Skip to main content

Full text of "Las monjas Trinitarias de Concepción, 1570-1822; relato histórico"

See other formats


LIERARY  Cr  i'RIf  'CnON 


DEC  2  2  2000  i 

I  I 

TriLCLOGiCAL  SEMINAN 


BX4515.T7  M8  1926 
Muánoz  0 1 ave ,  Re  i  na 1 do . 
Monjas  Trinitarias  de  Concepciác 
1570-1822;   relato  histáorico. 


LAS  MONJAS 
TRINITARIAS  DE  CONCEPCIÓN 

RELATO  HISTÓRICO 

I'OR 

REINALDO  MUÑOZ  OLAVE 


SANTIAGO  DE  CHILE 

IMPRENTA  DE  SáN'  JOSE 

Avenida  Cónnell,  31 
1918 


OF  PRI/VC£7¡ 
OCT  17  2000 


US  MONJAS  TRINITARIAS  DE  tOMEIM  IÓ\ 


2915 


L'S  MONJAS 

TRINITARIAS  DE  CONCEPCION 

1570-183ÍÍ 

RELATO  HISTÓRICO 

POR 

REINALDO  MUÑOZ  OLAVE 


INTRODUCCIÓN 


Este  trabajo  que  entregamos  a  la  publicidad 
y  confiamos  a  la  benevolencia  del  caritativo 
lector,  no  es  una  historia  del  monasterio  dé 
trinitarias ;  y  ni  aún  puede  aspirar  a  los  hono- 
res de  modesta  crónica. 

La  casa  trinitaria  está  sólidamente  asentada 
en  un  pasado  venerable,  que  debía  narrarse  en 
páginas  nutridas  de  los  hechos  de  alta  signifi- 
cación que  han  contribuido  a  conquistarle  el 
respeto  general,  y  la  estimación  de  los  que  la 
han  conocido  de  cerca. 

En  nuestro  escrito  decimos  algo  de  ¡a  fun- 
dación del  convento  y  su  desarrollo,  pasados 
durante  la  Colonia,  en  más  de  un  siglo,  v  de  sic 
actuación  durante  la  revolución  de  la  indepen- 
dencia, que  para  las  trinitarias  acabó  en  Di- 
ciembre de  1822. 

Durante  esc  largo  espacio  de  tiempo  el  insti- 
tuto trinitario  se  mantuvo  en  vigor  del  espíritu 
religioso,  sin  defraudar  los  cálculos  de  sus  fun- 
dadores, ni  las  aspiraciones  de  la  sociedad, 


-  VI  — 


que  le  recibió  en  su  seno  y  se  interesó  por  su 
suerte  v  le  prestó  decidido  concurso,  xa  dándo- 
le muchas  jóvenes  para  el  claustro,  ya  ¡leván- 
dole el  auxilio  constante  de  la  más  desinteresa- 
da caridad. 

Fué  el  monasterio  de  trinitarias  el  primero 
canónicamente  establecido  que  hubo  en  la  dió- 
cesis, el  único  de  mujeres  durante  la  Colonia 
y  hasta  pasada  la  primera  mitad  del  siglo  dice 
y  nueve,  y  hasta  hoy  el  único  también  de  mon- 
jas contemplativas. 

Asentado  en  sólida  base  de  virtud,  el  monas- 
terio se  conquistó  desde  un  principio  el  respeto 
y  la  veneración  del  público,  y  atrajo  hacia  sus 
claustros,  desde  todos  los  ámbitos  de  la  dióce- 
sis, a  jóvenes,  de  las  más  respetables  familias, 
que  aspiraban  a  la  propia  santificación,  aban- 
donando las  comodidades  del  hogar  y  abrasán- 
dose con  la  vida  pobre  y  mortificada  de  la  reli- 
giosa trinitaria. 

Fué  asi  como  se  estableció  íntima  comunica- 
cación  entre  el  convento  v  la  sociedad,  v  pudo 
verificarse  el  hecho  de  que  monjas  separadas 
del  mundo  y  encerradas  tras  los  muros  de  su 
clausura,  se  hicieran  las  confidentes  de  miles 
de  personas,  sus  consejeras  en  asíintos  de  tras- 
cendencia, v  muchísimas  veces  el  árbitro  de  los 
destinos  de  personas  y  de  familias.  La  vida  del 


claustro  no  apaga  en  las  religiosas  los  senti- 
mientos naturales  de  amor  a  los  suyos,  antes 
bien  los  ennoblece  y  parifica;  y  por  la  separa- 
ción en  que  la  monja  vive  de  las  cosas  terrena- 
les, da  a  éstas  sit  verdadero  valor  y  juzga  de 
ellas  con  un  criterio  más  recto  y  seguro. 

Y  na  sólo  en  lo  espiritual  comunicaron  el 
convento  y  las  familias.  Por  circunstancias 
especiales,  que  en  este  relato  se  verán,  las 
trinitarias  pudieron  auxiliar  a  los  hombres  de 
trabajo,  en  toda  la  diócesis,  en  tal  forma  e 
intensidad  que  los  dineros  del  monasterio  con- 
tribuyeron al  desarrollo  de  la  industria  y  de 
la  agricultura,  tan  poderosa  y  eficazmente 
que  puede  asegurarse  con  verdad  que  las  tri- 
nitarias fueron  durante  un  siglo  uno  de  los 
principales  impulsores  del  progreso  regional. 

Tiene,  pues,  historia  larga  v  abundante  el 
monasterio  de  trinitarias  de  Concepción:  a 
escribirse  completa,  en  sus  páginas  tend ríase 
no  sólo  una  crónica  piadosamente  uniforme 
de  la  vida  cu  una  comunidad  fervorosa,  sino 
también  el  relato  de  acontecimientos  que  para 
¡a  sociedad  fueron  de  importancia  trascenden- 
tal. Pero  esta  historia  no  hemos  logrado  escri- 
birla nosotros.  Las  aguas  del  Bío-B'w  arras- 
traron en  su  impetuosa  corriente,  frente  a 
Nacimiento,  en  Enero  de  l8ip,  el  bagaje  de 


—  VIII  — 


las  trinitarias,  que  huían  de  Concepción  y  fue- 
ron a  sepultarse  en  vida,  por  cuatro  largos 
años,  en  las  selvas  de  la  provincia  de  Arauco. 

En  ese  bagaje  iba  todo  el  archivo  del  monas- 
terio: ahí  estaban  los  libros  de  la  fundación 
de  la  casa;  las  escrituras  y  títulos  de  propie- 
dades y  bienes  del  convento;  los  expedientes 
y  papeles  acumulados  en  la  profesión  de  tantas 
jóvenes  que  ingresaron  al  claustro  en  el  largo 
espacio  de  más  de  ciento  dice  años;  y  tanto 
otro  documento  interesante  para  la  casa  v  para 
la  historia.  La  reconstitución  de  ese  valioso 
archivo  es  hoy  absolutamente  imposible  aquí 
en  Chile. 

Uno  que  otro  dato  hemos  tomado  de  algunos 
documentos  que  se  conservan  en  el  archivo  de 
la  casa;  la  totalidad  casi  de  nuestra  informa- 
ción la  debemos  a  la  busca  que  hemos  practi- 
cado muy  a  la  ligera,  en  la  sección  de  "Manus- 
critos de  la  Biblioteca  Nacional"  v  en  el  archi- 
vo del  Arzobispado  de  Santiago. 

Sin  duda  alguna  que  en  los  archivos  espa- 
ñoles hay  mucho  de  lo  que  del  convento  escri- 
bieron al  rey,  xa  las  religiosas  mismas,  ya  ¡as 
autoridades  eclesiásticas  y  civiles.  El  soberano 
tomó,  a  fines  del  siglo  diez  y  ocho,  bajo  su 
protección  y  le  otorgó  título  de  "real  monaste- 
rio" al  de  las  trinitarias:  natural  es  suponer. 


—  IX  — 


según  eso,  que,  desde  la  fecha  en  que  le  otorgó 
semejante  honor,  el  instituto  trinitario  se  creyó 
más  ligado  con  el  soberano,  y  en  el  deber  de 
comunicarle  lo  próspero  y  lo  adverso  que  so- 
brevenía a  la  comunidad. 

A  quien  le  toque  completar  este  trabajo, 
historiando  la  época  republicana  del  monaste- 
rio, puede  caerle  la  suerte  de  visitar  la  España: 
traería  de  allá  buen  material  para  escribir  una 
historia  completa  de  una  corporación  cuya 
vida  v  actuación  merecen  ser  bien  conocidas. 


CAPÍTULO  I 


La  ermita  de  la  loma,  de  Penco,  remoto  oríje*: 
del  monasterio  de  trinitarias  ¡  el  terremoto  l>k 

1570. 

El  remoto  origen  del  monasterio,  la  ermita  de»  la 
loma  del  Boldo  de  la  Virgen. — Los  conquistadores 
españoles  fueron  apóstoles  propagadores  de  la  fe 
cristiana. — El  militar  y  el  sacerdote  iban  siempre 
juntos. — El  clero  trabaja  en  constituir  la  familia 
cristiana  en  las  regiones  conquistadas. — Los  españoles 
implantaron  en  esta  diócesis  lo  que  habían  visto  y 
practicado  en  su  patria  de  origen. — ■Construcción  de 
ermitas  fuera  de  los  pueblos:  el  conquistador  Pedro 
de  Valdivia  la  establece  en  Concepción  en  1550:  des- 
truida esta  ciudad  dos  veces,  es  reconstruida  y  pros- 
pera desde  1560. — Había  adelanto  y  progreso  en 
1510.  pero  lo  paralizó  el  terremoto  de  este  año. — El 
roto  de  erigir  una  ermita:  se  la  consagra  a  la  Nati- 
vidad de  la  Virgen  María:  la  peregrinación  anual  a 
la  ermita.  Algunas  señoras  piadosas  se  consagran  al 
servicio  de  la  ermita:  el  culto  religioso  no  decae  por 
poderosos  motivos. — La  hermosa  tradición  de  la 
Virgen  del  boldo. 

El  remoto  origen  del  actual  monasterio  de 
trinitarias  descalzas  de  Concepción,  se  remonta 
a  los  primeros  tiempos  de  la  conquista  del 
territorio  de  esta  diócesis  por  los  españoles 


-  12  — 


en  el  siglo  diez  y  seis.  Los  conquistadores,  tan 
valientes  como  cristianos,  tuvieron  siempre 
como  uno  de  los  principales  objetivos  y  fines 
de  sus  arriesgadas  empresas  la  propagación 
de  la  fe  y  la  implantación  del  reino  de  Cristo 
en  los  territorios  conquistados.  La  historia 
comprueba  suficientemente  este  aserto,  y  es 
fácil  leer  en  muchas  de  sus  páginas  el  cuidado 
especial  que  pusieron  en  que,  a  espaldas  del 
guevero  conquistador,  se  establecieran  las 
instituciones  eclesiásticas  que  las  circunstan- 
cias hacían  entonces  posibles.  En  el  campo 
sometido  por  la  espada  a  la  autoridad  del  es- 
pañol, nacian  la  parroquia,  el  convento,  el 
monasterio,  la  escuela  cristiana,  la  asociación 
piadosa  de  laicos ;  etc. ;  es  decir,  todos  los  or- 
ganismos vivos  que  tenían  como  objeto  la 
propagación  de  la  fe,  la  creación  de  los  servi- 
cios religiosos  y  el  mantenimiento  de  la  piedad, 
tanto  entre  los  indígenas  como  entre  los  espa- 
ñoles. 

Teniendo  la  conquista  española  un  carácter 
netamente  cristiano,  natural  es  suponer  que. 
junto  al  militar  debía  estar  el  sacerdote ;  y  así 
sucedió  en  realidad.  La  cruz  y  la  espada 
marchaban  juntas  en  las  expediciones  con- 
quistadoras, haciendo  cada  uno  su  oficio  y 
ayudándose  mutuamente  en  el  desempeño  de 


—  13  — 


la  respectiva  misión :  la  espada,  que  es  la 
fuerza,  y  en  veces,  la  violencia,  imponía  la 
dominación  del  rey  temporal ;  y  la  cruz,  que 
es  el  sacrificio  y  el  amor,  predicaba  la  domi- 
nación del  príncipe  de  la  paz,  Cristo  Jesús, 
conteniendo  a  veces  las  iras  del  militar,  para 
impedirle  que  tiñera  su  espada  en  la  sanare 
del  indígena,  cuando  podía  alcanzarse  la  con- 
quista por  la  sola  eficacia  de  la  persuación  y 
del  amor. 

Los  eclesiásticos  seculares  que  acompañaron 
a  Pedro  de  Valdivia  y  a  los  primeros  conquis- 
tadores, y  los  religiosos  mercedarios,  francis- 
canos y  dominicos,  que  llegaron  poco  después 
a  estos  territorios,  se  dedicaron  con  laudable 
celo  a  la  conversión  de  los  indígenas,  y  a  todo 
género  de  trabajos  de  apostolado.  Estos  vene- 
rables sacerdotes,  con  su  palabra  y  con  su 
ejemplo,  infundieron  el  espíritu  cristiano  en 
las  sociedades  formadas  al  calor  de  la  nueva 
civilización  que  echaba  raíces  en  estas  tierras 
desconocidas  e  incultas. 

Diez  años  después  de  la  fundación  de  la 
ciudad  de  Concepción  había  ya  en  esta  diócesis 
varios  pueblos  de  importancia,  con  población 
respetable,  y  con  hogares  constituidos  con  la 
regularidad  y  firmeza  que  se  derivan  de  la  or- 
ganización cristiana  de  la  familia.  La  relativa 


—  14  — 


estabilidad  social  fué  produciendo,  poco  a 
poco,  la  florescencia  de  las  virtudes  cristianas, 
y,  como  consecuencia  natural,  el  establecimien- 
to de  instituciones  y  obras  de  piedad,  de  bene- 
ficencia y  de  religión  destinadas  a  atender 
todas  las  necesidades  de  las  nacientes  cristian- 
dades. 

Natural  era  <|ue  los  españoles  implantaran 
en  estas  tierras  lo  que  habían  visto  y  practica- 
do en  su  patria :  y  así  fueron  tomando  carta  de 
ciudadanía  en  nuestro  Chile  las  usanzas  de  la 
madre  patria,  sin  más  cambio  que  el  exigido 
por  las  circunstancias  especiales  en  que  se  de- 
sarrollaba la  vida  de  la  nueva  sociedad. 

Una  práctica  hermosamente  cristiana  y  ge- 
nuinamente  española  es  la  construcción  de 
ermitas  en  las  afueras  de  las  ciudades  y  dedi- 
cadas generalmente  a  la  Virgen  María.  No  lo 
olvidó  el  fundador  de  Concepción,  Pedro  de 
Valdivia:  el  5  de  Octubre  de  1550  fundóla 
ciudad  en  el  valle  de  Penco,  con  el  nombre  de 
la  Concepción  de  María;  delineó  la  plaza  y  en 
ella  levantó  el  árbol  de  la  cruz;  asignó  sitio  a 
la  iglesia  y  dióle  por  nombre  y  titular  a  San 
Pedro,  y  fué  designado  cura  párroco  el  pres- 
bítero don  Gonzalo  López.  "Y  porque  nunca 
los  conquistadores  perdieran  de  vista  la  piedad 
cristiana,  asignaron  seis  cuadras  para  ermita, 


-  15  — 


huerta  y  viña  de  Nuestra  Señora  de  Guadalu- 
pe y  el  Rosario  en  la  chapa  y  frontera  a  esta 
ciudad,  formales  palabras  con  que  se  explican, 
del  cual  sitio  tomó  posesión  Lope  de  Lan- 
da"  (i). 

La  ciudad  de  Concepción  fué  despoblada  en 
Febrero  de  1554,  y  abandonada  a  la  zaña  de 
los  indígenas,  que  la  quemaron  sin  dejar  rastro 
de  ella.  Aunque  se  repobló  la  ciudad  en  No- 
viembre de  1555,  no  hubo  facilidad  para 
reconstituir  todo  lo  antiguo,  pues  pocos  días 
pasaron  y  ya  se  vieron  obligados  los  poblado- 
res a  abandonar  nuevamente  la  ciudad,  em- 
barcándose precipitadamente  en  algunos  pe- 
queños navios  para  irse  a  Valdivia  y  a  Valpa- 
raíso. En  esta  iniciada  fundación  fué  cura 
párroco  Ñuño  de  Abrego,  que  murió  peleando 
valerosamente  contra  los  indígenas  sublevados. 

Don  García  Hurtado  de  Mendoza  ordenó  la 
repoblación  de  la  ciudad,  y  en  Enero  de  1558 
la  ejecutaba  el  Contador  Jerónimo  de  Villegas. 
Los  nuevos  pobladores  se  entregaron  con  em- 
peño a  la  obra  de  reconstruir  la  nueva  Concep- 
ción, y  gastaron  tanto  tesón  que  no  demoró 
mucho  en  borrarse  el  aspecto  de  ruina  en  que 


ti)  Córdoba  y  Figueroa,  capítulo  23,  de  Historia  del  Reyno 
de  Chile. 


—  16  — 


la  encontraron.  La  guerra  ardía  en  todo  el 
territorio  vecino  y  en  la  Araucanía,  y  era  la 
constante  preocupación  de  los  militares  y  ci- 
viles; pero  esto  no  fué  parte  a  que  desistieran 
del  intento  de  asentar  definitivamente  la  ciu- 
dad y  de  embellecerla  en  el  grado  que  las  cir- 
cunstancias lo  permitían. 

Diez  años  de  labor  ruda  y  perseverante 
habían  producido  ya  resultados  apreciables,  y 
podía  decirse  que  Concepción  tenía  aspecto  de 
respetable  ciudad. 

'"Pero  apenas  comenzaba  a  ver  estos  buenos 
principios,  dice  un  historiador  nacional,  cuan- 
do fué  reducido  a  la  nada.  Experimentó  un 
formidable  terremoto,  seguido  de  una  espan- 
tosa salida  del  mar,  que  la 'destruyó  hasta  los 
cimientos,  y  si  no  hubiera  sido  de  día,  ni  aun 
la  vida  hubieran  libertado  sus  moradores.  (8 
de  Febrero  de  1570).  Duraron  cinco  meses  los 
estremecimientos  de  la  tierra  con  horrorosos 
estruendos  subterráneos,  que  son  en  el  sentir 
más  verosímil,  su  verdadera  y  legitima  causa. 
Ocurrieron  al  cielo  aquellos  ciudadanos,  y 
entonces  hicieron  el  voto  que  anualmente 
cumple  aquella  ciudad,  en  la  festividad  que 
celebra  el  Jueves  inmediato,  después  del  Miér- 
coles de  ceniza.  La  aprobó  el  Reverendo  Obis- 
po de  la   Imperial,  y  luego  levantaron  un 


pequeño  templo  y  colocaron  en  él  la  sagrada 
imagen  de  Nuestra  Señora,  bajo  la  advocación 
de  su  Natividad,  a  la  que  desde  ese  tiempo 
hasta  el  presente,  rinde  sus  religiosos  cultos, 
con  asistencia  de  los  dos  cabildos,  eclesiástico 
y  secular,  en  efectivo  devoto  cumplimiento  de 
su  promesa  ( i ). 

"Y  porque  ésta  da  una  cumplida  idea  de  las 
consternaciones  de  aquellos  habitantes  y  del 
espantoso  sacudimiento  de  tierra  que  les  puso 
en  tan  grave  aflixión,  la  pondremos  a  la  letra, 
y  es  como  sigue: 


(1)  Incurre  en  un  anacronismo  el  autor  que  venimos  ci- 
tando. En  1570  no  había  sino  Cabildo  civil  en  Concepción,  y 
éste  fué  el  del  voto:  el  Cabildo  eclesiástico  estaba  entonces  en 
Imperial,  ciudad  cabecera  del  obispado  —Con  el  terremoto  de 
15  de  Marzo  de  1657  se  destruyó  la  Ermita,  y  el  cabildo  civil 
hizo  voto  de  reconstruirla,  y  ambos  cabildos,  pues  la  catedral 
ya  estaba  en  Concepción,  renovaron  el  voto  de  1570.  El  ca- 
bildo civil  "dispuso  además  que  los  gastos  de  la  novena  y 
procesión,  que  deberá  salir  todos  los  años  a  la  dicha  Ermita, 
se  costeará  por  el  mismo  cabildo  y  ciudad.  Firmaron  ente 
acuerdo  el  señor  corregidor  y  los  señores  alcaldes  ante  mí. — 
Antonio  Lozano,  escribano  público.  -En  el  terremoto  de 
1730  se  hizo  nuevamente  renovación  pública  del  solemne  voto, 
y  para  que  no  fuera  olvidado  el  Iltmo.  Sr.  Don  Pedro  Felipe 
de  Azúa  lo  estampó  en  una  de  las  Constituciones  del  Sínodo 
diocesano  que  celebró  en  1744,  que  se  cumple  hasta  hoy  por 
el  Cabildo  eclesiástico  y  por  el  pueblo,  pero  no  por  el  Cabildo 
civil  o  Municipalidad. 
2 


—  18  — 


"En  el  nombre  de  la  Santísima  Trinidad, 
Padre.  Hijo  y  Espíritu  Santo,  tres  personas 
distintas  y  un  solo  Dios  verdadero,  y  de  la 
Bienaventurada  Virgen  María,  madre  de  Dios, 
señora  y  abogada  nuestra:  considerando  cómo 
la  justicia  de  Dios  justamente  es  conmovida 
por  la  gravedad  de  nuestros  pecados,  por  los 
cuales  dignamente  somos  afligidos,  y  que  como 
clementísimo  padre,  procurando  y  solicitando 
nuestra  enmienda,  nos  previene  y  avisa  de 
mayor  castigo  y  rigor,  sobre  los  que  obstina- 
damente perseveran  en  los  vicios,  y  procuran- 
do la  ejecución  de  algún  castigo  notable,  nos 
advierte  con  calamidades  y  aflixiones,  y  que 
en  esta  ciudad  de  la  Concepción,  por  sus  divi- 
nos inescrutables  juicios  sucedió  el  Miércoles 
de  ceniza  de  este  presente  año  de  1570,  a  los 
ocho  días  del  mes  de  Febrero,  a  las  nueve 
horas  del  día,  un  tan  repentino  y  grande  terre- 
moto, que  se  asolase ;  sobre  lo  cual  inmediata- 
mente el  mismo  día  salió  el  mar  muchas  veces 
de  su  curso  con  grande  furor  y  espanto,  y 
anegó,  arruinó  totalmente  y  destruyó  esta 
dicha  ciudad ;  y  que  Dios  por  su  infinita  cle- 
mencia, de  la  cual  no  se  olvida  el  día  de  su 
furor,  fué  servido  que  casi  ninguna  persona 
muriese :  y  perseverando  continuamente  hasta 
el  día  de  hoy  por  espacio  de  más  de  cinco 


—  19  — 


meses  el  dicho  terremoto  y  temblores,  nos 
parecía  que  esta  ciudad  y  república  debe  ser 
purificada  con  penitencia,  limosna  y  oraciones, 
que  es  el  modo  con  que  la  divina  escritura  y 
la  santa  Madre  Iglesia  nos  enseña  a  aplacar 
y  prevenir  el  rostro  riguroso  del  Señor,  cuya 
infinita  clemencia  se  deja  solicitar  de  nuestros 
miserables  obsequios  y  servicios,  y  sólo  pre- 
tende que  se  le  espela  la  maldad,  porque  en 
nosotros  halle  disposición  para  reconciliarnos 
en  su  gracia  y  amor ;  y  estando  más  pronto  a 
comunicarnos  la  gracia,  que  nosotros  a  reci- 
birla, que  parece  que  le  da  cuidado  y  compa- 
sión de  nuestra  miseria,  por  lo  cual,  entendien- 
do de  cuanta  eficacia  y  virtud  sea  la  oración 
de  los  justos  e  intercesión  de  los  santos  para 
negociar  con  Dios,  a  cuya  instancia  muchas 
veces  el  Soberano  Señor  ha  detenido  su  mano 
y  la  ejecución  de  su  justicia :  acordamos,  con 
parecer  de  personas  doctas  y  religiosas,  hacer 
Un  público  y  solemne  voto  por  nosotros,  y  en 
nombre  de  la  ciudad,  y  de  todas  y  de  cualquie- 
ra persona  que  en  ella  de  aquí  adelante  hubiere 
y  residiere  perpetuamente ;  y  tomar  por  inter- 
cesor al  santo  que  por  la  suerte  le  cupiere  la 
defensa  y  protección  de  la  ciudad,  acerca  de  la 
calamidad,  que  al  presente  nos  aflige ;  y  habien- 
do echado  las  dichas  suertes  por  obviar  la 


contención  y  diferentes  pareceres,  sin  supers- 
tición ni  engaño,  y  habiendo  primero  invocado 
la  gracia  del  Espíritu  Santo,  cayó  la  suerte  en 
el  día  de  la  Natividad  de  la  Virgen  Santísima, 
madre  de  Dios,  señora  y  abogada  nuestra,  por 
cuya  intercesión  siempre  esta  ciudad  ha  sido 
y  esperamos  firmemente  que  será  defendida, 
y  la  ira  de  Dios  finalmente  mitigada:  por 
tanto,  habiéndonos  ayuntado  en  público  cabil- 
do abierto,  que  para  este  efecto  se  convocó  en 
la  iglesia  mayor  de  esta  ciudad,  en  ocho  días 
del  mes  de  Julio  de  dicho  año  de  i  570,  nos  el 
licenciado  Juan  Torres  de  Vera  y  doctor  Diego 
Martínez  de  Peralta,  oidores  de  S.  M.,  y  el 
comendador  fray  Fernando  Romero,  vicario 
general  de  la  orden  de  Nuestra  Señora  de  la 
Merced,  y  el  capitán  Gómez  de  Lagos  y  Diego 
Díaz,  alcaldes  ordinarios,  y  Pedro  Pantoja  y 
Francisco  Gutiérrez  de  Valdivia,  regidores,  y 
Antonio  Lozano,  escribano  de  cabildo,  y  Fer- 
nando de  Güelva  y  Diego  de  Aranda,  vecinos 
de  la  dicha  ciudad  (el  cura  Martín  del  Caz) 
y  muchas  otras  personas,  vecinos  y  moradores 
de  ella,  y  porque  con  más  calor  y  propósito 
hubiere  este  voto,  y  así  se  hizo  habiendo  echa- 
do las  suertes,  como  de  suso  se  ha  referido,  y 
cupo  y  cayó  la  suerte,  el  día  de  la  Santísima 
Natividad  de  Nuestra  Señora  la  Virgen  María, 


—  21  — 


señora  y  abogada  nuestra;  se  prometió  de  la 
hacer  una  hermita  de  esta  advocación,  en  la 
calle  de  la  Loma,  a  donde  se  señaló  el  sitio  y 
lugar  para  el  dicho  efecto,  y  se  puso  una  cruz 
para  principio  de  esta  santa  obra,  la  cual  lle- 
vamos a  poner  en  el  dicho  sitio  con  una  solem- 
ne procesión,  hasta  tanto  que  el  tiempo  dé 
lugar  para  poder  edificar  la  dicha  hermita.  Y 
que  por  ser  mortales,  y  por  la  merced  que  Dios 
por  su  misericordia  ha  sido  servido  nos  hacer, 
como  siempre  nos  hace,  de  que  hayan  cesado 
los  temblores,  que  tan  ordinarios  eran  en  esta 
ciudad,  desde  el  dicho  día  de  ceniza,  de  que  se 
hizo  el  voto,  podría  ser  nos  olvidásemos  de 
este  propósito  hecho  de  servir  a  Nuestra  Se- 
ñora, se  resfriase  y  dejase  de  nuestra  memo- 
ria, para  que  mejor  y  más  cumplida  se  haga, 
y  que  siempre  vaya  adelante  tan  santa  y  buena 
obra,  y  que  el  culto  divino  se  celebre  y  sea 
venerado  y  acatado  con  más  solemnidad,  que- 
remos que  se  haga,  y  lo  firmamos".  Aquí  las 
firmas,  como  puede  verse  en  el  archivo  episco- 
pal de  Concepción"  (  i ). 

Anduvo  vigilante  la  devoción  popular  en 
que  el  voto  se  cumpliera,  y  no  se  demoró 


(1)  Carvallo  Goyene<  he-  Historiadores  de  Chile,  tomo 
pág.  173. 


mucho  tiempo  y  ya  fué  realidad  la  ermita  o 
capilla  prometida  por  las  autoridades  v  vecin- 
da  rio.  Habiendo  sido  escocida  la  Virgen  como 
Patrona  tuvo  asiento  de  honor  en  la  ermita 
una  muy  devota  imagen,  venerada  desde  anti- 
guo por  el  pueblo,  y  que  desde  la  fecha  del 
recordado  voto  quedó  vinculada  con  las  más 
interesantes  tradiciones  históricas,  especial- 
mente piadosas,  de  la  ciudad  de  Concepción. 
Esa  imagen  es  la  misma  que  ocupa  hoy  el 
altar  mayor  de  las  trinitarias  y  que  es  venera- 
da con  el  nombre  de  la  Virgen  del  Milagro  y 
conocida  además  en  la  historia,  desde  hace 
siglos,  con  los  nombres  de  la  Virgen  de  la 
Ermita  y  la  Virgen  del  Boldo. 

Desde  un  principio  algunas  señoras  piadosas 
daban  fomento  a  su  devoción,  cuidando  del 
ornato  de  la  ermita,  y  de  que  se  conservara  y 
extendiera  el  culto  de  la  sagrada  imagen :  el 
vecindario  se  interesó  en  esa  obra,  contribu- 
yendo con  cuanto  era  necesario  para  que  el 
servicio  religioso  se  mantuviera  decorosamen- 
te. Fué  convirtiéndose  la  ermita  en  un  gran 
centro  de  devoción,  a  que  concurrían  numero- 
sos peregrinos  a  honrar  con  sus  plegarias  a 
la  Madre  de  Dios,  a  cuya  intercesión  confiaban 
la  suerte  de  sus  personas  y  de  sus  hogares.  La 
más  alta  de  las  manifestaciones  públicas  que 


tenían  lugar  en  la  ermita  fué  desde  un  princi- 
pio la  romería  del  voto:  las  autoridades  todas 
fueron  fieles  por  muchos  años  en  cumplir  su 
compromiso,  y  concurrían  colectivamente  a  la 
procesión  que  salía  de  la  iglesia  parroquial  y 
terminaba  en  la  ermita,  después  de  vanados 
actos  de  piedad ;  todo  se  practicaba  con  el 
fervor  que  es  de  suponer  en  personas  que  aca- 
ban de  salir  de  la  tremenda  prueba  de  un  es- 
pantoso terremoto. 

Además  de  la  dicha  calamidad,  había  otra 
causal  poderosa  para  que  la  piedad  popular  no 
decayera  ni  olvidara  el  culto  tributado  a  la 
Virgen  de  la  Ermita.  Los  araucanos  no  esta- 
ban quietos,  y  obligaban  a  los  españoles  a  vivir 
casi  con  el  alma  al  brazo :  en  esa  situación 
temerosa  el  pueblo  recurría  confiadamente  al 
cielo  en  demanda  de  especial  asistencia,  e  in- 
terponía ante  el  Todopoderoso  el  valimiento  de 
la  Virgen  María  de  la  Natividad,  honrada  de 
particular  manera  como  Patrona  de  la  ciudad. 

Llegó  la  gran  sublevación  de  los  indígenas 
de  1598- 1603,  durante  la  cual  perecieron  a 
manos  de  los  sublevados  gran  parte  de  los  es- 
pañoles de  la  región  del  Maule  al  sur.  Fueron 
destruidas  siete  de  las  ciudades  que  había  en 
el  territorio:  Arauco,  Angol,  Santa  Cruz  de 
Coya,  Imperial,  Villarrica,  Valdivia  y  Osorno; 


—  24  — 


escaparon  Chillan,  Concepción  y  Castro.  Si 
no  fué  vencida  y  arrasada  Concepción,  sufrió 
sí  bástanle,  porque  los  indios  le  pusieron  apre- 
tado cerco  en  repetidas  ocasiones  y  la  tuvieron 
a  punto  de  ser  tomada.  Se  defendieron  valero- 
samente los  penquistas  y  vencieron,  pero  no 
tan  totalmente  que  impidieran  la  destrucción 
e  incendio  de  parte  de  la  ciudad.  Uno  de  los 
asaltos  habidos  en  1599  dió  ocasión  a  una 
hermosa  tradición,  que  se  ha  trasmitido  de  año 
en  año  y  de  siglo  en  siglo,  hasta  llegar  a  nues- 
tros días:  es  hermosísima,  y  tan  profundamen- 
te arraigo  en  la  creencia  popular  que  fué  parte 
a  que  la  Virgen  de  la  Ermita  fuera  honrada 
con  un  nuevo  nombre,  como  pasamos  a  na- 
rrarlo. 

En  lo  más  duro  de  la  refriega  estaban  los 
sitiados,  y  tan  oprimidos  por  los  indígenas 
sitiadores  que,  desconfiando  ya  de  las  propias 
fuerzas,  elevaron  una  fervorosa  súplica  a  la 
Virgen  María  de  la  Natividad,  implorando  su 
protección  en  tan  apurado  trance.  Acudió  la 
Virgen  en  auxilio  de  sus  devotos  en  los  mo- 
mentos precisos  en  que  los  indios  atacaban 
con  irresistible  furia,  resueltos  a  vencer  y  a 
destruir  la  ciudad  hasta  no  dejar  rastro  de 
ella.  Descorazonados  estaban  ya  los  españoles 
y  desconfiando  del  éxito,  cuando  sin  motivo 


—  2o  - 


aparente  alguno,  huyen  los  sitiadores,  atemo- 
rizados y  como  si  algún  ser  invisible  peleara 
contra  ellos  y  los  empujara  hacia  fuera  y  lejos 
de  la  ciudad.  Huían  en  el  más  completo  desor- 
den, dejando  en  poder  de  los  españoles  gran 
número  de  prisioneros:  éstos  explicaron  la 
causa  de  su  pánico  y  de  su  derrota,  en  la  si- 
guiente forma. 

Una  joven  hermosísima,  rodeada    de  una 
luz  extraordinaria,  se  posó  sobre  las  ramas  de 
un  corpulento  boldo  que  estaba  junto  a  la  Ermi- 
ta, v  lesde  allí  hacía  ademán  de  querer  estorbar 
la  entrada  de  los  indios  en  el  recinto  militar.  A 
pesar  de  ser  joven  v  bellísima,  había  sin  em- 
bargo en  su  rostro  tal  aspecto  de  cólera  y  eno- 
jo, que  los  asaltantes  se  sintieron  sobrecogidos 
de  temor  y  paralizaron  por  momentos  el  ata- 
que. Vueltos  en  sí  y  recobrando  sus  primeros 
bríos,  empeñaron  de  nuevo  la  acción  y  llegaron 
hasta  los  muros  peleando  con  tal  bravura  que 
estaban  ya  a  punto  de  romper  la  brecha  y  for- 
zar la  entrada.  Descendió  entonces  del  boldo 
la  joven  de  la  aparición,  y  con  una  apariencia 
de  verdadera  furia  en  el  rostro,  con  sus  brazos 
levantados  en  alto,  hacía  ademán  de  contener 
a  los  indios  que  escalaban  ya  las  trincheras, 
y  tomando  tierra  en  sus  manos  la  arrojaba  a 


—  26  — 


los  ojos  de  los  jefes  y  de  los  más  esforzados 
asaltantes. 

No  pudieron  ahora  resisitir  los  indios  el 
enojo  de  la  joven  guerrera  y,  presas  de  un 
terror  invencible,  huyeron  de  la  ciudad  para 
no  volver  más.  l'or  las  señales  que  daban  los 
indios  prisioneros,  la   joven  de  la  aparición 
tenía  la  misma  cara  que  la  imagen  de  la  Virgen 
de  la  Natividad  venerada  en  la  Ermita.  De 
aquí  vienen  los  nombres  populares  de  la  Virgen 
del  Milagro  o  de  la  Virgen  del   Boldo  y  del 
Boldo  de  la  Virgen,  con  que  hoy  conocemos  a 
esa  imagen  veneranda  y  al  boldo  de  la  apari- 
ción, que  aun  subsiste  en  Penco  (i). 


(1)  Esta  tradición  ha  dado  asunto  a  muchos  escritores  para 
curiosas  leyendas.  En  el  Apéndice  damos  una  de  las  más  her- 
mosas,.escrita  por  un  poeta  penquista,  don  Luis  Barros  Mén- 
dez, amigo  que  fué  de  las  trinitarias. 


CAPÍTULO  II 


Auméntase  la  devoción  a  la  Virgen  de  la  er- 
mita. Primeras  construcciones  junto  a  la  er- 
mita. 


El  pueblo  aceptó  la  tradición  de  la  Virgen  del 
Milagro:  se  acrecienta  la  devoción  a  María  de  la 
Natividad:  contribuye  a  aumentarla  la  traslación  del 
obispo  desde  Imperial  a  Concepción. — Importancia 
que  tomó  Concepción  desde  ItíOG:  fué  la  segunda 
capital  de  la  nación.  El  culto  de  la  ermita  crece  con- 
siderablemente: las  procesiones  se  hacen  con  grande- 
aparato  y  solemnidad. — Primeras  construcciones  jun- 
to a  la  ermita:  personas  que  se  dedicaron  a  su  cui- 
dado: Se  retiran  a  hacer  vida  de  recogimiento  varias 
señoras  y  jóvenes  piadosas  en  los  nuevos  edificios:  el 
pueblo  las  ayuda  con  especies  y  dineros. — Se  consti- 
tuye un  "beaterío"  con  apariencia  de  convento  de 
religiosas  por  el  año  11G0:  le  da  reglamento  el  obispo 
don  Diego  (González)  Montero  del  Águila  en  1714: 
mejoramiento  que  sigue  de  la  reglamentación,  virtu- 
des que  se  practican:  las  beatas  tenidas  como  inter- 
mediarias entre  los  habitantes  y  el  cielo. — Se  desea 
la  fundación  de  un  monasterio  erigido  en  forma  ca- 
nónica: favorecen  la  idea  el  obispo  señor  Necolalde 
y  señor  Escandón. — El  fundador  don  Domingo  Sar- 
miento: su  personalidad  y  su  trabajo  en  pro  de  la 
fundación :  carta  al  confesor  de  la  reina  de  España: 
las  monjas  de  la  Compañía  de  Barcelona:  el  P.  Ma- 
nuel Sancho  Granado,  jesuíta.  Se  resuelve  la  traída 


—  28  — 


de  las  trinitarias  de  Lima. — El  deán  Sarmiento  en- 
trega al  obispo  8r.  Escandón  propiedades  y  dineros 
para  la  fundación:  la  curiosa  deuda  Hijar  y  Mendo- 
za.— Muere  Sarmiento  sin  ver  cumplidos  sus  deseos: 
es,  sin  embargo,  el  fundador. — Compran  las  beatas 
el  fundo  Palomares  en  1720. 

La  tradición  que  dejamos  relatada  en  el 
presente  capítulo  contribuyó  poderosamente  a 
aumentar  la  devoción  a  la  Virgen  de  la  ermita. 
El  pueblo  no  se  preocupó  de  averiguar  jurídi- 
camente si  lo  que  contaban  los  indios  acerca 
de  la  hermosa  niña  guerrera  era,  o  nó,  la 
verdad.  Dentro  de  la  creencia  católica  aquello 
era  más  que  posible;  y,  por  si  no  hubiera  ha- 
bido mucha  precisión  en  el  relato  de  los  indios 
asaltantes,  para  los  guerreros  españoles  era 
evidente  que  algo  extraordinario  había  obliga- 
do a  los  guerreros  araucanos  a  abandonar  el 
sitio  y  a  retirarse  de  Concepción.  Los  habitan- 
tes agradecieron  al  cielo  la  protección  que 
prestó  a  los  defensores  de  la  plaza,  y  aceptó 
de  buen  grado  que  ese  auxilio  hubiera  venido 
por  mano  de  la  Virgen  María,  a  quien  ha 
honrado  siempre  la  España  en  forma  que  no 
la  ha  aventajado  hasta  hoy  nación  alguna  del 
orbe. 

Nunca  decayó  la  devoción  del  pueblo,  que 
siguió  honrando  a  la  Virgen  del  Milagro  con 
filial  homenaje  en  la  ermita  del  cerro. 


-  29  — 


Y  se  aumentó  la  veneración  cuando,  después 
del  sitio  y  destrucción  de  la  Imperial  en  1600, 
se  trasladaron  a  Concepción  las  autoridades 
diocesanas  y  el  Cabildo  eclesiástico,  y  pasó  a 
ser  catedral  de  la  diócesis  la  iglesia  parroquial 
de  San  Pedro  de  Concepción. 

Esta  ciudad  tomó  grande  importancia  desde 
entonces,  y  pasó  de  hecho  a  ser  una  segunda 
capital  de  la  nación.  Cada  año,  y  por  largos 
meses  cada  vez,  fijaban  su  residencia  en  Penco 
los  Gobernadores  o  Presidentes  de  Chile,  ya 
para  atender  a  los  asuntos  de  gobierno  de  la 
región  austral,  ya  para  atender  a  las  exigen- 
cias de  la  guerra  con  los  araucanos,  que  no 
dejaban  tranquilos  a  los  españoles,  y  se  man- 
tuvieron Como  temible  amenaza  por  toda  la 
centuria  y  parte  <3el  siglo  dieciocho  venidero. 

Todas  esas  circunstancias  concurrieron  a 
dar  mayor  importancia  a  la  Ermita  y  a  afirmar 
y  difundir  el  culto  de  la  Virgen  del  Milagro. 
La  procesión  del  voto  se  hacía  cada  año  apa- 
ratosamente, con  la  asistencia  del  obispo  dio- 
cesano, de  los  cabildos  eclesiástico  y  civil,  fre- 
cuentemente con  la  del  Presidente  de  la  nación, 
y  casi  siempre,  con  la  del  ejército  del  sur,  que 
tenía  su  cuartel  general  en  Concepción  y  en 
A  rauco. 

Y  todavía  otra  triste  circunstancia  contribu- 


—  30  — 


yó  a  intensificar  la  devoción  popular:  fueron 
los  terremotos  e  inundaciones  y  otras  calami- 
dades que  padeció  Concepción,  en  el  siglo  diez 
y  siete.  El  pueblo  afligido  y  privado  de  socorro 
en  lo  temporal,  recurría  confiado  a  la  interce- 
sión de  la  Virgen  María,  yendo  a  invocarla  a 
su  Ermita,  que  se  constituía  en  el  punto  obli- 
gado de  una  no  interrumpida  peregrinación: 
.Mas  de  una  vez,  en  las  inundaciones,  causadas 
por  los  terremotos,  la  loma  de  la  Ermita  fué 
el  punto  de  refugio  de  la  población  que  huía  a 
la  altura  para  librarse  de  la  furia  del  mar  em- 
bravecido. 

No  sabemos  a  punto  fijo  desde  cuándo  co- 
menzaron los  vecinos  a  trabajar  algunos  edifi- 
cios cerca  de  la  ermita.  La  conveniencia  de  que 
los  cuidadores  de  la  imagen  tuvieron  facilidad 
para  el  servicio,  fué  talvez  la  que  creó  la  nece- 
sidad de  esas  construcciones.  Pero  debió  me- 
diar alguna  consideración  más  alta  al  determi- 
nar la  forma  en  que  se  llevaron  a  cabo  esas 
obras;  porque  a  fines  del  siglo  diez  y  siete  ya 
había  una  más  que  mediana  edificación,  que 
fué  dispuesta  en  forma  de  monasterio,  como 
luego  veremos.  Vemos  claro  que  así  debió  ser, 
pues  al  comenzar  el  siglo  diez  y  ocho  ya  se 
habían  juntado  en  esas  casas,  para  hacer  vo- 
luntariamente vida  común  y  con  cierta  regla- 


—  31  — 


mentación  como  de  casa  religiosa,  algunas 
señoras  y  jóvenes  piadosas,  que  deseaban  vivir 
más  separadas  del  mundo  y  más  entregadas  a 
la  oración  y  a  la  vida  del  recogimiento. 

Aunque  esas  piadosas  mujeres  no  consti- 
tuían un  instituto  religioso,  establecido  confor- 
me a  las  leyes  eclesiásticas,  sino  lo  que  vulgar- 
mente se  llamaba  "un  beaterío;"  es  lo  cierto 
que  las  recogidas  hicieron  vida  de  religiosas  y, 
sobre  todo,  la  hicieron  con  tal  regularidad  y 
perfección  que  se  practicaban  en  el  beaterío 
las  más  hermosas  virtudes. 

Las  beatas  se  captaron  la  general  simpatía 
y  la  más  alta  veneración;  lo  que  movió  a  mu- 
chos a  prestar  auxilio  a  las  recogidas  a  fin  de 
que  tuvieran  mayores  facilidades  para  la  vida. 
Se  establecieron  censos  y  fundaciones  en  favor 
del  beaterío,  a  pesar  de  que  no  tenía  existencia 
legal ;  y  se  acudía  en  su  favor  con  limosnas, 
que  fueron  formando  un  caudal  que  contribu- 
yó a  dar  relativa  holgura  a  las  beatas.  Uno  de 
los  censos  más  antiguos  que  conocemos  es  uno 
fundado  por  el  canónigo  Juan  de  la  Riba  de 
Neira  por  el  año  de  1670,  fundado  tal  vez  a 
favor  de  la  ermita.  En  capellanías  y  censos  a 
su  favor  tenía  el  beaterío  un  capital  de  catorce 
mil  pesos  a  principios  del  siglo  18. 


—  32  — 


El  mismo  beaterío  había  alcanzado  a  prin- 
cipios del  siglo  una  mayor  regularidad  y  una 
manera  de  vivir  más  ajustada  a  las  prácticas 
del  monasterio.  Ingresó  al  beaterío  una  joven 
que,  según  creemos,  había  pasado  algún  tiem- 
po en  algún  monasterio  de  Santiago  o  de  Lima. 
Lo  decimos  porque  en  una  comunicación  fir- 
mada por  la  Real  Audiencia  se  dice  que  el  año 
i~\2  fundó  el  beaterío  "una  beata  de  las  de  la 
gloriosa  Santa  Rosa  de  Santa  María":  dedu- 
cimos de  eso  que  esa  fundación  debe  ser  esa 
mejor  reglamentación  de  que  hemos  hablado; 
pues  las  beatas  existían  desde  mucho  antes  de 
1712.  Esa  beata  es,  según  lo  creemos,  doña 
Ana  de  Monardes. 

Pero  quien  di  ó  al  beaterío  una  forma  más 
en  armonía  con  las  leyes  de  la  Iglesia  fué  el 
obispo  don  Diego  Montero  del  Aguila.  Llegó 
a  la  diócesis  a  mediados  de  1712  y  practicó  ese 
mismo  año  la  visita  de  gran  parte  de  la  dióce- 
sis, comenzando  por  Chiloé.  Llegado  a  Concep- 
ción en  Diciembre,  se  impuso  de  los  principales 
elementos  con  que  contaba  para  trabajar,  y  del 
personal  que  sería  su  cooperador.  En  lo  que 
hace  a  institutos  religiosos  para  mujeres,  no 
encontró  otra  casa  que  el  beaterío  de  la  Ermita 
y  a  él  dedicó  preferente  atención,  pensando 
talvez  en  convertirlo  más  tarde  en  monasterio. 


—  33  — 


Se  preocupó  de  mejorar  los  edificios:  y, 
mejor  que  eso,  dictó  un  reglamento  u  ordenan- 
za para  el  régimen  del  beaterio  y  algo  así  como 
"'Constituciones,"  que  sancionó  con  su  autori- 
dad episcopal  para  darle  carácter  de  estabilidad. 
De  aquí  se  originó  que  al  Sr.  Montero  del 
Aguila  se  le  tuviera  como  fundador  del  Beate- 
rio :  uno  de  los  sucesores,  don  Francisco  Anto- 
nio de  Escandón,  dice  al  rey,  en  carta  de  1 5  de 
Febrero  de  1 729,  que  cuando  llegó  a  la  diócesis, 
halló  en  Concepción  "una  cassa  de  mujeres 
virtuosas  y  recogidas  con  el  título  de  Beaterio 
de  la  Sma.  Trinidad,  que  fundó  el  Dr.  Dn. 
Diego  Montero  del  Águila,  Obispo  que  fué  de 
esta  Santa  Iglesia,  en  el  año  pasado  de  17 14 
contigua  a  la  Iglesia  de  nra.  Señora  de  la  Er- 
mita, Patrona  y  Defensora  de  esta  ciudad,  de 
cuya  soberana  protección  ha  experimentado 
continuamente  singularíssimos  beneficios  con 
extraordinarias  maravillas"  (1). 

Otro  beneficio  más  hizo  el  Sr.  Montero  al 
Beaterio.  Construyó  casa  para  su  vivienda, 
porque  no  la  había  para  los  obispos  en  Concep- 
ción; y  al  salir  de  la  diócesis,  para  irse  como 
obispo  a  Trujillo  del  Perú,  hizo  donación  de 
ella  al  Beaterio,  el  15  de  Octubre  de  1715,  ante 


(1)  Arzobispado,  Volumen  35,  pág.  235. 
3 


—  34  — 


el  notario  José  Gómez  de  Lamas.  Los  obispos 
siguieron  habitando  la  misma  casa,  pero  como 
inquilinos  del  Beaterio,  al  cual  pagaban  arrien- 
do: en  \J2<>  el  canon  anual  era  de  doscientos 
pesos  y  el  valor  de  la  propiedad  estaba  calcu- 
lado en  diez  mil  pesos  (  i ) . 

Estimamos  que  la  reglamentación  hecha  por 
el  obispo  dejó  al  beaterio  casi  en  condiciones 
de  verdadero  monasterio.  Comenzaron  a  en- 
trar beatas  que  pagaban  dote  como  de  religio- 
sas, (2)  y  el  servicio  interno  se  hizo  con  tal 
regularidad,  que  fueron  patentes  los  frutos  de 
santificación  que  en  las  recogidas  producía  el 
nuevo  orden  de  cosas. 

Las  virtudes  que  se  practicaban  en  la  casa 
no  podían  permanecer  ocultas  dentro  de  la 

(1)  Declaración  rendida  por  el  Maestie  de  Campo  don 
Manuel  de  Salamanca,  de  10  de  Marzo  de  1729.  Biblioteca 
Nacional.  -  Real  Audiencia.  Volumen  2892. 

('¿)  Entre  las  beatas  que  por  este  tiempo  paparon  dote  de 
$  500  hemos  encontrado  a  Sor  Isabel  Bravo,  hija  de  Juan 
Bravo,  dueño  del  fundo  de  8  mil  cuadras,  llamado  Huechu- 
quito  de  Perquilauquén.  Los  hermanos  de  ^or  Isabel,  capita- 
nes Alonso  Bravo  y  Jacinto  Bravo  hubieron  de  ser  requeridos 
por  la  fuerza  para  que  pagaran  los  £  500  y  varios  años  de  in- 
tereses que  no  había  pagado:  hacia  la  cobranza  el  obispo  señor 
Escandón.  años  más  tarde. 

Pagaron  dote  las  beatas:  Josefa  Bartolin  de  la  Cerda  (S  500): 
Gertrudis  de  Cisterna,  (S  501));  Rita  Rodríguez  y  Margarita  de 
la  Jara,  (S  1.000),  dados  por  el  deán  don  Domingo  Sarmiento. 


clausura :  trascendieron  al  público  y  fueron 
ganando  la  estimación  general  para  las  beatas. 

A  eso  se  agrega  que  fueron  ingresando  en 
la  casa  señoras  viudas  y  jóvenes  solteras  per- 
tenecientes a  las  familias  más  distinguidas  de 
la  ciudad  y  de  la  diócesis.  A  tan  alto  concepto 
se  llegó  de  la  virtud  que  resplandecía  en  el 
beaterío  que  la  ciudad  veía  en  él  un  seguro 
intermediario  entre  los  habitantes  y  el  cielo: 
"está  esta  comunidad  en  cuyas  oraciones  afian- 
za esta  ciudad  el  logro  de  las  divinas  miseri- 
cordias," como  decía  el  obispo  al  rey,  en  una 
carta  en  que  pedía  el  establecimiento  de  mo- 
nasterio en  Concepción  (i ). 

El  camino  hacia  la  fundación  de  un  monas- 
terio iba  allanándose  paso  a  paso,  y  no  demo- 
raría mucho  en  que  aparecieran  las  personas 
destinadas  a  tomar  de  su  cuenta  la  tarea  de 
realizar  lo  que  ya  era  la  general  aspiración  del 
vecindario:  una  de  esas  personas  fué  el  deán 
de  la  catedral,  Dr.  Dn.  Domingo  Sarmiento, 
que  trabajó  en  la  grande  obra  con  espíritu  de 
verdadero  apóstol.  Puso  Sarmiento  al  servicio 
de  tan  noble  idea  el  propio  esfuerzo  individual, 
las  influencias  que  le  daban  las  condiciones 


(1)  Archivo  del  Arzobispado  de  Santiago,  volumen  35,  pág- 
285 


—  36  - 


especiales  de  su  alta  personalidad,  y  su  no 
escasa  fortuna:  y  si  bien  es  cierto  que  no  al- 
canzó a  ver  el  resultado  de  su  labor,  lo  es  tam- 
bién que  dispuso  de  tal  suerte  las  cosas,  que  la 
fundación  del  monasterio  llegó  fácilmente, 
como  natural  resultado  de  sus  empeñosos 
afanes. 

Era  Sarmiento  español  de  origen,  gallego. 
Después  de  viudo  de  Jacinta  de  León,  se  retiro 
de  la  vida  civil  y  comenzó  el  estudio  de  las 
cienciaseclesiásticas  en  el  colegio  de  San  Fran- 
cisco Javier  regentadopor  los  Jesuítasen  Santia- 
go, y  se  graduó  de  doctor  en  teología.  Se  ordenó 
de  sacerdote  en  Concepción  y  ejerció  en  la 
diócesis  un  largo  y  fructuoso  ministerio,  que 
lo  coloca  entre  los  sacerdotes  más  esclarecidos 
de  su  siglo.  Fué  cura  de  Valdivia  antes  de  IÓQO, 
año  éste  en  que  estaba  de  cura  en  el  Sagrario 
de  Concepción.  De  esta  ocupación  pasó  talvez 
a  canónigo  de  la  catedral :  sabemos  que  en 
1697  era  visitador  parroquial,  designado  por 
el  obispo  don  Martín  de  Hijar  y  Mendoza.  Por 
un  auto  de  visita  dado  en  la  parroquia  de  Per- 
quilauquén  (hoy  San  Carlos)  se  ve  que  era 
"canónigo  de  la  catedral  de  Concepción"  ese 
año  de  1697. 

A  poco  de  volver  de  la  visita  parroquial. 
Sarmiento  fué  nombrado  provisor  y  vicario 


general  del  obispado;  y  desde  entonces,  por 
espacio  de  casi  treinta  años,  colaboró  con  va- 
rios obispos  en  el  gobierno  eclesiástico,  o  go- 
bernó solo,  en  calidad  de  vicario  capitular  por 
vacante  de  la  sede  episcopal. 

Creemos  que  las  gestiones  de  Sarmiento 
para  fundar  un  convento  de  religiosas,  comen- 
zaron siendo  obispo  el  señor  Montero  del 
Águila;  pero  no  tenemos  prueba  directa  de 
ello.  Conocemos  las  que  hizo  durante  el  gobier- 
no del  siguiente  obispo,  don  Juan  de  Necolalde, 
que  nombró  vicario  suyo  a  Sarmiento.  Comen- 
zó éste  por  estudiar  el  asunto  con  algunos 
respetables  sacerdotes,  y  por  someterlo  a  la 
aprobación  del  obispo.  Fué  lo  primero  deter- 
minar qué  instituto  debía  escogerse;  que,  por 
lo  que  hace  a  la  base  de  la  fundación,  había 
acuerdo  unánime  en  que  ésta  no  podía  ser 
otra  que  el  beaterío  de  la  Ermita.  El  beaterío 
contaba  en  1720  con  buena  casa,  con  algunos 
fundos  y  con  las  simpatías  del  público,  que 
respetaba  a  las  beatas  y  las  socorría  con  lar- 
gueza: si  faltaba  dinero,  el  deán  llenaría  pron- 
to esa  necesidad.  El  número  de  recogidas  lle- 
gaba ese  año  a  veinte,  y  se  componía  de  per- 
sonas pertenecientes  a  familias  de  las  más 
respetables  de  la  diócesis. 

En  Febrero  de  1721  escribía  Sarmiento  una 


—  38  — 


estensa  carta  al  confesor  de  la  reina  en  Ma- 
drid, para  darle  a  conocer  sus  proyectos  de 
fundación,  y  para  decirle  que  se  había  resuelto 
traer  de  Barcelona  a  las  fundadoras:  éstas 
saldrían  de  las  religiosas  de  la  casa  de  María 
establecidas  en  esa  ciudad  (  i ).  Pedía  Sarmien- 
to al  confesor  de  la  reina  que  solicitara  del  rey 
la  licencia,  entonces  necesaria,  para  la  funda- 
ción deseada. 

Ayudaba  a  Sarmiento  el  provincial  de  los 
jesuítas,  P.  Manuel  Sancho  Granado,  el  cual 
escribió  también  una  importante  carta  al  con- 
fesor de  la  reina.  Le  recomendaba  encarecida- 
mente la  petición  del  deán,  y  le  daba  las  razones 
que  justificaban  y  exigían  la  pronta  realización 
de  tan  importante  proyecto.  El  P.  Granado 
asegura  que  Sarmiento  es  sujeto  digno  del 
mayor  aprecio  "por  sus  singulares  prendas  de 
virtud,  letras  y  celo  del  mayor  bien  de  las 
almas:  éste  le  mueve  a  solicitar,  a  sus  expen- 
sas, la  fundación  de  un  convento  de  Religiosa- 
debajo  de  la  regla  que  profesan  las  Religiosas 
del  nombre  de  María  en  la  ciudad  de  Barcelo- 
na." "Careze,  sigue  el  P.  Provincial,  este  Obis- 


(1)  Así  llama  a  esas  religiosas  una  carta  de  la  fecha:  cree- 
mos que  la  Congregación  a  que  se  alude,  es  la  de  la  Compañía 
de  María,  fundada  en  Barcelona  en  1650. 


—  39  — 


pado  de  la  Concepción  de  todo  Monasterio  de 
Religiosas,  por  cuia  causa  muchas  doncellas  a 
quien  Dios  llama  para  la  perfección  se  veen 
imposibilitadas  a  seguir  su  vocazión,  y  se 
malogran  sus  santos  deseos,  con  el  riesgo,  y 
con  el  peligro  de  lamentables  ruinas :  añádese 
a  esto  la  falta  de  buena  crianza  que  se  expe- 
rimenta en  estos  países  en  la  juventud,  la  que 
principalmente  lloramos  en  las  mujeres,  por- 
que les  falta  en  los  tiernos  años  la  enseñanza, 
que  les  dirija  hacia  la  virtud,  y  les  infunda  el 
santo  temor  de  Dios"  (i). 

No  sabemos  qué  resultado  tuvieron  las  car- 
tas de  Sarmiento  y  del  P.  Granado,  es  sí  cierto 
que  las  religiosas  barcelonesas  no  vinieron  a 
Concepción,  y  que  se  dieron  por  fracasadas  las 
gestiones  hechas  en  España  para  llevar  a  efec- 
to la  proyectada  fundación. 

Entre  tanto  se  fué  de  Concepción  en  1 724  el 
obispo  señor  Necolalde,  elevado  a  la  silla  arzo- 
bispal de  Charcas  o  la  Plata  (Bolivia),  y 
quedaba  gobernando  la  diócesis,  en  calidad  de 
vicario  capitular,  el  deán  Sarmiento.  Siguió 
éste  con  más  empeño  trabajando  en  favor  de 


(1)  Carta  del  P.  Manuel  Sancho  Granado,  de  28  de  Febre- 
ro de  1721. — Archivo  del  Arzobispado  de  Santiago,  vol.  37, 
pág.  212. 


-  40  — 


su  idea,  con  la  relativa  facilidad  que  le  daba 
su  cargo.  Pronto  llegó  el  nuevo  obispo,  don 
Francisco  Antonio  de  Escandón,  que  retuvo 
a  su  lado  a  Sarmiento  como  provisor  y  vicario 
general.  Con  el  nuevo  obispo  Sarmiento  iba  a 
dar  un  paso  más  para  la  realización  de  sús 
piadosos  deseos. 

