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Full text of "La sucesion presidencial en 1910"

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littp://www.arcliive.org/details/lasucesionpresidOOmade 


LA  SUCESlOî 


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PRESlDh 


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I9IO 


»M)lî 


FRANCISCO  1.  MADHRO 


SEGUNDA    EDICIO> 

C<»Ulir,tlIB.V    ï     AVMENTADA 


MEXICO 

I903 


LA  -^'^^^T^^^' 


i. 


PRESIDENCIAL 


F.K 


I9IO 


l'OR 


FRANCISCO  I.  MADERO 


SEOUNDA  EDICION,  CORREGIDA  Y  AUMENTADA 


MEXICO 

I909 


ES  PROPIEDAD. 


Il 


vy.  z.y.  .-.y.  .%y.  ••.; 


A  los  héroes  de  niiestra  patria; 
A  los  periodistas  independientes; 
A  los  buenos  mexicanos. 


Dedico  este  libro  a  los  béroes  quecon  su  sangre  conquis- 
taron  la  independencia  de  nuestra  patria;  quecon  su  heroîs- 
mo  }'  su  magnanimidad,  escribieronlas  hojas  mas  brillantes 
de  nuestra  historia;  quecon  su  abnegacion,  constancia  y  lu- 
ces  nos  legaron  un  côdigo  de  le5'es  tan  sabias,  que  constitu5'en 
unode  nuestros  mâs  legîtimos  timbres  de  gloria,  5' que  nos 
han  de  servir  para  trabajar,  todos  unidos,  siguiendo  el  gran- 
dioso  principio  defraternidad,  paraobtener,  por  medio  de  la 
libertad,  la  realizaciôn  del  magnîfico  idéal  democrâtico  de  la 
igualdad  ante  la  le}'. 

He  dedicado  en  primer  lugar  mi  libro  a  esos  héroes, 
porque  se  me  haensenado  a  venerarlos  desde  mi  mâs  tier- 
na  infancia;  porque  para  escribirlo  me  he  inspirado  en  su 
acendrado  patriotismo,  y  porque  en  su  glorioso  ejemplo 
he  encontrado  la  fuerza  suficiente  para  emprender  la  di- 
fîcil  tarea  que  entrana  este  trabajo. 

S6I0  en  el  estudio  de  su  historia  he  podido  fortificar  mi 
aima,    porque    encuentro    que   ella  nos  hace  respirar   otro 


ambiente  que  el  que  hoy  se  respira  en  la  Repûblica  de 
uno  â  otro  confîn:  el  ambiente  de  la  libertad,  saturado  de  los 
perfumes  que  exhalan  las  plantas  que  solo  se  desarrollan 
en  ese  medio,  Esa  historia  nos  hace  tener  una  idea  mâs 
elevada  de  nosotros  mismos,  al  ensenarnos  que  los  gran- 
des hombres  cuvas  hazanas  admiramos,  nacieron  en  el 
mismo  suelo  que  nosotros,  y  que,  en  su  inmenso  amor  â 
la  patria,  que  es  la  misma  nuestra,  encontraron  la  fuerza 
necesaria  para  salvarla  de  los  mâs  grandes  peligros,  para 
lo  cual  no  vacilaron  en  sacrificar  por  ella  su  bienestar, 
su  hacienda  v  su  vida. 


En  segundo  lugar,  dedico  este  libro  â  la  Prensa  Inde- 
pendiente  de  la  Repûblica,  que  con  rara  abnegacion  ha 
sostenido  una  lucha  désignai  por  mâs  de-  30  anos  contra 
el  poder  omnîmodo  que  ha  centralizado  en  sus  manos  un 
solo  hombre;  â  esa  prensa  que,  tremolando  la  bandera  cons- 
titucional,  ha  protestado  contra  todos  los  abusos  del  po- 
der y  defendido  nuestros  derechos  ultrajados,  nuestra  Cons- 
tituciôn  escarnecida,  nuestras  leyes  burladas. 

Muchas  veces,  en  tan  larga  lucha  lehallegado  â  faltar 
aliento  y  ha  estado  proxima  â  sucumbir;  pero  nuestra  pa- 
tria posée  gran  vitalidad,  debido  â  las  hazanas  de  nues- 
tros antepasados,  y  esa  vitalidad  réanimé  las  fuerzas  de 
sus  abnegados  servidores  3^  les  dio  nuevo  vigor  para  se- 
guir  luchando,  al  grado  que  ahora  presenciamos  una  vi- 
gorosa  reacciôn  de  la  Prensa  Independiente,  que  hahecho 
â  un  lado  las  antiguas  rencillas  que  la  dividîan  en  dos 
bandos,  para  no  formar  sino  una  masa  compacta  que  lucha 
con  energîa  y  con  fe  por  la  realizaciôn  del  grandioso  idéal 
democrâtico  consistente  en  la  reivindicacion  de  nuestros 
derechos,  â  fin  de  dignificar  al  ciudadano  mexicano,  ele- 
varlo  de  nivel,  hacerle  ascender  de  la  categorîa  de  sùb- 
dito    â  que    prâcticamente    esta    reducido,  â  la  de   hombre 


libre;  a  fin  de  transformar  â  los  mercaderes  y  viles  adu- 
ladores,  en  hombres  utiles  â  la  patria  y  en  celosos  defen- 
sores  de  su  integridad  y  de  sus  instituciones. 

Por  este  motivo  quiero  présentât  un  homenaje  de  res- 
peto  â  esos  modestos  luchadores,  â  quienes  no  han  arre- 
drado  las  persecuciones,  la  prisiôn,  los  sarcasmes,  los 
insultos  y  las  privaciones  de  todas  clases;  â  quienes  no 
ha  podido  seducir  el  ofrecimiento  de  brillantes  posiciones 
oficiales,  pues  han  preferido  vivir  pobres,  pero  con  la  f ren- 
te muy  alta;  perseguidos,  pero  con  la  noble  satisfaccion 
de  que  servîan  â  su  patria;  oprimidos,  pero  alentando  siem- 
pre  en  su  corazôn  el  idéal  de  libertad. 

A  estos  valientes  paladines,  la  patria  sabra  premiar  sus 
servicios;  pero  entre  tanto,  sepan  que  sus  esfuerzos  no  han 
sido  estériles,  que  la  semilla  que  pusieron  en  el  surco  y 
con  persévérante  celo  han  protegido  contra  el  vendabal, 
ha  germinado  3'a,  y  que  el  ârbol  de  la  libertad  crece  lozano 
y  vigoroso,  para  mu_v  pronto  protegernos  con  su  sombra 
bienhechora. 


Por  ûltimo,  dedico  este  libro  â  todos  los  mexicanos  en 
quienes  no  haj'a  muerto  la  nocion  de  Patria  y  que  noble- 
mente  enlazan  esta  idea  con  la  de  libertad,  y  de  abnega- 
ciôn;  â  esa  pléyade  de  valientes  defensores  que  nunca  han 
faltado  â  la  Nacion  en  sus  dîas  de  peligro  y  que  ahora 
permanecen  ocultos  por  su  modestia,  esperando  el  momen- 
to  de  la  lucha  en  que  asombrarân  al  mundo  con  su  vigo- 
rosa  y  enérgica  actitud;  â  esos  valientes  paladines  de  la 
libertad  que  ansiosos  aguardan  el  momento  de  la  lucha:  i 
esos  estoicos  ciudadanos  que  muy  pronto  se  revelarân  al 
mundo  por  su  entereza  y  energia;  â  todos  aquellos  que 
sientan  vibrar  alguna  de  las  fibras  de  su  aima  al  leer  este 
libro,  en  el  cual  me  esforzaré  por  hablar  el  lenguaje  de  la 
Patria.  • 

EL  AUTOR. 


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MOYILES  m  ME  HAN  GUIADO 

PARA  ESCRIBIR  ESTE  LIBRO 


Antes  de  dar  principio  al  trabajo  que  tengo  la  satisfacciôn 
de  présentai'  al  pûblico,  précisa  que  diga  unas  cuantas  pala- 
bras sobre  los  moviles  que  me  han  guiado  al  publicarlo. 

Empezaré  por  exponer  la  evoluci6n  que  han  sufrido  mis 
ideas  â  medida  que  se  han  desarrollado  los  acontecimientos 
derivados  del  actual  régimen  poHtico  de  la  Repûblica,  y  en 
seguida  trataré  de  estudiar  con  el  maj'or  dôtenimiento  posi- 
ble,  las  consecuencias  de  este  régimen,  tan  funesto  para 
nuestras  instituciones. 

Como  la  inmensa  mayorîa  de  nuestros  compatriotas  que 
no  han  pasado  de  los  50  anos  (idos  generaciones!),  vivîa 
tranquilamente  dedicado  â  mis  négocies  particulares,  ocupa- 
do  en  las  mil  futilezas  que  hacen  el  fonde  de  nuestra  vida 
social,  estéril  en  lo  absoluto! 

Los  négocies  pûblicos  poco  me  interesaban,  y  menos  aûn 
meocupaba  de  ellos,  pues  acostumbrado  â  ver  â  mi  derredor 
que  todos  aceptaban  la  situaciôn  actual  con  estoica  resigna- 

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ci6n,  set^uîa  lacorriente  gênerai  y  me  encerraba,  como  todos. 
en  mi  egoîsmo. 

Conocia  por  teorîa  los  grandioses  principios  que  conquis- 
taron  nuestros  antepasados,  asî  como  los  derechos  que  nos 
aseguraban,  le^àndonos  en  la  Constituciôn  del  57  las  mâs 
preciadas  garantfas  para  poder  trabajar  unidos,  por  el  pro- 
greso  y  el  engrandecimiento  de  nuestra  patria, 

Sin  embargo,  esos  derechos  son  tan  abstractos  y  hablan 
tan  poco  a  los  sentidos,  que  aunque  los  vei'a  claramente  vio- 
lados  bajo  el  gobierno  que  conozco  desde  que  tengo  uso  de 
razôn,  no  me  apercibi'a  de  la  falta  que  me  hacfan,  puesto  que 
podîa  aturdirme  dedicândome  febrilmente  â  los  negocios  y  â 
la  satisfacciôn  de  todos  los  goces  que  nos  proporciona  nues- 
tra refinada  civilizaciôn. 

Ademâs,  eran  tan  raras  y  tan  débiles  las  voces  de  los  es- 
critores  independientes  que  Uegaban  â  mî,  que  no  lograron 
hacer  vibrar  ninguna  de  mis  fibras  sensibles;  permanecîa  en 
la  impasibilidad  en  que  aùn  permanecen  casi  todos  los  me- 
xicanos. 

Por  otro  lado,  consciente  de  mi  poca  significaciôn  poli- 
tica  y  social,  comprendîa  que  no  séria  yo  el  que  pudiera  ini- 
ciar  un  movimiento  Salvador,  y  esperaba  tranquilamente  el 
curso  natural  de  los  acontecimientos,  confiado  en  lo  que  to- 
dos afirmaban:  que  al  desaparecer  de  la  escena  polîtica  el 
senor  General  Poriîrio  Dfaz,  veudria  una  reacciôn  en  favor  de 
los  principios  democrâticos;  6  bien,  que  alguno  de  nuestros 
pro-hombres  iniciara  alguna  campana  democrâtica,  para  afi- 
liarme  en  sus  banderas. 

La  primera  esperanza  la  perdi  cuando  se  instituyô  la  \'i- 
cepresidencia  en  la  Repùblica,  pues  comprendf  que  aùn  des- 
apareciendo  el  General  Dîaz,  no  se  verificarîa  ningûn  cam' 
bio,  pues  su  sucesor  sen'a  nombrado  por  él  mismo,  induda- 
blemente  entre  sus  mejores  amigos,  que  tendrân  que  ser  los 
que  mâs  simpaticen  con  su  régimen  jde  Gobierno.  Sin  em- 
bargo, la  convocatoria  para  una  Convenciôn  por  el  Partido 
que  se  llamô  en  aquellos    dîas  Nacionalista,    haci'a  esperar 


que,  por  lo  menos,  el  candidate  â  la  Vicepresidencia,  serîa 
nombrado  por  esa  Convenciôn.  No  fué  asî,  5'  la  convocato- 
ria  résulté  una  farsa,  porque  después  de  haber  permitido  â 
los  delegados  que  hablaran  de  sus  candidates  con  relativa 
libertad,  se  les  impuso  la  candidatura  oficial  del  senor  Ra- 
môn  Corral.  completamente  impopular  en  aquella  asamblea, 
la  cual  fué  recibida  con  ceceos,  silbidos  y  sarcasmes. 

Entences  comprendî  que  no  debîamos  ya  esperar  ningûn 
cambie  al  desaparecer  el  General  Di'az,  pueste  que  su  sucesor, 
irnpuesto  por  él  â  la  Repûblica,  seguirîa  su  misma  pelîtica, 
lo  cual  acarrearîa  grandes  maies  para  la  patria,  pues  si  el 
pueblo  deblaba  la  cerviz,  habrîa  sacrificado  para  siempre  sus 
mas  cares  derechos;  6  bien,  seerguirîaenérgico  y  valereso, 
en  cu3^e  case  tendrîa  que  recurrir  â  lafuerza  para  reconquis- 
tar  sus  derechos  y  volverîa  âensangrentar  nuestrosuele  pa- 
trio  la  guerra  civil  con  todos  sus  horrores  y  funestas  conse- 
cuencias. 

En  cuanto  al  prohombre  que  iniciara  algûn  movimiento 
regenerador,  no  ha  parecido  y  hay  que  perder  las  esperanzas  de 
que  parezca,  pues  en  mas  de  treinta  anos  de  régimen  absolu- 
to,  no  se  han  podido  dar  â  cenecer  mas  prohembres  que  los 
que  rodean  al  General  Dîaz,  y  eses  ne  pueden  ser  grandes  po- 
lîticos,  ni  mucho  menés  pelîticos  independientes:  tienen  que 
ser  forzosamente  hombres  de  administracion,  que  se  resig- 
nen  â  obrar  siempre  segûn  la  consigna,  pues  sole  asî  son 
tolerados  por  nuestro  Présidente,  que  ha  impuesto  como  mâ- 
xima  de  cenducta  â  sus  Ministres,  Gobernaderes,  y  en  gê- 
nerai â  todos  les  ciudadanos  mexicanos,  la  A& poca  politica  y 
mucha  administracion,  reservândose  para  él  el  privilégie  ex- 
clusive de  ecuparse  en  polîtica,  â  tal  grade,  que  para  les 
asuntes  que  cenciernen  â  este  ramo  de  gobierne,  ne  tiene 
ningûn  censejero;  sus  mismes  Ministres  ignoran  con  frecuen- 
cia  sus  intencienes. 

Ne  hablaré  del  movimiento  polîtico  por  medie  de  clubs  li- 
bérales, iniciade  por  el  ardiente  demôcrata  y  estimade  ami- 
go  mîo,    Ing.  Camilo  Arriaga,    porque  ese  movimiento  fué 

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sofocado  en  su  cuna  con  el  escandaloso  atentado  que  se  ve- 
rifico  en  San  Luis  Potosî,  }•  no  tuvo  tiempode  conmover  prc^ 
fundamente  a  la  Repûblica.  Sin  embargo,  conviene  recordar 
ia  rapidez  con  que  se  propagé  y  se  ramifico,  pues  es  uno  de 
tantos  argumentes  en  que  me  apoyaré  para  demostrar  que 
es  un  error  créer  qu^  no  estamos  aptos  para  lademocraciay 
que  el  espîritu  pûblico  ha  muerto. 

Por  estos  acontecimientos  comprend!  que  los  aspirantes 
a  un  cambio  en  el  sentido  de  ver  respetada  nuestra  Consti- 
tucion,  nada  podiamos  esperar  de  arriba  y  no  debfamos  con- 
fiar  sino  en  nuestros  propios  esfuerzos. 

Sin  embargo,  el  problema  para  reconquistar  nuestros  de- 
rechos  se  presentabade  dificilîsima  solucion,  sobre  todo  pa- 
ra los  que,  satisfechos  como  3'0,  de  la  vida,  encerrados  en  su 
egoismo  y  contentos  con  que  se  les  respetaran  sus  bienesma- 
teriales,  no  se  preocupaban  grandemente  enestudiar  tal  pro- 
blema. 

Ese  indiferentismo  criminal,  hijo  de  la  época,  vino  a  re- 
cibir  un  rudo  choque  con  los  acontecimientos  de  Monterrey  el 
2  de  Abril  de  1903. 

Hasta  aquella  época  permanecî  casi  indiferente  a  la  marcha 
de  los  asuntos  polîticos,  y  casi  casi  a  la  campana  polîtica  que 
sostenîan  los  neoleonenses,  cuando  me  llegaron  noticias  del 
infâme  atentado  de  que  fueron  vîctimas  los  oposicionistas 
al  verificar  una  demostracion  pacîfîca,  que  résulté  grandiosa 
por  el  inmenso  concurso  de  gente  y  que  tuvo  un  fin  trâgico 
debido  a  la  emboscada  en  que  cayô. 

Ese  acontecimiento,  presenciado  por  algunos  parientes  y 
amigos  mîos  que  concurrieron  a  la  manifestaciôn,  me  impre- 
siono  honda  y  dolorosamente. 

Con  este  motivo,  el  problema  se  presentaba  aun  mas  difi- 
cil,  pues  claro  se  veîa  que  el  gobierno  del  Centre  estaba  re- 
suelto  â  reprimir  con  mano  de  hierro  y  aun  ahogar  en  sangre 
cualquier  movimiento  democrâtico.  Y  digo  el  "gobierno  del 
Centro,'  '  porque  este  supo  todo  lo  que  paso  en  Monterrej-, 
quizâs  se  hizo  con  su  acuerdo  pré\  io,  y  por  ûltimo,  absolviô 


a  aquel  a  quien  acusaba  la  vindicta  pùblica  de  tan  horren- 
do  crimen. 

Sin  embargo,  si  el  problema  se  presentaba  cada  vez  mas 
difîcil,  empezaba  â  sentirse  la  falta  de  esas  garantîas  que 
nos  otorga  la  Constituciôn.  Algunos  amigos  mi'os  y  yo,  Ue- 
nos  de  noble  indignacion,  pudimos  pertfibir  distintamentelos 
fulgores  siniestros  de  aquel  atentado,  que  con  su  luz,  tinta 
en  sangre,  alumbraba  nuestras  llagas,  y  comprendimos  que 
el  sutil  venenc  invadîa  lentamente  nuestro  organisme  5'  que 
si  no  nos  esforzâbamos  en  ponerle  remedio  enérgico  y  eficaz, 
pi^onto  nuestro  mal  serîa  incurable,  y  debilitados  por  él,  no 
tendn'amos  fuerzas  para  luchar  contra  alguna  de  las  huraca- 
nadas  tempestades  que  nos  amenaza  y  estarîamos  expuestos 
â  sucumbir  al  primer  soplo  del  vendabal,  peligrando  hasta 
nuestra  nacionalidad. 

Una  vez  que  esta  conviccion  echô  raices  en  nuestra  con- 
ciencia,  comprendimos  que  era  deber  de  todo  ciudadano  preo. 
cuparse  por  la  cosa  pùblica,  y  que  el  temor  6  el  miedo  que 
nos  detenîa,  era  quizâs  infundado;  pero  seguramente  humi- 
liante y  vergonzoso. 

Por  estas  razones,  nos  formâmes  el  propôsito  de  aprove- 
char  la  primera  oportunidad  que  se  presentara,  para  unir 
nuestros  esfuerzos  â  los  de  nuestros  conciudadados,  afin  de 
principiar  la  lucha  por  la  reconquista  de  nuestras  libertades. 

Esa  oportunidad  se  présenté  con  motivo  de  las  elecciones 
para  Gobernador  del  Estado,  el  ano  1905. 


Para  dar  principio  â  la  campana  électoral,  organizamos  un 
Club  polîtico  denominado  "Club  Democrâtico  Benito  Juâ- 
rez,  "  que  pronto  fué  secundado  por  numerosos  Clubs,  que 
se  ramificaron  por  todo  el  Estado,  y  los  cuales  siempre  nos 
prestaron  una  ayuda  eficaz,  luchando  con  serenidad  y  estoi- 
cismo  admirables,  contra  toda  clase  de  atentados  y  persecu- 
ciones  de  que  fueron  victimas. 

10 


Siguiendo  las  costumbres  americanas,  no  quisimos  lanzar 
ningûn  candidato,  sino  que  convocamos  â  una  Convencion 
électoral  que  se  verificô  en  la  capital  de  la  Repûblica,  por- 
que  algunos  temîan  que  aquî  en  el  Estado  no  tuviésemos 
bastantes  garantîas.  En  esta  Convencion  se  aprobô  lo  que 
en  los  E.  U.  se  llama  <plataforma  électoral,»  6  sea  el  plan 
polîtico  â  que  debîa  sujetar  sus  actos  el  nuevo  gobierno  en 
caso  de  que  nuestro  partido  triunfara.  En  ese  plan  se  esta- 
bleci'a  el  principio  de  no-reelecciôn  para  el  Gobernador  y  Pre- 
sid-entes  Municipales  y  se  apremiaba  al  nuevo  mandatario 
para  que  dedicara  todos  sus  esfuerzos  al  fomento  de  la  Ins- 
trucciôn  Pûblica,  sobre  todo  â  la  rural,  tan  desatendida  en 
nuestro  Estado  y  en  toda  la  Repûblica;  igualmente  se  tra- 
taban  otros  puntos  de  buena  administracion. 

Una  vez  aprobado  el  plan  polîtico,  se  procedio  â  la  elec- 
ciôn  de  candidato  entre  los  varios  que  fueron  presentados  y 
calurosamente  sostenidos  por  diferentes  grupos. 

Terminado  el  cômputo  de  votos,  un  atronador  aplauso  sa- 
ludô  el  nombramiento  del  agraciado. 

Ya  no  habîa  màs  que  un  solo  grupo,  que  con  su  esfuerzc 
unanime  estaba  resuelto  â  trabajar  por  el  triunfo  de  su  can- 
didato. La  Convencion  tuvo  gran  resonancia  no  solamente- 
en  la  Capital,  sino  en  toda  la  Repûblica,  pues  venîa  â  ha- 
blar  el  lenguaje  de  la  libertad,  que  casi  se  ha  llegado  â  con- 
siderar  exotico  en  la  patria  de  Juârez,  Ocampo,  Lerdo,  Arria- 
ga,  Zarco  y  tantos  otros  ilustres  patricios  cuyo  recuerdo 
aûn  nos  hace  vibrar  de  entusiasmo  y  revive  nuestro  patrio- 
triotismo. 

Una  vez  terminados  los  trabajos  de  la  Convencion,  se  dis- 
persaron  los  miembros,  y  todos  en  perfecta  armonîa  siguie- 
ron  trabajando  por  el  nuevo  candidato. 

La  opinion  del  Estado  se  habîa  uniformado  por  completo, 
debido  â  los  trabajos  de  la  prensa  independiente,  al  grandî- 
simo  numéro  de  clubs  que  se  instalaron,  y  sobre  todo  al  de 
la  Convencion,  â  la  cual  concurrieron  mâs  de  loo  represen- 

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tantes  de  todo  el  Estado,  y  se  mostraba  unanime  en  favor 
de  nuestro  candidate. 

A  pesar  de  lo  expuesto,  Uegado  el  dîa  de  las  elecciones,  nos 
encontramos  con  todas  las  casillas  j'a  instaladas  por  el  ele- 
mento  oficial,  y  sostenidas  con  gente  armada  y  con  fuerza 
de  policîa. 

Esto  no  constituj'o  un  obstâculo  para  que  nuestro  triunfo 
fuera  completo  en  algunos  pueblos;  pero  este  esfuerzo  fué 
nulificado  en  las  juntas  de  escrutinio  por  las  chicanas  ofi-  - 
ciales. 

Este  atentado  contra  el  voto  pûblico  no  tenîa  ejemplo  en 
nuestra  historia,  y  nosotros  no  encontramos  otro  camino  que 
el  de  levantarenérgicas  protestas  para  que  supiera  la  Naciôu 
entera  cômo  se  respetaba  la  ley  électoral  en  nuestro  Estado. 

A  nosotros  nos  hubieran  sobrado  elementos  para  hacer 
respetar  nuestros  derechos  por  la  îuerza  5'  sin  que  hubiera 
habido  derramamiento  de  sangre;  a  tal  grado  estaba  unifor- 
mada  la  opinion  y  desprestigiada  la  administraciôn  del  Lie. 
Cârdenas;  pero  sabîamos  que  al  dîa  siguiente  de  obtenido  el 
triunfo,  tendrîamos  que  sostener  una  lucha  tremenda  contra 
el  gobierno  del  Centro,  que  de  modo  ostensible  apoyaba  la 
candidatura  oficial,  y  retrocedimos  ante  esa  idea,  no  por  miedo, 
sino  por  principio;  porque  no  queremos  mas  revoluciones, 
porque  no  queremos  ver  otra  vez  el  suelo  patrio  ensangren- 
tado  con  sangre  hermana,  porque  tenemos  fe  en  la  democra- 
cia.  Los  triunfos  que  se  obtienen  por  el  sistema  democrâti- 
co,  son  mâs  tardîos;  pero  mas  seguros  y  mâs  fructîferos,  como 
procuraré  demostrarlo  en  el  curso  de  mi  trabajo. 

Casi  al  mismo  tiempo  que  nosotros  y  en  otro  extremo  de 
la  Repiiblica,  en  el  Estado  de  Yucatân,  se  habia  entablado 
una  lucha  semejante.  El  resultado  fué  el  mismo,  pues  triunfo 
la  candidatura  oficial.  A  la  vez,  hubo  movimientos  oposicio- 
nistas  en  otros  Estados;  pero  no  tan  bien  organizados  como 
ios  de  Coahuila  y  Yucatân. 

Durante  esa  campana  polîtica,  claramente  nos  convenci- 
mos  de  la  simpatîa  con  que  eran  vistos  en  toda  la  Repûblica 

12 


los  esfuerzos  que  hacîan  los  demâ,s  Estados  y  el  nuestro  para 
libertarnos  de  la  tutela  del  Centre  y  nombrar  independiente- 
mente  mandatarios,  haciendo  respetar  la  soberania  de  los 
Estados  segûn  el  Pacto  Fédéral. 

Sin  embargo,  esas  simpatîas  no  podi'an  menos  que  ser  pla- 
tônicas,  pues  no  tenîan  ningûn  medio  légal  de  que  valerse 
para  ayudarnos  en  la  lucha  que  sostenîamos  con  el  gobierno 
del  Centre,  quien  estaba  resuelto  a  emplear  la  fuerza  para 
imponer  su  voluntad. 


Hondas  reflexiones  nos  sugirieron  esos  acontecimientos, 
que  fueron  para  nosotros  una  gran  ensenanza  y  pro3'ecta- 
ron  luz  vivîsima  sobre  el  problema  cuya  soluciôn  cada  dia 
nos  apasionaba  mas;  esa  temporada  de  lucha  habîa  tem- 
plado  nuestro  carâcter,  nos  habîa  puesto  frente  â  frente  con 
los  grandes  intereses  de  la  patria,  tan  seriamente  amenaza- 
dos,  habîa  sacudido  ese  letargo  en  que  desde  tantos  anos 
yacîamos,  y  nos  habîa  hecho  vibrar  al  unîsono  de  nuestros 
grandes  hombres,  cuyos  ejemplos  habîamos  tomado  por  mo- 
dèle y  nos  esforzâbamos  en  imitar. 

Comprendimos  que  la  lucha  de  cada  Estado  aislado,  en 
contra  de  la  influencia  del  Centre,  tendrîa  que  fracasar,  y  nos 
prepusimos  esperar  una  epertunidad  propicia  para  luchar  en 
condiciones  mas  ventajosas. 

Yo  propuse  un  proyecto  para  la  formaciôn  desde  entonces 
del  «Partido  Nacienal  Democrâtico,»  principiando  por  de- 
clarar  nuestros  clubs  «permanentes;»  pero  muchos  amiges 
me  hicieron  comprender  que  no  era  oportuno,  porque  una 
lucha  tan  larga  nos  hubiera  aniquilade  antes  de  llegar  â  las 
siguientes  elecciones,  sin  obtener  ningûn  resultado  prâctico. 

Ademâs  de  esas  razones,  tome  en  consideraciôn  una  muy 
importante,  y  es  el  carâcter  de  nuestra  raza,  que  es  de  suyo 
impulsive,  capaz  de  un  gran  esfuerzo  en  un  momento  dado, 
pero  incapaz  de  sostener  una  lucha  prolongada.    Me  refiero 

13 


â  las  luchas  en  el  terreno  de  las  ideas,  que  con  las  armas  en 
la  mano,  sî  ha  dado  pruebas  de  inquebrantable  constancia 
al  tratarse  de  conquistar  su  independencia  6  defender  su  so- 
beranîa. 

Por  esos  motivos  desistî  de  mi  proyecto,  que  fué  publicado 
en  algunos  de  los  periôdicos  independientes,  y  aûn  defendi- 
do  por  alguno  de  los  que  mas  se  distinguieron  en  aquella. 
época  con  la  firmeza  de  sus  principios  y  lo  rudo  de  sus  ata- 
ques  contra  el  centralismo  y  absolutisme. 

Una  vez  desechado  ese  proyecto,  resolvimos  esperar  la 
siguiente  campana  électoral,  que  tendrîa  verificativo  el  ano 
1909,  para  hacer  otro  esfuerzo  que  quizâ  tendrîa  mayores 
resultados,  por  estar  tan  cerca  las  elecciones  para  Présidente 
de  la  Repûblica,  con  cuyo  motivo  es  posible  que  se  organice 
•el  Gran  Partido  Nacional  Democrâtico,  ramificado  en  toda  la 
Nacion  y  con  el  cual  nos  fundiriamos  para  luchar  por  los 
mismos  principios,  enlazando  de  ese  modo  nuestra  campana 
local  con  la  gênerai  de  la  Repûblica. 

De  este  modo  lucharemos  raâs  ventajosamente,  pues  si  se 
organizan  en  varios  Estados  movimientos  democrâticos  se- 
mejantes  al  nuestro,  dependiendo  todos  de  una  Junta  Central 
nombrada  oportunamente  por  delegados  de  toda  la  Federa- 
ciôn,  se  podrân  obtener  resultados  muy  importantes,  y  al  re- 
solverse  la  gran  cuestiôn  presidencial,  quedarân  resueltas 
las  locales  de  los  Estados. 


* 

s     * 


Como  un  movimiento  de  esa  naturaleza  casi  no  tiene  pré- 
cédente en  nuestra  historia,  6  por  lo  menos  en  estos  ûltimos 
treinta  anos,  me  ha  parecido  de  gran  importancia  publicar 
el  présente  trabajo  para  divulgar  la  idea,  demostrando  su 
viabilidad  y  los  grandes  bénéficies  que  acarrearâ  al  paîs  la 
formaciôn  de  un  Partido  Nacional  Independiente. 

Principiaré  por  estudiar  las  causas  que  han  traîdo  sobre 
nuestro  paîs  el  actual  régimen  de  centralismo  y  absolutisme, 

14 


â  fin  de  no  recaer  en  aquellas  faltas  que  tan  funestas  con- 
secuencias  nos  han  acarreado. 

Esas  causas  no  fueron  sino  las  continuas  revoluciones,  que 
siempre  dejan  como  triste  herencia  â  los  pueblos,  las  dicta- 
duras  militares,  las  cuales  tienen  efectos  diversos  segùn  su 
naturaleza. 

Cuando  son  francas  y  audaces,  no  tienen  otro  efecto  que 
el  de  marcar  un  paréntesis  en  el  desenvolvimiento  democrâ- 
tico  de  los  pueblos,  después  del  cual  viene  una  poderosa 
reacciôn  que  restablece  la  libertad  en  todo  su  esplendor,  y 
al  pueblo  en  el  uso  de  sus  derechos. 

En  cambio,  cuando  la  dictadura  se  establece  en  el  fondo 
y  no  en  la  forma,  cuando  hipôcritamente  aparenta  respetar 
todas  las  leyes  y  apoyar  todos  sus  actos  en  la  Constitucion, 
entonces  va  minando  en  su  base  la  causa  de  la  libertad,  los 
ciudadanos  se  ven  oprimidos  suavemente  por  una  mano  que 
los  acaricia,  por  una  mano  siempre  prodiga  en  bienes  mate- 
riales;  entonces  con  facilidad  se  doblegan,  y  ese  ejemplo, 
dado  por  las  clases  directoras,  cunde  râpidamente,  al  grado 
de  que  pronto  llega  â  considerarse  el  servilismo  como  una  de 
las  formas  de  la  cortesîa,  como  el  ûnico  medio  de  satisfacer 
todas  las  ambiciones ....  las  ambiciones  que  quedan  cuando 
se  ba  destrufdo  en  los  ciudadanos  la  noble  ambiciôn  de  tra- 
bajar  por  el  progreso  y  el  engrandecimiento  de  la  patria,  y 
s61o  se  les  ha  permitido  y  fomentado  la  de  enriquecerse,  la 
de  disfrutar  de  todos  los  placeres  materiales. 

Estos  placeres  llegan  â  ser  el  ûnico  campo  de  actividad 
para  los  habitantes  de  un  pais  oprimido,  puesto  que,  no  ha- 
biendo  libertad,  les  estân  vedados  los  vastîsimos  campos 
que  ofrecen  las  prâcticas  democrâticas,  que  son  las  que  ne- 
cesita  el  pensamiento  para  elevarse  sereno  â  las  alturas 
donde  se  encuentra  la  clarividencia  necesaria  para  discurrir 
sobre  los  negocios  pûblicos.  La  consecuencia  inmediata  es 
el  enervamiento  de  los  pueblos,  la  muerte  en  su  germen  de 
las  nobles  aspiraciones,  la  pérdida  de  la  idea  de  su  respon- 
sabilidad  para  con  la  patria,  resultando  que  cuando  llegan 

15 


los  momentos  de  supremo  peligro,  el  pueblo  permanece  in- 
diferente,  la  patria  se  encuentra  sin  defensores,  porque  sus 
hijos  la  han  olvidado  y  la  dejan  caer  inerme  bajo  los  golpes 
del  invasor  extranjero. 

Los  que  llevan  una  vida  regalada,  tranquila,  indiferente, 
entregados  â  las  mil  diversiones  que  proporcionan  las  baga- 
telas  que  acompanan  â  nuestra  civilizacion;  los  que  solo  se 
preoupan  por  su  bienestar  material,  encontrarân  sin  duda, 
que  soy  un  espîritu  pesimista,  que  veo  todo  con  colores  de- 
masiado  sombn'os.  Pero  que  esas  personas  se  tomeri  la  mo- 
lestia  de  hojear  la  historia,  y  verân  la  suerte  que  han  corrido 
los  pueblos  que  se  han  dejado  dominar,  que  han  abdicado 
de  todas  sus  libertades  en  manos  de  un  solo  hombre;  que 
han  sacrificado  la  idea  de  patriotismo,  sinônimo  de  abnega- 
cion,  â  la  del  mas  ruin  de  los  egoîsmos;  que  han  dejado  de 
preocuparse  de  la  cosa  pùblica,  para  ocuparse  exclusiva- 
mente  de  sus  asuntos  privados. 

Pues  bien,  esta  es  la  situacion  porque  atraviesa  actual- 
mente  la  Repûblica  y  me  esforzaré  en  hacer  su  pintura  con 
colores  tan  vivos,  que  logre  comunicar  mi  zozobra  é  inquie- 
tud  â  todos  mis  compatriotas,  con  el  objeto  de  que  hagamos 
todos  unidos  un  vigoroso  esfuerzo  para  detener  â  nuestra 
patria  en  la  pendiente  fatal  por  donde  la  impulsan  los  par- 
tidarios  del  actual  régimen  de  cosas. 

También  procuraré  estudiar  frfamente  el  modo  como  po- 
drîan  organizarse  los  elenientos  que  tengan  el  deseo  de  co- 
labôrar  â  tan  magna  obra,  y  las  probabilidades  de  éxito  de 
un  partido  que  se  organizara  con  tal  fin. 

Las  probabilidades  son  inmensas,  pues  un  partido  formado 
y  cimentado  sobre  principios,  tiene  que  ser  inmortal  como 
los  principios  que  proclama;  pueden  sucumbir  muchos  de 
sus  miembros;  pero  el  principio  nunca  sucumbirâ  3'  siempre 
servira  de  faro  para  guiar  los  pasos  de  los  que  quieran  tra- 
bajar  por  el  bien  de  la  patria;  siempre  servira  de  punto  de 
concentraciôn  â  todas  las  ambiciones  nobles,  â  todos  los  pa- 
triotismos  puros.    No  pasa  asî  con  los  partidos  personalis- 

16 


tas,  que  tienden  a  disgregarse  si  no  a  la  muerte  de  su  jefe, 
mu}'  poco  después. 

Por  todo  lo  cual  afirmo  que  un  partido  constituido  actual- 
raente  de  acuerdo  con  las  aspiraciones  de  la  Naciôn  é  ins- 
pirado  en  los  principios  democrâticos,  tendrîa  la  seguridad 
de  triunfar  tarde  6  temprano,  pues  si  mientras  viva  el  Ge- 
neral Dîaz  este  triunfo  es  difîcil,  no  sucederâ  lo  mimo  al 
desaparecer  él  de  la  escena  polîtica;  porque  entonces  sera 
el  ûnico  partido  que  se  encontrarâ  bien  organizado,  y  orga- 
nizado  sobre  bases  firmîsimas. 

El  principal  objeto  que  perseguiré  en  este  libro,  sera  ha- 
cer  un  llamamiento  a  todos  los  mexicanos,  â  fin  de  que  for- 
men  este  partido;  que  sera  la  tabla  de  salvaciôn  de  nuestras 
instituciones,  de  nuestras  libertades  y  quizâs  hasta  de  nues- 
tra  integridad  nacional. 

Mi  llamamiento  se  dirigirâ  igualmente  hacia  el  hombre 
que  por  mas  de  treinta  anos  ha  sido  el  ârbitro  de  los  destinos 
de  nuestra  patria. 

Le  hablaré  con  el  acento  sincero  y  rudo  de  la  verdad,  y 
espero  que  un  hombre  que  se  encuentra  â  su  altura  sabra 
apreciar  en  lo  que  vale  la  sinceridad  de  uno  de  sus  conciu- 
dadanos  que  no  persigue  otro  fin  que  el  bien  de  la  patria. 

Asî  lo  espero,  pues  supongo  que  el  General  Dîaz,  habiendo 
Ilegado  â  disfrutar  de  todos  los  honores  posibles,  habiendo 
visto  satisfechas  todas  sus  aspiraciones  y  habiendo  sentido 
por  tanto  tiempo  el  aliento  envenenado  de  la  adulaciôn,  ten- 
dra deseos  de  oîr  la  severa  voz  de  la  verdad  y  no  conside- 
rarâ  como  enemigos  â  los  que  tengan  la  virilidad  necesaria 
para  decîrsela,  para  mostrarle  el  precipicio  â  donde  va  la 
patria  3'  ensenarle  también  cuâl  es  el  remedio. 

Parecerâ  que  es  presunciôn  mîa  querer  saber  en  estos 
asuntos  mâs  que  el  General  Dîaz,  quien  por  tantos  anos  ha 
estado  al  frente  de  los  destinos  del  paîs;  pero  no  tengo  sino 
la  convicciôn  de  que  el  General  Dîaz  ha  visto  tan  claro  como 
yo  en  este  asunto,  y  si  no,  allî  estâp  las  declaraciones  que 
hizo  â  Creelman,  y  mâs  alla,  remontândonos  hasta  el  origen 

17  2 


de  su  gobierno,  veremos  que  si  tomô  las  armas  contra  los 
gobiernos  de  juârez  y  Lerdo,  fué  precisamente  porque  juz- 
gaba  una  amenaza  para  las  instituciones  democrâticas  la 
reelecciôn  indefinida  de  los  gobernantes;  y  esto  seguirâ  su- 
cediendo,  mientras  no  estén  organizados  los  partidos  polîti- 
cos;  pero  tundados  sobre  principios  que  satisfagan  las  aspi- 
raciones  nacionales,  y  no  personalistas,  como  los  que  actual- 
mente  existen  en  la  Repûblica. 

El  hecho  de  que  el  General  Dîaz  haya  obrado  en  contra 
de  sus  principios,  sera  uno  de  los  que  procuraré  estudiar  en 
el  curso  de  mi  trabajo;  pero  de  cualquier  modo  que  sea,  queda 
en  pie  mi  aiirmaciôn  de  que  el  General  Dîaz  se  da  perfecta- 
mente  cuenta  de  que  serîa  un  bien  para  el  pais  su  retiro  de 
îa  Presidencia.  Pero  existen  fuerzas  poderosas  que  lo  retie- 
nen:  su  costumbre  inveterada  de  mando,  su  hâbito  en  dirigir 
à  la  Nacion  segûn  su  voluntad,  y  por  otro  lado  la  presiôn 
que  hacen  en  su  ânimo  un  sinnûmero  de  los  que  se  dicen  sus 
amigos  y  que  son  los  beneficiarios  de  todas  las  concesiones, 
de  todos  los  contratos  lucratives,  de  todos  los  puestos  p\i- 
blicos  donde  pueden  satisfacer  su  vanidad  6  su  codicia  y  que 
temen  que  un  cambio  de  gobierno  los  prive  del  favor  de  que 
disfrutan  y  que  tan  hâbilmente  saben  explotar. 

Esas  son  las  causas  porque  quiere  seguir  al  frente  de  los 
destines  del  paîs  el  General  Dîaz,  y  lo  dijo  en  una  entre- 
vista  que  se  publicô  en  casi  todos  los  peri6dicos  y  segùn  la 
cual,  contestando  â  las  insinuaciones  que  le  habîa  hecho  un 
pariente  6  amigo  suj^o  para  que  volviera  â  aceptar  otra  re- 
elecciôn  habîa  dicho:   «por  mi  patria  y  por  los  mîos,  todo.> 

Como  esta  version  no  fué  desmentida  oficialmente,  debe- 
mos  creerla  cierta  3'  no  solo  cierta,  sino  mas  sincera  que 
la  famosajentrevista  con  Creelman,  pues  esta  mas  de  acuer- 
do  con  el  lenguaje  y  sobre  todo,  con  la  polîtica  que  ha  ob- 
servado  el  General  Dîaz.    (i) 


(i)  Ya  escrito  lo  anterior  y  para  niandar  los  01  iyinales  â  la  prensa,  diô  â  luz  el 
"Diario  del  Hogai  "  una  importante  caria  del  General  Dîaz,  de  la  cual  claramente  se 
desprenden  dos  hechos  piincipales:  primero,  que  negô  al  seiior  Mata,  que  se  dirieia 
A  é\  en  nombre  de  varios  periodistas  de  la  Repûblica,  la  eutrevista  que  solicitaba  pa- 

18 


También  la  Nacion  esta  ya  acostumbrada  â  obedecer  sin 
discutir  las  ôrdenes  que  recibe  de  su  actual  mandatario. 

El  General  Dîaz,  acostumbrado  â  mandar,  difîcilmente  se 
resolverâ  â  dejar  de  hacerlo. 

La  Nacion,  acostumbrada  â  obedecer,  tropezarâ  aûn  con 
mayores  dificultades  para  sacudir  su  servilismo. 

Todo  es,  pues,  cuestiôn  de  costumbres;  pero  costumbres 
que  han  echado  tan  hondas  raîces  en  el  suelo  nacional,  que 
no  podrân  desarraigarse  sin  causar  en  él  profundas  altera- 
ciones;  sin  demandar  esfuerzos  gigantescos;  sin  necesitar  la 
abnegada  cooperacion  de  todos  los  buenos  mexicanos. 

No  por  esto  perdamos  las  esperanzas.  Si  la  Nacion  Ilega 
â  conmoverse  en  la  proxima  campana  électoral,  si  los  parti- 
darios  de  la  democracia  se  unen  fuertemente  y  forman  un 
partido  poderoso,  es  posible  que  se  efectûe  un  cambio  aun 
en  el  ânimo  del  General  Dîaz,  pues  el  rudo  acento  de  la  pa- 
tria  agitada  podrâ  conmover  al  caudillo  de  la  Intervenciôn 
y  quizâ  logre  que  predominando  en  él  el  mas  puro  patriotis- 
me, siga  la  via  que  este  le  seîïala  y  haga  â  un  lado  las  pe- 
queneces,  las  miserias  que  podrîan  desviarlo  deprestaràsu 
patria  el  servicio  mas  grande  que  nunca  le  ha  prestado:  el 
de  dejarla  libre  para  que  se  dé  un  gobierno  segûn  sus  aspi- 
raciones  y  segûn  sus  necesidades. 

Hay  otras  razones  de  gran  peso  y  que  el  General  Dfaz 
hadetomar  en  consideracion. 

El  que  ha  gobernadoâ  la  Repûblica  iMexicana  por  mas  de 
treinta  anos  y  enlazado  toda  su  vida  â  sus  mas  importan- 
tes acontecimientos,  y  que  se  acerca  â  los  ochenta  anos,  per- 
tenece  mâs  â  la  historia  que  â  sus  contemporânecTs,  y  debe 
preocuparse  mâs  del  fallo  de  aquélla,  que  de  satisfacer  la 
insaciable  avaricia  de  los  que  solo  persiguen  el  medro  Per- 
sonal en  la  adulacion  que  le  prodigan,  de  los  que  s61o  pien- 


ra  un  escritor  mexicano,  con  objeto  de  tratar  sobre  la  cuestiôn  presidencial.  habiendo 
observado  una  conducta  diauietrahnente  opues'a  con  un  periodista  norteamerica- 
.lo;  y  en  segundo  lusar,  insinuaba  Que  s(  aceptarâ  otra  reelecci(3n;  asf  es  que  viene  â 
corroborar  lo  que  afirmo:  que  el  General  Dfaz  desea  seguir  ocupando  la  silln  presi- 
dencial. 

19 


san  en  ellos  mismos,  sin  preocuparse  no  solamente  por  la 
patria,  pero  ni  siquiera  por  el  prestigio  de  su  administraciôn. 


Por  mas  que  una  literatura  malsana,  basada  en  la  menti- 
ra \^  la  hipocresîa  ha  querido  desviar  el  criterio  nacional,  no 
lo  ha  logrado.  En  nuestra  patria  solo  tiene  eco  la  verdad; 
solo  ella  conmueve  los  ânimos,  despierta  las  conciencias  dor- 
midas,  enciende  el  fuego  del  patriotisme,  que  por  fortuna  aûn 
se  encuentra  latente  en  las  masas  profundas  de  la  Naciôn, 
a  donde  no  ha  llegado  la  corruptora  influencia  delà  riqueza 
y  del  servilismo. 

Por  este  motivo  espero  que  mi  voz  sera  oîda,  porque  sera 
la  voz  de  la  veardad;  sera  la  voz  de  la  patria  aflijida  que  re- 
clama d®  sus  hijos  un  esfuerzo  para  salvarla. 

Me  répugna  hablar  de  mi  humilde  personalidad,  y  en  el 
curso  de  este  trabajo  lo  haré  solocuando  sea  indispensable; 
creo,  sin  embargo,  que  en  este  lugar  debo  hacer  una  decla- 
raciôn,  pues  antes  que  todo  debo  ser  leal. 

Pertenezco,  por  nacimiento,  a  la  clase  privilegiada;  mi  fa- 
milia  es  de  las  mas  numerosas  é  influyentes  en  este  Estado, 
y  ni  yo,  ni  ninguno  de  los  miembros  de  mi  familia  tenemos 
el  menor  motivo  de  queja  contra  el  General  Di'az,  ni  contra 
sus  ministres,  ni  contra  el  actual  Gobernador  del  Estado, 
ni  siquiera  contra  las  autoridades  locales. 

Los  multiples  négocies  que  todos  los  de  mi  familia  han 
tenido  en  los  distintos  ministerios,  en  los  tribunales  de  la 
Repûblica,  siempre  han  sido  despachados  con  equidad  y  jus- 
ticia. 

Esto  no  ha  variado  ni  después  de  la  campana  électoral  de 
1905  para  Gobernador  del  Estado,  en  la  cual  3'o  tome  una 
parte  niuj'^  activa  afiliadoen  el  partido  independiente.  Como 
nunca  me  ha  gustado  valerme  de  convencionalismos,  en  los 
articules  que  con  aquel  motivo  escribî,  ataqué  la  polîtica 
centralizadera  y  abselutista  del  General  Dfaz. 

20 


Hay  mas:  cuando  estaba  mas  acre  la  campana,  las  auto- 
ridades  del  Estado  dictaron  orden  deaprehension  contra  mî: 
pero  antes  de  ejecutarla  parece  que  llegô  orden  del  Centre 
de  que  se  me  respetara,  pues  ni  siquiera  lo  intentaron,  âpe- 
sar  de  que  por  muchas  personas  supe  que  habîa  llegado  esa 
orden,  lo  cual  pude  comprobar  después  por  fuente  fidedif^na. 

Aunque  a  mî  no  me  atemorizaba  la  prisiôn,  porque  no  es- 
ta, sino  las  causas  que  llevan  allî  son  las  que  manchan,  no 
por  eso  dejo  de  agradecer  que  se  me  hiciera  justicia  en  aquei 
caso. 

Por  lo  expuesto,  ningûn  odio  personal,  ni  de  familia,  ni 
de  partido  me  guîa  a  escribir  este  libro. 

En  lo  particular,  estimo  al  General  Dîaz  y  no  puedo  mè- 
nes de  considerar  con  respeto  al  hombre  que  fué  de  los  que 
mas  se  distinguieron  en  la  defensa  del  suelo  patrio,  y  que 
después  de  disfrutar  por  mas  de  treinta  anos  el  mas  absolu- 
to  de  los  poderes,  hay  a  usado  de  él  con  tanta  moderaciôn; 
acontecimiento  de  los  que  muy  pocos  registra  la  historia. 
Pero  esa  alta  estimaciôn,  ese  respeto,  no  me  impedirân  ha- 
blar  alto  y  claro,  y  precisamente  porque  tengo  tan  elevado 
concepto  de  él,  creo  que  estimarâ  mas  mi  ruda  sinceridad, 
que  las  galantes  adulaciones  que  quizâ  3'a  lo  tengan  has- 
tiado. 

Los  numerosos  miembros  de  mi  familia  siguen  la  corrien- 
te  gênerai  por  donde  van  encauzadas  las  energîas  de  la  Na- 
ciôn:  dedican  sus  esfuerzos  y  su  fortuna  al  desarrollo  de  la 
agricultura,  la  industria,  la  minerîa,  y  gozan  de  las  garan- 
tias  necesarias  para  el  tomento  de  sus  empresas.  Ademas, 
desde  que  mi  abuelo,  el  senior  Don  Evaristo  Madero,  se  reti- 
ré del  gobierno  de  este  Estado  el  ano  1884,  s61o  se  ha  ocu- 
pado  accidentalmente  de  la  poHtica  local,  por  lo  que  puede 
decirse  que  mi  familia  no  se  ocupade  los  négocies  pûblicos, 
estando  en  este  caso,  como  todos  los  que  no  disfrutan  de 
puestos  gubernativos  ni  militan  en  los  escasîsimos  ranges 
de  la  oposiciôn,  casi  exclusivamente  compuestos  de  perie- 
distas  independientes,  que  con  abnegaciôn  rara    han  lucha- 

21 


do  deiendiendo  palmo  a  palino  la  Constitucion  y  los  idéales 
democrâticos. 

Tampoco  pertenezco  a  ninguno  de  los  partidos  militantes, 
que  son  el  Rcyishi  y  el  Cicniijico.  No  me  guîa,  pues,  ningu- 
na  pasion  baja,  y  si  juzgo  con  dureza  los  resultados  del  go- 
bierno  absoluto  que  ha  implantado  el  General  Dîaz,  es  por- 
que  asî  me  lo  dicta  mi  conciencia. 

Por  lo  demâs,  me  someto  de  antemano  al  fallo  del  gran 
juez  en  estas  cuestiones:  â  la  opinion  pûblica.  Ella  dira  si 
mi  palabra  tiene  el  acento  de  laverdad,  inspiradaen  los  ver- 
daderos  intereses  de  la  patria,  6  el  de  la  torpe  mentira,  en- 
caminada  â  desviar  los  esfuerzos  de  los  mexicanos  del  noble 
fin  â  que  deben  dirigirlos. 

El  ûnico  sentimiento  que  me  guîe,  sera  el  amor  â  la  pa- 
tria, 5'  aunque  este  es  casi  siempre  véhémente  .v  entusiasta, 
procuraré  reprimir  mis  impulsos  de  vehemencia  y  entusias- 
mo  para  no  parecer  exagerado. 

A  pesar  de  este  proposito,  dudo  mucho  que  al  describir 
algunas  de  nuestras  llagas  pueda  contener  las  amargasque- 
jas  de  mi  aima;  que  al  hablar  de  las  grandes  infamias  que 
se  han  cometido  bajo  este  régimen,  pueda  comprimir  la  irri- 
tada  vehemencia  de  mi  indignaciôn. 

También  sera  necesario  tomar  en  consideraciôn  que  no 
soy  el  historiador  frîo,  sereno  y  desapasionado  quetratalos 
acontecimientos  importantes  después  de  transcurridos  mu- 
chos  anos,  con  datos  oficiales  y  otros  de  no  menor  inipor- 
tancia,  y  que  juzga  los  hechos  por  sus  resultados;  sino  el 
pensador  que  ha  descubierto  el  precipicio  hacia  donde  va 
la  patria,  y  que  con  ansiedad  se  dirige  â  sus  conciudada- 
nos  para  ensenarles  el  peligro;  que  debe  hablar  alto,  muy  al- 
to, para  ser  oi'do;  que  quiere  pintar  la  situacion  con  colores  tan 
vivos,  que  logre  representarla  palpitante  y  amenazadora,  co* 
mo  realmente  es;  que  necesita  hablar  con  vehemencia,  para 
sacudir  fuertemente  â  este  pueblo,  otras  veces  heroico  y  que 
ahora  ve  con  criminal  indiferencia  los  atentados  mas  inicuos 
contra  su  libertad,  contra  sussagradas  prerrogativas  deciu- 

22 


dadanfa  y,  lo  que  es  peor,  contra  los  inviolables  dereclios  del 
hombre.  Hoy,  con  mirada  estûpida  6  indiferente,  ve  pasar 
por  sus  centres  populosos  rebanos  de  carne  humana,  reba- 
ncs que  van  â  la  esclavitud,  §in  que  un  grito  de  indignaciôn 
brote  de  sus  pechos  congelados  por  e!  terrer,  sin  que  una 
mirada  compasiva  los  acompane  en  su  cautiverio.  .  .  .  Pero 
no,  esto  no  es  cierto;  no  puede  serlo.  Sî,  sî  han  causado  in- 
dignaciôn tan  répugnantes  espectâculos;  pero  el  egoîsmo  3' 
el  miedo  han  reprimido  los  gritos  proximos  â  estallar;  sî, 
sî  ha  habido  miradas  compasivas  paraaquellos  desdichados; 
pero  han  sido  ocultadas  cuidadosamente  para  no  provocar 
con  ellas  las  iras  de  sus  verdugos. 


Para  escribir  este  trabajo,  voy  â  tropezar  con  grandes 
dificultades,  porque  es  sumamente  difîcil  apreciar  los  acon- 
tecimientos  contemporâneos  en  su  justo  valor,  pues  ademâs 
de  que  se  necesita  un  criterio  mu3'  amplio  y  muy  superior 
al  mîo,  se  necesita  igualmente  desprenderse  por  complète  de 
las  pasiones  que  agitan  tanto  â  aquel  que  tiene  sus  idéales 
bien  definidos  y  se  preocupa  por  el  progrese  de  la  patria, 
como  al  que  solo  persigue  pi  medio  personal  6  esta  impul- 
sado  por  cualquier  sentimiento  bajo  y  despreciable. 

Ademâs,  en  muchos  casos  me  faltarân  dates  oficiales  pa- 
para  peder  hacer  alguna  afirmaciôn,  asî  ceme  para  narrar 
con-  fidelidad  algunos  bêches  importantes.  En  ambos  casos, 
tendre  que  atenerme  â  lo  que  dice  la  voz  pûblica,  y  en  vez 
de  hacer  afirmacienes  retundas,  sentaré  los  hechos  como 
muy  probables. 

Por  ultime,  la  situacion  que  atraviesa  actualmente  nues- 
tra  patria,  es  ûnica  en  su  histeria,  y  para  estudiarla  no  de- 
bemos  buscar  su  analogîa  en  nuestre  turbulente  pasado, 
desde  que  conquistamos  nuestra  independencia,  ni  tampoco 
en  la  sépulcral  época  de  les  \'irreyes,  sine  en  la  histeria  de 
otros  puebles   que,  abdicande — como  nosotros  le  hemes  he- 

23 


cho  —  de  sus  libertades  en  favor  de  alguno  de  sus  gober- 
nantes,  han  tenido  que  sufrir  las  tremendas  consecuencias 
de  su  debilidad,  porque  no  hay  que  olvidarlo:  «En  los  aten- 
tados  contra  los  pueblos,  hay  .dos  culpables:  el  que  se  atre- 
ve,  y  los  que  permiten;  el  que  emprende  y  los  que  permiten 
que  se  emprenda  contra  las  leyes,  el  que  usurpa  y  los  que 
abdican.»  (*) 

A  pesar  de  todas  estas  grandes  difîcultadesy  de  los  pe- 
ligros  que  aqui  en  Mexico  corre  todo  escritor  independien- 
te,  no  he  vacilado  en  abordar  esta  ardua  empresa.  Para  ven- 
cer  las  dificultades  enumeradas,  procuraré  siempre  obrar 
con  imparcialidad  3'  patriotismo,  y  con  eso  habré  cumplido 
mi  deber,  que  es  siempre  relativo  a  nuestro  grado  de  ade- 
ianto,  de  ilustraciôn,  de  moralidad,  y  nadie  esta  obligado  â 
dar  mâs  de  lo  que  tiene.  En  cuanto  a  arrostrar  los  peligros 
referidos,  mi  contestaciôn  invariable  â  los  amigos  que  me  ha- 
blan  de  ellos  con  el  ânimo  de  disuadirme  demi  empresa,  ha 
estado  siempre  encerrada  en  el  siguiente  dilema:  «O  bien 
no  es  cierto  que  el  peligro  sea  tan  grande,  y  en  tal  caso  te- 
nemos  alguna  libertad  aprovechable  para  trabajar  por  el 
provecho  de  nuestra  patria  procurando  la  formaciôn  de  un 
Partido  Nacional  Independiente;  ô  bien  es  real  el  peligro, 
lo  cual  demuestra  que  no  hay  ninguna  libertad,  que  nuestra 
Constituciôn  es  burlada,  que  nuestras  instituciones  son  ho- 
lladas,  que  la  opresion  ejercida  por  el  gobierno  es  insopor- 
table;  y  en  esos  casos  supremos,  cuando  la  libertad  peligra; 
cuando  las  instituciones  estân  amenazadas;  cuando  se  nos 
arrebata  la  herencia  que  nos  legaron  nuestros  padres  3'  cu- 
ya  conquista  les  costô  raudales  de  sangre,  no  es  el  momen- 
to  de  andar  con  temores  ruines,  con  miedo  envilecedor,  ha3' 
que  arrojarse  â  la  lucha  resueltamente,  sin  contar  el  numé- 
ro ni  apreciar  la  fuerza  del  enemigo,  de  esta  manera  logra- 
ron  nuestros  padres  conquistas  tan  gloriosas,  y  necesitamos 
observar  la  misma  conducta,    seguir  su  noble  ejemplo  para 


(*)  M,  Beule.  "El  Proceso  de  los  Césares" 

24 


salvar  nuestras  instituciones  del  naufragio  con  que  las  ame- 
nazan  las  embravecidas  olas  de  la  tiranîa,  que  pretenden  ha- 
cer  de  ellas  su  presa  y  sumergirlas  en  el  abismo  insondable 
del  olvido. 

