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Full text of "Las Cien Mejores Poesias (liricas) de la lengua castellana"

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LAS   CIEN   MEJORES    POESÍAS 

(ÚRICAS) 

DE    LA   LENGUA   CASTELLANA 


Sí 


Primera  Edición,  Agosto    1908.        Segunda   Edición,   Diciembt 
1908.      Tercera  Edición,  Febrero  1 9 10. 


LAS 


CIEN   MEJORES  POESÍAS 

(LÍRICAS) 
DE    LA   LENGUA   CASTELLANA 


Escogidas  por 
DON   M.  MENÉNDEZ   Y   PELAYO 


Madrid:  Victoriano  Sua'rez,  48  Preciados 

Lisboa:   Ferreira  Limitada,   132  Rúa  Áurea 

París:    A.   Perche,  45  Rué  Jacob 

Lausanne:    Edwin  Frankfurter,   12  Grand-Chéni 

Berlín  :    Wilhelm  Weicukr,  Haberlandstr.  4 

London  &  Glasgow  :  Gowans  &   Gray,  Ltd. 

1910 


<"? 


ADVERTENCIA   PRELIMINAR 

Comprende  este  tomo  cien  poesías  líricas  escogidas 
entre  lo  mejor  de  la  literatura  española  antigua 
y  moderna,  excluyendo  los  autores  vivos.  No  se 
nos  oculta  la  dificultad  de  esta  selección,  en  que 
tanta  parte  puede  tener  el  gusto  individual,  ni  pre- 
sumimos tanto  del  nuestro  que  estemos  seguros  de 
haber  logrado  constantemente  el  acierto.  Hemos 
procurado,  sin  embargo,  no  omitir  ninguna  de  las 
poesías  ya  consagradas  por  la  universal  admiración, 
ni  dar  entrada  a  ninguna  que  no  tenga  á  nuestros 
ojos  mérito  positivo,  aunque  no  siempre  llegue  a  Ja 
absoluta  perfección  formal.  Hay  en  algunas  de 
estas  composiciones  rasgos  de  mal  gusto  propios  de 
una  época  ó  escuela  determinada,  pero  hubiera  sido 
temeridad  borrarlos,  porque  la  integridad  de  los 
textos  es  la  primera  obligación  que  la  crítica  impone 
al  colector  de  toda  antología  por  diminuta  y  popular 
que  sea. 


vi      ADVERTENCIA   PRELIMINAR 

Hemos  prescindido  de  las  poesías  anteriores 
al  siglo  xv  porque  exigirían  un  comentario 
filológico,  inoportuno  en  la  ocasión  presente.  Las 
pocas  que  insertamos  del  siglo  xv  son  de  belleza 
indudable  y  de  fácil  lectura  para  todo  el  mundo. 
El  mayor  espacio  de  nuestra  colección  va  dedicado 
naturalmente  á  la  edad  de  oro  de  nuestra  lírica 
(siglo  xvi  y  principios  del  xvii).  Se  notarán  en 
ella  omisiones  que  nos  duelen  mucho,  pero  que  eran 
inevitables  dentro  de  los  estrechos  límites  impuestos 
á  nuestro  plan  :  spat'ús  exclusus  'miquis.  Nada  hemos 
puesto  de  Castillejo,  de  Acuña,  de  Valbuena,  de 
Jáuregui,  y  otros  preclaros  ingenios,  y  hemos  tenido 
que  reducir  á  muy  pocas  muestras  el  tesoro  poético 
de  Góngora,  de  Lope  de  Vega  y  de  Que  vedo. 

Nuestra  tarea  era  relativamente  fácil  tratándose 
del  siglo  xviii,  el  mas  prosaico  de  nuestra  historia 
literaria,  pero  se  tornaba  dificilísima  respecto  de  la 
opulenta  producción  poética  del  siglo  xix,  que  sin 
ser  superior  a  la  antigua  como  lo  ha  sido  en  Francia 
y  en  otras  partes,  ha  continuado  con  nuevo  espíritu 
la  tradición  de  las  formas  líricas,  las  ha  remozado  á 
veces  merced  al  impulso  genial  de  los  poetas  y  al 


ADVERTENCIA   PRELIMINAR     vii 

contacto  con  extrañas  literaturas,  y  ofrece  buen 
numero  de  obras  ya  sancionadas  por  el  común 
aplauso.  En  esta  parte  más  que  en  ninguna  solici- 
tamos y  esperamos  indulgencia. 

Aunque  se  titulan  líricos  los  poemas  de  esta 
colección,  no  ha  de  entenderse  esta  palabra  ec 
sentido  tan  riguroso  que  excluya  algunas  narraciones 
poéticas  breves  en  que  se  entremezcla  lo  épico 
con  lo  lírico.  Esta  salvedad,  que  a  todas  las 
literaturas  alcanza,  tiene  más  propio  lugar  en  la 
castellana,  que  siempre  ha  conservado  rastros  de  su 
origen  épico.  Por  eso  incluimos  algunos  romances 
antiguos,  de  los  de  tono  más  lírico,  y  un  par  de 
leyendas  de  los  dos  grandes  poetas  románticos 
Zorrilla  y  el  Duque  de  Rivas. 

El  orden  en  que  van  colocadas  las  poesías  no 
siempre  es  estrictamente  cronológico,  porque  se 
ha  atendido  á  la  sucesión  de  escuelas  y  formas 
artísticas. 

M.  MENÉNDEZ  Y  PELAYO 


ÍNDICE 


PAGINAS 


3.  Romances  Viejos:  Romance  de  Abenámar,-      18 

4.  „  „  Romance   del  rey    moro 

que  perdió  Alhama,  -      20 

5.  „  „  Romance  de  Rosa  fresca ,      22 

6.  ,,  „  Romance  de  Fontefrida,  23 
7«  »  ,t  Romance  de  Blanca- Niña ,  23 
8.           „               „  Romance       del      conde 

Arnaldos,       -  25 

9«  »  »  Romance  de  la  hija  del 

rey  de  Francia,         -      26 
10.  „  „  Romance  de  doña  Alda,      27 

32.  Alcázar    (Baltasar    del) 

(1530-1606),  Una  cena,-  -  -      87 

23.   Anónimo,  «No  me  mueve,  mi  Dios, 

para  quererte, »  -      67 

39.   Aigensola      (Bartolomé 

Leonardo  de)  (1562-  «Dimc,    Padre    común, 
1 63 1 ) ,  pues  eres  justo, »         -    1 04 

36.  Argensola  (Lupercio 
Leonardo  de)  ( 1 559- 
1 6 1 3 ) ,  A  la  Esperan  za,  -    1  o  I 


x  ÍNDICE 

PAGINAS 

37.  Argensola        (Lupercio 

Leonardo  de)  ( 1559-  « Imagen  espantosa  de  ¿a 
1613),  muerte,»  -  -    103 

38.  „  ,,  «Lleva  tras  sí  los  pám- 

panos otubre,y>  -    104 

28.  Arguijo  (Donjuán  de)  Al  Guadalquivir,  en  una 

(1 567- 1 623),  avenida,           -          -  85 

29.  „                     „  La  tempestad  y  la  calma,  86 

30.  „                    „  La  avaricia,       -          -  86 
31*           >>                     >>  «En     segura     pobreza 

vive  Enmelo,»  -      87 

66.  Arjona  (Don  Manuel 
María  de)  ( 1 771- 
1820),  La  diosa  del  bosque,      -    1J4. 

83.  Arólas     (Padre     Juan) 

(1805-1849),  Se  mas  feliz  que  yo,      -    276 

86.  Avellaneda  (Doña  Ger- 
trudis Gómez  de) 
(1816-1873),  Amor  y  orgullo,  -   283 

99.   Balart    (Don  Federico) 

(1 83 1 -1905),  Restitución,  -  -   343 

95.  Bécquer   (Don  Gustavo  Rimas.    «Del salón  en  el 

A.) -(1836-1870),  ángulo  oscuro, »  -   327 

96.  ,,  „  « Cerraron  sus  ojos, »     -   328 
72.   Bello     (Don     Andrés)  La    agricultura    de    la 

(1 78 1- 1 865),  zona  tórrida,  -  -    199 


ÍNDICE  xi 

PÁGINAS 

60.   Calderón    de    la    Barca 

(Don  Pedro)  (1600-  «  Estas  que  fueron  pompa 
1681),  y  alegría,»      -  -    146 

89.  Campoamo¡(  Don  Ramón 

de)  (  1 8 1 7-1901 ),        /  Quién  supiera  escribir  /   296 

90.  „  ,,  Lo  que  hace  el  tiempo    -   299 

34.  Caro     (Rodrigo) 

( 1 5  7  3 - 1 647  ) ,  A  las  ruinas  de  Itálica,      92 

13.   Cetina     (Gutierre     de) 

(1520-1560  ?),  Madrigal,  -  -      46 

22.  Cruz  (San  Juan  de  la) 

(1542-1591),  Cántico  espiritual. ..,     -      60 

76.  Espronceda   (Don   José 

de)  (1808-1842),  Himno  de  la  Inmortalidad,  226 

77.  „  „  Canción  del  Pirata,       -   228 

78.  .,  „  Canto  á  Teresa,  -  -   232 

35.  Fernández  de  Andrada  ? 

(?-?),  Epístola  moral,  -  "95 

69.   Gallego       (Don      Juan  Elegía   á   la   muerte  de 

Nicasio)  (1777-1853),  la  Duquesa  de  Frías,  184 
82.   Gil       (Don      Enrique) 

(1815-1846),  La  violeta,  -  -   273 

48.  Góngora  (Don  Luis  de) 

( 1 56 1  - 1 627 ) ,  Angélica  y  Medoro,      -    118 

49.  ,,  ,,  « Servía  en  Oran  al  rey, »    123 


xii  ÍNDICE 

pXginai 
50.    Góngora  (Don  Luis  de)  « Entre       ios        sueltos 

(1 56 1 -1 627),  caballos,»         -  -124 

51'  >j  ,5  « Ande  yo  caliente , »  -    128 

S2'  »>  ,»  «La  más  bella  niña,»  -    129 

73.   Heredia      (Don      José 

María.)  ( 1 803- 1839),  Niágara,  -  -  -210 

26.  Herrera  (Fernando  de) 

(153  4- 1597),  Por  la  vitoria  de  Lepanto,     75 

27.  „  „  Por  la  pérdida  del  rey 

don  Sebastian,  -      82 

63.   Jovellanos  (Don  Gaspar  Epístola     de    Fabio  á 

M.  de)(i744-i8n),      Anfriso,  -  -    162 

14.   León    (Fray   Luis    de) 


(' 

529- 

159 

0> 

¿'¿/a  retirada,    - 

-      46 

i5- 

>> 

55 

y^  Francisco  Salinas, 

-      49 

16. 

55 

55 

A  Felipe  Rul%,  - 

-      P 

i7- 

55 

55 

Noche  serena, 

-     53 

18. 

?? 

5) 

Morada  del  Cielo, 

-     56 

T9. 

55 

55 

En  la  Ascensión, 

-     57 

20. 

„ 

55 

Imitación  de  diversos 

-     58 

21. 

55 

55 

Soneto, 

-    60 

67. 

Lista 

(Don    Alberto) 
775.1848), 

Al  Sueño,  - 

-  176 

ÍNDICE  xiii 

PAGINAS 

88.  López  de  Ayala  (Don 
Adeiardo)       (1828- 

1879),  Epístola  á  Emilio  Arrieta,  292 

2.   Manrique,  Jorge  (1440-  A  la  muerte  del  maestre 

1478),  de  Santiago...,  -        2 

70.  Maury       (Don       Juan 

María)  (1 772- 1 845 ),Za  timidez,         -  -    193 

64.  Meléndez  Valdés   (Don 

Juan)  (1 754-1 8 1 7),    Rosana  en  los  fuegos,    -    168 

61.  Mira  de  Mescua  (Don 

Antonio)       (1578  ?- 

1644),  Canción,  -  -  -    146 

7 1 .  Mora  (Don  José  Joaquín 

de)(i783-i864),       ElEstío,-         -         -  198 

62.  Moratín    (Don    Nicolás  Fiesta     de      toros      en 

F.  de) (1 737-1 780),       Madrid,         -  -    151 

65.  Moratín  (Don   Leandro 

F.  de)  (1 760- 1 828),  Elegía  á  las  Musas,     -    172 

93.  Núñez    de    Arce    (Don 

Gaspar)  ( 1834-1 903),  Estrofas,  -  -   315 

94.  „  „  Tristezas,  -  -   322 
100.   Palacio   (Don    Manuel 

del)  (1832-1906),       Amor  oculto         -  -   347 

8i.  Pastor  Díaz  (Don 
Nicomedes)  (181 1- 
1862),  A  la  luna,  -  -   269 


xiv  ÍNDICE 

PAGINAS 

84.   Piferrer    (Don     Pablo) 

(1817-1848),  Canción  de  la  Primavera,  277 

25.  Polo  (Gil)      (c.  1535. 

1 59 1),  Canción,    -  -  70 

97.  Querol     (Don     Vicente  Carta  al  Sr.  D.  Pedro 

W.)  (1836-1889),  A.  de  Alarcón...,     -   331 

98.  „  „  En  Noche-Buena...,    -   338 

53.  Quevedo (Don Francisco 

de)  (1580-1645),        El  Sueño,-  -  -    131 

54.  ,>  sí  Epístola  satírica  y  cen- 

soria..., -    134 

55.  ,,  »,  Memoria     inmortal    de 

don  Pedro  Girón...,-    141 

56.  „  .,  uTa  formidable  y  espan- 

toso suena,  y»     -  -    141 

57.  „  „  «.Miré  los  muros  de  la 

patria  mía,*    -  -    142 

58.  „  „  Letrilla  satírica,  -    142 
68.   Quintana  (Don  Manuel  A  España,  después  de  la 

José)  (1772-1857),        revolución  de  Marzo,    179    ^ 
33.    Rioja     (Francisco     de) 

(1583-1659),  A  la  rosa,  -  -     91 

74.  Rivas (Duque  de)  (1 791- 

1 865) ,  El  Faro  de  Malta,      -215 

75.  „  „  Un  castellano  leal,         -   217 


ÍNDICE  xv 

pXginas 
92.    Ruiz     Aguilera     (Don 

Ventura  (1 820-1 88 i),£¿¿r/0¿r,  -  -   310 

1.    Santularia  (Marqués  de) 

(1 398- 1 458),  Serranilla,  -  -        I 

87.   Sanz      (Don      Eulogio 

Florentino)     (1825- 

1 8 8 1 ) ,  Epístola  a  Pedro  -   286 

91.    Selgas       (Don       José) 

(1824-1S82),  ElEstío,-         -         -  305 

85.   Tassara    (Don     Gabriel 

Garda)  (181 7-1 875  ),  Himno  al  Mesías,  -  279 
24.   Torre  (Francisco déla),1  La  cierva,  -  -      68 

"ii.   Vega  (Garcilaso  de  la) 

( 1 503- 1 536) ,  Egl°ga  primera,-  -      29 

12.  „  „  A  la  flor  de  Guido,       -      42 

40.  Vega  (Lope  de)  (1562- 

1635),  Canción,    -  -  -  105 

41.  „  „  «A  mis  soledadas  voy,r>  109 

42.  ,,  „  « Pobre  barquilla  mía,»  112 

43.  ,.  ,,  Judit,        -  -  -  116 

44.  ,,  ,,  «Suelta  mi  manso,  ma- 

yoral extraño, »  -116 

45*         »  »♦  *¿QU¿  tengo  yo  que  mi 

amistad  procuras  .<?»  -    t  i  7 

1  Poeta  del  Siglo  XVI.      No  constan  las  fechas  de  su  na- 
cimiento ni  de  su  muerte. 


xvi  ÍNDICE 

pXgin 

46.  Vega  (Lope  de)  (1 562-  «Pastor,    que    con     tus 

1635),  silbos  amorosos , »        -    II 

47.  „  „  Temores  en  e/ favor,      -    1 1 

59.  Villegas  (Don  Esteban 
Manuel  de)  (1596- 
1669),  Oda  sáfica,  -  -    14 

79.  Zorrilla      (Don      José)  Introducción  a  los  «Cantos 

(1817-1893),  de/ Trovador,))  -   24 

80.  m  d  buen  hez,  mejor  testigo \  24 


X 


iMARQUES  DE  SANTILLANA 
/.  Serranilla 

M  O  (JA  tan  fermosa 
Non  vi  en  la  frontera, 
Como  una  vaquera 
De  la  Fino]  os  a. 

Faciendo  la  vía 
Del  Calatraveño 
A  Sancta  María, 
Vencido  del  sueño 
Por  tierra  fragosa 
Perdí  la  carrera, 
Do  vi  la  vaquera 
De  la  Finojosa. 

En  un  verde  prado 
De  rosas  é  flores, 
Guardando  ganado 
Con  otros  pastores, 
La  vi  tan  graciosa 
Que  apenas  creyera 
Que  fuesse  vaquera 
De  la  Finojosa. 

Non  creo  las  rosas 
De  la  primavera 
Sean  tan  fermosas 
Nin  de  tal  manera, 
Fablando  sin  glosa, 
Si  antes  sopiera 
S2 


MARQUÉS   DE    SANTILLANA 

D'aquella  vaquera 
De  la  Fino/osa. 

Non  tanto  mirara 
Su  mucha  beldat, 
Porque  me  dexara 
En  mi  libertat. 
Masdixe:   «Donosa 
(Por  saber  quién  era), 
¿  Dónde  es  la  vaquera 
De  ¡a  Finojosa  P   .   .   . 

Bien  como  riendo, 
Dixo  :    «  Bien  vengades  ; 
Que  ya  bien  entiendo 
Lo  que  demandades  : 
Non  es  desseosa 
De  amar,  nin  lo  espera, 
Aquessa  vaquera 
De  ¡a  Finojosa. 


JORGE  MANRIQUE 

2.    A  la  muerte  del  maestre  de  Santiago 
don  Rodrigo  Manrique^  su  padre 

RECUERDE  el  alma  dormida, 
Avive  el  seso  y  despierte 
Contemplando 
Cómo  se  pasa  la  vida, 
Cómo  se  viene  la  muerte 
Tan  callando : 
Cuan  presto  se  va  el  placer, 

2 


JORGE   MANRIQUE 

Cómo  después  de  acordado 
Da  dolor, 

Cómo  á  nuestro  parescer 
Cualquiera  tiempo  pasado 
Fué  mejor. 

Y  pues  vemos  lo  presente 
Cómo  en  un  punto  es  ido 

Y  acabado, 

Si  juzgamos  sabiamente, 
Daremos  lo  no  venido 
Por  pasado. 

No  se  engañe  nadie,  no, 
Pensando  que  ha  de  durar 
Lo  que  espera 
Más  que  duró  lo  que  vio, 
Porque  todo  ha  de  pasar 
Por  tal  manera 

Nuestras  vidas  son  los  ríos 
Que  van  á  dar  en  la  mar, 
Que  es  el  morir  ; 
Allí  van  los  señoríos 
Derechos  á  se  acabar 

Y  consumir ; 
Allí' los  rios  caudales, 
Allí  los  otros  medianos 

Y  más  chicos  ; 
Allegados,  son  iguales 
Los  que  viven  por  sus  manos 

Y  los  ricos. 


JORGE   MANRIQUE 

Invocación 

Dexo  las  invocaciones 
De  los  famosos  poetas 

Y  oradores  ; 

No  curo  de  sus  ficciones, 

Que  traen  yerbas  secretas 

Sus  sabores. 

A  aquél  solo  me  encomiendo, 

Aquél  solo  invoco  yo 

De  verdad, 

Que  en  este  mundo  viviendo, 

El  mundo  no  conoció 

Su  deidad. 

Este  mundo  es  el  camino 
Para  el  otro,  qu'es  morada 
Sin  pesar  ; 

Mas  cumple  tener  buen  tino 
Para  andar  esta  jornada 
Sin  errar. 

Partimos  cuando  nacemos, 
Andamos  mientras  vivimos, 

Y  llegamos 

Al  tiempo  que  fenecemos  ; 
Así  que  cuando  morimos 
Descansamos. 

Este  mundo  bueno  fuer- o» 
Si  bien  usásemos  d'él 
Como  debemos, 
Porque,  según  nuestra  fé, 
Es  para  ganar  aquel 


JORGE   MANRIQUE 

Que  atendemos. 

Y  aún  el  Hijo  de  Dios, 
Para  subirnos  al  cielo, 
Descendió 
A  nacer  acá  entre  nos, 

Y  vivir  en  este  suelo 
Do  murió. 

Ved  de  cuan  poco  valor 
Son  las  cosas  tras  que  andamos 

Y  corremos  ; 

Que  en  este  mundo  traidor 
Aun  primero  que  muramos 
Las  perdemos. 
Paellas  deshace  la  edad, 
D'ellas  casos  desastrados 
Que  acaescen, 
D'ellas,  por  su  calidad, 
En  los  más  altos  estados 
Desfallescen. 

Decidme :  la  hermosura, 
X        La  gentil  frescura  y  tez 
De  la  cara, 

La  color  y  la  blancura, 
Cuando  viene  la  vejez 
Cuál  se  para  ? 
Las  mañas  y  ligereza 

Y  la  fuerza  corporal 
De  juventud, 
Todo  se  torna  graveza 
Cuando  llega  al  arrabal 
De  senectud. 


<h 


JORGE   MANRIQUE 

Pues  la  sangre  de  los  godos, 
El  linaje  y  la  nobleza 
Tan  crecida, 
Por  cuántas  vías  é  modos 
Se  pierde  su  gran  alteza 
En  esta  vida ! 
Unos  por  poco  valer, 
Por  cuan  baxos  y  abatidos 
Que  los  tienen  ! 
Otros  que  por  no  tener, 
Con  oficios  no  debidos 
Se  mantienen. 

Los  estados  y  riqueza 
Que  nos  dexan  á  deshora     ¿^f*  ! 

•   Onián    Irv   rlnrlíj   ? 


¿  Quién  lo  duda  . 

No  les  pidamos  firmeza, 

Pues  que  son  de  una  señora 

Que  se  muda. 

Que  bienes  son  de  fortuna 

Que  revuelve  con  su  rueda 

Presurosa, 

La  cual  no  puede  ser  una, 

Ni  ser  estable  ni  queda 

En  una  cosa. 

Pero  digo  que  acompañen 

Y  lleguen  hasta  la  huesa 
Con  su  dueño  ; 

Por  eso  no  nos  engañen, 
Pues  se  va  la  vida  apriesa 
Como  sueño  : 

Y  los  deleites  de  acá 


/ 


JORGE   MANRIQUE 

Son  en  que  nos  deleitamos 
Temporales, 

Y  los  tormentos  de  allá 
Que  por  ellos  esperamos, 
Eternales. 

Los  placeres  y  dulcores 
D'esta  vida  trabajada 
Que  tenemos,  jf> 

¿  Qué  son  sino  corredores,  *       k**/* 

Y  la  muerte  es  la  celada  .  ^^ 
En  que  caemos  ? 

No  mirando  á  nuestro  daño 
Corremos  á  rienda  suelta 
Sin  parar ; 
Des  que  vemos  el  engaño 

Y  queremos  dar  la  vuelta 
No  hay  lugar. 

Si  fuese  en  nuestro  poder  „     ¿á   C  • 

Tornar  la  cara  fermosa  Jjl^^j 

Corporal,  ¿T*** 

Como  podemos  hacer 
El  alma  tan  gloriosa 
Angelical, 

¡  Qué  diligencia  tan  viva 
Tuviéramos  cada  hora, 

Y  tan  presta, 

En  componer  la  cativa,  -ta^^-v 

Dexándonos  la  señora  ¿~ 

Descompuesta  !  I  ***) 

Estos  reyes  poderosos 
Que  vemos  por  escripturas 


JORGE    MANRIQUE 

Ya  pasadas, 

Con  casos  tristes,  llorosos, 

Fueron  sus  buenas  venturas 

Trastornadas ; 

Así  que  no  hay  cosa  fuerte  ; 

Que  á  Papas  y  Emperadores 

Y  Perlados 

Así  los  trata  la  muerte 

Como  á  los  pobres  pastores 

De  ganados. 

Dexemos  á  los  Tróvanos, 
Que  sus  males  no  los  vimos, 
Ni  sus  glorias  ; 
Dexemos  á  los  Romanos, 
Aunque  oimos  y  leímos 
Sus  historias. 
No  curemos  de  saber 
Lo  de  aquel  siglo  pasado 
Qué  fué  d'ello  ; 
Vengamos  á  lo  de  ayer, 
Que  también  es  olvidado 
Como  aquello. 

¿  Qué  se  hizo  el  Rey  Don  Juan  ? 
Los  Infantes  de  Aragón 
¿  Qué  se  hicieron  ? 
¿  Qué  fué  de  tanto  gal|n, 
Qué  fué  de  tanta  invención 
Como  trux^on  ? 
Las  justas  é  los  torneos, 
Paramentos,  bordaduras 
E  cimeras, 


JORGE    MANRIQUE 

¿  Fueron  sino  devaneos  ?  '     ^  ****-■**■*> 

¿  Qué  fueron  sino  verduras  .       . » 

De  las  eras  \  xM¿J*~~>    f 

¿  Qué  se  hicieron  las  damas, 
Sus  tocados,  sus  vestidos, 
Sus  olores  ? 

¿  Que  se  hicieron  las  llamas 
De  los  fuegos  encendidos 
De  amadores  ? 
¿  Que  se  hizo  aquel  trovar, 
Las  músicas  acordadas 
Que  tañían  ? 

I  Qué  se  hizo  aquel  dancar  * 

Y  aquellas  ropas  chafadas        '  eXc*,*^  * 
Que  traían  ?  * 

Pues  el  otro  su  heredero, 
Don  Enrique  ¡  qué  poderes 
Alcangava !  /^ 

¡  Cuan  blando,  cuan  alagúelo 
El  mundo  con  sus  placeres 
Se  leudaba  ! 

Mas  verás  cuan  enemigo, 
Cuan  contrario,  cuan  cruel 
Se  le  mostró, 
Habiéndole  sido  amigo, 
¡  Cuan  poco  duró  con  él 
Lo  que  le  dio  ! 

Las  dádivas  desmedidas, 
Los  edificios  reales 
Llenos  de  oro, 


JORGE   MANRIQUE 

Las  baxillas  tan  fabridas. 

Los  enligues  y  reales 

Del  tesoro  ; 

Los  jaeces  y  cavallos 

De  su  gente  y  atavíos 

Tan  sobrados, 

¿  Dónde  iremos  á  buscallos  ? 

¿  Qué  fueron  sino  rocíos 

De  los  prados  ? 

Pues  su  hermano  el  innocente, 
Que  en  su  vida  sucesor 
Se  llamó, 

¡  Qué  corte  tan  excelente 
Tuvo  y  cuánto  gran  señor 
Que  le  siguió ! 
Mas  como  fuese  mortal, 
Metiólo  la  muerte  luego 
En  su  fragua. 
¡  Oh  juicio  divinal ! 
Cuando  más  ardía  el  fuego 
Echaste  agua. 

Pues  aquel  gran  Condestable 
Maestre  que  conocimos 
Tan  privado, 

No  cumple  que  d'él  se  hable, 
Sino  sólo  que  ie  vimos 
Degollado. 
Sus  infinitos  tesoros, 
Sus  villas  y  sus  lugares, 
Su  mandar, 
¿  Qué  le  fueron  sino  lloros  ? 


SP* 


JORGE    MANRIQUE 

¿  Qué  fueron  sino  pesares 
Al  dexar  ? 

Pues  los  otros  dos  hermanos, 
Maestres  tan  prosperados 
Como  reyes, 
,J&  C'á  los  grandes  y  medianos 

d[  Traxeron  tan  sojuzgados 

A  sus  leyes  ; 
Aquella  prosperidad 
Que  tan  alta  fué  subida 

Y  ens^lcada, 
¿  Qué  fué  sino  claridad 
Que  cuando  más  encendida 
Fué  amatada  ? 

Tantos  Duques  excelentes, 
Tantos  Marqueses  y  Condes 

Y  Barones 

Como  vimos  tan  potentes, 
Di,  muerte,  ¿  do  los  escondes 

Y  los  pones  ? 

Y  sus  muy  claras  hazañas 
Que  hicieron  en  las  guerras 

Y  en  las  paces, 
Cuando  tú,  cruel,  te  ensañas, 
Con  tu  fuerca  los  atierras 

Y  deshaces. 

Las  huestes  innumerables,  -    &"**"**' 

Los  pendones  y  estandartes 

Y  banderas, 
Los  castillos  impunables,  ,*,-v*~+-i**4»-y 


JORGE    MANRIQUE 

Los  muros  é  baluartes 
Y  barreras, 

Lavcava  honda  chapada," 
O  cualquier  otro  repaFo 
¿  Qué  aprovecha  ? 
Cuando  tú  vienes  airada 
Todo  lo  pasas  de  claro 
Con  tu  flecha. 


AqueLde  buenos  abrigo, 
Amado  por  virtuoso 
De  la  gente, 

El  Maestre  Don  Rodrigo 
Manrique,  tan  famoso 
Y  tan  valiente, 
Sus  grandes  hechos  y  claros 
No  cumple  que  los  alabe, 
Pues  los  vieron, 
Ni  los  quiero  hacer  caros, 
Pues  el  mundo  todo  sabe 
Cuáles  fueron. 


¡  Qué  amigo  de  sus  amigos  ! 
¡  Qué  señor  para  criados 

Y  parientes  ! 

¡  Que  enemigo  de  enemigos  ! 
¡  Qué  Maestre  de  esforgados 

Y  valientes  ! 

Qué  seso  para  discretos  ! 
Qué  gracia  para  donosos  ! 
Qué  razón  ! 
Cuan  benigno  á  los  subjectos, 


JORGE    MANRIQUE 

Y  á  los  bravos  y  dañosos 
Un  león  !  " 


h*~e£  ■ 


En  ventura  Octaviano  ; 
Julio  César  en  vencer 

Y  batallar  ;      / 

En  la  virtud,  Africano  ; 
Aníbal  en  el  saber 

Y  trabajar  : 

En  la  bondad  un  Trajano  ; 

Tito  en  liberalidad 

Con  alegría  ; 

En  su  braco,  un  Archidano  ;      l/*-*** 

Marco  Tulio  en  la  verdad 

Que  prometía. 

Antonio  Pió  en  clemencia  ;  - 
Marco  Aurelio  en  igualdad 
Del  semblante  : 
Adriano  en  elocuencia  ; 
Teodosio  en  humanidad 

Y  buen  talante. 
Aurelio  Alexandre  fué 
En  disciplina  y  rigor 
De  la  guerra  ; 

Un  Constantino  en  la  fé  ; 
Gamelio  en  el  gran  amor 
De  su  tierra. 

No  dexó  grandes  tesoros, 
Ni  alcangó  muchas  riquezas 
Ni  baxillas, 
Mas  hizo  guerra  á  los  moros, 

13 


>1'1 


.-£■' 


r^ 


JORGE   MANRIQUE 

Ganando  sus  fortalezas 

Y  sus  villas  ; 

Y  en  las  lides  que  venció 
Caballeros  y  caballos 

Se  prendieron, 

Y  en  este  oficio  ganó 
Las  reatas  é  los  vasallos 
Que  le  dieron. 

Pues  por  su  honra  y  estado 
En  otros  tiempos  pasados 
¿  Cómo  se  hubo  ? 
Quedando  desamparado, 
Con  hermanos  y  criados 
Se  sostuvo. 

Después  que  hechos  famosos 
Hizo  en  esta  dicha  guerra 
Que  hacía, 

Hizo  tratos  tan  honrosos, 
Que  le  dieron  muy  más  tierra 
Que  tenía. 


Estas  sus  viejas  historias 
Que<,con  su  braco  pintó 
En  la  juventud, 
Con  otras  nuevas  victorias 
Agora  las  renovó 
En  la  senectud. 
Por  su  gran  habilidad, 
Por  méritos  y  ancianía 
Bien  gastada 
Alcancó  la  dignidad 
M 


t- 


JORGE    MANRIQUE 

De  la  gran  caballería 
Del  Espada. 

É  sus  villas  é  sus  tierras 
Ocupadas  de  tiranos 
Las  halló, 
Mas  por  cercos  é  por  guerras         /a/J^¡( 

Y  por  fue^cjis.  de  sus  manos  A/J¡^  I  ^ 
Las  cobró. 

Pues  nuestro  Rey  natural, 

Si  de  las  obras  que  obró 

Fué_servido, 

Digalo  el  de  Portugal,  . 

Y  en  Castilla  quien  siguió 
Su  partido. 


¿T^ 


Después  de  puesta  la  vida   - 
Tantas  veces  por  su  ley 
Al  tablero  ;  ~~  JUc/ul  9** 

Después  de  tan  bien  servida 

La  corona  de  su  Rey  >w<¿v^ 

Verdadero  ; 

Después  de  tanta  hazaña 
A  que  no  puede  bastar 
Cuenta  cierta, 
En  la  su  villa  de  Ocaña 
Vino  la  muerte  á  llamar 
A  su  puerta. 

(habla  la  muerte) 

Diciendo:  «Buen  caballero, 
Dexad  el  mundo  engañoso 

15 


>*-íauL^fc»-** 


ijj^y 


JORGE   MANRIQUE 

Y  su  halago  ; 

Muestre  su  esfuerzo  famoso 
Vuestro  coracon  de  acero 
En  este  tr^go  ; 

Y  pues  de  vida  y  salud 
Hiciste  tan  poca  cuenta 
Por  la  fama, 
Esfuércese  la  virtud 
Para  sufrir  esta  afrenta- 
Que  os  llama. 


«No  se  os  haga  tan  amarga 
La  batalla  temerosa 

¡  ^A  V-         §ue  esperais»       ,   ¡ 

Pues  otra  vida  mas  larga 

De  fama  tan  gloriosa 

Acá*dexais : 

Aunque  esta  vida  de  honor 

Tampoco  no  es  eternal 

Ni  verdadera, 

Mas  con  todo  es  muy  mejor 

Que  la  otra  temporal 

Perecedera. 

«El  vivir  que  es  perdurable 
No  se  gana  con  estados 
Mundanales, 
Ni  con  vida  deleitable 
En  que  moran  los  pecados 
Infernales  ; 

Mas  los  buenos  religiosos 
Gánanlo  con  oraciones 
Y  con  lloros  ; 
16 


S3 


JORGE   MANRIQUE 

Los  caballeros  famosos. 
Con  trabajos  y  aflicciones 
Contra  moros. 

«Y  pues  vos,  claro  varon> 
Tanta  sangre  derramastes 
De  paganos, 
Esperad  el  galardón 
Que  en  este  mundo  ganastes 
Por  las  manos ; 

Y  con  esta  conflanca 

Y  con  la  fé  tan  entera 
Que  tenéis, 

Partid  con  buena  esperanza 
Que  esta  otra  vida  tercera 
Ganareis. » 

(responde  el  maestre) 

«No  gastemos  tiempo  yá 
En  esta  vida  mezquina 
Por  tal  modo, 
Que  mi  voluntad  está 
Conforme  con  Ja  divina 
Para  todo ; 

Y  consiento  en  mi  morir 
Con  voluntad  placentera,  Y^f^  ^^" 

Clara,  pura,  •    V 

Que  querer  hombre  vivir 
Cuando  Dios  quiere  que  muera 
Es  locura. » 

ORACIÓN 

Tú  que  por  nuestra  maldad 
Tomaste  forma  ciyil 

17 


JORGE   MANRIQUE 

Y  baxo  nombre  ; 
,  Tú  que  en  tu  divinidad 

l¿wf1M^*   *w    Juntaste  cosa  tan  vil 
Como  el  hombre  ; 
Tú  que  tan  grandes  tormentos 
Sufriste  sin  resistencia 
En  tu  persona, 
No  por  mis  merecimientos, 
Mas  por  tu  sola  clemencia 
Me  perdona. 


Así  con  tal  entender 
Todos  sentidos  humanos 
Conservados, 
Cercado  de  su  mujer, 
De  hijos  y  de  hermanos 

Y  criados, 

Dio  el  alma  á  quien  se  la  dio, 
(El  cual  la  ponga  en  el  eielo 

Y  en  su  gloria), 

Y  aunque  la  vida  murió, 
l*jr*S          Nos  dexó  harto  consuelo 

Su  memorial 


ROMANCES  VIEJOS 
Romance   de  Abendmar 


¡  ABENÁMAR,  Abenámar, 
moro  de  la  morería, 
18 


JORGE    MANRIQUE 

el  dia  que  tú  naciste 

grandes  señales  había  ! 

Estaba  la  mar  en  calma, 

la  luna  estaba  crecida  : 

moro  que  en  tal  signo  nace, 

no  debe  decir  mentira. — 

Allí  respondiera  el  moro, 

bien  oiréis  lo  que  decía  : 

— Yo  te  la  diré,  señor, 

aunque  me  cueste  la  vida, 

porque  soy  hijo  de  un  moro 

y  una  cristiana  cautiva  ; 

siendo  yo  niño  y  muchacho 

mi  madre  me  lo  decía  : 

que  mentira  no  dijese, 

que  era  grande  villanía  : 

por  tanto  pregunta,  rey, 

que  la  verdad  te  diría. 

— Yo  te  agradezco,  Abenámar 

aquesa  tu  cortesía. 

¿  Qué  castillos  son  aquellos  ? 

¡  Altos  son  y  relucían  ! 

— El  Alhambra  era,  señor, 

y  la  otra  la  mezquita  ;  yc^*** 

los  otros  los  Alixares,  y*^<~~rr*v   * 

labrados  á  maravilla. 

El  moro  que  los  labraba 

cien  doblas  ganaba  al  dia, 

y  el  dia  que  no  los  labra 

otras  tantas  se  perdía. 

El  otro  es  Generalife, 

huerta  que  par  no  tenía  ; 

el  otro  Torres  Bermejas, 

19 


JORGE    MANRIQUE 

castillo  de  gran  valía. — 
Allí  habló  el  rey  don  Juan, 
bien  oiréis  lo  que  decía : 
— Si  tú  quisieses,  Granada, 
contigo  me  casaría  ; 
d  arete  en  arras  y  dote 
á  Córdoba  ya  Sevilla. 
— Casada  soy,  rey  don  Juan, 
casada  soy,  que  no  viuda  ; 
el  moro  que  á  mí  me  tiene 
muy  grande  bien  me  quería. 


4..      Romance  del  rey  moro  que  perdió 
Alhama 

PASEÁBASE  el  rey  moro 
por  la  ciudad  de  Granada, 
desde  la  puerta  de  Elvira 
hasta  la  de  Vivar  rambla. 
«  ¡  Ay  de  mi  Alhama  ! » 
Cartas  le  fueron  venidas 
que  Alhama  era  ganada  : 
las  cartas  echó  en  el  fuego, 
y  al  mensajero  matara. 
«  ¡  Ay  de  mi  Alhama  !  » 
Descabalga  de  una  muía, 
y  en  un  caballo  cabalga  ; 
por  el  Zacatín  arriba 
subido  se  habia  al  Alhambra. 
«  ¡  Ay  de  mi  Alhama  ! » 
Como  en  el  Alhambra  estuvo, 


ROMANCES    VIEJOS 

al  mismo  punto  mandaba 
que  se  toquen  sus  trompetas, 
sus  añaíiJes  de  plata. 
« ¡  Ayae~mi  Alhama  ! » 
Y  que  las  cajas  de  guerra 
apriesa  toquen  al  arma, 
porque  lo  oigan  sus  moros, 
los  de  la  Vega  y  Granada. 
«  ¡  Ay  de  mi  Alhama  !  » 
Los  moros  que  el  son  oyeron 
que  al  sangriento  Marte  llama, 
uno  á  uno  y  dos  á  dos 
.  juntado  se  ha  gran  batalla. 
«  ¡  Ay  de  mi  Alhama  !  » 
Allí  habló  un  moro  viejo, 
de  esta  manera  hablara  : 
— ¿  Para  qué  nos  llamas,  rey, 
para  qué  es  esta  llamada  ? — 
«  ¡  Ay  de  mi  Alhama  !  i 
— Habéis  de  saber,  amigos, 
una  nueva  desdichada : 
que  cristianos  de  braveza 
ya  nos  han  ganado  Alhama. 
« ¡  Ay  de  mi  Alhama  ! »  a  $jjv 

Allí  habló  un  alfaquí  éjr*  ¡> 

de  barba  crecida  y  cana  : 
—  ¡  Bien  se  te  emplea,  buen  rey, 
buen  rey,  bien  se  te  empleara  ! 
«  ¡  Ay  de  mi  Alhama  ! » 
Mataste  los  Bencerrajes, 
que  eran  Ja  flor  de  Granada  ; 
cogiste  los  tornadizos 
de  Córdoba  la  nombrada. 


ROMANCES    VIEJOS 

« ¡  Ay  de  mi  Alhama  !  » 
Por  eso  mereces,  rey, 
una  pena  muy  doblada  : 
que  te  pierdas  tú  y  el  reino, 
y  aquí  se  pierda  Granada. — 
« ¡  Ay  de  mi  Alhama  !  » 


5.  Romance  de  Rosa  fresca 

ROSA  fresca,  rosa  fresca,     . 
tan  garrida  y  con  amor, 
cuanacTvos  tuve  en  mis  brazos,  4 
no  vos  supe  servil",  no  ; 
y  agora  que  os  serviría 
no  vos  puedo'  haber,  no. 
— Vuestra  fué  la  culpa,  amigo, 
vuestra  fué,  que  mia  no  ; 

fenviástesme  una  carta 
con  un  vuestro  servidor, 
y  en  lugar  de  recaudar 
él  dijera  Otra  razón  : 
que  érades  casado,  amigo, 
allá  en  tierras  de  León  ; 
que  tenéis  mujer  hermosa 
y  hijos  como  una  flor. 
— Quien  os  lo  dijo,  señora, 
no  vos  dijo  verdad,  no  ; 
que  yo  nunca  entré  en  Castilla 
ni  allá  en  tierras  de  León, 
sino  cuando  era  pequeño, 
que  no  sabía  de  amor. 


ROMANCES    VIEJOS 

6.  Romance  de  Fontefrida 

FONTE-FRIDA,  fonte-frida, 
fonte-frida  y  con  amoT, 
do  todas  las  avecicas 
van  tomar  consolación, 
sino  es  la  tortolijca  > 

que  está  viuda  y  con  dolor. 
Por  allí  fuera  á  pasar 
el  traidor  de  ruiseñor : 
las  palabras  que  le  dice 
f  llenas  son  de  traición  : 
— Si  tú  quisieses,  señora, 
yo  sería  tu  servidor. 
— Vete  de  ahí,  enemigo, 
malo,  falso,  engañador, 
que  ni  poso  en  ramo  verde, 
ni  en  prado  que  tenga  flor  ; 
que  si  el  agua  hallo  clara, 
turbia  la  bebía  yo  ; 
que  no  quiero  haber  marido, 
porque  hijos  no  haya,  no : 
no  quiero  placer  con  ellos, 
ni  menos  consolación. 
¡  Déjame,  triste  enemigo, 
*  malo,  falso,  mal  traidor, 
que  no  quiero  ser  tu  amiga, 
ni  casar  contigo,  no. 

7.  Romance  de  Blanca-Niña. 

BLANCA  60Ís,  señora  mia, 
más  que  no  el  ravo  del  60I : 

33 


ROMANCES    VIEJOS 

¿  si  la  dormiré  esta  noche 
desarmado  y  sin  pavor  ? 
que  siete  años  había,  siete, 
que  no  me  desarmo,  no. 
jjp  '  Más  negras  tengo  mis  carnes 

que  un  tiznado  carbón. 
■ — Dormilda,  señor,  dormilda, 
desarmado  sin  temor, 
que  el  conde  es  ido  á  la  caza 
á  los  montes  de  León. 
— Rabia  le  mate  los  perros, 
y  águilas  el  su  halcón, 
y  del  monte  hasta  casa 
á  él  arrastre  el  morón. — 
Ellos  en  aquesto  estando 
su  marido  que  llegó  : 
— ¿  Qué  hacéis,  la  Blanca-niña, 
hija  de  padre  traidor  ? 
— Señor,  peino  mis  cabellos, 
peinólos  con  gran  dolor, 
que  me  dejéis  á  mi  sola 
y  á  los  montes  os  vais  yos. 
— Esa  palabra,  la  niña, 
no  era  sino  traición  : 
¿  cuyo  es  aquel  caballo 
que  allá  bajo  relinchó  ? 
— Señor,  era  de  mi  padre, 
y  envióoslo  para  vos. 
— ¿  Cuyas  son  aquellas  armas 
que  están  en  el  corredor  ? 
— Señor,  eran  de  mi  hermano, 
y  hoy  os  las  envió. 
— ¿  Cuya  es  aquella  lanza, 

24 


ROMANCES    VIEJOS 

desde  aquí  la  veo  yo  ? 

— Tomalda,  conde,  tomalda, 

matadme  con  ella  vos, 

que  aquesta  muerte,  buen  conde 

bien  os  la  merezco  yo. 


8.  Romance  del  conde  Amaldos 

¡  QUIEN  hubiese  tal  ventura 
sobre  las  aguas  del  mar, 
como  hubo  el  conde  Arnaldos 
la  mañana  de  San  Juan  ! 
Con  un  falcon  en  la  mano 
la  caza  iba  á  cazar, 
vio  venir  una  galera 
que  á  tierra  quiere  llegar. 
^  Las  velas  traía  de  seda, 

la  jarcia  de  un  cendal, 
marinero  que  la  manda 
diciendo  viene  un  cantar 
que  la  mar  facía  en  calma, 
los  vientos  hace  amainar, 
los  peces  que  andan  nel  hondo 
arriba  los  hace  andar, 
las  aves  que  andan  volando 
nel  mástel  las  faz  posar. 
Allí  fabló  el  conde  Arnaldos, 
bien  oiréis  lo  que  dirá : 
— Por  Dios  te  ruego,  marinero, 
dígasme  ora  ese  cantar. — 
Respondióle  el  marinero, 
tal  respuesta  le  fué  á  dar : 

2S 


ROMANCES   VIEJOS 

-—Yo  no  digo  esta  canción 
sino  á  quien  conmigo  va. 

9,    Romance  de  la  hija  del  rey  de  Francia 

DE  Francia  partió  la  niña, 

de  Francia  la  bien  guarnida : 

íbase  para  París, 

do  padre  y  madre  tenía. 

Errado  lleva  el  camino, 

errado  lleva  la  guía  : 

arrimárase  á  unTóble 

por  esperar  compañía. 
""Vio  venir  un  caballero 

que  á  París  lleva  la  guía. 

La  niña  desque  Jo  vido 
de  esta  suerte  le  decía ;    ' 
-jSi  te  place,  caballero, 
llévesme  en  tu  compañía. 
-—Pláceme,  dijo,  señora, 
pláceme,  dijo,  mi  vida. — 
Apeóse  del  caballo 
por  hacelle  cortesía ; 
puso  la  niña  en  las  ancas  í   t***bf; 
y  él  subiérase  en  la  eftlftp. 
En  el  medio  del  camino" 
de  amores  la  requería. 
La  niña  desque  lo  oyera, 
díjole  con  osadía  :    fe^JUJU^- 
— Tate,  tate,  caballero, 
no  hagáis  tal  villanía : 
hija  soy  de  un  malato 
26  >- 


ROMANCES    VIEJOS 

y  de  una  malaria  ; 

el  hombre  que  a  mí  llegase 

malato  se  tornaría. — 

El  caballero  con  temor 

palabra  no  respondía. 

A  la  entrada  de  París 

la  niña  se  sonreía. 

— ¿  De  qué  vos  reis,  señora  ? 

¿  de  qué  vos  reis,  mi  vida  ? 

— Rióme  del  caballero, 

y  de  su  gran  cobardía,. 

¡  tener  la  niña  en  el  campo 

y  catarle  cortesía  ! — 

Caballero  con  vergüenza 

estas  palabras  decía : 

— Vuelta,  vuelta,  mi  señora, 

que  una  cosa  se  me  olvida. — 

La  niña  como  discreta 

dijo  : — Yo  no  volvería, 

ni  persona,  aunque  volviese, 

en  mi  cuerpo  tocaría  : 

hija  soy  del  rey  de  Francia 

y  de  la  reina  Constantina, 

el  hombre  que  á  mí  llegase 

muy  caro  le  costaría. 


10.  Romance  de  doña  Alda 

EN  París  está  doña  Alda 
la  esposa  de  don  Roldan, 
trescientas  damas  con  ella 
para  la  acompañar : 

a7 


ROMANCES    VIEJOS 

todas  visten  un  vestido, 

todas  calzan  un  calzar, 

todas  comen  á  una  mesa, 

todas  comían  de  un  pan, 

sino  era  doña  Alda, 

que  era  la  mayoral. 

Las  ciento  hilaban  oro, 

las  ciento  tejen  cendal, 

las  ciento  tañen  instrumentos 

para  doña  Alda  holgar. 

Al  son  de  los  instrumentos 

doña  Alda  adormido  se  ha  : 

ensoñado  había  un  sueño, 

un  sueño  de  gran  pesar. 

Recordó  despavorida 

y  con  un  pavor  muy  grand, 

los  gritos  daba  tan  grandes 

que  se  oían  en  la  ciudad. 

Allí  hablaron  sus  doncellas, 

bien  oiréis  lo  que  dirán : 

— ¿  Qué  es  aquesto,  mi  señora  ? 

¿  quién  es  el  que  os  hizo  mal  \ 

— Un  sueño  soñé,  doncellas, 

que  me  ha  dado  gran  pesar  ; 

que  me  veía  en  un  monte 

en  un  desierto  lugar : 

de  so  los  montes  muy  altos 

un  azor  vide  volar, 

tras  del  viene  una  aguililla 

que  lo  ahinca  muy  mal. 

El  azor  con  grande  cuita 

metióse  so  mi  briaí  ; 

el  aguililla  con  grande  ira 


23 


ROMANCES    VIEJOS 

de  allí  lo  iba  á  sacar  ; 
con  las  uñas  lo  despluma, 
con  el  pico  lo  deshaz. — 
Allí  habló  su  camarera, 
bien  oiréis  lo  que  dirá : 
— Aquese  sueño,  señora, 
bien  os  lo  entiendo  soltar  ; 
el  azor  es  vuestro  esposo, 
que  viene  de  alien  la  mar ; 
el  águila  sedes  vos, 
con  la  cual  ha  de  casar, 
y  aquel  monte  es  la  iglesia 
donde  os  han  de  velar. 
— Si  así  es,  mi  camarera, 
bien  te  lo  entiendo  pagar. — 
Otro  día  de  mañana 
cartas  de  fuera  le  traen  ; 
tintas  venían  de  dentro, 
de  fuera  escritas  con  sangre, 
que  su  Roldan  era  muerto 
en  la  caza  de  Roncesvalles. 


GARCILASO   DE    LA  VEGA 
//,  Égloga  primera 

A  Don  Pedro  de  Toledo,  marqués  de  Filia/ranea, 
virey  de  Ñapóles 

SALICIO,    NEMOROSO 

EL  dulce  lamentar  de  dos  pastores, 
Salicio  juntamente  y  Nemoroso, 
He  de  cantar,  sus  quexas  imitando  ; 

29 


GARCILASO   DE    LA   VEGA 

Cuyas  ovejas  al  cantar  sabroso 
Estaban  muy  atentas,  los  amores,. 
De  pacer  olvidadas,  escuchando. 
Tú,  que  ganaste  obrando 
Un  nombre  en  todo  el  mundo, 

Y  un  grado  sin  segundo, 
Agora  estés  atento,  solo  y  dado 
Al  ínclito  gobierno  del  estado 
Albano  ;  agora  vuelto  á  la  otra  parte, 
Resplandeciente,  armado, 
Representando  en  tierra  el  fiero  Marte  ; 

Agora  de  cuidados  enojosos 

Y  de  negocios  libre,  por  ventura 
Andes  á  caza,  el  monte  fatigando 
En  ardiente  jinete,  que  apresura 
El  curso  tras  los  ciervos  temerosos, 
Que  en  vano  su  morir  van  dilatando  ; 
Espeía,  que  en  tornando  <y» ' 

A  ser  restituido  v 

Al  ocio  ya  perdido, 

Luego  verás  ejercitar  mi  pluma 

Por  la  infinita  innumerable  suma 

De  tus  virtudes  y  famosas  obras  ; 

Antes  que  me  consuma, 

Faltando  á  tí,  que  á  todo  el  mundo  sobras. 

En  tanto  que  este  tiempo  que  adivino 
Viene  á  sacarme  de  la  deuda  un  día, 
Que  se  debe  á  tu  fama  y  á  tu  gloria  ; 
Que  es  deuda  general,  no  solo  mía, 
Mas  de  cualquier  ingenio  peregrino 
.  Que  celebra  lo  digno  de  memoria  j 
El  árbol  de  vitoria 
Que  ciñe  estrechamente 
30 


GARCILASO    DE    LA   VEGA 

Tu  gloriosa  frente 

Dé  lugar  á  la  hiedra  que  se  planta 

Debaxo  de  tu  sombra,  y  se  levanta  i/t^jL   *#-*> 

Poco  á  poco,  arrimada  á  tus  loores  ;       >^¡f*'  ^  Q 

Y  en  cuanto  esto  se  canta,  /^*Vs*4' 
Escucha  tú  "el  cantar  de  mis  pastores. 

Saliendo  de  las  ondas  encendido, 
Rayaba  de  los  montes  el  altura 
El  sol,  cuando  Salicio,  recostado 
Al  pié  de  una  alta  haya,  en  la  verdura, 
Por  donde  una  agua  clara  con  sonido 
Atravesaba  el  fresco  y  verde  prado  ; 
El,  con  canto  acordado 
Al  rumor  que  sonaba 
Del  agua  que  pasaba, 
Se  quexaba  tan  dulce  y  blandamente 
Como  si  no  estuviera  de  allí  ausente 
La  que  de  su  dolor  culpa  tenía  ; 

Y  así,  como  presente, 
Razonando  con  ella,  le  decía. 


/ 


SALICIO 

¡  Oh  más  dura  que  mármol  á  mis  quejas, 

Y  al  encendido  fuego  en  que  me  quemo 
Más  helada  que  nieve,  Calatea  1 
Estoy  muriendo,  y  aun  la  vida  temo  ; 
Temóla  con  razón,  pues  tú  me  dexas  ; 
Que  no  hay,  sin  tí,  el  vivir  para  qué  sea. 
Vergüenza  he  que  me  vea 

Ninguno  en  tal  estado,  * 

De  tí  desamparado, 

Y  de  mí  mismo  yo  me  corro  agora. 

¿  De  un  alma  te  desdeñas  ser  señora, 

3i 


GARCILASO   DE    LA   VEGA 

Donde  siempre  moraste,  no  pudiendo 

Della  salir  un  hora  ? 

Salid  sin  duelo,  lágrimas,  corriendo. 

El  sol  tiende  los  rayos  de  su  lumbre 
Por  montes  y  por  valles,  despertando  • 
Las  aves  y  animales  y  la  gente  ; 
Cuál  por  el  aire  claro  va  volando, 
Cuál  por  el  verde  valle  ó  alta  cumbre 
Paciendo  va  segura  y  libremente, 
Cuál  con  el  sol  presente 
Va  de  nuevo  al  oficio, 
Y  al  usado  ejercicio 
Do  su  natura  ó  menester  le  inclina. 
Siempre  está  en  llanto  esta  ánima  mezquina 
Cuando  la  sombra  el  mundo  va  cubriendo 
O  la  luz  se  avecina. 
Salid  sin  duelo,  lágrimas,  corriendo. 

¿  Y  tú,  desta  mi  vida  ya  olvidada, 
Sin  mostrar  un  pequeño  sentimiento 
De  que  por  tí  Salicio  triste  muera, 
Dexas  llevar,  desconocida,  al  viento 
El  amor  y  la  fé  que  ser  guardada 
Eternamente  solo  á  mí  debiera  : 
¡  Oh  Dios  !    ¿  Por  qué  siquiera, 
Pues  ves  desde  tu  altura 
Esta  falsa  perjura 

Causar  la  muerte  de  un  estrecho  amigo, 
No  recibe  del  cielo  algún  castigo  ? 
Si  en  pago  del  amor  yo  estoy  muriendo, 
¿  Qué  hará  el  enemigo  ? 
Salid  sin  duelo,  lágrimas,  corriendo. 

Por  tí  el  silencio  de  la  selva  umbrosa, 
Por  tí  la  esquividad  y  apartamiento 

3? 


GARCILASO   DE    LA  VEGA 

Del  solitario  monte  me  agradaba  ; 
Por  tí  la  verde  yerba,  el  fresco  viento, 
El  blanco  lirio  y  colorada  rosa 

Y  dulce  primavera  deseaba. 
¡  Ay,  cuánto  me  engañaba  ! 
¡  Ay,  cuan  diferente  era 

Y  cuan  de  otra  manera 

Lo  que  en  tu  falso  pecho  se  escondía  ! 

Bien  claro  con  su  voz  me  lo  decía 

La  siniestra  corneja,  repitiendo 

La  desventura  mía. 

Salid  sin  duelo,  lágrimas,  corriendo. 

¡  Cuántas  veces,  durmiendo  en  la  noresuí, 


Reputándolo  yo  por  desvarío,  • 

Ví  mi  mal  entre  sueños,  desdichado  !      rS**' 
Soñaba  que  en  el  tiempo  del  estío 
Llevaba,  por  pasar  allí  la  siesta, 
A  beber  en  el  Tajo  mi  ganado  ; 

Y  después  de  llegado, 
Sin  saber  de  cuál  arte, 
Por  desusada  parte 

Y  por  nuevo  camino  el  agua  se  iba ; 
Ardiendo  yo  con  la  calor  estiva, 

El  curso  enajenado  iba  siguiendo 

Del  agua  fugitiva. 

Salid  sin  duelo,  lágrimas,  corriendo. 

Tu  dulce  habla  ¿  en  cuya  oreja  suena  ? 
Tus  claros  ojos  ¿  á  quién  los  volviste  ? 
¿  Por  quién  tan  sin  respeto  me  trocaste  \ 
Tu  quebrantada  fé  ¿  do  la  pusiste  ? 
,:  Cuál  es  el  cuello  que  como  en  cadena 
De  tus  hermosos  brazos  anudaste  ? 
No  hay  corazón  que  baste, 
S4  „ 


¿d+h 


GARCILASO    DE    LA   VEGA 

á.    Aunque  fuese  de  piedra, 
Viendo  mi  amada  hiedra, 
De  mí  arrancada,  .en  otrqjnuro  asida, 

Y  iiii  parra  en  otro  olmo  entretejida, 
Que  no  se  esté  con  llanto  deshaciendo 
Hasta  acabar  la  vida. 

Salid  sin  duelo,  lágrimas,  corriendo. 
;  Qué  no  se  esperará  de  aquí  adelante, 
/    Por  difícil  que  sea  y  poi^jciejip  ? 
O  ¿  qué  discordia  no  será  juntada  ? 

Y  juntamente  ¿  qué  tendrá  por  cierto, 

O  qué  de  hoy  más  no  temerá  el  amante, 
Siendo  á  todo  materia  por  tí  dada  ? 
Cuando  tú  enajenada 
De  mí,  cuitado,  fuiste, 
Notable  causa  diste 

Y  ejemplo  á  todos  cuantos  cubre  el  cielo, 
Que  el  más  seguro  tema  con  recelo 
Perder  lo  que  estuviere  poseyendo. 
Salid  fuera  sin  duelo, 
Salid  sin  duelo,  lágrimas,  corriendo. 

Materia  diste  al  mundo  de  esperanza 
De  alcanzar  lo  imposible  y  no  pensado, 

Y  de  hacer  juntar  \q  diferente, 
Dando  á  quien  diste  el  corazón  malvado, 
Quitándolo  de  mí  con  tal  mudanza 
Que  siempre  sonará  de  gente  en  gente. 
La  cordera  paciente 
Cqn  el  lobo  hambriento 
Hará  su  ayuntamiento, 

Y  con  las  simples  aves  sin  ruido 
Harán  las  bravas  sierpes  ya  su  nido  ; 
Que  mayor  diferencia  comprehendo 

¿T  34 


'Á 


GARCILASO   DE    LA   VEGA 

De  tí  al  que  has  escogido. 

Salid  sin  duelo,  lágrimas,  corriendo. 

Siempre  de  nueva  leche  en  el  verano  ,¿, 

Y  en  el  invierno  abundo  ;   en  mi  majada       */•**/ >(¡r 
La  manteca  y  el  queso  está  sobrado  ; 

De  mi. cantar  pues  yo  te  vi  agradada, 

Tanto,  qué  no  pudiera  el  mantuano     -¡  . 

Títiro  ser  de  tí  más  alabado. 

No  soy  pues,  bien  mirado, 

Tan  disforme  ni  feo  ; 

Que  aun  agora  me  veo 

En  esta  agua  que  corre  clara  y  pura, 

Y  cierto  no  trocara  mi  figura 
Con  ese  que  de  mí  se  está  riendo  ; 
Trocara  mi  ventura. 

Salid  sin  duelo,  lágrimas,  corriendo. 

¿  Cómo  te  vine  en  tanto  menosprecio : 
¿  Cómo  te  fui  tan  presto  aborrecible  ? 
¿  Cómo  te  faltó  en  mí  el  conocimiento  ?   °^rvi 
Si  no  tuvieras  condición  terrible, 
Siempre  fuera  tenido  de  tí  en  precio, 

Y  no  viera  de  tí  este  apartamiento. 
¿  No  sabes  que  sin  cuéfTtó 
Buscan  en  el  estío 

Mis  ovejas  el  frío  jfLw^ 

De  la  sierra  de  Cuenca,  y  el  gobierno 

Del  abrigado  Extremo  en  el  invierno  ? 

Mas  ¡  qué  vale  el  tener,  si  derritiendo 

Me  estoy  en  llanto  eterno  ! 

Salid  sin  duelo,  lágrimas,  corriendo. 

Con  mi  llorar  las  piedras  enternecen 
Su  natural  dureza  y  la  quebrantan, 
Los  árboles  parece  que  se  inclinan, 

35 


/ 


GARCILASO   DE    LA  VEGA 

Les  aves  que  me  escuchan,  cuando  cantan, 
Con  diferente  voz  se  condolecen, 

Y  mi  morir  cantando  me  adivinan. 
Las  fieras  que  reclinan 

Su  cuerpo  fatigado, 

Dejan  el  sosegado 

Sueño  por  escuchar  nú  llanto  triste. 

Tú  sola  contra  mí  te  endureciste, 

Los  ojos  aun  siquiera  no  volviendo 

A  lo  que  tú  hiciste. 

Salid  sin  duelo,  lágrimas,  corriendo. 

Mas  ya  que  á  socorrerme  aquí  no  vienes, 
No  dexes  el  lugar  que  tanto  amaste ; 
Que  bien  podrás  venir  de  mí  segura ; 

Y  dexaré  el  lugar  do  me  dexaste  ; 
Ven,  si  por  solo  esto  te  detienes. 
Ves  aquí  un  prado  lleno  de  verdura, 
Ves  aquí  una  espesura, 

Ves  aquí  una  agua  clara, 
Ejn  otro  tiempo  cara, 
A  quien  de  tí  con  lágrimas  me  quexo. 
Quizá  aquí  hallarás,  pues  yo  me  alexo, 
Al  que  todo  mi  bien  quitarme  puede  ; 
Que'pues  el  bien  le  dexo, 
No  es  mucho  que  lugar  también  le  quede. — 
Aquí  dio  fin  á  su  cantar  Salicio, 

Y  sospirando  en  el  postrero  acento, 
Soltó  de  llanto  una  profunda  vena. 
Queriendo  el  monte  al  grave  sentimiento 
De  aquel  dolor  en  algo  ser  propicio, 
Con  la  pasada  voz  retumba  y  suena. 

La  blanda  Filomena, 
Casi  como  dolida 
36 


GARCILASO   DE    LA   VEGA 


Y  á  compasión  movida, 
Dulcemente  responde  al  son  lloroso. 
Lo  que  cantó  tras  esto  Nemoroso 
Decidlo  vos,  Piérides  ;   que  tanto 
No  puedo  yo  ni  oso, 
Que  siento  enflaquecer  mi  débil  canto. 


Tr^bfy 


J4  NEMOROSO 

>  Corrientes  aguas,  puras,  cristalinas  ; 
Arboles  que  os  estáis  mirando  en  ellas, 
Verde  prado  de  fresca  sombra  lleno, 
Aves  que  aquí  sembrjais  vuestras  querellas, 
Hiedra  que  por  los  arboles  caminas, 
Torciendo  el  paso  por  su  verde  seno  ; 
Yo  me  vi  tan  ajeno  s-****^  C§ 

Del  grave  mal  que  siento, 

Que  de  puro  contento  (^  ¿¿^ 

Con  vuestra  soledad  me  recreaba, 
Donde"con"  dulce  sueño  reposaba, 
O  con  el  pensamiento  discurría  ^/íaO' 

Por  donde  no  hallaba 
Sino  memorias  llenas  de  alegría  ; 

Y  en  este  mismo  valle,  donde  agora 
Me  entristezco  y  me  canso,  en  el  reposo 
Estuve  ya  contento  y  descansado. 
¡  Oh  bien  caduco,  vano  y  presuroso  ! 
Acuerdóme  durmiendo  aquí  algún  hora, 
Que  despertando,  á  Elisa  vi  á  mi  lado. 
¡  Oh  miserable  hado  ! 
¡  Oh  tela  delicada 
Antes  de  tiempo  dada 

A  los  agudos  filos  de  la  muerte  !  •* 

Más  convenible  fuera  aquesta  6uerte  / '««*— 


GÁRCILA80   DE    LA   VEGA 

A  los  cansados  años  de  mi  vida, 
Que  es  más  que  el  hierro  fuerte, 
Pues  no  la  ha  quebrantado  tu  partida. 

¿  Dó  están  agora  aquellos  claros  ojos 
Que  llevaban  tras  sí  como  colgada 
Mi  ánima  do  quier  que  se  volvían  ? 
¿  Dó  está  la  blanca  mano  delicada, 
Llena  de  vencimientos  y  despojos 
Que  de  mí  mis  sentidos  le  orrecían  ? 
Los  cabellos  que  vían 
Con  gran  desprecio  al  oro, 
Como  á  menor  tesoio 

¿  Adonde  están  ?      ¿  Adonde  el  blanco  pecho  ? 
¿  Dó  la  coluna  que  el  durado  techo 
Con  presunción  graciosa  sostenía  ? 
Aquesto  todo  agora  ya  se  encierra, 
Por  desventura  mía, 
En  la  fría,  desierta  y  dura  tierra. 

¿  Quién  me  dixera*  Elisa,  vida  mía, 
Cuando  en  aqueste  valle  al  fresco  viento 
Andábamos  cogiendo  tiernas  flores, 
Que  había  de  ver  con  largo  apartamiento 
Venir  el  triste  y  solitario  día 
Que  diese  amargo  fin  á  mis  amores  ? 
El  cielo  en  mis  doloíes 
Cargó  la  mano  tanto, 
Que  á  sempiterno  llanto 

Y  á  triste  soledad  me  ha  condenado  ; 

Y  lo  que  siento  más  es  verme  atado 
Á  la  pesada  vida  y  enojosa, 

Solo,  desamparado, 

Ciego  sin  lumbre  eh  cárcel  tenebrosa. 

^    Después  que  nos  dexaste,  nunca  pace 


GARCILASO   DE    LA  VEGA 

En  hartura  el  ganado  ya,  ni  acude  -^w^^ 

El  campo  al  labrador  con  mano  llena. 

No  hay  bien  que  en  mal  no  se  convierta  y  mude : 

La  mala  yerba  al  trigo  ahoga,  y  nace  ., 

En  lugar  suyoMa  infelice  avena  f  \*~J-*  tí 

La  tierra,  que  de  buena 

Gana  nos  producía 

Flores  con  que  solía 

Quitar  en  solo  vellas  mil  enojos, 


Produce  agora  en  cambio  estos  abrojüé,^  ^^jÜ 
Ya  de  rigor  dé  espinas  intratable  ;      *^*  .*-      n 

Y  yo  hago  con  mis  ojos 

Crecer,  llorando,  el  fruto  miserable. 
Cojio  al  partir  del  sol  la  sombra  crece, 

Y  en  cayendo  su  rayo  se  levanta 

La  negra  escuridad  que  el  mundo  cubre,  * 

De  do  viene  el  temor  que  nos  espanta-*      Jt^^ 

Y  lajmediosa  forma  en  que  se  ofrece 
Aquello  queTla  noche  nos  encubré,"Y 
Hasta  que  el  sol  descubre 

Su  luz  pura  y  hermosa  ; 

Tal es  ía  tenebrosa 

Noche  de  tu  partir,  en  que  he  quedado 

De  sombra  y  de  temor  atormentado, 

Hasta  qué  muerte  el  tiempo  determine 

Que*,  ver  el  deseado 

Sol  ¿le  tu  clara  vístanme  encamine. 