Conocido  el  fracaso  de  los  empeños  hechos 
en  España  y  con  algunas  averiguaciones  he- 
chas acerca  de  los  monasterios  del  Perú,  Sar- 
miento se  decidió  por  traer  a  la  Ermita  a  las 
monjas  trinitarias  de  Lima.  Confirió  con  el 
obispo  sobre  el  particular,  y  el  prelado  aceptó 
la  elección  hecha  en  dichas  religiosas.  Con  la 
aprobación  del  obispo,  llegaba  para  Sarmiento 
el  caso  de  presentar  al  prelado  una  prueba 
suficiente  de  que  había  los  elementos  de  que 
necesitaba  el  beaterío  de  la  Ermita  para  su 
transformación  en  convento  regular.  Xo  había 
las  rentas  necesarias  para  asegurar  la  subsis- 
tencia de  las  futuras  religiosas:  decidióse  en- 
tonces Sarmiento  a  hacer  entrega  de  casi  todos 
sus  bienes  en  manos  del  obispo,  el  cual  acepto 
tan  generosa  oblación. 

En  Septiembre  de  1726  presentó  Sarmiento 
un  escrito  en  que  entregaba  al  obispo  las  si- 
guientes propiedades:  la  estancia  "Los  Reme- 
dios" o  "Pataguacó,"  situada  en  Rere,  de  valor 


-  41  — 


de  más  de  catorce  mil  pesos  y  que  producía 
"hasta  mil  arrobas  de  vino;"  el  fundo  "Rojas," 
situado  en  Rere,  de  valor  de  tres  mil  pesos ; 
un  fundo  de  cordillera,  en  La  Laja,  de  más  de 
cuatro  mi!  cuadras,  avaluado  en  tres  mil  pesos ; 
Ofrecía  además  todo  el  dinero  necesario  para 
costear  e!  viaje  de  las  religiosas  fundadoras 
desde  Lima  hasta  Concepción.  Y  por  último 
hacía  donación  de  un  curioso  crédito  por 
siete  mil  pesos  que  le  debía  el  difunto  obispo 
don  Martín  de  Hijar  y  Mendoza. 

Pobre,  como  buen  fraile  que  era,  no  tuvo  el 
obispo  cómo  venir  del  Perú  a  hacerse  cargo 
de  la  diócesis ;  el  canónigo  Sarmiento  acudió 
en  su  auxilio  y  le  prestó  cuatro  mil  pesos  para 
que  realizara  el  viaje.  Llegó  el  prelado  y  go- 
bernó casi  diez  años ;  pero  los  vivió  en  santa 
fraternidad  con  la  pobreza,  y  no  tuvo  con  qué 
pagar  lo  que  debia.  Murió  el  obispo  y  no  se 
halló  en  su  caja  dinero  alguno  con  que  costear- 
le el  entierro :  completó  el  deán  Sarmiento  el 
servicio;  y  así  como  prestó  dinero  para  que  el 
Sr.  Hijar  y  Mendoza  entrara  con  el  debido 
honor  a  Concepción,  así  prestó  ahora  tres  mil 
pesos,  para  que  los  restos  mortales  del  fallecido 
obispo  fueran  despedidos  de  este  mundo  con 
el  honor  correspondiente.  Esta  deuda  la  cedió 
Sarmiento  a  las  monjas,  las  cuales  la  cobraron 


—  42  — 


más  tarde,  y  consiguieron  que,  después  de  lar- 
gos años  y  de  incidentes  divertidos  y  cómicos, 
el  gobierno  nacional  les  pagara  su  crédito. 
Pagó  el  fisco  tomando  dinero  de  treinta  mil 
pesos  (|ue  el  tesoro  real  quedó  debiendo  al 
obispo,  al  cual  no  le  pagó  su  renta  de  tres  mil 
pesos  en  ninguno  de  los  diez  años  de  su  epis- 
c<  >]>udo. 

Aceptó  el  señor  Escandón  el  escrito  de  Sar- 
miento el  día  2  de  Septiembre  de  1726,  como 
consta  del  decreto  firmado  por  ambos  y  refren- 
dado por  el  secretario  episcopal  Julián  García 
Fernández :  y  el  mismo  día  se  hizo  escritura 
ante  el  notario  público  don  Francisco  Marín 
de  Poveda. 

Pocos  meses  después  en  15  de  Mayo  de  1727, 
moría  el  deán  Sarmiento,  dejando  como  here- 
deras de  sus  bienes  a  las  monjas  trinitarias. 
Su  testamento  no  estaba  legalizado,  y  esa 
circunstancia  dió  ocasión  a  un  ruidoso  pleito 
entre  las  monjas  y  los  parientes  del  testador, 
que  se  creían  herederos  ab  intestato :  una  tran- 
sacción, de  que  hablamos,  más  adelante  puso 
in  al  largo  juicio,  después  de  largos  años  de 
litigio. 

Si  bien  es  cierto  que  no  alcanzó  Sarmiento  a 
ver  fundado  el  monasterio  de  trinitarias,  lo  es 
sí  que  dejó  dispuesto  lo  necesario  para  fundar- 


—  43  — 


lo;  y  es  también  cierto  que  las  trinitarias  guar- 
dan con  veneración  y  gratitud  la  memoria  de 
Sarmiento,  a  quien  respetan  como  a  su  funda- 
dor .y  a  un  insigne  bienhechor. 

A  la  donación  antes  relatada,  agregaremos 
aquí  otra  adquisición  que  hizo  el  beaterío :  el 
fundo  o  chacra  "Palomares,"  que  aun  hoy 
posee  el  monasterio.  Una  ligera  ojeada  sobre 
lo  pasado  da  idea  de  la  constitución  de  la  pro- 
piedad rural  en  los  tiempos  de  nuestros  ma- 
yores. 

El  presbítero  don  Juan  León  de  la  Barra 
vendió  al  beaterío  de  la  Santísima  Trinidad  de 
la  Ermita  500  cuadras  de  suelo  en  Palomares, 
por  el  cajón  o  valle  del  Andalién,  en  $  550  de 
oro  corriente.  Aceptó  la  venta  el  síndico  de  la 
casa,  presbítero  don  Nicolás  de  Alderete,  en 
escritura  firmada  ante  el  notario  don  Juan 
Vásquez  de  Novoa  el  26  de  Abril  de  1726.  El 
vendedor,  presbítero  de  la  Barra,  era  el  cuarto 
dueño  que  había  tenido  el  fundo.  Don  Alonso 
de  Rivera,  siendo  presidente  de  la  nación,  "dió 
en  encomienda"  al  capitán  Juan  Benavides  y 
Lara,  por  los  años  161 2  de  una  "suerte  de  tie- 
rras libres"  en  Andalién  población  indígena 
de  los  Palomares.  Benavides  perdió  los  títulos 
originales  de  su  "encomienda"  en  una  salida 
del  mar  en  Concepción :  se  los  renovó  el  presi- 


—  44  — 


dente  don  Diego  Coello  y  Pacheco,  marqués 
de  Navamorquende  en  13  de  Julio  de  [669, 
con  intervención  del  notario  público  don  Pedro 
Ampuero  Barba.  El  capitán  don  Pedro  de  la 
P>arra,  nieto  de  Benavides,  heredó  Palomares, 
y  de  una  parte  del  fundo  dejó  de  heredero  a  su 
hijo,  el  presbítero  clon  Juan  León  de  la  Barra. 
Éste  lo  vendió  al  beaterío,  cuyos  representantes 
son  hoy  las  monjas  trinitarias,  dueñas  de  Pa- 
lomares. 1.a  tasación  municipal  fijó  este  año  en 
cien  mil  pesos  el  valor  del  fundo. 


CAPÍTULO  III 


Siguen  los  trabajos  para  fundar  el  monasterio. 

La  muerte  de  Sarmiento  no  entorpeció  la  marcha 
del  proyecto  de  fundación:  las  autoridades  y  el  pú- 
blico se  proponen  realizarla:  Escribe  el  Sr.  Escandón 
al  rey  pidiendo  la  real  venia  para  fundar:  escriben 
el  presidente  Cano  de  Aponte,  la  Real  Audiencia  y 
los  dos  cabildos  de  la  ciudad. — Se  envía  a  Madrid  una 
información  con  todo  lo  que  el  rey  necesitaba  para 
resolver:  todo  lo  prepara  el  síndico  y  capellán  don 
Nicolás  de  Alderete:  intervienen  todos  los  funciona- 
rios públicos  de  Concepción :  curiosos  inventarios  de 
los  bienes  del  beaterío. — Se  va  el  Sr.  Escandón  a 
Lima  de  arzobispo :  arregla  la  venida  de  las  religiosas 
fundadoras:  el  nuevo  obispo,  señor  Bermúdez  y  Be- 
cerra las  quiso  traer;  pero  no  lo  consintió  el  virrey: 
el  sucesor  de  éste  las  permite  salir  y  se  vienen  con  el 
comisionado  de  Concepción. — Llegan  a  Concepción 
las  tres  fundadoras :  se  las  lleva  al  beaterío:  se  hace 
la  fundación  y  ios  nombramientos  de  regla.  Advoca- 
ción con  que  se  fundó  el  convento.— Personas  que 
pasan  del  beaterío  al  monasterio :  dos  interesantísimos 
casos  de  longevidad,  una  religiosa  de  150  años  y  otra 
de  170  años. — Qué  era  la  corporación  nueva  que  se 
establecía  en  Conceción:  el  monasterio  de  Madrid:  el 
monasterio  de  Lima. — Importancia  de  la  nueva  casa 
trinitaria:  bienes  que  trae  a  sus  mismos  sujetos  y  a 
la  sociedad. 


—  A<S  — 


Aunque  no  hubiera  sido  tan  activo  el  trabajo 
de  Sarmiento,  la  sociedad  de  Concepción  estaba 
ya  vivamente  interesada  en  que  la  idea  del 
fallecido  deán  se  llevara  a  la  realización.  El 
obispo  señor  Escandón,  los  cabildos  eclesiásti- 
co y  civil,  la  Real  Audiencia  y  el  presidente  de 
la  nación  aunaron  sus  esfuerzos  y  se  propu- 
sieron alcanzar  la  fundación  del  monasterio  de 
trinitarias. 

En  15  de  Febrero  de  1729  escribía  el  obispo 
al  rey  una  carta,  tomando  la  iniciativa  en  esta 
nueva  fase  de  la  piadosa  campaña,  por  ruego 
y  encargo  de  las  beatas  de  la  Ermita.  Desde  el 
año  de  1724  que  llegué,  dice  el  obispo,  a  servir 
esta  Santa  Iglesia  y  Obispado,  extrañé  con  no 
poca  admiración,  que  en  todo  él,  siendo  tan 
antiguo  y  tan  dilatado,  no  hubiese,  como  no  lo 
hay,  un  monasterio  de  religiosas  en  que  las 
mujeres  se  pudiesen  consagrar  a  Dios  en  per- 
petua Castidad  y  Religión.  Estando  privada 
esta  Diócesis  de  una  parte  tan  necesaria,  tan 
útil  y  tan  hermosa  de  la  jerarchia  eclesiástica 
de  que  no  se  compone  el  Sagrado  Venerable 
Cuerpo  de  la  Cathólica  Iglesia.  Y  negadas  sus 
hijas  a  poder  seguir  el  estado  perfecto  de  Re- 
ligión, desgracia  que  me  persuado  no  la  pade- 
cería otro  alguno  de  los  Obispados  que  se 
contienen  en  la  dilatadísima  y  cathólica  monar- 


—  47  — 


chía  de  V.  Magd."  Habla  el  obispo  del  beaterío, 
cree  que  ya  se  le  puede  elevar  a  monasterio  y 
pide  para  ello  la  licencia  del  soberano:  hay, 
dice,  suficiente  personal  "quinze  mugeres  Don- 
cellas y  Viudas  de  las  más  honrradas  familias 
de  este  Obispado,  recogidas  en  su  clausura  y 
empleadas  en  las  alabanzas  divinas,  viviendo 
en  observancia,  oración  y  penitencia,  con  voto 
simple  que  hacen  de  castidad  y  pureza,  según 
una  regla  que  les  he  formado  para  los  exerci- 
cios  de  su  vida,  siendo  oy  esta  comunidad  en 
cuias  oraciones  afianza  esta  ciudad  el  logro 
de  las  divinas  misericordias." 

Sigue  el  obispo  diciendo  que  el  beaterio  tiene 
el  auxilio  del  pueblo  que  los  socorre,  14  mil 
pesos  "colocados  en  fincas  seguras"  y  la  dona- 
ción Sarmiento,  que  ya  conocemos.  En  cuanto 
a  casa,  dice  el  obispo,  "hay  adelantado  el  tener 
Iglesia  muy  capaz  y  adornada,  surtida  de  ala- 
jas  y  ornamentos  muy  decentes  para  el  divino 
culto :  Coro  y  casa  fabricada  en  forma  regular, 
bastantemente  capaz  y  acomodada,  en  sitio 
muy  sano  y  muy  desahogado  para  la  vivienda 
religiosa." 

"Por  todo  lo  cual,  sigue  el  obispo,  en  cum- 
plimiento de  mi  desseo,  y  de  todo  este  Obispado 
y  en  execución  del  encargo  de  dho.  Deán  di- 
funto, suplico  rendidamente  a  V.  Magd.  sea 


—  48  — 


servido  de  conceder  su  real  licencia  para  que 
en  dicho  Beaterío  se  funde  un  monasterio  de 
religiosas  de  Regla  aprobada  por  la  Iglesia,  o 
bien  sea  de  trinitarias  descalzas,  o  de  otro 
Instituto  de  Recolección  de  que  se  puedan 
conseguir  fundadoras  en  estas  partes.  Debien- 
do yo  asegurar  a  V.  Magd.  que  será  ésta  una 
obra  de  mucha  honrra  y  gloria  de  Dios  nro. 
Señor,  de  singular  lustre  y  consuelo  de  esta 
ciudad  y  Obpado.  y  de  gran  útil  y  convenien- 
cia espiritual  y  temporal  de  todo  él." 

Acompañaba  el  obispo  un  detallado  estudio 
de  cuanto  necesitaba  tener  en  vista  el  rey  para 
fallar  en  el  asunto,  especialmente  de  las  utili- 
dades y  ventajas  de  la  obra;  y  también  de  las 
desventajas  que  presentaban  las  circunstancias 
de  ser  Concepción  puerto  de  mar,  expuestos  a 
las  incursiones  de  los  corsarios  y  a  las  irrup- 
ciones de  los  indígenas.  Iban  las  escrituras  y 
títulos  que  necesitan  el  Consejo  de  Indias  y  el 
fiscal  real  para  dar  su  juicio  con  acierto. 

A  la  carta  anterior  se  agregó  otra  del  pre- 
sidente don  Gabriel  Cano  de  Aponte,  tan  deci- 
dora como  la  del  obispo:  otras  de  la  Real  Au- 
diencia y  de  los  cabildos  de  Concepción,  que 
apoyaban  calorosamente  la  petición. 

Entre  los  documentos  enviados  a  Madrid  iba 
un  "estado"  completo  de  los  bienes  que  poseía 


—  49  — 


el  Beaterío.  Estudiando  el  "estado"  se  entiende 
el  interés  con  que  se  quiso  asegurar  el  logro 
de  los  generales  deseos,  pues  trabajaron  en 
confeccionarlo  las  personas  más  respetables  de 
la  ciudad,  como  pasamos  a  decirlo.  El  síndico 
del  Beaterío,  presbítero  don  Nicolás  de  Alde- 
rete,  pide  al  vicario  general  del  obispado,  don 
Angel  de  Echeandía,  que  reciba  información 
sobre  qué  bienes  posee  el  Beaterío,  "y  assí 
mismo  de  que  en  esta  ciudad  y  Obispado  no 
hay  convento  alguno  de  Religiosas,  y  que  será 
de  gran  consuelo,  y  utilidad  de  toda  la  Dióce- 
sis, y  especialmente  de  esta  ciudad  que  dho. 
Beaterío  pase  a  ser  monasterio  de  regla  apro- 
bada." 

Uno  de  los  testigos  de  la  información,  don 
Manuel  de  Salamanca,  Maestre  de  Campo  y 
Gobernador  de  Armas,  declaró  que  el  Beaterío 
tenía  los  siguientes  bienes:  ''las  casas  en 
que  vivía  el  obispo,  "porque  no  había  otras 
mejores  y  más  proporcionadas  para  la  Digni- 
dad, "casas  que  ganan  doscientos  pesos  de 
cánon  anual  y  valdrán  hasta  nueve  o  diez  mil 
pesos;"  2°,  tres  estancias  en  Rere:  Remedios 
o  Pataguacó,  Rozas  y  la  Cordillera,  que  val- 
drán veintiún  mil  pesos;  3.0,  Palomares,  que 

valdrá  mil  quinientos  pesos;  4.0,  14  o  15  casillas 
4 


—  50  - 


o  ranchos  al  rededor  del  Beaterío,  que  valdrán 
por  todo  unos  dos  mil  pesos;  5.",  la  casa  en  que 
viven  las  beatas,  que,  "según  es  pública  voz  y 
fama,  fabricó  el  Sr.  I).  Diego  Montero  del 
Águila,  y  "que  está  contigua  y  unida  con  una 
Tglesia  muy  capaz  en  que  se  venera  la  milagro 
sa  Imagen  de  tira.  Señora  de  la  Hermita,  Pa- 
trona  y  Abogada  de  esta  ciudad;"  "valdrá 
todo,  casa  e  iglesia,  unos  veinte  mil  pesos." 

Además  de  Salamanca  declararon  el  sargen- 
to mayor  don  Pedro  de  Córdoba  y  Figueroa 
los  comisarios  generales  don  José  de  Mendoza 
v  Alonso  de-  Guzmán  y  Peralta,  los  capitanes 
don  Pedro  Llórente  y  don  Antonio  González 
Barriga. 

Las  firmas  que  en  la  información  pusieron 
el  vicario  Echeandía  y  su  notario,  don  Fran- 
cisco Marín  de  Poveda,  fueron  certificadas  pol- 
los tres  notarios  que  había  en  la  ciudad:  nota- 
rio de  Gobierno,  don  Tomás  Valdés;  notario 
público  y  de  Cabildo,  don  José  Bernal ;  notario 
público  don  Juan  Basquez  de  Novoa. 

Alderete  pidió  al  alcalde  ordinario  de  primer 
voto,  don  Carlos  de  Sotomayor,  que  ordenara 
a  los  Oficiales  Reales  de  Contaduría  que  certi- 
ficaran los  censos  que  se  reconocían  a  favor 
del  Beaterío  v  la  propiedad  de  otros  bienes 


-  51  — 


que  poseía  la  casa  (i).  Y  para  asegurar  más 
aún  la  efectividad  y  valor  de  los  títulos  del 
beaterío,  el  fiscal  eclesiástico,  presbítero  Fran- 
cisco Javier  Jáuregui,  pidió  que  a  las  certifica- 
ciones ya  hechas  se  agregara  la  del  Oidor  de 
la  Real  Audiencia  residente  en  Concepción,  y 
la  de  los  que  que  por  cualquier  razón  hacían  el 
papel  de  jueces. 

El  más  importante  y  práctico  de  los  certifi- 
cados e  informes  fué  el  que  dió  la  Real  Au- 
diencia. Dicen  el  presidente  y  oidores  que  todos 
conocen  personalmente  a  Concepción ;  que  les 
consta  la  existencia  de  todos  los  bienes  que  se 
apuntan  en  los  estados  remitidos  por  el  síndico 
Alderete;  que  vendrá  muy  bien  la  fundación 
y  que  no  hay  peligro  de  invasión  de  corsario, 
porque  es  fácil  defenderse  de  ellos,  ni  de  in- 
cursión de  los  indígenas,  "porque  va  no  incur- 
sionan."  Firman  el  informe  Gabriel  Cano  de 


( I )  Los  siguientes  censos  aparecen  en  una  lista  que  con- 
tiene parte  de  la  labor  de  Oficiales  Reales:  Domingo  Jara 
Villaseñor  reconoce  un  capital  de  §  '¿00;  Antonio  Vargas, 
$  120;  Justo  Rodríguez,  $  10<>;  Juana  Morales,  $  80;  Gabriela 
Suárez  qe  Figueroa,  $  120;  Capitán  Pedro  Pardo,  $  100;  Jose- 
fa Urenda,  $  120;  Rosa  Salas,  $  200;  María  Idalgo,  $  120; 
Felipa  Monardes,  $  100;  Juan  de  Rivadeneira,  $  60;  Josefa  de 
León,  $  100;  María  Gálvez,  $  100:  1  arriendo  de  tres  sitios 
vacíos,  avaluados  en  $  300. — Biblioteca  Nacional,  R.  Audien. 
cia,  Vol.  2.8Í)2. 


Aponte,  Francisco  Sánchez  de  Barreda,  .Mar- 
tín de  Recabarren,  Juan  del  Canal  y  Calvo  de 
la  Torre  y  Manuel  G.  de  Jáuregui  v  Valle. 

Entre  los  documentos  enviados  a  Madrid 
iba  el  inventario  de  los  objetos  y  útiles  de  la 
iglesia  y  sacristía.  Es  rico,  y  muestra  el  espí- 
ritu de  piedad  de  los  fieles,  que  habían  ido  en- 
riqueciendo el  santuario  de  la  Ermita  con 
tanta  generosidad  (i). 

Se  recibieron  en  Madrid  todos  los  documen- 
tos remitidos  y  pasaron,  como  era  práctica 
allí,  al  Consejo  de  Indias  para  información  y 
voto.  Fué  nombrado  Relator  del  sumario  el 
Licenciado  Escandón,  el  cual,  después  de  dete- 
nido estudio,  dió  minuciosa  cuenta  del  expe- 


(1)  Para  muestra  damos  algunos  de  los  objetos  inventaria- 
dos: una  custodia  de  plata  dorada,  con  perlas  y  piedras  pre 
ciosas;  3  cálices  de  plata;  diez  candelabros  de  plata;  6  pares 
de  sacillos  de  oro  y  perlas  de  la  Virgen  de  la  Ermita;  varios 
pares  de  manillas  de  perlas;  una  cadena  de  oro  con  cruz  de 
esmeraldas;  9  sortijas  de  oro,  una  de  diamante  y  ocho  con 
esmeraldas;  tres  joyas  más,  de  oro;  once  mantos  de  N.a  Se- 
ñora; 2  de  tisú.  5  de  brocato,  2  de  lana,  2  de  seda;  siete  túni- 
cas de  seda;  tres  pilas  en  las  puertas;  12  vasos  de  la  China, 
que  adornan  el  altar  mayor;  14  sillas  de  vaqueta  aprensada  y 
tres  forradas  de  terciopelo  carmesí  con  clavazón  dorada  y 
franjas  de  oro;  1*5  alfombras;  un  arpa;  una  guitarra;  cuatro 
campanas,  tres  grandes  en  la  torre  y  la  de  comunidad;  y  todo 
lo  necesario  para  el  culto. — Biblioteca  Nacional —  Real  Au- 
diencia, Vol.  2892. 


—  53  — 


diente  el  14  ele  Agosto  de  1730,  y  proponía  que 
se  indicara  al  rey  que  accediera  a  lo  que  se  le 
pedía  desde  Concepción.  El  Consejo  aceptó  el 
parecer  del  Relator  y  pidió  al  soberano  que 
mandara  extender  decreto  de  concesión. 

Antes  de  proceder,  pidió  el  rey  informe  al 
confesor  de  la  reina.  Opinó  favorablemente  ese 
eclesiástico,  y  entonces  el  monarca,  Felipe  V, 
escribió  al  pie  del  informe  del  Consejo.  "Como 
os  parece,"  y  mandó  extender  la  licencia,  la 
cual  se  contiene  en  la  real  cédula  de  22  de  No- 
viembre de  1730,  que  fué  remitida  a  Concep- 
ción y  a  Lima  para  su  cumplimiento. 

Mientras  esos  asuntos  se  tramitaban  en 
Madrid,  el  obispo  señor  Escandón,  salió  de  la 
diócesis  y  naso  a  ocupar  la  de  Tucumán  (Cór- 
doba de  la  Argentina) ;  de  aquí  salía  para 
Ouito  y,  yendo  de  camino,  fué  hecho  arzobispo 
de  Lima,  adonde  llegaba  en  1732.  Con  más 
empeño  que  antes  procuró  el  Sr.  Escandón 
acelerar  la  fundación  tan  deseada,  y  arregló 
con  las  trinitarias  de  Lima  todo  lo  necesario 
para  que  partieran  a  Chile  las  fundadoras. 

Todo  estaba  listo,  y  lo  único  que  faltaba, 
buque,  se  proporcionó  de  manera  inopinada. 
Llegó  a  Lima,  de  paso  para  Concepción,  el 
señor  don  Salvador  Bermúdez  y  Becerra, 
nombrado  obispo  en  reemplazo  del  Sr.  Escan- 


—  54  — 


don.  Lo  había  consagrado  don  Andrés  de  Pa- 
redes, el  mismo  que' había  sido  nombrado  para 
Concepción,  y  que  no  alcanzó  a  partir  a  su 
diócesis,  porque  antes  recibió  nombramiento 
para  Quito.  Tenia  ya  el  Sr.  Bermúdez  y  Bece- 
rra en  el  Callao  el  barco  en  que  debía  irse  a 
Concepción :  en  esta  embarcación  irían  también 
las  religiosas  trinitarias  designadas  para  fun- 
dadoras. 

Fijado  el  día  de  la  partida,  la  superiora  del 
monasterio  pidió  al  virrey  su  venia  para  que 
pudieran  salir  de  la  clausura  las  religiosas  y 
embarcarse  para  Concepción.  El  virrey,  don 
José  de  Armendariz,  marqués  de  Castelfuerte, 
negó  el  permiso  solicitado  y  frustró  así  cuantos 
trabajos  se  tenían  hechos  en  favor  de  la  anhe- 
lada fundación :  el  obispo  señor  Bermúdez  se 
marchó  a  Chile  sin  llevar  sus  monjas,  y  éstas 
se  quedaron  llorando  la  desgracia  de  haber 
perdido  ocasión  tan  favorable  de  hacer  su 
viaje  en  compañía  tan  interesante,  como  era  la 
del  obispo  y  sus  acompañantes. 

,E1  marqués  escribió  a  Madrid,  dando  cuen- 
ta de  lo  obrado  y  de  los  motivos  que  lo  induje- 
ron a  no  permitir  la  partida  de  las  religiosas. 
Creyó  justificarse  ante  el  monarca,  asegurando 
que  había  peligros  en  la  pretendida  fundación, 
y  que,  aunque  no  los  hubiera,  no  era  prudente 


fundar  más  conventos  en  el  virreinato:  a  lo 
que  agregaba  que  él  no  tenía  conocimiento  del 
asunto  y  no  sabía  si  se  contaba  con  lo  necesario 
para  asegurar  la  vida  del  nuevo  monasterio. 

Junta  con  la  carta  del  marqués  iba  otra  del 
arzobispo,  Sr.  Escandón,  que  puso  las  cosas 
en  su  lugar  y  comunicaba  al  rey  las  verdaderas 
causas  de  la  conducta  de  Armendáriz.  El  mar- 
qués, según  el  obispo,  era  hombre  arbitrario, 
que  tenía  concepto  errado  acerca  de  la  exten- 
sión de  su  autoridad,  y  que  en  el  caso  actual 
sucede  que  "las  órdenes  de  Vuestra  Magestad 
se  embarazan  por  solo  el  capricho  de  un  hom- 
bre, que  mira  con  declarado  ceño  el  estado 
eclesiástico  y  religioso".  Ambas  cartas  eran 
de  Mayo  de  1734. 

Mala  acusación  era  la  que  el  arzobispo  hacía 
al  virrey:  tildarlo  de  incrédulo  y  antirreligioso 
ante  el  monarca,  era  socavar  la  base  de  su  silla 
de  mandatario,  pues  la  corte  de  Madrid  era 
católica  y  no  se  toleraba  frecuentemente  a  un 
impío  en  los  puestos  públicos.  No  sabemos  si 
sería  por  este  motivo,  pero  es  lo  cierto  que  al 
año  después,  y  precisamente  cuando  se  recibie- 
ron en  Madrid  las  dos  cartas  que  sabemos  se 
decretó  la  remoción  del  virrey  y  se  le  daba 
como  sucesor  a  don  José  Antonio  de  Mendoza, 
marqués  de  Villagarcía.  El  soberano  enviaba 


poco  después  instrucciones  al  nuevo  virrey 
para  que  estudiara  mejor  el  asunto;  y,  si  era 
necesario,  que  no  ejecutara  la  cédula  ;  pero  esas 
instrucciones  llegaron  inoportunamente  a  su 
destino.  El  virrey  llegó  a  Lima  el  4  de  Enero 
de  1736;  y  tan  pronto  comenzó  a  entender  en 
los  asuntos  de  gobierno,  el  arzobispo  le  presen- 
tó la  real  cédula  de  22  de  Noviembre  de  1730, 
en  que  el  rey  daba  su  beneplácito  para  la  fun- 
dación del  monasterio  de  trinitarias  en  Con- 
cepción. El  virrey,  sin  más  auto  ni  traslado, 
ejecutó  la  cédula  y  dio  la  licencia  acostumbra- 
da. Las  religiosas  fundadoras,  en  el  primer 
navio  que  tuvieron  a  la  mano,  se  embarcaron 
para  Chile,,  talvez  en  el  mismo  mes  de  Enero 
y  llegaron  sin  novedad  a  Concepción. 

De  ello  daba  cuenta  el  virrey  al  soberano  en 
carta  de  28  de  Julio  de  1736  y  le  dice  que  las 
instrucciones  llegaron  tarde  y  que  a  la  fecha 
"procedió  el  muy  reverendo  arzobispo  a  dis- 
poner que  se  nombrasen  las  Fundadoras  de  las 
religiosas  del  monasterio  de  Trinitarias  des- 
calzas de  esta  ciudad,  y  que  se  embarcasen 
para  el  puerto  de  la  Concepción ;  que  todo  se 
hizo  a  disposición  de  este  Prelado  en  muy  bre- 
ve tiempo ;  y  ha  muchos  días  que  se  tiene  noti- 
cia de  que  están  en  aquella  ciudad,  tratando 
de  executar  próximamente  su  fundación." 


No  tenemos  mayores  noticias  acerca  del 
viaje  de  las  fundadoras,  ni  de  su  llegada  a 
Concepción.  Según  cuenta  un  historiador  na- 
cional de  ese  siglo,  "el  obispo  señor  Bermudez 
i  Becerra  comisionó  al  licenciado  don  Luis  de 
Quevedo  i  Ceballos  para  que  pasase  a  la  ciudad 
de  Lima  a  pedir  fundadoras,  i  condujo  a  las 
señoras  doña  Francisca  de  San  Gabriel,  doña 
Ana  Josefa  de  la  Santísima  Trinidad  i  doña 
Margarita  de  San  Joaquín"  (i). 

Estas  religiosas  fueron  recibidas  en  Concep- 
ción con  grandes  manifestaciones  de  júbilo  y 
el  día  de  su  llegada  fué  de  grandes  fiestas : 
¡hacía  tantos  años  que  la  sociedad  entera  vivía 
con  la  gran  preocupación  de  tener  monjas  en 
la  ciudad,  y  eran  grandes  los  deseos  que  a 
todos  dominaban  de  ver  mejor  honrada  la 
bendita  imagen  de  la  Virgen  de  la  Ermita ! 

Había  a  la  fecha  en  el  Beaterío  trece  beatas 
y  la  superiora,  doña  Rita  de  Santa  Gertru- 
dis (2). 

"Estas  señoras  religiosas,  i  trece  beatas  con 
su  superiora,  la  señora  Rita  de  Santa  Jertru- 

(1)  Carvallo  i  Goyeneehe.  tt.er  tomo  de  su  Historia  de  Chi- 
le, pág.  100. 

(2)  Creemos  que  esta  superiora  era  doña  Rita  Rodríguez, 
a  quien  el  Deán  Sarmiento  le  pagó  dote  de  beata  $  500,  por 
los  años  de  1721. 


—  08  — 


dis,  dice  el  historiador  antes  citado,  se  presen- 
taron, el  siete  de  febrero  de  1736,  en  la  iglesia 
de  la  Conpañia  de  Jesús,  i  acompañadas  del 
reverendo  obispo,  i  señores  dignidades,  i  pre- 
bendados del  clero,  i  religiosos,  i  del  ayunta- 
miento, nobleza  i  pueblo  fueron  conducidos  al 
beaterío."  Aquí  quedaron  instaladas  las  reli- 
giosas, en  calidad  de  huéspedes,  hasta  tanto 
se  practicaban  los  actos  legales  y  canónicos 
para  la  erección  del  monasterio. 

"El  26  de  setiembre  del  mismo  año,  dice  el 
citado  historiador,  se  le  dió  clausura,  i  título 
de  monasterio,  i  nombró  el  ilutrísimo  prelado 
a  la  señora  doña  Francisca  de  San  Gabriel 
para  ministra,  a  la  señora  doña  Ana  Josefa 
de  la  Santísima  Trinidad  para  vicaria,  i  a  la 
señora  doña  Margarita  de  San  Joaquín  para 
maestra  cíe  novicias." 

Bajo  qué  advocación,  de  Misterio  o  Santo, 
se  fundó  el  nuevo  monasterio,  no  lo  podemos 
deducir  de  documentos  que  lo  digan  ex  profes- 
so ;  pero  sí  lo  sacamos  de  varios  escritos  que 
hemos  visto  de  las  primeras  autoridades  que 
hubo  en  la  casa.  La  primera  Ministra  encabeza 
varias  presentaciones  al  Gobierno,  así :  "Sor 
Francisca  de  San  Gabriel,  Ministra  del  monas- 
terio de  Irinitarias  descalzas  de  Nuestra  Seño- 
ra de  la  Natividad  y  Señor  San  José."  Es  de- 


—  59  — 


cir,  que  la  Virgen  de  la  Ermita,  María  de  la 
Natividad,  era  siempre  la  Patrona  y  Señora 
de  la  nueva  familia  que  seguía  dispensándole 
los  cuidados  de  antes  y  rindiéndole  un  culto 
todavía  más  agradable  que  el  de  otro  tiempo. 

Entre  las  beatas  que  entraba  ahora  a  vivir 
en  la  clausura  de  un  monasterio,  para  comen- 
zar su  preparación  a  la  vida  religiosa,  estaba 
doña  Ana  Monarde,  la  primera  superiora  del 
beaterio  cuando  le  dió  forma  el  obispo  don 
Diego  Montero  del  Aguila  (i). 


(1)  Como  una  curiosidad  damos  aquí  lo  que  tiene  escrito 
«1  historiador  Carvallo  Goyeneche  a  continuación  de  los  pá- 
rrafos que  arriba  dejamos  transcritos.  "La  señora  doña  Ana 
Monarde,  que  tomó  el  nombre  de  Ana  de  la  Santísima  Trini 
dad,  oraba  en  coro  por  la  erección  de  su  beaterio  en  monaste- 
rio i  se  le  presentaron  tres  lunas,  que,  a  poco  rato  de  la  visión, 
fueron  desapareciendo  por  el  mismo  orden  que  las  tres  fun. 
dadoras.  ¡>e  le  ocultó  la  segunda  luna,  que  representaba  a  la 
madre  vicaria,  i  fué  la  primera  que  faltó  regresando  a  su 
monasterio  de  la  ciudad  de  Lima.  Luego  se  ocultó  la  tercera 
luna  que  representaba  a  la  maestra  de  novicias,  que  fué  la 
primera  que  falleció  en  este  monasterio  de  las  dos  fundadoras 
•que  quedaron,  i  después  la  primera  luna,  que  figuraba  a  la 
madre  ministra  que  también  falleció  en  el  mismo  monasterio." 

"Aun  hubo  otro  prodigio.  Tenían  en  el  huerto  dei  beaterio 
un  boldo,  árbol  de  tanta  corpulencia  como  el  laurel,  i  no  dió 
fruto  hasta  el  año  de  la  creación  del  monasterio,  i  el  que  dió 
entonces,  i  siguió  dando,  tenía  bastante  particularidad,  por- 
que los  árboles  de  su  especie  dan  el  fruto  en  racimos  de  seis 
.a  ocho  granos,  i  este  le  daba  de  tres,  sin  que  hallase  en  él 
alguno  que  tuviese  mas  o  ménos." 


—  60  - 


Había  también  en  el  beaterío  dos  hermanas 
legas,  que  quedaron  en  el  monasterio  y  figuran 
en  sus  anales  como  caso  singular  de  longevi- 
dad, probablemente  único  en  la  historia  de  las 
comunidades  religiosas  de  Chile. 

Una  y  otra  conocieron  los  tres  siglos,  17, 
18  y  [9,  y  fueron  testigos  y  actores  en  las  cinco 
grandes  o  marcadas  fases  que  ha  tenido  el 
monasterio,  a  saber:  la  de  simple  reunión  de 
mujeres  recogidas  para  hacer  vida  piadosa  y 
cuidar  de  la  Ermita ;  la  de  beaterío  organizado 
por  el  Sr.  Montero  del  Aguila;  la  de  monaste- 
rio, fundado  canónicamente  por  el  Sr.  Bermu- 
dez  v  Becerra;  la  de  su  traslación  desde  Penco 
3.  Concepción  en  1765,  ocasionada  por  el  terre- 
moto de  1751 ;  y  la  de  restauración,  como  suele 
llamarse  a  la  semi-resurrección  que  tuvo  lugar 
en  1822,  después  de  la  vuelta  de  la  emigración 
a  la  Araucanía  que  hicieron  las  trinitarias 
durante  la  guerra  de  la  independencia  nacio- 
nal, y  de  que  se  hablará  más  adelante. 

Eran  ellas  las  Hermanas  Bernarda  de  San 
Ignacio  y  la  Hermana  Rosa  de  los  Dolores :  la 
primera  entró  como  recogida  el  año  17 10, 
siendo  de  veinte  años  de  edad,  y  murió  el  12 
de  Octubre  de  1840,  a  los  150  años  de  edad; 
y  la  segunda,  Hermana  Rosa,  entró  al  beate- 
río en  1708,  siendo  de  40  años  de  edad,  y 


—  61  — 


murió  el  26  de  Julio  de  1836,  a  los  170  años 
de  edad.  Estos  dos  casos  de  longevidad  son 
perfectamente  ciertos  y  están  claramente  com- 
probados en  forma  que  hace  absoluta  fe.  A 
la  peregrinación  de  la  Araucanía  de  181 8 
fueron  estas  hermanas,  de  cuya  larguísima 
edad  daban  testimonio  vivo  varias  religiosas, 
viejísimas  también,  que  las  conocieron  al 
tiempo  de  la  fundación  del  monasterio  en 
1736. 

Quedaba  fundado  el  convento  de  trinitarias 
descalzas,  primer  monasterio  que  se  fundaba 
en  la  diócesis  de  Concepción  y  único  de  su 
orden  hasta  hoy  en  Chile.  La  fundación  tuvo 
todos  los  caracteres  de  las  obras  de  Dios:  su 
base  o  principio  fueron  la  pobreza  y  las  con- 
tradicciones, y  su  desarrollo  y  fin  la  constitu- 
yeron la  caridad,  los  sufrimientos  y  la  cons- 
tancia generosa  y  la  humildad  de  sus  crea- 
dores. 

Ligados  a  la  fundación  quedaron  principal- 
mente los  nombres  del  deán  don  Domingo 
Sarmiento,  de  los  obispos  don  Diego  Montero 
del  Águila,  don  Francisco  Antonio  de  Escan- 
dón  y  don  Salvador  Bermudez  y  Becerra ;  de 
don  Nicolás  Alderete  y  de  doña  Ana  Monarde. 
Todos  ellos,  y  tantas  otras  personas  que  coo- 
peraron en  la  labor,  habrán  visto  desde  el  cielo 


—  62  — 


los  abundantes  y  sazonados  frutos  de  virtud 
y  santidad  que  ha  venido  produciendo  este 
plantel  hermoso,  bendecido  por  Dios  y  cuidado 
con  esmero  por  los  obispos  y  por  el  pueblo, 
(|ue  lo  ha  tenido  como  cosa  (  i )  propia  y  al 
cual  ha  profesado  siempre  veneración  y  ca- 
riño. 

¿Qué  era  la  nueva  corporación  que  tomaba 
arraigo  en  Concepción?  Era  una  rama  de  la 
insigne  "Orden  de  la   Santísima  Trinidad  de 
Redención  de  Cautivos"   fundada  "por  dos 
Franceses:  Juan  de  Mata,  presbítero  tan  emi- 
nente por  su  erudición  como  por  su  virtud,  y 
Félix   de   Valois,   oriundo  de   sangre  real." 
Aprobó  la  Orden  el  papa  Inocencio  III  en 
i  [98,  dándoles  el  nombre  de  trinitarias  y  fi- 
jándoles como  grande  fin  la  redención  de  los 
cautivos:  "aceptaban  los   trinitarios  el  com- 
promiso de  consagrarse  a  redimir  los  cristia- 
nos que  gemían  bajo  el  yugo  de  la  esclavitud 
sarracena,   va  con  limosnas,  ya  también  con 
el  producto  de  los  bienes  de  la  Orden,  y  en 
último  caso  entregándose   ellos   mismos  en 
sustituición  de  los  redimidos.  El  hábito  de  la 


(1)  En  el  Apéndice  damos  una  brev'sima  reseña  de  la  pri- 
mera casa  de  religiosas  que  hubo  en  la  Diócesis,  en  Osorno 
por  los  años  de  15G8. 


—  63  - 


Orden  era  blanco,  con  una  cruz  azul  y  encar- 
nada en  el  pecho"  (i). 

Algunos  siglos  después  se  fundó  un  conven- 
to trinitario  para  mujeres  en  Madrid.  Comen- 
zó la  fundación  a  fines  del  siglo  16  o  a  princi- 
pios del  17.  Tomando  la  Regla  de  los  trinita- 
rios, las  monjas  de  Madrid  arreglaron  unas 
Constituciones,  a  las  cuales,  con  aprobación 
del  arzobispo  de  Toledo,  se  sometieron  por  vía 
de  prueba,  y  habiéndolas  juzgado  buenas, 
pidieron  al  Papa,  por  intermedio  de  la  Minis- 
tra Sor  Inés  de  la  Concepción,  que  la  aprobara 
definitivamente.  El  Papa  Urbano  VIII,  estu- 
diado el  asunto,  decretó,  el  22  de  Agosto  de 
1624:  ''Por  autoridad  apostólica  y  tenor  de  las 
presentes,  perpetuamente  aprobamos  y  confir- 
mamos los  dichos  Estatutos,  Reglas  y  Orde- 
nanzas, y  todo  lo  susodicho,  y  a  ellas  ponemos 
fuerza  de  perpetua  e  inviolable  firmeza  apos- 
tólica ;  y  por  la  dicha  autoridad  suplimos  todos 
y  cualesquier  defectos,  así  de  derecho,  como 
de  hecho,  y  de  solemnidades  necesarias  de 
derecho,  costumbre  o  necesidad,  o  en  otra 
cualquiera  manera,  si  algunas  en  lo  susodicho 
hubiesen  intervenido.  Decretando  que  los  di- 
chos Estatutos,   Reglas  y  Ordenanzas  sean 


(1)  Erg'Miroether,  Historia  de  la  Iglesia,  Tomo  3.°  pág.  675. 


—  64  — 


válidos  y  eficaces,  y  que  perpetua  e  inviolable- 
mente se  hayan  de  cumplir  y  guardar  por  las 
Monjas  del  dicho  Monasterio,  que  ahora  son 
o  por  tiempo  fuesen,  que  en  ningún  tiempo  se 
puedan  eximir,  sino  que  perpetuamente  estén 
obligadas  al  cumplimiento  de  todos  ellos,  y 
que  a  ello  puedan  ser  obligadas  con  censuras 
eclesiástica-." 

Afirmado  así  el  instituto  femenino  trinita- 
rio, hizo  vida  próspera,  v  no  tardó  en  probar 
con  los  hechos  que  la  forma  más  perfecta  de 
vida  que  el  Pontífice  les  daba,  contribuiría  a 
que  las  religiosas  vivieran  vida  más  santa  y 
el  monasterio  tomara  gran  desarrollo. 

Del  convento  de  Madrid  salieron,  ya  proba- 
das suficientemente,  las  Constituciones  y  Re- 
gla que  sirvieron  para  fundar  en  1682  una 
casa  de  trinitaria.-,  en  Lima,  que  floreció  muy 
pronto  y  se  mostró  digno  y  robusto  vástago  del 
vigoroso  tronco  de  donde  tomó  la  savia.  Tiene 
esta  fundación  de  Lima  gran  semejanza  con 
la  de  Concepción,  v  tanta  que  puede  decirse 
con  verdad  que  la  hija  era  en  todo  igual  a  la 
madre. 

'"Tuvo  principio  el  ejemplarísimo  Monaste- 
rio de  Monjas  Descalzas  Trinitarias  del  ciu- 
dad de  los  Reyes  de  Lima,  al  mismo  tiempo 
que  la  Congregación  de  Sn.  Phelipe  Neri; 


—  65  — 


porque  viviendo  la  Madre  doña  Ana  de  Robles, 
viuda  del  capitán  Diego  de  Bedia,  cinquenta 
pasos  de  la  Iglesia  de  Sn.  Pedro,  frequentaba 
el  concurrir  a  los  ejercicios  devotos,  que  en 
ella  se  practicaban ;  i  eligió  por  Director  de  su 
conciencia  i   Padre  espiritual  al  Lizdo.  Dn. 
Franco.  Javier  de  Ayllon  que  era  uno  de  los 
Padres  de  la  Congregación  del  Oratorio  de 
Sn.  Phelipe  Neri :  por  cuyo  consejo  se  encami- 
nó a  la  fundación  de  un  recogimiento,  o  bea- 
terío que  formó  en  su  propia  casa,  endonde 
agregó  a  su  compañía  otras  virtuosas  Muje- 
res ;  i  con  licencia  del  Iltmo.  Señor  Arzobispo 
dn.  Frai  Juan  de  Almoguera,  del  Orden  de  la 
Sma.   Trinidad,  se  vistieron  sotana  clerical, 
suelta  de  lana  negra;  i  manto  de  la  misma  la- 
na ;  i  haciendo  un  oratorio  para  sus  ejercicios, 
se  les  decía  Misa  en  él,  i  administraba  los 
Santos  Sacramentos  de  Confesión,  i  Sagrada 
Comunión,  por  los  Padres  de  dha.  Congrega- 
ción,  quienes  tenían  también  a  su  cargo  la 
administración  de  sus  bienes,  corriendo  con 
sus  gastos,  i  se  intitulaban  las  Beatas  Nerias, 
o  de  Sn.  Pedro"  ( i ). 

(11  Tomado  de  una  antigua  Relación  del  establecimiento 
del  monasterio  trinitario  de  Lima,  que  nos  ha  remitido  origi- 
nal la  Ministra,  Madre  Luisa  María  de  Jesús,  en  carta  fecha- 
da en  Lima  19  de  Abril  de  1917. 

5 


—  (56  - 


El  Iltnio.  Sr.  Almoguera  indujo  a  doña  Ana 
de  Robles  a  que  fundara  en  el  Beaterío  un 
monasterio  de  trinitarias  descalzas,  y  él  mismo 
preparó  la  fundación  y  pidió,  en  7  de  Junio  de 
1675,  al  rey  la  autorización  de  costumbre 
"para  fundar  un  Monasterio  de  Religiosas 
Descalzas  con  advocación  de  nro.  Redemptor 
Jesu  Christo  crucificado;  que  vivan  debajo  de 
la  Regla  de  mi  Orden  de  la  Sma.  Trinidad  que 
es  la  Regla  que  be  professado,  i  deseo  tierni- 
simamente  se  trasporte  a  estas  tierras."  El 
rey  sometió  a  la  Audiencia  de  Lima  el  estudio 
del  negocio,  y  la  autorizó  para  que  diera  la 
licencia  solicitada,  si  todo  estaba  en  forma  de 
derecho,  y  muy  en  particular  si  estaban  los 
noventa  mil  pesos  que  doña  Ana  de  Robles 
ofrecía  para  la  fundación.  Todo  lo  bailó  bien 
la  Real  Audiencia  y  autorizó  la  fundación  en 
decreto  de  15  de  Noviembre  de  1677. 

Había  muerto  el  Sr.  Almoguera  y  tocó  hacer 
la  fundación  al  sucesor,  Sr.  Don  Melchor  de 
Liñan  y  Cisne  ros,  en  1  1  de  Mayo  de  1682,  con 
la  advocación  ya  dicha  Las  Constituciones  y 
Regla  del  nuevo  instituto  son  las  del  monaste- 
rio de  trinitarias  de  Madrid,  cuya  superiora 
mandó  e  jemplares  de  todo  a  las  hermanas  que 
les  nacían  en  América.  Fué  Ministra  doña 
Ana  de  Robles,  aun  antes  de  hacer  su  profe- 


—  67  — 


sión  solemne ;  por  dispensa  otorgada  para  el 
caso  lo  fué  por  toda  su  vida  en  la  casa  '"que 
fundó,  por  ser  extensión  del  orden  de  ia  San- 
tísima Trinidad,  la  que  se  hizo  de  dho.  .Monas- 
terio, como  consta  de  dhas.  Bullas  Apostó- 
licas." 

Como  se  ve,  el  monasterio  limeño  comen- 
zó por  la  unión  de  unas  cuantas  mujeres  pia- 
dosas que  se  reunieron  privadamente  para 
hacer  vida  más  perfecta  debido  al  consejo  de 
algunos  eclesiásticos,  las  piadosas  señoras 
constituyeron  un  "beaterío,"  con  alguna  or- 
ganización más  perfecta;  y  de  aquí  pasaron  a 
la  constitución  de  una  comunidad  religiosa, 
establecida  en  forma  canónica  y  con  la  apro- 
bación solemne  de  parte  de  la  Santa  Iglesia. 
Como  ganó  en  organización,  así  ganó  el  nuevo 
instituto  en  la  más  estricta  observancia  y  en 
el  mayor  y  más  precioso  fruto  de  virtudes  que 
practicaron  las  religiosas. 

"Han  florecido  en  este  Monasterio  en  los 
pocos  años  que  han  corrido  desde  su  funda- 
ción, muchas  Religiosas  con  especial  fama  de 
santidad,  cuya  noticia  es  muy  difícil  adquirir- 
la" ( i ).  Y  la  razón,  dice  la  Relación,  es  porque 
se  perdió  íntegro  el  archivo  del  monasterio  y 


(1)  Relación  antes  citada,  de  la  Superiora  de  Lima. 


-  68  — 


no  fué  posible  recobrar  ni  todo,  ni  parte,  "sin 
que  haya  quedado  vestigio  alguno  de  tan  ines- 
timable tesoro,  por  cuya  razón  sólo  referiré 
sucintamente  lo  que  se  ha  podido  sacar  de 
algunos  escasos  fragmentos,  i  bien  limitadas 
noticias." 

Si  es  sensible  para  el  monasterio  limeño  la 
pérdida  del  archivo,  lo  es  también  para  nos- 
otros, porque  no  será  posible  ncontrar  sufi- 
cientes noticias  con  que  conocer  todo  el  mérito 
y  valor  de  las  religiosas  que  vinieron  a  fundar 
la  casa  de  Concepción.  Que  ellas  eran  de  gran- 
des prendas  lo  dice  el  hecho  de  haber  sido  es- 
cogidas, de  entre  una  comunidad  numerosa  y 
observantísima,  para  venir  a  Chile,  a  fundar 
una  casa  en  que  debían  ser  maestras  y  modelo 
de  todas  las  virtudes  monásticas.  Y  que  todo 
esto  fueron,  lo  atestigua  la  tradición  que  que- 
dó del  tino,  suficiencia  y  virtudes  sobresalien- 
tes de  las  tres  ilustres  fundadoras.  Y  la  tra- 
dición es  de  muy  inmediato  origen,  porque 
nosotros  hemos  conocido  a  religiosas  que  vi- 
vieron varios  años  con  monjas  que  asistieron 
a  la  fundación  del  monasterio  y  estuvieron 
bajo  la  dirección  y  obediencia  de  las  religiosas 
que  fundaron  la  casa  trinitaria  penquista. 
Damos  a  continuación  todos  los  pormenores 
que  se  ha  podido  reunir  acerca  de  las  tres 
fundadoras. 


—  69  — 


"Sor  Ana  Josefa  de  la  Santísima  Trinidad, 
natural  de  Lima,  hija  legitima  del  Capitán 
Pedro  Barona  y  de  doña  Inés 'de  Castro.  Tomó 
el  hábito  de  Religiosa  de  Velo  negro  en  16  de 
Junio  de  1708,  de  edad  de  18  años:  Dióselo  el 
Sr.  Dr.  Dn.  Melchor  de  la  Nava,  por  comisión 
del  mismo  Prelado.  Siendo  Ministra  por  muer- 
te de  la  fundadora  la  Madre  Josefa  de  San 
Pedro.  Profesó  el  24  de  Junio  de  1709,  y  mu- 
rió año  de  1770. 

"Sor  Francisca  Paula  de  San  Gabriel,  hija 
legítima  de  Dn.  Pedro  de  Castro  y  de  Da. 
Gabriela  La  Monja:  nació  en  Lima.  Tomó  el 
Hábito  de  Religiosa  de  Velo  negro  en  25  de 
Marzo  de  1690,  a  los  16  de  su  edad.  Dióselo  el 
R.  P.  Nicolás  de  Miraval  de  la  Compañía  de 
Jesús,  por  comisión  del  mismo  Arzobispo.  Pro- 
fesó en  [5  de  Abril  de  1 691,  y  murió  en  Chile." 

"Sor  Margarita  de  San  Joaquín,  natural  de 
Lima,  hija  legítima  del  Capitán  Dn.  Nicolás 
de  Ogaña,  y  de  Dña.  Josefa  de  Ocera.  Tomó 
el  hábito  de  Religiosa  de  velo  negro  en  25  de- 
Mayo  de  171 5,  a  los  19  de  su  edad.  Dióselo  el 
Licdo.  Dn.  Jerónimo  de  Cepeda,  por  comisión 
del  Prelado.  Profesó  en  28  de  Julio  de 
1716"  (1). 


(I)  Carta  de  la  Madre  Luisa  María  de  Jesús,  ya  citada. 


—  70  — 

La  casa  fundada  en  Concepción  es  la  ter- 
cera que  el  instituto  trinitario  madrileño  tiene 
en  el  mundo. 

Son  la?  trinitarias,  religiosas  de  vida  con- 
templativa, dedicadas  a  la  propia  santificación, 
en  casas  de  estricta  clausura  papal,  y  con  un 
régimen  de  vida  en  que  son  principales  medios 
de  aprovechamiento  espiritual  el  trabajo  do- 
méstico, la  oración  frecuente  y  la  mortifica- 
ción corporal. 

La  absoluta  y  total  separación  del  mundo  en 
que  las  religiosas  pasan  su  vida,  y  la  privación 
de  los  placeres  materiales  a  que  voluntaria- 
mente se  someten,  contribuyen  poderosamente 
a  crear  en  la  comunidad  el  espíritu  de  despren- 
dimiento de  las  cosas  terrenas,  a  dignificar  la 
personalidad  moral,  que  tiende  más  fácilmente 
a  Dios  y  a  buscar  su  grande  y  única  satisfac- 
ción en  los  goces  de  la  piedad,  que  facilita  la 
contemplación  y  conquista  de  los  bienes  celes- 
tiales. 

Si  las  religiosas  se  encierran  en  los  muros 
de  su  clausura,  el  monasterio  no  corta  rela- 
ciones con  el  mundo  exterior;  antes  por  el 
contrario  vive  en  contacto  con  la  sociedad  v 
crea  una  activa  comunicación  que  se  traduce 
en  beneficios  de  todo  género  y  de  subida  en-| 
tidad  para  todos :  la  caridad  mutua  desempeña 


—  ri- 


el principal  papel  en  el  trato  entre  la  sociedad 
v  el  monasterio. 

Las  familias  de  las  religiosas  y  de  los  bien- 
hechores del  monasterio,  tienen  parte  muy 
importante  en  las  oraciones  y  en  las  buenas 
obras  de  la  comunidad:  por  los  difuntos  de 
todas  esas  familias  se  celebran  anualmente 
aniversarios  en  la  Cuaresma  y  por  el  mes  de 
Octubre. 

El  número  de  religiosas  que  puede  tener  el 
convento  es  de  treinta,  de  monjas  de  coro  o 
de  velo  negro ;  y  seis,  de  f  reilas  o  legas,  de 
velo  blanco. 

La  mortificación  corporal  en  comunidad  es 
frecuente,  especialmente  en  ayunos  y  discipli- 
nas. La  pobreza  de  las  celdas  y  camas  es  ri- 
gurosa, y  el  traje  y  hábitos  son  toscos  y  bur- 
dos, de  modo  que  les  está  negada  a  las  religio- 
sas todo  género  de  comodidad. 

A  la  vida  de  oración  y  sacrificio  se  agrega 
la  vida  de  trabajo:  no  hay  nunca,  ni  por  nin- 
guna razón,  una  monja  sana  que  no  esté  en- 
cargada de  algún  trabajo,  ya  sea  para  la  co- 
munidad, ya  para  atender  los  compromisos 
que  tienen  con  las  personas  de  fuera,  ya  para 
hacer  la  caridad  con  los  pobres  o  con  los  bien- 
hechores. Pobres  como  son,  todos  los  días  las 
religiosas  hacen  caridad  a  otros  más  pobres 


que  ellas,  y  son  muchas  las  personas  que  sal- 
van de  situaciones  difíciles  o  reciben  el  sus- 
tento de  cada  día  con  el  modesto  óbolo  y  con 
el  pan  que  les  da  el  monasterio,  partiendo  a 
veces  con  ellos  la  propia  escasa  ración. 

Ganaban,  pues,  el  beaterío  y  la  sociedad 
con  la  nueva  fundación,  la  cual  no  defraudó 
las  generales  aspiraciones,  sino  que  desde  el 
principio  se  mostró  tal  como  la  idearon  los 
fundadores  y  la  deseaban  los  habitantes  todos. 

El  monasterio  de  trinitarias  fué  desde  su 
fundación  un  foco  reverberante  de  las  más 
hermosas  virtudes,  y  se  ganó  muy  pronto  la 
general  estimación  y  la  confianza  de  la  socie- 
dad; las  que  hasta  el  presente  no  ha  perdido 
ni  en  la  más  pequeña  parte.  Desde  entonces 
hasta  hoy,  los  vecinos  de  Concepción  han  visto 
también  en  las  religiosas  trinitarias  un  pode- 
roso intercesor  "en  cuyas  oraciones  afianza 
esta  ciudad  el  logro  de  las  divinas  misericor- 
dias." 


CAPÍTULO  IV 


Primeros   años  del  monasterio  :   labor  de  las 
fundadoras.  una  religiosa  extraordinaria. 

Comienza  la  labor  de  las  fundadoras. — Establéceme 
los  servicios:  la  Ministra  M.  Francisca  de  San  Ga- 
briel: respeta  lo  antiguo:  regulariza  la  situación 
financiera :  cobro  de  deuda  Hijar  y  Mendoza. — Un 
Manso  que  no  tiene  mucho  de  tranquilo. — Cóbrase  la 
herencia  del  deán  Sarmiento. — La  segunda  Ministra, 
Madre  Ana  Josefa  de  la  Sma.  Trinidad. — Auxilia  al 
seminario  diocesano:  defiende  a  Palomares.  Entra  al 
monasterio  Sor  Nicolasa  Rocha. — Muere  la  sa?ita 
religiosa  Sor  Martina  Farías:  algo  de  su  edificante 
vida. — Hubo  otras  religiosas  de  alta  virtud  juntas  con 
Sor  Martina:  de  todas  ellas  escribe  la  vida  la  Madre 
Ana:  este  relato  va  a  Lima. — Es  elegida  Ministra  la 
tercera  de  las  fundadoras,  Sor  Margarita  de  San  Joa- 
quín: recuerdos  que  aún  quedan  de  esta  superiora: 
las  campanas  de  la  torre. — Sale  de  Concepción  el 
Illmo.  Bermúdez  y  Becerra. — Es  elegida  nuevamente 
la  M.  Ana  Josefa  de  la  Sma.  Trinidad,  1 7-4-5-27 JfS: 
auxili  q  ue  presta  el  cura  Roa  y  Guzmán. — La  míe  va 
Ministra,  1748-51:  su  actuación  señalada  por  el  te- 
rremoto de  1751. 