San  Pedro,  Coahuila,  Octubre  de  1908. 


Francisco  I.  Madero^ 


25 


w^mmmmmmm^mmf^ 


CAPITULO  I 

EL  MILITARISMO  EN  MEXICO 


Considerando  que  es  el  militarismo  la  causa  directa  de  la 
situaciôn  en  que  nos  encontramos,  sera  muy  conveniente 
principiar  por  estudiarlo  con  detenimiento,  a  fin  de  que  una 
vez  conocidos  sus  efectos,  tan  desastrosos  para  la  tranqui- 
lidad  6  para  la  libertad  de  la  Repûblica,  podamos,  con  ma- 
yor  conocimiento  de  causa,  aplicarles  el  remedio  necesario, 
a  fin' de  lograr  el  restablecimiento  delà  paz  dentro  delaley; 
de  la  paz,  algo  turbulenta  si  se  quiere,  pero  Uena  de  vida, 
de  los  pueblos  libres,  y  no  la  paz  sépulcral  de  los  pueblos 
oprimidos,  en  los  cuales  ningùn  acontecimiento  tiene  el  pri- 
vilegio  de  turbar  su  impasible  tranquilidad. 

Para  que  nuestro  estudio  sea  corapleto,    necesitamos  re- 

montarnos  â  la  guerra    de  independencia,    tocando  de  paso 

brevemente  las  causas  que  la  originaron. 

DominaPion     ^  "^^^  siglos  de  opresiôn,  durante  los  cuales  es- 

~  I        tuvieron    proscritos    del  suelo  mexicano  todos 

^  los  derechos  que  podi'an  servir  de  baluarte  al 

hombre  contra  la  tiranîa,  dieron  por  resultado  que  se  con- 

26 


siderara  como  estigma  nacer  en  este  suelo  y  como  un  cri- 
men  ser  mexicano,  crimen  castigado  por  los  conquistadores 
con  crueldad,  no  desprovista  de  avaricia,  puesto  que  la  pe- 
na  principal  que  imponîan  a  los  naturales,  era  reducirlos  a 
la  esclavitud  y  hacerlos  trabajar  sin  descanso  en  el  cultivo 
de  sus  tierras  y  la  explotacion  de  sus  minas,  para  Uenar  sus 
arcas  de  oro. 

El  régimen  virreinal  establecido  por  Espana,  era  verda- 
deramente  odioso,  puesto  que  todos  los  indigenas,  y  aun 
los  mestizos  y  los  crioUos  estaban  completamente  a  merced 
del  Virrey  que  venîa  de  Espana  y  que  ejercîa  un  poder 
absoluto,  en  alto  grado  despotico. 

Es  cierto  que  algunos  virreyes  de  nobles  sentimientos 
obraron  con  rara  magnanimidad  en  todos  sus  actos,  y  cuyos 
nombres  aûn  se  citan  con  veneracion;  pero  su  conducta,  no- 
l)le  y  generosa,  solo  servfa  para  poner  mas  de  relieve  la 
avaricia,  el  despotismo  y  la  crueldad  de  los  mas. 

Mexico,  lo  mismo  que  todas  las  colonias  hispanoameri- 
canas,  era  explotado  sistemâticamente,  y  para  que  la  Me- 
trôpoli  obtuviera  mas  pingiies  ganancias,  tenîa  prohibido 
todo  comercio  con  el  extranjero,  la  explotacion  de  algunas 
industrias  y  de  ciertos  ramos  de  la  agricultura.  con  el  obje- 
to  de  no  perder  estos  mercados. 

A  estas  prohibiciones  que  tenîan  por  objeto  sacar  el  mayor 
producto  posible  de  las  coFonias,  se  agregaban  otras  menos 
sensibles  a  las  masas;  pero  de  un  alcance  mas  profundo  pa- 
ra asegurar  su  dominaciôn:  estaba  prohibida  la  introducciôn 
y  la  publicacion  de  todos  los  libros  que  pudieran  ilustrar  al 
pueblo  y  elevar  su  nivel  intelectual  y  moral.  La  instrucciôn 
pûblica  estaba  reducida  a  uno  que  otro  Seminario  a  donde 
aprendîai^^j^^^  ^ispensable  para  abrazar  la  carrera  eclesiâs- 
tica,  per^Qj.çg  y^ûn  caso  lo  que  necesitaban  para  conocer 
sus  derec. „yj.^l^^v'js  poder  apreciar  su  situacion  historica  y 
geogrâfica;  pCrque  estas  ideas  les  podn'an  hacer  concebir  es- 
peranzas  de  libertad  y  redencion. 

Tal  sistema  habîa   reducido   â   los  indios  a  la  mâs  triste 

27 


condiciôn.  Considerâbanlos  como  esclaves  y  los  trataban 
como  â  bestias  de  carga,  pues  no  tenîan  mas  patrimonio 
que  las  migajas  de  pan  que  les  arrojaba  el  amo,  no  por  hu- 
manidad,  sino  por  el  interés  de  no  perder  al  sirviente. 

Los  mestizos  y  los  criollos,  descendientes  de  espanol, 
eran  tratados  un  poco  mejor;  pero  tenîan  vedado  el  acceso  â 
todos  los  puestos  pûblicos  de  importancia;  en  el  ejército,  so- 
lo Uegaban  al  grado  de  capitân;  en  el  sacerdocio,  nunca  pa- 
saban  de  humildes  pârrocos;  pero  ese  puesto,  considerado 
como  sagrado  en  la  época  colonial  y  que  muchos  santifica- 
ron  con  sus  virtudes,  no  los  ponîa  â  cubierto  de  las  vejacio- 
nes  de  sus  superiores;  los  obispos  venidos  de  Espana,  in- 
quisidores  féroces  con  instintos  depravados  y  que  con  su 
insaciable  sed  de  riquezas  y  sangre  humana,  no  respetaban 
ni  los  fueros  eclesiâsticos,  cuando  estaban  santificados  por 
la  virtud  3'a  que  ella  siendo  forzosamente  un  estorbo  para  dar 
satisfaccion  â  sus  diabolicos  instintos,  tenîa  que  erguirse  se- 
rena  y  enérgica  para  protestar  contra  sus  inicuos  atentados: 
debîa  cobijar  con  su  manto  protector  muchos  desamparados, 
sabrîa  arrancar  de  sus  garras  muchas  vîctimas. 

El  desenvolvimiento  natural  de  los  acontecimientos,  au- 
mentaba  constantemente  el  numéro  de  los  oprimidos  cuj^as 
filas  eran  engrosadas  principalmente  por  los  descendientes 
de  espanol,  mas  ilustrados  que  los  indîgenas,  y  para  quie- 
nes  era  cada  vez  mas  humiliante*  3'  pesado  el  yugode  laMe- 
trôpoli,  mientras  que  el  numéro  de  los  opresores  permane- 
cîa  sensiblemente  igual,  aumentando  esto  la  desproporcion 
entre  opresores  y  oprimidos. 

El  resultado  de  esta  angustiosa  situacion  era  que  los  na- 
tivos  del  pais  vivîan  en  una  ignorancia  extrema  y  su  nivel 
intelectual  estaba  tan  poco  elevado,  quenopando  compren- 
der  ni  las  mâs  sencillas  ceremonias  del  eu'  ico  â  pe- 

sar  de  ser  lo  ûnico  que  se  les  ensenaba  |^  los  cuban  esas 
prâcticas  con  las  que  heredaron  de  sus  mayoï'es,  resultando 
un  conjunto  extrano,  mâs  parecido  â  la  idolatrîa  que  â  nin- 
gûn  otro  culto. 

28 


Tal  era  su  estado  en  cuanto  a  religion.  En  lo  demâs,  très 
siglos  de  esclavitud,  durante  los  cuales  se  habîan  sucedido 
muchas  generaciones  pasando  bajo  el  mismo  yugo,  hicieron 
perder  a  nuestra  clase  indîgena  toda  nociôn  de  sus  derechos, 
de  la  dignidad  de  que  estaban  investidos  como  hombres,  y 
con  tristîsima  resignacion  arrastraron  la  pesada  cadena  que 
los  privaba  de  su  libertad. 

Los  mestizos  y  los  crioUos,  mas  en  contacte  con  los  pe- 
ninsulares  que  venîan  de  Europa,  con  mas  ilustracion  y  fa- 
cilidad  para  adquirir  alguno  que  otro  libro  que  les  abriera 
amplios  horizontes,  estaban  cada  dia  mas  impacientes  al 
ver  la  irritante  desigualdad  con  queeran  tratados,  y  la  tem- 
pestad  empezaba  a  prepararse  sordamente    en  sus  pechos. 

Las  humildes  pârrocos,  en  su  ma.vorîa  mexicanos,  veîan 
los  altos  puestos  de  la  iglesia  ocupados  por  obispos  é  inqui- 
sidores  corrompidos,  crueles  y  âvidos  de  riquezas,  cu3'0  mé- 
rito  para  ocupar  tan  alta  jerarquîa  consistîa  en  venir  de  la 
Metrôpoli;  compadecîan  a  sus  queridos  feligreses,  explota- 
dos  sistemâticamente  con  el  diezmo,  las  primicias  y  toda 
clase  de  gabelas  del  gobierno  virreinal}"^  se  sentîan  poseîdos 
de  noble  indignacion  al  ver  las  atrocidades  cometidas  con 
su  desventurado  rebano  por  el  cruel  conquistador,  al  ver 
falseada  en  sus  principios  mas  puros  y  bellos,  la  doctrina 
del  Crucificado,  que  estaban  ellos  encargados  de  difundir 
entre  esos  desheredados  de  la  fortuna,  entre  esos  desdicha- 
dos  que  tenîan  hambre  y  sed  de  justica,  entre  esos  seres  hu- 
manos  a  quienes  el  Creador  concediô  derechos  iguales  â  los 
mâs  encumbrados  personajes  y  que  sus  dominadores  habîan 
declarado  bestias  de  carga  y  los  trataban  como  â  taies. 

Pârrocos  tan  virtuosos,  que  cumplîan  verdaderamente 
con  su  santa  mision,  eran  objeto  de  desconfianzas  para  los 
inquisidores  y  el  alto  clero  que  los  vigilaban  constantemen- 
te  y  procuraban  por  medio  del  confesionario  6  el  martirio. 
encontrar  pruebas  contra  ellos,  siendo  las  mâs  terribles,  las 
que  podîan  demostrar  que  amaban  verdaderamente  â  sus  fe- 
ligreses,  y  procuraban    instruirlos,    elevarlos,    infundirles 

29 


ideas  salvadoras  capaces  de  sacarlos  de  la  abyecta  situa- 
ciôn  en  que  se  encontraban. 

Al  vénérable  cura  Hidalgo,  padre  de  nuestra  independen- 
cia,  le  seguîan  secretamente  en  la  Inquisiciôn  un  proceso 
desde  el  ano  1800.  Si  mâs  tarda  en  lanzarse  â  la  lucha,  qui- 
zâs  se  lo  impidan  los  esbirros  del  Santo  Oficio,  que  ya  afi- 
laban  sus  garras  para  abalanzarse  sobre  él  como  fieras  se- 
dientas  de  sangre  humana. 

Todas  las  tierras,  minas  y  propiedades  urbanas,  pertene- 
cîan  al  alto  clero  y  â  los  dominadores,  que  gozaban  de  la 
mayor  impunidad  para  cometer  toda  clase  de  atentados  con- 
tra las  clases  oprimidas. 

El  continente  hispanoamericano  se  encontraba  todo  él 
en  semejante  situaciôn,  cuando  la  gran  ola  de  libertad  que 
invadio  al  mundo  â  fines  del  siglo  XVIII,  llego  â  nuestras 
playas,  siendo  saludada  con  alborozo  por  un  pueblo  que  por 
priiuera  vez,  después  de  larguîsima  3'  dolorosa  esclavitud, 
ofa  la  mâgica  palabra  de  libertad. 

Esa  ola  bienhechora,  que  tuvo  su  origen  en  Francia,  no 
pudo  arribar  â  los  pueblos  mal  preparados  para  recibirla,  y 
fué  llevada  por  los  batalloHes  de  la  Repûblica  y  el  Imperio 
â  toda  Europa,  inclusive  â  Espana,  cuyos  nobles  hijos  se 
encontraban  en  una  situaciôn  casi  tan  triste  como  los  america- 
nos,  pues  pesaba  sobre  ellos  la  doble  tiranîa  de  un  clero  fa- 
nâtico  y  âvido  de  riquezas  y  de  una  monarquia  absoluta, 
corrompida  y  degenerada. 

La  America  Espanola,  sumida  en  la  mâs  negra  obscuri- 
dad,  veîa  como  meteoros  luminosos  las  raras  noticias  que 
recibîa  de  los  triunfos  obtenidos  por  pueblos  que  conquista- 
ban  su  independencia,  como  el  de  los  E.  U.  de  America,  5^  â 
sus  oîdos  llegaba,  aunque  vago,  el  eco  de  las  entusiastas 
aclamaciones  con  que  en  Europa  era  saludado  el  adveni- 
miento  de  la  libertad. 

Los  derechos  del  hombre,  proclamados  solemnemente  por 
el  pueblo  francés  ante  la  Europa  monârquica,  hicieron  â  los 
reyes  temblar  de  pavor,  porque  sintieron  que  sus  coronas  va- 

30 


cilaban,  y  â  la  vez,  en  el  corazôn  de  los  oprimidos  desperta- 
ron  la  conciencia  de  su  dignidad,  de  su  derecho,  y  les  dieron 
fuerza  para  emprender  una  lucha  que  antes  consideraban  im- 
posible. 

Los  mexicanos  ilustrados,  especialmente  los  crioUos,  vie- 
ron  abrirse  nuevos  y  vastîsimos  horizontes  para  sus  nobles 
deseos  y  légitimas  aspiraciones. 

El  clerc  bajo,  compuesto  de  mexicanos,  adivino  que  los 
principios  sublimes  proclamados  por  la  revoluciôn  francesa 
estabaH  de  acuerdo  con  el  espîritu  de  la  doctrina  cristiana,  y 
todos  comprendieron  que,  si  los  conquistadores  y  los  que  por 
très  siglos  habîan  dominado  este  Continente,  no  se  apoj^a- 
ban  en  otro  derecho  que  el  de  la  fuerza  para  ejercer  sus  ve- 
jaciones,  era  imprescindible  recurrir  al  mismo  poderoso  ar- 
gumente para  sacudir  tan  pesado  yugo, 

Por  este  motivo  vemos  al  bajo  clero  mexicano  tomar  una 
parte  tan  activa  en  nuestra  guerra  de  independencia,  en  cuva 
empresa  fué  a3^udado  eficazmente  por  el  amor  y  la  confianza 
de  las  masas  que  ciegamente  lo  seguîan,  porque  compren- 
dieron que  si  esos  hombres  virtuosos  habîan  cambiado  la 
sotana  por  la  espada,  era  para  mejor  defender  sus  derechos, 
castigar  â  sus  amos  insolentes  y  libertarlos  de  tan  oprobiosa 
servidumbre. 

Guerra  de  Me-        ^"^  ^^^  iniciada  la  guerra  por  el  ve- 
DendenCia  nerable  cura  de   Dolores,   D.    Miguel 

Hidalgo  y  Costilla,  y  por  sus  valero- 
ros  companeros  Allende,  Aldama  y  Abasolo,  la  idea  cundiô 
con  maravillosa  rapidez  por  todo  el  territorio  de  la  Nueva 
Ëspana,  â  la  vez  que  en  otros  pueblos  hermanos  era  procla- 
mado  el  mismo  principio  Salvador  por  invictos  americanos, 
que  con  denuedo  admirable  lucharon,  como  nosotros,  hasta 
conquistar  la  independencia  de  su  patria. 

En  toda  la  America  Espanola,  la  guerra  revistiô  un  ca- 
râcter  especial,  debido  â  la  naturaleza  del  territorio  en  donde 
tuvo  lugar. 

La  inmensa  superficie  que  servfa  de  teatro  d  la  guerra, 

31 


ponîa  a  los  insurgentes  al  abrigo  de  derrotas  de  consecuen- 
cias  funestas,  porque  les  era  fâcil  desbandarse  cuando  la 
suerte  en  los  combates  les  era  adversa,  y  como  las  guerrillas 
recorrîan  terreno  àmigo,  en  todas  partes  encontraban  ayu- 
da  é  informes  que  hacian  imposible  toda  persecuciôn  eficaz. 

Ese  inmenso  territorio  se  encontraba  dividido  por  altas 
cordilleras  de  montanas,  en  parte  inaccesibles,  ostentando 
majestuosamente  sus  picos  coronados  de  nieve,  sus  flancos 
cubiertos  de  espesos  bosques,  que  brindaban  fâcil  y  seguro 
refugio  a  los  hijos  del  pais,  quienes  conocîan  todas  las  vere- 
das  para  Uegar  a  ellos,  y  las  cuales  constituîan  caminos  es- 
trechos,  pero  rectos,  que  ora  bordeando  el  precipicio,  ora  pa- 
sando  la  canada  por  el  ùnico  punto  transitable,  ora  vadeando 
el  rîo  por  el  lugar  menos  peligroso,  pronto  los  ponia  â  cu- 
bierto  de  la  persecuciôn  de  sus  enemigos  y  les  permitîa  con- 
centrarse  y  rehacerse  en  puntos  solo  de  ellos  conocidos,  solo 
para  ellos  accesibles. 

Por  otro  lado,  rîos  caudalosos,  selvas  impénétrables  y  de- 
siertos  que  inspiraban  pavor  y  servîan  de  sepultura  al  im- 
prudente que  se  atrevîa  â  penetrar  en  ellos  sin  conocerlos, 
eran  otros  tantos  refugios  para  los  que  tenazmente  luchaban 
por  la  vida  de  su  patria.  Parece  que  esta,  como  madré  ca- 
rinosa,  convertia  para  sus  hijos  en  seguro  abrigo  los  luga- 
res  en  donde  sus  enemigos  solo  encontraban  desolacion  y 
muerte.  Su  manto,  que  bienhechor  abrigaba  â  los  patriotas, 
servîa  tan  s61o  de  sudario  â  sus  opresores. 

Batalla  del  Pueote  ^^  P'^^^^.'  ^J^'^^*°  levantado  por  los 
dp  faldPron  independientes,compuestodechusmas 

sin  disciplina  y  mal  armadas,  difîcil- 
inente  podîa  encontrar  abrigo  seguro  en  las  montanas,  sel- 
vas 6  desiertos,  y  como  al  principio  tuvo  algunas  victorias 
sobre  las  fuerzas  realistas,  que  arrollô  âsu  paso,  audazmente 
retô  al  enemigo,  que  con  fuerzas  considérables  venîa  â  ata- 
•carlo,  siendo  completamente  derrotado  en  la  tristemente  cé- 
lèbre batalla  del  puente  de  Calderôn. 

A  partir  de  esa  derrota  fué  cuando  se  organizaron  multitud 

32 


de  guerrillas,  que  con  incansable  constancia  lucharon  por  la 
independencia  de  su  patria,  obteniendo  frecuentes  victorias 
que  avivaban  mas  su  te  en  el  triunfo  final  de  la  causa  )'  au- 
mentaban  sus  elementos  de  guerra.  También  sufrîan  derro- 
tas;  pero  estas  nunca  los  aniquilaban,  pues  en  el  bosque 
cercano  6  en  determinada  montana  se  volvîan  a  reunir  los 
disperses,  se  reorganizaban  y  a  los  pocos  dîas  se  les  veîa 
atacando  de  nuevo  algûn  punto  ocupado  por  los  realistas,  6 
recorriendo  los  pueblos  donde  no  habia  enemigos,  para  en- 
grosar  sus  filas  con  nuevos  patriotas  y  hacerse  de  los  ele- 
mentos indispensables  para  seguir  la  guerra. 

La  unidad  de  mando  era  imposible  en  aquellas  circuns- 
tancias,  y  cada  quien  obraba  segûn  su  inspiracion,  no  si- 
guiendo  otra  consigna  que  la  de  vencer  6  morir;  no  obede- 
ciendo  a  otro  plan  que  atacar  al  enemigo  donde  quiera  que 
se  encontrara. 

A  pesar  de  esas  condiciones  en  que  tan  di- 
fflOrClOS.  ficil  era  que  alguien  ejerciese  el  mando  su- 

premo,  brotô  en  las  filas  insurgentes  una 
estrella  de  gran  magnitud  que,  deslumbrando  con  sus  épi- 
cas  glorias  â  todos  los  partidarios  de  la  independencia,  los 
sub\^ugô  con  sugenio,  los  domino  con  su  grandeza  de  aima, 
y  por  algûn  tiempo  el  partido  independiente  tuvo  como  jefe 
â  un  gran  gênerai,  â  un  patriota  magnânimo,  â  un  ciudada- 
no  que  sabîa  respetar  la  ley:  al  gran  Morelos,  figura  que  se 
destaca  gloriosa  entre  sus  contemporâneos  y  sobresale  â 
pesar  de  haber  vivido  en  una  época  en  la  cual  tuvo  la  patria 
tantos  héroes  â  su  servicio. 

Morelos,  ansiando  dar  â  la  guerra  el  sello  de  grandeza  que 
le  caracterizaba  y  después  de  tener  bajo  su  dominio  gran 
parte  del  territorio  nacional,  convocô  â  los  mexicanos  para 
mandar  représentantes  â  un  Congreso  que  se  reuniô  en  Chil- 
pancingo. 

Pero  el  éxito  de  la  guerra  estaba  aûn  indeciso;  los  realis- 
tas, contando  siempre  con  elementos  inagotables,  prepara- 
ban  y  equipaban  ejércitos  poderosos. 

33  :i 


No  era  aûn  tiempo  de  poner  las  riendas  del  gobierno  en 
manos  de  un  Congreso;  se  necesitaba  un  jefe  militar.  No 
era  oportuno  tener  un  gobierno  compuesto  de  tantos  miem- 
bros,  pues  para  asegurar  su  existencia,  su  estabilidad,  se 
necesitaba,  no  de  la  escolta  que  requière  para  su  protecciôn 
un  gênerai  en  Jefe  en  sus  constantes  evoluciones  por  el  tea- 
tro  de  la  guerra,  sino  de  un  ejército  formidable  que  pudiese 
hacer  frente  a  todas  las  fuerzas  enemigas,  que  3'a  tendrîan 
marcado  el  punto  a  donde  reconcentrar  el  ataque  y  dirigir 
todos  sus  esfuerzos. 

Esta  falta  cometida  por  nuestro  héroe  inmaculado,  con  la 
mayor  buena  fe,  tuvo  resultados  transcendentales  para  la 
patria,  pues  retardé  por  muchos  anos  el  triunfo  de  los  in- 
surgentes  3'  nos  costo  la  pérdida  irréparable  de  Morelos, 
inmolado  en  la  defensa  del  Congreso  que  él  mismo  creô. 
Decimos  irréparable,  porque  ninguno  de  los  insurgentes  que 
logro  ver  a  nuestra  patria  libre,  tenîa  una  aima  tan  grande 
como  él;  quizâs,  si  hubiera  sobrevivido  a  la  prolongada  gue- 
rra de  independencia,  nuestra  suerte  habrîa  sido  otra,  por- 
que con  su  gloria,  su  prestigio,  su  inmenso  ascendiente  sobre 
sus  companeros  de  armas,  hubiera  dominado  todas  las  am- 
biciones;  con  su  patriotismo  y  altos  sentimientos  civicos,  de 
que  diô  prueba  en  el  Congreso  de  Chilpancingo,  hubiera  en- 
carrilado  a  la  Repùblica,  desde  su  nacimiento,  por  un  caraino 
en  donde  habrîa  encontrado  menos  tropiezos,  escollos  y  vi- 
cisitudes. 

Pero  dejemos  de  ocuparnos  de  lo  que  pudo  ser. 

El  hecho  es  que  Morelos  sucumbio  debido  a  una  falta  co- 
•netida  por  él  de  buena  fe.  Su  muerte  fué  una  pérdida  de 
incalculable  importancia  para  la  patria. 

Esa  falta  la  vemos  ahora  clarfsima,  porque  sabemos  cua- 
les  fueron  sus  funestas  consecuencias;  si  hubiéramos  vivido 
en  su  época,  indudablemente  habrîamos  participado  de  sus 
kermosos  idéales,  de  la  noble  ambicion  que  lo  guiaba:  la  de 
ver  â  su  patria  gobernada  por  représentantes  del  pueblo. 

Si  insisto  sobre  estepunto,es  para  demostrar  como  los  hom- 

34 


bres  mâs  grandes  y  mâs  bien  intencionados  pueden  cometer 
faltas  que  a  veces  llegan  a  ser  de  funestas  consecuencias 

Por  ese  motivo  no  debemos  nunca  dejarnos  deslumbrar 
por  el  brillo  del  que  se  encuentra  en  el  poder,  y  para  ilus- 
trar  nuestro  criterio,  debemos  recorrer  las  paginas  de  nues- 
tra  historia  6  la  de  otros  pueblos,  en  las  cuales  encontrare- 
mos  saludables  ensenanzas. 

En  muchos  casos,  aun  de  buena  fe,  es  difîcil  saber  que 
conducta  debe  seguir  un  pueblo,  cual  es  la  polîtica  que  mâs 
le  conviene  para  salvarse  de  los  enemigos  visibles  queda 
atacan  con  bandera  desplegada,  6  de  los  invisibles  que  se 
ocultan  en  la  sombra  y  que  solo  esperan  la  oportunidad  pro- 
picia  para  atacarlo;  me  refîero  a  los  enemigos  exteriores  y 
sobre  todo  a  los  interiores,  que  mas  seguramente  minan 
nuestro  organismo  social,  aniquilando  sus  fuerzas.  En  esos 
casos,  alli  esta  la  historia.  Consultémosla.  Ella  nos  ense- 
narâ  el  derrotero  que  han  seguido  otros  pueblos  para  sal- 
varse; nos  mostrarâ  gloriosos  ejemplos  en  que  inspirar  nues- 
tra  conducta;  reglas  sabias  para  no  dejar  torcer  nuestro  cri- 
terio con  los  sofismas  de  los  que  pretenden  enganarnos,  y 
encontraremos  tambien  en  ella  ejemplos  reconfortantes  que 
harân  renacer  en  nuestra  aima  el  entusiasmo  por  lo  bueno; 
la  fé  en  la  fuerza  de  las  grandes  virtudes  cîvicas;  la  seguri- 
dad  en  vencer  si  como  buenos,  sabemos  luchar. 

En  este  caso  especial,  la  historia  nos  ensena  que  es  indis- 
pensable la  unidad  en  el  mando,  como  lo  tenian  establecido 
los  romanos  en  su  legislaciôn,  y  segûn  la  cual,  cuando  la 
patria  estaba  en  peligro,  se  nombraba  un  Dictador  con  pode- 
res  omnimodos. 

Terminada  esta  corta,  pero  util  digresiôn,  prosigamos 
nuestro  estudio. 

GUerra  de  gUerrillaS— Su  UnavezmuertoMorelosydes- 
inîlUenCia  en  el  CarâCter  l^andadoelprmcipalnncleodel 
de  nUeStrOS  libertadOreS.      "^^^'^'^^  mdependiente,  la  gue- 

rra  se  sostuvo  por  varios  jefes 
que  al  frente  de  sus  guerrillas  operaban  independientemente, 

35 


siendo  el  terror  de  los  realistas  por  su  arrojo,  su  audacia, 
la  rapidez  de  sus  movimientos,  lo  cual  les  permitîa,  con  un 
punado  de  patriotas,  traér  en  constante  agitaciôn  y  alarma 
à  tropas  muy  superiores  en  numéro,  a  las  cuales  solo  ata- 
caban  cuando  estaban  fraccionadas,  resultando  de  esto  f.re- 
cuentes  victorias  para  los  insurgentes,  a  cuyo  arbitrio  estaba 
determinar  el  lugar  3-  dîa  de  la  batalla,  y  casi  casi  el  numéro 
de  sus  enemigos. 

Estos  héroes,  âquienes  debemos  la  independencia,  vivien- 
do  constantemente  sobre  las  armas,  teniendo  encuentros  fre- 
cuentîsimos  con  el  enemigo,  a  quien  derrotaban  las  mas  ve- 
ces,  pero  que  también  les  infligîa  descalabros  de  importancia, 
Uegaron  a  organizar  sus  fuerzas  perfectamente,  puesto  que 
de  su  organizacion  dependîa  el  triunfo  de  su  causa,  para 
ellos  mas  cara  que  su  propia  existencia. 

Esa  vida  austera  del  campamento,  esas  largas  y  penosas 
marchas,  esos  triunfos  comprados  tan  caramente,  después 
de  haber  sido  derrotados  y  andado  profugos  por  la  sierra, 
casi  solos,  perseguidos  de  cerca  por  el  enemigo,  deben 
haberles  inspirado  pensamientos  muy  bellos;  ilusiones  muy 
hermosas  que  se  realizarian  cuando  la  patria  fuera  libre. 
Quizâ  se  sonaban  ellos  con  el  mando  supremo  de  la  Repû- 
blica,  guiando  sus  destinos  hacia  los  idéales  que  sonaban, 
con  la  misma  facilidad  con  que  dirigîan  a  sus  aguerridas 
huestes.  También  debemos  considerar,  que  solo  aimas  de 
una  elevacion  verdaderamente  rara  en  el  mundo,  pueden 
apreciar  en  su  justo  valor  sus  propios  méritos.  Sin  embar- 
go, la  maj'orîa  de  los  que  no  tenîan  esa  grandeza  de  aima, 
tenîan  la  fuerza  de  voluntad  que  proviene  de  una  modestia 
incompleta,  pero  3'a  muy  noble,  para  no  hacer  alarde  de  los 
servicios  que  prestaron  â  la  patria  y  para  no  proclamarlos 
superiores  â  los  de  sus  companeros;  pero  en  sufuero  întimo 
si  lo  han  de  haber  creîdo  asî,  siendo  raras  las  excepciones. 
Esos  héroes,  se  imaginaban  que,  al  conquistar  la  indepen- 
dencia, se  habrïa  asegurado  para  siempre  la  tranquilidad,  la 
paz  y  el  progreso  de  la  patria,  y   grande   fué  su   sorpresa 

36 


cuando  vieron  que  esto  ûltimo  no  se  realizaba,  y  sin  vaciiar 
le  atribuyeron  a  la  ineptitud  de  sus  companeros,  à  quienes 
la  suerte  habfa  puesto  al  frente  de  los  destines  de  la  Nacion 
y  los  cuales  no  la  guiaban  por  el  camino  que  ellos  habîan 
sonado:  con  la  mano  certera  y  con  la  facilidad  con  que 
estaban  acostumbrados  a  dirigir  sus  legiones.  No  tomaron 
en  consideraciôn  las  inmensas  difïcultades  con  que  tropeza- 
ban  los  que  tenfan  que  reorganizar  un  pais  devastado  por 
once  anos  de  guerra;  supusieron  que  para  ellos  serîa  mas  fa- 
cil  la  empresa;  que  ellos  sî  podrîan  labrar  la  felicidad  de  la 
Repûblica,  é  ignorando  la  eficacia  de  las  prâcticas  democrâ- 
ticas,  y  convencidos  del  temple  de  la  espada  que  habîa  ser- 
vido  para  conquistar  la  libertad,  volvieron  a  desen\ainarla 
p.ara  que  les  ayudara  a  asegurar  la  felicidad  de  la  patria. 

Para  estos  incansables  guerreros,  la  vida  del  campamento 
habîa  llegado  â  tener  grandes  atractivos;  las  luchas  los  se- 
duci'an;  los  descalabros  les  servîan  de  aliciente;  tenîan  la 
nostalgia  de  la  guerra  y  no  se  daban  cuenta  de  los  maies 
que  esta  causaba,  puesto  que  los  mejores  anos  de  su  vida  los 
habîan  pasado  viendo  al  paîs  envuelto  en  ella;  y  habîan  pal- 
pado  los  grandes  bénéficies  acarreados  por  la  larguîsima 
guerra  que  sirvio  para  conquistar  nuestra  independencia. 

Indudablemente  que  â  esos  môviles  tanelevados  debemos 
nuestras  primeras  revoluciones,  pues  no  se  les  puede  atri- 
buirotros  â  hombres  tan  puros  y  tan  grandes  como  Guerre- 
ro  y  Bravo. 

Principales  causas  de  las  revo-  -^^  ^^"^^  "^^  ^^^^'^  néroes- 
luciones.--El  militarismo  des-  ''"-^'^  '■^cuerdo  la  patna  ve, 
pues  de  la  guerra  de  ludepen-     "^'■^'  >'  ^^^  desenvamaron 

^««Ajn  la  espada  de  buena  fe  cre- 

yendo  que  de  ese  modo  coo- 
perarîan  al  progreso  de  su  patria,  se  alzô  una  nube  de  am- 
biciosos,  que  habiendo  prestado  servicios  menores,  reclama- 
ban  mayor  recompensa;  ya  porque  lograron  hacer  resaltar 
sus  servicios,  como  Iturbide  y  Hustamante,  6  porque  con 
un  cinismo  desconcertante    desfiguraron  los  hechos,  hacien- 

37 


do  aparecer  brillantes    victorias  donde  solo  habîan   encon- 
trado  derrotas  vergonzosas. 

Esos  amhiciosos  de  mala  ley  se  pasaroii  à  las  filas  de  los 
insurgentes  cuando  comprendieron  que  éstos  tendrian  que 
triunfar:  pero  después  de  haberlos  combatido  tenaz  y  feroz- 
mente,  haciéndoles  una  guerra  sin  cuartel,  persiguiéndolos 
como  fieras,  no  permitiéndoles  en  muchos  casos,  antes  de 
tusilarlos,  ni  los  consuelos  que  hubieran  podido  encontrar  ea 
las  prâcticas  de  su  religion.  No  solamente  fueron  estos  ma- 
los  mexicanos  los  verdugos  mas  encarnizados  de  los  liber- 
tadores  durante  la  guerra  de  independencia,  sino  que,  una 
vez  conseguida  esta,  a  la  que  contribuyeron  débilmente  con 
su  tardîa  defeccion  del  campo  realista,  se  hicieron  pagar 
muy  caro  sus  servicios;  y  cuando  llegaron  a  obtener  elman" 
do  supremo,  después  de  ensangrentar  el  pais  con  nuevas  re- 
vueltas,  fueron  el  azote  de  la  patria,  dieron  rienda  suelta  a 
sus  instintos  perversos  y  ejercieron  venganzas  ruines  contra 
los  héroes  mas  queridos  y  mas  venerados,  como  Guererro, 
que  fué  fusilado  cobardemente  y  de  un  modo  tan  alevoso, 
que  hasta  en  el  extranjero  causô   indignaciôn. 

Desde  luego  se  noté  que  los  verdaderos  héroes  como  Bra- 
vo. Guerrero,  Victoria  y  Alvarez,  tan  pronto  como  compren- 
dieron el  mal  que  hacian  al  pais  con  las  revoluciones,  enca- 
minadas  solo  a  cambiar  de  Présidente  de  la  Repûblica,  no 
volvieron  a  cometer  faltas  tan  funestas.  y  solo  se  les  volvio 
â  ver  queempunaban  las  armas  cuando  las  instituciones  de- 
mocrâticas  corrîan  grave  peligro  de  ser  para  siempre  olvi- 
dadas,  y  cuando  se  haci'an  insufribles  las  dictaduras  militâ- 
tes de  los  insurgentes  de  ûltima  hora,  de  los  ambiciosos  de 
mala  ley,  que  de  un  modo  tan  espléndido  hacîan  pagar  â  la 
patria  sus  insignificantes  servicios.  En  cambio,  estos  ûlti- 
mos,  llevados  de  su  afân  de  dominar,  nunca  dejaron  endes- 
canso  â  la  Repûblica  con  sus  continuas  asonadas,  sus  levan- 
tamientos,  sus  revoluciones;  siempre  ofrecîan  al  pueblo:  or- 
den,  garantîas,  respeto  â  la  religion;  pero  tan  pronto  coma 

38 


Ilegaban  al  poder,  olvidaban  sus  promesas  y  se  converti'aa 
en  desalmados  tiranos. 

Paralelamente  a  los  abusos 

TrabaiOS  demOCratiCOS  de  esos  militares    ambiciosos. 

(161  6l6ni6ni0  CIYll.  que  debîan   sus    ascensos  a  la 

asonada  y  a  la    traiciôn  y  que 

solo  buscaban  en  el  poder    la  satisfacciôn  de  sus  bajas    pa- 

siones,  notâbanse  desde  un  principio  los  esfuerzos   del   ele- 

mento  civil,  del  elemento  sano,  que  aprovechaba    todas   las 

oportunidades  que  encontraba    para  hacer  sentir  su  saluda- 

ble  influencia,  mandando,  siempre  que  se  convocaba  a  elec- 

ciones  de  diputados,    représentantes   que   supieron   cumplir 

fiel  3'  patrioticamente  con  su  cometido. 

Al  estudiar  atentamente  la  época  que  sucediô  a  la  decla- 
racion  de  nuestra  independencia,  causa  satisfacciôn  ver  que 
siempre  que  de  buena  fe  se  convocô  a  la  Nacion  para  que 
mandara  sus  représentantes  al  Congreso,  éstos  dieron  prue- 
bas  de  gran  patriotismo;  y  si  bien  al  principio  cometieron 
algunas  faltas,  hijas  necesarias  de  la  inexperiencia,  muy 
pronto  enmendaron  sus  errores,  y  aquéllas  no  fueron  de  tan 
funestas  consecuencias  para  la  Repùblica,  como  las  conti- 
nuas asonadas  y  revoluciones  del  insubordinado  elemento 
militarista,  que  ha  skie  la  verdadera  rémora  para  que  el  paîs 
marche  râpidamente  a  sus  grandes  destinos  impulsado  por 
las  prâcticas  democrâticas. 

Rellexiones  sobre  f"^  ^""'""'f  '"°''°  """  """•  "'" 

militarismo  y  democracia     ''''=''?.  "°'  '"^■""«''«'■^  [i"^  "°  <>^ 

tan  diticil  que  se  miplanten  en 
un  pais  nuevo  las  prâcticas  democrâticas  y  para  que  en  Me-, 
xico  y  en  las  demâs  naciones  hispanoamericanas  se  haya 
luchado  tanto  para  lograrlo,  no  ha  sido  por  la  ignoracia  del 
pueblo,  sino  porque  después  de  las  grandes  guerras,  siem- 
pre les  queda  a  los  palses  victoriosos  la  pesada  carga  de  sus 
salvadores  que  muy  caro  se  hacen  pagar  sus  servicios.  Ade- 
mâs,  la  situaciôn  que  se  créa  con  esos  desôrdenes,  es  hâ- 
bilmente  explotada  por  los  intrigantes  y  los  ambiciosos. 

39 


Para  probar  lo  anterior,  citaremos  el  ejemplo  del  Brasil, 
que  hizo  una  revolucion  pacîfica  para  cambiar  de  régimen  de 
gobierno,  y  como  sus  nuevos  caudillos  no  teni'an  que  recla- 
mar  grandes  servicios,  pronto  hubo  la  Nacion  saldadocuen- 
tas  con  ellos  y  recobrado  su  tranquilidad  y  la  paz  dentro 
de  la  libertad. 

En  cambio,  la  antigua  Roma,  modelo  de  democracias,  en 
donde  el  pueblo  habîa  conquistado  palmo  a  palmo  su's  de- 
rechos  y  practicâdolos  varies  siglos,  se  vi6  arrancar  esos 
preciosos  derechos  por  sus  générales  victoriosos,  quienes 
después  de  conquistar  el  mundo,  vinieron  â  Roma  â  exigir- 
le  que  con  sus  libertades  pagara  sus  servicios. 

Ejemplos  de  esa  naturaleza  encontramos  con  frecuencia  en 
la  historia,  y  por  no  ser  mâs  extensos,  solo  citaremos  el  ca- 
so  de  la  Francia  Republicana,  que  victoriosa  rechazo  y  ven- 
ciô  â  casi  todas  las  naciones  de  Europa,  porque  solo  le  ha- 
cîan  la  guerra  las  testas  coronadas,  mientras  los  pueblos  re- 
cibîan  como  â  sus  salvadores  â  las  huestes  republicanas 
cuando  estas  â  su  vez  invadieron  los  paîses  vecinos,  obte- 
niendo  triunfos  que  cada  vez  mâs  aseguraban  la  grandeza 
de  la  Francia  y  consolidaban  las  preciosas  conquistas  que 
habîa  hecho  para  el  género  humano. 

Pues  bien,  esa  Francia  que  habîa  hecho  mil  pedazos  el 
cetro  de  sus  antiguos  reyes;  que  habîa  roto  con  todas  las 
tradiciones  del  pasado,  y  que  altiva  y  victoriosa  ostentaba 
en  una  mano  el  gorro  frigio  de  la  libertad  para  todos  los  pue- 
blos, y  en  la  otra  un  azote  para  todos  los  tiranos  de  la  tie- 
rra;  esa  Francia  tan  grande  y  tan  noble  y  que  habîa  sido 
invencible  en  la  guerra,  la  vemos  inclinar  sumisa  la  cabeza 
ante  el  afortunado  militar  que  en  Italia  conquistô  gloria  in- 
marcesible  para  las  armas  francesas,  y  con  la  corona,  es  de- 
cir,  con  el  sacrificio  de  su  libertad,  le  pagô  sus  brillantes 
victorias. 

ilgual  habîa  hecho  Roma  con  César! 

iY  cuâl  fué  para  Francia  el  fruto  de  aquella  debilidad? 

Bien  amargo  por  cierto;  después  de  una  corta  aunque  bri- 

40 


llantfsima  epopeya  durante  la  cual  las  âguilas  impériales 
pasearon  victoriosas  por  toda  Europa,  y  quele  costô  lapér- 
dida  de  millares  de  hijos,  v\6  derrumbarse  como  un  castillo 
de  naipes  el  imperio  que  parecîa  coloso  y  vi6  también  su 
territorio  mutilado  después  del  ûltimo  desastre  de  Waterloo. 

Asî  pasa  con  todos  los  edificios  que  no  tienen  base  sôlida, 
que  no  se  asientan  sobre  instituciones  libérales,  que  no  des- 
cansan  en  el  pueblo  mismo,  sino  que  dependen  de  la  vida, 
de  la  fortuna  6  del  capricho  de  un  solo  hombre. 

Los  vastîsimos  imperios  de  Alejandroel  Grande  y  de  Car- 
lo Magno,  s61o  subsistieron  mientras  vivieron  sus  iundado- 
res;  en  cambio,  las  repûblicas  y  los  pai'ses  en  donde  funcio- 
nan  con  regularidad  las  instituciones  democrâticas,  aunque 
con  menos  brillo  en  sus  acciones  guerreras,  tienen  una  gran- 
deza  mâs  efectiva  5'  sobre  todo  mas  duradera;  y  si  no,  alli 
îenemos  ejemplos  para  el  mas  exigente:  En  la  antigûedad, 
Roma,  cu3'a  grandeza  y  cuya  fortuna  fué  constante  mientras 
fué  repûblica;  en  los  tiempos  modernes,  los  ejemplos  mas 
sobresaîientes  son  Inglaterra  y  Estados  Unidos;  Inglaterra, 
en  donde  por  primera  vez  anidô  la  libertad  después  de  ha- 
ber  sido  proscrita  de  Roma,  y  cuyas  sôlidas  instituciones 
reposan  sobre  la  voluntad  popular,  ha  ensanchado  constan- 
temente  sus  dominios,  y  nunca  ha  estado  sujeta  a  las  velei- 
dades  de  la  fortuna  que  acompanan  â  las  naciones  cuando 
depositan  todo  el  poder  en  un  solo  hombre  y  abdican  de  su 
libertad. 

La  grandeza  creciente  de  los  Estados  Iftidos  nos  es  de- 
raasiado  conocida  y  debemos  imitarlos  en  sus  prâcticas,  so- 
bre todo,  en,  ese  apego  a  la  ley  de  que  dan  ejeinplosus  man- 
datarios. 

Por  ûltimo,  la  Europa  contemporânea  nos  présenta  un 
cuadro  vivo  de  la  fuerza  de  la  democracia. 

Francia,  después  de  sus  ûltimas  convulsiones,  à  résulta 
de  las  cuales  sepultô  para  siempre  la  idea  monârquica  bajo 
todas  sus  formas,  ha  entrado  en  calma,   logrado   progresos 

41 


portentosos  en  todos  los  ramos,  y  despviés  de  obtener  brillan- 
tes triunfos  diplomâticos  debido  a  su  prudencia,  a  su  calma, 
al  patriotismo  y  serenidad  de  sus  directores,  ocupaunlugar 
prépondérante  en  Europa,  a  pesar  de  la  catâstrofe  del  70, 
que  tanto  la  débilité;  mientras  queAlemania,  a  pesar  de  ser 
el  temperamento  sajon  mas  calmoso  y  sereno,  se  ve  cons- 
tantemente  agitada  por  las  veleidades  de  su  Emperador,  que 
en  un  arranque  de  vanidad,  orgullo,  ira  6  ceguedad,  pare- 
cida  a  la  que  impulsé  al  pequefio  Napoleén  a  la  guerra  del 
70,  puede  traer  sobre  ella  y  sobre  toda  Europa  una  guerra 
desastrosa  por  causas  bien  mezquinas,  bien  indignas  del 
brillo  que  los  Emperadores  pretenden  dar  a  su  purpura,  y 
ademâs,  de  consecuencias  espantosas  para  su  propio  pais, 
aun  en  el  caso  de  salir  victorioso  de  la  contienda,  pues  si 
bien  es  cierto  que  las  inagotables  riquezas  de  su  rival  po- 
drian  indemnizarle  los  gastos  que  hiciera  en  la  guerra,  nun- 
ca  podrîa  devolverle  los  innumerables  hijos  que  perdiera  en 
los  campos  de  batalla.  Es  cierto  que  esto  no  pesa  nadaen 
la  balanza  de  los  pueblos  cuando  dependen  de  un  soberano, 
pues  tiene  tantos  sûbditos,  que  bien  puede  sacrificar  algu- 
nos  cientos  de  miles  para  ensanchar  sus  dominios,  paracon- 
quistar  una  poca  de  gloria,  para  satisfacer  su  vanidad.  Pe- 
ro  no  piensan  de  igual  manera  las  madrés,  que  desoladas 
esperan  y  nunca  ven  Uegar  â  los  hijos  de  sus  entranas;  las 
viudas  y  los  huérfanos,  que  en  la  miseria  llorarân  sin  con- 
suelo  la  muerte  del  esposo,  del  padre.  Estos  Uantos,  que 
en  un  pueblo  democrâtico  repercuten  por  todo  el  territorio 
nacional  inspirando  cordura  y  prudencia  â  los  hombres  que 
llevan  las  riendas  del  gobierno,  é  bien  haciendo  que  sean 
reemplazados  por  otros  si  se  ve  que  quieren  embarcar  â  la 
nacién  en  una  aventura  peligrosa,'  en  las  autocracias  no  tie- 
nen  ningùn  eco,  pues  al  autécrata  no  llegan  esos  gemidos 
inoportunos:  sélo  Uega  el  bélico  acento  del  clarin,  y  la  voz 
de  la  prudencia  permanece  en  la  puerta  del  palacio,  pues  los 
hombres  dignos  que  podrîan  aconsejarla,  no  son  del  agrado 
del  soberano  \'  solo  estân  cerca   de  él    los   que  mejor  saben 

42 


adular  sus  pasiones,  aunque  con    sus  pérfidos   consejos    los 
encaminen  â  las  aventuras  mas  desastrosas. 

Al  leer  lo  anterior  quizaS'  haya  quien  suponça  quetodolo 
dicho  es  efecto  de  nuestra  imaginacion;  pero  que  se  estudie 
detenidamente  las  relaciones  franco-alemanas  con  motivo  de 
la  cuestion  de  Marruecos,  y  se  verâ  que|permanecemos  aun 
fn'os  al  relatar  acontecimientos  de  interés  tan  palpitante; 
recuérdese  el  funesto  acontecimiento  de  la  guerra  ruso-ja- 
ponesa  tan  imprudentemente  iniciada  por  el  orguUo  y  la  de- 
bilidad  del  Zar,  la  cual  costô  tantos  hijos  â  Rusia  y  al  Ja- 
pon, y  tuvo  por  epi'logo  la  mas  vergonzosa  de  las  derrotas 
para  los  antes  invencibles  ejércitos  moscovitas. 

A  grandes  reflexiones  se  prestan  aûn  estos  acontecimien- 
tos, pero  quizâs  mas  alla,  en  el  curso  de  este  trabajo,  en- 
contremos  oportunidad  de  hacerlas;  por  lo  pronto,  el  hecho 
que  querîamos  hacer  resaltar,  es  el  relative  â  los  grandes 
maies  que  sufren  los  pueblos  cuando  se  dejan  dominar  por 
un  solo  hombre;  el  peligro  tan  grande  de  que  esto  suceda 
despues  de  guerras  en  que  las  armas  nacionales  resultan  vic- 
toriosas:  la  frecuencia  con  que  ha  pasado  tal  cosa  en  todos 
los  pueblos  del  mundo  y  por  ûltimo,  que  el  militarismo  ha 
sido  siempre  el  enemigo  de  la  libertad  y  el  principal  obstâ- 
culo  para  el  funcionamiento  de  la  democracia.  y  no  la  igno- 
rancia  de  los  pueblos,  pues  por  mas  atrasados  que  nos  en- 
contremos  desde  1821,  no  lo  estamos  tanto  como  Grecia  en 
sus  tiempos  de  apogeo  y  Roma  en  el  de  su  grandeza. 

Por  consiguiente,  debemos  hacer  â  un  lado  ese  grosero 
pretexto  que  han  invocado  siempre  los  tiranos  para  oprimir 
â  los  pueblos:  que  no  estân  aptos  para  la  libertad,  y  con- 
vencernos  de  que  aquî  en  Mexico,  hemos  sufrido  las  conse- 
cuencias  que  invariablemente  nos  présenta  la  historia  des- 
pués  de  las  grandes  guerras.  l*na  vez  vencido  el  enemigo 
extranjero,  ha  sido  necesario  pagar  caramente  sus  servicios 
â  los  générales  afortunados.  Por  ese  motivo  pusimos  la  co- 
rona  en  las  sienes  de  Iturbide,  cuya  hoja  de    servicios  con- 

43 


sistiô  ûnicamente  en  la  oportuna    defeccion  â  la  que  antes 
habfa  considerado  como  patria. 

Por  una  gratitud  mâs  merecida,  pero  igualmente  ciega, 
se  quiso  premiar  â  los  demâs  caudillos  de  la  independencia 
con  la  silla  presidencial,  6  bien  éllos  lo  exigieron  con  la 
espada  en  la  mano,  como  Guerrero  y  Bravo. 

Aprovechando  el  estado  caotico  que  résulté  de  las  asona- 
das  promovidas  por  aquellos  eminentes  patriotas,  una  tur- 
ba  de  antiguos  caudillos,  muchos  de  ellos  patriotas  de  ûlti- 
ma  hora,  alteraron  constantemente  el  orden  de  la  Repûblica 
con  sus  frecuentes  asonadas,  dando  por  resultado  que  el 
mâs  afortunado  6  el  mâs  hâbil  militar  era  quien  ocupaba 
la  silla  presidencial,  convocando  algunas  veces  â  elec- 
ciones  para  el  nombramiento  de  représentantes,  pero  disol- 
viendo  las  asambleas  que  estas  constituyeron,  tan  pronto  co- 
mo no  respondîan  servilmente  â  sus  miras. 

Entre  estos  audaces  militares,    figura  en  pri- 

SdDtd'Anft.     mera  lînea  el  General    Santa-Ana,   el  mâs  ve- 
leidoso  de  todos  los  mandatarios,  el  mâs  intri- 
gante de  todos  los  ambiciosos,   el  mâs  cînico  en  sus  ofreci- 
mientos  al  pueblo,  el  que  defeccionô  de  todos  los    partidos 
y  traicionô  â  todas  las  causas. 

Entre  él  y  otros  cuantos  ambiciosos,  tenian  al  paîs  en 
constante  alarma,  resultando  que  los  Estados  que  estaban 
lejos  de  la  acion  del  Centro,  vivîan  casi  independientes  y  no 
sabîan  â  que  autoridad  obedecer:  pero  también  con  Santa- 
Ana  contrajo  una  deuda  la  Naciôn,  pues  habîa  sido  de 
los  revolucionarios  mâs  afortunados  y  tenido  la  suerte  de 
derrotar  â  Barradas,  acciôn  militar  que  él  supo  explotar 
hâbilmente  para  aparecer  ante  la  patria  como  uno  de  sus  hi- 
jos  beneméritos. 

En  pago  de  esa  deuda  se  le  permitiô  que  escalara  la  Pre- 
sidencia  de  la  Repûblica  repetidas  veces,  siendo  él  quien  se 
encontraba  al  frente  del  gobierno  cuando  se  separo  Texas 
declarândose  independiente. 

Santa-Ana  marché  con     fuerzas  considérables  â  combatir 

44 


a  los  texanos,  pero  debido  a  su  impericia  militar  y  a  su  co- 
bardîa,  sacrifice  inûtilmente  los  elementos  y  las  fuerzas  na- 
cionales,  pues  una  vez  prisionero,  di6  orden  a  las  fuerzas 
mexicanas  para  que  se  retiraran  }•  abandonaran  el  terrreno 
en  disputa. 

iConsideraba  de  mâs  valor  su  tranquilidad  y  su  vida,  que 
la  integridad  de  su  Patria!  >•  fué  a  soldado  tal  a  quien  la  Na- 
cion  encomendô  su  defensa  cuando  se  viô  invadida  por  los 
norteamericanos.  Apenas  es  concebible  que  haya  hombres 
que  con  sus  descarados  embustes  y  sus  intrigas  puedan 
llegar  a  imponerse  de  tal  modo  a  naciones  como  la  mexica- 
na,  que  siempre  ha  contado  con  hijos  dignîsimos  y  valero- 
sos,  prontos  â  sacrificarse  por  ella. 

Sin  embargo,  esa  es  la  amarga  realidad. 

Santa-Ana  habîa  encontrado  el  modo  de  reivindicarse 
ante  la  Nacion,  haciendo  un  alarde  de  resistencia  en  Vera- 
cruz  contra  las  fuerzas  francesas  y  publicando  proclamas 
en  las  cuales  describîa  como  un  triunfo  para  las  armas  na- 
cionales,  lo  que  en  realidad  habîa  sido  una  derrota  si  no 
para  la  may or  parte  del  ej  ército  que  con  valor  se  defendio  den- 
tro  de  sus  cuarteles,  si  para  él  y  para  las  fuerzas  direeta- 
mente  â  su  mando,  pues  â  la  primer  noticia  del  desembarco 
de  los  franceses.  corrio  despavorido  y  s61o  recobrô  la  calma 
y  vino  â  atacar  al  enemigo,  cuando  va  este  se  retiraba,  cre- 
yendo  haber  logrado  su  objeto  al  llevarse  prisionero  al  Ge- 
neral Arista,  â  quien  confundiô  con  Santa-Ana. 

En  esa  acciôn,  â  pesar  del  brio  de  que  hablaba  en  sus 
proclamas,  esta  demostrado  fuera  de  duda  por  el  sagaz  his- 
toriador  y  apreciable  amigo  mio,  Sr.  Fernando  Iglesias  Cal- 
derôn,  que  debio  la  pérdida  de  su  pierna  al  hecho  de  no  ha- 
berse  ocultado  bastante  bien  tras  un  muro,  como  lo  intenté, 
mientras  ordenaba  una  carga  enteramente  inûtil,  y  que  costô 
la  vida  â  muchos  buenos  soldados, 

La  sangre  que  derramô  Santa-Anna  en  esta  ocasiôn,  por 
su  pierna  mutilada,  costô  muy  caro  â  la  Repûblica. 

Las   torpezas    é  intrigas  de  Santa-Ana  y  de  otros  jefes, 

45 


quienes  aprovechabaii  los  elementos  que  para  su  defensa 
ponîa  laNaciôn  en  sus  manos  rebelândose  contra  el  gobierno 
constituido,  derrocando  y  poniendo  otro  en  su  lugar,  dieron 
por  resultado  que  no  pudiéramos  hacer  trente  â  las  tropas 
americanas  cuando  invadieron  nuestro  territorio,  por  no  ser 
posible  la  organizaciôn^de  ninguna  defensa  séria  en  medio  de  . 
tantas  disenciones,  pues  para  eterno  baldon  de  sus  auto- 
res,  estas  no  cesaron  ni  cuando  el  suelo  patrio  era  profanado 
por  el  invasor  extranjero. 

Tan  dolorosa  experiencia  viene  â  demostrarnos  que  no 
debemos  esperar  nada  de  esos  militares  ambiciosos,  puesto 
que  va  hemos  visto  como  siempre  han  antepuesto  sus  am- 
biciones  personales  â  los  mas  sagrados  intereses  de  la  pa- 
tria. 

Desde  que  un  hombre,  niilitar  6  no,  toma  el  funeste  ca- 
niino  de  las  revoluciones  para  escalar  el  poder,  deben  sernos 
sospechosos  todos  sus  actos  y  debemos  desconfiar  de  sus 
promesas,  por  mas  halagadoras  que  nos  parezcan. 

Lo  que  debemos  entender    ^'^  ^"^  ^'^"  duramente  hemos  in- 

por   fflilitariSmO.  ^œpado  en  este  lugar  â  militares 

ambiciosos  que  han  sido  la  causa 
del  desmembramiento  de  la  Repûblica,  conviene  hacer  una 
aclaraciôn  importante. 

Siempre  hemos  tenido  en  nuestro  ejército  militares  pun- 
donorosos,  valientes  hasta  la  temeridad,  caballerosos  hasta 
lo  novelesco  y  nobles  y  abnegados  hasta  el  sacrifîcio. 

EUosestân  siempre  listes  para  defender  â  su  patria  cuando 
corre  algûn  peligro,  luchan  valientemente  en  su  defensa,  5' 
cuando  el  riesgo  ha  pasado,  se  retiran  â  la  vida  privada  6 
siguen  en  su  puesto,  habiendo  satisfecho  su  ambiciôn,  con 
inscribir  en  las  paginas  de  la  historia  patria  un  dîa  mâs  de 
gloria  al  salvarla  del  peligro  que  corrîa. 

Tan  valientes  y  modestes  héroes,  ne  hacen  alarde  de  sus 
servicios  ni  exigen  â  la  patria  el  page  de  la  sangre  por  ella 
derramada;  saben  que  al  defenderla  han  cumplide  con  su 
deber,  y  con  eso  estân  satisfeches. 