Cual  suele  el  ruiseñor  con  triste  canto 
Quexarse,  entre  las  hojas  escondido, 
Del  duro  labrador,  que  cautamente 
Le  despojó  su  caro  y  dulce  nido 
De  los  tiernos  hijuelos  entre  tanto 
Que  del  amado  ramo  estaba  ausente, 

39 


GARCILASO    DE    LA   VEGA 

Y  aquel  dolor  que  siente 
Con  diferencia  tanta 
Por  la  dulce  garganta 

Despide,  y  á  su  canto  el  aire  suena, 

Y  la  callada  nochel  no  refrena 

Su  lamentable  oficio  y  sus  querellas, 
Trayendo  de  su  pena 
Al  cielo  por  testigo  y  las  estrellas  ; 
Desta  manera  suelto  yo  la  rienda 
A  mi  dolor,  y  así  me  quexo  en  vano 
De  la  dureza  de  la  muerte  airada. 
Ella  en  mi  corazón  metió  la  mano, 

Y  de  allí  me  llevó  mi  dulce  prenda  ; 
Que  aquel  era  su  nido  y  su  morada. 
¡  Ay  muerte  arrebatada  ! 

Por  tí  me  estoy  quexando 

Al  cielo  y  enojando 

Con  importuno  llanto  al  mundo  todo : 

Tan  desigual  dolor  no  sufre  modo. 

No  me  podrán  quitar  el  dolorido 

Sentir,  si  ya  del  todo 

Primero  no  me  quitan  el  sentido. 

Una  parte  guardé  de  tus  cabellos, 
Elisa,  envueltos  en  un  blanco  paño, 
Que  nunca  de  mi  seno  se  me  apartan  ; 
Descójolos,  y  de  un  dolor  tamaño 
Enternecerme  siento,  que  sobre  ellos 
Nunca  mis  ojos  de  llorar  se  hartan. 
Sin  que  de  allí  se  partan, 
Con  suspiros  calientes, 
Más  que  la  llama  ardientes, 
Los  enjugo  del  llanto,  y  de  consuno 
Casi  los  paso  y  cuento  uno  á  uno  ; 
4°  ü 


GARCILASO   DE    LA   VEGA 

Juntándolos,  con  un  cordón  los  ato. 

Tras  esto  el  importuno 

Dolor  me  deja  descansar  un  rato. 

Mas  luego  á  la  memoria  se  me  ofrece 
Aquella  noche  tenebrosa,  escura, 
Que  siempre  aflige  esta  ánima  mezquina 
Con  la  memoria  de  mi  desventura. 
Verte  presente  agora  me  parece  Áj¿*~*~^ 

En  aquel  duro  (trance  de  Lucina, 

Y  aquella  voz  divina, 
Con  cuyo  son  y  acentos 
A  los  airados  vientos 

Pudieras  amansar,  que  agora  es  muda, 
Me  parece  que  oigo  que  á  la  cruda, 
Inexorable  diosa  demandabas 
En  aquel  paso  ayuda  ; 

Y  tú,  rústica  diosa,  ¿  donde  estabas  ?  .  ^ 

¿  Thate,  fanto  en  perseguir  las  fieras  ?     «"r*c?  Yí3 

l  íbate  tanto  en  un  pastor  dormido  ?  xvw-J™^" 

¿  Cosa  pudo  bastar  á  tal  crueza, 
Que,  conmovida  á  compasión,  oido 
A  los  votos  y  lágrimas  no  dieras 
PaFMio  ver  hecha  tierra  tal  belleza, 
Ó  no  ver  Ja  tristeza 
En  que  tu  Nemoroso 
Queda,  que  su  reposo 
Era  seguir  tu  oficio,  persiguiendo 
Las  fieras  por  los  montes,  y  ofreciendo 
A  tus  sagradas  aras  los  despojos  \ 
¡Y  tú,  ingrata,  riendo 
Dexas  morir  mi  bien  ante  mis  ojos  ? 

Divina  Elisa,  pues  agora  el  cielo 
Con  inmortales  pies  pisas  y  mides, 

4i 


A 


GARCILASO   DE    LA   VEGA 

Y  su  mudanza  ves,  estando  queda, 

¿  Por  qué  de  mí  te  olvidas,  y  no  pides 
Que  se  apresure  el  tiempo  en  que  este  velo 
Rompa  del  cuerpo,  y  verme  libre  pueda, 

Y  en  la  tercera  rueda 
Contigo  mano  á  mano 
Busquemos  otro  llano, 
Busquemos  otros  montes  y  otros  ríos, 
Otros  valles  floridos  y  sombríos, 
Donde  descanse  y  siempre  pueda  verte 
Ante  los  ojos  míos, 

Sin  miedo  y  sobresalto  de  perderte  ? — 

Nunca  pusieran  fin  al  triste  lloro 
Los  pastores,  ni  fueran  acabadas 
Las  canciones  que  solo  el  monte  oía, 
Si  mirando  las  nubes  coloradas, 
Al  trasmontar  del  sol  bordadas  de  oro, 
No  vieran  que  era  ya  pasado  el  dia. 
La  sombra  se  veía 
Venir  corriendo  apriesa 
Ya  por  la  falda  espesa     \ 
Del  altísimo  monte,  y  rebordando 
Ambos  como  de  sueño,  y  acabando 
El  fugitivo  sol,  de  luz  escasó, 
Su  ganado  llevando, 
Se  fueron  recogiendo  paso  á  paso. 


12.  A  la  flor  de  Guido 

SI  de  mi  baxa  lira 
Tanto  pudiese  el  son,  que  en  un  momento 
Aplacase  la  ira 
42 


GARCILASO   DE    LA   VEGA 

Del  animoso  viento, 

Y  la  furia  del  mar  y  el  movimiento  ; 

Y  en  ásperas  montañas 

Con  el  suave  canto  enterneciese 

Las  ñeras  alimañas*  illx*-} 

Los  árboles  moviese,  ¡  &^J 

Y  al  son  confusamente  los  traxese  ; 
No  pienses  que  cantado 

Seria  de  mí,  hermosa  flor  de  Gnido, 

El  fiero  Marte  airado,  L       -f~        Jjl»J& 

A  muerte  convertido, 

De  polvo  y  sangre  y  de  sudor  teñido  ; 

Ni  aquellos  capitanes 
En  las  sublimes  ruedas  colocados,  Z-v-m/v*^/ 

Por  quien  los  alemanes  -f4^~  -cUn-^ 

El  fiero  cuello  atados,  rV*»-^        ^.l*JU*-<} 

Y  los  franceses  van  domesticados.       ¿•^ 
Mas  solamente  aquella 

Fuerza  de  tu  beldad  seria  cantada, 

Y  (úguna  vez)con  ella  ***  *  7 
También  seria  notada 

El  aspereza  de  que  estás  armada  ; 

Y  cómo  por  tí  sola, 

Y  por  tu  gran  valor  y  hermosura, 
Convertido  en  viola,  ¿^  **~ 
Llora  su  desventura 
El  miserable  amante  en  tu  figura. 

Hablo  de  aquel  cativo, 
De  quien  tener  se  debe  más  cuidado, 
Que  está  muriendo  vivO, 
Al  remo  condenado, 
En  la  concha  de  Venus  amarrado. 

Por  tí,  como  solía, 

43 


GARCILASO   DE    LA   VEGA 

Del  áspero  caballo  no  corrige 

La  furia  y  gallardía, 

Ni  con  freno  le  rige, 

Ni  con  vivas  espuelas  ya  le  aflige. 

Por  tí,  con  diestra  mano 
No  revuelve  la  espada  presurosa, 
Y  en  el  dudoso  llano 
i}***     Huye  la  polvorosa 

Palestra  como  sierpe  ponzoñosa. 

"Por  tí,  su  blanda  musa, 
En  lugar  de  la  cítara  sonante, 
Tristes  querellas  usa, 
Que  con  llanto  abundante 
Hacen  bañar  el  rostro  del  amante. 

Por  tí,  el  mayor  amigo 
Le  es  importuno,  grave  y  enojoso  ; 
Yo  puedo  ser  testigo 
Que  ya  del  peligroso 
Naufragio  fui  su  puerio  y  su  reposo. 

Y  agora  en  tal  manera 
Vence  el  dolor  á  la  razón  perdida, 
Que  ponzoñosa  fiera 
Nunca  fué  aborrecida 
Tanto  como  yo  del,  ni  tan  temida. 

No  fuiste  tú  engendrada 
Ni  producida  de  la  dura  tierra  ; 
No  debe  ser  notada 
Que  ingratamente  yerra 
J  Quien  [todo  el  otro  error]  de  sí  destierra. 

Hágate  temerosa 
El  caso  de  Anaxárete,  y  cobarde, 
Que  de  ser  desdeñosa 
Se  arrepintió  muy  tarde  ; 

44 


GARCILASO   DE   LA   VEGA 

Y  así,  su  alma  con  su  mármol  arde. 
Estábase  alegrando 

Del  mal  ajeno  el  pecho  empedernido, 

Cuando  abaxo  mirando 

El  cuerpo  muerto  vido 

Del  miserable  amante,  allí  tendido.  y 

Y  al  cuello  el  lazo_  atado,  }¿Sr 

Con  que  desenlazó  de  la  cadena  /     '  i^¿/ 
El  corazón  cuitado, 
Que  con  su  breve  pena 
Compró  la  eterna  punición  ajena. 

Sintió  allí  convertirse 
En  piedad  amorosa  el  aspereza. 
¡  Oh  tarde  arrepentirse  ! 
¡  Oh  última  terneza  ! 
¿  Cómo  te  sucedió  mayor  dureza  ? 

Los  ojos  se  enclavaron 
En  el  tendido  cuerpo  que  allí  vieron, 
Los  huesos  se  tornaron 
Más  duros  y  crecieron, 

Y  en  sí  toda  la  carne  convirtieron  ;  ^_*^«U 
Las" entrañas  heladas 

Tornaron  poco  á  poco  en  piedra  dura  ;  t    . 

Por  las  venas  cuidadas  i^jl^***^ 

La  sangre  su  figura 
Iba  desconociendo  y  su  natura  ; 

Hasta  que  finalmente 
En  duro  mármol  vuelta  y  trasformada, 
Hizo  de  sí  la  gente 
No  tan  maravillada 
Cuanto  de  aquella  ingratitud  vengada. 

No  quieras  tú,  señora, 
De  Némesis  airada  las  saetas 


GARCILASO   DE    LA   VEGA 

Probar,  por  Dios,  agora ; 

Baste  que  tus  perfetas 

Obras,  y  hermosura  á  los  poetas 

Den  inmortal  materia, 
Sin  que  también  en  verso  lamentable 
Celebren  la  miseria 
De  algún  caso,  notable 
Que  por  tí  pase  triste  y  miserable. 

GUTIERRE   DE   CETINA 
ij.  Madrigal 

OJOS  claros,  serenos, 
Si  de  un  dulce  mirar  sois  alabados, 
¿  Por  qué,  si  me  miráis,  miráis  airados  ? 
Si  cuando  más  piajdosos, 
Más  bellos  parecéis  á  aquel  que  os  mira, 
No  me  miréis  con  ira, 
Porque  no  parezcáis  menos  hermosos. 
¡  Ay  tormentos  rabiosos  ! 
Ojos  claros,  serenos, 
Ya  que  así  me  miráis,  miradme  al  menos 

FRAY    LUIS   DE   LEÓN 
14..  Vida  retirada 


\  QUE  descansada  vida 
la  del  que  huye  el  mundanal  ruido, 
y  sigue  la  escondida 
senda  por  donde  han  ido 
46 


H+~JH 


FRAY   LUIS   DE    LEÓN 

los  pocos  sabios  que  en  el  mundo  han  sido ! 

Que  no  le  enturbia  el  pecho 
de  los  soberbios  grandes  el  estado, 
ni  del  dorado  techo 
se  admira,  fabricado 
del  sabio  moro,  en  jaspes  sustentado. 

No  cura  si  la  fama 
canta  con  voz  su  nombre  pregonera, 
ni  cura  si  encarama 
la  lengua  lisonjera 
lo  que  condena  la  verdad  sincera. 

¿  Qué  presta  á  mi  contento 
si  soy  del  vano  dedo  señalado  ? 
si  en  busca  de  este  viento 
ando  desalentado        ^-  o^x^ 

con  ansias  vivas,  y  mortal  cuidado  ? 

¡  Oh  campo,  oh  monte,  oh  río  !Í 
¡  oh  secreto  seguro  deleitoso  !  f 
roto  casi  el  navio, 

á  vuestro  almo  reposo  ""**W 

huyo  de  aqueste  mar  tempestuoso. 

Un  no  rompido  sueño, 
un  día  puro,  alegre,  libre  quiero  ; 
no  quiero  ver  el  ceño 
vanamente  severo 
de  quien  la  sangre  ensalza  ó  el  dinero. 

Despiértenme  las  aves 
con  su  cantar  suave  no  aprendido, 
no  los  cuidados  graves 
de  que  es  siempre  seguido 
quien  al  ajeno  arbitrio  está  atenido. 

Vivir  quiero  conmigo, 
gozar  quiero  del  bien  que  debo  al  cielo, 

47 


u& 


y\ 


FRAY   LUIS    DE    LEÓN 

á  solas  sin  testigo 

libre  de  amor,  de  celo, 

de  odio,  de  esperanzas,  de  recelo. 

Del  monte  en  la  ladera 
por  mi  mano  plantado  tengo  un  huerto 
que  con  la  primavera 
de  bella  flor  cubierto 
ya  muestra  en  esperanza  el  fruto  cierto. 

Y  como  codiciosa 

de  ver  y  acrecentar  su  hermosura, 

desde  la  cumbre  airosa 

una  fontana  pura 

hasta  llegar  corriendo  se  apresura. 

Y  luego  sosegada 

el  paso  entre  los  árboles  torciendo, 

el  suelo  de  pasada 

de  verdura  vistiendo, 

y  con  diversas  flores  va  esparciendo. 

El  aire  el  huerto  orea, 
y  ofrece  mil  olores  al  sentido, 
los  árboles  menea 
con  un  manso  ruido 
que  del  oro  y  del  cetro  pone  olvido. 

Ténganse  su  tesoro 
los  que  de  un  flaco  leño,  se  confían  : 
no  es  mió  ver  el  lloro 

de  los  que  desconfían  y- 

cuando  el  cierzo  y  el  ábrego  porfían. 

La  combatida  antena 
cruje,  y  en  ciega  noche  el  claro  día 
se  torna,  al  cielo  suena 
confusa  vocería, 
y  la  mar  enriquecen  á  porfía. 
48 


FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

A  mí  una  pobrecilla 
mesa  de  amable  paz  bien  abastada 
me  baste,  y  la  baxilia 
de  fino  oro  labrada 
sea  de\  quien  la  mar  no  teme  airada. 

Y  mientras  miserable- 
mente se  están  los  otros  abrasando 
en  sed  insaciable 
del  no  durable  mando, 
tendido  yo  á  la  sombra  esté  cantando. 

A  la  sombra  tendido 
de  yedra  y  lauro  eterno  coronado, 
puesto  el  atento  oido 
al  son  dulce  acordado 
del  plectro  sabiamente  meneado. 


Tj.  A  Francisco  Salinas 

EL  aire  se  serena 
y  viste  de  hermosura  y  luz  no  usada, 
Salinas,  cuando  suena 
la  música  extremada 
por  vuestra  sabia  mano  gobernada. 

A  cuyo  son  divino 
mi  alma  que  en  olvido  está  sumida, 
torna  á  cobrar  el  tino, 
y  memoria  perdida 
de  su  origeg  primera  esclarecida. 

Y  como  se  conoce, 
en  suerte  y  pensamientos  se  mejora  ; 
el  oro  desconoce 
que  el  vulgo  ciego  adora, 
SS 


al^J*^ 


49 


FRAY    LUIS    DE    LEÓN 

la  belleza  caduca  engañadora. 

Traspasa  eTaire  todo 
hasta  llegar  á  la  más  alta  esfera, 
y  oye  allí  otro  modo 
de  no  perecedera 
música,  que  es  de  todas  la  primera. 

Ve  cómo  el  gran  maestro 
á  aquesta  inmensa  cítara  aplicado, 
con  movimiento  diestro 
produce  el  6Ón  sagrado 
con  que  este  eterno  templo  es  sustentado. 

Y  como  está  compuesta 
de  números  concordes,  luego  envía 
consonante  respuesta, 
y  entrambas  á  porfía 
mezclan  una  dulcísima  armonía. 

Aquí  la  alma  navega 
por  un  mar  de  dulzura,  y  finalmente 
en  él  así  se  anega, 
que  ningún  accidente 
extraño  ó  peregrino  oye  ó  siente. 

j  Oh  desmayo  dichoso  ! 
¡  oh  muerte  que  das  vida  !    ¡  oh  dulce  olvido  ! 
!  durase  en  tu  reposo 
sin  ser  restituido 
jamás  á  aqueste  baxo  y  vil  sentido  ! 

A  este  bien  os  Hamo, 
gloria  del  Apolíneo  sacro  coro, 
amigos,  á  quien  amo 
sobre  todo  tesoro  ; 
que  todo  lo  demás  es  triste  lloro. 

¡  Oh  !   suene  de  contino,"' 
Salinas,  vuestro  son  en  mis  oidos, 

5° 


FRAY   LUIS    DE    LEÓN 

*s)  por  quien  al  bien  divino  UL^ 

despiertan  los  sentidos, 
quedando  á  lo  demás  amortecidos. 


16.  A  Felipe  Ruis 

¿  CUANDO  será  que  pueda 
libre  de  esta  prisión  volar  al  cielo, 
Felipe,  y  en  la  rueda 
que  huye  más  del  suelo, 
contemplar  la  verdad  pura  sin  velo  ? 

Allí  á  mi  vida  junto 
en  luz  resplandeciente  convertido, 
veré  distinto  y  junto 
lo  que  es  y  lo  que  ha  sido, 
y  su  principio  propio  y  escondido. 

Entonces  veré  cómo 
el  divino  poder  echó  el  cimiento 
tan  á  nivel  y  plomo, 
do  estable  eterno  asiento 
posee  el  pesadísimo  elemento. 

Veré  las  inmortales 
columnas  do  la  tierra  está  fundada, 
las  lindes  y  señales 
con  que  á  la  mar  airada 
la  Providencia  tiene  aprisionada. 

Por  qué  tiembla  la  tierra, 
por  qué  las  hondas  mares  se  embravecen, 
do  sale  á  mover  guerra 
el  cierzo,  y  por  qué  crecen 
las  aguas  del  Océano  y  descrecen. 

De  dó  manan  las  fuentes  ; 


> 


5t 


r 


FRAY    LUIS    DE    LEÓN 

quién  ceba,  y  quién  bastece  de  los  ríos 

las  perpetuas  corrientes  ; 

de  los  helados  fríos 

veré  las  causas,  y  de  los  estíos. 

Las  soberanas  aguas 
del  aire  en  la  región  quién  las  sostiene  ; 
de  los  rayos  las  fraguas  ; 
do  los  tesoros  tiene 
de  nieve  Dios,  y  el  trueno  dónde  viene. 

¿No  yes  cuando  acontece 
turbarse  el  aire  todo  en  el  verano? 
el  día  se  ennegrece, 
sopla  el*galle¿o  insano, 
\jr^    y  SUDe  hasta  el  cielo  el  polvo  vano  ; 

Y  entre  las  nubes  mueve 
su  carro  Dios  ligero  y  reluciente, 
horrible  son  conmueve, 
relumbra  fuego  ardiente, 
treme  la  tierra,  humíllase  la  gente. 

La  lluvia  baña  el  techo, 
envían  largfes  ríos  los  collados  ; 
su  trabajo  deshecho, 
los  campos  anegados 
miran  los  labradores  espantados. 

Y  de  allí  levantado 
veré  los  movimientos  celestiales, 
así  el  arrebatado 
como  los  naturales, 
las  causas  de  los  hados,  las  señales. 

Quién  rige  las  estrellas 
veré,  y  quién  las  enciende  con  hermosas 
y  eficaces  centellas  ; 
por  qué  están  las  dos  osas, 


FRAY    LUIS    DE    LEÓN 

de  bañarse  en  el  mar  siempre  medrosas. 

Veré  este  fuego  eterno 
fuente  de  vida  y  luz  dó  se  mantiene  ; 
y  por  qué  en  el  invierno 
tan  presuroso  viene, 
por  qué  en  las  noches  largas  se  detiene. 

Veré  sin  movimiento 
en  la  más  alta  esfera  las  moradas 
del  gozo  y  del  contento, 
de  oro  y  luz  labradas, 
de  espíritus  dichosos  habitadas. 


ij.  Noel ie  serena 

CUANDO  contemplo  el  cielo 
de  innumerables  luces  adornado, 
y  miro  hacia  el  suelo 
de  noche  rodeado, 
en  sueño  y  en  olvido  sepultado  : 

El  amor  y  la  pena 
despiertan  en  mi  pecho  una  ansia  ardiente  ; 
despiden  larga  vena 
los  ojos  hechos  fuente  ; 
la  lengua  dice  al  fin  con  voz  doliente  : 

Morada  de  grandeza, 
templo  de  claridad  y  hermosura, 
mi  alma  que  á  tu  alteza 
nació,  ¿  qué  desventura 
la  tiene  en  esta  cárcel  baxa,  obscura  ? 

¿  Qué  mortal  desatino 
de  Ja  verdad  aleja  así  el  sentido, 
que  de  tu  bien  divino 

53 


^    X   í 

FRAY   LUIS   DE    LEÓN 

olvidado,  perdido 

sigue  la  vana  sombra,  el  bien  fingido  ? 

El  hombre  está  entregado 
al  sueño,  de  su  suerte  no  cuidando, 
y  con  paso  callado 
el  cielo  vueltas  dando 
las  horas  del  vivir  le  va  hurtando. 

¡  Ay  !   despertad,  mortales  ; 
mirad  con  atención  en  vuestro  daño  ; 
¿  las  almas  inmortales 
hechas  á  bien  tajTiaño 
podrán  vivir  de  sombra,  y  solo  engaño  ? 

¡  Ay  !   levantad  los  ojos 
y^fjf   á  aquesta  celestial  eterna  esfera, 
burlaré^  los  antojos 
de  aquesa  lisonjera 
vida,  con  cuanto  teme  y  cuanto  espera.. 

¿  Es  más  que  un  breve  punto 
el  baxo  y  torpe  suelo,  comparado 
á  aqueste  gran  trasumpto, 
do  vive  mejorado 
lo  que  es,  lo  que  será,  lo  que  ha  pasado  ? 

Quien  mira  el  gran  concierto 
de  aquestos  resplandores  eternales, 
su  movimiento  cierto, 
sus  pasos  desiguales, 
y  en  proporción  concorde  tan  iguales  : 

La  luna  cómo  mueve 
la  plateada  rueda,  y  va  en  pos  de  ella 
la  luz  do  el  saber  llueve, 
y  la  graciosa  estrella 
de  amor  le  sigue  reluciente  y  bella  : 

Y  cómo  otro  camino 
54 


FRAY   LUIS   DE    LEÓN 

prosigue  el  sanguinoso  Marte  airado, 

y  el  Júpiter  benino 

de  bienes  mil  cercado 

serena  el  cielo  con  su  rayo  amado  : 

Rodéase  en  la  cumbre 
Saturno,  padre  de  los  siglos  de  oro, 
tras  él  la  muchedumbre 
del  reluciente  coro 
su  luz  va  repartiendo  y  su  tesoro  : 

¿  Quién  es  el  que  esto  mira, 
y  precia  la  baxeza  de  la  tierra, 
y  no  gime  y  suspira 
por  romper  lo  que  encierra 
el  alma,  y  de  estos  bienes  la  destierra  ? 

Aquí  vive  el  contento, 
aquí  reina  la  paz  ;   aquí  asentado 
en  rico  y  alto  asiento 
está  al  amor  sagrado 
de  honra  y  de  deleites  rodeado. 

Inmensa  hermosura 
aquí  se  muestra  toda  ;   y  resplandece 
clarísima  luz  pura, 
que  jamás  anochece  ; 
eterna  primavera  aquí  florece. 

¡  Oh  campos  verdaderos  ! 
¡  oh  prados  con  verdad  frescos  y  amenos  ! 


riquísimos  mineros  ¡ 

Oh  deleitosos~üenos  ! 

repuestos  valles  de  mil  bienes  llenos  ! 


y^r 


u 


55 


41 


FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

18.  Morada  del  cielo 

ALMA  región  luciente, 
jírado  de  bienandanza,  que  ni  al  hielo 
ni  con  el  rayo  ardiente 
Xj&  falleces,  fértil  suelo 

prdctucidor  eterno  de  consuelo  : 

De  púrpura  y  de  nieve 
florida  la  cabeza  coronado, 
á  dulces  pastos^  mueve 
sin  honda  ni  cayado, 
el  buen  Pastor  en  tí  su  hato  amado. 

El  va,  y  en  pos  dichosas  iv 

le  siguen  sus  ovejas,  do  las  pace 
con  inmortales  rosas, 
con  flor  que  siempre  nace, 
y  cuanto  más  se  goza  más  renace. 

Ya  dentro  á  la  montaña 
del  alto  bien  las  guía  ;   ya  en  la  vena 
del  gozo  fieljas  baña, 
y  les  da  mesa  llena, 
pastor  y  pasto  él  solo,  y  suerte  buena. 

Y  de  su  esfera  cuando 
la  cumbre  toca  altísimo  subido 
el  sol,  él  sesteando 
de  su  hato  ceñido 
con  dulce  son  deleita  el  santo  oido. 

Toca  el  rabel  sonoro, 
y  el  inmortal  dulzor  al  alma  pasa,     . 
con  que  envik.ce  el  oro, 
y  ardiendo  se  traspasa 
y  lanza  en  aquel  bien  libre  de  tasa. 

¡  Oh  son,  oh  voz  !    siquiera    /\ 

5° 


FRAY   LUIS   DE    LEÓN 

pequeña  parte  alguna  descendiese 

en  mi  sentido,  y  fuera 

de  sí  el  alma  pusiese 

y  toda  en  tí,  oh  amor,  la  convirtiese  \ 

Conocería  dónde 
sesteas,  dulce  Esposo,  y  desatada 
de  esta  prisión  á  donde 
padece,  á  tu  manada 
junta,  no  ya  andará  perdida,  errada. 


ig.        ve        En  la  Ascensión 
i 

¡Y  DEXAS,  Pastor  santo, 
tu  grey  en  este  valle  hondo,  escuro, 
con  soledad  y  llanto, 
y  tú  rompiendo  el  puro 
aire,  te  vas  al  inmortal  seguro  ! 

¿  Los  antes  bienhadados, 
y  los  agora  tristes  y  afligidos, 
á  tus  pechos  criados, 
de  Tí  desposeidos, 
a  do  convertirán  ya  sus  sentidos  ? 

¿  Qué  mirarán  los  ojos 
que  vieron  de  tu  rostro  la  hermosura, 
que  no  les  sea  enojos  ? 
quien  oyó  tu  dulzura, 
¿  qué  no  tendrá  por  sordo  y  desventura  ? 

¿  Aqueste  mar  turbado 
¿  quién  Je  pondrá  ya  freno  ?   ¿  quién  concierto 
al  viento  fiero  airado  ? 
estando  tú  encubierto 
;  qué  norte  guiará  la  nave  al  puerto  ? 

57 


FRAY   LUIS   DE    LEÓN 

¡  Ay  !   nube  envidiosa 
aun  de  este  breve  gozo   ¿  qué  te  aquexas  ? 
do  vuelas  presurosa  l 
cuan  rica  tú  te  ale  xas  ! 
cuan  pobres  y  cuan  ciegos  ¡  ay  !  nos  dexas ! 


20.  Imitación  de  diversos 

VUESTRA  tirana  exención 
y  ese  vuestro  cuello  erguido 
estoy  cierto  que  Cupido 
pondrá  en  dura  sujeción. 
Vivid  esquiva  y  exenta  ; 
que  á  mi  cuenta 
vos  serviréis  al  amor 
cuando  de  vuestro  dolor 
ninguno  quiera  hacer  cuenta. 
Cuando  la  dorada  cumbre 
fuere  de  nieve  esparcida, 
y  las  dos  luces  de  vida 
recogieren  ya  su  lumbre  : 
cuando  la  ruga  enojosa 
en  la  hermosa 
frente  y  cara  se  mostrare, 
y  el  tiempo  que  vuela  helare 
esa  fresca  y  linda  rosa  : 

Cuando  os  viéredes  perdida, 
os  perderéis  por  querer, 
sentiréis  que  es  padecer 
querer  y  no  ser  querida. 
Diréis  con  dolor,  Señora, 
cada  hora : 
58 


FRAY   LUIS   DE    LEÓN 

¡  quién  tuviera,  ay  sin  ventura, 
ó  agora  aquella  hermosura 
ó  antes  el  amor  de  agora ! 

A  mil  gentes  que  agraviadas 
tenéis  con  vuestra  porfía, 
dexaréis  en  aquel  día 
alegres  y  bien  vengadas. 
Y  por  mil  partes  volando 
publicando 

el  amor  irá  este  cuento, 
para  aviso  y  escarmiento 
de  quien  huye  de  su  bando. 
_     ¡  Ay  !   por  Dios,  Señora  bella, 
mirad  por  vos,  mientras  dura 
esa  flor  graciosa  y  pura, 
que  el  no  gozalla  es  perdella, 
y  pues  no  menos  discreta 
y  perfeta 

sois  que  bella  y  desdeñosa, 
mirad  que  ninguna  cosa 
hay  que  á  amor  no  esté  sujeta. 

El  amor  gobierna  el  cielo 
con  ley  dulce  eternamente, 
¿  y  pensáis  vos  ser  valiente 
contra  él  acá  en  el  suelo  ? 
Da  movimiento  y  viveza 
á  belleza 

el  amor,  y  es  dulce  vida  ; 
y  la  suerte  más  valida 
sin  él  es  triste  pobreza. 

¿  Qué  vale  el  beber  en  oro, 
el  vestir  seda  y  brocado, 
el  techo  rico  labrado, 


59 


FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

los  montones  de  tesoro  ? 
¿  Y  qué  vale  si  á  derecho 
os  da  pecho 
el  mundo  todo  y  adora, 
si  á  la  fin  dormís,  Señora, 
en  el  solo  y  frío  lecho  ? 

21.  Soneto 

AGORA  con  la  aurora  se  levanta 
mi  luz,  agora  coge  en  rico  ñudo 
el  hermoso  cabello,  agora  el  crudo 
pecho  ciñe  con  oro,  y  la  garganta. 

Agora  vuelta  al  cielo  pura  y  santa 
las  manos  y  ojos  bellos  alza,  y  pudo 
dolerse  agora  de  mi  mal  agudo  ; 
agora  incomparable  tañe  y  canta. 

Ansí  digo,  y  del  dulce  error  llevado, 
presente  ante  mis  ojos  la  imagino, 
y  lleno  de  humildad  y  amor  la  adoro. 

Mas  luego  vuelve  en  sí  el  engañado 
ánimo,  y  conociendo  el  desatino, 
la  rienda  suelta  largamente  al  lloro. 

SAN  JUAN   DE    LA   CRUZ 

22.  Cántico  espiritual  entre  el  alma  y 

Cristo  su  Esposo 

ESPOSA 

l  ADONDE  te  escondiste, 
Amado,  y  me  dexaste  con  gemido  ? 
Como  el  ciervo  huíste, 
6o 


SAN   JUAN   DE    LA   CRUZ 

Habiéndome  herido  ; 

Salí  tras  tí  clamando,  y  ya  eras  ido.  -  j 

Pastores,  los  que  fuerdes  J^jl¿w\ 

Allá  por  las  majadas  al  otero,  #_lJtA*ft 

Si  por  ventura  víerdes 

Aquel  que  yo  más  quiero  \ 

Decidle  que  adolezco,  peno  y  muero. 

Buscando  mis  amores, 
Iré  por  esos  montes  y  riberas, 
Ni  cogeré  las  flores, 
Ni  temeré  las  fieras, 
Y  pasaré  los  fuertes  y  fronteras. 

¡  Oh  bosques  y  espesuras, 
Plantadas  por  la  mano  del  Amado, 
Oh  prado  de  verduras, 
De  flores  esmaltado, 
Decid  si  por"  vosotros  ha  pasado. 

RESPUESTA  DE  LAS  CRIATURAS 

Mil  gracias  derramando 
Pasó  por  estos  sotos  con  presura, 
Y,  yéndolos  mirando,  ^ 

Con  sola  su  figura 
Vestidos  los  dexó  de  su  hermosura. 

ESPOSA  ^ 

\  Ay,  quién  podrá  sanarme  !  «        J(  J^ 

Acaba  de  entregarte  ya  de  vero, 
No  quieras  enviarme 
De  hoy  ya  más  mensajero, 
Que  no  saben  decirme  lo  que  quiero. 

Y  todos  cuantos  vagan.  V** 

De  tí  me  van  mil  gracias  refiriendo, 

6x 


s 


SAN   JUAN   DE    LA   CRUZ 

Y  todos  más  me  llagan, 

Y  déxame  muriendo 

Un  no  sé  qué  que  quedan  balbuciendo. 

Mas  i  cómo  perseveras, 
Oh  vida,  no  viviendo  donde  vives, 

Y  haciendo  porque  mueras 
Las  flechas  que  recibes, 

De  lo  que  del  Amado  en  tí  concibes  ? 

¿  Por  qué,  pues  has  llagado 
A  aqueste  corazón,  no  le  sanaste  ? 

Y  pues  me  le  has  robado, 
l  Por  qué  así  lo  dexaste, 

Y  no  tomas  el  robo  que  robaste  ? 
Apaga  mis  enojos, 

Pues  que  ninguno  basta  á  deshacellos, 

Y  véante  mis  ojo6, 
Pues  eres  lumbre  de  ellos 

Y  solo  para  tí  quiero  tenellos. 
Descubre  tu  presencia, 

Y  máteme  tu  vista  y  hermosura : 
Mira  que  la  dolencia 

De  amor,  que  no  se  cura 

Sino  con  la  presencia  y  la  figura. 

j  Oh  cristalina  fuente, 
Si  en  esos  tus  semblantes  plateados 
Formases  de  repente 
Los  ojos  deseados 
Que  tengo  en  mis  entrañas  dibujados  ! 

Apártalos,  Amado, 
Que  voy  de  vuelo. 

ESPOSO 

Vuélvete,  paloma, 


62 


SAN   JUAN   DE    LA   CRUZ 

Que  el  ciervo  vulnerado 

Por  el  otero  asoma, 

Al  aire  de  tu  vuelo,  y  fresco  toma. 

ESPOSA 

Mi  amado,  las  montañas,  *&+&•* 

Los  valles  solitarios  nemorosos, 
Las  ínsulas  extrañas, 
Los  rios  sonorosos, 
El  silbo  de  los  aires  amorosos.  —j 

La  noche  sosegada,  >JHV 

En  par  de  los  levantes  de  la  aurora,  nln-f  4  *** 

La  música  callada, 
La  soledad  sonora, 
La  cena,  que  recrea  y  enamora.  tiit—f  ft»_i* 

Cazadnos  las  raposas,  / 

Que  está  ya  florecida  nuestra  viña, 
En  tanto  que  de  rosas  #      -•. 

Hacemos  una  pina,  c¿-~>-*A/ 

Y  no  parezca  nadie  en  la  montiña. 
Detente,  Cierzo  muerto  : 

Ven,  Austro,  que  recuerdas  los  amores, 
Aspira  por  mi  huerto, 

Y  corran  tus  olores, 

Y  pacerá  el  Amado  entre  las  flores. 
OrThinfas  de  Judea, 

En  tanto  que  en  Jas  flores  y  rosales 
El  ámbar  perfumea, 
Mora  en  los  arrabales, 

Y  no  queráis  tocar  nuestros  umbrales. 
Escóndete,  Carillo, 

Y  mira  con  tu  haz  á  las  montañas, 

Y  ncTquieras  decillo  ; 


*S 


n 


SAN   JUAN   DE    LA   CRUZ 

Mas  mira  las  compañas 

De  la  que  va  por  ínsulas  extrañas. 

ESPOSO 

Á  las  aves  ligeras, 
Leones,  ciervos,  gamos  saltadores, 
Montes,  valles,  riberas, 
Aguas,  aires,  ardores, 

Y  miedos  de  las  noches  veladores, 
Por  las  amenas  liras  ' 

Y  cantos  de  sirenas  os  conjuro 
Que  cesen  vuestras  iras, 

Y  no  toquéis  al  muro, 

Porque  la  Esposa  duerma  más  seguro, 

Entrádose  ha  la  Esposa 
En  el  ameno  huerto  deseado, 

Y  á  su  sabor  reposa, 
El  cuello  reclinado 

Sobre  los  dulces  brazos  del  Amado. 

Debajo  del  manzano 
Allí  conmigo  fuiste  desposada, 
Allí  te  di  la  mano, 

Y  fuiste  reparada 

Donde  tu  madre  fuera  violada. 


Nuestro  lecho  florido, 
De  cuevas  de  leones  enlazado, 
En  púrpura  teñido, 
De  paz  edificado, 
De  mil  escudos  de  oro  coronado. 

A  zaga  de  tu  huella 
Los  jóvenes  discurren  el  camino. 


6á 


SAN  JUAN   DE 


LA   CRUZ 

.    ¿y-  -^#v 


j^tí 


Al  toque  de  centella, 
Al  adobado  vino, 
Emisiones  de  bálsamo  divino. 

En  la  interior  bodega 
De  mi  amado  bebí,  y  cuando  salía 
Por  toda  aquesta  vega, 
Ya  cosa  no  sabía 

Y  el  ganado  perdí  que  antes  seguía. 
Allí  me  dio  su  pecho, 

Allí  me  enseñó  ciencia  muy  sabrosa, 

Y  yo  le  di  de  hecho 
A  mi,  sin  dejar  cosa, 
Allí  le  prometí  de  ser  su  esposa. 

Mi  alma  se  ha  empleado 

Y  todo  mi  caudal  en  su  servicio. 
Ya  no  guardo  ganado, 

Ni  ya  tengo  otro  oficio  : 

Que  ya  solo  en  amar  es  mi  exercicio. 

Pues  ya  si  en  el  exido  e,~-*-*Mr 

De  hoy  más  no  fuere  vista  ni  hallada,        4  *}* '*" 
Diréis  que  me  he  perdido, 
Que  andando  enamorada 
Me  hice  perdidiza,  y  fui  ganada. 

De  flores  y  esmeraldas 
En  las  frescas  mañanas  escogidas, 
Haremos  las  guirnaldas, 
En  tu  amor  florecidas, 

Y  en  un  cabello  mío  entretejidas. 
En  solo  aquel  cabello 

Que  en  mi  cuello  volar  consideraste, 
Mirástele  en  mi  cuello, 

Y  en  él  preso  quedaste, 

Y  en  uno  de  mis  ojos  te  llagaste. 
S6  6S 


C.**c 


<-¿Ll 


SAN    JUAN   BE    LA   CRUZ 

W  Cuando  tú  me  mirabas, 

Su  gracia  en  mí  tus  ojos  imprimían  ; 
Por  eso  me  adamabas, 

Y  en  eso  merecían 
Los  m(os  adorar  lo  que  en  tí  vían. 

No  quieras  despreciarme, 
Que  si  color  moreno  en  mí  hallaste 
Ya  bien  puedes  mirarme, 
Después  que  me  miraste, 
Que  gracia  y  hermosura  en  mí  dexaste. 

ESPOSO 

La  blanca  palomica 
Al  arca  con  el  ramo  se  ha  tornado, 

Y  ya  la  tortolica 
Al  socio  deseado 
En  las  riberas  verdes  ha  hallado. 

En  soledad  vivía, 

Y  en  soledad  ha  puesto  ya  su  nido, 

Y  en  soledad  la  guía 
A  solas  su  querido, 
También  en  soledad  de  amor  herido. 

ESPOSA 

Gocémonos,  Amado, 

Y  vamonos  á  ver  en  tu  hermosura 
Al  monte  y  al  collado, 
Do  mana  el  agua  pura  ; 
Entremos  más  adentro  en  la  espesura. 

Y  luego  á  las  subidas 
Cavernas  de  las  piedras  nos  iremos, 
Que  están  bien  escondidas, 

Y  allí  nos  entraremos, 

Y  el  mosto  de  granadas  gustaremos. 
66 


SAN   JUAN   DE    LA   CRUZ 

Allí  me  mostrarías 
Aquello  que  mí  alma  pretendía, 

Y  luego  me  darías 
Allí  tú,  vida  mía, 

Aquello  que  me  diste  el  otro  día. 

El  aspirar  del  aire,  ly       / 

El  canto  de  la  dulce  Filomena,         ^'f^í*^ 
El  soto  y  su  donaire,  *f**^ 

En  la~noche  serena  /  pf*** 

Con  llama  que  consume  y  no  da  pena. 

Que  nadie  lo  miraba, 
Aminadab  tampoco  parecía,  Y  ^Lá^^jCL 

l¿i*^        Y  eTcerco  sosegaba, 

Y  la  caballería 

A  vista  de  las  aguas  descendía. 


*J. 


ANÓNIMO 

NO  me  mueve,  mi  Dios,  para  quererte 
El  cielo  que  me  tienes  prometido, 
Ni  me  mueve  el  infierno  tan  temido 
Para  dejar  por  eso  de  ofenderte. 

Tú  me  mueves,  Señor}   muéveme  el  verte 
Clavado  en  una  cruz  y  escarnecido ; 
Muéveme  ver  tu  cuerpo  tan  heríclo  ; 
Muévenme  tus  afrentas  y  tu  muerte. 

Muéveme,  al  fin,  tu  amor,  y  en  tal  manera, 
Que  aunque  no  hubiera  cielo,  yo  te  -amara. 
Y  aunque  no  hubiera  infierno,  te  temiera. 

No  me  tienes  que  dar  porque  te  quiera  ; 
Pues  aunque  ¡lo  que  espero  no  esperara, 
Lo  mismo  que  te  quiero  te  quisiera. 

67 


FRANCISCO   DE    LA   TORRE 
24.  La  cierva 

DOLIENTE  cierva,  que  el  herido  lado 
De  ponzoñosa  y  cruda  yerba  lleno, 
Buscas  el  agua  de  la  fuente  pura, 
Con  el  cansado  aliento  y  con  el  seno 
Bello  de  la  corriente  sangre  hinchado, 
Débil  y  descaida  tu  hermosura  : 
¡  Ay  !    que  la  mano  dura 
Que  tu  nevado  pecho 
Ha  puesto  en  tal  estrecho, 
Gozosa  va  con  tu  desdicha,  cuando 
Cierva  mortal,  viviendo,  estás  penando 
Tu  desangrado  y  dulce  compañero, 
El  regalado  y  blando 
Pecho  pasado  del  veloz  montero  : 

Vuelve  cuitada,  vuelve  al  valle,  donde 
Queda  muerto  tu  amor,  en  vano  dando 
Términos  desdichados  á  tu  suerte. 
Morirás  en  su  seno,  reclinando 
La  beldad,  que  la  cruda  mano  esconde 
Delante  de  la  nube  de  la  muerte. 
Que  el  paso  duro  y  fuerte, 
Ya  forzoso  y  terrible, 
No  puede  ser  posible 
Que  le  escusen  los  cielos,  permitiendo 
Crudos  astros  que  muera  padeciendo 
Las  asechanzas  de  un  montero  crudo, 
Que  te  vino  siguiendo 
Por  los  desiertos  de  este  campo  mudo. 

Mas  ¡  ay  !  que  no  dilatas  la  inclemente 
Muerte,  que  en  tu  sangriento  pecho  llevas, 
Del  crudo  amor  vencido  y  maltratado : 

68 


FRANCISCO   DE    LA   TORRE 

Tú  con  el  fatigado  aliento  pruebas 

A  rendir  el  espíritu  doliente 

En  la  corriente  de  este  valle  amado. 

Que  el  ciervo  desangrado, 

Que  contigo  la  vida 

Tuvo  por  bien  perdida, 

No  fué  tan  poco  de  tu  amor  querido, 

Que  habiendo  tan  cruelmente  padecido, 

Quieras  vivir  sin  él,  cuando  pudieras 

Librar  el  pecho  herido 

De  crudas  llagas  y  memorias  fieras. 

Cuando  por  la  espesura  deste  prado 
Como  tórtolas  solas  y  queridas, 
Solos  y  acompañados  anduvistes  : 
Cuando  de  verde  mirto  y  de  floridas 
Violetas,  tierno  acanto  y  lauro  amado, 
Vuestras  frentes  bellísimas  ceñistes  : 
Cuando  las  horas  tristes, 
Ausentes  y  queridos, 
Con  mil  mustios  bramidos 
Ensordecistes  la  ribera  umbrosa 
Del  claro  Tajo,  rica  y  venturosa 
Con  vuestro  bien,  con  vuestro  mal  sentida  ; 
Cuya  muerte  penosa 
No  dexa  rastro  de  contenta  vida. 

Agora  el  uno,  cuerpo  muerto  lleno 
De  desden  y  de  espanto,  quien  solía 
Ser  ornamento  de  la  selva  umbrosa: 
Tú,  quebrantada  y  mustia,  al  agonía 
De  la  muerte  rendida,  el  bello  seno 
Agonizando,  el  alma  congojosa  : 
Cuya  muerte  gloriosa, 
En  los  ojos  de  aquellos 


25' 


FRANCISCO    DE    LA   TORRE 

Cuyos  despojos  bellos 

Son  victorias  del  crudo  amor  furioso, 

Martirio  fué  de  amor,  triunfo  glorioso 

Con  que  corona  y  premia  dos  amantes 

Que  del  siempre  rabioso 

Trance  mortal  salieron  muy  triunfantes. 

Canción,  fábula  un  tiempo,  y  caso  agora 
De  una  cierva  doliente,  que  la  dura 
Flecha  del  cazador  dexó  sin  vida, 
Errad  por  la  espesura 
Del  monte,  que  de  gloria  tan  perdida 
No  hay  sino  lamentar  su  desventura. 


GIL    POLO 

Canción 

EN  el  campo  venturoso, 
Donde  con  clara  corriente 
Guadalaviar  hermoso 
Dejando  el  suelo  abundoso 
Da  tributo  al  mar  potente  ; 

Galatea,  desdeñosa 
Del  dolor  que  á  Licio  daña, 
Iba  alegre  y  bulliciosa 
Por  la  ribera  arenosa 
Que  el  mar  con  sus  ondas  baña, 

Entre  la  arena  cogiendo 
Conchas  y  piedras  pintadas, 
Muchos  cantares  diciendo 
Con  el  son  del  ronco  estruendo 
De  las  ondas  alteradas  : 
70 


GIL    POLO 

Junto  el  agua  se  ponía, 

Y  las  ondas  aguardaba, 

Y  en  verlas  llegar  huía  ; 
Pero  á  veces  no  podía 

Y  el  blanco  pié  se  mojaba. 
Licio,  al  cual  en  sufrimiento 

Amador  ninguno  iguala, 
Suspendió  allí  su  tormento 
Mientras  miraba  el  contento 
De  su  pulida  zagala. 

Mas  cotejando  su  mal 
Con  el  gozo  que  ella  había 
El  fatigado  zagal 
Con  voz  amarga  y  mortal 
De  esta  manera  decía  : 

Ninfa  hermosa,  no  te  vea 
Jugar  con  el  mar  horrendo  ; 

Y  aunque  más  placer  te  sea, 
Huye  del  mar,  Gal  atea, 
Como  estás  de  Licio  huyendo. 

Deja  ahora  de  jugar, 
Que  me  es  dolor  importuno : 
No  me  hagas  más  penar, 
Que  en  verte  cerca  del  mar 
Tengo  celos  de  Neptuno. 

Causa  mi  triste  cuidado 
Que  á  mi  pensamiento  crea : 
Porque  ya  está  averiguado 
Que  si  no  es  tu  enamorado 
Lo  será  cuando  te  vea. 

Y  está  cierto,  porque  amor 
Sabe  desde  que  me  hirió, 
Que  para  pena  mayor 


7* 


GIL    POLO 

Me  falta  un  competidor 
Más  poderoso  que  yo. 

Deja  la  seca  ribera, 
Do  está  el  alga  infructuosa  : 
Guarda  que  no  salga  afuera 
Alguna  marina  fiera 
Enroscada  y  escamosa. 

Huye  ya,  y  mira  que  siento 
Por  tí  dolores  sobrados  ; 
Porque  con  doble  tormento 
Celos  me  da  tu  contento 
Y  tu  peligro  cuidados. 

En  verte  regocijada 
Celos  me  hacen  acordar 
De  Europa,  ninfa  preciada, 
Del  toro  blanco  engañada 
En  la  ribera  del  mar. 

Y  el  ordinario  cuidado 
Hace  que  piense  contino 
De  aquel  desdeñoso  alnado, 
Orilla  el  mar  arrastrado, 
Visto  aquel  monstruo  marino. 

Mas  no  veo  en  tí  temor 
De  congoja  y  pena  tanta  ; 
Que  bien  sé  por  mi  dolor 
Que  á  quien  no  teme  al  amor 
Ningún  peligro  le  espanta. 

Guarte  pues  de  un  gran  cuidado 
Que  el  vengativo  Cupido 
Viéndose  menospreciado, 
Lo  que  no  hace  de  grado, 
Suele  hacerlo  de  ofendido. 

Vén  conmigo  al  bosque  ameno, 
73 


GIL    POLO 

Y  al  apacible  sombrío 
De  olorosas  flores  lleno, 
Do  en  el  día  más  sereno 
No  es  enojoso  el  Estío. 

Si  el  agua  te  es  placentera, 
Hay  allí  fuente  tan  bella, 
Que  para  ser  la  primera 
Entre  todas,  solo  espera 
Que  tú  te  laves  en  ella. 

En  aqueste  raso  suelo 
Á  guardar  tu  hermosa  cara 
No  basta  sombrero  ó  velo  ; 
Que  estando  al  abierto  cielo 
El  sol  morena  te  para. 

No  escuchas  dulces  concentos, 
Sino  el  espantoso  estruendo 
Con  que  los  bravosos  vientos 
Con  soberbios  movimientos 
Van  las  aguas  revolviendo. 

Y  tras  la  fortuna  fiera 
Son  las  vistas  más  suaves 
Ver  llegar  á  la  ribera 
La  destrozada  madera 
De  las  anegadas  naves. 

Ven  á  la  dulce  floresta, 
Do  natura  no  fue  escasa  : 
Donde  haciendo  alegre  fiesta 
La  más  calorosa  siesta 
Con  más  deleite  se  pasa. 

Huye  los  soberbios  mares  ; 
Vén,  verás  como  cantamos 
Tan  deleitosos  cantares 
Que  los  más  duros  pesares 


73 


GIL   POLO 

Suspendemos  y  engañamos  ; 

Y  aunque  quien  pasa  dolores, 
Amor  le  fuerza  á  cantarlos, 
Yo  haré  que  jos  pastores 
No  digan  cantos  de  amores, 
Porque  huelgues  de  escucharlos. 

Allí,  por  bosques  y  prados, 
Podrás  leer  todas  horas, 
En  mil  robles  señalados 
Los  nombres  más  celebrados 
De  las  ninfas  y  pastoras. 
Mas  seráte  cosa  triste 
Ver  tu  nombre  allí  pintado, 
En  saber  que  escrita  fuiste 
Por  el  que  siempre  tuviste 
De  tu  memoria  borrado. 

Y  aunque  mucho  estés  airada, 
No  creo  yo  que  te  asombre 
Tanto  el  verte  allí  pintada, 
Como  el  ver  que  eres  amada 
Del  que  allí  escribió  tu  nombre. 

No  ser  querida  y  amar 
Fuera  triste  desplacer  ; 
Mas  ¿  qué  tormento  6  pesar 
Te  puede,  Ninfa,  causar 
Ser  querida  y  no  querer  ? 

Mas  desprecia  cuanto  quieras 
A  tu  pastor,  Galatea  ; 
Solo  que  en  estas  riberas 
Cerca  de  las  ondas  fieras 
Con  mis  ojos  no  te  vea. 

,:  Qué  pasatiempo  mejor 
Orilla  el  mar  puede  hallarse 


74 


GIL   POLO 

Que  escuchar  el  ruiseñor, 
Coger  la  olorosa  flor 

Y  en  clara  fuente  lavarse  ? 
Pluguiera  á  Dios  que  gozaras 

De  nuestro  campo  y  ribera, 

Y  porque  más  lo  preciaras, 
Ojalá  tú  lo  probaras, 
Antes  que  yo  lo  dijera. 

Porque  cuanto  alabo  aquí 
De  su  crédito  lo  quito  ; 
Pues  el  contentarme  á  mí 
Bastará  para  que  á  tí 
No  te  venga  en  apetito. 

Licio  mucho  más  le  hablara, 

Y  tenía  más  que  hablalle, 
Si  ella  no  se  lo  estorbara, 
Que  con  desdeñosa  cara 
Al  triste  dice  que  calle. 

Volvió  á  sus  juegos  la  fiera 

Y  á  sus  llantos  el  pa6tor, 

Y  de  la  misma  manera 
Ella  queda  en  la  libera, 

Y  él  en  su  mismo  dolor. 


FERNANDO    DE    HERRERA 
26.  Por  la  vitoria  de  Lepanto 

CANTEMOS  al  Señor,  que  en  la  llanura 
Vengio  del  ancho  mar  al  Trace  fiero  ; 
Tú,  Dios  de  Jas  batallas,  tú  eres  diestra, 
Salud  y  gloria  nuestra. 

75 


FERNANDO   DE   HERRERA 

Tú  rompiste  las  fuerzas  y  la  dura 
Frente  de  Faraón,  feroz  guerrero ; 
Sus  escogidos  príncipes  cubrieron 
Los  abismos  del  mar,  y  descendieron, 
Cual  piedra,  en  el  profundo,  y  tu  ira  luego 
Los  trago,  como  arista  seca  el  fuego. 

El  soberbio  tirano,  confiado 
En  el  grande  aparato  de  sus  naves, 
Que  de  los  nuestros  la  cerviz  cautiva 

Y  las  manos  aviva 

Al  ministerio  injusto  de  su  estado, 
Derribó  con  los  brazos  suyos  graves 
Los  cedros  más  excelsos  de  la  cima 

Y  el  árbol  que  más  yerto  se  sublima, 
Bebiendo  agenas  aguas  y  atrevido 
Pisando  el  bando  nuestro  y  defendido. 

Temblaron  los  pequeños,  confundidos 
Del  impio  furor  suyo  ;  alzó  la  frente 
Contra  tí,  Señor  Dios,  y  con  semblante 

Y  con  pecho  arrogante, 

Y  los  armados  brazos  extendidos, 
Movió  el  airado  cuello  aquel  potente  ; 
Cercó  su  corazón  de  ardiente  saña 
Contra  las  dos  Hesperias,  que  el  mar  baña, 
Porque  en  tí  confiadas  le  resisten 

Y  de  armas  de  tu  fé  y  amor  se  visten. 
Dixo  aquel  insolente  y  desdeñoso : 

«¿  No  conocen  mis  iras  estas  tierras, 
Y*  de  mis  padres  los  ilustres  hechos, 
Ó  valieron  sus  pechos 
Contra  ellos  con  el  húngaro  medroso, 

Y  de  Dalmacia  y  Rodas  en  las  guerras  ? 

¿  Quién  las  pudo  librar  :   ¿  Quién  de  sus  manos 
76 


FERNANDO   DE   HERRERA 

Pudo  salvar  los  de  Austria  y  los  germanos  ? 
¿  Podrá  su  Dios,  podrá  por  suerte  ahora 
Guardallos  de  mi  diestra  vencedora  ? 
«Su  Roma,  temerosa  y  humillada, 
Los  cánticos  en  lágrimas  convierte  ; 
Ella  y  sus  hijos  tristes  mi  ira  esperan 
Cuando  vencidos  mueran  ; 
Francia  está  con  discordia  quebrantada, 

Y  en  España  amenaza  horrible  muerte 
Quien  honra  de  la  luna  las  banderas ; 

Y  aquellas  en  la  guerra  gentes  fieras 
Ocupadas  están  en  su  defensa, 

Y  aunque  no,   ¿  quién  hacerme  puede  ofensa  ? 
«Los  poderosos  pueblos  me  obedecen, 

Y  el  cuello  con  su  daño  al  yugo  inclinan, 

Y  me  dan  por  salvarse  ya  la  mano. 

Y  su  valor  es  vano  ; 

Que  sus  luces  cayendo  se  oscurecen, 

Sus  fuertes  á  la  muerte  ya  caminan, 

Sus  vírgenes  están  en  cautiverio, 

Su  gloria  ha  vuelto  al  cetro  de  mi  imperio. 

Del  Nilo  á  Eufrates  fértil  y  Istro  frío, 

Cuanto  el  sol  alto  mira  todo  es  mío. » 

Tú,  Señor,  que  no  sufres  que  tu  gloria 
Usurpe  quien  su  fuerza  osado  estima, 
Prevaleciendo  en  vanidad  y  en  ira, 
Este  soberbio  mira, 
Que  tus  aras  afea  en  su  vitoria. 
No  dexes  que  los  tuyos  así  oprima, 

Y  en  su  cuerpo,  cruel,  las  fieras  cebe, 

Y  en  su  esparcida  sangre  el  odio  pruebe  ; 
Que  hecho  ya  su  oprobrio,  dice  :    «¿  Donde 
El  Dios  de  estos  está  ?   ¿  De  quien  se  asconde : » 

77 


FERNANDO   DE    HERRERA 

Por  la  debida  gloria  de  tu  nombré, 
Por  la  justa  venganza  de  tu  gente, 
Por  aquel  de  los  míseros  gemido, 
Vuelve  el  brazo  tendido 
Contra  este,  que  aborrece  ya  ser  hombre  j 

Y  las  honras  que  celas  tú  consiente  ; 

Y  tres  y  cuatro  veces  el  castiga 
Esfuerza  con  rigor  á  tu  enemigo, 

Y  la  injuria  á  tu  nombre  cometida 
Sea  el  hierro  contrario  de  su  vida. 

Levantó  la  cabeza  el  poderoso 
Que  tanto  odio  te  tiene  ;   en  nuestro  estrago 
Juntó  el  consejo,  y  contra  nos  pensaron 
Los  que  en  él  se  hallaron. 
«Venid,  dixeron,  y  en  el  mar  ondoso 
Hagamos  de  su  sangre  un  grande  lago  ; 
Deshagamos  á  estos  de  la  gente, 

Y  el  nombre  de  su  Cristo  juntamente, 

Y  dividiendo  de  ellos  los  despojos, 
Hártense  en  muerte  suya  nuestros  ojos. » 

Vinieron  de  Asia  y  portentoso  Egito 
Los  árabes  y  leves  africanos, 

Y  los  que  Grecia  junta  mal  con  ellos, 
Con  los  erguidos  cuellos, 

Con  gran  poder  y  número  infinito  ; 

Y  prometer  osaron  con  sus  manos 
Encender  nuestros  fines  y  dar  muerte 
Á  nuestra  juventud  con  hierro  fuerte, 
Nuestros  niños  prender  y  las  doncellas, 

Y  la  gloria  manchar  y  la  luz  dellas. 
Ocuparon  del  piélago  los  senos, 

Puesta  en  silencio  y  en  temor  lá  tierra, 

Y  cesaron  los  nuestros  valerosos, 
73 


FERNANDO    DE    HERRERA 

Y  callaron  dudosos, 

Hasta  que  al  fiero  ardor  de  sarracenos 
El  Señor  eligiendo  nueva  guerra, 
Se  opuso  el  joven  de  Austria  generoso 
Con  el  claro  español  y  belicoso  ; 
Que  Dios  no  sufre  ya  en  Babel  cautiva 
Que  su  Sion  querida  siempre  viva. 
Cual  león  á  la  presa  apercibido, 
Sin  recelo  los  impios  esperaban 
A  los  que  tú,  Señor,  eras  escudo  ; 
Que  el  corazón  desnudo 
De  pavor,  y  de  amor  y  fé  vestido, 
Con  celestial  aliento  confiaban. 
Sus  manos  á  la  guerra  compusiste, 

Y  sus  brazos  fortísimos  pusiste 
Como  el  arco  acerado,  y  con  la  espada 
Vibraste  en  su  favor  la  diestra  armada. 

Turbáronse  los  grandes,  los  robustos 
Rindiéronse  temblando  y  desmayaron  ; 

Y  tú  entregaste,  Dios,  como  la  rueda, 
Como  la  arista  queda 

Al  ímpetu  del  viento,  á  estos  injustos, 
Que  mil  huyendo  de  uno  se  pasmaron.- 
Cual  fuego  abrasa  selvas,  cuya  llama 
En  las  espesas  cumbres  se  derrama, 
Tal  en  tu  ira  y  tempestad  seguiste 

Y  su  faz  de  ignominia  convertiste. 
Quebrantaste  al  cruel  dragón,  Cortando 

Las  alas  de  su  cuerpo  temerosas 

Y  sus  brazos  terribles  no  vencidos  ; 
Que  con  hondos  gemidos 

Se  retira  á  su  cueva,  do  silbando 
Tiembla  con  sus  culebras  venenosas, 

79 


FERNANDO    DE    HERRERA 

Lleno  de  miedo  torpe  sus  entrañas, 
De  tu  león  temiendo  las  hazañas ; 
Que,  saliendo  de  España,  dio  un  rugido 
Que  lo  dexó  asombrado  y  aturdido. 
Hoy  se  vieron  los  ojos  humillados 
Del  sublime  varón  y  su  grandeza, 

Y  tú  solo,  Señor,  fuiste  exaltado ; 
Que  tu  día  es  llegado, 

Señor  de  los  ejércitos  armados, 
Sobre  la  alta  cerviz  y  su  dureza, 
Sobre  derechos  cedros  y  extendidos, 
Sobre  empinados  montes  y  crecidos, 
Sobre  torres  y  muros,  y  las  naves 
De  Tiro,  que  á  los  tuyos  fueron  gravea. 

Babilonia  y  Egito  amedrentada 
Temerá  el  fuego  y  la  asta  violenta, 

Y  el  humo  subirá  á  la  luz  del  cielo, 

Y  faltos  de  consuelo, 

Con  rostro  oscuro  y  soledad  turbada 
Tus  enemigos  llorarán  su  afrenta. 
Mas  tú,  Grecia,  concorde  á  la  esperanza 
Egicia  y  gloria  de  su  confianza, 
Triste  que  á  ella  pareces,  no  temiendo 
Á  Dios  y  á  tu  remedio  no  atendiendo, 

¿  Por  qué,  ingrata,  tus  hijas  adornaste 
En  adulterio  infame  á  una  impia  gente, 
Que  deseaba  profanar  tus  frutos, 

Y  con  ojos  enjutos 

Sus  odiosos  pasos  imitaste, 

Su  aborrecida  vida  y  mal  presente  ? 

Dios  vengará  sus  iras  en  tu  muerte  ; 

Que  llega  á  tu  cerviz  con  diestra  fuerte 

La  aguda  espada  suya  ;   ¿  quién,  cuitada, 

8o 


FERNANDO   DE   HERRERA 

Reprimirá  su  mano  desatada  ? 

Mas  tú,  fuerza  del  mar,  tú,  excelsa  Tiro, 
Que  en  tus  naves  estabas  gloriosa, 

Y  el  término  espantabas  de  la  tierra, 

Y  si  hacías  guerra, 

De  temor  la  cubrías  con  suspiro 
¿  Cómo  acabaste,  fiera  y  orgullosa  ? 
¿  Quién  pensó  á  tu  cabeza  daño  tanto  ? 
Dios,  para  convertir  tu  gloria  en  llanto 

Y  derribar  tus  ínclitos  y  fuertes 
Te  hizo  perecer  con  tantas  muertes. 

Llorad,  naves  del  mar  ;   que  es  destruida 
Vuestra  vana  soberbia  y  pensamiento. 
¿  Quién  ya  tendrá  de  tí  lástima  alguna, 
Tu,  que  sigues  la  luna, 
Asia  adúltera,  en  vicios  sumergida  ? 
¿  Quien  mostrará  un  liviano  sentimiento  ? 
¿  Quién  rogará  por  tí  ?     Que  á  Dios  enciende 
Tu  ira  y  la  arrogancia  que  te  ofende, 

Y  tus  viejos  delitos  y  mudanza 

Han  vuelto  contra  tí  á  pedir  venganza. 
Los  que  vieron  tus  brazos  quebrantados 

Y  de  tus  pinos  ir  el  mar  desnudo, 
Que  sus  ondas  turbaron  y  llanura, 
Viendo  tu  muerte  oscura, 
Dirán,  de  tus  estragos  espantados  : 

¿  Quién  contra  la  espantosa  tanto  pudo  ? 
El  Señor,  que  mostró  su  fuerte  mano 
Por  la  fé  de  su  príncipe  cristiano 

Y  por  el  nombre  santo  de  su  gloria, 
A  su  España  concede  esta  vitoria. 

Bendita,  Señor,  sea  tu  grandeza  ; 
Que  después  de  los  daños  padecidos, 
S7  81 


FERNANDO   DE   HERRERA 

Después  de  nuestras  culpas  y  castigo, 

Rompiste  al  enemigo 

De  ia  antigua  soberbia  la  dureza. 

Adórente,  Señor,  tus  escogidos, 

Confiese  cuanto  cerca  el  ancho  cielo 

Tu  nombre  ¡  oh  nuestro  Dios,  nuestro  consuelo  ! 

Y  la  cerviz  rebelde,  condenada, 

Perezca  en  bravas  llamas  abrasada. 


2J.  Por  la  pérdida  del  rey  don  Sebastian 

VOZ  de  dolor  y  canto  de  gemido 

Y  espíritu  de  miedo,  envuelto  en  ira, 
Hagan  principio  acerbo  á  la  memoria 
De  aquel  día  fatal,  aborrecido, 

Que  Lusitania  mísera  suspira, 
Desnuda  de  valor,  falta  de  gloria  ; 

Y  la  llorosa  historia 

Asombre  con  horror  funesto  y  triste 
Dende  el  áfrico  Atlante  y  seno  ardiente 
Hasta  do  el  mar  de  otro  color  se  viste, 

Y  do  el  límite  rojo  de  oriente 

Y  todas  sus  vencidas  gentes  fieras 
Ven  tremolar  de  Cristo  las  banderas. 

¡  Ay  de  los  que  pasaron,  confiados 
En  sus  caballos  y  en  la  muchedumbre 
De  sus  carros,  en  tí,  Libia  desierta, 

Y  en  su  vigor  y  fuerzas  engañados, 

No  alzaron  su  esperanza  á  aquella  cumbre 

De  eterna  luz,  mas  con  soberbia  cierta 

Se  ofrecieron  la  incierta 

Vitoria,  y  sin  volver  á  Dios  sus  ojos, 

8a 


FERNANDO   DE    HERRERA 

Con  yerto  cuello  y  corazón  ufano 
Solo  atendieron  siempre  á  los  despojos  ! 

Y  el  Santo  de  Israel  abrió  su  mano, 

Y  Jos  dexó,  y  cayó  en  despeñadero 
El  carro,  y  el  caballo  y  caballero. 

Vino  el  dia  cruel,  el  dia  lleno 
De  indinacion,  de  ira  y  furor,  que  puso 
En  soledad  y  en  un  profundo  llanto, 
De  gente  y  de  placer  el  reino  ajeno. 
El  cielo  no  alumbró,  quedó  confuso 
El  nuevo  sol,  presago  de  mal  tanto, 

Y  con  terrible  espanto 

El  Señor  visitó  sobre  sus  males, 
Para  humillar  los  fuertes  arrogantes, 

Y  levantó  los  bárbaros  no  iguales, 
Que  con  osados  pechos  y  constantes 
No  busquen  oro,  mas  con  hierro  airado 
La  ofensa  venguen  y  el  error  culpado. 

Los  impíos  y  robustos,  indinados, 
Las  ardientes  espadas  desnudaron 
Sobre  la  claridad  y  hermosura 
De  tu  gloria  y  valor,  y  no  cansados 
En  tu  muerte,  tu  honor  todo  afearon, 
Mezquina  Lusitania  sin  ventura  : 

Y  con  frente  segura 

Rompieron  sin  temor  con  fiero  estrago 
Tus  armadas  escuadras  y  braveza. 
La  arena  se  tornó  sangriento  lago, 
La  llanura  con  muertos  aspereza  ; 
Cayó  en  unos  vigor,  cayó  denuedo  ; 
Mas  en  otros  desmayo  y  torpe  miedo. 
¿  Son  estos  por  ventura  los  famosos, 
Los  fuertes,  los  belígeros  varones 

«3 


FERNANDO    DE    HERRERA 

Que  conturbaron  con  furor  la  tierra, 
Que  sacudieron  reinos  poderosos, 
Que  domaron  las  hórridas  naciones, 
Que  pusieron  desierto  en  cruda  guerra 
Cuanto  el  mar  Indo  encierra, 

Y  soberbias  ciudades  destruyeron  ? 

¿  Do  el  corazón  seguro  y  la  osadía  ? 
¿  Como  así  se  acabaron,  y  perdieron 
Tanto  heroico  valor  en  solo  un  día  ; 

Y  lejos  de  su  patria  derribados, 
No  fueron  justamente  sepultados  ? 

Tales  ya  fueron  estos,  cual  hermoso 
Cedro  del  alto  Líbano,  vestido 
De  ramos,  hojas,  con  excelsa  alteza  ; 
Las  aguas  lo  criaron  poderoso 
Sobre  empinados  árboles  crecido, 

Y  se  multiplicaron  en  grandera 
Sus  ramos  con  belleza ; 

Y  extendiendo  su  sombra,  se  anidaron 
Las  aves  que  sustenta  el  grande  cielo, 

Y  en  sus  hojas  las  fieras  engendraron, 

Y  hizo  á  mucha  gente  umbroso  velo  ; 
No  igualó  en  celsitud  y  en  hermosura 
Jamás  árbol  alguno  á  su  figura. 