Muy  sensible  nos  es  comenzar  el  relato  de 
lo  que  fué  el  monasterio  en  sus  primeros  años, 
confesando  que  no  podemos  darsino  escasísi- 
mas noticias  de  la  nueva  vida  que  animó  al 


—  74  — 


beaterio  de  la  Krmita :  una  información  com- 
pleta de  los  pormenores  de  la  instalación  y  de 
su  desarrollo  en  los  primeros  tiempos,  nos 
habría  dado  idea  de  lo  que  era  la  sociedad 
penquista  en  aquellos  ya  remotos  años,  y  de 
cómo  el  nuevo  convento  produjo  todos  los 
buenos  resultados  que  esperaban  los  fundado- 
res. Y  más  sensible  nos  es  todavía  asegurar 
que  será  escaso  y  malo  lo  que  digamos  acerca 
del  instituto  trinitario  en  todo  el  resto  de  la 
obra.  En  descargo  nuestro  recordamos  aquí 
lo  que  ya  tenemos  advertido  acerca  de  la  falta 
absoluta  que  hay  en  el  monasterio  de  docu- 
mentos que  ayuden  a  la  labor  del  cronista 
curioso  y  bien  intencionado. 

La  primera  atención  de  las  fundadoras  fué, 
natural  es  suponerlo,  preocuparse  de  la  for- 
mación rejigiosa  de  las  piadosas  señoras  y 
jóvenes  que  vivían  en  el  beaterio  y  pasaron 
ahora  a  la  categoría  de  postulantes  o  de  novi- 
cias. En  este  particular  no  fué  difícil  la  tarea 
de  las  fundadoras:  ellas  mismas  confesaron 
que  entre  sus  hijas  espirituales  había  personas 
que  habían  llegado  a  la  más  alta  perfección; 
y  tanto  que  no  faltaron  algunas  que  habían 
escalado  las  cumbres  más  elevadas  de  la  santi- 
dad. Una  de  las  fundadoras  nos  dirá  dentro 
de  poco  que  la  segunda  beata  que  profesó  de 


trinitaria,  fué  para  ella  el  espejo  clarísimo  en 
que  se  miraba  para  caminar  por  las  sendas  de 
la  vida  religiosa. 

Establecida  ya  la  autoridad  y  su  jerarquía, 
como  queda  dicho,  comenzaron  su  labor  las 
religiosas.  Con  la  dedicación  que  es  de  suponer 
en  una  monja  de  altas  prendas,  comenzó  la 
Ministra,  Madre  Francisca  de  San  Gabriel, 
por  crear  los  servicios  necesarios,  respetando, 
en  lo  posible,  según  lo  colegimos  de  hechos  que 
después  apuntaremos,  el  personal  que  maneja- 
ba los  asuntos  en  el  beaterío. 

La  primera  actuación  que  conocemos  de  la 
Madre  Francisca  es  la  cobranza  que  hizo  de 
una  deuda  que  el  fisco  reconocía  a  favor  del 
convento.  Más  atrás  indicamos  que  una  de  las 
donaciones  hechas  por  el  deán  Sarmiento  fué 
un  crédito  que  tenía  en  contra  de  los  espolios 
o  haberes  testamentarios  del  obispo  don  Mar- 
tín de  Hijar  y  Mendoza.  El  origen  de  la  deuda 
es  una  curiosidad,  y  mayor  curiosidad  es  la 
larga  batalla  de  sesenta  años  que  peleó  el  mo- 
nasterio para  obtener  el  pago:  ya  contamos 
más  atrás  la  historia  de  la  celebérrima  dona- 
ción. 

El  fisco  reconoció  la  deuda  a  instancias  del 
acreedor  Sarmiento,  y  en  real  cédula  de  fines 
de  1707  mandó  que  se  pagara  del  real  tesoro 


—  76  — 


en  Chile :  los  Contadores  y  Oficiales  Reales  de 
Tesorería  fueron  notificados  de  la  resolución 
del  monarca,  pero  el  pago  quedó  para  mejores 
tiempos  (i). 

En  1721  los  tesoreros  reales  pagaron  mil 
pesos  de  orden  del  Gobernador  Don  Gabriel 
Cano  de  Aponte,  y  el  resto  quedó  durmiendo 
en  las  Reales  Cajas  hasta  que  la  Madre  Fran- 
cisca de  San  Gabriel  les  dió  una  sacudida  para 
despertalos  de  su  letargo.  En  10  de  Enero  de 
1739  cobra  los  seis  mil  pesos  restantes  "porque 
se  halla  dicho  su  Monasterio  en  los  principio? 
de  su  fundación  con  urgentes  necesidades,  y 
en  las  cosas  más  necesarias,  y  precisas  para 
el  sosiego,  y  quietud  de  la  vida  religiosa,  y 


(1)  He  aquí  la  notificación  que  pe  hace  a  los  Oficiales  Rea- 
les He  Tesorería: 

"En  la  ciudad  de  ¡a  Concepción  de  Chile  en  quince  día*  del 
mes  de  Enero  de  mil  setecientos  y  nueve  años,  yo  el  Capn. 
Joseph  de  Villagra.  Escribno  I'úb.0  del  num.°  de  e"ta  ciad, 
hize  saber  y  notifip.  la  Rl.  Prov.n  Contenida  en  las  seis  foxas 
antecedentes  toda  a  la  letra  de  verbo  art  verbum  a  los  8.  8. 
Captt.  de  Caballos  Dn.  Matheo  de  Caxigal  y  Solar  caul.  del 
Orden  de  Santiago,  y  Balthaesar  de  Xerez  Thesorero  y  conta- 
dor juez  ofiz.  de  la  Rl.  Hazda  de  eete  Obdo  en  sus  persogas 
estando  juntos  q.  habiéndola  leydo  y  entendido  la  cogieron 
en  sus  manos  puestos  en  pie  quitados  los  sombreros  la  besa, 
ron  y  pusieron  sobre  sus  cabezas  obedeciéndola  con  la  reve- 
rencia y  acatamierto  debido  como  de  carta  mandato  de  ntro. 
Rey  y  Sr.  natural  que  Ds.  g.  y  prospere  muchos  afi08." 


mayor  dedicación  a  Dios  en  beneficio  común 
de  los  fieles,  que  por  otra  parte  son  cassi  im- 
posibles de  remediar,  etc.".  La  buena  Ministra 
tuvo  la  satisfacción  de  cobrar,  pero  también 
el  sentimiento  de  ver  burladas  sus  justísimas 
exigencias. 

Gobernaba  en  Chile  don  José  de  Manso, 
persona  que,  en  la  generalidad  casi  de  sus 
actos  de  mandatario,  hizo  honor  al  apellido 
que  llevaba;  pero  que  en  el  caso  de  las  trini- 
tarias mereció  llevar  el  apellido  de  "arisco  o 
bravio."  Hizo  sacar  copia  del  decreto  de  Cano 
de  Aponte,  de  1721,  y  en  él  encontró  el  subs- 
terfugio  para  evadir  el  cumplimiento  de  una 
obligación  basada  en  estricta  justicia  y  reco- 
nocida ya  por  el  monarca.  El  doce  del  mismo 
Enero  decretó:  "La  Ministra  del  monasterio 
de  trinitarias  descalzas  de  Nuestra  Señora  de 
la  Navidad  y  Señor  San  José  cobra  seis  mil 
pesos,"  etc.  pero  "tomando  en  cuenta  que  el 
decreto  de  12  de  Marzo  de  172 1  fué  con  cargo 
de  que  el  resto  se  satisfaría  en  viniendo  los 
situados  íntegros,  que  S.  M.  (q.  Ds.  ge.)  seña 
la  a  este  exécito;  condición  que  no  se  ha  cum- 
plido ;  no  ha  lugar  a  que  pide,  y  ocurra  adonde 
le  convenga — Manso — Recabárren — Robina — 
Solar — Ante  Agustín  Osores,  Escribano  pú- 
blico y  de  Hacienda."  ¡Tanto  nombre  en  el 


—  78  — 


decreto  y  tan  poca  formalidad  y  honradez ! 
La  madre  Ministra  acudió  a  la  santa  paciencia 
y  los  seis  mil  pesos  siguieron  durmiento  en  las 
reales  cajas  por  muchísimos  años  más. 

No  han  anduvo  tan  desgraciada  la  Madre 
San  Gabriel  en  otra  gestión  judicial  en  que 
intervino  con  el  objeto  de  asegurar  los  bienes 
de  su  monasterio:  esa  gestión  la  ocasionó  la 
cobranza  de  los  bienes  que,  a  su  fallecimiento, 
en  1727,  dejó  el  deán  Sarmiento.  Ya  conoce- 
mos la  donación  de  este  gran  bienhechor  de 
las  monjas;  vamos  a  ver  ahora  cómo  sus  he- 
rederos n<>  tienen  le  mismo  cariño  por  estas 
religiosas.  El  deán  dispuso  su  testamento, 
pero  no  alcanzo  a  legalizarlo;  de  modo  que  los 
parientes  reclamaron  los  bienes  con  herederos 
ab  intestato.  Pero  en  el  testamento  eran  here- 
deras las  beatas  de  la  Ermita  y  se  presentaron 
reclamando  los  bienes.  Fueron  unos  y  otros  a 
los  tribunales  y  se  trabó  la  litis  con  alto  inte- 
rés, pues  los  bienes  litigiosos  eran  de  algún 
valor.  Los  parientes  que  reclamaban,  hijos  del 
capitán  don  Baltasar  Pradeña  y  de  doña  Ma- 
riana Sarmiento,  hermana  del  fallecido  deán, 
eran :  doña  Francisca  Jacinta  Pradeña,  casada 
con  el  alcalde  de  Concepción,  don  Juan  Enrrí- 
quez  (así  se  firma)  ;  don  Domingo  Pradeña  í 
doña   Isabel   Pradeña,   representada  por  su 


—  79  — 


marido  don  Juan  Francisco  Muñoz:  todos 
dieron  poder  a  don  Juan  Enrriquez  (i).  Des- 
pués de  pleitear  algún  tiempo  ambas  partes 
se  avinieron  a  una  transacción  celebrada  el 
18  de  Febrero  de  1736  y  aprobada  por  la  Real 
Audiencia  el  27  de  Junio,  y  ratificada  poco 
después  por  el  obispo  diocesano.  En  los  últi- 
mos arreglos  de  la  transacción  alcanzó  a  en- 
tender la  madre  Francisca  de  San  Gabriel. 
Las  bases  del  arreglo  fueron:  "las  casas  de 
Concepción  para  las  monjas ;  un  cañón  de  las 
casas  para  Enrriquez  y  los  herederos  ab  intes- 
tato;  la  casa  edificada  por  don  Lorenzo  de 
Rocha,  en  terrenos  de  doña  Mariana  Sarmien- 
to, para  los  herederos  parientes,  tasados  en 
2,828  $  4  rs. ;  para  éstos  sería  también  el  "fun- 
do Relbún,  sito  en  el  partido  de  Chillan,  com- 
puesto de  dos  mil  cuadras,  tasada  a  cuatro 
reales  la  cuadra;"  las  monjas  quedaban  en 
posesión  tranquila  de  todos  los  bienes  sobran- 
tes, que  valían  menos  que  lo  ya  nombrado. 


(1)  Hicieron  el  inventario  de  los  bienes  don  Bartolomé  Sar- 
miento i  don  Cristóbal  Rodríguez,  padre  de  una  familia  que 
prestaría  mas  tarde  grandes  servicios  al  monasterio,  dándole 
distinguidísimas  religiosas  al  claustro  i  un  insigne  protector 
en  la  persona  del  ilustre  sacerdote  don  Antonio  Rodríguez 
Venegas,  tan  amante  de  las  religiosas  como  el  deán  Sarmien- 
to, segiín  se  verá  mas  adelante. 


—  80  — 


En  Septiembre  de  1739  cumplió  el  período 
de  gobierno  de  la  madre  Francisca  de  San 
Gabriel  y  fué  elegida  en  su  reemplazo  la  que 
había  sido  vicaria,  madre  Ana  Josefa  de  la 
Santísima  Trinidad  ( 1). 

Hallamos  por  primera  vez  el  nombre  de 
esta  madre  Ministra  en  una  obra  de  auxilio 
al  seminario  diocesano.  Regía  este  colegio  el 
ilustre  jesuíta,  padre  Manuel  Álvarez,  hombre 
práctico  y  buen  previsor  de  lo  futuro.  Para 
asegurar  la  vida  del  colegio  se  preocupó  de 
proporcionarle  entradas  fijas  con  rentas  pro- 
pias. Una  de  las  medidas  que  tomó  fué  com- 
prar el  fundo  Ñipas,  de  Ranquil,  propiedad 
del  Maestre  de  Campo  don  Francisco  Gonzá- 
lez Estrada.  Para  vender  su  propiedad  nece- 
sitaba González  pagar  mil  pesos  a  las  trinita- 
rias :   aquí   intervino  la   madre  Ana  Josefa, 


H)  Para  fijar  los  trienios  de  gobierno  de  la  superiora  del 
monasterio,  hemos  supuesto  que  ha  habido  sucesión  regular 
cada  tres  años;  desde  la  fundación  y  que  tosías  han  gobernado 
sus  respectivos  períodos  completos.  Así  lo  suponemos,  pero 
no  es  posible  darlo  como  hecho  cierto  ya  que,  como  lo  hemos 
dicho,  no  hay  en  el  convento  ni  libros  ni  documeutos  de  que 
pudiera  tomarse  realidad.  Aseguramos  sí  que  cada  una  de  las 
superiora?  que  nombraremos  en  estas  páginas,  ha  gobernado 
la  comunidad  dentro  de  trienio  que  le  asignamos  como  propio 
período  de  gobierno,  sin  que  podamos  asegurar  que  principió 
y  acabó  en  los  años  que  indicamos. 


—  81  — 


conviniendo  en  que  el  seminariole  pagara  laplata 
cuando  buenamente  pudiera, con  lo  que  el  P.  Rec- 
tor tuvo  una  facilidadmás  para  lograr  su  objeto. 

Los  bienes  del  monasterio  se  vieron  amena- 
zados y  hubo  de  defenderlos  la  madre  Ana 
Josefa.  En  1741  se  presentó  al  Gobernador 
don  José  de  Manso  pidiendo  que  amparara  al 
monasterio  contra  varios  vecinos  del  fundo 
Palomares,  que  se  iban  apropiando  de  consi- 
derables extensiones  de  terreno  sin  más  título 
que  el  poco  respeto  y  la  audacia.  Desafiaba  la 
monja  a  los  usurpadores  a  que  presentaran 
sus  títulos,  porque  "si  creían  tenerlos,  ella  los 
tenía  más  antiguos."  Y  esto  era  la  verdad, 
porque  el  monasterio  tenía  escrituras  que  da- 
taban desde  la  constitución  misma  del  fundo, 
es  decir  desde  el  tiempo  en  que  lo  poseyó  el 
primer  español,  capitán  don  Juan  Benavides, 
hacía  150  años.  El  Gobernador  Manso  amparó 
a  la  Ministra  mandando  por  decreto  de  1 1  de 
Noviembre  de  1741  que  fueran  expulsados  los 
invasores  de  Palomares. 

Tocóle  a  la  madre  Ana  Josefa  recibir  en  el 
monasterio  a  una  joven  que  prestaría  más  tar- 
de valiosísimos  servicios  a  la  comunidad,  doña 
Nicolasa  Rocha,  hija  de  don  José  Rocha  y  de 
doña  Rosa  Rodríguez,  de  la  cual  se  hablará 

más  adelante. 
6 


—  82  — 


Antes  de  recibir  a  la  joven  Rocha,  la  Madre 
Ana  Josefa  tuvo  el  sentimiento  y  el  piadoso 
consuelo  de  ver  morir  a  una  de  sus  religiosas, 
que  escalaba  el  cielo  después  de  haber  "pelea- 
do el  buen  certamen"  de  una  vida  santa:  era 
ella  Sor  Martina  de  la  Santísima  Trinidad, 
cuya  prodigiosa  vida  fué  la  admiración  de  la 
comunidad  y  el  modelo  perfecto  y  acabado  de 
I"  que  puede  ser  una  religiosa  santa. 

La  Madre  Ana  Josefa  escribió  una  breve 
relación  de  la  vida  de  Sor  Martina:  ese  escri- 
to nos  da  idea  de  las  heroicas  virtudes  de  esta 
religiosa,  v  nos  presenta  a  la  misma  Madre 
Ana  Josefa  bajo  un  interesante  aspecto,  a 
saber,  el  de  cuidadosa  madre,  que  se  preocupa 
de  dar  a  conocer  los  tesoros  que  tenía  en  sus 
hijas,  v.  al  mismo  tiempo,  el  de  su  elevación 
moral  y  de  su  cultura  literaria. 

Oigamos  a  la  Madre  Ana  hablando  de  Sor 
Martina : 

"Con  confusión  mía  escribo  la  vida  prodi- 
giosa de  esta  mujer.  En  ella  se  vieron  practi- 
cados los  estreñios:  en  el  siglo,  la  mas  pulida 
dama ;  y  en  la  Religión,  del  mas  profundo  aba- 
timiento" (i). 

(1)  Todos  los  pormenores  que  damos  acerca  de  Por  Marti- 
na de  la  Sma  Trinidad  están  tomados  de  la  relación  de  su 
vida,  escrita  por  la  Madre  Ana  Josefa,  y  que.  en  copia,  nos  ha 
enviado  la  suneriora  de  Lima.  Madre  Luisa  María  de  Jesús, 
an'es  citada.  Lo  que  demos  entre  comillas  son  palabras  tex- 
tuales de  la  "Vida  de  Sor  Martina." 


—  83  — 


Nació  Sor  Martina,  (Martina  Farías),  en 
Lima,  de  padres  chilenos,  de  las  familias  Ver- 
gara  y  Farías.  Se  vino  a  Concepción,  casada 
con  un  rico  abogado  penquista,  de  la  familia 
Sobarzo,  que  tenia  largas  vinculaciones  y 
grandes  riquezas  en  la  ciudad :  eran  de  esta 
familia  varios  eclesiásticos,  como  los  curas 
Valdés  de  Concepción  y  Perquilauquen ,  y  el 
presbítero  don  José  Sobarzo,  arcediano  de  la 
Catedral  y  Vicario  General  del  Obispado.  Fué 
feliz  doña  Martina  porque  para  su  compañero, 
muy  rico,  "era  el  ídolo  de  sus  adoraciones,  el 
embeleso  de  la  hermosura  de  su  esposa  y  el 
arbitro  de  su  voluntad  los  señuelos  de  su  sem- 
blante." 

"Pocos  años  le  duró  esta  felicidad:  teníasela 
Dios  en  la  Religión  para  hacerla  en  ella  un 
coloso  de  virtudes,  para  admirado  por  poco 
practicado,  sino  de  espíritu  tan  agigan- 
tado como  el  suyo."  Enviudó  y  se  entró  de 
beata  en  el  Beaterío  de  la  Ermita  el  año  171  5. 

"Muy  en  breve  la  hicieron  Madre,  o  Minis- 
tra del  Beaterío :  venía  Doña  Martina  muy 
hecha  a  ser  Señora,  y  así  trataba  con  algún 
desdén  a  las  Beatas.  Su  zelo,  como  no  morige- 
rado en  la  escuela  de  la  Religión,  la  hizo  muy 
mal  vista  por  lo  ardiente ;  de  que  noticiado  el 
Sr.  Obispo,  la  depuso  del   Oficio,  mandando 


—  84  - 


(raro  asunto)  la  azotasen.  Dióse  esta  comisión 
a  una  de  las  Beatas  de  austera  condición  y 
genio:  la  que  todas  las  noches  la  ataba  a  una 
cuya  y  la  azotaba,  como  revestida  de  la  obe- 
diencia del  Obispo,  de  buena  mano.  Duró  este 
cruel  castigo  no  una  noche,  ni  dos:  creo  fué 
un  Novenario  o  más. 

"Aquí  hace  alto  el  entendimiento,  no  habien- 
do voces  para  ponderar  este  lance,  ni  la  invicta 
paciencia  de  esta  admirable  mujer.  Cotéjese 
a  Doña  Martina  Parías,  la  más  bizarra  Dama, 
delicadísima,  a  quien  aun  el  aire  ofendía,  ata- 
da y  azotada  como  una  vil  esclava  de  la  qué 
poco  antes  fué  su  subdita,  y  estando  de  tan 
reciente  conversión :  vivo  su  cuñado  el  canó- 
nigo, y  sus  ilustres  deudos:  sus  bienes  y  casas 
en  pie  con  todos  sus  menajes,  que  todo  lo  dejó 
en  poder  del  canónigo,  y  según  la  amaba,  hu- 
biese celebrado  por  dicha  tenerla  en  su  com- 
pañía. En  nada  menos  pensaba  nuestra  Mar- 
tina. ¡  Oh  fuerza  poderosa  de  la  gracia !  quería 
labrar  este  diamante  y  sacar  sus  fondos  con 
este  buril,  y  para  ejemplo  y  enseñanza  de  lo 
que  puede  ayudada  de  ella  nuestra  flaca  natu- 
raleza. Salió  nuestra  Martina  de  este  crisol 
con  tantos  logros,  que  dejando  en  su  lugar  a 
los  Santos  más  humildes  y  mortificados,  esta 
asombrosa  mujer  puede  hombrear  con  el  espí- 
ritu más  valiente." 


Narra  después  la  Madre  Ana  el  pormenor 
de  las  virtudes  de  Sor  Martina  y,  a  la  verdad, 
su  conjunto  la  coloca  a  la  altura  de  los  gran- 
des santos  que  la  Iglesia  honra  en  los  altares: 
los  pocos  casos  de  mortificación  que  cuenta 
dan  a  entender  que  había  llegado  al  más  alto 
grado  de  esta  virtud. 

''Llegó  el  tiempo  de  darle  Dios  los  premios 
de  su  asombrosa  vida,  colocándola  en  el  cielo. 
Dióle  el   accidente  que  habia  de  ser  puerta 
para  esta  felicidad;  el  que  se  pasó  en  pie  y 
trabajando.  El  día  7  de  Febrero  de  1740,  yen- 
do a  comulgar,  no  pudiendo  va  la  flaca  natu- 
raleza conformarse  con  las  valentías  del  espí- 
ritu, le  dió  un  fuerte  desmayo ;  se  le  mandó 
recogerse  a  su  celda:  decía  que  era  poco  mal 
y  bien  quejado."   "Recibidos  los  sacramentos 
con  los  fervores  de  su  abrasado  espíritu,  el  día 
nueve  entregó  su  alma  al   Señor,  que  para 
tanta  gloria  suya  la  crió.  "Quedó  su  cuerpo 
flexible,  guardando  la  serenidad  que  en  vida 
tenía  su  rostro.  Su  confesor  prometió  decir 
su  oración  y  los  favores  que  recibió  de  Dios, 
que  sin  duda  serían  grandes,  y  nunca  se  llegó 
el  caso,  lleno  de  temores.  Murió  Sor  Martina, 
como  llevo  dicho,  a  9  de  Febrero  1 740,  a  sesen- 
ta de  su  edad :  en  el  siglo  estuvo  treinta  y  seis, 
veinte  en  el  Beaterío,  y  cuatro  fué  Religiosa." 


—  80  — 


La  Madre  Ana  Josefa  envió  el  relato  de  la 
vida  de  Sor  Martina,  al  Dr.  Dn.  Mateo  Atius- 
quibar,  Inquisidor  que  fué  de  Lima.  En  la 
carta  escrita  a  don  Mateo,  dice  Sor  Ana  Jose- 
fa  que  Sor  Martina  fué  la  segunda  que  profe- 
só de  las  Beatas:  "que  no  la  trató  más  de 
cuatro  años,  con  asombro  de  su  tibieza."  Y 
agrega  una  promesa,  de  que  se  infiere  un  elo- 
cuentísimo testimonio  en  favor  del  floreci- 
miento espirituál  en  que  estaba  el  Beaterío  al 
tiempo  de  ser  elevado  a  la'  categoría  de  con- 
vento canónicamente  erigido.  Dice  que  por 
ahora  "sólo  le  remite  la  vida  de.  esta  sierva  de 
Dios,  y  le  promete  ir  escribiendo  las  de 
más"  (i). 

La  promesa  de  la  Madre  Ana  significa  que 
entre  las  religiosas  había  muchas  almas  de  su 
perior  virtud,  cuya  vida  podía  escribirse  para 
ejemplo  de  las  demás :  y  todas  o  la  mayo 
parte  de  esas  religiosas  se  habían  formado  e 
el  Beaterío. 

A  la  madre  Ana  Josefa  sucedió  como  Mi 
nistra  en   1742,  la  tercera  de  las  religiosas 
peruanas  fundadoras,  Sor  Margarita  de  San 
Joaquín. 


(\)  Damos  en  el  Apéndice  la  Vida  de  Sor  Martina  «le  1 
Santísima  Trinidad  Farías,  escrita  por  la  Madie  Ana  Josefa. 


No  conocemos  de  la  nueva  Ministra  otra 
actuación  de  trascendencia  que  un  nuevo  arre- 
glo convenido  con  los  herederos  del  deán 
Sarmiento,  y  aprobado  por  el  obispo  diocesano 
don  Pedro  Felipe  Azúa  e  Iturgoyen. 

Queda  de  la  Madre  Margarita  una  prueba 
permanente  de  sus  trabajos  en  pro  de  la  orna- 
mentación del  templo:  creó  lo  que  podríamos 
llamar  la  santa  fraternidad  de  las  campanas. 
En  la  torre  de  la  iglesia  quedaba  un  simpático 
recuerdo  de  lo  que  originariamente  había  sido 
el  monasterio:  una  de  las  campanas,  que  tenía 
esta  inscripción:  'Bendita  y  alabada  sea  Nues- 
tra Señora  de  la  Hermita."  La  Madre  Marga- 
rita agregó  a  la  respetable  campana,  otra,  que 
recuerda  la  nueva  fase  de  la  Ermita,  y  a  la 
cual  pusieron  esta  inscripción:  "Jesús,  María 
y  José. — Año  de  1744. — Ministra  la  Madre 
Margarita  de  San  Joaquín. — I.  O.  E.  P."  Esas 
campanas  viven  rain,  y  son  las  mismas  que 
con  sus  alegres  sones  llaman  a  los  fieles  a  hon- 
rar a  la  Virgen  de  la  Ermita,  que  todavía  tiene 
asiento  de  honor  en  el  templo  de  las  trinitarias, 
v  trono  de  maternal  misericordia  para  aten- 
der a  las  súplicas  de  los  que  a  ella  acuden  con 
filial  confianza. 

Un  gran  sentimiento  experimentó  la  comu- 
nidad trinitaria,  y  muy  en  particular  la  M. 


—  88  — 


Margarita,  el  año  1743:  este  año  salía  de  Con- 
cepción el  obispo  diocesano,  Iltmo.  Señor  Don 
Salvador  Bermudez  y  Becerra  y  se  iba  a  La 
Paz,  cuyo  arzobispo  había  sido  designado  por 
el  papa  Benedicto  XIV.  Ya  vimos  cómo  el  Sr. 
Bermudez  quiso  traer  desde  Lima  a  las  fun- 
dadoras del  monasterio;  y  ya  que  no  lo  consi- 
guió, tuvo  sí  la  suerte  de  hacerlas  venir  des- 
pués, y  de  dar  el  decreto  de  creación  del  mo- 
nasterio, y  entender  en  el  establecimiento  de 
todos  sus  servicios.  Para  las*  trinitarias  había 
sido  el  Sr.  Bermudez  un  verdadero  padre,  y 
su  partida  produjo  en  todas  ellas  el  hondo 
pesar  que  en   semejantes  ocasiones  experi- 
mentan los  hijos  de  corazón  noble  y  agrade- 
cido. 

Con  el  nuevo  obispo,  señor  don  Pedro  Feli- 
pe de  Azúa  e  Iturgoyen,  arregló  la  Madre 
Margarita,  en  20  de  Julio  de  1745,  la  transac- 
ción con  los  herederos  del  Deán  Don  Domingo 
Sarmiento,  de  que  hemos  hablado  líneas  más 
arriba. 

Un  hecho  curioso  acaeció  en  el  gobierno  de 
]a  M.  Margarita,  y  fué  como  sigue.  Estaban 
las  monjas  en  la  oración  de  la  tarde,  en  el  si- 
lencio y  recogimiento  de  una  práctica  tan  im- 
portante en  la  vida  religiosa,  cuando  una  de 
ellas  tuvo  una  revelación  que  la  llenó  de  sobre- 


—  89  - 


salto  y  la  sorprendió  de  tal  manera  que,  dando 
voces  como  fuera  de  sí,  exclamó  en  voz  alta: 
"salen  todas  con  sus  capas  y  velos  y  brevia- 
rios." La  hicieron  callar  por  ser  hora  de  tanto 
silencio  y  estar  la  comunidad  en  oración.  Calló 
la  monja  y  siguió  la  distribución  hasta  el  fin. 
"Concluidas  las  Completas, que  siguen  a  la  ora- 
ción, la  Prelada,  que  lo  era  entonces  la  Madre 
Margarita  de  San  Joaquín,  llamó  a  su  celda  a 
la  Madre  S.  Ignacio  y  la  reconvino  por  haber 
perturbado  a  la  comunidad,  le  exigió  le  dijese 
por  qué  lo  había  hecho  así ;  y  ella  guardaba 
silencio.  Entonces  la  Prelada  le  mandó  por 
obediencia  que  dijera.  Ella,  rindiéndose  a  la 
obediencia,  dijo  que  había  visto  salir  a  la  co- 
munidad huyendo  sin  más  que  sus  capas,  velos 
y  los  breviarios,  subiendo  cerros,  andando  por 
caminos  muy  desconocidos,  que  no  eran  los  de 
Penco,  sino  entre  indios"  (i). 


(1)  Este  sucoso  quedó  en  la  tradición  del  convento  y  lo  tu- 
vieron las  monjas,  unas,  como  un  recuerdo  curioso  de  una 
distracción  de  una  monja,  y  otras,  como  un  presagio  de  algo 
raro  que  había  de  sucederles.  Testigos  presenciales  del  hecho 
llegaron  hasta  1818,  año  en  que  las  trinitarias,  como  lo  conta- 
remos a  su  debido  tiempo,  salieron  de  su  convento  y  subieron 
cerros  y  anduvieron  caminos  desconocidos,  que  no  eran  los 
de  Penco,  y  todo  pasaba  entre  indios:  se  había  verificado  la 
vi.MÓn  de  la  Madre  S.  Ignacio  en  todas  sus  partes.  Así  lo  cre- 
yó entonces  toda  la  Comunidad. 


—  uo  — 


Nuevamente  fué  elegida  Ministra,  para  re- 
emplazar a  la  Madre  Margarita,  la  madre 
Ana  Josefa  de  la  Santísima  Trinidad,  en  Sep- 
tiembre de  1745. 

La  madre  Ana  Josefa  tuvo  un  buen  auxiliar 
para  asegurar  algunos  créditos  en  favor  del 
monasterio,  en  el  capellán  de  la  casa,  presbí- 
tero don  Francisco  de  Roa  y  Guzmán.  Este 
distinguido  sacerdote,  perteneciente  a  algunas 
de  las  familias  más  respetables  de  la  ciudad, 
dedicó  al  monasterio  atenciones  de  verdadero 
padre  y  le  prestó  servicios  importantes  y  abso- 
lutamente desinteresados :  la  protección  de 
Roa  v  Guzmán  se  baria  intensamente  eficaz 
con  ocasión  de  la  gran  catástrofe  que  sufrió 
la  ciudad  y  de  que  pronto  hablaremos. 

Terminó  su  trienio  la  madre  Ana  Josefa  y 
desgraciadamente  no  sabemos  quién  le  suce- 
dió en  el  cargo  de  Ministra  en  el  trienio  de 

I751- 


Debemos  dejar  constancia  de  que  la  Madre  S.  Ignacio  era 
una  religiosa  eminente  en  virtud  y  fué  una  de  las  piadosas 
recogidas  que  pasaron  del  beatorio  de  la  Ermita  al  monaste- 
rio canónicamente  erigido  en  173i>.  Todo  esto  lo  tomé  de  una 
Relación  del  viaje  o  peregrinación  de  las  monjas  a  la  Arauca- 
nía,  de  que  nos  habremos  de  ocupar  mas  adelante. 


CAPÍTULO  V 


Terremoto  de  1751. — Traslación  de  la  ciudad. 

El  terremoto  de  1751:  sus  efectos  inmediatos  y  sus 
consecuencias  ulteriores. — La  Ministra  Sor  Rita  de 
Santa  Gertrudis,  talvez  la  primera  chilena  que  go- 
bierna la  Comunidad:  cobra  créditos  al  fisco:  se 
preocupa  de  la  reconstrucción  del  claustro  arruinado: 
se  suscita  el  pleito  de  la  traslación  de  la  ciudad. — La 
Ministra  Sor  Margarita  de  la  Cruz,  175-^-1757 : 
cobra  al  fisco  algunas  deudas. — La  Ministra,  M.  Rita 
de  Santa  Gertrudis,  1757-1760 :  obtiene  pago  de  parte 
de  la  deuda  Hijar  y  Mendoza:  el  síndico  Bernardo 
Matheu:  pagan  deudas  los  capitanes  Alonso  y  Jacinto 
Bravo,  de  Perquilauquén.  Trienio  1760-1763 :  no  es 
conocida  la  Ministra.— Gobierna  Sor  Mariana  de  San 
José  1763-1767 :  cómo  estaba  el  monasterio  después 
del  terremoto,  préstamo  al  P.  Olivares. — Situación 
incierta  de  las  monjas  en  el  pleito  de  traslación. — La 
Ministra  M.  Mariana  se  resuelve  a  trabajar  en  él 
ralle  de  la  Mocha:  Sor  Nicolasa  Rocha  dirige  las 
obras. — Traslación  de  la  ciudad  a  su  actual  sitio:  el 
presbítero  Francisco  Javier  Barriga  levanta  plano 
para  la  ciudad  y  reparte  los  solares:  quiénes  fueron 
los  verdaderos  solucionadores  del  famoso  problema: 
la  famosa  historia  de  la  excomunión  lanzada  por  el 
obispo  Toro  y  Zambrano. — Se  trasladan  las  monjas 
a  la  nueva  ciudad. — Religiosas  que  recibe. — Pobreza 
del  monasterio :  la  Ministra  cobra  al  presidente  y  al 
rey  la  deuda  Hijar. — Acaba  su  gobierno  la  M.  Maria- 
na y  entra  Sor  Rita  de  Santa  Gertrudis:  17 66-17 69. 

— J uicio  acerca  de  la  actuación  de  la  M.  Mariana. 


—  92  — 


El  gobierno  de  la  nueva  superiora  está 
marcado  con  el  sello  indeleble  de  una  de  las 
mas  terribles  calamidades  que  han  azotado  a 
la  diócesis,  y  que  fué  de  trascendentales  con- 
secuencias para  la  ciudad  de  Concepción,  el 
terremoto  de  1 75 1 . 

El  veinticinco  de  Mayo  de  1 75 1 ,  a  la  una  y 
media  de  la  mañana,  un  violentísimo  terremo- 
to azotó  casi  toda  la  república,  y  con  más  furia 
la  zona  del  Maule  al  sur:  parece  que  el  centro 
del  fenómeno  fueron  las  provincias  del  Ñuble 
y  Concepción.  Esta  ciudad  padeció  casi  total 
destrucción,  escapando  en  estado  ruinoso  las 
pocas  casas  que  resistieron  a  la  violencia  de 
los  sacudimientos.  He  aquí  cómo  narra  el  su- 
ceso un  testigo  presencial :  "A  poco  más  de 
la  una  de  la  mañana  vino  un  fuerte  remezón 
con  el  que  todos  precipitados  corrimos  cada 
uno  en  la  forma  en  que  se  hallaba  a  los  patios 
de  las  casas;  y  apenas  empezábamos  a  pedir 
a  Dios  misericordia,  cuando  descargó  (diez 
minutos  después  del  primero)  un  terrible  tem- 
blor de  tierra  que  sólo  de  oír  los  bramidos  que 
ésta  daba  apenas  había  quien  no  estuviera 
fuera  de  sí.  Su  mayor  fuerza  me  pareció  que 
duraría  como  seis  minutos.  En  cuyo  tiempo 
se  reconocieron  tres  repeticiones  más  fuertes, 
alcanzándose  el  uno  al  otro ;  y  no  quedó  en  este 


—  93  — 


instante  templo,  casa  grande  ni  pequeña  que 
no  se  arrojase,  pues  ni  aun  las  personas  se 
podían  mantener  en  pie  ni  huir  de  las  casas. 
Los  más  animosos  no  creían  llegar  a  mañana ; 
todos  discurrían  lo  mismo,  y  hubiera  sucedido 
a  no  haber  usado  Dios  aquí  una  de  sus  mayo- 
res maravillas  y  fué  el  haber  detenido  las 
aguas  del  mar  algo  más  de  media  hora  después 
del  temblor,  en  cuyo  tiempo  pudieron  los  más 
vecinos  de  esta  ciudad  salir  con  grandísima 
dificultad  de  las  ruinas  y  huir  desatentados  a 
ampararse  de  los  montes,  cuyas  faldas  se  de- 
rrumbaban también  por  efecto  del  temblor.  A 
la  media  hora  y  minutos,  empezando  a  hervir 
el  mar,  se  ausentó  precipitadamente  de  sus 
riberas,  dejando  toda  su  bahía,  (que  es  de  tres 
leguas,)  en  seco;  pero  como  a  los  siete  minutos 
volvió  con  grandísima  fuerza  encrespando  ola 
sobre  ola  con  tanta  altura  que,  excediendo  sus 
límites,  superó  y  coronó  toda  la  ciudad  entran- 
do con  más  violencia  que  la  carrera  de  un 
caballo.  Retiróse  con  gran  fuerza  llevándose 
tras  de  sí  todas  las  paredes  aun  no  caídas  y 
muebles  de  todas  las  casas,  quedó  esta  ciudad 
como  la  plaza  más  escueta.  Retiróse  otras 
veces  en  la  forma  dicha,  y  volvía  aun  con  más 
fuerza  segunda  y  tercera  vez  a  inundar  toda 
la  ciudad,  aun  más  la  tercera  vez  que  las  an- 


-  94  — 


tecedentes.  .  .  .Los  destemplados  alaridos  y  la- 
mentosa gritería  de  todas  las  personas,  los 
aullidos  de  los  perros,  el  desconcertado  canto 
de  las  aves  y  el  pavor  de  los  animales,  eran  los 
presagios  del  juicio  universal,  y  mucho  más 
oír  y  ver  a  los  que,  fluctuando  entre  las  olas 
y  golpes  del  mar,  iban  a  perecer,  no  habiendo 
jxxlido  por  sus  años,  achaques  o  desgracias 
acogerse  al  monte." 

No  salvó  el  monasterio  de  la  general  des- 
trucción, y  pagaron  las  religiosas  su  tributo 
a  las  privaciones  y  miserias,  junto  con  los  atri- 
bulados habitantes.  Prestaron  ellas  el  valioso 
concurso  de  sus  oraciones  y  de  sus  penitencias 
para  alcanzar  del  cielo  misericordia  y  protec- 
ción. Los  sentimientos  religiosos,  que  se  avi- 
varon considerablemente  con  el  terror  produ- 
cido por  el  terremoto,  movieron  también  la 
caridad  para  con  los  desvalidos,  entre  los 
cuales  eran  porción  interesante  las  religiosas 
trinitarias.  A  más  de  la  caridad,  había  en 
favor  de  las  monjas  otro  factor  valiosísimo: 
varias  de  las  familias  importantes  tenían  en 
el  monasterio  un  representante  suyo,  cuya 
suerte  le  interesaba  de  cerca  y  en  cuyo  socorro 
acudían  por  los  naturales  sentimientos,  ya  de 
paternidad,  ya  de  fraternidad.  Pero  aun  con 
eso,  la  labor  que  caía  sobre  la  superiora  del 


—  95  — 


monasterio  era  difícil,  y  para  no  desmayar 
en'  su  realización  se  necesitaba  de  enegía  y  se- 
renidad de  carácter  nada  comunes :  estas  cua- 
lidades se  hallaban  en  la  Ministra  de  que  va- 
mos a  ocuparnos. 

En  Septiembre  de  175 1  entraba  a  gobernar 
la  madre  Rita  de  Santa  Gertrudis,  Rodríguez. 
La  madre  Rita  era  chilena,  y  probablemente 
la  primera  hija  del  país  que  regía  los  destinos 
de  la  comunidad.  Se  hizo  religiosa  con  dote 
($  500)  que  le  pagó  el  fundador  Sarmiento, 
tal  vez  en  1721,  o  antes;  y  ya  la  vimos  que  era 
la  superioradel  beaterío  déla  Ermita  ala  llega- 
da de  las  fundadoras  en  1736.  Y  la  seguire- 
mos viendo  como  superiora  por  varios  trienios, 
y  que  deja  de  intervenir  en  el  gobierno  sola- 
mente cuando  su  avanzada  edad  la  imposibili- 
ta para  una  labor  pesada. 

Una  de  las  primeras  atenciones  de  la  nueva 
superiora  fué  procurar  el  sustento  de  la  co- 
munidad con  recursos  propios  y  para  ello  se 
presentó  a  las  autoridades  judiciales  pidiendo 
que  se  mandaran  pagar  los  seis  mil  pesos  que 
les  legó  el  deán  Sarmiento,  provenientes  de  la 
ya  conocida  deuda  del  obispo  Sr.  Hijar  y 
Mendoza.  Dió  poder  al  síndico  del  monasterio, 
don  Mariano  Pérez  de  Guzmán,  para  que  pa- 
sara a  Santiago  e  interpusiera  su  reclamo, 


—  96  - 


aún  ante  la  real  Audiencia.  Todo  lo  que  obtu- 
vo Pérez  fué  que  el  gobernador  don  Domingo 
Ortiz  de  Rozas  mandara  a  los  tesoreros  rea- 
les, en  Abril  de  1753,  que  se  pagara  la  deuda 
"con  los  residuos  que  quedaran  en  cada  año 
en  la  caja  de  su  cargo  después  de  satisfacer 
las  pensiones  con  que  estaba  gravada." 

Otra  atención  que  preocupó  hondamente  el 
ánimo  de  la  madre  Rita  fué  la  reconstrucción 
del  monasterio,  y  en  este  punto  tuvo  mucho 
que  cavilar. 

La  destrucción  de  la  ciudad  suscitó  una 
cuestión  importantísima,  llamada  a  influir  no- 
tablemente en  la  suerte  de  Concepción.  Vivían 
muchos  testigos  de  la  ruina  del  año  30,  y  no 
se  habían  olvidado  por  completo  los  estragos 
del  terremoto  de  1657:  así  fué  como  las  des- 
gracias presentes,  aumentadas  con  el  recuer- 
do de  las  pasadas  catástrofes,  hicieron  nacer 
en  muchos  habitantes  la  idea  de  que  el  sitio 
que  ocupaba  la  ciudad  no  era  apropiado,  y  que 
debía  cambiarse  a  otro  punto  más  defendido 
de  la  acción  del  mar.  El  proyecto  dividió  los 
pareceres  tanto  que  su  discusión  produjo  ver- 
daderas tormentas  en  el  seno  de  la  sociedad 
penquista.  Tomaron  carta  las  autoridades  y, 
por  desgracia,  no  estuvieron  de  acuerdo  la 
autoridad  civil  y  la  religiosa;  ni  tampoco  lo 


estuvieron  entre  sí  las  personas  de  la  autori- 
dad civil :  los  gobernadores  que  se  sucedieron 
durante  el  largo  pleito,  no  pensaron  de  la 
misma  manera  en  cuanto  al  cambio;  el  gober- 
nador y  el  obispo  estuvieron  también  unidos 
o  separados  en  la  misma  materia.  Duró  el  plei- 
to (que  bien  merece  llamarse  así)  más  de 
once  años,  tiempo  suficiente  para  que  se  cam- 
biara por  tres  veces  el  presidente  de  la  nación, 
y  para  que  pasara  a  mejor  vida,  en  1760,  el 
anciano  obispo  don  José  de  Toro  y  Zambrano, 
enemigo  de  la  traslación  en  la  forma  en  que 
la  proponían  muchos  de  los  principales  parti- 
darios del  proyecto. 

No  nos  consta  si  la  madre  Rita  tomó  reso- 
lución en  la  famosa  disputa  sobre  ubicación 
de  su  monasterio;  sólo  sabemos  que  por  de 
pronto  no  hubo  trabajos  de  importancia  en 
Penco,  y  que  los  vecinos  tampoco  se  exponían 
a  invertir  grandes  capitales  en  rehacer  sus 
arruinadas  viviendas.  La  madre  Rita  aparece 
entre  los  que  se  pronunciaron  por  llevar  el 
pueblo  al  valle  de  la  Mocha;  pero  esto  fué  en 
otro  período  de  su  gobierno,  como  ya  lo  di- 
remos. 

La  madre  Margarita  de  la  Cruz  gobernó 
durante  el  trienio  de  1754- 1757,  y  no  tenemos 
de  ella  otra  noticia  sino  de  que,  en  el  último 


—  98  — 


año  de  su  gobierno,  elevó  al  Presidente  una 
enérgica  reclamación  en  que  exige  el  pago  de 
la  deuda  Mijar  y  Mendoza. 

En  el  nuevo  trienio  1757- 1760,  entró  nue- 
vamente la  madre  Rita  de  Santa  Gertrudis. 

Emprendió  la  nueva  Ministra  un  formal 
ataque  contra  los  deudores  morosos  del  mo- 
nasterio. Consiguió  en  1 758  que  el  fisco  entre- 
gara al  síndico  don  Bernardo  Matheu  la  can- 
tidad de  dos  mil  ochocientos  veinte  pesos,  2 
reales,  a  cuenta  del  capital  e  intereses  de  la 
deuda  Hijar  y  Mendoza. 

El  mismo  año  consiguió  otros  pagos,  de  los 
cuales  notamos  uno,  porque  da  idea  de  lo  di- 
fíciles que  eran  los  deudores  para  cumplir  sus 
compromisos,  y  también  de  la  enérgica  actua- 
ción de  la  Ministra.  Obtuvo  la  Ministra  que 
el  juez  eclesiástico,  don  Tomás  de  la  Barra 
Manrique,  Vicario  General  del  obispo  don 
José  de  Toro  y  Zambrano,  ordenara  a  los 
curas  y  jueces  eclesiásticos  de  Perquilauquén 
"que  cobraran  de  los  dueños  de  la  estancia  de 
Huechuquito,  de  Perquilauquén,  500  $  que 
se  adeudan  a  las  trinitarias  y  197  $,  4  rs.  de 
los  corridos  causados,  "y  que  si  luego  no  los 
dieren  v  pagaren  traben  secuestro  y  embargo 
de  la  Estancia  por  la  expresada  cantidad,  sus 
Décimas  y  costos  en  forma,  y  conforme  a 


-  99  — 


derecho;"  y  "que  recurran,  si  es  necesario,  a 
la  real  justicia  para  que  imparta  el  real  auxi- 
lio."— Los  deudores  así  apremiados  no  eran 
personas  vulgares,  ni  desconocidas  del  mo- 
nasterio. Eran  los  capitanes  Alonso  y  Jacinto 
Bravo,  hijos  de  Juan  Bravo  y  hermanos  de 
Sor  Isabel  Bravo,  religiosa  trinitaria.  Juan 
Bravo  constituyó  sobre  Huechuquito,  fundo 
de  ocho  mil  cuadras,  censo  de  500  $,  para  dote 
de  su  hija  Isabel  cuando  entró  al  monasterio 
antes  de  1736. 

Enteró  su  trienio  la  Madre  Rita,  y  no  sabe- 
mos quién  la  reemplazó  en  el  siguiente,  1760- 

1763- 

Sor  Mariana  de  San  José  tomó  puesto  de 
Ministra  en  último  año  y  regirá  la  comunidad 
en  un  trienio  memorable. 

Un  préstamo  que  hizo  la  madre  Mariana 
en  1763  nos  da  unas  cuantas  noticias  curiosas 
referentes  a  la  Comunidad.  Pidió  el  superior 
de  los  jesuítas  de  Chillan,  P.  Miguel  de  Oli- 
vares, 1.600  $,  de  los  fondos  de  dotes  de  reli- 
giosas, y  ofrecía  como  garantía  el  fundo  de 
San  Eurico  o  Caimacahuín .  No  está  de  más 
que  indiquemos  que  este  P.  Olivares  es  el 
mismo  ilustre  historiador  que  tantas  cosas 
buenas  contó"  en  Chile  en  su  "Historia  de  la 
Compañía  de  Jesús  en  Chile"  y  en  su  "Historia 


—  100  — 


militar,  civil  y  sagrada  de  Chile."  Consultó 
la  Ministra  a  sus  consejeras  y  se  accedió  a  lo 
solicitado  por  el  P.  Olivares.  Las  religiosas 
consultadas  fueron:  la  Vicaria,  M.  María 
Juana  de  la  Asunción;  las  Consejeras  Rita 
de  Santa  Gertrudis,  Mana  Margarita  de  la 
Cruz,  Margarita  de  San  Félix,  Manuela  del 
Rosario,  Rosa  de  Santa  María  y  las  religiosas 
Rosa  de  la  Concepción,  María  Victoria  del 
Milagro,  Ana  de  San  Juan  de  Mata,  María 
Josefa  de  los  Angeles,  y  la  secretaria  Ninfa 
de  las  Mercedes.  Para  arreglar  la  escritura 
de  préstamo  se  reunieron  las  religiosas,  el 
Notario  don  Francisco  Javier  Folmón  y  los 
tres  testigos,  en  la  portería,  '"por  no  haber 
locutorio;"  y  firmaba  la  autorización  para 
hacer  el  préstamo  el  vicario  capitular  don 
Francisco  de  Arechavala  y  Olavarría.  que 
gobernaba  la  diócesis  vacante,  por  muerte  del 
obispo  don  José  de  Toro  y  Zambrano  (i). 

Los  i.óoo  S  del  préstamo  se  formaban  con 
1.500  $,  dote  de  la  religiosa  Nicolasa  del  Ro- 
sario Rocha,  y  con  100  $,  sobrantes  del  censo 
que  acababa  de  pagar  el  rector  del  seminario 
de  "San  José  de  Concepción." 

El  dote  era  de  500  $  en  tiempo  del  beaterío ; 
ahora  es  de  1.500  S  como  mínimum. 

(1)  Biblioteca  Nacional,  Capitanía,  Volumen  442,  l.«  pieza. 


—  101  — 


En  la  escritura  se  dice  que  el  monasterio 
no  tenia  locutorio;  pero  no  se  agrega  que 
tampoco  había  casa  decente.  El  pleito  de  tras- 
lación tenía  en  suspenso  la  general  actividad : 
los  vecinos  no  se  atrevían  a  dar  una  resolu- 
ción definitiva  aunque,  de  hecho,  se  inclina- 
ban a  que  se  fijaran  en  el  valle  la  Mocha  o  de 
Rozas  el  asiento  de  la  ciudad.  Las  religiosas, 
que,  más  que  cualquier  otro  vecino,  carecían 
de  iniciativa  o,  más  bien,  de  personalidad 
para  tomar  parte  en  la  contienda,  tuvieron 
que  mantenerse  a  la  espectativa  de  lo  que 
resolvieran  las  personas  que  las  dirigían,  ya 
con  autoridad,  ya  con  sólo  el  consejo.  El  vica- 
rio capitular  Arechavala  y  Olavarría  era  par- 
tidario de  la  traslación;  lo  eran  también  los 
jesuítas,  directores  espirituales  de  las  monjas; 
el  capellán  Juan  de  Vergara ;  el  grande  pro- 
tector de  la  casa,  deán  don  Juan  de  Guzmán 
y  Peralta  y  presbítero  don  Pedro  del  Campo. 
De  estas  personas  tomó  venia  y  consejo,  así 
lo  creemos,  la  Ministra  Mariana  de  San  José 
y  se  resolvió  a  iniciar  la  construcción  del  con- 
vento en  la  que  sería  nueva  ciudad. 

Voluntad  sobraba  a  la  M.  Mariana;  pero 
las  arcas  estaban  vacías  y  no  había  con  qué 
emprender  las  nuevas  obras.  Los  sentimientos 
religiosos,  que  se  avivaron  con  los  sufriimien- 


—  102  — 


tos  que  ocasionó  el  terremoto,  movieron  tam- 
bién la  caridad  del  vecindario  para  con  los 
desvalidos,  y  especialmente  con  las  trinitarias. 
A  más  de  la  natural  compasión  había  en  favor 
de  las  monjas  otro  factor  valiosísimo  como  lo  I 
hemos  notado  algo  más  atrás:  buena  parte 
de  las  familias  importantes  de  Concepción 
tenían  en  el  monasterio  un  miembro  suyo  y 
no  quisieron  desperdiciar  la  ocasión  de  prac-  j 
ticar  una  obra  de  misericordia  para  remediar 
una  necesidad  imperiosa. 

Dios  puso  valor  esforzado  en  el  corazón  de 
una  religiosa,  y  despertó  sentimientos  nobilí- 
simos en  el  corazón  de  sus  padres,  moviéndolos 
a  que  tomaran  a  su  carero  la  ardua  tarea  de 
construir  el  convento  en  la  futura  ciudad:  Sor 
Nicolasa  del  Rosario,  con  su  padre,  don  José 
Rocha,  y  una  hermana  lega,  cuyo  nombre 
sentimos  no  conocer,  se  trasladaron  al  valle 
de  la  Mocha  y  se  entregaron  a  la  tarea  de 
preparar  la  futura  vivienda  de  las  monjas. 
No  tenemos  conocimiento  de  la  fecha  precisa 
en  que  Sor  Xicolasa  salió  de  su  convento  de 
Penco  a  comenzar  su  trabajo;  pero  sí  sabemos 
que  fué  antes  de  que  se  decretara  la  traslación 
de  la  ciudad  a  su  sitio  actual,  y  nos  consta  así 
mismo  que  los  trabajos  estaban  adelantados 
a  la  fecha  de  ese  decreto.  No  es  aventurado 


—  103  — 


calcular  que  el  viaje  de  Sor  Nicolasa  debió  ser 
en  el  mismo  mes  en  que  comenzaba  su  gobierno 
la  Ministra  Madre  Mariana  de  San  José,  Sep- 
tiembre de  1763;  pues  un  año  después  ya 
había  buena  parte  del  nuevo  convento  casi 
terminada. 

En  3  de  Noviembre  de  1764  dió  el  Gober- 
nador don  Antonio  Guill  y  Gonzaga  el  decreto 
de  traslación  al  valle  de  la  Mocha ;  pocos  días 
después,  el  doce  de  Noviembre,  la  madre  Ma- 
riana, se  dirige  al  Gobernador  cobrándole  el 
saldo  de  la  famosa  deuda  Sarmiento-Hijar, 
y  le  dice  "que  ocurre  a  su  notoria  justificación 
para  que  se  digne  de  mandar  que  los  oficiales 
reales  entreguen  al  síndico  la  cantidad  res- 
tante al  cumplimiento  de  los  dichos  seis  mil 
pesos,  pues  que  de  otra  suerte  les  es  moral- 
mente  imposible  la  conclusión  de  las  obras  del 
monasterio  en  sus  principales  oficinas  y,  lo 
que  es  más,  su  trasporte  a  la  nueva  Concep- 
ción por  la  demasiada  inopia  en  que  se  halla." 
Queda  en  claro  que  las  monjas  estaban  re- 
sueltas desde  años  talvez  a  trasladarse  al  valle 
de  la  Mocha,  y  que  todas  las  construcciones 
de  que  habla  la  Madre  Mariana  comenzaron 
mucho  tiempo  antes  de  que  se  resolviera  la 
traslación  de  la  ciudad. 

Como  queda  dicho,  el  Gobernador  Guill  y 


—  104  — 


Gonzaga  decretó  la  traslación  el  3  de  Noviem- 
bre de  1764;  ese  mismo  día  declaró  a  la  nueva 
ciudad  la  canital  del  obispado,  y  a  Talcahuano 
como  puerto  de  registro,  surgidero  y  amarra- 
dero de  los  navios  que  entraran  a  la  bahía:  la 
nueva  ciudad  se  llamaría  Concepción  de  la 
Madre  Santísima  de  la  Luz.  No  estimamos 
fuera  de  nuestro  objeto  dar  aquí  algunas  no- 
ticias acerca  de  lo  que  se  llamó  "pleito  de  tras- 
lación de  la  ciudad,"  noticias  que  completarán 
la  brevísima  información  que  sobre  este  par- 
ticular dimos  algo  más  atrás  (1). 

"Arruinada  la  ciudad  en  Mayo  de  1 75 1 .  y 
antes  que  se  tomara  acuerdo  oficial  alguno 
sobre  el  sitio  definitivo  que  había  de  tener  la 
ciudad,  resolvieron  de  hecho  la  cuestión  algu- 
nos particulares,  que  comenzaron  a  edificar 
sus  habitaciones  en  el  valle  de  la  Mocha.  El 
presidente  don  Domingo  Ortiz  de  Rozas,  que 
dictó  providencias  sobre  fijar  el  dicho  valle 
como  asiento  de  la  futura  ciudad,  no  logró 
uniformar  las  encontradas  opiniones,  y  hubo 
de  resignarse  a  que  viniera  de  España  la  so- 
lución de  esa  cuestión,  que  él  había  elevado  a 
conocimiento  del  rey.  Pero  entretanto  fomen- 


í  I )  Tomadas  de  nneetra  obra  '  El  Seminario  de  Concep- 
ción" págs.  198-V02. 


—  105  — 


tó  la  emigración  a  la  Mocha,  y  aun  dejó  que 
las  autoridades  civiles  iniciaran  algunas  cons- 
trucciones y  que  se  establecieran  aquí  por 
gran  parte  del  año.  Cuando  Ortiz  de  Rozas 
dejó  el  mando,  en  Diciembre  de  1755,  ya  había 
núcleo  de  población  en  la  Mocha,  o  valle  de 
Rozas,  como  se  dice  también  en  los  documen- 
tos oficiales,  en  honor  del  presidente,  según 
creemos.  En  el  dicho  año  55  tenían  terminados 
sus  edificios  once  empleados  públicos :  alcal- 
des, regidores,  maestros  de  campo,  etc.  Y  de 
entre  los  eclesiásticos  tenían  ya  sus  casas  el 
vicario  general,  canónigo  Tomás  de  la  Barra; 
el  deán,  Juan  de  Guzmán  y  Peralta ;  el  promo- 
tor fiscal  del  obispado,  Pedro  de  la  Barra;  los 
presbíteros  Pedro  del  Campo,  Francisco  Javier 
Barriga,  Pascual  de  Roa,  Francisco  Martínez, 
Domingo  de  Rozas  y  José  de  Mendoza ;  y  los 
jesuítas,  que  ya  tenían  casi  terminadas  casas  e 
iglesia. 

A  Ortiz  de  Rozas  sucedió  de  presidente  don 
Manuel  de  Amat  y  Junient.  El  nuevo  goberna- 
dor no  pensaba  como  el  anterior,  y  fué  parti- 
dario de  que  la  ciudad  se  trasladara  a  un  punto 
más  al  norte,  los  altos  de  Punta  de  Parra; 
pero  no  logró  durante  su  gobierno,  ni  inclinar 
en  favor  de  su  idea  a  los  vecinos,  ni  tampoco 
dar  solución  definitiva  a  la  cuestión.  Sucedióle 


—  106  — 


en  el  mando  don  Antonio  Gnill  v  Gonzaga 
desde  Octubre  de  1762. 

Trasladóse  a  Concepción  el  nuevo  goberna- 
dor, con  el  designio  de  imponerse  de  la  situa- 
ción de  los  vecinos,  y  decidido  a  poner  término 
a  un  estado  de  incertidumbre  y  de  animosida- 
des   que  no  tenían    razón  de  ser.  Traba- 
jó individualmente  y  por  medio  de  personas 
afectas  al  cambio,  en  convencer  a  los  oposito- 
res; y.  una  vez  asegurado  el  resultado  favo- 
rable, nombró  una  comisión  para  que  infor- 
mara sobre  el  punto  que  convenía  escoger 
para  la  nueva  ciudad.   Los  comisionados,  in- 
geniero Juan  Garland  y  auxiliar  Ambrosio 
O'Higgins,   estudiaron  en  el  terreno  mismo 
los  parajes  que  se  indicaban  como  a  propósito: 
el  mismo  Penco,   Punta  y  Loma  de  Parra, 
Lauda,  La  Mocba  y  Talcabuano.  El  3  de  No- 
viembre de  1764  informó  la  comisión,  deci- 
diéndose por  el  valle  de  La  Mocba. 

