  157. 
('2)     Reville,    Op.   cit.,  Vol.  n,  pg.  216. 

(3)  Luhhock  (J.),    Origin    of   Civilization,   London,    1882, 
pg.  291. 

(4)  Lubbock  (J.),    Origin    of   Civilization,    London,  1882, 
pg.  289. 

Beligión  del  Imperio  de  loB  Incas  2 


18         Religión  del  Impebio  de  los  Incas 

la  tuvieron  en  gran  respeto,  como  a  un  ser  que, 
habiendo  sido  injuriado,  sabía  vengarse  (1). 

En  Polinesia,  los  vientos,  los  volcanes,  las 
rocas,  todo  estaba  personificado  (2). 

En  Eidji,  creen  que,  cuando  una  piedra  se 
rompe,  va  su  alma  al  mismo  lugar  que  las  de 
los  hombres  muertos.  Si  lo  mismo  acontece 
con  una  hacha  n  otro  utensilio,  su  espíritu  va 
a  servir  a  los  dioses  (3). 

Entre  los  antiguos  pueblos  de  Europa  no 
era  desconocido  el  animismo,  del  cual  se  no- 
tan vivas  huellas  en  las  mitologías  clásicas, 
prolongándose  la  práctica  de  ceremonias,  de  él 
derivadas,  hasta  épocas  en  las  cuales  las  ideas 
que  les  servían  de  base,  habían  desaparecido. 
Baste  recordar  el  matrimonio  de  los  Dux  de 
Yenecia  con  el  Mar  Adriático. 

En  épocas  de  cultura  bastante  desarrolla- 
da encuentra  aún  el  animismo  expresión  en 
ciertas  teorías  científicas  primitivas,  como  la 
explicación  que  los  biógrafos  de  Apollonius  de 
Thyana   dan  de  las  mareas,  que  atribuyen  a  la 

(1)  Lubbock  (J.),    Origin  of   Civilization,    London,    1882, 
pg.   286. 

(2)  Reville,  Op.  cit.,  11,  49, 

(3)  Mariner,  An  account  of  the  Natives  of  Tonga  island, 
London,  1817,  pg.  137. 


Las  Huacas  19 

respiración  del  mar,  y,  hasta  ahora,  hablamos 
del  seno  del  océano  (1). 

Hay  quien  ve  animismo  en  las  imágenes 
de  los  poetas  y  en  las  metáforas  del  lenguaje 
corriente  (2);  y  si,  fundándose  en  estos  modos 
de  hablar  moderno,  no  es  posible  afirmar  que 
seamos,  conscientemente,  animistas;  no  lo  es 
el  sostener  que  somos  capaces  de  serlo,  como 
lo  prueba  el  placer  que  nos  causan  creaciones 
de  la  imaginación,  tales  como  las  fábulas  de 
Esopo  o  La  Fontaine,  los  cuentos  de  Perrault 
u  otros  semejantes,  que  son  ecos  del  animis- 
mo primitivo,  del  cual  hay  autores  que  pre- 
tenden encontrar  trazas  en  la  atribución  de 
género  a  los  nombres  de  objetos  inanimados, 
cosa  corriente  en  numerosas  lenguas  cultas, 
como  la  nuestra,  el  francés,  etc.,  etc.  (3). 

Los  peruanos  no  eran  menos  animistas 
que  ninguno  de  los  pueblos  de  que  hemos  ha- 
blado en  las  páginas  antecedentes.     Así,  cuan- 


(1)  Reville,  La  nouvelle  theorie  évhémériste  M.  H.  Spen- 
cer,  Annales  du  Musée  Guimet  Revne  de  l'Histoire  des  reli- 
gions,  T.  4,  París,   1881. 

(2)  lieinach  iS.),  Orphens,  París,  1909,  pg.  9. 

(3)  Count  Gohlet  d'Alviella,  Lectures  on  the  origin  of 
the  conception  of  God.  Hibbert  lectures,  1891.  London,  1892, 
pg.  53  y  56 


20        Eeligión  del  Imperio  de  los  Inoas 

do  un  indio  se  quebraba  o  descoyuntaba  un 
hueso,  mientras  duraba  la  curación,  tenía  mu- 
cho cuidado  el  módico  de  ofrecer  sacrificios  al 
lugar  donde  tal  cosa  había  acontecido   (i). 

Los  mercaderes  ponían  sebo    junto  a  los 
cestos  de  coca,    ají,  camarones  u  otras    cosas, 


(1)  Otros  (médicos)  había  que  curaban  quebrados  y  des- 
concertados, los  cuales  tenían  gran  cuenta  y  cuidado,  en  tanto 
que  duraba  la  cura,  de  sacrificar  en  el  lugar  donde  se  quebró 
o  desconcertó  el  enfermo.  Cobo,  Historia  del  Nuevo  Mundo, 
Sevilla,  1893,  Tomo  IV,  pg=  137. 

Esta  práctica  puede  explicarse  de  dos  modos  diferentes: 
ya  suponiendo  que  el  curandero,  que  ofrecía  sacrificios  al  lugar 
donde  se  habia  ocasionado  la  lesión,  los  bacía  al  lugar  mismo; 
o  que  iban  dirigidos  al  espíritu  del  enfermo,  cuya  ausencia, 
causa  del  mal,  se  creía  producida  por  el  golpe  que  lo  babía 
dejado  adherido  al  sitio.  Esta  segunda  hipótesis  se  halla  fa- 
vorecida por  dos  costumbres,  estudiadas  por  Frazer.  Entre  los 
indios  de  Santiago  de  Tepehuacan,  cuando  un  niño  había  caído 
de  los  brazos  de  una  persona  y  este  golpe  causábale  una  en- 
fermedad, los  padres  extendían  la  camisa  del  niño  en  el  lugar 
en  que  había  caído,  y  llamaban  al  espíritu,  para  que  volviese 
a  penetrar  en  la  criatura.  Hecho  lo  cual,  recogían  la  camisa, 
con  un  poco  de  la  tierra,  y  así  se  la  ponían  al  niño. 

Antiguamente,  en  Irlanda,  cuando  alguno  caía  a  tierra,  se 
levantaba  inmediatamente,  y,  con  la  punta  de  su  espada,  ca- 
vaba en  el  lugar  donde  había  caído,  recogía  un  poco  de  tierra, 
diciendo  que  asi  recuperaba  su  alma.  Mas,  si  del  golpe  se 
ocasionaba  alguna  enfermedad,  una  mujer,  perita  en  tales  co- 
sas, era  enviada  al  sitio  donde  se  había  ocasionado  el  daño, 
la  cual,  con  determinados  sortilegios,  trataba  de  recuperar  de 
la  tierra  el  espíritu  del  enfermo.  Frazer,  The  Golden  Bough, 
Vol.  III,  pg.  67,  London,  1914. 


Las  Huaoas  21 

destinadas  a  la  venta,  a  fin  de  obtener  mayo- 
res ganancias  (1). 

Las  mujeres  invocaban  al  fogón  y  a  las 
ollas,  pidiéndoles  guardarse  mutuamente  lar- 
gos años  (2). 

A  las  ropas  nuevas  sacrificaban,  calentán- 
dolas y  untándolas  con  zancu,  para  que  dura- 
sen mucho  y  para  que  su  dueño  no  cayese  en- 
fermo (3).  Es  de  notarse  que  los  indios  del 
Perú  creían  que  las  enfermedades  tenían  es- 
trecha relación  con  la  ropa. 

A  las  casas  suponían  dotadas  de  vida,  y 
su  construcción  daba  lugar  a  que,  reuniéndo- 
se los  del  Ayllo,  se  hicieran  fiestas  y  sacrifi- 
cios. Rociaban  con  chicha  los  cimientos,  lo  cual 
hacían  también,  al  concluir  el  trabajo,  para 
que  no  se  cayesen  las  paredes.  Adoraban  la 
madera  y  la  paja  de  la  cubierta,  para  que  du- 


(1)  118  As  puesto  sebo  junto  a  los  cestos  de  coca,  o  de 
agí,  o  de  camarones,  o  de  otras  cosas  que  quieres  vender,  pa- 
ra que  assi  tengas  mas  ganancia.  Pérez  Bocanegra,  Ritual  for- 
mulario 6  instrucción  de  curas,  Lima,  1631,  pg.  138. 

(2)  102  A  las  mujeres  se  les  a  de  preguntar :  Sueles 
dezir  al  fogón  a  las  ollas  a  los  cantaros  grandes  y  pequeños 
guardémonos  bien  el  vno  al  otro  muchos  años  adorándolos? 
Id.  id.,  pg.    137. 

^3)  82  En  acabando  de  texer  tus  ropas,  sueles  las  calen- 
tar, y  vntar  con  9ancu  diziendo,  que  lo  hazes  para  que  te  du- 
ren mucho  y  para  que  no  caigas  enfermo?    Bocanegra,  pg.  134. 


22        Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

rasen.  Colgaban  del  teclio  mazorcas  de  maíz, 
hojas  de  coca  y  cántaros  de  chicha,  para  que 
sirviesen  de  alimentos  a  la  nueva  morada.  En 
ciertos  lugares,  ponían  a  las  casas  nombres  de 
ídolos,  a  los  cuales  dedicábanlas ;  y,  mientras 
duraba  la  construcción,  siempre  que  en  ellas 
entraban  o  salían,  las  invocaban,  llamándolas 
halcones,  buitres,  y  rogándolas  les  protegiesen 
y  se  guardasen  ellas,  a  fin  de  mirarlas  mucho 
tiempo.  En  diversas  ocasiones,  vohiban  en  su 
honor  y  las  calentaban  con  zancu.  Parece  que 
el  alma  de  las  casas  se  la  imaginaban  en  forma 
de  un  pájaro. 

Antes  de  residir  en  una  nueva  vivienda, 
consultaban  con  los  hechiceros  acerca  de  la 
suerte  que  en  ella  les  aguardaba  (1). 

(1)     En  hazer  sus  casas  tenían muchas  supersticiones, 

combidando  ordinariamente  a  los  de  su  Ayllo,  rocian  con  chi- 
cha los  cimientos,  como  ofreciéndola,  y  sacrificándola  para  que 
no  se  caigan  las  paredes,  y  después  de  hecha  la  casa  también 

la  asperjan  con  la  misma  chicha en  algunas  partes  ponen 

el  nombre  de  algún  ídolo  a  quien  dedican  la  casa.  Acosta  {J.), 
Historia  natural  y  moral  de  las  Indias,  Sevilla,  1590,  pg.  37. 
91)  Cubriendo  tu  casa  o  yendo  fuera  de  ella,  o  viniendo  a  tu 
casa  de  fuera  sueles  decir:  A  casa  halcón,  a  casa  buitre,  yo  y 
tu  nos  guarde  muchos  años  fielmente  y  sin  desdicha,  y  yo  te 
guarde  y  mire  mucho  tiempo:  y  tu  assi  mismo  guárdame  a  mi 
y  diziendo  esto    adorasla? 

92  Quantas  vezes  as  hecho  velar  en  honra  de  tu  casa  y 
calentar  las  puertas  con  9ancu,  pg.  135. 


Las  Huaoas  23 

En  mnchos  pueblos,  la  casa  es  reverencia- 
da, por  representar  la  vida  de  la  familia  y  ser 

101  Quando  cubres  tu  casa  sueles  adorar  la  madera  y  la 
paja?  y  quando  la  acabas  as  colgado  en  ella  el  maíz  en  majorca 
seca,  coca,  y  chicha  para  su  matalotage.  Pg.  137,  Bocanegra, 
Op.  cit. 

Quando  han  acabado  de  hazer  la  casa  nueva  suelen  velar- 
la. Bertonio,  «Confesonario  muy  copioso  en  dos  lenguas  Ay- 
mara  y  Española.  Julí  1612),  pg.  252. 

Entró  pues  aqueste  enemigo  (el  demonio)  en  vn  banquete 
qe  vn  Indio  auia  ordenado  por  dar  alegre  contrapeso  a  la  costa 
y  trabajo  en  qe  le  estaua  una  casa  que  ya  tenia  acabada  (cos- 
tumbre muy  recebida  desta  nación,  hazer  grandes  fiestas  quan- 
do leuantan  edificios,)  assistio  el  demonio  por  grande  rato  en 
el  banquete,  con  aquella  forma,  y  figura  de  aue,  que  entro,  y 
porque  esta  relación  cobrasse  mas  crédito  con  los  testigos,  man- 
dó el  padre  Prior  llamar  vn  Indio,  el  qual  depuso  de  este  sucesso 
como  quien  le  vido,  y  de  su  boca  le  oi  yo  por  el  orden  que  aqui 
refiero.  Verdad  es  padres  mios  (dixo  el  Indio)  que  siendo  yo 
muchacho,  antes  que  esta  santa  Imagen  estuuiera  entre  nosotros, 
vi  en  mi  casa  vn  dia  grande  junta,  y  concurso  de  Indios  con- 
gregados todos  a  sus  bayles,  y  fiestas,  y  vi  ocularmente  entrar 
vna  disforme  lechuda,  que  se  asento  sobre  vna  pirua,  o  troje 
(donde  se  guarda  la  comida)  que  auia  en  aquella  junta,  y  desde 
alli  saludó  a  los  Indios,  en  lengua  Aymara,  preguntándoles  por 
su  salud,  respondieron  los  Indios  en  el  mismo  ydioma,  y  len- 
guage,  c5  sus  rudas  cortesías,  y  cansadas  sumisiones,  estar  bue- 
nos a  su  servicio.  Agradecióles  el  aue  con  palabras  amorosas 
la  respuesta,  diziendoles  el  gusto  que  tenia  de  vellos  alli  en  se- 
mejante junta.  Mas  contó  el  Indio,  que  su  padre  suplicó  a  la 
lechu9a  baxasse  del  lugar  donde  estaua,  y  se  sentasse  entre  ellos, 
a  horar  aquella  fiesta,  y  que  acudió  luego  a  sus  ruegos,  y  entonces 
su  madre  le  mádo  adorar  aquella  lechu9a,  y  que  en  señal  dello  le 
llenase  en  vn  pequeño  vaso  (que  ellos  llaman  kero)  alguna  chi- 
cha, la  qual  ofrenda  recibió  el  disfra9ado  demonio,  y  con  sus 


24        Eeligión  del  Imperio  de  los  Ínoas 

necesaria  a  su  bienestar.  Por  la  misma  razón, 
hay  pueblos  que  consideran  sagrados  los  muros 

aparentes  vñas  de  leciiu9a  pun9Ó  tanto  quanto  las  manos  del 
nueuo  copero,  que  le  auia  seruido  a  la  beuida.  Añidió  mas  el 
Indio,  que  quando  sucedió  esto  era  ya  de  noche,  y  quando  con 
muy  mezquina  luz  se  vian  los  vnos  a  los  otros,  siempre  este 
Principe  de  tinieblas  haze  en  ellas  sus  suertes. 

Es  costumbre  muy  connaturalizada  entre  los  Indios,  al  cu- 
brir, y  techar  sus  casas,  hazer  juta  de  hechizeros,  para  que  le- 
uanten  figura,  y  pronostiquen  el  bien,  o  mal  que  les  aguarda 
en  aquella  casa.  Inuocan  los  demonios  en  su  fauor,  con  can- 
tares tristes,  al  son  de  tamboriles  destemplados  (para  ellos 
suauissimos.)  Prosiguiendo  con  su  platica  el  padre  Prior  fray 
Juan  Vizcayno  (Religioso  antiguo,  y  grádemente  experto  en 
cosas  de  los  naturales)  dixo  que  vna  vez  vn  Indio  llenado  de 
curiosidad,  quiso  ver  quien  era  el  demonio  (que  de  ordinario 
assistia  en  sus  bayles  nocturnos)  y  tocando  sus  ropas,  lleno 
de  horror,  y  espato,  las  halló  de  vna  lana  fofa,  y  mojada,  muy 
asquerosa 

Por  los  años  de  1616  en  cierta  dotrina,  quatro  jornadas  del 
Cuzco,  vn  Cazique  auiendo  acabado  de  cubrir  vna  casa  nueua, 
aguardo  dia,  y  ocasión,  en  que  el  Sacerdote  que  los  doctrinaua, 
se  ausentasse  del  mismo  pueblo,  y  juntando  en  la  dicha  casa 
toda  su  parentela,  y  la  mayor  parte  del  pueblo,  hizo  vna  gran 
fiesta,  donde  fueron  muchos  los  bayles,  y  las  supersticiones  no 
pocas,  renouando  el  vso  antiguo  dellos,  por  no  auer  quien  le 
fuese  a  la  mano,  hizo  repicar  las  campanas,  y  tocar  las  chirimías: 
estando  todos  en  aquestos  bayles  entro  un  aue,  la  qual  cogió 
el  Cazique,  y  có  gran  alegría  quitádose  el  sombrero,  la  puso 
sobre  la  cabe9a  diziendo,  no  me  puede  ya  suceder  cosa  mala, 
pues  mi  valedor  me  a  visitado.  Y  como  gracias  a  Dios  están 
ya  los  mas  de  los  Indios  desengañados,  y  conoce  que  la  ley 
Euangelica  es  buena,  y  la  sola,  segura,  y  santa,  no  faltaron 
algunos  de  los  presentes  que  abominaron  el  caso;  diziendo  que 
la  aue  que  auia  entrado  en  la  casa,  era  el  demonio,  y  assi  en 


Las  Huaoas  25 

que  protegen  la  habitación  y  las  puertas  y  um- 
brales que  permiten  su  entrada  (1). 

En  el  Cuzco,  se  veneraba  a  los  caminos 
de  Ohinchasuyo  y  Pacaritambo;   al   primero  se 


breue  se  vino  a  publicar  en  toda  aquella  Prouincia,  hasta  venir 
a  noticia  del  Reuerendissimo  señor  Don  Fernando  de  Mendopa, 
Obispo  de  la  ciudad  del  Cuzco,  el  qual  me  embio  comission 
para  aueriguar  el  caso,  y  bailó  el  Cazique  muy  culpado,  que 
siguiédo  a  sus  abuelos  y  padres,  se  preciaua  de  becbizero:  y 
temeroso  del  castigo  bizo  fuga,  dexando  su  propia  patria,  dado 
con  sus  delitos  ocasión  al  Corregidor,  para  quitarle  el  oficio  de 
Cazique.  Ramos  Gavilán,  Historia  del  celebre  santuario  de  Nues- 
tra Señora  de  Copacabana,  Lima,  1621,  Cap.  XXV.  pg.lBl — 133. 

Estos  mismos  hechos  los  narra  también  Fray  Andrés  de 
San  Nicolás  Imagen  de  N.  S.  de  Copacavana  Portento  del  Nue- 
vo Mundo  ya  conocido  en  Europa,  Madrid,  1663,  pg.  17. 

Según  Atienza  la  construcción  de  una  nueva  casa,  iba  acom- 
pañada de  muchos  sacrificios  al  Sol  y  a  la  Luna.  Sacrificaban, 
en  esta  ocasión,  venados  vivos,  llamas,  cuyes  y  coca;  sacando 
a  los  animales  aun  vivos,  el  corazón,  el  cual  juntamente  con 
la  sangre  ofrecían  en  sacrificio,  comiéndose  luego  la  carne 
cruda.  Con  la  sangre  mezclada  con  harina  de  maiz  y  coca 
untan  las  paredes  para  que  se  alimenten.  Atienza  (Lope). 
Compendio  historial  del  estado  de  los  indios  del  Perú.  Este 
manuscrito  inédito,  que  publicamos  como  apéndice  a  este  es- 
tudio, fue  escrito  entre  1571  y  1574. 

(1)  Tylor,  Primitivo  culture,  London,  1891,  Tomo  I,  pg* 
104  a  108. 

Frazer,  The  Golden  Bough  London,  1913  y  1914,  Vol.  II, 
pg.  39,  Vol.  III,  pgs.  63  y  89. 

Wesiermarck,  The  origin  and  developement  of  Moral  Ideas, 
London,  1912,  Vol.  I,  pg.  461  a  466. 

Toy,    Introduction    to    the  History  of  Religions,  Boston 
1913,  pg.  103. 


26        Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

le  designaba  con  el  nombre  de  S^an,  que  quiere 
decir  camino,  y  en  una  plaza,  donde  éste  co- 
menzaba, le  ofrecían  sacrificios,  para  que  no  se 
derrumbase  ni  interrumpiese  (1).  Llamaban 
Uxi  al  segundo,  en  cuyo  comienzo  también 
sacrificaban  (2). 

En  la  misma  ciudad,  eran  consideradas 
como  huacas  las  cárceles  de  Sancacancha,  que 
decían  había  edificado  Mayta-Capac  (3),  y  la 
de  Hurinsanca,  que  era  dos  casas  pequeñas,  en 
donde  los  Incas  guardaban  leones,  tigres  y 
serpientes,  y  en  las  cuales  encerraban  a  los 
prisioneros  que  hacían  en  las  guerras,  prisio- 
neros que  habían  de  permanecer  en  ellas  una 
noche,  sirviendo  esto  de  ordalia,  para  recono- 


cí) La  tercera  Guaca  (del  sexto  Ceque  de  Cliincliasuyo) 
se  decía  Ñan,  que  quiere  decir  camino:  estaba  en  la  plaza,  don- 
de se  tomaba  el  camino  para  Chinchaysuyu,  hacíase  en  ella 
sacrificio  universal  por  los  caminantes,  y  porque  aquel  camino 
estuviese  siempre  entero  y  no  se  derrumbase  y  cayese.  Cobo, 
Historia  del  Nuevo  Mundo,  Sevilla,  1893,  T.  IV,  pg.  16. 

(2)  La  cuarta  (buaca  del  1er.  Ceque  de  Cuntisuyo)  se 
nombraba  Uxi.  Era  el  camino  que  va  a  Tampu,  sacrificábase 
al  principio  del  por  ciertas  causas  que  los  indios  dan.  Cobo, 
Op.  cit..  Tomo  IV,  pg.  40. 

(3)  La  primera  (huaca  del  8  ceque  de  Collasuyo)  era  una 
cárcel  llamada  Sancacancha  que  hizo  May  ta  -  Capac,  la  cual 
estaba  en  el  solar  que  fue  de  Figueroa.  Cobo,  Op.  cit.,  IV, 
pg.  37. 


Las  Huaoas  27 

cer  si  se  habían  sometido,  sinceramente,  a  sus 
vencedores   (1). 

Sabemos  también  que  los  Incas  ofrecían 
en  sacrificio  conchas  de  colores  a  una  pared 
que  tenía  una  barriga  hacia  afuera;  decían  haber- 
se originado  porque  pasando  cerca  de  ella  un 
Inca  había  salido  a  hacerle  reverencia   (2). 


(1)  La  segunda  Guaca  (del  7  ceque  de  Cliiacliasuyo)  era 
dos  buhios  pequeños  llamados  Sancacancha  el  uno  y  el  otro 
HuHnsanca  donde  tenían  cantidad  de  Leones,  Tigres  culebras 
y  de  todas  las  malas  sabandijas  que  podían  haber.  En  estos 
bullios  metían  a  los  prisioneros  que  traían  de  la  guerra,  y  el 
que  moría  aquella  noche,  comíanle  las  dichas  fieras,  y  al  que 
quedaba  vivo  sacábanlo.  Y  esto  tenían  por  señal  que  tenia 
buen  corazón  y  propósito  de  servir  al  Inca   (Cobo  IV.  pg.  18.) 

Como  se  ve  debe  darse  muy  poca  importancia  al  ceque 
y  camino  que  se  señala  a  las  huacas  en  la  lista  que  de  las  del 
Cuzco  se  lee  en  la  obra  del  P.  Cobo  y  que  es  copia  de  la  de 
Ondegardo  desgraciadamente  perdida;  pues  la  cárcel  Sancacan- 
cha figura  en  dos  ceques  y  caminos  diferentes,  sin  que  pueda 
suponerse  el  que  se  trate  de  dos  edificios  del  mismo  nombre, 
ya  que  la  primera  huaca  del  8°.  ceque  de  Chinchasuyo  estaba 
en  la  puerta  de  la  casa  de  Juan  de  Fígueroa  y  Sancacancha 
era  la  segunda,  lo  que  autoriza  a  deducir  que  estaba  junto  a 
la  vivienda  de  Fígueroa,  en  cuyo  solar  se  afirma  estaba  cuando 
se  nos  dice  pertenecía  al  8°.  ceque  de  Collasuyo. 

(2)  La  segunda  Guaca  idel  tercer  ceque,  de  Antisuyo")  era 
una  pared  que  estaba  junto  a  la  chácara  de  Bachicao  (Hernando, 
natural  de  San  Lúcar  de  Barrameda,  servidor  de  Gonzalo  Bizarro) 
que  tenía  una  barriga  hacia  afuera,  cuyo  origen  decían  haber 
sido,  que  pasando  por  allí  el  Inca,  había  salido  a  hacerle  reveren- 
cia, y  desde  entonces  la  adoraban  ofrendándole  conchas  de  co- 
lores.    {Cobo  IV.  pg.  25). 


28        Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

En  las  páginas  anteriores  hemos  hablado 
de  huacas,  j  todo  americanista  conoce  la  pas- 
mosa elasticidad  de  esta  palabra  que  en  la  len- 
gua corriente  del  Perú  se  emplea  en  tan  diver- 
sos sentidos,  y  que  designa  ya  a  los  dioses  de  los 
antiguos  indios,  ya  los  enterramientos  de  éstos, 
ya,  en  fin,  los  objetos  extraídos  de  las  sepul- 
turas prehistóricas;   por  lo  cual,  es  del  mayor 
interés  para  nosotros,  precisar  las  ideas  que  los 
subditos  de  los  Incas  expresaban  con  ella,  pues 
tal  conocimiento  nos  permitirá  formarnos  una 
idea  aproximada  del  concepto  que  ellos  tenían 
de  divinidad.     Mas  los  escritos  de  los  cronistas 
castellanos,  no  son  sobre  esta  materia  tan  pre- 
cisos como  se  pudiera  desear  y  los  datos  que 
en  ellos   se  contienen  no  son    suficientes   para 
con  ellos  solos  determinar  el  verdadero  signi- 
ficado de  la  expresión    huaca  y  sólo  iluminán- 
doles   con  la  luz  proyectada  por  el  estudio  de 
concepciones  parecidas  de  otros  pueblos  primi- 
tivos, aquellas  indicaciones  al   parecer  contra- 
dictorias y  faltas  de  unidad,  recobran  su  verda- 
dero significado  y  forman  un  todo. 

Los  cronistas,  hombres  de  una  mentalidad 
inmensamente  superior  a  la  de  los  indios,  pues 
por  adelantados  que  fueran  éstos,  pertenecían  a 
una  nación  que  carecía  de  literatura  escrita;  in- 


Las  Huacas  29 

terpretaban  lo  que  los  indios  les  contaban  no  en 
conformidad  con  el  espíritu  de  los  naturales  sino 
con  el  sayo;  en  efecto,  nada  bay  más  difícil 
que  llegar  a  la  justa  comprensión  de  los  pri- 
mitivos, pues  la  mente  de  los  civilizados,  de- 
forma casi  siempre  sus  conceptos  al  reflejarlos, 
ya  que  quiere  introducir  claridad  y  lógica  en 
donde  no  bay  sino    vaguedad  e   incoberencia. 

Condición  propia  de  la  mente  bumana  y 
fuente  de  infinitas  equivocaciones  es  aquella 
tendencia  que  todos  tenemos  de  aplicar  a  los 
seres  exteriores  nuestros  sentimientos  y  explicar 
sus  actos,  suponiéndolos  originados  por  los  mó- 
viles que  bubieran  sido  causa  para  que  nosotros 
obrásemos  de  igual  manera. 

Así,  para  saber  qué  idea  tendrían  los  an- 
tiguos peruanos  de  sus  dioses,  es  preciso  tra- 
tar de  restablecer  la  verdad,  eliminando  de  las 
afirmaciones  de  los  cronistas,  aquellos  elemen- 
tos que  se  vé  ban  sido  introducidos  por  ellos 
y  los  que  sólo  pedemos  distinguir,  con  certeza, 
mediante  el  estudio  comparativo  de  ideas  se- 
mejantes en  otros  pueblos  primitivos,  cuya  psi- 
cología, nos  es  mejor  conocida. 

La  voz  mana,  que  pertenece  a  los  lengua- 
jes de  Melanesia  y  Polinesia  y  que  en  Maori 
significa  autoridad,  especialmente,  poder  super- 


30        Eeligión  DEii  Imperio  de  los  Incas 

natural,  autoridad  divina,  posesión  de  cualidades 
que,  ordinariamente,  los  hombres  o  las  cosas 
no  tienen  (1),  desde  hace  algún  tiempo  ha 
entrado  en  el  vocabulario  técnico  de  la  moder- 
nísima ciencia  de  las  religiones,  para  designar 
una  concepción  peculiar,  que  parece  ser  pro- 
pia de  un  estado  cultural  determinado  (2). 

Por  la  palabra  mana  los  Melanesios  desig 
nan  no  sólo  una  fuerza  o  un  ser,  sino  tam- 
bién, una  acción,  una  cualidad  y  un  estado. 
Dicen  que  un  objeto  es  mana  para  dar  a  en- 
tender que  tiene  esta  cualidad.  Los  hombres, 
los  espíritus  y  los  ritos  pueden  estar  dotados 
de  mana  para  una  cosa  o  para  otra.  Mana  es 
transmisible  y  puede  ser  comunicada,  así  se 
habla  de  dar  mana;  puede  ser  poseída  y,  como 
tal,  dícese  de  un  ser  que  la  tiene.  Es  palabra 
que  encierra  gran  cúmulo  de  ideas  y  que,  en 
cierto  sentido,  corresponde  a  nuestras  expre- 
siones :  poder  mágico,  cualidad  mágica,  ser  en- 
cantado y  obrar  mágicamente.  Mana  es  lo  que 
da  valor  a    las  cosas  y  a   las    personas.    Los 


(1)  Tregear. — Maori. —  Polynesian  Comparative  Dictiona- 
ry  ^Welington,  N.  Z.  189,  pg.  203,  citado  por  Frazer  Golden 
Bough,  Vol.  I,  London  19i3,  pg.  228,  Nota  1^. 

(2)  Toy,  Introduction  to  the  History  of  Religions,  Bos- 
ton, 1913,  pg.  101. 


Las  Huaoas  31 

hijos  de  los  jefes  no  heredan  de  sn  padre  el 
poder,  sino  cuando  éste  puede  comunicarles 
los  cantos,  piedras  etc.,  etc.,  por  los  cuales  él 
tenía  mana,  y  ellos  mismos  no  guardan  su  ca- 
tegoría, sino  en  cuanto  establecen  estar  dota- 
dos de  la  misteriosa  cualidad,  cuya  presencia 
se  reconoce  por  algún  hecho  que  se  juzga  ex- 
traordinario. Así,  se  asegura  que  cierto  indi- 
viduo fué  recibido  por  jefe  después  de  una  ba- 
talla feliz,  en  la  que  tomó  parte  muy  notable 
siendo  aiín  mozo.  Si  un  hombre  encuentra, 
por  casualidad,  una  piedra  de  forma  singular 
o  con  algún  parecido  a  un  producto  agrícola, 
juzga  que  no  es  una  piedra  vulgar  y  que  debe 
estar  dotada  de  mana ;  para  probar  lo  cual,  pé- 
nela junto  a  la  planta,  sobre  la  cual  cree  tiene 
virtud,  y,  si  ésta  fructifica  bien  aquel  año,  que- 
da establecido  que  la  piedra  está  dotada  de 
esta  fuerza. 

Mana  es  ya  cualidad,  ya  substancia,  ya  ac- 
tividad. En  primer  término,  es  cualidad.  Un 
ser  puede  estar  dotado  de  mana,  mas  no  lo  es 
por  naturaleza. 

Es  una  substancia  subsistente  en  sí,  una 
sutil  esencia,  que  no  puede  ser  manejada  sino 
por  individuos  dotados  de  ella. 

Es  transmisible  y  contagiosa.    Así,  si  un 


32        Religión  del  Imperio  de  los  Incas 

melanesio  llega  a  poseer  nna  piedra  dotada  de 
mana,  para  hacer  crecer  los  árboles,  y  un  ami- 
go desea  obtener  las  mismas  ventajas  para  su 
huerta,  debe  tomar  una  piedra  y,  mediante  un 
pago  equitativo,  colocarla  junto  a  la  que  la 
contiene,  y  así  obtener  algo  de  ella  para  sí. 

El  mana  de  una  piedra  donde  reside  un 
espíritu,  puede  apoderarse  de  un  hombre,  que 
pase  sobre  ella  o  bajo  su  sombra. 

Se  lo  representa  como  material  y  se  afir- 
ma que  se  lo  ve  y  se  oye  su  trabado. 

Es,  principalmente,  una  fuerza  cuyo  efec- 
to es  cuanto  está  sobre  el  poder  ordinario  del 
hombre  y  de  los  procedimientos  generales  de 
la  naturaleza,  que  pertenece,  especialmente 
a  los  seres  espirituales,  almas  de  los  antece- 
sores y  espíritus  de  la  naturaleza.  Estos  están, 
generalmente,  dotados  de  mana ;  mas  no  lo  tie- 
nen todas  las  almas  de  los  difuntos,  sino  sólo 
las  de  los  jefes  y,  principalmente,  las  de  aque- 
llos cuyo  mana  se  ha  manifestado  en  vida; 
así,  esta  idea  no  se  confunde  con  la  de  espíritu. 

Mana  existe  y  funciona  de  un  modo  inde- 
pendiente, y  permanece  impersonal  junto  al 
espíritu  personal.  El  alma  de  los  muertos  es 
portadora  de  mana ;  mas  ella  no  es  mana.  Así, 
no  68,  necesariamente,  la  fuerza  del  espíritu  y 


Las  Huacas  33 

puede  ser  la  de  una  cosa  material,  como  la  de 
las  piedras,  que  hacen  crecer  las  legumbres  y 
fecundan  a  los  cerdos,  o  la  de  la  hierba,  que 
produce  lluvia.  Pero  es  una  fuerza  espiritual, 
en  cuanto  no  es  mecánica,  que  obra  sin  inter- 
medio y  a  distancia.  Y  si  existe  infinidad  de 
manas  diferentes,  parece  que  debe  pensarse 
que  no  hay  sino  una  sola  fuerza,  que  se  en- 
cuentra repartida  entre  hombres,  cosas,  espí- 
ritus y  actos. 

Mana  es  la  fuerza  por  excelencia,  la  efi- 
cacia verdadera  de  las  cosas,  que  corrobora  a 
su  acción  mecánica,  sin  anularla.  Por  ella  la 
red  captura  los  peces  y  las  paredes  de  la  casa 
son  sólidas.  Está  desparramada  en  todo  el 
mundo  sensible,  en  el  cual,  aún  siendo  hetero- 
génea, es  inmanente.  A  las  cosas  manas  se  las 
separa  de  la  vida  ordinaria,  y,  a  menudo,  se 
las  reverencia,  lo  cual,  en  muchos  casos,  hace 
que  sean  tabú ;  y  puede  afirmarse  que  todo  ob- 
jeto tabú  es  también  mana,  si  bien  existen 
muchas  cosas  manas  que  no  son  tabú. 

Mana  no  es  solamente  un  poder  misterio- 
so, sino  también,  una  entidad  subsistente;  y, 
en  resumen,  puede  decirse  que  es  una  acción 
8ui  -  generis  espiritual,  que  se  ejerce  a  distan- 
cia, entre  dos    seres  simpáticos,   y  una  suerte 

Beligión  del  Imperio  de  los  Incas  3 


34        Eeligióií  del  ]mpbeio  db  los  Ixoas 

de  éter  imponderable,  comunicable  y  que  se 
desparrama  por  sí  mismo  (1). 

En  Eidji,  la  palabra  para  expresar  la 
divinidad  es  Ttalou,  que  significa  el  concepto 
más  elevado  que  tienen  esos  isleños  acerca  de 
Dios,  así  como  de  todo  ser  grande  o  maravi- 
lloso, de  toda  cualidad  en  grado  superlativo, 
sea  buena  o  mala ;  «ustedes  son  kalou»  es  una 
galantería  que  dicen  los  fidjianos  a  los  blan- 
cos, cuando  estos  les  hablan  de  los  triunfos  de 
la  civilización. 

Para  los  indígenas  de  í'idji,  ciertos  pája- 
ros, peces,  plantas  y  aun  ciertos  hombres,  tie- 
nen conexión  con  kalou,  el  que  creen  que,  a 
veces,  reside  en  ellos. 

En  ciertas  ocasiones,  un  animal  se  vuelve 
la  morada  de  un  kalou,  y  quien  lo  adora 
debe  abstenerse  de  comer  su  carne,  que  para 
él  es  tabú  (2). 

(I'  Codríngton,  The  Melanesians,  Oxford,  1891,  pgs.  52, 
118  a  121. 

H.  Hnbert  ef  M.  Mauss,  Esquisse,  d'une  théorie  general 
de  la  Magie.  L'Année  sociologique.  Septiéme  année  1902  a 
1903  París,  1904,  pgs.  108  a  112. 

Kiny,  The  Developement  of  religión,  New  York,  1910.  pgs. 
143  a  146. 

(2j  Parece  que  entre  los  animales  Kalou,  de  Fidji  y  los  es- 
píritus guardianes  de  los  aborigénes  de  la  América  del  Norte 
hay  estrecha  afinidad. 


Las  Huacas  35 

Si  bien,  en  ciertos  casos,  los  fidjianos 
distinguen  el  signo  material  del  kalou  repre- 
sentado por  él,  en  otros,  parece  que  no  hacen 
diferencia  algnna  entre  los  dos  (1). 

Atua  o  AMa  es  la  palabra  equivalente  a 
Dios  en  toda  la  Polinesia  oriental  y  es  distinta 
de  las  que  se  emplean  para  designar  espíritu 
o  imagen.  Según  un  fabricador  de  ídolos,  el 
poder  de  los  hechos  por  él  provenía  de  que, 
habiendo  sido  llevados  al  templo,  se  habían 
allí  llenado  de  atua  (2). 

En  la  lengua  malagasia  de  Madagascar, 
las  voces  que  expresan  la  idea  de  Dios  son  Andri- 
manitra,  Zanahari  o  Andriamanahari.  La  pri- 
mera y  la  líltima  empléanlas,  comúnmente,  en 
el   interior  de  la  isla,    y  la  otra,  en  la  costa. 

Si  se  pregunta  a  un  habitante  de  Mada- 
gascar el  significado  de  estos  términos,  respon- 
derá que  no  sabe  explicarlo;  mas,  al  nombrarle 
sus  ídolos,  afirmará  que  son  andriamanitra, 
añadiendo,  si  es  más  inteligente  e  ilustrado  que 
la  masa  del  pueblo,  que  su  poder  se  limita  a 
auxiliar  a  los  hombres. 

(1)  Williams,   Fiji  and  Fijians,   Vol.  I,    The  island  and 
their  inhabitants,  London,  1858,  pgs.  216  y  220. 

(2)  Ellis  (W.)^  Polinesians  researclies,  London,  1831,  Vol. 
1,  pgB.  334  a  888. 


36        Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

Al  genio  qne  invocan  en  sus  juramentos, 
también  llaman  andriamanitra,  así  como  al 
Rey,  añadiéndole,  a  menudo,  el  calificativo  de 
visible  (1). 

Los  Sakkalavos,  llaman  a  su  jefe  Zana- 
hary,  que  equivale  a  llamarle  dios,  y  se  pros- 
ternan delante  de  él  y  le  veneran   (2). 

A  todo  cuanto  es  grande,  extraordinario, 
valioso  o  incomprensible,  llaman  andriama- 
nitra. Así  dan  este  nombre  a  la  sed,  al  arroz, 
al  dinero,  al  trueno,  al  relámpago,  a  los  tem- 
blores de  tierra  etc.  etc.  Los  antecesores  y 
soberanos  muertos  son  tenidos  por  andria- 
manitras.  Esta  designación  dan,  también,  a 
los  libros,  por  su  maravillosa  virtud  de  hablar, 
con  sólo  ser  vistos,  ya  que  el  significado  de 
andriamanitra  no  es  el  de  dios  sino  el  de  lo 
divino  (3). 

El  terciopelo  recibe  el  singular  calificativo 
de  hijo  de  andriamanitra. 

Muchas  de  estas  gentes,  preguntadas  quién 
es  Dios,  contestan  que  el  sol,  que  las  estrellas. 


(1)  EUis,    Histoi-y  of  Madagascar,  London   S.  F.,   Vol  I, 
pgs.  390-392. 

(2)  Van  Gennep,  Tabou  et  Totémisme  a  Madagascar.  Pa- 
rís, 1904,  pg.  79. 

(3)  Van  Gennep,  op.  cit.,  pg.  298. 


iiAS   HUAOAS  Si 

que  la  moneda  o  cualquiera  otra  cosa,  a  la  que 
atribuyen  gloria  o  misterio. 

Oreen  que  el  ciego  tiene  un  andriama- 
nitra  ciego,  que  le  impide  ver,  y  el  acauda- 
lado otro  rico,  que  le  colma  de  bienes  (1). 

En  Madagascar  existe,  además,  otra  ex- 
presión, que  tiene  un  sentido  más  semejante 
aún  al  de  mana  y  es  hásina,  voz  de  múltiples 
significados  y  que  se  aplica  a  hombres,  a  ani- 
males y  a  seres  inertes  (2). 

Según  los  vocabularios,  hásina  significa 
virtud  intrínseca  y  sobrenatural,  que  hace  que 
una  cosa  sea  buena  o  eficaz;  la  virtud  o  efica- 
cia de  un  remedio;  la  veracidad  y  verdad  de 
una  palabra,  o  de  una  profecía;  la  santidad  de 
una  cosa;  la  virtud  de  los  amuletos  y  encan- 
tamientos. El  adjetivo  másíiia  significa;  san- 
to, santificado,  potente,  eficaz  (3). 

Un  tabú  no  puede  ser  infringido  sino  por 
quien  se  sabe  más  potente,  más  rico  en  hásina 
que  aquel  que  lo  impuso  o  constituyó.  Esta 
potencia  no  es  la  física  sino  la  espiritual,  in- 


(1)  Ellis,  History  of  Madagascar,  London,   S.  F.,    Vol  I, 
pgs.  290  a  92. 

(2)  H.  Hubert  et  M.  Mauss,   Op.  cit.,  pg.  113. 

(3)  Van  Gennep,  Op.  cit.,  pg.  17. 


38        Religión  del  Imperio  de  los  Incas 

manente  en  las  cosas  o  en  las  personas;  de 
naturaleza  desconocida,  pero  cuja  existencia 
no  puede  ponerse  en  tela  de  juicio,  ya  que  sus 
efectos  son  manifiestos  (1). 

Un  jefe  malgacho  tiene  hásina  por  haber 
nacido  de  una  familia  rica  en  hásina,  y  por- 
que en  su  beneficio  han  sido  hechos  ciertos 
ritos  másina,  por  individuos  másinas,  brujos 
o  parientes  (2).  El  señor  de  Tananarive  siendo 
miembro  de  una  familia  másina  (3)  adquiere 
la  hásina  necesaria  para  reinar,  subiéndose  a 
una  piedra  másina  (4). 

El  hásina  del  jefe  muerto  contamina  a 
su  tumba  que  se  vuelve  másina   (5). 

El  hásina  de  un  jefe  es  en  sumo  grado 
contagioso,  y  el  que  sin  estar,  digamos  así, 
inmunizado,  se  expone  a  él,  podrá  sufrir  gra- 
ves molestias,  enfermedades  y  aun  la  muerte 
inmediata  (6).  'No  así  los  nobles  que  lo  son 
por  el  hásina  que  poseen,  para  quienes  el 
contacto  con  la  fuerza  del  jefe  no  sólo  no  ea 


(1)  Van  Gennep,  op  cit.,  pg.  17. 

(2)  Id.  id.,  pg.  18. 

(3)  Id.  id.,  pg.   115. 

(4)  Id.  id.,  pg.  79-82. 

(5)  Van  Gennep,  Op.  cit.,  pg.   104. 
(6j  Id.  id.,  pg.  18. 


Las  Hüacas  39 

dañoso  sino  saludable,  ya  que  aumenta  su  po- 
der (1). 

No  son  los  fusiles  de  los  blancos  sino  su 
hásina  lo  que  les  hace  invencibles  (2). 

Una  idea  semejante  es  la  que  los  mala- 
yos de  los  Estrechos  designan  con  la  voz  Tira- 
mat,  que  es  originaria  del  árabe.  Esta  pala- 
bra, aplicada  a  un  hombre,  puede  traducirse, 
aproximadamente,  por  mago  y  profeta;  mas 
su  exacto  sentido  es  difícil  de  precisar,  ya  que 
se  aplica  al  que  predice  lo  futuro  u  obtiene 
cuanto  desea,  y  a  aquél  cuya  compañía  trae 
buena  ventura. 

En  1895,  una  muchachita  que  vivía  con 
sus  padres  en  Singei  Buru,  en  el  distrito  de 
Alor  Qajah  de  Malaca,  era  tenida  por  kramat 
y  a  ella  acudían  gentes,  venidas  de  distancias 
muy  considerables,  para  obtener  su  ayuda. 

Todas  las  tumbas  de  los  hombres  famosos 
ya  por  su  santidad  o  por  cualquier  otro  mo- 
tivo laudable,  son  kramat,  así  como  los  árboles, 
de  forma  singular,  y  los  animales  dotados  de 
alguna  señal  especial,  tales  como  los  tigres 
que  tienen  una  pata  más  pequeña  que  las 
otras,  o  elefantes  u  otros  animales  albinos. 

fl)     Van  Gennep.,  pg.  IIB. 
(2)     Id.  id.,  pg.  185. 


40        Eeligióx  del  Imperio  de  los  Ingas 

Llámase,  también,  kramat  a  los  lugares 
sagrados  y  de  peregrinaje,  en  los  cuales  se 
cumplen  votos  y  que  están  investidos  de  un 
alto  grado  de  santidad  y  son  muy  reveren- 
ciados. 

Cada  pueblo  tiene  dos  o  más  kramates 
en  su  inmediata  vecindad  y  que  son  per- 
fectamente conocidos,  pudiendo  ser  árboles 
tumbas  o  simplemente,  sitios  reverenciados  (1). 

Entre  los  Jaos,  moradores  del  África  Cen- 
tral, la  voz  mulungu  se  aplica  al  espíritu  hu- 
mano, después  de  la  muerte,  en  cuanto  se  le 
considera  habitando  el  otro  mundo.  Pero  esta 
misma  palabra  tiene  otra  más  amplia  apli- 
cación. Etimológicamente,  está  conexionada 
con  la  raíz  Tculungiva,  que,  en  muchas  de  las 
ramas  de  la  lengua  Bantu,  aparece  en  las  for- 
mas de  Tildo  o  huro,  con  los  significados  de 
grande  o  de  viejo.  Esta  raíz  se  encuentra  en 
la  palabra  kafir.  ünJculunlculu,  que  significa  a 
Dios,  y  cuya  traducción  literales  «el  viejísimo 
ser»   o   «el  grande  grande  ser». 

La  expresión  mulungu  en  Jao  se  emplea 
para  designar  el  mundo  espiritual,  o  más  bien 
dicho,    el    agregado    de    los    espíritus    de    los 

(1)    Skeat    (W.   W.),   Malaya   Magic,   Loudon,  1900,  pgs. 
61  a  71,  153  a  166,  673  y  674. 


iiAS   HUAOAS  41 

muertos.  En  varias  tribus,  los  misioneros  la 
han  traducido  por  Dios;  pero  los  Jaos  no  ex- 
presan con  ella  personalidad,  sino  más  bien 
una  cualidad  o  facultad  de  la  naturaleza  hu- 
mana, cuyo  significado  se  extiende  hasta  com- 
prender todo  el  mundo  espiritual. 

Mulungu  se  considera,  también,  como  la 
causa  de  cuanto  es  misterioso  y  de  todo  cuanto 
el  negro  no  llega  a  comprender,  por  ejemplo, 
del  arco -iris. 

Mulungu  expresa  la  gran  fuerza  espiritual, 
el  Creador  del  mundo  y  de  la  vida,  la  fuente 
de  todas  las  cosas  animadas  e  inertes  (1). 

Marett,  deseando  precisar  las  ideas  que, 
acerca  de  lo  sobrenatural,  tienen  los  salvajes, 
preguntó  a  Bokame,  Jefe  Pigmeo,  que,  con 
otros  de  su  tribu  fué  expuesto  en  el  Olimpia 
de  Londres,  cómo  conocían  ellos  cuando  una 
muerte  era  debida  a  oudah;  obtuvo  la  siguiente 
interesantísima  respuesta:  «Si  una  punta  de 
flecha  o  algún  otro  cuerpo  extraño  se  encuentra 


(1)  Hatherwick  (A.),  Some  animistic  Beliefs  among  the 
Jaos  of  British  Central  África.  The  Journal  of  the  Anthro- 
pological  Institute  of  Great  Britain  and  Ireland,  Vol.  XXXIII 
London,  1902. 

WaUace,  The  Nyasa  Platean.  The  Geographical  Journal, 
Vol.  Xm,  Londres,  1899,  pgs.  601  -  602. 


42        Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

en  el  interior  del  cuerpo,  la  muerte  era  natu- 
ral; si  nada  se  hallaba,  era  porque  la  había 
causado  oudah.  Si  un  animal  feroz  mataba 
a  un  hombre,  no  era  obra  de  oudah;  mas 
si  se  cortaba,  accidentalmente,  los  dedos,  sí». 
Según  este  pigmeo,  los  ruidos  extraordinarios 
que  se  oyen,  por  la  noche,  en  la  selva  y  que 
hacen  ladrar  a  los  perros,  son  oudah  (1). 

Para  los  negros  del  bajo  Níger,  todas  las 
cosas  del  universo,  que  creen  son  vivas,  están 
dotadas  de  fuerza  mística,  que  es  la  misma 
que  la  que  da  poder  a  los  magos  y  curanderos 
para  obrar  maravillas  (2). 

Las  ideas  religiosas  de  los  Masai,  habita- 
dores del  África  Oriental,  son  vagas  y  faltas  de 
forma.  Según  Hollis,  la  palabra  más  común 
que  ellos  tienen  para  decir  Dios  es  Eng-ai, 
que  se  usa  de  un  modo  muy  indefinido  e  im- 
personal y  se  aplica  a  los  fenómemos  de  la 
naturaleza  o  los  seres  suprahumanos  (3). 


(1)  Marett,  The  Threshold  of  Religión,  London,  1914, 
pg,  90  a  122. 

Maret,  The  Tabú  -  mana  formula  as  a  minimun  definition 
of  Religión.  Archiv  für  Religionswissenscliaft,  1909,  pg. 
186  - 194. 

(2)  Leonard,  The  Lower  Niger  and  its  tribes,  London, 
1906,  pg.  310  a  314. 

(3)  Hollis,  The  Masai,  Oxford,  1905,  p.  XIX. 


íiAS   HUAOAS  43 

Dice  Thomson  que  todo  lo  que  es  extraño 
o  incromprensible,  según  los  Masai,  tiene 
ngai.  Así,  la  lámpara  del  explorador  era 
ngai   (1). 

Los  Ma-rotse  creen  en  nn  dios  único, 
omnipotente,  creador  del  universo,  al  cual  atri- 
buyen todo  lo  que  sucede,  sea  bueno  o  malo. 
Este  dios  corresponde  al  Tatum  de  los  roma- 
nos; es  el  destino  al  cual  nadie  puede  sustraerse. 
A  este  dios  llaman  Nianibé^  mas  se  le  rinde 
escaso  culto,  pues  se  dirigen  ordinariamente  a 
los  Ditino,  antiguos  reyes  divinizados  (2). 

Los  Bangala  tiene  ideas  muy  vagas  acerca 
de  la  divinidad  y  con  la  voz  iJcimdu  expresan 
una  idea  difícil  de  precisar.  Ikimdu  es  una 
suerte  de  poder  oculto  y  misterioso  del  que 
disponen  ciertos  individuos.  Si  un  hombre  se 
enriquece,  o  sus  enemigos  se  arruinan,  será  a 
causa  de  su  poderoso  ikimdu.  Esta  misteriosa 
fuerza  reside  principalmente  en  los  cálculos 
biliares  y  en  las  piedras  bezares  (3). 


(1)  Thomson,  Througli  Masai  Land,  London,  1885,  pg.  445. 

(2)  Bejuin  (Eugene)  Les  Ma  Kotse  -  Lausanne  1903,  pg. 
118  y  120. 

(3)  Van  Overbergh  et  Jonghe,  Les  Bangala  (Etát  ind  du 
Congo)  Collection  de  Monographies  ethnographiques  Vol  I^ 
Bruxelles,  1907,  pg.  263. 


44        Ebligión  del  Imperio  de  los  Ínoas 

Los  Mayombes  creen  en  un  ser  supremo 
Zanibi,  al  que  no  rinden  culto  y  del  que  sólo 
tienen  una  vaga  idea.  Zambi  es  lo  inexplica- 
ble, la  fatalidad.  Lo  que  es  misterioso  dicen 
que  es  negocio  de  Zambi,  pero  este  singular 
dios  ni  es  adorado  ni  reverenciado  (1). 

El  dios  de  los  Wangata  se  llama  Dza- 
Komba,  fuego  caprichoso  e  irritable;  no  es  un 
dios  antropoide,  es  impersonal  y  unipersonal,  y 
nunca  se  manifiesta  de  un  modo  directo;  es 
omnipresente,  sin  residir  en  ningún  lugar  en 
especial.  Carece  de  atributos,  ni  da  bienes,  ni 
causa  males.  A  veces  se  le  ha  identificado  con 
la  concepción  cristiana  de  Dios,  mas  nada  tiene 
de  común  con  ella,  ya  que  el  concepto  de 
Dza-Komba  es  el  de  las  fuerzas  imprecisas, 
indeterminadas,  a  veces  contrarias,  que  sin 
cesar  obran  en  la  naturaleza  (2). 

Risley,  cuando  trató  de  saber  cuáles  eran 
verdaderamente  las  creencias  de  los  moradores 
de  los  juncales  de  Chota  Kagpur,  llegó  a  la 
conclusión  de  que  en  la  mayoría  de  los  casos, 
aquel  algo  indefinido  que  ellos  temen  y  tratan 

(1)  Van  Overhergh  et  Joxighe,  Les  Mayombe  Collection  de 
Monographies  etnographiques,  Vol  ü,  Bruxelles,  1907,  pg.  309 
y  310. 

(2)  Engels,  Les  Wangata,  Bruxelles,  1912,  pg.  80. 


Las  Huaoas  4g 

de  propiciar,  no  era  nu  ser  personal,  bajo  nin- 
gún concepto,  y  que  la  idea  que  formaba  la 
base  de  su  religión  era  la  de  poder  o,  más  bien, 
la  de  muchos  poderes;  y  lo  que  estos  adoradores 
animistas  tratan,  por  todos  medios,  de  influen- 
ciar y  conciliar,  es  la  triste  y  poderosa  compa- 
ñía de  fuerzas  desconocidas  o  influencias  ma- 
lévolas antes  que  benévolas,  que  residen  en 
la  selva  virgen,  en  los  altos  montes,  en  el  río 
torrentoso,  en  los  grandes  árboles;  que  dan 
agilidad  al  tigre,  veneno  a  la  serpiente;  que 
generan  la  fiebre  de  los  juncales  y  que  mero- 
dean alrededor  de  los  campamentos,  en  forma 
de  viruelas  o  de  cólera. 

'No  tratan  de  definir  con  mayor  precisión, 
a  quien  ofrecen  sus  víctimas,  pero  su  símbolo 
pintan  de  vermellón,  en  la  estación  adecuada. 
Existe  un  poder,  mas  no  tratan  de  averiguar 
de  qué  clase. 

En  todo  el  Chota  Kagpur  se  encuentran 
bosques  sagrados,  morada  de  cosas  indetermi- 
nadas, que  no  están  representadas  por  ningún 
símbolo,  y  cuyas  formas  y  funciones  nadie 
puede  indicar  claramente  (1). 


(1)  Risley,  Census  of  India,  1901,  Calcuta,  1903,  Vol  I, 
part.  I,  pgs.  362  y  sigts.,  citados  por  Clodd  (E.i,  Animism, 
London,  190B,  pgs.  24  y  85. 


46         Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

Restos  de  concepciones  semejantes  parecen 
sobrevivir  en  China,  en  la  «escuela  de  los 
letrados»,  en  donde  el  Chm  o  Genio  no  es  la 
deificación  de  nna  fuerza,  sino  el  vago  califi- 
cativo del  estado  sobrenatural  de  los  seres  que 
han  adquirido  una  suma  de  virtud  superior  a 
la  del  común  de  los  mortales,  y,  a  menudo,  es 
el  nombre  que  reciben  los  antepasados  que 
han  tenido  los  honores  de  la  apoteosis. 

Para  estos  chinos,  en  la  montaña,  en  los 
bosques,  en  los  montículos  j  en  las  colinas 
hay  chin,  y  chin  es  lo  que  forma  las  nubes 
y  desencadena  los  vientos.  En  fin,  cuanto  se 
juzga  extraordinario,  se  designa  con  este  nom- 
bre  (1). 

En  la  primitiva  religión  de  los  romanos, 
algunos  de  cuyos  dogmas  y  ritos  están  impreg- 
nados de  un  carácter  salvaje  y  que  retratan 
la  condición  primitiva  de  Italia,  cuando  aún 
estaba  escasamente  poblada  por  bárbaros  ca- 
zadores (2),  encontramos  concepciones  pri- 
mitivas, semejantes  a  las  que  venimos  estu- 
diando. 

(1)  Bosny  '^León  de),  Les  origines  du  Taoisme,  A.nnale8 
du  Musée  Guimet  —  Revae  del'  liistoire  des  religions,  Onzié- 
me  année,  Tomo  XXI,  Paris,  1890,  pg.  171  y  172. 

(2)  Frazer,  The  Golden  Bougli  a  Study  in  Magic  and 
Religión,  London,  1918,  Yol  I,  pg  8. 


Las  Huaoas  47 

Los  calendarios  festivos  de  los  Komanos 
demuestran  que  éstos,  en  un  tiempo  no  cono- 
cían deidades  personales;  pues  las  que  adora- 
ban son  dudosas  y  tan  faltas  de  claridad,  que 
quedan  enteramente  subordinadas  a  los  deta- 
lles de  la  ceremonia.  Los  ritos  por  ellos 
empleados,  tienden  más  a  evitar  la  malevo- 
lencia de  los  malos  espíritus  que  a  procurar 
la  protección  de  los  dioses.  En  los  templos 
no  se  encuentran  trazas  de  adoración  a  los 
dioses  de  los  cuales  no  existían  imágenes. 

Las  primitivas  divinidades  romanas  no 
eran  ni  dioses  naturales  ni  abstracciones  éticas, 
sino  tan  sólo  ideas  sistematizadas  de  activida- 
des o  funciones  (1). 

A  los  Algonquines,  así  como  a  otros  pue- 
blos de  América  ¡Septentrional,  se  ha  atribuido 
la  creencia  en  el  Gran  Espíritu,  que  los  blan- 
cos, por  una  tendencia  natural  de  la  mente, 
conciben  a  manera  de  una  persona  inteligente ; 
lo  que  ha  sido  causa  del  error  tan  divulgado 
de  que  aquellas  tribus  eran,  hasta  cierto  punto, 
monoteístas  (2). 

(1 )  E.  Agnes,  R.  Haigh,  The  religions  of  Greece  and  Ro- 
me  — Tlie  Contemporary  Review,  Vol.  XCín,  London,  1908 
pgs.  35  y  36. 

^2)    Ring,    The    Developement  of  Religión,    New    York 
1910,  pg.  134. 


48        Eeligióít  del  Imperio  de  los  Inoas 

Mas  la  palabra  manitu  de  la  leogua  Al- 
gonquín,  a  la  cual  se  ha  dado  el  significado  de 
Dios,  es,  como  mana  y  otras  machas  de  que 
ya  nos  hemos  ocupado  y  de  las  que  luego  tra- 
taremos, pertenecientes  a  los  idiomas  de  pue- 
blos primitivos,  de  una  elasticidad  e  indeter- 
minación verdaderamente  sorprendentes. 

Manitu  es  el  espíritu  guardián.  Los  mo- 
zos, en  llegando  a  la  pubertad,  se  someten  a 
riguroso  ayuno,  píntanse  la  cara  de  negro  y 
retíranse,  a  un  lugar  solitario,  algunos  días, 
en  los  cuales  el  hambre  y  la  fatiga  excítan- 
les  la  imaginación  y  hacen  tengan  vivos  sue- 
ños o  alucinaciones;  y  el  objeto  que,  en  este 
estado,  se  les  aparece  más  a  menudo,  sea  un 
animal  o  una  cosa,  eligen  por  su  protector  o 
manitu  (1). 

Para  los  Algonquines,  no  hay  nada  en  la 
naturaleza  sin  manitu.  Cuando  no  compren- 
den alguna  cosa,  la  atribuyen  a  un  genio  su- 
perior, lo  que  expresan  diciendo  que  es  ma- 
nitu, voz  que  designa,  entre  los  montañeses, 
toda  naturaleza  superior  al  hombre,   buena  o 


(1)     Frazer,    Totemism  and  Exogamy,  London,  1910,  Yol. 
m,  pgs.  372  a  306. 


Las  Huacas  49 

mala  (1).  Los  hombres  que  tienen  talentos  sin- 
gulares son  manitus,  y  sus  graneles  hechos, 
obra  de  sus  espíritus  guardianes. 

Los  brujos  persuaden  a  la  multitud  de  que, 
por  virtud  de  su  manitu,  tienen  transportes 
extáticos,  durante  los  cuales  vea  en  lo  porve- 
nir (2). 

Por  manitu  se  entiende  toda  clase  de  po- 
der supernatural,  desde  el  más  alto  hasta  el 
más  bajo. 

Hay  manitus  locales  de  ríos,  fuentes,  ro- 
cas etc.,  que  ya  son  buenos,  ya  malos,  que 
llenan  el  mundo  y  rigen  los  destinos  del 
hombre  (3),  y  a  los  cuales  se  hacen  ofrendas. 
Entre  ellos,  opinan,  sobresalen  en  dignidad  y 
poder,  los  de  los  elementos,  de  los  animales 
y  de  algunas  plantas  (4). 


(1)  P.  Paul  le  leune,  Relation  de  ce  qui  s'est  passé  en 
la  Nouvelle  Franca,  l'Anne  1637-AEoven,  MDCXXXVIII, 
pg.  154. 

(2)  Charlevoix,  Journal  d"  un  voj'age  fait  par  ordre  du 
Roí  dans  l'Amerique  Septentrionale,  Tome  ^T  -  A,  París, 
MDCCXLW,   pg.  69. 

(3)  Parkman,  (Francisi,  The  Jesuits  in  North  America, 
Boston,  1867,  pg.  LXIX  a  LXXI.     ' 

(4)  Loskiel,  History  of  the  Misión  of  the  United  Brethren 
among  the  Indians  in  North  America,  London,  1794,  pgs. 
39   y  40.       •  ' 

Beligión  del  Imperio  de  los  Incas  4¡ 


50        Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

Manitu  siguifica,  también,  una  virtud  o 
cualidad  activa. 

Interrogado  un  algonquín,  de  la  tribu  de 
los  Zorros,  acerca  de  las  cámaras  sudoríficas 
y  de  su  efecto,  se  explicaba  diciendo  que  el 
manitu,  que  está  en  la  piedra,  es  despertado 
por  el  calor,  y  que  sale  de  ella,  cuando  se  la 
riega  con  agua;  el  vapor  lo  conduce  y  lo 
hace  entrar  en  el  cuerpo  de  aquél  que  se 
halla  en  la  cámara  y  lo  recorre  de  arriba 
hacia  abajo,  de  un  lado  al  otro,  sacándole  todo 
lo  dañoso,  y  antes  de  regresar  el  manitu 
a  la  piedra,  deja  algo  de  su  naturaleza  en  el 
cuerpo,  siendo  ésta  la  causa  del  bienestar  que 
experimenta  al  salir  del  cuarto  sudorífico.  Lue- 
go opinan  que  manitu  tiene  una  presencia 
objetiva,  una  realidad  subsistente,  aunque  ca- 
rezca de  forma;  que  es,  además,  una  virtud, 
que  puede  ser  transferida  de  un  objeto  físico 
a  otro;  capaz  de  producir  no  sólo  efectos  me- 
cánicos, sino,  también,  espirituales.  En  caso 
de  trasmisión  de  manitu,  la  virtud  en  ambos 
objetos  es  la  misma,  sólo  diferente  en  valor 
y  grado. 

En  un  mito  algonquín,  se  cuenta  que  un 
hombre  valeroso  fue  capturado  por  sus  enemi- 
gos, los  cuales  le  mataron  y,  habiendo  comido 


Las  Huaoas  51 

su  corazón,  reforzaron  sns  manitus  con  el  del 
muerto. 

Las  leyendas  sagradas  sólo  deben  narrarse 
en  tiempo  oportuno  y  circuntancias  adecuadas, 
pues  evocan  los  manitus  de  los  seres  a  quie- 
nes se  refieren. 

Manitu  es  expresión  religiosa,  que  lleva 
consigo  la  idea  de  solemnidad;  indica  una  ac- 
titud seria  y  trae  consigo  el  hálito  del  miste- 
rio (1). 

Orenda  es  voz  iroquesa  que  designa  la 
fuerza  o  poder  mágico  que  los  iroqueses  (indí- 
genas de  la  América  del  ISTorte)  suponían  in- 
herente a  todo  cuerpo  o  ser  natural  y  a  todo 
atributo  personificado,  considerándola  como 
una  propiedad  o  actividad,  perteneciente  a  cada 
una  de  estas  cosas,  y  que  entendían  era  la  cau- 
sa, fuerza  activa  o  energía  dinámica,  origen  de 


(1)  Jones  W.,  Tlie  Alghonkin  Manitou  -  Journal  of  Ameri- 
can Folk  Lore,  Vol.  XVni,  pgs.  183  a  190,  Boston,  1905. 

Acerca  del  concepto  de  ^^manitu,  además  de  las  obras  cita- 
das,  véanse : 

King,    Tlie   Developement  of  Religión,    New  York,    1910, 

pg.  134  a  138. 

Fleicher,  Manitu  ind  Hand  -  book  of  American  indiana 
North  of  México,  Vol.  I,  pg.  600. 

H.  Huber  et  M.  Maicss,  Esquisse  d'une  theorie  general 
de  la  Magie,  pg.  120, 


52        Religión  del  Imperio  de  los  Incas 

toda  operación  o  fenómeno  natural,  de  alguna 
manera  relacionado  con  el  bien  del  hombre. 

Este  principio  hipotético  fué  concebido 
como  inmaterial,  oculto,  impersonal,  misterioso 
en  su  acción;  limitado  en  su  funcionamiento 
y  eficacia,  no  omnipotente;  encarnable  en  todo 
e  inmanente  en  los  objetos,  si  bien  susceptible 
de  ser  transferido,  atraído,  adquirido,  aumen- 
tado o  suprimido,  por  medio  del  orenda  de 
las  fórmulas  secretas  y  rituales  provistas  de 
mayor  potencia. 

Los  iroqueses,  supusieron  la  existencia  de 
una  energía  dinámica,  para  explicar  las  fuer- 
zas activas  de  la  vida  y  de  la  naturaleza ;  pues 
conciben  cuantos  seres  u  objetos  ven,  como 
dotados  de  vida,  y  creen  que  sus  relaciones 
con  la  naturaleza  dependen  del  capricho  de 
aquéllos,  por  lo  cual  es  preciso  conciliarios. 

El  poder  orenda  obra  místicamente;  los 
fenómenos  naturales  son  producidos  por  el 
orenda  de  sus  espíritus. 

El  ser  que  causa  las  tempestades,  lanza  su 
orenda  en  forma  de  nubes. 

Brujo  es  aquél  cuyo  orenda  es  de  cali- 
dad superior. 

El  buen  resultado  en  la  caza  es  debido 
al  orenda  del  cazador. 


íiAS    HUAOAS  63 

Se  habla  del  orenda  de  los  animales  di- 
fíciles de  capturar  y  se  lo  llama  fino  y  agudo. 

En  el  juego  gana  quien  más  orenda  tiene 
y  es  el  orenda  lo  que  revela  al  profeta  los 
acontecimientos  futuros. 

Oomo  la  cigarra  canta  en  el  verano  y  en 
las  horas  de  más  calor,  juzgan  que  la  elevación 
de  la  temperatura  es  debida  al  ejercicio  del 
orenda  de  este  insecto. 

La  credencial  necesaria  para  penetrar  en 
el  panteón  iroqués,  es  la  demostración  de  un 
poderoso  orenda.  Los  dioses  son  aquellos  se- 
res con  los  cuales  tienen  más  cercano  contacto 
y  a  los  que  atribuyen  orenda,  de  la  cual  creen 
proviene  todo  bienestar  (1). 

WaA'onda  (wa  -  kon'  -  da)  es  el  término  em- 
pleado por  los  Omaha,  Ponca,  Quepaw,  Kan- 
sa.  Oto,  Misuri  y  JoAva,  tribus  de  la  familia 
Siuan  o  Dacota,  cuando  hablan  del  poder  que 
creen  anima  todas  las  cosas.  La  palabra,  se- 
gún  Riggs,    se    pronuncia    ivakanda,    término 


(1)  Heioitt  (J.  N.  B.),  Orenda,  and  a  defiuition  of  Religión 
Americane  Antropologist  New  Series,  Vol.  IV,  New  York, 
1902,  pgs.  32  a  46. 

Id.  id.  Orenda  iu  Hand  -  pook  of  American  indians  North 
of  México,  Vol.  II,  pg.  147  y  148. 


54        Eeugión  del  Imperio  de  los  Incas 

que  algo  varía  en  las  diferentes  tribus  (1),  y 
significa,  para  este  autor,  en  su  diccionario 
Dakota,  reconocer  como  santo  o  sagrado,  ado- 
rar, cuando  se  la  emplea  a  modo  de  verbo; 
espíritu  o  cosa  consagrada,  cuando  se  la  usa 
como  sustantivo;  espiritual,  sagrado,  consagra- 
do, maravilloso,  incomprensible  y  misterioso, 
cuando  se  la  adjetiva   (2). 

Los  Siuan  atribuyen  a  Trakonda  la  crea- 
ción y  gobierno  del  universo;  concíbenlo  más 
bien  como  una  cualidad  que  como  una  forma 
definida;  así,  si,  para  muchas  tribus,  el  sol  y 
la  luna  son  wakonda,  no  son  el  wakonda  o 
un  wakonda,  sino,  simplemente,  wakonda. 

El  término  se  aplica  a  los  monstruos  mí- 
ticos, al  rayo,  al  trueno,  a  las  estrellas,  a  los 
vientos  (3).  El  interior  de  la  tierra,  el  otro 
mundo,  la  obscuridad,  son  wakonda,  así  como 
los  fetiches,  los  objetos  de  ceremonia,   de  de- 


(1)  Wa-kan-Mi  en  Santee,  wakan-kdi  en  Yankton, 
Dorsey  (J.  O.),  A  Study  of  Siouan  Cults  11""  Annual  fleport 
of  the  Bureau  of  Ethimology,  1889  a  90,  Washington,  1894, 
pg.  366. 

(2)  Fletcher,  Wakonda  in  Hand  -  book  of  Americans  in- 
dians    North  of  México,  Part.  II,  Washington,   1910,  pg.  397. 

(3j  Wakuñtañka,  llaman  al  genio  del  rayo.  En  las  tradi- 
ciones de  los  Osages,  la  luna  es  llamada  el  Wakanda  de  la 
noche.  Dorsey,  Op.  cit.,  pgs.   366,  376,  378  a  381,  425. 


Las  Hüaoas  56 

coracion,  y  en  algunos  grupos,  varios  animales 
y  árboles.  Para  algunas  tribus  de  las  prade- 
ras, el  caballo  era  el  perro  wakonda.  Mu- 
chos objetos  naturales  y  lugares  de  carácter 
extraordinario  recibían  este  calificativo  (1),  así 
como  todo  cuanto  entrañaba  un  misterio,  pa- 
recía milagroso,  o  superior  al  poder  normal 
de  la  de  las  causas  (2). 

Dábaselo,  también  a  los  brujos  (3);  de  es- 
te modo,  un  mago,  de  la  tribu  Omaha,  ha- 
blando de  sí,  decía  «yo  soy  un  wakonda» 
(4).  Así  esta  voz  ha  sido  aplicada  a  toda  suerte 
de  entidades  e  ideas  y  usada,  ya  como  sustan- 
tivo, ya  como  adjetivo,  ya  como  verbo  o  ad- 
vervio  (5). 

Las  aplicaciones  de  esta  palabra,  cubren 
todo  el  vasto  campo  que  abraza  el  temor  y  la 


(1)  Me.  Gee  (W.  J.),  The  Siouan  indians  A  prelimenary 
Sketch  Fifteenth  anual  report  of  the  Bureau  of  Ethnology  to 
the  Secretary  of  the  Smithsonian  Institution,  1893-94,  Was. 
hington,  1897,  pg.  182. 

(2)  Fletcher,  "Wakonda  in  Hand  -  book  of  American  In- 
diana North  of  México,  Vol.  II,  pg.  3y8. 

(3)  Me.  Gee,  Op.  cit.,  pg.  182. 

(4)  Dorsey,  (J.  O.),  A  Study  of  Siouan  cults  Hth  An- 
nual  Report  of  the  Bureau  of  Ethnology,  1889-90,  "Washing- 
ton 1894,  pg.  360. 

5)    Me.  Gee,  Op.  cit. 


56        Eeligióx  del  Imperio  de  los  Incas 

veneración.  Hay  muclias  cosas  wakondas  qne 
no  son  adoradas  (1),  pero  todos  los  dioses  están 
dotados  de  wakonda,  ya  que  su  nombre  gené- 
rico es  Taka-wakau  (2),  que  significa  lo  que 
es  wakan. 

Wakonda  significa,  aunque  vagamente, 
misterio,  poder  sagrado,  antiguo,  grandioso, 
animado,  inmortal;  mas  no  denota  ninguna  de 
estas  cosas  con  presición  y  claridad  (3). 

Wakonda  es  invisible  y,  por  lo  tanto,  se- 
mejante a  los  espíritus.  Los  objetos  percibidos 
en  visiones  o  sueños,  participan  de  la  natu- 
raleza espiritual,  y  si  hablan  al  que  los  ve, 
juzgan  que  acontece  por  el  wakonda,  sin  que 
por  esto  lo  sean  (4). 

Wakonda  llaman  al  espíritu  guardián  que 
los  Dakotas  obtienen,  al  llegar  a  la  pubertad, 
de  un  modo  parecido  a  los  Algonquines,  esto 
es,  retirándose  a  un  lugar  secreto,  en  donde 
oran  y  ayunan,  basta  que  en  sus  sueños  o  alu- 


(1)     Dorsey,  op.  cit.,  pg.  432. 

1^2)    Pond,  Dakota  superstitions.  Collections  of  the  Minne- 
sota Historical  Society,  T.  11,  St.  Paul,  1860  a  67,  pg.  217. 

(3)  Me.  Gee  (W.  J.),  Op.  cit.,  pg.  183. 

(4)  Fletcher,    "Wakonda  in    Hand-book  of  Americans   In- 
diana Nort  of  México,  Washington,  1910,  Vol.  II,  pg.  398. 


íiAS   HUAOAS  St 

cinaciones  se  les  aparezca  el  ser  que  debe  ser- 
virles de  guardián,  durante  la  vida  (1). 

Los  Dakotas  creen  que  hay  una  estrecha 
relación  entre  el  torbellino  y  wakonda,  y  juz- 
gan que  el  primero  tiene  muchas  cosas  en  co- 
mún con  las  móviles  alas  de  la  polilla;  miran 
a  ésta  como  un  ser  misterioso,  del  cual  emana 
un  poder  semejante  al  del  torbellino.  La  poli- 
lla era  tenida  por  sagrada,  porque  es  muy 
difícil  encerrarla,  y,  como  el  viento,  imposible 
de  capturar.  Cuando  un  hombre  pierde  la 
lucidez  de  sus  ideas,  dicen  que  ha  sido  poseí- 
do por  el  poder  del  torbellino.  Y  creen  que 
el  búfalo,  cuando  antes  de  acometer  escarba 
con  las  patas  el  suelo  y  arroja  tierrra  sobre 
sus  lomos,  imita  al  torbellino,  para  adquirir  su 
poder.  Para  expresar  el  vigor  del  oso,  dicen  que 
tiene  la  fuerza  del  remolino  de  viento,  si  bien 
opinan,  también,  que  es  él  quién  lo  rige. 
Gandidas  y  vagas  son  estas  ideas,  mas  reve- 
lan el  modo  como  estos  indígenas  imaginan 
el  wakonda,  que,  según  ellos,  tiene  adecuada 
encarnación  en  el  torbellino,   que  es  el   poder 


(!)     Frazer,    Totenism  and  Exogamy,    Vol,  III,    Londres, 
1910,  pg.  396  a  406. 


68        Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

más  perfecto  que  conciben,  ya  que  es  intangi- 
ble, incapturable,  invisible  y  destructor  (1). 

Wakondagi  es  palabra  compuesta  de  wa- 
konda  y  gi,  signo  de  posesión;  se  emplea,  ha- 
blando de  los  niños,  cuando  principian  a  ca- 
minar, y  de  las  primeras  palabras  que  éstos 
pronuncian;  mas  no  cuando  se  trata  de  un 
enfermo  que,  habiendo  perdido  la  facultad  de 
andar  o  la  de  hablar,  las  recobra  (2). 

Se  dice  también  de  los  hombres,  por 
algún  concepto  admirables,  por  ejemplo,  de 
los  brujos;  significa,  asimismo,  un  monstruo 
subterráneo  o  acuático,  mencionado  en  los  mi- 
tos; y  más  comunmente,  se  usa  como  adverbio, 
para  manifestar  admiración  (3). 

Los  Omahas,  tribu  perteneciente  al  grupo 
Siuan  -  Dakota,  creían  que  todas  las  cosas  ani- 
madas e  inanimadas  estaban  dotadas  de  una 
vida  continua  y  no  interrumpida.  La  idea  que 
acerca  de  esta  vida  se  formaban,  si  bien  com- 


(1)  Wissler,  The  Whirlwind  and  the  Elk  in  the  Mitho- 
logy  of  the  Dakota.  Journal  of  American  Folk  -  Loro.  Vo!. 
XVm,  Boston,    1905,  pg.  258  y  259. 

(2)  Fletcher,  Wakonda  in  Hand-book  of  Americans  In- 
dians  North  of  México,   Washington,  1910,  Vol  II,  pg.  398. 

(3)  Dorsey,  (J  O.),  A  Study  of  the  Siouan  cults  11  th 
Annual  report  of  the  Burean  of  Ethnologic  1889  - 1890,  Was- 
hington, 1894,  pgs.  360  y  367, 


tiAS  HUAOAS  59 

pleja,  parece  que  estaba  dominada  por  la  con- 
cepción de  un  poder  voluntario,  al  cual  lla- 
maban wakonda,  si  bien  no  hay  señal  de  que 
lo  hayan  concebido  como  un  solo  espíritu. 

Entendido  wakonda  como  la  vida  inma- 
nente, manifestada  en  todas  las  cosas,  y  desa- 
rrollándose este  concepto,  sufrió  una  antropo- 
morfización  singular,  ya  que  daban  caracte- 
res humanos  a  todas  las  cosas,  rocas,  árboles 
etc.  etc.;  y  aunque  teniéndolas  por  diversas 
del  hombre,  creíanlas  unidas  con  el  lazo  sutil 
de  una  vida  común;  por  lo  cual  juzgaban  que 
podían  darse  mutua  ayuda,  prestándose  el  so- 
corro de  sus  poderes  especiales,  del  mismo 
modo  que  el  hombre  puede  auxiliar  a  sus  se- 
mejantes. 

A  wakonda  dirigían  los  Omahas  oracio- 
nes y  trataban  de  adquirir  su  favor,  mediante 
sacrificios  y  actos  de  reverencia;  lo  cual  de- 
muestra que  lo  concebían  como  inteligente  y 
capaz  de  oír  y  acceder  a  sus  ruegos.  Mas  to- 
dos estos  conceptos  eran  sumamente  vagos  y 
se  diluían  en  una  admósfera  misteriosa  e  in- 
definida (1). 

(1)  Fletcher,  A  Study  from  the  Omaha  tribe  -  Abstracta 
Procedings,  of  the  American  Association  for  the  Advencemet 
of  Science,  1897,  Salan,  1898.  pg.  328. 


60        Eeliqióx  del  Impeeio  de  los  Incas 

Entre  los  Hidastas,  otra  tribu  de  los  Si- 
uan  Dakota,  que  vive  en  el  Misuri  superior, 
la  voz  mahopa  o  mahopa  -  ictias  se  emplea  en 
el  sentido  que  manitu,  orenda,  wakonda,  entre 
otras  parcialidades  indias,  y  a  menudo  lia  sido 
traducida  por  Gran  Espíritu. 

Los  Hidastas  la  usan,  al  hablar  de  Ita- 
katé,  dios  muy  reverenciado,  cuyo  nombre 
significa  viejo  inmortal,  y  de  cualquiera  cosa 
de  la  naturaleza,  al  parecer  maravillosa  o  sa- 
grada. 

Matthews  dice  haber  oído  a  ancianos  Mi- 
netaris  muy  conservadores,  emplear  la  palabra 
mahopa  en  el  sentido  de  una  inñuencia  o  poder 
superior  a  todas  las  cosas;  pero  sin  inplicar 
ninguna  idea  de  personalidad. 

Usase,  también,  para  indicar  encantamien- 
to, conjuro  y  medicina,  y  con  este  sentido 
aparece  en  los  diccionarios   (1). 


Fletcher  and  la  Plesche,  The  Omaha  Tribe  27  th  Annual 
Report  of  the  Smitlisonian  Institution,  1905  - 1906,  Washing- 
ton 1911,  pg.  597. 

Id.  id.,  Wakonda  ind  Hand  -  book  of  American  Indiana 
North  of  México,  Washington,  1910,  pg.  397  a  398. 

(1)  Mattheivs  (W.),  Ethnography  and  Philology  of  the 
Hidasta  Indians  -  Departement  of  the  Interior  Unitet  States 
Geological  and  Geogrophical  Survey  Misceláneas  publications, 
N».  7,  Washington,  1877,  pgs.  48  y  184. 


Las  Huaoas  61 

Los  Shide  Pawane  expresan  la  idea  qne 
venimos  estudiando  con  las  palabras  pariixti 
j  iva7'íixti.  En  una  de  sus  leyendas,  se  dice 
que  la  estrella  brillante  se  apareció  a  los  pri- 
meros hombres  y  les  advirtió  que  se  acercaba 
el  tiempo  en  que  les  entregaría  un  paquete 
paruxti,  y  que  en  cualquier  lugar  en  que  estu- 
viesen, tendrían  las  cosas  en  él  contenidas. 
Estas  no  se  las  daría  directamente,  sino  que 
poniéndolas  en  la  tierra,  se  les  facilitaría  el 
encontrarlas. 

Paruxti  se  emplea,  a  veces,  como  sinóni- 
mo del  dios  del  trueno;  pero,  refiriéndose, 
como  en  el  caso  anterior,  al  paquete  misterio- 
so, debe  ser  traducido  por  « lo  maravilloso 
encerrado»  o  también  el  poder  misterioso. 
Paruxti  se  emplea  también  en  contraposi- 
ción a  icaruxti,  que  significa  la  fuerza  má- 
gica, en  cuanto  derivada  de  fuentes  terrenas 
mas  bien  que  celestes.  Todas  las  cosas  de  la 
tierra,  que  no  son  fácilmente  comprendidas, 
son  tenidas  por  waruxti.  Así  puede  decirse 
que,  cuando  se  emplea  la  palabra  paruxti,  es 
con  relación  al  relámpago  u  otras  fuerzas  mis- 
teriosas del  cielo,  y  que  provienen  de  Tirawa 
o  de  otros  dioses,  mientras  waruxti  puede  de- 
cirse de  un  pase  de  manos  del  brujo  o  de  los 


62        Religión  del  Imperio  de  los  Inoas 

hechos  misteriosos  de  cualquiera  criatura,  hom- 
bre, animal.  Estas  dos  palabras  han  sido  de 
ordinario,  traducidas  por  Dios  (1). 

Los  Tawana  o  Klallan,  moradores  del  Es- 
tado de  Washington,  emplean,  al  parecer,  la 
palabra  thamanous,  perteneciente  a  la  germa- 
nía  Ohimook,  en  un  sentido  semejante  al  de 
mana,  orenda  etc.  etc.  Thamanous  es  un  sus- 
tantivo y,  como  tal,  se  refiere  a  cualquier  ser 
espiritual,  bueno  o  malo,  más  poderoso  que 
el  hombre  y  menos  que  Dios  o  el  Diablo.  Se 
usa,  también,  para  expresar  el  ejercicio  de  cual- 
quier influjo  sobre  estos  espíritus,  por  medio 
de  encantamientos. 

La  palabra  es  también,  un  adjetivo,  em- 
pleándosela entonces  para  designar  a  todo  ser 
en  el  cual  se  cree  que  mora  un  espíritu;  así  se 
habla  de  una  casa  thamanous,  de  hombres 
thamanous.  Es  también  un  verbo  y,  en  este 
sentido,  equivale  a  verificar  los  encantamientos 
necesarios  para  influir  en  los  espíritus. 

Oreen  que  thamanous  reside  en  un  palo, 
en  una  piedra  o  en  las  aguas. 


^1)  Dorsey,  Traditions  of  the  Skidi  Pawanee  Memoirs  of 
the  American  Folk  -  Lore  Society,  Yol.  VIII,  Boston,  1904, 
pg8.  9  y  331. 


Las  Huaoas  63 

A  los  espíritus  guardianes  llámanlos  tha- 
manous  j  son  ordinariamente  animales,  y  los 
obtienen  de  un  modo  análogo  al  empleado  por 
otras  tribus  americanas,  de  las  cuales  ya  he- 
mos tratado   (1). 

Quizás  los  indios  Thompson,  que  hablan 
un  dialecto  Salish,  tienen  concepciones  seme- 
jantes a  las  que  hemos  pasado  revista  en  las 
páginas  anteriores. 

Estos  indios  creen  en  la  existencia  de  in- 
numerables seres  misteriosos.  «Los  misterios 
de  la  tierra»  son  los  espíritus  de  los  picos  de 
las  montañas;  en  los  lagos  y  cascadas  viven 
los  espíritus  de  las  aguas. 

Las  oraciones  y  prácticas  de  los  Thomp- 
son están  fundadas  en  la  creencia  de  que  la 
naturaleza  está  impregnada  de  espíritus  ;  supo- 
niendo poseídos  por   fuerzas   misteriosas  a  las 


(1)  Eells  (Rev.  Myron)  The  Twana  Chemakun  and  Killan 
indians  of  Washington  territory  -  Annual  Report  of  the  Board 
of  Regents  of  the  Smithsonian  Institution  for  1889.  Part 
I  Washington  1899,  pgs.  672  a  974.  Según  Boas,  la  pala- 
bra seria  it'  a-ma'-noas,  y  significaría  ser  dotado  de  poder 
sobrenatural,  y  no  equivaldría  a  orenda  ni  a  manitu,  y  no 
designarla  el  poder  místico.  Boas,  Thamanous  in  Hand  -  book 
of  American  Indians,  Tomo  11,  pg.  681. 


64        Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

estrellas,  a  los   montes,  a  los   árboles  y  a  los 
animales    (1). 

Sus  vecinos  y  parientes,  los  Lilluet,  opi- 
nan que  los  animales,  las  plantas  y  las  perso- 
nas tabú,  tales  como  las  muchachas  adoles- 
centes, las  mujeres  menstruadas,  los  huérfanos 
y  viudos  eran  poseedores  de  un  poder  sobre- 
natural (2). 

Los  Kwakiult  obtienen  sus  espíritus  guar- 
dianes mediante  baños  y  ayunos,  y  eligiéndolos 
entre  cierto  número  de  patronos,  que  son  he- 
reditarios en  su  clan  (3).  La  idea  que  de 
ellos  se  forman  corresponde  a  la  que  los  Al- 
gonquines  tienen  de  manitu.  El  obtener  los 
dones  mágicos  de  estos  espíritus  se  llama  Zo' 
Tcoála  y  la  persona  que  los  ha  obtenido  es  ma- 
nú-alali^^  o  sobrenatural,  lo  cual  es  también 
calidad  del  espíritu  (4). 


^1)  Teit,  The  Thomson  Indians  -  Jesup  North  Pacific  ex- 
pedition,  Vol.  I,  New  York,  1898  a  1900,  pg.  344. 

(2)  Teit,  The  Lillooet  indians  Jesup  North  Pacific  Expe- 
dition,  New  York,  1909,  Vol.  II. 

(3)  Frazer,  Totemism  and  Exogamy,  London,  1910,  Vol. 
m,  pgs.  433  a  436, 

(4)  Boas,  The  Social  organisation  and  secrel  Societis  oí 
the  Kwakiult  indians  -  Annual  report  of  the  Board  of  the 
SmithBonian  Institution,  1895,  Washington,  1897,  pgs.  393  a 
396. 


Las  Huaoas  65 

La  religión  de  los  Tsimsliiaii  es  una  ado- 
ración al  cielo,  que  llaman  lepa'  y  juzgan 
ser  una  gran  deidad,  que  tiene  muchos  inter- 
cesores llamados  neqno'q. 

Cualquier  objeto  natural  puede  ser  neqno'q, 
palabra  que  designa  todo  lo  misterioso;  ya  el 
deseo  supernatural  de  las  deidades,  ya  el  sil- 
vido  especial  que  usan  en  las  danzas  rituales, 
y  que  es  tenido  en  perfecto  secreto,  ya  un 
nuevo  pase  de  manos  etc. 

Para  estos  indios,  como  para  los  demás 
aborígenes  de  la  Colombia  Británica,  toda  la 
naturaleza  es  animada,  y  el  espíritu  de  cual- 
quier ser  puede  volverse  genio  guardián  de 
un  hombre,  el  cual  obtiene  así  poder  sobrena- 
tural. A  estos  espíritus  llaman  peJc  los  Tlingit, 
nepno'q  los  TsimsLiian  (i). 

Los  Lku'ñgen,  creen  que  los  animales, 
así  como  los  espíritus  de  los  objetos  inanima- 
dos, pueden  volverse  genios  de  los  hombres, 
que  así,  adquieren  virtudes  extraordinarias. 

Una  concepción  particular  es  la  do  sthV 
lek  -  am,   que  lo  mismo  significa  el  genio  pro- 

(1)     Boas,  First  General  Report  on  the  Indians  of  Bvitisli 
Colnmbia.    Report  of  the  Fiftj'  Xinth    Meeting  of  the  British 
Association   for    the    Advancement  of  Science.     Held  at  New- 
caBtle  -  upen  Tyne  in  1889,  London,  1890,  pgs.  848  y  849. 
Beligión  del  Imperio  de  los  Ingas  5 


66        Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

tector  del  hombre,  como  equivale  también  al 
poder  que  obra  contra  él,  y  parece  designar 
toda  relación  entre  el  hombre  j  la  energía 
sobrenatural. 

Ciertas  cosas  son  tabus  para  determina- 
das personas,  porque  esos  objetos  son  stlá'lek- 
am  contra  ellas  (1). 

Los  Denes  de  Alaska  j  del  ííoroeste  del 
Canadá,  creen  en  una  especie  de  divinidad  im- 
personal indefinida.  Sus  ideas  no  son  panteis- 
tas,  mas  tienen  mayor  semejanza  con  las  de 
este  sistema  filosófico  que  con  la  concepción 
de  un  dios  individual.  Se  la  representan  como  ca- 
si coexistente  con  las  fuerzas  celestes,  y  tiénenla 
por  la  causa  de  la  lluvia,  de  las  nubes  y  de  otros 
fenómenos  semejantes.  La  llaman  yutoere,  pa- 
labra que,  en  Carrier,  significa  lo  que  está  en 
alto,  y  su  culto  consiste  más  bien  en  ritos 
propiciatorios  que  en  adoración  propiamente 
dicha  (2). 


(!">  Boas,  Second  General  Report  of  the  Indians  British 
Columbia.  Report  of  the  Sixtieth  Meeting  of  the  Britisli  Asso- 
ciation  for  the  Advencement  of  Science.  Held  at  Leeda  in 
1890,  London,  1901,  pg.  580. 

(2j  Morice  (A.  G.),  The  Western  Dénés  Proceedings  of 
the  Canadian  Instituto,  Third  Series,  Vol  VII,  Toronto,  1889, 
pg.  157. 


Las  Huaoas  67 

Dejando  las  heladas  regiones  de  la  Amé- 
rica Septentrional,  encontramos,  al  Sur  de  los 
Estados  Unidos,  la  tribu  de  los  Ohickasaw, 
perteneciente  al  grupo  lingüístico  llamado 
Muskhogean,  en  la  cual  se  emplea  la  voz  Jiúllo 
en  idéntico  sentido  que  las  voces  wakan,  oron- 
da, paruxti,  en  Siuan,  Iroquí  o  Pawni  (1). 

Las  voces  zemi^  cJiemi  o  semi  son  las  que, 
en  idioma  antillano,  sirven  para  designar  a 
los  dioses,  a  sus  imágenes  o  símbolos,  a  los 
huesos  de  los  muertos  y  a  cuanto  se  considera 
dotado  de  poder  mágico;  y  estas  designacio- 
nes se  aplican,  igualmente,  a  la  virtud  sobre- 
natural de  la  luna  como  a  la  de  los  antecesores 
de  un  clan. 

Los  Caribes  llamaban  a  sus  magos  o  sacer- 
dotes ceci-semi;  el  nombre  del  tabaco  era  el 
de  decemi,  evidentemente  refiriéndose  a  sus  vir- 
tudes, que  tenían  por  mágicas.  A  Colón,  a  quién 
tenían  por  sobrenatural,  lo  llamaban  guami  - 
quemi,  o  sea  señor  o  dios  de  las  aguas  (2). 


(1)  Speck,  Notes  on  the  Chickasaw  Ethnologie  and  Folk- 
Lore,  Journal  of  the  American  Folk  -  Lore  Society,  Vol  XX, 
Boston,  1907,  nota  a  la  página  57. 

(2)  Fewkes  (Jesse  Walter),  The  Aborigines  of  Porto  Rico 
and  Neighboring  islans  25tli  Annual  Report  of  the  Bureau 
of  Ethnology,  1903  - 1904,  Washington,  1907,  pg.  54. 


68        Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

En  México  y  Centro  América,  la  palabra 
naudl  ha  designado  el  espíritu  guardián  de  los 
indios  y  asociádose  con  las  ideas  de  magia  y 
poder  sobrenatural  y  habilidad;  así,  en  mexi- 
cano, nauaUi,  significa  brujo,  mago  o  encanta- 
dor; nauatl,  hábil,  astuto,  superior  o  cosa  que 
suena  bien,  como  una  campana;  nauatlata  el 
intérprete;  nauatiUi,  la  ley  o  costumbre;  naua- 
tile,  tener  autoridad  o  mandato  para  ejercer 
algún  oficio  (1). 

Los  Mayas  del  Yucatán  llamaban  naual 
o  nautlal  una  danza  que  fué  prohibiba  por  los 
misioneros. 

En  Quiche,  naual  es  brujo  o  mago;  naua- 
Un,  predecir  fortuna,  decir  la  buena  ventura; 
quinaualin,  sacrificar,  ofrecer  sacrificios. 

Y  Brinton  cita  el  vocabulario  Cacchiquel 
de  Cobo,  escrito  en  1651,  que  dicho  autor  con- 
sultó manuscrito,  en  donde  se  dice  que  en  Cac- 
chiquel se  llamaba  pus  o  naual  a  la  magia 
o  nigromancia,  a  los  magos  y  brujos,  a  ciertas 
plantas,  rocas,  árboles  y  otros  objetos  inanima- 
dos, por  los  cuales  el  diablo  hablaba,  y  a  los 
ídolos  que  adoraban.    La  vida  del  árbol,  de  la 


fl)    Molina,   Vocabulario  de  la  lengua  Mexicana  y  Caste- 
llana -  México,  1571,  fl.  63  vuelta. 


Las  Hüaoas  69 

colina,  etc.  era  su  naual,  porque  creían  que 
estos  objetos  tenían  vida. 

De  los  capitanes,  esto  es,  de  los  más  va- 
lerosos, opinaban  que  hacían  naual  con  sus  ar- 
mas. Tin  nahulih  peri  piivaJc  equivale  a  ¿xmedo, 
acaso,  hacer  milagrosa  (1). 

A  los  animales  feroces,  llamaban  en  Hon- 
duras nauales,  que  da  tanto  como  decir  guar- 
dadores o  compañeros.  Cuando  moría  su  naual, 
moría  el  indio.  Para  obtenerlo  « íbase  el  indio 
al  río,  monte,  cerro  o  lugar  más  escondido, 
convocaba  los  demonios,  por  los  nombres  que 
le  parecían,  hablaba  con  los  ríos,  piedras  y 
montes:  decía  que  iba  a  llorar  para  tener  lo 
que  sus  padres  tuvieron,  y  Uebaba  algún  pe- 
rro o  gallo,  que  sacrificaba,  y  con  aquella  tris- 
teza se  dormía,  y  en  sueños  o  despierto,  veía 
algunos  de  los  sobredichos  animales  o  pájaros, 
y  entonces  le  pedía  que  le  diese  ganancia  en 
la  sal,  cacao  o  en  otra  cualquiera  cosa,  y  de- 
rramaba su  sangre  de  la  lengua,  de  las  orejas 
y  de  otras  partes  del  cuerpo,  y  luego  hacían 
su  pacto   con  el    tal  animal,   el  cual   le   decía 


(1)  Brinton  iS.  G.),  Nagualism.  A  Study  in  Xative  Ame- 
rican Folk  -  Lore  and  History.  —  PMladelphia  1894,  pgs.  27, 
28  y  67. 


^0        Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

en  sueños  o  estando  despierto:  tal  día  irás  a 
casa,  y  el  primer  pájaro  o  animal  qne  vieres 
seré  yo  que  seré  tu  naual  y  compañero  en  to- 
do tiempo»   (1). 

Concepciones  análogas  a  las  que  venimos 
estudiando,  es  posible  existan  entre  otros  pue- 
blos, ya  que  a  nadie  se  le  oculta  cuan  difícil 
es  conocer  la  mentalidad  de  los  primitivos. 
Mas  basta  la  larga  enumeración  contenida  en 
las  páginas  anteriores,  para  demostrar  que  en 
numerosos  pueblos,  cuya  cultura  se  encuentra 
en  un  estado  rudimentario  (2),  existe  la  creen- 
cia en  un  poder  o  cualidad  misteriosa  cuya 
compleja  naturaleza  se  puede  determinar  di- 
ciendo : 

I.  Que  es  una  fuerza  productura  de  cuanto 
es  extraordinario,  propia  de  los  espíritus  de  la 
naturaleza;  a  veces,  del  alma  de  los  muertos, 
de  los  hombres  y  de  las  cosas  materiales;  que 
es  una  sola,  mas  está  dividida  entre  los  di- 
versos seres  de  la  naturaleza,  que  corrobora  su 


(1)  Herrera,  Historia  General  de  los  hechos  de  los  caste- 
llanos, efe.    Década  cuarta.    Madrid,  1730,  pg.   157. 

(2)  En  la  enumeración  anterior  figura  la  escuela  de  los  le- 
trados en  China,  en  la  que  sólo  se  encuentran  ciertas  remi- 
niscencias de  la  concepción  primitiva  y  que,  por  tanto,  no 
constituye  una  excepción  propiamente  dicha. 


Las  Huaoas  ti 

acción  mecánica  sin  anularla;  que  obra  sin 
intermedio  y  a  distancia,  de  un  modo  místico 
y  sobrenatural,  produciendo  efectos  psicológi- 
cos y  mecánicos  y  que  gobierna  el  universo. 

II.  Esta  fuerza  es  un  ser  subsistente,  una 
sutil  esencia,  que  no  puede  ser  manejada  sino 
por  los  que  la  poseen;  a  veces,  material,  más 
a  menudo  inmaterial  e  invisible,  inmanente 
en  el  mundo,  encarnable  en  todos  los  seres, 
dotada  de  presencia  objetiva  y  enteramente 
impersonal. 

III.  Que  es,  además,  una  cualidad  trans- 
misible, contagiosa  y  activa,  que  da  el  valor 
a  las  cosas. 

TV.  Que  entre  casi  todos  estos  pueblos, 
un  solo  nombre  sirve  para  designar  la  divini- 
dad, toda  cosa  extraordinaria  y  la  virtud  que 
la   produce,   los   magos  y  sus  encantamientos. 

Y.  Que  la  fuer/a  misteriosa  hace  sean  sa- 
gradas muchas  de  las  cosas  que  la  poseen,  y 
da  poder  a  los  magos. 

YI.  Que  es  una  misma  la  cualidad  que 
da  poder  a  loa  dioses,  a  los  hombres  extraor- 
dinarios y  a  ciertos  animales. 

YII.  Que  al  poder  misterioso  se  le  diri- 
gen oraciones  y,  por  consiguiente,  se  lo  cree 
dotado  de  razón  e  inteligencia. 


72        Eeligión  del  Imperio  de  los  Inoas 

YIII.  Que  la  cualidad  divina  no  es  per- 
sonal (1). 

Yamos  ahora  a  ver  cómo  la  mayor  parte 
de  estas  ideas  existe  en  el  concepto  de  huaca; 
para  lo  cual  convendrá,  en  primer  término, 
que  consultemos  los  diccionarios  quichuas  y 
aymarás,  y  luego  a  los  antiguos  escritores,  a 
fin  de  precisar  cómo  los  indígenas  comprendían 
la  expresión,  y  el  concepto  que  de  sus  dioses 
tenían. 

