LIERARY Cr i'RIf 'CnON
DEC 2 2 2000 i
I I
TriLCLOGiCAL SEMINAN
BX4515.T7 M8 1926
Muánoz 0 1 ave , Re i na 1 do .
Monjas Trinitarias de Concepciác
1570-1822; relato histáorico.
LAS MONJAS
TRINITARIAS DE CONCEPCIÓN
RELATO HISTÓRICO
I'OR
REINALDO MUÑOZ OLAVE
SANTIAGO DE CHILE
IMPRENTA DE SáN' JOSE
Avenida Cónnell, 31
1918
OF PRI/VC£7¡
OCT 17 2000
US MONJAS TRINITARIAS DE tOMEIM IÓ\
2915
L'S MONJAS
TRINITARIAS DE CONCEPCION
1570-183ÍÍ
RELATO HISTÓRICO
POR
REINALDO MUÑOZ OLAVE
INTRODUCCIÓN
Este trabajo que entregamos a la publicidad
y confiamos a la benevolencia del caritativo
lector, no es una historia del monasterio dé
trinitarias ; y ni aún puede aspirar a los hono-
res de modesta crónica.
La casa trinitaria está sólidamente asentada
en un pasado venerable, que debía narrarse en
páginas nutridas de los hechos de alta signifi-
cación que han contribuido a conquistarle el
respeto general, y la estimación de los que la
han conocido de cerca.
En nuestro escrito decimos algo de ¡a fun-
dación del convento y su desarrollo, pasados
durante la Colonia, en más de un siglo, v de sic
actuación durante la revolución de la indepen-
dencia, que para las trinitarias acabó en Di-
ciembre de 1822.
Durante esc largo espacio de tiempo el insti-
tuto trinitario se mantuvo en vigor del espíritu
religioso, sin defraudar los cálculos de sus fun-
dadores, ni las aspiraciones de la sociedad,
- VI —
que le recibió en su seno y se interesó por su
suerte v le prestó decidido concurso, xa dándo-
le muchas jóvenes para el claustro, ya ¡leván-
dole el auxilio constante de la más desinteresa-
da caridad.
Fué el monasterio de trinitarias el primero
canónicamente establecido que hubo en la dió-
cesis, el único de mujeres durante la Colonia
y hasta pasada la primera mitad del siglo dice
y nueve, y hasta hoy el único también de mon-
jas contemplativas.
Asentado en sólida base de virtud, el monas-
terio se conquistó desde un principio el respeto
y la veneración del público, y atrajo hacia sus
claustros, desde todos los ámbitos de la dióce-
sis, a jóvenes, de las más respetables familias,
que aspiraban a la propia santificación, aban-
donando las comodidades del hogar y abrasán-
dose con la vida pobre y mortificada de la reli-
giosa trinitaria.
Fué asi como se estableció íntima comunica-
cación entre el convento v la sociedad, v pudo
verificarse el hecho de que monjas separadas
del mundo y encerradas tras los muros de su
clausura, se hicieran las confidentes de miles
de personas, sus consejeras en asíintos de tras-
cendencia, v muchísimas veces el árbitro de los
destinos de personas y de familias. La vida del
claustro no apaga en las religiosas los senti-
mientos naturales de amor a los suyos, antes
bien los ennoblece y parifica; y por la separa-
ción en que la monja vive de las cosas terrena-
les, da a éstas sit verdadero valor y juzga de
ellas con un criterio más recto y seguro.
Y na sólo en lo espiritual comunicaron el
convento y las familias. Por circunstancias
especiales, que en este relato se verán, las
trinitarias pudieron auxiliar a los hombres de
trabajo, en toda la diócesis, en tal forma e
intensidad que los dineros del monasterio con-
tribuyeron al desarrollo de la industria y de
la agricultura, tan poderosa y eficazmente
que puede asegurarse con verdad que las tri-
nitarias fueron durante un siglo uno de los
principales impulsores del progreso regional.
Tiene, pues, historia larga v abundante el
monasterio de trinitarias de Concepción: a
escribirse completa, en sus páginas tend ríase
no sólo una crónica piadosamente uniforme
de la vida cu una comunidad fervorosa, sino
también el relato de acontecimientos que para
¡a sociedad fueron de importancia trascenden-
tal. Pero esta historia no hemos logrado escri-
birla nosotros. Las aguas del Bío-B'w arras-
traron en su impetuosa corriente, frente a
Nacimiento, en Enero de l8ip, el bagaje de
— VIII —
las trinitarias, que huían de Concepción y fue-
ron a sepultarse en vida, por cuatro largos
años, en las selvas de la provincia de Arauco.
En ese bagaje iba todo el archivo del monas-
terio: ahí estaban los libros de la fundación
de la casa; las escrituras y títulos de propie-
dades y bienes del convento; los expedientes
y papeles acumulados en la profesión de tantas
jóvenes que ingresaron al claustro en el largo
espacio de más de ciento dice años; y tanto
otro documento interesante para la casa v para
la historia. La reconstitución de ese valioso
archivo es hoy absolutamente imposible aquí
en Chile.
Uno que otro dato hemos tomado de algunos
documentos que se conservan en el archivo de
la casa; la totalidad casi de nuestra informa-
ción la debemos a la busca que hemos practi-
cado muy a la ligera, en la sección de "Manus-
critos de la Biblioteca Nacional" v en el archi-
vo del Arzobispado de Santiago.
Sin duda alguna que en los archivos espa-
ñoles hay mucho de lo que del convento escri-
bieron al rey, xa las religiosas mismas, ya ¡as
autoridades eclesiásticas y civiles. El soberano
tomó, a fines del siglo diez y ocho, bajo su
protección y le otorgó título de "real monaste-
rio" al de las trinitarias: natural es suponer.
— IX —
según eso, que, desde la fecha en que le otorgó
semejante honor, el instituto trinitario se creyó
más ligado con el soberano, y en el deber de
comunicarle lo próspero y lo adverso que so-
brevenía a la comunidad.
A quien le toque completar este trabajo,
historiando la época republicana del monaste-
rio, puede caerle la suerte de visitar la España:
traería de allá buen material para escribir una
historia completa de una corporación cuya
vida v actuación merecen ser bien conocidas.
CAPÍTULO I
La ermita de la loma, de Penco, remoto oríje*:
del monasterio de trinitarias ¡ el terremoto l>k
1570.
El remoto origen del monasterio, la ermita de» la
loma del Boldo de la Virgen. — Los conquistadores
españoles fueron apóstoles propagadores de la fe
cristiana. — El militar y el sacerdote iban siempre
juntos. — El clero trabaja en constituir la familia
cristiana en las regiones conquistadas. — Los españoles
implantaron en esta diócesis lo que habían visto y
practicado en su patria de origen. — ■Construcción de
ermitas fuera de los pueblos: el conquistador Pedro
de Valdivia la establece en Concepción en 1550: des-
truida esta ciudad dos veces, es reconstruida y pros-
pera desde 1560. — Había adelanto y progreso en
1510. pero lo paralizó el terremoto de este año. — El
roto de erigir una ermita: se la consagra a la Nati-
vidad de la Virgen María: la peregrinación anual a
la ermita. Algunas señoras piadosas se consagran al
servicio de la ermita: el culto religioso no decae por
poderosos motivos. — La hermosa tradición de la
Virgen del boldo.
El remoto origen del actual monasterio de
trinitarias descalzas de Concepción, se remonta
a los primeros tiempos de la conquista del
territorio de esta diócesis por los españoles
- 12 —
en el siglo diez y seis. Los conquistadores, tan
valientes como cristianos, tuvieron siempre
como uno de los principales objetivos y fines
de sus arriesgadas empresas la propagación
de la fe y la implantación del reino de Cristo
en los territorios conquistados. La historia
comprueba suficientemente este aserto, y es
fácil leer en muchas de sus páginas el cuidado
especial que pusieron en que, a espaldas del
guevero conquistador, se establecieran las
instituciones eclesiásticas que las circunstan-
cias hacían entonces posibles. En el campo
sometido por la espada a la autoridad del es-
pañol, nacian la parroquia, el convento, el
monasterio, la escuela cristiana, la asociación
piadosa de laicos ; etc. ; es decir, todos los or-
ganismos vivos que tenían como objeto la
propagación de la fe, la creación de los servi-
cios religiosos y el mantenimiento de la piedad,
tanto entre los indígenas como entre los espa-
ñoles.
Teniendo la conquista española un carácter
netamente cristiano, natural es suponer que.
junto al militar debía estar el sacerdote ; y así
sucedió en realidad. La cruz y la espada
marchaban juntas en las expediciones con-
quistadoras, haciendo cada uno su oficio y
ayudándose mutuamente en el desempeño de
— 13 —
la respectiva misión : la espada, que es la
fuerza, y en veces, la violencia, imponía la
dominación del rey temporal ; y la cruz, que
es el sacrificio y el amor, predicaba la domi-
nación del príncipe de la paz, Cristo Jesús,
conteniendo a veces las iras del militar, para
impedirle que tiñera su espada en la sanare
del indígena, cuando podía alcanzarse la con-
quista por la sola eficacia de la persuación y
del amor.
Los eclesiásticos seculares que acompañaron
a Pedro de Valdivia y a los primeros conquis-
tadores, y los religiosos mercedarios, francis-
canos y dominicos, que llegaron poco después
a estos territorios, se dedicaron con laudable
celo a la conversión de los indígenas, y a todo
género de trabajos de apostolado. Estos vene-
rables sacerdotes, con su palabra y con su
ejemplo, infundieron el espíritu cristiano en
las sociedades formadas al calor de la nueva
civilización que echaba raíces en estas tierras
desconocidas e incultas.
Diez años después de la fundación de la
ciudad de Concepción había ya en esta diócesis
varios pueblos de importancia, con población
respetable, y con hogares constituidos con la
regularidad y firmeza que se derivan de la or-
ganización cristiana de la familia. La relativa
— 14 —
estabilidad social fué produciendo, poco a
poco, la florescencia de las virtudes cristianas,
y, como consecuencia natural, el establecimien-
to de instituciones y obras de piedad, de bene-
ficencia y de religión destinadas a atender
todas las necesidades de las nacientes cristian-
dades.
Natural era <|ue los españoles implantaran
en estas tierras lo que habían visto y practica-
do en su patria : y así fueron tomando carta de
ciudadanía en nuestro Chile las usanzas de la
madre patria, sin más cambio que el exigido
por las circunstancias especiales en que se de-
sarrollaba la vida de la nueva sociedad.
Una práctica hermosamente cristiana y ge-
nuinamente española es la construcción de
ermitas en las afueras de las ciudades y dedi-
cadas generalmente a la Virgen María. No lo
olvidó el fundador de Concepción, Pedro de
Valdivia: el 5 de Octubre de 1550 fundóla
ciudad en el valle de Penco, con el nombre de
la Concepción de María; delineó la plaza y en
ella levantó el árbol de la cruz; asignó sitio a
la iglesia y dióle por nombre y titular a San
Pedro, y fué designado cura párroco el pres-
bítero don Gonzalo López. "Y porque nunca
los conquistadores perdieran de vista la piedad
cristiana, asignaron seis cuadras para ermita,
- 15 —
huerta y viña de Nuestra Señora de Guadalu-
pe y el Rosario en la chapa y frontera a esta
ciudad, formales palabras con que se explican,
del cual sitio tomó posesión Lope de Lan-
da" (i).
La ciudad de Concepción fué despoblada en
Febrero de 1554, y abandonada a la zaña de
los indígenas, que la quemaron sin dejar rastro
de ella. Aunque se repobló la ciudad en No-
viembre de 1555, no hubo facilidad para
reconstituir todo lo antiguo, pues pocos días
pasaron y ya se vieron obligados los poblado-
res a abandonar nuevamente la ciudad, em-
barcándose precipitadamente en algunos pe-
queños navios para irse a Valdivia y a Valpa-
raíso. En esta iniciada fundación fué cura
párroco Ñuño de Abrego, que murió peleando
valerosamente contra los indígenas sublevados.
Don García Hurtado de Mendoza ordenó la
repoblación de la ciudad, y en Enero de 1558
la ejecutaba el Contador Jerónimo de Villegas.
Los nuevos pobladores se entregaron con em-
peño a la obra de reconstruir la nueva Concep-
ción, y gastaron tanto tesón que no demoró
mucho en borrarse el aspecto de ruina en que
ti) Córdoba y Figueroa, capítulo 23, de Historia del Reyno
de Chile.
— 16 —
la encontraron. La guerra ardía en todo el
territorio vecino y en la Araucanía, y era la
constante preocupación de los militares y ci-
viles; pero esto no fué parte a que desistieran
del intento de asentar definitivamente la ciu-
dad y de embellecerla en el grado que las cir-
cunstancias lo permitían.
Diez años de labor ruda y perseverante
habían producido ya resultados apreciables, y
podía decirse que Concepción tenía aspecto de
respetable ciudad.
'"Pero apenas comenzaba a ver estos buenos
principios, dice un historiador nacional, cuan-
do fué reducido a la nada. Experimentó un
formidable terremoto, seguido de una espan-
tosa salida del mar, que la 'destruyó hasta los
cimientos, y si no hubiera sido de día, ni aun
la vida hubieran libertado sus moradores. (8
de Febrero de 1570). Duraron cinco meses los
estremecimientos de la tierra con horrorosos
estruendos subterráneos, que son en el sentir
más verosímil, su verdadera y legitima causa.
Ocurrieron al cielo aquellos ciudadanos, y
entonces hicieron el voto que anualmente
cumple aquella ciudad, en la festividad que
celebra el Jueves inmediato, después del Miér-
coles de ceniza. La aprobó el Reverendo Obis-
po de la Imperial, y luego levantaron un
pequeño templo y colocaron en él la sagrada
imagen de Nuestra Señora, bajo la advocación
de su Natividad, a la que desde ese tiempo
hasta el presente, rinde sus religiosos cultos,
con asistencia de los dos cabildos, eclesiástico
y secular, en efectivo devoto cumplimiento de
su promesa ( i ).
"Y porque ésta da una cumplida idea de las
consternaciones de aquellos habitantes y del
espantoso sacudimiento de tierra que les puso
en tan grave aflixión, la pondremos a la letra,
y es como sigue:
(1) Incurre en un anacronismo el autor que venimos ci-
tando. En 1570 no había sino Cabildo civil en Concepción, y
éste fué el del voto: el Cabildo eclesiástico estaba entonces en
Imperial, ciudad cabecera del obispado —Con el terremoto de
15 de Marzo de 1657 se destruyó la Ermita, y el cabildo civil
hizo voto de reconstruirla, y ambos cabildos, pues la catedral
ya estaba en Concepción, renovaron el voto de 1570. El ca-
bildo civil "dispuso además que los gastos de la novena y
procesión, que deberá salir todos los años a la dicha Ermita,
se costeará por el mismo cabildo y ciudad. Firmaron ente
acuerdo el señor corregidor y los señores alcaldes ante mí. —
Antonio Lozano, escribano público. -En el terremoto de
1730 se hizo nuevamente renovación pública del solemne voto,
y para que no fuera olvidado el Iltmo. Sr. Don Pedro Felipe
de Azúa lo estampó en una de las Constituciones del Sínodo
diocesano que celebró en 1744, que se cumple hasta hoy por
el Cabildo eclesiástico y por el pueblo, pero no por el Cabildo
civil o Municipalidad.
2
— 18 —
"En el nombre de la Santísima Trinidad,
Padre. Hijo y Espíritu Santo, tres personas
distintas y un solo Dios verdadero, y de la
Bienaventurada Virgen María, madre de Dios,
señora y abogada nuestra: considerando cómo
la justicia de Dios justamente es conmovida
por la gravedad de nuestros pecados, por los
cuales dignamente somos afligidos, y que como
clementísimo padre, procurando y solicitando
nuestra enmienda, nos previene y avisa de
mayor castigo y rigor, sobre los que obstina-
damente perseveran en los vicios, y procuran-
do la ejecución de algún castigo notable, nos
advierte con calamidades y aflixiones, y que
en esta ciudad de la Concepción, por sus divi-
nos inescrutables juicios sucedió el Miércoles
de ceniza de este presente año de 1570, a los
ocho días del mes de Febrero, a las nueve
horas del día, un tan repentino y grande terre-
moto, que se asolase ; sobre lo cual inmediata-
mente el mismo día salió el mar muchas veces
de su curso con grande furor y espanto, y
anegó, arruinó totalmente y destruyó esta
dicha ciudad ; y que Dios por su infinita cle-
mencia, de la cual no se olvida el día de su
furor, fué servido que casi ninguna persona
muriese : y perseverando continuamente hasta
el día de hoy por espacio de más de cinco
— 19 —
meses el dicho terremoto y temblores, nos
parecía que esta ciudad y república debe ser
purificada con penitencia, limosna y oraciones,
que es el modo con que la divina escritura y
la santa Madre Iglesia nos enseña a aplacar
y prevenir el rostro riguroso del Señor, cuya
infinita clemencia se deja solicitar de nuestros
miserables obsequios y servicios, y sólo pre-
tende que se le espela la maldad, porque en
nosotros halle disposición para reconciliarnos
en su gracia y amor ; y estando más pronto a
comunicarnos la gracia, que nosotros a reci-
birla, que parece que le da cuidado y compa-
sión de nuestra miseria, por lo cual, entendien-
do de cuanta eficacia y virtud sea la oración
de los justos e intercesión de los santos para
negociar con Dios, a cuya instancia muchas
veces el Soberano Señor ha detenido su mano
y la ejecución de su justicia : acordamos, con
parecer de personas doctas y religiosas, hacer
Un público y solemne voto por nosotros, y en
nombre de la ciudad, y de todas y de cualquie-
ra persona que en ella de aquí adelante hubiere
y residiere perpetuamente ; y tomar por inter-
cesor al santo que por la suerte le cupiere la
defensa y protección de la ciudad, acerca de la
calamidad, que al presente nos aflige ; y habien-
do echado las dichas suertes por obviar la
contención y diferentes pareceres, sin supers-
tición ni engaño, y habiendo primero invocado
la gracia del Espíritu Santo, cayó la suerte en
el día de la Natividad de la Virgen Santísima,
madre de Dios, señora y abogada nuestra, por
cuya intercesión siempre esta ciudad ha sido
y esperamos firmemente que será defendida,
y la ira de Dios finalmente mitigada: por
tanto, habiéndonos ayuntado en público cabil-
do abierto, que para este efecto se convocó en
la iglesia mayor de esta ciudad, en ocho días
del mes de Julio de dicho año de i 570, nos el
licenciado Juan Torres de Vera y doctor Diego
Martínez de Peralta, oidores de S. M., y el
comendador fray Fernando Romero, vicario
general de la orden de Nuestra Señora de la
Merced, y el capitán Gómez de Lagos y Diego
Díaz, alcaldes ordinarios, y Pedro Pantoja y
Francisco Gutiérrez de Valdivia, regidores, y
Antonio Lozano, escribano de cabildo, y Fer-
nando de Güelva y Diego de Aranda, vecinos
de la dicha ciudad (el cura Martín del Caz)
y muchas otras personas, vecinos y moradores
de ella, y porque con más calor y propósito
hubiere este voto, y así se hizo habiendo echa-
do las suertes, como de suso se ha referido, y
cupo y cayó la suerte, el día de la Santísima
Natividad de Nuestra Señora la Virgen María,
— 21 —
señora y abogada nuestra; se prometió de la
hacer una hermita de esta advocación, en la
calle de la Loma, a donde se señaló el sitio y
lugar para el dicho efecto, y se puso una cruz
para principio de esta santa obra, la cual lle-
vamos a poner en el dicho sitio con una solem-
ne procesión, hasta tanto que el tiempo dé
lugar para poder edificar la dicha hermita. Y
que por ser mortales, y por la merced que Dios
por su misericordia ha sido servido nos hacer,
como siempre nos hace, de que hayan cesado
los temblores, que tan ordinarios eran en esta
ciudad, desde el dicho día de ceniza, de que se
hizo el voto, podría ser nos olvidásemos de
este propósito hecho de servir a Nuestra Se-
ñora, se resfriase y dejase de nuestra memo-
ria, para que mejor y más cumplida se haga,
y que siempre vaya adelante tan santa y buena
obra, y que el culto divino se celebre y sea
venerado y acatado con más solemnidad, que-
remos que se haga, y lo firmamos". Aquí las
firmas, como puede verse en el archivo episco-
pal de Concepción" ( i ).
Anduvo vigilante la devoción popular en
que el voto se cumpliera, y no se demoró
(1) Carvallo Goyene< he- Historiadores de Chile, tomo
pág. 173.
mucho tiempo y ya fué realidad la ermita o
capilla prometida por las autoridades v vecin-
da rio. Habiendo sido escocida la Virgen como
Patrona tuvo asiento de honor en la ermita
una muy devota imagen, venerada desde anti-
guo por el pueblo, y que desde la fecha del
recordado voto quedó vinculada con las más
interesantes tradiciones históricas, especial-
mente piadosas, de la ciudad de Concepción.
Esa imagen es la misma que ocupa hoy el
altar mayor de las trinitarias y que es venera-
da con el nombre de la Virgen del Milagro y
conocida además en la historia, desde hace
siglos, con los nombres de la Virgen de la
Ermita y la Virgen del Boldo.
Desde un principio algunas señoras piadosas
daban fomento a su devoción, cuidando del
ornato de la ermita, y de que se conservara y
extendiera el culto de la sagrada imagen : el
vecindario se interesó en esa obra, contribu-
yendo con cuanto era necesario para que el
servicio religioso se mantuviera decorosamen-
te. Fué convirtiéndose la ermita en un gran
centro de devoción, a que concurrían numero-
sos peregrinos a honrar con sus plegarias a
la Madre de Dios, a cuya intercesión confiaban
la suerte de sus personas y de sus hogares. La
más alta de las manifestaciones públicas que
tenían lugar en la ermita fué desde un princi-
pio la romería del voto: las autoridades todas
fueron fieles por muchos años en cumplir su
compromiso, y concurrían colectivamente a la
procesión que salía de la iglesia parroquial y
terminaba en la ermita, después de vanados
actos de piedad ; todo se practicaba con el
fervor que es de suponer en personas que aca-
ban de salir de la tremenda prueba de un es-
pantoso terremoto.
Además de la dicha calamidad, había otra
causal poderosa para que la piedad popular no
decayera ni olvidara el culto tributado a la
Virgen de la Ermita. Los araucanos no esta-
ban quietos, y obligaban a los españoles a vivir
casi con el alma al brazo : en esa situación
temerosa el pueblo recurría confiadamente al
cielo en demanda de especial asistencia, e in-
terponía ante el Todopoderoso el valimiento de
la Virgen María de la Natividad, honrada de
particular manera como Patrona de la ciudad.
Llegó la gran sublevación de los indígenas
de 1598- 1603, durante la cual perecieron a
manos de los sublevados gran parte de los es-
pañoles de la región del Maule al sur. Fueron
destruidas siete de las ciudades que había en
el territorio: Arauco, Angol, Santa Cruz de
Coya, Imperial, Villarrica, Valdivia y Osorno;
— 24 —
escaparon Chillan, Concepción y Castro. Si
no fué vencida y arrasada Concepción, sufrió
sí bástanle, porque los indios le pusieron apre-
tado cerco en repetidas ocasiones y la tuvieron
a punto de ser tomada. Se defendieron valero-
samente los penquistas y vencieron, pero no
tan totalmente que impidieran la destrucción
e incendio de parte de la ciudad. Uno de los
asaltos habidos en 1599 dió ocasión a una
hermosa tradición, que se ha trasmitido de año
en año y de siglo en siglo, hasta llegar a nues-
tros días: es hermosísima, y tan profundamen-
te arraigo en la creencia popular que fué parte
a que la Virgen de la Ermita fuera honrada
con un nuevo nombre, como pasamos a na-
rrarlo.
En lo más duro de la refriega estaban los
sitiados, y tan oprimidos por los indígenas
sitiadores que, desconfiando ya de las propias
fuerzas, elevaron una fervorosa súplica a la
Virgen María de la Natividad, implorando su
protección en tan apurado trance. Acudió la
Virgen en auxilio de sus devotos en los mo-
mentos precisos en que los indios atacaban
con irresistible furia, resueltos a vencer y a
destruir la ciudad hasta no dejar rastro de
ella. Descorazonados estaban ya los españoles
y desconfiando del éxito, cuando sin motivo
— 2o -
aparente alguno, huyen los sitiadores, atemo-
rizados y como si algún ser invisible peleara
contra ellos y los empujara hacia fuera y lejos
de la ciudad. Huían en el más completo desor-
den, dejando en poder de los españoles gran
número de prisioneros: éstos explicaron la
causa de su pánico y de su derrota, en la si-
guiente forma.
Una joven hermosísima, rodeada de una
luz extraordinaria, se posó sobre las ramas de
un corpulento boldo que estaba junto a la Ermi-
ta, v lesde allí hacía ademán de querer estorbar
la entrada de los indios en el recinto militar. A
pesar de ser joven v bellísima, había sin em-
bargo en su rostro tal aspecto de cólera y eno-
jo, que los asaltantes se sintieron sobrecogidos
de temor y paralizaron por momentos el ata-
que. Vueltos en sí y recobrando sus primeros
bríos, empeñaron de nuevo la acción y llegaron
hasta los muros peleando con tal bravura que
estaban ya a punto de romper la brecha y for-
zar la entrada. Descendió entonces del boldo
la joven de la aparición, y con una apariencia
de verdadera furia en el rostro, con sus brazos
levantados en alto, hacía ademán de contener
a los indios que escalaban ya las trincheras,
y tomando tierra en sus manos la arrojaba a
— 26 —
los ojos de los jefes y de los más esforzados
asaltantes.
No pudieron ahora resisitir los indios el
enojo de la joven guerrera y, presas de un
terror invencible, huyeron de la ciudad para
no volver más. l'or las señales que daban los
indios prisioneros, la joven de la aparición
tenía la misma cara que la imagen de la Virgen
de la Natividad venerada en la Ermita. De
aquí vienen los nombres populares de la Virgen
del Milagro o de la Virgen del Boldo y del
Boldo de la Virgen, con que hoy conocemos a
esa imagen veneranda y al boldo de la apari-
ción, que aun subsiste en Penco (i).
(1) Esta tradición ha dado asunto a muchos escritores para
curiosas leyendas. En el Apéndice damos una de las más her-
mosas,.escrita por un poeta penquista, don Luis Barros Mén-
dez, amigo que fué de las trinitarias.
CAPÍTULO II
Auméntase la devoción a la Virgen de la er-
mita. Primeras construcciones junto a la er-
mita.
El pueblo aceptó la tradición de la Virgen del
Milagro: se acrecienta la devoción a María de la
Natividad: contribuye a aumentarla la traslación del
obispo desde Imperial a Concepción. — Importancia
que tomó Concepción desde ItíOG: fué la segunda
capital de la nación. El culto de la ermita crece con-
siderablemente: las procesiones se hacen con grande-
aparato y solemnidad. — Primeras construcciones jun-
to a la ermita: personas que se dedicaron a su cui-
dado: Se retiran a hacer vida de recogimiento varias
señoras y jóvenes piadosas en los nuevos edificios: el
pueblo las ayuda con especies y dineros. — Se consti-
tuye un "beaterío" con apariencia de convento de
religiosas por el año 11G0: le da reglamento el obispo
don Diego (González) Montero del Águila en 1714:
mejoramiento que sigue de la reglamentación, virtu-
des que se practican: las beatas tenidas como inter-
mediarias entre los habitantes y el cielo. — Se desea
la fundación de un monasterio erigido en forma ca-
nónica: favorecen la idea el obispo señor Necolalde
y señor Escandón. — El fundador don Domingo Sar-
miento: su personalidad y su trabajo en pro de la
fundación : carta al confesor de la reina de España:
las monjas de la Compañía de Barcelona: el P. Ma-
nuel Sancho Granado, jesuíta. Se resuelve la traída
— 28 —
de las trinitarias de Lima. — El deán Sarmiento en-
trega al obispo 8r. Escandón propiedades y dineros
para la fundación: la curiosa deuda Hijar y Mendo-
za.— Muere Sarmiento sin ver cumplidos sus deseos:
es, sin embargo, el fundador. — Compran las beatas
el fundo Palomares en 1720.
La tradición que dejamos relatada en el
presente capítulo contribuyó poderosamente a
aumentar la devoción a la Virgen de la ermita.
El pueblo no se preocupó de averiguar jurídi-
camente si lo que contaban los indios acerca
de la hermosa niña guerrera era, o nó, la
verdad. Dentro de la creencia católica aquello
era más que posible; y, por si no hubiera ha-
bido mucha precisión en el relato de los indios
asaltantes, para los guerreros españoles era
evidente que algo extraordinario había obliga-
do a los guerreros araucanos a abandonar el
sitio y a retirarse de Concepción. Los habitan-
tes agradecieron al cielo la protección que
prestó a los defensores de la plaza, y aceptó
de buen grado que ese auxilio hubiera venido
por mano de la Virgen María, a quien ha
honrado siempre la España en forma que no
la ha aventajado hasta hoy nación alguna del
orbe.
Nunca decayó la devoción del pueblo, que
siguió honrando a la Virgen del Milagro con
filial homenaje en la ermita del cerro.
- 29 —
Y se aumentó la veneración cuando, después
del sitio y destrucción de la Imperial en 1600,
se trasladaron a Concepción las autoridades
diocesanas y el Cabildo eclesiástico, y pasó a
ser catedral de la diócesis la iglesia parroquial
de San Pedro de Concepción.
Esta ciudad tomó grande importancia desde
entonces, y pasó de hecho a ser una segunda
capital de la nación. Cada año, y por largos
meses cada vez, fijaban su residencia en Penco
los Gobernadores o Presidentes de Chile, ya
para atender a los asuntos de gobierno de la
región austral, ya para atender a las exigen-
cias de la guerra con los araucanos, que no
dejaban tranquilos a los españoles, y se man-
tuvieron Como temible amenaza por toda la
centuria y parte <3el siglo dieciocho venidero.
Todas esas circunstancias concurrieron a
dar mayor importancia a la Ermita y a afirmar
y difundir el culto de la Virgen del Milagro.
La procesión del voto se hacía cada año apa-
ratosamente, con la asistencia del obispo dio-
cesano, de los cabildos eclesiástico y civil, fre-
cuentemente con la del Presidente de la nación,
y casi siempre, con la del ejército del sur, que
tenía su cuartel general en Concepción y en
A rauco.
Y todavía otra triste circunstancia contribu-
— 30 —
yó a intensificar la devoción popular: fueron
los terremotos e inundaciones y otras calami-
dades que padeció Concepción, en el siglo diez
y siete. El pueblo afligido y privado de socorro
en lo temporal, recurría confiado a la interce-
sión de la Virgen María, yendo a invocarla a
su Ermita, que se constituía en el punto obli-
gado de una no interrumpida peregrinación:
.Mas de una vez, en las inundaciones, causadas
por los terremotos, la loma de la Ermita fué
el punto de refugio de la población que huía a
la altura para librarse de la furia del mar em-
bravecido.
No sabemos a punto fijo desde cuándo co-
menzaron los vecinos a trabajar algunos edifi-
cios cerca de la ermita. La conveniencia de que
los cuidadores de la imagen tuvieron facilidad
para el servicio, fué talvez la que creó la nece-
sidad de esas construcciones. Pero debió me-
diar alguna consideración más alta al determi-
nar la forma en que se llevaron a cabo esas
obras; porque a fines del siglo diez y siete ya
había una más que mediana edificación, que
fué dispuesta en forma de monasterio, como
luego veremos. Vemos claro que así debió ser,
pues al comenzar el siglo diez y ocho ya se
habían juntado en esas casas, para hacer vo-
luntariamente vida común y con cierta regla-
— 31 —
mentación como de casa religiosa, algunas
señoras y jóvenes piadosas, que deseaban vivir
más separadas del mundo y más entregadas a
la oración y a la vida del recogimiento.
Aunque esas piadosas mujeres no consti-
tuían un instituto religioso, establecido confor-
me a las leyes eclesiásticas, sino lo que vulgar-
mente se llamaba "un beaterío;" es lo cierto
que las recogidas hicieron vida de religiosas y,
sobre todo, la hicieron con tal regularidad y
perfección que se practicaban en el beaterío
las más hermosas virtudes.
Las beatas se captaron la general simpatía
y la más alta veneración; lo que movió a mu-
chos a prestar auxilio a las recogidas a fin de
que tuvieran mayores facilidades para la vida.
Se establecieron censos y fundaciones en favor
del beaterío, a pesar de que no tenía existencia
legal ; y se acudía en su favor con limosnas,
que fueron formando un caudal que contribu-
yó a dar relativa holgura a las beatas. Uno de
los censos más antiguos que conocemos es uno
fundado por el canónigo Juan de la Riba de
Neira por el año de 1670, fundado tal vez a
favor de la ermita. En capellanías y censos a
su favor tenía el beaterío un capital de catorce
mil pesos a principios del siglo 18.
— 32 —
El mismo beaterío había alcanzado a prin-
cipios del siglo una mayor regularidad y una
manera de vivir más ajustada a las prácticas
del monasterio. Ingresó al beaterío una joven
que, según creemos, había pasado algún tiem-
po en algún monasterio de Santiago o de Lima.
Lo decimos porque en una comunicación fir-
mada por la Real Audiencia se dice que el año
i~\2 fundó el beaterío "una beata de las de la
gloriosa Santa Rosa de Santa María": dedu-
cimos de eso que esa fundación debe ser esa
mejor reglamentación de que hemos hablado;
pues las beatas existían desde mucho antes de
1712. Esa beata es, según lo creemos, doña
Ana de Monardes.
Pero quien di ó al beaterío una forma más
en armonía con las leyes de la Iglesia fué el
obispo don Diego Montero del Aguila. Llegó
a la diócesis a mediados de 1712 y practicó ese
mismo año la visita de gran parte de la dióce-
sis, comenzando por Chiloé. Llegado a Concep-
ción en Diciembre, se impuso de los principales
elementos con que contaba para trabajar, y del
personal que sería su cooperador. En lo que
hace a institutos religiosos para mujeres, no
encontró otra casa que el beaterío de la Ermita
y a él dedicó preferente atención, pensando
talvez en convertirlo más tarde en monasterio.
— 33 —
Se preocupó de mejorar los edificios: y,
mejor que eso, dictó un reglamento u ordenan-
za para el régimen del beaterio y algo así como
"'Constituciones," que sancionó con su autori-
dad episcopal para darle carácter de estabilidad.
De aquí se originó que al Sr. Montero del
Aguila se le tuviera como fundador del Beate-
rio : uno de los sucesores, don Francisco Anto-
nio de Escandón, dice al rey, en carta de 1 5 de
Febrero de 1 729, que cuando llegó a la diócesis,
halló en Concepción "una cassa de mujeres
virtuosas y recogidas con el título de Beaterio
de la Sma. Trinidad, que fundó el Dr. Dn.
Diego Montero del Águila, Obispo que fué de
esta Santa Iglesia, en el año pasado de 17 14
contigua a la Iglesia de nra. Señora de la Er-
mita, Patrona y Defensora de esta ciudad, de
cuya soberana protección ha experimentado
continuamente singularíssimos beneficios con
extraordinarias maravillas" (1).
Otro beneficio más hizo el Sr. Montero al
Beaterio. Construyó casa para su vivienda,
porque no la había para los obispos en Concep-
ción; y al salir de la diócesis, para irse como
obispo a Trujillo del Perú, hizo donación de
ella al Beaterio, el 15 de Octubre de 1715, ante
(1) Arzobispado, Volumen 35, pág. 235.
3
— 34 —
el notario José Gómez de Lamas. Los obispos
siguieron habitando la misma casa, pero como
inquilinos del Beaterio, al cual pagaban arrien-
do: en \J2<> el canon anual era de doscientos
pesos y el valor de la propiedad estaba calcu-
lado en diez mil pesos ( i ) .
Estimamos que la reglamentación hecha por
el obispo dejó al beaterio casi en condiciones
de verdadero monasterio. Comenzaron a en-
trar beatas que pagaban dote como de religio-
sas, (2) y el servicio interno se hizo con tal
regularidad, que fueron patentes los frutos de
santificación que en las recogidas producía el
nuevo orden de cosas.
Las virtudes que se practicaban en la casa
no podían permanecer ocultas dentro de la
(1) Declaración rendida por el Maestie de Campo don
Manuel de Salamanca, de 10 de Marzo de 1729. Biblioteca
Nacional. - Real Audiencia. Volumen 2892.
('¿) Entre las beatas que por este tiempo paparon dote de
$ 500 hemos encontrado a Sor Isabel Bravo, hija de Juan
Bravo, dueño del fundo de 8 mil cuadras, llamado Huechu-
quito de Perquilauquén. Los hermanos de ^or Isabel, capita-
nes Alonso Bravo y Jacinto Bravo hubieron de ser requeridos
por la fuerza para que pagaran los £ 500 y varios años de in-
tereses que no había pagado: hacia la cobranza el obispo señor
Escandón. años más tarde.
Pagaron dote las beatas: Josefa Bartolin de la Cerda (S 500):
Gertrudis de Cisterna, (S 501)); Rita Rodríguez y Margarita de
la Jara, (S 1.000), dados por el deán don Domingo Sarmiento.
clausura : trascendieron al público y fueron
ganando la estimación general para las beatas.
A eso se agrega que fueron ingresando en
la casa señoras viudas y jóvenes solteras per-
tenecientes a las familias más distinguidas de
la ciudad y de la diócesis. A tan alto concepto
se llegó de la virtud que resplandecía en el
beaterío que la ciudad veía en él un seguro
intermediario entre los habitantes y el cielo:
"está esta comunidad en cuyas oraciones afian-
za esta ciudad el logro de las divinas miseri-
cordias," como decía el obispo al rey, en una
carta en que pedía el establecimiento de mo-
nasterio en Concepción (i ).
El camino hacia la fundación de un monas-
terio iba allanándose paso a paso, y no demo-
raría mucho en que aparecieran las personas
destinadas a tomar de su cuenta la tarea de
realizar lo que ya era la general aspiración del
vecindario: una de esas personas fué el deán
de la catedral, Dr. Dn. Domingo Sarmiento,
que trabajó en la grande obra con espíritu de
verdadero apóstol. Puso Sarmiento al servicio
de tan noble idea el propio esfuerzo individual,
las influencias que le daban las condiciones
(1) Archivo del Arzobispado de Santiago, volumen 35, pág-
285
— 36 -
especiales de su alta personalidad, y su no
escasa fortuna: y si bien es cierto que no al-
canzó a ver el resultado de su labor, lo es tam-
bién que dispuso de tal suerte las cosas, que la
fundación del monasterio llegó fácilmente,
como natural resultado de sus empeñosos
afanes.
Era Sarmiento español de origen, gallego.
Después de viudo de Jacinta de León, se retiro
de la vida civil y comenzó el estudio de las
cienciaseclesiásticas en el colegio de San Fran-
cisco Javier regentadopor los Jesuítasen Santia-
go, y se graduó de doctor en teología. Se ordenó
de sacerdote en Concepción y ejerció en la
diócesis un largo y fructuoso ministerio, que
lo coloca entre los sacerdotes más esclarecidos
de su siglo. Fué cura de Valdivia antes de IÓQO,
año éste en que estaba de cura en el Sagrario
de Concepción. De esta ocupación pasó talvez
a canónigo de la catedral : sabemos que en
1697 era visitador parroquial, designado por
el obispo don Martín de Hijar y Mendoza. Por
un auto de visita dado en la parroquia de Per-
quilauquén (hoy San Carlos) se ve que era
"canónigo de la catedral de Concepción" ese
año de 1697.
A poco de volver de la visita parroquial.
Sarmiento fué nombrado provisor y vicario
general del obispado; y desde entonces, por
espacio de casi treinta años, colaboró con va-
rios obispos en el gobierno eclesiástico, o go-
bernó solo, en calidad de vicario capitular por
vacante de la sede episcopal.
Creemos que las gestiones de Sarmiento
para fundar un convento de religiosas, comen-
zaron siendo obispo el señor Montero del
Águila; pero no tenemos prueba directa de
ello. Conocemos las que hizo durante el gobier-
no del siguiente obispo, don Juan de Necolalde,
que nombró vicario suyo a Sarmiento. Comen-
zó éste por estudiar el asunto con algunos
respetables sacerdotes, y por someterlo a la
aprobación del obispo. Fué lo primero deter-
minar qué instituto debía escogerse; que, por
lo que hace a la base de la fundación, había
acuerdo unánime en que ésta no podía ser
otra que el beaterío de la Ermita. El beaterío
contaba en 1720 con buena casa, con algunos
fundos y con las simpatías del público, que
respetaba a las beatas y las socorría con lar-
gueza: si faltaba dinero, el deán llenaría pron-
to esa necesidad. El número de recogidas lle-
gaba ese año a veinte, y se componía de per-
sonas pertenecientes a familias de las más
respetables de la diócesis.
En Febrero de 1721 escribía Sarmiento una
— 38 —
estensa carta al confesor de la reina en Ma-
drid, para darle a conocer sus proyectos de
fundación, y para decirle que se había resuelto
traer de Barcelona a las fundadoras: éstas
saldrían de las religiosas de la casa de María
establecidas en esa ciudad ( i ). Pedía Sarmien-
to al confesor de la reina que solicitara del rey
la licencia, entonces necesaria, para la funda-
ción deseada.
Ayudaba a Sarmiento el provincial de los
jesuítas, P. Manuel Sancho Granado, el cual
escribió también una importante carta al con-
fesor de la reina. Le recomendaba encarecida-
mente la petición del deán, y le daba las razones
que justificaban y exigían la pronta realización
de tan importante proyecto. El P. Granado
asegura que Sarmiento es sujeto digno del
mayor aprecio "por sus singulares prendas de
virtud, letras y celo del mayor bien de las
almas: éste le mueve a solicitar, a sus expen-
sas, la fundación de un convento de Religiosa-
debajo de la regla que profesan las Religiosas
del nombre de María en la ciudad de Barcelo-
na." "Careze, sigue el P. Provincial, este Obis-
(1) Así llama a esas religiosas una carta de la fecha: cree-
mos que la Congregación a que se alude, es la de la Compañía
de María, fundada en Barcelona en 1650.
— 39 —
pado de la Concepción de todo Monasterio de
Religiosas, por cuia causa muchas doncellas a
quien Dios llama para la perfección se veen
imposibilitadas a seguir su vocazión, y se
malogran sus santos deseos, con el riesgo, y
con el peligro de lamentables ruinas : añádese
a esto la falta de buena crianza que se expe-
rimenta en estos países en la juventud, la que
principalmente lloramos en las mujeres, por-
que les falta en los tiernos años la enseñanza,
que les dirija hacia la virtud, y les infunda el
santo temor de Dios" (i).
No sabemos qué resultado tuvieron las car-
tas de Sarmiento y del P. Granado, es sí cierto
que las religiosas barcelonesas no vinieron a
Concepción, y que se dieron por fracasadas las
gestiones hechas en España para llevar a efec-
to la proyectada fundación.
Entre tanto se fué de Concepción en 1 724 el
obispo señor Necolalde, elevado a la silla arzo-
bispal de Charcas o la Plata (Bolivia), y
quedaba gobernando la diócesis, en calidad de
vicario capitular, el deán Sarmiento. Siguió
éste con más empeño trabajando en favor de
(1) Carta del P. Manuel Sancho Granado, de 28 de Febre-
ro de 1721. — Archivo del Arzobispado de Santiago, vol. 37,
pág. 212.
- 40 —
su idea, con la relativa facilidad que le daba
su cargo. Pronto llegó el nuevo obispo, don
Francisco Antonio de Escandón, que retuvo
a su lado a Sarmiento como provisor y vicario
general. Con el nuevo obispo Sarmiento iba a
dar un paso más para la realización de sús
piadosos deseos.