Pero  elevóse  con  su  verde  cima, 

Y  sublimó  la  presunción  su  pecho, 
Desvanecido  todo  y  confiado, 
Haciendo  de  su  alteza  solo  estima. 
Por  eso  Dios  lo  derribó  deshecho, 
A  los  impíos  y  ágenos  entregado, 
Por  la  raíz  cortado  ; 

Que  opreso  de  los  montes  arrojados, 
Sin  ramos  y  sin  hojas  y  desnudo, 
84 


FERNANDO   DE   HERRERA 

Huyeron  del  los  hombres,  espantados, 
Que  su  sombra  tuvieron  por  escudo  ; 
En  su  ruina  y  ramos  cuantas  fueron 
Las  aves  y  las  fieras  se  pusieron. 

Tú,  infanda  Libia,  en  cuya  seca  arena 
Murió  el  vencido  reino  lusitano, 

Y  se  acabó  su  generosa  gloria, 
No  estés  alegre  y  de  ufanía  llena  ; 
Porque  tu  temerosa  y  flaca  mano 
Hubo  sin  esperanza  tal  vitoria, 
Indina  de  memoria  ; 

Que  si  el  justo  dolor  mueve  á  venganza 
Alguna  vez  el  español  coraje, 
Despedazada  con  aguda  lanza, 
Compensarás  muriendo  el  hecho  ultraje  ; 

Y  Luco  amedrentado,  al  mar  inmenso 
Pagará  de  africana  sangre  el  censo. 


DON   JUAN   DE   ARGUIJO 
28.    Al  Guadalquivir,  en  una  avenida 

TÚ,  á  quien  ofrece  el  apartado  polo, 
Hasta  donde  tu  nombre  se  dilata, 
Preciosos  dones  de  luciente  plata, 
Que  invidia  el  rico  Tajo  y  el  Pactólo  ; 

Para  cuya  corona,  como  á  solo 
Rey  de  los  ríos,  entretexe  y  ata 
Palas  su  oliva  con  la  rama  ingrata 
Que  contempla  en  tus  márgenes  Apolo  ; 

Claro  Guadalquivir,  si  impetuoso 
Con  crespas  ondas  y  mayor  corriente 

85 


DON   JUAN   DE   ARGUIJO 

Cubrieres  nuestros  campos  mal  seguros, 

De  la  mejor  ciudad,  por  quien  famoso 
Alzas  igual  al  mar  la  altiva  frente, 
Respeta  humilde  los  antiguos  muros. 


29.  La  Uinpestad  y  la  calma 

YO  vi  del  roxo  sol  la  luz  serena 
Turbarse,  y  que  en  un  punto  desparece 
Su  alegre  faz,  y  en  torno  se  oscurece 
El  cielo  con  tiniebla  de  horror  llena. 

El  austro  proceloso  airado  suena, 
Crece  su  furia,  y  la  tormenta  crece, 
Y  en  los  hombros  de  Atlante  se  estremece 
El  alto  olimpo  y  con  espanto  truena  ; 

Mas  luego  vi  romperse  el  negro  velo 
Deshecho  en  agua,  y  á  su  luz  primera 
Restituirse  alegre  el  claro  día, 

Y  de  nuevo  esplendor  ornado  el  cielo 
Miré,  y  dixe :  ¿  Quién  sabe  si  le  espera 
Igual  mudanza  á  la  fortuna  mía  i 


JO.  La  avaricia 

CASTIGA  el  cielo  á  Tántalo  inhumano, 
Que  en  impia  mesa  su  rigor  provoca, 
Medir  queriendo  en  competencia  loca 
Saber  divino  con  engaño  humano. 

Agua  en  las  aguas  busca,  y  con  la  mano 
El  árbol  fugitivo  casi  toca  ; 
Huye  el  copioso  Erídano  á  su  boca, 
86 


'/. 


DON   JUAN   DE    ARGU1JO 

Y  en  vez  de  fruta  toca  el  aire  vano. 

Tú,  que  espantado  de  su  pena,  admiras 
Que  el  cercano  manjar  en  largo  ayuno 
Al  gusto  falte  y  á  la  vida  sobre, 

¿  Cómo  de  muchos  Tántalos  no  miras 
Ejemplo  igual  ?     Y  si  codicias  uno, 
Mira  el  avaro,  en  sus  riquezas  pobre. 


EN  segura  pobreza  vive  Eumelo 
Con  dulce  libertad,  y  le  mantienen 
Las  simples  aves,  que  engañadas  vienen 
A  los  lazos  y  liga  sin  recelo. 

Por  mejor  suerte  no  importuna  al  cielo, 
Ni  se  muestra  envidioso  á  la  que  tienen 
Los  que  con  ansia  de  subir  sostienen 
En  flacas  alas  el  incierto  vuelo. 

Muerte  tras  luengos  años  no  le  espanta, 
Ni  Ja  recibe  con  indigna  queja, 
Mas  con  sosiego  grato  y  faz  amiga. 

Al  fin,  muriendo  con  pobreza  tanta, 
Ricos  juzga  sus  hijos,  pues  les  deja 
La  libertad,  las  aves  y  la  liga. 

BALTASAR   DEL    ALCÁZAR 

32.  Una  cena 

EN  Jaén,  donde  resido, 
Vive  don  Lope  de  Sosa, 
Y  diréte,  Inés,  la  cosa 
Más  brava  de  él  que  has  oido.  \Jtt¿uJt 

Teñía  este  caballero  ' 

87 


BALTASAR   DEL   ALCÁZAR 

Un  criado  portugués... 
Pero  cenemos,  Inés, 
Si  te  parece,  primero. 

La  mesa  tenemos  puesta, 
Lo  que  se  ha  de  cenar  junto, 
Las  tazas  del  vino  á  punto, 
Falta  comenzar  la  fiesta. 

Comience  el  vinillo  nuevo, 
Y  echóle  la  bendición  ; 
Yo  tengo  por  devoción 
De  santiguar  lo  que  bebo. 

Franco  fué,  Inés,  este  toque  ; 
Pero  arrójame  la  bota  : 
^>*  Vale  un  florín  cada  gota 

De  aqueste  vinillo  aloque. 

¿  De  qué  taberna  se  traxo  ? 
Mas  ya... de  la  del  Castillo  ; 
Diez  y  seis  vale  el  cuartillo, 
No  tiene  vino  más  baxo. 

Por  nuestro  Señor,  que  es  mina 
La  taberna  de  Alcocer  ; 
Grande  consuelo  es  tener 
La  taberna  por  vecina. 

Si  es  ó  no  invención  moderna, 
Vive  Dios  que  no  lo  sé, 
Pero  delicada  fué 
La  invención  de  la  taberna. 

Porque  allí  llego  sediento, 
Pido  vino  de  lo  nuevo, 
Mídenlo,  dánmelo,  bebo, 
^f       Pagólo  y  vóyme  contento. 
Esto,  Inés,  ello  se  alaba, 
No  es  menester  alaballo  ; 


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tí 


BALTASAR   DEL    ALCÁZAR 

Solo  una  falta  le  hallo, 
Que  con  la  priesa  se  acaba. 

La  ensalada  y  salpicón 
Hizo  fin  :   ¿  qué  viene  ahora  ?    , 
La  mojcilla,  ¡  oh  gran  señora, 
Digna  de  veneración  ! 

¡  Qué  oronda  viene  y  qué  bella  ! 
¡  Qué  través  y  enjundia  tiene  !         ¿%**/t }  ¿** 
Paréceme,  Inés,  que~viene 
Para  que  demos  en  ella.  m    í 

Pues  sús^  encójase  y  entre,  t^^*^ 

Que  es  algo  estrecho  el  camino. 
No  eches  agua,  Inés,  al  vino  ; 
No  se  escandalice  el  vientre. 

Echa  de  lo  tras  añejo,  C*»j  7 t£d 

Porque  con  más  gusto  comas  ; 
Dios  te  guarde,  que  así  tomas, 
Como  sabia,  mi  consejo. 

Mas  di,  ;  no  adoras  y  precias 
La  morcilla  ilustre  y  rica  r* 
¡  Cómo  la  traidora  pj¿a  !  k_jR 

Tal  debe  tener  especias.  JT    >  ttfl 

¡  Qué  llena  está  de  piñones  !    ^^^f 
Morcilla  de  cortesanos,  > 

Y  asada  por  esas  manos,  i   ¿&v 

Hechas  á  cebar  lechones.        *~nr*~*     j*      fr*A 

El  corazón  me  revienta  \  ^ 

De  placer  ;   no  sé  de  tí. 
¿  Cómo  te  va  ?     Yo  por  mí 
Sospecho  que  estás  contenta. 

Alegre  estoy,  vive  Dios  ; 
Mas  oye  un  punto  sutil :  í  <CJUlkjJr*l 

¿  No  pusiste  allí  un  candil  ? 

8^1 


BALTASAR   DEL    ALCÁZAR 


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¿  Cómo  rae  parecen  dos  ? 

Pero  son  preguntas  viles  ; 
Ya  sé  lo  que  puede  ser  : 
Con  este  negro  beber 
Se  acrecientan  los  candiles. 

Probemos  lo  del  pichel, 
Alto  licor  celestial ; 
No  es  el  aloquillo  tal, 
Ni  tiene  que  ver  con  él. 

¡  Qué  suavidad  !    ¡  qué  clareza  ! 
Qué  rancio  gusto  y  olor  ! 
Qué  paladar  !    ¡  qué  color  ! 
Todo  con  tanta  íínezá  ! 

Mas  el  queso  sale  á  plaza* 
La  moradilla  va  entrando, 
Y  ambos  vienen  preguntando 
Por  el  pichel  y  la  taza. 

Prueba  el  queso*  que  es  extremo, 
El  de  Pinto  no  le  iguala  ; 
Pues  la  aceituna  no  es  mala, 
Bien  puede  bogar  su  remo* 

Haz  pues,  IncSj  lo  que  sueles, 
Daca  de  la  bota  llena 
Seis"  tragos  ;   hecha  es  la  cena, 
Levántense  los  manteles. 

Ya  que,  Inésj  hemos  cenado 
Tan  bien  y  con  tanto  gusto, 
Parece  que  será  justo 
Volver  al  cuento  pasado. 

Pues  sabrás,  Inés  hermana, 
Que  el  portugués  cayó  enfermo... 
Las  once  dan,  yo  me  duermo  ; 
Quédese  para  mañana. 


ks 


FRANCISCO   DE    RIO  JA 

A   la  rosa 

PURA,  encendida  rosa, 
Emula  de  la  llama 
Que  sale  con  el  día, 
¿  Cómo  naces  tan  llena  de  alegría 
Si  sabes  que  la  edad  que  te  da  el  cielo 
Es  apenas  un  breve  y  veloz  vuelo  ? 

Y  no  valdrán  las  puntas  de  tu  rama 
Ni  tu  púrpura  hermosa 

A  detener  un  punto 

La  ejecución  del  hado  presurosa. 

El  mismo  cerco  alado, 

Que  estoy  viendo  líente, 

Ya  temo  amortiguado, 

Presto  despojo  de  la  llama  ardiente. 

Para  las  hojas  de  tu  crespo  seno 

Te  dio  Amor  de  sus  alas  blandas  plumas, 

Y  oro  de  su  cabello  dio  á  tu  frente. 
¡Oh  fiel  imagen  suya  peregrina  ! 
Bañóte  en  su  color  sangre  divina 

De  la  deidad  que  dieron  las  espumas  ; 

Y  esto,  purpúrea  íior,  y  esto  ¿  no  pudo 
Hacer  menos  violento  el  rayo  agudo  ? 
Róbate  en  una  hora, 

Róbate  licencioso  su  ardimiento 

El  color  y  el  aliento ; 

Tiendes  aun  no  las  alas  abrasadas, 

Y  ya  vuelan  al  suelo  desmayadas. 
Tan  cerca,  tan  unida 

Está  al  morir  tu  vida, 

Que  dudo  si  en  sus  lágrimas  la  aurora 

Mustia  tu  nacimiento  ó  muerte  llora. 

91 


RODRIGO   CARO 

j¿.  A  las  ruinas  de  Itálica 

ESTOS,  í^abio/  ¡  ay  dolor  !    que  ves  ahora 
Campos  de  soledad,  mustio  collado, 
Fueron  un  tiempo  Itálica  famosa  ; 
Aquí  de  Cipion  la  vencedora 
Colonia  fué  ;  por  tierra  derribado 
Yace  el  temido  honor  de  la  espantosa 
Muralla,  y  lastimosa 
s/}  Reliquia  es  solamente 

De  su  invencible  gente. 
Solo  quedan  memorias  funerales 
Donde  erraron  ya  sombras  de  alto  ejemplo  ; 
Este  llano  fué  plaza,  allí  fué  templo  ; 
De  todo  apenas  quedan  las  señales. 
Del  gimnasio  y  las  termas  regaladas 
Leves  vuelan  cenizas  desdichadas ; 
Las  torres  que  desprecio  al  aire  fueron 
A  su  gran  pesadumbre  se  rindieron. 

Este  despedazado  anfiteatro, 
Impio  honor  de  los  dioses,  cuya  afrenta 
Publica  el  amarillo  jaramago, 
Ya  reducido  á  trágico  teatro, 
j  Oh  fábula  del  tiempo  !    representa 
Cuánta  fué  su  grandeza  y  es  su  estrago. 
¿  Cómo  en  el  cerco  vago 
De  su  desierta  arena 
El  gran  pueblo  no  suena  ? 
:  Dónde,  pues  fieras  hay,  está  el  desnudo 
Luchador  ?  \  Dónde  está  el  atleta  fuerte  ? 
Todo  despareció,  cambió  la  suerte 
Voces  alegres  en  silencio  mudo  ; 
Mas  aun  el  tiempo  da  en  estos  despojos 
92 


RODRIGO   CARO 

Espectáculos  fieros  á  los  ojos, 

Y  miran  tan  confuso  lo  presente 
Que  voces  de  dolor  el  alma  siente. 

Aquí  nació  aquel  rayo  de  la  guerra, 
Gran  padre  de  la  patria,  honor  de  España, 
Pió,  felice,  triunfador  Trajano, 
Ante  quien  muda  se  postró  la  tierra 
Que  ve  del  sol  la  cuna  y  la  que  baña      *-*     .    /\ 
El  mar,  también  vencido,  gaditano.  "*"^r 
Aquí  de  E  lio  Adriano,  f  ** 

De  Teodosio  divino, 
De  Silio  peregrino 
"Rodaron  de  marfil  y  oro  las  cunas. 
Aquí  ya  de  laurel,  ya  de  jazmines 

Coronados  los  vieron  los  jardines,  •  i.  0  fwrvT" 

Que  ahora  son  zarzales  y  lagunas.       \j*F**^ 
La  casa  para,  el  César  fabricada  í 

\  Ay  !    yace  de  lagartos  'vil  morada  ; 
Casas,  jardines,  cesares  murieron, 

Y  aun  las  piedras  que  de  ellos  se  escribieron 
Fabio,  si  tú  no  lloras,  pon  atenta 

La  vista  en  luengas  calles  destruidas  ; 
Mira  mármoles  y  arcos  destrozados, 
Mira  estatuas  soberbias  que  violenta 
Némesis  derribó,  yacer  tendidas, 

Y  ya  en  alto  silencio  sepultados 
Sus  dueños  celebrados. 

Así  á  Troya  figuro,  *•*! 

Así  á  su  antiguo  muro, 

Y  á  tí,  Roma,  á  quien  queda  el  nombre  apenas, 
¡  Oh  patria  de  los  dioses  y  los  reyes  ! 

Y  á  tí,  á  quien  no  valieron  justas  leyes,      t*rv% 
Fábrica  de  Minerva,  sabia  Atenas,  /^ 

93 


RODRIGO   CARO 

Emulación  ayer  de  las  edades, 
Hoy  cenizas,  hoy  vastas  soledades, 
Que  no  os  respetó  el  hado,  no  la  muerte, 
¡  Ay  !  ni  por  sabia  á  tí,  ni  á  tí  por  fuerte. 

Mas  ¿  para  qué  la  mente  se  derrama 
En  buscar  al  dolor  nuevo  argumento  ? 
Basta  ejemplo  menor,  basta  el  presente, 
Que  aun  se  ve  el  humo  aquí,  se  ve  la  llama, 
Aun  se  oyen  llantos  hoy,  hoy  ronco  acento  ; 
Tal  genio  ó  religión  fuerza  la  mente 
De  la  vecina  gente, 
Que  refiere  admirada 
Que  en  la  noche  callada 
Una  voz  triste  se  oye,  que,  llorando 
Cayó  Itálica  dice,  y  lastimosa, 
Eco  reclama  Itálica  en  la  hojosa 
Selva  que  se  le  opone,  resonando 
Itálica,  y  el  claro  nombre  oido 
De  Itálica,  renuevan  el  gemido 
Mil  sombras  nobles  de  su  gran  ruina  ; 
j  Tanto  aun  la  plebe  á  sentimiento  inclina  ! 

Esta  corta  piedad  que,  agradecido 
Huésped,  á  tus  sagrados  manes  debo, 
Les  do  y  consagro,  Itálica  famosa.  »   (¡ 

Tú,  si  lloroso  don  han  admitido 
Las  ingrajtas  cenizas,  de  que  llevo 
Dulce  noticia  asaz,  si  lastimosa, 
Permíteme,  piadosa  m¡K 

Usura  á  tierno  llanto,  \jtf** 

Que  vea  el  cuerpo  santo 
De  Geroncio,  tu  mártir  y  prelado. 
Muestra  de  su  sepulcro  algunas  señas, 
Y  cavaré  con  lágrimas  las  peñas 


RODRIGO   CARO 

Que  ocultan  su  sarcófago  sagrado  ;  tHYrdL  5^a  W 

Pero  mal  pido  el  único  consuelo  Q  I 

De  todo  el  bien  que  airado  quito  el  cielo. 
Goza  en  Jas  tuyas  sus  reliquias  bellas 
Para  invidia  del  mundo  y  sus  estrellas. 

ANÓNIMO    SEVILLANO         / 

(Probablemente  Fernández  de  Andrada) 

Epístola  moral 

FABIO,  las  esperanzas  cortesanas 
Prisiones  son  do  el  ambicioso  muere 
Y  donde  al  más  astuto  nacen  canas. 

El  que  no  las  limare  ó  las  rompiere, 
Ni  el  nombre  de  varón  ha  merecido, 
Ni  subir  al  honor  que  pretendiere. 

El  ánimo  plebeyo  y  abatido 
Elija,  en  sus  intentos  temeroso, 
Primero  estar  suspenso  que  caido  ; 

Que  el  corazón  entero  v  generoso 
Al  caso  adverso  inclinará  la  frente 
Antes  que  la  rodilla  al  poderoso. 

Más  triunfos,  más  coronas  dio  al  prudente 
Que  supo  retirarse,  la  fortuna, 
Que  al  que  esperó  obstinada  y  locamente. 

Esta  invasión  terrible  é  importuna 
De  contrarios  sucesos  nos  espera 
Desde  el  primer  sollozo  de  la  cuna. 

Dexémosla  pasar  como  á  la  fiera 
Corriente  del  gran  Bétis,  cuando  airado 
Dilata  hasta  los  montes  su  ribera. 

Aquel  entre  los  héroes  es  contado 

95 


ANÓNIMO    SEVILLANO 

Que  el  premio  mereció,  no  quien  le  alcanza 
Por  vanas  consecuencias  del  estado. 

Peculio  propio  es  ya  de  la  privanza 
Cuanto  de  Astrea  fué,  cuanto  regía 
Con  su  temida  espada  y  su  balanza. 

El  oro,  la  maldad,  la  tiranía 
Del  inicuo  procede  y  pasa  al  bueno. 
¿  Qué  espera  la  virtud  ó  qué  confía  ? 

Vén  y  reposa  en  el  materno  seno 
De  la  antigua  Romúlea,  cuyo  clima 
Te  será  más  humano  y  más  sereno. 

Adonde  por  lo  menos,  cuando  oprima 
Nuestro  cuerpo  la  tierra,  dirá  alguno  ; 
«Blanda  le  sea»,  al  derramarla  encima  ; 

Donde  no  dexarás  la  mesa  ayuno 
Cuando  te  falte  en  ella  el  pece  raro 
O  cuando  su  pavón  nos  niegue  Juno. 

Busca  pues  el  sosiego  dulce  y  caro, 
Como  en  la  obscura  noche  del  Egeo 
Busca  el  piloto  el  eminente  faro  ; 

Que  si  acortas  y  ciñes  tu  deseo 
Dirás  :    «Lo  que  desprecio  he  conseguido  ; 
Que  la  opinión  vulgar  es  devaneo. » 

Más  precia  el  ruiseñor  su  pobre  nido 
De  pluma  y  leves  pajas,  más  sus  quejas 
En  el  bosque  repuesto  y  escondido, 

Que  halagar  lisongero  las  orejas 
De  algún  príncipe  insigne  ;   aprisionado 
En  el  metal  de  las  doradas  rejas. 

Triste  de  aquel  que  vive  destinado 
Á  esa  antigua  colonia  de  los  vicios, 
Augur  de  los  semblantes  del  privado. 

Cese  el  ansia  y  la  sed  de  los  oficios  ; 
96 


ANÓNIMO    SEVILLANO 

Que  acepta  el  don  y  burla  del  intento 
El  ídolo  á  quien  haces  sacrificios. 
Iguala  con  la  vida  el  pensamiento, 

Y  no  le  pasarás  de  hoy  á  mañana, 

Ni  quizá  de  un  momento  á  otro  momento. 

Casi  no  tienes  ni  una  sombra  vana 
De  nuestra  antigua  Itálica,  y  ¿  esperas  ? 
¡  Oh  error  perpetuo  de  la  suerte  humana ! 

Las  enseñas  grecianas,  las  banderas 
Del  senado  y  romana  monarquía 
Murieron,  y  pasaron  sus  carreras. 

¿  Qué  es  nuestra  vida  más  que  un  breve  día 
Do  apena  sale  el  sol  cuando  se  pierde 
En  las  tinieblas  de  la  noche  fría  ? 

¿  Qué  más  que  el  heno,  á  la  mañana  verde, 
Seco  á  la  tarde  ?    ¡  Oh  ciego  desvarío  ! 
¿  Será  que  de  este  sueño  me  recuerde  ? 

¿  Será  que  pueda  ver  que  me  desvío 
De  la  vida  viviendo,  y  que  está  unida 
La  cauta  muerte  al  simple  vivir  mió  ? 

Como  los  ríos,  que  en  veloz  corrida 
Se  llevan  á  la  mar,  tal  soy  llevado 
Al  último  suspiro  de  mi  vida. 

De  la  pasada  edad  ¿  qué  me  ha  quedado  ? 
Ó  ¿  qué  tengo  yo,  á  dicha,  en  la  que  espero, 
Sin  ninguna  noticia  de  mi  hado  ? 

¡  Oh,  si  acabase,  viendo  cómo  muero, 
De  aprender  á  morir  antes  que  llegue 
Aquel  forzoso  término  postrero  ; 

Antes  que  aquesta  mies  inútil  siegue 
De  la  severa  muerte  dura  mano, 

Y  á  la  común  materia  se  la  entregue  ! 
Pasáronse  las  flores  del  verano, 

S  8  97 


ANÓNIMO    SEVILLANO 

El  otoño  pasó  con  sus  racimos, 
Pasó  el  invierno  con  sus  nieves  cano  ; 

Las  hojas  que  en  las  altas  selvas  vimos 
Cayeron,  ¡  y  nosotros  á  porfía 
En  nuestro  engaño  inmóviles  vivimos  ! 

Temamos  al  Señor  que  nos  envía 
Las  espigas  del  año  y  la  hartura, 

Y  la  temprana  pluvia  y  la  tardía. 

No  imitemos  la  tierra  siempre  dura 
A  las  aguas  del  cielo  y  al  arado, 
Ni  la  vid    cuyo  fruto  no  madura. 

¿  Piensas  acaso  tú  que  fué  criado 
El  varón  para  rayo  de  la  guerra, 
Para  sulcar  el  piélago  salado, 

Para  medir  el  orbe  de  la  tierra 

Y  el  cerco  donde  el  sol  siempre  camina  ? 

¡  Oh,  quien  así  lo  entiende,  cuánto  yerra  ! 

Esta  nuestra  porción,  alta  y  divina, 
A  mayores  acciones  es  llamada 

Y  en  más  nobles  objetos  se  termina. 

Así  aquella  que  al  hombre  solo  es  dada, 
Sacra  razón  y  pura,  me  despierta, 
De  esplendor  y  de  rayos  coronada  ; 

Y  en  la  fria  región  dura  y  desierta 
De  aqueste  pecho  enciende  nueva  llama, 

Y  la  luz  vuelve  á  arder  que  estaba  muerta. 
Quiero,  Fabio,  seguir  á  quien  me  llama, 

Y  callado  pasar  entre  la  gente, 

Que  no  alecto  los  nombres  ni  la  fama. 

El  soberbio  tirano  del  Oriente 
Que  maciza  las  torres  de  cien  codos 
Del  candido  metal  puro  y  luciente 

Apenas  puede  ya  comprar  los  modos 
53 


ANÓNIMO    SEVILLANO 

Del  pecar  ;  la  virtud  es  más  barata, 
Ella  consigo  mesma  ruega  á  todos. 

¡  Pobre  de  aquel  que  corre  y  se  dilata 
Por  cuantos  son  los  climas  y  los  mares, 
Perseguidor  del  oro  y  de  la  piata ! 

Un  ángulo  me  basta  entre  mis  lares, 
Un  libro  y  un  amigo,  un  sueño  breve, 
Que  no  perturben  deudas  ni  pesares. 

Esto  tan  solamente  es  cuanto  debe 
Naturaleza  al  simple  y  al  discreto, 

Y  algún  manjar  común,  honesto  y  leve. 
No,  porque  así  te  escribo,  hagas  conceto 

Que  pongo  la  virtud  en  ejercicio  ; 
Que  aun  esto  fué  difícil  á  Epiteto. 

Basta  al  que  empieza  aborrecer  el  vicio, 

Y  el  ánimo  enseñar  á  ser  modesto  ; 
Después  le  será  el  cielo  más  propicio. 

Despreciar  el  deleite  no  es  supuesto 
De  sólida  virtud  ;    que  aun  el  vicioso 
En  sí  propio  le  nota  de  molesto. 

Mas  no  podrás  negarme  cuan  forzoso 
Este  camino  sea  al  alto  asiento, 
Morada  de  la  paz  y  del  reposo. 

No  sazona  la  fruta  en  un  momento 
Aquella  inteligencia  que  mensura 
La  duración  de  todo  á  su  talento. 

Flor  la  vimos  primero  hermosa  y  pura, 
Luego  materia  acerba  y  desabrida, 

Y  perfecta  después,  dulce  y  madura  ; 

Tal  la  humana  prudencia  es  bien  que  mida 

Y  dispense  y  comparta  las  acciones 
Que  han  de  ser  compañeras  de  Ja  vida. 

No  quiera  Dios  que  imite  estos  varones 

99 


ANÓNIMO    SEVILLANO 

Que  moran  nuestras  plazas  macilentos, 
De  la  virtud  infames  histriones  ; 

Esos  inmundos  trágicos,  atentos 
Al  aplauso  común,  cuyas  entrañas 
Son  infaustos  y  oscuros  monumentos. 

¡  Cuan  callada  que  pasa  las  montañas 
El  aura,  respirando  mansamente  ! 
¡  Qué  gárrula  y  sonante  por  las  cañas  !  ; 

¡  Qué  muda  la  virtud  por  el  prudente  ! 
;  Que  redundante  y  llena  de  ruido 
Por  el  vano,  ambicioso  y  aparente  ! 

Quiero  imitar  al  pueblo  en  el  vestido, 
En  las  costumbres  solo  á  los  mejores, 
Sin  presumir  de  roto  y  mal  ceñido. 

No  resplandezca  el  oro  y  los  colores 
En  nuestro  traje,  ni  tampoco  sea 
Igual  al  de  los  dóricos  cantores. 

Una  mediana  vida  yo  posea, 
Un  estilo  común  y  moderado, 
Que  no  lo  note  nadie  que  lo  vea. 

En  el  plebeyo  barro  mal  tostado 
Hubo  ya  quien  bebió  tan  ambicioso 
Como  en  el  vaso  Múrino  preciado  ; 

Y  alguno  tan  ilustre  y  generoso 
Que  usó,  como  si  fuera  plata  neta, 
Del  cristal  transparente  y  luminoso. 

Sin  la  templanza  ¿  viste  tú  perfeta 
Alguna  cosa  ?    ¡  Oh  muerte  !    ven  callada, 
Como  sueles  venir  en  la  saeta, 

No  en  la  tonante  máquina  preñada 
De  fuego  y  de  rumor  ;   que  no  es  mi  puerta 
De  doblados  metales  fabricada. 

Así,  Fabio,  me  muestra  descubierta 


ANÓNIMO    SEVILLANO 

Su  esencia  la  verdad,  y  mi  albedrío 
Con  ella  se  compone  y  se  concierta. 

No  te  burles  de  ver  cuánto  confío, 
Ni  al  arte  de  decir,  vana  y  pomposa, 
El  ardor  atribuyas  de  este  brío. 

¿  Es  por  ventura  menos  poderosa 
Que  el  vicio  la  virtud  ?  ¿  Es  menos  fuerte  ? 
No  la  arguyas  de  flaca  y  temerosa. 

La  codicia  en  las  manos  de  la  suerte 
Se  arroja  al  mar,  la  ira  á  las  espadas, 
Y  la  ambición  se  ríe  de  la  muerte. 

Y  ¿  no  serán  siquiera  tan  osadas 
Las  opuestas  acciones,  si  las  miro 
De  más  ilustres  genios  ayudadas  ? 

Ya,  dulce  amigo,  huyo  y  me  retiro 
De  cuanto  simple  amé  ;   rompí  los  lazos. 
Vén  y  verás  al  alto  fin  que  aspiro, 
Antes  que  el  tiempo  muera  en  nuestros  brazos, 

LUPERCIO  LEONARDO 
DE  ARGENSOLA 

A  la  esperanza 

ALIVIA  sus  fatigas 
El  labrador  cansado 
Cuando  su  yerta  barba  escarcha  cubre, 
Pensando  en  las  espigas 
Del  agosto  abrasado 

Y  en  los  lagares  ricos  del  otubre  ; 
La  hoz  se  le  descubre 

Cuando  el  arado  apaña, 

IOI 


L.    L.    DE    ARGENSOLA 

Y  con  dulces  memorias  le  acompaña. 
Carga  de  hierro  duro 

Sus  miembros,  y  se  obliga 
El  joven  al  trabajo  de  la  guerra. 
Huye  el  ocio  seguro, 
Trueca  por  la  enemiga 
Su  dulce,  natural  y  amiga  tierra  } 
Mas  cuando  se  destierra 
O  al  asalto  acomete, 
Mil  triunfos  y  mil  glorias  se  promete. 
La  vida  al  mar  confía, 

Y  á  dos  tablas  delgadas, 

El  otro,  que  del  oro  está  sediento. 
Escóndesele  el  dia, 

Y  las  olas  hinchadas 

Suben  á  combatir  el  firmamento  ; 
El  quita  el  pensamiento 
De  la  muerte  vecina, 

Y  en  el  oro  le  pone  y  en  la  mina. 
Dexa  el  lecho  caliente 

Con  la  esposa  dormida 
El  cazador  solícito  y  robusto. 
Sufre  el  cierzo  inclemente, 
La  nieve  endurecida, 

Y  tiene  de  su  afán  por  premio  justo 
Interrumpir  el  gusto 

Y  la  paz  de  las  fieras 

En  vano  cautas,  fuertes  y  ligeras. 

Premio  y  cierto  fin  tiene 
Cualquier  trabajo  humano, 

Y  el  uno  llama  al  otro  sin  mudanza  ; 
El  invierno  entretiene 

La  opinión  del  verano, 
102 


37- 


L.    L.    DE   ARGENSOLA 

Y  un  tiempo  sirve  al  otro  de  templanza. 
El  bien  de  la  esperanza 

Solo  quedó  en  el  suelo, 

Cuando  todos  huyeron  para  el  cielo. 

Si  la  esperanza  quitas, 
¿  Qué  le  dejas  al  mundo  ? 
Su  máquina  disuelves  y  destruyes  ; 
Todo  lo  precipitas 
En  olvido  profundo, 

Y  ¿  del  fin  natural,  Flérida,  huyes  ? 
Si  la  cerviz  rehuyes 

De  los  brazos  amados, 

¿  Qué  premio  piensas  dar  á  los  cuidados  ? 

Amor,  en  diferentes 
Géneros  dividido, 

Él  publica  su  fin,  y  quien  le  admite. 
Todos  los  accidentes 
De  un  amante  atrevido 
(Niegúelo  ó  disimúlelo)  permite. 
Limite  pues,  limite 
La  vana  resistencia  ; 
Que,  dada  la  ocasión,  todo  es  licencia. 


IMAGEN  espantosa  de  la  muerte, 
Sueño  cruel,  no  turbes  más  mi  pecho, 
Mostrándome  cortado  el  nudo  estrecho, 
Consuelo  solo  de  mi  adversa  suerte. 

Busca  de  algún  tirano  el  muro  fuerte, 
De  jaspe  las  paredes,  de  oro  el  techo, 
O  el  rico  avaro  en  el  angosto  Jecho 
Haz  que  temblando  con  sudor  despierte. 

El  uno  vea  el  popular  tumulto 

103 


J* 


39- 


L.    L.    DE   ARGENSOLA 

Romper  con  furia  las  herradas  puertas, 
O  al  sobornado  siervo  el  hierro  oculto. 

El  otro  sus  riquezas,  descubiertas 
Con  llave  falsa  ó  con  violento  insulto, 
Y  dexale  al  amor  sus  glorias  ciertas. 


LLEVÓ  tras  sí  los  pámpanos  otubre, 

Y  con  las  grandes  lluvias  insolente, 
No  sufre  Ibero  márgenes  ni  puente, 
Mas  antes  los  vecinos  campos  cubre. 

Moncayo,  como  suele,  ya  descubre 
Coronada  de  nieve  la  alta  frente  ; 

Y  el  sol  apenas  vemos  en  oriente, 
Cuando  la  opaca  tierra  nos  lo  encubre. 

Sienten  el  mar  y  selvas  ya  la  saña 
Del  Aquilón,  y  encierra  su  bramido 
Gente  en  el  puerto  y  gente  en  la  cabana. 

Y  Fabio,  en  el  umbral  de  Tais  tendido 
Con  vergonzosas  lágrimas  lo  baña, 
Debiéndolas  al  tiempo  que  ha  perdido. 

BARTOLOMÉ  LEONARDO 
DE  ARGENSOLA 

«DIME,  Padre  común,  pues  eres  justo, 
¿  Por  qué  ha  de  permitir  tu  providencia 
Que,  arrastrando  prisiones  la  inocencia, 
Suba  la  fraude  á  tribunal  augusto  ? 

«¿  Quién  da  fuerzas  al  brazo  que  robusto 
Hace  á  tus  leyes  firme  resistencia, 

Y  que  el  celo,  que  más  la  reverencia, 
104 


B.    L.    DE   ARGENSOLA 

Gima  á  los  pies  del  vencedor  injusto  ? 

«Vemos  que  vibran  vitoriosas  palmas 
Manos  inicas,  la  virtud  gimiendo 
Del  triunfo  en  el  injusto  regocijo.» 

Esto  decía  yo,  cuando  riendo 
Celestial  ninfa  apareció,  y  me  dijo : 
« ¡  Cie«o  !    ;  es  la  tierra  el  centro  de  las  almas  ?i 


LOPE   DE   VEGA 

¿o.  <     Canción 

¡  OH  libertad  preciosa, 
No  comparada  al  oro, 
Ni  al  bien  mayor  de  la  espaciosa  tierra ! 
Más  rica  y  más  gozosa 
Que  el  precioso  tesoro 
Que  el  mar  del  sur  entre  su  nácar  cierra  ; 
Con  armas,  sangre  y  guerra, 
Con  las  vidas  y  famas, 
Conquistado  en  el  mundo  ; 
Paz  dulce,  amor  profundo, 
Que  el  mal  apartas  y  á  tu  bien  nos  llamas 
En  tí  sola  se  anida 
Oro,  tesoro,  paz,  bien,  gloria  y  vida. 

Cuando  de  las  humanas 
Tinieblas  vi  del  cielo 
La  luz,  principio  de  mis  dulces  dias, 
Aquellas  tres  hermanas 
Que  nuestro  humano  velo 
Texiendo,  llevan  por  inciertas  vías, 
Las  duras  penas  mias 

ios 


LOPE   DE   VEGA 

Trocaron  en  la  gloria 

Que  en  libertad  poseo, 

Con  siempre  igual  deseo, 

Donde  verá  por  mi  dichosa  historia, 

Quien  más  leyere  en  ella, 

Que  es  dulce  libertad  lo  menos  del  la. 

Yo  pues,  señor  exento 
Desta  montaña  y  prado, 
Gozo  la  gloria  y  libertad  que  tengo. 
Soberbio  pensamiento 
Jamás  ha  derribado 

La  vida  humilde  y  pobre  que  sostengo. 
Cuando  á  las  manos  vengo 
Con  el  muchacho  ciego, 
Haciendo  rostro  embisto, 
Venzo,  triunfo  y  resisto 
La  flecha,  el  arco,  la  ponzoña,  el  fuego, 

Y  con  libre  albedrío 

Lloro  el  ageno  mal  y  canto  el  mió. 

Cuando  el  aurora  baña 
Con  helado  rocío 

De  aljófar  celestial  el  monte  y  prado, 
Salgo  de  mi  cabana, 
Riberas  deste  rio, 
A  dar  el  nuevo  pasto  á  mi  ganado, 

Y  cuando  el  sol  dorado 
Muestra  sus  fuerzas  graves, 
Al  sueño  el  pecho  inclino 
Debaxo  un  sauce  ó  pino, 
Oyendo  el  son  de  las  parleras  aves, 
Ó  ya  gozando  el  aura, 

Donde  el  perdido  aliento  se  restaura. 

Cuando  la  noche  oscura 
106 


LOPE    DE    VEGA 

Con  su  estrellado  manto 

El  claro  día  en  su  tiniebla  encierra, 

Y  suena  en  la  espesura 
El  tenebroso  canto 

De  los  nocturnos  hijos  de  la  tierra, 
Al  pié  de  aquesta  tierra 
Con  rústicas  palabras 
Mi  ganadillo  cuento 

Y  el  corazón  contento 

Del  gobierno  de  ovejas  y  de  cabras, 

La  temerosa  cuenta 

Del  cuidadoso  rey  me  representa. 

Aquí  la  verde  pera 
Con  la  manzana  hermosa, 
De  gualda  y  roja  sangre  matizada, 

Y  de  color  de  rosa 
La  cermeña  olorosa 

Tengo,  y  la  endrina  de  color  morada  ; 
Aquí  de  la  enramada 
Parra  que  al  olmo  enlaza, 
Melosas  uvas  cojo  ; 

Y  en  cantidad  recojo, 

Al  tiempo  que  las  ramas  desenlaza 

El  caluroso  estío, 

Membrillos  que  coronan  este  rio. 

No  me  da  descontento 
El  hábito  costoso 

Que  de  lascivo  el  pecho  noble  infama  ; 
Es  mi  dulce  sustento 
Del  campo  generoso 
Estas  silvestres  frutas  que  derrama  ; 
Mi  regalada  cama 
De  blandas  pieles  y  hojas, 

107 


LOPE   DE    VEGA 

Que  algún  rey  la  envidiara, 

Y  de  tí,  fuente  clara, 

Que  bullendo,  el  arena  y  agua  arrojas, 

Estos  cristales  puros, 

Sustentos  pobres,  pero  bien  seguros. 

Estese  el  cortesano 
Procurando  á  su  gusto 
La  blanda  cama  y  el  mejor  sustento  ; 
Bese  la  ingrata  mano 
Del  poderoso  injusto, 
Formando  torres  de  esperanza  al  viento  ; 
Viva  y  muera  sediento 
Por  el  honroso  oficio, 

Y  goce  yo  del  suelo, 

Al  aire,  al  sol  y  al  hielo, 
Ocupado  en  mi  rústico  ejercicio  ; 
Que  más  vale  pobreza 
En  paz,  que  en  guerra  mísera  riqueza. 

Ni  temo  al  poderoso 
Ni  al  rico  lisonjeo, 
Ni  soy  camaleón  del  que  gobierna, 
Ni  me  tiene  envidioso 
La  ambición  y  deseo 
De  ajena  gloria  ni  de  fama  eterna  ; 
Carne  sabrosa  y  tierna, 
Vino  aromatizado, 
Pan  blanco  de  aquel  dia, 
En  prado,  en  fuente  fria, 
Halla  un  pastor  con  hambre  fatigado  ; 
Que  el  grande  y  el  pequeño 
Somos  iguales  lo  que  dura  el  sueño. 


1 08 


4.1. 


LOPE   DE   VEGA 

Á  MIS  soledades  voy, 
De  mis  soledades  vengo, 
Porque  para  andar  conmigo 
Me  bastan  mis  pensamientos. 

¡  No  sé  qué  tiene  la  aldea 
Donde  vivo  y  donde  muero, 
Que  con  venir  de  mí  mismo 
No  puedo  venir  más  lejos  ! 

Ni  estoy  bien  ni  mal  conmigo  ; 
Mas  dice  mi  entendimiento 
Que  un  hombre  que  todo  es  alma 
Está  cautivo  en  su  cuerpo. 

Entiendo  lo  que  me  basta, 
Y  solamente  no  entiendo 
Cómo  se  sufre  á  sí  mismo 
Un  ignorante  soberbio. 

De  cuantas  cosas  me  cansan, 
Fácilmente  me  defiendo  ; 
Pero  no  puedo  guardarme 
De  los  peligros  de  un  necio. 

El  dirá  que  yo  lo  soy, 
Pero  con  falso  argumento  ; 
Que  humildad  y  necedad 
No  caben  en  un  sujeto. 

La  diferencia  conozco, 
Porque  en  él  y  en  mí  contemplo, 
Su  locura  en  su  arrogancia, 
Mi  humildad  en  su  desprecio. 

Ó  sabe  naturaleza 
Más  que  supo  en  otro  tiempo, 
ó  tantos  que  nacen  sabios 
Es  porque  lo  dicen  ellos. 

Sólo  sé  que  no  sé  nada, 

iog 


LOPE    DE    VEGA 

Dixo  un  íilüiofo,  haciendo 
La  cuenta  con  su  humildad, 
Adonde  lo  más  es  menos. 

No  me  precio  de  entendido, 
De  desdichado  me  precio  ; 
Que  los  que  no  son  dichosos, 
¿  Cómo  pueden  ser  discretos  ? 

No  puede  durar  el  mundo, 
Porque  dicen,  y  lo  creo, 
Que  suena  á  vidrio  quebrado 

Y  que  ha  de  romperse  presto. 
Señales  son  dei  juicio 

Ver  que  todos  le  perdemos, 
Unos  por  carta  de  más, 
Otros  por  carta  de  menos. 

Dijeron  que  antiguamente 
Se  fué  la  verdad  al  cielo  : 
Tal  la  pusieron  los  hombres 
Que  desde  entonces  no  ha  vuelto. 

En  dos  edades  vivimos 
Los  propios  y  los  ajenos, 
La  de  plata  los  extraños, 

Y  la  de  cobre  los  nuestros. 

¿  A  quién  no  dará  cuidado, 
Si  es  español  verdadero, 
Ver  los  hombres  á  lo  antiguo 

Y  el  valor  á  lo  moderno  ? 
Dixo  Dios  que  comería 

Su  pan  el  hombre  primero 
Con  el  sudor  de  su  cara, 
Por  quebrar  su  mandamiento  ; 
^  Y  algunos  inobedientes 
A  la  vergüenza  y  al  miedo, 


LOPE   DE   VEGA 

Con  las  prendas  de  su  honor 
Han  trocado  los  efectos. 

Virtud  y  filosofía 
Peregrinan  como  ciegos  : 
El  uno  se  lleva  al  otro, 
Llorando  van  y  pidiendo. 

Dos  polos  tiene  la  tierra, 
Universal  movimiento, 
La  mejor  vida  el  favor, 
La  mejor  sangre  el  dinero. 

Oigo  tañer  las  campanas, 
Y  no  me  espanto,  aunque  puedo, 
Que  en  lugar  de  tantas  cruces 
Haya  tantos  hombres  muertos. 

Mirando  estoy  los  sepulcros 
Cuyos  mármoles  eternos 
Están  diciendo  sin  lengua 
Que  no  lo  fueron  sus  dueños. 

¡  Oh,  bien  haya  quien  los  hizo, 
Porque  solamente  en  ellos 
De  los  poderosos  grandes 
Se  vengaron  los  pequeños  ! 

Fea  pintan  á  la  envidia : 
Yo  confieso  que  la  tengo 
De  unos  hombres  que  no  saben 
Quien  vive  pared  en  medio. 

Sin  libros  y  sin  papeles, 
Sin  tratos,  cuentas  ni  cuentos, 
Cuando  quieren  escribir 
Piden  prestado  el  tintero. 

Sin  ser  pobres  ni  ser  ricos, 
Tienen  chimenea  y  huerto  ; 
No  los  despiertan  cuidados, 


i* 


LOPE    DE    VEGA 

Ni  pretensiones,  ni  pleitos. 

Ni  murmuraron  del  grande, 
Ni  ofendieron  al  pequeño  ; 
Nunca,  como  yo,  firmaron 
Parabién,  ni  pascua  dieron. 

Con  esta  envidia  que  digo, 
Y  lo  que  paso  en  silencio, 
A  mis  soledades  voy, 
De  mis  soledades  vengo. 


¡  POBRE  barquilla  mia, 
Entre  peñascos  rota, 
Sin  velas  desvelada, 

Y  entre  las  olas  sola ! 

¿  Adonde  vas  perdida  ? 
¿  Adonde,  di  te  engolfas  ü 
Que  no  hay  deseos  cuerdos 
Con  esperanzas  locas. 

Como  las  altas  naves, 
Te  apartas  animosa 
De  la  vecina  tierra, 

Y  al  fiero  mar  te  arrojas. 
Igual  en  las  fortunas, 

Mayor  en  las  congojas, 
Pequeña  en  las  defensas, 
Incitas  á  las  ondas. 

Advierte  que  te  llevan 
Á  dar  entre  las  rocas 
De  la  soberbia  envidia, 
Naufragio  de  las  honras. 

Cuando  por  las  riberas 
Andabas  costa  á  costa, 


S9 


LOPE    DE    VEGA 

Nunca  del  mar  temiste 
Las  iras  procelosas. 

Segura  navegabas ; 
Que  por  la  tierra  propia 
Nunca  el  peligro  es  mucho 
Adonde  el  agua  es  poca. 

Verdad  es  que  en  la  patria 
No  es  la  virtud  dichosa, 
Ni  se  estima  la  perla 
Hasta  dejar  la  concha. 

Dirás  que  muchas  barcas 
Con  el  favor  en  popa, 
Saliendo  desdichadas, 
Volvieron  venturosas. 

No  mires  los  ejemplos 
De  las  que  van  y  tornan, 
Que  á  muchas  ha  perdido 
La  dicha  de  las  otras. 
Para  los  altos  mares 
No  llevas  cautelosa, 
Ni  velas  de  mentiras, 
Ni  remos  de  lisonjas. 

I  Quién  te  engañó,  barquilla  ? 
Vuelve,  vuelve  la  proa ; 
Que  presumir  de  nave 
Fortunas  ocasiona. 

¡  Qué  jarcias  te  entretejen  ? 
¿  Qué  ricas  banderolas 
Azote  son  del  viento 
Y  de  las  aguas  sombra  ? 

¿  En  qué  gavia  descubres 
Del  árbol  alta  copa, 
La  tierra  en  perspectiva, 

"3 


LOPE    DE   VEGA 

Del  mar  incultas  orlas  ? 

¿  En  qué  celajes  fundas 
Que  es  bien  echar  la  sonda, 
Cuando,  perdido  el  rumbo, 
Erraste  la  derrota  ? 

Si  te  sepulta  arena, 
¿  Qué  sirve  fama  heroica  ? 
Que  nunca  desdichados 
Sus  pensamientos  logran. 

¿  Qué  importa  que  te  ciñan 
Ramas  verdes  ó  rojas, 
Que  en  selvas  de  corales 
Salado  césped  brota  ? 

Laureles  de  la  orilla 
Solamente  coronan 
Navios  de  alto  bordo 
Que  jarcias  de  oro  adornan. 

No  quieras  que  yo  sea, 
Por  tu  soberbia  pompa, 
Faetonte  de  barqueros 
Que  los  laureles  lloran. 

Pasaron  ya  los  tiempos 
Cuando  lamiendo  rosas 
El  céfiro  bullía 
Y  suspiraba  aromas. 

Ya  fieros  huracanes 
Tan  arrogantes  soplan 
Que,  salpicando  estrellas, 
Del  sol  la  frente  mojan  ; 

Ya  los  valientes  rayos 
De  la  vulcana  forja, 
En  vez  de  torres  altas, 
Abrasan  pobres  chozas. 

*i4 


LOPE    DE    VEGA 

^  Contenta  con  tus  redes, 
Á  la  playa  arenosa 
Mojado  me  sacabas  ; 
Pero  vivo,  ¿  qué  importa  ? 

Cuando  de  rojo  nácar 
Se  afeitaba  la  aurora, 
Más  peces  te  llenaban 
Que  ella  lloraba  aljófar. 

Al  bello  sol  que  adoro, 
Enjuta  ya  la  ropa, 
Nos  daba  una  cabana 
La  cama  de  sus  hojas. 

Esposa  me  llamaba, 
Yo  la  llamaba  esposa, 
Parándose  de  envidia 
La  celestial  antorcha. 

Sin  pleito,  sin  disgusto, 
La  muerte  nos  divorcia  : 
¡  Ay  de  la  pobre  barca 
Que  en  lágrimas  se  ahoga ! 

Quedad  sobre  la  arena, 
Inútiles  escotas ; 
Que  no  ha  menester  velas 
Quien  á  su  bien  no  torna. 

Si  con  eternas  plantas 
Las  fixas  luces  doras, 
;  Oh  dueño  de  mi  barca  ! 
Y  en  dulce  paz  reposas, 

Merezca  que  le  pidas 
Al  bien  que  eterno  gozas, 
Que  adonde  estás,  me  lleve, 
Más  pura  y  más  hermosa. 

Mi  honesto  amor  te  obligue  ; 

"5 


LOPE    DE    VEGA 

Que  no  es  digna  victoria 
Para  quejas  humanas 
Ser  las  deidades  sordas. 

Mas  ¡  ay  que  no  me  escuchas  ! 
Pero  la  vida  es  corta  : 
Viviendo,  todo  falta  ; 
Muriendo,  todo  sobra. 


43.  Judit 

CUELGA  sangriento  de  la  cama  al  suelo 
El  hombro  diestro  del  feroz  tirano, 
Que  opuesto  al  muro  de  Betulia  en  vano, 
Despidió  contra^sí  rayos  al  cielo. 

RevueltOyfcon  el  ansia  leí  rojo  velo       :  ' 
Del  pabellón  á  la  siniestra  mano, 
Descubre  el  espectáculo  inhumano 
Del  tronco  horrible,  convertido  en  hielo.     \a/4^ 

Vertido  Baco,  el  fuerte  arnés  afea        h*^\\ \ 
Los  vasos  y  la  mesa  derribada, 
Duermen  los  guardas,  que  tan  mal  emplea  ; 

Y  sobre  la  muralla,  coronada 
Del  pueblo  de  Israel,  la  casta  hebrea 
Con  la  cabeza  resplandece  armada. 


44. 


SUELTA  mi  manso,  mayoral  extraño, 
Pues  otro  tienes  tú  de  igual  decoro  : 
Suelta  la  prenda  que  en  el  alma  adoro, 
Perdida  por  tu  bien  y  por  mi  daño. 

Pónle  su  esquila  de  labrado  estaño, 
116 


45- 


46. 


LOPE    DE    VEGA 

Y  no  le  engañen  tus  collares  de  oro  : 

Toma  en  albricias  este  blanco  toro 

Que  á  las  primeras  yerbas  cumple  un  año. 

Si  pides  señas,  tiene  el  veiíocino 
Pardo,  encrespado,  y  los  ojuelos  tiene 
Como  durmiendo  en  regalado  sueño. 

Si  piensas  que  no  soy  su  dueño,  Alcino, 
Suelta,  y  verásle  si  á  mi  choza  viene ; 
Que  aun  tienen  sal  las  manos  de  su  dueño. 


¿  QUE  tengo  yo,  que  mi  amistad  procuras  ? 
¿  Que  interés  se  te  sigue,  Jesús  mió, 
Que  á  mi  puerta,  cubierto  de  rocío, 
Pasas  las  noches  del  invierno  escuras  ? 

¡  Oh  cuánto  fueron  mis  entrañas  duras,   • 
Pues  no  te  abrí !    ¡  Qué  extraño  desvarío 
Si  de  mi  ingratitud  el  hielo  frió 
Secó  las  llagas  de  tus  plantas  puras  ! 

¡  Cuántas  veces  el  ángel  me  decía : 
t  Alma,  asómate  agora  á  la  ventana  ; 
Verás  con  cuánto  amor  llamar  porfía  ! » 

Y  ¡  cuántas,  hermosura  soberana, 
«Mañana  le  abriremos,»  respondía, 
Para  lo  mismo  responder  mañana  ! 


PASTOR,  que  con  tus  silbos  amorosos 
Me  despertaste  del  profundo  sueño  ; 
Tú,  que  hiciste  cayado  dése  leño 
En  que  tiendes  los  brazos  poderosos  ; 

Vuelve  los  ojos  á  mi  íé  piadosos, 
Pues  te  confieso  por  mi  amor  y  dueño, 


y 


LOPE   DE   VEGA 

Y  la  palabra  de  seguirte  empeño 
Tus  dulces  silbos  y  tus  pies  hermosos. 

Oye,  Pastor  que  por  amores  mueres, 
No  te  espante  el  rigor  de  mis  pecados, 
Pues  tan  amigo  de  rendidos  eres  ; 

Espera  pues,  y  escucha  mis  cuidados 
Pero  ¿  cómo  te  digo  que  me  esperes, 
Si  estás  para  esperar  los  pies  clavados  ? 


4.J.  Temores  en  el  favor 

CUANDO  en  mis  manos,  Rey  eterno,  os  miro, 

Y  la  candida  víctima  levanto, 
De  mi  atrevida  indignidad  me  espanto, 

Y  la  piedad  de  vuestro  pecho  admiro. 
Tal  vez  el  alma  con  temor  retiro, 

Tal  vez  la  doy  al  amoroso  llanto  ; 
Que,  arrepentido  de  ofenderos  tanto, 
Con  ansias  temo  y  con  dolor  suspiro. 

Volved  los  ojos  á  mirarme  humanos  ; 
Que  por  las  sendas  de  mi  error  siniestras 
Me  despeñaron  pensamientos  vanos. 

No  sean  tantas  las  miserias  nuestras 
Que  á  quien  os  tuvo  en  sus  indignas  manos 
Vos  le  dejéis  de  las  divinas  vuestras. 

DON   LUIS   DE   GÓNGORA 
48.  Angélica  y  Medoro 

EN  un  pastoral  albergue 
Que  la  guerra  entre  unos  robles 
118 


DON    LUIS    DE   GÓNGORA 

Lo  dexó  por  escondido 
Ó  lo  perdono  por  pobre, 
Do  la  paz  viste  pellico  _ 

Y  conduce  entre  pastores 
Ovejas  del  monte  al  llano 

Y  cabras  del  llano  al  monte, 
Mal  herido  y  bien  curado, 

Se  alberga  un  dichoso  joven, 
Que  sin  clavarle  Amor  flecha 
Le  coronó  de  favores.' 

Las  venas  con  poca  sangre, 
Los  ojos  con  mucha  noche, 
Lo  halló  en  el  campo  aquella 
(Vida  y  muerte  de  los  hombres. 

Del  palafrén  se  derribr 


No  porque  al  moro  conoce,  -rt^ \/J¿ 

Sino  por  ver  que  la-yerba  fi&       t/f 


Tanta  sangre^ga  en  flores.  ^ 

Limpíale  el  rostro,  y  la  mano 
Siente  al  Amor  que  se  esconde 
Tras  las  rosas,  que  la  muerte 
Va  violando  sus  colores. 

Escondióse,  tras  las  rosas, 
Porque  labrerfsns  arpones 
El  diamanté  del  Catay      *  A 
Con  aquella  sangre  noble.  .    kSlJr* 

Ya  le  regala  los  ojos,  p.  •* 

Ya  le  entra,  sin  ver  por  dónde 
Una  piedad  mal  nacida 
EfttTC  dulces  escorpiones.         -     , 

Ya  es  herido  el  pedernal,  t^*"^  » .      ¿|  ^**^ 

Ya  despide  el  primer  golpe    *  y^"1   ' 

Centellas  de  agua,  ¡  oh  piedad, 

IIQ 


4& 


DON   LUIS   DE   GÓNGORA 

Hija  de  padres  traidores ! 

Yerbas  le  aplica  á  sus  llagas, 
Que  si  no  sanan  entonces, 
En  virtud  de  tales  manos 
Lisonjean  los  dolores. 

Amor  le  ofrece  su  venda, 
Mas  ella  sus  velos  rompe 
Para  ligar  sus  heridas  ; 
Los  rayos  del  sol  perdonen. 

Los  últimos  nudos  daba 
Cuando  el  cielo  la  socorre 
De  un  villano  en  una  yegua 
Que  iba  penetrando  el  bosque. 

Enfrénanle  de  la  bella 
Las  tristes  piadosas  voces, 
Que  los  firmes  troncos  mueven 

Y  las  sordas  piedras  oyen  ; 
Y  laitjue  mejor  se  halla 

En  las  áelvas  que  en  la  corte, 
\S  imple  Dondad,1]  al  pió  ruego 
Cortesmente  corresponde. 
Humilde  se  apea  el  villano, 

Y  sobre  la  yegua  pone 

Un  cuerpo  con  poca  sangre, 
Pero  con  dos  corazones. 
*  A  su  cabana  los  guía  ; 

Que  el  sol  deja  su  horizonte 

Y  el  humo  de  su  cabana 
Le  va  sirviendo  de  norte. 

Llegaron  temprano  á  eila, 
Do  una  labradora  acoge 
Un  mal  vivo  con  dos  almas, 
Una  ciega  con  dos  soles. 
120 


& 


DON   LUIS   DE    GÓNGORA 


Blando  heno  en  vez  de  pluma 
Para  lecho  IeTcompone, 
Que  será  tálamo  luego 
Do  el  garzón  sus  dichas  logre. 

Las  manos,  pues,  cuyos  dedos 
Desta  vida  fueron  dioses, 
Restituyen  á  Medoro 
Salud  nueva,  fuerzas  dobles, 

Y  le  entregan,  cuando  menos, 
Su  beldad  y  un  reino  en  dote, 
Segunda  envidia  de  Marte, 
Primera  dicha  de  Adonis. 

Corona  un  lascivo  enjambre 
De  cupidillos  menores 
La  choza,  bien  como  abejas 
Hueco  tronco  de  alcornoque. 

¡  Qué  de  nudos  le  está  dando 
A  un  áspid  la  envidia  torpe, 
Contando  de  las  palomas 
Los  arrullos  gemidores ! 

¡  Qué  bien  la  destierra  Amor, 
Haciendo  la  cuerda  azote, 
Porque  el  caso  no  se  infame 

Y  el  lugar  no  se  inficione ! 
Todo  es  gaja  el  africano, 

Su  vestido  espira  olores, 
El  lunado  arco  suspende 

Y  el  corvo  alfange  depone. 
Tórtolas  enamoradas 

Son  sus  roncos  atambores, 

Y  los  volantes  de  Venus 
Sus  bien  seguidos  pendones. 

Desmida  el  pecho  anda  ella, 


U 


1 


*p 


DON    LUIS   DE    GÓNGORA 

Vuela  el  cabello  6Ín  orden  ; 
Si  lo  abrocha,  es  con  claveles, 
Con  jazmines  si  lo  coge. 
i^  L  J    El  pié  calza  en  lajzos  de  oro, 

Porque  la  nieve  segoce, 
Y  no  se  vaya  porfíes  >¿ 

La  hermosura  "del  orbe.  V** 

Todo  sirve  á  loé  amantes, 
Plumas  les  baten  veloces, 
Airecillos  lisonjeros, 
Si  no  son  murmuradores. 

Los  campos  les  dan  alfombras, 
Los  árboles  pabellones, 
La  apacible  fuente  sueño, 
Música  los  ruiseñores. 

Los  troncos  les  dan  cortezas, 
En  que  se  guarden  sus  nombres 
Mejor  que  en  tablas  de  mármol 
O  que  en  láminas  de  bronce. 

No  hay  ver3e  fresno  sin  letra,    le. 
Ni  blanco  chopo  sin  mote  ;         »Ví 
Si  un  valle  Angélica  suena, 
Otro  Angélica  responde. 

Cuevas  do  el  silencio  apenas 
Deja  que  sombras  las  moren, 
Profanan  con  sus  abrazos 
A  pesar  de  sus  horrores. 

Choza  pues,  tálamo  y  lecho, 
Contestes  destos  amores, 
El  cielo  os  guarde,  si  puede, 
De  las  locuras  del  Conde. 


49- 


DON    LUIS   DE    GÓNGORA 


SERVÍA  en  Oran  al  Rey 
Un  español  con  dos  lanzas, 

Y  con  el  alma  y  la  vida 
A  una  gallarda  africana, 

Tan  noble  como  hermosa, 
Tan  amante  como  amada, 
Con  quien  estaba  una  noche 
Cuando  tocaron  al  arma. 

Trescientos  Zenetes  eran 
Deste  rebato  la  causa  ; 
Que  los  rayos  de  la  luna 
Descubrieron  las  adargas ; 

Las  adargas  avisaron 
A  las  mudas  atalayas, 
Las  atalayas  los  fuegos, 
Los  fuegos  á  las  campanas ; 

Y  ellas  al  enamorado, 
Que  en  los  brazos  de  su  dama 
Oyó  el  militar  estruendo 
De  las  trompas  y  las  cajas. 

Espuelas  de  honor  le  pican 

Y  freno  de  amor  le  para  ; 
No  salir  es  cobardía, 
Ingratitud  es  dejajla. 

Del  cuello  pendiente  ella, 
Viéndole  tomar  la  espada, 
Con  lágrimas  y  suspiros 
Le  dice  aquestas  palabras  : 

«Salid  al  campo,  Señor, 
Bañen  mis  ojos  la  cama  ; 
Que  ella  me  será  también, 
Sin  vos,  campo  de  baralla. 


123 


50- 


DON    LUIS   DE    GÓNGORA 

«Vestios  y  salid  apriesa, 
Que  el  general  os  aguarda ; 
Yo  os  hago  á  vos  mucha  sobra 

Y  vos  á  él  mucha  falta. 
«Bien  podéis  salir  desnudo 

Pues  mi  llanto  no  os  ablanda  ; 
Que  tenéis  de  acero  el  pecho 

Y  no  habéis  menester  armas.» 
Viendo  el  español  brioso 

Cuánto  le  detiene  y  habla, 
Le  dice  así :  «Mi  señora, 
Tan  dulce  como  enojada, 

«Porque  con  honra  y  amor 
Yo  me  quede,  cumpla  y  vaya, 
Vaya  á  los  moros  el  cuerpo, 

Y  quede  con  vos  el  alma. 
«Concededme,  dueño  mío, 

Licencia  para  que  salga 

Al  rebato  en  vuestro  nombre, 

Y  en  vuestro  nombre  combata. » 


ENTRE  los  sueltos  caballos 
De  los  vencidos  Zenetes, 
Que  por  el  campo  buscaban 
Entre  lo  rojo  lo  verde, 

Aquel  español  de  Oran 
Un  suelto  caballo  prende, 
Por  sus  relinchos  lozano 

Y  por  sus  cernejas  fuerte, 
Para  que  lo  lleve  á  él, 

Y  á  un  moro  cautivo  lleve, 
Que  es  uno  que  ha  cautivado, 

124 


DON    LUIS    DE    GÓNGORA 

Capitán  de  cien  Zenetes. 

En  el  ligero  caballo 
Suben  ambos,  y  él  parece, 
De  cuatro  espuelas  herido, 
Que  cuatro  vientos  lo  mueven. 

Triste  camina  el  alarbe, 

Y  lo  más  bajo  que  puede 
Ardientes  suspiros  lanza 

Y  amargas  lágrimas  vierte. 
Admirado  el  español 

De  ver  cada  vez  que  vuelve 
Que  tan  tiernamente  llore 
Quien  tan  duramente  hiere, 

Con  razones  le  pregunta 
Comedidas  y  corteses 
De  sus  suspiros  la  causa, 
Si  la  causa  lo  consiente. 

El  cautivo,  como  tal, 
Sin  excusarlo,  obedece, 

Y  á  su  piadosa  demanda 
Satisface  desta  suerte : 

«Valiente  eres,  capitán, 

Y  cortés  como  valiente  ; 
Por  tu  espada  y  por  tu  trato 
Me  has  cautivado  dos  veces. 

«Preguntado  me  has  la  causa 
De  mis  suspiros  ardientes, 

Y  débote  la  respuesta 

Por  quien  soy  y  por  quien  eres. 

«Yo  nací  en  Gélves  el  año 
Que  os  perdisteis  en  los  Gélves, 
De  una  berberisca  noble 

Y  de  un  turco  mata-siete. 


DON    LUIS   DE    GÓNGORA 

« En  Tremecen  me  crie 
Con  mi  madre  y  mis  parientes 
Después  que  murió  mi  padre, 
Corsario  de  tres  bajeles. 

«Junto  á  mi  casa  vivía, 
Porque  más  cerca  muriese, 
Una  dama  del  linaje 
De  los  nobles  Mclioneses  : 

«Extremo  de  las  hermosas, 
Cuando  no  de  las  crueles, 
Hija  al  fin  destas  arenas 
Engendradoras  de  sierpes. 

«Era  tal.su  hermosura, 
Que  se  hallaran  claveles 
Más  ciertos  en  sus  dos  labios 
Que  en  los  dos  floridos  meses. 

«Cada  vez  que  la  miraba 
Salía  el  sol  por  su  frente, 
De  tantos  rayos  vestido 
Cuantos  cabellos  contiene. 

«Juntos  así  nos  criamos, 

Y  Amor  en  nuestras  niñeces 
Hirió  nuestros  corazones 
Con  arpones  diferentes. 

«Labró  el  oro  en  mis  entrañas 
Dulces  lazos,  tiernas  redes, 
Mientras  el  plomo  en  las  suyas 
Libertades  y  desdenes. 

«Mas,  ya  la  razón  sujeta, 
Con  palabras  me  requiere 
Que  su  crueldad  le  perdone 

Y  de  su  beldad  me  acuerde  ; 
«Y  apenas  vide  trocada 

126 


DON    LUIS   DE    GÓNGORA 

La  dureza  desta  sierpe, 
Cuando  tíi  me  cautivaste  ; 
Mira  si  es  bien  que  lamente. 

«Esta,  español,  es  la  causa 
Que  á  llanto  pudo  moverme  ; 
Mira  si  es  razón  que  llore 
Tantos  males  juntamente. » 

Conmovido  el  capitán 
De  las  lágrimas  que  vierte, 
Parando  el  veloz  caballo, 
Que  paren  sus  males  quiere. 

«Gallardo  moro,  le  dice, 
Si  adoras  como  refieres, 

Y  si  como  dices  amas, 
Dichosamente  padeces 

«¿  Quién  pudiera  imaginar, 
Viendo  tus  golpes  crueles, 
Que  cupiera  alma  tan  tierna 
En  pecho  tan  duro  y  fuerte  ? 

«Si  eres  del  Amor  cautivo, 
Desde  aquí  puedes  volverte  ; 
Que  me  pedirán  por  robo 
Lo  que  entendí  que  era  suerte. 

«Y  no  quiero  por  rescate 
Que  tu  dama  me  presente 
Ni  las  alfombras  más  finas 
Ni  las  granas  más  alegres. 

«Anda  con  Dios,  sufre  y  ama, 

Y  vivirás  si  lo  hicieres, 
Con  tal  que  cuando  la  veas 
Pido  que  de  mí  te  acuerdes.» 

Apeóse  del  caballo, 

Y  el  moro  tras  él  desciende, 


ta; 


■y 


DON    LUIS    DE    GÓNGORA 

Y  por  el  suelo  postrado, 
La  boca  á  sus  pies  ofrece. 

«Vivas  mil  años,  le  dice, 
Noble  capitán  valiente, 
Que  ganas  más  con  librarme 
Que  ganaste  con  prenderme. 

«Alá  se  quede  contigo 

Y  te  dé  vitoria  siempre 
Para  que  extiendas  tu  fama 
Con  hechos  tan  excelentes.» 


ANDE  yo  caliente, 
T  ríase  la  gente. 

Traten  otros  del  gobierno 
Del  mundo  y  sus  monarquías, 
Mientras  gobiernan  mis  días 
Mantequillas  y  pan  tierno, 

Y  las  mañanas  de  invierno 
Naranjada  y  aguardiente, 
T  ríase  la  gente. 

Coma  en  dorada  bajilla 
El  príncipe  xmil  cuidados 
Como  pildoras  dorados  ; 
Que  yo  en  mi  pobre  mesilla 
Quiero  más  una  morcóla 
Que  en  el  asador  reviente, 

Y  ríase  la  gente. 