El  mismo  día  Guill  y  Gonzaga  decretó  la 
traslación,  declaró  a  la  nueva  ciudad  la  capital 
del  obispado  y  a  Talcabuano  como  puerto  de 
Registro,  surgidero  y  amarradero  de  los  na- 
vios que  entraran  a  la  babía.  La  ciudad  se 
llamaría  Concepción  de  la  Madre  Santísima 
de  la  Luz. 

En  los  días  siguientes  se  hizo  la  entrega 


—  107  — 


solemne  de  los  solares  a  los  vecinos,  dándose- 
les el  título  correspondiente;  y  a  fines  de 
Noviembre  se  hizo  la  traslación  de  las  ofici- 
nas, autoridades  y  empleados.  La  repartición 
se  hizo  por  una  comisión  cuyo  jefe  fué  el  fiscal 
eclesiástico,  presbítero  Francisco  Javier  Ba- 
rriga. El  plano  original,  en  que  hay  señaladas 
ciento  diez  y  ocho  manzanas  para  trescientos 
veinte  vecinos,  está  firmado  únicamente  por 
Barriga.  Guill  y  Gonzaga  aprobó  el  plano  el 
8  de  Agosto  de  1765  y  conforme  a  él  se  termi- 
nó el  reparto. 

("B.  Nacional,  Capitanía,  Volumen  996,  n.° 
17723). 

El  Maestre  de  Campo  Salvador  Cabrito, 
en  31  de  Diciembre,  notificó  a  los  comercian- 
tes para  que  en  el  término  de  ocho  días  se 
trasladaran  a  la  nueva  ciudad.  El  resto  del 
vecindario  demoró  aun  dos  meses  en  acarrear- 
se, de  modo  que  en  Marzo  de  1765,  ya  estaban 
en  la  nueva  Concepción  todos  sus  habitantes." 

"Su  determinación  (la  translación  decreta- 
da por  Guill  y  Gonzaga),  dice  un  historiador 
hijo  de  Concepción  fué  recibida  con  gusto 
universal.  Todos  los  diversos  vecinos  la  aplau- 
dieron, de  modo  que  no  se  sintió  ninguno 
quejoso  ni  que  insultara  al  partido  desairado, 
porque  todo,  prudente  y  sagazmente,  lo  había 


—  108  — 


prevenido  el  Gonzaga.  Viendo  la  concordia 
general  íesolvió  celebrar  el  feliz  éxito  de  este 
espinoso  negocio  con  una  Misa  solemne  a  la 
Madre  Santísima  de  la  Luz,  de  la  cual  era 
muy  devoto"  ( i ). 

Como  se  ve  en  los  escasos  pormenores  que 
quedan  apuntados,  influyeron  eficazmente  en 
la  solución  del  problema  de  traslación,  las 
medidas  que  tomaron  las  autoridades  y  el 
clero  de  una  manera  privada  y  sin  carácter 
ninguno  oficial.  Los  jesuítas  llevaron  la  de- 
lantera construyendo  sus  edificios  y  trasla- 
dando personal  y  parte  de  su  colegio  a  la 
Mocha,  muchos  años  antes  de  la  resolución 
tomada  por  Guill  y  Gonzaga. 

Los  eclesiásticos  del  clero  secular,  en  su 
parte  más  representativa,  en  los  primeros 
años  construyeron  también  sus  casas  en  la 
Mocha.  Surge  de  estos  hechos  cuán  infunda- 
dos son  los  cargos  de  dureza  y  tiranía  que  se 
han  hecho  contra  el  obispo  Toro  y  Zambrano 
en  la  oposición  que  hizo  al  proyecto  de  tras- 
lación. Que  el  obispo  no  coartó  la  libertad  de 
nadie,  lo  prueba  el  hecho  de  que  su  clero  no 
se  vió  molestado  porque  pensara  de  distinta 
manera  que  el  prelado. 


(1)  P.  Felipe  Vidaurre,  Historia,  de'Chile  pág.  378. 


Uno  de  los  incidentes  del  famoso  pleito,  y 
de  que  han  hecho  gran  bulla  varios  historia- 
dores, es  la  excomunión  lanzada  por  el  obispo 
Toro  y  Zambrano  contra  los  que  se  traslada- 
ban a  la  Mocha.  Pero  en  todo  eso  no  hay  sino 
una  simple  confusión  de  tiempo  en  que  incu- 
rren los  acusadores  del  obispo,  el  cual  observó 
una  conducta  muy  digna  de  alabanza  en  este 
caso  particular :  un  poco  de  historia  resolverá 
la  cuestión. 

En  1753  el  obispo  mandó  que  nadie  se  tras- 
ladara a  la  Mocha  sólo  en  virtud  de  decreto 
de  la  autoridad  local.  Esto  lo  podía  hacer  el 
obispo,  porque  aun  era  discutida  la  traslación 
y  se  esperaba  que  el  rey  resolviera  el  punto 
sometido  a  su  conocimiento  desde  hacía  más 
de  un  año.  El  obispo  no  quería  la  violencia  en 
un  asunto  que  era  perfectamente  discutible  y 
sometido  a  la  deliberación  del.  vecindario  (1). 

El  oidor  Balmaceda,  que  gobernó  interina- 
mente desnués  del  gobernador  Ortiz  de  Rozas, 
decretó  la  traslación  al  valle  de  la  Mocha; 
pero  ese  decreto  era  ilegal  y  por  tal  lo  tomaron 
los  partidarios  de  Penco,  entre  ellos  el  obispo. 

(1)  "Al  propio  tiempo  también  mandó  (el  obispo)  que 
nadie  se  trasladara  al  valle  de  la  Mocha  en  obedecimiento  a 
la  orden  del  gobierno  sino  voluntaria  y  libremente  " — Carva- 
llo Goyeneche,  Tomo  II,  pág.  285;  en  que  habla  del  principio 
del  pleito. 


-  110  — 


Apoyándose  en  el  decreto  de  Halmaceda,  el 
corregidor  de  la  ciudad,  Francisco  Nalbarte 
y  después  Ambrosio  Lobillo,  obligaron  a  los 
artesanos  todos  a  pasarse  a  la  nueva  ciudad. 
Entonces  el  obispo  lanzó  excomunión  contra 
todos  los  que  violentaban  a  los  ciudadano-  a 
irse,  y  contra  los  que  se  fueran  sólo  en  razón 
de  los  decretos  de  los  corregidores.  Pero  tiene 
especial  cuidado  el  obispo,  en  su  decreto  de 
23  de  Septiembre  de  1754,  de  decir  que  impone 
penas  "sin  ser  su  ánimo  el  impedir  el  tránsito 
de  los  que  voluntariamente  se  quieren  pasar 
sin  la  aceleración  que  intenta  dicho  corregidor 
por  no  tener  donde  ir  a  habitar  por  su  imposi- 
bilidad" (1). 

Que  era  sincera  la  declaración  del  obispo, 
de  no  oponerse  a  la  ida  voluntaria  de  los  po- 
bladores, lo  prueba  el  hecho  que  hemos  apun- 
tado más  atrás,  de  que  mucha  parte  del  clero 
edificaba  sus  casas  en  la  ciudad  nueva  por  ese 
mismo  tiempo  y  el  obispo  no  lo  impidió. 

Las  autoridades  de  Penco  procedieron  mal 
al  emplear  la  violencia  para  lograr  su  intento 
de  poblar  la  ciudad  nueva.  Tuvieron  una  prue- 
ba aplastadora  de  ello  muy  poco  después  que 
el  obispo  dejaba  sin  efecto  el  decreto  de  exc<  >- 
munión,  en  Diciembre  de  ese  mismo  año. 

(1)  Biblioteca  Nacional,  Capitanía,  Vol.  677. 


— 111  — 


Llegó  en  este  mes  el  nuevo  gobernador  ele  la 
nación,  don  Manuel  de  Amat  y  Junient,  el 
cual,  impuesto  del  famoso  pleito,  resolvió  tras- 
ladar la  ciudad  a  la  Loma  de  Parra,  medida 
que  cayó  como  una  bomba  entre  los  partida- 
rios de  la  Mocha:  la  resolución  del  gobernador 
traía  una  nueva  justificación  al  proceder  del 
obispo. 

Amat  fué  trasladado  al  Perú  y  el  señor 
Toro  y  Zambrano  bajó  la  sepulcro;  y  ya  deji- 
mos  cómo  resolvió  el  problema  el  gobernador 
Guill  y  Gonzaga. 

Terminada  con  felicidad  la  traslación  de 
los  vecinos,  comenzaba  otra  labor  difícil  tam- 
bién y  penosa,  que  no  había  de  terminar  sino 
poco  a  poco  y  en  largo  tiempo:  esta  era  la 
constitución  de  la  ciudad,  con  la  construcción 
de  los  edificios  y  la  creación  de  los  servicios 
que  exige  una  ciudad  no  insignificante  como 
era  Concepción.  Emprendieron  con  entusias- 
mo la  obra  los  vecinos,  ayudados  en  algo  por 
el  gobierno :  en  los  primeros  diez  años  quedó 
Concepción  en  condiciones  de  ser  con  honor 
la  capital  del  sur  ( i ). 

(1)  Una  de  las  medirlas  importantes  que  tomó  el  gobierno 
para  facilitar  la  formación  de  Concepción  fué  la  de  decretar 
la  exención  de  contribuciones  por  algunos  años.  Fué  promo- 
tor de  esta  idea  v  gran  defensor  de  ella  un  hijo  de  Concep- 
ción, el  doctor  Alonso  de  Guzmán  y  Peralta,  que  ya  es  cono- 
cido nuestro. 


Hecha  esta  breve  narración,  seguimos  con 
nuestro  objeto  propio." 

Tal  vez  en  los  primeros  meses  de  1765  se 
traladaron  las  monjas  a  la  ciudad  de  la  Con- 
cepción de  la  Madre  Santí  sima  de  la  Luz  y 
entraron  a  su  nuevo  convento,  el  mismo  que, 
casi  en  su  totalidad,  subsiste  hoy,  con  algunos 
cambios  o  reparaciones  que  no  lo  han  alterado 
sustancialmente.  Las  religiosas  que  llegaban 
eran  diez  y  siete. 

Prosiguió  la  madre  Mariana  las  obras  co- 
menzadas por  Sor  Nicolasa  del  Rosario  y  em- 
prendió las  que  debían  completar  el  monaste- 
rio. Para  ello  recurrió  al  Gobernador  cobrán- 
dole lo  que  el  fisco  le  debía:  en  el  escrito,  de 
fecha  29  de  Agosto  de  1765,  dice  "que  hallán- 
dose las  precisas  oficinas  del  por  concluir,  con 
otras  necesidades  urgentes  que  piden  pronto 
reparo  y  sin  recurso  en  lo  humano  respecto 
del  estado  miserable  en  que  se  mira  este  obis- 
pado, sólo  se  asegura  la  esperanza  en  la  pie- 
dad de  V.  Señoría.'"  La  petición  de  la  superio- 
ra  se  refería  a  la  deuda  Hijar-Sarmiento.  y. 
a  pesar  del  incontrovertible  derecho  que  la 
asistía  y  de  la  imperiosa  necesidad  que  la  abo- 
naba en  la  cobranza,  el  gobierno  salió  otra 
vez  por  el  atajo  y  no  pagó  lo  que  se  le  exigía. 

La  pobreza  por  que  atravesaba  el  monaste- 


—  113  — 


rio  era  grande,  pues  la  miseria  era  general ; 
de  que  se  seguía  que  los  deudores  de  las  mon- 
jas, especialmente  por  censos  que  gravaban 
los  fundos,  no  podían  tampoco  pagar  con  pun- 
tualidad. En  tal  estado  quedó  la  diócesis  que 
el  gobierno  se  vió  en  la  imperiosa  necesidad 
de  librar  por  diez  años  de  la  carga  de  contri- 
buciones a  todos  los  dueños  de  propiedades 
raíces,  ya  urbanas,  ya  rurales. 

Eso  fué  lo  que  movió  a  la  madre  Mariana  a 
dirigirse  al  rey  en  demanda  de  auxilio.  Este 
recurso  al  soberano  tuvo  favorable  acogida: 
el  año  1766  se  daba  la  real  cédula  en  que  se 
mandaba  entregar  al  monasterio  un  auxilio 
anual  de  800  $,  por  el  término  de  doce  años 
"del  ramo  de  vacantes  mayores,  y  menores  de 
aquel  obispado  (Concepción),  y  ese  de  San- 
tiago, para  alivio  de  la  extrema  necesidad  a 
que  las  había  dexado  reducidas  el  terremoto 
acaecido  allí":  ese  dinero  lo  daba  el  soberano 
para  sostén  de  la  comunidad  y  para  arreglo 
del  convento. 

Otra  gran  satisfacción  tuvo  la  madre  Ma- 
riana; antes  de  enterar  su  trienio  recibió  en 
la  casa  a  dos  religiosas  que  debían  más  tarde 
dar  lustre  a  la  comunidad,  especialmente  en 
el  gobierno  de  ella,  en  los  varios  períodos  en 

que  sirvieron  el  cargo  de  superioras :  eran  las 
8 


—  114  — 


jóvenes  valdivianas  Manuela  de  los  Dolores 
(de  la  Cruz  y  Goyeneche)  y  Magdalena  de  la 
Cruz  (Luque  y  Eslaba) :  de  una  y  otra  habrá 
ocasión  ele  hablar  más  adelante. 

En  Septiembre  de  1766  y  para  el  trienio 
1766- 1769,  sucedía  a  la  madre  Mariana  la 
nueva  Ministra  Rita  de  Santa  Gertrudis. 

La  M.  Mariana,  que  acabamos  de  ver  salir 
del  gobierno  de  la  Comunidad,  bien  puede 
contarse  entre  las  fundadoras  del  monasterio. 
Las  circunstancias  en  que  comenzó  a  desem- 
peñar su  cargo  eran  tanto  o  más  criticas  que 
las  que  rodean  a  una  comunidad  que  se  for- 
ma :  ésta  nace  con  exigencias  menores  y  menos 
urgentes  que  las  que  impone  una  institución 
numerosa,  formada  ya  y  que  reclama  atencio- 
nes que  tienen  carácter  de  imprescindible  ne- 
cesidad: las  trinitarias  pasaban  de  Penco  a 
Concepción  como  una  familia  que  baja  de  la 
opulencia  a  una  condición  menos  que  modesta. 
Pero  la  M.  Mariana  edificó  el  nuevo  convento, 
subvino  a  las  primeras  necesidades  de  sus 
subditas  en  la  nueva  ciudad,  y  las  dejó  en 
relativa  holgura  y  con  la  seguridad  de  que  no 
perecerían  de  hambre. 


CAPÍTULO  VI 


Se  ejecutan  importantes  trabajos. — La  expul- 
sión  DE  LOS  JESUÍTAS.  La  IGLESIA. 

La  nueva  Ministra,  M.  Rita  de  Santa  Gertrudis, 
176.6-1769:  continúa  su  antigua  labor:  reclamo  de 
Invasiones  en  Palomares. — La  expulsión  de  los  jesuí- 
tas: ignorancia  que  había  de  sus  causas:  cuáles  fueron 
éstas:  consecuencias  que  trajo  a  las  trinitarias. — El 
cura  Arechavala  y  Olavarria  reemplaza  a  los  jesuítas 
en  la  atención  de  las  monjas:  les  presta  otro  género 
de  se/- rictus  relacionados  con  los  bienes  de  la  casa. — - 
Entra  la  religiosa  Tomasa  Que  redo  y  Ovando. — En- 
tra la  Ministra  M.  Rosa  de  Santa  María.  1769-1772. 
— Termina  la  clausura  del  monasterio. — Pide  orna- 
mentos y  útiles  de  los  que  pertenecieron  a  los  jesuí- 
tas: miedo  cerval  de  los  empleados  públicos. — Entra 
de  religiosa  Sor  Micaela  del  'Tránsito. — La  nueva 
Ministra,  M.  María  Margarita  de  la  Cruz,  1771-117  h: 
gran-  pobreza  del  monasterio. — Entra  nuevamente  la 
Ministra,  Sor  Rosa  de  Santa  María,  1111^-1777: 
comienza  la  construcción  de  la  iglesia.  Entra  de 
Minsitra  Sor  Ana  de  S.  Juan  de  Mata,  1778-1781 : 
liberta  a  Palomares  de  invasiones:  entran  a  la  casa 
Sor  María  de  S.  Félix.  Antonia  de  Jesús  Cautivo, 
Juana  Moría  del  Carmen  y  Juana  de  las  Mercedes. 
— Varios  trienios  cuyas  superioras  no  son  conocidas. 
— En  11 S2  entra  Sor  Patricia  de  S.  Joaquín. — En 
Í781t  el  rey  da  fondos  para  la  iglesia. — Entra  de 
monja  Sor  María  de  Jesús. — Entra  de  Ministra  Sor 


—  116  — 


Magdalena  de  ¡a  Cruz,  1790-1793:  termina  la  clausw- 
ra  I  ule  la  Ministra  al  rey  que  declare  "monasterio 
real  al  de  Concepción :  se  obtiene  el  título  y  lo  usa- 
ron las  monjas:  entran  de  monjas  Sor  Melchora  de 
San  Miguel,  Bárbara  del  C.  de  Jesús,  Sor  Manuela 
l  trejola  y  Juana  Maña  de  San  José. 

El  gobierno  de  la  nueva  Ministra,  AI.  Rita 
de  Santa  Gertrudis,  está  señalado  también 
por  acontecimientos  importantes  y  su  actua- 
ción está  marcada  con  alto  relieve  en  la  histo- 
ria del  monasterio:  ya  conocemos  algo  de  su 
pasada  labor  y  la  venios  ahora  trabajar  con 
nuevo  vigor  y  entusiasmo. 

Una  de  las  primeras  medidas  que  tomó  fué 
la  de  "'pedir  amparo  en  la  quieta  y  pacífica 
posesión  del  fundo  Palomares,"  que  se  vió 
invadido  por  todos  lados,  "ya  con  remoción 
de  cercos,  ya  con  intromisión  de  extraños,  que 
se  constituyeron  vivientes  en  el  fundo."  El 
gobernador  don  Antonio  Guill  y  Gonzaga 
prestó  auxilio  a  las  mon  jas ;  pero  se  originaron 
largos  y  molestos  pleitos  que  sólo  tuvieron 
solución  algunos  años  más  tarde,  como  lo  di- 
remos. 

Tanto  o  más  que  los  pleitos  por  terrenos 
amargó  los  ánimos  de  la  Ministra  y  de  la 
comunidad  otra  injusticia  mayor,  cometida 
por  las  autoridades  civiles,  en  obedecimiento 
a  órdenes  emanadas  del  rey  mismo.  El  26  de 


—  117  - 


Agosto  de  1767  fueron  sorprendidas  las  reli- 
giosas con  la  infausta  noticia  de  que,  en  la 
madrugada  de  ese  día,  habían  sido  reducidos 
a  prisión  los  jesuítas  residentes  en  las  dos 
casas  que  tenían  en  la  ciudad,  el  convento  y 
el  seminario  diocesano  o  de  San  José,  y  que 
se  les  había  trasladado  a  la  casa  misional  de 
la  Mochita  ( 1 ).  La  causa  de  la  prisión  era  un 
secreto  que  nadie  conocía  en  el  público,  y  ese 
secreto  quedó  por  mucho  tiempo,  porque  en 
Chile  ni  las  mismas  autoridades  pudieron  co- 
nocer el  fundamento  de  las  órdenes  reales, 
que  ellos  cumplían  como  vasallos  del  rey  de 
España. 

Los  mismos  jesuítas  prisioneros  nada  sa- 
bían tampoco:  y,  aunque  algo  hubieran  sabi- 
do, no  podían  contarlo  a  nadie,  porque  se  les 
mantuvo  en  la  más  estricta  incomunicación 
y  se  prohibió  a  los  de  fuera  todo  trato  con  los 
religiosos:  y  tanto  que  nadie  pudo  verlos  si- 
quiera, ni  nadie  se  despidió  de  ellos,  cuando 
los  religiosos  salieron  de  su  encierro. 

Después  de  un  mes  de  permanencia  en  la 
Mochita,  los  prisioneros  fueron  conducidos  a 
Valparaíso,  de  aquí  al  Perú,  y,  por  fin,  a  Ita- 

(1)  E-ita  casa  estaba  a  orillas  de  estero  Asna  de  las  Niñas 
unas  pocas  cuadras  antes  de  su  desembocadura  en  el  Bío  Bío. 
Nosotros  alcanzamos  a  conocer  la  iglesia  misional  en  los  años 
de  nuestra  niñez. 


—  118  — 


lia.  en  donde  se  radicaron  todos  los  jesuítas 
americanos. 

Lo  sucedido  a  los  jesuítas  de  Concepción, 
fué  suerte  común  de  los  jesuítas  de  todos  los 
dominios  del  monarca  español.  El  rey  Carlos 
III  era  hombre  sin  tino  político,  muy  débil  de 
carácter,  de  escaso  talento  e  incapaz  de  gober- 
nar una  nación  como  la  española.  De  su  falta 
de  personalidad  abusaron  los  políticos  que  lo 
rodeaban,  y  lo  indujeron  a  dar  decreto  de  ex- 
pulsión contra  la  Compañía  de  Jesús  de  tierra^ 
sometidas  a  su  autoridad  real.  Esos  políticos, 
consejeros  del  rey.  eran  miembros  de  una  so- 
ciedad secreta,  cuyo  principal  objeto  era  hacer 
guerra  a  la  Santa  Iglesia  Católica  y  descris- 
tianizar la  católica  monarquía  española.  Uno 
de  los  principales  medios  ideados  para  conse- 
guir sus  perversos  fines  fué  procurar  la  extin- 
ción de  la  Compañía  de  Jesús,  que  era  el  ma- 
yor estorbo  con  »jue  tropezaban  para  la  reali- 
zación de  sus  inicuos  proyectos. 

Las  trinitarias  sufrieron  de  manera  muy 
sensible  la  salida  de  los  religiosos.  Eran  ellos 
los  confesores  de  la  comunidad;  sus  conseje- 
ros de  todos  los  días,  y,  como  vivían  cerca  del 
monasterio,  prestaban  a  las  monjas  casi  todos 
los  servicios  del  culto  en  la  iglesia  del  monas 
terio. 


—  119  — 


Difícil  se  habría  hecho  suplir  la  falta  de  los 
religiosos  expulsados,  si  la  Providencia  no 
hubiera  movido  el  corazón  de  un  distinguidí- 
simo sacerdote,  que  se  dedicó  a  servir  a  las 
monjas  con  caridad  verdaderamente  paternal : 
era  el  cura  del  Sagrario,  don  Francisco  de 
Arechavala  y  Olavarría.  Se  encargó  de  la  di- 
rección espiritual  de  las  religiosas  y  procuró 
que  no  les  faltaran  los  servicios  de  que  esta- 
ban encargados  los  jesuítas. 

Arechavala  pudo  prestar  a  las  religiosas 
servicios  de  otro  género  que  los  espirituales. 
Los  bienes  de  los  jesuítas  fueron  confiscados 
por  el  gobierno  civil,  y  se  les  dió  muy  variado 
destino,  según  su  naturaleza  y  según  también 
las  circunstancias  en  que  se  dispuso  de  ellos. 
Nombró  el  rey  las  "Juntas  de  Temporalida- 
des," que  tomaron  a  su  cargo  todo  lo  que  se 
relacionaba  con  una  sabia  administración  de 
los  bienes  confiscados  a  los  religiosos  expul- 
sos: para  la  Junta  de  Concepción  fué  elegido 
Arechavala  y  Olavarría. 

Los  deudores  de  los  jesuítas  ocurrieron  a 
la  Junta  para  obtener  pagos,  cumplimientos  de 
contratos,  etc.  La  Madre  Rita  de  Santa  Ger- 
trudis fué  uno  de  los  recurrentes;  cobraba  un 
censo  que  gravaba  el  fundo  Caimacahuin,  pro- 
piedad que  fué  de  los  expulsados.  A  pesar  de 


—  120  — 


los  buenos  oficios  de  Arechavala  y  Olavarria, 
la  Junta  caminaba  con  despacio  en  la  solución 
del  reclamo  de  la  M.  Rita,  y  sólo  veinte  años 
después  consiguió  el  monasterio  que  se  le  pa- 
gara esta  deuda. 

De  las  religiosas  que  talvez  recibió  en  este 
trienio  la  M.  Rita,  conocemos  a  Sor  Tomasa  de 
la  Santísima  Trinidad,  ( Quevedo  y  Ovando), 
hermana  y  tía  de  los  eclesiásticos  y  militares 
Quevedo  Que  vedo,  y  Ruines  y  Quevedo,  de 
reconocida  actuación  en  la  historia  patria,  v 
ella  también  de  reconocida  actuación  como 
Ministra  que  fué  más  tarde  del  monasterio. 

Enteró  su  gobierno  la  Madre  Rita  y  entró 
en  su  lugar,  la  Madre  Rosa  de  Santa  María, 
que  gobernó  en  el  trienio  de  1 769-1772. 

La  nueva  Ministra  tuvo  la  satisfacción  de 
terminar  la  clausura  del  monasterio.  No  tenía 
fondos  en  caja,  y  para  trabajar  pidió  dinero 
prestado,  comprometiéndose  a  pagar  con  la 
asignación  real  de  800  $  que  recibía  el  monas- 
terio cada  año.  Muy  urgida  tendrían  a  la  mon- 
ja los  acreedores,  o  ella  sería  muy  excelente 
pagadora,  porque  a  fines  de  1770  rogaba  en- 
carecidamente al  fisco  que  le  pagaran  el  i.° 
de  Enero  próximo,  sin  falta,  los  800  $  que 
correspondía  a  1 77 1 ,  porque  ya  los  debía  y 
deseaba  pagar. 


—  121  — 


Otra  necesidad  procuró  llenar  la  madre 
Rosa.  A  consecuencia  de  la  general  pobreza, 
no  podía  el  monasterio  comprar  los  útiles  ne- 
cesarios para  la  celebración  de  los  divinos 
oficios :  recurrió  la  monja  al  gobierno  v  le 
pidió  que,  de  los  bienes  que  fueron  de  los  je- 
suítas, le  dieran  ornamentos  sagrados  y  otros 
objetos  ''que  están  guardados,  expuestos  a  la 
polilla  y  a  la  humedad,"  y  que  así  podrían  cele- 
brarse algunas  funciones  que  hoy  no  se  cele- 
bran por  falta  de  los  útiles  que  exige  la  litur- 
gia." El  gobierno  tenía  voluntad  favorable, 
pero  el  fiscal  que  estudió  la  petición,  el  oidor 
Concha,  se  opuso,  alegando  que  debía  pedirse 
licencia  al  rey  para  dar  lo  que  las  religiosas 
pedían.  Apuntamos  este  incidente  tan  insigni- 
ficante, porque  él  da  idea  de  lo  atemorizados 
que  quedaron  los  empleados  reales  después  de 
la  expulsión  de  los  jesuítas.  El  soberano  había 
amenazado  con  que  "incurrirían  en  la  real 
indignación"  todos  los  que  obraran  contra  las 
disposiciones  dictadas  para  asegurar  la  expul- 
sión de  los  jesuítas  e  impedir  que  se  les  de- 
fendiera :  de  aquí  se  originó  que,  siempre  que 
se  trataba  de  resolver  cualquiera  cosa  que  se 
relacionara  con  los  expulsados,  el  miedo  do- 
minaba las  inteligencias  y  las  voluntades  de 
los  empleados,  que  se  hallaban  cohibidos  hasta 
para  resolver  el  asunto  más  insignificante. 


  J2'>  


Víctima  de  este  infaltil  miedo  fué  la  Mínis- 
tra,  que  vio  desatendida  su  prudente  petición, 
y  no  quiso  recurrir  al  rey  para  que  le  mandara 
dar  una  casulla  que  pedia. 

Recibió  como  religiosa  a  la  que  fué  Sor 
Micaela  del  Tránsito,  originaria  de  Concep- 
ción, hija  de  don  Vicente  Figueroa  y  de  doña 
Manuela  Pantoja.  "Fué  religiosa  de  mucha 
virtud  y  considerada  como  modelo  de  perfec- 
ción. Pasaba  noches  enteras  en  oración  delan- 
te de  Jesús  Sacramentado  y  fué  de  una  perfec- 
tí sima  obediencia  y  de  la  más  profunda  humil- 
dad. Murió  llena  de  gozo  con  una  penosísima 
enfermedad  con  que  la  purificó  Dios  nuestro 
Señor."  . 

Entró  para  el  trienio  de  1771-1774  en  re- 
emplazo de  la  madre  Rosa  de  Santa  María, 
la  nueva  Ministra,  Sor  María  Margarita  de 
la  Cruz. 

No  sabemos  de  esta  superiora  sino  que  se 
vió  en  grandes  aflicciones  porque  había  gran 
pobreza  en  la  comunidad.  En  Marzo  de  1774 
pedía  al  presidente  don  Agustín  de  Jáuregui 
que  no  demorara  más  el  pago  de  la  subvención 
real  de  800  S,  ya  vencida,  y  que  la  mandara 
entregar  en  Santiago  a  su  apoderado,  el  ca- 
nónigo don  Antonio  Rodríguez. 

En  1771  entraba  nuevamente  de  Ministra 


la  madre  Rosa  de  Santa  María.  Tuvo  como 
Vicaria  a  Sor  Ana  de  San  Juan  de  Mata  ; 
como  Consiliarias  a  las  religiosas  Rita  de  San- 
ta Gertrudis,  Margarita  de  la  Cruz,  Manuela 
del  Rosario,  y  como  conventuales,  entre  otras, 
a  las  religiosas  Mariana  de  San  José,  Josefa 
de  los  Angeles,  María  Victoria  del  Milagro^ 
María  Josefa  de  la  Asunción,  Juana  del  Rosa- 
rio y  Ninfa  de  las  Mercedes. 

Una  de  las  primeras  cosas  que  ocuparon  la 
atención  de  la  madre  Rosa  fué  completar  la 
construcción  del  monasterio,  comenzando  por 
lo  más  visible,  que  era  la  iglesia  pública. 

En  30  de  Diciembre  de  1775  escribió  al 
soberano  y  le  da  cuenta  de  que  con  los  800  $ 
que  le  viene  dando  el  real  tesoro  al  monaste- 
rio, desde  1766,  se  han  continuado  los  edifi- 
cios, construyéndose  las  celdas  necesarias, 
completándose  la  clausura  "con  lo  que  tienen 
ya  algún  alivio;  pero  que  les  sirve  de  mucho 
desconsuelo  hallarse  con  una  mui  corta  e  in- 
cómoda capilla,  construida  interinamente  al 
tiempo  en  que  se  trasladaron  a  la  nueva  Po- 
blación desde  la  arruinada  ciudad,  y  no  tener 
otros  medios  para  la  construcción  de  nueva 
iglesia  que  el  de  repetir  sus  súplicas  a  fin  de 
que  se  digne  ampliar  dicha  gracia  para  cons- 
truir una  proporcionada,  en  cuyas  sagradas 


—  124  — 


aras  continúen  los  más  humildes  votos,  y  fer- 
vorosas oraciones  por  su  importante  salud.'* 

Aunque  con  alguna  demora,  tomóse  en 
Madrid  la  providencia  de  pedir  informe  a  las 
autoridades  de  Chile  acerca  de  la  petición  dé- 
la madre  Rosa.  En  Octubre  de  1778  llegó  a 
Concepción  la  real  cédula,  dada  en  el  Pardo  el 
6  de  Abril  de  ese  año,  y,  a  indicación  del  pre- 
sidente don  Agustín  de  Jáuregui,  estudiaron 
el  asunto  los  ( Miciales  de  las  Reales  Caja^.  el 
"ingeniero  ordinario  ele  Concepción,"  don 
Leandro  Hadarán,  y  el  cabildo  eclesiástico, 
que  gobernaba  la  diócesis,  en  sede  vacante, 
por  muerte  del  Sr.  Espiñeira,  y  compuesto  del 
deán,  don  Juan  de  Guzmán  y  Peralta;  arce- 
diano, don  Tomás  de  la  Barra;  canónigo  ma- 
gistral, don  José  de  la  Sala;  penitenciario,  don 
Francisco  de  Arechavala  y  Olavarría;  de 
Merced,  señores  Francisco  de  Roa  y  Guzmán 
y  Tomás  de  Roa  y  Alarcón. 

No  se  necesitaba  de  grandes  estudios  para 
informar  sobre  la  evidente  necesidad  de  cons- 
truir iglesia  para  el  monasterio;  así  que  el 
trabajo  de  los  informantes  se  concretó  a  for- 
mar los  presupuestos  de  gastos  y  un  plano  de 
las  futuras  construcciones. 

Los  comisionados  desempeñaron  su  cometi- 
do y  remitieron  planos  y  presupuestos  a  Ma- 


—  125  — 


drid.  Estudiado  el  asunto,  todo  fué  aprobado 
por  el  soberano.  No  hemos  visto  la  real  cédula 
que  aprueba  las  obras,  y  así  sólo  conocemos 
una  carta  del  primer  ministro  del  rey,  don 
José  de  Calvez,  al  presidente  de  Chile.  Dice  el 
ministro  que  se  aprueban  el  proyecto  y  presu- 
puesto formado,  y  que  conviene  el  rey  en  que 
se  entreguen  en  Concepción  800  $  cada  año 
"bajo  la  precisa  calidad  de  que  esta  gracia, 
que  sólo  se  amplía  hasta  el  completo  de  los 
quince  mil  trescientos  cuarenta  pesos  a  que 
ascenderá  la  construcción  de  de  dha.  Iglesia, 
según  el  plano  y  cálculo  con  que  han  informa- 
do V.  S.  y  V.  MMs.,  no  debe  correr  hasta 
después  de  concluirse  la  guerra  actual,  y  que 
su  inversión  se  haga  con  intervención  del  Vi- 
ce-Patrono  y  del  Obispo." 

La  guerra  a  que  se  refiere  el  ministro  Gal- 
vez  es  la  que  hubo  entre  Inglaterra  y  España, 
aliada  con  Francia,  a  consecuencia  del  auxilio 
prestado  a  los  Estados-Unidos  de  América, 
en  revolución  entonces  contra  Inglaterra  y 
que  querían  independencia.  La  paz  de  Versa- 
Hez,  de  1783,  puso  fin  a  esa  guerra,  pero  no  a 
los  males  que  acarreó  a  la  nación  española, 
aunque  le  fué  favorable.  Aun  después  de  la 
más  espléndida  victoria,  tiene  la  nación  triun- 
fante que  reparar  tantos  males  y  atender  a 


tantas  necesidades,  que  pasan  años  hasta  tan- 
to se  restablece  la  vida  normal  v  pueden  em- 
prenderse nuevas  obras.  Fué  esto  lo  que  pasó 
con  la  iglesia  de  las  trinitarias,  que  quedó  para 
años  después. 

Entre  tanto  terminó  su  gobierno  la  madre 
Rosa  de  Santa  María  y  entró  de  Ministra  Sor 
Ana  de  San  Juan  de  Mata,  para  el  trienio  de 
1 778-1 781. 

Tuvo  la  suerte  la  nueva  Ministra  de  que  al 
principio  de  su  gobierno  se  fallara  el  largo  y 
dispendioso  pleito  de  rectificación  de  límites 
del  fundo  Palomares.  El  apoderado  de  las 
monjas  en  Santiago,  canónigo  don  Antonio 
Rodríguez,  venía  entendiendo  en  la  reclama- 
ción, y,  al  fin,  en  1779,  fueron  amparadas  las 
monjas  y  entraron  en  pacífica  posesión  de  lo 
que  había  sido  suyo  desde  la  fundación  v  en  lo 
cual  habían  sido  inicuamente  perjudicadas  ( 1 ). 

Durante  su  gobierno  talvez  recibió  la  madre 
Ana  como  religiosas  a  varias  jóvenes,  de  las 


f  1)  Quedaba  en  Palomares  una  población  indígena  que 
ocupaba  terreno?  a  continuación  del  fundo  de  las  monjas. 
Entre  los  invasores  del  fundo  estaban  el  cacique  Andrés  Mi- 
llanan  i  los  indios  Antonio  Guipilafquen.  Narciso  Levipangui, 
Miguel  Levipillan,  José  Marilef,  Sebastián  Meguer  y  Pedio 
Aillapahueque.  A  t<">dos  se  les  notificó  la  sentencia  de  aban 
donar  el  fundo  de  las  monjas. 


que  conocemos  sólo  a  algunas :  nos  consta  que 
entraron  al  monasterio:  Sor  María  de  San 
Félix,  hija  de  don  Francisco  Gaete  y  de  doña 
Isabel  de  la  Barra,  en  1780;  Sor  Antonia  de 
Jesús  Cautivo,  hija  de  don  Gregorio  UUoa  y 
de  doña  Margarita  Urra,  en  1780;  Sor  Juana 
María  del  Carmen,  en  1780;  Sor  Juana  de  las 
Mercedes  de  San  Cristóbal,  en  1780. 

No  tenemos  noticias  de  quiénes  fueron  las 
superioras  que  rigieron  la  Comunidad  en  los 
cuatro  trienios  que  siguen  desde  1 781 ,  año  en 
que  dejó  el  gobierno  la  madre  Ana  de  San 
Juan  de  Mata.  Y  no  las  tenemos  tampoco 
abundantes  acerca  de  acontecimientos  del  mo- 
nasterio. 

En  1782  entró  de  religiosa  la  que  fué  madre 
Patricia  de  San  Joaquín.  Era  de  noble  fami- 
lia, hija  de  don  Carlos  Carvajal  y  de  doña 
Mauricia  Estrada.  "Fué  mui  buena  religiosa; 
resplandeció  en  la  virtud  de  la  santa  pobreza 
y  del  silencio;  vivió  en  la  religión  con  mucha 
abstracción  de  criaturas;  fué  prelada  una 
vez,"  como  dice  una  especie  de  partida  de  de- 
función que  de  ella  hemos  visto. 

La  ministra  que  gobernó  en  el  trienio  de 
7784-1787  pudo  trabajar  con  honra  y  prove- 
cho para  la  comunidad. 

Ya  hemos  dicho  que  el  proyecto  de  construc- 


ción  de  iglesia,  aprobado  en  1780,  quedó  espe- 
rando que  pasaran  los  efectos  de  la  guerra 
con  Inglaterra.  En  1784,  pasada  la  guerra, 
las  monjas  se  pusieron  en  actividad  para  ini- 
ciar los  trabajos,  y  al  efecto  cobraron  la  cuota 
anual  que  se  les  tenía  asignada  para  ellas; 
pero  los  fondos  de  donde  debían  sacarse  los 
800  $  no  eran  suficientes  para  atender  las 
necesidades  que  debían  atenderse  con  prefe- 
rencia a  las  monjas.  Éstas  recurrieron  enton- 
ces al  monarca  el  2  de  Noviembre  de  ese  año, 
y  le  rogal  an  que  hiciera  con  ellas  la  caridad 
de  ordenar  que  la  asignación  a  que  tenían 
derecho  se  tomara  de  la  parte  que  en  los  diez- 
mos correspondía  al  mismo  rev.  El  ministro 
de  gobierno,  marqués  de  Sonora,  comunicaba, 
el  28  de  Diciembre  de  1785,  la  voluntad  del 
soberano,  favorable  a  la  petición,  y  en  carta 
al  presidente  de  Chile,  don  Ambrosio  Bena- 
vides,  le  dice  "que  es  la  soberana  voluntad 
que  las  mencionadas  religiosas  perciban  dicha 
asignación  de  ochocientos  pesos  anuales  de! 
Ramo  de  los  dos  reales  novenos  de  la  Concep- 
ción hasta  el  total  pago  y  reintegro  de  los 
quince  mil  trescientos  y  cuarenta  pesos  con- 
cedidos." 

Con  el  auxilio  real  comenzaron  los  trabajos 
con  el  empeño  que  permitían  los  fondos  del 


—  129  — 


monasterio,  escasos,  y  la  caridad  pública,  que 
tampoco  podía  ser  abundante.  Es  cierto,  sí, 
que  el  tesoro  fiscal  acudió  religiosamente  con 
lo  que  debía  dar  anualmente  y  aún  duplicó  y 
triplicó  la  cuota  algunos  años;  con  lo  cual  la 
construcción  del  templo  adelantó  regular  y 
considerablemente. 

La  ministra  que  tuvo  la  satisfacción  de  ver 
levantarse  los  muros  del  templo,  dejó  el  go- 
bierno a  su  reemplazante  en  1787.  De  ella 
nada  sabemos,  sino  que  en  su  tiempo,  en  1788, 
entró  a  la  religión  la  monja  que  se  llamó  Sor 
María  de  Jesús,  que  llegaba  al  claustro  de  35 
años  de  edad  y  se  despedía  de  él  a  los  85,  con 
su  muerte  acaecida  el  26  de  Agosto  de  1838. 

Para  el  trienio  1790- 1793  fué  elegida  mi- 
nistra Sor  Magdalena  de  la  Cruz.  Era  origi- 
naria de  Valdivia,  hija  de  don  Miguel  Luque 
y  de  doña  Clara  Eslaba;  entró  en  religión  a 
los  17  años  de  edad.  "Fué  religiosa  de  muchas 
prendas  y  habilidad,  (dice  de  ella  una  especie 
de  partida  de  defunción  que  se  guarda  en  el 
convento),  por  lo  cual  sirvió  a  la  religión  con 
mucho  esmero  y  al  Monasterio  en  cuanto  le 
fué  posible.  Tuvo  de  todas  las  virtudes .  .  .  Era 
muí  caritativa  con  los  pobres,  así  de  dentro, 

como  de  fuera.  Fué  mui  penitente  y  fervorosa. 
9 


—  130  — 


Vivió  en  la  religión  55  años  y  murió  de  edad 
de  73  años  en  1 819." 

Dió  la  madre  Magdalena  un  grande  impul- 
so a  las  construcciones:  terminó  los  edificios 
del  claustro  y  continuó  la  iglesia  y  se  propuso 
dar  pronto  remate  a  la  obra.  El  auxilio  real 
de  800  $  que  recibía  cada  año  era  poca  cosa 
para  terminar  la  iglesia ;  recurrió  entonces  la 
madre  Magdalena  al  rey  y  le  pedía  que  se  le 
entregaran  tres  mil  pesos  cada  año,  hasta  en- 
terar los  quince  mil  que  tenía  concedidos  ya. 
Se  agregaba  que  el  monasterio  estaba  pobre, 
con  una  renta  anual  de  mil  seiscientos  pesos, 
que  no  siempre  podían  cobrarse,  y  le  rogaba 
que  se  librara  a  la  comunidad  del  pago  de  la 
contribución  del  "subsidio  eclesiástico,"  para 
cuyo  pago  habían  tenido  que  sacar  plata  de 
los  mismos  800  $  de  la  subvención  anual.  Ter- 
minaba la  monja  pidiendo  al  rey  "que  se  dig- 
nara admitir  el  convento  bajo  su  real  Patro- 
nato, concediéndole  el  titulo  de  tal  y  permitir 
que  se  ponga  el  escudo  de  sus  reales  Armas 
en  el  frontispicio  de  la  Iglesia  para  mayor 
recuerdo  de  su  soberana  protección." 

La  providencia  dada  por  el  soberano  se 
contiene  en  los  párrafos  de  una  real  cédula 
dirigida  al  obispo  de  Concepción,  que  dicen: 

"Visto  en  mi  Consejo  de  las  Indias  con  lo 


-  131  — 


informado  por  su  Contaduría  general,  y  ex- 
puesto por  mi  Fiscal  aviéndome  consultado 
sre.  ello,  declarando,  que  no  ha  lugar  a  lo  que 
piden  las  mencionadas  Religiosas  Trinitarias 
de  que  se  las  exonere  del  pago  del  seis  por 
ciento  del  subcido  Eccco.  y  que  tampoco  pue- 
den concederse  en  el  día  por  razón  de  las 
actuales  urgencias  del  estado  los  tres  mil  pesos 
que  solicitan,  he  venido  en  conceder  la  gracia 
de  ponerlas  y  a  su  Monasterio  bajo  mi  Rl. 
protección  permitiendo  qe.  luego  que  esté  aca- 
bada su  Iglesia  coloquen  mis  Rs.  Armas  en  su 
Portada :  Asimismo  he  resuelto  manifestaros, 
como  lo  hago,  la  extrañeza,  que  ha  causado, 
que  haviéndose  concedido  los  mencionados 
ochocientos  nesos  annuales  para  la  construc- 
ción de  la  Iglesia  precisamente  con  vra.  inter- 
vención y  la  del  Vice  Patrono,  dicen  las  mis- 
mas Religiosas,  que  de  esta  consignación  han 
sacado  para  pagar  la  cantidad  que  las  cupo 
en  el  repartimto.  del  Subsidio.  Fecha  en  Sn. 
Ildefonso  a  siete  de  Agostó  de  mil  setecientos 
noventa  y  cinco. — Yo  el  Rey — Por  manddo. 
del  Rey  Ntro.  Sor."— Silbestre  Collar.— 

Quedó  el  monasterio  con  los  honores  de 
real  y  bajo  la  protección  del  soberano,  y  con 
la  especie  de   exención  jurisdiccional  en  lo 


—  132  — 


civil  de  que  gozaban  las  casas  o  institutos  a 
que  se  acordaba  semejante  distinción,  (i). 

En  este  trienio,  1790- 1793  entraron  en  el 
monasterio  varias  jóvenes  que  tuvieron  una 
importante  actuación,  por  las  virtudes  de  que 
dieron  alto  ejemplo  y  por  los  importantes  ser- 
vicios (pie  prestaron  a  la  comunidad:  de  ellas 
conocemos  a  la  madre  Melcbora  de  San  Mi- 
guel (Cruz  v  Goyeneche,  según  creemos),  que 
murió  a  los  87  años  en  [849;  a  la  madre  Bár- 
bara del  Corazón  de  Jesús,  Arrau,  muerta  de 
71  años  en  1^48:  a  la  madre  Manuela  de  San 
Francisco,  hija  de  don  Alejandro  Urrejola  y 
de  doña  Isabel  Eguiguren.  que  fué  ministra 
en  varios  períodos  y  murió  de  más  de  104  años 
en  1867;  y  a  la  madre  Juana  María  de  San 
José,  de  que  nos  volveremos  a  ocupar. 


(t)  Las  trinitarias  usaron  sus  insignias  y  títulos  de  "real 
monasterio:"  hemos  visto  documentos  de  principios  del  siglo 
siguiente,  19,  encabezados  con  la  fecha  "En  el  Real  Monaste- 
rio de  Trinitarias  de  la  Concepción  de  Chile." 


CAPÍTULO  VII 


ÚLTIMOS     AÑOS     DE     LA     COLONIA.  COMIENZA  LA 

INDEPENDENCIA  NACIONAL. 

La  Ministra  Sor  Manuela  de  los  Dolores,  1793- 
1796:  concluye  la  iglesia  en  1795:  pide  una  tierra- 
pintura  que  fué  de  los  jesuítas:  recibe  para  religiosas 
a  Sor  Mercedes  de  S.  Antonio,  María  Ana  del  Sa- 
cramento, I  guacia  del  Milagro,  María  Ana  de  Jesús. 
— Muere  el  gran  protector  de  las  monjas,  canónigo 
don  Antonio  Rodríguez:  importancia  de  su  persona 
y  de  sus  servicios:  aún  es  honrada  su  memoria  por 
las  religiosas. — La  Ministra  Antonia  de  Santa  Teresa, 
1790-1799. — -Entran  de  religiosas  Sor  Ángela  de  S. 
Juan  de  Mata,  Micaela  del  Tránsito,  Magdalena  de 
la  Natirdtd. — Es  elegida  Ministra  la  M.  Madgalena 
de  la  Cruz,  1799-1802 :  recibe  para  religiosas  a  Sor 
Juana  de  la  Ascensión  y  Magdalena  de  la  Ascensión. 
— Para  1802-1805  entra  de  Ministra  la  M.  Manuela 
de  los  Dolores  y  para  1805-1808  la  M.  Magdalena  de 
la  Cruz,  y  para  1808-1811 ,  la  M.  Manuela  de  los 
Dolores:  Recíbense  para  religiosas  a  Sor  Manuela  de 
Santa  Clara,  Sor  Petronila  del  Rosario  y  a  Sor 
Juana  de  los  Dolores:  virtudes  de  esta  última  reli- 
giosa.— La  M.  Manuela  y  la  revolución  de  la  inde- 
pendencia nacional:  las  religiosas  solicitadas  por 
los  bandos  patriota  y  realista. — En  1811-1814  go- 
bierna la  M.  Tomasa  de  la  Sma.  Trinidad,  y  en 
181^-1817  la  M.  Magdalena  de  la  Cruz. — Consecuen- 
cias de  la  guerra;  tocan  al  monasterio. — El  triunfo 
de  Chacabuco:  cambio   de  autoridades  eclesiásticas 


—  134  — 


en  Concepción. — La  Ministra  Angela  de  San  Juan 
de  Mala,  lfill-lS^.Í. — Grandes  sufrimientos  de  las 
monjas:  emigración  de  los  patriotas  al  norte:  angus- 
tias que  pasan  las  religiosas. — El  general  Osorio 
¡lega  a  Concepción :  marcha  al  norte:  batalla  de 
Maipo. — Osorio  se  ra  al  Perú,  dejando  a  Sánchez 
en  su  lugar. 

Para  el  trienio  [793-1796  entró  de  ministra 
Sor  Manuela  de  1<>s  Dolores,  prelada  distin- 
guidísima, que  sirvió  a  la  comunidad  con  hon- 
ra y  gran  provecho.  Era  hija  de  don  Pablo 
de  la  Cruz  y  de  doña  Antonia  Goyeneche, 
nacida  en  Valdivia,  tomó  el  hábito  a  los  17 
años  de  edad.  Era  hermana  de  don  Luis  de  la 
Cruz  y  Goyeneche  el  célebre  político  y  militar 
de  la  independencia,  y  tia  de  los  ilustres  mili- 
tares José  Joaquín  Prieto,  Angel  y  José  An- 
tonio Prieto  v  de  los  generales  don  Manuel 
P)ulnes,  Luis  de  la  Cruz  y  José  María  de  la 
Cruz,  y  relacionada  con  varias  de  las  más 
antiguas  y  respetables  familias  de  Concepción. 
Las  propias  cualidades  y  sus  importantes  re- 
laciones contribuyeron  a  que  pudiera  la  madre 
Manuela  allegar  elementos  con  que  pudo  tra- 
bajar en  distintas  obras,  provechosas  para  la 
comunidad. 

Obtuvo  la  madre  Manuela  que  se  le  diera 
duplicada  la  subvención  real  que  se  daba  cada 
año,  y  así  logró  ver  concluida  la  iglesia.  En 


—  135  — 


1795  faltaban  sólo  940  $  por  recibir  de  los 
trece  mil  que  dió  el  rey,  y  los  consiguió  al  año 
siguiente.  Este  año  1796  escribía  la  madre 
Manuela  al  intendente  don  Luis  de  Alava, 
pidiéndole  que  le  mandara  dar  ''unos  quintales 
de  tierra  que  sirve  para  pintar  de  verde,  que 
fué  de  los  jesuítas  expulsados;  que  talvez  es- 
tará ya  mala  i  no  la  comprarán."  Le  asegura 
la  monja  que  está  pintando  la  iglesia  y  que  la 
tierra  ésa  puede  servir  para  pintar  las  made- 
ras, y  que  la  plata  que  el  rei  dió  para  la  cons- 
trucción no  fué  suficiente.  Meses  después,  la 
real  Audiencia  mandaba  atender  la  petición 
de  la  monja. 

En   1793  recibió  la  madre  Manuela  para 
religiosa  a  Sor  Mercedes  de  San  Antonio,  hija 
de  don  Juan  González  y  de  doña  Josefa  Pérez; 
y  en  1794  a  Sor  María  Ana  del  Sacramento, 
hija  de  don  Agustín  Arriagada  y  de  doña 
Basilia  Sepúlveda,  y  que  "fué  mui  observante, 
mui  penitente,  y  en  su  preciosa  muerte,  a  los 
cien  años  de  edad,  admiró  a  la  comunidad  por 
su  fervor  y  entero  juicio  a  tan  avanzada 
edad;"  y  en  1794  también  recibió  a  Sor  Igna- 
cia  del  Milagro,  hija  de  don  Matías  Carrasco 
y  de  doña  Petrona  Henríquez ;  y  algo  después 
a  Sor  María  Ana  Jesús,  originaria  de  Ouiri- 
hue,  hija  de  don  Félix  Oviedo  y  de  doña  Rila 
Lagos.  .&  „  1 


—  136  — 


Si  pudo  la  ministra  gozar  de  la  satisfacción 
que  pudieron  porporcionarle  los  trabajos  rea- 
lizados y  los  buenos  servicios  prestados  a  su 
comunidad,  tuvo  también  la  triste  suerte  de 
lamentar,  con  la  comunidad  toda,  la  muerte 
de  su  mayor  bienhecbor,  cuvo  fallecimiento 
fué  considerado  por  las  monjas  como  una 
gran  desgracia:  en  1795  pasó  a  mejor  vida  el 
canónigo  maestrescuela  de  la  catedral  de  San- 
tiago, Dr.  DfL  Antonio  Rodríguez  Yenegas. 
Era  Rodríguez  originario  de  Concepción,  hijo 
del  Maestre  de  Campo  don  Cristóbal  Rodrí- 
guez y  de  doña  Juana  Venegas;  estudió  en  el 
seminario  de  Concepción  hasta  ordenarse  de 
sacerdote;  fué  profesor  del  seminario;  des- 
pués fué  hecho  canónigo  de  la  catedral  de 
Santiago:  estudió  leyes  y  cánones  en  la  Uni- 
versidad nacional  y  fué  en  ella  profesor  y  su 
rector  en  un  período  legal ;  y  murió  jubilado 
de  canónigo  maestrescuela  el  año  1795. 

La  familia  de  Rodríguez  está  vinculada  al 
monasterio  por  estrechos  lazos,  que  podríamos 
llamar  de  paternidad  y  de  fraternidad.  Don 
Cristóbal  Rodríguez  prestó  grandes  y  buenos 
servicios  a  las  monjas  aun  antes  que  se  fun- 
dara canónicamente  el  monasterio  en  1736: 
fué  el  defensor  de  los  bienes  que  el  fundador 
deán  don  Domingo  Sarmiento,  donó  para  la 


—  137  — 


fundación;  dió  una  de  sus  hijas  al  claustro,  y 
creemos  que  fué  la  misma  doña  Rita  Rodrí- 
dríguez  que  hemos  visto  de  superiora  de  la 
comunidad  en  varios  periodos ;  y  lo  que  es 
tanto,  o  más  que  todo  eso,  dió  a  las  monjas 
un  insigne  bienhechor  en  la  persona  de  su  hijo 
Antonio.  Era  larguísimo  éste  en  auxiliar  a 
las  religiosas,  ya  con  servicios  personales,  ya 
con  frecuentes  y  cuantiosas  limosnas,  ya  con 
la  defensa  de  sus  intereses  que  cuidaba  como 
propios.  Radicado  en  Santiago  y  hecho  canó- 
nigo, no  descuidó  nunca  la  atención  de  sus 
amigas  trinitarias :  se  constituyó  en  su  apo- 
derado judicial,  con  poder  amplísimo  que  ie 
dió  al  monasterio  para  que  lo  representara 
ante  el  tribunal  de  la  Real  Audiencia  v  ante 
el  gobierno  de  la  nación.  Y  llevó  el  amparo  y 
defensa  de  las  religiosas  hasta  ante  la  corte 
del  rey,  cuya  justicia  o  cuya  atención  carita- 
tiva en  favor  de  las  monjas  solicitó  y  obtuvo 
en  repetidas  ocasiones. 

En  su  testamento  dejó  Rodríguez  de  usu- 
fructuarios de  sus  bienes,  de  por  vida,  a  dos 
sobrinas  suyas,  y,  muertas  ellas,  pasarían  los 
bienes  a  las  monjas  trinitarias.  Murió  el  tes- 
tador y  Dios  aumentó  la  caridad  del  respetable 
sacerdote ;  porque  los  bienes  pasaron  a  poder 
del  monasterio  juntamente  con  las  sobrinas, 


que  se  hicieron  religiosas.  Una  de  éstas  fué 
una  ilustre  religiosa  que  sirvió  a  la  comunidad 
tan  honrada  y  provechosamente  como  su  ve- 
nerable abuelo  y  su  respetado  tío. 

La  memoria  del  canónigo  don  Antonio  Ro- 
dríguez vive  fresca  en  el  recuerdo  agradecido 
de  las  monjas  trinitarias;  anualmente  se  hacen 
sufragios  por  su  alma,  y  para  perpetuar  su 
recuerdo  guardan  en  la  sala  de  recibo  el  retra- 
to del  esclarecido  sacerdote. 

En  [796  enteró  el  periodo  de  su  gobierno  la 
madre  Manuela  y  entró  a  reemplazarla  la 
madre  Antonia  de  Santa  Teresa. 

Conocemos  a  tres  jóvenes  que  recibió  para 
religiosas  la  Madre  Antonia:  a  Sor  Ángela 
de  San  Juan  de  Mata,  Ortega,  que  desempe- 
ñará un  papel  importantísimo;  a  Sor  Micaela 
del  Tránsito,  Figueroa  y  Pantoja;  y  a  Sor 
Magdalena  de  la  Natividad,  hija  de  don  Pedro 
Lagos  y  de  doña  María  de  la  C.  Sepúlveda. 
"fervorosísima  religiosa,  que  tenía  todas  las 
virtudes  en  grado  eminente,  muy  penitente,  y 
murió  a  los  104  años  en  medio  de  un  gozo  y 
alegría  indecibles." 

La  Madre  Magdalena  de  la  Cruz  entró  de 
Ministra  para  el  trienio  1799-1802. 

Ya  conocemos  a  la  nueva  superiora.  De 
este  nuevo  período  de  su  gobierno  no  sabemos 


—  139  — 


sino  que  entró  en  religión  Sor  Juana  de  la 
Ascensión,  nacida  en  1779  Y  fallecida  el  año 
1852. 

Para  el  trienio  de  1802- 1805  fué  elegida 
ministra  la  madre  Manuela  de  los  Dolores; 
para  el  siguiente,  1805- 1808,  fué  nuevamente 
elegida  la  madre  Magdalena  de  la  Cruz,  y 
para  el  de  1808-1811,  nuevamente  la  madre 
Manuela  de  los  Dolores. 

Recibió  la  madre  Manuela,  para  religiosas, 
a  las  jóvenes  Manuela  de  Santa  Clara;  a  Sor 
Petronila  del  Rosario,  originaria  de  los  Án- 
geles, hija  de  don  Miguel  Anguita  y  de  doña 
Gertrudis  Contreras,  muerta  de  86  años  en 
1879;  y  a  Sor  Juana  de  los  Dolores,  hija  de 
don  Bartolomé  Roa  y  de  doña  Carmen  Bur- 
boa.  Aunque  sea  fuera  de  nuestro  objeto, 
apuntamos  la  particularidad  observada  des- 
pués del  fallecimiento  de  Sor  Juana  de  los  Do- 
lores. Murió  en  1854,  y  por  largos  años  se 
conservó  intacto  y  fresco  su  cadáver:  diez 
años  después  de  su  muerte  se  abrió  la  sepultu- 
ra, por  trabajos  que  hubo  que  hacer  en  el  ce- 
menterio, y  se  encontró  el  cadáver  de  Sor 
Juana  tan  intacto  como  cuando  se  la  sepultó, 
y  sin  muestra  alguna  de  descomposición;  se  le 
cubrió  religiosamente  y  no  sabemos  si  después 
se  ha  hecho  un  nuevo  reconocimiento  de  su 


—  140  — 


sepultura:  Sor  Juana  había  sido  una  obser- 
vantísima  religiosa. 