En  el  vocabulario  de  Tschudi  leemos : 
»  Huaca  =:  sustantivo  de  múltiples  significacio- 
» nes  de  las  cuales  la  mayor  parte  se  refieren 
»  estrechamente  a  la  religión  de  los  antiguos 
» peruanos.  El  significado  principal  es  cada 
»  representación  figurada  de  la  divinidad,  la  di- 
»  vinidad  en  sí  misma,  cada  objeto  sagrado  don- 
»  de  mora  una  divinidad,  las  figuras  de  oro,  plata 
»  o  de  madera  sacrificadas  al  sol  o  a  cualquiera 
» divinidad;  cada  templo  o  lugar  habitado  se- 
»  gún  la  creencia  indígena  por  un  espíritu  bueno 
»  o  malo  (casi  en  toda  casa  existía  un  lugar  de 


(1)  Es  muy  interesante  el  estudio  que,  de  este  asunto, 
hace  King,  en  su  libro,  The  developement  of  Religión,  en  el 
Capitulo  VI,  bajo  el  titulo  «Mistirious  Power»,  pgs.  134  a  164, 
Asi  como  el  de  Saintyves,  en  La  Forcé  Magique.  Du  Mana  des 
primitivos,  au  Dinamismo  Scientifique.    Paris,  1914. 


Las  Hüacas  t3 

»  esta  clase),  las  tumbas,  los  lugares  de  sepultura, 
» toda  manifestación  extraordinaria  de  belleza  o 
» fealdad,  cuyo  origen  no  se  encuentra  en  el 
»  curso  ordinario  de  las  cosas,  por  ejemplo,  la 
»  mujer  que  ba  engendrado  gemelos,  el  animal 
»  que  ha  dado  a  luz  dos  o  más  gemelos,  un  huevo 
»  con  dos  yemas ;  los  monstruos,  niños  con  más 
»  dedos  de  lo  natural,  miembros  deformados,  le- 
»porinos,  etc.;  las  grandes  fuentes  que  nacen 
»  entre  rocas;  las  piedrecjllas  de  varios  colores 
»  encontradas  en  los  riachuelos  o  al  borde  de  la 
»  mar;  las  torres  altas  de  las  casas,  especialmente 
»  de  las  comunales,  las  murallas  de  rocas  escar- 
>  padas,  las  montañas  altas.  En  fin,  llamaban 
»  con  este  nombre  los  indios  a  la  cordillera  de 
»los  Andes,  las  cuestas  altas  y  pendientes  y 
»  las  antigüedades  sacadas  de  las  tumbas»   (1). 


{V  En  el  texto  castellano  de  Tschudi  se  lee:  «Nombre 
»  de  muchas  significaciones,  idolo,  cosa  sagrada,  cosa  sacrificada 
»  al  Sol,  como  figuras  de  hombres,  animales,  de  oro,  plata  o  ma- 
»  dera,  el  templo,  sepulcro,  cosa  extraña,  nada  común,  sea  ber- 
»  mosa  o  fea;  mujer  que  pare  dos  mellizos,  huevo  de  dos  yemas, 
>  monstruo,  fuentes  caudalosas,  piedrecillas  de  varios  colores, 
»  torre  alta,  cuesta  muy  alta,  la  cordillera  del  Perú.  Tschiidi 
Die  Kechua  sprache.     Vol  II,  Wien,  1853. 

«Huacca  =  ídolos,  figurillas  de  hombres  y  animales  que 
»trayan  consigo».  González  Holguín,  Vocabulario  general  de  la 
lengua  de  todo  el  Perú,  llamada  lengua  Quichua  o  del  Inca. 
En  la  ciudad  de  los  Reyes.    Año  MDCVín,  pg.  168. 


t4        Ebligión  del  Imperio  de  los  Inoas 

En  el  diccionario  de  Holguín  (1)  figu- 
ran las  siguientes  frases,  cuya  consideración 
conviene  al  fin  que  nos  proponemos. 

«Huaca  =  ídolo,  adoratorio  o  cualquier  cosa  señalada  por  la 
naturaleza» .  Arte  y  vocabulario  en  la  lengua  general  del  Perú. 
En  los  Reyes,  por  Francisco  del  Canto  1614,  pg.  109.  Este  li- 
bro no  está  foliado. 

«  Huaca  =  ídolo  » ,  Torres  Rubio,  Arte  de  la  lengua  qui- 
chua. Lima,  1619.  Vocabulario  quichua -español,  pg.  6. 

€  Huaca  =  ídolo,  cosa  extraordinaria,  fuera  de  lo  común  >, 
Torres  Rubio,  Arte  y  vocabulario  de  la  lengua  quichua,  Lima, 
1700.  Torres  Rubio  y  Figueredo,  Arte  y  vocabulario  de  la  len- 
gua quichua     Lima  1754,  fl.  87  vuelta. 

«  Huaca  =  A  word  of  many  signification  Idol;  temple;  sa- 
cred  place;  tomb;  figurs  of  men  animáis  and  hill».  Markhan, 
Cóntributions  towards  gramer  and  Quichua  dictionary,  London, 
1864,  pg.  123. 

« Huaka  =  todo  objeto  sagrado,  sobrenatural  o  sólo  extra- 
ordinario ;  se  refiere  a  cosas  muy  distintas,  templos,  sepulcros 
y  lo  que  contienen,  momias,  antigüedades,  ídolos,  cerros  altos  y 
peñas,  animales  grandes,  monstruosidades  etc. »  Middendorf^ 
Worterbuch  des  Runa  Simi  order  der  Keshua  Sprache,  Leip- 
zig, 1890,  pg.  413. 

«Huaca  =  ídolo,  cosas  sagradas,  sepulcro,  extraño,  raro,  sin- 
gular, nada  común  (sea  hermoso  o  feo)»  Grim,  Lia.  lengua  qui- 
chua. Dialecto  de  la  República  del  Ecuador.  Friburgo  de 
Brisgovia,  1896,  pg.  16. 

«Huaca  r=  ganado   vacuno. 

«Huaco  =  colmillo. 

«Huako=objeto  encontrado  en  los  sepulcros  de  los  gentiles, 
como  ollas,  cántaros  etc.»  Arte  y  diccionario  Quichua  -  Español 
corregido  y  aumentado  por  los  R.  R.  P.  P.  Redentoristas,  al 
que  publicó  Holguín.    Lima  1901,  pgs.  118  y  119. 

(1)  González  Holguín  íDiego),  Vocabulario  de  la  lengua 
general  de  todo  el  Perú,  llamada  lengua  Quichua.  En  los  Re- 
yes, MDCVín,  pgs.   159  y  160. 


Las  Huaoas  t6 

«Huacca,  o  huaccalla    llampn    (1)    Uam- 
puUa  =  persona    o    animal    manso    doméstico, 

snhjeto. 

« Huacca,  hnacca   soncolla    (2)  =  el  bien 
acondicionado,  no  ayrado. 

«  Huacca  padremcay=dizen  del  padre  (cu- 
ra) bien  intencionado. 

«  Huaccayan  o  Huaccachan  =  irse  aman- 
sando y  ablandando  la  condición. 

«Huacca  chascca,  (3)  collque  (4)  o  ylla  (5)  = 
la  plata  escondida  debaxo  de  tierra. 

«  Huacca  collqueta  churarini  =  guardar 
plata,  atesorar. 

«Huacca  cbeecta  (6)  cinca,  (7)  o  checta  vir- 
pa  (8)=  hombre  de  nariz  partida  o  labio  hen- 
dido. 

» Huacca  huachasca,  (9)  y  seas  (10)  huachas- 
ca=el  varón  o  la  hembra  nacidos  de  un  parto, 

(1)    llampu  =  blando,  suave,    benigno,    Middendorf,    Op. 

cit.,  pg.  524. 

(2j     sonko  =  el  corazón,  el  estómago,  Op.  cit.,  pg.  784. 

(3)  cli'aska=desarreglado,  erizado,  radioso,  id.  id.,  pg.  381. 

(4)  kollke  =  plata,  dinero,  id.  id.,  pg.  246. 

(B,     illa  =  piedra    besar,     amuleto ;     viejo,    largo    tiempo 
guardado,  id.  id.,  pgs.  85,  86. 

\^\     cli'jta  =  cosa  partida,  id.  id.,  pg.  385. 
(7;     Benka=:la  nariz,  id.  id.,  pg.  768. 
Í8^     huirp'a  =  el  labio,  id.  id.,  pg.  465. 

(9)  huacbay  =  parir,  id.  id.,  pg.  415. 

(10)  iscai  =  el  número  dos.  id.  id.,  pg.  96. 


t-6         Religión  del  Imperio  de  los  Ínoas 

y  el  varón,  ttira  (1)  o  jila,  j  la  hembra  ha- 
hua  (2)  o  vispa  (3). 

«Haacoao,  rana  (4)  =  carnero  o  cualquier 
bestia  monstruosa  que  tiene  mas  o  menos 
miembros  o  fealdad  natural. 

«  Huacca  puma  (5)  runa  ==  cuando  tiene 
seis  dedos  en  manos  y  pies  como  león. 

«Huaccap  ñan  (6)=paso  o  lugar  peligroso. 

«  Huacca  punco  (7)  =  el  desdentado,  me- 
llado   por  baldón,  o  cassa  (8)    quiru    (9). 

En  otros  léxicos  figuran  además  las  si- 
guientes expresiones. 

«  Huak'a  runa  =  un  loco. 

«Huak'a-yay  (10)  =  volverse  loco  (11)» 

(1)  t'iray  =  arrancar  de  raíz,  sacar  arrancando.  Midden- 
dorf,  Op.  cit.,  pg.  852. 

(2)  huahua  =  criatura  en  general,   id.  id.,  pg.  417. 

(3)  huispa  r=  mellizos,  id.  id.,  467. 

(4j  El  hombre,  el  ser  humano,  id.  id.,  pg.  735. 

(5)  puma  ^=:  el  león,  id.  id,  pg..  669. 

(6)  ñau  =  el  camino,   la  senda,  el  viaje,  id.  id.,  pg.  625. 

(7)  puncu  =  la  puerta,  id.  id.,  pg.  669. 

i8,  k'asa  =  la  interrupción  de  una  fila,  el  hueco  o  vacio 
que  queda,  id.  pg.  297. 

(9)  quiru  =  el  diente,  los  dientes,  id.,  pg.  208. 

(10)  ya.  Se  pone  con  nombres  y  de  ellos  hace  verbos  in- 
coactivos,  que  significan  irse  haciendo  lo  que  dice  el  nombre, 
o  alternando,  o  mudando,  o  convirtiendo  en  otra  cosa,  o  una 
edad  en  otra  etc.  Mossi  (M.  A.),  Manual  del  idioma  general 
del  Perú.  Gramática  razonada  de  la  lengua  Quichua,  Córdo- 
ba, 1889,  pg.  136  y  136. 


Las  Huaoas  77 

Huacamullu  =  cierta  yerba  de  comer  lla- 
mada así  (1). 

Haacayhua  =  carnero  para  carga  (2). 

Huacu  =  planta  con  cuyo  jugo  se  curan  las 
mordeduras  de  vívora   (3). 

La  voz  huaca  no  es  exclusiva  del  idioma 
Quichua,  pues  se  usa  también  en  aymara,  si 
bien  esta  lengua  posee  otra  palabra  equivalen- 
te; por  lo  cual,  parece  probable  que  sea  una 
de  tantas  expresiones  que  los  Collas  tomaron 
del  idioma  de  sus  vecinos  septentrionales.  Así, 
leemos  en  Bertonio  (4)  «HuacaT=  ídolo  en  forma 
de  hombre,  carnero  etc.,  y  los  cerros  que  ado- 
raban en  su  gentilidad. 

« Huaka,  hokhse,  hokhasalla  (5),  Llalla- 
hua  (6)  ^  monstruo  animal  que  nace  con  más 

1 11  de  la  página  precedente).  Middenfordf,  Worterbuch 
des  Runa  Simi  order  der  Keshua  Sprache,  Leizig,  1890,   pg.  414. 

(l^i    Mullu  =  concha  colorada.  Middendorf,  Op.  cit.,  pg,  604" 

(2)  Arte  y  vocabulario  en  la  lengua  general  del  Perú. 
En  los  Reyes,    por  Francisco  del  Canto,  1614,    pg.  129  y  130. 

(3t  Grim.  La  lengua  quichua,  dialecto  de  la  República 
del  Ecuador,  Friburgo,  1890,  pg.   16. 

(4)  Bertonio,  Vocabulario  de  la  lengua  Aymara,  edición 
de  Platzman,  parte  segunda,  Leipzig,  1879,    pg.  143. 

(5)  hokhasalla  :=  Monstruo  o  cosa  que  tiene  mas  o  menos 
de  lo  que  la  naturaleza  suele  dar  así  los  hombres  como  los 
animales,  id.  id.,  pg.  140. 

(Q)  Llallahua  =  Papa,  o  animal  monstruoso,  como  dos  pa- 
pas pegadas,  o  como  una  mano,  un  animal  de  cinco  o  seis 
pies  etc.,  id.  id.,  pg.  199. 


78        Eeligión  del  Imperio  de  los  Inoas 

o  menos  partes  de  las  que  suele  dar  la  natu- 
raleza. 

«  Huaka  haque  (1)  caura  (2)  etc.,  =  hom- 
bre o  carnero  así  nacido. 

«  Huakachatha  (3)  =  parir  monstruo» . 

Semejante  parece  haber  sido  el  significado 
de  la  palabra  vilca.  Así,  vemos  en  el  mismo 
léxico. 

«  Yillca  =:  el  sol  como  antiguamente  de- 
cían, y  agora  dicen  inti.  .  .  . 

€  Yillca  =  adoratorio  dedicado  al  sol  o 
otros  dioses. 

«Yillca:  es  también  una  cosa  medicinal, 
o  cosa  que  se  daba  a  beber  como  purga  para 
dormir  y  en  durmiendo  dice  que  acudía  el  la- 
drón que  auia  llenado  la  hacienda  del  que  to- 
mó la  purga,  y  cobra  su  hazienda:  era  embuste 
de  hechizos». 

«  Yillaparo  =  mais  de  que  suelen  hacer 
chicha  muy  fuerte»  (4). 

El  carácter  nativo  aymara  de  la  palabra 
villca,  en  contraposición  a  la  de  huaica,  toma- 

(1)  haque;  varón  o  mujer,  id.  id.,  pg.  120. 

(2)  Caura;  carnero  de  la  tierra,  id.  id.,  pg.  39. 

(3)  Parir  =  Yocachatha  'Ruahuachata.  Berto7iio,  Vocabula- 
rio de  la  lengua  Aymara,  primera  parte,  Leipzig,  1879,  pg.  349. 

(4j     Bertonio,  Vocabulario  de  la  lengua  Aymara,  segunda 
parte,  Leipzig,  1879,  pg.  886, 


Las  Huaoas  79 

da  del  quichua,  está  bien  acentuado,  por  ha- 
ber sido  reemplazada  por  la  voz  inti,  para 
designar  el  sol,  cuando  la  penetración  incaica 
se  acentuó  en  el  Oollao  (1). 

Antes  de  pasar  adelante,  útil  nos  parece 
hacer  observar  que  las  frases  quichuas,  que 
acabamos  de  citar,  demuestran,  que  la  manse- 
dumbre y  dulzura  de  genio  eran  consideradas 
por  los  aborígenes  del  Perú,  como  cualidades 
apreciabilísimas  y  propias  de  la  divinidad,  lo 
cual,  a  nadie  se  le  oculta,  habla  muy  alto  en 
pro  del  carácter  de  estos  indígenas  y  de  los 
elementos  de  civilización  que  poseían;  pues  bien 
sabido  es  por  los  etnógrafos,  que  los  hombres 
hacen  sus  dioses  a  su  imagen  y  semejanza. 

Debe  también  notarse  que,  así  como  en 
iroquí,  la  palabra  orenda  designa  el  poder  mis- 
terioso y  el  canto  (2),  en  quichua,  la  expre- 
sión huaca  según  Atienza,  «  significa  lugar  de 
lloro;  donde  manifiestan  con  sollozos  sus  ne- 
cesidades a  quien  ningún  remedio  verdadero 
les  puede  dar  (3)  y  parece  estar  relacionada  con 
huacal/,    que   equivale   a   llorar,   y   de   la   que 

(1)  La  penetración  incaica  no  cesó  con  la  conquista  espa- 
fiola,  antes  continuó  durante  largos  años. 

(2)  Vide  ut  supra. 

(3)  Atienza,    Lope.  Compendio  historial  del  estado  d«  lo» 
indios  del  Perú, 


80        Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

proviene  hiiacan,  que  significa  tocar  campanas, 
cantar  las  aves,  graznar,  aullar,  bramar,  chi- 
llar de  todas  maneras  los  animales;  (1)  pues 
todos  estos  sonidos  dicen  que  son  el  llanto  de 
los  seres  que  los  producen  (2),  siendo  muy  de 
notarse  que  los  indios  peruanos  acompañan 
siempre  sus  gemidos  de  una  melodía  cadencio- 
sa y  monótona,  lo  cual  establece  un  punto 
más  de  contacto  entre  el  concepto  iroquí  y  el 
incaico  (3). 

Del  estudio  atento  y  comparativo  de  los 
cronistas  castellanos  se  desprende  que  los  in- 
dígenas del  Perú  tenían  una  infinidad  de  Hua- 
cas,  y  que,  si  liabía  algunas  en  forma  de  ani- 
males, otras  a  manera  de  hombres  (de  las 
cuales  contaban  históricas  genealogías)  las  más 
eran  piedras  informes  u  otros  objetos  naturales. 

A  las  imágenes  o  ídolos  no  los  adoraban 
por  lo  que  representaban,  sino  por  sí  mismas. 

(1)  Holguln,  Vocabulario  de  la  lengua  general  de  todo 
el  Perú,  llamada]  lengua  Quicliua.  En  loa  Reyes,  MDCVIII, 
pg.  160. 

Mindendorf,  Worterbucli  des  Runa  Simi  order  der  Kechua 
Sprache,  Leipzig,  1890,  pg.  410. 

(2)  En  el  Ecuador  la  gente  inculta,  liabla,ndo  en  castella- 
no, dice  comunmente,  que  llora  el  peri'o,  el  liuiracchuro,  etc. 
por  decir  que  aulla,  canta  etc.  etc. 

(S)  En  Aymara,  huaka  se  llama  la  faja  de  las  mujeres. 
Bertonio,  Op.  cit.,  primera  parte,  pg.  413. 


Las  Huaoas  81 

A  cnanto,  por  algún  concepto,  les  parecía 
extraordinario  o  notable,  rendían  culto  y  ofre- 
cían sacrificios;  pnes  creían  que  aquella  di- 
versidad era  señal  de  que  la  cosa  poseía  un 
poder  extraordinario,  siendo  muy  do  advertir 
que  Oobo  j  Román  dicen  que  no.  tenían  este 
poder  por  propio  de  las  cosas,  sino  por  extra- 
ño a  ellas,  y  que  les  había  sido  comunicado 
por  la  divinidad;  y  el  anónimo  jesuíta,  cuya 
relación  publicó  Dn.  Marcos  Jiménez  de  la 
Espada,  sostiene  que  no  entendían  que  esta 
clase  de  huacas  fuesen  vivas,  sino  que  juzgaban 
que  el  gran  dios  Illa  Tecce  las  había  creado, 
para  que  sirviesen  de  lugar  sagrado. 

A  los  hombres  en  cuyo  nacimiento  acon- 
tecía algo  singular,  como  cuando  nacían  dos 
o  tres  de  un  vientre  o  en  posición  distin- 
ta de  la  normal,  llamaban  huacas,  y  con 
ellos  tenían  especial  cuenta,  para  respetarlos 
y  proveerlos  del  sustento  necesario,  diciendo 
que,  si  la  naturaleza  los  señaló,  no  fué  sin 
algún  misterio;  y  si  éstos  encontraban  alguna 
piedra,  concha  o  cualquier  otra  cosa  señalada, 
teníanla  en  más  que  si  otro  cualquiera  la  hu- 
biese  hallado    (1).     lín    Oaxamalca    de   ííazca, 

fl)     De  las  supersticiones  que  tenían  acerca  de  los  geme- 
los y  de  los  nacidoB  de  pie,  se  tratará  en  otro  lugar. 
Beligión  del  Imperio  de  los  Incas  6 


82        Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

tenían  por  huaca  a  un  cerro  grande  de  arena, 
por  estar  colocado  entre  tierras  de  otra  cali- 
dad; en  el  valle  de  Lima,  a  un  árbol  muy 
grande;  en  todo  el  Perú,  a  las  patatas  u  otros 
productos  agrícolas  do  formas  extraordinarias. 
Reverenciaban  a  los  pumas,  jaguares  y  osos, 
por  su  fuerza,  rogándoles  no  les  hiciesen  mal ; 
al  perro,  por  su  lealtad;  al  cóndor,  por  su  gran- 
dor; al  halcón,  por  su  ligereza  y  buena  indus- 
tria para  obtener  su  comida ;  al  buho,  por  la 
hermosura  de  sus  ojos  y  cabeza  etc.  etc.  Ado- 
raban también  a  los  ríos  y  fuentes,  a  la  tie- 
rra, al  aire,  al  fuego;  a  una  llama,  en  las  tie- 
rras en  que  se  criaban  muchas ;  en  los  putiblos 
ribereños,  a  la  ballena,  por  su  corpulencia,  y 
al  pescado  que  más  abundaba  en  la  región, 
porque  decían  que  el  primer  pescado,  que 
estaba  en  el  cielo  y  del  cual  procedían  to- 
dos los  de  aquella  especie,  de  que  se  susten- 
taban, tenía  cuidado  de  enviarles  a  su  tiempo 
sus  hijos  en  abundancia  y,  por  esta  razón,  unas 
provincias  adoraban  a  la  sardina,  porque  pes- 
caban más  cantidad  de  ella;  otras,  a  la  liza,  a 
la  dorada,  por  su  hermosura,  a  los  cangrejos  y 
langostas  etc.  etc. 

Consideraban,  también,  por   huacas  a  los 
llanos  que  se  forman    en   las   cuestas,  y  a  los 


Las  Huaoas  83 

lugares  en  donde  sembraban  maíz  para  los 
sacrificios. 

Y  a  cada  nna  de  estas  diyinidades  ofre- 
cían sacrificios  con  diferentes  intenciones:  a 
unas  rogaban  fecundasen  a  las  mujeres;  a 
otras,  les  diesen  salud  y  vida;  a  éstas,  porque 
decían  que  de  ellas  salían  el  hielo  j  el  gra- 
nizo; a  ésas,  para  que  lloviese. 

Xo  sólo  llamaban  los  indios  peruanos  Tiua- 
cas  a  sus  dioses,  siuo  también,  a  todos  los  lu- 
gares sagrados,  diputados  para  oración  y  sa- 
crificios; éstos  eran  en  número  infinito,  pues, 
fuera  de  los  adoratorios  comunes  y  generales 
de  cada  nación,  había  en  cada  pueblo  muchos, 
y  aun  toda  parcialidad  y  familia  tenía  los  su- 
yos particulares. 

Estos  templos  y  adoratorios,  así  en  el  Cuz- 
co como  en  lo  demás  del  Imperio,  estaban 
esparcidos  por  yillas,  despoblados,  sierras,  mon- 
tañas; unos  en  los  caminos,  otros  en  las  sole- 
dades de  la  cordillera;  ya  en  tierras  de  sembrar; 
ja  en  helados  páramos. 

ÍS^o  todos  los  adoratorios  eran  templos  o 
casas;  porque,  siendo  muchos,  cerros,  quebra- 
das, peñas,  fuentes  j  otras  cosas  semejantes, 
no  había  allí  edificio,  más  de  una  humilde 
choza,  morada  de  los  sacerdotes. 


84        Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

No  sólo  adoraban  a  las  huacas,  sino  aun 
a  los  lugares  en  donde  decían  que  descansaron 
o  estuvieron,  y  los  llamaban  Saman  (1),  y 
otros  lugares,  donde  las  invocaban,  tenían  el 
nombre  de  Gayan  (2). 

El  culto  a  las  huacas  no  era  continuo  y, 
al  decir  del  erudito  y  culterano  escritor  D'Ava- 
los  y  Figueroa,  no  se  le  podía  llamar  adora- 
ción, sino  sólo  reverencia  a  aquellas  cosas,  por 
parecerles  raras   (3). 


(1)  Samay  =  resollar,  respirar,  tomar  aliento,  descansar. 
Middendorf,  Op.  cit.,  pg.  753. 

(21  K'aiya  -  huata  =  el  año  siguiente ;  K'aya  punchan  =. 
pasado  mañana,  id.  id.,  pg.  286. 

(3)     Adorauan  los  Rios,  las  fuentes,  las  quebradas,  las  pe. 

ñas  o  piedras  grandes,  los  cerros .  finalmente  qualquier  cosa 

de  naturaleza  q«  les  parezca  notable  y  diferente  de  las  demás, 
la  adoran  como  reconociendo  alli  alguna  particular  dej^dad.  En 
Caxamalca  de  la  Nasca  me  mostraua   vn  cerro  grande  de  arena 

que  fue  principal  adoratorio  o  Guaca  de  los  Antiguos (En 

los  Reyes)  tuuimos  (los  jesuitasj  necesidad  (para  fundir  una 
campana)  de  leña  rezia  y  mucha  y  cortoze  vn  arbolazo  disfor- 
me, que  por  su  antigüedad  y  grandeza  auia  sido  largos  años 
adoratorio  y  guaca  de  los  Indios.  A  este  tono  qualquier  cosa 
q«  tenga  estrañeza  entre  las  de  su  genero  les  parecía  que  te- 
nia diuinidad,  hasta  hacer  esto  con  pedrezuelas  y  metales  ,y 
aun  rayzes  y  frutos  de  la  tierra,  como  en  las  rayzes  que  lla- 
man Papas  ay  vnas  estrañas  aquien  ellos  ponen  nombre  Lla- 
llahuas,  y  las  besan  y  las  adoran.  Adoran  también  ossos;  leones, 
tygres  y  culebras,  porque  no  les  hagan  mal.  Acosta,  Historia 
Natural  y  Moral  de  las  Indias,  Sevilla,    1690,   pg8.  312  a  316- 


Las  Huaoas  §5 

Del  análisis  que  hemos  hecho  en  las  pá- 
ginas anteriores,  despréndese  con   evidencia: 

Adoraban  Rios,  Fuentes,  Quebradas,  Peñas,  Piedras  gran- 
des, y  las  Cumbres  de  las  Sierras,  y  qualquiera  cosa  de  natu- 
rale9a  que  les  parecía  notable,  y  diferente  de  las  demás  .  — 
y  qualquiera  cosa  extraordinaria,  les  parecía  que  tenía  diuini- 
dad.  Herrera,  Historia  general  de  los  Heclios  de  los  Castellanos 
en  las  islas  y  tierra  firme  del  Mar  Océano.  Decada  Quinta, 
Madrid,  1728,  pg.    91. 

De  ordinario  (las  liuacas)  son  de  piedra  y  las  mas  veces 
sin  figura  ninguna,  otras  tienen  diuersas  figuras  de  hombres 
o  mugeres,  y  algunas  de  estas  Huacas  dizen,  que  son  hijos  o 
mugeres  de  otras  Huacas,  otras  tienen  figura  de  animales. 
Todas  tienen  sus  particulares  nombres,  con  que  les  invocan  y 
no  hay  muchacho  que  en  sabiendo  hablar,  no  sepa  el  nombre 
de  la  Huaca  de  su  Ayllo;  porque  cada  parcialidad,  o  Ayllo 
tiene  su  Huaca  principal,  y  otras  menos  principales  algu- 
nas veces,    y  de  ellas  suelen  tomar  el  nombre  los   muchachos 

de  aquel    Ayllo Y  no   solo    reverencian    las    Huacas,   pero 

aun  los  lugares  donde  dizen  que  descansaron,  o  estuvieron 
las  Huacas  que  llaman  Zamna  y  a  los  otros  lugares  de  donde 
ellos  las  invocan,  que  llaman  Cayan.  Arriaga,  Extirpación  de 
la  Idolatría,  Lima,  1621,  pg.  12. 

Dos  maneras  tenían  de  templos,  unos  naturales  y  otros 
artificiales.  Los  naturales  eran  cielos,  elementos,  mar,  tie- 
rra, montes,  quebradas,  ríos  caudalosos,  fuentes  o  manantiales, 

lagos  o  lagunas  hondas  &c todas  las  cuales  cosas  fueron  por 

ellos  reverenciadas  no  por  entender  que  allí  había  alguna  di- 
vinidad  o  porque  fuese  cosa  viva,  sino    porque  creían  que 

el  gran  Dios  Illa  Tecce  había  criado  y  puesto  allí  aquella  tal 
cosa para  que  sirviese  de  lugar  sagrado.  Anónimo,  Rela- 
ción de  las  costumbres  antiguas  de  los  naturales  del  Perú. 
Tres  relaciones  de  antigüedades  peruanas,  Madrid,  1879,  pg. 
146  y  147. 

No  se  sí  puede  llamarse  essa  adoración,  (la  que  rendían  a  las 
huacas),    porque  no   era  mas  que  vna    manera  de    reuerencia, 


86  EBLIGIÓ2Í  DEL  IMPERIO  DE  LOS  InOAS 

I.    Que  a  cuanto  es  extraordinario  se  con- 
sidera dotado  del  poder  huaca,  el  cual  se  en- 

que  hazian  a  todas  aquellas  cosas  que  en  su  genero  les  pares- 
cian  raras.  D'Avalos  y  Figueroa,  Miscelánea  Austral,  Lima, 
1602,  fol.  152. 

No  tienen  número  ni  cuento  las  cosas  que  veneraban  y  te- 
nían por  divinas  estos  indios,  y  asi  no  fácilmente  se  pueden 
reducir  a  suma.  Con  todo  eso,  reduciéndolas  a  dos  géneros, 
digo  que  pueden  entrar  en  el  primero  las  obras  de  Natura- 
leza, y  en  el  segundo  todas  las  figuras  e  ídolos  que  carecían 
de  otra  significación  y  ser  mas  que  la  materia  de  que  eran 
compuestas  y  la  forma  que  les  dio  el  artífice  que  las  tizo. 
Para  declarar  las  primeras,  es  de  saber  que  tuvo  esta  gente 
costumbre  de  reverenciar  y  ofrecer  sacrificios  a  cuantas  cosas 
naturales  se  hallaban  que  se  diferenciasen  algo  de  las  otras  de 
su  género  por  alguna  estrañeza  o  extremo  que  en  ellas  se  des- 
cubriese a  lo  cual  se  movían,  por  creer  que  todo  aquello  que  Dios 
había  criado  con  alguna  diversidad  de  lo  otro  había  sido  con 
misterio  porque  no  acaso  lo  señalaba  y  extrañaba  de  lo  común. 
Yendo  pues  sobre  este  fundamento,  llamaban  y  tenían  por  Gua- 
ca a  cualquier  hombre  que  nacía  señalado  de  Naturaleza,  como 
si  dos  o  tres  nacían  juntos  de  un  vientre  o  con  otra  nota  y 
particularidad.  Tenían  con  estos  especial  cuenta  para  respe- 
tarlos y  procurar  su  sustento,  proveyéndoles  de  lo  que  habían 
menester  o  de  oficio  con  que  lo  ganasen,  en  que  no  fuese  me- 
nester trabajar,  diciendo,  que  pues  la  Naturaleza  los  señaló  que 
no  fue  sin  algún  misterio. ...  y  cualquier  cosa  que  a  estos  acae- 
cía en  sus  personas  o  haciendas  que  fuese  diferente  que  a  los 
otros,  lo  atribuían  a  este  misterio;  especialmente  si  hallaban  al- 
guna piedra  o  concha  o  cualquiera  cosa  señalada  la  tenían  en 
más  que  si  otro  la  hallara. Cobo,  Historia  del  Nuevo  Mun- 
do, Sevilla  1892.  Tomo  Hl,  pgs.  343  y  344. 

Dicho  habemos  y&  como  a  todos  los  lugares  sagrados  dipu- 
tados para  oración  y  sacrificios,  llamaban  los  indios  peruanos 
Guacas,  asi  como  a  los  dioses  e  ídolos  que  en  ellos  adoraban. 
Destos  había    tanta   multitud  y  diversidad  que  no  es    posible 


Las  Huaoas  87 

cnentra  en  las  fuerzas  naturales,  en  los  muertos 
y  en  las  cosas  inanimadas. 

escribirlos  todos ;  porque  fuera  de  los  adoratorios  comunes  y 
generales  de  cada  nación  y  provincia,  había  en  cada  pueblo 
otros  muchos  menores ;  y  sin  estos,  cada  parcialidad  y  familia 
tenía  los  suyos  particulares.... 

Estos  templos  y  adoratorios  asi  del  Cuzco  como  de  las  otras 
partes  del  reino,  estaban  unos  en  poblado  y  otros  por  los  cam- 
pos sierras  y  montañas  agrias;  unos  en  los  caminos,  y  otros 
apartados  dellos;  en  los  sembrados  y  tierras  de  labor,  y  en  pu- 
nas, y  desiertos  y  donde  quiera,  en  tanto  numero  que  apenas 
caminamos  una  jornada  por  cualquier  parte  que' no  topemos  ras- 
tros y  ruinas  de  muchos.  No  todos  los  adoratorios  eran  templos 
y  casas  de  morada;  porque  los  que  eran  cerros,  quebradas,  pe- 
ñas, fuentes  y  otras  cosas  a  este  tono,  no  tenían  casa  ni  edificio, 
sino  cuando  mucho  un  huhio  o  chosa  en  que  moraban  los  mi- 
nistros y  guardas  de  las  dichas  Guacas.  Cobo,  Historia  del 
Nuevo  Mundo,  Sevilla  1893.  Tomo  IV,  pgs.  5  y  6. 

Adorauá  lo  qe  veyan  vnos  a  diferencia  de  otros  sin  cónsi- 
deraci5  de  las  cosas  qe  adorauan,  si  meresciá  ser  adorados;  ni 
respeto  de  si  propios  para  no  adorar  cosas  inferiores  a  ellos: 
solo  atendía  a  diferenciarse  estos  de  aq^llos  y  cada  vno  de 
todos ;  y  assi  adorauá  yernas,  platas,  flores,  arboles  de  todas 
suertes,  cerros  altos,  grades  peñas,  y  los  resquicios  dellas,  cue- 
uas  hondas,  guijarros,  }'  piedrecitas,  las  que  en  los  ríos  y 
arrebejos  hallahuá  de  díuersos  colores  como  el  jaspe.  Adorauá 
la  piedra  esmeralda  particularméte  en  vna  prouincia  q«  oy  lla- 
ma Puerto  viejo,  no  adorauá  diamátes,  ni  rubíes  porq«  no  los 
huno  en  aq^lla  tierra.  En  lugar  de  ellos  adoraron  diueisos  ani- 
males, a  vnos  por  su  fiereza  como  al  tigre,  leo,  y  osso,  y  por 
esta  causa  teniéndolos  por  dioses,  si  a  caso  los  topauá,  no  huya 
dellos  sino  q"  se  echauá  en  el  suelo  a  adorarlos,  y  se  dexauá 
matar,  y  comer  sin  huyr  ni  hazer  defésa  alguna.  Tábié  ado- 
rauá otros  animales  por  su  astucia  como  a  la  zorra,  y  a  las 
monas.  Adorauá  al  perro  por  su  lealtad  y  nobleza,  y  al  gato 
cerual  por  su  ligereza.    Al  aue  q«  ellos   llaman   Cütur   por  su 


88        Ebligióx  del  Iítpbrio  de  los  Incas 

II.  Que  los  poderes  huacas  gobiernan  el 
universo,  e  inñujen  en  el  mundo  psicológico 
y  en  el  físico. 


grádeza, Otras  naciones  adoraron  los  halcones  por  su  lige- 
reza y  buena  industria  de  hauer  por  sus  manos  lo  q«  ha  de 
comer,  adorauá  al  buho  por  la  hermosura  de  sus  ojos  y 
cabeca,  y  al  murciegalo  por  la  sutileza  de  su  vista,  qe  les  cau- 
saua  mucha  admirado  q«  viesse  de  noche ;  y  otras  muchas  aues 
adorauá  como  se  les  antojaua.  A  las  culebras  grades  por  su 
móstruosidad  y  fiereza,  q«  las  ay  en  los  Antis  de  a  veinticinco 
y  de  a  treinta  pies,  y  mas,  y  menos,  de  largo;  y  gruesas  mu- 
chas mas  quel  muslo.  Tábié  tenia  por  dioses  a  otras  culebras 
menores  dode  no  las  auia  tan  grandes  como  é  los  Antis,  a  las 
lagartijas,  sapos  y  escueros90s  adorauan.  En  fin  no  auia  ani- 
mal tá  vil  ni  suzio  q'^  no  lo  tuuiesé  por  dios ;  solo  por  dife- 
réciarse  vnos  de  otros  en  sus  dioses,  sin  acatar  en  ellos  deidad 
alguna,  ni  prouecho  q*^  dellos  pudiessé  esperar.  Estos  fuero 
simplicissimos  é  toda  cosa  a  semejaba  de  ouejas  sin  pastor. 
Mas  no  ay  q^  admirarnos  qe  géte  ta  sin  letras,  ni  enseñága 
alguna  cayessé  en  tá  grades  simplezas,  pues  es  notorio  qe  los 
Griegos  y  los  Romanos  q<=  tato  presumía  de  sus  ciécias,  tuuieró 
quádo  mas  floreciá  é  su  imperio,  30  mil  dioses. 

Cap.  X.  De  otra  gran  variedad  de  dioses  que  tuuieron. 
Otros  muchos  Indios  huuo  de  diversas  naciones  en  aqella  pri- 
mera edad,  que  escogieron  sus  dioses  c5  alguna  mas  considera- 
ción, que  los  pasados,  porque  adorauá  algunas  cosas,  de  las  qua- 
les  recebian  algún  prouecho,  como  los  que  adorauan  las  fuentes 
caudalosas,  y  rios  grandes,  por  dezir  que  los  dauan  agua  para 
regar  sus  sementeras. 

Otros  adorauan  la  tierra,  y  le  llamauan  Madre,  porque  les 
daua  sus  frutos,  otros  el  aire  por  el  respirar  porque  dezian  que 
mediante  el  viuian  los  hombres,  otros  al  fuego  porque  los  ca- 
lentaua,  y  porque  guisauan  de  comer  con  el,  otros  adorauan 
a  vn  carnero,  por  el  mucho  ganado  que  en  sus  tierras  se  criaua, 
otros  a  la  cordillera  grande  de  la  sierra  neuada,  por  su  altura 


Las  Hüaoas  89 

III.  Que  la  cualidad  de  huaca  es  trans- 
misible y  contagiosa,  y  es  ella  la  que  da  valor 
a  las  cosas. 


y  admirable  grandeza,  y  por  los  muchos  rios  que  salen  della 
para  los  riegos,  otros  al  maiz  o  9ara  como  ellos  lo  llaman, 
porque  era  el  pan  comü  dellos,  otros  a  otras  mieses  y  legum. 
bres,  según  que  mas  abundantemente  se  dauan  en  sus  prouin- 
cias. 

Los  de  la  costa  de  la  mar  demás  de  otra  infinidad  de  dio- 
ses que  tuuieron,  o  quiga  los  mismos  que  hemos  dicho,  ado- 
rauan  en  común  a  la  mar,  y  le  llamauá  ilamacócha,  que  quie- 
re dezir  madre  mar,  dando  a  entender,  que  con  ellos  hazia 
oficio  de  madre,  en  sustentarles  có  su  pescado.  Adorauan  tam- 
bién generalmente  a  la  vallena  por  su  grádeza  y  monstruosidad. 
Sin  esta  común  adoración  que  hazian  en  toda  la  costa,  ado- 
rauan en  diuersas  prouincias  y  regiones  al  pescado,  que  en 
mas  abundancia  matauan  en  aquella  tal  región,  porqe  dezian 
que  el  primer  pescado  que  estaua  en  el  mundo  alto,  (que  assi 
llaman  al  cielo)  del  cual  procedía  todo  el  demás  pescado  de 
aquella  especie  de  que  sustentauan,  tenia  cuidado  de  embiar- 
les  a  sus  tiempos  abúdancia  de  sus  hijos  para  sustento  de 
aquella  tal  nasción :  y  por  esta  razón  en  vnas  prouincias  ado- 
rauan la  sardina,  porque  matauan  mas  cátidad  della  que  de 
otro  pescado;  en  otras  la  li9a,  en  otras  al  tollo,  en  otras  por 
su  hermosura  al  dorado,  en  otras  al  cagrejo,  y  al  de  mas  ma- 
risco por  la  falta  de  otro  mejor  pescado:  porque  no  lo  auia  en 
aq.lla  mar,  o  porque  no  lo  sabian  pescar  y  matar.  En  suma 
adorauan  y  tenian  por  dios  qualquiera  otro  pescado,  que  les 
era  de  mas  prouecho,  que  los  otros.  De  manera  que  tenian  por 
dioses  no  solamente  los  quatro  elementos  cada  vno  de  por  si, 
mas  también  todos  los  compuestos,  y  formados  dellos,  por  vi- 
les ó  inmundos  que  fuessen.  Garcilazo  de  la  Vega,  Comenta- 
rios Reales,  Lisboa,  1608,    folios  9  verso  a  10  verso. 

Otros  muchos  barones  y  hembras  tienen  cargo  de  las  gua- 
cas fixas  de  que  esta  hecha   particular  rrelacion    en  la   carta 


00        Ehligión  del  Imperio  de  los  Incas 

I  Y.  Que  el  nombre  de  huaca  sirve  para 
designar  a  los  dioses,  a  las  cosas  extraordina- 
rias y  a  los  templos. 


general  del  Cuzco,  ques  común  en  todo  el  rreyno  e  contiene 
todos  los  lugares  que  se  diferencian  de  los  otros  en  algo  al- 
derredor del  pueblo  hasta  las  cumbres,  si  es  tierra  áspera  que 
llaman  estos  apachetas,  como  algunas  piedras  grandes  e  todos 
los  puquios  y  nas9Ímientos  de  agua,  o  algunos  llanos  que  ha- 
cen en  alguna  questa,  o  algunos  arboles  señalados,  ó  las  partes 
aonde  siembran  el  mayz  para  los  sacrificios ;  porque  todas  estas 
cosas  están  divididas  por  sus  ceques  e  rrayas  en  el  torno  de 
cada  pueblo  y  están  a  cargo  de  personas  que  hagan  en  ellas 
sacrificios  diferentes  e  para  diversos  hefetos ;  en  unas  para  que 
se  empreñen  las  mujeres,  en  otras  que  dizen  que  de  alli  sale 
el  yelo  o  el  granizo,  y  en  otras  que  llueva;  ansi  desta  ma- 
nera les  enseña  el  Inga  esta  diuision  de  lugares  en  todo  lo  que 
conquisto,  hechandoles  grandísimo  cargo  del  veneficio  que 
rrescivian  en  darles  noticia  a  cada  vno  en  su  tierra  de  lo  que 
tenyan  e  se  podian  aprovechar  para  sus  necesidades ;  lo  qual 
el  dia  de  oy  hacen  por  su  mysma  borden  y  tienen  señalada 
gente  que  entiende  en  ello  ;  e  si  es  nes9esario  en  todos  los  pue- 
blos hacerles  que  pinten  la  carta,  y  viendo  la  del  Cuzco  luego 
lo  hacen,  que  al  sacerdote  le  quede  noticia  de  cada  cosa  de 
aquellas  en  particular,  ansi  para  la  que  entienda  y  haga  cas- 
tigar, como  para  predicarles  contra  ella  y  moverlos  con  ragones 
claras  a  que  entiendan  las  yllusiones  y  engaños  del  demonyo ; 
ques  negocio  que  por  ser  general  ba  muncho  en  el  y  es  gran  fun- 
damento para  su  edificación  e  combersión .  Ondegardo,  Rela- 
ción de  los  fundamentos  del  notable  daño  que  resulta  de  no 
guardar  a  los  Indios  sus  fueros.  Documentos  del  Archivo  de 
Indias  publicados  por  Torres  Mendoza,  T.  17,  Madrid  1872, 
pgs.  85  y  86. 

Comvn  es  a  casi  todos  los  Indios  adorar  Huacas,  ídolos 
Quebradas,  Peñas,  o  Piedras  grandes.  Cerros,  Cumbres  de  mon- 
tes. Manantiales,  Fuentes,  y  finalmente  qualquier  cosa  de  na- 


Las  Huaoas  91 

Y.    Que  el   carácter   de   huaca   hace   que 
se  considere  a  muchas  cosas  como  sagradas. 


turaleza  que  paresca  notable  y  diferenciada  de  las  demás.  Acos- 
ta  (?)  Instrucción  contra  las  ceremonias  y  Ritos  que  usan  los 
Indios.  Confesionario  para  los  Curas  de  Indios.  Sevilla,  1603, 
fol  I. 

Eran  mas  superticiosos  los  del  Perú  qe  los  de  nueua  Espa- 
ña, porque  si  veian  alguna  peña,  o  roca,  o  un  gran  guijarro 
que  se  diferenciaua  en  algo  de  los  otros,  estañan  persuadidos 
que  era  cosa  diuina,  y  que  los  dioses  hauian  puesto  en  el 
algo  de  su  deidad.  Román  y  Zamora,  Las  Repúblicas  del 
mundo,  Tercera  parte,  Salamanca,   1595,  fl.  129  v. 

Y  lo  que  supongo  es  que  fueron  tan  ciegos  los  Yndios  en 
su  gentilidad  que  pualquiera  cosa  de  que  pudiesen  esperar  al- 
gún bien,  o  temer  algún  mal,  la  adoraban  por  Dios  y  idolatra- 
ban en  ella,  y  assi  adoraban  hasta  los  animales  por  brutos  y 
crueles  que  fuesen,  y  quanto  mas  crueles  y  ponzoñosos  era 
mayor  la  adoración  que  les  hacian  como  a  Tigres,  Osos,  Leo- 
nes, Culebras  y  Serpientes.  Tenian  infinidades  de  ídolos,  he- 
chos de  metales  de  la  tierra.  Huacas  que  son  cosas  señaladas 
y  notables,  como  Cerros  muy  altos.  Apachetas  que  son  obras. 
Piedras  grandes  que  el  diluuio  dexo  en  partes  donde  no  se  pu- 
do jusgar    de    donde    rodaron.    Fuentes    manantiales;    a    qual- 

quiera    cosa  de  estas  insensibles  adoraban  por   Dios Y  la 

misma  (veneración)  tienen  quando  alguna  criatura  en  su  naci- 
miento sale  señalada  y  assi  en  entrando  en  edad  los  mas 
destos  dan  en  hechiceros,  sortílegos  y  adiccionos;  y  quanto  mas 
lisiado  fuere  uno  destos  le  tienen  y  veneran  por  mayor  hechice- 
ro  (Adoran)  también  a  los  lugares  donde  an  estado  y  a  sus 

mismos  nombres  y  apellidos  pues,  a  los  lugares  donde  estu- 
bieron,  llaman  Zamama  que  significa  descanso  y  otros  lugares 
de  donde  ellos  las  invocan  llaman  cayan  también  las  reueren- 
cian.   Oliva,  Historia  del  Perú,  Lima,  1895,  pgs.  130,  131  y  133. 

2.  Si  an  tenido,  ó  tienen  huacas,  ó  Ídolos  públicos,  ó  parti- 
culares, ó  si  los  an   mochado,  ó  adorado,  ofreciéndoles  sacrifi- 


é2        Bbligión  del  Imperio  de  los  Ínoas 

YI.  Que  la  cualidad  que  da  poder  a  los 
dioses,  la  tienen  los  locos  y  todos  los  hombres 
dotados  de  alguna  singularidad. 

Vil.  Que  a  las  huacas  se  dirigen  oracio- 
nes, y  que  la  cualidad  divina  parece  no  ser 
personal. 

yill.  Que  buaca  es  encarnable  en  todos 
los  seres  de  la  naturaleza. 

Todo,  pues,  nos  autoriza  a  clasificar  el 
concepto  de  huaca,  en  la  misma  categoría  que 
el  de  mana,  manitu  etc.,  sin  que  por  esto  pueda 
decirse  que  sea  enteramente  igual  a  éstos,  ya 
que  las  condiciones  económicas  y  sociales  en 
que  se  encontraban  los  Peruanos  (1)  antes  de 


cios,    ó  haciendo    algunos    ritos,  ó  supersticiones,    pidiéndoles 
vida,  salud,  ó  otros  bienes  temporales. 

16.  Si  an  adorado,  ó  mochado,  adoran  o  mochan  algunos 
cerros,  ó  manantiales,  ó  puquios,  pidiédoles  vida,  salud,  ó  otros 
bienes  téporales.  Villagómez,  Carta  pastoral  de  Exortación 
contra  las  idolatrías  del  Arzobispado  de  los  Reyes — Lima,  1649, 
pgs.  56  y  57. 

(1)  Pocos  son  los  autores  modernos  que  han  analizado  el 
concepto  de  huaca,  y  estos  lo  han  hecho  ligeramente  y  como 
de  paso;  citaremos  sin  embargo  algunos,  y  en  primer  lugar, 
Banddier,  The  Islands  of  Titicaca  and  Koati,  New  York,  1910, 
pg.  100. 

Este  autor  habla  de  las  Achachilas  de  los  indios  del  lago 
Titicaca,  que  son  las  huacas  del  antiguo  Perú,  y  las  com- 
para con  los   Shiuana  y  Kopish  -  tai  de  los  Queras  y  los  Ojua 


Las  Huaoas  93 

la  conquista  española,  eran  diferentes  de  aque- 
llas en  que  vivían  los  Melanesios,  los  indios  de 
la  América  del  Korte  y  otros  pueblos,  de  que  ya 
hemos  hablado;  perteneciendo,  quizás,  el  con- 
cepto de  huaca  a  un  estado  de  evolución  más 
adelantado,  y  cercano  a  la  comprensión  de  la 
divinidad,  como  una  naturaleza  sobrenatural 
y  propia  de  dioses  personales  y  poderosos,  tal 
como  la  que  se  encuentra,  desde  las  albores 
de  la  historia,  en  Grecia  (1)  y  Asirla   (2). 

De  muchas  de  las  huacas  creían  que,  an- 
tes de  ser  montes,  peñascos  o  islas,  habían  sido 
hombres,  y  que  su  metamorfosis  se  había  ve- 
rificado en  un  período  mitológico,  que  llamaban 


de  los  Tehuas  de  Nuevo  México  Achachila  es  voz  aymara 
emparentada  con  Achachi,  abuelo  o  progenitor.  (Bertonio,  Vo- 
cabulario Aymara,  Leipzig,  1879.   Parte  II,  pg.  5). 

Debe  también  consultarse  Payne,  History  oí"  the  New 
World  called  America.  Oxford,  1892,  Vol.  I,  pgs.  410  y  411, 
y  Reville,  The  Nativo  Religión  of  México  an  Perú,  (Hibbert 
lectures  1884),  New  York,  1884,  pgs.  166  y  167. 

En  las  historias  generales  del  Perú  y  libros  que  especial- 
mente tratan  de  los  Incas,  publicados  en  el  pasado  siglo,  ape- 
nas si  se  encuentra  algún  dato  interesante  acerca  del  signi- 
ficado de  la  voz  huaca,  pues  casi  todos  los  autores  se  ocupan 
exclusivamente  de  los  cultos  superiores  de  la  religión  peruana. 

(1)  Farnell,  Cults  of  the  Greek  States.  Oxford.  1896,  Vol. 
I,  pg.  4. 

(2)  Jasti-ow,  Religión  of  Babilonia  and  Asiría,  Boston, 
1898. 


94        Eeligión  del  Impbeio  de  los  Incas 

purumpacJia,  (tiempo  silvestre)  (1),  durante  la 
lucha  entre  los  dioses  supremos,  ya  fueron  éstos 
Yiracocha,  Yichama,  Con  o  Pachacámac,  fábu- 
las de  las  que  nos  ocuparemos  en  su  debido 
lugar.  Contaban,  también,  que  estas  huacas, 
mientras  vivieron,  fueron  las  introductoras  del 
cultivo  de  los  cereales  y  otras  obras  de  civi- 
lización (2). 

(1)  Purun  =  silvestre,  ordinario,  vulgar,  general 
Pacha  =  el  tiempo,  el  día.    Middendorf,  Op.  cit.,  pgs.  674 

y  643. 

(2)  Volvió  (Yichama)  erenojo  contra  los  de  Vegueta,  i  cul- 
pándoles de  cómplices pidió  al  Sol  su  padre  los  convirtiese 

en  piedras,  conversión  que  luego  se  izo No  uvo  bien  eje- 
cutado el  castigo  el  Sol  y  el  Vichama,  quando  se  arrepintieron 
de  la  impiedad....  El  Sol  y  el  Vichama  no  pudiendo  desazer 
el  castigo,  quisieron  satisfacer  el  agravio,  i  determinaron  dar 
onra  de  divinidad  a  los  Curacas  i  Caciques  a  los  nobles  y  a  los 

valerosos,  llevándolos  a  las  costas  y  playas i  a  otros    puso 

dentro  del  mar  que  son  los  peñoles a  quien  les  dicen  tí- 
tulos   de    deidad Calancha,    Chronica    Moralizada,     T.    I, 

Barcelona,  1638,  pgs.  413. 

Demás  desto.  Vuestros  Sabios  dizen,  que  estas  Huacas  an- 
tes que  fueran  piedras,  y  se  conuirtieran  en  Huacas,  eran 
hombres  como  nosotros  de  carne,  y  huessos,  y  que  el  Contiui- 
racocha,  como  dizen  los  Llacuaces,  o  el  Huichama,  como  dizen 
los  luncas,  los  conuirtieron  en  piedras.  Agora  te  pregunto. 
Quien  hizo  a  estas  Huacas  Dios?  Porque  vuestros  sabios  dizen, 
que  antiquisimamente  en  el  Purumpacha  eran  hombres,  y  ago- 
ra vemos  con  nuestros  ojos,  que  son  piedras,  o  cerros,  o  pe- 
fiascos,  o  Islas  en  la  mar.  Dime  hijo,  quien  hizo  aquestas 
Huacas  Dioses?  De  donde  les  vino  la  diuinidad.  Porque  si  an- 
tiguamente eran  hombres,  no  podían  ellas  hazerse   DioBes  asi 


Las  Huaoas  95 

Los  indios  Thompson  j  otras  tribns  Sa- 
lish  dicen  que  la  mayor  parte  de  las  rocas  de 
forma   singular,   fueron    hombres   o    animales, 


mismas.  Otro  las  hizo  a  ellas  Dioses,  y  siendo  assi  claro  está 
que  quien  las  hizo  a  ellas  Dioses  es  mas  poderoso  que  ellas, 
y  mas  excelente,  y  mas  sabio,  esse  será  Dios,  y  no  la  Huaca, 
porque  si  la  Huaca  es  hechura  suya,  ya  no  será  Dios ;  porque 
Dios  verdadero  no  puede  ser  hechura  de  otro,  porque  Dios  es 
el  hazedor  de  todas  las  cosas,  y  siendo  el  hazedor,  no  puede 
ser  su  hechura.  Demás  desto.  Si  estas  Huacas  antiguamente 
eran  hombres,  y  tenian  padre,  y  madre,  como  nosotros,  y  des- 
pués el  Contiuiracocha  los  conuirtió  en  piedras,  luego  agora  son 
de  menos  estimación  que  antes;  porque  quando  eran  hombres 
(como  falsamente  dizen  vuestros  hechizeros)  tenian  entendi- 
miento y  hablauan,  y  tenian  ojos,  y  pies,  y  manos,  como  los 
demás  hombres,  pero  agora  quien  las  ha  de  estimar?  Quien  ha 
de  hazer  caso  dellas?  No  veis  como  las  zorras,  y  los  pájaros 
se  ensucian  en  ellas?  Esto  puede  ser  Dios  verdadero?  Esto 
puede  ser  criador?  No  tienen  verguenca  vuestros  hechizeros,  de 
auer  adorado  vna  piedra  sucia  de  pájaros,  y  de  animales?  De- 
zidme,  quando  estas  Huacas  eran  hombres  como  nosotros,  antes 
que  fueran  Huacas,  no  comian  mayz?  No  comian  papas?  No  co- 
mian  charque?  Sí.  Dime  quien  les  daua  entonces  este  mayz  qu« 
comian,  y  las  papas,  y  las  ouejas?  El  Dios  verdadero,  que  ellos 
no  conocian,  se  lo  daua  todo,  como  también  dá  de  comer  a 
los  pájaros,  y  a  los  animales,  que  no  conocen  a  Dios,  luego 
antes  que  vuiera  Huacas,  a  quien  vuestros  hechizeros  piden  el 
mayz,  y  las  papas.  Dios  todo  poderoso  criaua  el  mayz,  y  las 
papas,  y  crió  a  essos  mismos  hombres,  que  vuestros  hechizeros 
falsamente  dizen,  que  se  conuirtieron  en  Huacas. 

Direisme,  Padre,  estas  Huacas,  quando  eran  hombres  ha- 
llaron estas  comidas,  y  ellos  las  sembraron,  y  las  escardaron, 
y  enseñaron  a  sus  hijos,  como  las  auian  de  sembrar.  Puede 
ser  que  sea  verdad.  Pero  dezidme  hijos?  quien  es  mas  digno 
de  ser   adorado,    quien  halló  estas  comidaB,  o  quien  las   crió, 


96        Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

en  nn  período  mitológico  mny  parecido  al  que 
los  Peruanos  llamaban  purumpacha  (1). 

Las  historias  de  transformaciones  de  hom- 
bres en  animales  u  objetos  inanimados,  se  en- 
cuentran en  todas  las  mitologías,  desde  la 
de  la  Grrecia  hasta  las  de  las  tribus  salva- 
jes de  Australia,  y  ocupan  preeminente  lugar 
en  las  más  perfectas  obras  de  arte  (2).  Y  si 
algunas  de  estas  fábnlas  han  podido  tener  ori- 
gen en  la  semejanza  que  presentan  ciertas  pie- 
dras con  la  figura  humana  (3),  las  más  son 
debidas  a  que,  paulatinamente,  merced  al  des- 
arrollo de  la  cultura,  el  animismo  cede  su 
lugar  en  las  religiones  al  antropomorfismo;  y 
así,  la  piedra  que  era  adorada  como  tal,  se 
convierte  en  un  dios  petrificado,  y  más  tarde, 
en  su  imagen. 


para  que  los  hombres  las  hallasen?  No  está  claro,  que  es  más 
digno  de  ser  adorado,  quien  las  crió  de  nada,  para  sustentar 
a  los  hombres?  Dios  todopoderoso  las  crió,  y  por  esso  solo 
Dios  ha  de  ser  adorado,  y  seruido.  Avendaño,  Sermones  en 
Quichua  y  Castellano,   Lima,  1649,  Tom.  I,  fls.  42  a  44. 

(1)  Teit,    The  Thomson  indians.  Jesup  North  Pacific  Ex- 
pedition,  Vol.  I,  Ne\y  York,  1889  a  90,  pg.  337. 

(2)  Lang,  Mythes  Culthes  et  Religions,  Traduction  fran- 
caise  par  Marilher,  Paris,  1896,  pgs.  115  a  149. 

(3)  Dormán,    Primitive  superstition,    Philadelphia   1881, 
pgs.  180  a  135. 


Las  Huaoas  97 

La  fuente,  tenida  por  viva  y  adorada  por 
tal,  al  andar  de  los  años,  no  es  sino  el  lugar 
donde  mora  la  ninfa,  bien  distinta  ya  de  la 
corriente  de  agua  en  que  se  baña  y  cerca  de 
la  cual  elévase,  algunas  veces,  su  templo  (1). 


(1)    Reinach,   Cuites   Mythes  et  Religions,    París,  1906  y 
1908,  Tomo  I,  pg.  42,  Tomo  n,  pgs.  32  y  77. 


Beligión  del  Imperio  de  los  Incas 


CAPITULO    II 


LOS   CONOPAS 


Además  de  las  huacas,  que  c  ran  reveren- 
ciadas por  toda  una  tribu,  provincia  o  clan  y 
que  recibían  culto  público  y  general,  había  en 
el  Imperio  de  los  Incas  otro  género  de  objetos 
sagrados,  llamados  de  diferentes  maneras,  en 
las  varias  regiones  del  Perú  y  conocidos  poi 
los  estudiosos  bajo  la  designación  de  conopas, 
como  los  llamaron  los  antiguos  escritores  es- 
pañoles, siguiendo  en  esto  a  los  indios  de  los 
llanos;  pues  en  la  sierra  recibían  el  apelativo 
de  chancas  o  de  cunchur,  y  que  han  sido  re- 
petidas veces  comparados  a  los  diuses  Lares  y 
Penates  de  los  antiguos  romanos  (1). 

íl)  Los  Conopas  qv  en  el  Cuzco  y  por  alia  arriba  llaman 
Chancas  son  propiamente  sus  dioses  Lares  y  Penates.  Arrioga, 
Extirpación  de  la  idolatría,  Lima,  1621,  pg.  14. 

Avila,  Relación  etc.  Este  documento  lo  publicamos  entre 
los  que  acompañan  este  estudio. 

También  adoran  y  reverencian  las  Conopas  que  en  el  Cuzco 
llaman  Chancas  y  son  sus  Dioses  lares  y  Penates.  Oliva^ 
Historia  del  Peni,  Lima,  1896,  pg.  134, 


100       Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

Estos  pequeños  objetos  ocupaban  impor- 
tantísimo lugar  en  la  vida  de  los  nntiguos  pe- 
ruanos; a  ellos  pedían  consejo  y  de  ellos  es- 
peraban socorro  en  sus  necesidades.  Sólo  de 
un  modo  particular  y  secreto  los  reverencia- 
ban y,  en  los  sacrificios  que  les  ofrecían,  hacía 
ordinariamente  do  ministro  aquel  qne  los  im- 
ploraba; pues  sólo  rara  vez  llamaban  con  tal 
objeto  a  los  hechiceros    (1). 

En  quichua  llamábanles  también  huasica- 
mayoc  (2),  nombre  que  expresa  muy  bien  su 
naturaleza  doméstica  y  privada,  ya  que  quiere 
decir  el  cuidador  de  la  casa  (3). 


(Ij  A  todos  los  Conopas,  de  qualquiera  manera  que  sean 
se  les  da  la  misma  adoración  que  a  las  Huacas,  solo  que  la  de 
estas  es  publica  y  común  de  toda  la  Provincia,  de  todo  el  pue- 
blo, o  de  todo  el  Ayllo,  según  es  la  Huaca,  y  la  de  los  Conopas 
63  secreta,  y  particular  de  los  de  cada  casa.  Este  culto  y  ve- 
neración o  se  la  dan  ellos  mismos  por  sus  personas....  o  frara 
vez  I   llaman  al  Hechizero.    Arriaga,  id.  id.,  pg.  15. 

(2)  Huasi  =  la  casa,  la  habitación,  la  sala;  la  torre;  la 
cueva  de  los  animales,  el  nido  de  los  insectos;  la  familia,  los 
inquilinos.  Huasi  -  camayoj  =  el  mayordomo,  Middendorf,  "VVór- 
terbucb  des  Runa  Simi  oder  Kesbua  Sprache,  Leipzig,  1890, 
pg.  442. 

(3)  Y  asei  los  llaman  también  Hnasicamayoc  el  mayor- 
domo o  dueño  de  casa.  Arriaga,  extirpación  de  la  Idolatría, 
Lima,  1621.  pg.  14. 

Assi  los  llaman  Huacicamayoc  que  es  el  mayordomo  o  du«- 
flo  de  la  casa,    Oliva,  Loco  cit. 


Los  OoxoPAS  101 

Había  conopas  de  diversas  materias  y  figu- 
ras^ si  bien  ordinariamente  eran  piedrecillas 
pequeñas,  desprovistas  de  todo  trabajo,  y  que 
tenían  alguna  particularidad,  en  su  forma  o  en 
su  color  (1),  sin  que  faltaran  otras  cuidadosa- 
mente labradas,  imitando  objetos  naturales. 

Los  cálculos  o  piedras  bezares  (2)  que  tan 
misteriosos  e  inexplicables  debían  ser  para  los 
antiguos  indios,  cuya  atención  no  podía  menos 


(1)  Avila,  Relación  de  la  Idolatría  de  los  Indios  de  este 
Arzobispado  de  los  Reyes. 

Son  de  diversas  materias  y  figus  isici  ordinario  son  algu- 
nas piedras  particulares  y  pequeñas  que  tangán  algo  ras  (sic) 
annqo  de  notable  o  en  el  color  o  en  la  figura.  Arriaga,  id.  id., 
pg.  14.  Esta  frase  como  muchas  otras  de  Arriaga  se  hallan 
textualmente  copiadas,  salvo  los  errores  de  imprenta,  en  Vi- 
llagómez,  Carta  Pastoral  de  exhortación  e  instrucción  contra 
la  idolatría  de  los  indios  del  Arzobispado  de  Lima,  Lima, 
1649,  fol.  39  V. 

Estos  ydolos  suelen  ser  de  diversas  materias  y  figuras, 
pero  de  ordinario  son  de  algunas  piedras  particulares  y  peque- 
ñas, que  tengan  algo  de  singular  o  notable  en  el  color  o  figura. 
Oliva,  Loco  cit. 

(2)  No  solamente  los  barbaros  americanos,  quienes  con- 
fiaban en  la  virtud  y  eficacia  de  la  piedra  bezar,  sino  también 
los  civilizados  de  Europa  y  el  Cesar  Carlos  V.  tomo  piedra  be- 
zar  para  librarse  de  tristeza  y  melancolía,  y  como  de  un  con- 
traveneno poderoso  le  administraban  los  médicos  del  rena- 
cimiento, siguiendo  a  los  árabes.  Véase  el  curioso  tratado  «De 
la  piedra  Bezaar  y  la  Yerua  Escuer90uera»  en  Monardez,  Pri- 
mera segunda  y  terceras  partes  de  la  Historia  Medicinal  de  laa 
eosas  que  traen  de  nuestras  Indias  Occidentales,  Sevilla,  1574. 


102       KKLiaiÓN  DBL  Imperio  db  los  Inoas 

de  lijarse  eu  piedras  euooiitradas  eu  tau  sin- 
gulares cirouiistiiucias,  eran  conopas  muy  apre- 
ciados, especialmente  para  obtener  la  multi- 
plicación de  los  ganados.  Su  nombre  era  el 
de  Illa  o   Quicu  (1). 

Los  llevaban  en  sus  mochilas  «conside- 
rándolos como  talismanes,  cuya  presencia  los 
protege  contra  enfermedades  y  desgracias >  (2). 
Tau  poderosos  los  consideraban  para  atraer  la 
buena  ventura,  que  las  voces  iUai/og  e  ülasapa 
corresponden  a  venturoso  e  hijo  de  la  dicha; 
y,  en  tiempos  indudablemente  poshispánicos, 
las  monedas  antiguan,  que  las  indias  llevan  sus- 
pendidas del  cuello  y  que  creen  son  un  eficaz 
amuleto  para  obtener  riquezas,  han  recibido  el 
nombre  de  i77^  -  l-oUn  (3). 

Los  costeños  tenían  también  por  conopas 


¡1  Por  conopas  suelen  tener  algunas  piedras  bezares  que 
los  Indios  llamaban  Qnicu.  Arri£iga,  id.  id.,  pg.  15. 

(Se  tienen  por  conopas  las  piedras  bezares  qae  llaman  Illa 
o  si  las  an  aderado  o  aderan.  Yiüagómez,  Op.  cit.  fol.  y  OH- 
«H,  pg.  135,  Obra  citada. 

'2  Middendorf,  Worterbuch  des  Hnna  Simi  order  keshua 
Sprache,  Leipzig,  18£0,  pg.  85. 

i3^)  Id.  id.,  pg.  96. —  Sobre  el  origen  de  las  piedras  beza- 
res y  SQS  virtcdes.  y  sobre  sus  diferentes  calidades,  v&a¿e: 
Herrera,  Historia  general  de  los  Hechos  de  los  Castellanos  en 
las  Islas  Tierra  Firme  del  liar  Océano,  Decada  Quinta.  Madrid 
i72¿.  pgs.  9S  y  9&. 


Los  OoNüPAS  103 

a  unos   cristales   pequeños,   que    llamaban    la- 
cas (1). 

Acudían  a  los  conopas  los  antiguos  indios 
en  sus  enfermedades  o  en  cualquier  otro  tra- 
bajo que  les  sobrevenía  (2).  Las  mujeres,  es- 
pecialmente, esperaban  que  las  socorriesen  en 
el  parto;  para  lo  cual  ofrecían  sacrificios  a  aque 
líos  que  les  eran  propios,  llamando  para  esto 
a  los  hechiceros  o  sacerdotes,  quienes  se  los 
colocaban  encima  de  los  pechos,  creyendo,  de 
este  modo,  facilitar  el  desembarazo  (3). 

Además  de  estos  conopas,  que  podemos 
llamar  generales,  había  otros,  cuya  esfera  de 
influencia  era  más  reducida  y  estaban  í  speciali- 
zados  para  diversos  fines;  así,  había  conopas 
para  el  maíz  (zara  -  conopas,  arihua  -  zara,  huan- 
tai-zara,  zara -mamas),  las  patatas  (papa -co- 
nopas, acsu-conopa  (4),  y  las  llamas    (llama - 


^l)  En  los  llanos  tenain  muchos  por  Conopas  vnas  piedras 
pequeñas  de  cristal  al  modo  de  puntas  y  esquinadas  que  lla- 
man Lacas.    Arriaga,  Op.  cit.,  pg.  15. 

(2)     Avila,  Relación  de  las  Idolatrías  etc. 

i^\  Quando  la  mnger  esta  de  parto,  suelen  llamar  a  los 
Hechizeros,  para  que  ha  sacrificio  al  Conopa,  que  tiene  como 
propia  suya  la  muger  y  se  la  ponga  encima  de  los  pechos,  y 
la  traiga  sobre  ello  para  que  tenga  buen  parto.  Arriaga,  Ex- 
tirpación de  la  Idolatría,  Lima,  1621,  pg.  32. 

féj  Agsu,  Dep.  de  Junín,  especie  de  papa.  Middendorf, 
Op.  cit.,   pg.  20. 


104      Eeligióx  del  Imperio  db  los  Incas 

conopa,  illa  llama,  caullama).  Atribuíanles  po- 
der para  aumentar  sus  ganados  o  para  hacer 
fructificar  abundantemente  sus  sembríos.  A 
menudo,  los  zara-conopas  eran  preciosas  ma- 
zorquillas  de  maíz,  trabajadas  en  piedra  con 
esmero.  Estos  objetos  no  san  raros  en  las  co- 
lecciones de  antigüedades  peruanas,  así  como 
otros,  en  forma  de  llamas,  que  eran  los  cono- 
pas  a  cuyo  cargo  estaba  el  aumento  de  estos 
animales,  y  cuyo  uso  subsiste  aún  hoy,  como 
lo  ha  demostrado  Max  Uhle.  Parece  que  los 
llama- conopas  eran,  en  muchas  ocasiones,  illas 
o  piedras  bezares  (1). 


(1)  Ay  también  Conopas  mas  particulares,  vnas  para  el 
mayz,  que  llaman  Zarap  conopa,  otras  para  los  papas  Papap 
conopa,  otras  para  el  aumento  del  ganado  que  llaman  Caulla- 
ma, que  algunas  vezes  son  de  figura  de  Carneros,   pg.  15. 

Otras  (zaramamas)  son  de  piedra  labradas  como  choclos,  o 
mazorcas  de  maíz  con  sus  granos  relevados,  y  de  estas  suelen 
tener  muchas  en  lugar  de  Conopas.  Pg.  16,  Arriaga,  Extir- 
pación de  la  Idolatría,  Lima,  1621. 

No  me  he  olvidado  hijos  de  vuestros  Conupas,  muy  bien 
se,  que  teníais  en  vuestras  casas  las  Conupas,  vnas  para  el 
mayz,  y  las  llamauais  carap  -  conupá,  y  Huan  -  tay  zara,  y  Ari- 
huacara,  otras  para  las  papas,  y  las  llamauais  papa  conupa, 
Acau  conupa.  No  era  asi.  No  lo  podéis  negar;  porque  los  Vi- 
sitadores, os  las  quitaron,  y  las  quemaron;  y  también  teníais 
Conupas  para  el  ganado,  que  las  llamauais  Llamap  conupa,  y 
vuestros  hechizeros  os  dezian  que  estas  Conupas  tenian  poder 
para  dar  buen  mayz,  y  para  el   aumento  de  vuestros  ganados, 


Los  OoifOPAS  105 

Transmitíanse,  ordinariamente,  los  cono- 
pas  de  padres  a  hijos,  siendo  el  mayor  o  prin- 
cipal aquel  que  los  heredaba  (1),  reverencián- 
dolos todos  los  descendientes  de  su  primitivo 
posesor.  A  falta  de  herederos  consanguíneos, 
encomendaban  su  custodia  al  pariente  por  afi- 
nidad, que  les  parecía  más  cercano,  o  a  la 
persona  con  quien  tenían  mayor  amistad,  u 
optaban    por   llevarlos  a  la  tumba  del    proge- 


y  de  vuestras  chacras.  AvendaTw,  Sermones  en  Quichua  y 
Castellano,  Lima,  1699,  fol.  54  (?j. 

Si  an  tenido,  o  tienen  en  sus  casas,  ó  en  otras  partes, 
Conopa,  Zaramamas,  para  aumento  del  ganado,    pg.  56  a  59. 

Que  Conopa,  o  Chanca  tiene?  (que  es  un  Dios  pénate  ?  y 
si  es  Ascuy,  Conopa,  ó  Zarapconopa,  ó  Llamaconopa  ?  si  es 
Conopa  del  maiz,  ó  del  ganado,  pg.  61  a  63.  Villagómez,  Carta 
Pastoral  de  Exhortación  contra  las  idolatrías  del  Arzobispado 
de  Lima,  Lima,  1699. 

Sobre  los  illas,  como  Llama  -  conopas,  véase  la  «Relación 
de  la  religión  y  ritos  de  los  indios  de  Guamacucho»  (Colección 
de  inéditos,  relativos  a  la  conquista  y  colonización  de  América 
y  Oceanía,  Tomo  III,  pg.  50. 

Uhle  Max,  Las  llamitas  de  piedra  del  Cuzco.  Revista  del 
Instituto  Histórico  del  Perú,  Vol.  I,   Lima,  1806. 

(1)  Pero  lo  ordinario  es,  que  las  conopas  se  hereden  siempre 
de  padres  a  hijos,  y  es  cosa  cierta  y  averiguada  en  todos  los 
pueblos  que  entre  los  hermanos,  el  mayor  tiene  piempre  la  Co- 
nopa de  sus  Padres.  Arriaga,  Extirpación  de  la  Idolatría,  Li- 
ma, 1621,  pg.    15. 

Herédanse  estas  Conopas  de  padres  a  hijos  y  están  siem- 
pre en  el  mayorasgo  de  la  casa  como  vinculo  principal  della, 
Oliva,  Historia  del  Perú,  pg.  136 


106      Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

nitor  y  depositarlos  allí ;  y,  cuando  nada  de  esto 
era  posible,  enterrábanlos  en  la  casa  (1). 

Mas  no  todos  los  conopas  tenían  igual 
historia;  pues  acontecía  que,  topándose  un  in- 
dio con  alguna  piedra  o  con  cualquiera  otra 
cosa,  bajo  algún  concepto  notable,  la  recogía 
e  iba  a  un  hechicero  y  preguntábale  el  signi- 
ficado de  su  hallazgo;  a  lo  cual  éste  contesta- 
ba, diciéndole,  con  admiración,  «  éste  es  cono- 
pa  reverencíale  y  móchale  con  gran  cuidado 
que  tendrás  mucha  comida  y  gran  tranquili- 
dad». 

Para  resolver  si  esta  clase  de  objetos  eran 
conopas,  servíanse,  en  otras  ocasiones,  de  pie- 
drecillas,  con  las  que  echaban  suertes  como  con 
dados  (2),  sistema  de  adivinación  muy  emplea- 
do en  el  Perú. 

(1)  Avila,  Relación  de  la  Idolatría  de  los  indios  de  este 
Ar9obispado  de  los  Reyes 

(2)  Y  acontece  algunas  veces  (y  no  son  pocas  las  que  se 
han  topado  de  estas)  que  cuando  algún  Indio  o  India  se  halló 
alguna  piedra  de  esta  suei-te,  o  cosa  semejante  en  que  reparo 
va  al  Hechizero,  y  le  dize  Padre  mió,  esto  he  hallado  que  se- 
ra? y  él  le  dize  con  grande  admiración,  esta  es  Conopa,  reve- 
rencíala, y  móchala  con  gran  cuidado,  que  tendrás  mucha  co- 
mida y  grande  descanso. —  Otras  vezes  con  vna  pedrezuela  lar- 
guilla  y  esquinada,  que  sirve  como  de  dado  para  hechar  suertes 
la  hecha  y  saliendo  buena  dice  que  es  Conopa.  Arrioga,  Op. 
cit.,  pg.  15.  Véase  Villagómez,  Carta  Pastoral  de  exhortación 
e  instrucción  contra  la  idolatría,  Lima,  1649    folio  39  v. 


Los  OoNOPAS  107 

Hemos  dicho  anteriormente  qne  en  la  Sie- 
rra llamaban  a  los  conopas,  cunchur  j  chanca; 
mas  estas  dos  palabras  no  eran  equivalentes, 
pues  si  ambas  significaban  objetos  de  igual 
género,  se  aplicaban  a  piedras,  cuyo  papel,  en 
los  ritos  domésticos  con  que  imploraban  su 
auxilio,  era  diverso.  Así,  el  modo  de  servirse 
de  ellos  era  el  siguiente : 

Sacaban  al  cunchur  y  al  chanca,  que  co- 
múnmente eran  piedras  rústicas,  que  guardaban 
envueltas  en  trapos  y,  con  ellos,  un  poco  de 
coca  y  unos  ataditos  de  cuero,  que  contenían 
polvos  amarillos,  paria  o  cinabrio  pulveriza- 
do, muUu,  o  sea  conchas  marinas  molidas  (1), 
oropel  y,  en  algunas  ocasiones,  un  pedacillo  de 


Por  que  en  algunas  ocasiones  con  una  pedreauela  largui- 
11a  y  esquinada  que  sirue  como  de  dado  para  echar  suertes  la 
echa  el  hechicero  y  saliendo  buena  le  dice  al  yndio  que  es  co- 
nopa  y  con  esta  aprobación  y  canonización  tiene  ya  su  Dios 
Pénate  y  para  que  nos  apiademos  destos  pobres  y  miserables 
naturales  y  echemos  de  ver  quan  grande  es  su  ignorancia  y  ce- 
guedad a  acontecido  hallarse  en  poder  de  una  yndia  un  peda90 
de  lacre  y  en  otra  una  bellota  de  seda  de  las  que  se  suelen 
poner  en  las  capillas  de  las  capas  aguaderas  y  en  poder  de 
otra  un  ñudo  de  vidrio  del  pie  de  una  talla  y  todas  ellas  ado- 
ran y  veneran  como  Conopas  y  Dioses    Penates. 

(1)  Si  con  ellas  (las  conopas)  tienen  mullu  pariasto  o 
otras  ofrendas  que  les  hacen.  ViUagómez,  Carta  Pastocial  de 
exhortación  contra  la  idolatría  de  los  Indios  del  Arzobispado 
de  Lima,  Lima,  1649.  í'ol.  56  a  69. 


108      Religión  del  Imperio  db  los  Incas 

plata.  Tomaban  luego  dos  o  tres  piedras  planas, 
del  tamaño  de  una  mano,  y  en  ellas  disponían 
los  dichos  polvos,   formando    líneas,  y   con    el 
pedacilio  de    plata    las    raspaban   hasta   dejar 
señal.  Colocaban  juntamente  unos  conejillos  de 
Indias,  vasos  (mates)  do  chicha  ordinaria  y  un 
poco  de  aquella  que  llamaban  tecti  yapaicM  (1), 
que    era    como    mazamorra  espesa,    hecha  de 
maíz,    mascado   por    muchachas  vírgenes  o,   a 
falta  de  éstas,  por  mujeres  que  durante  su  fa- 
bricación,   guardaban    castidad  y  se  abstenían 
de  comer  sal  y  ají  (2).  Para  esto  habían  pre- 
viamente dispuesto  al  cunchur  y  al  chanca  so- 
bre un  poco  de  paja  limpia.    Entonces  dirigían- 
se al  cunchur,    implorándole  su   auxilio    como 
a  padre  y  pidiéndole  les  manifestase  cuál  era 
la  huaca  que,  con  su  enojo,  causábales  el  mal 
que  sufrían;  y,  lanzando  el  chanca  (3)  al  aire, 
preguntaba  si  el  enojado  era  el  Sol,  y  del  modo 
como  caía,  deducían  la  respuesta,  y  siendo  afir- 


(1)  Tejti  =  Chicha  cocinada  con  mani,  a  la  superficie  de 
la  cual  nadan  gotitas  de  aceite.  Middendorf,  Worterbuch  des 
Runa  -  simi  oder  der  keshua  -  Sprache,  Leipzig,  1890. 

(21  Amñaga,  Extirpación  de  la  idolatría,  pg.  24,  Lima, 
162L 

^3)  Chancay  =  tirar  algo  alzando  la  mano.  Middendorf, 
Op.  cit.,  pg.  343. 


Los    OONOPAS  109 

mativa,  repetían  la  experiencia,  y,  en  cayendo 
el  chanca  por  un  lado  diferente  que  la  primera 
vez,  quedaban  por  ciertos  de  que  era  el  Sol 
que  los  castigaba,  y  trataban  de  aplacarlo  por 
medio  de  sacrificios.  Si  las  cosas  sucedían  de 
otro  modo,  continuaban  echando  suertes  y  pre- 
guntando si  tal  o  cual  huaca  estaba  irritada, 
hasta  obtener  una  respuesta  definitiva.  Obte- 
nida ésta,  el  que  hacía  de  oficiante,  dirigién- 
dose al  cunchur  y  pidiéndole  su  intercesión, 
soplaba  los  polvos  que  habían  colocado  en  una 
de  las  piedras  planas,  de  que  antes  hablamos; 
tras  lo  que  regaban  un  poco  de  coca  y  tecti. 
Sacrificaban  luego  un  cuy,  cuyas  entrañas 
examinaban,  hinchando  de  aire  los  pulmones 
y,  según  la  forma  que  tomaban,  deducían  si 
el  sacrificio  había  sido  o  no  aceptado;  conti- 
nuando el  sacrificio  hasta  estar  ciertos  de  que 
había  sido  grato  a  las  huacas.  Hecho  esto, 
ofrendaban  nuevamente  al  dios  enojado,  los 
polvos  que  habían  puesto  en  las  otras  piedras, 
vertían  la  chicha  y  el  resto  del  tecti  en  el  sue- 
lo y  mataban  unos  cuantos  conejillos  de  In- 
dias más  (1). 


d'  Franco  de  Avila,  Relación  de  la  idolatría  de  los  Indios 
de  .este  Arzobispado  de  los  Reyes  que  se  ha  descubierto  y  diver- 
iidad  de  ídolos  que  adoran. 


lio      Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

Quien  haya  leído  con  atención  las  pági- 
nas anteriores,  en  las  cuales  hemos  resumido 
fielmente  lo  que  los  escritores  castellanos  de 
los  siglos  XYI  y  XYII  han  dicho  de  los  cono- 
pas,  habrá  podido  notar  cuan  exacta  aplicación 
encuentran  en  este  asunto,  las  ideas  que  hemos 
desarrollo  en  el  capítulo  antecedente. 

La  primitiva  concepción  de  mana,  wakon- 
da  etc.,  que  hemos  creído  encontrar  en  la  idea 
de  huaca,  se  manifiesta  claramente  en  la  de 
conopa. 

En  efecto,  si  no  acudimos  a  ella,  encon- 
traremos inexplicable  y  absurdo  el  modo  cómo 
los  antiguos  moradores  del  Imperio  de  los  In- 
cas obtenían  nuevos  conopas,  y  muchas  de  las 
otras  particularidades  que  acabamos  de  expo- 
ner. 

Mas,  no  por  derivar  de  una  misma  con- 
cepción de  la  fuerza  misteriosa  y  sagrada,  la 
creencia  en  las  huacas  y  en  los  conopas,  la  di- 
ferencia que  existe  entre  estas  dos  clases  de 
objetos  sagrados  es  más  pequeña,  que,  a  nues- 
tro, juicio,  éstas  eran  más  distintas  entre  sí,  de 
lo  que,  a  primera,  vista,  parece,  y  de  lo  que 
los  cronistas  nos  dan  a  entender. 

Las  huacas  correspondían,  en  las  rudimen- 
tarias concepción  os  de  los  antiguos  peruanos, 


Los   OONOPAS  111 

a  los  dioses  de  otros  pueblos  de  más  desarro- 
lladas ideas  religiosas;  y  los  conopas  eran  amu- 
letos. Esta  es  la  opinión  de  LoTvie  (1),  al 
estudiar  los  amuletos  americanos,  j  esperamos 
que  será  la  del  lector,  después  de  habernos 
seguido  en  el  brebe  examen,  que,  de  algunos 
de  los  talismanes  de  que  se  sirven  otros  pue- 
blos de  América,  vamos  a  hacer  en  las  páginas 
siguientes. 

Generalmente,  se  entiende  por  amuleto  un 
objeto  portátil  que  se  lleva  sobre  la  persona  o 
se  guarda  de  otra  manera,  al  cual  se  atribuye 
poder  mágico  religioso  para  alejar  un  daño  u 
obtener  un  bien. 

Los  objetos  que  han  servido  como  amule- 
tos son  muy  varios,  tales  como  piedras,  o  ve- 
getales de  forma  singular,  partes  de  animales 
o  reliquias  de  muertos. 

Muchos  amuletos  derivan  su  virtud  de  una 
semejanza  más  o  menos  real  con  el  objeto, 
sobre  el  cual  se  les  atribuye  influencia. 

Los  objetos  adivinatorios,  guardados  du- 
rante  largo    tiempo   y    empleados   a   menudo, 


(1)  Loioie,  Charms  and  amnlets  in  America  of  Hastings 
Encyclopaedia  of  Ethics  and  Religión,  Edinbourgh,  1911,  Tomo 
m,  pg.  408. 


112      Religión  del  Imperio  de  los  Incas 

llegan  a  convertirse  en  amuletos,  dotados  de 
virtud  para  producir  los  hechos  que  predicen. 

Los  fines  para  que  sirven  los  amuletos 
son:  I'',  curar  o  evitar  ciertas  enfermedades; 
2^  lihrar  de  determinados  peligros;  3°.  dar 
huena  suerte  o  vigor;  4°.  la  realización  de 
determinados  deseos,  tales  como  éxito  en  el  jue- 
go, aumento  de  riqueza,  fructificación  de  gana- 
dos y  sembríos,  triunfos  de  amor,  fertilidad  eto. 

Los  amuletos  están  fundados  en  el  con- 
cepto de  una  fuerza  mística  y  mágica,  tal  como 
mana   (1). 

IS'o  siempre  es  fácil  decir  si  una  cosa  es 
un  amuleto  o  un  fetiche,  puesto  que,  bajo  al- 
gunos respectos,  ambas  clases  de  objetos  tienen 
gran  semejanza  y  casi  igualdad.  Así,  no  debe 
sorpréndenos  que  Spencer  haya  clasificado  en- 
tre estos  últimos  los  conopas  del  Peni  (2),  ya 
que  fetiche  es  un  objeto  material,  morada  per- 
petua o  momentánea  de  un  dios  o  de  un  espíri- 
tu natural,  o  del  de  un  muerto  o  un  instrumento 
para  obtener,  de  un  modo  sobrenatural,  fines 
no  acequibles  de  otra  manera. 


íl)  Barbara  Freiré —  Marreco,  Charms  and  amulets.  Has. 
tings,  Op.  cit.,  pg.  393  a  398. 

(2)  Lewis  Spence,  Feticliiam  in  America  Hastings,  Op. 
cit.,  Edimbourgh,  1912,  Vol.  V,  pg.  908. 


Los   CONOPAS  113 

Machos  fetiches  están  poseídos  por  espí- 
ritus indeterminados  (1). 

Previas  las  antecedentes  nociones  genera- 
les, daremos,  pues,  principio  a  nuestra  ligera 
revista  de  los  talismanes  americanos,  no  sin 
advertir  antes  que,  estando  mucho  mejor  estu- 
diada la  etnografía  de  la  parte  setentrional  del 
Continente,  nuestros  datos,  relativos  a  la  Amé- 
rica del  Sur,  serán  mucho  más  deficientes  que 
los  que  podamos  exponer  acerca  de  las  tribus 
que  moraban  al  Korte  del  Istmo  de  Panamá. 

Pocos  pueblos  americanos  son  conocidos, 
bajo  el  respecto  que  ahora  nos  interesa,  mejor 
que  los  esquimales;  pues  el  aislamiento  y  di- 
fíciles condiciones  en  que  viven,  han  sido  po- 
derosos incentivos  de  la  curiosidad  de  los  et- 
nólogos, que,  sin  retroceder  ante  las  más  duras 
penalidades,  han  estudiado,  con  detención, 
esto  pueblo  singularísimo. 

Los  esquimales  de  Groenlandia  tienen 
amuletos  muy  numerosos,  que  llaman  arnuaq 
de  quienes  creen  obtener  determinadas  cuali- 
dades y  que  dicen  les  libran  de  ciertos  peligrt)S 
o  males  y  aun  de  la  muerte,  ejerciendo  su  pro- 


[1)     Aston,   Fetichism  in  Hasting,   Op.  cit.,  Vol.  V,  pgs. 
8W  y  a96. 
Beligión  del  Imperio  de  los  Incas  9 


114       Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

tección,  sobre  todo,  en  los  niños,  que  siempre 
andan   cargados  de  talismanes. 

Son  estas  piedras  qae  tienen  algnna   sin 
gularidad,  huesos  u  otros  restos  de  animales  o 
aves,  j  los   llevan  de    ordinario    colgados    del 
cuello. 

La  mayor  parte  de  estos  amuletos  están 
fundados  en  principios  de  magia  por  contac- 
to, sin  que  falten  otros,  cuya  psicología  sea  de 
más  difícil  explicación.  Los  padres  hacen  que 
sus  hijos  lleven  cabezas,  garras  u  otras  reliquas 
de  halcones,  para  que  sean  buenos  cazadores, 
y  un  pedazo  del  vestido  de  un  europeo,  para 
darles  la  habilidad  e  inteligencia  de  la  raza 
blanca. 

En  los  botes  ponen  cabezas  de  zorros  j 
en  los  arpones,  el  pico  de  una  águila  (1). 

Los  cazadores  que  moran  en  la  Bahía  de 
Hudson,  para  capturar  ciervos  y  obligar  a  es- 
tos animales  a  correr  en  determinada  dirección, 
fabrican  un  muñeco,  a  imagen  de  algún  ca- 
zador famoso,  y  cuólganlo  de  un  palo,  en  un 
lugar  a  propósito. 

Los  talismanes  de  estas  gentes  están  des- 
tinados a  guardar  a  su  dueño  de  los   ataques 

(1)     Orantz,   Historj  of  Greenland,  London,   1767,  Vol.  I, 
p^s.  216  y  sigts. 


Los    CONOPAS  115 

de  los  malos  espíritus,  siendo  algunos  repre- 
sentaciones de  parientes  difuntos. 

Muchos  de  los  nombres  personales,  de  que 
se  sirven,  designan  objetos  naturales.  Los  que 
tales  nombres  usan,  llevan  una  imagen  o  una 
porción  de  la  cosa  de  que  se  deriva  su  ape- 
lativo. 

Erecuente  es  el  empleo  de  las  ropas  de 
un  muerto,  para  obtener  el  auxilio  de  su  espí- 
ritu, así  como  el  de  restos  de  animales,  cre- 
yendo, de  este  modo  adquirir  sus  propiedades. 

Los  objetos  extraños  y  nunca  vistos  juzgan 
que  dan  buena  ventura  a  quien  los  halló. 

Un  talismán  curioso  de  estas  gentes  era 
el  que  representaba  cuatro  cabezas  de  hechi- 
ceros célebres  (1). 

Según  Boas,  en  las  ideas  religiosas  de  los 
esquimales  del  Centro,  los  tornait  o  señores 
invisibles  do  todas  las  cosas  son  los  seres  más 
poderosos  después  de  Sedna. 

Todos  los  objetos  tienen  su  dueño  invisi- 
ble o  inua  que  puede  convertirse  en  el  genio 
de  un  hombre,  que  entonces  adquiere  las  cua- 
lidades   de    angaJíunirno  o  hechicero,    lo   cual 

(1;  Tnrner,  Etnology  of  the  Ungava  Districit  Hudson  Bay 
Temtory  U'"  Annual  Eeport  of  the  Bureau  of  Ethonologie, 
"Washington  18í)4,  pg.  201. 


116       Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

acontece  más  fácilmente  con  los   inuas  de  los 
osos,  o  de  las  piedras  o  con  los  hiim-^nos. 

El  tornait  de  las  piedras  vive  en  las  gran- 
des rocas,  que  hay  esparcidas  por  todo  el  país, 
las  cuales  creen  que  son  huecas  y  provistas  de 
una  entrada  secreta,  sólo  conocida  de  los  he- 
chiceros. 

Estos  esquimales  no  fabrican  imágenes  de 
los  tornait;  pero  se  sirven  mucho  de  amuletos 
arnigoas,  los  cuales,  si  bien  algunos  son  da- 
dos por  un  tornait,  son  la  mayor  parte  here 
ditarios.  Los  amuletos  más  comunes  son  plu- 
mas de  lechuzas,  dientes  de  osos  u  otras  cosas 
semejantes;  así  como  minerales  raros,  que  en- 
vuelven en  un  pedazo  de  piel.  Un  retazo  de 
la  primera  vestidura  de  un  niño  es  tenido  por 
poderoso  talismán. 

Llevan  sus  amuletos  en  medio  de  la  es- 
palda, en  la  chaqueta  interior  (1). 

Los  esquimales  del  Cabo  Barro w  dan  mxi- 
cha  importancia  a  los  amuletos  qne  llevan  en 
sus  personas,  en  sus  botes  y  aun  en  algunas 
armas.  Estos  son  de  varias  clases ;  los  hay  he- 
chos de   pieles,    huesos  u  otros   restos  de  ani- 

(1)  fíoas  (T.),  TLe  Central  Eskimo  G"-  Annnal  Report  of 
the  Bureau  of  Etnology,  1884-85,  Washington,  1888,  pg.  591 
a  592. 


Los  OONOPAS  117 

males,  con  los  cuales  creen  obtener  las  cuali- 
dades de  éstos;  otros  son  hechos  de  plumas, 
como  los  que  cou  las  del  águila  dorada  hacen 
y  que  llevan  en  sus  botes;  otros  son  objetos 
que,  por  su  forma,  recuerdan  el  efecto  que  con 
ellos  se  quiere  obtener;  de  éstos,  unos  son  na- 
turales otros  artificiales,  tales  como  los  en  de 
forma  de  lobo  marino,  hechos  de  piedra  esta- 
llada. 

En  fin,  cada  clase  de  amuletos  parece  es- 
tar destinada  a  distinto  fin  y  ser  éstos  más 
apreciados,  cuando  han  pertenecido  o  estado 
en  contacto  con  sujetos  respetados,  tales  como 
los  antepasados,  o  los  cazadores  famosos  (1); 
y  parece  que,  en  general,  todas  estas  gentes 
consideran  dotados  de  virtudes  sobrenaturales 
y  estiman  en  mucho  todos  aquellos  objetos  que 
han  permanecido  largos  años  en  poder  de  la 
familia   (2). 

Entre  los  que  moran  en  la  costa  de  ÍTor- 
ton  Sound  y  en  el  bajo  Yukon,  además  los  de 
dientes,  colas  y  orejas  de  lobo  u  otros  anima- 


(1)  Murcloch  (John),  Etnological  Results  of  tHe  Ponit 
Baraw  expedition  S""  Annual  report  of  the  Bureau  of  Eth- 
nologic  1887-88,  Washington,  1892,  pg.  430  a  441. 

(2)  Lewis  Spence,  Fetichism  in  America  Hasting,  Op. 
cit.,  Vol.  V,  pg.  899. 


118       Ebli&ióx  del  Impekio  de  los  Inoas 

les  semejantes,  y  de  las  pieles  de  armiño,  te- 
nían por  talismán  muy  poderoso  para  la  caza, 
el  cuerpo  seco  de  un  niño  pequeño,  que,  en 
un  saco,  llevan  sobre  sí  o  en  sus  canoas.  Para 
que  esta  momia  tenga  virtud,  era  preciso  que, 
el  recién  nacido,  haya  sido  asesinado  en  secreto 
y  su  cuerpo  robado,  sin  que  nadie  se  enterase 
de  lo  ocurrido.  Con  el  mismo  fin,  emplean 
máscaras  o  figurillas  de  animales,  más  o  menos 
reales,  pequeñas  piedras  y  cristales. 

Agujereábanse  las  narices  para  colocar 
amuletos,  hechos  de  concha  (1). 

Los  Iniuts  llevan  como  amuletos,  dientes 
y  figuras  de  animales  (2). 

Los  esquimales  del  Estrecho  de  Bering  se 
sirven  de  amuletos  de  madera,  piedra  y  hueso. 
A  menudo,  la  virtud  es  inherente  al  objeto; 
a  veces,  comunicada  por  el  encantamiento  de 
un  hechicero.  Un  objeto  doméstico,  por  su 
antigüedad  y  larga  posesión  en  la  familia,  es 
tenido  por  talismán,  guardado  como  valioso 
tesoro  y  trasmitido  de  padres  a  hijos.    Esperan 


(1)  Spence,    Op.  cit.,   in  Hastings  Encyclopaedia.  Vol.  V, 
pg.  899. 

Dormán,  The  origiu  of  primitive  supersticions,   Philadel- 
phia,  1881.  pg.  158. 

(2)  Dormán,  Op.  cit.,  pg.  168. 


Los   OONOPAS  119 

protejan  y  ayuden  al  que  les  posee,  merced  al 
poder  sobrenatural  e  inteligencia  de  que  los 
creen  dotados. 

Esperan  que  los  amuletos  les  libren  de  cier- 
tos males,  especialmente  físicos  y  les  den  éxito 
en  las  cacerías. 

Las  mujeres  llevan  collares  de  cascabeles, 
hechos  de  molares  de  reno,  arrancados  con  un 
pedazo  del  alvéolo;  a  estos  atribuyen  singula- 
res virtudes. 

Cuando  una  mujer  no  tiene  pronto  hijos, 
para  conjurar  la  esterilidad,  el  brujo  practica 
ciertas  ceremonias  secretas  sobre  un  muñeco, 
con  el  cual  duerme  la  mujer. 

Para  tener  suerte  en  la  caza,  además  de 
la  momia  de  un  recién  nacido  y  de  máscaras, 
sírvense,  como  otros  hiperbóreos,  de  representa- 
ciones de  animales,  más  o  menos,  míticos.  A 
estos  talismanes  creen  dotados  de  una  clarivi- 
dencia sobrenatural  para  ver  las  presas  a  una 
gran  distancia,  merced  a  lo  que  guían  al  ca- 
zador y  lo  conducen  al  lugar  propicio;  dicen 
otros  que  los  amuletos  atraen  a  los  anima- 
les (1). 

'1)  Nélson,  The  Eskimo  of  Bering  Strait  18  Annual  Re- 
port  of  tlie  Bureau  of  Ethnologie,  1896  a  97,  Washington,  1899, 
pg.  427-41. 


120       Keligióx  del  Imperio  de  los  Ingas 

Sírvense  también,  con  igual  fin,  de  mo- 
mias de  animales;  y,  cuando  matan  un  lobo 
marino,  córtanle  pedazos,  y  estos  guardan  cui- 
dadosamente y  en  ellos  frotan  las  puntas  de 
las  flechas,  para  que  éstas  hieran  eficazmen- 
te  (1). 

Antes  de  seguir  adelante  y  a  riesgo  de 
salimos  del  programa  que  nos  habíamos  tra- 
zado, no  podemos  resistir  al  deseo  de  exponer 
a  la  consideración  del  lector  algunos  datos  so- 
bre los  talismanes  de  ciertas  parcialidades,  mo- 
radoras del  extremo  oriental  de  Siberia,  pues 
pensamos  que  servirán  para  ilustrar  la  psicolo- 
gía de  las  razas  primitivas  y  proyectar  mucha 
luz  en  el  asunto  que  dilucidamos,  y  para  escla- 
recer  la  verdadera  naturaleza  de  los  conopas. 

Los  Koryak  además  de  los  dioses  espiri- 
tuales que  son  comunes  a  toda  la  nación,  tie- 
nen guardianes  o  protectores  propios  de  cada 
tribu,  familia  o  individuo,  y  aun,  en  ciertas 
raras  ocasiones,  de  todo  un  pueblo.  De  estos 
guardianes  esperan  que  evitarán  todo  mal  a  sus 
dueños  y  les  proporcionarán  ciertos  bienes  par- 
ticulares. Unos  son  generales,  otros  sólo  tie- 
nen poder  para  fines  determinados. 

'1)    Dormán,   Op.  cit.,  pg.  157. 


Los   OONOPAS  121 

Los  utensilios  empleados  para  producir 
fuego  por  fricción,  esto  es,  una  planchita,  en  for- 
ma humana,  muy  tosca,  con  algunos  huecos, 
y  los  palos  con  que  la  frotan  son  los  guar- 
dianes de  los  rebaños  y  los  tutelares  del  hogar, 
tanto  entre  los  Koriyak,  que  viven  en  la  ribe- 
ra, del  mar,  como  entre  los  que  se  dedican  a 
la  cría  del  reno,  y  moran  en  el  interior  del 
país. 

En  el  lado  izquierdo  de  las  casas  y  junto 
a  la  puerta  que  lleva  al  pórtico,  tienen  estas 
gentes  un  sitio  exclusivamente  destinado  para 
guardar  sus  amuletos.  Allí  colocan  la  planchi- 
ta, con  que  producen  el  fuego,  en  lugar  emi- 
nente, poniéndole  algunos  adornos.  Cuando 
está  ya  demasiado  usada,  hacen  una  nueva  que 
ocupa  el  lugar  de  la  antigua;  mas  conservan 
también  ésta,  con  cuidado,  entre  los  objetos 
sagrados. 