Conocido el fracaso de los empeños hechos
en España y con algunas averiguaciones he-
chas acerca de los monasterios del Perú, Sar-
miento se decidió por traer a la Ermita a las
monjas trinitarias de Lima. Confirió con el
obispo sobre el particular, y el prelado aceptó
la elección hecha en dichas religiosas. Con la
aprobación del obispo, llegaba para Sarmiento
el caso de presentar al prelado una prueba
suficiente de que había los elementos de que
necesitaba el beaterío de la Ermita para su
transformación en convento regular. Xo había
las rentas necesarias para asegurar la subsis-
tencia de las futuras religiosas: decidióse en-
tonces Sarmiento a hacer entrega de casi todos
sus bienes en manos del obispo, el cual acepto
tan generosa oblación.
En Septiembre de 1726 presentó Sarmiento
un escrito en que entregaba al obispo las si-
guientes propiedades: la estancia "Los Reme-
dios" o "Pataguacó," situada en Rere, de valor
- 41 —
de más de catorce mil pesos y que producía
"hasta mil arrobas de vino;" el fundo "Rojas,"
situado en Rere, de valor de tres mil pesos ;
un fundo de cordillera, en La Laja, de más de
cuatro mi! cuadras, avaluado en tres mil pesos ;
Ofrecía además todo el dinero necesario para
costear e! viaje de las religiosas fundadoras
desde Lima hasta Concepción. Y por último
hacía donación de un curioso crédito por
siete mil pesos que le debía el difunto obispo
don Martín de Hijar y Mendoza.
Pobre, como buen fraile que era, no tuvo el
obispo cómo venir del Perú a hacerse cargo
de la diócesis ; el canónigo Sarmiento acudió
en su auxilio y le prestó cuatro mil pesos para
que realizara el viaje. Llegó el prelado y go-
bernó casi diez años ; pero los vivió en santa
fraternidad con la pobreza, y no tuvo con qué
pagar lo que debia. Murió el obispo y no se
halló en su caja dinero alguno con que costear-
le el entierro : completó el deán Sarmiento el
servicio; y así como prestó dinero para que el
Sr. Hijar y Mendoza entrara con el debido
honor a Concepción, así prestó ahora tres mil
pesos, para que los restos mortales del fallecido
obispo fueran despedidos de este mundo con
el honor correspondiente. Esta deuda la cedió
Sarmiento a las monjas, las cuales la cobraron
— 42 —
más tarde, y consiguieron que, después de lar-
gos años y de incidentes divertidos y cómicos,
el gobierno nacional les pagara su crédito.
Pagó el fisco tomando dinero de treinta mil
pesos (|ue el tesoro real quedó debiendo al
obispo, al cual no le pagó su renta de tres mil
pesos en ninguno de los diez años de su epis-
c< >]>udo.
Aceptó el señor Escandón el escrito de Sar-
miento el día 2 de Septiembre de 1726, como
consta del decreto firmado por ambos y refren-
dado por el secretario episcopal Julián García
Fernández : y el mismo día se hizo escritura
ante el notario público don Francisco Marín
de Poveda.
Pocos meses después en 15 de Mayo de 1727,
moría el deán Sarmiento, dejando como here-
deras de sus bienes a las monjas trinitarias.
Su testamento no estaba legalizado, y esa
circunstancia dió ocasión a un ruidoso pleito
entre las monjas y los parientes del testador,
que se creían herederos ab intestato : una tran-
sacción, de que hablamos, más adelante puso
in al largo juicio, después de largos años de
litigio.
Si bien es cierto que no alcanzó Sarmiento a
ver fundado el monasterio de trinitarias, lo es
sí que dejó dispuesto lo necesario para fundar-
— 43 —
lo; y es también cierto que las trinitarias guar-
dan con veneración y gratitud la memoria de
Sarmiento, a quien respetan como a su funda-
dor .y a un insigne bienhechor.
A la donación antes relatada, agregaremos
aquí otra adquisición que hizo el beaterío : el
fundo o chacra "Palomares," que aun hoy
posee el monasterio. Una ligera ojeada sobre
lo pasado da idea de la constitución de la pro-
piedad rural en los tiempos de nuestros ma-
yores.
El presbítero don Juan León de la Barra
vendió al beaterío de la Santísima Trinidad de
la Ermita 500 cuadras de suelo en Palomares,
por el cajón o valle del Andalién, en $ 550 de
oro corriente. Aceptó la venta el síndico de la
casa, presbítero don Nicolás de Alderete, en
escritura firmada ante el notario don Juan
Vásquez de Novoa el 26 de Abril de 1726. El
vendedor, presbítero de la Barra, era el cuarto
dueño que había tenido el fundo. Don Alonso
de Rivera, siendo presidente de la nación, "dió
en encomienda" al capitán Juan Benavides y
Lara, por los años 161 2 de una "suerte de tie-
rras libres" en Andalién población indígena
de los Palomares. Benavides perdió los títulos
originales de su "encomienda" en una salida
del mar en Concepción : se los renovó el presi-
— 44 —
dente don Diego Coello y Pacheco, marqués
de Navamorquende en 13 de Julio de [669,
con intervención del notario público don Pedro
Ampuero Barba. El capitán don Pedro de la
P>arra, nieto de Benavides, heredó Palomares,
y de una parte del fundo dejó de heredero a su
hijo, el presbítero clon Juan León de la Barra.
Éste lo vendió al beaterío, cuyos representantes
son hoy las monjas trinitarias, dueñas de Pa-
lomares. 1.a tasación municipal fijó este año en
cien mil pesos el valor del fundo.
CAPÍTULO III
Siguen los trabajos para fundar el monasterio.
La muerte de Sarmiento no entorpeció la marcha
del proyecto de fundación: las autoridades y el pú-
blico se proponen realizarla: Escribe el Sr. Escandón
al rey pidiendo la real venia para fundar: escriben
el presidente Cano de Aponte, la Real Audiencia y
los dos cabildos de la ciudad. — Se envía a Madrid una
información con todo lo que el rey necesitaba para
resolver: todo lo prepara el síndico y capellán don
Nicolás de Alderete: intervienen todos los funciona-
rios públicos de Concepción : curiosos inventarios de
los bienes del beaterío. — Se va el Sr. Escandón a
Lima de arzobispo : arregla la venida de las religiosas
fundadoras: el nuevo obispo, señor Bermúdez y Be-
cerra las quiso traer; pero no lo consintió el virrey:
el sucesor de éste las permite salir y se vienen con el
comisionado de Concepción. — Llegan a Concepción
las tres fundadoras : se las lleva al beaterío: se hace
la fundación y ios nombramientos de regla. Advoca-
ción con que se fundó el convento.— Personas que
pasan del beaterío al monasterio : dos interesantísimos
casos de longevidad, una religiosa de 150 años y otra
de 170 años. — Qué era la corporación nueva que se
establecía en Conceción: el monasterio de Madrid: el
monasterio de Lima. — Importancia de la nueva casa
trinitaria: bienes que trae a sus mismos sujetos y a
la sociedad.
— A<S —
Aunque no hubiera sido tan activo el trabajo
de Sarmiento, la sociedad de Concepción estaba
ya vivamente interesada en que la idea del
fallecido deán se llevara a la realización. El
obispo señor Escandón, los cabildos eclesiásti-
co y civil, la Real Audiencia y el presidente de
la nación aunaron sus esfuerzos y se propu-
sieron alcanzar la fundación del monasterio de
trinitarias.
En 15 de Febrero de 1729 escribía el obispo
al rey una carta, tomando la iniciativa en esta
nueva fase de la piadosa campaña, por ruego
y encargo de las beatas de la Ermita. Desde el
año de 1724 que llegué, dice el obispo, a servir
esta Santa Iglesia y Obispado, extrañé con no
poca admiración, que en todo él, siendo tan
antiguo y tan dilatado, no hubiese, como no lo
hay, un monasterio de religiosas en que las
mujeres se pudiesen consagrar a Dios en per-
petua Castidad y Religión. Estando privada
esta Diócesis de una parte tan necesaria, tan
útil y tan hermosa de la jerarchia eclesiástica
de que no se compone el Sagrado Venerable
Cuerpo de la Cathólica Iglesia. Y negadas sus
hijas a poder seguir el estado perfecto de Re-
ligión, desgracia que me persuado no la pade-
cería otro alguno de los Obispados que se
contienen en la dilatadísima y cathólica monar-
— 47 —
chía de V. Magd." Habla el obispo del beaterío,
cree que ya se le puede elevar a monasterio y
pide para ello la licencia del soberano: hay,
dice, suficiente personal "quinze mugeres Don-
cellas y Viudas de las más honrradas familias
de este Obispado, recogidas en su clausura y
empleadas en las alabanzas divinas, viviendo
en observancia, oración y penitencia, con voto
simple que hacen de castidad y pureza, según
una regla que les he formado para los exerci-
cios de su vida, siendo oy esta comunidad en
cuias oraciones afianza esta ciudad el logro
de las divinas misericordias."
Sigue el obispo diciendo que el beaterio tiene
el auxilio del pueblo que los socorre, 14 mil
pesos "colocados en fincas seguras" y la dona-
ción Sarmiento, que ya conocemos. En cuanto
a casa, dice el obispo, "hay adelantado el tener
Iglesia muy capaz y adornada, surtida de ala-
jas y ornamentos muy decentes para el divino
culto : Coro y casa fabricada en forma regular,
bastantemente capaz y acomodada, en sitio
muy sano y muy desahogado para la vivienda
religiosa."
"Por todo lo cual, sigue el obispo, en cum-
plimiento de mi desseo, y de todo este Obispado
y en execución del encargo de dho. Deán di-
funto, suplico rendidamente a V. Magd. sea
— 48 —
servido de conceder su real licencia para que
en dicho Beaterío se funde un monasterio de
religiosas de Regla aprobada por la Iglesia, o
bien sea de trinitarias descalzas, o de otro
Instituto de Recolección de que se puedan
conseguir fundadoras en estas partes. Debien-
do yo asegurar a V. Magd. que será ésta una
obra de mucha honrra y gloria de Dios nro.
Señor, de singular lustre y consuelo de esta
ciudad y Obpado. y de gran útil y convenien-
cia espiritual y temporal de todo él."
Acompañaba el obispo un detallado estudio
de cuanto necesitaba tener en vista el rey para
fallar en el asunto, especialmente de las utili-
dades y ventajas de la obra; y también de las
desventajas que presentaban las circunstancias
de ser Concepción puerto de mar, expuestos a
las incursiones de los corsarios y a las irrup-
ciones de los indígenas. Iban las escrituras y
títulos que necesitan el Consejo de Indias y el
fiscal real para dar su juicio con acierto.
A la carta anterior se agregó otra del pre-
sidente don Gabriel Cano de Aponte, tan deci-
dora como la del obispo: otras de la Real Au-
diencia y de los cabildos de Concepción, que
apoyaban calorosamente la petición.
Entre los documentos enviados a Madrid iba
un "estado" completo de los bienes que poseía
— 49 —
el Beaterío. Estudiando el "estado" se entiende
el interés con que se quiso asegurar el logro
de los generales deseos, pues trabajaron en
confeccionarlo las personas más respetables de
la ciudad, como pasamos a decirlo. El síndico
del Beaterío, presbítero don Nicolás de Alde-
rete, pide al vicario general del obispado, don
Angel de Echeandía, que reciba información
sobre qué bienes posee el Beaterío, "y assí
mismo de que en esta ciudad y Obispado no
hay convento alguno de Religiosas, y que será
de gran consuelo, y utilidad de toda la Dióce-
sis, y especialmente de esta ciudad que dho.
Beaterío pase a ser monasterio de regla apro-
bada."
Uno de los testigos de la información, don
Manuel de Salamanca, Maestre de Campo y
Gobernador de Armas, declaró que el Beaterío
tenía los siguientes bienes: ''las casas en
que vivía el obispo, "porque no había otras
mejores y más proporcionadas para la Digni-
dad, "casas que ganan doscientos pesos de
cánon anual y valdrán hasta nueve o diez mil
pesos;" 2°, tres estancias en Rere: Remedios
o Pataguacó, Rozas y la Cordillera, que val-
drán veintiún mil pesos; 3.0, Palomares, que
valdrá mil quinientos pesos; 4.0, 14 o 15 casillas
4
— 50 -
o ranchos al rededor del Beaterío, que valdrán
por todo unos dos mil pesos; 5.", la casa en que
viven las beatas, que, "según es pública voz y
fama, fabricó el Sr. I). Diego Montero del
Águila, y "que está contigua y unida con una
Tglesia muy capaz en que se venera la milagro
sa Imagen de tira. Señora de la Hermita, Pa-
trona y Abogada de esta ciudad;" "valdrá
todo, casa e iglesia, unos veinte mil pesos."
Además de Salamanca declararon el sargen-
to mayor don Pedro de Córdoba y Figueroa
los comisarios generales don José de Mendoza
v Alonso de- Guzmán y Peralta, los capitanes
don Pedro Llórente y don Antonio González
Barriga.
Las firmas que en la información pusieron
el vicario Echeandía y su notario, don Fran-
cisco Marín de Poveda, fueron certificadas pol-
los tres notarios que había en la ciudad: nota-
rio de Gobierno, don Tomás Valdés; notario
público y de Cabildo, don José Bernal ; notario
público don Juan Basquez de Novoa.
Alderete pidió al alcalde ordinario de primer
voto, don Carlos de Sotomayor, que ordenara
a los Oficiales Reales de Contaduría que certi-
ficaran los censos que se reconocían a favor
del Beaterío v la propiedad de otros bienes
- 51 —
que poseía la casa (i). Y para asegurar más
aún la efectividad y valor de los títulos del
beaterío, el fiscal eclesiástico, presbítero Fran-
cisco Javier Jáuregui, pidió que a las certifica-
ciones ya hechas se agregara la del Oidor de
la Real Audiencia residente en Concepción, y
la de los que que por cualquier razón hacían el
papel de jueces.
El más importante y práctico de los certifi-
cados e informes fué el que dió la Real Au-
diencia. Dicen el presidente y oidores que todos
conocen personalmente a Concepción ; que les
consta la existencia de todos los bienes que se
apuntan en los estados remitidos por el síndico
Alderete; que vendrá muy bien la fundación
y que no hay peligro de invasión de corsario,
porque es fácil defenderse de ellos, ni de in-
cursión de los indígenas, "porque va no incur-
sionan." Firman el informe Gabriel Cano de
( I ) Los siguientes censos aparecen en una lista que con-
tiene parte de la labor de Oficiales Reales: Domingo Jara
Villaseñor reconoce un capital de § '¿00; Antonio Vargas,
$ 120; Justo Rodríguez, $ 10<>; Juana Morales, $ 80; Gabriela
Suárez qe Figueroa, $ 120; Capitán Pedro Pardo, $ 100; Jose-
fa Urenda, $ 120; Rosa Salas, $ 200; María Idalgo, $ 120;
Felipa Monardes, $ 100; Juan de Rivadeneira, $ 60; Josefa de
León, $ 100; María Gálvez, $ 100: 1 arriendo de tres sitios
vacíos, avaluados en $ 300. — Biblioteca Nacional, R. Audien.
cia, Vol. 2.8Í)2.
Aponte, Francisco Sánchez de Barreda, .Mar-
tín de Recabarren, Juan del Canal y Calvo de
la Torre y Manuel G. de Jáuregui v Valle.
Entre los documentos enviados a Madrid
iba el inventario de los objetos y útiles de la
iglesia y sacristía. Es rico, y muestra el espí-
ritu de piedad de los fieles, que habían ido en-
riqueciendo el santuario de la Ermita con
tanta generosidad (i).
Se recibieron en Madrid todos los documen-
tos remitidos y pasaron, como era práctica
allí, al Consejo de Indias para información y
voto. Fué nombrado Relator del sumario el
Licenciado Escandón, el cual, después de dete-
nido estudio, dió minuciosa cuenta del expe-
(1) Para muestra damos algunos de los objetos inventaria-
dos: una custodia de plata dorada, con perlas y piedras pre
ciosas; 3 cálices de plata; diez candelabros de plata; 6 pares
de sacillos de oro y perlas de la Virgen de la Ermita; varios
pares de manillas de perlas; una cadena de oro con cruz de
esmeraldas; 9 sortijas de oro, una de diamante y ocho con
esmeraldas; tres joyas más, de oro; once mantos de N.a Se-
ñora; 2 de tisú. 5 de brocato, 2 de lana, 2 de seda; siete túni-
cas de seda; tres pilas en las puertas; 12 vasos de la China,
que adornan el altar mayor; 14 sillas de vaqueta aprensada y
tres forradas de terciopelo carmesí con clavazón dorada y
franjas de oro; 1*5 alfombras; un arpa; una guitarra; cuatro
campanas, tres grandes en la torre y la de comunidad; y todo
lo necesario para el culto. — Biblioteca Nacional — Real Au-
diencia, Vol. 2892.
— 53 —
diente el 14 ele Agosto de 1730, y proponía que
se indicara al rey que accediera a lo que se le
pedía desde Concepción. El Consejo aceptó el
parecer del Relator y pidió al soberano que
mandara extender decreto de concesión.
Antes de proceder, pidió el rey informe al
confesor de la reina. Opinó favorablemente ese
eclesiástico, y entonces el monarca, Felipe V,
escribió al pie del informe del Consejo. "Como
os parece," y mandó extender la licencia, la
cual se contiene en la real cédula de 22 de No-
viembre de 1730, que fué remitida a Concep-
ción y a Lima para su cumplimiento.
Mientras esos asuntos se tramitaban en
Madrid, el obispo señor Escandón, salió de la
diócesis y naso a ocupar la de Tucumán (Cór-
doba de la Argentina) ; de aquí salía para
Ouito y, yendo de camino, fué hecho arzobispo
de Lima, adonde llegaba en 1732. Con más
empeño que antes procuró el Sr. Escandón
acelerar la fundación tan deseada, y arregló
con las trinitarias de Lima todo lo necesario
para que partieran a Chile las fundadoras.
Todo estaba listo, y lo único que faltaba,
buque, se proporcionó de manera inopinada.
Llegó a Lima, de paso para Concepción, el
señor don Salvador Bermúdez y Becerra,
nombrado obispo en reemplazo del Sr. Escan-
— 54 —
don. Lo había consagrado don Andrés de Pa-
redes, el mismo que' había sido nombrado para
Concepción, y que no alcanzó a partir a su
diócesis, porque antes recibió nombramiento
para Quito. Tenia ya el Sr. Bermúdez y Bece-
rra en el Callao el barco en que debía irse a
Concepción : en esta embarcación irían también
las religiosas trinitarias designadas para fun-
dadoras.
Fijado el día de la partida, la superiora del
monasterio pidió al virrey su venia para que
pudieran salir de la clausura las religiosas y
embarcarse para Concepción. El virrey, don
José de Armendariz, marqués de Castelfuerte,
negó el permiso solicitado y frustró así cuantos
trabajos se tenían hechos en favor de la anhe-
lada fundación : el obispo señor Bermúdez se
marchó a Chile sin llevar sus monjas, y éstas
se quedaron llorando la desgracia de haber
perdido ocasión tan favorable de hacer su
viaje en compañía tan interesante, como era la
del obispo y sus acompañantes.
,E1 marqués escribió a Madrid, dando cuen-
ta de lo obrado y de los motivos que lo induje-
ron a no permitir la partida de las religiosas.
Creyó justificarse ante el monarca, asegurando
que había peligros en la pretendida fundación,
y que, aunque no los hubiera, no era prudente
fundar más conventos en el virreinato: a lo
que agregaba que él no tenía conocimiento del
asunto y no sabía si se contaba con lo necesario
para asegurar la vida del nuevo monasterio.
Junta con la carta del marqués iba otra del
arzobispo, Sr. Escandón, que puso las cosas
en su lugar y comunicaba al rey las verdaderas
causas de la conducta de Armendáriz. El mar-
qués, según el obispo, era hombre arbitrario,
que tenía concepto errado acerca de la exten-
sión de su autoridad, y que en el caso actual
sucede que "las órdenes de Vuestra Magestad
se embarazan por solo el capricho de un hom-
bre, que mira con declarado ceño el estado
eclesiástico y religioso". Ambas cartas eran
de Mayo de 1734.
Mala acusación era la que el arzobispo hacía
al virrey: tildarlo de incrédulo y antirreligioso
ante el monarca, era socavar la base de su silla
de mandatario, pues la corte de Madrid era
católica y no se toleraba frecuentemente a un
impío en los puestos públicos. No sabemos si
sería por este motivo, pero es lo cierto que al
año después, y precisamente cuando se recibie-
ron en Madrid las dos cartas que sabemos se
decretó la remoción del virrey y se le daba
como sucesor a don José Antonio de Mendoza,
marqués de Villagarcía. El soberano enviaba
poco después instrucciones al nuevo virrey
para que estudiara mejor el asunto; y, si era
necesario, que no ejecutara la cédula ; pero esas
instrucciones llegaron inoportunamente a su
destino. El virrey llegó a Lima el 4 de Enero
de 1736; y tan pronto comenzó a entender en
los asuntos de gobierno, el arzobispo le presen-
tó la real cédula de 22 de Noviembre de 1730,
en que el rey daba su beneplácito para la fun-
dación del monasterio de trinitarias en Con-
cepción. El virrey, sin más auto ni traslado,
ejecutó la cédula y dio la licencia acostumbra-
da. Las religiosas fundadoras, en el primer
navio que tuvieron a la mano, se embarcaron
para Chile,, talvez en el mismo mes de Enero
y llegaron sin novedad a Concepción.
De ello daba cuenta el virrey al soberano en
carta de 28 de Julio de 1736 y le dice que las
instrucciones llegaron tarde y que a la fecha
"procedió el muy reverendo arzobispo a dis-
poner que se nombrasen las Fundadoras de las
religiosas del monasterio de Trinitarias des-
calzas de esta ciudad, y que se embarcasen
para el puerto de la Concepción ; que todo se
hizo a disposición de este Prelado en muy bre-
ve tiempo ; y ha muchos días que se tiene noti-
cia de que están en aquella ciudad, tratando
de executar próximamente su fundación."
No tenemos mayores noticias acerca del
viaje de las fundadoras, ni de su llegada a
Concepción. Según cuenta un historiador na-
cional de ese siglo, "el obispo señor Bermudez
i Becerra comisionó al licenciado don Luis de
Quevedo i Ceballos para que pasase a la ciudad
de Lima a pedir fundadoras, i condujo a las
señoras doña Francisca de San Gabriel, doña
Ana Josefa de la Santísima Trinidad i doña
Margarita de San Joaquín" (i).
Estas religiosas fueron recibidas en Concep-
ción con grandes manifestaciones de júbilo y
el día de su llegada fué de grandes fiestas :
¡hacía tantos años que la sociedad entera vivía
con la gran preocupación de tener monjas en
la ciudad, y eran grandes los deseos que a
todos dominaban de ver mejor honrada la
bendita imagen de la Virgen de la Ermita !
Había a la fecha en el Beaterío trece beatas
y la superiora, doña Rita de Santa Gertru-
dis (2).
"Estas señoras religiosas, i trece beatas con
su superiora, la señora Rita de Santa Jertru-
(1) Carvallo i Goyeneehe. tt.er tomo de su Historia de Chi-
le, pág. 100.
(2) Creemos que esta superiora era doña Rita Rodríguez,
a quien el Deán Sarmiento le pagó dote de beata $ 500, por
los años de 1721.
— 08 —
dis, dice el historiador antes citado, se presen-
taron, el siete de febrero de 1736, en la iglesia
de la Conpañia de Jesús, i acompañadas del
reverendo obispo, i señores dignidades, i pre-
bendados del clero, i religiosos, i del ayunta-
miento, nobleza i pueblo fueron conducidos al
beaterío." Aquí quedaron instaladas las reli-
giosas, en calidad de huéspedes, hasta tanto
se practicaban los actos legales y canónicos
para la erección del monasterio.
"El 26 de setiembre del mismo año, dice el
citado historiador, se le dió clausura, i título
de monasterio, i nombró el ilutrísimo prelado
a la señora doña Francisca de San Gabriel
para ministra, a la señora doña Ana Josefa
de la Santísima Trinidad para vicaria, i a la
señora doña Margarita de San Joaquín para
maestra cíe novicias."
Bajo qué advocación, de Misterio o Santo,
se fundó el nuevo monasterio, no lo podemos
deducir de documentos que lo digan ex profes-
so ; pero sí lo sacamos de varios escritos que
hemos visto de las primeras autoridades que
hubo en la casa. La primera Ministra encabeza
varias presentaciones al Gobierno, así : "Sor
Francisca de San Gabriel, Ministra del monas-
terio de Irinitarias descalzas de Nuestra Seño-
ra de la Natividad y Señor San José." Es de-
— 59 —
cir, que la Virgen de la Ermita, María de la
Natividad, era siempre la Patrona y Señora
de la nueva familia que seguía dispensándole
los cuidados de antes y rindiéndole un culto
todavía más agradable que el de otro tiempo.
Entre las beatas que entraba ahora a vivir
en la clausura de un monasterio, para comen-
zar su preparación a la vida religiosa, estaba
doña Ana Monarde, la primera superiora del
beaterio cuando le dió forma el obispo don
Diego Montero del Aguila (i).
(1) Como una curiosidad damos aquí lo que tiene escrito
«1 historiador Carvallo Goyeneche a continuación de los pá-
rrafos que arriba dejamos transcritos. "La señora doña Ana
Monarde, que tomó el nombre de Ana de la Santísima Trini
dad, oraba en coro por la erección de su beaterio en monaste-
rio i se le presentaron tres lunas, que, a poco rato de la visión,
fueron desapareciendo por el mismo orden que las tres fun.
dadoras. ¡>e le ocultó la segunda luna, que representaba a la
madre vicaria, i fué la primera que faltó regresando a su
monasterio de la ciudad de Lima. Luego se ocultó la tercera
luna que representaba a la maestra de novicias, que fué la
primera que falleció en este monasterio de las dos fundadoras
•que quedaron, i después la primera luna, que figuraba a la
madre ministra que también falleció en el mismo monasterio."
"Aun hubo otro prodigio. Tenían en el huerto dei beaterio
un boldo, árbol de tanta corpulencia como el laurel, i no dió
fruto hasta el año de la creación del monasterio, i el que dió
entonces, i siguió dando, tenía bastante particularidad, por-
que los árboles de su especie dan el fruto en racimos de seis
.a ocho granos, i este le daba de tres, sin que hallase en él
alguno que tuviese mas o ménos."
— 60 -
Había también en el beaterío dos hermanas
legas, que quedaron en el monasterio y figuran
en sus anales como caso singular de longevi-
dad, probablemente único en la historia de las
comunidades religiosas de Chile.
Una y otra conocieron los tres siglos, 17,
18 y [9, y fueron testigos y actores en las cinco
grandes o marcadas fases que ha tenido el
monasterio, a saber: la de simple reunión de
mujeres recogidas para hacer vida piadosa y
cuidar de la Ermita ; la de beaterío organizado
por el Sr. Montero del Aguila; la de monaste-
rio, fundado canónicamente por el Sr. Bermu-
dez v Becerra; la de su traslación desde Penco
3. Concepción en 1765, ocasionada por el terre-
moto de 1751 ; y la de restauración, como suele
llamarse a la semi-resurrección que tuvo lugar
en 1822, después de la vuelta de la emigración
a la Araucanía que hicieron las trinitarias
durante la guerra de la independencia nacio-
nal, y de que se hablará más adelante.
Eran ellas las Hermanas Bernarda de San
Ignacio y la Hermana Rosa de los Dolores : la
primera entró como recogida el año 17 10,
siendo de veinte años de edad, y murió el 12
de Octubre de 1840, a los 150 años de edad;
y la segunda, Hermana Rosa, entró al beate-
río en 1708, siendo de 40 años de edad, y
— 61 —
murió el 26 de Julio de 1836, a los 170 años
de edad. Estos dos casos de longevidad son
perfectamente ciertos y están claramente com-
probados en forma que hace absoluta fe. A
la peregrinación de la Araucanía de 181 8
fueron estas hermanas, de cuya larguísima
edad daban testimonio vivo varias religiosas,
viejísimas también, que las conocieron al
tiempo de la fundación del monasterio en
1736.
Quedaba fundado el convento de trinitarias
descalzas, primer monasterio que se fundaba
en la diócesis de Concepción y único de su
orden hasta hoy en Chile. La fundación tuvo
todos los caracteres de las obras de Dios: su
base o principio fueron la pobreza y las con-
tradicciones, y su desarrollo y fin la constitu-
yeron la caridad, los sufrimientos y la cons-
tancia generosa y la humildad de sus crea-
dores.
Ligados a la fundación quedaron principal-
mente los nombres del deán don Domingo
Sarmiento, de los obispos don Diego Montero
del Águila, don Francisco Antonio de Escan-
dón y don Salvador Bermudez y Becerra ; de
don Nicolás Alderete y de doña Ana Monarde.
Todos ellos, y tantas otras personas que coo-
peraron en la labor, habrán visto desde el cielo
— 62 —
los abundantes y sazonados frutos de virtud
y santidad que ha venido produciendo este
plantel hermoso, bendecido por Dios y cuidado
con esmero por los obispos y por el pueblo,
(|ue lo ha tenido como cosa ( i ) propia y al
cual ha profesado siempre veneración y ca-
riño.
¿Qué era la nueva corporación que tomaba
arraigo en Concepción? Era una rama de la
insigne "Orden de la Santísima Trinidad de
Redención de Cautivos" fundada "por dos
Franceses: Juan de Mata, presbítero tan emi-
nente por su erudición como por su virtud, y
Félix de Valois, oriundo de sangre real."
Aprobó la Orden el papa Inocencio III en
i [98, dándoles el nombre de trinitarias y fi-
jándoles como grande fin la redención de los
cautivos: "aceptaban los trinitarios el com-
promiso de consagrarse a redimir los cristia-
nos que gemían bajo el yugo de la esclavitud
sarracena, va con limosnas, ya también con
el producto de los bienes de la Orden, y en
último caso entregándose ellos mismos en
sustituición de los redimidos. El hábito de la
(1) En el Apéndice damos una brev'sima reseña de la pri-
mera casa de religiosas que hubo en la Diócesis, en Osorno
por los años de 15G8.
— 63 -
Orden era blanco, con una cruz azul y encar-
nada en el pecho" (i).
Algunos siglos después se fundó un conven-
to trinitario para mujeres en Madrid. Comen-
zó la fundación a fines del siglo 16 o a princi-
pios del 17. Tomando la Regla de los trinita-
rios, las monjas de Madrid arreglaron unas
Constituciones, a las cuales, con aprobación
del arzobispo de Toledo, se sometieron por vía
de prueba, y habiéndolas juzgado buenas,
pidieron al Papa, por intermedio de la Minis-
tra Sor Inés de la Concepción, que la aprobara
definitivamente. El Papa Urbano VIII, estu-
diado el asunto, decretó, el 22 de Agosto de
1624: ''Por autoridad apostólica y tenor de las
presentes, perpetuamente aprobamos y confir-
mamos los dichos Estatutos, Reglas y Orde-
nanzas, y todo lo susodicho, y a ellas ponemos
fuerza de perpetua e inviolable firmeza apos-
tólica ; y por la dicha autoridad suplimos todos
y cualesquier defectos, así de derecho, como
de hecho, y de solemnidades necesarias de
derecho, costumbre o necesidad, o en otra
cualquiera manera, si algunas en lo susodicho
hubiesen intervenido. Decretando que los di-
chos Estatutos, Reglas y Ordenanzas sean
(1) Erg'Miroether, Historia de la Iglesia, Tomo 3.° pág. 675.
— 64 —
válidos y eficaces, y que perpetua e inviolable-
mente se hayan de cumplir y guardar por las
Monjas del dicho Monasterio, que ahora son
o por tiempo fuesen, que en ningún tiempo se
puedan eximir, sino que perpetuamente estén
obligadas al cumplimiento de todos ellos, y
que a ello puedan ser obligadas con censuras
eclesiástica-."
Afirmado así el instituto femenino trinita-
rio, hizo vida próspera, v no tardó en probar
con los hechos que la forma más perfecta de
vida que el Pontífice les daba, contribuiría a
que las religiosas vivieran vida más santa y
el monasterio tomara gran desarrollo.
Del convento de Madrid salieron, ya proba-
das suficientemente, las Constituciones y Re-
gla que sirvieron para fundar en 1682 una
casa de trinitaria.-, en Lima, que floreció muy
pronto y se mostró digno y robusto vástago del
vigoroso tronco de donde tomó la savia. Tiene
esta fundación de Lima gran semejanza con
la de Concepción, v tanta que puede decirse
con verdad que la hija era en todo igual a la
madre.
'"Tuvo principio el ejemplarísimo Monaste-
rio de Monjas Descalzas Trinitarias del ciu-
dad de los Reyes de Lima, al mismo tiempo
que la Congregación de Sn. Phelipe Neri;
— 65 —
porque viviendo la Madre doña Ana de Robles,
viuda del capitán Diego de Bedia, cinquenta
pasos de la Iglesia de Sn. Pedro, frequentaba
el concurrir a los ejercicios devotos, que en
ella se practicaban ; i eligió por Director de su
conciencia i Padre espiritual al Lizdo. Dn.
Franco. Javier de Ayllon que era uno de los
Padres de la Congregación del Oratorio de
Sn. Phelipe Neri : por cuyo consejo se encami-
nó a la fundación de un recogimiento, o bea-
terío que formó en su propia casa, endonde
agregó a su compañía otras virtuosas Muje-
res ; i con licencia del Iltmo. Señor Arzobispo
dn. Frai Juan de Almoguera, del Orden de la
Sma. Trinidad, se vistieron sotana clerical,
suelta de lana negra; i manto de la misma la-
na ; i haciendo un oratorio para sus ejercicios,
se les decía Misa en él, i administraba los
Santos Sacramentos de Confesión, i Sagrada
Comunión, por los Padres de dha. Congrega-
ción, quienes tenían también a su cargo la
administración de sus bienes, corriendo con
sus gastos, i se intitulaban las Beatas Nerias,
o de Sn. Pedro" ( i ).
(11 Tomado de una antigua Relación del establecimiento
del monasterio trinitario de Lima, que nos ha remitido origi-
nal la Ministra, Madre Luisa María de Jesús, en carta fecha-
da en Lima 19 de Abril de 1917.
5
— (56 -
El Iltnio. Sr. Almoguera indujo a doña Ana
de Robles a que fundara en el Beaterío un
monasterio de trinitarias descalzas, y él mismo
preparó la fundación y pidió, en 7 de Junio de
1675, al rey la autorización de costumbre
"para fundar un Monasterio de Religiosas
Descalzas con advocación de nro. Redemptor
Jesu Christo crucificado; que vivan debajo de
la Regla de mi Orden de la Sma. Trinidad que
es la Regla que be professado, i deseo tierni-
simamente se trasporte a estas tierras." El
rey sometió a la Audiencia de Lima el estudio
del negocio, y la autorizó para que diera la
licencia solicitada, si todo estaba en forma de
derecho, y muy en particular si estaban los
noventa mil pesos que doña Ana de Robles
ofrecía para la fundación. Todo lo bailó bien
la Real Audiencia y autorizó la fundación en
decreto de 15 de Noviembre de 1677.
Había muerto el Sr. Almoguera y tocó hacer
la fundación al sucesor, Sr. Don Melchor de
Liñan y Cisne ros, en 1 1 de Mayo de 1682, con
la advocación ya dicha Las Constituciones y
Regla del nuevo instituto son las del monaste-
rio de trinitarias de Madrid, cuya superiora
mandó e jemplares de todo a las hermanas que
les nacían en América. Fué Ministra doña
Ana de Robles, aun antes de hacer su profe-
— 67 —
sión solemne ; por dispensa otorgada para el
caso lo fué por toda su vida en la casa '"que
fundó, por ser extensión del orden de ia San-
tísima Trinidad, la que se hizo de dho. .Monas-
terio, como consta de dhas. Bullas Apostó-
licas."
Como se ve, el monasterio limeño comen-
zó por la unión de unas cuantas mujeres pia-
dosas que se reunieron privadamente para
hacer vida más perfecta debido al consejo de
algunos eclesiásticos, las piadosas señoras
constituyeron un "beaterío," con alguna or-
ganización más perfecta; y de aquí pasaron a
la constitución de una comunidad religiosa,
establecida en forma canónica y con la apro-
bación solemne de parte de la Santa Iglesia.
Como ganó en organización, así ganó el nuevo
instituto en la más estricta observancia y en
el mayor y más precioso fruto de virtudes que
practicaron las religiosas.
"Han florecido en este Monasterio en los
pocos años que han corrido desde su funda-
ción, muchas Religiosas con especial fama de
santidad, cuya noticia es muy difícil adquirir-
la" ( i ). Y la razón, dice la Relación, es porque
se perdió íntegro el archivo del monasterio y
(1) Relación antes citada, de la Superiora de Lima.
- 68 —
no fué posible recobrar ni todo, ni parte, "sin
que haya quedado vestigio alguno de tan ines-
timable tesoro, por cuya razón sólo referiré
sucintamente lo que se ha podido sacar de
algunos escasos fragmentos, i bien limitadas
noticias."
Si es sensible para el monasterio limeño la
pérdida del archivo, lo es también para nos-
otros, porque no será posible ncontrar sufi-
cientes noticias con que conocer todo el mérito
y valor de las religiosas que vinieron a fundar
la casa de Concepción. Que ellas eran de gran-
des prendas lo dice el hecho de haber sido es-
cogidas, de entre una comunidad numerosa y
observantísima, para venir a Chile, a fundar
una casa en que debían ser maestras y modelo
de todas las virtudes monásticas. Y que todo
esto fueron, lo atestigua la tradición que que-
dó del tino, suficiencia y virtudes sobresalien-
tes de las tres ilustres fundadoras. Y la tra-
dición es de muy inmediato origen, porque
nosotros hemos conocido a religiosas que vi-
vieron varios años con monjas que asistieron
a la fundación del monasterio y estuvieron
bajo la dirección y obediencia de las religiosas
que fundaron la casa trinitaria penquista.
Damos a continuación todos los pormenores
que se ha podido reunir acerca de las tres
fundadoras.
— 69 —
"Sor Ana Josefa de la Santísima Trinidad,
natural de Lima, hija legitima del Capitán
Pedro Barona y de doña Inés 'de Castro. Tomó
el hábito de Religiosa de Velo negro en 16 de
Junio de 1708, de edad de 18 años: Dióselo el
Sr. Dr. Dn. Melchor de la Nava, por comisión
del mismo Prelado. Siendo Ministra por muer-
te de la fundadora la Madre Josefa de San
Pedro. Profesó el 24 de Junio de 1709, y mu-
rió año de 1770.
"Sor Francisca Paula de San Gabriel, hija
legítima de Dn. Pedro de Castro y de Da.
Gabriela La Monja: nació en Lima. Tomó el
Hábito de Religiosa de Velo negro en 25 de
Marzo de 1690, a los 16 de su edad. Dióselo el
R. P. Nicolás de Miraval de la Compañía de
Jesús, por comisión del mismo Arzobispo. Pro-
fesó en [5 de Abril de 1 691, y murió en Chile."
"Sor Margarita de San Joaquín, natural de
Lima, hija legítima del Capitán Dn. Nicolás
de Ogaña, y de Dña. Josefa de Ocera. Tomó
el hábito de Religiosa de velo negro en 25 de-
Mayo de 171 5, a los 19 de su edad. Dióselo el
Licdo. Dn. Jerónimo de Cepeda, por comisión
del Prelado. Profesó en 28 de Julio de
1716" (1).
(I) Carta de la Madre Luisa María de Jesús, ya citada.
— 70 —
La casa fundada en Concepción es la ter-
cera que el instituto trinitario madrileño tiene
en el mundo.
Son la? trinitarias, religiosas de vida con-
templativa, dedicadas a la propia santificación,
en casas de estricta clausura papal, y con un
régimen de vida en que son principales medios
de aprovechamiento espiritual el trabajo do-
méstico, la oración frecuente y la mortifica-
ción corporal.
La absoluta y total separación del mundo en
que las religiosas pasan su vida, y la privación
de los placeres materiales a que voluntaria-
mente se someten, contribuyen poderosamente
a crear en la comunidad el espíritu de despren-
dimiento de las cosas terrenas, a dignificar la
personalidad moral, que tiende más fácilmente
a Dios y a buscar su grande y única satisfac-
ción en los goces de la piedad, que facilita la
contemplación y conquista de los bienes celes-
tiales.
Si las religiosas se encierran en los muros
de su clausura, el monasterio no corta rela-
ciones con el mundo exterior; antes por el
contrario vive en contacto con la sociedad v
crea una activa comunicación que se traduce
en beneficios de todo género y de subida en-|
tidad para todos : la caridad mutua desempeña
— ri-
el principal papel en el trato entre la sociedad
v el monasterio.
Las familias de las religiosas y de los bien-
hechores del monasterio, tienen parte muy
importante en las oraciones y en las buenas
obras de la comunidad: por los difuntos de
todas esas familias se celebran anualmente
aniversarios en la Cuaresma y por el mes de
Octubre.
El número de religiosas que puede tener el
convento es de treinta, de monjas de coro o
de velo negro ; y seis, de f reilas o legas, de
velo blanco.
La mortificación corporal en comunidad es
frecuente, especialmente en ayunos y discipli-
nas. La pobreza de las celdas y camas es ri-
gurosa, y el traje y hábitos son toscos y bur-
dos, de modo que les está negada a las religio-
sas todo género de comodidad.
A la vida de oración y sacrificio se agrega
la vida de trabajo: no hay nunca, ni por nin-
guna razón, una monja sana que no esté en-
cargada de algún trabajo, ya sea para la co-
munidad, ya para atender los compromisos
que tienen con las personas de fuera, ya para
hacer la caridad con los pobres o con los bien-
hechores. Pobres como son, todos los días las
religiosas hacen caridad a otros más pobres
que ellas, y son muchas las personas que sal-
van de situaciones difíciles o reciben el sus-
tento de cada día con el modesto óbolo y con
el pan que les da el monasterio, partiendo a
veces con ellos la propia escasa ración.
Ganaban, pues, el beaterío y la sociedad
con la nueva fundación, la cual no defraudó
las generales aspiraciones, sino que desde el
principio se mostró tal como la idearon los
fundadores y la deseaban los habitantes todos.
El monasterio de trinitarias fué desde su
fundación un foco reverberante de las más
hermosas virtudes, y se ganó muy pronto la
general estimación y la confianza de la socie-
dad; las que hasta el presente no ha perdido
ni en la más pequeña parte. Desde entonces
hasta hoy, los vecinos de Concepción han visto
también en las religiosas trinitarias un pode-
roso intercesor "en cuyas oraciones afianza
esta ciudad el logro de las divinas misericor-
dias."
CAPÍTULO IV
Primeros años del monasterio : labor de las
fundadoras. una religiosa extraordinaria.
Comienza la labor de las fundadoras. — Establéceme
los servicios: la Ministra M. Francisca de San Ga-
briel: respeta lo antiguo: regulariza la situación
financiera : cobro de deuda Hijar y Mendoza. — Un
Manso que no tiene mucho de tranquilo. — Cóbrase la
herencia del deán Sarmiento. — La segunda Ministra,
Madre Ana Josefa de la Sma. Trinidad. — Auxilia al
seminario diocesano: defiende a Palomares. Entra al
monasterio Sor Nicolasa Rocha. — Muere la sa?ita
religiosa Sor Martina Farías: algo de su edificante
vida. — Hubo otras religiosas de alta virtud juntas con
Sor Martina: de todas ellas escribe la vida la Madre
Ana: este relato va a Lima. — Es elegida Ministra la
tercera de las fundadoras, Sor Margarita de San Joa-
quín: recuerdos que aún quedan de esta superiora:
las campanas de la torre. — Sale de Concepción el
Illmo. Bermúdez y Becerra. — Es elegida nuevamente
la M. Ana Josefa de la Sma. Trinidad, 1 7-4-5-27 JfS:
auxili q ue presta el cura Roa y Guzmán. — La míe va
Ministra, 1748-51: su actuación señalada por el te-
rremoto de 1751.