46 


Esos  son  los  verdaderos  militares,  los  sostenes  de  la  pa- 
•tria  en  los  dias  de  peligro,  los  que  le  han  legado  sus  glorias 
mâs  paras  y  nunca  han  sido  una  carga  para  la  naciôn,  como 
los  ambiciosos  a  que  nos  referimos  mâs  arriba.  Por  eso  al 
hablar  de  militarismo  3'  de  los  maies  que  ha  causado,  nos 
referimos  exclusivamente  a  los  militares  insubordinados,  sin 
conciencia,  que  han  abrazado  la  noble  carrera  de  las  armas, 
no  con  el  fin  levantado  de  defender  a  su  patria,  sino  con  el 
de  llegar  a  dominarla  para  satisfacer  pasiones  ruines  y  su 
insaciable  ambiciôn. 

En  la  guerra  con  los  Estados  Unidos,  exceptuanto  a  Santa- 
Ana  y  a  uno  que  otro  ambicioso,  el  ejército  se  porté  con 
bravura,  3'  si  su  gênerai  en  jefe  no  hubiera  traicionado  6 
por  lo  menos  cometido  una  falta  inexplicable,  las  armas  na- 
cionales  se  habrîan  cubierto  de  gloria  en  la  batalla  de  la  An- 
gostura,  lo  cual  hubiera  asegurado  nuestra  integridad  na- 
cional,  pues  este  ejército,  una  vez  victorioso,  habrîa  regresado 
al  centro  del  paîs  en  excelentes  condiciones  para  bâtir  al 
enemigo  que  amenazaba  por  otro  lado,  3^  por  lo  menos,  no 
hubiera  sido  tan  humiliante  el  tratado  celebrado  para  obte- 
ner  la  paz  3'  la  evacuaciôn  del  territorio  nacional,  por  las 
fuerzas  norte  americanas. 

No  hablaremos  de  las  demâs  faltas  que  Santa-Ana  come- 
tio  durante  esa  guerra  de  tan  tristes  recuerdos  para  los  me- 
xicanos,  por  ser  demasiado  conocidas. 

Dictadura  ^°  ^"^  ^^  diremos,  es  que  a  pesar  de  ha- 

d6    SantA—Ana       ^^^  observado  una  conducta  tan    sospe- 
chosa  que  merecîa  la  excecraciôn  nacio- 
nal, por  medio  de  una  de  tantas  intrigas    volvio  Santa-Ana 
al  poder,  poco  tiempo  des  pues  de  haberlo  abandonado  el  în- 
tegro  pero  débil  Arista. 

Santa  Ana,  despechado  por  sus  derrotas  con  los  Estados 
Unidos  de  America,  y  mâs  aûn  con  quienes  habîan  critica- 
do  su  conducta  censurando  sus  actos,  iniciô  una  era  deper- 
secuciones  v  de  venganzas  como  raras  veces  se  habîan  vis- 
to  desde  que  Mexico  era  independiente.   Se  revistiô  del  poder 

47 


dictatorial,  se  hizo  proclamar  "Alteza  Serenisima,  "  decretar 
los  honores  y  tratamientos  mâs  extravagantes  3'  para  soste- 
nerse  en  el  poder,  équipé  muj'  bien  y  aumento  considera- 
blemente  el  ejército.  poniéndolo  en  condiciones  muy  supe- 
riores  a  cuando  se  tratô  de  defender  la  patria.  A  los  escri- 
tores  independientes  los  persiguiô  y  gobernô  despôticamen- 
te,  procurando  centralizar  todo  el  poder  en  sus  manos,  como 
lo  intentô  cada  vez  que  habîa  ascendido  al  poder  3'  como  lo 
intentaron  tambièn  cuantos  pretendieron  gobernar  al  paîs 
por  medio  de  dictaduras  militares. 

La  desesperàcion  de  los  pueblos  ha- 

RcyOlUCÎOD  u6  bîa  Uegado  a  su  maximum  y  la  Naciôn, 

AyUtld.  aunque  aparentemente  tranquila,  como 

siempre  que  pesa  sobre  ella  alguna  dic- 

tadura,  estaba  en  una  gran  efervescencia  y  solo  faltabauna 

chispa  para  encender  otra  vez  la  guerra  civil. 

La  chispa  fué  encendida  por  el  General  Don  Juan  Alva- 
rez, uno  de  los  héroes  de  nuestra  independencia;  de  esos 
hombres  tan  raros  en  todas  las  épocas  por  su  patriotismo  y 
su  desinterés.  El  nunca  pidiô  nada  a  la  patria  en  cambio  de 
su  sangre  que  mil  veces  derramô  por  ella;  se  contenté  con 
verla  libre  y  desde  su  modesto  retiro,  gobernandocon  acier- 
to  é  integridad  el  Estado  deGuerrero,  contemplaba  con  hon- 
da  tristeza  los  frecuentes  tropiezos  sufridos  por  la  patria 
que  él  a\udé  a  crear.  Mâs  tarde,  cuando  fué  nombrado  Pré- 
sidente de  la  Repûblica,  con  una  magnanimidad  3^  un  des- 
iiîterés  que  raramente  encontramos  en  la  historia,  renuncié 
ese  elevado  puesto,  dejando  en  su  lugar  a  quien  él  juzgaba 
apto  para  sustituirlo. 

La  revolucién  iniciada  en  Ayutla  y  encabezada  por  el 
vénérable  insurgente  de  quien  acabamos  de  hablar,  asî  como 
por  hombres  de  gran  valer,  como  Comonfort,  fué  secundada 
por  toda  la  Nacién,  y  a  pesar  de  los  espléndidos  ejércitos 
con  que  contaba  la  dictadura,  triunfé  en  poco  tiempo,  arro- 
iando  del  suelo  patrio  al  funesto  dictador,  é  implantando  un 
gobierno  netamente  popular,  al  trente  del  cual   estuvo  pro- 

48 


visionalmente  el  General  Alvarez,  desigaado  para  ocuparla 
Presidencia  mientras  se  reunîa  el  Congreso  Constituj^ente 
y  al  elaborar  la  Constitucion,  determinaba  el  modo  como 
debia  ser  electo  su  sucesor. 

Como  dijimos  antes,  el  General  Alvarez  delego  elaltopo- 
der  con  que  se  le  habîa  investido,  en  sudignîsimo  colabora- 
dor,  el  General  Comonfort.  Parece  que  una  de  las  principa- 
les causas  que  lo  determinaron  a  tomar  esa  resoluciôn,  fué 
su  avanzada  edad,  la  cual  no  le  permitîa  llevar  el  grandisi- 
mo  peso  de  la  administraciôn,  en  aquella  época  tan   difîcil. 

La  elecciôn  que  hizo  de  sustituto  no  podîa  ser  mâs  acer- 
tada,  como  acierta  siempre  quien  no  obedece  a  mezquinas 
pasiones,  sino  que  procura  inspirarse  en  los  altos  intereses 
de  la  patria. 

Comonfort  cino  sus  actos  fielmente  a  lo  ofrecido  en  el 
Plan  de  Ayutla,  convocô  al  Congreso  Constituyente,  dejân- 
dolo  en  entera  libertad  para  que  cumpliera  su  cometido  y 
llevara  a  cima  su  magna  obra.  Goberno  al  pais  con  acier- 
to,  reprimiô  los  movimientos  revolucionarios  con  actividad 
y  energia,  y  procuré  quitar  a  las  guerras  civiles  el  carâcter 
de  ferocidad  que  siempre  habîan  tenido,  usando  deunarara 
magnanimidad  con  los  vencidos. 

El  Congreso  Constituyente,  protegido 
tODêrCSO  por  el  fuerte  brazo  de    Comonfort  y  aun- 

tODSilUiy6Dl6  que  en  medio  de  las  tremendas   agitacio- 

nes  de  partido  que  conmovîan  en  aquella  época  a  la  Repû- 
blica,  pudo  con  relativa  calma  dedicarse  a  sus  labores;  el 
fruto  de  estas  fué  la  Constitucion  proclamada  y  jurada  el 
ano  de  1857,  ^J^  la  cual  se  reconocîan  todos  los  derechos  del 
hombrey  se  daba  al  pais  la  forma  de  un  gobierno  represen- 
tativo  fédéral,  satisfaciendo  de  esta  manera  las  manifiestas 
aspiraciones  de  la  Naciôn. 

Los  trabajos  de  ese  Congreso  son  mémorables  por  la  mag- 
nitud  de  sus  resultados,  por  el  altopatriotismo  de  sus  miem- 
bros,  por  su  clarividencia,  su  elocuencia  persuasiva,  su  se- 
renidad  en  medio  de  las  tempestades  que   los  amenazaban, 

49  4. 


y  por  ûltimo,  por  su  desinterés,  virtud  cada  vez  mas  rara 
en  nuestro  tiempo. 

Ese  Congreso  grabô  en  nuestra  historia,  con  letra  indele- 
ble,  una  de  sus  paginas  mas  gloriosas,  pues  justamente  po- 
demos  vanagloriarnos  los  mexicano*  de  poseer  una  de  las 
constituciones  mas  sabias  y  libérales  del  mundo. 

La  reunion  de  aquel  Congreso  es  la  pruebamâs  elocuen- 
te  de  que  en  Mexico  estâmes  perfectamente  capacitados  pa- 
ra la  democracia.  Como  para  su  elecciôn  no  se  ejerciô  pre- 
sion  alguna,  fueron  représentantes  genuinos,  légitimes  del 
pueblo,  los  que  a  él  concurrieron,  y  como  parte  intégrante 
del  mismo,  conocedores  de  sus  necesidades  y  sedientos  de 
libertad. 

Su  labor  fué  admirable,  y  asambleas  tan  notables  honran 
â  cualquier  pais.  Pero  esos  hombres  necesitan  para  su  desa- 
rrollo  el  ambiente  de  la  libertad;  la  opresion,  la  tiranîa,  los 
asfixian. 

Después  de  terminadas  sus  labores,  el  Congreso  Consti- 
tuyente  clausuro  sus  sesiones,  y  los  ilustres  patricios  que 
lo  formaban  regresaron  â  sus  hogares. 

De  acuerdo  con  la  nueva 
PreSidenCia  d*  ComOnîOrt.         Constïtucion,  se  procedlo  a 

elegir  al  Présidente  de  la 
Repûblica,  recayendo  el  nombramiento  en  el  General  Co- 
monfort,  quien  habîa  revelado  notables  dotes  administrati- 
vas,  que  unidas  â  su  energîa  y  proverbial  magnanimidad, 
lo  habian  hecho  verdaderamente  popular. 

El  General  Comonfort  empezô  â  gobernar  con  dificulta- 
des  de  todas  clases,  debido  principalmente  â.los  continues 
pronunciamientos  del  elemento  netamente  militarista,  que 
asociado  con  el  clero  y  el  partido  conservador,  solo  quen'a 
el  poder  para  saciar  sus  ambiciones,  pues  si  bien  es  cierto 
que  cuando  esos  afortunados  y  audaces  générales  Uegaron 
al  poder,  dieron  algunos  décrètes  favorables  al  clero,  en 
realidad  fué  mas  lo  que  le  quitaron  en  forma  de  empréstitos. 
En  cuanto  â  piedad,  salve  su  concurrencia  ofîcial  â  las  mâs 

50 


suntuosas  ceremonias  del  culto,  poco  se  preocupaban  por  los 
verdaderos  intereses  de  la  religion,  cuando  no  se  mofaban 
de  ella;  por  mas  partidario  del  clero  que  fuera  Mârquez,nunca 
podremos  convencernos  que  fué  un  verdadero  crej'ente;  asî 
como  los  demâs  générales,  quienes  aunque  no  tan  féroces  co- 
mo  este,  no  demostraban  tener  muchos  escrûpulos  religiosos 
en  ninguno  de  sus  actos,  como  lo  demuestra  principalmente 
la  facilidad  con  que  se  afiliaban  ya  âuno,  va  â  otro  partido. 
Su  espada,  salvo  rarîsimas  y  honrosas  excepciones,  estaba 
al  servicio  de  quien  pagara  mejor  3'  ofreciera  mas    galones. 

En  vista  de  taies  dificultades,  el  Congreso,  obrando  con 
gran  cordura  y  con  patriotica  prudencia,  invistio  â  Comon- 
fort  de  poderes  omnîmodos,  para  que  pudiera  combatir  efi- 
cazmente  â  los  revolucionarios,  y  con  la  unidad  de  mando, 
tan  necesaria  cuando  las  naciones  pasan  por  sus  grandes 
crisis,  pudiera  remediar  la  situaciôn  y  restablecer  el  orden. 
A  pesar  de  esta  noble  conducta  del 
G0lp6  de  EStadO.  Congreso,  Comonfort,  obedeciendo  â 
inexplicable  sugestion,  élque  habîa  si- 
do  tan  leal  para  cumplir  lo  pactado  en  el  Plan  de  Ayutla  y 
que  habîa  dado  tantas  pruebas  de  patriotismo,  de  pruden- 
cia y  de  rectitud,  se  resolviô  â  dar  el  funesto  golpe  de  Es- 
tado  para  investirse  con  el  poder  dictatorial  y  convocar  â 
otro  Congreso  Constituyente,  porque  le  parecîaque  la  Cons- 
tituciôn,  que  él  mismo  habîa  jurado  cumplir  y  hacer  cum- 
plir, no  llenaba  las  aspiraciones  nacionales. 

En  presencia  de  estos  hechos,  se  encuentrael  historiador 
abrumado,  aterrado,  no  acierta  â  explicarse  como  un  hom- 
bre  tan  recto  y  noble  haya  cometido  una  falta  tan  imperdo- 
nable;  un  hombre  tan  apegado  â  la  ley,  la  haya  roto  en  sus 
m-anos,  y  por  ùltimo,  quien  respeto  como  un  ofrecimiento 
sagrado  el  que  hizo  en  las  efusiones  de  la  Victoria,  dicien- 
do:  '  los  heridos  pertenecen  â  Dios,  yo  los  perdono,  "  no  se 
acordara,  antes  de  romper  la  Constitucion,  que  hacîa  dos 
meses  habîa  jurado  solemnemente  cumplirla  y  hacerla  cum- 
plir, 

51 


Sin  embargo,  el  hecho  existe  y  hay  que  buscarle  una 
explicacion. 

Esta  es  muy  sencilla,  si  seguimos  el  hilo  de  la  idea  que 
hemos  venido  desarollando. 

Comonfort,  a  pesar  de  sus  brillantes  y  notables  cualida- 
des,  era  ante  todo  militar,  y  mal  se  aviene  un  militar  acos- 
tumbrado  6  mandar  sus  ejércitos,  con  que  se  le  haga  nin- 
guna  observaciôn;  a  tener  un  Congreso  a  quien  consultar 
en  todos  sus  actos,  El  acostumbrado  a  mandar,  no  puede 
obedecer,  y  menos  un  militar  que,  como  él,  habîa  conquis- 
tado  tan  frecuentemente  las  palmas  de  la  vàctoria,  no  podi'a 
verse  subordinado  a  una  asamblea  de  particulares,  de  hom- 
bres  que  no  sabîan  ni  manejar  el  sable. 

Ademâs,  Comonfort  habîa  sido  el  principal  motor  de  la 
revolucion  contra  la  dictadura;  a  él  debîa  la  patria  su  liber- 
tad,  y  tenîa  que  pagarle  caramente  sus  servicios.  Un  ano 
de  Dictadura  que  habîa  ejercido  legalmente,  lo  habîa  enca- 
riîïado  con  el  poder;  va  no  podîa  tolerar  congresos  que  es- 
tuvieran  sobre  él.  Quien  habîa  libertado  a  la  patria  de  las 
garras  de  la  Dictadura  y  que  en  cien  combates  habîa  derro- 
tado  a  los  enemigos  del  orden,  tenîa  mis  derecho  a  gober- 
nar,  que  esa  Asamblea  de  demagogos  que  nada  habîan  he- 
cho, sino  apresurarse  â  disfrutar  de  las  victorias  obtenidas 
con  su  espada. 

Comonfort,  al  dar  su  golpe  de  Estado,  «cambiô  sus  tîtu- 
los  légales  por  los  de  un  misérable  revolucionario,»  segûn 
sus  palabras  textuales.  La  razôn  en  que  se  apoyaba,  fué  que 
no  podîa  gobernar  con  la  Constituciôn;  pero  los  hechos  vi- 
nieron  a  demostrar  cuan  grande  era  su  error,  puesto  que 
mientras  gobernô  constitucionalmente,  su  administraciôn 
gozo  de  tal  prestigio  y  estuvo  apoj'ado  de  un  modo  tan 
unanime  por  la  nacion,  que  su  gobierno  parecîa  inconmovi- 
ble,  é  indudablemente  si  no  hubiera  cometido  falta  tan  tras- 
cendental,  se  habrîa  ahorrado  la  patria  muchos  rîos  de  san- 
gre  3'  mas  pronto  hubiéramos   recobrado  la  paz,  y  con  ella, 

52 


el  progreso  en  todos  los  ramos.   Por  lo  menos,  ta)  es  la  opi- 
nion de  la  ma3'orîa  de  nuestros  historiadores. 

Son  raros  los  casos  que  nos  présenta  la  historia,  en  que 
â  las  faltas  sigan  tan  de  cerca  sus   funestas   consecuencias. 

Comonfort,  J'residente  Constitucional,  tenîa  el  apo\'o  de 
la  Naciôn  entera. 

Comonfort,  revolucionario,  ocho  dîas  después  de  su  gol- 
pe  de  Estado  no  contaba  ni  con  la  ayuda  de  quienes  lo  in- 
duieron  â  cometer  falta  tan  grande;  las  fuerzas  que  se  pro- 
nunciaron  â  su  favor,  fueron  las  primeras  en  volverse  con- 
tra él,  y  tuvo  que  salir  de  su  paîs  â  llorar  en  el  destierro 
los  maies  que  en  un  momento  de  ceguedad  produjo  â  su  pa- 
tria. 

Otro  ejemplo  que  no  conviene  olvidar:  !un  hombre  como 
este,  tan  merecedor  â  los  mas  altos  honores  y  â  la  gratitud 
nacional;  de  una  prudencia  y  un  tacto  admirables,  de  una 
conducta  irréprochable,  de  un  desinterés  y  patriotisme  â  to- 
da  prueba,  cometiendo  en  un  momento  de  ceguedad,  de  lo- 
cura  6  de  debilidad  una  falta  irréparable!  iDesgraciados 
pueblos  cuyos  destines  dependen  de  la  vida,  voluntad  6  ca- 
pricho  de  un  solo  hombre! 

La  ûnica  falta  cometida  por  un  hom- 
(jQBFFâ  W  trCS  dflOS.  bre  que  'siempre  presto  servicios 
eminentes  â  la  patria,  volviô  â  aca- 
rrear  sobre  ella  todos  los  horrores  de  la  guerra  civil  durante 
très  anos,  pues  el  Jefe  de  las  fuerzas  que  proclamaron  el 
Plan  de  Tacuba5'a,  una  vez  dado  el  golpe  de  Estado  a  favor 
de  Comonfort,  juzgo  que  podîa  dar  otro  golpe  â  su  favor  y  asî 
lo  hizo,  rebelândose  contra  el  que  acababa  de  investirse  con 
los  poderes  dictatoriales  y  ocupando  la  codiciada  silla  pre- 
sidencial,  de  donde  arrojo  â  su  antiguo  ocupante.  Ouien  esto 
hizo,  el  General  Zuloaga,  habfa  ocupado  un  puesto  de  gran 
confianza  entre  las  fuerzas  libérales  y  comprendiô  que  estas 
no  podîan  aprobar  su  conducta,  ni  menos  aûn  apoyarlo,  y  se 
pasô  al  bando  opuesto,  al  partido  conservador,  el  cual  con 
estos  elementos  y  casi  todas  las  fuerzas  de  Ifnea  que  se  pa- 

53 


saron  a  su  lado,  emprendiô  la  obra  de  asegurarse  en  el  po- 
der,  persiguiendo  a  los  libérales,  quienes  en  aquellos  momen- 
tos  se  encontraban  en  condiciones  angustiosisimas,  pues  casi 
todas  las  f uerzas  de  Ifnea,  los  elementos  de  guerra  y  los  me- 
jores  générales,  sostenian  al  nuevo  gobierna  que  se  habîa 
instalado  en  la  Capital  de  la  Repûblica. 

Sin  embargo,  las  ideas  libérales  habîan  echado  hondas  rai- 
ces  en  la  conciencia  pùblica,  porque  se  viô  que  de  ningûn 
modo  atacaban  los  verdaderos  intereses  de  la  religion,  y  si 
aseguraban  a  todos  los  ciudadanos  el  uso  de  sus  derechos, 
de  esos  sagrados  derechos  del  hombre,  que  una  vez  recono- 
cidos,  lo  elevan  de  la  categorfa  de  siervo  a  la  de  ciudadano; 
de  la  de  esclavo  a  la  de  hombre  libre. 

Los  defensores  de  esos  principios  se  encontraban  disemi- 
nados  por  el  vasto  territorio  de  la  Repûblica,  sirviéndoles 
de  centro  de  union,  de  jefe,  la  grandiosa  figura  de  Juârez, 
quien  siendo  sustituto  del  Présidente  de  la  Repûblica  por 
derecho,  habi'a  recogido  el  poder  perdido  por  Comonfort, 
primero  por  su  golpe  de  Estado  5^  después  por  delegaciôn 
que  hizo,  segûn  declaraciones  al  efecto. 

Juârez,  investido  de  la  legalidad  de  que  se  habla  despo- 
jado  Comonfort,  recogio  el  prestigio  que  aquél  tenîa,  pres- 
tigio  que  supo  acrecentar  con  la  rectitud  de  sus  actos,  su 
admirable  serenidad  en  los  mas  grandes  peligros,  su  indo- 
mable  constancia,  su  honradez  acrisolada,  su  patriotismo  a 
toda  prueba. 

Juârez  era  la  encarnaciôn  de  la  ley,  el  représentante  ge- 
nuino  de  la  legalidad  3'  respondîa  â  las  aspiraciones  de  la 
parte  sana  de  la  Nacion,  tanto  del  elemento  civil,  como  del 
militar  que  se  preocupaba  por  la  prosperidad  y  la  tranqui- 
lidad  de  su  patria.  La  prueba  de  esto  fué  que  los  jefes  que 
permanecieron  fieles  â  la  causa  de  la  Reforma,  jamâs  se  re- 
belaron  contra  él  ni  desconocieron  sus  ôrdenes,  â  pesar  de 
que  él,  sin  medios  de  accion  para  hacerse  obedecer  de  sus 
générales,  permanecîa  bloqueado  en  Veracruz. 

En  esa  lucha  tremenda  se  habîa  aduenado  del  poder  el  ele- 

54 


mento  malsano  del  ejército,  en  aquella  época  prédominante, 
6  sea  el  militarismo  de  siempre;  pero  careciendo  de  jefe  con 
quien  la  patria  hubiera  contraîdo  esas  deudas  que  a  tan  alto 
precio  ha  tenido  que  pag'ar.  Por  ese  motivo  no  teni'a  ese  ele- 
mento  la  fuerza  de  otras  veces  y  aunque  sus  jefes  eran  mu- 
cho  mas  habiles  y  audaces  y  contaban  con  mayores  elenien- 
tos  de  guerra,  no  podîa  ostentar  ninguno  de  ellos,  laureles 
conquistados  en  alguna  guerra  extranjera. 

Adeniâs,  la  Nacion  habîacomprendido  cuales  eran  sus  ver- 
daderos  intereses;  tantos  anos  deguerras  intestinas,  tan  nu- 
merosos  ensayos"de  régimen  poli'tico,  habîan  constituido  una 
verdadera  escuela,  y  el  pueblo  habîa  manifestado  de  un  modo 
claro  y  terminante  cuando  habi'a  podido  nombrar  con  libertad 
a  sus  représentantes,  que  estaba  cansado  del  centralismo, 
porque  solo  servi'a  para  sostener  dictaduras  militares,  las 
cuales  siempre  habîan  oprimido  al  pueblo,  privândolo  de  to- 
das  sus  libertades  y  que  optaba  resueltamente  por  el  sistema 
fédéral  representativo. 

La  mejor  prueba  de  ésto,  fué  que  los  Constituyentes  de 
57  no  solamente  no  recibieron  presiôn  ninguna  para  formu- 
lar  las  grandiosas  bases  de  su  magna  obra,  sino  poc  el  con- 
trario, su  labor  era  desaprobada  por  el  Jefe  Supremo  del 
Gobierno,  Gral.  Comonfort;  pero  este,  a  pesar  de  que  no 
aprobaba  los  trabajos  del  Congreso,  nunca  se  atreviô  âejer- 
cer  presiôn  alguna  para  que  obrara  segùn  su  parecer,  y 
obrando  con  cordura  y  patriotismo,  respetô  los  fueros  de  los 
Constitu^'entes,  a  quienes  dejô  que  trabajaran  en  libertad. 

Por  taies  razones,  la  Constituciôn  de  57,  debîa  ser  en  lo 
sucesivo  la  bandera  que  seguirian  todos  los  buenos  hijos  de 
Mexico,  y  esa  bandera  era  Uevada  muy  alto  dignamente  por 
el  gran  Juârez,  que  al  fin  logrô  vencer  a  los  reaccionarios,  a 
los  militares  ambiciosos  que  encubrîan  su  ambiciôn  bajo  la 
sombra  de  la  religion,  a  la  parte  maleada  del  clero,  la  igno- 
rante de  «que  su  reino  no  es  de  este  mundo»  y  de  su  deber 
en  limitarse  a  ejercer  saludable  influencia  sobre  las  concien- 
cias,  sin  temor  â  la  luz  del  libéralisme,  porque  este  no  ha 

55 


venido  sino  a  poner  en  prâctica  las  ensenanzas  de  Jésus:  â 
levantar  al  oprimido,  â  castigar  al  orgulloso. 

Después  de  las  victorias  obtenidas  por  las  fuerzas  libéra- 
les en  Silao  y  Calpulâlpam,  se  consolidé  el  triunfo  del  par- 
tido  de  la  legalidad  y  Juârez  volviô  â  la  Capital  de  la  Repù- 
blica  para  seguir  gobernando  la  Nacion,  con  ese  patriotisme, 
esa  energîa  y  esa  imperturbable  serenidad  de  que  siempre 
dio  pruebas. 

TratadO  Mar-TanP  ^'"  em.bargo,  un  acto  cometido  por  él 
ftramnn  ^"  "^^  momento  de  desaliento,  nos  obli- 

ga  â  abrir  un  paréntesis. 

juârez,  por  las  necesidades  de  la  guerra,  estaba  investido 
de  poderes  dictatoriales,  de  los  que  siempre  usô  con  pruden- 
cia  y  magnanimidad;  pero  como  hombre  que  era,  tuvo  un 
momento  de  desfallecimiento,  y  él,  que  siempre  se  distinguiô 
por  su  impasibilidad  ante  el  peligro,  por  su  serena  constan- 
cia  cuando  se  trataba  de  defender  los  grandes  intereses  de  la 
patria,  por  su  inquebrantable  fe  en  la  justicia  y  en  el  triunfo 
final  de  la  causa  que  sostenîa;  él,  â  quien  con  orgullo  reco- 
nocemos  como  uno  de  nuestros  hombres  mas  grandes  y  que 
en  paîses  extranieros,  aunque  hermanos,  ha  sido  declarado 
Benemérito  de  la  America,  tuvo  un  momento  de  debilidad  y 
pactô  el  tratado  Mac-Lane-Ocampo,  que  de  haber  sido  apro- 
bado  por  el  Senado  Americano,  habrîa  constituido  una  gran 
amenaza  para  nuestra  integridad  nacional. 

Hablamos  de  tan  desgraciado  incidente,  solo  para  hacer 
resaltar  el  hecho  de  que  siempre  es  peligroso  para  los  pue- 
blos  dejar  todo  el  poder  en  manos  de  un  solo  hombre.  Ya 
vimos  como  uno,  con  los  méritos  de  Comonfort,  en  un  mo- 
mento de  ofuscaciôn  cometiô  una  falta  que  costô  â  la  Repû- 
blica  très  anos  de  guerra  civil,  y  ahora  vemos  al  inquebran- 
table patriota,  en  un  momento  de  desfallecimiento,  cometer 
una  falta  que  p-udo  acarrear  grandes  maies  â  la  patria. 

Falta  que  algunos  escritores  apasionados  han  querido  ha- 
cer aparecer  como  una  traicion,  no  puede  ser  considerada  co- 
mo tal  por  ninguna  persona  imparcial.  Nosotros  creemos  que 

56 


debe  considerarse  como  una  debilidad  de  nuestro  grande 
hombre.  Ese  tratado  no  tenîa  ninguna  clâusula  por  la  cua! 
se  ceciera  alguna  pulgada  de  territorio  nacional,  y  solo  ha- 
cia  concesiones  que  podn'an  constituir  un  peligro  para  la 
patria  igual  al  que  podrâ  resultar  del  permise  concedido  ûl- 
timamente  por  el  Gobierno  del  General  Dfaz  a  la  misma  Xa- 
ciôn,  para  que  estacione  buques  carboneros  en  la  Bahi'a  de 
la  Magdalena  y  para  que  su  escuadra  haga  en  aquel  punto 
sus  ejercicios  de  tiro  al  blanco. 

Somos  de  los  que  consideran  amenazadora  la  concesiôn 
hecha  a  la  vecina  Repûblica  del  Norte  para  que  haga  uso  de 
la  Bahîa  de  la  Magdalena;  pero  no  por  eso  hemos  dicho  ni 
pensado  que  el  General  Dîaz  traicionara  a  la  Patria.  Con- 
sideramos  este  acto  como  una  prueba  de  debilidad  de  un 
hombre  cercano  â  los  80  anos  6  bien  de  extremada  condes- 
cendencia  haçia  el  ilustre  huésped  que  tan  hâbilmente  supo 
halagarlo. 

El  tratado  ]\Iac-Lane-Ocampo  lo  consideramos  igualmente 
como  un  acto  de  debilidad  de  Juârez:  debilidad  que  todos 
los  hombres  estân  sujetos  a  sufrir  en  determinados  momen- 
tos  de  la  vida.  El  mismo  Jésus  de  Nazaret,  el  ejemplo  de 
mas  pura  abnegaciôn  que  ha  venido  al  mundo,  teniendo  la 
vision  de  lo  que  le  esperaba,  tuvo  sus  momentos  de  desfa- 
llecimiento  en  el  Monte  de  los  Olivos,  cuando  lloroso  dijo  à 
su  Padre:   «Si  es  posible,  aparta  de  mî  este  câliz > 

A  los  hombres  no  podemos  juzgarlos  por  un  acto,  ni  por 
varios  actos  aislados  de  su  vida.  Todos  tienen  acciones  bue- 
nas  que  presentar  en  su  abono,  acciones  perversas  que  cons- 
tituyen  una  deuda  terrible. 

El  mismo  hombre  puede  cometer  acciones  meritîsimas  y 
otras  vituperables  y  no  es  raro  encontrar  en  la  vida  de  al- 
gûn  criminal  empedernido  acciones  tan  bellas,  que  conmue- 
ven,  pero  tamhién,  no  hay  hombre  por  grande  que  sea,  que 
no  ha)'a  cometido  sus  faltas.  Sin  ir  muy  lejos,  nuestra  his- 
toria  nos  présenta  muchos  ejemplos,  pues  ni  el  mas  inmacu- 
lado   de  nuestros    héroes    dejô  de  cometer  alguna   falta,  y 

57 


aunque  la  cometiera  de  buena  fe,  no  por  eso  dejo  de  tener 
consecuencias  funestas  para  la  Patria.  Apo\'aremos  en  he- 
chos  nuestra  afirmaciôn,  y  sin  el  deseo  de  denigrar  a  seres 
cuya  memoria  veneramos  y  cuyas  faltas  encontramos  muy 
disculpables,  citaremos  algunos  ejemplos  ademâs  de  los  de 
Comonfort,  juârez  y  Dîaz,  de  que  acabamos  de  hablar. 

El  vénérable  cura  Hidalgo  coraetiô  una  falta  de  conse- 
cuencias trascendentales  no  ocupando  la  ciudad  de  Mexico 
después  de  la  batalla  del  Monte  de  las  Cruces.  Esa  falta 
fué  cometida  debido  a  los  sentiniientos  humanitarios  del 
vénérable  sacerdote;  pero  es  indudable  que  si  hubiera  ocu- 
pado  la  Capital,  el  mal  causado  a  sus  habitantes  no  habrîa 
guardado  relaciôn  con  los  beneficios  para.la  causa  de  la  In- 
dependencia. 

El  cura  Morelos  diô  pruebas  de  ser  un  gran  conoce- 
dor  del  arte  de  la  guerra,  un  gran  organizador,  habilisimo 
administrador  y  un  verdaderoclarividente;  y  âpesar  de  esto, 
cometiô  el  error  de  convocar  a  un  Congreso  y  querer  gober- 
nar  con  él,  en  plena  guerra,  siendo  lo  ûnico  que  podrîa  dar 
resultado  en  aquel  caso,  un  gobierno  militar,  como  estaba 
establecido  de  hecho.  En  otra  parte  hablamos  ya  de  este 
asunto  y  lo  comentamos  suficientemente. 

Guerrero  y  Bravo,  tan  nobles,  tan  desinteresados,  que  han 
escrito  con  su  espada  y  magnanimidad  algunas  de  las  pagi- 
nas mas  bellas  de  nuestra  historia,  también  cometieron  la 
falta  de  ser  de  los  primeros  iniciadores  del  régimen  de  pro- 
nunciamientos  y  asonadas  militares. 

Pero  cerremos  este  largo  paréntesis  para  proseguir  nues- 
tra narracion. 

Una   vez  establecido   en  el 

PreSidenCia  del  SenOr  Lie.  poder  el  goblemo  de  la  legali- 

BenitO  Juârez.  dad,  sostenido  por  el  inmenso 

prestigio  de  esta  3'  conquista- 
do  por  el  grande  hombre  que  estaba  a  su  cabeza,  râpidanien- 
te  se  establecio  el  orden  en  toda  la  Repûblica,  pues  el  go- 
bierno era  sostenido  por  la  Nacion  entera  5"^  tenîa  a  su   ser- 

58 


vicio  las  espadas  que  tan  brillâmes  triunfos  le  dieron  en  Si- 
lao  y  Calpulalpam. 

Ademâs,  Benito  Juarez  unîa  a  su  apego  a  la  ley,  una  in- 
quebrantable  energîa,  y  habîa  logrado  subyugar  con  su  gran- 
deza  de  aima  a  todos  los  jefes  libérales,  que  lealmente  sos- 
tenîan  a  su  gobierno  como  al  représentante  delà  legalidad 
y  al  portaestandarte  de  la  Constituciôn  de  57,  lo  cual,  como 
hemos  dicho  mas  arriba,  habîa  servido  de  centro  de  union 
y  de  bandera  a  todos  los  buenos  hijos  de  Mexico. 

El  militarismo  habîa  sufrido  un  golpe  mortal,  porque  los 
nuevos  jefes  del  ejército  solo  ambicionaban  la  tranquilidad, 
el  progreso  y  la  feîicidad  de  la  patria,  y  satisfacîan  esa  no- 
ble ambicion  sirviéndola  con  infatigable  celo. 

Los  jefes  de  las  antiguas  asonadas  habîan  tenido  quehuîr 
sin  esperanzas  de  volver. 

Todo  parecîa  tranquilo,  pues  los  principios  libérales  y  ei  ' 
sistema  fédéral  représentative,  habîan  triunfado  en  las 
sangrientas  revoluciones  y  después  de  la  ùltima,  ya  estaban 
tan  desprestigiados  los  enemigos  de  la  Libertad,  que  su 
grito  de  guerra:  "Religion  y  fueros",  ya  no  habîa  casi  ni 
quien  lo  pronunciara,  ni  menos  aùn  quien  siguiera  a  uno 
que  otro  insensato  que  intentaba  perturbar  el  orden  con  ese 
pretexto. 

Terminada  la   guerra   civii. 

EleCCiÔn  del    Lie.  Benito  el  gobierno  de  don  Benito  Jua- 

JilâreZ  para    la   PreSi-  rez  convoco  a  la  Nacion  para 

denCia  de  la  RepÙbliCa.  que   eligiera  Diputados,    Ma- 

gistrados  y  el  nuevo  Présiden- 
te de  la  Repûblica  a  quien  debîa  entregar  las  riendas  del 
poder. 

Dos  candidatos  principales  se  disputaron  ese  puesto:  Jua- 
rez, que  con  su  estoicisnio  y  constancia  habîa  salvado  las 
instituciones  libérales,  y  el  magnânimo  jefe  Gonzalez  Orte- 
ga,  que  con  su  espada  victoriosa  habîa  sido  quien  decidiô 
el  triunfo  de  la  Reforma. 

La  balanza  se   incliné    por   Juârez,  y   Gonzalez   Ortega, 

59 


aunque  consciente  del  inmenso  prestigio  de  que  gozabaante 
la  Nacion,  y  sobre  todo  en  el  ejército,  se  incliné  ante  el  fallo 
del  voto  pûblico,  y  puso  su  espada  al  servicio  desuconten- 
diente,  conquistândose  con  ese  acto,  mayor  gloria  que  la 
que  hubiera  podido  conquistar  gobernando  hâbilmente  â  su 
patria  después  de  haber  desconocido  su  voluntad,  x'^iaber 
arrojado  con  las  armas  en  la  mano  â  su  legîtimo  représen- 
tante, del  puesto  que  ocupaba. 
lOtro  ejemplo  que  imitar! 

La  Nacion,  después  de  haber  conquistado  tan  preciosos 
bienes,  y  contenta  de  tençr  al  frente  de  sus  destinos  al  in- 
mortal  Juârez,  creîa  que  era  llegado  el  momento  dereposar, 
â  fin  de  curar  sus  heridas  y  restanar  la  sangre  que  aûn  ma- 
naba;  pero  estaba  en  un  error:  el  triunfo  de  las  ideas  libéra- 
les no  se  habi'a  logrado  sin  lastimar  grandes  intereses;  las 
►■leyes  de  Reforma  habian  privado  al  clero  de  sus  riquezas,  y 
este  difîcilmente  se  resignaba  â  ello;  ademâs,  las  guerras  ci- 
viles encienden  3'  alimentan  terribles  pasiones,  y  con  trecuen- 
cia  se  ha  visto  â  un  partido  prefiriendo  sacrificar  la  indepen- 
dencia  de  su  patria,  con  tal  que  el  partido  contrario  no  ocu- 
pe  el  poder. 

Tal  cosa  paso  en  Mexico:  unié- 
GUCrrd  de  Id  ronse  al  clero  los   conservadores 

InterVenCiÔn  FranCeSa.  mas  récalcitrantes  y  apasionados, 
asi  como  algunos  de  los  généra- 
les que  habfan  perdido  la  esperanza  de  cometer  sus  (echo- 
rias  acostumbradas,  desde  que  el  partido  libéral  obtuvo 
triunfos  tan  importantes,  que  lo  habîan  consolidado  definiti- 
vamente,  é  intrigando  con  habilidad  en  Europa,  lograron 
acarrear  una  tormenta  sobre  su  patria,  haciendo  que  très  na- 
ciones  poderosas  mandaran  sus  barcos  de  guerra  y  sus  ejér- 
citos  â  nuestras  playas. 

De  estos  hechos  tan  tristes  encontramos  en  .la  historia 
muchos  casos;  pero  solo  citaremos  algunos,  siguiendo  lacos- 
tumbre  que  hemos  observado  en  el  présente  trabajo,  de  apo- 
yar  todas  nuestras  afirmaciones  en  hechos  historicos,  â  fin 

60 


es  sacar  de  ellos  la  luz  necesaria  para  iluminar  los  asuntos 
mas  obscures. 

Para  no  remontarnos  mu\'  lejos,  recordemos  la  conducta 
de  los  emigrados  franceses  durante  la  Revoluciôn:  ellos  fue- 
ron  a  engrosar  las  filas  de  los  enemigos  de  la  patria,  de  los 
que  pretendîan  desmembrarla,  tan  solo  por  no  estar  confor- 
mes con  el  gobierno  que  aquélla  le  habîa  dado. 

La  Repûblica  de  Cuba  nos  dio  recientemente  un  tristi'si- 
mo  ejemplo:  el  présidente  Estrada  Palma,  viendo  que  no  po- 
drfa  asegurar  su  reeleccion  ni  luchar  contra  el  partido  libé- 
ral, solicité  la  intervencion  del  Gobierno  Americano,  la  cual 
ha  costado  tan  caro  a  la  Perla  de  las  Antillas.  Los  hechos 
posteriores  han  venido  a  probar  loapasionado  del  juicioque 
Estrada  Palma  tenîa  acerca  de  los  libérales,  puesto  que  a 
éstos  sera  a  quienes  los  americanos  dejen  en  el  poder  des- 
pués  de  evacuar  la  isla,  y  de  haber  intervenido  para  que  las 
elecciones  se  verifiquen  libremente  (a  lo  menos  esto  se  de- 
duce  de  las  noticias  que  nos  trae  el  cable,  pues  en  la  fecha 
en  que  escribimos  estas  lîneas,  Octubre  de  1908,  aun  no  se 
resolvîa  la  cuestion).  (i) 

Por  ûltimo,  para  que  en  nuestro  paîs  se  llevara  a  cabo  el 
tratado  Mac-Lane  Ocampo,  indudablemente  que  entre  otras 
razones  obrô  el  profundo  despecho  de  Juârez  y  su  Gabine- 
te  contra  el  partido  contrario,  que  tantas  amarguras  habîa 
acarreado  a  la  patria. 

Taies  son  las  funestas  consecuencias  de  las  guerras  civi- 
les, que  encienden  entre  hermanos  odios  inextinguibles,  odios 
que  les  hacen  perder  hasta  la  nocion  de  patriotisme,  pues 
ciegos  por  la  ira,  solo  desean  ardientemente  la  ruina  de  sus 
enemigos,  aunque  arrastren  â  la  patria  en  su  caida. 

Por  esc  debemos  felicitarnos  de  que  treinta  anos  de  paz 
y  la  polîtica  conciliadora  del  General  Dîaz  hayan  acabado 
con  esos  profundos  rencores  que  nos  tenîan  constantemente 


(i)  Después  de  publicada  la  primera  ediciôn.  los  acontecimientos  haa  demosttado 
la  exactitud  de  nuestro  dicho,  puesto  «jue  en  las  elecciones  générales,  el  partido  li- 
béral résulté  triunfante,  y  al  abandonar  los  americanos  la  Isla.  es  â  ellos  â  nuienes 
dejaron  en  el  poder. 

61 


divididos.  Esa  polftica  de  conciliaciôn,  tan  frecuentemente 
vituperada,  la  juzgamos  como  uno  de  los  timbres  de  gloria 
mâs  legîtimos  del  General  Dîaz,  lo  cual  declaramos  con  sa- 
tisfaccion,  para  probar  que  no  somos  apasionados,  y  que 
siguiendo  las  indicaciones  de  nuestro  escaso  criterio  y  de 
nuestra  amplia  buena  fe,  procuramos  dar  "al  César  lo  que 
es  del  César". 

Ha  de  dispensar  el  lector  tan  frecuentes  digresiones  del 
principal  tema  desarroUado  en  este  capitule;  pero  no  es  pro- 
piamente  un  trabajo  historico  el  que  présentâmes  al  pûbli- 
co;  buscamos  mâs  bien  en  la  historia  el  material  necesario 
para  el  desarrollo  de  nuestra  tesis,  y  juzgamos  indispensa- 
ble comentar  taies  hechos,  a  fin  de  aprovechar  las  deduccio- 
nes  que  nos  sugieran  en  la  parte  mâs  importante  de  nues- 
tro modesto  trabajo. 

Volvamos  a  la  vituperable  accion  cometida  por  los  elemen- 
tos  del  partido  conservador,  aliados  con  los  militares  que  no 
vei'an  su  ambiciôn  satisfecha  con  el  régimen  dominante. 

Por  medio  de  emisarios  mandados  a  Europa,  que  traba- 
jaron  sordamente  pero  con  constancia,  lograron  esos  malos 
mexicanos  seducir  la  aventurera  imaginaciôn  de  Napoléon 
III,  y  este,  enmascarando  sus  propôsitos  de  establecer  una 
monarquîa  en  Mexico,  invitô  a  Inglaterra,  Espaîia  y  Esta- 
dos  Unidos  de  America,  para  unirse,  con  el  fin  de  hacer  a 
Mexico  las  reclamaciones  por  perjuicios  que  pretendîan  ha- 
ber  recibido  sus  nacionales.  Los  Estados  Unidos  no  acep- 
taron  la  invitaciôn,  pero  sî  Inglaterra  y  Espana,  celebrando 
un  convenio  con  el  Emperador  de  los  franceses,  para  man- 
dar  sus  escuadras  â  Veracruz,  con  algunas  fuerzas  de  des- 
embarque. 

Llevaron  adelante  lo  pactado,  y  ocuparon  el  puerto  de  Ve- 
racruz los  ejércitos  de  las  potencias  unidas. 

El  gobierno  de  Juârez  entablô  desde  luego  negociaciones 
diplomâticas  y  observando  un  lenguaje  correcte,  pero  enér- 
gico,  digne  y  prudente,  logrô  disolver  en  parte  la  tempestad 
que  amenazaba  nuestra   patria,   obteniendo  que  las  fuerzas 

62 


de  Inglaterra    y  Espana    evacuaran  el    territorio    nacional. 

Tan  brillante  triunfo  diplomâtico  se  debio  también  en  gran 
parte  a  la  buena  fe  de  los  représentantes  de  Inglaterra  y  Es- 
.pana,  quienes  no  quisieron  precipitar  a  sus  paîses  en  una 
guerra  injusta,  y  a  la  hidalguîa,  caballerosidad  y  patriotis- 
mo  del  General  Prim,  cuyo  noble  comportamiento  tanto  ha 
influido  para  estrechar  los  lazos  que  nos  unîan  a  nuestra 
madré  patria,  después  de  haber  estado  largo  tiempo  âpunto 
de  romperse. 

La  hâbil,  digna  y  sincera  diplomacia  del  gabinete  de  Juâ- 
rez,  no  podîa  convencer  al  représentante  de  Francia,  porque 
traîa  instrucciones  terminantes,  aunque  reservadas,  en  abier- 
ta  pugna  con  los  convenios  de  Londres,  consistentes  en  no 
admitir  ningûn  arreglo  con  el  gobierno  de  Juârez,  sino  de 
penetrar  hasta  la  Capital,  procurar  la  pacifîcaciôn  del  paîs 
y  coronar  Emperador  de  Mexico  al  Archiduque  Maximiliano, 
de  la  casa  reinante  de  Austria. 

Por  tal  motivo  fué  imposible  todo  arreglo  con  los  repré- 
sentantes de  Napoléon  III,  y  principiaron  las  hostilidades, 
dando  desde  luego  pruebas  de  su  mala  fe  con  el  hecho  de  no 
haber  respetado  los  tratados  delà  Soledad,  segûn  los  cuales, 
al  romperse  las  hostilidades,  las  fuerzas  invasoras  debîan 
retirarse  a  ocupar  los  puestos  que  tenîan  antes  de  firmar 
dichos  tratados. 

En  esta  guerra,  la  suerte  corrida  por  las  armas  naciona- 
les  fué  diversa,  3'  lo  que  indudablemente  nos  dio  el  triun- 
fo, fué  la  inquebrantable  firmeza  de  Juârez,  que  tremolaba 
en  su  mano  la  bandera  de  57,  unida  a  la  de  independencia 
patria,  porque  él,  electo  legalmente  Présidente  de  la  Repù- 
blica,  era  su  représentante  légitime  y  con  este  carâcter  lo 
reconocîan  los  jefes  militares. 

Al  principio  de  la  guerra,  las  armas  nacionales  lograron 
cubrirse  de  gloria  en  la  mémorable  batalla  del  5  de  Mayo, 
en  la  cual  el  modeste  y  valiente  General  Zaragoza  rechazô 
con  fuerzas  inferiores  en  numéro,  â  las  aguerridas  huestes 
napoleônicas. 

63 


En  esa  batalla  se  distinguieron  todos  los  jefes  mexicanos, 
contândose  entre  ellos  el  General  Portîrio  Dîaz,  actual  Pré- 
sidente de  la  Repûblica.  ' 

El  resultado  de  ese  triunfo  fué  inmenso  desde  el  punto  de 
vista  moral,  porque  demostrô  al  mundo  que  la  fuerza  de  Me- 
xico era  de  tenerse  en  consideraciôn  y  no  se  le  podîa  humi- 
llar  impunemente. 

For  desgracia,  a  tan  brillante  triunfo  sucedieron  una  série 
de  desastres,  principiando  en  Orizaba,  donde  nuestras  fuer- 
zas  se  derrotaron  casi  solas  debido  a  un  golpe  audacîsimo 
de  los  franceses,  quienes  atacaron  con  fuerzas  insignifican- 
tes  el  cerro  del  Borrego,  siendo  ayudados  eficazmente  por  la 
oscuridad  de  la  noche  y  por  la  confusion  que  el  inesperado 
ataque  llevo  a  las  fuerzas  mexicanas. 

Mas  tarde,  cuando  el  ejército  francés  fué  considerablemen- 
te  reforzado  3'  volviô  â  tomar  la  ofensiva,  las  fuerzas  mexi- 
canas se  encerraron  en  Puebla,  é  hicieron  una  defensa  he- 
roica,  considerada  como  una  de  las  paginas  mâs  brillantes 
de  nuestra  historia  militar;  pero  de  consecuencias  fatales 
para  la  Repûblica.  Efectivamente,  al  tomar  el  enemigo  la 
plaza,  la  nacion  perdio  casi  todos  sus  elementos  de  guerra, 
sus  ejércitos  mâs  bien  organizados  y  muchos  de  sus  jefes 
mâs  habiles. 

El  Gobierno  de  Juârez  hizo  cuanto  pudo  por  auxiliar  la 
plaza,  mandando  un  convo}'  sostenido  por  fuerte  columnaal 
mando  del  General  Comonfort;  pero  fué  derrotado  comple- 
tamente  y  no  pudo  prestar  el  auxilio  tan  necesario  para  la 
plaza  sitiada. 

Descalabros  tan  funestes  para  las  armas  nacionales,  abrie- 
ron  las  puertas  de  la  Capital  de  la  Repûblica  â  las  fuerzas 
invasoras,  y  Juârez,  acornpanado  de  su  Gabinete,  evacuô 
la  Capital  y  fué  â  establecer  su  gobierno  en  los  Estados 
que  se  encontraban  libres,  viéndose  obligado  â  cambiar  fre- 
cuentemente  de  residencia,  y  llevô  â  cabo  esa  famosa  pere- 
grinaciôn  hasta  los  limites  de  la  Repûblica,  en  la  que  diô 
nuevas  pruebas  de  su   inquebrantable  fe  en  el  triunfo  final 

64 


de  las  armas  nacionales,  porque  con  su  rara  clarividencia, 
sabîa  cuan  grande  es  la  fuerza  del  derecho,  y  estaba  cons- 
ciente del  que  le  amparaba. 

Juârez,  en  su  peregrinacion,  tremolando  constantemente 
la  bandera  de  la  independencia;  représentante  siempre  dig- 
no  de  la  patria;  imperturbable,  sereno,  incorruptible,  servîa 
de  centro  de  union  a  todos  los  buenos  mexicanos  que  fieles 
militaron  bajo  las  banderas  republicanas  hasta  obtener  el 
triunfo  definitivo  de  la  Repûblica. 

En  esa  guerra  volvio  a  darse  el  mismo  caso  que  en  la  de 
Reforma:  los  que  defendîan  â  la  patria  en  aquellos  momen- 
tos,  no  tenîan  mas  ambiciôn  quesalvarla,  y  comprendiendo 
cuan  funesta  hubiera  sido  cualquiera  division,  y  subyuga- 
dos  por  el  prestigio  de  Juârez,  pelearon  en  union  perfecta, 
ayudândose  mutuamente  los  jefes  militares  en  sus  respecti- 
vas  operaciones,  sin  que  estos  movimientos  fueran  en  nin- 
gûn  caso  entorpecidos  por  celos  6  por  envidia. 

iNo  cabe  duda  que  los  grandes  peligros  despiertan  las 
grandes  virtudes,  asi  como  los  placeres  y  la  molicie,  ener- 
van  las  mâs  nobles  facultades  del  aima! 

Una  vez  disuelto  en  Puebla  el  principal  cuerpo  de  ejérci- 
to,  y  ocupado  el  centro  de  la  Repûblica  por  las  fuerzas  in- 
vasoras,  la  defensa  tomô  un  carâcter  parecido  al  denuestra 
guerra  de  Independencia,  pues  ocupado  el  pais  en  su  mayor 
parte  por  los  ejércitos  franceses,  tan  aguerridos,  bien  equi- 
pados  y  rapides  en  sus  movimientos,  era  muy  difîcil  para 
los  republicanos  organizar  grandes  ejércitos  con  los  pocos 
elementos  de  que  podi'an  disponer,  y  se  limitaron  â  la  orga- 
nizaciôn  de  guerrillas,  las  cuales,  pudiendo  siempre  esqui- 
var  el  combate  cuando  comprendîan  que  la  suerte  les  séria 
adversa,  podîan  emprenderlo  tan  pronto  como  juzgaban  la 
Victoria  segura,  debido  â  la  gran  movilidad  que  les  propor- 
cionaba  la  falta  de  pesada  artillen'a  y  de  voluminosos  ba- 
gajes. 

En  esta  clase  de  guerra  sobresalen  nuestros  compatriotas, 

65  «q 


eficazmente  ayudados  por  la  configuraciôn  del  territorio  na- 
cional. 

A  pesar  de  las  numerosas  defecciones  en  las  filas  republi- 
canas  ocasionadas  por  los  continuos  triunfos  de  los  invaso- 
res,  y  a  pesar  de  que  éstos  tenîan  como  aliadas  a  numero- 
sas fuerzas  de  mexicanos  traidores  y  conocedores  del  terre- 
no,  la  causa  de  la  independencia  fué  defendida  sin  descanso 
por  muchos  jefes  republicanos,  a  quienes  nuncaabatieron  las 
derrotas  ni  los  mayores  desastres. 

jefes  tan  dignos  de  la  veneraciôn  nacional  por  su  constan- 
cia,  nunca  desma3'aron  en  sus  esfuerzos  para  atacar  los 
puestos  del  enemigo,  que  no  era  dueno  sino  del  terreno  que 
pisaba,  y  estaba  obligado  a  marchar  siempre  en  gruesas  co- 
lumnas,  porque  las  pequenas  eran  atacadas  y  frecuentemen- 
te  destrozadas  por  los  incansables  jefes  republicanos. 

Resistencia  tan  heroica,  hizogas- 
EvaCUaCiÔn  del  Territorio  Na-      tar  a  Francia  énormes  sumas  de 

CiOnalpOrlaSÎUerZaS  Iran-      dlnero,  perder  en  combates  esté- 

CesaS.  riles  sus  mejores  soldados,   y  di- 

sipar  las  esperanzas  abrigadas 
por  Napoléon  III,  de  llegar  âconsolidar  el  Imperio  Mexica- 
no  y  obligado  a  retirar  sus  huestes  para  llevarlas  a  su  pais, 
a  pagar  muy  caro  el  atentado  cometido  en  nuestra  patria. 

iPobre  pueblo  francés,  tan  duramente  castigado  por  ha- 
ber  inclinado  la  cabeza  ante  el  descendiente  del  gran  Na- 
poléon! 

Ese  hombre  nefasto  para  su  patria  y  también  para  la  nues- 
tra, es  el  unico  responsable  de  tanta  sangre  derramada. 

iOtro  ejemplo  del  tremendo  castigo  que  reciben  los  pue- 
blos  que  abdican  de  su  libertad;  del  peligro  de  dejar  el  po- 
der  en  manos  de  un  solo  hombre! 

Una  vez  retiradas  las  fuerzas  francesas  del  territorio  na- 
cional, se  desplomô  el  llamado  imperio  de  Maximiliano, 
porque  las  fuerzas  traidoras  que  lo  sostenîan,  ni  eran  sufi- 
cientemente  numerosas,  ni  tenîan  ese  entusiasmo,  esa  fe, 
que  hacîan  invencibles  a  los  republicanos. 

66 


El  golpe  de  gracia  lo  recibiô  el  Imperio  con  la  toma  de 
Querétaro,  en  donde  el  llamado  Emperador  y  sus  principa- 
les générales  fueron  hechos  prisioneros,  juzgados  y  condena- 
dos  segûn  las  leyes  del  paîs. 

Acontecimiento  de  tal  importancia,  permitio  al  General  en 
jefe  de  las  fuerzas  sitiadoras  de  Querétaro,  don  Maria- 
no  Escobedo,  desprender  parte  de  sus  fuerzas  para  estre- 
char  el  sitio  de  Mexico,  iniciado  por  el  General  Dîaz  con 
buen  éxito. 

La  plaza  tenîa  qne  rendirse  tarde  6  temprano;  las  fuerzas 
sitiadas  estaban  desmoralizadas  y  nunca  podrîan  hacer  una 
salida  con  éxito.  Por  estas  razones  procediô  el  General 
Dîaz  con  gran  cordura  al  no  atacar  la  ciudad,  para  evitar 
derramamientos  inutiles  de  sangre. 

En  esa  larga    guerra  mucbos 
ReîIeXiOneS  sobre  fueron  los   jefes   republicanos 

la  guerra  de  Interyenciôn     que  se  distinguieron  por  su 

inquebrantable  constancia,  su 
incansable  acti\  idad  y  su  lealtad  a  la  causa  republicana. 

De  esos  héroes  descuellan  très:  Escobedo,  Corona  y 
Dîaz.  Todos  ellos  combatieron  con  constancia  3^  obtuvieron 
frecuentes  victorias  sobre  las  fuerzas  francesas. 

A  los  très  debîa  la  patria  grandes  servicios,  y  aunque  la 
adulacion  ha  querido  atribuir  al  actual  Présidente  de  la  Re- 
pûblica  la  mayor  parte  del  mérito  en  aquella  gloriosa  gue- 
rra, allî  esta  la  historia,  imparcial  para  pesar  las  acciones 
de  cada  quien,  y  si  bien  es  cierto  que  las  batallas  de  Mia- 
huatlân  y  la  Carbonera,  las  tomas  de  Puebla  y  Mexico,  son 
timbres  de  gloria  muy  legîtimos  para  el  General  Dîaz,  tam- 
bién  lo  es  que  Escobedo  obtuvo  victorias  mucho  mâs  im- 
portantes por  el  numéro  de  combatientes  3'  por  los  resulta- 
dos  obtenidos,  como  la  de  Santa  Gertrudis,  y  que  la  toma 
de  Querétaro  fué  de  resultados  mâs  trascendentales  que  las 
de  Puebla  3'  Mexico.  Ademâs,  las  fuerzas  de  caballerîa  que 
destacô  Escobedo  en  observaciôn  de  Marquez,  le  estorbaroa 

67 


el  paso  a  Puebla  y  permitieron  al  General  Di'az  tomar  por 
asalto  aquella  ciudad  el  2  de  Abril. 

A  esta  toma  de  Puebla  se  le  ha  querido  dar  una  importan- 
cia  exagerada,  al  grado  de  celebrar  como  fiesta  nacional  el 
aniversario  de  ese  hecho  de  armas. 