El  tambor  es  el  señor  del  dormitorio.  To- 
da pareja  de  casados  tiene  su  tambor.  Y  así 
como  no  puede  haber  rebaño  sin  un  fuego  sa- 
grado, así  no  puede  haber  familia  sin  tambor. 

A  otros  espíritus  guardianes  llaman  Jca- 
ncíTcs  y  JcalaJcs,  y  algunos  de  éstos  comunes  a 
toda  una  población,  son  un  poste  rudamente 
tallado. 


122      Eeligión  del  Ímpbbio  de  los  Incas 

Hay  amuletos  para  las  redes,  muñequitos 
muy  rudamente  trabajados;  otros  hay,  que  lle- 
van consigo  cuando  viajan,  y  son  como  rosa- 
rios de  diminutas  figurillas  humanas,  atadas  a 
una  cuerda;  óti'os,  en  fin,  son  protectores  es- 
peciales de  los  niños. 

Los  botes,  hechos  de  pieles,  tienen  un  ca- 
rácter sagrado  y  no  deben  servir  sino  a  una 
sola  familia.  En  ellos  hay  una  figurilla  hu- 
mana y  un  haz  de  palillos,  que  son  talismanes. 

Antropomorfo  es  el  que  suspenden  en  la 
tienda  de  dormir,  este  protege  a  las  mujeres 
e  impide  que  sean  estériles.  Igual  forma  tie- 
nen los  que  favorecen  a  los  cazadores;  y  atri- 
Tuyeu  idéntica  virtud,  su  figurilla  es  de  madera 
tallada  en  forma  de  focas. 

A  veces,  una  flecha,  con  la  que  se  ha  ma- 
tado a  un  lobo,  es  ofrecida  a  los  espíritus,  y 
guardada  con  los  otros  amuletos. 

La  piedra  adivinatoria  juega  un  papel  im- 
portante en  la  vida  ritual  de  los  koriaks  y  es 
uno  de  los  objetos  indispensables  en  el  hogar 
de  la  familia.  Por  medio  de  ella,  se  adivina, 
antes  de  toda  acción  de  alguna  importancia, 
cuando  se  va  a  dar  nombre  a  un  niño,  antes 
de  partir  para  un  viaje,  durante  las  festivida- 
des de  las  focas  etc.  etc. 


Los  OoNOPAS  123 

La  piedra  adivinatoria  consérvanla  en  una 
bolsa  de  cuero,  de  la  cual  cuelgan  otros  amu- 
letos. Para  servirse,  la  colocan  sobre  uno  o 
varios  palos;  y,  si  al  sacudirlos,  cae,  tienen  la 
respuesta  por  negativa;  y,  si  permanece  en  su 
lugar,  creen  que  ba  contestado  afirmativamente. 

Estas  piedras  son  guijarros  redondeados, 
tomados  en  la  orilla  de  ios  ríos  por  personas 
conocedoras  o  becbiceros,  y  que,  las  lian  con- 
sagrado, pronunciando  sobre  ellas  un  encanta- 
miento (1). 

En  este  pueblo,  mucbos  amuletos  no  son 
sino  piedras  u  otros  objetos  naturales,  que,  por 
alguna  circunstancia,  bieren  la  imaginación  de 
un  aborigen.  Así,  cuenta  Krasbeniunikoff  que 
un  koryak  marítimo,  que  vivía  en  el  pueblo 
de  Uka,  en  la  costa  oriental  del  Norte  de  Kam- 
cbaka  y  que  sufría,  desde  bacía  varios  años, 
de  una  enfermedad  venérea,  probablemente  sí- 
filis, un  día,  paseando  por  los  bancos  del  río 
A'dka,  encontró  una  piedra  que,  al  tomarla, 
respiró,  cebando  sobre  él  un  aliento  semejante 
al  de  un  hombre.  Arrojóla,  mas,  poco  después, 
agravóse  mucho  su  mal  hasta  verse  obligado  a 

(1)  Jochelson  (Waldemar),  The  Koryak.  Religión  andMiths. 
The  Jesup  North  Pacific  Expedition,  Vol.  VI,  p.  I,  New  York, 
1905,  pgs.  33  a  44  y  74. 


124      Eeliguón  del  Imperio  de  los  Ingas 

guardar  cama  durante  todo  un  invierno  y  un  ve 
rano.  Al  año  siguiente,  recordando  lo  ocurrido, 
fué  a  buscar  la  piedra  y  encontróla  juntamen- 
te con  otra  más  pequeña;  las  tomó  consigo,  las 
llevó  a  BU  casa,  donde  les  hizo  vestidos;  y  co- 
mo, poco  tiempo  después,  sintiese  notable  ali- 
vio  en  su  dolencia,  tomó  a  la  menor  por  hijo 
y  a  la  otra  por  mujer,  llevando  ésta  siempre 
consigo,  en  sus  viajes  y  expediciones  de  caza, 
estimando  a  ambas  como  a  poderosos  amule- 
tos (1). 

Muy  interesante  es  averiguar  como  en- 
tre estas  gentes  la  imagen  de  un  animal  o  de 
un  hombre,  hecha  por  otro  hombre,  o  un  ob- 
jeto, de  natural,  desprovisto  de  toda  apariencia 
de  vida,  llegan  a  ser  reverenciados  como  amu- 
letos o  espíritus  guardianes.  A  este  propósito, 
nos  narra  Jochelson  un  caso  típico  e  intere- 
santísimo,  por  él  observado. 

Dos  hermanos  koryaks,  pastores  de  renos, 
moradores  del  río  Tilpai,  a  la  muerte  de  su 
padre  resolvieron  vivir  separadamente  y  repar- 
tirse el  rebaño.  Siguiendo  la  costumbre,  la 
planchita,     empleada    en    la    producción    del 


(1)     Bogaras    (Waldemar),  The  Chukchee  The  Jesup  Nortli 
Pacific  Expedition,  Vol.  VII,  New  York,  1906,  pgs.  338  a  348. 


Los  CoxoPAS  125 

fuego  y  que  es  el  protector  del  ganado,  fué 
dada  al  hermano  menor.  Vióse  entonces  el 
otro  en  la  necesidad  de  fabricarse  una  nueva; 
fué  a  buscar  sus  haclias  y,  a  peco,  regresó  con 
lo  que  le  bacía  falta;  púsola  a  secar  sobro  el 
fuego  sagrado  del  hogar  (obtenido  por  fricción) 
y,  de  allí  a  pocos  días,  procedió  a  la  consa- 
gración. Mató  un  reno,  como  sacrificio  a  gi- 
cho'-l-eti'  noila  ®n  y  con  la  grasa  y  sangro  do 
aquél  untó  la  planchita.  Hecho  esto,  la  ma- 
dre de  los  dos  hermanos  recitó  sobre  ella  un 
encantamiento,  en  el  cual  conjuraba  al  gran 
cuervo  se  posase  sobre  la  nueva  planchita, 
para  guardar  la  morada  y  el  rebaño.  Hízose 
entonces,  por  primera  vez  fuego,  sirviéndose 
de  ella;  y,  cuando  salió  un  humo  oscuro,  el 
hermano  mayor  exclamó:  «Ahora  ya  mi  re- 
baño tiene  guardián!»    (1). 

Como  muy  bien  dice  el  autor,  según  cuyo 
testimonio  hemos  escrito  lo  antecedente,  hay 
dos  elementos  que  participan  de  la  transfor- 
mación del  pedacillo  de  madera,  rudamente 
trabajado  en  forma  humana,  en  amuleto  pro- 
tector de  los  ganados.    El  primero,  el  concepto 

(1)  Jochelson  ("Waldemari,  The  Koryak  Religión  and 
Miths.  The  Jesup  North  Pacific  Expedition,  Vol.  VI,  pga.  32 
a  34,  New  York.   1095. 


126      Eeligion  del  Imperio  de  los  Incas 

de  fuerza  mago -mística  iumanento  en  toda  la 
naturaleza,  aun  en  los  objetos  inanimados,  y 
el  segundo,  la  virtud  de  encantamiento  que, 
de  un  modo  sobrenatural  y  misterioso,  desarro 
lia  esta  fuerza  latente,  la  encamina  y  dirige  a 
un  fin  determinado  (1). 

Los  amuletos  de  las  dos  ramas  en  que  se 
dividen  los  Chukchis  y  los  de  los  esquimales 
que  moran  en  el  Oriente  de  Siberia,  son  muy 
semejantes,  diferenciándose  según  las  condicio- 
nes de  vida  peculiares  de  la  famila  a  que  per- 
tenecen. Así,  entre  los  pastores  de  renos  o 
moradores  de  la  montaña,  los  talismanes  son 
para  proteger  los  rebaños,  mientras  los  de  los 
costeños,  que  viven  de  animales  marítimos,  es- 
tán destinados  a  proporcionarles  abundante  pes- 
ca y  cacería. 

Los  Chukchis  como  los  koryaks  tienen 
amuletos  que  son  simples  objetos  naturales, 
desprovistos  de  toda  labor  y  que,  como  dicen 
ellos,  han  sido  tomados  y  estimados  por  talis- 
manes, porque  han  manifestado,  por  medio  de 
alguna  señal  especial,  deseo  de  ser  recogidos. 
Esto  opinan,  cuando,  en  su  hallazgo,  acontece 


(1)     Op.  cit.,  id.  id. 


Los  OoNOPAS  127 

algo  que  hiere  su  atención,   como   cuando  los 
encuentran  bajo  la  cama  etc. 

En  estos  dos  pueblos,  los  talismanes  an- 
tropomorfos son  de  una  ejecución  muy  ruda, 
mientras  los  juguetes  son  de  un  trabajo  esme- 
rado y,  en  ocasiones,  artístico. 

El  nombre  que  los  Chukchis  dan  a  sus 
amuletos  es  inend-u'  -lem.  Desígnanles  además 
con  los  calificativos  de  asistentes  vi'golin,  au- 
xiliadores vire'-tilin,  compañeros  o  asistentes 
viref  -tu'ingin.  La  misión  de  éstos  es  prote- 
ger los  objetos  y  personas,  con  los  cuales  es- 
tán unidos,  Llévanlos  ordinariamente  sobre  sí 
y  su  protección  es  apetecida  especialmente  en 
los  viajes  por  regiones  dseconocidas. 

Cada  aborigen  tiene  uno  o  varios  de  estos 
guardianes.  Estos  son:  ya  rudas  imágenes  hu- 
manas o  de  animales,  hechas  de  madera;  pie- 
les de  animales,  especialmente  las  do  los  ar- 
miños; tiras  de  cuero  con   nudos. 

Ponen  también  talismanes  en  los  instru- 
mentos,  destinados  a  la  caza  y  a  la  pesca. 

Además  de  estos  talismanes,  que  podemos 
llamar  individuales,  tienen  los  Chukchis  otros, 
que  pertenecen  a  toda  una  familia,  cuyo  bien- 
estas  protegen. 

Entre  los  pastores   de  renos,   los  objetos 


128      Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

que  sirven  para  obtener  el  fuego  del  hogar, 
ocupan  el  lugar  preeminente  entre  todos  los 
objetos  sagrados,  especialmente  la  planchita, 
fallada  en  forma  humana,  sobre  la  cual  se  pro- 
duce el  frote.  Cuando  una  familia  posee  varias 
de  éstas,  la  más  antigua  es  tenida  por  la  pro- 
tectora del  rebaño,  y  las  otras,  según  su  edad, 
de  la  caza,  de  los  sacrificios  etc. 

Las  familias  tienen  también  unas  especies 
de  rosarios,  formados  de  figurillas  humanas, 
atadas  a  una  cuerda  (la  cual  quizás  no  sirve 
sino  para  evitar  que  estos  diminutos  objetos 
se  extravíen  en  los  constantes  viajes);  lláman- 
los  protectores  contra  la  desgracia  tai'miJcul- 
hin.  La  mayor  parte  de  estos  diminutos  ta- 
lismanes, son  figurillas  de  madera;  pero,  en  al- 
gunas cuerdas,  se  encuentran  pedazos  de  ves- 
tidos mortuorios  o  de  pieles  y  esqueletos  de 
animales  pequeños. 

Guardan  un  tambor  en  el  dormitorio,  tam- 
bor que  es  respetado  como  un  poderoso  amu- 
leto. 

Entre  los  chnkoihs  marítimos,  los  amule- 
tos son  casi  los  mismos;  así,  tienen  los  atados 
en  cuerdas,  si  bien  les  dan  menos  importancia. 

En  lo  que  se  diferencian  unos  de  otros  es 
en  que  los  amulf^tos  marítimos  llenen  para  la 


Los  OoNOPAS  139 

caza  de  animales  marinos  y  que,  en  su  mayor 
parte,  pertenecen  al  bote.  Son  éstos  la  punta  de 
un  arpón  ya  inútil,  herramientas  gastadas  que 
sirvieron  para  la  fabricación  de  la  canoa,  un  par 
de  calaveras  de  Larus  argentatus^  piedras  de 
echar  suertes,  pedazos  del  cuerpo  de  una  foca, 
que  guardan  en  una  bolsa,  que  haya  servido 
en  las  ceremonias  de  las  focas,  etc.,  etc. 

Algunos  de  los  juguetes  con  que  se  entre- 
tienen las  muchachas  son  amuletos,  para  que 
sean  fértiles  (1). 

Entre  los  moradores  de  las  islas  Aleuti- 
nas era  universal  el  uso  de  amuletos.  Los  ca- 
zadores tenían  gran  aprecio  a  una  piedra  rara, 
que  llamaban  tTchimJcee.  ííingún  animal,  ni  el 
más  feroz,  podía  resistir  a  su  imán,  y  el  feliz 
mortal  que  la  poseía  no  necesitaba  fatiga 
alguna  para  obtener  las  mejores  presas.  Otro 
poderoso  talismán  era  la  grasa  de  los  muer- 
tos (2). 

Regresando  a  América,  notaremos  que, 
entre  los  kadiak,  al  principiar  la  primavera,  los 
cazadores  de   focas    suben  a  las   montañas  en 

(1)  Bogoras,  (Waldemar),  The  Chukchee.  The  Jesup  Norh 
Pacific  Expedition,  Vol.  VII,  New  York,  1906,  pgs.  338-358 
y  862  a  67. 

(2^     Bancroft,    The  Nativa   Races  of  the  Pacific  States  of 
North  America,  London,  1876,  Vol.  III,  pgB.  144  y  45. 
Beligión  del  Zmpsrlo  de  los  Znoae  8 


130      Religión  del  Imperio  de  los  Incas 

busca  de  plumas  de  águilas,  de  Is^na  de  osos, 
de  piedras  de  formas  raras,  de  raíces  singulares, 
de  esqueletos  de  pájaros  y  de  otras   cosas   se- 
mejantes, que  tienen  después  por  amuletos  (1). 
En  las   páginas    antecedentes  hemos   tra- 
tado de  los  pueblos  boreales  que,  bajo  muchos 
conceptos,  se  diferencian  de  los  verdaderos  in- 
dígenas   americanos.     Ahora,    al    comenzar    a 
ocuparnos  de  éstos,  recordaremos  que,  como  ya 
hemos   dicho,    en   la   mayor    parte  de   las   na- 
ciones de  la  América  Setentrional  es  costum- 
bre que  al  llegar  un  muchacho  a  la  pubertad, 
trate,    por  medio  de   aislamiento  y  ayuno,   de 
obtener    un    espíritu    guardián,    que,     ordina- 
riamente,   es  un   animal,  y  en   tal    caso,   pro- 
cure matar  uno  de  la  especie  y  hacer  con  su 
piel  una    bolsa  mágica,  a  la   cual  rinde    una 
especie  de  culto,  ofreciéndole  tabaco  y  dándole 
gracias  en  días  de  ventura,  implorando  su  so- 
corro en  la  tribulación.    Esta  bolsa  o  las  otras 
reliquias  que,  así,  guardan  del  animal  protec- 
tor,   en  la  mayor  parte    de  las  ocasiones,    son 
amuletos  (2). 


vlj  Lisiansky,  Voyage  arraund  the  World  in  Rusia  Sn. 
Petersburgo,  1812,  Vol.  II,  cit,,  por  Borgas,  Op.  cit.,  pg.  384. 

(2)  Frazer,  Totemiam  and  Exogamy  Loadon,  1910.  Vol. 
in,  pig.  3D7  a  466. 


Los  OoNOPAS  131 

Entre  los  denés,  la  nación  más  nnmerosa 
de  las  que  moran  en  el  Setentrión  de  la  Amé- 
rica del  Norte  y  que  ocupan  gran  parte  de 
Alaska,  y  de  la  región  del  Canadá,  compren- 
dida entre  el  Océano  Ártico,  la  Bahía  de  Hud- 
son  y  las  montañas  Llilloet,  hay  numerosos 
amuletos,  los  cuales  son,  en  las  tribus  Dog- 
ribs  y  Athabaskans,  restos  de  animales,  que 
obran  por  mágica  simpática.  Los  chipetvaynes 
nunca  arrojan  las  redes,  sin  colocar  en  ellas 
algunos  talismanes  (1). 

Entre  los  Tlingits  que  habitan  un  país 
sumamente  áspero  y  riguroso,  en  medio  de  al- 
tas montañas,  cubiertas,  de  seculares  selvas, 
situadas  en  la  costa  Snr  de  Alaska,  entre  60 
y  55  grados  de  latitud,  los  cálculos  que  lla- 
man daña'h,  si  son  encontrados  en  el  cuerpo 
de  un  ciervo,  los  estiman  por  muy  pederosos 
para  facilitar  la  caza  de  este  animal  (2). 

Los  haldas,  cuya  residencia  está  en  las 
islas  Carlotas,  usan  de  pequeñas  lechuzas  y 
ardillas   muertas  como   amuletos,  y  las  miran 

(1)  Lowie  (Robert  H.),  Charros  and  amulets  of  America 
in  Hastins,  Encyclopedia  of  Ethics  and  Religión,  Vol.  III, 
Edimbourgli,  1912,  pg.  404. 

(2)  Sicanton  (Jhon),  Social  contitions  Beliefs  and  Lin- 
guistic  Relationship  of  the  Tlingit  Indiaus  26  Annual  Report 
of  the  Bureaux  of  Ethnology,  1964-1905,  Washington,  1908. 


132      Eeligión  del  Imperio  db  los  Incas 

con  respeto  (1),  j  llaman  IlhiU,  lll-jow  III- 
joic  MU,  (hill  =  medicina  o  amuleto;  ill-jownr: 
riqueza,  prosperidad),  a  una  figurilla  humana, 
hecha  de  dos  plaquitas  de  bronce,  entre  las  cua- 
les hay  pedazos  de  tela.  Este  talismán,  para  que 
tenga  virtud,  es  preciso  que  haya  sido  robado 
y  guardado  con  gran  secreto,  y  que  las  hila 
chas  que  lleva  en  su  interior  sean  sacadas  de 
los  vestidos  de  extranjeros.  Tiénenlo  en  el  ar- 
ca, en  que  guardan  la  ropa,  y  sólo  sácanlo, 
cuando  van  a  hacerle  alguna  petición  (2). 

Entre  los  Thomson,  una  de  las  tribus  Sa- 
lish,  moradores  del  interior  de  la  Oolumbia 
Británica,  el  cazador,  que  no  logra  encontrar 
las  presas  que  busca,  corta  la  cabeza  a  un  foól- 
hen  y,  al  llegar  al  campamento,  le  ruega  que 
le  indique  la  dirección  en  que  encontrará  la 
cacería,  y  la  tuerce  una  vez;  y,  si  la  posición 
que  entonces  toma  la  cabeza  la  conserva,  al 
hacer  por  segunda  vez  la  experiencia,  deduce 
que  todos  los  animales  deben  encontrarse  en 
esa  dirección.    Entonces  coloca  la  cabeza,  por 


•1/  BancToft,  The  Nativo  Races  of  the  Pacific  States  of 
North  America,  Vol.  I,  London,  1875.  pg.  171. 

(2)  Sicanion  (Jonh),  The  Haldas  of  Qucen  Charlotte  la- 
laads  Jeenp.  North  Pacifio  Expedition,  Vol.  V,  pg.  46,  New 
York,  1909, 


Los  OoiTOPAS  133 

la  noche,  bajo  su  cama,  coa  el  pico  hacia  la 
dirección  indicada,  la  cual  sigue,  a  la  mañana, 
en  busca  de  cacería. 

Los  cazadores  de  osos  sírvense  de  la  cola 
de  una  serpiente,  llamada  de  dos  cabezas,  como 
amuleto  contra  los  azares  de  este  deporte. 

Oreen  también  que  la  piel  de  una  mar- 
mota tiene  asimismo  poder  para  dar  buena 
suerte  en  las  empresas  venatorias   (1). 

En  las  tumbas  prehistóricas  de  Lytton  se 
encuentran  piedra:^  de  colores  brillantes  j  cla- 
ros, grote^camellte  trabajadas,  que  d*  bieron  ser 
amuletos.  Parecen  haber  sido  estos  antiguos 
moradores  de  la  misma  cultura  que  los  Thom- 
son  (2). 

Los  LillooetcfJ,  próximos  parientes  de  los 
Thomson,  tienen  amuletos,  hechos  de  restos  de 
animales,   muchos  basados  en  magia  simpática. 

Entre  otras  tribus  Salish,  establecidas  en 
la  isla  Yancuver  los  magos  llevan  como  talis- 
mán, la  piel  de  una  especie  de  ardilla  (3). 


(1)  Teii,  The  Thomson  Indians.    The  Jesup  North  Pacific 
Expedition,  Vol  I,  pg3.  372,  New  York,  1898. 

(2)  SviUh,  Archeolügy  of  Lytton  British  Columbia.    Jesup 
Norh  Pacific  Expedition,  Vol.  I,  New  York,  1889  a  1890. 

(3)  Bañero ft,    The  Nativo  Races  of  the  Pacific   States  of 
Ambritía,  Lanáou-,  1875,  Vbl.  ni)  pg-  130. 


Íé4         BELiaiÓ]^  DBL  IMPEBIO  DB  LOS  iNOAd 

Dejando  la  costa  del  Pacífico,  para  diri- 
girnos hacia  el  atlántico,  encontramos  a  las 
numerosas  tribus,  pertenecientes  al  grupo  Siuan 
o  Dacota,  que  ocupaban  un  extenso  territorio^ 
comprendido  entre  las  Montañas  Rocosas  j  el 
Misisipí.  Entre  éstas,  era  muy  usado  el  fabri- 
car una  imagen  del  espíritu  tutelar,  el  cual 
era  en  la  mayor  parte  de  los  casos,  un  animal; 
dicha  imagen  llevan  siempre  consigo  pues  di- 
cen influye  mucho  en  su  dueño. 

Flechitas  consagradas  y  ciertas  bolsas  es- 
peciales eran   talismanes. 

Entre  los  Kansas  la  pipa  de  guerra  es  ve- 
nerada. 

Los  Siouan  hacen  amuletos  con  pieles  do 
animales. 

Entre  los  Jowas,  además  de  los  objetos  ya 
dichos,  son  talismanes,  ciertas  piedras  redon- 
deadas y  un  pedazo  de  hierro. 

Los  jefes  y  guerreros  Assinniboines  tienen 
un  wakan  o  amuleto,  que  consiste  ya  en  la 
piel  de  un  animal  o  en  las  plumas  de  un  pá- 
jaro, ya  en  una  pequeña  piedra,  ya  en  una  figu- 
ra fantástica,  dibujada  con  mullos  (1). 

(1)  Dorsey,  f James  Owen),  A  Study  of  Siouan  Cults 
ll""  Annual  Reportof  the  Bureau  of  Ethnology,  1889  a  1890, 
Washington,    1894,  pgs.  41B  a  416,  426  y  427,  44&,  499. 


Los  OoNOPA*  i 35 

Entre  los  Hidasta,  todo  hombre  tiene  una 
medicina  personal,  que  es  ordinariamente,  la 
piel,  las  garras,  la  cabeza  o  algún  otro  resto 
del  animal  que  tienen  por  su  espíritu  guardián; 
entre  los  cuales  opinan  los  más  poderosos  son 
el  búfalo  blanco,  la  zorra  y  el  lobo. 

Los  dientes  de  los  osos  son  amuletos  muy 
preciados,  que  cuelgan  al  cuello  de  las  mu- 
chachas, para  que  sean  industriosas  y  traba- 
jadoras. 

Para  asegurar  la  agilidad  de  un  potro, 
que  esperan  llegue  a  ser  un  buen  caballo  atan 
a  su  cuello  un  pedacito  de  cuerno  de  ciervo 
o  antílope  (1). 

Para  los  Ojibwayes,  que  pertenecen  al 
stok  Algonquín  y  que  ocupan  un  extenso  te- 
rritorio, al  rededor  de  los  lagos  Hurón  y  Su- 
perior, el  primer  hecho  importante  en  la  vida 
de  un  joven  es  su  primer  ayuno,  para  el  cual 
abandona  la  casa  paterna  y  se  establece  en  un 
lugar  solitario,  donde  se  abstienen  de  alimentos 
hasta  que  el  hambre  y  la  fatiga  le  ponen  en 
un  estado  histérico  o  estático,  durante  el  cual 


(1)    Mütthews  íW.j,  The  Hidasta,  Washington,  1877,  pg.  50. 

Dorsey  (James  Owen),  A  Study  of  Siouan  Cults  ll""  Annual 
Report  of  the  Bureau  of  Ethnology,  Washington,  1894,  pgs. 
610  y  516. 


136      Religión  del  Imperio  de  los  InoaS 

tiene  la  visión  de  su  espíritu  guardián,  que  es 
el  objeto  que  primero  se  le  aparece  en  su  se- 
midelirio  y  al  cual  nunca  menciona,  sin  ofre- 
cerle antes  un  sacrificio. 

Hacen  una  imagen  de  este  manitu,  ya  ta- 
llada, ya  dibujada,  la  cual  llevan  siempre  sobre 
sí,  colgada  al  cuello  o  en  la  bolsa  mágica  (1). 

Los  Blackfoot,  otra  tribu  Algonquín,  si- 
tuada en  las  vertientes  orientales  de  las  Mon- 
tañas Koqueñas,  matan  un  animal  de  la  especie 
a  que  pertenece  su  espíritu  guardián  y,  con 
gran  sigilo,  conservan  su  piel  como  valioso 
amuleto  (2). 

Los  Iroqueses  consideran  la  mayor  parte 
de  las  cosas  que  les  parecen  extraordinarias 
como  oM^  y  el  que  halla  una  de  éstas,  tiene 
por  asegurada  su  ventura.  Así,  guardan  esme- 
radamente los  cálculos  que  encuentran  en  los 
animales  que  cazan  y  cualquiera  otra  cosa  sin- 


ilj  Hoffman,  The  Mide'  wiwin  or  grand  Medicin  Society 
oí  the  Ojibwa  7*  Annual  Report  of  the  Burean  of  Ethnology 
1885-86,  Washington,   1891. 

(2)  Wilson,  Report  on  the  Blackfoot  Tribes,  pg.  187.  Re- 
port of  the  57"'  lueeting  of  the  British  association  for  the 
Advencement  of  Science  held  in  Manchester  in  1887,  London, 
1888. 


Los  OoifOPAS  18t 

gnlar,  a  tales  objetos  honran  en  sus  fiestas  j 
propician  con  sacrificios  (1). 

Para  defenderse  del  mal  de  ojo,  llevan 
collares  u  aretes  de  amuletos.  Estos  son  figu- 
ras o  caras  humanas  o  restos  de  algún  ani- 
mal (2). 

Un  hurón,  si  ha  tenido  dificultad  especial 
para  matar  un  ciervo  y  en  sus  entrañas  en- 
cuentra alguna  piedra,  guárdala  como  objeto 
dotado  de  poder  sobrenatural  y  empléalo  como 
amuleto  (3). 

Entre  los  Creek,  que  pertenecen  a  la  fa- 
milia Muskhogeana  y  que,  cuando  la  conquista 
francesa  de  1730,  vivían  en  los  actuales  esta- 
dos de  Alabama  y  Georgia,  los  mozos  aventu- 
reros, que  se  armaban,  de  tiempo  en  tiempo, 
en  partidas  guerreras,  llevaban  como  prenda 
de  ventura  una  bolsa  talismán,  que  guardaba 
el  conductor  de  la  expedición,  que  era  un  brujo 
o   profeta   (hob'aya).    Esta  bolsa   contenía  un 


(1)  Spenee  (Lewia),  Fetichism  of  America  in  Hastings 
Encyclopaedia  of  Etliic3  and  Religión,  Vol.  V,  Edimbourgh, 
1912,  pg.  900. 

(2)  Dormán  fRusliton),  The  Origin  of  primitiva  Supers- 
titions  among  the  Aborigins  of  America  Philadelphia,  1881, 
pg.  160. 

(3)  Lowie  (Robert  H.),  Charms  p,»d  Amulets  of  America 
in  Hastings,  Op.  cit.,  Vol,  III,  pg.  iOB, 


Í3S        BBLIGIÓN  DBL  iMPJeSBtO  DE  LOS  InOAS 

aranleto,  hecho,  según  rezaba  la  tradición,  con 
el  cuerno  de  una  serpiente  y  hojas  de  cedro  (1). 

Volviendo  a  las  costas  del  Océano  Pací- 
fico, notaremos,  en  primer  lugar,  a  los  ISez  per- 
ca, que  viven  en  el  Oregón,  quienes  cuelgan 
de  los  árboles  cuernos  de  ciervos,  para  que 
la  suerte  les  sea  propicia. 

Los  amuletos  de  estos  indios  eran,  a  me- 
nudo, pequeñas  piedras,  en  la  mayor  parte  de 
los  casos,  sin  trabajo  alguno,  y  que  tenían  algo 
de  notable  en  su  forma  o  color,  apreciando, 
de  un  modo  especial,  las  perforadas  natural- 
mente. Sucedía,  a  veces,  que  uno  de  estos 
amnletos  fuese  posteriormente  labrado  por  su 
dueño. 

Servíanse  también  para  talismanes  de  las 
garras  de  un  oso  o  de  los  dientes  de  un  lo- 
bo (2). 

Los  cálculos  de  los  ciervos,  que  llevan 
colgados  al  cuello,  son  amuletos  para  los  ca- 
zadores Maidus,    que  residen  en  la  California 


(1)  Speck,  The  Creek  Indians  of  Taskig  Tow,  Memoira 
of  the  American  Anthropological  Association,  Vol.  11,  pg.  118, 
Lancaster,  1907. 

(2)  Spinden  (H.  J.l,  The  Nez  percé  indians  Memoirs  ot 
the  American   Anthropological   Aescoiation,  Vol.  II,  pg.  260, 


Los  OONÜPAfi  189 

Central,  los  cnales  se  sirven  también,  con  ignal 
objeto,  de  piedras  raras  o  singulares  (1). 

Mayor  importancia  tiene  el  conocimiento 
de  los  amuletos  de  loa  indios  Pueblos  que  el 
de  las  otras  naciones  enumeradas  anteriormen- 
te; pues  las  tribus  que  moran  en  el  Arizona 
y  Nuevo  México,  se  encuentran  en  un  estado 
de  cultura  más  parecido  al  de  los  Antiguos 
Peruanos  que  otros  indios  de  la  América  Se- 
tentrional,  ya  que  son,  sin  disputa,  los  pueblos 
los  más  civilizados  de  todos  los  aborígenes  de 
la  porción  norte  del  ííuevo  Mundo.  Razón  por 
la  cual  han  sido  más  repetida  y  atentamente 
visitados  por  arqueólogos  y  etnógrafos,  quienes 
han  encontrado  riquísimo  material  para  sus  es- 
tudios en  las  ruinas  de  antiguas  construcciones, 
de  que  llenan  las  altas  mesetas  y  los  profundos 
cañones,  y  en  las  sociedades  secretas  y  otras 
instituciones  de  estos  interesantes  aborígenes) 
los  cuales,  si  tienen  todos  un  mismo  tipo  de 
cultura  y  parecida  organización  social,  perte- 
necen, filológicamente,  a  cuatro  grupos  dife- 
rentes. 


(1)  Lowie  (Robert  H.),  Charms  and  Amulets  of  America 
in  Hastiugs  Encyclopaedia  of  Etbics  and  Religión,  iMimbourgh 
1912,  Yol.  III,  pg.  40"5. 


140      Bbligióh  DEL  Imperio  DE  LOS  Incas 

Los  Hopis  son  los  más  occidentales  de 
estos  indios  y  moran  en  la  frontera  de  Nuevo 
México  y  Arizona,  y  hablan  una  lengua  per- 
teneciente al  grupo  Shoshoneo.  Entre  ellos, 
cuando  se  acerca  el  desembarazo,  la  mujer 
lleva  en  su  canasta  cuando  va  al  bosque  por 
leña,  un  cuchillo  de  piedra  blanca  (1). 

Más  conocidos  y  populares  entre  los  estu- 
diosos son  los  Zuñís  que  viven  todos  en  un  solo 
pueblo,  cerca  del  río  de  su  nombre,  y  que 
hablan  un  lengOHJe  propio,  independiente  de 
los  otros  Pueblos. 

Cushing,  cuyos  escritos  sobre  estas  gentes 
son  una  de  las  obras  clásicas  del  Americanis- 
mo, nos  servirá  de  guía  en  nuestra  exposición 
de  los  amuletos  o  fetiches  zuñiz,  que  de  ambas 
cosas  tienen. 

Los  Zuñís  o,  como  ellos  se  llaman  a  sí  mis- 
mos, los  A-ski-wi,  suponen  que  el  sol,  la  luna, 
todos  los  fenómenos  y  elementos,  las  estrellas,  el 
cielo  y  la  tierra,  los  seres  inanimados,  las  plan- 
tas y  animales  pertenecen  a  un  sistema  de  vida 
consciente  y  entrelazada,  en  el  cual  los  grados  de 
relación  se  determinan  por  las  semejanzas.    El 

(1)  Pleny  Earl  Goddard,  Life  and  Culture  of  the  Hupa 
University  of  California  Publica tions  on  American  Ethnogra- 
phi  an¿  Archfeólogy,  Bi'eiáley,  1903-1904,  y^.  &1. 


Los   OONOPAS  141 

poder  relativo  de  cada  uno  de  los  entes  mídenlo 
por  el  del  misterio  que  le  rodea;  y  como  para  el 
hombre  (por  lo  menos,  aparentemente)  es  el 
hombre  el  ser  mejor  conocido,  tiénenlo  por  el 
ser  menos  poderoso  de  la  creación. — Los  amu- 
letos de  los  zuñis  son:  concreciones  naturales, 
piedras  que  presentan  semejanza  con  un  ani- 
mal, desprovistas,  en  algunas  ocasiones  de  toda 
labor,  en  otras,  trabajadas  en  forma  de  anima- 
les; encontradas  estas  últimas  en  las  ruinas  de 
los  antiguos  pueblos  o  trasmitidas,  durante  mu- 
chas generaciones,  de  padres  a  hijos. 

Para  explicar  el  origen  de  estos  amuletos 
cuentan  que,  en  un  tiempo  muy  remoto,  los 
hombres  vivían  en  el  interior  de  la  tierra,  en 
una  cueva  oscura  y  estrecha,  encima  de  la  cual 
había  otras  tres,  cada  una  más  grande  y  más  cla- 
ra que  la  inferior.  En  la  primera  caverna,  los 
hombren  se  multiplicaron  y  llegaron  a  estar  muy 
estrechos  e  incómodos.  Compadecido  entonces 
el  Sol,  engendró  dos  hijos,  que  envió  a  donde 
los  hombres,  dotándoles  de  perpetuo  vigor  y  de 
mágicas  armas.  Estos  accediendo  a  los  deseos 
de  la  humanidad,  fuóronla  sacando  de  caverna 
en  caverna,  cada  vez  que  la  inferior  venía  es- 
trecha al  número  siempre  creciente  de  sus  mo- 
radores,    Al  lltgar  a  la  saperñcie,   loe  H\jos 


142      EBLiaioN  DEL  Imperio  de  los  Incas 

del  Sol  vieron  que  la  tierra  había  sido  deso- 
lada por  on  dilnvio  y  que  estaba  llena  de  ani- 
males feroces.  Al  ver  esto,  sirviéndose  de  las 
armas  que  les  había  dado  su  padre  y  que  te- 
nían el  poder  del  rayo,  hicieron  correr  fuego 
sobre  la  faz  del  mundo,  para  secarlo  y  conso- 
lidarlo. Hecho  lo  cual  viendo  los  grandes  ma- 
les que  a  los  hombres  hacían  las  bestias  de 
presa,  recorrieron  el  orbe,  fulminándolas  y  or- 
denándoles que  su  gran  poder,  casi  divino,  que 
hasta  entonces  habían  empleado  en  hacer  mal 
al  hombre,  lo  usasen,  en  adelante,  en  servirle. 
Los  animales,  así  heridos  del  rayo,  convirtié- 
ronse en  piedras,  y  éstas  son  las  que  hoy  sirven 
de  amuletos  a  los  zuñis  los  cuales,  si,  por  su 
forma  natural  o  por  el  que  les  ha  dado  el  pri- 
mitivo escultor,  recuerdan  algún  animal  cono- 
cido, o  identifican  con  éste;  y,  si  presentan 
formas  extrañas,  asegura  corresponden  a  espe- 
cies desaparecidas. 

Estos  talismanes  pertenecen  a  seis  catego- 
rías principales,  correspondientes  a  puntos  de- 
terminados del  horizonte;  y,  en  cuanto  protec- 
tores de  la  caza,  son:  el  león  de  la  montaña 
para  el  Norto,  el  coyote  para  el  Oeste,  el  lobo 
para  el  Este,  el  gato  salvaje  para  el  Sur,  el 
águila  para  el  Oenit  y  el  tbpo  para  el  centro 


Los  OONOPAS  143 

de  la  tierra.  Oada  una  de  estas  especies  está 
dividida  en  seis  variedades,  según  el  color  del 
amuleto,  que  depende  del  pigmento  que  lo  re- 
cubre o  de  la  materia  de  que  está  fabricado. 

Las  seis  especies  varían  ligeramente,  cuan- 
do no  tienen  relación  directa  con  la  cacería. 
En  este  caso,  son:  el  león  de  la  montaña,  el 
oso,  el  bedger,  el  lobo,  el  águila  j  el  topo. 

Estos  amuletos  son,  casi  siempre,  propie- 
dad particular;  pero  cuando  no  están  en  uso, 
los  guarda,  en  jarros  antiguos,  el  Cuidador  de 
la  Magia  del  Ciervo  (Keeper  of  the  Deer  Me- 
dicine). 

Además  de  estos  talismanes  antiguos  y 
tradicionales,  sírvense  los  zuñis  de  otros,  en 
forma  de  caballos  tallados  en  piedra,  que  com- 
pran a  los  ISavajos,  que  llevan  cuando  van  a 
cazar  o  montados ;  pues  dicen  que  dan  resisten- 
cia a  la  cabalgadura.  Sírvense  también  de  otros 
en  forma  de  carneros,  para  que  sus  rebaños  se 
acrecienten. 

Fuera  de  los  enumerados,  tienen  infinidad 
de  otros  amuletos,  los  cuales  son  o  cantos  ex- 
traños por  su  forma,  que  dicen  ser  parte  de 
algún  dios,  o  de  sus  adornos,  armas  o  reliquias, 
que  aseguran  baber  sido  dadas  a  los  bombres 
por  los  dioeíes,  en  los  tiempos  primitivooB  (da^s 


144       Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

of  new),  o  medicinas  mágicas,  que  protegen 
de  enfermedades  o  son  agentes  de  reproduc- 
ción  (1). 

Entre  los  Sias,  cuyo  pueblo  está  en  una 
altura  sobre  el  río  James,  tributario  occiden- 
tal del  Río  Grande,  y  que  hablan  un  idioma 
perteneciente  al  grupo  Keresan,  en  el  momen- 
to del  parto,  el  padre  coloca  sus  manos  al  re- 
dedor de  sus  rodillas,  teniendo  un  amuleto  en 
la  palma  de  la  derecha,  mientras  la  cuñada 
de  la  paciente,  de  pie,  a  la  izquierda  de  la 
mujer,  coloca  una  mazorca  de  maíz  en  la  ca- 
beza de  la  enferma,  sobre  la  cual  sopla  durante 
los  momentos  de  dolor,  para  apresurar  el  des- 
embarazo (2). 

Los  apaches,  cuyos  parentescos  étnicos  de- 
ben buscarse  en  las  regiones,  limítrofes  a  la 
Babia  de  Hudson,  y  en  Alaska,  que  viven 
cerca  de  los  indios  Pueblos  y  puede  decirse 
en  constante  guerra,  hacen  collares  con  los  de- 
dos de  los  enemigos  vencidos,  no  sólo  como 
trofeo  y  timbre  de  honor  de  la  victoria,   sino 

(1)  Frank  Hamilton  Cushing,  Zufii  fetiches  Second  Aa- 
nual  Report  of  the  Bureau  of  Etlinology  1880-1881,  Washing- 
ton, 1883,  pgs.  9,   11  a  15  o  16  a  39  y  44  a  45, 

(2)  Matilda  Coxe  Stevenson,  The  Sia  11""  Annual  Report 
of  fehe  Bureau  of  American  Ethnology  1889  a  1890>  Washing- 
ton, 1894. 


Los  OONOPAS  145 

principalmente  como  talismán  para  vencer,  no 
sólo  al  enemigo,  sino  también  al  espíritu  de  éste, 
a  quien  se  espera  esclavizar  de  este  modo  (1). 


(1)  Bourke  (John  G.),  The  Medicin  Men  of  the  Apache 
9«i  Annual  Eeport  of  the  Bureau  of  Ethnology,  1887-1888, 
"Washington,  1892,  pgs.  480  a  487. 

Muy  común  es  entre  los  primitivos  el  temor  de  los  males 
que  puede  causar  el  espíritu  de  un  hombre  a  aquél  que  le  ha 
dado  muerte,  y  para  evitarlos,  se  ha  recurrido  a  prácticas  que 
repugnan  a  la  delicadeza  de  los  civilizados;  pero  que  no  son 
refinadas  crueldades,  sino  medios  para  defenderse  del  alma  del 
difunto.  Asi,  ya  han  tratado  de  adquirir  la  amistad  del  es- 
píritu comiendo  el  cuerpo  del  muerto  o  bebiendo  su  sangre, 
ya  de  esclavizarlo  conservando  una  reliquia  del  difunto  como 
trofeo  y  talismán. 

La  primera  de  estas  explicaciones  es  aquella  que  conviene 
a  buena  parte  de  festines  de  antropófagos  y  a  otras  costumbres 
semejantes  [Frazer,  The  Golden  Bough,  Vol.  III,  pg.  167,  Lon- 
don,  1914). 

La  segunda  explica  la  difundida  costumbre  de  conservar 
la  cabeza  u  otro  miembro  del  muerto,  creyendo  así,  asegurar 
la  posesión  del  espíritu  con  la  de  los  restos  que  guardan,  ba- 
sándose en  los  mismos  principios  de  mágica  por  contacto,  por 
los  que  se  cree  ejercer  dominio  sobre  un  sujeto,  poseyendo 
sus   cabellos. 

De  este  modo,  debe  interpretarse  la  costumbre  de  llevar 
colgada  del  brazo  la  calavera  del  vencido,  observada  en  el 
Perú,  durante  los  períodos  de  Nazca  y  Tiahuanaco,  como 
puede  verse  en  numerosos  vasos  de  la  primera  de  las  citadas 
épocas,  [Uhle,  La  esfera  de  influencia  del  Pays  de  los  Incas- 
Revista  Histórica,  Lima  1909,  Vol.  IV,  pg.  10),  y  en  la  figura 
central  del  más  famoso  monumento  de  la  segunda,  la  Puerta 
del  Sol  de  Tiahuanaco  (Sfubel  and  Uhle,  TJber  der  ruine- 
state  von  Tiahuanaco  Lám.  VIII,  Berlín  1892).— En  Fray  Ge- 
rónimo de  Uré  se  lee  « en  la  provincia  de  los  Collahuas  (re- 
Bsligióu  del  Imperio  de  los  Ino»a  ^0 


146      Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

En  sns  actos  religiosos  o  mágicos,  sirven  se 
estos  indios  de  nn  polen  al  cual  atribnyen  gran- 
des virtudes  y  que  llaman  hoddentin.  Sírvense 
también,  con  igual  fin,  de  margagita  y  anti- 
monio en  polvo;  solamente  que  los  usan  con 
más  parsimonia,  por  ser  más  raros  y  preciosos. 


gión  Aymara)  conocí  un  indio  q^  tenía  guardada  una  cami- 
seta sembrada  toda  ella  de  uñas  de  indios  que  sus  abuelos 
auian  muerto».  [Ore,  Símbolo  Católico  Indiano,  Lima,  1598, 
pg.  391. 

A  iguales  motivos  deben  nbedecer  las  fumosas  tzantzas  de 
los  Jíbaros  y  las  cabezas  de  lus  Mundumcus,  iSimoejiS  da  Sil- 
va, Cabezas  Indígenas  y  artefat<  s  de  piedra  del  Brasil.  Bole- 
tín de  la  Oficina  Nacional  de  Estadística.  La  Paz,  1900,  pg. 
367.  Hamy  Decades  Amerii-anee.  3^.  Decades,  Paris,  S.  D. 
pg.  62  y  sig). 

Los  Comancbes  cortaban  las  orejas  de  los  enemigos  muer- 
tos y  con  ellas  formaban  ristras,  proceder  que,  a  título  de  re- 
presalias, fué  adoptado  por  los  mexicanos  de  Sonora  en  una  de 
tantas  guerrillas  que  sostuvieron,  a  mediados  del  siglo  XIX, 
con  estos  indios,  que  de  tiempo  en  tiempo,  desolaban  las  ha- 
ciendas situadas  en  las  regiones  confinantes  a  las  habitadas 
por  dicha  tribu. 

El  guardar  las  cabelleras  de  los  muertos  es  uso  común  en- 
tre las  tribus  norteamericanas.  Los  Osages  plantan  en  sus 
tumbas  un  palo  del  que  cuelga  la  cabellera  del  vencido.  Los 
Algonquines  conservan,  no  sólo  la  cabellera,  sino  los  dedos, 
las  manos  y  los  pies;  los  Californianos,  las  cabezas,  los  pies  y 
las  manos.  {Dormán,  Op.  cit.,  pgs.  143  y  144).  —  El  autor  vio 
un  pie  reducido  a  la  manera  de  las  tzantzas  de  los  Jibaros, 
que  se  decía  haber  sido  hallado  en  una  tumba  de  Imbabura 
(República  del   Ecuador). 


Los  OojroPAS  147 

Llaman  izzeMoth  a  uoa  cuerda,  qne  forma 
parte  del  vestido  sagrado  de  los  brujos  y  de 
los  iniciados  en  las  sociedades  secretas,  de  la 
cual  cuelgan,  frecuentemente,  figurillas  huma- 
nas, recortadas  en  una  tabla  y  pintadas  con 
líneas  en  zigzag,  símbolos  del  rayo.  Estas  figu- 
rillas dichas  tsi-dal-tai,  son  amuletos  que 
nunca  faltan  a  los  Apaches,  y  que,  a  veces 
colocan  en  las  cunas  (1). 

Los  Seris  de  California  se  entierran  con 
sus  amuletos,  que  son  muñequitos  de  barro, 
de  forma  humana  (2). 

Al  tratar  de  los  talismanes  de  los  aborí- 
genes de  la  América  Central  y  Meridional, 
muy  a  pesar  nuestro,  tendremos  que  ser  más 
breves;  puesto  que,  deseando  servirnos  en  nues- 
tro rápido  estudio  de  datos  etnográficos,  y  no 
arquelógicos,  y  estando,  por  diversas  razones, 
aún  muy  ignorada  la  etnografía  de  la  América 
española,    nuestras    informaciones   al   respecto 


il)  Bourke  (John  G.),  The  Medicine  men  of  the  Apache 
9^"  Annual  Report  of  the  Burean  oí  Ethnology,  ISST  a  1888, 
Washington,  18?2,  pgs.  548  550.  553  y  587. 

(2)  Me  Gee  (W.  J.\  The  Seri  Indias  17"^  Annual  Report 
of  the  Burean  of  American  Ethnology  1896-1896,  "Washington 
1896,  pg.  290. 


148      Ebligióít  del  Imperio  de  los  Inoas 

son   mncho  más  deficientes  que  para  la  parte 
norte  del  Continente   (1). 

Los  Coras,  que  viven  en  el  íí'orte  de  Mé- 
xico, hacen  talismanes  con  hilos  de  diferentes 
colores,  dispuestos  con  elegancia,  formando  un 
pequeño  tejido  poligonal.  Su  fabricación  da 
lugar  a  varias  ceremonias;  y,  si  han  de  ser 
eficaces,  es  preciso  que  a  ellas  asista  aquel  a 
quien  están  destinados  (2). 

Los  Huicholes,  sus  vecinos,  que  moran 
en  el  estado  de  Sonora,  dicen  que  los  cristales 
de  roca  son  personas  misteriosas,  muertas  o 
vivas;  que  los  brujos,  después  de  haberlas  he- 
cho atravesar  los  aires,  en  forma  de  un  paja- 
rito blanco,  las  han  cristalizado.  Llaman  a 
estos  cristales  abuelos,  j  creen  dan  prosperi- 
dad en  la  caza,  y  ambicionan  poseer  el  mayor 


(1)  Antes  de  pasar  adelante,  no  creemos  sea  inútil  mencio- 
nar los  amuletos  de  los  pueblos  no  aborígenes  de  los  Estados 
Unidos  de  América,  entre  los  cuales  se  hacen  talismanes  de 
huesos  de  pescado,  de  cangrejos,  de  tortuga,  con  el  cóndilo 
del  fémur  de  un  cerdo,  con  plumas  y  huesos  de  ciertos  pája- 
ros, con  pieles  de  conejo  o  de  serpientes  y  con  pequeños  gui- 
jarros. Bergen  (Fany),  Animáis  and  Plants  Lore-Colected  from 
the  Oral  traditions  of  the  English  Speaking  fool.  Memoirs  of 
the  American  Folk-Lore  Society,  Vol.  VIII,  pgs.  11-13,  Bos- 
ton 1913. 

(2)  Liifnhotlz  (Cari),  Unknown  México,  New  York,  1902, 
Vol.  I,   pg.  B21. 


Los  OoiroPAS  149 

número  posible  de  éstos,  y  hay  indios  que  lle- 
gan a  tener  hasta  diez  y  los  gaardan  cuidado- 
samente en  un  lugar  reservado  de  la  casa. 

Tienen,  además,  otros  talismanes,  forma- 
dos por  dos  carrizos,  atados  en  cruz,  entre  los 
cuales  tejen,  con  hilos  de  diferentes  colores, 
un  rombo  (1). 

Entre  los  Otomíes,  una  mujer  que  va  a 
ser  madre  es  víctima  de  muchas  privaciones  y 
sufrimientos,  a  causa  de  sus  prácticas  supers- 
ticiosas; cárganla  con  ciertos  amuletos  y  somé- 
tenla  a  innumerables  tabús  (2). 

Los  amuletos  aztecas  eran  figurillas  de 
pequeñas  dimensiones.  Llamábanlos  tepictoton, 
que  es  el  plural  de  la  voz  tepicton,  que  signi- 
fica pequeño.  Los  antiguos  escritores  los  com- 
paran a  los  penates  de  los  romanos,  como  lo 
hacen  con  los  conopas  peruanos.  Los  reyes  y 
caudillos  podían  tener  seis  de  estas  figurillas, 
cuatro  los  nobles  y  dos  los  plebeyos. 

De  estas  imágenes  había  profusión  en  las 
calles  y  caminos  lo  mismo  que  en  los  campos; 


II)  LumhoUz  (Carli,  Unknown  :Mexico,  New  York,  1902, 
Vol.   II,  pg.  198  y  211. 

(2)  Bañero ft,  The  native  races  of  the  Pacific  States  oí 
North  America.  London,  1875,  Vol.  I,  pg.  634. 


150       Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

pues  los  tenían  por  protectores  de  todas  los 
cosas  (1). 

Los  tepictoton  o  pequeños  eran  diminuías 
figuras  de  los  espíritus  de  las  montañas,  tales 
como  el  Popocateptl,  el  Iztac-tepetl,  el  Matla- 
cueye,  el  Olialchiulitlicue  j  del  dios  Quetzal- 
coatí,  llamábanles  también  tlaloques  y  les  atri- 
buían causar  la  lluvia    (2). 

Hacían  también  talismanes  con  reliquias 
del  cuerpo  de  una  mujer,  que  moría  al  dar  a 
luz. 

Como  amuletos  deben  también  quizás  cla- 
sificarse los  bastones  negros,  de  que  se  servían 
los  caminantes  y  a  los  cuales,  al  fin  de  la  jor- 


(1)  Torquemada,  Monarcliia  indiana,  Madrid,  1723,  Vol. 
n.  pg.  64. 

Clavigero,    Storia   antica  del  Messico,    Cesena,   1780,  Vol. 

n,  pg.  23. 

Rohello,  Diccionario  de  Mitología  Nalioa.  Anales  de  Museo 
de  México,  Vol.  V,  pg.  227,  Méxice,  1908. 

Bancroft,  The  nativa  races  of  the  Pacific  States  of  North 
America,  London,  1875,   Yol.  II,  pg.  269,  Vol.  lU,  pg.  419. 

Dormán^  The  Origin  of  primitivo  superstitions,  Philadel- 
phia,  1881,  pg.  71. 

Leicis  Spence,  Charms  and  Amulets  of  Mexicans  and  Ma- 
yans  in  Hastings  Enciclopaedia  of  Ethics  and  Religión,  Vol. 
III,   pgs.  455  y  456. 

(2)  Seler,  Costumes  et  attributs  des  divités  du  Mexique, 
selon  le  P.  Sahagun.  Journal  de  la  Societé  des  Américanistes 
de  París  N.  S.  Vol.  VI,  pgs.  142-145,  París,   1909. 


Los    OONOPAS  151 

nada,  adoraban,  identificándolos  con  Jacatcutli, 
dios  de  los  viajeros. 

La  fábrica  y  venta  de  los  talismanes  era, 
ordinariamente,  benefi<'io  exclusivo  del  sacer- 
docio (1). 

Los  am'iletos  de  los  irilios  de    Honduras 
eran  figuvis  de  aiiirij;i!es,  más  o  menos  fantás 
ticas,   jí'ütadarí  o  tútuadüs   eii  ios  brazos  o  pe- 
chos (2). 

Los  Nicoyas  y  otras  tribus  de  Costa  Rica 
hacían  talismanes  tallados  en  piedra,  algunas 
veces,  en  forma  de  hachas  (3). 

Los  Ohiriquíes,  para  protegerse  de  influen- 
cias nocivas  y  tener  buena  suerte,  llevaban  co- 
llares con  figurillas  de  animales,  garras  de  bes- 
tias feroces  y  plumas  (4). 

Los  Antillanos  llevaban  sus  amuletos,  ata- 
dos al  tocado  o  colgados  del  cuello. 

Los  arqueólogos  están  de  acuerdo  al  re- 
conocer por  talismanes  a  ciertos  objetos  peque- 
ños de  piedra,  de  formas  antropomorfas  o  zoo- 
morfas,  y  casi   siempre  perforados;    mas  estos 


(1)  Autores  citados  en  la  nota  1^.  de  la  página  anterior. 

(2)  Dormán,  Op.  cit.,  pg.  156. 

(3j     Loiüie  (R.i,  Charms  and  Aroulets  of  America  in  Has- 
tings  Encyclopaedia  of  Ethics  and  Relihion,  Vol.  III,  pg.  408. 
(4)    Dormán,  Op.  cit.,  pg.  168. 


1 52       Keligión  del  Impeeio  de  los  Incas 

aborígenes  tenían  también  amuletos  de  otras 
materias,  tales  como  concha,  dientes  de  coco- 
drilo, etc.,  etc.  (1). 

A  los  indios  de  la  Gnayana  no  les  faltan 
amuletos,  que  en  caribe  se  llaman  turallari  en 
waru  aibiJii  y  en  arawak  binas,  voz  derivada 
de  bia  o  bina,  que  significa  atraer,  halagar.  Son 
estos  amuletos  siempre  objetos  orgánicos,  excep- 
tuándose tan  sólo,  las  piedrecillas  de  cuarzo 
que  hay  en  las  sonajas  de  los  brujos  (maracas). 

Para  tener  felicidad  en  la  caza,  cultivan 
con  esmero  ciertas  plantas,  que  son  binas,  y 
que  dicen  antiguamente  las  obtenían  de  gran- 
des serpientes. 

Muy  raras  son  las  binas  de  caza  de  ori- 
gen animal. 

De  origen  vejetal  son  también  las  binas 
para  el  amor  y  toda  mujer  tiene  la  suya.  Las 
muchachas  arawaks  cultivan  cuidadosamente 
en  un  lugar  escondido,  la  planta  que  es  su  bi- 
na, y  se  bañan  sirviéndose  de  una  de  sus  ho- 
jas, y  si  les  es  posible  frotan  con  ella  la  ha- 
maca de  su  amante,  o  se  frotan  las  manos 
antes  de  acariciarlo.  Los  hombres  tienen  tam- 
il) Fewks  (Walter),  The  Aborigines  of  Porto  Rico  and 
Neighboring  islands  25  Annual  Report  of  the  Bureau  of  Eth- 
nology,  1903-1904,  Washington,  1907 


Los  CoNOPAS  163 

bien  su  talismán  amatorio,  con  el  que  procuran 
frotar  a  la  mujer  que  quieren. 

Los  moradores  de  Guayana  tienen  talisma- 
nes para  librarse  del  mal  de  ojo,  defenderse 
de  influencias  nocivas,  y  para  obtener  ciertas 
virtudes  o  cualidades  físicas  y  morales. 

En  Pomerun,  la  cola  y  las  manos  de  un 
alacrán  puestos  en  la  cintura  de  una  mucba- 
cha,  hará  que  cuando  sea  mujer,  las  bebidas 
que  fabrique,  sean  muy  fuertes  y  gustosas. 

Entre  los  Arawaks  los  dientes  de  tigre 
harán  al  muchacho  que  los  lleva  sobre  sí,  hom- 
bre fuerte  y  vigoroso,  libre  de  todo  ataque  de 
animales  feroces. 

Las  mujeres  Makusi,  así  como  los  mucha- 
chos, usan  collares  de  dientes  de  tigre,  que 
juzgan  tienen  virtudes  mágicas. 

Los  caribes  creen  que  los  dientes  de  coco- 
drilo son  talismanes  poderosos,  y  en  el  Oeste 
del  Orinoco  tiénenlos  por  antídoto  contra  cier- 
tos venenos   (1). 

Los  Goagiras  llaman  guaras  a  unos  amu- 


(1)  Walter  E.  Rosh,  An  Inquiry  into  the  Animism  and 
Folk-Lore  of  tlie  Guiana  Indias,  SO""  Annual  Report]  of  the 
Bureaa  of  American  Etlinology  1908-1909,  Washington  1916, 
pg8.  234  y  281  a  290. 


154      Eeliqión  del  Imperio  de  los  Lstoas 

letos  muy  estimados;  a  aquellos  que  los  poseen, 
los  tienen  por  ricos  y  poderosos. 

Los  guaras,  envueltos  en  huata,  son  pre- 
ciosamente guardados  en  cajas,  de  las  cuales 
sólo  una  vez  al  año  los  sacan  para   bañarlos. 

Raros  son  los  felices  dueños  de  objetos 
tan  preciosos,  no  sólo  para  aquellos  salvajes, 
sino  también  para  los  civilizados,  pues  son  de 
oro. 

Más  numerosos  son  los  Tceiresia  y  no  po- 
cos los  que  los  poseen;  paréceuse  mucho  a  los 
guaras,  pero,  tanto  por  su  precio  intrínseco  co- 
mo por  sus  virtudes  sobrenaturales,  valen  mu- 
cho menos  (1). 

Los  Ohibchas  tenían  en  sus  casas  muchas 
figurillas  de  barro  y,  a  veces,  de  oro,  que  guar- 
daban con  gran  devoción.  Estos  eran  sus  amu- 
letos (2). 

Los  Paeces,  moradores  del  valle  del  Cauca, 
tenían  amuletos  que,  como  los  de  los  Ohibchas 
y  de  la  mayor  parte  de  los  antiguos  morado- 
res de  América  española,  han  sido  comparados 
a  los  lares  y  penates  de  los  romanos.    Los  de 

(1)  Candelier,  Le  Eio  Hacha  et  les  indiens  Goagires,  Pa- 
rís, 1893,  pg.  186. 

(2)  RestrepOy    Los  Ohibchas  antes  de  la  Conquista   Espa- 
ñola, Bogotá,  1895,  pg.  50. 


Los  OoNOPAS  155 

estos  indios  eran  las  figuras  talladas  en  madera, 
que  se  encontraban,  a  menudo  en  sus  casas  (1). 

No  escasean  entre  los  araucanos,  dice  un 
respetable  autor,  «los  talinmanes  u  objetos  má- 
gicos que  comunican  el  bien.  De  ordinario  son 
piedras  negras  o  de  pedernal  transparente.  Los 
indios  las  entierran  en  el  corral  para  conse- 
guir la  reproducción  de  los  animales  y  evitar 
su  pérdida,  o  bien  las  guardan  en  el  granero 
para  prolongar  la  duración  de  los  cereales  »  (2). 

Entre  los  mestizos  que  moran  actualmen- 
te en  la  región  Diaguita  (íí.  O.  argentino),  se 
encuentran  figuritas,  llamadas  illas,  represen- 
taciones de  animales  domésticos,  llamas,  cor- 
deros, bueyes.  Son  éstos,  talismanes  para  pro- 
teger los  rebaños  contra  toda  suerte  de  peligros 
y  para  favarecer  su  reproducción.  Otra  forma 
muy  frecuente  de  illas  es  una  mano  que  cie- 
rra un  objeto  parecido  a  un  bastón ;  a  veces, 
tiene  un  círculo  grabado  en  el  interior,  que 
representa  una  moneda.  A  estas  manos  dan 
el  nombre  quicbua  maqui  y  se  les  atribuye  vir- 

[i)  Pittier  de  Fábreqa  (H.),  Ethnograpliie  and  Linguistic 
Notes  on  the  Paez  indians  of  Tierra  adentro  Cauca,  Colombia, 
Memoira  of  the  American  Antropological  Association,  Vol.  I, 
pg.  325,  Lancaster,  1907. 

(2)  Cruevara  (Tomas)  Folklore  Araucano  Santiago,  1911, 
pg.  261. 


156      Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

tud  para  adquirir  fortuna  y  hacer  buenos  ne- 
gocios. Estos  amuletos  son  importados  de  Bo- 
livia  y  fabricados  por  los  curiosos  indios  Oo- 
llahuayos,  los  cuales  recorren  gran  parte  de 
la  América  del  Sur,  vendiendo  drogas  y  talis- 
manes (1). 

Son  muy  variados  los  amuletos  que  fabri- 
can los  Oollahuayos,  siendo  la  mayor  parte 
figurillas  de  alabastro,  que  representan  ya  ani- 
males ya  hombres.  Estas  singulares  gentes,  ori- 
ginarias de  Muñecas,  provincia  boliviana  situa- 
da al  foreste  del  lago  Titaca,  de  lengua 
quichua ;  son  intrépidos  viajeros  que  recorren 
grandes  distancias,  pues  nada  extraño  es  en- 
contrar a  estos  médicos  ambulantes,  en  Gua- 
yaquil y  en  Buenos  Aires,  visten  un  traje  es- 
pecial y  viajan  por  toda  la  altiplanicie,  bien 
recibidos  y  respetados  por  todos  los  indios,  ven- 
diendo los  amuletos  que  fabrican  así  como 
drogas,  más  o  menos  mágicas  (2). 


(Ij  Boman,  Antiquites  de  la  Región  Andine  de  la  Re- 
publique  Argentino  et  du  desert  d'Atacama,  Paris,  MDCCCC- 
VIII,  pg.  134. 

(2)  Nordenskióld  Recetes  Magiques  et  Medicales  du  Perú 
et  de  la  Bolivie.  Journal  de  la  Societé  des  Americanistes  de 
Paris  N.  S.,  Vol.  IV,  Paris,   1907,  pg.  153-174. 

Bandelier,  The  Islands  de  of  Titicaca  and  Koaty,  New  Yok 
1910,  pg.  164  y  sig. 


Los  O0NOPA8  157 

Los  actnales  moradores  de  la  pnná  de  Ju- 
guy  tienen  la  costumbre  de  florear,  como  ellos 
dicen,  sus  llamas,  colocando  a  algunas  de  las 
del  rebaño,  borlitas  de  lana  roja,  que  ha  sido 
torcida  a  la  izquierda  y  no  a  la  derecha,  como 
la  lana  ordinaria.  Estas  llamas,  así  adornadas, 
son    tenidas  por  protectores  del  rebaño   (1). 

En  la  región  de  la  República  Argentina 
dicha  Misionera,  los  amuletos  son  llamados 
payes.  El  paye  es  casi  siempre  personal,  fabri- 
cado ad  hoc  y  destinado  a  un  fin  determinado. 
El  amuleto  necesita  un  cuidado  especial;  y  así 
cuando  en  su  composición  entra  la  piedra  imán, 
es  preciso  darle  de  comer  de  tiempo  en  tiem- 
po, esto  es  agregarle   pedacitos  de  agujas. 

En  la  composición  de  algunos  payes  hay 
elementos  cristianos.  La  posición  de  un  paye 
obliga,  en  ciertos  casos,  a  determinadas  priva- 
ciones, verdaderos  tabús,  sobre  todo  sexuales  (2). 

Para  ablandar  al  corazón  de  una  mujer 
llevan  en  la  región  misionera  en  el  bolsillo, 
un  envoltorio  que  contenga  una  mezcla  de  se- 


(1;     Boman,  Op.  cit. ,  pg.  497. 

i2)  Ámbrosetti  Superticiones  y  leyendas.  Rejión  Misione- 
ra, Valles  Calchac^uis,  Las  Pampas.  Buenos  Airea,  1907,  pg. 
41  y  Big. 


158      Ebligión  del  Impeeio  db  los  Incas 

sos,  vermellon  y  plumas  de  Oaburey  (glanci- 
dinn  ferox)   (1). 

íí^inguna  india  Oaingua  resistirá  a  los  re- 
querimientos de  un  galán  que  le  muestre  un 
pedazo  de  vermellon,  pues  temerá  llenarse  de 
horribles  llagas  (2). 

Los  abipones,  para  librarse  de  las  picadu- 
ras de  las  serpientes,  llevan  collares,  hechos  con 
dientes  de  cocodrilos  (3). 

Los  indígenas  del  Brasil  llamaban  muira- 
Tcitans  a  sus  amuletos,  que  eran  piedras  toma- 
das a  la  orilla  de  un  lago  o  huesos  de  anima- 
les, que  se  introducían  en  las  mejillas  u  ore- 
jas (4). 

Amuletos  son  también,  probablemente,  los 
sonajas  de  los  Tupinambas,  hechas  con  la 
fruta,  llamada  mar  aja,  en  la  cual,  una  vez  se- 
ca, introducen  piedrecillas  y  fijan  una  caña, 
que  sirve  de  mango.  Eran  estas  sonajas  tan 
sagradas,  que  sólo  el  dueño  podía  mirarlas: 
creían  que  daban  oráculos  y  les  hacían  sacri- 


(1)  Ambrosetti    Materiales  para  el  estudio  del   Folk-lore 
Misionero,  Buenos  Aires,    1894,  pg.  29. 

(2)  Ambrosetti,  Los  indios  Caingua  del  Alto  Paraná.  Bue- 
nos Aires,  1895,  pg.  741. 

(3)  Dormán^  Op.  cit.,  pg.  168. 
Í4)    Id.  id.,  pgs.  15G  y  169. 


Los  OoNOPAS  159 

ficios.  En  la  extremidad  de  la  caña  no  era  raro 
el  qne  colocaran  la  cabellera  de  un  vencido  (1). 

Los  Araonas,  que  viven  cerca  del  río  Ma- 
dre de  Dios,  tienen  muchos  guijarros,  de  los 
que  esperan  abundantes  cosechas  de  maíz,  de 
yuca  y  de  otros  productos,  buena  pesca  y  opor- 
tunas lluvias   (2), 

En  el  Ñapo  se  cree,  que  brazaletes  y  ajor- 
cas de  piel  de  iguana,  dan  valor  y  fortaleza  a 
quien  los  usa  (3). 

Los  indios  del  Amazonas  fabrican  amule- 
tos y  atribuyen  a  unos  poder  sobre  las  aguas,  a 
otros  sobre  los  sembríos,  sobre  la  güera,  etc.,  etc. 
No  usan  con  ellos  de  ninguna  ceremonia  ni 
adoración;  mas  los  tienen  olvidados  y  arrinco- 
nados hasta  cuando  han  menester  de  ellos. 
Si  van  a  la  guerra,  colocan  en  la  proa  de  sus 
embarcaciones  el  amuleto  que  creen  les  dará 
la  victoria,  y  así  en  los  demás  casos   (4). 

Terminada  la  reseña  antecedente,  que  nin- 


(1)  Dormán,  op.  cit.,  pg.  160. 

(2)  Earl  Churche  George),  A.borigines  of  South  America, 
London,  1912,  pg.   146. 

(3)  Walter  E,  Rolh  An  Inquiry  into  the  Animism  and 
Folk  Lore  of  the  Guiana  Indians  SO"»  Annual  Report  of  the 
Bureau  of  American  Ethnology,    1908-1909,   Washington  1915. 

(4)  Acuña  (C),  Nuevo  descubrimiento  del  gran  rio  délas 
Amazonas,  Madrid,  1641,   folio  18  verso. 


160      Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

guna  pretensión  tiene  de  ser  completa  y  cuyo 
solo  fin  es  el  de  servir  de  comparación  y  es- 
clarecimiento a  lo  poco  que,  acerca  de  los  co- 
nopas  peruanos  sabemos,  podemos  tratar  de 
sacar  algunas  consecuencias,  ya  que  todos  los 
amuletos  americanos  presentan  ciertos  puntos 
de  contacto  y  las  costumbres  examinadas  en 
las  páginas  anteriores  explican  la  mentalidad 
de  los  subditos  de  los  Incas,  incomprensible, 
de  otro  modo,  para  nosotros,  no  sólo  a  causa 
de  nuestra  mentalidad,  esencialmente  diversa  de 
la  de  los  primitivos,  sino  aún  más  a  causa  de  las 
falsas  ideas  que,  sobre  el  desarrollo  religioso 
de  Tihuantinsuyo,  son  corrientes  entre  los  es- 
critores más  autorizados,  como  en  los  capítulos 
posteriores  pondremos  de  manifiesto. 

Los  amuletos,  al  desarrollarse  las  religio- 
nes, si  no  han  perdido  su  popularidad,  hanse 
vuelto  cada  día  menos  individuales  y  más  fá- 
cilmente distinguibles  del  fetiche.  No  así  en 
las  religiones  rudimentarias,  en  aquellas  en  que 
los  dioses,  más  que  seres  personales,  son  en- 
carnaciones o  receptáculos  de  fuerza  mágico - 
religiosa. 

Los  porte  honeurs  modernos  son  objetos 
destituidos  de  toda  idea  de  individualidad,  imá- 
genes, signos  o  inscripciones,  de  las  cuales  se 


Los  OoiíOPAS  161 

espera,  de  un  modo  más  o  menos  inconsciente, 
cierta  vaga  ayuda  o  protección.  Su  eficacia  es 
siempre  igual,  siendo  igual  el  talismán ;  su 
virtud  no  está  vinculada  a  tal  o  cual  objeto; 
sino  a  la  forma,  o  al  dibujo,  o  a  la  materia; 
y  siempre  que  reúnen  una  de  estas  cualidades 
o  de  todas  ellas  se  obtiene  un  amuleto  de  igual 
potencia. 

Los  elefantes,  las  estrellas,  las  hojas  de 
trébol,  los  números  treces  etc.  etc.,  que,  al 
infinito,  reproduce  la  joyería  contemporánea 
y  que  encuentran  siempre  fácil  y  segura  venta, 
merced  a  los  profundos  y  arraigados  sentimien- 
tos supersticiosos,  que  los  siglos  de  cultura  no 
ban  logrado  destruir  en  el  espíritu  del  hombre 
civilizado,  son  todos  iguales  entre  sí,  dotados 
todos  de  igaal  potencia;  y  si  uno  se  pierde  o 
rompe,  siempre  podrá  reemplazárselo,  sin  que 
la  seguridad  o  felicidad  de  su  dueño  se  me- 
noscaben. 

Mas  no  son  estos  dijes  los  únices  amule- 
tos supervivientes  en  las  modernas  sociedades; 
que  las  medallas,  escapularios  y  otros  objetos 
piadosos  semejantes,  hijos  son  del  primitivo 
amuleto.  En  estos,  nótase  con  más  claridad 
la  evolución  del  talismán,  correspondiente  al 
desarrollo  religioso;  pues  el  más  ligero  obser- 

Aellgion  del  Imperio  de  loB  Incas  11 


162      Eeligión  del  Imperio  de  los  Inoas 

vador  advertirá  que  la  medalla  o  escap  alario 
no  tienen  ninguna  virtud  inherente;  que  su 
poder  proviene  tan  solamente  de  la  protección 
del  santo  a  que  está  consagrado,  y  cuyo  favor 
se  espera  obtener  llevando  su  imagen  o  sím- 
bolo; pues  si  uno  de  estos  objetos  piadosos,  se 
pierde  o  destruye  puede  reemplazárselo  por 
otro  semejante,  sin  que  la  protección  del  nuevo 
sea  inferior  o  superior  a  la  del  antiguo.  Y  no 
puede  arguírse  contra  lo  dicho  el  dolor  que  al- 
gunas veces  causa  la  pérdida  de  uno  de  estos 
objetos;  porque  esto  depende  de  circunstancias 
extrínsecas  a  su  virtud. 

No  así  el  amuleto  americano,  que  siempre 
está  dotado  de  entidad  propia,  exceptuándose 
tan  solamente  los  tepictoton  de  los  mexicanos, 
diminutas  imágenes  de  algunas  de  las  grandes 
divinidades  de  México,  figurillas,  cuyo  poder 
proviene  del  de  la  divinidad  que  representaban, 
esto  es,  amuletos  sin  individualidad   (1). 

A  la  individualidad  de  los  amuletos  ame- 
ricanos parece,  a  primera  vista,  constituyen 
también  una  exepción  los  animales  de  presa 
de  los   zuñis;    mas,   si  bien  se  observa,   lo  es 


(1)    Vide  Bupra,  pg.  150. 


Los  CoKOPAS  163 

tan  sólo  aparentemente,  ya  qae  son  concrecio- 
nes naturales,  piedras  desprovistas  de  toda  la- 
bor, que  por  casualidad  tienen  alguna  semejanza 
a  un  animal,  o  son  representaciones  zoomor- 
fas,  trabajadas  por  los  moradores  de  los  anti- 
guos pueblos  y  trasmitidas,  durante  muchas 
generaciones,  de  padres  a  hijos  (1),  esto  es, 
que  por  su  naturaleza,  por  su  origen,  son  ta- 
lismanes. Son  animales  casi  divinos  petrifica- 
dos por  los  formadores  del  mundo,  para  que 
sus  poderes  sobrenaturales  los  empleen  en  ser- 
vicio de  la  Humanidad,  siendo,  por  lo  tanto, 
cada  uno  de  ellos  un  ente  independiente  e  in- 
dividual. Mas,  por  otra  parte,  no  puede  du- 
darse de  que  su  clasificación  en  tipos  deter- 
minados, relacionados  con  un  punto  fijo  del 
horizonte  (2),  constituye  un  gran  paso  en  la 
evolución  del  amuleto  vivo  al  amuleto  símbolo 
o  fórmula  mágica. 

Más  sería  dificultad  a  la  teoría  que  vamos 
exponiendo,  y  es  la  que  se  suscita  del  estudio  de 
los  amuletos  coras  y  huicholes,  en  forma  de  rom- 
bos, tejidos  con  hilos  de  diferentes  colores  (3);  si 


(L)    Vide  supra,  pg.  140  y  sig. 

(2)  Vide  supra,  pg.  142. 

-'8)  Vide  supra,  pg.  148  y  149. 


164      Eeligión  del  Impbeio  de  los  Incas 

bien,  quizás,  se  puede  opinar  que  también  éstos 
están  dotados  de  cierta  individualidad,  ya  que 
su  virtud,  depende  de  los  ritos  que  deben  prac- 
ticarse al  tiempo  de  hacerlos  y  sólo  son  eficaces 
para  proteger  a  aquel  para  quien  fueron  hechos, 
y  tan  solamente  si  ha  permanecido  junto  al 
brujo  durante  todo  el  tiempo  que  éste  ha  em- 
pleado en  hacerlos. 

En  los  demás  casos,  cuando  los  datos  de 
que  disponemos  son  suficientes  para  esclarecer 
la  verdadera  naturaleza  de  los  amuletos,  en- 
contramos que  tienen  individualidad. 

Dos  ejemplos  nos  servirán  como  demostra- 
ción, acudiendo  con  este  fin,  a  las  dos  clases 
de  objetos,  de  que  se  hace  más  frecuente  men- 
ción en  la  reseña  antecedente,  a  saber:  las  pie- 
dras de  formas  raras  y  las  reliquias  de  anima- 
les. En  cuanto  a  la  primera,  las  preciosísimas 
observaciones  hechas  entre  los  koriyak  por 
Krasheninnikoíf  no  permiten  dudar  de  la  in- 
dividualidad de  los  amuletos  de  ese  pueblo,  ya 
que  sabemos  que  un  koriyak  enfermo  encontró 
una  piedra,  ]a  cual  echándole  su  aliento,  esto 
es  dándole  una  manifiesta  señal  de  su  vida 
oculta,  le  expresó  el  deseo  de  que  la  recogiese, 
y  como  no  accedió  al  deseo  de  la  piedra  y  no 
la  tomó,  agravóse  del  mal  que  padecía  sin  du- 


Los  OoNOPAS  165 

da,  porque  la  piedra  irritada  quería  castigarle; 
mejorándose  cuando  la  recogió  y  honró  (1). 

Los  talismanes  de  los  cliuckcliis  son  aque- 
llas piedras  que,  de  algún  modo,  han  demos- 
trado voluntad  de  servirles  (2). 

Ko  menos  clara  aparece  la  individualidad 
de  los  guijarros  de  forma  rara  entre  los  zu- 
ñís, ya  que  aseguran  que  son  adornos,  armas 
o  reliquias  de  los  dioses,  dados  por  éstos  a  los 
hombres  en  los  días  de  la  formación  del  uni- 
verso (3),  y  en  los  cristales  de  roca  de  los 
huicholes,  hombres  cristalizados  por  obra  de 
encantamiento  (4). 

Mas,  desgraciadamente,  si  muchos  autores 
hablan  de  los  amuletos,  hechos  de  piedras  ra- 
ras, pocos  nos  revelan  lo  que  sobre  estos  pien- 
san sus  dueños;  pero  los  hechos,  que  acabamos 
de  citar,  son  suficientes  para  establecer  nues- 
tro criterio  al  respecto  y  deducir,  lógicamente, 
que  esta  clase  de  talismanes  entre  los  pueblos 
primitivos  es  siempre  individual;  deducción  a 
la  cual  corroboran  ciertas  consideraciones  que 
haremos  en  su  lugar. 


(1)  Vide  supra,  pg.  123. 

(2)  Vide  supra,  pg.  126. 

(3)  Vide  supra,  pg.  143. 

(4)  Vide  supra,  pg.  148. 


166      Ebligión  del  Imperio  de  los  Ingas 

Muchas  son  las  naciones  americanas,  en 
las  cuales  los  hombres  tienen  un  espíritu  guar- 
dián, generalmente  un  animal,  del  cual  con- 
servan la  piel  u  otra  reliquia,  como  un  irreem- 
plazable amuleto  al  que  honran  y  sacrifi- 
can   (1). 

íío  es  necesaria  mucha  perspicacia  para 
apercibirse  de  la  individualidad  de  estos  talis- 
manes, la  que,  por  ser  tan  grande,  hace  que 
estén  muy  cerca  de  ser  fetiches;  lo  cual  es  aún 
más  evidente  si  se  quiere,  en  las  imágenes  de- 
sús manitus,  que  llevan  sobre  sí  los  algon- 
quines. 

Mas,  si  la  mayor  parte  y  los  más  impor- 
tantes amuletos,  hechos  de  reliquias  de  ani- 
males, tienen  este  origen,  hay  otros  que  son  in- 
dependientes del  espíritu  guardián  y  cuya  fun- 
ción es  asegurar  abundante  cacería  (2).  Estos 
están  basados  ordinariamente,  en  lo  que  Fra- 
zer  llama  mágica  ])or  contagio,  mas  no  por 
esto  son  menos  individuales,  ya  que  si  tienen 
virtud,  es  porque  se  considera  residente  en  ellos 
parte  del  espíritu  del  animal  a  que  pertenecen 
y  mediante  el  cual  ejercen  su  acción. 


(Ij  Vide  supra,  pgs.  130  y  sig. 
2)     Vide  Supra,  pg.  114  y  sig. 


Los  OoxoPAS  167 

Palmaria  prueba  de  la  individualidad  de 
los  amuletos  del  Xuevo  Mundo  es  también  el 
culto  que  les  rinden  sus  dueños,  ya  que  éste 
sería  incomprensible  si  no  los  considerasen  do- 
tados de  vida.  La  existencia  de  este  culto  es 
bien  manifiesta,  ya  que  se  traduce  por  actos  tan 
inconfundibles  como  los  sacrificios  (1). 

Mas,  antes  de  seguir  adelante,  es  indis- 
pensable precisar  de  qué  clase  de  individuali- 
dad venimos  hablando. 

De  los  ejemplos  que  liemos  aducido,  ha- 
brá podido  el  lector  ver  que,  al  decir  que  los 
amuletos  americanos  están  dotados  de  indivi- 
dualidad, entendemos  afirmar  que  su  poder  es 
particular  y  propio  de  cada  uno  de  ellos  y  que 
es  él  que  los  señala,  da  a  conocer  e  identifica, 
entendiendo  así,  oponer  esta  noción  a  la  de  co- 
lectividad, y  afirmar  que  su  poder  es  inherente 
en  cada  uno  de  ellos,  no  común  a  todo  un  gé- 
nero, tipo  o  categoría;  o  más  claramente,  aun- 
que con  menos  precisión,  que  están  dotados  de 
vida  propia  y  no  son  fórmulas  o  símbolos,  que 
se  pueden  repetir  al  infinito. 

Mas,  entendamos  bien  y  precisemos  nues- 
tros conceptos,   pues  no  pensamos    que  en  los 

1)    Vide  supra,  pg.  130. 


168      Religión  del  Imperio  de  los  Incas 

talismanes  americanos  reside  un  espíritu  per- 
sonal; lejos  estamos  de  ello!  Conocidas  son 
nuestras  ideas  acerca  de  la  expresión  huaca, 
que  pretendemos  haber  demostrado  que  corres- 
ponde a  una  concepción  semejante  a  la  de 
de  mana  melanesia,  wakonda  dakota  etc.  etc. 
Esta  misma  concepción  es,  a  nuestro  entender 
la  base  de  los  amuletos  americanos,  ya  que, 
por  todos  los  datos  que  hemos  juntado  en  la 
reseña  antecende,  nos  parece  que  la  individua- 
lidad de  éstos  proviene  de  que  cada  uno  de 
ellos  por  sí,  está  dotado  de  la  fuerza  mágico - 
religiosa,  productora  de  energía  y  de  cuanto 
es  extraordinario,  que  obra  de  modo  sobrena- 
tural y  que  está  dotada  de  inteligencia  y  vo- 
luntad (1).  Que  esta  fuerza,  si  bien  esencial- 
mente impersonal,  una  sola,  es  divisible  sin 
mengua  de  su  potencial,  y  que  en  cuanto  está 
inmanente  en  cada  uno  de  estos  objetos,  los 
constituye  en  su  ser  propio,  formando  así  un  in- 
dividuo organizado,  en  el  cual  el  principio  de 
vida,  digámoslo  así,  más  propiamente,  el  de 
energía  está  constituido  por  el  mana,  siendo  el 
cuerpo  el  objeto  material,  en  el  cual  está  in- 
manente y  del  que  es  inseparable  esta  fuerza 
organizada,  consciente  y  volitiva. 

'1)     Vide  supra,  pg,   70. 


Los  OoNOPAS  16d 

Los  conceptos  que  vamos  emitiendo  tie- 
nen perfecta  y  cabal  aplicación  en  los  conopas 
peruanos.  En  efecto,  su  individualidad  es  bien 
clara,  como  lo  prueban  suficientemente  los  ri- 
tos con  que  se  consultaba  en  la  Sierra  a  los 
cunchur  (1),  a  los  cuales  se  dirigían  como  a 
padres  (2),  y  a  los  que,  digámoslo  así,  perso- 
nalmente ofrecían  sacrificios  (3),  así  como  las 
ofrendas  que  les  hacían  las  mujeres  embaraza- 
das (4),  el  cuidado  que  tenían  de  transmitír- 
selos de  padres  a  hijos  o,  a  falta  de  éstos,  al 
pariente  por  afinidad  más  cercano,  al  amigo 
más  querido,  o  de  juntarlos  con  el  antepasado 
fundador  del  ayllu  (5);  y,  en  ñn,  por  la  ma- 
nera de  adquirirlos,  tratando  de  adivinar  si 
eran  o  no,   por  su  esencia,  amuletos  (6). 

Además,  merced  a  Avila,  sabemos  que  es- 
tos amuletos  tenían,  fuera  de  su  nombre  ge- 
neral, cada  uno  el  suyo  propio  (7). 


(1) 

Vide  supra,  pg.  107. 

(2) 

Id.  id.,    pg:  108. 

(3) 

Loe  cit. 

(4) 

Id.  id.,  pg.  103. 

ib) 

Vide  supra,  pg.  106. 

(6) 

Id.  id.,  pg.  106. 

(7) 

Avila,    Relación  de  la  Idolatria  de  los  Indios  de  este 

Arzobispado  de  los  Reyes. 


170      Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

Para  demostrar  que  el  fundamento  de  los 
conopas  es  el  concepto  de  mana,  será  suficien- 
te recordar  que  el  distintivo  de  los  conopas, 
su  característica  más  constante  era  el  de  ser 
piedras  u  otras  cosas  raras  o,  por  algún  con- 
cepto inexplicables;  lo  cual,  según  lo  hemos 
manifestado  anteriormente,  era  lo  que  hacía 
que  una  cosa  fuese  tenida  por  huaca  ya  que 
a  cuanto  es  extraño  e  incomprensible  se  creía 
dotado  de  poder  mágico  religioso  (1). 

El  amuleto,  en  este  estado  de  su  evolu- 
ción, presenta  muchos  puntos  de  contacto  y 
casi  se  confunde  con  el  fetiche,  y  quizás  no 
sea  temerario  el  suponer  que,  desarrollándose 
las  religiones  y  precisándose  el  concepto  de  di- 
vino, el  talismán  individual  desdóblase  en  el 
amuleto  genérico  y  en  el  fetiche,  ya  que,  en 
su  estado  individual,  el  amuleto  se  diferencia 
del  fetiche,  por  ser  este  último  morada  perpe- 
tua o  momentánea  de  un  dios  o  de  un  espí- 
ritu (2);  lo  que  supone  una  diferencia  esen- 
cial entre  el  espíritu  y  su  receptáculo,  lo  que 
no  acontece  en  el  amuleto,  en  el  que  la  fuerza 
mágica  está  unida  esencialmente  a  la  forma. 


(1)  Id.  id.,  pg.  86. 

(2)  Vide  supra,  pg.  112. 


Los  OONOPAS  171 

Es  verdad  que  siempre  es  penoso  hablar 
de  fetiches,  palabra  que,  etimológicamente,  só- 
lo significa  facticio  (1),  que  es  una  de  las  ex- 
presiones técnicas  de  que  más  se  ha  abusado, 
usándola  arbitrariamente,  apenas  hay  fenóme- 
no religioso  distinto  del  monoteísmo,  que  no 
haya  recibido  alguna  vez  el  calificativo  de  fe- 
tichismo. Mas,  si  limitamos  este  concepto;  co- 
mo lo  hemos  hecho  anteriormente,  y  tenemos 
en  cuenta  que  lo  más  característico  de  esta 
forma  de  religión  es  que  el  espíritu,  que  ha- 
bita en  el  objeto,  puede  entrar  o  salir  de  él, 
a  su  voluntad,  y  obligársele  a  volver  a  su  mo- 
rada, practicando  ceremonias  adecuadas;  y  que 
al  fetiche  se  le  puede  abandonar  cuando  ya 
no  se  lo  juzga  necesario  (2),  no  cabe  duda  de 
que  los  conopas  y  objetos  semejantes  de  Amé- 
rica no  son  fetiches  aunque  tengan  tantos  pun- 
tos de  contacto  con  estos,  que  Lewis  Spence 
puede  decir,  con  cierto  semblante  de  razón, 
que  los  amuletos   mexicanos   como  casi   todos 


(1)  Aston,  Fetichism  in  Hantings  Encyclopaedia  of  Ethics 
and  Religión,  Vol.  V,  pg.  894,  Edimbourgh,  1912. 

(2)  Toy,  Introduction  to  the  History  of  Religión.  Boston 
1913,  pg.  100. 


l'?2      Eeligión  del  Impeeio  de  los  Ínoas 

los  del  Kuevo  Mando  eran  fetiches  persona- 
les (1). 

Más  exacto  es  afirmar  que  la  individua- 
lidad de  los  amuletos,  que  no  es  exclusiva  de 
los  americanos  sino  propia  de  todos  los  pue- 
blos que  se  encuentran  en  el  mismo  nivel 
de  evolución  religiosa,  representa  un  estado 
primitivo,  en  el  cual  no  está  aún  bien  dife- 
renciado el  amuleto  del  fetiche;  aplicándose 
en  esto,  como  en  todo  fenómeno  orgánico,  la 
gran  ley  del  progreso,  la  división  del  trabajo. 

Uno  de  los  distintivos  más  propios  del 
amuleto  es  su  carácter  privado  (2),  y  éste  es  bien 
manifiesto  en  los  conopas,  de  los  cuales,  si  los 
subditos  de  los  Incas  esperaban  protección  y 
ayuda  en  general,  confiaban  sobre  todo,  en  que 
les  darían  alimento   abundante. 

La  alimentación  es  el  primer  problema  del 
primitivo,  al  cual  se  le  presenta,  no  bajo  la 
forma  amplia  y  elástica  de  riqueza,  como  en 
las  sociedades  más  avanzadas,  en  las  que  exis- 
te la  moneda,  sino  de  una  manera  mucho  más 
angustiosa  y  apremiante,  la  obtención  de  sus- 
tancias alimenticias.    Este  es  el  eje,  alrededor 

(1)     Lewis  Spence,    Charms  and    Amulets  in  México  Has- 
tings  Encyclopaedia  of  Ethics  and  Religión,  Vol.  III,  pg.  455. 
(21    Vide  supra,  pg.  111. 


Los  OoKOPAS  173 

del  cual  giran  en  las  razas  primitivas,  no  sólo 
el  mundo  físico,  sino  el  suprasensible  y  reli- 
gioso. 

Así,  por  la  enumeración  hecha  en  este 
capítulo,  habrá  podido  ver  el  lector  que,  entre 
los  pueblos  cazadores,  el  amuleto  está  destina- 
do a  proveer  de  abundantes  presas,  entre  los 
agrícolas,  de  buenas  cosechas:  éstos  son  fenó- 
menos demasiado  conocidos  de  los  estudiosos, 
para  que  sea  útil  insistir  en  ellos;  pero  eéanos 
lícito  recordar  cuan  grande  es  la  influencia  del 
medio  económico  sobre  el  mundo  religioso, 
puesto  que  el  solo  estudio  de  los  amuletos  se- 
ría suficiente  para  darnos  a  conocer  los  medios 
de  subsistencia  de  los  diferentes  pueblos  ame- 
ricanos. 


CAPITULO    III 

APACHITAS 

Todos  aquellos  que  han  escrito,  desde  la 
Conquista  hasta  nuestros  días,  descripciones  o 
relaciones  del  Perú  o  de  los  países  vecinos,  que 
formaron  parte  del  Imperio  Incaico,  han  ha- 
blado de  los  apachitas  o  montones  de  piedra, 
situados  en  los  pasos  de  las  cordilleras,  en  las 
encrucijadas  y  en  otros  lugares  de  los  caminos, 
en  los  cuales  los  viajeros  indígenas  nunca  de- 
jan de  añadir  una  nueva  piedra. 

Las  más  extravagantes  teorías,  las  más 
falsas  hipótesis  han  sido  emitidas  para  expli- 
car esta  costumbre,  que,  aunque  de  origen  ido- 
látrico, no  fue  perseguida  con  rigor  aun  en  las 
épocas  en  que  se  tuvo  mayor  empeño  en  cris- 
tianizar a  los  indios  y  cuando  se  castigaba  con 
gran  severidad  el  delito  de  idolatría.  Verdad 
es  que  el  Concilio  Provincial  celebrado  en  Li- 
ma en  1567,  condena  esta  práctica  como  su- 
persticiosa,  si  bien  autorizó  su   tolerancia  fa- 


176      Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

cuitando  a  los  curas  para  poner  si  les  parecía 
decente,  una  cruz  en  la  apachita  que  así  queda- 
ba cristianizada  (1). 

La  práctica  de  depositar  los  caminantes 
una  piedra,  un  palo  u  otra  cosa  parecida  y  de 
escaso  valor  en  sitios  determinados  no  es  ex- 
clusiva del  antiguo  Perú,  ya  que  igual  costum- 
bre ha  existido  en  los  más  diversos  países,  tan- 
to del  Yiejo  como  del  Nuevo  Mundo,  y  es 
una  de  aquellas  usanzas  primitivas,  en  que  to- 
das las  razas  y  pueblos  coinciden. 

Así,  muchos  son  los  escritores,  que  han 
tratado  de  encontrar  las  razones,  que  han  deter- 
minado la  erección  de  esta  clase  de  informes 
monumentos,  cuyo  autor  es  un  pueblo  y  cuya 
construcción  nunca  se   acaba. 

Ninguna  pretensión  tenemos  de  conocer 
todas  estas  teorías;  pero,  antes  de  examinar  los 
apachitas  peruanos  y  de  indagar  su  origen,  nos 
parece  conveniente  resumir  algunas  de  las  in- 
terpretaciones propuestas  notables  ya  por  sus 
autores,  ya  por  su  valor  intrínseco. 

(1)  Que  los  adoratorios  de  los  caminos  que  los  Indios  lla- 
man Apachitas  procuren  los  Sacerdotes  cada  uno  su  distrito 
quitarlos  y  deshacerlos  del  todo,  y  en  esto  ae  les  pone  precep- 
to, y  si  les  pareciere  cosa  decente' pongan  una  cruz  en  su  lugar. 
Sumario  del  concilio  provincial  que  se  celebró  en  la  Ciudad  de 
los  Reyes  ei  año  de  Í5G7.  Sevilla,  1641,  N».  100,  pg.  64. 


Las  Apaohitas  177 

Curioso  es,  sin  duda,  el  recordar  la  opi- 
nión de  Carlos  Darwin,  autor  de  muchas  y 
fecundas  hipótesis,  que  tanto  han  contribuido 
al  progreso  de  las  ciencias  naturales. 

Al  hablar  de  los  carines  que  encontró  en 
los  pasos  de  hi  Sierra  de  Animas,  en  el  Uru- 
guay, emite  la  opinión  de  que  el  origen  de 
estos  monumentos  tan  comunes  es  el  deseo  de 
conmemorar  un  acontecimiento  en  el  punto 
más  alto  de  los  vecinos  a  aquel  en  que  acon- 
teció, lo  cual  cree  es  debido  a  una  tendencia 
común  a  todos  los  hombres  (1). 

Esta  interpretación  tan  poco  científica,  sólo 
merece  recordarse  por  haber  sido  emitida  por 
uno  de  los  hombres  que  más  han  influido  en 
la  intelectualidad  moderna. 

Mayor  importancia  tiene  la  teoría  emitida 
por  el  helenista  Welcker,  al  tratar  del  culto 
de  Hermes,  y  que  aun,  en  nuestros  días,  ha 
sido  adoptada  por  un  mitólogo  eminente, 
Earnell.  Según  los  autores  mencionados,  es- 
tos montones  eran  señales  para  los  caminan- 
tes, anteriores  a  hi  construcción  de  rutas  defi- 
nidas, que,  por  servir  para  un  fin  útil  a  toda 
la  comunidad,  cayeron  bajo  un  tabú  religioso, 

(1)     Darwin  iCliarls\  Journal  of  rescarches  in  to  the  Geo- 
logy  and  Natural  History,  London,    1840,  pg.  52. 
Religión  del  Imperio  de  los  Incas  12 


178       Eeligióüt  del  Impeeio  de  los  Incas 

al  ser  consagrados  al  dios  de  los  caminos,  lle- 
gando así  los  carines  cuya  natnrale/a  primiti- 
va no  era  religiosa,  a  ser  objetos  de  adoración 
y  a  estar  cargados  de  poder  divino,  de  tal  mo- 
do que  los  viajeros  depositaban  ofrendas  en 
ellos,  en  acción  de  gracias,  las  cuales  (ofren- 
das) eran  de  la  misma  naturaleza  que  el  mon- 
tón y  por  cuyo  intermedio  se  trataba  de  esta- 
blecer cierta  alianza  y  comunión  entre  el  dios 
y  el  viajero. 

Andree,  que  estudió  detenidamente  el 
asunto,  opina  que  «son  estos  los  monumentos 
más  primitivos  y  antiguos  y  que  están  desti- 
nados a  recordar  toda  clase  de  acontecimien- 
tos, así  los  prósperos  como  los  adversos.  Pero 
este  uso  no  conmemora  solamente  hechos,  sino 
también  personas,  y  por  esto,  las  tumbas  son 
adornadas  con  montones  de  piedras,  caracteri- 
zados, por  ser  hechos  con  ofrendas  de  diferen- 
tes personas  y  en  diversos  tiempos ;  y  aun  pue- 
den ser  considerados  como  recuerdos  de  reco- 
nocimiento los  elevados  por  viajeros,  al  regreso 
de  expediciones  peligrosas,  sea  en  las  costas, 
sea  en  lo  alto  de  las  montañas,  en  acción  de 


(1)     Farnell,  Cults  of  the  Greek  States,  Oxfor,  1896,  Vol. 
V,  pg.  18. 


Las  Apachitas  179 

gracias  a  la  divinidad  local  y  para  probar  a 
los  que  sigan  sus  pisadas  que  la  penosa  ruta  les 
ha  sido  suavizada.  En  sí  mismos,  estos  mon- 
tones son  ofrendas,  a  decir  verdad,  las  menos 
costosas,  las  más  simples  y  cómodas  »   (1). 

Según  Hartland,  la  costumbre  de  erigir 
montones  de  piedras,  que  es  tan  antigua  como 
esparcida  por  el  mundo,  debe  explicarse,  dis- 
tinguiendo tres  clases  de  montones. 

I.  Los  carines,  a  los  cuales  no  se  hacen 
añadiduras  y  en  los  que  no  se  celebra  nin- 
gún rito.  Estos  no  existen  sino  en  los  lugares, 
donde  se  ha  olvidado  el  motivo  de  su  erección. 

II.  Aquellos  que  se  levantan  sobre  el  lu- 
gar, en  el  cual  un  hombre  ha  muerto,  espe- 
cialmente, si  ha  parecido  de  modo  violento. 

III.  Los  de  los  carines  eregidos  en  luga- 
res sagrados. 

Estas  dos  últimas  clases  son,  prácticamen- 
te, equivalentes,  ya  que,  en  todo  el  mundo,  las 
tumbas,  sobre  todo,  las  de  aquellos  que  pere- 
cían violentamente,  han  sido  tenidas  por  sa- 
gradas. Así,  en  la  segunda  y  tercera  clase  de 
carines  el  arrojar  piedras  tiene  por  objeto  es- 


(1)     Andree  (R.),  Ethnographische  Parallelen  and  Verglei- 
che. 


180      Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

tablecer  una  unión  ceremonial  con  el  espíritu, 
que  se  supone  reside  en  el  carín  (4). 

Leibrecht  que  ha  estudiado  prolijamente 
la  costumbre  que  aquí  nos  interesa,  no  ha  for- 
mulado una  explicación  clara  de  su  origen. 
Este  autor  en  su  erudito  estudio,  examina  pri- 
meramente los  carines  que  se  erigen  sobre  lu- 
gares de  enterramiento,  estudia  luego  aquellos 
que  se  encuentran  en  sitios  sagrados,  en  que 
se  cree  reside  una  divinidad,  para  considerar 
después  aquellos  en  que  el  arrojar  nuevas  pie- 
dras al  montón,  se  hacen  en  señal  de  menos- 
precio al  genio  del  lugar  o  al  espíritu  del 
muerto  allí  enterrado.  Parece  que  la  opinión 
de  este  autor  es,  que  el  origen  de  esta  costum- 
bre es  el  deseo  de  perpetuar  la  memoria  de 
aquel  que  bajo  el  montón  se  halla  enterrado, 
y  que  las  piedras  que  se  aiíaden  al  cariu,  son 
ofrendas  destinadas  al  alma  del  muerto;  con 
el  transcurso  del  tiempo  olvídase  el  origen  del 
montículo  y  para  explicar  su  existencia  fórjan- 
se  nuevas  leyendas,  en  las  que  se  cuenta  que 
allí  existe  un  dios  al  que  se  debe  honrar,  o  un 


(4j     Hartland   (E.  S.),    The   Legend  of  Perseus,    Vol.    II 
pgs.  204  a  209,  211  y  218,  London,  1895. 


Las  Apaohitás  181 

espíritu   maligno  al  que  es  preciso   menospre- 
ciar (1). 

Dussaud  se  propone  explicar  las  piedras 
que  se  arrojan  en  montones  determinados,  su- 
poniendo que  son  oraciones  materializadas,  in- 
corporadas en  la  piedra,  para  que,  forzosamen- 
te, lleguen  al  dios  o  genio  del  lugar  residente 
en  el  sitio  en  que  se  erige  el  montón  (2).  Esta 
singular  teoría  parece  tanto  más  extraordina- 
ria, cuanto  que  ha  sido  formulada,  con  poste- 
rioridad a  la  publicación  del  Ramo  de  Oro, 
en  donde  Erazer  sostiene  la  primera  explica- 
ción probable  de  esta  frecuentísima  costumbre, 
explicación  que  ha  sido  ordinariamente  acep- 
tada. 