Muy sensible nos es comenzar el relato de
lo que fué el monasterio en sus primeros años,
confesando que no podemos darsino escasísi-
mas noticias de la nueva vida que animó al
— 74 —
beaterio de la Krmita : una información com-
pleta de los pormenores de la instalación y de
su desarrollo en los primeros tiempos, nos
habría dado idea de lo que era la sociedad
penquista en aquellos ya remotos años, y de
cómo el nuevo convento produjo todos los
buenos resultados que esperaban los fundado-
res. Y más sensible nos es todavía asegurar
que será escaso y malo lo que digamos acerca
del instituto trinitario en todo el resto de la
obra. En descargo nuestro recordamos aquí
lo que ya tenemos advertido acerca de la falta
absoluta que hay en el monasterio de docu-
mentos que ayuden a la labor del cronista
curioso y bien intencionado.
La primera atención de las fundadoras fué,
natural es suponerlo, preocuparse de la for-
mación rejigiosa de las piadosas señoras y
jóvenes que vivían en el beaterio y pasaron
ahora a la categoría de postulantes o de novi-
cias. En este particular no fué difícil la tarea
de las fundadoras: ellas mismas confesaron
que entre sus hijas espirituales había personas
que habían llegado a la más alta perfección;
y tanto que no faltaron algunas que habían
escalado las cumbres más elevadas de la santi-
dad. Una de las fundadoras nos dirá dentro
de poco que la segunda beata que profesó de
trinitaria, fué para ella el espejo clarísimo en
que se miraba para caminar por las sendas de
la vida religiosa.
Establecida ya la autoridad y su jerarquía,
como queda dicho, comenzaron su labor las
religiosas. Con la dedicación que es de suponer
en una monja de altas prendas, comenzó la
Ministra, Madre Francisca de San Gabriel,
por crear los servicios necesarios, respetando,
en lo posible, según lo colegimos de hechos que
después apuntaremos, el personal que maneja-
ba los asuntos en el beaterío.
La primera actuación que conocemos de la
Madre Francisca es la cobranza que hizo de
una deuda que el fisco reconocía a favor del
convento. Más atrás indicamos que una de las
donaciones hechas por el deán Sarmiento fué
un crédito que tenía en contra de los espolios
o haberes testamentarios del obispo don Mar-
tín de Hijar y Mendoza. El origen de la deuda
es una curiosidad, y mayor curiosidad es la
larga batalla de sesenta años que peleó el mo-
nasterio para obtener el pago: ya contamos
más atrás la historia de la celebérrima dona-
ción.
El fisco reconoció la deuda a instancias del
acreedor Sarmiento, y en real cédula de fines
de 1707 mandó que se pagara del real tesoro
— 76 —
en Chile : los Contadores y Oficiales Reales de
Tesorería fueron notificados de la resolución
del monarca, pero el pago quedó para mejores
tiempos (i).
En 1721 los tesoreros reales pagaron mil
pesos de orden del Gobernador Don Gabriel
Cano de Aponte, y el resto quedó durmiendo
en las Reales Cajas hasta que la Madre Fran-
cisca de San Gabriel les dió una sacudida para
despertalos de su letargo. En 10 de Enero de
1739 cobra los seis mil pesos restantes "porque
se halla dicho su Monasterio en los principio?
de su fundación con urgentes necesidades, y
en las cosas más necesarias, y precisas para
el sosiego, y quietud de la vida religiosa, y
(1) He aquí la notificación que pe hace a los Oficiales Rea-
les He Tesorería:
"En la ciudad de ¡a Concepción de Chile en quince día* del
mes de Enero de mil setecientos y nueve años, yo el Capn.
Joseph de Villagra. Escribno I'úb.0 del num.° de e"ta ciad,
hize saber y notifip. la Rl. Prov.n Contenida en las seis foxas
antecedentes toda a la letra de verbo art verbum a los 8. 8.
Captt. de Caballos Dn. Matheo de Caxigal y Solar caul. del
Orden de Santiago, y Balthaesar de Xerez Thesorero y conta-
dor juez ofiz. de la Rl. Hazda de eete Obdo en sus persogas
estando juntos q. habiéndola leydo y entendido la cogieron
en sus manos puestos en pie quitados los sombreros la besa,
ron y pusieron sobre sus cabezas obedeciéndola con la reve-
rencia y acatamierto debido como de carta mandato de ntro.
Rey y Sr. natural que Ds. g. y prospere muchos afi08."
mayor dedicación a Dios en beneficio común
de los fieles, que por otra parte son cassi im-
posibles de remediar, etc.". La buena Ministra
tuvo la satisfacción de cobrar, pero también
el sentimiento de ver burladas sus justísimas
exigencias.
Gobernaba en Chile don José de Manso,
persona que, en la generalidad casi de sus
actos de mandatario, hizo honor al apellido
que llevaba; pero que en el caso de las trini-
tarias mereció llevar el apellido de "arisco o
bravio." Hizo sacar copia del decreto de Cano
de Aponte, de 1721, y en él encontró el subs-
terfugio para evadir el cumplimiento de una
obligación basada en estricta justicia y reco-
nocida ya por el monarca. El doce del mismo
Enero decretó: "La Ministra del monasterio
de trinitarias descalzas de Nuestra Señora de
la Navidad y Señor San José cobra seis mil
pesos," etc. pero "tomando en cuenta que el
decreto de 12 de Marzo de 172 1 fué con cargo
de que el resto se satisfaría en viniendo los
situados íntegros, que S. M. (q. Ds. ge.) seña
la a este exécito; condición que no se ha cum-
plido ; no ha lugar a que pide, y ocurra adonde
le convenga — Manso — Recabárren — Robina —
Solar — Ante Agustín Osores, Escribano pú-
blico y de Hacienda." ¡Tanto nombre en el
— 78 —
decreto y tan poca formalidad y honradez !
La madre Ministra acudió a la santa paciencia
y los seis mil pesos siguieron durmiento en las
reales cajas por muchísimos años más.
No han anduvo tan desgraciada la Madre
San Gabriel en otra gestión judicial en que
intervino con el objeto de asegurar los bienes
de su monasterio: esa gestión la ocasionó la
cobranza de los bienes que, a su fallecimiento,
en 1727, dejó el deán Sarmiento. Ya conoce-
mos la donación de este gran bienhechor de
las monjas; vamos a ver ahora cómo sus he-
rederos n<> tienen le mismo cariño por estas
religiosas. El deán dispuso su testamento,
pero no alcanzo a legalizarlo; de modo que los
parientes reclamaron los bienes con herederos
ab intestato. Pero en el testamento eran here-
deras las beatas de la Ermita y se presentaron
reclamando los bienes. Fueron unos y otros a
los tribunales y se trabó la litis con alto inte-
rés, pues los bienes litigiosos eran de algún
valor. Los parientes que reclamaban, hijos del
capitán don Baltasar Pradeña y de doña Ma-
riana Sarmiento, hermana del fallecido deán,
eran : doña Francisca Jacinta Pradeña, casada
con el alcalde de Concepción, don Juan Enrrí-
quez (así se firma) ; don Domingo Pradeña í
doña Isabel Pradeña, representada por su
— 79 —
marido don Juan Francisco Muñoz: todos
dieron poder a don Juan Enrriquez (i). Des-
pués de pleitear algún tiempo ambas partes
se avinieron a una transacción celebrada el
18 de Febrero de 1736 y aprobada por la Real
Audiencia el 27 de Junio, y ratificada poco
después por el obispo diocesano. En los últi-
mos arreglos de la transacción alcanzó a en-
tender la madre Francisca de San Gabriel.
Las bases del arreglo fueron: "las casas de
Concepción para las monjas ; un cañón de las
casas para Enrriquez y los herederos ab intes-
tato; la casa edificada por don Lorenzo de
Rocha, en terrenos de doña Mariana Sarmien-
to, para los herederos parientes, tasados en
2,828 $ 4 rs. ; para éstos sería también el "fun-
do Relbún, sito en el partido de Chillan, com-
puesto de dos mil cuadras, tasada a cuatro
reales la cuadra;" las monjas quedaban en
posesión tranquila de todos los bienes sobran-
tes, que valían menos que lo ya nombrado.
(1) Hicieron el inventario de los bienes don Bartolomé Sar-
miento i don Cristóbal Rodríguez, padre de una familia que
prestaría mas tarde grandes servicios al monasterio, dándole
distinguidísimas religiosas al claustro i un insigne protector
en la persona del ilustre sacerdote don Antonio Rodríguez
Venegas, tan amante de las religiosas como el deán Sarmien-
to, segiín se verá mas adelante.
— 80 —
En Septiembre de 1739 cumplió el período
de gobierno de la madre Francisca de San
Gabriel y fué elegida en su reemplazo la que
había sido vicaria, madre Ana Josefa de la
Santísima Trinidad ( 1).
Hallamos por primera vez el nombre de
esta madre Ministra en una obra de auxilio
al seminario diocesano. Regía este colegio el
ilustre jesuíta, padre Manuel Álvarez, hombre
práctico y buen previsor de lo futuro. Para
asegurar la vida del colegio se preocupó de
proporcionarle entradas fijas con rentas pro-
pias. Una de las medidas que tomó fué com-
prar el fundo Ñipas, de Ranquil, propiedad
del Maestre de Campo don Francisco Gonzá-
lez Estrada. Para vender su propiedad nece-
sitaba González pagar mil pesos a las trinita-
rias : aquí intervino la madre Ana Josefa,
H) Para fijar los trienios de gobierno de la superiora del
monasterio, hemos supuesto que ha habido sucesión regular
cada tres años; desde la fundación y que tosías han gobernado
sus respectivos períodos completos. Así lo suponemos, pero
no es posible darlo como hecho cierto ya que, como lo hemos
dicho, no hay en el convento ni libros ni documeutos de que
pudiera tomarse realidad. Aseguramos sí que cada una de las
superiora? que nombraremos en estas páginas, ha gobernado
la comunidad dentro de trienio que le asignamos como propio
período de gobierno, sin que podamos asegurar que principió
y acabó en los años que indicamos.
— 81 —
conviniendo en que el seminariole pagara laplata
cuando buenamente pudiera, con lo que el P. Rec-
tor tuvo una facilidadmás para lograr su objeto.
Los bienes del monasterio se vieron amena-
zados y hubo de defenderlos la madre Ana
Josefa. En 1741 se presentó al Gobernador
don José de Manso pidiendo que amparara al
monasterio contra varios vecinos del fundo
Palomares, que se iban apropiando de consi-
derables extensiones de terreno sin más título
que el poco respeto y la audacia. Desafiaba la
monja a los usurpadores a que presentaran
sus títulos, porque "si creían tenerlos, ella los
tenía más antiguos." Y esto era la verdad,
porque el monasterio tenía escrituras que da-
taban desde la constitución misma del fundo,
es decir desde el tiempo en que lo poseyó el
primer español, capitán don Juan Benavides,
hacía 150 años. El Gobernador Manso amparó
a la Ministra mandando por decreto de 1 1 de
Noviembre de 1741 que fueran expulsados los
invasores de Palomares.
Tocóle a la madre Ana Josefa recibir en el
monasterio a una joven que prestaría más tar-
de valiosísimos servicios a la comunidad, doña
Nicolasa Rocha, hija de don José Rocha y de
doña Rosa Rodríguez, de la cual se hablará
más adelante.
6
— 82 —
Antes de recibir a la joven Rocha, la Madre
Ana Josefa tuvo el sentimiento y el piadoso
consuelo de ver morir a una de sus religiosas,
que escalaba el cielo después de haber "pelea-
do el buen certamen" de una vida santa: era
ella Sor Martina de la Santísima Trinidad,
cuya prodigiosa vida fué la admiración de la
comunidad y el modelo perfecto y acabado de
I" que puede ser una religiosa santa.
La Madre Ana Josefa escribió una breve
relación de la vida de Sor Martina: ese escri-
to nos da idea de las heroicas virtudes de esta
religiosa, v nos presenta a la misma Madre
Ana Josefa bajo un interesante aspecto, a
saber, el de cuidadosa madre, que se preocupa
de dar a conocer los tesoros que tenía en sus
hijas, v. al mismo tiempo, el de su elevación
moral y de su cultura literaria.
Oigamos a la Madre Ana hablando de Sor
Martina :
"Con confusión mía escribo la vida prodi-
giosa de esta mujer. En ella se vieron practi-
cados los estreñios: en el siglo, la mas pulida
dama ; y en la Religión, del mas profundo aba-
timiento" (i).
(1) Todos los pormenores que damos acerca de Por Marti-
na de la Sma Trinidad están tomados de la relación de su
vida, escrita por la Madre Ana Josefa, y que. en copia, nos ha
enviado la suneriora de Lima. Madre Luisa María de Jesús,
an'es citada. Lo que demos entre comillas son palabras tex-
tuales de la "Vida de Sor Martina."
— 83 —
Nació Sor Martina, (Martina Farías), en
Lima, de padres chilenos, de las familias Ver-
gara y Farías. Se vino a Concepción, casada
con un rico abogado penquista, de la familia
Sobarzo, que tenia largas vinculaciones y
grandes riquezas en la ciudad : eran de esta
familia varios eclesiásticos, como los curas
Valdés de Concepción y Perquilauquen , y el
presbítero don José Sobarzo, arcediano de la
Catedral y Vicario General del Obispado. Fué
feliz doña Martina porque para su compañero,
muy rico, "era el ídolo de sus adoraciones, el
embeleso de la hermosura de su esposa y el
arbitro de su voluntad los señuelos de su sem-
blante."
"Pocos años le duró esta felicidad: teníasela
Dios en la Religión para hacerla en ella un
coloso de virtudes, para admirado por poco
practicado, sino de espíritu tan agigan-
tado como el suyo." Enviudó y se entró de
beata en el Beaterío de la Ermita el año 171 5.
"Muy en breve la hicieron Madre, o Minis-
tra del Beaterío : venía Doña Martina muy
hecha a ser Señora, y así trataba con algún
desdén a las Beatas. Su zelo, como no morige-
rado en la escuela de la Religión, la hizo muy
mal vista por lo ardiente ; de que noticiado el
Sr. Obispo, la depuso del Oficio, mandando
— 84 -
(raro asunto) la azotasen. Dióse esta comisión
a una de las Beatas de austera condición y
genio: la que todas las noches la ataba a una
cuya y la azotaba, como revestida de la obe-
diencia del Obispo, de buena mano. Duró este
cruel castigo no una noche, ni dos: creo fué
un Novenario o más.
"Aquí hace alto el entendimiento, no habien-
do voces para ponderar este lance, ni la invicta
paciencia de esta admirable mujer. Cotéjese
a Doña Martina Parías, la más bizarra Dama,
delicadísima, a quien aun el aire ofendía, ata-
da y azotada como una vil esclava de la qué
poco antes fué su subdita, y estando de tan
reciente conversión : vivo su cuñado el canó-
nigo, y sus ilustres deudos: sus bienes y casas
en pie con todos sus menajes, que todo lo dejó
en poder del canónigo, y según la amaba, hu-
biese celebrado por dicha tenerla en su com-
pañía. En nada menos pensaba nuestra Mar-
tina. ¡ Oh fuerza poderosa de la gracia ! quería
labrar este diamante y sacar sus fondos con
este buril, y para ejemplo y enseñanza de lo
que puede ayudada de ella nuestra flaca natu-
raleza. Salió nuestra Martina de este crisol
con tantos logros, que dejando en su lugar a
los Santos más humildes y mortificados, esta
asombrosa mujer puede hombrear con el espí-
ritu más valiente."
Narra después la Madre Ana el pormenor
de las virtudes de Sor Martina y, a la verdad,
su conjunto la coloca a la altura de los gran-
des santos que la Iglesia honra en los altares:
los pocos casos de mortificación que cuenta
dan a entender que había llegado al más alto
grado de esta virtud.
''Llegó el tiempo de darle Dios los premios
de su asombrosa vida, colocándola en el cielo.
Dióle el accidente que habia de ser puerta
para esta felicidad; el que se pasó en pie y
trabajando. El día 7 de Febrero de 1740, yen-
do a comulgar, no pudiendo va la flaca natu-
raleza conformarse con las valentías del espí-
ritu, le dió un fuerte desmayo ; se le mandó
recogerse a su celda: decía que era poco mal
y bien quejado." "Recibidos los sacramentos
con los fervores de su abrasado espíritu, el día
nueve entregó su alma al Señor, que para
tanta gloria suya la crió. "Quedó su cuerpo
flexible, guardando la serenidad que en vida
tenía su rostro. Su confesor prometió decir
su oración y los favores que recibió de Dios,
que sin duda serían grandes, y nunca se llegó
el caso, lleno de temores. Murió Sor Martina,
como llevo dicho, a 9 de Febrero 1 740, a sesen-
ta de su edad : en el siglo estuvo treinta y seis,
veinte en el Beaterío, y cuatro fué Religiosa."
— 80 —
La Madre Ana Josefa envió el relato de la
vida de Sor Martina, al Dr. Dn. Mateo Atius-
quibar, Inquisidor que fué de Lima. En la
carta escrita a don Mateo, dice Sor Ana Jose-
fa que Sor Martina fué la segunda que profe-
só de las Beatas: "que no la trató más de
cuatro años, con asombro de su tibieza." Y
agrega una promesa, de que se infiere un elo-
cuentísimo testimonio en favor del floreci-
miento espirituál en que estaba el Beaterío al
tiempo de ser elevado a la' categoría de con-
vento canónicamente erigido. Dice que por
ahora "sólo le remite la vida de. esta sierva de
Dios, y le promete ir escribiendo las de
más" (i).
La promesa de la Madre Ana significa que
entre las religiosas había muchas almas de su
perior virtud, cuya vida podía escribirse para
ejemplo de las demás : y todas o la mayo
parte de esas religiosas se habían formado e
el Beaterío.
A la madre Ana Josefa sucedió como Mi
nistra en 1742, la tercera de las religiosas
peruanas fundadoras, Sor Margarita de San
Joaquín.
(\) Damos en el Apéndice la Vida de Sor Martina «le 1
Santísima Trinidad Farías, escrita por la Madie Ana Josefa.
No conocemos de la nueva Ministra otra
actuación de trascendencia que un nuevo arre-
glo convenido con los herederos del deán
Sarmiento, y aprobado por el obispo diocesano
don Pedro Felipe Azúa e Iturgoyen.
Queda de la Madre Margarita una prueba
permanente de sus trabajos en pro de la orna-
mentación del templo: creó lo que podríamos
llamar la santa fraternidad de las campanas.
En la torre de la iglesia quedaba un simpático
recuerdo de lo que originariamente había sido
el monasterio: una de las campanas, que tenía
esta inscripción: 'Bendita y alabada sea Nues-
tra Señora de la Hermita." La Madre Marga-
rita agregó a la respetable campana, otra, que
recuerda la nueva fase de la Ermita, y a la
cual pusieron esta inscripción: "Jesús, María
y José. — Año de 1744. — Ministra la Madre
Margarita de San Joaquín. — I. O. E. P." Esas
campanas viven rain, y son las mismas que
con sus alegres sones llaman a los fieles a hon-
rar a la Virgen de la Ermita, que todavía tiene
asiento de honor en el templo de las trinitarias,
v trono de maternal misericordia para aten-
der a las súplicas de los que a ella acuden con
filial confianza.
Un gran sentimiento experimentó la comu-
nidad trinitaria, y muy en particular la M.
— 88 —
Margarita, el año 1743: este año salía de Con-
cepción el obispo diocesano, Iltmo. Señor Don
Salvador Bermudez y Becerra y se iba a La
Paz, cuyo arzobispo había sido designado por
el papa Benedicto XIV. Ya vimos cómo el Sr.
Bermudez quiso traer desde Lima a las fun-
dadoras del monasterio; y ya que no lo consi-
guió, tuvo sí la suerte de hacerlas venir des-
pués, y de dar el decreto de creación del mo-
nasterio, y entender en el establecimiento de
todos sus servicios. Para las* trinitarias había
sido el Sr. Bermudez un verdadero padre, y
su partida produjo en todas ellas el hondo
pesar que en semejantes ocasiones experi-
mentan los hijos de corazón noble y agrade-
cido.
Con el nuevo obispo, señor don Pedro Feli-
pe de Azúa e Iturgoyen, arregló la Madre
Margarita, en 20 de Julio de 1745, la transac-
ción con los herederos del Deán Don Domingo
Sarmiento, de que hemos hablado líneas más
arriba.
Un hecho curioso acaeció en el gobierno de
]a M. Margarita, y fué como sigue. Estaban
las monjas en la oración de la tarde, en el si-
lencio y recogimiento de una práctica tan im-
portante en la vida religiosa, cuando una de
ellas tuvo una revelación que la llenó de sobre-
— 89 -
salto y la sorprendió de tal manera que, dando
voces como fuera de sí, exclamó en voz alta:
"salen todas con sus capas y velos y brevia-
rios." La hicieron callar por ser hora de tanto
silencio y estar la comunidad en oración. Calló
la monja y siguió la distribución hasta el fin.
"Concluidas las Completas, que siguen a la ora-
ción, la Prelada, que lo era entonces la Madre
Margarita de San Joaquín, llamó a su celda a
la Madre S. Ignacio y la reconvino por haber
perturbado a la comunidad, le exigió le dijese
por qué lo había hecho así ; y ella guardaba
silencio. Entonces la Prelada le mandó por
obediencia que dijera. Ella, rindiéndose a la
obediencia, dijo que había visto salir a la co-
munidad huyendo sin más que sus capas, velos
y los breviarios, subiendo cerros, andando por
caminos muy desconocidos, que no eran los de
Penco, sino entre indios" (i).
(1) Este sucoso quedó en la tradición del convento y lo tu-
vieron las monjas, unas, como un recuerdo curioso de una
distracción de una monja, y otras, como un presagio de algo
raro que había de sucederles. Testigos presenciales del hecho
llegaron hasta 1818, año en que las trinitarias, como lo conta-
remos a su debido tiempo, salieron de su convento y subieron
cerros y anduvieron caminos desconocidos, que no eran los
de Penco, y todo pasaba entre indios: se había verificado la
vi.MÓn de la Madre S. Ignacio en todas sus partes. Así lo cre-
yó entonces toda la Comunidad.
— uo —
Nuevamente fué elegida Ministra, para re-
emplazar a la Madre Margarita, la madre
Ana Josefa de la Santísima Trinidad, en Sep-
tiembre de 1745.
La madre Ana Josefa tuvo un buen auxiliar
para asegurar algunos créditos en favor del
monasterio, en el capellán de la casa, presbí-
tero don Francisco de Roa y Guzmán. Este
distinguido sacerdote, perteneciente a algunas
de las familias más respetables de la ciudad,
dedicó al monasterio atenciones de verdadero
padre y le prestó servicios importantes y abso-
lutamente desinteresados : la protección de
Roa v Guzmán se baria intensamente eficaz
con ocasión de la gran catástrofe que sufrió
la ciudad y de que pronto hablaremos.
Terminó su trienio la madre Ana Josefa y
desgraciadamente no sabemos quién le suce-
dió en el cargo de Ministra en el trienio de
I751-
Debemos dejar constancia de que la Madre S. Ignacio era
una religiosa eminente en virtud y fué una de las piadosas
recogidas que pasaron del beatorio de la Ermita al monaste-
rio canónicamente erigido en 173i>. Todo esto lo tomé de una
Relación del viaje o peregrinación de las monjas a la Arauca-
nía, de que nos habremos de ocupar mas adelante.
CAPÍTULO V
Terremoto de 1751. — Traslación de la ciudad.
El terremoto de 1751: sus efectos inmediatos y sus
consecuencias ulteriores. — La Ministra Sor Rita de
Santa Gertrudis, talvez la primera chilena que go-
bierna la Comunidad: cobra créditos al fisco: se
preocupa de la reconstrucción del claustro arruinado:
se suscita el pleito de la traslación de la ciudad. — La
Ministra Sor Margarita de la Cruz, 175-^-1757 :
cobra al fisco algunas deudas. — La Ministra, M. Rita
de Santa Gertrudis, 1757-1760 : obtiene pago de parte
de la deuda Hijar y Mendoza: el síndico Bernardo
Matheu: pagan deudas los capitanes Alonso y Jacinto
Bravo, de Perquilauquén. Trienio 1760-1763 : no es
conocida la Ministra.— Gobierna Sor Mariana de San
José 1763-1767 : cómo estaba el monasterio después
del terremoto, préstamo al P. Olivares. — Situación
incierta de las monjas en el pleito de traslación. — La
Ministra M. Mariana se resuelve a trabajar en él
ralle de la Mocha: Sor Nicolasa Rocha dirige las
obras. — Traslación de la ciudad a su actual sitio: el
presbítero Francisco Javier Barriga levanta plano
para la ciudad y reparte los solares: quiénes fueron
los verdaderos solucionadores del famoso problema:
la famosa historia de la excomunión lanzada por el
obispo Toro y Zambrano. — Se trasladan las monjas
a la nueva ciudad. — Religiosas que recibe. — Pobreza
del monasterio : la Ministra cobra al presidente y al
rey la deuda Hijar. — Acaba su gobierno la M. Maria-
na y entra Sor Rita de Santa Gertrudis: 17 66-17 69.
— J uicio acerca de la actuación de la M. Mariana.
— 92 —
El gobierno de la nueva superiora está
marcado con el sello indeleble de una de las
mas terribles calamidades que han azotado a
la diócesis, y que fué de trascendentales con-
secuencias para la ciudad de Concepción, el
terremoto de 1 75 1 .
El veinticinco de Mayo de 1 75 1 , a la una y
media de la mañana, un violentísimo terremo-
to azotó casi toda la república, y con más furia
la zona del Maule al sur: parece que el centro
del fenómeno fueron las provincias del Ñuble
y Concepción. Esta ciudad padeció casi total
destrucción, escapando en estado ruinoso las
pocas casas que resistieron a la violencia de
los sacudimientos. He aquí cómo narra el su-
ceso un testigo presencial : "A poco más de
la una de la mañana vino un fuerte remezón
con el que todos precipitados corrimos cada
uno en la forma en que se hallaba a los patios
de las casas; y apenas empezábamos a pedir
a Dios misericordia, cuando descargó (diez
minutos después del primero) un terrible tem-
blor de tierra que sólo de oír los bramidos que
ésta daba apenas había quien no estuviera
fuera de sí. Su mayor fuerza me pareció que
duraría como seis minutos. En cuyo tiempo
se reconocieron tres repeticiones más fuertes,
alcanzándose el uno al otro ; y no quedó en este
— 93 —
instante templo, casa grande ni pequeña que
no se arrojase, pues ni aun las personas se
podían mantener en pie ni huir de las casas.
Los más animosos no creían llegar a mañana ;
todos discurrían lo mismo, y hubiera sucedido
a no haber usado Dios aquí una de sus mayo-
res maravillas y fué el haber detenido las
aguas del mar algo más de media hora después
del temblor, en cuyo tiempo pudieron los más
vecinos de esta ciudad salir con grandísima
dificultad de las ruinas y huir desatentados a
ampararse de los montes, cuyas faldas se de-
rrumbaban también por efecto del temblor. A
la media hora y minutos, empezando a hervir
el mar, se ausentó precipitadamente de sus
riberas, dejando toda su bahía, (que es de tres
leguas,) en seco; pero como a los siete minutos
volvió con grandísima fuerza encrespando ola
sobre ola con tanta altura que, excediendo sus
límites, superó y coronó toda la ciudad entran-
do con más violencia que la carrera de un
caballo. Retiróse con gran fuerza llevándose
tras de sí todas las paredes aun no caídas y
muebles de todas las casas, quedó esta ciudad
como la plaza más escueta. Retiróse otras
veces en la forma dicha, y volvía aun con más
fuerza segunda y tercera vez a inundar toda
la ciudad, aun más la tercera vez que las an-
- 94 —
tecedentes. . . .Los destemplados alaridos y la-
mentosa gritería de todas las personas, los
aullidos de los perros, el desconcertado canto
de las aves y el pavor de los animales, eran los
presagios del juicio universal, y mucho más
oír y ver a los que, fluctuando entre las olas
y golpes del mar, iban a perecer, no habiendo
jxxlido por sus años, achaques o desgracias
acogerse al monte."
No salvó el monasterio de la general des-
trucción, y pagaron las religiosas su tributo
a las privaciones y miserias, junto con los atri-
bulados habitantes. Prestaron ellas el valioso
concurso de sus oraciones y de sus penitencias
para alcanzar del cielo misericordia y protec-
ción. Los sentimientos religiosos, que se avi-
varon considerablemente con el terror produ-
cido por el terremoto, movieron también la
caridad para con los desvalidos, entre los
cuales eran porción interesante las religiosas
trinitarias. A más de la caridad, había en
favor de las monjas otro factor valiosísimo:
varias de las familias importantes tenían en
el monasterio un representante suyo, cuya
suerte le interesaba de cerca y en cuyo socorro
acudían por los naturales sentimientos, ya de
paternidad, ya de fraternidad. Pero aun con
eso, la labor que caía sobre la superiora del
— 95 —
monasterio era difícil, y para no desmayar
en' su realización se necesitaba de enegía y se-
renidad de carácter nada comunes : estas cua-
lidades se hallaban en la Ministra de que va-
mos a ocuparnos.
En Septiembre de 175 1 entraba a gobernar
la madre Rita de Santa Gertrudis, Rodríguez.
La madre Rita era chilena, y probablemente
la primera hija del país que regía los destinos
de la comunidad. Se hizo religiosa con dote
($ 500) que le pagó el fundador Sarmiento,
tal vez en 1721, o antes; y ya la vimos que era
la superioradel beaterío déla Ermita ala llega-
da de las fundadoras en 1736. Y la seguire-
mos viendo como superiora por varios trienios,
y que deja de intervenir en el gobierno sola-
mente cuando su avanzada edad la imposibili-
ta para una labor pesada.
Una de las primeras atenciones de la nueva
superiora fué procurar el sustento de la co-
munidad con recursos propios y para ello se
presentó a las autoridades judiciales pidiendo
que se mandaran pagar los seis mil pesos que
les legó el deán Sarmiento, provenientes de la
ya conocida deuda del obispo Sr. Hijar y
Mendoza. Dió poder al síndico del monasterio,
don Mariano Pérez de Guzmán, para que pa-
sara a Santiago e interpusiera su reclamo,
— 96 -
aún ante la real Audiencia. Todo lo que obtu-
vo Pérez fué que el gobernador don Domingo
Ortiz de Rozas mandara a los tesoreros rea-
les, en Abril de 1753, que se pagara la deuda
"con los residuos que quedaran en cada año
en la caja de su cargo después de satisfacer
las pensiones con que estaba gravada."
Otra atención que preocupó hondamente el
ánimo de la madre Rita fué la reconstrucción
del monasterio, y en este punto tuvo mucho
que cavilar.
La destrucción de la ciudad suscitó una
cuestión importantísima, llamada a influir no-
tablemente en la suerte de Concepción. Vivían
muchos testigos de la ruina del año 30, y no
se habían olvidado por completo los estragos
del terremoto de 1657: así fué como las des-
gracias presentes, aumentadas con el recuer-
do de las pasadas catástrofes, hicieron nacer
en muchos habitantes la idea de que el sitio
que ocupaba la ciudad no era apropiado, y que
debía cambiarse a otro punto más defendido
de la acción del mar. El proyecto dividió los
pareceres tanto que su discusión produjo ver-
daderas tormentas en el seno de la sociedad
penquista. Tomaron carta las autoridades y,
por desgracia, no estuvieron de acuerdo la
autoridad civil y la religiosa; ni tampoco lo
estuvieron entre sí las personas de la autori-
dad civil : los gobernadores que se sucedieron
durante el largo pleito, no pensaron de la
misma manera en cuanto al cambio; el gober-
nador y el obispo estuvieron también unidos
o separados en la misma materia. Duró el plei-
to (que bien merece llamarse así) más de
once años, tiempo suficiente para que se cam-
biara por tres veces el presidente de la nación,
y para que pasara a mejor vida, en 1760, el
anciano obispo don José de Toro y Zambrano,
enemigo de la traslación en la forma en que
la proponían muchos de los principales parti-
darios del proyecto.
No nos consta si la madre Rita tomó reso-
lución en la famosa disputa sobre ubicación
de su monasterio; sólo sabemos que por de
pronto no hubo trabajos de importancia en
Penco, y que los vecinos tampoco se exponían
a invertir grandes capitales en rehacer sus
arruinadas viviendas. La madre Rita aparece
entre los que se pronunciaron por llevar el
pueblo al valle de la Mocha; pero esto fué en
otro período de su gobierno, como ya lo di-
remos.
La madre Margarita de la Cruz gobernó
durante el trienio de 1754- 1757, y no tenemos
de ella otra noticia sino de que, en el último
— 98 —
año de su gobierno, elevó al Presidente una
enérgica reclamación en que exige el pago de
la deuda Mijar y Mendoza.
En el nuevo trienio 1757- 1760, entró nue-
vamente la madre Rita de Santa Gertrudis.
Emprendió la nueva Ministra un formal
ataque contra los deudores morosos del mo-
nasterio. Consiguió en 1 758 que el fisco entre-
gara al síndico don Bernardo Matheu la can-
tidad de dos mil ochocientos veinte pesos, 2
reales, a cuenta del capital e intereses de la
deuda Hijar y Mendoza.
El mismo año consiguió otros pagos, de los
cuales notamos uno, porque da idea de lo di-
fíciles que eran los deudores para cumplir sus
compromisos, y también de la enérgica actua-
ción de la Ministra. Obtuvo la Ministra que
el juez eclesiástico, don Tomás de la Barra
Manrique, Vicario General del obispo don
José de Toro y Zambrano, ordenara a los
curas y jueces eclesiásticos de Perquilauquén
"que cobraran de los dueños de la estancia de
Huechuquito, de Perquilauquén, 500 $ que
se adeudan a las trinitarias y 197 $, 4 rs. de
los corridos causados, "y que si luego no los
dieren v pagaren traben secuestro y embargo
de la Estancia por la expresada cantidad, sus
Décimas y costos en forma, y conforme a
- 99 —
derecho;" y "que recurran, si es necesario, a
la real justicia para que imparta el real auxi-
lio."— Los deudores así apremiados no eran
personas vulgares, ni desconocidas del mo-
nasterio. Eran los capitanes Alonso y Jacinto
Bravo, hijos de Juan Bravo y hermanos de
Sor Isabel Bravo, religiosa trinitaria. Juan
Bravo constituyó sobre Huechuquito, fundo
de ocho mil cuadras, censo de 500 $, para dote
de su hija Isabel cuando entró al monasterio
antes de 1736.
Enteró su trienio la Madre Rita, y no sabe-
mos quién la reemplazó en el siguiente, 1760-
1763-
Sor Mariana de San José tomó puesto de
Ministra en último año y regirá la comunidad
en un trienio memorable.
Un préstamo que hizo la madre Mariana
en 1763 nos da unas cuantas noticias curiosas
referentes a la Comunidad. Pidió el superior
de los jesuítas de Chillan, P. Miguel de Oli-
vares, 1.600 $, de los fondos de dotes de reli-
giosas, y ofrecía como garantía el fundo de
San Eurico o Caimacahuín . No está de más
que indiquemos que este P. Olivares es el
mismo ilustre historiador que tantas cosas
buenas contó" en Chile en su "Historia de la
Compañía de Jesús en Chile" y en su "Historia
— 100 —
militar, civil y sagrada de Chile." Consultó
la Ministra a sus consejeras y se accedió a lo
solicitado por el P. Olivares. Las religiosas
consultadas fueron: la Vicaria, M. María
Juana de la Asunción; las Consejeras Rita
de Santa Gertrudis, Mana Margarita de la
Cruz, Margarita de San Félix, Manuela del
Rosario, Rosa de Santa María y las religiosas
Rosa de la Concepción, María Victoria del
Milagro, Ana de San Juan de Mata, María
Josefa de los Angeles, y la secretaria Ninfa
de las Mercedes. Para arreglar la escritura
de préstamo se reunieron las religiosas, el
Notario don Francisco Javier Folmón y los
tres testigos, en la portería, '"por no haber
locutorio;" y firmaba la autorización para
hacer el préstamo el vicario capitular don
Francisco de Arechavala y Olavarría. que
gobernaba la diócesis vacante, por muerte del
obispo don José de Toro y Zambrano (i).
Los i.óoo S del préstamo se formaban con
1.500 $, dote de la religiosa Nicolasa del Ro-
sario Rocha, y con 100 $, sobrantes del censo
que acababa de pagar el rector del seminario
de "San José de Concepción."
El dote era de 500 $ en tiempo del beaterío ;
ahora es de 1.500 S como mínimum.
(1) Biblioteca Nacional, Capitanía, Volumen 442, l.« pieza.
— 101 —
En la escritura se dice que el monasterio
no tenia locutorio; pero no se agrega que
tampoco había casa decente. El pleito de tras-
lación tenía en suspenso la general actividad :
los vecinos no se atrevían a dar una resolu-
ción definitiva aunque, de hecho, se inclina-
ban a que se fijaran en el valle la Mocha o de
Rozas el asiento de la ciudad. Las religiosas,
que, más que cualquier otro vecino, carecían
de iniciativa o, más bien, de personalidad
para tomar parte en la contienda, tuvieron
que mantenerse a la espectativa de lo que
resolvieran las personas que las dirigían, ya
con autoridad, ya con sólo el consejo. El vica-
rio capitular Arechavala y Olavarría era par-
tidario de la traslación; lo eran también los
jesuítas, directores espirituales de las monjas;
el capellán Juan de Vergara ; el grande pro-
tector de la casa, deán don Juan de Guzmán
y Peralta y presbítero don Pedro del Campo.
De estas personas tomó venia y consejo, así
lo creemos, la Ministra Mariana de San José
y se resolvió a iniciar la construcción del con-
vento en la que sería nueva ciudad.
Voluntad sobraba a la M. Mariana; pero
las arcas estaban vacías y no había con qué
emprender las nuevas obras. Los sentimientos
religiosos, que se avivaron con los sufriimien-
— 102 —
tos que ocasionó el terremoto, movieron tam-
bién la caridad del vecindario para con los
desvalidos, y especialmente con las trinitarias.
A más de la natural compasión había en favor
de las monjas otro factor valiosísimo como lo I
hemos notado algo más atrás: buena parte
de las familias importantes de Concepción
tenían en el monasterio un miembro suyo y
no quisieron desperdiciar la ocasión de prac- j
ticar una obra de misericordia para remediar
una necesidad imperiosa.
Dios puso valor esforzado en el corazón de
una religiosa, y despertó sentimientos nobilí-
simos en el corazón de sus padres, moviéndolos
a que tomaran a su carero la ardua tarea de
construir el convento en la futura ciudad: Sor
Nicolasa del Rosario, con su padre, don José
Rocha, y una hermana lega, cuyo nombre
sentimos no conocer, se trasladaron al valle
de la Mocha y se entregaron a la tarea de
preparar la futura vivienda de las monjas.
No tenemos conocimiento de la fecha precisa
en que Sor Xicolasa salió de su convento de
Penco a comenzar su trabajo; pero sí sabemos
que fué antes de que se decretara la traslación
de la ciudad a su sitio actual, y nos consta así
mismo que los trabajos estaban adelantados
a la fecha de ese decreto. No es aventurado
— 103 —
calcular que el viaje de Sor Nicolasa debió ser
en el mismo mes en que comenzaba su gobierno
la Ministra Madre Mariana de San José, Sep-
tiembre de 1763; pues un año después ya
había buena parte del nuevo convento casi
terminada.
En 3 de Noviembre de 1764 dió el Gober-
nador don Antonio Guill y Gonzaga el decreto
de traslación al valle de la Mocha ; pocos días
después, el doce de Noviembre, la madre Ma-
riana, se dirige al Gobernador cobrándole el
saldo de la famosa deuda Sarmiento-Hijar,
y le dice "que ocurre a su notoria justificación
para que se digne de mandar que los oficiales
reales entreguen al síndico la cantidad res-
tante al cumplimiento de los dichos seis mil
pesos, pues que de otra suerte les es moral-
mente imposible la conclusión de las obras del
monasterio en sus principales oficinas y, lo
que es más, su trasporte a la nueva Concep-
ción por la demasiada inopia en que se halla."
Queda en claro que las monjas estaban re-
sueltas desde años talvez a trasladarse al valle
de la Mocha, y que todas las construcciones
de que habla la Madre Mariana comenzaron
mucho tiempo antes de que se resolviera la
traslación de la ciudad.
Como queda dicho, el Gobernador Guill y
— 104 —
Gonzaga decretó la traslación el 3 de Noviem-
bre de 1764; ese mismo día declaró a la nueva
ciudad la canital del obispado, y a Talcahuano
como puerto de registro, surgidero y amarra-
dero de los navios que entraran a la bahía: la
nueva ciudad se llamaría Concepción de la
Madre Santísima de la Luz. No estimamos
fuera de nuestro objeto dar aquí algunas no-
ticias acerca de lo que se llamó "pleito de tras-
lación de la ciudad," noticias que completarán
la brevísima información que sobre este par-
ticular dimos algo más atrás (1).
"Arruinada la ciudad en Mayo de 1 75 1 . y
antes que se tomara acuerdo oficial alguno
sobre el sitio definitivo que había de tener la
ciudad, resolvieron de hecho la cuestión algu-
nos particulares, que comenzaron a edificar
sus habitaciones en el valle de la Mocha. El
presidente don Domingo Ortiz de Rozas, que
dictó providencias sobre fijar el dicho valle
como asiento de la futura ciudad, no logró
uniformar las encontradas opiniones, y hubo
de resignarse a que viniera de España la so-
lución de esa cuestión, que él había elevado a
conocimiento del rey. Pero entretanto fomen-
í I ) Tomadas de nneetra obra ' El Seminario de Concep-
ción" págs. 198-V02.
— 105 —
tó la emigración a la Mocha, y aun dejó que
las autoridades civiles iniciaran algunas cons-
trucciones y que se establecieran aquí por
gran parte del año. Cuando Ortiz de Rozas
dejó el mando, en Diciembre de 1755, ya había
núcleo de población en la Mocha, o valle de
Rozas, como se dice también en los documen-
tos oficiales, en honor del presidente, según
creemos. En el dicho año 55 tenían terminados
sus edificios once empleados públicos : alcal-
des, regidores, maestros de campo, etc. Y de
entre los eclesiásticos tenían ya sus casas el
vicario general, canónigo Tomás de la Barra;
el deán, Juan de Guzmán y Peralta ; el promo-
tor fiscal del obispado, Pedro de la Barra; los
presbíteros Pedro del Campo, Francisco Javier
Barriga, Pascual de Roa, Francisco Martínez,
Domingo de Rozas y José de Mendoza ; y los
jesuítas, que ya tenían casi terminadas casas e
iglesia.
A Ortiz de Rozas sucedió de presidente don
Manuel de Amat y Junient. El nuevo goberna-
dor no pensaba como el anterior, y fué parti-
dario de que la ciudad se trasladara a un punto
más al norte, los altos de Punta de Parra;
pero no logró durante su gobierno, ni inclinar
en favor de su idea a los vecinos, ni tampoco
dar solución definitiva a la cuestión. Sucedióle
— 106 —
en el mando don Antonio Gnill v Gonzaga
desde Octubre de 1762.
Trasladóse a Concepción el nuevo goberna-
dor, con el designio de imponerse de la situa-
ción de los vecinos, y decidido a poner término
a un estado de incertidumbre y de animosida-
des que no tenían razón de ser. Traba-
jó individualmente y por medio de personas
afectas al cambio, en convencer a los oposito-
res; y. una vez asegurado el resultado favo-
rable, nombró una comisión para que infor-
mara sobre el punto que convenía escoger
para la nueva ciudad. Los comisionados, in-
geniero Juan Garland y auxiliar Ambrosio
O'Higgins, estudiaron en el terreno mismo
los parajes que se indicaban como a propósito:
el mismo Penco, Punta y Loma de Parra,
Lauda, La Mocba y Talcabuano. El 3 de No-
viembre de 1764 informó la comisión, deci-
diéndose por el valle de La Mocba.
El mismo día Guill y Gonzaga decretó la
traslación, declaró a la nueva ciudad la capital
del obispado y a Talcabuano como puerto de
Registro, surgidero y amarradero de los na-
vios que entraran a la babía. La ciudad se
llamaría Concepción de la Madre Santísima
de la Luz.