P 


Cuando  cubra  las  montañas 
De  plata  y  nieve  el  enero 


128 


5* 


DON    LUIS    DE    GÓNGORA 

Tenga  yo  lleno  el  brasero 
De  bellotas  y  castañas, 

Y  quien  las  dulces  patrañas  ¿trv^ 
Del  rey  que  rabió  me  cuente, 

Y  ríase  la  gente. 


Busque  muy  en  hora  buena 
El  mercader  nuevos  soles  ; 
Yo  conchas  y  caracoles 
Entre  la  menuda  arena, 
Escuchando  á  Filomena 


üh¿; 

Sobre  el  chopo  de  la  fuente,  .'? . 


T  ríase  la  gente. 


Pase  á  media  noche  el  mar, 

Y  arda  en  amorosa  llama 
Leandro  por  ver  su  dama ; 
Que  yo  más  quiero  pasar 

De  Yépes  á  Madrigar  .jf 

La  regalada  corriente, 
T  ríase  la  gente. 

Pues  Amor  es  tan  cruel 
Que  de  Píramo  y  su  amada 
Hace  tálamo  una  espada, 
Do  se  junten  ella  y  él, 
Sea  mi  Tisbe  un  pastel, 

Y  la  espada  sea  mi  diente, 
T  ríase  la  gente. 


LA  más  bella  niña 
De  nuestro  Jugar, 
S  10  129 


DON    LUIS    DE    GÓNGORA 

Hoy  viuda  y  sola 

Y  ayer  por  casar, 
Viendo  que  sus  ojo3 
A  la  guerra  van, 

A  su  madre  dice 
Que  escucha  su  mal : 
Dexadme  /¡orar 
Orillas  del  mar. 

Pues  me  distes,  madre, 
En  tan  tierna  edad 
Tan  corto  el  place!1, 
Tan  largo  el  penar, 

Y  me  cautivastes 
De  quien  hoy  se  va 

Y  lleva  las  llaves 
De  mi  libertad, 
Dexadme  llorar 
Orillas  del  mar. 

En  llorar  conviertan 
Mis  ojos  ¡de  hoy  más  \ 
El  sabroso  oficio 
Del  dulce  mirar, 
Pues  que  no  se  pueden 
Mejor  ocupar 
Yéndose  á  la  guerra 
Quien  era  mi  paz. 
Dexadme  llorar 
Orillas  del  mar. 

No  me  pongáis  freno 
Ni  queráis  culpar  ; 
Que  lo  uno  es  justo, 
Lo  otro  por  demás. 
Si  me  queréis  bien 


ty> 


DON   LUIS    DE    GÓNGORA 

No  me  hagáis  mal ; 
Harto  peor  fué 
Morir  y  callar. 
Dexadme  llorar 
Orillas  del  mar. 

Dulce  madre  mía, 
¿  Quién  no  llorará, 
Aunque  tenga  el  pecho 
Como  un  pedernal, 
Y  no  dará  voces 
Viendo  marchitar 
Los  más  verdes  años 
De  mi  mocedad  ? 
Dexadme  llorar 
Orillas  del  mar 

Vayanse  las  noches, 
Pues  ido  se  han 
Los  ojos  que  hacían 
Los  míos  velar  ; 
Vayanse,  y  no  vean 
Tanta  soledad 

Después  que  en  mi  lecho    ,    }-.  \   -^ 
Sobra  la  mitad. 
Dexadme  llorar 
Orillas  del  mar. 


DON   FRANCISCO   DE    QUEVEDO 
53.  EL  Sueño 

¿  CON  qué  culpa  tan  grave, 
Sueño  blando  y  suave, 

131 


DON   FRANCISCO   DE   QUEVEDO 

Pude  en  largo  destierro  merecerte 

Que  se  aparte  de  mí  tu  olvido  manso  ? 

Pues  no  te  busco  yo  por  ser  descanso, 

Sino  por  muda  imagen  de  la  muerte. 

Cuidados  veladores 

Hacen  inobedientes  mis  dos  ojos 

A  la  ley  de  las  horas : 

No  han  podido  vencer  á  mis  dolores 

Las  noches,  ni  dar  paz  á  mis  enojos. 

Madrugan  más  en  mí  que  en  las  auroras 

Lágrimas  á  este  llano  ; 

Que  amanece  á  mi  mal  siempre  temprano  ; 

Y  tanto,  que  persuade  la  tristeza 
A  mis  dos  ojos,  que  nacieron  antes 
Para  llorar  que  para  ver.     Tú,  sueño, 
De  sosiego  los  tienes  ignorantes, 

De  tal  manera,  que  al  morir  el  día 
Con  luz  enferma  vi  que  permitía 
El  sol  que  le  mirasen  en  Poniente. 

Con  pies  torpes  al  punto,  ciega  y  fría, 
Cayó  de  las  estrellas  blandamente 
La  noche,  tras  las  pardas  sombras  mudas, 
Que  el  sueño  persuadieron  á  la  gente. 
Escondieron  las  galas  á  los  prados 

Y  quedaron  desnudas 

Estas  laderas  y  sus  peñas  solas : 

Duermen  ya  entre  sus  montes  recostados 

Los  mares  y  las  olas. 

Si  con  algún  acento 

Ofenden  las  orejas, 

Es  que  entre  sueños  dan  al  cielo  quejas 

Del  yerto  lecho  y  duro  acogimiento, 

Que  blandos  hallan  en  los  cerros  duros. 

132 


DON    FRANCISCO   DE   QUEVEDO 

Los  arroyuelos  puros 

Se  adormecen  al  son  del  llanto  mío, 

Y  á  su  modo  también  se  duerme  el  río. 
Con  sosiego  agradable 

Se  dejan  poseer  de  tí  las  flores  ; 
Mudos  están  los  males, 
No  hay  cuidado  que  hable, 
Faltan  lenguas  y  voz  á  ios  dolores, 

Y  en  todos  los  mortales 

Yace  la  vida  envuelta  en  alto  olvido. 
Tan  sólo  mi  gemido 
Pierde  el  respeto  á  tu  .silencio  santo  : 
Yo  tu  quietud  molesto  con  mi  llanto, 

Y  te  desacredito 

El  nombre  de  callado,  con  mi  grito. 
Dame,  cortés  mancebo,  algún  reposo : 
No  seas  digno  del  nombre  de  avariento 
En  el  más  desdichado  y  fume  amante 
Que  lo  merece  ser  por  dueño  hermoso. 
Débate  alguna  pausa  mi  tormento. 
Gozante  en  las  cabanas 

Y  debajo  del  cielo 
Los  ásperos  villanos  ; 

Hállate  en  el  rigor  de  los  pantanos 

Y  encuéntrate  en  las  nieves  y  en  el  hielo 
El  soldado  valiente, 

Y  yo  no  puedo  hallarte,  aunque  lo  intente, 
Entre  mi  pensamiento  y  mi  deseo. 

Ya,  pues,  con  dolor  creo 

Que  eres  más  riguroso  que  la  tierra, 

Más  duro  que  la  roca, 

Pues  te  alcanza  el  soldado  envuelto  en  guerra, 

Y  en  ella  mi  alma  por  jamás  te  toca. 

i33 


DON   FRANCISCO   DE  QUEVEDO 

Mira  que  es  gran  rigor :  dame  siquiera 
Lo  que  de  tí  desprecia  tanto  avaro, 
Por  el  oro  en  que  alegre  considera, 
Hasta  que  da  la  vuelta  el  tiempo  claro  ; 
Lo  que  había  de  dormir  en  blando  lecho 

Y  da  el  enamorado  á  su  señora, 

Y  á  tí  se  te  debía  de  derecho. 
Dame  lo  que  desprecia  de  tí  agora 
Por  robar  el  ladrón  ;   lo  que  desecha 
El  que  invidiosos  celos  tuvo  y  llora. 
Quede  en  parte  mi  queja  satisfecha, 
Tócame  con  el  cuento  de  tu  vara  : 
Oirán  siquiera  el  ruido  de  tus  plumas 
Mis  desventuras  sumas  ; 

Que  yo  no  quiero  verte  cara  á  cara, 

Ni  que  hagas  más  caso 

De  mí,  que  hasta  pasar  por  mí  de  paso  ; 

O  que  á  tu  sombra  negra  por  lo  menos, 

Si  fueres  á  otra  parte  peregrino, 

Se  le  haga  camino 

Por  estos  ojos  de  sosiego  ajenos. 

Quítame,  blando  sueño,  este  desvelo, 

O  de  él  alguna  parte, 

Y  te  prometo,  mientras  viere  el  cielo, 
De  desvelarme  sólo  en  celebrarte, 

5./.  Epístola  satírica  y  censoria 

contra  las  costumbres  presentes  de  los  castellanos ,  escrita 
al  Conde- Duque  de  Olivares. 

NO  he  de  callar,  por  más  que  con  el  dedo, 
Ya  tocando  la  boca,  ó  ya  la  frente, 
Silencio  avises  ó  amenaces  miedo. 
134 


DON    FRANCISCO   DE   QUEVEDO 

¿  No  ha  de  haber  un  espíritu  valiente  ? 
¿  Siempre  se  ha  de  sentir  lo  que  se  dice  ? 
¿  Nunca  se  ha  de  decir  lo  que  se  siente  ? 

Hoy  sin  miedo  que  libre  escandalice 
Puede  hablar  el  ingenio,  asegurado 
De  que  mayor  poder  le  atemorice. 

En  otros  siglos  pudo  ser  pecado 
Severo  estudio  y  la  verdad  desnuda, 

Y  romper  el  silencio  el  bien  hablado. 
Pues  sepa  quien  lo  niega  y  quien  lo  duda 

Que  es  lengua  la  verdad  de  Dios  severo 

Y  la  lengua  de  Dios  nunca  fué  muda. 
Son  la  verdad  y  Dios,  Dios  verdadero  : 

Ni  eternidad  divina  los  separa, 
Ni  de  los  dos  alguno  fué  primero. 

Si  Dios  á  la  verdad  se  adelantara, 
Siendo  verdad,  implicación  hubiera 
En  ser  y  en  que  verdad  de  ser  dejara. 

La  justicia  de  Dios  es  verdadera, 

Y  la  misericordia,  y  todo  cuanto 

Es  Dios  todo  ha  de  ser  verdad  entera. 

Señor  Excelentísimo,  mi  llanto 
Ya  no  consiente  márgenes  ni  orillas  : 
Inundación  será  la  de  mi  canto. 

Ya  sumergirse  miro  mis  mejillas, 
La  vista  por  dos  urnas  derramada 
Sobre  las  aras  de  las  dos  Castillas. 

Yace  aquella  virtud  desaliñada 
Que  fué,  si  rica  menos,  más  temida, 
En  vanidad  y  en  sueño  sepultada. 

Y  aquella  libertad  esclarecida 
Que  en  donde  supo  hallar  honrada  muerte 
Nunca  quiso  tener  más  larga  vida. 

"35 


DON    FRANCISCO   DE   QUEVEDO 

Y  pródiga  del  alma,  nación  fuerte 
Contaba  por  afrentas  de  los  años 
Envejecer  en  brazos  de  la  suerte. 

Del  tiempo  el  ocio  torpe,  y  los  engaños 
Del  paso  de  las  horas  y  del  día 
Reputaban  los  nuestros  por  extraños. 

Nadie  contaba  cuánta  edad  vivía, 
Sino  de  qué  manera  :   ni  aun  un  hora 
Lograba  sin  afán  su  valentía. 

La  robusta  virtud  era  señora, 
Y  sola  dominaba  al  pueblo  rudo  ; 
Edad,  si  mal  hablada,  vencedora. 

El  temor  de  la  mano  daba  escudo 
Al  corazón,  que,  en  ella  confiado, 
Todas  las  armas  despreció  desnudo. 

Multiplicó  en  escuadras  un  soldado 
Su  honor  precioso,  su  ánimo  valiente, 
De  sola  honesta  obligación  armado. 

Y  debajo  del  cielo  aquella  gente, 

Si  no  á  más  descansado,  á  más  honroso 
Sueño  entregó  los  ojos,  no  la  mente. 

Hilaba  la  mujer  para  su  esposo 
La  mortaja  primero  que  el  vestido  ; 
Menos  le  vio  galán  que  peligroso. 

Acompañaba  el  lado  del  marido 
Más  veces  en  la  hueste  que  en  la  cama  ; 
Sano  le  aventuró,  vengóle  herido. 

Todas  matronas  y  ninguna  dama, 
Que  nombres  del  halago  cortesano 
No  admitió  lo  severo  de  su  fama. 

Derramado  y  sonoro  el  Océano 
Era  divorcio  de  las  rubias  minas 
Que  usurparon  la  paz  del  pecho  humano. 
136 


DON   FRANCISCO    DE   QUEVEDO 

Ni  los  trujo  costumbres  peregrinas 
El  áspero  dinero,  ni  el  Oriente 
Compró  la  honestidad  con  piedras  finas. 

Joya  fué  la  virtud  pura  y  ardiente  ; 
Gala  el  merecimiento  y  ababanza  ; 
Sólo  se  codiciaba  lo  decente. 

No  de  la  pluma  dependió  la  lanza, 
Ni  el  cántabro  con  cajas  y  tinteros 
Hizo  el  campo  heredad,  sino  matanza. 

Y  España  con  legítimos  dineros, 
No  mendigando  el  crédito  á  Liguria, 
Más  quiso  Jos  turbantes  que  los  ceros. 

Menos  fuera  la  pérdida  y  la  injuria 
Si  se  volvieran  Muzas  los  asientos, 
Que  esta  usura  es  peor  que  aquella  furia. 

Caducaban  las  aves  en  los  vientos, 

Y  espiraba  decrépito  el  venado  : 
Glande  vejez  duró  en  los  elementos. 

Que  el  vientre  entonces,  bien  disciplinado, 
Buscó  satisfacción  y  no  hartura, 

Y  estaba  la  garganta  sin  pecado. 

Del  mayor  infanzón  de  aquella  pura 
República  de  grandes  hombres,  era 
Una  vaca  sustento  y  armadura. 

No  había  venido  al  gusto  lisonjera 
La  pimienta  arrugada,  ni  del  clavo 
La  adulación  fragante  forastera. 

Carnero  y  vaca  fué  principio  y  cabo, 

Y  con  rojos  pimientos  y  ajos  duros 

Tan  bien  como  el  señor  comió  el  esclavo. 

Bebió  la  sed  los  arroyuelos  puros : 
Después  mostraron  del  carchesio  á  Baco 
El  camino  los  brindis  mal  seguros. 

137 


DON   FRANCISCO   DE   QUEVEDO 

El  rostro  macilento,  el  cuerpo  flaco, 
Eran  recuerdo  del  trabajo  honroso, 

Y  honra  y  provecho  andaban  en  un  saco. 
Pudo  sin  miedo  un  español  velloso 

Llamar  á  los  tudescos  bacchanales, 

Y  al  holandés  hereje  y  alevoso. 

^  Pudo  acusar  los  celos  desiguales 
A  la  Italia  ;   pero  hoy  de  muchos  modos 
Somos  copias,  si  son  originales. 

Las  descendencias  gastan  muchos  godos, 
Todos  blasonan,  nadie  los  imita, 

Y  no  son  sucesores,  sino  apodos. 
Vino  el  betún  precioso  que  vomita 

La  ballena  ó  la  espuma  de  las  olas, 
Oue  el  vicio,  no  el  olor,  nos  acredita. 

Y  quedaron  las  huestes  españolas 
Bien  perfumadas,  pero  mal  regidas, 

Y  alhajas  las  que  fueron  pieles  solas. 
Estaban  las  hazañas  mal  vestidas, 

Y  aun  no  se  hartaba  de  buriel  y  lana 
La  vanidad  de  fembras  presumidas. 

A  la  seda  pomposa  siciliana, 
Que  manchó  ardiente  múrice,  el  romano 

Y  el  oro  hicieron  áspera  y  tirana. 
Nunca  al  duro  español  supo  el  gusano 

Persuadir  que  vistiese  su  mortaja, 
Intercediendo  el  Can  por  el  verano. 
Hoy  desprecia  el  honor  al  que  trabaja, 

Y  entonces  fué  el  trabajo  ejecutoria, 

Y  el  vicio  graduó  la  gente  baja. 
Pretende  el  alentado  joven  gloria 

Por  dejar  la  vacada  sin  marido, 

Y  de  Céres  ofende  la  memoria. 

'38 


DON    FRANCISCO    DE   QUEVEDO 

Un  animal  á  la  labor  nacido 

Y  símbolo  celoso  á  los  mortales, 
Que  á  Jove  fué  disfraz  y  fué  vestido  ; 

O ue  un  tiempo  endureció  manos  reales, 

Y  detrás  de  él  los  cónsules  gimieron, 

Y  rumia  luz  en  campos  celestiales, 

¿  Por  cuál  enemistad  se  persuadieron 
Á  que  su  apocamiento  fuese  hazaña, 

Y  á  las  mieses  tan  grande  ofensa  hicieron  ? 

¡  Qué  cosa  es  ver  un  infanzón  de  España 
Abreviado  en  la  silla  á  la  gineta, 

Y  gastar  un  caballo  en  una  caña  ? 
Que  la  niñez  al  gallo  le  acometa 

Con  semejante  munición  apruebo; 
Mas  no  la  edad  madura  y  la  perfeta. 

Ejercite  sus  fuerzas  el  mancebo 
En  frentes  de  escuadrones,  no  en  la  frente 
Del  útil  bruto  la  asta  del  acebo. 

El  trompeta  le  llame  diligente, 
Dando  fuerza  de  ley  el  viento  vano, 

Y  al  son  esté  el  ejército  obediente. 

¡  Con  cuánta  majestad  llena  la  mano 
La  pica,  y  el  mosquete  carga  el  hombro, 
Del  que  se  atreve  á  ser  buen  castellano  ! 

Con  asco  entre  las  otras  gentes  nombro 
Al  que  de  su  persona,  sin  decoro, 
Más  quiere  nota  dar  que  dar  asombro. 

Gineta  y  cañas  son  contagio  moro  ; 
Restituyanse  justas  y  torneos, 

Y  hagan  paces  las  capas  con  el  toro. 
Pasadnos  vos  de  -juegos  á  trofeos  ; 

Que  sólo  grande  rey  y  buen  privado 
Pueden  ejecutar  estos  deseos. 

139 


DON    FRANCISCO   DE   QUEVEDO 

Vos,  que  hacéis  repetir  siglo  pasado 
Con  desembarazarnos  las  personas 

Y  sacar  á  los  miembros  de  cuidado, 
Vos  distes  libertad  con  las  valonas, 

Para  que  sean  corteses  las  cabezas, 
Desnudando  el  enfado  á  las  coronas  ; 

Y,  pues  vos  enmendastes  las  cortezas, 
Dad  á  la  mejor  parte  medicina  : 
Vuélvanse  los  tablados  fortalezas. 

Que  la  cortés  estrella  que  os  inclina 
A  privar  sin  intento  y  sin  venganza, 
Milagro  que  á  la  invidia  desatina, 

Tiene  por  sola  bienaventuranza 
El  reconocimiento  temeroso, 
No  presumida  y  ciega  confianza. 

Y  si  os  dio  el  ascendiente  generoso 
Escudos,  de  armas  y  blasones  llenos, 

Y  por  timbre  el  martirio  glorioso, 
Mejores  sean  por  vos  los  que  eran  buenos 

Guz manes,  y  la  cumbre  desdeñosa 
Os  muestre  á  su  pesar  campos  serenos. 
Lograd,  señor,  edad  tan  venturosa  ; 

Y  cuando  nuestras  fuerzas  examina 
Persecución  unida  y  belicosa, 

La  militar  valiente  disciplina 
Tenga  más/ platicantes  que  la  plaza  : 
Descansen  tela  falsa  y  tela  fina. 

Suceda  á  la  marlota  la  coraza, 

Y  si  el  Corpus  con  danzas  no  los  pide, 
Velillos  y  oropel  no  hagan  baza. 

El  que  en  treinta  lacayos  los  divide, 
Hace  suerte  en  el  toro  y  con  un  dedo 
La  hace  en  él  la  vara  que  los  mide, 
140 


DON   FRANCISCO   DE   QUEVEDO 

Mandadlo  así,  que  aseguraros  puedo 
Que  habéis  de  restaurar  más  que  Pelayo, 
Pues  valdrá  por  ejércitos  el  miedo 
Y  os  verá  el  cielo  administrar  su  ravo. 


55.  Memoria  inmortal 

de  don  PeUro  Girón,  Duque  de  Osuna ,  muerto  en  la  prisión 

FALTAR  pudo  su  patria  al  grande  Osuna, 
Pero  no  á  su  defensa  sus  hazañas  ; 
Diéronle  muerte  y  cárcel  las  Españas, 
De  quien  él  hizo  esclava  la  fortuna. 

Lloraron  sus  invidias  una  á  una 
Con  las  propias  naciones  las  extrañas  ; 
Su  tumba  son  de  Flándes  las  campañas, 
Y  su  epitafio  la  sangrienta  luna. 

En  sus  exequias  encendió  al  Vesubio 
Parténope,  y  Trinacria  el  Mongibelo  ; 
El  llanto  militar  creció  en  diluvio. 

Dióle  el  mejor  lugar  Marte  en  su  cielo  ; 
La  Mosa,  el  Rhin,  el  Tajo  y  el  Danubio 
Murmuran  con  dolor  su  desconsuelo. 


■6. 


YA  formidable  y  espantoso  suena 
Dentro  del  corazón  el  postrer  día, 
Y  la  última  hora,  negra  y  fría, 
Se  acerca,  de  temor  y  sombras  llena. 

Si  agradable  descanso,  paz  serena, 
La  muerte  en  traje  de  dolor  envía, 
Señas  da  su  desdén  de  cortesía  : 
Más  tiene  de  caricia  que  de  pena. 

141 


S7- 


DON   FRANCISCO   DE    QUEVEDO 

¿  Qué  pretende  el  temor  desacordado 
De  la  que  á  rescatar  piadosa  viene 
Espíritu  en  miserias  añudado  ? 

Llegue  rogada,  pues  mi  bien  previene  ; 
Hálleme  agradecido,  no  asustado  ; 
Mi  vida  acabe  y  mi  vivir  ordene. 

MIRE  los  muros  de  la  patria  mía, 
Si  un  tiempo  fuertes,  ya  desmoronados, 
De  la  carrera  de  la  edad  cansados, 
Por  quien  caduca  ya  su  valentía. 

Salíme  al  campo,  vi  que  el  sol  bebía 
Los  arroyos  del  hielo  desatados ; 

Y  del  monte  quejosos  los  ganados, 
Que  con  sombras  hurtó  su  luz  al  día. 

Entré  en  mi  casa  ;   vi  que  amancillada 
De  anciana  habitación  era  despojos  ; 
Mi  báculo  más  cqwk>  y  menos  fuerte. 

Vencida  de  la  edad  sentí  mi  espada 

Y  no  hallé  cosa  en  que  poner  los  ojos 
Que  no  fuese  recuerdo  de  la  muerte. 


5<?.  Letrilla  satírica 

PODEROSO  caballero 
E6  don  Dinero. 

Madre,  yo  al  oro  me  humillo 
Él  es  mi  amante  y  mi  amado, 
Pues  de  puro  enamorado, 
De  contino  anda  amarillo  ; 
Que  pues,  doblón  ó  sencillo, 
Hace  todo  cuanto  quiero, 
142 


f 


DON   FRANCISCO   DE    QUEVEDO 

Poderoso  caballero 
Es  don  Dinero. 

Nace  en  las  Indias  honrado, 
Donde  el  mundo  le  acompaña  ; 
Viene  á  morir  en  España 

Y  es  en  Genova  enterrado. 

Y  pues  quien  Je  trae  al  lado 

Es  hermoso,  aunque  sea  fiercL^p1' 
Poderoso  caballero 
Es  don  Dinero. 

Es  galán  y  es  como  un  oro, 
Tiene  quebrado  el  color, 
Persona  de  gran  valor. 
Tan  cristiano  como  moro  ; 
Pues  que  da  y  quita  el  decoro 

Y  quebranta  cualquier  fuero, 
Poderoso  caballero 

Es  don  Dinero. 

Son  sus  padres  principales 

Y  es  de  nobles  descendiente, 
Porque  en  las  venas  de  Oriente 
Todas  las  sangres  son  reales  : 

Y  pues  es  quien  hace  iguales 
Al  duque  y  al  ganadero, 
Poderoso  caballero 

Es  don  Dinero. 

Mas  ¿  á  quién  no  maravilla 
Ver  en  su  gloria  sin  tasa 
Que  es  lo  menos  de  su  casa 
Doña  Blanca  de  Castilla  ? 
Pero  pues  da  al  baxo  silla 

Y  al  cobarde  hace  guerrero, 
Poderoso  caballero 

143 


DON   FRANCISCO   DE    QUEVEDO 

Es  don  Dinero. 

Sus  escudos  de  armas  nobles 
Son  siempre^tan  principales, 
Que  sin  sus  escudos  reales 
No  hay  escudos  de  armas  dobles  ; 

Y  pues  á  los  mismos  robles 
Dá  codicia  su  minero, 
Poderoso  caballero 

Es  don  Dinero. 

Por  importar  en  los  tratos 

Y  dar  tan  buenos  consejos, 
En  las  casas  de  los  viejos 
Gatos  le  guardan  de  gatos. 

Y  pues  él  rompe  recatos 

Y  ablanda  al  juez  más  severo, 
Poderoso  caballero 

Es  don  Dinero. 

Y  es  tanta  su  majestad 
(Aunque  son  sus  duelos  hartos) 
Que  con  haberle  hecho  cuartos 
No  pierde  su  autoridad  ; 
Pero  pues  da  calidad 
Al  noble  y  al  pordiosero, 
Poderoso  caballero 
Es  don  Dinero. 

Nunca  vi  damas  ingratas 
A  su  gusto  y  afición, 
Que  á  las  caras  de  un  doblón 
Hacen  sus  caras  baratas. 

Y  pues  las  hace  bravatas 
Desde  una  bolsa  de  cuero, 
Poderoso  caballero 
Es  don  Dinero. 

144 


IJ 


DON   FRANCISCO   DE   QUEVEDO 

Más  valen  en  cualquier  tierra, 
Mirad  si  es  harto  sagaz, 
Sus  escudos  en  la  paz 
Que  rodelas  en  la  guerra. 

Y  pues  al  pobre  le  entierra 

Y  hace  propio  al  forastero, 
Poderoso  caballero 
Es  don  Dinero. 


D.  ESTEBAN  MANUEL  DE  VILLEGAS 
j<?.  Oda  sáfica 

DULCE  vecino  de  la  verde  selva, 
Huésped  eterno  del  abril  florido, 
Vital  aliento  de  la  madre  Venus, 

Céfiro  blando  ; 
Si  de  mis  ansias  el  amor  supiste, 
Tú,  que  las  quejas  de  mi  voz  llevaste,  > 

Oye,  no  temas,  y  á  mi  ninfa  dile, 

Dile  que  muero. 
Filis  un  tiempo  mi  dolor  sabía  ; 
Filis  un  tiempo  mi  dolor  lloraba  ; 
Quísome  un  tiempo,  mas  agora  temo, 

Temo  sus  iras. 
Así  los  dioses  con  amor  paterno, 
Así  los  cielos  con  amor  benigno, 
Nieguen  al  tiempo  que  feliz  volares 

Nieve  á  la  tierra. 
Jamás  el  peso  de  la  nube  parda 
Cuando  amanece  en  la  elevada  cumbre, 
Toque  tus  hombros  ni  su  mal  granizo 

Hiera  tus  alas. 
S  //  145 


<A/v.\ 


J 


^y 


PEDRO  CALDERÓN  DE  LA  BARCA 

6o.    / 

ESTAS  que  fueron  pompa  y  alegría 
Despertando  al  albor  de  la  mañana, 
A  la  tarde  serán  lástima  vana 
Durmiendo  en  brazos  de  la  noche  fría. 

Este  matiz  que  ál  cielo  desafía, 
tf        Iris  listado  de  oro*  nieve  y  grana, 

Será  escarmiento  de  la  vida  humaba : 

¡  Tanto  se  emprende  en  término  de  un  día  ! 

A  florecer  las  rosas  madrugaron, 
Y  para  envejecerse  florecieron  : 
Cuna  y  sepulcro  en  un  botón  hallaron. 

Tales  los  hombres  'sus  fortunas  vieron  : 
En  un  día  nacieron  y  espiraron  ; 
Que  pasados  los  siglos,  horas  fueron. 

DON   ANTONIO    MIRA   DE   MESCUA 

si 

6f.  Canción 

UFANO,  alegre,  altivo,  enamorado, 
Rompiendo  el  aire  el  pardo  jilguerillo, 
Se  sentó  en  los  pimpollos  de  uria  haya, 

Y  con  su  pico  de  marfil  nevado 
De  su  pechuelo  blanco  y  amarillo 
La  pluma  concertó  pajiza  y  baya  ; 

Y  celoso  se  ensaya  > 
A  discantar  én  alto  contrapunto 
Sus  celos  y  amor  junto, 

Y  al  ramillo,  y  al  prado  y  á  las  florea 
Libre  y  ufano  cuenta  sus  amores. 
Mas  ¡  ay  !    que  en  este  estado 

146 


DON   ANTONIO    MIRA   DE   MESCUA 

El  cazador  cruel,  de  astucia  armado, 
}  Escondido  le  acecha, 

Y  al  tierno  corazón  aguda  flecha 
Tira  con  mano  esquiva 

Y  envuelto  en  sangre  en  tierra  lo  derriba. 
¡  Ay,  vida  mal  lograda, 

Retrato  de  mi  suerte  desdichada  ! 

De  la  custodia  del  amor  materno  ***&*" 


a 


El  corderillo  juguetón  se  aleja, 
Enamorado  de  Ja  yerba  y  flores, 

Y  por  la  libertad  del  pasto  tierno 
El  candido  licor  olvida  y  deja 

Por  quien  hizo  á^u  madre  mil  amores: 

Sin  conocer  temores, 

De  la  florida  primavera  bella 

El  vario  manto  huella 

Con  retozos  y  brincos  licenciosos,  rí^* 

Y  pace  tallos  tiernos  y  sabrosos.       '  yu^  ]  \ 
Mas  ¡  ay  !    que  en  un  otero 

Dio  en  la  boca  de  un  lobo  carnicero, 

Que  en  partes  diferentes 

Lo  dividió  con  sus  voraces  dientes, 

Y  á  convertirse  vino  i  \y~  l ' 
En  purpúreo  el  dorado  vellocino. 

¡  Oh  inocencia  ofendida,  ^sjt* 

Breve  bien,  caro  pasto,  corta  vida  !  i   ^tr» 

Rica  con  sus  penachos  y  copetes, 
Ufana  y  loca,  con  ligero  vuelo 
Se  remonta  la  garza  á  las  estrellas, 
Y,  puliendo  sus  negros  martinetes, 
Procura  ser  allá  cerca  del  cielo 
1  ,a  reina  sola  de  las  aves  bellas  : 

Y  por  ser  ella  de  ellas 

147 


DON   ANTONIO   MIRA   DE  MESCUA 

La  que  más  altanera  se  remonta, 

Ya  se  encubre  y  trasmonta 

A  los  ojos  del  lince  más  atentos 

Y  se  contempla  reina  de  los  vientos. 
Mas  ¡  ay  !    que  en  la  alta  nube 
El  águila  la  vio  y  al  cielo  sube, 
Donde  con  pico  y  garra 
El  pecho  candidísimo  desgana 
Del  bello  airón  que  quiso 
Volar  tan  alto  con  tan  corto  aviso. 
¡  Ay,  pájaro  altanero, 
Retrato  de  mi  suerte  verdadero  ! 

Al  son  de  las  belísonas  trompetas 

Y  al  retumbar  del  sonoroso  parche, 
Formo  escuadrón  el  capitán  gallardo  ; 
Con  relinchos,  bufidos  y  corvetas 
Pidió  el  caballo  que  la  gente  marche 
Trocando  en  paso  presuroso  el  tardo : 
Sonó  el  clarín  bastardo 
La  esperada  señal  de  arremetida, 

Y  en  batalla  rompida, 
Teniendo  cierta  de  vencer  la  gloria, 
Oyó  á  su  gente  que  cantó  victoria. 
Mas  ¡  ay  !    que  el  desconcierto 
Del  capitán  bisQño  y  poco  experto, 
Por  no  observar  el  orden 
Causó  en  su  gente  general  desorden, 
Y,  la  ocasión  perdida, 
El  vencedor  perdiq,  victoria  y  vida. 
¡  Ay,  fortuna  voltaria, 
En  mis  prósperos  fines  siempre  varia !         * 

Al  cristalino  y  mudo  lisonjero 
La  bella  dama  en  su  beldad  se  goza, 

!4S 


¥■ 


DON   ANTONIO   MIRA   DE   MESCUA 

Contemplándose  Venus  en  la  tierra, 

Y  al  más  rebelde  corazón  de  acero 
Con  su  vista  enternece  y  alboroza, 

Y  es  de  las  libertades  dulce  guerra : 
El  desamor  destierra 

De  donde  pone  sus  divinos  ojos, 

Y  de  ellos  son  despojos  \Jr^ 
Los  purísimos  castos  de  Diana,  i 

Y  en  su  belleza  se  contempla  ufana.  *^Q 
Mas  ¡  ay  !    que  un  accidente,                          ,  r " 
Apenas  puso  el  pulso  intercadente,        '-,/J 

'  1/      Cuando  cubrió  de  manchas, 
\r    \p   Cárdenas  ronchas  y  viruelas  anchas 
jjf        El  beilo  rostro  hermoso 

Y  lo  trocó  en  horrible  y  asqueroso. 
¡  Ay,  beldad  malograda, 

Muerta  luz,  turbio  sol  y  flor  pisada  ! 

Sobre  frágiles  leños,  que  con  alas  . 

De  lienzo  débil  de  la  mar  son  carros,      ^fVf1^ 
El  mercader  surcó  sus  claras  olas  : 
Llegó  á  la  India,  y,  rico  de  bengalas, 
Perlas,  aromas,  nácares  bizarros, 
Volvió  á  ver  las  riberas  españolas. 
Tremoló  banderolas,  ^h 

Flámulas,  estandartes,  gallardetes  :    y-** 
Dio  premio  á  los  grumetes 
Por  haber  descubierto 
De  la  querida  patria  el  dulce  puerto. 
Mas  ¡  ay  !   que  estaba  ignoto 
A  la  experiencia  y  ciencia  del  piloto 
En  la  barra  un  peñasco,  íy 

Donde,  tocando  de  la  nave  el  casco,    r^ 
Dio  á  fondo,  hechos  mil  piezas, 

149 


DON  ANTONIO   MIRA   DE  MESCUA 

Mercader,  esperanzas  y  riquezas. 
¡  Pobre  bajel,  figura 
Del  que  .anegó  irii  próspera  ventura  ! 
Mi  pensamiento  con  ligero  vuelo 
Ufano,  alegre,  altivo,  enamorado, 
Sin  conocer  temores  la  memoria, 
Se  remontó,  señora,  hasta  tu  cielo, 

Y  contrastando  tu  desdén  airado, 
Triunfó  mi  amor,  cantó  mi  fe  victoria  ; 

Y  en  la  sublime  gloria 
De  esa  beldad  se  contempló  mi  alma, 

Y  el  mar  de  amor  6Ín  calma 
Mi  navecilla  con  su  viento  en  popa 
Llevaba  navegando  á  toda  ropa. 
Mas  ;  ay  !   que  mi  contento 
Fué  el  pajarillo  y  corderillo  exento, 
Fué  la  garza  altanera, 

Fué  el  capitán  que  la  victoria  espera, 
Fué  la  Venus  del  mundo, 
Fué  la  nave  del  piélago  profundo  ; 
v'-  Pues  por  diversos  modos 

Todos  los  males  padecí  de  todos. 

Canción,  vé  á  la  coluna 
Que  sustentó  mi  próspera  fortuna, 

Y  verás  que  si  entonces 

Te  pareció  de  mármoles  y  bronces, 

Hoy  es  muger  ;    y  en  suma 

Breve  bien,  fácil  viento,  leve  espuma. 


i 


*S° 


DON   NICOLÁS   F.  DE   ÍVIORATÍN 

62.  Fiesta  de  toros  cu  Madrid 

MADRID,  castillo  famoso 
Que  al  rey  moro  alivia  el  miedo, 
Arde  en  fiestas  en  su  coso 
Por  ser  el  natal  dichoso 
De  Alimenón  de  Toledo. 

Su  bravo  alcaide  Aliatar, 
De  la  hermosa  Zaida  amante, 
Las  ordena  celebrar 
Por  si  la  puede  ablandar 
El  corazón  de  diamante. 

Pasó,  vencida  á  sus  ruegos, 
Desde  Aravaca  i  Madrid  ; 
Hubo  pandorgas  y  fuegos, 
Con  otros  nocturnos  juegos 
Que  dispuso  el  adalid.  > 

Y  en  adargas  y  colores, 
En  las  cifras  y  libreas, 
Mostraron  los  amadores, 

Y  en  pendones  y  preseas, 
La  dicha  de  sus  amores. 

Vinieron  las  moras  bellas 
De  toda  la  cercanía, 

Y  de  lejos  muchas  de  ellas  : 
Las  más  apuestas  doncellas 
Que  España  entonces  tenía. 

Aja  de  Jetafe  vino, 

Y  Zahara  la  de  Alcorcón, 
En  cuyo  obsequio  muy  fino 
Corrió  de  un  vuelo  el  camino 
El  moraicél  de  Alcabón. 

Jarifa  de  Almonacid, 

m 


DON   NICOLÁS   F.  DE    MORATÍN 

Que  de  la  Alcarria  en  que  habita 
Llevó  á  asombrar  á  Madrid 
Su  amante  Audalla,  adalid 
Del  castillo  de  Zorita. 

De  Adamud  y  la  famosa 
Meco  llegaron  allí 
Dos,  cada  cual  más  hermosa, 

Y  Fátima  la  preciosa, 
Hija  de  Alí  el  alcadí. 

El  ancho  circo  se  llena 
De  multitud  clamorosa, 
Que  atiende  á  ver  en  Ja  arena 
La  sangrienta  lid  dudosa, 

Y  todo  en  torno  resuena. 
La  bella  Zaida  ocupó 

Sus  dorados  miradores 
Que  el  arte  afiligranó, 

Y  con  espejos  y  flores 

Y  damascos  adornó. 
Añafiles  y  atabales, 

Con  militar  armonía, 
Hicieron  salva,  y  señales 
De  mostrar  su  valentía 
Los  moros  más  principales. 

No  en  las  vegas  de  Jarama 
Pacieron  la  verde  grama 
Nunca  animales  tan  fieros, 
Junto  al  puente  que  se  llama, 
Por  sus  peces,  de  Viveros, 

Como  los  que  el  vulgo  vio 
Ser  lidiados  aquel  día  ; 

Y  en  la  fiesta  que  gozó, 
La  popular  alegría 

152 


DON   NICOLÁS   F.  DE    MORATÍN 

Muchas  heridas  costó. 
Salió  un  toro  del  toril 

Y  á  Tarfe  tiró  por  tierra, 

Y  luego  á  Benalguacil  ; 
Después  con  Hamete  cierra 
El  temerón  de  Conil. 

Traía  un  ancho  listón 
Con  uno  y  otro  matiz 
Hecho  un  lazo  por  airón, 
Sobre  la  inhiesta  cerviz 
Clavado  con  un  arpón. 

Todo  galán  pretendía 
Ofrecerle  vencedor 
A  la  dama  que  servía  : 
Por  eso  perdió  Almanzor 
El  potro  que  más  quería. 

El  alcaide  muy  zambrero  > 

De  Guadalajara,  huyó 
Mal  herido  al  golpe  fiero, 

Y  desde  un  caballo  overo 
El  moro  de  Horche  cayó. 

Todos  miran  á  Aliatar, 
Que,  aunque  tres  toros  ha  muerto, 
No  se  quiere  aventurar, 
Porque  en  lance  tan  incierto 
El  caudillo  no  ha  de  entrar. 

Mas  viendo  se  culparía, 
Va  á  ponérsele  delante  : 
La  fiera  le  acometía, 

Y  sin  que  el  rejón  la  plante 
Le  mató  una  yegua  pía. 

Otra  monta  acelerado  : 
Le  embiste  el  toro  de  un  vuelo 

iS3 


DON   NICOLÁS   F.  DE   MORATÍN 

Cogiéndole  cntablerado  ; 
Rodo  el  bonete  encarnado 
Con  las  plumas  por  el  suelo. 

Dio  yuelta  hiriendo  y  matando 
A  los  de  á  pié  que  encontrara, 
El  circo  desocupando, 

Y  emplazándose,  6e  para, 
Con  la  vista  amenazando. 

Nadie  se  atreve  á  salir : 
La  plebe  grita  indignada, 
Las  damas  se  quieren  ir, 
Porque  la  fiesta  empezada 
No  puede  ya  proseguir. 

Ninguno  al  riesgo  se  entrega 

Y  está  en  medio  el  toro  fijo, 
Cuando  un  portero  que  llega 
De  la  puerta  de  la  Vega, 
Hincó  la  rodilla,  y  dijo : 

Sobre  un  caballo  alazano, 
Cubierto  de  galas  y  oro, 
Demanda  licencia  urbano 
Para  alancear  á  un  toro 
Un  caballero  cristiano. 

Mucho  le  pesa  á  Aliatar  ; 
Pero  Zaida  dio  respuesta 
Diciendo  que  puede  entrar, 
Porque  en  tan  solemne  fiesta 
Nada  se  debe  negar. 

Suspenso  el  concurso  entero 
Entre  dudas  se  embaraza, 
Cuando  en  un  potro  ligero 
Vieron  entrar  en  la  plaza 
Un  bizarro  caballero. 

154 


DON   NICOLÁS  F.  DE   MORATÍN 

Sonrosado,  albo  color, 
Belfo  labio,  juveniles 
Alientos,  inquieto  ardor, 
En  el  florido  verdor 
De  sus  lozanos  abriles. 

Cuelga  la  rubia  guedeja 
Por  donde  el  almete  sube, 
Cual  mirarse  tai  vez  deja 
Del  sol  la  ardiente  madeja 
Entre  cenicienta  nube. 

Gorguera  de  anchos  follajes, 
De  una  cristiana  primores  ; 
En  el  yelmo  los  plumajes 
Por  los  visos  y  celajes 
Vergel  de  diversas  flores. 

En  la  cuja  gruesa  lanza, 
Con  recamado  pendón,  , 

Y  una  cura  á  ver  se  alcanza» 
Que  es  de  desesperación, 

Ó  á  lo  menos  de  venganza. 

En  el  arzón  de  la  silla 
Ancho  escudo  reverbera 
Con  blasones  de  Castilla, 

Y  el  mote  dice  á  la  orilla  : 
Nunca  mi  espada  venciera. 

Era  el  caballo  galán, 
El  bruto  más  generoso, 
De  más  gallardo  ademán  J 
Cabos  negros,  y  brioso, 
Muy  tostado,  y  alazán. 

Larga  cola  recogida 
En  las  piernas  descarnadas, 
Cabeza  pequeña,  erguida, 

X55 


DON   NICOLÁS   F.  DE    MORATÍN 
Las  narices  dilatadas. 


Vista  feroz  y  encendida. 

Nunca  en  el  ancho  rodeo 
Que  da  Bétis  con  tal  fruto 
Pudo  fingir  el  deseo 
Más  bella  estampa  de  bruto, 
Ni  más  hermoso  paseo. 

Dio  la  vuelta  al  rededor  ; 
Los  ojos  que  le  veían 
Lleva  prendados  de  amor : 
¡  Alah  te  salve  !   decían, 
¡  Déte  el  Profeta  favor  ! 

Causaba  lástima  y  grima 
Su  tierna  edad  floreciente  : 
Todos  quieren  que  se  exima 
Del  riesgo,  y  él  solamente 
Ni  recela  ni  se  estima. 

Las  doncellas,  al  pasar, 
Hacen  de  ámbar  y  alcanfor 
Pebeteros  exhalar, 
Vertiendo  pomos  de  olor, 
De  jazmines  y  azahar. 

Mas  cuando  en  medio  se  para, 

Y  de  más  cerca  le  mira 

La  cristiana  esclava  Aldara, 
Con  su  señora  se  encara, 

Y  así  la  dice,  y  suspira  : 
Señora,  sueños  no  son  ; 

Así  los  cielos,  vencidos 
De  mi  ruego  y  aflicción, 
Acerquen  á  mis  oidos 
Las  campanas  de  León, 

Como  ese  doncel,  que  ufano 
15o 


DON   NICOLÁS   F.  DE    MORATÍN 

Tanto  asombro  viene  á  dar 
A  todo  el  pueblo  africano, 
Es  Rodrigo  de  Vivar, 
El  soberbio  castellano. 

Sin  descubrirle  quién  es, 
La  Zaida  desde  una  almena 
Le  habló  una  noche  cortés, 
Por  donde  se  abrió  después 
El  cubo  de  la  Almudena. 

Y  supo  que,  fugitivo 
De  Ja  corte  de  Fernando, 
El  cristiano,  apenas  vivo, 
Está  á  Jimena  adorando 

Y  en  su  memoria  cautivo. 
Tal  vez  á  Madrid  se  acerca 

Con  frecuentes  correrías 

Y  todo  en  torno  la  cerca  ; 
Observa  sus  saetías, 
Arroyadas  y  ancha  alberca. 

Por  eso  Je  ha  conocido : 
Que  en  medio  de  aclamaciones. 
El  caballo  ha  detenido 
Delante  de  sus  balcones, 

Y  la  saluda  rendido. 

La  mora  se  puso  en  pié 

Y  sus  doncellas  detrás : 
El  alcaide  que  lo  ve, 
Enfurecido  además, 
Muestra  cuan  celoso  esté. 

Suena  un  rumor  placentero 
Entre  el  vulgo  de  Madrid : 
No  habrá  mejor  caballero, 
Dicen,  en  el  mundo  entero, 

i57 


DON   NICOLÁS   F.  DE    MORATÍN 

Y  algunos  le  llaman  Cid. 
Crece  la  algazara,  y  él, 

Torciendo  las  riendas  de  oro, 
Marcha  al  combate  cruel : 
Alza  el  galope,  y  al  toro 
Busca  en  sonoro  tropel. 

El  bruto  se  le  ha  encarado 
Desde  que  le  vio  llegar, 
De  tanta  gala  asombrado, 

Y  al  rededor  le  ha  observado 
Sin  moverse  de  un  lugar* 

Cual  flecha  se  disparó 
Despedida  de  la  cuerda, 
De  tal  suerte  le  embistió  ; 
Detrás  de  la  oreja  izquierda 
La  aguda  lanza  le  hirió. 

Brama  la  fiera  burlada  ; 
Segunda  vez  acomete, 
De  espuma  y  sudor  bañada, 

Y  segunda  vez  la  mete 
Sutil  la  punta  acerada. 

Pero  ya  Rodrigo  espera 
Con  heroico  atrevimiento, 
El  pueblo  mudo  y  atento  : 
Se  engalla  el  toro  y  altera, 

Y  íinje  acometimiento. 

La  arena  escarba  ofendido, 
Sobre  la  espalda  la  arroja 
Con  el  hueso  retorcido  ; 
El  suelo  huele  y  le  moja 
En  ardiente  resoplido. 

La  cola  inquieto  menea, 
La  diestra  oreja  mosquea, 
158 


DON   NICOLÁS   F.  DE    MORATÍN 

Váse  retirando  atrás, 
Para  que  la  fuerza  sea 
Mayor,  y  el  ímpetu  más. 

El  que  en  ésta  ocasión  viera 
De  Zaida  el  rostro  alterado, 
Claramente  conociera 
Cuanto  le  cuesta  cuidado 
El  que  tanto  riesgo  espera. 

Mas  ¡  ay,  que  le  embiste  horrendo 
El  animal  espantoso  ! 
Jamás  peñasco  tremendo 
Del  Cáucaso  cavernoso 
Se  desgaja  estrago  haciendo, 

Ni  llama  así  fulminante 
Cruza  en  negra  oscuridad 
Con  relámpagos  delante, 
Al  estrépito  tronante  ' 

De  sonora  tempestad, 

Como  el  bruto  se  abalanza 
Con  terrible  ligereza  ; 
Mas  rota  con  gran  pujanza 
La  alta  nuca,  la  fiereza 

Y  el  último  aliento  lanza. 
La  confusa  vocería 

Que  en  tal  instante  se  oyó 
Fué  tanta,  que  parecía 
Que  honda  mina  reventó, 
Ó  el  monté  y  valle  se  hundía. 

A  caballo  como  estaba 
Rodrigo,  el  lazo  alcanzó 
Con  que  el  tofO  se  adornaba  : 
En  sü  lanZa  le  clavó 

Y  á  los  balcones  llegaba. 

i59 


DON   NICOLÁS  F.  DE   MORATÍN 

Y  alzándose  en  los  estribos, 
Le  alarga  á  Zaida,  diciendo : 
Sultana,  aunque  bien  entiendo 
Ser  favores  excesivos, 

Mi  corto  don  admitiendo  ; 

Si  no  os  dignáredes  ser 
Con  él  benigna,  advertid 
Que  á  raí  me  basta  saber 
Que  no  le  debo  ofrecer 
A  otra  persona  en  Madrid. 

Ella,  el  rostro  placentero, 
Dijo,  y  turbada  :   señor, 
Yo  le  admito  y  le  venero, 
Por  conservar  el  favor 
De  tan  gentil  caballero. 

Y  besando  el  rico  don, 
Para  agradar  al  doncel, 
Le  prende  con  afición 
Al  lado  del  corazón 

Por  brinquiño  y  por  joyel. 
Pero  Aliatar  el  caudillo 
De  envidia  ardiendo  se  ve, 
Y,  trémulo  y  amarillo, 
Sobre  un  tremecén  rosillo 
Lozaneándose  fué. 

Y  en  ronca  voz  :   castellano, 
Le  dice  :   con  más  decoros 
Suelo  yo  dar  de  mi  mano, 

Si  no  penachos  de  toros, 
Las  cabezas  del  cristiano. 

Y  si  vinieras  de  guerra 
Cual  vienes  de  fiesta  y  gala, 
Vieras  que  en  toda  la  tierra, 

1 6o 


DON   NICOLÁS   F.  DE    MORATÍN 

Al  valor  que  dentro  encierra 
Madrid,  ninguno  se  iguala. 

Así,  dijo  el  de  Vivar, 
Respondo  ;   y  la  lanza  al  ristre 
Pone,  y  espera  á  Aliatar  ; 
Mas  sin  que  nadie  administre 
Orden,  tocaron  á  armar. 

Ya  fiero  bando  con  gritos 
Su  muerte  ó  prisión  pedía, 
Cuando  se  oyó  en  los  distritos 
Del  monte  de  Leganitos 
Del  Cid  la  trompetería. 

Entre  la  Monclova  y  Soto 
Tercio  escogido  emboscó, 
Que,  viendo  como  tardó, 
Se  acerca,  oyó  el  alboroto, 

Y  al  muro  se  abalanzó. 

Y  si  no  vieran  salir 
Por  la  puerta  á  su  señor, 

Y  Zaida  á  le  despedir, 
Iban  la  fuerza  á  embestir  : 
Tal  era  ya  su  furor. 

El  alcaide,  recelando 
Que  en  Madrid  tenga  partido, 
Se  templó  disimulando, 

Y  por  el  parque  florido 
Salió  con  él  razonando. 

Y  es  fama  que,  á  la  bajada, 
Juró  por  Ja  cruz  el  Cid 

De  su  vencedora  espada 
De  no  quitar  la  celada 
Hasta  que  gane  á  Madrid. 

S 12  xtt 


DON    GASPAR    M.    DE    JOVELLANOS 

63.         Epístola  de  Faino  á  Anfriso 
Descripción  del  Paular 

Credibile  est  Mi  numen  inesse  loco 
— Ovidius 

DESDE  el  oculto  y  venerable  asilo 
Do  la  virtud  austera  y  penitente 
Vive  ignorada  y,  del  liviano  mundo 
Huida,  en  santa  soledad  se  esconde, 
El  triste  Fabio  al  venturoso  Anfriso 
Salud  en  versos  flébiles  envía. 
Salud  le  envía  á  Anfriso,  al  que  inspirado 
De  las  mantuanas  musas,  tal  vez  suele 
Al  grave  son  de  su  celeste  canto 
Precipitar  del  viejo  Manzanares 
El  curso  perezoso  :   tal  suave 
Suele  ablandar  con  amorosa  lira 
La  altiva  condición  de  sus  zagalas. 
¡Pluguiera  á  Dios,  oh  Anfriso,  que  el  cuitado 
A  quien  no  dio  la  suerte  tal  ventura 
Pudiese  huir  del  mundo  y  sus  peligros  ! 
¡  Pluguiera  á  Dios,  pues  ya  con  su  barquilla 
Logro  arribar  á  puerto  tan  seguro. 
Que  esconderla  supiera  en  este  abrigo, 
Á  tanta  luz  y  ejemplos  enseñado  ! 
Huyera  así  la  furia  tempestuosa 
De  los  contrarios  vientos,  los  escollos, 
Y  las  fieras  borrascas  tantas  veces 
Entre  sustos  y  lágrimas  corridas. 
Así  también  del  mundanal  tumulto 
Lejos,  y  en  estos  montes  guarecido, 
162 


DON    GASPAR    M.    DE   JOVELLANOS 

Alguna  vez  gozara  del  reposo, 

Que  hoy  desterrado  de  su  pecho  vive. 

Mas   ¡  ay  de  aquel  que  hasta  en  el  santo  asilo 
De  la  virtud  arrastra  la  cadena, 
La  pesada  cadena  con  que  el  mundo 
Oprime  á  sus  esclavos  !    ¡  Ay  del  triste 
En  cuyo  oído  suena  con  espanto, 
Por  esta  oculta  soledad  rompiendo, 
De  su  señor  el  imperioso  grito  ! 

Busco  en  estas  moradas  silenciosas 
El  reposo  y  la  paz  que  aquí  se  esconden, 

Y  sólo  encuentro  la  inquietud  funesta 
Que  mis  sentidos  y  razón  conturba. 

Busco  paz  y  reposo,  pero  en  vano 
Los  busco   ¡  oh  caro  Anfriso  !   que  estos  dones, 
Herencia  santa  que  al  partir  del  mundo 
Dejo  Bruno  en  sus  hijos  vinculada, 
Nunca  en  profano  corazón  entraron 
Ni  á  los  parciales  del  placer  se  dieron. 

Conozco  bien  que,  fuera  de  este  asilo, 
Sólo  me  guarda  el  mundo  sinrazones, 
Vanos  deseos,  duros  desengaños, 
Susto  y  dolor  ;   empero  todavía 
A  entrar  en  él  no  puedo  resolverme. 
No  puedo  resolverme,  y  despechado 
Sigo  el  impulso  del  fatal  destino 
Que  á  muy  más  dura  esclavitud  me  guía. 
Sigo  su  fiero  impulso,  y  llevo  siempre 
Por  todas  partes  los  pesados  grillos 
Que  de  la  ansiada  libertad  me  privan. 

De  afán  y  angustia  el  pecho  traspasado, 
Pido  á  la  muda  soledad  consuelo 

Y  con  dolientes  quejas  la  importuno. 

163 


DON    GASPAR    M.   DE   JOVELLANOS 

Salgo  ai  ameno  valle,  subo  al  monte, 
Sigo  del  claro  río  Jas  corrientes, 
Busco  la  fresca  y  deleitosa  sombra, 
Corro  por  todas  partes,  y  no  encuentro 
En  parte  alguna  la  quietud  perdida. 

¡  Ay,  Anfriso,    ¡  qué  escenas  á  mis  ojos, 
Cansados  de  llorar,  presenta  el  cielo  ! 
Rodeado  de  frondosos  y  altos  montes 
Se  extiende  un  valle,  que  de  mil  delicias 
Con  sabia  mano  ornó  naturaleza. 
Pártele  en  dos  mitades,  despeñado 
De  las  vecinas  rocas,  el  Lozoya, 
Por  su  pesca  famoso  y  dulces  aguas. 
Del  claro  río  sobre  el  verde  margen 
Crecen  frondosos  álamos,  que  al  cielo 
Ya  erguidos  alzan  las  plateadas  copas, 
O  ya,  sobre  las  aguas  encorvados, 
En  mil  figuras  miran  con  asombro 
Su  forma  en  los  cristales  retratada. 
De  la  siniestra  orilla  un  bosque  umbrío 
Hasta  la  falda  del  vecino  monte 
Se  extiende  :   tan  ameno  y  delicioso 
Que  le  hubiera  juzgado  el  gentilismo 
Morada  de  algún  dios,  ó  á  los  misterios 
De  las  silvanas  Dríadas  guardado. 

Aquí  encamino  mis  inciertos  pasos, 
Y  en  su  recinto  umbrío  y  silencioso, 
Mansión  la  más  conforme  para  un  triste, 
Entro  á  pensar  en  mi  cruel  destino. 
La  grata  soledad,  la  dulce  sombra, 
El  aire  blando  y  el  silencio  mudo, 
Mi  desventura  y  mi  dolor  adulan. 
No  alcanza  aquí  del  padre  de  las  luces 
164 


DON    GASPAR    M.   DE   JOVELLANOS 

El  rayo  acechador,  ni  su  reflejo 
Viene  á  cubrir  de  confusión  el  rostro 
De  un  infeliz  en  su  dolor  sumido. 
El  canto  de  las  aves  no  interrumpe 
Aquí  tampoco  la  quietud  de  un  triste, 
Pues  sólo  de  la  viuda  tortolilla 
Se  oye  tal  vez  el  lastimero  arrullo, 
Tal  vez  el  melancólico  trinado 
De  la  angustiada  y  dulce  Filomena. 
Con  blando  impulso  el  céfiro  suave, 
Las  copas  de  los  árboles  moviendo, 
Recrea  el  alma  con  el  manso  ruido, 
Mientras  al  dulce  soplo  desprendidas 
Las  agostadas  hojas,  revolando, 
Bajan  en  lentos  círculos  al  suelo, 
Cúbrenle  en  torno,  y  la  frondosa  pompa 
Que  al  árbol  adornara  en  primavera, 
Yace  marchita  y  muestra  los  rigores 
Del  abrasado  estío  y  seco  otoño. 

¡  Así  también  de  juventud  lozana 
Pasan,  oh  Anfriso,  las  livianas  dichas  ! 
Un  soplo  de  inconstancia,  de  fastidio, 
O  de  capricho  femenil  las  tala 
Y  lleva  por  el  aire,  cual  las  hojas 
De  los  frondosos  árboles  caídas. 
Ciegos  empero,  y  tras  su  vana  sombra 
De  contino  exhalados,  en  pos  de  ellas 
Corremos  hasta  hallar  el  precipicio 
Do  nuestro  error  y  su  ilusión  nos  guían. 
Volamos  en  pos  de  ellas  como  suele 
Volar  á  la  dulzura  del  reclamo 
Incauto  el  pajarillo :   entre  las  hojas 
EJ  preparado  visco  le  detiene  : 

165 


DON    GASPAR    M.   DE   JOVELLANOS 

Lucha  cautivo  por  huir,  y  en  vano, 
Porque  un  traidor,  que  en  asechanza  atisba, 
Con  mano  infiel  la  libertad  le  roba 

Y  á  muerte  le  condena  ó  cárcel  dura. 

¡  Ah,  dichoso  el  mortal  de  cuyos  ojos 
Un  pronto  desengaño  corrió  el  velo 
De  la  ciega  ilusión  !    ¡  Una  y  mil  veces 
Dichoso  el  solitario  penitente 
Que,  triunfando  del  mundo  y  de  sí  mismo, 
Vive  en  la  soledad  libre  y  contento  ! 
Unido  á  Dios  por  medio  de  la  santa 
Contemplación,  le  goza  ya  en  la  tierra, 

Y  retirado  en  su  tranquilo  albergue 
Observa  reflexivo  los  milagros 
De  la  naturaleza,  sin  que  nunca 
Turben  el  susto  ni  el  dolor  su  pecho. 

Regálanle  las  aves  con  su  canto, 
Mientras  la  aurora  sale  refulgente 
A  cubrir  de  alegría  y  luz  el  mundo. 
Nácele  siempre  el  sol  claro  y  brillante, 

Y  nunca  á  él  levanta  conturbados 
Sus  ojos,  ora  en  el  oriente  raye, 
Ora,  del  cielo  á  la  mitad  subiendo, 
En  pompa  guíe  el  reluciente  carro  ; 
Ora  con  tibia  luz,  más  perezoso, 

Su  faz  esconda  en  los  vecinos  montes. 
Cuando  en  las  claras  noches  cuidadoso 
Vuelve  desde  los  santos  ejercicios, 
La  plateada  luna  en  lo  más  alto 
Del  cielo  mueve  la  luciente  rueda 
Con  augusto  silencio,  y  recreando 
Con  blando  resplandor  su  humilde  vista, 
Eleva  su  razón,  y  la  dispone 
166 


DON    GASPAR    M.    DE   JOVELLANOS 

Á  contemplar  la  alteza  y  la  inefable 
Gloria  del  Padre  y  Criador  del  mundo. 
Libre  de  los  cuidados  enojosos 
Que  en  los  palacios  y  dorados  techos 
Nos  turban  de  contino,  y  entregado 
Á  la  inefable  y  justa  Providencia, 
Si  al  breve  sueño  alguna  pausa  pide 
De  sus  santas  tareas,  obediente 
Viene  á  cerrar  sus  párpados  el  sueño 
Con  mano  amiga,  y  de  su  lado  ahuyenta 
El  susto  y  las  fantasmas  de  la  noche. 
¡  Oh  suerte  venturosa,  á  los  amigos 
De  la  virtud  guardada  !      ¡  Oh  dicha,  nunca 
De  los  tristes  mundanos  conocida  ! 
¡  Oh  monte  impenetrable !    ¡  Oh  bosque  umbrío  ! 
¡  Oh  valle  deleitoso  !      ¡  Oh  solitaria, 
Taciturna  mansión  !      ¡  Oh,  quién,  del  alto 

Y  proceloso  mar  del  mundo  huyendo 
Á  vuestra  santa  calma,  aquí  seguro 
Vivir  pudiera  siempre,  y  escondido  ! 

Tales  cosas  revuelvo  en  mi  memoria 
En  esta  triste  soledad  sumido. 
Llega  en  tanto  la  noche,  y  con  su  manto 
Cobija  el  ancho  mundo.     Vuelvo  entonces 
A  los  medrosos  claustros.     De  una  escasa 
Luz  el  distante  y  pálido  reflejo 
Guía  por  ellos  mis  inciertos  pasos  ; 

Y  en  medio  del  horror  y  del  silencio, 
¡  Oh  fuerza  del  ejemplo  portentosa ! 
Mi  corazón  palpita,  en  mi  cabeza 

Se  erizan  los  cabellos,  se  estremecen 
Mis  carnes,  y  discurre  por  mis  nervios 
Un  súbito  rigor  que  los  embarga. 

107 


DON    GASPAR    M.    DE   JOVELLANOS 

Parece  que  oigo  que  del  centro  oscuro 
Sale  una  voz  tremenda  que,  rompiendo 
El  eterno  silencio,  así  me  dice : 
«Huye  de  aquí,  profano  ;   tú,  que  llevas 
«De  ideas  mundanales  lleno  el  pecho, 
«Huye  de  esta  morada,  do  se  albergan 
«Con  la  virtud  humilde  y  silenciosa 
«Sus  escogidos  :   huye,  y  no  profanes 
«Con  tu  planta  sacrilega  este  asilo.» 
De  aviso  tal  al  golpe  confundido, 
Con  paso  vacilante  voy  cruzando 
Los  pavorosos  tránsitos,  y  llego 
Por  íin  á  mi  morada,  donde  ni  hallo 
El  ansiado  reposo,  ni  recobran 
La  suspirada  calma  mis  sentidos. 
Lleno  de  congojosos  pensamientos 
Paso  la  triste  y  perezosa  noche 
En  molesta  vigilia,  sin  que  llegue 
Á  mis  ojos  el  sueño,  ni  interrumpan 
Sus  regalados  bálsamos  mi  pena. 
Vuelve  por  fin  con  la  rosada  aurora 
La  luz  aborrecida,  y  en  pos  de  ella 
El  claro  día  á  publicar  mi  llanto 
Y  dar  nueva  materia  al  dolor  mío. 


DON  JUAN  MELENDEZ  VALDES 


64..  Rosana  en  los  fuegos 

DEL  sol  llevaba  la  lumbre, 
Y  la  alegría  del  alba, 
En  sus  celestiales  ojos 
168 


DON  JUAN   MELENDEZ  VALDES 

La  hermosísima  Rosana, 
Una  noche  que  á  los  fuegos 
Salió  la  fiesta  de  Pascua 
Para  abrasar  todo  el  valle 
En  mil  amorosas  ansias. 
Por  do  quiera  que  camina 
Lleva  tras  sí  la  mañana, 

Y  donde  se  vuelve  rinde 
La  libertad  de  mil  almas. 
El  céfiro  la  acaricia 

Y  mansamente  la  halaga, 
Los  Amores  la  rodean 

Y  las  Gracias  la  acompañan. 

Y  ella,  así  como  en  el  valle 
Descuella  la  altiva  palma 
Cuando  sus  verdes  pimpollos 

Hasta  las  nubes  levanta  ;  > 

Ó  cual  vid  de  fruto  llena 
Que  con  el  olmo  se  abraza, 

Y  sus  vastagos  extiende 
Al  arbitrio  de  las  ramas  ; 
Así  entre  sus  compañeras 
El  nevado  cuello  alza, 
Sobresaliendo  entre  todas 
Cual  fresca  rosa  entre  zarzas. 
Todos  los  ojos  se  lleva 
Tras  sí,  todo  lo  avasalla  ; 
De  amor  mata  á  los  pastores 

Y  de  envidia  á  las  zagalas. 
Ni  las  músicas  se  atienden, 
Ni  se  gozan  las  lumbradas  ; 
Que  todos  corren  por  verla 

Y  al  verla  todos  se  abrasan. 

169 


DON   JUAN   MELÉNDEZ  VALDÉS 

¡  Qué  de  suspiros  se  escuchan  ! 
¡  Qué  de  vivas  y  de  salvas  ! 
No  hay  zagal  que  no  la  admire 

Y  no  se  esmere  en  loarla. 
Cuál  absorto  la  contempla 

Y  á  la  aurora  la  compara 
Cuando  más  alegre  sale 

Y  el  cielo  de  su  albor  baña ; 
Cuál  al  fresco  y  verde  aliso 
Que  crece  al  margen  del  agua, 
Cuando  más  pomposo  en  hojas 
En  su  cristal  se  retrata  ; 

Cuál  á  la  luna,  si  muestra 
Llena  su  esfera  de  plata, 

Y  asoma  por  los  collados 
De  luceros  coronada. 
Otros  pasmados  la  miran 

Y  mudamente  la  alaban, 

Y  cuanto  más  la  contemplan 
Muy  más  hermosa  la  hallan. 
Que  es  como  el  cielo  su  rostro 
Cuando  en  la  noche  callada 
Brilla  con  todas  sus  luces 

Y  los  ojos  embaraza. 

¡  Ay,  qué  de  envidias  se  encienden  ! 
¡  Ay,  qué  de  celos  que  causa 
En  las  serranas  del  Tórmes 
Su  perfección  sobrehumana ! 
Las  más  hermosas  la  temen, 
Mas  sin  osar  murmurarla  ; 
Que  como  el  oro  más  puro 
No  sufre  una  leve  mancha, 
Bien  haya  tu  gentileza, 
170 


DON  JUAN   MELENDEZ  VALDES 

Una  y  mil  veces  bien  haya, 

Y  abrase  la  envidia  al  pueblo, 
Hermosísima  aldeana. 
Toda,  toda  eres  perfecta, 
Toda  eres  donaire  y  gracia, 
El  amor  vive  en  tus  ojos 

Y  la  gloria  está  en  tu  cara. 
La  libertad  me  has  robado, 
Yo  la  doy  por  bien  robada, 
Mas  recibe  el  don  benigna 
Qui  mi  humildad  te  consagra. 
Esto  un  zagal  la  decía 

Con  razones  mal  formadas, 
Que  salió  libre  á  los  fuegos 

Y  volvió  cautivo  á  casa. 

Y  desde  entonces  perdido 

El  día  á  sus  puertas  le  halla ;  > 

Ayer  le  cantó  esta  letra 
Echándole  la  alborada : 

Linda  zagaleja 
De  cuerpo  gentil, 
Muérome  de  amores 
Desde  que  te  vi. 

Tu  talle,  tu  aseo, 
Tu  gala  y  donaire, 
No  tienen,  serrana, 
Igual  en  el  valle. 
Del  cielo  son  ellos 

Y  tú  un  serafín  : 
Muérome  de  amores 
Desde  que  te  vi. 

De  amores  me  muero, 
Sin  que  nada  baste 

x7x 


DON  JUAN  MELÉNDEZ  VALDÉS 

A  darme  la  vida 
Que  allá  te  llevaste, 
Si  ya  no  te  dueles 
Benigna  de  mí ; 
Que  muero  de  amores 
Desde  que  te  vi. 