Este  autor,  fundándose  en  el  proceso  bien 
conocido,  j  del  cual  no  faltarán  ejemplos  en  este 
estudio,  de  encarnar  un  mal  físico  o  moral  en 
un  objeto  inanimado,  para  así,  poder  arrojarlo 
y  libertarse  de  él,  y  apoyándose  en  numerosos 
hechos,  sostiene  que  el  acto  de  depositar  pie- 
dras en  lugares  señalados  tiene  por  objeto  li- 
li i  Leibrecht  (Félix),  Zur  Volkskunde.  Alte  and  Neue  Auí- 
aatze.  Heilbronn  1879,  pgs.  267  a  284. ,  especialmente  pgs.  267 
y  276. 

(2)  Dussaud  {R.},  La  material isation  de  la  priere  en  Orient 
Bulletin  et  Memoirs  de  la  Societó  d'Antropology,  V  Serie, 
Vol.  VII,  París,  1906,  pgs.  213-220. 


182       Religión  del  Imperio  de  los  Incas 

bertarse  de  la  fatiga,  de  la  enfermedad,  del 
miedo,  del  horror,  transferidos  a  la  piedra  o 
rama  que  se  depositan  en  el  montón  (1). 

Oasi  idéntica  es  la  explicación  propuesta 
por  Doutte,  que  cree,  como  el  sabio  autor  del 
Ramo  de  Oro,  que  el  origen  de  estos  monto- 
nes es  explicable  por  el  deseo  de  expulsar,  por 
medio  de  la  piedra  que  en  ellos  se  deposita, 
el  cansancio  en  las  cuestas,  la  indecisión  en 
las  encrucijadas  de  los  caminos  y  las  influen- 
cias nocivas  de  las  sepulturas  de  aquellos  que 
mueren  de  modo  violento.  Si  bien  opina  que 
este  motivo  original  se  modifica  con  el  trans- 
curso del  tiempo,  ya  que  los  carines  llegan  a 
ser  tenidos  por  beneficios,  puesto  que  libertan 
del  mal,  de  donde  se  origina  la  mezcla  de  te- 
mor y  reverencia,  de  que  son  objeto  (2). 

Más  reservado  se  muestra  Dudley  Kidd, 
quien  juzga  que  son  muchas  las  causas  que 
han  originado  esta  costumbre;  así,  afirma  que, 
en  ciertos  casos,  está  fundada  en  magia  imi- 
tativa, para  detener  el  curso  del  día,  ya  que 
muchas  tribus  indican  las  horas,  colocando  ra- 


(1)  Frazer,  The  Golden  Bough.  Vol.  IX,  The  Scapegoat. 
pg.  22,  nota  2^.  London,  1914. 

(2)  Doutte   (Edmond),    Magie  et  Religión  dans    l'Afrique 
du  Nord,  Alger.  190y,  pgs.  427  a  435. 


Las  Apaohitas  1S3 

mas  en  los  árboles.  Oree  tanibién  que  puede 
originarse  de  la  creencia  que,  en  el  lugar  don- 
de se  erige  el  montón,  moran  malos  espíritus 
o  almas  airadas,  y  siendo  entonces  ofrendas 
las  piedras  que  en  él  se  ponen.  Opina,  asi- 
mismo, que,  en  algunas  circunstancias,  su  fin 
es  defenderse  de  un  espíritu  enemigo;  mas  juz- 
ga que,  en  la  mayor  parte  de  los  casos,  esta 
práctica  está  basada  en  la  expulsión  de  un 
mal,  incorporándolo  en  una  materia  determi- 
nada (1). 

De  todas  estas  diversas  teorías,  ninguna 
hay  que  nos  satisfaga  enteramente,  ya  que  o 
no  se  hacen  cargo  de  la  verdadera  naturaleza 
o  del  rito  o  sólo  se  aplican  a  un  limitado  nú- 
mero de  hechos.  Así,  para  explicar  los  apa- 
chitas  peruanos  seguiremos  el  mismo  método 
que  en  los  capítulos  anteriores,  buscando  el 
fundamento  de  la  costumbre,  no  en  un  solo 
pueblo,  sino  en  todos  aquellos  en  que  conoce- 
mos usanzas  análogas;  para  lo  cual,  comenza- 
remos por  enumerar  algunos  casos,  que  ningu- 
na de  las  hipótesis  anterioros  explica  y  que, 
al  parecer,  estáo  fundados  en  la  idea  verdade- 
ramente   sencilla   y   primitiva    de    impedir    la 

[l)    Dudley  Kidd,  The  essencial  Kafir,  London,  1914. 


184       Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

emanación  de  una  fuerza  mágica,  cuyos  efec- 
tos se  temen,  tapando,  como  si  dijéramos,  su 
manantial:  concepción  simplicísima  muy  en 
armonía  con  las  ideas  de  los  primitivos  acerca 
de  la  virtud  mágica,  de  las  que  ya  nos  hemos 
ocupado,  y  tal  como  la  que  podíamos  esperar 
sirviese  de  base  a  una  práctica  difundida  en 
todo  el  orbe  y  entre  los  pueblos  más  hetero- 
géneos. 

Refieren  Spencer  y  Gillen  que,  en  Aus- 
tralia, no  lejos  de  Undulia,  doce  millas  al  Este 
de  Alice  Springs,  hay  unos  montones  de  pie- 
dras, acerca  de  los  cuales  cuentan  que,  en  ese 
lugar,  en  los  tiempos  mitológicos,  vivían  dos 
hombres  del  tótem  del  águila  hank;  que  un 
día  comieron  a  muchas  gentes  de  su  clan,  lo 
cual  prodájoles  tan  fuerte  indigestión,  que  les 
causó  abundante  vómito,  el  cual  está  represen- 
tado por  los  carines,  llamados  ulJcntha.  Creen 
los  aborígenes  que  estas  piedras  están  repletas 
de  poder  mágico  maligno  y  a  fin  de  impedir 
lo  emanen,  es  preciso  cubrirlas,  para  que  no 
se  las  vea,  ya  que,  si  alguien  las  mirase,  con" 
traería  un  fuertísimo  vómito.  Así,  todo  indí- 
gena, de  cualquier  sexo  o  edad,  al  pasar  por 
el  sitio,  arroja  en  el   montón  un  palito,  para, 


Las  Apachitas  185 

de  este  modo  ayudar  a  cubrir  el  poder  mágico 
e  impedir  su   salida. 

Oreen  también  los  australianos  que  uno 
de  los  antecesores  de  los  del  tótem  Muntilieru 
(nombre  de  una  pequeña  rata),  en  la  tribu 
Urabuna,  yendo  de  viaje,  trató  de  tener  cono- 
cimiento con  mujeres  que  aún  no  habían  pa- 
sado por  los  ritos  de  iniciación ;  en  castigo  de 
lo  cual  se  le  cayó  el  órgano  masculino,  mu- 
riendo juntamente  con  las  mujeres.  Esto  acon- 
teció en  un  lugar  llamado  Atnintjunera,  que 
está  señalado  por  dos  piedras,  y  repleto  de  po- 
der mágico  nocivo,  tan  poderoso,  que  sólo 
los  viejos  pueden  pasar  por  las  inmediaciones, 
sin  morir  al  instante.  De  tiempo  en  tiempo, 
va  a  este  sitio  un  anciano  y  arroja  piedras  y 
ramas,  para  tener  tapado  el  poder  mágico  (1). 

Los  Baganda  tenían  especial  horror  a  los 
suicidas,  los  cuales  eran  más  frecuentemente 
hombres  que  mujeres,  siendo  el  medio  ordina- 
rio de  suicidio  el  ahorcarse  de  un   árbol. 

Cuando  algún  desgraciado  atentaba  contra 
su  vida,  el  árbol  de  que  se  había  colgado  era 
cortado,  para  que  sirviese  de  leña  para  quemar 


^1)    Spencer  and  Gillen,    The  Northern  Tribes  of  Central 
Australia,  London,  1904,  pg,  472. 


Í86       Religión  del  Imperio  de  los  Incas 

el  cuerpo  del  difunto,  lo  cual  se  hacía  en  don- 
de se  cruzaban  dos  caminos.  Si  el  crimen  se 
había  verificado  en  la  casa,  destruíanla  y  sus 
materiales  servían  para  la  cremación  del  ca- 
dáver. Sobre  el  sitio,  donde  había  ardido  la 
pira  y  en  el  cual  reposaban  los  restos  del  sui- 
cida, no  tardaba  en  levantarse  un  montículo, 
ya  que  cuantas  mujeres  pasaban  por  junto  a 
él  arrojaban  hierbas  o  palos  en  el  montón,  para 
impedir  que  el  alma  del  difunto,  penetrando 
en  ellas,  renaciera:  costumbre  que  no  sólo  ob- 
servaban las  mujeres,  pues  todos  temían  que 
el  espíriu,  apoderándose  del  pasante,  le  hicie- 
se cometer  igual  delito  (1). 

A  los  niños  que  nacían  de  pie,  mataban 
y  enterraban  en  las  encrucijadas  de  los  cami- 
nos, y,  sobre  sus  tumbas,  se  levantaban  mon- 
tones a  veces  considerables;  pues  todas  las 
mujeres,  al  pasar,  arrojaban  algo  sobre  su  tum- 
ba, para  que  no  saliese  y  se  apoderase  de  ellas 
el  espíritu  que  allí   residía» 

Igual  cosa  acontecía  en  las  sepulturas  de 
los  gemelos,  junto  a  las  cuales  nadie  quería 
pasar  (2), 

(1)  Eoscoe,    The  Baganda,    London,   1911,  pgs.  21,  127  y 
289. 

(2)  Id.  id.,  pgs.  47,  124  y  127. 


Las  Apaohitas  187 

Semejantes  montones  veíanse  también  en 
las  tumbas  de  los  blancos,  muertos  en  el 
país  (1). 

Cuando  alguien  era  acusado  de  brujería 
y  después  de  la  prueba  del  veneno,  reconoci- 
do culpable;  lo  quemaban  en  un  campo  baldío, 
y  los  que  por  él  pasaban  arrojaban  sobre  las 
cenizas,  hierbas  y  palos,  para  impedir  que  el 
espíritu  los  cogiese  (2). 

En  Islandia  los  carines  en  los  que  los  tran- 
seúntes depositan  al  pasar,  piedras,  o  a  falta 
de  éstas  un  zapato,  un  guante,  una  liga,  una 
rama  o  una  moneda,  llámanse  dys  que  signi- 
ñca  tumba  cubierta  con  piedras,  si  bien  a  este 
nombre  añaden  a  veces  el  calificativo  greide 
que  equivale  a  ofrenda.  Mas  esta  ofrenda  es 
propiamente  una  precaución  contra  el  alma  del 
que  está  allí  sepultado,  el  cual  es  en  muchos 
casos  algún  hombre  que  pereció  de  un  modo 
violento,  cuyo  espíritu  es  tenido  por  malévolo 
del  que  es  preciso  defenderse  arrojando  una 
nueva  piedra  en  el  carin  (3). 

En  Suecia  cuando  en  un  camino  perecía 


(1)  Roscoe,  The  Baganda,  London,  1911,  pg.  289. 

(2^  Id.  pgs.   289  y  290. 

(3)  Leibrecht,  Zur  Volkeskunde  Heilbronn,  1879,  pg.  237 
y  274. 


188       Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

algaien  de  un  modo  violento,  sea  asesinado  o 
de  otra  manera,  y  se  teme  que  aparezca  j  per- 
turbe a  los  viajeros,  ya  en  forma  de  un  espí- 
ritu o  en  la  de  fantasma,  los  pasantes  deposi- 
taban en  el  lugar  del  siniestro  una  piedra,  una 
rama  o  una  moneda.  Muy  peligroso  sería  de- 
jar de  arrojar  una  piedra  sobre  la  tumba  de 
un  suicida  al  pasar  junto  a  ella,  pues  quien  tal 
imprudencia  cometiere  caería  bajo  el  maligno 
influjo  del  perverso  espíritu,  de  aquel  que  aten- 
tó contra  sus  días. 

No  sólo  arrojan  piedras  en  Suecia  en  estos 
sitios,  sino  en  los  Jugaras  en  que  ha  habido  un 
comercio  ilícito  o  cualquier  otro  acto  impu- 
ro  (1). 

En  Grecia  es  usanza  popular,  arrojar  pie- 
dras en  las  tumbas  de  las  personalidades  no- 
tables de  mala  reputación,  exclamando:  Maldito 
sea!  Así  se  forman  montículos  sobre  los  que 
cada  pasajero  arroja  nuevas  piedras,  ignorando 
en  muchos  casos  el  por  qué  de  la  costumbre. 
Parece  que  el  fin  de  este  uso  es  impedir  que 
el  muerto  moleste  a  los  vivos,  con  apariciones; 
pues  bien  conocido  es  cuan  arraigado  está  entre 


(1)    Leibrecht,  Op.  cit.,  pg.  274  y  27B. 


Las  Apachitas  189 

los  griegos  el  temor  al  vampiro  salido  de  las 
tumbas   (1). 

El  carin  de  Yicar,  en  el  condado  de  irlan- 
dés de  Armagh,  es  nn  montón  de  piedras,  ro- 
deado de  un  círculo  de  piedras  entre  las  cuales 
hay  una  que  tiene  caracteres  oghánicos,  una 
avertura  permite  la  entrada  al  interior  del 
montículo.  Nadie  pasa  sin  coger  una  piedra  j 
dejarla  en  el  montículo,  pero  desgraciado  aquel 
que  cogiera  una  sola  piedra  del  carin  pues  le 
sobrevendría  una  gran  desgracia  (2). 

Los  Bosquiraanos  creen  que  el  domonio 
está  enterrado  bajo  los  carines,  y  todos,  al  pa- 
sar, arrojan  allí  una  piedra,  para  que  Satán 
no  pueda  salir  (3). 

En  el  Chota  Nagpur,  especialmente,  en 
los  estados  aborígenes,  se  'encuentran,  a  menu- 
do, montones  de  hojas,  ramas  o  piedras,  que 
han  sido  arrojadas  por  los  pasajeros  en  los  lu- 
gares, en  que  se  supone  que  alguien  ha  sido 
muerto  por  una  bestia  feroz.  La  creencia  es 
que  aquel  que  no  observa  esta  usanza,  bien 
pronto  ve  surgir  ante  sí  un  animal  de  la 
especie  de    aquel   que   causó  la   desgracia  que 

(1)  Leibrecht,  Op.  cit.,  pg.  282. 

(2)  Leibrecht,  Op.  cit.,  pg.  280. 

(3)  Andree,  Ethographische  Parallelen  und  Vergleicg. 


190        Eeligióx  del  Impekio  de  los  IííOAS 

conmemora  el  hacinamiento  (1).  Lo  cual  in- 
dica mny  bien  que  se  juzga  que  allí  existe  una 
virtud  nociva,  en  forma  de  carnívoro,  a  la  que 
se  impide  salir,  echando  una  hoja,  rama  o  pie- 
dra al  montón. 

En  Mirzpur,  los  carines,  erigidos  con  igual 
motivo,  están  al  cuidado  de  un  Baiga  o  sacer- 
dote indígena,  que  sacrifica  en  ellos  un  cerdo, 
un  gallo,  o  un  poco  de  licor;  en  ciertas  oca- 
siones, enciende  junto  a  los  montones,  una 
lamparita  (2). 

En  Schwannewitg  pueblo  perteneciente  a 
Dahleu  cerca  de  Oschatg,  y  que  se  llama 
así  por  un  dios  que  allí  se  veneraba,  en 
un  bosque  sagrado ;  hay  un  pantano  llamado 
el  lago  de  la  muerte,  en  donde  sacrificaban 
en  tiempo  del  paganismo,  vírgenes  cuyos  espí- 
ritus aun  vagan  en  la  vecindad,  por  esto  y  para 
defenderse  de  estas  apariciones,  cada  transeún- 
te pone  una  rama  en  el  lugar  del  sacrificio. 
En  los  caminos  de  Alemania,  haíba  antigua- 
mente en  los  lugares  en  que  yacía  el  cadáver 
de  algún,  muerto  violentamente  montones,  de 


(1)  Journal  of  the  Aciatic  Society  of  Bengal,  N».  21913, 
pg.  87,  Supplement.  Calcutta  1903. 

(2)  Frazer,  The  Golden  Bougg,  Vol.  XI,  (The  Scapegoat), 
London,  1914,   pg.  27. 


Las  Apaohitás  191 

piedras  o  palos  a  los  qne  todo  transeúnte  aña- 
día algo,  a  esta  clase  de  montículos  pertenecía 
el  situado  sobre  la  tumba  de  un  tabernero  que 
fue  asesinado  de  un  modo  misterioso  en  los  alre- 
dedores la  aldea  de  Rauen  cerca  de  Storkow  (1). 

En  los  Alpes  en  el  camino  de  Burgeis 
pueblo  en  el  Yintscbgan  bay  un  lugar  consa- 
grado ala  «Yirgen  salvaje»,  en  donde  existe 
un  montón  de  piedras,  los  niños  que  por  vez  pri- 
mera suben  al  cerro  deben  tomar  una  piedra, 
escupir  en  ella  y  arrojarla  al  montón,  dicien- 
do; ofrezco  a  la  Yirgen  Salvaje,  costumbre  que 
deben  observar  también  los  adultos,  pues  de 
lo  contrario  se  expondrían  a  un  gravísimo  pe- 
ligro  (2). 

En  África  Mungo  Park  hay  un  árbol, 
delante  del  cual,  según  sus  guías,  no  era  po- 
sible pasar,  sin  ofrecerle  un  trapo,  a  menos  de 
exponerse  a  su  cólera  (3). 

En  el  pueblo  de  JS^'pál,  situado  entre  el 
país  de  Caydor  y  el  de  Oualo,  hay  una  piedra, 
a  la  cual,  según  uso  antiquísimo,  todos,  al  pa- 
sar, ofrecen  un  hilo  de  su  vestidura.  Esta  pie- 
dra es  tenida  por  guardián  del  pueblo,  al  cual 

(1)  Leibrech,  Zur  Volkskunde  Heilbronn,  1879,  pg.  272. 

(2)  Id.  id.,   pg.  268. 

'3)     Reville,   Hietoire  des  Religions,  Vol.  I,  pg.  62. 


192       Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

estiman  por  muy  seguro,  ya  que  dicen  que, 
cuando  está  en  peligro,  da  la  piedra  vueltas 
al  rededor  de  él  y  lo  defiende  por  medio  de 
su  poder  sobrenatural  (1). 

Los  peregrinos  a  la  Meca,  en  el  10**.  día 
del  mes  de  Dzon'-l'  hiddja,  después  de  haber 
hecho  la  oración  de  la  mañana  y  antes  de  la 
salida  del  sol,  se  dirigen  a  Mida.  En  el  ca- 
mino deben  recitar  ciertas  oraciones  y  atra- 
vesar, corriendo,  una  llanura.  Al  llegar  al  es- 
trecho valle  de  Mida,  principian  a  arrojar 
piedras,  del  tamaño  de  un  fréjol,  tomadas,  pre- 
ferentemente, en  un  lugar  determinado;  pero 
que  pueden  cogerse  en  cualquiera  otra  parte, 
mas  sin  tomar  nunca  una  piedra  que  haya 
sido  ya  arrojada  en  los  carines.  Antes  de  ser- 
virse de  ellas,  lávanlas. 

Al  tirar  las  piedras,  dicen  la  siguiente  ora- 
ción: «En  el  nombre  de  Dios,  Dios  es  grande 
a  pesar  del  demonio  y  los  suyos:  haced.  Señor 
que  los  trabajos  de  mi  peregrinaje  sean  dignos 
de  Tí  y  agradables  a  tus  ojos.  Ooncededme 
el  perdón  de  mis  pecados  e  iniquidades»;  o 
bien:    «En  el  nombre  de  Dios,    Dios  sólo  es 


(1)     Caille    (Reue),    Journal  d'un  voyage  a  Temboctou  et 
a  Jenné.  París,  1830,  Yol.  I,  pg.  26. 


Las  Apachitas  193 

grande.  Arrojamos  estas  piedras,  para  estar 
segaros  de  los  ataques  del  demonio  y  de  sus 
legiones». 

Las  siete  primeras  piedras  las  arrojan  con- 
tra un  pilar  o  altar  de  piedra  sin  tallar,  que 
está  a  la  entrada  del  valle ;  las  otras  siete  con- 
tra otro  pilar,  que  está  por  la  mitad  del  valle, 
y  las  otras  siete  a  la  extremidad  occidental, 
junto  a  un  muro  de  piedra. 

En  los  tres  días  siguientes,  los  peregrinos 
atraviesan  de  nuevo  el  valle  de  Mida,  repitien- 
do las  ceremonias  que  hicieron,  al  pasarlo  por 
primera  vez. 

El  último  día,  cámbianse  de  vestido  y  en- 
tran a  la  Oaba,  con  lo  cual  dan  término  al 
peregrinaje. 

La  peregrinación  a  la  Meca,  que  los  Ma- 
hometanos estiman  por  muy  meritoria,  perte- 
nece, a  no  dudarlo,  a  la  Religión  Islámica; 
mas  el  arrojar  las  piedras  en  el  valle  de  Mida, 
así  como  otras  de  las  ceremonias  que  se  practi- 
can en  los  días  que  dura  el  peregrinaje,  son  an- 
teriores al  Islamismo ;  y,  según  algunos  autores 
árabes,  antes  de  Mahoma,  las  piedras  eran  ma- 
yores, y  sólo  las  arrojaban  en  los  montones  a 
la  caída  de  la  tarde  y  cuando  el  Oficial,  en- 

Beligión  del  Imperio  de  Iob  InoaB  13 


194      Eeligión  del  Imperio  de  los  Iiíoas 

cargado  de  presidir  el  rito,  había  cod sentido 
principiase. 

La  costumbre  de  que  venimos  tratando  no 
ha  dejado  de  interesar  a  los  teólogos  árabes, 
quienes  han  propuesto  varias  explicaciones,  qne 
poco  o  ningún  interés  tienen  para  nosotros  (1). 

La  idea  general,  la  tradición  es  que  esta 
práctica  originóse  de  que  Abraham,  por  con- 
sejo del  Arcángel  Gabriel,  apedreó  al  demonio, 
que  quiso  impedirle  pasase  por  Mida  y  que  se 
dejó  ver  en  los  tres  lugares,  donde  ahora  los 
peregrinos  acumulan  guijarros. 

Hay  quien  dice  que  las  piedras  deben  arro- 
jarse por  la  espalda,  para  renunciar  solemne- 
mente al  demonio  (2). 

Muy  significativos  para  nuestro  estudio  son 
estos  usos  de  un  pueblo  de  cultura  ya  muy 
desarrollada;  pues  en  ellos  se  nota  muy  clara- 
mente que  el  fin  de  acumular  piedras  en  un 
lugar  determinado  es  el  mismo  en  pueblos  tan 
distintos  por  el  grado  de  su  evolución  religio- 
sa, como  los  Australianos  y  los  Árabes. 


(D    Algunas  de  las  explicaciones  musulmanas  de  esta  cos- 
tumbre  pueden    verse  en  Leibrecht,  Zur  Yolkskunde,  pg.    280 

y  sig- 

(2)     Chauvin,   (V.),  Le  Jet  des  piedres  au  pelerinage  de  la 
Meeque,  Anvers,   1902,  pgs.  272-278  y  284. 


Las  Apachitas  195 

En  efecto,  tanto  la  oración  que  acompaña 
al  acto  de  tirar  las  piedras,  como  la  leyenda  que 
explica  el  origen  del  rito,  evidencian  que  el  fin 
de  éste  es  apedrear,  cubrir  al  demonio  (forma 
evolucionada  de  la  fuerza  mágica  nociva),  pa- 
ra estar  a  seguro  de  sus  ataques. 

De  igual  manera  piensan  los  Kayancs  de 
Borneo,  que  creen  pueden  ahuyentar  a  los  ma- 
los espíritus,  arrojándoles  piedras  o  palos,  lo 
cual  no  dejan  de  hacer,  cuando  pasan  junto  a 
un  sitio,  en  donde  creen  reside  un  demonio  (1). 

A  estas  costumbres  se  asemeja  la  curiosa 
práctica  que  se  observaba  en  algunos  lugares 
de  Alemania,  de  apedrear  los  lugares  en  que 
existió  un  monumento  religioso  pagano,  siem- 
pre que  se  pasaba  junto  a  ellos,  en  señal  del 
triunfo  del  cristianismo  sobre  los  falsos  dio- 
ses (2). 

Ya  tendremos  ocasión  de  ocuparnos  de  los 
carines  del  Tibet;  mas,  antes  de  pasar  adelan- 
te, conviene  recordar  lo  observado  en  este  país 
por  Waddell.  Cuenta  este  autor  que  la  parte 
más  alta  de  los  pasos,  entre  la  India  y  el  Ti- 
bet, está  marcada  por  una  línea  de  carines  y 

(1)     Frazer,  The  Golden  Bougli,  Vol.  IX  ^The  Scapegoat). 
London,  1914,  pg.  18. 

(3)    Leibrech,   Zur  Volkekunde  Heilbronn,  1879,  pg.  260. 


196      Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

que  los  guías  y  arrieros  tibeteños,  que  con  él 
iban,  se  detuvieron  ante  éstos  y,  diriguiéndose 
hacia  Ohumolhario,  montaña  de  la  diosa  seño- 
ra, reverentemente,  pusieron  una  piedra  en  el 
carín,  exclamando,  con  voz  viril :  «  Tomad,  to- 
mad esta  ofrenda  a  los  dioses.  Los  dioses  han 
conquistado.  Los  demonios  son  desterrados!»  (1). 
Muy  poco  avenible  con  las  teorías  que  he- 
mos analizado  y  en  perfecto  acuerdo  con  la 
hipótesis  de  que,  bajo  los  montones,  existe  un 
poder  mágico  nocivo,  cuya  emanación  se  trata 
de  evitar,  es  la  siguiente  historia,  narrada  por 
Jansen.  Cuenta  este  verídico  autor,  que  un  ára- 
be, que  caminaba  por  el  desierto,  al  ver  uno 
de  aquellos  montones  que  se  levantan  en  los 
lugares,  donde  se  ha  cometido  un  asesinato,  se 
persuadió  de  que  ese  montón  (ragiín)  le  quería 
matar  y  tuvo  tal  terror,  que  temblaba  de  pies 
a  cabeza.  Por  la  Vida  de  Alaba,  exclamó, 
conjurándole,  no  me  matéis  ni  hagáis  mal ;  y, 
apenas  pasó  junto  al  carín,  echó  a  correr  con 
todas  sus  fuerzas,  para  ponerse  al  abrigo  de 
sus  golpes   (2). 


(1)  Waddell,   Llasa  and  its  misteries,  London,   1905,  pg. 
117. 

(2)  Jansen,    Costumes  des  Árabes  du  Pays  de  Moab,  Pa- 
ria, 1903,  pg.  337, 


Las  Apaohitas  197 

Quizás  la  misma  idea  fundamental  de  cu- 
brir el  lugar,  de  donde  se  emana  la  influencia 
nociva,  es  el  origen  de  la  siguiente  costumbre 
lilloet.  En  el  territorio  ocupado  por  estos  in- 
dios, hay  un  monte  llamado  Po'pesamen  (co- 
razoncito).  Cuantos  cazadores  acampan  en  su 
vecindad,  visitan  la  cumbre,  a  la  cual  se  di- 
rigen, diciendo:  «Oh  Jefe,  que  no  llueva  ni 
nieble ;  dadnos  un  fácil  cabe  de  raíces  j  pros- 
pera cacería.  Tomad  todo  el  olor  para  tí,  a 
fin  de  que  la  caza  no  nos  vea  ».  Tras  lo  cual 
tanto  los  hombres  como  las  mujeres  se  golpean 
las  piernas  con  juncos,  que  han  llevado  para 
el  efecto,  y  que  depositan  luego  en  un  mon- 
tón (1). 

Esta  práctica  nos  parece  explicable,  supo- 
niendo que  los  Lilloetes  creen,  como  tantos 
otros  pueblos,  que  el  monte  al  sentirse  holla- 
do, manifiesta  su  enojo  haciendo  llover;  para 
impedir  lo  cual,  se  apresuran  a  tapar  el  sitio, 
por  donde  emana  el  monte  su  wakonda,  cau- 
sa de  la  lluvia. 

En  la  más  alta  punta  de  la  colina  que 
domina  Weston-super-Marc,  los  pescadores  en 
su  viaje  diario  a  Saud  Bay,  colocan  una  nue- 

(1)     Teit,   The  Lilloet  indians.  Jesup  North  Pacific  Exp«- 
dition,  Vol.  n,  New  York,  1906,  pg.  279. 


108      Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

va  piedra  en  el  carín  que  hay  en  ese  Ingar,  pa- 
ra tener  feliz  pesca,  quizás  con  el  objeto  de  im- 
pedir la  emanación  de  una  fuerza  o  influencia 
favorable  a  los  peces  (1). 

En  la  culta  Grecia,  el  dios  Hermes  pro- 
tegía las  encrucijadas  de  los  caminos,  y  rela- 
cionados con  él  eran  los  carines  que  había, 
donde  dos  rutas  se  encontraban,  y  en  los  cua- 
les todo  viajero  depositaba  una  piedra.  Las 
encrucijadas  eran  tenidas  por  lugares  peligro- 
sos, a  causa  de  malos  espíritus  que  las  infes- 
taban (2). 

En  los  alrededores  de  un  pueblo  de  la  isla 
Samoa,  había  una  piedra  en  el  camino  que 
conduce  a  las  plantaciones,  a  la  cual  todos  los 
que  iban  o  venían  de  sus  sembríos  besaban  o, 
mejor  dicho,  olían,  creyendo  morir  si  tal  no 
hiciesen.  Acerca  de  esta  piedra  contaban  que, 
habiendo  dos  hermanos  apostado  a  cuál  era 
más  valeroso,  uno  de  ellos  que  era  cobarde, 
volvió  las   espaldas,  quedando  convertido,  por 


(1)  Leibrechf,    Zur  Volkskunde  Heilbronn,  1879,  pg.  279. 

(2)  Famell,  The  cults  of  the  Greek,  States,  Vol.  V,  pg3. 
1-18,  Oxford,  18ií6. —  París,  (P.),  Hermes  in  Deremberg  et  Sag- 
Uo.  Diccioniare  des  Antiquités  Greques  et  Romaines,  Vol.  III, 
pg.  180,  París,  1900. 


Las  apachitas  199 

esto,  en  piedra,  en  cumplimiento  de  lo  que  ha- 
bían apostatado   (1). 

En  la  misma  isla,  llaman  Fonge  y  Toafa 
a  dos  rocas  planas,  que  estaban  sobre  un  ha- 
cinamiento de  piedras  sueltas  y  que  eran  te- 
nidas por  los  padres  de  Loato;  dios  de  la  llu- 
via. Todo  aquel  que,  por  casualidad,  pasaba 
junto  a  ellas  y  llevaba  comida,  deteníase  para 
ofrecerles  un  poco  de  alimento   (2). 

Los  Bawenda,  miembros  de  la  numerosa 
raza  Bantu,  antes  de  atravesar  el  río  Motsén- 
dute,  cerca  de  Pipits,  en  donde,  según  sus  de- 
cires, vive  el  espíritu  de  las  aguas,  arrojan  una 
rama,  piedra  u  otra  cosa  de  igual  valor,  para 
que  el  espíritu  les  deje  pasar  el  río  con  faci- 
lidad. (3). 

El  clan  Baganda,  Bean  dícese  descendiente 
de  un  héroe,  cuya  sangre  dio  origen  al  río  Na- 
kisa,  y  adora  a  los  espíritus  del  río  en  dos 
montones  de  hierba  y  palos  que  hay  a  las  ori- 
llas, a  los  cuales  (montones)  se  ofrecen  cabras 
y  cerveza  en  sacrificio.    Cuando  los  Bagandas 


(1)  Turner.  Samoa,  London,  1884,  pg. 

(2)  Id.  id.,  pg.  25. 

(3)  Gotsching,  The  Bawenda.  The  Journal  of  the  Royal 
Antropológica!  Instituto  of  Grat  Britain  and  leland,  Vol. 
XXXV,  pg.  381,  London  1906. 


200      Ebligión  del  Imperio  de  los  Inoas 

atraviesan  el  río,  arrojan  hierba  y  palitos  en 
los  montones  de  las  dos  orillas,  para  que  el 
espíritu  del  río  les  dé  libre  paso  (1). 

Los  que  descienden  a  los  pozos  de  Tom- 
berg  (Colonia)  deben,  para  no  caer  al  bajar, 
arrojar  una  piedra  (2). 

Al  pasar  frente  a  la  Mina  del  Enano 
Wemgarten,  los  muchacbos  arrojan  piedras,  y 
en  el  Delfinado,  al  pasar  junto  a  cierto  preci- 
picio, es  necesario  tirar  una  piedra  al  fondo  pa- 
ra conciliar  al  espíritu  de  la  montaña   (3). 

En  los  últimos  casos  que  hemos  citado, 
parécenos  que  nuestra  hipótesis  es  perfectamen- 
te aplicable,  y  que  esas  usanzas  pueden  expli- 
carse, suponiéndolas  originadas  del  deseo  de 
impedir  la  salida  del  poder  nocivo,  que  se  cree 
existe  en  dichos  lugares. 

En  Oumberland  Sound  hay  un  cabo,  lla- 
mado Iliquimisarbing  (el  lugar  de  sacudir  la 
cabeza),  lugar  peligroso  y  en  el  cual  ocurren 
frecuentes  desgracias,  por  lo  resbaloso  de  la 
roca.  Los  Esquimales  nunca  lo  pasan  sin  sa- 
cudir la  cabeza  y  emitir  un  murmullo   (4). 

•  l'\    Roscoe.  The  Baganda,   London,  1911,  pg.  163. 

(2)  Leibrech,  Zur  Volkskunde  Helbronn,  1879,  pg.  276, 

(3)  Loco  cit. 

(4)  Boas,    The  Central  Eskims  6"'  Annual  Report  of  the 
Bureau  of  Ethnology  1884-1986,  Washington,  1888,  pg.  597. 


íiAS  Apaohitas  201 

Buchanan  dice  que  en  América  del  Nor- 
te, hilachas  de  ropa,  tabaco,  mazorcas  de  maíz, 
pieles  j  aun  el  cuerpo  muerto  de  un  animal  se 
encuentran  en  los  caminos  difíciles  y  peligro- 
sos, en  las  rocas  y  en  las  orillas  de  los  rápi- 
dos ríos,  como  tributos  pagados  a  los  espíri- 
tus de  estos  sitios   (1). 

Aseguran  los  Tiroleses  que  el  arrojar  pie- 
dras en  la  cascada  de  Kriml  pone  a  los  espí- 
ritus de  este  lugar  de  muy  buen  humor  y  li- 
bra de  toda  desgracia  en  paso  tan  peligroso  (2). 

En  el  Oáucaso  hay  carines  en  los  lugares 
peligrosos  (3). 

En  el  Tibet,  hay  en  las  cumbres  y  en  los 
pasos  carines  que  llegan  a  tener  hasta  treinta 
pies  de  alto,  hechos  por  los  viajeros,  que,  al 
pasar,  colocan  algunas  piedras,  cogidas  a  la 
subida. 

Los  Lamas  plantan  en  los  montones,  pa- 
los, a  los  cuales   atan   unos   pedazos    de   seda 


(1)  BucTianan,  History  of  the  Maners  and  costumes  of 
tlie  North  America  Indians,  London,  |1824,  xit.  por  Spencer, 
Descriptive  Sociology  American  Races  compileted  and  Abstrae- 
ted  by  Prof.  David  Duncan,  London,  June.  1878,  pg.  244. 

(2)  Fraz&r,  The  Golden  Bough  Vol.  IX,  (The  Scapegoat), 
pg.  26,  London,   1914. 

{3j  Hartland,  (Edwin  Sidney),  The  Legend  of  Perseas, 
Vol.   Vn,  pg.  204,  London,  1896. 


á02      Eeligión  del  Imperio  de  los  Ínoas 

azul,  cubiertos  de  cierto  polvo  blanco  y  que 
equivalen  a  una  fórmula  de  urbanidad. 

Al  pasar  por  estos  montones,  los  caminan- 
tes se  arrodillan  para  orar.  Omitir  estas  ce- 
remenias,  traería  grandes  desgracias  (1). 

En  ciertos  ríos  de  África  Occidental,  en 
lugares  peligrosos,  en  los  cuales  los  negros 
creen  que  reside  algún  espíritu  irritable  o  mal 
intencionado,  los  Ekoi,  antes  de  confiarse  a  las 
aguas,  amontonan  hojas,  que,  previamente  se 
frotan  a  la  cabeza.  Igual  cosa  hacen  sobre  un 
camaleón  que  han  matado,  pues  dicen  que,  si 
tal  no  hiciesen,  el  irritado  espíritu  de  la  saban- 
dija obtendría  del  dios  de  la  tierra  Obassi  Nzi, 
venganza  contra  su  matador  o  sus  semejan- 
tes (2). 

En  el  interior  de  Madagascar  y  en  la  cos- 
ta betsimisaraka,  se  encuentran,  a  menudo, 
montones  de  piedras,  terrones  y  ramitas,  cons- 
tantemente agrandados  por  los  viajeros,  que 
arrojan  al  montón  lo  que  tienen  a  mano,  mur- 
murando un  encantamiento  u  oración.  Ase- 
guran los  Malgaches  que,  con  oferta  tan  poco 
costosa,  hecha  al  espíritu  de  los  caminos,  ob- 

(1)  Cooper,    Travels    of  a  Pioneer    of   Comerce,    London, 
1871,  pgs.  75  y  276. 

(2)  Fraxer,  Op,  cit.,  Vol.  IX,  pg.  28. 


Las    Apaohitas  203 

tienen  nna  ruta  fácil,  segara  posada  y  se  li_ 
bertan  de  los  peligros  del  viaje.  Estos  monto- 
nes llámanse  ganatovana  (1). 

Este  caso,  como  los  antecedentes,  y  algu- 
nos que  vamos  a  exponer  a  continuación,  nos 
parece  comprensible  tan  sólo  suponiendo  que,  al 
arrojar  las  piedras  en  el  montón,  se  tapa  o  cu- 
bre la  fuente  de  la  emanación  de  la  fuerza  má- 
gica maligna,  que  se  manifiesta  en  los  azares 
del  viaje  y  ocasiona  los  accidentes,'  producidos 
por  los  peligros  de  determinados  lugares  o  de 
otro  modo  cualquiera.  Así,  en  Onomben,  en- 
contró el  P.  Trilles,  en  la  cumbre  de  un  mon- 
te, un  árbol,  cuyo  tronco,  a  modo  de  horca, 
forma  una  especie  de  plataforma,  en  la  cual, 
todo  pasante  deja  una  rama  o  unas  hojas,  for- 
mando todos  estos  depósitos  un  montón  consi- 
derable. Todos  los  naturales,  que  iban  al  ser- 
vicio del  Padre,  pusieron  una  rama;  mas 
muchos  ignoraban  el  porqué  de  la  costumbre, 
que,  según  uno  de  ellos,  un  pahouín,  era  para 
que  los  árboles  les  fuesen  propicios,  las  raíces 
no  les  hiriesen  los  pies,  las  ramas  no  les  rom- 


(1)     Catad  (Dr.),  Voyage  a  Madagascar.  Le  Tour  du  Mon- 
de, Vol.  LXV,  Parifl,  1898,  pg.  40. 


204      Eeligión  del  Imperio  de  los  Ínoas 

pieran  las  cabezas  y  no  les  aplastaran  los  tron- 
cos (1). 

Esta  costumbre  africana  nos  trae  a  la  me- 
moria la  observada  en  Suiza,  en  el  camino  de 
Lucerna,  entre  Kulm  y  Zetzwill,  en  donde  jun- 
to a  un  matorral  notable  por  su  vejez,  todo 
viajero  coloca  una  piedra  (2). 

En  el  país,  en  que  moran  los  Zulus,  a  lo 
largo  de  los  caminos,  se  encuentran,  a  inter- 
valos, carines.  Los  viajeros,  al  pasar,  se  des- 
cubren y  arrojan  una  piedra  pequeña,  diciendo: 
*0h  carín  (uvivané),  dadnos  fuerza  y  prospe- 
ridad » . 

En  los  bosques,  los  viajeros  para  tener 
buen  viaje,  colocan  piedras  en  las  horquillas 
de  los  árboles,  y,  en  los  lugares  cubiertos  de 
pasto,  hacen  ataditos  de  hierba  (3). 

Antiquísima  y  venerable  usanza,  que  da 
buena  suerte  a  quien  la  observa,  es,  entre  los 


(1)  i?.  P.  Trilles,  Mille  lieus  dans  rinconu.  A  travers  el 
pays  Fang,  de  la  cote  aux  rives  du  Bgah  Les  Missions  Catho- 
liques,  Lyon,  1902,  pg.  142. 

(2)  Leíbrecht,    Zur  Volkskunde  Heilbronn  1879,    pg.   270. 

(3)  Macdonald,  Maners,  Costumes,  Superstitions  and  Re- 
ligions  ef  South  África  Tribes-Journal  of  tlie  Royal  Antropo- 
logical  Instituto  of  Great  Britain  and  leland,  Vol.  XX,  pg. 
126,  London,  1890. 


Lis  Apaohitas  205 

Zambesis,  detenerse  ante  un  árbol  y  colocar, 
entre  sus  ramas,  un  palito  (1). 

Según  Andree,  cuando  Kohlfs,  en  su  via- 
je de  Trípoli  a  Ghadames,  llegó  al  límite  de 
Ilammada,  los  conductores  de  sus  camellos  le 
rogaron  que  erigiese  un  montón  de  piedras, 
llamado  Bu-Sfor  o  Bussafor;  mas  no  le  pu- 
dieron explicar  el  significado  ni  el  fin  de  este 
monumento.  Fué  tan  sólo  más  tarde  cuando  lo- 
gró averiguar  que  los  viajeros  que,  por  primera 
vez,  llegan  a  un  lugar  importante,  deben  pro- 
tegerse contra  los  maleficios  de  cierto  espíritu, 
erigiendo  un  Bu-Sfor  que,  les  proteja  (2). 

En  una  población  del  país  de  Laokon,  se 
añaden  piedras  a  los  montones  que  sirven  pa- 
ra determinar  las  fronteras,  siempre  que  se 
las  traspasa   (3). 

Iguales  carines  hay  en  las  fronteras  de 
Galicia  española,  en  donde  cada  labrador  que 
sale  de  la  provincia  en  busca  de  trabajo,  pone 
una  piedra,  lo  que  vuelve  a  hacer  cuando  re- 
gresa a  la  tierra  natal  (4). 


(1)  Dudley  Kidd,  The  essential  Kafir,  London,  1904. 

(2)  Andree,  (R.)»  Ethnograpliische  Parallelen  und  VergleL 
che. 

(3)  Leibrecht,  Zur  Volkskunde.  Heilbronn,  1879,  279. 

(4)  Id.,  id. 


206      Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

Los  Basutos,  al  depositar  en  los  carines 
una  piedra,  en  la  que  han  escupido,  creen  ase- 
gurarse un  feliz  viaje  (1). 

Entre  los  Zambesis,  los  montones  no  son 
de  piedras  sino  de  palos,  y  estos  salvajes  llevan 
siempre  palitos  para  este  objeto,  con  los  cua- 
les se  frotan,  a  veces,  las  piernas  antes  de  arro- 
jarlos. A  menudo,  colocan  piedras  en  las  hor- 
quillas de  los  árboles. 

Dicen  que  es  una  costumbre  muy  antigua 
y  que  da  prosperidad,  tal  como  abundancia  de 
ganado  (2). 

Los  Bannuchis,  cuando  la  mujer  es  esté- 
ril, arrojan  piedras  en  los  carines  que  hay 
sobre  las  tumbas  de  aquellos  personajes  que 
tienen  por  santos  (3). 

En  Bechimaland,  los  que  viajan  por  nego- 
cios importantes  hacen,  por  el  camino,  paquetes 
de  hierba,  para  tener  buena  suerte   (4). 

Entre  los  tártaros  y  pequeños  rusos  se  cree 
que  añadir  una  piedra  a  los  carines,  da  prós- 
pero viaje  (5). 


(1)  Dudley  Kidd,  The  Essential  Kafir,  London,  1904. 

(2)  Op.  cit. 

(3)  Leibrecht,  Zur  Volkskunde,  Heilbronn,  1879,  pg.  269. 

(4)  Id.  id. 

(5)  Leibrecht,  Op  cit.,  pg.  269, 


Las  Apachitas  207 

Los  montañeses  de  Escocia  dicen  como 
cortesía  «yo  pondré  una  piedra  en  tu  carín»  (1). 

En  el  alto  Senegal,  a  lo  largo  de  los  sen- 
deros, se  encuentran,  a  menudo,  montones  de 
piedras,  en  los  cuales  cada  viajero  deposita  una, 
para  obtener  pronto  y  feliz  regreso  (2). 

En  los  pasos,  en  el  altiplano  de  Masho- 
naland,  se  encuentran  hacinamientos,  formados 
por  los  viajeros,  que,  al  pasar,  depositan  en  el 
montón  una  piedra  o  un  palo.  Los  Atonger 
dicen  que  éste  es  un  tributo  a  los  espíritus  del 
lugar,  para  obtener  feliz  vuelta  (3). 

Los  Oheroquies  en  sus  viajes  y  expedicio- 
nes guerreras,  en  ciertos  lugares,  siempre  que 
por  allí  pasan,  ponen  una  piedra  en  los  mon- 
tones formados  por  la  constante  observancia  de 
esta  costumbre.  Observar  esta  usanza  asegura 
feliz  viaje  (4). 

En  el  distrito  del  Himalaya,  en  las  cum- 
bres y  encrucijadas,  hay  carines,  y,  al  hacer- 
les   una   añadidura  los   pasantes,    ruegan  a  la 


(1)  Leibrechf,  Loco  cito. 

(2)  Bellany,  Notes  Ethnographiques  recucillies  dans  1  'Haut 
Senegal  Eevue  d'Ethnographie,  Vol.  V,  París,  1886,  pg.  83. 

(3j     Decle  (Lionelj,  Three  y ears  in  Savage  África,  London 
1898,  pg.  288. 

'4)    Leibrecht,  Zur  Volkeskunde  Heilbronn,   1879,  pg.  279. 


208       Eeligión  del  Impeeio  db  los  Inoas 

diosa,  qne  suponen  reside  allí,  qne  les  preserve 
de  todo  mal  (1). 

Enfrente  de  las  casas  de  los  Egbos  hay 
frecuentemente  un  árbol,  de  hojas  verde -oscu- 
ras, que  los  Ekois  llaman  ucomma. 

El  Jefe  del  pueblo  Akwa  Ibani,  viejo  ya, 
contó  a  Parkinson  que,  en  su  juventud,  el  ár- 
bol que  estaba  frente  a  su  morada  era  peque- 
ño; en  1904,  el  tronco  medía  14  pulgadas.  Es- 
te árbol  era  reverenciado  por  los  indígenas  co- 
mo una  deidad  inferior,  y,  en  su  base,  había 
un  carín,  en  el  cual  depositaban  piedras,  aque- 
llos que  se  habían  golpeado  contra  una  de  las 
muchas  de  que  está  llena  la  ruta  del  pueblo, 
esperando,  así,  que  este  accidente  no  se  repi- 
tiese (2). 

Si,  como  ya  hemos  dicho,  los  ejemplos 
anteriores  sólo  tienen  racional  explicación  en 
la  teoría  por  nosotros  sugerida;  más  fácil  es 
aún  su  explicación  a  las  ofertas  que  los  Shus- 
wap,  moradores  de  la  Oolumbia  Británica,  ha- 
cen en  determinados  lugares.    Así,  en  Whip- 

(1)  Frazer,  She  Golden  Bougli,  Vol.  IX,  ^The  Scapegoat), 
pg.  29,  London,   1914. 

(2  Parkinson  (Jolin),  A  note  on  the  Efik  and  Ekoi  tribes 
of  the  Eastern  Province  of  Souttern  Nigeria  Journal  of  the 
Roy  al  Anthropological  Instituto  of  Great  Britain  and  leland, 
Vol.  XXXVn,  London,  1904,  pg.  264. 


Las  Apachitas  209 

saw  Oreek,  había  nn  carín,  en  el  camino  Si- 
milkameen  y  Hope,  al  cual  todos  debían  pagar 
un  peaje,  poniendo  una  piedra  o  rama  en  el 
montón  (1). 

Entre  los  Jakuts,  las  cerdas  de  los  caba- 
llos han  sustituido  a  las  piedras  y  a  lo  largo  de 
los  caminos,  se  ven  árboles,  recubiertos  de  cer- 
das, en  los  cuales  cada  caballero  añade  una, 
arrancándola  de  la  cola  de  su  corcel.  Estos 
árboles  se  encuentran  tan  sólo  en  los  lugares 
más  elevados  de  los  collados  por  donde  pasan 
las  rutas,  y  no  es  sino  después  de  una  penosa 
subida  cuando  se  hace  esta  ofrenda  al  espí- 
ritu del  bosque  (2). 

Si  los  Estonianos  de  la  isla  de  Oesel  arro- 
jan piedras,  gritando  Bju,  en  los  carines  que 
hay,  en  donde  ha  sido  sorprendida  en  estupro 
una  pareja  (3),  es  probable  que  sea  por  un  con- 
cepto análogo  a  aquel  por  el  cual  los  Austra- 
lianos tapan  el  lugar  en  que  pecó  y  murió  el 
libertino  antecesor  de  los  del  clan  Muntilieru 


(Ij  Dawson  (G.\  Notes  on  the  Shuswap  people  of  Britiah 
Colombia  Proceedings  and  trasnsactions  of  the  Royal  Society 
of  Ganada  for  the  year  of  1891,  Vol.  IX,  Montreal,  Section  11, 
pg.  38. 

(2)  Andree,  Op.  cit. 

(3)  Andree,  Op.  cit. 

Religión  del  Imperio  de  los  Incas  14 


210      Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

de  la  tribu  de  TJrabuna  (1),  esto  es,  porque, 
a  consecuencia  del  acto  ilícito,  se  supone  po- 
seído el  lu^ar  del  poder  mágico  nocivo. 

Inexplicable  con  nuestra  hipótesis,  como 
con  las  expuestas  previamente,  es  la  uzansa  de 
los  Judíos,  que  moran  en  Siria,  de  hacer  una 
pirámide  de  piedras  en  sus  sembríos,  para  pro- 
tegerlos de  los  ladrones  (2).  Lo  dicho  se  debe, 
quizás,  a  que  estos  carines  sean  distintos  de 
aquellos  de  que  venimos  ocupándonos,  ya  que 
no  se  dice  que  se  les  haga  añadiduras,  a  no 
ser  que  sus  constructores  se  propongan  ahuyen- 
tar a  los  ladrones,  haciéndoles  creer  que  en  su 
campo  existe  un  poder  mágico,  a  cuya  ira  se 
exponen,  si  traspasan  los  linderos  con  intencio- 
nes poco  honradas  (3).  Esta  hipótesis  parece 
tanto  más  fundada,  cuanto  que  en  los  países 
árabes,  se  ve  a  menudo,  unos  cuantos  arados, 


(1)     Vide  supra,  pg.  185. 

(1)  Rouse,  Notes  from  Syria  Folk  Lore,  Vol.  VI,  London, 
1895,  pg.  173. 

(3)  Entre  los  Akikuyos,  bantus  del  Sur-Este  de  África,  a 
veces,  el  posesor  de  un  terreno  pone  un  encantamiento  en  él, 
para  proteger  su  propiedad  e  impedir  que  los  extraños  gocen 
de  ella.  Para  indicar  que  tal  ha  hecho,  coloca  ordinariamente 
paquetes  de  hojas  de  banano  suspendidas  de  un  árbol  o  palo. 
Dtmdas,  The  organisation  and  laws  of  some  Bantu  tribes  in 
East  Africa-Journal  of  the  Anthropological  Institute  of  Great 
Britain  and  Ireland,  Vol.  XLV,   pg.  300,  London,  1915. 


Las    Apaohitas  211 

amontonados  junto  a  la  tumba  de  nn  santo. 
Los  campesinos  los  colocan  allí  cuando  no  quie- 
ren llevarlos  basta  su  casa,  para  estar  seguros 
de  que  no  se  los  robarán,  pues  nadie  se  atrevería 
a  bacer  tan  grave  ofensa  al  poderoso  espíritu 
bajo  cuya  guarda  se  encuentran  (1).  En  la 
mayor  parte  de  las  ocasiones,  las  tumbas  de 
los  personajes  sepultados  por  santos,  o  son  ca- 
rines o  los  tienen  en  su  alrededor. 

Es  también  de  dificilísima  explicación,  la 
costumbre  observada  por  los  campesinos  de 
Dodentiansen,  región  de  Frankember,  de  depo- 
sitar al  pie  de  un  arbusto  situado  al  borde  del 
bosque,  siempre  que  venían  de  recoger  bellotas 
en  la  montaña,  unas  cuantas  de  estas  frutas, 
arrojando  al  mismo  tiempo  una  piedra,  cos- 
tumbre que  era  preciso  observar,  so  pena  de  no 
cosechar  bellotas  el  año  entrante  o  de  que  si 
las  cosechaban  las  perdiesen  en  el  camino  (2). 

Difícil  de  explicar  es,  sin  duda,  la  cos- 
tumbre de  los  Batokas  de  Zambeza,  quienes 
mostraron  a  Livingston  un  carín  que  sus  an- 
tepasados habían  erigido,  como  una  protesta 
contra   los   males  que  les   había  causado   una 


(1)  Johnson,    Some  Beduin  Customs,  Man  1918-3-Londre8, 

(2)  Leibrecht,  Zur  Tolkskunde  Heilbronn,  1879,  pg.  277. 


212         EbLIGIÓN  DEL  IMPBEIO  DE  LOS  IlíOAS 

tribn  vecina,  en  lugar  de  hacerles  la  guerra  (1). 
Quizás  estos  males  eran  la  muerte  de  algunos 
de  los  miembros  de  la  parcialidad  y  su  tumba 
el  carín;  en  cuyo  caso,  entraría  en  el  grupo 
que  vamos  a  examinar  a  continuación. 

En  Fiji,  algunas  tumbas  tienen  grandes 
montones  de  piedras,  los  que,  a  veces,  sirven 
para  indicar  el  lugar  en  que  se  ha  cometido 
un  asesinato  (2). 

En  las  islas  Sandwich,  el  vencedor  amon- 
tona sobre  el  cuerpo  del  vencido,  pequeñas  pie- 
dras, que  dicen  son  los  trofeos  de  la  victo- 
ria (3). 

Los  aborígenes  de  la  costa  norte  de  la  isla 
Luzon,  en  las  Filipinas,  elevan  montículos  de 
piedras  en  memoria   de  los  desaparecidos   (4). 

Las  sombras  de  los  muertos  son  muy  te- 
midas por  los  Malgaches,  que  huyen  de  la  ve- 
cindad de  los  sepulcros,  a  los  qne  sólo  se  aproxi- 
man después  de  conjurarlos. 

Las  tumbas  aisladas,  que  están  cabe  los 
caminos,  son  tenidas  por  infames,  y  los  viaje- 


(l'i     Ándree,  Op.  cit. 

í2)     Williams,  Fiji  and  the  Fijans,  London,  1858,  Vol.  I, 
pg.  192. 

(S)     Andree,  Op.  cit. 
(4)    Id.    id. 


Las  apaohitas  215 

ros,  al  pasar,  arrojan  sobre  ellas  una  piedra  o 
un  puñado  de  tierra,  sin  voltearse  a  mirarlas, 
a  fin  de  no  ser  seguidos  por  los  malos  genios 
que  allí  residen  (1). 

Los  Hoten totes  creen  en  un  héroe  semi- 
diós, que,  según  la  tradición,  murió  y  renació 
varias  veces  y  que  tiene  muchas  tumbas  en  el 
país,  al  cual  llaman  Heitssi  Eibib  o  Hetzi 
Kabip;  y  cuando  pasan  junto  a  alguna  de  ellas, 
arrojan  una  piedra,  para  tener  buena  suerte  (2). 

Los  Namaques  entierran  a  sus  muertos 
sentados,  colocándolos  en  un  hueco  que  exca- 
van con  un  palo  o  cuerno,  sobre  el  que  amon- 
tonan piedras,  dejando  el  instrumento  que  les 
ha  servido  para  cavar,  clavado  en  el  mon- 
tón (3). 

Enera  de  estas  tumbas  comunes,  hay  otras, 
marcadas  por  un  carín,  ante  el  cual  todos 
los  viajeros  se  detienen  para  arrojar  una  pie- 


(1)  Finaz  S.  J,,  Sépultures  de  Madagascar.  Les  Missions 
Catholiques,  Lyon,  1875,   Vol.  III,  pg.  328. 

(2)  Bleek,   Reynard  the  Fox  in  South  África  or  Hottentot 
fables  and  Tales,  London,   1864,  pg.  76. 

Dudley  Kidd,  The  Essential  Kafir,  London,  1904. 
Callaway  { Canon),  The  Religious  System  of  Amazulu  Na- 
tal, 1868,  pg.  67. 

(3)  Alexander  (J.  E.),  An  expedition  of  discovery  of  the 
Interior  of  África,  London,  1838,  V.  I,  pg.  170. 


214      Ebligión  del  Imperio  db  los  Ínoas 

dra  o  rama,  murmurando  al  mismo  tiempo, 
«dadnos  mucho  ganado».  Dicen  que  en  ellas 
está  enterrado  Heiji  Eibib,  su  antecesor,  acer- 
ca del  cual  nada  saben,  sino,  que,  como  ellos, 
vino  del  Este  y  que  era  rico  en  ganados  (1). 

En  Amazulu,  isivivmie,  es  un  montón  de 
piedras,  cuyo  significado  ignoran  los  aboríge- 
nes, y  en  el  cual  los  pasantes  arrojan  una  pie- 
dra, en  la  que  escupen  previamente,  diciendo 
algunas  veces:  «Buenos  días,  hijo  de  Usiviva- 
ne»,  personificando  así,  la  voz  «isivivane»   (2). 

El  Capitán  Harris  encontró  montones  se- 
mejantes entre  los  Matcbele,  si  bien,  dichos  ne- 
gros ignoran  su  significado  (3). 

Los  Amakara  levantan  carines  sobre  las 
tumbas,  a  los  que  hacen  constantes  añadidu- 
ras (4). 

Los  Maraves,  como  los  Bagandas,  queman 
vivos  a  los  brujos,  y  en  donde  se  ha  verifica- 
do la  ejecución,  al  pasar,  echan  una  piedra  (5). 


(1)  Alexander,  Op.  cit.,  Vol.  I,  pg.  166. 

(2)  Callaway  (Canon),  The  Religious  System  of  Amazulu 
Natal,  1868,  pg.  67. 

(3)  Andree,  Op.   cit. 

(4)  Id.  id. 

(5;  Frazer,  The  Golden  Bough,  Vol.  IX,  (The  Scapegoatj, 
pg.  19,  London,   1914. 


Las  Apaohitas  2l5 

El  viejo  Magto,  Jefe  de  los  Bawenda,  mu- 
rió en  Botokoa,  mas  sus  restos  fueron  trasla- 
dados. En  los  lugares  en  que  descansó  el  ca- 
dáver, todos  los  que  tomaron  parte  en  el  tras- 
lado, depositaron  una  piedra. 

Muchos  de  estos  montones  se  encuentran 
en  el  país,  en  donde  se  llaman  tséaoélo,  esto 
es,  lugar  de  reposo;  cuando  un  viajero  pasa 
junto  a  uno  de  ellos,  dice  que  allí  descansa 
alguien  y  añade  una  piedra  al  carín,  para  te- 
ner buen  viaje  (1). 

A  la  muerte  de  un  hechicero  Masaí  o  de 
una  persona  rica,  se  mata  un  buey  o  una  ca- 
bra, con  cuya  grasa  se  unta  el  cuerpo  y  luego 
lo  llevan  al  lugar  en  que  lo  han  de  enterrar, 
y  allí  cavan  un  pequeño  hueco,  en  el  cual  de- 
positan el  cadáver,  que  recubren  con  piedras. 
Quienquiera  que  pase  por  el  lugar,  y  en  cual- 
quier tiempo,  arroja  una  nueva  piedra  sobre  el 
montón  (2). 

Cuando  Burckhardt  se  encontró,  en  1814, 
en  el  Nilo  Superior,  vio  un  cheic  que  llevaba 


(1)  Gottschlin,  The  Bawenda  The  Journal  of  the  Anthro- 
pological  Instituto  of  Great  Britain  and  Ireland,  London,  1905, 
Vol.  XXXV,  pg.  381. 

(2)  Hollis,  The  Maeai,  Oxford,  1905,  pgs.  a06  y  306. 


216      Ebligión  del  Imperio  de  los  Ínoas 

un  vaso  lleno  de  piedrecillas  blancas,  sobre 
las  cuales  pronunció  algunas  oraciones,  antes 
de  depositarlas  sobre  una  tumba  (1). 

La  práctica  de  erigir  carines  sobre  los  se- 
pulcros, se  encuentra  entre  los  Bischari,  los 
Mensa  y  otras  poblaciones  que  moran  entre 
el  Nilo  y  el  Mar  Rojo   (2). 

Las  poblaciones  árabes  de  África  Septen- 
trional, llaman  JcerJcur  a  los  carines,  que  son 
numerosísimos  en  estos  países  y  que  se  encuen- 
tran, a  menado,  en  las  partes  más  altas  de  los 
caminos. 

Doutte  halló  uno  en  el  paso  Tizin  Miri, 
en  el  Alto  Atlas,  al  Sur  de  Merahádo,  a  3,200 
metros  sobre  el  nivel  del  mar  y  que  era  un 
montón  de  piedras,  en  el  cual  estaban  clava- 
dos palos,  de  los  que  pendía u  jirones  de  tela. 
Era  el  kerkur  de  Sidi  Ah'med  o  Moasa,  su- 
jeto que  está  enterrado  a  varios  centenares  de 
kilómetros  y  qne  es  el  marabout  protector  de 
Tazerouatt.  La  razón  para  que  le  hayan  le- 
vantado un  carín  en  lugar  tan  insólito,  es  que 
las  gentes  que  por  allí  transitan,  le  tienen  gran 
devoción.    Así,  cuando  llegan  a  la  cumbre,  to- 


(1)  Andree,  Op.   cit. 

(2)  Id.  id. 


iiÁS  Apaohítas  217 

man  una  piedra  y  la  añaden  al  montón  que, 
de  este  modo,  crece  paulatinamente.  Los  más 
supersticiosos  ponen  un  bastón  con  un  trapo. 
No  siempre  está  tan  distante  de  la  tumba 
el  carín,  pues  es  muy  ordinario  que  se  encuen- 
tre en  el  sitio  en  que,  por  primera  vez,  se  ve 
un  marabout  célebre.  A  veces,  es  el  kerkur 
el  marabout,  esto  es,  la  tumba  de  un  santo, 
del  cual,  en  muchos  casos,  se  ignora  el  nom- 
bre. Ko  sólo  en  los  sepulcros  de  estos  venera- 
dos personajes  se  levantan  carines,  sino  tam- 
bién en  los  sitios  en  que,  según  la  tradición, 
brillaron  sus  virtudes  (1). 

Mas  ¡cosa  muy  singular!  no  es  privilegio 
exclusivo  de  hombres  famosos  en  santidad,  el 
que,  a  su  memoria,  se  erija  esta  clase  de  mo- 
numentos, ya  que  en  los  lugares  en  que  se 
ha  cometido  un  asesinato,  o  en  el  que  alguien 
ha  perecido  de  modo  violento,  todos  los  pasan- 
tes depositan  una   piedra,  formándose  así   ca- 


li) Doutte,  (Edmond.,  Magie  et  Religión  dans  l'Afrique 
du  Nord,  Alger,  1909,   pgs.  420  a  427. 

Chauvin  (V.) ,  Le  Jet  des  pierres  au  pólerinage  de  la  Mec- 
que,  Anvers,  1902,  pgs,  279  y  280. 

Montet,  A  special  Mission  to  Morocco.  Imperial  Asiatic 
quarterly  íleview,  Vol.  Xn,  pg.  316,  London,  1901. 


218       Eeligión  del  Imperio  de  los  ÍnoaS 

riñes,  que,  en  nada  se  diferencian  de  los  que 
se  construyen  junto  a  los  marabout  (1). 

En  Eiguid,  se  llaman  estos  montones, 
agrour,  y  los  caminantes  arrojan  en  ellos  pie- 
dras, ignorando  el  significado  del  rito  (2). 

En  Arabia,  mientras  aquellos  que  mueren 
do  muerte  ordinaria  son  simplemente  enterra- 
dos, sobre  la  tumba  de  un  asesinado  se  forma 
un  montón  de  piedras,  al  cual  todos  los  pa- 
santes hacen  una  añadidura.  Así,  en  recuerdo 
de  un  árabe  muerto  por  los  Wagogos  y  ente- 
rrado bajo  un  carín  en  el  camino  de  Mizanza, 
los  Wauya  muézis  que  por  allí  pasan,  recogen 
pequeñas  piedras,  para  arrojarlas  en  el  mon- 
tón  (3). 

Según  algunos  árabes,  este  acto  es  una 
señal  de  la  indignación  que  experimentan  con- 
tra un  criminal  o  asesino   (4). 


íl)  Leared  (Arthiur),  Morocco  and  tlie  Moors,  London, 
1876,  pg.  105. 

Doutte,  (Edmond),  Magie  et  Beligion  dans  1  Afrique  du 
Nord,  Alger,  1899,  pg.  427. 

(2 1  Doutte,  (Edmond),  Figuig  Notes  et  impresaions.  La 
Géographie,  Bulletin  de  la  Socióté  de  Góograph.ie  de  París,  Pa- 
rís, 1903,  Vol.  Yll,  pg.  197.- 

(3)  Harón,  Rites  et  usarges  Funéraíres  Revue  des  tradi- 
tíons  populaíres,  París,  1894,  Vol.  XII,  pg.  691. 

(4)  Chauvin  (V.^,  Le  Jet  des  pierres  au  pólerinage  de  la 
Mecque,  Anvers,  1902,  pg.  282. 


Las  Apaohitas  219 

Ocho  días  antes  de  pasar  por  Midia  y  de 
practicar  los  ritos  que  ya  analizamos,  los  pe- 
regrinos que  van  a  la  Meca,  dirígense  a  un 
montón  de  piedras,  situado  a  un  cuarto  de  le- 
gua de  la  ciudad  y  cada  uno  de  los  concu- 
rrentes toma  una  piedra  y  la  arroja  sobre  el 
carín,  recitando  el  surra  del  Corán,  en  que 
Mahoma  maldice  a  su  tío,  el  impío  Abou  La- 
hab,  por  no  haber  creído  en  él  (1). 

Los  Beduinos,  en  los  lugares  en  que  al- 
guien ha  muerto  de  modo  trágico,  con  derra- 
mamiento de  su  sangre,  forman  carines,  en  los 
que  los  pasantes  arrojan  piedras.  Si  en  el  lu- 
gar han  perecido  varias  personas,  hacen  un 
montón  para  cada  una.  Lo  esencial  para  que 
se  construya  esta  clase  de  monumentos,  no  es 
que  allí  se  encuentre  el  cadáver  del  muerto 
basta  que  en  el  sitio  se  haya  derramado  su 
sangre.  A  veces,  como  en  la  tumba  del  Oheik 
Amiry,  arrojan  piedras  en  señal  de  indigna- 
ción y  desprecio  (2). 

En  Biskinta,  en  el  Líbano,  se  encuentra 
la  tumba  de  un  druzo,  del  cual  cuentan  que 
se  enterró  vivo,  para  obtener  méritos  para  la 

(1)  Chauvin,   (V.),   Op.  cit.,  pg.  276. 

(2)  Janssen,  Costumes  des  Árabes  du  Pays  du  Moab,  Pa- 
rís, 1903,  pg.  356. 


22Ó      Beligión  del  Imperio  de  los  1noa8 

vida  futnra  que  esperaba  tener  en  este  mundo, 
pues  los  Druzos  creen  en  la  transmigración. 
Los  griegos  ortodoxos  del  lugar,  arrojan  piedras 
en  la  tumba  (1). 

Al  Este  de  Djebel  Haurán,  sobre  un  an- 
tiguo fortín  romano,  está  la  tumba  de  Oheik 
Wemár.  Los  Druzos  la  veneran,  así  como  los 
nómadas  j  los  Árabes  rezan  sobre  ella  y  de- 
positan piedras   (2). 

Oerca  de  Birmana  está  la  tumba  de  un 
marinero,  que  pereció  asesinado  y  en  ella  los 
caminantes  arrojan  piedras,  pues  dicen  que  fué 
un  mal  hombre  (3). 

En  el  camino  de  Sycbar,  en  el  lugar  des- 
de el  caal  se  ve  la  tumba  de  un  santo  musul- 
mán, hay  montones  de  piedras,  hechos  por  los 
viajeros  (4). 

En  la  vecindad  de  Damasco,  en  Kferhaur, 
hay  una  tumba  con  un  gran  carín,  y  la  leyen- 
da asegura,  que  allí  yace  el  bíblico  íí'emrod  (5). 

(1)  Lessions  (F.),  Some  Syrian  Folklore  notes  gathered  on 
Mount  Lebanon.  Folk  Lore,  Vol.  IX,  pg.  15,  London,  1898. 

(2j  Dussmid,  La  Matérialisation  de  la  prióre  en  Orient. 
Bulletins  et  Mémoirs  de  la  Socióté  d'Anthropologie,  V  Serie, 
Vol.  YII,  París,  1906,  pg.  216. 

v3j    Lessions,  (F.),  Loco  cit. 

(4)     Lessions  (F.j,   Loco  cit. 

^5)  Burckhard,  Travels  in  Syria  and  the  HoUy  Land, 
London,  1822,  pg.  46. 


Las  Apaohitas  221 

En  Siria  y  otros  lugares  de  Asia  Menor, 
los  sepulcros  de  los  personajes  venerados  por 
santos,  se  llaman  magan  j  en  sus  muros  y 
grietas,  los  devotos  depositan  guijarros,  o  cuel- 
gan de  los  árboles  vecinos,  jirones  de  sus  ves- 
tiduras. Junto  a  algunos  enterramientos,  hay 
carines  considerables   (1). 

Cuando  un  musulmán  va  por  primera  vez 
a  un  lugar  sagrado,  tal  como  Hebrón  o  la  tum- 
ba de  Moisés,  hace  un  montón  de  piedras,  o 
añade  una  a  un  montón  ya  existente   (2). 

Entre  Jerasán  y  Jericó,  se  pasa  junto  al 
sepulcro  de  un  santo  del  Islam,  sobre  el  cual 
los  pasantes  arrojan  piedras.  En  muchos  lu- 
gares de  Palestina,  donde  ha  muerto  asesina- 
do un  hombre,  hay  carines,  en  los  que  todos 
los  transeúntes  arrojan  guijarros,  murmurando 
oraciones  (3). 

Entre  los  antiguos  Hebreos  no  era  desco- 
cida esta  costumbre  y  se  la  menciona  repeti- 
das veces  en  la  Biblia,  como  por  ejemplo,    al 

(1)  Dussaud,  La  Matérialisation  de  la  priére  en  Orient. 
Bulletins  et  Mémoirós  de  la  Société  d'Anthropologie,  V  Serie 
Vol.  Vn,  pg.  215,  París,  1906. 

(2)  Rouse,  Notes  from  Sjria.  Folk  Lore,  Vol.  VI   pg   173 
London,  1895. 

(3)  Lessions  (F),  Some  Syrían  Folk -Lore  notes  gathered 
on  Monnt  Lebanon.  Folk -Lore,  Yol.  IX,  pg.  158,  London,  189. 


222      Eeligión  del  Impeeio  de  los  Incas 

tratar  de  las  tambas  de  Achar  y  Absalón  (1) 
y  aun  hoy,  al  pasar  junto  a  esta  última,  los 
Judíos  arrojan  piedras  y  maldiciones  contra  el 
hijo  desnaturalizado  (2). 

Es  preciso  recordar  esta  usanza,  para  pe- 
netrar el  verdadero  sentido  de  aquella  senten- 
cia de  los  Proverbios,  de  que  el  que  da  gloria 
al  estulto,  es  como  aquel  que  arroja  una  piedra 
en  el  carín  (3);  y  la  Yulgata,  para  comparar 
con  un  hecho  más  conocido  en  el  mundo  la- 
tino, traduce  en  el  acervo  de  Mercurio  o  sea 
de  Hermes,  carines  que,  como  hemos  visto, 
eran  algo  diferentes  de  los  Judíos  (4). 

La  práctica  de  arrojar  piedras  en  lugares 
determinados,  era  tenida  por  idolátrica  y  se 
practicaba,  no  solamente  en  las  tumbas,  sino 
también  junto  a  monumentos  formados  por 
dos  piedras  verticales,  sobre  las  cuales  descan- 
saba una  horizontal  y  que  se  llamaban  mar- 
koUs  (5). 

(1)  Andree,    Ethnographisclie  parallelen  und  Vergleiclie. 

(2)  Rouse,  Notes  from  Syria,  Folk-Lore,  Vol.  VI,  London, 

1895,  pg.  173. 

Lessions,  Loco  cit. 

(3j  Bianus  Waltomis,  Biblia  Poliglota  ,  London,  1657,  pg. 
380,  columna  hebrea. 

(4j     Proverbios,  Cap.  XXVI,  versículo  8°. 

(5)  BuxtorfU,  Lexicón  Cbaldaicum  Talmudicum  et  rabbi- 
picum,  Lipsicae,  1896,  pg.  640. 


Las  Apaohitas  223 

El  nombre  hebreo  de  los  carines,  es  mar- 
gemaah  (1). 

En  el  barrio  jndío  de  Praga,  se  encuentra 
Bet-Obain,  antiguo  cementerio  israelita;  ob- 
servando atentamente,  sus  viejos  enterramien- 
tos, tapizados  de  musgo  y  en  los  que  crecen 
plantas  silvestres,  se  notan  sobre  mucbos  de 
ellos,  especialmente  en  aquellos  en  que  yacen 
personas  de  significación,  montones  de  piedre- 
cillas.  Son  estas  ofrendas,  de  respeto  al  muerto 
y  ningún  judío  piadoso  que  pasa  junto  a  estos 
montones,  falta  a  la  antigua  usanza  de  añadir 
un  nuevo  guijarro  al  carín  (2). 

En  Eriwan,  en  Armenia,  hay  unos  cari- 
nes, en  que,  segim  la  tradición,  reposan  los 
restos  de  unos  monjes,  que  fueron  lapidados. 
Los  tártaros,  al  pasar,  arrojan  una  nueva  pie- 
dra en  los  montones  y  los  cristianos  quitan 
una  (3). 

Los  Ossetes  del  Oáucaso,  sobre  los  restos 
de  los  que  murieron  heridos  de  rayo,  erigen 
un  alto    montículo  de  piedras,  junto    al    cual 


[V\     Ennery  (M.,,    Dictionnaire    Hebreu- fi:an9ai8,   Paria, 
1891,  pg.   145. 

(2)  Andree,  Ethnographisclie  Parallelen  un  Vergleiche. 

(3)  Andree,  Op.  cit. 


224      Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

colocan  una  percha,  de  la  que  cuelgan  la  piel 
de  un  cabrón  negro   (1). 

En  el  gran  desierto  de  Gobi,  hay  carines 
en  los  lugares  donde  una  caravana  ha  sido  ata- 
cada y  uno  de  sus  miembros  muerto  (2). 

En  el  Tibet,  hay  mausoleos,  formados  por 
montones  de  piedras.  Todos  aquellos  que  so- 
brepasan el  nivel  de  los  demás,  llevan  una  ins- 
cripción sánscrita,  cuyo  significado  es,  según 
unos  «  que  el  tesoro  del  cáliz  de  lotus  sea  san- 
tificado», y,  según  otros,  es  obsceno.  En  mu- 
chos de  estos  sepulcros  hay  un  falo,  tallado 
en  piedra.  En  Leh  (Ladak),  estos  monumen- 
tos se  extendían  por  espacio  de  media  milla 
inglesa  y  miden  seis  a  ocho  pies  de  alto  y  diez 
a  quince  de  ancho.  El  número  de  piedras  ins- 
critas, llega  a  veces  a  mil  y  se  asegura  que 
hay  Lamas,  a  quienes  estos  monumentos  han 
costado  hasta  seiscientos  mil  thalers.  Se  hallan 
siempre  junto  a  una  calle  y  los  naturales  sólo 
pasan  por  su  izquierda  y  cuando  van  a  una 
empresa  importante,  compran  a  un  lama  una 
piedra  inscrita  y  la  depositan  sobre  una  de  es- 


(1)  Andree,  Opi  cit. 

(2)  Frazer,  The  Golden  Bough,  Vol.  IX,  (The  Scapegoat), 
pgs.  13  y  14,  London,  1914. 


Las  Apachitas  225 

tas  tumbas,  esperando,  así,  obtener  bnen  éxito 
en  su  viaje  (1). 

En  Ta-tsun,  las  piedras  inscritas,  son  pe- 
dazos de  pizarra  y  se  las  deposita  sobre  las 
tambas,  como  una  ofrenda  piadosa  (2). 

Los  Tcbouktchis  practican  la  cremación  y 
sobre  las  cenizas  disponen  piedras  en  forma 
de  cuerpo  humano,  amontonando  a  lado,  cuer- 
nos de  reno.  Los  parientes  van  cada  año  a  la 
tumba  y  añaden  nuevas  astas  al  montón   (3). 

En  la  isla  de  Lesbos,  se  encuentran,  a 
menudo,  al  borde  de  las  rutas,  montones  de 
pequeñas  piedras,  que  los  campesinos  llaman 
anatematisrai  y  que  indican  el  lugar  donde  se 
ha  cometido  un  asesinato.  Son  los  viajeros 
quienes  los  han  formado;  cada  pasante  pone 
una  piedra,  diciendo :  « Dios  perdone  los  pe- 
cados de  la  víctima!  Maldito  sea  el  matador!» 
El  más  notable  de  estos  hacinamientos,  se  en- 
cuentra cerca  del  camino  que  conduce  del  lago 
mayor  al  menor.  Acerca  de  él,  cuentan  que 
la  región,  en  un  tiempo,  estuvo  dominada  por 
un   negro,    que  desvalijaba  y  mataba  a   todos 


(11     Andree,  Op.  cit. 

(2)     Cooper,   Travels  of  a  Pioner  of  Comerce,  London,  1871, 
pg.   208. 

(3/     A7idree,  Op.  cit. 
Keligión  del  Imperio  de  los  Incas  15 


226       Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

los  TÍajeros;  dicho  negro  fué  muerto  por  su 
peluquero.  Al  pasar  por  la  vecindad,  la  gente 
decía:  «Dios  perdone  al  peluquero.  Maldito 
sea  el  negro!»    (1). 

Los  rumanos  de  Transilvania  creen  que 
aquel  que  al  momento  de  la  muerte  no  tuvo 
encendida  la  «cera  do  bien  morir»,  no  tiene 
derecho  para  ser  enterrado  como  los  demás. 
Sus  restos  no  pueden  reposar  en  tierra  santa, 
por  el  contrario,  se  los  sepulta  en  lugar  pro- 
fano y  sobre  su  tumba,  se  forma  un  montón 
de  ramas,  al  que  todo  pasante  arroja  algu- 
nas (2). 

Los  majiares  ponen  una  piedra  al  pasar 
junto  a  una  tumba   (3). 

En  el  Tirol,  hay  carines,  en  los  que  los 
pasantes  arrojan  piedras,  en  los  lugares  en  que 
ha  acontecido  una  muerte  repentina  (4).  La 
misma  costumbre  se  observa  en  Suiza  (5).  En 
el  Delfinado,  no  sólo  se  erigen  carines  en  los 


(1)  GeorgeaMs  et  L.  Pineaii,  Le  Folk-lore  de  Lesbos, 
París,  1894,  pgs.  323  y  324. 

1,2]  Frazer,  The  Golden  Bough,  Vol.  IX,  (The  Scapegoat), 
pg.  16,  London,   1914. 

(3)  Leihrecht,  Zur  Volkskunde,  Heilbronn,   1878,  pg.  269. 

(4)  Joane  [A.),  Excursión  daus  lo  Dauphiné.  Le  Tour  du 
Monde,  París,  1869,   Vol.  II,  pg.  376. 

(B)    Andree,  Op.  cit. 


Las  Apaohitas  227 

lugares  en  donde  un  hombre  ha  sido  víctima 
de  un  crimen,  sino  también  en  los  que  alguien 
ha  perecido,  víctima  de  un  accidente  de  la  na- 
turaleza (1). 

En  el  Xiévre,  hay  una  cruz,  junto  a  la 
cual  los  caminantes  arrojan  sus  bastones  y  a 
poca  distancia,  un  montón  de  palitos,  sobre  la 
tumba  de  un  asesinado  (2). 

Los  Celtas  nunca  pasaban  junto  al  se- 
pulcro de  uno  de  los  suyos,  sin  depositar  una 
piedra,  o  un  poco  de  tierra  (3). 

En  el  departamento  de  la  Oharant  Inferior, 
existen  carines  en  las  cumbres  de  las  colinas 
y  a  lo  largo  de  los  caminos;  cada  vez  que 
un  campesino  llega  a  uno  de  estos  montones 
deposita  en  ellos  una  nueva  piedra  (4). 

En  el  Condado  de  Longford,  en  Irlanda, 
a  la  vera  de  los  caminos,   hay   montículos  de 

(1)  Joane,  Op.  cit. 

(2)  Saisnel  de  la  Sage,  Croyances  et  legendes  du  centre 
de  la  Franca,  Vol.  11,  pg,  76,  París,  1875. 

(3)  Irish  Folk-lore  reprinted  of  a  Statistical  Account  or 
Parochial  Survey  of  Ireland,  drawn  from  the  conmucations  ot 
theClergy  by  WiUiam  Shair  Masón,  Dublin,  1814  a  1819,  Folk- 
Lore,  Yol.  YT,  pg.  G3,  London,    1898. 

(4)  Btiron  Chandrii;/  de  Carazanes,  Memo  i  re  sur  les  anti- 
quites celtir|ne.s  et  gauloiseo  du  departement  de  la  Charante 
Inferieur.  Memoirs  de  la  Societé  Royal  des  Antiquaires  d» 
France,  París,  1823,  pg.  61. 


228       Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

piedras,  a  los  qne  todo  pasante  hace  una  aña- 
didura, en  los  lagares  en  donde  alguien  ha 
muerto  asesinado  o  de  otro  modo  violento  (1). 
Igual  costumbre  se  observa  en  Tipperary,  en 
el  condado  de  Dublín  y  en  el  de  Wilkow  (2). 

En  medio  de  la  floresta,  en  un  lugar  fra- 
goso, en  el  camino  que  va  de  Schmauneivitz 
a  Lausa,  en  territorio  de  Leipzig,  hay  una  tum- 
ba en  medio  de  los  árboles,  en  donde  yace  una 
sirvienta,  que  regresando  de  un  baile,  fué  ase- 
sinada por  un  muchacho,  carnicero  de  oficio. 
Los  que  por  allí  transitan,  arrojan  tres  ramas 
de  pino  sobre  el  pequeño  montículo,  que  mar- 
ca el  lugar  del  crimen.  El  hacinamiento  sería 
muy  considerable,  si  no  se  recogiera  anualmen- 
te lo  acumulado. 

En  Badén  es  costumbre  arrojar  ramas  en 
los  sitios,  donde  alguien  ha  sido  asesinado   (3). 

En  Pomerania  y  Prugia  Occidental,  las 
almas  de  los  suicidas  son  muy  temidas  y  en 
las  tumbas  de  estos  desgraciados,  las  que  están 
situadas  en  el  lugar  donde  atentaron  contra 
sus  vidas,  todos  los  pasantes  arrojan  piedras  o 


(1)  Leibrecht,  Zur  Volkskunde,  Heilbronn  1878,  pg.  272. 

(2)  Haddon,    A    Batch  of  Irisli  Folk-Lore,    Vol.  IV,   pg. 
360,  London,   1893. 

(3j    Andree,   Op.  cit. 


Las  Apaohitas  229 

palos,  ya  que  si  tal  no  hicieran,  creen  que 
el  espíritu  del  suicida  les  atormentaría  en  sue- 
ños y  no  les  daría  reposo  (1). 

En  Suecia  sobre  la  tumba  de  dos  hombres 
que  se  mataron  mutuamente,  hay  un  montón 
de  ramitas,  que  constantemente  crece,  con  las 
nuevas  ramas  que  añaden  los  transeúntes  (2). 

Hay  en  Unalaska,  tumbas  en  las  que  to- 
do aquel  que,  junto  a  ellas  pasa,  deposita  una 
piedra  (3). 

Entre  los  Osages,  sobre  el  enterramiento 
de  un  jefe,  se  erigía  un  montecillo,  que  luego 
se  engrandecía,  pues  cada  visitante  depositaba 
en  él  un  poco  de  tierra  (4). 

Esta  costumbre  era  observada,  además, 
por  otras  tribus  indígenas  de  íí'orte  América, 
que  ofrendaban  a  las  tumbas  de  los  guerreros 
notables  un  poco  de  tierra,  que,  para  el  efecto, 
llevaban  los  viajeros  cuidadosamente,  desde  dis- 
tancias, a  veces,  considerables   (5). 


vi)     Frazer,  Op.  cit.,  Yol.  IX,  pg.  27. 

12)     Leibrech,    Zur  Volkskunde.  Heilbronn,  1878,  pg.  272. 

(3)     Andree,  Op.  cit. 

(4;  Thomas,  (Cyrus),  The  Problem  of  the  Ohio  Mound, 
Washington,  1889,  pg.  12. 

(5)  Smith  (W.\  The  History  of  Wisconsin,  Part.  n,  Vol. 
m,  Madinson  (Wis),   1854,  pgs.  245  y  246. 


^30       EBLiaiÓN  DEL  Imperio  de  los  Inoás 

Entre  los  Oheroquíes,  para  perpetuar  la 
memoria  de  los  jefes  muertos  en  los  bosques, 
los  viajeros  arrojan  piedras  en  los  sitios  en 
que  perecieron.  En  donde  no  había  piedras, 
se  servían  de  tierra.  Los  Mobawk,  al  deposi- 
tar las  piedras,  exclamaban:  «Abuelo  te  cu- 
bro »   (1). 

Los  Oougaris  o  Santis,  del  Sur  de  Cali- 
fornia, cuando  alguien  perece  asesinado,  en  el 
lugar  en  que  tal  cosa  ha  acontecido,  hacen  un 
montón  de  piedras  o  palos,  al  que  todo  viajero 
hace  una  añadidura,  en  señal  de  respeto  por 
el  difunto  (2). 

En  Venezuela,  hay  carines  en  los  sitios 
en  que  un  hombre  ha  muerto  violentamente, 
a  los  que  cada  pasante  añade  un  nuevo  gui- 
jarro; junto  al  montón  está  una  sencilla  j  rús- 
tica cruz  (3). 

Como,  por  lo  expuesto,  puede  verse,  el 
amontonar  piedras  sobre  una  sepultura,   arro- 


(1)  Adaír,  [3.),  The  History  of  the  American  Indians, 
London,  1775,  pgs.  184  y  85,    N".  3°. 

(2)  Schoolcraft,  History  of  Indians  Tribes  of  the  United 
States  1854,  Part.  VI,  pg.  155,  citado  por  Jarrow,  A  furtlier 
Contribution  to  the  Study  of  the  Mortuary  Customs  of  the 
American  North  Indians  I"»  Annual  Report  of  the  Burean  of 
Ethnology  1879  a  1880,  Washington,  1881,   pg.  132. 

(8)    Andree,  Op.  cit. 


Las  Apachitas  231 

jando  una  todos  los  que  junto  a  ella  tran- 
sitan, es  una  de  las  formas  más  comunes  del 
rito,  que  venimos  estudiando;  la  interpretación 
del  por  qué  de  esta  usanza  no  será  difícil  para 
el  lector  que  haya  seguido,  atentamente,  la 
exposición  de  otras  formas  del  rito,  que  en  las 
páginas    anteriores    hemos  hecho. 

Kada  satisfactorio  nos  parece  el  explicar 
los  carines  que  se  lavantan  sobre  enterramien- 
tos, diciendo  que  el  primitivo,  incapaz  de  dis- 
tinguir lo  inmaterial  de  lo  material,  lo  abstracto 
de  lo  concreto,  se  siente  asaltado  por  vagos 
terrores,  expuesto  a  mal  definidos  peligros  en 
los  escenarios  de  grandes  crímenes  o  desgra- 
cias. El  lugar  parécele  encantado.  Los  torce- 
dores recuerdos  que  se  acumulan  en  su  mente, 
si  no  se  transforman  en  duendes  y  fantasmas, 
oprimen  su  fantasía  con  terrible  peso.  Su  im- 
pulso es  huir  del  temible  sitio,  arrojar  el  peso 
que  le  atormenta  cual  pesadilla.  Así,  en  su 
sencilla  manera  material,  piensa  que  puede 
hacerlo,  arrojando  algo  en  el  horrible  lugar  y 
alejándose.  ¿Por  qué  el  contagio  de  la  desgra- 
cia y  la  angustia  que  detienen  los  latidos  de 
su  corazón,  no  los  desviará  do  sí,  encarnándo- 
los en  un  objeto  material?  ^l^o  reunirá  en 
la  piedra  o  rama  todas  las  influencias  nocivas, 


232         ÉELIGIÓN  DEL  ÍMPERIO  DE  LOS  ÍNOAS 

que  le  atormentan,  para  continuar  su  ruta  en 
paz  y  seguridad?  Una  manera  de  pensar  se- 
mejante, (si  tales  divagaciones  de  la  mente  en 
las  tinieblas  de  la  ignorancia,  merecen  el  nom- 
bre de  pensamientos),  parece  explicar  la  cos- 
tumbre, observada  por  los  viajeros  de  muchos 
países,  de  arrojar  piedras  o  palos,  en  los  luga- 
res en  que  algo  terrible  ha  acontecido,  o  en 
que  se  ha  cometido  un  crimen   (1). 

Más  natural,  más  sencillo,  más  de  acuer- 
do con  la  mentalidad  del  salvaje,  es  el  suponer 
que,  asaltado  por  grandes  temores,  al  pasar  an- 
te el  escenario  de  un  crimen  y  considerándose 
expuesto  a  determinados  males,  que  en  su  mo- 
do de  juzgar  las  cosas  material  y  más  sensi- 
tivo que  intelectual,  tiene  por  propios  del  lu- 
gar, como  producidos  por  una  fuerza  invisible, 
inmanente  o  residente  en  él,  trate  de  impedir 
la  emanación  de  dicha  virtud,  cegando,  como 
si  dijéramos  así,  su  fuente  o  hiriendo  a  aquel 
poder,  que  sus  primitivas  y  mal  diferenciadas 
ideas,  concibe  como  algo  corpóreo  y  material, 
si  es  que  no  les  da  forma  más  precisa  de  fan- 


(1)  Frazer,  [3.  G.],  The  Golden  Bougli  Vol.  IX,  [The  Sca- 
pegoat],  London,  1914,  pg.   13. 


Las  Apaohítas  233 

tasmas,  sombras  o  bestias  feroces  (1),  para, 
impedir  que  le  sigan    (2). 

Acto  natural  e  instintivo  en  el  hombre 
poseído  de  miedo,  es  el  alejarse  corriendo  del 
objeto  de  sus  temores,  procurando  separarse  de 
él,  lo  más  posible  y  acumular  entre  dicho  ob- 
jeto y  él,  el  mayor  número  de  obstáculos.  Y 
si  este  sentimiento  es  producido  por  un  objeto 
vivo,  ¿  no  será  el  gesto  más  espontáneo  de  aquel 
hombre,  arrojarle  piedras? 

Varios  de  los  hechos  que  hemos  citado 
y  entre  otros  con  gran  claridad,  las  costum- 
bres australianas,  bagandas  y  malgaches,  (3) 
demuestran  que  el  fin  primero  y  primordial, 
de  arrojar  piedras  en  un  sitio  determinado,  es 
el  impedir  la  emanación  de  la  fuerza  mágica 
nociva. 

Ya,  en  su  lugar,  estudiamos  cómo  los  pri- 
mitivos entienden  la  naturaleza  de  aquella  vir- 
tud, fundamento  de  las  más  rudimentarias  con- 
cepciones religiosas  y  que  pertenece  a  un  estado 
embrionario,  en  el  que  la  religión  y  la  magia 
no  están  aún  diferenciadas.  Dichos  concep- 
tos  nada   tienen   de   lógicos,    ni    de   claros  y 


(1)  Vide  supra,  pg.  189. 

(2)  Vide  supra,  pg.  196. 

(3)  Vide  supra,  pg.  184  y  sig. 


234       Religión  del  Imperio  de  los  Incas 

entre  sus  constantes  contradicciones,  no  es  la 
menor,  la  de  entender  que  aquella  fuerza  in- 
visible, inteligente  e  impersonal  es,  por  otra 
parte,  material,  trasmisible,  contagiosa  y  acti- 
ya  (1). 

Pues  bien,  dados  estos  antecedentes,  muy 
fácil  nos  será  comprender  la  actitud  del  pri- 
mitivo, que  acumula  obstáculos  sobre  la  fuente 
de  donde  mana  aquel  poder,  cuyos  efectos  te- 
me, para  así,  impedir  su  difusión. 

Imagiuémonos,  por  un  momento,  lo  que 
haría  un  hombre  rudo,  ignorante  de  los  ade- 
lantos modernos,  que  se  encontrase  junto  a  un 
orificio  practicado  en  el  suelo,  que  emanase 
gases,  que  él  supiese  le  eran  desagradables  o 
nocivos.  ¿Trataría,  acaso,  aquel  hombre  de  en- 
carnar la  molestia  y  daño,  producidos  por  las 
emanaciones,  en  un  objeto  material,  para  arro- 
jarlos sobre  el  lugar  de  donde  se  originan;  o 
se  serviría  más  bien  de  los  cuerpos  sólidos  y 
resistentes,  que  encontrase  a  su  alcance,  para 
tapar  aquel  orificio  e  impedir  la  salida  del  gas  ? 

La  respuesta  no  puede  ser  dudosa  y  no 
se  objete  que  el  gas  y  el  poder  mana,  son  dos 


íl)    Vide  supra,  pg.  70. 


Las  Apaohitas  235 

cosas  enteramente  diferentes;  que  de  cuantos 
ejemplos  pueden  citarse,  parécenos  que  la  ema- 
nación de  mana,  con  lo  que  mejor  se  puede 
comparar,  es  con  el  desprendimiento  de  gases, 
o  con  la  producción  de  electricidad. 

El  deseo  de  ponerse  al  abrigo  del  poder 
del  muerto  que,  generalmente  para  el  primi- 
vo,  es  malévolo  y  peligroso,  debe  haber  con- 
tribuido, en  gran  parte,  al  desarrollo  universal 
de  la  costumbre  de  enterrar  los  cadáveres  (1). 

Este  mismo  deseo,  es  el  que  hace  que  el 
viajero  deposite  piedras,  al  pasar  ante  aquellas 
tumbas,  que  considera  como  especialmente  pe- 
ligrosas, ya  a  causa  del  carácter  del  que  en 
ellas  yace  (gemelos,  hechiceros,  hombres  ricos, 
extranjeros,  malvados),  ya  por  el  modo  cómo 
terminó  sus  días  (asesinato,  suicidio,  fulmina- 
ción, etc.  etc.),  esto  es,  aquellas  en  que  juzga 
mora  un  espíritu,  especialmente  poderoso,  o  una 
alma  airada  y  deseosa  de  venganza. 

Pero  el  primitivo,  el  campesino,  no  sólo 
temen  el  lugar  en  que  reposa  un  cadáver,  no 


(1)  Los  Uskoques  para  impedir  que  los  muertos  se  apa- 
reciesen y  molestasen  a  sus  parientes,  ponían  sobre  la  cabeza 
y  pies  de  los  cadáveres,  al  enterrarlos,  pesadas  piedras.  Lei- 
brecht,  Zur  Volksknnde,  Heilbronn,  1878,  pg.  276. 


2^6       Eeligión  del  Imperio  de  los  Inoas 

sólo  allí  acumulan  piedras,  sino  que  les  basta 
que  el  sitio  haya  sido  impregnado  con  la  san- 
gre del  difunto,  aunque  su  cuerpo  descanse 
tranquilo  a  considerable  distancia.  ¿íío  es  la 
sangre  el  vehículo  de  la  vida,  el  elemento  vital 
por  excelencia,  aquello  en  que  se  cree  reside 
el  espíritu?  Así,  al  verter  su  sangre,  al  im- 
pregnar con  ella  la  arena,  aquel  cuerpo  que 
murió  víctima  de  alevosa  herida,  no  perdió  su 
espíritu  vital?  ji,no  se  compenetró  con  la  tie- 
rra, al  teñirse  ésta  de  rojo?  Y  por  lo  mismo 
que  allí  el  pobre  espíritu  está  [privado  de  su 
compañero  y  receptáculo,  por  obra  de  cruel 
enemigo,  estará  más  airado  y  deseoso  de  ven- 
ganza y  será,  por  ende,  más  temible. 

No  debe  extrañarnos  y  sorprendernos,  el 
que  el  mismo  rito  que  se  practica  ante  la  tum- 
ba de  un  mago  o  de  un  asesinado,  se  verifique 
también  ante  el  sepulcro  que  encierra  las  ve- 
neradas reliquias  de  un  santo,  ya  que  sabido 
es  por  todos  aquellos  que  han  estudiado  las 
costumbres  de  los  pueblos  no  civilizados,  cuan 
débil  e  imperceptible  es  la  línea  que  separa  lo 
impuro  de  lo  sagrado  y  con  cuanta  facilidad 
un  mismo  objeto  pasa  de  una  a  otra  categoría, 
a  tal  punto  de  parecer  justificada  la  afirma- 
ción, de  que  ambos  atributos  no  son  sino  dife- 


Las  Apachitas  237 

rentes  formas  de  evolución  de  un  mismo  con- 
cepto fundamental;  el  de  sagrado. 

Es  de  notarse,  además,  que  entre  el  mago 
y  el  santo,  para  las  masas  igaorante3,  apenas 
hay  diferencia.  ¿„íí"o  es  para  el  vulgo,  el  sín- 
toma, la  esencia  de  la  santidad,  el  practicar 
milagros?  Un  santo  es  tal  para  las  gentes  ru- 
das, no  por  la  ética  superior  de  su  vida,  sino 
por  la  faculdad  que  posee  de  trastornar  las 
leyes  de  la  naturaleza  en  pro  de  sus  devotos. 
Así,  la  virtud  que  efluye  de  su  sepulcro,  es 
una  entidad  de  ;la  cual  conviene  desconfiar, 
como  se  desconfía  de  una  corriente  de  alta 
tensión,  que,  como  puede  producir  luz  y  fuer- 
za, empleada  en  circunstancias  propicias,  pue- 
de ser  causa  de  muerte,  si  al  servirse  de  ella, 
no  se  toman  las  debidas  precauciones. 

Lo  que  acabamos  de  ver  nos  preparará 
para  el  estudio  de  otra  serie  de  casos,  en  los 
que  se  levanta  el  carín  en  un  sitio  sagrado. 

En  algunos,  como  en  aquellos  que  expon- 
dremos a  continuación,  es  permitido  el  suponer, 
que  a  la  tumba  de  un  personaje  venerado,  debe 
el  lugar  su  reputación  de  santo. 

Así,  en  la  India,  en  el  pueblo  de  Niamat- 
pur,  junto  al  templo  de  Anktak  Bir,  hay  un 


238       Religión  del  Impeeio  de  los  Incas 

carín  de  piedras  calcáreas,  en  el  que  todo  pa- 
sante deposita  un  guijarro   (1). 

En  Escocia,  existe,  en  Papa  Westra,  una 
capilla,  Tredwels,  a  cuya  puerta  hay  un  carín, 
en  donde  era  superstición  del  vulgo  de  aquel 
lugar,  que  veneraba  esta  capilla  más  que  otra 
alguna,  no  entrar  nunca  sin  arrojar  una  piedra 
al  montón  (2). 

Para  los  irlandeses  es  un  acto  de  devo- 
ción, poner  una  nueva  piedra  en  los  carines  que 
hay  junto  a  pilares  que  tienen  una  cruz    (3), 

Entre  los  peregrinajes  del  país  de  Salzbour- 
go,  ocupa  el  primer  lugar,  el  de  San  Wolfang, 
capilla  pequeña,  rodeada  de  una  fuente  sagra- 
da, situada  en  la  parte  alta  de  una  colina,  a  la 
cual  se  sube  por  dos  lados,  por  senderos  cu- 
biertos de  bosques.  Los  peregrinos,  entre  los 
cuales  se  encuentran  bávaros,  que  vienen  des- 
de muy  lejos,  traen  con  gran  trabajo  grandes 
cantos,   pues,  según  la  leyenda,  cuando  la  can- 


il) Hartland,  (EdAvin  Sidneyj,  The  Legend  of  Perseus, 
Vol.  n,  pg.  206,  London,  1895. 

(2)  Martin,  Á.  description  of  the  Western  islands  of  Scot- 
land  in  Pinlíerton,  Voyages  and  Travels,  Vol.  III,  691,  Lon- 
don, 181. 

(3)  Leibrech,  Op,  cit.,  pg.  279. 


Las  Apachitas  239 

tidad  de  piedras  sea  suficiente,  el  santo  se  edi- 
ficará una  nueva  j  grande  iglesia  (1). 

En  Palestina  y  otros  países  islámicos,  los 
peregrinos  levantan  carines,  en  los  lugares  des- 
de donde,  por  vez  primera,  contemplan  una 
mezquita  célebre  (2). 