En los días siguientes se hizo la entrega
— 107 —
solemne de los solares a los vecinos, dándose-
les el título correspondiente; y a fines de
Noviembre se hizo la traslación de las ofici-
nas, autoridades y empleados. La repartición
se hizo por una comisión cuyo jefe fué el fiscal
eclesiástico, presbítero Francisco Javier Ba-
rriga. El plano original, en que hay señaladas
ciento diez y ocho manzanas para trescientos
veinte vecinos, está firmado únicamente por
Barriga. Guill y Gonzaga aprobó el plano el
8 de Agosto de 1765 y conforme a él se termi-
nó el reparto.
("B. Nacional, Capitanía, Volumen 996, n.°
17723).
El Maestre de Campo Salvador Cabrito,
en 31 de Diciembre, notificó a los comercian-
tes para que en el término de ocho días se
trasladaran a la nueva ciudad. El resto del
vecindario demoró aun dos meses en acarrear-
se, de modo que en Marzo de 1765, ya estaban
en la nueva Concepción todos sus habitantes."
"Su determinación (la translación decreta-
da por Guill y Gonzaga), dice un historiador
hijo de Concepción fué recibida con gusto
universal. Todos los diversos vecinos la aplau-
dieron, de modo que no se sintió ninguno
quejoso ni que insultara al partido desairado,
porque todo, prudente y sagazmente, lo había
— 108 —
prevenido el Gonzaga. Viendo la concordia
general íesolvió celebrar el feliz éxito de este
espinoso negocio con una Misa solemne a la
Madre Santísima de la Luz, de la cual era
muy devoto" ( i ).
Como se ve en los escasos pormenores que
quedan apuntados, influyeron eficazmente en
la solución del problema de traslación, las
medidas que tomaron las autoridades y el
clero de una manera privada y sin carácter
ninguno oficial. Los jesuítas llevaron la de-
lantera construyendo sus edificios y trasla-
dando personal y parte de su colegio a la
Mocha, muchos años antes de la resolución
tomada por Guill y Gonzaga.
Los eclesiásticos del clero secular, en su
parte más representativa, en los primeros
años construyeron también sus casas en la
Mocha. Surge de estos hechos cuán infunda-
dos son los cargos de dureza y tiranía que se
han hecho contra el obispo Toro y Zambrano
en la oposición que hizo al proyecto de tras-
lación. Que el obispo no coartó la libertad de
nadie, lo prueba el hecho de que su clero no
se vió molestado porque pensara de distinta
manera que el prelado.
(1) P. Felipe Vidaurre, Historia, de'Chile pág. 378.
Uno de los incidentes del famoso pleito, y
de que han hecho gran bulla varios historia-
dores, es la excomunión lanzada por el obispo
Toro y Zambrano contra los que se traslada-
ban a la Mocha. Pero en todo eso no hay sino
una simple confusión de tiempo en que incu-
rren los acusadores del obispo, el cual observó
una conducta muy digna de alabanza en este
caso particular : un poco de historia resolverá
la cuestión.
En 1753 el obispo mandó que nadie se tras-
ladara a la Mocha sólo en virtud de decreto
de la autoridad local. Esto lo podía hacer el
obispo, porque aun era discutida la traslación
y se esperaba que el rey resolviera el punto
sometido a su conocimiento desde hacía más
de un año. El obispo no quería la violencia en
un asunto que era perfectamente discutible y
sometido a la deliberación del. vecindario (1).
El oidor Balmaceda, que gobernó interina-
mente desnués del gobernador Ortiz de Rozas,
decretó la traslación al valle de la Mocha;
pero ese decreto era ilegal y por tal lo tomaron
los partidarios de Penco, entre ellos el obispo.
(1) "Al propio tiempo también mandó (el obispo) que
nadie se trasladara al valle de la Mocha en obedecimiento a
la orden del gobierno sino voluntaria y libremente " — Carva-
llo Goyeneche, Tomo II, pág. 285; en que habla del principio
del pleito.
- 110 —
Apoyándose en el decreto de Halmaceda, el
corregidor de la ciudad, Francisco Nalbarte
y después Ambrosio Lobillo, obligaron a los
artesanos todos a pasarse a la nueva ciudad.
Entonces el obispo lanzó excomunión contra
todos los que violentaban a los ciudadano- a
irse, y contra los que se fueran sólo en razón
de los decretos de los corregidores. Pero tiene
especial cuidado el obispo, en su decreto de
23 de Septiembre de 1754, de decir que impone
penas "sin ser su ánimo el impedir el tránsito
de los que voluntariamente se quieren pasar
sin la aceleración que intenta dicho corregidor
por no tener donde ir a habitar por su imposi-
bilidad" (1).
Que era sincera la declaración del obispo,
de no oponerse a la ida voluntaria de los po-
bladores, lo prueba el hecho que hemos apun-
tado más atrás, de que mucha parte del clero
edificaba sus casas en la ciudad nueva por ese
mismo tiempo y el obispo no lo impidió.
Las autoridades de Penco procedieron mal
al emplear la violencia para lograr su intento
de poblar la ciudad nueva. Tuvieron una prue-
ba aplastadora de ello muy poco después que
el obispo dejaba sin efecto el decreto de exc< >-
munión, en Diciembre de ese mismo año.
(1) Biblioteca Nacional, Capitanía, Vol. 677.
— 111 —
Llegó en este mes el nuevo gobernador ele la
nación, don Manuel de Amat y Junient, el
cual, impuesto del famoso pleito, resolvió tras-
ladar la ciudad a la Loma de Parra, medida
que cayó como una bomba entre los partida-
rios de la Mocha: la resolución del gobernador
traía una nueva justificación al proceder del
obispo.
Amat fué trasladado al Perú y el señor
Toro y Zambrano bajó la sepulcro; y ya deji-
mos cómo resolvió el problema el gobernador
Guill y Gonzaga.
Terminada con felicidad la traslación de
los vecinos, comenzaba otra labor difícil tam-
bién y penosa, que no había de terminar sino
poco a poco y en largo tiempo: esta era la
constitución de la ciudad, con la construcción
de los edificios y la creación de los servicios
que exige una ciudad no insignificante como
era Concepción. Emprendieron con entusias-
mo la obra los vecinos, ayudados en algo por
el gobierno : en los primeros diez años quedó
Concepción en condiciones de ser con honor
la capital del sur ( i ).
(1) Una de las medirlas importantes que tomó el gobierno
para facilitar la formación de Concepción fué la de decretar
la exención de contribuciones por algunos años. Fué promo-
tor de esta idea v gran defensor de ella un hijo de Concep-
ción, el doctor Alonso de Guzmán y Peralta, que ya es cono-
cido nuestro.
Hecha esta breve narración, seguimos con
nuestro objeto propio."
Tal vez en los primeros meses de 1765 se
traladaron las monjas a la ciudad de la Con-
cepción de la Madre Santí sima de la Luz y
entraron a su nuevo convento, el mismo que,
casi en su totalidad, subsiste hoy, con algunos
cambios o reparaciones que no lo han alterado
sustancialmente. Las religiosas que llegaban
eran diez y siete.
Prosiguió la madre Mariana las obras co-
menzadas por Sor Nicolasa del Rosario y em-
prendió las que debían completar el monaste-
rio. Para ello recurrió al Gobernador cobrán-
dole lo que el fisco le debía: en el escrito, de
fecha 29 de Agosto de 1765, dice "que hallán-
dose las precisas oficinas del por concluir, con
otras necesidades urgentes que piden pronto
reparo y sin recurso en lo humano respecto
del estado miserable en que se mira este obis-
pado, sólo se asegura la esperanza en la pie-
dad de V. Señoría.'" La petición de la superio-
ra se refería a la deuda Hijar-Sarmiento. y.
a pesar del incontrovertible derecho que la
asistía y de la imperiosa necesidad que la abo-
naba en la cobranza, el gobierno salió otra
vez por el atajo y no pagó lo que se le exigía.
La pobreza por que atravesaba el monaste-
— 113 —
rio era grande, pues la miseria era general ;
de que se seguía que los deudores de las mon-
jas, especialmente por censos que gravaban
los fundos, no podían tampoco pagar con pun-
tualidad. En tal estado quedó la diócesis que
el gobierno se vió en la imperiosa necesidad
de librar por diez años de la carga de contri-
buciones a todos los dueños de propiedades
raíces, ya urbanas, ya rurales.
Eso fué lo que movió a la madre Mariana a
dirigirse al rey en demanda de auxilio. Este
recurso al soberano tuvo favorable acogida:
el año 1766 se daba la real cédula en que se
mandaba entregar al monasterio un auxilio
anual de 800 $, por el término de doce años
"del ramo de vacantes mayores, y menores de
aquel obispado (Concepción), y ese de San-
tiago, para alivio de la extrema necesidad a
que las había dexado reducidas el terremoto
acaecido allí": ese dinero lo daba el soberano
para sostén de la comunidad y para arreglo
del convento.
Otra gran satisfacción tuvo la madre Ma-
riana; antes de enterar su trienio recibió en
la casa a dos religiosas que debían más tarde
dar lustre a la comunidad, especialmente en
el gobierno de ella, en los varios períodos en
que sirvieron el cargo de superioras : eran las
8
— 114 —
jóvenes valdivianas Manuela de los Dolores
(de la Cruz y Goyeneche) y Magdalena de la
Cruz (Luque y Eslaba) : de una y otra habrá
ocasión ele hablar más adelante.
En Septiembre de 1766 y para el trienio
1766- 1769, sucedía a la madre Mariana la
nueva Ministra Rita de Santa Gertrudis.
La M. Mariana, que acabamos de ver salir
del gobierno de la Comunidad, bien puede
contarse entre las fundadoras del monasterio.
Las circunstancias en que comenzó a desem-
peñar su cargo eran tanto o más criticas que
las que rodean a una comunidad que se for-
ma : ésta nace con exigencias menores y menos
urgentes que las que impone una institución
numerosa, formada ya y que reclama atencio-
nes que tienen carácter de imprescindible ne-
cesidad: las trinitarias pasaban de Penco a
Concepción como una familia que baja de la
opulencia a una condición menos que modesta.
Pero la M. Mariana edificó el nuevo convento,
subvino a las primeras necesidades de sus
subditas en la nueva ciudad, y las dejó en
relativa holgura y con la seguridad de que no
perecerían de hambre.
CAPÍTULO VI
Se ejecutan importantes trabajos. — La expul-
sión DE LOS JESUÍTAS. La IGLESIA.
La nueva Ministra, M. Rita de Santa Gertrudis,
176.6-1769: continúa su antigua labor: reclamo de
Invasiones en Palomares. — La expulsión de los jesuí-
tas: ignorancia que había de sus causas: cuáles fueron
éstas: consecuencias que trajo a las trinitarias. — El
cura Arechavala y Olavarria reemplaza a los jesuítas
en la atención de las monjas: les presta otro género
de se/- rictus relacionados con los bienes de la casa. — -
Entra la religiosa Tomasa Que redo y Ovando. — En-
tra la Ministra M. Rosa de Santa María. 1769-1772.
— Termina la clausura del monasterio. — Pide orna-
mentos y útiles de los que pertenecieron a los jesuí-
tas: miedo cerval de los empleados públicos. — Entra
de religiosa Sor Micaela del 'Tránsito. — La nueva
Ministra, M. María Margarita de la Cruz, 1771-117 h:
gran- pobreza del monasterio. — Entra nuevamente la
Ministra, Sor Rosa de Santa María, 1111^-1777:
comienza la construcción de la iglesia. Entra de
Minsitra Sor Ana de S. Juan de Mata, 1778-1781 :
liberta a Palomares de invasiones: entran a la casa
Sor María de S. Félix. Antonia de Jesús Cautivo,
Juana Moría del Carmen y Juana de las Mercedes.
— Varios trienios cuyas superioras no son conocidas.
— En 11 S2 entra Sor Patricia de S. Joaquín. — En
Í781t el rey da fondos para la iglesia. — Entra de
monja Sor María de Jesús. — Entra de Ministra Sor
— 116 —
Magdalena de ¡a Cruz, 1790-1793: termina la clausw-
ra I ule la Ministra al rey que declare "monasterio
real al de Concepción : se obtiene el título y lo usa-
ron las monjas: entran de monjas Sor Melchora de
San Miguel, Bárbara del C. de Jesús, Sor Manuela
l trejola y Juana Maña de San José.
El gobierno de la nueva Ministra, AI. Rita
de Santa Gertrudis, está señalado también
por acontecimientos importantes y su actua-
ción está marcada con alto relieve en la histo-
ria del monasterio: ya conocemos algo de su
pasada labor y la venios ahora trabajar con
nuevo vigor y entusiasmo.
Una de las primeras medidas que tomó fué
la de "'pedir amparo en la quieta y pacífica
posesión del fundo Palomares," que se vió
invadido por todos lados, "ya con remoción
de cercos, ya con intromisión de extraños, que
se constituyeron vivientes en el fundo." El
gobernador don Antonio Guill y Gonzaga
prestó auxilio a las mon jas ; pero se originaron
largos y molestos pleitos que sólo tuvieron
solución algunos años más tarde, como lo di-
remos.
Tanto o más que los pleitos por terrenos
amargó los ánimos de la Ministra y de la
comunidad otra injusticia mayor, cometida
por las autoridades civiles, en obedecimiento
a órdenes emanadas del rey mismo. El 26 de
— 117 -
Agosto de 1767 fueron sorprendidas las reli-
giosas con la infausta noticia de que, en la
madrugada de ese día, habían sido reducidos
a prisión los jesuítas residentes en las dos
casas que tenían en la ciudad, el convento y
el seminario diocesano o de San José, y que
se les había trasladado a la casa misional de
la Mochita ( 1 ). La causa de la prisión era un
secreto que nadie conocía en el público, y ese
secreto quedó por mucho tiempo, porque en
Chile ni las mismas autoridades pudieron co-
nocer el fundamento de las órdenes reales,
que ellos cumplían como vasallos del rey de
España.
Los mismos jesuítas prisioneros nada sa-
bían tampoco: y, aunque algo hubieran sabi-
do, no podían contarlo a nadie, porque se les
mantuvo en la más estricta incomunicación
y se prohibió a los de fuera todo trato con los
religiosos: y tanto que nadie pudo verlos si-
quiera, ni nadie se despidió de ellos, cuando
los religiosos salieron de su encierro.
Después de un mes de permanencia en la
Mochita, los prisioneros fueron conducidos a
Valparaíso, de aquí al Perú, y, por fin, a Ita-
(1) E-ita casa estaba a orillas de estero Asna de las Niñas
unas pocas cuadras antes de su desembocadura en el Bío Bío.
Nosotros alcanzamos a conocer la iglesia misional en los años
de nuestra niñez.
— 118 —
lia. en donde se radicaron todos los jesuítas
americanos.
Lo sucedido a los jesuítas de Concepción,
fué suerte común de los jesuítas de todos los
dominios del monarca español. El rey Carlos
III era hombre sin tino político, muy débil de
carácter, de escaso talento e incapaz de gober-
nar una nación como la española. De su falta
de personalidad abusaron los políticos que lo
rodeaban, y lo indujeron a dar decreto de ex-
pulsión contra la Compañía de Jesús de tierra^
sometidas a su autoridad real. Esos políticos,
consejeros del rey. eran miembros de una so-
ciedad secreta, cuyo principal objeto era hacer
guerra a la Santa Iglesia Católica y descris-
tianizar la católica monarquía española. Uno
de los principales medios ideados para conse-
guir sus perversos fines fué procurar la extin-
ción de la Compañía de Jesús, que era el ma-
yor estorbo con »jue tropezaban para la reali-
zación de sus inicuos proyectos.
Las trinitarias sufrieron de manera muy
sensible la salida de los religiosos. Eran ellos
los confesores de la comunidad; sus conseje-
ros de todos los días, y, como vivían cerca del
monasterio, prestaban a las monjas casi todos
los servicios del culto en la iglesia del monas
terio.
— 119 —
Difícil se habría hecho suplir la falta de los
religiosos expulsados, si la Providencia no
hubiera movido el corazón de un distinguidí-
simo sacerdote, que se dedicó a servir a las
monjas con caridad verdaderamente paternal :
era el cura del Sagrario, don Francisco de
Arechavala y Olavarría. Se encargó de la di-
rección espiritual de las religiosas y procuró
que no les faltaran los servicios de que esta-
ban encargados los jesuítas.
Arechavala pudo prestar a las religiosas
servicios de otro género que los espirituales.
Los bienes de los jesuítas fueron confiscados
por el gobierno civil, y se les dió muy variado
destino, según su naturaleza y según también
las circunstancias en que se dispuso de ellos.
Nombró el rey las "Juntas de Temporalida-
des," que tomaron a su cargo todo lo que se
relacionaba con una sabia administración de
los bienes confiscados a los religiosos expul-
sos: para la Junta de Concepción fué elegido
Arechavala y Olavarría.
Los deudores de los jesuítas ocurrieron a
la Junta para obtener pagos, cumplimientos de
contratos, etc. La Madre Rita de Santa Ger-
trudis fué uno de los recurrentes; cobraba un
censo que gravaba el fundo Caimacahuin, pro-
piedad que fué de los expulsados. A pesar de
— 120 —
los buenos oficios de Arechavala y Olavarria,
la Junta caminaba con despacio en la solución
del reclamo de la M. Rita, y sólo veinte años
después consiguió el monasterio que se le pa-
gara esta deuda.
De las religiosas que talvez recibió en este
trienio la M. Rita, conocemos a Sor Tomasa de
la Santísima Trinidad, ( Quevedo y Ovando),
hermana y tía de los eclesiásticos y militares
Quevedo Que vedo, y Ruines y Quevedo, de
reconocida actuación en la historia patria, v
ella también de reconocida actuación como
Ministra que fué más tarde del monasterio.
Enteró su gobierno la Madre Rita y entró
en su lugar, la Madre Rosa de Santa María,
que gobernó en el trienio de 1 769-1772.
La nueva Ministra tuvo la satisfacción de
terminar la clausura del monasterio. No tenía
fondos en caja, y para trabajar pidió dinero
prestado, comprometiéndose a pagar con la
asignación real de 800 $ que recibía el monas-
terio cada año. Muy urgida tendrían a la mon-
ja los acreedores, o ella sería muy excelente
pagadora, porque a fines de 1770 rogaba en-
carecidamente al fisco que le pagaran el i.°
de Enero próximo, sin falta, los 800 $ que
correspondía a 1 77 1 , porque ya los debía y
deseaba pagar.
— 121 —
Otra necesidad procuró llenar la madre
Rosa. A consecuencia de la general pobreza,
no podía el monasterio comprar los útiles ne-
cesarios para la celebración de los divinos
oficios : recurrió la monja al gobierno v le
pidió que, de los bienes que fueron de los je-
suítas, le dieran ornamentos sagrados y otros
objetos ''que están guardados, expuestos a la
polilla y a la humedad," y que así podrían cele-
brarse algunas funciones que hoy no se cele-
bran por falta de los útiles que exige la litur-
gia." El gobierno tenía voluntad favorable,
pero el fiscal que estudió la petición, el oidor
Concha, se opuso, alegando que debía pedirse
licencia al rey para dar lo que las religiosas
pedían. Apuntamos este incidente tan insigni-
ficante, porque él da idea de lo atemorizados
que quedaron los empleados reales después de
la expulsión de los jesuítas. El soberano había
amenazado con que "incurrirían en la real
indignación" todos los que obraran contra las
disposiciones dictadas para asegurar la expul-
sión de los jesuítas e impedir que se les de-
fendiera : de aquí se originó que, siempre que
se trataba de resolver cualquiera cosa que se
relacionara con los expulsados, el miedo do-
minaba las inteligencias y las voluntades de
los empleados, que se hallaban cohibidos hasta
para resolver el asunto más insignificante.
J2'>
Víctima de este infaltil miedo fué la Mínis-
tra, que vio desatendida su prudente petición,
y no quiso recurrir al rey para que le mandara
dar una casulla que pedia.
Recibió como religiosa a la que fué Sor
Micaela del Tránsito, originaria de Concep-
ción, hija de don Vicente Figueroa y de doña
Manuela Pantoja. "Fué religiosa de mucha
virtud y considerada como modelo de perfec-
ción. Pasaba noches enteras en oración delan-
te de Jesús Sacramentado y fué de una perfec-
tí sima obediencia y de la más profunda humil-
dad. Murió llena de gozo con una penosísima
enfermedad con que la purificó Dios nuestro
Señor." .
Entró para el trienio de 1771-1774 en re-
emplazo de la madre Rosa de Santa María,
la nueva Ministra, Sor María Margarita de
la Cruz.
No sabemos de esta superiora sino que se
vió en grandes aflicciones porque había gran
pobreza en la comunidad. En Marzo de 1774
pedía al presidente don Agustín de Jáuregui
que no demorara más el pago de la subvención
real de 800 S, ya vencida, y que la mandara
entregar en Santiago a su apoderado, el ca-
nónigo don Antonio Rodríguez.
En 1771 entraba nuevamente de Ministra
la madre Rosa de Santa María. Tuvo como
Vicaria a Sor Ana de San Juan de Mata ;
como Consiliarias a las religiosas Rita de San-
ta Gertrudis, Margarita de la Cruz, Manuela
del Rosario, y como conventuales, entre otras,
a las religiosas Mariana de San José, Josefa
de los Angeles, María Victoria del Milagro^
María Josefa de la Asunción, Juana del Rosa-
rio y Ninfa de las Mercedes.
Una de las primeras cosas que ocuparon la
atención de la madre Rosa fué completar la
construcción del monasterio, comenzando por
lo más visible, que era la iglesia pública.
En 30 de Diciembre de 1775 escribió al
soberano y le da cuenta de que con los 800 $
que le viene dando el real tesoro al monaste-
rio, desde 1766, se han continuado los edifi-
cios, construyéndose las celdas necesarias,
completándose la clausura "con lo que tienen
ya algún alivio; pero que les sirve de mucho
desconsuelo hallarse con una mui corta e in-
cómoda capilla, construida interinamente al
tiempo en que se trasladaron a la nueva Po-
blación desde la arruinada ciudad, y no tener
otros medios para la construcción de nueva
iglesia que el de repetir sus súplicas a fin de
que se digne ampliar dicha gracia para cons-
truir una proporcionada, en cuyas sagradas
— 124 —
aras continúen los más humildes votos, y fer-
vorosas oraciones por su importante salud.'*
Aunque con alguna demora, tomóse en
Madrid la providencia de pedir informe a las
autoridades de Chile acerca de la petición dé-
la madre Rosa. En Octubre de 1778 llegó a
Concepción la real cédula, dada en el Pardo el
6 de Abril de ese año, y, a indicación del pre-
sidente don Agustín de Jáuregui, estudiaron
el asunto los ( Miciales de las Reales Caja^. el
"ingeniero ordinario ele Concepción," don
Leandro Hadarán, y el cabildo eclesiástico,
que gobernaba la diócesis, en sede vacante,
por muerte del Sr. Espiñeira, y compuesto del
deán, don Juan de Guzmán y Peralta; arce-
diano, don Tomás de la Barra; canónigo ma-
gistral, don José de la Sala; penitenciario, don
Francisco de Arechavala y Olavarría; de
Merced, señores Francisco de Roa y Guzmán
y Tomás de Roa y Alarcón.
No se necesitaba de grandes estudios para
informar sobre la evidente necesidad de cons-
truir iglesia para el monasterio; así que el
trabajo de los informantes se concretó a for-
mar los presupuestos de gastos y un plano de
las futuras construcciones.
Los comisionados desempeñaron su cometi-
do y remitieron planos y presupuestos a Ma-
— 125 —
drid. Estudiado el asunto, todo fué aprobado
por el soberano. No hemos visto la real cédula
que aprueba las obras, y así sólo conocemos
una carta del primer ministro del rey, don
José de Calvez, al presidente de Chile. Dice el
ministro que se aprueban el proyecto y presu-
puesto formado, y que conviene el rey en que
se entreguen en Concepción 800 $ cada año
"bajo la precisa calidad de que esta gracia,
que sólo se amplía hasta el completo de los
quince mil trescientos cuarenta pesos a que
ascenderá la construcción de de dha. Iglesia,
según el plano y cálculo con que han informa-
do V. S. y V. MMs., no debe correr hasta
después de concluirse la guerra actual, y que
su inversión se haga con intervención del Vi-
ce-Patrono y del Obispo."
La guerra a que se refiere el ministro Gal-
vez es la que hubo entre Inglaterra y España,
aliada con Francia, a consecuencia del auxilio
prestado a los Estados-Unidos de América,
en revolución entonces contra Inglaterra y
que querían independencia. La paz de Versa-
Hez, de 1783, puso fin a esa guerra, pero no a
los males que acarreó a la nación española,
aunque le fué favorable. Aun después de la
más espléndida victoria, tiene la nación triun-
fante que reparar tantos males y atender a
tantas necesidades, que pasan años hasta tan-
to se restablece la vida normal v pueden em-
prenderse nuevas obras. Fué esto lo que pasó
con la iglesia de las trinitarias, que quedó para
años después.
Entre tanto terminó su gobierno la madre
Rosa de Santa María y entró de Ministra Sor
Ana de San Juan de Mata, para el trienio de
1 778-1 781.
Tuvo la suerte la nueva Ministra de que al
principio de su gobierno se fallara el largo y
dispendioso pleito de rectificación de límites
del fundo Palomares. El apoderado de las
monjas en Santiago, canónigo don Antonio
Rodríguez, venía entendiendo en la reclama-
ción, y, al fin, en 1779, fueron amparadas las
monjas y entraron en pacífica posesión de lo
que había sido suyo desde la fundación v en lo
cual habían sido inicuamente perjudicadas ( 1 ).
Durante su gobierno talvez recibió la madre
Ana como religiosas a varias jóvenes, de las
f 1) Quedaba en Palomares una población indígena que
ocupaba terreno? a continuación del fundo de las monjas.
Entre los invasores del fundo estaban el cacique Andrés Mi-
llanan i los indios Antonio Guipilafquen. Narciso Levipangui,
Miguel Levipillan, José Marilef, Sebastián Meguer y Pedio
Aillapahueque. A t<">dos se les notificó la sentencia de aban
donar el fundo de las monjas.
que conocemos sólo a algunas : nos consta que
entraron al monasterio: Sor María de San
Félix, hija de don Francisco Gaete y de doña
Isabel de la Barra, en 1780; Sor Antonia de
Jesús Cautivo, hija de don Gregorio UUoa y
de doña Margarita Urra, en 1780; Sor Juana
María del Carmen, en 1780; Sor Juana de las
Mercedes de San Cristóbal, en 1780.
No tenemos noticias de quiénes fueron las
superioras que rigieron la Comunidad en los
cuatro trienios que siguen desde 1 781 , año en
que dejó el gobierno la madre Ana de San
Juan de Mata. Y no las tenemos tampoco
abundantes acerca de acontecimientos del mo-
nasterio.
En 1782 entró de religiosa la que fué madre
Patricia de San Joaquín. Era de noble fami-
lia, hija de don Carlos Carvajal y de doña
Mauricia Estrada. "Fué mui buena religiosa;
resplandeció en la virtud de la santa pobreza
y del silencio; vivió en la religión con mucha
abstracción de criaturas; fué prelada una
vez," como dice una especie de partida de de-
función que de ella hemos visto.
La ministra que gobernó en el trienio de
7784-1787 pudo trabajar con honra y prove-
cho para la comunidad.
Ya hemos dicho que el proyecto de construc-
ción de iglesia, aprobado en 1780, quedó espe-
rando que pasaran los efectos de la guerra
con Inglaterra. En 1784, pasada la guerra,
las monjas se pusieron en actividad para ini-
ciar los trabajos, y al efecto cobraron la cuota
anual que se les tenía asignada para ellas;
pero los fondos de donde debían sacarse los
800 $ no eran suficientes para atender las
necesidades que debían atenderse con prefe-
rencia a las monjas. Éstas recurrieron enton-
ces al monarca el 2 de Noviembre de ese año,
y le rogal an que hiciera con ellas la caridad
de ordenar que la asignación a que tenían
derecho se tomara de la parte que en los diez-
mos correspondía al mismo rev. El ministro
de gobierno, marqués de Sonora, comunicaba,
el 28 de Diciembre de 1785, la voluntad del
soberano, favorable a la petición, y en carta
al presidente de Chile, don Ambrosio Bena-
vides, le dice "que es la soberana voluntad
que las mencionadas religiosas perciban dicha
asignación de ochocientos pesos anuales de!
Ramo de los dos reales novenos de la Concep-
ción hasta el total pago y reintegro de los
quince mil trescientos y cuarenta pesos con-
cedidos."
Con el auxilio real comenzaron los trabajos
con el empeño que permitían los fondos del
— 129 —
monasterio, escasos, y la caridad pública, que
tampoco podía ser abundante. Es cierto, sí,
que el tesoro fiscal acudió religiosamente con
lo que debía dar anualmente y aún duplicó y
triplicó la cuota algunos años; con lo cual la
construcción del templo adelantó regular y
considerablemente.
La ministra que tuvo la satisfacción de ver
levantarse los muros del templo, dejó el go-
bierno a su reemplazante en 1787. De ella
nada sabemos, sino que en su tiempo, en 1788,
entró a la religión la monja que se llamó Sor
María de Jesús, que llegaba al claustro de 35
años de edad y se despedía de él a los 85, con
su muerte acaecida el 26 de Agosto de 1838.
Para el trienio 1790- 1793 fué elegida mi-
nistra Sor Magdalena de la Cruz. Era origi-
naria de Valdivia, hija de don Miguel Luque
y de doña Clara Eslaba; entró en religión a
los 17 años de edad. "Fué religiosa de muchas
prendas y habilidad, (dice de ella una especie
de partida de defunción que se guarda en el
convento), por lo cual sirvió a la religión con
mucho esmero y al Monasterio en cuanto le
fué posible. Tuvo de todas las virtudes . . . Era
muí caritativa con los pobres, así de dentro,
como de fuera. Fué mui penitente y fervorosa.
9
— 130 —
Vivió en la religión 55 años y murió de edad
de 73 años en 1 819."
Dió la madre Magdalena un grande impul-
so a las construcciones: terminó los edificios
del claustro y continuó la iglesia y se propuso
dar pronto remate a la obra. El auxilio real
de 800 $ que recibía cada año era poca cosa
para terminar la iglesia ; recurrió entonces la
madre Magdalena al rey y le pedía que se le
entregaran tres mil pesos cada año, hasta en-
terar los quince mil que tenía concedidos ya.
Se agregaba que el monasterio estaba pobre,
con una renta anual de mil seiscientos pesos,
que no siempre podían cobrarse, y le rogaba
que se librara a la comunidad del pago de la
contribución del "subsidio eclesiástico," para
cuyo pago habían tenido que sacar plata de
los mismos 800 $ de la subvención anual. Ter-
minaba la monja pidiendo al rey "que se dig-
nara admitir el convento bajo su real Patro-
nato, concediéndole el titulo de tal y permitir
que se ponga el escudo de sus reales Armas
en el frontispicio de la Iglesia para mayor
recuerdo de su soberana protección."
La providencia dada por el soberano se
contiene en los párrafos de una real cédula
dirigida al obispo de Concepción, que dicen:
"Visto en mi Consejo de las Indias con lo
- 131 —
informado por su Contaduría general, y ex-
puesto por mi Fiscal aviéndome consultado
sre. ello, declarando, que no ha lugar a lo que
piden las mencionadas Religiosas Trinitarias
de que se las exonere del pago del seis por
ciento del subcido Eccco. y que tampoco pue-
den concederse en el día por razón de las
actuales urgencias del estado los tres mil pesos
que solicitan, he venido en conceder la gracia
de ponerlas y a su Monasterio bajo mi Rl.
protección permitiendo qe. luego que esté aca-
bada su Iglesia coloquen mis Rs. Armas en su
Portada : Asimismo he resuelto manifestaros,
como lo hago, la extrañeza, que ha causado,
que haviéndose concedido los mencionados
ochocientos nesos annuales para la construc-
ción de la Iglesia precisamente con vra. inter-
vención y la del Vice Patrono, dicen las mis-
mas Religiosas, que de esta consignación han
sacado para pagar la cantidad que las cupo
en el repartimto. del Subsidio. Fecha en Sn.
Ildefonso a siete de Agostó de mil setecientos
noventa y cinco. — Yo el Rey — Por manddo.
del Rey Ntro. Sor."— Silbestre Collar.—
Quedó el monasterio con los honores de
real y bajo la protección del soberano, y con
la especie de exención jurisdiccional en lo
— 132 —
civil de que gozaban las casas o institutos a
que se acordaba semejante distinción, (i).
En este trienio, 1790- 1793 entraron en el
monasterio varias jóvenes que tuvieron una
importante actuación, por las virtudes de que
dieron alto ejemplo y por los importantes ser-
vicios (pie prestaron a la comunidad: de ellas
conocemos a la madre Melcbora de San Mi-
guel (Cruz v Goyeneche, según creemos), que
murió a los 87 años en [849; a la madre Bár-
bara del Corazón de Jesús, Arrau, muerta de
71 años en 1^48: a la madre Manuela de San
Francisco, hija de don Alejandro Urrejola y
de doña Isabel Eguiguren. que fué ministra
en varios períodos y murió de más de 104 años
en 1867; y a la madre Juana María de San
José, de que nos volveremos a ocupar.
(t) Las trinitarias usaron sus insignias y títulos de "real
monasterio:" hemos visto documentos de principios del siglo
siguiente, 19, encabezados con la fecha "En el Real Monaste-
rio de Trinitarias de la Concepción de Chile."
CAPÍTULO VII
ÚLTIMOS AÑOS DE LA COLONIA. COMIENZA LA
INDEPENDENCIA NACIONAL.
La Ministra Sor Manuela de los Dolores, 1793-
1796: concluye la iglesia en 1795: pide una tierra-
pintura que fué de los jesuítas: recibe para religiosas
a Sor Mercedes de S. Antonio, María Ana del Sa-
cramento, I guacia del Milagro, María Ana de Jesús.
— Muere el gran protector de las monjas, canónigo
don Antonio Rodríguez: importancia de su persona
y de sus servicios: aún es honrada su memoria por
las religiosas. — La Ministra Antonia de Santa Teresa,
1790-1799. — -Entran de religiosas Sor Ángela de S.
Juan de Mata, Micaela del Tránsito, Magdalena de
la Natirdtd. — Es elegida Ministra la M. Madgalena
de la Cruz, 1799-1802 : recibe para religiosas a Sor
Juana de la Ascensión y Magdalena de la Ascensión.
— Para 1802-1805 entra de Ministra la M. Manuela
de los Dolores y para 1805-1808 la M. Magdalena de
la Cruz, y para 1808-1811 , la M. Manuela de los
Dolores: Recíbense para religiosas a Sor Manuela de
Santa Clara, Sor Petronila del Rosario y a Sor
Juana de los Dolores: virtudes de esta última reli-
giosa.— La M. Manuela y la revolución de la inde-
pendencia nacional: las religiosas solicitadas por
los bandos patriota y realista. — En 1811-1814 go-
bierna la M. Tomasa de la Sma. Trinidad, y en
181^-1817 la M. Magdalena de la Cruz. — Consecuen-
cias de la guerra; tocan al monasterio. — El triunfo
de Chacabuco: cambio de autoridades eclesiásticas
— 134 —
en Concepción. — La Ministra Angela de San Juan
de Mala, lfill-lS^.Í. — Grandes sufrimientos de las
monjas: emigración de los patriotas al norte: angus-
tias que pasan las religiosas. — El general Osorio
¡lega a Concepción : marcha al norte: batalla de
Maipo. — Osorio se ra al Perú, dejando a Sánchez
en su lugar.
Para el trienio [793-1796 entró de ministra
Sor Manuela de 1<>s Dolores, prelada distin-
guidísima, que sirvió a la comunidad con hon-
ra y gran provecho. Era hija de don Pablo
de la Cruz y de doña Antonia Goyeneche,
nacida en Valdivia, tomó el hábito a los 17
años de edad. Era hermana de don Luis de la
Cruz y Goyeneche el célebre político y militar
de la independencia, y tia de los ilustres mili-
tares José Joaquín Prieto, Angel y José An-
tonio Prieto v de los generales don Manuel
P)ulnes, Luis de la Cruz y José María de la
Cruz, y relacionada con varias de las más
antiguas y respetables familias de Concepción.
Las propias cualidades y sus importantes re-
laciones contribuyeron a que pudiera la madre
Manuela allegar elementos con que pudo tra-
bajar en distintas obras, provechosas para la
comunidad.
Obtuvo la madre Manuela que se le diera
duplicada la subvención real que se daba cada
año, y así logró ver concluida la iglesia. En
— 135 —
1795 faltaban sólo 940 $ por recibir de los
trece mil que dió el rey, y los consiguió al año
siguiente. Este año 1796 escribía la madre
Manuela al intendente don Luis de Alava,
pidiéndole que le mandara dar ''unos quintales
de tierra que sirve para pintar de verde, que
fué de los jesuítas expulsados; que talvez es-
tará ya mala i no la comprarán." Le asegura
la monja que está pintando la iglesia y que la
tierra ésa puede servir para pintar las made-
ras, y que la plata que el rei dió para la cons-
trucción no fué suficiente. Meses después, la
real Audiencia mandaba atender la petición
de la monja.
En 1793 recibió la madre Manuela para
religiosa a Sor Mercedes de San Antonio, hija
de don Juan González y de doña Josefa Pérez;
y en 1794 a Sor María Ana del Sacramento,
hija de don Agustín Arriagada y de doña
Basilia Sepúlveda, y que "fué mui observante,
mui penitente, y en su preciosa muerte, a los
cien años de edad, admiró a la comunidad por
su fervor y entero juicio a tan avanzada
edad;" y en 1794 también recibió a Sor Igna-
cia del Milagro, hija de don Matías Carrasco
y de doña Petrona Henríquez ; y algo después
a Sor María Ana Jesús, originaria de Ouiri-
hue, hija de don Félix Oviedo y de doña Rila
Lagos. .& „ 1
— 136 —
Si pudo la ministra gozar de la satisfacción
que pudieron porporcionarle los trabajos rea-
lizados y los buenos servicios prestados a su
comunidad, tuvo también la triste suerte de
lamentar, con la comunidad toda, la muerte
de su mayor bienhecbor, cuvo fallecimiento
fué considerado por las monjas como una
gran desgracia: en 1795 pasó a mejor vida el
canónigo maestrescuela de la catedral de San-
tiago, Dr. DfL Antonio Rodríguez Yenegas.
Era Rodríguez originario de Concepción, hijo
del Maestre de Campo don Cristóbal Rodrí-
guez y de doña Juana Venegas; estudió en el
seminario de Concepción hasta ordenarse de
sacerdote; fué profesor del seminario; des-
pués fué hecho canónigo de la catedral de
Santiago: estudió leyes y cánones en la Uni-
versidad nacional y fué en ella profesor y su
rector en un período legal ; y murió jubilado
de canónigo maestrescuela el año 1795.
La familia de Rodríguez está vinculada al
monasterio por estrechos lazos, que podríamos
llamar de paternidad y de fraternidad. Don
Cristóbal Rodríguez prestó grandes y buenos
servicios a las monjas aun antes que se fun-
dara canónicamente el monasterio en 1736:
fué el defensor de los bienes que el fundador
deán don Domingo Sarmiento, donó para la
— 137 —
fundación; dió una de sus hijas al claustro, y
creemos que fué la misma doña Rita Rodrí-
dríguez que hemos visto de superiora de la
comunidad en varios periodos ; y lo que es
tanto, o más que todo eso, dió a las monjas
un insigne bienhechor en la persona de su hijo
Antonio. Era larguísimo éste en auxiliar a
las religiosas, ya con servicios personales, ya
con frecuentes y cuantiosas limosnas, ya con
la defensa de sus intereses que cuidaba como
propios. Radicado en Santiago y hecho canó-
nigo, no descuidó nunca la atención de sus
amigas trinitarias : se constituyó en su apo-
derado judicial, con poder amplísimo que ie
dió al monasterio para que lo representara
ante el tribunal de la Real Audiencia v ante
el gobierno de la nación. Y llevó el amparo y
defensa de las religiosas hasta ante la corte
del rey, cuya justicia o cuya atención carita-
tiva en favor de las monjas solicitó y obtuvo
en repetidas ocasiones.
En su testamento dejó Rodríguez de usu-
fructuarios de sus bienes, de por vida, a dos
sobrinas suyas, y, muertas ellas, pasarían los
bienes a las monjas trinitarias. Murió el tes-
tador y Dios aumentó la caridad del respetable
sacerdote ; porque los bienes pasaron a poder
del monasterio juntamente con las sobrinas,
que se hicieron religiosas. Una de éstas fué
una ilustre religiosa que sirvió a la comunidad
tan honrada y provechosamente como su ve-
nerable abuelo y su respetado tío.
La memoria del canónigo don Antonio Ro-
dríguez vive fresca en el recuerdo agradecido
de las monjas trinitarias; anualmente se hacen
sufragios por su alma, y para perpetuar su
recuerdo guardan en la sala de recibo el retra-
to del esclarecido sacerdote.
En [796 enteró el periodo de su gobierno la
madre Manuela y entró a reemplazarla la
madre Antonia de Santa Teresa.
Conocemos a tres jóvenes que recibió para
religiosas la Madre Antonia: a Sor Ángela
de San Juan de Mata, Ortega, que desempe-
ñará un papel importantísimo; a Sor Micaela
del Tránsito, Figueroa y Pantoja; y a Sor
Magdalena de la Natividad, hija de don Pedro
Lagos y de doña María de la C. Sepúlveda.
"fervorosísima religiosa, que tenía todas las
virtudes en grado eminente, muy penitente, y
murió a los 104 años en medio de un gozo y
alegría indecibles."
La Madre Magdalena de la Cruz entró de
Ministra para el trienio 1799-1802.
Ya conocemos a la nueva superiora. De
este nuevo período de su gobierno no sabemos
— 139 —
sino que entró en religión Sor Juana de la
Ascensión, nacida en 1779 Y fallecida el año
1852.
Para el trienio de 1802- 1805 fué elegida
ministra la madre Manuela de los Dolores;
para el siguiente, 1805- 1808, fué nuevamente
elegida la madre Magdalena de la Cruz, y
para el de 1808-1811, nuevamente la madre
Manuela de los Dolores.
Recibió la madre Manuela, para religiosas,
a las jóvenes Manuela de Santa Clara; a Sor
Petronila del Rosario, originaria de los Án-
geles, hija de don Miguel Anguita y de doña
Gertrudis Contreras, muerta de 86 años en
1879; y a Sor Juana de los Dolores, hija de
don Bartolomé Roa y de doña Carmen Bur-
boa. Aunque sea fuera de nuestro objeto,
apuntamos la particularidad observada des-
pués del fallecimiento de Sor Juana de los Do-
lores. Murió en 1854, y por largos años se
conservó intacto y fresco su cadáver: diez
años después de su muerte se abrió la sepultu-
ra, por trabajos que hubo que hacer en el ce-
menterio, y se encontró el cadáver de Sor
Juana tan intacto como cuando se la sepultó,
y sin muestra alguna de descomposición; se le
cubrió religiosamente y no sabemos si después
se ha hecho un nuevo reconocimiento de su
— 140 —
sepultura: Sor Juana había sido una obser-
vantísima religiosa.
Tocóle a la madre Manuela regir a la co-
munidad en este trienio en que comenzaron
los movimientos sociales políticos de la revo-
lución de la independencia nacional. La vida
de encierro en que las monjas vivían las man-
tenía apartadas de las agitaciones populares;
pero, sin desearlo ni pretenderlo, se vieron en
la imprescindible necesidad de imponerse de
"cuanto se hacía en los distintos bandos en que
se dividió la sociedad chilena, y, lo que aun es
más, se vieron arrastradas a tomar alguna
parte directa en el movimiento social. Ambos
partidos, el realista y el patriota, trabajaron
por ganarse las simpatías de las monjas: y
con ese objeto individuos de una y otra frac-
ción llegaban hasta las rejas del monasterio
a exponer sus ideas y a procurar atraerse la
voluntad y el consentimiento de las religiosas
en pro de su causa. Aun entre los miembros -leí
clero había ese empeño, y por conducto de
respetables eclesiásticos conocían las monjas
los proyectos separatistas de los patriotas, o
los conservadores de los realistas. Difícil era
para unas piadosas mujeres, que habían dicho
adiós al mundo, juzgar en un asunto, para
ellas, raro y difícil, y cuya solución podía acá-
— 141 —
rrear al convento transcendentales consecuen-
cias.