Tocóle  a  la  madre  Manuela  regir  a  la  co- 
munidad en  este  trienio  en  que  comenzaron 
los  movimientos  sociales  políticos  de  la  revo- 
lución de  la  independencia  nacional.  La  vida 
de  encierro  en  que  las  monjas  vivían  las  man- 
tenía apartadas  de  las  agitaciones  populares; 
pero,  sin  desearlo  ni  pretenderlo,  se  vieron  en 
la  imprescindible  necesidad  de  imponerse  de 
"cuanto  se  hacía  en  los  distintos  bandos  en  que 
se  dividió  la  sociedad  chilena,  y,  lo  que  aun  es 
más,  se  vieron  arrastradas  a  tomar  alguna 
parte  directa  en  el  movimiento  social.  Ambos 
partidos,  el  realista  y  el  patriota,  trabajaron 
por  ganarse  las  simpatías  de  las  monjas:  y 
con  ese  objeto  individuos  de  una  y  otra  frac- 
ción llegaban  hasta  las  rejas  del  monasterio 
a  exponer  sus  ideas  y  a  procurar  atraerse  la 
voluntad  y  el  consentimiento  de  las  religiosas 
en  pro  de  su  causa.  Aun  entre  los  miembros  -leí 
clero  había  ese  empeño,  y  por  conducto  de 
respetables  eclesiásticos  conocían  las  monjas 
los  proyectos  separatistas  de  los  patriotas,  o 
los  conservadores  de  los  realistas.  Difícil  era 
para  unas  piadosas  mujeres,  que  habían  dicho 
adiós  al  mundo,  juzgar  en  un  asunto,  para 
ellas,  raro  y  difícil,  y  cuya  solución  podía  acá- 


—  141  — 


rrear  al  convento  transcendentales  consecuen- 
cias. 

Durante  este  trienio  de  la  madre  Manuela 
no  hubo,  por  suerte,  grandes  trastornos,  y 
pudo  la  superiora  mantenerse  unida  a  las  au- 
toridades civiles  y  eclesiásticas,  y  con  la  segu- 
ridad, por  lo  tanto,  de  que  nada  tenía  que 
temer  por  la  tranquilidad  de  sus  religiosas. 

De  gran  consuelo  era  para  la  superiora 
contar  con  que  el  obispo  don  Diego  Navarro 
Martín  de  Villodres,  prestaba  al  monasterio 
toda  su  protección.  El  obispo  era  realista  y 
trabajaba  porque  el  clero  se  mantuviera  fiel  a 
las  tradiciones  realistas. 

Algunos  de  los  eclesiásticos  hacían  activa 
propaganda  patriótica  aun  entre  los  religiosos, 
y  hubo  de  ellos  quienes  llegaron  hasta  el  mo- 
nasterio de  las  trinitarias  para  inducir  a  las 
monjas  a  que  prestaran  auxilio,  de  oraciones 
y  dineros,  en  favor  de  la  causa  patriótica. 
Esta  labor  procuró  anular  el  Sr.  Villodres, 
amonestando  a  esos  eclesiásticos  y  previendo 
el  ánimo  de  las  religiosas. 

Recurrió  el  obispo  a  la  oración  pública  y  a 
los  tesoros  espirituales  de  la  Iglesia,  para  al- 
canzar del  cielo  la  cesación  del  estado  de  agi- 
tación en  que  vivía  la  ciudad.  Para  el  efecto, 
en  decreto  de  23  de  Febrero  de  181 1,  concedió 


—  142  — 


una  indulgencia  plenaria  a  los  que  "visitaran 
la  iglesia  de  las  Trinitarias,  por  la  Virgen  de 
Navidad  que  allí  se  venera,  traída  de  Penco 
viejo,"  y  pidieran  a  Dios  "que  conceda  a  la 
Iglesia  y  al  Estado  la  tranquilidad  que  necesi- 
ta." Estos  actos  de  pública  piedad,  practicados 
en  su  iglesia,  alentaban  a  las  religiosas,  y 
contribuían  poderosamente  a  llevar  al  claustro 
la  seguridad  de  que  el  pueblo  respetaba  como 
siempre  a  las  monjas.  Y  así  sucedía  en  reali- 
dad ;  pues  el  monasterio  no  tuvo  que  experi- 
mentar mayores  contratiempos  en  estos  pri- 
meros años  de  la  revolución. 

En  el  trienio  de  1811-1814  gobernó  la  ma- 
dre Tomasa  de  la  Santísima  Trinidad,  y  en  el 
de  1814-1817,  la  madre  Magdalena  de  la 
Cruz.  Xada  de  extraordinario  hemos  encon- 
trado en  estos  años  en  el  claustro.  Las  monjas 
recibían  noticias  de  los  acontecimientos  que 
se  produjeron  desde  18 10  hasta  181 7,  tan 
variados  y  de  consecuencias  tan  transcenden- 
tales para  la  familia  chilena :  para  ellas  hubo 
las  mismas  inquietudes,  las  mismas  penas  y 
sufrimientos  que  para  los  habitantes  de  la 
ciudad.  La  guerra,  que  ardió  desde  Marzo  de 
1813  hasta  Octubre  de  1814,  llenó  de  luto  a 
muchos  hogares  y  ocasionó  graves  perjuicios 
materiales  que  trajeron  la  pobreza  y  la  ruina 


—  143  — 


de  las  poblaciones.  Las  monjas  lloraron  tam- 
bién el  desaparecimiento  de  muchos  de  los 
suyos,  caídos  en  los  campos  de  batalla,  y  ex- 
perimentaron la  escasez  y  el  hambre,  porque 
no  pudieron  acudir  en  su  auxilio,  ni  sus  pro- 
tectores, ni  sus  deudores,  que  se  hallaban  im- 
posibilitados para  hacer  caridad  o  para  cum- 
plir sus  deberes  de  justicia. 

Desde  1814  a  181 7  se  restableció  la  absolu- 
ta tranquilidad  de  las  épocas  en  que  no  hay 
temores  ni  sobresaltos  que  dejen  entrever  días 
tristes  para  lo  futuro.  El  espíritu  revolucio- 
nario estaba  latente  en  Chile,  y  vivísimo  del 
otro  lado  de  la  cordillera  de  los  Andes,  en 
donde  los  patriotas,  emigrados  después  del 
desastre  de  Rancagua,  preparaban  la  era  de 
la  restauración  del  gobierno  nacional.  Esta 
inquietud  no  llegaba  a  perturbar  considera- 
blemente la  tranquilidad  del  claustro  trinita- 
rio, en  el  cual,  si  se  hablaba  de  los  pasados 
acontecimientos,  era  más  bien  para  implorar 
misericordia  de  Dios  sobre  la  patria,  para  la 
cual  pedían  paz  inalterable  y  tranquilidad 
duradera. 

En  ese  estado  pasaron  los  dos  primeros 
años  del  gobierno  de  la  madre  Magdalena  de 
la  Cruz.  El  22  de  Febrero  de  181 7  llegaba  a 


—  144  - 


Concepción  noticia  cierta  de  que  el  gobierno 
de  Santiago  estaba  en  poder  de  los  patriotas, 
vencedores  en  la  batalla  de  Chacabuco,  que 
había  tenido  lugar  el  12  de  ese  mes. 

Algunos  fugitivos  de  los  pueblos  del  norte 
de  la  diócesis  y  algunos  de  los  soldados  que 
huyeron  de  Santiago  al  saberse  la  derrota  de 
Chacabuco,  dieron  en  Concepción  las  primeras 
noticias  del  descalabro  sufrido  por  los  realis- 
tas; y  poco  después  las  completaban  las  fuer- 
zas  patriotas  que,  con  la  prudencia  y  cautela 
que  aconsejaban  las  circunstancias,  fueron 
avanzando  hacia  el  sur  y  llegaron  a  Concep- 
ción el  5  de  Abril.  Las  fuerzas  realistas  se 
retiraron  a  Talcahuano  y  con  ellas  iba  el  go- 
bernador de  la  diócesis,  canónigo  don  Joaquín 
L'nzueta,  que  siguió  como  autoridad  eclesiás- 
tica en  ese  puerto. 

En  los  últimos  días  del  mismo  Abril  el  ca- 
bildo eclesiástico  nombraba  vicario  capitular, 
o  gobernador  obispado,  al  arcediano  don  Sal- 
vador Andrade,  que  pasaba  de  la  prisión  de 
la  Quinquina,  en  donde  estaba  recluido  desde 
hacía  tres  años,  a  la  silla  del  gobierno  de  la 
diócesis.  Así,  pues,  tanto  el  gobierno  civil 
como  el  eclesiástico  volvían  a  manos  de  los 
patriotas. 


—  145  — 


Por  estos  mismos  meses  entraba  de  Minis- 
tra la  M.  Ángela  de  San  Juan  de  Mata,  que 
gobernará  en  una  época  dura  y  triste. 

El  año  1817  se  pasó  en  pequeñas  escaramu- 
zas de  guerrillas  y  montoneras  en  varios  pun- 
tos de  la  diócesis,  y  en  algunas  acciones  de 
guerra  contra  los  realistas  encerrados  en  Tal- 
cahuano 

Para  las  trinitarias  comenzaba  también 
nueva  era ;  pero  no  de  alegrías,  sino  de  penas 
y  sufrimientos,  que  durarían  cinco  largos 
años:  difícilmente  otra  comunidad  religiosa 
tuvo  un  vía-crucis  más  duro  que  ésta  de  las 
monjas  penquistas.  Una  de  ellas  nos  va  a 
contar  los  tristes  incidentes  de  su  desgracia. 

A  la  llegada  del  ejército  patriota,  las  trini- 
tarias, sin  preocuparse  de  la  legitimidad  de 
las  nuevas  autoridades,  presentaron  sus  res- 
petuosos saludos  a  los  jefes  patriotas.  "Estos 
señores  se  mostraron  muy  benignos  para  con 
este  Monasterio,  dice  la  monja  relatante; 
pero  no  por  eso  pudieron  evitar  los  indecibles 
insultos  que  recibió  este  Monasterio.  Mucha 
parte  pasaré  en  silencio  por  modestia ;  séame 
bastante  decir  que  todo  el  mundo  daba  en 
contra  de  este  Monasterio;  por  todas  partes 
nos  hallábamos  lo  más  oprimidas  que  puede 

creerse :  todo  provenía  de  que  estaban  en  la 
10 


—  140  - 


persuación  de  que  éramos  yodas,  como  co- 
munmente nos  titulaban;  lo  que  jamás  hubo 
en  nosotras,  ni  habrá  quien  pueda  decir  que 
nos  hubiese  oído  una  palabra  contra  el  go- 
bierno. Nosotras  por  cierto  estábamos  llenas 
de  sorpresa  y  susto  al  ver  este  país  en  tanta 
guerra,  porque  jamás  lo  habíamos  experi- 
mentado; pero  luego  nos  calmó  esto  cuando 
entendimos  que  su  resultado  sería  quedar 
siempre  entre  los  nuestros,  sin  quedar  sujetas 
a  ninguna  nación  extranjera. 

"Esta  falsa  reputación  en  que  nos  tenían 
ocasionó  que  de  parte  de  este  ejército  recibié- 
semos muchos  insultos,  por  más  que  los  seño- 
res jefes  quisiesen  impedirlo;  pero,  como  una 
tropa  en  tiempo  de  revolución  es  incontenible, 
no  les  fué  posible  estorbar  todo  lo  que  de  esa 
parte  tuvimos  que  sufrir,  porque  fué  en  ex- 
tremo, haciéndonos  trabajar  en  costuras  v  en 
cuanto  se  les  ofrecía,  de  manera  que  nos  es- 
torbaban hasta  el  cumplir  con  nuestras  obli- 
gaciones de  coro;  pero  nosotras  les  servíamos 
con  gusto  por  ser  nuestros  prójimos.  A  esto 
se  agrega  que  nos  amenazaban  con  que  a  la 
salida  que  pensaban  hacer  nos  echarían  del 
Monasterio  o  que  abocarían  un  cañón  en  cada 
esquina  del  Monasterio  para  que  acabase  a 
fuego:   todo  esto  se  originaba  de  que  nos 


—  14?  — 


creían  de  contraria  opinión,  como  ya  he  dicho, 
pero  sin  fundamento  (i). 

A  fines  del  año  llegaban  noticias  de  que  en 
Lima  se  armaba  una  poderosa  expedición 
militar,  organizada  por  el  virrey  del  Perú  don 
Joaquín  de  la  Pezuela,  que  sería  enviada  a 
Chile  a  deshacer  la  obra  de  los  patriotas  con- 
quistando de  nuevo  a  Chile,  como  se  había 
hecho  en  1814.  El  gobierno  nacional  acordó  la 
retirada  de  las  fuerzas  militares  y  la  emigra- 
ción de  las  familias  patriotas  hacia  el  norte 
del  río  Maule.  En  la  orden  del  gobierno  se 
dejaba  establecido  que,  tanto  el  ejército  como 
los  demás  emigrados,  debían  llevar  consigo 
todos  los  elementos  de  guerra,  de  boca  y  de 
vida  que  pudieran  servir  a  los  realistas  y, 
sobre  todo,  al  ejército  invasor:  la  disposición 
gubernativa  era  tan  estricta  que  mandaba 
destruir  o  inutilizar  todo  aquello  que  no  pu- 
dieran llevarse  los  emigrados. 

La  emigración  comenzó  en  los  últimos  días 
del  mismo  181 7  y  se  realizó  en  la  forma  idea- 
da por  el   Supremo  Director  don  Bernardo 


(1)  Sor  Juana  María  de  San  José,  "Relación  de  las  trinita- 
rias en  la  Arancanía  1818-18*22,  publicada  en  la  "Revista  Ca- 
tólica" de  Santiago.  Mucho  tomaremos  de  esta  Relación  en 
el  presente  capítulo:  todo  lo  que  pongamos  entre  comillas 
pertenece  a  ella,  si  no  le  asignamos  otro  origen. 


—  14S  — 

O'Higgins.  Éste  estaba  desde  hacía  tiempo  en 
Concepción  dirigiendo  las  cosas  del  gobierno 
y  de  la  guerra,  y  ahora  se  veía  precisado  a 
retirarse  al  norte,  a  fin  de  preparar  con  mejor 
acierto  la  defensa  contra  el  ejército  invasor, 
que  ya  estaba,  a  principios  de  Enero,  a  la  vista 
de  Talcahuano.  Esta  emigración  de  los  patrio- 
tas hacia  el  norte  es  una  de  las  incidencias 
más  tristes  v  lamentables  de  la  guerra  de  la 
independencia:  fué  una  cadena  de  sufrimien- 
tos y  penalidades  para  las  familias  emigradas. 
Y  no  lo  fué  menos  para  las  que  se  quedaban, 
ya  realistas,  ya  patriotas,  que  no  pudieron 
emigrar ;  porque  las  ciudades  quedaron  sin 
víveres  y  sin  defensa,  y  los  campos  talados  y 
destruidos  como  cuando  pasa  sobre  ellos  el 
huracán  y  el  incendio.  Juntos  con  los  emigra- 
dos iban  varios  eclesiásticos,  entre  ellos  el 
gobernador  del  obispado,  don  Salvador  An- 
drade,  que  se  agregó  al  ejército  v  llegó  hasta 
Santiago:  Andrade  tomó,  con  otros  eclesiás- 
ticos, parte  activa  en  el  desastre  de  Cancha- 
Ravada,  junto  a  Talca,  el  19  de  Marzo  de 
1818. 

Estos  tristes  acontecimientos  fueron  para 
las  trinitarias  ocasión  de  grandes  desgracias 
y  el  origen  de  una  peregrinación  más  triste 
aun  que  la  de  los  patriotas.  La  salida  del  ejér- 


—  J49  — 


cito  de  O'Higgins,  Febrero  de  1818,  fué  el 
comienzo  del  gran  sufrimiento  de  las  monjas, 
como  lo  veremos.  "En  fin,  dice  la  Relación 
antes  citada,  llega  ya  el  tiempo  en  que  dicho 
ejército  se  había  de  retirar,  y  en  los  días  antes 
de  su  marcha  vino  un  oficial  con  un  piquete 
de  soldados  a  hacernos  fuerza  que  abriésemos 
la  puerta  reglar;  que  venía  de  orden  de  su 
jefe  a  ejecutar  cierto  mandado  que  le  había 
hecho,  sin  querer  decirnos  cuál  era.  Dejo  pues 
a  la  consideración  de  quien  lea  esto,  cuál  sería 
nuestro  susto.  El  conflicto  en  que  nos  hallá- 
bamos era  grande,  ya  desfallecíamos  de  con- 
goja; pero,  como  Dios  nunca  desecha  a  quien 
recurre  a  Él  con  confianza,  nos  oía  benigno 
las  súplicas  que  sin  cesar  dirigíamos  al  cielo 
pidiéndole  socorro.  Después  de  tantos  ruegos 
conseguimos  del  oficial  que  entrase  solo,  y 
antes  de  que  se  le  abriese  la  puerta,  se  reunió 
la  comunidad,  y  luego  se  le  abrió  la  puerta 
reglar  y  entró  solo  Después  que  se  vió  aden- 
tro, se  halló  tan  asustado  y  despavorido,  que 
no  sabía  qué  hacerse.  Todas  conocíamos  su 
turbación,  pues  no  podía  levantar  los  ojos  para 
mirar ;  nos  preguntó  que  dónde  estaba  el  cam- 
panario, y  enderezando  a  él  siempre  acompa- 
ñado de  la  comunidad,  estuvo  viendo  las  cam- 
panas y  también  las  del  claustro.  Hecho  esto, 


—  lóü  -- 


pidió  que  le  abriésemos  la  puerta  y  nos  orde- 
nó de  parte  de  su  jefe  que  le  enviásemos  las 
lenguas  de  las  campanas ;  lo  hicimos  pronta- 
mente, sin  tener  con  qué  tocar  a  misa  ni  a  los 
actos  de  comunidad." 

El  ejército  patriota  marchó  al  norte  en  dis- 
tintas fracciones  y  con  días  de  diferencia: 
cada  cuerpo  del  ejército  salía  con  los  grupos 
civiles  que  se  hallan  preparados  para  la  emi- 
gración. En  Enero  de  1818  salía  la  retaguar- 
dia, Estado  Mayor  y  bagajes  más  importan- 
tes. La  ciudad  quedaba  casi  como  un  cemen- 
terio. 

Para  resguardo  de  las  monjas,  la  autoridad 
militar  dispuso  que  la  noche  antes  de  salir  el 
ejército  para  el  norte  hubiera  guardias  que 
defendieran  el  monasterio.  Oportuno  era  el 
servicio  de  los  guardias  y  fué  eficaz  por  en- 
tonces. Muy  de  mañana  salió  el  último  cuerpo 
de  ejército  en  los  primeros  días  de  Enero, 
como  dijimos,  y  quedó  la  ciudad  entregada  a 
su  propia  suerte  y  las  religiosas  a  la  buena 
ventura  que  les  deparara  el  cielo.  He  aquí 
cómo  cuenta  esto  la  antes  citada  Relación. 

"Ya  se  retiraron  los  guardias  y  quedamos 
solas  en  esta  ciudad,  que  a  la  sazón  estaba 
casi  sola  a  causa  de  una  completa  emigración 
que  por  orden  del  Gobierno  ya  se  había  efec- 


—  151  — 

tuado,  y  que  al  tiempo  de  retirarse  había  de- 
jado incendiándose  la  mayor  parte  de  los  edi- 
ficios, especialmente  los  más  inmediatos  al 
Monasterio,  sin  hallar  de  quien  valemos  en 
caso  de  que  llegase  aquí  el  fuego,  para  que  lo 
cortasen ;  pero  no  paró  aquí  nuestra  aflicción, 
pues  a  las  doce  del  mismo  día  llegó  a  la  puerta 
reglar  una  gran  partida  de  soldados,  com- 
puesta de  negros  armados  de  fusiles  y  sables. 
Éstos  eran  del  ejército  de  Chile,  que  habían 
salido  de  ésta  esta  mañana,  y,  yendo  ya  por 
Palomares,  se  habían  vuelto.  Venían  solos, 
sin  ninguna  persona  que  los  pudiese  contener, 
con  el  solo  objeto  de  forzarnos  que  les  abrié- 
semos las  puertas,  para  entrar  y  sacar  todas 
las  alhajas  que  creían  que  las  familias  habían 
dejado  guardadas  en  este  Monasterio  antes  de 

emigrar  "En  esto  una  religiosa,  de  las 

que  hacían  resistencia  para  impedir  que  en- 
trasen, casi  fué  herida  por  aquellos  hombres; 
pues,  si  Dios  no  desvía  el  brazo  de  aquel  sol- 
dado, por  cierto  que  le  divide  la  cabeza  con  un 
sable.  Las  señales  de  este  acontecimiento  se 
conservaba  hasta  ahora  poco  tiempo  que  se 
mudó  la  puerta  que  había  entonces,  en  la  que 
estaban  las  señales  que  dejó  el  sable.  En  fin 
les  sacamos  a  la  puerta  los  cajones  y  baúles 
que   habían   quedado   encargados;   luego  los 


abrieron,  y,  no  hallando  en  ellos  cosa  de  inte- 
rés, como  pensaban,  los  dejaron  con  despre- 
cio." 

"Llenas  de  susto  por  lo  que  habíamos  su- 
frido aquel  dia  y  sin  saber  del  porvenir,  nadie 
durmió  esa  noche;  todas  nos  refugiamos  en 
el  coro  para  prepararnos  a  la  muerte,  si  así 
su  Majestad  lo  determinaba.  ¡Cuál  sería  nues- 
tra situación!  Solas  en  esta  ciudad  y  amena- 
zada de  que  iba  a  ser  ocupada  de  indios.  Nos- 
otras estábamos  sin  recursos  para  subsistir: 
en  tiempo  de  guerra  ¿quién  había  de  pagar 
los  censos?  ¡Bendito  sea  Dios  que  nos  susten- 
taba de  un  modo  extraordinario,  pues  los 
criados  iban  a  recoger  los  comestibles  que 
habían  dejado  abandonados  las  familias  que 
ya  habían  emigrado  y  no  habían  podido 
llevar!" 

El  general  don  Mariano  Osorio  ocupó  el  12 
de  Enero  a  Concepción,  abandonada  por  los 
patriotas;  nombró  autoridades  realistas,  y  dejó 
libertad  al  canónigo  don  Joaquín  Unzueta, 
encerrado  hasta  entonces  en  Talcahuano  con 
el  coronel  Ordoñez,  para  que  se  viniese  a 
Concepción  y  siguiera  como  gobernador  del 
obispado.  A  mediados  de  Febrero  siguió  él  al 
norte  con  su  ejército ;  confiando  en  que  le  sería 
fácil  obtener  nuevamente  la  reconquista  de 


—  153  — 


Chile,  como  ya  lo  había  hecho  después  de  la 
batalla  o  sitio  de  Rancagua  en  Octubre  de 
1814.  El  5  de  Abril  venía  a  las  manos  el  ejér- 
cito realista  con  el  ejército  patriota  en  el  llano 
de  Maipo  y  sufría  la  más  tremenda  derrota, 
que  abatió  para  siempre  el  poder  español  en 
Chile. 

No  tardaron  en  llegar  a  Concepción  los  fu- 
gitivos de  Maipo,  con  la  noticia  del  desastre 
y  pérdida  del  ejército  realista;  y  pocos  días 
después  llegaba  a  la  ciudad  el  mismo  Osorio, 
muy  otro  de  lo  que  era  dos  meses  antes,  y 
preocupado  ahora,  aunque  no  lo  decía,  de  la 
salvación  propia,  que  aseguraría  yéndose 
cuanto  antes  al  Perú.  Esta  preocupación  de 
Osorio  mantenía  entre  los  habitantes  de  Con- 
cepción una  visible  intranquilidad,  que  se 
cambió  en  temor  v  sobresalto  cuando  el  gene- 
ral  se  embarcó  en  Talcahuano,  el  8  de  Sep- 
tiembre, llevándose  lo  mejor  del  ejército  v  lo 
más  escogido  de  los  armamentos  y  pertrechos 
de  guerra. 


CAPÍTULO  VIII 


EmHíKACIÓX    DE    LAS    RKLNilOSAS    A    LA  AkAICANÍa. 

El  jefe  español  Sánchez  emigra  al  sur. — La  Minis- 
tra M.  Ángela  de.  S.  Juan  de  Mata  recibe  orden  de 
emigrar:  razones  infundadas  que  aconsejaron  esta 
triste  medida:  los  patriotas  acusados  de  vándalos: 
conciliábulos  de  civiles,  militares  y  eclesiásticos  en 
que  se  acuerda  la  salida  de  las  monjas:  Las  religio- 
sas tuvieron  más  valor  y  mejor  criterio  que  los  min- 
utares: salieron  en  contra  de  su  voluntad:  antes 
envía  sus  mejores  alhajas  a  Lima:  salen  del  monas- 
terio el  2J¡  de  Septiembe  de  1818:  llegan  a  los  Ange- 
les el  1°  de  Octubre:  salen  hacia  Nacimiento  el  18 
de  Enero  de  1819.Se  pierde  el  equipaje  de  las  mon- 
jas y  el  archivo  en  el  paso  del  fíio-Bío.  Llegan  a 
Angol  y  tuercen  hacia  Tucapel  o  Cañete:  bajan  ha- 
cia el  mar  por  la  orilla  del  río  Lebu:  Sánchez 
marcha  a  Valdivia  y  ofrece  enviar  una  embarcación 
a  Lebu  para  llevar  a  las  monjas  al  Perú:  esto  no  se 
realiza  y  comienzan  las  monjas  su  vida  de  desterradas. 

Quedaba  con  jefe  militar  de  las  pocas  fuer- 
zas realistas  que  pudieron  reunirse  en  Con- 
cepción el  coronel  don  Juan  Francisco  Sán- 
chez, militar  experimentado  y  valiente,  no 
muy  pacífico  de  carácter  y  de  juicio  ligero. 

Entre  las  instrucciones  que  el  general  Oso- 
rio  dejó  a  Sánchez  estaba  la  de  abandonar  a 


—  loo  — 


Concepción  y  la  región  del  norte  del  Bío-Bío 
e  irse  al  sur  de  este  rio,  en  caso  de  que  los 
patriotas  expedicionaran  sobre  la  ciudad  y  su 
territorio,  con  fuerzas  militares  poderosas. 

Esto  fué  precisamente  lo  que  se  verificó,  y 
que  puso  al  jefe  español  en  el  trance  de  cum- 
plir las  órdenes  de  Osorio. 

Aunque  los  patriotas  se  venian  acercando 
cautelosamente  al  sur,  Sánchez  recibía  noti- 
cias del  movimiento  de  su  enemigo  cada  día. 
Temeroso  de  ser  atacado  en  Concepción,  salió 
precipitadamente  el  15  de  Noviembre  en  di- 
rección a  los  Angeles,  con  el  ánimo  de  llegar 
a  Valdivia,  si  así  lo  exigía  la  suerte  de  las 
armas. 

La  huida  de  Sánchez  presentó  en  todos  los 
caracteres  de  la  emigración  de  los  patriotas  al 
norte  en  Enero  pasado,  que  ya  dejamos  rela- 
tada. Entre  las  familias  emigradas  ahora  se 
contaban  las  religiosas  trinitarias,  cuya  salida 
del  convento  narraremos  más  a  lo  por  menor. 

Desde  que  se  supo  el  triunfo  de  los  patrio- 
tas en  Maipo,  se  apoderó  de  la  ciudad  de  Con- 
cepción la  inquietud,  primero,  y  después  el 
temor.  Se  contaban  como  cosa  cierta  tantas 
noticias  absurdas  acerca  de  la  crueldad  de  los 
patriotas  y  de  su  ferocidad  y  deseos  de  ven- 
ganza contra  los  realistas,  que  se  tuvo  como 


—  156  — 


dogma  de  fe  que  en  Concepción  no  perdona- 
rían la  vida  ni  de  las  mujeres  ni  de  los  niños. 
Agregúese  a  esto  que  se  aseguraba  que  los 
patriotas  no  perdonarían  en  su  furia  ni  a  los 
eclesiásticos,  ni  a  las  religiosas  ni  a  las  cosas 
santas.  Aunque  no  había  fundamento  alguno, 
real  ni  aparente,  para  tamaños  absurdos,  ello 
es  que  la  credulidad  general  los  aceptó,  y 
conforme  a  ellos  tomaron  las  medidas  de  se- 
guridad que  la  prudencia  aconsejaba. 

Las  autoridades  civiles  y  eclesiásticas  se 
preocuparon  de  la  suerte  de  las  trinitarias  y 
estudiaron  la  situación  que  se  les  creaba.  El 
general  don  Juan  Francisco  Sánchez,  el  go- 
bernador eclesiástico,  canónigo  don  Joaquín 
Unzueta,  el  intendente  civil  don  Pedro  Caba- 
ñas,  los  franciscanos  españoles  de  Chillán. 
confirieron  entre  sí  sobre  el  particular  y  jun- 
taron todavía  a  los  eclesiásticos  y  vecinos  más 
respetables  para  tomar  de  ellos  parecer  y  re- 
solver con  mejor  acierto  lo  que  convenía  a  las 
trinitarias.  Resultado  de  las  varias  conferen- 
cias fué  que  se  acordó  que  las  religiosas  salie- 
ran de  su  convento  y  emigraran  al  sur  del 
Bío-Bío,  tal  como  las  autoridades  militares  lo 
habían  ordenado  a  las  familias  realistas  que 
tuvieron  sus  temores  por  la  próxima  llegada 
de  los  patriotas. 


—  157  — 


El  itinerario  que  las  autoridades  acordaron 
para  las  monjas  era  curioso,  y  seguro  para  la 
alterada  fantasía  de  los  que  lo  arreglaron; 
pero  era  tan  absurdo  y  desatinado  que  sólo  el 
terror  pánico  que  se  apoderó  de  los  realistas 
pudo  idearlo  y  pensar  en  llevarlo  a  la  realidad: 
las  monjas  irían  por  tierra  hasta  Valdivia, 
atravesando  la  Araucanía,  custodiadas  por  un 
cuerpo  de  ejército  que  el  general  Sánchez  co- 
misionaba para  el  caso;  en  Valdivia  pondría 
el  general  un  buque  en  que  la  comunidad  y. 
algunas  familias  se  trasladarían  a  Lima;  en 
esta  ciudad  tendrían  las  religiosas  fraternal 
albergue  en  el  convento  de  la  Orden  que  allí 
existe,  hasta  tanto  se  decidiera  la  suerte  de  la 
guerra  de  Chile  y  pudieran  volverse  a  su  con- 
vento de  Concepción. 

Y  conforme  a  ese  plan  tomó  Sánchez  las 
medidas  más  prácticas  para  facilitar  el  viaje 
de  las  religiosas.  Se  prepararon  lanchas  y 
balsas  para  hacer  el  viaje  por  el  Bío-Bío;  y 
desde  los  Ángeles  vino  el  respetable  vecino 
don  Manuel  Mieres,  trayendo  muías  y  caba- 
llos, para  llevar  los  equipajes  y  a  las  personas 
que  quisieran  hacer  el  viaje  por  tierra. 

Si  en  la  resolución  de  este  grave  asunto  se 
hubiera  oído  a  las  religiosas,  todos  los  prepa- 
rativos hechos  y  todos  conciliábulos  celebra- 


—  158  — 


dos,  no  habrían  tenido  otro  resultado  sino 
poner  de  manifiesto  que  los  ánimos  más  es- 
forzados no  estaban  entonces  en  las  filas  del 
ejército,  sino  en  un  claustro  de  humildes  y 
pacificas  religiosas.  A  la  orden  de  salir  que  al 
principio  les  intimó  Sánchez  contestaron  las 
monjas  que  sus  constituciones  les  prohibían 
abandonar  la  clausura  por  el  solo  temor  de  los 
ejércitos  vencedores  y  que  "morirían  antes 
que  traspasar  uno  de  sus  estatutos."  A  la  in- 
timación que  el  Vicario  Unzueta  les  hizo, 
después  del  conciliábulo  de  militares,  eclesiás- 
ticos y  vecinos,  contestaron  de  manera  discre- 
tamente evasiva  y  que  salvaba  el  respeto  a  la 
autoridad  eclesiástica:  "que  no  podían  efec- 
tuar la  salida,  porque  no  había  con  qué  poder 
hacer  un  viaje  tan  largo,  pues  se  hallaban  muy 
sin  recursos."  A  esta  repulsa  tan  ingeniosa 
contestó  Sánchez  que  los  gastos  correrían 
todos  de  cuenta  del  Gobierno,  y  que  se  prepa- 
raran para  el  viaje,  que  sería  en  el  entrante 
Septiembre. 

Mal  de  su  grado  se  sometieron  las  monjas 
a  la  imposición  de  fuerza  mayor  y  dispusieran 
lo  necesario  para  salir  del  convento.  Ya  ante-, 
en  previsión  de  las  contingencias  inciertas  de 
la  guerra,  las  monjas  habían  enviado  lo  mejor 
de  las  alhajas  de  iglesia  y  vasos  sagrados  al 


—  159  — 


convento  de  sus  hermanas  trinitarias  de  Lima, 
imaginando  que  la  tranquilidad  no  se  alteraría 
en  el  Perú. 

Ahora  arreglaron  lo  que  para  ellas  era  de 
mayor  valor,  los  objetos  del  culto  y  especial- 
mente de  la  Misa,'  y  el  archivo  de  escrituras, 
de  papeles  antiguos  y  de  documentos  referen- 
tes a  la  profesión  de  las  religiosas;  de  todo  lo 
cual  existía  un  valiosísimo  tesoro  en  que  se 
contenía  todo  lo  referente  a  la  fundación  del 
convento  y  al  personal  que  en  él  había  ingre- 
sado desde  hacía  más  de  cien  años. 

"El  día  23  de  Septiembre,  dice  la  ya  citada 
Relación,  nos  avisó  el  Sr.  Provisor  que  al  otro 
día  era  la  salida  a  las  cuatro  de  la  mañana; 
porque  decía  el  Sr.  Coronel  que  él  no  podía 
salir  con  su  tropa  hasta  que  no  saliera  la  co- 
munidad. Aunque  ya  se  nos  había  prevenido 
el  ánimo  para  este  duro  sacrificio;  pero  ver 
llegar  el  día  v  hora...  Por  cierto,  todas  hu- 
biéramos querido  más  bien  morir  entonces,  y 
más  que  nunca  enviadiábamos  la  suerte  de 
nuestras  hermanas  que  ya  descansaban  en  el 
Señor ;  pues  de  buena  gana  hubiéramos  que- 
rido quedar  sepultadas  con  ellas  en  esta  santa 
clausura,  que  tener  que  abandonar  nuestro 
monasterio,  aunque  nos  hicieron  ver  los  ries- 
gos que  corríamos,  si  quedábamos  aquí." 


—  160  — 


"El  día  23  de  dicho  mes,  después  de  cumplir 
con  el  oficio  divino,  interrumpido  de  sollozos 
y  lágrimas  en  el  coro,  ya  despojadas  de  todas 
las  imágenes,  exceptuando  la  del  Señor  Cru- 
cificado que  tenemos  en  el  altar,  que  la  deja- 
mos en  .  él,  fué  expectácttlo  verdaderamente 
triste  ver  a  la  comunidad  arrodillada  ante  el 
Crucifijo,  deshaciéndose  en  llanto,  pedirle  per- 
dón de  nuestros  pecados  que  daban  ocasión  a 
.su  Majestad  a  castigarnos  de  aquel  modo, 
pidiéndole  al  mismo  tiempo  su  bendición  y 
•  divina  asistencia  en  todos  nuestros  trabajos. 
Penetradas  de  los  msimos  sentimientos,  hici- 
mos igual  despedida  en  todas  las  demás  ofici- 
nas. Esa  noche  no  se  tocó  a  refectorio ;  fueron 
nuestro  sustento  sólo  las  lágrimas;  ni  nadie 
durmió  esa  noche.  A  todas  las  oficinas  y  celdas 
les  pusimos  llaves,  y  reunidas  todas,  las  entre- 
gamos al  mozo  de  confianza,  para  que  cerrase 
las  puertas  exteriores  y  las  guardase,  porque 
teníamos  esperanza,  aunque  remota,  de  volver 
pronto  a  nuestro  Monasterio. 

"A  las  tres  de  la  mañana  del  día  24  nos  avi- 
saron que  ya  estaban  las  carretas  prontas  en 
la  puerta  falsa,  para  conducir  a  la  comuni- 
dad. Ya  era  tiempo  de  salir.  Todas  nos  fuimos 
a!  coro  para  pedir  ¡a  bendición  1  la  Stma. 
Trinidad,  suplicándole  nos   asistiese  con  sus 


—  161  — 


divinos  auxilios  ^o'\o  el  tiempo  de  nuestro 
destierro;  luego,  tomando  la  Prelada  un  Cru- 
cifijo en  las  manos  (cuya  imagen  sagrada 
acompañó  a  la  comunidad  hasta  la  vuelta), 
se  ordenó  una  triste  procesión,  rezando  las 
letanías  de  todos  los  Santos,  precidiendo  a  ésta 
las  Preladas,  que  lo  eran  entonces:  Ministra, 
la  M.  Angela  de  nuestro  Padre  San  Juan  de 
Mata,  en  el  siglo  Ortega;  Vicaria,  la  M.  Mer- 
cedes de  San  Antonio,  González  en  el  siglo. 
Toda  la  comunidad  que  salió  se  componía 
entonces  de  32,  faltando  cuatro  para  comple- 
tar el  número  de  36  que  debemos  ser ;  de  éstas 
sólo  vivimos  siete. 

"Llegó  pues  la  comunidad  a  la  puerta  falsa, 
yendo  todas  con  capas  y  velos,  como  estaba 
pronosticado,  llevando  los  breviarios  y  linter- 
nas encendidas,  por  no  haber  todavía  luz  del 
día.  Todas  íbamos  tan  turbadas,  que  puedo 
asegurar  que  no  sabíamos  si  caminábamos  por 
nuestros  pies  o  los  ajenos.  En  la  puerta  esta- 
ban a  caballo  el  P.  Capellán,  que  lo  era  el  Sr. 
Dn.  Bernardino  Villagra;  también  estaba  el 
R.  P.  Baltasar  Simó,  religioso  recoleto  de 
Chillan,  y  el  R.  P.  Valerio  Rodríguez,  domi- 
nico. Éstos  nos  acompañaron  en  toda  nuestra 
peregrinación  hasta  la  vuelta.  Otro  Sr.  sacer- 
dote estaba  allí,  pero  no  recuerdo  su  nombre, 


—  162  — 


el  cual  nos  hizo  una  plática,  dirigida  a  que  nos 
conformásemos  con  la  voluntad  de  Dios  y  que 
llevásemos  por  su  amor  los  trabajos.  La  pláti- 
ca la  oímos  estando  dentro  de  la  clausura  la 
comunidad.  Concluida  ésta,  nos  esforzó  este 
señor  diciéndonos:  "Madres,  tened  buen  áni- 
mo y  salid."  El  dolor  que  entonces  sufrimos 
fué  tan  grande,  que  sólo  puede  tener  compa- 
ración con  el  momento  de  la  separación  del 
alma  con  el  cuerpo;  sólo  tener  que  recordarlo 
para  estamparlo  en  este  papel  me  hace  verter 
nuevas  lágrimas;  espero  en  la  bondad  de  Dios 
Éjue  se  habrá  dignado  aceptar  todo  lo  que  pa- 
decimos en  aquel  infausto  tiempo,  como  que 
lo  sufrimos  por  su  amor. 

"En  fin,  salimos  y  nos  fuimos  acomodando 
ten  los  humildes  carruajes  que  nos  conducían. 
Con  nosotras  también  salieron  las  doce  fieles 
criadas  que  nos  servían  dentro  de  la  clausura; 
voluntariamente  nos  quisieron  acompañar;  su 
conducta  fué  muy  buena  durante  el  tiempo  de 
nuestra  peregrinación  y  nos  acompañaron  y 
sirvieron  hasta  volver  con  la  comunidad.  Con- 
tinuamos caminando  calle  para  el  río.  Todas 
las  pocas  gentes  que  quedaban  en  esta  ciudad 
palian  a  sus  puertas  a  vernos  pasar,  sin  poder 
contener  el  llanto  por  nuestra  salida;  caminá- 


—  163  — 


bamos  haciendo  el  duelo  por  cada  paso  que 
nos  apartaba  de  nuestro  Monasterio. 

"En  el  silencio  de  la  noche  íbamos  acompa- 
ñadas de  los  Capellanes  y  de  un  cuerpo  de 
guardia  que  el  Gobierno  había  nombrado  para 
el  resguardo  de  esta  comunidad :  nos  acom- 
pañó hasta  las  trancas  de  Hualqui;  iban  por 
tierra  a  la  vista  de  la  comunidad  que  navega- 
ba por  río. 

"Llegamos  ese  día  de  nuestra  primera  jor- 
nada a  salidas  del  sol  al  Curato  de  la  Mochi- 
ta,  que  está  como  a  una  legua  de  aquí  ;  allí 
encontramos  a  las  criadas  de  algunas  señoras 
piadosas  que  nos  esperaban  con  mate ;  desa- 
yuno que  fué  para  nosotras  muy  insípido,  pues 
nos  hallábamos  como  en  otro  mundo  muy  in- 
ferior a  nuestro  Monasterio.  Concluido  éste, 
nos  fuimos  a  la  capilla  a  rezar  Horas,  mien- 
tras tanto  nuestras  sirvientes  nos  preparaban 
lo  que  habíamos  de  comer.  Tomábamos  este 
corto  alimento  sazonado  con  nuestras  lágri- 
mas cuando  recibimos  la  orden  de  embarcar- 
nos; fué  tan  precipitada  la  salida,  que  ni  con- 
cluímos de  comer;  nos  embarcamos  navegan- 
do  hasta  puestas  del  sol,  que  llegamos  a  Chi- 
guayante.  Nos  alojamos  en  los  ranchos  de 
unos  pobres,  muy  devotos  de  este  Monasterio 
y  bienhechores;  esto  fué  la  tarde  del  24;  allí 


—  164  — 


rezamos  el  oficio  divino,  y  en  todo  el  tiempo 
nunca  faltamos  al  cumplimiento  de  esta  obli- 
gación ;  siempre,  antes  de  salir,  rezábamos 
Horas;  en  las  lanchas.  Vísperas  y  Completas, 
y  en  el  alojamiento,  Maitines." 

Hicieron  su  viaje  las  desterradas  con  las 
incomodidades  imaginables,  no  siendo  la  me- 
nor la  de  la  lentitud  con  que  iban  moviéndose 
las  lanchas  y  balsas  en  que  navegaban:  pues 
no  caminaban  con  la  marcha  de  una  persona 
que  va  de  a  pie  y  al  paso  regular. 

El  i.°  de  Octubre  llegó  la  comunidad  a  los 
Angeles,  en  donde  les  dio  hospedaje  en  su 
casa-quinta  el  respetable  vecino  don  Fernando 
Amador  de  Amava.  La  permanencia  aquí  de 
las  religiosas  estuvo  exenta  de  privaciones  e 
incomodidades. 

'Entre  tanto  los  patriotas  habían  avanzado 
desde  Santiago  y  en  este  mes  de  Enero  de  1819 
se  adueñaban  de  Concepción  y  llegaban  hasta 
los  Angeles  el  día  18,  en  seguimiento  del  jefe 
español  Sánchez,  de  su  ejército  y  de  los  miles 
de  emigrados,  que  huían  hacia  el  sur  al  am- 
paro de  los  soldados  realistas.  Este  día  18  ya 
Sánchez  estaba  distante  de  los  Ángeles,  atra- 
zaba  el  Bío-Bío  en  dirección  a  Nacimiento  con 
su  ejército  y  los  emigrantes,  entre  los  cuales 
iban  las  trinitarias.  Las  primeras  avanzadas 


—  165  — 


patriotas  a  las  órdenes  del  Sargento  mayor 
don  Benjamín  Yiel  y  del  coronel  don  Rude- 
sindo  Alvarado  alcanzaron  a  cortar,  el  día  19, 
los  últimos  extremos  de  la  retaguardia  de 
Sánchez,  atacaron  con  suerte  y  eficacia  a  los 
que  pasaban  el  río  y  aún  a  los  que  ya  estaban 
en  seguro  del  lado  de  Nacimiento.  Los  patrio- 
tas alcanzaron  a  tomar  algunos  prisioneros  y 
algo  de  bagajes  y  animales  de  arreo. 

No  fué  más  intenso  el  fuego  en  este  tiroteo, 
porque  ei  jefe  patriota  se  dió  cuenta  de  que  en 
una  sección  de  los  que  atravezaban  el  río,  iban 
buena  parte  de  las  religiosas  trinitarias  y  no 
queriendo  dañarlas,  mandó  suspender  el  fue- 
go: así  pudo  escapar  una  parte  de  la  comuni- 
dad, que  estaba  en  uno  de  los  islotes  del  río, 
cuando  los  patriotas  rompieron  el  fuego  sobre 
los  fugitivos. 

Si  no  hubo  desgracias  personales  que  la- 
mentar en  la  comunidad,  se  perdió  sí  el  gran 
tesoro  que  llevaban  con  exquisitas  precaucio- 
nes :  la  corriente  del  río  arrastró  todo  el  ba- 
gaje de  las  religiosas,  escapando  sólo  algunas 
pequeñas  cosas  que  llevaban  a  la  mano.  En  el 
fondo  del  río  quedaron  los  ornamentos  y  vasos 
sagrados,  los  libros  y  documentos  de  archivo, 
las  ropas  y  muchas  otras  cosas  de  uso  de  las 
religiosas. 


—  166  — 


En  Nacimiento  se  reconcentró  la  expedición 
y  pasó  allí  algunos  días,  reponiéndose  de  los 
sufrimientos  y  pérdidas  ocasionadas  por  la 
precipitada  huida  de  los  Angeles,  y  preparán- 
dose para  seguir  marcha  al  sur.  Las  religiosas 
hicieron  vida  de  comunidad  en  lo  posible.  "'En 
este  lugar  permanecimos  algunos  días  y  tu- 
vimos el  consuelo  de  rezar  el  oficio  divino; 
también  tuvimos  misa  y  comunión,  de  lo  cual 
habíamos  estado  privadas,  porque,  desde  que 
salimos  de  los  Angeles,  todo  había  sido  cami- 
nar por  entre  mil  riesgos.  Va  se  había  perdido 
el  ornamento;  pero  el  capellán  del  ejército  nos 
envió  el  de  su  uso,  antes  de  irse  con  él,  que 
fué  el  que  nos  sirvió  todo  el  tiempo  de  nuestra 
peregrinación.  Hacía  como  siete  días  que  es- 
tábamos aquí  en  una  casa  bien  mal  acomoda- 
da, pero  conformes  con  la  voluntad  de  Dios; 
aunque  careciendo  hasta  de  los  alimentos  ne- 
cesarios, cuando  nos  dieron  orden'  de  conti- 
nuar nuestra  marcha,  y  también  marchó  el 
ejército:  la  poca  ropa  que  habíamos  podido 
librar,  aquí  la  perdimos  toda." 

El  ejército  llegó  hasta  el  campo  de  Angol ; 
pero  sabiendo  Sánchez  que  los  patriotas  se 
habían  apoderado  de  Nacimiento,  y  calculando 
que  podían  marchar  con  él,  torció  rumbo  al 
oeste  v  se  resolvió  a  atravezar  la  Cordillera  de 


—  167  — 


Nahuelbuta  y  dirigirse  a  Tucapel  viejo  o  Ca- 
ñete. 

Con  indecibles  padecimientos  hicieron  la 
travesía  las  religiosas:  no  había  caballos  sino 
para  unas  pocas ;  estaban  desprovistas  de  ali- 
mentos ;  tuvieron  que  dormir  a  campo  raso  y 
sin  camas  ni  capas  con  que  defenderse  del 
frío,  que  era  intensísimo,  no  sólo  en  la  parte 
alta  de  la  cordillera,  sino  también  en  la  parte 
plana  del  oeste,  cubierta  entonces  de  selvas, 
impenetrables,  aun  a  los  rayos  del  sol.  El  dos 
de  Febrero  acampó  el  ejército  en  Tucapel  viejo 
y  tomó  algún  descanso  la  expedición. 

Tuvo  Sánchez  consejo  de  guerra  con  sus 
oficiales  y  fué  acordada  la  división  del  ejérci- 
to. La  parte  más  ruin  y  despreciable,  compues- 
ta de  bandoleros  y  de  gentes  que  deseaban  en- 
tregarse al  robo  y  al  pillaje,  se  quedaría  en 
la  región  norte  de  la  Araucanía  a  las  órdenes 
del  famoso  Vicente  Benavides,  para  molestar 
en  lo  posible  a  los  patriotas  y  procurar  reor- 
ganizar  las  fuerzas   para  emprender  nueva 
campaña  en  favor  del  rey.   La  otra  fracción 
del  ejército,  compuesta  de  los  jefes  y  soldados 
•españoles  que  no  aspiraban  a  tentar  nueva- 
mente la  suerte  de  las  armas,  se  irían  a  Valdi- 
via, a  esperar  allí  el  desarrollo  de  los  aconte- 
cimientos y  la  organización  de  una  defensa  o 
de  una  nueva  expedición  al  norte. 


—  168  — 


Después  del  consejo  de  guerra,  Sánchez 
advirtió  a  las  monjas  que  ellas  no  podían  con- 
tinuar viaje  a  Valdivia,  en  vista  de  la  falta  de 
caballos  y  de  elementos  de  viaje.  Les  prometió 
que  desde  Valdivia  enviaría  un  buque  a  la 
boca  del  río  Lebu  y  que  allí  se  embarcarían 
para  irse  al  Perú. 

La  división  militar  de  Sánchez  bajó  a  la 
costa  y  se  fué  a  Valdivia  por  el  camino  del 
mar.  Con  la  división  de  Sánchez,  bajaron 
también  las  religiosas  y  se  situaron  a  las  ori- 
llas del  Lebu.  cerca  de  la  costa,  en  un  rancho 
del  indio  Pascual,  amigo  o  empleado  de 
Sánchez. 

*'Xos  previno  Sánchez,  dice  la  "Relación" 
que  conocemos,   que,   pasados  algunos  días, 
hiciésemos  un  gran  fuego  en  la  cima  de  un 
cerro,  para  que  el  buque  que  nos  prometía 
mandar  supiese  dónde  encontraría  la  comuni- 
dad. Así  lo  hicimos;  mas,  aunque  veíamos  una 
embarcación  a  lo  lejos,  jamás  se  acercó  al 
puerto.   Permanecimos   allí   algún   tiempo,  y 
perdidas  las  esperanzas  de  que  se  acercase, 
nos  retiramos  al  rancho  que  he  dicho;  mas 
como  era  esta  habitación  tan  estrecha,  hicimos 
diligencias  de  otro  rancho  más  capaz ;  y  a 
algunas  leguas  de  distancia  se  encontró  uno 
que  pertenecía  a  Dn.  Andrés  Lavo.  Ahí  pa- 


—  169  — 


samos  el  mayor  tiempo  del  que  estuvimos  en 
la  tierra  de  los  indios,  que  me  parece  fueron 
tres  años;  siempre  suspirando  volvernos  a 
nuestro  amado  monasterio," 

Dejaremos  a  las  trinitarias  en  su  más  có- 
modo rancho,  el  del  Sr.  Lavo ;  pero  sin  mayo- 
res comodidades  en  lo  que  hace  a  elementos 
de  vida :  a  su  nueva  vivienda  entraban  las 
monjas  sin  tener  cama  en  que  dormir,  sin  más 
ropas  que  la  que  cada  una  llevaba  en  su  per- 
sona, sin  servicios  ni  útiles  de  casa  y  sin  di- 
nero con  que  proporcionarse  lo  más  necesario 
para  el  alimento.  Aquí  quedarán  ellas,  comen- 
zando su  nueva  vida  de  ermitaños,  y  nosotros 
volveremos  a  Concepción,  en  donde  se  desa- 
rrollaban muy  variados  acontecimientos,  de 
los  cuales  hay  algunos  íntimamente  relaciona- 
dos con  nuestro  asunto. 


CAPÍTULO  IX 


Tkiste  estado  de   Concepción  desde  1818:  Se 
discute  la  suerte  de  las  monja8. 

La  ciudad  en  manos  de  bandoles  a  fines  de  1818: 
llega  en  Enero  de  181!)  el  intendente  Freiré:  la 
guerra  salvaje  del  montonero  Benavides :  sitio  de 
Talcahuuno  en  1820:  hay  paz  en  la  ciudad. — Se 
discute  el  derecho  de  las  monjas  a  los  bienes  que 
tenían  antes  de  emigrar:  va  la  cuestión  al  cabildo 
civil  y  es  discutida  con  interés:  va  al  Congreso  Na- 
cional: éste  manda  adelantar  la  información.  Los 
bienes  del  monasterio  fueron  secuestrados  mientras 
tanto:  más  tarde  falló  el  Congreso,  según  se  dirá. — 
El  gobierno  general  y  el  provincial  conceden  dispen- 
sa de  deudas  por  censos,  capellanías,  etc.— Freiré  pro- 
cura la  vuelta  de  las  monjas. 

Queda  dicho  que  en  Noviembre  de  1818 
salió  de  Concepción  el  ejército  realista  que 
comandaba  el  coronel  don  Francisco  Sánchez: 
la  ciudad  quedó  abandonada  a  su  propia  suer- 
te y  a  merced  de  quien  lograra  allí  constituir- 
se gobernante.  La  casi  totalidad  de  las  casas 
pudientes  estaban  solas,  y  la  parte  popular 
también  casi  despoblada,  porque  en  las  dos] 
emigraciones  de  patriotas  y  de   realistas  qud 


—  171  — 


hemos  indicado,  se  habían  marchado  las  gen- 
tes honradas  y  de  algún  valor.  Una  gavilla  de 
bandoleros  cayó  sobre  la  ciudad  y  con  sus 
robos,  saqueos  y  ataques  a  los  escasos  pobla- 
dores, completaron  el  estado  de  ruina  de  la 
desgraciada  Concepción. 

Los  patriotas  demoraron  en  llegar  dos  lar- 
gos meses:  sólo  el  25  de  Enero  de  1819  entra- 
ba a  Concepción  el  coronel  don  Ramón  Freiré, 
que  venía  como  jefe  de  uno  de  los  cuerpos  de 
eiércitos  que  operarían  en  el  sur  y  traía  nom- 
bramiento de  intendente  de  Concepción.  Con 
esto  renacía  la  tranquilidad  y  podían  reanu- 
darse las  funciones  de  la  vida  ciudadana. 

El  gobierno  de  Sánchez  hizo  lo  posible  por- 
que los  emigrados  volvieran  a  sus  casas,  y 
dictó  una  serie  de  medidas  apropiadas,  a  su 
juicio,  para  traer  la  calma  a  los  espíritus  y 
asegurar  la  tranquilidad  general. 

*Ni  se  repobló  desde  luego  Concepción,  ni 
hubo  la  paz  y  tranquilidad  que  todos  ambicio- 
naban. La  guerra  a  muerte  había  comenzado 
al  sur  del  Bío-Bío  a  principios  de  1819,  pro- 
movida por  el  tristemente  célebre  montonero 
Vicente  Benavides  y  llegó  a  ser  tanto  y  más 
funesta  que  la  pasada  guerra  entre  los  ejérci- 
tos del  rey  y  los  ejércitos  de  la  patria.  Con- 
cepción fué  nuevamente  centro  de  operaciones 


—  1 72  — 


y  teatro  por  donde  desfilaron  los  vencedores, 
que  fueron,  ya  los  soldados  del  gobierno  chi- 
leno, ya  las  hordas  salvajes  de  los  capitanejos 
de  Benavides,  ya  el  mismo  Renavides.  Éste, 
con  su  estado  mayor,  ocupó  la  ciudad  en  Ene- 
ro de  i82o,  empujando  hacia  Talcahuano  al 
intendente  Freiré,  que  se  encerró  en  el  puerto 
con  el  ejército  de  su  mando  y  con  las  familias 
de  Concepción,  que  huían  de  los  salvajes  mon- 
toneros. Sólo  el  27  de  Noviembre  del  mismo 
1820,  la  suerte  de  las  armas  favoreció  a  Freiré 
que  salió  de  su  encierro  y  cargó  sobre  Bena- 
vides, inrligendo  al  montonero  la  derrota  más 
completa  y  vergonzosa  y  que  talvez  fué  el  co- 
mienzo de  las  desgracias  del  terrible  bando- 
lero. 

Desde  esa  fecha  no  hubo  para  Concepción 
nuevos  peligros  de  asaltos  guerreros,  pero  co- 
menzaba la  época  de  la  pobreza,  que  duró  tres 
años  enteros,  y  que  acabó  por  la  espantosa  ca- 
lamidad del  hambre  de  los  años  1822  y  1823, 
que  ha  dejado  triste  recuerdo  en  la  historia  de 
las  desgracias  causadas  por  la  guerra  de  la 
independencia:  el  año  1822  es  conocido  con  el 
calificativo  del  "año  de  las  necesidades."  es 
decir,  el  año  del  hambre. 

El  gobierno  de  la  nación  se  preocupó  de  la 
suerte  desgraciada  que  corrió  la  agricultura 


—  173  — 


y  el  trabajo  rural  en  los  años  de  la  revolución, 
y  procuraba  ayudar  a  los  propietarios  con  dis- 
tintos proyectos  y  medidas  que  realmente  ali- 
viaron la  triste  situación  de  miles  de  familias. 
De  las  medidas  más  importantes  que  tomó 
fueron  la  de  librar  a  los  patriotas  de  algunas 
contribuciones,  la  de  eximirlos  por  esos  años 
de  algunos  pagos  a  que  estaban  afectos  los 
predios  rústicos,  la  de  disminuir  el  interés  de 
los  capitales  que  reconocian  los  fundos  o  casas 
por  censos,  capellanías,  cargas  piadosas,  etc. 

Las  trinitarias,  como  ya  lo  hemos  visto, 
tenían  su  principal  medio  de  sustentación  en 
los  censos  o  hipotecas  que  gravaban  muchos 
fundos  y  casas  de  la  ciudad,  por  préstamos 
en  dinero  que  habían  hecho  a  los  respectivos 
dueños.  Aunque  los  deudores  no  podían  pagar 
sus  deudas  a  las  religiosas,  ausentes  ahora; 
pero  las  pagarían  después,  una  vez  que  se 
restableciera  nuevamente  el  monasterio,  por- 
que eran  todos  ellos  personas  de  las  más  ca- 
racterizadas y,  muchas  de  ellas  tenían  en  el 
claustro  parientes  cercanos.  Existía,  en  gene- 
ral, alguna  buena  disposición  de  ánimo  para 
con  las  religiosas;  pero  no  era  entre  los  habi- 
tantes esa  buena  voluntad  tan  unánime  que 
no  hubiera  adversarios. 

Se  suscitó  por  algunos  patriotas  exagerados 


—  174  — 


la  cuestión  de  si  las  trinitarias  conservaban 
el  derecho  a  las  propiedades  y  bienes  de  que 
habían  gozado  antes  o  si  lo  hablan  perdido. 
L<>s  adversarios  de  las  religiosas  opinaban, 
que  caían  ellas  bajo  las  leyes  de  secuestro  de 
bienes  dictadas  contra  los  enemigos  de  la  pa- 
tria (en  1817,  1819,  1820),  porque  las  monjas 
se  habían  mostrado  siempre  partidarias  de  la 
causa  realista  y  abiertamente  contrarias  a  la 
causa  patriota. 

La  cuestión  se  hizo  del  dominio  público  una 
vez  que  fué  planteada  en  una  sesión  del  cabil- 
do civil  o  municipalidad  por  los  adversarios 
de  las  monjas.  Cabe  dejar  constancia  de  que 
las  autoridades  administrativas  estuvieron 
siempre  del  lado  de  las  desterradas,  y  que  el 
intendente  don  Ramón  Freiré  fué  su  defensor 
y  su  más  decidido  protector,  como  luego  lo 
veremos. 

El  municipio  oyó  el  pro  y  el  contra  de  la 
curiosa  discusión.  Han  perdido  su  derecho  las 
monjas,  decían  sus  acusadores,  y  la  prueba 
evidente  está  en  que  abandonaron  su  monas- 
terio en  18 18  sin  que  nadie  las  violentara  y 
movidas  únicamente  del  odio  que  profesaban 
a  la  causa  patriota :  sin  que  las  contuviera  la 
ley  de  la  clausura  monacal,  que  es  tan  estricta, 
y  sin  considerar,  tan   ciegas  estaban  por  el 


—  175  — 


odio,  que  salían  a  la  ventura,  en  medio  de  una 
soldadesca  que  no  conocían  y  resueltas  a  irse 
a  tierra  de  indios  incultos  y  bárbaros,  que 
ningún  respeto  habían  de  tener  por  el  hábito 
religioso.  Y  todavía  agregaban  una  razón  que 
realmente  era  peregrina.  Son  empecinadas  las 
monjas,  decían,  porque  no  han  querido  volver 
a  su  convento  a  pesar  de  que  se  han  presenta- 
do ocasiones  favorables  para  su  regreso,  como 
se  presentó  el  año  pasado,  cuando  el  caudillo 
Vicente  Benavides  estuvo  varios  meses  domi- 
nando en  la  ciudad :  este  caudillo  era  su  amigo 
y  bien  pudieron  ellas,  a  haber  gastado  peque- 
ñísimo interés,  conseguir  con  Benavides  que 
las  trajera  a  su  monasterio  de  Concepción. 