DON    LEANDRO    F.    DE    MORATÍN 

65.  Elegía  á  las  Musas 

ESTA  corona,  adorno  de  mi  frente, 
Esta  sonante  lira  y  flautas  de  oro 
Y  máscaras  alegres,  que  algún  día 
Me  disteis,  sacras  Musas,  de  mis  manos 
Trémulas  recibid,  y  el  canto  acabe, 
Que  fuera  osado  intento  repetirle. 
He  visto  ya  cómo  Ja  edad  ligera, 
Apresurando  á  no  volver  las  horas, 
Robó  con  ellas  su  vigor  al  numen. 
Sé  que  negáis  vuestro  favor  divino 
Á  la  cansada  senectud,  y  en  vano 
Fuera  implorarle  ;   pero  en  tanto,  bellas 
Ninfas,  del  verde  Pindó  habitadoras, 
No  me  neguéis  que  os  agradezca  humilde 
Los  bienes  que  os  debi.      Si  pude  un  día, 
No  indigno  sucesor  de  nombre  ilustre, 
Dilatarle  famoso,  á  vos  fué  dado 
Llevar  al  fin  mi  atrevimiento.      Solo 
Pudo  bastar  vuestro  amoroso  anhelo 
Á  prestarme  constancia  en  los  afanes 
Que  turbaron  mi  paz,  cuando  insolente 


DON   LEANDRO   F.    DE   MORATÍN 

Vano  saber,  enconos  y  venganzas, 
Codicia  y  ambición,  la  patria  mía 
Abandonaron  á  civil  discordia. 

Yo  vi  del  polvo  levantarse  audaces, 
A  dominar  y  perecer,  tiranos  : 
Atropellarse  efímeras  las  leyes, 

Y  llamarse  virtudes  los  delitos. 

Vi  las  fraternas  armas  nuestros  muros 
Bañar  en  sangre  nuestra,  combatirse, 
Vencido  y  vencedor  hijos  de  España, 

Y  el  trono  desplomándose  al  vendido 
ímpetu  popular.      De  las  arenas 

Que  el  mar  sacude  en  la  fenicia  Gades, 
A  las  que  el  Tajo  lusitano  envuelve 
En  oro  y  conchas,  uno  y  otro  imperio, 
Iras,  desorden  esparciendo  y  luto, 
Comunicarse  el  funeral  estrago.  > 

Así  cuando  en  Sicilia  el  Etna  ronco 
Revienta  incendios,  su  bifronte  cima 
Cubre  el  Vesubio  en  humo  denso  y  llamas, 
Turba  el  Averno  sus  calladas  ondas  ; 

Y  allá  del  Tibre  en  la  ribera  etrusca 
Se  estremece  la  cúpula  soberbia 

Que  al  Vicario  de  Cristo  da  sepulcro. 

¿  Quién  pudo  en  tanto  horror  mover  el  plectro 
¿  Quién  dar  al  verso  acordes  armonías, 
Oyendo  resonar  grito  de  muerte  ? 
Tronó  la  tempestad  :   bramó  iracundo 
El  huracán,  y  arrebató  á  los  campos 
Sus  frutos,  su  matiz :   la  rica  pompa 
Destrozó  de  los  árboles  sombríos  : 
Todas  huyeron  tímidas  las  aves 
Del  blando  nido,  en  el  espanto  mudas  ; 

i73 


DON   LEANDRO    F.   DE   MORATÍN 

No  más  trinos  de  amor.     Así  agitaron 
Los  tardos  años  mi  existencia,  y  pudo 
Sólo  en  región  extraña  el  oprimido 
Ánimo  hallar  dulce  descanso  y  vida. 
Breve  será ;   que  ya  la  tumba  aguarda 

Y  sus  mármoles  abre  á  recibirme  ; 
Ya  los  voy  á  ocupar... Si  no  es  eterno 
El  rigor  de  los  hados,  y  reservan 

A  mi  patria  infeliz  mayor  ventura, 
Dénsela  presto,  y  mi  postrer  suspiro 
Será  por  ella... Prevenid  en  tanto 
Flébiles  tonos,  enlazad  coronas 
De  ciprés  funeral,  Musas  celestes  ; 

Y  donde  á  las  del  mar  sus  aguas  mezcla 
El  Garona  opulento,  en  silencioso 
Bosque  de  lauros  y  menudos  mirtos, 
Ocultad  entre  flores  mis  cenizas. 


DON    MANUEL    MARÍA   DE    ARJONA 
66.  La  diosa  del  bosque 

¡  OH,  si  bajo  estos  árboles  frondosos 
Se  mostrase  la  célica  hermosura 
Que  vi  algún  día  en  inmortal  dulzura 
Este  bosque  bañar  ! 

Del  cielo  tu  benéfico  descenso 
Sin  duda  ha  sido,  lúcida  belleza : 
Deja,  pues,  diosa,  que  mi  grato  incienso 
Arda  sobre  tu  altar. 

Que  no  es  amor  mi  tímido  alborozo, 
Y  me  acobarda  el  rígido  escarmiento, 

174 


DON    MANUEL    MARÍA   DE   ARJONA 

Que   ¡  oh  Piritoo  !    condeno  tu  intento 
Y  tu  intento,  Ixíón. 
Lejos  de  mí  sacrilega  osadía : 
Bástame  que  con  plácido  semblante 
Aceptes,  diosa,  á  mis  anhelos  pía, 

Mi  ardiente  adoración. 
Mi  adoración  y  el  cántico  de  gloria 
Que  de  mí  el  Pindó  atónito  ya  espera : 
Baja  tú  á  oirme  de  la  sacra  esfera 

j  Oh  radiante  deidad  ! 

Y  tu  mirar  más  nítido  y  suave, 
He  de  cantar,  que  fúlgido  lucero  ; 

Y  el  limpio  encanto  que  infundirnos  sabe 
Tu  dulce  majestad. 
De  pureza  jactándose  natura, 
Te  ha  formado  del  candido  rocío 
Que  sobre  el  nardo  al  apuntar  de  estío  j 

La  aurora  derramó  ; 

Y  excelsamente  lánguida  retrata 
El  rosicler  pacífico  de  Mayo 

Tu  alma :    Favonio  su  frescura  grata 
A  tu  hablar  trasladó. 
¡  Oh  imagen  perfectísima  del  orden 
Que  liga  en  lazos  fáciles  el  mundo, 
Sólo  en  los  brazos  de  la  paz  fecundo, 
Sólo  amable  en  la  paz  ! 
En  vano  con  espléndido  aparato 
Finge  el  arte  solícito  grandezas  : 
Natura  vence  con  sencillo  ornato 
Tan  altivo  disfraz. 
Monarcas,  que  los  pérsicos  tesoros 
Ostentáis  con  magnífica  porfía, 
Copiad  el  brillo  de  un  sereno  día 

i75 


DON    MANUEL    MARÍA   DE   ARJONA 

Sobre  el  azul  del  mar : 
Ó  copie  estudio  de  émula  hermosura 
De  mi  deidad  el  mágico  descuido  ; 
Antes  veremos  la  estrellada  altura 

Los  hombres  escalar. 
Tú,  mi  verso,  en  magnánimo  ardimiento 
Ya  las  alas  del  céfiro  recibe, 
Y  al  pecho  ilustre  en  que  tu  numen  vive 
Vuela,  vuela  veloz  ; 
Y  en  los  erguidos  álamos  ufana 
Penda  siempre  esta  cítara,  aunque  nueva  ; 
Que  ya  á  sus  ecos  hermosura  humana 

No  ha  de  ensalzar  mi  voz. 


DON   ALBERTO    LISTA 

6?.  Al  Sueño 

El  himno  del  desgraciado 

«  El  grande  y  el  pequeño 
Iguales  son  lo  que  les  dura  el  sueño.  » 

DESCIENDE  á  mí,  consolador  Morfeo, 
Único  dios  que  imploro, 
Antes  que  muera  el  esplendor  febeo 
Sobre  las  playas  del  adusto  moro. 

Y  en  tu  regazo  el  importuno  día 
Me  encuentre  aletargado, 
Cuando  triunfante  de  la  niebla  umbría 
Asciende  al  trono  del  cénit  dorado. 

Pierda  en  la  noche  y  pierda  en  la  mañana 
Tu  caima  silenciosa 
176 


DON    ALBERTO    LISTA 

Aquel  feliz  que  en  lecho  de  oro  y  grana 
Estrecha  al  seno  la  adorada  esposa. 

Y  el  que  halagado  con  los  dulces  dones 
De  Pluto  y  de  Citéres, 
Las  que  á  la  tarde  fueron  ilusiones, 
Á  la  aurora  verá  ciertos  placeres. 

No  halle  jamás  la  matutina  estrella 
En  tus  brazos  rendido 
Al  que  bebió  en  los  labios  de  su  bella 
El  suspiro  de  amor  correspondido. 

j  Ah  !   déjalos  que  gocen.      Tu  presencia 
No  turbe  su  contento  ; 
Que  es  perpetua  delicia  su  existencia 

Y  un  siglo  de  placer  cada  momento. 
Para  ellos  nace,  el  orbe  colorando, 

La  sonrosada  aurora, 

Y  el  ave  sus  amores  va  cantando, 

Y  la  copia  de  Abril  derrama  Flora. 
Para  ellos  tiende  su  brillante  velo 

La  noche  sosegada, 

Y  de  trémula  luz  esmalta  el  cielo, 

Y  da  al  amor  la  sombra  deseada. 

Si  el  tiempo  del  placer  para  el  dichoso 
Huye  en  veloz  carrera, 
Une  con  breve  y  plácido  reposo 
Las  dichas  que  ha  gozado  á  las  que  espera. 

Mas    ¡  ay  !    á  un  alma  del  dolor  guarida 
Desciende  ya  propicio  ; 
Cuanto  me  quites  de  la  odiosa  vida, 
Me  quitaras  de  mi  inmortal  suplicio. 

¿  De  qué  me  sirve  el  súbito  alborozo 
Que  á  la  aurora  resuena, 
Si  al  despertar  el  mundo  para  el  gozo, 
S  13  177 


DON    ALBERTO    LISTA 

Sólo  despierto  yo  para  la  pena? 

¿  De  qué  el  ave  canora,  ó  la  verdura 
Del  prado  que  florece, 
Si  mis  ojos  no  miran  su  hermosura, 

Y  el  universo  para  mí  enmudece  ? 

El  ámbar  de  la  vega,  el  blando  ruido, 
Con  que  el  raudal  se  lanza, 
¿,Qué  son    ¡  ay  !    para  el  triste  que  ha  perdido, 
Ultimo  bien  del  hombre,  la  esperanza  ? 

Girará  en  vano,  cuando  el  sol  se  ausente, 
La  esfera  luminosa  ; 
En  vano,  de  almas  tiernas  confidente, 
Los  campos  bañará  la  luna  hermosa. 

Esa  blanda  tristeza  que  derrama 
Á  un  pecho  enamorado, 
Si  su  tranquila  amortiguada  llama 
Resbala  por  las  faldas  del  collado, 

No  es  para  un  corazón  de  quien  ha  huido 
La  ilusión  lisonjera, 
Cuando  pidió,  del  desengaño  herido, 
Su  triste  antorcha  á  la  razón  severa. 

Corta  el  hilo  á  mi  acerba  desventura, 
Oh  tú,  sueño  piadoso  ; 
Que  aquellas  horas  que  tu  imperio  dura 
Se  iguala  el  infeliz  con  el  dichoso. 

Ignorada  de  sí  yazca  mi  mente, 

Y  muerto  mi  sentido  ; 

Empapa  el  ramo,  para  herir  mi  frente, 
En  las  tranquilas  aguas  del  olvido. 
De  la  tumba  me  iguale  tu  beleño 
Á  la  ceniza  yerta, 

Sólo    ¡  ay  de  mí !    que  del  eterno  sueño, 
Mas  felice  que  yo,  nunca  despierta. 
178 


DON    ALBERTO    LISTA 

Ni  aviven  mi  existencia  interrumpida 
Fantasmas  voladores, 
Ni  los  sucesos  de  mi  amarga  vida 
Con  tus  pinceles  lánguidos  colores. 

No  me  acuerdes  cruel  de  mi  tormento 
La  triste  imagen  fiera  ; 
Bástale  su  malicia  al  pensamiento, 
Sin  darle  tú  el  puñal  para  que  hiera. 

Ni  me  halagues  con  pérfidos  placeres, 
Que  volarán  contigo  ; 
Y  el  dolor  de  perderlos  cuando  huyeres 
De  atreverme  á  gozar  será  el  castigo. 

Deslízate  callado,  y  encadena 
Mi  ardiente  fantasía  ; 
Que  asaz  libre  será  para  la  pena 
Cuando  me  entregues  á  la  luz  del  día. 

Vén,  termina  la  mísera  querella 
De  un  pecho  acongojado. 
¡  Imagen  de  la  muerte  !   después  de  ella 
Eres  el  bien  mayor  del  desgraciado. 


DON    MANUEL   JOSÉ    QUINTANA 

68.  A  España^  después  de  la  revolución 
de  Marzo 

¿  QUE  era,  decidme,  la  nación  que  un  día 
Reina  del  mundo  proclamó  el  destino, 
La  que  á  todas  las  zonas  extendía 
Su  cetro  de  oro  y  su  blasón  divino  ? 
Volábase  á  occidente, 

179 


DON   MANUEL   JOSÉ    QUINTANA 

Y  el  vasto  mar  Atlántico  sembrado 
Se  hallaba  de  su  gloria  y  su  fortuna. 
Do  quiera  España :  en  el  preciado  seno 
De  América,  en  el  Asia,  en  los  confines 
Del  África,  allí  España.      El  soberano 
Vuelo  de  la  atrevida  fantasía 

Para  abarcarla  se  cansaba  en  vano  ; 
La  tierra  sus  mineros  le  rendía, 
Sus  perlas  y  coral  el  Océano. 

Y  donde  quier  que  revolver  sus  olas 
El  intentase,  á  quebrantar  su  furia 
Siempre  encontraba  costas  españolas. 

Ora  en  el  cieno  del  oprobio  hundida, 
Abandonada  á  la  insolencia  agena, 
Como  esclava  en  mercado,  ya  aguardaba 
La  ruda  argolla  y  la  servil  cadena. 
¡  Qué  de  plagas,  oh  Dios !    Su  aliento  impuro 
La  pestilente  fiebre  respirando, 
Infesto  el  aire,  emponzoñó  la  vida  ; 
La  hambre  enflaquecida 
Tendió  sus  brazos  lívidos,  ahogando 
Cuanto  el  contagio  perdonó  ;   tres  veces 
De  Jano  el  templo  abrimos, 

Y  á  la  trompa  de  Marte  aliento  dimos  ; 
Tres  veces   ¡  ay  !    Los  dioses  tutelares 
Su  escudo  nos  negaron,  y  nos  vimos 
Rotos  en  tierra  y  rotos  en  los  mares. 

¿  Qué  en  tanto  tiempo  viste 
Por  tus  inmensos  términos,  oh  Iberia  ? 
¿  Qué  viste  ya  sino  funesto  luto, 
Honda  tristeza,  sin  igual  miseria, 
De  tu  vil  servidumbre  acerbo  fruto  ? 
Así,  rota  la  vela,  abierto  el  lado, 
1 8o 


DON   MANUEL   JOSÉ    QUINTANA 

Pobre  bajel  á  naufragar  camina, 

De  tormenta  en  tormenta  despeñado, 

Por  los  yermos  del  mar  ;   ya  ni  en  su  popa 

Las  guirnaldas  se  ven  que  antes  le  ornaban, 

Ni  en  señal  de  esperanza  y  de  contento 

La  flámula  riendo  al  aire  ondea. 

Cesó  en  su  dulce  canto  el  pasajero, 

Ahogó  su  vocerío 

El  ronco  marinero, 

Terror  de  muerte  en  torno  le  rodea, 

Terror  de  muerte  silencioso  y  frío  ; 

Y  él  va  á  estrellarse  al  áspero  bajío. 

Llega  el  momento,  en  ím  ;   tiende  su  mano 
El  tirano  del  mundo  al  occidente, 

Y  fiero  exclama  :    «  El  occidente  es  mío.» 
Bárbaro  gozo  en  su  ceñuda  frente 
Resplandeció,  como  en  el  seno  oscuro 
De  nube  tormentosa  en  el  estío 
Relámpago  fugaz  brilla  un  momento 
Que  añade  horror  con  su  fulgor  sombrío. 
Sus  guerreros  feroces 

Con  gritos  de  soberbia  el  viento  llenan  ; 
Gimen  los  yunques,  los  martillos  suenan, 
Arden  las  forjas.      ¡  Oh  vergüenza  !    :  Acaso 
Pensáis  que  espadas  son  para  el  combate 
Las  que  mueven  sus  manos  codiciosas? 
No  en  tanto  os  estiméis  :   grillos,  esposas, 
Cadenas  son  que  en  vergonzosos  lazos 
Por  siempre  amarren  tan  inertes  brazos. 

Estremecióse  España 
Del  indigno  rumor  que  cerca  oía, 

Y  al  grande  impulso  de  su  justa  saña 
Rompió  el  volcán  que  en  su  interior  hervía. 

181 


DON   MANUEL   JOSÉ    QUINTANA 

Sus  déspotas  antiguos 
Consternados  y  pálidos  se  esconden  ; 
Resuena  el  eco  de  venganza  en  torno, 

Y  del  Tajo  las  márgenes  responden  : 

«  ¡  Venganza  ! »    ¿  Dónde  están,  sagrado  río, 
Los  colosos  de  oprobio  y  de  vergüenza 
Que  nuestro  bien  en  su  insolencia  ahogaban  ? 
Su  gloria  fué,  nuestro  esplendor  comienza  ; 

Y  tú,  orgulloso  y  fiero, 

Viendo  que  aun  hay  Castilla  y  castellanos, 
Precipitas  al  mar  tus  rubias  ondas, 
Diciendo  :    «Ya  acabaron  los  tiranos.» 

¡Oh  triunfo!   ¡Oh  gloria!   ¡  Oh  celestial  momento! 
¿  Con  que  puede  ya  dar  el  labio  mío 
El  nombre  augusto  de  la  patria  al  viento  ? 
Yo  le  daré  ;   mas  no  en  el  arpa  de  oro 
Que  mi  cantar  sonoro 
Acompañó  hasta  aquí ;   no  aprisionado 
En  estrecho  recinto,  en  que  se  apoca 
El  numen  en  el  pecho 

Y  el  aliento  fatídico  en  la  boca. 
Desenterrad  la  lira  de  Tirteo, 

Y  al  aire  abierto,  á  la  radiante  lumbre 
Del  sol,  en  la  alta  cumbre 

Del  riscoso  y  pinífero  Fuenfría, 

Allí  volaré  yo,  y  allí  cantando 

Con  voz  que  atruene  en  derredor  la  sierra, 

Lanzaré  per  los  campos  castellanos 

Los  ecos  de  la  gloria  y  de  la  guerra. 

¡  Guerra,  nombre  tremendo,  ahora  sublime, 
Único  asilo  y  sacrosanto  escudo 
Al  ímpetu  sañudo 

Del  fiero  Atila  que  á  occidente  oprime  ! 
182 


DON   MANUEL   JOSÉ    QUINTANA 

¡  Guerra,  guerra,  españoles  !      En  el  Bétis 
Ved  del  Tercer  Fernando  alzarse  airada 
La  augusta  sombra  ;   su  divina  frente 
Mostrar  Gonzalo  en  la  imperial  Granada ; 
Blandir  el  Cid  su  centellante  espada, 

Y  allá  sobre  los  altos  Pirineos, 
Del  hijo  de  Jimena 

Animarse  los  miembros  giganteos. 
En  torvo  ceño  y  desdeñosa  pena 
Ved  cómo  cruzan  por  los  aires  vanos  ; 

Y  el  valor  exhalando  que  se  encierra 
Dentro  del  hueco  de  sus  tumbas  frías, 

En  fiera  y  ronca  voz  pronuncian  :    « ¡  Guerra 

¡  Pues  qué  !      ¿  Con  faz  serena 
Vierais  los  campos  devastar  opimos, 
Eterno  objeto  de  ambición  agena, 
Herencia  inmensa  que  afanando  os  dimos  ?  > 
Despertad,  raza  de  héroes  :  el  momento 
Llegó  ya  de  arrojarse  á  la  victoria  ; 
Que  vuestro  nombre  eclipse  nuestro  nombre, 
Que  vuestra  gloria  humille  nuestra  gloria. 
No  ha  sido  en  el  gran  día 
El  altar  de  la  patria  alzado  en  vano 
Por  vuestra  mano  fuerte. 
Juradlo,  ella  os  lo  manda  :   /  Antes  la  muerte 
Que  consentir  jamás  ningún  tirano  /» 

Sí,  yo  lo  juro,  venerables  sombras  ; 
Yo  lo  juro  también,  y  en  este  instante 
Ya  me  siento  mayor.      Dadme  una  lanza, 
Ceñidme  el  casco  fiero  y  refulgente  ; 
Volemos  al  combate,  á  la  venganza  ; 

Y  el  que  niegue  su  pecho  á  la  esperanza, 
Hunda  en  el  polvo  la  cobarde  frente. 

183 


DON   MANUEL   JOSÉ    QUINTANA 

Tal  vez  el  gran  torrente 

De  la  devastación  en  su  carrera 

Me  llevará.      ¿  Qué  importa  ?     ¿  Por  ventura 

No  se  muere  una  vez  r     ¿  No  iré,  espirando, 

A  encontrar  nuestros  ínclitos  mayores  ? 

«  í  Salud,  oh  padres  de  la  patria  mía, 

Yo  les  diré,  salud  !      La  heroica  España 

De  entre  el  estrago  universal  y  honores 

Levanta  la  cabeza  ensangrentada, 

Y  vencedora  de  su  mal  destino, 

Vuelve  á  dar  á  la  tierra  amedrentada 

Su  cetro  de  oro  v  su  blasón  divino.» 


DON  JUAN   NICASIO    GALLEGO 

69.  Elegía 

á  la 
Muerte  de  la  Duquesa  de  Frías 

AL  sonante  bramido 
Del  piélago  feroz  que  el  viento  ensaña 
Lanzando  atrás  del  Turia  la  corriente  ; 
En  medio  al  denegrido 
Cerco  de  nubes  que  de  Sirio  empaña 
Cual  velo  funeral  la  roja  frente ; 
Cuando  el  cárabo  oscuro 
Ayes  despide  entre  la  breña  inculta, 
Y  á  tardo  paso  soñoliento  Arturo 
En  el  mar  de  occidente  se  sepulta  ; 
A  los  mustios  reflejos 
Con  que  en  las  ondas  alteradas  tiembla 
184 


DON   JUAN   NICASIO    GALLEGO 

De  moribunda  luna  el  rayo  frío, 

Daré  del  mundo  y  de  ios  hombres  lejos 

Libre  rienda  al  dolor  del  pecho  mío. 

Sí,  que  al  mortal  á  quien  del  hado  el  ceño 
A  infortunios  sin  término  condena, 
Sobre  su  cuello  misero  cargando 
De  uno  en  otro  eslabón  larga  cadena, 
No  en  jardin  halagüeño, 
Ni  al  puro  ambiente  de  apacible  aurora 
Soltar  conviene  el  lastimero  canto 
Con  que  al  cielo  importuna. 
Solitario  arenal,  sangrienta  luna 

Y  embravecidas  olas  acompañen 
Sus  lamentos  fatídicos  ¡   Oh  lira 

Que  escenas  sólo  de  aflicción  recuerdas  ; 
Lira  que  ven  mis  ojos  con  espanto 

Y  á  recorrer  tus  cuerdas 

Mi  ya  trémula  mano  se  resiste  ! 

Ven,  lira  del  dolor.      ¡Piedad  no  existe! 

¡  No  existe,  y  vivo  yo  !     ¡  No  existe  aquella 
Gentil,  discreta,  incomparable  amiga, 
Cuya  presencia  sola 
El  tropel  de  mis  penas  disipaba  ? 
¿  Cuándo  en  tal  hermosura  alma  tan  bella 
De  la  corte  española 
Más  digno  fué  y  espléndido  ornamento  ? 
¡  Y  aquel  mágico  acento 
Enmudeció    por  siempre,  que  llenaba 
De  inefable  dulzura  el  alma  mía  ! 

Y  ¡  qué  !  fortuna  impía, 

¿  Ni  su  postrer  adiós  oir  me  dejas  ? 
¿  Ni  de  su  esposo  amado 
Templar  el  llanto  y  las  amargas  quejas  ? 

185 


DON   JUAN   NICASIO   GALLEGO 

¿  Ni  el  estéril  consuelo 

De  acompañar  hasta  el  sepulcro  helado 

Sus  pálidos  despojos  ? 

¿  Ay  !  Derramen  sin  duelo 

Sangre  mi  corazón,  llanto  mis  ojos. 

?  Por  qué,  por  qué  á  la  tumba, 
Insaciable  de  victimas,  tu  amigo 
Antes  que  tú  no  descendió,  Señora  ? 
¿  Por  qué  al  menos  contigo 
La  memoria  fatal  no  te  llevaste 
Que  es  un  tormento  irresistible  ahora  ? 
¿  Qué  mármol  hay  que  pueda 
En  tan  acerba  angustia  los  aciagos 
Recuerdos  resistir  del  bien  perdido  í 
Aun  resuena  en  mi  oido 
El  espantoso  obús  lanzando  estragos, 
Cuando  mis  ojos  ávidos  te  vieron 
Por  la  primera  vez.     Cien  bombas  fueron 
A  tu  arribo  marcial  salva  triunfante. 
Con  inmóvil  semblante 
Escucho  amedrentado  el  son  horrendo 
De  los  globos  mortíferos,  en  torno 
Del  leño  frágil  á  tus  pies  cayendo, 

Y  el  agua  que  á  su  empuje  se  encumbraba 

Y  hasta  las  altas  grímpolas  saltaba. 

El  dulce  soplo  de  Favonio  en  tanto 
Las  velas  hinche  del  bajel  ligero, 
Sin  que  salude  con  festivo  canto 
La  suspirada  costa  el  marinero. 
Ardiendo  de  la  patria  en  fuego  santo, 
Insensible  al  horror  del  bronce  fiero, 
Fijar  te  miro  impávida  y  serena 
La  planta  breve  en  la  menuda  arena. 

186 


DON  JUAN   NICASIO   GALLEGO 

j  Salve,  oh  Deidad  ! — del  gaditano  muro 
Grita  la  muchedumbre  alborozada  ; 
¡  Salve,  oh  Deidad  ! — de  gozo  enajenada 
La  ruidosa  marina 
Que  á  tí  se  agolpa  y  el  batel  rodea  ; 
Y  al  cielo  sube  el  aclamar  sonoro 
Como  al  aplauso  del  celeste  coro 
Salió  del  mar  la  hermosa  Citerea. 

Absortas  contemplaron 
El  fuego  de  tus  ojos 
Las  bellas  ninfas  de  la  bella  Gades  ; 
Absortas  te  envidiaron 
El  pié  donoso  y  la  mejilla  pura, 
El  vivo  esmalte  de  tus  labios  rojos, 
El  albo  seno  y  la  gentil  cintura. 
Yo  te  miraba  atónito  :   no  empero 
Sentí  en  el  alma  el  pasador  agudo 
De  bastarda  pasión  ;   que  á  dicha  pudo 
Del  honor  y  el  deber  la  ley  severa 
Ser  á  mi  pecho  impenetrable  escudo. 
Mas  :  quién  el  homenaje 
De  afecto  noble,  de  amistad  sincera 
Cual  yo  te  tributó,  cuando  el  tesoro 
De  tu  divino  ingenio  descubría, 
Que  en  cuerpo  tan  gallardo  relucía 
Como  rico  brillante  en  joya  de  oro  ? 
¡  Cuántas,  ay,  qué  apacibles 
Horas  en  dulces  pláticas  pasadas 
Bétis  me  viera  de  tu  voz  pendiente  ! 
¡  Cuántas  en  las  calladas 
Florestas  de  Aranjuez  el  eco  blando 
Detuvo  el  paso  á  la  tranquila  fuente  ; 
Ya  el  primor  ensalzando 

187 


DON   JUAN   NICASIO   GALLEGO 

Que  al  fragante  clavel  las  hojas  riza 

Y  la  ancha  cola  del  pavón  matiza  ; 
Ya  la  varia  fortuna 

Del  cetro  godo  y  del  laurel  romano  ; 

Ó  el  poder  sobrehumano 

Que  de  un  soplo  derroca 

Del  alto  solio  al  triunfador  de  Jena 

Y  con  duras  amarras  le  encadena, 
Como  al  antiguo  Encelado,  á  una  roca. 

Pero  otro  don  magnífico,  sublime, 
Más  alto  que  el  ingenio  y  la  hermosura, 
Debiste  al  Criador,  vivaz  destello 
De  su  lumbre  inmortal,  alma  ternura. 
¿  Cuándo,  cuándo  al  gemido 
Negó  del  infeliz  oro  tu  mano, 
Ayes  tu  corazón  ?      El  escondido 
Volcan  que  decoroso 
Tu  noble  aspecto  revelaba  apenas, 
Un  infortunio,  un  rasgo  generoso, 
Un  sacrificio  heroico  hervir  hacía. 
Entonces  agitado 
Tu  rostro  angelical  resplandecía 
De  más  purpúreo  rosicler  cubierto  : 
Del  seno  relevado 

La  extraña  conmoción,  el  entreabierto 
Labio,  las  refulgentes 
Ráfagas  de  tus  ojos 

Que  entre  los  anchos  párpados  brillaban, 
Las  lágrimas  ardientes 
Que  á  tus  negras  pestañas  asomaban, 
El  gesto,  el  ademan,  los  mal  seguros 
Acentos,  la  expresión  ...  ¡Ah  !  Nunca,  nunca 
Tan  insigne  modelo 
188 


DON   JUAN   NICASIO    GALLEGO 

De  estro  feliz,  de  inspiración  divina 

Mostró  Casandra  en  Jos  dardanios  muros 

Ni  en  las  lides  olímpicas  Corina. 

Y  sólo  al  santo  fuego 

De  un  pecho  tan  magnánimo  pudiera 

Deber  tu  amigo  el  aire  que  respira. 

Sólo  á  tu  blando  ruego 

La  Amistad  se  vistiera 

Máscara  y  formas  del  Amor  su  hermano. 

;  Quién  sino  tú,  señora, 

Dejando  inquieta  Ja  mullida  pluma 

Antes  que  el  frío  tálamo  la  Aurora, 

Entrar  osara  en  Ja  mansión  del  crimen? 

¿  Quien  sino  tú  del  duro  carcelero, 

Menos  al  son  del  oro  empedernido 

Que  al  eco  de  los  míseros  que  gimen, 

Quisiera  el  ceño  soportar  ?     Perdona, 

Cara  Piedad,  que  mi  indiscreta  musa 

Publique  al  mundo  tan  heroico  ejemplo, 

Y  que  mi  gratitud  cuelgue  en  el  templo 
De  la  santa  Amistad  digna  corona. 

En  el  mezquino  lecho 
De  cárcel  solitaria 
Fiebre  lenta  y  voraz  me  consumía, 
Cuando  sordo  á  mis  quejas 
Rayaba  apenas  en  las  altas  rejas 
El  perezoso  albor  del  nuevo  dia. 
De  planta  cautelosa 
Insólito  rumor  hiere  mi  oido  ; 
Los  vacilantes  ojos 
Clavo  en  la  ruda  puerta  estremecido 
Del  súbito  crujir  de  sus  cerrojos, 

Y  el  repugnante  gesto 

189 


DON   JUAN   NICASIO    GALLEGO 

Del  fiero  alcaide  mi  atención  excita, 
Que  hacia  mí  sin  cesar  su  mano  agita 
Con  labio  mudo  y  sonreír  funesto. 
Salto  del  lecho,  y  sígole  azorado, 
Cruzando  los  revueltos  corredores 
De  aquella  triste  y  lóbrega  caverna 
Hasta  un  breve  recinto  iluminado 
De  moribunda  y  fúnebre  linterna. 

Y  á  par  que  por  oculto 
Tránsito  desparece 
Como  visión  fantástica  el  cerbero, 
De  nuevo  extraño  bulto, 
Sombra  confusa,  que  se  acerca  y  crece, 
La  angustia  dobla  de  mi  horror  primero. 
Mas   ¡  cuál  mi  asombro  fué  cuando  improvisa 
A  la  pálida  luz  mi  vista  errante 
Los  bellos  rasgos  de  Piedad  divisa 
Entre  los  pliegues  del  cendal  flotante  ! 
« ¿  Porqué,  por  qué  benigna, » 
Clamé  bañado  en  llanto  de  alborozo, 
«Osas  pisar,  Señora, 
« Esta  morada  indigna 
«Que  tu  respeto  y  tu  virtud  desdora  ? 
« ¡  Ah  !   si  á  la  fuerza  del  inmenso  gozo, 
«Del  placer  celestial  que  el  alma  oprime, 
«Hoy  á  tus  plantas  espirar  consigo, 
«Mi  fiebre,  mi  prisión,  mi  fin  bendigo.» 

«A  este  oscuro  aposento 
«No  á  que  de  pena  6  de  placer  espires 
« La  voz  de  la  amistad  mis  pasos  guía, 
«Sino  á  esforzar  tu  desmayado  aliento 
«Contra  los  golpes  de  la  suerte  impía. 
«Su  cuello  al  susto  y  la  congoja  doble 
190 


DON   JUAN   NICASIO   GALLEGO 

«El  que  del  crimen  en  su  pecho  sienta 
«El  punzante  aguijón  ;   que  al  alma  noble 
«Do  la  inocencia  plácida  se  anida, 
«Ni  el  peso  de  los  grillos  la  atormenta, 
«Ni  el  son  de  los  cerrojos  la  intimida. 
«Recobra,  amigo  caro, 
«La  esperanza  marchita 
«Y  el  digno  esfuerzo  del  varón  constante. 
«Pronto  será  que  el  astro  rutilante, 
«Que  jamás  estas  bóvedas  visita, 
«De  la  calumnia  vil  triunfar  te  vea : 
«Mi  fausto  anuncio  tu  consuelo  sea.» 

«Serálo,  sí ;   lo  juro  ; 
«Y  aunque  ese  llanto  que  tu  rostro  inunda 
«Vaticinio  tan  próspero  desmiente, 
«No  me  hará  de  fortuna  el  torvo  ceño 
«Fruncir  las  cejas  ni  arrugar  la  frente  ; 
«Que  el  dichoso  mortal  á  quien  risueño 
«Mira  el  destino...»     No  acabé  !     A  deshora 
La  aciaga  voz  del  carcelero  escucho, 
Diciendo  :    «es  tarde  ;   baste  ya,  Señora.» 

« ;  Adiós !    ¡  adiós !      Del  vulgo  malicioso 
«Que  al  despuntar  del  sol  sacude  el  sueño 
«Temo  el  labio  mordaz.      ¡  Adiós  te  queda  ! » 
« Aguarda » . . . « ¡  Adiós !» ...  Y  en  soledad  sumido 
Oigo   ¡  ay  de  mí !   del  caracol  torcido 
Barrer  las  gradas  la  crujiente  seda. 
¡  Oh  digno,  oh  generoso 
Dechado  de  amistad  !      ¡  Oh  alegre  día  ! 
¿  Y  en  dónde  estás,  en  dónde, 
Ángel  consolador,  Duquesa  amada, 
Que  no  te  mueve  ya  la  angustia  mía  ? 
¡  Gran  Dios,  y  ni  responde 

191 


DON  JUAN   NICASIO    GALLEGO 

De  su  esposo  infeliz  al  caro  acento, 

Aunque  en  la  tumba  helada 

Lágrimas  de  dolor  vierte  á  raudales  ! 

¡  Ni  de  su  triste  huérfana  el  lamento, 

Con  ambos  brazos  al  sepulcro  asida, 

Ablanda  sus  entrañas  maternales  ! 

¡  Oh  dulces  prendas  de  su  amor  !     Al  mármol 

En  vano  importunáis.      Hará  el  rocío 

Del  venidero  Abril  que  al  campo  vuelva 

La  verde  pompa  que  abraso  el  estío  ; 

Mas  no  esperéis  que  el  túmulo  sombrío 

La  devorada  víctima  devuelva, 

Ni  á  sus  profundos  huecos 

Otra  respuesta  oir  que  sordos  ecos. 

En  él  de  bronce  y  oro, 
ínclito  vate1,  entallarán  cinceles 
Vuestro  heroico  blasón,  entretejiendo 
Con  6us  antiguas  palmas  tus  laureles... 
¡  Inútil  afanar  !      La  sien  ceñida 
De  adelfa  y  mirto,  pulsará  tu  mano 
La  dolorosa  cítara,  moviendo 
El  orbe  todo  á  compasión...;  En  vano  ! 
Resonarán  con  ellas 
Mis  gemidos  simpáticos,  y  el  coro 
De  cuantos  cisnes  tu  infortunio  inspira 
Alzar  podrá  á  su  gloria 
Noble  trofeo  en  canto  peregrino. 
Mas   ¡  ay  !    ¿  podrá  su  lira 
Forzar  las  puertas  del  Edén  divino 
Y  el  diente  ensangrentado 
Del  áspid  arrancar  en  tí  clavado  ? 

1  El  Duque  de  Frías. 
192 


DON   JUAN   NICASIO   GALLEGO 

A  más  alto  poder,  mísero  amigo, 
Los  ojos  torna  y  el  clamor  dirige 
Que  entre  sollozos  lúgubres  exhalas. 
Al  Ser  inmenso  que  los  orbes  rige, 
En  las  rápidas  alas 

De  ferviente  oración  remonta  el  vuelo. 
Yo  elevaré  contigo 

Mis  tiernos  votos,  y  al  gemir  de  aquella, 
Que  en  mis  brazos  creció,  candida  niña, 
Trasunto  vivo  de  tu  esposa  bella, 
Dará  benigno  el  cielo 
Paz  á  su  madre,  á  tu  aíHicción  consueloo 
Sí ;   que  hasta  el  solio  del  Eterno  llega 
El  ardiente  suspiro 
De  quien  con  puro  corazón  le  ruega, 
Como  en  su  templo  santo  el  humo  sube       > 
Del  balsámico  incienso  en  vaga  nube. 


DON   JUAN   MARÍA   MAURY 
yo.  La  timidez 

A  las-  márgenes  alegres 
Que  el  Guadalquivir  fecunda, 
Y  adonde  ostenta  pomposo 
El  orgullo  de  su  cuna, 

Vino  Rosal ba,  sirena 
De  los  mares  que  tributan 
A  España,  entre  perlas  y  oro, 
Peregrinas  hermosuras. 

Más  festiva  que  las  auras, 
Más  ligera  que  la  espuma, 
S  14  193 


DON   JUAN   MARÍA   MAURY 

Hermosa  como  los  cielos, 
Gallarda  como  ninguna, 

Con  el  hechicero  adorno 
De  tantas  bellezas  juntas, 
No  hay  corazón  que  no  robe, 
Ni  quietud  que  no  destruya. 

Así  Rosalba  se  goza, 
Mas  la  que  tanto  procura 
Avasallar  libertrdes, 
Al  cabo  empeña  la  suya. 

Lisardo,  joven  amable, 
Sobresale  entre  la  turba 
De  esclavos  que  por  Rosalba 
Sufren  de  amor  la  coyunda. 

Tal  vez  sus  floridos  años 
No  bien  de  la  edad  adulta 
Acaban  de  ver  cumplida 
La  primavera  segunda. 

Aventajado  en  ingenio, 
Rico  en  bienes  de  fortuna, 
Dichoso,  en  fin,  si  supiera 
Que  audacias  amor  indulta, 

Idólatra  más  que  amante, 
Con  adoración  profunda, 
Á  Rosalba  reverencia, 

Y  deidad  se  la  figura. 
Un  día  alcanza  otro  día 

Sin  que  su  amor  le  descubra  ; 
El  respeto  le  encadena 

Y  ella  su  respeto  culpa. 
Bien  á  Lisardo  sus  ojos 

Dijeran  que  más  presuma  ; 
Pero  él,  comedido  amante, 
194 


DON  JUAN   MARÍA   MAURY 

O  los  huye  6  no  los  busca. 
Perdido  y  desconsolado, 
Una  noche  en  que  natura 
A  meditación  convida 
Con  su  pompa  taciturna, 

Mientras  el  disco  mudable, 
En  que  ceñirse  acostumbra, 
Entre  celajes  de  nácar 
Esconde  tímida  luna  ; 

Al  margen  del  sacro  río 
La  inocente  suerte  acusa, 
Y  asi  fatiga  los  aires 
Con  endechas  importunas: 
«Baja  tu  vuelo 
Amor  altivo, 
Mira  que  al  cielo 
Osado  va  ; 
Buscas  en  vano 
Correspondencia ; 
Amor  insano, 
Déjame  ya. 

«Déjame  el  alma 
Que  otra  vez  libre 
Plácida  calma 
Vuelva  á  tener  : 
¡  Qué  digo,  necio  ! 
El  cielo  sabe 
Si  más  aprecio 
Mi  padecer. 

«Gima  y  padezca. 
Una  esperanza 
Sin  que  merezca 
Á  mi.  deidad ; 

195 


DON   JUAN   MARÍA   MAURY 

Sin  que  le  pida 
Jamás  el  premio 
De  mi  perdida 
Felicidad. 

«Tímida  boca, 
Nunca  le  digas 
La  pasión  loca 
Del  corazón, 
Adonde  oculto 
Está  su  templo, 

Y  ofrenda  y  culto 
Lágrimas  son.» 

Más  dijera,  pero  el  llanto, 
En  que  sus  ojos  abundan, 
Le  interrumpe,  y  las  palabras 
En  la  garganta  se  anudan. 

Cuando  junto  á  la  ribera, 
En  un  valle  donde  muchas 
Del  árbol  grato  á  Minerva 
Opimas  ramas  se  cruzan, 

Suave  cuanto  sonora, 
Lisardo  otra  voz  escucha, 
Que,  enamorando  los  ecos 
Tales  acentos  modula  : 

«Prepara  el  ensayo 
De  más  atractivos 
La  rosa  en  los  vivos 
Albores  de  Mayo  : 

«Si  al  férvido  rayo 
Su  cáliz  expone, 
Que  el  sol  la  corone 
En  premio  ha  logrado, 

Y  es  reina  del  prado 
196 


DON   JUAN   MARÍA   MAURY 


Y  amor  de  D 


íone. 


« ¡  Oh  fuente  !      En  eterno 
Olvido  quedaras 
Si  no  te  lanzaras 
Del  seno  materno  ; 

«Tal  vez  el  invierno 
Tu  curso  demora, 
Mas  tú,  vencedora, 
Burlando  las  nieves, 
A  tu  ímpetu  debes 
Los  besos  de  Flora. 

«Y  tú,  que  en  dolores 
Consumes  los  años, 
Autor  de  tus  daños 
Por  vanos  temores, 

«En  pago  de  amores 
No  temas  enojos,  ' 

Enjuga  los  ojos  ; 
Que  el  dios  que  te  hiere 
Más  culto  no  quiere 
Que  audacias  y  arrojos. » 
Rayo  son  estas  palabras 
Que  al  ciego  joven  alumbran, 
Quien  su  engaño  reconoce 

Y  la  voz  que  las  pronuncia. 

Y  al  valle  se  arroja,  adonde 
Testigos  de  su  ventura 
Fueron  las  amigas  sombras 
De  la  noche  y  selva  muda  ; 

Mas  muda  la  selva  en  vano 

Y  en  vano  la  sombra  oscura  ; 
No  sufre  orgullosa  Venus 
Que  sus  victorias  se  encubran. 

197 


DON   JUAN   MARÍA   MAURY 

Lo  que  celaron  los  ramos 
Las  cortezas  lo  divulgan, 
Que  en  ellas  dulces  memorias 
Con  emblemas  perpetúan. 

Las  Náyades  en  los  troncos 
La  fe  y  amor  que  se  juran 
Leyeron,  y  ruborosas 
Se  volvieron  á  sus  urnas. 


DON   JOSÉ   JOAQUÍN   DE    MORA 

y  i.  El  Estío 

HERMOSA  fuente  que  al  vecino  río 
Sonora  envías  tu  cristal  undoso, 

Y  tú,  blanda  cual  sueño  venturoso, 
Yerba  empapada  en  matinal  rocío  : 

Augusta  soledad  del  bosque  umbrío 
Que  da  y  protege  el  álamo  frondoso, 
Amparad  de  verano  riguroso 
Al  inocente  y  fiel  rebaño  mío. 

Que  ya  el  suelo  feraz  de  la  campiña 
Selló  Julio  con  planta  abrasadora 

Y  su  verdura  á  marchitar  empieza  ; 
Y  alegre  ve  la  pampanosa  viña 

En  sus  yemas  la  savia  bienhechora 
Nuncio  feliz  de  la  otoñal  riqueza. 


198 


DON   ANDRÉS    BELLO 
72.    La  agricultura  de  la  zona  tórrida 

¡  SALVE,  fecunda  zona, 
Que  al  sol  enamorado  circunscribes 
El  vago  curso,  y  cuanto  ser  se  anima 
En  cada  vario  clima, 
Acariciada  de  su  luz,  concibes ! 
Tú  tejes  al  verano  su  guirnalda 
De  granadas  espigas  ;   tú  la  uva 
Das  á  la  hirviente  cuba  : 
No  de  purpúrea  flor,  ó  roja,  ó  gualda 
A  tus  florestas  bellas 
Falta  matiz  alguno  ;   y  bebe  en  elias 
Aromas  mil  el  viento  ; 

Y  greyes  van  sin  cuento 
Paciendo  tu  verdura,  desde  el  llano 
Que  tiene  por  lindero  el  horizonte, 
Hasta  el  erguido  monte, 

De  inaccesible  nieve  siempre  cano. 
Tú  das  la  caña  hermosa, 
De  do  la  miel  se  acendra, 
Por  quien  desdeña  el  mundo  los  panales  ; 
Tú  en  urnas  de  coral  cuajas  la  almendra 
Que  en  la  espumante  jicara  rebosa  : 
Bulle  carmín  viviente  en  tus  nopales, 
Que  afrenta  fuera  al  múrice  de  Tiro  ; 

Y  de  tu  añil  la  tinta  generosa 
Emula  es  de  la  lumbre  del  zafiro  ; 
El  vino  es  tuyo,  que  la  herida  agave 
Para  los  hijos  vierte 

Pd  Anáhuac  feliz  ;   y  la  hoja  es  tuya 

Que  cuando  de  suave 

Humo  en  espiras  vagorosas  huya, 

199 


DON   ANDRÉS    BELLO 

Solazará  el  fastidio  al  ocio  inerte. 
Tú  vistes  de  jazmines 
El  arbusto  sabeo, 

Y  el  perfume  le  das  que  en  los  Festines 
La  fiebre  insana  templará  á  Lieo. 
Para  tus  hijos  la  procera  palma 

Su  vario  feudo  cría, 

Y  el  ananás  sazona  su  ambrosía : 
Su  blanco  pan  la  yuca, 

Sus  rubias  pomas  la  patata  educa, 

Y  el  algodón  despliega  al  aura  leve 
Las  rosas  de  oro  y  el  vellón  de  nieve. 
Tendida  para  tí  la  fresca  parcha 

En  enramadas  de  verdor  lozano, 
Cuelga  de  sus  sarmientos  trepadores 
Nectareos  globos  y  franjadas  flores  ; 

Y  para  tí  el  maíz,  jefe  altanero 

De  la  espigada  tribu,  hinche  su  grano  ; 

Y  para  tí  el  banano 

Desmaya  al  peso  de  su  dulce  carga  ; 

El  banano,  primero 

De  cuantos  concedió  bellos  presentes 

Providencia  á  las  gentes 

Del  Ecuador  feliz  con  mano  larga. 

No  ya  de  humanas  artes  obligado 

El  premio  rinde  opimo  : 

No  es  á  la  podadera,  no  al  arado 

Deudor  de  su  racimo  ; 

Escasa  industria  bástale,  cual  puede 

Hurtar  á  sus  fatigas  mano  esclava  : 

Crece  veloz,  y  cuando  exhausto  acaba, 

Adulta  prole  en  torno  le  sucede. 


DON   ANDRÉS    BELLO 

Mas    ¡  oh  !    si  cual  no  cede 
El  tuyo,  fértil  zona,  á  suelo  alguno, 

Y  como  de  natura  esmero  ha  sido, 
De  tu  indolente  habitador  lo  fuera. 
¡  Oh  !    ¡  Si  al  falaz  ruido 

La  dicha  al  fin  supiese  verdadera 
Anteponer,  que  del  umbral  le  llama 
Del  labrador  sencillo, 
Lejos  del  necio  y  vano 
Fausto,  el  mentido  brillo, 
El  ocio  pestilente  ciudadano. 
¿  Por  qué  ilusión  funesta 
Aquellos  que  fortuna  hizo  señores 
De  tan  dichosa  tierra  y  pingüe  y  varia, 
Al  cuidado  abandonan 

Y  á  la  fé  mercenaria 
Las  patrias  heredades, 

Y  en  el  ciego  tumulto  se  aprisionan 
De  míseras  ciudades, 

Do  la  ambición  proterva 
Sopla  la  llama  de  civiles  bandos, 
Ó  al  patriotismo  la  desidia  enerva  ; 
Do  el  lujo  las  costumbres  atosiga, 

Y  combaten  los  vicios 

La  incauta  edad  en  poderosa  liga  ? 

No  allí  con  varoniles  ejercicios 

Se  endurece  el  mancebo  á  la  fatiga  ; 

Mas  la  salud  estraga  en  el  abrazo 

De  pérfida  hermosura, 

Que  pone  en  almoneda  los  favores  ; 

Mas  pasatiempo  estima 

Prender  aleve  en  casto  seno  el  fuego 

De  ilícitos  amores  ; 


DON   ANDRÉS    BELLO 

O  embebecido  le  hallará  la  aurora 
En  mesa  infame  de  ruinoso  juego. 
En  tanto  á  la  lisonja  seductora 
Del  asiduo  amador  fácil  oido 
Da  la  consorte  :  crece 
En  la  materna  escuela 
De  la  disipación  y  el  galanteo 
La  tierna  virgen,  y  al  delito  espuela 
Es  antes  el  ejemplo  que  el  deseo. 
¿  Y  será  que  se  formen  de  este  modo 
Los  ánimos  heroicos  denodados 
Que  fundan  y  sustentan  los  Estados  ? 
¿De  la  algazara  del  festín  beodo, 
O  de  los  coros  de  liviana  danza, 
La  dura  juventud  saldrá,  modesta, 
Orgullo  de  la  patria  y  esperanza  ? 
¿  Sabrá  con  firme  pulso 

De  la  severa  ley  regir  el  freno, 
Brillar  en  torno  aceros  homicidas 
En  la  dudosa  lid  verá  sereno, 

Ó  animoso  hará  frente  al  genio  altivo 

Del  engreído  mando  en  la  tribuna, 

Aquel  que  ya  en  la  cuna 

Durmió  al  arrullo  del  cantar  lascivo, 

Que  riza  el  pelo,  y  se  unge  y  se  atavía 

Con  femenil  esmero, 

Y  en  indolente  ociosidad  el  día, 

O  en  criminal  lujuria  pasa  entero  ? 

No  así  trató  la  triunfadora  Roma 

Las  artes  de  la  paz  y  de  la  guerra  ; 

Antes  fió  las  riendas  del  Estado 

A  la  mano  robusta 

Que  tostó  el  sol  y  encalleció  el  arado  : 


DON   ANDRÉS    BELLO 

Y  bajo  el  techo  humoso  campesino 
Los  hijos  educó,  que  el  conjurado 
Mundo  allanaron  al  valor  latino. 

¡  Oh  !    ¡Los  que  afortunados  poseedores 
Habéis  nacido  de  la  tierra  hermosa 
En  que  reseña  hacer  de  sus  favores, 
Como  para  ganaros  y  atraeros, 
Quiso  naturaleza  bondadosa, 
Romped  el  duro  encanto 
Que  os  tiene  entre  murallas  prisioneros. 
El  vulgo  de  las  artes  laborioso, 
El  mercader  que,  necesario  al  lujo, 
Al  lujo  necesita, 

Los  que  anhelando  van  tras  el  señuelo 
Del  alto  cargo  y  del  honor  ruidoso,  , 

La  grey  de  aduladores  parásita, 
Gustosos  pueblen  ese  infecto  caos ; 
El  campo  es  vuestra  herencia :  en  él  gózaos. 
¿  Amáis  la  libertad  ?      El  campo  habita  : 
No  allá  donde  el  magnate 
Entre  armados  satélites  se  mueve, 

Y  de  la  moda,  universal  señora, 
Va  la  razón  al  triunfal  carro  atada, 

Y  á  la  fortuna  la  insensata  plebe, 

Y  el  noble  al  aura  popular  adora. 

¿  Ó  la  virtud  amáis  ?    ¡  Ah  !    ¡  Que  el  retiro, 

La  solitaria  calma 

En  que,  juez  de  sí  misma,  pasa  el  alma 

A  las  acciones  muestra, 

Es  de  la  vida  la  mejor  maestra  ! 

¿  Buscáis  durables  goces, 

Felicidad,  cuanta  es  al  hombre  dada 

203 


DON   ANDRÉS    BELLO 

Y  á  su  terreno  asiento,  en  que  vecina 

Está  la  risa  al  llanto,  y  siempre  ¡  ah  !  siempre, 

Donde  halaga  la  flor,  punza  la  espina  ? 

Id  á  gozar  la  suerte  campesina  ; 

La  regalada  paz,  que  ni  rencores, 

Al  labrador,  ni  envidias  acibaran  ; 

La  cama  que  mullida  le  preparan 

El  contento,  el  trabajo,  el  aire  puro  ; 

Y  el  sabor  de  los  fáciles  manjares, 
Que  dispendiosa  gula  no  le  aceda  ; 

Y  el  asilo  seguro 

De  sus  patrios  hogares 

Que  á  la  salud  y  ai  regocijo  hospeda. 

El  aura  respirad  de  la  montaña, 

Que  vuelve  al  cuerpo  laso 

El  perdido  vigor,  que  á  la  enojosa 

Vejez  retarda  el  paso, 

Y  el  rostro  á  la  beldad  tiñe  de  rosa. 
¿  Es  allí  menos  blanda  por  ventura 

De  amor  la  llama,  que  templo  el  recato  ? 
¿  O  menos  aficiona  la  hermosura 
Que  de  extranjero  ornato 

Y  afeites  impostores  no  se  cura  ? 

¿  Ó  el  corazón  escucha  indiferente 

El  lenguaje  inocente 

Que  los  afectos  sin  disfraz  expresa 

Y  á  la  intención  ajusta  la  promesa  ? 
No  del  espejo  al  importuno  ensayo 
La  risa  se  compone,  el  paso,  el  ge:;to  ; 
No  falta  allí  carmín  al  rostro  honesto 
Que  la  modestia  y  la  salud  colora, 

Ni  la  mirada  que  lanzó  al  soslayo 
Tímido  amor,  la  senda  al  alma  ignora. 
204 


DON   ANDRÉS    BELLO 

¿  Esperaréis  que  forme 

Más  venturosos  lazos  himeneo, 

Do  el  interés  barata, 

Tirano  del  deseo, 

Ajena  mano  y  fé  por  nombre  ó  plata, 

Que  do  conforme  gusto,  edad  conforme, 

Y  elección  libre,  y  mutuo  ardor  los  ata  ? 

Allí  también  deberes 
Hay  que  llenar :  cerrad,  cerrad  las  hondas 
Heridas  de  la  guerra :   el  fértil  suelo, 
Áspero  ahora  y  bravo, 
Al  desacostumbrado  yugo  torne 
Del  arte  humana  y  le  tribute  esclavo. 
Del  obstruido  estanque  y  del  molino 
Recuerden  ya  las  aguas  el  camino : 
El  intrincado  bosque  el  hacha  rompa, 
Consuma  el  fuego  :   abrid  en  luengas  calles 
La  obscuridad  de  su  infructuosa  pompa. 
Abrigo  den  los  valles 
A  la  sedienta  caña  ; 
La  manzana  y  la  pera 
En  la  fresca  montaña 
El  cielo  olviden  de  su  madre  España  ; 
Adorne  la  ladera 
El  cafetal ;   ampare 
A  la  tierna  teobroma  en  la  ribera 
La  sombra  maternal  de  su  bucare : 
Aquí  el  vergel,  allá  la  huerta  ría... 
¿  Es  ciego  error  de  ilusa  fantasía  ? 
Ya  dócil  á  tu  voz,  agricultura, 
Nodriza  de  las  gentes,  la  caterva 
Servil  armada  va  de  corvas  hoces  ; 

205 


DON   ANDRÉS    BELLO 

Miróla  ya  que  invade  la  espesura 

De  la  floresta  opaca  ;   oigo  Jas  voces  ; 

Siento  el  rumor  confuso,  el  hierro  suena  ; 

Los  golpes  el  lejano 

Eco  redobla  ;  gime  el  ceibo  anciano, 

Que  á  numerosa  tropa 

Largo  tiempo  fatiga : 

Batido  de  cien  hachas  se  estremece, 

Estalla  al  fin,  y  rinde  el  ancha  copa. 

Huyó  la  fiera  ;   deja  el  caro  nido, 

Deja  la  prole  implume 

El  ave,  y  otro  bosque  no  sabido 

De  los  humanos,  va  á  buscar  doliente.., 

¿  Qué  miro  ?     Alto  torrente 

De  sonorosa  llama 

Corre,  y  sobre  las  áridas  ruinas 

De  la  postrada  selva  se  derrama. 

El  raudo  incendio  á  gran  distancia  brama, 

Y  el  humo  en  negro  remolino  sube, 
Aglomerando  nube  sobre  nube. 

Ya  de  lo  que  antes  era 

Verdor  hermoso  y  fresca  lozanía, 

Solo  difuntos  troncos, 

Sólo  cenizas  quedan,  monumento 

De  la  dicha  mortal,  burla  del  viento. 

Mas  al  vulgo  bravio 

De  las  tupidas  plantas  montaraces 

Sucede  ya  el  fructífero  plantío 

En  muestra  ufana  de  ordenados  haces. 

Ya  ramo  á  ramo  alcanza 

Y  á  los  rollizos  tallos  hurta  el  día : 
Ya  la  primera  flor  desvuelve  el  seno, 
Bello  á  la  vista,  alegre  á  la  esperanza : 
206 


DON   ANDRÉS    BELLO 

A  la  esperanza,  que  riendo  enjuga 
Del  fatigado  agricultor  la  frente, 

Y  allá  á  lo  lejos  el  opimo  fruto 

Y  la  cosecha  apañadora  pinta, 
Que  lleva  de  los  campos  el  tributo, 
Colmado  el  cesto,  y  con  la  falda  en  cinta : 

Y  bajo  el  peso  de  los  largos  bienes 
Con  que  al  colono  acude, 

Hace  crujir  los  vastos  almacenes. 

¡  Buen  Dios  !   no  en  vano  sude, 
Mas  á  merced  y  compasión  te  mueva 
La  gente  agricultura 
Del  Ecuador,  que  del  desmayo  triste 
Con  renovado  aliento  vuelve  ahora, 

Y  tras  tanta  zozobra,  ansia,  tumulto, 
Tantos  años  de  fiera 
Devastación  y  militar  insulto, 

Aun  más  que  tu  clemencia  antigua  implora. 

Su  rústica  piedad,  pero  sincera, 

Halle  á  tus  ojos  gracia :   no  el  risueño 

Porvenir  que  las  penas  le  aligera, 

Cual  de  dorado  sueño 

Visión  falaz,  desvanecido  llore  : 

Intempestiva  lluvia  no  maltrate 

El  delicado  embrión  :   el  diente  impío 

Del  insecto  roedor  no  lo  devore  : 

Sañudo  vcndabal  no  lo  arrebate, 

Ni  agote  al  árbol  el  materno  jugo 

La  calorosa  sed  de  largo  estío. 

Y  pues  al  fin  te  plugo, 
Arbitro  de  la  suerte  soberano, 

Que  6uelto  el  cuello  de  extranjero  yugo 

207 


DON   ANDRÉS    BELLO 

Erguiese  al  cielo  el  hombre  americano, 
Bendecida  de  tí  se  arraigue  y  medre 
Su  libertad  ;   en  el  más  hondo  encierra 
De  los  abismos  la  malvada  guerra, 

Y  el  miedo  de  la  espada  asoladora 
Al  suspicaz  cultivador  no  arredre 
Del  arte  bienhechora, 

Que  las  familias  nutre  y  los  Estados  : 

La  azorada  inquietud  deje  las  almas, 

Deje  la  triste  herrumbre  los  arados. 

Asaz  de  nuestros  padres  malhadados 

Expiamos  la  bárbara  conquista. 

¿  Cuántas  doquier  la  vista 

No  asombran  erizadas  soledades, 

Do  cultos  campos  fueron,  do  ciudades  ? 

De  muertes,  proscripciones, 

Suplicios,  orfandades, 

¿  Quién  contará  la  pavorosa  suma  ? 

Saciadas  duermen  ya  de  sangre  ibera 

Las  sombras  de  Atahualpa  y  Moteczuma. 

;  Ah  !    Desde  el  alto  asiento 

En  que  escabel  te  son  alados  coros 

Que  velan  en  pasmado  acatamiento 

La  faz  ante  la  lumbre  de  tu  frente 

(Si  merece  por  dicha  una  mirada 

Tuya  la  sin  ventura  humana  gente), 

El  ángel  nos  envía, 

El  ángel  de  la  paz,  que  al  crudo  ibero 

Haga  olvidar  la  antigua  tiranía, 

Y  acatar  reverente  el  que  á  los  hombres 
Sagrado  diste,  imprescriptible  fuero  ; 
Que  alargar  le  haga  al  injuriado  hermano 

( ¡  Ensangrentóla  asaz  ! )  la  diestra  inerme  ; 
208 


DON   ANDRÉS    BELLO 

Y  si  la  innata  mansedumbre  duerme, 
La  despierte  en  el  pecho  americano. 
El  corazón  lozano 

Que  una  feliz  obscuridad  desdeña, 
Que  en  el  azar  sangriento  del  combate 
Alborozado  late, 

Y  codicioso  de  poder  ó  fama, 
Nobles  peligros  ama  ; 
Baldón  estime  sólo  y  vituperio 

El  prez  que  de  la  patiia  no  reciba, 
La  libertad  más  dulce  que  el  imperio, 

Y  más  hermosa  que  el  laurel  la  oliva. 
Ciudadano  el  soldado, 

Deponga  de  la  guerra  la  librea  : 

El  ramo  de  victoria 

Colgado  al  ara  de  la  patria  sea, 

Y  sola  adorne  al  mérito  la  gloria. 
De  su  triunfo  entonces   patria  mía, 
Verá  la  paz  el  suspirado  día  ; 

La  paz,  á  cuya  vista  el  mundo  llena 
Alma,  serenidad  y  regocijo, 
Vuelve  alentado  el  hombre  á  la  faena, 
Alza  el  ancla  la  nave,  á  las  amigas 
Auras  encomendándose  animosa, 
Enjámbrase  el  taller,  hierve  el  cortijo, 

Y  no  basta  la  hoz  á  las  espigas. 

¡  Oh  jóvenes  naciones,  que  ceñida 
Alzáis  sobre  el  atónito  Occidente 
De  tempranos  laureles  la  cabeza  ! 
Honrad  al  campo,  honrad  la  simple  vida 
Del  labrador  y  su  frugal  llaneza. 
Así  tendrán  en  vos  peipetuamente 
o  15  209 


DON   ANDRÉS    BELLO 

La  libertad  morada, 

Y  freno  la  ambición,  y  la  ley  templo. 

Las  gentes  á  la  senda 

De  la  inmortalidad,  ardua  y  fragosa, 

Se  animarán,  citando  vuestro  ejemplo. 

Lo  emulará  celosa 

Vuestra  posteridad,  y  nuevos  nombres 

Añadiendo  la  fama 

A  los  que  ahora  aclama, 

"  Hijos  son  éstos,  hijos 

(Pregonará  á  los  hombres) 

De  los  que  vencedores  superaron 

De  los  Andes  la  cima : 

De  los  que  en  Boyacá,  los  que  en  la  arena 

De  Maipo  y  en  Junín,  y  en  la  campaña 

Gloriosa  de  Apurima, 

Postrar  supieron  al  kór  de  España. 

DON   JOSÉ    MARÍA   HEREDIA 
7J.  Niágara 

DADME  mi  lira,  dádmela:   que  siento 
En  mi  alma  estremecida  y  agitada 
Arder  la  inspiración,      j  Oh  !    ¡  cuánto  tiempo 
En  tinieblas  pasó,  sin  que  mi  frente 
Brillase  con  su  luz  !  ...Niágara  undoso, 
Sola  tu  faz  sublime  ya  podría 
Tornarme  el  don  divino,  que  ensañada 
Me  robó  del  dolor  la  mano  impía. 

Torrente  prodigioso,  calma,  acalla 
Tu  trueno  aterrador  :   disipa  un  tanto 

9ÍS 


DON   JOSÉ    MARÍA   HEREDIA 

Las  tinieblas  que  en  torno  te  circundan, 

Y  déjame  mirar  tu  faz  serena, 

Y  de  entusiasmo  ardiente  mi  alma  llena. 
Yo  digno  soy  de  contemplarte  :   siempre, 
Lo  común  y  mezquino  desdeñando, 
Ansié  por  lo  terrífico  y  sublime. 

Al  despeñarse  el  huracán  furioso, 
Al  retumbar  sobre  mi  frente  el  rayo, 
Palpitando  gocé  :   vi  al  Océano 
Azotado  del  austro  proceloso 
Combatir  mi  bajel,  y  ante  mis  plantas 
Sus  abismos  abrir,  y  amé  el  peligro, 

Y  sus  iras  amé  :   mas  su  fiereza 
En  mi  alma  no  dejara 

La  profunda  impresión  que  tu  grandeza. 

Corres  sereno  y  majestuoso,  y  luego 
En  ásperos  peñascos  quebrantado, 
Te  abalanzas  violento,  arrebatado, 
Como  eJ  destino  irresistible  y  ciego. 
¿  Qué  voz  humana  describir  podría 
De  la  sirte  rugiente 
La  aterradora  faz?      El  alma  mía 
En  vagos  pensamientos  se  confunde, 
Al  contemplar  la  férvida  corriente, 
Que  en  vano  quiere  la  turbada  vista 
En  su  vuelo  seguir  al  borde  oscuro 
Del  precipicio  altísimo  :   mil  olaB, 
Cual  pensamiento  rápidas  pasando, 
Chocan  y  se  enfurecen, 

Y  otras  mil  y  otras  mil  ya  las  alcanzan, 

Y  entre  espuma  y  fragor  desaparecen. 
Mas  llegan... saltan... el  abismo  horrendo 
Devora  los  torrentes  despeñados  ; 


DON   JOSÉ    MARÍA   HEREDIA 

Crúzanse  en  él  mil  iris,  y  asordados 

Vuelven  los  bosques  el  fragor  tremendo. 

Al  golpe  violentísimo  en  las  peñas 

Rómpese  el  agua,  y  salta,  y  una  nube 

De  revueltos  vapores 

Cubre  el  abismo  en  remolinos,  sube, 

Gira  en  torno,  y  al  cielo 

Cual  pirámide  inmensa  se  levanta, 

Y  por  sobre  los  bosques  que  le  cercan 
Al  solitario  cazador  espanta. 

Mas  ¿  qué  en  tí  busca  mi  anhelante  vista 
Con  inquieto  afanar  ?     ¿  Por  qué  no  miro 
Alrededor  de  tu  caverna  inmensa 
Las  palmas    ¡  ay  !    las  palmas  deliciosas, 
Que  en  las  llanuras  de  mi  ardiente  patria 
Nacen  del  sol  á  la  sonrisa,  y  crecen, 

Y  al  soplo  de  la  brisa  del  Océano 
Bajo  un  cielo  purísimo  se  mecen  ? 

Este  recuerdo  á  mi  pesar  me  viene... 
Nada    ¡  oh  Niágara  !   falta  á  tu  destino, 
Ni  otra  corona  que  el  agreste  pino 
Á  tu  terrible  majestad  conviene. 
La  palma  y  mirto,  y  delicada  rosa, 
Muelle  placer  inspiren  y  ocio  blando 
En  frivolo  jardín  :  á  tí  la  suerte 
Guarda  más  digno  objeto  y  más  sublime. 
El  alma  libre,  generosa  y  fuerte, 
Viene,  te  ve,  se  asombra, 
Menosprecia  los  frivolos  deleites 

Y  aun  se  siente  elevar  cuando  te  nombra. 

¡  Dios,  Dios  de  la  verdad  !   en  otros  climas 
Vi  monstruos  execrables 
Blasfemando  tu  nombre  sacrosanto, 

312 


DON  JOSÉ   MARÍA   HEREDIA 

Sembrar  error  y  fanatismo  impío, 

Los  campos  inundar  con  sangre  y  llanto, 

De  hermanos  atizar  la  infanda  guerra 

Y  desolar  frenéticos  la  tierra. 

Vilos,  y  el  pecho  se  inflamó  á  su  vista 
En  grave  indignación.      Por  otra  parte 
Vi  mentidos  filósofos  que  osaban 
Escrutar  tus  misterios,  ultrajarte, 

Y  de  impiedad  al  lamentable  abismo 
A  los  míseros  hombres  arrastraban  : 
Por  eso  siempre  te  buscó  mi  mente 
En  la  sublime  soledad:   ahora 
Entera  se  abre  á  tí ;   tu  mano  siente 
En  esta  inmensidad  que  me  circunda, 

Y  tu  profunda  voz  baja  á  mi  seno 
De  este  raudal  en  el  eterno  trueno. 

¡  Asombroso  torrente  ! 
¡  Cómo  tu  vista  mi  ánimo  enajena 

Y  de  terror  y  admiración  me  llena  ! 