Durante este trienio de la madre Manuela
no hubo, por suerte, grandes trastornos, y
pudo la superiora mantenerse unida a las au-
toridades civiles y eclesiásticas, y con la segu-
ridad, por lo tanto, de que nada tenía que
temer por la tranquilidad de sus religiosas.
De gran consuelo era para la superiora
contar con que el obispo don Diego Navarro
Martín de Villodres, prestaba al monasterio
toda su protección. El obispo era realista y
trabajaba porque el clero se mantuviera fiel a
las tradiciones realistas.
Algunos de los eclesiásticos hacían activa
propaganda patriótica aun entre los religiosos,
y hubo de ellos quienes llegaron hasta el mo-
nasterio de las trinitarias para inducir a las
monjas a que prestaran auxilio, de oraciones
y dineros, en favor de la causa patriótica.
Esta labor procuró anular el Sr. Villodres,
amonestando a esos eclesiásticos y previendo
el ánimo de las religiosas.
Recurrió el obispo a la oración pública y a
los tesoros espirituales de la Iglesia, para al-
canzar del cielo la cesación del estado de agi-
tación en que vivía la ciudad. Para el efecto,
en decreto de 23 de Febrero de 181 1, concedió
— 142 —
una indulgencia plenaria a los que "visitaran
la iglesia de las Trinitarias, por la Virgen de
Navidad que allí se venera, traída de Penco
viejo," y pidieran a Dios "que conceda a la
Iglesia y al Estado la tranquilidad que necesi-
ta." Estos actos de pública piedad, practicados
en su iglesia, alentaban a las religiosas, y
contribuían poderosamente a llevar al claustro
la seguridad de que el pueblo respetaba como
siempre a las monjas. Y así sucedía en reali-
dad ; pues el monasterio no tuvo que experi-
mentar mayores contratiempos en estos pri-
meros años de la revolución.
En el trienio de 1811-1814 gobernó la ma-
dre Tomasa de la Santísima Trinidad, y en el
de 1814-1817, la madre Magdalena de la
Cruz. Xada de extraordinario hemos encon-
trado en estos años en el claustro. Las monjas
recibían noticias de los acontecimientos que
se produjeron desde 18 10 hasta 181 7, tan
variados y de consecuencias tan transcenden-
tales para la familia chilena : para ellas hubo
las mismas inquietudes, las mismas penas y
sufrimientos que para los habitantes de la
ciudad. La guerra, que ardió desde Marzo de
1813 hasta Octubre de 1814, llenó de luto a
muchos hogares y ocasionó graves perjuicios
materiales que trajeron la pobreza y la ruina
— 143 —
de las poblaciones. Las monjas lloraron tam-
bién el desaparecimiento de muchos de los
suyos, caídos en los campos de batalla, y ex-
perimentaron la escasez y el hambre, porque
no pudieron acudir en su auxilio, ni sus pro-
tectores, ni sus deudores, que se hallaban im-
posibilitados para hacer caridad o para cum-
plir sus deberes de justicia.
Desde 1814 a 181 7 se restableció la absolu-
ta tranquilidad de las épocas en que no hay
temores ni sobresaltos que dejen entrever días
tristes para lo futuro. El espíritu revolucio-
nario estaba latente en Chile, y vivísimo del
otro lado de la cordillera de los Andes, en
donde los patriotas, emigrados después del
desastre de Rancagua, preparaban la era de
la restauración del gobierno nacional. Esta
inquietud no llegaba a perturbar considera-
blemente la tranquilidad del claustro trinita-
rio, en el cual, si se hablaba de los pasados
acontecimientos, era más bien para implorar
misericordia de Dios sobre la patria, para la
cual pedían paz inalterable y tranquilidad
duradera.
En ese estado pasaron los dos primeros
años del gobierno de la madre Magdalena de
la Cruz. El 22 de Febrero de 181 7 llegaba a
— 144 -
Concepción noticia cierta de que el gobierno
de Santiago estaba en poder de los patriotas,
vencedores en la batalla de Chacabuco, que
había tenido lugar el 12 de ese mes.
Algunos fugitivos de los pueblos del norte
de la diócesis y algunos de los soldados que
huyeron de Santiago al saberse la derrota de
Chacabuco, dieron en Concepción las primeras
noticias del descalabro sufrido por los realis-
tas; y poco después las completaban las fuer-
zas patriotas que, con la prudencia y cautela
que aconsejaban las circunstancias, fueron
avanzando hacia el sur y llegaron a Concep-
ción el 5 de Abril. Las fuerzas realistas se
retiraron a Talcahuano y con ellas iba el go-
bernador de la diócesis, canónigo don Joaquín
L'nzueta, que siguió como autoridad eclesiás-
tica en ese puerto.
En los últimos días del mismo Abril el ca-
bildo eclesiástico nombraba vicario capitular,
o gobernador obispado, al arcediano don Sal-
vador Andrade, que pasaba de la prisión de
la Quinquina, en donde estaba recluido desde
hacía tres años, a la silla del gobierno de la
diócesis. Así, pues, tanto el gobierno civil
como el eclesiástico volvían a manos de los
patriotas.
— 145 —
Por estos mismos meses entraba de Minis-
tra la M. Ángela de San Juan de Mata, que
gobernará en una época dura y triste.
El año 1817 se pasó en pequeñas escaramu-
zas de guerrillas y montoneras en varios pun-
tos de la diócesis, y en algunas acciones de
guerra contra los realistas encerrados en Tal-
cahuano
Para las trinitarias comenzaba también
nueva era ; pero no de alegrías, sino de penas
y sufrimientos, que durarían cinco largos
años: difícilmente otra comunidad religiosa
tuvo un vía-crucis más duro que ésta de las
monjas penquistas. Una de ellas nos va a
contar los tristes incidentes de su desgracia.
A la llegada del ejército patriota, las trini-
tarias, sin preocuparse de la legitimidad de
las nuevas autoridades, presentaron sus res-
petuosos saludos a los jefes patriotas. "Estos
señores se mostraron muy benignos para con
este Monasterio, dice la monja relatante;
pero no por eso pudieron evitar los indecibles
insultos que recibió este Monasterio. Mucha
parte pasaré en silencio por modestia ; séame
bastante decir que todo el mundo daba en
contra de este Monasterio; por todas partes
nos hallábamos lo más oprimidas que puede
creerse : todo provenía de que estaban en la
10
— 140 -
persuación de que éramos yodas, como co-
munmente nos titulaban; lo que jamás hubo
en nosotras, ni habrá quien pueda decir que
nos hubiese oído una palabra contra el go-
bierno. Nosotras por cierto estábamos llenas
de sorpresa y susto al ver este país en tanta
guerra, porque jamás lo habíamos experi-
mentado; pero luego nos calmó esto cuando
entendimos que su resultado sería quedar
siempre entre los nuestros, sin quedar sujetas
a ninguna nación extranjera.
"Esta falsa reputación en que nos tenían
ocasionó que de parte de este ejército recibié-
semos muchos insultos, por más que los seño-
res jefes quisiesen impedirlo; pero, como una
tropa en tiempo de revolución es incontenible,
no les fué posible estorbar todo lo que de esa
parte tuvimos que sufrir, porque fué en ex-
tremo, haciéndonos trabajar en costuras v en
cuanto se les ofrecía, de manera que nos es-
torbaban hasta el cumplir con nuestras obli-
gaciones de coro; pero nosotras les servíamos
con gusto por ser nuestros prójimos. A esto
se agrega que nos amenazaban con que a la
salida que pensaban hacer nos echarían del
Monasterio o que abocarían un cañón en cada
esquina del Monasterio para que acabase a
fuego: todo esto se originaba de que nos
— 14? —
creían de contraria opinión, como ya he dicho,
pero sin fundamento (i).
A fines del año llegaban noticias de que en
Lima se armaba una poderosa expedición
militar, organizada por el virrey del Perú don
Joaquín de la Pezuela, que sería enviada a
Chile a deshacer la obra de los patriotas con-
quistando de nuevo a Chile, como se había
hecho en 1814. El gobierno nacional acordó la
retirada de las fuerzas militares y la emigra-
ción de las familias patriotas hacia el norte
del río Maule. En la orden del gobierno se
dejaba establecido que, tanto el ejército como
los demás emigrados, debían llevar consigo
todos los elementos de guerra, de boca y de
vida que pudieran servir a los realistas y,
sobre todo, al ejército invasor: la disposición
gubernativa era tan estricta que mandaba
destruir o inutilizar todo aquello que no pu-
dieran llevarse los emigrados.
La emigración comenzó en los últimos días
del mismo 181 7 y se realizó en la forma idea-
da por el Supremo Director don Bernardo
(1) Sor Juana María de San José, "Relación de las trinita-
rias en la Arancanía 1818-18*22, publicada en la "Revista Ca-
tólica" de Santiago. Mucho tomaremos de esta Relación en
el presente capítulo: todo lo que pongamos entre comillas
pertenece a ella, si no le asignamos otro origen.
— 14S —
O'Higgins. Éste estaba desde hacía tiempo en
Concepción dirigiendo las cosas del gobierno
y de la guerra, y ahora se veía precisado a
retirarse al norte, a fin de preparar con mejor
acierto la defensa contra el ejército invasor,
que ya estaba, a principios de Enero, a la vista
de Talcahuano. Esta emigración de los patrio-
tas hacia el norte es una de las incidencias
más tristes v lamentables de la guerra de la
independencia: fué una cadena de sufrimien-
tos y penalidades para las familias emigradas.
Y no lo fué menos para las que se quedaban,
ya realistas, ya patriotas, que no pudieron
emigrar ; porque las ciudades quedaron sin
víveres y sin defensa, y los campos talados y
destruidos como cuando pasa sobre ellos el
huracán y el incendio. Juntos con los emigra-
dos iban varios eclesiásticos, entre ellos el
gobernador del obispado, don Salvador An-
drade, que se agregó al ejército v llegó hasta
Santiago: Andrade tomó, con otros eclesiás-
ticos, parte activa en el desastre de Cancha-
Ravada, junto a Talca, el 19 de Marzo de
1818.
Estos tristes acontecimientos fueron para
las trinitarias ocasión de grandes desgracias
y el origen de una peregrinación más triste
aun que la de los patriotas. La salida del ejér-
— J49 —
cito de O'Higgins, Febrero de 1818, fué el
comienzo del gran sufrimiento de las monjas,
como lo veremos. "En fin, dice la Relación
antes citada, llega ya el tiempo en que dicho
ejército se había de retirar, y en los días antes
de su marcha vino un oficial con un piquete
de soldados a hacernos fuerza que abriésemos
la puerta reglar; que venía de orden de su
jefe a ejecutar cierto mandado que le había
hecho, sin querer decirnos cuál era. Dejo pues
a la consideración de quien lea esto, cuál sería
nuestro susto. El conflicto en que nos hallá-
bamos era grande, ya desfallecíamos de con-
goja; pero, como Dios nunca desecha a quien
recurre a Él con confianza, nos oía benigno
las súplicas que sin cesar dirigíamos al cielo
pidiéndole socorro. Después de tantos ruegos
conseguimos del oficial que entrase solo, y
antes de que se le abriese la puerta, se reunió
la comunidad, y luego se le abrió la puerta
reglar y entró solo Después que se vió aden-
tro, se halló tan asustado y despavorido, que
no sabía qué hacerse. Todas conocíamos su
turbación, pues no podía levantar los ojos para
mirar ; nos preguntó que dónde estaba el cam-
panario, y enderezando a él siempre acompa-
ñado de la comunidad, estuvo viendo las cam-
panas y también las del claustro. Hecho esto,
— lóü --
pidió que le abriésemos la puerta y nos orde-
nó de parte de su jefe que le enviásemos las
lenguas de las campanas ; lo hicimos pronta-
mente, sin tener con qué tocar a misa ni a los
actos de comunidad."
El ejército patriota marchó al norte en dis-
tintas fracciones y con días de diferencia:
cada cuerpo del ejército salía con los grupos
civiles que se hallan preparados para la emi-
gración. En Enero de 1818 salía la retaguar-
dia, Estado Mayor y bagajes más importan-
tes. La ciudad quedaba casi como un cemen-
terio.
Para resguardo de las monjas, la autoridad
militar dispuso que la noche antes de salir el
ejército para el norte hubiera guardias que
defendieran el monasterio. Oportuno era el
servicio de los guardias y fué eficaz por en-
tonces. Muy de mañana salió el último cuerpo
de ejército en los primeros días de Enero,
como dijimos, y quedó la ciudad entregada a
su propia suerte y las religiosas a la buena
ventura que les deparara el cielo. He aquí
cómo cuenta esto la antes citada Relación.
"Ya se retiraron los guardias y quedamos
solas en esta ciudad, que a la sazón estaba
casi sola a causa de una completa emigración
que por orden del Gobierno ya se había efec-
— 151 —
tuado, y que al tiempo de retirarse había de-
jado incendiándose la mayor parte de los edi-
ficios, especialmente los más inmediatos al
Monasterio, sin hallar de quien valemos en
caso de que llegase aquí el fuego, para que lo
cortasen ; pero no paró aquí nuestra aflicción,
pues a las doce del mismo día llegó a la puerta
reglar una gran partida de soldados, com-
puesta de negros armados de fusiles y sables.
Éstos eran del ejército de Chile, que habían
salido de ésta esta mañana, y, yendo ya por
Palomares, se habían vuelto. Venían solos,
sin ninguna persona que los pudiese contener,
con el solo objeto de forzarnos que les abrié-
semos las puertas, para entrar y sacar todas
las alhajas que creían que las familias habían
dejado guardadas en este Monasterio antes de
emigrar "En esto una religiosa, de las
que hacían resistencia para impedir que en-
trasen, casi fué herida por aquellos hombres;
pues, si Dios no desvía el brazo de aquel sol-
dado, por cierto que le divide la cabeza con un
sable. Las señales de este acontecimiento se
conservaba hasta ahora poco tiempo que se
mudó la puerta que había entonces, en la que
estaban las señales que dejó el sable. En fin
les sacamos a la puerta los cajones y baúles
que habían quedado encargados; luego los
abrieron, y, no hallando en ellos cosa de inte-
rés, como pensaban, los dejaron con despre-
cio."
"Llenas de susto por lo que habíamos su-
frido aquel dia y sin saber del porvenir, nadie
durmió esa noche; todas nos refugiamos en
el coro para prepararnos a la muerte, si así
su Majestad lo determinaba. ¡Cuál sería nues-
tra situación! Solas en esta ciudad y amena-
zada de que iba a ser ocupada de indios. Nos-
otras estábamos sin recursos para subsistir:
en tiempo de guerra ¿quién había de pagar
los censos? ¡Bendito sea Dios que nos susten-
taba de un modo extraordinario, pues los
criados iban a recoger los comestibles que
habían dejado abandonados las familias que
ya habían emigrado y no habían podido
llevar!"
El general don Mariano Osorio ocupó el 12
de Enero a Concepción, abandonada por los
patriotas; nombró autoridades realistas, y dejó
libertad al canónigo don Joaquín Unzueta,
encerrado hasta entonces en Talcahuano con
el coronel Ordoñez, para que se viniese a
Concepción y siguiera como gobernador del
obispado. A mediados de Febrero siguió él al
norte con su ejército ; confiando en que le sería
fácil obtener nuevamente la reconquista de
— 153 —
Chile, como ya lo había hecho después de la
batalla o sitio de Rancagua en Octubre de
1814. El 5 de Abril venía a las manos el ejér-
cito realista con el ejército patriota en el llano
de Maipo y sufría la más tremenda derrota,
que abatió para siempre el poder español en
Chile.
No tardaron en llegar a Concepción los fu-
gitivos de Maipo, con la noticia del desastre
y pérdida del ejército realista; y pocos días
después llegaba a la ciudad el mismo Osorio,
muy otro de lo que era dos meses antes, y
preocupado ahora, aunque no lo decía, de la
salvación propia, que aseguraría yéndose
cuanto antes al Perú. Esta preocupación de
Osorio mantenía entre los habitantes de Con-
cepción una visible intranquilidad, que se
cambió en temor v sobresalto cuando el gene-
ral se embarcó en Talcahuano, el 8 de Sep-
tiembre, llevándose lo mejor del ejército v lo
más escogido de los armamentos y pertrechos
de guerra.
CAPÍTULO VIII
EmHíKACIÓX DE LAS RKLNilOSAS A LA AkAICANÍa.
El jefe español Sánchez emigra al sur. — La Minis-
tra M. Ángela de. S. Juan de Mata recibe orden de
emigrar: razones infundadas que aconsejaron esta
triste medida: los patriotas acusados de vándalos:
conciliábulos de civiles, militares y eclesiásticos en
que se acuerda la salida de las monjas: Las religio-
sas tuvieron más valor y mejor criterio que los min-
utares: salieron en contra de su voluntad: antes
envía sus mejores alhajas a Lima: salen del monas-
terio el 2J¡ de Septiembe de 1818: llegan a los Ange-
les el 1° de Octubre: salen hacia Nacimiento el 18
de Enero de 1819.Se pierde el equipaje de las mon-
jas y el archivo en el paso del fíio-Bío. Llegan a
Angol y tuercen hacia Tucapel o Cañete: bajan ha-
cia el mar por la orilla del río Lebu: Sánchez
marcha a Valdivia y ofrece enviar una embarcación
a Lebu para llevar a las monjas al Perú: esto no se
realiza y comienzan las monjas su vida de desterradas.
Quedaba con jefe militar de las pocas fuer-
zas realistas que pudieron reunirse en Con-
cepción el coronel don Juan Francisco Sán-
chez, militar experimentado y valiente, no
muy pacífico de carácter y de juicio ligero.
Entre las instrucciones que el general Oso-
rio dejó a Sánchez estaba la de abandonar a
— loo —
Concepción y la región del norte del Bío-Bío
e irse al sur de este rio, en caso de que los
patriotas expedicionaran sobre la ciudad y su
territorio, con fuerzas militares poderosas.
Esto fué precisamente lo que se verificó, y
que puso al jefe español en el trance de cum-
plir las órdenes de Osorio.
Aunque los patriotas se venian acercando
cautelosamente al sur, Sánchez recibía noti-
cias del movimiento de su enemigo cada día.
Temeroso de ser atacado en Concepción, salió
precipitadamente el 15 de Noviembre en di-
rección a los Angeles, con el ánimo de llegar
a Valdivia, si así lo exigía la suerte de las
armas.
La huida de Sánchez presentó en todos los
caracteres de la emigración de los patriotas al
norte en Enero pasado, que ya dejamos rela-
tada. Entre las familias emigradas ahora se
contaban las religiosas trinitarias, cuya salida
del convento narraremos más a lo por menor.
Desde que se supo el triunfo de los patrio-
tas en Maipo, se apoderó de la ciudad de Con-
cepción la inquietud, primero, y después el
temor. Se contaban como cosa cierta tantas
noticias absurdas acerca de la crueldad de los
patriotas y de su ferocidad y deseos de ven-
ganza contra los realistas, que se tuvo como
— 156 —
dogma de fe que en Concepción no perdona-
rían la vida ni de las mujeres ni de los niños.
Agregúese a esto que se aseguraba que los
patriotas no perdonarían en su furia ni a los
eclesiásticos, ni a las religiosas ni a las cosas
santas. Aunque no había fundamento alguno,
real ni aparente, para tamaños absurdos, ello
es que la credulidad general los aceptó, y
conforme a ellos tomaron las medidas de se-
guridad que la prudencia aconsejaba.
Las autoridades civiles y eclesiásticas se
preocuparon de la suerte de las trinitarias y
estudiaron la situación que se les creaba. El
general don Juan Francisco Sánchez, el go-
bernador eclesiástico, canónigo don Joaquín
Unzueta, el intendente civil don Pedro Caba-
ñas, los franciscanos españoles de Chillán.
confirieron entre sí sobre el particular y jun-
taron todavía a los eclesiásticos y vecinos más
respetables para tomar de ellos parecer y re-
solver con mejor acierto lo que convenía a las
trinitarias. Resultado de las varias conferen-
cias fué que se acordó que las religiosas salie-
ran de su convento y emigraran al sur del
Bío-Bío, tal como las autoridades militares lo
habían ordenado a las familias realistas que
tuvieron sus temores por la próxima llegada
de los patriotas.
— 157 —
El itinerario que las autoridades acordaron
para las monjas era curioso, y seguro para la
alterada fantasía de los que lo arreglaron;
pero era tan absurdo y desatinado que sólo el
terror pánico que se apoderó de los realistas
pudo idearlo y pensar en llevarlo a la realidad:
las monjas irían por tierra hasta Valdivia,
atravesando la Araucanía, custodiadas por un
cuerpo de ejército que el general Sánchez co-
misionaba para el caso; en Valdivia pondría
el general un buque en que la comunidad y.
algunas familias se trasladarían a Lima; en
esta ciudad tendrían las religiosas fraternal
albergue en el convento de la Orden que allí
existe, hasta tanto se decidiera la suerte de la
guerra de Chile y pudieran volverse a su con-
vento de Concepción.
Y conforme a ese plan tomó Sánchez las
medidas más prácticas para facilitar el viaje
de las religiosas. Se prepararon lanchas y
balsas para hacer el viaje por el Bío-Bío; y
desde los Ángeles vino el respetable vecino
don Manuel Mieres, trayendo muías y caba-
llos, para llevar los equipajes y a las personas
que quisieran hacer el viaje por tierra.
Si en la resolución de este grave asunto se
hubiera oído a las religiosas, todos los prepa-
rativos hechos y todos conciliábulos celebra-
— 158 —
dos, no habrían tenido otro resultado sino
poner de manifiesto que los ánimos más es-
forzados no estaban entonces en las filas del
ejército, sino en un claustro de humildes y
pacificas religiosas. A la orden de salir que al
principio les intimó Sánchez contestaron las
monjas que sus constituciones les prohibían
abandonar la clausura por el solo temor de los
ejércitos vencedores y que "morirían antes
que traspasar uno de sus estatutos." A la in-
timación que el Vicario Unzueta les hizo,
después del conciliábulo de militares, eclesiás-
ticos y vecinos, contestaron de manera discre-
tamente evasiva y que salvaba el respeto a la
autoridad eclesiástica: "que no podían efec-
tuar la salida, porque no había con qué poder
hacer un viaje tan largo, pues se hallaban muy
sin recursos." A esta repulsa tan ingeniosa
contestó Sánchez que los gastos correrían
todos de cuenta del Gobierno, y que se prepa-
raran para el viaje, que sería en el entrante
Septiembre.
Mal de su grado se sometieron las monjas
a la imposición de fuerza mayor y dispusieran
lo necesario para salir del convento. Ya ante-,
en previsión de las contingencias inciertas de
la guerra, las monjas habían enviado lo mejor
de las alhajas de iglesia y vasos sagrados al
— 159 —
convento de sus hermanas trinitarias de Lima,
imaginando que la tranquilidad no se alteraría
en el Perú.
Ahora arreglaron lo que para ellas era de
mayor valor, los objetos del culto y especial-
mente de la Misa,' y el archivo de escrituras,
de papeles antiguos y de documentos referen-
tes a la profesión de las religiosas; de todo lo
cual existía un valiosísimo tesoro en que se
contenía todo lo referente a la fundación del
convento y al personal que en él había ingre-
sado desde hacía más de cien años.
"El día 23 de Septiembre, dice la ya citada
Relación, nos avisó el Sr. Provisor que al otro
día era la salida a las cuatro de la mañana;
porque decía el Sr. Coronel que él no podía
salir con su tropa hasta que no saliera la co-
munidad. Aunque ya se nos había prevenido
el ánimo para este duro sacrificio; pero ver
llegar el día v hora... Por cierto, todas hu-
biéramos querido más bien morir entonces, y
más que nunca enviadiábamos la suerte de
nuestras hermanas que ya descansaban en el
Señor ; pues de buena gana hubiéramos que-
rido quedar sepultadas con ellas en esta santa
clausura, que tener que abandonar nuestro
monasterio, aunque nos hicieron ver los ries-
gos que corríamos, si quedábamos aquí."
— 160 —
"El día 23 de dicho mes, después de cumplir
con el oficio divino, interrumpido de sollozos
y lágrimas en el coro, ya despojadas de todas
las imágenes, exceptuando la del Señor Cru-
cificado que tenemos en el altar, que la deja-
mos en . él, fué expectácttlo verdaderamente
triste ver a la comunidad arrodillada ante el
Crucifijo, deshaciéndose en llanto, pedirle per-
dón de nuestros pecados que daban ocasión a
.su Majestad a castigarnos de aquel modo,
pidiéndole al mismo tiempo su bendición y
• divina asistencia en todos nuestros trabajos.
Penetradas de los msimos sentimientos, hici-
mos igual despedida en todas las demás ofici-
nas. Esa noche no se tocó a refectorio ; fueron
nuestro sustento sólo las lágrimas; ni nadie
durmió esa noche. A todas las oficinas y celdas
les pusimos llaves, y reunidas todas, las entre-
gamos al mozo de confianza, para que cerrase
las puertas exteriores y las guardase, porque
teníamos esperanza, aunque remota, de volver
pronto a nuestro Monasterio.
"A las tres de la mañana del día 24 nos avi-
saron que ya estaban las carretas prontas en
la puerta falsa, para conducir a la comuni-
dad. Ya era tiempo de salir. Todas nos fuimos
a! coro para pedir ¡a bendición 1 la Stma.
Trinidad, suplicándole nos asistiese con sus
— 161 —
divinos auxilios ^o'\o el tiempo de nuestro
destierro; luego, tomando la Prelada un Cru-
cifijo en las manos (cuya imagen sagrada
acompañó a la comunidad hasta la vuelta),
se ordenó una triste procesión, rezando las
letanías de todos los Santos, precidiendo a ésta
las Preladas, que lo eran entonces: Ministra,
la M. Angela de nuestro Padre San Juan de
Mata, en el siglo Ortega; Vicaria, la M. Mer-
cedes de San Antonio, González en el siglo.
Toda la comunidad que salió se componía
entonces de 32, faltando cuatro para comple-
tar el número de 36 que debemos ser ; de éstas
sólo vivimos siete.
"Llegó pues la comunidad a la puerta falsa,
yendo todas con capas y velos, como estaba
pronosticado, llevando los breviarios y linter-
nas encendidas, por no haber todavía luz del
día. Todas íbamos tan turbadas, que puedo
asegurar que no sabíamos si caminábamos por
nuestros pies o los ajenos. En la puerta esta-
ban a caballo el P. Capellán, que lo era el Sr.
Dn. Bernardino Villagra; también estaba el
R. P. Baltasar Simó, religioso recoleto de
Chillan, y el R. P. Valerio Rodríguez, domi-
nico. Éstos nos acompañaron en toda nuestra
peregrinación hasta la vuelta. Otro Sr. sacer-
dote estaba allí, pero no recuerdo su nombre,
— 162 —
el cual nos hizo una plática, dirigida a que nos
conformásemos con la voluntad de Dios y que
llevásemos por su amor los trabajos. La pláti-
ca la oímos estando dentro de la clausura la
comunidad. Concluida ésta, nos esforzó este
señor diciéndonos: "Madres, tened buen áni-
mo y salid." El dolor que entonces sufrimos
fué tan grande, que sólo puede tener compa-
ración con el momento de la separación del
alma con el cuerpo; sólo tener que recordarlo
para estamparlo en este papel me hace verter
nuevas lágrimas; espero en la bondad de Dios
Éjue se habrá dignado aceptar todo lo que pa-
decimos en aquel infausto tiempo, como que
lo sufrimos por su amor.
"En fin, salimos y nos fuimos acomodando
ten los humildes carruajes que nos conducían.
Con nosotras también salieron las doce fieles
criadas que nos servían dentro de la clausura;
voluntariamente nos quisieron acompañar; su
conducta fué muy buena durante el tiempo de
nuestra peregrinación y nos acompañaron y
sirvieron hasta volver con la comunidad. Con-
tinuamos caminando calle para el río. Todas
las pocas gentes que quedaban en esta ciudad
palian a sus puertas a vernos pasar, sin poder
contener el llanto por nuestra salida; caminá-
— 163 —
bamos haciendo el duelo por cada paso que
nos apartaba de nuestro Monasterio.
"En el silencio de la noche íbamos acompa-
ñadas de los Capellanes y de un cuerpo de
guardia que el Gobierno había nombrado para
el resguardo de esta comunidad : nos acom-
pañó hasta las trancas de Hualqui; iban por
tierra a la vista de la comunidad que navega-
ba por río.
"Llegamos ese día de nuestra primera jor-
nada a salidas del sol al Curato de la Mochi-
ta, que está como a una legua de aquí ; allí
encontramos a las criadas de algunas señoras
piadosas que nos esperaban con mate ; desa-
yuno que fué para nosotras muy insípido, pues
nos hallábamos como en otro mundo muy in-
ferior a nuestro Monasterio. Concluido éste,
nos fuimos a la capilla a rezar Horas, mien-
tras tanto nuestras sirvientes nos preparaban
lo que habíamos de comer. Tomábamos este
corto alimento sazonado con nuestras lágri-
mas cuando recibimos la orden de embarcar-
nos; fué tan precipitada la salida, que ni con-
cluímos de comer; nos embarcamos navegan-
do hasta puestas del sol, que llegamos a Chi-
guayante. Nos alojamos en los ranchos de
unos pobres, muy devotos de este Monasterio
y bienhechores; esto fué la tarde del 24; allí
— 164 —
rezamos el oficio divino, y en todo el tiempo
nunca faltamos al cumplimiento de esta obli-
gación ; siempre, antes de salir, rezábamos
Horas; en las lanchas. Vísperas y Completas,
y en el alojamiento, Maitines."
Hicieron su viaje las desterradas con las
incomodidades imaginables, no siendo la me-
nor la de la lentitud con que iban moviéndose
las lanchas y balsas en que navegaban: pues
no caminaban con la marcha de una persona
que va de a pie y al paso regular.
El i.° de Octubre llegó la comunidad a los
Angeles, en donde les dio hospedaje en su
casa-quinta el respetable vecino don Fernando
Amador de Amava. La permanencia aquí de
las religiosas estuvo exenta de privaciones e
incomodidades.
'Entre tanto los patriotas habían avanzado
desde Santiago y en este mes de Enero de 1819
se adueñaban de Concepción y llegaban hasta
los Angeles el día 18, en seguimiento del jefe
español Sánchez, de su ejército y de los miles
de emigrados, que huían hacia el sur al am-
paro de los soldados realistas. Este día 18 ya
Sánchez estaba distante de los Ángeles, atra-
zaba el Bío-Bío en dirección a Nacimiento con
su ejército y los emigrantes, entre los cuales
iban las trinitarias. Las primeras avanzadas
— 165 —
patriotas a las órdenes del Sargento mayor
don Benjamín Yiel y del coronel don Rude-
sindo Alvarado alcanzaron a cortar, el día 19,
los últimos extremos de la retaguardia de
Sánchez, atacaron con suerte y eficacia a los
que pasaban el río y aún a los que ya estaban
en seguro del lado de Nacimiento. Los patrio-
tas alcanzaron a tomar algunos prisioneros y
algo de bagajes y animales de arreo.
No fué más intenso el fuego en este tiroteo,
porque ei jefe patriota se dió cuenta de que en
una sección de los que atravezaban el río, iban
buena parte de las religiosas trinitarias y no
queriendo dañarlas, mandó suspender el fue-
go: así pudo escapar una parte de la comuni-
dad, que estaba en uno de los islotes del río,
cuando los patriotas rompieron el fuego sobre
los fugitivos.
Si no hubo desgracias personales que la-
mentar en la comunidad, se perdió sí el gran
tesoro que llevaban con exquisitas precaucio-
nes : la corriente del río arrastró todo el ba-
gaje de las religiosas, escapando sólo algunas
pequeñas cosas que llevaban a la mano. En el
fondo del río quedaron los ornamentos y vasos
sagrados, los libros y documentos de archivo,
las ropas y muchas otras cosas de uso de las
religiosas.
— 166 —
En Nacimiento se reconcentró la expedición
y pasó allí algunos días, reponiéndose de los
sufrimientos y pérdidas ocasionadas por la
precipitada huida de los Angeles, y preparán-
dose para seguir marcha al sur. Las religiosas
hicieron vida de comunidad en lo posible. "'En
este lugar permanecimos algunos días y tu-
vimos el consuelo de rezar el oficio divino;
también tuvimos misa y comunión, de lo cual
habíamos estado privadas, porque, desde que
salimos de los Angeles, todo había sido cami-
nar por entre mil riesgos. Va se había perdido
el ornamento; pero el capellán del ejército nos
envió el de su uso, antes de irse con él, que
fué el que nos sirvió todo el tiempo de nuestra
peregrinación. Hacía como siete días que es-
tábamos aquí en una casa bien mal acomoda-
da, pero conformes con la voluntad de Dios;
aunque careciendo hasta de los alimentos ne-
cesarios, cuando nos dieron orden' de conti-
nuar nuestra marcha, y también marchó el
ejército: la poca ropa que habíamos podido
librar, aquí la perdimos toda."
El ejército llegó hasta el campo de Angol ;
pero sabiendo Sánchez que los patriotas se
habían apoderado de Nacimiento, y calculando
que podían marchar con él, torció rumbo al
oeste v se resolvió a atravezar la Cordillera de
— 167 —
Nahuelbuta y dirigirse a Tucapel viejo o Ca-
ñete.
Con indecibles padecimientos hicieron la
travesía las religiosas: no había caballos sino
para unas pocas ; estaban desprovistas de ali-
mentos ; tuvieron que dormir a campo raso y
sin camas ni capas con que defenderse del
frío, que era intensísimo, no sólo en la parte
alta de la cordillera, sino también en la parte
plana del oeste, cubierta entonces de selvas,
impenetrables, aun a los rayos del sol. El dos
de Febrero acampó el ejército en Tucapel viejo
y tomó algún descanso la expedición.
Tuvo Sánchez consejo de guerra con sus
oficiales y fué acordada la división del ejérci-
to. La parte más ruin y despreciable, compues-
ta de bandoleros y de gentes que deseaban en-
tregarse al robo y al pillaje, se quedaría en
la región norte de la Araucanía a las órdenes
del famoso Vicente Benavides, para molestar
en lo posible a los patriotas y procurar reor-
ganizar las fuerzas para emprender nueva
campaña en favor del rey. La otra fracción
del ejército, compuesta de los jefes y soldados
•españoles que no aspiraban a tentar nueva-
mente la suerte de las armas, se irían a Valdi-
via, a esperar allí el desarrollo de los aconte-
cimientos y la organización de una defensa o
de una nueva expedición al norte.
— 168 —
Después del consejo de guerra, Sánchez
advirtió a las monjas que ellas no podían con-
tinuar viaje a Valdivia, en vista de la falta de
caballos y de elementos de viaje. Les prometió
que desde Valdivia enviaría un buque a la
boca del río Lebu y que allí se embarcarían
para irse al Perú.
La división militar de Sánchez bajó a la
costa y se fué a Valdivia por el camino del
mar. Con la división de Sánchez, bajaron
también las religiosas y se situaron a las ori-
llas del Lebu. cerca de la costa, en un rancho
del indio Pascual, amigo o empleado de
Sánchez.
*'Xos previno Sánchez, dice la "Relación"
que conocemos, que, pasados algunos días,
hiciésemos un gran fuego en la cima de un
cerro, para que el buque que nos prometía
mandar supiese dónde encontraría la comuni-
dad. Así lo hicimos; mas, aunque veíamos una
embarcación a lo lejos, jamás se acercó al
puerto. Permanecimos allí algún tiempo, y
perdidas las esperanzas de que se acercase,
nos retiramos al rancho que he dicho; mas
como era esta habitación tan estrecha, hicimos
diligencias de otro rancho más capaz ; y a
algunas leguas de distancia se encontró uno
que pertenecía a Dn. Andrés Lavo. Ahí pa-
— 169 —
samos el mayor tiempo del que estuvimos en
la tierra de los indios, que me parece fueron
tres años; siempre suspirando volvernos a
nuestro amado monasterio,"
Dejaremos a las trinitarias en su más có-
modo rancho, el del Sr. Lavo ; pero sin mayo-
res comodidades en lo que hace a elementos
de vida : a su nueva vivienda entraban las
monjas sin tener cama en que dormir, sin más
ropas que la que cada una llevaba en su per-
sona, sin servicios ni útiles de casa y sin di-
nero con que proporcionarse lo más necesario
para el alimento. Aquí quedarán ellas, comen-
zando su nueva vida de ermitaños, y nosotros
volveremos a Concepción, en donde se desa-
rrollaban muy variados acontecimientos, de
los cuales hay algunos íntimamente relaciona-
dos con nuestro asunto.
CAPÍTULO IX
Tkiste estado de Concepción desde 1818: Se
discute la suerte de las monja8.
La ciudad en manos de bandoles a fines de 1818:
llega en Enero de 181!) el intendente Freiré: la
guerra salvaje del montonero Benavides : sitio de
Talcahuuno en 1820: hay paz en la ciudad. — Se
discute el derecho de las monjas a los bienes que
tenían antes de emigrar: va la cuestión al cabildo
civil y es discutida con interés: va al Congreso Na-
cional: éste manda adelantar la información. Los
bienes del monasterio fueron secuestrados mientras
tanto: más tarde falló el Congreso, según se dirá. —
El gobierno general y el provincial conceden dispen-
sa de deudas por censos, capellanías, etc.— Freiré pro-
cura la vuelta de las monjas.
Queda dicho que en Noviembre de 1818
salió de Concepción el ejército realista que
comandaba el coronel don Francisco Sánchez:
la ciudad quedó abandonada a su propia suer-
te y a merced de quien lograra allí constituir-
se gobernante. La casi totalidad de las casas
pudientes estaban solas, y la parte popular
también casi despoblada, porque en las dos]
emigraciones de patriotas y de realistas qud
— 171 —
hemos indicado, se habían marchado las gen-
tes honradas y de algún valor. Una gavilla de
bandoleros cayó sobre la ciudad y con sus
robos, saqueos y ataques a los escasos pobla-
dores, completaron el estado de ruina de la
desgraciada Concepción.
Los patriotas demoraron en llegar dos lar-
gos meses: sólo el 25 de Enero de 1819 entra-
ba a Concepción el coronel don Ramón Freiré,
que venía como jefe de uno de los cuerpos de
eiércitos que operarían en el sur y traía nom-
bramiento de intendente de Concepción. Con
esto renacía la tranquilidad y podían reanu-
darse las funciones de la vida ciudadana.
El gobierno de Sánchez hizo lo posible por-
que los emigrados volvieran a sus casas, y
dictó una serie de medidas apropiadas, a su
juicio, para traer la calma a los espíritus y
asegurar la tranquilidad general.
*Ni se repobló desde luego Concepción, ni
hubo la paz y tranquilidad que todos ambicio-
naban. La guerra a muerte había comenzado
al sur del Bío-Bío a principios de 1819, pro-
movida por el tristemente célebre montonero
Vicente Benavides y llegó a ser tanto y más
funesta que la pasada guerra entre los ejérci-
tos del rey y los ejércitos de la patria. Con-
cepción fué nuevamente centro de operaciones
— 1 72 —
y teatro por donde desfilaron los vencedores,
que fueron, ya los soldados del gobierno chi-
leno, ya las hordas salvajes de los capitanejos
de Benavides, ya el mismo Renavides. Éste,
con su estado mayor, ocupó la ciudad en Ene-
ro de i82o, empujando hacia Talcahuano al
intendente Freiré, que se encerró en el puerto
con el ejército de su mando y con las familias
de Concepción, que huían de los salvajes mon-
toneros. Sólo el 27 de Noviembre del mismo
1820, la suerte de las armas favoreció a Freiré
que salió de su encierro y cargó sobre Bena-
vides, inrligendo al montonero la derrota más
completa y vergonzosa y que talvez fué el co-
mienzo de las desgracias del terrible bando-
lero.
Desde esa fecha no hubo para Concepción
nuevos peligros de asaltos guerreros, pero co-
menzaba la época de la pobreza, que duró tres
años enteros, y que acabó por la espantosa ca-
lamidad del hambre de los años 1822 y 1823,
que ha dejado triste recuerdo en la historia de
las desgracias causadas por la guerra de la
independencia: el año 1822 es conocido con el
calificativo del "año de las necesidades." es
decir, el año del hambre.
El gobierno de la nación se preocupó de la
suerte desgraciada que corrió la agricultura
— 173 —
y el trabajo rural en los años de la revolución,
y procuraba ayudar a los propietarios con dis-
tintos proyectos y medidas que realmente ali-
viaron la triste situación de miles de familias.
De las medidas más importantes que tomó
fueron la de librar a los patriotas de algunas
contribuciones, la de eximirlos por esos años
de algunos pagos a que estaban afectos los
predios rústicos, la de disminuir el interés de
los capitales que reconocian los fundos o casas
por censos, capellanías, cargas piadosas, etc.
Las trinitarias, como ya lo hemos visto,
tenían su principal medio de sustentación en
los censos o hipotecas que gravaban muchos
fundos y casas de la ciudad, por préstamos
en dinero que habían hecho a los respectivos
dueños. Aunque los deudores no podían pagar
sus deudas a las religiosas, ausentes ahora;
pero las pagarían después, una vez que se
restableciera nuevamente el monasterio, por-
que eran todos ellos personas de las más ca-
racterizadas y, muchas de ellas tenían en el
claustro parientes cercanos. Existía, en gene-
ral, alguna buena disposición de ánimo para
con las religiosas; pero no era entre los habi-
tantes esa buena voluntad tan unánime que
no hubiera adversarios.
Se suscitó por algunos patriotas exagerados
— 174 —
la cuestión de si las trinitarias conservaban
el derecho a las propiedades y bienes de que
habían gozado antes o si lo hablan perdido.
L<>s adversarios de las religiosas opinaban,
que caían ellas bajo las leyes de secuestro de
bienes dictadas contra los enemigos de la pa-
tria (en 1817, 1819, 1820), porque las monjas
se habían mostrado siempre partidarias de la
causa realista y abiertamente contrarias a la
causa patriota.
La cuestión se hizo del dominio público una
vez que fué planteada en una sesión del cabil-
do civil o municipalidad por los adversarios
de las monjas. Cabe dejar constancia de que
las autoridades administrativas estuvieron
siempre del lado de las desterradas, y que el
intendente don Ramón Freiré fué su defensor
y su más decidido protector, como luego lo
veremos.
El municipio oyó el pro y el contra de la
curiosa discusión. Han perdido su derecho las
monjas, decían sus acusadores, y la prueba
evidente está en que abandonaron su monas-
terio en 18 18 sin que nadie las violentara y
movidas únicamente del odio que profesaban
a la causa patriota : sin que las contuviera la
ley de la clausura monacal, que es tan estricta,
y sin considerar, tan ciegas estaban por el
— 175 —
odio, que salían a la ventura, en medio de una
soldadesca que no conocían y resueltas a irse
a tierra de indios incultos y bárbaros, que
ningún respeto habían de tener por el hábito
religioso. Y todavía agregaban una razón que
realmente era peregrina. Son empecinadas las
monjas, decían, porque no han querido volver
a su convento a pesar de que se han presenta-
do ocasiones favorables para su regreso, como
se presentó el año pasado, cuando el caudillo
Vicente Benavides estuvo varios meses domi-
nando en la ciudad : este caudillo era su amigo
y bien pudieron ellas, a haber gastado peque-
ñísimo interés, conseguir con Benavides que
las trajera a su monasterio de Concepción.