Los  amigos  del  monasterio  sostuvieron  que 
la  salida  de  las  religiosas  fué  una  imposición 
de  la  fuerza  y  una  medida  aconsejada  por  per- 
sonas serias  y  respetables,  engañadas  por  las 
circunstancias  difíciles  en  que  se  encontraban, 
pero  en  cuyo  criterio  no  influyó  la  idea,  ni  de 
realismo  ni  de  patriotismo. 

Nada  resolvió  el  cabildo  y  la  cuestión  llegó 
en  1821  a  las  sesiones  del  Congreso  Nacional, 
en  donde  se  vieron  los  antecedentes  que  les 
fueron  remitidos  por  conducto  del  Director 
Supremo  don  Bernardo  O'Higgins.  El  Con- 
greso no  encontró  suficiente  fundamento  para 


—  176  — 


una  decisión  en  los  antecedentes  remitidos, 
v  acordó  "mandar  que  se  formalice  un  expe- 
diente para  averiguar  si  las  trinitarias  de 
Concepción  dejaron  voluntariamente  el  mo- 
nosterio  para  huir  con  los  enemigos,  y  en  tal 
caso  disponer  de  sus  temporalidades.'"  Y  en 
la  nota  remisiva  decía  el  Congreso  al  Director 
Supremo  '"que  el  experiente  debía  dar  la  for- 
ma y  motivo  de  aquella  emigración,  que  debe 
formar  la  cabeza  del  delito." 

El  expediente  volvió  en  Febrero  de  1822,  a 
manos  del  Intendente  Freiré,  el  cual  lo  adelan- 
tó en  tal  forma  que,  según  veremos  después, 
el  derecho  de  las  monjas  no  sufrió  menoscabo 
de  ningún  género. 

Entre  tanto  el  gobierno  de  la  provincia  se 
había  hecho  cargo  de  todos  los  bienes  pertene- 
cientes a  las  trinitarias  y  percibían  todas  susj 
entradas,  que  eran  reducidas:  en  este  mismo 
año  1822  el  convento  trinitario  fué  destinado 
a  cuartel  de  uno  de  los  cuerpos  militares  que 
guarnecían  a  Concepción.  Si  esto  no  era  urij 
secuestro  acordado  por  ley  era  secuestro  dea 
hecho,  y  las  religiosas  no  recibían  un  soloj 
centavo  de  las  entradas  que  en  justicia  le  per-¡ 
tenecían.  A  lo  que  se  agrega  que  la  Asamblea! 
provincial,  constituida  de  hecho  en  un  pequeña! 
Congreso  legislativo,  dictó  varios  decretos-le-| 


yes  que  contribuyeron  a  reducir  casi  a  la  nada 
las  rentas  producidas  por  los  bienes  de  las 
monjas.  En  1822,  a  dos  de  Abril,  la  Asamblea 
decretaba  "que  en  atención  a  los  incalculables 
perjuicios  i  continuas  contribuciones  que  han 
sufrido  los  propietarios  de  los  fundos  rústicos 
i  urbanos  de  toda  esta  provincia  desde  el  año 
de  ochocientos  trece  por  los  ingentes  males 
que  ha  causado  la  desoladora  guerra  que  aun 
se  experimenta,  i  considerando  que  los  deu- 
dores de  censos  i  capellanías  se  hallan  por 
aquellos  principios  en  un  total  atraso,  de  donde 
resulta  que  de  exigirles  el  pago  se  ven  acaso 
precisados  a  enajenar  sus  fundos  i  quedar  en 
la  miseria,  cuyo  suceso  cede  en  detrimento  al 
país  por  el  mucho  número  de  censuatarios,  ha 
acordado  i  acuerda  declarar,  como  declara, 
que  todos  los  deudores  de  censos,  capellanías 
o  principales  de  cualquiera  clase  a  interés  que 
tengan  sus  fundos  en  esta  provincia  no  deben 
pagar  cantidad  alguna  de  los  caídos  vencidos 
desde  el  año  de  ochocientos  trece  inclusive 
hasta  primero  de  Enero  último." 

La  curiosa  discusión  que  dejamos  relatada 
contribuyó  a  avivar  en  el  público  el  deseo  de 
tener  en  la  ciudad  a  sus  monjas :  los  adversa- 
rios de  éstas  eran  pocos,  el  afecto  que  el  pue- 
blo las  profesaba  había  sido  siempre  intenso, 
12 


—  178  — 


y  se  aumentaba  ahora  con  las  noticias  que  de 
cuando  en  cuando  se  recibían  y  daban  idea  de 
la  tristísima  situación  en  que  vivían  en  su 
destierro. 

El  más  interesado  era  el  intendente  Freiré, 
que  tuvo  como  obsesión  la  vuelta  de  las  mon- 
jas y  dió  todos  los  pasos  posibles  con  el  fin  de 
conseguir  su  objeto:  ya  diremos  cómo  lo  rea- 
lizó en  la  primera  ocasión  favorable  y  segura 
que  se  le  presentó. 


CAPÍTULO  X 


CÓMO   VIVIERON    LAS    MONJAS   EN    SU    DESTIERRO  DE 
LAS  SELVAS  ARAUCANAS. 


Tristísima  vida,  entre  salvajes:  soledad  y  aparta- 
miento de  la  vivienda  de  Andrés  Lavo:  qué  religio- 
sas comenzaron  la  vida  triste:  sacerdotes  y  sirviente 
que  las  acompañaban. — Gran  epidemia  de  fiebre 
tifoidea:  mueren  cinco  religiosas. — Hecho  portentoso 
de  la  multiplicación  de  las  velas  de  cera  para  el  altar 
y  del  vino  para  la  santa  Misa:  cómo  trabajaban  las 
hostias:  conducta  heroica  de  los  sacerdotes  acompa- 
ñantes.— Se  sabe  en  Lima  la  vida  de  miseria  que 
llevaban  las  monjas:  don  Pablo  Hurtado  les  envía 
algunos  víveres,  dinero  y  géneros. — En  Europa  se 
tiene  noticia  de  la  suerte  de  las  monjas. — Cómo 
miraron  los  araucanos  a  las  trinitarias:  un  asalto 
nocturno  de  parte  di  algunos  bandidos:  se  oponen 
los  indios  a  la  salida  de  las  monjas:  viaje  frustrado 
a  Valdivia:  vuelven  sobre  sus  pasos,  obligadas  por 
los  indios,  y  se  establecen  en  el  Pequén. — En  1821, 
a  fines,  oyen  hablar  de  que  se  intenta  libertarlas : 
ilusiones,  esperanzas  y  desengaños. — El  capitán  don 
Antonio  Carrero  facilita  la  salida  de  las  monjas: 
concierta  con  el  capitán  don  Ramón  Picarte,  el  plan 
de  liberación:  se  simula  un  ataque  de  Picarte  contra 
Carrero:  todo  sale  bien. — Cómo  sucedieron  estas 
cosas  según  la  Relación:  llega  a  Arauco  la  comuni- 
dad: poco  después  llegan  algunas  religiosas  que  esta- 
ban   separadas   de    la   comunidad. — El  intendente 


—  180  — 


Freúre  manda  desde  Concepción  al  presbítero  don 
Fernando  Lagos  con  todo  lo  necesario  para  llevar  a 
las  monja*  desde  Arauco. — Llegan  a  Concepción  el 
22  de  Diciembre  de  18¿2l  son  recibidas  con  muestras 
de  gran  regocijo:  se  hospedan  en  una  casa  particular: 
aquí  se  hace  elección  de  Ministra,  en  Sor  Juana 
María  de  San  José,  en  Enero  de  182.}. — Se  traslada 
al  monasterio. — Hermosas  palabras  con  que  la  Re- 
lación comienza  y  cierra  el  triste  incidente  de  la 
peregrinación. 

Al  interrumpir  nuestro  relato  para  hablar 
de  lo  que  pasaba  en  Concepción,  dejamos  a  las 
trinitarias  a  orillas  del  río  Lebu,  a  pocas  le- 
guas de  la  costa,  en  propiedad  de  don  Andrés 
Lavo,  y  a  fines  de  Febrero  de  1819. 

Con  grandes  sacrificios  hicieron  las  monjas 
su  via-crucis  desde  los  Angeles  a  río  Lebu: 
pero  la  vida  que  aquí  pasaron  sube  de  punto 
en  la  escala  de  las  penalidades.  Con  razón 
pudo  decir  el  general  don  Antonio  González 
Balcarce.  comandante  del  ejército  del  sur,  que 
las  monjas  hicieron  su  via-crucis  "regando 
con  sus  lágrimas  cada  uno  de  sus  pasos;"  v 
con  más  razón  pudo  un  testigo  presencial  de 
estos  acontecimientos  expresarse  así :  '"dudo 
mucho  que  durante  las  guerras  desoladoras 
que  han  sacudido  la  Europa  durante  los  últi- 
mos veinte  años,  haya  cabido  a  una  comuni- 
dad religiosa  de  mujeres  una  situación  más 
miserable  y  desconsoladora  que  la  que  cupo 


—  181  — 


en  suerte  a  estas  desventuradas  monjas"  (i). 

El  rancho  de  Lavo  estaba  en  medio  de  las 
más  tristes  soledades ;  lejos,  a  más  de  1 5  le- 
guas, de  los  centros  poblados  por  españoles 
y  con  la  vecindad  de  algunas  tribus  indígenas, 
de  cuyos  instintos  salvajes  todo  podían  temerlo 
unas  indefensas  mujeres.  El  lugar  era  conoci- 
do con  el  nombre  de  el  Rosal. 

En  este  rancho  se  establecieron  las  siguien- 
tes religiosas:  la  Ministra,  Sor  Angela  de  San 
Juan  de  Mata  (Ortega)  ;  la  Vicaria,  Sor  Mer- 
cedes de  San  Antonio  (hija  de  Juan  Gon- 
zález y  de  Josefa  Pérez)  ;  Sor  Nicolasa  del 
Rosario  (hija  de  José  Rocha  y  Rosa  Rodrí- 
guez) ;  Sor  Tomasa  de  la  Santísima  Trinidad 
(hija  de  Juan  Antonio  Quevedo  y  Ventura 
Obando)  ;  Sor  Juana  de  las  Mercedes  (San- 
cristóbal)  ;  Sor  Juana  María  del  Carmen;  Sor 
María  Antonia  de  Jesús  Cautivo  (de  Gregorio 
Ulloa  y  Margarita  Urra) ;  Sor  Juana  María 
San  José  (de  José  Rodríguez  y  Úrsula  La- 
renas) ;  Sor  Manuela  de  San  Francisco  (de 
Alejandro  Urrejola  e  Isabel  Eguiguren) ;  Sor 
Melchora  de  San  Miguel  (Goyeneche)  ;  Sor 
Manuela  de  Santa  Bárbara;  Sor  María  de 
Jesús;  Sor  María  Ana  de  Jesús  (de  Santiago 


(1 )  "Journal  of  a  residence  in  Chili,"  por  un  autor  anónim  o 


—  182  — 


Oviedo  v  Rita  Lagos) ;  Sor  Micaela  del  Trán- 
sito (de  Vicente  Figueroa  y  Micaela  Panto- 
ja)  ;  Sor  Magdalena  de  Santa  María  (de  An- 
tonio Vargas  y  Francisca  Urra) ;  Sor  Ignacia 
del  Milagro  (de  Matías  Carrasco  y  Petrona 
Henríquez)  ;  Sor  Juana  María  de  la  Asunción; 
Sor  María  de  San  Féliz  (de  Francisco  Gaete 
e  Isabel  de  la  Barra) :  Sor  Josefa  del  Sacra- 
mento (de  Agustín  Arriagada  y  de  Basilia 
Sepúlveda);  Sor  Juana  de  Dios  de  los  Dolo- 
res (de  Bartolomé  Roa  y  Carmen  Burboa); 
Sor  Manuela  de  Santa  Clara  (Cruz);  Sor 
Magdalena  de  la  Natividad  (de  Pedro  Lagos 
y  María  de  la  Cruz  Sepúlveda) ;  Sor  Petronila 
del  Rosario  (de  Miguel  Anguita  y  Gertrudis 
Contreras)  ;  Sor  Manuela  de  los  Dolores  (de 
Pablo  de  la  Cruz  y  Antonia  Goyeneche)  ;  Sor 
Magdalena  de  la  Cruz  (de  Miguel  Luque  y 
Clara  Eslaba) ;  Sor  Patricia  de  San  Joaquín 
(de  Carlos  Carvajal  y  de  Mauricia  Estrada) : 
hermana  Cruz  de  la  Santísima  Trinidad  (de 
León  Urriaga  y  de  Eugenia  Cubile)  ;  herma- 
na Josefa  de  San  Rafael  (de  Manuel  Mardo- 
nez  y  Manuela  Xúñez)  ;  hermana  Bernarda 
de  San  Ignacio;  hermana  Rosa  de  los  Dolo- 
res; hermana  Manuela  del  Pilar  (de  Francis-  I 
co  Saavedra  y  Javiera  Ojeda)  ;  hermana  Ma- 
nuela de  la  Encarnación  (de  Pedro  Lagos  y 


—  183  — 


de  María  de  la  Cruz  Sepúlveda)  y  algunas 
sirvientes  que  quisieron  acompañar  a  la  co- 
munidad. 

Junto  al  rancho  grande,  trabajaron  uno 
más  pequeño  para  capilla,  y  otro  algo  distante 
para  habitación  de  los  capellanes,  los  mismos 
tres  sacerdotes  que  salieron  con  las  religiosas 
de  Concepción :  presbítero  don  Bernardino  Vi- 
llagra;  el  dominicano  fray  Valerio  Rodríguez 
y  el  franciscano  fray  Baltasar  Simó.  Acom- 
pañaba también  un  fiel  sirviente  de  las  monjas 
llamado  Juan  de  Dios  Olivares,  que  volunta- 
riamente siguió  a  las  monjas. 

"Luego  que  ocupamos  esta  casa  de  Lavo 
sufrimos  una  gran  epidemia  de  chavalongo 
(tifus),  sin  librar  de  ella  más  que  tres  religio- 
sas, sin  una  estera  que  sirviese  de  cama  a  las 
enfermas,  más  que  la  dura  tierra.  De  esta  en- 
fermedad murieron  cinco  religiosas,  que  fue- 
ron: la  M.  Magdalena  Luque,  la  M.  Manuela 
de  la  Cruz,  la  M.  Patricia  Carvajal,  la  Her- 
mana Josefa  Mardonez  y  la  Hermana  Cruz 
Urriaga.  Sin  embargo  de  tantos  trabajos, 
tuvimos  el  consuelo  de  que  todas  se  prepara- 
ron para  la  muerte  con  los  santos  sacramentos 
y  muy  conformes  con  la  voluntad  de  Dios. 
Fueron  conducidos  los  cuerpos  a  A  rauco  por 
un  sirviente  y  mayordomo  del  Monasterio, 


—  184  — 


hombre  muy  bueno,  quien  cumplió  esta  comi- 
sión fielmente,  dando  sepultura  a  las  monjas 
en  un  lugar  separado,  dejándolo  muy  señalado 
para  que,  cuando  estuviésemos  en  nuestro  Mo- 
nasterio, pudiera  ir  él  mismo  por  los  restos; 
como  en  efecto  se  hizo  cuando  llegamos  a 
ésta"  (  i ). 

"Cuál  sería  nuestro  dolor,  al  ver  perecer  de 
entre  nosotras  y  en  tan  poco  tiempo,  y  en  tan- 
to desamparo,  a  estas  religiosas,  y,  sobre  todo, 
fuera  de  nuestro  monasterio,  sólo  Dios  lo  sabe, 
siendo  todas  ellas  muy  buenas  y  de  ejemplar 
virtud.  Las  tres  primeras  que  murieron  ha- 
bían gobernado  muchos  años  este  Monasterio 
con  mucho  acierto  y  consuelo  nuestro." 

"De  diario  teníamos  tres  misas,  y  había 
días  que  hasta  cinco."  "No  habíamos  librado 
más  que  como  unas  cuatro  velas  de  cera  y  un 
ornamento;  pero  esta  cera  nos  duró  con  ad- 
miración todos  los  años  que  estuvimos  en  el 
destierro.  El  vino  para  celebrar  la  misa  lo  iba 
a  comprar  el  P.  Fray  Baltasar  andando  leguas 
a  pie,  y  sólo  consiguió,  me  parece,  menos  de 
un  cántaro,  y  sucedió  lo  mismo  que  con  la 
cera,  durando  lo  mismo.  La  harina  para  las 
hostias  en  esos  primeros  tiempos  la  teníamos 


(1 )  "Relación"  antes  citada,  y  de  ella  tomamos  todo  lo  qne 
citemos  entre  comillas,  a  no  ser  que  le  asignen  os  otro  origen. 


que  hacer  en  piedra,  moliendo  el  trigo,  y  todo 
trabajo  nos  parecía  poco  por  el  consuelo  de 
tener  misa  y  poder  comulgar  diariamente. 
Después  de  nuestro  Señor  debemos  este  bene- 
ficio a  la  caridad  con  que  nos  acompañaron  en 
nuestra  emigración  los  señores  sacerdotes  que 
ya  he  mencionado:  se  sacrificaron  tanto  por 
no  dejarnos  desamparadas;  parecía  que  no  se 
cansaban  de  servrinos,  y  muchas  veces  cami- 
naban a  pie,  para  darnos  sus  caballos.  En 
aquellos  ranchos  tan  desaperados  que  encon- 
trábamos por  habitación,  que  sólo  tenían  un 
mal  techo,  ellos  por  su  mano  cortaban  ramas 
y  paja  para  hacerlos  más  abrigados;  para 
ellos  hacían  sus  habitaciones  aparte;  a  más 
de  estos  servicios,  era  grande  el  empeño  con 
que  procuraban  proporcionarnos  el  sustento. 
En  aquellos  lugares  estériles  era  muy  escaso 
encontrar  con  qué  mantenerse ;  ni  yerbas,  ni 
árboles  frutales  se  producen  en  esos  campos, 
y  aun  las  siembras  son  muy  escasas. — Estos 
señores  caminaban  a  mucha  distancia,  con  el 
sirviente  que  he  dicho  que  nos  acompañó,  con 
el  objeto  de  comprar  un  poco  de  trigo  o  papas, 
trayendo  sobre  sus  hombros  los  costalitos, 
que  llevaban  con  una  alegría  que  sólo  Dios 
podía  habérsela  dado.  Nos  servían  de  confu- 
sión a  nosotras.  Hasta  la  leña  y  el  agua  traían 


—  186  — 


a  la  casa,  y  siempre  animándonos  y  exhortán- 
donos a  la  paciencia." 

La  peregrinación  de  las  monjas  y  su  destie- 
rro en  las  selvas  de  la  Araucanía,  fué  tema 
de  la  conversación  en  Chile  entero,  y  objeto 
de  los  más  curiosos  comentarios  y  suposicio- 
nes. Su  noticia  llegó  al  Perú,  en  donde  se  supo 
claramente  el  triste  estado  de  pobreza  y  de 
miseria  en  que  vivían,  y  sirvió  para  despertar 
la  compasión  en  favor  de  las  desgraciadas 
religiosas. 

"Don  Pablo  Hurtado,  sujeto  muy  bienhe- 
chor de  esta  comunidad,  que  había  emigrado  a 
Lima,  y  sabiendo  la  falta  de  recursos  en  que 
nos  hallábamos  y  teniendo  él  un  poco  de  di- 
nero de  la  comunidad  a  rédito  tuvo  la  bondad 
de  mandarnos  azúcar,  yerba  para  mate  y  pie- 
zas de  género  para  vestirnos.  Vino  tan  a  tiem- 
po, que  ya  se  nos  había  concluido  la  ropa 
interior  y  estábamos  con  solo  el  hábito.  En  fin 
ya  nos  surtimos  siquiera  de  ropa,  que  alcanzó 
una  muda  para  cada  religiosa,  y  también  para 
nuestras  sirvientes." 

A  Europa  llegó  la  noticia  de  la  peregrina- 
ción de  las  trinitarias,  pero  talvez  llegó  con 
datos  y  pormenores  poco  precisos,  que  contri- 
buyeron a  formar  allí  un  concepto  algo  errado 
sobre  el  particular.  Se  nos  ocurre  que  los  Su- 


—  187  — 


periores  Generales  creyeron  que  las  religiosas 
chilenas  se  habían  marchado  al  fin  del  mundo 
o  a  regiones  tan  apartadas  que  se  fueron  pero 
que  ya  de  ellas  no  podían  volver.  Tenemos  a 
la  vista  una  carta  que  el  Ministro  General  de 
los  trinitarios,   Fr.  Jerónimo  de   San  Félix, 
escribe  a  la   Ministra  de  las   trinitarias  de 
Lima,  el  15  de  Noviembre  de  18 19,  para  co- 
municarle "la  beaticación  de  N.  común  Padre 
y  Fundador  el  Bto.  Juan  Bautista  de  la  Con- 
cepción, verificada  en  Roma  en  26  del  pasado 
Septiembre  con  el  mayor  aparato  y  solemni- 
dad." La  carta  es  extensa  y  con  muchas  ad- 
vertencias e  instrucciones   canónicas  y  litúr- 
gicas sobre  la  nueva  fiesta;  al  fin  de  ella  y 
bajo  la  firma  del  P.  General,  hay  una  postdata 
que  dice:  "Si  Vm.  sabe  el  paradero  de  núes 
tras  Hermanas  de  Chile,  se   servirá  partici- 
parnos esta  agradable  noticia."  Para  tomarle 
todo  el  sabor  a  esa  deliciosa  postdata,  se  hace 
necesario  advertir  que  las  trinitarias  de  Chile 
eran  y  son  independientes  de  Lima,  unidas  al 
Superior   General   con   el  mismo  e  idéntico 
vínculo  que  las  religiosas  peruanas,  el  de  la 
simple  fraternidad. 

Los  araucanos,  los  legítimos  hijos  de  la 
tierra,  miraron  con  respeto  a  las  religiosas,  y 
aunque  no  les  prestaron  grandes  servicios. 


—  188  — 


tampoco  les  causaron  mayores  males.  Un  solo 
caso  que  recuerda  la  Relación,  de  males  direc- 
tamente causados  por  los  habitantes  de  las 
regiones  vecinas,  no  lo  atribuye  a  los  indíge- 
nas. Fué  a  fines  de  1821  y  lo  narra  así:  "cuan- 
do menos  pensábamos,  a  la  media  noche  lle- 
garon como  veinte  indios  a  saltearnos,  aunque 
no  todos,  pues  también  venían  chilenos  vesti- 
dos de  indios;  huyeron  todas  las  que  por  an- 
cianas no  estaban  impedidas,  escondiéndose 
en  los  montes,  y  dos  que  caminaban  juntas  se 
extraviaron  en  la  oscuridad  de  la  noche :  una 
de  ellas  se  cayó  por  una  barranca  al  río.  y 
pasó  todo  el  resto  de  la  noche  asida  de  una 
rama  de  un  árbol,  y  no  cesaba  de  pedir  a  Xtra. 
Sra.  del  Rosario  que  la  favoreciese ;  no  tardó 
en  hacerlo  la  Virgen;  hallándose,  después  que 
amaneció,  en  un  lugar  donde  pudo  salir.  Cuan- 
do las  monjas  arrancaron  de  los  salteadores, 
se  quedó  la  Prelada  por  cuidar  a  las  pobres 
viejecitas,  y  sufrió  muchos  golpes.  Le  presen- 
taron el  sable  cerca  del  cuello,  diciéndole  que, 
si  no  entregaba  el  dinero  que  pensaban  tenía, 
le  quitaban  la  vida.  También  a  cuatro  religio- 
sas más  dejaron  muy  maltratadas  de  los  golpes. 
Se  llevaron  pues  lo  poco  que  teníamos,  aun- 
que no  llevaron  dinero,  porque  no  lo  había." 
Ese  asalto  y  robo  lo  hicieron  unos  de  los 


—  189  — 


tantos  grupos  de  bandoleros  que  recorrían 
entonces  toda  la  diócesis,  a  veces  como  milita- 
res, a  veces  como  simples  paisanos,  movidos 
por  el  instrumento  de  rapacidad,  que  tanto  se 
desarrolló  mientras  duraba  la  guerra  de  mon- 
toneros, mantenida  por  Benavides  y  sus  ca- 
pitanejos. 

Los  intentos  de  salida  que  quisieron  realizar 
las  monjas  en  repetidas  ocasiones,  fueron 
siempre  frustrados  por  los  legítimos  indíge- 
nas, que  se  declararon  resueltos  a  retenerlas 
en  sus  tierras,  porque,  decían,  "que  también 
ellos  querían  tener  monjas."  Una  de  esas  in- 
tentonas de  evasión  la  narra  así  la  Relación: 
"Resolvimos  caminar  a  Valdivia  con  muy 
poca  cabalgadura,  para  de  allá  volvernos  por 
mar  a  esta  ciudad.  Ya  nos  pusimos  en  camino, 
la  mayor  parte  de  las  monjas  de  a  pie.  Había- 
mos andado  bastantes  leguas,  cuando  divisa- 
mos una  partida  de  indios  a  caballo  y  lanza 
en  mano,  que  se  dirigían  a  nosotras,  tan  fu- 
riosos, que  costó  mucho  sosegarlos ;  diciendo 
que  no  pensásemos  en  pasar  adelante,  que  nos 
volviésemos  a  donde  vivíamos  antes.  Nosotras 
y  el  Padre  Simó  les  suplicábamos  nos  permi  - 
tiesen  pasar,  que  ya  perecíamos  en  aquella 
tierra;  pero  no  hubo  que  tratar.  Preguntán- 
doles el  P.  Simó   (que  sabía  el  idioma  de  los 


—  190  — 


indios)  por  qué  nos  impedían,  dijeron  que  el 
Dios  de  las  monjas  no  quería  que  pasasen  a 
Valdivia  y  que  ellos  lo  sabían  esto  muy  bien, 
pues  para  saber  si  convenía  o  nó  que  pasáse- 
mos, lo  habían  decidido  por  medio  del  juego 
de  la  chueca.  No  hubo  quien  los  hiciese  entrar 
en  razón,  y  fué  preciso  volvernos  con  indeci- 
bles trabajos  y  necesidades;  pero  siempre  ex- 
perimentando especial  providencia  de  guardar- 
nos de  mayores  pesares  entre  aquellos  bárba- 
ros, que  para  lo  que  ellos  son  nos  respetaron 
mucho,  y  a  veces  recibimos  algunas  limosnas 
de  ellos,  aunque  muy  pequeñas." 

Xo  se  volvieron  las  monjas  a  su  rancho  de 
Lavo,  sino  que  se  situaron  en  otra  vega  del  río 
Lebu.  Aquí  fué  donde  experimentaron  el  asal- 
to nocturno  que  hemos  contado  lineas  antes  y 
que  obligó  a  las  monjas  a  retirarse  a  otro 
punto,  que  talvez  reputaron  más  seguro  y  con 
posible  defensa  contra  los  bandoleros,  y  que 
tenía  además  la  simpatía  de  llamarse  con  el 
nombre  de  una  avecita  tan  chilena  y  graciosa: 
el  Pequén.  Pasaron  algunos  meses  en  este  sitio 
que  debió  ser  de  gratísima  recordación  para 
las  religiosas  mientras  vivieron,  porque  en  él 
les  clareó  la  primera  aurora  de  su  redención. 
"Un  día  nos  dijo  Juan  de  Dios  Olivares,  que 
era  el  sirviente  que  nos  acompañaba,  que  había 


—  191  - 


hablado  con  una  persona,  que  por  orden  del 
señor  General  Freiré  venía  de  expía  a  explorar 
Jas  fuerzas  que  tenía  Carrero  para  ir  a  ata- 
carlo, y  también  decía  el  General  que  entonces 
habíamos  de  salir  las  monjas.  Esta  noticia  nos 
consolaba  por  momentos,  y  luego  creíamos 
ser  falsa,  y  volvíamos  al  dolor  y  lágrimas, 
viendo  prolongarse  nuestro  destierro." 

Lo  del  expía  y  de  su  comisión  era  la  verdad. 
Hacía  tiempo  que  don  Ramón  Freiré  estudia- 
ba el  modo  de  realizar  la  salvación  de  las  mon- 
jas; pero  sus  buenos  deseos,  que  eran  los  de 
las  gentes  de  Concepción,  resultaron  ineficaces 
por  el  estado  de  guerra  salvaje  en  que  se  man- 
tenía el  territorio  araucano,  campo  de  opera- 
ciones del  caudillo  Vicente  Benavides  y  de  los 
caciques  indígenas  aliados  suyos.  A  lo  que  se 
agrega  que  el  ejército  patriota  no  tuvo  ele- 
mentos suficientes  para  oponerse  a  los  guerri- 
lleros realistas,  y  alcanzar  desde  un  principio 
la  total  y  completa  pacificación  de  la  "tierra 
de  indios." 

La  prisión  y  muerte  de  Benavides,  ahorcado 
en  la  plaza  de  Santiago  en  Febrero  de  1822, 
y  la  defección  de  muchos  de  los  oficiales  que 
habían  acompañado  al  funesto  caudillo;  redujo 
considerablemente  las  proporciones  de  la  gue- 
rra de  Arauco :  uno  de  estos  oficiales  pasado 


—  VJ2  — 


al  campo  patriota,  el  capitán  don  Antonio 
Carrero,  presentó  la  tabla  de  salvación  a  las 
afligidas  trinitarias. 

Carrero  contribuyó  a  la  caída  de  Benavi- 
des  e  intentó  apoderarse  de  la  persona  de 
este  jefe  para  entregarlo  a  las  autoridades 
nacionales.  Burlado  en  sus  intentos  por  la 
fuga  del  montonero,  entró  en  arreglos  con  el 
intendente  de  Concepción,  haciéndole  propo- 
siciones, de  las  cuales  era  la  principal  una 
seria  y  formal  garantía  para  su  persona  y  la 
exigencia  de  que  se  le  agregara  al  ejército 
chileno  con  el  grado  de  sargento  mayor. 

Aceptó  las  condiciones  Freiré,  y  por  modo 
de  prueba  de  la  rectitud  de  intenciones  del 
capitán  Carrero,  interesó  a  éste  en  el  antiguo 
proyecto  de  libertar  a  las  trinitarias.  Freiré 
comisionó  al  mayor  don  Ramón  Picarte  para 
entenderse  en  todo  con  Carrero.  Se  convino 
en  que  éste  continuara  como  jefe  de  sus  pocos 
montoneros  y  de  las  partidas  de  indios  que 
seguían  fieles  a  la  causa  realista,  hasta  tanto 
se  ejecutaba  el  plan  concertado  para  la  libera- 
ción de  las  religiosas.  Se  hacía  necesario  en- 
gañar a  los  indios  y  esto  se  conseguiría  simu- 
lando un  ataque  de  Picarte  al  campamento  de 
Carrero,  el  cual  concentró  sus  gentes  y  >e 
retiró  a  regular  distancia  de  las  religiosas,  en 


—  193  — 


dirección  opuesta  a  la  que  debían  llevar  las 
fuerzas  patriotas. 

El  14  de  Diciembre  atacó  Picarte  a  Carrero 
con  una  avanzada  de  guerrilleros  y  hubo  un 
largo  tiroteo.  A  la  media  noche  las  fuerzas 
patriotas  se  allegaron  a  la  vivienda  de  las 
monjas  y  tomándolas  los  soldados  en  ancas 
de  sus  caballos  atravesaron  el  río  Lebu  y  se 
marcharon  en  dirección  a  Arauco.  Carrero, 
al  día  siguiente,  simulando  un  verdadero  ata- 
que, se  precipitó  en  seguimiento  de  los  atre- 
vidos asaltantes  y  llegó  hasta  cerca  de  ellos, 
pero,  conforme  a  lo  convenido,  disparó  sus 
armas  de  modo  que  no  perjudicaran  a  los 
fugitivos  y  éstos  los  disparaban  únicamente 
contra  los  indios  de  Carrero.  Al  siguiente  día, 
15  de  Diciembre  de  1822,  entraban  a  Arauco 
las  fuerzas  patriotas  y  con  ellas  las  religiosas 
trinitarias,  que  fueron  recibidas  con  todo  ca- 
riño por  los  pocos  habitantes  del  fuerte  que 
allí  había.  Tras  las  fuerzas  patriotas  llegaba 
también  Carrero  con  algunos  de  los  suyos, 
pero  no  ya  en  son  de  guerra  sino  con  la  con- 
fianza de  quien  llega  al  seno  de  los  suyos :  fué 
recibido  con  demostraciones  de  la  más  estre- 
cha fraternidad. 

La  "Relación"  tantas  veces  citada  explica 

también  estos  últimos  incidentes  v  con  una 
13 


—  104  — 


sencillez  que  resulta  deliciosa,  si  se  toma  en 
cuenta  que  nada  sabían  ellas  de  lo  que  podría- 
mos llamar  la  comedia  de  asalto  o  batalla, 
dice:  "El  día  trece  de  Diciembre  del  año  que 
dije,  Nuestra  Prelada,  la  Madre  Vicaria,  ti 
I\  Valerio  y  un  sirviente,  se  dispusieron  para 
salir  a  buscar  algunas  provisiones  para  la  co- 
munidad ;  donde  fueron  era  algo  distante  y 
habían  do  pasar  algunos  días.*' 

"El  día  14  de  Diciembre  oíamos  mucho 
ruido  de  artillería,  que  nos  llenaba  de  miedo, 
y  los  ranchos  de  los  indios  incendiados.  Se 
aumentaba  nuestra  congoja  por  estar  separa- 
das de  X.  M.  Ministra  y  Vicaria.  Luego  pasan 
indios  huyendo,  que  nos  decían  que  también 
huyésemos,  que  venía  un  ejército  de  la  patria. 
Esta  noticia  nos  fué  de  indecible  consuelo." 

"Llegó  la  noche  y  a  las  dos  de  la  mañana 
llegan  como  200  soldados  y  sus  oficiales,  que 
entre  todos  no  conocíamos  a  otro  que  a  Ar- 
quíñigo.  quien  nos  mostró  la  orden  que  traía 
del  General  Freiré  para  sacarnos,  y  había  de 
ser  en  el  acto,  porque  al  otro  día  muy  tempra- 
no habían  de  reunirse  al  ejército;  y  si  lo  en- 
tendían los  indios,  habría  un  levantamiento, 
que  no  habría  fuerzas  para  resistir. 

"Como  en  esta  vida  no  hav  gusto  completo, 
este  fué  mezclado  con  el  dolor  de  dejar  a  núes- 


—  195  — 


tras  Preladas,  que,  por  ocuparse  en  nuestro 
alivio,  andaban  fuera.  En  fin,  le  consultamos 
al  P.  Simó,  y  nos  dijo  que  convenía  salir,  que 
la  divina  Providencia  cuidaría  de  nuestras 
amadas  Madres." 

"Cerca  de  las  tres  de  la  mañana  salimos. 
El  río  Lebu  lo  pasamos  en  los  caballos  de  los 
oficiales,  porque  marchábamos  a  pie.  A  las 
siete  de  la  mañana  se  atacaron  con  Carrero, 
y  a  nosotras  nos  pusieron  en  una  parte  donde 
no  tuviésemos  riesgo.  Entre  tanto,  clamába- 
mos a  Nuestro  Señor  que  venciese  el  ejército 
de  nuestra  parte,  porque  temíamos  que,  si 
Carrero  ganaba,  nos  había  de  llevar  muy  al 
interior  de  la  tierra,  donde  jamás  supiesen  de 
nosotras.  Su  Majestad  divina  se  apiadó  de 
nosotras;  permitió  venciese  el  ejército  de  Frei 
re,  }•  en  el  momento  continuó  su  marcha  para 
Arauco,  y  al  anochecer  nos  alojamos  en  e! 
campo.  Cuando  amaneció,  seguimos  caminan 
do;  que  ni  el  cansancio,  ni  la  necesidad  de  ali- 
mento nos  afligían  demasiado:  sólo  lo  que  he 
dicho,  de  dejar  atrás  a  nuestras  Madres ;  pero 
todos  los  que  conocían  nuestra  aflicción  nos 
consolaban  con  decirnos  que  en  Arauco  las 
habíamos  de  esperar,  como  en  efecto  así  fue. 
"A  las  diez  de  la  noche  llegamos  a  Arauco, 
donde  aquellas  buenas  gentes   nos  recibieron 


—  196  — 


con  mucha  caridad  y  atención.  Como  las  Pre- 
ladas, según  he  dicho,  quedaron  atrás,  luego 
que  supieron  que  la  comunidad  había  salido 
(y  ellas  felizmente  andaban  a  caballo)  junto 
con  el  I'.  Valerio  y  sin  pérdida  de  tiempo  ra 
minaron ;  y  quiso  Nuestro  Señor  que  nadie  les 
impidiese  la  salida.  ¡Qué  gracias  tan  de  lo 
íntimo  rendíamos  al  Todopoderoso  por  vernos 
ya  todas  reimuiis  y  fuera  de  un  destierro  tan 
duro  y  tan  largo!  Luego  convertíamos  nues- 
tras súplicas  al  Señor,  para  que  colmase  de 
bendiciones  al  Sr.  Cencal  Freiré  y  a  todos 
los  que  contribuyeron  a  que  siliésenu  3  de  la 
tierra  de  IjArbaros/' 

Dos  días  después  llegaban  a  Arauco  la  Mi- 
nistra, la  Vicaria,  fray  Valerio  y  el  sirviente 
Olivares.  El  comandante  Picarte  mandó  a  un 
soldado  realista.  Javier  Arévalo,  que  estal-a 
condenado  a  muerte,  en  busca  de  los  cuatro 
rezagados.  Era  de  temer  que  los  indios  pudie 
ran  vengar  en  esas  cuatro  personas  el  agravio 
que  se  les  había  hecho,  de  arrebatarle  a  "sus 
monjas;"  y  más  todavía,  si  se  daban  cuenta 
de  la  defección  de  Carrero.  Arévalo,  a  quien 
se  le  prometió  salvarle  la  vida  y  agregarlo  al 
ejército  patriota,  en  pago  de  la  salvación  de 
las  dichas  personas,  cumplió  a  maravilla  su 
cometido  y  logró  evitar  a  éstas  un  encuentro 


—  f97  — 


con  los  indios  y  llevarlas  sanas  y  salvas  a 
A  rauco. 

Algunos  días  de  descanso  tuvieron  las  mon- 
jas en  Arauco,  esperando  que  llegaran  los  co- " 
misionados  para  llevarlas  a  Concepción.  De- 
jemos a  la  "Relación"  que  nos  cuente  con  su 
hermosa  sencillez  la  última  etapa  de  esta 
peregrinación. 

"El  día  20  del  mismo  mes  de  Diciembre 
llegó  a  Arauco  el  Sr.  Pbo.  Dn.  Fernando 
Lagos,  comisionado  por  el  Sr.  General  Freiré, 
con  cabalgaduras,  con  el  objeto  de  conducir 
a  la  comunidad  hasta  San  Pedro.  El  día  22 
salimos,  y  a  las  tres  de  la  tarde  nos  embarca- 
mos en  lanchas  y  llegamos  a  esta  orilla  antes 
de  las  oraciones ;  donde  por  orden  del  Sr.  Go- 
bernador del  Obispado  nos  esperaban  algunos 
carruajes  cubiertos,  para  conducirnos  a  una 
casa  particular,  que  era  del  Sr.  Dn.  José 
Manuel  Eguiguren,  por  estar  nuestro  Monas- 
terio ocupado  de  cuartel."  "Todo  el  poco  ve- 
cindario que  había  en  ésta  nos  salió  a  recibir, 
y  en  la  casa  de  nuestro  alojamiento  nos  espe- 
raba el  Sr.  Don  Salvador  Andrade,  que  era 
entonces  Gobernador  del  Obispado,  y  nos 
recibió  con  demostraciones  de  un  padre." 

"Desde  el  día  22  de  Diciembre  de  1822  en 
que  llegamos  a  ésta,  estuvimos  en  la  casa  que 


-  198  — 


he  dicho,  hasta  el  día  1 1  de  Mayo,  en  que  nos 
entregaron  el  Monasterio.  En  esta  casa  nos 
decían  misa,  cumplíamos  del  mejor  modo  po- 
sible con  todas  nuestras  obligaciones  y  guar- 
dando clausura  como  si  estuviésemos  en  el 
nuestro.  El  Padre  Baltasar  Simó  pedía  limos- 
na todos  los  días  para  mantenernos,  y  así 
continuó  algún  tiempo  haciéndolo,  pues  se 
pasó  algún  tiempo  sin  que  los  deudores  del 
Monasterio  hicieran  ningún  pago." 

"Antes  de  un  mes  (pie  habíamos  llegado  se 
nos  murió  la  M.  María  de  San  Félix." 

"En  Enero  de  1823  se  hizo  elección  de 
Prelada,  y  fué  elegida  Ministra  la  M.  Juana 
María  de  San  José,  y  Vicaria  la  M.  Manuela 
de  San  Francisco;  Maestra  de  novicias,  la 
M.  Mercedes  de  San  Antonio."  "Luego  que 
nos  fué  entregado  el  Monasterio  por  el  Sr. 
Intendente,  que  entonces  lo  era  don  Esteban 
Manzano,  nos  trasladamos  aquí,  viniendo  pro- 
cesionalmente  con  asistencia  del  Sr.  Goberna- 
dor del  Obispado  y  todos  los  señores  Eclesiás- 
ticos que  entonces  había  aquí." 

"Llegamos  a  nuestro  Monasterio  con  tan 
indecible  alegría,  que  sólo  cuando  lleguemos 
al  cielo,  por  la  bondad  de  Dios,  tendremos 
mayor  gusto." 

Así  terminó  esta  triste  peregrinación,  inci- 


—  199  — 


dente  de  los  más  desgraciados  de  la  guerra 
de  la  independencia  nacional.  ¡Qué  elocuente- 
mente la  autora  de  la   Relación  que  tanto 
hemos  citado,  encierra  estos   cuatro  años  de 
inquietudes,  de  penas  y  de  sufrimientos  inde- 
cibles, entre  estas  dos  expresiones  tan  her- 
mosamente conmovedoras:   "el  dolor  que  al 
salir  del  convento  sufrimos  fué  tan  grande, 
que  sólo  puede  tener  comparación  con  el  mo- 
mento de  la  separación  del  alma  con  el  cuer- 
po;" y  "entrarnos  en  nuestro  Monasterio  con 
tan  indecible  alegría,  que  sólo  cuando  llegue- 
mos al  cielo,  por  la  bondad  de  Dios,  tendre- 
mos mayor  gusto." 


CAPÍTULO  XI 


Se  regulariza  la  situación  legal  y  pecuniaria 
de  las  monjas. — Hambre  general  en  la  provincia. 

Las  monjas  estaban  de  hecho  fuera  de  la  ley:  sus 
bienes  estaban  secuestrados.  La  Ministra  Juana 
María  de  S.  José  hace  frente  a  la  difícil  situación: 
el  Padre  Simó  sustenta  a  la  comunidad  varios  meses. 
— Pobreza  general  en  la  provincia:  los  años  1821-22 
y  2-í  son  años  de.  "hambre  y  de  necesidades" :  comu- 
nicaciones de  las  autoridades  subalternas  de  la  pro- 
vincia: comunicación  tristemente  interesante  del  cura 
Gallardo,  de  Rere:  del  gobernador  eclesiástico,  don 
Salvador  Andrade  al  Intendente  Freiré:  de  éste  al 
Supremo  Gobierno:  del  Cabildo  civil  a  los  vecinos  y 
al  Congreso  Nacional:  curiosa  comunicación  de  un 
particular.  Movimiento  revolucionario  fue  ti/i  «  F>eire 
la  Suprema  Magistratura:  deposición  del  Director 
don  Bernardo  O'Higgins. — Freiré  ayuda  a  las  mon- 
jas eficazmente. — Se  tramita  al  sumario  o  informa- 
ción mandados  por  el  Senado:  las  circunstancias 
eran  favorables  para  las  monjas:  el  Senado  falla 
favorablemente,  a  petición  de  don  Agustín  Vial  San- 
telices. 

Muy  contentas  y  satisfechas  se  encerraron 
las  religiosas  en  la  clausura  de  su  monasterio: 
pero  de  seguro  que  la  satisfacción  y  la  feli- 
cidad no  había  de  venirles  de  las  comodidades 
y  elementos  de  vida  que  encontraron  en  su 


—  201  - 


casa.  Ya  hemos  contado  que  los  derechos  a  la 
casa  misma  y  a  todos  los  haberes  de  la  comu- 
nidad, estaban  en  tela  de  juicio  y  sometidos 
a  la  deliberación  y  fallo  del  Congreso  Nacio- 
nal. De  modo  que  podía  decirse  con  verdad 
que  las  recién  llegadas  eran  simples  alojadas 
en  una  casa  que  podría  no  ser  su  propiedad. 
Lo  mismo  debe  decirse  de  las  rentas  y  entra- 
das con  que  habían  contado  para  vivir. 

A  lo  que  dejamos  dicho,  que  puede  llamar- 
se cuestión  de  derecho,  hay  que  agregar  lo 
que  podríamos  calificar  como  cuestión  de 
hecho :  los  predios  rurales  estaban  en  poder 
del  fisco,  y  los  censos  y  capellanías  no  se  pa- 
gaban, porque  las  autoridades  civiles  habían 
librado  a  los  deudores  de  la  obligación  de 
pagar  porque  todos  estaban  pobres  a  causa 
de  la  guerra,  que,  en  iDciembre  de  1822  aun 
no  terminaba  en  la  provincia. 

A  todo  lo  cual  hay  que  añadir  todavía  que 
las  monjas  volvían  a  Concepción  en  lo  más 
negro  y  triste  del  tristísimo  año  del  "hambre 
y  de  las  necesidades." 

A  una  situación  tan  difícil  tuvo  que  hacer 
frente  la  nueva  Ministra,  Madre  Juana  María 
de  San  José.  Dios  había  dotado  a  la  nueva 
superiora  de  todas  las  cualidades  que  se  ne- 
cesitaban para  gobernar  la  comunidad  con  el 


—  '¿0¿  — 


acierto  que  exigen  las  duras  circunstancias 
en  que  iniciaba  su  mandato:  "era  infatigable 
para  servir  a  su  casa,  aunque  fuese  a  costa 
de  los  mayores  sacrificios;  amaba  tiernamen- 
te a  todas  sus  hermanas,  y  a  todas  trataba 
de  consolar,  tanto  en  lo  espiritual  como  en  lo 
temporal ;  siempre  se  le  oia  que  llevaba  atra- 
vezadas  en  su  corazón  todas  las  necesidades 
de  sus  prójimos,  por  cuya  causa  oraba  conti- 
nuamente para  alcanzar  del  cielo  el  remedio 
de  todo.  Entre  otras  dotes  con  que  la  favo- 
reció N.  Señor  fueron  el  don  de  sabiduría  y 
el  de  consejo  y  el  de  mucha  prudencia;  y  de 
ellos  se  valió  para  servir  a  su  Majestad  en 
en  todos  los  oficios  de  obediencia  con  la  ma- 
yor puntualidad  y  con  un  fervor  que  edifica- 
ba. Fué  una  vez  Vicaria  y  ocho  veces  Prelada, 
desde  que  volvieron  de  la  emigración  hasta 
tres  años,  no  cumplidos,  antes  de  morir.  Des- 
cansó pocos  años  que  no  estuviese  siempre  de 
prelada;  en  las  épocas  de  mucha  escasez  del 
monasterio:  pero  con  su  mucho  anhelo  logró 
restaurar  lo  que  perdió  el  monasterio  con  la 
revolución  y  formar  el  archivo  y  libros  del 
modo  que  hoy  existen;  y  todo  esto  lo  hacía 
llevando  una  muy  quebrantada  salud"  (i). 


(H  De  un  elogio  que  de  la  M.  Juana  María  se  conserva  en 
un  libro  de  defunciones,  del  archivo  del  monasterio. 


—  203  — 


La  distinguida  religiosa  era  hija  del  capitán 
don  José  Rodríguez  y  de  doña  Úrsula  Lare- 
nas;  entró  a  la  religión  de  19  años  de  edad,  el 
19  de  Agosto  de  1792,  y  pasó  en  ella  sesenta 
y  ocho  años.  Era  sobrina  del  gran  bienhechor 
de  las  trinitarias,  conónigo  don  Antonio  Ro- 
dríguez, de  que  hemos  hablado  más  atrás. 

Queda  dicho  que  a  la  subsistencia  de  las 
monjas  entendió  en  los  primeros  meses  de  la 
vuelta  de  Arauco,  el  P.  Baltasar  Simó,  que 
fué  de  puerta  en  puerta  pidiendo  para  ellas 
la  caridad  del  vecindario.  Es  casi  cierto  que 
no  pasarían  pocas  hambres  las  pobres  religio- 
sas. Había  total  carencia  de  los  artículos  más 
indispensables  para  la  vida,  no  sólo  en  la 
ciudad  sino  en  la  provincia  toda.  En  los  años 
desde  18 18  el  campo  estuvo  casi  sin  cultivo, 
y  la  crianza  de  animales  se  vió  tan  reducida, 
que,  a  poco,  no  hubo  lo  indispensable  para  el 
consumo. 

La  pobreza  se  ayudó  así  misma ;  porque 
multitud  de  personas  sanas  y  robustas,  pero 
faltas  de  todo  recurso,  se  entregaron  al  robo 
y  al  pillaje,  apoderándose  de  lo  que  guardaban 
los  fundos  en  sus  graneros,  y  que,  bien  distri- 
buido, tal  vez  alcanzaba  para  impedir  que  el 
hambre  se  cambiara  en  horrible  calamidad. 

La  misma  guerra  contra  Benavides  y  secua- 


-  204  - 


ees  se  paralizó,  o  no  tomó  la  actividad  que 
debía,  porque  el  ejército  no  tenía,  ni  con  qué 
alimentarse,  ni  cómo  vestirse,  ni  cómo  movi- 
lizarse. I'.asta  hojear  las  historias  de  la  guerra 
del  sur,  para  darse  cuenta  del  hondo  malestar 
que  se  hacia  sentir,  especialmente  en  los  jefes 
y  oficiales :  se  hallaban  éstos  reducidos  a  la 
inacción,  porque  carecían  hasta  de  lo  más 
necesario  para  avivar  una  campaña  que  ya  era 
una  vergüenza  nacional.  Todo  el  mundo  re- 
currió al  Gobierno  de  Santiago ;  pero  todas  las 
puertas  se  cerraron  y  los  oídos  se  hicieron 
sordos,  y  las  gentes  del  sur  tuvieron  que  resig- 
narse a  morir  de  hambre  y  de  miseria. 

En  todos  los  pueblos  de  la  provincia  se  fué 
reconcentrando  la  gente,  confiada  en  que  ha- 
bría en  la  ciudad  lo  que  no  tenían  en  los  cam- 
pos. Las  ciudades  se  poblaron  de  verdaderas 
bandadas  de  pordioseros,  de  hombres  y  mu- 
jeres extenuados  que  parecían  espectros  am- 
bulantes, sin  figura  casi  de  seres  humanos : 
todos  recurrían  a  Concepción  y  esta  ciudad 
no  tenía  ni  siquiera  para  los  propios  habitan- 
tes. Las  noticias  que  vamos  a  citar  dan  idea 
de  la  situación  de  la  provincia :  los  documentos 
que  citamos  son  desconocidos  aun  o  no  apro- 
vechados por  los  historiadores,  y  se  refieren 
todos  a  los  últimos  meses  de  1822;  todos  ellos 


—  205  — 


son  comunicaciones  dirigidas  al  Intendente  de 
Concepción  don  Ramón  Freiré  o  de  éste,  di- 
rigidas al  Gobierno  de  Santiago. 

El  subdelegado  de  Cauquenes,  don  José  An- 
tonio Fernández  en  Agosto  dice :  "Son,  señor, 
tan  repetidos  los  clamoreos  de  los  infelices 
habitantes  de  este  partido  por  falta  de  mante- 
nimiento, especialmente  el  artículo  del  trigo, 
que  es  el  que  más  los  abastece,  que  ya  no  hay 
corazón  para  sufrirlos." 

"La  pobrería  llora  de  hambre,  ( dice  el  sub- 
delegado de  Chillan,  don  Juan  de  Ojeda,  en 
Julio),  i  nadie  quiere  vender,  i  me  he  visto 
precisado  a  mandar  que  se  venda  almud  por 
almud  a  los  pobres,  al  precio  de  real  i  medio 
cada  día,  con  lo  que  aun  no  alcanzan  a  soco- 
rrerse las  necesidades,  pues  no  sólo  ocurren 
del  pueblo  sino  de  los  campos,  a  causa  de  que 
todas  las  cosechas  del  partido,  para  librarla 
de  los  ladrones,  las  han  acopiado  en  este  pun- 
to. Las  yeguas,  muías  i  caballos  también  van 
mui  mermados,  que  es  otro  alimento  a  que  la 
necesidad  les  ha  obligado  a  ocurrir,  i  que  este 
Gobierno  por  más  que  ha  hecho,  no  ha  podido 
evitar  el  robo  de  estas  especies,  porque  el  ham- 
bre les  hace  violar  este  precepto." 

"En  esta  subdelegación  de  la  Florida  se 
muere  la  gente  de  hambre.  Los  pordioseros 


—  206  — 


andan  que  se  estorban,  tanto  en  esta  villa 
como  en  los  campos.  Los  trabajos  de  las  más 
haciendas  están  paralizados  por  falta  de  ví- 
veres. Que  se  auxilie  a  este  partido  con  mil 
pesos  de  trigo;  porque,  de  lo  contrario,  pere- 
cen irremisiblemente  parte  considerable  de  los 
habitantes,  i  yo  no  puedo  ser  responsable  a 
los  males  consiguientes  que  en  el  partido  se 
experimentan."  Esto  decia  el  subdelegado  don 
Domingo  Cruzat  en  Agosto,  desde  la  Florida. 

El  27  de  Agosto  decía  el  comandante  don 
Manuel  LVquiza,  jefe  militar  de  la  plaza  de 
Tucapel :  "La  necesidad  que  hoi  padezco  de 
provisiones  es  muí  grande,  i  así  espero  que 
US.  me  remitirá  cualquier  especie  de  manten 
ción  para  esta  tropa,  porque  en  este  lugar  no 
hai  nada,  por  lo  que  las  familias  se  hallan 
pereciendo.  Mis  caballos  están  padeciendo 
gran  detrimento  con  motivo  a  los  muchos  leo- 
nes que  tiene  esta  montaña,  i  cada  noche  me 
voltean  tres  o  cuatro  caballos,  como  igual- 
mente los  muchos  ladrones  que  hai  que  sólo 
se  mantienen  comiendo  de  esta  carne." 

Vecino  a  Tucapel  está  Rere :  aquí  era  mayor 
la  miseria.  Su  párroco,  don  José  María  Ga- 
llardo, dirigió  al  Gobernador  eclesiástico,  don 
Salvador  Andrade.  la  siguiente  carta,  que 
copiamos  íntegra  porque  es  altamente  intere- 


—  207  — 


sante,  y,  más  que  ningún  otro  de  los  docu- 
mentos que  sobre  el  particular  hemos  hojeado, 
pinta  la  situación  de  su  extensa  feligresía: 
"Lastima  el  corazón  más  empedernido  el 
ver  la  miseria  de  los  habitantes  de  las  doctri- 
nas de  Rere  y  Talcamávida,  que  tengo  a  mi 
cargo.  Desde  fines  de  Julio  último,  llevo  ente- 
rrados muy  cerca  de  setecientos  cadáveres  en 
ambas  parroquias,  y  su  demasiada  continua 
ción  me  ha  impedido  examinar  a  fondo  el 
origen  de  sus  fenecimientos.  Por  induvitable 
verdad,  he  hallado  que  sólo  es  la  necesidad  de 
alimentos,  porque,  aunque  han  tocado  los  re- 
cursos de  nutrirse  con  yerbas  campesinas,  se 
acotaron  a  impulsos  de  la  muchedumbre  que 
surtían.  Los  caballos,  muías  y  burros,  a  pesar 
de  ser  muertos  de  flacos,  han  sabido  sostener 
algunos  más  días  a  aquellos  infelices,  hasta 
que,  desapareciendo  estos  medios,  ocurren  por 
fin  a  los  perros,  gatos  y  ratones.  iJe  aqu<  es 
que  seguramente,  no  conviniendo  estas  sus- 
tancias con  sus  complexiones,  sufren  una  epi- 
demia que  la  hace  llegar  al  último  extremo. 
La  continuación  de  este  mal  es  palpable  y, 
como  buen  pastor,  es  de  mi  deber  ponerlo  en 
conocimiento  de  US.,  para  que  por  su  conduc- 
to llegue  a  noticia  del  señor  Gobernador -In- 
tendente, para  ver  si  de  algún  modo  se  repara 


—  208  — 


esta  ruina  tan  perjudicial  a  la  sociedad.— Dios 
guarde  a  Ü.  S.  muchos  años." 

El  Gobernador,  Sr.  Andrade,  envió  al  In- 
tendente Freiré  la  nota  del  cura  de  Rere, 
acompañándole  de  una  comunicación  en  que 
le  hablaba  de  la  miseria  que  había  en  el  resto 
de  la  diócesis,  especialmente  en  la  extensa 
zona  de  la  costa.  Y,  revistiéndose  el  Goberna- 
dor de  la  santa  energía  y  del  coraje  que  en 
circunstancias  difíciles  da  Dios  al  pastor  sa- 
cerdote más  que  al  jefe  seglar,  va  sea  civil,  ya 
militar,  apuntó  una  de  las  grandes  causas  de 
la  general  miseria  e  indicó  el  remedio  que 
debía  aplicarse,  aunque  fuera  a  costa  del  ma- 
yor sacrificio.  Dice  el  Gobernador: 

"Por  el  oficio  adjunto  del  Cura  de  Rere, 
verá  US.  los  horrorosos  estragos  que  ha  cau- 
sado el  hambre  que  sufren  los  habitantes  de 
aquel  partido,  sin  embargo  que  no  se  esconden 
a  la  superior  penetración  de  US.  como  tan 
públicos  y  notorios.  Estos  mismos  estragos  se 
nos  presentan  a  cada  paso  en  las  calles  y  plazas 
de  esta  ciudad,  y  no  tenemos  a  la  vista  sino 
espectros  vivientes  capaces  por  sí  mismos  de 
penetrar  del  más  vivo  dolor  a  los  corazones 
más  estoicos.  Las  gentes  de  todas  clases  y 
sexos  pastan  como  brutos  las  yerbas  del  campo 
para  nutrirse.  Las  playas  de  las  costas  están 


—  209  - 


pobladas  de  esta  clase  de  miserables,  esperan- 
do que  el  mar  arroje  sus  efluvios  para  alimen- 
tarse, y  precaverse  de  la  muerte.   A  vista  de 
esta  calamidad,  que  lleva  consigo  la  desolación 
general  de  esta  desgraciada  provincia,  no  te- 
nemos otros  recursos  que  ocurrir  a  las  pia- 
dosas y  paternales  entrañas  de  US.,  a  fin  de 
que  se  sirva  dictar  las  providencias  más  acti- 
vas y  eficaces,  relativas  a  la  estracción  de 
granos  que  copiosamente  abarcan  los  grane- 
ros de  los  monopolistas,  que  son  bien  conoci- 
dos, así  en  ésta  como  en  las  demás  provincias 
de  este  obispado,  con  cargo  del  reintegro,  sin 
que  para  el  pago  se  reserven  ni  aun  lo  que  hay 
más  sagrado,  con  respecto  a  que  así  lo  exigen 
las  críticas  circunstancias  de  perecer  a  que 
nos  han  reducido  los  enemigos  de  nuestra  sa- 
grada libertad ;  entre  tanto  que  el  católico  celo 
de  S.  E.  el  señor  Director  Supremo,  que  tan 
encarecidamente  recomendó  esta  provincia  a 
la  muy  Ilustre  y  respetable  Convención  Pre- 
paratoria, provea  de  remediar  los  males  que 
nos  cercan,  que  no  podemos  pasar  en  silencio 
ni  desentendernos  de  los  clamores  que  nos  da 
la  religión  santa  de  Jesucristo  y  la  misma  hu- 
manidad resentida. — Dios  guarde  a  US.  mu- 
chos años."  Septiembre  27  de  1822. 