¿  Do  tu  origen  está  ?     ¿  Quién  fertiliza 

Por  tantos  siglos  tu  inexhausta  fuente  ? 

¿  Qué  poderosa  mano 

Hace  que  al  recibirte 

No  rebose  en  la  tierra  el  Océano  ? 

Abrió  el  Señor  su  mano  omnipotente, 
Cubrió  tu  faz  de  nubes  agitadas, 
Dio  su  voz  á  tus  aguas  despeñadas 

Y  ornó  con  su  arco  tu  terrible  frente. 
Miro  tus  aguas  que  incansables  corren, 

Como  el  largo  torrente  de  los  siglos 
Rueda  en  la  eternidad  :   así  del  hombre 
Pasan  volando  los  floridos  días 

Y  despierta  el  dolor... ¡  Ay  !   ya  agotada 

213 


DON   JOSÉ    MARÍA   HEREDIA 

Siento  mi  juventud,  mi  faz  marchita, 

Y  la  profunda  pena  que  me  agita 
Ruga  mi  frente  de  dolor  nublada. 

Nunca  tanto  sentí  como  este  día 
Mi  mísero  aislamiento,  mi  abandono, 
Mi  lamentable  desamor...,:  Podría 
Una  alma  apasionada  y  borrascosa 
Sin  amor  ser  feliz?...;  Oh  !    ¡  Si  una  hermosa 
Digna  de  mí  me  amase 

Y  de  este  abismo  al  borde  turbulento 
Mi  vago  pensamiento 

Y  mi  andar  solitario  acompañase  ! 

¡  Cual  gozara  al  mirar  su  faz  cubrirse 

De  leve  palidez,  y  ser  más  bella 

En  su  dulce  terror,  y  sonreirse 

Al  sostenerla  en  mis  amantes  brazos... 

¡  Delirios  de  virtud  ! . . .  ¡  Ay  !   desterrado, 

Sin  patria,  sin  amores, 

Sólo  miro  ante  mí  llanto  y  dolores. 

¡  Niágara  poderoso  ! 
Oye  mi  última  voz  :   en  pocos  años 
Ya  devorado  habrá  la  tumba  fría 
A  tu  débil  cantor.      ¡  Duren  mis  versos 
Cual  tu  gloria  inmortal  !    Pueda  piadoso, 
Al  contemplar  tu  faz  algún  viajero, 
Dar  un  suspiro  á  la  memoria  mía. 

Y  yo  al  hundirse  el  sol  en  Occidente, 
Vuele  gozoso  do  el  Criador  me  llama, 

Y  al  escuchar  los  ecos  de  mi  fama 
Alce  en  las  nubes  la  radiosa  frente. 


214 


DUQUE   DE    RIVAS 
y 4..  El  faro  de  Malta 

ENVUELVE  al  mundo  extenso  triste  noche, 
Ronco  huracán  y  borrascosas  nubes 
Confunden  y  tinieblas  impalpables 

El  cielo,  el  mar,  la  tierra  : 

Y  tú  invisible  te  alzas,  en  tu  frente 
Ostentando  de  fuego  una  corona, 
Cual  rey  del  caos,  que  refleja  y  arde 

Con  luz  de  paz  y  vida. 
En  vano  ronco  el  mar  alza  sus  montes 
Y  revienta  á  tus  pies,  do  rebramante 
Creciendo  en  blanca  espuma,  esconde  y  borra 
El  abrigo  del  puerto  : 
Tú,  con  lengua  de  fuego,  aquí  está  dices, 
Sin  voz  hablando  al  tímido  piloto, 
Que  como  á  numen  bienhechor  te  adora, 
Y  en  tí  los  ojos  clava. 
Tiende  apacible  noche  el  manto  rico, 
Que  céfiro  amoroso  desenrolla, 
Recamado  de  estrellas  y  luceros, 
Por  él  rueda  la  luna  ; 

Y  entonces  tú,  de  niebla  vaporosa 
Vestido,  dejas  ver  en  formas  vagas 
Tu  cuerpo  colosal,  y  tu  diadema 

Arde  al  par  de  los  astros. 
Duerme  tranquilo  el  mar,  pérfido  esconde 
Rocas  aleves,  áridos  escollos  ; 
Falso  señuelo  son,  lejanas  cumbres 
Engañan  á  Ia6  naves. 
Mas  tú,  cuyo  esplendor  todo  lo  ofusca, 
Tú,  cuya  inmoble  posición  indica 
El  trono  de  un  monarca,  eres  su  norte, 

215 


DUQUE    DE    RIVAS 

Les  adviertes  su  engaño. 
Así  de  la  razón  arde  la  antorcha, 
En  medio  del  furor  de  las  pasiones 
O  de  aleves  halagos  de  fortuna, 
A  los  ojos  del  alma. 
Desque  refugio  de  la  airada  suerte 
En  esta  escasa  tierra  que  presides, 

Y  grato  albergue  el  cielo  bondadoso 

Me  concedió  propicio  ; 
Ni  una  vez  sólo  á  mis  pesares  busco 
Dulce  olvido  del  sueño  entre  los  brazos 
Sin  saludarte,  y  sin  tornar  los  ojos 
A  tu  espléndida  frente. 
¡  Cuántos,  ay,  desde  el  seno  de  los  mares 
Al  par  los  tornarán  !...tras  larga  ausencia 
Unos,  que  vuelven  á  su  patria  amada, 
A  sus  hijos  y  esposa. 
Otros  prófugos,  pobres,  perseguidos, 
Que  asilo  buscan,  cual  busqué,  lejano, 

Y  á  quienes  que  lo  hallaron  tu  luz  dice, 

Hospitalaria  estrella. 
Arde,  y  sirve  de  norte  á  los  bajeles, 
Que  de  mi  patria,  aunque  de  tarde  en  tarde, 
Me  traen  nuevas  amargas,  y  renglones 
Con  lágrimas  escritos. 
Cuando  la  vez  primera  deslumhraste 
Mis  afligidos  ojos,    ¡  cuál  mi  pecho, 
Destrozado  y  hundido  en  amargura 
Palpitó  venturoso  ! 
Del  Lacio  moribundo  las  riberas 
Huyendo  inhospitables,  contrastado 
Del  viento  y  mar  entre  ásperos  bajíos 

Vi  tu  lumbre  divina  : 
216 


DUQUE   DE    RIVAS 

"Viéronla  como  yo  los  marineros, 
Y,  olvidando  los  votos  y  plegarias 
Que  en  las  sordas  tinieblas  se  perdían, 

¡  ¡  Malta  ! !    ¡  ¡  Malta  ! !   gritaron 
Y  fuiste  á  nuestros  ojos  la  aureola 
Que  orna  la  frente  de  la  santa  imagen 
En  quien  busca  afanoso  peregrino 
La  salud  y  el  consuelo. 
Jamás  te  olvidaré,  jamás... Tan  sólo 
Trocara  tu  esplendor,  sin  olvidarlo, 
Rey  de  la  noche,  y  de  tu  excelsa  cumbre 
La  benéfica  llama, 
Por  la  llama  y  los  fúlgidos  destellos 
Que  lanza,  reflejando  al  sol  naciente, 
El  arcángel  dorado  que  corona 
De  Córdoba  la  torre. 


75-  Un  castellano  leal 

ROMANCE  PRIMERO 

«HOLA,  hidalgos  y  escuderos 
De  mi  alcurnia  y  mi  blasón, 
Mirad  como  bien  nacidos 
De  mi  sangre  y  casa  en  pro. 

«Esas  puertas  se  defiendan  ; 
Que  no  ha  de  entrar,  vive  Dios, 
Por  ellas,  quien  no  estuviere 
Más  limpio  que  lo  está  el  sol. 

«No  profane  mi  palacio 
Un  fementido  traidor 
Que  contra  su  Rey  combate 
Y  que  á  su  patria  vendió. 

217 


DUQUE   DE    RIVAS 

«Pues  si  él  es  de  Reyes  primo, 
Primo  de  Reyes  soy  yo  ; 

Y  conde  de  Benavente 

Si  él  es  duque  de  Borbón. 
«Llevándole  de  ventaja 
Que  nunca  jamás  mancho 
La  traición  mi  noble  sangre, 

Y  haber  nacido  español.» 

Así  atronaba  la  calle 
Una  ya  cascada  voz, 
Que  de  un  palacio  salía 
Cuya  puerta  se  cerró  ; 

Y  á  la  que  estaba  á  caballo 
Sobre  un  negro  pisador, 
Siendo  en  su  escudo  las  Uses 
Más  bien  que  timbre  baldón, 

Y  de  pajes  y  escuderos 
Llevando  un  tropel  en  pos 
Cubiertos  de  ricas  galas, 
El  gran  duque  de  Borbón  : 

El  que  lidiando  en  Pavía, 
Más  que  valiente,  feroz, 
Gozóse  en  ver  prisionero 
A  su  natural  señor  ; 

Y  que  á  Toledo  ha  venido, 
Ufano  de  su  traición, 

Para  recibir  mercedes 

Y  ver  al  Emperador. 

ROMANCE  SEGUNDO 

En  una  anchurosa  cuadra 
Del  alcázar  de  Toledo, 

2l8 


DUQUE   DE    RIVAS 

Cuyas  paredes  adornan 
Ricos  tapices,  flamencos, 

Al  lado  de  una  gran  mesa, 
Que  cubre  de  terciopelo 
Napolitano  tapete 
Con  borlones  de  oro  y  llecos  ; 

Ante  un  sillón  de  respaldo 
Que  entre  bordado  arabesco 
Los  timbres  de  España  ostentan 

Y  el  águila  del  imperio, 

De  pié  estaba  Carlos  Quinto, 
Que  en  España  era  primero, 
Con  gallardo  y  noble  talle, 
Con  noble  y  tranquilo  aspecto. 

De  brocado  de  oro  y  blanco 
Viste  tabardo  tudesco, 
De  rubias  martas  orlado, 

Y  desabrochado  y  suelto, 
Dejando  ver  un  justillo 

De  raso  jalde,  cubierto 
Con  primorosos  bordados 

Y  costosos  sobrepuestos, 

Y  la  excelsa  y  noble  insignia 
Del  Toisón  de  oro,  pendiendo 
De  una  preciosa  cadena 
En  la  mitad  de  su  pecho. 

Un  birrete  de  velludo 
Con  un  blanco  airón,  sujeto 
Por  un  joyel  de  diamantes 

Y  un  antiguo  camafeo, 
Descubre  por  ambos  lados, 

Tanta  majestad  cubriendo, 

919 


DUQUE    DE    RIVAS 

Rubio,  cual  barba  y  bigote, 
Bien  atusado  el  cabello. 

Apoyada  en  la  cadera 
La  potente  diestra  ha  puesto, 
Que  aprieta  dos  guantes  de  ámbar 
Y  un  primoroso  mosquero, 

Y  con  la  siniestra  halaga 
De  un  mastín  muy  corpulento, 
Blanco  y  las  orejas  rubias, 
El  ancho  y  carnoso  cuello. 


me. 


Con  el  Condestable  insigr 
Apaciguador  del  reino, 
De  los  pasados  disturbios 
Acaso  está  discurriendo  ; 

O  del  trato  que  dispone 
Con  el  Rey  de  Francia  preso, 
O  de  asuntos  de  Alemania 
Agitada  por  L  útero  ; 

Cuando  un  tropel  de  caballos 
Oye  venir  á  lo  lejos 

Y  ante  el  alcázar  pararse, 
Quedando  todo  en  silencio. 

En  la  antecámara  suena 
Rumor  impensado  luego, 
Ábrese  al  fin  !a  mampara 

Y  entra  el  de  Borbón  soberbio, 
Con  el  semblante  de  azufre 

Y  con  los  ojos  de  fuego, 
Bramando  de  ira  y  de  rabia 
Que  enfrena  mal  el  respeto  ; 

Y  con  balbuciente  lengua, 

Y  con  mal  borrado  ceño, 


DUQUE   DE    RIVAS 

Acusa  al  de  Benavcnte, 
Un  desagravio  pidiendo. 

Del  español  Condestable 
Latió  con  orgullo  el  pecho, 
Ufano  de  la  entereza 
De  su  esclarecido  deudo. 

Y  aunque  advertido  procura 
Disimular  cual  discreto, 

A  su  noble  rostro  asoman 
La  aprobación  y  el  contento. 

El  Emperador  un  punto 
Quedó  indeciso  y  suspenso, 
Sin  saber  qué  responderle 
Al  francés,  de  enojo  ciego. 

Y  aunque  en  su  interior  se  goza 
Con  el  proceder  violento 

Del  conde  de  Benavente, 
De  altas  esperanzas  lleno 

Por  tener  tales  vasallos, 
De  noble  lealtad  modelos, 

Y  con  los  que  el  ancho  mundo 
Será  á  sus  glorias  estrecho. 

Mucho  al  de  Borbón  le  debe 

Y  es  íuerza  satisfacerlo  : 
Le  ofrece  para  calmarlo 
Un  desagravio  completo. 

Y,  llamando  á  un  gentil-hombre, 
Con  el  semblante  severo 
Manda  que  el  de  Benavente 
Venga  á  su  presencia  presto. 


DUQUE   DE    RIVAS 

ROMANCE  TERCERO 

Sostenido  por  sus  pajes 
Desciende  de  su  litera 
El  conde  de  Benavente 
Del  alcázar  á  la  puerta. 

Era  un  viejo  respetable, 
Cuerpo  enjuto,  cara  seca, 
Con  dos  ojos  como  chispas, 
Cargados  de  largas  cejas, 

Y  con  semblante  muy  noble, 
Mas  de  gravedad  tan  seria 
Que  veneración  de  lejos 

Y  miedo  causa  de  cerca.  . 
Eran  su  traje  unas  calzas 

De  púrpura  de  Valencia, 

Y  de  recamado  ante 
Un  coleto  á  la  leonesa  : 

De  fino  lienzo  gallego 
Los  puños  y  la  gorguera, 
Unos  y  otra  guarnecidos 
Con  randas  barcelonesas : 

Un  birretón  de  velludo 
Con  su  cintillo  de  perlas, 

Y  el  gabán  de  paño  verde 
Con  alamares  de  seda. 

Tan  solo  de  Calatrava 
La  insignia  española  lleva  ; 
Que  el  Toisón  ha  despreciado 
Por  ser  orden  extranjera. 

Con  paso  tardo,  aunque  firme, 
Sube  por  las  escaleras, 

Y  al  verle,  las  alabardas 


DUQUE    DE    RIVAS 

Un  golpe  dan  en  la  tierra. 

Golpe  de  honor,  y  de  aviso 
De  que  en  el  alcázar  entra 
Un  Grande,  á  quien  se  le  debe 
Todo  honor  y  reverencia. 

Al  llegar  á  la  antesala* 
Los  pajes  que  están  en  ella 
Con  respeto  le  saludan 
Abriendo  las  anchas  puertas. 

Con  grave  paso  entra  el  conde 
Sin  que  otro  aviso  preceda, 
Salones  atravesando 
Hasta  la  cámara  regia. 

Pensativo  está  el  Monarca, 
Discurriendo  como  pueda 
Componer  aquel  disturbio 
Sin  hacer  á  nadie  ofensa- 
Mucho  al  de  Borbón  le  debe, 
Aun  mucho  más  de  él  espera, 

Y  al  de  Benavente  mucho 
Considerar  le  interesa. 

Dilación  no  admite  el  caso, 
No  hay  quien  dar  consejo  pueda 

Y  Villalar  y  Pavía 

A  un  tiempo  se  le  recuerdan. 
En  el  sillón  asentado 

Y  el  codo  sobre  la  mesa, 
Al  personaje  recibe, 
Que  comedido  se  acerca. 

Grave  el  conde  le  saluda 
Con  una  rodilla  en  tierra, 
Mas  como  Grande  del  reino 


323 


DUQUE   DE    RIVAS 

Sin  descubrir  Ja  cabeza. 

El  Emperador  benigno 
Que  alce  del  suelo  le  ordena, 
Y  la  plática  difícil 
Con  sagacidad  empieza. 

Y  entre  severo  y  afable 
Al  cabo  le  manifiesta 
Que  es  el  que  á  Borbón  aloje 
Voluntad  suya  resuelta. — 

Con  respeto  muy  profundo, 
Pero  con  la  voz  entera, 
Respóndele  Benavente, 
Destocando  la  cabeza : 

«Soy,  señor,  vuestro  vasallo, 
Vos  sois  mi  rey  en  la  tierra, 
A  vos  ordenar  os  cumple 
De  mi  vida  y  de  mi  hacienda. 

«Vuestro  soy,  vuestra  mi  casa, 
De  mí  disponed  y  de  ella, 
Pero  no  toquéis  mi  honra 
Y  respetad  mi  conciencia. 
«Mi  casa  Borbón  ocupe 
Puesto  que  es  voluntad  vuestra, 
Contamine  sus  paredes, 
Sus  blasones  envilezca  ; 

«Que  á  mí  me  sobra  en  Toledo 
Donde  vivir,  sin  que  tenga 
Que  rozarme  con  traidores, 
Cuyo  solo  aliento  infesta. 

Y  en  cuanto  él  deje  mi  casa, 
Antes  de  tornar  yo  á  ella, 
Purificaré  con  fuego 
Sus  paredes  y  sus  puertas. » 

824 


DUQUE   DE    RIVAS 

Dijo  el  conde,  la  real  mano 
Besó,  cubrió  su  cabeza, 
Y  retiróse  bajando 
A  do  estaba  su  litera. 

Y  á  casa  de  un  su  pariente 
Mandó  que  le  condujeran, 
Abandonando  la  suya 

Con  cuanto  dentro  se  encierra. 

Quedó  absorto  Carlos  Quinto 
De  ver  tan  noble  firmeza, 
Estimando  la  de  España 
Más  que  la  imperial  diadema, 

ROMANCE  CUARTO 

Muy  pocos  días  el  duque 
Hizo  mansión  en  Toledo, 
Del  noble  conde  ocupando 
Los  honrados  aposentos. 

Y  la  noche  en  que  el  palacio 
Dejó  vacio,  partiendo, 

Con  su  séquito  y  sus  pajes, 
Orgulloso  y  satisfecho, 

Turbó  la  apacible  luna 
Un  vapor  blanco  y  espeso 
Que  de  las  altas  techumbres 
Se  iba  elevando  y  creciendo : 

A  poco  rato  tornóse 
En  humo  confuso  y  denso 
Que  en  nubarrones  oscuros 
Ofuscaba  el  claro  cielo  ; 

Después  en  ardientes  chispas, 
Y  en  un  resplandor  horrendo 
Que  iluminaba  los  valles 
16 


335 


DUQUE    DE    RIVAS 

Dando  en  el  Tajo  reflejos, 

Y  al  fin  su  furor  mostrando 
En  embravecido  incendio 
Que  devoraba  altas  torres 
Y  derrumbaba  altos  techos. 

Resonaron  Jas  campanas, 
Conmovióse  todo  el  pueblo, 
De  Benavente  el  palacio 
Presa  de  las  llamas  viendo, 

El  Emperador  confuso 
Corre  á  procurar  remedio, 
En  atajar  tanto  daño 
Mostrando  tenaz  empeño. 

En  vano  todo  :  tragóse 
Tantas  riquezas  el  fuego, 
A  la  lealtad  castellana 
Levantando  un  monumento. 

Aun  hoy  unos  viejos  muros 
Del  humo  y  las  llamas  negros 
Recuerdan  acción  tan  grande 
En  la  famosa  Toledo. 


DON  JOSÉ    DE    ESPRONCEDA 

y6.  Himno  de  la  Inmortalidad 

¡  SALVE,  llama  creadora  del  mundo, 
Lengua  ardiente  de  eterno  saber, 
Puro  germen,  principio  fecundo 
Que  encadenas  la  muerte  á  tus  pies  ! 

Tú  la  inerte  materia  espoleas, 
Tú  la  ordenas  juntarse  y  vivir, 
226 


DON  JOSÉ    DE    ESPRONCEDA 

Tú  su  lodo  modelas,  y  creas 
Miles  seres  de  formas  sin  fin. 

Desbarata  tus  obras  en  vano 
Vencedora  la  muerte  tal  vez  ; 
De  sus  restos  levanta  tu  mano 
Nuevas  obras  triunfante  otra  vez. 

Tú  la  hoguera  del  sol  alimentas, 
Tú  revistes  los  cielos  de  azul, 
Tú  la  luna  en  las  sombras  argentas, 
Tú  coronas  la  aurora  de  luz. 

Gratos  ecos  al  bosque  sombrío, 
Verde  pompa  á  los  árboles  das, 
Melancólica  música  al  rio, 
Ronco  grito  á  las  olas  del  mar. 

Tú  el  aroma  en  las  flores  exhalas, 
En  los  valles  suspiras  de  amor, 
Tú  murmuras  del  aura  en  las  alas, 
En  el  Bóreas  retumba  tu  voz. 

Tú  derramas  el  oro  en  la  tierra 
En  arroyos  de  hirviente  metal; 
Tú  abrillantas  la  perla  que  encierra 
En  su  abismo  profundo  la  mar. 

Tú  las  cárdenas  nubes  extiendes, 
Negro  manto  que  agita  Aquilón  ; 
Con  tu  aliento  los  aires  enciendes, 
Tus  rugidos  infunden  pavor. 

Tú  eres  pura  simiente  de  vida, 
Manantial  sempiterno  del  bien  ; 
Luz  del  mismo  Hacedor  desprendida, 
Juventud  y  hermosura  es  tu  «ér. 

Tú  eres  fuerza  secreta  que  el  mundo 
En  sus  ejes  impulsa  á  rodar, 
Sentimiento  armonioso  y  profundo 

227 


DON  JOSÉ    DE   ESPRONCEDA 

De  los  orbes  que  anima  tu  faz. 

De  tus  obras  los  siglos  que  vuelan 
Incansables  artífices  son, 
Del  espíritu  ardiente  cincelan 

Y  embellecen  la  estrecha  prisión. 
Tú  en  violento,  veloz  torbellino 

Los  empujas  enérgica,  y  van  ; 

Y  adelante  en  tu  raudo  camino 
A  otros  siglos  ordenas  llegar. 

Y  otros  siglos  ansiosos  se  lanzan, 
Desparecen  y  llegan  sin  fin, 

Y  en  su  eterno  trabajo  se  alcanzan, 

Y  se  arrancan  sin  tregua  el  buril. 

Y  afanosos  sus  fuerzas  emplean 
En  tu  inmenso  taller  sin  cesar, 

Y  en  la  tosca  materia  golpean, 

Y  redobla  el  trabajo  su  afán. 

De  la  vida  en  el  hondo  Océano 
Flota  el  hombre  en  perpetuo  vaivén, 

Y  derrama  abundante  tu  mano 
La  creadora  semilla  en  su  ser. 

Hombre  débil,  levanta  la  frente, 
Pon  tu  labio  en  su  eterno  raudal ; 
Tú  serás  como  el  sol  en  Oriente, 
Tú  serás  como  el  mundo,  immortal. 


yj.  Canción  del  Pirata 

CON  diez  cañones  por  banda, 
Viento  en  popa  á  toda  vela, 
No  corta  el  mar,  sino  vuela 
Un  velero  bergantin : 

223 


DON   JOSÉ   DE    ESPRONCEDA 

Bajel  pirata  que  llaman, 
Por  su  bravura,  el  Temido, 
En  todo  mar  conocido 
Del  uno  al  otro  confín. 

La  luna  en  el  mar  riela, 
En  la  lona  gime  el  viento, 

Y  alza  en  blando  movimiento 
Olas  de  plata  y  azul  ; 

Y  ve  el  capitán  pirata, 
Cantando  alegre  en  la  popa, 
Asia  á  un  lado,  al  otro  Europa, 

Y  allá  á  su  frente  Stambul, 

«Navega,  velero  mió, 
Sin  temor  ; 
Que  ni  enemigo  navio, 
Ni  tormenta,  ni  bonanza 
Tu  rumbo  á  torcer  alcanza, 
Ni  á  sujetar  tu  valor. 
«Veinte  presas 
Hemos  hecho 
A  despecho 
Del  inglés, 
Y  han  rendido 
Sus  pendones 
Cien  naciones 
A  mis  pies.» 
Que  es  nú  barco  mi  tesoro, 
Que  es  mi  Dios  la  libertad, 
Mi  ley  la  fuer-xa  y  el  viento, 
Mi  única  patria  la  mar. 

«Allá  muevan  feroz  guerra 
Ciegos  reyes 

229 


DON   JOSÉ    DE    ESPRONCEDA 

Por  un  palmo  más  de  tierra  : 
Que  yo  tengo  aquí  por  mió 
Cuanto  abarca  el  mar  bravio, 
A  quien  nadie  impuso  leyes. 
«Y  no  hay  playa, 

Sea  cualquiera, 

Ni  bandera 

De  esplendor, 

Que  no  sienta 

Mi  derecho, 

Y  dé  pecho 

A  mi  valor.» 
Que  es  mi  barco  mi  tesoro. . . , 

« A  la  voz  de  « ¡  barco  viene! » 
Es  de  ver 
Como  vira  y  6e  previene 
A  todo  trapo  escapar  ; 
Que  vo  soy  el  rey  del  mar, 
Y  mi  furia  es  de  temer. 
«En  las  presas 

Yo  divido 

Lo  cogido 

Por  igual : 

Sólo  quiero 

Por  riqueza 

La  belleza 

Sin  rival. » 
Que  es  mi  barco  mi  tesoro. . . 


« ¡  Sentenciado  estoy  á  muerte 
Yo  me  rio : 
No  me  abandone  la  suerte 


eso 


DON   JOSÉ    DE    ESPRONCEDA 

Y  al  mismo  que  me  condena, 
Colgaré  de  alguna  entena, 
Quizá  en  su  propio  navio. 

«Y  si  caigo, 
:  Qué  es  la  vida  ? 
Por  perdida 
Ya  la  di, 
Cuando  el  yugo 
Del  esclavo, 
Como  un  bravo, 
Sacudí. » 
Que  es  mi  barco  mi  tesoro,,,, 

«Son  mi  música  mejor 
Aquilones  : 
El  estrépito  y  temblor 
De  los  cables  sacudidos, 
Del  negro  mar  los  bramidos 

Y  el  rugir  de  mis  cañones 

«Y  del  trueno 

Al  son  violento 

Y  del  viento 

Al  rebramar, 

Yo  me  duermo 

Sosegado, 

Arrullado 

Por  el  mar,» 
Que  es  mi  barco  mi  tesoro, 
Que  es  mi  Dios  la  libertad, 
Mi  ley  la  fuerza  y  el  viento, 
Mi  única  patria  la  mar. 


931 


DON  JOSÉ   DE    ESPRONCEDA 
yS.  Canto  a   Teresa 

Descansa  en  Paz 

Bueno  es  el  mundo,  ¡  bueno  !  ¡  bueno  !  j  bueno  ! 
Como  de  Dios  al  fin  obra  maestra, 
Por  todas  partes  de  delicias  lleno, 
De  que  Dios  ama  al  hombre  hermosa  muestra. 
Salga  la  voz  alegre  de  mi  seno 
A  celebrar  esta  vivienda  nuestra  ; 
¡  Paz  á  los  hombres  1    j  gloria  en  las  alturas  ! 
¡  Cantad  en  vuestra  jaula,  criaturas  ! 

Marta,  por  D.  Miguel  de  los  Santos  Alvarez. 

¿  POR  qué  volvéis  á  la  memoria  mia, 
Tristes  recuerdos  del  placer  perdido, 
A  aumentar  la  ansiedad  y  la  agonía 
De  este  desierto  corazón  herido  ? 
¡  Ay !    que  de  aquellas  horas  de  alegría 
Le  quedó  al  corazón  solo  un  gemido, 
Y  el  llanto  que  al  dolor  los  ojos  niegan 
Lágrimas  son  de  hiél  que  el  alma  anegan. 

¿  Dónde  volaron  ¡  ay  !    aquellas  horas 
De  juventud,  de  amor  y  de  ventura, 
Regaladas  de  músicas  sonoras, 
Adornadas  de  luz  y  de  hermosura  ? 
Imágenes  de  oro  bullidoras. 
Sus  alas  de  carmín  y  nieve  pura, 
Al  sol  de  mi  esperanza  desplegando, 
Pasaban  ¡  ay  !  á  mi  alredor  cantando. 

Gorjeaban  los  dulces  ruiseñores, 
El  sol  iluminaba  mi  alegría, 
El  aura  susurraba  entre  las  flores, 
El  bosque  mansamente  respondía, 
232 


DON   JOSÉ   DE    ESPRONCEDA 

Las  fuentes  murmuraban  sus  amores — 
¡  Ilusiones  que  llora  el  alma  mía  ! 
¡  Oh  !   ¡  cuan  suave  resonó  en  mi  oído 
El  bullicio  del  mundo  y  su  ruido  ! 

Mi  vida  entonces,  cual  guerrera  nave 
Que  el  puerto  deja  por  la  vez  primera, 

Y  al  soplo  de  los  céfiros  suave 
Orgullosa  desplega  su  bandera, 

Y  al  mar  dejando  que  á  sus  pies  alabe 
Su  triunfo  en  roncos  cantos,  va  velera, 
Una  ola  tras  otra  bramadora 
Hollando  y  dividiendo  vencedora, 

¡  Ay  !   en  el  mar  del  mundo,  en  ansia  ardiente 
De  amor  volaba  ;   el  sol  de  la  mañana 
L  levaba  yo  sobre  mi  tersa  frente,  , 

Y  el  alma  pura  de  su  dicha  ufana  : 
Dentro  de  ella  el  amor,  cual  rica  fuente 
Que  entre  frescuras  y  arboledas  mana, 
Brotaba  entonces  abundante  rio 

De  ilusiones  y  dulce  desvarío. 

Yo  amaba  todo :  un  noble  sentimiento 
Exaltaba  mi  ánimo,  y  sentia 
En  mi  pecho  un  secreto  movimiento, 
De  grandes  hechos  generoso  guía: 
La  libertad  con  su  inmortal  aliento, 
Santa  diosa,  mi  espíritu  encendía, 
Contino  imaginando  en  mi  fe  pura 
Sueños  de  gloria  al  mundo  y  de  ventura. 

El  puñal  de  Catón,  la  adusta  frente 
Del  noble  Bruto,  la  constancia  íicia 

233 


DON   JOSÉ    DE    ESPRONCEDA 

Y  el  arrojo  de  Scévola  valiente, 
La  doctrina  de  Sócrates  severa, 
La  voz  atronadora  y  elocuente 
Del  orador  de  Atenas,  la  bandera 
Contra  el  tirano  Macedonio  alzando, 

Y  al  espantado  pueblo  arrebatando  : 

El  valor  y  la  fé  del  caballero, 
Del  trovador  el  arpa  y  los  cantares, 
Del  gótico  castillo  el  altanero 
Antiguo  torreón,  do  sus  pesares 
Cantó  tal  vez  con  eco  lastimero, 
¡  Ay  !   arrancada  de  sus  patrios  lares, 
Joven  cautiva,  al  rayo  de  la  luna, 
Lamentando  su  ausencia  y  su  fortuna  : 

El  dulce  anhelo  del  amor  que  aguarda, 
Tal  vez  inquieto  y  con  mortal  recelo  ; 
La  forma  bella  que  cruzó  gallarda, 
Allá  en  la  noche,  entre  medroso  velo  ; 
La  ansiada  cita  que  en  llegar  se  tarda 
Al  impaciente  y  amoroso  anhelo, 
La  mujer  y  la  voz  de  su  dulzura, 
Que  inspira  al  alma  celestial  ternura  : 

A  un  tiempo  mismo  en  rápida  tormenta 
Mi  alma  alborotaban  de  contino, 
Cual  las  olas  que  azota  con  violenta 
Cólera' impetuoso  torbellino  : 
Soñaba  al  héroe  ya,  la  plebe  atenta 
En  mi  voz  escuchaba  su  destino  ; 
Ya  al  caballero,  al  trovador  soñaba, 
Y  de  gloria  y  de  amores  suspiraba, 
234 


DON   JOSÉ    DE    ESPRONCEDA 

Hay  una  voz  secreta,  un  dulce  canto, 
Que  el  alma  sólo  recogida  entiende, 
Un  sentimiento  misterioso  y  santo, 
Que  del  barro  al  espíritu  desprende  ; 
Agreste,  vago  y  solitario  encanto 
Que  en  inefable  amor  el  alma  enciende, 
Volando  tras  la  imagen  peregrina 
El  corazón  de  su  ilusión  divina. 

Yo,  desterrado  en  extranjera  playa, 
Con  los  ojos  estático  seguía 
La  nave  audaz  que  en  argentada  raya 
Volaba  al  puerto  de  la  patria  mia : 
Yo,  cuando  en  Occidente  el  6ol  desmaya, 
Solo  y  perdido  en  la  arboleda  umbría, 
Oir  pensaba  el  armonioso  acento 
De  una  mujer,  al  suspirar  del  viento. 

¡  Una  mujer  !    En  el  templado  rayo 
De  la  mágica  luna  se  colora, 
Del  sol  poniente  al  lánguido  desmayo 
Lejos  entre  las  nubes  se  evapora  ; 
Sobre  las  cumbres  que  florece  Mayo 
Brilla  fugaz  al  despuntar  la  aurora, 
Cruza  tal  vez  por  entre  el  bosque  umbrío, 
Juega  en  las  aguas  del  sereno  rio. 

¡  Una  mujer  !    Deslizase  en  el  cielo 
Allá  en  la  noche  desprendida  estreíla. 
Si  aroma  el  aire  recogió  en  el  suelo, 
Es  el  aroma  que  le  presta  ella. 
Blanca  es  la  nube  que  en  callado  vuelo 
Cruza  la  esfera,  y  quq  su  planta  huella. 

335 


DON   JOSÉ   DE    ESPRONCEDA 

Y  en  la  tarde  la  mar  olas  le  ofrece 
De  plata  y  de  zafir,  donde  se  mece. 

Mujer  que  amor  en  su  ilusión  figura, 
Mujer  que  nada  dice  á  los  sentidos, 
Ensueño  de  suavísima  ternura, 
Eco  que  regaló  nuestros  oidos ; 
De  amor  la  llama  generosa  y  pura, 
Los  goces  dulces  del  amor  cumplidos, 
Que  engalana  la  rica  fantasía, 
Goces  que  avaro  el  corazón  ansia : 

¡  Ay  !   aquella  mujer,  tan  sólo  aquella, 
Tanto  delirio  á  realizar  alcanza, 

Y  esa  mujer  tan  candida  y  tan  bella 
Es  mentida  ilusión  de  la  esperanza : 
Es  el  alma  que  vivida  destella 

Su  luz  al  mundo  cuando  en  él  se  lanza, 

Y  el  mundo  con  su  magia  y  galanura 
Es  espejo  no  más  de  su  hermosura : 

Es  el  amor  que  al  mismo  amor  adora, 
El  que  creó  las  Silfides  y  Ondinas, 
La  sacra  ninfa  que  bordando  mora 
Debajo  de  las  aguas  cristalinas  : 
Es  el  amor  que  recordando  llora 
Las  arboledas  del  Edén  divinas : 
Amor  de  allí  arrancado,  allí  nacido, 
Que  busca  en  vano  aquí  su  bien  perdido. 

¡  Oh  llama  santa  !    ¡  celestial  anhelo  ! 
¡  Sentimiento  purísimo  !    ¡  memoria 
Acaso  triste  de  un  perdido  cielo, 
236 


DON   JOSÉ   DE    ESPRONCEDA 

Quizá  esperanza  de  futura  gloria ! 
¡  Huyes  y  dejas  llanto  y  desconsuelo  ! 
¡  Oh  qué  mujer !    qué  imagen  ilusoria 
Tan  pura,  tan  feliz,  tan  placentera, 
Brindó  el  amor  á  mi  ilusión  primera  !... 

¡  Oh  Teresa  !    ¡Oh  dolor  !    Lágrimas  mias, 
¡  Ah  !    ¿  donde  estáis  que  no  corréis  á  mares  ? 
j  Por  qué,  por  qué  como  en  mejores  dias, 
No  consoláis  vosotras  mis  pesares  ? 
¡  Oh  !   los  que  no  sabéis  las  agonías 
De  un  corazón  que  penas  á  millares 
¡  Ay  !   desgarraron  y  que  ya  no  llora, 
¡  Piedad  tened  de  mi  tormento  ahora  ! 

¡  Oh  dichosos  mil  veces,  sí,  dichosos  > 

Los  que  podéis  llorar  !   y    ¡  ay  !    sin  ventura 
De  mí,  que  entre  suspiros  angustiosos 
Ahogar  me  siento  en  infernal  tortura, 
j  Retuércese  entre  nudos  dolorosos 
Mi  corazón,  gimiendo  de  amargura ! 
También  tu  corazón,  hecho  pavesa, 
¡  Ay  !  llegó  á  no  llorar,  ¡  pobre  Teresa  ! 

¡  Quién  pensara  jamás,  Teresa  mia, 
Que  fuera  eterno  manantial  de  llanto, 
Tanto  inocente  amor,  tanta  alegría, 
Tantas  delicias  y  delirio  tanto  ? 
¡  Quién  pensara  jamás  llegase  un  dia 
En  que  perdido  el  celestial  encanto 
Y  caida  la  venda  de  los  ojos, 
Cuanto  diera  placer  causara  enojos  ? 

«37 


DON   JOSÉ    DE    ESPRONCEDA 

Aun  parece^  Teresa,  que  te  veo 
Aérea  como  dorada  mariposa, 
Ensueño  delicioso  del  deseo, 
Sobre  tallo  gentil  temprana  rosa, 
Del  amor  venturoso  devaneo, 
Angéliea,  purísima  y  dichosa, 

Y  oigo  tu  voz  dulcísima,  y  respiro 
Tu  aliento  perfumado  en  tü  suspiro. 

Y  aun  miro  aquellos  ojos  que  robaron 
A  los  cielos  su  azul,  y  las  rosadas 
Tintas  sobre  la  nieve,  que  envidiaron 
Las  de  Mayo  serenas  alboradas  : 

Y  aquellas  horas  dulces  que  pasaron 

Tan  breves,    ¡  ay  !    como  después  lloradas, 
Horas  de  confianza  y  de  delicias, 
De  abandono  y  de  amor  y  de  caricias. 

Que  así  las  horas  rápidas  pasaban, 

Y  pasaba  á  la  par  nuestra  ventura ; 

Y  nunca  nuestras  ansias  las  contaban, 

Tú  embriagada  en  mi  amor,  yo  en  tu  hermosura. 
Las  horas   ¡  ay  !    huyendo  nos  miraban, 
Llanto  tal  vez  vertiendo  de  ternura ; 
Que  nuestro  amor  y  juventud  veian, 

Y  temblaban  las  horas  que  vendrian. 

Y  llegaron  en  fin :  ¡  oh  !    ¿  quién  impío 
¡  Ay  !   agostó  la  flor  de  tu  pureza  í 

Tú  fuiste  un  tiempo  cristalino  rio, 
Manantial  de  purísima  limpieza  ; 
Después  torrente  de  color  sombrío, 
Rompiendo  entre  peñascos  y  maleza, 
238 


DON   JOSÉ    DE    ESPRONCEDA 

Y  estanque,  en  fin,  de  aguas  corrompidas, 
Entre  fétido  fango  detenidas. 

¿  Cómo  caiste  despeñado  al  suelo, 
Astro  de  la  mañana  luminoso  ? 
Ángel  de  luz,  ¿  quién  te  arrojó  del  cielo 
A  este  valle  de  lágrimas  odioso  ? 
Aun  cercaba  tu  frente  el  blanco  velo 
Del  serafín,  y  en  ondas  fulguroso 
Rayos  al  mundo  tu  esplendor  vertía, 

Y  otro  cielo  el  amor  te  prometía. 

Mas    ¡  ay  !   que  es  la  mujer  ángel  caído, 
Ó  mujer  nada  más  y  lodo  inmundo, 
Hermoso  ser  para  llorar  nacido, 
O  vivir  como  autómata  en  el  mundo. 
Si,  que  el  demonio  en  el  Edén  perdido, 
Abrasara  con  fuego  del  profundo 
La  primera  mujer,  y    ¡  ay  !    aquel  fuego 
La  herencia  ha  sido  de  sus  hijos  luego. 

Brota  én  el  cielo  del  amor  la  fuente, 
Que  á  fecundar  el  universo  mana, 

Y  en  la  tierra  su  límpida  corriente 
Sus  márgenes  con  flores  engalana  ; 
Mas,   ¡  ay  !   huid  :  el  corazón  ardiente 
Que  el  agua  clara  por  beber  se  afana, 
Lágrimas  verterá  de  duelo  eterno, 
Que  su  raudal  lo  envenenó  el  infierno. 

Huid,  si  no  queréis  que  llegue  un  dia 
En  que  enredado  en  retorcidos  lazos 
El  corazón,  con  bárbara  porfía 

239 


DON   JOSÉ   DE    ESPRONCEDA 

Luchéis  por  arrancároslo  á  pedazos : 
En  que  al  cielo  en  histérica  agonía 
Frenéticos  alcéis  entrambos  brazos, 
Para  en  vuestra  impotencia  maldecirle, 

Y  escupiros,  tal  vez,  al  escupirle. 

Lósanos   ¡  ay !   de  la  ilusión  pasaron, 
Las  dulces  esperanzas  que  trajeron 
Con  sus  blancos  ensueños  se  llevaron, 

Y  el  porvenir  de  oscuridad  vistieron  : 
Las  rosas  del  amor  se  marchitaron, 
Las  flores  en  abrojos  convirtieron, 

Y  de  afán  tanto  y  tan  soñada  gloria 
Sólo  quedó  una  tumba,  una  memoria. 

¡  Pobre  Teresa  !    ¡  Al  recordarte  siento 
Un  pesar  tan  intenso  !    Embarga  impío 
Mi  quebrantada  voz  mi  sentimiento, 

Y  suspira  tu  nombre  el  labio  mió  : 
Para  allí  su  carrera  el  pensamiento, 
Hiela  mi  corazón  punzante  frió, 
Ante  mis  ojos  la  funesta  losa, 
Donde  vil  polvo  tu  beldad  reposa. 

Y  tú  feliz,  que  hallastes  en  la  muerte 
Sombra  á  que  descansar  en  tu  camino, 
Cuando  llegabas,  mísera,  á  perderte 

Y  era  llorar  tu  único  destino : 
Cuando  en  tu  frente  la  implacable  suerte 
Grababa  de  los  reprobos  ei  sino  ! 
Feliz,  la  muerte  te  arrancó  del  suelo, 

Y  otra  vez  ángel,  te  volviste  al  cielo. 
240 


DON  JOSÉ   DE    ESPRONCEDA 

Roída  de  recuerdos  de  amargura, 
Árido  el  corazón,  sin  ilusiones, 
La  delicada  flor  de  tu  hermosura 
Ajaron  del  dolor  los  aquilones : 
Sola,  y  envilecida,  y  sin  ventura, 
Tu  corazón  secaron  las  pasiones  : 
Tus  hijos   ¡  ay  !   de  tí  se  avergonzaran, 

Y  hasta  el  nombre  de  madre  te  negaran. 

Los  ojos  escaldados  de  tu  llanto, 
T^u  rostro  cadavérico  y  hundido  ; 
Único  desahogo  en  tu  quebranto, 
El  histérico  ¡  ay  !  de  tu  gemido  : 
¿  Quién,  quién  pudiera  en  infortunio  tanto 
Envolver  tu  desdicha  en  el  olvido, 
Disipar  tu  dolor  y  recogerte 
En  su  seno  de  paz  ?  ¡  Sólo  la  muerte  ! 

¡  Y  tan  joven,  y  ya  tan  desgraciada  ! 
Espíritu  indomable,  alma  violenta, 
En  tí,  mezquina  sociedad,  lanzada 
A  romper  tus  barreras  turbulenta. 
Nave  contra  las  rocas  quebrantada, 
Allá  vaga,  á  merced  de  la  tormenta, 
En  las  olas  tal  vez  náufraga  tabla, 
Que  sólo  ya  de  sus  grandezas  habla. 

Un  recuerdo  de  amor  que  nunca  muere 

Y  está  en  mi  corazón  ;  un  lastimero 
Tierno  quejido  que  en  el  alma  hiere, 
Eco  suave  de  su  amor  primero  : 

¡  Ay  !  de  tu  luz,  en  tanto  yo  viviere, 
Quedará  un  rayo  en  mí,  blanco  lucero, 
S 17  241 


DON  JOSÉ   DE    ESPRONCEDA 

Que  iluminaste  con  tu  luz  querida 
La  dorada  mañana  de  mi  vida. 

Que  yo,  como  una  flor  que  en  la  mañana 
Abre  su  cáliz  al  naciente  dia, 
¡  Ay  !  al  amor  abrí  tu  alma  temprana, 

Y  exalté  tu  inocente  fantasía, 

Yo  inocente  también  ¡  oh  !  cuan  ufana 
Al  porvenir  mi  mente  sonreia, 

Y  en  alas  de  mi  amor,  ¡  con  cuánto  anhelo 
Pensé  contigo  remontarme  al  cielo  ! 

Y  alegre,  audaz,  ansioso,  enamorado, 
En  tus  brazos  en  lánguido  abandono, 
De  glorias  y  deleites  rodeado 
Levantar  para  tí  soñé  yo  un  trono  : 

Y  allí,  tú  venturosa  y  yo  á  tu  lado, 
Vencer  del  mundo  el  implacable  encono, 

Y  en  un  tiempo,  sin  horas  ni  medida, 
Ver  como  un  sueño  resbalar  la  vida. 

¡  Pobre  Teresa  !   Cuando  ya  tus  ojos 
Áridos  ni  una  lágrima  brotaban  ; 
Cuando  ya  su  color  tus  labios  rojos 
En  cárdenos  matices  se  cambiaban  ; 
Cuando  de  tu  dolor  tristes  despojos 
La  vida  y  su  ilusión  te  abandonaban, 

Y  consumía  lenta  calentura 

Tu  corazón  al  par  de  tu  amargura  ; 

Si  en  tu  penosa  y  última  agonía 
Volviste  á  lo  pasado  el  pensamiento  ; 
Si  comparaste  á  tu  existencia  un  dia 

242 


DON   JOSÉ    DE    ESPRONCEDA 

Tu  triste  soledad  y  tu  aislamiento ; 
Si  arrojo  á  tu  dolor  tu  fantasía 
Tus  hijos   ¡  ay  !   en  tu  postrer  momento 
A  otra  mujer  tal  vez  acariciando, 
Madre  tal  vez  á  otra  mujer  llamando  ; 

Si  el  cuadro  de  tus  breves  glorias  viste 
Pasar  como  fantástica  quimera, 

Y  si  la  voz  de  tu  conciencia  oiste 
Dentro  de  tí  gritándote  severa  ; 

Sí,  en  fin,  entonces  tú  llorar  quisiste 

Y  no  brotó  una  lágrima  siquiera 
Tu  seco  corazón,  y  á  Dios  llamaste, 

Y  no  te  escuchó  Dios,  y  blasfemaste. 

¡  Oh !  ¡  cruel !  ¡  muy  cruel !  ¡  martirio  horrendo ! 
¡  Espantosa  expiación  de  tu  pecado  ! 
Sobre  un  lecho  de  espinas,  maldiciendo, 
Morir,  el  corazón  desesperado  ! 
Tus  mismas  manos  de  dolor  mordiendo, 
Presente  á  tu  conciencia  lo  pasado, 
Buscando  en  vano,  con  los  ojos  fijos, 

Y  extendiendo  tus  brazos  á  tus  hijos. 

¡Oh!  ¡cruel!  ¡muy  cruel! ¡Ay!  yo  entre  tanto 

Dentro  del  pecho  mi  dolor  oculto, 
Enjugo  de  mis  párpados  el  llanto 

Y  doy  al  mundo  el  exigido  culto  : 

Yo  escondo  con  vergüenza  mi  quebranto, 
Mi  propia  pena  con  mi  risa  insulto, 

Y  me  divierto  en  arrancar  del  pecho 
Mi  mismo  corazón  pedazos  hecho. 

243 


DON   JOSÉ   DE   ESPRONCEDA 

Gocemos,  si ;  la  cristalina  esfera 
Gira  bañada  en  luz  :    ¡  bella  es  la  vida  ! 
¿  Quién  á  parar  alcanza  la  carrera 
Del  mundo  hermoso  que  al  placer  convida  ? 
Brilla  radiente  el  sol,  la  primavera 
Los  campos  pinta  en  la  estación  florida  : 

Trueqúese  en  risa  mi  dolor  profundo 

Que  haya  un  cadáver  más  ¿  qué  importa  al  mundo  ? 


DON   JOSÉ   ZORRILLA 

pp.  Introducción 

á  los    « Cantos    del    Trovador » 

¿  QUÉ  se  hicieron  las  auras  deliciosas 
Que  henchidas  de  perfume  se  perdían 
Entre  los  lirios  y  las  frescas  rosas 
Que  el  huerto  ameno  en  derredor  ceñían  ? 
Las  brisas  del  otoño  revoltosas 
En  rápido  tropel  las  impelían, 

Y  ahogaron  la  estación  de  los  amores 
Entre  las  hojas  de  sus  yertas  flores. 

Hoy  al  fuego  de  un  tronco  nos  sentamos 
En  torno  de  la  antigua  chimenea, 

Y  acaso  la  ancha  sombra  recordamos 

De  aquel  tizón  que  á  nuestros  pies  humea. 

Y  hora  tras  hora  tristes  esperamos 
Que  pase  la  estación  adusta  y  fea, 
En  pereza  febril  adormecidos 

Y  en  las  propias  memorias  embebidos. 
En  vano  á  los  placeres  avarientos 

Nos  lanzamos  do  quier,  y  orgias  sonoras 
244 


DON   JOSÉ   ZORRILLA 

Estremecen  los  ricos  aposentos 
Y  fantásticas  danzas  tentadoras  ; 
Porque  antes  y  después  caminan  lentos 
Los  turbios  días  y  las  lentas  horas, 
Sin  que  alguna  ilusión  de  breve  instante 
Del  alma  el  sueño  fugitiva  encante. 

Pero  yo,  que  he  pasado  entre  ilusiones, 
Sueños  de  oro  y  de  luz,  mi  dulce  vida, 
No  os  dejaré  dormir  en  los  salones 
Donde  al  placer  la  soledad  convida  ; 
Ni  esperar,  revolviendo  los  tizones, 
Al  yerto  amigo  ó  la  falaz  querida, 
Sin  que  más  esperanza  os  alimente 
Que  ir  contando  las  horas  tristemente. 

Los  que  vivís  de  alcázares  señores, 
Venid,  yo  halagaré  vuestra  pereza  ; 
Niñas  hermosas  que  morís  de  amores, 
Venid,  yo  encantaré  vuestra  belleza  ; 
Viejos  que  idolatráis  vuestros  mayores, 
Venid,  yo  os  contaré  vuestra  grandeza  ; 
Venid  á  oir  en  dulces  armonías 
Las  sabrosas  historias  de  otros  días. 

Yo  soy  el  Trovador  que  vaga  errante  : 
Si  son  de  vuestro  parque  estos  linderos, 
No  me  dejéis  pasar,  mandad  que  cante  ; 
Que  yo  sé  de  los  bravos  caballeros 
La  dama  ingrata  y  la  cautiva  amante, 
La  cita  oculta  y  los  combates  fieros 
Con  que  á  cabo  llevaron  sus  empresas 
Por  hermosas  esclavas  y  princesas. 

Venid  á  mí,  yo  canto  los  amores ; 
Yo  soy  el  trovador  de  los  festines  ; 
Yo  ciño  el  arpa  con  vistosas  flores, 

245 


DON   JOSÉ    ZORRILLA 

Guirnalda  que  recojo  en  mil  jardines  ; 
Yo  tengo  el  tulipán  de  cien  colores 
Que  adoran  de  Stambul  en  los  confines, 

Y  el  lirio  azul  incógnito  y  campestre 
Que  nace  y  muere  en  el  peñón  silvestre. 

¡  Ven  á  mis  manos,  ven,  arpa  sonora  ! 
¡  Baja  á  mi  mente,  inspiración  cristiana, 

Y  enciende  en  mí  la  llama  creadora 
Que  del  aliento  del  Querub  emana  ! 
¡  Lejos  de  mí  la  historia  tentadora 
De  agena  tierra  y  religión  profana  ! 
Mi  voz,  mi  corazón,  mi  fantasía 
La  gloria  cantan  de  la  patria  mía. 

Venid,  yo  no  hollaré  con  mis  cantares 
Del  pueblo  en  que  he  nacido  la  creencia, 
Respetaré  su  ley  y  sus  altares  ; 
En  su  desgracia  á  par  que  en  su  opulencia 
Celebraré  su  fuerza  ó  sus  azares, 
Y,  fiel  ministro  de  la  gaya  ciencia, 
Levantaré  mi  voz  consoladora 
Sobre  las  ruinas  en  que  España  llora. 

¡  Tierra  de  amor  !    ¡  tesoro  de  memorias, 
Grande,  opulenta  y  vencedora  un  día, 
Sembrada  de  recuerdos  y  de  historias, 

Y  hollada  asaz  por  la  fortuna  impía  ! 
Yo  cantaré  tus  olvidadas  glorias ; 
Que  en  alas  de  la  ardiente  poesía 

No  aspiro  á  más  laurel  ni  á  más  hazaña 
Que  á  una  sonrisa  de  mi  dulce  España. 


246 


DON   JOSÉ   ZORRILLA 
8o.  A  buen  juez  mejor  testigo 

Tradición  Je   Toledo 
1 

ENTRE  pardos  nubarrones 
Pasando  la  blanca  luna, 
Con  resplandor  fugitivo, 
La  baja  tierra  no  alumbra. 
La  brisa  con  frescas  alas 
Juguetona  no  murmura, 

Y  las  veletas  no  giran 
Entre  la  cruz  y  la  cúpula. 
Tal  vez  un  pálido  rayo 
La  opaca  atmósfera  cruza, 

Y  unas  en  otras  las  sombras 
Confundidas  se  dibujan. 
Las  almenas  de  las  torres 
Un  momento  se  columbran, 
Como  lanzas  de  soldados 
Apostados  en  la  altura. 
Reverberan  los  cristales 
La  trémula  llama  turbia, 

Y  un  instante  entre  las  rocas 
Riela  la  fuente  oculta. 

Los  álamos  de  la  vega 
Parecen  en  la  espesura 
De  fantasmas  apiñados 
Medrosa  y  gigante  turba  ; 

Y  alguna  vez  desprendida 
Gotea  peseda  lluvia, 

Que  no  despierta  á  quien  duerme, 
Ni  á  quien  medita  importuna. 
Yace  Toledo  en  el  sueño 


347 


DON  JOSÉ   ZORRILLA 

Entre  Jas  sombras  confusa, 

Y  el  Tajo  á  sus  pies  pasando 
Con  pardas  ondas  lo  arrulla. 
El  monótono  murmullo 
Sonar  perdido  se  escucha, 
Cual  si  por  las  hondas  calles 
Hirviera  del  mar  la  espuma. 

¡  Qué  dulce  es  dormir  en  calma 
Cuando  á  lo  lejos  susurran 
Los  álamos  que  se  mecen, 
Las  aguas  que  se  derrumban  ! 
Se  sueñan  bellos  fantasmas 
Que  el  sueño  del  triste  endulzan, 

Y  en  tanto  que  sueña  el  triste, 
No  le  aqueja  su  amargura. 

Tan  en  calma  y  tan  sombría 
Como  la  noche  que  enluta 
La  esquina  en  que  desemboca 
Una  callejuela  oculta, 
Se  ve  de  un  hombre  que  aguarda 
La  vigilante  figura, 

Y  tan  á  la  sombra  vela 

Que  entre  las  sombras  se  ofusca. 
Frente  por  frente  á  sus  ojos 
Un  balcón  á  poca  altura 
Deja  escapar  por  los  vidrios 
La  luz  que  dentro  le  alumbra  ; 
Mas  ni  en  el  claro  aposento, 
Ni  en  la  callejuela  oscura 
El  silencio  de  la  noche 
Rumor  sospechoso  turba. 
Pasó  así  tan  largo  tiempo, 
Que  pudiera  haberse  duda 


248 


DON  JOSÉ    ZORRILLA 

De  si  es  hombre,  ó  solamente 

Mentida  ilusión  nocturna  ; 

Pero  es  hombre,  y  bien  se  ve, 

Porque  con  planta  segura 

Ganando  el  centro  á  la  calle 

Resuelto  y  audaz  pregunta: 

— ¿  Quién  va  ? — y  á  corta  distancia 

El  igual  compás  se  escucha 

De  un  caballo  que  sacude 

Las  sonoras  herraduras. 

¿  Quién  va  ?   repite,  y  cercana 

Otra  voz  menos  robusta 

Responde  : — Un  hidalgo    ¡  calle  ! 

Y  el  paso  el  bulto  apresura. 

— Téngase  el  hidalgo, — el  hombre 

Replica,  y  la  espada  empuña. 

— Ved  más  bien  si  me  haréis  calle 

(Repitieron  con  mesura) 

Que  hasta  hoy  á  nadie  se  tuvo 

Iban  de  Vargas  y  Acuña. 

— Pase  el  Acuña  y  perdone  : — 

Dijo  el  mozo  en  faz  de  fuga, 

Pues  teniéndose  el  embozo 

Sopla  un  silbato,  y  se  oculta. 

Paró  el  jinete  á  una  puerta, 

Y  con  precaución  difusa 
Salió  una  niña  al  balcón 
Que  llama  interior  alumbra. 

—  ¡  Mi  padre  ! — clamó  en  voz  baja 

Y  el  viejo  en  la  cerradura 
Metió  la  llave  pidiendo 

A  sus  gentes  que  le  acudan. 
Un  negro  por  ambas  bridas 

249 


DON   JOSÉ   ZORRILLA 

Tomó  la  cabalgadura, 
Cerróse  detrás  la  puerta 

Y  quedó  Ja  calle  muda. 
En  esto  desde  el  balcón, 
Como  quien  tal  acostumbra, 
Un  mancebo  por  las  rejas 
De  la  calle  se  asegura. 

Asió  el  brazo  al  que  apostado 
Hizo  cara  á  Iban  de  Acuña, 

Y  huyeron,  en  el  embozo 
Velando  la  catadura. 


Clara,  apacible  y  serena 
Pasa  la  siguiente  tarde, 

Y  el  sol  tocando  su  ocaso 
Apaga  su  luz  gigante  : 
Se  ve  Ja  imperial  Toledo 
Dorada  por  los  remates, 
Como  una  ciudad  de  grana 
Coronada  de  cristales. 

El  Tajo  por  entre  rocas 
Sus  anchos  cimientos  lame, 
Dibujando  en  las  arenas 
Las  ondas  con  que  las  bate. 

Y  la  ciudad  se  retrata 
En  las  ondas  desiguales, 
Como  en  prendas  de  que  el  rio 
Tan  afanoso  la  bañe. 

A  lo  lejos  en  la  vega 
Tiende  galán  por  sus  márgenes, 
De  sus  álamos  y  huertos 
El  pintoresco  ropaje, 
250 


DON   JOSÉ    ZORRILLA 

Y  porque  su  altiva  gala 
Mas  á  los  ojos  halague, 
La  salpica  con  escombros 
De  castillos  y  de  alcázares. 
Un  recuerdo  es  cada  piedra 
Que  toda  una  historia  vale, 
Cada  colina  un  secreto 
De  príncipes  ó  galanes. 
Aquí  se  bañó  la  hermosa 
Por  quien  dejó  un  rey  culpable 
Amor,  fama,  reino  y  vida 
En  manos  de  musulmanes. 
Allí  recibió  Galiana 
A  su  receloso  amante 
En  esa  cuesta  que  entonces 
Era  un  plantel  de  azahares. 
Allá  por  aquella  torre, 
Que  hicieron  puerta  los  árabes, 
Subió  el  Cid  sobre  Babieca 
Con  su  gente  y  su  estandarte. 
Más  lejos  se  ve  el  castillo 
De  San  Servando,  ó  Cervantes, 
Donde  nada  se  hizo  nunca 
Y  nada  al  presente  se  hace. 
A  este  lado  está  la  almena 
Por  do  sacó  vigilante 
El  conde  Don  Peranzules 
Al  rey,  que  supo  una  tarde 
Fingir  tan  tenaz  modorra, 
Que,  político  y  constante, 
Tuvo  siempre  el  brazo  quedo 
Las  palmas  al  horadarle. 
Allí  está  el  circo  romano, 


25* 


DON   JOSÉ    ZORRILLA 

Gran  cifra  de  un  pueblo  grande, 

Y  aquí  la  antigua  Basílica 
De  bizantinos  pilares, 

Que  oyó  en  el  primer  concilio 
Las  palabras  de  los  Padres 
Que  velaron  por  la  Iglesia 
Perseguida  ó  vacilante. 
La  sombra  en  este  momento 
Tiende  sus  turbios  cendales 
Por  todas  esas  memorias 
De  las  pasadas  edades, 

Y  del  Cambrón  y  Visagra 
Los  caminos  desiguales, 
Camino  á  los  Toledanos 
Hacia  las  murallas  abren. 
Los  labradores  se  acercan 
Al  fuego  de  sus  hogares, 
Cargados  con  sus  aperos, 
Cansados  de  sus  afanes. 
Los  ricos  y  sedentarios 
Se  tornan  con  paso  grave, 
Calado  el  ancho  sombrero, 
Abrochados  los  gabanes  ; 

Y  los  clérigos  y  monjes 

Y  los  prelados  y  abades 
Sacudiendo  el  leve  polvo 
De  capelos  y  sayales. 
Quédase  sólo  un  mancebo 
De  impetuosos  ademanes, 
Que  se  pasea  ocultando 
Entre  la  capa  el  semblante. 
Los  que  pasan  le  contemplan 
Con  decisión  de  evitarle, 


252 


DON   JOSÉ    ZORRILLA 

Y  él  contempla  á  los  que  pasan 
Como  si  á  alguien  aguardase. 
Los  tímidos  aceleran 

Los  pasos  al  divisarle, 
Cual  temiendo  de  seguro 
Que  les  proponga  un  combate  ; 

Y  los  valientes  le  miran 
Cual  si  sintieran  dejarle 
Sin  que  libres  sus  estoques 
En  riña  sonora  danzen. 
Una  mujer  también  sola 
Se  viene  el  llano  adelante, 
La  luz  del  rostro  escondida 
En  tocas  y  tafetanes. 

Mas  en  lo  leve  del  paso, 

Y  en  lo  flexible  del  talle, 

Puede  á  través  de  los  velos  » 

Una  hermosa  adivinarse. 
Vase  derecha  al  que  aguarda, 

Y  él  al  encuentro  la  sale 
Diciendo...  cuanto  se  dicen 
En  las  citas  los  amantes. 
Mas  ella,  galanterías 
Dejando  severa  aparte, 
Así  al  mancebo  interrumpe 
En  voz  decisiva  y  grave  : 

«Abreviemos  de  razones, 
Diego  Martinez  ;   mi  padre, 
Que  un  hombre  ha  entrado  en  su  ausencia 
Dentro  mi  aposento  sabe  : 

Y  así  quién  mancha  mi  honra 
Con  la  suya  me  la  lave  ; 

«53 


DON  JOSÉ   ZORRILLA 

O  dadme  mano  de  esposo, 
O  libre  de  vos  dejadme. » 
Miróla  Diego  Martínez 
Atentamente  un  instante, 

Y  echando  á  un  lado  el  embozo, 
Repuso  palabras  tales : 
«Dentro  de  un  mes,  Inés  mía, 
Parto  á  la  guerra  de  Flandes ; 
Al  año  estaré  de  vuelta 

Y  contigo  en  los  altares. 
Honra  que  yo  te  desluzca, 
Con  honra  mia  se  lave ; 

Que  por  honra  vuelven  honra 
Hidalgos  que  en  honra  nacen. 
— Júralo, — exclamó  la  nifia. 
— Má6  que  mi  palabra  vale 
No  te  valdrá  un  juramento. 
— Diego,  la  palabra  es  aire. 
— ¡  Vive  Dios  que  estás  tenaz  ! 
Dalo  por  jurado  y  baste. 
— No  me  basta ;   que  olvidar 
Puedes  la  palabra  en  Flándes. 
—  ¡  Voto  á  Dios !    :  qué  más  pretendes  ? 
— Que  á  los  pies  de  aquella  imagen 
Lo  jures  como  cristiano 
Del  santo  Cristo  delante. » 
Vaciló  un  punto  Martínez, 
Mas  porfiando  que  jurase, 
Llevóle  Inés  hacia  el  templo 
Que  en  medio  la  vega  yace. 
Enclavado  en  un  madero, 
En  duro  y  postrero  trance, 
Ceñida  la  sien  de  espillas, 
254 


DON   JOSÉ   ZORRILLA 

Descolorido  el  semblante, 
Víase  allí  un  crucifijo 
Teñido  de  negra  sangre, 
A  quien  Toledo  devota 
Acude  hoy  en  sus  azares. 
Ante  sus  plantas  divinas 
Llegaron  ambos  amantes, 

Y  haciendo  Inés  que  Martínez 
Los  sagrados  pies  tocase, 
Preguntóle  : 

— Diego,  ¿juras 
A  tu  vuelta  desposarme  ? 
Contestó  al  mozo  : 

—  ¡  Sí  juro  ! 

Y  ambos  del  templo  se  salen. 


Pasó  un  dia  y  otro  dia, 
Un  mes  y  otro  mes  pasó, 

Y  un  año  pasado  habia, 
Mas  de  Flándes  no  volvia 
Diego,  que  á  Flándes  partió. 

Lloraba  la  bella  Inés 
Su  vuelta  aguardando  en  vano, 
Oraba  un  mes  y  otro  mes 
Del  crucifijo  á  los  pies 
Do  puso  el  galán  su  mano. 

Todas  las  tardes  venía 
Después  de  traspuesto  el  sol, 

Y  á  Dios  llorando  pedia 
La  vuelta  del  español, 

Y  el  español  no  volvia. 

Y  siempre  al  anochecer, 

*55 


DON  JOSÉ   ZORRILLA 

Sin  dueña  y  sin  escudero, 
En  un  manto  una  mujer 
El  campo  salia  á  ver 
Al  alto  del  Miradero. 

\  Ay  del  triste  que  consume 
Su  existencia  en  esperar  ! 
¡  Ay  del  triste  que  presume 
Que  el  duelo  con  que  él  se  abrume 
Al  ausente  ha  de  pesar  ! 

La  esperanza  es  de  los  cielos 
Precioso  y  funesto  don, 
Pues  los  amantes  desvelos 
Cambian  la  esperanza  en  celos, 
Que  abrasan  el  corazón. 

Si  es  cierto  lo  que  se  espera, 
Es  un  consuelo  en  verdad  ; 
Pero  siendo  una  quimera, 
En  tan  frágil  realidad 
Quien  espera  desespera. 

Así  Inés  desesperaba 
Sin  acabar  de  esperar, 

Y  su  tez  se  marchitaba, 

Y  su  llanto  se  secaba 
Para  volver  á  brotar. 

En  vano  á  su  confesor 
Pidió  remedio  ó  consejo 
Para  aliviar  su  dolor  ; 
Que  mal  se  cura  el  amor 
Con  las  palabras  de  un  viejo. 

En  vano  á  Iban  acudía, 
Llorosa  y  desconsolada  ; 
El  padre  no  respondía ; 
Que  la  lengua  le  tenía 


256 


DON   JOSÉ   ZORRILLA 

Su  propia  deshonra  atada. 

Y  ambos  maldicen  su  estrella, 
Callando  el  padre  severo 

Y  suspirando  la  bella, 
Porque  nació  mujer  ella, 

Y  el  viejo  nació  altanero. 
Dos  años  al  fin  pasaron 

En  esperar  y  gemir, 

Y  las  guerras  acabaron, 

Y  los  de  Flándes  tornaron 
A  sus  tierras  á  vivir. 

Pasó  un  dia  y  otro  dia, 
Un  mes  y  otro  mes  pasó, 

Y  el  tercer  año  corría ; 
Diego  á  Flándes  se  partió, 
Mas  de  Flándes  no  volvía. 

Era  una  tarde  serena, 
Doraba  el  sol  de  occidente 
Del  Tajo  la  vega  amena, 

Y  apoyada  en  una  almena 
Miraba  Inés  la  corriente. 

Iban  las  tranquilas  olas 
Las  riberas  azotando 
Bajo  las  murallas  solas, 
Musgo,  espigas  y  amapolas 
Ligeramente  doblando. 

Algún  olmo  que  escondido 
Creció  entre  la  yerba  blanda, 
Sobre  las  aguas  tendido 
Se  reflejaba  perdido 
En  su  cristalina  banda. 

Y  algún  ruiseñor  colgado 
Entre  su  fresca  espesura 

S 18  2S7 


DON  JOSÉ   ZORRILLA 

Daba  al  aire  embalsamado 
Su  cántico  regalado 
Desde  la  enramada  oscura. 

Y  algún  pez  con  cien  colores, 
Tornasolada  la  escama, 
Saltaba  á  besar  las  flores, 

Que  exhalan  gratos  olores 
A  las  puntas  de  una  rama. 

Y  allá  en  el  trémulo  fondo 
El  torreón  se  dibuja 

Como  el  contorno  redondo 
Del  hueco  sombrío  y  hondo 
Que  habita  nocturna  bruja. 

Asi  la  niña  lloraba 
El  rigor  de  su  fortuna, 

Y  asi  la  tarde  pasaba 

Y  al  horizonte  trepaba 
La  consoladora  luna. 