S6I0  la  adulaciôn,  que  pocos  escrûpulos  tiene,  puede  ha- 
ber  concebido  tal  idea,  pues  en  nuestras  guerras  civiles  y 
extranjeras  contamos  hechos  mas  gloriosos  y  de  mayor  tras- 
cendencia. 

Las  fuerzas  que  defendîan  â  Puebla  estaban  completa- 
mente  abatidas  3'  eran  mu3'  inferiores  en  numéro  â  las  de  los 
asaltantes,  como  lo  demuestra  el  hecho  de  que  en  muy  po- 
cas  horas  se  apoderaron  estas  ûltimas  de  la  plaza. 

No  es  nuestro  ânimo  menoscabar  la  gloria  del  General 
Di'az  y  de  su  ejército  por  el  éxito  obtenido  en  aquella  Jorna- 
da; pero  SI  nos  parece  injusto  querer  darle  una  importancia 
exagerada  para  opacar  la  gloria  de  otros  caudillos  que  tuvie- 
ron  aûn  mayor  mérito  que  él,  pues  no  solamente  el  General 
Escobedo  obtuvo  victorias  de  mas  trascendencia  que  el  Ge- 
neral Dîaz,  sino  también  la  campana  de  Sinaloa  por  el  Ge- 
neral Corona  fué  mucho  mâs  activa,  mas  brillante  y  de  re- 
sultados  muy  superiores  â  la  verificada  por  el  General  Dîaz 
en  Oaxaca  durante  la  intervenciôn;  las  batallas  de  Miahua- 
tlân  y  la  Carbonera,  no  pueden  pesar  mâs  que  la  campana 
de  Sinaloa,  puesto  que  fueron  dadas  cuando  los  franceses 
estaban  evacuando  el  territorio  nacional,  mientras  que  el 
General  Corona  tuvo  constantemente  en  jaque  â  los  france- 
ses y  no  les  permitiô  salir  de  Mazatlân  y  Guaymas,  sino 
para  hacerles  sufrir  derrotas  tras  derrotas,  habiendo  logra- 
do  que  las  capitales  de  aquellos  dos  Estados  y  todo  su  te- 
rritorio, â  excepciôn  de  los  dos  puertos  mencionados,  estu- 
vieran  siempre  ocupados  por  las  fuerzas  republicanas. 

En  cuanto  â  la  toma  de  Puebla,  la  accion  fué  dada  contra 
fuerzas  mexicanas,  puesto  que  eran  muy  pocos  los  austria- 
cos  que  se  encontraban  en  la  ciudad,  y  por  las  razones  ya 
expresadas,  no  puede  considerarse  esa  jornada  la  mâs  glo- 

68 


riosa  de  la  guerra  de  Intervenciôn,  ni  mucho  menos  al  gra- 
de de  celebrar  su  aniversario  como  dîa  de  fiesta  nacional. 

En  nigûn  paîs  del  mundo  se  célébra  como  fiesta  nacional 
el  aniversario  de  alguna  Victoria,  y  menos  aûn  cuando  ha 
sido  obtenida  en  alguna  guerra  civil.  Solo  âla  camarilla  de 
aduladores  de  nuestro  actual  gobernante  le  ha  ocurrido  tal 
cosa. 

El  General  Diaz,  en  cuanto  a  gloria  militar,  puede  estar 
satisfecho  con  la  suN'a,  indisputable  y  meritisima,  y  no  ne- 
cesita  que  sus  aduladores  revistan  con  falso  brillo  sus  accio- 
nes  de  armas,  porque  este,  dada  sumala  ley,  siempre  resul- 
tara  pâlido  al  lado  de  la  verdad. 

Ningûn  paîs  como  Francia  cuentaen  su  historia  paginas 
mas  brillantes  escritas  porsus  ejércitos  victoriosos;  ninguna 
nacion  ha  obtenido  triunfos  mas  portentosos,  victorias  mas 
gloriosas  y  trascendentales,  y  sin  embargo,  el  ûnico  dia  que 
se  célébra  en  Francia  como  fiesta  nacional,  es  el  14  de  Ju- 
lio, aniversario  de  la  toma  de  la  Bastilla,  primer  paso  dado 
por  el  pueblo  francés  para  conquistar  su  libertad. 

Hemos  insistido  sobre  lo  anterior,  porque  escribimos  en 
una  época  en  que  la  adulacion  intenta  hacer  del  General  Dîaz 
un  semidiôs,  pretendiendo  que  no  haj'  otro  hombre  capaz 
de  igualarle  en  sus  dotes  extraordinarias.  Todos  sabemos 
que  lo  comparan  con  Napoléon  y  Washington,  que  le  decla- 
ran  mas  grande  que  Bolivar,  y  deducen  que  la  Nacion  tiene 
para  él  una  deuda  de  gratitud  que  nunca  le  podrâ  pagar,  y 
precisamente  por  ese  motivo,  queremos  aquilatar  sus  méri- 
tes, para  saber  igualmente  cuanto  le  debe  aûn  la  patria. 

Una  vez   evacuado  el  territorio   nacional 

R6Y0lUClÔD    y        por  los  ejércitos   invasores  y   destruidas 

PlftD   de  Id   Norid.    las  fuerzas    de  traidores   que   intentaron 

sostener    el   llamado  imperio,    volvi6  el 

gobierno  de  Juârez  à  la  Capital  de  la  Repûblica. 

Habîa  pasado  ya  la  tremenda  tempestad  que  por  cinco 
anos  asolo  el  suelo  patrio. 

La  Nacion  Mexicana  habfa  salido  victoriosa  de  una  con- 

69 


tienda  en  que  midio  sus  fuerzas  con  una  de  las  naciones  mâs 
poderosas  del  mundo. 

E.sa  Victoria  habîa  afirmado  nuestra  vida  como  nacion  in- 
dependiente  y  asegurado  para  siempreel  triunfo  de  las  ins- 
tituciones  libérales,  pues  los  conservadores  y  los  militares 
enemigos  del  orden  se  habîan  desprestigiado  en  grado  su- 
nio    con  el  hecho  de  haber  traicionado  â  su  patria. 

El  gobierno  del  Sr,  Juârez  tenîa  que  tropezar  con  obstâcu- 
los  de  todas  clases  y  resolver  arduos  problemas;  pero  pare- 
cîa  que  unidos  todos  los  que  habîan  salvado  â  la  Patria  de 
tan  tremenda  crisis,  la  sacarîan  también  airosa  de  peligros 
menores. 

Sin  embargo,  no  paso  asi;  ja  dolorosa  experiencia  de  las 
guerras  civiles  que  habi'an  sucedido  â  la  de  nuestra  primera 
independencia,  no  fué  suficiente  para  poner  un  freno  â  las 
ambiciones  de  los  caudillos. 

Como  hemos  dicho,  logramos  rechazar  las  huestes  extran- 
jeras,  debido  no»solamente  â  la  admirable  firmeza  de  Juârez, 
sino  â  la  constancia  y  al  indomito  valor  de  muchos  jefes  re- 
publicanos  que  nunca  abandonaron  las  armas,  ni  después 
de  los  mâs  funestos  reveses. 

Pues  bien,  la  mayor  parte  de  esos  héroes,  una  vez  termi- 
nada  la  guerra  siguieron  prestando  su  ayuda  al  gobierno  de 
juârez,  poniendo  lealmente  su  espada  â  su  servicio;  pero  no 
todos  estaban  conformes  con  desempenar  papel  tan  secun- 
dario;  algunos  de  ellos  juzgaban  que  la  Patria  no  habîa  re- 
compensado  suficientemente  sus  servicios,  y  como  de  cos- 
tumbre,  los  estimaban  muy  alto;  ademâs,  no  comprendîan 
que  un  particular,  un  Licencia  do  que  nunca  empuno  las 
armas,  pudiera  tener  mâs  méritos  que  ellos,  y  cuando  vie- 
ron  â  la  Nacion  no  opinar  del  mismo  modo  y  tributar  una 
prueba  de  agradecimiento  y  de  confianza  al  Ltcenciado, 
reeligiéndolo  para  Présidente  de  la  Repûblica,  resolvieron 
desenvainar  de  nuevo  la  espada  para  ascender  ellos  al  po- 
der. 

Los  héroes  de  nuestra  independencia,  cuando  se  pronun- 

70 


ciaron  en  contra  del  gobierno  constituîdo,  tenfau  conio  dis- 
culpa las  inévitables  faltas  que  cometîa  aquél  debido  â  su 
inexperiencia;  faltas  que  ellos  creîan  poder  corregir  fâcil- 
mente  al  subir  al  poder;  pero  una  vez  convencidos  por  sî 
mismos  de  las  inmensas  difîcultades  que  presentaba  tal  em- 
presa,  se  abstuvieron  de  volver  â  perturbar  el  orden  y  solo 
empunaron  de  nuevo  la  espada  para  defender  los  fueros  de 
la  libertad  cuando  fué  holîada  sin  piedad  por  algunos  de  los 
dictadores  militares,  6  para  repeler  alguna  invasion  extran- 
jera. 

Los  que  promovieron  la  revolucion  de  la  Noria  no  teni'an 
esa  disculpa,  puesto  que  todos  admirabanla  seguridad  y  fir- 
meza  con  que  Juârez  llevaba  las  riendas  del  Gobierno  y  ade- 
mâs  debîan  haber  tomado  experiencia  en  nuestro  doloroso 
pasado,  para  no  volver  â  cometer  faltas  que  tan  f unestas  ha- 
bîan  sido  para  la  Repûblica. 


Uno  de  los  problemas  de  mas  difîcil  soluciôn  para  el  Go- 
bierno de  Juârez,  era  que  una  vez  terminada  la  guerra,  tenîa 
un  ejército  demasiado  numeroso  para  las  necesidades  de  la 
Naciôn  en  tiempo  de  paz,  y  su  gobierno  no  podîa  sostenerlo 
debido  â  la  escasez  de  recursos  de  todaclase,  porque  las 
fuentes  de  riqueza  se  hallaban  cegadas  y  después  de  una 
guerra  de  cinco  anos,  solo  se  encontraban  escombros  por 
todas  partes. 

Para  resolver  tan  arduo  problema,  Juârez  convocô  â  una 
junta  â  todos  los  générales  victoriosos,  y  en  ella  se  acordô 
licenciar  una  parte  del  ejército  con  su  oficialidad  respec- 
tiva. 

Este  elemento  militar  inesperadamente  se  encontre  en  la 
calle  sin  recursos  para  su  subsistencia  y  acostumbrado  co- 
mo  estaba  â  la  vida  del  campamento,  fué  una  amenaza  cons- 
tante para  la  tranquilidad  pûblica,  y  estuvo  siempre  listo 
para  secundar  cualquier   asonada,  cualquier   levantamiento 

71 


que  le  proporcionara  los  medios  de  subsistencia  acostumbra- 
dos  y  le  permitiera  atacar  al  Gobierno  de  Juârez  de  quien 
estaban  profundamente  resentidos  gran  parte  de  sus  miem- 
bros,  porque  pretendi'an  haber  sido  vîctimas  de  una  injusti- 
cia,  puesto  que  por  premio  de  sus  servicios  a  la  patria,  los 
habîa  dado  de  baja. 

A  este  elemento  se  unîa  el  de  los  ejércitos  sostenedores 
del  llamado  imperio,  que  habfan  sido  desbandados  y  dada 
de  baja  su  oficialidad.  Estos  se  encontraban  aùn  en  peores 
condiciones  y  mas  resueltos  para  empunar  de  nuevo  el  sa- 
ble 6  el  fusil  a  la  primera  oportunidad. 

Sin  embargo,  estos  elementos  disperses  en  todo  el  pais, 
apenas  podrîan  turbar  la  tranquilidad  de  alguna  pequena 
région,  sin  constituir  una  amenaza  séria  para  el  gobierno. 

Para  que  esto  pudiera  suceder  era  necesario  que  tuvieran 
â  su  frente  algûn  jefe  de  prestigio  que  los  uniera  â  todos  y 
organizara  sus  esfuerzos;  pero  esto  no  se  tuvo  en  considera- 
cion  en  la  referida  junta,  pues  alli  se  encontraban  todos  los 
jefes  que  pudieran  tener  prestigio  suficiente  para  promover 
algûn  movimiento  serio,  y  todos  ofrecîan  su  incondicional 
ayuda  al  Gobierno,  pareciendo  dispuestos  âdefenderloenér- 
gicamente  contra  cualquier  levantamiento. 

Los  mismos  générales  fueron  â  desbandar  â  sus  tropas  y 
licenciar  â  sus  oficiales;  pero  itodos  serîan  tan  sinceros  pa- 
ra explicar  â  sus  oficiales  que  la  penuria  del  erario  obligaba 
al  gobierno  â  tomar  aquella  determinacion? 

Si  todos  los  jefes  hubieran  hablado  â  sus  subalternes  el 
lenguàje  que  en  aquel  momento  aconsejaba  el  patriotisme; 
si  les  hubieran  hecho  comprender  que  debîan  estar  orgullo- 
sos  y  satisfechos  con  haberTsalvado  â  su  patria  y  esa  satis- 
facciôn  estimarla  como  su  mejor  recompensa,  puesto  que 
por  lo  pronto  la  Naciôn  estaba  imposibitada  para  pagar  sus 
servicios  en  otra  forma;  si  ademâs  les  hubiesen  dicho  que 
]a  patria  necesitaba  aûn  sus  servicios,  pero  no  ya  en  el  ejér- 
cito,  sino  en  el  taller,  en  el  campo,  y  que  el  mejor  modo  de 
servirla  en  la  nueva  era  porque  atravesaba,  era  dedicarse  à 

72 


formar  un  patrimonio,  aprendiendo  â.  manejar  el  martillo  y 
el  arado  y  â  servir  de  nûcleo  para  la  formacion  de  una  fa- 
milia  honrada:  por  ûltimo,  si  hubiesen  unido  el  ejemplo  â 
las  exhortaciones  y  no  solamente  hubieran  permanecido  su- 
misos  al  Gobierno,  sino  colaborado  eficazmente  para  conser- 
var  la  paz,  indudablemente  que  desde  entonces  habrîa  echa- 
do  esta  hondas  raices  en  nuestro  suelo. 

Desgraciadamente  no  fué  asî,  pues  une  de  los  jefes  mâ& 
prestigiados,  el  General  Porfirio  Diaz,  â  pesar  del  empeno 
de  Juârez  en  que  permaneciera  al  servicio  del  Gobierno,  lo- 
grô  separarse  debido  â  sus  reiteradas  instancias  y  empezô  â 
conspirar  contra  el  Gobierno.  Reunio  â  su  derredor  parte  de 
esos  oficiales  descontentos  porque  los  habfan  licenciado,  se 
puso  de  acuerdo  con  algunos  otros  jefes  de  los  que  se  dis- 
tinguieron  en  la  pasada  guerra,  y  seguido  igualmente  por 
sus  antiguos  adictos,  oficiales  y  soldados,  no  tardé  en  le- 
vantarse  en  armas  contra  el  gobierno  constituido,  procla- 
mando  el  principio  de  no-reeleccion,  segûn  proclama  que 
desde  su  hacienda  de  la  Noria,  lanzô  â  la  Nacion,  en  No- 
viembre  de  1871,  y  que  â  la  letra  dice: 
Al  Pueblo  Mexicano: 

"La  reeleccion  indefinida,  forzosa  y  violenta,  del  Ejecu- 
tivo  Fédéra),  ha  puesto  en  peligro  las  instituciones  nacio- 
nales. 

"En  el  Congréso*  una  mayorfa  regimentada  por  medios  re- 
probados  y  vergonzosos,  ha  hecho  ineficaces  los  nobles  es- 
fuerzos  de  los  diputados  independientes  3'  convertido  â  la 
Representacion  Nacional  en  una  câmara  cortesana,  obse- 
quiosa  y  resuelta  â  seguir  siempre  los  impulsos  del  Eje- 
cutivo. 

'  En  la  Suprema  Corte  de  Justicia,  la  minorfa  indepen- 
diente  que  habia  salvado  algunas  veces  los  principios  cons- 
titucionales  de  este  cataclismo  de  perversion  é  inmoralidad, 
es  ho}'  impotente  por  la  falta  de  dos  de  sus  mâs  dignos  re- 
présentantes, y  el  ingreso  de  otro  llevado  allf  por  la  protec- 
ciôn  del  Ejecutivo.   Ninguna  garantîa  ha   tenido   desde  en- 

73 


tonces  el  amparo;  los  Jueces  y  Magistrados  pundonorosos 
de  los  Tribunales  Fédérales  son  sustituidos  por  attentes  su- 
misos  del  Gobierno,  los  intereses  mas  caros  del  pueblo  y  los 
principios  de  mayor  trascendencia  quedan  a  merced  de  los 
perros  guardianes. 

Varios  Estados  se  hallan  privados  de  sus  autoridades 
légitimas  3'  sometidos  a  gobiernos  impopulares  y  tirânicos, 
impuestos  por  la  acciôn  directa  del  Ejecutivo  y  sostenidos 
por  las  fuerzas  fédérales.  Su  soberanîa,  sus  leyes  y  la  vo- 
luntad  de  los  pueblos  han  sido  sacrificadas  al  ciego  encapri- 
chamiento  del  poder  personal. 

El  Ejecutivo,  gloriosa  personificaciôn  de  los  principios 
conquistados  desde  la  Revoluciôn  de  Ayutla  hasta  la  ren- 
dicion  de  Mexico  en  1867,  que  debiera  ser  atendido  y  respe- 
tado  por  el  gobierno  para  conservarle  la  gratitud  de  los 
pueblos,  ha  sido  abajado  y  envilecido,  obligândolo  a  servir 
de  instrumento  de  odiosas  violencias  contra  la  libertad  del 
sufragio  popular,  y  haciéndole  olvidar  las  leyes  y  los  usos 
de  la  civilizaciôn  cristiana  en  Mexico,  Atexcatl,  Tampico, 
Barranca  del  Diablo,  la  Ciudadela  y  tantas  otras  matanzas 
que  nos  hacen  rétrocéder  a  la  barbarie. 

"Las  rentas  fédérales,  pingûes,  saneadas  como  no  lo  ha- 
bîan  sido  en  ninguna  otra  época,  toda  vez  que  el  pueblo  su- 
fre  los  gravâmenes  decretados  durante  la  guerra,  y  que  no 
se  pagan  la  deuda  nacional  ni  la  extranjera,  son  mâs  que 
suficientes  para  todos  los  servicios  pûblicos,  y  deberian  ha- 
ber  b.astado  para  el  pago  de  las  obligaciones  contraîdas  en 
la  ûltima  guerra,  asi  como  para  fundar  el  crédite  de  la  Na- 
ciôn,  cubriendo  el  rédito  de  la  deuda  interior  y  exterior  le- 
gîtimamente  reconocida.  A  esta  hora,  reducidas  las  eroga- 
ciones  y  sistemada  la  administracion  rentîstica,  fâcil  serfa 
dar  cumplimiento  al  precepto  constitucional,  librando 
al  comercio  de  las  trabas  3'  dificultades  que  sufrecon  los  ve- 
jatorios  impuestos  de  alcabalas,  y  al  erario  de  un  personal 
oneroso. 

"Peio  lejos  de  esto,  la  ineptitud  de  unos,  el   favoritismo 

74 


de  otros  y  ia  corrupcion  de  todos,  ha  cegado  esas  ricas  fuen- 
tes  de  la  pûblica  prosperidad:  los  impuestos  se  reagravan, 
las  rentas  se  dispendian,  la  Nacion  pierde  todo  crédite  y  los 
favoritos  del  poder  monopolizan  sus  espléndidos  gajes.  Ha- 
ce  cuatro  anos  que  su  procacidad  pone  a  prueba  nuestro 
amor  â  la  paz,  nuestra  sincera  adhésion  a  las  instituciones. 
Los  maies  pûblicos  exacerbados  produjeron  los  movimien- 
tos  revolucionarios  de  Tamaulipas,  San  Luis,  Zacatecas  3' 
otros  Estados;  pero  la  mayorîa  del  gran  partido  libéral  no 
concedio  sus  simpatîas  â  los  impacientes,  y  sin  tenerla  por 
la  polftica  de  presiôn  y  arbitrariedad  del  gobierno,  quiso  es- 
perar  con  el  término  del  perîodo  constitucional  del  encarga- 
do  del  Ejecutivo,  la  rotaciôn  légal  democrâtica  de  los  pode- 
res  que  se  prometi'a  obtener  en  las  pasadas  elecciones. 

"Ante  esta  fundada  esperanza  que,  por  desgracia,  ha  sido 
ilusoria,  todas  las  impaciencias  se  moderaron,  todas  las  as- 
piraciones  fueron  aplazadas  y  nadie  pensé  mas  que  en  olvi- 
dar  agravios  y  resentimientos,  en  restanar  las  heridas  de  las 
anteriores  disidencias  y  en  reanudar  los  lazos  de  union  en- 
tre todos  los  mexicanos.  Solo  el  gobierno  y  sus  agentes,  des- 
de  las  regiones  del  Ejecutivo,  en  el  recinto  del  Congres  o, 
en  la  prensa  mercenaria,  y  por  todos  los  medios,  se  opusie- 
ron  tenaz  y  caprichosamente  â  la  amnistia  que,  â  su  pesar, 
Uegô  â  decretarse  por  el  concurso  que  supo  aprovechar  la 
inteligencia  y  patriôtica  oposiciôn  parlamentaria  del  5°  Con- 
greso  Constitucional.  Esa  ley  que  convocaba  â  todos  los 
mexicanos  â  tomar  parte  en  la  lucha  électoral  bajo  el  ampa- 
ro  de  la  Constitucion,  debiô  ser  el  principio  de  una  época  de 
positiva  fraternidad,  3'  cualquiera  situaciôn  creada  realmeu- 
mente  en  el  terreno  del  sufragio  libre  de  los  pueblos,  conta- 
rîa  ho3'  con  el  apoyo  de  vencedores  3'  vencidos. 

"Los  partidos,  que  nunca  entienden  las  cosas  en  el  mis- 
mo  sentido,  entran  en  la  liza  électoral  Uenes  de  fe  en  el 
triunfo  de  sus  ideas  é  intereses,  y  vencidos  en  buena  lid, 
conservan  la  légitima  esperanza  de  contrastar  mâs  tarde  la 
obra  de  su  derrota,  reclamando  las  mismas  garantias  deque 

75 


gozaban  sus  adversarios;  pero  cuando  la  violencia  se  arroga 
los  fueros  de  la  libertad,  cuando  el  soborno  sustituye  â  la 
honradez  republicana,  y  cuando  la  falsificaciôn  usurpa  el 
lugar  que  corresponde  â  la  verdad,  la  desigualdad  de  la  lu- 
cha,  lejos  de  crear  ningûn  derecho,  encona  los  ânimos  y  obli- 
ga  â  los  vencidos  por  tan  malas  arterîas,  â  rechazar  el  re- 
sultado  como  ilegal  y  atentatorio. 

"La  revolucion  de  Ayutla,  los  principios  de  la  Reforma 
y  la  conquista  de  la  independencia  y  de  las  instituciones  na- 
cionales,  se  perderîan  para  siempre  si  los  destines  delà  Re- 
pûblica  hubieran  de  quedar  â  merced  de  una  oligarquîa  tan 
inhâbil  como  absorbente  y  [antipatriôtica;  la  reelecciôn  in- 
definida  es  un  mal  de  menos  trascendencia  por  perpetuidad 
de  un  ciudadano  en  el  ejercicio  del  poder,  que  por  la  con- 
servaciôn  de  las  prâcticas  abusivas,  de  las  confabulaciones 
ruinosas  y  por  la  exclusion  de  otras  inteligencias  é  intere- 
ses,  que  son  las  consecuencias  necesarias  de  la  inmutabili- 
dad  de  los  empleados  de  la  administraciôn  pùblica. 

"Pero  los  sectarios  de  la  reelecciôn  indefinida  prefieren 
sus  aprovechamientos  personales  â  la  Constituciôn,  â  los 
principios  y  â  la  Repûblica  misma.  Ellos  convirtieron  esa 
suprema  apelaciôn  al  pueblo  en  una  farsa  inmoral,  corrup- 
tora,  con  mengua  de  la  majestad  nacional  que  se  atreven  â 
invocar. 

'  'Han  relajado  todos  los  resortes  de  la  administraciôn,  bus- 
cando  complices  en  lugar  de  funcionarios  pundonorosos. 

"Han  derrochado  los  caudales  del  pueblo  para  pagar  â 
los  falsificadores  del  sufragio. 

"Han  conculcado  la  inviolabilidad  de  la  vida  humana, 
convirtiendo  en  prâctica  cotidiana  asesinatos  horrorosos, 
hasta  el  grado  de  ser  proverbial  la  funesta  frase  de  "Le^' 
fuga." 

"Han  empleado  las  manos  de  sus  valientes  defensores  en 
la  sangre  de  los  vencidos,  obligândolos  â  cambiar  las  ar- 
mas del  soldado  por  el  hacha  del  verdugo. 

"Han  escarnecido  los  mas  altos  principios  de  la  democra- 

76 


cia;  han  lastimado  los  mas  intimos  sentimientos  delà  huma- 
nidad,  3'  se  han  befado  de  los  mas  caros  y  trascendentales 
préceptes  de  la  moral. 

"Reducido  el  numéro  de  diputados  independientes  por 
haberse  negado  ilegalmente  toda  representaciôn  a  muchos 
distritos,  3'  aumentando  arbitrariamente  el  de  los  reeleccio- 
nistas,  con  ciudadanos  sin  mision  leg'al,  todavîa  se  abstu- 
vieron  de  votar  cincuenta  3'  siete  représentantes  en  la  elec- 
ciôn  de  Présidente,  3'  los  pueblos  la  rechazan  como  ilegal  y 
antidemocrâtica. 

"Requerido  en  estas  circunstancias,  instado  3'exigido  por 
numerosos  3'  acreditados  patriotas  de  todos  los  Estados,  lo 
mismo  de  ambas  fronteras,  que  del  interior  y  de  ambos  lito- 
rales,  «iqué  debo  hacer? 

"Durante  la  revolucion  de  A3-utla  salî  del  colegio  a  tomar 
las  armas  por  odio  al  despotismo:  en  la  guerra  de  Reforma 
combat!  por  los  principios,  3'  en  lucha  contra  la  invasion  ex- 
tranjera,  sostuve  la  independencia  nacional  hasta  restable- 
cer  al  gobierno  en  la  capital  de  la  Repûblica. 

"En  el  curso  de  mi  vida  polîtica  he  dado  suficientes  prue- 
bas  de  que  no  aspiro  al  poder,  a  cargo,  ni  empleo  de  ninguna 
clase;  pero  he  contraîdo  también  graves  compromises  para 
con  el  pais  por  su  libertad  é  independencia,  para  con  mis 
companeros  de  armas,  con  cu3'a  cooperacion  he  dado  cima 
â  difîciles  empresas,  3'  para  conmigo  mismo,  de  no  ser  indi- 
ferente  â  los  maies  pùblicos. 

"Al  llamado  del  deber,  mi  vida  es  un  tributo  que  jamâs 
he  negado  â  la  patria  en  peligro;  mi  pobre  patrimonio,  de- 
bido  â  la  gratitud  de  mis  conciudadanos,  medianamente  me- 
jorado  con  mi  trabajo  personal,  cuanto  valgo  por  mis  esca- 
sas  dotes,  todo  lo  consagro  desde  este  momento  â  la  causa 
del  pueblo.  Si  el  triunfo  corona  nuestros  esfuerzos,  volveré 
â  la  quietud  del  hogar  doméstico,  prefiriendo  en  todo  caso 
la  vida  frugal  3^  pacîfica  del  obscuro  labrador  à  las  ostenta- 
ciones  del  poder.    Si  por  el  contrario,  nuestros   adversarios 

77 


son  mâs  felices,  habré  cumplido  mi  ûltimo  deber  con  la  Re- 
pûblica. 

"Combatiremos,  pues,  por  la  causa  del  pueblo,  y  el  pue- 
blo  sera  el  ûnico  dueno  de  su  Victoria.  "Constituciôn  de  57 
y  libertad  électoral"  sera  nuestra  bandera;  "menos  gobier- 
no  y  mâs  libertades,"  nuestro   programa. 

"Una  convenciôn  de  très  représentantes  por  cada  Estado, 
elegidos  popularmente,  darâ  el  programa  de  la  reconstruc- 
cion  constitucional  y  nombrarâ  un  Présidente  Constitucio- 
nal  de  la  Repùblica,  que  por  ningûn  motivo  podrâ  ser  el  ac- 
tual  depositario  de  la  guerra.  Los  delegados,  que  serân  pa- 
triotas  de  acrisolada  honradez,  llevarân  al  seno  de  la  con- 
venciôn, las  ideas  y  aspiraciones  de  sus  respectivos  Esta- 
dos,  y  sabrân  formular  con  libertad  y  sostener  con  entereza 
las  exigencias  verdaderamente  nacionales.  Solo  me  permiti- 
ré  hacer  eco  a  las  que  se  me  han  senalado  como  mâs  ingen- 
tes;  pero  sin  pretensiôn  de  acierto  ni  ânimo  de  imponerlas 
como  una  resoluciôn  preconcebida,  y  protestando  desdeaho- 
ra  que  aceptaré  sin  resistencia  ni  réserva  alguna,  los  acuer- 
dos  de  la  convenciôn. 

"Que  la  eleccién  de  Présidente  sea  directa,  personal,  y 
que  no  pueda  ser  elegido  ningûn  ciudadano  que  en  el  ano 
anterior  haya  ejercido  por  un  solo  dîa  autoridad  6  encargo 
cuyas  funciones  se  extiendan  â  todo  el  territorio  nacional. 

"Que  el  Congreso  de  la  Union  solo  pueda  ejercer  funcio- 
nes électorales  en  los  asuntos  puramente  economicos,  y  en 
ningûn  caso  para  la  designacion  de  altos  funcionarios  pû- 
blicos. 

"Que  el  nombramiento  de  los  Secretarios  del  despacho  y 
de  cualquier  emplëado  6  funcionario  que  disfrute  por  suel- 
dos  6  emolumentos  mâs  de  très  mil  pesos  anuales,  se  some- 
ta  â  la  aprobaciôn  de  la  Câmara. 

"Que  la  Union  garantice  â  los  Ayuntamientos  derechos 
y  recursos  propios,  como  elementos  indispensables  para  su 
libertad  é  independencia. 

"Que  se  garantice  â  todos  los  habitantes  de  la  Repûblica 

78 


el  juicio  por  jurados  populares  que  declaren  y  califîquen  la 
culpabilidad  de  los  acusados;  de  manera  que  a  los  funciona- 
rios  judiciales  solo  se  les  concéda  la  facultad  de  aplicar  la 
pena  que  designen  las  le5'es  preexistentes. 

"Que  se  prohiban  los  odiosos  impuestos  de  alcabala  y  se 
reforme  la  ordenanza  de  aduanas  marîtimas  y  fronterizas, 
conforme  a  los  preceptos  constitucionales  y  a  las  diversas 
necesidades  de  nuestras   costas  y  fronteras. 

'  'La  convenciôn  tomarâ  en  cuenta  estos  asuntos  y  promo- 
verâ  todo  todo  lo  que  conduzca  al  restablecimiento  de  los 
principios,  al  arraigo  de  las  instituciones  y  al  comùn  bien- 
estar  de  los  habitantes  de  la  Repùblica. 

"No  convoco  ambiciones  bastardas  ni  quiero  avivar  los 
profundos  rencores  sembrados  por  las  demasi'as  de  la  admi- 
nistraciôn.  La  insurrecciôn  nacional  que  ha  de  devolver  su 
iMPERio  a  las  leyes  y  a  la  moral  ultrajadas,  tiene  que  inspi- 
rarse  de  nobles  y  patrioticos  sentimientos  de  dignidad  y 
justicia. 

"Los  amantes  de  la  Cortstitucion  y  de  la  libertad  électo- 
ral son  bastante  fuertes  y  numerosos  en  el  pai's  de  Herre- 
ra,  Gômez  Fan'as  y  Ocampo,  para  aceptar  la  lucha  contra 
los  usurpadores  del  sufragio  popular. 

"Que  los  patriotas,  los  sinceros  constitucionalistas,  los 
hombres  del  deber,  presten  su  concurso  a  la  causa  de  la  li- 
bertad électoral,  3'  el  pais  salvarâ  sus  mas  caros  intereses. 
Que  los  mandatarios  pûblicos,  reconociendo  que  sus  pode- 
res  son  limitados,  devuelvan  honradamente  al  pueblo  elec- 
tor  el  deposito  de  su  confianza  en  los  perîodos  légales,  y  la 
observancia  estricta  de  la  Constitucion  sera  verdadera  ga- 
rantîa  de  paz.  Que  ningûn  ciudadano  se  imponga  y  perpé- 
tue en  el  ejercicio  del  poder,  y  esta  sera  la  ultima  revolucion. 

PORKIRIO  DÎAZ. 

"La  Noria,"  Noviembre  de  1871." 


79 


* 


Indudablemente  los  principios  proclamados  y  los  cargos 
hechos  al  gobierno,  solo  eran  pretexto  para  quitar  del  poder 
a  Juârez,  puesto  que  para  lograr  la  reforma  de  la  Constitu- 
,ci6n  en  ese  sentido,  no  se  necesitaba  apelar  â  las  armas; 
,ella  misma  indicaba  cuales  eran  los  trâmites  légales  para 
reformarla,  3^  el  General  Di'az  5'  los  demâs  descontentos  que 
4o  siguieron,  teni'an  bastante  prestigio  para  haber  logrado 
el  triunfo  de  ese  principio,  iniciando  una  campana  democrâ- 
■tica,  enérgica  5'  sincera,  por  medio  de  la  prensa,  clubs  y 
trabajos  électorales. 

Pero  no  es  â  militares  ambiciosos-  â  quienes  se  ha  de  ha- 
blar  de  prâcticas  democrâticas  ni  de  la  fuerza  del  derecho; 
para  ellos  no  hay  mas  derecho  que  el  de  la  fuerza,  ni  prâc- 
•tica  mas  efîcaz  que  la  de  desenvainar  el  sable. 

La  verdadera  causa  de  ese  levantamiento,  fué  la  ambiciôn 
,de  algunos  militares,  quienes  estimaban  que  su  patria  no  les 
habîa  recompensado  ampliamente  sus  servicios,  y  con  la  es- 
pada  en  la  mano  le  exigîan  ese  pago,  como  antes  lo  exigie- 
ron  Iturbide,  Guerrero,  Bravo,  Bustamante,  Santa  Ana  y 
otros  muchos. 

iEl  militarismo  en  acciôn! 

iLa  guerra  fratricida  volviô  â  encenderse! 

Por  un  lado  luchaban  militares  insubordinados,  ensan- 
grentando  el  suelo  patrio  para  satisfacer  sus  ambiciones, 
para  hacerle  pagar  mu}'  caro  la  sangre  por  él  derramada! 

iPor  el  otro,  muchos  militares  también;  pero  pundonoro- 
sos,  esclavos  de  su  palabra,  contentos  con  seguir  sirviendo 
â  su  patria  y  que  se  consideraban  ampliamente  pagados  con 
la  satisfaccion  de  haberla  salvado! 

Sostenîan  estos  ûltimos  al  gobierno  de  Juârez,  que  con  su 
grandeza  de  aima,  su  tacto,  su  patriotismo,  se  habîa  im- 
puesto  sobre  todos  ellos  y  sereno  guiaba  la  navedel  Estado 
ayudado  por  tan  buenos  mexicanos. 

Juârez  es  el  ûnico  Présidente  civil  quehaya  logrado  tener 

i80 


en  jaque  al  militarismo,  pues  con  su  patriotismo  sedujo  a 
los  militares  pundonorosos  que  le  sirvieron  de  firme  apo\'0, 
y  con  su  inquebrantable  energîa  domino  a  los  que  se  levan- 
taron  contra  él  encabezados  por  el  General  Dîaz. 

Las  fuerzas  del  gobierno,  victoriosas,  habîan  casi  sofoca- 
do  la  revoluciôn,  cuando  fallecio  el  gran  Juârez. 

La  noticia  de  su  fallecimiento  lleno  de  consternaciôn  a 
toda  la  Repûblica  y  puso  fin  a  la  contienda  civil,  pues  ya 
no  subsistîa  el  pretexto  para  seguir  luchando,  y  como  las 
fuerzas  del  gobierno  eran  las  victoriosas,  los  pronunciados 
se  vieron  obligados  a  capitular  y  la  tranquilidad  volvio  a 
reinar  en  todo  el  territorio  nacional. 

A  la  muerte  de  nuestro  grande  hombre, 
ReYOlUCiÔn  de        subi©  ai  poder  con  aplauso  de  toda  la  Na- 
TllXtepeC.  cion    el  eminente   jurisconsulto  don  Sé- 

bastian Lerdo  de  Tejada,  que  habîa  pres- 
tado  importantîsimos  servicios  a  la  Repûblica,  siendo  uno 
de  los  Ministres  de  Juârez,  a  quien  acompanô  en  su  larga  y 
penosa  peregrinacion  por  los  Estados  del  Norte,  como  uno 
de  sus  mas  firmes  é  inteligentes  colaboradores.  Era  gran 
orador,  de  brillantîsima  inteiigencia  y  de  unahonradez  acri- 
solada;  pero  le  faltaba  aquella  energîa,  aquel  prestigio, 
aquel  tacto  superior  que  constituîan  la  fuerza  de  Juârez. 

El  senor  Lerdo,  acostumbrado  â  ver  que  las  mayores 
tempestades  no  acertaban  â  desviar  el  rumbo  con  que  mar- 
chaba  la  nave  del  Estado  y  que  imperturbablemente  seguîa 
esta  su  derrotero,  llegô  â  créer  que  el  gobierno  legîtimo  era 
invulnérable,  nunca  comprendiô  el  peligro  que  corrîa  su  ad- 
ministraeiôn,  y  hasta  en  los  ùltimos  momentos  estuvo  ador- 
mecido  por  esperanzas  tan  halagiienas  como  infundadas. 

Con  este  motivo,  no  tuvo  el  tacto  necesario  para  tratar  â 
sus  subordinados,  sin  tener  en  cuenta  que  con  su  conducta 
disgustaba  â  muchos  altos  militares,  â  multitud  de  hombres 
prestigiados  que  iban  â  engrosar  las  filas  de  los  desconten- 
tos,  los  cuales  reconocian  como  Jefe  al  General  Porfirio 
Dfaz,  quien  una  vez  lanzado  en  la  funesta  pendiente  de  las 

81  6 


revueltas,  teni'a  que  vencer  definitivamente  6  morir,  pues  no 
era  hombre  que  se  contentara  con  los  términos  medios. 

El  senor  Lerdo  pudo  tener  a  su  disposiciôn  el  remedio 
para  calmar  a  los  descontentos,  satisfacer  la  ambiciôn  6  la 
necesidad  de  quienes  lo  abandonaban,  premiar  a  los  milita- 
res  que  habfan  derramado  su  sangre  en  defensa  de  la  patria 
y  sacar  al  tesoro  nacional  de  la  penuria  en  que  se  encon- 
Iraba. 

El  remedio  era  aceptar  algunas  ofertas  que  le  hacîan  fi- 
nancieros  extranjeros  para  laemisiôn  de  un  empréstito;  pero 
rehusô  esas  ofertas  por  juzgar  las  operaciones  que  le  propo- 
nfan,  onerosas  para  la  Naci6n,  y  no  podîa  ser  de  otro  modo, 
pues  era  bien  sabido  que  el  General  Di'az  conspiraba  cons- 
tantemente,  lo  cual  constituîa  una  amenaza  perenne  para  la 
paz  pùblica,  y  eso  atemorizaba  â  los  capitalistas  extranje- 
ros. 

Lerdo  de  Tejada,  con  altîsimas  miras,  se  preocupaba  mâs 
l^or  el  porvenir  de  la  Patria  que  por  asegurar  su  administra- 
ci6n.  No  cabe  duda  que  fué  esta  una  gran  falta,  pues  si  hu- 
biera  asegurado  la  tranquilidad  del  paîs,  aun  â  costa  de  un 
empréstito  oneroso,  hubiera  hecho  mâs  bien  â  la  Patria  que 
dejando  tanto  descontento  en  la  pobreza,  pues  estos  consti- 
luîan  una  amenaza  constante  para  el  orden  pûblico, 

Sin  embargo,  ahora  juzgamos  después  de  pasados  los 
acontecimientos;  pero  indudablemente  esa  medida  aislada 
no  hubiera  salvado  la  situacion,  la  cual  provenîa  de  que  el 
senor  Lerdo  no  tenîa  un  carâcter  â  propôsito  para  gobernar 
en  aquellas  circunstancias.  Si  hubiera  lanzado  el  emprésti- 
to y  enriquecido  â  algunos  de  los  patriotas,  habrîan  tenido 
prétextes  de  mâs  peso  y  algunos  visos  de  razôn  en  levantar- 
se  los  que  tal  hicieron,  puesto  que  de  todos  modos  perma- 
necerîan  descontentos  por  ser  su  ambiciôn  difi'cil  de  satisfa- 
cer. Lo  que  se  necesitaba  para  poner  orden  en  aquel  caos, 
era  la  mano  de  hierro  de  juârez,  ique  demasiado  pronto  aban- 
donô  este  mundol 

No  pudiendo  recurrir  el  senor  Lerdo,    por  temperamento, 

82 


à  medios  que  él  juzgaba  peligrosos,  la  revoluciôn  era  iné- 
vitable, pues  de  contînuo  aumentaban  las  filas  de  los  des- 
contentos,  que  abiertamente  conspiraban  en  la  Capital  de  la 
Repùblica  y  aun  en  el  mismo  Palacio  Nacional. 

El  General  Dîaz  anduvo  mucho  tiempo  oculto,  sufriendo 
mil  aventuras,  y  si  esto  demuestra  que  es  un  hombre  intré- 
pide y  afortunado,  demuestra  igualmente  su  invencible  te- 
nacidad;  habîa  sonado  con  la  Presidencia  de  la  Repùblica  y 
ténia  que  valerse  de  cuantos  medios  estuvieran  â  su  alcance 
para  lograr  su  objeto  y  saciar  su  ambiciônde  gobernar. 

En  las  elecciones  presidenciales  résulté  reelecto  el  senor 
Lerdo  de  Tejada;  y  este,  para  satisfacer  las  necesidades  siem- 
pre  crecientes  del  erario,  habfa  promulgado  la  ley  del 
timbre;  ley  equitativa  que  reparte  automâticamente  el  im- 
puesto  en  proporciôn  â  las  operaciones  mercantiles  de  cada 
contribuyente. 

Es  cierto  que  en  algunos  Estados  hubo  presiôn  en  las  elec- 
ciones, pero  nos  han  referido  personas,  en  aquella  campana 
porfiristas,  que  â  pesar  de  la  presencia  en  sus  pueblos  de 
luerzas  fédérales,  ganaron  ellos  las  elecciones,  lo  cual  de- 
inuestra  que  la  presiôn  no  fué  tan  grande  ni  constitu^'o  un 
obstâculo  invencible  para  que  la  Nacion  hubiera  votado  en 
contra  del  senor  Lerdo,  en  caso  de  no  estar  satisfecha  con 
sus  servicios. 

.  De  todos  modos,  esa  arbitrariedad  noera  motivo  para  en- 
sangrentar  el  pais  con  otra  revoluciôn,  ni  lo  era  el  pretender 
la  reforma  de  la  Constituciôn  en  el  sentido  de  no-reelecciôn; 
ni  tampoco  el  deseo  de  abolir  el  impuesto  del  timbre. 

Como  hemos  dicho  al  referirnos  à  la  revoluciôn  de  la  No- 
ria, acaudillada  por  el  mismo  General  Dfaz,  la  Constituciôn 
tiene  previsto  el  caso  en  que  se  quiera  reformarla,  é  indica 
los  trâmites. 

Una  campana  vigorosa  y  honrada  en  la  prensa  y  en  los 
clubs,  hubiera  logrado  esa  reforma  sin  efusiôn  de  sangre. 

Para  emprenderla  solo  se  necesitaba  patriotisme,  pues  du- 
rante la  administraciôn  del  senor  Lerdo  la  imprenta  gozô  dt 

83 


gran  libertad  y  este  nunca  hubiera  recurrido  al  régimen  de 
persecucioiies  contra  los  que  trabajaran  legalmente  porque 
se  reformara  la  Constituciôn  en  un  sentido  mas  libéral. 

Pero  para  seguir  esa  conducta,  se  necesitaba  no  tener  otro 
môvil  que  el  bien  de  la  Patria  y  querer  trabajar  por  su  en- 
grandecimiento  sin  miras  egoîstas,  puesto  que  los  luchado- 
res  en  el  terreno  de  la  idea,  generalmente  no  tienen  otra  re- 
compensa que  la  mu}'  abstracta  de  haber  satisfecho  una  de 
las  mas  nobles  aspiraciones  del  aima,  como  es  la  de  servir 
desinteresadamente  a  su  Patria,  Pero  esa  recompensa  no  sa- 
tisface  a  todos;  no  todos  saben  comprenderla.  El  caudillo 
de  la  intervenciôn  estaba  convencido  de  que  la  Patria  habîa 
contraîdo  una  gran  deuda  con  él;  el  antiguo  jefe  que  se  habia 
visto  cubierto  de  gloria  al  verificar  su  entrada  triunfal  en 
Mexico,  en  donde  fué  tratado  con  gran  carino  y  respeto  por 
sus  conciudadanos,  admiradores  de  sus  laureles  y  mas  que 
todo  de  su  modestia  verdaderamente  republicana,  no  podia 
resignarse  a  vivir  oculto  entre  las  montanas  mas  escabro- 
sas,  en  las  selvas  mas  impénétrables,  y  vivir  siempre  pros- 
crito  de  la  sociedad  6  lejos  de  la  Patria. 

Porestos  motivos,  3'  cuando  hubo  reunido  loselementos  ne- 
cesarios,  volvio  â  levantarse  en  armas  el  General  Uîaz,  ha- 
ciendo  â  la  Naciôn  las  promesas  mas  halagûenas  en  el  plan 
de  Tuxtepec,  que  fué  después  reformado  en  Palo  Blanco, 
quedando  como  signe: 

«Considerando:  Que  la  Repûblica  Mexicana  esta  regida 
por  un  Gobierno  que  ha  hecho  del  abuso  un  sistema  polîtico, 
despreciando  y  violando  la  moral  y  las  le3"es,  viciando  â  la 
sociedad,  despreciando  â  las  instituciones,  y  haciendo  im- 
posible  el  remedio  de  tantos  maies  por  la  via  pacîfica;  que 
el  sufragio  pûblico  se  ha  convertido  en  una  farsa,  pues  el 
présidente  y  sus  amigos  por  todos  los  medios  reprobados 
hacen  llegar  â  los  puestos  pûblicos  â  los  que  llaman  sus 
"Candidatos  Oficiales,"  rechazando  â  todo  ciudadano  inde- 
pendiente;  que  de  este  modo  y  gobernando  hasta  sin  minis- 
tres se  hace  la  burla  mas  cruel  â  la  democracia  que  se  fun- 

84 


da  en  la  independencia  de  los  poderes;  que  la  soberanfa  de 
los  Estados  es  vulnerada  repetidas  veces;  que  el  Présidente 
y  sus  favoritos  destituyen  a  su  arbitrio  a  los  Gobernadores, 
entregando  los  Estados  a  sus  amigos,  como  sucedio  en 
Coahuila,  Oaxaca,  Yucatân  y  Nuevo  Léon,  habiéndose  in- 
tentado  hacer  lo  mismo  con  Jalisco;  que  a  este  Estado  se  le 
segregô  para  debilitarlo,  el  importante  canton  de  Tepic,  e! 
cual  se  ha  gobernado  militarmente  hasta  la  fecha,  con  agra- 
vio  del  pacto  fédéral  y  del  derecho  de  Gentes;  que  sin  con- 
sideraciôn  â  los  fueros  de  la  humanidad  se  retiré  â  los  Es- 
tados fronterizos  la  mezquina  subvencion  que  les  servîa  para 
defensa  de  los  indios  bârbaros;  que  el  tesoro  pûblico  se  di- 
lapida en  gastos  de  placer,  sin  que  el  Gobierno  liaya  llegado 
a  presentar  al  Congreso  de  la  Union  la  cuenta  de  los  fondos 
que  maneja.» 

«Que  la  administracion  de  justicia  se  encuentra  en  la  ma- 
yor  prostituciôn,  pues  se  constituye  â  los  Jueces  de  Distri- 
to  en  agentes  del  centro  para  oprimir  â  los  Estados;  que  el 
poder  municipal  ha  desaparecido  completamente  pues  los 
Ayuntamientos  son  simples  dependientes  del  Gobierno  para 
hacer  las  elecciones:  que  los  protegidos  del  Présidente  per- 
ciben  très  y  hasta  cuatro  sueldos  por  los  empleos  que  sirven 
con  agravio  de  la  moral  pûblica;  que  el  despotismo  del  po- 
der Ejecutivo  se  ha  rodeado  de  presidiaros  y  asesinos  que 
provocan,  hieren  y  matan  â  los  ciudadanos  ameritados;  que 
la  instruccion  pûblica  se  encuentra  abandonada;  que  los  fon- 
dos de  ésto  paran  en  manos  de  los  favoritos  del  Présidente; 
que  la  erecciôn  del  Senado,  obra  de  Lerdo  de  Tejada  y  sus 
favoritos,  para  centralizar  la  acciôn  legislativa,  importa  el 
veto  â  todas  las  lej'es;  que  la  fatal  ley  del  timbre,  obra  también 
de  la  misma  funesta  administracion,  no  ha  servido  sino  para 
extorsionar  â  los  pueblos;  que  el  pais  ha  sido  entregado  âla 
Companîa  Inglesacon  la  concesiôn  del  Ferrocarril  de  Vera- 
cruz  y  el  escandaloso  convenio  de  las  tarifas,  que  los  exce- 
sivos  fîetes  que  se  cobran  han  estancado  al  comercio  y  â  la 
agricultura;  que  con  el  monopolio  de  esta  lînea  se  ha  impe- 

85 


dido  que  se  establezcan  otias  produciéndoseel  desequilibrio 
del  comercio  en  el  interior,  el  ani(iuilamiento  de  todos  los 
demâs  puertos  de  la  Repûblica  y  la  mâs  espantosa  miseria 
en  todas  partes:  que  el  Gobierno  âotorgado  à  la  mismacom- 
pani'a  con  prétexte  del  Ferrocarril  de  Leôn,  el  privilegio  pa- 
ra celebrar  loterfas,  infrinij^iendo  la  Constitucion;  queel  Pré- 
sidente y  sus  favorecidos  han  pactado  el  reconocimiento  de 
la  énorme  deuda  In^lesa,  mediante  dos  millones  de  pesos  que 
se  reparten  par  sus  aj^encias;  que  ese  reconocimiento  ademâs 
de  inmoral  es  injusto,  porque  a  Mexico  nada  se  indemniza 
por  perjuicios  causados  en  la  intervenciôn.» 

«Que  aparté  de  esa  infamia,  se  tiene  acordada  la  de  ven- 
der  tal  deuda  a  los  Estados  Unidos,  lo  cual  équivale  a  ven- 
der  el  pais  a  la  naciôn  vecina:  que  no  mereceremos  el  nombre 
de  ciudadanos  mexicanos,  ni  siquiera  el  de  hombres  los  que 
sigamos  consintiendo  el  que  estén  al  trente  de  la  adminis- 
traciôn  los  que  asi  roban  nuestro  porvenir  y  nos  venden  en 
el  extranjero;  que  el  mismo  Lerdo  de  Tejada  destruyô  toda 
esperanza  de  buscar  el  remedio  a  tantos  maies  en  la  paz, 
creando  facultades  extraordinarias  y  suspenciôn  de  garan- 
tias  para  hacer  de  las  elecciones  una  farsa  criminal.» 


«En  nombre  de  la  sociedad  ultrajada  y  del  puebio  mexi- 
cano  vilipendiado,  levantamos  el  estandarte  de  la  guerra 
contra  nuestros  comunes  opresores,  proclamandoel  siguien- 
te  plan:» 

«Art.  i"  Son  leyes  supremas  de  la  Repûblica,  la  Cons- 
titucion de  1857,  la  acta  de  reformas  promulgada  el  25  de 
Septiembre  de  1873,  y  la  ley  de  1874.* 

«Art,  2^  Tendrân  el  mismo  carâcter  de  ley  suprema  la 
No-Reelccciôn  del  Présidente  de  la  Repûblica  y  Gobernado- 
res  de  los  Estados,  mientras  se  consigue  elevar  este  prin- 
cipio  al  rango  de  reforma  constitucional,  por  los  medios  lé- 
gales establecidos  por  la  Constitucion.» 

86 


«Art.  3°  Se  desconoce  a  D.  Sébastian  Lerdo  de  Tejada 
como  Présidente  de  la  Repûblica  y  a  todos  los  funcionarios 
y  empleados  por  él,  asî  coino  los  nomi^rados  en  las  eleccio- 
nes  de  Julio  del  ano  de  1875.» 

*Art.  4°  Sérân  reconocidos  todos  los  sobernadores  de  los 
Estados  que  se  adhieran  al  présente  plan.  En  dondeestono 
suceda  se  reconocerâ  interinamente  corno  j^obernador  al  qu.^ 
nombre  el  jefe  de  armas.* 

«Art.  s'^'  Se  haran  elecciones  para  Supremos  Poderes  de 
la  Union  a  los  dos  meses  de  ocupada  la  capital  de  la  Repû- 
blica, en  los  termines  que  disponga  la  convocatoria  que  ex- 
pedirâ  el  Jefe  del  Ejecutivo,  un  mes  después  del  dîa  en  que 
tenga  lugar  la  ocupacion.  con  arreglo  a  las  leyes  électorales 
de  12  de  Febrero  de  1857  y  23  de  Diciembre  de  1872.» 

«Al  mes  de  verificadas  las  elecciones  secundarias  se  réuni- 
ra el  Congreso,  y  se  ocuparâ  inmediatamente  de  llenar  las 
prescripciones  del  art.  51  de  la  primera  de  dichas  leN'es,  a  fia 
de  que  desde  luego  entre  al  ejercicio  de  su  encargo  el  Pré- 
sidente constitucional  de  la  Repûblica  y  se  instale  la  Corte 
Suprema  de  Justicia.» 

«Art.  6°  El  Poder  Ejecutivo,  sin  mas  atribuciones  que 
las  meramente  administrativas,  se  depositarâ  mientras  se 
hacen  las  elecciones,  en  el  Présidente  de  la  Suprema  Corte 
de  Justicia  actual,  ô^en  el  magistrado  que  desempene  sus 
funciones,  siempre  que  uno  û  otro  en  su  caso,  acepte  en  to- 
das  sus  partes  el  présente  plan,  y  haga  conocer  su  acepta- 
ciôn  por  medio  de  la  prensa,  dentro  de  un  mes,  contado  des- 
de el  dîa  en  que  el  mismo  pian  se  publique  en  los  periodi- 
cos  de  la  capital.  El  silencio  6  negativadel  funcionario  que 
rija  la  Suprema  Corte,  investira  al  Jefe  de  las  armas  con  el 
carâcter  de  Jefe  del  Ejecutivo.» 

«Art.  7"?  Reunido  el  octavo  Congreso  constitucional,  sus 
primeros  trabajos  serân  la  reforma  constitucional  de  que  ha- 
bla  el  art.  2".  la  que  garantiza  la  independencia  de  los  mu- 
nicipios  y  la  ley  que  de  organizaciôn  politica  al  Distrito  Fé- 
déral y  Territorio  de  la  Baja  California.» 

87 


«Art.  8?  Los  générales,  jefes  y  oficialesque  con  oportu- 
nidad  secunden  el  présente  plan,  serân  reconocidos  en  su^ 
empleos,  grados  y  condecoraciones. 

«Campo  en   Palo   Blanco,  INIarzo  21   de  1876. — Porfirio 

DlAZ." 

Este  plan,  propuesto  por  el  caudillo  de  la  intervencion; 
por  el  que  habîa  consumado  algunos  de  los  hechos  de  armas 
mas  gloriosos  peleando  bajo  la  bandera  republicana;  que  ha- 
bîa dado  grandes  pruebas  de  integridad  .v  desinterés  al  en- 
tregar  a  Juârez  cuando  entrô  â  la  capital  de  la  Repûblica, 
$300,000.00  que  ténia  en  caja;  que  habîa  revelado  una  gran 
modestia  al  entrar  â  Mexico,  y  ademâs,  siendo  apoyado  su 
movimiento  por  gran  parte  de  los  jefes  que  se  habîan  dis- 
tinguido  en  la  guerra  de  Intervencion,  presentaba  â  la  Re- 
pûblica espejismos  engaîïadores  y  le  hacîa  concebir  las  mas 
risueîïas  ilusiones  para  cuando  triunfara  el  movimiento  re- 
volucionario,  pues  en  aquellos  momentos  de  febril  entusias- 
mo,  â  ninguna  persona  se  le  ocurrîa  poner  en  duda  la  sin- 
ceridad  de  los  austeros  jefes  republicanos  que  habîan  dado 
â  la  patria  independencia  y  gloria,  y  todos  abrigaban  las  mas 
halagiierïas  esperanzas  para  cuando  llevaran  las  riendas  del 
poder  los  gloriosos  caudillos  de  la  Intervencion,  los  honra- 
dos  jefes  que  sabrîan  cumplir  fielmente  sus  promesas. 

Taies  eran  las  esperanzas  de  la  Naciôn  mientras  duraba 
el  confiicto,  3'  por  eso  permanecio  en  su  ma3'orîa  en  una  si- 
tuaciôn  espectante  mientras  duré  la  lucha,  y  se  alegrô  cuan- 
do hubo  triunfado  el  partido  revolucionario. 

Como  hemos  dicho,  al  General  Dîaz  lo  secundaban  en  su 
movimiento  todos  los  militares  insubordinados  y  ambicio- 
sos  que  siempre  quedan  después  de  las  grandes  guerras;  los 
antiguos  jefes  y  ofîciales  que  habîan  combatido  â  sus  ôrde- 
nes,  y  por  ûltimo,  indudablemente  se  unieron  â  él  muchos 
patriotas  de  buena  fe,  que  juzgaban  salvadores  los  principios 
proclamados  en  Tuxtepec  por  un  jefe  como  el  General  Dîaz, 
que  garantizaba  cumplir  esas  promesas,  debido  â  su  gran 
prestigio,  realzado  por  su   integridad   en   el   manejo  de  los 

88 


fondos  pûblicos.  Otras  circunstancias  favorables  a  su  movi- 
miento,  fueron  que  el  senor  Lerdo,  soltero  a  su  edad,  teni'a 
las  costumbres  de  la  mayorîa  de  éstos,  lo  cual  se  prestaha 
â  acerbos  ataques  de  sus  enemi^os,  que  criticaban  todos  los- 
actos  de  su  vida  privada,  la  cual,  en  honor  â  la  verdad,  no 
podîa  citarse  como  modelo. 

Ataques  de  esa  naturaleza  llenaban  de  ridîculo  al  senor 
Lerdo,  é  influîan  grandemente  en  la  opinion  pûblica,  tenien- 
do  por  efecto  que  no  fuera  un  hombre  verdaderamente  po- 
pular,  pues  no  todos  teni'an  el  desarrollo  intelectual  suficien- 
te  para  poder  apreciar  las  grandes  dotes  de  aquel  hombre 
eminente,  mientras  que  sî  estaba  al  alcance  de  todos  juzgar 
sus  defectos. 