Los amigos del monasterio sostuvieron que
la salida de las religiosas fué una imposición
de la fuerza y una medida aconsejada por per-
sonas serias y respetables, engañadas por las
circunstancias difíciles en que se encontraban,
pero en cuyo criterio no influyó la idea, ni de
realismo ni de patriotismo.
Nada resolvió el cabildo y la cuestión llegó
en 1821 a las sesiones del Congreso Nacional,
en donde se vieron los antecedentes que les
fueron remitidos por conducto del Director
Supremo don Bernardo O'Higgins. El Con-
greso no encontró suficiente fundamento para
— 176 —
una decisión en los antecedentes remitidos,
v acordó "mandar que se formalice un expe-
diente para averiguar si las trinitarias de
Concepción dejaron voluntariamente el mo-
nosterio para huir con los enemigos, y en tal
caso disponer de sus temporalidades.'" Y en
la nota remisiva decía el Congreso al Director
Supremo '"que el experiente debía dar la for-
ma y motivo de aquella emigración, que debe
formar la cabeza del delito."
El expediente volvió en Febrero de 1822, a
manos del Intendente Freiré, el cual lo adelan-
tó en tal forma que, según veremos después,
el derecho de las monjas no sufrió menoscabo
de ningún género.
Entre tanto el gobierno de la provincia se
había hecho cargo de todos los bienes pertene-
cientes a las trinitarias y percibían todas susj
entradas, que eran reducidas: en este mismo
año 1822 el convento trinitario fué destinado
a cuartel de uno de los cuerpos militares que
guarnecían a Concepción. Si esto no era urij
secuestro acordado por ley era secuestro dea
hecho, y las religiosas no recibían un soloj
centavo de las entradas que en justicia le per-¡
tenecían. A lo que se agrega que la Asamblea!
provincial, constituida de hecho en un pequeña!
Congreso legislativo, dictó varios decretos-le-|
yes que contribuyeron a reducir casi a la nada
las rentas producidas por los bienes de las
monjas. En 1822, a dos de Abril, la Asamblea
decretaba "que en atención a los incalculables
perjuicios i continuas contribuciones que han
sufrido los propietarios de los fundos rústicos
i urbanos de toda esta provincia desde el año
de ochocientos trece por los ingentes males
que ha causado la desoladora guerra que aun
se experimenta, i considerando que los deu-
dores de censos i capellanías se hallan por
aquellos principios en un total atraso, de donde
resulta que de exigirles el pago se ven acaso
precisados a enajenar sus fundos i quedar en
la miseria, cuyo suceso cede en detrimento al
país por el mucho número de censuatarios, ha
acordado i acuerda declarar, como declara,
que todos los deudores de censos, capellanías
o principales de cualquiera clase a interés que
tengan sus fundos en esta provincia no deben
pagar cantidad alguna de los caídos vencidos
desde el año de ochocientos trece inclusive
hasta primero de Enero último."
La curiosa discusión que dejamos relatada
contribuyó a avivar en el público el deseo de
tener en la ciudad a sus monjas : los adversa-
rios de éstas eran pocos, el afecto que el pue-
blo las profesaba había sido siempre intenso,
12
— 178 —
y se aumentaba ahora con las noticias que de
cuando en cuando se recibían y daban idea de
la tristísima situación en que vivían en su
destierro.
El más interesado era el intendente Freiré,
que tuvo como obsesión la vuelta de las mon-
jas y dió todos los pasos posibles con el fin de
conseguir su objeto: ya diremos cómo lo rea-
lizó en la primera ocasión favorable y segura
que se le presentó.
CAPÍTULO X
CÓMO VIVIERON LAS MONJAS EN SU DESTIERRO DE
LAS SELVAS ARAUCANAS.
Tristísima vida, entre salvajes: soledad y aparta-
miento de la vivienda de Andrés Lavo: qué religio-
sas comenzaron la vida triste: sacerdotes y sirviente
que las acompañaban. — Gran epidemia de fiebre
tifoidea: mueren cinco religiosas. — Hecho portentoso
de la multiplicación de las velas de cera para el altar
y del vino para la santa Misa: cómo trabajaban las
hostias: conducta heroica de los sacerdotes acompa-
ñantes.— Se sabe en Lima la vida de miseria que
llevaban las monjas: don Pablo Hurtado les envía
algunos víveres, dinero y géneros. — En Europa se
tiene noticia de la suerte de las monjas. — Cómo
miraron los araucanos a las trinitarias: un asalto
nocturno de parte di algunos bandidos: se oponen
los indios a la salida de las monjas: viaje frustrado
a Valdivia: vuelven sobre sus pasos, obligadas por
los indios, y se establecen en el Pequén. — En 1821,
a fines, oyen hablar de que se intenta libertarlas :
ilusiones, esperanzas y desengaños. — El capitán don
Antonio Carrero facilita la salida de las monjas:
concierta con el capitán don Ramón Picarte, el plan
de liberación: se simula un ataque de Picarte contra
Carrero: todo sale bien. — Cómo sucedieron estas
cosas según la Relación: llega a Arauco la comuni-
dad: poco después llegan algunas religiosas que esta-
ban separadas de la comunidad. — El intendente
— 180 —
Freúre manda desde Concepción al presbítero don
Fernando Lagos con todo lo necesario para llevar a
las monja* desde Arauco. — Llegan a Concepción el
22 de Diciembre de 18¿2l son recibidas con muestras
de gran regocijo: se hospedan en una casa particular:
aquí se hace elección de Ministra, en Sor Juana
María de San José, en Enero de 182.}. — Se traslada
al monasterio. — Hermosas palabras con que la Re-
lación comienza y cierra el triste incidente de la
peregrinación.
Al interrumpir nuestro relato para hablar
de lo que pasaba en Concepción, dejamos a las
trinitarias a orillas del río Lebu, a pocas le-
guas de la costa, en propiedad de don Andrés
Lavo, y a fines de Febrero de 1819.
Con grandes sacrificios hicieron las monjas
su via-crucis desde los Angeles a río Lebu:
pero la vida que aquí pasaron sube de punto
en la escala de las penalidades. Con razón
pudo decir el general don Antonio González
Balcarce. comandante del ejército del sur, que
las monjas hicieron su via-crucis "regando
con sus lágrimas cada uno de sus pasos;" v
con más razón pudo un testigo presencial de
estos acontecimientos expresarse así : '"dudo
mucho que durante las guerras desoladoras
que han sacudido la Europa durante los últi-
mos veinte años, haya cabido a una comuni-
dad religiosa de mujeres una situación más
miserable y desconsoladora que la que cupo
— 181 —
en suerte a estas desventuradas monjas" (i).
El rancho de Lavo estaba en medio de las
más tristes soledades ; lejos, a más de 1 5 le-
guas, de los centros poblados por españoles
y con la vecindad de algunas tribus indígenas,
de cuyos instintos salvajes todo podían temerlo
unas indefensas mujeres. El lugar era conoci-
do con el nombre de el Rosal.
En este rancho se establecieron las siguien-
tes religiosas: la Ministra, Sor Angela de San
Juan de Mata (Ortega) ; la Vicaria, Sor Mer-
cedes de San Antonio (hija de Juan Gon-
zález y de Josefa Pérez) ; Sor Nicolasa del
Rosario (hija de José Rocha y Rosa Rodrí-
guez) ; Sor Tomasa de la Santísima Trinidad
(hija de Juan Antonio Quevedo y Ventura
Obando) ; Sor Juana de las Mercedes (San-
cristóbal) ; Sor Juana María del Carmen; Sor
María Antonia de Jesús Cautivo (de Gregorio
Ulloa y Margarita Urra) ; Sor Juana María
San José (de José Rodríguez y Úrsula La-
renas) ; Sor Manuela de San Francisco (de
Alejandro Urrejola e Isabel Eguiguren) ; Sor
Melchora de San Miguel (Goyeneche) ; Sor
Manuela de Santa Bárbara; Sor María de
Jesús; Sor María Ana de Jesús (de Santiago
(1 ) "Journal of a residence in Chili," por un autor anónim o
— 182 —
Oviedo v Rita Lagos) ; Sor Micaela del Trán-
sito (de Vicente Figueroa y Micaela Panto-
ja) ; Sor Magdalena de Santa María (de An-
tonio Vargas y Francisca Urra) ; Sor Ignacia
del Milagro (de Matías Carrasco y Petrona
Henríquez) ; Sor Juana María de la Asunción;
Sor María de San Féliz (de Francisco Gaete
e Isabel de la Barra) : Sor Josefa del Sacra-
mento (de Agustín Arriagada y de Basilia
Sepúlveda); Sor Juana de Dios de los Dolo-
res (de Bartolomé Roa y Carmen Burboa);
Sor Manuela de Santa Clara (Cruz); Sor
Magdalena de la Natividad (de Pedro Lagos
y María de la Cruz Sepúlveda) ; Sor Petronila
del Rosario (de Miguel Anguita y Gertrudis
Contreras) ; Sor Manuela de los Dolores (de
Pablo de la Cruz y Antonia Goyeneche) ; Sor
Magdalena de la Cruz (de Miguel Luque y
Clara Eslaba) ; Sor Patricia de San Joaquín
(de Carlos Carvajal y de Mauricia Estrada) :
hermana Cruz de la Santísima Trinidad (de
León Urriaga y de Eugenia Cubile) ; herma-
na Josefa de San Rafael (de Manuel Mardo-
nez y Manuela Xúñez) ; hermana Bernarda
de San Ignacio; hermana Rosa de los Dolo-
res; hermana Manuela del Pilar (de Francis- I
co Saavedra y Javiera Ojeda) ; hermana Ma-
nuela de la Encarnación (de Pedro Lagos y
— 183 —
de María de la Cruz Sepúlveda) y algunas
sirvientes que quisieron acompañar a la co-
munidad.
Junto al rancho grande, trabajaron uno
más pequeño para capilla, y otro algo distante
para habitación de los capellanes, los mismos
tres sacerdotes que salieron con las religiosas
de Concepción : presbítero don Bernardino Vi-
llagra; el dominicano fray Valerio Rodríguez
y el franciscano fray Baltasar Simó. Acom-
pañaba también un fiel sirviente de las monjas
llamado Juan de Dios Olivares, que volunta-
riamente siguió a las monjas.
"Luego que ocupamos esta casa de Lavo
sufrimos una gran epidemia de chavalongo
(tifus), sin librar de ella más que tres religio-
sas, sin una estera que sirviese de cama a las
enfermas, más que la dura tierra. De esta en-
fermedad murieron cinco religiosas, que fue-
ron: la M. Magdalena Luque, la M. Manuela
de la Cruz, la M. Patricia Carvajal, la Her-
mana Josefa Mardonez y la Hermana Cruz
Urriaga. Sin embargo de tantos trabajos,
tuvimos el consuelo de que todas se prepara-
ron para la muerte con los santos sacramentos
y muy conformes con la voluntad de Dios.
Fueron conducidos los cuerpos a A rauco por
un sirviente y mayordomo del Monasterio,
— 184 —
hombre muy bueno, quien cumplió esta comi-
sión fielmente, dando sepultura a las monjas
en un lugar separado, dejándolo muy señalado
para que, cuando estuviésemos en nuestro Mo-
nasterio, pudiera ir él mismo por los restos;
como en efecto se hizo cuando llegamos a
ésta" ( i ).
"Cuál sería nuestro dolor, al ver perecer de
entre nosotras y en tan poco tiempo, y en tan-
to desamparo, a estas religiosas, y, sobre todo,
fuera de nuestro monasterio, sólo Dios lo sabe,
siendo todas ellas muy buenas y de ejemplar
virtud. Las tres primeras que murieron ha-
bían gobernado muchos años este Monasterio
con mucho acierto y consuelo nuestro."
"De diario teníamos tres misas, y había
días que hasta cinco." "No habíamos librado
más que como unas cuatro velas de cera y un
ornamento; pero esta cera nos duró con ad-
miración todos los años que estuvimos en el
destierro. El vino para celebrar la misa lo iba
a comprar el P. Fray Baltasar andando leguas
a pie, y sólo consiguió, me parece, menos de
un cántaro, y sucedió lo mismo que con la
cera, durando lo mismo. La harina para las
hostias en esos primeros tiempos la teníamos
(1 ) "Relación" antes citada, y de ella tomamos todo lo qne
citemos entre comillas, a no ser que le asignen os otro origen.
que hacer en piedra, moliendo el trigo, y todo
trabajo nos parecía poco por el consuelo de
tener misa y poder comulgar diariamente.
Después de nuestro Señor debemos este bene-
ficio a la caridad con que nos acompañaron en
nuestra emigración los señores sacerdotes que
ya he mencionado: se sacrificaron tanto por
no dejarnos desamparadas; parecía que no se
cansaban de servrinos, y muchas veces cami-
naban a pie, para darnos sus caballos. En
aquellos ranchos tan desaperados que encon-
trábamos por habitación, que sólo tenían un
mal techo, ellos por su mano cortaban ramas
y paja para hacerlos más abrigados; para
ellos hacían sus habitaciones aparte; a más
de estos servicios, era grande el empeño con
que procuraban proporcionarnos el sustento.
En aquellos lugares estériles era muy escaso
encontrar con qué mantenerse ; ni yerbas, ni
árboles frutales se producen en esos campos,
y aun las siembras son muy escasas. — Estos
señores caminaban a mucha distancia, con el
sirviente que he dicho que nos acompañó, con
el objeto de comprar un poco de trigo o papas,
trayendo sobre sus hombros los costalitos,
que llevaban con una alegría que sólo Dios
podía habérsela dado. Nos servían de confu-
sión a nosotras. Hasta la leña y el agua traían
— 186 —
a la casa, y siempre animándonos y exhortán-
donos a la paciencia."
La peregrinación de las monjas y su destie-
rro en las selvas de la Araucanía, fué tema
de la conversación en Chile entero, y objeto
de los más curiosos comentarios y suposicio-
nes. Su noticia llegó al Perú, en donde se supo
claramente el triste estado de pobreza y de
miseria en que vivían, y sirvió para despertar
la compasión en favor de las desgraciadas
religiosas.
"Don Pablo Hurtado, sujeto muy bienhe-
chor de esta comunidad, que había emigrado a
Lima, y sabiendo la falta de recursos en que
nos hallábamos y teniendo él un poco de di-
nero de la comunidad a rédito tuvo la bondad
de mandarnos azúcar, yerba para mate y pie-
zas de género para vestirnos. Vino tan a tiem-
po, que ya se nos había concluido la ropa
interior y estábamos con solo el hábito. En fin
ya nos surtimos siquiera de ropa, que alcanzó
una muda para cada religiosa, y también para
nuestras sirvientes."
A Europa llegó la noticia de la peregrina-
ción de las trinitarias, pero talvez llegó con
datos y pormenores poco precisos, que contri-
buyeron a formar allí un concepto algo errado
sobre el particular. Se nos ocurre que los Su-
— 187 —
periores Generales creyeron que las religiosas
chilenas se habían marchado al fin del mundo
o a regiones tan apartadas que se fueron pero
que ya de ellas no podían volver. Tenemos a
la vista una carta que el Ministro General de
los trinitarios, Fr. Jerónimo de San Félix,
escribe a la Ministra de las trinitarias de
Lima, el 15 de Noviembre de 18 19, para co-
municarle "la beaticación de N. común Padre
y Fundador el Bto. Juan Bautista de la Con-
cepción, verificada en Roma en 26 del pasado
Septiembre con el mayor aparato y solemni-
dad." La carta es extensa y con muchas ad-
vertencias e instrucciones canónicas y litúr-
gicas sobre la nueva fiesta; al fin de ella y
bajo la firma del P. General, hay una postdata
que dice: "Si Vm. sabe el paradero de núes
tras Hermanas de Chile, se servirá partici-
parnos esta agradable noticia." Para tomarle
todo el sabor a esa deliciosa postdata, se hace
necesario advertir que las trinitarias de Chile
eran y son independientes de Lima, unidas al
Superior General con el mismo e idéntico
vínculo que las religiosas peruanas, el de la
simple fraternidad.
Los araucanos, los legítimos hijos de la
tierra, miraron con respeto a las religiosas, y
aunque no les prestaron grandes servicios.
— 188 —
tampoco les causaron mayores males. Un solo
caso que recuerda la Relación, de males direc-
tamente causados por los habitantes de las
regiones vecinas, no lo atribuye a los indíge-
nas. Fué a fines de 1821 y lo narra así: "cuan-
do menos pensábamos, a la media noche lle-
garon como veinte indios a saltearnos, aunque
no todos, pues también venían chilenos vesti-
dos de indios; huyeron todas las que por an-
cianas no estaban impedidas, escondiéndose
en los montes, y dos que caminaban juntas se
extraviaron en la oscuridad de la noche : una
de ellas se cayó por una barranca al río. y
pasó todo el resto de la noche asida de una
rama de un árbol, y no cesaba de pedir a Xtra.
Sra. del Rosario que la favoreciese ; no tardó
en hacerlo la Virgen; hallándose, después que
amaneció, en un lugar donde pudo salir. Cuan-
do las monjas arrancaron de los salteadores,
se quedó la Prelada por cuidar a las pobres
viejecitas, y sufrió muchos golpes. Le presen-
taron el sable cerca del cuello, diciéndole que,
si no entregaba el dinero que pensaban tenía,
le quitaban la vida. También a cuatro religio-
sas más dejaron muy maltratadas de los golpes.
Se llevaron pues lo poco que teníamos, aun-
que no llevaron dinero, porque no lo había."
Ese asalto y robo lo hicieron unos de los
— 189 —
tantos grupos de bandoleros que recorrían
entonces toda la diócesis, a veces como milita-
res, a veces como simples paisanos, movidos
por el instrumento de rapacidad, que tanto se
desarrolló mientras duraba la guerra de mon-
toneros, mantenida por Benavides y sus ca-
pitanejos.
Los intentos de salida que quisieron realizar
las monjas en repetidas ocasiones, fueron
siempre frustrados por los legítimos indíge-
nas, que se declararon resueltos a retenerlas
en sus tierras, porque, decían, "que también
ellos querían tener monjas." Una de esas in-
tentonas de evasión la narra así la Relación:
"Resolvimos caminar a Valdivia con muy
poca cabalgadura, para de allá volvernos por
mar a esta ciudad. Ya nos pusimos en camino,
la mayor parte de las monjas de a pie. Había-
mos andado bastantes leguas, cuando divisa-
mos una partida de indios a caballo y lanza
en mano, que se dirigían a nosotras, tan fu-
riosos, que costó mucho sosegarlos ; diciendo
que no pensásemos en pasar adelante, que nos
volviésemos a donde vivíamos antes. Nosotras
y el Padre Simó les suplicábamos nos permi -
tiesen pasar, que ya perecíamos en aquella
tierra; pero no hubo que tratar. Preguntán-
doles el P. Simó (que sabía el idioma de los
— 190 —
indios) por qué nos impedían, dijeron que el
Dios de las monjas no quería que pasasen a
Valdivia y que ellos lo sabían esto muy bien,
pues para saber si convenía o nó que pasáse-
mos, lo habían decidido por medio del juego
de la chueca. No hubo quien los hiciese entrar
en razón, y fué preciso volvernos con indeci-
bles trabajos y necesidades; pero siempre ex-
perimentando especial providencia de guardar-
nos de mayores pesares entre aquellos bárba-
ros, que para lo que ellos son nos respetaron
mucho, y a veces recibimos algunas limosnas
de ellos, aunque muy pequeñas."
Xo se volvieron las monjas a su rancho de
Lavo, sino que se situaron en otra vega del río
Lebu. Aquí fué donde experimentaron el asal-
to nocturno que hemos contado lineas antes y
que obligó a las monjas a retirarse a otro
punto, que talvez reputaron más seguro y con
posible defensa contra los bandoleros, y que
tenía además la simpatía de llamarse con el
nombre de una avecita tan chilena y graciosa:
el Pequén. Pasaron algunos meses en este sitio
que debió ser de gratísima recordación para
las religiosas mientras vivieron, porque en él
les clareó la primera aurora de su redención.
"Un día nos dijo Juan de Dios Olivares, que
era el sirviente que nos acompañaba, que había
— 191 -
hablado con una persona, que por orden del
señor General Freiré venía de expía a explorar
Jas fuerzas que tenía Carrero para ir a ata-
carlo, y también decía el General que entonces
habíamos de salir las monjas. Esta noticia nos
consolaba por momentos, y luego creíamos
ser falsa, y volvíamos al dolor y lágrimas,
viendo prolongarse nuestro destierro."
Lo del expía y de su comisión era la verdad.
Hacía tiempo que don Ramón Freiré estudia-
ba el modo de realizar la salvación de las mon-
jas; pero sus buenos deseos, que eran los de
las gentes de Concepción, resultaron ineficaces
por el estado de guerra salvaje en que se man-
tenía el territorio araucano, campo de opera-
ciones del caudillo Vicente Benavides y de los
caciques indígenas aliados suyos. A lo que se
agrega que el ejército patriota no tuvo ele-
mentos suficientes para oponerse a los guerri-
lleros realistas, y alcanzar desde un principio
la total y completa pacificación de la "tierra
de indios."
La prisión y muerte de Benavides, ahorcado
en la plaza de Santiago en Febrero de 1822,
y la defección de muchos de los oficiales que
habían acompañado al funesto caudillo; redujo
considerablemente las proporciones de la gue-
rra de Arauco : uno de estos oficiales pasado
— VJ2 —
al campo patriota, el capitán don Antonio
Carrero, presentó la tabla de salvación a las
afligidas trinitarias.
Carrero contribuyó a la caída de Benavi-
des e intentó apoderarse de la persona de
este jefe para entregarlo a las autoridades
nacionales. Burlado en sus intentos por la
fuga del montonero, entró en arreglos con el
intendente de Concepción, haciéndole propo-
siciones, de las cuales era la principal una
seria y formal garantía para su persona y la
exigencia de que se le agregara al ejército
chileno con el grado de sargento mayor.
Aceptó las condiciones Freiré, y por modo
de prueba de la rectitud de intenciones del
capitán Carrero, interesó a éste en el antiguo
proyecto de libertar a las trinitarias. Freiré
comisionó al mayor don Ramón Picarte para
entenderse en todo con Carrero. Se convino
en que éste continuara como jefe de sus pocos
montoneros y de las partidas de indios que
seguían fieles a la causa realista, hasta tanto
se ejecutaba el plan concertado para la libera-
ción de las religiosas. Se hacía necesario en-
gañar a los indios y esto se conseguiría simu-
lando un ataque de Picarte al campamento de
Carrero, el cual concentró sus gentes y >e
retiró a regular distancia de las religiosas, en
— 193 —
dirección opuesta a la que debían llevar las
fuerzas patriotas.
El 14 de Diciembre atacó Picarte a Carrero
con una avanzada de guerrilleros y hubo un
largo tiroteo. A la media noche las fuerzas
patriotas se allegaron a la vivienda de las
monjas y tomándolas los soldados en ancas
de sus caballos atravesaron el río Lebu y se
marcharon en dirección a Arauco. Carrero,
al día siguiente, simulando un verdadero ata-
que, se precipitó en seguimiento de los atre-
vidos asaltantes y llegó hasta cerca de ellos,
pero, conforme a lo convenido, disparó sus
armas de modo que no perjudicaran a los
fugitivos y éstos los disparaban únicamente
contra los indios de Carrero. Al siguiente día,
15 de Diciembre de 1822, entraban a Arauco
las fuerzas patriotas y con ellas las religiosas
trinitarias, que fueron recibidas con todo ca-
riño por los pocos habitantes del fuerte que
allí había. Tras las fuerzas patriotas llegaba
también Carrero con algunos de los suyos,
pero no ya en son de guerra sino con la con-
fianza de quien llega al seno de los suyos : fué
recibido con demostraciones de la más estre-
cha fraternidad.
La "Relación" tantas veces citada explica
también estos últimos incidentes v con una
13
— 104 —
sencillez que resulta deliciosa, si se toma en
cuenta que nada sabían ellas de lo que podría-
mos llamar la comedia de asalto o batalla,
dice: "El día trece de Diciembre del año que
dije, Nuestra Prelada, la Madre Vicaria, ti
I\ Valerio y un sirviente, se dispusieron para
salir a buscar algunas provisiones para la co-
munidad ; donde fueron era algo distante y
habían do pasar algunos días.*'
"El día 14 de Diciembre oíamos mucho
ruido de artillería, que nos llenaba de miedo,
y los ranchos de los indios incendiados. Se
aumentaba nuestra congoja por estar separa-
das de X. M. Ministra y Vicaria. Luego pasan
indios huyendo, que nos decían que también
huyésemos, que venía un ejército de la patria.
Esta noticia nos fué de indecible consuelo."
"Llegó la noche y a las dos de la mañana
llegan como 200 soldados y sus oficiales, que
entre todos no conocíamos a otro que a Ar-
quíñigo. quien nos mostró la orden que traía
del General Freiré para sacarnos, y había de
ser en el acto, porque al otro día muy tempra-
no habían de reunirse al ejército; y si lo en-
tendían los indios, habría un levantamiento,
que no habría fuerzas para resistir.
"Como en esta vida no hav gusto completo,
este fué mezclado con el dolor de dejar a núes-
— 195 —
tras Preladas, que, por ocuparse en nuestro
alivio, andaban fuera. En fin, le consultamos
al P. Simó, y nos dijo que convenía salir, que
la divina Providencia cuidaría de nuestras
amadas Madres."
"Cerca de las tres de la mañana salimos.
El río Lebu lo pasamos en los caballos de los
oficiales, porque marchábamos a pie. A las
siete de la mañana se atacaron con Carrero,
y a nosotras nos pusieron en una parte donde
no tuviésemos riesgo. Entre tanto, clamába-
mos a Nuestro Señor que venciese el ejército
de nuestra parte, porque temíamos que, si
Carrero ganaba, nos había de llevar muy al
interior de la tierra, donde jamás supiesen de
nosotras. Su Majestad divina se apiadó de
nosotras; permitió venciese el ejército de Frei
re, }• en el momento continuó su marcha para
Arauco, y al anochecer nos alojamos en e!
campo. Cuando amaneció, seguimos caminan
do; que ni el cansancio, ni la necesidad de ali-
mento nos afligían demasiado: sólo lo que he
dicho, de dejar atrás a nuestras Madres ; pero
todos los que conocían nuestra aflicción nos
consolaban con decirnos que en Arauco las
habíamos de esperar, como en efecto así fue.
"A las diez de la noche llegamos a Arauco,
donde aquellas buenas gentes nos recibieron
— 196 —
con mucha caridad y atención. Como las Pre-
ladas, según he dicho, quedaron atrás, luego
que supieron que la comunidad había salido
(y ellas felizmente andaban a caballo) junto
con el I'. Valerio y sin pérdida de tiempo ra
minaron ; y quiso Nuestro Señor que nadie les
impidiese la salida. ¡Qué gracias tan de lo
íntimo rendíamos al Todopoderoso por vernos
ya todas reimuiis y fuera de un destierro tan
duro y tan largo! Luego convertíamos nues-
tras súplicas al Señor, para que colmase de
bendiciones al Sr. Cencal Freiré y a todos
los que contribuyeron a que siliésenu 3 de la
tierra de IjArbaros/'
Dos días después llegaban a Arauco la Mi-
nistra, la Vicaria, fray Valerio y el sirviente
Olivares. El comandante Picarte mandó a un
soldado realista. Javier Arévalo, que estal-a
condenado a muerte, en busca de los cuatro
rezagados. Era de temer que los indios pudie
ran vengar en esas cuatro personas el agravio
que se les había hecho, de arrebatarle a "sus
monjas;" y más todavía, si se daban cuenta
de la defección de Carrero. Arévalo, a quien
se le prometió salvarle la vida y agregarlo al
ejército patriota, en pago de la salvación de
las dichas personas, cumplió a maravilla su
cometido y logró evitar a éstas un encuentro
— f97 —
con los indios y llevarlas sanas y salvas a
A rauco.
Algunos días de descanso tuvieron las mon-
jas en Arauco, esperando que llegaran los co- "
misionados para llevarlas a Concepción. De-
jemos a la "Relación" que nos cuente con su
hermosa sencillez la última etapa de esta
peregrinación.
"El día 20 del mismo mes de Diciembre
llegó a Arauco el Sr. Pbo. Dn. Fernando
Lagos, comisionado por el Sr. General Freiré,
con cabalgaduras, con el objeto de conducir
a la comunidad hasta San Pedro. El día 22
salimos, y a las tres de la tarde nos embarca-
mos en lanchas y llegamos a esta orilla antes
de las oraciones ; donde por orden del Sr. Go-
bernador del Obispado nos esperaban algunos
carruajes cubiertos, para conducirnos a una
casa particular, que era del Sr. Dn. José
Manuel Eguiguren, por estar nuestro Monas-
terio ocupado de cuartel." "Todo el poco ve-
cindario que había en ésta nos salió a recibir,
y en la casa de nuestro alojamiento nos espe-
raba el Sr. Don Salvador Andrade, que era
entonces Gobernador del Obispado, y nos
recibió con demostraciones de un padre."
"Desde el día 22 de Diciembre de 1822 en
que llegamos a ésta, estuvimos en la casa que
- 198 —
he dicho, hasta el día 1 1 de Mayo, en que nos
entregaron el Monasterio. En esta casa nos
decían misa, cumplíamos del mejor modo po-
sible con todas nuestras obligaciones y guar-
dando clausura como si estuviésemos en el
nuestro. El Padre Baltasar Simó pedía limos-
na todos los días para mantenernos, y así
continuó algún tiempo haciéndolo, pues se
pasó algún tiempo sin que los deudores del
Monasterio hicieran ningún pago."
"Antes de un mes (pie habíamos llegado se
nos murió la M. María de San Félix."
"En Enero de 1823 se hizo elección de
Prelada, y fué elegida Ministra la M. Juana
María de San José, y Vicaria la M. Manuela
de San Francisco; Maestra de novicias, la
M. Mercedes de San Antonio." "Luego que
nos fué entregado el Monasterio por el Sr.
Intendente, que entonces lo era don Esteban
Manzano, nos trasladamos aquí, viniendo pro-
cesionalmente con asistencia del Sr. Goberna-
dor del Obispado y todos los señores Eclesiás-
ticos que entonces había aquí."
"Llegamos a nuestro Monasterio con tan
indecible alegría, que sólo cuando lleguemos
al cielo, por la bondad de Dios, tendremos
mayor gusto."
Así terminó esta triste peregrinación, inci-
— 199 —
dente de los más desgraciados de la guerra
de la independencia nacional. ¡Qué elocuente-
mente la autora de la Relación que tanto
hemos citado, encierra estos cuatro años de
inquietudes, de penas y de sufrimientos inde-
cibles, entre estas dos expresiones tan her-
mosamente conmovedoras: "el dolor que al
salir del convento sufrimos fué tan grande,
que sólo puede tener comparación con el mo-
mento de la separación del alma con el cuer-
po;" y "entrarnos en nuestro Monasterio con
tan indecible alegría, que sólo cuando llegue-
mos al cielo, por la bondad de Dios, tendre-
mos mayor gusto."
CAPÍTULO XI
Se regulariza la situación legal y pecuniaria
de las monjas. — Hambre general en la provincia.
Las monjas estaban de hecho fuera de la ley: sus
bienes estaban secuestrados. La Ministra Juana
María de S. José hace frente a la difícil situación:
el Padre Simó sustenta a la comunidad varios meses.
— Pobreza general en la provincia: los años 1821-22
y 2-í son años de. "hambre y de necesidades" : comu-
nicaciones de las autoridades subalternas de la pro-
vincia: comunicación tristemente interesante del cura
Gallardo, de Rere: del gobernador eclesiástico, don
Salvador Andrade al Intendente Freiré: de éste al
Supremo Gobierno: del Cabildo civil a los vecinos y
al Congreso Nacional: curiosa comunicación de un
particular. Movimiento revolucionario fue ti/i « F>eire
la Suprema Magistratura: deposición del Director
don Bernardo O'Higgins. — Freiré ayuda a las mon-
jas eficazmente. — Se tramita al sumario o informa-
ción mandados por el Senado: las circunstancias
eran favorables para las monjas: el Senado falla
favorablemente, a petición de don Agustín Vial San-
telices.
Muy contentas y satisfechas se encerraron
las religiosas en la clausura de su monasterio:
pero de seguro que la satisfacción y la feli-
cidad no había de venirles de las comodidades
y elementos de vida que encontraron en su
— 201 -
casa. Ya hemos contado que los derechos a la
casa misma y a todos los haberes de la comu-
nidad, estaban en tela de juicio y sometidos
a la deliberación y fallo del Congreso Nacio-
nal. De modo que podía decirse con verdad
que las recién llegadas eran simples alojadas
en una casa que podría no ser su propiedad.
Lo mismo debe decirse de las rentas y entra-
das con que habían contado para vivir.
A lo que dejamos dicho, que puede llamar-
se cuestión de derecho, hay que agregar lo
que podríamos calificar como cuestión de
hecho : los predios rurales estaban en poder
del fisco, y los censos y capellanías no se pa-
gaban, porque las autoridades civiles habían
librado a los deudores de la obligación de
pagar porque todos estaban pobres a causa
de la guerra, que, en iDciembre de 1822 aun
no terminaba en la provincia.
A todo lo cual hay que añadir todavía que
las monjas volvían a Concepción en lo más
negro y triste del tristísimo año del "hambre
y de las necesidades."
A una situación tan difícil tuvo que hacer
frente la nueva Ministra, Madre Juana María
de San José. Dios había dotado a la nueva
superiora de todas las cualidades que se ne-
cesitaban para gobernar la comunidad con el
— '¿0¿ —
acierto que exigen las duras circunstancias
en que iniciaba su mandato: "era infatigable
para servir a su casa, aunque fuese a costa
de los mayores sacrificios; amaba tiernamen-
te a todas sus hermanas, y a todas trataba
de consolar, tanto en lo espiritual como en lo
temporal ; siempre se le oia que llevaba atra-
vezadas en su corazón todas las necesidades
de sus prójimos, por cuya causa oraba conti-
nuamente para alcanzar del cielo el remedio
de todo. Entre otras dotes con que la favo-
reció N. Señor fueron el don de sabiduría y
el de consejo y el de mucha prudencia; y de
ellos se valió para servir a su Majestad en
en todos los oficios de obediencia con la ma-
yor puntualidad y con un fervor que edifica-
ba. Fué una vez Vicaria y ocho veces Prelada,
desde que volvieron de la emigración hasta
tres años, no cumplidos, antes de morir. Des-
cansó pocos años que no estuviese siempre de
prelada; en las épocas de mucha escasez del
monasterio: pero con su mucho anhelo logró
restaurar lo que perdió el monasterio con la
revolución y formar el archivo y libros del
modo que hoy existen; y todo esto lo hacía
llevando una muy quebrantada salud" (i).
(H De un elogio que de la M. Juana María se conserva en
un libro de defunciones, del archivo del monasterio.
— 203 —
La distinguida religiosa era hija del capitán
don José Rodríguez y de doña Úrsula Lare-
nas; entró a la religión de 19 años de edad, el
19 de Agosto de 1792, y pasó en ella sesenta
y ocho años. Era sobrina del gran bienhechor
de las trinitarias, conónigo don Antonio Ro-
dríguez, de que hemos hablado más atrás.
Queda dicho que a la subsistencia de las
monjas entendió en los primeros meses de la
vuelta de Arauco, el P. Baltasar Simó, que
fué de puerta en puerta pidiendo para ellas
la caridad del vecindario. Es casi cierto que
no pasarían pocas hambres las pobres religio-
sas. Había total carencia de los artículos más
indispensables para la vida, no sólo en la
ciudad sino en la provincia toda. En los años
desde 18 18 el campo estuvo casi sin cultivo,
y la crianza de animales se vió tan reducida,
que, a poco, no hubo lo indispensable para el
consumo.
La pobreza se ayudó así misma ; porque
multitud de personas sanas y robustas, pero
faltas de todo recurso, se entregaron al robo
y al pillaje, apoderándose de lo que guardaban
los fundos en sus graneros, y que, bien distri-
buido, tal vez alcanzaba para impedir que el
hambre se cambiara en horrible calamidad.
La misma guerra contra Benavides y secua-
- 204 -
ees se paralizó, o no tomó la actividad que
debía, porque el ejército no tenía, ni con qué
alimentarse, ni cómo vestirse, ni cómo movi-
lizarse. I'.asta hojear las historias de la guerra
del sur, para darse cuenta del hondo malestar
que se hacia sentir, especialmente en los jefes
y oficiales : se hallaban éstos reducidos a la
inacción, porque carecían hasta de lo más
necesario para avivar una campaña que ya era
una vergüenza nacional. Todo el mundo re-
currió al Gobierno de Santiago ; pero todas las
puertas se cerraron y los oídos se hicieron
sordos, y las gentes del sur tuvieron que resig-
narse a morir de hambre y de miseria.
En todos los pueblos de la provincia se fué
reconcentrando la gente, confiada en que ha-
bría en la ciudad lo que no tenían en los cam-
pos. Las ciudades se poblaron de verdaderas
bandadas de pordioseros, de hombres y mu-
jeres extenuados que parecían espectros am-
bulantes, sin figura casi de seres humanos :
todos recurrían a Concepción y esta ciudad
no tenía ni siquiera para los propios habitan-
tes. Las noticias que vamos a citar dan idea
de la situación de la provincia : los documentos
que citamos son desconocidos aun o no apro-
vechados por los historiadores, y se refieren
todos a los últimos meses de 1822; todos ellos
— 205 —
son comunicaciones dirigidas al Intendente de
Concepción don Ramón Freiré o de éste, di-
rigidas al Gobierno de Santiago.
El subdelegado de Cauquenes, don José An-
tonio Fernández en Agosto dice : "Son, señor,
tan repetidos los clamoreos de los infelices
habitantes de este partido por falta de mante-
nimiento, especialmente el artículo del trigo,
que es el que más los abastece, que ya no hay
corazón para sufrirlos."
"La pobrería llora de hambre, ( dice el sub-
delegado de Chillan, don Juan de Ojeda, en
Julio), i nadie quiere vender, i me he visto
precisado a mandar que se venda almud por
almud a los pobres, al precio de real i medio
cada día, con lo que aun no alcanzan a soco-
rrerse las necesidades, pues no sólo ocurren
del pueblo sino de los campos, a causa de que
todas las cosechas del partido, para librarla
de los ladrones, las han acopiado en este pun-
to. Las yeguas, muías i caballos también van
mui mermados, que es otro alimento a que la
necesidad les ha obligado a ocurrir, i que este
Gobierno por más que ha hecho, no ha podido
evitar el robo de estas especies, porque el ham-
bre les hace violar este precepto."
"En esta subdelegación de la Florida se
muere la gente de hambre. Los pordioseros
— 206 —
andan que se estorban, tanto en esta villa
como en los campos. Los trabajos de las más
haciendas están paralizados por falta de ví-
veres. Que se auxilie a este partido con mil
pesos de trigo; porque, de lo contrario, pere-
cen irremisiblemente parte considerable de los
habitantes, i yo no puedo ser responsable a
los males consiguientes que en el partido se
experimentan." Esto decia el subdelegado don
Domingo Cruzat en Agosto, desde la Florida.
El 27 de Agosto decía el comandante don
Manuel LVquiza, jefe militar de la plaza de
Tucapel : "La necesidad que hoi padezco de
provisiones es muí grande, i así espero que
US. me remitirá cualquier especie de manten
ción para esta tropa, porque en este lugar no
hai nada, por lo que las familias se hallan
pereciendo. Mis caballos están padeciendo
gran detrimento con motivo a los muchos leo-
nes que tiene esta montaña, i cada noche me
voltean tres o cuatro caballos, como igual-
mente los muchos ladrones que hai que sólo
se mantienen comiendo de esta carne."
Vecino a Tucapel está Rere : aquí era mayor
la miseria. Su párroco, don José María Ga-
llardo, dirigió al Gobernador eclesiástico, don
Salvador Andrade. la siguiente carta, que
copiamos íntegra porque es altamente intere-
— 207 —
sante, y, más que ningún otro de los docu-
mentos que sobre el particular hemos hojeado,
pinta la situación de su extensa feligresía:
"Lastima el corazón más empedernido el
ver la miseria de los habitantes de las doctri-
nas de Rere y Talcamávida, que tengo a mi
cargo. Desde fines de Julio último, llevo ente-
rrados muy cerca de setecientos cadáveres en
ambas parroquias, y su demasiada continua
ción me ha impedido examinar a fondo el
origen de sus fenecimientos. Por induvitable
verdad, he hallado que sólo es la necesidad de
alimentos, porque, aunque han tocado los re-
cursos de nutrirse con yerbas campesinas, se
acotaron a impulsos de la muchedumbre que
surtían. Los caballos, muías y burros, a pesar
de ser muertos de flacos, han sabido sostener
algunos más días a aquellos infelices, hasta
que, desapareciendo estos medios, ocurren por
fin a los perros, gatos y ratones. iJe aqu< es
que seguramente, no conviniendo estas sus-
tancias con sus complexiones, sufren una epi-
demia que la hace llegar al último extremo.
La continuación de este mal es palpable y,
como buen pastor, es de mi deber ponerlo en
conocimiento de US., para que por su conduc-
to llegue a noticia del señor Gobernador -In-
tendente, para ver si de algún modo se repara
— 208 —
esta ruina tan perjudicial a la sociedad.— Dios
guarde a Ü. S. muchos años."
El Gobernador, Sr. Andrade, envió al In-
tendente Freiré la nota del cura de Rere,
acompañándole de una comunicación en que
le hablaba de la miseria que había en el resto
de la diócesis, especialmente en la extensa
zona de la costa. Y, revistiéndose el Goberna-
dor de la santa energía y del coraje que en
circunstancias difíciles da Dios al pastor sa-
cerdote más que al jefe seglar, va sea civil, ya
militar, apuntó una de las grandes causas de
la general miseria e indicó el remedio que
debía aplicarse, aunque fuera a costa del ma-
yor sacrificio. Dice el Gobernador:
"Por el oficio adjunto del Cura de Rere,
verá US. los horrorosos estragos que ha cau-
sado el hambre que sufren los habitantes de
aquel partido, sin embargo que no se esconden
a la superior penetración de US. como tan
públicos y notorios. Estos mismos estragos se
nos presentan a cada paso en las calles y plazas
de esta ciudad, y no tenemos a la vista sino
espectros vivientes capaces por sí mismos de
penetrar del más vivo dolor a los corazones
más estoicos. Las gentes de todas clases y
sexos pastan como brutos las yerbas del campo
para nutrirse. Las playas de las costas están
— 209 -
pobladas de esta clase de miserables, esperan-
do que el mar arroje sus efluvios para alimen-
tarse, y precaverse de la muerte. A vista de
esta calamidad, que lleva consigo la desolación
general de esta desgraciada provincia, no te-
nemos otros recursos que ocurrir a las pia-
dosas y paternales entrañas de US., a fin de
que se sirva dictar las providencias más acti-
vas y eficaces, relativas a la estracción de
granos que copiosamente abarcan los grane-
ros de los monopolistas, que son bien conoci-
dos, así en ésta como en las demás provincias
de este obispado, con cargo del reintegro, sin
que para el pago se reserven ni aun lo que hay
más sagrado, con respecto a que así lo exigen
las críticas circunstancias de perecer a que
nos han reducido los enemigos de nuestra sa-
grada libertad ; entre tanto que el católico celo
de S. E. el señor Director Supremo, que tan
encarecidamente recomendó esta provincia a
la muy Ilustre y respetable Convención Pre-
paratoria, provea de remediar los males que
nos cercan, que no podemos pasar en silencio
ni desentendernos de los clamores que nos da
la religión santa de Jesucristo y la misma hu-
manidad resentida. — Dios guarde a US. mu-
chos años." Septiembre 27 de 1822.
El Intendente Freiré no se atrevió a tomar
14
— 210 —
inmediatamente las medidas indicadas por el
Gobernador Andrade, y reiteró sus ya repe-
tidas peticiones al gobierno central, que, por
causas ignoradas hasta ahora, se mostraba
indiferente a los justos clamores que, por dis-
tintos conductos, le llegaban desde la afligida
región del sur.