A  lo  lejos  por  el  llano 
En  confuso  remolino 
Vio  de  hombres  tropel  lejano 
Que  en  pardo  polvo  liviano 
Dejan  envuelto  el  camino. 

Bajó  Inés  del  torreón, 

Y  llegando  recelosa 

A  las  puertas  del  Cambrón, 
Sintió  latir  zozobrosa 
Más  inquieto  el  corazón. 

Tan  galán  como  altanero 
Dejó  ver  la  escasa  luz 
Por  bajo  el  arco  primero 
Un  hidalgo  caballero 
En  un  caballo  andaluz. 


258 


DON  JOSÉ    ZORRILLA 

Jubón  negro  acuchillado, 
Banda  azul,  lazo  en  la  hombrera, 

Y  sin  pluma  al  diestro  lado 
El  sombrero  derribado 
Tocando  con  la  gorguera. 

Bombacho  gris  guarnecido, 
Bota  de  ante,  espuela  de  oro, 
Hierro  al  cinto  suspendido, 

Y  á  una  cadena  prendido 
Agudo  cuchillo  moro. 

Vienen  tras  este  jinete 
Sobre  potros  jerezanos 
De  lanceros  hasta  siete, 

Y  en  adarga  y  coselete 
Diez  peones  castellanos. 

Asióse  á  su  estribo  Inés 
Gritando  : — ¡  Diego,  eres  tu  !  — 

Y  él  viéndola  de  través 
Dijo — ¡  Voto  á  Bclcebú, 
Que  no  me  acuerdo  quién  es  ! 

Dio  la  triste  un  alarido 
Tal  respuesta  al  escuchar, 

Y  á  poco  perdió  el  sentido, 
Sin  que  más  voz  ni  gemido 
Volviera  en  tierra  á  exhalar. 

Frunciendo  ambas  á  dos  cejas 
Encomendóla  á  su  gente, 
Diciendo  : — ¡  Malditas  viejas 
Que  á  las  mozas  malamente 
Enloquecen  con  consejas  ! — 

Y  aplicando  el  capitán 
A  su  potro  las  espuelas 
El  rostro  á  Toledo  dan, 

259 


DON   JOSÉ    ZORRILLA 

Y  á  trote  cruzando  van 
Las  oscuras  callejuelas. 


Así  por  sus  altos  fines 
Dispone  y  permite  el  cielo 
Que  puedan  mudar  al  hombre 
Fortuna,  poder  y  tiempo. 
A  Flándes  partió  Martínez 
De  soldado  aventurero, 

Y  por  su  suerte  y  hazañas 
Allí  capitán  le  hicieron. 
Según  alzaba  en  honores 
Alzábase  en  pensamientos, 

Y  tanto  ayudó  en  la  guerra 
Con  su  valor  y  altos  hechos, 
Que  el  mismo  rey  á  su  vuelta 
Le  armó  en  Madrid  caballero, 
Tomándole  á  su  servicio 

Por  capitán  de  Lanceros. 

Y  otro  no  fué  que  Martínez 
Quien  há  poco  entró  en  Toledo, 
Tan  orgulloso  y  ufano 

Cual  salió  humilde  y  pequeño. 
Ni  es  otro  á  quien  se  dirige, 
Cobrado  el  conocimiento. 
La  amorosa  Inés  de  Vargas, 
Que  vive  por  él  muriendo. 
Mas  él,  que  olvidando  todo 
Olvidó  su  nombre  mesmo, 
Puesto  que  Diego  Martínez 
Es  el  capitán  Don  Diego, 
Ni  se  ablanda  á  sus  caricias, 
260 


DON   JOSÉ   ZORRILLA 

Ni  cura  de  sus  lamentos ; 
Diciendo  que  son  locuras 
De  gentes  de  poco  seso  ; 
Que  ni  él  prometió  casarse 
Ni  pensó  jamas  en  ello. 
¡  Tanto  mudan  á  los  hombres 
Fortuna,  poder  y  tiempo  ! 
En  vano  porfiaba  Inés 
Con  amenazas  y  ruegos  ; 
Cuanto  más  ella  importuna 
Está  Martínez  severo. 
Abrazada  á  sus  rodillas 
Enmarañado  el  cabello, 
La  hermosa  niña  lloraba 
Prosternada  por  el  suelo. 
Mas  todo  empeño  es  inútil, 
Poique  el  capitán  Don  Diego 
No  ha  de  ser  Diego  Martínez 
Como  lo  era  en  otro  tiempo. 

Y  así  llamando  á  su  gente, 
De  amor  y  piedad  ajeno, 
Mandóles  que  á  Inés  llevaran 
De  grado  ó  de  valimiento. 
Mas  ella  antes  que  la  asieran, 
Cesando  un  punto  en  su  duelo, 
Así  habló,  el  rostro  lloroso 
Hacia  Martínez  volviendo  : 
«Contigo  se  fué  mi  honra, 
Conmigo  tu  juramento  ; 

Pues  buenas  prendas  son  ambas, 
En  buen  fiel  las  pesaremos.» 

Y  la  faz  descolorida 

En  la  mantilla  envolviendo 


261 


DON  JOSÉ   ZORRILLA 

A  pasos  desatentados 
Salióse  del  aposento. 


Era  entonces  de  Toledo 
Por  el  rey  gobernador 
El  justiciero  y  valiente 
Don  Pedro  Ruiz  de  Alarcon. 
Muchos  años  por  su  patria 
El  buen  viejo  peleó  ; 
Cercenado  tiene  un  brazo, 
Mas  entero  el  corazón. 
La  mesa  tiene  delante, 
Los  jueces  en  derredor, 
Los  corchetes  á  la  puerta 

Y  en  la  derecha  el  bastón. 
Está,  como  presidente 
Del  tribunal  superior, 

Entre  un  dosel  y  una  alfombra 
Reclinado  en  un  sillón 
Escuchando  con  paciencia 
La  casi  asmática  voz 
Con  que  un  tétrico  escribano 
Solfea  una  apelación. 
Los  asistentes  bostezan 
Al  murmullo  arrullado!", 
Los  jueces  medio  dormidos 
Hacen  pliegues  al  ropón, 
Los  escribanos  repasan 
Sus  pergaminos  al  sol, 
Los  corchetes  á  una  moza 
Guiñan  en  un  corredor, 

Y  abajo  en  Zocodover 
262 


DON   JOSÉ   ZORRILLA 

Gritan  en  discorde  son 

Los  que  en  el  mercado  venden 

Lo  vendido  y  el  valor. 

Una  mujer  en  tal  punto, 
En  faz  de  grande  aflicción, 
Rojos  de  llorar  los  ojos, 
Ronca  de  gemir  la  voz, 
Suelto  el  cabello  y  el  manto, 
Tomó  plaza  en  el  salón 
Diciendo  á  gritos  :    « ¡  Justicia, 
Jueces,  justicia,  señor  ! » 

Y  á  los  pies  se  arroja  humilde 
De  Don  Pedro  de  Alarcon, 
En  tanto  que  los  curiosos 

Se  agitan  al  rededor. 
Alzóla  cortés  Don  Pedro 
Calmando  la  contusión 

Y  el  tumultuoso  murmullo 
Que  esta  escena  ocasionó, 
Diciendo  : 

Mujer,  ¿  qué  quieres  :" 
— Quiero  justicia,  señor. 
De  qué  ? 

— De  una  prenda  hurtada 
Qué  prenda  ? 

— Mi  corazón. 
Tú  le  diste  ? 
*  — Le  presté. 

Y  no  te  le  han  vuelto  ? 
—No. 

Tienta  testigos  ? 

— Ninguno. 

Y  promesa  ? 

263 


DON  JOSÉ    ZORRILLA 

— ;  Sí,  por  Dios ! 
Que  al  partirse  de  Toledo 
Un  juramento  empeño. 
— ¿  Quién  es  él  ? 

— Diego  Martínez. 
—¿Noble? 

— Y  capitán,  señor. 
— Presentadme  al  capitán, 
Que  cumplirá  si  juró. — 
Quedó  en  silencio  la  sala, 

Y  á  poco  en  el  corredor 
Se  oyó  de  botas  y  espuelas 
El  acompasado  son. 

Un  portero,  levantando 

El  tapiz,  en  alta  voz 

Dijo  : — El  capitán  Don  Diego. — 

Y  entró  luego  en  el  salón 
Diego  Martínez,  los  ojos 
Llenos  de  orgullo  y  furor. 

— ¿  Sois  el  capitán  Don  Diego, 
Di  jóle  Don  Pedro,  vos  ? — 
Contestó  altivo  y  sereno 
Diego  Martinez  : 

— Yo  soy. 
— ¿  Conocéis  á  esta  muchacha  r 
— Há  tres  años,  salvo  error. 
— ¿  Hicísteisla  juramento 
De  ser  su  marido  ? — 

—No. 
— ^  Juráis  no  haberlo  jurado  ? 
— Sí  juro. — 

— Pues  id  con  Dios. 
— ¿  Miente  ! — clamó  Inés  llorando 


264 


DON   JOSÉ    ZORRILLA 

De  despecho  y  de  rubor. 

— Mujer,  ¡  piensa  lo  que  dices  !... 

— Digo  que  miente,  juró. 

— ¿  Tienes  testigos  ? — 

— Ninguno. 
— Capitán,  idos  con  Dios, 

Y  dispensad  que  acusado 
Dudara  de  vuestro  honor. — 

Tornó  Martinez  la  espalda 
Con  brusca  satisfacción, 
E  Inés,  que  le  vio  partirse, 
Resuelta  y  firme  gritó  : 
— Llamadle,  tengo  un  testigo. 
Llamadle  otra  vez,  señor. — 
Volvió  el  capitán  Don  Diego, 
Sentóse  Ruiz  de  Alarcon,  , 

La  multitud  aquietóse 

Y  la  de  Vargas  siguió  : 

— Tengo  un  testigo  á  quien  nunca 
Faltó  verdad  ni  razón. — 
— ¡  Quién  ? 

— Un  hombre  que  de  lejos 
Nuestras  palabras  oyó, 
Mirándonos  desde  arriba. 
— :  Estaba  en  algún  balcón  ? 
— No,  que  estaba  en  un  suplicio 
Donde  ha  tiempo  que  espiró. — 
— ¿  Luego  es  muerto  ? 

— No,  que  vive. 
— Estáis  loca,  ¡  vive  Dios ! 
¿Quién  fué  ? 

— El  Cristo  de  la  Vega 
A  cuya  faz  perjuró. — 

265 


DON   JOSÉ    ZORRILLA 

Pusiéronse  en  pié  los  jueces 
Al  nombre  del  Redentor, 
Escuchando  con  asombro 
Tan  excelsa  apelación. 
Reinó  un  profundo  silencio 
De  sorpresa  y  de  pavor, 

Y  Diego  bajó  los  ojos 
De  vergüenza  y  confusión. 
Un  instante  con  los  jueces 
Don  Pedro  en  secreto  habló, 

Y  levantóse  diciendo 
Con  respetuosa  voz  : 

«La  ley  es  ley  para  todos, 
Tu  testigo  es  el  mejor, 
Mas  para  tales  testigos 
No  hay  más  tribunal  que  Dios. 
Haremos... lo  que  sepamos  ; 
Escribano,  al  caer  el  sol 
Al  Cristo  que  está  en  la  vega 
Tomaréis  declaración. » 

vi 
Es  una  tarde  serena, 
Cuya  luz  tornasolada 
Del  purpurino  horizonte 
Blandamente  se  derrama. 
Plácido  aroma  las  flores 
Sus  hojas  plegando  exhalan, 

Y  el  céfiro  entre  perfumes 
Mece  las  trémulas  alas. 
Brillan  abajo  en  el  valle 
Con  suave  rumor  las  aguas, 

Y  las  aves  en  la  orilla 
266 


DON   JOSÉ   ZORRILLA 

Despidiendo  al  dia  cantan. 

Allá  por  el  miradero 
Por  el  Cambrón  y  Visagra 
Confuso  tropel  de  gente 
Del  Tajo  á  la  vega  baja. 
Vienen  delante  Don  Pedro 
De  Alarcon,  Iban  de  Vargas, 
Su  hija  Inés,  los  escribanos, 
Los  corchetes  y  los  guardias  ; 

Y  detrás  monjes,  hidalgos, 
Mozas,  chicos  y  canalla. 
Otra  turba  de  curiosos 

En  la  vega  les  aguarda, 
Cada  cual  comentariando 
El  caso  según  le  cuadra. 
Entre  ellos  está  Martínez 
En  apostura  bizarra, 
Calzadas  espuelas  de  oro, 
Valona  de  encaje  blanca, 
Bigote  á  la  borgoñesa, 
Melena  desmelenada, 
El  sombrero  guarnecido 
Con  cuatro  lazos  de  plata, 
Un  pié  delante  del  otro, 

Y  el  puño  en  el  de  la  espada. 
Los  plebeyos  de  reojo 

Le  miran  de  entre  las  capas, 
Los  chicos  al  uniforme 

Y  las  mozas  á  la  cara. 
Llegado  el  gobernador 

Y  gente  que  le  acompaña, 
Entraron  todos  al  claustro 
Que  iglesia  y  patio  separa. 


267 


DON  JOSÉ   ZORRILLA 

Encendieron  ante  el  Cristo 
Cuatro  cirios  y  una  lámpara, 

Y  de  hinojos  un  momento 
Le  rezaron  en  voz  baja. 

Está  el  Cristo  de  la  Vega 
La  cruz  en  tierra  posada, 
Los  pies  alzados  del  suelo 
Poco  menos  de  una  vara  ; 
Hacia  la  severa  imagen 
Un  notario  se  adelanta, 
De  modo  que  con  el  rostro 
Al  pecho  santo  llegaba. 
A  un  lado  tiene  á  Martínez, 
A  otro  lado  á  Inés  de  Vargas, 
Detrás  al  gobernador 
Con  sus  jueces  y  sus  guardias. 
Después  de  leer  dos  veces 
La  acusación  entablada, 
El  notario  á  Jesucristo 
Así  demandó  en  voz  alta  : 
—  «Jesús,  Hijo  de  María, 
«Ante  nos  esta  mañana 
«  Citado  como  testigo 
«  Por  boca  de  Inés  de  Vargas, 
«  j  Juráis  ser  cierto  que  un  dia 
«  A  vuestras  divinas  plantas 
<í  Juró  d  Inés  Diego  Martínez, 
«  Por  su  mujer  desposarla  P  » 

Asida  á  un  brazo  desnudo 
Una  mano  atarazada 
Vino  á  posar  en  los  autos 
La  seca  y  hendida  palma, 

Y  allá  en  los  aires   « ¡  Sí  juro  ! » 


2Ó3 


DON   JOSÉ   ZORRILLA 

Clamó  una  voz  más  que  humana. 
Alzó  la  turba  medrosa 
La  vista  á  la  imagen  santa... 
Los  labios  tenía  abiertos, 

Y  una  mano  desclavada. 

CONCLUSIÓN 

Las  vanidades  del  mundo 
Renunció  allí  mismo  Inés, 

Y  espantado  de  sí  propio 
Diego  Martinez  también. 
Los  escribanos  temblando 
Dieron  de  esta  escena  fe, 
Firmando  como  testigos 
Cuantos  hubieron  poder. 
Fundóse  un  aniversario 

Y  una  capilla  con  él, 

Y  Don  Pedro  de  Alarcon 
El  altar  ordenó  hacer, 

Donde  hasta  el  tiempo  que  corre, 

Y  en  cada  año  una  vez, 
Con  la  mano  desclavada 
El  crucifijo  se  ve. 


DON    NICOMEDES    PASTOR   DÍAZ 
Si.  A  la  luna 

DESDE  el  primer  latido  de  mi  pecho, 
Condenado  al  amor  y  á  la  tristeza, 
Ni  un  eco  á  mi  gemir,  ni  á  la  belleza 
Un  suspiro  alcancé  : 

269 


DON   NICOMEDES   PASTOR   DÍAZ 

Hallo  por  fin  mi  fúnebre  despecho 
Inmenso  objeto  á  mi  ilusión  amante  ; 
Y  de  la  luna  el  célico  semblante, 
Y  ei  triste  mar  amé  ! 

El  mar  quedóse  allá  por  su  ribera  ; 
Sus  olas  no  treparon  las  montañas  ; 
Nunca  llega  á  estas  márgenes  extrañas 
Su  solemne  mugir. 
Tú  empero  que  mi  amor  sigues  do  quiera, 
Cándida  luna,  en  tu  amoroso  vuelo, 
Tú  eres  la  misma  que  miré  en  el  cielo 
De  mi  patria  lucir. 

,  Tú  sola  mi  beldad,  sola  mi  amante, 
Única  antorcha  que  mis  pasos  guía, 
Tú  sola  enciendes  en  el  alma  fría 

Una  sombra  de  amor. 
Sólo  el  blando  lucir  de  tu  semblante 
Mis  ya  cansados  párpados  resisten  ; 
Sólo  tus  formas  inconstantes  visten 

Bello,  grato  color. 

Ora  cubra  cargada,  rubicunda 
Nube  de  fuego  tu  ardorosa  frente ; 
Ora  candida,  pura,  refulgente, 
Deslumbre  tu  mirar. 
Ora  sumida  en  soledad  profunda 
Te  mire  el  cielo  desmayada  y  yerta, 
Como  el  semblante  de  una  virgen  muerta 
¡  Ah  !...que  yo  vi  expirar. 

La  he  visto  j ay,  Dios ! . .. Al  sueño  en  que  reposa 
Yo  le  cerré  los  anublados  ojos  ; 
270 


DON   NICOMEDES    PASTOR   DÍAZ 

Yo  tendí  sus  angélicos  despojos 
Sobre  el  negro  ataúd. 
Yo  sólo  oré  sobre  la  yerta  losa 
Donde  no  corre  ya  lágrima  alguna... 
Báñala  al  menos  tú,  pálida  luna... 
Báñala  con  tu  luz  ! 

Tú  lo  harás... que  á  los  tristes  acompañas, 

Y  al  pensador  y  al  infeliz  visitas  ; 

Con  la  inocencia  ó  con  la  muerte  habitas : 
El  mundo  huye  de  tí. 
Antorcha  de  alegría  en  las  cabanas, 
Lámpara  solitaria  en  las  ruinas, 
El  salón  del  magnate  no  iluminas, 
Pero  su  tumba... sí ! 

Cargado  á  veces  de  aplomadas  nubes 
Amaga  el  cielo  con  tormenta  oscura  ; 
Mas  ríe  al  horizonte  tu  hermosura, 
Y  huyó  la  tempestad. 
Y  allá  del  trono  do  esplendente  subes 
Riges  el  curso  al  férvido  Oceeáno, 
Cual  pecho  amante,  que  al  mirar  lejano 
Hierve,  de  su  beldad. 

Mas  ¡  ay  !  que  en  vano  en  tu  esplendor  encantas 
Ese  hechizo  falaz  no  es  de  alegría ; 

Y  huyen  tu  luz  y  triste  compañía 

Los  astros  con  temor. 
Sola  por  el  vacío  te  adelantas, 

Y  en  vano  en  derredor  tus  rayos  tiendes  ; 
Que  sólo  al  mundo  en  tu  dolor  desciendes, 

Cual  sube  á  tí  mi  amor. 

371 


DON   NICOMEDES   PASTOR   DÍAZ 

Y  en  esta  tierra,  de  afflicción  guarida, 
¿  Quién  goza  en  tu  fulgor  blandos  placeres  ? 
Del  nocturno  reposo  de  los  seres 
No  turbas  la  quietud. 
No  cantarán  las  aves  tu  venida  ; 
Ni  abren  su  cáliz  las  dormidas  flores : 
Sólo  un  ser... de  desvelos  y  dolores, 
Ama  tu  yerta  luz  ! . . . 

Sí,  tú  mi  amor,  mi  admiración,  mi  encanto ! 
La  noche  anhelo  por  vivir  contigo, 

Y  hacia  el  ocaso  lentamente  sigo 

Tu  curso  al  fin  veloz. 
Paraste  á  veces  á  escuchar  mi  llanto, 

Y  desciende  en  tus  rayos  amoroso 
Un  espíritu  vago,  misterioso, 

Que  responde  á  mi  voz... 

¡  Ay  !   calló  ya... Mi  celestial  querida 
Sufrió  también  mi  inexorable  suerte... 
Era  un  sueño  de  amor... Desvanecerte 
Pudo  una  realidad. 
Es  cieno  ya  la  esqueletada  vida  ; 
No  hay  ilusión,  ni  encantos,  ni  hermosura  ; 
La  muerte  reina  ya  sobre  natura, 
Y  la  llaman... Verdad! 

¡  Qué  feliz,  qué  encantado,  si  ignorante, 
El  hombre  de  otros  tiempos  viviría, 
Cuando  en  el  mundo,  de  los  dioses  vía 
Dó  quiera  la  mansión  ! 

Cada  eco  fuera  un  suspirar  amante, 
Una  inmortal  belleza  cada  fuente  ; 

272 


DON   NICOMEDES   PASTOR   DÍAZ 

Cada  pastor  ¡  oh  luna  !   en  sueño  ardiente 
Ser  pudo  un  Endimión. 

Ora  trocada  en  un  planeta  oscuro, 
Girando  en  los  abismos  del  vacío, 
Do  fuerza  oculta  y  ciega,  en  su  extravío, 
Cual  piedra  te  arrojó, 
Es  luz  de  agena  luz  tu  brillo  puro  ; 
Es  ilusión  tu  mágica  influencia, 
Y  mi  celeste  amor... ciega  demencia, 
¡  Ay  !...que  se  disipó. 

Astro  de  paz,  belleza  de  consuelo, 
Antorcha  celestial  de  los  amores, 
Lámpara  sepulcral  de  los  dolores, 

Tierna  y  casta  deidad  !  > 

¿  Qué  eres,  de  hoy  más,  sobre  ese  helado  cielo  ? 
Un  peñasco  que  rueda  en  el  olvido, 
O  el  cadáver  de  un  sol  que,  endurecido 
Yace  en  la  eternidad  ! 


DON   ENRIQUE    GIL 
82.  La  violeta 

FLOR  deliciosa  en  la  memoria  mía, 
Ven  mi  triste  laúd  á  coronar, 
Y  volverán  las  trovas  de  alegría 
En  sus  ecos  tal  vez  á  resonar. 

Mezcla  tu  aroma  á  8U6  cansadas  cuerdas  ; 
Yo  sobre  tí  no  inclinaré  mi  sien, 
De  miedo,  pura  flor,  que  entonces  pierdas 
5 19  273 


DON    ENRIQUE    GIL 

Tu  tesoro  de  olores  y  tu  bien. 

Yo,  sin  embargo,  coroné  mi  frente 
Con  tu  gala  en  las  tardes  del  Abril, 
Yo  te  buscaba  orillas  de  la  fuente, 
Yo  te  adoraba  tímida  y  gentil. 

Porque  eras  melancólica  y  perdida, 

Y  era  perdido  y  lúgubre  mi  amor, 

Y  en  tí  miré  el  emblema  de  mi  vida 

Y  mi  destino,  solitaria  flor. 

Tú  allí  crecías  olorosa  y  pura 
Con  tus  moradas  hojas  de  pesar  ; 
Pasaba  entre  la  yerba  tu  frescura 
De  la  fuente  al  confuso  murmurar. 

Y  pasaba  mi  amor  desconocido,     ■ 
De  un  arpa  oscura  al  apagado  son, 
Con  frivolos  cantares  confundido 
El  himno  de  mi  amante  corazón. 

Yo  busqué  la  hermandad  de  la  desdicha 
En  tu  cáliz  de  aroma  y  soledad, 

Y  á  tu  ventura  asemejé  mi  dicha, 

Y  á  tu  prisión  mi  antigua  libertad. 

¡  Cuántas  meditaciones  han  pasado 
Por  mi  frente  mirando  tu  arrebol  ! 
¡  Cuántas  veces  mis  ojos  te  han  dejado 
Para  volverse  al  moribundo  sol ! 

¡  Qué  de  consuelos  á  mi  pena  diste 
Con  tu  calma  y  tu  dulce  lobreguez, 
Cuando  la  mente  imaginaba  triste 
El  negro  porvenir  de  la  vejez ! 

Yo  me  decía  :    «  Buscaré  en  las  flores 
Seres  que  escuchen  mi  infeliz  cantar, 
Que  mitiguen  con  bálsamo  de  olores 
Laá  ocultas  heridas  del  pesar,  • 
274 


DON   ENRIQUE    GIL 

Y  me  apartaba,  al  alumbrar  la  luna, 
De  tí,  bañada  en  moribunda  luz, 
Adormecida  en  tu  vistosa  cuna, 
Velada  en  tu  aromático  capuz. 

Y  una  esperanza  el  corazón  llevaba 
Pensando  en  tu  sereno  amanecer, 

Y  otra  vez  en  tu  cáliz  divisaba 
Perdidas  ilusiones  de  placer. 

Heme  hoy  aquí :    ¡  cuan  otros  mis  cantares 
¡  Cuan  otro  mi  pensar,  mi  porvenir  ! 
Ya  no  hay  flores  que  escuchen  mis  pesares, 
Ni  soledad  donde  poder  gemir. 

Lo  secó  todo  el  soplo  de  mi  aliento, 

Y  naufragué  con  mi  doliente  amor  :  , 
Lejos  ya  de  la  paz  y  del  contento, 
Mírame  aquí  en  el  valle  del  dolor. 

Era  dulce  mi  pena  y  mí  tristeza  ; 
Tal  vez  moraba  una  ilusión  detrás  : 
Mas  la  ilusión  voló  con  su  pureza, 
Mis  ojos    ¡ay  !    no  la  verán  jamás. 

Hoy  vuelvo  á  tí,  cual  pobre  viajero 
Vuelve  al  hogar  que  niño  le  acogió  ; 
Pero  mis  glorias  recobrar  no  espero, 
Sólo  á  buscar  la  huesa  vengo  yo. 

Vengo  á  buscar  mi  huesa  solitaria 
Para  dormir  tranquilo  junto  á  tí, 
Ya  que  escuchaste  un  día  mi  plegaria, 

Y  un  ser  humano  en  tu  corola  vi. 

Ven  mi  tumba  á  adornar,  triste  viola, 

Y  embalsama  mi  oscura  soledad  ; 
Sé  de  su  pobre  césped  la  aureola 
Con  tu  vaga  y  poética  beldad. 

27í 


DON   ENRIQUE   GIL 

Quizá  al  pasar  la  virgen  de  los  valles, 
Enamorada  y  rica  en  juventud, 
Por  las  umbrosas  y  desiertas  calles 
Do  yacerá  escondido  mi  ataúd, 

Irá  á  cortar  la  humilde  violeta 

Y  la  pondrá  en  su  seno  con  dolor, 

Y  llorando  dirá :    «  ¡  Pobre  poeta  ! 

¡  Ya  está  callada  el  arpa  del  amor  ! » 


PADRE    JUAN   ARÓLAS 

83.  Se  más  feliz  que  yo 

SOBRE  pupila  azul,  con  sueño  leve, 
Tu  párpado  cayendo  amortecido, 
Se  parece  á  la  pura  y  blanca  nieve 
Que  sobre  las  violetas  reposo  : 
Yo  el  sueño  del  placer  nunca  he  dormido 
Sé  más  feliz  que  yo. 

Se  asemeja  tu  voz  en  la  plegaria 
Ai  canto  del  zorzal  de  indiano  suelo 
Que  sobre  la  pagoda  solitaria 
Los  himnos  de  la  tarde  suspiro  : 
Yo  sólo  esta  oración  dirijo  al  cielo  : 
Sé  más  feliz  que  yo. 

Es  tu  aliento  la  esencia  más  fragante 
De  los  lirios  del  Arno  caudaloso 
Que  brotan  sobre  un  junco  vacilante 
Cuando  el  céfiro  blando  los  meció  : 
Yo  no  gozo  su  aroma  delicioso  : 
Sé  más  feliz  que  yo. 

El  amor,  que  es  espíritu  de  fuego, 
276 


PADRE   JUAN   ARÓLAS 

Que  de  callada  noche  se  aconseja 
Y  se  nutre  con  lágrimas  y  ruego, 
En  tus  purpúreos  labios  se  escondió  : 
Él  te  guarde  el  placer  y  á  mí  la  queja : 
Sé  más  feliz  que  yo. 

Bella  es  tu  juventud  en  sus  albores 
Como  un  campo  de  rosas  del  Oriente  ; 
Al  ángel  del  recuerdo  pedí  flores 
Para  adornar  tu  sien,  y  me  las  dio  ; 
Yo  decía  al  ponerlas  en  tu  frente : 
Sé  más  feliz  que  yo. 

Tu  mirada  vivaz  es  de  paloma  ; 
Como  la  adormidera  del  desierto 
Causas  dulce  embriaguez,  hurí  de  aroma 
Que  el  cielo  de  topacio  abandonó  : 
Mi  suerte  es  dura,  mi  destino  incierto : 
Sé  mas  feliz  que  yo. 


DON   PABLO   PIFERRER 
84..  Canción  de  la  Primavera 

YA  vuelve  la  primavera  : 
Suene  la  gaita, — ruede  la  danza : 

Tiende  sobre  la  pradera 
El  verde  manto — de  la  esperanza. 

Sopla  caliente  la  brisa  : 
Suene  la  gaita, — ruede  la  danza  : 

Las  nubes  pasan  aprisa, 
Y  el  azur  muestran — de  la  esperanza. 

277 


DON   PABLO    PIFERRER 

La  flor  ríe  en  su  capullo  : 
Suene  la  gaita, — ruede  la  danza  : 

Canta  el  agua  en  su  murmullo 
El  poder  santo— de  la  esperanza. 

¿  La  oís  que  en  los  aires  trina  : 
Suene  la  gaita, — ruede  la  danza : 

—  «Abrid  á  la  golondrina, 
Que  vuelve  en  alas — de  la  esperanza.  ¡  — ■ 

Niña,  la  niña  modesta : 
Suene  la  gaita, — ruede  la  danza  : 

El  Mayo  trae  tu  fiesta 
Que  el  logro  trae — de  tu  esperanza. 

Cubre  la  tierra  el  amor : 
Suene  la  gaita, — ruede  la  danza  : 

El  perfume  engendrador 
Al  seno  sube — de  la  esperanza. 

Todo  zumba  y  reverdece  : 
Suene  la  gaita, — ruede  la  danza  > 

Cuanto  el  son  y  el  verdor  crece, 
Tanto  más  crece — toda  esperanza. 

Sonido,  aroma  y  color 
(Suene  la  gaita, — ruede  la  danza) 

Úñense  en  himnos  de  amor, 
Que  engendra  el  himno — de  la  esperanza. 

Morirá  la  primavera : 
Suene  la  gaita, — ruede  la  danza : 
278 


DON   PABLO    PIFERRER 

Mas  cada  año  en  la  pradera 
Tornará  el  manto — de  la  esperanza. 

La  inocencia  de  la  vida 
(Calle  la  gaita, — pare  la  danza) 

No  toma  una  vez  perdida  : 
¡  Perdí  la  mía  !  —  ¡  ay  mi  esperanza  ! 


DON    GABRIEL    GARCÍA    TASSARA 

Sj.  Himno  al  Mesías 


BAJA  otra  vez  al  mundo, 
¡  Baja  otra  vez,  Mesías  ! 
De  nuevo  son  los  días 
De  tu  alta  vocación  ; 

Y  en  su  dolor  profundo 
La  humanidad  entera 
El  nuevo  oriente  espera 
De  un  sol  de  redención. 

Corrieron  veinte  edades 
Desde  el  supremo  día 
Que  en  esa  cruz  te  vía 
Morir  Jerusalén  ; 

Y  nuevas  tempestades 
Surgieron  y  bramaron, 
De  aquellas  que  asolaron 
El  primitivo  Edén. 

De  aquellas  que  le  ocultan 
Al  hombre  su  camino 
Con  ciego  torbellino 
De  culpa  y  expiación  ; 

279 


DON    GABRIEL    GARCÍA    TASSARA 

De  aquellas  que  sepultan 
En  hondos  cautiverios 
Cadáveres  de  imperios 
Que  fueron  y  no  son. 

Sereno  está  en  la  esfera 
El  sol  del  firmamento  : 
La  tierra  en  su  cimiento 
Inconmovible  está  : 
La  blanca  primavera 
Con  su  gentil  abrazo 
Fecunda  el  gran  regazo 
Que  flor  y  fruto  da. 

Mas  ¡  ay  !   que  de  las  almas 
El  sol  yace  eclipsado  : 
Mas  ¡  ay  !    que  ha  vacilado 
El  polo  de  la  fe  ; 
Mas  ¡  ay  !    que  ya  tus  palmas 
Se  vuelven  al  desierto  : 
No  crecen,  no,  en  el  huerto 
Del  que  tu  pueblo  fué. 

Tiniebla  es  ya  la  Europa  : 
Ella  agotó  la  ciencia, 
Maldijo  su  creencia, 
Se  apacentó  con  hiél  ; 

Y  rota  ya  la  copa 
En  que  su  fé  bebía, 
Su  alzaba  y  te  decía  : 

j  Señor  !   yo  soy  Luzbel. 

Mas  ¡  ay  !    que  contra  el  cielo 
No  tiene  el  hombre  rayo, 

Y  en  súbito  desmayo 
Cayó  de  ayer  á  hoy  ; 

Y  en  son  de  desconsuelo, 
280 


DON  GABRIEL    GARCÍA   TASSARA 

Y  en  llanto  de  impotencia, 
Hoy  clama  en  tu  presencia : 
Señor,  tu  pueblo  soy. 

No  es,  no,  la  Roma  atea 
Que  entre  aras  derrocadas 
Despide  á  carcajadas 
Los  dioses  que  se  van : 
Es  la  que,  humilde  rea, 
Baja  á  las  catacumbas, 

Y  palpa  entre  las  tumbas 
Los  tiempos  que  vendrán. 

Todo,  Señor,  diciendo 
Está  los  grandes  días 
De  luto  y  agonías, 
De  muerte  y  orfandad ; 
Que,  del  pecado  horrendo 
Envuelta  en  el  sudario, 
Pasa  por  un  Calvario 
La  ciega  humanidad. 

Baja  ¡  oh  Señor  !    no  en  vano 
Siglos  y  siglos  vuelan  ; 
Los  siglos  nos  revelan 
Con  misteriosa  luz 
El  infinito  arcano 

Y  la  virtud  que  encierra, 
Trono  de  cielo  y  tierra 
Tu  sacrosanta  cruz. 

Toda  la  historia  humana 
¡  Señor  !   está  en  tu  nombre  ; 
Tú  fuiste  Dios  del  hombre, 
Dios  de  la  humanidad. 
Tu  sangre  soberana 
Es  su  Calvario  eterno  : 

281 


DON   GABRIEL    GARCÍA   TASSARA 

Tu  triunfo  del  infierno 
Es  su  inmortalidad. 

¿  Quién  dijo,  Dios  clemente, 
Que  tú  no  volverías, 

Y  á  horribles  gemonías, 

Y  á  eterna  perdición, 
Condena  á  esta  doliente 
Raza  del  ser  humano 
Que  espera  de  tu  mano 
Su  nueva  salvación  : 

Sí,  tú  vendrás.    Vencidos 
Serán  con  nuevo  ejemplo 
Los  que  del  santo  templo 
Apartan  á  tu  grey. 
Vendrás  y  confundidos 
Caerán  con  los  ateos 
Los  nuevos  fariseos 
De  la  caduca  ley. 

¿  Quién  sabe  si  ahora  mismo 
Entre  alaridos  tantos 
De  tus  profetas  santos 
La  voz  no  suena  ya  ? 
Vén,  saca  del  abismo 
Á  un  pueblo  moribundo  ; 
Luzbel  ha  vuelto  al  mundo 
Y  Dios  j  no  volverá  i 

¡  Señor  !    En  tus  juicios 
La  comprensión  se  abisma  ; 
Mas  es  siempre  Ja  misma 
Del  Gólgota  la  voz. 
Fatídicos  auspicios 
Resonarán  en  vano  ; 
No  es  el  destino  humano 
282 


DON   GABRIEL    GARCÍA  TASSARA 

La  humanidad  6in  Dios. 
Ya  pasarán  los  siglos 
De  la  tremenda  prueba  ; 
¡  Ya  nacerás,  luz  nueva 
De  la  futura  edad  ! 
Ya  huiréis  ¡  negros  vestiglos 
De  los  antiguos  días  ! 
Ya  volverás  ¡  Mesías  ! 
En  gloria  y  majestad. 


DOÑA  GERTRUDIS  GÓMEZ 
DE  AVELLANEDA 

86.  Amor  y  orgullo 

UN  tiempo  hollaba  por  alfombra  rosas  ; 

Y  nobles  vates,  de  mentidas  diosas 
Prodigábanme  nombres  ; 

Mas  yo,  altanera,  con  orgullo  vano, 
Cual  águila  real  al  vil  gusano 
Contemplaba  á  los  hombres. 

Mi  pensamiento — en  temerario  vuelo — 
Ardiente  osaba  demandar  al  cielo 
Objeto  á  mis  amores : 

Y  si  á  la  tierra  con  desdén  volvía 
Triste  mirada,  mi  soberbia  impía 
Marchitaba  sus  flores. 

Tal  vez  por  un  momento  caprichosa 
Entre  ellas  revolé,  cual  mariposa, 
Sin  fijarme  en  ninguna  ; 
Pues  de  místico  bien  siempre  anhelante, 

383 


DOÑA   G.    G.    DE    AVELLANEDA 

Clamaba  en  vano,  como  tierno  infante 
Quiere  abrazar  la  luna. 

Hoy,  despeñada  de  la  excelsa  cumbre, 
Do  osé  mirar  del  sol  la  ardiente  lumbre 
Que  fascinó  mis  ojos, 
Cual  hoja  seca  al  raudo  torbellino, 
Cedo  al  poder  del  áspero  destino.... 
¡  Me  entrego  á  sus  antojos  ! 

Cobarde  corazón,  que  el  nudo  estrecho 
Gimiendo  sufres,  díme  :   ¿  qué  se  ha  hecho 
Tu  presunción  altiva  ? 
¿  Qué  mágico  poder,  en  tal  bajeza 
Trocando  ya  tu  indómita  fiereza, 
De  libertad  te  priva  ? 

¡  Mísero  esclavo  de  tirano  dueño  ; 
Tu  gloria  fué  cual  mentiroso  sueño, 
Que  con  las  sombras  huye  ! 
Di  ¿  qué  se  hicieron  ilusiones  tantas 
De  necia  vanidad,  débiles  plantas 
Que  el  aquilón  destruye  ? 

En  hora  infausta  á  mi  feliz  reposo, 
¿  No  dijiste,  soberbio  y  orgulloso  : 
— Quién  domará  mi  brio  ? 
¡  Con  mi  solo  poder  haré,  si  quiero, 
Mudar  de  rumbo  al  céfiro  ligero 

Y  arder  al  mármol  frío  ! — 

¡  Funesta  ceguedad  !    ¡  Delirio  insano  ! 
Te  gritó  la  razón... Mas  ¡  cuan  en  vano 
Te  advirtió  tu  locura  ! 
Tú  misma  te  forjaste  la  cadena, 
Que  á  servidumbre  eterna  te  condena, 

Y  á  duelo  y  amargura. 

Los  lazos  caprichosos  que  otros  días 
284 


DOÑA   G.    G.    DE    AVELLANEDA 

— Por  pasatiempo — á  tu  placer  tejías, 
Fueron  de  seda  y  oro : 
Los  que  hora  rinden  tu  valor  primero 
Son  eslabones  de  pesado  acero, 
Templados  con  tu  lloro. 

:  Qué  esperaste  ¡  ay  de  tí !  de  un  pecho  helado, 
De  inmenso  orgullo  y  presunción  hinchado, 
De  víboras  nutrido  ? 

Tú — que  anhelabas  tan  sublime  objeto — 
¿  Cómo  al  capricho  de  un  mortal  sujeto 
Te  arrastras  abatido  ? 

¿  Con  qué  velo  tu  amor  cubrió  mis  ojos, 
Que  por  flores  tomé  duros  abrojos 

Y  por  oro  la  arcilla  !... 

¡  Del  torpe  engaño  mis  rivales  ríen, 

Y  mis  amantes  ¡  ay  !  tal  vez  se  engríen 
Del  yugo  que  me  humilla  ! 

j  Y  tú  lo  sufres,  corazón  cobarde  ? 
¿Y  de  tu  servidumbre  haciendo  alarde, 
Quieres  ver  en  mi  frente 
El  sello  del  amor  que  te  devora  ?... 
j  Ah  !  velo,  pues,  y  búrlese  en  buen  hora 
De  mi  baldón  la  gente. 

¡  Salga  del  pecho — requemando  el  labio — ■ 
El  caro  nombre,  de  mi  orgullo  agravio, 
De  mi  dolor  sustento  ! 
¿  Escrito  no  le  ves  en  las  estrellas 

Y  en  la  luna  apacible,  que  con  ellas 
Alumbra  el  firmamento  ? 

¿  No  le  oyes,  de  las  auras  al  murmullo  ? 
¿  No  le  pronuncia — en  gemidor  arrullo — 
La  tórtola  amorosa  ? 

¿  No  resuena  en  los  árboles,  que  el  viento 

285 


DOÑA   G.    G.   DE   AVELLANEDA 

Halaga  con  pausado  movimiento 
En  esa  selva  hojosa  ? 

De  aquella  fuente  entre  las  claras  linfas, 
¿  No  le  articulan  invisibles  ninfas 
Con  eco  lisonjero  ?... 
¿  Por  qué  callar  el  nombre  que  te  inflama, 
Si  aun  el  silencio  tiene  voz,  que  aclama 
Ese  nombre  que  quiero  ? 

Nombre  que  un  alma  lleva  por  despojo  ; 
Nombre  que  excita  con  placer  enojo, 
Y  con  ira  ternura  ; 

Nombre  más  dulce  que  el  primer  cariño 
De  joven  madre  al  inocente  niño, 
Copia  de  su  hermosura  : 

Y  más  amargo  que  el  adiós  postrero 
Que  al  suelo  damos,  donde  el  sol  primero 
Alumbró  nuestra  vida. 
Nombre  que  halaga  y  halagando  mata ; 
Nombre  que. hiere — como  sierpe  ingrata — 
Al  pecho  que  le  anida. 

¡  No,  no  lo  envíes,  corazón,  al  labio  !... 

Guarda  tu  mengua  con  silencio  sabio  ! 

Guarda,  guarda  tu  mengua  ! 

Callad  también  vosotras,  auras,  fuente, 
Trémulas  hojas,  tórtola  doliente* 
Como  calla  mi  lengua  ! 

DON   EULOGIO    FLORENTINO    SANZ 

8y.  Epístola  á  Pedro 

QUIERO  que  sepas,  aunque  bien  lo  sabes, 
Que  á  orillas  del  Sprée  (ya  que  del  río 
286 


DON    EULOGIO    FLORENTINO    SANZ 

Se  hace  mención  en  circunstancias  graves) 

Mora  un  semi-alemán,  muy  señor  mío, 
Que  entre  los  rudos  témpanos  del  Norte 
Recuerda  la  amistad  y  olvida  el  frío. 

Lejos  de  mi  Madrid,  la  villa  y  corte, 
Ni  de  ella  falto  yo  porque  esté  lejos, 
Ni  hay  una  piedra  allí  que  no  me  importe  ; 

Pues  sueña  con  la  patria,  á  los  reflejos 
De  su  distante  sol,  el  desterrado, 
Como  con  su  niñez  sueñan  los  viejos. 

Ver  quisiera  un  momento,  y  á  tu  lado, 
Cuál  por  ese  aire  azul  nuestra  Cibeles 
En  carroza  triunfal  rompe  hacia  el  Prado... 

i  Ríes?... Juzga  el  volar  cuando  no  vueles... 
¡Átomo  harás  del  mundo  que  poseas 
Y  mundo  harás  del  átomo  que  anheles  ! 

Al  sentir  coram  'vulgo  no  te  creas... 
Al  pensar  coram  vulgo,  no  te  olvides 
De  compulsar  á  solas  tus  ideas. 

Como  dejes  la  España  en  que  resides, 
Donde  quiera  que  estés,  ya  echarás  menos 
Esa  patria  de  Dólfos  y  de  Cides  ; 

Que  obeliscos  y  pórticos  ágenos 
Nunca  valdrán  los  patrios  palomares 
Con  las  memorias  de  la  infancia  llenos. 

Por  eso,  aunque  dan  son  á  mis  cantares 
Elba,  Danubio  y  Rhin,  yo  los  olvido 
Recordando  á  mi  pobre  Manzanares. 

¡Allí  mi  juventud  !...¡  ay  !  ¿  quién  no  ha  oido 
Desde  cualquier  región,  ecos  de  aquella 
Donde  niñez  y  juventud  han  sido  ? 

Hoy  mi  vida  de  ayer,  pálida  ó  bella, 
Múltiple  se  repite  en  mis  memorias, 

287 


DON    EULOGIO    FLORENTINO   SANZ 

Como  en  lágrimas  mil  única  estrella... 

Que  quedan  en  el  alma  las  historias 
De  dolor  ó  placer,  y  allí  se  hacinan, 
Del  fundido  metal  muertas  escorias. 

Y,  aunque  ya  no  calientan  ni  iluminan, 
Si  al  soplo  de  un  suspiro  se  estremecen, 
¡  Aun  consuelan  el  alma  ! . . .  ¡  6  la  asesinan  ! 

Cuando  ai  partir  del  sol  las  sombras  crecen, 
Y,  entre  sombras  y  sol,  tibios  instantes 
En  torno  del  horario  se  adormecen  ; 

El  dolor  y  el  placer,  férvidos  antes, 
Se  pierden  ya  en  el  alma  indefinidos, 
A  la  luz  y  á  la  sombra  semejantes. 

Y  en  esta  languidez  de  los  sentidos, 
Crepúsculo  moral  en  que  indolente 
Se  arrulla  el  corazón  con  sus  latidos, 

Pláceme  contemplar  indiferente 
Cuál  del  dormido  Sprée  sobre  la  espalda 
Y  en  lúbrico  chapín  sesga  la  gente. 

Ó  recordar  el  toldo  de  esmeralda 
Que  antes  bordó  el  Abril  en  donde  ahora 
Nieve  septentrional  tiende  su  falda  : 

Mientras  la  luz  del  Héspero  incolora 
Baña  el  campo  sin  fin,  que  el  Norte  rudo 
Salpico  de  brillantes  á  la  aurora. 

¡  Hijo  de  otra  región,  trémulo  y  mudo 
Con  la  mirada  que  por  tí  paseo, 
Nieve  septentrional,  yo  te  saludo  ! 

Una  tarde  de  Mayo  (casi  creo 
Que  salta  á  mi  memoria  su  hermosura 
De  este  cuadro  invernal,  como  un  deseo), 

Una  tarde  de  llores  y  verdura, 

283 


DON  EULOGIO  FLORENTINO  SANZ 

Rica  de  cielo  azul,  sin  un  celaje, 

Y  empapada  en  aromas  y  frescura  ; 

En  que,  al  son  de  las  auras,  el  ramaje 
Trémulo  de  los  tilos  repetía 
De  otros  lejanos  bosques  el  mensaje  ; 

Yo,  con  mi  propio  afán  por  compañía, 
Del  recinto  salí  que  nombró  el  mundo 
Corte  del  rey  filósofo  algún  día. 

Á  su  verdor  del  Norte  sin  segundo, 
De  un  frondoso  jardín  los  laberintos 
Atrajeron  mi  paso  vagabundo... 

En  armoniosa  confusión  distintos, 
Cándidos  nardos  y  claveles  rojos, 
Tulipanes,  violas  y  jacintos, 

De  admirar  el  verjel  diéronme  antojos  ; 

Y  perdíme  en  sus  vueltas,  rebuscando, 
Ya  que  no  al  corazón,  pasto  á  los  ojos. 

Y  una  viola,  que  al  favonio  blando 
Columpiaba  su  tímida  corola, 
Quise  arrancar... — Mas  súbito,  clavando 

Mis  ojos  en  el  césped,  donde  sola 
Daba  al  favonio  sus  esencias  puras, 
Respeté  por  el  césped  la  viola... 

¡  Guirnalda  funeral,  de  desventuras 

Y  lágrimas  nacida,  eran  las  flores 
De  aquel  vasto  jardín  de  sepulturas  ! 

Pero  jardín.      Allí,  cuando  los  llores, 
Aun  te  hablarán  la  amante  ó  el  amigo 
Con  aromas  y  jugos  y  colores... 

¡  Y  de  tu  santo  afán  mudo  testigo, 
Algo  en  aquellas  flores  sepulcrales, 
Algo  del  muerto  bien  será  contigo  ! 

Dentro  de  nuestros  muros  funerales 
S  20  289 


DON  EULOGIO  FLORENTINO  SANZ 

Jamás  brota  una  flor... Mal  brotaría 
De  ese  alcázar  de  cal  y  mechinales, 

índice  de  la  nada  en  simetría, 
Que  á  la  madre  común  roba  los  muertos 
Para  henchir  su  profana  estantería  ; 

¡  Ruin  estación  de  huéspedes  inciertos 
Que  ofreciera  á  los  vivos  su  morada 
Por  alquilar  los  túmulos  abiertos  ! 

De  tierra  sobre  tierra  fabricadas, 
Más  solemnes  quizá,  por  más  sencillas, 
Las  del  santo  jardín  tumbas  aisladas, 

Con  su  césped  de  flores  amarillas 
Se  elevan... no  muy  altas... á  la  altura 
Del  que  llore,  al  besarlas,  de  rodillas. 

¡  Mas  sola  allí,  sin  flores,  sin  verdura, 
Bajo  su  cruz  de  hierro  se  levanta 
De  un  hispano  cantor  la  sepultura  !...1 

Delante  de  su  cruz  tuve  mi  planta... 
Y  soñé  que  en  su  rótulo  leía : 
«  ¡  Nunca  duerme  entre  flores  quien  las  canta  !  » 

¡  Pobre  césped  marchito  !   ¡  Quién  diría 
Que  el  cantor  de  Jas  flores  en  tu  seno 
Durmiera  tan  sin  flores  algún  día  ! 

Mas  ¡  ay  del  ruiseñor  que,  en  aire  ajeno, 
Por  atmósfera  extraña  sofocado, 
Sobre  extraña  región  cayó  en  el  cieno  ! 

¡  Ay  del  vate  infeliz  que,  amortajado 
Con  su  negro  ropón  de  peregrino, 
Yace  en  su  propia  tumba  desterrado  ! 

Yo,  al  encontrar  su  cruz  en  mi  camino, 
Como  engendra  el  dolor  supersticiones, 

1  Enrique  Gil 
290 


DON    EULOGIO    FLORENTINO    SANZ 

Llamé  tres  veces  al  cantor  divino. 

Y  de  su  lira  desperté  los  sones, 

Y  turbé  los  sepulcros  murmurando 

La  más  triste  canción  de  sus  canciones.. 

Y  á  la  viola,  que  al  favonio  blando 
Columpiaba  allí  cerca  su  corola, 
Volví  turbios  los  ojos.. .Y  clavando 

La  rodilla  en  el  césped  (donde  sola 
Era  airón  sepulcral  de  una  doncella) 
Desprendí  de  su  césped  la  viola. 

Y  al  lado  del  cantor  volví  con  ella  ; 

Y  así  lloré,  sobre  su  cruz  mi  mano, 
La  del  pobre  cantor  mísera  estrella: 

— Bien  te  dice  mi  voz  que  soy  tu  hermano  ; 
¿  Quién  saludara  tus  despojos  frios 
Sin  el  ¡  ay  !  de  mi  acento  castellano  ? 

Diéronte  ajena  tumba  hados  impíos... 
¡  Si  ojos  extraños  la  contemplan  secos, 
Hoy  la  riegan  de  lágrimas  los  míos  ! 

Sólo  suena  mi  voz  entre  sus  huecos, 
Para  que  en  ella,  si  la  escuchas,  halles 
Los  de  tu  propria  voz  .postumos  ecos... 

/  Por  las  desiertas  y  sombrías  calles 
Donde  duerme  tu  féretro  escondido, 
No  pasa,  no,  la  virgen  de  los  valles ! 

Una  vez  que  ha  pasado  no  ha  venido... 
Trajéronla  con  rosas.. .A  tu  lado 
La  virgen,  desde  entonces,  ha  dormido... 

Si  su  pálida  sombra,  al  compasado 
Son  de  la  media  noche,  inoportuna, 
Flores  entre  tu  césped  ha  buscado, 

Bien  habrá  visto  á  la  menguante  luna 
Que  en  el  santo  jardín,  rico  de  llores, 

w 


DON    EULOGIO    FLORENTINO    SANZ 

Sólo  yace  tu  césped  sin  ninguna. 

¡  No  tienes  una  flor  !...Ni  ¿  á  qué  dolores 
Una  flor  de  tu  césped  respondiera 
Con  aromas  y  jugos  y  colores  ? 

Sólo  al  riego  de  lágrimas  naciera, 
Y  de  tu  fosa  en  el  terrón  ajeno 
¿  Quién  derrama  una  lágrima  siquiera  ? 

¡  Ay,  sí,  del  ruiseñor,  de  vida  lleno, 
Que,  en  atmósfera  extraña  sofocado, 
Sobre  extraña  región  cayó  en  el  cieno ! 

Cantor  en  el  sepulcro  desterrado, 
Descansa  en  paz.    ¡Adiós  !...Y  si  á  deshora 
Un  viajero  del  Sur  pasa  á  tu  lado, 

Si  al  contemplar  tu  cruz,  como  yo  ahora, 
Con  su  idioma  español  el  viajero 
Te  llama  aquí  tres  veces  y  aquí  llora, 

Dígale  el  son  del  aura  lastimero 
Cuál  en  los  brazos  de  tu  cruz  escueta 
Peregrino  del  Sur  lloré  primero... 

¡  Recibe  con  mi  adiós  tu  'violeta! 
La  tumba  de  la  virgen  te  Ja  envía... — 

¡  Y  al  unirse  la  flor  con  su  poeta, 
Ya  en  el  ocaso  adonizaba  el  día  ! 


DON   ADELARDO   L.    DE   AYALA 

88.  Epístola  á  Emilio  Arrieta 

DE  nuestra  gran  virtud  y  fortaleza 
Al  mundo  hacemos  con  placer  testigo : 
Las  ruindades  del  alma  y  su  flaqueza 
292 


DON    ADELARDO    L.    DE   AYALA 

Sólo  se  cuentan  al  secreto  amigo. 
De  mi  ardiente  ansiedad  y  mi  tristeza 
A  solas  quiero  razonar  contigo : 
Rasgue  á  su  alma  sin  pudor  el  velo 
Quien  busque  admiración  y  no  consuelo. 

No  quiera  Dios  que  en  rimas  insolentes 
De  mi  pesar  al  mundo  le  dé  indicios, 
Imitando  á  esos  genios  impudentes 
Que  alzan  la  voz  para  cantar  sus  vicios. 
Yo  busco,  retirado  de  las  gentes, 
De  la  amistad  los  dulces  beneficios  : 
No  hay  causa  ni  razón  que  me  convenza 
De  que  es  genio  la  falta  de  vergüenza. 

En  esta  humilde  y  escondida  estancia, 
Donde  aun  resuenan  con  medroso  acento 
Los  primeros  sollozos  de  mi  infancia  > 

Y  de  mi  padre  el  postrimer  lamento  : 
Esclarecido  el  mundo  á  la  distancia 
A  que  de  aquí  le  mira  el  pensamiento, 
Se  eleva  la  verdad  que  amaba  tanto  ; 

Y,  antes  que  afecto,  me  produce  espanto. 

Aquí,  aumentando  mi  congoja  fiera, 
Mi  edad  pasada  y  la  presente  miro. 
La  limpia  voz  de  mi  virtud  entera, 
Hoy  convertida  en  áspero  suspiro, 

Y  el  noble  aliento  de  mi  edad  primera 
Trocado  en  la  ansiedad  con  que  respiro, 
Claro  publican  dentro  de  mi  pecho 

Lo  que  hizo  Dios  y  lo  que  el  mundo  ha  hecho. 

Me  dotaron  los  cielos  de  profundo 
Amor  al  bien  y  de  valor  bastante 
Para  exponer  al  embriagado  mundo 
Del  vicio  vil  el  sórdido  semillante  ; 

293 


DON   ADELARDO    L.   DE   AYALA 

Y  al  ver  que  imbécil  en  el  cieno  hundo 
De  mi  existencia  la  misión  brillante, 
Me  parece  que  el  hombre  en  voz  confusa 
Me  pide  el  robo  y  de  ladrón  me  acusa. 

Y  estos  salvajes  montes  corpulentos, 
Fieles  amigos  de  la  infancia  mía, 
Que  con  la  voz  de  los  airados  vientos 
Me  hablaban  de  virtud  y  de  energía, 
Hoy  con  duros  semblantes  macilentos 
Contemplan  mi  abandono  y  cobardía, 

Y  gimen  de  dolor,  y  cuando  braman, 
Ingrato  y  débil  y  traidor  me  llaman. 

Tal  vez  á  la  batalla  me  apercibo  ; 
Dudo  de  mi  constancia  y  de  esta  duda 
Toma  ocasión  el  vicio  ejecutivo 
Para  moverme  guerra  más  sañuda ; 
Y,  cuando  débil  el  combate  esquivo, 
«Mañana,  digo,  llegará  en  mi  ayuda;» 
¡  Y  mañana  es  la  muerte,  y  mi  ansia  vana 
Deja  mi  redención  para  mañana  ! 

Perdido  tengo  el  crédito  conmigo, 

Y  avanza  cual  gangrena  el  desaliento  : 
Conozco  y  aborrezco  á  mi  enemigo, 

Y  en  sus  brazos  me  arrojo  soñoliento. 
La  conciencia  el  deleite  que  consigo 
Perturba  siempre  :   sofocar  su  acento 
Quiere  el  placer,  y,  lleno  de  impaciencia, 
Ni  gozo  el  mal  ni  aplaco,  la  conciencia. 

Inquieto,  vacilante,  confundido 
Con  la  múltiple  forma  del  deseo, 
Impávido  una  vez,  otra  corrido 
Del  vergonzoso  estado  en  que  me  veo, 
Al  mismo  Dios  contemplo  arrepentido 
294 


DON   ADELARDO    L.  DE   AYALA 

De  darme  un  alma  que  tan  mal  empleo  : 
La  hacienda  que  he  perdido  no  era  mía, 

Y  el  deshonor  los  tuétanos  me  enfría. 
Aquí,  revuelto  en  la  fatal  madeja 

Del  torpe  amor,  disipador  cansado 

Del  tiempo,  que  al  pasar  sólo  me  deja 

El  disgusto  de  haberlo  malgastado  ; 

Si  el  hondo  afán  con  que  de  mí  se  queja 

Todo  mi  ser,  me  tiene  desvelado, 

¿  Por  qué  no  es  antes  noble  impedimento 

Lo  que  es  después  atroz  remordimiento  ? 

¡  Valor  !    y  que  resulte  de  mi  daño 
Fecundo  el  bien  :   que  de  la  edad  perdida 
Brote  la  clara  luz  del  desengaño 
Iluminando  mi  razón  dormida  : 
Para  vivir  me  basta  con  un  año,  > 

Que  envejecer  no  es  alargar  la  vida : 
¡  Joven  murió  tal  vez  que  eterno  ha  sido, 

Y  viejos  mueren  sin  haber  vivido  ! 
Que  tu  voz,  queridísimo  Emiliano, 

Me  mantenga  seguro  en  mi  porfía  ; 

Y  así  el  Creador,  que  con  tan  larga  mano 
Te  regaló  fecunda  fantasía, 

Te  enriquezca,  mostrándote  el  arcano 
De  su  eterna  y  espléndida  armonía  ; 
Tanto,  que  el  hombre,  en  su  placer  ó  duelo 
Tu  canto  elija  para  hablar  al  cielo. 
Los  ecos  de  la  candida  alborada, 
Que  al  mundo  anima  en  blando  movimiento, 
Te  demuestren  del  alma  enamorada 
El  dulce  anhelo  y  el  primer  acento  ; 
EJ  rumor  de  la  noche  sosegada, 
La  noble  gravedad  del  pensamiento  ; 

295 


V 


DON   ADELARDO    L.  DE   AYALA 

Y  las  quejas  del  ábrego  sombrío 
La  ronca  voz  del  corazón  impío. 

Y  el  gran  torrente  que,  con  pena  tanta, 
Por  las  quiebras  del  hondo  precipicio, 
Rugiendo  de  amargura,  se  quebranta, 
Deje  en  tu  alma  verdadero  indicio 

De  la  virtud,  que  gime  y  se  abrillanta 
En  las  quiebras  del  rudo  sacrificio, 

Y  en  tu  canto  resuenen  juntamente 
El  bien  futuro  y  el  dolor  presente. 

Y  en  las  férvidas  olas  impelidas 
Del  huracán,  que  asalta  las  estrellas, 

Y  rebraman,  mostrando  embravecidas 
Que  el  aliento  de  Dios  se  encierra  en  ellas, 
Aprendas  las  canciones  dirigidas 

Ai  que  para  en  su  curso  las  centellas, 

Y  resuene  tu  voz  de  polo  á  polo, 
De  su  grandeza  intérprete  tú  solo. 


DON   RAMÓN   DE   CAMPOAMOR 

Sg.  /  Quien  supiera  escribir  ! 


A       —ESCRIBIDME  una  carta,  señor  Cura. 
— Ya  sé  para  quién  es. 
—  't  Sabéis  quien  es,  porque  una  noche  oscura 
Nos  visteis  juntos  ? — Pues. 

. — Perdonad  ;   mas...-r—No  extraño  ese  tropiezo. 
La  noche... la  ocasión... 
296 


DON    RAMÓN   DE   CAMPOAMOR 

Dadme  pluma  y  papel.      Gracias.      Empiezo : 
Mi  querido  Ramón  : 

— ¿Querido?... Pero,  en  fin,  ya  lo  habéis  puesto... 

— Si  no  queréis...  —  ¡  Sí,  sí ! 
— /  Que  triste  estoy  !  ¿  No  es  eso  ? — Por  supuesto. 

— /  Qu¿  trhte  estoy  sin  ti  / 

Una  congoja,  al  empezar,  me  -viene... 

— ¿  Cómo  sabéis  mi  mal  ? 
— Para  un  viejo,  una  niña  siempre  tiene 

El  pecho  de  cristal. 

¿  Qué  es  sin  tí  el  mundo  ?    Un  valle  de  amargura* 

¿  T  contigo  ?    Un  edén. 
— Haced  la  letra  clara,  señor  Cura  ; 

Que  lo  entienda  eso  bien. 

— El  beso  aquel  que  de  marchar  á  punto 
Te  di... — ¿Cómo  sabéis?... 

— Cuando  se  va  y  se  viene  y  se  está  junto 
Siempre... no  os  afrentéis. 

Y  si  volvertu  afecto  no  procura, 

Tanto  me  harás  sufrir... 
—  •  Sufrir  y  nada  más?     No,  señor  Cura, 

¡  Que  me  voy  á  morir ! 

— ¿  Morir  ?   ¿  Sabéis  que  es  ofender  al  cielo  ?... 

— Pues,  sí,  señor,  ;  morir  ! 
— Yo  no  pongo  morir. — ¡  Qué  hombre  de  hielo  ! 

¡  Quién  supiera  escribir  ! 

297 


DON   RAMÓN   DE    CAMPOAMOR 


¡  Señor  Rector,  señor  Rector  !   en  vano 
Me  queréis  complacer, 

Si  no  encarnan  los  signos  de  la  mano 
Todo  el  ser  de  mi  ser. 

Escribidle,  por  Dios,  que  el  alma  mía 
Ya  en  mí  no  quiere  estar ; 

Que  la  pena  no  me  ahoga  cada  día... 
Porque  puedo  llorar. 

Que  mis  labios,  las  rosas  de  su  aliento, 

No  se  saben  abrir  ; 
Que  olvidan  de  la  risa  el  movimiento 

A  fuerza  de  sentir. 

Que  mis  ojos,  que  él  tiene  por  tan  bellos, 
Cargados  con  mi  afán, 

Como  no  tienen  quien  se  mire  en  ellos, 
Cerrados  siempre  están. 

Que  es,  de  cuantos  tormentos  he  sufrido, 
La  ausencia  el  más  atroz  ; 

Que  es  un  perpetuo  sueño  de  mi  oído 
El  eco  de  su  voz... 


Que  siendo  por  su  causa,  el  alma  mía 
¡  Goza  tanto  en  sufrir 
j  cuántas  cosas  le  diría 
Si  supiera  escribir!... 


,  Goza  tanto  en  sufrir  !.. 
Dios  mío  ¡  cuántas  cosas  le  diría 


298 


DON    RAMÓN   DE    CAMPOAMOR 


ni 

EPÍLOGO 


— Pues  señor,  ¡  bravo  amor !   Copio  y  concluyo 

A  don  Ramón... En  fin, 
Que  es  inútil  saber  para  esto  arguyo 

Ni  el  griego  ni  el  latin. 


* 


go.  Lo  que  hace  el  tiempo 

A   Blanca  Rosa  de   Ostna 

CON  mis  coplas,  Blanca  Rosa, 
Tal  vez  te  cause  cuidados 

Por  cantar 
Con  la  voz  ya  temblorosa, 

Y  los  ojos  ya  cansados 

De  llorar. 

Hoy  para  tí  sólo  hay  glorias, 

Y  danzas  y  flores  bellas  ; 

Mas  después, 
Se  alzarán  tristes  memorias, 
Hasta  de  las  mismas  huellas 

De  tus  pies. 

En  tus  fiestas  seductoras 
¿  No  oyes  del  alma  en  lo  interno 

Un  rumor, 
Que  lúgubre  á  todas  horas, 
Nos  dice  que  no  es  eterno 
Nuestro  amor  í 


299 


DON    RAMÓN   DE    CAMPOAMOR 

¡  Cuánto  á  creer  se  resiste 
Una  verdad  tan  odiosa 
Tu  bondad ! 
¡  Y  esto  fuera  menos  triste 
Si  no  fuera,  Blanca  Rosa, 
Tan  verdad ! 

Te  aseguro,  como  amigo, 
Que  es  muy  raro,  y  no  te  extrañe, 

Amar  bien. 
Siento  decir  lo  que  digo  ; 
Pero  ¿  quieres  que  te  engañe 

Yo  también  ? 

Pasa  un  viento  arrebatado, 
Viene  amor,  y  á  dos  en  uno 

Funde  Dios  ; 
Sopla  el  desamor  helado, 

Y  vuelve  á  hacer,  importuno, 

De  uno,  dos. 

Que  amor,  de  egoísmo  lleno, 
A  su  gusto  se  acomoda 
Bien  y  mal ; 
En  él  hasta  herir  es  bueno, 
Se  ama  ó  no  ama,  aquí  está  toda 
Su  moral. 

¡  Oh  !    ¡  qué  bien  cumple  el  amante, 
Cuando  aun  tiene  la  inocencia, 
Su  deber ! 

Y  ¡  cómo,  más  adelante, 
Aviene  con  su  conciencia 

Su  placer ! 
300 


DON    RAMÓN   DE    CAMPOAMOIl 

¿  Y  es  culpable  el  que,  sediento, 
Buscando  va  en  nuevos  lazos 

Otro  amor  ? 
¡  Sí !    culpable  como  el  viento 
Que,  al  pasar,  hace  pedazos 

Una  flor. 

¿  Verdad  que  es  abominable 
Que  el  corazón  vagabundo 

Mude  así, 
Sin  ser  por  ello  culpable, 
Porque  esto  pasa  en  el  mundo 
Porque  sí  ? 

Se  ama  una  vez  sin  medida, 
Y  aun  se  vuelve  á  amar  sin  tino 

Más  de  dos. 
¡  Cuan  versátil  es  la  vida  ! 
j  Cuan  vano  es  nuestro  destino, 

Santo  Dios  ! 

Él  lleve  tu  labio  ayuno 
A  algún  manantial  querido 

De  placer, 
Donde  dichosa,  ninguno 
Te  enseñe  nunca  el  olvido 

Del  deber. 

Siempre  el  destino  inconstante 
Nos  da  cual  vil  usurero 

Su  favor : 
Da  amor  primero  y  no  amante ; 
Después  mucho  amante,  pero 
Poco  amor. 

301 


DON   RAMÓN   ÜE    CAMPOAMOR 

Tranquila  á  veces  reposa, 

Y  otras  se  marcha  volando 

Nuestra  fé. 

Y  esto  pasa,  Blanca  Rosa, 
Sin  saber  cómo,  ni    cuándo, 

Ni  por  qué. 

Nunca  es  estable  el  deseo, 
Ni  he  visto  jamás  terneza 
Siempre  igual. 

Y  ¿  á  qué  negarlo  ?     No  creo 
Ni  del  bien  en  la  fijeza, 

Ni  del  mal. 

Este  ir  y  venir  sin  tasa, 

Y  este  moverse  impaciente, 

Pasa  así, 
Porque  así  ha  pasado  y  pasa, 
Porque  sí,  y   ¡  ay  !    solamente 

Porque  sí. 

¡  Cuan  inútil  es  que  huyamos 
De  los  fáciles  amores 

Con  horror, 
Si  cuanto  más  las  pisamos, 
Más  nos  embriagan  las  flores 

Con  su  olor  ! 