El  Intendente  Freiré  no  se  atrevió  a  tomar 
14 


—  210  — 


inmediatamente  las  medidas  indicadas  por  el 
Gobernador  Andrade,  y  reiteró  sus  ya  repe- 
tidas peticiones  al  gobierno  central,  que,  por 
causas  ignoradas  hasta  ahora,  se  mostraba 
indiferente  a  los  justos  clamores  que,  por  dis- 
tintos conductos,  le  llegaban  desde  la  afligida 
región  del  sur. 

Las  comunicaciones  oficiales  del  Intendente 
son  graves  y  moderadas;  se  concretan  princi- 
palmente a  llamar  la  atención  del  Gobierno 
hacia  los  documentos  que  le  remite,  de  los  dis- 
tintos funcionarios.  Pero  en  cartas  particula- 
res al  Supremo  Director  le  da  pormenores 
que  pintan  a  lo  vivo  la  situación  de  la  provin- 
cia de  su  mando.  Tomamos  de  una  de  ellas  un 
solo  párrafo,  que  pone  de  relieve  la  gran  ca- 
lamidad del  año,  porque  viene  ya  desde  muy 
atrás  y  es  sólo  ahondar  lo  que  se  padecía  desde 
años  ya. 

"Se  trata  de  absurda  política,  dice  una  carta 
de  Septiembre  de  1822,  la  medida  que  tomé 
para  preservar  al  pueblo  que  tengo  a  mi  cargo 
de  los  horrorosos  estragos  del  hambre  que  ex- 
perimentó en  el  año  próximo  pasado,  como  es 
público  i  notorio,  hasta  el  extremo  de  ahorcar- 
se de  exasperada  necesidad  los  padres  de  fa- 
milia que  veían  a  sus  hijos  pidiéndoles  el  pan 
de  que  carecían  para  alimentarse.  Hubo  madre 


—  211  — 


que  teniendo  su  infante  a  los  pechos,  los  to- 
maba sin  fruto  porque,  careciendo  de  alimen- 
to la  nutris,  no  podía  tributarlo  al  inocente 
ser  que  se  había  animado  en  sus  entrañas,  i 
contrastando  el  amor  con  el  dolor,  produjeron 
la  exasperación  que  dió  por  resultado  el  bár- 
baro expediente  de  tomarlo  de  los  pies  i  es- 
trellarlo contra  una  piedra.  La  multiplicidad 
de  tantos  actos  tan  lastimosos  i  tan  recientes, 
¿qué  fruto  se  debía  esperar  produjese  en  el 
presente  año  que  no  es  menos  estéril? 

Entre  tanto  el  hambre  arreciaba  en  Con- 
cepción y  comenzaba  a  producirse  en  los  áni- 
mos un  malestar  que  podía  traer  serias  con- 
secuencias sociales  v  políticas,  como  las  trajo 
en  realidad.  El  Cabildo  civil  se  dirigió  a  los 
pudientes  de  la  ciudad  y  campos  vecinos,  para 
interesarlos  en  favor  de  los  necesitados.  En 
la  carta  o  comunicación  escrita  con  ese  objeto 
el  Cabildo  (o  Municipalidad)  hacía  una  breve 
reseña  de  los  males  que  aquejaban  a  la  región, 
y,  hablando  de  la  ciudad,  decía:  "míranse  las 
calles  ocupadas  como  en  nubes  de  mendigos, 
espectros  de  la  naturaleza  afligida,  i  las  casas 
llenas  de  pordioseros  débiles  i  casi  moribun- 
dos." 

Se  dirigió  también  el  Cabildo  al  Congreso 
Constituyente,  que  se  había  reunido  en  San- 


tiago,  para  hacerle  presente  la  inmensa  cala- 
midad (|ue  pesaba  sobre  la  provincia  y  solici- 
tar el  auxilio  correspondiente.  "Once  años, 
decía  el  Cabildo  al  Congreso,  de  una  feroz  i 
asolante  guerra  tienen  reducida  la  provincia 
al  último  estremo  de  calamidad,  que  pueda 
referirse  a  las  historias.  Sus  moradores,  des- 
pués de  haber  consumido  cuanto  animal  ca- 
balgar i  de  carguió  lograron  libertar  de  la 
ambición  de  los  enemigos  i  de  las  ocurrencias 
de  sus  defensores,  los  lian  devorado  para  con- 
servar la  vida;  i  los  mismos  brutos  dedicados 
a  la  guarda  i  sostén  de  sus  personas  i  hogares, 
han  sido  víctimas  de  su  necesidad.  Por  último 
aun  los  ratones  i  demás  animales  inmundos 
son  perseguidos  por  útiles,  cuando  antes  lo 
eran  por  perjudiciales." 

Y  para  cerrar  esta  larga  serie  de  citas  que 
dejamos  hecha,  copiamos  algo  de  lo  que  un 
particular  escribía  al  diputado  regional,  don 
Santiago  Fernández,  interesándolo  para  que 
en  la  Cámara  despacharan  auxilios  para  Con- 
cepción. Esa  carta  da  una  idea  exacta  del  es- 
tado de  ánimo  de  los  hombres  pensadores,  v 
deja  entrever  que  va  fermentaba  el  espíritu 
de   rebelión  entre  las  víctimas  del  hambre. 

"Lleno  de  consternación,  i  maldiciendo  la 
suerte  que  me  ha  hecho  existir  en  este  país, 


—  213  — 


escribo  a  Ud.  ésta  para  noticiarle  que,  en  poco 
más  de  un  mes,  van  ya  muertas  de  hambre 
setecientas  personas  en  los  partidos  de  Rere, 
Puchacai  i  esta  ciudad.  Se  estremece  el  hom- 
bre cuando  observa  que  en  Chile,  el  país  de  la 
abundancia,  se  muere  la  gente  de  hambre,  i 
se  indigna  con  justicia  cuando  mira  que  esta 
desgracia,  debida  en  su  origen  a  un  efecto 
natural,  se  haya  aumentado  inmensamente  i 
llegado  al  grado  que  se  padece. — Que  nos  con- 
serven la  vida,  amigo,  antes  de  dictarnos  leyes 
sobre  el  modo  de  emplearla." 

No  muchos  días  después  de  escritas  las 
cartas  citadas  se  producía  un  movimiento  re- 
volucionario que  tras  de  variados  incidentes 
políticos,  trajo  como  último  resultado  que  el 
general  don  Ramón  Freiré  fué  nombrado  Su- 
premo Director  de  la  nación  y  comenzaba  a 
gobernar  el  4  de  Abril  del  siguiente  año  1823. 
Esta  designación  del  Intendente  Freiré  para 
jefe  supremo  iba  a  traer  un  mejoramiento  de 
la  situación  de  la  provincia  de  Concepción  en 
todo  orden  de  cosas.  Y  para  las  monjas  traía 
el  incalculable  beneficio  de  que  su  amigo  pasa- 
ba a  más  alto  puesto,  en  el  cual  podía  influir, 
como  influyó,  en  la  solución  del  interesante 
asunto  que  se  debatía  en  el  Congreso,  el  de  si 
las  religiosas  tenían,  o  nó,  derecho  al  monas- 


—  214  — 


terio  y  bienes  que  dejaron  a  su  salida  para  la 
Araucanía. 

Si  es  efectivo  que  la  Madre  Juana  María 
"restauró  lo  que  perdió  el  monasterio  con  la 
revolución,"  como  se  dijo  más  atrás,  natural 
es  atribuir  a  ella  el  impulso  que  se  dió  al  ex- 
pediente que,  sobre  el  particular  y  de  orden 
del  Senado,  se  tramitaba  en  Concepción,  para 
averiguar  si  las  trinitarias  salieron  "para  tie- 
rra de  indios  forzada  o  voluntariamente."  Ni 
el  cabildo  civil  que  en  1821  mandó  a  Santiago 
el  asunto,  ni  el  Senado  que  entendió  entonces 
en  la  famosa  cuestión,  existían  cuando  el  ge- 
neral Freiré  llegó  a  la  presidencia  en  1823. 
Pero  sí  es  cierto  que  el  expediente  siguió  su 
curso  en  Concepción,  y  llegó  a  Santiago  con 
informaciones  de  respetables  vecinos  v  con 
declaraciones  del  Cabildo  civil  favorables  en 
todo  a  las  monjas. 

Un  hijo  de  Concepción,  residente  en  San- 
tiago, el  diputado  don  Agustín  Vial  Santeli- 
ces,  tomó  a  su  cargo  la  defensa  o  patrocinio 
de  las  monjas,  entre  las  cuales  tenía  él  algunas 
parientes.  Aprovechó  la  ocasión  de  una  erran 
solemnidad  coneresal  para  presentar  el  20,  de 
Diciembre  de  1823,  una  moción  en  que  orono- 
nía  el  reconocimiento  o  devolución  de  todos  los 
derechos  que  tuvieran  las  monjas  antes  de 


-  215  — 


1819.  El  Congreso  Constituyente  juraba  ese 
día  la  famosa,  o  curiosa,  Constitución  de  1823, 
que  no  trajo  al  país  otro  resultado  que  ayudar 
al  desorden  político  que  se  siguió  a  la  salida 
de  O'Higgins  de  la  suprema  magistratura.  El 
Congreso  aprobó  la  moción  de  Vial  Santeli- 
ces:  el  acta  de  la  sesión  del  día  dice:  *'El  señor 
Vial  Santelices  hizo  moción  para  que  se  de- 
vuelvan a  las  Monjas  Trinitarias  de  Concep- 
ción sus  capitales  i  demás  derechos,  apoyán- 
dola en  el  hecho  de  haber  sido  violentadas  a 
seguir  al  enemigo,  i  en  la  solemnidad  del  ju- 
ramento de  la  Constitución.   Discutióse  sufi- 
cientemente i  se  acordó:   Restituyanse  a  las 
Monjas  Trinitarias  de   Concepción  todos  los 
bienes  existentes,  capitales  i  demás  derechos, 
exclusos  frutos  e  intereses   percibidos  por  el 
Estado." 

Al  día  siguiente  comunicó  el  Congreso  al 
Gobierno  el  acuerdo  tomado.  El  general  Freiré 
no  demoró  en  dar  curso  al  proyecto  de  ley  que 
favorecía  tan  de  lleno  a  sus  buenas  amigas 
trinitarias,  y  favorecía  los  anhelos  gastados 
por  él,  de  que  se  hiciera  justicia  a  las  necesi- 
tadas religiosas. 

En  Concepción  se  recibió  la  comunicación 
oficial  de  lo  acordado  por  el  Congreso,  y  no  se 
prestó  a  mayores  dificultades  el  darle  cumplí- 


—  216  — 


miento:  bastó  que  los  deudores  del  monaste- 
rio quedaran  notificados  de  que  las  cosas  que- 
daban como  antes  estuvieron,  y  esto  se  con- 
siguió con  la  publicidad  que  al  asunto  le  dio 
la  simple  conversación  privada  entre  las  fa- 
milias. Los  deudores  de  las  monjas  eran,  casi 
todos,  de  las  más  respetables  familias  de  la 
ciudad  y  no  tenían  interés  especial  en  hacer 
mal  a  las  religiosas.  El  por  qué  tenían  las 
monjas  tanta  relación  mercantil  con  las  fa- 
milias es  una  curiosidad  que  vale  la  pena  de 
dejar  estampada  aquí,  y  la  haremos  en  el  si- 
guiente capítulo. 


CAPÍTULO  XII 


Las  monjas  verdadero   Banco  hipotecario  du- 
rante la  Colonia  :  servicios  que  prestan  a  la 
agricultura. 


Lazo  de  unión  mercantil  entre  el  convento  y  los 
particulares:  el  dinero  de  dotes  se  prestaba  como  lo 
hacen  hoy  los  Bancos:  falta  de  numerario  en  Chile: 
las  monjas  tenían  dinero  y  lo  prestaban  con  cau- 
ción suficiente  de  seguridad. — Los  capitales  se  avi- 
saban por  sí  mismos:  un  mismo  capital  que  ha  pasa- 
do de  fundo  en  fundo :  otros  que  han  estado  un  siglo 
gravando  un  fundo. — Historia  agrícola  que  pudo 
escribirse  con  los  libros  del  monasterio. — Las  familias 
antiguas  de  Concepción  fueron  deudoras  del  monas- 
terio.— Historia  de  los  fundos  tomados  de  los  libros 
del  monasterio,  fundo  Villavicencio,  Bularco,  Casa- 
blanca. — Seguridades  que  exigía  el  Banco:  tramita- 
ción interesante  de  los  préstamos:  un  acta  de  trámi- 
te.— Las  monjas,  a  pesar  de  ser  Banco,  eran  pobres: 
la  guerra  de  la  independencia  les  trajo  grandes  pér- 
didas.— Organiza  la  Ministra  la  primera  escuela  de 
niñas  que  hubo  después  de  la  independencia:  curioso 
e  interesante  reglamento  que  se  le  da:  su  gran  mérito. 

Los  "capitales  y  derechos"  que  el  Congreso 
mandaba  devolver  a  las  monjas,  según  lo  dicho 
en  el  precedente  capítulo,  eran  una  estrechísi- 
ma cadena  de  unión  entre  las  religiosas  y  la 


—  218  — 


sociedad;  y  tan  de  antiguo  venía  ella,  que  los 
primeros  eslabones  se  pusieron  antes  que  las 
trinitarias  existieran  canónicamente  en  Con- 
cepción: el  beaterío  de  la  Ermita  fué  quien 
fundió  y  amarró  las  primeras  piezas  de  esa 
cadena,  que  se  desarrolló  y  creció  a  la  par  del 
monasterio. 

Casi  todo  el  haber  de  las  monjas  consistía 
en  el  capital  que  se  iba  formando  con  el  dinero 
que  aportaban  las  jóvenes  como  dote  al  ingre- 
sar en  el  monasterio.  Las  beatas  de  la  Ermita 
dieron  como  dote  quinientos  pesos  por  lo 
menos,  y  las  religiosas  trinitarias  daban  mil 
quinientos  pesos  como  mínimum. 

Según  precepto  de  sus  Estatutos  o  Regla, 
el  monasterio  debía  asegurar  la  existencia  de 
esos  capitales,  colocándolos  de  modo  que  se 
alejara  todo  peligro  de  destrucción  o  pérdida, 
v  que,  al  mismo  tiempo,  produjeran  lo  que  la 
comunidad  necesitaba  para  su  mantenimiento. 
No  había  entonces  las  instituciones  mercanti- 
les o  de  crédito  que  hoy  se  encargan  de  hacer 
fructíferos  los  capitales  que  se  les  confían, 
ni  ninguna  de  las  tantas  facilidades  que  hoy 
tiene  el  público  de  colocar  sus  dineros  de  modo 
que  le  den  renta,  y  le  permitan  dormir  tran- 
quilo v  sin  temor  de  pérdidas  en  lo  futuro. 
Quedaba  a  las  monjas  el  fácil  expediente  de 


—  219  — 


dedicarse  al  comercio;  pero  la  carrera  mer- 
cantil les  estaba  vedada ;  o  el  de  adquirir  bienes 
raíces,  fundos  principalmente;  pero  la  expe- 
riencia les  había  enseñado  que  no  era  prove- 
choso a  la  comunidad  dedicarse  a  las  labores 
del  terreno. 

Las  circunstancias  de  los  tiempos  vinieron  a 
salvar  la  dificultad;  y,  sin  pretenderlo  las 
religiosas,  el  monasterio  llegó  a  ser  un  verda- 
dero Banco  hipotecario,  que  prestó  a  la  agri- 
cultura servicios  de  gran  valía,  contribuyendo 
poderosamente  al  progreso  de  las  industrias 
y  faenas  agrícolas  de  toda  la  diócesis.  Porque 
precisamente  la  falta  de  Bancos  o  casas  de 
préstamos  fué  la  que  hizo  banqueras  a  las 
monjas. 

Hubo  siempre  en  Chile  falta  de  numerario, 
especialmente  en  los  últimos  años  de  la  domi- 
nación española.  La  riqueza  consistía  princi- 
palmente en  tierras  y  animales,  y  la  exporta- 
ción de  productos  no  traía  grandes  sumas  de 
dinero  a  las  arcas  de  los  particulares. 

Los  dueños  de  fundo  se  encontraban  fre- 
cuentemente dificultados  en  sus  faenas  por- 
que, escasos  de  dinero,  no  encontraban  fácil- 
mente quien  se  los  proporcionara.  Pues,  las 
trinitarias  se  hicieron  de  hecho  las  auxiliares 
de  los  hacendados,  dándoles  en  préstamos  los 
dineros  provenientes  de  dotes  de  religiosas. 


—  220  — 


Si  se  hubiera  conservado  el  archivo  del  con- 
vento, se  habría  podido  escribir  un  interesan- 
tísimo capítulo  sobre  la  trascendencia  de  esta 
curiosa  participación  de  las  monjas  en  el  pro- 
greso de  la  industria  nacional  por  medio  del 
préstamo  pecuniario.  Pero  así,  faltos  de  datos 
como  estamos,  nos  será  posible  apuntar 
aquí  curiosas  noticias,  que  permitan  vislum- 
brar la  magnitud  de  la  obra  que  pudo  realizar- 
se en  la  diócesis  merced  al  valioso  contingente 
que  allegaron  las  trinitarias  al  esfuerzo  de 
los  hacendados. 

Las  monjas  prestaban  los  dineros  de  dotes 
a  los  particulares  a  plazo,  con  la  garantía  de 
fianza  segura  o  con  hipoteca  de  alguna  propie- 
dad que  valiera  mucho  más  que  el  capital 
prestado.  Entregaban  también  el  dinero  y  el 
prestario  constituía  un  censo  redimible,  en 
algún  bien  raíz,  seguro  en  cuanto  a  la  pro- 
ducción y  de  alto  valor.  Muchas  jóvenes  no 
llevaban  dinero  al  entrar,  sino  la  escritura  de 
hipoteca  o  de  censo  hecha  por  el  padre  o  por 
la  persona  que  daba  el  dote.  Este  sistema  de 
préstamos  comenzó  antes  que  se  fundaran  las 
trinitarias,  y  probablemente  fué  practicado 
desde  que  tuvo  existencia  regular  el  Beaterío 
de  la  Ermita,  en  17 14:  ya,  al  contar  la  funda- 
ción de  las  trinitarias,  dimos  muchos  nombres 


—  221  — 


de  deudores  del  Beaterío  que  tenían  sus  com- 
promisos establecidos  con  las  garantías  que 
dejamos  dichas. 

Según  esto,  fácilmente  se  comprende  que 
puede  asegurarse  que  cada  religiosa  talvez 
significaba  un  fundo  gravado  con  el  dinero 
del  correspondiente  dote :  y  así  era  la  realidad. 

Xo  se  necesitaba  dar  aviso  de  que  en  el 
monasterio  había  dinero  disponible,  porque 
eso  ya  se  sabía  de  antemano:  una  joven  que 
se  acercaba  a  las  rejas  del  monasterio  a  soli- 
citar ingreso  en  la  casa,  era  cosa  que  pronto 
se  sabía  en  la  ciudad;  y  era  la  anticipada  no- 
ticia de  que  meses  después  habría  un  mil  pesos 
que  prestar.  Y  así  sucedió  repetidas  veces  que 
fueron  muchos  los  agricultores  que  solicitaban 
un  mismo  capital,  cuando  ya  la  joven  postu- 
lante se  convertía  en  religiosa  de  verdad. 

Las  escrituras  públicas  de  préstamos  a 
plazo  eran  también  conocidas  de  todos  los 
hombres  de  negocios.  Resultaba  frecuentemen- 
te que  al  hacer  sus  pagos  los  deudores,  ya 
había  muchos  que  expiaban  la  ocasión  para 
tomar  ellos  el  capital  que  llegaba  al  monaste- 
rio. Y  así  ha  resultado  fácil  seguirla  marcha 
que  ha  hecho  un  mismo  pequeño  capital,  que 
ha  ido  pasando  de  mano  en  mano  y  saltando 
de  fundo  en  fundo  por  casi  toda  la  diócesis, 


—  222  — 


v  también  fuera  de  ella,  en  el  largo  tiempo  de 
más  de  cien  años  largos  y  bien  contados. 

Otro  aspecto  interesante  en  este  particular 
lo  constituyen  los  censos  a  plazo  indefinido, 
con  que  los  tomadores  de  dotes  gravaban  sus 
propiedades  de  campo  en  favor  del  monaste- 
rio. Según  se  ve  en  los  escasos  papeles  que 
tenemos  sobre  contabilidad  de  este  ramo,  los 
hacendados  no  eran,  por  lo  general,  remisos 
en  el  cumplimiento  de  sus  deberes  como  deu- 
dores: acudían  oportunamente  a  cubrir  los 
intereses,  y  allí,  en  los  libros  del  convento, 
iba  quedando  el  nombre  del  pagador.  Moría 
éste  y  en  el  siguiente  pago  aparecía  el  nomine 
del  nuevo  dueño  del  fundo;  y  así  sigue  por 
más  de  cien  años,  en  más  de  un  fundo,  la  his- 
toria de  sus  dueños  y  de  sus  arrendatarios. 
Con  más  la  particularidad  de  que,  de  cuando 
en  cuando,  hay  en  el  papel  anotaciones  como 
éstas:  "no  pagó  este  año  de  1822  porque  el 
terremoto  destruyó  las  casas  y  bodegas:"  "no 
pagó,  porque  el  hijo  del  dueño  puso  pleito 
"no  pagó  por  el  "perdón"  del  año  i8tí);"  "no 
pagó  este  año  de  1823,  porque  la  Asamblea 
perdonó  los  pagos;"  "no  paga  por  secuestro 
del  fundo  por  el  Gobierno  de  la  patria;"  etc., 
etc. — De  modo,  pues,  que,  a  haber  existido 
hoy,  bien  completos,  los  libros  de  contabilidad 


—  223  — 


del  monasterio,  habría  podido  escribirse  una 
interesantísima  historia  económico-agrícola  de 
la  región  comprendida  entre  el  Maule  y  el 
Bío-Bío. 

Porque  hay  que  agregar  que  en  las  escritu- 
ras de  hipotecas  o  de  censos,  están  clara  y 
completamente  especificados  todos  los  porme- 
nores conducentes  a  dar  idea  exacta  del  valor 
de  los  fundos  y  de  su  producción,  y  del  origen 
y  solidez  de  los  títulos  de  propiedad:  en  algu- 
nos de  estos  títulos  está  el  nombre  del  primer 
dueño  que  hubo  en  el  fundo,  cuando  pasó  de 
propiedad  de  indígenas  incultos  ("indios  bra- 
vos") a  manos  del  primer  español  que  lo  labró. 
Allí  está  a  veces  calculado  el  valor  del  suelo, 
y  se  ve  que,  a  principios  del  siglo  diez  y  ocho, 
valía  treinta  y  seis  centavos  la  cuadra  de  un 
fundo  al  cual  hoy  el  ferrocarril  de  Concepción- 
Coelemu-Chillán,  le  da  valor  de  casi  mil  pesos 
por  cuadra. 

Para  que  se  dé  todo  el  alcance  a  los  juicios 
que  hemos  dado  acerca  de  las  relaciones  ban- 
carias  o  mercantiles  de  los  hacendados  con  el 
monasterio,  citaremos  alguno  de  los  casos  de 
contratos  o  pormenores *de  negociación  que  nos 
han  dado  luz  en  nuestras  investigaciones. 

Sea  en  primer  lugar  dejar  establecida  la  ex- 
tensión y  antigüedad  de  esas  relaciones  banca- 


—  224  — 


rias.  No  hay  familia,  de  las  conocidas  y  anti- 
guas de  Concepción,  que  no  haya  sido  deudora 
de  las  trinitarias;  son  muchos  los  personajes 
de  alguna  figuración  social  y  política  de  la 
diócesis,  que  tocaron  a  las  puertas  del  que 
hemos  llamado  Banco  de  las  trinitarias;  son 
bastantes  los  eclesiásticos  y  militares  que  re- 
currieron al  convento  para  salvar  sus  apuros. 
Entre  las  familias  están  los  apellidos  Arrau, 
Soto  Aguilar,  Benavente,  Carvajal,  Roa, 
Cruz,  Vial,  Prieto,  Búlnes,  Plaza  de  los  Reyes, 
Puga,  Novoa,  Várela,  de  la  Barra,  Bicur, 
Urrejola,  Figueroa,  Rodriguez,  González,  Vi- 
llaseñor,  Córdoba  y  Figueroa,  Basso,  Vargas, 
Alemparte,  Unzueta,  Ibieta,  Santa-María, 
Eguiguren,  Estuardo,  Manzano,  Hurtado, 
Salcedo,  de  la  Cruz  y  Goyeneche,  Cruz  y  Ríos, 
Prieto  y  Vial,  González,  Palma,  Sancristóbal, 
Zañartu,  del  Río,  Hurtado,  Mardonez,  Con- 
cha, Antunez,  Gaete,  Quintana,  del  Solar, 
Daroch,  Pantoja,  etc.,  etc.  En  esos  apellidos 
hay  generales  de  ejército,  presidentes  de  la 
nación,  oficiales,  alcaldes,  canónigos,  curas, 
superiores  de  conventos  de  religiosos,  comer- 
ciantes, intendentes,  étc.  que  firmaron  escri- 
turas de  préstamos. 

De  algunos  censos  puede  sacarse  una  histo- 
ria del  fundo  en  que  están  instituidos.  El  más 


—  225  — 


antiguo  que  conocemos  de  esta  especie  remon- 
ta a  1783.  Doña  Juana  Josefa  Donoso  Gaete 
de  López  Sánchez  vino  a  dejar  una  hija  para 
religiosa  trinitaria ;  dejó  la  niña  y  se  llevó 
3,500  $,  que  acensuó  en  su  fundo  Villavicen- 
cio,  del  curato  de  la  Huerta  de  Maule,  "parti- 
do" o  departamento  de  Linares.  La  señora 
Donoso  Gaete  fué  dueña  del  fundo  hasta 
1803,  ano  en  clue  pasó  a  don  Cristóbal  Villalo- 
bos; éste  lo  traspasó  en  1815  a  don  Agustín 
Antunez,  el  cual,  en  1826,  lo  cedió  a  don  Ra- 
món Concha.  Éste  lo  vendió  en  1848  a  don 
Francisco  Armanet,  caballero  francés,  tronco 
de  la  familia  de  ese  apellido,  que  aun  lo  posee. 

De  la  hacienda  de  Bulalco  (en  Rafael)  se 
ve  en  nuestros  apuntes  de  censos  que,  desde 
que  se  fundó  la  familia  Urrejola  en  Concep- 
ción, suyo  era  ese  fundo  y  que  entre  sus  des- 
cendientes se  mantiene  hasta  la  fecha,  desde 
hace  más  de  siglo  y  medio.  Consta  que  desde 
1818  hasta  1833  estuvo  secuestrada  por  el  fis- 
co; pero  se  agrega  que  las  trinitarias  no  salie- 
ron perjudicadas,  porque  los  de  la  familia,  una 
vez  repuestos  en  el  goce  del  fundo,  pagaron  lo 
que  se  debía  a  las  religiosas. 

Doña  María  de  Zañartu  tomó  un  mil  pesos 

en  1799,  constituyendo  un  censo,  al  5^,  en  el 

fundo  Casablanca,  de  Coelemu.  En  18 10  Ca- 
15 


—  220  — 


sablanca  pasó  a  poder  de  don  Nicolás  Ai  tigas; 
de  éste  pasó  a  Dn.  Pedro  G.  Zañartu  en  1828; 
a  poder  de  don  Pedro  del  Río  pasó  en  1840; 
cuatro  años  después  lo  tenía  el  general  don  Jo- 
sé María  de  la  Cruz;  de  estelo  heredó  doña 
Del  fina  Cruz  ;  y  un  hijo  de  esta  señora,  don  fosé 
María  Pinto  y  Cruz,  redimió  en  1900  en  arcas 
fiscales  a  favor  de  las  trinitarias,  el  censo  de 
1 7<;(;. 

Para  que  se  entienda  cómo  era  exigente  el 
banco  penques  ta  para  prestar  su  dinero,  dire- 
mos que  don  José  de  Bicourt  (Bicur  y  Vicur, 
cuando  se  chilenizó  el  apellido)  en  1 774,  tomó 
en  préstamo  $  800,  provenientes,  $  500,  de  dote 
de  Sor  Juana  María  del  Carmen ;  $  200,  de  do- 
te de  Sor  Francisca  de  las  Nieves;  y  $  100,  de 
dote  de  Sor  Isabel  de  Jesús;  y  en  garantía  dió 
el  fundo  Bulalco,  de  tres  mil  cuadras,  con  70 
mil  plantas  de  viña  frutal.  V  como  esta  pudiera 
ser  poca  seguridad,  agregó  don  Alejandro  de 
Urrejola,  yerno  de  Vicur,  dos  Casas  que  po- 
seían en  Concepción,  y  el  mismo  Vicur  agregó 
también  "un  solar  entero  en  la  traza  de  esta 
ciudad  en  que  se  hallan  fabricadas  dos  tiendas 
a  la  frente,  con  sus  correspondientes  armazo- 
nes, un  cañón  que  sirve  de  viviendas  de  todo  el 
ángulo  de  dicho  solar  que  hace  a  la  calle  del 
lado  Oriente  y  otras  varias  oficinas  en  el  cen- 


tro  de  él,  que  es  el  que  se  le  asignó  al  dho.  Dn. 
Joseph  en  el  Padrón  de  el  repartimiento  de  los 
sitios  de  esta  ciudad  en  la  cuadra  treinta  y 
nueve  número  primero  por  cuya  razón  le  perte- 
necen al  suso  dho.  Dn.  Joseph  y  a  la  dha.  su 
Esposa." 

El  procedimiento  que  se  seguía  en  la  trami- 
tación de  los  préstamos  era  muy  sencillo,  pero 
muy  seguro,  y,  ahora  para  nosotros,  resulta 
curioso.  Se  celebraban  "tres  tratados"  o  se- 
siones, en  la  portería  o  sala  de  recibo  del  con- 
vento, con  asistencia  de  todas  las  religiosas 
de  voz  y  voto,  del  notario  público,  del  síndico 
y  de  dos  testigos.  En  el  primer  "tratado"  la 
Ministra  exponía  la  petición  del  interesado  y 
daba  cuenta  y  explicación  de  los  títulos,  pa- 
peles, etc.,  en  que  se  apoyaba  la  solicitud  y 
daba  a  conocer  la  personalidad  del  solicitante. 

El  asunto  generalmente  quedaba  dilucidado 
desde  el  primer  momento,  y  nada  obstaba  a 
que  se  tomara  resolución  inmediatamente ; 
pero  la  Ministra  debía  respetar  lo  de  los  "tres 
tratados,"  y  terminaba  la  sesión  con  la  frase 
sacramental :  "aunque  aparece  claro  que  se 
puede  hacer  el  préstamo  y  así  lo  creen  sus 
Reverencias,  sin  embargo,  por  tratarse  de 
cosa  de  tanta  importancia  y  responsabilidad, 
para  el  segundo  tratado  lo  miren  con  más 
maduro  Acuerdo." 


—  22H  — 


Al  segundo  tratado  acudían  las  mismas 
con  las  mismas  formalidades,  y  se  terminaba 
con  que  la  Ministra  dejaba  la  solución  para 
el  tercer  tratado.  Al  fin  de  éste  se  tomaba 
acuerdo  y  se  le  sancionaba  con  la  escritura 
pública  que  firmaban  todos,  inclusos  ya  los 
solicitantes,  que  entraban  a  la  sesión  una  vez 
que  se  les  favorecía  con  acceder  a  su  peti- 
ción (  i  ). 


(1)  Damos  una  muestra  de  las  actas,  copiando  la  que  se 
levanto  en  1764,  con  ocasión  del  préstamo  que  se  otorgó  al 
superior  jesuíta  de  la  casa  de  Chillan,  P.  Miguel  Olivares:  éste 
es  el  mismo  historiador,  autor  de  la  "Historia  de  Chile"  v  de 
la  "Historia  de  la  Compañía  de  Jesús  en  Chile"  tan  conocidas, 
El  acta  del  traiado  dice  as': 

Acta  I  *  -  En  la  ciudad  de  Concepción  del  Reino  de  Chile, 
en  cinco  de  Mayo  de  mil  setecientos  sesenta  i  cuatro  años, 
estando  en  el  Monasterio  de  Trinitarias  Descalzas  de  esta  santa 
ciudad,  se  juntaron  sus  relijio«as  en  la  Portería  principal  por 
falta  de  Locutorio  cómodo,  como  lo  han  de  uso  i  costumbre, 
conviene  a  saber,  la  Reverenda  Madre  Sor  María  Ana  de  San 
Joseph,  Ministra;  la  Madre  Sor  María  Josepha  de  la  Asump- 
ción,  Vicaria;  la  Madre  Sor  Rita  de  Santa  Jertrudis;  la  Madre 
Sor  María  Margarita  de  la  Cruz,  conciliaria;  la  Madre  Sor  Marga 
rila  de  San  Félix,  conciliaria;  la  Madre  Sor  Manuela  del  Ro- 
sario de  Sta.  María,  conciliaria;  la  Madre  Sor  Rosa  de  Santa 
María;  la  Madre  Sor  Rosa  de  la  Comcepcion;  la  Madre  Sor 
María  Victoria  del  Milagro;  la  Madre  Sor  Ana  de  San  Juan  de 
Matta;  la  Madre  Sor  María  Josepha  de  los  Anjeles;  la  Madre 
Sor  Ninfa  de  Mercedes,  secretaria.  I  asi  juntas  i  congregadas, 
la  Sta.  Madre  Ministra  les  dijo  i  propuso  cerno  saben  sus  rebe- 
rencias  se  hallaba  su  Monasterio  con  mil  i  quinientos  pesos 
de  la  dote  de  la  madre  Sor  Nicolasa  del  Rosario,  i  ciento  mas 


—  229  — 


Después  de  tratar  tan  al  por  menor  de  ban- 
co, préstamos,  censos,  etc.,  era  de  creer  que 
las  trinitarias  eran  inmensamente  ricas;  pero, 
en  la  realidad  no  era  así.  Las  platas  que  figu- 
raban en  todas  esas  operaciones  no  llegaban 
a  treinta  mil  pesos,  según  los  datos  que  teñe- 


de  pico  de  los  mil  i  ciento  que  en  meses  pasados  hahia  redi- 
midos el  Colejio  Combictorio  del  sr.  San  Joseph  de  esta  ciu- 
dad, con  lo  que  se  completaba  la  cantidad  de  mil  i  seiscientos, 
los  que  eran  preciso  se  impusiese  a  censo  redimible,  para  con 
su  rédito  sobre  venir  en  parte  al  costo  de  la  mantención  de 
su  Monasterio,  sobre  finca  que  en  lo  futuro  estuviese  seguro 
este  principal  i  sus  réditos;  en  cuya  consideración  habia  soli- 
citado que  el  Reverendo  Padre  Rector  del  Colejio  de  la  Com- 
pañía de  Jesús  de  la  ciudad  de  Chillan,  Miguel  de  Olivares, 
los  impusiere  en  la  forma  espresada  sobre  la  estancia  que 
tenia  por  suya,  nombrada  San  Emerico  de  Caimacahuin,  sitúa 
da  en  el  Partido  de  Itata,  con  cuya  propuesta  habia  condescen- 
dido i  le  tenia  dado  poder  del  Reverendo  Padre  Procurador 
de  Misiones  de  la  mesma  Compañía  de  Jesús  de  esta  ciudad, 
Ilario  Joseph  Pietas,  para  que  en  su  nombre  i  del  Santo  su 
Colejio,  con  licencia  de  su  Reverendo  Padre  Provincial,  otor- 
gare la  escriptura  de  la  formal  imposición,  informándole  que 
la  sitada  estancia  se  componía  de  mil  quadras  de  tierras,  con 
cinco  binas  i,  aparte  de  ellos,  muchos  parronales  en  catre 
que  uno  i  otro  componían  mas  de  cien  mil  plantas  frutales  i 
otras  mas  nuevas  que  aun  no  fructifican,  i  en  esta  estancia 
tenía  quinientas  treinta  i  cinco  arrobas  de  vasijas  de  servicio 
i  otras  mas  recien  hechas  i  que  está  por  cccer,  i  tres  fábricas 
de  tejas,  pidiéndole  al  mismo  tiempo  fuese  condición  de  la 
imposición  que  la  redempeion  del  principal  habia  de  ser  de 
quinientos  en  seiscientos  pesos  i  que  en  esta  virtud  viesen 
sus  reberencias  si  encontraban  alguna  dificultad  para  que  se 
impusieren  sobre  dicha  extancia  los  referidos  mil  i  seiscientos 


—  k¡30  — 


OIOS.  Muchos  de  los  préstamos  de  que  tenemos 
conocimientos  eran  de  100  $,  de  200  $;  mas 
eran  de  500  $,  y  escasos  los  que  llegaban  a 
1.000  $. 

Esos  mismos  capitales  los  guardaba  el  mo- 
nasterio mientras  vivían  las  religiosas  que  los 
daban  de  dote;  después  que  pasaban  ellas  a 
mejor  vida,  esos  dineros  eran   empleados  en 

pesos,  que  ya  por  su  parte  tenia  practicada  la  dilijencia  del 
señor  Provisor,  Vicario  Jeneral  de  este  Obispado,  i  se  le  tenia 
concedida,  i  que  también  le  informaba  este  Reverendo  Padre 
Rector  (pie  la  mencionada  finca  era  libre  de  censo,  porque, 
aunque  tenia  el  de  otra  tanta  cantidad  a  favor  de  varios  indi- 
viduos, le  babia  redimido  por  el  mes  de  Diciembre  del  próxi- 
mo año  de  sesenta  i  tres,  i  hecho  consignación  de  ella  ante 
este  señor  Provisor;  todo  lo  cual  oido  i  conformes  dijeron 
que  siendo  como  era  la  finca  ofrecida  por  especial  hipoteca  no 
solo  competente  para  soportar  esta  imposición,  sino  para  la  de 
mayor  cantidad,  libre  de  censo,  de  las  mejores  i  mas  abonadas 
de  este  Obi-pado,  no  encontraban  por  su  parte  dificultad  ni 
impedimento  para  que  sobre  ella  se  actuase  la  citada  imposi 
cion,  i  mas  teniéndose  ganada  la  licencia  de  e«te  señor  Porvi 
sor;  con  cuyo  dictamen  se  conformó  dicha  Reverenda  Madre 
Ministra  i  les  dijo  que.  no  obstante  él,  para  el  segundo  tratado 
lo  mirasen  con  mas  maduro  acuerdo,  i  asi  lo  otorgaron  i  firma- 
ron estas  relijiosas  siendo  presentes  por  testigos  el  Doctor 
don  Joseph  de  Rocha  i  don  Eusebio  Troncoso.=Sor  María  de 
San  Joseph.  Ministra;  Sor  María  .losepha  de  la  Asumpcion, 
Vicaria;  Sor  Rita  de  Santa  Jertrudis:  Sor  Ana  de  San  Juan  de 
Matta;  Sor  Margarita  de  la  Cruz,  conciliaria;  Sor  Rosa  de 
Santa  María;  Sor  Margarita  de  San  Félix,  conciliaria;  Sor 
Manuela  del  Rosario,  conciliaria;  Sor  Rosa  de  la  Comcepcion 
Sor  María  Josepha  délos  Anjeles;  Sor  María  Victoria  d*l 
Milagro;  Sor  Ninfa  de  Mercedes,  secretaria. 


—  231  — 


los  gastos  generales  de  la  comunidad,  que 
eran  más  que  los  suficientes  para  consumir 
esos  pequeños  capitales. 

La  revolución  de  la  independencia  fué  cau- 
sa de  que  muchas  de  las  hipotecas  y  censos 
desaparecieran  o  fuesen  reducidas  a  poca 
cosa,  en  razón  de  arreglos  que  el  monasterio 
aceptó  a  trueque  de  no  perderlo  todo. 

Ya  quedó  dicho  que  las  trinitarias  de  vuelta 
de  la  Araucanía,  llegaron  a  Concepción  pobres 
como  un  pordiosero;  que  se  alimentaron  de 
limosnas  los  primeros  meses;  que  sólo  a  fines 
de  1823  se  les  mandó  devolver  su  antigua 
masa  de  bienes :  quiere  decir  eso  que  en  todo 
el  primer  año  de  gobierno  de  la  M.  Ju^na 
María  no  hubo  para  qué  abrir  la  caja  de  fon- 
dos del  monasterio.  Y  sin  embargo,  estando 
en  situación  tan  precaria,  organizó  la  Ministra 
la  primera  escuela  primaria  de  niñas  que  hubo 
en  Concepción  después  de  la  revolución  de  la 
independencia. 

La  guerra,  que  tuvo  a  Concepción  por  prin- 
cipal centro,  impidió  la  organización  de  los 
estudios  en  la  ciudad,  a  pesar  de  las  buenas 
leyes  y  decretos  del  gobierno  nacional  y  del 
provincial. 

Algunos  particulares  abrieron  algunas  cla- 
ses privadas  en  1823;  el  gobernador  del  Obis- 


—  232  — 


pado,  don  Salvador  Andrade,  reanudó  los  es- 
tudios del  Seminario,  y  las  trinitarias  abrieron 
su  escuela  de  niñas. 

El  intendente  don  Ramón  Freiré  trabajó 
empeñosamente  desde  1821  en  que  se  abrieran 
centros  de  estudios;  y  al  retirarse  de  la  ciudad, 
llamado  en  1823  por  los  acontecimientos  polí- 
ticos de  la  capital,  dejó  bastante  adelantados 
los  preparativos  para  abrir  colegios  en  Con- 
cepción. 

A  mediados  de  1823  estaba  funcionando  la 
escuela  de  las  trinitaria s.  La  "Comisión  de  la 
Casa  de  Educación  pública,"  nombrada  por  la 
autoridad  local,  intendente,  general  don  Juan 
de  Dios  Rivera,  para  dirigir  la  educación  pú- 
blica en  la  provincia,  trabajó  el  Reglamento 
por  que  debía  regirse  el  nuevo  plantel :  elabo- 
raron el  Reglamento  don  Pedro  José  Zañartu 
y  don  Félix  Novoa  (Yásquez  de  Novoa). 

La  Comisión  sometió  su  trabajo  a  la  apro- 
bación de  la  autoridad  eclesiástica,  tanto  por- 
que se  trataba  de  una  fundación  en  casa  reli- 
giosa, cuanto  porque  nuestros  hombres  diri- 
gentes de  ese  tiempo  tenían  concepto  claro  y 
verdadero  de  la  intervención  y  parte  que  co- 
rresponde a  la  Iglesia  en  la  instrucción  públi- 
ca, cosa  que  se  olvida  hoy  por  las^autoridades 
civiles.  El  gobernador  del  obispado,  don  Salva- 


—  233  — 


dor  Andrade,  aprobó  el  Reglamento  en  decreto 
de  29  de  Septiembre  de  1823  y  el  mismo  dia  lo 
hizo  notificar  a  lás  religiosas  para  su  obser- 
vancia. El  intendente  Rivera  comunicó  al  Go- 
bierno nacional  el  establecimiento  de  la  escuela. 

No  están  hoy  las  escuelas  primarias  fiscales 
en  mejor  condición,  en  lo  que  hace  a  educa- 
ción, que  la  primera  de  niñas  que  fundaron  las 
trinitarias  hace  ya  casi  un  siglo:  basta  estu- 
diar a  la  ligera  el  Reglamento  de  1823  para 
entender  que  había  en  aquella  época  más  altos 
y  más  nobles  fines  educativos  que  en  los  diri- 
gentes hoy ;  y,  más  que  eso,  se  verá  que  la 
enseñanza  de  entonces  comenzaba  informada 
de  un  espíritu  práctico  que  hoy  no  tiene  la 
instrucción  primaria  fiscal  (1). 

Y  aquí  ponemos  fin  a  estas  escasas  páginas 
que  hemos  escrito  para  satisfacer  una  deuda 
que  desde  antiguo  tenemos  contraída  con  las 
trinitarias  de  Concepción.  Este  escrito  como 
lo  decíamos  en  la  introducción,  no  es  ni  siquie- 
ra una  simple  crónica :  más  tarde  habrá  de 
hacerse  un  trabajo  completo,  para  poner  de 
relieve  la  importancia  del  monasterio,  por  los 
servicios  espirituales  y  materiales  que  ha  pres- 


(1)  En  el  apéndice  damos  íntegro  el  texto  fiel  Reglamento; 
léase  con  cuidado  y  ¡-¡e  verá  sn  alto  valor. 


-  234  — 


tado  a  los  particulares,  a  la  diócesis  y  a  la 
nación. 

Terminaremos  con  una  súplica  y  esperamos 
verla  atendida.  Aunque  sea  poco  lo  que  de  la 
casa  trinitaria  queda  escrito,  rogamos  a  las 
religiosas  que  se  dignen  aceptarlo  en  pago  de 
parte  de  la  deuda  que  en  su  favor  confesamos, 
y  que  ellas  conocen ;  y  como  escusa  de  no  haber 
pagado  el  total  de  nuestra  obligación,  válganos 
la  honrada  declaración  de  que  hemos  trabaja- 
do con  el  posible  interés,  y  de  que  las  deficien- 
cias que  notarán  en  estas  páginas  son  absolu- 
tamente ajenas  a  la  voluntad  del  autor. 

Alabada  sea  la  Santísima  Trinidad. 

Septiembre  de  i<;i~. 


APÉNDICE 


I 

EL  BOLDO  DE  LA  VIRGEN 

(Tradición  Penquista) 
I 

Allá  detrás  de  la  primer  colina 
que  a  la  diestra  de  Penco  se  levanta, 
la  majestuosa  ruina 
de  una  negra  muralla 
al  olvido  y  al  tiempo  desafía 
y  al  tiempo  y  al  olvido  ha  puesto  valla. 

En  Penco  las  murallas  españolas 
se  ríen  de  los  siglos  y  las  olas. 

Un  tiempo  fué  convento 
aquel  montón  de  ruinas  solitarias; 
'las  monjas  trinitarias 
allí  con  tierno  acento 
elevaban  al  cielo  sus  plegarias 
porque  doblara  al  signo  del  cristiano 
su  cerviz  indomable  el  araucano. 
¡  Oh  asilo  venturoso  ! 
En  él  las  santas  monjas, 
apartadas  del  mundo  y  sus  lisonjas, 
abrían  en  las  tardes  estivales 
íil  adorado  Esposo 


—  236  — 


el  pecho  candoroso, 

desbordante  en  afectos  celestiales. 

Y  en  el  cerrado  huerto, 
en  grupos  desígnales 

los  árboles  frutales, 

parecía  también  que  a  Dios  oraban 

con  fervoroso  anhelo 

extendiendo  sus  ramas  hacia  el  cielo. 

Las  golondrinas  mansas  y  confiadas 
custodiaban  sus  nidos,  del  convento 
en  el  tendido  alero  colocadas 
como  flores  llevadas  por  el  viento. 

Y  de  hora  en  hora,  una  campana  triste, 
como  la  voz  de  un  niño,  plañidora, 

ya  parece  que  canta,  ya  que  llora, 
ya  que  ríe,  que  ruega  o  se  resiste. 

Un  hilo  de  agua  por  el  huerto  cruza 
alegre  y  placentero, 
ramoneando  entre  la  yerba  fresca; 
y  el  toronjil,  la  menta  y  el  romero, 
y  el  acre  olor  de  la  inundada  vega, 
todo  el  ambiente  de  frescura  anega. 

Hacia  el  lado  más  alto, 
un  boldo  antiguo  su  nudoso  tronco 
enrosca  y  trenza  y  el  ramaje  extiende 
que  hasta  los  cielos  sube 
como  sube  del  mar  la  parda  nube. 
Y<rde  corona  de  apretadas  hojas 
ciñe  su  frente  altiva 
y,  junto  al  agua  viva, 
aquel  árbol  gigante  y  majestuoso 
parece  que  medita  hondo  misterio, 
encerrado  en  el  santo  monasterio. 


II 


Una  tarde  de  invierno  borrascosa, 
la  puerta  del  convento 
batida  por  el  viento, 
atrajo  a  una  novicia  basta  aquel  sitio 
a  punto  que  pasaba, 
con  ceño  amenazante,  adusto  y  duro, 
un  cacique  araucano  que  soñaba 
de  tiempo  atrás  en  escalar  el  muro 
de  aquella  casa  santa 
jamás  bollada  de  araucana  planta. 

El  velo  que  ocultaba  a  la  novicia, 
el  misterio,  lo  ignoto,  lo  invisible 
de  aquella  niña  al  cielo  reservada, 
la  veste  que  la  envuelve  y  acaricia 
y  su  forma  graciosa,  indefinible, 
tras  del  hábito  apenas  dibujada, 
subyugaron  al  punto  al  araucano 
que  juró  con  siniestro  juramento 
penetrar  algún  día  en  el  convento. 

III 

¡  Ob  Amor  que  nunca  yerras ! 
que  prendes  en  el  pecho  del  salvaje 
lo  mismo  que  en  el  alma  del  cristiano 
por  ti,  las  crudas  guerras; 
por  ti,  el  violento  ultraje 
de  la  virtud  y  del  honor!  Tu  fuego 
devora  cuanto  toca 
y  así  hiendes  la  roca 
como  penetras  en  las  almas  luego ! 


—  238  - 


¡  Oh  Amor,  que  nunca  yerra ! 

¿quién,  quién  ante  tu  trono, 

no  ha  inclinado  su  frente  hasta  la  tierra  ? 

IV 

La  puerta  del  convento 
cerró  de  golpe  la  novicia  inquieta, 
oprimiendo  con  brusco  movimiento 
una  enorme  alcayata  que  sujeta 
con  aldabón  de  hierro, 
cual  si  jamás  la  puerta 
hubiera  de  volver  a  ser  abierta. 

V 

Pasaron  meses.  .  .Y  cruzando  el  cerro 
va  un  joven  español  que  vacilante 
avanza  al  monasterio,  paso  a  paso, 
llevando  en  su  semblante 
palidez  de  temor,  de  miedo  acaso. 

Va  a  hablar  con  la  abadesa  del  convento. 
Oigámosle  en  la  obscura  portería : 
— "Hermana,  ya  presiento 
que  está  cercano  el  día 
del  asalto  más  rudo  y  más  violento 
que  habremos  de  sufrir  del  araucano. 
— Sí;  ye  también  lo  creo  muy  cercano, 
la  monja  respondió  con  triste  acento. 
— Buscad  entonces  un  lugar  seguro 
pues,  si  somos  sitiados  en  el  fuerte, 
quedáis  vosotras  sin  humano  amparo, 
en  brazos  de  la  suerte. 
— ¿Y  qué  mejor  defensa  que  este  muro? 
"¿Y  qué  teme  quien  no  teme  la  muerte?" 


—  239  — 


— Hermana  desconfiad  porque  el  asalto, 
según  dato  que  tengo  por  muy  cierto, 
será  a  la  vez  al  puerto 
y  a  la  ciudad  en  tres  diversos  puntos. 
— No  pelearéis  entonces  todos  juntos; 
al  paso  que  nosotras  en  el  huerto, 
juntas  al  pie  del  Bohío  de  la  Virgen, 
invocando  a  quien  tiene  a  Dios  consigo, 
podremos  rechazar  al  enemigo. 
— Hermana,  me  parece  caso  extraño 
que  dobléis  ante  un  boldo  la  rodilla 
teniendo  en  vuestro  claustro  una  capilla. 
— ¿Qué  decís?  ¿No  sabéis  que  el  viejo  Boldo, 
plantado  en  la  mitad  de  nuestro  huerto, 
tiene  en  su  raro  tronco  una  glorieta, 
donde  la  imagen  de  la  Virgen  santa 
de  las  ramas  del  árbol  se  sujeta? 
¿No  sabéis  qüe  en  ese  árbol  bendecido 
posó  la  Virgen  su  nevada  planta? 
— Nó  ¿Y  cuándo  tal  milagro  ha  sucedido? 
—Cada  vez  que  en  peligro  hemos  estado. 
— Me  rindo  a  vuestra  fe;  mas  no  confiado 
podré  alejarme  de  este  sitio,  hermana ; 
porque  pudiera  acontecer  mañana 
que  oyéramos  de  nuevo  el  chivateo 
de  los  huiricas  que  manda  Catrileo..." 

Muy  abatido  y  con  temor  profundo 
se  retiró  el  mancebo  castellano, 
y  la  monja  partió  a  rezar  tranquila 
por  la  ardua  conversión  del  araucano... 


—  ¡¿40  — 


VI 

[ Qué  hernioso  amaneció  el  siguiente  día! 
El  mar  se  sonreía 
el  viento  suspiraba 
y  el  cristalino  estero  resbalaba 
su  linfa  transparente 
por  entre  los  guijarros  muellemente. 

Las  mariposas  con  incierto  vuelo 
de  flor  en  flor  pasaban ; 
en  la  playa  blanqueaban 
en  sábanas  de  plata  por  el  suelo 
temblorosos  los  peces  que  expiraban, 
y  mil  gaviotas  blancas  que  graznaban. 

Se  sentían  zumbones 
aquí  y  allá  los  pardos  moscardones, 
y  en  las  tapias,  por  entre  las  rendijas 
con  ansiedad  sacaban  en  slencio 
su  cuello  de  metal  las  lagartijas. 

Su  frente  pudorosa 
como  la  virgen  pura 
Ja  fresca  y  blanca  rosa 
entre  las  rejas  del  jardín  asoma, 
que  esconde  en  pobre  claustro  »u  hermosura 
y  exhala  en  él  su  delicado  aroma. 

Con  andar  perezoso,  roncos  gansos 
en  bandadas  las  calles  recorrían, 
y  del  estero  al  margen  se  veían 
ágiles  chivos,  corderillos  mansos 
;  Todo  inocencia  y  libertad  respira ! 
i  la  naturaleza  que  reposa 
y  bullidor  enjambre  de  palomas.  .  . . 


—  241  — 


¡  Oh  tierno  idilio  de  color  de  rosa ! 
parece  que  suspira, 

presintiendo  en  la  calma  de  ese  instante 
la  horrenda  tempestad  amenazante. 

¡  Cuántas  veces  al  ver,  Naturaleza, 
tu  animación  o  tu  sublime  calma 
tus  simas  sin  color  o  tu  belleza, 
no  cree  el  hombre  que  lo  que  hay  en  su  alma 
fríamente  lo  copias  en  tu  espejo 
del  alma  humana,  pálido  reflejo! 

¡  Cuántas  veces  la  luna,  el  firmamento, 
el  torvo  mar  y  el  vendaval  deshecho 
no  alcanzan  a  imitar  del  pensamiento 
la  majestad  divina, 
y  todo  es  frágil,  deleznable,  estrecho, 
comparado  al  volcán  de  nuestro  pecho ! .  .  . 

Al  ver  la  paz  de  tan  hermoso  día 
las  monjas  trinitarias 
elevaban  cantando  sus  plegarias 
y  todo  respiraba  en  el  convento 
santidad,  oración,  recogimiento. 

Y  el  fiero  corazón  del  araucano 
cruel  corazón,  mas  corazón  humano, 
maldecía  entre  tanto  aquella  calma, 
con  todo  el  fuego  que  abrasaba  su  alma. 

VII 

Cierra  la  noche.  .  .Una  llovizna  lenta 
envuelve  las  colinas.  .  . 
La  gasa  de  neblinas 
de  pronto  se  acrecienta, 
tórnase  luego  impenetrable  manto 
16 


—  242  — 


y  la  lluvia  violenta 

y  el  trueno  que  revienta 

y  el  rayo  y  el  relámpago — de  espanto 

inundan  la  ciudad  con  la  tormenta. 

VIII 

Y  .  .  .  ¡  Qué  sucede  ! .  .  .  — Cuán  horrenda  grita 
se  siente  junto  al  fuerte ! 
¡Aquí!  de  los  valientes  españoles! 
í-on  presteza  inaudita 
parece  que  al  llamado  de  la  suerte 
corrieran  ;  nó  a  la  muerte 
sino  a  buscar  en  premio  algún  tesoro 
más  codiciado  que  el  amor  y  el  oro. 
¡Cuál  luchan  con  esfuerzo  sobrehumano! 
Retumba  la  pesada  artillería 
infundiendo  furor  al  araucano. 
Al  indio  que  repecha, 
armado  de  su  lanza  y  de  su  flecha, 
opone  blanca  espada  el  castellano; 
que  entre  golpes  mortales, 
la  mirada  serena, 

firme  al  planta  en  la  sangrienta  arena, 

resiste  entre  la  sombra  al  enemigo, 

o  las  pesadas  armas  esgrimiendo 

con  rapidez  inmensa. 

va  por  la  sombra  densa 

paso  a  la  muerte  con  la  espada  abriendo. 

Con  valor  indomable  el  araucano, 
saltando  como  el  tigre  o  la  pantera, 
donde  su  vista  alcanza 
allí  clava  la  lanza 
y,  como  nada  teme  y  mucho  espera 


—  243  — 


ni  cede,  ni  desmaya, 

ni  sabe  qué  es  huir,  ni  desespera. 

¡Oh  araucano  valor!  sangre  araucana! 
¿Quién  te  podrá  domar,  ni  quién  te  abate? 
¿Quién  tu  bravura  domará  mañana, 
si  no  pudieron  siglos  de  combate? 

IX 

Tremendo  fué  el  asalto ; 
nías  cuando  allá  del  cerro  en  lo  más  alto 
aparecieron  luces  incendiarias, 
retrocedió  la  indiada, 
mirando  entre  las  sombras  funerarias 
de  la  noche  callada, 
la  casa  de  las  monjas  trinitarias 
de  llamas  coronada. 

En  ese  instante  mismo  el  pueblo  entero, 
por  las  calles  de  Penco  desoladas 
y  a  la  derecha  margen  del  estero, 
corría  hacia  el  convento  trinitario, 
— precioso  relicario 
por  la  piedad  del  pueblo  consagrado 
como  templo  y  hogar,  claustro  y  santuario. 

Al  verlo  de  las  llamas  abrasado 
la  multitud  lloraba,  cual  si  viera 
su  propio  hogar  del  fuego  devorado .... 

¡  Cómo  ama  el  pueblo  mío  sus  conventos ! 
No  los  toquiés,  no  hiráis  sus  sentimientos! 
Y  bendiga  el  Señor  esas  colmenas 
de  maravillas  llenas 
donde  hace  Dios  de  su  poder  alarde, 
donde  se  eleva  a  Dios  mañana  y  tarde 


—  244  - 


de  gratitud  y  amor  himno  fecundo! 
¡De  allí  la  miel  que  saborea  el  mundo! 
De  allí  la  cera  que  en  los  templos  arde!... 

X 

En  su  gente  confiado 
un  cacique  altanero  y  animoso 
con  cautelosa  astucia  había  trazado 
aquel  golj>e  insidioso, 
prometiendo  a  su  ejército  invencible 
como  presa,  las  vírgenes  del  claustro, 
de  ojos  de  fuego  y  cuerpo  de  alabastro. 

Y  en  tanto  una  partida  ataca  al  fuerte, 
al  grito  de  venganza  y  guerra  a  muerte, 
otra  llega  hasto  el  muro  del  convento, 
como  alud  impelido  por  el  viento. 

¡Qué  confusión!  qué  extraña  gritería! 
¡Cuánto  del  indio  el  corazón  se  alegra! 
Ccmo  reptiles  suben  a  millares 
Por  la  muralla  negra, 
estampando  en  la  roca  los  rasguños! 
¡  Cuántos  se  muerden  con  furor  los  puños 
con  que  han  golpeado  el  murallón  de  piedra 
al  dar  inmenso  salto 
sin  tocarlo  siquiera  en  lo  más  alto ! 
¡  Era  en  vano  el  esfuerzo  y  la  arrogancia 
y  el  fantástico  brío  de  aquella  horda ! 
El  muro  no  cedía. 
Ninguno  conseguía 
penetrar  en  la  estancia 
cuya  inocente  y  celestial  fragancia 
acaso  a  perfumar  no  llegaría 
como  el  día  anterior,  al  nuevo  día. 


—  245  — 


Cuando  los  indios  despechados  vieron 
cuán  imposible  fuera 
forzar  la  entrada  a  aquella  casa  santa, 
confiaron  a  las  llamas  de  una  hoguera 
lo  que  no  pudo  hacer  su  rabia  fiera. 
Y  en  un  instante  por  el  alto  muro, 
serpientes  invasoras, 
las  llamas  trepadoras 
como  guiadas  por  el  humo  obscuro, 
.subieron  a  la  cumbre, 
t hiendo  el  cielo  de  sangrienta  lumbre. 