En  Sudero,  isla  del  archipiélago  de  Foere, 
hay  montones  de  piedras  llamadas  Mrjarheyg- 
fuYj  en  los  puntos  desde  donde  se  ve  por  pri- 
mera vez  una  iglesia.  Los  caminantes  añaden, 
a  menudo,  una  nueva  piedra  al  montículo,  cuan- 
do pasan  junto  a  él  (3). 

En  Persia,  los  viajeros  piadosos,  al  ver  la 
villa  santa  de  Meschhed  o  la  de  Kim,  acumu- 
lan piedras  en  determinados  lugares  y  cuelgan 
trapos  de  todos  colores  en  los  arbustos  del  ca- 
mino, mientras  expresan  su  fe  y  devoción  por 
medio  de  himnos  y  cánticos   (4). 

Cerca  de  Dandalk,  en  Irlanda,  hay  un 
dolmen  llamado  la  tumba  de  OuchuUin,  a  la- 


{\)  Andree,  (R.),  EthnograpMsche  Parallelen  und  Ver- 
gleiohe. 

(2)  Jansen,  Costumes  des  Árabes  du  Pays  de  Moab,  Pa- 
ria, iSOl,  pg.  330. 

(3j     Leibrecht,    Zur  Volkskunde  Heilbronn,  1878,  pg.  273. 

(41     Andree,  Op.  cit.    Leibrecht,  Op.  cit.,  pg.  279. 


240       Ebligión  del  Imperio  de  los  Iííoas 

do  del  cual  hay  un  montón  de  piedras,  en  el 
que  los  transeúntes  al  pasar  arrojan  una  más  (2). 
Mas,  si  en  algunos  de  los  ejemplos  antece- 
dentes, es  posible  sospechar,  con  más  o  menos 
probabilidad,  que  la  santidad  del  lugar  es  debida 
a  un  enterramiento,  hay  otros  casos  en  que 
no  cabe  tal  suposición  y  en  que  es  preciso  re- 
conocer, que  lo  que  motiva  el  hacinamiento  de 
piedras,  es  la  virtud  que  se  cree  posee  el  sitio, 
por  una  u  otra  circunstancia,  virtud  sagrada, 
activa  y  trasmisible,  que  sólo  puede  ser  mane- 
jada por  aquellos  que  están  dotados  de  cuali- 
dades especiales,  ya  que  es  sumamente  peligro- 
so manejar  potencial  tan  temible  (1).  Por  lo 
cual,  todos  los  profanos,  procuran  ponerse  al 
abrigo  de  sus  ataques,  hacinando  sobre  el  lu- 
gar en  que  está  impregnada,  piedras,  palos  o 
tierra,  para  impedir  su  emanación. 

Innecesario  nos  parece  recalcar  sobre  prin- 
cipio tan  conocido  como  es  el  de  que,  para  las 
mentes  primitivas,  apenas  existe  diferencia  en- 
tre lo  sagrado  y  lo  impuro  y  en  que  ambas 
cualidades,  como  igualmente  peligrosas,  hacen 


(1)  Leibrecht,  Op,  cit.,  pg.  268. 

(2)  Vide  supra,  pgs.70. 


Las  Apaohitas  241 

que  tal  o  cual  objeto,  o  determinada  acción, 
sean  tabú  (1). 

En  Marruecos,  se  levantan  carines  para 
conmemorar  el  pasaje  del  Sultán,  mas,  una  vez 
hechos,  no  es  costumbre  depositar  en  ellos  nue- 
vas piedras  (2).  Nada  de  extrañar  tiene  esta 
usanza.  El  atribuir  poder  mágico  a  los  reyes 
j  el  creerlos  llenos  de  virtudes  extraordinarias, 
son,  podemos  estar  seguros,  uno  de  los  oríge- 
nes y  fundamentos  de  la  realeza:  muchos  son 
los  pueblos  que  han  tenido  reyes  divinos  (3), 
y,  aún  en  tiempos  relativamente  modernos, 
se  ha  creído  que  podían  curar,  de  modo  mi- 
lagroso, ciertas  enfermedades. 

Isabel  de  Inglaterra  y  todos  sus  sucesores, 
excepción  hecha  de  Guillermo  III,  hasta  épo- 
cas tan  tardías  como  los  reinados  de  Jacobo  II 
y  de  Ana,  ejercieron  su  mágica  virtud,  de  sa- 


lí)    Frazer,   The  Golden  Bougli  Vol.  III,   (Taboo  and  the 
perils  of  the  Soul),  pgs.  224  y  225,  London,  1914. 

(2)  Doutte    (Edmond),  ;^Magie  et  Religión  dans    l'Afrique 
du  Nord,  Alger,  1909,  pg.   427. 

(3)  Frazer,  ^^Lectures  on  the  Early    History  of  Kingship, 
London,  1905. 

Id,  The  Golden  Bough,  Vol.  I,  (The  Magic  Art  and  the 
Evolution  of  kings),  pgs.  44  a  51,  332  a  421,  London,  1913, 
Vol.  III,  (Taboo  and  the  Perils  of  the  Soul),  pgs.  1  a  25,  131 
a  137,  London,  1914  Vol,  IV,  (The  Dying  God),  pgs.  1  a  195, 
London,  1914. 
Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas  10 


242       Ebltgióií  del  Imperio  de  los  Incas 

nar  determinadas  dolencias  (1).  Se  cuenta  que, 
cuando  Francisco  I,  cautivo  después  de  la  ro- 
ta de  Pavía,  pasó  por  Barcelona,  acudieron  a 
él  presurosos  muchos  enfermos,  esperando  que 
les  devolviese  la  salud.  Así,  bien  podemos  su- 
poner que  el  origen  de  formar  hacinamientos, 
en  memoria  de  la  presencia  del  Sultán,  es  el 
deseo  de  cubrir  la  tierra  que  ba  estado  en  con- 
tacto con  la  persona  sagrada  j  que,  por  tanto, 
es  de  suponer  está  cargada  de  mana. 

A  igual  causa  deben  obedecer  los  montí- 
culos, que  se  observan  junto  a  la  Roca  de 
Hesi  el  Obattatin,  en  Wadi  Mokattel,  en  la 
península  de  Sinaí,  que  los  Árabes  identifican 
con  la  roca,  de  la  cual  bizo  Moisés  manar 
agua,  para  calmar  la  sed  de  los  Israelitas.  Los 
indígenas  cuentan  que  los  Hebreos,  una  vez 
que  bebieron,  elevaron  carines  en  ;las  vecinda- 
des del  milagro.  Los  Árabes  actuales  conti- 
núan esta  costumbre,  en  conmemoración  del 
portento,  pensando,  de  este  modo,  obtener  el 
favor  de  Moisés.  Así,  arrojan  piedras  en  los 
carines,  por  un  amigo  enfermo,  para  que  re- 
cobre la  salud  (2). 

(1)  Frazer,    The   Golden  Bough,    Vol.  I,  (The  Magic  Art 
and  Evolution  of  kings),  pgs.  368  y  369,  London,  1913. 

(2)  Andree,  Op.  oit. 


Las  Apaohitas  243 

'No  hay  duda,  que  los  moradores  de  Sinaí, 
creen  que  algo  de  la  virtud  portentosa  de  Moi- 
sés, quedó  impregnada  en  la  roca,  de  donde 
hizo  brotar  agua;  y  por  esto,  temerosos  de  su 
poder  o  deseando  conservarlo,  acumulan  pie- 
dras, para  impedir  su  difusión. 

En  Senegambia  hay  carines  en  los  sitios  en 
que  los  viajeros  dicen  la  oración  de  la  tarde  (1). 

En  Provenza,  en  la  montaña  de  Sainte- 
Baumé,  hay  una  cueva  venerada,  que  la  tradi- 
ción relaciona  con  Santa  María  Magdalena.  Los 
devotos  que  allí  van,  acostumbran  subir  a  la 
cumbre  del  monte  y  erigir  montoncitos  de 
piedras,  como  testimonio  de  su  piedad  y  para 
adivinar  si  serán  dichosos  cuando  proyectan 
casarse  (2). 

Para  los  Osetes,  son  sagradas  algunas  de 
las  altas  cimas  del  Cáucaso,  en  las  que  ahora 
invocan  a  San  Jorge,  a  San  Miguel,  a  San 
Nicolás  o  al  profeta  Elias.  Allí  levantan  ca- 
rines, ante  los  cuales  oran  (3). 

En  Palestina,  hacia  el  fin  del  Ouady  Ge- 
rafeh,  los  Tiahá,    en  una  roca  enorme,    desta- 

(1)    Leibrechf,  Zur  Volkskunde,  Heilbronn,  1878,  pg.  276, 
^2^     Berenger  Ferand,   Notes  sur  las  Cuites  de  la  Montag- 

ne  Saint -Baumó — Revue  d'Antliropologie  3™«    Serie,   Vol.  III, 

París,  1888. 

\3)    Andree,  Op.  cit, 


244      Religión  del  Imperio  de  los  Inoas 

cada  de  la  montaña,  al  pasar  arrojan  siempre 
piedras  pequeñas  (1). 

Los  Mongoles,  en  los  pasos  difíciles  y  en 
otros  muchos  lugares,  tienen  lo  que  llaman  obo, 
esto  es,  un  altar  al  aire  libre,  que,  según  la 
tradición,  fué  consagrado  por  un  lama  célebre, 
y  en  el  que  se  ve,  algunas  veces,  rudas  imá- 
genes de  Buddba  y  en  donde  los  viajeros,  al 
pasar,  depositan  un  pedazo  de  papel  o  de  la 
piel  de  su  manto  (2).  Posible  es  que  esta 
usanza  no  sea  sino  una  forma  evolucionada 
de  otro  de  los  grupos  en  que  puede  dividirse 
el  rito  que  estudiamos,  correspondiente  a  un 
grado  más  perfecto  de  religiosidad.  Ejemplos 
de  tales  mutaciones  no  faltan.  Mas  no  es  po- 
sible suponer  otro  tanto  de  las  prácticas  pro- 
venzales  y  palestinas,  así  como  de  aquellas  que 
se  observan  junto  a  árboles  sagrados,  en  las 
que  no  cabe  duda  de  que  la  santidad  del  sitio 
y  su  wakonda,  determinan  la  erección  de  los 
carines.  Son  estas  prácticas  primitivas,  corres- 
pondientes a  un  nivel  muy  inferior  de  religio- 
sidad, conservadas  en  pueblos  adelantados,  mer- 


(Ij  Janssen,  Les  Costumes  des  Árabes  du  Pays  de  Moab, 
París,  1913,  pg.  336. 

(2)  Pottssielgue,  Eelation  de  Voyage  de  Shang-liai  a  Mos- 
cou. Le  Tour  du  Mond,   Vol.  XI,  París,  1865,  pg.  246. 


íiAS  Apaohitas  245 

ced  a  una  de  aquellas  extraordinarias  (no  por 
lo  poco  frecuentes)  supervivencias,  a  las  que 
se  debe,  permítasenos  la  comparación,  que  se 
conserven  fósiles  de  extremada  edad,  propios 
de  ambientes  religiosos,  semejantes  a  aquellos 
en  que  viven  hoy  las  tribus  salvajes. 

En  la  llanura,  por  donde  pasa  el  río  Co- 
lorado, región  desierta,  tristísima  y  sin  árboles, 
hay  un  algarrobo,  de  dimensiones  considera- 
bles y  muy  añejo,  que  sobresale  en  medio  de 
la  soledad  de  la  pampa  y  rompe  la  angustiosa 
monotonía  del  desierto.  Tiénenlo  por  muy  po- 
deroso y  llámanlo  gualichú,  voz  que,  en  anca 
significa  espíritu  o  dios  y  al  cual  todos  los 
indios  que  junto  a  él  pasan,  ofrecen  una  pren- 
da de  vestir,  unos  hilos  de  color,  tabaco  y,  a 
veces,  monedas,  o  aquellos  que  no  tienen  otra 
cosa  mejor,  una  cerda  de  la  cola  de  su  caballo? 
que  atan  de  una  rama.  Los  más  devotos  lle- 
gan a  sacrificarle  sus  cabalgaduras,  el  más  pre- 
cioso bien  de  estos  salvajes.  Los  dones  coló- 
canlos  en  las  hendiduras  del  tronco,  o  cuélgan- 
los  de  las  ramas.  Ko  hay  indio,  por  miserable 
que  sea,  que  al  pasar  no  deje  una  ofrenda  (1). 

(1)     D'Orhigny    A.),  Voyage  dans  rAmerique  Meridionale, 
Vol.  II,  pg3.  156  a  161,  Paris,  1839  a  43. 


246      Ebligióx  del  Imperio  de  los  Ixoas 

El  Santuario  Hopi,  Gran  Masanún,  uno 
de  los  más  conocidos  de  la  meseta  oriental, 
es  una  roca,  a  cuyo  pie  hay  un  gran  montón 
de  palitos  y  ramas,  que  han  sido  puestos  por 
los  que  por  allí  pasan  con  leña,  sin  que  falten 
ofrendas  de  mayor  valor,  tales  como  bastones 
de  oración  o  vasos. 

El  pequeño  Masanúu  está  a  alguna  dis- 
tancia del  antecedente  y  es  cuatro  montones 
de  piedras  y  astillas,  que  han  sido  erigidos 
por  los  leñadores. 

Hay  muchos  carines  semejantes  en  el  país 
Hopi  (1). 

Al  pasar  junto  a  un  árbol,  que  parece 
muy  viejo,  los  Ovaherrero  colocan  palitos  en 
las  ramas,  hablan  con  el  árbol  y  tiénenlo  por 
sagrado,  si  se  imaginan  que  les  responde.  Los 
Obambo  arrojan  hierba  y  ramas  en  un  árbol 
de  este  género,  pues  creen  que  es  la  tumba 
de  un  héroe  (2). 

En  los  alrededores  de  Kum,  en  Persia, 
se  ven  árboles,  en  los  que  los  pasantes  amarran 
trapos   (3). 

(1)  Feíüks  ("Walter  3.),  Hopi  Schirines  near  East  Mese, 
Arizona.  American  Antliropologist  New  Series,  Vol.  VTTT, 
pg.  354,  New  York,  1906. 

{2j     Diidley  K¿d,   The  essential  Kafir,  London,  1911. 

(3)     Andree,    Ethnograpliische  parallelen  uud  Vergleiche. 


Las  Apaohitas  247 

Los  Sankes  j  Foxes,  rara  vez  pasan  por 
junto  a  nna  cueva,  roca  u  otro  objeto  extraor- 
dinario, sin  dejar  algo  de  tabaco   (1). 

En  las  vecindades  de  ciertas  minas  de 
cobre,  a  sesenta  y  nueve  grados  de  latitud,  los 
mineros  ponen  guijarros  sobre  ciertas  piedras 
planas,  cada  vez  que,  junto  a  ellas  transi- 
tan (2). 

El  santuario  de  la  diosa,  madre  de  los  Jun- 
cales, en  el  jS^orce  de  la  India,  es  un  hacina- 
miento de  piedras  o  palos,  a  cuya  formación  todo 
pasante  debe  contribuir,  so  pena  de  que  irritada 
la  diosa,  envíe  contra  él  un  tigre  o  leopar- 
do (3). 

Los  Wahamba,  creen  que  ciertos  lugares 
peligrosos,  son  la  residencia  de  malos  espíritus ; 
en  ellos  todo  viajero  debe  danzar  un  momento 
y  depositar  una  piedra  (4). 

En  Toukín,  hay  montículos  en  los  que  las 
mujeres  creen  reside  un  espíritu,  al  que  invo- 
can   para    tener   buena    suerte    cuando  van  al 


(1)  Dormán,  Primitive  Superstitions,  New  York,  188,  pg. 
301. 

[2)  Andree,  Op.  cit. 

(S)     Frazer,  The  Golden  Boi\^h,  Yol.  IX,  (Tlie  Scapegoat), 
pg.  27,  London,    1914. 

(4)     Frazer,  Op.  cit.,  Vol.  IX,  pg.  29. 


248      Eeligión  del  Impeeio  de  los  Íkoas 

mercado,  ofreciéndole  hacer  una  añadidura  al 
carín,  al  regreso  de  la  feria,  si  en  ella  les  ha 
ido  bien. 

En  Oeylán,  hay  carines  asociados  con  Ga- 
mese,  dios  con  cabeza  de  elefante. 

En  el  Japón,  hay  un  montículo  semejan- 
te, junto  a  un  árbol  en  el  templo  de  Hatchiman 
y  otro  cerca  de  una  estatua  de  Budha.  Y  an- 
tigua costumbre  de  los  germanos  fué  la  de 
amontonar  piedras,  junto  a  las  imágenes  de 
ciertos  dioses   (1). 

Si  todos  los  hechos  examinados  hasta  aquí, 
parecen  estar  en  armonía  con  la  hipótesis  que 
para  explicarlos  hemos  sugerido,  debemos  aho- 
ra proceder  al  estudio  de  otro  grupo  de  casos, 
que,  a  primera  vista,  justifican  la  teoría  emi- 
tida por  el  sabio  profesor  Erazer,  en  su  inimi- 
table Ramo  de  Oro.  Mirándolos  con  más  de- 
tención, juzgamos  que,  originariamente,  son 
debidos  a  las  mismas  causas  qne  las  de  los  ya 
examinados,  si  bien,  por  circunstancias  fáciles 
de  explicar,  con  el  transcurso  del  tiempo,  ha- 
biéndose olvidado  su  motivo  fundamental,  atri- 
buyeseles como  fin,  lo  que  antes  no  fué  sino  una 
consecuencia  y  accidente. 

(1)     Leibrecht,  Zur  Volkskunde,    Heilbronn,   1873,  pg.  27 
y  78. 


Las  Apackítas  249 

En  las  islas  Salomón,  es  costumbre  gene- 
ral, arrojar  palos  o  piedras  en  un  montón,  en 
las  bajadas  rápidas  o  en  los  pasos  difíciles. 
Dicen  que  arrojan  la  fatiga  y  no  dan  al  acto 
ningún  carácter  religioso    (1). 

En  un  bosque,  en  la  isla  de  ííorfolk,  hay 
un  carín,  erigido  para  tener  buen  descenso 
a  la  playa,  y  en  donde,  al  colocar  las  piedras, 
decían  los  naturales:   «Allí  va  mi  fatiga»    (2). 

En  la  parte  occidental  de  la  isla  de  Ti- 
mor,  los  hombres  o  mujeres  que  hacen  un  lar- 
go o  fatigoso  viaje,  llevan  consigo  hojas,  que 
luego  arrojan  en  lugares  determinados  por  la 
tradición.  La  fatiga  que  sienten,  creen  dejarla 
allí.  Algunos  se  sirven  de  piedras,  en  vez  de 
hojas  (3). 

En  el  Archipiélago  Babar,  los  que  están 
cansados,  frótanse  las  piernas  con  piedras,  las 
que  luego  dejan  en  determinados  sitios,  juz- 
gando así  descansar  (4). 


(1)  Codrington,  |Tlie  Melanesians,  Oxford,  1891,  pg.  185, 
nota. 

(2)  Codrington,    Loco  cit. 

Í3)     Frazer,  The  Golden  Bough,  Vol.  IX,  (Tlie  Scapegoat), 
London,  1914,  pg.  8. 

(4)     Frazer,   Op.  cit.,  pg.  9. 


26o      Eeligión  del  Impeeio  de  los  Ínoas 

Los  Kosa  Kafires  y  los  Cafres  practican 
este  rito  para  obtener  vigor  (1). 

Entre  los  Zambesis,  los  montones  son  de 
palos.  Antes  de  depositarlos,  se  frotan  con 
ellos  las  piernas,  esperando  librarse  de  la  fa- 
tiga y  obtener  mayor  vigor,  para  continuar 
la  ruta  (2). 

En  el  altiplano  íí^yasa  Tanganik,  en  la 
cumbre  de  muchas  escarpadas  colinas,  hay  pe- 
queños carines.  El  intérprete  de  Boileau  le 
dijo  que  eran  montones  de  suerte.  Los  indí- 
genas, antes  de  subir  con  sus  cargas,  toman 
un  guijarro,  escupen  en  él  y  después  de  fro- 
társelo en  las  pantorillas,  lo  depositan  en  el 
montón:  esto  lo  hacen  para  que  sus  piernas 
sean  ágiles  (3). 

Los  Seeds  llaman  m^«emu.  a  carines  que 
hay  en  los  pasos,  en  los  que  arrojan  una  pie- 
dra, cuando  por  allí  transitan.  Junto  a  una 
gran  roca,  los  que  acompañaban  al  viajero 
Grant,  depositaron  guijarros  (4). 

(1)  Dudley  Kidd,    The  Essential  Kafir,  London,  1904. 
Frazer,    Op.  cit.,  pg.  11. 

(2)  Dudley  Kidd,  The  Essential  Kafir,  London,  1904. 

(3)  Boileau,  The  Nyasa   Platean   The  Geographical  Jour 
nal,    Vol.  XIII,    pg.  589,   London,    1899. 

Dudley  Kidd,  Op.  cit. 

(4)  Grant  (J.  A.),   A  Walk    across    África- Edimbourgh, 
1864,  pgs.   133  y  34. 


Las  Apaohitas  2Si 

Speke,  en  su  largo  viaje  de  Zanzíbar  al 
Mediterráneo,  recorriendo  el  valle  de  Uthingu, 
en  la  provincia  de  Usensa,  encontró  a  lo  lar- 
go del  camino,  montículos,  en  los  que  todos 
los  pasantes  arrojan  una  piedra.  Carines  se- 
mejantes halló  en  el  territorio  de  los  Wahu- 
ma  (1)  y  en  Somalís,  en  donde  juran  por  al- 
gunos de  estos  carines,  así  como  por  ciertas 
piedras  o  árboles  sagrados   (2). 

Los  M'rus,  cuando  salen  de  viaje,  toman 
por  la  mañana  un  retoño  de  hierba,  y  el  que 
conduce  la  partida,  entrando  en  un  río  hasta 
que  el  agua  le  cubra  la  cintura,  dirige  una 
oración  a  ésta,  mientras  los  otros,  que  perma- 
necen en  actitud  reverente  en  la  orilla,  plan- 
tan en  la  arena  los  retoños. 

Estas  mismas  gentes,  al  atravesar  una 
colina,  cuando  llegan  a  la  cumbre,  cogen  un 
poco  de  hierba  y  la  colocan  sobre  los  marchi- 
tos restos  de  otras  ofrendas  semejantes,  hechas 
por  los  viajeros  que  les  han  precedido  (3). 


(1)  Andree,  Ethnograpliische  Parallelen  und  Vergleiche. 

(2)  Burton,   First  Footsteps  in  East  África;  or  an  explo- 
ration  of  Harar,  Loudon,  1856,  pg.  113. 

(B)     Lewin,    Wild  Races  of  Soutli  Eastern  India,  London, 
1870,  pgs.  232  y  233. 


252       Eeligión  del  Impeeio  de  los  Ikoas 

En  el  Indostán,  los  carines  son  llamados 
jpeerlce-jaggeh   (1). 

En  Birma,  en  las  montañas  que  separan 
este  país  del  de  Siam,  se  encuentran,  en  la 
parte  más  alta  de  los  collados,  carines,  en  los 
que  los   viajeros   depositan  flores  y  hojas   (2). 

En  Laos,  se  ven  carines  en  las  cumbres, 

en  donde   los   caminantes   depositan  una  hoja 

o  rama,  pidiendo  al  Señor  de  los  Diamantes, 
buena  ventura  y  larga  vida   (3). 

En  la  cumbre  del  paso  que  lleva  a  Du- 
lau-kuo,  capital  del  principado  mongol  de 
Koko-nor,  hay  un  obo,  o  montón  de  piedras, 
al  cual  todos  los  viajeros  añaden  siempre  al- 
go al  pasar  (4). 

Esta  costumbre  es  muy  general  en  el  Ti- 
bet;  ya  hemos  tenido  ocasión  de  tratar  de 
los  carines,  que  en  este  país  se  encuentran  en 
en  las  cumbres  de  las  montañas  y  de  señalar 
su  explicación  (5). 


(1)  Grant,  A  Walk  across  África,  pg.  134,  Edimbourgh, 
1864. 

i2;  Bastían  (Adolf),  Reisen  in  Birma  in  the  Jahren,  1861- 
1862,  Leipzig,  1866,  pgs.  483,  4&4. 

(3j  Frazer,  Op.  cit.,  Vol.  IX,  pg.  29. 

(4)  Rockhill,  The  land  of  the  Lama,  London,  1891,  pg. 
126. 

(6)  Tide  supra,  pg.    195.. 


Las  Apaohitas  253 

En  las  ruinas  de  la  antigna  cindad  de  Kha- 
ra  Korum,  se  ve  una  gran  tortuga  de  piedra, 
en  la  que  hay  un  obo,  formado  por  multitud 
de  piedrecillas  (1). 

En  Corea,  existe  un  verdadero  culto  a  las 
montañas,  cuyos  espíritus  se  llaman  San-Shin 
Bijüg,  que  tienen  templos  en  casi  todos  los 
montes  del  país,  especialmente  junto  a  un  gran 
árbol,  o  a  una  piedra  plana.  Estos  genios  son 
masculinos,  mas  no  carecen  de  mujeres.  El 
tigre,  que  tan  temido  es  en  Corea,  creen  que 
sirve  a  estos  espíritus  o  que  es  su  encarna- 
ción (2). 

Al  borde  de  las  rutas,  en  los  pasos  más 
frecuentados,  hay  pequeñas  pagodas,  dedicadas 
a  los  dioses  del  lugar.  Son  templetes  de  ma- 
dera, de  un  metro  cincuenta  en  cuadro,  cubier- 
tos con  tejas  y  cuyo  interior  tiene  una  imagen, 
figuras  de  tigres,  e  inscripciones  chinas,  pintadas 
en  los  muros  (3). 

Cuando  Gowland,  viajaba  por  Corea,  al 
llegar  al  pueblo  de  Bambe,  al  pie  del  paso  de 

(1)  Commandant  de  Bonillanc  de  Lacoste,  Au  pays  sacre 
des  anciens  Tures  et  des  Mongols,  París,  l'Jll,  pg.  64. 

(2)  Bishop,  Korea  &.  and  lier  Neighbours,  London,  1898, 
Vol.  II,  pgs.   243  y  244. 

(3j     Bret,    Dans  la  Coree  Septeutrional.    Misions   Catholi- 
ques,  Vol.  XXXI,  pg.  237,  Lyon,  1899. 


254      Eeligión  del  Impeeio  de  los  Iiíoas 

Mungyon,  que  atraviesa  la  cordillera,  en  que 
se  encuentra  el  divorsium  aquarum  de  la  pe- 
nínsula, los  indígenas,  que  le  acompañaban, 
le  requirieron  que  sacrificase  un  cerdo  al  es- 
píritu del  paso,  a  fin  de  no  ser  atacados  por 
los  tigres. 

Los  coreanos  mataron  al  animal,  bebieron 
un  poco  de  su  sangre  y  lo  pusieron  sobre  el 
lomo  de  una  muía  y  al  pasar  ante  el  templo 
del  genio  del  monte,  llevaron  el  cerdo  al  san- 
tuario, donde  el  sacerdote,  que  lo  servía,  hizo 
ciertas  ceremonias,  devolviendo  luego  la  carne 
a  los  viajeros,  en  cambio  de  una  pequeña  re- 
tribución en  dinero  (1).  íTo  siempre  reciben 
estos  dioses  sacrificios  de  tanto  precio,  ya  que 
hay  viajeros  que  se  contentan  con  depositar  en 
el  santuario,  zapatos  viejos,  pequeñas  cantida- 
des de  arroz,  o  con  colgar  unos  trapos,  si  es 
que  no  se  limitan  a  hacer  en  el  carín,  las  usua- 
les ofrendas  (2). 

En  los  pasos  menos  importantes,  hay,  por 
lo  menos,  un  árbol  sagrado,  al  pie  del  cual 
está  un  montón  de  piedras. 


(1)  Gotoland,  Notes  on  the  Dolmens  and  otlier  Antiqui- 
ties  Korea.  The  Journal  of  the  Anthropological  Instituto  of 
Grat  Britain  and  Ireland,  Vol.  XXIY,  London,  1895. 

(2)  Bishop,  Op.  cit.,Vol.  I.  pg.  147. 


Las    Apachitas  255 

Estos  carines,  así  como  aquellos  que  se 
encuentran  junto  a  los  templetes  de  los  dioses 
de  las  montañas,  son  hechos  por  los  viajeros, 
que,  al  subir  la  cuesta,  recogen  una  piedra, 
más  o  menos  cerca  de  la  cúspide,  según  sea  su 
devoción  (1),  en  la  que  escupen  antes  de  de- 
positarla en  el  montón  (2). 

No  sólo  guijarros  arrojan  en  estos  lugares 
los  pasantes,  sino  que  creen  que  es  muy  gra- 
ta oferta  a  los  genios  de  aquellos  lugares,  un 
pedazo  de  papel  o  de  calicud  (3). 

Estos  ritos  no  se  practican  tan  solamente 
en  las  cúspides  de  los  cerros,  sino  también  a 
la  salida  de  algunas  poblaciones,  en  las  que 
es  común,  que  el  carín  se  encuentre  al  pie  de 
nn  poste,  cuya  punta  está  esculpida  rudamente, 
en  forma  de  una  cabeza  humana  y  de  la  cual 
penden  largas  cuerdas  (4). 

Hay  también  montones  en  las  encrucija- 
das (5).  En  fin,  según  advierte  un  perspicaz 
observador,   esta   costumbre  es  general  en   to- 


^l)     Bret,  Op.  cit.,  pg.  237. 

^2)     Bishop,   Op.  cil.,  Yo.  I,  pg.  147,  y  II,  pg.  223. 

Gowland,   Loco  cit. 

i3j     Gowland,    Op.    cit. 

(4)     Bishop,  Op.  cit.,  Vol.  n,  223, 

(B)    Id.  id, 


256      Eeligión  del  Impeeio  de  los  Incas 

dos  aquellos  logares,  en  qne  se  cree  qne  reside 
un  espíritu  maligno  (1). 

Los  indios  Hopis,  al  acercarse  a  nn  pue- 
blo, toman  una  piedrecita  j  la  arrojan  sobre 
un  carín,  que  se  encuentra  a  la  entrada  de  la 
población  y  que,  según  los  Hopis,  es  el  tem- 
plo de  Masamú,  dios  de  los  muertos. 

Eewkes  excavó  uno  de  estos  carines,  jun- 
to a  un  pueblo  abandonado.  Era  un  pequeño 
reducto  y  contenía  muchas  piedras  de  formas 
singulares,  que  recordaban  las  que  los  indios 
Pueblos  tienen  por  fetiches,  siendo  algunas, 
rudamente  talladas,  en  forma  de  animales  (2). 

En  el  Norte  de  Méjico,  en  los  pasos  de 
las  cordilleras,  se  encuentran  carines,  formados 
con  hierba,  palos  y  piedras.  Aunque  de  altu- 
ra no  despreciable,  ya  que  algunos  alcanzan 
hasta  un  metro  cincuenta,  carecen  estos  mon- 
tones de  todo  orden.  Todo  indio,  al  pasar, 
añade  a  ellos  algo,  a  fin  de  obtener  vigor,  para 
continuar  su  viaje.  Entre  los  Taraumaras,  sólo 
los  viejos  observan  esta  costumbre. 


(1;     Bishop,  Op.  cit.,  Vol.  I,  pg.  174. 

(2)  Feíckes  (W.  J.),  Two  summers'Work  in  Pueblo  Ruins 
22""  Annual  Report  of  the  Bureau  of  American  Ethnology, 
1900-1901,   Washington,   1904,  pgs.  127  y  128. 


Las  Apaohitas  257 

Uno  de  los  Hnicholes,  qne  acompañaba 
a  Lumholtz  en  sus  excursiones,  se  detuvo  an- 
te un  montón,  llamado  Nutiquaye,  el  que  sabe 
curar,  y  cogiendo  un  poco  de  hierba  y  una 
piedra,  después  de  escupirla,  se  frotó  con  ellas 
los  muslos,  se  las  pasó  dos  veces  sobre  el  pe- 
cho y  las  espaldas,  exclamando:  « Kemesti- 
quaí!»  (Que  yo  no  me  canse!),  y  las  depositó 
sobre  el  montón. 

Cuando  los  Tepehuanes  llevan  un  cadá- 
ver, descansan,  junto  a  cada  uno  de  estos  mon- 
tones, quince  minutos,  a  fin  de  que  el  difunio 
no  se  fatigue  y  pueda  llegar  al  término  de  su 
larga  jornada,  a  la  tierra  de  los  muertos. 

Si  algunos  de  estos  montículos,  como  en 
el  caso  ya  citado,  tienen  nombres  particulares, 
todos  están  bajo  la  protección  de  la  Diosa  de 
las  nubes  meridionales  (1). 

Antiguamente,  en  México,  en  los  montes, 
sierras  y  en  los  puertos  por  donde  pasaban 
de  una  parte  a  otra,  los  que  subían,  derrama- 
ban sangre  de  las  orejas,  quemaban  incienso, 
echaban  rosas,  de  las  que  cogían  por  el  cami- 
no, o  amontonaban  piedras,  como  lo  continua- 

(1)     LumlioUz  (Cari),  Unknown  México,  New  York,  1902, 
Vol.  n,  pg.  282, 

17 
Religión  del  Imperio  de  los  Incas  ^* 


258        Ebligión  del  Imperio  de  los  Inois 

ron  haciendo,  bajo  la  dominación  española,  los 
indios  qne  pasaban  por  los  caminos,  que  van 
por  las  sierras  contiguas  al  volcán  Popocate- 
pel,  en  Huexótzinco  y  en  otros  lugares.  Esta 
costumbre  ora  especialmente  observada  por  los 
mercaderes  y  cargadores  (1). 

En  Yucatán,  si  el  que  va  caminando,  to- 
pa con  una  piedra  grande,  de  las  muchas  que 
se  levantaron  para  abrir  los  caminos,  la  reve- 
rencia, poniéndola  encima  una  rama  y  sacu- 
diéndose con  otra  las  rodillas,  para  no  can- 
sarse (2). 

En  Guatemala,  los  indios  hacían  sacrifi- 
cios en  las  puntas  de  los  cerros  y  en  las  en- 
crucijadas de  los  caminos,  en  unos  adoratorios 
que  llamaban  mumuz,  que  había  de  trecho  en 
trecho  en  los  caminos;  en  llegando  al  hu- 
milladero, que  estaba  a  la  entrada  del  adorato- 
rio,  tomaban  unas  hierbas,  dábanse  con  ellas  en 
las  piernas,  escupían  en  ellas  y  poníanlas  en 
el  humilladero,  con  una  piedra  encima.  De- 
cían ellos,  que  esto  era  cosa  saludable,  para 
desechar  el  cansancio  y  por  lo  que  luego  sen- 
il) Torquemada,  Monarquía  Indiana,  Madrid,  1723.  Vol. 
II,    pg.  33. 

(2)     Cogollndo  ^Diegoj,  Historia  de  Yucatán,  Madrid,  1688, 
pg.  188. 


Las  Apaohitas  259 

tían  fortaleza  en  las  piernas,  ofrecían  allí  al- 
godón, caza,  sal,  pimientos  o  de  las  otras  cosas 
que  llevaban  (1). 

En  ÍTicaragua,  en  tiempos  precolombinos, 
había  carines  en  los  senderos.  Los  que  junto 
a  ellos  pasaban,  echaban  un  puñado  de  hierba, 
opinando  que,  haciéndolo  así,  no  se  cansaban 
ni  tenían  hambre,  o  que,  al  menos,  no  eran  tan 
aquejados  de  hambre  o  no  se  fatigaban,  como 
se  fatigarían,  si  no  observasen  la  antigua  usan- 
za (2). 

En  las  cumbres  de  la  hoy  desierta  sierra 
de  Animas,  en  el  Uruguay,  encontró  Darwin, 
carines,  que,  según  sus  informantes,  eran  obra 
de  los  antiguos  indios  (3). 

En  varios  lugares  de  este  capítulo,  hemos 
hecho  ya  mención  de  carines,  situados  en  las 
cumbres  de  los  pasos  y  sugerido  el  modo  de 
explicarlos.  En  las  páginas  que  anteceden,  he- 
mos querido  juntar  aquellos  ejemplos,  en  que 
puede  suponerse,  que  el  fin  del  rito  es  arrojar 

(1)  Román  y  Zamora,  Las  repúblicas  de  Indias,  Madrid, 
1897,  Vol.  I,  pg.  207. 

^2j  Bobadilla,  Información  de  los  ritos  e  idolatrías  de  los 
indios  de  Nicaragua  en  Oviedo.  Historia  General  y  Natural  de 
Indias,  Vol.  IV,  pg.  52,  Madrid,  1855. 

(3j  Darivin,  (Cliarles),  Journal  of  researches  into  the  Geo- 
logy  and  Natural  History,  London,  1840,  pg.  52. 


260       Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

la  fatiga,  encarnada  en  una  piedra,  palo  u  otra 
cosa  semejante,  en  la  cual  se  ha  escupido, 
con  la  que  se  ha  frotado  las  piernas  o  cual- 
quiera otra  parte  del  cuerpo.  En  muchos  de 
ellos  se  menciona  claramente  este  objeto;  en 
otros,  nada  se  dice  del  móvil  del  acto,  tal 
acontece  en  las  informaciones  que  poseemos 
acerca  de  los  carines  observados  en  el  valle  de 
Uthingo  (1),  entre  los  M'rus  (2),  en  el  prin- 
pado  mongol  de  Korko-nor  (3)  y  en  Méjico  (4). 
En  otros,  como  entre  los  Seeds,  se  nos  dice 
que  los  carines  se  levantan  ante  rocas  singu- 
lares (5);  lo  cual  nos  autoriza  a  suponer,  que 
dichos  montones  en  nada  se  diferencian  de  los 
que  se  levantan  sobre  lugares  sagrados  y  de 
cuya  interpretación  ya  nos  hemos  ocupado  (6), 
puesto  que  los  pueblos  primitivos  han  tenido 
por  poseedoras  de  virtudes  sobrenaturales,  a  las 
rocas  y  piedras  que  les  parecían  extraordina- 
rias, por  su  forma  o  tamaño  (7). 


^1)  Vide  supra,  pg.  251. 

(2)  Vide  supra,  pg.  261, 

(3)  Vide  supra,  pg.  252. 
(4;  Vide  supra,  pg.  257. 
(5j  Vide  supra,  pg.  250. 

(6)  Vide  supra,  pg.  237. 

(7)  Vide  iiifra,  Capítulo  V. 


Las  Apaohitas  261 

En  cuanto  a  los  montículos  que  hay  en  los 
pasos  y  en  otros  lugares  de  Corea,  parece  im- 
posible el  no  atribuirlos  a  la  misma  causa  que 
a  la  que  hemos  atribuido  los  carines  estudia- 
dos hasta  aquí,  esto  es,  al  deseo  de  cegar  la 
fuente  de  poder  maligno,  de  enterrar  al  demo- 
nio, cuyas  maldades  se  temen.  Esto  aparece 
con  toda  evidencia  de  los  datos  que,  acerca 
de  los  montículos  coreanos  tenemos  y  que, 
prolijamente,  hemos  expuesto  (1). 

En  efecto,  no  sólo  son  peculiares  de  los 
montes  y  caminos,  sino,  según  lo  observa  un 
bien  informado  autor,  de  todos  aquellos  luga- 
res en  que  la  tradición  señala  la  existencia  de 
un  espíritu  maligno  (2). 

No  nos  parece  necesario  el  ocuparnos  de 
los  montículos  que  hay  a  la  entrada  de  pue- 
blos hopis  y  zuñis,  ya  que  el  estar  dedicados 
al  dios  de  los  muertos,  hace  que  los  identifi- 
quemos con  los  que  se  construyen  en  lugares 
sagrados  o  en  enterramientos  (3). 

Si  los  casos  apuntados,  pueden  explicarse 
en  conformidad   con  la  hipótesis  general,   por 


(1)  Vide  supra.  pg.  253. 

(2)  Vide  supra  pg.  '255. 

(3)  Vide  supra  pg.  255. 


1262       Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

nosotros  propuesta,  no  por  eso  dejan  de  existir 
algunos  carines  que,  según  lo  afirman  sus  cons- 
tructores,  tienen  por  fin  dar  reposo  a  los  ca- 
minantes,   lo  cual    parece    estar  en   contradic- 
ción con  la  doctrina  que,  acerca  de  estos  mo- 
numentos, hemos  deducido  de  muchos  y  muy 
significativos  hechos.    Mas,  quizás,   la  contra- 
dicción es  tan  sólo  aparente.    Para   disiparla, 
basta  saber  a  qué  atribuyen  los  primitivos  la 
fatiga,   asunto  acerca  del  cual,  como  ya  puede 
suponerse,  no  abundan  las  informaciones.  Sin 
embargo,    el  gran    viajero    francés    D'Orbigny 
ha  hecho  al  respecto,  observaciones  preciosas. 
Dice,  que  los  Araucanos,  cuando  se  cansan  en 
el   camino,   atribuyen   el  cansancio  a  un   mal 
espíritu,  que  ha  penetrado  en  su  cuerpo  y,  pa- 
ra hacerlo  salir,  se  sangran  las  espaldas,  brazos 
o  muslos,   creyendo  que,  con  la  sangre,  saldrá 
el  genio  de  la  fatiga  y  añade  que  de  este  mo- 
do de  pensar  participan  los  Chiriguanos,  Yu- 
racases   y    otras    poblaciones    que    habitan    al 
Oriente  de  la  Cordillera  de  los  Andes  (1).    Lo 
cual  es  muy  significativo,  pues  demuestra  que 
no  se  trata  de  una   idea  local,  ya  que  se  en- 


(1)     D'Orbigny    (A.),    Voyage  a  l'Amerique   Meridionale 
Paris,  1839-43,  Vol.  II,  pg.  39. 


Las  Apachitas  263 

cuentra  en  pueblos,  que  es  improbable  bayan 
tenido  algún  contacto. 

Abora  bien,  si  los  primitivos  atribuyen 
la  fatiga  a  un  espíritu  o  poder  mágico  malig- 
no, ¿no  podremos  suponer  que  creen  que  éste 
reside  en  las  cumbres  de  las  montañas  ?  ¿  Ko 
sabemos  acaso  (ya  que  de  ello  tenemos  repe- 
tidos ejemplos)  que  ban  creído  que  en  las  cús- 
pides residen  genios  irritables  y  dañinos?  En 
cuyo  caso  qué  cosa  más  natural  que  el  que 
atribuyan  a  éstos  la  fatiga  producida  por  la 
ascención,  ya  que,  mientras  más  se  acerca  el 
caminante  a  la  cumbre,  más  difícil  se  le  vuel- 
ve el  continuar  su  ruta  y  una  vez  coronada 
la  montaña,  el  espíritu  se  dilata,  los  músculos 
se  llenan  de  nuevo  vigor,  a  la  vista  del  des- 
censo y  ante  la  convicción  de  que  la  mayor 
dificultad  ba  sido  dominada.  Y  si  es  así,  ¿no 
será  muy  lógico  el  suponer,  dada  la  mentali- 
dad del  hombre  no  civilizado  (que,  por  moti- 
vos que  no  es  del  caso  analizar,  cree  que  la 
cúspide  de  los  cerros  es  la  residencia  de  es- 
píritus mal  intencionados)  que  atribuya  a  és- 
tos la  fatiga  experimentada  en  la  subida  y  que 
arroje  piedras  en  los  lugares,  de  donde  juzga 
que  emana,  para  impedirle  salir  y  enterrarla  ? 
Y,  si  esto  es  así,  muy  fácil  es  explicarse  cómo, 


^64      Ebligión  del  Impbeio  db  los  Ínoas 

con  el  transcurso  del  tiempo,  la  evolución  de 
las  ideas  y  la  constante  repetición  del  acto,  se- 
guido de  una  misma  sensación,  la  de  dismi- 
nución del  cansancio,  propia  del  descenso,  se 
haya  olvidado  el  fin  primitivo  del  rito  y  lle- 
gado a  juzgarse  que,  al  arrojar  el  guijarro  so- 
bre el  montón,  se  echa  allí  la  fatiga.  Lo  cual 
era  tanto  más  fácil  de  que  crea  el  primitivo, 
cuanto  que  muchos  de  sus  ritos  mágico -reli- 
giosos, estaban  fundados  en  la  trasmisión  del 
mal  de  que  adolecía  a  un  objeto  material,  para 
librarse  de  él,  al   mismo  tiempo  que  de  éste. 

Bien  sabemos  que  todo  lo  antecedente  no 
es  sino  hipótesis;  mas  parécenos  que  no  carece 
de  apreciables  fundamentos  y  que,  si  no  an- 
damos muy  equivocados,  el  arrojar  la  fatiga, 
al  depositar  una  piedra  sobre  un  carín,  es  una 
modificación  más  o  menos  profunda  de  la  cos- 
tumbre original,  según  la  cual  se  amontona- 
ban piedras  en  un  sitio,  para  impedir  la  ema- 
nación de  la  fuerza  mágica  o  espíritu  maligno, 
que,  penetrando  en  el  cuerpo  del  viajero,  ha- 
cíale experimentar  la  sensación  del  cansancio. 

Mas  no  desconocemos  la  existencia  de  otros 
casos,  en  que  el  arrojar  piedras  ha  sido  moti- 
vado por  el  deseo  de  libertarse  de  los  males, 
en  ellas  encarnados.    Así,    en   las  ceremonias 


Las  Apaohitas  2é5 

descritas  en  el  libro  sagrado  de  la  India,  Sa- 
tapatha-Bráhmana,  en  la  Tanda  novena,  An- 
dajnya  primera,  Bráhmaña  segunda,  el  sacer- 
dote arroja  piedras  hacia  el  Sudoeste  o  Mirri- 
ti,  para  echar  el  sufrimiento,  encarnado  en  la 
piedra  y  que  ésta  puede  trasmitir   (1). 

Más  significativa  para  nuestro  objeto,  es 
la  siguiente  usanza  escosesa,  ya  que  en  el  Rito 
Brahmánico,  no  existe  un  carín.  En  el  manan- 
tial sagrado  de  StrathfiUan,  en  Pertshire  (Es- 
cosia),  los  que  allí  acuden,  cogen  nueve  pie- 
dras en  la  fuente  y,  después  de  bañarse,  van 
a  un  cerro,  que  está  en  la  vecindad,  en  donde 
hay  tres  carines,  alrededor  de  cada  uno  de  los 
cuales  dan  tres  vueltas,  arrojando  en  cada  gi- 
ro una  piedra.  Si  el  que  se  ha  bañado,  sufría 
de  algún  dolor  corporal,  echa  también  sobre 
los  carines  una  parte  del  vestido,  que  cubría 
la  parte  enferma.  Oon  el  agua  de  la  fuente, 
fabrican  además,  remedios  para  animales,  pero 
que  sólo  son  eficaces,  si  se  deja  sobre  uno  de 
los  carines,  la  cuerda,  con  que,  ordinariamente, 
se  ataba  al  animal   (2). 

(1)  The  Satapatha  Bráliinaña  -  acording  to  tlie  text  of  the 
Madhyandina  Scool-Translated  by  Julius  Eggeling-The  Sa- 
cred  Books  of  the  East,  Yol.  XLIII,  Oxford,  1897. 

(2)  Hartland  (E.  S.),  The  Legend  of  Perseas,  Vol.  11, 
pgs.  203  y  204,  London,   1895. 


266       Eeligión  del  Impeeio  de  los  Incas 

Con  la  precedente,  se  puede  poner  en  pa- 
rangón esta  otra  usanza,  observada  en  las  Anti- 
llas, en  Santo  Domingo.  Dos  kilómetros  an- 
tes del  célebre  santuario  de  la  Virgen  de  Hi- 
guey,  está  una  colina,  llamada  el  calvario,  y 
formada  por  las  piedras  que  los  peregrinos, 
que  van  a  esta  romería,  arrojan,  las  cuales 
traen  desde  sus  casas,  respecto  de  las  que  di- 
cen que,  como  al  echar  la  piedra,  se  qui- 
tan un  peso  de  encima,  así,  al  implorar  a  la 
Yirgen,  se  libran  de  sus  sufrimientos   (1). 

Muy  posible  es  que  la  explicación  domi- 
nicana del  rito,  practicado  en  el  Calvario  de 
Higuey,  baya  sido  inventada,  para  justificar 
y  cristianizar  una  usanza  primitiva,  cuyo  mó- 
vil original  fuese  distinto  del  que  ahora  se  le 
atribuye.  Queda,  no  obstante  la  costumbre  es- 
cocesa, en  la  que  parece  que  las  piedras  se 
depositan  sobre  los  carines  para  libertarse  de 
una  dolencia.  Mas,  aún  en  este  caso,  cabe  pre- 
guntar: ¿no  serían  más  bien  los  vestidos  que 
se  ponían  sobre  el  carín,':  aquellos  en  que  es- 
taba encerrado  el  mal,  y  la  piedra,  un  peso 
para  sujetarlos,  e  impedir  que  fuesen  llevados 


(1)     Been,  Mayotte,  París,  1898,  pg3.  18  y  19. 


Las  Apachitas  267 

por  el  viento  y  se  convirtiesen  en  vehículo  de 
contagio  *? 

El  lugar  cargado  por  los  males  de  tan- 
tos enfermos,  que  en  él  dejaban  sus  vestidos 
contaminados,  no  sería  quizás  el  que  se  quería 
tapar,  para  que  las  enfermedades  que  allí  con- 
tenían, no  se  propagasen,  nó  por  la  dispersión 
de  los  baccilos  físicos,  sino  de  los  inmateriales 
y  suprasensibles'? 

Sea  esto  como  fuere,  estos  solos  hechos 
no  son  suficientes  para  desvanecer  el  peso  de 
los  numerosísimos  ejemplos,  que  prueban  que 
las  piedras  se  depositan  sobre  los  carines  para 
impedir  la  emanación  de  una  fuerza  nociva, 
sin  que  pretendamos  que  no  existan  monto- 
nes, construidos  con  otras  miras.  Así,  según 
Doutte,  hay  montones  de  piedras  en  el  Saha- 
ra, que  no  tienen  otra  razón  de  ser,  que  la 
de  guiar  a  los  caminantes,  señalándoles  la  ru- 
ta  (1). 

Los  Árabes,  tienen  carines  que  indican 
linderos,  o  que  sirven  para  la  caza  de  las  ga- 
celas  (2). 


(1)  Doutte    ^Edmond\    Magie  et  Religión  dans   l'Afrique 
du  Nord,  Alger,  1909,  pg.  426. 

(2)  Chauvin  (V.),     Le  Jet  des  pierres  au  pelerinage  de  la 
Mecque,  Anvers,  1902,  pg.  279. 


268       Religión  del  Impeeio  de  los  Ínoas 

El  mismo  Doutte,  nos  dice,  que  en  la  Ka- 
bila  se  construye  uno  de  estos  monumentos, 
para  conmemorar  una  resolución  importante ; 
mas  a  este  carín  no  se  añaden  nuevas  piedras, 
una  vez  la  obra  terminada  (1). 

Sabido  es  que  Jacob  y  Labán  amontanaron 
piedras,  en  testimonio  de  su  reconciliación  (2). 

Cuando  los  Estonianos,  de  la  isla  de  Oe- 
sel,  se  comprometen  a  alguna  cosa  de  impor- 
tancia, arrojan  sobre  un  carín,  piedras  o  asti- 
llas de  madera,  para  dar  mayor  peso  a  la  pro- 
mesa (3). 

Según  un  viejo  zulú,  los  ejércitos  invaso- 
res amontonaban  piedras,  para  marcar  la  ex- 
tensión de  sus  conquistas  (4). 

Keflexionando  sobre  los  seis  casos  ante- 
cedentes, se  advierte  que,  si  bien  es  posible 
que  los  montículos  del  Sahara,  así  como  aque- 
llos a  que  se  refería  el  viejo  zulú,  no  tengan 
otro  objeto  que  el  de  señalar  el  camino,  o  el 
de  testimoniar  el  avance  de  un  ejército  en  te- 
rritorio enemigo,  es  también  muy  probable  que, 
habiendo  sido  erigidos  para  marcar  el  sitio  en 


(1)  Doutte  íEdmond),  Loco  cit. 

(2)  Génesis,  Cap.  XXXI,  versículos  45  a  48. 

^3j  Andree  (R.),  Ethnograpische  Parallelen  und  Vergleiclie. 

(4)  Dicdley  Kidd,  The  essential  Kafir,  London,  1904. 


Las  Apachitas  269 

que  ocurrió  una  muerte  violenta,  hayan  servi- 
do de  guía  a  los  caminantes,  o  de  memorial 
de  las  victorias  conseguidas,  pues,  como  era 
natural,  las  tumbas  se  encontraban,  o  junto  a 
las  rutas,  seguidas  por  las  caravanas,  o  en  el 
área  recorrida  por  el  ejército  enemigo. 

Más  especial  atención,  merecen  la  práctica 
estoniana,  que  debe  compararse  con  la  somalí 
ya  estudiada,  pues  nos  revela  que  aquellos 
insulares,  creen  que  en  el  carín  reside  una 
virtud  superior,  que  garantiza  el  cumplimien- 
to de  lo  que  se  promete,  añadiendo  piedras  o 
palos  al  montón,  lo  cual  está  muy  de  acuerdo 
con  lo  que  hasta  aquí  hemos  expuesto,  respec- 
to a  estos  monumentos.  La  añadidura  que  se 
hace  al  carín,  es  un  acto  de  magia  imitativa, 
para  que  la  promesa  sea  estable,  como  la  pie- 
dra en  el  carín;  y  así  como  no  se  puede  qui- 
tar ésta,  ya  que  el  que  tal  hiciere,  recibiría, 
digámoslo  así,  la  descarga  de  la  fuerza  mági- 
ca, tanto  más  poderosa  cuanto  que  estaba  tapada 
con  el  guijarro,  del  mismo  modo  no  se  puede 
levantar  el  compromiso  allí  adquirido.  Según 
esto,  trataríase  de  un  rito,  compuesto  de  una 
fórmula  de  magia  bien  común,  la  do  dar  a 
una  promesa,   merced  a  un  acto  imitativo,  la 


270       Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

estabilidad  y  peso  de  una  piedra  (1)  y  de  la 
creencia  que,  hasta  aquí  hemos  encontrado,  ser 
el  fundamento  de  aquellos  carines,  en  que  se 
hacen  añadiduras. 

Acerca  de  los  carines  conmemorativos  de 
la  Biblia,  la  Kabila  j  los  árabes,  nos  parece 
innecesario  extendernos.  De  los  segundos, 
consta  que  en  ellos  no  se  ponen  nuevas  pie- 
dras j  de  los  otros  se  puede  suponer,  funda- 
damente, otro  tanto.  ííada  extraordinario  es 
que  se  amontonen  piedras,  para  rememorar  una 
resolución  importante,  tanto  más,  cuanto  que 
el  hacinamiento  hecho  por  el  patriarca  hebreo 
j  su  contrincante,  parece  que  fué  un  rústico  e 
improvisado  altar. 

Estos  carines,  nos  traen  a  la  memoria,  la 
siguiente  y  curiosísima  práctica  de  Borneo. 
Entre  los  Ibans,  una  de  las  varias  naciones  que 
moran  en  aquella  gran  isla,  si  un  hombre  ha 
engañado  a  otro,  en  materia  grave,  mintien- 
do maliciosamente  y  su  falsedad  es  descubier- 
ta, uno  de  los  engañados  toma  un  palito  y  lo 
arroja  en  un  lugar  muy  frecuentado,  diciendo 
en  presencia  de  otros:    «Aquel  que  no  añada 


(1)     Frazer,  The  Goklen  Bough,  Yol.  III,   (The  Magic  Art 
and  evolution  of  kings.) 


Las  Apaohitás  271 

en  este  montón  de  mentirosos  (tagongbul)  su. 
fra  dolores  de  cabeza».  Los  demás  hacen 
otro  tanto  y,  si  el  montón  llega  a  ser  cono- 
cido, todo  pasante  arroja  una  nueva  vara  so- 
bre él,  de  miedo  de  los  dolores  de  cabeza  que 
podrían  sobrevenirle.  Así,  el  montón  crece, 
llegando  a  veces,  a  tener  considerable  tama- 
ño y  siendo  conocido  por  el  nombre  del  men- 
tiroso, es  para  éste  una  gran  afrenta   (1). 

Por  demás  estaría  cualquier  comentario, 
ya  que  es  evidente,  que  aquel  que  establece 
la  costumbre,  fija,  mediante  un  encantamien- 
to, en  un  sitio  determinado,  un  poder  que  da 
dolores    de    cabeza,  a  menos    que  se    cubra  el 

eitio,  arrojando  en  él  varitas,  que  lo  tengan 
tapado. 

No  son  de  tan  fácil  explicación,  las  si- 
guientes usanzas  melanesias: 

En  la  isla  de  Saddle,  en  el  lugar  deno- 
minado Valuwa,  hay  un  carín,  en  el  que  to- 
dos los  pasantes,  que  no  son  del  lugar,  deposi- 
tan una  piedra.  Los  naturales  dicen  que  los 
días  se  acumulan  como  las  piedras  y  que  aquel 


(1)    Rose  (Charles),  and  Mac  Dongall  (WiHiam),  Tho  Pa- 
gan of  tribes  Borneo,  London,  1912,  Vol.  II,  pg.  123. 


272       Keligión  del  Impeeio  de  los  Inoas 

que  coloca  una  sobre  el  montón,  pone  un  día 
sobre  él. 

En  Pun,  en  la  misma  isla,  hay  un  mon- 
tón de  frutas  de  varias  clases.  Todo  extran- 
jero que  pasa,  recoge  una  en  el  camino  y  la 
arroja  en  el  montón.  Tanto  este  carín,  como 
el  anterior,  son  peculiares  de  los  pueblos  en 
que  se  encuentran,  a  cuyos  moradores  agrada 
que  se  observe  la  antigua  usanza,  pues  demues- 
tra el  número  de  visitantes  que  ha  tenido  la 
población   (1). 

¿Trátase  de  genios  locales,  que  es  preciso 
cubrir,  para  poder  pasar?  Temerario  sería  el 
asegurarlo. 

El  camino  que  va  de  Yaluwa  a  Motlav, 
pasa  entre  dos  grandes  piedras.  Los  viajeros 
que  van  a  Yaluwa,  tocan  la  piedra  de  la  de- 
recha, diciendo:  «Permite  que  Yaluwa  esté 
cerca  y  Motlav  lejos».  Los  que  van  en  sen- 
tido opuesto,  hacen  otro  tanto  con  la  otra  pie- 
dra, pidiendo  hallarse  próximos  al  fin  de  su 
jornada  (2). 

Tócanos  ahora  ocuparnos  en  otra  clase  de 
carines,  que   sorprenden  y  parecen   inexplica- 


^1)     Codringion,    The  Melanesian,    Oxford,  1891,  pg.  185. 
'2)     Codringfon,  Loco  cit. 


Las  Apaohitas  273 

bles,  cuando,  por  primera  vez,  se  los  examina, 
puesto  que  difieren  notablemente  de  los  hasta 
aquí  estudiados. 

Los  Basutos,  que  sienten  hambre  y  ven 
a  lo  lejos  el  humo  de  un  kraal,  en  donde 
mora  el  amigo  que  van  a  ver,  temiendo  que 
éste  haya  tenido  aquel  día  más  apetito  que 
de  ordinario  y  no  encontrar  comida  a  su  lle- 
gada, se  detienen  ante  uno  de  los  carines,  que 
hay  a  la  vera  de  los  caminos  y,  tomando  una 
piedra,  escúpenla  y  pónenla  en  el  montón,  con 
lo  cual  creen  estar  seguros  de  quo,  al  fin  de 
la  jornada,  no  les  faltará  el  ansiado  alimen- 
to    (1). 

En  todo  el  país  de  los  Kafires,  se  encuen- 
tran pequeños  montones  de  piedras,  junto  a 
los  caminos.  Los  aborígenes,  al  pasar,  depo- 
sitan una  piedra,  después  de  escupir  en  ella 
y  murmuran  una  corta  oración.  Los  natura- 
les son  muy  varios  en  la  explicación  de  esta 
costumbre:  a  veces,  dicen  que  asegura  hallar 
comida  en  la  próxima  vivienda,  o  que  impide 
que  los  alimentos  se  cocinen  antes  de  la  lle- 
gada del  huésped  (2). 


(1)  Casalis,  Les  Basutos,  Paris,  1859,  pg.  288. 

(2)  Dudley  Kidd,  Tbe  esaential  Kafir,  London,  11)04. 
HeUgión  del  Imperio  de  loa  Incas  18 


274       Religión  del  Imperio  de  los  Incas 

Según  otros,  son  estos  carines  testimonios 
de  que,  al  salir  del  Kraal,  no  intentan  aban- 
donarlo, sino  que  ^nensan  volver  pronto  a  la 
morada;  aseguran  también,  que  al  depositar  una 
nueva  piedra  en  el  montón,  consiguen  un  feliz 
viaje  (1). 

En  Bechunalaud,  los  viajeros  colocan  una 
piedra  entre  las  ramas  de  un  árbol,  o  ponen 
yerba  en  en  el  camino,  para  encontrar  qué 
comer  en  el  próximo  kraal  (2). 

Los  Australianos,  para  que  el  sol  no  se 
oculte,  hasta  que  ellos  lleguen  a  su  casa,  ponen 
una  piedra  en  la  horquilla  de  un  árbol,  situa- 
da al  Occidente.  Lo  mismo  hacen  los  Gobos 
de  la  tribu  de  Bahr-el-Ghazal  (3). 

Oogolludo  nos  cuenta  que,  cuando  un  yu- 
cateco  caminaba  a  la  puesta  del  sol  y  temía 
llegar  de  noche  al  pueblo  donde  iba,  encajaba 
una  piedra  en  el  primer  árbol  que  hallaba, 
para  que  el  sol  no  se  pusiese    tan  presto  (4). 

Posible  es  que  la  explicación  de  algunos 

(1)  Tleming,    Kafraria  aud  its  inliabitaus  London,    1853, 
pg.  113. 

(2)  Díidley  Kidd,  Op.  cit. 

(3)  Frazer    (J.  G.),  The  Golden  Bongh  Vol.  I,  [The  Magic 
Art  and  the  evolution  of  kings],  pg.  818,  London,    1913. 

(4;    López    Cogolludo  ¡Diego),  Historia  de  Yucathan,  Ma- 
drid, 1688,  pg.  183. 


Las  Apa  chitas  275 

de  estos  hechos,  sea  la  misma  que  la  de  aque- 
llos carines,  en  que  se  espera  obtener  buena 
ventura,  fácil  viaje  o  reposo;  y  que  se  atribu- 
ya el  exceso  de  hambre  a  un  mal  espíritu, 
residente  en  el  sitio,  o  más  bien,  que  desean- 
do llegar  pronto  a  un  lugar,  se  trate  de  im- 
pedir los  retrasos  que  puedan  causar  los  ge- 
nios mal  intencionados  del  camino,  sepultán- 
dolos bajo  los  montones  de  piedras. 

Mas  esta  interpretación,  no  es  aplicable  alo 
observado  en  Bechunaland,  en  Australia,  entre 
los  Golos  y  Mayas,  acerca  de  los  cuales  opina, 
con  mucha  razón,  Frazer,  que  los  actos  de  és- 
tos son  de  magia  imitativa,  fundándose,  para 
afirmarlo,  en  la  práctica  australiana,  de  seña- 
lar las  horas  del  día,  colocando  guijarros  en 
los  árboles,  a  diferentes  altaras,  sogúa  la  ele- 
vación del  sol   (1). 

Dada  la  importancia  que  tienen  las  apa- 
chitas  en  la  religión  del  Perú  y  el  lugar  que 
ocupan  en  todos  los  libros,  en  que  del  Impe- 
rio de  los  Incas  se  trata,  hemos  querido  que 
la  enumeración  antecedente,  sea  lo  más  com- 
pleta posible,  sobre  todo,  dada  la  variedad  de 
opiniones  de  los  autores,  sobre  el  fundamento 

íl)    Frazer,  Loco  cit. 


276       Eeligión  del  Impeeio  de  los  Iiíoas 

de  esta  clase  de  monumentos  j  el  no  encon- 
trar nosotros  ninguna  de  las  teorías,  que  nos 
eran  conocidas,  satisfactorias. 

Ahora,  basados  en  el  considerable  núme- 
ro de  Lechos  acumulados,  podemos,  con  algu- 
na probabilidad  de  acierto,  exponer  brevemen- 
te el  porqué  del  rito,  según  el  cual  todo  pa- 
sante arroja  piedras  en  un  lugar  determinado,  y 
las  variantes  j  modificaciones  que  ha  sufrido 
esta  sencilla  usanza,  con  el  andar  de  los  tiem- 
pos y  la  evolución  de  las  ideas  religiosas. 

Xacida  en  aquellas  épocas  primitivas,  en 
las  que  el  concepto  de  divinidad  era  aún  muy 
oscuro  y  en  las  que  andaban  confundidas  las 
nociones  de  magia  y  religión,  y  cuando  toda- 
vía no  se  había  marcado  netamente  la  línea 
que  separa  lo  santo  de  lo  impuro,  y  ambas 
entidades  se  encontraban  aún  en  embrión  en 
la  idea  de  sagrado;  la  práctica  de  amontonar 
piedras  en  un  sitio,  estaba  basada  en  el  deseo 
de  mantener  cubierta  la  fuerza  mágica,  cuyos 
misteriosos  efectos  se  temía. 

En  aquellos  pueblos,  en  los  que  el  pro- 
greso se  verificaba;  en  los  que,  por  obra  de 
clases  dirigentes,  dotadas  de  actividad  y  talen- 
to, las  ideas  abstractas  y  los  conceptos  meta- 
físicos  iban    penetrando  en  las  masas  popula- 


Las  Apachitas  277 

res,  la  antigua  costumbre,  según  los  casos,  tro- 
cóse en  un  acto  de  defensa,  lapidación  del  de- 
monio, o  en  un  tributo  de  veneración  y  res- 
peto a  un  poder,  que,  así  como  es  benigno  con 
aquellos  que  le  son  gratos,  podía  castigar  y 
herir  a  aquellos  que  le  habían  irritado.  O 
bien,  coincidiendo  el  acto  de  arrojar  la  piedra 
o  palo  con  una  disminución  de  fatiga,  cuando 
ya  no  era  corriente  el  atribuir  un  espíritu  a 
las  montañas  o  cuando  la  creencia  en  este  ge- 
nio sólo  ocupaba  un  lugar  secundario,  olvidó- 
se, más  o  menos  completamente,  de  la  noción 
primitiva  y  juzgóse  que  la  fatiga  disminuía, 
arrojando  la  piedra,  y  supúsose  que  tal  acon- 
tece, porque  la  piedra  llevaba  encarnada  el 
cansancio. 

Mas  no  de  un  salto,  pasó  la  Humanidad 
de  las  vagas  y  hermosas  concepciones  primeras, 
a  las  precisas  y  nítidas  ideas  de  los  pueblos 
modernos:  entre  ambos  extremos  encuén transe 
mil  estados  intermediarios.  Así,  cuando  la  va- 
guedad de  las  ideas  primitivas  ha  desapareci- 
do, para  dar  plaza  al  antropomorfismo  más  o 
menos  exclusivo,  juzgóse  que  no  sería  inútil 
precaución,  tratar  de  obtentT  gracia  ante  el  es- 
píritu, residente  en  el  lugar,  en  que  se  arro- 
jaban las  piedras,    por  si  la  tapa  que  se  le  po- 


278       Ebligión  del  Imperio  de  los  Ínoas 

ne,  o  la  piedra,  con  que  trataba  de  amedren- 
társele, no  faesen  suficientes,  entonces  procú- 
rase establecer  entre  el  genio  y  el  viajero, 
cierta  consanguinidad  y  parentesco  o  de  en- 
tregarle una  parte  de  sí  mismo,  para  que  con 
ella  se  distraiga  y  entretenga,  mientras  el  pa- 
sante se  aleja  y  se  pone  al  abrigo  de  sus  ata- 
ques. Cuando  así  se  juzga,  es  cuando  se  escu- 
pe en  la  piedra  o  se  la  pone  en  contacto  con 
la  persona,  frotándosela  al  cuerpo  o  empleando 
algún  procedimiento  semejante. 

Si  se  cree  que  en  el  sitio  reside  un  espí- 
ritu poderoso ;  si,  teniéndolo  por  peligroso  y 
maligno,  se  juzga  que,  dirigiéndose  a  él  con 
las  debidas  fórmulas,  se  puede  obtener  su 
auxilio,  ¿no  será  natural  el  que,  tomando  las 
convenientes  precauciones  para  acercarlo,  esto 
es,  impidiendo  su  inmediata  emanación,  acu- 
dan a  él  los  que  tal  juzgan,  rogándole  les 
conceda  tal  o  cual  favor?  Proceder  de  esta 
manera  es  obrar  muy  en  conformidad  con  la 
mentalidad  primitiva;  y  así  se  explica  cómo 
estos  lugares,  originariamente  de  terror,  lle- 
guen a  recibir  cierta  adoración  y  culto. 

La  sencillez  de  esta  usanza,  la  facilidad 
para  practicarla  y,  sobre  todo,  su  poco  costo, 
han  sido  causas  para  que  perdure  y  se  perpe- 


Las  Apaohitas  279 

túe  en  pueblos,  en  el  que  el  estado  religioso,  de 
que  se  originó,  ha  desaparecido  completamente, 
y  en  que  aún  el  vulgo  posee  nociones  de  teo- 
dicea, incompatibles  con  proceder  tan  primi- 
tivo, como  es  el  de  tapar  o  lapidar  a  un  es- 
píritu, para  librarse  de  sus  ataques.  Sólo  mer- 
ced a  estas  cualidades,  el  rito  en  referencia, 
ha  podido  sobrevivir  en  épocas  de  evolución 
adelantada,  sin  ser  perseguido  y  prohibido,  por 
los  ministros  de  cultos  más  avanzados. 

Así,  las  apachitas  peruanas,  prohibidas 
por  el  Segundo  Concilio  Provincial,  reunido  en 
Lima,  hanse  conservado  hasta  nuestros  días,  y 
aún  en  numerosas  ocasiones,  al  montón  paga- 
no se  ha  añadido  una  cruz  y  convertídose  en 
lugar  de  devoción  (1). 


(1)  En  el  antiguo  camino  de  a  caballo,  que  de  Quito  con- 
ducía al  santuario  y  pueblo  de  Guápulo,  existía,  hasta  hace 
algunos  años,  una  cruz,  a  cuyo  píe  los  peregrinos  arrojaban  pie- 
dras. La  tradición,  según  nos  fué  narrada,  relacionaba  este 
sitio  con  cruentas  penitencias  de  un  obispo  muy  devoto  de  la 
Virgen  del  lugar,  quien  se  disciplinaba  al  pie  de  la  cruz,  has- 
ta bañar  la  tierra  con  su  sangre.  Ignoramos  si  exista  aún  la 
cruz;  seguramente  su  importancia  habrá  disminuido  a  causa 
de  la  nueva  carretera,  que  pasa  bastante  apartada  de  dicho 
lugar.  Años  más  tarde,  cuando  lo  visitamos,  la  cruz  habia 
desaparecido,  carcomida  por  la  humedad  y  el  tiempo;  veíase 
tan  sólo  el  pedestal,  que  era  de  piedra,  y  algunos  guijarros 
amontonados.     En  Elón-pata,  cerca  de  Guano,  (Provincia  del 


280       Religión  del  Imperio  de  los  Ínoas 

Llegó  a  tal  punto  esta  singular  amalga- 
ma, cuando,  por  móviles  fáciles  de  com- 
prender, se  quería  liallar  restos  de  cristianis- 
mo, o  por  lo  menos,  creencias  monoteístas 
entre  los  aborígenes  del  Perú,  que  autor  tan 
perspicaz,  práctico  conocedor  de  las  idolatrías 
de  los  indios  y  de  las  supercherías  de  que 
éstos  se  valían,  para  perseverar  en  ellas,  como 


Chimborazo  —  Ecuadoi* )  hay  en  el  camino  de  Penipe,  una  gran 
cruz,  que  es  una  apachita  muy  venerada. 

En  Alacaú,  (^Guano)  hay  una  cruz  de  piedra,  de  aspecto 
muy  antiguo,  que  es  una  apachita  famosa,  y  junto  a  ella,  hay 
un  trilito,  en  que  los  pasantes  depositan  sus  ofrendas.  Kumi- 
cruz  de  A.lacaú,  tiene  su  fiesta  anual  muy  concurrida. 

cEn  los  pasos  peligrosos  y  difíciles,  los  viajeros  encuen- 
tran a  lo  largo  del  camino,  grandes  montones  de  piedi-as,  depo- 
sitadas una  a  una  por  los  indios,  para  que  no  les  suceda  nin- 
guna desgracia.  Estos  montones,  existen  en  los  puntos  culmi- 
nantes del  camino,  que  de  Cuenca  va  hacia  el  Norte,  en  el 
temible  paso  del  Azuay,  llamado  «Tres  cruces»  o  Quimsa 
cruz,  y  en  el  camino  de  Cuenca  al  Naranjal,  en  el  sitio  llama- 
do Cajas.  Junto  a  estas  piedras,  hay  también  pequeñas  cruces, 
hechas  con  la  paja  del  páramo  ;  la  usanza  pagana  se  ha  cris- 
tianizado, pero  la  intención  que  guía  a  las  gentes  se  conserva 
la  misma. —  Rivef,  Le  Christianisme  des  Indiens  de  la  Republi- 
que  de  l'Equateur.— L'Antropologie,  Vol.  XVII,  pg.  90,  París, 
1906. 

En  Salta  (Argentina)  existe  también  un  lugar  llamado 
Tres-Cruces,  en  donde  hay  una  cruz,  y  en  ella,  en  lugar  de 
depositar  piedras,  an-ojan  los  viajeros  crucesitas  hechas  con 
dos  palitos  atados  con  un  hilo.  Amhrosetti,  Supersticiones  y 
Leyendas  Argentinas,  Buenos  Aires,  1917,  pgs.  180-183. 


Las  Apachitas  28i 

el  Visitador  Avendaño,  no  vaciló  en  afirmar, 
desde  la  Cátedra  Sagrada,  que  los  antiguos 
hechiceros,  sin  conocer  quién  daba  fuerza  a 
los  caminantes,  llamaron  a  tan  benigno  ser, 
Apachec,  y  que  identificase  esta  flamante  divi- 
nidad con  el  Dios  desconocido,  cuyo  altar  en- 
contró San  Pablo,  y  que  el  Apóstol  identificó 
con  Jesucristo,  criador  del  cielo  y  de  la  tierra, 
y  aseverase  que,  por  esta  razón,  los  Españoles 
pusieron  cruces  en  las  Apachitas,  para  que  los 
indios  las  adorasen  y  reverenciasen,  cuando, 
junto  a  ella,  transitaran  (1). 


(1)  De  la  misma  manera  los  hechizeros,  no  conocieron, 
ni  supieron  quien  era  el  Dios  que  ayudaba  y  daba  fuerzas  a 
los  caminantes,  que  lleuan  cargas  sobre  sus  hombros,  y  sin 
conocerlo  lo  llaman  Apachecc,  que  quiere  dezir  el  que  ayuda 
a  llenar  la  carga,  y  a  este  x^pachecc,  le  ofrezían  coca  masca- 
da, o  mayz  mascado,  plumis,  o  calcados  viejos,  o  las  guaracas 
con  que  se  atan  la  cabeca,  o  le  ofrezían  vna  piedra  pequeña, 
y  hasta  agora  se  ven  en  los  caminos  estos  montones  de  piedras 
ofrezidas  a  esta  Huaca  no  conocida. 

Oydme  con  atención;  y  sabréis  quien  es  este  Apachecc, 
que  da  las  fuerzas  para  lleuar  las  cargas.  Sabed  hijos,  que 
quando  el  Apóstol  San  Pablo  andana  predicando,  y  enseñaua 
a  los  hombres,  qne  Jesu  Christo  nuestro  Señor  era  Dios  ver- 
dadero, llegó  a  vna  ciudad  llamada  Aeropago,  y  vio  en  el  tem- 
plo vn  altar  en  que  estauá  escritas  estas  palabras:  Ignoto  Deo: 
al  Dios  no  conocido.  Y  entonces  el  Apóstol  dixo :  Este  Dios 
que  vosotros  no  conocéis  es  el  que  yo  os  enseño,  este  es  Jesu 
Christo  nuestro  Señor,  este  es  el  que  crió  el  cielo,  y  la  tierra. 
De  la  misma  manera  hijos,  este  Apachecc,  que  vuestros  abue- 


2^2      Ebligión  del  Impbeio  de  los  Incas 

Boman  encontró  en  Susques,  Puna  de  Ju- 
juy,  una  apachita,  junto  a  la  cual  se  había  cons- 
traído  una  capillita  de  adobes,  en  la  que  es- 
taba la  imagen  de  un  Santo,  y,  según  el  guía 
que  le  acompañaba,  los  apachitas  pueden  estar 
dedicados  a  un  Santo  o  a  Pachacama  (1). 

Conocemos  un  caso  análogo  en  el  camino, 
por  donde  antiguamente,  se  iba  de  Pomasqui 
a  San  Antonio  (Provincia  de  Pichincha).  En 
una  vuelta  de  la  ruta,  encontrábase  una  capi- 
lla de  la  Virgen,  en  cuya  capilla,  muy  ordi- 
nariamente, ardía  una  lámpara;  todos  los  via- 
jeros arrojaban  allí  guijarros. 

Si  algo  pudieran  enseñarnos  estos  ejem- 
plos, fácil  sería  multiplicarlos,  indefinidamente. 
Basten  los  anotados,  para  demostración  de  la 
supervivencia  del  uso  pagano  y  de  su  forzada 
adaptación  al    Cristianismo,    debida  no  sólo  a 


os  no  conocieron.  Este  que  dá  fuerzas  para  Ueuar  las  cargas 
es  Jesu  Christo  nuestro  Señor,  5^  por  esso  los  Españoles  han 
puesto  en  estos  Apachitas  la  Santa  Cruz,  ya  las  habréis  visto, 
paraque  quando  fueredes  caminando,  y  llegaredes  a  estos  Apa- 
chitas, adoréis  la  Santa  Cruz  en  que  murió  Jesu  Christo  nues- 
tro Señor,  y  le  pidáis  que  os  dé  fuerzas  y  os  ayude  para  Ue- 
uar las  cargas.  AvendaTio^  Sermones  en  Quichua  y  Castellano, 
Vol.  1,  fol.  55  V.  y  sig.,  Lima.  1H49. 

(1)     Boman,  Antiquites  de  la  Región  Andine  de  la  Repu- 
blique  Argentine,  París,  1908,  pg.  424. 


Las  Apaohitas  283 

ardides  de  los  indí^^enas,  arraigados  en  sus  vie- 
jas tradiciones,  sino  más  todavía  a  un  indis- 
creto celo  de  parte  de  muchos  europeos  y  crio- 
llos, y  del  cual  son  buena  muestra  las  aser- 
ciones de  Avendaño,  poco  há  citadas. 

Encontrábanse,  ordinariamente,  las  apa- 
cbitas  en  los  caminos,  al  fin  de  las  subidas,  y 
eran  montones  de  piedra,  en  los  cuales  los  ca- 
minantes arrojaban  coca  o  maíz  mascado,  plu- 
mas de  varios  colores,  hondas,  que  algunas 
parcialidades  empleaban  en  el  tocado,  ojotas 
viejas,  trapos,  soguillas  o  manojillos  de  la 
paja  del  páramo,  llamada  ichu,  y,  más  fre- 
cuentemente, una  piedra,  a  veces,  de  propor- 
ciones considerables,  que,  en  alguna  ocasión, 
traían  en  hombros  un  buen  rato  (1). 

(1)     Quando  suben  algunas  cuestas  o  cerros,    _ponen  en  el 

carín)  coca,  o  maíz  mascado ojutas.-.o  la  Huaraca,  o  unas 

soguillas,  manoxillos  de  hicho,  o  paja  o  ponen  otras  piedras  pe- 
queñas encima  y  con  esto  dicen  que  se  les  quita  el  cansancio. 
A  estos  montones,  suelen  llamar  Apacliitas.  Arriaga,  Extir- 
pación de  la  Idolatría,  Lima,  1621,  pg.  37. 

Al  pasar  por  las  Apachitas  y  algunas  otras  guacas,  les  so- 
lían echar  por  ofrenda  coca  mascada,  plumas  de  varios  colores, 
y  cuando  no  se  hallaban  con  otra  cosa  les  arrojaban  el  calzado 
viejo,  un  trapo  o  una  piedra,  y  destas  piedras  asi  ofrecidas 
vemos  hoy  muchos  montones  en  los  caminos.  Hacían  esta 
ofrenda  cuando  iban  caminando,  porque  las  dichas  Guacas  los 
dej  asen  pasar,  y  les  diesen  fuerzas ;  y  asi  decían  que  los  co- 
braban con  esto  y  cuando  otra  cosa  no  tenían  les  daban  otra 


284       Religión  del  Imperio  de  los  Ínoas 

Los  moradores  de  la  Puna  de  Jujuy,  nun- 
ca dejan  de  hacer  una  oferta  en  las  apachitas, 

ofrenda  tan  ridicula  como  las  referidas,  y  era  que  arrancán- 
dose las  pestañas  o  cejas  les  ofrecían.  Coho,  Historia  del  Nue- 
vo Mundo,  Sevilla,  1894,   Vol.  IV,  pgs.  82  a  85, 

Otros  quando  van  camino  echan  en  los  cerros,  o  Apachitas, 
o  rimeros  de  piedras,  cal9ados  viejos,  coca,  maiz  mascado,  plu- 
mas y  otras  cosas,  pidiendo  les  dexen  passar  en  saluo,  y  les 
quiten  el  cansancio.  Avendaño,  Sermones  en  Quichua  y  Cas- 
tellano, Lima,  1649,  Vol.  II,  ff.  33. 

CAP.  XXI. 

De  lo  que  hazian  los  Indios,    quando  caminauan,  y  las  cosas 
que  adorauan. 

Cosa  fue  muy  usada  en  todo  el  Piru,  adorar  los  Indios, 
cerros,  piedras,  peñascos,  arboles,  manantiales  y  lagunas,  y 
algunas,  y  qualquiera  cosa  notable,  que  en  los  caminos  se  en- 
contrauan,  y  a  cada  cosa  destas  ofrecían  sacrificios.  En  este 
pueblo  de  Copacabana,  que  fué  cabe9a  de  idolatría,  y  donde 
mas  se  ofendió  a  Nuestro  Señor,  por  ser  grande  los  ritos,  y 
supersticiones  que  en  el  se  hallaron,  vuo  gran  númro  de  Apa- 
chetas, que  para  declarar  que  sean,  se  a  de  notar,  vsauan  los 
Indios,  y  oy  en  muchas  partes,  no  lo  an  oluidado  muchos,  y 
en  particular  los  viejos,  que  quando  van  camino,  echan  en  lo 
alto  de  algún  cerro,  o  encrucijadas,  algunas  piedras,  donde  halla 
algún  montón  dellas,  y  antes  de  llegar  a  semejantes  lugares, 
van  con  algún  temor,  y  deuoción,  pidiendo  al  cerro  fauor,  y 
passaje  próspero.  A  estos  promontorios,  y  rimeros  de  piedras 
llamauan  Apachetas,  y  suele  ofrecer  el  cal9ado  viejo,  (que 
llamaun  ellos  ojotasi,  coca  plumas  y  otras  cosas  ridiculas,  y 
quando  mas  no  pueden,  echan  vna  piedra,  y  la  suelen  llenar 
vn  buen  rato  en  hombros,  hasta  llegar  al  lugar  donde  se  á  de 
poner,  y  todo  esto  que  echauan  era  ofrenda  para  pedir  nueuas 
fuer9as  al  demonio.  Yera  tanta  la  ceguera  destos  miserables 
Indios,  que  por  semejante  acto  creyan,  que  cobrauan  aliento, 


Las  Apaohitas  285 

como  sus  antecesores  precolombinos;  mas  em- 
plean, con  este  fin,  muy  a  menudo,    aguardien- 


y  vigor,  y  muchos  esta  tadavia  en  esta  ceguera.  Deste  rito  y 
cerinaonia,  hace  menció  el  Concilio  Límense  segundo,  parte 
2,  cap.  29. 

Por  todos  los  caminos  del  Piru,  y  en  particular  de  los  de 
la  sierra,  se  hallan  grandes  rimeros  de  piedras  ofrecidas  al  de- 
monio. Eamos  Gavilán,  Historia  del  Santuario  de  Copacabana, 
Lima,  1621,  pgs,  104  y  sigts. 

Los  Serranos  vsan  quando  van  camino  echar  en  los  mis- 
mos caminos,  o  encrucijadas,  enlos  cerros,  o  en  rimeros  de 
piedras  (que  según  ya  queda  dicho  se  llaman  Apachitas)  o  en  las 
peñas,  y  cueuas  o  en  sepulturas  antiguas  calcados  viejos,  plu- 
mas, coca  mascada,  o  mayz  mascado,  y  otras  cosas  pidiendo 
que  los  dexen  passar  en  saluo,  y  les  quiten  el  cansancio  del 
camino,  y  les  den  fuerzas  para  caminar.  «Confessionario  para 
los  Curas  de  Indios. — Instrución  Lima  1585. — Fol.  1.  Núm.  8. 

Si  ban  caminando  algún  viaje  largo  ban  comiendo  coca 
(que  son  hojas  de  un  árbol  mediano  que  se  coge  en  los  An- 
des) y  en  llegando  a  alguna  abra  que  llaman  Apachita  de  don- 
de se  descubre  otra  tierra  en  aquel  lugar  oífrecen  coca  que 
lleban  en  la  boca  y  los  que  no  la  comen  offrecen  lo  que  tie- 
nen como  es  alguna  macorca  de  maiz  copa  que  son  chaqui- 
ras,  oro  y  plata  y  el  que  no  tiene  nada  desto  ofrece  una  pie- 
dra, o  leño,  y  guardan  esta  ceremonia  con  tan  gran  rigor  y 
exacción  que  no  se  atreueran  a  pasar  adelante  de  la  Apachita 
sin  auerla  hecho,  por  que  de  lo  contrario  tienen  por  cosa  cier- 
ta que  no  bolberan  por  aquel  camino  y  que  quando  quieran  la 
apacheta  que  adoran  por  huaca  no  los  dexara  passar.  Oliva 
(Anelloj,  Historia    del  Perú.  — Lima  1895,  pg.  132». 

En  estos  y  otros  tiempos,  i  semejantes  caminos,  guardan 
por  el  mesmo  fin  i  respeto  una  ceremonia  luciferina,  por  que 
tienen  algunos  cerros  i  piedras  conocidamente  a  donde  reparan 
i  toman  huelgo;  alli  azotan  los  pies  con  paja,  y  de  la  coca  que 
llevan  para  comer  ofrecen  aquel  lugar,  arrojándolo  en  el  aire 


286       Eeligióx  del  Impeeio  de  los  Incas 

te,  que  no  conocían,  antes  de  la  Oonqnista, 
con  el  cual  asperjan  el  montón,  cuando  en  él 

para  del  todo  despedir  el  cansancio  i  tomar  nuevas  fuerzas  pa- 
ra el  trabajo. 

Atienza  ^Lope'de). — Compendio  historial  del  estado  de  los 
indios  del  Piru.~  1571 -1574. 

Quando  iban  de  camino,  echaban  en  las  encrucijadas,  i  en 
los  cerros,  cal9ado  viejo,  Plumas,  coca  mascada  y  alguna  Pie- 
dra, como  por  ofrenda,  para  que  puedan  pasar  y  cobrar  fuer- 
zas.—  Herrera,  Historia  General  de  los  Hechos  de  los  Castella- 
nos, Decada  Quinta,  Madrid,  1728,  pg.  90. 

íLos  indios)  aun  hoy  (mediados  del  siglo  XVHI)  ofrecen 
como  victima  siempre  que  pasan,  para  facilitar  el  transito  al- 
guna pequeña  piedra  en  la  cima  del  cerro  donde  van  formando 
varios  competentes  montones.  Merizalde  y  Santistéban,  Rela- 
ción Histórica  Política  y  Moral  de  la  ciudad  de  Cuenca  en 
Tres  tratados  de  América,  Siglo  XVHI,  Colección  de  libros 
raros  o  curiosos  qne  tratan  de  América,  Yol.  XI,  pg.  65,  Ma- 
drid,  1890. 

Musters  (George  Chaworth),  Notes  on  Bolivia  to  accompa- 
ny  Original  Maps.  The  Journal  of  the  Royal  Geographical  So- 
ciety,  Vol.  XLVIl,  London,  1877,  pg.  211. 

Nordetiskiold  íErland),  Travels  on  the  Bounderies  of  Bo- 
livia and  Argentine.  The  Geographical  Journal,  Vol.  XXI, 
pg.  518,  London,   1903. 

Fortes  (David),  On  the  Aymara  Indians,  of  Bolivia  and 
Perú  (The  Journal)  of  the  Ethnological  Society  of  London 
Vol.  IT,  pg.  238,  London,  1870. 

Marcoy,  Voyage  de  l'Ocean  Atlantique  a  l'Ocean  Pacifique 
a  travers  l'Amerique  du  Sud.  Le  Tour  du  Monde,  Vol  VI, 
pg.  277,  Paris,   1868. 

Weddel,  Voyage  dans  le  Nord  de  la  Bolivie  et  dans  les 
parties  voisines  du  Perou,  París,   1853. 

Ambrosetti,  Supereticionee  y  Leyendas  Argentinas,  Buenos 
Aires,   1917,  pg.  180  a  188 


Las  Apaohitas  287 

no  fijan  una  banderita,  formada  por  nn  palo, 
al  cual  atan  un  poco  de  lana  roja,  con  la  que 
adornan  también  a  sus  ganados,  en  honor  de 
Pachamama  (1). 

Las  piedras  que  añaden  a  estos  carines,  pe- 
san, en  ocasiones,  hasta  10  kilogramos  y  no  es 
raro  que  las  lleven  desde  distancias  nada  insig- 
nificantes  (2). 

En  otras  partes  del  antiguo  Perú,  las  apa- 
chitas  están  siempre  adornadas  con  flores  fres- 
cas, que  los  caminantes  toman  en  el  camino 
y  colocan  en  el  carín   (3). 

En  algunos  altos,  en  tiempo  de  su  gen- 
tilidad, los  Peruanos  colocaban,  en  los  mon- 
tones de  piedras,  flechas  ensangrentadas  y,  de 
vez  en  cuando,  pedazos  de  oro,  de  plata,  o 
cabellos  (4). 


(1)  Boman,  Antiquités  de  la  Región  Andine  de  la  Repu- 
blique  Argentine  etc.,  París,  1908,   pg.  487 

Nordenskiold  (Erlandi,  Travels  on  the  Bounderies  of  Bo- 
livia  and  Argentine.  The  Geographical  Journal,  Vol.  SXI, 
pg.  518. 

(2)  Boman,  Op.  cit.,  pg.  487. 

(3j  Marcoy,  Voyage  de  l'Ocean  Atlantique  a  l'Ocean  Pa- 
cifique a  l'Amerique  du  Sud.  Le  Tour  du  Monde,  Yol.  VI, 
París,  1862,  pg.  227. 

Í4)  Cada  vez  que  sobian  algún  puerto  de  nieve  o  frío,  en 
las  cumbres  tenían  un  gran  montón  de  piedras,  como  por  al- 
tar y  en  algunas  partes  puestas   allí  muchas   ensangrentadas 


288       Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

Esperaban,  observando  este  rito,  librarse  de 
la  fatiga  y  obtener  nuevo  vigor,  para  continuar 
el  viaje  (1).  Mas  no  sólo  esto  creían,  ya  que 
al   acercarse  a  los  lugares,    en  que    había    un 

monumento  de  éstos,  y  a  los  que  tenían  tanto 
respeto,  hay  autores  que  afirman  que  les  ren- 
dían   adoración    (2)  e  iban  con  gran   silencio, 


saetas,  y  alli  ofrecían  de  lo  que  llevaban.  Algunos  dejaban 
alli  pedazos  de  plata,  otros  de  oro,  otros  pelos  de  las  pes- 
tañas, otros  de  las  cejas,  otros  de  algunos  cabellos.  Las  Ca- 
sas, De  las  Antiguas    gentes  del  Perú,  Madrid,  1892.    pg.  99. 

(1)  Acosta  (J.),  Historia  Natural  y  moral  de  las  Indias, 
Sevilla,  1590,  pgs.  312  a  316. 

Los  riscos  y  quebradas  hondas,  los  altos  y  cumbres  de  los 
cerros  y  collados,  que  llamaban  Apacbitas  :  adoraban  estos  lu- 
gares diciendo  que  cuando  acababan  de  subir  la  cuesta  arriba 
y  llegaban  a  lo  alto  descansaban  alli  de  la  subida.  Cobo;  His- 
toria del  Nuevo,  Mundo  Sevilla,  1890,  Vol.  III,  pgs.  343  a  346- 

Id.  Vol.  IV,  pgs.  a  82  a  85  y  86  a  89. 

Arriaga,    Extirpación  de  la  Idolatría,  Lima,  1621,  pg.  37. 

Villagomez,  Carta  Pastoral  de  Exhortación  contra  las  ido- 
latrías del  Arzobispado  de  Lima,    Lima,  1649,  pregunta  20. 

Avendaño,  Sermones  en  Quichua  y  Castellano,  Lima,  1649, 
Vol.  I,  fol.  55,  Vol.  II,  fol.  33. 

Ramos  Gavilán,  Loco  cit. 

(2)  Suelen  también  adorar  unos  montones  de  piedras 

y  los  llaman  Apachita.  Bertonio,  Confesonario  muy  copioso 
en  dos  lenguas  Aymara  y  Española,  Juli,  1612,  pg.  250. 

Coho,  Historia  del  Nuevo  Mundo,  Sevilla,  1890,  Vol.  III, 
pgs.  343  a  346  Apachita.  Montón  de  piedras  adoratorios  de 
caminantes.  Diego  González  HolgnUí,  Vocabulario  de  la  lengua 
general  del  todo  el  Perú  llamada  lengua  qquichua  o  del  Inca, 
En  los  Beyes  MDOVIIT. 


Las  Apaohitas  289 

para  no  irritar  a  los  espíritus  del  lugar  y  su- 
frir la  furia  del  granizo  y  del  viento  (1).  Es- 
ta creencia  ha  perdurado  hasta  nuestros  días, 
y  aún  hay  arrieros  en  el  Ecuador  que,  al  atra- 
vesar una  cima,  van  con  religioso  silencio,  pa- 
ra no  encolerizar  a  los  vientos. 

Según  Nordenskiold,  hay  pasos  por  los 
cuales  aseguran  los  indígenas  que  es  imposi- 
ble transitar,  sin  hacer  una  ofrenda,  y  dormir 
junto  a  uno  de  estos  monumentos,  dedicados 
a  Pachamama:  tiénenlo  por  muy  peligroso  (2). 
Los  actuales  moradores  de  la  Puna  de 
Jujuy,  piden  a  estos  hacinamientos,  buena  ven- 
dí Tenían  por  costumbre  caminar  por  allí  (por  las  Apa- 
chitas)  con  gran  silencio;  porque  dicen  que  si  se  hablan,  se 
enojarán  los  vientos  y  echarán  mucha  nieve  y  los  matarán. 
Los  Casas,  Antiguas  gentes  del  Perú,  Madrid,  1892,  pg,  99. 

Observando  al  mismo  tiempo  (al  acercarse  a  las  apachi- 
tas)  notable  silencio  para  no  ser  sentidos  y  dar  con  el  bullicio 
motivo  a  la  furia  del  granizo  y  nevada.  Merizalde  y  Santis- 
teban,  Relación  Histórica,  Política  y  Moral  de  la  ciudad  de 
Cuenca.  Tres  tratados  de  América.  Siglo  XVIII,  Colección  de 
libros  raros  o  curiosos  que  tratan  de  América,  Vol.  XI,  Ma- 
drid, 1894,  pg.  65. 
Acosia,  Loco  cít. 

Cobo,   Op.  cít.,  Vol.  IV,  pgs.  82  a  85  y  86  a  89. 
Avendww,  Op.  cít.,  Vol.  II,  f.  33. 
Ramos  y  Gavilán,  Loco  cít. 

(2)     Nordenskiold,    Travels  on   the   Bounderies  of  Bolivia 
and   Argentino.    The  Geographical    Journal,  Vol.   XXI,    Lon- 
don  1903,  .pg..  518. 
Religión  del  Imperio  de  los  Incas 


290       Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

tura  y  la  fórmula  con  que  los  invocan  y  cu- 
ya moderna  data  se  evidencia  por  sus  muchos 
españolismos,  es  según  Boman: 

Tata  Apacliita,  caipucamillmahiian  caioja- 
cocJiachur  ospedaslíaiTíe.  Yauarpamay  tticui  di- 
ligenciaype.  Padre  Apachita  con  esta  lana  co- 
lorada te  hospedo.  Yen  a  ayudarme  en  todos 
mis  trahajos  (1). 

Mas  no  sólo  había  apachitas  en  las  cum- 
bres de  las  montañas,  por  donde  pasaba  una 
ruta,  sino  también  a  lo  largo  de  los  caminos 
y  en  las  encrucijadas  (2)  y,  lo  que  es  más  sig- 
nificativo, en  tumbas  y  en  otros  lugares  sa- 
grados (3).    Así,   sabemos,  por  Oalancha,   que 

(1)  Boman,  Anti quites  de  la  Región  Andine  de  la  Repu- 
blique  Argentina,  Paris,  1908,  pg.  487. 

(2r  Vfan  quando  van  camino,  echar  en  los  mismos  cami- 
nos o  encrucijadas,  en  los  cerros  y  principalmente  en  las  cum- 
bres que    llaman  Apachitas,  calzados    viejos  y  plumas,      coca 

mascada y  quaudo  no  pueden  mas  siquiera  una  piedra,  y 

todo  esto  es  como  ofrenda  para  que  les  dexen  passar  y  les 
den  fuercas.  Acosfa,  Historia  Natural  y  Moral  de  las  Indias, 
Sevilla,  1690,  pgs.  312  a  316. 

Tenian  hechos  grandes  montones  de  piedras,  así  eu  los 
dichos  Apachitas  como  en  las  llanadas  y  encrucijadas  de  loa 
caminos  a  los  cuales  también  hacían  reverencia  y  ofrendaban. 
Cobo,  Historia  del  Nuevo  Mundo,  Sevilla,  1890,  Vol.  III,  pgs. 
843  a  346. 

Hamos  Gavilán,  Loco  cit. 

(8)  Abí  mismo  era  por  via  de  salatación  el  sacrificio  li- 
gero que  en  el  capitulo   precedente   queda  dicho  que  ofrecían 


Las    Apaohitas  291 

jnnto  a  la  piedra  Alecpong,  que  era  adorada, 
había  nn  carín  (1);  y  la  usanza  de  amontonar 
guijarros  sobre  el  lugar,  en  que  ha  acontecido 
una  muerte  trágica,  se  conserva  hasta  hoy  (2); 
de  ello  podrían  citarse  muchos  ejemplos  en  la 
Sierra  del  Ecuador.  Así  mismo,  escupían  coca 
y  maíz  mascado,  u  otras  cosas  parecidas,  en 
grandes  piedras  hendidas  (3). 

Cuando  la  cabeza  colosal  de  Tiahuanaco, 
que  ahora  está  en  el  Museo  de^  la  Paz,  se  ha- 
llaba en  Oollo-Oollo,  los  arrieros,  al  pasar, 
le  arrojaban  un  puñado  de  lodo,  para  defen- 
derse de  las  inflencias  nocivas  de  la  estatua  (4). 


a  las  Apachifos,  cuando  por  ellas  pasaban,  a  las  sepulturas  y 
a  otros  adoratorios,  arrojándoles  Coca  mascada,  Maíz  y  otras 
cosas,  pidiéndoles  les  dejasen  pasar  en  paz,  les  r|nitasen  el 
cansancio  del  camino  y  diesen  fuerzas  para  acabarlo.  Cobo, 
Historia  del  Nuevo  Mundo,  Yol.  IV,  pg.  86. 

(1)  Calancha,  Chronica  Moralizada,  Yol.  I,  Barcelona, 
1653,  pg.  553. 

(2)  Musfers  (George  Charwcrth» ,  Notes  on  Bolivia  accom- 
pany  Original  Maps.  The  Journal  of  the  Royal  Geographical 
Society,  Yol.  XLYII,   pg.  211,  London,  1877. 

(3)  Si  quando  van  camino  an  echado,  o  echan  en  las  cum- 
bres altas,  o  apachetas  donde  llegan,  o  en  piedras  grandes  hen- 
didas coca  mascada,  o  maíz  mascado,  o  otras  cosas  escupiéndo- 
las, o  pidiéndoles  que  les  quiten  el  cansancio  del  camino.  Vi- 
llagómez.  Carta  pastoral  de  extirpación  de  las  idolatrías  del 
Arzobispado  de  Lima,  Lima,  1640,  pregunta  20. 

^4)     TTieiier,    Perou  et  Bolivie,  Parie,  1880,  pg.  420. 


292      Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

Más  curioso  es  aún  el  sacrificio  que  los 
subditos  de  los  Incas,  hacían  janto  a  los  apa- 
chitas,  arrancándose  pestañas  o  cejas,  y,  po- 
niéndolas junto  a  los  labios,  las  soplaban  en 
dirección  al  sol,  como  tributo  a  los  espíritus 
del  lugar,  a  las  montañas,  a  los  vientos,  o  a 
sns  dioses  mayores,  tales  como  el  Sol  y  el 
Trueno   (1). 

En  ciertos  lugares  de  la  Sierra  del  Ecua- 
dor, los  indios  para  conseguir  el  favor  de  la 
montaña,  hacen  un  nudo  de  paja  (2). 


(Ij  Otra  ofrenda  no  menos  donosa  vsan  que  es  tirarse  pes- 
tañas, o  cejas,  y  ofrecerlas  al  Sol  y  a  los  cerros  y  apachitas, 
a  los  vientos  o  a  las  cosas  que  temen.  Acosta,  Historia  Natu- 
ral y  Moral  de  las  Indias,  Sevilla,  1590,  pg.  316. 