Es  incalculable  lo  que  influye  la  vida  privada  de  ungober- 
nanteen  el  aprecio  de  sus  conciudadanos.  En  ese  respecto,- 
el  General  Dîaz  gozaba  de  la  fama  de  ser  un  austero  repu- 
blicano,  y  en  verdad,  hasta  ah(ira  no  ha  desmentido  esa- 
fama,  sino  que  la  ha  consolidado  mas  y  mas  con  la  vida 
privada  que  lleva,  unânimemente  calificada  de  intachable. 

Por  ûltimo,  la  desunion  surgiô  en  el  bando  gobiernista, 
porque  el  senor  Iglesias,  como  Présidente  de  la  Suprema 
Corte  de  Justicia  de  la  Naciôn,  déclaré  que  consideraba 
fraudiilenta  y  atentatoria  la  reelecciôn  del  senor  Lerdo 
para  Présidente  de  la  Repùblica,  y  por  tal  motivo  descono- 
ciô  su  autoridad. 

Su  actitud  fué  apoyada  por  algunos  Estados  y  por  parte 
de  las  fuerzas  fédérales,  que  lo  reconocieron  como  al  legîti- 
mo  représentante  de  la  Naciôn. 

De  esta  division,  asi  como  de  las  demâs  circunstancias^ 
se  aprovechô  hâbilmente  el  General  Dfaz,  y  ayudado  por 
el  irrésistible  brillo  de  los  galones,  hizo  que  se  inclinara  la 
balanza  por  el  Plan  de  Tuxtepec. 

Por  otra  parte,  cuando  la  primera  revolucion  promovida 
por  el  General  Dîaz,  ademâs  de  que  luchô  contra  juârez  en 
vez  de  ser  contra  Lerdo,  estaba  aûn  muy  reciente  la  epope- 
ya  de  las  armas  republicanas;  en  los  corazones  ardia  aûn  eL 

89 


fuego  del  patriotismo  que  los  hizo  vencer  a  su  formidable 
enemigo;  pero  ese  fuego  se  habfa  ido  apagando  poco  a  po- 
co,  y  el  trabajo  de  zapa  de  los  descontentos  segui'a  infîltran- 
do  en  las  conciencias  que  se  habîanraantenido  mâs  limpias, 
el  veneno  de  la  envidia,  de  la  ambiciôn,  y  como  no  estaban 
contenidas  ni  porel  irrésistible  prestigio  ni  por  la  inquebran- 
table  energîa  de  Juârez,  iban  a  engrosar  las  filas  de  los  re- 
voltosos,  aumentando  asî  cada  vez  mâs  las  fuerzas  del  nue- 
vo  caudillo,  que  con  su  maravilloso  conocimiento  del  cora- 
z6n  humano,  â  cada  quien  ofrecîa  lo  que  mâs  halagaba  sus 
pasiones  6  su  patriotismo. 

Con  estos  antécédentes,  se  ve  fâcilmente  que  el  éxito  de 
la  revoluciôn  no  podîa  ser  dudoso,  pues  aunque  la  Naciôn 
deseaba  ante  todo  la  paz,  una  vez  iniciada  la  lucha,  prefi- 
riô  el  triunfo  del  partido  que  mâs  garantîas  le  ofrecîa  de  la- 
brar  su  felicidad. 

La  Naciôn  no  tenîa  aùn  bastante  experiencia  para  saber 
cuan  poca  confianza  deben  inspirarle  los  ofrecimientos  que 
le  hacen  sus  hijos  cuando  tienen  las  armas  en  la  mano,  pues 
desde  que  esto  hacen,  desconocen  sus  mâs  sagrados  intere- 
ses,  hoUando  los  grandes  principios  de  fraternidad  y  de  jus- 
ticia,  ensangrentando  sus  campos,  destruyendo  sus  ciuda- 
des  y  por  todas  partes  sembrando  llanto,  luto  y  desolaciôn. 


La  batalla  de  Tecoac,  dada  entre  las  fuerzas  lerdistas  y 
las  del  Gênera!  Dîaz,  mandadas  en  persona  por  él  mismo. 
fué  la  ûltima  carta  del  gobierno  del  senor  Lerdo.  La  suerte 
le  fué  adversa.  Las  fuerzas  del  General  Dîaz  resultaron  vic- 
toriosas,  gracias  en  gran  parte  â  la  intrepidez  y  â  la  auda- 
cia  del  General  Manuel  Gonzalez, 

90 


El  senor  Lerdo  abandono  el  pafs. 

El  General  Diaz,  queriendo  aparentar  que  sus  ofrecimien- 
tos  a  la  Nacion  eran  sinceros  y  que  no  pisoteaba  abierta- 
mente  la  Constituciôn,  celebro  en  Acatlân  con  ei  représen- 
tante del  senor  Ig^lesias  un  convenio,  reconociéndolo  como 
Présidente  de  la  Repiiblica  mediante  determinadas  condi- 
ciones,  que  en  el  fondo,  y  en  lo  que  no  lastimaban  su  di^f- 
nidad,  aceptô  el  senor  Iglesias. 

Mientras  se  tramitaban  esos  arreglos,  el  General  Di'az  lle- 
go  â  la  capital  de  la  Repiiblica,  incorpora  a  su  ejército  las 
fuerzas  que  Lerdo  habîa  dejado  sin  instrucciones  de  ningu- 
na  naturaleza,  y  disponiendo  de  los  cuantiosos  elementos  y 
del  prestigio  que  le  daba  la  ocupaciôn  de  plaza  tan  impor- 
tante, rompiô  las  negociaciones  pendientes  y  al  f  rente  de  sus 
ejércitos  victoriosos,  fué  â  atacar  las  fuerzas  que  apoyaban 
al  senor  Iglesias,  las  cuales,  inferiores  en  numéro,  no  in- 
tentaron  resistencia  séria,  y  muy  pronto.  por  medio  de  la  de- 
fecciôn,  fueron  â  engrosar  las  filas  tuxtepecanas. 

El  sefior  Iglesias  se  vio  obligado  â  trasladarseâ  otra  par- 
te del  territorio  nacional,  y  se  embarco  en  Manzanillo  con 
rumbo  â  Mazatlân,  en  donde  pensaba  encontrar  fuerzas  que 
le  seri'an  fieles  y  lo  apoyarîan  para  seguir  sosteniendo  los 
incuestionables  derechos  que  él  defendîa.  Desgraciadamen- 
te,  cuando  llegô  â  aquel  puerto  encontre  que  la  guarnicion 
ya  habîa  defeccionado.  siguiendo  el  ejemplo  de  sus  demâs 
companeros  de  armas,  y  que  el  jefe  de  la  plaza  pretendîa 
aprehenderlo. 

Por  estas  circunstancias,  el  senor  Iglesias,  que  tan  digna- 
mente  habîa  representado  el  principio  de  legalidad,  emigrô 
al  extranjero,  con  la  intenciôn  de  regresar  al  paîs  al  presen- 
tarse  alguna  circunstancia  propicia  para  defender  la  causa 
en  él  encarnada. 

Pronto  desistio  de  sus  propositos  al  ver  que  la  Xacioii 
entera  habîa  aceptado  de  hecho  la  nueva  situacion. 

91 


El  Gobierno  Constitucional  que  existia  desde  1857,  fuê  sus- 
tituido  por  una  diciadura  militar^  al  /rente  de  la  cual  se  en- 
cuentra  de^de  entont-es^  salvo  una  fcqucna  inierrufciôn,  el  Ge- 
neral Dîaz. 

En  los  capitules  siguientes,  veremos  como  cumpliô  este 
jefe  las  promesas  que  hizo  a  la  Naciôn,  y  cual  ha  sido  la 
influencia  de  su  gobierno  sobre  sus  destinos. 


1    I    r 


92 


CAPITULO  II 

EL  GENERAL  DIAZ,  SUS  AMBICIONES,  SU  POLITICA 

Y  MEDIOS  DE  QUE  SE  HA  VÂLIDO  PARA 

PERIHANECER  EN  EL  PODER 


Hasta  ahora  hemos  conocido  al  senor  General  Porfirio  Diaz 
como  valeroso  caudillo  en  la  guerra  de  lasegunda  Indepen- 
dencia,  y  mâs  tarde  como  incansable  revolucionario,  y 
constante  perturbador  de  la  paz;  veamos  ahora  que  con- 
ducta  ha  observado  como  gobernante.  Pero  antes  de  pro- 
seguir  nuestra  narraciôn,  abramos  un  paréntesis  para  estu- 
diar  la  interesante  personalidad  del  hombre  que  ha  sido  poi 
mâs  de  30  anos  ârbitro  de  los  destinos  de  nuestra  Patria. 
Poco  tendremos  que  decir  de  él,  puesto  que  habiendo  go- 
bernado  al  pais  por  tanto  tiempo,  ha  llegado  â  ser  la  en" 
carnacion  de  un  principio:  el  del  poder  absoluto;  mientras 

93 


que  si  seremos  muy  extensos  al  tratar  de  las  consecuencias 
de  su  sistema  de  gobierno. 


El  General  Porfîrio  Dîaz  es  de  estatura  alta, 
Su  C8LFâCt6r.  complexiôn  robusta,  porte  marcial,  mirada  pé- 
nétrante; su  semblante  révéla  la  energîa  y  la 
tenacidad  de  su  aima.  Al  verlo,  aun  en  fotografîa,  révéla 
un  aspecto  de  eslinge;  parece  que  encierra  un  gran  misterio; 
que  oculta  cuidadosamente  en  el  fondo  de  su  aima  un  pen- 
samiento  intenso,  una  idea  fija,  que  solo  se  manifestarâ  in- 
cidentalmente  porhechos  trascendentales,  pero  que  normarâ 
los  actos  de  su  vida  toda. 

Procuraremos  descifrar  ese  misterio,  y  al  hacerlo,  encon- 
traremos  la  clave  de  muchos  de  sus  actos  que  no  podrian  ex" 
plicarse  de  otra  manera. 

La  energîa  de  su  carâcter  la  ha  aplicado  al  dominio  de 
si  mismo:  solo  el  hombre  que  sabe  dominarse,  puede  domi- 
nar  â  los  demâs. 

Como  resultado  de  ese  dominio,  es  muy  metodico  en  to- 
dos  sus  actos,  sumamente  madrugador,  incansable  para 
el  trabajo  y  sobrio  en  el  comer  y  en  el  beber,  lo  cual  le  per- 
mite  ser  siempre  dueno  de  si  mismo. 

Este  régimen  le  ha  permitido,  â  los  78  anos,  conservar  re- 
lativamente  gran  vigor  material  é  intelectual,  pues  para  un 
hombre  de  tari  avanzada  edad,  es  asombrosa  la  labor  que 
desempena. 

Su  vida  privada  es  intachable.  Como  padre  de  familia, 
ha  sabido  dirigir  con  acierto  la  educacion  de  sus  hijos,  co- 
mo lo  demuestran  las  grandes  virtudes  de  sus  hijas  y  la 
correcciôn,  modestia  y  actividad  de  su  hijo;  como  esposo, 
es  un  modelo,  pues  â  su  distinguida  companera  la  trata  con 
todas  las  consideraciones  y  carino  que  se  merece. 

Estas  virtudes   domésticas  nos  revelan  que  la    alta  per- 

94 


sonalidad  que  venimos  estudiando  no  es  un  hombre  vulgar, 
como  lo  hacen  aparecer  sus  enemigos. 

El  General  Dîaz,  se  conmueve  fâcilmente:  «lâgrimas  de 
cocodrilo,»  dicen  sus  detractores;  pero  para  formular  ese 
juicio,  solo  los  guîa  la  pasiôn,  la  cual  impide  comprender 
que  las  lâgrimas  nunca  son  fîngidas,  pues  nadie  tieneelpo- 
der  de  hacerlas  brotar  â  voluntad. 

Por  este  motivo  }*  por  el  modo  de  ser  del  Gral.  Dîaz,  nos- 
otros  SI  las  juzgamos  sinceras,  pues  bajo  su  semblante  de 
bronce,  late  una  aima  humana,  y  como  humana  sensible. 

La  sensibilidad  no  es  prueba  de  debilidad  y  menos  aûn 
en  el  General  Dîaz,  que  nos  ha  demostrado  como  sabe  domi- 
nar  hasta  ese  sentimienfo,  para  subordinarlo,  como  todos 
los  actos  de  su  vida,  â  la  idea  fija,  dominante,  que  hemos 
descubierto  en  el  fondo  de  su  aima. 

Como  administrador,    siempre  ha  sido  întegro,  de  lo  cual 

dio  una  prueba  brillante  cuando  entrego  al  Sr.   Juârez 

$300,000.00  que  tenîa  como  sobrante  en  la  caja  del  cuerpo 
de  ejército  que  estaba  â  su  mando. 

Muchos  de  sus  enemigos  aseguran  que  se  ha  enriquecido 

considerablemente  en  la  Presidencia,  y  que  posée 

$60.000,000.00  en  el  extranjero;  pero  noaducen  ningunas 
pruebas,  pretendiendo  queserîamuy  difîcil  y  peligroso  bus- 
carlas  bajo  el  régimen  actual  de  gobierno.  Por  este  motivo, 
generalmente  se  da  crédito  â  los  rumores  mas  absurdos: 
pero  nosotros,  fieles  â  nuestro  proposito  de  hacer  un  estu- 
dio  concienzudo,  decimos  resueltamente  que  no  damos  cré- 
dito â  taies  rumores,  fundândonos  en  sus  costumbres  tan 
sencillas,  en  la  educaciôn  que  ha  dado  â  su  hijo,  haciéndo- 
lo  trabajar  para  que  labrase  de  un  modo  lîcito  sufortuna: 
en  que  su  administraciôn,  se  ha  distinguido  por  el  orden  en 
el  manejo  de  los  caudales  de  la  Naciôn,  sin  el  cual  hubiera 
sido  imposible  nivelar  los  presupuestos  y  presentar  sobran- 
tes  en  la  Tesorerîa.  Ademâs,  un  hombre  que  tuviera  tal  sed 
de  dinero.  serîa  un  ente  vil,  completamente  despreciable,  y 
nunca  hubiera  poseîdo  ni  la  energîa   ni  el  prestigiosuficien- 

95 


tes  para  dominar  por  mas  de  30  anos  a  la  Repûblica,  ya  que 
felizmente  no  esta  â  tal  punto  perdida  la  dignidad  nacio- 
nal. 

El  General  Dîaz  en  sus  actos  ha  dado  siempre  pruebas  de 
gran  modestia;  pero  no  cabe  duda  que  le  agrada  la  lisonja 
y  que  esa  modestia  no  es  sino  aparente,  no  es  sino  el  re- 
sultado  del  gran  dominio  ejercido  sobre  sî  mismo,  el  cual 
le  hace  dar  â  todos  sus  actos  la  apariencia  que  él  desea, 
para  coadyuvar  al  fin  tenazmente  perseguido  en  la  realiza- 
ciôn  de  su  ideafija. 

Lo  anterior  es  demasiado  conocido;  todo  el  mundo  sabe 
los  elogios  exagerados  que  hacen  al  General  Dîaz  los  ôrga- 
nos  subvencionados  con  fondos  del  gobierno,  3'  todos  los 
que,  por  cualquier  motivo,  reciben  sueldo  de  la  Nacion. 

Ademâs,  el  hecho  de  haber  permitido  que  se  celebrara 
como  dîa  de  fiesta  nacional  el  2  de  Abril,  dénota  mu}»^  poca 
modestia. 

El  debe  comprender  que  no  es  â  sus  contemporâneos  â 
quienes  toca  juzgar  sus  actos,  sino  â  la  historia,  y  hubiera 
sido  mas  prudente  esperar  el  fallo  de  esta,  no  dando  su 
consentiminnto  para  que  se  celebrara  ese  aniversario,  pues- 
to  que  corre  gran  peligro  de  que  no  se  vuelva  â  conmemo- 
rar  después  de  su  muerte. 

Como  una  prueba  de  tantas  que  podrîa  citarse  sobre  la 
exagerada  adulaciôn  de  sus  amigos,  vamos  â  referir  el  si" 
guiente  caso: 

Por  casualidad  llego  â  nuestras  manos  un  librito  impre- 
so  el  présente  ano,  titulado  «El  ejemplo  de  una  vida»  «Por- 
firio  Dîaz  y  su  obra»  «Para  los  ninos;  para  los  obreros,  pa- 
ra el  pueblo,»  el  cual  fué  distribuîdo  prof usamente  en  Mon- 
terrey  por  el  elemento  oficial.  En  ese  librito,  cu3'o  autor 
oculto  prudentemente  su  nombre,  quizâs  porque  se  aver- 
giienze  él  mismo  de  su  obra,  en  la  pagina  24,  al  pie  de  una 
fotografîa  del  General  reaccionario  Leonardo  Marquez,    di- 

ce  lo  siguiente:  « el  General  Dîaz  lo  derrotô 

siempre,  desde  el    primer   encuentro   en   Jalatlaco,    en  que 

96 


vencio  con  272  hombres  â  cerca  de  4,000  con  11  Générales 
entre  ellos  los  Cobos  3'  Negrete » 

Esa  es  la  inexactitud  mas  estupenda;  pero  vienen  muchas 
otras  por  el  estilo. 

Probablemente  se  imprimio  esa  obra  con  fondos  del  go- 
bierno,  pues  no  es  de  esperarse  que  un  particular  anônimo, 
hiciera  ese  gasto  tan  fuerte;  pero  de  cualquier  modo  que  sea, 
es  indudable  que  ha  circulado  con  el  consentimiento,  por  lo 
menos  tâcito,  del  Gral.  Diaz. 

Otro  hecho  bastante  significativ'o,  demuestra  que  al  Ge- 
neral Diaz  no  solamente  le  agrada  la  lisonja,  sino  que  ve  con 
desagrado  tributar  elogios  â  otro  que  no  sea  él,  es  el  no 
haber  permitido,  en  la  Capital  de  la  Repûblica,  la  erecciôn 
de  un  monumento  â  Juârez;  cosa  rara,  si  se  tiene  en  cuenta 
que  el  General  Dîaz,  por  la  posicion  oficial  que  ocupa,  de- 
bîa  ser  el  mas  celoso  guardîan  de  las  glorias  nacionales  y 
tener  predilecciôn  especial  por  el  Indio  de  Guelatao,  hijo 
de  su  mismo  Estado  Natal;  su  maestro,  en  las  aulas,  su 
correligionario  y  jefe  durante  la  guerra  de  Reforma;  su  ban- 
dera durante  la  guerra  de  Intervencion  _v  â  quien  se  han 
erijido  monumentos  en  todo  el  territorio  Nacional,  con  mo - 
tivo  del  centenario  de  su  nacimiento. 

Hemos  visto  cuales  son  las   virtudes  del 

Ià6&  lijâ  estadista  que    nos   ocupa;    también    hemos 

del  General  Dîaz.    descubierto    algo  de  vanidad    tras  su  apa- 

rente  modestiaj  procuremos  ahora  descifrar 

el  misterio  que  oculta  bajo  su  aspecto  de  esfinge:  la  idea  fi- 

ja  que  nos  revelan  su  semblante  y  su  mirada. 

Aparentemente  encontramos  grandes  contradicciones  en 
sus  actos: 

Cuando  por  primera  vez  se  levante  en  armas  contra  el 
gobierno  constituîdo,  decîa  en  su  proclama  de  la  Noria:  «... 

En  el  curso  de  mi  vida  politica  he   dado  sufi" 

cientes  pruebas  de  que  no  aspiro  al  poder,  â  cargo  ni  em- 
pleo  de  ninguna  clase:>  y  vemos  que  al  triunfar  en  Tecoac, 
se  fué    directamente  â  la  Capital  de   la    Repûblica  y    tom6 

97  7 


posesiôn  de  la  silla  presidencial,  que  con  s61o  un  intervalo 
de  cuatro  anos  ha  ocupado  desde  entonces. 

Por  dos  veces  ha  ensangrentado  el  pais  cou  la  guerra  ci- 
vil, para  conquistar  el  principio  de  no-reelecci6n,  y  â  pesar 
de  ello,  se  ha  reelecto  cinco  veces  y  apoyado  a  los  Gober- 
nadores  de  los  Estados  para  que  hagan  otro  tanto. 

Mientras  estuvieron  en  el  gobierno  Juârez  y  Lerdo,  fué 
el  constante  perturbador  del  orden,  y  después  que  él  ha  em- 
punado  las  riendas  del  poder,  se  ha  convertido  en  el  héroe 
ie  la  paz. 

Cuando  el  General  Dîaz  hizo  sus  revoluciones,  no  tuvo  en 
cuenta  que  la  Naciôn  necesitaba  mâs  que  nunca  de  Ja  paz 
para  consolidar  su  crédito  en  el  extranjero  y  poder  restafiar 
sus  heridas:  mientras  que  ahora  ha  llegado  â  dar  gran  im- 
portancia  al  hecho  de  que  los  bonos  del  gobierno  bajaran  al- 
gunos  puntos  cuando  él  estuvo  enfermo  en  Cuernavaca. 

Por  ùltimo,  lo  vemos  conferir  puestos  pûblicos  de  impor- 
tancia  a  los  que  han  sido  sus  enemigos  y  aun  a  quienes  han 
conspirado  contra  su  vida,  mientras  persigue  â  algunos  de 
sus  amigos  que  lucharon  con  las  armas  en  la  mano  porque 
ël  subiera  al  poder  y  que  profesan  sus  mismos  principios  de- 
«locrâticos. 

Estas  aparentes  contradicciones  nos  servirân  admirable- 
Hiente  para  descubrir  cuâl  es  la  idea  fija  del  General  Dîaz: 
cuâl  es  el  môvil  de  todos  sus  actos. 

En  su  proclama  de  la  Noria  afirmaba  no  tener  ninguna 
ambiciôn  para  ocupar  puestos  pûblicos,  y  después  de  Tecoac 
•cupa  la  Presidencia  â  pesar  de  los  convenios  de  la  Capilla. 

Esto  nos  demuestra  que  no  cran  sinceros  sus  ofrecimien- 
tos  de  la  Noria  3'  que  lo  que  ansiaba  era  el  apoyo  de  la  Na- 
ciôn para  llegar  â  la  Presidencia. 

Si  proclamaba  en  sus  planes  revolucionarios  el  principio 
àe  no-releccion,  era  porque  comprendîa  que  el  pueblo  consi- 
deraba  peligrosa  para  los  principios  democrâticos  la  reelec- 
cion  indefinida  de  los  gobernantes,  y  que  proclamando  este 
principio,  lo  ayudarîa  en  su  lucha  contra  el  gobierno,  y  eso 

98 


era  lo  que  él  buscaba  por  lo  pronto,  pues  una  vez  en  la  silla 
presidencial,  ya  sabrîa  bien  conservarla,  aun  contra  la  vo- 
luntad  nacional. 

Si  el  verdadero  môvil  que  lo  guîa  para  conservar  la  paz, 
tuera  la  conveniencia  de  la  Nacion,  cpor  que  no  puso  su  es- 
pada  al  servicio  de  Juârez  y  de  Lerdo  para  haberla  consoli- 
dado  desde  entonces?  tpor  que,  en  vez  de  observar  conduc- 
ta  tan  noble,  fué  el  constante  perturbador  del  orden,  aca- 
rreando  maies  sin  cuento  â  la  Patria? 

La  contestacion  â  estas  pret^untas  es  sencilla: 
La  paz  la    conserva  ahora  con  tan  decidido  empeno,  no 
tanto  por  amor  â  la  patria,  sino  porque  es  el  medio  mas  eficaz 
para  conservar  indefinidamente  el  poder. 

cPor  que  no  se  preocupô  por  el  crédite  de  la  Nacion  cuan- 
do  no  era  Présidente,  y  ahora  es  tan  celoso  de  él? 

Por  la  misma  razôn,  porque  el  crédito  en  manos  de  sus 
antecesores,  habria  robustecido  sus  gobiernos  y  dificultado 
mâs  quitarles  el  poder;  y  ahora  que  él  lo  tiene,  necesita  del 
crédito  para  afianzarse  mâs  y  mâs  en  la  silla  Presidencial. 

èPor  que  confiere  puestos  pûblicos  â  sus  enemigos,  y  per- 
sigue  â  los  que  han  sido  sus  amigos  y  profesan  sus  mismos 
principios  democrâticos? 

Pues  sencillamente  porque  el  General  Dîaz  no  tiene  pasio- 
nes  polîticas,  y  solo  considéra  como  enemigos  â  los  que  pue- 
den  entorpecer  sus  proyectos,  y  amigos  â  todos  los  que  le 
ayudan.  Asî,  tan  pronto  como  sus  enemigos  capitulan  6  los 
ha  nulificado,  déjà  de  considerarlos  como  taies  y  mâs  bien 
procura  atraerlos  â  su  lado  dândoles  puestos  pûblicos  de 
importancia.  En  cambio,  si  sus  amigos,  por  la  rectitud  en 
sus  principios  6  por  su  ambiciôn  personal,  Uegan  â  ser  un 
estorbo  6  una  amenaza  para  su  poder,  déjà  de  considerar- 
los como  amigos  y  los  persigue  tenazmente  hasta  que  los 
nulifica  de  cualquier  modo 

De  lo  anteriormente  expuesto,  résulta  que  la  idea  lîja  del 
General.Dîaz,  era,  mientras  no  tenîa  el  poder,  conquistarlo 

99 


a  toda  Costa,,  y  una  vez  en  su  posesion,  no  desprenderse  de 
él  por  ningûn  motivo. 

Para  la  realizacion  de  esta  idea,  no  vacilarâ  en  promover 
sangrientas  revoluciones;  en  perdonar  a  sus  enemigos  desde 
que  capitulen;  en  perseguir  â  sus  amigos  cuando  constitu- 
yan  un  estorbo  para  sus  fines;  en  enganar  â  la  Nacion  _v  aun 
â  los  amigos  que  lo  ayudaron  en  sus  levantamientos. 

Pero  para  conservar  el  poder  en  una  Nacion  belicosa,  se 
necesita  no  exacerbarla,  3'  veremos  como  el  General  Dîaz  harâ 
al  pais  el  mayor  bien  que  pueda,  siempre  que  sea  compati- 
ble con  su  reelecciôn  indefinida. 

Hemos  encontrado  cual  es  la  idea 

MediOS  de  que  se  ha  fija  del  Gênerai  Dîaz,  y  cual  es  el 
ValidO  para  COnSer-  movil  de  todos  sus  actos;  veamos  de 
Yar  el  poder.  que  medios  se  ha  valido  para  con- 

servar el  poder  por  tantos  anos. 

Desde  luego  puede  afirmarse  que  cuando  un  pueblo  se  le- 
vanta  en  armas  para  conquistar  un  principio,  el  jefe  de  ese 
movimiento  se  haya  investido  de  poderes  dictatoriales,  om- 
nimodos,  y  como  â  ese  jefe  y  al  uso  que  hace  de  sus  facul- 
tades  debe  la  Nacion  el  triunfo  anhelado,  résulta  que  déjà 
al  frente  de  sus  destinos  al  mismo  jefe  con  los  mismos  am- 
plîsimos  poderes. 

El  hombre  llegado  al  gobierno  en  estas  circunstancias, 
seencuentra,  por  consiguiente,  investido  con  los  poderes  mas 
amplios  que  pudiera  desear,  afianzados  por  la  simpati'a  del 
pueblo  y  su  inmenso  prestigio. 

En  taies  circunstancias,  esos  hombres,  si  cumplen  las 
promesas  que  hicieron  â  su  patria,  llegan  â  prestarle  ser- 
vicios  de  incalculable  importancia;  pero  en  la  mayoria  de 
los  casos  sucede  que  esos  afortunados  militares,  una  vez  ob- 
tenido  el  triunfo,  se  sienten  embriagados  por  la  victoria  y 
mareados  por  la  adulaciôn,  y  olvidan  las  promesas  que  hi- 
cieron â  la  patria,  3'  olvidan  que  sus  éxitos  los  debieron  a. 
la  fuerza  de  los  principios  que  proclamaban,  â  la  fuerza  de 
la  opinion  pûblica  3'  â  la  ayuda  del  pueblo. 

100 


La  historia  nos  présenta  niuchos  casos  de  indeficiencias 
de  esa  naturaleza,  habiendo  tenido  para  los  infidentes  re- 
sultados  diverses,  segûn  la  conductaque  observaron  en  el 
poder. 

Cuando  de  un  modo  franco  y  audaz  han  intentado  burlar 
las  promesas  hechas  al  pueblo,  ijeneralmente  han  caîdo  ba- 
)0  el  peso  de  su  desprestigio,  como  le  paso  al  General  Co- 
monfort,  cuyo  gobierno  no  pudo  subsistir  ni  ocho  dîas  a  su 
golpe  de  Estado;  siendo  que,  cuando  estuvo  amparado  por 
la  legalidad  y  cumplio  fielmente  sus  promesas  contenidas  en 
el  Plan  de  Ayutla,  su  gobierno  parecîa  inconmovible.  En 
cambio,  cuando  el  afortunado  militar  que  llega  al  gobierno 
de  ese  modo,  tiene  gran  tacto,  y  respetando  la  forma  vaes- 
tableciendo  su  poder  absoluto  por  medio  de  una  red  de  fun- 
cionarios  adictos,  que  se extiende  invadiéndolo  todo;  cuando 
va  usurpando  una  a  una  todas  las  funciones  del  poder;  cuan- 
do va  minando  lentamente  las  instituciones  sin  quenadiese 
dé  cuenta  de  ello  >'  a  la  vez  impulsa  el  desarrollo  mate- 
rial  para  aturdir  los  espîritus,  entonces  puede  establecer  una 
dictadura  estable  y  oprimirà  â  su  patria  cada  \ez  mas,  sin 
que  ella  pueda  darse  cuenta,  pues  habrân  desaparecido  los 
que  podrîan  guiarla;  tanto  sus  escritores,  sus  pensadores. 
como  sus  caudillos,  habrân  sucumbido  ante  las  seducciones 
del  nuevo  César,  6  caîdo  bajo  el  peso  de  su  espada  omni- 
potente. 

No  es  grandeza  de  aima  lo  que  se  necesita  para  seguir 
esa  conducta;  sino  astucia,  paciencia,  hipocresîa. 

Frecuentes  eiemplos  de  esa  naturaleza  nos  présenta  la  his- 
toria, pero  el  que  tiene  mas  semejanza  con  el  método  segui- 
do  por  el  General  Uîaz  para  absorber  en  sus  manos  todo  el 
poder,  lo  encontramos  en  la  vida  de  Augusto,  que  acabôcon 
las  libertades  romanas  â  la  vez  que  con  las  causas  de  su 
grandeza,  y  dio  principio  con  su  despotisme  â  la  era  de  la 
decadencia  de  aquel  gran  imperio. 

Tâcito  describe  del  siguiente  modo  los  medios  de  que  se 
valiô  Augusto  para   absorber   todo   el   poder  en  sus  manos: 

101 


"Desde  que  sedujo  al  soldado  cou  dàdivas;  al  pueblo  con 
distribuciones  de  triyo;  a  todos  por  el  encatito  del  reposo, 
principiô  a  elevarse  poco  a  poco  y  atrajo  hacîa  a  él  todo  e! 
poder  del  Senado.  de  los  Magistrados,  de  las  levés.  Nadie 
se  oponîa:  los  republicanos  mas  dignos  habfan  sucumbido 
en  las  batallas  y  en  las  proscripciones.  los  nobles  que  sub- 
sisti'an  se  elevaban  en  ri(|uezas  y  en  honores  a  medida  que 
aumentaba  su  servilisnio;  aquellos  que  habîan  sido  elevados 
por  los  nuevos  acontecimientos,  amaban  mas  el  présente  y 
su  seguridad  que  el  pasado  y  sus  peligros." 

Tratando  del  mismo  asunio  dice  Montesquieu  lo  siguiente: 

"Auguste  (este  es  el  nombre  que  la  adulaciôn  diô  a  Oc- 
tavio),  astuto  tirano,  condujo  a  los  romanos  a  la  servidum- 
bre.- 

"No  es  imposible  que  aquello  que  mas  le  deshonraba,  ba- 
ya sido  lo  que  le  favoreciô  mejor.  Estableciô  el  orden,  es 
decir,  una  servidumbre  duradera,  pues  en  un  Estado  libre, 
en  donde  se  acaba  de  usurpar  la  soberanîa,  se  llama  régla 
todo  lo  que  puede  estableçer  la  autoridad  sin  limites  de  uno 
solo;  y  se  llama  disturbio,  disension,  mal  gobierno,  todo  lo 
que  puede  mantener  la  honrada  iibertad  de  los  sûbditos." 

Beule,  en  el  "Proceso  de  los  Césares,"  comenta  la  poHti- 
ca  de  Auguste  de  un  modo  magistral  en  las  siguientes  fra- 
ses: 

"Que  Augusto  haya  desarrollado  singularmente  con  su 
habllidad  lo  que  yo  llamo  la  ahnoJiada  poIUica^  ese  senti- 
miento  suave,  fâcil,  amable,  que  dispensa  a  los  ciudadanos 
del  peso  de  sus  negocios;  que  en  los  dîas  de  crisis  y  de  pe- 
ligro,  en  que  es  necesario  mostrar  que  se  tiene  corazôn,  los 
dispensa  también  de  la  energîa  necesaria  para  resistir;  que 
les  haya  dicho:  "vivid  tranquilos,  ahî  tenéis  granos,  tenéis 
juegos,  la  paz  esta  asegurada,  el  templo  de  Jano  esta  cerra- 
do;"  todo  esta  muy  bueno:  pero  es  el  sueno  â  la  sombra  de 
un  ârbol  venenoso;  pero  también  sabéisque  Roma  y  las  pro- 
vincias  han  visto    levantarse   fortunas   escandalosas,    sobre 

102 


todo,  entre  los  arnii>os  del  principe." 


"En  las  épocas  de  coninociôn  y  de  sacudimiento,  cuando 
la  hez  de  la  sociedad  sube  a  la  superficie,  se*  ve  surgir  cier- 
to  numéro  de  hombres  que  han  pasadosu  juventud,  siii  tener 
para  nada  en  cuenta  las  leyes  civiles  ni  las  prescripciones 
mâs  delicadas  de  la  conciencia  6  del  honor,  y  que  no  ven  mas 
que  un  fin,  la  satisfaccion  de  sus  pasiones.  Esas  gentes  es- 
tân  listas  para  intentarlo  todo  el  di'aque  pueden  pisotear  las 
leyes  y  la  justicia.  Desde  muy  temprano  han  aprendido  a 
despreciar  la  opinion,  a  los  hombres  honrados,  los  juramen- 
tos,  la  libertad,  la  patria,  y  a  no  reconocer  mâs  divinidad 
que  la  fuerza.  Estos  son  ambiciosos  de  alta  jerarqufa,  pues 
la  depravaciôn  es  una  escuela  terrible  de  ambiciôn,  de  au- 
dacia  y  de  servilismo. 

"Los  otros,  mucho  mâs  numerosos,  que  son  gentes  bas- 
tante  honradas;  afeminados.  mâs  bien  que  delicados;  mâs 
bien  acomodaticios  (lue  convencidos;  sin  energîa,  si  no  es  pa- 
ra el  placer;  egoîstas  y  ûnicamenfë  preocupados  en  su  bien- 
estar;  amantes  de  la  buena  mesa;  de  los  buenos  teatros;  de 
los  paseos  bien  trazados;  de  las  calles  comodas  y  tranqui- 
las;  que  los  rholesta  un  pétalo  de  rosa  en  su  cama;  en  una 
palabra,  esos  son  lo^-«ibaritas;  multitud  creciente  en  las  épo- 
cas de  decadencia,  que  quiere  la  calma  â  todo  precio  y  que 
no  se  vuelve  implacable  sino  cuando  sus  goces  se  ven  ame- 
nazados. 

"Poco  les  importa  que  la  libertad  6  la  dignidad  del  pafs 
estén  en  peligro;  no  piden  mâs  que  latranquila  posesiôn  de 
si  mismos  y  de  sus  mâs  amables  vicios.  Estas  gentes  aman 
con  pasiôn  eli  despotismo,  porque  no  quieren  que  se  nuble 
su  estado  de  satisfaccion  y  de  contento." 

Como  se  ve,  el  establecimiento  del  imperio  que  no  pudo 
iograr  César  con  toda  su  audacia,  grandeza  y  gloria,  lo  ob- 
tuvo  Augusto  con  su  habilidad,  astucia  é  hipocresîa. 

Por  eso  decîamos  que  las  cualidades  de  Augusto  son  las 
mâs  propias    para  establecer   un   gobierno  absoluto  en  una 

103 


Repùblica,  pues  para  llegar  â  ese  fin  se  necesita  no  tener 
principios,  saber  ocultar  constantemente  su  ambiciôn,  y  po- 
ner  por  encima  de  los  intereses  de  la  patria  la  satisfacciôn 
de  sus  propias  pasiones. 

Ningûn  escritor  reconoce  grandes  virtudes  a  Napoleôw 
III,  y  sin  embargo,  logro  establecer  el  poder  absoluto  en 
Francia,  paîs  republicano  por  excelencia  y  el  mâs  adelanta- 
do  en  el  mundo  en  instituciones  y  prâcticas  democrâticas. 
iLos  franceses  nunca  se  cansarân  de  lamentar  las  funestas 
consecuencias  que  trajo  â  su  patria  ese  gobierno! 

Esto  viene  â  demostrar,  que  para  un  hombre  en  el  poder, 
y  sobre  todo  cuando  ha  ascendido  â  él  por  medio  de  una  re- 
voluciôn,  es  relativamente  fâcil  conservarlo  si  seempenaen 
ello  y  observa  una  polîtica  moderada,  porque  los  pueblos 
cuanto  mâs  se  civilizan,  mâs  hu3'en  de  las  revoluciones,  y 
prefieren  soportar  un  gobierno  relativamente  malo  â  siifrir 
las  desastrosas  consecuencias  de  una  revoluciôn.  Esto  es 
cierto  para  los  pueblos  en  su  estado  normal;  en  cambîo,  cuan- 
do son  vîctimas  de  convulsiones  polîticas  6  acaban  de  sos- 
tener  grandes  guerras,  raro  es  el  gobierno  estable,  por- 
que después  de  esas  sacudidas  quedan  muchos  gérmenes 
revolucionarios,  muchos  caudillos  que  premiar;  en  una  pa- 
labra, la  funesta  plaga  del  militarismo;  mientras  que,  por  otra 
parte,  èxisten  pocos  intereses  cimentados  â  la  sombra  del 
gobierno  constituido. 

Para  que  un  pai's  en  estado  normal  pueda  renovar  pacîfi- 
camente  sus  autoridades  supremas,  se  necesita  que  quien 
lleva  las  riendas  del  gobierno  tenga  gran  patriotismo,  esté 
acostumbrado  â  respetar  la  lev,  y  que  â  esta  deba  el  poder, 
â  fin  de  que  pueda  someterse  en  todos  casos  al  fallo  de  la 
suprema  ley  de  la  opinion  pûblica;  6  bien,  necesita  tener 
una  rara  magnanimidad  para  no  aceptar  por  mâs  tiempo  el 
gobierno,  aunque  tal  sea  el  deseo  de  la  Naciôn.  De  estos 
ejemplos  encontramos  uno  grandioso  en  nuestras  hermanas 
repùblicas  de  Sud  America:  en  Bolivar,  que  por  ningûn  mo- 
îivo  consintio  en  seguir  al  frente  del  gobierno  y  que  contes- 

104 


tando  â  quienes  sostenîan  que  era  necesaria  para  la  patria 
su  nueva  reeleccion,  dijo:  "La  naciôn  cuya  existencia  dé- 
pende de  un  solo  hombre,  no  puede  tener  vida  duradera  ".  . 
....  y  en  nuestra  vecina  del  Norte  dos  ejemplares  no  me- 
nos  sugestivos:  Washington,  el  héroe  de  la  independencia 
americana,  rechazando  su  segunda  reeleccion,  porque  pre- 
tendîa  sentirse  menos  democrata  con  ocho  anos  de  habitar 
la  Casa  Blanca,  y  Roosevelt,  que  prefiriô  la  gloria  de  imitaf 
el  ejemplo  del  padre  de  la  patria,  en  vez  de  seguir  el  conse- 
jo  de  sus  amigos  y  los  impulsos  de  su  ainbiciôn  personal. 
Ejemplos  de  esta  naturaleza  son  cada  vez  mas  frecuentes 
en  las  naciones  civilizadas,  en  donde  todos  respetan  la  ley 
y  en  donde  impera  la  fuerza  del  derecho  y  no  el  derechode 
la  fuerza,  como  en  los  pueblos  atrasados. 

Aun  en  la  mayorîa  de  las  repûblicas  Centro  y  Sudame- 
ricanas,  presenciamos  esos  cambios  pacîficos,  y  en  Europa 
se  ha  desmembrado  un  reino  (  el  de  Suecia  y  Xoruega  )  sin 
efusion  de  sangre, 

Por  lo  visto,  es  mas  fâcil  de  lo  que  parece  conservar  el 
poder,  sobre  todo,  cuando  se  ha  llegado  â  él  de  un  modo 
violento. 

Las  razones  de  esto  son  las  siguientes:  en  todo  pueblo, 
por  mas  avanzado  que  se  encuentre,  no  son  muchos  los  pen- 
sadores,  escritores,  estadistas,  militares,  que  dirigen  la  opi- 
nion pûblica,  y  de  éstos,  la  mayorîa  no  son  deprincipios  tan 
rectos  ni  tan  acendrado  patriotismo,  que  rechazen  perseve- 
rantemente  las  prodigalidades  del  jefe  del  Gobierno  y  pre- 
rieran  ser  vîctimas  de  toda  clase  de  persecuciones,  dando 
por  resultado,  que  es  fâcil  seducir  â  la  mayoria;  en  cuanto 
â  la  minorîa,  todo  se  reduce  â  saberse  deshacer  de  ella 
aprovechando  la  época  de  entusiasmo  y  procéder  con  gran 
habilidad  y  paciencia,  resultando  que,  cuando  la  Naciôn 
quiera  darse  cuenta  de  ese  hecho,  sera  porcjue  todos  los 
ciudadanos  rectos,  dignos  é  incorruptibles  que  podrîan  ser- 
virle  de  guîas,  ban  desaparecido,  >•  ella  misma  seencontrarâ 

105 


nianiatada  a  los  pies  del  îdolo  elevado  por  sus  propias  ma- 
nos. 

Una  vez  expuesto  lo  anterior,    vea- 
PolîtiCa  CentraliZadOra.     mos  como  llév6  a  la  practlca  el  Ge- 
neral Dîaz  estos  priucipios  généra- 
les para  llegar  â  centralizar  en  sus  inanos  la  mayor  suma  de 
poderes  que  envidiarîa  el  monarca  mas  autocrâtico. 

Desde  luego  observamos  en  su  gobierno  el  sello  de  la 
idea  fija  que  le  conocemos;  desde  que  ocupô  la  silla  pre- 
sidencial,  todos  sus  actos  han  tendido  â  asegurar  su  per- 
manencia  en  ella;  pero  no  ha  ido  â  su  objeto  brutalmente 
y  con  audacia,  sino  que  ha  procedido  con  cautelasuma,  va- 
lorizando  con  calma  la  importancia  de  los  obstâculos  que 
se  atravesaban  en  su  camino,  los  cuales  procuraban  mas 
que  vencer,  hacer  â  un  lado.  En  cuanto  â  las  personas  que 
se  oponian  â  su  polîtica,  siempre  ha  principiado  intentando 
seducirlas,  ofreciéndoles  puestos  pùblicos  de  importancia, 
o  proporcionândoles  el  modo  de  enriquecerse  fâcilmente; 
solo  con  los  irreducibles,  con  los  que  no  han  querido  do- 
blegarse  y  han  rechazado  toda  capitulacion,  ha  empleado 
el  rigor:  â  unos  los  hizo  abandonar  el  suelo  patrio;  otros 
lo  abandonaron  por  si  sôlos:  algunos  fueron  nulificados,  va- 
liéndose  para  ello  de  una  paciencia,  de  un  arte  en  el  que 
nadie  le  supera;  por  ûltimo,  algunos,  los  menos  por  cierto, 
han  desaparecido  de  la  escena  polîtica  por  medio  de  pro- 
cedimientos  cuya  legalidad  es  muy  discutible. 

Por  este  motivo  se  ha  descrito  grâficamente  la  polîtica 
del  General  Dîaz  en  dos  palabras:  «pan  6  palo,»  y  el  nota- 
ble tribuno  y  escritor,  Ing.  Francisco  Hulnes,  la  ha  con- 
densado  en  su  célèbre  frase:  «El  minimum  de  terror  y  el 
maximum  de  benevolencia.» 

Esta  habil  polîtica,  seguida  con  constancia,  ha  dado  por 
resultado  que  todos  los  hombres  de  prestigio  que  podrîan 
hacerle  alguna  sombra  y  servir  de  guîas  al  pueblo,  han  de- 
saparecido del  campo  de  la  opcsiciôn  para  ir  â  engrosar  las 

106 


filas  de  los  presupuestîvoros;  6  bien,  decepcionados,  se  han 
retirado  â  la  vida  privada. 

Como  al  General  Dîaz  siempre  ha  importado  que  no  se 
opongan  â  su  polîtica  personal,  ha  sido  sumamente  toléran- 
te en  cuestiones  de  principios,  y  con  los  brazos  abiertos  re- 
cibe  en  sus  filas  â  libérales  y  conservadores,  empleando  la 
politica  de  conciliaciôn  con  el  clero,  que  ha  dado  muy  bue- 
nos  resultados  en  el  sentido  de  borrar  odios  antiguos;  pero 
en  cambio,  ha  sido  irréconciliable  con  quienes  han  seguido 
siendo  partidarios  del  hermoso  idéal  por  él  mismo  procla- 
inado  en  el  plan  de  Tuxtepec:  la  no-reelecciôn. 

El  General  Dîaz  ha  debido  emplear  mucha  habilidad  pa- 
ra llegar  â  los  resultados  que  ahora  palpamos. 

Sus  primeros  pasos  en  el  po'der  fueron  para  cuniplir  los 
ofrecimientos  que  hizo  â  la  Xaciôn,  y  desde  luego  se  ocupo 
en  expedir  las  proclamas  y  decretos  necesarios  â  fin  de  re- 
tormar  la  Constituciôn  en  el  sentido  indicado;  pero  esa  re- 
forma no  lue  franca;  el  General  Dîaz  no  se  atreviô, — quizâs 
porque  no  se  sentîa  bastante  fuerte — â  burlar  al  pueblo  des- 
de luego,  y  le  parecio  prudente  esperar:  por  lo  pronto,  al. 
hacer  la  reforma  dejo  una  puerta  abierta  para  volver  al  poder. 

El  artîculo  78  quedô  reformado  en  los  siguientes  térmi- 
nos:  «El  Présidente  entrarâ  â  ejercer  sus  funciones  el  1°  de 
Diciembre  y  durarâ  en  sa  encargo  cuatro  anos,  no  pudien- 
do  ser  reelecto,  sixo  cuatro  anos  después  de  haher  cf.sa- 

D()  EN   sus   FUNCIONES.» 

Una  vez  llevada  â  cabo  esta  reforma  â  la  Constituciôn, 
en  un  sentido  que  le  perniitirîa  volver  â  la  Presidencia,  se 
ocupo  en  preparar  lo  mejor  posible  el  terreno,  influyendo 
para  que  los  puestos  de  Gobernadores  en  los  Estados  fue- 
raii  ocupados  por  amigos  sunos  de  los  mas  adictos,  y  em- 
pezando  à  promover  la  construcciôn  de  ferrocarriles,  que 
derramarîan  cierto  bienestar  y  le  facilitarîan  el  modo  de 
niandar  prontamente  sus  ejércitos  â  las  mâs  lejanas  regio- 
nes  del  territorio  nacional,  para  sofocar  cualquiera  intento- 
na  revolucionaria. 

107 


Con  sus  grandes  dotes  administrativas,  procuré  reorga- 
'lizar  la  Hacienda,  pero  no  pudo  desde  luego  nivelar  los 
presupuestos. 

Durante  ese  perîodo,  con  la  auréola  de  popularidad  que 
se  habîa  creado,  no  necesito  perseguir  a  la  prensa,  pues  fâ- 
cilmente  atrajo  a  los  escritores  que  sostenîan  la  administra- 
ciôn  anterior,  puesto  que  siempre  son  vénales  los  escritores 
gobiernistas;  ademâs,  contabaconel  apoyo  decidido  de  to- 
da  la  prensa  independiente,  que  en  el  terreno  de  las  ideas 
le  fué  un  poderoso  auxiliar  para  su  lucha  contra  la  adminis- 
traciôn  del  senor  Lerdo. 

En  los  Estados  tampoco  encontre  grandes  dificultades 
para  obtener  cambios  favorables  a  sus  proyectos,  porqueel 
prestigio  de  la  Victoria  le  allanaba  todos  los  caminos,  sobre 
todo,  para  hacer  a  un  lado  el  elemento  lerdista. 

Durante  su  primer  periodo,  uno  de  los  sucesos  mâs  nota- 
bles fué  la  contra-revoluciôn  iniciada  por  el  General  Es- 
cobedo  con  tan  mal  éxito,  que  antes  de  disparar  un  tiro  ha- 
bîa caîdo  en  manos  del  General  Dîaz,  que  se  contentô  con 
procesarlo  y  nulificarlo.  El  General  Escobedo  fracasô,  por- 
que  no  tenîa  ni  la  audacia  ni  la  ?stucia  necesarias  para  ser 
revolucionario.  El  solo  sabîa  atacar  de  frente  a  los  enemi- 
gos  de  su  patria,  y  su  grande  aima  no  estaba  educada  para 
promover  guerras  fratricidas. 

Otro  acontecimiento  mâs  trâgico  y  de  resultados  trascen- 
dentales,  fué  el  fusilamiento  de  varios  jovenes  en  Veracruz, 
ûnica,mente  por  sospechar  el  Gobierno  que  intentaban  le- 
vantarse  en  armas. 

Como  hemos  querido  dar  a  este  trabajo  un  tono  modera- 
do,  nos  abstenemos  de  narrar  ese  sangriento  episodio  con 
todos  sus  detalles  y  decomentarlo,  pues  difîcilmente  podrîa- 
mos  reprimir  los  impulsos  de  nuestra  indignaciôn. 

Solo  diremos  que  ese  acontecimiento  ha  influîdo  grande- 
mente  para  infundir  el  terror  mâs  vergonzoso  en  las  mul- 
titudes, y  ha  paralizado  los  esfuerzos  de  los  buenos  hijos  de 

108 


Mexico,  celosos  de  sus  derechos  \'  amantes  de   sus   liberta- 
des. 


El  General  Dîaz,  acababa  de  reformar  la  Constituciônen 
el  sentido  de  la  no-reelecciôn  y  le  era  imposible  reelegirse 
de  nuevo,  pero  como  habîa  dejado  una  puerta  abierta  para 
volver  a  la  Presidencia,  quiso  aprovecharse  de  ella. 

Para  lograr  ese  objeto,  le  era  preciso  dejar  por  sucesor  a 
uno  que  le  debiera  todo  y  no  tuviera  grandes  méritos,  a 
fin  de  estar  seguro  de  su  adhésion  y  de  que  en  ningim  caso 
le  serîa  un  competidor  peligroso. 

En  el  General  Manuel  Gonzalez,  que  no  tenîa  mas  méri- 
to  que  el  de  haber  cooperado  mu}-  eficazmente  al  triunfo  de 
las  armas  tuxtepecanas  en  la  batalla  de  Tecoac,  encontre 
la  persona  deseada. 

El  General  Manuel  Gonzalez  era  el  tipo  del  militar  au- 
daz  y  caballeroso;  leal  con  sus  amigos  y  franco  en  su  tra- 
to  con  todos,  asi  como  en  los  actos  de  su  administraciôn, 
Esto  le  convenia  al  General  Diaz,  porque  en  la  palabra  de 
un  hombre  tal  podîa  confiar  y  estar  seguro  de  que  fielmen- 
te  cumplirîa  el  pacto  celebrado  entre  ambos  para  alternar- 
se  en  la  Presidencia. 

En  cambio,  a  la  Nacion  no  le  convenia  el  nombramiento 
del  General  Gonzalez  para  Présidente,  pues  no  era  sino  un 
soldado  audaz  sin  ningûn  prestigio  ni  méritos  como  esta- 
dista,  segun  lo  demostrô  con  el  desbarajuste  de  su  admi- 
nistraciôn,  que  permitiô  la  improvisaciôn  de  énormes  for- 
tunas. 

Los    acontecimientos   mâs    nota- 

AdminiStraCiÔD  del  Ge-     bles  durante  su  administraciôn,  fue- 
nerfll    Gonzalez.  ron  los  motines  populares  provoca- 

dos  con  motivo  de  la  emisiôn  del 
niquel,  y  las  tempestades  levantadas  en  las  Câmaras  por- 
que el  Gobierno  pretendîa  reconocer  la  deuda  inglesa. 

109 


Poco  antes  de  terminar  su  peri'odo  presidencial,  reformé 
la  Constituciôn  con  ei  objeto  de  que  los  periodistas,  en  vez 
de  ser  juzgados  por  jurados,  lo  fueran  por  jueces,  es  decir, 
administrativamente,  puesto  que  éstos  son  nombrados  por 
el  Gobierno  del  Centre,  â  pesar  de  disponer  otra  cosa  la 
Constituciôn.  Prâcticamente  quedô  la  prensa  â  merced  del 
Gobierno. 

La  administraciôn  del  General  Gonzalez  se  hundiô  en  ei 
desprestigio  mas  absoluto. 

Sin  embargo,  su  cîrculo  de   ami- 

VUelVe  â  la  preSidenCia    gos  le  instaba  a  reelegirse,  pero  él 
el  General  DîaZ.  no  quizo  taltar  a  la   fe  de   su  pala- 

bra y  volvio  â  entregar  las  riendas 
del  poder  al  General  Dîaz,  que  fué  electo  Présidente  de  la 
Kepûblica,  porque,  ademâs  de  estar  apo3'ado  por  el  ele- 
mento  oficial,  contaba  con  las  simpatîas  de  la  Naciôn,  pues 
comparado  el  desbarajuste  de  la  administraciôn  del  Gene- 
ral Gonzalez  con  la  anterior  del  General  Dîaz,  resaltaba 
mâs  el  relativo  orden  de  esta,  y  todos  esperaban  como  un 
Salvador  al  General  Dîaz,  que  con  Ijeneplâcito  de  la  Naciôn 
volviô  al  poder. 

Sin  embargo,  â  pesar  de  que  la  Naciôn  aceptaba  gustosa 
su  nuevo  Présidente,  no  se  verificaron  elecciones  en  régla: 
de  igual  manera  se  habîa  hecho  para  nombrar  al  General 
Gonzalez. 

cA  que  atribuir  esta  pasividad  de  la  Naciôn? 

La.  razôn  es  muy  sencilla. 

Cuando  estaba  en  el  poder  el  seîïor  Lerdo,  existîan  dos 
grandes  partidos  polîticos:  los  Lerdistas  representando  al 
Gobierno  constitucional,  y  los  Porfiristas  que  hacîan  laopo- 
siciôn  por  cuantos  medios  tenîan  â  su  alcance,  inclusive  el 
de  las  armas. 

El  partido  Porfirista  llegô  â  ser  el  mâs  popular,  porque 
hacîa  los  ofrecimientos  mâs  halagadores  â  la  Naciôn,  y  al 
hn  triunfô;  pero  este  triunfo  se  obtuvo  con  las  armas  en  la 
mano,  y  la  organizaciôn  del  partido  Porfirista  se  resintiô  de 

110 


ello,  llegando  â  estar  constituido  como  un  gran  cuerpo  de 
ejército  obediente  â  la  consigna. 

El  gran  defecto  de  los  partidos  personalistas  consiste  en 
que,  una  vez  obtenido  el  triunfo,  nadie  vuelve  â  ocuparse 
de  la  cosa  pûblica,  dejândolo  todo  en  manos  de  su  jefe  y  li- 
mitândose  â  obedecer  sus  ordenes  sin  discutirlas,  principai- 
mente  cuando  el  triunfo  se  ha  obtenido  por  la  fuerza  de  las 
armas. 

El  triunfo  del  Porfïrismo  acabô  muy  pronto  con  el  parti- 
do  Lerdista,  pues  el  General  Dîaz  con  su  hâbil  polîtica,  lo- 
gro  seducir  â  la  inmensa  mayorîa  de  los  Lerdistas,  3'  los 
pocos  que  permanecieron  fieles,  no  pudieron  organizar  nin- 
gûn  movimiento  democrâtico,  porque  era  temeridad  inten- 
tar  ese  sistema  contra  una  dictadura  militar  naciente,  que 
no  vacilaba  en  recurrir  â  medidas  de  terror  paraconsolidar- 
se,  como  lo  demostraron  los  fusilamientos  de  Veracruz. 

Por  este  motivo  el  General  Dîaz  no  encontre  ninguna  opo- 
siciôn  para  volver  al  gobierno,  ni  hubo  elecciones  en  régla. 
Cuando  volviô  al  poder  va  estaba  mas  acostumbrada  la  Na- 
cion  al  régimen  tuxtepecano. 

Ocho  anos  de  paz  y  la  construcciôn  de  algunas  vîas  férreas, 
habîan  traîdo  cierto  bienestar  â  la  Nacion.por  el  dinerodes- 
parramado  y  por  la  nueva  vida  que  senti'an  las  industrias  y 
el  comercio. 

Se  iniciaba  con  los  ferrocarriles  la  nueva  era  de  progre- 
so  material  que  ha  invadido  â  todo  el  mundo  civilizado. 

La  Nacion,  cansada  de  tantas  revueltas  y  habiendo  em- 
pezado  â  sentir  el  bienestar  que  trae  la  paz,  se  adormecio 
con  el  ruido  atronador  de  los  ferrocarriles,  las  industrias  y 
la  actividad  comercial;  sintio  que  nueva  savia  recorri'a  por 
sus  venas  y  la  dejo  ejercer  saludable  influencia  en  su  debili- 
tado  organisme. 

No  volviô  â  ocuparse  en  la  cosa  pûblica,  dejando  todo  el 
poder  en  manos  de  su  Caudillo,  en  cuyas  promesas  con- 
liaba. 

Circunstancias  tan  especiales,  permitieron  al  General  Dîaz 

111 


pieparar  â  la  sordina  su  reelecciôn,  principiando  porejercer 
presiôn  en  los  Estados,  para  que  resultaran  electos  Gober- 
nadores  adictos  â  él. 

Tuvo  mas  dificultad  para  sustituir  â  los  Gobernadores 
francamente  Gonzalistas,  que  reconocîan  al  General  Gonza- 
lez como  jefe  y  abrigaban  esperanzas  de  verlo  de  nuevo  en 
el  poder,  que  para  remover  â  los  Lerdistas, ,  sin  jefe  5'  sin 
ningûn  apoyo;  asî  es  que  por  si  solos  cayeron  al  triunfar  la 
revolucion  de  Tuxtepec 

En  los  Estados  donde  encontraba  esas  dificultades,  buscô 
cualquier  pretexto  6  hizo  que  sus  amigos  promovieran  algûn 
disturbio,  para  declarar  aquéllos  en  estado  de  sitio  y  des- 
pués  verificar  las  elecciones  bajo  la  presiôn  de  sus  ba5'one- 
tas  y  segûn  sus  deseos. 