XI 

¿Qué  hacían  entre  tanto 
las  santas  monjas  de  aquel  claustro  santo  ? 
Oraban  junto  al  Boldo  de  la  Virgen 
y  en  su  mortal  quebranto 
ver  esperaban  que  la  Virgen  misma 
bajara  a  protegerlas  con  su  manto. 

De  súbito,  una  luz  el  boldo  baña 
de  claridad  extraña : 
invisible  aleteo 

se  escucha  en  torno  al  claro  centelleo, 
y  al  compás  de  suavísima  harmonía, 
resuena  el  dulce  nombre  de  María. 
Envuelta  en  tul  de  rayos  de  la  luna, 
se  ve  brillar  la  celestial  señora, 
visión  encantadora, 

poder,  riqueza,  honor,  gloria  y  fortuna 
del  alma  que  la  adora. 
¡  Feliz  el  que  la  implora  ! 
En  todo  humano  duelo 
encontrará  consuelo! 


—  24  6  — 


j  Feliz  el  infeliz  más  afligido 
por  ella  consolado  euando  llora! 

Apenas  la  visión  bajó  hacia  el  boldo 
se  estremeció  el  follaje, 
al  dulce  peso  se  inclinó  al  remaje 
y,  formando  después  gracioso  toldo, 
pareció  acariciar  a  la  hermosura 
rpie  tornó  en  día  aquella  noche  obscura, 
El  incendio  cesó  en  el  mismo  instante 
Le  visión  fulgurante 
despareció.  .  .  .La  indiada, 
perseguida  de  humo  y  la  ceniza, 
retrocedió  impelida  por  el  viento, 
como  llevada  de  huracán  violento 
la  hoja  otoñal  se  arrastra  o  se  deiHz.n 
por  la  seca  llanura  que  tapiza. 

Y  cuando  el  pueblo  penetró  al  convento 
y  en  él  no  halló  a  sus  santas  moradoras 
que  formaban  la  miel  de  esa  colmena, 
por  muertas  las  lloró  con  honda  penfl  ; 
o  imaginó  la  gente  que  cautivas 
fueran,  en  manos  de  los  indios,  vivas. 

XII 

¡  Mas  nó ! — De  pronto  se  sintió  en  el  huerto 
el  canto  de  las  vírgenes, 
en  torno  al  viejo  boldo ! 
Las  notas  temblorosas, 
por  la  emoción  sublime  entrecortada?, 
como  blancas  bandadas 
de  inquietas  mariposas, 
cruzaban  el  ambiente 
y  hasta  el  cielo  subían  blandamente. 


—  247  — 


El  pueblo  de  rodillas 
con  ternura  infantil  siguió  aquel  canto 
cuyo  perfume  santo 
hizo  brillar  de  nuevo  las  estrellas 
y  aparecer  la  luna  en  medio  de  ellas. 

El  boldo  de  la  Virgen 
en  místico  tributo 
a  la  Reina  de  todos  los  amores, 
desde  entonces  jamás  ha  dado  fruto, 
mas  siempre  en  Primavera  tiene  flores. 

Esta  es  la  historia,,  tradición  o  cuento, 
adherido  a  las  ruinas  del  convento 
y  al  Boldo  de  ¡a  Virgen. 
La  popular  leyenda 
porque  mejor  del  tiempo  se  defienda, 
¡  Oh  pobre  verso  mío  ! 
con  paternal  amor,  te  la  confío. 

Penco,  8  de  Febrero  de  1895. 


II 


VIDA   DE   I.A   VEN.   SIF.RVA   DE  DIOS  SOK   MARTINA  DE 
I.A    KM  A.    TRINIDAD.    REI.IOIOSA    PROFESA    DE    VELO  NEORÍ 
EN    EL    MONASTEKIO     DE    TRINITARIAS      DESCALZAS    DE    I  l 
CIUDAD   DE    I.A    CONCEPCIÓN    DE  CHILE 


Con  confusión  mía  escribo  la  vida  prodigiosa  de 
esta  mujer.  Kn  ella  se  dieron  practicados  los  extremo-:  • 
en  el  siglo,  la  más  pulida  dama;  y  en  la  Religión,  del 
m;is  profundo  abatimiento.  Fué  de  las  nobles  familia* 
de  los  Faríaa  y  Vergaras,  orignarias  del  reino  de  Chile. 
Xació  en  la  ciudad  de  Lima  de  ilustres  padres,  si  bien 
las  quiebras  de  fortuna  los  redujeron  a  menos  esplen- 
dor que  el  que  pedía  su  nobleza,  no  saliendo  de  una 
medianía  honrada.  Murieron  sus  padres  dejando  de 
poca  edad  a  nuestra  Martina,  y  a  sus  dos  hermanas 
al  abrigo  de  una  tía  suya  Religiosa  Bernarda  de  la 
Trinidad  de  la  ciudad  de  Lima. 

En  este  Monasterio  se  crió  Dña.  Martina  llena  de 
melindres  y  de  ambiciones  de  hermosa:  que  la  dotó  el 
cielo  de  ésta  y  las  demás  perfecciones,  que  hacen  ama- 
ble a  una  mujer,  llegando  a  los  años  de  la  discreción. 
Un  noble  caballero,  Abogado  de  la  Real  Audiencia  de 
Chile,  bien  acomodado  de  bienes  de  fortuna  tuvo  por 
la  mavor  el  merecer  en  casamiento  a  Dña.  Martina : 
llevóla  a  la  ciudad  de  la  Concepción  de  Chile,  donde 
tenía  sus  haciendas  v  casas;  era  el  ídolo  de  sus  adora- 
ciones el  embeleso  de  la  hermosura  de  su  esposa,  y  el 
arbitro  de  su  voluntad  los  señuelos  de  su  semblante. 
Disfrutaba  Dña.  Martina  los  alhagos  de  su  fortuna. 


—  249  — 


tratándose  con  mucho  regalo  y  aseos  aunque  nunca 
profana  y  siempre  modesta. 

Pocos  años  le  duró  esta  felicidad :  teníasela  Dios  en 
la  Religión  para  hacerla  en  ella  un  coloso  de  virtudes, 
para  admirado  por  poco  practicado  sino  de  espíritu 
tan  agigantado  como  el  suyo.  Un  violento  accidente 
quitó  la  vida  a  su  esposo :  murió  este  caballero  mozo 
sin  dejar  sucesión.  Quedó  Dña.  Martina  en  lo  mejor 
de  su  edad  viuda.  Su  difunto  esposo  la  dejó  muy  en- 
cargada al  Dr.  Dn.  Juan  de  Sobarzo  su  hermano  ca- 
nónigo de  la  Santa  Iglesia  de  la  Concepción  de  Chile, 
quien  amaba  a  la  cuñada  con  ternura  por  sus  prendas 
y  serlo  de  su  difunto  hermano.  Pero  ella  herida  del 
desengaño  de  la  falacia  de  los  bienes  de  este  mundo  y 
su  poca  consistencia,  trató  de  asegurar  los  eternos, 
tomando  en  nuestras  Beatas  el  Hábito  Trinitario. 

Muy  breve  la  hicieron  Madre,  o  Ministra  del  Bea- 
terío: venía  Dña.  Martina  muy  hecha  a  ser  señora  y 
así  trataba  con  algún  desdén  a  las  Beatas.  Su  celo, 
como  no  morigerado  en  la  escuela  de  la  Religión  la 
hizo  muy  mal  vista  por  lo  ardiente,  de  que  noticiado 
el  Sr.  Obispo  la  depuso  del  oficio,  mandando  (raro 
asunto)  la  azotasen.  Dióse  esta  comisión  a  una  de  las 
Beatas  de  austera  condición  y  genio :  la  que  todas  las 
noches  la  ataba  a  una  cuja  y  la  azotaba,  como  reves- 
tida de  la  obediencia  del  Obispo,  de  buena  mano.  Duró 
este  cruel  castigo  no  una  noche,  ni  dos:  creo  fué  un 
novenario  o  más. 

Aquí  hace  alto  el  entendimiento,  no  habiendo  voces 
para  ponderar  este  lance,  ni  la  invicta  paciencia  de 
esta  admirable  mujer.  Cotéjese  a  Dña.  Martina  Farías 
la  má?  bizarra  dama,  delicadísima  a  quien  aun  el  aire 
ofendía,  atada  y  azotada  como  una  vil  esclava  de  la 
que  poco  antes  fué  su  subdita  y  estando  tan  reciente, 
conversión  :  vivo  su  cuñado  el  canónigo,  y  sus  ilustres 


deudos:  .«us  bienes  y  .-asas  en  pie  con  todos  sus  menajes, 
que  todo  lo   dejó  en    poder  del   canónigo,  v  según  la 
amaba  hubiera   celebrado  por  dicha  el    tenerla  en  su 
compañía.   En  nada  menos  pensaba  nuestra  Martina. 
|  Oh  fuerza  poderosa  de  la  gracia  !  quería  labrar  este 
diamante  v  sacar   sus  fondos   con  este   buril,  y  para 
ejemplo  y  enseñanza  de  lo  que  puede  ayudada  de  ella 
nuestra  flaca  naturaleza.  Salió  nuestra  Martina  de  este 
crisol  con  tantos  logros,  que  dejando  en  su  lugar  a  los 
Santos  más  humildes  y  mortificados,   esta  asombrosa 
mujer  puede  hombrear   con  el  espíritu   más  valiente. 
Su  humildad  fué  tan  profunda  que  en  su  concepto  no 
había  criatura  tan  vil  a  quien  se  pudiera  comparar: 
tanto  se  sobrepuse  al  amor  propio,  que  para  ella  los 
desaires  eran   favores:  hacíase  incapaz    para  el  trato 
de  las  criaturas,  y  estaba    retirada  en  una   celda  que 
más  parecía  calabozo,  por  estar  debajo  de  la  escalera 
del  coro  alto  y  no  entrarle  luz  alguna.  Cuando  se  acabó 
el  claustro  hizo  sus  prevenciones,  para  que  no  la  me- 
jorasen de  celda,  diciendo  era  muy  a  su  propósito  la 
que  tenía.  Su  obedie  ncia  era  ciega  para  todo  lo  que 
se  le  insinuaba  que  no  era  necesario  mandarle.  Obe- 
decía  no  sólo   a  las   Preladas,  sino   a  todas   con  tal 
rendimiento  como  si  fuera  esclava  de   cada  una.  Es- 
tando con  la   enfermedad  de  que   murió;  la   vi  en  lo 
más  ardiente  del  sol.  pegando  unos  vidrios  quebrados, 
que  tenía  particular  gracia  para  soldarlos:  díjele.  ¿qué 
hacía  en  el  sol?  y  me  respondió  que  le  habían  mandado 
pegar  aquellos  vidrios,  que  eran  unas  pobrecitas  y  que 
los  necesitaban.  Su  mortificación  no  hay  como  ponde- 
rarla,   aunque  su    sumo  recato  la    encubría.   Llegó  a 
vencer   tanto  su   apetito  y   ascos  en   que  había  sido 
extremada,  que  causa   horror  uno  u  otro  caso  que  no 
pudo  ocultar.  Llevaban  a  arrojar  un  pedazo  de  tocino 
hirviendo  en  gruesos  y  asquerosos  gusanos:  quitóselo 


a  la  que  lo  llevaba,  haciendo  su  más  regalado  plato 
de  los  gusanos,  mascándolos  a  todo  sabor.  En  una 
ocasión  iban  a  botar  una  olla  de  leche  que  por  olvido 
había  muchos  días  corrompídose.  De  ésta  comió,  hasta 
que  se  acabó. 

Sus  ayunos  no  se  pueden  llamar  ayuno;  era  un 
r-ontinuo  no  comer.  Por  la  mañana  tomaba  un  mate 
sin  azúcar:  por  gran  regalo  algunas  veces  con  las 
heces  del  azúcar,  cuando  la  clarificaban  para  hacer 
conserva.  Se  sentaba  en  la  mesa  y  se  levantaba  de  ella 
sin  probar  bocado,  aunque  tenía  tal  disimulo  que 
parecía  comía:  tenía  licencia  para  que  cogiese  después 
del  refectorio  algo ;  en  atención  a  estar  ya  muy  flaca 
y  extenuada.  Con  este  permsio  lograba  sus  terribles 
mortificaciones.  Comía  a  veces  con  el  perro :  otras  los 
sobrados  de  los  peones  v  de  los  criados,  y  éstos  los 
calentaba  en  una  olla  donde  se  cocía  la  cola.  Fuera 
nunca  acabar  lo  que  mortificó  el  gusto.  Trataba  su 
cuerpo  como  cruel  enemigo :  en  una  ocasión  la  encon- 
tré con  un  tiesto  muy  inmundo  en  que  llevaba  unos 
cuajarones  de  sangre  de  unos  carneros  que  habían 
muerto,  donde  se  recogía  la  basura  del  convento.  Pre- 
gxintéle,  ,;que  para  qué,  era  esa  inmundicia?  y  me 
respondió  con  una  sonrisa;  como  comemos  carne,  llevo 
aquí  mi  cena.  Jamás  se  quejó  de  dolencia  alguna  que 
padeciese,  ni  se  aplicó  remedio.  Por  su  rostro  se  cono- 
cía que  padecía  grandes  corrimientos,  y  habérsele  aflo- 
jado la  dentadura.  Hablando  una  vez  conmigo  al 
descuido  y  con  disimulo  arrojó  un  diente  de  la  boca. 
En  otra  ocasión  que  no  advirtió,  le  vi  todos  los  brazos 
llagados.  Hasta  en  la  comunicación  con  su  Padre 
espiritual  se  mortificaba;  estando  poquísimo  tiempo 
en  el  confesonario. 

En  fin  ella  parece  vivía  de  mortificarse,  habíase 
abrazado  con  la   mortificación  de  todo   no  sólo  de  lo 


-  2f>2  — 


deleitable;  pero  aun  de  lo  más  preciso  a  nuestra  na- 
turaleza. 

En  el  voto  de  la  pobreza  era  nimia:  no  tenía  más 
de  dos  hábitos,  el  uno  de  bayeta  muy  gruesa  y  el  otro 
para  mudarse  jkjco  menos.  Andaba  siempre  descalza, 
sin  ningún  abrigo  en  los  grandes  fríos  de  Chile.  Tenía 
una  media  canasta,  que  con  gracia  llamaba  el  joyel, 
muy  vieja ;  donde  tenía  muchos  trapitos  viejos  y  he- 
britas  de  hilo,  que  recogía  del  muladar:  con  esto  se 
cosía,  y  remendaba. 

Después  que  murió,  no  se  halló  en  la  celda  más  de 
el  hábito  y  la  túnica:  un  j>edazo  de  cañamazo  muy 
grueso,  en  que  limpiaba  las  manos,  y  los  instrumentos 
de  sus  mortificaciones. 

Alcanzó  una  pureza  angélica:  más  parecía  morado- 
ra del  cielo  que  de  la  tierra.  Quien  se  desprendió  de 
todas  las  cosas  de  esta  vida;  es  de  creer,  la  llenó  Dios 
de  las  virtudes  todas,  y  las  tuvo  en  sumo  grado  con 
todos  los  dones  gratuitos  que  siempre  su  humildad 
encubrió  y  Dios  condescendiendo  en  este  particular 
con  ella,  jamás  se  le  vieron  exterioridades.  Llegó  el 
tiempo  de  darle  Dios  los  premios  de  su  asombrosa 
vida,  colocándola  en  el  cielo.  Dióle  el  accidente  que 
había  de  ser  puerta  para  esta  felicidad ;  el  que  se  pasó 
en  pie  y  trabajando.  El  día  siete  de  Febrero  de  1740 
yendo  a  comulgar,  no  pudiendo  ya  la  flaca  naturaleza 
conformarse  con  las  valentías  del  espíritu,  le  dio  un 
fuerte  desmayo;  se  le  mandó  recogerse  en  la  celda: 
decía  que  era  poco  mal  y  bien  quejado.  Pasó  así  hasta 
el  ocho  en  que  se  descubrió  ser  un  fuerte  tabardillo  : 
luego  la  desahució  el  médico.  Recibidos  los  sacramen- 
tos con  los  fervores  de  su  abrazado  espíritu;  el  día 
nueve  entregó  su  alma  al  Señor  que  para  gloria  suya 
la  crió.  Murió  entre  ocho  y  nueve  de  la  mañana. 
Quedó  su  cuerpo  flexible,  guardando  la  serenidad  que 


—  253  — 


en  vida  tenía  su  rostro.  Su  confesor  prometió  decir 
su  oración  y  los  favores  que  recibió  de  Dios,  que  sin 
duda  serían  grandes,  y  nunca  llegó  el  caso,  lleno  de 
temores.  Murió  Sor  Martina,  como  llevo  dicho,  a 
nueve  de  Febrero  de  mil  setecientos  cuarenta  a  sesenta 
de  su  edad :  en  el  siglo  estuvo  treinta  y  seis,  veinte  en 
el  Beaterío,  y  cuatro  fué  Religiosa. 

Nota. — Escribió  esta  relación,  en  ciudad  de  la  Con- 
cepción de  Chile  en  el  Monasterio  de  Trinitarias  des- 
calzas allí  fundado,  la  Madre  Ana  Josefa  de  la  SS. 
Trinidad  en  6  de  Abril  de  1754.  Dice  en  carta  escrita 
al  Sr.  Dn.  Mateo  Anusquibar  Inquisidor  que  fué  de 
Lima,  que  por  estar  empleada  en  obras  de  la  fundación 
de  aquel  convento,  sólo  le  remite  la  vida  de  esta  sierva 
de  Dios,  y  le  promete  ir  escribiendo  las  demás.  Añade 
que  ésta  fué  la  segunda  que  profesó  de  las  Beatas : 
que  no  la  trató  más  de  cuatro  años,  con  asombro  de  su 
tibieza. 


III 

LAS   PRIMERAS   MONJAS   DE   LA   DIOCESIS  '.  DE  OSORNO 
E  IMPERIAL 

La  primera  casa  que  tuvo  algún  carácter  de  con- 
vento de  religiosas  en  Chile,  se  estableció  en  la  ciudad 
de  Osorno,  pocos  años  después  de  fundada  la  ciudad 
en  1558.  La  establecieron  tres  señoras  piadosas  que, 
anhelando  mayor  perfección,  se  retiraron  a  vivir  en 
comunidad  sometidas  a  un  régimen  que  ellas  mismas 
voluntariamente  se  impusieron  :  eran  esas  señoras  doña 
Isabel  de  Lauda,  doña  Isabel  de  Placencia  y  doña  Isa- 
bel de  Jesús:  la  primera  de  ellas  fué  designada  supe- 

Iriora. 


—  254  — 


Siendo  ya  de  edad  las  dos  primeras,  y  viudas  de  dis- 
tinguidos militares,  compañeros  de  don  Pedro  de 
Valdivia,  parece  que  desde  un  principio  no  tuvieron 
otro  objetivo  que  la  propia  santificación.  No  quedó 
frustrado  el  santo  deseo  de  las  recogidas:  el  régimen 
nuevo  de  vida  produjo  frutos  efectivos,  y  la  virtud 
de  las  beatas,  (como  se  las  llamaba),  fué  cosa  que 
palpó  el  vecindario  y  le  atrajo  el  respeto  general,  y, 
más  que  eso,  conquistó  a  señoras  y  doncellas  que  in- 
gresaron en  el  beaterio.  La  primera  que  ingresó  fué 
doña  Elena  Ramón  y  Lauda,  nieta  de  la  superiora  y 
viuda  del  capitán  Venegas  (Diego?)  :  a  ésta  siguieron 
otras  y  no  demoró  en  formarse  una  respetable  comu- 
nidad. 

Las  fundadoras  se  decidieron  a  tomar  la  Regla  de 
las  terciarias  de  Santa  Isabel  y  a  ponerse  bajo  la 
dirección  de  los  franciscanos  .que  tenían  convento  en 
la  ciudad:  quedaba  constituido  el  beaterio  de  Santa 
Isabel  o  Monjas  de  Santa  Isabel. 

Como  se  ve,  todo  iba  quedando  entre  Isabeles:  de 
abí  tomó  pie  el  vecindario  para  bautizar  a  las  beatas 
con  el  nombre  de  las  "Isabelas"  o  "monjas  de  Santa 
Isabel,"  o  "monjas  de  Osorno"  como  las  llaman  gene- 
ralmente los  cronistas  de  la  Colonia. 

Gran  auxiliar  de  las  Isabelas  fué  el  cura  de  Osorno 
don  Juan  Donoso.  Desde  un  principio  prestó  sus  ser- 
vicios a  las  fundadoras,  las  guió  en  todo  lo  relativo  a 
la  fundación  y  fué  después  su  insigue  bienhechor. 

Pasados  altarnos  años  recibió  el  beaterio  una  forma 
más  regular,  a  que  llaman  "fundación"'  algunos  de 
los  que  se  han  ocupado  de  él.  Aparecen  como  funda- 
dores: el  provincial  franciscano  Juan  de  Vega,  que 
habría  hecho  la  fundación  en  Agosto  de  1571 ;  el  fran- 
ciscano Juan  de  Landa,  que  habría  venido  del  Perú  a 
hacer  la  fundación,  por   los  años  1572 ;   y  el  primer 


—  255  — 


fundador.  Este  ilustro  Obispo  se  preocupó  de  la  ense- 
ñanza de  la  juventud  en  tal  forma  que  es  el  creador 
de  la  instrucción  pública  en  Chile.  En  1573,  visitó  el 
sur  de  la  diócesis  y  llegó  a  Osorno :  allí,  según  creemos, 
dio  aprobación  canónica  al  beaterío  de  Isabelas  y  les 
fijó  como  uno  de  sus  principales  fines  la  educación  de 
las  niñas  españolas  e  indígenas. 

El  cura  Juan  Donoso  les  hizo  donación  de  una  casa 
apropiada  a  los  fines  del  instituto  y  fundo  en  su  favor 
una  capellanía.  "Había  en  Osorno.  dice  el  historiador 
Pedro  de  Córdoba  y  Figueroa  (Historiadores  Nacio- 
nales, Vol.  2.°,  pág.  109)  monjas  de  Santa  Isabel, 
viuda,  como  consta  por  un  instrumento  otorgado  año 
de  mil  quinientos  sesenta  y  tres  en  fundación  de  ca- 
pellanía que  hace  Juan  Donoso,  clérigo,  para  cuyo 
efecto  dió  dos  barretones  de  oro,  los  que  cogió  a  censo 
Juan  López  de  Porres,  siendo  abadesa  Isabel  de  Pla- 
cencia."  Donoso  renunció  la  parroquia,  se  hizo  cape- 
llán de  las  Isabelas  y  se  constituyó  en  su  verdadero 
padre :  les  alhajó  la  capilla  y  la  dotó  de  ornamentos 
y  de  imágenes. 

Después  de  algunos  años  de  servir  a  las  monjas. 
Donoso  se  retiró  a  Imperial,  en  donde  murió  el  año 
1584:  cuando  dejó  a  Osorno  el  monasterio  estaba  flo- 
reciente  y  había  en  él  viente  religiosas. 

"El  monasterio,  dice  el  historiador  don  José  Igna- 
cio Víctor  Eyzaguirre  (Tomo  1.°  pág.  100),  estaba 
colocado  inmediato  a  la  plaza  y  era  considerado  pol- 
los vecinos,  como  el  más  precioso  tesoro  que  pudieran 
conservar  en  su  seno.  Las  religiosas  sin  perder  de  vista 
el  objeto  de  su  instituto,  atendían  con  esmero  infati- 
gable la  enseñanza  de  las  indias:  algunas  de  éstas 
fueron  también  admitidas  a  la  profesión  con  el  objteo 
sin  duda,  que  empleando  el  conocimiento  y  experiencia 
que   tenían  del   genio,  hábito   y  propensiones   de  sus 


—  266  — 


nacionales,  cooperasen  a  su  educación  con  mejor  éxito. 
El  vasto  trecho  que  hasta  hoy  ocupan  los  vestigios  de 
este  monasterio,  manifiesten  su  gran  capacidad,  y  hace 
presumir  que  encerraría  dentro  de  sus  claustros  mul- 
titud de  personas." 

Las  personas  nobles  y  ricas  que  fueron  entrando  de 
religiosas  facilitaron  la  construcción  de  los  edificios 
de  que  habla  Eyzaguirre.  El  capitán  don  Francisco  de 
Figneroa,  construyó,  a  su  costa,  una  grande  y  suntuo- 
sa iglesia,  como  obsequio  que  hacía  a  sus  hermanas 
Marffl  y  Andrea,  que  se  entraron  de  religiosas.  Con  la 
gran  sublevación  de  los  indios  de  1598  acabó  la  gran- 
deza del  sur  de  Chile:  pereció  gran  parte  de  la  pobla- 
ción española  y  fueron  destruidas  casi  todas  las  ciu- 
dades y  fuertes  de  la  diócesis. 

La  ciudad  de  Osorno  sufrió  tres  años  de  sitio,  du- 
rante los  cuales  padecieron  los  sitiados  sufrimientos 
y  penalidades  sin  cuento.  Una  de  las  monjas  sitiadas 
asegura  que  por  muchos  meses  "les  fué  forzoso  sus- 
tentarse comiendo  perros  i  gatos  i  yerbas  de  el  campo." 

En  los  asaltos  de  los  indios  caían  cautivos  muchos 
de  los  habitantes,  entre  los  cuales  se  contaron  varias 
religiosas  que  fueron  pronto  libertadas,  excepción 
hecha  de  Sor  Gregoria  Ramírez,  que  pasó  algunos 
meses  en  poder  de  los  sitiadores  y  sólo  fué  arrancada 
de  manos  de  los  indios  después  de  varias  porfiadas 
tentativas.  Siete  monjas  murieron  durante  el  sitio. 

Al  fin  del  tercer  año  de  cerco,  en  1602,  los  defensores 
de  Osorno  huyeron  a  Castro,  llevándose  consigo  a  las 
religiosas  isabelas.  Pasaron  éstas  en  Chiloé  cerca  de 
un  año,  alentadas  siempre  con  la  esperanza  de  venirse 
a  Concepción  u  otro  de  los  pueblos  del  norte.  En  1603, 
el  P.  Juan  Barbejo,  guardián  que  fué  del  convento 
franciscano  de  Imperial  el  año  de  1600.  en  que  fué 
destruida  esta  ciudad,  y  dos  religiosos  legos  fueron 


desde  Santiago  a  Castro  a  traer  a  las  isabelas  a  la 
capital. 

En  la  isla  Quinquina  hicieron  escala  por  largos 
días  y  pasó  al  continente  la  noticia  de  la  arribada  de 
las  monjas.  El  obispo,  don  Reginaldo  de  Lizárraga, 
y  el  Gobernador  de  la  nación,  don  Alonso  de  Rivera, 
pasaron  a  la  Quinquina  a  saludar  a  las  religiosas  y 
a  invitarlas  a  bajar  a  Concepción  y  a  quedarse  en  ella. 
El  obispo  alegaba  su  autoridad  y  su  derecho  de  dio- 
cesano ;  pero  fray  Juan  alegó  que  traía  obediencia  de 
sus  Superiores  para  seguir  con  las  monjas  hasta  Val- 
paraíso, y  así  lo  hizo. 

En  1604  llegaron  las  isabelas  a  Santiago  y  allí,  to- 
mando la  Regla  de  Santa  Clara,  fundaron  el  monaste- 
rio de  las  Claras,  que  aun  subsiste. 

Las  religiosas  osorninas  que  llegaron  a  Santiago 
fueron :  Elena  Ramón  y  Lauda,  Elena  Lezana,  Balta- 
sara  Villarroel,  Magdalena  Sierra,  Isabel  Ramírez, 
Leonor  Basurto,  María  Mendoza,  María  de  Orozco, 
Gregoria  Ramírez,  Beatriz  de  los  Ángeles,  Ana  de 
Jesús  Jufré  (?),  Josefa  de  León,  Catalina  Barros  e 
Inés  de  Alderete.  hermanas  estas  dos  últimas  y  que 
fueron  las  fundadoras  del  monasterio  en  Santiago,  y 
otra  más  cuyo  nombre  no  se  conserva. 


Hablan  algunos  de  un  monasterio  que  se  dice  fun- 
dado en  Imperial  por  el  obispo  don  Antonio  de  San 
Miguel,  talvez  por  los  años  1782;  pero  creemos  que  la 
tal  fundación  no  ha  existido.  El  Sr.  San  Miguel  habría 
traído  monjas  de  Santa  Clara  desde  el  Cuzco  o  Lima ; 
pero  en  ninguno  de  los  cronistas  del  tiempo  colonia! 
se  encuentran  noticias  sobre  el  particular.  La  fuente 
de  esta  noticia  es  un  cronista  de  principios  del  siglo 
pasado,  que  no  merece  entera  fe. 


—  258  — 


IV 


REGLAMKNTO  I)K  LA  ES  (TELA  I>K  NINAS  ESTABLECIDA 
KN    KL    MONASTERIO   OJt   TRINITARIAS   EN  1823 


La  Comisión  nombrada  en  decreto  9  de  Agosto  úl- 
timo para  plantear  la  casa  de  educación  pública,  de- 
seando en  la  parte  posible  llenar  su  encargo,  da  para 
la  escuela  de  niñas  erigida  en  el  Monasterio  de  Trini- 
tarias el  Reglamento  siguiente: 

1.  °  Estará  esta  casa  bajo  la  inspección  del  protector 
de  Escuelas  que  el  gobierno  nombrare,  con  quien  las 
preeeptoras  deberán  entenderse  para  las  ocurrencias 
de  toda  clase  que  les  sobrevenga. 

2.  °  Las  maestras  serán  dos,  y  se  elegirán  por  la 
Comisión  con  anuencia  del  Gobernador  del  Obispado, 
y  de  la  M.e  Ministra. 

3.  °  En  esta  escuela  se  enseñará  a  leer,  y  escribir,  y 
numerar  instruyendo  a  las  alumnas  en  los  fundamen- 
tos de  nuestra  Sagrada  Religión,  y  en  la  doctrina 
cristiana  por  el  catecismo  de  Astete,  Fleuri,  y  com- 
pendio  de  Ponget. 

4.  °  Será  de  interés  en  las  preeeptoras  ilustrar  a  sus 
discí pulas  en  los  rudimentos  sobre  el  origen  y  objeto 
de  las  Sociedades,  derechos  del  hombre  y  obligaciones 
hacia  el  gobierno  que  rige. 

5.  °  Una  de  las  preeeptoras  se  encargará  de  enseñar 
a  las  alumnas  a  coser,  bordar,  y  demás  anexo  a  este 
ramo,  haciéndoles  que  lleven  de  sus  casas  los  titiles  al 
efecto,  cuya  operación  se  realizará  en  sólo  el  espacio 
que  es'e  Reglamento  detalla. 

6.  °  En  la  estación  de  verano,  vulgarmente  llamado, 
se  entrará  a  la  Escuela  a  las  ocho  de  la  mañana,  y 
saldrán  a  las  once:  A  las  dos  de  la  tarde,  y  saldrán  a 


-  259  — 


las  cinco.  En  los  inviernos  asistirán  a  las  ocho  y  media 
de  la  mañana,  hasta  las  once  y  media,  y  desde  las 
dos  de  la  tarde  hasta  las  cinco. 

7.  °  Una  hora  será  destinada  para  leer,  otra  para 
escribir,  y  otra  para  coser.  De  modo  que  este  método 
sea  tarde  y  mañana,  incluyéndose  en  la  primera  hora 
la  lectura  del  libro,  o  carta,  o  de  ambos  cuando  estén 
en  estado  las  discípulas,  y  en  la  segunda  escribir  y 
numerar. 

8.  °  Dos  planas  se  harán  en  todo  el  día  sin  que  nin- 
guna de  ellas  pase  de  una  llana  de  cuartilla. 

9.  °  Todos  los  días  al  cerrar  la  Escuela  en  las  tardes 
se  rezarán  las  Letanías  de  la  Virgen,  teniendo  por 
Patrona  a  Nuestra  Señora  del  Carmen,  y  el  Sábado 
en  la  tarde  se  rezará  un  tercio  de  Rosario. 

10.  °  Las  mañanas  de  los  Jueves,  y  las  tardes  de  los 
Sábados  fe  destinarán  a  aprender  de  memoria  el  ca- 
tecismo de  Astete,  y  la  explicación  de  la  Doctrina  de 
Ponget. 

11.  °  Habrá  asueto  en  los  días  12  de  Febrero,  5  de 
Abril,  18  de  Septiembre  y  27  de  Noviembre ;  y  las 
preceptoras  se  interesarán  en  dar  a  sus  alunmas  una 
idea  de  los  memorables  sucesos,  que  han  hecho  estos 
días  dignos  de  nuestra  grata  memoria.  También  los 
tendrán  en  los  días  de  las  preceptoras,  los  festivos,  y 
los  Jueves  por  la  tarde. 

12.  °  La  penitencia  o  castigo  de  las  alumnas,  queda 
a  la  disposición  de  las  preceptoras :  siendo  la  de  azotes 
hasta  sólo  seis. 

13.  °  La  Comisión  por  ahora,  y  para  lo  sucesivo,  el 
Protector  pondrá  en  poder  de  las  preceptoras  una 
resma  de  papel,  tinta,  plumas,  y  tablas  para  las  discí- 
pulas que  por  la  pobreza  de  sus  padres  no  pueden 
costear  estos  útiles,  como  de  cartillas,  catones,  y  libros. 

14.  °  Según  el  último  método  adoptado  en  las  escue- 


—  200  — 


las,  las  niñas  que  principien  a  leer,  también  lo  liarán 
en  la  formación  do  letras,  o  palotes  en  tabla. 

15.  °  La  puerta  de  entrada  estará  expedita  para 
abrirse  hasta  media  hora  después,  o  poco  antes  de  la 
determinada  para  recibir  las  niñas  a  fin  de  que  no  re- 
tarden su  introducción  en  la  calle. 

16.  °  Este  Reglamento  será  sancionado  por  el  señor 
Gobernador  del  Obispado  y  siendo  de  su  superior  apro- 
bación, por  su  resorte  se  intimará  su  observancia  a  la 
K.  M.  Ministra.  Concepción,  Septiembre  28  de  1823. — 
Pedro  José  Zañartu — Félix  Antonio  Soroa. — Concep- 
ción, y  Septiembre  29  de  1823. 

Deckkto. — Apruébase  en  tods  sus  partes  este  Regla- 
mento formado  para  la  educación  pública  de  niñas  en 
el  .Monasterio  de  Trinitarias  descalzas  de  esta  ciudad, 
interponiendo  para  ello  nuestro  decreto,  y  autoridad 
judicial,  esperando  como  desde  luego  debemos  esperar 
del  celo  de  aquellas  Religiosas  la  más  puntual  obser- 
vancia de  los  artículos  que  contiene.  Hagásele  saber  a 
la  R.  M.  Ministra,  y  su  comunidad,  fecho  póngase  por 
diligencia,  y  se  archive — Andrade — Vargas. 

Notificación. — En  el  día  del  decreto  anterior  me 
constituí  en  la  parte  fuera  del  torno  del  Monasterio 
de  Trinitarias  descalzas  de  esta  ciudad,  a  afecto  de 
su  notoriedad  a  la  Madre  Ministra ;  efectivamente 
cierto  de  estar  tratando  con  esta  Prelada,  le  notifiqué 
e  hice  saber  su  contenido,  que  oyó  y  entendió  de  que 
doy  fée — Vargas. — 

Es  copia  de  una  igual. 

Concepción,  Octubre  4  de  1823. 


ÍNDICE 


Pa'gs. 

CAPÍTULO  1. — La   ermita  de   la  loma,  de 
Penco,  remoto  origen  del  monasterio  de 

TRINITARIAS  :   EL   TERREMOTO   DE    1570.  El  re- 

molo  origen  del  monasterio,  la  ermita  de  ¡a 
loma  de'  Boldo  de  la  Virgen. — Los  conquista- 
dores españoles  fueron  apóstoles  propagadores 
de  la  fe  cristiana. — El  militar  y  el  sacerdote 
iban  siempre  juntos. — El  clero  trabaja  en 
constituir  la  familia  cristiana  en  las  regiones 
conquistadas. — Los  españoles  implantaron  en 
esta  diócesis  lo  que  habían  visto  y  practicado 
en  su  patria  de  origen. — Construcción  de  er- 
mitas fuera  de.  los  pueblos:  el  conquistador 
Pedro  d¿  Valdivia  la  establece,  en  Concepción 
en  1550:  destruida  esta  ciudad  dos  veces,  es 
reconstruíala  y  prospera  desde  1500. — Había 
adelanto  y  progreso  en  1570,  pero  lo  paralizó 
el  terremoto  de  este  año. — El  voto  de  erigir 
una  ermita:  se  la  consagra  a  la  Navidad  de  la 
Virgen,  María:  la  peregrinación  anual  a  la  er- 
mita. Algunas  señoras  piadosas  se  consagran 
al  servicio  de  la  ermita:  el  culto  religioso  no 
decae  por  poderosos  motivos. — La  hermosa 
tradición  de  la  Virgen  del  boldo   11 


CAPÍTULO  II.— A  ['MENTASE  I.A  DEVOCION  A 
I.A  VlROEN  DE  I.A  ERMITA.  PrIMEKAS  CONS- 
TRICCION'KS    JUNTO    A    I.A    ERMITA.  El  pueblo 

aceptó  'a  tradición  de  la  Virgen  del  Milagro: 
se  acrecienta  la  devoción  a  María  de  la  Xati- 
vidad:  contribuye  a  aumentarla  la  traslación 
del  obispo  desde  Imperial  a  Concepción. — Im- 
portancia que  tomó  Concepción  desde  1600: 
fué  la  segunda  capital  de  la  nación.  El  culto 
de  la  ermita  crece  considerablemente:  las  pro- 
cesiones se  hacen  con  grande  aparato  y  solem- 
nidad.— Primeras  construcciones  junto  a  la 
ermita:  personas  que  se  dedicaron  a  su  cuida- 
do: Se  retiran  a  hacer  vida  de  recogimiento 
varias  señoras  y  jóvenes  piadosas  en  los  nuevos 
edificios:  el  pueblo  las  ayuda  con  especies  y 
dineros. — Se  constituye  un  "beaterío"  con  apa- 
riencia de  convento  de  religiosas  por  el  año 
1700:  le  da  reglamento  el  obispo  don  Diego 
(González)  Montero  del  Aguila  en  171J¡.:  me- 
joramiento que  sigue  de  la  reglamentación, 
virtudes  que  se  practican:  las  beatas  tenidas 
como  intermediarias  entre  los  habitantes  y  el 
cielo — Se  desea  la  fundación  de  un  monasterio 
erigido  en  forma  canónica:  favorecen  la  idea 
el  obispo  señor  Xecolalde  y  señor  Escandón. — 
El  f  undador  don  Domingo  Sarmiento :  su  per- 
sonalidad y  su  trabajo  en  pro  de  la  fundación: 
caria  al  confesor  de  la  reina  de  España:  las 
monjas  de  la  Compañía  de  Barcelona:  el  P. 
Manuel  Sancho  Granado,  jesuíta.  Se  resuelve 
la  traída  de  las  trinitarias  de  Lima. — El  deán 
Sarmiento   entrega  al   obispo  Sr.  Escandón 


—  263  — 


Págs. 

propiedades  y  dineros  para  la  fundación:  la 
curiosa  deuda  Hijar  y  Mendoza. — Muere  Sar- 
miento sin  ver  cumplidos  sus  deseos:  es,  sin 
embargo,  el  fundador. — Compran  las  beatas  el 

fundo  Palomares  en  1726   28 

CAPÍTULO  III. — Siguen  los  trabajos  para 
fundar  el  monasterio. — La  muerte  de  Sar- 
miento no  entorpeció  la  marcha  del  proyecto 
de  fundación:  las  autoridades  y  el  público  se 
proponen  realizarla:  Escribe  el  Sr.  Escandón 
al  rey  pidiendo  la  real  venia  para  fundar:  es- 
criben el  presidente  Cano  de  Aponte,  la  Real 
Audiencia  y  los  dos  cabildos  de  la  ciudad. — Se 
envía  a  Madrid  una  información  con  todo  lo 
que  el  rey  necesitaba  para  resolver:   todo  lo 
prepara  el  síndico  y  capellán  don  Nicolás  de 
Alderete:   intervienen   todos   los  funcionarios 
públicos  de  Concepción :   curiosos  inventarios 
de  los  bienes  del  beaterío. — Se  va  el  Sr.  Es- 
candón a  Lima  de  arzobispo :  arregla  la  venida 
de  las  religiosas  fundadoras:  el  nuevo  obispo, 
señor  Bermúdez  y   Becerra  las   quiso  traer; 
pero  no  lo  consintió  el  virrey:   el  sucesor  de 
éste  las  permite  salir  y  se  vienen  con  el  comi- 
sionado de  Concepción. — Llegan  a  Concepción 
las  tres  fundadoras :  se  las  lleva  al  beaterío:  se 
hace   la  fundación  y  los   nombramientos  de 
regla.  Advocación  con  que  se  fundó  el  conven- 
to.— Personas  que  pasan  del  beaterío  al  mo- 
nasterio: dos  interesantísimos  casos  de  longe- 
vidad, una  religiosa  de  150  años  y  otra  de  170 
años. — Qué  era  la  corporación  nueva  que  se 
establecía   en   Concepción:  el   monasterio  de 


—  264  — 


Págx. 

Madrid:  el  monasterio  de  Lima. — Importan- 
cia de  la  nuera  casa  trinitaria :  bienes  que  trae 
a  .sus  mismos  sujetos  y  a  la  sociedad   45 

CAPITULO    IV. —  PRIMEROS    AÑ08    DEL  MONAS- 
TERIO :    LASOOS   DE   LAS   FUNDADORAS.    Una  RELI- 
GIOSA extraordinaria. — Comienza  la  labor  de 
las  fundadoras. — Establécense  los  servicios:  la 
Ministra  M.  Francisca  de  San  Gabriel :  res- 
peta lo  antiguo:  regulariza  la  situación  finan- 
ciera: cobro  de  deuda  ¡lijar  y  Mendoza. — Un 
Manso   que  no   tiene   mucho  de   tranquilo. — 
Cóbrase  la  herencia  del  deán  Sarmiento. — La 
.segunda    Ministra,   Madre  Ana  Josefa  de  la 
Smu.  Trinidad. — Auxilia  al  seminario  dioce- 
sano: defiende  a  Palomares.  Entra  al  monas- 
terio Sor  Xicolasa   Rocha. — Muere  la  santa 
religiosa  Sor  Martina  F arias:  algo  de  su  edi- 
ficante rida. — Hubo  otras  religiosas    dr  alta 
virtud  juntas  con  Sor  Martina:  de  todas  ellas 
escribe  la  vida  la  Madre  Ana:  este  relato  ra  a 
¡Ama. — Es  elegida  Ministra  la  tercera  de  las 
fundadoras,  Sor  Margarita  de  San  Joaquín: 
recuerdos  que  aún  qwdan  d"  esta  superiora: 
las  campanas  de  la  torre. — Sa'e  de  Concepción 
el  ¡limo.   Bermúdez  y  Becerra. — Es  elegida 
nuevamente  la  M.  Ana  Josefa  dr  la  Sma.  Tri- 
nidad, 17^5-17^8 :  auxilio  que  presta  el  cura 
Roa  y  Guzmán. — La  nueva  Ministra,  17. 'f8-51 : 
su   actuación   señalada  por   el  terremoto  de 

1751    73 

CAPÍTULO  V. — Terremoto  de  1751. — Tras 
l  ación  DE  la  ciudad. — El  terremoto  de  1751: 
sus  efectos  inmediatos  y  sus  consecuencias  ul- 


teriores. — La  Ministra  Sor  Rita  de  Santa 
Gertrudis,  tal  vez  la  primera  chilena  que  go- 
bierna la  Comunidad :  cobra  créditos  al  üsro: 
se  preocupa  de  la  reconstrucción  del  claustro 
arruinado :  se  suscita  el  pleito  de  la  traslación 
de  la  ciudad. — La  Ministra  Sor  Margarita  de 
la  Cruz,  17óJf-17~>? :  cobra  al  fisco  algunas 
deudas. — La  Ministra,  M.  Rifa  de  Santa  Ger- 
trudis, 1757-1700:  obtiene  pago  de  parte  de  la 
deuda  Hijar  y  Mendoza:  el  sindico  Bernardo 
Matheu:  pagan  deudas  los  capitanes  Alonso  y 
Jacinto  Bravo,  de  Perquilauquén.  Trienio 
1760*1768:  no  es  conocida  la  Ministra. — Go- 
bierna Sor  Mariana  de  San  José  1763-1767: 
cómo  estaba  el  monasterio  después  del  terre- 
moto, préstamo  al  P.  Olivares. — Situación 
incierta  de  las  monjas  en  el  pleito  de  trasla- 
ción.— La  Ministra  M.  Mariana  se  resuelva  a 
trabajar  en  el  valle  de  la  Mocha:  Sor  Nicola-sa 
Rocha  dirige  las  obras. — Traslación  de  la 
ciudad  a  w  actual  sitio:  el  presbítero  Fraiv- 
cisco  Javier  Barriga  levanta  plano  para  la 
ciudad  y  reparte  los  solares:  quiénes  fueron 
los  verdaderos  solucionadores  del  famoso  pro- 
blema: la  famosa  historia  de  la  excomunión 
lanzada  por  el  obispo  Toro  y  Zambrano. — 
Se  trasladan  las  monjas  a  la  nueva  ciudad. 
— Religiosas  que  recibe. — Pobreza  del  monas- 
terio: la  Ministra  cobra  al  presidente  y  al  rey 
la  deuda  Hijar. — Acaba  su  gobierno  la  M. 
Mariana  y  entra  Sor  Rita  de  Santa  Gertru- 
dis: 1766-1769. — Juicio  acerca  de  la  actua- 
ción de  la  M.  Mariana  


—  2V)(>  — 


Fia*. 

CAPITULO    VI.— Se   EJ  E<  l  T A  N     I M  I'O KT A  X  T  ES 
TRABAJOS.— La     KXITI.NIü.V      DI     I.OS  .JESIITAS. 

— La  IGLESIA. — La  nuera  Ministra,  M.  Hita 
de,  Sarita  (¡ertrudis.  1766-1749:  continúa  .su 
antigua  labor:  reclamo  de  invasiones  en  Palo- 
mares.— La  expulsión  de  los  jesuítas:  igno- 
rancia que  había  de  sus  causas:  cuáles  fueron 
éstas:  consecuencias  que  trajo  a  las  trinitarias. 
— El  cura  Arecharula  y  Olararria  reemplaza 
a  los  jesuítas  en  la  atención  de  las  monjas: 
les  presta  otro  género  de  servicios  relacionados 
con  los  bienes  de  la  casa. — Entra  la  religiosa 
Tomasa  Quevedo  y  Orando. — Entra  la  Minis- 
tra M.  Rosa  de  Santa  María,  1769-1772, — 
Termina  la  clausura  del  monasterio. — Pide 
ornamentos  y  útiles  de  los  que  pertenecieron 
a  los  jesuítas:  miedo  cerval  de  los  empleados 
públicos. — Entra  de  religiosa  Sor  Micaela  del 
Tránsito. — La  nueva  Ministra,  M.  María 
Margarita  de  la  Cruz,  177 1-177 Jf :  gran  po- 
breza del  monasterio. — Entra  ruteramente  la 
Ministra,  Sor  Rosa  de  Santa  María.  17  7  U- 
1777:  comienza  la  construcción  de  la  iglesia. 
Entra  de  Ministra  Sor  Ana  de  S.  Juan  de 
Mata,  177S-17<S1:  liberta  a  Palomares  de  in- 
vasiones: entran  a  la  casa  Sor  María  de  S. 
Félix,  Antonia  de  Jesús  Cautivo,  Juana  María 
del  Carmen  y  Juana  de  las  Mercedes. — Varios 
trienios  cuyas  supeiioras  no  son  conocidas. — 
En  17S2  entra  Sor  Patricia  de  S.  Joaquín. 
— En  178 Jf  el  rey  da  fondos  para  la  iglesia. — 
Entra  de  monja  Sor  María  de  Jesús. — Entra 
de  Ministra  Sor  Magdalena  de  la  Cruz,  1790- 


1793:  termina  la  clausura.  Pide  la  Ministra 
al  rey  que  declare  "monasterio  real"  al  de 
Concepción:  se  obtiene  el  título  y  lo  usaron  las 
monjas:  entran  de  monjas  Sor  Melchora  de 
San  Miguel,  Bárbara  del  C.  de  Jesús,  Sor 
Manuela   Urrejola   y  Juana   María  de  San 

J  osé  

CAPÍTULO  VII.— Últimos  años  de  la  Colo- 
nia.— Comienza  la  independencia  nacio- 
nal.— La  Ministra  Sor  Manuela  de  los  Dolo- 
res. 1790-1190 :  concluye  la  iglesia  en  1795: 
pide  una  tierra-pintura  que  fué  de  los  jesuí- 
tas: recibe  para  religiosas  a  Sor  Mercedes  de 
S.  Antonio,  María  Ana  del  Sacramento,  Igna- 
cia  del  Milagro,  María  Ana  de  Jesús. — Muere 
el  gran  protector  de  las  monjas,  canónigo  don 
Antonio  Rodríguez:  importancia  de  su  perso- 
na y  de  sus  servicios:  aún  es  honrada  su  me- 
moria por  las  religiosas. — La  Ministra  Anto- 
nia de  Santa  Teresa,  1790-1799. — Entran  de 
religiosas  Sor  Ángela  de  S.  Juan  de  Mata, 
Micaela  del  Tránsito,  Magdalena  de  la  Nati- 
vidad.— Es  elegida  Ministra  la  M.  Magdalena 
de  la  Cruz,  1799-1802 :  recibe  para  religiosas 
a  Sor  Juana  de  la  Ascensión  y  Magdalena  de 
la  Ascensión. — Para  1802-1805  entra  de  Mi- 
nistra la  M.  Manuela  de  los  Dolores  y  para 
1805-1808  la  M.  Magdalena  de  la  Cruz,  y  para 
1808-1811,  la  M.  Manuela  de  los  Dolores: 
Recíbense  para  religiosas  a  Sor  Manuela  de 
Santa  Clara.  Sor  Petronila  del  Rosario  y  a 
Sor  Juana  de  los  Dolores:  virtudes  de  esta 
última  religiosa. — La  M.  Manuela  y  la  revo- 


Ilición  de  la  independencia  nacional:  las  reli- 
giosas solicitadas  por  los  bandos  patriota  y 
realista. — En  1811-1  SU,  gobierna  la  M.  To- 
masa de  la  Sma.  Trinidad,  y  en  181Jr1817  la 
M.  Magdalena  de  la  Cruz. — Consecuencias  de 
la  guerra;  tocan  al  monasterio. — El  triunfo 
de  Chacabuco :  cambio  de  autoridades  eclesiás- 
ticas en  Concepción. — La  Ministra  Ángela  de 
San  Juan  de  Mata,  1817-18J.}. — <¡ ¡andes  su- 
frimientos de  las  monjas:  emigración  de  los 
patriotas  al  norte:  angustias  que  pasan  las 
religiosas. — El  general  Osorio  llega  a  Concep- 
ción: marcha  al  norte:  batalla  de  Maipo. — • 
Osorio  se  va  al  Perú,  dejando  a  Sánchez  en 

su  lugar  

CAPÍTULO  VIII. — Emigración  de  las  reli- 
giosas a  la  AratcanÍa. — El  jefe  español 
Sánchez  emigra  al  sur. — La  Ministra  M. 
Angela  de  S.  Juan  de  Mata  recibe  orden  de 
emigrar:  razones  infundadas  que  aconsejaron 
esta  triste  medida:  los  patriotas  acusados  de 
vándalos:  conciliábulos  de  civiles,  militares 
y  eclesiásticos  en  que  se  acuerda  la  salida  de 
las  monjas:  IjOS  religiosas  tuvieron  más  valor 
y  mejor  criterio  que  los  militares:  salieron  en 
contra  de  su  voluntad:  antes  envía  sus  mejores 
alhajas  a  Lima:  salen  del  monasterio  el  2J,  de 
Septiembre  de  1818:  llegan  a  los  Ángeles  el 
1°  de  Octubre:  salen  hacia  X acimiento  el  18 
de  Enero  de  1810.  Se  pierde  el  equipaje  de 
las  monjas  y  el  archivo  en  el  paso  del  Bío-Bío. 
Llegan  a  Angol  y  tuercen  hacia  Tucapel  o 
Cañete:  bajan  hacia  el  mar  por  la  orilla  del 


—  269  — 


Págs. 

río  Lebu:  Sánchez  se  marcha  a  Valdivia  y 
ofrece  enviar  una  embarcación  a  Lebu  para 
llevar  a  las  monjas  al  Perú:  esto  no  se  realiza 
¡I  comienzan  las  monjas  su  vidn  de  desterradas   154 

CAPITULO  IX. — Triste  estado  de  Concep- 
(  ion  desde  1818:  Se  discútela  suertk  dk  las 
monjas. — La  ciudad  en  manos  de  bandoleros 
a  fines  di  ISIS:  llega  en  Enero  de  1819  el 
intendente  Freiré:  la  guerra  salvaje  del  mon- 
tonero Benavides :  sitio  de  Talcahuano  en 
JSJti:  hay  paz  en  la  ciudad. — Se  discute  el 
derecho  de  las  monjas  a  los  bienes  que  tenían 
antes  de  eMigrar:  va  la  cuestión  al  cabildo 
civil  y  es  discutida  con  interés:  va  al  Congreso 
Nacional:  éste  manda  adelantar  la  informa- 
ción. Los  bienes  del  monasterio  fueron  secues- 
trados mientras  tanto:  más  tarde  falló  el  Con- 
greso, según  se  dirá. — El  gobierno  general  y 
el  provincial  conceden  dispensa  de  deudas  por 
censos,  capellanías,  etc. — Freiré  procura  la 
vuelta  de  las  monjas   170 

CAPÍTULO  X. — Cómo  vivieron    las  monjas 

EN  SU  DESTIERRO  DE  LAS  SELVAS  ARAUCANAS.  

Tristísima  vida,  entre  salvajes:  soledad  y 
apartamiento  de  la  vivienda  de  Andrés  Lavo: 
qué  religiosas  comenzaron  la  vida  triste:  sa- 
cerdotes y  sirviente  que  las  acompañaban. — 
(irán  epidemia  de  fiebre  tifoidea :  mueren  cinco 
religiosas. — Hecho  portentoso  de  la  multipli- 
cación de  las  velas  de  cera  para  el  altar  y  del 
vino  para  la  santa  Misa:  cómo  trabajaban  las 
hostias:  conducta  heroica  de  los  sacerdotes 
acompañantes. — Se  sabe  en  Lima  la  vida  de 


—  270  — 


miseria  que  llevaban  las  monjas:  don  Pablo 
Hurtado  les  envía  algunos  víveres,  dinero  y 
géneros. — En  Europa  se  tiene  noticia  de  la 
suerte  de  las  monjas. — Cómo  miraron  los  arau- 
canos a  las  trinitarias :  un  asalto  nocturno  de 
parte  de  algunas  bandidos:  se  oponen  los 
indios  a  la  salida  de  las  monjas:  viaje  frus- 
trado a  Valdivia:  vuelven  sobre  sus  pasos, 
obligadas  por  los  indios,  y  se  establecen  en  el 
Pequen. — En  1821,  a  fines,  oyen  hablar  de 
que  se  intenta  libertarlas :  ilusiones,  esperan- 
zas y  desengaños. — El  capitán  don  Antonio 
Carrero  facilita  la  salida  de  las  monjas:  co%\- 
cierta  con  el  capitán  don  Ramón  Picarte,  el 
plan  de  liberación:  se  simula  un  ataque  de 
Picarte  contra  Carrero:  todo  sale  bien. — 
Cómo  sucedieron  estas  cosas  según  la  Rela- 
ción:  llega  a  Arauco  la  comunidad:  poco 
después  llegan  algunas  religiosas  que  estaban 
separadas  de  la  comunidad. — El  intendente 
Freiré  manda  desde  Concepción  al  presbítero 
don  Fernando  Lagos  con  todo  lo  necesario 
para  llevar  a  las  monjas  desde  Arauco. — 
Llegan  a  Concepción  el  22  de  Diciembre  de 
1821 :  son  recibidas  con  muestras  de  gran  re- 
gocijo: se  hospedan  en  una  casa  particular : 
aquí  se  hace  elección  de  Ministra,  en  Sor 
Juana  María  de  San  José,  en  Enero  de  1828. 
— Se  traslada  al  monasterio. — Hermosas  pa- 
labras con  que  la  Relación  comienza  y  cierra 

el  triste  incidente  de  la  peregrinación   180 

CAPITULO  XI. — Se  regulariza  la  situación 

LEGAL   Y   PECUNIARIA    DE   LAS    MONJAS.  HaM- 


BKE   GENERAL   EN    LA   PROVINCIA.  LüS  monjas 

estaban  de  hecho  juera  de  la  ley:  sus  bienes 
estaban  secuestrados.  La  Ministra  Juana 
María  de  S.  José  hace  frente  a  la  difícil  si- 
tuación: él  Padre  Simó  sustenta  a  la  comuni- 
dad varios  meses. — Pobreza  general  en  la 
provincia:  los  años  1821-22  y  23  son  años  de 
"hambre  y  de  necesidades" :  comunicaciones 
de  las  autoridades  subalternas  de  la  provin- 
cia: comunicación  tristemente  interesante  del 
cura  Gallardo,  de  Rere:  del  gobernador  ecle- 
siástico, don  Salvador  Andrade  al  Intendente 
Freiré:  de  éste  al  Supremo  Gobierno:  del 
Cabildo  civil  a  los  vecinos  y  al  Congreso 
Nacional:  curiosa  comunicación  de  un  parti- 
cular. Movimiento  revolucionario  que  da  a 
Freiré  la  Suprema  Magistratura:  deposición 
del  Director  don  Bernardo  O'Higgins. — 
Freiré  ayuda  a  las  monjas  eficazmente. — Se 
tramita  al  sumario  <>  informaciones  mandados 
por  el  Senado:  las  circunstancias  eran  favo- 
rables para  las  monjas:  el  Senado  falla  favo- 
rablemente, a  petición  de  don  Agustín  Vial 

Santelices  

CAPÍTULO  XII. — Las  monjas  verdadero 
Banco  hipotecario  durante  la  Colonia  : 
servicios  que  prestan  a  la  agricultura. — 
Lazo  de  unión  mercantil  entre  el  convento  y 
los  particulares :  el  dinero  de  dotes  se  prestaba 
como  ¡o  hacen  hoy  los  Baíleos:  falta  de  nume- 
rario en  Chile:  las  monjas  tenían  dinero  y  lo 
prestaban  con  caución  suficiente  de  seguridad, 
dad. — Los  capitales  se  avisaban  por  sí  mismos: 


—  272  — 


Pag». 

un  mismo  capital  que  ha  pasado  de  fundo  en 
fundo:  otros  que  liun  cstuilo  un  siglo  y  ra  cando 
un  fundo. — Historia  agrícola  que  pudo  escri- 
birse con  los  libros  del  monasterio. — Las  fa- 
milias antiguas  de  Concepción  fueron  deudo- 
ras del  monasterio. — Historia  de  los  fundos 
tomados  de  los  libros  del  monasterio,  fundo 
Villacicencio,  Bularco,  Casablanca. — Seguri- 
dades que  exigía  el  Banco:  tramitación  inte- 
resante de  los  préstamos:  un  acta  de  trámite. 
— Las  monjas,  a  pesar  de  ser  Banco,  eran 
pobres:  la  guerra  de  la  independencia  les  trajo 
grandes  pérdidas. — Organiza  la  Ministra  la 
primera  escuela  de  niñas  que  hubo  después  de 
la  independencia:  curioso  e  interesante  regla- 


mento que  se  le  da:  su  gran  mérito   217 

APÉNDICE 

I.  — El  boldo  de  la  Virgen   235 

II.  — Vida  de  la  ven.  hierva  de  Dios  Sor  Mar- 
tina de  la  Sma.  Trinidad.  Religiosa  pro- 
fesa de  velo  negro  en  el  monasterio  de 
trinitarias  de8calza8  de  la  ciudad  de  la 
Concepción  de  Chile   248 

iii.  las   primeras  monjas  de  la  diocesis  : 

de  Osorno  e  Imperial   253 

IV. — Reglamento  de  la  escuela  de  niñas 
establecida  en  el  monasterio  de  trinita- 
rias en  1823   258 


 *S*^ 


Princeton  Theological  Seminary  Librarles 


1012 


01220  0236