Otros  se  quitan  las  cexas  y  pestañas,  y  las  ofrencen  al 
Sol,  y  a  los  cerros,  y  al  trueno.  AvendaTio,  Sermones  en  Qui- 
chua y  Castellano,  Lima,  1649,  Vol.  11,  f.  33. 

De  otra  ofrenda  no  menos  donosa  vsauá  estos  Indios,  quá- 
do  passauan  por  los  Apachetas,  que  era  tirarse  de  las  pestañas 
o  cejas,  y  poner  lo  que  dellos  arracauan  junto  a  la  boca  al- 
eado el  rostro  al  Sol,  y  con  vn  soplo  arrojarlas  en  alto,  ofre- 
ciéndolos a  los  cerros,  o  a  los  Apachetas,  o  a  aquellos  Dioses, 
que  en  mayor  veneración  tenían.  Ramos  y  Govilán,  Historia 
del  Santuario  de  Copacabana.  Lima,  1621,  pg.  104. 

Forhes,  On  the  Aymara  Indians  of  Solivia  and  Perú  (The 
Journal  of  the  Etnological  Society  of  London,  Yol.  II,  pg. 
283,  London,  1870. 

(2)  Rivet,  Etude  sur  les  Indies  de  la  Región  de  Riobara- 
ba,  Journal  de  la  Sociétó  des  Americanistes  de  Paris  n.  8, 
Vol.  I,  PaFk,  1903,  pg.  78. 


i/AS    APAOHITAS  293 

Para  formarnos  cabal  idea  de  lo  que  eran 
los  apachitas,  será  bueno  recordar  aquellos  ca- 
sos particulares,  mencionados  por  los  antiguos 
cronistas,  comenzando  por  los  que  se  encon- 
traban a  la  salida  del  Cuzco,  que  nos  son  co- 
nocidos, merced  al  catálogo  de  las  huacas  de 
esa  ciudad,  hecho  por  O n degardo,  y  que,  gra- 
cias a  Cobo,  ha  llegado  hasta  nosotros. 

Comenzando  por  Antinsuyo,  encontramos 
que  la  tercera  huaca  del  primer  ceque,  era 
Chiripacha  (chiri  =  frío,  pacha  =  tierra,  esto 
es,  chiripacha  =  tierra  de  frío),  que  estaba  al 
principio  del  camino  de  CoUasuyo  ("?),  y  a  la 
que  sacrificaban  los  pasantes,  para  tener  buen 
viaje   (1). 

La  décima  del  segundo  ceque  de  la  misma 
dirección,  apellidada  Macay calla  (macay  =  pe- 
gar, aporrear,  kallay  =  principiar),  era  un  paso 
entre  dos  montones  (2). 


(1)  La  tercera  Guaca  era  una  piedra  grande  llamada  Chi- 
ripacha, que  estaba  en  el  principio  del  camino  de  Collasuyu; 
ofrecíanle  cuantos  pasaban  por  dicho  camino,  porque  les  suce- 
diese bien  el  viaje.  Coho,  Historia  del  Nuevo  Mundo,  Sevilla, 
1890,  Vol.  IV,   pgs.  6  a  47. 

'%  La  décima  se  llamaba  Macaycalla:  era  un  llano  entre 
dos  cerros,  donde  se  pierde  de  vista  lo  que  está  destotra  parte 
y  se  descubre  la  otra  de  adelante,  y  por  sola  esta  razón  lo 
adoraban.    Coho,  Loco  cit. 


294       Ebltgión  del  Imperio  de  los  Incas 

La  novena  guaca,  del  tercer  ceque  de  An- 
tinsuyo,  era  Yuncajcalla  (yuncuy  =  calentar, 
kallay  1=  principiar,  esto  es:  yancaycalla  prin- 
cipia a  calentar),  especie  de  puerta,  desde  don- 
de pierde  de  vista  al  Cuzco,  aquel  que  va  ha- 
cia Chita  y  en  la  cual  había  guardianes,  que 
vigilaban  a  los  que  entraban  y  salían  de  la 
ciudad.    Ofrecíanle  coca  los  viajeros  (1). 

La  séptima  del  sexto  ceque,  de  la  misma 
dirección,  era,  como  la  anterior,  el  lugar  de  don- 
de se  dejaba  de  ver  al  Cuzco,  y  Uámanla  Cu- 
ravacaja  (korpachaj  =  el  que  hospeda).  Había 
allí  un  león  muerto,  cuyo  origen,  desgraciada- 
mente, ignoramos  (2). 

Cachicalla,  séptima  huaca  del  octavo  ce- 
que de  Continsuyo  (cachi  ==  sal,  kallay  =  prin- 
cipiar, esto  es,  principia  la  sal),  era  un  paso 
entre    dos    montes,  en   donde    los    caminantes 


(1)  La  novena  Guaca  se  nombraba  Yuncaycalla:  es  una 
como  puerta  donde  se  ve  el  llano  de  Chita  y  se  pierde  la  vista 
del  Cuzco ;  allí  había  puestas  guardas  para  que  ninguno  llevase 
cosa  hurtada.  Sacrificábase  por  los  mercaderes  cada  vez  que 
pasaban,  y  rogaban  que  les  suscediese  bien  en  el  viaje,  y  era 
coca  el  sacrificio  ordinario.     Cobo,  Loco  cit. 

(2)  La  sétima  se  decía  Curavacaja,  es  un  altozano,  cami- 
no de  Chita,  donde  se  pierde  de  vista  la  ciudad,  y  estaba  se- 
ñalado por  fin  y  mojón  de  las  Guacas  deste  Ceque.  Tenían  alli 
un  León  muerto  y  contaban  su  origen,  que  es  largo.  Coho, 
Loco  cit. 


Las  Apaohitas  295 

hacían  el  sacrificio  acostumbrado  en  semejan- 
tes sitios  (1). 

La  sexta  huaca  del  mismo  camino  y  del 
octavo  ceque,  era  31ascataurco ,  mascay  =  bus- 
car, ta  =  partícula  de  acusativo,  orko  =  cerro; 
esto  es:  a  la  busca  del  cerro),  lugar  de  donde 
se  perdía  de  vista  el  Cuzco  (2). 

La  décima  liuaca  del  ceque  de  Oootinsu- 
yo,  llamábase  Cavadcalla  o,  más  probablemen- 
te, Korpachaj  (el  que  hospeda).  Era  un  paso 
entre  dos  montes  (3). 

Y  principio  de  los  montes  (Urcoscalla), 
orko  =  cerro,  kallay  =  principiar)  decíase  el  si- 
tio, de  donde  dejaban  de  ver  la  ciudad  los  que 
se  alejaban  por  la  ruta  de  Ohinchaysuyo,  y  era 
la  novena  huaca  del  octavo  ceque  de  Ohin- 
chaysuyo (4). 

Quizás   eran   también    apachitas    aquellos 


(1)  La  sétima  Cachicalla,  es  una  quebrada  entre  dos  ce- 
rros a  modo  de  puerta  no  le  ofrecían  otra  cosa  que  la  coca  que 
ecliaban  de  la  boca  los  que  pasaban.  Cobo,  Op.  cit. 

(2)  La  sexta,  Mascataurco,  es  un  cerro  donde  se  pierde  la 
vista  del  Cuzco  por  este  Ceque.    Cobo,    Loco  cit. 

t3)  La  décima  cuarta  Cavadcalla?  era  una  como  puerta 
entre  dos    cerros  que  está   bocia  Guacachaca.     Cobo,  Loco  cit. 

(4)  La  novena  Guaca  se  decía  Urcoscalla.  Era  el  lugar 
donde  perdían  de  vista  la  ciudad  del  Cuzco  los  que  caminaban 
a  Chinchaysuyu.    Cobo,   Loe.  cit. 


296      Eeligióx  del  Imperio  de  los  Íkoas 

lugares  sagrados,  llamados  Xan  y  Uxi,  de  que 
ja  hemos  tratado  anteriormente   (1). 

La  costumbre  de  depositar  piedras  a  la 
salida  de  una  población,  ordinariamente,  en 
el  lugar  en  donde  se  la  pierde  de  vista,  aso- 
ciada con  la  usanza  española  de  erigir  cruces 
en  estos  lugares,  lia  subsistido  en  más  de  una 
región  del  antiguo   Tiabuantinsuyu. 

Así,  en  Susques  hay  cuatro  apachitas, 
alrededor  del  pueblo,  correspondientes  a  los 
cuatro  puntos  cardinales  (2). 

Además  de  los  carines  enumerados,  ha  lle- 
gado también  hasta  nosotros,  la  fama  de  Oon- 
tur  Apacheta  (carín  del  cóndor),  notabilísimo 
apachita,  situado  cerca  de  Sicasica,  en  país 
aymara  (3),  y  la  de  Molió  Ponco  (mollo=:  con- 
cha, colorada;  ponco  =  puerta;  esto  es  =  puer- 
ta de  la  concha  colorada),  paso  que  conduce 
a  Potosí,  renombrado  adoratorio  indígena  (4). 

(1)  Vide  supra,  pg.    26. 

(2)  Boman,  Antiquités  de  la  Región  andine  de  la  Repa- 
blique  Argentine,  París,  1908,  pg.  429. 

(3)  Y  el  mas  famoso  de  todos  (los  montones  de  piedras), 

llaman  Contor  Apachita no  está  lejos  de  Sicasica.  Bertonio, 

Confesionario  muy  copioso  en  dos  lenguas  Aymara  y  Española, 
July,  1612,  pg.  250. 

(4)  Molió  Ponco,  que  es  la  entrada  de  Potosí  muy  famo- 
so (^adoratorio)  entre  todos  los  Indios.  Arriaga,  Extirpación 
de  la  Idolatría,  Lima,    1621,  pg.  5. 

Adoran  a  Molió  Ponco.    Bertonio,  Loco  cit. 


Las  Apaohitas  29f 

Apachita  es,  según  Middendorf,  una  for- 
ma de  acusativo:  apachiyta  o  apachijta,  usado 
hoy,  como  el  nominativo  de  un  sustantivo  sim- 
ple. Y  «  como  al  llegar  a  la  cima  de  una  cues- 
ta, suele  descansarse,  se  llama  cada  lugar  de 
descanso,  y  aún  el  lugar  del  descanso,  apa- 
chita» (1);  y  de  allí  se  originan  las  expresiones 
apachitata  ruray==  hacer  un  descanso;  apachi- 
tay  ^  descansar;  apachita- icuy  =  descansar  y 
hacer  colación;  apachitaicusunchis==  descanse- 
mos y  refresquémonos  (2),  formas,  probable- 
mente modernas,  ya  qne  no  se  las  encuentra 
en  los  antiguos  diccionarios. 

En  quichua,  las  voces  apay  o  apau,  sig- 
nifican llevar ;  apac,  el  que  lleva,  cargado,  o 
sobre  sí  o  en  las  manos;  apachi,  hacer  llevar, 
enviar;  apachyg,  el  enviado;  apachicu,  en- 
viar regalos;  apachina,  que  ha  de  ser  envia- 
do, el  enviadizo;  apachini,  dejar  o  hacer  lle- 
var; apachipu,  enviar  algo  a  alguien,  volver 
a  enviar,  devolver;  apachitamuy,  mandar  a 
alguien   para   dejar   algo    de    paso    en   un    lu- 


^1)     Middendorf,  Worterbuch  des  Runa-Simi  oder  Kesliua 
Spraclie,  Leipzig,  1890,  pg.  52. 
(2)    Id.  id.,  Loco  cit. 


298      Ebligión  del  Imperio  de  los  Ingas 

gar  (1).  Lo  cual  nos  induce  a  creer  que,  pri- 
mitivamente, la  voz  apachita,  equivale  a  el  en- 
viado (apacliiy  =  el  enviado,  ta  es  partícula  de 
acusativo)   (2). 

El  examen  que  acabamos  de  hacer  de  los 
carines  del  Perú,  comprueba  plenamente  nues- 
tras aserciones  sobre  el  origen  y  evolución  de 
esta  clase  de  construcciones.  En  efecto,  vemos 
que  originadas  del  deseo  de  impedir  un  mal, 
cubriendo,  sin  duda,  su  fuente,  evolucionando, 
se  transforman  en  lugar  de  descanso  o  en  la 
residencia  de  un  espíritu  poderoso,  que  se  tra- 
ta de  conciliar,  estableciendo  entre  él  y  el  ca- 
minante, una  relación  o  parentesco,  al  entre- 
garle éste  una  parte  de  sí  mismo,  tal  como 
la  saliva,  o  las  pestañas  y  cejas. 

Mas  el  primitivo  móvil,  permanece  clara- 
mente visible,  en  muchos  hechos  (3),  tales  co- 


(ll  Holguin,  Vocabulario  de  la  lengua  general  del  Perú, 
llamada  quichua  o  del  Inca.  En  los  Reyes,  MDCXIII,  pg.  22. 

Tschudi  (J.  J.  von),  Die  Keshua  Sprache,  "Worterbucli, 
Wien,  1853,  pg.  47. 

Middendorf,  Worterbuch  des  Runa  Simi  oder  der  Keshua 
Sprache.  Leipzig,  1890,  pgs.  49  y  52. 

i2)  Holguin,  Gramática  y  arte  nueva  de  la  lengua  gene- 
ral de  todo  el  Perú,  llamada  lengua  Quichua,  Lima,  1607. 
fol.  2.     En  jíbaro  apachita,  quiere  decir,  padrecito. 

(3)  Que  los  antiguos  Peruanos  opinaban,  que  en  las  cum- 
bres y  pasos  de  la  cordillera,  existían    espíritus    malignos,  lo 


Las  Apaohitas  290 

mo  el  temor  de  desencadenar  tempestades,  cre- 
yendo que,  sin  depositar  una  piedra  en  el  carín, 
no  es  posible  transitar  por  tal  o  cual  desfilade- 
ro, y  en  muchos  más,  como  lo  habrá  advertido 
el    lector. 

Largo  ha  sido  el  espacio  que,  al  examen 
de  los  apachitas  hemos  dedicado;  detención, 
que  era  indispensable,  para  esclarecer  materia 
tan  intrincada  y  fenómeno  que  ha  ocupado  tan- 
to a  los  que  acerca  del  antiguo  Perú  han  es- 
crito. Mas  no  creemos  que  haya  sido  inútil 
nuestro  trabajo,  pues  nos  parece  que  hemos 
logrado  determinar  el  fundamento  y  evolución 
del  rito  de  arrojar  piedras  u  otros  objetos, 
igualmente  vulgares  e  insignificantes,  en  luga- 
res determinados,  demostrándose  una  vez  más, 
la  utilidad  del  método  comparativo,  con  el  que 
nos  proponemos  analizar,  las  creencias  de  los 
subditos  de  los  Incas. 

Antes  de  terminar  este  capítulo,  es  pre- 
ciso que  señalemos  otra  costumbre,  observada 


sabemos  con  seguridad,  ya  que  nos  consta  que  creían  que  en 
estos  lugares  se  encontraban  los  Quintas,  o  almas  de  los  muer- 
tos en  las  guerras ;  y,  para  defenderse  de  sus  ataques,  implo- 
raban a  los  hircas  y  ponían  una  soguilla  de  bicho,  torcida  con 
la  mano  izquierda.  Véase  Ávendaño,  Sermones  en  Quichua  y 
Castellano,  Vol.  I,  fol.  66,  Lima,   1649. 


300      Eeligión  del  Imperio  de  los  Ínoas 

en  el  Perú  por  los  caminantes,  la  que,  los  po- 
cos autores  que  la  recuardan,  han  descrito 
siempre,  juntamente  con  las  apachitas. 

Las  tocancas  (tokay=:  escupir,  tokanca  =  él 
escupirá),  eran  pedrones  situados  al  fin  de  las 
subidas  y  en  los  que  escupían  los  viajeros, 
para  no  tener  sed  y  adquirir  nuevo  vigor  (1). 

Muy  grato  nos  sería  estudiar  prolijamen- 
te, este  hecho,  analizando  aquellos  que  se  le 
asemejan,  observados  en  otros  países;  pero  esto 
demandaría  más  espacio  del  que  conviene  con- 

il)  Quando  suben  algunas  cuestas  o  cerros,  o  se  cansan 
en  el  camino  llegando  a  alguna  piedra  grande  que  tienen  ya 
señalada  para  este  efecto  escupir  sobre  ella  (y  llaman  a  la  pie- 
dra y  a  la  ceremonia  Tocanca).  Arriaga,  Extirpación  de  la 
Idolatría,  Lima,  1621,  pg.  37. 

Las  piedras  que  vuestros  viejos  llaman  Ttoccanca,  510  son 
Dios.  Los  hechizeros  dizen,  que  quando  los  Indios  van  cami- 
nando en  llegando  a  la  cumbre  del  cerro  donde  ai  vna  placeti- 
11a,  y  en  medio  de  ella  está  vna  piedra  parada,  y  que  alli  auian 
de  escupir  los  Indios,  y  ofrecer  la  saliua  a  aquella  Huaca,  pa- 
ra que  no  se  les  seque  la  boca  a  los  caminantes,  ni  les  falte 
el  agua.  Este  hijos,  es  vn  grande  error.  Dime,  esta  piedra 
tiene  virtud  para  humedezer  la  boca?  Si  es  assi.  Dime  el  me- 
dicamento tiene  virtud  para  curar  estando  apartado  del  en- 
fermo? No  por  cierto.  Dime  quando  tu  tienes  hinchada  una 
pierna,  no  pones  el  medicamento  encima  de  la  hinchazón?  Si 
el  medicamento  estuuiera  lexos,  sanaras  tu?  No.  Luego  si  es- 
ta piedra  grande  no  te  la  pones  dentro  de  la  boca  no  te  qui- 
tará la  sed?  No  echas  de  ver  que  lo  que  dizen  los  viejos,  es 
inuencion  del  Demonio ;  para  que  adores  a  essa  piedra,  y  le 
ofrezcas  tu   saliua. 


Las  Apachitas  301 

sagrar  a  rito,  que  ocupa  Ingar  tan  secundario 
en  la  religión  peruana  j  que  ha  sido,  satisfac- 
toriamente explicado  por  Hartland,  quien,  des- 
pués de  estudiar  detenidamente,  las  usanzas, 
relacionadas  con  la  saliva,  opina,  de  acuerdo 
con  Oombie,  que  están  basadas  en  la  crencia 
de  que  la  saliva  contiene  parte  de  la  vida  del 
que  la  emite,  y  que  escupir  en  una  persona 
es  trasmitirle  algo  de  su  elemento  vital,  ya  que 
al  dar  la  saliva,  le  da  una  parte  de  sí  mismo, 
entregándole  una  como  garantía  (1).  Lo  cual 
aplicado  al  caso  presente,  equivale  a  decir  que, 
creyendo  congratularse  con  el  genio  del  lugar, 
para  que  no  les  aflija  con  sed  y  cansancio, 
escupen  en  la  piedra  en  que  reside,  para  for- 
mar, entre  él  y  el  caminante,  confraternidad 
y  parentesco. 


yl)     Hartland,  The  legend  of  Perseus,  Vol.  11,  pgs.  258  a 
260,  Londrea. 


CAPITULO   IV 


MONTES  ADORADOS 


Taine,  perspicaz  filósofo  y  erudito  historia- 
dor, aplicando  a  la  crítica  del  arte  y  a  la 
historia  en  general,  teorías  ya  conocidas  antes 
de  él,  pero  que,  entre  sus  manos  de  exquisito 
artista  y  de  inflexible  lógico,  convirtióse  en 
un  todo  armónico  y  seductor,  ha  dicho  que 
los  hechos  humanos,  son  el  producto  de  tres 
elementos  :  el  medio,  la  raza  y  la  época  (1). 
Esta  feliz  doctrina,  demasiado  exclusiva  y  es- 
tricta, cuando  se  la  aplica  a  los  actos  de  una 
personalidad  aislada,  ya  que,  en  tal  caso,  se- 
ría error  prescindir  del  elemento  individual,  es 
luminosa  y  veraz,  cuando  con  la  debida  dis- 
creción y  prudencia,  se  la  emplea  en  la  in- 
vestigación de    grupos   de    hechos,    suficiente- 


■V     Taine,  Histoire   de  !a  Literature  anglaisee  Introdnc- 
tion,  Vol.  I. 

Originee  de  la  France  contemporaine.    Introduction. 
Histdire  de  l'art.  -       •     •  .  • 


304      EELiaiÓN  DEL  Imperio  de  los  Iiíoas 

mente,  numerosos,  para  que,  oponiéndose  y 
contrapesándose,  desaparezcan  los  elementos 
personales  y  sólo  aparezcan  los  que  son  gene- 
rales y  propios  de  la  colectividad,  o  de  aque- 
llas actividades,  que  son  el  producto  de  todo 
un  pueblo.  Así  teniéndola  en  cuenta,  al  exa- 
minar los  cultos  de  los  antiguos  Peruanos,  com- 
prenderemos muy  bien  la  enorme  influencia 
que  en  ellos  han  ejercido  el  ambiente  y  confi- 
guración física  del  país,  en  que  se  desarro- 
llaron. 

Ya  que  se  trata  de  fenómenos  religiosos 
primitivos,  que,  tanto  por  pertenecer  más  al 
reino  de  lo  emotivo  que  al  de  lo  inteligente, 
y  cuanto  por  su  carácter,  francamente  colec- 
tivo y  popular,  escapan  casi  por  completo  del 
imperio  del  individuo  y  del  libre  arbitrio, 
siendo  su  elaboración  y  evolución,  obra  de  la 
masa,  cuyos  actos  tampoco  tienen  de  libres  y 
de  conscientes. 

De  los  tres  elementos  que,  según  el  crí- 
tico francés,  determinan  la  orientación  de  las 
obras  del  hombre,  ni  la  raza,  ni  la  época  han 
podido  ejercer  en  la  religión  peruana  tanto 
influjo  como  el  ambiente ;  puesto  que  trata  de 
nn  pueblo,  que  ha  vivido,  durante  muchos  si- 
glos, en    nn  mípmo  país,  en  el  mismo   lugar, 


Montes  adobados  305 

en  el  cnal  ha  evolucionado  la  raza,  así  pode- 
mos estar  segaros,  que  las  características  de 
ésta  son,  en  gran  parte,  producto  de  las  con- 
diciones del  medio. 

En  cuanto  a  la  épc cr.,  esu-,  es,  el  mo- 
mento de  evolución  en  que  so  ]r*ll;i  el  pue- 
blo, es  evidente  que  el  (Sij;^(>  Je  civiliza- 
ción, en  el  cual  se  encontraban  Uvs  antiguos 
peruanos,  no  podía  ser  más  propicio,  para 
que  el  ambiente  y  condicionéis  físicas  de  la 
vida,  ejercieran  profundo  inHujo  en  la  religio- 
sidad peruana. 

Payne,  en  su  erudita  Historia  del  Nuevo 
Mundo  (1),  ha  demostrado  cuan  grandemente 
han  influido  eo  la  formación  de  los  mitos, 
creencias  y  supersticiones  de  los  pueblos  ame- 
ricanos, sus  necesidades  alimenticias  y  los  me- 
dios de  que  han  dispuesto  para  satisfacerlas. 
Mas  no  sólo  por  este  canal,  base  dejado  seuíir 
la  influencia  del  ambiente,  sino  cjue  también 
en  la^  concepciones  del  hombre  primitivo,  hau 
influido  el  paisaje  y  el  clima.  Viviendo  al 
pie  de  los  Andes,  en  sus  repliegues,  en  sus 
cumbres,  en  los  inlinitos  valles,  que  la  gran 
cordillera  oculta   en   su  seno,   el  indígena  de 

(1)      Payne,  flistoiy  of  the  New  "World,    Called  i^uibi'' a, 
Oxford,  180-2. 
Heligión  de!  lmrP"o  de  lop  Incas  20 


306       Eeltgióx  del  Impeeio  de  los  Incas 

la  Sierra  del  Perú,  no  podía  menos  de  ser 
montañés,  en  su  religión,  como  en  su  carácter. 

Las  montañas  rodeaban  su  cuna,  tras  ellas, 
nacía  j  se  ocultaba  el  sol,  en  sus  grandes 
cumbres  se  formaban  las  tempestades  y  de 
ellas  salían  las  nubes,  preñadas  de  rayos ;  en 
fin,  entre  los  flancos  de  la  montaña  estaban 
los  manantiales,  orígenes  de  los  ríos,  cuyas 
aguas  servíanles  para  el  riego  fecundador  de 
la  madre    tierra,    de    cuyos    productos    vivían. 

Las  altas  cimas,  ocultas,  muy  a  menudo, 
por  espesas  nubes,  perdíanse  en  el  cielo,  esta- 
bleciendo contacto  inmediato  entre  la  tierra 
y  el  mundo  superior.  Las  grandes  montañas 
terminaban  en  inaccesibles  picos  o  cubríanse 
de  nieve,  sobre  la  cual  brillaba,  en  no  pocas 
ocasiones,  el  vivo  fulgor  de  las  llamas  volcá- 
nicas, del  fuego  inconsumible,  del  fuego  que 
no  han  encendido  los  hombres. 

En  el  voluble  cielo  del  trópico,  tan  pronto 
encapotado  y  gris,  como  transparente  y  azul, 
las  nubes,  al  pasar  por  junto  a  las  escarpadas 
rocas,  que,  en  muchos  lugares,  coronan  la 
gran  cordillera,  toman  formas  fantásticas  y 
grandiosas,  que  juntamente  con  la  austeridad 
majestuosa  del  paisaje,  excitan  en  el  viajero, 
que,    junto    a    ellas    pasa,    un    místico    sentí- 


Montes  adoeados 


307 


miento  de  terror  j  admiración  por  la  natu- 
raleza, cuyo  poder  le  sorprende  y  aplasta. 
¿Qué  cosa  más  natural  que,  en  la  mentalidad 
del  primitivo,  del  ineducado,  este  sentimiento 
místico,  se  convierta  en  adoración? 

Y  si  el  culto  de  las  montañas  es  explica- 
ble, ¿ sorprenderános  el  de  los  volcanes? 

Imposible  nos  parece,  que  una  raza  ani- 
mista,  deje  de  prestar  veneración  y  culto  a 
manifestaciones  tan  extraordinarias  y  subli- 
mes de  la  naturaleza. 

Quien    haya    visto,    de    cerca,  alguna    de 
aquellas  grandes  moles  andinas,  sobre  las  que 
flota,  a  menudo,  un  inmenso   penacho  de  hu- 
mo negro,  iluminado    de   noche    por   numero- 
sas centellas;    aquellos    flancos    abruptos,  des- 
trozados por  los  repentinos  deshielos,  que  han 
puesto  a  la  vista  las  entrañas  del  monte,  des- 
nudo de  toda  vegetación,   con   frescas   huellas 
de   formidables    incendios,    y   haya    escuchado 
el    ronco   fragor    de    truenos    subterráneos,    y 
visto    estremecerse    la    montaña,    comprenderá 
muy    bien    el    respeto    y   veneración    de    que 
los  volcanes  han  sido    objeto,    aiín   sin   tomar 
en  cuenta  el  terror  (fuente   fecunda  de  culto) 
que  debían  inspirar,  por  las  desgracias  y  des- 
trozos, qne  en  cada  erupción  producían. 


308       Ebligión  del  Impeeio  de  los  Incas 

Así,  la  antigüedad  clásica,  adornó  con 
bellos  mitos  el  cráter  del  Etna,  en  donde  arro- 
jaba vasos  preciosos,  incienso  y  otros  dones  a 
los  dioses  del  lugar,  para  tenerlos  gratos    (1). 

En  Donjs-Erok,  o  montaña  de  humo, 
hay  una  caverna,  en  donde,  según  dicen  los 
Masai,  viven  gentes  de  su  nación,  ya  que, 
desde  la  abertura  del  antro,  aseguran  que  se 
oyen  las  voces  de  las  gentes  y  el  mugir  de 
los  ganados.  A  esta  cueva  van  las  mujeres  a 
orar  y  ofrecen  mantequilla  y  miel  a  sus  mo- 
radores, esperando  que,  por  la  noche,  saldrán 
a  comer  los  dones  allí  depositados;  mas  las 
estériles  no  hacen  estos  sacrificios,  pues  saben 
que  no  serán  aceptados  (2). 

Al  íí"ordeste  de  Naivacha,  se  eleva  Bon- 
yo  Buru,  monte  de  2.800  metros  de  altura,  en 
cuya  cúspide  hay  solfataras,  que  arrojan  gases 
encendidos,  a  intervalos  regulares  y  cortos. 

Thomson  ascendió  a  este  volcán,  acompa- 
ñado de  un  inñuyente  Masai,  el  cual  le  hizo 
tomar  puñados    de  hierba,  que  todos  los  via- 

(1)  Frazer,    Pausanias,    Vol.  III,  pg.  389,  London,  1898. 
Id.,  The  Golden  Bough.  A    Study  of  Magic  and  Religión, 

London,  1914,  Vol.  V,  pg.  222. 

Smith,  Dictionary    of  Grec    and  Román  Geographie,  Lon- 
don, 1856. 

(2)  llollif^,  The  Masai,    Oxford,  1905,  pg.  280. 


Montes  adorados  309 

jeros  arrojaron  en  una  de  las  solfataras,  para 
propiciar  a  los  espíritus  de  la  tierra. 

A  alguna  distancia,  encontraron  una  roca, 
de  la  cual  salían  vapores  calientes,  que,  con 
la  humedad  j  calor,  descomponían  la  piedra 
en  una  especie  de  barro  colorado,  con  el  cual 
se  untaban  los  Masai,  como  con  una  medicina 
muy  eficaz  (1). 

En  el  camino,  que  conduce  al  volcán  Sme- 
roe,  uno  de  los  volcanes  más  elevados  de  Java  y 
en  un  lugar  cercano  al  cono,  desde  donde  se  le 
ve  muy  clara  y  distintamente,  hay  dos  ídolos, 
que  los  naturales  adoran,  ofreciéndoles  comida, 
para  obtener  el  favor  del  dios  del  monte   (2). 

El  volcán  Bromo  es  adorado,  principal- 
mente, durante  la  fiesta  anual,  que  celebran 
en  su  honor  los  Javaneses  de  la  vecindad, 
que,  si  bien  de  religión  brahamánica,  no  son 
tan  apegados  a  sus  ritos,  como  los  de  la  India. 

En  el  mar  de  arena,  que  rodea  al  cráter, 
hay,  desde  el  día  anterior  a  la  fiesta,  gran  ani- 
mación y  vense  muchos  grupos  de  gentes,  éstos 
rezando,  aquéllos  comiendo,  otros  divirtiéndose. 


(1)  Thomson,  Througli   Masai  land,    London,    1885,   pgs. 
341  y  342. 

(2)  Stigand  (J.  A.),   The  Volcano  of  Smeroe  Java.     The 
Geographical  Journal,    Vol.  XXVIII,    pg.  621,   London,  1906. 


310       Eeligióx  del  Imperio  de  los  Incas 

Muchos  comerciantes  de  amuletos,  especial- 
mente de  piedras,  encontradas  el  año  anterior 
en  el  volcán  y  cuyo  poder  es  infalible  contra 
toda  enfermedad,  establecen  improvisados  al- 
macenes, colocando  talismanes  sobre  un  tapiz. 

En  el  arenal,  se  yerguen  multitud  de  tien- 
das y  ante  la  principal,  se  sitúa  el  Jefe  de  los 
sacerdotes,  y  a  poca  distancia  de  él,  disponen 
doce  esteras,  ocupadas  por  sacerdotes  jóvenes, 
que  venden  a  los  devotos  incienso  y  mirra. 
En  ángulo  recto,  con  la  línea  formada  por 
estas  esteras,  hay  otras  doce,  en  las  cuales 
están  otros  venerables  sacerdotes,  de  mayor 
edad,  cada  uno  de  los  cuales  tiene  a  su  lado 
un  sirviente,  que,  con  grandes  abanicos,  les 
tapa  el  sol.  Delante  de  cada  uno  de  estos 
sacerdotes,  hay  un  pebetero  encendido. 

Al  rededor  de  estos  oficiantes,  hay  mul- 
titud de  gente,  que  espera  su  turno,  para 
hacerles  bendecir  las  cosas  que  llevan,  para 
sacrificarlas  al  volcán,  las  cuales  son  cocos, 
mangos  y  otras  frutas;  legumbres,  pollos,  pas- 
tas, seda,  monedas  de  oro,  plata  y  cobre. 

La  bendición  consiste  en  unas  cuantas 
preces,  tras  las  cuales  el  sacerdote  echa  un 
poco  de  agua  sobre  el  objeto,  recitando  luego 
en  coro,  todos  sus  compañeros,  cierta  oración. 


Montes  adobados  311 

Cuando  han  permanecido  en  este  lugar  el 
tiempo  necesario,  a  una  señal  del  sacerdote 
más  anciano,  que  es  esperada  con  ansia  y  des- 
pués de  rogar  al  monte  que  continúe  mostrán- 
dose favorable,  toda  la  muchedumbre  princi- 
pia a  correr  desaforadamente  hacia  la  cima, 
pues  tiene  por  agüero  de  felicidad,  llegar  pri- 
mero al  borde  del  cráter.  Los  sacerdotes  an- 
cianos se  detienen  aquí  y  allá,  para  hacer 
oración  y  tomar  aliento. 

Los  peregrinos  entregan  sus  ofrendas  a  los 
sacerdotes,  quienes  las  bendicen  nuevamente  y 
las  devuelven  a  sus  dueños,  para  que  las  arrojen 
por  las  abruptas  paredes  del  cráter,  por  las  cua- 
les se  ven  descender  también  algunas  aves  vivas. 

Al  volver  a  sus  casas,  los  concurrentes 
celebran  varios  juegos  por  el  camino  (1). 

La  opinión  es  de  que  los  espíritus  de  los 
muertos,  durante  el  año,  permanecen  en  el  mar 
de  arena,  hasta  ser  admitidos  en  el  cráter, 
mediante  los  sacrificios  ofrecidos  en  la  fiesta 
anua.  Se  cuenta  que,  en  tiempos  antiguos, 
un  jefe  sacrificó   un  hijo  suyo  al  monte  (2). 


(1)  Barrington  d'Almeida   (W),    Life    in    Java,  London, 
1864,  Vol.  I,  pgs.  166  a   174. 

(2)  Frazer,  The  Golden  Bough,  Vol.  V,  pg.  218,  London, 
1914. 


312      Eeliqión  del  Impekio  de  los  Ikoas 

En  la  pequeña  isla  de  Teruate,  hay  nn 
volcán,  formado  por  tres  conos  superpuestos, 
cuyas  erupciones  son  frecuentes  y  muy  des- 
tructoras. Según  los  G-alalareses  de  Halma- 
hera,  el  Sultán  de  la  isla,  exigía  de  ellos  va- 
rias víctimas  humanas,  para  arrojarlas  en  el 
cráter  del  volcán,  para  tenerlo  grato  y  prote- 
ger sus  dominios,  de  los  destrozos  consiguientes 
a  una  recrudecencia  de  actividad  volcánica  (1). 

En  Siam,  isla  de  las  Indias  Orientales? 
perteneciente  al  Archipiélago  Saugí,  un  niño, 
robado  en  una  isla  vecina,  era  inmolado,  anual- 
mente, al  volcán,  para  que  se  estuviese  tran- 
quilo. Oon  el  andar  de  los  tiempos,  el  niño 
fue  sustituido  por  un  muñeco  (2). 

En  el  cráter  del  volcán  Kirarauca  de  Hawai, 
habitan  los  dioses  Peló  y  íí"ahvaarii  y  otros  espí- 
ritus, que,  cuando  están  irritados,  arrojan  nubes 
de  humo,  hacen  llover  piedras  y  ceniza,  envuelven 
la  tierra  en  obscuridad,  o  causan  insólitos  aguace- 
ros. Oféndeles  el  que  los  hombres  se  apoderen  de 
los  olielos  o  fresas  sagradas,  que  crecen  en  el  co- 
no, o  que  echan  piedras  o  tierra  en  su  morada  (3). 


{V\     Frazer,  Op.  cit.,  pg.  216. 
(2)    Frazer,  Op.  cit.,  Vol.  IV,  pg.  218. 
{B)     Ellis,  Polynesians  researches,  Vol.  IV,  pg.    207,  Lon- 

don,  S  D. 


Montes  adobados  313 

Los  aborígenes  sólo  comen  los  oTiélos,  des- 
pués de  ofrendar  algunos  al  volcán,  lo  que 
hacen  arrojándolos  en  el  cráter,  hacia  la  fu- 
marola  principal  (1). 

Es  tradición,  que  los  espíritus  del  monte 
vinieron  a  Hawai  do  otras  islas,  en  tiempos 
mitológicos,  cuyos  nombres  son:  Kamoho-á-rü 
(el  Rey  vapor),  Taj)oha  -  i  -  tahiora  (la  explo- 
sión en  el  lugar  de  vida),  Te-ua-te-po  (la 
lluvia  de  la  noche),  Te-o-ahi- tama-tama  (el 
muchacho  de  guerra  con  flechas  de  fuego)  y 
Tane-hetiri  (el  hermano  del  rayo),  hermanos 
de  las  diosas  Pelé,  que  era  superior  a  todos,  y 
de  Makorawawahi  waa  (la  terrible  destructora 
de  canoas),  Hiatawawahi-lani  (la  que  tiene  las 
nubes  en  el  cielo),  Hiatataarave  -  mata  (la  que 
tiene  la  nube  y  cuyos  ojos  mué?ense  prestos  y 
miran  por  sobre  los  hombros),  Hiata-hoy-te- 
pori  a  Pelé  (la  que  tiene  la  nube  y  besa  el 
regazo  de  Pelé),  Hiata-tabu-enaeua  (la  mon- 
taña en  ascuas,  que  levanta  nubes),  Hiata-ta- 
reüa  (el  masetero  adornado  con  guirnaldas)  y 
Hiata-opio  (la  joven  tenedora  de  nubes). 

Todas  estas  hermanas,  vivían  en  el  volcán, 
donde   residían  también,  a  menudo,   los  varo- 

(1)     Ellis,  Op.  cit.,  Vol.  IV,  pg.   234-236. 


314      Eeligión  del  Imperio  dé  los  Inoas 

nes,  si  bien  éstos  tienen  otras  moradas  en  la 
isla,  las  cuales  se  hallan,  sobre  todo,  en  las 
cumbres  nevadas. 

Estas  deidades  acostumbraban  comunicar 
sus  cambios  de  dirección,  por  medio  de  tem- 
blores o  de  erupciones  del  monte  en  que  se 
establecían,  lo  que  también  hacían,  cuando 
no  les  pagaban  los  debidos  sacrificios,  que  con- 
sistían en  pescado  y  otras  comidas  (1). 

Pelé  tenía  sus  sacerdotes,  a  los  cuales  ins- 
piraba, tomando  cuerpo  en  ellos.  Estos  eran, 
ordinariamente,  mujeres;  una,  a  quien  co- 
noció Ellis,  afirmaba  que  ella  era  la  misma 
diosa,  inmortal  como  ella  y  que  vivía  en  me- 
dio del  brillante  fuego  del  volcán,  en  compa- 
ñía de  los  espiritas  de  aquellos,  cuyos  huesos 
habían  sido  echados  al  cráter  (2). 

En  las  vecindades  del  monte  Kirauca, 
había  un  templo,  dedicado  a  la  diosa,  con  va- 
rias rudas  estatuas  de  piedra,  cubiertas  con 
telas  blancas  y  amarillas,  junto  a  las  cuales 
veíanse  flores,  pedazos  de  cañas  de  azúcar  y 
otras  cosas  semejantes,  depositadas  por  los  via- 
jeros, que  siempre,  al  pasar  por  este  sitio, 
ofrecían  algún  sacrificio. 

(1)    Ellis,  Op.  cit.,  Vol.  IV,  pgs.  448  a  461. 
.2)    Ellis,  Op.  cit.,  Vol.  IV,  pgs.  310-312. 


Montes  adorados  315 

Anualmente,  los  moradores  de  Hamahua, 
celebraban  en  este  templo,  nna  fiesta  en  ho- 
nor de  Pelé,  para  propiciarla  y  librar  al  país 
de  los  estragos  de  una  erupción.  A  dicha 
fiesta  concurrían  todos  los  ministros  de  su 
culto  y  en  ella  se  sacrificaba  gran  cantidad 
de  perros  y  frutas. 

Era  muy  usado,  por  los  que  por  el  borde 
del  cráter  transitaban,  el  arrojar  en  él  un  me 
chón  de  pelo  (1). 

El  volcán  Tongariro  era  objeto  de  culto 
para  los  moradores  de  la  isla  sententrional  de 
Nueva  Zelandia  (2). 

Los  Koniagas  creen  que  el  humo  que  sa- 
le de  los  volcanes,  es  el  de  las  cocinas  de  los 
dioses  o  de  sus  baños  de  vapor.  Esta  misma 
idea  se  encuentra  mucho  más  al  Sur.  Así, 
en  Oalifornia,  los  vecinos  del  monte  Thasta, 
dicen,  que  un  gran  espíritu  agujereó  el  monte, 
construyéndose,  de  este  modo,  su  wigwan  (3), 
siendo  el  humo  que  sale  del  cráter  el  del  ho- 
gar del  genio  (4). 


(1)  Ellis,  Op.  cit.,  Vol.  IV,  pg.  350. 

(2)  Luhlock,  The  Primitive  civilitation,  pgs.  300  a  316. 

(3)  Dormán,  Primitive  supertitions,   Philadelpliia,   1881, 
pg.  309. 

(4j     Id.  Id.,  Loco  cit. 


ál6       Rbligióít  del  Imperio  db  los  Incas 

Según  la  creencia  popular,  los  montes  de 
Unimak  y  de  Unalaska,  allá,  en  tiempos  re- 
motos, se  movieron  guerra,  deseosos  de  domi- 
nar los  unos  a  los  otros,  para  lo  cual  lacha- 
ban, arrojándose  piedras  inflamadas.  Los  pe- 
queños volcanes  no  pudieron  soportar  el  bom- 
bardeo, qu3  les  infligían  los  mayores,  de  mo- 
do que  estallaron  en  pedazos,  quedando  solos 
en  la  lid,  el  Macuchen  en  Unalaska  y  el  Ret- 
chesnoi  en  Unimak.  El  fragor  de  la  lucha 
fué  tal  y  tal  la  cantidad  de  piedras  y  ceniza 
que  se  arrojaron  los  dos  adversarios,  que  todo 
ser  viviente  pereció.  Cuando  el  Eetchesnoi 
comprendió  que  sus  esfuerzos  eran  vanos,  pre- 
firiendo la  muerte  a  la  derrota,  hinchóse  has- 
ta extinguirse.  Su  vencedor,  satisfecho  del 
triunfo,  duerme  tranquilo  y  sólo  humea  de 
tiempo  en  tiempo  (1). 

El  monte  Hood,  volcán  apagado  del  Ore- 
gón,  está,  según  reza  la  leyenda,  habitado  por 
hombres  ciegos  (2) 

En  Méjico,  en  donde  el  culto  de  los  mon- 
tes ocupaba  tan  prominente  lugar  (como  más 
adelante  veremos),  los  volcanes  no  podían  menos 
de  ser  reverenciados,  como  las  montañas  más 

(1)  Recias,  Les  Primitives,  París,  1903,  pg.  59. 

(2)  Dormán,  Loco  cit. 


Montes  adorados  317 

excelentes  y  poderosas,  pero  su  culto  se  con- 
fundía con  el  de  las  demás  grandes  moles  de 
la  cordillera,  por  lo  cual,  aquí  no  describire- 
mos los  ritos  con  que  se  lo  celebraba. 

Entre  los  volcanes  del  país  de  Anahuac, 
el  más  notable  es,  quizás,  el  Popocatepelt, 
nombre  que  en  azteca,  significa  monte  que 
humea  (popoca=que  humea,  tepelt==  monte)- 
Era  reverenciado  como  el  cerro  más  principal, 
especialmente,  por  los  que  vivían  cerca.  Ha- 
cíanle continuos  sacrificios  y  honrábanle  de 
un  modo  especial,  cuando  celebraban  la  fiesta 
de  los  montes. 

Atribuíanle  el  origen  de  ciertas  enferme- 
dades, y  los  que  de  ellas  sufrían,  hacían  fies- 
tas y  sacrificios  en  su  honor,  rindiendo  culto 
a  las  imágenes  que  lo  representaban,  si  bien 
esto  no  era  exclusivo  de  este  monte,  sino  co- 
mún a  todos  los  demás  (1). 

Los  antiguos  Mejicanos  decían  que  el  ne- 
vado de  Iztaecihualt  era  la  mujer  de  Popoca- 

(11  Sagohún,  Historia  de  las  cosas  de  Nueva  España, 
México,  1829,  Vol.  I,  pg.  36. 

Duran,  (Fray  Diego),  Historia  de  las  Indias  de  Nueva  Es- 
paña e  islas  de  Tierra  Firme,  México,  1880,  Vol.  II,  pgs.  202 
a  207. 

Eobelo,  Diccionario  de  mitología,  nahua.  Anales  del  Museo 
Nacional  de  México,  Hegunda  serie,  Vol.  V,  pg.  37,  México,  1908. 


318       Eeligión  del  Imperto  de  los  Incas 

tepelt  y  como  a  tal  la  adoraban  en  los  varios 
templos  qne  tenía,  sobre  todo,  en  una  cueva 
situada  en  la  misma  montaña.  En  el  templo 
mayor  de  Méjico,  había  una  imagen  de  esta 
diosa,  en  forma  de  palo,  vestida  de  azul,  cu- 
bierta la  cabeza  con  una  tiara  de  papel  blanco, 
en  cuya  parte  posterior  había  una  medalla  de 
plata,  de  la  cual  salían  plumas  blancas  y  ne- 
gras, caíanle  por  la  espalda  varias  tiras  de 
papel,  pintadas  de  negro.  Estaba  en  una  pieza 
especial  y  servíanla,  día  y  noche,  las  dignida- 
des del  templo.  Su  fiesta  se  hacía  en  el  mes 
de  Tepeilhuit,  sacrificándole  una  esclava  ves- 
tida de  verde,  con  una  tiara  blanca,  para  sig- 
nificar que  la  montaña,  cubierta  de  bosque, 
estaba  coronada  por  nieves  eternas. 

En  el  propio  monte  eran  inmolados,  anual- 
mente, cuatro  niños  pequeños,  dos  varones  y 
dos  hembras,  al  mismo  tiempo  que  le  ofrecían 
cosas  mujeriles.  Estos  sacrificios  duraban  dos 
días  y  eran  acompañados  de  grandes  plegarias 
y   ayunos  (1). 

^1)  Duran  (Fray  DiegO),  Historia  de  las  Indias  de  Nueva 
España  e  islas  de  Tierra  Firme,  Vol.  II,  pgs.  199  a  202,  Méxi- 
co, 1880. 

Róbelo,  Diccionario  de  mitología  nahua.  Anales  del  Mu- 
seo Nacional  de  México,  Segunda  Época,  Yol.  lY,  pg.  92) 
México,  1907. 


Montes  adorados  319 

Después  de  Popocatepelt,  quizás  no  hay 
otro  volcán  más  conocido  en  Méjico,  que  el 
pico  de  Orizaba  o  Poyaulitecal,  uno  de  los 
montes  más  venerados  por  los  aborígenes  del 
país  y  al  cual  atribuían  aquellas  enfermeda- 
des, que  creían  que  eran  causadas  por  el  frío, 
y,  por  esto,  los  que  tales  males  sufrían,  hacían 
su  imagen  y  le  ofrecían  sacrificios  (1). 

Los  Quichés  hacían  una  fiesta  anual  al 
volcán  de  Quezaltenango  (2). 

El  Curaca  Ohorotega,  Senderi,  contó,  al 
cronista  Gonzalo  Fernández  de  Oviedo  y  Yal- 
dez,  que  él  y  otros  Caciques  habían  bajado  al 
cráter  del  volcán  Masaya,  a  verse  con  una  vieja 
muy  arrugada,  con  pechos  que  le  llegaban  al 
ombligo,  de  escaso  e  hirsuto  pelo,  de  dientes  lar- 
gos, agudos  y  negros,  para  consultarle  si  harían 
guerra,  si  había  de  llover  y  si  la  cosecha  sería 
buena,  ya  que  a  esta  vieja  atribuían  estos  indios, 
los  terremotos  y  temporales  y  «porque  pensaban 
que  todo  su  bien  o  su  mal  procedía  della.» 


(V  Sagahún.  Historia  de  las  cosas  de  Nueva  España, 
México,  1829,  Vol.  I,  pg.  36. 

Róbelo,  Diccionario  de  mitología  nahua.  Anales  del  Mu- 
seo Nacional  de  México,  Segunda  Época.  Vol  V,  pg.  37, 
México,  1908. 

(2)  Dormán,  Primitive  superstitions,  Philadelphia,  1881, 
pg.  309. 


320       Eeligión  del  Impeeio  de  los  Incas 

Un  día  o  dos  antes  de  penetrar  en  el 
cráter,  arrojaban  allí,  en  sacrificio  a  la  vieja, 
«un  hombre  e  o  dos  o  mas  e  algunas  muje- 
res e  muchachos  e  muchachas.» 

«A  par  de  la  boca  desta  sima  de  Masa- 
ya  estaba  un  gran  montón  de  ollas  e  platos  e 
escudillas  e  cantaros  quebrados  e  otras  vasijas, 
e  algunos  sanos  e  de  muy  buen  vidriado  o 
109a  de  la  tierra,  que  solían  llevar  los  indios 
cuando  alli  yban  llenos  de  manjares  e  diver- 
sos potajes  e  los  dexaban  alli  diciendo  que 
eran  para  que  la  vieja  comiese.»   (1). 

Los  aborígenes  de  Ohile,  que  vivían  cer- 
ca de  volcanes,  les  honraban  con  sacrificios  (2). 

De  los  numerosos  volcanes  activos  que  hay 
en  el  país  que  denominaron  los  Incas,  la  mayor 
parte  de  ellos  se  encuentra,  desgraciadamente 
para  el  estudio  que  nos  ocupa,  en  las  extremi- 
dades setentrional  y  meridional  del  vasto  Im- 
perio, regiones  que,  en  los  tiempos  prehispáni- 
cos,  nos  son  mucho  menos  bien  conocidas  que 
el  centro  de  Tihuantinsuyo,  siendo  muy  escasas 
las  noticias  que  tenemos  acerca  de  las  supers- 
ticiones de  los  indios  que  en  ellas  moraban. 

(1)  Oviedo  y  Vnldez,    Historia  General    y  Natural  de  las 
Indias,  Vol.  IV,  Madrid,  1855,  pg.  76. 

(2)  Dormán,  Op.  cit.,  pg.  308. 


Montes  adobados  321 

Hay  bien  fundadas  razones  para  creer  que 
el  Ootopaxi   era    adorado    por    los    indios    de 

Muíalo  (1). 

Consta  que  los  aborígenes  de  Patato  y 
los  demás  pueblos  circunvecinos,  rendían  cul- 
to al  Tungurahua  (2),  al  cual  los  Puruhaes 
de  San  Andrés  de  Junjí,  tenían  por  mujer 
del  Ohimborazo,  asegurando  que,  a  pesar  de  sus 
inmensas  moles,  se  visitaban  y  comunicaban  (3). 

íí^otablc  semejanza  con  la  leyenda,  que, 
poco  há  transcribimos,  relativa  a  los  montes 
de  Unalaska,  tiene  la  que  los  Yauyos  conta- 
ban acerca  de  Pariacaca  o  laro,  cordillera  de 
nieve  y  monte,  el  más  alto  de  esta  parte  de 
los  Andes,  de  forma  cónica  y  junto  al  cual 
había  otro  cerro  más  pequeño,  acerca  del  que 
narraban  muchas  historias,  entre  otras,  que, 
antes  de  ser  montaña,  había  sido  hombre  (4). 

(1)  González  Sudrez,  Atlas  Arqueológico.— Id.  Prehistoria. 

(2)  González  Sudrez,  Op.  cit. 

(8)  Paz  MahJonado,  (Fray  Jhoan),  Relación  del  pueblo 
Sant  Andrés  de  Xunxi  para  el  muy  ilustre  señor  Licenciado 
Francisco  de  Aucibay  del  Consejo  de  su  Majestad  etc.  etc. 
Relaciones  Geográficas  de  Indias,  publícalas  el  Ministerio  de 
Fomento,  Perú  (editado  por  Marco  Jiménez  de  la  Espada), 
Yol.  III,  pg.  162,  Madrid,  1897. 

(4)    Ávila,   Relación  de  la  Idolatría  de  los  Indios  de  este 
Ar9obispado  de  los  Reyes  que  sea  descubierto  y  diversidad  de 
ídolos  que  adoran,  Apéndice. 
Bellglón  del  Imperio  de  los  Inow  31 


322       Religión  del  Imperio  de  los  Incas 

De  los  mitos  de  Pariacaca,  hay  dos  rela- 
ciones minaciosas,  que  analizaremos  en  su  lu- 
gar, a  más  de  publicarlas  en  los  apéndices  de 
de  esta  obra;  la  de  Avila,  «Relación  de  los 
falsos  dioses  idolatrías  y  supersticiones  de 
Huarochirí»  y  la  Quechua,  de  autor  desconoci- 
do, que  principió  a  compendiar  y  traducir 
Avila,  en  el  tratado  citado. 

Decían  que,  en  tiempos  remotos,  gentes 
del  valle  del  Rímac,  penetraron,  por  la  fuerza, 
en  Yauyos  y  poblaron  un  asiento,  que,  sin 
duda,  en  memoria  de  sus  fundadores,  llamóse 
Lima;  llevaron  consigo  estos  invasores  un 
ídolo,  llamado  Guallallo,  al  cual  sacrificaban, 
en  determinadas  épocas  del  año,  niños  y  mu- 
jeres, hasta  que  un  día  se  les  apareció  Pa- 
riacaca en  el  lugar,  en  donde  está  ahora  el 
pico  de  este  nombre,  y  les  exhortó  a  abandonar 
el  culto  de  dios  tan  poco  humanitario  y  a 
adoptar  el  suyo,  ya  que  sólo  exigía  que  le  in- 
molasen animales,  a  lo  cual  objetaron  que,  si 
tal  hiciesen,  Guallallo  se  vengaría  matando  a 
todos;  respondióles  Pariacaca,  ofreciendo  que 
él  los  defendería  y  echaría  del  lugar  a  su 
rival. 

La  lucha  entre  los  dos  dioses,  que  no 
eran  ótroi  sino  dos  volcanes,  duró  tres  días  y 


Montes  adorados  323 

tres  noches,  saliendo  victorioso  Pariacaca,  pnes 
arrojó  tal  cantidad  de  agua  y  granizo  sobre 
Gruallallo,  que  éste  huyó  a  la  Provincia  de 
Jauja,  formándose  en  el  lugar,  en  que  primi- 
tivamente se  encontraba,  un  lago.  Por  esto 
los  Yaujos  veneran  a  Pariacaca  y  le  ofrecen 
sacrificios,  subiendo,  para  este  efecto,  a  lo  más 
alto  de  la  montaña  (1). 


(1)  Cuentan  estos  indios  desta  provincia  una  fábula  do- 
nosa que  ellos  tienen  por  muy  verdadera,  y  dicen  que  los 
Yungas,  sus  vecinos  del  valle  de  Lima,  entraron  por  esta  pro- 
vincia, haciendo  guerra  y  poblaron  un  pueblo  que  boy  se  lla- 
ma Lima y  que  en  el  lago  que  está  al  pie  desta  alta  cie- 
rra de  nieve  de  Pariacaca,  tenian  un  idolo  que  llamaban 
Guallallo  al  cual  sacrificaban  algunos  tiempos  del  año  niños 
y  mugeres ;  y  les  apareció  donde  esta  este  alto  pico  de  nieve, 
un  idolo  que  se  llamaba  Pariacaca  y  les  dijo  a  los  indios  que 
hacían  este  sacrificio  a  idolo  Guallallo,  que  ellos  adoraban : 
«No  hagáis  eso  de  sacrificar  vuestros  bijos  y  mugeres,  sacri- 
fícame a  mi,  que  no  quiero  sangre  humana,  sino  que  me  sa- 
crifiquéis sangre  de  ovejas  de  la  tierra,  quellos  llaman  llamas, 
y  corderos,  que  con  esto  rae  contentare.»  I  que  ellos  le  habían 
respondido  Matarnos  ha  a  todos  si  tal  hacemos  el  Guallallo" 
y  que  el  Pariacaca  había  replicado.  «lo  peleare  con  el  y  lo 
echare  de  aquí.»  Y  asi  tres  días  con  sus  noches  peleo  el  Pa- 
riacaca con  el  Guallallo  y  lo  venció  echándolo  a  los  Andes, 
que  son  unas  montañas  de  la  provincia  de  Xauxa,  haciéndose 
el  Pariacaca  la  cierra  y  alto  pico  de  nieve  que  hoy  es  y  el 
Guallallo  otra  cierra  de  fuego.  I  asi  pelearon ;  y  el  Pariacaca 
echaba  tanta  agua  y  granizo,  que  no  lo  pudo  sufrir  el  Gua- 
llallo y  asi  lo  venció  y  hecho  donde  dicho  es,  y  de  la  mucha 
agua  que  le  echo  encima,  que  quedo  aquel  lago  que  hoy  es, 
que  llaman  de  PariacBca  ....  I  lo  tienen  hoy  creído  Ids  indios 


324       Religión  del  Impbeio  de  los  Incas 

La  gran  antigüedad  de  este  culto,  está 
atestiguado  por  el  nombre  de  la  montaña,  pues 
circunstancia  muy  de  tenerse  en  cuenta,  no 
pertenece  a  la  lengua  quichua,  sino  a  la  ay- 
mara,  en  la  cual  significa,  ^;?'e¿Zr«  caliente  que 
abrasa  (pari=caliente,  que  abrasa;  caca=pie- 
dra  (1). 

Era  Pariacaca  deidad  famosa,  de  las  más 
notables  de  Huarocbirí  y  ocupaba  lugar  pree- 
minente en  las  fábulas  cosmogónicas  de  aque- 
llos indígenas,  como  se  verá  más  adelante  (2). 

Rendíanle  culto  cada  luna,  ofreciéndole 
sacrificios,  para  los  cuales  tenían,  en  1582,  los 
Caciques  de  Anan  Yauyo,  cuatrocientas  llamas 
y  catorce  vasos  de  plata  (3). 

y  suben  a  lo  mas  alto  de  dicho  cerro  de  nieve  a  ofrecer  sus 
sacrificios  al  Pariacaca  y  por  otro  nombre  Yaro,  que  asi  dicen 
quedó  hecho  ciera  de  nieve  después  de  la  dicha  batalla.  Dá- 
vila  y  Briceño  Corregidor  de  Guarocheri,  Descripción  y  rela- 
ción de  la  provincia  de  los  Yauyos  toda  Anuan  Yauyos  y  Lorin 
Yauyos.  Relaciones  Geográficas  de  Indias.  Publícalas  el  Mi- 
nisterio de  Fomento,  Perú,  (editor  Jiménez  de  la  Espada,) 
Vol.  I,  pgs.  71  y  72,  Madrid,  1881. 

(1)  Bertonio,  Vocabulario  de  la  lengua  Aymara,  Edición 
de  Platzman,  Parte  2,  Leipzig,  1879. 

(2)  Avila,  Relación  de  la  Idolatría  de  los  Indios  de  este 
Arzobispado  de  los  Reyes  etc.  Apéndice 

Id.  Id.,  Tratado  de  los  Evangelios,  folio  27,  verso  de  los 
sin  numerar,  Lima,  1646. 

(3^  Este  dicho  cerro  de  Pariacaca  ques  (sic)  el  mas  alto 
desta  cordillera,  y  por  ser  tan  famoso  de  alto  tomo  nombre 


Monteo  adorados  325 

Los  del  ayllo,  llamado  Yampilla,  reunían- 
se, a  este  efecto,  en  un  prado  distante,  poco 
más  o  menos,  una  legua  de  Huarochirí,  en 
donde  todos  juntos  adoraban  a  Pariacaca,  a 
Ohupinamocc  y  demás  Huacas;  en  diclio  lugar 
había  un  sumidero,  ingeniosamente  arreglado, 
con  mucbo  disimulo,  por  donde  cebaban  la 
sangre  de  los  animales  inmolados,  así  como  la 
cbicha  y  otras  cosas  que  ofrecían  a  sus  dio- 
ses (1). 

Si  Pariacaca  era  adorado  continuamente 
y,  de  un  modo  especial  cada  luna,  su  gran 
fiesta  sólo  se  verificaba  cada  cinco  años,  con- 


muclia  parte  de  esta  dicha  cerranía  y  cordillera  que  corre  por 
este  dicho  reino  a  lo  largo,  de  Pariaca  que  este  (sic)  cerro 
alto  dicho  llaman  también  laro,  porque  fue  adoratorio  famoso 
donde  hacian  los  indios  sus  sacrificios  y  adoratorios  y  aun  hoy 
dia  no  están  libres  dello  porque  habrá  cuatro  años  poco  mas 
que  yo,  el  dicho  corregidor,  castigué  algunos  caciques,  siendo 
corregidor  de  la  parte  superior  desta  provincia  que  llaman 
Anan  Yauyos  y  les  quite  cuatrocientas  cabezas  de  ganado  desta 
tierra  con  catorce  vasos  de  plata  que  hacian  sus  sacrificios 
cada  luna.  Dávila  y  Briceño  [Corregidor  de  Guarocheri,  Des- 
cripción y  Relación  de  la  provincia  de  Yauyos  toda  Anan  Yau- 
yos y  Lorin  Yauyos.  —  Relaciones  geográficas  de  Indias.  Pu- 
blícalas el  Ministerio  de  fomento,  Perú  (editor  M.  Jiménez  de 
la  Espada),  Vol.  I,  pg.  71,  Madrid,   1881. 

(1)  Carta  del  Padre  Fab  án  de  Ayala,  al  Arzobispo  de 
Lima,  desde  Santiago  de  Anchocaya,  el  12  de  Abril  de  1611, 
Apéndice. 


326       Religión  del  Imperio  de  los  Ínoas 

curriendo  a  ella  toda  la  provincia;  dicha  fiesta 
duraba  cinco  días  (1). 

No  sólo  aquellos  montes  que,  con  sus  for- 
midables manifestaciones  ígneas,  con  los  des- 
trozos y  ruinas  que  acumulaban,  cuando,  sa- 
liendo de  traicionero  letargo,  daban  nuevas 
señales  de  actividad,  imponían  terror  y  res- 
peto a  los  que  vivían  en  sus  faldas,  fueron 
adorados  por  los  Peruanos  que,  si  prontos  a 
ofrecer  sacrificios  y  a  hacer  cuanto  les  era 
posible,  para  conciliar  aquellos  poderes,  cuya 
temible  influencia  experimentaban,  rendían 
también  ferviente  culto  a  los  espíritus  benig- 
nos, de  los  cuales  creían  haber  recibido  algún 
favor,  para  agradecerles  sus  beneficios,  dando 
así,  muestras  de  gratitud  y  para  que  no  ce- 
sasen de  prodigarles  sus  dones,  manifestándose, 
de  este  modo  interesados. 

De  allí  el  que  rindieran  culto  a  muchos 
montes,  especialmente  a  aquellos  cuya  cima  co- 


(1)  En  resolución  me  dixo  (Dn.  Cristóbal  Choqqueaccaca) 
que  aunque  siempre  toda  esta  provincia,  y  otras  comarcanas 
adoraban  por  su  Dios  principal  a  Pariacaca  y  Chaupinamoec 
su  hermana.  Pero  que  cada  cinco  años  se  hazia  una  fiesta  mny 
celebrada  a  que  concurría  toda  la  comarca  y  duraba  cinco  días, 
Avila,  tratado  de  los  Evangelios,  Lima,  1646  fol.  27,  verso  de 
los  no  numerados. 


Montes  adoeados  327 

roñaba  nieve  eterna  (1),  pues  teníanles  por 
causantes  de  los  muchos  ríos,  que  de  ellos  se 
originaban  y  que  tan  preciosos  les  eran  para 
su  sustento,  ya  que,  pueblo  agricultor,  que 
vivía  en  un  país  árido  y  que  mediante  sus 
ingeniosos  canales  de  regadío  llevaba  el  agua 
desde  las  escarpadas  faldas  de  la  cordillera 
hasta  sus  huertos,  sólo  podía  esperar  que,  fer- 
tilizada la  tierra  con  la  humedad,  le  rindiese  los 
frutos  indispensables  para  su  manutención  (2). 
'No  tan  solamente  por  el  motivo  enunciado, 
rindieron  culto  los  subditos  de  los  Incas  a  las 
grandes  moles  de  la  cordillera,  cuya  adoración, 
en  un  principio,  es  probable  que  se  inspirase  en 
otros  móviles  distintos  de  los  de  la  gratitud. 
Muchos  negros  africanos,  si  bien  creen  en  la 
existencia  de  espíritus  benignos,  se  cuidan  poco 


(l'i  (Adoraban)  las  Sierras  nevadas  que  llaman  Razu  o  por 
sincope  Razo  o  Ritti  que  todo  quiere  decir  nieve,  Arriaga, 
Extirpación  de  la  Idolatría,  pg.  11,  Lima,  1621. 

Quien  adora  la  Sierra  nevada tirándose  las  cejas? 

Villagómez,  Carta  Pastoral  de  e  xhortación  e  instrucción 
contra  las  Idolatrías  de  los  iLdios  del  Arzobispado  de  Lima, 
fol.  61  a  63,  Lima  1649. 

(2)  Otros  (adoraban;  a  la  cordillera  grande  de  la  sierra 
nevada,  por  su  altura  y  admir-able  grandeza,  y  por  los  mu- 
chos ríos  que  salen  della  para  los  riegos. 

Garcilazo  de  la  Vega,  Comentarios  reales,  Lisboa,  1609» 
folios  10  verso. 


328      Ébligióx  del  Imperio  de  los  Ínoas 

de  ellos,  pues  no  los  temen,  mientras  tratan 
de  congratularse  con  los  genios  malignos,  a 
quienes  atribuyen  toda  adversidad  (1).  De 
igual  manera  proceden,  muy  amenudo,  los  pri- 
mitivos, cuyos  dioses  son  más  temidos  que 
amados. 

Así,  si  las  fuentes,  que  brotan  en  los 
picos  de  los  Andes,  inspiraron  a  los  antiguos 
peruanos,  gratitud  para  con  los  montes,  más 
vivo  debió  ser  el  sentimiento  de  respeto  y 
temor  que  las  grandes  tempestades  y  nu- 
blados, que  en  ellos  se  formaban,  suscitaron 
en  el  corazón  de  aquellos  rudos  habitantes, 
que  tantas  veces  experimentaron,  a  no  dudar- 
lo, el  furor  de  los  vendavales,  los  destrozos 
de  las  heladas  y  los  estragos  de  diluviales 
aguaceros,  tan  frecuentes  y  repentinos  en  los 
valles,  situados  al  pie  de  las  grandes  cumbres 
andinas,  sin  que  haya  sido  extraña  al  carác- 
ter sagrado  de  los  montes,  el  rayo,  cuyo  eco 
repiten  y  multiplican  los  riscos  de  la  cordi- 
llera. 

Imposible  es  formar  una  lista  completa 
de  todos  los  nevados  que  han  sido  adorados 
en  el  Perú,  y  más  aún  el  precisar  el  origen 

(1)     VerTieau  (K),  Les    Hindembourg   en  bois  des    Negrea 
de  Loango.    L'Antrophologie,  Vol.  XXVII,  pg.  111,  París,  1916. 


Montes  adorados  329 

de  su  culto  y  los  poderes  que  se  les  atribuían. 
Pero  no  por  eso  será  menos  interesante  el 
examinar  los  ejemplos,  que,  de  este  culto  se 
encuentran  en  las  relaciones  de  los  primeros 
españoles,  establecidos  en  el  Perú.  Así,  sa- 
bemos que  el  Chimborazo,  (Chimbo  -  razo  = 
íí^evado  de  Chimbo,  por  otro  nombre  Urco-raso 
=  Cerro  de  nieve)  una  de  las  más  imponentes 
y  hermosas  cimas  de  los  Andes,  fue  reveren- 
ciado por  los  Puruhaes,  quienes,  al  pie  de  las 
nieves,  tenían  edificado  un  templo,  en  donde 
se  juntaba  toda  la  gente  de  la  vecindad,  para 
hacer  sacrificios.  (1) 

Creían  que  era  varón  y  decían  que  de  él 
habían  nacido.  Ofrecíanle  muchachas  vírgenes 
y  principales;  llamas,  dejándolas  en  liber- 
tad en  el  páramo,  a  las  que  nadie  osaba  ha- 
cer daño,  de  temor  de  que  el  monte  se  irri- 
tase y  les  enviase  heladas  y  granizo.  Había 
muchas,  cuando  el  Licenciado  Ortegón,  Oidor 
de  Quito,  visitó  aquella  Provincia  y,  para 
quitar  a  los  indios  estas  supersticiones,  man- 
dólas   matar,  acaeciendo,    poco  después,  gran- 

(1)  Nuestras  excavaciones  arqueológicas  en  Puruhá,  han 
demostrado  que  el  Chimborazo  es  volcán  prehistórico.  Sobre 
su  culto,  véase  nuestro  articulo:  Folk  -  lore  del  Chimborazo, 
Revista  de  la  Asociación  Católica  de  la  Juventud  Ecuatoria- 
na, tomo  III,  pg.  B69  y  sig.,  Quito  1919. 


aso       Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

des  heladas,    confirmándose  los  indios    en    su 
creencia  (1). 

En  la  Provincia  de  Encanas  y  Soras,  ju- 
risdicción de  la  ciudad  de  Gruamauga,  hay 
otro  monte  nevado,  que  adoraron  los  indíge- 
nas en  su  gentilidad;  dicho  Oaruarazo  (Karu 
=  combustible,  razo  =  nevado,  esto  es,  nevado 
combustible),  designación  muy  propia  para  un 
volcán.      Palomino    propone    otra    etimología 


(1)  Es  tierra  templada  (Sant.  Andrés  de  Xunxi),  está  á 
el  pie  del  volcán  llamado  Cliimborazo,  que  quiere  decir  en  su 
lengua  del  Inga  «cerro  nevado  de  Chimbo»  al  cual  tienen  en 
gran  veneración,  y  lo  adoraban  y  adoran,  aunque  no  á  lo 
descubierto,  porque  dicen  nazcieron  del.  Sacrificaban  en  este 
cerro  mucbas  doncellas  vírgenes,  bijas  de  Señores,  y  obejas 
de  la  tierra;  y  otras  echaban  vivas;  y  hoy  día  (1582;  hay  mu- 
chas al  pie  de  la  nieve,  á  las  cuales  no  matan  los  indios  ni 
llegan  á  ellas  para  hacelles  mal,  por  decir  que  el  dicho  vol- 
can les  hechara  heladas  en  sus  sementeras  y  granizos  y  lo 
tienen  por  abuzion.  Y  viniendo  á  visitar  esta  tierra  el  ilus- 
trísimo  señor  almirante  y  duque  don  Diego  Ortegon,  por  qui- 
teilles  este  abuso,  mandando  á  muchos  españoles  fuesen  a 
matar  destas  obejas  y  que  fuesen  muchos  indios  con  ellos ;  y 
fueron  harto  contra  su  voluntad  y  dijeron  y  aun  hicieron 
grandes  llantos,  diciendo  que  se  les  habia  de  helar  las  ce- 
menteras,  por  matar  las  obejas  ofrecidas  al  volcan  suso  dicho; 
y  sabiendo  esto  el  dicho  señor  visitador,  los  envió,  y  a  la 
vuelta  hallaron  los  maizes  helados,  por  haber  helado  aque- 
llos dias  y  confirmaronseles  su  abución  y  atribuyéronlo  a 
que  por  haber  ido  los  españoles  a  matar  las  obejas,  habia 
helado;  y  castigóles  el  señor  ilmiraute.  Y  no  osan  comer 
esta  carne  destas  ovejas,  por  estar  ofrecidas  aunq^ues  muy 
buena  carne. 


MOiíTES    ADORADOS  331 

para  este  nombre,  cuyo  significado,  es  según 
él,  nevado  amarillo  (de  Karhua  =  amarillo) ; 
color  qne  don  Marcos  Jiménez  de  la  Espada, 
dice  provenir  de  los  gases  sulfurosos,  conden- 
sados  sobre  la  nieve  (1). 

El  Ooropuna  (Koro  =  pelado,  puna  =  pá- 
ramo; esto  es,  páramo  pelado),  monte  cubier- 
to de  eternas  nieves,  era  una  haaca  muy  cé- 
lebre, ya  que  a  ella  iban  en  peregrinación  los 
Incas  (2). 

En  la  provincia  de  Oollaguas  vivían  dos 
tribus,  los  Collaguas  y  los  Oavanas,  diferentes 

Alrededor  del  (Chimborazoi,  al  pie  de  la  nieve,  hay  hoy 
día  algunos  edificios  caldos  donde  acudia  toda  la  tierra  alre- 
dedor a  ofrecer,  cada  vez  que  se  les  antojaba.  Fray  Juan  de 
Paz  Maldonado,  Relación  del  pueblo  de  Sant  Andrés  Xunxi 
para  el  muy  Ilustre  Señor  Licenciado  Francisco  de  Auncibay 
del  Concejo  de  su  Majestad  y  su  Oydqr  en  la  Real  Audiencia 
de  Quito.  Relaciones  geográficas  de  Indias,  publícalas  el  Mi- 
nisterio de  Fomento,  Perú  ''editado  por  Jiménez  de  la  Espa- 
da), Vol.  III,  pg3.  150  a  152,  Madrid,.  1897. 

(1)  Y  lo  que  en  jeneral  adoraban  es  un  cerro  nevado 
que  esta  en  lo  alto  de  la  sierra  desta  provincia,  que  se  lla- 
ma Caruaraso  que  quiere  decir  nieve  amarilla.  Hernando 
Palomino,  Descripción  de  la  Tierra  del  repartimiento  de 
Atunsora  encomendado  a  Hernando  Palomino,  jurisdicción  de 
la  ciudad  de  Guamanga.  Relaciones  geográficas,  Vol.  I,  pg. 
172. 

(2j  Coropuna  que  es  en  la  provincia  de  Condesuyo  es  un 
cerro  muy  grande  cubierto  de  nieve  y  los  Reyes  del  Ppirú  vi- 
sitaban este  templo.  Cieza,  Segunda  parte  de  la  Crónica  del 
Perú,  pg.  111,  Madrid,  1880. 


332       Eeligióx  del  Imperio  de  los  Ixcas 

entre  sí  por  su  lenguaje,  trajes  y  costumbres. 
Los  primeros  deformábanse  el  cráneo,  mediante 
una  presión  circular,  que  impedía  el  desarro- 
llo de  los  diámetros  antero  posterior  y  trans- 
versal, produciendo  un  excesivo  desarrollo  ver- 
tical, lo  que  hacían  dizque  para  tener  las  ca- 
bezas semejantes  al  Oollaguata  (KoUa  =  la 
sierra  alta,  huata  =  amarra,  lazo),  nevado  al 
cual  adoraban,  asegurando  que  de  él  había  sa- 
lido mucha  gente,  la  cual  bajó  al  valle,  ven- 
ció y  sujetó  a  sus  antiguos  moradores,  fun- 
dando la  Kación  Oollagua  (1). 

Los  Oavanas  aplastábanse  el  cráneo  des- 
de niños,  oprimiendo  el  frontal  y  el  occipital  y 
tenían  por  pacarina  a  la  alta  sierra,  denomi- 
nada Guallcahuallca  (voz  aymara  huallke=pre- 

''1)     Se  llaman  collaguas por  antigualla;  tienen  para  si 

por  noticia  que  se  dan  heredada  de  padres  a  Hijos,  que  proce- 
den de  una  guaca  o  odoratorio  antiguo  questá  en  los  términos 
de  la  provincia  de  Tellilli,  comarcana  desta,  ques  un  cerro 
nevado  a  manera  de  volcán,  señalado  de  los  otros  serros 
que  por  alli  hay,  el  cual  se  llama  Collaguata;  dicen  que  por 
este  cerro  ó  de  dentro  del  salió  mucha  gente  y  bajaron  a  esta 
provincia  y  valle  della,  que  este  rio  en  que  están  poblados» 
e  vencieron  los  que  eran  naturales  e  los  echaron  por  fuerza  e 

se    quedaron    ellos dicho    volcán   llamado    Collaguata   que 

antiguamente  suele  fsic)  ser  adorado  de  ellos,  como  cosa  que  te- 
nían por  fee  que  procedían  de  aquella  guaca  o  adoratorio.  Joa7i 
de  Ulloa  Mogollón,  Relación  de  la  provincia  de  los  Collaguas. 
Belaciones  geográficas  de  Indias,  Vol.  I,  pg.  40,  Madrid,  1885. 


Montes  adobados  333 

nada,  hnallke  o  duplicación  superlativa)  y  la 
adoraban  (1). 

No  eran  éstas  las  únicas  cumbres,  cubier- 
tas de  nieve  eterna,  a  las  que  rendían  culto  los 
naturales  de  aquellas  regiones.  También  tribu- 
taban honores  divinos  al  Suquilpa  (suki  =  des- 
colorido, pálido;  alpa  =  tierra;  esto  es,  Suquil- 
pa =  tierra  descolorida),  Apoquico  (apu  =  el 
señor ;  el  padre ;  quicu  =  árbol  del  páramo, 
esto  es:  señor  del  quico)  y  Omascota  (urna  =  ca- 
beza, jefe;  koto  ==:  montón  de  objetos  menu- 
dos, esto  es:  montón  jefe)  (2). 

Adorábanles  de  pie,  con  las  manos  jun- 
tas, haciendo,  al  mismo  tiempo,  cierto  sonido 


(1)  Los  de  la  provincia  de  Cavana  tienen  por  antigualla 
que  vinieron  al  asiento  donde  agora  esta  el  pueblo  de  Cavana 
de  un  cerro  questa  enfrente  del  que  se  llama  Gualcagualca 
nevado  .  . .  Dicen  también  que  algunos  hermanos  e  compañe- 
ros suyos  fueron  desde  el  diclio  cerro  Gualcagualca  hacia  la 
sierra  e  poblaron  el  pueblo  de  Cavana  Colla.  Ulloa  Mogollón, 
Relación  de  la  provincia  de  los  Collaguas.  Relaciones  geo- 
gráficas. Vol.  I,  pg.  40,  Madrid,  1885. 

(2)  Las  adoraciones  que  tenian  eran  las  guacas,  que  las 
principales  que  habia  en  esta  provincia,  se  llamaba  Collagua- 
ta,  Suquilpa,  Apoquico,  Omascota,  Gualcagualca.  Todos  eran 
y  son  cerros  altos  nevados,  que  por  algún  beneficio  que  les 
venia  dellos,  como  es  que  la  nieve  que  cae  de  algunos  de  ellos 
riegan  algunas  tierras  o  se  funda  algún  rio.  Vlloa  Alogollón, 
Relación  de  la  provincia  de  Collaguas.  Relaciones  geográficas, 
Vol.  I,  pg.  44,  Madrid    188B. 


334      Eeltgión  del  Imperio  de  los  Incas 

con  los  labios,  como  para  besar:  reverencia 
tributada  a  todos  los  demás  dioses  (1). 

Sacrificábanles  intestinos  de  llamas  y  otros 
animales  y,  por  orden  expresa  del  Inca,  en 
ciertas  ocasiones,  inmolaban  bombres,  siendo 
más  común  les  ofrendasen  imágenes  de  oro  y 
plata  (2). 

(1)  La  costum"bre  era,  adoración  (sic)  parados  alargando 
juntas  las  manos  con  gran  demostración  de  humildad. 

Ulloa  Mogollón,  Loco  cit. 

Acosta,  Historia  natural  y  moral  de  las  Indias,  Sevilla, 
1590,  pg.  312. 

(2).  Sacrificaban,  era  (sIc)  intestinos  de  corderos,  de  ani- 
males y  de  conejos,  que  se  llaman  en  su  lengua  cubies ;  y 
cuando    el  dicho  inga  quería   hacer   algún    sacrificio  famoso  e 

aplacar    alguna    guaca    que    decir   estar    airada enviaba   a 

mandar  que  sacrificasen  hombres  a  las  tales  huacas e  sin 

su  orden  no  podian  sacrificar  indios.  A^^imismo  hacian  bultos 
pequeños  de  oro  e  de  plata  e  lus  sacrificaban. 

Ulloa  Mogollón,  Loco  cit. 

Las  antecedentes  palabras  de  Ulloa  Mogollón  nos  traen  a 
la  memoria  que,  según  informes  verídicos,  se  encontró,  hace 
años,  en  los  picos  del  Rumiñahui  (Nudo  de  Tiupulloi,  una 
figurita  de  oro,  de  aquel  tipo  incaico  bien  conocido,  que  re- 
presenta una  miijVr  desnuda,  tal  como  se  ve  en  la  L  153 
de  Baessler,  Ancient  Peruvian  Art.  Era  uno  de  aquellos  bul- 
tos de  que  habla  el  Corregidor  de  los  Collaguas.  ¿Sacrifica- 
rianse  aquellas  imágenes  en  lugar  de  mujeres?  Figurillas, 
confeccionadas  de  un  modo  semejante,  hay,  que  representan 
un  varón  o  una  llama.  (Jijón  y  Larrea,  Un  cementerio  In- 
cásico en  Quito.  Quito  1918.  L.  XL,  fig.  2,  pgs.  51-53)  siendo 
las  más  frecuentes  mujeres;  quizás,  porque  casi  todos  los  sa- 
crificios humanos  que  se  ofrecían  en  el  Perú  eran  de  mujeres 
y  ptirque  no  Talla  la  ptna  de  Buetituir  una  llama  por   una 


Montes  adobados  335 

Según  Cieza  de  León,  el  tercer  oráculo  de 
los  Incas,  era  el  templo  de  Yilcanota.  Esta 
palabra  es  de  origen  aymara,  lengna  en  qne 
significa  Casa  de  lo  sagrado  (hnilcana  =  de  lo 
sagrado,  (mana  icaJcouda,  huaca)  uta  =  casa). 
Difícil  es  saber  si  el  templo  dio  nombre  a  la 
montaña,  o  si  faé  hecho  para  adorarla;  mas  no 
nos  sorprendería  que  haya  sido  el  propio  cerro 
la  mansión  de  la  faeiza  mágico- sagrada,  y  el 
santuario  tan  sólo  un  lugar  destinado  al  culto 
de  ella  (1). 

Los  indios  de  La  Paz  tenían  por  huaca  al 
Ilimani  (2),  cuya  extraordinaria  mole  de  eterna 
nieve,  les  parecía  cosa  divina    (3). 


figura  de  metal  precioso.  El  sustituir  una  victima  humana 
por  una  imagen,  es  un  procedimiento  bien  conocido  (Frazer, 
The  Golden  Bough,  Vol.  IV,  The  Dying  God,  pgs.  214  a  220, 
London,  1'J14),  del  cual  no  faltarán  ejemplares  en  este  estudio. 

La  figurilla  encontrada  en  el  Rumiñahui,  fué  obsequiada  a 
Pío  X,  habiéndola,  previamente,  colocado  sobre  un  soporte  de 
pésimo  gusto. 

^1)  El  tercer  oráculo  y  guaca  de  los  Incas,  era  el  templo 
de  Vilcanota.  Cieza  de  León,  Segunda  parte  de  la  Crónica  del 
Perú,  pg.  lio,  Madrid,   1880. 

(2)  Sobre  el  origen  atacamefío  de  este  nombre,  véase  Vhle^ 
Fundamentos  étnicos  de  la  región  de  Arica  y  Tacna  —  Bo- 
letín de  la  Sociedad  Ecuatoriana  de  Estudios  Históricos,  Vol. 
II,  pg.  20,  Quito,  1919. 

(3)  Hay  otra  adoración  que  se  llama  Hillemana,  que  es 
una  cierra  alfa  cablertti  de  nieves,   CtiVé¿a  tfe  Vaca  (Diego), 


336       Eeligión  del  Impeeio  db  los  Incas 

No  se  limitaron  los  peruanos  a  adorar  a 
aquellos  montes,  cuya  cima  permanecía  siem- 
pre cubierta  de  liielo,  sino  que  también  rendían 
culto  a  muchas  otras  montañas,  notables  por  su 
forma  o  tamaño,  o  a  ^-andes  rocas  o  piedras, 
llamándolas  con  nombres  particulares  y  con- 
tando acerca  de  ellas  variados   mitos  (1). 

Los  Guamachucos  veneraban  a  dos  altísi- 
mas sierras,  dichas  Xulcaguaec  (sulká=el  me- 
jor, el  más  joven;  guaec  =  huaca  (?),  esto  es: 
la  mejor  huaca)  y  lanahuanca  (yaua  =  compa- 
ñero, sirviente;  huancu  =  gran  piedra,  esto  es: 
el  peñón  sirviente),  a  las  que  acudían,  cuando 
tenían  guerra  con  sus  vecinos,  para  que  les  die- 
sen fuerzas  (2). 


Descripción    y  relación    de    la  ciudad  de  La  Paz.    Relaciones 
geográficas  etc.,  Vol.  II,  pg.   71,  Madrid,  1885. 

(1)  A  Cerros  altos  y  montes  y  algunas  piedras  muy  gran- 
des también  adoran  y  mocha  y  les  llaman  con  nombres  parti- 
culares, y  tienen  sobre  ellos  mil  favulas  de  conversiones  y 
metamorfosis  y  que  fueron  antes  hombres  y  se  convirtieron  en 
aquellas  piedras.  Árriaga,  Extirpación  de  la  Idolatría,  pg.  11, 
Lima,  1621. 

(2)  Para  cuando  se  alzaba  alguna  provincia  contra  ellos 
tenían  su  idolo  y  guaca  que  se  llamaba.  lanaguanca  y  con  ella 
otra  que  se  llamaba  Xulcaguaec  y  con  ella  Atuguju,  estas 
eran  dos  ceiTOS  muy  altos,  y  a  estos  mochaban  y  adoraban 
para  que  les  diese  fuerzas.  Relación  de  la  religión  y  ritos  de 
los  indios  de  Gnamachuco,  hecha  por  los  primeros  religiosos 
agustinos,  que  allí  pasaron,  para  la  conversión  de  los  naturales, 


MOKTES    ADOBADOS 


337 


Al  Ancón cagua  (aymara,  anco  =niño  tier- 
no, débil;  cahua  =  camiseta,  f anda,  boina),  en 
la  Provincia  de  Hatun  Gana,  ofrecían  muchos 
sacrificios,  no  sólo  de  animales,  sino  de  hom- 
bres (1). 

Muchos  eran  los  dioses  de  los  Collas,  mas, 
especialmente,  reverenciaban  a  los  cerros  que 
llaman  Oollo  o,  en  plural,  Collo-Collo.  En  la 
Provincia  de  Chucuyto,  eran  los  más  célebres 
el  Ano -ano  (aymara- ano  =  perro,  ano- ano  = 
perros  o  gran  perro)  o  Don  Oararo,  el  Atuca- 
chi  (quichua- hatun  =  grande,  cachi  =  sal),  el 
Ocapia  (quichua -kapya  =  blando,  relativamen- 
te blando),  el  Pachapagui  (quichua- pacha  == 
tierra,  paqui  =  quiebra,  esto  es:  quiebra  la  tie- 
rra) y  el  Pochpo- eolio  (2). 

Cclección  de  documentos,  inéditos,  relativos  al  descubrimiento. 
Conquista  y  Colonización  de  las  posesiones  españolas  en  Ame- 
rica y  Oceania,  publicados  por  Torres  Mendoza,  Vol.  III,  pg. 

37,  Madrid,  1865.  .      .     tt  . 

(Ij  ^Anconcagua)  estaba  pegado  a  la  provincia  de  Hatun 
Cana,  y  a  tiempos  iban  de  muchas  partes  con  gran  venera- 
ción - .  -  dicese  que  sin  los  muchos  animales  que  sacrificaban  a 
este  diablo..-,  hacian  lo  mismo  de  algunos  indios  e  indias. 
Cieza  de  León,  Segunda  parte  de  la  Crónica  del  Perú,  pg.  111, 

Madrid,  1880. 

(2)     Muchas  cosas  adoran  los  indios  pero  especialmente  son 
dados  a  la  adoración  de  los  cerros,    que  ellos   llaman  eolio,  o 
eolio  eolio  quando  son  muchos,  y  tienen  sus  nombres  particu- 
lares en  cada  Provincia.    En  esta  de  Chuncuyto  es  muy  cele- 
Beliglón  del  Imperio  de  los  Incas 


338      Ebligión  del  Imperio  de  los  Ingas 

El  favor  que  en  el  Ouzco  lograba  esta 
clase  de  cultos,  no  era  menor  que  el  que  tenía 
en  las  Provincias  del  Imperio,  ya  que  no  ha- 
bía menos  de  diez  y  seis  huacas,  que  eran 
montes  o  colinas,  situados  en  los  alrrededores 
de  la  ciudad. 

Principiando  por  aqaellos  adoratorios,  que 
había  en  la  dirección  de  Ohinchansuyo,  en- 
contramos que  la  quinta  huaca  del  primer 
ceque,  era  el  cerro  Sonconancay  (8onkon=  co- 
razón; cay  =  el  ser  la  posesión,  esto  es:  el  que 
tiene  corazón),  en  donde  hacían  sacrificios  por 
la  salud  del  Inca   (1). 

En  el  cuarto  ceque  de  Oollasuyo,  era  la 
séptima  huaca  Raraoquirau,  (rarzo  o,  por  apó- 
cope, rrtrí>==  cerro  nevado;  g'íí¿r«^diente),  mon- 
te adorado  por  su  tamaño  (2). 

La  novena  del  mismo  ceque  era  el  cerro 
Sinayba,  junto  al  cual  estaba  la  décima  y  úl- 

bre  un  cerro  que  llaman  Ano -ano  o  Don  Cararo Otro  se 

dize  Atucachi,  Ccapia,  Pachapaqui  Poclipo- eolio  etc.  Bertonio, 
Confesionario  muy  copioso  en  dos  lenguas  Aymara  y  Española, 
pg.  250,  Juli,  1612. 

(1)  La  quinta  y  postrera  huaca  deste  ceque  tenia  por  nom- 
bre Sonconankay  es  un  cerro  donde  era  muy  antiguo  ofrecer 
Bacrificios  por  la  salud  del  Inca.  Coho,  Historia  del  Nuevo 
Mundo,  Sevilla,  1839,  Vol,  lY. 

(2)  La  sétima  se  decia  Raraoquírau.  Es  un  cerro  grande 
que  adoraban  por  su  grandeza  y  por  ser  señalado.  Cobo,  His- 
toria del  Nuevo  Mundo,  Sevilla,  1889. 


Montes  adoeados  339 

tima  del  ceqne,  llamada  Samiurco  (sumi alar- 
go, extendido,  iirco  =  monte),  a  la  que  ofrecían 

conchas  (1). 

La  cuarta  huaca  del  octavo  ceque  de  es- 
te mismo  camino,  era  una  colina,  llamada 
Ohuquimarca  (avmara;  choke  =  oro,  marca  = 
pueblo),  a  la  que  ofrecían  conchas  molidas  (2). 

La  décimatercia  del  noveno  ceque,  era  el 
monte  Punco  (punco  =:  puerta),  al  que  ofre- 
cían los  restos  de  los  sacrificios  de  las  de- 
más huacas  (3). 

De  mayor  importancia  era  Mantocalla 
(mantay  =  extender,  desplegar;  callay  =  prin- 
cipiar, comenzar),  sexta  huaca  del  tercer  ceque 
de  Antinsuyo,  cerro  de  gran  veneración,  en 
el  cual,  al  tiempo  de  desgranar  el  maíz,  ha- 
cían muchos  sacrificios,  entre  otros,  el  de  ha- 
ces de   leña    labrada,   vestida    como    hombres 


(Ij  La  novena  Guaca  es  un  cerro  grande  llamado  Sinay- 
ba  que  está  de  estotro  cabo  de  Quispkanche. 

La  decima  y  ultima  se  decia  Sumeurco  es  un  cerro  que 
tenían  puesto  por  limite  de  las  Guacas  deste  Ceque.  Está 
junto  al  de  arriba,  y  ofrecíanle  conchas.    Coho,  Op.  cit.,  Vol.  IV. 

(2;  La  cuarta  era  un  cerrillo  llamado  Chuquimarca,  que 
está  junto  a  Guanacauri  ofrecíanle  conchas  molidas.  Coho,  Op. 
cit.,  Vol.  IV. 

(3)  La  postrera  guaca  de  este  camino  era  un  cerro  llama- 
do Punco,  a  donde  ofrecían  lo  que  sobraba  de  las  Guacas  des- 
te  Ceque.    Coho,  Op.  cit.,  Vol.  IV. 


340      Eeligióx  del  Imperio  de  los  Incas 

y  mujeres,  y  gran  cantidad  de  falsas  mazorcas 
de  maíz,  hechas  de  madera.  Mas  no  se  limi- 
taban a  tan  incruentos  sacrificios,  ya  que  que- 
maban muchas  llamas  y  aún  se  dice,  que  ma- 
taban niños  (1). 

Muy  probable  es  que  Mantocalla  haya  si- 
do una  huaca  de  gran  importancia,  en  tiem- 
pos remotos,  cuyas  aras  se  humedecían,  a  me- 
nudo, con  sangre  humana,  y  que,  andando  los 
tiempos,  disminuyendo  la  importancia  de  este 
santuario  y  suavizándose  las  costumbres,  se 
sustituyeran  los  sacrificios  de  hombres  con  los 
de  imágenes  que  los  representaban,  procedi- 
miento bien  conocido,  del  que  hay  muchos 
ejemplos  y  que  en  su  lugar  estudiaremos  (2). 

En  la  dirección  de  Oontinsuyo,  notamos 
que  la  décimaquinta  huaca  del  octavo  ceque, 


[1)  La  sexta  se  decía  Mantocalla  que  era  un  cerro  en  gran 
veneración,  en  el  cual,  al  tiempo  de  desgranar  el  mais,  ha- 
cían ciertos  sacrificios,  y  para  ellos  ponían  en  el  diclio  cerro 
muchos  haces  de  leña  labrada,  vestidos  como  hombres  y  mu- 
jeres y  gran  cantidad  de  mazorcas  de  maíz,  hechas  de  palo; 
y  después  de  grandes  borracheras,  quemaban  muchos  carneros, 
con  la  leña  dicha  3'  mataban  algunos  niños.  Cobo,  Op.  cit., 
Yol.  IV. 

'2)  Frazer,  The  Golden  Bough,  Vol.  IV.  The  Dying  God, 
pg.  214  a  280,  London,  1914. 

Westemai'ck,  The  Origin  and  Developement  of  the  Moral 
Ideas,  Vol.  I,  pgs.  469  y  siguientes.  London,  1912. 


Montes  adorados  341 

era  el  monte  Lluquirivi  (1);  la  segunda  del 
siguiente  ceque,  Micayurco  (mikuy  =  córner^ 
arko  =  cerro)  (2) ;  la  cuarta  del  décimo  ceque, 
Yiracochaurco  (Yiracocha,  urco  =  cerro)  (3); 
la  cuarta  del  undécimo,  Tampuurco  (tampu  = 
posada,  urco  =  cerro)  (4).  Igual  número  del 
decimocuarto  ceque,  era  una  colina,  llamada 
Pomaguaci  (puma  =  león,  guaci  =  casa)  (5). 

En  el  siguiente  ceque,  estaba  Pautan  aya 
(pantay  =  errar,  equivocarse,  pecar;  na  =:  in- 
terjección de  duda,  ya  :=  exclamación  de  sor- 
presa), monte  partido  por  el  medio  y  que  di- 
vidía el  camino  de  Ohinchansuyo  del  de  Oon- 

tinsuyo  (6). 

Ohinchancuay    y    Quiquijana    (quiqui=: 

propio,  mismo;   kána  ==  hombre  vil,  desprecia- 

(1)  La  ultima  guaca  desde  Ceque  se  decía  Liuriquivi.  Es 
un  cerro  grande  junto  a  la  quebrada  de  arriba.   Coho^  Op.  cit., 

Vol.  IV. 

(2'  La  segunda  se  llama  Micayurco.  Es  un  cerro  grande 
que  está  encima  de  Puquin.   Cobo,  Op.  cit.,  Vol.  IV. 

(3)  La  cuarta  Viracocbaurco.  Es  un  cerro  que  está  encima 
de  Puquin.  Cobo,  Op.  cit.,  Vol.  IV. 

;4~)  La  cuarta  Tampurco,  es  otro  cerro  que  está  a  un  lado 
del  de  Puquin.   Cobo,  Op.  cit.,  Vol.  IV. 

1^5]  La  cuarta  Pomaguaci  es  un  cerrillo  al  cabo  deste  Ce. 
que.   Cobo,  Op.  cit.,  Vol.  IV. 

(6;  La  cuarta  Pantanaya,  es  un  cerro  grande  partido  por 
medio,  que  divide  los  caminos  de  Cbincha  y  Condensuyo  o 
Continsuyo.  Cobo,  Op.  cit.,  Vol.  IV. 


342       Eeltgión  del  Impeeio  de  los  Ínoas 

ble,  enseña  que  se  cnelga  a  la  puerta  de  la  chi- 
chería) eran  dos  montes,  que  no  pertenecían 
a  ningún  ceque  y  eran  adorados  (1). 

íío  era  exclusiva  del  Perú,  la  adoración 
a  las  montañas:  encuéntrasela  en  todos  aque- 
llos pueblos,  que  no  han  llegado  a  un  grado 
suficiente  de  CTolución,  para  que  desaparezca 
la  creencia  en  la  divinidad,  o  santidad  de  los 
montes  j  que  tienen  en  su  vecindad  alguna 
cumbre  notable. 

El  respeto,  que  se  tributa  a  un  monte, 
puede  presentar  dos  formas  enteramente  dife- 
rentes, pues  ya  es  tenido  por  divino,  ya  por 
lugar  santo. 

La  primera  concepción,  sólo  es  posible  en 
aquellas  religiones,  en  que  no  ha  asentado  aún 
sus  reales  el  antropomorfismo  y  en  que  la  dei- 
dad no  es  necesariamente  un  ser  humano,  o 
en  aquellas  en  que  un  principio  de  individua- 
lización, ha  hecho  que  se  conciba  la  mon- 
taña como  un  ser,  animado  por  un  espíritu  di- 
vino. Esto  es  propio  de  las  religiones,  llama- 
das animistas  y  aquello   del  estado  evolutivo. 


(1)  La  tercera  se  llama  Chinchacuay.  Es  un  cerro  que  esta 
frontero  de  la  fortaleza.  La  cuarta  y  ultima  de  todas  se  decia 
Quiquijana.  Es  otro  cerro  que  esta  detras  del  de  arriba.  Cobo, 
Op.  cit.,  Yol.  IV. 


MOXTES    ADOBADOS 


343 


capricliosamente  llamado  naturalismo  (1),  ca- 
racterizado por  la  concepción  mana,  en  su  ma- 
yor pureza,  de  la  cual  se  origina  y  en  la  que 
se  funda  la  adoración  a  los  montes  en  su  for- 
ma más  primitiva. 

Originada  de  ella,  es  también  la  que  he- 
mos dicho  animista,  voz  que,  en   rigor,  puede 
aplicarse,  con  igual  exactitud,  a  ambas  concep- 
ciones (como  lo  hicimos  en  el  primer  capítulo). 
La  una  no  es  sino  el  natural  desenvolvimiento 
de   la  otra,  pues,  si   un  ser   (un  monte  en    el 
caso  presente),  es  concebido  como  impregnado 
por  fuerza  activa  y  misteriosa,  conociendo  me- 
jor el  hombre  su  modo  de  obrar  y  poniéndose 
por   molde   y   arquetipo   de  toda  la   creación, 
supondrá  que  la  fuerza  de  dicho  ente,  es  el  al- 
ma de  él. 

Mas  cuando  estas  ideas  envejecen  y,  junto 
a  ellas,  la  constante  evolución  humana  hace 
que  nazcan  nuevas  y  más  perfectas  doctrinas, 
el  monte -dios  vuélvese  la  morada  de  los  in- 
mortales, el  teatro  de  sus  hazañas,  el  lugar  de 
sus  delicias 

La  montaña  ha  dejado  de  ser  deidad,  para 
convertirse  en  santuario:  puede  ya  su  carácter 

(1)  Clodd,  Animism.  The  seed  of  Religión,  London  1905, 
pgs.,  24-27. 


344        Religión  del  Imperio  de  los  Incas 

sagrado  perpetuarse  a  través  de  las  edades. 
Revolucionará  el  mundo,  generaciones  se  su- 
cederán, morirán  en  el  olvido  y  desprecio  los 
eternos  que  habitaron  en  la  cumbre,  olvida- 
ráuse  sus  nombres,  si  sus  gestas  no  ocupan  a 
poetas  y  artistas,  o  dan  pábulo  a  galanos  in- 
genios. Mas  el  monte  seguirá  siempre  siendo 
objeto  de  especial  respeto  para  los  espíritus 
sencillos,  que  duermen  bajo  su  sombra  o  ven 
salir  el  sol  entre  sus  riscos;  se  contarán  de  él 
nuevas  historias,  fabulosos  prodigios  de  santos, 
o  proezas  de  demonios^  venturas  o  desgracias, 
ocurridas  entre  sus  pliegues.  El  monte  siem- 
pre será  un  lugar  sagrado,  por  sus  males  o 
por  sus  dones. 

Muy  interesante  sería  para  nosotros  pre- 
cisar en  cuál  de  estos  diversos  estados  evolu- 
tivos se  encontraba  el  culto  de  los  montes  en 
el  Perú.  Los  pocos  datos,  que  sobre  el  asunto 
hemos  encontrado  en  los  antiguos  cronistas  y 
que  acabamos  de  examinar,  nos  autorizan  a 
pensar  que,  en  la  mayor  parte  de  los  casos, 
el  monte  era  reverenciado  por  sí  mismo,  sin 
que  sea  posible  precisar  si  se  le  dotaba  de 
una  alma,  o  se  lo  concebía  como  poseedor  de 
fuerza  mágico -religiosa;  si  bien  es  muy  posi- 


Montes  adorados  345 

ble    fuese  así,    a  juzgar   por  el  concepto  que 
aquellos  indígenas  tenían  de  huaca. 