De  este  modo  fueron  nombrados  los  gobernadores  de 
Coahuila,  Tamaulipas  y  otros  muchos,  notablemente  el  de 
Nuevo  Leôn,  pues  desde  esa  época  es  gobernador  de  aquel 
Estado  el  General  Bernardo  Reyes,  que  tomô  por  asalto  â 
Monterrej'. 

Con  tal  polîtica,  logro  que  todos  los  miembros  del  Con- 
greso  3'  del  Senado,  asî  como  la  ma3'orîa  de  los  Gobernado- 
res, fueran  de  sus  incondicionales,  y  entonces  reforme  de 
nuevo  la  Constituciôn;  pero  â  fin  de  no  alarmar  â  la  Repû- 
blica  ni  â  muchos  de  sus  amigos  que  también  codiciaban  la 
silla  presidencial,  se  reformo  en  el  sentido  de  que  solo  una 
vez  podîa  ser  reelecto  el  Présidente  de  la  Repûblica.  A  la 
vez  quedaron  facultados  los  Gobernadores  de  los  Estados 
para  reformar  las  Constituciones  locales  en  el  mismo  sen- 
tido. 

El  pacto  estaba  celebrado. 

El  General  Dîaz  apoj'arîa  â  los  Gobernadores  para  que  se 
reeligieran  indefinidamente,  y  éstos  lo  sostendrîan  contra  to- 
do  viento  y  marea  en  la  silla  presidencial. 

Desde  esa  época  se  han  perpetuado  en  el  poder  tanto  el 
General  Dîaz,  como  la  inmensa  mayorîa  de  los  Goberna- 
dores. 

112 


Raros  han  sido  los  cambios  entre  estos  ûltimos,  Casi  el 
l'inico  factor  que  los  ha  determinado,  es  la  muerte,  ûnico 
elemento  anti-reeleccionista  que  subsiste  en  la  Repùblica. 

Los  cambios  debidos  â  la  opinion  pûblica  son  rarîsimos; 
mâs  alla  nos  ocuparemos  de  ellos. 

Los  Gobernadores  siguiendo  la  misma  polîtica  del  Gene- 
ral Dîaz,  han  nombrado  â  la  vez  Jefes  Polîticos  6  Présiden- 
tes Municipales  que  se  hanperpetuadoen  el  poder,  constitu- 
yendo  verdaderos  cacicazgos. 

De  esa  manera,  prâcticamente  se  ha  centralizado  el  poder 
y  concentrado  en  manos  del  General  Dîaz,  pues  desdeel  mo- 
mento  en  que  los  Gobernadores  deben  â  él  su  puesto,  asî  co- 
rne las  autoridades  inferiores,  verifican  las  elecciones  â  su 
gusto  y  para  la  elecciôn  de  Diputados,  Senadores,  Magis- 
trados,  etc.,  solo  se  consulta  la  opinion  presidencial. 

For  tal  motivo,  entre  los  polîticos  se  désigna  familiarmen- 
te  al  General  Dîaz  con  el  nombre  de  "El  Gran  Elector." 

La  imprenta,  el  cuarto  poder  en  los  pueblos  libres,  fué 
amordazada  cort  la  ley  expedida  durante  la  administracion 
del  General  Gonzalez. 

De  esta  ley  no  podemos  hacer  responsable  sino  al  Gene- 
ral Dîaz  que  fué  quien  se  aprovechô  de  ella,  pues  fué  expe- 
dida por  el  General  Gonzalez  poco  antes  de  dejar  el  poder. 
Ademâs,  si  el  General  Dîaz  no  la  hubiera  aprobado,  fâcil 
le  habrîa  sido  derogarla. 

Uho  de  los  actos  del  General  Dîaz  fué  limpiar  los  cami- 
nos  de  salteadores,  y  para  abreviar  los  procedimientos,  se 
puso  en  vigor  «la  ley  fuga,  »  segûn  la  cual,  los  conductores 
de  algûn  delincuente  tenîan  instrucciones  de  hacer  fuego 
contra  él  al  notar  que  intentara  fugarse. 

Procedimientos  tan  someros,  limpiaron  muy  pronto  al  paîs 
de  bandidos;  pero  dio  tan  bueuos  resultados,  que  se  sigui6 
aplicando  el  mismo  procedimiento  â  todos  los  descontentos 
y  amantes  de  la  libertad,  que  en  su  limitada  esfera,  protes- 
taban  contra  las  arbitrariedades  de  los  caciques. 

113  8 


ICuântas  infarnias  quedaron  sepultadas  en  las  encrucija- 
ias  de  los  caminos! 

ICuântos  obscuros  mârtires  inmolados  por  su  amor  a  la 
libertad! 


Con  esta  série  de  medidas  y  debido  principalmente  â  las 
razones  antes  expuestas,  la  Nacion  estaba  tranquila  y  deja- 
ba  toda  libertad  de  accion  al  General  Dîaz,  quien,  para  obli- 
gar  â  sus  turbulentes  companeros  de  armas  â  guardar  la 
misma  tranqqilidad,  tuvo  que  recurrir  â  otros  medios. 

A  los  mâs  les  di6  empleos  de  importancia  en  suadminis- 
traciôn  6  los  hizo  elegir  Gobernadores  de  Estados,  puestos 
considerados  como  filones  inagotables,  que  con  gran  habili- 
dad  han  sabido  explotar  en  su  provecho  personal. 

A  otros  les  daba  concesiones  que,  si  eran  ruinosas  para  la 
Nacion  en  la  mayon'a  de  los  casos,  en  cambio  para  los  con- 
cesionarios  constituîan  fuentes  inagotables  de  riquezas. 

Casi  todos  los  terrenos  nacionales  han  sido  tepartidos  de 
esa  manera,  logrando  hacer  riquîsimos  â  sus  duenos,  sinde- 
iar  casi  ningiin  producto  â  la  Nacion,  que  tan  bien  podîa 
haberlos  utilizado  fundando  colonias  de  agricultores  para 
iomentar  la  inmigracion. 

Con  esta  tâctica  logrô  enriquecer  â  sus  companeros  de 
armas  y  tenerlos  tranquilos,  pues  el  elemento  antirevolu- 
çionario  por  excelencia,   es  la  riqueza, 

Sin  embargo,  no  todos  sus  amigos  se  contentaban  con  te- 
ner  riquezas;  algunos  de  ellos  aspiraban  â  la  Presidencia  de 
la  Repûblica,  6  por  lo  menos  no  estaban  conformes  con  la 
reelecciôn  indefinida  del  General  Dîaz.  Estos  fueron  vigi- 
lados  cuidadosamente  y  como  resultado  de  tan  estricta  vi- 
gilancia,  parece  que  fué  descubierta  una  conspiracion  enca- 
bezada  por  el  General  Garcîa  de  la  Cadena, 

No  se  supo  mâs,  sino  que  este  General  fué  fusilado  en  el 
Estado  de  Zacatecas  sin  formaciôn  de  causa. 

114 


Este  General  habîa  sido  de  los  que  combatieron  al  lado 
del  General  Dîaz  contra  la  administraciôn  Lerdista. 

éCômo  comentar  ese  acto? 

^Serîa  necesario  para  consolidar  la  paz,  como  dicen  los 
partidarios  de  la  actual  administraciôn? 

Pero  <ino  habîa  levés  para  juzgarlo? 

iQué,  habiéndolo  encerrado  en  alguna  lortaieza  por  unos 
seis  û  ocho  anos,  no  se  huhiera  obtenido  el  mismo  resulta- 
do? 

De  cualquier  modo  que  sea,  la  causa  del  General  Garcia 
de  la  Cadena  gozô  de  pocas  simpatias  en  la  Repûblica, 
pues  todo  el  mundo  se  estremecîa  al  anuncio  de  una  revo- 
luciôn. 

El  paîs  habîa  gustado  los  beneficios  de  la  paz  y  querîa 
conservarla  indefinidamente. 

Ciertamente,  empezaba  a  sentirse  la  necesidad  de  un  cam- 
bio  en  las  esteras  del  poder:  pero  la  Nacion  entera  deseaba 
desde  entonces  un  cambio  pacîfîco  por  los  medios  légales. 
Estaba  desengaîïada:  nunca  le  habrîan  de  cumplir  sus  pro- 
mesas  los  caudillos  cuando  con  las  armas  ascendieran  al 
poder,  y  una  revoluciôn  siempre  Uevarîa  â  tan  alto  puesto, 
al  afortunado  militar  que  la  consumara.  Estos  nunca  da- 
rân  libertades  â  la  Repûblica,  y  lo  ûnico  que  se  podrâ  es- 
perar  de  ellos,  es  una  buena  administraciôn  y  que  no  hagan 
sentir  demasiado  el  filo  de  su  sable. 

En  este  sentido,  no  es  fâcil  encontrar  un  militar  que  su- 
père  al  General  Dîaz,  pues  su  gran  raoderaciôn  en  el  poder. 
es  admirable  y  difîcil  de  igualar. 

Quizâs  para  el  cumplimiento  de  los  inescrutables  desig- 
uios  de  la  Providencia  haya  sido  necesario  que  fuésemos 
gobernados  por  un  militar  con  mano  de  hierro  para  sofocar 
las  ambiciones  de  los  de  su  género  y  acabar  con  el  germen 
del  militarisme,  siempre  tan  funesto  para  la  Repûblica. 

El  General  Dîaz  ha  prestado  dos  grandes  servicios  â  la 
Patria:  acabar  con  el  militarisme  que  perdiô  ya  su  falso  bri- 
llo  y  su  enganoso  prestigio  en  treinta  anos  de  paz,  y  borrar 

115 


los  odios  que  dividfan  a  la  gran  familia  mexicana,  por  rîie- 
dio  de  su  hâbil  3'  patriôtica  polîtica  de  conciliaciôn,  y  aun- 
que  él  se  haya  apoyado  en  esta  polîtica  para  conservar  el 
poder,  no  por  eso  pierde  su  mérito,  sino  al  contrario,  da 
testimonio  de  él  el  éxito  obtenido. 

Parece  que  todo,  hasta  la  misma  fatalidad,  ha  concurrido 
allanando  al  General  Dîaz  los  obstâculos  para  desarrollar 
su  plan. 

Prâcticamente  habîa  logrado  seducir  6  amordazar  a  la 
prensa;  los  antiguos  partidarios  del  sefior  Lerdo  ocupaban 
puestos  de  importancia  en  su  gobierno,  6  se  habian  retira- 
do  a  la  vida  privada;  los  militares  capaces  de  levantarse  en 
armas  eran  estrechamente  vigilados  6  estaban  â  su  lado  ocu- 
pando  puestos  de  confianza;  los  demâs,  como  Escobedo,  ha- 
bian sîdo  nulificados;  otros  se  encontraban  proscrites,  como 
el  General  Ignacio  Martînez,  que  desde  Laredo,  Texas,  ata- 
caba  por  la  prensa  al  Gobierno,  y  CU30S  ataques  f ueron sus- 
pendidos  por  la  muerte  que  encontre  en  manos  de  misterio- 
sos  agresores;  la  Naciôn  adormecida  con  el  progreso  mate- 
rial,  estaba  tranquila.  Solo  quedaba  un  jefe  de  prestigio 
entre  los  que  no  habîan  manchado  su  hoja  de  servicios  en 
la  revoluciôn;  ese  jefe,  gobernando  con  acierto  el  Estado 
de  Jalisco  y  rodeado  de  una  auréola  de  gloria  que  no  habi'a 
logrado  disipar  el  tiempo,  se  erguîa  potente  ante  el  General 
Dîaz;  las  miradas  de  los  amantes  de  la  libertad  se  dirigîan 
ansiosas  hacia  su  épica  ngura,  5'  toda  la  Naciôn  esperaba 
que  el  General  Corona,  serîa  el  ûnico  que  podrîa  contraba- 
lancear  el  poder  creciente  del  General  Dîaz. 

Parece  que  esas  miradas  ansiosas  empezaban  â  cristali- 
zarse  en  hechos  y  seprincipiaba  la  organizaciôn  de  trabajos 
democrâticos  para  lanzar  la  candidatura  del  General  Coro- 
na para  Présidente  delà  Repûblica;  pero  cuando  los  pueblos 
abdican  sus  libertades,  la  fatalidad  los  persigue,  quizâs  con 
tl  objeto  de  castigarlos  duramente  por  su  criminal  indife- 
rencia;  el  hecho  es  que  ese  hado  terrible  quitô  â  laPatriael 

116 


inico  hijo  en  quien  cifraban  todas  sus  esperanzas  los  aman- 
tes de  la  libertad. 

El  hecho  brutal  se  consumé  por  un  maniâtico,  quehundio 
su  acerado  punal  de  doble  filo  en  el  pecho  de  nuestrohéroe, 
pirivândolo  de  la  existencia. 

El  asesino  muy  pronto  pago  la  inmensa  deuda  acabada 
de  contraer:  a  pocos  pasos  del  lugar  en  donde  yacxa  su  vîc- 
tima,  encontre  la  muerte,  cajendo  al  golpe  de  la  misma cor- 
tante  y  misteriosa  daga  que  con  tan  siniestra  destreza  aca- 
baba  de  manejar  para  quitar  a  la  Naciôn  Mexicana  uno  de 
sus  hijos  mâs  preclaros,  de  sus  héroes  mas  caballerosos, 
nobles  y  leales,  en  quien  un  valor  legendario,  unamagnani- 
midad  sin  igual  y  un  talento  despejado,  se  unîan  â  un  co- 
razon  li'mpido  como  el  cristal. 

El  recuerdo  de  este  héroe  querido,  â  cuya  menioria  tribu- 
tamos  este  débil  homenaje,  nos  aleja  de  nuestra  narraciôn. 

Volvamos  â  ella. 

Hemos  visto  que  la  série  de  medidas  tomadas  por  el  Ge- 
neral Dîaz,  eficazmente  secundado  por  la  Nacion  y  por  las 
circunstancias  especiales  que  le  rodeaban,  dieron  por  resul- 
tado  afirmar  la  paz. 

Pero  el  General  Dîaz  no  se  contentaba  ùnicamente  con 
ese  objeto;  no  le  bastaba  reprimir  con  mano  de  hierro  cual- 
(luier  intentona  revolucionaria,  sino  que  tampoco  permitia 
que  se  desarrollara  ningûn  movimientodemocrâtico,  ni  gê- 
nerai en  la  Repùblica,  ni  local  en  los  Estados,  como  lo  de- 
mnestran  la  suerte  del  naciente  Partido  Libéral,  muerto  en 
su  cuna  con  los  atentados  de  San  Luis  Potosî,  y  la  de  los 
movimientos  locales  en  algunos  Estados  para  sacudir  elpe- 
sado  yugo  de  sus  déspotas,  cuyos  movimientos  fueron  so- 
focados  por  medio  de  la  fuerza. 


Hemos  visto  los  principales  medios  de  que  se  valiô  el  Ge- 
neral Dîaz  para  consolidar  su  gobierno;  veamos  ahoracomo 


117 


obraron  sobre  el  organisme  de  la  Nacion,  para  adormecerla 
y  hacerle  perder  sus  mas  caras  libertades. 

El  principal  resultado  obtenido  con  las  diferentes  medi- 
das  ya  expuestas,  fué  la  consolidaciôn  de  la  paz;  esta,  me- 
cânica  y  artificial  al  principio,  dan'a,  al  prolongarse,  deter- 
minados  frutos. 

Habiéndose  logrado  este  objeto,  la  agricultura,  la  mine- 
n'a,  la  industria  y  el  comercio  pudieron  desarrollarse  libre- 
mente;  los  capitales  antes  ocultos,  fueron  invertidos  en  ei 
desarrollo  de  diferentes  empresas,  y  se  principio  â  sentir 
una  oleada  de  bienestar  en  la  Repûblica. 

A  la  vez  que  aumentaba  el  comercio,  aumentaban  las  en- 
tradas  al  tesoro  nacional,  lo  que  le  permitîa  atender  â  sus 
gastos  mas  urgentes. 

Sin  embargo,  necesitaba  hacer  uso  del  crédito  de  la  Na- 
cion para  emitir  empréstitos  que  le  permitieran  el  desarro- 
llo de  las  riquezas  pùblicas  y  la  consolidaciôn  de  su  go- 
bierno. 

^  Ninguno  de  los  anteriores,  ni  el  de  Lerdo  ni  el  de  Gonza- 
lez, habîa  podido  conseguir  tal  objeto,  porque  la  primer  exi- 
gencia  de  los  capitalistas  extranjeros,  era  que  el  Gobierno 
Mexico  reconociera  la  Deuda  Inglesa,  y  no  pudieron  hacerlo, 
porque  el  pueblo  en  masa  se  oponîa  â  ello  por  medio  de 
manifestaciones  pùblicas  y  de  sus  représentantes  en  el  Con- 
■  greso. 

El  mismo  General  Dîaz  calificaba  de  inmoral  é  injusto  el 
reconocimiento  de  tal  deuda,  en  su  proclama  de  Tuxtepec. 

En  realidad  se  trataba  de  una  deuda  injusta,  >•  el  intento 
que  hicieron  los  Gobiernos  de  Lerdo  y  de  Gonzalez  parare- 
conocerla,  les  acarreô  tormentas  populares  y  en  las  Câma- 
ras,  que  les  hicieron  desistir  de  sus  propôsitos. 

A  pesar  de  ello,  cuando  el  General  Di'az  comprendio  que 
la  opinion  pûblica  ya  no  se  atreven'a  â  manifestarse,  y  que 
las  Câmaras  acatan'an  sin  murmuraciôn  sus  ôrdenes  en  asun- 
to  tan  delicado,  reconocio  la  famosa  Deuda  Inglesa. 

Situacion  tan  bonancible  y  el  reconocimiento  de  esa  deu- 

118 


da,  aumentaron  el  crédito  de  la  Repùblica  eu  el  extranjeio. 
y  el  gobierno  del  General  Dfaz  aprovecho  esta  circunstan- 
cia  para  emitir  frecnentes  empréstitos. 

Aunque  segûn  se  dice,  parte  de  éstos  fueron  derrochados 
6  repartidos  en  forma  de  comisiones,  indudablemente  lama- 
yor  parte  se  invirtiô  en  obras  pùblicas,  sobre  todo,  en  la 
construccion  de  puertos,  ferrocarriles  y  otras  vlas  de  comu- 
nicaciôn. 

Los  ferrocarriles  principalmente,  derramarori  mucho  di- 
nero  en  el  pais,  aumentando  el  bienestar  economico  por  lo 
pronto,  é  impulsando  después  todas  las  fuentes  de  riqueza 
nacional. 

En  el  extranjero  se  traducîa  esta  prosperidad  creciente 
por  aumento  de  crédito,  del  cual  ha  seguido  haciendo  amplio 
uso  el  gobierno  del  General  Diaz,  al  grado  de  que  ahora  gra- 
vita sobre  la  Nacion  una  deuda  énorme. 

Con  el  producto  de  esos  empréstitos  se  siguieron  desarro- 
llando  nuestras  redes  ferroviarias  y  aumentando  las  facili- 
dades  en  nuestros  puertos,  siguiéndose  asî  un  encadena- 
miento  de  causas  y  efectos  que  han  tenido  por  resultado  un 
progreso  reai  en  cuestiones  econômicas,  puesto  que  se  ha 
multiplicado  prodigiosamente  la  riqueza  nacional. 

Este  movimiento  portentoso,  tendiendo  a  restanar  la  san- 
gre  que  aûn  manaba  por  las  heridas  abiertas  en  las  ûltimas 
guerras  f  ratricidas  y  a  dar  nueva  vida  a  la  Repùblica,  absor- 
biô  toda  la  atencion  de  los  mexicanos,  que  con  ahinco  se  de- 
dicaron  al  trabajo,  habiéndose  acostumbrado  â  él  a  tal  gra- 
do, que  ahora  prefieren  el  arado  â  la  bayoneta. 

La  Naciôn,  adormecidacon  el  ruido  de  los  silbatos  del  va- 
por;  deslumbrada  con  las  multiples  y  admirables  aplicacio- 
nes  de  la  electricidad;  ocupada  por  completo  en  su  desarro- 
llo  economico,  fiada  en  la  palabra  de  su  Caudillo,  i\o  volvi6 
â  ocuparse  en  la  cosa  pirblica. 

Las  débiles  voces  de  la  prensa  independiente  no  lograban 
hacerse  oîr  en  medio  de  aquel  ruido  atronador.    Todos  pen- 

119 


saron  en  enriquecerse;   poquîsimos   se  preocupaban  de  sus 
derechos  polîticos. 

El  General  Dîaz,  en  quien  tanto  fiaba  la  Nacion,  aprove- 
cho  esa  confianza  para  afirmarse  mâs  y  mâs  enel  poder;  las 
riquezas  que  derramaba  a  manos  llenas,  aumentaban  los  in- 
tereses  creados  â  su  sombra;  la  indefinida  reeleccion  de  los 
Gobernadores  hacîa  que  su  administraciôn  echase  hondas 
raîces,  y  todas  ellas  han  sostenido  y  vigorizado  su  poder 
absoluto. 

Entretanto,  él  no  perdia  de  vista  la  idea  fija  que  siempre 
habîa  acariciado  y  que  ya  le  conocemos. 

Por  este  motivo  vemos  que,  cuando  toda  la  Naciôn  piensa 
en  su  progreso  econômico  y  olvida  por  completo  la  funesta 
costumbre  de  las  revoluciones,  solo  él  se  prépara  sordamen- 
te  â  la  guerra,  aumentando  el  efectivo  del  ejército,  dotân- 
dolo  de  armamento  mâs  moderno,  acumulando  cerca  de  él 
los  elementos  de  destruccion  mâs  eficaces  y  almacenando 
canones  de  todos  los  tipos,  sobre  todo  del  de  montana,  pro- 
pio  en  las  guerras  civiles. 

Podrîa  creerse  que  estos  armamentos  tienen  por  objeto 
preparar  la  defensa  nacional  contra  algûn  ataque  eventual 
de  nuestro  poderoso  vecino  del  Norte;  pero  no  es  asi,  pues 
la  principal  defensa  contra  esa  naciôn  tan  poderosa,  sen'a 
estrecharnos  todos  los  mexicanos  en  abrazo  fraternal,  en 
respetar  nuestros  mutuos  derechos,  en  trabajar  todos  unidos 
por  levantar  el  niyel  intelectual  y  moral  del  pueblo  mexica- 
no,  haciéndolo  mâs  fuerte  por  medio  de  la  instrucciôn,  mâs 
digno  por  medio  de  las  prâcticas  democrâticas,  mâs  patrio- 
ta  con  la  conciencia  de  sus  propios  derechos,  mâs  hâbil  en 
la  guerra  por  medio  de  una  educaciôn  militar  adecuada,  y 
nada  de  esto  ha  hecho  el  General  Dîaz;  lo  ûnico  que  le  ha 
preocupado  es  sostenerse  en  el  poder.  For  este  motivo  nin- 
gûn  punto  estratégico  de  las  fronteras  del  Norte  se  encuen- 
tra  fortificado,  porque  quiere  tener  los  canones  cerca  de  él, 
en  la  misma  capital  de  la  Repûblica,  como  el  mejor  auxiliar 
^e  sus  bayonetas. 

120 


En  una  palabra,  el  General  Dîaz  ha  reconcentrado  en  sus 
manos  un  poder  absoluto,  para  lograr  sostenerse  en  el  go- 
bierno.  S61o  de  este  modo  ha  podido  gobernar  a  la  Repû- 
blica  segûn  su  voluntad  y  sin  respetar  la  libertad  de  impren- 
ta,  que  podrîa  despertar  al  pueblo  y  dirigir  la  opinion:  el  de- 
recho  de  reunirse  en  clubs,  porque  podrîan  série  hostiles;  la 
soberanîa  de  los  Estados,  porque  mandan'an  Diputados  y 
Senadores  independientes,  y  elegirîan  Gobernadores  no  tan 
complacientes  para  obsequiar  sus  deseos  manifiestos  y  aun 
los  que  él  mismo  no  se  atrev^e  a  manifestar. 

La  Repûblica  se  dio  cuenta  de  esa  situaciôn  cuando  pa- 
sô  la  influencia  del  primer  entusiasmo  causado  por  la  nueva 
era  de  progreso  material;  pero  ha  comprendido  que  para  con- 
quistar  sus  derechos  necesitarîa  emprender  una  sangrienta 
revoluciôn  para  derrocar  al  General  Dîaz,  que  difîcilmente 
se  resolverâ  â  permitir  que  por  medios  légales  se  le  quite  un 
poder  conquistado  por  él  en  Tecoac  con  la  punta  de  su  es- 
pada. 

La  Naciôn  ha  preferido  hacer  el  sacrificio  de  sus  liberta- 
des  por  algunos  anos,  en  aras  de  la  paz. 

Confiaba  que  ai  desaparecer  el  General  Dîaz  de  la  escena 
polîtica  recobrarîa  sus  derechos;  pero  esa  esperanza  se  ha 
desvanecido  desde  la  creacion  de  la  Vicepresidencia,  quetie- 
ne  por  objeto  visible  protéger  los  intereses  creados  â  la 
sombra  de  la  actual  administraciôn  y  no  permitir  al  pueblo 
que  recobre  sus  libertades,  â  fin  de  perpetuar  en  el  poder  al 
grupo  que  rodea  â  nuestro  actual  mandatario. 

La  Naciôn  se  contentarîa  por  ahora  con  nombrar  al  \'i- 
cepresidente,  que  indudablemente  sera  el  sucesor  del  Gene- 
ral Dîaz,  porque  su  avanzada  edad  hace  muy  probable  que 
no  llegue  con  vida  al  ano  de  1916,  fin  del  prôximo  perîodo 
presidencial. 

Para  lograr  aunque  sea  esa  débil  concesiôn,  parece  que 
el  pais  esta  resolviéndose  â  sacudir  su  letargo:  pero  el  des- 
pertar de  los  pueblos  suele  ser  tormentoso,  y  â  nosotros,  que 

121 


pretendemos  guiar  con  nuestros  escritos  la  opinion  pûblica, 
nos  corresponde  la  tarea  de  encauzar  las  energîas  populares 
por  el  anchuroso  camino  de  la  democracia,  a  fin  de  evitar 
<jue  se  desvîen  por  los  tortuosos  senderos  de  las  revueltas  y 
ijfuerras  intestinas. 


1     I     r 


122 


<SU^ig^N:^i?ig4iC^H:J<:<Jg^iC<'it^lg^ig^lgïIl 


CAPITULO  III 


EL  PODER  ABSOLUTO 


Ya  hemos  visto  de  que  medios  se  ha  valido  el  General 
Dîaz  para  establecer  en  nuestra  patria  ese  régimen  tan  con- 
trario a  las  aspiraciones  nacionales,  expresadas  de  un  modo 
terminante  y  grandiose  en  nuestra  Constitucion  de  57. 

Las  grandes  faltas  cometidas  por  el  General  Dîaz  para 
lograr  su  objeto,  deben  imputarse  â  él  personalmente. 

Sin  embargo,  estas  faltas  son  sin  importancia  comparadas 
con  las  funestas  consecuencias  que  el  régimen  del  poder  ab- 
solut© ha  acarreado  sobre  nuestra  patria. 

No  estudiaremos  taies  consecuencias  sino  en  el  prôximo  ca- 
pîtulo,  porque  antes  de  entrar  de  lleno  en  la  cuestiôn,  nos 
ha  parecido  conveniente  estudiar  el  poder  absolutoen  térnii- 
nos  générales,  para  después  aplicar  â  nuestra  situaciôn  las 
deducciones  que  resulten  de  nuestroestudio 

123 


El  régimen  deî  poder  absoluto, 
OriéCD  dôl  pOdCF  consiste  en  el   dominio  de  un  solo 

8,bS0lQt0.  hombre,  sin  mas  ley  que  su  volun- 

tad,  sin  mas  limites  que  los  impues- 
tos  por  su  conciencia,  su  interés,  6  la  resistencia  que  en- 
cuentre  en  sus  gobernados.  Tiene  su  origen  en  la  vida  pa- 
triarcal: las  primeras  sociedades  noeran  sino  grandes  fami- 
lias  que  reconocîan  como  jefe  al  anciano  mas  vénérable. 

Mâs  tarde,  las  necesidades  de  la  vida  obligaron  â  varias 
familias  â  unirse  para  formar  un  nùcleo  mâs  poderoso,  a 
fin  de  mejor  defenderse  contra  los  enemigos  de  todas  clases 
que  atacaban  â  los  primeros  pobladores  de  la  tierra,  y  for- 
maron  tribus  que  vivi'an  en  constante  guerra  con  las  veci- 
nas,  pues  no  existiendoen  aquella  época  ninguna  nociôn  de 
derecho,  cada  uno  consideraba  como  su  propiedad  lo  que  esta- 
ba  al  alcance  de  su  mano,  y  en  las  comarcas  fertiles,  donde  se 
habîa  aglomerado  mâs  la  poblaciôn,  las  mismas  riquezas  es- 
taban  al  alcance  de  varias  tribus,  que  se  las  disputaban  ha- 
ciendo  uso  del  ûnico  derecho  conocido:  la  fuerza. 

Vida  tan  azarosa  hizo  adoptar  â  las  tribus  una  organiza- 
ciôn  guerrera,  y  nombraban  como  jefes  de  ellas,  no  ya  al 
mâs  anciano  6  vénérable,  sino  al  tnâs  valeroso  y  guerrero, 
â  fin  de  que,  con  su  fuerte  brazo,  pudiera  sacarlas  victorio- 
sas  de  las  frecuentes  luchas  con  sus  vecinos. 

A  medida  que  se  ha  ido  civilizando  el  mundo,  esas  tri- 
bus se  han  hecho  cada  vez  mâs  numerosas,  ya  por  medio 
de  alianzas,  6  bien  por  conquistas. 

En  los  primeros  tiempos,  cada  vez  que  fallecîa  el  jefe  de 
la  tribu,  se  nombraba  otro  por  elecciôn;  pero  cuando  las  tri- 
bus aisladas  llegaron  â  agruparse  en  naciones,  ya  no  era 
posible  dicha  eleccciôn  y  se  estableciô  el  poder  absoluto  he- 
reditario,  sujeto  siempre  â  uno  que  otro  cambio  cuando  se 
kacîan  insufribles  los  principes;  entonces  subîa  al  gobiernp 
•tra  dinastfa. 

En  nuestros  tiempos  solo  subsiste  legalmente  el  poder  ab- 
soluto en  China  y  en  algunos  paîses  de  Asia  y  Africa;  pues- 

124 


to  que  en  Europa  va  ningûn  paîs  esta  regido  por  ese  siste- 
ma;  aun  los  paîses  clâsicos  del  despotisme,  Rusia  y  Tur- 
quîa,  se  rigen  \-a  por  el  sistema  parlamentario. 

Este  ûltimo   sistema   en  su 

SitUaCiÔn  equiVOCa  de  aigu-      mas  ampUa  acepcion,    consti- 

nOS  gObiernOS  latinOame-      tuye  el  régimeu  republicano  y 

riCaDOS.  es  el  ûnico  que  por  derechori- 

ge  en  America,  y  aunque  en 
los  paîses  mâs  atrasados  no  existe  aûn  de  hecho,  no  puede 
ser  mu}'  duradera  situacion  tan  anormal,  puesto  queestando 
consignados  en  sus  respectivas  constituciones  los  principios 
democrâticos,  tendrân  que  imponerse  en  un  plazo  mâs  6 
menos  prôximo. 

Como  en  estos  paîses  estân  tan  arraigadas  las  formas  re- 
publicanas  los  gobernantes  que  llegan  a  imponerse,  para 
regirlos  autocrâticamente,  se  ven  obligados  a  respetar  la  for- 
ma, so  pena  de  ver  a  la  nacion  entera  levantarse  contra 
ellos. 

De  esta  circunstancia  résulta  un  caso  bastante  curioso: 
aparentemente  hay  elecciones,  las  câmaras  estân  integradas 
por  représentantes  del  pueblo,  los  Estados  (en  los  pueblos 
en  donde  rige  el  sistema  fédéral)  conservan  su  soberanîa  y 
los  ayuntamientos  su  independencia,  siendo  que  en  reali- 
dad,  solo  existe  el  poder  absoluto  de  un  hombre,  gobernan- 
do  sin  mâs  le}'  que  su  voluntad  y  oprimiendo  al  pueblo  sin 
otros  lîmites  que  su  conciencia,  su  interés  6  la  resistencia 
que  encuentra  en  el  mismo  pueblo. 

Aparentando  que  se  respeta  la  Constituciôn,  se  adoptan 
oficialmente  todas  las  formulas  republicanas:  los  funciona- 
rios  protestan  solemnemente  cumplir  la  ley;  todos  sus  actos 
sujetanse  â  los  trâmites  légales;  resultando  de  esto  un 
lenguaje  convencional,  hipôcrita,  que  falsea  todo  y  en  el 
cual  nadie  crée,  aunque  todos  aparentan  lo  contrario  por  el 
terror  que  infunde  el  poder  absoluto  y  porque  toda  la  Nà- 
ciôn  se  acostumbra  al  disimulo.  Los  periodistas  que  llaman 
â  las  cosas  por  su  nombre  y  que  intentan  quitar  la  mascara 

125 


à  esos  hipocritas,  se  les  persigue  encarnizadamente;  pero 
eso  si,  se  les  castiga  conforme  â  la  ley,  aunque  para  ello 
sea  necesario  dar  tormento  â  los  côdigos, 

Por  estas  razones  es  tan  erronée  el  juicio  en  el  extranjero 
y  aun  en  el  mismo  pais  donde  pasa  tal  cosa,  pues  mientras 
nnos  afirman  que  hay  libertad,  otros  lo  niegan;  y  como  es- 
tes ûltimos  son  los  menos,  y  para  hacerlo  deben  ser  mu}- 
prudentes,  résulta  que  poco  â  poco  se  va  faiseando  hasta  la 
opinion  pûblica,  tan  perspicaz  en  los  pueblos  libres  en  don- 
de es  iluminada  por  los  genios  de  la  tribuna  y  de  la  pluma. 

Para  vencer  esa  dificultad  y  con- 

LO  QUe  debe  entenderse    testar  a  todos  los   sofismas   de  los 

por  pOder  abSOlUtO.         defensores  del  poder  absoluto,  en- 

contramos  una  régla   segura  en  las 

enérgicas  palabras  de  Montesquieu,  escritor  profundo  y  sa- 

gaz  cuyos  luminosos  escritos   contribuyeron   â  preparar  los 

ânimos  para  la  gran  revoluciôn  de  93. 

«Lo  que  se  llama  union  en  un  cuerpo  polîtico,  es  algo 
muy  engaîioso:  la  verdadera  union  es  una  armonîa,  cuyas 
partes,  por  mas  discordes  que  parezcan,  concurren  al  bien 
gênerai  de  la  sociedad,  como  las  asonancias  en  la  mûsica, 
concurren  al  acorde  total.  Puede  existir  union  en  un  Esta- 
do  donde  en  apariencia  existen  perturbaciones,  es  decir, 
una  armonîa  de  donde  résulta  la  felicidad,  que  es  la  paz  ver- 
dadera. Sucede  lo  que  en  las  diferentes  partes  deluniverso, 
eternamente  ligadas  por  la  acciôn  y  la  reacciôn  de  unas  con 
otras. 

«Pero  en  todo  acuerdo  del  despotisme  asiâtico,  es  decir, 
de  todo  gobierno  que  no  es  moderado,  siempre  existe  una 
division  real:  el  labrador,  el  guerrero,  el  négociante,  el 
magistrado,  el  noble,  estân  unidos  solo  porque  los  unes 
oprimen  â  los  otros  sin  resistencia;  no  es  el  acuerdo  de 
ciudadanos  que  estân  unidos,  sine  el  orden  silenciosode  los 
cadâveres  enterrados  unos  cerca  de  otros.» 

En  otra  parte  estampa  el  mismo  escritor  esta  frase  laco- 
nica  y  vigorosa:  «en  esta  clase  de  gobierno,  el   hombre  es 

126 


UNA  CKIATURA  QUE  OBEDECE  A  UN  A  CRIATURA  QUE  QUIERE.» 

Por  consiguiente,  las  mejores  pruebas  de  que  un  pueblo 
esta  gobernado  por  un  poder  absoluto,  son  a  saber:  que  no 
haj'  nunca  oposicion  ostensible,  que  no  existen  partidos  po- 
lîticos,  que  la  prensa  independiente  apenas  vi\e  y  es  muy 
tîmida,  y  por  ûltimo,  la  mâs  conciuyente  de  todas,  es  que 
los  funcionarios  pûblicos  resultan  siempre  electos  por  una- 
nimidad  de  votos,  y  con  la  misma  unanimidad  las  câmaras 
aprueban  los  actos  del  gobierno. 

Verdad  tan  palmaria,  no  necesitademostrarse;  cualquiera 
que  haN'a  estudiado  algo  de  historia  6  esté  al  tanto  de  la  polî- 
tica  europea  contemporânea,  podrâ  convencerse  de  que  los 
paîses  mejor  gobernados,  donde  hay  mâs  libertad  y  el  pro- 
greso  es  mâs  patente,  son  aquellos  donde  existen  podero- 
sos  partidos  polîticos  que  hacen  oposicion  â  los  actos  del 
gobierno  cuando  no  estân  de  acuerdo  con  sus  idéales. 

Francia,  en  la  actualidad  uno  de  los  paîses  mas  democrâ- 
ticos  del  mundo,  al  frente  de  cuyos  destinos  se  encuentra 
el  eminente  patriota  y  estadista  Clemenceau,  cuenta  en  las  câ- 
maras con  un  formidable  partido  de  oposicion  que  frecuente- 
mente  détermina  cambios  ministeriales;  el  actual  Gabinete 
solo  se  ha  sostenido  porque  ha  sabido  Uevar  con  acierto  las 
riendas  del  gobierno  en  circunstancias  verdaderamente  pe- 
ligrosas,  respondiendo  de  este  modo  â  las  mâs  altas  aspi- 
raciones  de  la  Repûblica. 

En  los  Estados  Unidos  cada  cuatro  anos  se  presencian 
las  gigantescas  luchas  électorales  entre  los  dos  grandes  par- 
tidos que  dividen  la  opinion:  el  demôcrata  y  el  republicano. 

En  Inglaterra,  primer  paîs  donde  encontre  refugio  la  li- 
bertad después  de  su  destierro  de  Roma,  existen  dos  po- 
derosos  partidos  polîticos:  el  Tory  y  el  Whig;  éstos  se  al- 
ternan  en  el  poder  cuando  el  que  esta  al  frente  de  los  desti- 
nos de  tan  vasto  Imperiô  no  satisface  las  aspiraciones  na- 
cionales  retlejadas  en  el  voto  del  Parlamento. 

En  Espaîïa,  nuestra  madré  patria,  cuyas  virtudes  y  de- 
fectos  forman  la  base  de  nuestro  carâcter,  también  estân  en 

127 


constante  lucha  el  partido  libéral  3' el  conservador,  alternân- 
dose  en  el  poder  lo  mismo  que  en  Inglaterra,  Francia,  Ita- 
lia  y  demâs  paîses  donde  rige  el  parlamentarismo,  cada  vez 
que  el  partido  comète  faltas  que  lo  desprestigian  ante  la 
opinion  pûblica,  todopoderosa  en  aquellos  paîses. 

El   régimen   del   poder   absoluto 
El   poder  absoluto   en      ha  exlstldo  desde  los  tiempos  mâs 
la  antiêiiedad.  remotos  y  ha  sldo  causa  de  las  ma- 

jores desgracias  sufridas  por  la  hu- 
manidad,  porque  los  principes  3'  re5'es  ambiciosos  promo- 
vi'an  constantes  guerras  para  aumentar  sus  dominios;  gue- 
rras  de  las  que  no  siempre  resultaban  victoriosos;  pero  en 
las  cuales  sucumbîan  millares  de  sûbditos. 

Esas  guerras  casi  nunca  tenîan  otro  fin  que  el  de  ensan- 
char  los  dominios  de  los  principes  para  satisfacer  su  vani- 
dad  6  su  codicia,  y  encender  odios  implacables  entre  los 
pueblos  vecinos;  odios  hâbilmente  fomentados  por  sus  prin- 
cipes para  arrastrarlos  a  la  guerra,  de  tal  manera,  que  los 
pueblos  Uegaban  a  participar  de  sus  pasiones. 

Como  la  grandeza  de  esos  pueblos  dependîa  del  talento 
militar  de  sus  principes,  resultaba  que  cuando  éstos  falle- 
ci'an,  si  sus  hijos  no  heredaban  su  talento  militar  6  algunas 
otras  virtudes  que  lo  reemplazaran,  muy  pronto  se  veîan 
despojados  de  las  conquistas  del  padre,  3^  frecuentemente 
su  paîs  era  desmembrado,  cuando  no  sometido  al  >'Ugo  de 
sus  enemigos  victoriosos. 

La  influencia  del  poder  ab- 
El  poder  absoluto  en  EgiptO      soluto  siempre  ha    sido  funes- 

ta  para  los  pueblos:  asî  nos 
ensena  la  historia  que  Egipto  debiô  su  grandeza  3'  llegô  â 
un  alto  grado  de  civilizacion,  mientras  el  gobierno  de  los 
Faraones  estuvo  contrabalanceado  y  dirigido  por  la  casta 
sacerdotal,  en  aquellaépoca  seleccionada  por  mediodeprue- 
bas  tremendas;  mientras  que,  cuando  esta  casta  perdio  su 
influencia,  los  reyes  dieron  rienda  suelta  â  sus  pasiones,  se 
dedicaron  â  construir   los   monumentos  mâs  grandes  é  inû- 

128 


tiles  que  conoce  la  humanidad,  sacrificando  miles  de  escla- 
ves en  la  elevaciôn  de  las  pirâmides  quedebian  servirles  de 
mausoleo. 

Servidumbre  tan  prolongada  apagô  en  el  pueblo  egipcio 
todo  sentimiento  de  dignidad  nacional,  y  desde  enfonces  lo 
hemos  visto  aceptar  el  yugo  de  sus  diferentes  conquistado- 
res con  la  misma  impasibilidad;  pero  no  es  el  estoicismo  de 
las  aimas  bien  templadas,  â  quienes  no  arredran  los  mas  gran- 
des obstâculos  para  la  conquista  de  su  libertad  6  de  los 
idéales  que  persiguen;  sino  la  impasibilidad  de  las  bestias 
de  carga,  para  quienes  es  indiferente  el  arriero  que  las  ha  de 
dirigir;  lo  ûnico  que  desean  es  la  ligereza  de  la  carga.  Por 
tal  motivo,  ese  pueblo  es  ahora  feliz  bajo  la  dominaciôn  in- 
glesa;  porque  el  gran  tacto  de  Inglaterra  ha  consistido  en 
hacer  que  los  pueblos,  bajo  su  dominio,  sufran  lo  menos  po- 
sible  el  peso  de  su  carga  y  la  afrenta  de  su  yugo. 

Igual  suerte  han  sufrido  casi 

El  pOder  abSOlUtO  en  ÂSia.  todos  los  pueblos  de  Asia,  el  Con- 
tinente clâsico  de  la  tiranîa,  del 
poder  absoluto,  de  los  iraperios  brillantes  y  poderosos,  pero 
carcomidos  en  su  base;  con  sus  monarcas  cargados  de  pe- 
drerîas  y  disfrutando  de  todas  las  magnificencias  de  Orien- 
te, mientras  sus  sûbdifos  arrastran  una  vida  misérable. 

La  historia,  al  hablarnos  de  la  grandeza  de  aquellos  im- 
perios,  se  ocupa  principalmente  en  descripciones  del  fausto, 
del  lujo  inmoderado,  de  la  magnificencia  que  desplegaban 
los  emperadores  en  su  corte  y  de  la  tiranîa  tan  hdbil  que 
ejercîan  sobre  sus  pueblos.  Algunas  veces,  cuando  los  prin- 
cipes tenîan  grandes  talentos  militares,  con  sus  inmensas  ri- 
quezas  y  tantos  millares  de  sûbditos  diligentes  en  obede- 
cer  las  ôrdenes  de  su  amo,  organizaron  ejércitos  poderosos 
que  fueron  el  azote  de  la  tierra,  como  los  de  Tamerlân,  Atila 
y  tantos  otros  grandes  conquistadores,  cuya  obra  fué  tan 
effmera  como  sangrienta. 

Sin  embargo,  esos  hechos  de  armas,  brillantes,  y  aquel 
fausto  de   los   reyes,  se  destacan  lûgubremente  en  la  noche 

129  9 


tenebrosa  de  la  tiranîa  oriental,  bajo  la  que  gimen  con  re- 
signaciôn  musulmana  millares  de  sûbditos,  en  la  tétricaobs- 
curidad  de  la  ignorancia. 

El  ûnico  fruto  conocido  de  ese  régimen  de  gobierno  en 
aquellos  pueblos,  allî  lo  tenemos:  el  Egipto  y  la  India  do- 
minados  por  un  punado  de  europeos;  el  vasto  imperio  de  la 
China  ansiando,  sin  lograrlo  aûn,  despertar  y  sacudir 
la  tiranîa  que  lo  tiene  inmovilizado,  petrificado  en  la  civili- 
zaciôn  que  obtuvo  alla,  en  la  noche  de  los  tiempos,  en  los 
cuales  quizâs  fué  gobernado  mâs  liberalmente;  Turquîa  y 
Persia  teniendo  vida  independiente  gracias  a  las  necesida- 
des  del  equilibrio  europeo,  que  ha  puesto  un  freno  a  la  am- 
biciôn  de  las  potencias.  En  estos  paîses  también  se  han  no- 
tado  ùltimamente  las  convulsiones  de  un  pueblo  que  des- 
pierta;  pero  es  debido  a  la  fuerza  irrésistible  del  progreso, 
de  la  civilizaciôn  moderna  que  todo  lo  invade. 

El  ûnico  imperio  asiâtico  que  se  ha  sustraîdo  aparente- 
mente  a  taies  consecuencias,  es  el  japonés;  pero  la  verdad  es 
que  ese  pueblo,  rodeado  en  todas  partes  por  el  mar,  fué  mâs 
accesible  a  la  civilizaciôn  europea  y  le  tocô  la  fortuna  de 
que  el  actual  Mikado  quiso  dar  libertades  âsu  pueblo,  como 
el  mejor  medio  de  promover  su  progreso,  y  el  resultado  ob- 
tenido  por  magnanimidad  tan  rara,  ha  sorprendido  al  mun- 
do.  En  cuarenta  anos  de  administraciôn  democrâtica,  regu- 
lada  por  el  meritîsimo  prestigio  de  su  fundador,  del  mismo 
Mikado,  ha  hecho  de  un  pueblo  semisalvaje  uno  de  los  mâs 
avanzados  de  la  tierra,  no  tanto  por  la  fuerza  irrésistible  de 
sus  ejércitos,  sino  por  el  desarroUo  intelectual  y  moral  de 
que  hablan  los  viajeros. 

El  Japon  présenta  un  ejemplo  notable  sobre  la  influencia 
eminentemente  regeneradora  de  la  democracia. 

Pasando  ahora  â  Europa,  ve- 

EI  pOder  abSOlUtO  y  la  de-      mos  los  efectos  del  poder  abso- 

mOCraCia  en  la  Euro-      luto  en  toda  su  vasta  extension, 

paantiéUa.  hasta  que  los   primeros  albores 

130 


ëe  lalibertad  vinieron  a  iluminarel  mundo  en  las  costas  he- 
lénicas. 

La  fuerza  de  esta  fué  tal,  que  de  un  pueblo  pequeno  por 
su  superficie,  hizo  uno  de  los  pueblos  mas  grandes  de  la 
tierra. 

Pero  a  Grecia  le  pasô  lo  que  a  todas  las  repûblicas  anti- 
guas  cuando  se  extendîan  considerablemente,  }•  es  que  no  pu- 
do  subsistir  como  tal,  pues  sus  levés  estaban  hechas  para  for- 
mar  un  gran  pueblo  y  no  para  gobernarlo  (observacion  de 
Montesquieu),  resultando  de  esto  que  cuando  llegô  â  un  al- 
to grado  de  poder  y  riqueza  y  que  su  territorio  habîa  au- 
mentado  considerablemente  por  medio  de  la  conquista,  vol- 
vio  â  caer  en  manos  del  despotismo,  y  vino  Alejandro  el 
Grande,  aprovechando  todos  los  elementos  acumulados  por 
la  fuerza  de  la  democracia,  y  asombrô  al  mundo  con  sus  épi- 
cas  glorias,  fundando  el  mas  grande  imperio  de  la  tierra, 
pero  cuya  grandeza  no  le  impidio  desmembrarse  â  la  muer- 
te  de  su  fundador. 

Sin  embargo,  las  ideas  democrâticas  estaban  tan  arraiga- 
das  en  Grecia,  que  después  de  esta  corta  epope^'a  militar, 
siguiô  dividida  en  muchas  repûblicas,  hasta  caer  bajo  el  yugo 
romano. 

La  semilla  de  libertad  que  tan  opimos  frutos  habîa  dado 
en  Grecia,  fué  llevada  por  las  olas  del  mar  â  las  playas  itâ- 
licas,  en  donde  floreciô  pujante  y  vigorosa,  dandonacimien- 
to  â  la  Repûblica  Romana,  la  cual,  debido  â  la  fuerza  de 
sus  principios,  â  la  pureza  de  sus  costumbres  republicanas 
y  â  la  dignidad  de  que  se  sentîa  investido  todo  ciudadano. 
llegô  â  tal  poderîo,  que  conquistô  todo  el  mundo  civilizado, 
hasta  doblegarse  bajo  el  peso  de  su  misma  grandeza,  y  su- 
friô  la  misma  suerte  de  Grecia;  pero  las  consecuencias  fue- 
ron  mâs  funèstas,  porque  Roma  en  todo  supo  ser  grande, 
hasta  en  su  caîda. 

Las  fuerzas  acumuladas  lentamente  por  la  democracia  ro- 
mana, fueron  aprovechadas  por  César,  quien  se  cubriô  de 
gloria  con   los  elementos  que  la  repûblica  puso  en  sus  ma- 

131 


nos  para  conquistar  las  Galias.  Una  vez  terminada  esta  con- 
quista  y  â  la  cabeza  de  sus  victoriosas  legiones,  fué  â  con- 
quistar â  la  misma  Roma,  â  imponerle  su  voluntad,  arran- 
carle  sus  libertades  y  establecer  los  cimientos  del  despotismo 
que  tan  hâbilmente  sabria  consolidar  Augusto. 

El  gran  imperio  romano  no  supo  subsistir  en  manos  del 
poder  absoluto;  principiô  por  desmembrarse  como  vasto  or- 
ganismo  carcomido  por  la  gangrena.  A  eso  se  debi6  la  rui- 
na de  Roma  y  no  â  las  invasiones  de  los  bârbaros. 

Lo  ûnico  que  estes  hicieron,  fué  pasar  casi  sin  resisten- 
cia  las  fronteras  del  imperio  romano  y  establecerse  en  su 
corazôn  como  en  paîs  conquistado,  fundiéndose  muy  pronto 
con  los  pueblos  que  lo  habitaban.  La  amalgama  por  acciôn 
mutua  de  esas  dos  razas,  de  costumbres,  leyes  y  religiones 
tan  diversas,  dio  origen  â  la  sociedadde  laEdad  Media,  du- 
rante la  cual  tuvo  una  gran  recrudescencia  el  régimen  del 
poder  absoluto,  que  trajo  sobre  Europa  una  de  las  noches 
mas  sombrias  y  trâgicas. 

Pero  el  ârbol  de  la  libertad,  que  otras  veces  habîa  floreci- 
ilo  en  Roma,  dejô  abundante  semilla  conservada  cuidadosa- 
mente  en  el  granero  de  la  historia,  â  donde  irîan  â  buscarla 
para  alimentar  su  inteligencia  los  espîritus  selectos,  los 
amantes  de  la  libertad,  quienes  encontrarfan  en  aquellos  he- 
chos  heroicos  alimento  para  su  aima  y  fuerza  necesaria  pa- 
ra destrozar  las  cadenas  de  la  tiranîa. 

Por  esta  brève  resena  histôrica  com- 

ReîlexiOneS  sobre  ei  prenderemos  que  los  efectos  invaria- 
pOder  absoluto.  bles  del  absolutismo  han  sido  sumir  â 
los  pueblos  en  la  obscura  noche  de  la 
ignorancia  y  del  fanatisme,  haciéndoles  perder  la  nocion  de 
su  dignidad  y  olvidar  el  amor  patrio.  En  efecto,  iquéamor 
puede  tener  â  su  patria  un  hombre  sin  ninguna  libertad, 
victima  de  la  mas  odiosa  tiranîa,  no  considerândosedueno  de 
nada,  pues  que  hasta  los  seres  mas  queridos  le  son  arreba- 
tados  para  poblar  los  palacios  de  concubinas  y  losejércitos 
de  soldados;  no  teniendo  ni  un  pedazo  de  tierra   que  amar, 

132 


porque  la  ûnica  regada  con  su  sudor,  en  vez  de  ser  parj^  él 
la  madré  solicita  que  le  alimenta,  abriga  y  hace  feliz,  no  es 
sinola  madrastraiiigrata  quele  hace  trabajar  sin  descansoy 
apenas  le  da  alimento  necesario  para  no  sucumbir  de  hambre? 
Sin  mâs  ejemplos  que  los  corrompidos  de  sus  principes;  sin 
otro  alimento  para  su  espîritu  que  el  amarguîsimo  de  verse 
siempre  vi'ctima  de  la  fuerza  bruta,  y  siempre  â  su  vista  el 
premio  al  éxito  y  â  la  fuerza.  Los  pueblos  en  estas  condi- 
ciones,  consideran  â  la  fuerza  como  una  divinidad  â  la  cual 
rinden  culto,  venga  de  donde  viniere;  por  eso  vemos  â  los 
pueblos  sujetos  al  poder  absoluto  no  importarles  sufrir  yu- 
'go  extrano,  mientras  que  los  pueblos  libres  defienden  su  li- 
bertad  como  el  don  mâs  precioso,  pues  con  ella  esta  vincu- 
lada  la  propiedad  del  terreno,  el  amor  â  la  familia,  la  satis- 
facciôn  que  encuentran  las  mâs  nobles  ambiciones  dentrode 
una  Repûblica,  puesto  que  todos  pueden  aspirar  â  las  n:\as 
altas  dignidades. 

El  ejemplo  mâs  notable  de  lo  anterior,  se  encuentra  en 
Roma,  vencida  en  las  mâs  grandes  batallas  por  Anibal, 
abandonada  por  casi  toda  Italia,  que  volviô  sus  armas  con- 
tra ella.  y  con  los  ejércitos  victoriosos  de  su  poderoso  ene- 
migo  â  las  puertas  de  la  ciudad,  luchando  con  entereza  y 
energi'a,  hasta  vencer  defînitivamente  â  su  formidable  adver- 
sario.  Antes  de  esa  guerra,cuyamagnitud  resonô  en  el  mun- 
do  entero,  se  habîa  visto  Roma  amenazada  de  grandes  pe- 
ligros;  la  poblaciôn  llegô  â  estar  en  manos  de  los  galos,  y 
los  romanos  no  eran  ya  duenos  sino  del  Capitolio.  Sin  em- 
bargo, sus  hijos  nunca  la  abandonaron;  preferîan  morir  â 
ser  esclavos.  Muchos  murieron  en  efecto,  dando  admirables 
ejemplos  de  héroïsme,  como  los  ancianos  senadores,  que  no 
quisieron  abandonar  la  ciudad,  y  revestidos  de  sus  altas  in- 
signias,  esperaron  en  las  puertas  de  sus  casas  una  muerte 
segura,  pero  gloriosa;  mientras  que  los  mâs,  enardecidos 
por  ejemplo  tan  sublime,  vivieron  para  salvar  â  su  patria 
amada  y  con  ella  su  libertad. 

En  cambio,  esa  gran   naciôn   abdicô  'de   su   libertad   en 

133 


manos  de  sus  audaces  guerreros;  que  establecieron  el  poder 
absoluto;  el  pueblo  perdio  sus  propiedades  territoriales,  que 
ensancharon  los  dominios  de  los  magnâtes,  viô  como  le 
arrancaban  a  sus  hijos,  que  iban  a  morir  en  lejanas'tierras, 
sus  hijas  â  perder  la  honra  en  las  suntuosas  mansiones  de 
los  agraciados  de  la  fortuna.  Su  libertad  la  perdiô  poco  â 
poco;  ya  no  fué  el  mérito  el  factor  necesario  para  ocupar 
puestos  pûblicos,  sino  el  servilismo,  la  adulaciôn,  la  baje- 
za;  el  que  no  adulaba  no  medraba,  el  que  no  se  arrastraba 
no  subîa;  era  preciso  imitar  al  vil  gusano  para  elevarse  por 
las  antesalas  de  palacio,  en  vez  del  vuelo  majestuoso  del 
âguila,  porque  ella  hubiera  presentado  un  blanco  infalible 
para  las  certeras  fléchas  de  la  tirania. 

Resultado:  el  poder  fué  â  dar  â  las  manos  mâs  viles;  el 
pueblo  se  dégradé,  se  entrego  al  vicio,  imitando  â  las  cla- 
ses  directoras,  y  al  invadir  unas  cuantas  tribus  de  barba- 
res el  imperio  romano,  encontraron  al  pueblo  sin  deseos  de 
defenderse,  pues  para  él  lo  mismo  era  sufrir  el  5'ugo  pro- 
pio  que  el  extrano.  Encuanto  â  sus  emperadores,  degene- 
rados  por  la  corruptora  influencia  del  poder,  tampoco  tuvie- 
ron  energi'a  para  luchar;  solo  intentaron  detener  la  inva- 
sion corrompiendo  â  los  jefes  de  las  tribus  invasoras,  man- 
dândoles  présentes  valiosos,  pagândoles  tributos  que  no 
hacîan  sino  fortalecer  al  enemigo  y  no  consiguieron  con  esos 
paliativos  humiliantes,  sino  retardar  por  unos  cuantos  afios 
la  ruina  del  imperio. 

En  compensaciôn  â  tanto  mal,  los  emperadores  dejaron 
obras  materiales  de  gran  magnificencia,  que  solo  sirvieron 
para  dar  mâs  esplendor  â  sus  imperios  y  ocultar  mejor^el 
cancer  que  lentamente  invadîa  su  organismo. 

Esas  mejoras  materiales,  esos  palacios,  esos  monumen- 
tos  de  la  tiranîa,  construldos  con  sudor  y  sangre,  solo  sir- 
vieron para  avivar  la  codicia  del  invasor;  de  ningunamane- 
ra  para  contener  su  marcha. 

Haciendo  balance  al  régimen  del  poder  absoluto,  vemos 
que  ha  sido  la  causa   de  todos  los  maies  de  la   humanidad; 

134 


que  en  los  pueblos  donde  se  ha  arraigado  mâs  hondamente, 
ha  llegado  a  matar  toda  dignidad,  todo  patriotismo,  y  cau- 
sado  la  ruina  de  los  mâs  grandes  imperios. 

En  cambio,  en  cualquier  parte  donde  llega  a  germinar  la 
libertad,  los  pueblos  alcanzan  gran  desarrollo  y  un  nivel 
muy  superior  al  de  los  pueblos  esclavos. 