Las comunicaciones oficiales del Intendente
son graves y moderadas; se concretan princi-
palmente a llamar la atención del Gobierno
hacia los documentos que le remite, de los dis-
tintos funcionarios. Pero en cartas particula-
res al Supremo Director le da pormenores
que pintan a lo vivo la situación de la provin-
cia de su mando. Tomamos de una de ellas un
solo párrafo, que pone de relieve la gran ca-
lamidad del año, porque viene ya desde muy
atrás y es sólo ahondar lo que se padecía desde
años ya.
"Se trata de absurda política, dice una carta
de Septiembre de 1822, la medida que tomé
para preservar al pueblo que tengo a mi cargo
de los horrorosos estragos del hambre que ex-
perimentó en el año próximo pasado, como es
público i notorio, hasta el extremo de ahorcar-
se de exasperada necesidad los padres de fa-
milia que veían a sus hijos pidiéndoles el pan
de que carecían para alimentarse. Hubo madre
— 211 —
que teniendo su infante a los pechos, los to-
maba sin fruto porque, careciendo de alimen-
to la nutris, no podía tributarlo al inocente
ser que se había animado en sus entrañas, i
contrastando el amor con el dolor, produjeron
la exasperación que dió por resultado el bár-
baro expediente de tomarlo de los pies i es-
trellarlo contra una piedra. La multiplicidad
de tantos actos tan lastimosos i tan recientes,
¿qué fruto se debía esperar produjese en el
presente año que no es menos estéril?
Entre tanto el hambre arreciaba en Con-
cepción y comenzaba a producirse en los áni-
mos un malestar que podía traer serias con-
secuencias sociales v políticas, como las trajo
en realidad. El Cabildo civil se dirigió a los
pudientes de la ciudad y campos vecinos, para
interesarlos en favor de los necesitados. En
la carta o comunicación escrita con ese objeto
el Cabildo (o Municipalidad) hacía una breve
reseña de los males que aquejaban a la región,
y, hablando de la ciudad, decía: "míranse las
calles ocupadas como en nubes de mendigos,
espectros de la naturaleza afligida, i las casas
llenas de pordioseros débiles i casi moribun-
dos."
Se dirigió también el Cabildo al Congreso
Constituyente, que se había reunido en San-
tiago, para hacerle presente la inmensa cala-
midad (|ue pesaba sobre la provincia y solici-
tar el auxilio correspondiente. "Once años,
decía el Cabildo al Congreso, de una feroz i
asolante guerra tienen reducida la provincia
al último estremo de calamidad, que pueda
referirse a las historias. Sus moradores, des-
pués de haber consumido cuanto animal ca-
balgar i de carguió lograron libertar de la
ambición de los enemigos i de las ocurrencias
de sus defensores, los lian devorado para con-
servar la vida; i los mismos brutos dedicados
a la guarda i sostén de sus personas i hogares,
han sido víctimas de su necesidad. Por último
aun los ratones i demás animales inmundos
son perseguidos por útiles, cuando antes lo
eran por perjudiciales."
Y para cerrar esta larga serie de citas que
dejamos hecha, copiamos algo de lo que un
particular escribía al diputado regional, don
Santiago Fernández, interesándolo para que
en la Cámara despacharan auxilios para Con-
cepción. Esa carta da una idea exacta del es-
tado de ánimo de los hombres pensadores, v
deja entrever que va fermentaba el espíritu
de rebelión entre las víctimas del hambre.
"Lleno de consternación, i maldiciendo la
suerte que me ha hecho existir en este país,
— 213 —
escribo a Ud. ésta para noticiarle que, en poco
más de un mes, van ya muertas de hambre
setecientas personas en los partidos de Rere,
Puchacai i esta ciudad. Se estremece el hom-
bre cuando observa que en Chile, el país de la
abundancia, se muere la gente de hambre, i
se indigna con justicia cuando mira que esta
desgracia, debida en su origen a un efecto
natural, se haya aumentado inmensamente i
llegado al grado que se padece. — Que nos con-
serven la vida, amigo, antes de dictarnos leyes
sobre el modo de emplearla."
No muchos días después de escritas las
cartas citadas se producía un movimiento re-
volucionario que tras de variados incidentes
políticos, trajo como último resultado que el
general don Ramón Freiré fué nombrado Su-
premo Director de la nación y comenzaba a
gobernar el 4 de Abril del siguiente año 1823.
Esta designación del Intendente Freiré para
jefe supremo iba a traer un mejoramiento de
la situación de la provincia de Concepción en
todo orden de cosas. Y para las monjas traía
el incalculable beneficio de que su amigo pasa-
ba a más alto puesto, en el cual podía influir,
como influyó, en la solución del interesante
asunto que se debatía en el Congreso, el de si
las religiosas tenían, o nó, derecho al monas-
— 214 —
terio y bienes que dejaron a su salida para la
Araucanía.
Si es efectivo que la Madre Juana María
"restauró lo que perdió el monasterio con la
revolución," como se dijo más atrás, natural
es atribuir a ella el impulso que se dió al ex-
pediente que, sobre el particular y de orden
del Senado, se tramitaba en Concepción, para
averiguar si las trinitarias salieron "para tie-
rra de indios forzada o voluntariamente." Ni
el cabildo civil que en 1821 mandó a Santiago
el asunto, ni el Senado que entendió entonces
en la famosa cuestión, existían cuando el ge-
neral Freiré llegó a la presidencia en 1823.
Pero sí es cierto que el expediente siguió su
curso en Concepción, y llegó a Santiago con
informaciones de respetables vecinos v con
declaraciones del Cabildo civil favorables en
todo a las monjas.
Un hijo de Concepción, residente en San-
tiago, el diputado don Agustín Vial Santeli-
ces, tomó a su cargo la defensa o patrocinio
de las monjas, entre las cuales tenía él algunas
parientes. Aprovechó la ocasión de una erran
solemnidad coneresal para presentar el 20, de
Diciembre de 1823, una moción en que orono-
nía el reconocimiento o devolución de todos los
derechos que tuvieran las monjas antes de
- 215 —
1819. El Congreso Constituyente juraba ese
día la famosa, o curiosa, Constitución de 1823,
que no trajo al país otro resultado que ayudar
al desorden político que se siguió a la salida
de O'Higgins de la suprema magistratura. El
Congreso aprobó la moción de Vial Santeli-
ces: el acta de la sesión del día dice: *'El señor
Vial Santelices hizo moción para que se de-
vuelvan a las Monjas Trinitarias de Concep-
ción sus capitales i demás derechos, apoyán-
dola en el hecho de haber sido violentadas a
seguir al enemigo, i en la solemnidad del ju-
ramento de la Constitución. Discutióse sufi-
cientemente i se acordó: Restituyanse a las
Monjas Trinitarias de Concepción todos los
bienes existentes, capitales i demás derechos,
exclusos frutos e intereses percibidos por el
Estado."
Al día siguiente comunicó el Congreso al
Gobierno el acuerdo tomado. El general Freiré
no demoró en dar curso al proyecto de ley que
favorecía tan de lleno a sus buenas amigas
trinitarias, y favorecía los anhelos gastados
por él, de que se hiciera justicia a las necesi-
tadas religiosas.
En Concepción se recibió la comunicación
oficial de lo acordado por el Congreso, y no se
prestó a mayores dificultades el darle cumplí-
— 216 —
miento: bastó que los deudores del monaste-
rio quedaran notificados de que las cosas que-
daban como antes estuvieron, y esto se con-
siguió con la publicidad que al asunto le dio
la simple conversación privada entre las fa-
milias. Los deudores de las monjas eran, casi
todos, de las más respetables familias de la
ciudad y no tenían interés especial en hacer
mal a las religiosas. El por qué tenían las
monjas tanta relación mercantil con las fa-
milias es una curiosidad que vale la pena de
dejar estampada aquí, y la haremos en el si-
guiente capítulo.
CAPÍTULO XII
Las monjas verdadero Banco hipotecario du-
rante la Colonia : servicios que prestan a la
agricultura.
Lazo de unión mercantil entre el convento y los
particulares: el dinero de dotes se prestaba como lo
hacen hoy los Bancos: falta de numerario en Chile:
las monjas tenían dinero y lo prestaban con cau-
ción suficiente de seguridad. — Los capitales se avi-
saban por sí mismos: un mismo capital que ha pasa-
do de fundo en fundo : otros que han estado un siglo
gravando un fundo. — Historia agrícola que pudo
escribirse con los libros del monasterio. — Las familias
antiguas de Concepción fueron deudoras del monas-
terio.— Historia de los fundos tomados de los libros
del monasterio, fundo Villavicencio, Bularco, Casa-
blanca. — Seguridades que exigía el Banco: tramita-
ción interesante de los préstamos: un acta de trámi-
te.— Las monjas, a pesar de ser Banco, eran pobres:
la guerra de la independencia les trajo grandes pér-
didas.— Organiza la Ministra la primera escuela de
niñas que hubo después de la independencia: curioso
e interesante reglamento que se le da: su gran mérito.
Los "capitales y derechos" que el Congreso
mandaba devolver a las monjas, según lo dicho
en el precedente capítulo, eran una estrechísi-
ma cadena de unión entre las religiosas y la
— 218 —
sociedad; y tan de antiguo venía ella, que los
primeros eslabones se pusieron antes que las
trinitarias existieran canónicamente en Con-
cepción: el beaterío de la Ermita fué quien
fundió y amarró las primeras piezas de esa
cadena, que se desarrolló y creció a la par del
monasterio.
Casi todo el haber de las monjas consistía
en el capital que se iba formando con el dinero
que aportaban las jóvenes como dote al ingre-
sar en el monasterio. Las beatas de la Ermita
dieron como dote quinientos pesos por lo
menos, y las religiosas trinitarias daban mil
quinientos pesos como mínimum.
Según precepto de sus Estatutos o Regla,
el monasterio debía asegurar la existencia de
esos capitales, colocándolos de modo que se
alejara todo peligro de destrucción o pérdida,
v que, al mismo tiempo, produjeran lo que la
comunidad necesitaba para su mantenimiento.
No había entonces las instituciones mercanti-
les o de crédito que hoy se encargan de hacer
fructíferos los capitales que se les confían,
ni ninguna de las tantas facilidades que hoy
tiene el público de colocar sus dineros de modo
que le den renta, y le permitan dormir tran-
quilo v sin temor de pérdidas en lo futuro.
Quedaba a las monjas el fácil expediente de
— 219 —
dedicarse al comercio; pero la carrera mer-
cantil les estaba vedada ; o el de adquirir bienes
raíces, fundos principalmente; pero la expe-
riencia les había enseñado que no era prove-
choso a la comunidad dedicarse a las labores
del terreno.
Las circunstancias de los tiempos vinieron a
salvar la dificultad; y, sin pretenderlo las
religiosas, el monasterio llegó a ser un verda-
dero Banco hipotecario, que prestó a la agri-
cultura servicios de gran valía, contribuyendo
poderosamente al progreso de las industrias
y faenas agrícolas de toda la diócesis. Porque
precisamente la falta de Bancos o casas de
préstamos fué la que hizo banqueras a las
monjas.
Hubo siempre en Chile falta de numerario,
especialmente en los últimos años de la domi-
nación española. La riqueza consistía princi-
palmente en tierras y animales, y la exporta-
ción de productos no traía grandes sumas de
dinero a las arcas de los particulares.
Los dueños de fundo se encontraban fre-
cuentemente dificultados en sus faenas por-
que, escasos de dinero, no encontraban fácil-
mente quien se los proporcionara. Pues, las
trinitarias se hicieron de hecho las auxiliares
de los hacendados, dándoles en préstamos los
dineros provenientes de dotes de religiosas.
— 220 —
Si se hubiera conservado el archivo del con-
vento, se habría podido escribir un interesan-
tísimo capítulo sobre la trascendencia de esta
curiosa participación de las monjas en el pro-
greso de la industria nacional por medio del
préstamo pecuniario. Pero así, faltos de datos
como estamos, nos será posible apuntar
aquí curiosas noticias, que permitan vislum-
brar la magnitud de la obra que pudo realizar-
se en la diócesis merced al valioso contingente
que allegaron las trinitarias al esfuerzo de
los hacendados.
Las monjas prestaban los dineros de dotes
a los particulares a plazo, con la garantía de
fianza segura o con hipoteca de alguna propie-
dad que valiera mucho más que el capital
prestado. Entregaban también el dinero y el
prestario constituía un censo redimible, en
algún bien raíz, seguro en cuanto a la pro-
ducción y de alto valor. Muchas jóvenes no
llevaban dinero al entrar, sino la escritura de
hipoteca o de censo hecha por el padre o por
la persona que daba el dote. Este sistema de
préstamos comenzó antes que se fundaran las
trinitarias, y probablemente fué practicado
desde que tuvo existencia regular el Beaterío
de la Ermita, en 17 14: ya, al contar la funda-
ción de las trinitarias, dimos muchos nombres
— 221 —
de deudores del Beaterío que tenían sus com-
promisos establecidos con las garantías que
dejamos dichas.
Según esto, fácilmente se comprende que
puede asegurarse que cada religiosa talvez
significaba un fundo gravado con el dinero
del correspondiente dote : y así era la realidad.
Xo se necesitaba dar aviso de que en el
monasterio había dinero disponible, porque
eso ya se sabía de antemano: una joven que
se acercaba a las rejas del monasterio a soli-
citar ingreso en la casa, era cosa que pronto
se sabía en la ciudad; y era la anticipada no-
ticia de que meses después habría un mil pesos
que prestar. Y así sucedió repetidas veces que
fueron muchos los agricultores que solicitaban
un mismo capital, cuando ya la joven postu-
lante se convertía en religiosa de verdad.
Las escrituras públicas de préstamos a
plazo eran también conocidas de todos los
hombres de negocios. Resultaba frecuentemen-
te que al hacer sus pagos los deudores, ya
había muchos que expiaban la ocasión para
tomar ellos el capital que llegaba al monaste-
rio. Y así ha resultado fácil seguirla marcha
que ha hecho un mismo pequeño capital, que
ha ido pasando de mano en mano y saltando
de fundo en fundo por casi toda la diócesis,
— 222 —
v también fuera de ella, en el largo tiempo de
más de cien años largos y bien contados.
Otro aspecto interesante en este particular
lo constituyen los censos a plazo indefinido,
con que los tomadores de dotes gravaban sus
propiedades de campo en favor del monaste-
rio. Según se ve en los escasos papeles que
tenemos sobre contabilidad de este ramo, los
hacendados no eran, por lo general, remisos
en el cumplimiento de sus deberes como deu-
dores: acudían oportunamente a cubrir los
intereses, y allí, en los libros del convento,
iba quedando el nombre del pagador. Moría
éste y en el siguiente pago aparecía el nomine
del nuevo dueño del fundo; y así sigue por
más de cien años, en más de un fundo, la his-
toria de sus dueños y de sus arrendatarios.
Con más la particularidad de que, de cuando
en cuando, hay en el papel anotaciones como
éstas: "no pagó este año de 1822 porque el
terremoto destruyó las casas y bodegas:" "no
pagó, porque el hijo del dueño puso pleito
"no pagó por el "perdón" del año i8tí);" "no
pagó este año de 1823, porque la Asamblea
perdonó los pagos;" "no paga por secuestro
del fundo por el Gobierno de la patria;" etc.,
etc. — De modo, pues, que, a haber existido
hoy, bien completos, los libros de contabilidad
— 223 —
del monasterio, habría podido escribirse una
interesantísima historia económico-agrícola de
la región comprendida entre el Maule y el
Bío-Bío.
Porque hay que agregar que en las escritu-
ras de hipotecas o de censos, están clara y
completamente especificados todos los porme-
nores conducentes a dar idea exacta del valor
de los fundos y de su producción, y del origen
y solidez de los títulos de propiedad: en algu-
nos de estos títulos está el nombre del primer
dueño que hubo en el fundo, cuando pasó de
propiedad de indígenas incultos ("indios bra-
vos") a manos del primer español que lo labró.
Allí está a veces calculado el valor del suelo,
y se ve que, a principios del siglo diez y ocho,
valía treinta y seis centavos la cuadra de un
fundo al cual hoy el ferrocarril de Concepción-
Coelemu-Chillán, le da valor de casi mil pesos
por cuadra.
Para que se dé todo el alcance a los juicios
que hemos dado acerca de las relaciones ban-
carias o mercantiles de los hacendados con el
monasterio, citaremos alguno de los casos de
contratos o pormenores *de negociación que nos
han dado luz en nuestras investigaciones.
Sea en primer lugar dejar establecida la ex-
tensión y antigüedad de esas relaciones banca-
— 224 —
rias. No hay familia, de las conocidas y anti-
guas de Concepción, que no haya sido deudora
de las trinitarias; son muchos los personajes
de alguna figuración social y política de la
diócesis, que tocaron a las puertas del que
hemos llamado Banco de las trinitarias; son
bastantes los eclesiásticos y militares que re-
currieron al convento para salvar sus apuros.
Entre las familias están los apellidos Arrau,
Soto Aguilar, Benavente, Carvajal, Roa,
Cruz, Vial, Prieto, Búlnes, Plaza de los Reyes,
Puga, Novoa, Várela, de la Barra, Bicur,
Urrejola, Figueroa, Rodriguez, González, Vi-
llaseñor, Córdoba y Figueroa, Basso, Vargas,
Alemparte, Unzueta, Ibieta, Santa-María,
Eguiguren, Estuardo, Manzano, Hurtado,
Salcedo, de la Cruz y Goyeneche, Cruz y Ríos,
Prieto y Vial, González, Palma, Sancristóbal,
Zañartu, del Río, Hurtado, Mardonez, Con-
cha, Antunez, Gaete, Quintana, del Solar,
Daroch, Pantoja, etc., etc. En esos apellidos
hay generales de ejército, presidentes de la
nación, oficiales, alcaldes, canónigos, curas,
superiores de conventos de religiosos, comer-
ciantes, intendentes, étc. que firmaron escri-
turas de préstamos.
De algunos censos puede sacarse una histo-
ria del fundo en que están instituidos. El más
— 225 —
antiguo que conocemos de esta especie remon-
ta a 1783. Doña Juana Josefa Donoso Gaete
de López Sánchez vino a dejar una hija para
religiosa trinitaria ; dejó la niña y se llevó
3,500 $, que acensuó en su fundo Villavicen-
cio, del curato de la Huerta de Maule, "parti-
do" o departamento de Linares. La señora
Donoso Gaete fué dueña del fundo hasta
1803, ano en clue pasó a don Cristóbal Villalo-
bos; éste lo traspasó en 1815 a don Agustín
Antunez, el cual, en 1826, lo cedió a don Ra-
món Concha. Éste lo vendió en 1848 a don
Francisco Armanet, caballero francés, tronco
de la familia de ese apellido, que aun lo posee.
De la hacienda de Bulalco (en Rafael) se
ve en nuestros apuntes de censos que, desde
que se fundó la familia Urrejola en Concep-
ción, suyo era ese fundo y que entre sus des-
cendientes se mantiene hasta la fecha, desde
hace más de siglo y medio. Consta que desde
1818 hasta 1833 estuvo secuestrada por el fis-
co; pero se agrega que las trinitarias no salie-
ron perjudicadas, porque los de la familia, una
vez repuestos en el goce del fundo, pagaron lo
que se debía a las religiosas.
Doña María de Zañartu tomó un mil pesos
en 1799, constituyendo un censo, al 5^, en el
fundo Casablanca, de Coelemu. En 18 10 Ca-
15
— 220 —
sablanca pasó a poder de don Nicolás Ai tigas;
de éste pasó a Dn. Pedro G. Zañartu en 1828;
a poder de don Pedro del Río pasó en 1840;
cuatro años después lo tenía el general don Jo-
sé María de la Cruz; de estelo heredó doña
Del fina Cruz ; y un hijo de esta señora, don fosé
María Pinto y Cruz, redimió en 1900 en arcas
fiscales a favor de las trinitarias, el censo de
1 7<;(;.
Para que se entienda cómo era exigente el
banco penques ta para prestar su dinero, dire-
mos que don José de Bicourt (Bicur y Vicur,
cuando se chilenizó el apellido) en 1 774, tomó
en préstamo $ 800, provenientes, $ 500, de dote
de Sor Juana María del Carmen ; $ 200, de do-
te de Sor Francisca de las Nieves; y $ 100, de
dote de Sor Isabel de Jesús; y en garantía dió
el fundo Bulalco, de tres mil cuadras, con 70
mil plantas de viña frutal. V como esta pudiera
ser poca seguridad, agregó don Alejandro de
Urrejola, yerno de Vicur, dos Casas que po-
seían en Concepción, y el mismo Vicur agregó
también "un solar entero en la traza de esta
ciudad en que se hallan fabricadas dos tiendas
a la frente, con sus correspondientes armazo-
nes, un cañón que sirve de viviendas de todo el
ángulo de dicho solar que hace a la calle del
lado Oriente y otras varias oficinas en el cen-
tro de él, que es el que se le asignó al dho. Dn.
Joseph en el Padrón de el repartimiento de los
sitios de esta ciudad en la cuadra treinta y
nueve número primero por cuya razón le perte-
necen al suso dho. Dn. Joseph y a la dha. su
Esposa."
El procedimiento que se seguía en la trami-
tación de los préstamos era muy sencillo, pero
muy seguro, y, ahora para nosotros, resulta
curioso. Se celebraban "tres tratados" o se-
siones, en la portería o sala de recibo del con-
vento, con asistencia de todas las religiosas
de voz y voto, del notario público, del síndico
y de dos testigos. En el primer "tratado" la
Ministra exponía la petición del interesado y
daba cuenta y explicación de los títulos, pa-
peles, etc., en que se apoyaba la solicitud y
daba a conocer la personalidad del solicitante.
El asunto generalmente quedaba dilucidado
desde el primer momento, y nada obstaba a
que se tomara resolución inmediatamente ;
pero la Ministra debía respetar lo de los "tres
tratados," y terminaba la sesión con la frase
sacramental : "aunque aparece claro que se
puede hacer el préstamo y así lo creen sus
Reverencias, sin embargo, por tratarse de
cosa de tanta importancia y responsabilidad,
para el segundo tratado lo miren con más
maduro Acuerdo."
— 22H —
Al segundo tratado acudían las mismas
con las mismas formalidades, y se terminaba
con que la Ministra dejaba la solución para
el tercer tratado. Al fin de éste se tomaba
acuerdo y se le sancionaba con la escritura
pública que firmaban todos, inclusos ya los
solicitantes, que entraban a la sesión una vez
que se les favorecía con acceder a su peti-
ción ( i ).
(1) Damos una muestra de las actas, copiando la que se
levanto en 1764, con ocasión del préstamo que se otorgó al
superior jesuíta de la casa de Chillan, P. Miguel Olivares: éste
es el mismo historiador, autor de la "Historia de Chile" v de
la "Historia de la Compañía de Jesús en Chile" tan conocidas,
El acta del traiado dice as':
Acta I * - En la ciudad de Concepción del Reino de Chile,
en cinco de Mayo de mil setecientos sesenta i cuatro años,
estando en el Monasterio de Trinitarias Descalzas de esta santa
ciudad, se juntaron sus relijio«as en la Portería principal por
falta de Locutorio cómodo, como lo han de uso i costumbre,
conviene a saber, la Reverenda Madre Sor María Ana de San
Joseph, Ministra; la Madre Sor María Josepha de la Asump-
ción, Vicaria; la Madre Sor Rita de Santa Jertrudis; la Madre
Sor María Margarita de la Cruz, conciliaria; la Madre Sor Marga
rila de San Félix, conciliaria; la Madre Sor Manuela del Ro-
sario de Sta. María, conciliaria; la Madre Sor Rosa de Santa
María; la Madre Sor Rosa de la Comcepcion; la Madre Sor
María Victoria del Milagro; la Madre Sor Ana de San Juan de
Matta; la Madre Sor María Josepha de los Anjeles; la Madre
Sor Ninfa de Mercedes, secretaria. I asi juntas i congregadas,
la Sta. Madre Ministra les dijo i propuso cerno saben sus rebe-
rencias se hallaba su Monasterio con mil i quinientos pesos
de la dote de la madre Sor Nicolasa del Rosario, i ciento mas
— 229 —
Después de tratar tan al por menor de ban-
co, préstamos, censos, etc., era de creer que
las trinitarias eran inmensamente ricas; pero,
en la realidad no era así. Las platas que figu-
raban en todas esas operaciones no llegaban
a treinta mil pesos, según los datos que teñe-
de pico de los mil i ciento que en meses pasados hahia redi-
midos el Colejio Combictorio del sr. San Joseph de esta ciu-
dad, con lo que se completaba la cantidad de mil i seiscientos,
los que eran preciso se impusiese a censo redimible, para con
su rédito sobre venir en parte al costo de la mantención de
su Monasterio, sobre finca que en lo futuro estuviese seguro
este principal i sus réditos; en cuya consideración habia soli-
citado que el Reverendo Padre Rector del Colejio de la Com-
pañía de Jesús de la ciudad de Chillan, Miguel de Olivares,
los impusiere en la forma espresada sobre la estancia que
tenia por suya, nombrada San Emerico de Caimacahuin, sitúa
da en el Partido de Itata, con cuya propuesta habia condescen-
dido i le tenia dado poder del Reverendo Padre Procurador
de Misiones de la mesma Compañía de Jesús de esta ciudad,
Ilario Joseph Pietas, para que en su nombre i del Santo su
Colejio, con licencia de su Reverendo Padre Provincial, otor-
gare la escriptura de la formal imposición, informándole que
la sitada estancia se componía de mil quadras de tierras, con
cinco binas i, aparte de ellos, muchos parronales en catre
que uno i otro componían mas de cien mil plantas frutales i
otras mas nuevas que aun no fructifican, i en esta estancia
tenía quinientas treinta i cinco arrobas de vasijas de servicio
i otras mas recien hechas i que está por cccer, i tres fábricas
de tejas, pidiéndole al mismo tiempo fuese condición de la
imposición que la redempeion del principal habia de ser de
quinientos en seiscientos pesos i que en esta virtud viesen
sus reberencias si encontraban alguna dificultad para que se
impusieren sobre dicha extancia los referidos mil i seiscientos
— k¡30 —
OIOS. Muchos de los préstamos de que tenemos
conocimientos eran de 100 $, de 200 $; mas
eran de 500 $, y escasos los que llegaban a
1.000 $.
Esos mismos capitales los guardaba el mo-
nasterio mientras vivían las religiosas que los
daban de dote; después que pasaban ellas a
mejor vida, esos dineros eran empleados en
pesos, que ya por su parte tenia practicada la dilijencia del
señor Provisor, Vicario Jeneral de este Obispado, i se le tenia
concedida, i que también le informaba este Reverendo Padre
Rector (pie la mencionada finca era libre de censo, porque,
aunque tenia el de otra tanta cantidad a favor de varios indi-
viduos, le babia redimido por el mes de Diciembre del próxi-
mo año de sesenta i tres, i hecho consignación de ella ante
este señor Provisor; todo lo cual oido i conformes dijeron
que siendo como era la finca ofrecida por especial hipoteca no
solo competente para soportar esta imposición, sino para la de
mayor cantidad, libre de censo, de las mejores i mas abonadas
de este Obi-pado, no encontraban por su parte dificultad ni
impedimento para que sobre ella se actuase la citada imposi
cion, i mas teniéndose ganada la licencia de e«te señor Porvi
sor; con cuyo dictamen se conformó dicha Reverenda Madre
Ministra i les dijo que. no obstante él, para el segundo tratado
lo mirasen con mas maduro acuerdo, i asi lo otorgaron i firma-
ron estas relijiosas siendo presentes por testigos el Doctor
don Joseph de Rocha i don Eusebio Troncoso.=Sor María de
San Joseph. Ministra; Sor María .losepha de la Asumpcion,
Vicaria; Sor Rita de Santa Jertrudis: Sor Ana de San Juan de
Matta; Sor Margarita de la Cruz, conciliaria; Sor Rosa de
Santa María; Sor Margarita de San Félix, conciliaria; Sor
Manuela del Rosario, conciliaria; Sor Rosa de la Comcepcion
Sor María Josepha délos Anjeles; Sor María Victoria d*l
Milagro; Sor Ninfa de Mercedes, secretaria.
— 231 —
los gastos generales de la comunidad, que
eran más que los suficientes para consumir
esos pequeños capitales.
La revolución de la independencia fué cau-
sa de que muchas de las hipotecas y censos
desaparecieran o fuesen reducidas a poca
cosa, en razón de arreglos que el monasterio
aceptó a trueque de no perderlo todo.
Ya quedó dicho que las trinitarias de vuelta
de la Araucanía, llegaron a Concepción pobres
como un pordiosero; que se alimentaron de
limosnas los primeros meses; que sólo a fines
de 1823 se les mandó devolver su antigua
masa de bienes : quiere decir eso que en todo
el primer año de gobierno de la M. Ju^na
María no hubo para qué abrir la caja de fon-
dos del monasterio. Y sin embargo, estando
en situación tan precaria, organizó la Ministra
la primera escuela primaria de niñas que hubo
en Concepción después de la revolución de la
independencia.
La guerra, que tuvo a Concepción por prin-
cipal centro, impidió la organización de los
estudios en la ciudad, a pesar de las buenas
leyes y decretos del gobierno nacional y del
provincial.
Algunos particulares abrieron algunas cla-
ses privadas en 1823; el gobernador del Obis-
— 232 —
pado, don Salvador Andrade, reanudó los es-
tudios del Seminario, y las trinitarias abrieron
su escuela de niñas.
El intendente don Ramón Freiré trabajó
empeñosamente desde 1821 en que se abrieran
centros de estudios; y al retirarse de la ciudad,
llamado en 1823 por los acontecimientos polí-
ticos de la capital, dejó bastante adelantados
los preparativos para abrir colegios en Con-
cepción.
A mediados de 1823 estaba funcionando la
escuela de las trinitaria s. La "Comisión de la
Casa de Educación pública," nombrada por la
autoridad local, intendente, general don Juan
de Dios Rivera, para dirigir la educación pú-
blica en la provincia, trabajó el Reglamento
por que debía regirse el nuevo plantel : elabo-
raron el Reglamento don Pedro José Zañartu
y don Félix Novoa (Yásquez de Novoa).
La Comisión sometió su trabajo a la apro-
bación de la autoridad eclesiástica, tanto por-
que se trataba de una fundación en casa reli-
giosa, cuanto porque nuestros hombres diri-
gentes de ese tiempo tenían concepto claro y
verdadero de la intervención y parte que co-
rresponde a la Iglesia en la instrucción públi-
ca, cosa que se olvida hoy por las^autoridades
civiles. El gobernador del obispado, don Salva-
— 233 —
dor Andrade, aprobó el Reglamento en decreto
de 29 de Septiembre de 1823 y el mismo dia lo
hizo notificar a lás religiosas para su obser-
vancia. El intendente Rivera comunicó al Go-
bierno nacional el establecimiento de la escuela.
No están hoy las escuelas primarias fiscales
en mejor condición, en lo que hace a educa-
ción, que la primera de niñas que fundaron las
trinitarias hace ya casi un siglo: basta estu-
diar a la ligera el Reglamento de 1823 para
entender que había en aquella época más altos
y más nobles fines educativos que en los diri-
gentes hoy ; y, más que eso, se verá que la
enseñanza de entonces comenzaba informada
de un espíritu práctico que hoy no tiene la
instrucción primaria fiscal (1).
Y aquí ponemos fin a estas escasas páginas
que hemos escrito para satisfacer una deuda
que desde antiguo tenemos contraída con las
trinitarias de Concepción. Este escrito como
lo decíamos en la introducción, no es ni siquie-
ra una simple crónica : más tarde habrá de
hacerse un trabajo completo, para poner de
relieve la importancia del monasterio, por los
servicios espirituales y materiales que ha pres-
(1) En el apéndice damos íntegro el texto fiel Reglamento;
léase con cuidado y ¡-¡e verá sn alto valor.
- 234 —
tado a los particulares, a la diócesis y a la
nación.
Terminaremos con una súplica y esperamos
verla atendida. Aunque sea poco lo que de la
casa trinitaria queda escrito, rogamos a las
religiosas que se dignen aceptarlo en pago de
parte de la deuda que en su favor confesamos,
y que ellas conocen ; y como escusa de no haber
pagado el total de nuestra obligación, válganos
la honrada declaración de que hemos trabaja-
do con el posible interés, y de que las deficien-
cias que notarán en estas páginas son absolu-
tamente ajenas a la voluntad del autor.
Alabada sea la Santísima Trinidad.
Septiembre de i<;i~.
APÉNDICE
I
EL BOLDO DE LA VIRGEN
(Tradición Penquista)
I
Allá detrás de la primer colina
que a la diestra de Penco se levanta,
la majestuosa ruina
de una negra muralla
al olvido y al tiempo desafía
y al tiempo y al olvido ha puesto valla.
En Penco las murallas españolas
se ríen de los siglos y las olas.
Un tiempo fué convento
aquel montón de ruinas solitarias;
'las monjas trinitarias
allí con tierno acento
elevaban al cielo sus plegarias
porque doblara al signo del cristiano
su cerviz indomable el araucano.
¡ Oh asilo venturoso !
En él las santas monjas,
apartadas del mundo y sus lisonjas,
abrían en las tardes estivales
íil adorado Esposo
— 236 —
el pecho candoroso,
desbordante en afectos celestiales.
Y en el cerrado huerto,
en grupos desígnales
los árboles frutales,
parecía también que a Dios oraban
con fervoroso anhelo
extendiendo sus ramas hacia el cielo.
Las golondrinas mansas y confiadas
custodiaban sus nidos, del convento
en el tendido alero colocadas
como flores llevadas por el viento.
Y de hora en hora, una campana triste,
como la voz de un niño, plañidora,
ya parece que canta, ya que llora,
ya que ríe, que ruega o se resiste.
Un hilo de agua por el huerto cruza
alegre y placentero,
ramoneando entre la yerba fresca;
y el toronjil, la menta y el romero,
y el acre olor de la inundada vega,
todo el ambiente de frescura anega.
Hacia el lado más alto,
un boldo antiguo su nudoso tronco
enrosca y trenza y el ramaje extiende
que hasta los cielos sube
como sube del mar la parda nube.
Y<rde corona de apretadas hojas
ciñe su frente altiva
y, junto al agua viva,
aquel árbol gigante y majestuoso
parece que medita hondo misterio,
encerrado en el santo monasterio.
II
Una tarde de invierno borrascosa,
la puerta del convento
batida por el viento,
atrajo a una novicia basta aquel sitio
a punto que pasaba,
con ceño amenazante, adusto y duro,
un cacique araucano que soñaba
de tiempo atrás en escalar el muro
de aquella casa santa
jamás bollada de araucana planta.
El velo que ocultaba a la novicia,
el misterio, lo ignoto, lo invisible
de aquella niña al cielo reservada,
la veste que la envuelve y acaricia
y su forma graciosa, indefinible,
tras del hábito apenas dibujada,
subyugaron al punto al araucano
que juró con siniestro juramento
penetrar algún día en el convento.
III
¡ Ob Amor que nunca yerras !
que prendes en el pecho del salvaje
lo mismo que en el alma del cristiano
por ti, las crudas guerras;
por ti, el violento ultraje
de la virtud y del honor! Tu fuego
devora cuanto toca
y así hiendes la roca
como penetras en las almas luego !
— 238 -
¡ Oh Amor, que nunca yerra !
¿quién, quién ante tu trono,
no ha inclinado su frente hasta la tierra ?
IV
La puerta del convento
cerró de golpe la novicia inquieta,
oprimiendo con brusco movimiento
una enorme alcayata que sujeta
con aldabón de hierro,
cual si jamás la puerta
hubiera de volver a ser abierta.
V
Pasaron meses. . .Y cruzando el cerro
va un joven español que vacilante
avanza al monasterio, paso a paso,
llevando en su semblante
palidez de temor, de miedo acaso.
Va a hablar con la abadesa del convento.
Oigámosle en la obscura portería :
— "Hermana, ya presiento
que está cercano el día
del asalto más rudo y más violento
que habremos de sufrir del araucano.
— Sí; ye también lo creo muy cercano,
la monja respondió con triste acento.
— Buscad entonces un lugar seguro
pues, si somos sitiados en el fuerte,
quedáis vosotras sin humano amparo,
en brazos de la suerte.
— ¿Y qué mejor defensa que este muro?
"¿Y qué teme quien no teme la muerte?"
— 239 —
— Hermana desconfiad porque el asalto,
según dato que tengo por muy cierto,
será a la vez al puerto
y a la ciudad en tres diversos puntos.
— No pelearéis entonces todos juntos;
al paso que nosotras en el huerto,
juntas al pie del Bohío de la Virgen,
invocando a quien tiene a Dios consigo,
podremos rechazar al enemigo.
— Hermana, me parece caso extraño
que dobléis ante un boldo la rodilla
teniendo en vuestro claustro una capilla.
— ¿Qué decís? ¿No sabéis que el viejo Boldo,
plantado en la mitad de nuestro huerto,
tiene en su raro tronco una glorieta,
donde la imagen de la Virgen santa
de las ramas del árbol se sujeta?
¿No sabéis qüe en ese árbol bendecido
posó la Virgen su nevada planta?
— Nó ¿Y cuándo tal milagro ha sucedido?
—Cada vez que en peligro hemos estado.
— Me rindo a vuestra fe; mas no confiado
podré alejarme de este sitio, hermana ;
porque pudiera acontecer mañana
que oyéramos de nuevo el chivateo
de los huiricas que manda Catrileo..."
Muy abatido y con temor profundo
se retiró el mancebo castellano,
y la monja partió a rezar tranquila
por la ardua conversión del araucano...
— ¡¿40 —
VI
[ Qué hernioso amaneció el siguiente día!
El mar se sonreía
el viento suspiraba
y el cristalino estero resbalaba
su linfa transparente
por entre los guijarros muellemente.
Las mariposas con incierto vuelo
de flor en flor pasaban ;
en la playa blanqueaban
en sábanas de plata por el suelo
temblorosos los peces que expiraban,
y mil gaviotas blancas que graznaban.
Se sentían zumbones
aquí y allá los pardos moscardones,
y en las tapias, por entre las rendijas
con ansiedad sacaban en slencio
su cuello de metal las lagartijas.
Su frente pudorosa
como la virgen pura
Ja fresca y blanca rosa
entre las rejas del jardín asoma,
que esconde en pobre claustro »u hermosura
y exhala en él su delicado aroma.
Con andar perezoso, roncos gansos
en bandadas las calles recorrían,
y del estero al margen se veían
ágiles chivos, corderillos mansos
; Todo inocencia y libertad respira !
i la naturaleza que reposa
y bullidor enjambre de palomas. . . .
— 241 —
¡ Oh tierno idilio de color de rosa !
parece que suspira,
presintiendo en la calma de ese instante
la horrenda tempestad amenazante.
¡ Cuántas veces al ver, Naturaleza,
tu animación o tu sublime calma
tus simas sin color o tu belleza,
no cree el hombre que lo que hay en su alma
fríamente lo copias en tu espejo
del alma humana, pálido reflejo!
¡ Cuántas veces la luna, el firmamento,
el torvo mar y el vendaval deshecho
no alcanzan a imitar del pensamiento
la majestad divina,
y todo es frágil, deleznable, estrecho,
comparado al volcán de nuestro pecho ! . . .
Al ver la paz de tan hermoso día
las monjas trinitarias
elevaban cantando sus plegarias
y todo respiraba en el convento
santidad, oración, recogimiento.
Y el fiero corazón del araucano
cruel corazón, mas corazón humano,
maldecía entre tanto aquella calma,
con todo el fuego que abrasaba su alma.
VII
Cierra la noche. . .Una llovizna lenta
envuelve las colinas. . .
La gasa de neblinas
de pronto se acrecienta,
tórnase luego impenetrable manto
16
— 242 —
y la lluvia violenta
y el trueno que revienta
y el rayo y el relámpago — de espanto
inundan la ciudad con la tormenta.
VIII
Y . . . ¡ Qué sucede ! . . . — Cuán horrenda grita
se siente junto al fuerte !
¡Aquí! de los valientes españoles!
í-on presteza inaudita
parece que al llamado de la suerte
corrieran ; nó a la muerte
sino a buscar en premio algún tesoro
más codiciado que el amor y el oro.
¡Cuál luchan con esfuerzo sobrehumano!
Retumba la pesada artillería
infundiendo furor al araucano.
Al indio que repecha,
armado de su lanza y de su flecha,
opone blanca espada el castellano;
que entre golpes mortales,
la mirada serena,
firme al planta en la sangrienta arena,
resiste entre la sombra al enemigo,
o las pesadas armas esgrimiendo
con rapidez inmensa.
va por la sombra densa
paso a la muerte con la espada abriendo.
Con valor indomable el araucano,
saltando como el tigre o la pantera,
donde su vista alcanza
allí clava la lanza
y, como nada teme y mucho espera
— 243 —
ni cede, ni desmaya,
ni sabe qué es huir, ni desespera.
¡Oh araucano valor! sangre araucana!
¿Quién te podrá domar, ni quién te abate?
¿Quién tu bravura domará mañana,
si no pudieron siglos de combate?
IX
Tremendo fué el asalto ;
nías cuando allá del cerro en lo más alto
aparecieron luces incendiarias,
retrocedió la indiada,
mirando entre las sombras funerarias
de la noche callada,
la casa de las monjas trinitarias
de llamas coronada.
En ese instante mismo el pueblo entero,
por las calles de Penco desoladas
y a la derecha margen del estero,
corría hacia el convento trinitario,
— precioso relicario
por la piedad del pueblo consagrado
como templo y hogar, claustro y santuario.
Al verlo de las llamas abrasado
la multitud lloraba, cual si viera
su propio hogar del fuego devorado ....
¡ Cómo ama el pueblo mío sus conventos !
No los toquiés, no hiráis sus sentimientos!
Y bendiga el Señor esas colmenas
de maravillas llenas
donde hace Dios de su poder alarde,
donde se eleva a Dios mañana y tarde
— 244 -
de gratitud y amor himno fecundo!
¡De allí la miel que saborea el mundo!
De allí la cera que en los templos arde!...
X
En su gente confiado
un cacique altanero y animoso
con cautelosa astucia había trazado
aquel golj>e insidioso,
prometiendo a su ejército invencible
como presa, las vírgenes del claustro,
de ojos de fuego y cuerpo de alabastro.
Y en tanto una partida ataca al fuerte,
al grito de venganza y guerra a muerte,
otra llega hasto el muro del convento,
como alud impelido por el viento.
¡Qué confusión! qué extraña gritería!
¡Cuánto del indio el corazón se alegra!
Ccmo reptiles suben a millares
Por la muralla negra,
estampando en la roca los rasguños!
¡ Cuántos se muerden con furor los puños
con que han golpeado el murallón de piedra
al dar inmenso salto
sin tocarlo siquiera en lo más alto !
¡ Era en vano el esfuerzo y la arrogancia
y el fantástico brío de aquella horda !
El muro no cedía.
Ninguno conseguía
penetrar en la estancia
cuya inocente y celestial fragancia
acaso a perfumar no llegaría
como el día anterior, al nuevo día.
— 245 —
Cuando los indios despechados vieron
cuán imposible fuera
forzar la entrada a aquella casa santa,
confiaron a las llamas de una hoguera
lo que no pudo hacer su rabia fiera.
Y en un instante por el alto muro,
serpientes invasoras,
las llamas trepadoras
como guiadas por el humo obscuro,
.subieron a la cumbre,
t hiendo el cielo de sangrienta lumbre.
XI
¿Qué hacían entre tanto
las santas monjas de aquel claustro santo ?
Oraban junto al Boldo de la Virgen
y en su mortal quebranto
ver esperaban que la Virgen misma
bajara a protegerlas con su manto.
De súbito, una luz el boldo baña
de claridad extraña :
invisible aleteo
se escucha en torno al claro centelleo,
y al compás de suavísima harmonía,
resuena el dulce nombre de María.
Envuelta en tul de rayos de la luna,
se ve brillar la celestial señora,
visión encantadora,
poder, riqueza, honor, gloria y fortuna
del alma que la adora.