En  algunas  ocasiones,  sin  embargo,  pare- 
ce muy  probable,  que  el  monte  haya  sido  teni- 
do por  la  morada  de  un  espíritu  supremo. 
A  veces,  no  cabe  duda  acerca  de  ésto,  como 
en  el  Viracochaurco  y  Pariacaca. 

De  todas  estas  diferentes  fases  del  culto 
a  las  montañas,  sobran  ejemplos.  Así,  para 
ilustrar  el  asunto  y  esclarecer  el  significado  y 
valor  de  su  adoración  en  el  Perú,  citaremos 
algunos  casos,  tomados  al  azar,  en  la  litera- 
tura etnográfica. 

Los  Bagandas  dicen  de  algunas  colinas, 
que  están  poseídas  por  los  espíritus  de  los 
animales  sagrados,  y  sólo  se  acercan  a  estos 
lugares  con  gran  temor  y,  cuando  se  ven 
obligados  a  ello,  por  alguna  necesidad,  después 
de  congratularse  con  los  genios  del  lugar,  que 
es  tabú  para  el  Rey  y  sus  mensajeros  (1). 

Para  los  Nandis,  es  sagrado  un  monte, 
situado  cerca  de  Kápwaven,  llamado  Ohe- 
peloi  (el  cerro  al  cual  los  espíritus  ponen  fue- 
go;) pues  dicen  que  los  espíritus  de  los  muer- 
tos queman   la  hierba  del  cerro,   una  vez  por 

(1)     Bascoe  (J.),  The  Bagauda,  pg.  319,  London,  1911. 


346      Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

año.  A  esta  montaña,  no  se  acerca  ningún 
nandi  (1). 

Los  Kayans  de  Borneo  se  creen  rodeados 
de  muchos  poderes  inteligentes,  algnnos  de  los 
cuales  están  estrechamente  relacionados  con 
montañas,  rocas  y  cuevas. 

Mientras  más  remota  e  inaccesible  es  una 
región,  más  son  los  Toh  (espíritus  malignos 
de  vaguísima  personalidad)  de  ella  temidos. 
Las  colinas  ásperas  o  las  cumbres  de  los  mon- 
tes, son  las  moradas  de  Toh,  poderosos  y  ma- 
lignos (2). 

En  la  India,  abundan  las  montañas  vene- 
radas; su  cuito,  según  un  profundo  conocedor 
de  la  mentalidad  popular  de  aquellas  gentes, 
proviene  de  que  los  montes,  con  sus  tupidos 
juncales,  con  sus  misteriosas  cavernas,  que  pa- 
recen la  entrada  del  mundo  subterráneo,  con 
los  peligros  de  los  precipicios  y  animales  fe- 
roces, parecen  estar  poblados  de  espíritus  ma- 
lignos (3). 

Inmensa  era  la  devoción  que  los  antiguos 
Indios  tenían  al  Himalaya,    puesto  que  decían 

(1)     Hollis,  The  Nandi,  Oxford,  1909,  pg. 

[2¡  Hose  and  Me.  Doiigall,  The  Pagan  tribes  of  Borneo, 
Vol.  II,  pgs.  16  y  25,  London,  1912. 

(3)  Crooke,  Bengal  in  Hastings  Encycloepedia  of  Ethics 
and  Religión,  Vol.  11,  pg.  482,  Edimbourgh,  1909. 


Montes  adobados  347 

que  sólo  pensar  en  él,  era  más  meritorio  que 
practicar  toda  clase  de  obras  pías  en  Benares, 
y  que  como  el  sol  seca  el  rocío  de  la  maña- 
na, así  los  pecados  del  hombre  son  borrados 
por  la  vista  del  Himalaya,  en  donde  asegu- 
raban que  vivían  los  dioses. 

Desde  los  tiempos  más  remotos,  el  Hi- 
malaya  es  el  lugar  de  residencia  preferido 
de  los  ascetas  y  todo  pico  o  roca,  recuerda 
a  algún  varón  ilustre  y  recibe  el  tributo  de 
respeto,  debido  a  su  memoria.  En  las  cum- 
bres y  cuevas,  moran  las  hadas  y  las  brujas, 
y  en  los  más  altos  picos,  los  dioses. 

Toda  la  cordillera  está  personificada  en 
la  Mitología  de  la  India,  por  Himavat,  padre 
de  Ganga  y  Umá  Devi  (1). 

Mas  este  culto  prevalece  entre  los  pue- 
blos no  Aryos,  que  viven  en  el  altiplano  de 
Chota  Nágpur,  que  adoran  a  un  dios  de  los 
montes,  llamado  Mará  -  ang  Buró  o  Bar  Pa- 
har,  al  cual  los  sacerdotes  de  la  tribu  sacrifi- 
can búfalos  y  otros  animales. 

Así,  entre  los  Santales,  se  juntan,  oca- 
sionalmente todos  los  de  un  pueblo,  para  ofre- 
cer sacrificios  a  Mará -ang  Buró,  en  la  cumbre 

(1)     Crooke,  Popular  Religión  and  Folk-Lore  of  Xortbem 
India,  Wetsminster,  189Ü,  Vol.  I,  pgs.  60  y  61. 


348      Eeligión  del  Imperio  de  los  Ínoa8 

de  una  montaña,  sobre  una  roca  plana;  mas 
no  tienen  ideas  claras  acerca  del  cerro  divi- 
no  (1). 

Entre  los  Hos,  es  grande  la  importancia 
de  este  dios,  cuyo  templo  es  la  roca  más  alta 
y  notable  de  los  alrededores  de  cada  pueblo, 
siendo  su  más  célebre  santuario  una  montaña, 
en  la  que  no  hay  ninguna  estatua  o  piedra  que 
sirva  de  simulacro;  invócanlo  los  enfermos, 
y  su  culto  público  se  verifica  de  tres  en  tres 
años  (2). 

Los  Orans,  que  viven  en  Mundas,  sacri- 
fican a  Marang  Buró  (3). 

Los  Kisans,  consideran  sagradas  a  algu- 
nas alturas,  por  estar  consagradas  a  sus  dio- 
ses (4). 

Los  ííágbangsis,  que  viven  en  un  valle  muy 
fuerte,  entre  los  ríos  Maini  y  Eeb,  en  Jash- 
pur,  adoran,  así  como  los  Mundari  Kols,  una 

(1)  Crooke,  Bengal  in  Hastings  Encycloepedia,  Vol.  II, 
pg.  482,  Edimbourgh,  1909. 

Id.  Popular  Religión  aud  Folk  -  Love  of  Northern  India, 
Wetsminster,  1896,  Vol  I,  pg.  61. 

Dalton,  Descriptiva  Ethnology  of  Bengal,  Calcut,  1872, 
pg.  214. 

(2)  Dalton,  Op.  cit.,   pg.  187. 

(3)  Id.,  Op.  cit.,  pg,  257. 

(4)  Crooke,  Bengal,  in  Hastings  Encycloepedia,  Vol.  II, 
pg.  482,  Edimbourgh,  1909. 


Las   Apachitas  349 

roca,  morada  del  gran  dios  Baradeo  (1).  En 
Jarkwal,  en  el  paso  de  Chipula,  hay  un  tem- 
plo, erigido  al  dios  de  la  montaña;  en  Tolma, 
uno,  en  honor  del  pico  de  Dangagiri  (2). 

Los  Kowas  y  Kurns,  adoran  a  Mainpat, 
altiplano  situado  al  sur  de  Son  (3).  Entre 
los  Kurkus,  Dungardeo,  el  dios  del  cerro,  re- 
side en  el  monte  más  cercano  al  pueblo  y  le 
ofrecen  sacrificios  anuales  (4). 

En  la  cordillera  de  Mirzapur,  las  tribus 
aborígenes,  tienen  gran  respeto  a  los  montes  (5). 

En  el  cerro  de  Matrá,  vive  un  dios  o  de- 
monio, llamado  Darrapat  Deo.  íí'adie  sube 
al  monte,  excepto  el  sacerdote  y  sólo  después 
de  ofrecer  sacrificios  (6). 

Así  mismo,  en  Grarhwal,  al  pico  Brama- 
deo,  consagrado  a  Devi,  nadie  puede  ascender 
impunemente  (7). 

Igualmente  celoso  de  sus  dominios,  es 
Sarú   Pennú,   dios  montañés   de   los   Kandhs, 

(1)     Dalion,  Op,  cit.,  pg.  135. 

Crooke,  Popular  Religión  and  Foik-Lore  of  Northern  In- 
dia, Westminster,  1886,  Vol  I,  pg,  61. 
'^2)     Crooke,  Loco  cit. 
i3^    Id.,  id. 
f4)    Id.,  id. 

(5)    Orooke,  Op.  cit.,  Vol.  I,  pg.  62. 
(6;    Id.,  id. 
(7)    Id.,  id. 


350      Eeligión  del  Impeeio  de  los  Incas 

al  cual  rinden  culto  en  los  meses  de  Abril  y 
Mayo,  a  fin  de  que  proteja  de  los  animales 
salvajes  a  aquellos  a  quienes  sus  negocios  lle- 
van a  las  montañas  de  Kandha  (1). 

En  el  Mirzapur,  Ohaimpur,  vive  Koti 
Bani,  encargado  de  las  langostas,  que  allí  se 
encuentran  (2). 

Las  cordilleras  de  Kaimúr  y  Kindhyan, 
tienen  cierta  santidad  (3). 

En  Hoshangábad,  en  el  altiplano  de  la 
India  Central,  Surybahan,  o  rayos  del  sol,  es  un 
nombre  muy  común  para  rocas  o  colinas  aisla- 
das, en  las  cuales  dicen,  que  mora  un  dios  (4). 

Oreen  los  Todas,  que  los  dioses  moran  en 
la  cumbre  de  los  montes  y  que  son  invisibles 
a  los  mortales,  mas  que  los  primeros  hom- 
bres, vivían  en  estrecho  contacto  con  ellos,  en 
los  montes  ííilgiri  (5). 

En  China,  las  montañas  son  siempre  ve- 
neradas, como  morada  de  los  genios,  pe- 
ro la  tradicción  religiosa  enseña  la  existencia 

(1)  Crooke,  Bengal  in  Hastings   Escj'cloepedia,    Vol.    II, 
pg.  483,  Edimbourgh,  1909. 

(2)  Crooke,  Papular  Religión  and  Folk  -  Lore  of  Northen 
India,  Westminster,  1806,  Vol.  I,  pg.  62. 

(3)  Crooke,  Op.  cit.,  Vol.  I,  pgs.  63  y  64. 

(4)  Crooke,  Op.  cit.  Vol.  I,  pg.  61,  ^ 

(B)    Itl'¿ér*9t  The  Todas,  LOtidon,  líf06,  ^,  18'3. 


Montes  adorados  351 

de  cinco  cumbres  sagradas,  más  bien  ideales 
que  reales  (1). 

Los  Ostayaks,  adoran  a  ciertos  montes  (2). 

Los  Koryak,  llaman  abuelos  a  determina- 
dos cerros,  cabos  y  rocas,  de  los  que  aseguran 
que  protegen  a  los  cazadores  y  viajeros  y  les 
ofrecen  sacrificios.  Mas  es  difícil  precisar,  si 
el  nombre  se  dirige  al  monte  o  a  un  espíri- 
tu, que  suponen  lo  ocupa,  si  bien  parece  más 
probable  la  primera  interpretación  (3).  Entre 
sus  vecinos,  los  Kamcliadal,  existe  igual  creen- 
cia, y  señalan  entre  las  montañas  sus  antece- 
sores petrificados  y  les  hacen  sacrificios,  en  lo 
que   también  coinciden  con   los   Koryaks   (4). 

Menos  manifiesta  está  esta  idea  entre  los 
Ohukchee;  sin  embargo,  a  un  pico  que  hay 
en  el  medio  del  río  Andir,  llaman  Peru'ten, 
que  es  uno  de  los  nombres  del  dios  marítimo 
Ker'tkun.  Cuentan  que  subiendo  éste  por  el 
río,  cansóse  tanto,  que  se  sentó  a  reposar  y 
se  convirtió  en  una  roca  (5). 


(1)  Reville  (A.;,  La  religión  Cliinoise,  París,  1889,  pg.  148. 

(2)  Tylor,  Primitive  Culture,  Vol.  II,  pg.  163,  Londres,  1891- 

(3)  Jochelson,  The  Koryak  -  The  Jesup  North  Pacific  Ex- 
pedition,  Vol.  VI,  pg.  31,  New  York,  1905. 

Í4)     Borgas  (W.),  The  Chukchee-The  Jesup  North  Pacific 
Expedition,  Vol.  VII,  pg.  289,  New  York,  1907. 
,5)     Id.,  id, 


352      Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

En  el  folk  -  lore  Tukaghir  y  en  el  Aleu- 
ta,  hay  mochos  ejemplos  de  cerros  que  obran 
como  personas  vivas  y  que,  al  fin  de  la  his- 
toria, se  asegura  se  petrificaron  (1). 

En  el  país  Yosemita,  uno  de  los  grandes 
picos  era  llamado  por  el  nombre  de  la  heroí- 
na mítica,  la  hermosa  Tisayac.  Totokomilla, 
el  Jefe  del  lugar,  encontróse  en  una  casa  con 
una  muchacha  no  corporal,  el  ángel  custodio 
de  la  localidad,*y  se  enamoró  de  ella,  que  no 
encontró  otro  medio  mejor  para  escapar  de 
sus  amorosos  anhelos,  que  emprender  la  fuga. 
Iba  ya  a  alcanzarla  su  enamorado,  tocábala  ya 
casi  con  las  manos,  cuando  ella  desapareció. 
Vanamente  buscóla  el  Jefe,  cuya  desespera- 
ción aumentaba,  al  ver  degenerar  todas  las 
cosas,  mal  que  sólo  remedióse,  cuando  re- 
tornó la  portentosa  muchacha.  Mas  el  Caci- 
que, aleccionado  por  tan  triste  experiencia,  no 
trató  de  volver  a  ver  a  la  que  tanto  amaba  y 
se  contentó  con  llamar  a  uno  de  los  picos  de 
la  sierra  Tisayac  y  a  otro  Totokomilla  (2). 


(1)  Bargas  (W.),  The  Chuckckee  -  The  Jesup  North  Pacif 
Expedition.  Vol.  VII,  pg.  289",  New  York,  1907. 

(2)  Dormán,  Primitive  Superstition,  pg.  304.  Philadel- 
phia,  1881.  La  historia  de  Tisayac  recuerda  algunos  bien  co- 
nocidos mitos  del  mundo  clásico,  de  los  del  tipo  de  Itzar 
(Yastrow  The  Religión  of  Babilonia  and  Asiria,  Boston,  1889), 


Montes  adobados  353 

Oerca  del  río  Blanco,  en  nna  llanura, 
liay  nna  colina,  en  la  cual  dicen  los  Aricara- 
res,  que  viven  unos  espíritus  enanos  (1). 

Los  Hidastas  veneran  a  aquellas  monta- 
ñas, que  les  parecen  extraordinarias  (2). 

La  Montaña  de  los  Muertos,  que  está  en 
la  cabecera  del  valle  Mojave,  es  vista  con  re- 
verencia por  los  indios,  porque  creen  que  es 
la  morada  de  los  espíritus  de  los  difuntos  y 
porque  dicen  que  quien  la  pise,  caerá  muerto 
en  el  mismo  instante,  en  que  cometa  tan  gra- 
ve desacato  (3). 

Los  Tompson  creen  que  la  mayoría  de 
las  rocas  y  peñascos  de  forma  singular,  son 
hombres  del  período  mitológico,  transformados 
en  piedras,  y  aseguran  que  son  muy  numero- 
sos los  espíritus  de  las  montañas.  Dicen  que 
en  las  más  altas  sierras,  reside  el  Hombro 
Viejo,  que  forma  las  lluvias  y  las  nevadas. 

Por  ser  la  residencia  de  los  espíritus  do 
la  tierra,  eran  tenidos  algunos  cerros  por    sa- 

y  es  uno  de  aquellos  mitos  en  que  se  quiere  explicar  el 
cambio  de  las  estaciones  y  el  renacer  de  la  vegetación  con  la 
primavera. 

'1)     Dormán,  Loco  cit. 

¡2)     Matihews   (W.),    Ethnograpliy  and  Philology    of  the 
Hidasta  Indians,  pg.  48,  Washington,  1877. 

(8j     Dormán^  Loco  cit. 
HBlfgiírtí  del  Imperio  de  Iob  Inctis  88 


354       Keligióít  del  Imperto  te  los  Incas 

grados:  decían  que  pisar  en  ellos,  ocasionaba 
aguaceros,  a  menos  de  tomar  ciertas  precau- 
ciones, como  la  de  congratularse  con  los  es- 
píritus, ofreciéndoles  sacrificios,  como  hacían 
los  cazadores,  que  ofrecían  un  mechón  de  pelo, 
una  hilacha  del  vestido,  u  otra  cosa  semejante. 

Para  ir  a  ciertos  lugares  de  éstos,  así  co- 
mo a  determinados  lagos,  se  pintaban  de  rojo. 
Tal  hacían,  cuando  se  acercaban  a  unos  picos, 
de  los  cuales  el  central  es  Amotén,  que  creen 
es  un  hombre,  que  tiene  a  sus  lados  a  sus 
dos  mujeres,  Ntséke'lxtin  y  Séjuk.  Dicen  que 
golpear  con  un  palo  en  esta  región,  da  lluvia, 
lo  que  igualmente  aseguran  de    otros  lugares. 

Hay  tres  rocas,  situadas,  poco  más  o  me- 
nos, a  cinco  millas  al  este  de  Spences  Bridge, 
de  las  que  afirman  que  son  las  vergüenzas  de 
su  gran  transformador,  el  Coyote  v  de  su  mu- 
jcr  (1). 

Muy  poco  diferentes  son  las  ideas  de  los 
Lilluets,  quienes  cuentan  muchas  fábulas  de 
metamorfosis,  relativas  a  rocas,  que  se  hallan 
esparcidas  por  todo  el  país,  por  ellos  habitado. 
En  una  roca,  que  se  encuentra  en  Slaha'-l  o 

(1)  Teif,  The  Thompson  Indiane  of  British  fJolumbia, 
The  Jesup  North  Pacific  Expedition,  New  York,  1898-90,  Vol. 
I,  pgs.  837,  338,  841,  844  y  845. 


Montes  adorados  355 

Slaka,  señalan  ciertas  pinturas,  que  dicen  ser 
las  de  aquellas  cosas  que  se  conviertieron  en 
piedras. 

Cuando  llegan  a  un  lugar  de  las  altas 
montañas,  en  que  piensan  cazar,  se  dirigen  a 
los  picos,  diciendo :  «Cavaremos  raíces  y  caza- 
remos. Permitid  que  ni  llueva  ni  baga  mal 
tiempo,  08  pedimos  esto,  oh  picos!» 

Ya  hemos  visto  cómo  en  Po'pesamen  to- 
dos los  pasantes  hacen  montones  de  varas, 
después  de  flajelarse  las  piernas,  llamando  al 
monte  jefe  y  pidiéndole  buen  tiempo  (1). 

En  las  islas  Vancuver,  hay  un  cerro  que 
los  indígenas  evitan  nombrar  (2). 

Los  Hupas  tienen  dioses,  que  viven  en 
las  montañas,  las  rocas  o  los  ríos  (3). 

En  Georgia,  hay  un  monte,  al  cual  los  in- 
dios tenían,  antiguamente,  supersticioso  terror 
y  del  que  contaban  muchas  leyendas.  Pensa- 
ban que  había  en  él  un  gran  poder  mágico, 
que  controlaba  el  mundo,  do.sde  aquellas  her- 
mosas alturas. 

{1)   Teit,  The  Lillooet  indiana.  Jesup  Ncrth  Pacific  expedi- 

tion,  New  York,  1906,  Vol.  II,  pg.  279 

(2j  Luhok,  La  civilisation  primitive,  París 

(3)  Pliny  Earle  Gordon,  Life  and  Culture  of  the  Hupa-Uni- 

versity    of  California,    Archeological  and  Ethnological  Series, 

Vol.  I,  pg.  77,  Berkely,  1903 


356      Keligión  del  Imperio  de  los  Incas 

En  las  lejanas  y  blancas  cimas,  los  indios 
de  las  praderas,  reconocían  la  residencia  del  es- 
píritu, que  forma  el  rayo  y  desencadena  las 
tempestades  y  nunca  se  atreven  a  penetrar  en 
tan  sagrado  recinto,  sin  ofrecer  el  debido  sacri- 
ficio (1). 

Para  los  Apalacbitas  era  sagrado  el  monte 
Taimi,  en  donde  había  dos  grandes  cavernas 
sagradas  y  guardados  en  ellas  vasos  emblemá- 
ticos llenos  de  agua,  y  un  gran  altar,  hecho  de 
una  piedra  redondeada,  en  el  que  quemaban, 
continuamente,  resinas  aromáticas  (2). 

Los  Mejicanos  de  «todos  los  montes  emi- 
nentes, especialmente  donde  se  armaban  nubla- 
dos para  llover,  imaginaban  que  eran  dioses, 
y  cada  uno  de  ellos  hacían  su  imagen  según 
la  idea  que  tenían  de  los  talos»  (3).  Creían  que 
las  enfermedades,  relacionadas  con  el  frío,  ta- 
les como  el  reumatismo,  eran  dadas  por  los  co- 
rros, que,  así  como  tenían  poder  para  causar- 
las, podían  librar  de  estas  dolencias  a  los  que 
do  ellas  sufrían,  con  cuyo  fin,  hacían  sacrifi- 
cios y  ofrendas  a  tal  o  cual  monte,   escogien- 

(1)  Dormán,   Primitive  Superstitions,  Philadelphie,  1881, 
pag.   304. 

(2)  Dormán,  Loco  cit. 

(3)  Sahagún,  Historia  de  las  cosas  de  Nueva  España,  Méxi- 
co, 1829,  pgs.  35  y  86,  Vol.  I. 


Montes  adoeados  357 

do  de  ordinario,  aquel  que  estaba  más  cerca  del 
doliente. 

Este  culto,  que  podemos  llamar  privado, 
daba  lugar  a  ceremonias  bastante  complicadas, 
acompañadas,  a  menudo,  de  banquetes  y  diver- 
siones, en  que  tomaban  parte,  además  de  los 
sacerdotes,  los  parientes  y  amigos  del  enfermo, 
lo  que  no  podía  hacerse  sin  gastos  considera- 
bles, entre  los  que  era  preciso  contar  los  de  la 
fabricación  de  las  imágenes  de  los  montes,  imá- 
genes que  eran  humanas  y  representaban  a  las 
cumbres  pricipales,  entre  las  que  figuraban,  en 
Méjico,  los  volcanes  Popocatepetl  y  Poiantecatl. 
Eran  de  masa  de  bledos,  llamadas  tzoalli,  y 
fabricábanlas  los  hechiceros.  Ofrendábanles  ti- 
ras de  papel  y  pegábanlas  a  una,  para  así,  sus- 
penderlas del  cuello.  Cinco  días  después,  se  ve- 
rificaba la  fiesta  principal,  en  que  se  ofrecía  co- 
mida y  terminaba  descabezando  los  sacerdotes 
las  figurillas  (1). 

Mas  no  eran  las  más  altas  cumbres  de  la 
cordillera,  las  únicas  que  los  subditos  de  Mon- 
tezuma  adoraban ,  pues,  muy  al  contrario,  las 
alturas  moderadas,  aquellas  que  todo  el  año  es- 
tán cubiertas   de  verdura,  eran  muy  veneradas. 

(1)  Sahagún,   Loco  cit. 


358       Keligióx  del  Impekio  de  los  Ínoas 

En  la  serranía  de  Méjico,  la  experiencia  había 
enseñado,  que  en  las  montañas  llovía  aún  du- 
rante la  estación  seca  y  se  conservaba  siempre 
lozana  la  vegetación,  por  lo  cual,  las  tuvieron 
por  moradas  de  Tlaloc,  dios  de  la  lluvia,  a 
quien  tanto  respeto  tenían  (1). 

Así,  la  bella  montaña  cónica,  siempre  ver- 
de, situada  al  Este  del  territorio  tlascalteca,  fué 
tenida  por  estas  gentes,  por  la  residencia  o 
encarnación  de  Matlalcuey  (matlactli  ^  azul, 
cueitli  =  enaguas,  ye  =  tiene ;  esto  es  =  la  se- 
ñora del  vestido  azul,  esposa  de  Tlaloc).  Gran- 
de era  la  veneración  que  en  Tlascala  gozaba 
este  monte,  semejante  tan  sólo  a  la  que  reci- 
bía otra  gran  montaña,  el  Tlalpatecatl,  pues 
a  ellos  acudían  todos  los  pueblos  comarcanos, 
a  quemar  copal  y  ofrendar  comidas,  papel  y 
plumas   (2). 


(i)  Seler  lEd.j,  Codex  Vaticanus,  N».  8773.  Codex  Vatica- 
nas, B.  and  Oíd  Mexican  Pictorial  Manuscript  in  the  Vatican 
Library,  London  and  Berlín,  1902  a  1903,  pg.  106. 

(2)  Fray  Diego  Duran,  Historia  de  las  Indias  de  Nueva 
España  y  Islas  de  Tierra  Firme,  México,  1880,  Vol.  11,  pg. 
206. 

Seler,  Loco  cit. 

Róbelo,  Diccionario  de  Mitología  Nahua,  Anales  del  Mu- 
seo Nacional  de  México,  Segunda  Época,  Vol.  IV,  pg.  187, 
México,  1907  y  Vol.  V,  pg.  282,  México,  1908. 


Montes  adobados 


350 


Uno  de  los   santuarios   más   famosos   del 
venerado  Tlaloo,  era  un  cerro  alto,  dicho  Tlal- 
vean,  o  lugar  de  Tlalve,    « que  está  en  térmi- 
nos de  Ooatlychan  y  Ooatepec.    En  la  cumbre 
de  este  cerro,  había  un  gran  patio  cuadrado  y 
en  él  un  adoratorio,  en  el  cual  estaba  el  ídolo 
Tlaloc,    y,  a    la    redonda,    cantidad    de    ídolos 
pequeños,  que  significaban  los  demás  cerros  y 
quebradas,  que  este  gran  cerro  tiene  en  derre- 
dor, los  cuales  todos  tenían  sus  nombres  par- 
ticulares, según  el  cerro  que  representaban»  (1). 
Celebraban  allí,  todos  los  años,  el  29  de  Abril, 
la  fiesta    Hueitozoztli,    en  la  que  sacrificaban 
un  niño  y  a  la  que   concurrían   gran  número 
de   gente  y  todos  los  jefes  del  distrito.    Yeri- 
ficábase  esta  solemnidad   todos  los  años,  cuan- 
do el  maíz  había  ya  nacido,   esto  es,  al  mismo 
tiempo  que  en  Méjico  se  celebraba  la  gran  fiesta 
a  los    montes,  que   luego    describiremos,  y  en 
ella  pedíanles  buen  tiempo  (2). 

(1)  Fray  Diego  Duran,  Op.  cit.,  Vol.  II,  pg.  135,  Méxi- 
co,  1880. 

(2)  Fray  Diego  Duran,  Historia  de  las  Indias  de  Nueva 
España  y  islas  de  Tierra  Firme,  México,  1880,  Vol.  II,  pgs. 
135,  a  141. 

Seler  (Ed.),  Codex  Vaticanns,  N°.  3.773.  Codex  Vaticanua 
B.  and  Oíd  Mexican  Pictorial  Manuscript  in  the  Vatican  Li- 
brary,  London  and  Berliu,  1902-19(B,  pg.  106. 


¿60       Eeligión  del  Imperio  de  los  Ínoas 

Como  acabamos  de  ver,  según  los  meji- 
canos, en  los  montes  residía  el  dios  de  la  llu- 
via, Tlaloc:  lo  explica  la  opinión  que  tenían, 
de  que  ellos  eran  vasos  llenos  de  agua,  que 
podían  romperse  y  anegar  al  mundo   (1). 

Mas,  si  el  dios  de  la  lluvia,  que  lugar 
tan  prominente  ocupa  en  el  culto  que  reci- 
bían en  Anauao  los  cerros,  aparece  como  una 
entidad  distinta  de  la  montaña,  no  así  Tepe- 
yolotli  (tepetl:=i  cerro,  yolotli  =r  corazón),  que 
residía  en  el  centro  de  los  montes;  por  lo  cual 
era  tenido,  especialmente,  por  genio  de  las  ca- 
vernas, cuya  expresión  es  el  humo  y  que  en 
el  Oódex  Boloña,  está  representado  con  figura 
humana,  pero  que  en  las  pinturas  mejicanas 
toma  más  ordinariamente,  la  forma  de  ja- 
guar. Tepeyolotli  era  el  octavo  señor  de  la 
noche  (2). 

Ya  hemos  tenido  ocasión  de  nombrar  la 
mayor  parte  de  aquellos  montes,  que  eran  más 
venerados  por  los  mejicanos.  Ahora  sólo  men- 
cionaremos   al    Poiantecatl    y    al    Teocuicani 

(1)  Róbelo,  Diccionario  de  Mitología  Nahua.  Anales 
del  Museo  Nacional  de  México,  Segunda  Época,  Vol.  V,  pg. 
226,  México,  1908. 

(2)  Seler  (Ed.),  Op.  cit.,  pgs.   17  y  67. 
Rohelo,   Op.  cit.,  Vol.  V,  pgs.  226  y  227. 


Montes  adorados  361 

(teotlz=dios,  cuicani  :=  el  que  canta),  que  está 
al  Sur  del  Popocatepetl,  al  que  reverenciaban 
por  las  recias  tempestades,  que  so  formaban 
en  su  cumbre,  en  donde,  muj  de  continuo,  se 
oía  el  fragor  del  trueno.  Allí  había  una  casa 
de  descanso  y  sombra  para  los  dioses,  con  un 
ídolo  muy  rico  de  jadeíta  (1). 

A  estas  cimas,  j  a  todas  en  general,  ren- 
dían en  Méjico  culto  solemne,  todos  los  años, 
en  una  gran  fiesta,  llamada  Tepeilhuit  Teotleco, 
Pachatoutli,  o  Ilucpactli  y  que,  al  tiempo  de  la 
Conquista,  se  verificaba  en  el  decimotercio  mes, 
o  veintena  del  año  mejicano,  por  lo  cual, 
para  representarlo,  «pintaban  una  cuesta  y 
encima  una  culebra,  la  cual  cubrían  de  masa 
de  tamales.  ...  y  este  diablo  se  llamaba  su- 
chique9ale  y  sacrificaban  una  india »  (2). 


(1;  Sahagún,  Historia  de  las  Cosas  de  Nueva  España, 
Vol.  I,  pg.  37,  México,  1829. 

Duran,  Historia  de  Nueva  España  y  islas  de  Tierra  Fir- 
me, Vol.  II,  pgs.  202  a  207,  México,  1880. 

Róbelo,  Diccionario  de  Mitología  Nahua.  Anales  del  Mu- 
seo Nacional  de  México,  Sagunda  Época,  Vol.  pg.  207,  Mé- 
xico, 1908. 

(2)  Anónimo,  Libro  de  la  vida  de  que  Jos  yndios  anti- 
guamente hacían.  Roma  1904.—  De  este  precioso  manuscrito, 
con  pinturas  mejicanas,  hay  dos  ediciones,  que  reproducen  en 
facsímil  el  original  de  Florencia,  la  una,  hecha  a  expensas  del 


362      Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

Los  ritos  que,  en  esta  ocasión,  se  cele- 
braban, eran  públicos  y  privados,  « en  honra 
de  los  montes  altos  donde  se  juntan  las  nubes 
y  en  memoria  de  los  que  se  habían  muerto 
en  agua  o  heridos  de  rayos,  y  de  los  que  no 
se  quemaban  sus  cuerpos  sino  que  los  ente- 
rraban »  (1)  y  estaban  destinados  a  establecer 
entre  los  dioses  de  los  montes  y  sus  devotos 
estrecha  alianza,  mediante  la  comunión  de  las 
representaciones  divinas,  en  las  cuales  se  con- 
sideraba inmanente  la  deidad:  forma  de  sa- 
crificios muy  practicada  por  los  mejicanos  y 
por  muchos  pueblos  primitivos    (2). 

Para  los  ritos  privados,  servía  de  hostia 
una  masa  de  bledos  y  maíz,  preparada,  el 
primer  día  de  la  fiesta,  con  harina  reciente- 
mente molida,  llamada  Tzohualli,  con  la  que 
cubrían  unos  palos  muy  retorcidos,  en  una  de 
cuyas  extremidades  habían  labrado,  cuidado- 
samente,   una  cabeza  de   serpiente  o  humana, 


Duque  de  Lubat;  la  otra,  con  doctas  notas  y  comentarios,  im- 
presa por  D*.  Celia  Nuttal,  de  la  que,  desgraciadamente,  aún 
no  está  publicado  el  Vol.   II. 

Véase  Nuttal,  XVII  International  (Jongres  of  Americanis- 
tes,  London. 

\1)  Sahagiai,  Historia  general  de  las  Cosas  de  Nueva  Es- 
paña, Vol.  I,  pg.  159,  México,  1829. 

(2)    Smith,  The  Religión  of  the  Semites  London,  1914. 


Montes  adobados  363 

con  la  que  hacían  unas  imágenes  de  los  mon- 
tes, la  mitad  culebras  y  la  otra  mitad  hom- 
bres, fundadas  en  unos  palos,  hechos  a  manera 
de  niñas,  que  llamaban  Ehcantontin.  Estas 
figuras  las  ponían  en  el  lugar  de  la  casa,  que 
servía  de  adoratorio,  dando,  en  muchos  casos, 
el  sitio  preeminente  a  una  mayor  que  las  de- 
más, a  la  que  llamaban  Popocatepetl,  dispo- 
niendo las  otras  a  su  rededor.  Cada  una  te- 
nía un  nombre,  pues  representaban,  ya  a 
Tlaloc,  ya  a  Ohichocornecoatl,  ya  a  Iztacte- 
pel,  ya  a  Amatlecueye,  ya  a  Oihuacuatl  o  a 
la  señora  de  los  ríos  Ohalchichtliycue. 

Descansaban  los  idolillos  sobre  unas  ros- 
cas de  heno,  que  guardan  de  un  año  para  otro. 
v<En  la  vigilia  llevaban  a  lavar  estas  roscas 
al  río  o  a  la  fuente  y  cuando  las  llevaban 
iban  les  tañendo  con  unos  pitos  de  barro  cocido». 

Amasaban  los  bultillos,  ordinariamente, 
la  noche,  de  manera  que  estuviesen  listos  al 
amanecer.  Colocaban  delante  de  cada  monte 
unos  pedazos  de  la  misma  masa,  rollizos  y 
largos,  dichos  yonis,  y  ofrecíanles  comida,  ma- 
zorcas de  maíz  fresco  y  copal,  mientras  les 
cantaban  himnos  y  dirigían    oraciones. 

Hacían  también  unos  arbolillos  de  masa, 
de  los    que  colgaban    heno,    para   p(>iierl«;s  cu 


364       Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

los  cercados,  y  arrojaban  a  los  cuatro  puntos 
cardinales,  maíz  de  diferentes  colores:  negro, 
blanco,  colorado  y  entreverado. 

En  el  segundo  día  de  la  fiesta,  adornaban 
los  idolillos  con  mitras  y  vestidos  de  papel, 
y,  con  gran  solemnidad,  cual  si  se  tratare  de 
un  sacrificio  humano,  procedían  a  inmolarlos, 
sirviéndose  de  un  tztzopaztlil  (instrumento  de 
tejer),  como  del  cuchillo  de  sacrificios,  sacá- 
banles el  corazón  y  se  lo  ofrecían  al  dueño, 
quien  lo  comía  y  distribuía  el  resto  de  la  ma- 
sa entre  las  personas  de  su  casa,  quienes,  con 
gran  reverencia,  lo  tomaban,  como  a  carne  de 
sus  dioses,  tras  de  lo  cual,  comían  y  bebían, 
en  honor  de  las  deidades  muertas. 

Mientras  esto  pasaba  en  las  casas  de  los 
particulares,  los  sacerdotes  buscaban  en  los 
bosques  las  ramas  más  torcidas  y  llevábanlas 
a  los  templos  y  las  cubrían  de  masa  de  ble- 
dos, de  tal  modo  que  representaren  serpientes, 
con  sus  ojos  y  boca.  Hacían  luego  las  mis- 
mas ceremonias,  que  el  común  de  las  gentes 
y  fingían  matarlas,  repartiendo  la  masa  a  los 
cojos,  mancos  y  contrahechos,  qnienes  queda- 
ban obligados  a  dar  la  semilla  de  bledos,  pa- 
ra hacer  la  masa  el  próximo  año. 

Al  mismo   tiempo,    no   faltaban    devotos. 


Montes  adobados  365 

qne  iban  a  la  cumbre  de  los  cerros,  a  encen- 
der lumbres  y  quemar  copal. 

Los  ritos  públicos,  eran  menos  inocentes 
y  humanitarios,  que  los  que  acabamos  de  des- 
cribir. En  ellos  había  una  danza,  para  pedir 
buena  cosecha;  en  esta  danza  remedaban  pe- 
dir limosna  a  los  dioses.  Iban  en  ella  dos  es- 
clavas jóvenes  y  hermanas,  vestidas  de  papel, 
en  el  que  habían  pintado  unos  intestinos  re- 
torcidos, significando,  en  el  un  vestido,  la  har- 
tura, y  en  el  otro,  el  hambre.  Estas  mucha- 
chas eran  luego  inmoladas.  No  eran  éstas  las 
únicas  víctimas  humanas,  ya  que  igual  suerte 
tenían  otras  cuatro  mujeres  en  los  caracteres 
de  Tepechoc,  Matlacuac,  Xochitecal,  Maya- 
huel,  y  un  hombre,  en  el  de  Minahual.  Ves- 
tían de  papel  de  colores,  cubierto  de  resina 
elástica,  y  los  llevaban  en  andas,  mujeres,  hasta 
el  lugar  en  que  los  mataban. 

Luego  que  habían  muerto,  sacábanles  los 
corazones,  para  ofrendarlos  a  Tlaloc.  Sus  cuer- 
pos los  comían  los  principales  señores,  y  el 
vestido,  que  habían  llevado,  colgábanlo  en  una 
^ala  del  templo,  en  memoria  de  la  festividad  (1). 

(1)  Sahagún  (Fray  Bernardino),  Historia  General  de  las 
Cosas  de  Nueva  España,  Vol.  I,  pgs.  85  a  39,  67  a  68  y  159 
a  162,  México,  1829. 


366       Eeugión  del  Imperio  de  los  Incas 

En  otra  época  del  año,  honraban  tam- 
bién los  mejicanos,  solemnemente,  a  los  mon- 
tes, en  el  mes  de  Atemoztli,  en  que  se  veri- 
ficaba la  quinta  y  última  ñesta  de  los  dioses 
del  agua  y  de  los  montes.  Preparábanse  a 
ella  con  grandes  penitencias,  tales  como  pa- 
sarse púas,  pajas  y  cordeles  por  dentro  de  la 
lengua,  brazos  etc.  etc.  Hacían,  como  en  la  otra 
solemnidad,  figurillas,  de  los  montes  de  masa  de 
varias  semillas,  a  cuyas  figurillas,  después  de  ha- 
berlas adorado,  abrían  el  pecho  y  sacaban  el  co- 
razón. El  cuerpo  se  dividía  por  cada  cabeza 
de  familia  y  entre  sus  domésticos,  a  fin  de 
que,  comiéndolo,  se  preservasen  de  ciertas  en- 
fermedades, hecho  lo  cual,  quemaban  la  ropa 
que  habían  puesto  a  los  idolillos  y  guardaban 
las  cenizas  en  los  adoratorios  (1). 


Duran  (Fray  Diego),  Historia  délas  Indias  de  Nueva  Es- 
paña y  Islas  de  Tierra  Firme,  Vol.  11,  pgs.  202  a  207. 

Torqueinada  (Juan),  Monarquía  Indiana,  Madrid,  172B, 
Vol.  II,  pgs.  279  a  280. 

Róbelo  (Cecilio),  Diccionario  de  Mitología  Nahua,  Anales 
del  Museo  Nacional  de  México,  Segunda  Época,  Vol.  V,  pgs. 
36  a  37  y  224  a  226,  México,  1908. 

Payne,  History  of  the  New  World  called  America,  Vol- 
I,  pg.  404,  Oxfor,  1892. 

(1)  Róbelo^  Diccionario  de  Mitología  Nahua.  Anales  del 
Museo  Nacional  de  México,  Segunda  Época,  Vol.  II,  pg.  360, 
MéxiC(¿,   1905, 


Montes  adobados  367 

Los  Chibchas,  además  de  adorar  a  mn- 
chos  objetos  natnrales,  como  a  las  lagunas, 
ríos,  arroyos  y  cuevas,  veneraban  a  las  mon- 
tañas (1). 

Los  ejemplos  aludidos,  esclarécenos  acerca 
del  culto  que  los  peruanos  rendían  a  las  mon- 
tañas, culto  que  debía  encontrarse  en  un  es- 
tado de  evolución  poco  inferior  a  aquel  en 
que  se  hallaba  Méjico;  esto  es,  que  no  eran 
tenidas  por  sagradas,  por  estar  asociadas  a  una 
divinidad  determinada,  de  lo  que  en  Méjico 
hay  marcadas  trazas,  sino  por  dotadas  de  un 
espíritu  divino,  semejante  a  Tepeyolotli,  o  por 
ser  receptáculos  de  mana. 

El  culto  de  los  cerros  en  el  Perú,  qui- 
zás, con  el  que  presenta  mayor  semejanza,  es 
con  el  que  se  les  tributa  por  las  tribus  Salishs 
y  los  Chibchas,  similitud  debida  tan  sólo  a 
pertenecer  a  un   mismo   grado    de    evolución. 

Fundado  en  los  iguales  principios  que  el 
culto  de  las  montañas  es,  a  no  dudarlo,  el  de 
las  islas,  montes  más  sorprendentes  para  los 
primitivos,  cuanto  que  se  levantan  sobre  la 
inmensa  y  misteriosa  llanura  del  mar. 

il)    Feíitrepo,   Los  diibchae,  Bogt>tá,  18S5,  pgB.  51  y  76. 


368        Eeligión  del  Impeeio  de  los  Ikcas 

Los  aborígenes  de  la  Costa  del  actual  Pe- 
rú, contaban  que,  en  tiempos  remotos,  habían 
sostenido  una  encarnizada  lucha  los  dioses  Yi- 
chana  y  Pachacámac,  cuyas  terribles  conse- 
cuencias sufrían  los  hombres,  que  las  celosas 
divinidades  creaban,  pero  que  no  protegían  con- 
tra los  ataques  de  su  adversario.  Así,  decían 
que,  durante  una  ausencia  de  Yichana,  Pa- 
chacámac mató  a  la  madre  de  éste,  creando, 
en  seguida,  hombres  y  mujeres,  para  que  po- 
blasen la  tierra.  Cuando  Yichana  regresó  y 
se  impuso  del  terrible  fin  que  había  tenido  la 
autora  de  sus  días,  tuvo  tal  indignación 
que,  aún  después  de  resucitarla,  viendo  que 
Pachacámac  se  había  librado  de  su  venganza, 
refugiándose  en  el  mar,  «bramando  encen- 
día los  ayres,  e  centellando  atemorisaba  los 
campos  volvió  el  enojo  contra  los  de  Yegueta 
y  culpándoles  de  cómplices  pidió  al  Sol  su 
padre  los  convirtiese  en  piedras,  conversión 
que  luego  se  hizo. . .  .  ^o  uvo  bien  ejecutado 
el  castigo  que  el  Sol  i  el  Yichana  se  arre- 
pintieron de  la  impiedad ....  no  pudiendo  des- 
azer  el  castigo  quisieron  satisfacer  el  agravio 
i  determinaron  dar  onra  de  divinidad  a  los 
Curacas  y  Caciques  a  los  nobles  y  valerosos, 
i  llevándolos  a  las  costas  y  playas,    los    dejo 


Montes  adobados  369 

a  nnos  para  qae  fuesen  adorados,  y  a  otros  pu- 
so dentro  del  mar  que  son  los  peñoles.  ...  a 
quien  les  dicen  títulos  de  deidad,  i  cada  año 

ofreciesen  oja  de  plata  chicha  y  muUu    

dando  el  primer  lugar  al  Curaca  Amat,  que 
es  un  peñol  o  roca  una  legua  de  tierra»    (1). 

Los  moradores  de  las  tierras  bajas  del 
Perú,  que  tenían  una  civilización  tan  antigua 
y  original,  contaban  con  reducidos  medios  de 
subsistencia,  pues  la  llama,  el  animal  domés- 
tico de  más  importancia  que  conocían,  acli- 
mátase mal  en  las  regiones  calientes,  y  los 
áridos  campos  sólo  rendían  frutos  en  los  estre- 
chos valles,  a  los  que,  merced  a  ingentes  obras 
de  canalización,  era  posible  llevar  agua,  desde 
escasos  y  torrentosos  ríos.  La  tierra  cultiva- 
ble era  escasa;  la  pesca,  si  rica  y  abundante, 
no  podía,  por  sí  sola,  satisfacer  las  necesida- 
des de  un  pueblo  sensual  y  refinado. 

IJn  cultivo  intenso  era  indispensable,  y  el 
aguijón  de  la  necesidad  hizo  que  la  agricul- 
tura progresase  grandemente,    a  lo  cual   con- 


^1,     Calancha,  Chronica  Moralizada,  Vcl.  I,  pgs.  412  a  414, 
Barcelona,  1638. 

Los  mitos  de    Vicliana  y  Pachacámac  serán  estudiados  al 
tratar  de  estos  dioses.    Ahora  nos  limitamos  a  reproducir,  sin 
comentarios,  las  frases  mismas  de  Calancha, 
Heligióu  del  imparto  d«  loa  Inow  24 


370      Eeligióx  del  Imperio  de  los  Iítcas 

tribuyó,  de  modo  poderoso,  el  guano,  que  aún 
hoy  constituye  la  riqueza  principal  de  la  cos- 
ta peruana. 

Así,  si  las  islas  en  sí  mismas,  eran  te- 
nidas por  divinas,  aquellas,  en  que  existían 
depósitos  de  guano,  recibían  particular  adora- 
ción, pues,  decían  que  en  éstas  había  una  hua- 
ca  que  lo  criaba,  y,  cuando  el  maíz  iba  a 
espigar,  iban  en  balsas  a  las  islas,  llevando 
muUu,  paria,  chicha  y  otras  cosas  en  sacri- 
ficio (1). 

(1)  Las  Islas  que  en  la  mar  tienen  guano  con  que  esterco- 
láis el  máiz  quando  quere  espigar,  no  son  Dios. 

Y  para  que  sepáis  bien  esto,  aueis  de  saber  que  estas  Islas 
son  vnos  cerros  grandes  de  piedra,  que  los  crió  Dios  en  la  mar, 
para  mostrar  su  Omnipotencia,  y  alli  se  han  estado  desde  que 
Dios  crio  el  cielo,  y  la  tierra,  y  como  por  alli  vuelan  muchos 
pájaros,  que  vosotros  llamáis  Huauai,  y  duermen  y  estercolean 
alli,  por  esso  desde  lexos  están  blancas. 

_^Direisme,  Padre,  los  hechizeros  nos  han  dicho,  que  en  estas 
Islas  está  vna  Huaca,  que  es  criador  del  huano  y  quando  quie- 
re espigar  van  allá  con  balsas,  y  llenan  chicha,  mullu  y  paria, 
y  otras  cosas  y  le  piden  licencia  para  traer  huano. 

A  ciegos,  sin  entendimiento,  no  veis  que  el  huano  es  estiér- 
col del  pajaro  que  se  llama  Huauai,  y  como  el  estiércol  de  las 
ouejas  es  bueno  para  las  sementeras,  assi  de  la  misma  mane- 
ra el  estiércol  del  pajaro  Huauai  es  bueno  para  el  mayz.  Di- 
me  ay  alguna  Huaca  que  crie  el  estiércol  de  la  oueja?  No  por- 
que las  mismas  ouejas  lo  estercolean  pues  assi  de  la  misma 
manera  no  ay  Huaca  que  crie  el  huano AvendaTio,  Sermo- 
nes de  los  Misterios  de  nuestra  Santa  Fe,  Lima,  1649,  fol. 
56  a  67. 


Montes  adoeados  371 

En  el  pueblo  de  Huaclio,  cuando  debían 
ir  a  coger  guano  en  los  farallones  de  Huara, 
derramaban  chicha  en  la  playa,  para  no  tener 
accidentes  en  la  travesía;  antes  de  emprender 
el  viaje,  ayunaban  dos  días,  absteniéndose  de 
ají,  sal  y  mujeres;  y,  cuando  llegaban  a  la  isla, 
adoraban  a  Huamancántac,  como  a  dios  del 
huano,  ofreciéndole  sacrificios  en  compensa- 
ción de  lo  que  le  tomaban  de  sus  dominios. 
De  retorno  al  puerto,  ayunaban  dos  días 
más  y  celebraban  fiestas,  con  bailes  y  can- 
tos (1). 

La  isla  do  la  Plata  era  un  lugar  sagra- 
do para  los  Mantas  y  para  los  Incas,  según 
lo  han  demostrado  las  excavaciones  de  Dor- 
sey  (2).  Esta  hermosa  isla  no  era  habitada 
en    épocas    prehistóricas,    y    allá    pasaban,  de 


(1)  Y  en  el  pueblo  de  Huaclio  quando  ivan  por  Huano 
a  las  Islas  que  son  los  farallones  de  Huara,  hazian  vn  sacri- 
ficio derramando  chicha  en  la  playa,  para  que  no  se  trastor- 
nasen las  balsas,  precediendo  dos  días  de  ayuno,  y  quando  lle- 
gavan  a  la  Isla  adoraban  a  la  Huaca  Huamancántac  como  Se- 
ñor del  Hi-ano  y  Is  otVecian  las  ofrendas  para  que  las  dexa- 
sen  tomar  el  Huano,  y  en  llegando  de  buelta  al  puerto  ayu- 
naban dos  días  y  luego  baylaban  y  cantavan  y  bevian.  Arria- 
gOy  Extirpación  de  la   Idolatría,  Lima,  1621,  pg.  31. 

i2)  Dorsty^  The  Island  of  la  Plata,  Ecuador.  Chicago,  190^. 


372       Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

tiempo  en  tiempo,  los    moradores  de  la  costa 
a  ofrecer  sacrificios  (1). 

Más  que  temerario  sería  afirmar  que  este 
culto,  así  como  el  que  se  verificaba  en  las  islas 
Chinchas  (2),  haya  sido  tributado  a  la  is- 
la, siendo  más  probable  que  la  isla  se  haya 
considerado  solamente  como  un  lugar  santo, 
grato  a  las  divinidades,  y  nó  un  dios,  esto  es, 
participaban  del  mismo  carácter  y  naturaleza 
que  Koati  y  Titicaca,  cuya  santidad  originá- 
base de  los  santuarios  del  Sol  y  de  la  Luna, 
que  en  ellas  había. 


(1)  (En  la  isla  de  la  Plata)  en  los  tpos  antiguos  solian 
tener  los  indios  de  la  trra  firme  sus  sacrificios  y  matauan 
muchos  corderos  y  ouejas,  y  algunos  niños,  y  ofrecían  la  san- 
gre dellos  a  sus  ydolos  o  diablos  la  figura  de  los  qlls  tenian  en 
piedras  a  donde  adorauan.  Cieza,  Primera  parte  de  la  Chro- 
nica  del  Perú.  Sevilla,  1553,  fol.  5. 

'2)  Solian  los  Indios  y  de  la  tierra  firme  a  hacer  en  ellas 
(las  Islas  Chinchas)  sus  sacrificios.  Ciesa,  Op.  cit.,  fol.  6  vuelta. 


CAPITULO  V 

ROCAS  Y  PIEDRAS  ADORADAS 

Hemos  pasado  ya  en  revista,  la  adora- 
ción de  las  montañas  en  el  Perú;  consecuen- 
cia de  ésta  es,  a  no  dudarlo,  la  de  rocas,  gal- 
gas y  piedras,  siendo  difícil,  por  no  decir  im- 
posible, establecer  una  diferencia  marcada,  en- 
tre el  culto  de  la  montaña  cubierta  de  eternas 
nieves,  la  veneración  del  monte,  terminado  en 
agudos  picos  de  negruzcas  y  despedazadas  ro- 
cas, la  adoración  del  peñasco,  o  el  culto  ren- 
dido a  una  piedra  singular  por  su  forma,  ta- 
maño o  color. 

Que  el  culto  de  las  piedras  estaba  en  vigor, 
hasta  en  los  últimos  días  del  Imperio  y  que 
florecía  a  la  llegada  de  Pizarro  y  sus  compa- 
ñeros, no  sólo  lo  sabemos  por  el  unánime  tes- 
timonio de  los  cronistas,  sino  que  nos  lo  de- 
muestran las  rocas,  evidente  objeto  de  culto, 
descubiertas  en  la  grandiosa  ciudad  de  Machu- 


374       Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

Picchu,  fortaleza  eminentemente  incaica,  se- 
pultada, quizás,  después  de  las  guerras  de 
Manco  y  sus  sucesores,  por  un  espeso  bosque, 
que  ba  guardado  íntegramente  la  belleza  y 
magnificencia  de  la  vieja  fortaleza,  basta  bace 
pocos  años  en  que,  fué  descubierta  por  la  ex- 
pedición arqueológica,  enviada  al  Perú,  por  la 
Universidad  de  Yale. 

Macbu  -  Piccbu,  está  dividido  en  barrios, 
independientes  unos  de  otros,  teniendo  cada 
uno,  lo  que  puede  llamarse,  un  centro  religio- 
so, consistente  en  una  piedra  natural,  más  o 
menos  tabajada,  bajo  la  cual  se  encuentra  una 
cueva  (1).  Algunas  de  estas  piedras  son  inti- 
buatanas  (2),  monumentos  consagrados  al  culto 
de  los  muertos  (3).  Cerca  de  la  llamada  plaza 
sagrada,  donde  están  algunos  de  los  más  ad- 
mirables edificios  de  esa  maravillosa  ciudad, 
hay  una  galga  con  petroglifos,  que  represen- 
tan serpientes;  otra  piedra  lleva,  lo  que  pare- 
ce ser,  la  imagen  del  sol  (4).  Cerca  de  Aban- 


(1)  Binghan.    In  the  wonder  land  of  Perú.     The  Geogra- 
phical  Magazine.    Washington  1913,  Vol.  XXIV,  pg.  471. 

(2)  Binghan.    Op.  cit,  pg^.  481,  482,  484. 

(3)  Uhle.     Zur    Deutung   der   lutihuacana.    "Wiena   1909, 
pg.  379. 

^4)     Binghan.  Op.  cit.,  pgs.  472,  497. 


EOOAS  Y  PIEDRAS  ADORADAS  375 

cay,  en  Concacha,  se  encuentra  nn  grnpo  de 
rocas  trabajadas,  muy  notables  (1).  Cerca  de 
Yiticos,  en  Xusta,  España,  hay  una  gran  pe- 
ña, rodeada  de  un  templo,  en  el  que  se  encuen- 
tran varias  piedras,  trabajadas  a  modo  de  si- 
llones (2). 

En  los  mitos  cosmogónicos,  Yiracocba 
crea  a  los  hombres  y  por  una  desobediencia 
de  éstos,  los  convierte  en  piedras,  estatuas  que 
se  veían  hasta  los  últimos  años  del  Imperio, 
en  Tiahuanaco;  según  otra  versión  de  la  le- 
yenda, son  las  esculturas  do  Tiahuanaco,  los 
proto  tipos  de  los  hombres  que  Viracocha  y 
sus  ayudantes,  debían  crear  para  poblar  la 
tierra,  hechas  por  el  Dios,  para  que  sirviesen 
de  modelo  f3).  En  la  lucha  de  Vichana  y  Pa- 
chacamac,  los  hombres  que  crea  el  un  dios, 
el  otro  los  convierte  en  piedras  (4).  Ayar  Ca- 
chi, al  decir  de  unos,  Ayar  Uchú,  según  otros, 
se  transforma  en  el  ídolo  Guanacauri,  piedra 


íl)    Binghan.  Op.  cit.,  pgs.  536,  537,  539. 

(2)     Binghan.     Op.  cit.,  pgs.  551,  554. 

^3)  Molina.  Ritos  y  Fábulas  de  los  Incas.  Colección  de  li- 
bros y  documentos  referentes  a  la  Historia  del  Perú,  Yol.  I, 
Lima  1916,  pgs.  6  a  10. 

(4)  Herrera.  Historia  délos  Hechos  de  los  Cabtelliii.oa  en 
las  Islas,  Tierra  Firme  y  Mar  Océano.  Década  Quinta,  Ma- 
drid 1728,  pg.  62. 


376       Eeligión  del  Imperio  de  los  Ínoas 

muy  venerada  por  los  Incas  (1).  Manco  Oapao 
corre  igual  suerte  (2). 

«Estas  transformaciones  en  piedras,  dice 
Tschudi,  y  la  creación  de  nuevos  hombres, 
sacados  de  la  misma  piedra,  llama  tanto  la 
atención,  que  justiíican  ampliamente  la  hipó- 
tesis de  un  culto  intensivo  de  la  piedra,  entre 
los  antiguos  peruanos,  así  como  una  antropo- 
morfización  de  las  piedras,  en  hombres  anima- 
dos. Al  principio,  las  piedras  eran  objeto  de 
adoración ;  después  tuvieron  su  leyenda,  su 
historia,  en  las  que  iban  apareciendo,  poco  a 
poco,  a  manera  de  figuras  de  hombres,  a  los 
que,  más  tarde,  levantaron   estatuas  (3). 

¿Veneraban  los  antiguos  peruanos  a  las 
piedras,  por  creer  eran  en  sí  mismas  deidades, 
o  por  ser  el  receptáculo  de  la  fuerza  mana, 
la  reliquia  preciosa  de  una  divinidad,  su  ima- 
gen, o  altar  1    Esto    es  lo    que    trataremos  de 


il'  Calancha.  Chi-onioa  Maralizaila.  Barcelona  1638, 
pgs.  412,  414. 

(^2)  Ondegardo.  Los  errores  y  superticiones  de  los  Indios. 
Confesionarios  para  Curas  de  Indios,  Lima  1585,  fol.  8  vuelta. 

(3)  Tschudi.  Contribuciones  a  la  Historia,  Civilización  y 
Lingüistica  del  Perú  Antiguo,  Tomo  II,  pgs.  202  y  203.  Colec- 
ción de  libros  y  documentos,  referentes  a  la  Historia  del  Perú. 
Yol.  X,  Lima  1018. 


EOOAS   Y   PIEDRAS   ADORADAS  377 

precisar,  siguiendo  el  método  qne  hemos  em- 
pleado en  los  capítulos  anteriores. 

Principiaremos  nuestro  examen,  por  aque- 
llas piedras  huacas,  que  se  veneraban  en  el 
Cuzco  y  que  estaban,  digámoslo  así,  incorpo- 
radas con  el  plano  de  la  metrópoli  del  Impe- 
rio y  a  las  que  se  les  rendía  culto  oficial, 
público. 

La  sexta  huaca,  del  segundo  ceque  de 
Ohinchaysuyo,  era  una  piedra  grande,  que  el 
Inca  Yupanqui  colocó  en  Chuquibamba  y  a  la 
que,  por  su  orden,  se  hacían  sacrificios,  rogan- 
do conservase  la  salud  del  Inca  reinante :  lla- 
mábase Macasayba  (1). 

Igual  origen  tenía  MoUoguanca,  (miiUu=z 
concha,  ^wanca=galga,  peñón);  piedra  que  es- 
taba en  medio  de  un  llano  y  que  era  la  sexta 
huaca,  del  tercer  ceque  de  Ohinchaysuyo   (2). 


(1)  La  sexta  Guaco,  se  decía  Macasayba;  era  una  piedra 
grande  que  Inca-Yupanqui  puso  junto  al  llano  de  Chuquibamba 
y  mandó  le  hiciesen  veneración  y  sacrificios,  por  la  salud  del 
'Rey.  — Cobo.  Historia  del  Nuevo  Mundo,  Sevilla  1892,  Vol.  IV. 
Parece  que  esta  huaca  debió  ser  más  antigua  que  el  Inca  Yupan- 
qui, pues  su  nombre  no  pertenece  a  la  lengua  quichua,  ni  a  la 
aymara. 

(2)  La  sexta  Guaca,  se  llamaba  MoUoguanca,  era  cierta 
piedra  que  estaba  en  medio  de  un  llano,  que  llaman  Calispu- 
quio,  la  cual  mandó  poner  allí  y  tenerla  por  adoratorio  Inca  Yu- 
panqui.    Cobo.  Loco  cit. 


3*78       Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

La  sexta  huaca,  del  cuarto  ceqne  de  la 
misma  dirección,  decíase  Oollaconcho  (aymara 
coZ?rt  =  purga,  comida  o  bebida,  emplasto,  me- 
dicina, bebedizo  o  ponzoña,  concho  precipita- 
do de  un  líquido,  hez  del  vino  de  la  chicha) 
conocida  hoy  con  el  nombre  de  la  «piedra  can- 
zada»  (1),  es  un  canto  yerático,  que  está  en 
las  inmediaciones  de  la  fortaleza  de  Sacsa- 
huamán  y  que  recuerda,  por  su  forma,  los 
resbaladeros,  de  que  ya  tendremos  lugar  de 
ocuparnos,  al  tratar  de  las  supersticiones  rela- 
tivas a  las  piedras  del  Viejo  Mundo  y  espe- 
cialmente de  Erancia.  Acerca  de  Oollo- con- 
cho, contaban  los  indios,  que  trayéndola  para 
la  construcción  de  la  fortaleza,  rodó  tres  veces, 
matando  a  algunos  indios,  por  lo  cual  los 
hechiceros  consultaron  el  caso  con  la  piedra, 
la  que  les  manifestó  su  firme  propósito  de  no 
moverse  del  lugar  en  que  se   encontraba.    El 


(1;  Entre  los  prodigios  que  precedieron  al  fin  del  reinado 
de  Montezuma,  cuentan  de  una  piedra  que  no  quiso  ser  llevada 
a  México,  para  servir  de  piedra  de  los  sacrificios  y  que  después 
de  haber  dado  varias  muestras  de  vida,  rompió  un  puente  de  la 
calzada  y  se  precipitó  en  la  laguna,  de  donde,  durante  la  noche, 
se  volvió  al  lugar  de  su  origen,  lo  que  motivó  el  que  se  le  hi- 
ciesen sacrificios.  Róbelo.  Diccionario  de  Mitología  Nahua ; 
Anales  del  Museo  Nacional  de  México,  II  Época,  Vol.  V,  Méxi- 
co 1907,  pgs.  333-334. 


Bocas  y  piedeas  adoradas  379 

culto  de  esta  roca,  debe  remontar  a  un  perío- 
do anterior,  al  del  señorío  de  los  Incas  (1). 

Ohachacomacay  {chachay  =  feo,  hoy  = 
dar,  wiaAa¿/:=  aporrear,  pegar,  feo  dar  porrazos) 
era  una  piedra  que  estaba  junto  a  unos  árbo- 
les, a  la  cual  sacrificaban,  porque  el  Inca  no 
tuviese  ira.  Pertenecía  al  mismo  ceque  que 
la  anterior  y  era  la  séptima  huaca  de  él  (2). 
En  el  séptimo  ceque  de  la  misma  direc- 
ción, era  la  tercera  huaca,  Marcatampu  (niar- 
campueblo,  ¿awí&o=:  posada ;  posada  de  la  po- 
blación) eran  unos  cantos  arredondeados,  que 
estaban  en  Oarmenga  j  a  los  que  sacrificaban 
niños,  por  la  salud  y  conservación  del  Inca.  Su 
culto  fue  instituido  por  el  Inca  Yupanqui,  que 
al  parecer,  era  muy  devoto  de  las  piedras  (2). 

(1)  La  sexta  Huaca,  era  una  piedra  grande  llamada  Colla- 
concho,  que  estaba  en  la  fortaleza,  la  cual  afirman,  que  trayén- 
dola  para  aquel  edificio,  se  les  cayó  tres  veces  y  mató  algunos 
indios,  y  los  hechiceros  en  preguntas  que  le  hicieron  dijeron 
haber  respondido,  que  si  porfiaban  en  querella  poner  en  el  edi- 
ficio, todos  habrían  mal  fin,  allende  que  no  serían  parte  para 
ello;  y  desde  aquel  tiempo  fue  tenida  por  guaca  general,  a  la 
cual  ofrecían  por  las  fuerzas  del  Inca. — Cobo.  Loe.  cit. 

(2)  La  séptima  Guaca,  se  decía  Ohachacomacay :  eran 
ciertos  árboles  puestos  a  mano  junto  a  los  cuales  estaba  una 
piedra,  a  quien  hacian  sacrificio,  porque  el  Inca  no  tuviese  ira. 
Cobo.   Loe.  cit. 

(2)  La  tercera  Guaca,  se  decía  Marcatampu :  eran  unas 
piedras  redondas,  que  estaban  en  Carmenga,    donde  ahora    es 


380      Religión  del  Imperio  de  los  Incas 

Toxanamaro  (  Toxan=zel  lagar  donde  esta- 
ban; amaruz=serpiente;  la  serpiente  de  Toxán) 
eran  cinco  piedras  arredondeadas,  cnyo  culto,  se 
decía,  fue  establecido  por  el  Inca  Yiracocba,  y 
que  se  encontraban  en  la  cumbre  del  cerro  de 
Toxán  ;  ofrecíanle  mullu,  para  que  el  Inca  fue- 
se siempre  victorioso ;  figuraban  como  la  cuar- 
ta huaca,  en  el  séptimo  ceque  de  Ohincbay- 
sujo  (1). 

La  buaca  siguiente,  del  mismo  ceque,  era 
XJrcoslla  amaru  (  Orco  =  monte;  7Zrt  =  partícula 
que  se  pospone  en  los  nombres,  dando  así  mues- 
tras de  ternura,  amor,  afición,  gusto;  amaru^:^ 
serpiente;  serpiente  del  montecito)  asinamien- 
to  de  piedras,  que  estaban  en  una  colina  sobre 
Oarmenga,  a  las  que  sacrificaban  por  la  salud 
del  Inca  (2). 


la  parroquia  de  Santa  Aua,  las  cuales  señaló  por  adoratorio 
principal  Inca  Yupanqui.  Ofrecíansele  niños,  por  la  salud  y 
conservación  del  Inca.     Coho.  Loe.   cit. 

(I"!  La  cuarta,  se  llamaba  Toxanamaro ;  eran  cinco  pie- 
dras redondas,  que  Viracocha  Inca,  mandó  poner  en  el  cerro 
de  Toxán,  que  está  encima  de  Cannenga.  La  ofrenda  que  le 
daban,  era  solamente  de  conchas  partidas.  Rogábase  a  esta  gua- 
ca, por  la  victoria  del  Inca.     Cobo.  Loe.  cit. 

(2)  A  la  quinta  Gtiaca  deste  Ceque,  llamaban  UrcosUa 
amaro,  eran  muchas  piedras  juntas,  puestas  en  un  cerrillo  que 
está  encima  de  Carmenga:  hacíansele  sacrificios  por  la  salud 
del  Inca.    Coho.   Loe.    cit. 


EOOlS   Y   PJEDBAS    ADORADAS  381 

Tuyotayro,  eran  cinco  piedras  paradas, 
cercanas  a  Apuyavira,  que  decían  ser  uno  de 
los  compañeros  de  Guanacauri,  que  con  él  sa- 
lieron de  la  tierra  y  transformado  como  él  en 
una  piedra.  Estaba  en  el  cerro  de  Piccho  y 
era  la  décima  huaca,  del  noveno  ceque  de  Ohin- 
chaysuyo  (1). 

Acerca  de  PilloUiri,  contaban,  que  había 
estado  en  otro  cerro  y  que  dio  un  salto  y  se 
colocó  en  el  que  llevaba  el  nombre  de  esta 
piedra,  que  por  eso  era  adorada,  siendo  la  hua- 
ca siguiente  a  la  anterior  (2). 

En  Antinsuyo,  la  undécima  huaca  del 
segundo  ceque,  era  Quiscourco,  (Jcisqiii=i  es- 
trecho, lleno,  repleto,  irrA'o  =  monte  )  ;  piedra 
redonda  de  pequeñas  dimensiones  (3). 

A  Pachatosa  (pacha^=:lsL  tierra,  el  mundo, 
¿M5«=pilar  de  madera,  que  sostiene  el  techo). 


(1)  La  décima  se  llamaba  Yuyoiuyro]  eran  cinco  piedras 
juntas  que  estaban  junto  al  cerro  de  arriba.   Cobo.  Loco  cit. 

I  2)  La  undécima  era  una  piedra  dicha  Pillo  Iliri,  que  cuen- 
tan los  indios  haber  saltado  de  otro  cerro  a  aquel  que  se  llama 
asi,  y  por  esta  imaginación  que  tuvieron  la  |idoraron.  Cobo. 
Loco  cit. 

(3)  La  postrera  Gnac/x  deste  Ceque  se  decia  Quiscourco : 
era  una  piedra  redonda  no  muy  grande  que  servía  de  termino 
y  mojón  destas  Guacas.    Cobo.  Loe.  cit. 


382       Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

rendían  culto,  quemando  los  sacrificios  sobre 
ella  (1). 

En  Ohusacaclii,  (cliiisay  =estar  ausente  de 
la  casa,  ausentarse,  viajar;  Crtú^i  =  sal1)  que 
era  un  monte,  habían  unas  piedras,  que  eran 
huacas  del  segundo  ceque  de  Antinsuyo  (2). 

La  novena  huaca,  del  segundo  ceque  de 
Antinsuyo,  era  Oascasayba,  adoratorio  muy  im- 
portante, en  el  que    sacrificaban  niños. 

Oascasayba  (aymara,  cc«c«  =  acongojado, 
lleno  de  cuidados;  cc«cca= tartamudo,  fantas- 
ma nocturno,  que  hace  ruido  como  un  tarta- 
raudo;  íti?/A?írt=:el  mojona)  eran  unas  piedras, 
acerca  de  las  cuales  contaban  un  largo  mito, 
en  el  que  quizás  figuraba  el  espectro  ccacca, 
del  folk-lore  aymara,  evidenciando  así,  la  anti- 
güedad de  este  culto  y  el  primitivo  dominio 
aymara,  de  la  región  que  fue  cabeza  y  centro 
de  la  expansión  quichua  (3). 

(1)  La  segunda  Guaca  deste  Ceque  (2°  de  Antinsuyo  i  se 
llamaba  Pachatosa ,  era  una  piedra  grande  que  estaba  junto  a 
la  casa  de  Cayo  (Don  García  Cayo  Tupac,  hijo  de  Hayna-Ca- 
pac}.  Quemábase  encima  della  el  sacrificio  y  decían  que  lu 
comía.    Cobo.  Loe.  cit. 

i2)  La  tercera  Guaca  se  decía  Chusacaclii:  e^  un  cerro 
grande,  camino  de  los  Andes,  encima  del  cual  estaban  ciertas 
piedras  que  eran  adoradas.    Cobo.   Loe.  cit. 

(3)  La  novena  llaman  Cascasayba  eran  ciertas  piedras 
que  estaban  en  el  cerro  de  Quisco.    Era  Guata  principal  y  te- 


Rocas  y  piedras  adoeadas 


383 


Cerca  de  Mantocalla,  había  un  cerro  lla- 
mado Cnri -urco  (/l-oH=oro;  or^o=cerro)  en 
el  qne  habían  unas  piedras,  que  eran  la  pri- 
mera huaca,  del  cuarto  ceque  de  Antinsujo  (1). 

En  el  mismo  monte  estaba  Oallachaca 
(Je' alia—  áesnudo',  c/í/fcrt  =  pierna)  que  eran 
varias  piedras  (2). 

Protectoras  de  la  salud  de  los  que  entra- 
ban en  los  bosques  orientales,  eran  unas  pie- 
dras que  estaban  sobre  el  monte  llamado  Illan- 
sayba  (aymara  iW«==cosa  preciosa,  que  se  guar. 
da,  reserva,  provisión ;  na  =  partícula,  de  geni- 
tivo; sayhua  =  él,  mojona  (3). 

Sauaraura  era  una  piedra,  que  estaba  en  el 
pueblo  de  Yacomora  y  le  ofrecían  conchas  (4). 

nia  cierto  origen  largo  que  los  indios  cuentan.     Ofrecíanle  de 
todas  las  cosas,  y  también  niños.     Cobo.  Loe.  cit. 

(1)  La  primera  se  llamaba  Curiurco  y  era  un  cerro  que 
esta  cerca  de  Mantocalla,  encima  del  cual  había  ciertas  piedras 
que  eran   veneradas  y  les   ofrecían    ropa  y  carneros   mancha- 

dos.     Coba.  Loe.  cit. 

(2)  La  tercera  Guaca  se  decía  Calla -cacha,  eran  ciertas 
piedras  puestas  en  el  mismo  cerro.     Coho.  Loe.  cit. 

'3)  La  sexta  Guaca  (del  cuarto  ceque  de  Antmsuyo)  se 
decía  lllansayha:  era  cierto  cerro  encima  del  cual  habían  unas 
piedras  a  que  sacrificaban  por  la  salud  do  los  que  entraban  en 
la  provincia  de  los  Andes.    Coho.  Loco  cit. 

(4)  La  tercera  (del  ceque  siguiente]  se  decía  Sauaraura, 
era  una  piedra  redonda  que  estaba  en  el  pueblo  de  Yacomora; 
ofrecíanle  solo  conchas,  unas  enteras  y  otras  partidas.  Cobo, 
Loco  cit. 


384      Eeligión  del  Imperio  de  los  Incas 

Pachacnti  Tupanqui,  estableció  el  culto 
de  unas  piedras,  dichas  Runtuyan  (runtu:=^ 
el  huevo;  2/rt  =  ah!)  (1). 

La  décima  huaca,  del  quinto  ceque  de  An- 
tinsuyo,  era  una  piedra  llamada  Pomavico 
{2nima  =  leoncillo  de  América,  felix  puma ; 
Jiuehay  =:z\2íq,Í2lx  las  tripas  volteándolas,  para 
limpiarlas)  (2). 

En  el  ceque  siguiente,  era  la  segunda 
huaca,  Oomovilca  (aymara,  AMm?í  =  corcovado; 
n¿ZZ'rt  =  sagrado,  dios  huaca)  era  una  piedra 
corva,  a  la  que  ofrecían  mullo  (3). 

En  la  plaza  de  Oolca- pampa  (^oZZc«  =  el 
granero,  el  troje;  J9a?íipa  =  llanura)  había  una 
piedra,  en  cuyo  honor  sacrificaban  niños    (4). 


d)  La  novena  se  decía  Rondoya  (Ruutnj'an)  eran  unas 
piedras  que  estaban  en  el  cerro  asi  llamado ;  púsolas  el  Inca 
Pachactitic  y  mandó  las  adorasen.     Cobo.    Loco  cit. 

(2)  La  décima  y  última  Guaca  deste  Ceque  era  otra  pie- 
dra llamada  Pomavico  que  estaba  puesta  por  fin  3'  término  de 
las  Guacas  deste  Ceque.     Cobo.  Loco  cit. 

(3J  La  segunda  Guaca  era  una  piedra  corva,  llamada 
Comovilca  que  estaba  cabe  Callachaca,  ofrecianle  solo  concha. 
Coho.     Loe.  cit. 

(i)  La  cuarta  era  una  plaza  grande  llamada  Colcapampa^ 
donde  se  hizo  la  parroquia  de  los  mártires,  al  cabo  de  la  cual 
estaba  una  piedra  que  era  ídolo  principal  a  quien  se  ofrecían 
niños  con  lo  demás.     Cobo,  Loe.  cit. 


Rocas  y  piedras  adoradas  385 

Junto  al  manantial  sagrado  de  Pirqui- 
piiquio,  habían  nnas  piedras,  a  las  que  ofrecían 
ropa  pequeña  y  corderillos  hechos  de  conchas; 
llamábanse  Ouipanamaro  (g'we/>a  =  trompeta, 
rt//irfro:=  serpiente  (1). 

Sauaraura,  eran  tres  piedras,  que  estaban 
on  el  pueblo  de  Larapa  (2). 

En  el  mismo  lugar,  había  una  piedra  lla- 
juada  Urcopuquio,  (orJco=z monte;  2?t*/¿/(/=ma- 
uantial,  fuente)  ofrecíanle  ropa  de  mujer  y 
pedazos  de  oro  (3). 

La  octava  huaca,  del  octavo  cequo,  era 
Guipan  (  quepa  =  trompeta  )  ofrecíanle  conchas 
coloradas,  por  la  salud  del  Inca.  Esta  huaca 
estaba  formada  por  seis  galgas  (4) . 

Picas,  (2^eA:«  =  mosto  de  la  chicha)  era  una 
piedra  pequeña,  a  la  que  ofrecían  bolitas  de  oro. 


(1)  La  tercera  ( Del  octavo  ceque )  se  llamaba  Cuipana- 
maro  eran  unas  piedras  junto  a  este  manantial,  y  eran  teni- 
das por  Guaca  principal.  Ofrecianle  ropa  pequeña  y  corderillos 
hechos  de  conchas.    Cobo.    Loo.  cit. 

(2)  La  quinta  se  decía  Sauaraura,  eran  tres  piedras  que 
estaban  en  el  pueblo  de  Larapa.    Cobo.  Loe.  cit. 

'3j  La  sexta  se  llamaba  ürcupuqiiio  y  era  vina  piedra 
esquinada  que  estaba  en  el  rincón  de  dicho  pueblo.  Teníanla 
por  Guaca  de  autoridad  y  ofrecíanle  ropa  de  mujer  pequefia  y 
pedazueloB  de  oi-o.     Cobo.    Loe.  cit. 

(4)  La  octaba  se  llamaba  Guipan :  eran  seis  piedras  que 
estaban  juntas  en  el  cerro  asi  llamado.  Ofrecían  a  esta  Gua- 
ca sólo  conchas  coloradas  por  la  salud  del  Rey.  Cabo.  Loe.  cit. 
Bell'gicm  del  Impérib  di»  iDls  Zsca»  36 


386      Eeligióx  del  Imperio  de  los  Incas 

para  que  no  hubiese  tempestades  de  granizo. 
Estaba  en  uu  cerro  encima  de   Larapa  (1). 

La  última  del  mismo  ceque,  era  Pilco- 
nrco  {pilleo  ==  pájaro  colírado ;  orTto  z=.  cerro) 
huaca  muy  importante,  a  la  cual,  cuando  se 
coronaba  un  nuevo  Inca,  sacrificaban  una  mu- 
chacha menor  de  doce  años  (2). 

En  el  último  ceque  de  Antinsuyo,  estaba 
la  huaca  Churucana  (aymara,  chiü'aJchana=z 
aquel  restituyó)  (3). 

Gran  importancia  en  la  economía  del  uni- 
verso tenían  otras  tres  piedras,  que  estaban  en 
un  cerro  pequeño,  sin  cuyo  poder,  el  Sol,  dios, 
jefe  de  la  dinastía  y  sostén  del  Imperio,  per- 
dería sus  fuerzas,  por  lo  cual  a  esta  huaca,  que 
tenía  el  mismo  nombre  que  la  anterior  y  per- 
tenecía al  primer  ceque  de  Collasuyos,  sacri- 
ficaban niños  (4). 

(li  La  décima  se  decia  Picas:  era  una  pedrezuela  peque- 
ña que  estaba  en  un  cerro  encima  de  Larapa,  a  la  cual  tenían 
por  abogado  del  granizo.  Ofrecíanle  demás  de  lo  ordinario 
pedazuelos  de  oro  pequeños  y  redondos.   Cobo.   Loe.  cit. 

'2!  La  undécima  }'  última  Guaca  deste  Ceque  se  llamaba 
Pilcourco  era  otra  piedra  a  quien  hacían  gran  veneración,  la 
cual  estaba  en  un  cerro  grande  cerca  de  Larapa.  Cuando  ha- 
bía Inca  nuevo  le  sacrificaban  demás  de  lo  ordinario  una  mu- 
chacha de  doce  afios  abajo.     Cobo.  Loco  cit. 

(á)  La  cuarta  Guaca  eran  unas  piedras  llamadas  Churo- 
cana  que  estaban  encima  de  un  cerro  más  abajo.   Cobo.  Loe.  cit. 

(4)  La  tercera  guaca  se  decía  Churucana,  Es  un  cerro 
pe'ijueüo  y  redondo  íjufe  «stíí  juntb  a  San  Lararoj  encima  dfel 


Bocas  y  piedras  adoradas  387 

Guamansuri  {huaman^zihalcón,  #wrici=aves- 
truz.  Según  XJrteaga,  íir«o  =  el  hábil  en  di- 
chos y  sentencias,  también  el  hacendoso)  (1), 
era  una  piedra  grande,  a  la  que  sacrificaban 
por  la  fuerza  del  Inca,  ofreciéndoles  ropa  pe- 
queña, oro  y  plata  (2).  Según  las  creencias 
de  los  Indios  de  Huamachuco  Guamansiri,  era 
nn  dios,  creado  por  Ataguju,  que  vivió  pobre 
y  desconocido  en  la  tierra  y  fue  ajusticiado  y 
quemado  su  cuerpo  por  los  guachemines,  por 
haber  seducido  a  la  hermana  de  éstos,  Oanta- 
guán,  la  que  dio  a  luz  dos  huevos,  do  los  que 
salieron  Catequil  y  Piguerao  (3). 

Tninourco,  sexta  huaca  del  segundo  ceque 
de  Collasuyo,  eran  tres  piedras  juntas,  que  esta- 
ban  en  el  pueblo  de  Caerá  (4). 

cual  esta  tres  piedras  tenidas  por  Ídolos.  Ofreciaseles  lo  or- 
dinario y  también  niños  para  efecto  que  el  Sol  no  perdiese 
sus  íuerras.     Colio.  Loe  cit. 

(1)  Informaciones  acerca  de  la  Religión  y  gobierno  de 
los  Incas.  Lima  1918,  nota  10,  pg.  14. 

12)  La  sétima  guamsari  era  una  piedra  grande  que  esta- 
ba encima  de  un  cerro  junto  a  Angostura.  A  esta  guaca  sa' 
crificatan  todas  las  familias  por  las  fuerzas  de!  Inca,  y  ofre- 
cíanle ropa  pequeña,  oro,  y  plata.     Cobo.  Loe.  cit. 

(3i  Relación  de  idolatrias  en  Huamacliuco  por  los  prime- 
ros agustinos.  Informaciones  acerca  de  la  Religión  y  Gobier- 
no de  los  Incas.    Lima  1918,  pgs.  14  y  20. 

(4)  La  sexta  se  nombraba  Tinourco  eran  tres  piedras  que 
eateban  en  uji  riacóa  del  puüblo  de  CÜcra,  CÓbo,  IiOG  c:ifc. 


388        Eeltgióx  del  Imperio  de  los  Incas 

Eu  la  que  fae  casa  de  Manso  Sierra  Le- 
guisano,  el  famoso  conquistador  que  jugó  el 
sol  en  una  noche  y  autor  de  uu  testamento 
cual  no  lo  habría  escrito  Las  Casas,  habían  tres 
piedras,  que  eran  hnacas,  llamadas  Tampu- 
cancha,  (f a wí^jíí= posada,   crt7íc/i«= patio)     (1). 

Pampasona  f/^«»i/?^í=llanura,  #?¿w<i=boca) 
era  otra  piedra  adorada,  que  estaba  junto  a 
las  anteriores  (2). 

En  el  pueblo  de  Sano,  habían  tres  piedras 
redondas,  a  las  que  sacrificaban  niños;  llamá- 
banse Sanopampa  (llanura  de  Sano;  Sano,  qui- 
zás del  aymara  sano -sano  una  bierba.)    (3). 

En  Guipan  (quepa^z^tvom^QÍo)  monte  ve- 
cino a  Guanacaare,  habían  cinco  piedras,  en 
cuyas  aras  se  inmolaban  niños    (4). 

(r  La  primera  se  llamaba  Tampucancha.  Era  parte  de 
la  casa  de  Manso  Sierra,  en  que  había  tres  piedras  adoradas 
por  Ídolos.     Coho,  Loe.  cit. 

(21  La  segunda  guaca  era  una  piedra  llamada  Pampaso- 
na que  estaba  junto  a  la  sobredicha  casa.  Ofrecíanle  conchas 
molidas.     Coho,   Loe.  cit. 

(3j  La  séptima  (del  3"  ceque  de  Collasuyo)  Sinopampa 
(^Sanopampa?)  eran  tres  piedras  pequeñas  que  estaban  en  un 
llano  en  medio  dal  pneblo  del  Sano.  Sacrificábanle  niños. 
Ceibo.  Loe.  cit. 

(4i  La  cuarta  (de  4  ceque"»  era  un  cerro  por  nombre  Gui- 
pan questa  destotra  parte  de  Guanacauri;  encima  del  cual 
estaban  cinco  piedras  tenidas  por  Guacas.  Sacrificábanles  to- 
das las  cosas  especialmente  niños.    Oobo  Loe.  cit. 


ÉOOAS   Y   PIEDRAS    ADOBADAS  389 

Si  a  Oatonge,  piedra  que  estaba  en  lo 
que  fue  casa  de  Juan  de  Soria,  no  sacrifica- 
ban niños,  en  memoria  de  la  éi)oca  en  que 
sangre  humana  le  era  acepto  sacrificio,  le  ofre- 
cían figurillas  pequeñas  de  hombres  j  mujeres, 
hechas  de  oro  j  plata  (1).  A  no  dudarlo,  estas 
imágenes  eran  de  aquellas  que  se  han  eicon- 
trado  en  los  monuüíentos  incaicos  y  que  ad- 
miran  por  lo   peificto  de  su   labor  (2). 

Quintiamaro  fite/ííi= colibrí,  picaflor,  mna- 
ro=  serpiente -Serpiente  picaflor;  compárese 
Quezatcoatl),  eran  unas  piedras  redondas,  que 
figuraban  como  huacas,  en  el  quinto  ceque  de 
Oollasuyo  (3). 

Junto  a  las  anteriores,  estaba  la  piedra 
Oicacalla  (^/¿ca  =  ramo  de  flores,  críZZa=el  palo 
de  la  rueca)  en  cuyo  honor  quemaban  ropa  j 
ofrecían  conchas  (4). 

(1)  A  la  primera  (del  5  ceque)  nombraban  Catonge.  Era 
una  piedra  que  estaba  cabe  la  casa  de  Juan  Soria.  Adorábanla 
como  a  Guaca  principal  y  ofrecianle  de  todo,  particularmente 
figuras  de  hombres  y  mujeres  pequeñas  de  oro  y  plata.  Cobo. 
Loe*  cit. 

(2)  Larrea  y  Jijón.  Un  cementerio  incásico  en  Quito  y 
notas  acerca  de  los  Incas  en  el  Ecuador.  Quito  1918,  Lam.     XL. 

(3)  La  tercera  se  decía  Quiniiamaro.  Eian  ciertas  piedras 
redondas  que  estaban  en  el  pueblo  de  Quijalla.   Cobo  Loe.  cit. 

(4)  La  cuarta  se  decía  Cicacalla.  Eran  dos  piedras  que 
estaban  en  el  mismo  pueblo  de  arriba.  Ofrecianle  conchas 
pequeñas  y  ropa  quemada.  Cobo.  Loe  cit. 


390       Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

Al  mismo  grupo,  pertecían  las  cinco  pie- 
dras, que  formaban  la  huaca  Ankasmaro  (an- 
A'«*=azul,  «»i«ro  =  serpiente)  (1). 

Ofrecían  niños  a  las  tres  piedras  que  es- 
taban en  el  llano  de  Intipampa  (^i?i¿¿z=el  sol, 
j[>rt?;i/)a:=  llanura)  (2). 

En  Tokaray  {to]co=^el  agujero,  A;«r«í/  =  dar 
de  comer)  cerro  que  está  frontero  de  Quijalla, 
habían  tres  piedras,  a  las  que  hacían  igual  sa- 
crificio (3). 

En  la  cumbre  de  Omotourco  (Uinutu  z=z^e- 
queño,  orAro  =  cerro)  habían  tres  piedras  que 
eran  h  nacas  (4). 

En  el  pueblo  de  Hembrilla,  estaban  unas 
piedras,  llamadas  Mamacolla  (»ia»ia= madre, 
A'oWrt  =:  páramo,  hoya  reina.)     (5). 

A  una   piedra  rodeada  de  cuatro    peque- 

(1)  La  quinta  Giuica  se  nombraba  Ancasmaro.  Eran  cin- 
co piedras  que  estaban  en  el  mismo  pueblo.  Cobo.    Loe.  cit, 

(2)  La  octava  se  llamaba  Intipampa.  Era  un  llano  junto 
a  Caerá,  en  medio  del  cual  estaban  tres  piedras.  Era  adora - 
torio  principal,  en  que  se  sacrificaban  niños.   Cobo,  Loe.  cit. 

(3)  La  sexta  (del  5°  ceqne  de  Collasuyo)  Tocarat/,  era  un 
cerro  que  está  frontero  de  Quijalla.  Habia  en  el  tres  piedras 
veneradas:  sacrificábanles  niños.     Cobo,  Loe.  cit. 

'4j  La  décima  y  última  era  un  cerro  pequeño  llamado 
Omohirco,  que  esta  en  la  puna  o  páramo.  Encima  dól  esta- 
ban tres  piedras  a  las  cuales  ofrecían  sacrificios.  Cobo.  Loe.  cit, 

(5)  La  segunda  guaca  (del  sexto  Ceque).  Eran  ciertas 
piedras  que  ostaban  en  el  pueblo  de  Membñlla.  Cobo.  Loe.  cit. 


Bocas  y  piedras  adoradas  391 

ñas,  llamaban  Quiracoma  (quiru=:  dientes,  cu- 
ra?/ zahora — actualmente — grfíírrt?/==:  acostarse, 
CM«a?i=:  ahora,  actualmente)  (1). 

Yiracocha  cancha  (patio  de  Viracocha) 
eran  cinco  piedras,  que  estaban  en  el  pueblo 
de  Qaijalla  (2)  ¿El  antiguo  templo  de  Vira- 
cocha, en  ese  pueblo,  del  que  quedaban  pila- 
res semejantes  a  los  de   Tiabuanaco"? 

Guipan  fg'i<e/)a  =  trompeta)  eran  tres  pie- 
dras adoradas  (3). 

De  menos  importancia,  era  la  huaca  Qui- 
quijana,  a  la  que  solo  sacrificaban  conchas  y 
ropa,  quemándola;  eran  tres  piedras,  en  la  cús- 
pide de  un   cerrito  (4). 

Chachaquiray     (aymara,    c7mc^a  =  varón, 

marido,  varonil,  quira:=z\aiA  varas  con  que 
cruzan  las  tijeras  de  las  casas)  era  otra  piedra, 
a  la  que  daban  culto  (5). 

(1)  La  cuarta  Quiracojia.  Era  una  piedra  con  cuatro  pe- 
quenas  que  estaban  en  el  llano  de    Quicalla.      Cobo.  Loo.  cit. 

(2)  La  quinta  se  llamaba  Viracochacancha.  Eran  cinco 
piedras  que   estaban  en  el  pueblo  de  Qnijalla.   Cobo,    Loe.  cit. 

(3"!  La  sexta  se  decía  Cuipán,  y  eran  tres  piedras  puestas 
en  el  llano  de  Quicalla.   Cobo.  Loe.  cit. 

(4)  La  novena  se  decía  Quiqídjana.  Es  un  cerrillo  peque- 
ño donde  estaban  tres  piedras.  Ofrecíanles  solo  conchas  y 
ropa  pequeña.     Cobo.  Loe.  cit. 

í6,  La  tercera  era  otra  piedra  llamada  Chachaquiray ,  que 
estaba  lejos  de  la  arriba  fCotaoalla  uno  de  los  Pururaucaa, 
Cobo,  Loe.  cit. 


392      Religión  del  Imperio  de  los  Incas 

En  el  octavo  ceque,  había  un  pilar  de  piedra, 
llamado  Madea,  al  que  ofrecían  muUu  (1). 

En  el  monte  Ouicosa,  habían  otras  tres 
piedras,  que  eran  huaca  (2). 

En  Tampuvilca  (1í«m5í)  =  posada,  huilca:=: 
ídolo)  habían  cinco  piedras,  que  decían  haber 
aparecido  allí,  a  las  que  quemaban  cestos  de 
coca  (3). 

Quillo,  (aymara,  JceUu=  choclo)  evsíu  cin- 
co piedras,  que  estaban  sobre  el  cerro  del  mis- 
mo nombre  (4). 

La  undécima  huaca,  del  noveno  ceque  de 
Oollasuyo,  se  decía  Oachaocachiri  (aymara, 
cacha  =z  Y arón y  marido,  ?íca  =  pronombre  de- 
mostrativo, cachi  :=z  corral  de  carneros)  «Eran 
tres  piedras  que  estaban  en  un  cerrrito  llama- 
do así ;  era  adoratorio  antiguo   en   el    cual  se 

(1)  La  tercera  se  decía  Mvdea.  Era  un  pilar  de  piedra 
que  estaba  en  un  cerrito  cerca  a  Membrilla.  Ofrecíanle  solo 
conchas.     Cobo.   Loe.  cit. 

(2)  La  quinta  se  decía  Cuicosa.  Eran  tres  piedras  redon- 
das que  estaban  en  un  cerro  llamado  asi  junto  a  Guanaccmri. 
Cobo.  Loe.  cit. 

(3)  La  quinta  se  nombraba  Tampuvilca.  Era  un  cerro 
redondo  que  esta  junto  a  Membrilla,  encima  del  cual  están 
cinco  piedras  que  cuentan  haber  aparecido  alli  y  por  eso  las 
veneraron.  Ofrecíanles  lo  ordinario,  especíalmauto  cestos  de 
coca  quemados.     Cobo.  Loo.   cit. 

(4)  La  décima  Quillo,  eran  cinco  piedras  puestas  encima 
de  un  ceri'o  deste  nombre  cerca  de  Gnanacauri — Cobo.  Loe.  cit. 


EOOAS    Y    PIBDEAS    ADORADAS  393 

saorifícaban  niños»  (1).  El  remoto  origen  d9 
esta  huaca,  está  atestiguado  por  el  origen 
aymara  de  su  nombre. 

Quiquil  era  una  piedra  que  estaba  en  una 
pared,  junto  a  Ooricancba;  era  quizás  uno  de 
los  Pururaucas,  que  ayudaron  a  los  Incas  en 
su  lucba  con  los  Oancbas;  pertenecía  al  pri- 
mer ceque  de  Oontisuyo    (2). 

En  una  quebrada  estaba  Huamán  (hua- 
?Háw=el  balcón)  piedra  pequeña,  redonda  (3). 

Ohataguarque  fc^rt¿a^= acusar,  huarcu= 
pesa)  «era  cierta  piedra  que  estaba  en  un  ce- 
rrillo»  (4). 

Sacrificaban  niños  a  la  piedra  Anabuar- 
quebuamán  (Anahuarque,  nombre  de  un  cerro 
sagrado ;  huamán = alcón ;  ana  1=  lunar,  grano, 
^tíaWn=peso  [?J)  (5). 

«La  décima  cuarta  buaca,  del  primer  ce- 
que de  Ountisuyo,  era  cierta   piedra   llamada 

(1.     Cobo.  Loe.  cit. 

(2j  La  segunda  guaca  era  otra  piedra  como  esta,  llamada 
Quinquil,  que  estaba  en  una  pared  junto  a  Coricancha.  Cobo. 
Loe.  cit. 

(3)  La  quinta  Guarnan^  es  una  quebrada,  donde  estaba 
una  piedra  pequeña  redonda  que  era  idolo.    Cobo,  Loe.  cit. 

(4)  Cobo  Loe.  cit. 

(5)  La  decima  Aiiahuarqnegiiaman  era  una  piedra  que 
estaba  en  un  cerro  junto  a  él  de  arriba:  ofrecíanle  niños. 
Cobo.  Loe.  cit. 


394      Eeligión  del  Ímpeeio  de  los  Íxcas 

Puntiiguanca  qne  estaba  encima  de  un  cerro  des- 
te  nombre  cerca  del  cerro  de  Anarguarque^  (1). 

En  el  camino  de  Pomacancha,  habían  tres 
piedras  adoradas,  cnyo  nombre  era  Qaiguán 
(^A-e7í?írt=yerba,  planta,  mata,  A-eAM¿=  desaseado, 
A'eA?íi  =  torcido,  tortuoso)  (2). 

Pillocburi  (5n7/M:=corona,  guirnalda,  7coriz=z 
oro)  era  buaca  del  segundo  ceque  de  Oon- 
tisuyo  (3). 

Las  cinco  piedras  que  estaban  en  el  monte 
Caquiasavaraura,  eran  hnaca  (4). 

«La  tercera  Oayascasguaman,  era  una  pie- 
dra larga  que  estaba  en  el  pueblo  de  Cayas- 
cas»   (5)  (el  halcón  de    Oayascas). 

«Amarocti,  eran  tres  piedras  que  estaban 
en  un  poblezuelo  llamado  Aytocari»  (6)  (ama- 
rM  =  serpiente). 

(1)     Cobo.  Loe.  cit. 

(2j  La  postrera  guaca  se  decia  Quiguan,  Eran  tres  pie- 
dras que  estaban  en  su  portezuelo  camino  de  Pomacancha. 
Cobo.  Loe,  cit. 

l3)  La  segunda  se  decia  Pillochuri.  Era  una  quebrada 
camino  de  Tambo  en  que  babia  una  piedra  mediana  y  larga 
tenida  en  veneración.  Cobo.   Op.  cit. 

,'4)  La  segunda  (del  tercer  ceque  de  Contisuyo)  se  decia 
Caquiasavaraura.  Es  un  cerro  frontero  de  Cayocache,  encima 
del  cual  estaban  cinco  piedras  tenidas  por  ídolos.  Cobo.  Loe.  cit. 

(5)  Cobo.  Loe.  cit. 

(6)  Segunda  huaca  del  cuarto  ceque  de  Contisuyo.  Cobo- 
Loe.   cit. 


KOCAS    Y    PIEDBA    ADORADAS  395 

Ohnracana  (aymara,  cAwraMana  =  aqnel 
restitajó)  era  huaca  de  importancia,  paes  en 
su  honor  inmolaban  niños    (1). 

«La  tercera  (linaca  del  quinto  ceque  de 
Oontisuyo)  Oajallacta  eran  ciertas  piedras  que 
estaban  en  un  cerro  cabe  Choco,  pueblo  que 
fue  de  Hernando  Pizarro»  (^K'aya  =  pasado 
mañana,  después,  Vaya  huatazz=Gl  año  siguien- 
te, Wacía  =  tierra,   país). 

Cuando  los  cuatro  Ayares,  salieron  de  Pa- 
caritambu  y  llegaron  al  Cuzco,  uno  de  ellos, 
Ayar  Cachi,  dio  muestras  de  tal  fortaleza,  que 
los  hermanos  resolvieron  deshacerse  de  tan 
poderoso  compañero,  dando  así  principio,  a  la 
que  algunos  quieren,  pacífica,  justiciera  domi 
nación  de  los  Incas,  que  revivió  la  Arcadia  y 
realizó  el  ensueño  de  la  Edad  de  Oro  y  el  de 
la  república  platónica.  Una  de  las  proezas  del 
que  después  fue  ídolo  de  Guanacauri,  que  in- 
dujo a  sus  hermanos  a  cometer  el  fratricidio, 
fue  el  que  con  una  piedra  que  disparara  con 
su  honda,  desmoronó  uua  montaña.    Eran  qui- 


(1)  La  cuarta  Churacana,  era  cierta  piedra  grande  que 
estaba  en  un  cerro  junto  a  él  de  Anaguarque;  ofrecianle  niños. 
Cobo.  Loe.  cit.  En  la  lista  de  las  huacas  del  Cuzco,  que  nos 
ha  trasmitido  Cobo,  tomándola  de  Ondegai-do,  hay  más  de  una 
repetición. 


396      Religión  del  Imperio  de  los  Incas 

zas  los  proyectiles  empleados  por  Ayar  Cachi, 
que  al  juzgar  por  sus  efectos,  debieron  ser  de 
considerable  tamaño,  las  piedras  llamadas  gal- 
gas de  Guanacauri,  Oumpu-guanacauri  {cum- 
j^a zrz  peñasco  movedizo,  galga  que  se  emplean 
como  arma  defensiva  en  la  guerra,  arrojándolas 
contra  los  invasores,  desde  las  montañas)  que 
eran  huaca  del  quinto  ceque  de  Contisuyo  (1). 

«La  segunda  guaca  (del  sexto  ceque  de 
Contisuyo)  se  decía  Ouamán.  Es  una  piedra 
que  estaba  en  Cayocache»   (2). 

«La  segunda  Guaca  (del  sétimo  ceque)  se 
llamaba  Rocramuca.  Era  una  piedra  grande 
que  estaba  junto  al  templo  del  Sol»  (3). 

Al  octavo  ceque,  pertenecían  las  piedras 
Quiacasamaro  (4)  («maro  =  serpiente). 

Por  huacas  eran  tenidas,  diez  piedras  que 
estaban  en  el  cerro  Oumpi,  (cwmp¿  =  galga,  que 
se  arroja  desde  un  monte,  por  defensa  (1). 

,1)  La  quinta  se  decía  Cumpit guanacauri.  Es  un  cerro  de- 
recho de  Choco,  encima  del  cual  habia  diez  piedras  que  tenian 
creido  habia  enviado  alli  el  cerro  de  Guanacauri.   Cobo.  Loe.  cit. 

(2)     Cobo.     Loe.  cit. 

(31.     Cobo.     Loe  cit. 

(4).  La  octava  Qtiiacasaviaro  eran  ciertas  piedras  que 
estaban  en  un  cerro  mas  alia  de  Cayocache.   Cobo.    Loe.  cit. 

(1).  La  undécima.  Cuinpi,  es  un  cerro  grande  que  está 
camino  de  Cachona,  sobre  el  cual  había  diez  piedras  tenidas 
por  ídolos,    Cobo.  Loe.  cit. 