También  hemos  observado  que  las  Repûblicas  no  han 
podido  subsistir  cuando  han  sido  demasiado  grandes,  pues 
como  mu}'  bien  dice  Montesquieu:  «Indudablemente  las  le- 
5^es  de  Roma  llegaron  a  ser  impotentes  para  gobernar  a  la 
Repûblica;  pero  es  una  cosa  bien  observada:  las  levés  bue- 
nas,  cuando  han  determinado  que  una  Repûblica  pequena 
se  haga  grande,  han  constituido  para  ella  una  carga  cuando 
se  ha  engrandecido,  porque  eran  de  tal  naturaleza,  que  su 
efecto  era  hacer  un  cran  pueblo;  pero  no  gobernar lo.>  Lo 
cual  demuestra  que  las  Repiiblicas  deben  contentarse  con 
su  territorio  y  no  alimentarotro  idéal  que  la  conservaciôn  de 
su  libertad.  El  ûnico  modo  como  pueden  existir  las  grandes 
Repûblicas,  nos  lo  han  demostrado  nuestros  vecinos  del 
Norte,  con  su  magnîfico  sistema  fédéral,  pues  con  ese  sis- 
tema  es  mâs  difîcil  que  el  poder  llegue  â  ser  absorbido  por 
uno  solo,  cosa  que  ha  sucedido  con  frecuencia  en  varias  Re- 
pûblicas, como  Francia,  en  donde  Napoléon  III  implanté  el 
poder  absoluto  y  en  algunas  de  las  Latinoamericanas,  en 
donde  solo  existe  el  sistema  fédéral  en  la  forma,  estando 
en  realidad  gobernadas  por  dictaduras  militares. 

Sin  embargo,  el  poder  absoluto  ha  existido  de  toda  anti- 
gûedad,  porque  es  el  patrimonio  de  los  pueblos  atrasados  é 
ignorantes,  cuj'a  imaginacién  no  es  impresionada  sino  por 
las  hazanas  de  sus  monarcas,  que  los  deslumbran  con  su 
brillo.  Ademâs,  ignorando  la  historia,  ignoran  también  los 
altos  hechos  de  sus  antepasados,  de  los  grandes  .hombres 
de  la  humanidad,  y  desconocen  las  fuerzas  que  un  pueblo 
libre  puede  desarrollar. 

Por  este  motivo,  la  instrucciôn  y  la  escuela   son  los    ma- 

135 


yores  enemigos  del  despotisme;  los  mâs  firmes  apoyos  de  la 
democracia. 

En  el  curso    de  este    trabajo   he- 

EI  pOder  abSOlUtO  y  la      mos  encontrado  algunos  casos    en 

democracia   en  los      donde    ha   podldo    comprobarse   la 

tiempOS  mOdernOS.      Influencla  nefasta  del  poder  absolu- 

to   en  las  naciones  modernas;   pero 

en   este  punto   sera  conveniente  investigar   mâs   profunda- 

mente  los  hechos,  para  demostrar  de  un  modo  mâs  conclu- 

yente  la  influencia  del  poder  absoluto  en   las  grandes   cala- 

midades   que  han   azotado   â-la  humanidad,  y  veremos  â  la 

vez   c6mo  en  muchos  casos  el  régimen  democrâtico  ha  evi- 

tado  sérias  conflagraciones. 

La  guerra  rusojaponesa  se  debio  â  la  ambiciôn,  no 
tanto  del  Zar,  sino  de  los  grandes  duques,  cuya  fatuidad 
les  impidio  ver  el  peligro  que  corrîan,  pues  no  apreciaron 
debidamente  las  fuerzas  enemigas;  y  con  su  pereza,  no 
prepararon  las  su5'as,  pues  se  ocupaban  mâs  en  sus  place- 
res  que  en  los  negocios  pùblicos,  y  cuando  lo  hacîan  era 
tan  solo  por  medio  de  bravatas  que  no  hicieron  sino  em- 
pujarlos  al  precipicio. 

Rusia  no  estaba  preparada  para  la  guerra,  porque  la  ad- 
ministraciôn  se  veia  en  manos  ineptas  y  libertinas,  pues  en 
una  autocracia  solo  ascienden  â  los  puestos  piiblicos  los 
que  saben  adular  al  autocrata,  porque  los  hombres  dignos, 
que  tienen  ideas  firmes  y  principios  rectos,  no  pueden  do- 
blegarse  ante  un  ser  en  muchos  casos  inferior  â  ellos,  y 
este,  aun  menos  tolerarâ  que  haya  â  su  derredor  hombres 
que  valgan  mâs. 

Esto  nos  explica  las  grandes  faltas  cometidas  por  la  ad- 
ministraciôn  rusa  y  la  inmoralidad  en  las  altas  esferas  del 
gobierno,  al  grado  de  que  alguno  de  los  grandes  duques 
fué  acusado  por  haber  sustrafdo  los  fondos  destinados  â 
la  curacion  de  los  heridos. 

Taies  abusos  casi  no  se  conocîan  y  no  era  posible  re- 
mediarlos,  pues  si  la  prensa  independiente  los  denunciaba, 

136 


era  perseguida  sin  piedad,  y  el  Zar  no  podia  saber  lo  que 
pasaba  en  su  vasto  imperio,  contentândose  con  loque  le  de- 
cîan  sus  consejeros  que,  segûn  hemos  visto,  no  podîan  ser 
hombres  de  carâcter  y  principios.  Asî  es  como  ocupan  esos 
puestos  los  que  tienen  mâs  esprit  y  saben  mejor  halagar  las 
pasiones  del  soberaiio. 

Esto  en  cuanto  a  los  preparativos  de  laguerra.  Una  vez 
que  hubo  estallado,  se  vio  lo  inferior  que  era  la  oficialidad 
rusa  comparada  con  la  japonesa,  pues  aquélla,  compuesta 
en  gênerai  de  nobles,  valientes,  es  cierto,  pero  cuyo  valor 
fué  estéril  por  lo  ostentoso  y  sobre  todo,  por  la  falta  de  co- 
nocimientos  y  de  disciplina,  pues  asi'  como  el  Soberano  s61o 
admite  â  su  lado  quienes  lo  adulan,  asimismo  el  gênerai 
s61o  confiere  ascensos  â  los  que  mejor  saben  atraerse  sus 
simpatîas,  resultando  no  el  mérito,  sino  el  favoritismo,  el 
principal  factor  en  los  ascensos. 

Llegando  por  ûltimo  al  soldado,  ignorante,  arrancado  de 
su  hogar  contra  su  voluntad  para  defender  una  causa  que 
no  le  simpatizaba,  pues  para  esos  desheredados  de  la  for- 
tuna  poco  importaba  que  el  imperio  moscovita  Uegara  has- 
ta  los  Montes  Urales  6  hasta  el  mar  Amarillo,  si  â  ellos  no 
habîan  de  aprovechar  esas  conquistas,-  que  solo  servirîan 
para  enriquecer  â  sus  amos.  â  quienes  odiaban  cordialmen- 
te,  pues  mâs  los  conocîan  por  el  peso  de  su  fuete,  y  la  he- 
rida  de  su  lâtigo,  que  por  la  largueza  de  su  mano  6  por  la 
magnificencia  de  su  corazon. 

Esos  soldados,  peleando  contra  su  voluntad  en  defensa 
de  un  amo  â  quien  odiaban,  y  para  conquistar  paîses  que 
les  eran  desconocidos,  Uevados  al  combate  por  oficiales  dés- 
potas,  presuntuosos  é  ignorantes,  no  sabrîan  resistir  alem- 
puje  de  los  japoneses,que  conscientemente  defendîan  su  vida 
como  nacion;  sabîan  que  los  terrenos  conquistados  eran  pa- 
ra ellos;  amaban  con  fanatisme  â  su  Mikado,  â  quien  debi'an 
su  libertad  y  eran  Uevados  al  combate  por  una  oficialidad 
austera,  valerosa  hasta  la  temeridad,  sin  ostentaciôn,  ins- 
truida,  disciplinada,  que  debîa  sus  puestos  al  mérito,  ûnico 

137 


medio  de  seleccionar  la  oficialidad  y  los  funcionarios  pûbli- 
cos  en  los  paîses  democrâticos. 

Ademâs,  los  japoneses  estaban  perfectamente  preparados 
para  la  j^uerra;  su  servicio  administrative  era  admirable  por 
el  orden  y  la  honradez;  pero  también  en  Japon  existe  la 
libertad  de  imprenta,  quedenuncialas  faltas  delos  funciona- 
rios, )'  una  democracia  bien  organizada  que  descansa  en  po- 
derosos  partidos  polîticos. 

Este  ejemplo  es  por  demâs  instructive,  y  nos  révéla  comc 
un  coloso  de  la  talla  de  Rusia,  debilitado  por  el  absolutis- 
me, no  puede  resistir  el  empuje  de  un  pueblo  pequeno,  for- 
talecido  por  las  prâcticas  democrâticas. 

Remontândonos  mas  alla  en  la  historia,  encontramos  que 
Francia  después  de  su  grandiosa  revolucion,  contaba  con  el 
apoyo  tan  decidido  de  todos  sus  hijos,  que  siempre  fué  in- 
vencible,  y  las  coaliciones  de  toda  la  Europa  reunidanopu- 
dieron  hacerle  mella,  mientras  la  libertad  movio  con  su  so- 
berano  impulso  a  todo  el  pueblo  francés. 

En  cambio,  una  vez  que  ese  heroico  pueblo  perdio  su  li- 
bertad bajo  el  yugo  de  Napoléon,  vio  con  indiferencia  pro- 
fanar  el  suelo  patrio  por  los  invasores  extranjeros,  y  j'a  no 
opuso  ninguna  resistencia  a  la  desmembraciôn  de  su  terri- 
torio. 

Napoléon  quiso  que  la  patria  fuera  él,  y  se  equivocô;  su 
decepcion  fué  tremenda  al  ver  que  tan  pronto  como  la  fortu- 
na  dejô  de  favorecerle,  todos  lo  abandonaron:  lo  abandonô 
el  pueblo  francés  a  quien  él  habîa  oprimido,  y  lo  abandona- 
ron los  mariscales  y  funcionarios  a  quienes  él  habîa  elevado. 

En  este  caso  es  donde  mejor  se  comprueban  las  funestas 
consecuencias  del  poder  absoluto,  pues  Napoléon  no  solo 
era  un  genio  en  la  guerra,  sino  también  en  la  administra- 
cion;  poseîa  una  actividad  incansable,  un  golpe  de  vista 
asombroso,  y  llevaba  con  tal  orden  los  asuntos  pûblicos, 
que  todo  se  movîa  con  précision  matemâtica;  contaba  con 
ejércitos  los  mâs  numerosos  y  aguerridos  del  mundo;  con 
riquezas  inagotables  para  prepararse  â  la  guerra,  y  por  ûl- 

138 


timo,  tenîa  subyugada  a  casi  toda  Europa.  Sin  embargo,  su 
grandeza  fué  efîmera,  pues  su  ambiciôn  personal  lo  llevo  a 
guerras  desastrosas  para  Francia,  y  cuando  mas  necesitaba 
de  la  ayuda  de  los  franceses  para  defender  la  integridad  del 
territorio  nacional,  éstos  no  respondieron  a  su  llamado, 
pues  â  su  gênerai  solo  lo  obedecîan  cuando  teni'a  f uerza  su- 
ficiente  para  hacerse  respetar,  y  tan  pronto  como  la  fortuna 
principiô  â  série  adversa,  le  falto  tal  fuerza;  mientras  que 
al  llamamiento  de  la  patria  siempre  respondîan,  porquecon 
ella  estaban  vinculadas  sus  instituciones  y  su  libertad. 

Si  Napoléon  en  vez  de  coronarse  se  contenta  con  el  con- 
sulado  vitalicio,  habn'a  cubierto  â  Europa  de  consulados 
semejantes  al  francés,  la  libertad  habn'a  echado  mas  hondas 
raîces  en  Europa  y  la  grandeza  de  Francia  habn'a  sido  mâs 
duradera. 

En  cambio,  Napoléon  dejô  obras  materiales  que  aun  se 
admiran  en  todo  el  territorio  francés;  abriô  caminos  magnl- 
licos,  cavô  canales  importantîsimos;  pero  las  obras  de  esta 
naturaleza,  son  el  recuerdo  que  dejan  siempre  los  déspotas. 

La  obra  mâs  duradera  de  Napoléon  fué  su  admirable  c6- 
digo  de  leyes,  que  rige  en  casi  todo  el  mundocivilizado. 
iSiempre  los  productos  del  pensamiento  sereno  del  escritor, 
son  mâs  duraderos  que  los  hechos  de  armas  del  impetuoso 
guerrero! 

La  catâstrofe  epîlogo  de  la  epopeya  napoleônica,  provi- 
no  de  la  debilidad  del  sistema  del  absolutisme,  porque  no 
puede  achacarse  ni  â  corrupciôn  administrativa,  ni  â  inep- 
titud  de  los  jefes,  ni  â  falta  de  valor  de  los  soldados,  pues 
los  que  permanecieron  fieles  â  las  banderas  impériales  pe- 
learon  con  valor  admirable  hasta  el  ùltimo  momento. 

Si  de  esta  catâstrofe  pasamos  â  la  de  1870,  encontramos 
con  que  â  pesar  de  no  tener  Napoléon  el  pequeno  los  tama- 
nos  de  su  tio,  logrô  imponer  un  gobierno  absoluto,îpero  no 
supo  impedir  la  gran  corrupciôn  administrativa,  y  â  Fran- 
cia le  pasô  con.Alemania    lo  que  â  Rusia  con  el  Japon:  que 

139 


en  el  momento  de  declarar  la  guerra  no  estaba  preparada, 
â  pesar  de  la  presuntuosa  afirmaciôn  del  ministre  de  guerra 
de  Napoléon,  que  «no  faltaba  ni  un  bot6nen  el  uniforme  de 
los  soldados.>  Los  Jefes,  seleccionados  por  el  favoritisme, 
eran  ineptos,  como  se  demostrô  por  las  increibles  torpezas 
cometidas.  Los  soldados,  sin  confîanza  en  sus  jefes,  vién- 
dose  enganados  por  el  lenguaje  oficial  lleno  de  falsos  con- 
vencionalismos,  no  hallaban  â  quien  créer,  se  desmoraliza- 
ron,  y  apenas  lograron  salvar  el  honor  de  Francia,  va  que 
no  su  integridad,  muriendo  con  gran  heroîsmo  cuando  11e- 
garon  â  encontrarse  frente  â  un  enemigo  de  quien  sus  je- 
fes les  hacian  casi  siempre  huir  y  con  quien  ellos  deseaban 
ardientemente  medirse,  pues  muy  pronto  comprendieron  que 
no  debîan  ya  esperar  nada  de  su  inepto  emperador,  y  la  con- 
ciencia  de  su  responsabilidad  para  con  la  patria,  desde  el 
momento  en  que  habîan  sacudido  el  yugo  de  la  tirani'a,  les 
daba  alientos  para  salvar  lo  ùnico  posible  en  aquelJas  cir- 
cunstancias:  el  honor,  y  notemos  que  el  honor  no  por  ser 
un  bien  abstracto  déjà  de  tener  menos  influencia  sobre  los 
pueblos,  pues  siempre  les  presentarâ  imâgenes  vivas  del  he- 
roîsmo de  sus  antepasados,  )'  en  las  grandes  crisis  inspi- 
rarâ  las  abnegaciones  sublimes,  los  grandes  hechos  que  sal- 
van  frecuentemente  â  las  naciones. 

De  un  modo  clarisimo  hemos  podido  apreciar  los  efectos 
del  poder  absoluto  bajo  todas  sus  formas.  El  Zar,  rodeado 
del  inmenso  prestigio  de  sus  antepasados,  sostenido  por  se- 
culares  intereses  creados  â  su  sombra,  y  apoyado  en  la  ig- 
norancia  de  sus  subditos,  déjà  indolentemente  las  riendas 
del  gobierno  en  manos  de  los  favoritos,  que  Uevan  su  im- 
perio  â  una  aventura  desastrosa  en  la  cual  escapo  de  naufra. 
gar  hasta  su  misma  corona,  pues  las  grandes  catâstrofes 
dçspiertan  â  los  pueblos,  que  reaccionan  vigorosamente  con- 
tra el  causante  de  sus  desgracias. 

El  gran  Napoléon,  arrastrando  con  irrésistible  atractivo 
â  toda  Francia  â  las  empresas  mâs  gloriosas;  deslumbran- 
do  â  todos  con  sus  hazanas,  se  siente  embriagado  por  la  vic- 

140 


toria  é  impele  â  su  patria  al  desastre,  para  caer  con  ella  en 
el  abismo  â  donde  lo  empujô  su  ambiciôn. 

Napoléon  el  pequeno  no  tenîa  otro  motivo  para  fascinar 
al  pueblo  francés,  que  el  glorioso  nombre  de  su  tîo,  y  quiso 
deslumbrarlo  con  el  brillo  de  su  corte,  la  construcciôn  de 
magnîficos  palacios,  la  apertura  de  espléndidas  avenidas  y 
el  ruido  de  guerras  lejanas;  pero  no  lo  logrô  por  completo. 
pues  la  libertad  habîa  echado  hondas  raîces  en  Francia  y 
se  alzaba  vigoroso  el  acento  de  los  republicanos,  el  del  gran 
proscripto  de  la  Isla  Jersey,  que  al  dirigirse  al  pueblo  fran- 
cés lo  estremecfa  con  el  canto  robusto  que  entonaba  â  la  li- 
bertad, con  los  solemnes  anatemas  que  lanzaba  à  la  tiranîa. 

Por  este  motivo  Napoléon,  sintiendo  su  corona  vacilar, 
se  resolviô  â  promover  la  guerra  contra  Alemanîa,  conlaes- 
peranza  de  vencerla  y  afianzar  su  trono.  Ya  hemos  visto 
cuan  infundadas  eran  esas  esperanzas;  pero  â  los  déspotas 
les  preocupa  mas  consolidar  su  poder  que  salvar  â  la  pa- 
tria. 


* 


Pasando  ahora  â  la  polîtica  contemporânea,  podemos  ob- 
servar  como  treinta  y  seis  anos  de  sistema  democrâtico  han 
levantado  â  Francia  â  unaaltura  envidiable  entre  las  nacio- 
nes  europeas,  pues  con  la  sabia  y  prudente  polîtica  republi- 
cana,  ha  rehuido  toda  aventura  peligrosa  y  se  ha  dedicado 
à  reconstruirse  interiormente,  logrando  un  desarrollo  por- 
tentoso  de  su  riqueza;  y  con  su  polîtica  tan  prudente,  hâbil 
y  patriôtica,  ha  logrado  atraerse  las  simpatîas  de  toda  Eu- 
ropa,  al  grade  de  haber  concertado  una  entente  formidable, 
que  déjà  enteramente  aislada  â  Alemania,  su  poderosa  ri- 
val. 

Pero  estudiemos  cases  especiales  en  que  pedremes  mejor 
apreciar  las  ventajas  de  la  democracia. 

Exploradores  franceses  abordaron  â  un  villorrio  del  cen- 
tre de  Africa,   Fashoda,   y  plantaron  la   bandera   francesa. 

141 


Inglaterra  pretendio  que  ese  villorrio  estaba  dentro  de  los 
limites  de  su  influencia,  de  donde  se  originô  una  controver- 
sia  que  llegô  â  exaltar  a  tal  grado  la  opinion  pûblica  en 
ambas  naciones,  que  la  guerra  estuvo  â  punto  de  estallar. 
Pero  ambos  paises  cuentan  con  instituciones  democrâticas, 
y  los  ministres  que  gobiernan  no  tenian  la  indolencia  ni  la 
debilidad  del  Zar  de  Rusia,  niel  orgullo  del  gran  Napoléon, 
ni  necesitaban  consolidar  una  corona  como  el  pequeno;  mien- 
tras  que  sf  tenian  un  gran  amor  â  la  patria,  y  no  la  querîan 
comprometer  en  aventuras  peligrosas;  ademâs,  para  esos 
ministros  eran  perceptibles  los  temores  de  las  madrés,  las 
esposas  y  las  hijas  que  no  querîan  perder  â  sus  hijos,  espo- 
sos  y  padres  por  una  ridicula  cuestiôn  de  honor  mal  enten- 
dido.  Si  la  opinion  popular  estaba  acalorada  y  con  su  îm- 
petu  acostumbrado  se  preparaba  â  la  guerra,  la  voz  de  los 
prudentes  que  la  guîan,  se  hizo  oir  y  prevalecio  en  ambos 
Gabinetes,  y  la  cuestiôn  quedô  arreglada  de  un  modo  tan 
satisfactorio,  que  desde  entonces  empezaron  â  estrecharse 
las  relaciones  de  los  dos  paises  para  preparar  su  en- 
tentc. 

Posteriormente  surgiô  otra  dificultad  que  estuvo  â  punto 
de  precipitar  â  Europa  en  una  conflagracion  espantosa. 

Un  soberano  casi  absoluto  y  bien  conocido  por  lo  impe- 
tuoso  de  su  carâcter,  por  cuestiones  de  amor  propio  promo- 
vi6  sérias  dificultades  â  Francia,  poniendo  como  prétexte  la 
influencia  que  esta  ûltima  tenîa  sobre  Marruecos. 

La  guerra  hubiera  estallado  en  toda  Europa  si  no  hubie- 
ra  sido  por  la  fuerza  de  las  instituciones  democrâticas  que 
rigen  â  Francia,  pues  cuando  se  viô  que  la  imprudencia  6 
temeridad  de  un  ministre  podîa  precipitar  la  guerra,  se  le 
hizo  renunciar  su  cartera  â  pesar  de  los  brillantes  servicios 
que  habîa  prestado;  pero  se  prefiriô  sacrificar  â  un.  hombre, 
por  mâs  mérites  que  tuviera,  antes  que  lanzarse  en  tan  pe- 
ligresa  aventura.  Una  vez  que  la  Repûblica  hizo  tan  gran 
sacrificio,  y  gracias  â  la  polîtica  tan  hâbil  y  prudente  de 
sus  sucesores,  apoyada  por  las  simpatîas  de  todos  los  pue- 

142 


blos  de  Europa,  logrô  arreglar  la  cuestion  de  un  modo  pa- 
cîfico  y  honroso. 

La  democracîa  salio  triunfante  3^  prestigiada  de  esa  aven- 
tura, mientras  que  el  absolutismo  se  puso  en  ridîculo  y  evi- 
denciô  su  flaqueza;  y  eso  que  el  pueblo  alemân  es  muy  se- 
reno,  reposado  y  cuerdo:  pero  no  era  el  pueblo  quien  desea- 
ba  una  guerra  que  tanta  sangre  le  costarîa  aun  en  el  caso 
de  salir  airoso,  sino  el  soberano,  que  cegado  por  su  orgullo 
é  impulsado  por  su  desmedida  ambiciôn,  querîa  extender 
aun  mâs  sus  dominios, 

Al  fin  logro  conmover  tan  profundamente  la  opinion  pû- 
blica  en  su  vasto  imperio,  que  se  ha  visto  obligado  â  sacrificar 
parte  de  su  poder  absoluto  en  aras  de  la  democracia.  En  lo 
sucesivo,  Alemania  representarâ  en  el  mundo  el  gran  papel 
â  que  esta  llamada,  y  dejarâ  de  ser  la  amenaza  constante 
de  la  paz  europea. 


* 


En  resumen,  podemos  afirmar  que  los  paîses  en  donde 
existe  el  poder  absoluto,  como  Rusia  y  Turquia,  (apenas  en 
los  ûltimos  anos  han  cambiado  de  régimen,)  â  pesar  de  es- 
tar  en  Europa,  en  contacto  con  las  naciones  mâs  civilizadas 
del  mundo  y  de  haber  sido  la  ûltima  cuna,  de  la  antigua  ci- 
vilizaciôn,  han  permanecido  indiferentes  al  progreso  moder- 
no,  y  petrificados  en  sus  antiguas  civilizaciones,  progresan- 
do  muy  lentamente;  mientras  que  en  los  paîses  libres,  el 
progreso  ha  sido  portentoso  y  les  alcanza  por  mâs  lejos  que 
se  encuentren  de  los  centros  de  cultura. 

No  citaré  el  ejemplo  de  nuestra  vecina  del  Norte,  porque 
ella  debiô  su  nacimiento  â  la  emigraciôn  de  hombres  libres 
que  se  asfixiaban  en  la  atmôsfera  de  intolerancia  y  despo- 
tisme de  su  patria,  y  con  taies  ideas,  tenîan  que  constituir 
una  democracia  tan  poderosa,  que  servirîa  de  ejemplo  al 
mundo;  pero  sî  citaré  la  mayorîa  de  las  repûblicas  hispano- 
americanas,  que  â  pesar  de  su  agitadisima  vida  polîtrca,  des- 

143 


de  que  son  independientes  han  dado  pasos  agigantados  en 
la  via  del  progreso,  pues  el  nivel  intelectual  y  moral  deesos 
pueblos  es  muy  superior  al  de  Rusia,  Turquîa  y  demâs  pai- 
ses,  en  donde  aûn  impera  el  absolutismo. 

Otro  ejemplo  del  maravilloso  poder  creador  de  la  libertad, 
se  encuentra  en  el  surgimiento  del  Jap6n  â  la  vida  de  las 
naciones  civilizadas,  entre  las  cuales  ha  llegado  â  ocupar 
lugar  importante  después  de  40  anos  de  prâcticas  democrâ- 
ticas. 

Este  asunto  tan  interesante,  necesitarîa  varies  volûme- 
nes  para  desarrollarse  debidamente;  pero  para  el  objeto  que 
perseguimos  en  el  présente  libro,  quizâs  hasta  nos  hayamos 
extendido  demasiado. 

Sin  embargo,  antes   de  terminar, 

CODieiltariOS  sobre   el      sera  conveniente  exponer   en   con- 
pOder  abSOlUtO.  creto  cuales  son   las   causas  déter- 

minantes para  que  el  poder  absoluto 
sea  el  mayor  azote  de  la  humanidad,  no  obstante  que  en  mu- 
chos  casos  quienes  lo  ejercen  son  hombres  verdaderamente 
notables  y  bien  intencionados. 

Las  razones  son  las  siguientes: 

Para  que  el  poder  absoluto  exista,  es  necesario  suprimir 
la  libertad  y  que  los  pensadores  permanezcan  silenciosos 
sobre  el  resultado  de  sus  meditaciones. 

La  consecuencia  de  esto  es  que  las  faltas  de  los  gober- 
nantes  pasan  inadvertidas  y  si  se  notan,  nadie  puede  ha- 
blar  de  ellas,  porque  todos  comprenden  que  son  irrémédia- 
bles; faltas  que,  al  repetirse  con  frecuencia,  Uegan  â  cons- 
tituir  el  régimen  normal,  â  nadie  extrafian,  y  por  ùltimo, 
la  multitud  se  acostumbra  y  amolda  su  criterio  y  su  carâc- 
ter  al  medio  en  donde  se  desarroUa.  De  esto  se  sigue  que 
el  lenguaje  convencional  y  falso  empleado  en  las  esferas  ofi- 
ciales,  llega  â  ser  el  corrienie  en  toda  una  naciôn.  Los  que 
hablan  la  verdad,  son  considerados  por  el  pûblico  como 
desequilibrados,  y  por  el  gobierno    como  conspiradores. 

La  inmensa  mayorîa  de  la  humanidad  no  tiene  un   senti- 

144 


miento  tan  afinado  para  conmoverse  con  los  grandes  acon- 
tecimientos;  para  indignarse  con  los  atentados  mas  inicuos; 
para  armarse  con  patriôtico  ardor  â  fin  de  volar  â.  la  defen- 
sa  de  la  patria  cuando  esta  en  peligro;  para  revestirse  de) 
estoicisrao  necesario  3'  defender  derechos,  cuya  importancia 
no  puede  apreciar.  Pero  habla  un  pensador  de  los  que 
sienten  hondo  y  claro,  y  trasmite  â  las  multitudes  por  me- 
dio  de  sus  vibrantes  escritos  el  verbo  de  su  indignacion,  de 
su  entusiasmo,  de  su  patriotismo,  las  electriza  con  su  pala- 
bra, les  infunde  ese  sentimiento  que  le  ha  hecho  vibrar  tan 
poderosamente,  les  arrastra  â  los  grandes  destinos,  les  hace 
acometer  las  empresas  jiiâs  temerarias,  y  arrostrar  con  la 
sonrisa    en  los  labios  aun    el  mismo  fuego    de  la    metralla. 

Por  eso  cuando  los  escritores  independientes  que  alien- 
tan  nobles  pasiones  no  pueden  publicar  sus  pensamientos, 
los  pueblos  no  se  dan  cuenta  de  la  importancia  de  los  acon- 
tecimientos,  permanecen  en  una  impasibilidad  que  llega  â 
ser  criminal,  puesto  que  no  logran  conmoverlos  las  desdi- 
chas  mâs  grandes  ni  los  mas  inicuos  atentados  contra  sus 
hermanos. 

En  esos  pueblos  llegan  â  atrofiarse  â  tal  grado  los  sen- 
timientos  nobles,  que  ni  viendo  â  su  patria  en  el  peligro, 
salen  de  su  impasibilidad. 

Otro  orden  de  circunstancias  que  infiuye  poderosamente 
para  hacer  el  nefasto  absolutismo  en  los  pueblos  que  lotole- 
ran,  es  que  los  soberanos,  autôcratas  6  dictadores,  son  gran- 
des egoîstas,  que  prefieren  satisfacer  su  pasiôn  de  mando, 
al  bien  de  la  patria,  pues  la  historia  demuestra  claramente 
que  el  mejor  medio  de  consolidar  el  progreso  de  una  naciôn, 
es  la  libertad,  y  ese  bien  nunca  se  lo  conceden.  Para  hacer 
el  sacrificio  del  poder  en  aras  de  la  patria,  se  necesita  una 
grandeza  de  aima  poco  comûn,  que  generalmente  descono- 
cen  tan  encumbrados  personajes,  en  quienes  la  modestia  es 
la  mâs  rara  de  las  virtudes.  Para  no  dejar  en  libertar  â  su 
pais,  fâcilmente  se  persuaden  de  que  ellos  ûnicamente  pue- 
den gobernarlo  con  acierto,  que  el  pueblo  es  muy  ignorante 

145  10 


é  incapaz  de  conocer  sus  verdaderos  intereses.  Por  ûltimo, 
no  pueden  apreciar  la  magnitud  de  sus  faltas,  pues  la  lison- 
ja  que  los  rodea  acaba  por  falsear  aun  su  mismo  criterio, 
ya  que  todo  les  es  presentado  con  aspectos  enganosos  pa- 
ra no  causarles  desagrado. 

Ya  vemos  porqué  no  ejercen  el  poder  absoluto  sino  los 
ambiciosos  6  los  fatuos. 

Ademâs  de  estos  defectos  que  invariablemente  acompa- 
nan  â  los  déspotas  de  la  tierra,  los  signe  una  turba  de  para- 
sites que  viven  de  la  adulaciôn  y  Uegan  â  formar  un  muro 
compacto  que  no  déjà  Uegar  â  los  oîdos  de  su  soberano  si- 
no las  lisonjas,  porque  en  la  puerta-de  los  palacios  son  de- 
tenidas  siempre  las  importunas  quejas  de  los  oprimidos, 
las  protestas  de  los  ultrajados,  la  indignaciôn  de  los  bue- 
nos. 

Agreguemos  que  por  mas  actividad  y  buena  intencion  de 
quien  ejerce  el  poder  absoluto,  no  puede  saber  lo  que  pasa 
lejos  de  él,  sino  por  el  intermedio  de  sus  mismos  amigos.de 
los  empleados  que  él  nombra,  y  que  lo  enganan  sobre  el 
verdadero  estado  de  las  cosas.  Le  es  muy  difîcil  salir  de 
ese  engano,  porque  es  natural  que  confien  mâs  en  lo  que  di" 
cen  sus  empleados  y  amigos,  que  en  la  voz  de  los  descon- 
tentos,  âquienes  la  lisonja  fâcilmente  hace  pasar  âsusojos, 
como  dîscolos  6  enemigos. 

De  ese  modo  la  administracion  se  va  corrompiendo  poco 
â  poco,  pues  el  autôcrata  no  conoce  el  mal,  y  los  ûnicos  que 
se  lô  podrîan  senalar,  los  periodistas  independientes,  per- 
manecen  callados. 

Vamos  ahora  â  ocuparnos  del  poder  absoluto  en  Mexico, 
y  con  este  motivo  quizâs  se  nos  présente  la  oportunidad  de 
tratar  tan  interesante  cuestiôn  desde  otro  punto  de  vlsta. 


146 


CAPITULO  IV 

El  poder  absoluto  en  Mexico 


En  el  bosquejo  histôrico  que  hicimos  del  militarismo,  ha- 
blamos  de  las  funestas  consecuencias  que  para  Mexico  ha 
tenido  el  poder  absoluto  ejercido  por  medio  de  dictaduras 
militares.  y  ese  estudio  nos  facilitarâ  grandemente  nuestro 
trabajo  actual. 

En  nuestra  patria  tiene  su  origen  el  poder  absoluto  en 
las  guerras  intestinas  y  en  las  grandes  guerras  extranjeras, 
pues  como  ya  hemos  visto,  cuando  un  paîs  sostiene  victo- 
riosamente  alguna  guerra  extranjera,  le  queda  la  pesada 
carga  de  recompensar  â  sus  héroes.  En  Mexico  esta  întima- 
mente  ligada  la  idea  de  poder  absoluto,  â  la  de  militarismo, 
porque  este  ha  sido  la  causa  de  aquél. 

Lo  cual  nos  servira  en  el  curso  de  nuestro  estudio  para 
encontrar  el  remedio  â  los  maies  que  nos  aquejan. 

Por  taies  razones  abordaremos  de  Ueno  la  cuestiôn. 

147 


La  Repûblica  Mexicana  esta  ac- 

PrUBbftS  de  que  existe      tualmente  gobemada  por   una   dic- 

el    pOder    abSOlUtO      tadura  mllitar  que    ejerce  el   poder 

en  Mexico.  absoluto,    aunque  moderadamente. 

Las  mejores  pruebas  son:launani- 

midad  de   votos  en  el  nombramiento  de  todos  los  funciona- 

rios   pûblicos:   la   servil   conformidad    de   las    câmaras    ai 

aprobar  las  iniciativas  del  Gobierno;  la  inamovilidad  de  los 

primeros,  euyo  poder  en    todos    casos  dimana  directamente 

de  la  administraciôn,  la  escasîsima  libertad  de  que  goza  la 

imprenta,  etc.,  etc. 

La  mayorîa  de  estos  hechos  no  los  niegan  ni  los  organos 
semioficiales,  por  cuva  circunstancia  y  por  el  hecho  de 
estar  tal  idea  en  la  conciencia  nacional,  no  nos  parece  opor- 
tuno  presentar  mayor  copia  de  datos  para  probar  nuestro 
aserto. 

El  General  Dîaz   ha  establecido, 

COnseCUenCiaS  del  poder    de  facto,  el  poder  centrai  absoluto, 

absoluto  en  Mexico.         pues  â  nlngûn  Estado  permite  que 

nombre  sus  Gobernadores,ni  siquie- 

ra  â  sus  Présidentes  Municipales,  segûn  henios  visto  al  ha- 

blar  de  los  medios  de  que  se  ha  valido  para  afianzarse  en 

el  poder. 

Los  maies  emanados  de  este  régimen  de  poder  absoluto, 
pertenecen  â  los  dos  ôrdenes  de  ideas  que  hemos  expuesto 
en  el  capîtulo  anterior. 

La  falta  de  libertad  de  imprenta  ha  ejercido  su  infiuencia 
especial  en  la  marcha  de  la  administraciôn,  pues  no  habien- 
do  quien  se  atreva  â  denunciar  las  faltas  de  los  funciona- 
rios,  no  son  bien  conocidas  del  pûblico  y  mucho  menos  de 
sus  superiores.  Esas  faltas,  que  han  permanecido  impunes, 
se  repiten  con  frecuencia.  Al  principio,  la  opinion  pûblica 
protestaba  contra  ellas;  pero  cansada  de  tanto  esfuerzo 
estéril,  dejô  de  protestar  y  se  acostumbrô  â  dominar  su 
indignaciôn,  logrando  al  fin  ver  como  cosas  normales  los 
abusos  de  las  autoridades.  Esta  costumbre  ha  corrompido 

148 


â  tal  grado  los  ânimos,  que  ahora  vinicamente  se  prétende 
evitar  que  esos  abusos  recaigan  sobre  uno  mismo,  para  !o 
cual  se  procura  estar  bien  con  la  autoridad.  Tal  conducta  es 
la  observada  por  la  mayorîa,  generalmente  acomodaticia, 
que  quiere  vivir  tranquila,preocupândose  iinicamente  de  sus 
bienes  materiales,  del  progreso  de  sus  négocies;  que  concè- 
de mâs  importancia  â  la  belleza  de  los  paseos  que  â  sus  dere- 
chos  de  ciudadano,  y  protesta  con  mâs  indignacion  cuando 
las  basuras  obstruyen  su  paso  y  le  hacen  desagradable  el 
paseo,  que  cuando  le  arrancan  sus  mâs  valiosos  derechos  6 
se  comète  un  atentado  coHtra  alguno  de  sus  conciudadanos. 
En  su  egoista  miopîa  no  alcanza  â  comprender  que  al  ser 
vulnerado  un  derecho,  lo  serân  poco  â  poco  todos  los  de- 
mâs;  que  las  mismas  persecusiones  sufridas  por  su  conciu- 
dadano,  puede  sufrirlas  él  mismo  6  alguno  de  los  miembros 
de  su  familia;  pero  el  egoîsmo  es  ruin,  no  tiende  â  la  unie» 
que  fortifica;  se  inclina  por  el  aislamiento,  sin  comprender 
lo  que  esto  débilita. 

En  todos  los  pueblos,  al  lado  de  quienes  se  doblegan  pa- 
cientemente  y  s6k>  tratan  de  no  estar  mal  con  las  autorida- 
des,  existe  en  tiempos  de  despotisme  un  numéro  creciente 
de  ambiciosos  que  quieren  aprovechar  la  oportunidad  para 
elevarse  y  enriquecerse,  no  vacilando  en  adular  â  los  man- 
datarios  para  atraerse  su  favor. 

Estas  dos  categorîas  de  sujetos,  los  resignados  y  los  ex- 
plotadores,  son  el  apoyo  de  las  autocracias;  los  ultimos 
son  los  emisarios  activos,  diligentes,  que  escriben  periodi- 
cos  llenos  de  las  mâs  bajas  adulaciones,  adulteran  los  he- 
chos,  extravîan  la  opinion  pûblica,  van  entre  los  pertene- 
cientes  â  la  otra  categorîa  â  recoger  firmas  en  escritos  pom- 
posos,  en  los  cuales  se  afirma  que  el  pueblo  es  feliz,  que  la 
patria  prospéra  bajo  la  hâbil  direcciôn  de  nuestros  manda- 
tarios,  etc.  Esas  firmas  y  aun  contribuciones  para  festejar 
â  los  gobernantes,  son  arrancadas  por  medio  de  una  disi- 
mulada  amenaza  6  de  ima  sonrisallena  de  falsos  ofrecimien- 
tos. 

149 


Para  contrarrestar  la  influencia  nefasta  de  esos  parasites 
del  poder,  y  para  sacar  de  su  apatîa  a  los  pacîficos  ciudada- 
nos  no  existe  la  prensa  independiente,  dando  por  resultado 
que  los  funcionarios  pûblicos,  aunque  muchas  veces  llegan 
al  poder  eon  buenas  intenciones,  se  corrompen  poco  a  poco, 
porque  la  lisonja  leshace  creerse  superiores  a  los  demâs;la 
adulaciôn  les  pone  una  venda  que  les  impide  apreciar  de- 
bidamente  la  consecuencia  de  sus  actos,  llegando  por  fin  a 
considerar  el  poder  como  su  legîtimo  patrimonio. 

De  esta  clase  de  funcionarios,  cada  vez  menos  habiles  para 
llevar  a  la  Naciôn  â  sus  grandes  destinos,  son  los  que  go- 
biernan  actualmente  â  la  Repûblica  Mexicana,  debido  â  la 
influencia  del  poder  absoluto  que  acabô  con  la  libertad  de 
imprenta. 

El  resultado  de  todo  esto  ha  refluido  hasta  el  mismo  Ge- 
neral Dîaz;  él  ignora  la  mayor  parte  de  los  acontecimientos 
que  pasan  diariamente  en  la  inmensa  superficie  del  territo- 
rio  nacional,  y  aunque  quisiera  poner  remedio,  no  lo  podn'a 
por  dos  razones: 

La  primera,  porque  si  procediera  con  justiciaen  todos  sus 
actos,  deberîa  quitar  de  sus  puestos  â  la  inmensa  mayo- 
rîa  de  las  autoridades  y  no  encontrarîa  con  quienes  susti- 
tuirlas,  pues  difîcilmente  hallarîa  personas  que  reunieran 
à  la  dignidad  necesaria  para  obrar  en  todo  conforme  â  la  ley, 
el  suficiente  servilismo  para  acatar  sus  ordenes  cuando  es- 
tuvieran  contra  la  misma  le^^  En  estecaso  reacciona  cons- 
tantemente  la  personalidad  del  General  Dîaz,  dominado  por 
la  idea  fija  de  conservar  el  poder,  contra  el  hombre  de  Es- 
tado  que  desearîa  el  bien  de  la  patria. 

La  segunda  razon,  es  que  las  personas  de  su  mayor  con- 
fianza  son  quienes  cometen  los  mayores  abusos,  lo  cual  le 
impide  conocerlos,  porque  naturalmente,  tiene  mas  confian- 
za  en  la  afirmaciôn  de  sus  adictos  y  viejos  amigos,  que  en 
la  de  cualquier  discolo.  La  prueba  de  ello  es  que,  cuando  un 
particular  escribe  al  General  Dîaz  quejândose  por  los  abu- 
sos de  alguna  autoridad,  manda  la  carta  original  â  la  auto- 

150 


ridad  acusada  para  que  informe,  y  ya  podremos  imaginarnos 
que  el  tal  informe  solo  es  una  hâbi]  defensa  de  sus  actos, 
acompanada  en  muchos  casos  de  pérfida  acusaciôn  contra  el 
quejoso. 

De  esto  résulta  que  en  laRepùblica  se  han  cometido  gra- 
ves faltas,  y  aunque  no  lo  han  sido  directamente  por  el  Ge- 
neral Diaz  y  en  muchos  casos  se  han  llevado  a  cabo  contra 
su  voluntad,  no  por  eso  déjà  él  de  ser  el  verdadero  respon- 
sable ante  los  ojos  de  la  Nacion  y  ante  el  severo  juicio  de 
la  historia. 

Ya  lo  hemos  dicho,  el  General  Diaz  desea  hacer  el  mayor 
bien  posible  a  su  patria,  siempre  que  sea  compatible  con  su 
permanencia  indefinida  en  el  poder,  dando  por  resultado 
que  los  esfuerzos  portentosos  del  habilîsinio  hombre  de  Es- 
tado  son  par^izados  por  la  personalidad  del  General  Dîaz; 
sus  nobles  arranques  de  patriotisme  moderados  por  su  egoîs- 
ta  ambiciôn. 

Por  esta  circunstancia  hemos  querido  tratar  de  las  conse- 
cuencias  del  poder  absoluto  en  capîtulo  por  separado,  por- 
que  iguales  las  sufriremos  con  cualquier  gobernante  que  si- 
ga  la  misma  polîtica  y  haga  uso  del  mismo  poder  absoluto 
del  General  Dîaz,  quien  ha  usado  de  él  con  una  moderacién 
de  que  pocos  ejemplos  encontramos  en  la  historia.  Ademâs, 
su  intachable  vida  privada  es  una  constante  fuente  de  ener- 
gîa  que  le  permite  desplegar  una  actividad  admirable. 

Y  si  con  un  hombre  extraordinario  al  trente  del  poder,  te- 
nemos  que  lamentar  consecuencias  tan  terribles,  cqué  sera 
cuando  el  mismo  poder  vaya  â  otras  manos  y  el  nuevo  man- 
datario,  quizâs  enervado  por  los  placeres,  no  pueda  des- 
plegar tan  portentosa  actividad  ni  conservar  tan  admirable 
lucidez?  Porque  haj' que  desenganarse,  la  lucidez  y  energîa 
solo  se  conservan  observando  una  conducta  intachable,  pues 
el  vicio  atrofia  las  mâs  nobles  cualidades  del  aima;  paraliza 
sus  esfuerzos  hacia  todo  lo  grande,  engendra  laxitud  y  un 
entorpecimiento  intelectual  qu^  aumenta  con  el  numéro  de 
anos  en  progresiôn  aterradora. 

151 


*    îl 


Como  séria  imposible  6  por  lo  meiios  largo  y  fastidioso 
entrar  en  detalles  sobre  las  consecuencias  del  actual  régi- 
men  de  gobierno.  vamos  a  tratar  por  separado  las  mâs  gran- 
des faltas  cometidas,  solo  al  terminar  este  capîtulo  haremos 
el  balance  de  la  actual  administracion. 

La  Naciôn  no  supo  nunca  la  ver- 
Guerra  de  TomÔChiC.  dadera  causa  de  esa  guerra;  pero  se 
dijo  que  fué  ocasionada  porque  los 
habitantes  de  aquel  pueblo,  que  se  encuentra  en  el  corazôn 
de  la  sierra  Madré,  no  querîan  pagar  las  contribuciones,  6 
algo  tan  baladi  é  insignificante  como  eso.  Pues  bien,  les 
esfuerzos  hechos  por  el  Gobierno  para  arreglar  pacîficamen- 
te  la  cuestion,  fueron  bien  pocos  y  quizâs  neiitralizados  por 
la  ineptitud,  orgullo  6  ambiciôn  de  sus  delegados.  El  re- 
sultado  fué  el  envîo  de  fuerzas  fédérales  en  gran  numéro,  que 
destruyeron  por  completo  al  pueblo,  acabando,  6  pocomenos, 
con  todos  los  habitantes, quienes  opusieron  una  resistencia  he- 
roica  y  causaron  à  las  fuerzas  fédérales  numerosas  bajas,  al 
grado  de  desorganizar  por  completo  los  primeros  cuerpos 
que  marcharon  al  ataque. 

He  ahî  un  cuadro  terrible. 

Hermanos  matando  a  hermanos  y  la  Nacion  gastando  énor- 
mes sumas  de  dinero,  por  la  ineptitud  6  falta  de  tacto  de 
alguna  autoridad  subalterna. 

El  General  Dîaz,  encerrado  en  su  magni'fico  castillo  de 
Chapultepec,  supo  las  dificultades,  pidiô  informes  alGober- 
nador,  este  a  su  vez  se  dirigiô  a  la  autoridad  subalterna, 
verdadera  causa  del  confîicto;  esta  informé  favorablemente 
a  sus  miras,  y  por  los  mismos  trâmites  llegô  su  informe  â 
manos  del  General  Dîaz,  quien  juzgo  necesario  mandar  des- 
truir  â  aquellos  humildes  labradores  y  pacificos  ciudadanos, 
representados  ante  su  vista  como  terribles  perturbadores  de 
la  paz  piiblica,  %•  para  hacer  r^sfetar  el  princifio  de  autoridad, 
ordenô  el  envîo  de  fuerzas  â  Tomôchic. 

152 


En  este  caso,  el  criterio  del  General  V)ia.7.  fué  el  de  unje- 
fe  Polîtico. 

iDe  que  nos  sirve,  pues,  que  el  General  Dîaz  tenga  un  crite- 
rio tan  recto,  un  tacto  tau  admirable  para  tratar  â  todo  el  mun- 
do,  si  en  muchos  cases,  por  la  razon  natural  de  las  cosas, 
su  juicio  se  déjà   gcuiar-por  el   înfimo  de  sus  subordinados? 

Heriberto  Frîas,  valiente  y  pundonorosooficial,  pensador 
y  escritor  notable,  indignado  por  las  torpezas  de  sus  supe- 
riores  y  las  infamias  que  le  hicieron  cometer  Uevândolo  â 
exterminar  â  sus  hermanos,  escribio  un  bellîsimo  libro  de- 
nunciando  esos  atentados:  pero  la  voz  varonil  de  los  hom- 
bres  de  corazôn  nunca  es  grata  â  los  déspotas  de  la  tierra, 
y  ese  oficial  pundonoroso  fué  dado  de  baja,  procesado  y  es- 
tu  vo  â  punto  de  ser  pasado  por  las  armas. 

El  epîlogo  de  ese  drama  no  podria  ser  mâs  conmovedor: 
Un  pueblo  destruido  por  el  incendio,  regado  con  los  cadâ- 
veres  de  sus  valientes  defensores,  abandonado  por  las  nume- 
sas  madrés,  viudas  y  huérfanos  que  muy  lejos  fueron  â  Uo- 
rar  su  muerte;  y  mâs  alla,  entre  los  bosques  que  rodean  al 
pueblo,  muchos  cadâveres  también,  pero  de  resignados  ofi- 
ciales  y  soldados,  que  sin  saber  por  que,  fueron  los  porta- 
dores  del  exterminio,  encontrando  la  muerte  en  su  tarea,  y  â 
quienes  hacîan  melancolicamente  los  honores  de  reglamen- 
to  los  companeros  que  les  sobrevivieron. 

iLa  patria  perdiô  muchos  hijosl 

iEl  tesoro  nacional  fué  sangrado  abundantementel 

iY  las  contribuciones  origen  esa  de  hécatombe  no  fueron 
pagadas! 

iMil  veces  mejor  hubiera  sido  que  ese  pueblo  no  pagara 
contribuciones  por  algunos  anos.  esperando  que  las  luces  de 
la  instrucciônpenetraran  en  él  y  le  hicieran  comprender  sus 
deberes! 

Pero  no:  si  no  conocen  sus  deberes,  â  balazos  han  de  en- 
sefïarles,  en  vez  de  hacerlo  por  medio  de  la  instruccion. 

Ese  es  el  mal  de  los  gobernantes  militares,  que  todo  lo 
quieren  hacer  valiéndose  de  la  fuerza  bruta. 

153 


Otro  atentado  del  cual  no  podemos 
Guerra  del  YaQni.  hablar  sln  sentlmos  conmovidos;  Ile- 
nos  de  profunda  piedad  hacia  tantas 
vîctimas;  poseîdos  detremenda  indignaciôn  contra  sus  ver- 
dugos,  es  la  guerra  del  Yaqui. 

iCuântas  veces  nos  horrorizamos  al  leer  en  la  prensa  las 
lacônicas  noticias  del  teatro  de  la  guerra! 

tCuântas  veces  nos  hemos  visto  impulsados  â  tomar  la 
pluma  para  lanzar  â  la  Repûblica  nuestras  protestas  indig- 
nadas,  nuestras  véhémente  inprecaciones  para  conmoverla, 
pintândole  con  toda  su  horrible  desnudez  les  crîmenes  sin 
cuento  que  se  estân  cometiendo  en  las  fertiles  regiones  ba- 
nadas  por  el  Yaqui  y  el  Mayo. 

Pero  <ide  que  hubiera  servido  nuestra  protesta?  «ihabrîa- 
mos  logrado  conmover  la  opinion  pûblica  para  evitar  el  aten- 
tado? Indudablemente  que  nuestros  esfuerzos  habn'an  sido 
estériles.  A  una  Naciôn  oprimida  no  se  le  despierta  con  un 
escrito  aislado,  se  necesita  un  conjunto  de  hechos  que  la 
despierten  y  â  la  vez  le  hagan  concebir  esperanzas  de  re- 
denciôn. 

Por  esas  razones  comprimîamos  nuestra  indignaciôn, 
ocultâbamos  nuestras  lâgrimas,  esperâbamos  llenos  de  ar- 
dor  el  momento  oportuno  para  lanzar  â  los  cuatro  vientos 
nuestra  protesta  inflamada  de  indignaciôn. 

Creemos  llegado  el  momento;  pero  si  no  es  asf,  que  nues- 
tro  optimismo  nos  enganare,  habremos  satisfecho  una  de  las 
mâs  apremiantes  exigencias  de  nuestra  aima  al  lanzar  este 
acto  de  protesta  contra  tan  inîcuos  atentados. 

Sepan  los  desventurados  sobrevivientes  deesa  heroicara- 
za,  que  no  todos  los  blancos,  los  yoris,  somos  sus  enemigos; 
sepan  los  que  gimen  bajo  el  lâtigo  del  esclavista,  que  muchos 
de  sus  hermanos  compartimos  su  dolor,  que  lloramos  con 
ellos  su  esclavitud,  que  no  estân  sôlos  en  el  mundo,  que  hay 
quienes  se  preocupen  por  su  felicidad  y  que  existe  una  po- 
derosa  corriente  de  opinion  indignada,  clamandopor  la  jus- 
ticia. 

154 


Una  vez  satisfecha  en  este  preâmbulo  Ja  necesidad  que 
tenîan  de  manifestarse  nuestros  sentimientos  mas  elevados; 
una  vez  salida  de  nuestro  pecho  esta  doliente  queja:  una 
vez  que  hemos  cumplido  con  el  deber  mâs  noble  que  nos  exi- 
gîa  nuestro  amor  â  aquella  desventurada  raza  hermana  nues- 
tra,  descendamos  al  terreno  de  la  razon,  de  la  lôgica  infle- 
xible, para  proseguir  nuestro  estudio. 


En  una  de  las  mâs  feraces  regiones  de  la  Repûblica,  sur- 
cada  por  dos  caudalosos  rîos  que  la  fertilizan  y  fecundan, 
el  Yaqui  y  el  Mayo,  vivîan  dedicados  â  la  agricultura  va  la 
ganaderîa  los  numerosos  miembros  de  la  tribu  Yaqui.  Esos 
indios  se  habîan  desparramado  por  todo  el  Estado  de  Sono- 
ra  y  constituîan  los  mejores  jornaleros,  tanto  para  la  agri- 
cultura como  para  la  minerîa,  pues  tienen  un  gran  desarro- 
llo  fîsico,  una  gran  resistencia  para  el  trabajo  y  su  inteli- 
gencia  es  superior  â  la  de  muchas  razas  indigenas  de  las 
que  habitan  el  vasto  territorio  de  la  Repûblica. 

En  la  région,  ocupada  casi  exclusivamente  por  ellos,  se 
dedicaban  con  buen  éxito  â  la  agricultura,  ganaderîa  y  pes- 
ca;  surtîan  â  Guaymas,  Hermosillo  y  casi  todo  el  Estado 
de  Sonora  con  legumbres,  céréales,  volaterîa,  mariscos,  y  en 
gênerai,  con  los  productos  del  mar,  los  agrîcolas  y  pasto- 
riles. 

Esos  indios,  fuertemente  organizados,  independientes  de 
la  accion  del  Gobierno  mexicano,  dândose  sus  propias  leyes 
y  viviendo  bajo  el  régimen  patriarcal;  estaban  en  paz  y  qui- 
zâs  habîa  menos  disturbios  y  mâs  seguridad  en  los  caminos 
de  Sonora  que  en  muchas  otras  regiones  de  la  Repûblica, 
antes  de  que  los  ferrocarriles  vinieran  à  ayudar  poderosa- 
mente  la  acciôn  del  Gobierno  en  la  persecuciôn  de  bando- 
leros. 

Pues  bien,  durante  el  Gobierno  del  General  Diaz,  que  tan 
prôdigo  ha  sido   con  los  terrenos  nacionales    llamados   bal- 

155 


dîos,  se  dio  una  concesiôn  para  explotar  los  terrenos  del 
Yaqui  a  algunos  amigos  de  la  administraciôn  6  de  sus  miem- 
bros  mas  influyentes.  Estos  traspasaron  sus  derechos  â  una 
companîa  extranjera  que  fracasô  en  sus  trabajos. 

Pero  lo  mas  funesto  del  asunto  fué  que  los  yaquis  se  vie- 
ron  despojados  de  los  terrenos  que  cultivaban  desdetiempo 
inmemorial,  y  como  eran  valientes,  numerosos  y  estaban 
bien  armados,  empezaron  a  defender  sus  propiedades  con 
rara  energia. 

El  Gobierno  fédéral,  inf ormado  por  las  autoridades  loca- 
les, probablemente  por  los  mismos  beneficiarios  de  la  pro- 
ductiva  concesion,  juzgô  necesario  mandar  tropas  para  so- 
focar  a  los  indios  rebeldes. 

Los  indios,  conocedores  del  terreno,  que  les  proporciona 
seguro  albergue,  han  sostenido  una  defensa  interminable 
por  el  sistema  de  guerrillas. 

Los  jefes  de  las  fuerzas  fédérales  han  obrado  con  mani- 
fiesta  mala  intenciôn  6  con  torpeza  suma,  pues  se  ha  pro- 
longado  la  guerra  mas  de  lo  que  debîa  esperarse  contando 
con  tan  poderosos  elementos. 

La  Naciôn  ha  perdido  en  esa  guerra  infructuosa  é  inter- 
minable muchos  de  sus  hijos,  y  a  otros  de  los  mas  laborio- 
sos  les  ha  arrancado  los  terrenos  que  cultivaban  para  pa- 
sarlos  â  favoritos  del  Gobierno,  que  no  los  cultivan,  ha  em- 
pobrecido  â  todo  el  Estado  de  Sonora  quitândole  sus  mejo- 

res  labradores  y  mas  habiles   mineros,  y  ha  gastado 

$50.000,000.00  en  esa  guerra. 

Viendo  el  Gobierno  que  no  podîa  terminar  con  los  valero- 
sos  indios,  quienes  se  defendîan  en  las  inaccesibles  monta- 
nas  que  les  sirven  de  fortalezas  naturales,  ha  recurrido  al 
inicuo  expediente  de  deportar  â  toda  la  raza,  empezando  por 
los  mas  inofensivos,  los  que  estaban  mas  â  la  mano. 

Los  deportados,  son  prâcticamente  reducidos  â  la  escla- 
vitud  en  los  Estados  en  donde  el  clima  es  mâs  inclemente; 
quizâs  se  ha3'a  escogido  de  intento  lugares  malsanos,  para 

156 


que  tan  valerosos  guerreros  hallen  mas  pronto  la  tumba  que 
no  pudieron  encontrar  defendiendo  sus  patrios  lares. 

Los  relatos  que  se  hacen  de  esas  deportaciones,  aunque 
lacônicos,  son  desgarradores. 

Mujeres  hubo  que  viéndose  arrancar  de  su  suelo  natal, 
separadas  de  sus  maridos  y  quizâs  de  sus  mismos  hijos,  se 
arrojaron  al  mar,  prefiriendo  la  pronta  muerte  entre  las  on- 
das  amargas,  a  les  espantosos  sufrimientos  de  la  esclavi- 
tud. 

En  Mexico,  la  Capital  de  la  Repûblica,  que  blasona  de 
civilizada,  que  ha  querido  imitar  todas  las  magnificencias 
de  Europa  y  tan  solo  ha  sabido  imitar  sus  vicios;  por  esa 
flamante  y  bellîsima  ciudad,  han  desfilado  los  lugubres  con- 
voyés de  carne  humana. 