El  cielo  sin  duda  envía 
La  lucha  á  la  tormentosa 

Juventud  ; 
Pues  ¿qué  mérito  tendría 
Sin  esfuerzos,  Blanca  Rosa, 
La  virtud  .? 
30a 


DON    RAMÓN   DE    CAMPOAMOR 

¡  Ay  !    un  alma  inteligente, 
Siempre  en  nuestra  alma  divisa 

Una  flor, 
Qv.e  se  abre  infaliblemente 
Al  soplo  de  alguna  brisa 

De  otro  amor. 

Mw  dirás  :— ¿  Y  en  qué  consiste 
Que  todo  á  mudar  convida  ? — 

¡  Ay  de  mí ! 
En  que  la  vida  es  muy  triste... 
Pero  aunque  triste,  la  vida 
Es  así. 

Y  si  no  es  amor  el  vaso 
Donde  el  sobrante  se  vierte 

Del  dolor,  > 

Pregunto  yo  : — ¿  Es  digno  acaso 
De  ocuparnos  vida  y  muerte 
Tal  amor  ? — 

Nunca  sepas,  Blanca  Rosa, 
Que  es  la  dicha  una  locura, 

Cual  yo  sé  ; 
Si  quieres  ser  venturosa, 
Ten  mucha  fe  en  la  ventura, 

Mucha  fe. 

Si  eres  feliz  algún  día, 
¡  Guay,  que  el  recuerdo  tirano 

De  otro  amor 
No  se  filtre  en  tu  alegría, 
Cual  se  desliza  un  gusano 
Roedor  ! 

303 


DON   RAMÓN   DE   CAMPOAMOR 

Tú  eres  de  las  almas  buenas, 
Cuyos  honrados  amores 
Siempre  son 
Los  que  bendicen  sus  penas, 
Penas  que  se  abren  en  llores 
De  pasión. 

Con  tus  visiones  hermosas, 
Nunca  de  tu  alma  el  abismo 

Llenaras, 
Pues  la  fuerza  de  las  cosas 
Puede  más  que  Hércules  mismo, 

¡  Mucho  más !... 

Si  huye  una  vez  la  ventura, 
Nadie  después  ve  las  flores 

Renacer 
Que  cubren  la  sepultura 
De  los  recuerdos  traidores 

Del  ayer. 

¿  Y  quién  es  el  responsable 
De  hacer  tragar  sin  medida 

Tanta  hiél  ? 
¡  La  vida  !    ¡  esa  es  la  culpable  í 
La  vida,  sólo  es  la  vida 

Nuestra  infiel. 

La  vida,  que  desalada, 
De  un  vértigo  del  infierno 

Corre  en  pos  : 
Ella  corre  hacia  la  nada ; 
¿  Quieres  ir  hacia  lo  eterno  ? 
Vé  hacia  Dios. 
3°4 


DON    RAMÓN   DE   CAMPOAMOR 

¡  Si !   corre  hacia  Dios,  y  Él  haga 
Que  tengas  siempre  una  vieja 

Juventud. 
La  tumba  todo  lo  traga  ; 
Sólo  de  tragarse  deja 

La  virtud. 


DON   JOSÉ    SELGAS 
p/.  El  Estío 

MAYO  recoge  el  virginal  tesoro  ; 
Desciñe  Flora  su  gentil  guirnalda  ; 
La  sombra  busca  el  manantial  sonoro 
Del  alto  monte  en  la  risueña  falda  ;  > 

Campos  son  ya  de  púrpura  y  de  oro 
Los  que  fueron  de  rosa  y  esmeralda  ; 

Y  apenas  riza  su  corriente  el  río 
Á  los  primeros  soplos  del  Estío. 

El  soto  ameno  y  la  enramada  umbrosa, 
El  valle  alegre  y  la  feraz  ribera, 
Con  voz  desalentada  y  cariñosa 
Despiden  á  la  dulce  Primavera  ; 
Muere  en  su  tallo  la  inocente  rosa ; 
Desfallece  la  altiva  enredadera  ; 

Y  en  desigual  y  tenue  movimiento 
Gime  en  el  bosque  fatigado  el  viento. 

Por  la  alta  cumbre  del  collado  asoma 
La  blanca  aurora  su  rosada  frente, 
Reparte  perlas  y  recoge  aroma  ; 
Se  abre  la  flor  que  su  mirada  siente  ; 
Repite  sus  arrullos  la  paloma 
S21  305 


DON  JOSÉ    SELGAS 

Bajo  las  ramas  del  laurel  naciente  ; 

Y  allá  por  los  tendidos  olivares 

Se  escuchan  melancólicos  cantares. 
Del  aura  dócil  al  impulso  blando 
La  rubia  mies  en  la  llanura  ondea  ; 
Del  dulce  nido  alrededor  volando 
La  alondra  gira  y  de  placer  gorjea  ; 
Las  ondas  de  la  fuente  suspirando 
Quiebran  el  rayo  de  la  luz  febea, 

Y  en  delicados  mágicos  colores 

El  fruto  asoma  al  espirar  las  llores. 

Sobre  los  montes  que  cercando  toca 
La  niebla  tiende  su  bordado  encaje  ; 
Desde  el  peñón  de  la  desierta  roca 
Lánzase  audaz  el  águila  salvaje  ; 
El  seco  vientecillo  que  sofoca 
Cubre  de  polvo  el  pálido  follaje  ; 

Y  por  el  monte  y  por  la  vega  umbría 
Crece  el  calor  y  se  derrama  el  día. 

Y  en  el  árido  ambiente  se  dilata 
La  esencia  de  la  flor  de  Jos  tomillos, 

Y  lento  el  río  su  raudal  desata 
Entre  mimbres  y  juncos  amarillos  ; 

Y  si  al  cubrir  sus  círculos  de  plata 
Con  sus  plumeros  blandos  y  sencillos 
La  caña  dócil  la  corriente  roza, 
Trémula  el  agua  de  placer  solloza, 

Del  valle  en  tanto  en  la  pendiente  orilla 
Manso  cordero  del  calor  sosiega  ; 
Se  oyen  los  cantos  de  la  alegre  trilla  ; 
Suenan  los  ecos  de  la  tarda  siega  ; 
Ardiente  el  sol  en  el  espacio  brilla  ; 
El  cielo  azul  su  majestad  despliega, 
306 


DON  JOSÉ    SELGAS 

Y  duermen  á  la  sombra  los  pastores, 

Y  se  abrasan  de  sed  los  segadores. 
Presta  sombra  á  la  rústica  majada 

La  noble  encina  que  á  la  edad  resiste  ; 
En  su  copa  de  fruto  coronada 
La  vid  de  verde  majestad  se  viste  ; 
A  su  pié  la  doncella  enamorada 
Canta  de  amor,  pero  su  canto  es  triste, 
Que,  en  el  profundo  afán  que  la  devora, 
Amores  canta  porque  celos  llora. 

Y  el  eco  de  su  voz,  dulce  al  oído 
Más  que  el  tierno  arrullar  de  la  paloma, 
Por  el  monte  y  el  valle  repetido, 
Tristes,  confusas  vibraciones  toma  ; 

Y  en  las  ondas  del  aire  suspendido 

Se  escapa  al  fin  por  la  quebrada  loma, 

Y  sin  que  el  aura  devolverlo  pueda 
Todo  en  reposo  y  en  silencio  queda. 

Mudas  están  las  fuentes  y  las  aves  ; 
No  circula  ni  un  átomo  de  viento  ; 
Cortadas  por  el  sol  lentas  y  graves 
Caen  las  hojos  del  árbol  macilento  ; 
Tenue  vapor  en  ráfagas  suaves 
Se  levanta  con  fácil  movimiento, 

Y  mezclando  en  la  luz  su  sombra  extraña, 
Va  formando  la  nube  en  la  montaña. 

Hinchada,  al  fin,  soberbia,  se  desprende 
Del  horizonte  azul  la  nube  densa, 

Y  el  fuego  del  relámpago  la  enciende, 

Y  gira  por  la  atmósfera  suspensa  ? 

Y  ya  sus  flancos  inilamados  tiende, 
Ya  el  vapor  de  su  seno  se  condensa, 

Y  soltando  el  granizo  en  lluvia  escasa 

307 


DON  JOSÉ   SELGAS 

La  rompe  el  trueno,  y  se  divide  y  pasa. 

Y  el  sol  que  se  reclina  en  Occidente 
De  su  encendido  manto  se  despoja, 

Y  en  los  blancos  celajes  del  Oriente 
Se  pierde  el  rayo  de  su  lumbre  roja. 
Brilla  la  gota  de  agua  trasparente 
Detenida  en  el  polvo  de  la  hoja, 

Y  tendiendo  el  crepúsculo  su  planta 
Del  fondo  de  los  valles  se  levanta. 

Como  el  ensueño  dulce  y  regalado 
Que  en  la  fiebre  de  amor  templa  el  desvelo, 
Vertiendo  en  nuestro  espíritu  agitado 
La  misteriosa  esencia  del  consuelo ; 
Así  por  el  ambiente  reposado 
De  estrellas  y  vapor  bordando  el  cielo, 
Breves  y  llenas  de  feraz  rocío 
Cruzan  las  noches  del  ardiente  Estío. 

Y  en  tristes  ecos  el  silencio  crece, 

Y  en  tibio  resplandor  la  sombra  vaga  ; 
La  luz  de  las  estrellas  se  estremece 

Y  en  el  limpio  raudal  brilla  y  se  apaga  ; 
Naturaleza  entera  se  adormece 

En  el  hondo  placer  que  la  embriaga, 

Y  lleva  al  aura  en  vacilantes  giros 
Besos,  sombras,  perfumes  y  suspiros. 

Más  puro  que  la  tímida  esperanza 
Que  sueña  el  alma  en  el  amor  primero, 
Su  rayo  débil  desde  Oriente  lanza, 
Sol  de  la  noche,  virginal  lucero  ; 
Triste  y  sereno  por  el  cielo  avanza 
De  la  candida  luna  mensajero, 
Por  ella  viene,  y  suspirando  ella, 
Sigúele  en  pos  enamorada  y  bella. 
308 


DON  JOSÉ    SELGAS 

Cuantos  guardáis  la  tímida  inocencia 
Que  á  la  esperanza  y  al  amor  convida ; 
Los  que  en  el  alma  la  impalpable  esencia 
De  su  primer  amor  lloráis  perdida  ; 
Cuantos  con  dolorosa  indiferencia 
Vais  apurando  el  cáliz  de  la  vida  ; 
Todos  llegad,  y  bajo  el  bosque  umbrío 
Sentid  las  noches  del  ardiente  Estío. 

Las  del  tirano  amor,  desengañadas, 
Pálidas  y  dulcísimas  doncella:?, 
Vosotras  que  lloráis  desconsoladas 
Sólo  el  delito  de  nacer  tan  bellas  ; 
Mirad  entre  las  nubes  sosegadas 
Como  cruzan  el  cielo  las  estrellas  ; 
Que  no  hay  duda,  ni  afán,  ni  desconsuelo 
Que  no  se  calme  contemplando  el  cielo.  , 
Y  tu,  tierna  á  mi  voz,  blanca  hermosura, 

Fuente  de  virginal  melancolía, 
Más  hermosa  á  mis  ojos  y  más  pura 

Que  el  rayo  azul  con  que  despunta  el  día  ; 

Corazón  abrasado  de  ternura, 

Espíritu  de  amor  y  de  armonía, 

Ven  y  derrama  en  el  tranquilo  viento 

El  ámbar  delicado  de  tu  aliento. 
La  dulce  vaguedad  que  me  enajena 

Aumenta  la  inquietud  de  mi  deseo ; 

Tu  voz  perdida  en  el  ambiente  suena  ; 

Donde  mis  ojos  van  tu  sombra  veo  ; 

De  amor  y  afán  mi  corazón  se  llena, 

Porque  en  tu  amor  y  en  mi  esperanza  creo  ; 

Y  así  suspende  el  sentimiento  mío 

La  tibia  noche  del  ardiente  Estío. 
Noche  serena  y  misteriosa,  en  donde 

309 


DON  JOSÉ    SELGAS 

Dormido  vaga  el  pensamiento  humano, 
Todo  á  los  ecos  de  tu  voz  responde, 
La  mar,  el  monte,  la  espesura,  el  llano  ; 
Acaso  Dios  entre  tu  sombra  esconde 
La  impenetrable  luz  de  algún  arcano; 
Tal  vez  cubierta  de  tu  inmenso  velo 
Se  confunde  la  tierra  con  el  cielo. 


DON   VENTURA   RUIZ   AGUILERA 
92.  Epístola 

\A  Don  Damián  Menendcx   Rayón  y  Don  Francisco  Giner 
de  los  Kios} 

NO  arrojará  cobarde  el  limpio  acero 
mientras  oiga  el  clarín  de  la  pelea, 
soldado  que  su  honor  conserve  entero  ; 

ni  del  piloto  el  ánimo  flaquea 
porque  rayos  alumbren  su  camino 
y  el  golfo  inmenso  alborotarse  vea. 

¡  Siempre  luchar  !...del  hombre  es  el  destino  ; 
y  al  que  impávido  lucha,  con  fé  ardiente, 
le  da  la  gloria  su  laurel  divino. 

Por  sosiego  suspira  eternamente  ; 
pero  ¿  dónde  se  oculta,  dónde  mana 
de  esta  sed  inmortal  la  ansiada  fuente?... 

En  el  profundo  valle,  que  se  afana 
cuando  del  año  la  estación  florida 
lo  viste  de  verdura  y  luz  temprana  ; 

en  las  cumbres  salvajes,  donde  anida 
el  águila  que  pone  junto  al  cielo 

310 


DON   VENTURA   RUIZ    AGUILERA 

su  mansión  de  huracanes  combatida, 

el  límite  no  encuentra  de  su  anhelo  ; 
ni  porque  esclava  suya  haga  la  suerte, 
tras  íntima  inquietud  y  estéril  duelo. 

Aquel  sólo  el  varón  dichoso  y  fuerte 
será,  que  viva  en  paz  con  su  conciencia 
hasta  el  sueño  apacible  de  la  muerte. 

¿  Qué  sirve  el  esplendor,  qué  la  opulencia, 
la  oscuridad,  ni  holgada  medianía, 
si  á  sufrir  el  delito  nos  sentencia  ? 

Choza  del  campesino,  humilde  y  fría, 
alcázar  de  los  reyes,  corpulento, 
cuya  altitud  al  monte  desafía, 

bien  sé  yo  que,  invisible  como  el  viento, 
huésped  que  el  alma  hiela,  se  ha  sentado 
de  vuestro  hogar  al  pié  el  remordimiento. 

;  Qué  fué  del  corso  altivo,  no  domado 
hasra  asomar  de  España  en  las  fronteras 
cual  cometa  del  cielo  desgajado  r 

El  poder  que  le  dieron  sus  banderas 
con  asombro  y  terror  de  las  naciones 
¿colmó  sus  esperanzas  lisonjeras?... 

Cayó  ;  y  entre  los  bárbaros  peñones 
de  su  destierro,  en  las  nocturnas  horas 
le  acosaron  fatídicas  visiones  ; 

y  diéronle  tristeza  las  auroras, 
y  en  el  manso  murmullo  de  la  brisa 
voces  oyó  gemir  acusadoras. 

Más  conforme  recibe  y  más  sumisa 
la  voluntad  de  Dios,  el  alma  bella 
que  abrojos  siempre  lacerada  pisa. 

Franci&to,  así  pasar  vimos  aquella 
que  te  arrulló  en  sus  brazos  maternales, 

3" 


DON   VENTURA   RUIZ   AGUILERA 

y  hoy,  vestida  de  luz,  los  astros  huella : 

que  al  tocar  del  sepulcro  los  umbrales, 
bañó  su  dulce  faz  con  dulce  rayo 
la  alborada  de  goces  inmortales. 

Y  así,  Damián,  en  el  risueño  mayo 
de  una  vida  sin  mancha,  como  arbusto 
que  el  aquilón  derriba  en  el  Moncayo, 

pasó  también  tu  hermano,  y  la  del  justo 
severa  majestad  brilló  en  su  frente, 
de  un  alma  religiosa  templo  augusto. 

Huya  de  las  ciudades  el  que  intente 
esquivar  la  batalla  de  la  vida 
y  en  el  ocio  perderla  muellemente : 

que  á  la  virtud  el  riesgo  no  intimida  ; 
cuando  náufragos  hay,  los  ojos  cierra 
y  se  lanza  á  la  mar  embravecida. 

Avaro  miserable  es  el  que  encierra 
la  fecunda  semilla  en  el  granero, 
cuando  larga  escasez  llora  la  tierra. 

Compadecer  la  desventura  quiero 
del  que,  por  no  mirar  la  abierta  llaga, 
de  su  limosna  priva  al  pordiosero. 

Ebrio,  y  alegre,  y  victorioso  vaga 
el  vicio  por  el  mundo  cortesano  : 
su  canto  de  sirena  ¿  á  quién  no  embriaga  ? 

Los  que  dones  reciben  de  su  mano 
himnos  alzan  de  júbilo,  y  de  flores 
rinden  tributo  en  el  altar  profano. 

En  tanto,  de  la  fiesta  á  los  rumores, 
criaturas  sin  fin,  herido  el  seno, 
responden  con  el   ¡  ay  !   de  sus  dolores. 

Mas  el  hombre  de  espíritu  sereno 
y  de  conciencia  inquebrantable  (roca 
31a 


DON   VENTURA    RUIZ   AGUILERA 

donde  se  estrella,  sin  mancharla,  el  cieno) 

la  horrible  sien  del  ídolo  destoca, 
y  con  acento  de  anatema  inflama 
tal  vez  en  noble  ardor  la  turba  loca. 

Ginete  de  esperiencia  y  limpia  fama, 
armado  va  de  freno  y  dura  espuela 
donde  una  voz  en  abandono  clama  ; 

de  heroica  pasión  en  alas  vuela, 
y  en  ella  clava  el  acicate  agudo 
por  acudir  al  mal  que  le  desvela. 

Si  un  instante  el  error  cegarle  pudo, 
los  engañosos  ímpetus  reprime, 
y  es  su  propia  razón  freno  y  escudo. 

Sin  tregua  combatir  por  el  que  gime  ; 
defender  la  justicia  y  verdad  santa, 
llena  la  mente  de  ideal  sublime  ; 

caminar  hacia  el  bien  con  firme  planta, 
á  la  edad  consolando  que  agoniza, 
apóstol  de  otra  edad  que  se  adelanta, 

es  empresa  que  al  vulgo  escandaliza  ; 
por  loco  siempre  ó  necio  fué  tenido 
quien  lanzas  en  su  pro  rompe  en  la  liza. 

Si  á  tierna  compasión  alguien  movido 
vio  al  generoso  hidalgo  de  Cervantes, 
¡  cuántos,  con  risa,  viéronle  caído  ! 

Acomete  á  quiméricos  gigantes, 
de  sus  delirios  prodigiosa  hechura, 
y  es  de  niños  escarnio  y  de  ignorantes. 

Mas  él,  dándoles  cuerpo,  se  figura 
limpiar  de  monstruos  la  afligida  tierra, 
y  llanto  arranca  al  bueno  su  locura. 

Así  debe  sufrir,  en  cruda  guerra, 
(sin  vergonzoso  pacto  ni  sosiego) 

313 


DON   VENTURA   RUIZ   AGUILERA 

contra  el  mal,  que  á  los  débiles  aterra, 

el  que  abrasado  en  el  celeste  fuego 
de  inagotable  caridad,  no  atiende 
sólo  de  su  interés  el  torpe  ruego. 

Árbol  de  seco  erial,  las  ramas  tiende 
al  que  rendido  llega  de  fatiga, 
y  del  sol,  cariñoso,  le  defiende. 

El  sabe  que  sus  frutos  no  prodiga 
heredad  que  se  deja  sin  cultivo  ; 
sabe  que  del  sudor  brota  la  espiga, 

como  de  agua  sonoro  randal  vivo, 
si  del  trabajo  el  útil  instrumento 
hiende  la  roca  en  que  durmió  cautivo. 

¡  Oh  del  bosque  anhelado  apartamiento, 
cuyos  olmos  son  arpas  melodiosas 
cuando  sacude  su  follaje  el  viento  ! 

¡  Oh  fresco  valle,  donde  crecen  rosas 
de  perfumado  cáliz,  y  azucenas, 
que  liban  las  abejas  codiciosas  ! 

¡  Oh  soledades  de  armonías  llenas  ! 
en  vano  me  brindáis  ocio  y  amores, 
mientras  haya  un  esclavo  entre  cadenas. 

Que  aún  pide  con  sacrilegos  rumores 
ver  libre  á  Barrabás  la  muchedumbre 
y  alzados  en  la  Cruz  los  redentores. 

Que  del  sombrío  Gólgota  en  la  cumbre, 
regada  con  la  sangre  del  Cordero 
sublime  en  humildad  y  mansedumbre, 

mártires   ¡  ay  !    aún  suben  al  madero 
que  ha  de  ser,  convertido  en  árbol  santo, 
patria  y  hogar  del  universo  entero. 

Padecer  es  vivir  ;   riego  es  el  llanto 
á  quien  la  flor  del  alma,  con  su  esencia 


DON   VENTURA   RUIZ   AGUILERA 

debe  perpetuo  y  virginal  encanto. 

Amigos,  bendecid  la  Providencia 
si  mandare  á  la  vuestra  ese  rocío* 
y  nieguen  los  malvados  su  clemencia. 

j  Qué  alegre  y  qué  gentil  llega  el  navio 
al  puerto  salvador,  cuando  aún  le  azota 
con  fiera  saña  el  huracán  bravio  ! 

Así  el  justo  halla  al  fin  de  su  derrota 
por  el  mar  de  la  vida  proceloso, 
del  claro  cielo  en  la  extensión  remota 
puerto  seguro  y  eternal  reposo. 


DON   GASPAR   NUÑEZ   DE    ARCE 
93.  Estrofas 


LA  generosa  musa  de  Quevedo 
desbordóse  una  vez  como  un  torrente 
y  exclamó  llena  de  viril  denuedo : 
«No  he  de  callar,  por  más  que  con  el  dedo, 
ya  tocando  los  labios,  ^a  la  frente, 
silencio  avises  ó  amenaces  miedo.» 

11 
Y  al  estampar  sobre  la  herida  abierta 
el  hierro  de  su  cólera  encendido, 
tembló  la  concusión  que  siempre  alerta, 
incansable  y  voraz,  labra  su  nido, 
como  gusano  ruin  en  carne  muerta, 
en  todo  Estado  exanime  y  podrido. 

315 


DON   GASPAR   NUÑEZ   DE   ARCE 

ni 
Arranque  de  dolor,  de  ese  profundo 
dolor  que  se  concentra  en  el  misterio 
y  huye  amargado  del  rumor  del  mundo, 
fué  su  sangrienta  sátira,  cauterio 
que  aplicó  sollozando  al  patrio  imperio, 
mísero,  gangrenado  y  moribundo. 

IV 

¡  Ah  !   si  hoy  pudiera  resonar  la  lira 
que  con  Quevedo  descendió  á  la  tumba, 
en  medio  de  esta  universal  mentira, 
de  este  viento  de  escándalo  que  zumba, 
de  este  fétido  hedor  que  se  respira, 
de  esta  España  moral  que  se  derrumba ; 


De  la  viva  y  creciente  incertidumbre 
que  en  lucha  estéril  nuestra  fuerza  agota  ; 
del  huracán  de  sangre  que  alborota 
el  mar  de  la  revuelta  muchedumbre  ; 
de  la  insaciable  y  honda  podredumbre 
que  el  rostro  y  la  conciencia  nos  azota  ; 


De  este  horror,  de  este  ciego  desvarío 
que  cubre  nuestras  almas  con  un  velo, 
como  el  sepulcro,  impenetrable  y  frío  ; 
de  este  insensato  pensamiento  impío 
que  destituye  á  Dios,  despuebla  el  cielo 
y  precipita  el  mundo  en  el  vacío  ; 
316 


DON   GASPAR   NÚÑEZ    DE   ARCE 

VII 

Si  en  medio  de  esta  borrascosa  orgía 
que  infunde  repugnancia  al  par  que  aterra, 
esa  lira  estallara  ¿  qué  sería  ? 
Grito  de  indignación,  canto  de  guerra, 
que  en  las  entrañas  mismas  de  la  tierra 
la  muerta  humanidad  conmovería. 


VIII 

Mas  ¿  porque  el  gran  satírico  no  aliente 
ha  de  haber  quien  contemple  y  autorice 
tanta  degradación,  indiferente  ? 
«¿  No  ha  de  haber  un  espíritu  valiente  ? 
¿  Siempre  se  ha  de  sentir  lo  que  se  dice  ? 
¿  Nunca  se  ha  de  decir  lo  que  se  siente  ?» 


IX 

¡  Cuántos  sueños  de  gloria  evaporados 
como  las  leves  gotas  de  rocío 
que  apenas  mojan  los  sedientos  prados  ! 
¡  Cuánta  ilusión  perdida  en  el  vacío, 
y  cuántos  corazones  anegados 
en  la  amaroa  corriente  del  hastío  ! 


No  es  la  revolución  raudal  de  plata 
que  fertiliza  la  extendida  vega : 
es  sorda  inundación  que  se  desata. 
No  es  viva  luz  que  se  difunde  grata, 
sino  confuso  resplandor  que  ciega 
y  tormentoso  vértigo  que  mata. 


3i7 


DON   GASPAR   NÚÑEZ   DE    ARCE 


Al  menos  en  el  siglo  desdichado 
que  aquel  ilustre  y  vigoroso  vate 
con  el  rayo  marcó  de  su  censura, 
podía  el  corazón  atribulado 
salir  ileso  del  mortal  combate 
en  alas  de  la  fé  radiante  y  pura. 


Y  apartando  la  vista  de  aquel  cieno 
social,  de  aquellos  fétidos  despojos, 
de  aquel  lúbrico  y  torpe  desenfreno, 
fijar  llorando  los  ardientes  ojos 
en  ese  cielo  azul,  limpio  y  sereno, 
de  santa  paz  y  de  esperanza  lleno. 


Pero  hoy  ¿  dónde  mirar  ?     Un  golpe  mismo 
hiere  al  César  y  á  Dios.      Sorda  carcoma 
prepara  el  misterioso  cataclismo, 
y  como  en  tiempo  de  la  antigua  Roma, 
todo  cruje,  vacila  y  se  desploma 
en  el  cielo,  en  la  tierra,  en  el  abismo. 


XIV 

Perdida  en  tanta  soledad  la  calma, 
de  noche  eterna  el  corazón  cubierto, 
la  gloría  muda,  desolada  el  alma, 
en  este  pavoroso  desconcierto 
se  eleva  la  Razón,  como  la  palma 
que  crece  triste  y  sola  en  el  desierto. 
318 


DON   GASPAR   NÚÑEZ   DE   ARCE 


¡  Triste  y  sola,  es  verdad  !   ¿  Dónde  hay  miseria 
mayor  ?   ¿  Dónde  más  rudo  desconsuelo  ? 
¿  De  que  la  sirve  desgarrar  el  velo 
que  envuelve  y  cubre  la  vivaz  materia, 
y  con  profundo,  inextinguible  anhelo 
sondar  la  tierra,  escudriñar  el  cielo ; 

XVI 

Entregarse  á  merced  del  torbellino 
v  en  la  duda  incesante  que  la  aqueja 
el  secreto  inquirir  de  su  destino, 
si  á  cada  paso  que  adelanta  deja 
su  té  inmortal,  como  el  vellón  la  oveja, 
enredada  en  las  zarzas  del  camino  ? 


¿  Si  á  su  culpada  humillación  se  adhiere 
con  la  constancia  infame  del  beodo, 
que  goza  en  su  abyección,  y  en  ella  muere  ? 
¿  Si  ciega,  y  torpe,  y  degradada  en  todo, 
desconoce  su  origen,  y  preiiere 
á  descender  de  Dios,  surgir  del  lodo  ? 

XVIII 

¡  Libertad,  libertad  !      No  eres  aquella 
virgen,  de  blanca  túnica  ceñida, 
que  vi  en  mis  sueños  pudibunda  y  bella. 
Ño  eres,  no,  la  deidad  esclarecida 
que  alumbra  con  su  luz,  como  una  estrella, 
los  oscuros  abismos  de  la  vida. 

319 


DON   GASPAR   NUÑEZ   DE   ARCE 


No  eres  la  fuente  de  perenne  gloria 
que  dignifica  el  corazón  humano 
y  engrandece  esta  vida  transitoria. 
No  el  ángel  vengador  que  con  su  mano 
imprime  en  Jas  espaldas  del  tirano 
el  hierro  enrojecido  de  la  historia. 


No  eres  la  vaga  aparición  que  sigo 
con  hondo  afán  desde  mi  edad  primera, 
sin  alcanzarla  nunca... Mas  ,:  qué  digo  ? 
No  eres  la  libertad,  disfraces  fuera, 
¡  licencia  desgreñada,  vil  ramera 
del  motín,  te  conozco  y  te  maldigo  ! 

XXI 

¡  Ah  !      No  es  extraño  que  sin  luz  ni  guía, 
los  humanos  instintos  se  desborden 
con  el  rugido  del  volcán  que  estalla, 
y  en  medio  del  tumulto  y  la  anarquía, 
como  corcel  indómito  el  desorden 
no  respete  ni  látigo  ni  valla. 


:  Quién  podrá  detenerle  en  su  carrera  ? 
:  Quién  templar  los  impulsos  de  la  fiera 
y  loca  multitud  enardecida, 
que  principia  á  dudar  y  ya  no  espera 
hallar  en  otra  luminosa  esfera, 
bálsamo  á  los  dolores  de  esta  vida  ? 
320 


DON   GASPAR   NUNEZ   DE   ARCE 


XXIII 


Como  Cristo  en  la  cúspide  del  monte, 
rotas  ya  sus  mortales  ligaduras, 
mira  doquier  con  ojos  espantados, 
por  toda  la  extensión  del  horizonte 
dilatarse  á  sus  pies  vastas  llanuras, 
ricas  ciudades,  fértiles  collados 


Y  excitando  su  afán  calenturiento 
tanta  grandeza  y  tanto  poderío, 
de  la  codicia  el  persuasivo  acento 
grítale  audaz  : — ¡  El  cielo  está  vacío  ! 
¿  A  quién  temer  ? — Y  ronca  y  sin  aliento 
la  muchedumbre  grita  : — ¡  Todo  es  mío  ! — 


Y  en  el  tumulto  su  puñal  afila, 
y  la  enconada  cólera  que  encierra 
enturbia  y  enardece  su  pupila, 
y  ensordeciendo  el  aire  en  son  de  guerra 
hace  temblar  bajo  sus  pies  la  tierra, 
como  las  hordas  bárbaras  de  Atila. 

xxvi 

No  esperéis  que  esa  turba  alborotada 
infunda  nueva  sangre  generosa 
en  las  venas  de  Europa  desmayada  ; 
ni  que  termine  su  fatal  jornada, 
sobre  el  ara  desierta  y  polvorosa 
otro  Dios  levantando  con  su  espada. 
S22  3ai 


DON   GASPAR   NÚÑEZ   DE    ARCE 


No  esperéis,  no,  que  la  confusa  plebe, 
como  santo  depósito  en  su  pecho 
nobles  instintos  y  virtudes  lleve. 
Hallará  el  mundo  á  su  codicia  estrecho, 
que  es  la  fuerza,  es  el  número,  es  el  hecho 
brutal   ¡  es  la  materia  que  se  mueve  ! 

XXVIII 

Y  buscará  la  libertad  en  vano ; 
que  no  arraiga  en  los  crímenes  la  idea, 
ni  entre  las  olas  fructifica  el  grano. 
Su  castigo  en  sus  iras  centellea 
pronto  á  estallar ;  que  el  rayo  y  el  tirano 
hermanos  son.      ¡  La  tempestad  los  crea  ! 


p¿.  Tristezas 

CUANDO  recuerdo  la  piedad  sincera 
con  que  en  mi  edad  primera 
entraba  en  nuestras  viejas  catedrales, 
donde  postrado  ante  la  cruz  de  hinojos 

alzaba  á  Dios  mis  ojos, 
soñando  en  las  venturas  celestiales  ; 

Hoy  que  mi  frente  atónito  golpeo, 
y  con  febril  deseo 
busco  los  restos  de  mi  fé  perdida, 
por  hallarla  otra  vez,  radiante  y  bella 
como  en  la  edad  aquella, 
j  desgraciado  de  mí !   diera  la  vida. 

332 


DON   GASPAR   NUÑEZ    DE   ARCE 

¡  Con  qué  profundo  amor,  niño  inocente, 
prosternaba  mi  frente 

en  las  losas  del  templo  sacrosanto  ! 

Llenábase  mi  joven  í  amasia 

de  luz,  de  poesía, 

de  mudo  asombro,  de  terrible  espanto. 

Aquellas  altas  bóvejjas  que  al  cielo 
levantaban  mi  anhelo  ; 

aquella  majestad  solemne  y  grave  ; 

aquel  pausado  canto,  parecido 

á  un  doliente  gemido, 

que  retumbaba  en  la  espaciosa  nave  ; 

Las  marmóreas  y  austeras  esculturas 
de  antiguas  sepulturas, 
aspiración  del  arte  á  lo  infinito  ; 
la  luz  que  por  los  vidrios  de  colores 
sus  tibios  resplandores 
quebraba  en  los  pilares  de  granito  ; 

Haces  de  donde  en  curva  fugitiva, 

para  formar  la  ojiva, 
cada  ramal  subiendo  se  separa, 
cual  del  rumor  de  multitud  que  ruega, 

cuando  á  los  cielos  llega, 
•urge  cada  oración  distinta  y  clara  ; 

En  el  gótico  altar  inmoble  y  fijo 

el  santo  crucifijo, 
que  extiende  sin  vigor  sus  brazos  yertos, 
siempre  en  la  sorda  lucha  de  la  vida, 

tan  áspera  y  reñida, 
para  el  dolor  y  la  humildad  abiertos  ; 

323 


DON  GASPAR  NUÑEZ  DE  ARCE 

El  místico  clamor  de  la  campana 

que  sobre  el  alma  humana 
de  las  caladas  torres  se  despeña, 
y  anuncia  y  lleva  en  sus  aladas  notas 

mil  promesas  ignotas 
al  triste  corazón  que  sufre  ó  sueña  ; 

Todo  elevaba  mi  animo  mi  ánimo  intranquilo 

á  más  sereno  asilo  : 
religión,  arte,  soledad,  misterio... 
todo  en  el  templo  secular  hacía 

vibrar  el  alma  mía, 
como  vibran  las  cuerdas  de  un  salterio. 

Y  á  esta  voz  interior  que  sólo  entiende 
quien  crédulo  se  enciende 
en  fervoroso  y  celestial  cariño, 
envuelta  en  sus  flotantes  vestiduras 

volaba  á  las  alturas, 
virgen  sin  mancha,  mi  oración  de  niño. 

Su  rauda,  viva  y  luminosa  huella 
como  fugaz  centella 
traspasaba  el  espacio,  y  ante  el  puro 
resplandor  de  sus  alas  de  querube, 

rasgábase  la  nube 
que  me  ocultaba  el  inmortal  seguro. 

¡  Oh  anhelo  de  esta  vida  transitoria  ! 
¡  Oh  perdurable  gloria  ! 
¡  Oh  sed  inextinguible  del  deseo  ! 
j  Oh  cielo,  que  antes  para  mí  tenías 

fulgores  y  armonías, 
y  hoy  tan  oscuro  y  desolado  veo  ! 
324 


DON   GASPAR   NUÑEZ   DE   ARCE 

Ya  no  templas  mis  íntimos  pesares, 
ya  al  pié  de  tus  altares 

como  en  mis  años  de  candor  no  acudo. 

Para  llegar  á  tí  perdí  el  camino, 
y  errante  peregrino 

entre  tinieblas  desespero  y  dudo. 

Voy  espantado  sin  saber  por  dónde  ; 

grito,  y  nadie  responde 
á  mi  angustiada  voz  ;  alzo  los  ojos 
y  á  penetrar  la  lobreguez  no  alcanzo  ; 

medrosamente  avanzo, 
y  me  hieren  el  alma  los  abrojos. 

Hijo  del  siglo,  en  vano  me  resisto 

á  su  impiedad,  ¡  oh  Cristo  ! 
Su  grandeza  satánica  me  oprime.  , 

Siglo  de  maravillas  y  de  asombros, 

levanta  sobre  escombros 
un  Dios  sin  esperanza,  un  Dios  que  gime. 

¡  Y  ese  Dios  no  eres  tú  !      No  tu  serena 
faz,  de  consuelos  llena, 

alumbra  y  guía  nuestro  incierto  paso. 

Es  otro  Dios  incógnito  y  sombrío  : 
su  cielo  es  el  vacío, 

Sacerdote  el  error,  ley  el  Acaso. 

j  Ay  !      No  recuerda  el  ánimo  suspenso 
un  siglo  más  inmenso, 

más  rebelde  á  tu  voz,  más  atrevido  ; 

entre  nubes  de  fuego  alza  su  frente, 
como  Luzbel,  potente  ; 

pero  también,  como  Luzbel,  caido. 

3*5 


DON   GASPAR   NUÑEZ   DE   ARCE 

A  medida  que  marcha  y  que  investiga 
es  mayor  su  fatiga, 
es  su  noche  más  honda  y  más  oscura, 
y  pasma,  al  ver  lo  que  padece  y  sabe, 

cómo  en  su  seno  cabe 
tanta  grandeza  y  tanta  desventura. 

Como  la  nave  sin  timón  y  rota 

que  el  ronco  mar  azota, 
incendia  el  rayo  y  la  borrasca  mece 
en  piélago  ignorado  y  proceloso, 

nuestro  siglo — coloso 
con  la  luz  que  le  abrasa,  resplandece. 

¡  Y  está  la  playa  mística  tan  lejos  !... 

á  los  tristes  reflejos 
del  sol  poniente  se  colora  y  brilla. 
El  huracán  arrecia,  el  bajel  arde, 

y  es  tarde,  es   ¡  ay  !    muy  tarde 
para  alcanzar  la  sosegada  orilla. 

¿  Qué  es  la  ciencia  sin  fé  ?     Corcel  sin  freno, 

á  todo  yugo  ajeno, 
que  al  impulso  del  vértigo  se  entrega, 
y  á  través  de  intrincadas  espesuras, 

desbocado  y  á  oscuras 
avanza  sin  cesar  y  nunca  llega. 

¡  Llegar !  ,;  Adonde  P...E1  pensamiento  humano 
en  vano  lucha,  en  vano 
su  ley  oculta  y  misteriosa  infringe. 
En  la  lumbre  del  sol  sus  alas  quema, 
y  no  aclara  el  problema, 
ni  penetra  el  enigma  de  la  Esfinge. 
326 


DON  GASPAR  NUÑEZ  DE  ARCE 

¡  Sálvanos,  Cristo,  sálvanos,  si  es  cierto 
que  tu  poder  no  ha  muerto  ! 
Salva  á  esta  sociedad  desventurada, 
que  bajo  el  peso  de  su  orgullo  mismo 
rueda  al  profundo  abismo 
acaso  más  enferma  que  culpada. 

La  ciencia  audaz,  cuando  de  tí  se  aleja, 
en  nuestras  almas  deja 

el  germen  de  recónditos  dolores. 

como  al  tender  el  vuelo  hacia  la  altura, 
deja  su  larva  impura 

el  insecto  en  el  cáliz  de  las  flores. 

Si  en  esta  confusión  honda  y  sombría 

es,  Señor,  todavía 
raudal  de  vida  tu  palabra  santa, 
di  á  nuestra  fé  desalentada  y  yerta : 

—  j  Anímate  y  despierta  ! 
Como  dijiste  á  Lázaro  : — ¡  Levanta  !  — 


DON   GUSTAVO   A.   BÉCQUER 

95.  Rimas 

DEL  salón  en  el  ángulo  oscuro, 
De  su  dueño  tal  vez  olvidada, 
Silenciosa  y  cubierta  de  polvo 
Veíase  el  arpa. 

¡  Cuánta  nota  dormía  en  sus  cuerdas, 
Como  el  pájaro  duerme  en  las  ramas, 

327 


pó. 


DON    GUSTAVO   A.   BÉCQUER 

Esperando  la  mano  de  nieve 

Que  sabe  arrancarla ! 

¡  Ay  !   pensé  ;    ¡  cuántas  veces  el  genio 
Así  duerme  en  el  fondo  del  alma, 
Y  una  voz,  como  Lázaro,  espera 
Que  le  diga :    «  ¡  Levántate  y  anda  !  * 


CERRARON  sus  ojos 
Que  aun  tenia  abiertos  ; 
Taparon  su  cara 
Con  un  blanco  lienzo  ; 

Y  unos  sollozando, 
Otros  en  silencio, 
De  la  triste  alcoba 
Todos  se  salieron. 

La  luz,  que  en  un  vaso 
Ardia  en  el  suelo, 
Al  muro  arrojaba 
La  sombra  del  lecho  ; 

Y  entre  aquella  sombra 
Veíase  á  intervalos 
Dibujarse  rígida 

La  forma  del  cuerpo. 

Despertaba  el  día 

Y  á  su  albor  primero 
Con  sus  mil  ruidos 
Despertaba  el  pueblo. 
Ante  aquel  contraste 

328 


DON   GUSTAVO   A.   BÉCQUER 

De  vida  y  misterios, 
De  luz  y  tinieblas, 
Medité  un  momento : 
«  /  Dios  mió,  qué  solos 
Se  quedan  ¡os  muertos  ! » 

De  la  casa  en  hombros 
Lleváronla  al  templo 

Y  en  una  capilla 
Dejaron  el  féretro. 
Allí  rodearon 

Sus  pálidos  restos 
De  amarillas  velas 

Y  de  paños  negros. 

Al  dar  de  las  ánimas 
El  toque  postrero,  , 

Acabó  una  vieja 
Sus  últimos  rezos ; 
Cruzó  la  ancha  nave, 
Las  puertas  gimieron, 

Y  el  santo  recinto 
Quedóse  desierto. 

De  un  reloj  se  oía 
Compasado  el  péndulo, 

Y  de  algunos  cirios 
El  chisporroteo. 
Tan  medroso  y  triste, 
Tan  oscuro  y  yerto 
Todo  se  encontraba... 
Que  pensé  un  momento : 
« /  Dios  mió,  qué  solos 

Se  quedan  los  muertos  /» 

329 


DON   GUSTAVO   A.   BÉCQUER 

De  la  alta  campana 
La  lengua  de  hierro, 
Le  dio,  volteando, 
Su  adiós  lastimero. 
El  luto  en  las  ropas, 
Amigos  y  deudos 
Cruzaron  en  fila, 
Formando  el  cortejo. 

Del  último  asilo, 
Oscuro  y  estrecho, 
Abrió  la  piqueta 
El  nicho  á  un  extremo. 
Allí  la  acostaron, 
Tapiáronle  luego, 
Y  con  un  saludo 
Despidióse  el  duelo. 

La  piqueta  al  hombro, 
El  sepulturero 
Cantando  entre  dientes 
Se  perdió  á  lo  lejos. 
La  noche  se  entraba, 
Reinaba  el  silencio  ; 
Perdido  en  las  sombras, 
Medité  un  momento : 
« /  Dios  m'tOy  qué  so/os 
Se  quedan  los  muertos  i » 

En  las  largas  noches 
Del  helado  invierno, 
Cuando  las  maderas 
Crujir  hace  el  viento 

33° 


DON   GUSTAVO   A.   BÉCQUER 

Y  azota  los  vidrios 
El  fuerte  aguacero, 
De  la  pobre  niña 
A  solas  me  acuerdo. 

Allí  cae  la  lluvia 
Con  un  son  eterno  ; 
Allí  la  combate 
El  soplo  del  cierzo. 
Del  húmedo  muro 
Tendida  en  el  hueco, 
Acaso  de  frió 
Se  hielan  sus  huesos  !... 


(  Vuelve  el  polvo  al  polvo  ? 
¿  Vuela  el  alma  al  cielo  ? 
¿  Todo  es  vil  materia, 
Podredumbre  y  cieno  ? 
¡  No  sé  ;  pero  hay  algo 
Que  explicar  no  puedo, 
Que  al  par  nos  infunde 
Repugnancia  y  miedo, 
Al  dejar  tan  tristes, 
Tan  solos  los  muertos  ! 


DON   VICENTE   W.    QUEROL 
9J .  Carta 

al  Sr.  D.  Pedro  A.  de  Alarcón,  acerca  de  ¡a  Poesía 

AMIGO,  cedo  al  fin.      Los  que  dispersos 
Entregue  al  aire  vano 

33i 


DON   VICENTE    W.    OUEROL 

En  mi  edad  juvenil  fútiles  versos, 

Hoy  con  piadosa  mano 

Recojo  y  cierro  en  el  modesto  libro, 

Que  al  triste  olvido  de  la  edad  entrego, 

O  al  duro  fallo  de  los  tiempos  libro. 

Lo  engendré  en  la  nocturna 

Fiebre  de  mis  pasiones  primerizas, 

Y  hoy  guardo  en  él,  como  en  sagrada  urna, 

Del  corazón  las  caudas  cenizas. 

En  él  están  mis  infantiles  sueños, 
El  laurel  disputado  en  arduas  lizas, 
De  la  osada  ambición  locos  empeños, 
La  fé  jurada,  la  esperanza  muerta, 
La  aspiración  incierta, 
Los  horizontes  del  amor  risueños  : 
Cuanto  amé  y  esperé.  Huecas  y  frías 
En  el  oído  extraño, 
Ageno  á  mi  placer,  sordo  á  mi  daño, 
Sonarán  siempre  las  canciones  mías  ; 
Pero,  al  volver  sus  páginas,  yo  encuentro 
Mi  gozo  entre  ellas  ó  mi  antigua  angustia, 
Cual  suele  hallarse  dentro 
De  un  olvidado  libro  una  flor  mustia. 


Yo  cobarde  no  oculto 
Mi  fé  en  tí,  desdeñada  Poesía, 
Ni  el  ciego  amor  y  el  fervoroso  culto 
Con  que  en  tus  aras  me  postré  algún  día  : 
No  reniego  de  tí  cuando  la  mofa, 
Cuando  el  villano  insulto 
Responden  sólo  á  tu  vibrante  estrofa : 

332 


DON   VICENTE   W.   QUEROL 

No  aparto  de  mi  labio 

De  tu  cáliz  de  hiél  las  negras  heces, 

Ni  te  abandono  al  miserable  agravio, 

Ó  á  las  burlas  soeces 

Del  vulgo,  indigno  de  tu  noble  estro  ; 

Y  cuando  ante  ei  siniestro 

Tribunal  vas  de  tus  inicuos  jueces, 

Yo,  discípulo  tuyo,  por  tres  veces 

No  nesaré  al  Maestro. 


¡  Santa  palabra  de  Jehová ! 

— Con  ella 
Moisés  cantó  el  enojo 
Con  que  borró  de  Faraón  la  huella 
En  sus  líquidos  antros  el  Mar-Rojo : 
Con  ella  sobre  Nínive,  sujeta 
Al  yugo  del  pecado,  y  sobre  Tiro, 

Y  en  la  ancha  plaza  de  Sidón  inquieta, 
Quejumbroso  suspiro 

Ó  eterna  maldición  lanzó  el  Profeta : 

Con  ella  junto  al  cauce 

Del  estranjero  río,  su  salterio 

Colgando  al  tronco  del  umbroso  sauce, 

Lloró  Judá  su  amargo  cautiverio  : 

Con  ella  dijo  su  doliente  cuita 

Job  á  la  inmunda  fiera  del  desierto ; 

Y  con  ella  la  hermosa  Sulamita 
Cantó  al  amor  en  su  cercado  huerto. 


¡  Numen  severo  de  la  historia 


333 


DON   VICENTE   W.    OUEROL 

—Vive 
Todo  lo  que  el  poeta 
Con  sabio  ritmo  sonoroso  escribe  ; 
Muere  lo  que  desdeña  ! — Allá,  en  la  vaga 
Muda  extensión  del  páramo  infinito, 
La  soberbia  pirámide  naufraga  : 
La  esfinge  de  granito 
Se  hunde  en  la  arena  movediza  :  el  verde 
Musgo  los  templos  de  Ática  sepulta : 
La  corva  reja  del  arado  muerde        £ 
Las  feraces  colinas 
Donde  su  oprobio  Babilonia  oculta  : 
El  rebaño  del  árabe  se  pierde 
Entre  las  vastas  ruinas 
Que  cubren  tus  llanuras,  oh  Cartago ; 
Mientras  que  en  las  vecinas 
Costas  de  Italia,  con  el  propio  estrago, 
Tu  egregia  vencedora, 
La  Reina  de  las  águilas  latinas, 
Sola,  entre  tumbas  profanadas  llora. 


Envuelta  en  el  sudario 
De  un  vergonzoso  olvido, 
Fuera  la  Tierra  el  miserable  osario 
De  las  humanas  razas,  si  el  gemido 
ó  el  cántico  de  gloria 
De  los  antiguos  vates, 
Eco  veraz  de  la  solemne  historia, 
No  nos  trajera  en  clamoroso  ruido 
Sus  fragorosas  ruinas  y  combates, 
Ayes  de  muerte  y  gritos  de  victoria. 
334 


I 


DON   VICENTE   W.    QUEROL 

De  un  siglo  al  otro  siglo  el  viento  lleva 
En  las  vibrantes  cuerdas  de  la  lira, 
La  predicción  de  la  esperanza  nueva 
Ó  el  triste  llanto  de  la  edad  que  expira, 

Y  como  en  la  callada 

Soledad  de  las  noches  de  astro  en  astro 

Vuela  el  pálido  rastro 

De  la  luz  increada, 

Así  el  vate,  en  la  oscura 

Noche  del  tiempo  que  el  pasado  esconde, 

Hiíbla  á  los  bardos  de  la  edad  futura, 

Y  Osian  los  cantos  de  Ilion  murmura 

Y  Dante  al  salmo  de  David  responde. 


¡  Hija  de  la  Belleza  ! 

— A  la  alborada 
De  blanca  luz  ceñida, 
A  la  aurora  de  púrpura  bañada, 

Y  en  la  tarde  apagada 

De  húmeda  niebla  y  de  vapor  vestida. 

Son  sus  joyas  las  perlas  del  rocío, 

Las  flores  son  sus  galas, 

Su  claro  espejo  el  trasparente  río, 

Los  céfiros  sus  alas. 

Las  rojas  nubes  sus  movibles  tiendas, 

Su  blanda  cuna  las  inciertas  olas, 

Y  el  ancho  espacio  las  etéreas  sendas 
Por  donde  marcha  á  solas. 

Gime  en  la  selva  que  estremece  el  viento, 
Triste  en  la  fuente  solitaria  llora, 
Canta  del  ave  en  el  alegre  acento, 

335 


DON   VICENTE   W    QUERO!. 

Ríe  en  la  luz  de  la  naciente  aurora ; 

Y  cuando  cruza  con  callado  vuelo 
La  tierra,  el  mar  ó  el  cielo, 
Todo  en  ritmo  sonoro 

Vibra  al  compás  del  cadencioso  metro, 

Y  en  luminoso  coro 
Van  las  estrellas  de  oro 

Rodando  en  torno  á  su  extendido  cetro. 


¡  Hija  del  sentimiento  ! 

— En  la  indecisa 

Vaguedad  del  espíritu :   en  la  calma 

De  la  conciencia  justa  : 

Del  débil  niño  en  la  infantil  sonrisa  ; 

En  los  deliquios  lánguidos  del  alma  ; 

Del  corazón  en  la  soberbia  augusta : 

En  la  ira  noble,  en  el  amor  materno, 

En  la  ansia  no  cumplida, 

En  los  hastíos  de  la  humana  vida 

Y  en  el  místico  amor  de  un  bien  eterno  : 
En  el  lóbrego  abismo, 

Cárcel  que  la  pasión  fiera  quebranta, 
En  el  grito  febril  del  heroismo, 

Y  en  la  oculta  virtud,  callada  y  santa, 
Como  en  el  crimen  mismo, 

Ella,  la  Poesía, 
Surge  y  cruza  sombría, 

Y  el  puñal  blande  ó  la  oración  murmura: 
Ciñe  á  la  virgen  los  nupciales  velos : 
Solloza  en  la  olvidada  sepultura, 

Y,  en  los  humanos  duelos, 
336 


DON   VICENTE    W.    QUEROL 

Con  la  tendida  diestra 

Á  toda  angustia  inconsolable  muestra 

La  eterna  luz  de  los  abiertos  cielos. 


Tal,  en  la  edad  confusa 
En  que  á  la  vida  el  corazón  despierta, 
Yo,  la  soñada  Musa 
Ví  en  el  dintel  de  la  cerrada  puerta, 
Que  mi  ambición  ilusa 
Juzgó  á  la  gloria  y  la  esperanza  abierta. 
No  entré... pero  en  mi  oído 
Sonó  el  grande  mido 
De  los  santos  acordes  celestiales  ; 

Y  aun  hoy,  en  este  olvido 

Y  en  esta  amiga  sombra, 

Donde  es  la  paz  un  díctamo  á  mis  males, 
Entre  el  silencio  escucho,  y  aun  me  asombra, 
El  rumor  de  los  himnos  inmortales. 


Tú,  que  has  unido  á  ellos, 
Oh  dulce  amigo,  tu  canción  sonora, 
Y  alumbrante  con  vividos  destellos 
Esta  noche  del  alma  abrumadora : 
Brioso  corazón  que  en  las  bastardas 
Horas  sin  fe  que  nos  legó  el  destino, 
Inmaculado  aun  guardas 
De  una  alta  estirpe  el  resplandor  divino, 
Abre  el  libro  y  no  temas, 
Al  revolver  las  hojas 
S  23  337 


DON   VICENTE   W.    QUEROL 

De  mis  pobres  poemas, 

Que  ose  en  ellos  cantar  glorias  supremas 

Ni  supremas  congojas. 

El  débil  numen  que  mi  verso  inspira 

Nunca  osó  ambicionar  más  noble  palma 

Que  traducir  fielmente  con  la  lira 

La  efusión  de  mi  alma. 


P&  En  Noche-Buena 

A  mis  ancianos  padres 


UN  año  más  en  el  hogar  paterno 
Celebramos  la  fiesta  del  Dios-niño, 
Símbolo  augusto  del  amor  eterno, 
Cuando  cubre  los  montes  el  invierno 
Con  su  manto  de  armiño. 


Como  en  el  día  de  la  fausta  boda 
Ó  en  el  que  el  santo  de  los  padres  llega, 
La  turba  alegre  de  los  niños  juega, 
Y  en  la  ancha  sala  la  familia  toda 
De  noche  se  congrega. 


La  roja  lumbre  de  los  troncos  bri! 
Del  pequeño  dormido  en  la  mejilla, 
338 


DON   VICENTE   W.    QUE  ROL 

Que  con  tímido  afán  su  madre  besa ; 

Y  se  refleja  alegre  en  la  vajilla 

De  la  dispuesta  mesa. 

IV 

Á  su  sobrino,  que  lo  escucha  atento, 
Mi  hermana  dice  el  pavoroso  cuento, 

Y  mi  otra  hermana  la  canción  modula 
Que,  ó  bien  surge  vibrante,  ó  bien  ondula 

Prolongada  en  el  viento. 


Mi  madre  tiende  las  rugosas  manos 
Al  nieto  que  huye  por  la  blanda  alfombra  ; 
Hablan  de  pié  mi  padre  y  mis  hermanos, 
Mientras  yo,  recatándome  en  la  sombra, 
Pienso  en  hondos  arcanos. 


Pienso  que  de  los  días  de  ventura 
Las  horas  van  apresurando  el  paso, 
Y  que  empaña  el  oriente  niebla  oscura, 
Cuando  aun  el  rayo  trémulo  fulgura 
Ultimo  del  ocaso. 


¡  Padres  míos,  mi  amor !    ¡  Cómo  envenena 
Las  breves  dichas  el  temor  del  daño ! 
Hoy  presidis  nuestra  modesta  cena, 
Pero  en  el  porvenir... yo  sé  que  un  año 
Vendrá  sin  Noche-Buena. 

339 


DON   VICENTE    W.    QUEROL 


Vendrá,  y  las  que  hoy  son  risas  y  alborozo 
Serán  muda  aflicción  y  hondo  sollozo. 
No  cantará  mi  hermana,  y  mi  sobrina 
No  escuchará  la  historia  peregrina 
Que  le  da  miedo  y  gozo. 

IX 

No  dará  nuestro  hogar  rojos  destellos 
Sobre  el  limpio  cristal  de  la  vajilla, 
Y,  si  alguien  osa  hablar,  será  de  aquellos 
Que  hoy  honran  nuestra  fiesta  tan  sencilla 
Con  sus  blancos  cabellos. 


Blancos  cabellos  cuya  amada  hebra 
Es  cual  corona  de  laurel  de  plata, 
Mejor  que  esas  coronas  que  celebra 
La  vil  lisonja,  la  ignorancia  acata, 
Y  el  infortunio  quiebra. 


¡  Padres  míos,  mi  amor !   Cuando  contemplo 
La  sublime  bondad  de  vuestro  rostro, 
Mi  alma  á  los  trances  de  la  vida  templo, 
Y  ante  esa  imagen  para  orar  me  postro, 
Cual  me  postro  en  el  templo. 


Cada  arruga  que  surca  ese  semblante 
Es  del  trabajo  la  profunda  huella, 

340 


DON   VICENTE   W.    QUEROL 

Ó  fué  un  dolor  de  vuestro  pecho  amante. 
La  historia  fiel  de  una  época  distante 
Puedo  leer  yo  en  ella. 


La  historia  de  los  tiempos  sin  ventura 
En  que  luchasteis  con  la  adversa  suerte, 
Y  en  que,  tras  negras  horas  de  amargura, 
Mi  madre  se  sintió  más  noble  y  pura 
Y  mi  padre  más  fuerte. 

xiv  %, 

Cuando  la  noche  toda  en  la  cansada 
Labor  tuvisteis  vuestros  ojos  fijos, 
Y,  al  venceros  el  sueño  á  la  alborada, 
Fuerzas  os  dio  posar  vuestra  mirada         ' 
En  los  dormidos  hijos. 


Las  lágrimas  correr  una  tras  una 
Con  noble  orgullo  por  mi  faz  yo  siento, 
Pensando  que  hayan  sido  por  fortuna, 
Esas  honradas  manos  mi  sustento 
Y  esos  brazos  mi  cuna. 

\YI 

¡  Padres  míos,  mi  amor  !   Mi  alma  quisiera 
Pagaros  hoy  la  que  en  mi  edad  primera 
Sufristeis  sin  gemir,  lenta  agonía, 
Y  que  cada  dolor  de  entonces  fuera 
Germen  de  una  alegría. 

34i 


DON   VICENTE   W.    QUEROL 


Entonces  vuestro  mal  curaba  el  gozo 
De  ver  al  hijo  convertirse  en  mozo, 
Mientras  que  al  verme  yo  en  vuestra  presencia 
Siento  mi  dicha  ahogada  en  el  sollozo 
De  una  temida  ausencia. 


Si  el  vigor  juvenil  volver  de  nuevo 
Pudiese  á  vuestra  edad, ;  por  qué  estas  penas 
Yo  os  daría  mi  sangre  de  mancebo, 
Tornando  así  con  ella  á  vuestras  venas 
Esta  vida  que  os  debo. 

XIX 

Que  de  tal  modo  la  aflicción  me  embarga 
Pensando  en  la  posible  despedida, 
Que  imagino  ha  de  ser  tarea  amarga 
Llevar  la  vida,  como  inútil  carga, 
Después  de  vuestra  vida. 


Ese  plazo  fatal,  sordo,  inflexible, 

Miro  acercarse  con  profundo  espanto, 

Y  en  dudas  grita  el  corazón  sensible  : 

— «Si  aplacar  al  destino  es  imposible, 

¿  Para  qué  amarnos  tanto  ? » 


Para  estar  juntos  en  la  vida  eterna 
Cuando  acabe  esta  vida  transitoria  : 
342 


DON   VICENTE    W.    QUEROL 

Si  Dios,  que  el  curso  universal  gobierna, 
Nos  devuelve  en  el  cielo  esta  unión  tierna, 
Yo  no  aspiro  a  más  gloria. 


Pero  en  tanto,  buen  Dios,  mi  mejor  palma 
Será  que  prolonguéis  la  dulce  calma 
Que  hoy  nuestro  hogar  en  su  recinto  encierra  : 
Para  marchar  yo  solo  por  ía  tierra 

No  hay  fuerzas  en  mi  alma. 


DON   FEDERICO    BALART 

pp.  Restitución 

ESTAS  pobres  canciones  que  te  consagro, 
En  mi  mente  han  nacido  por  un  milagro. 
Desnudas  de  las  galas  que  presta  el  arte¿ 
Mi  voluntad  en  ellas  no  tiene  parte  : 
Yo  no  sé  resistirlas  ni  suscitarlas ; 
Yo  ni  aun  sé  comprenderlas  al  formularlas  ; 
Y  es  en  mí  su  lamento,  sentido  y  grave, 
Natural  como  el  trino  que  lanza  el  ave. 
Santas  inspiraciones  que  tú  me  envías, 
Puedo  decir,  esposa,  que  no  son  mías : 
Pensamiento  y  palabra  de  tí  recibo  ; 
Tú  en  silencio  las  dictas  ;   yo  las  escribo. 


Desde  que  abandonaste  nuestra  morada, 
De  la  mortal  escoria  purificada, 


343 


DON   FEDERICO   BALART 

Transformado  está  el  fondo  del  alma  mía, 

Y  voces  oigo  en  ella  que  antes  no  oía. 
Todo  cuanto,  en  la  tierra  y  el  mar  y  el  viento, 
Tiene  matiz,  aroma,  forma  ó  acento, 

De  mi  ánimo  abatido  turba  la  calma 

Y  en  canción  se  convierte  dentro  del  alma. 

Y  es  que,  en  estas  tinieblas  donde  me  pierdo, 
Todo  está  confundido  con  tu  recuerdo : 

¡  Sin  él,  todo  es  silencio,  sombra  y  vacío 
En  la  tierra  y  el  viento  y  el  mar  bravio ! 


Revueltos  peñascales,  áspera  breña 
Donde  salta  el  torrente  de  peña  en  peña  ; 
Corrientes  bullidoras  del  claro  río  ; 
Religiosos  murmullos  del  bosque  umbrío ; 
Tórtola  que  en  sus  frondas  unes  tus  quejas 
Al  calmante  zumbido  de  las  abejas  ; 
Águila  que  levantas  el  corvo  vuelo 
Por  el  azul  espacio  que  cubre  el  cielo ; 
Golondrina  que  emigras  cuando  el  Octubre, 
Con  sus  pálidas  hojas  el  suelo  cubre, 
Y  al  amor  de  tu  nido  tornas  ligera 
Cuando  esparce  sus  flores  la  primavera  ; 
Aura  mansa  que  llevas,  en  vuelo  tardo, 
Efluvios  de  azucena,  jazmín  y  nardo  ; 
Brisas  que  en  el  desierto  sois  mensajeras 
De  los  tiernos  amores  de  las  palmeras — 
( ¡  De  las  pobres  palmeras  que,  separadas, 
Se  miran  silenciosas  y  enamoradas  ! )  ; — 
Pardas  nieblas  del  valle,  nieves  del  monte, 
Cambiantes  y  vislumbres  del  horizonte  ; 
Tempestad  que  bramando  con  ronco  acento 

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DON   FEDERICO    BALART 

Tus  cabellos  de  lluvia  tiendes  al  viento ; 
Solitaria  ensenada,  restinga  ignota 
Donde  oculta  su  nido  la  gaviota  ; 
Olas  embravecidas  que  pone  á  raya 
Con  sus  rubias  arenas  Ja  corva  playa ; 
Grutas  donde  repiten  con  sordo  acento 
Sus  querellas  y  halagos  la  mar  y  el  viento  ; 
Velas  desconocidas  que  en  lontananza 
Pasáis  como  los  sueños  de  la  esperanza ; 
Nebuloso  horizonte,  tras  cuyo  velo 
Sus  límites  confunden  la  mar  y  el  cielo ; 
Rayo  de  sol  poniente  que  te  abres  paso 
Por  los  rotos  celajes  del  triste  ocaso ; 
Melancólico  rayo  de  blanca  luna 
Reflejado  en  la  cresta  de  escueta  duna ; 
Negra  noche  que  dejas  de  monte  á  monte 
Granizado  de  estrellas  el  horizonte ; 
Lamento  misterioso  de  la  campana 
Que  en  la  nocturna  sombra  suena  lejana, 
Pidiendo  por  ciudades  y  por  desiertos 
La  oración  de  los  vivos  para  los  muertos ; 
Plegaria  que  te  elevas  entre  la  nube 
Del  incienso  que  en  ondas  al  cielo  sube 
Cuando  al  Señor  dirigen  himnos  fervientes 
Santos  anacoretas  y  penitentes  : 
Catedrales  ruinosas,  mudas  y  muertas, 
Cuyas  góticas  naves  hallo  desiertas, 
Cuyas  leves  agujas,  al  cielo  alzadas, 
Parecen  oraciones  petrificadas  ; 
Torres  donde,  por  cima  de  la  veleta 
Que  á  merced  de  los  vientos  se  agita  inquieta, 
Señalando  regiones  que  nadie  ha  visto 
Tiende  inmóvil  sus  brazos  la  fé  de  Cristo : 

345 


DON    FEDERICO    BALART 

Luces,  sombras,  murmullos,  flores,  espumas, 
Transparentes  neblinas,  espesas  brumas, 
Valles,  montes,  abismos,  tormentas,  mares, 
Auras,  brisas,  aromas,  nidos  y  altares, — 
Vosotras  en  el  fondo  del  alma  mía 
Despertáis  siempre  un  eco  de  poesía : 
Y  es  que  siempre  á  vosotros  encuentro  unido 
El  recuerdo  doliente  del  bien  perdido. 
Sin  él,  ¿  qué  es  la  grandeza,  qué  es  el  tesoro 
De  la  tierra  y  el  viento  y  el  mar  sonoro  ? 


Ya  lo  ves :   las  canciones  que  te  consagro, 
En  mi  mente  han  nacido  por  un  milagro. 
Nada  en  ellas  es  mío,  todo  es  don  tuyo : 
Por  eso  á  tí,  de  hinojos,  las  restituyo. 
¡  Pobres  hojas  caídas  de  la  arboleda, 
Sin  su  verdor  el  alma  desnuda  queda  ! 

Pero  no,  que  aun  te  deben  mis  desventuras 
Otras  más  delicadas,  otras  más  puras : 
Canciones  que,  por  miedo  de  profanarlas, 
En  el  alma  conservo  sin  pronunciarlas ; 
Recuerdos  de  las  horas  que,  embelesado, 
En  nuestro  pobre  albergue  pasé  á  tu  lado, 
Cuando  al  alma  y  al  cuerpo  daban  pujanza 
Juventud  y  cariño,  fé  y  esperanza  ; 
Cuando,  lejos  del  mundo  parlero  y  vano, 
íbamos  por  la  vida  mano  con  mano  ; 
Cuando,  húmedos  los  ojos,  juntas  las  palmas, 
En  una  se  fundían  nuestras  dos  almas : 
Canciones  silenciosas  que  el  alma  hieren  ; 
Canciones  que  en  mí  nacen  y  que  en  mí  mueren ; 
346 


DON    FEDERICO    BALART 

¡  Hechizadas  canciones,  con  cuyo  encanto 
A  mis  áridos  ojos  se  agolpa  el  llanto  ! 

Y  aun  á  veces  aplacan  mis  amarguras 
Otras  más  misteriosas,  otras  más  puras : 
Canciones  sin  palabra,  sin  pensamiento, 
Vagas  emanaciones  del  sentimiento  ; 
Silencioso  gemido  de  amor  y  pena 
Que,  en  el  fondo  del  pecho,  callado  suena  ; 
Aspiración  confusa  que,  en  vivo  anhelo, 
Ya  es  canción,  ya  plegaria  que  sube  al  cielo  ; 
Inquietudes  del  alma,  de  amor  herida ; 
Vagos  presentimientos  de  la  otra  vida ; 
Éxtasis  de  la  mente  que  á  Dios  se  lanza  ; 
Luminosos  destellos  de  la  esperanza ; 
Voces  que  me  aseguran  que  podré  verte 
Cuando  al  mundo  mis  ojos  cierre  la  muerde : 
¡  Canciones  que,  por  santas,  no  tienen  nombres 
En  la  lengua  grosera  que  hablan  los  hombres! 
Esas  son  las  que  endulzan  mi  amargo  duelo  ; 
Esas  son  las  que  el  alma  llaman  al  cielo  ; 
Esas  de  mi  esperanza  fijan  el  polo, — 
¡  Y  esas  son  las  que  guardo  para  mí  6olo  ! 


DON   MANUEL   DEL    PALACIO 

100.  Amor  oculto 

YA  de  mi  amor  la  confesión  sincera 
Oyeron  tus  calladas  celosías, 
Y  fué  testigo  de  las  ansias  mías 
La  luna,  de  los  tristes  compañera. 

347 


DON   MANUEL    DEL    PALACIO 

Tu  nombre  dice  el  ave  placentera 
A  quien  visito  yo  todos  los  días, 
Y  alegran  mis  soñadas  alegrías 
El  valle,  el  monte,  la  comarca  entera. 

Sólo  tú  mi  secreto  no  conoces, 
Por  más  que  el  alma  con  latido  ardiente, 
Sin  yo  quererlo,  te  lo  diga  á  voces ; 

Y  acaso  has  de  ignorarlo  eternamente, 
Como  las  ondas  de  la  mar  veloces 
La  ofrenda  ignoran  que  les  da  la  fuente, 


343 


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