EOCAS    Y   PIBDEAS    ADOBADAS  397 

En  ChaqniTSí  (chaquiriy  =  ásLT  nn  poco  de 
sed)  había  igual  número  de  piedras  adoradas  (1). 

Oznuro  era  una  piedra  a  la  cual  rendían 
Lonores  divinos  (2). 

Considerando  los  datos  acumulados  en  las 
páginas  anteriores,  se  deduce  que,  si  algunas 
piedras  eran  adoradas  en  el  Cuzco,  por  estar 
relacionadas  con  una  divinidad  antropomorfa, 
tal  como  la  llamada  Rejna-madre,  El  fantas- 
ma que  amojona.  Las  galgas  de  Guanacauri, 
otras  nos  dan  indicios  de  cultos,  sobre  los  cua- 
les tenemos  pocas  noticias,  como  el  tributado 
a  la  serpiente;  no  menos  de  siete  piedras  esta- 
ban consagradas  a  este  Dios,  bajo  diversas 
advocaciones,  siendo  las  más  notables.  Ser- 
piente colibrí.  Serpiente  azul.  íío  era  de  me- 
nor importancia,  la  adoración  del  halcón  j  no 
faltan  huellas  del  culto  tributado  al  puma  (3). 


(li.  La  tercera  (del  noveno  ceque")  Chaquira,  es  un  cerro 
que  esta  cerca  del  camino  de  Alca  encima  del  cual  habia  diez 
piedras  tenidas  por  Ídolos.     Cobo.     Loe.  cit. 

[2],  La  px'iraera  (del  undécimo  ceqne)  era  una  hiedra  no 
aauy  grande  Uaxada  Oznuro  oue  as  taba  en  la  Chacra  do  los 
Hual paracas.     Cobo.    Loe  cit. 

v3^.  En  Tiahuanaco  se  repiten  constantemente,  en  la  de- 
coración de  las  estatuas,  vasos,  y  en  la  llamada  puerta  del  Sol, 
tres  figuras  estilizadas,  que  todos  están  de  acuerdo  en  llamar  el 
cóndor,  el  puma  y  el  {Pescado.    No  será  el  dicho  peeícado,  una 


398       Eeligión  del  Imperio  de  los  Ixcas 

El  motivo  del  culto  de  muchas  rocas,  nos 
es  desconocido,  por  pertenecer  el  nombre  de 
algunas,  a  lenguas  perdidas,  o  de  las  que  no 
tenemos  vocabularios  suficientes  y  cuvo  origen 
debe  remontar  a  un  período,  en  el  que,  los  habi- 
tantes del  Cuzco,  estaban  sujetos  a  razas  din- 
tintas  de  la  quichua  y  aymara.  De  otras  pie- 
dras huacas,  ignoramos  su  nombre  y  sólo  sa- 
bemos el  lugar  en  que  se  encontraban. 

Queda,  no  obstante,  más  de  la  tercera 
parte  de  las  piedras  adoradas,  de  las  que  se 
puede  creer  que  eran  objetos  de  culto,  por 
tenerlas  por  extraordinarias  y  como  receptá- 
culos de  la  fuerza  mística,  de  la  esencia  hiia- 
ca;  de  una  creían  era  «el  pilar  del  mundo*, 
de  otra  que  daba  vigor  al  Sol.  Hay  nombres, 
que  claramente  demuestran,  que  la  razón  del 
culto,  era  la  forma  extraordinaria  de  la  piedra 
que  lo  recibía;  ^jemplí^'^:  son  ^YA  hu^vo  v  H'ip 
ca  jorobada». 


íerpientsV  Al  ser  asi,  en  las  huacas  del  CuzcO;  encoiitrariasio:- 
Ijs  tres  animales  sagrados  de  los  tialmanacotas  [totems.  priniiti- 
V06?;  SaLido  es,  que  el  culto  a  Viracocha,  tan  valido  ectrelos 
incas,  era  propio  de  la  civilización  tiahuanacota,  y  así  como  los 
«hijos  del  Sol»  continuaron  la  adoración  d«  Viracocha  Tarapa- 
cá,  (el  ágilaj  bien  han  podido  teguir  venerando  a  los  animales 
sagrados  del  viejo  Imperio.  Uhle  unñ.  Stiibel,  Die  Ruinestactt© 
ven  Xiahuaíiaco.    Be^iLu  íí^2. 


KOOAS    y    PIEDRAS    ADOBADAS  399 

Otro  particnlar  interés  tiene  el  estudio 
de  los  nombres  de  las  huacas  veneradas  en  el 
Onzco  y  es  la  demostración  de  que  lo  que  fué 
capital  del  Imperio  y  centro  de  la  expansión 
incaica,  estovo  un  tiempo,  bajo  la  dominación 
aymara,  lo  que  comprueba  la  exactitud  de  las 
hipótesis,  emitidas  por  el  Dr.  Max  Uhle,  al 
tratar  del  origen  de  los  Incas,  quien  opina,  que 
la  monarquía  de  Tiabuantinsuyo,  tuvo  prin- 
cipio en  la  disolución  del  señorío  aymara  (1). 

El  famoso  visitador  de  idolatrías,  el  Pa- 
dre Avila,  encontró  en  San  Damián  de  Hua- 
rochirí,  un  ídolo  llamado  Macabuiza,  que  era 
una  piedrecilla  azul,  que  los  indios  guarda- 
ban, juntamente  con  otros  ídolos,  en  unos  pe- 
ñascos de  muy  difícil  acceso   (2). 

Otro  ejemplar  de  este  ídolo,  lo  conserva- 
ban en  una  casa  en  donde  vivía  una  muchacha 
paralítica,  desposada  con  el  ídolo,  el  cual  esta- 


{1¡  Uhle.  Los  orígenes  de  los  Incas.  Actas  del  XVII 
Congreso  Internacional  de  Americanistas.     Buenos  Aires,  1912. 

v2'  En  Sn  Damián  (de  Ilnr.rochirí  j  que  es  el  pueblo  prin- 
cipal, tenia  yo  noticia  auia  tres  o  quatro  ídolos  muy  celebrados 

y  seruidos,  el  uno  llamado  LlacQaylinancupa el  otro 

Macaui^a Estauan  e^tos  ídolos  en  vnas  breñas  ca- 
si inacessibles  y  era una  pedrezuela  azul.  Avila.  Tra- 
tado de  los  Evangelios,  Lima  1646^  vol.  I,  folio  29  vuelta^  de  loe 
^i^mumerar. 


400       Religión  del  Imperio  de  los  Inüas 

ba  en  un  cestillo,  juntamente  con  mantas  y 
camisetas  diminutas  (1).  El  nombre  de  esta 
divinidad,  parece  relacianarla  con  los  dioses 
de  la  vegetación;  macrt=una  raíz  comestible, 
semejante  a  la  papa;  huijsa=: yientre. 

El  ayllo  Llampilla,  que  vivía  a  una  legua 
de  Huarochirí,  tenía  una  huaca  «  que  era  vna 
piedra  como  de  tres  quartas  de  largo  y  se  re- 
mataba en  una  coronita  como  la  palma  de  la 
mano,  y  solo  esta  se  descubría  entre  otras  lo- 
sas que  estaban  en  el  suelo,  porque  lo  demás 
estaba  cubierto  debajo  de  tierra  y  en  ella  una 
concabidad  grande  cubierta  con  las  dichas  lo- 
sas, por  donde  le  echaban  todo  lo  que  se  ofre- 

[IJ.  (En  Sn  Damián  fui^  a  casa  de  un  indio  cassado 
que  tenia  una  hijuela  qne  andaba  con  un  bordón  en  cada  ma- 
no porque  estaba  tullida,  y  era  mocuela  de  hasta  diez  y  ocho 
años  de  muy  buena  cara,  auianme  dicho  estaba  esta  dedicada 
por  mujer  a  vn  ídolo  y  que  este  era  de  oro,  halle  allí  a  la  mu- 
chacha padre  y  madre:  y  luego  entendieron  a  lo  que  yra  y 
entro  la  vieja  en  su  aposento,  sin  aguardarme  la  hablasse  sa- 
co vna  canastilla,  y  dixo  :  Señor  en  esta  canastilla  esta  el  ídolo 
que  quieres  pedir,  no  es  de  oro  sino  una  piedra  azul,  que  dizen 
que  el  Inga  lo  dio  a  mis  mayores  y  se  tomo  el  de  oro.  y  lo 
puso  en  la  casa  dal  Sol  en  el  Cuzco.  Esítaba  alli  la  piedra  y 
unas  maiitit8,s*y  camisetillas  Oiuy  chiquitas  de  cumbe  que  eran 

dedic^adas  al  ídolo  y  no  exedian  del  tamaño  de  la  palma 

('La  piedra  era)  representativa  do  Macauiga,  Ídolo  a  quien 
estaba  esta  muchacha  dedicada  y  ofrecida.  Avila.  Tratado  de 
los  Evangelios,  Lima  1646,  VoU  I,  folios  30  vuelta,  de  los  sin 


Rocas  y  pibdeas  adoeádas  401 

cia  a  aqnel  ídolo  » .  Esta  huaca  estaba  en  una 
de  las  casas  que  los  indios  tenían  junto  a  sos 
chacras.  «Alli  cerquita  auía  otro,  dentro  de 
una  bobeda  apartada  de  las  demás  casas,  el 
qual  no  sabían  lo  que  era,  mas  de  que  todos 
decían  ser  vna  cosa  tremenda  y  espantable 
donde  nadie  se  atreuía  allegar.  Mando  el  Dr 
(Avila)  desvaratar  la  casa  j  dentro  se  hallo 
vna  piedra  fuerte  como  vna  cabeza  de  un  niño 
sin  figura  ninguna  la  qual  estaba  toda  untada 
de  las  cosas  que  le  auían  sacrificado,  y  esta 
debía  de  ser  el  ídolo  o  otra  que  se  hallo  junto 
a  ella  del  mismo  tamaño  de  poco  peso,  por 
estar  hueca  y  dentro  tenía  algunos  pedacillos, 
que  auian  caido  de  la  misma  piedra  y  meneán- 
dola, lo  qual  debia  tener  para  con  ellos  algún 
gran  misterio  »  (1). 

En  un  cerro  habían  «  siete  piedras  puestas 
en  orden  que   significaban   diferentes   Ídolos». 

En  Santiago  de  Anchocaya,  había  « un 
Ídolo  llamado  Xamuña  el  qual  es  adorado  de 
todos  los  indios  de  esta  comarca,  por  no  se 
que  fábula  que  cuentan  alia  de  que  les  ayudo 
en  cierta   guerra,  y  después    desapareciéndose 


'1,     Favián  de  Áyala.    Carta   al  Arzobispo  de  los  Eeyes, 
de  Santiago  de  Anchocaya,  12  de  Abril  de  1611,  Apéndice. 
Hejigión  del  Imperio  de  los  Incas  28 


402        Eeligtón  del  Impebio  de  los  Incas 

se  convirtió  en  nn  gran  peñasco  y  risco.  .  .  . 
encima  del  qual,  y  al  derredor  auian  muchas 
ventanas,  hechas  de  piedras  en  memoria  de 
diferentes  nombres  que  tenia  Xamuña,  por- 
qae  dicen  q^  vnas  veces  parecía  uno,  otras  ve- 
ces muchos,  y  en  el  lugar  en  que  dicen  se 
desapareció,  estaba  hecha  vna  como  bobeda  de 
piedras  entre  dos  peñascos  grandes  por  donde 
estavan  todo  lo  que  en  sus  fiestas  y  sacrificios 
le  offrecian  »   (1). 

El  famoso  dios  Ooniraya,  aseguraban  se 
había  convertido  en  una  piedra  que  se  veía 
en  Umiloma  y  su  amada  Choque -suso,  en 
otra  llamada  Cocccha,  la  que  estaba  a  la  en- 
trada de  una  acequia.  Quizás  era  una  huaca, 
perteneciente  a  otro  grupo,  cuyo  estudio  ha- 
remos oportunamente  (2). 

Los  Mochicas  adoraban  a  una  piedra,  Aleg- 


íl)    Fabián  de  Ayala.  Loe.  cit. 

(2j.  y  assi  quedo  la  dicha  Choqnesuso  heclia  piedra  en 
la  voca  de  la  dicha  acequia,  la  cual  se  llama  Cococlialla. 

Y  arriva  desta  acequia,  en  otra  alta,  la  qual  se  llama  Vmi- 
lompa  está  otra  pi&dra  en  que  dizen  que  se  convirtió  Coniraya. 
Avila.  Relación  de  idolatrías  de  Huarochiri.  Colección  de  li- 
bros y  documentos  referentes  a  la  Historia  del  Perú,  Vol.  XI, 
Lima  1918.  pg.  131. 


EOOÁS  Y   PIEDRAS   ADORADAS  403 

pong,  que  significa  deidad  en  piedra  (1)  (mo- 
chica,  aiplen^=i  el  hacedor ;  pong=z piedra,  cerro). 

Los  indios  de  Huamachuco,  «adorauan  al- 
gunas piedras  tan  grandes  como  huevos,  y 
otras  mayores  de  diversos  colores.  Las  quales 
tenian  puestas  en  sus  templos  é  guacas  que  te- 
nían por  los  altos  y  sierras  de  nieve  »  (2). 

En  esta  interesante  región  del  Perú,  cu- 
yos ritos  nos  son  bastante  conocidos,  *en  cada 
pueblo  había  una  huaca,  la  que  era  una  gran 
piedra  hincada.  ...  la  cual  llamaban  guache- 
coal  y  a  esta  tenían  por  ojo  del  pueblo»    (3). 

Semejantes  a  las  guachecoal,  eran  las  pie- 
dras llamadas  Ohichic,  Huanca  o  Chacra  ca- 
mayoc  ;  (chichi  =  germinar,  brotar,  huanca  = 
piedra,  peñasco ;  Chacra  camayoc  =  el  señor, 
el  amo  del  sembrío,  el  cuidador,  el  amo  de  la 
huerta),  que   ponían  paradas  en  los  sembríos? 


(1)      Adoran  también a  una  piedra  quien  asta  oy 

llaman  Alecpong,  que  quiere  decir  deidad  en  piedra.  Calaneha 
Chronica  Moralizada.     Barcelona  1638,  pg.  554,  Yol.  I. 

i2i  Cieza  de  León.  Primera  parte  de  la  Chronica  del  Pen'i. 
Sevilla  1553,  fol.  xcviii, 

(3)  Relación  de  la  religión  y  ritos  de  los  indios  de  Gua- 
machuco,  hecha  por  los  primeros  Agustinos  que  allí  pasaron, 
para  la  conversión  de  los  naturales.  Colección  de  documentos 
inéditos,  relativos  al  Descubrimiento,  Conquista  y  Coloniza- 
ción de  las  posesiones  Españolas  en  América  y  Oceania.  Yol. 
in,  Madrid  1865,  pg.  54. 


404       Ebltgión  del  Impbeio  de  los  Incas 

«porque  piensan  qne  aquella  chacra  fue  de 
aquella  Huaca  y  que  tiene  a  cargo  su  aumento 
j  como  a  tal  la  reverencian  y  especialmente 
en  el  tiempo  de  sementeras  le  ofrecen  sus  sacri- 
ficios» (1).  El  estudio  de  estas  huacas,  encon- 
trará su  lugar,  al  tratar  de  Mama  pacha,  pues 
estaban  relacionadas  con  el  culto  de  las  dei- 
dades de  la  vegetación  (2). 

Volviendo  a  Huamachuco,  encontramos  a 
Jamguanca  y  Janoguanca  (Jianan  ==  lo  alto, 
hiianJca  =  piedra  de  gran  tamaño)  grandes  pe- 
ñas, que  tenían  un  culto  muy  organizado  (3). 

«En  una  xalca  y  despoblada  tierra  esta- 
ba una  piedra  como  una  mano.  ...  a  este  ídolo 
llamaban  Oasquilca  (4),   tenía  una  casa  hecha 


(1)  Arriaga,  Extirpación  de  la  Idolatría.  Lima  1621,  fl.  16. 

(2)  También  vzan  en  algunas  partes  poner  en  medio  de 
las  chacras  uua  piedra  luenga  para  desde  allí  invocar  la  deida 
de  la  tierra  y  para  que  guarde  la  chacra.  Ondegardo,  Los  erro- 
res y  supersticiones  de  los  Indios.  Confesionarios  para  Curas 
de  Indios.  Lima  1585,  folio  2. 

[S)  Otra  se  llamaba  Jamguanca  e  la  oti-a  Jamoguanca, 
que  eran  unas  peñas  muy  grandes,  todas  estas  tenían  criados 
unos  para  hacer  chicha  y  otros  para  vestilla.  Relación  de  la 
religión  y  ritos  de  los  indios  de  Quamachuco,  hecha  por  los 
primeros  religiosos  Agustinos  que  allí  pasaron,  para  la  conver- 
sión de  los  naturales.  Colección  de  Documentos  inéditos,  rela- 
tivos al  Descubrimiento,  Conquista  y  Colonización  de  las  po- 
sesiones españolas,  en  América.  Vol.  Ifl,  Madrid,  1865,  pg.  32. 

(4;    Kasa  =  hielo.  Kelkay  =  dibujar. 


BOOAS    Y    PIEDRAS   ADORADAS  405 

de  molle.  ...  y  otra  grande  para  las  fiestas:  La- 
bia en  esta  casa  muchas  lanzas  para  guarda 
de  la  guaca,  estaba  esta  piedra  e  ídolo  muy 
embixado.  ...  a  esta  guaca  concurrían  siete  o 
ocho  pneblos  a  pedir  agua»   (1). 

Igual  favor,  además  de  otros,  esperaban 
obtener  de  Llaiguen.  «En  una  cueva  que  tenía 
diez  y  ocho  brazas  de  hondo.  .  .  .  entrabase  a 
ella  por  unos  escalones  bien  hechos,  y  en  el 
hueco  de  abajo  estaban  muchas  lozas  muy  bien 
puestas,  y  a  un  lado  puesta  una  piedra,  que 
era  el  Ídolo  que  llamaban  Llaiguen  a  quien 
mochaban»   (2). 

Atahualpa,  usando  de  aquella  benigna 
justicia,  tan  laudada  en  los  incas,  por  haber 
predicho  el  triunfo  de  Huáscar,  el  famoso 
dios  Oatequil,  mandó  arrojar  su  imagen  de  la 
peña  donde    estaba  y  poner    fuego  a  la  roca. 

Los  pedazos  de  la  estatua,  fueron  más 
tarde  recogidos  por  los  sacerdotes  de  Oatequil 
y  los  depositaron  en  un  templo,  hecho  en  su 
honor  (3). 

«Después  de  entrados  los  cristianos  en  la 


(1)  Op.  cit.,  pg.  29. 

(2)  Op.  cit.,  pg-  28. 

(3)  Op.  cit.,  pgs.  25  y  2G. 


406      Religión  del  Imperio  de  los  Incas 

tierra,  una  india  andaba  pensando  en  las  cosas 
de  Oatequil,  aparecióle  una  piedra  pequeña  y 
ella  tomóla  y  llevóla  al  gran  hechicero  y  dixo 
esta  piedra  halle  y  entonces  el  hechicero  pre- 
guntóle a  la  piedra  ¿quien  eres?  y  la  piedra 
respondió  yo  soy  Tantaguayanay  (1)  hijo  de 
Catequil.  ...  y  dende  allí  comenzaron  a  hon- 
rar y  asi  hallaron  otro  que  se  llamaba  Eata- 
zoro,  y  pintáronlos  ambos  y  asi  iban  los  hechi- 
ceros hallando  piedras  que  fuesen  hermosas  y 
decian  que  eran  hijos  de  Oatequil»    (2). 

Si  el  ejemplo  anterior,  nos  muestra  una 
piedra  adorada,  por  ser  hija  de  un  dios  de  for- 
ma humana,  claramente  se  advierte  la  tenden- 
cia que  tenían  los  huamachucos  de  los  últi- 
mos tiempos  del  imperio  incásico,  a  la  antro- 
pomorfisación  de  sus  dioses,  en  el  modo  que 
tenían  de  adorarlos  «y  la  manera  que  tenían 
general  cuando  querían  hacer  su  mocha  o  ado- 
ración, era  que  hacían  una  almohada  muy  la- 
brada de  muchos  colores  e  labores.  ...  y  ha- 
cían un  cestíllo  o  caníistillo  de  verguillas  muy 
blancas,  y  texianlo  con  lana  y  era  por  abajo 


(1)  'Tantay  =vevinír,  juntar;  Jmaj yay  ==  ll&m&v  a  gritos; 
na  =  donde,  qué.    Etimología  muy  dudosa. 

(2)  Op.  cit.,  pgs.  27  y  28. 


EOOAS    Y   PIEDRAS    ADOBADAS  407 

ancho  j  en  lo  alto  angosto ;  tenia  cuatro  o  cin- 
cinco  palmos  de  alto ....  y  en  lo  angosto  ha- 
cían una  red  que  no  saliese  fuera  sino  que 
quedase  dentro  una  concavidad  para  poner  la 
guaca,  y  a  este  cestillo  vestían  como  a  perso- 
na»  (1). 

En  San  Luis  de  Paute,  adoraban  unas 
piedras  vestidas,  en  representación  del  Sol.  Se 
asegura  que  este  culto  fue  introducido  por  el 
Inca  (2). 

La  lapidaria  de  los  antiguos  peruanos,  ha 
sido  estudiada  por  Tschudi  en  un  artículo  muy 
erudito  (3).  Y  si  las  piedras  preciosas  eran 
objeto  de  estima  y  algunas  quizá  conopas,  solo 
en  Manabí  eran  objeto  de  culto  público.  En 
Manta,  la  antigua  Jocay,  era  ídolo  princi- 
pal, una  gran  esmeralda,  cuyo  favor  implora- 
ban los  que  estaban  enfermos,  viniendo  a  su 
santuario    desde    lugares    remotos.     Teníanla 


^1)     Op.  cit.,  pg.  20. 

(2)  Y  después  de  que  vino  el  Iwga,  vestían  unas  piedras 
que  las  hacían  adorar  diciendo  que  era  el  sol.  —  Fray  Melchor 
Pereira.  Descripción  de  San  Luis  de  Paute.  Relaciones  geo- 
gráficas de  Indias,  Vol.  III,  pg.  167,  Madrid,  1897. 

(3)  Tschudi.  Contribuciones  a  la  Historia,  Civilización  y 
Lingüística  del  Perú  antiguo.  Yol.  II,  pg.  73  y  sigs.  Colec- 
ción de  libros  y  documentos  referentes  a  la  Historia  del  Perú. 
Yol.  X.  Lima,  1918. 


408       Ebligión  del  Imperio  de  los  Ínoas 

gnardada  y  solo  la  sacaban  en  ciertos  días  se- 
ñalados, exponiéndola  ante  el  público  de  los 
devotos  que  le  ofrendaban  esmeraldas  peque- 
ñas (1). 

La  esmeralda  era  apreciada  por  los  Incas 
y  en  la  costa  ecuatoriana  se  encontraba  en 
abundancia;  los  primeros  conquistadores  pu- 
dieron recoger  rico  botín   de  esta  piedra  pre- 


(Ij  El  Señor  de  Manta....  tenia  una  piedra  de  esmeralda 
de  mucha  grandeza.  La  qual  tuuieron  y  poseyeron  sus  antece- 
sores por  muy  venerada  y  estimada,  Y  algunos  dias  la  ponian 
en  publico  y  la  adorauan  y  reverenciauan  como  estuuiera  en 
ella  encerrada  alguna  deidad  y  como  algún  indio  o  india  estu- 
uiese  malo  después  de  haber  hecho  sus  sacrificios  yuan  a  hazer 
oración  a  la  piedra  a  la  qual  afirman  que  hazian  seruicio  de 
otras  piedras.  —  De  muchas  partes  de  la  tierra  adentro  venían 
los  qe.  estauan  enfermos  al  pueblo  de  Manta  a  hazer  los  sacri- 
ficios y  a  ofrecer  sus  dones.  Cieza.  Primera  parte  de  la  Chro- 
nica  del  Perú.     Sevilla,  1553,  fol.  Ixiv. 

Se  tuvo  por  dios  una  rica  esmeralda  en  la  provincia  de 
Manta la  cual  ponian  en  publico  algunos  dias y  cuan- 
do algunos  estaban  malos,  ibanse  a  encomendarse  a  la  esme- 
ralda, y  llevaban  otras  piedras  esmeraldas  para  le  ofrecer.  Las 
Casas.  De  las  antiguas  gentes  del  Perú.  Ed.  de  Jiménez  de 
la  Espada.    Madrid,  1892,  pg.  54. 

Tuvieron  los  del  Perú  entre  otros  dioses  muy  famosos  una 
Esmeralda,  la  cual  era  grandísima  y  de  precio  inestimable, 
esta  no  estaba  puesta  en  publico,  como  los  demás  ídolos  mas 
teníanla  guardada  como  reliquia  y  sacábanla  en  ciertos  dias 
señalados.  Román  y  Zamora.  Hepúblicas  de  Indias.  Madrid, 
1897,  Vol.  I,  pg.  65. 


EOOAS  T  PIEDRAS  ADORADAS  409 

ciosa,  que,  por  sn  ignorancia  malbarataron  (1). 
Minas  de  esmeraldas,  sólo  se  han  hallado  en 
las  altas  regiones  de  Oundinamarca,  (Colombia 
central),  pero  la  unánime  tradición  de  los  pri- 
meros tiempos  de  la  conquista,  señala  la  exis- 
tencia de  yacimientos  de  esmeraldas  en  Ma- 
nabí  (2).  Los  aborígenes  de  la  costa  ecuato- 
riana, hacían  cuentas  de  collares  de  esmeraldas, 
dando  a  la  piedra  forma  esférica  y  perforán- 
dola. 

Todos  los  pueblos  civilizados  de  América, 
consideraban  la  esmeralda  como  la  piedra  más 
rara  y  preciosa.  Los  Xatchez  fabricaban  con 
ella,  flechas  simbólicas.  En  México,  las  esme- 
raldas eran  tenidas  como  el  más  apreciado  tri- 
buto que  se  podía  rendir  al  dios  Pinotetel  y 
servían  de  insignia  a  los  jefes  de  Tescuco  (3). 


(1)  Estete.  El  Descubrimiento  y  la  Conquista  del  Perú. 
Boletín  de  la  Sociedad  Ecuatoriana  de  Estudios  Históricos 
Americanos.    Vol.  I,  Quito,  1918,  pg.  516. 

1^2)  Y  cierto  mucho  ha  sido  el  numero  de  esmeraldas  que 
se  han  visto  y  hallado  en  esta  comarca  de  Puerto  Viejo,  y  son 
las  mejores  de  todas  las  Indias ;  porque  aunque  en  el  Nuevo 
Reino  de  Gi-anada  hay  mas,  no  son  tales  ni  con  mucho  se  igua- 
lan en  valor  las  mejores  de  alia  a  las  comunes  de  acá.  Cieza. 
Op.  cit.,  fol.  Ixiv. 

(3).  Denis  Ferdinand).  Les  emeraudes  et  leur  cuite  en 
Amerique. — Revue  Oriéntale  et  Americaine,  Vol.  I,  Paris  1869, 
pgs.  172-176. 


410      Ebligion  del  Imperio  de  los  Incas 

El  conocido  mitólogo,  Robertson  Smith, 
a  propósito  del  culto  de  las  piedras,  hace  las 
siguientes  reflexiones. 

«El  culto  a  piedras  sagradas,  es  a  menu- 
do calificado  como  un  tipo  religioso,  inferior 
a  aquel  en  que  se  adoran  imágenes.  Llámaselo 
fetichismo,  término  vago  que  no  evoca  idea 
alguna  precisa,  pero  que  siendo  muy  popular, 
se  interpreta  por  algo  salvaje  y  rudimentario. 
No  hay  lugar  a  duda,  que  bajo  el  punto  de 
vista  artístico,  la  adoración  a  piedras  sin  des- 
bastar, es  algo  muy  pobre,  mas  considerado 
religiosamente,  la  evidencia  de  la  inferioridad 
es  dudosa.  La  hostia,  en  la  misa,  es  tan  in- 
ferior artísticamente  a  la  Yenus  de  Milo,  co- 
mo es  el  masséha  semítico,  mas  nadie  se  atre- 
verá a  afirmar,  que  el  cristianismo  medioeval, 
valga  menos  que  al  culto  de  Afrodita.  Lo  que 
al  parecer  se  expresa,  al  llamar  fetiches  a  las 
piedras  sagradas,  es  que  datan  de  una  ópoca 
en  que  se  les  consideraba  como  la  encarna- 
ción natural  del  dios  y  su  forma  propia  y  nó 
como  el  tabernáculo  en  que  residía  la  divini- 
dad, para  recibir  el  homenaje  de  sus  devo- 
tos. ...  El  hombre  no  comenzó  por  adorar  los 
emblemas  de  los  poderes  divinos,  sino  por  tri- 
butar su  culto  al  Dios  mismo.    Si  se  concebía 


EOCAS   T   PIEDRAS   ADORADAS  411 

al  Dios,  como  presente,  el  ejercicio  natural  de 
las  facultades  artísticas,  le  hacía  añadir  algo 
en  la  piedra  y  si  el  Dios  era  concebido  bajo 
forma  humana,  se  trabajaba  en  la  piedra  una 
figura  antropomorfa,  o  un  bosquejo  de  las  fac- 
ciones más  importantes.  .  .  .  Parece  probable, 
que  escoger  un  pilar  o  carín,  como  el  ídolo 
primitivo,  no  obedecía  a  otras  consideraciones 
que  la  facilidad  ritual.  La  piedra  o  montón 
de  piedras,  era  una  señal  cómoda  para  indicar 
el  lugar  adecuado  para  el  sacrificio  j  al  mis- 
mo tiempo,  si  la  deidad  consentía  en  estar 
presente  en  el  lugar,  facilitaba  el  rito  de  la 
ofrenda  de  la  sangre  sacrificada»   (1). 

Í^Tada  en  efecto  es  más  difícil,  que  preci- 
sar el  grado  de  evolución  religiosa  a  que  per- 
tenece el  culto  de  una  piedra.  Los  puros  ado- 
radores de  Jevé,  así  como  los  israelitas  pre- 
varicadores, levantaban  pilares  de  piedra,  sin 
forma  humana  y  a  veces  desprovistos  de  todo 
trabajo,  como  emblemas  divinos.  Estos  pilares 
eran  conocidos  con  el  nombre  de  massehah  (2)- 
Mas  usanza    común  con  los  otros  pueblos  se- 


(Ij  Eobertson  Smith.  Lectures  of  tlie  Religión  oí'  the  Se- 
mites.    London  1914,  pgs.  209-211. 

\2}  Vigouroux.  Dictionaire  de  la  Bible.  Vol.  III,  París 
3899,  pg.  820. 


412      Eeligión  del  Impeeio  de  los  Iitoas 

mitas,  vino  pronto  a  convertirse  en  práctica 
idolátrica,  así  la  Biblia  cuenta,  qne  el  culto 
a  los  messebah  atrajo  el  castigo  de  Dios  sobre 
su  pueblo  y  castigó  la  prevaricación  con  la 
toma  y  saco  de  Jerusalén,  por  los  ejércitos  de 
Besac,  rey  de  Egipto;  Ozee  II  y  Jonás  orde- 
naron la  destrucción  de  las  piedras  consagra- 
das, cuya  erección  estaba  prohibida  en  el  Deu- 
teronomio  (1). 

La  dificultad,  que  acabamos  de  manifes- 
tar, no  obsta  para  que  pueda  trazarse  teórica- 
mente la  evolución  del  culto  de  la  piedra,  y 
señalar  ejemplos  que  correspondan  a  cada  gra- 
do evolutivo. 

La  concepción  primera  de  la  divinidad, 
como  una  fuerza  superior  inmanente  en  algu- 
nos seres  de  la  naturaleza  y  cuyo  signo  es  la 
apariencia  extraordinaria  del  ser  que  la  po- 
see (2),  corresponde,  a  no  dudarlo,  con  la  pie- 
dra divina  en  sí.  Mas  la  piedra  sigue  siendo 
objeto    de    veneración,  cuando  ya  no  es  dios, 


(1)  Libro  primero  de  los  Reyes,  Cap.  XIV,  ver.  24.  —  1  de 
los  Reyes,  Cap.  XVIII,  ver.  4.-11  de  los  Reyes,  Cap.  XXII, 
ver.  14  —  Deuteronomio.  Cap.  XVI,  ver.  22  —  Waltoiitis.  Bi- 
blia Polyglote,  Londres  1657,  Vol.  II.  pgs.  478,  592,  614,  Vol. 
I,  pg.  788. 

(2)  Vide  supra,  pg.  70. 


EOOAS    Y   PIEDRAS    ADOBADAS  413 

sino  solo  el  altar  de  la  deidad,  el  lagar  ade- 
cuado para  su  culto,  y  aún  su  erección  como 
simulacro  divino,  puede  corresponder  a  con- 
cepciones teosóficas  más  elevadas  que  el  puro 
antropomorfismo,  aquellas  en  que  el  Dios  es 
tenido  por  algo  espiritual,  superior  al  hombre 
y  distinto  de  él;  entonces  la  piedra  no  es  sino 
el  centro  del  culto,  el  lugar  en  cuyo  rededor 
se  congregan  los  fieles  por  obra  de  las  nece- 
sidades sociales  del  hombre,  que  no  puede  en 
sus  arranques  supraterrenos,  prescindir  del  tem- 
plo y  de  la  oración,  en  comunidad. 

Hemos  señalado  una  de  las  vías  que  pue- 
de seguir  la  evolución  de  la  piedra  dios ;  rés- 
tanos esbozar  el  otro  camino. 

Concebida  la  piedra  como  receptáculo  de 
mana,  en  aquellos  pueblos  dotados  de  cuali- 
dades artísticas  e  imaginación  fecunda,  la  pie- 
dra mana  adquirirá  individualidad  propia,  re- 
cibirá poco  a  poco  caracteres  humanos  y  pro- 
tegida por  su  carácter  sagrado  contra  el  cincel 
del  artista,  será  el  cuerpo  petrificado  del  dios, 
cuya  metamorfosis  se  cuenta. 

Lo  expuesto  se  verá  más  claramente,  en 
algunos  ejemplos  de  adoración  a  las  piedras, 
cuyo  estudio,  además  de  comprobar  la  doctrina 
enunciada,   nos  facilitará  el  apreciar  el  signi- 


414       Religión  del  Imperio  db  los  Incas 

ficado  de  la  adoración  de  las  piedras,  entre 
los  antignos  peruanos. 

Los  Oliibclias,  cuyo  sistema  religioso  re- 
cuerda mucho  el  de  les  subditos  de  los  lucas, 
adoraban  a  ciertos  rocas  (1). 

Los  Patagoues  tributaban  culto  a  grandes 
piedras  aisladas  (2). 

Los  Natcbez  guardaban  en  un  templo  una 
piedra  cónica,  cubierta  de  pieles  de  venado  (3). 

El  gran  oráculo  de  los  Mandan,  era  una 
piedra  larga  y  porosa.  Cada  primavera,  y  en 
ocasiones  en  el  verano,  una  diputación  visita- 
ba solemnemente  la  roca,  para  consultarla  y 
fumaban  invitándola.  Unas  marcas,  que  con 
blanco  hacía  uno  de  los  de  la  diputación,  mien- 
tras los  otros  dormían,  eran  tenidas  por  la 
respuesta  (4). 

Los  Oheroquíes  reverenciaban  algunos  ob- 
jetos inanimados,  siendo  el  principal  la  piedra, 


(1)  Iteville.  Les  Religions  du  Mexique.  de  rAmerique 
Céntrale  et  du  Perón.  Paris.  1885,  pg.  '2G7. 

(2_i  Reville.  Les  religions  des  non  civilisés.  Paris,  1883, 
Yol.  I,  pg.  394. 

(3)  Lafitau.  Moeurs  des  Sauvages  Ameriquaines.  Paris, 
MDCCXXIV.,  Vúl.  I,  pg.  148. 

(4)  Frazer.  Pausauiae's  description  of  Greece.  London, 
1888,  Yol.  lY,  pg.  154. 


Rocas  y  piedras  adoradas  415 

a  la  cnal  el  brujo  viieira,  cnamio  qniere  en- 
contrar nn  objeto  perdido  (IV 

En  Samoa  se  adoraba  a  ciertas  piedras 
qne  suponían  habitadas  por  espíritus.  En  uno 
de  los  pocos  templos  que  había  en  la  isla,  se 
guardaban  tres  piedras  desprovistas  de  todo 
trabajo:  la  uua  era  la  inamovible,  la  segunda 
la  endurecedora  del  reino,  la  tercera  la  pie- 
dra fija  (2). 

En  otro  templo  había  dos  cantos  rodados, 
qne  nadie  extraño  al  culto,  podía  ver;  eran 
dioses  buenos,  que  daban  a  sus  devotos  yames 
y  enviaban   a  sus  redes  peces  (S). 

En  un  pueblo  de  la  isla,  se  guardaba  es- 
meradamente una  piedra,  tenida  por  el  dios 
de  la  lluvia  (4). 

En  la  isla  Francis  u  Onaota,  hacían  sa- 
crificios y  oraban  a  una  piedra  parada  (5). 

En   Aueitium   de  las    Xuevas    Hébridas, 


,1)  Mooney.  The  Sacred  Formulas  ot"  the  Cherokees.  T'h 
Aunual  Roport  of  de  Bureau  of  Ethnology  18S5-8G.  "Washing- 
ton, 1892,  pg.  341. 

(2)  Broten  [O-.'^  Melanesians  and  Polinesians.  London, 
1910,  pg.  •>25. 

2'urner.     Samoa.   London.  1SS4.  pg.  46. 

(8~>     Turner.     Samoa.     London  18S4,  pg.  45. 

(4)    Id.  id. 

{5^.    Id.,  id.,  pg.  29P. 


416       Religión  del  Imperio  de  los  Incas 

creían  que  ciertos  cantos,  eran  los  represen- 
tantes de  una  deidad,  y  cuando  encuentran 
uno  de  éstos,  piensan  haber  dado  con  un  dios. 
Si  el  canto  se  asemeja  a  un  pez,  será  reveren- 
ciado como  el  dios  de  los  pescadores;  si  se  pa- 
rece a  un  yam,  como  el  de  este  comestible ;  si 
a  la  fruta  del  pan,  rendiránle  el  homenaje  de- 
bido a  la  deidad  del  árbol  del  pan  (1). 

En  las  Nuevas  Hébridas  septentrionales, 
las  piedras  son  el  medio  de  entrar  en  comu- 
nicación con  los  espíritus,  ofreciendo  sobre 
ellas  sacrificios. 

En  Whitsuntide  Araga,  hay  piedras  conec- 
tadas con  los  espíritus,  que  se  hallan  en  lugares 
sagrados,  conocidos  tan  solo  por  los  poseedo- 
res o  descubridores  del  receptáculo  mana,  quie- 
nes sirven  de  intermedio  entre  los  devotos  y 
la  piedra,  haciendo  ellos  los  sacrificios  que  se 
les  encomienda  (2). 

Las  piedras  tienen  lugar  conspicuo  en  la 
religión  de  las  islas  Salomón  (3). 

En  Santa  Cruz,  hay  piedras  relacionadas 
con  espíritus,  a  las  que  se  ofrecen  sacrificios  (4). 


(1)  Id.,  id.,  pg.  327. 

(2)  Coddrington.     The  Melanesius.    Oxford,  1891,  pg.  143. 
(8^  Id.,  id.,  pg.  178. 

(4)  Id.,  id.,  pg.  181. 


EOCAS   Y   PIEDRAS    ADORADAS  417 

Relacionándose  en  las  Nuevas  Hébridas, 
así  como  en  las  islas  Banks,  la  religión  con 
espíritus  que  nunca  se  conciben  como  antro- 
pomorfos y  caracterizados  por  su  naturaleza 
mana,  el  que  encuentra  una  piedra  en  la  que 
advierte  algo  anormal,  cree  tener  mana  y  le 
rinde  culto  y  si  sus  negocios  prosperan  y  sus 
cosechas  son  abundantes,  el  culto  de  la  piedra 
se  propaga  y  sus  vecinos  le  encomiendan  sa- 
crificios, en  honor  de  la  flamante  deidad,  de 
cuyo  culto  conviértese  en  ministro. 

En  Losalav,  en  la  isla  Saddle,  hay  cerca 
de  la  orilla,  un  círculo  natural  de  piedras,  que 
es  reverenciado  desde  tiempo  inmemorial  y 
honrado  con  ofrendas. 

Si  la  semejanza  con  un  objeto  deseado, 
es  la  que  determina  en  la  mayor  parte  de  los 
casos,  el  culto  de  las  piedras,  no  faltan  algu- 
nas que  son  tenidas  por  nefastas,  por  haber 
en  su  vecindad  sucedido  algún  caso  desastroso. 

Las  grandes  piedras  tienen  lugar  preemi- 
nente entre  los  objetos  sagrados  melanesios. 

En  las  islas  Banks,  las  hay  muy  notables, 
por  su  largo,  que  son  llamadas  tamate  gamgan, 
esto  es,  «espíritu  que  come»,  que  creen  son 
muy  poderosas  y  malévolas,  siendo  bastante 
para  matar  a  un  hombre  el  que  la  sombra  de 

Btligión  del  Imrerio  de  les  luna»  37 


418      Ebligión  del  Impeeio  de  los  Incas 

éste  toque  la  piedra.  Oolócanlas  como  guar- 
da de  las  casas  j  si  alguno  va  enviado  por 
el  dueño  de  una  morada,  que  tiene  tan  buena 
guardia,  debe  anunciar  el  nombre  de  quien 
le  envía,  para  que  la  piedra  no  le  dañe.  Ade- 
más de  estas  piedras,  que  son  inamovibles,  los 
melanesios  tienen  otras  muchas  que  son  ver- 
daderos amuletos  j  que  sirven  para  obtener 
la  fertilidad  de  los  sembríos,  o  buena  ventura. 

Las  ofrendas  que  hacen  los  melanesios  a 
las  piedras,  es  ungirlas  con  agua  de  coco,  o 
untarlas  tierra  roja;  esto  último  si  se  hace  con 
una  piedra  parada,  basta  para  disipar  los  nu- 
blados y  hacer  brillar  el  sol   (1). 

En  Madagascar,  a  muchas  piedras,  ungen 
con  aceite  7  grasa,  las  mujeres  deseosas  de  te- 
ner hijos  (2)  y  es,  sin  duda,  una  costumbre 
fundada  en  magia  imitativa,  la  de  poner  una 
piedra  en  el  cimiento  de  una  casa,  para  asegu- 
rar la  prosperidad  de  la  familia.  (3). 

En  la  costa  de  Nigeria  del  Sur,  el  culto 


[1]  Coddrington.  The  Melanesians.  Oxford,  189  ,  pgs- 
181-185. 

(2)  Frazer.  Pausanias's  description  of  Greece.  London  1888, 
Vol.  V,  pg.  355. 

3)  Áhinal.  L'A.strologie  Malgache.  Missions  Catholiciues  , 
Vol.  XI,  Lyon  1879,  pg.  482. 


EOCÁS   Y   PIEDEÁS    ADOEADAS  419 

a  las  rocas  y  piedras  está  poco  desarrollado^ 
por  la  carencia  de  éstas,  no  así  en  la  región 
montañosa,  en  donde  su  culto  es  muy  impor- 
tante. 

íío  obstante  la  carencia  de  piedras  en  Bo- 
ni,  los  Ibani  tienen  por  dios,  una  que  deben 
haber  traído  de  muy  lejos. 

En  medio  de  un  pequeño  bosque  sagrado, 
los  Ibibios  tienen  una  piedra,  llamada  el  rey 
del  bosque,    a  la  cual  atribuyen  mucho   poder. 

En  Uwet  se  venera  un  aereolito. 

Los  Ibos,  del  clan  X'doke,  que  moran  en 
Akwete,  el  dios  principal,  creen,  reside  en  una 
piedra  que  está  en  medio  de  un  riachuelo,  en  el 
que  se  proveen  de  agua  (1). 

Los  Bogos  creen  dar  estabilidad  a  un  ju- 
ramento, haciéndolo   sobre  una  piedra  (2). 

Los  Todas  tienen  a  muchas  piedras  como 
sagradas  y  poseedoras  de  cierto  grado  de  santi- 
dad, y  que  ocupan  lugar  en  el  ceremonial  re- 
ligioso. Todas  tienen  nombres,  ya  generales, 
ya  individuales,  pero  dos  piedras  del  mismo 
nombre,  pueden  tener  atributos  enteramente 
diferentes. 

(1)  Leonard.  (A.  J.)    The   Lower   Niger   and  its  Tribes. 
London  1906,  pgs.  306  y  307. 

(2)  Frazer.  The  Golden  Bough,  Vol.  I,  pg.  16L 


420       Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

En  el  ti^  la  más  sagrada  institución  de  la 
lechería,  qne  es  el  centro  de  la  vida  Toda, 
hay  piedras  que  señalan  el  lugar  en  donde  se 
debe  levantar  y  asentar  el  vaso,  durante  el  rito 
de  la  emigración.  Más  importantes  son  en  la 
lechería,  las  piedras  llamadad  neurziiliikars^  que 
son  ungidas  con  aceite. 

Estas  gentes  hacen  sacrificios  a  ciertas 
piedras,  como  a  las  funerales,  en  las  que  matan 
búfalos  (1). 

Los  Kalís  que  moran  en  Abui,  juran  por 
un  meteorito  (2). 

En  todo  pueblo  Marring,  hay  un  círculo 
de  piedra  y  en  su  interior  unas  pocas,  que  in- 
vocan en  sus  juramentos  (3). 

En  las  aldeas  Tangkhul,  se  encuentran 
montones  de  piedras,  tenidos  por  muy  sagra- 
dos y  que  los  manipures  llaman  lei-pTiam^  la 
morada  de  lei^  entidad  potente  y  misteriosa, 
no  siempre  antropomorfa.  Al  regreso  de  sus 
expediciones  guerreras,  los  Tangkhules  ponían 
las  cabezas  de  las  víctimas  en  estos  montones, 
durante  un  período  de  cinco  días,  en  el  cual 


(11    Rivers.    The  Todas.   London  1906,  pgs.  488-441. 
(2)    Hodson.     The  Naga  tribes  of  Manipur,  London  1911, 
pg.  111. 

•:3)    id.  id.,  pg.  112, 


EOOAS   Y    PIEDEAS   ADOBADAS  421 

los  guerreros  eran  gemía,  esto  es,  que  se  eneon- 
traban  bajo  el  peso  de  un  tabú. 

Hodson,  dice,  que  las  piedras  de  forma  ex- 
traordinaria, se  las  mostraban  como  lei-pham. 
Caminando  por  las  montañas,  se  encuentran 
montoncitos  de  arroz,  hojas,  flores  y  tabaco, 
ofrendas  votivas  al  lei,  que  tiene  allí  su  mo- 
rada y  a  las  que  contribuyen  peregrinos  Na- 
gas, Kukis  y  Meithers,  así  como  comerciantea 
de  Bengala  (1). 

En  el  país  ocupado  por  los  iSTagas,  es  im- 
portantísimo el  culto  de  la  piedra,  ya  en  la 
forma  de  monolitos,  carines,  piedras  planas, 
soportadas  por  otras  pequeñas.  Los  monolitos,  o 
están  aislados,  o  dispuestos  en  avenidas,  círcu- 
los u  óvalos. 

En  las  afueras  de  Marán,  ciudad  que  fue 
próspera  y  populosa,  hay  una  avenida  de  mo- 
nolitos, casi  todos  en  pie,  y  en  la  población, 
círculos  y  óvalos.  Uno  de  los  monolitos  de 
la  ringlera,  que  forma  la  calle,  está  asociado 
con  la  suerte  de  los  cazadores  y  antes  de  salir 
toda  expedición  de  caza,  va  al  lugar  donde  está 
la  piedra  y  los  que  la  componen,  tratan  de 
dar  una  pedrada    en  la    punta    del    monolito^ 

(^1)     Hcdson.  Op.  cit.,  pg.  126. 


422       Religión  del  Imperio  de  los  Incas 

segaros  de  que  si  tal  hacen,  la  cacería  tendrá 
mucho  éxito. 

En  Uilong  hay  una  interesante  colección 
de  piedras,  dispuestas  en  un  óvalo  y  en  un 
círculo;  dentro  de  éste,  los  solteros  bailan  y 
descansan  durante  el  genna  anual,  en  honor 
de  los  muertos. 

No  todas  las  piedras  sagradas  datan  de 
tiempos  remotos,  pues  los  Kagas  las  erigen 
aún  hoy,  lo  que  da  lugar  a  varias  ceremonias 
y  tabús,  entre  los  que  merece  notarse  la  cas- 
tidad, que  está  obligado  a  guardar,  durante  un 
año,  el  que  las  erige,  quien  por  este  tiempo 
debe  vivir  alejado  de  los  suyos.  En  Nao,  di- 
cen, que  a  aquel  que  erige  una  piedra,  su  pa- 
dre ayuda,  lo  que  parece  indicar  están  rela- 
cionadas con  el  culto  de  los  antepasados. 

Carines  cónicos  de  piedra,  se  encuentran 
en  Tanghhule  y  Zudirengs. 

Trilitos  formados  por  dos  piedras  peque- 
ñas y  una  grande,  a  modo  de  mesa,  solo  hay 
en  Merán. 

Oerca  de  Hudung,  hay  una  piedra  que 
conmemora,  según  dicen,  la  conquista  de  Tang- 
kul,  por  Ohing  Thangkomba,  a  la  cual  dan 
culto  cada  año.  En  Maikel  se  ve  una  piedra, 
en  el  lugar  por  el  que  dicen  salieron  sus  ante- 


Eooás  t  piedras  adoradas  423 

cesores  del  interior  de  la  tierra.  Todas  estas 
piedras,  creen,  son  la  morada  de  espíritus  (1). 

En  Berar  se  rinde  culto  a  aquellas  pie- 
dras que  tienen  algo  notable  por  su  forma, 
tamaño  o  posición ;  la  adoración  a  piedras  y 
palos  se  reproduce  constantemente  en  dife- 
rentes formas  (2). 

Entre  las  tribus  del  Hindoo  Koosb,  la 
mayor  parte  de  los  objetos  de  culto,  son  gran- 
des piedras;  en  cada  pueblo  se  les  llama  de 
diferente  manera.  Juran  por  estas  divinida- 
des, a  las  que  hacen   sacrificios  (3). 

Así  es  difícil  exista  un  solo  pueblo  en  la 
India  septentrional,  que  no  tenga  una  piedra 
divina,  a  las  que,  a  menudo,  honran  pintán- 
dolas con  ocre  rojo;  éstas  a  veces  no  tienen 
nombre  propio  y  reciben  la  designación  gené- 
rica de  Gramadeváta,  u  otra   semejante  (4). 

En  los  ritos  brahmánicos,  que  se  observan 
con  ocasión  de  un  matrimonio,  una  piedra  de- 
sempeña   papel    muy    importante.     Coloca    el 


{D  Modson.  The  Naga  tribes  ofManipur.  London  1911, 
pgs.  186-190. 

(2)     Lyall.   Asiatic  Studies,  London   1899,  pgs.  9-13 

(3^    Biddiilph.  Tribes  of  the  Hindoo.  Calcuta.  1880,  pg.  114. 

(4)  Crooke.  Popular  religión  and  Folk-lore  of  Northern  In- 
dia. Westminster  1896,  Vol.  II.,  pgs.  163  y  166. 


424      Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

Akarya  una  piedra  hacia  el  norte,  entonces  el 
novio  se  levanta  cuando  se  repiten  las  pala- 
bras: «ven  acá  dichoso»  y  pisa  con  la  panta 
de  su  pie  derecho,  en  la  piedra  y  el  oficiante 
dice:  «Ven,  pisa  en  la  piedra,  como  la  piedra 
sed  firme,  pisa  a  tus  enemigos,  domina  a  tus 
enemigos  »  (1). 

Según  otras  disposiciones  rituales,  después 
de  las  vueltas  al  rededor  del  fuego  y  del  agua, 
el  desposado  pisa  sobre  la  piedra,  repitiendo 
la  invocación  ya  transcrita  (2). 

Igual  rito  se  observa  en  la  iniciación  de 
los  jóvenes  brahmanes   (3). 

No  cabe  duda  que,  en  el  rito  brahmáni- 
co,  la  piedra  es  un  elemento  de  magia  imita- 
tiva, la  solidez   del  pacto  se  quiere  sea  como 


(1).  Sánkáyana.  Griliya.  Sütra  I  adliyáya.  13  Khanda.  The 
Grihya  Sutras,  Rules  of  Vedic  Domestic  Ceremonies.  Transla- 
ted  by  Oldemberg.  Part.  I,  Oxford  1886.  The  Sacred  Books  of 
the  East.    Yol.  XXIX. 

'2^  Asvalayana.  Grihj'a  I  Adhyayá,  7  kandica.  Loe.  cit,  pg.  168. 
Páraskara  Grihya.     Sutra  I,  7  kanda,  kandiká   1.  Loe.  cit, 
pg.  282. 

Grihya  Sutra  de  Hiranyakesin  Prasna  I,   6  Patala  19  Sec- 
ción N".  8.     The  Grihya  Sulras,  translated  by  Oldemberg.  Part 
n,  Oxford  1892.  The  Sacred  Books  of  the  East,  Vol.  XXX.  pg.  188- 
(B)     Grihya    Sutra   de  Hiranyakesin.  Prasma   I,  Patala  I, 
4  Sección,  N".  1.,  Loe,  cit.  pg.  146. 

Comp.  Hoplcim  (E.  W.).  The  Religions  of  India.  London  1896. 


EOOAS   Y   PIEDEAS   ADORADAS  426 

la  de  la  piedra,  la  estabilidad  del  convenio,  al 
igual  de  la  inmovilidad  de  ésta,  la  firmeza  de 
la  unión  tan  dura  como  la  roca ;  mas  si  tene- 
mos en  cuenta  el  carácter  divino  de  las  pie- 
dras, en  muchos  pueblos  de  la  India,  com- 
prenderemos que  el  rito  brahmánico,  estaba  ba- 
sado en  un  recuerdo  de  las  piedras  dioses,  de 
los  aborígenes  de  esa  península  asiática. 

Los  árabes,  antiguamente,  tenían  pilares 
de  piedra,  llamados  msol),  que  ungían  con  la 
sangre  de  las  víctimas;  eran  altares,  si  bien  a 
veces  se  confundía  el  ídolo  con  el  ara   (1). 

En  los  antiguos  santuarios  Oananeos,  ha- 
bía una  piedra  y  un  poste  sagrado,  el  asherah 
y  el  massebah;  en  el  de  Gezer,  parece  que 
los  masseboli    eran  dioses  de  la   fertilidad  (2). 

Cree  Sévillot  muy  probable,  que  mu- 
chos siglos  antes  de  nuestra  era,  los  pueblos 
de  la  Galia  creyeron  que  determinadas  piedras, 
por  su  tamaño  o  forma,  eran  la  morada  de 
poderes  sobrenaturales,  que  les  comunicaban 
cierto  poder ;  esta  creencia  subsiste  en  algunos 
casos,  en  que  la  tradición  señala  tal  o  cual  pie- 


(1)  SmitTi.  Lectures  on  the  Religión  of  the  Semites.  Lon- 
don  1914,  pg.  20o. 

(2)  Frazer    The  Golden    Bough.    ^A  Study  üf  Magic  and 
Religión.     London  1914,  pgs.  107  - 108. 


426      Eeligión  del  Impbeio  de  los  Incas 

dra,  como  la  morada  de  una  hada,  u  otro  per- 
sonaje mitológico,  o  en  los  que  el  vulgo  acude 
a  determinadas  piedras,  en  ciertas  ocasiones) 
implorando  su  auxilio  (1). 

Los  Concilios  de  Arles  (452),  de  Tours 
(507),  de  Nantes  (658),  condenaron  el  culto 
de  las  piedras  y  en  España,  los  que  se  reunie- 
ron en  Toledo,  en  681  y  682,  fulminaron  re- 
cias censuras  contra  sus  adoradores  (2). 

La  forma  más  común  del  culto  a  las  pie- 
dras, que  aún  subsiste  en  Erancia,  es  la  prác- 
tica conocida  con  el  nombre  de  «la  glissade», 
cuyos  fines  son  de  amor  y  fecundidad. 

En  el  departamento  de  Ule  et  Yilaine, 
hay  unas  rocas  dichas  Roches  Seriantes,  a  las 
que  acuden  muchachas  casaderas  y  por  las  que 
se  dejan   resbalar. 

En  Ploüer  ( Cotes  du  Nord )  hay  una  pie- 
dra de  este  género,  a  la  que  van  las  mucha- 
chas por  saber  si  se  casarán  en  el  año,  para 
lo  cual  se  alzan  los  vestidos  y  se  resbalan  por 


(1)  Sévillot  (P)  The  "Worship  of  Stones  in  France.  Ameri- 
can Anthropologist.     N.   S.  Vol.  IV,  New  York  1902,  pg.  78. 

(2)  Reinoch  [S).  Les  monuments  de  pierre  brute  dans  les 
langage  et  les  croj enees  populaires.  Cuites,  Mythes  et  Reli- 
gions.    Vol.  m,  París  1913,  pg.  400. 


EooílS  y  piedras  adoradas  427 

la  piedra,  siendo  señal  afirmativa,  no  rasparse 
la  piel  en  la  bajada  (1). 

En  la  Orense,  las  muchaclias  que  tienen 
igual  deseo,  se  arrojan  del  dolmen,  dicho  «el 
bosque  de  Urbe»,  o  se  dejan  resbalar  por  una 
roca  inclinada,  o  bien  se  frotan  contra  una 
«  allée   couverte  » . 

En  el  Sena  Inferior,  se  resbalan  por  la 
estrecha  abertura  del  Dolmen  de  Ymara,  para 
curarse  de  las  enfermedades  a  los  ríñones  (2). 

Cerca  de  Poncin,  a  una  legua  de  San  Al- 
bán,  hay  una  roca,  en  la  que  resbalan  las  muje- 
res en  cinta,  para  tener  fácil  alumbramiento  (3). 

De  las  piedras,  acerca  de  las  cuales  co- 
rren entre  los  paisanos  franceses  ideas  supersti- 
ciosas, la  mayor  parte  son  dólmenes  o  men- 
hires,  los  que  generalmente  inspiran  terror  a 
los  campesinos,  que  junto  a  ellos  pasan;  tal 
acontece  con  el  menhir  de  la  Dama  Blanca, 
en  Ule  et  Yilaine,  ante  el  cual,  los  campesi- 
nos se  santiguan,  para  conjurar  los  males  que 
podría  causarles. 

En  Ploliares  (Oóte  du  Nord)  un  dolmen 


(1)  Sévillot.     Op.  cit,,  pg.  79. 

(2)  Reinach.  Op.  cit.,  pgs.  405,  408. 
'5)     Sévillot.  Op.  cit.,  pg.  82. 


428      Eeliqión  del  Imperio  de  los  Incas 

es  la  capilla  de  los  siete  santos;  en  España 
hay  dólmenes,  que  ahora  son  criptas  de  igle- 
sias, o  capillas.  Cuentan  en  los  Pirineos  que, 
un  campesino  que  quizo  poner  una  cruz  sohre 
un  menhir,  fué  muerto  por  el  genio  del  lugar  (!)• 

Ooquebert  Monbert,  en  1820,  encontró  en 
un  dolmen  del  Loira  inferior,  llamado  « pie- 
dra de  las  hadas»,  montoncitos  de  lana  rosa, 
puestos  por  las  muchachas  deseosas  de  casarse ; 
igual  costumbre  se  observaba  en  el  menhir 
Long-Bciel  (Sena  inferior)  j  en  algunos  lu- 
gares del  departamento  del  Sena  j  Mame;  a 
la  piedra  de  San  Martín  (Indre  et  Loire), 
ofrecen  centavos,  frutas,  queso,  etc.  Estas  ofren- 
das tienen  lugar  en  otros  sitios,  con  diversos 
fines,  tales  como  recobrar  la  salud,  tener  éxi- 
to en  el  amor  (2). 

En  el  valle  de  Larboust,  en  los  Pirineos, 
los  paisanos  van  en  secreto  a  rezar  junto  a  las 
piedras  sagradas,  bésanlas  y  apoyan  la  oreja 
contra  ellas,  esperando  oír  su  voz;  en  Einis- 
terra,  el  menhir  de  Plouarzel,  tiene  a  la  altu- 
ra de  un    metro,    unas    protuberancias  de  30 


(i)    Reinach,     Op.  cit.,  pgs.  399-403. 
(2)     Reinach.     Op.  cit.,  pg.  404. 
Sévillot.     Op.  cit.,  pgs.  102-104, 


KOOAS   T    PIEDRAS    ADORADAS  429 

centímetros  de  diámetro,  poco  más  o  menos, 
semejantes  a  un  seno;  los  recién  casados  van 
al  menhir  y  después  de  haberse  parcialmente 
desnudado,  la  mujer  de  un  lado  y  el  hombre 
del  otro,  se  frotan  el  vientre  contra  las  pro- 
minencias, esperando  el  marido  tener  hijos  va- 
rones y  la  mujer  mandar  en  la  casa  (1).  Esta 
misma  costumbre  había  en  Dax  (2). 

En  Oarnac,  muchachas  casi  desnudas,  se 
frotan  el  vientre  contra  un  menhir,  para  pron- 
to conseguir  un  marido;  igaal  costumbre  se 
observa  en  el  departamento  de  Eure  et  Loire 
y  en  Roce  Marie,  cerca  de  Snt.  Aubin  du 
Cormier  (Ule  et  Yillaine)  (8).  En  varios  lu- 
gares se  frotan  contra  un  menhir,  las  mujeres 
estériles  (4). 

Es  común  a  muchas  piedras  de  Bretaña, 
la  facultad  de  devolver  la  salud  al  que  en 
ellas  se  frota ;  en  otros  lugares  es  preciso  su- 
bir a  la  piedra,  para  obtener  los  beneficios  de 
su  poder  sobrenatural;  así  en  Oolombiers,  en 
donde  el  que  quiere  casarse  antes  de  un  año. 


fr  Sévillot.  Op.  cit.,  pg.  405. 

(2)  Sévillot.    Op.  cít.,  pg.  83. 

^3)  Sévillot.     Op.  cit.,  pg.  82. 

(4)  Reinack,    Op,  cit.,  pg.  405. 


430      Eeligión  del  Impeeio  de  los  Incas 

coloca  en  la  cúspide  de  la  piedra,  una  mone- 
da y  baja  luego  de  un  salto. 

Cerca  de  Fougarais,  hay  una  piedra,  lla- 
mada « la  silla  del  diablo» ,  en  la  cual,  sentán- 
dose en  cierta  época  del  año,  se  obtiene  ser 
correspondido  en  amor  (1). 

Hay  piedras  que  dan  salud  a  los  que  su- 
ben a  ellas,  o  las  visitan;  un  dolmen  de  Fi- 
nisterra  cura  los  reumatismos,  otro  a  los  ca- 
lenturientos;  en  Ablancourt  (  Somme  )  sientan 
a  los  niños  enfermos,  en  un  banco  de  piedra, 
colocado  en  la  capilla  de  San  Jorge ;  en  el 
Oise  creen  que  sanan,  dando  vueltas  a  la  pie- 
dra de  Sn.   Yaast. 

En  un  hueco  natural,  que  hay  en  el  pe- 
drón  del  pueblo  de  Kerangalet,  en  Gouesnon 
(Finisterra),  introducen  el  miembro  enfermo, 
esperando  curarlo;  al  menhir,  dicho  la  «pie- 
dra agujereada»,  en  la  Yonne,  llevaban  a  los 
animales  enfermos  y  para  que  se  curasen,  de- 
positaban una  moneda  en  el  hueco  (2). 

A  veces,  al  rededor  de  una  piedra,  cele- 
braban danzas,  así  en  Orosse,  hasta  fines  del 
siglo  XVIII,  el  15  de  Agosto,  las  mujeres  del 


(1)  Sévillof.     Op.  cit.,  pgs.  84  y  85. 

(2)  Seimch.    Op.  cit.,  pge.  406,  408  y  407. 


EOOÁS   Y   PIBDEAS    ADOEADAS  431 

pueblo,  teniéndose  por  las  manos,  bailaban  al 
rededor  de  la  Fierre  Longue  (1). 

Una  piedra  movible  de  los  Pirineos,  se 
asegura  produce  aguaceros,  al  sor  puesta  en 
movimiento  (2). 

Es  frecuente  llamar  a  menliires,  piedras 
del  juramento,  lo  que  recuerda  la  costumbre 
india,  ya  mencionada;  así  en  el  Oise  van  to- 
davía a  firmar  los  contratos  de  matrimonio, 
en  una  esquina  de  la  Fierre  Lartierre  y  en 
Ancelle  (Altos  Alpes),  los  recién  casados  pa- 
san los  brazos  por  el  hueco  de  cierta  pie- 
dra (3). 

En  la  isla  Roma,  vecina  a  la  costa  de 
Escocia,  hay  una  capilla  dedicada  a  Sn.  Ro- 
mán y  en  ella  un  muro  de  piedra,  cuya  lim- 
pieza cuidan  mucho.  En  el  altar  hay  una 
plancha  de  madera  con  varios  huecos,  en  los 
que  están  puestos  guijarros,  a  los  cuales  los 
isleños  atribuyen  grandes  virtudes,  entre  otras, 
la  de  dar  fácil  parto  (4). 


(1)  Sévilloi.    Op.  cit.,  pg.  91. 

(2)  Btinach.    Op.  cit.,  pg.  409, 

(3)  Beinach.    Op.  cit.,  pgs.  405  y  409. 

(4)  Martin.  A  Description  of  the  Western  island  of  Scot- 
lapd.  Piukerton,  Voyages  and  Travels,  Vol.  UI,  pg.  681,  Lon- 
don  18U. 


432  KELIGlÓy  DEL  I5IPEEI0  DE  LOS  lífCAS 

En  Escocia,  algunas  veces,  los  jurados  se 
sentaban  en  piedras  consagradas  para  este  uso ; 
igual  cosa    acontecía  en  Atenas  (1). 

En  Laconia  se  conservaba  una  piedra  rús- 
tica,en  la  cual,  según  la  leyenda,  el  matricida 
Orestes,  se  mejoró  de  su  locura  apenas  se  sentó, 
habiendo  ocurrido  anteriormente  otro  tanto  a 
Zeus,  que  se  curó  de  su  amor  a  Hera,  al  sen- 
tarse en  cierta    roca,    en  la   isla  Leucadia  (2). 

Los  Ingouch,  tribu  del  Oaúcaso,  adoran 
ciertas  piedras  y  les  ofrecen  costosos  sacrifi- 
cios (3). 

En  gran  parte,  de  los  ejemplos  citados, 
se  advierte  que  la  piedra  es  santa  y  está 
dotada  de  fuerza  mágica  maravillosa  ;  en  algu- 
nos, como  en  los  de  Melanesia,  sábese  bien 
que  este  poder  es  la  entidad  misteriosa  mana; 
en  otros,  como  en  las  piedras  divinas  de  los 
Xagas,  la  foerza  mágica  ha  recibido  ya  una 
forma  más  diferenciada,  es  el  Jei,  entidad  po- 
tente y  misteriosa,  que  no  siempre  tiene  for- 
ma antropomorfa,  ya  que    el    objeto  venerado 


(1)  Fraser.  The  golden  Bougli.  A  Study  Magic  and  Reli- 
gión. London  1913.  Yol.  I.,  pg.  160. 

(2)  Id.  id.,  pg.  161. 

(3)  Frazer.   Pausanias's  description  of  Greece.    London 
1888.  Vol,  IV.  pg.  165. 


EOOAS   Y   PIEDEAg   ADOEADAS  433 

no  es  el  receptáculo  adecuado  del  poder  snpra 
sensible,  sino  la  residencia  del  espíritu  pode- 
roso, no  es  el  imán,  sino  tan  solamente  el 
hierro  imantado,  que  puede  perder  su  fuerza, 
en  cuanto  desaparezca  la  corriente  que  la  causa. 

De  la  piedra,  residencia  del  leij  hay  corta 
distancia  en  la  evolución  religiosa,  a  la  piedra 
altar,  lugar  adecuado  para  ofrendar  al  Dios, 
y  de  las  etapas  de  esta  evolución,  no  faltan 
ejemplos,  en  los  casos  citados  en  las  páginas 
antecedentes. 

Réstanos  ahora  comprobar  con  hechos,  la 
otra  vía  del  desarrollo  de  la  piedra  Dios,  que 
señalamos  ya,  aquella  en  que  termina  el  culto 
a  una  roca,  por  originar  un  mito  metamórfico 
y  un  culto  netamente  antropomorfisado. 

Las  dos  vías  de  evolución,  tienen  igual 
valor  trascendental  y  si  las  formas  correspon- 
dientes a  la  primera,  parecen  más  frecuentes 
en  pueblos  primitivos,  deja  ésta  libre  campo 
para  un  progreso  religioso,  continuamente  as- 
cendente, no  así  la  segunda  forma  evolutiva 
que,  conduce  de  un  modo  ineludible,  al  estan- 
camiento del  desarrollo  teosófico. 

En  Australia,  los  Aruntas  llaman  Ohii- 
ringa  a  piedras  sagradas  que  llevaban  los  an- 
tecesores y  que  están  relacionadas  íntimamente 

Religión  del  Imperio  de  loe  Inon*  28 


434       Eeltgión  del  Impeeio  de  los  Inoas 

con  el  espíritu  de  éstos  y  por  consiguiente 
con  el  de  sus  sucesores;  los  churingas  no  pue- 
den ser  vistos  por  las  mujeres,  ni  los  no  ini- 
ciados. El  lugar  en  el  cual  depositó  el  Al- 
chiringay  o  antecesor  mítico,  el  churinga  está 
señalado  por  algún  objeto  natural,  tal  como 
una  roca,  un  árbol.  En  este  sitio  creen  que 
reside,  especialmente,  el  espíritu  del  Alchiringa 
y  se  llama  Nauja  (1). 

En  la  ceremonia  de  Inticbiuma,  de  la 
Ungianba,  o  del  tótem  de  la  flor  Hakea,  con 
la  que  bacen  una  bebida  muy  estimada,  uno 
de  los  celebrantes,  se  abre  una  vena  y  deja 
caer  la  sangre  sobre  una  piedra,  que  repre- 
senta la  flor;  en  el  Inticbuima,  del  tótem  Ya- 
rumpo,  se  practican  ceremonias  sobre  una  pie- 
dra, que  representa  el  Alcbiringa  Erkiaka  y  la 
frotan  con  guijarros  (2). 

Los  Kaitisb  tienen  una  piedra  llamada 
de  los  niños,  a  la  cual  acuden  cuando  desean 
tener  hijos,  llevando  su  churinga  y  frotándolo 
contra  la  piedra  (3). 


iVj    Spencer  and  Gillen.  The  Natives  tribes  of  Central  Atig- 
tralia.  London  1889,  pgs.  123,  124,  128,  131. 

(2)  Spencer  and  Guien.  Op.  cit.,  pgs.  187  y  188. 

(3)  Spencer  and  Gillen.  The    Northern  Tribes   of  Centr*l 
Australia.    London  1904,  pg.  271. 


EOOAS   Y  PIEDBAS   ADORADAS  435 

Los  Oanaques  labran  piedras  en  la  forma 
del  objeto  que  desean  y  conviértenlas  en  fe- 
tiches (1). 

En  las  Nuevas  Hébridas,  había  igual  cos- 
tumbre (2). 

Tonge  y  Toafa,  eran  los  nombres  de  dos 
rocas  planas,  que  estaban  en  una  plataforma, 
formada  por  un  hacinamiento  de  piedras,  a 
las  que  en  Samoa  veneraban,  por  tenerlas  por 
padres  de  Saato,  dios  de  la  lluvia  (3). 

En  Savai,  los  dioses  de  cierto  pescado, 
fueron  convertidos  en  piedras,  por  el  héroe 
mítico,  Upulu  (4). 

En  el  camino  que  conducía  a  las  plan- 
taciones en  Samoa,  había  una  piedra,  que  de- 
cían ser  un  cobarde  petrificado,  habiendo  apos- 
tado con  su  hermano,  a  cuál  era  el  más  va- 
liente, volvió  la  espalda  y  según  lo  que  habían 
convenido,  se  transformó  en  piedra.  En  la  mis- 
ma isla,  en  el  límite  entre  dos  pueblos,  se  veían 
dos  piedras,  en  que  se  convirtieron  dos  mozos 
que,  batiéndose,  se  mataron  (5). 

(1)  Glaumont.  Usages,  Moeurs  et  Coutumes  des  Neo  Caledo- 
niens.  Revue  d'Ethnographie.  París  1889,  Vol.  VII,  pgs.  114-115. 

(2)  Frazer.  Pausanias's   description    of   Greece.     Londoa 
1688,  Vol.  IV,  pg.  164. 

(3)  Turner.     Samoa.  London  1884,  pg.  26. 
(4j     Id.,  id.,  pg.  31. 

(5)    Id.,  id,,  pgs.  46  y  46. 


436       Eeligión  del  Impeeio  de  los  Incas 

Para  los  aborígenes  de  la  isla  Takabfo, 
el  dios  principal  se  llama  Tin  Tokelan,  el 
Rey  Tokelan,  que  creían  estaba  encarnado  en 
una  piedra,  que  tenían  cubierta  con  finas  este- 
ras y  que  sólo  el  jefe  podía  ver.  En  la  isla 
lí^uku  -  laelac,  del  archipiélago  Mitchell,  los 
dioses  Fonolape  y  Moloti,  eran  dos  piedras, 
así  como  Eoelangi,  adorado  en  la  isla  Hud- 
son  (1). 

En  la  isla  San  Agustín,  era  reverenciado 
un  bloc  coralino  (2). 

En  la  isla  Nikiman,  del  grupo  Gilbert, 
habían  dioses  y  diosas,  que  eran  piedras;  a 
las  primeras  tenían  paradas,  a  las  segundas 
acostadas,  pues  siendo  señoras,  sería  crueldad 
tenerlas  en  pie  largo  tiempo  (3). 

La  residencia  del  Ogaba,  en  Ogbanik,  es 
una  cueva,  en  cuyo  interior  se  encuentra  una 
piedra,  que  es  el  dios  castigador  de  los  la- 
drones (4). 

Olirine,  adorada  en  Omitcha,  la  diosa  ma- 
dre de  todos,  la  nutridora   de   los  muchachos 


(1)  Turner.  Op.  cit.,  pgs.  268,  280  y  289. 

(2)  Id.,  id.,  pg.  291. 
(3;    Id.,  id.,  pg.  296. 

(4)    Leonard.  The  lower  Niger  and  its  Tribes.  London  1906, 
pg.  808. 


EOOAS   Y   PIEDEAS   ADORADAS  437 

y  protectora  de  su  pueblo,  es  unas  rocas  que 
están  en  el  bajo  Niger  (1). 

Según  las  tradiciones  de  los  Yorubas,  los 
creadores  del  mundo,  Jemuhu  y  Orishala,  se 
volvieron  piedras,   las  que  están  en  Ife  (2). 

En  un  bosque  sagrado,  cercano  a  esta  po- 
blación, hay  unas  piedras  que  son  un  jefe  (did), 
su  mujer  e  hijo,  que  por  evitar  una  guerra, 
se  retiraron  al  bosque  y  se  petrificaron  al  mo- 
rir. Estas  piedras  estaban  en  un  curioso  re- 
cinto sagrado ;  Morine,  madre  de  Alashe,  petri- 
ficóse también  y  es  adorada;  igual  aconteció 
con  el  hijo,  que  cuando  la  madre  lo  iba  a 
sacrificar,  por  salvar  a  la  ciudad  de  Ife,  ame- 
nazada por  la  ira  de  Dios,  se  volvió  piedra, 
juntamente  con  todos  sus  bienes.  Enera  de  la 
población,  hay  un  pilar  redondo,  de  once  pies 
de  alto,  junto  al  cual  se  veía  otro  pilar  roto, 
en  el  que  habían  clavos,  un  círculo  y  una  hacha; 
eran  el  bastón  de  Oranyan  (3). 

Los  Bagandas,  junto  al  templo  del  dios 
Nkulu,  en  Bewendo,  tienen  numerosas  piedras 
blancas,  que  dicen  ser   sus  mensajeros  (4). 


(1)     Leonard.  Op.  cit.,  pg.  303. 

(2;    Dennett.  Nigerian  Studies.   London  1910,  pgs.  19-  22. 

^3)    Id.,  id.,  pgs.   22-27. 

(4)  Boscoe.    The  Baganda.    London  1911,  pg.  316. 


438       Ebligión  del  Ímpbeio  db  los  Ínoas 

Según  los  Todas,  el  dios  Tei  Kirzi,  con- 
virtió en  piedras   a  sus  enemigos  (1). 

Melcart  era  adorado  en  Tiro,  en  forma 
de  dos  pilares  (2). 

En  Megara,  había  una  piedra  piramidal, 
llamada  Apolo  Carino. 

Zeuz  Gracious,  tenía  en  Sicyon,  la  forma 
de  una  piedra  piramidal. 

En  Emesa,  Eenicia,  el  pueblo  veneraba 
una  piedra  negra,  como  la  imagen  del  Sol, 
llamado  en  Eenicio,  Eliogábaló. 

La  imagen  de  Afrodita,  en  Pafos  y  en 
Chipre,  era  una  piedra  cónica,  blanca;  Adonis, 
en  Biblus,  era  adorado  en  una  piedra  cónica. 

Artemisia  de  Perge,  en  Asia  Menor,  está 
representada  en  ciertas  medallas,  por  un  cono. 

La  imagen  de  Amón,  era  quizás  una  pie- 
dra cónica. 

Apolo,  como  dios  de  los  caminos,  estaba 
representado  por  un  pilar  cónico. 

En  Delfos,  había  una  piedra  que  diaria- 
mente   ungían  con  aceite  (3).    En    Heliópolis, 


(1)  Rivers.     The  Todas.   London  1906,  pg.  187, 

(2)  Smith.     Lectures  on  the    Religions  of  the  Semites. 
London  1914,  pg.  208. 

(3)  Frazer.    Pausanias'e  description  of  Greece.    London 
1888,  pgs.  318,  365. 


EOOAS  Y  PIEDRAS  ADORADAS  439 

una  de  las  incorporaciones  del  dios  Sol,  era  una 
piedra,  lo  que  acontecía  también  en  otros  pue- 
blos, por  influjo  de  los  sacerdotes  de  Heliópolis. 

Set  se  creía  a  veces,  que  estaba  encarna- 
do en  una  piedra  (1). 

Cuentan  los  Zuñis,  qne  hubo  en  tiempos 
muy  remotos,  un  gran  diluvio  y  que  sus  ante- 
cesores se  retiraron  a  una  meseta  muy  alta, 
mas  el  agua,  subió  tanto,  que  para  salvarse 
tuvieron  que  sacrificar  a  dos  hermanos,  que 
vestidos  con  sus  más  hermosos  trajes,  fueron 
arrojados  al  agua;  apenas  consumóse  el  holo- 
causto, cuando  principiaron  a  decrecer  las 
aguas,  y  los  muchachos  se  convirtieron  en  pie- 
dras; la  hermana  es  todavía  reverenciada,  con 
el  nombre  de  la  madre  piedra  (2). 

En  muchos  altares  Hopis,  se  emplean 
planchas  de  piedras  pintadas,  con  figuras  simbó- 
licas de  varios  colores.  Una  de  las  más  notables, 
es  la  HoTcona  mana,  o  «virgen  mariposa»  (3). 


(\)  Wiedemann.  Eeligion  of  the  Ancient  Egyptians.  Lon- 
don  1897,  pg.    164. 

(2)  Matilde  Coxe  Stevenson.  The  Zuñi  indiana,  tbeir 
Mythologie  Esoteric  fraternities  and  Ceremonies.  23  Annual 
Reaport  of  the  Bureau  of  Ethnology. 

(3)  Fewkes.  Two  summer's  Work  in  Pueblo  Ruins.  22 
Annual  Reaport  of  tbe  Bureau  of  Ethnology,  1900-1902. 
Washington  1904,   pg.  104. 


440         ÉELIGIÓÍÍ  DEL  ÍMPEEIO  DE  LOS  IxOAS 

Tetland  (íe¿Z=r: piedra,  tlan=  junto)  era 
el  nombre  de  un  dios  y  de  un  pueblo,  en  el 
señorío  de  Tonala  (México);  el  origen  de  esta 
divinidad,  parece  haber  sido  una  piedra  osci- 
lante, que  había  en  la  vecindad  del  pueblo, 
pero  tenía  carácter  netamente  antropomorfo, 
pues  la  representaban  en  figura  de  un  hombre, 
que  tenía  una  piedra  en  la  mano  (1). 

Los  Musos  adoraban  a  todas  las  piedras, 
porque  decían  que  todas  habían  sido  hombres, 
pues  éstos  al  morir,  se  convertían  en  piedras, 
las  que  un  día  resucitarían  (2). 


(1)  JRobelo.  Diccionario  de  Mitología  Nahoa.  Anales  del 
Museo  Nacional  de  México,  Segunda  Época,  Yol.  V.  México 
1908,  pg.  241. 

(2)  Fernández  Piedrahita.  Historia  general  de  las  con- 
quistas del  Nuevo  Reyno  de  Granada.  Amberes  1608,  pg.  14' 


CAPITULO  VI 

CUEVAS  Y  MINAS  ADORADAS 

Antes  de  terminar  el  estudio  del  grupo 
de  fenómenos  religiosos,  que  nos  hemos  pro- 
puesto examinar,  en  este  volumen,  róstanos 
exponer  las  supersticiones  que  los  antiguos  pe- 
ruanos tenían,  acerca  de  las  cuevas,  minas  j 
otros  objetos  semejantes. 

La  adoración  de  las  cavernas,  es  muy 
natural  en  aquellos  pueblos  primitivos,  en  que 
se  venera  todo  cuanto  parece  extraordinario  e 
incomprensible,  mas  su  culto  puede  estar  ba- 
sado en  otros  principios ;  sabido  es  cuan  útiles 
fueron  las  cavernas  al  hombre  primitivo,  que 
en  ellas  estableció  su  morada;  numerosos  son 
los  ejemplos  de  cuevas,  que  al  mismo  tiempo 
que  moradas  de  los  vivos,  fueron  lugar  de 
reposo  de  los  difuntos  de  la  tribu  salvaje,  que 
abrigó  su  existencia,  bajo  los  repliegues  de  la 
roca,    asi  en  ocasiones,   la   veneración  de   la 


442       Religión  del  Imperio  de  los  Inoas 

cueva,  puede  estar  basada  simultáneamente  en 
el  respeto  que  inspiran  sus  antros  misteriosos, 
ocupados  quizá,  por  temibles  fieras,  en  el  re- 
conocimiento y  apego  al  prístino  hogar  y  en 
el  tributo  de  amor  y  terror,  que  el  hombre 
simple  rinde  a  sus  antepasados  difuntos. 

En  todas  las  religiones,  no  han  faltado 
quienes,  inspirados  por  un  ferviente  ardor  mís- 
tico, buscasen  en  el  retiro  y  el  silencio,  la 
quietud  del  ánimo  y  la  perfección  interior,  y 
las  cuevas  han  prestado,  a  menudo,  refugio  a 
éstos,  a  quienes  disgusta  el  bullicio  mundano. 
La  caverna  que  sirv^ió  de  morada  a  un  asceta 
célebre,  fácilmente  se  convierte  en  un  templo, 
en  un  centro  de  culto  (1). 

Este  origen  reconocen  muchos  templos, 
en  cuevas  que  hay  en  la  India;  quien  los  ha 
estudiado  con  detención,  cree  que  su  construc- 
ción fue  ideada  por  los  Budistas,  pero  luego 
adoptada  por  los  otros  credos  del  Indostán  (2). 

Muchas  deidades  indias,  viven  en  cuevas, 
las  que,  así  como  las  minas,    creen  que   ordi- 


(1^  Sobre  el  culto  a  las  cuevas,  consúltese  David  Mac  Rucie, 
Caves  en  Hasting's  Encj'cloepedia  of  Ethics  and  Religión. 
Edinbourgh  1910,  pg.  267-70. 

(2)  Fergasson  and  Burgess.  The  Cave  Temples  of  India. 
London  1880. 


ÜXTEYAS   Y   MDri.S   ABOBADAS  443 

nariamente  están  ocupadas  por  espíritus  ma- 
lignos. 

Los  Korkas  de  Mirzapnr,  cuando  tienen 
que  entrar  a  una  caverna,  se  arman  con  flechas 
y  hachas,  para  defenderse  de  los  demonios. 
(Bhúts)  (1). 

Los  Izagas  dicen  que  las  cuevas  son  mo- 
radas de  los  lei  (2). 

Los  Ananitas  adoran  al  espíritu  de  una 
cueva,  al  cual  ofrecen  sacriñcios,  en  tiempo  de 
sequía  (3). 

Hay  casi  en  todo  lugar  sagrado  de  Pa- 
lestina, una  gruta.  En  las  de  Penicia  se  en- 
cuentran símbolos  de  Astrate,  y  los  más  anti- 
guos templos,  en  este  lugar,  eran  cuevas   (4). 

En  Grecia,  habían  cuevas  destinadas  al 
culto  de  los  dioses,  en  las  que  se  veían  nichos 
para  colocar  las  ofrendas,  tales  como  aquellas 
en  que  en  Atenas  se  adoraba  a  Apolo  y  la  de 
Demetrio  Negro,  en  Phigalia  (5). 


(1)  Crooke.  Popular  Religión  and   Folk  lore  of  Northern 
India,  Westminster  1896.  Vol.  I.,  pgs.  282-285. 

(2)  Hodson.  The  Naga  tribea  of  Manipur.    London   1911, 
pg.  126. 

(3)  Frazer.  The  Golden  Bough,  Yol  I,  pg.  302. 

(4)  Smith.     Lectures  on  the  Religión  of  the  Semites.  Lon- 
don 1914,  pgs.  197-200. 

Ib)    Frazer.    Pausanias's  description    of  Greece.   London 
1888,  Vol.  n,  pg,  360,  IV,  pg.  406,  V,  pg.  516. 


444       Ebligión  del  Imperio  de  los  Incas 

En  Abeokuta  hay  una  cueva  consagrada 
a  Oke,  en  la  cual  creen  los  Egba,  que  en  caso 
de  ser  derrotados,  pueden  refugiarse  con  toda 
seguridad,  pues  se  cerrará  herméticamente, 
mientras  dure  el  peligro  (1). 

Los  Sanks  o  Eoxes,  rara  vez  pasan  junto 
a  una  caverna,  sin  dejar  allí  tabaco,  para  el 
espíritu  de  ella  (2). 

Los  Apalachitas  tenían  una  caverna  sa- 
grada, en  la  que  hacían  sus  ceremonias,  en 
honor  del  Sol,  al  tiempo  de  sembrar  y  cose- 
char (3). 

Los  indios  Pueblos,  acostumbraban  mucho 
emplear  las  cavernas  con  fines  religiosos.  Eew- 
kes  visitó  una  en  los  montes  Graham  y  encon- 
tró muchas  pruebas  de  su  uso  antiguo,  tales 
como  bastoncitos  de  oración  y  restos  de  canas- 
tas; se  conocen  machas  otras  que,  claramente 
se  ve,  han  sido  usadas  como  lugares  de  sacri- 
ficios y  nunca  como  habitaciones  (4). 


(1)     Demiett.    Nigerian  Studies.  London  1910,  pg.  164. 

(2;  Dormán.  Primitive  Supertitions.  Philadelpliia  1881, 
pg.  300. 

(3)     Lafitau.  Moeurs    des   Sauvages  Ameriquians.    París 
MDCCxxiv,  Vol.  I,  pg.  147. 

(4)  Fewkes.  Two  summers's  Work  in  Pueblo  Ruina. 
22^  Annual  Reaport  of  the  Bureau  of  Ethnology.  Washington 
1904,  pgs.  187-188. 


Cuevas  y  miítas  adoradas  445 

Los  indios  de  Sonora  dicen,  que  el  sonido 
qne  sale  de  las  cuevas,  es  producido  por  las 
almas  que  allí  viven  (1). 

Los  Haitianos  hacían  peregrinaciones  a 
una  gruta,  de  donde  decían  habían  salido  el 
sol  y  la  luna  y  en  la  que  se  encontraban  dos 
ídolos  (2). 

En  cuevas,  según  los  Quiches,  vivían  mu- 
chos espíritus  (3). 

En  Ramiriqui  había  una  caverna  muy  ve- 
nerada, que  formaba  una  espaciosa  sala;  allí 
los  Ohibchas,  entre  otros  sacrificios,  mataban 
niños  (4). 

Los  subditos  de  los  Incas,  en  los  caminos, 
cuando  no  podían  llegar  al  tambo  o  iban  por 
rutas  que,  por  no  ser  las  principales,  carecían 
de  posadas,  dormían  en  las  cuevas  o  macháis, 
a  las  que  previamente  ofrecían  coca  y  maíz 
mascado,  para  que  mientras  durmiesen  no  les 
aconteciese    mal    alguno,    el    que    temían    les 


.1)    Dormán.  Op.  cit ,  pg.  302. 

(2)  Fewkes.  The  Aborígenes  of  Porto  Rico  and  Neighbo- 
ring  Islanda.  25  Annnal  Reaport  of  tlie  Bureau  of  Ethnology. 
Washington  1907,  pg.  56. 

(3)  Dormán.  Op.  cit.,   pg.  301. 

(4)  Eestrepo,    Los  Chibchas.  Bogotá  1895,  pg.  74. 


446      Ebligión  del  Imperio  de  los  Ikoas 

causase  el  genio  del  Ingar,  o  el  alma  de  algún 
muerto  (1). 

Los  que  trabajaban  en  minas,  adorábanlas 
bailando  toda  la  noche  anterior,  al  día  en  que 
debían  dar  principio  a  la  labor. 

A  la  divinidad,  que  suponían  tenían  las 
minas  de  oro,  titulaban  Coya,  a  la  de  las  de 
plata,  Mama  y  a  las  piedras  metalíferas,  decían, 
Corpas,  ibesábanlas  y  hacían  con  ellas  otras 
ceremonias;  reverenciaban  también  a  las  piri- 
tas, al  bermellón,  dicho  llimpi  y  a  las  guairas 
u  hornos,  en  que   se  fundían  los  metales  (2). 


(1)  84  Haziendo  dormida  en  alguna  cueua,  sueles  mascar 
maíz,  y  coca  y  emplastarlo  en  ella  diziendo.  Esta  noche  ten- 
go de  dormir  en  ti,  adorote  porque  me  des  buen  suefio,  hazme 
soñar  bien?  Pérez  Bocanegra.  Ritual  formulario  e  instrucción 
de  curas.  Lima  1631,  pg.  134. 

En  los  Machaes,  o  cuebas  donde  dormis  de  noche  quando 
Tais  de  camino,  no  ay  Hnaca  ninguna,  que  sea  Dios,  ni  que 
tenga  poder  para  hazeros  mal  alguno,  el  Demonio  os  ha  puesto 
miedo,  y  por  esto  los  Indios  ofrecian  coca  mascada  y  maiz 
mascado,  y  vntaban  con  ella  la  cueba,  para  qne  mientras  dor- 
mían no  les  sucediera  mal  alguno..... el  miedo  le  entristece,  y 
Juego  imagina  que  el  Diablo  lo  ha  de  matar,  o  que  alguna  alma 
de  los  Indios  difuntos  le  ha  de  matar.  Ávendaño,  Sermones 
de  los  Misterios  de  Nuestra  Santa  Fe.  Lima^  fol.  56, 

í2)  Usan  los  Indios  que  van  a  minas  de  plata,  de  oro  o  de 
íi90gue  adorar  los  cerros  o  minas ;  pidiéndoles  metal  rico,  y 
para  esto  velan  de  noche  beviendo  y  baylando ...  a  los  de  oro 
llaman  Coya  y  al  Dios  de  las  minas  de  plata  Mama ;  a  las  pie- 


Cuevas  y  minas  adoradas  447 

Los  aborígenes  de  la  Paz,  antigua  Ohu- 
quiapo,  famosa  en  tiempo  de  los  Incas,  por  sus 
lavaderos  de  oro,  adoraban  a  Choque- Guanea 
(cholee  =zoTO,  huanJcazrzgalgsi^  peñón)  (1). 

En  el  Cuzco,  la  sétima  huaca,  del  segundo 
ceque  de  Cliinchaysuyo,  «  era  una  cantera  lla- 
mada Ouayraugallay  (2)  que  está  encima  de  la 
fortaleza,  en  la  cual  hacían  sacrificios  por  di- 
versos respetos»   (3). 

En  el  octavo  ceque  de  Continsuyo,  era  huaca 


dras  de  los  metales  Corpa,  adoranlas  besando,  y  lo  mismo  al 
Boroche,  al  agogue  i  al  bermellón  del  agogue,  que  llaman 
Sehma  o  Limpi.  Calancha.  Chronica  Moralizada,  Barcelona 
1638,  pg.  31. 

Los  que  iban  a  las  minas  adoraban  los  cerros  dellas  y  las 
propias  minas  que  llaman  Coya,  pidiendo  les  diesen  de  su  me- 
tal; y  para  alcanzar  lo  que  pedian,  velaban  de  noche  bebiendo 
y  bailando  en  reverencia  de  los  dichos  cerros.  Asi  mismo  ado- 
raban los  metales  que  llaman  Mama,  y  las  piedras  de  los  dichos 
metales  llamadas  Corpas  besábanlas  y  hacían  con  ellas  otras 
ceremonias;  el  metal  que  dicen  Soroche;  la  misma  plata  y  las 
guairas  o  brazeros  donde  se  funde.  Cobo.  Historia  del  Nuevo 
Mundo.  Sevilla  1892,  Vol.  in,  pg.  346. 

(1)  La  gente  deste  asiento  y  pueblo  de  Chuquiapo  tenían 
por  adoración  una  guaca  que  se  llamaba  Choque  Guanea,  que 
quiere  decir  Señor  del  oro  que  no  mengua.  Descripción  y  re- 
lación de  la  ciudad  de  la  Paz.  Relaciones  Geográficas  de  In- 
dias, Vol.  II,  pg.  71. 

(2^     J/Maira  =  viento,   wjt/ay^ beber. 

(31    Oabo.  Op,  cit.,  Vol,  IV. 


448      Eeligión  del  Impeeio  de  los  Inojls 

una  cneva,  a  la  que  sacrificaban  niños ;  llamá- 
base Inca  Roca  (1). 

Ourovilca  fifeoroí/ =  cortar  en  pedazos,  vü- 
ca=divinidad)  «era  una  cantera  de  donde  sa- 
caban piedra.  Sacrificábanla  porque  no  se 
acabase  ni  se  cayesen  los  edificios  que  dellas 
se  hacian»  (2). 


(1)  La  decima  tercia  se  decia  Incaroca.  Era  una  cueva 
que  estaba  más  adelante  de  las  fuentes  sobrediclias,  y  era  ado- 
ratorio  principal.     Ofrecianle  niños.    Cobo.  Loe.  cit. 

(2)  Cobo.  Loe.  cit.  Pertenencia  al  n  ceque  de  Autisuyo, 
siendo  la  cuarta  huaca. 


FIN  DEL  I  TOMO 


índice 


PágB. 

Dedicatoria Y 

Prólogo vn  -  IX 

CAPITULO  I 

Las  Huacas 1-98 

Formas  de  religiosidad  peruanas,  1-2.  Animis- 
mo, 3-5.  Explicación  de  Spencer,  5-6.  Animismo 
o  naturalismo,  sus  condiciones,  6-10.  Ejemplos  de 
Animismo:  Esquimales,  Pieles  Eojas,  Algonqui- 
nes,  Iroquíes,  Hurones,  Hidastas,  Omahas,  Mexi- 
canos, Cubanos,  Guáyanos,  Africanos,  Siberia, 
India,  Fidji,  Europa,  10  19.  Animismo  de  los  pe- 
ruanos, 19-29.  La  concepción  de  Mana,  29-35. 
Atua,  35,  Andrimautira,  35-37.  Hásina,  37-39. 
Kramat,  39-40.  Muliengo,  40-41.  Oudah,  41  42. 
Ideas  semejantes  del  Bajo  Niger,  42.  Id  de  los 
Masai,  42.  Id  de  los  Ma-rots,  43.  Id  Bangala.  43. 
Id  Mayambas,  44.  Id  Wangtas,  44.  Id  Chota  Na- 
pur,  44-45.  Id  en  China,  46.  Vestigios  de  igual 
Concepción  en  Roma,  46-47.  Manitú,  47-51. 
Orenda,  51-53.  Wakonda,  53-59.  Ideas  análogas 
de  los  Hidasta,  60.  Paruxti  y  Waruxti,  61-62. 
Thamanous  62-63.  Ideas  paralelas  de  los  Thomp- 
son, 63.  Id  Lilluet,  64.  Id  Kwakiult,  Tsimshian, 
Tlingit   Lku'ñgen,  Denos  y   Chickasaw,  64-67. 


450       Religión  del  Impeeio  de  los  Íxoas 


Págs. 


Cerní,  67.  Naual,  67-70.  El  concepto  primitivo 
del  poder  sobrenatural,  70-72.  Análisia  déla  voz 
huaca,  72-78.  Id  de  Vilca,  78-79.  El  concepto  de 
huaca,  deducido  del  examen  de  los  cronistas.  79-84. 
La  idea  del  poder  huaca,  86-93.  Metamorfo- 
sis, 93-97. 

CAPITULO  II 

Los  Conopas 99  - 174 

Los  Conopas,  sus  nombres,  sus  clases,  99-  104. 
Su  carácter  hereditario,  105-106.  Su  origen,  106. 
Modo  de  invocarlos,  107-110.  Naturaleza  del  Co- 
nopa,  110-111.  Amuleto,  111-118.  Amuletos  es- 
quimales, 113-120.  Id  Koryak,  120-126.  Chuk- 
chis, 126-129.  Aleutinos,  129.  Kadiak,  129-131. 
Otros  pueblos  de  América  del  N.,  131-139.  Amu- 
letos de  los  Pueblos,  139-144.  Otros  amuletos 
americanos,  144-149.  Id  Aztecas,  149-151.  Id 
Centro  americanos  y  Antillanos,  151-152.  Id  de 
los  aborigénes  de  Guayaua,  151-153.  Id  de  otros 
Indios  de  Sud  América,  163-159.  Amuletos  indi- 
vidualizados; amuletos  genéricos,  159-173. 

CAPITULO  m 

Apachitas 175-302 

Apachitas,  su  importancia  en  la  religión  pe- 
ruana, 175-176.  Teorías  para  explicar  los  carines 
erigidos  por  los  caminantes ;  suposición  de  Da- 
win,  176-177.  Id  de  Welcker,  177-178.  Id  de 
Andree,  178-179.  Id  de  Hartland,  179-180.  Id  de 
Leibrecht,  180.  Id  de  Dussaud,  181.  Id  de  Fra- 
zer,  181-182.  Id  de  Doutte,  182.  Id  Dudley 
Kid,  183.  Crítica  de  las  teorías  anteriores,  183  - 184, 
Carines  para  segar  la  influencia  de  un  lugar  dota- 
do de  poder  nocivo,  184-200.  Carines  en  sitios  pe- 
ligrosos, 200-202.  Id  para  facilitar  el  viaje,  203-204 


ÍNDICE  451 

Pig«. 

Id  en  las  fronteras,  204-206.  Carines  para  obte- 
ner un  bien,  206-208.  Carines  en  lugares  sagra- 
dos, 209  -210.  Carines  de  causas  complejas,  210-212. 
Carines  en  tumbas,  212-257,  Carines  en  lugares 
sagrados,  237-248.  Carines  en  montes,  248.  Sínte- 
sis del  examen  de  las  diverses  clases  de  carines, 
248-263.  La  concepción  primitiva  de  fatiga,  263-264. 
Carines  a  los  que  no  parece,  a  primera  vista,  con- 
venir la  explicación  general,  264-272.  Carines  fun- 
dados en  magia  imitativa,  272-275,  Explicación 
de  los  carines  erigidos  por  caminantes,  275-279. 
Apacbitas  modernas,  279.  Cristianización  de  las 
apacbitas,  280-283.  Apacbitas  en  general,  283-290. 
Apacbitas  notables,  290-293.  Apacbitas  del  Cuz- 
co, 293-296.  Otras  apacbitas  célebres.  296,  Sig- 
nificado de  la  voz  apacbita,  296-299.  Las  tocan- 
cas,  299-301. 

CAPITULO  IV 

Montes  adorados 803-372 

La  adoración  de  los  montes,  303-307.  La  ado- 
ración de  los  volcanes,  307.  Ejemplos  de  volcanes 
adorados,  308-321.  Volcanes  adorados  en  el  Pe- 
rú, 321-326.  Adoración  a  los  montes  en  el  Perú, 
326-337.  Montes  adorados  en  el  Cuzco,  338-342. 
Significado  del  culto  a  los  montes,  342-344.  Ejem- 
plos del  culto  a  los  montes,  344-356,  Montes  di- 
vinos en  México,  356-366.  Id  entre  los  Cbib- 
cbas,  367.  Culto  a  islas  en  el  Perú,  367-372. 

CAPITULO  V 

Rocas  y  piedras  adoradas 373  -  440 

Culto  a  las  piedras  en  el  Perú,  373-377.  Pie- 
dras buacas  del  Cuzco,  377-399.  Culto  a  las  pie- 
dras en  el  Imperio,  399-407.  Culto  a  piedras  pre- 


452      Ebligión  del  Impeeio  de  los  Incas 

Págs. 


ciosas,  407-410.  El  culto  de  las  piedras,  su  fun- 
damento, 410-412,  Piedras  divinas  en  si,  412-433. 
Piedras  reliquias  de  un  Dios,  483-440. 

CAPITULO  YI 

Cuevas  y  minas  adoradas 441  -  448 

El  culto  délas  cuevas,  441-442.  Algunos  ejem- 
plos de  esta  adoración,  442-445.  Cuevas  venera- 
das en  el  Perú,  445-446.  Adoración  a  minas  y 
canteras,  444-448.