¡ Feliz el que la implora !
En todo humano duelo
encontrará consuelo!
— 24 6 —
j Feliz el infeliz más afligido
por ella consolado euando llora!
Apenas la visión bajó hacia el boldo
se estremeció el follaje,
al dulce peso se inclinó al remaje
y, formando después gracioso toldo,
pareció acariciar a la hermosura
rpie tornó en día aquella noche obscura,
El incendio cesó en el mismo instante
Le visión fulgurante
despareció. . . .La indiada,
perseguida de humo y la ceniza,
retrocedió impelida por el viento,
como llevada de huracán violento
la hoja otoñal se arrastra o se deiHz.n
por la seca llanura que tapiza.
Y cuando el pueblo penetró al convento
y en él no halló a sus santas moradoras
que formaban la miel de esa colmena,
por muertas las lloró con honda penfl ;
o imaginó la gente que cautivas
fueran, en manos de los indios, vivas.
XII
¡ Mas nó ! — De pronto se sintió en el huerto
el canto de las vírgenes,
en torno al viejo boldo !
Las notas temblorosas,
por la emoción sublime entrecortada?,
como blancas bandadas
de inquietas mariposas,
cruzaban el ambiente
y hasta el cielo subían blandamente.
— 247 —
El pueblo de rodillas
con ternura infantil siguió aquel canto
cuyo perfume santo
hizo brillar de nuevo las estrellas
y aparecer la luna en medio de ellas.
El boldo de la Virgen
en místico tributo
a la Reina de todos los amores,
desde entonces jamás ha dado fruto,
mas siempre en Primavera tiene flores.
Esta es la historia,, tradición o cuento,
adherido a las ruinas del convento
y al Boldo de ¡a Virgen.
La popular leyenda
porque mejor del tiempo se defienda,
¡ Oh pobre verso mío !
con paternal amor, te la confío.
Penco, 8 de Febrero de 1895.
II
VIDA DE I.A VEN. SIF.RVA DE DIOS SOK MARTINA DE
I.A KM A. TRINIDAD. REI.IOIOSA PROFESA DE VELO NEORÍ
EN EL MONASTEKIO DE TRINITARIAS DESCALZAS DE I l
CIUDAD DE I.A CONCEPCIÓN DE CHILE
Con confusión mía escribo la vida prodigiosa de
esta mujer. Kn ella se dieron practicados los extremo-: •
en el siglo, la más pulida dama; y en la Religión, del
m;is profundo abatimiento. Fué de las nobles familia*
de los Faríaa y Vergaras, orignarias del reino de Chile.
Xació en la ciudad de Lima de ilustres padres, si bien
las quiebras de fortuna los redujeron a menos esplen-
dor que el que pedía su nobleza, no saliendo de una
medianía honrada. Murieron sus padres dejando de
poca edad a nuestra Martina, y a sus dos hermanas
al abrigo de una tía suya Religiosa Bernarda de la
Trinidad de la ciudad de Lima.
En este Monasterio se crió Dña. Martina llena de
melindres y de ambiciones de hermosa: que la dotó el
cielo de ésta y las demás perfecciones, que hacen ama-
ble a una mujer, llegando a los años de la discreción.
Un noble caballero, Abogado de la Real Audiencia de
Chile, bien acomodado de bienes de fortuna tuvo por
la mavor el merecer en casamiento a Dña. Martina :
llevóla a la ciudad de la Concepción de Chile, donde
tenía sus haciendas v casas; era el ídolo de sus adora-
ciones el embeleso de la hermosura de su esposa, y el
arbitro de su voluntad los señuelos de su semblante.
Disfrutaba Dña. Martina los alhagos de su fortuna.
— 249 —
tratándose con mucho regalo y aseos aunque nunca
profana y siempre modesta.
Pocos años le duró esta felicidad : teníasela Dios en
la Religión para hacerla en ella un coloso de virtudes,
para admirado por poco practicado sino de espíritu
tan agigantado como el suyo. Un violento accidente
quitó la vida a su esposo : murió este caballero mozo
sin dejar sucesión. Quedó Dña. Martina en lo mejor
de su edad viuda. Su difunto esposo la dejó muy en-
cargada al Dr. Dn. Juan de Sobarzo su hermano ca-
nónigo de la Santa Iglesia de la Concepción de Chile,
quien amaba a la cuñada con ternura por sus prendas
y serlo de su difunto hermano. Pero ella herida del
desengaño de la falacia de los bienes de este mundo y
su poca consistencia, trató de asegurar los eternos,
tomando en nuestras Beatas el Hábito Trinitario.
Muy breve la hicieron Madre, o Ministra del Bea-
terío: venía Dña. Martina muy hecha a ser señora y
así trataba con algún desdén a las Beatas. Su celo,
como no morigerado en la escuela de la Religión la
hizo muy mal vista por lo ardiente, de que noticiado
el Sr. Obispo la depuso del oficio, mandando (raro
asunto) la azotasen. Dióse esta comisión a una de las
Beatas de austera condición y genio : la que todas las
noches la ataba a una cuja y la azotaba, como reves-
tida de la obediencia del Obispo, de buena mano. Duró
este cruel castigo no una noche, ni dos: creo fué un
novenario o más.
Aquí hace alto el entendimiento, no habiendo voces
para ponderar este lance, ni la invicta paciencia de
esta admirable mujer. Cotéjese a Dña. Martina Farías
la má? bizarra dama, delicadísima a quien aun el aire
ofendía, atada y azotada como una vil esclava de la
que poco antes fué su subdita y estando tan reciente,
conversión : vivo su cuñado el canónigo, y sus ilustres
deudos: .«us bienes y .-asas en pie con todos sus menajes,
que todo lo dejó en poder del canónigo, v según la
amaba hubiera celebrado por dicha el tenerla en su
compañía. En nada menos pensaba nuestra Martina.
| Oh fuerza poderosa de la gracia ! quería labrar este
diamante v sacar sus fondos con este buril, y para
ejemplo y enseñanza de lo que puede ayudada de ella
nuestra flaca naturaleza. Salió nuestra Martina de este
crisol con tantos logros, que dejando en su lugar a los
Santos más humildes y mortificados, esta asombrosa
mujer puede hombrear con el espíritu más valiente.
Su humildad fué tan profunda que en su concepto no
había criatura tan vil a quien se pudiera comparar:
tanto se sobrepuse al amor propio, que para ella los
desaires eran favores: hacíase incapaz para el trato
de las criaturas, y estaba retirada en una celda que
más parecía calabozo, por estar debajo de la escalera
del coro alto y no entrarle luz alguna. Cuando se acabó
el claustro hizo sus prevenciones, para que no la me-
jorasen de celda, diciendo era muy a su propósito la
que tenía. Su obedie ncia era ciega para todo lo que
se le insinuaba que no era necesario mandarle. Obe-
decía no sólo a las Preladas, sino a todas con tal
rendimiento como si fuera esclava de cada una. Es-
tando con la enfermedad de que murió; la vi en lo
más ardiente del sol. pegando unos vidrios quebrados,
que tenía particular gracia para soldarlos: díjele. ¿qué
hacía en el sol? y me respondió que le habían mandado
pegar aquellos vidrios, que eran unas pobrecitas y que
los necesitaban. Su mortificación no hay como ponde-
rarla, aunque su sumo recato la encubría. Llegó a
vencer tanto su apetito y ascos en que había sido
extremada, que causa horror uno u otro caso que no
pudo ocultar. Llevaban a arrojar un pedazo de tocino
hirviendo en gruesos y asquerosos gusanos: quitóselo
a la que lo llevaba, haciendo su más regalado plato
de los gusanos, mascándolos a todo sabor. En una
ocasión iban a botar una olla de leche que por olvido
había muchos días corrompídose. De ésta comió, hasta
que se acabó.
Sus ayunos no se pueden llamar ayuno; era un
r-ontinuo no comer. Por la mañana tomaba un mate
sin azúcar: por gran regalo algunas veces con las
heces del azúcar, cuando la clarificaban para hacer
conserva. Se sentaba en la mesa y se levantaba de ella
sin probar bocado, aunque tenía tal disimulo que
parecía comía: tenía licencia para que cogiese después
del refectorio algo ; en atención a estar ya muy flaca
y extenuada. Con este permsio lograba sus terribles
mortificaciones. Comía a veces con el perro : otras los
sobrados de los peones v de los criados, y éstos los
calentaba en una olla donde se cocía la cola. Fuera
nunca acabar lo que mortificó el gusto. Trataba su
cuerpo como cruel enemigo : en una ocasión la encon-
tré con un tiesto muy inmundo en que llevaba unos
cuajarones de sangre de unos carneros que habían
muerto, donde se recogía la basura del convento. Pre-
gxintéle, ,;que para qué, era esa inmundicia? y me
respondió con una sonrisa; como comemos carne, llevo
aquí mi cena. Jamás se quejó de dolencia alguna que
padeciese, ni se aplicó remedio. Por su rostro se cono-
cía que padecía grandes corrimientos, y habérsele aflo-
jado la dentadura. Hablando una vez conmigo al
descuido y con disimulo arrojó un diente de la boca.
En otra ocasión que no advirtió, le vi todos los brazos
llagados. Hasta en la comunicación con su Padre
espiritual se mortificaba; estando poquísimo tiempo
en el confesonario.
En fin ella parece vivía de mortificarse, habíase
abrazado con la mortificación de todo no sólo de lo
- 2f>2 —
deleitable; pero aun de lo más preciso a nuestra na-
turaleza.
En el voto de la pobreza era nimia: no tenía más
de dos hábitos, el uno de bayeta muy gruesa y el otro
para mudarse jkjco menos. Andaba siempre descalza,
sin ningún abrigo en los grandes fríos de Chile. Tenía
una media canasta, que con gracia llamaba el joyel,
muy vieja ; donde tenía muchos trapitos viejos y he-
britas de hilo, que recogía del muladar: con esto se
cosía, y remendaba.
Después que murió, no se halló en la celda más de
el hábito y la túnica: un j>edazo de cañamazo muy
grueso, en que limpiaba las manos, y los instrumentos
de sus mortificaciones.
Alcanzó una pureza angélica: más parecía morado-
ra del cielo que de la tierra. Quien se desprendió de
todas las cosas de esta vida; es de creer, la llenó Dios
de las virtudes todas, y las tuvo en sumo grado con
todos los dones gratuitos que siempre su humildad
encubrió y Dios condescendiendo en este particular
con ella, jamás se le vieron exterioridades. Llegó el
tiempo de darle Dios los premios de su asombrosa
vida, colocándola en el cielo. Dióle el accidente que
había de ser puerta para esta felicidad ; el que se pasó
en pie y trabajando. El día siete de Febrero de 1740
yendo a comulgar, no pudiendo ya la flaca naturaleza
conformarse con las valentías del espíritu, le dio un
fuerte desmayo; se le mandó recogerse en la celda:
decía que era poco mal y bien quejado. Pasó así hasta
el ocho en que se descubrió ser un fuerte tabardillo :
luego la desahució el médico. Recibidos los sacramen-
tos con los fervores de su abrazado espíritu; el día
nueve entregó su alma al Señor que para gloria suya
la crió. Murió entre ocho y nueve de la mañana.
Quedó su cuerpo flexible, guardando la serenidad que
— 253 —
en vida tenía su rostro. Su confesor prometió decir
su oración y los favores que recibió de Dios, que sin
duda serían grandes, y nunca llegó el caso, lleno de
temores. Murió Sor Martina, como llevo dicho, a
nueve de Febrero de mil setecientos cuarenta a sesenta
de su edad : en el siglo estuvo treinta y seis, veinte en
el Beaterío, y cuatro fué Religiosa.
Nota. — Escribió esta relación, en ciudad de la Con-
cepción de Chile en el Monasterio de Trinitarias des-
calzas allí fundado, la Madre Ana Josefa de la SS.
Trinidad en 6 de Abril de 1754. Dice en carta escrita
al Sr. Dn. Mateo Anusquibar Inquisidor que fué de
Lima, que por estar empleada en obras de la fundación
de aquel convento, sólo le remite la vida de esta sierva
de Dios, y le promete ir escribiendo las demás. Añade
que ésta fué la segunda que profesó de las Beatas :
que no la trató más de cuatro años, con asombro de su
tibieza.
III
LAS PRIMERAS MONJAS DE LA DIOCESIS '. DE OSORNO
E IMPERIAL
La primera casa que tuvo algún carácter de con-
vento de religiosas en Chile, se estableció en la ciudad
de Osorno, pocos años después de fundada la ciudad
en 1558. La establecieron tres señoras piadosas que,
anhelando mayor perfección, se retiraron a vivir en
comunidad sometidas a un régimen que ellas mismas
voluntariamente se impusieron : eran esas señoras doña
Isabel de Lauda, doña Isabel de Placencia y doña Isa-
bel de Jesús: la primera de ellas fué designada supe-
Iriora.
— 254 —
Siendo ya de edad las dos primeras, y viudas de dis-
tinguidos militares, compañeros de don Pedro de
Valdivia, parece que desde un principio no tuvieron
otro objetivo que la propia santificación. No quedó
frustrado el santo deseo de las recogidas: el régimen
nuevo de vida produjo frutos efectivos, y la virtud
de las beatas, (como se las llamaba), fué cosa que
palpó el vecindario y le atrajo el respeto general, y,
más que eso, conquistó a señoras y doncellas que in-
gresaron en el beaterio. La primera que ingresó fué
doña Elena Ramón y Lauda, nieta de la superiora y
viuda del capitán Venegas (Diego?) : a ésta siguieron
otras y no demoró en formarse una respetable comu-
nidad.
Las fundadoras se decidieron a tomar la Regla de
las terciarias de Santa Isabel y a ponerse bajo la
dirección de los franciscanos .que tenían convento en
la ciudad: quedaba constituido el beaterio de Santa
Isabel o Monjas de Santa Isabel.
Como se ve, todo iba quedando entre Isabeles: de
abí tomó pie el vecindario para bautizar a las beatas
con el nombre de las "Isabelas" o "monjas de Santa
Isabel," o "monjas de Osorno" como las llaman gene-
ralmente los cronistas de la Colonia.
Gran auxiliar de las Isabelas fué el cura de Osorno
don Juan Donoso. Desde un principio prestó sus ser-
vicios a las fundadoras, las guió en todo lo relativo a
la fundación y fué después su insigue bienhechor.
Pasados altarnos años recibió el beaterio una forma
más regular, a que llaman "fundación"' algunos de
los que se han ocupado de él. Aparecen como funda-
dores: el provincial franciscano Juan de Vega, que
habría hecho la fundación en Agosto de 1571 ; el fran-
ciscano Juan de Landa, que habría venido del Perú a
hacer la fundación, por los años 1572 ; y el primer
— 255 —
fundador. Este ilustro Obispo se preocupó de la ense-
ñanza de la juventud en tal forma que es el creador
de la instrucción pública en Chile. En 1573, visitó el
sur de la diócesis y llegó a Osorno : allí, según creemos,
dio aprobación canónica al beaterío de Isabelas y les
fijó como uno de sus principales fines la educación de
las niñas españolas e indígenas.
El cura Juan Donoso les hizo donación de una casa
apropiada a los fines del instituto y fundo en su favor
una capellanía. "Había en Osorno. dice el historiador
Pedro de Córdoba y Figueroa (Historiadores Nacio-
nales, Vol. 2.°, pág. 109) monjas de Santa Isabel,
viuda, como consta por un instrumento otorgado año
de mil quinientos sesenta y tres en fundación de ca-
pellanía que hace Juan Donoso, clérigo, para cuyo
efecto dió dos barretones de oro, los que cogió a censo
Juan López de Porres, siendo abadesa Isabel de Pla-
cencia." Donoso renunció la parroquia, se hizo cape-
llán de las Isabelas y se constituyó en su verdadero
padre : les alhajó la capilla y la dotó de ornamentos
y de imágenes.
Después de algunos años de servir a las monjas.
Donoso se retiró a Imperial, en donde murió el año
1584: cuando dejó a Osorno el monasterio estaba flo-
reciente y había en él viente religiosas.
"El monasterio, dice el historiador don José Igna-
cio Víctor Eyzaguirre (Tomo 1.° pág. 100), estaba
colocado inmediato a la plaza y era considerado pol-
los vecinos, como el más precioso tesoro que pudieran
conservar en su seno. Las religiosas sin perder de vista
el objeto de su instituto, atendían con esmero infati-
gable la enseñanza de las indias: algunas de éstas
fueron también admitidas a la profesión con el objteo
sin duda, que empleando el conocimiento y experiencia
que tenían del genio, hábito y propensiones de sus
— 266 —
nacionales, cooperasen a su educación con mejor éxito.
El vasto trecho que hasta hoy ocupan los vestigios de
este monasterio, manifiesten su gran capacidad, y hace
presumir que encerraría dentro de sus claustros mul-
titud de personas."
Las personas nobles y ricas que fueron entrando de
religiosas facilitaron la construcción de los edificios
de que habla Eyzaguirre. El capitán don Francisco de
Figneroa, construyó, a su costa, una grande y suntuo-
sa iglesia, como obsequio que hacía a sus hermanas
Marffl y Andrea, que se entraron de religiosas. Con la
gran sublevación de los indios de 1598 acabó la gran-
deza del sur de Chile: pereció gran parte de la pobla-
ción española y fueron destruidas casi todas las ciu-
dades y fuertes de la diócesis.
La ciudad de Osorno sufrió tres años de sitio, du-
rante los cuales padecieron los sitiados sufrimientos
y penalidades sin cuento. Una de las monjas sitiadas
asegura que por muchos meses "les fué forzoso sus-
tentarse comiendo perros i gatos i yerbas de el campo."
En los asaltos de los indios caían cautivos muchos
de los habitantes, entre los cuales se contaron varias
religiosas que fueron pronto libertadas, excepción
hecha de Sor Gregoria Ramírez, que pasó algunos
meses en poder de los sitiadores y sólo fué arrancada
de manos de los indios después de varias porfiadas
tentativas. Siete monjas murieron durante el sitio.
Al fin del tercer año de cerco, en 1602, los defensores
de Osorno huyeron a Castro, llevándose consigo a las
religiosas isabelas. Pasaron éstas en Chiloé cerca de
un año, alentadas siempre con la esperanza de venirse
a Concepción u otro de los pueblos del norte. En 1603,
el P. Juan Barbejo, guardián que fué del convento
franciscano de Imperial el año de 1600. en que fué
destruida esta ciudad, y dos religiosos legos fueron
desde Santiago a Castro a traer a las isabelas a la
capital.
En la isla Quinquina hicieron escala por largos
días y pasó al continente la noticia de la arribada de
las monjas. El obispo, don Reginaldo de Lizárraga,
y el Gobernador de la nación, don Alonso de Rivera,
pasaron a la Quinquina a saludar a las religiosas y
a invitarlas a bajar a Concepción y a quedarse en ella.
El obispo alegaba su autoridad y su derecho de dio-
cesano ; pero fray Juan alegó que traía obediencia de
sus Superiores para seguir con las monjas hasta Val-
paraíso, y así lo hizo.
En 1604 llegaron las isabelas a Santiago y allí, to-
mando la Regla de Santa Clara, fundaron el monaste-
rio de las Claras, que aun subsiste.
Las religiosas osorninas que llegaron a Santiago
fueron : Elena Ramón y Lauda, Elena Lezana, Balta-
sara Villarroel, Magdalena Sierra, Isabel Ramírez,
Leonor Basurto, María Mendoza, María de Orozco,
Gregoria Ramírez, Beatriz de los Ángeles, Ana de
Jesús Jufré (?), Josefa de León, Catalina Barros e
Inés de Alderete. hermanas estas dos últimas y que
fueron las fundadoras del monasterio en Santiago, y
otra más cuyo nombre no se conserva.
Hablan algunos de un monasterio que se dice fun-
dado en Imperial por el obispo don Antonio de San
Miguel, talvez por los años 1782; pero creemos que la
tal fundación no ha existido. El Sr. San Miguel habría
traído monjas de Santa Clara desde el Cuzco o Lima ;
pero en ninguno de los cronistas del tiempo colonia!
se encuentran noticias sobre el particular. La fuente
de esta noticia es un cronista de principios del siglo
pasado, que no merece entera fe.
— 258 —
IV
REGLAMKNTO I)K LA ES (TELA I>K NINAS ESTABLECIDA
KN KL MONASTERIO OJt TRINITARIAS EN 1823
La Comisión nombrada en decreto 9 de Agosto úl-
timo para plantear la casa de educación pública, de-
seando en la parte posible llenar su encargo, da para
la escuela de niñas erigida en el Monasterio de Trini-
tarias el Reglamento siguiente:
1. ° Estará esta casa bajo la inspección del protector
de Escuelas que el gobierno nombrare, con quien las
preeeptoras deberán entenderse para las ocurrencias
de toda clase que les sobrevenga.
2. ° Las maestras serán dos, y se elegirán por la
Comisión con anuencia del Gobernador del Obispado,
y de la M.e Ministra.
3. ° En esta escuela se enseñará a leer, y escribir, y
numerar instruyendo a las alumnas en los fundamen-
tos de nuestra Sagrada Religión, y en la doctrina
cristiana por el catecismo de Astete, Fleuri, y com-
pendio de Ponget.
4. ° Será de interés en las preeeptoras ilustrar a sus
discí pulas en los rudimentos sobre el origen y objeto
de las Sociedades, derechos del hombre y obligaciones
hacia el gobierno que rige.
5. ° Una de las preeeptoras se encargará de enseñar
a las alumnas a coser, bordar, y demás anexo a este
ramo, haciéndoles que lleven de sus casas los titiles al
efecto, cuya operación se realizará en sólo el espacio
que es'e Reglamento detalla.
6. ° En la estación de verano, vulgarmente llamado,
se entrará a la Escuela a las ocho de la mañana, y
saldrán a las once: A las dos de la tarde, y saldrán a
- 259 —
las cinco. En los inviernos asistirán a las ocho y media
de la mañana, hasta las once y media, y desde las
dos de la tarde hasta las cinco.
7. ° Una hora será destinada para leer, otra para
escribir, y otra para coser. De modo que este método
sea tarde y mañana, incluyéndose en la primera hora
la lectura del libro, o carta, o de ambos cuando estén
en estado las discípulas, y en la segunda escribir y
numerar.
8. ° Dos planas se harán en todo el día sin que nin-
guna de ellas pase de una llana de cuartilla.
9. ° Todos los días al cerrar la Escuela en las tardes
se rezarán las Letanías de la Virgen, teniendo por
Patrona a Nuestra Señora del Carmen, y el Sábado
en la tarde se rezará un tercio de Rosario.
10. ° Las mañanas de los Jueves, y las tardes de los
Sábados fe destinarán a aprender de memoria el ca-
tecismo de Astete, y la explicación de la Doctrina de
Ponget.
11. ° Habrá asueto en los días 12 de Febrero, 5 de
Abril, 18 de Septiembre y 27 de Noviembre ; y las
preceptoras se interesarán en dar a sus alunmas una
idea de los memorables sucesos, que han hecho estos
días dignos de nuestra grata memoria. También los
tendrán en los días de las preceptoras, los festivos, y
los Jueves por la tarde.
12. ° La penitencia o castigo de las alumnas, queda
a la disposición de las preceptoras : siendo la de azotes
hasta sólo seis.
13. ° La Comisión por ahora, y para lo sucesivo, el
Protector pondrá en poder de las preceptoras una
resma de papel, tinta, plumas, y tablas para las discí-
pulas que por la pobreza de sus padres no pueden
costear estos útiles, como de cartillas, catones, y libros.
14. ° Según el último método adoptado en las escue-
— 200 —
las, las niñas que principien a leer, también lo liarán
en la formación do letras, o palotes en tabla.
15. ° La puerta de entrada estará expedita para
abrirse hasta media hora después, o poco antes de la
determinada para recibir las niñas a fin de que no re-
tarden su introducción en la calle.
16. ° Este Reglamento será sancionado por el señor
Gobernador del Obispado y siendo de su superior apro-
bación, por su resorte se intimará su observancia a la
K. M. Ministra. Concepción, Septiembre 28 de 1823. —
Pedro José Zañartu — Félix Antonio Soroa. — Concep-
ción, y Septiembre 29 de 1823.
Deckkto. — Apruébase en tods sus partes este Regla-
mento formado para la educación pública de niñas en
el .Monasterio de Trinitarias descalzas de esta ciudad,
interponiendo para ello nuestro decreto, y autoridad
judicial, esperando como desde luego debemos esperar
del celo de aquellas Religiosas la más puntual obser-
vancia de los artículos que contiene. Hagásele saber a
la R. M. Ministra, y su comunidad, fecho póngase por
diligencia, y se archive — Andrade — Vargas.
Notificación. — En el día del decreto anterior me
constituí en la parte fuera del torno del Monasterio
de Trinitarias descalzas de esta ciudad, a afecto de
su notoriedad a la Madre Ministra ; efectivamente
cierto de estar tratando con esta Prelada, le notifiqué
e hice saber su contenido, que oyó y entendió de que
doy fée — Vargas. —
Es copia de una igual.
Concepción, Octubre 4 de 1823.
ÍNDICE
Pa'gs.
CAPÍTULO 1. — La ermita de la loma, de
Penco, remoto origen del monasterio de
TRINITARIAS : EL TERREMOTO DE 1570. El re-
molo origen del monasterio, la ermita de ¡a
loma de' Boldo de la Virgen. — Los conquista-
dores españoles fueron apóstoles propagadores
de la fe cristiana. — El militar y el sacerdote
iban siempre juntos. — El clero trabaja en
constituir la familia cristiana en las regiones
conquistadas. — Los españoles implantaron en
esta diócesis lo que habían visto y practicado
en su patria de origen. — Construcción de er-
mitas fuera de. los pueblos: el conquistador
Pedro d¿ Valdivia la establece, en Concepción
en 1550: destruida esta ciudad dos veces, es
reconstruíala y prospera desde 1500. — Había
adelanto y progreso en 1570, pero lo paralizó
el terremoto de este año. — El voto de erigir
una ermita: se la consagra a la Navidad de la
Virgen, María: la peregrinación anual a la er-
mita. Algunas señoras piadosas se consagran
al servicio de la ermita: el culto religioso no
decae por poderosos motivos. — La hermosa
tradición de la Virgen del boldo 11
CAPÍTULO II.— A ['MENTASE I.A DEVOCION A
I.A VlROEN DE I.A ERMITA. PrIMEKAS CONS-
TRICCION'KS JUNTO A I.A ERMITA. El pueblo
aceptó 'a tradición de la Virgen del Milagro:
se acrecienta la devoción a María de la Xati-
vidad: contribuye a aumentarla la traslación
del obispo desde Imperial a Concepción. — Im-
portancia que tomó Concepción desde 1600:
fué la segunda capital de la nación. El culto
de la ermita crece considerablemente: las pro-
cesiones se hacen con grande aparato y solem-
nidad.— Primeras construcciones junto a la
ermita: personas que se dedicaron a su cuida-
do: Se retiran a hacer vida de recogimiento
varias señoras y jóvenes piadosas en los nuevos
edificios: el pueblo las ayuda con especies y
dineros. — Se constituye un "beaterío" con apa-
riencia de convento de religiosas por el año
1700: le da reglamento el obispo don Diego
(González) Montero del Aguila en 171J¡.: me-
joramiento que sigue de la reglamentación,
virtudes que se practican: las beatas tenidas
como intermediarias entre los habitantes y el
cielo — Se desea la fundación de un monasterio
erigido en forma canónica: favorecen la idea
el obispo señor Xecolalde y señor Escandón. —
El f undador don Domingo Sarmiento : su per-
sonalidad y su trabajo en pro de la fundación:
caria al confesor de la reina de España: las
monjas de la Compañía de Barcelona: el P.
Manuel Sancho Granado, jesuíta. Se resuelve
la traída de las trinitarias de Lima. — El deán
Sarmiento entrega al obispo Sr. Escandón
— 263 —
Págs.
propiedades y dineros para la fundación: la
curiosa deuda Hijar y Mendoza. — Muere Sar-
miento sin ver cumplidos sus deseos: es, sin
embargo, el fundador. — Compran las beatas el
fundo Palomares en 1726 28
CAPÍTULO III. — Siguen los trabajos para
fundar el monasterio. — La muerte de Sar-
miento no entorpeció la marcha del proyecto
de fundación: las autoridades y el público se
proponen realizarla: Escribe el Sr. Escandón
al rey pidiendo la real venia para fundar: es-
criben el presidente Cano de Aponte, la Real
Audiencia y los dos cabildos de la ciudad. — Se
envía a Madrid una información con todo lo
que el rey necesitaba para resolver: todo lo
prepara el síndico y capellán don Nicolás de
Alderete: intervienen todos los funcionarios
públicos de Concepción : curiosos inventarios
de los bienes del beaterío. — Se va el Sr. Es-
candón a Lima de arzobispo : arregla la venida
de las religiosas fundadoras: el nuevo obispo,
señor Bermúdez y Becerra las quiso traer;
pero no lo consintió el virrey: el sucesor de
éste las permite salir y se vienen con el comi-
sionado de Concepción. — Llegan a Concepción
las tres fundadoras : se las lleva al beaterío: se
hace la fundación y los nombramientos de
regla. Advocación con que se fundó el conven-
to.— Personas que pasan del beaterío al mo-
nasterio: dos interesantísimos casos de longe-
vidad, una religiosa de 150 años y otra de 170
años. — Qué era la corporación nueva que se
establecía en Concepción: el monasterio de
— 264 —
Págx.
Madrid: el monasterio de Lima. — Importan-
cia de la nuera casa trinitaria : bienes que trae
a .sus mismos sujetos y a la sociedad 45
CAPITULO IV. — PRIMEROS AÑ08 DEL MONAS-
TERIO : LASOOS DE LAS FUNDADORAS. Una RELI-
GIOSA extraordinaria. — Comienza la labor de
las fundadoras. — Establécense los servicios: la
Ministra M. Francisca de San Gabriel : res-
peta lo antiguo: regulariza la situación finan-
ciera: cobro de deuda ¡lijar y Mendoza. — Un
Manso que no tiene mucho de tranquilo. —
Cóbrase la herencia del deán Sarmiento. — La
.segunda Ministra, Madre Ana Josefa de la
Smu. Trinidad. — Auxilia al seminario dioce-
sano: defiende a Palomares. Entra al monas-
terio Sor Xicolasa Rocha. — Muere la santa
religiosa Sor Martina F arias: algo de su edi-
ficante rida. — Hubo otras religiosas dr alta
virtud juntas con Sor Martina: de todas ellas
escribe la vida la Madre Ana: este relato ra a
¡Ama. — Es elegida Ministra la tercera de las
fundadoras, Sor Margarita de San Joaquín:
recuerdos que aún qwdan d" esta superiora:
las campanas de la torre. — Sa'e de Concepción
el ¡limo. Bermúdez y Becerra. — Es elegida
nuevamente la M. Ana Josefa dr la Sma. Tri-
nidad, 17^5-17^8 : auxilio que presta el cura
Roa y Guzmán. — La nueva Ministra, 17. 'f8-51 :
su actuación señalada por el terremoto de
1751 73
CAPÍTULO V. — Terremoto de 1751. — Tras
l ación DE la ciudad. — El terremoto de 1751:
sus efectos inmediatos y sus consecuencias ul-
teriores. — La Ministra Sor Rita de Santa
Gertrudis, tal vez la primera chilena que go-
bierna la Comunidad : cobra créditos al üsro:
se preocupa de la reconstrucción del claustro
arruinado : se suscita el pleito de la traslación
de la ciudad. — La Ministra Sor Margarita de
la Cruz, 17óJf-17~>? : cobra al fisco algunas
deudas. — La Ministra, M. Rifa de Santa Ger-
trudis, 1757-1700: obtiene pago de parte de la
deuda Hijar y Mendoza: el sindico Bernardo
Matheu: pagan deudas los capitanes Alonso y
Jacinto Bravo, de Perquilauquén. Trienio
1760*1768: no es conocida la Ministra. — Go-
bierna Sor Mariana de San José 1763-1767:
cómo estaba el monasterio después del terre-
moto, préstamo al P. Olivares. — Situación
incierta de las monjas en el pleito de trasla-
ción.— La Ministra M. Mariana se resuelva a
trabajar en el valle de la Mocha: Sor Nicola-sa
Rocha dirige las obras. — Traslación de la
ciudad a w actual sitio: el presbítero Fraiv-
cisco Javier Barriga levanta plano para la
ciudad y reparte los solares: quiénes fueron
los verdaderos solucionadores del famoso pro-
blema: la famosa historia de la excomunión
lanzada por el obispo Toro y Zambrano. —
Se trasladan las monjas a la nueva ciudad.
— Religiosas que recibe. — Pobreza del monas-
terio: la Ministra cobra al presidente y al rey
la deuda Hijar. — Acaba su gobierno la M.
Mariana y entra Sor Rita de Santa Gertru-
dis: 1766-1769. — Juicio acerca de la actua-
ción de la M. Mariana
— 2V)(> —
Fia*.
CAPITULO VI.— Se EJ E< l T A N I M I'O KT A X T ES
TRABAJOS.— La KXITI.NIü.V DI I.OS .JESIITAS.
— La IGLESIA. — La nuera Ministra, M. Hita
de, Sarita (¡ertrudis. 1766-1749: continúa .su
antigua labor: reclamo de invasiones en Palo-
mares.— La expulsión de los jesuítas: igno-
rancia que había de sus causas: cuáles fueron
éstas: consecuencias que trajo a las trinitarias.
— El cura Arecharula y Olararria reemplaza
a los jesuítas en la atención de las monjas:
les presta otro género de servicios relacionados
con los bienes de la casa. — Entra la religiosa
Tomasa Quevedo y Orando. — Entra la Minis-
tra M. Rosa de Santa María, 1769-1772, —
Termina la clausura del monasterio. — Pide
ornamentos y útiles de los que pertenecieron
a los jesuítas: miedo cerval de los empleados
públicos. — Entra de religiosa Sor Micaela del
Tránsito. — La nueva Ministra, M. María
Margarita de la Cruz, 177 1-177 Jf : gran po-
breza del monasterio. — Entra ruteramente la
Ministra, Sor Rosa de Santa María. 17 7 U-
1777: comienza la construcción de la iglesia.
Entra de Ministra Sor Ana de S. Juan de
Mata, 177S-17<S1: liberta a Palomares de in-
vasiones: entran a la casa Sor María de S.
Félix, Antonia de Jesús Cautivo, Juana María
del Carmen y Juana de las Mercedes. — Varios
trienios cuyas supeiioras no son conocidas. —
En 17S2 entra Sor Patricia de S. Joaquín.
— En 178 Jf el rey da fondos para la iglesia. —
Entra de monja Sor María de Jesús. — Entra
de Ministra Sor Magdalena de la Cruz, 1790-
1793: termina la clausura. Pide la Ministra
al rey que declare "monasterio real" al de
Concepción: se obtiene el título y lo usaron las
monjas: entran de monjas Sor Melchora de
San Miguel, Bárbara del C. de Jesús, Sor
Manuela Urrejola y Juana María de San
J osé
CAPÍTULO VII.— Últimos años de la Colo-
nia.— Comienza la independencia nacio-
nal.— La Ministra Sor Manuela de los Dolo-
res. 1790-1190 : concluye la iglesia en 1795:
pide una tierra-pintura que fué de los jesuí-
tas: recibe para religiosas a Sor Mercedes de
S. Antonio, María Ana del Sacramento, Igna-
cia del Milagro, María Ana de Jesús. — Muere
el gran protector de las monjas, canónigo don
Antonio Rodríguez: importancia de su perso-
na y de sus servicios: aún es honrada su me-
moria por las religiosas. — La Ministra Anto-
nia de Santa Teresa, 1790-1799. — Entran de
religiosas Sor Ángela de S. Juan de Mata,
Micaela del Tránsito, Magdalena de la Nati-
vidad.— Es elegida Ministra la M. Magdalena
de la Cruz, 1799-1802 : recibe para religiosas
a Sor Juana de la Ascensión y Magdalena de
la Ascensión. — Para 1802-1805 entra de Mi-
nistra la M. Manuela de los Dolores y para
1805-1808 la M. Magdalena de la Cruz, y para
1808-1811, la M. Manuela de los Dolores:
Recíbense para religiosas a Sor Manuela de
Santa Clara. Sor Petronila del Rosario y a
Sor Juana de los Dolores: virtudes de esta
última religiosa. — La M. Manuela y la revo-
Ilición de la independencia nacional: las reli-
giosas solicitadas por los bandos patriota y
realista. — En 1811-1 SU, gobierna la M. To-
masa de la Sma. Trinidad, y en 181Jr1817 la
M. Magdalena de la Cruz. — Consecuencias de
la guerra; tocan al monasterio. — El triunfo
de Chacabuco : cambio de autoridades eclesiás-
ticas en Concepción. — La Ministra Ángela de
San Juan de Mata, 1817-18J.}. — <¡ ¡andes su-
frimientos de las monjas: emigración de los
patriotas al norte: angustias que pasan las
religiosas. — El general Osorio llega a Concep-
ción: marcha al norte: batalla de Maipo. — •
Osorio se va al Perú, dejando a Sánchez en
su lugar
CAPÍTULO VIII. — Emigración de las reli-
giosas a la AratcanÍa. — El jefe español
Sánchez emigra al sur. — La Ministra M.
Angela de S. Juan de Mata recibe orden de
emigrar: razones infundadas que aconsejaron
esta triste medida: los patriotas acusados de
vándalos: conciliábulos de civiles, militares
y eclesiásticos en que se acuerda la salida de
las monjas: IjOS religiosas tuvieron más valor
y mejor criterio que los militares: salieron en
contra de su voluntad: antes envía sus mejores
alhajas a Lima: salen del monasterio el 2J, de
Septiembre de 1818: llegan a los Ángeles el
1° de Octubre: salen hacia X acimiento el 18
de Enero de 1810. Se pierde el equipaje de
las monjas y el archivo en el paso del Bío-Bío.
Llegan a Angol y tuercen hacia Tucapel o
Cañete: bajan hacia el mar por la orilla del
— 269 —
Págs.
río Lebu: Sánchez se marcha a Valdivia y
ofrece enviar una embarcación a Lebu para
llevar a las monjas al Perú: esto no se realiza
¡I comienzan las monjas su vidn de desterradas 154
CAPITULO IX. — Triste estado de Concep-
( ion desde 1818: Se discútela suertk dk las
monjas. — La ciudad en manos de bandoleros
a fines di ISIS: llega en Enero de 1819 el
intendente Freiré: la guerra salvaje del mon-
tonero Benavides : sitio de Talcahuano en
JSJti: hay paz en la ciudad. — Se discute el
derecho de las monjas a los bienes que tenían
antes de eMigrar: va la cuestión al cabildo
civil y es discutida con interés: va al Congreso
Nacional: éste manda adelantar la informa-
ción. Los bienes del monasterio fueron secues-
trados mientras tanto: más tarde falló el Con-
greso, según se dirá. — El gobierno general y
el provincial conceden dispensa de deudas por
censos, capellanías, etc. — Freiré procura la
vuelta de las monjas 170
CAPÍTULO X. — Cómo vivieron las monjas
EN SU DESTIERRO DE LAS SELVAS ARAUCANAS.
Tristísima vida, entre salvajes: soledad y
apartamiento de la vivienda de Andrés Lavo:
qué religiosas comenzaron la vida triste: sa-
cerdotes y sirviente que las acompañaban. —
(irán epidemia de fiebre tifoidea : mueren cinco
religiosas. — Hecho portentoso de la multipli-
cación de las velas de cera para el altar y del
vino para la santa Misa: cómo trabajaban las
hostias: conducta heroica de los sacerdotes
acompañantes. — Se sabe en Lima la vida de
— 270 —
miseria que llevaban las monjas: don Pablo
Hurtado les envía algunos víveres, dinero y
géneros. — En Europa se tiene noticia de la
suerte de las monjas. — Cómo miraron los arau-
canos a las trinitarias : un asalto nocturno de
parte de algunas bandidos: se oponen los
indios a la salida de las monjas: viaje frus-
trado a Valdivia: vuelven sobre sus pasos,
obligadas por los indios, y se establecen en el
Pequen. — En 1821, a fines, oyen hablar de
que se intenta libertarlas : ilusiones, esperan-
zas y desengaños. — El capitán don Antonio
Carrero facilita la salida de las monjas: co%\-
cierta con el capitán don Ramón Picarte, el
plan de liberación: se simula un ataque de
Picarte contra Carrero: todo sale bien. —
Cómo sucedieron estas cosas según la Rela-
ción: llega a Arauco la comunidad: poco
después llegan algunas religiosas que estaban
separadas de la comunidad. — El intendente
Freiré manda desde Concepción al presbítero
don Fernando Lagos con todo lo necesario
para llevar a las monjas desde Arauco. —
Llegan a Concepción el 22 de Diciembre de
1821 : son recibidas con muestras de gran re-
gocijo: se hospedan en una casa particular :
aquí se hace elección de Ministra, en Sor
Juana María de San José, en Enero de 1828.
— Se traslada al monasterio. — Hermosas pa-
labras con que la Relación comienza y cierra
el triste incidente de la peregrinación 180
CAPITULO XI. — Se regulariza la situación
LEGAL Y PECUNIARIA DE LAS MONJAS. HaM-
BKE GENERAL EN LA PROVINCIA. LüS monjas
estaban de hecho juera de la ley: sus bienes
estaban secuestrados. La Ministra Juana
María de S. José hace frente a la difícil si-
tuación: él Padre Simó sustenta a la comuni-
dad varios meses. — Pobreza general en la
provincia: los años 1821-22 y 23 son años de
"hambre y de necesidades" : comunicaciones
de las autoridades subalternas de la provin-
cia: comunicación tristemente interesante del
cura Gallardo, de Rere: del gobernador ecle-
siástico, don Salvador Andrade al Intendente
Freiré: de éste al Supremo Gobierno: del
Cabildo civil a los vecinos y al Congreso
Nacional: curiosa comunicación de un parti-
cular. Movimiento revolucionario que da a
Freiré la Suprema Magistratura: deposición
del Director don Bernardo O'Higgins. —
Freiré ayuda a las monjas eficazmente. — Se
tramita al sumario <> informaciones mandados
por el Senado: las circunstancias eran favo-
rables para las monjas: el Senado falla favo-
rablemente, a petición de don Agustín Vial
Santelices
CAPÍTULO XII. — Las monjas verdadero
Banco hipotecario durante la Colonia :
servicios que prestan a la agricultura. —
Lazo de unión mercantil entre el convento y
los particulares : el dinero de dotes se prestaba
como ¡o hacen hoy los Baíleos: falta de nume-
rario en Chile: las monjas tenían dinero y lo
prestaban con caución suficiente de seguridad,
dad. — Los capitales se avisaban por sí mismos:
— 272 —
Pag».
un mismo capital que ha pasado de fundo en
fundo: otros que liun cstuilo un siglo y ra cando
un fundo. — Historia agrícola que pudo escri-
birse con los libros del monasterio. — Las fa-
milias antiguas de Concepción fueron deudo-
ras del monasterio. — Historia de los fundos
tomados de los libros del monasterio, fundo
Villacicencio, Bularco, Casablanca. — Seguri-
dades que exigía el Banco: tramitación inte-
resante de los préstamos: un acta de trámite.
— Las monjas, a pesar de ser Banco, eran
pobres: la guerra de la independencia les trajo
grandes pérdidas. — Organiza la Ministra la
primera escuela de niñas que hubo después de
la independencia: curioso e interesante regla-
mento que se le da: su gran mérito 217
APÉNDICE
I. — El boldo de la Virgen 235
II. — Vida de la ven. hierva de Dios Sor Mar-
tina de la Sma. Trinidad. Religiosa pro-
fesa de velo negro en el monasterio de
trinitarias de8calza8 de la ciudad de la
Concepción de Chile 248
iii. las primeras monjas de la diocesis :
de Osorno e Imperial 253
IV. — Reglamento de la escuela de niñas
establecida en el monasterio de trinita-
rias en 1823 258
*S*^
Princeton Theological Seminary Librarles
1012
01220 0236