Los  esclavistas  interesados  en  llevarlos  a  sus  haciendas, 
disputâbanse  la  presa,  y  como  si  esos  desgraciados  se  re- 
mataran  en  pûblica  subasta,  pujaban  cada  vez  mâs,  ofre- 
ciendo  mâs  y  mâs  dinero,  hasta  lograr  comprarlos  y  tras- 
portarlos  â  sus  haciendas  para  reducirlos  â  la  esclavitud, 
en  la  cual  encontraron  prontamente  su  tumba  esos  leones 
del  combate  por  la  defensa  de  su  libertad. 

Hemos  dicho  la  terrible  palabra  comprarlos;  quizâs  no  sea 
exacta,  pues  no  sabemos  quien  fuera  el  vendedor;  pero  lo 
cierto  es,  que  los  interesados  en  Uevar  los  indios  â  sus  te- 
rrenos,  pusieron  en  juego  toda  clase  de  influencias  y  quizâs 
usaron  del  cohecho  para  llegar  â  ser  los  preferidos. 

Hemos  sabido  de  un  ciudadano  francés  que  explotabauna 
rica  mina  en  Sonora.  Por  intrigas  de  las  cuales  él  no  se  diô 
cuenta,  declararon  conspiradores  6  complicados  de  algùu 
modo,  â  todos  sus  sirvientes,  y  en  masa  fueron  deportados. 

Ese  frances,  de  entranas  mâs  sensibles  que  nosotros,  6 
que  no  estaba  bajo  la  influencia  del  vergonzoso  pânico  infil- 
trado  en  todas  las  capas  sociales  de  la  Repûblica  Mexicana. 
vino  â  esta  Région  tratando  de  arreglar  que  se  quedaran  â 
trabajar  aquî,  en  donde  se  les  trataria  bien,  en  donde  po- 
drian  vivir  tranquilos.   Al  hablar  de  sus  fieles  sirvientes  se 

157 


le  inundaban  los  ojos  de  làgrimas,  la  garganta  se  le  cerra- 
ba  de  congoja 

No  logrô  su  objeto,  aquellos  seres  humanos  que  tanto 
amaba,  corrieron  la  misma  suerte  de  todos  sus  desventura- 
dos  companeros. 

Medidas  tan  despiadadas,  en  vez  de  calmar  a  los  yaquis 
les  han  hecho  perder  toda  esperanza,  3^  aun  los  mansos 
han  tomado  las  armas  para  defender  su  libertad  y  sus  ho- 
gares, 

La  deportaciôn  ha  llegado  â  ser  énorme,  al  grado  de  alar- 
mar  seriamente  â  los  agricultores  de  Sonora,  quienes  se  han 
dirigido  al  Présidente  de  la  Repûblica  para  que  révoque  esa 
orden,  pues  calculan  que  si  sigue  deportaciôn  tan  râpida, 
no  tendrân  peones  para  levantar  su  cosecha  de  trigo. 

El  Gobierno  federel  se  alarmé  de  taies  consecuencias, 
porque  era  importantisimo  levantar  el  trigo,  y  gra- 
cias â  esas  reflexiones  meramente  econômicas,  revocô 
la  orden  hasta  cierto  punto,  declarando  que  se  suspen- 
diera  la  deportaciôn  sistemâtica  de  indios,  advirtiendo  que 
por  cada  fechorîa  cometida  por  un  yaqui,  se  deportarîan 
500! 

Un  hacendado  de  aquellos  rumbos,  tanto  por  humanidad 
como  por  conveniencia  propia,  llevô  â  sus  fieles  sirvientes 
al"vecino  Estado  de  Sinaloa,  y  de  allî  lo  hicieron  regre- 
sarlos  â  Sonora  para  ser  deportados  con  los  demâs. 

Las  mujeres  yaquis  ven  morir  â  sus  ninos  con  impasibi- 
lidad.  Preguntada  una  de  ellas  de  donde  provenîa  esa  in- 
diferencia,  contesté  que  como  de  grandes  los  habîan  de  ma- 
tar  los  yon's,  era  mejor  que  murieran  de  una  vez 

*. 
*  * 

Basta  ya  de  narraciôn  que  tan  profundamente  nos  afecta. 
Notemos  la  conducta  de  la  prensa  en  casi  toda  la  Repûbli- 
ca, absteniéndose  de  comentar  taies  noticias,  y  es  natural, 
puesto  que  no  tenîa  permis©  de  hacerlo. 

158 


Un  anciano  General  extranjero  es  asesinado  en  las  calles 
de  la  metrôpoli.  Noble  indignacion  estalla  en  todos  los  6r- 
ganos  de  la  prensa:  tenîan  permise  para  indignarse.  En 
cambio,  â  nuestros  desventurados  hermanos  se  les  despoja 
de  su  patrimonio,  se  les  sépara  de  sus  familias,  se  les  redu- 
ce â  la  esclavitud:  silencio  sépulcral.  iAy  de  quien  diga 
una  palabra! 


Pero  los  tiempos  han  cambiado.  El  centenario  de  nues- 
tra  independencia  se  anuncia  majestuso,  recordando  los  al- 
bores  de  la  Libertad, 

Los  escritores  independientes,  los  que  amamos  â  la  pa- 
tria,  ya  no  estamos  solos;  el  pueblo— leôn  empiezaâ  sacudir 
su  melena  y  perezosamente  se  prépara  al  combate.  El  sera 
nuestro  firme  sostén,  y  necesitamos  todos  prepararnos  igual- 
mente  para  la  lucha,  erguirnos,  sacudir  el  miedo  Jetai  que 
ha  sellado  nuestros  labios,   diciendo  alto  y  claro  la  verdad. 

En  cumplimiento  de  ese  sagrado  deber,  pasamos  ahora  â 
comentar  tan  desastrosa  contienda  entre  hermanos. 

Ya  hemos  hecho  un  especie  de  resumen  de  los  incalcula- 
bles perjuicios  sufridos  por  la  Naciôn  con  tan  inicua  gue- 
rra.  Sin  embargo,  veamos  ahora  el  mismo  asunto  desde  otro 
punto  de  vista. 

A  la  Naciôn  le  hubiera  convenidô  mas  conservar  esa  co- 
lonia,  que  con  su  trabajo  fecundaba  una  fértil  région  de  la 
Repûblica,  y  que,  en  caso  de  guerra  extranjera,  hubiera 
prestado  importantîsimo  contingente,  pues  los  yaquis  han 
demostrado  que  si  son  excelentes  labradores,  también  son 
incomparables  guerreros. 

En  vez  de  esto,  casi  toda  esa  région  ha  estado  â  punto  de 
pasar  â  manos  de  una  companîa  extranjera,  y  ahora  esta  di- 
vidida  entre  unos  cuantos  propietarios  que  no  la  explotan 
por  falta  de  brazos. 

Veamos  ahora  si  lo  que  nosotros  creemos  conveniente  pa- 

159 


ra  el  pais,  habrîa  sido  posible  siguiendo   una  polîtica   mâs 
patriôtica. 

Indudablemente  que  si,  pues  bastaba  reconocer  à  los  ya- 
quis  como  duenos  de  la  gian  extension  de  terreno  que  ocu- 
paban,  lo  cual  era  perfectamente  légal,  puesto  que  se  con- 
sidéra como  tîtulo  perfecto  de  una  propiedad,  el  haber  esta- 
do  en  posesiôn  no  interrumpida  por  mâs  de  20  anos,  y  los 
yaquis,  desde  tiempo  inmemorial,  por  derecho  de  origen, 
estaban  en  quieta  y  pacîfica  posesiôn  de  sus  terrenos,  puesto 
que  nadie  les  habîa  disputado  la  propiedad. 

Para  seguir  esta  conducta,  encontramos  un  antécédente  en 
la  observada  por  el  Gobierno  Americano,  que  ha  dedicado  à 
los  indios  y  les  ha  reconocido  como  propiedad  para  que  lo 
habiten,  un  vastîsimo  territorio.  Nuestros  vecinos  del  Nor- 
te  han  preferido  civilizar  aun  a  gran  costo,  a  los  indios,  au- 
tes  que  exterminarlos,  5'  vamos  que  en  aquel  caso  se  trata- 
ba  de  indios  bârbaros,  indomables  y  de  raza  distinta  de  los 
americanos  del  Norte,  mientras  que  aquî  se  trataba  de  in- 
dios pacîficos,  dedicados  â  la  agricultura.  El  mismo  gobier- 
no mexicano  ha  seguido  ese  saludable  ejemplo,  dedicando 
con  buen  éxito  una  fértil  région  en  el  Estado  de  Coahviila  en 
un  punto  llamado  Nacimiento,  sobre  las  mârgenes  del  rio  Sa- 
binas,  para  que  lo  habiten  exclusivamente  los  indios  lipanes  y 
comanches,  que  eran  el  terror  de  la  comarca  y  ahora  viven 
en  paz,  civilizândose  lentamente. 

En  cuanto  al  hecho  de  que  no  reconocian  de  un  modo  abso- 
luto  la  autoridad  fédéral,  no  era  motivo  para  exterminarlos, 
pues  con  paciencia  se  hubiera  logrado  introducir  entre  ellos 
la  luz  de  la  ensenanza,  las  ventajas  de  nuestra  civilizaciôn, 
y  muy  pronto,  en  mucho  menos  tiempo  que  el  necesitado 
para  exterminarlos,  se  habn'a  logrado  convertirlos  en  ciuda- 
danos  utiles. 

Examinando  el  pretexto  de  que  no  pagaban  contribucio- 
nes,  lo  encontramos  bien  mezquino  para  declararles  una 
guerra  sin  cuartel,  mâs  costosa  que  su  tributo  de  100  anos, 
unido  al  valor  de  los  terrenos  de  que  se  les   despojô.    Ade- 

160 


mas,  de  todos  modos  pagaban  contribuciones  indirectas, 
puesto  que  todos  los  efectos  manufacturados  que  consumian, 
los  compraban  después  que  éstos  habîan  pagado  sus  contri- 
buciones al  Fisco. 

iPor  que  no  se  habrâ  seguido  esa  poHtica  tan  fâcil  }'  pa- 
triôtica,  que  habrîa  contribuido  poderosamente  paraaumen- 
tar  la  poblaciôn  y  la  riqueza  del  Estado  deSonora,  tan  ale- 
jado  de  la  acciôn  del  centro  y  que  tanto  necesita  poderosos 
elementos  de  defensa  para  resistir  el  primer  choque  de  al- 
guna  invasion  que  nos  amenazare  por  aquellos  rumbos? 

Indudablemente  que  el  General  Dîaz,  como  hombre  de  Es- 
tado, como  patriota,  lamenfa  las  consecuencias  de  esa  gue- 
rra;  pero  taies  consecuencias  son  el  fruto  inévitable  de  su 
poHtica  absolutista,  indispensable  para  satisfacer  su  ambi- 
ciôn  Personal.  Asi  siempre  veremos  las  flaquezas  del  hom- 
bre   entorpeciendo  la  accion  del  estadista. 

Las  causas  de  esta  guerra  son  obscuras,  como  todos  los 
actos  de  un 'gobierno  absoluto;  pero  se  han  llegado  a  vis- 
lumbrar;  la  opinion  pûblica  senala  quiénes  han  sido  los  be- 
neficiados  con  esa  guerra  y  los  déclara  culpables  aplicando 
el  sencillo  procedimiento  judicial  para  investigar  quién  es 
el  responsable  de  algûn  crîmen  cometido. 

Esos  beneficiados  ocupan  altos  puestos  en  la  administra- 
ciôn,  la  polîtica,  el  ejército,  }'  todo  el  mundo  los  désigna 
por  sus  nombres;  pero  no  entra  en  la  îndole  de  este  trabajo 
acusar  â  todos  los  culpables  de  la  administracion  actual, 
pues  en  el  fondo  de  todos  esos  atentados  no  reconocemos 
otro  responsable  que  el  régimen  de  poder  absoluto  implan- 
tado  por  el  General  Dîaz. 

La  actual  administracion  al  pasar  â  lahistoria,  conserva- 
râ  como  mancha  indeleble  la  sangre  hermana,  la  sangre 
inocente  derramada  en  esa  inîcua  contienda,  y  los  mexica- 
nos  que  con  nuestra  debilidad  hemos  sido  complices  de  tal 
atentado,  también  tendremos  que  pagar  cara  nuestra  indi- 
ferencia.  Esa  cadenaque  ahora  doblegaal  yaqui,  muy  pron- 
to  tendremos  que  arrastrarla.   La  que  llevamos  ahora  es  do- 

161  II 


rada  y  ligera;  pero  con  el  tiempo  se  harâ  cadavez  mâsdura» 
y  odiosa. 

IHagamos,  pues,  un  soberano  impulso  para  romperla  aho- 
ra  que  aûn  es  tiempo! 

Lejos  esta  comarca  de  los  centres  de  co- 

GUCm  COD    los      municacion,  poco  sabemos  de  ella,  si  no 
iUdiOS  niayftS.        son  los  épicos  relatos  consignados  en  los 
partes  oficiales. 

Hemos  sabido  por  algunos  yucatecos,  que  los  indios  es- 
tabanen  paz  cuando  fueron  sorprendidos  por  las  fuerzas  fé- 
dérales, y  segûn  parece,  no  estaba  justificada  esa  guerra, 
porque  ya  lo  hemos  dicho,  la  civilizaciôn  no  se  lleva  en  la 
punta  de  las  bayonetas,  sino  en  los  libros  de  ensenanza;  no 
es  el  militar  quien  ha  de  ser  su  heraldo,  sino  el  maestro  de 
escuela. 

De  cualquier  modo,  allî  tuvimos  otra  guerra  costosa  para 
el  Erario  nacional,  y  como  resultado,  el  territprio  de  Quin- 
tana  Roo,  repartido  entre  un  reducido  numéro  de  potenta- 
dos,  lo  cual  sera  una  rémora  para  que  habiten  colonos  que 
podrîan  poblarlo  y  hacer  efectivas  las  ventajas  obtenidas 
por  las  armas  fédérales. 

En  la  antigua  Roma,  como  el  mejor  medio  de  asegurar 
las  posesiones  lejanas,  mandaban  ciudadanos.  romanos  y 
les  repartfan  equitativamente  los  terrenos  para  su  cultivo. 
De  ese  modo  formaban  colonias  que  servian  de  parapeto 
formidable  a  la  Repûblica. 

iMuy  opuesta  ha  sido  la  conducta  del  Gobierno  del  Gene- 
ral Diaz! 

Por  las  huelgas  de  Puebla  y    Orizaba 

HuelgaS  de  Puebla      supimos  como  opina  el   General  Dîaz 

y  Orizaba,.  sobre  las  necesidades   de  los   obreros, 

y    hasta  donde  llega  su    amor    hacia 

ellos,  lo  cual  nos  servira  cuando  tratemos  de  investigar  las 

tendencias  de  su  administraciôn  y  lo  que  de  ella  debe  espe- 

rar  el  obrero  mexicano. 

162  « 


En  el  Estado  de  Puebla,  y  sobre  todo  en  sus  alrededores, 
existen  grandes  fâbricas  de  hilados  y  tejidos  de  algodôn. 

En  esos  establecimientos  industriales  se  hace  trabajar  â 
los  obreros  hasta  doce  y  catorce  horas  diarias,  pagândoles 
un  salarie  insuficiente  para  sus  necesidades,  6  por  lo  menos, 
no  en  relaciôn  con  la  labor  que  desempenan. 

Con  tal  motivo,  y  haciendo  uso  de  un  derecho  legîtimo, 
se  organizaron  f  uertemente  todos  los  obreros,  constituyendo 
una  poderosa  liga;  principiaron  â  organizar  sus  fuerzas  pa- 
ra emprender  la  lucha,  y  siguiendo  el  ejemplo  dado  por  los 
obreros  de  todo  el  mundo,  se  unieron  para  no  sucumbir  en 
la  incesante  lucha  entre  el  capital  y  el  trabajo. 

La  primera  precaucion  tomada  por  los  miembros  de  esta 
asociaciôn,  consistiô  en  reunir  un  fondo  bastante  fuerte  pa- 
ra hacer  frente  â  las  necesidades  de  sus  miembros  cuando, 
para  conseguir  los  fines  que  persigue  lasociedad,  debieran 
abandonar  el  trabajo  declarândose  en  huelga. 

Al  sentirse  la  asociaciôn  bastante  fuerte,  principiô  por 
hacer  respetuosas  solicitudes  â  sus  patrones,  â  fin  de  obte- 
ner  que  su  suerte  mejorara  con  un  salario  algo  superior,  y 
rebajando  las  horas  de  trabajo,  pues  el  tiempo  que  descan- 
saban  no  era  suficiente  para  recuperar  por  completo  sus 
fuerzas  ni  dedicarse  â  algunas  distracciones  utiles,  porque 
el  trabajo  de  la  fâbrica  absorbîa  todas  sus  fuerzas.  Ade- 
mâs,  los  obreros  reclamaban  un  tratamiento  equitativo. 

En  esa  época  pasaba  la  industria  algodonera  por  una  cri- 
sis  bastante  séria,  y  todos  los  fabricantes  tenîan  existencias 
énormes  sin  realizar,  por  cuyo  motivo  no  quisieron  hacer 
concesiôn  alguna  â  los  obreros,  porque  no  les  preocupaba 
que  se  declarasen  en  huelga  sus  operarios. 

Viendo  los  obreros  que  no  se  daba  satisfacciôn  â  sus  re- 
clamaciones,  juzgaron  que  declarando  una  huelga  gênerai 
en  las  fâbricas  de  Puebla  y  Tlaxcala,  lograrîan  su  objeto,  y 
asî  lo  hicieron  después  de  celebrar  asambleas  numerosas, 
en  las  que  se  discutieron  los  intereses  de  la  asociaciôn  con 
calma  y  prudencia  significativas. 

163 


Los  obreros,  poco  experimentados,  no  supieron  elegir  el 
momento  mas  propicio  para  declararse  en  huelga,  porque 
en  aquella  época  pasaba  la  industria  algodonera  por  una 
crisis  mu}»^  séria  y  era  la  menos  à.  propôsito  para  tomar  tal 
determinaciôn,  puesto  que  los  fabricantes  no  se  perjudica- 
rian  nada  con  cerrar  sus  fâbricas  por  una  temporada  mâs  6 
menos  larga.  Las  consecuencias  de  esta  falta  de  experien- 
cia  fueron  fatales  para  los  obreros,  que  después  de  varios 
dîas  de  huelga  se  encontraron  con  sus  recursos  agotados  y 
sin  medio  de  Uegar  a  un  arreglo  cuaiquiera. 

Toda  la  Repûblica  estuvo  al  tanto  de  las  peripecias  de  la 
primera  lucha  entre  el  capital  y  el  trabajo;  y  ostensiblemen- 
te  las  simpatias  de  la  Nacion  estaban  por  el  elemento  obre- 
ro.  Por  este  motivo  recibieron  los  huelguistas  socorros  de 
todas  partes,  siendo  los  mâs  cuantiosos  los  enviados  por 
sus  hermanos  (es  el  tratamiento  tan  simpâtico  que  se  dan 
entre  ellos)  de  Orizaba  5'  de  algunasotras  fâbricas  delpaîs. 

En  estas  circunstancias,  bastante  angustiosas  para  ellos, 
puesto  que  â  pesar  de  la  ayuda  recibida  empezaban  â  sentir 
varias  necesidades  difîciles  de  satisfacer,  tuvieron  varias 
reuniones  en  uno  de  los  principales  teatros  de  Puebla,  acor- 
dando  dirigirse  al  senor  Présidente  de  la  Repûblica  afin  de 
que  interviniera  en  lacuesti6n,ejerciendo  su  valiosa  influen- 
cia  para  que  los  industriales  Uegaran  âun  avenimiento.  Di- 
gamos  de  paso  que  en  sus  reuniones  reino  el  mâs  perfecto 
orden,  lo  cual  habla  muy  alto  en  favor  del  obrero  mexicano. 

Igualmente  acordaron  dirigirse  â  los  Gobernadores  de 
Puebla  y  Tlaxcala,  y  aun  al  Obispo  de  su  diôcesis,  para  que 
intervinieran  en  su  favor. 

Pues  bien,  principiaron  los  obreros  â  cambiarse  telegra- 
mas  con  el  General  Dîaz  y  este  â  tener  conferencias  con  los 
industriales,  mientras  iba  â  Mexico  una  delegaciôn  obrera 
â  tratar  la  cuestion  directamente  con  él. 

En  tal  estado  las  cosas,  se  supo  que  los  fabricantes  de 
Orizaba    habîan    cerrado  las  fâbricas   para  evitar  que    sus 

164 


operarios  siguieran  mandando  auxilios  a  los  huelguistas  de 
Puebla. 

Unico  en  su  género  es  este  caso,  pues  no  se  tiene  noticia 
de  que  haya  pasado  otro  semejante  en  ninguna  parte  del 
mundo. 

Por  otra  parte,  es  atentatorio,  pues  si  estuviera  al  arbri- 
trio  de  los  industriales  cerrar  bruscamente  sus  estableci- 
mientos,  expondrîan  constantemente  a  millares  de  operarios 
â  perecer  de  hambre  con  sus  familias. 

No  sabemos  hasta  que  punto  ampararîa  la  ley  â  los  in- 
dustriales de  Orizaba  para  tomar  tal  determinaciôn;  pero 
indudablemente  que  el  Gobierno,  y  especialmente  el  Gene- 
ral Dîaz,  podîan  haberla  evitado. 

Se  nos  contestarâ  que  el  General  Dîaz  no  puede  tener 
ninguna  intervencion  en  los  Estados,  cuya  soberanîa  res- 
peta;  pero  nadie  darâ  crédito  â  tal  afirmacion,  pues  esta  en 
la  conciencia  pûblica  que  la  tal  soberanîa  solo  le  sirve  de 
pretexto  cuando  se  quiere  quitar  de  encima  alguna  comi- 
sion  cuyos  miembros  traen  para  él  peticiones  enojosas. 

Ademâs,  el  General  Dîaz  fungîa  en  aquel  momento  co- 
mo  ârbritro  en  la  cuestiôn,  é  indiscutiblemente  los  indus- 
triales de  Orizaba  no  se  habrîan  atrevido  â  cerrar  las  puer* 
tas  de  sus  fâbricas,  sin  el  consentimiento,  por  lo  menos  tâ- 
cito,  del  General  Dîaz;  sobre  todo  si  tenemos  en  cuenta  la 
influencia  personal  de  que  goza  con  los  directores  de  aque- 
11a  negociacion. 

Existen  tantas  circunstancias  que  hacen  tan  verosîmil  el 
que  la  clausura  de  las  fâbricas  se  hiciera  de  acuerdo  con  el 
General  Dîaz,  que  entonces  corri6  el  runior  de  que  asî  ha- 
bîa  pasado. 

Pues  bien,  â  pesar  del  desagradable  incidente  que  puso  â 
los  obreros  en  angustiosas  circunstancias,  siguieron  ade- 
lante  las  negociaciones  entre  industriales  y  obreros,  con  la 
intervencion  del  General  Dîaz  y  de  su  Secretario  de  Go- 
bernaciôn,  el  senor  Vicepresidente  de  la  Repûblica,  don 
Ramôn  Ccrral. 

165 


Los  obreros  expusierpn  sus  quejas  y  presentaron  un  pro- 
yecto  de  reglamento;  los  industriales  presentaron  el  suyo. 

En  estos  casos,  se  comprende  que  se  encontrarîa  bastan- 
te  perplejo  cualquiér  ârbitro  para  saber  a  quién  daba  la  ra- 
zon,  puesto  que  el  principal  punto  de  la  controversia  era 
esencialmente  econômico. 

Las  razones  que  cada  grupo  alegaba  no  carecian  de  peso: 
el  obrero  decîa  que  era  poco  el  jornal  y  el  trabajo  aniquila- 
dor;  el  fabricante  contestaba  que  tendrîa  que  parar  su  fâ- 
brica  si  se  le  obligaba  a  pagar  jornal  mas  elevado, 

El  fallo  que  en  este  caso  diô  el  General  Dîaz  no  pode- 
mos  considerarlo  como  tal,  pues  no  tuvo  en  cuenta  los  vi- 
tales intereses  de  la  Nacion;  no  considéré  que  el  humilde 
obrero  es  la  base  de  la  fuerza  de  la  Repûblica,  y  que  dig- 
nificândolo  y  elevândolo,  harâ  que  se  consoliden  las  prâc- 
ticas  democrâticas   y  se  robustezca  la  nacion. 

El  General  Dîaz  podîa  haber  hablado  a  los  industriales 
en  los  siguientes  términos: 

«A  pesar  de  que  ustedes  han  obtenido  pingiies  ganancias 
con  sus  establecimientos  fkbriles,  pasan  actualmente  por 
una  crisis  muy  séria  y  no  quiero  obligarlos  â  que  aumenten 
los  jornales  de  los  operarios;  pero  si  exijo  de  ustedes  que 
los  traten  con  equidad,  les  proporcionen  habitaciones  higié- 
nicas,  no  permitan  que  sean  explotados  en  las  tiendas  de 
raya,  con  multas  indebidas,  ni  con  cualquiér  otro  pretexto; 
por  ûltimo,  les  exijo  que  sostengan  el  numéro  de  escuelas 
suficientes  para  educar  â  los  hijos  de  los  obreros.  Para  es- 
to  ûltimo,  si  es  necesario,  a5'udarâ  la  Nacion;  pero  lo  esen- 
cial  es  que  no  falten  escuelas. > 

Los  fabricantes  habrîan  aceptado  esas  proposiciones,  y 
los  obreros  quedado  muy  complacidos  con  ellas,  pues  hu- 
bieran  dado  un  gran  paso  en  el  terreno  de  las  reivindicacio- 
nes  que  ellos  persiguen. 

En  vez  de  esto,  ^cuâl  fué  el  fallo  del  General  Dîaz? 

Poco  6  nada  modificô  las  tarifas  de  pago.  Le  concede- 
mos   en  este   punto   razôn,  pues  los   obreros  escojieron   un 

166 


momento  econômicamente  inoportuno  para  declararse  en 
huelga.y  forzosamente  tendrîan  que  sufrir  ias  consecuencias 
de  su  imprevisiôn. 

En  cambio,  estableciô  un  sistema  de  libretas  en  las  cua- 
les  se  anotarîa  cada  vez  que  concurriera  el  obrero  al  talier, 
asî  como  sus  faltas;  libretas  que  constituirian  un  arma  po- 
derosa  en  manos  de  los  fabricantes,  quienes  por  ese  medio, 
cuando  algûn  operario  fuera  expulsado  de  cuaiquier  fâbri- 
ca,  no  podrîa,encontrar  trabajo  en  ninguna  de  las  otras. 

Otra  disposicion  del  General  Dîaz.que  nos  demuestra  su 
incansable  tesôn  en  perseguir  la  libertad  hasta  sus  mas  mo- 
destas  manifestaciones,  fué  la  que  establecîa  prâcticamente 
la  censura  previa  en  la  prensa  obrera,  pues  exigia,  6  por  lo 
menos  aconsejaba,  que  no  se  publicara  ningûn  articule  sin 
la  previa  aprobaciôn  del  Jefe  Polîtico  del  lugar. 

Estas  dos  disposiciones,  pintândonos  de  relieve  la  actitud 
del  General  Diaz,  nos  ensenan  lo  que  debe  esperar  de  él  el 
obrero  mexicano. 

Fallo  tan  inesperado  causô  indescriptible  impresion  en  el 
elemento  obrero,  sobre  todo  en  Orizaba,  en  donde  estaban 
doblemente  indignados,  porque  de  un  modo  atentatorio  se 
habîa  cerrado  la  fâbrica  en  donde  ellos  trabajaban. 

Lo  que  mas  indignaciôn  causô  entre  los  obreros,  fueron 
las  famosas  libretas,  que  ellos  consideraban  dégradantes,  y 
que  de  un  modo  resuelto  y  unanime  rechazaron. 

Los  obreros  mexicanos  dieron  pruebas  de  gran  cordura  y 
gran  patriotisme,  pues  â  pesar  de  su  indignaciôn,  volvie- 
ron  â  sus  puestos  de  trabajo  con  esaresignaciônestoicaque 
caracteriza  â  nuestro  pueblo. 

Sin  embargo,  bajo  esa  aparente  indiferencia,  se  agitaba 
un  volcan  de  pasiones;  el  mâs  ligero  incidente  lo  han'aesta- 
llar. 

En  Orizaba,  donde  era  mayor  la  indignaciôn  por  las  ra- 
zones  indicadas,  en  los  momentos  de  entrar  â  la  fâbrica, 
los  gritos  de  una  mujer  exaltada  desviaron  los  pasos  de  la 
multitud,  que  en  vez  de  entrar  â  ocupar   sus  puestos  en   el 

167 


trabajo,  se  arrojô  frenética  como  todas  las  multitudes  en- 
furecidas,  al  ataque  y  destrucciôn  del  ûnico  establecimien- 
to  mercantil  que  tenîa  monopolizado  todo  el  comercio,  y 
contra  cuyo  dueno  existîan  indudablemente  rencores  sordos, 
puesto  que  allî  dirigieron  su  ira,  en  vez  de  dirigirla  contra 
las  propiedades  de  sus  patrones. 

iCuântos  desventurados  obreros  habrian  pasado  por  las 
Horcas  Caudinas  de  aquel  abarrotero  que  en  tan  poco  tiem- 
po  amasô  una  fortuna  considérable! 

Con  ese  motivo,  el  Gobierno  fédéral  tomô  medidas  enér- 
gicas,  y  sobre  el  terreno  de  los  sucesos  MANDO  FUER- 
ZAS  FEDERALES  QUE  FUSILARAN  SIN  PIEDAD 
Y  SIN  FORMACION  DE  CAUSA  A  MUCHOS  DES- 
VENTURADOS, CUYA  FALTA  CONSISTIO  EN  UN 
MOMENTO  DE  EXTRAVIO. 

El  numéro  exacto  de  los  que  fueron  ejecutados,  permane- 
ce  aûn  en  el  misterio;  pero  lo  pûblico  y  notorio,  es  que  esa 
medida  de  rigor  tan  inusitada  en  casos  semejantes,  causé 
honda  impresion  en  todo  el  paîs.  Segûn  la  opinion  gênerai, 
fueron  tratados  con  demasiado  rigor  los  huelguistas  de  Ori- 
zaba,  y  hubiera  sido  mâs  patriôtico  y  humano  prévenir  la 
exacerbaciôn  de  las  iras  populares,  no  permitiendo  que  los 
industriales  cerraran  su  fâbrica,  ni  obligando  a  los  obreros 
â  suscribir  las  humiliantes  libretas. 

Mucho  mâs    de  lo  que   pensâbamos    nos 

G2ID&D6&.         hemos  extendido  en  este  capîtulo  y  esa  cir- 

cunstancia  nos   obliga  â   tratar  brevemente 

los    demâs   puntos  que  entran  en  el  cuadro  que  nos  hemos 

trazado. 

En  Cananea  se  han  registrado  dos  acontecimientos  im- 
portantes: 

Con  motivo  de  las  huelgas  de  los  mineros,  el  Gobernador 
del  Estado  de  Sonora  parece  que  pidio  auxilio  â  las  autori- 
dades  de  la  vecina  Repûblica  del  Norte,  y  que  en  su  viaje 
â  Cananea  para  calmar  los  descontentos,  se  hizo  acompa- 
nar  por  un  destacamento  de  fuerzas  americanas. 

168 


Este  hecho,  aunque  lo  han  negado  los  ôrganos  oficiales, 
esta  admitido  generalmente  por  la  opinion  pûblica,  pues 
ademâs  de  que  â  las  declaraciones  oficiales  de  nuestras  au- 
toridades  nadie  les  da  crédito,  bien  sabido  es  que  en  la  ve- 
cina  Repûblica  procesaron  6  amonestaron  seriamente  a  los 
funcionarios  que  tomaron  parte  en  tan  culpable  condescen- 
dencia. 

Esto  pasô  en  los  Estados  Unidos,  mientras  que  nuestras 
autoridades,  mucho  mas  culpables,  puesto  que  su  accion 
significaba  un  atentado  contra  la  soberanîa  nacional,  no  fue- 
ron  procesadas  como  era  debido. 

Hubo  otro  acontecimiento  de  importancia  en  ese  rico  mi- 
nerai; â  causa  de  haber  bajadoel  cobre  en  los  Estados  Uni- 
dos,  el  trust  de  ese  métal  déterminé  suspender  algunas  mi- 
nas y  entre  otras  la  de  Cananea. 

Con  este  motivo  quedaron  sin  trabajo  multitud  de  mine- 
ros  y  trabajadores  de  todas  clases. 

Pues  bien,  laûnicamedida  que  tomô  el  Gobierno,  fué  la  de 
mandar  tropas  para  impedir  â  los  hambrientos  obreros  co- 
meter  algûn  desorden.  iEstâ  bien  que  mueran  de  hambre; 
pero  que  se  mueran  en  orden,  en  silencio,  sin  protestar,  sin 
incentar  organizarse  para  la  defensa  de  sus  derechos! 

Con  tal  motivo  nos  preguntamos:  <iel  Gobierno  mexicano, 
que  tantos  privilegios  concède  â  la  companîa  explotadora 
d.e  aquel  riqui'simo  minerai,  no  hubiera  podido  interponer  su 
influencia  afin  de  que  no  tomara  tal  medida?  ^el  Gobierno 
esta  completamente  desarmado,  para  protéger  en  casos  como 
el  que  nos  ocupa,  los  intereses  del  obrero  mexicano? 

O  bien,  £por  que  no  aprovechô  esaoportunidad,  asi  como 
las  huelgas  de  Puebla  y  Orizaba,  para  formar  con  los  que 
carecîan  de  trabajo  colonias  agrîcolas? 

Con  esa  conducta,  el  Gobierno  hubiera  prestado  un  im- 
portante servicio  â  los  desgraciados  que  no  tenîan  trabajo, 
é  influido  indirectamente  para  que  los  patrones  hubieran  ce- 
dido,  aumentando  los  salaries,  lo  cual,  ademâs  de  mejorar 
la  situaciôn  del  obrero  mexicano,  fomentarîa  indudablemen- 

169  % 


te  la  inmigraciôn.  A  estos  beneficios  se  agregarla  que  co- 
lonias  agrîcolas  fundadas  bajo  tan  buenos  auspicios,  fecun- 
daran  inmensas  superjfîcies  de  tierra,  con  gran  provecho  pa- 
ra la  patria  mexicana. 

iPor  que  no  se  observarîa  esa  conducta,  que  toda  la  Na- 
ciôn  habrîa  aprobado? 

Porque  el  General  Dîaz  no  puede  pensar  en  todo,  ni  le 
conviene  apoyar  al  obrero  en  sus  luchas  contra  el  capita- 
lista;  porque  mientras  el  obrero  al  elevarse  constituye  un 
factor  importante  en  la  democracia,  el  capitalista  siempre 
es  partidario  del  gobierno  constituîdo,  sobre  todo  cuando  es 
un  gobierno  autocrâtico  3'  moderado.  El  General  Dîaz  en- 
cuentra  uno  de  sus  mas  firmes  apoyos  en  los  capitalistas,  y 
por  ese  motivo  sistemâticamente  estarâ  contra  los  intereses 
de  los  obreros. 

iEl  General  Dîaz  permanece  impasible  ante  las  catâstro- 
fes  obreras;  lo  ûnico  que  le  conmueve  es  que  peligre  su  po- 
der,  pues  su  principal  papel  consiste  en  ser  el  celoso  guar- 
diân  del  absolutismo! 

Indudablemente   la    instruccion 

InStrUCCiOD  PÛbliCa.        pûbllca  es  la  base  de   todo  progre- 

so  y  adelanto;  la    iinica  que   ha   de 

elevar  el  nivel  intelectual  y  moral  del  pueblo  mexicano,  afin 

de  darle  la  fuerza  necesaria  para  salir  airoso  en  las  tormen- 

tas  que  lo  ahienazan. 

Dedicarse  a  impulsarla  era  la  mas  grande  necesidad  de 
la  patria.  Asî  lo  comprendiô  el  mismo  General  Dîaz;  a  pe- 
sar  de  sus  esfuerzos,  ha  fracasado  en  su  obra,  porque  con  su 
sistema  de  gobierno  tiene  que  valerse  de  personas  ineptas, 
y  su  mirada,  por  mas  pénétrante  que  sea,  no  puede  abarcar 
un  gran  radio. 

Segûn  el  censo  de  1900,  résulta  que  de  los  mexicanos  sa- 
ben  leer  5'  escribir  apenas  el  dieciseis  por  ciento. 

Para  que  se  tenga  una  idea  del  pavoroso  significado  de 
esa  cifra,  diremos  que  segûn  las  ûltimas  estadîsticas  del 
Japon,  concurren  a    los  planteles  de  ensenanza  de  aquel  flo- 

.  170 


ciente  imperio  el  noventa  y  ocho  por  ciento  de  los  varones 
en  edad  de  hacerlo,  3^  el  noventa  y  très  por  ciento  de  las 
mujeres. 

Esta  es  la  prueba  mas  elocuente  del  fracaso  de  la  admi- 
nistracion  del  General  Dîaz  en  ramo  de  tan  vital  importan- 
cia. 

En  el  mismo  Distrito  Fédéral  donde  mas  se  siente  la  ac- 
ciôn  del  Ejecutivo,  solo  el  treinta  y  ocho  por  ciento  de  sus 
habitantes  saben  leer  y  escribir. 

No  entraremos  a  comentar  el  género  de  ensenanza  impar- 
tida  en  las  escuelas  oficiales,  tan  rudamente  atacado  por  el 
Doctor  Vâzquez  Gômez,  y  solo  nos  limitaremos  a  afirmar 
un  hecho:  la  juventud  educada  en  los  planteles  oficiales  sa- 
le de  los  colegios  perfectamente  apta  para  la  lucha  por  la 
vida,  todos  poseen  grandes  conocimientos  que  los  ponen  en 
condiciones  de  labrarse  mu}^  pronto  una  fortuna,  puestoque 
poseen  el  principal  factor:  la  maleabilidad  para  amoldarse  a 
todas  las  circunstancias  y  representar  todos  los  papeles;  con 
la  misma  imperturbable  serenidad  los  vemos  protestar  so- 
lemnemente  el  cumplimiento  de  la  ley,  que  son  losprimeros 
en  vulnerar,  como  los  encontramos  declamando  contra  el 
Gobierno,  que  son  los  primeros  en  apoyar. 

En  cambio,  esa  juventud  dorada  esta  poseîda  del  mâs 
desconsolador  escepticismo,  y  las  grandiosas  palabras  de 
Patria  y  Libertad,  que  conniueven  tan  profundamente  a  los 
hombres  de  corazôn,  los  dejan  a  ellos  indiferentes,  frîos, 
imperturbables.  El  que  tiene  fe,  que  ama  â  la  patria  y  esta 
resuelto  a  sacrificarse  por  ella,  pasa  a  sus  ojos  por  un  loco, 
6  cuando  menos,  lo  tratan  amablemente  de   desequilibrado. 

Sin  embargo,  la  savia  de  la  Patria  es  tan  vigorosa,  que 
en  la  juventud  se  manifiesta  en  todo  su  esplendor  el  entu- 
siasmo  por  lo  grande  y  lo  bello;  pero  las  escuelas  oficiales, 
y  mâs  aûn  el  medio  ambiente,  van  minando  esos  nobles  y 
optimistas  sentimientos  y  sembrando  en  sus  corazones  el 
desconsolador  escepticismo,  la  fria  increduHdad,  el  amor  i 
lo  positivo,  â  lo  que  palpan,  a  lo  que  ven;  y  cuando  Uegan  à 

171 


la  edad  madura  es  esto  lo  ûnico  que  consideran  real,  y  cla- 
sifican  las  palabras  de  Patria,  Libertad,  Abnegaciôn,  entre 
la  metafîsica  que  acostumbran  â  considérai  con  cierto  des- 
dén. 

Nuestra  poli'tica  con  las  naciones 

RelaCiOneS  ExteriOreS.  extranjeras,  ha  consistido  siempre 
en  una  condescendencia  exagerada 
hacia  la  vecina  Repûblica  del  Norte,  sin  considerar  que  entre 
naciones,  lo  mismo  que  entre  individuos,  cada  concesiôn 
constituye  un  précédente  y  muchos  précédentes  Uegan  â 
constituir  un  derecho. 

No  abogamos  por  una  polîtica  hostil  a  nuestra  vecina  del 
Norte,  de  cu3'a  grandeza  somos  admiradores,  no  solamente 
por  su  riqueza  y  poderîo,  sino  por  sus  admirables  institu- 
ciones  y  los  grandioses  ejemplos  que  ha  dado  al  mundo. 

Sin  embargo,  si  abogamos  por  una  polîtica  mâs  digna, 
que  nos  elevaria  aun  a  los  mismos  ojos  de  los  americanos 
é  influirîa  para  que  nos  trataran  con  mâs  consideraciones; 
con  las  consideraciones  a  que  se  hace  acreedora  una  naciôn 
celosa  de  su  dignidad  y  honor.  Esas  consideraciones  cons- 
tituyen  una  f  uerza  mucho  mâs  poderosa  que  la  de  las  bayo- 
netas,  pues  el  derecho  de  la  fuerza  ha  perdido  considerable- 
mente  su  prestigio  con  los  progresos  de  la  civilizaciôn  y 
muchos  conftictos  se  han  evitado  por  el  respeto  que  impone 
el  derecho    cuando  es  sostenido  con  dignidad  y  energîa. 

Por  no  tratar  sino  dos  de  los  puntos  ûltimamente  debati- 
dos  entre  ambas  Repûblicas,  recordaremos  que  al  permitir 
el  Gobierno  mexicano  al  de  los  Estados  Unidos  laconstruc- 
ciôn  de  una  gran  presa  para  almacenar  las  aguas  del  Rio 
Grande,  con  el  pretexto  de  que  nuestros  vecinos  suministra- 
rîan  los_  fondos  necesarios  para  construir  esa  obra  colosal, 
se  les  concediô  la  mayor  parte  del  agua,  dejândonos  una 
cantidad  verdaderamente  ridîcula,  si  se  considéra  que  tene- 
mos  derecho  a  la  mitad. 

El  Gobierno  mexicano  debîa  haber  insistido  en  disponer 

172 


de  la  mitad  del  agua,  aun  en  el  caso  de  desembolsar  lo  ne- 
cesario  para  cubrir  la  mitad  del  costo  de  la  presa. 

Posteriormente,  con  motivo  de  la  visita  del  senor  Root  a 
Mexico,  se  suscité  la  cuestiôn  de  la  bahîa  de  la  Magdalena. 

Mucho  habria  que  decir  sobre  este  punto;  pero  nos  limita- 
remos  â  hacer  las  brevîsimas  consideraciones  siguientes: 

iQué  gana  la  Repûblica  Mexicana  con  permitir  al  Gobier- 
no  de  los  Estados  Unidos  que  sus  escuadras  hagan  sus  ejer- 
cicios  de  tiro  al  blanco  en  la  bahia  de  la  Magdalena  y  ten- 
gan  alll  constantementebuques  carboneros? 

Indudablemente  que  si  los  Estados  Unidos  necesitan  aho- 
ra  esa  bahîa,  también  la  necesitarân  cuando  termine  el  pla- 
zo  concedido,  y  entonces  sera  mas  difîcil  negarles  el  permi- 
se, el  cual,  repetido  varias  veces,  llegarâ  a  constitnir  una 
servidumbre,  y  sera  una  constante  amenaza  para  la  integri- 
dad  nacional. 

Al  dar  un  paso  tan  importante,  ipor  que  no  consulté  el 
General  Dîaz  de  un  modo  franco  la  voluntad  nacional?  ipor 
que  hizo  que  se  tramitara  ese  asunto  en  sesiôn  sécréta  del 
Senado? 

Si  Root  amenazo  «ipor  que  no  dio  un  manifïesto  a  la  Na- 
ciôn  exponiendo  el  ultraje  que  entranaba  esa  amenaza  y  pre- 
guntândole  que  actitud  debîa  de  asumir? 

Si  Root  halagô  su  amor  propio,  el  General  Dîaz  hizoaùn 
peor  en  premiar  sus  agasajos,  sus  brillantes  discursos  en 
'que  tan  alta  viô  su  vanidad,  con  una  concesiôn  juzgada  por 
él  mismo  peligrosa  para  la  Patria,  como  lo  demuestran  las 
palabras  de  un  alto  funcionario  del  Ministerio  de  Relaciones 
Exteriores  al  ser  entrevistado  sobre  ese  asunto  por  un  repor- 
ter de  *E1  Tiempo:»  que  à  la  solicitud del  Gobierno  americano 
para  la  estancia  de  los  buques  carboneros  en  la  Bahîa  de  la 
Magdalena  por  el  térniino  de  cinco  aiios,  el  senor  Présidente 
habia  c  ont  est  ado  que  pedirîa  autorizacién  al  Senado  para  otor- 
garla  ûnicamente  por  el  termino  que  f alta  para  que  termine  su 
periodo  prcsidencial,  pues  no  querîa  dejar  para   sus  sucESO- 

RES  COMPROMISOS  POR  ÉL  CONTRAIDOS. 

173 


De  todos  modos,  la  opinion  pûblica  no  aprobô  esa  con- 
ducta  y  si  no  manifesté  de  un  modo  hostil  su  parecer,  fué 
porque  toda  manifestaciôn  en  ese  sentido,  habrîa  sido  con- 
siderada  como  desafecciôn  al  Gobierno,  y  susautores  hubie- 
ran  sido  el  blanco  de  todas  las  persecuciones.  Ademâs, 
cuando  se  supo  la  noticia  en  Mexico,  por  telegrama  de 
Washington,  era  ya  un  hecho  consumado  la  concesiôn  a  los 
Estados  Unidos  y  toda  protesta,  ademâs  de  inûtil,  habrîa 
sido  sumamente  peligrosa. 

Supimos  de  una  protesta  calzada  con  numerosas  fir- 
înas,  que  estuvo  a  punto  de  publicarse;  pero  sus  autores 
comprendieron  el  peligro  tan  infructuoso  para  ellos  de  tal 
publicaciôn,y  prefirieron  conservar  toda  su  fuerza  de  acciôn 
para  la  proxima  campana  électoral  de  Présidente  de  la  Re- 
pûblica  y  demâs  funcionarios  fédérales,  pues  esas  épocas  de 
agitaciônson  las  de  verdadero  combate  en  los  paîses  democrâ- 
ticos,  y  aunque  hasta  ahora  esas  prâcticas  no  se  han  acli- 
matado  en  nuestro  suelo,  todo  hace  prever  que  los  mexica- 
nos  haremos  pronto  un  vigorosoensa3'0. 

No  terminaremos  este  asunto  sin  recordar  la  mala  impre- 
siôn  causada  en  el  pûblico,  por  haber  alojado  al  senor  Root 
en  el  castillo  de  Chapultepec  y  celebrado  en  su  honor  fiestas 
excesivamente  suntuosas. 

El  castillo  de  Chapultepec  es  el  sîmbolo  de  una  de  nues- 
tras  glorias  mas  puras,  y  los  mexicanos  consideraron  pro- 
fanado  el  lugar  que  sirviô  de  gloriosa  tumba  â  nuestros 
héroes  infantiles,  albergando  al  représentante  del  pueblo 
que    ocasionô  en  otros  tiempos  aquella  guerra  funesta. 

No  decimos  esto  porque  queramos  perpetuar  odios;  no, 
muy  lejos  de  nosotros  tal  idea;  pero  <iâ  que  venîa  hacer  tan 
suntuosa  recepciôn  al  représentante  de  un  pais  democrâ- 
tico? 

Dos  veces  ha  visitado  la  Repûblica  vecina  el  Vicepresiden- 
te  de  nuestro  pais  (decimos  esto,  porque  cuando  fué  el  se- 
nor Mariscal  lo  hizo  con  tal  carâcter)  y  nunca  le  han  hecho 
recibimiento  tan  suntuoso;  mas  bien  le  han  corrido  ciertos 

174 


desaires  3'  hecho  pasar    bochornos,  para    lo  cual  nunca  les 
ha  faltado  algûn  pretexto. 

Por  tcdas  esas  razones,  la  recepciôn  del  senor  Root  fué 
algo  humiliante  para  Mexico,  sobre  todo  si  se  considéra  la 
misiôn  diplomâtica  que  tan  reservadamente  y  con  tanto  éxi- 
to  supo  cumplir. 

Ademâs,  en  aquella  época  habîa  gran  miseria  en  el  pue- 
blo,  contrastando  tristemente  con  el  esplendor  de  las  fies- 
tas,  mas  que  reaies,  verificadas  en  honor  de  nuestro  ilustre 
visitante. 

En  Europa,  cuando  un  Soberano  visita  a  otro,  raras  ve- 
ces  se  desplega  tanta  magnificencia;  3'  nosotros,  un  pais 
pobre,  lo  hicimos  con  un  huésped  cuya  misiôn  fué  mas  in- 
teresada  que  amistosa. 

En  Mexico  se  dijo  con  mucha  insistencia  que  el  mismo  se- 
nor Root,  se  habîa  sorprendido  de  tan  suntuosa  recepciôn. 

iQué  razones  tendrîa  el  General  Dîaz  para  obrar  de  tal 
manera? 

Parece  que  su  polîtica  tiende  a  evitar  a  toda  costa  un 
conflicto  con  nuestra  poderosa  vecina  del  Norte;  pero  en 
verdad,  solo  ha  logrado  aplazarlo  haciéndolo  cada  vez  mas 
probable,  pues  siendo  tan  condescendiente  con  ellos,  cuando 
otrociudadano  de  mas  energîas  ocupe  su  lugar  y  no  quiera- 
ser  tan  complaciente,  se  resentirân  sin  duda  nuestras  rela 
ciones  diplomâticas  con  la  Repûblica  del  Norte:  pero  no 
debemos  temer  un  rompimiento,  pues  esa  gran  Naciôn  no 
nos  declaran'a  por  causas  baladîes  una  guerra  que  en  Me- 
xico séria  considerada  como  guerra  nacional,  y  la  resisten- 
cial  con  que  tropezaran  muy  distinta  â  la  encontrada  por 
los  franceses  durante  la  guerra  de  Intervenciôn  y  apenas 
comparable  â  la  que  Napoléon  I  encontrô  en  Espana,  â 
quien  nunca  pudo  pacificar.  Ademâs,  la  Repûblica  Norte- 
americana  es  eminentemente  democrâtica  y  los  pueblos  de 
esta  îndole;  aunque  son  unos  leones  para  defender  su  inde- 
pendencia,  son  poco  afectos  â  la  guerras  de  conquista,  que 
benefician  â  unos  cuantcs  capitalistas,  con   perjuicio  de  la 

175 


inmensa  ma5'orîa  del  pueblo,  ûnico  que  carga  con  las  contri- 
buciones  de  dinero  y  de  sangre. 

La  noble  actitud  de  los  Estados  Unidos  hacia  la  Perla  de 
las  Antillas,que  solo  han  ocupado  temporalmente  para  ase- 
gurar  el  normal  funcionamiento  democrâtico,  nos  demues- 
tra  elocuentemente  la  magnanimidad  del  pueblo  americano 
y  que  nada  debemos  temer  de  él  si  son  leales  nuestras  re- 
laciones  con  ellos;  pero  la  lealtad  no  excluye  la  dignidad; 
por  lo  contrario,  esta  no  harâ  sino  dar  mas  realce  a  nues- 
tras relaciones  amistosas. 

Es  posible  que  el  General  Dîaz  tenga  otro  criterio,  lo  cual 
fâcilmente  se  explica,  pues  un  hombre  que  debe  su  fortuna 
â  la  fuerza  bruta,  debe  tener  un  singular  concepto  de  ella 
y  ha  de  conservarle  un  respeto  supersticioso. 

* 

Pasando  ahora  â  estudiar  nuestras  relaciones  con  las  re- 
pûblicas  hermanas  de  Centro  y  Sudamérica,  lamentamos 
que  no  se  haya  hecho  mayor  esfuerzo  para  estrechar  mâs 
nuestras  relaciones  con  ellas. 

Queriendo  aplicar  el  criterio  de  la  politica  interior  â  laex- 
terior  de  la  Repûblica,  se  ha  creîdo  que  con  esas  frases  de 
convencionalismo,  y  con  suntuosas  recepciones  â  los  dele- 
gados  del  Congreso  Panamericano,  serîa  suficiente  para 
mantener  el  prestigio  de  Mexico  entre  sus  hermanos  del 
Sur. 

Nada  mâs  equîvoco  que  tal  creencia,  pues  â  esas  frases 
convencionales  nadie  les  da  crédito;  aqui  en  el  interior,  to- 
do  el  mundo  calla  por  temor  de  aparecer  descontento  del  Go- 
bierno;  pero  en  el  extranjero  es  diferente  y  nuestra  polîtica 
internacional,  como  se  m^erece,  ha  sido  acremente  criticada 
por  la  prensa  de  aquellos  paîses. 

A  mâs  de  parecernos  poco  efîcaz  el  esfuerzo  hecho  por  el 
Gobierno  Mexicano  para  estrechar  nuestras  relaciones  con 
aquellos  pueblos,  creemos  que  ha  cometido  dos  grandes  fal- 

176 


tas.  La  primera,  unirse  â  todas  las  potencias  europeas 
cuando  en  una  vasta  coaliciôn  exigian  de  Venezuela  el  pago 
de  cuentas  adeudadas  por  esta.  A  Mexico  no  le  convenia 
por  ningûn  motivo  asumir  esa  actitud,  tanto  por  antécéden- 
tes, como  por  propia  conveniencia.  Por  antécédentes,  por- 
que  amarga  experiencia  nos  demuestra  lo  injusto  que  sue- 
len  ser  taies  deudas,  y  por  conveniencia,  porque  el  ûnico 
modo  de  llegar  a  un  posible  equilibrio  de  fuerzas  en  el  Con- 
tinente Americano,  es  la  union  de  todas  las  Repûblicas  la- 
tinas  para    contrabalancear    el   poderîo  de  la   Anglosajona. 

Aunque  somos  de  los  que  no  temen  una  guerra  con  esa 
Naciôn  por  las  razones  j'a  indicadas,  la  prudencia  aconseja 
aumentar  nuestra  fuerza,  pues  â  medida  que  esta  sea  mâs 
grande,  disminuirân  las  probalidades  de  un  conflicto. 

Si  Mexico  en  vez  de  haberse  unido  â  las  potencias  re- 
clamantes, hubiera  interpuesto  su  influencia  y  a3'udado  con 
su  crédito  â  Venezuela,  su  situaciôn  en  la  America  Latina 
serîa  muy  distinta  de  la  actual  y  las  demâs  Repûblicas 
con  cierto  orgullo  considerarîan  â  la  Mexicana  como  â  su 
hermana  maj'or,  mientras  que  ahora  la  consideran  mâs 
bien  con  cierta  lâstima  al  ver  su  polîtica  tan  poco  digna  y 
levantada. 

La  otra  falta  trascendental  ha  sido  no  trabajar  para  que 
las  cinco  Repûblicas  centroamericanas  formen  una  sola  Re- 
pûblica  federativa.  De  ese  modo,  terminando  las  eternas 
guerras  que  las  agitan  5^  los  odios  que  las  dividen,  for- 
man'an  una  Naciôn  poderosa,  nuestra  aliada  natural,  y 
que,  con  la  union  y  la  paz,  progresarîa  may  râpidamente 
aumentando  su  fuerza,  lo  cual  redundarîa  igualmente  en 
nuestro  beneficio  por  la  comunidad  de  intereses  é  idéales. 

En  vez  de  eso,  mientras  estén  divididas,  corremos  el  pe- 
ligro  de  que  alguna  de  ellas  vaya  â  dar  â  manos  de  cualquier 
potencia  ambiciosa,  como  pas6  con  Panama,  constituyendo 
tan  peligrosa  vecindad  para  nosotros  una  séria  amenaza. 

Para  llegar  â  esa  federaciôn,  se  hubieran  preparado  to- 
dos  los  hilos    de  la  trama  â  fin  de  aprovechar  la    primera 

177  12 


oportunidad  que  se  presentara,  como  fué  el  asesinato  del 
General  Barillas,  pues  ese  acontecimiento  caus6  tal  efer- 
vescencia  en  la  America  Central,  que  una  intervenciôn  de 
Mexico  en  aquellos  momentos,  hubiera  sidoconsiderada  co- 
mo una  ayuda  de  la  Providencia,  porque  habrîa  influido  pa- 
ra quitar  del  poder  al  tirano  Estrada  Cabrera,  que  ocupa 
el  puesto  de  Présidente  de  la  Repûblica  de  Guatemala  y 
que  es  tan  odiado  en  su  paîs. 

En  vez  de  esa  conducta  tan  conveniente,  como  nuestra 
polîtica  no  tenia  orientaciôn  fija,  anduvimos  vacilantes,  de- 
jândonos  llevar  por  las  impresiones  de  momento  y  nos  pusi- 
mos  en  ridîculo,  acabando  de  perder  todo  el  prestigio  que 
tenîamos  con  nuestras  vecinas  del  Sur,  con  desenvainar  la 
espada  sin  razân  y  envainarla  sin  honor,  frase  con  que  tan 
grâfica  y  hâbilmente  résume  nuestra  polftica  en  aquellas 
circunstancias,  nuestro  ya  citado  y  apreciable  amigo  el  se- 
nor  Fernando  Iglesias  Calderôn. 

No  terminaremos  de  tratar  este  punto  sin  decir  que  nos 
pareciô  altamente  impolîtica  una  declaraciôn  del  General 
Dîaz  â  un  reporter  de  «The  Herald,  >  en  la  cual  decîa,  ha- 
blando  de  nuestro  ejército,  que  s61o  lo  necesitâbamos  para 
repeler  algûn  ataque  eventual  de  nuestras  vecinas  del  Sur, 
puesto  que  por  el  Norte  estâbamos  perfectamente  â  cubier- 
to  con  la  amistad  de  los  Estados  Unidos. 

Alabamos  la  segunda  parte  de  su  declaraciôn,  pero  no 
le  tenemos  â  bien  la  primera,  por  demostrar  cierta  hos- 
tilidad  para  nuestros  hermanos  del  Sur,  y  cierta  arrogancia 
con  el  débil,  mientras  que  con  el  fuerte  es  tan  condescen- 
diente. 

Ya  que  el  General  Dîaz  es  tan  hâbil  en  el  arte  de  callar 
y  de  permanecer  impénétrable,  bien  pudo  haber  puesto  en 
juego  en  esa  vez  su  habilidad. 

Antes  de  pasar  adelante  queremos  hacer  una  declara- 
ciôn deimportancia: 

No  es  nuestro  ânimo  atacar  al  senor  Mariscal,  nuestro 
dignîsimo  Secretario  de  Relaciones.  Tenemos  el  mâs  eleva- 

178 


do  concepto  de  su  patriotismo  é  integridad,  y  hemos  sabi- 
do  que  en  la  mayorîa  de  los  casos  citados  él  ha  apoyado 
la  polîtica  que  esbozamos,  como  mas  conveniente  para  la 
Naciôn,  pero  ha  tenido  que  transigir  ante  la  omnipotente 
opinion  del  General  Dîaz. 

Ya  que  en  este  libro  nos  hemos  propuesto  hablar  el  len- 
guaje  de  la  verdad,  debemos  decir  lo  siguiente:  como  nun- 
ca  se  sabe  lo  que  pasa  en  los  consejos  de  ministres,  fâ- 
cilmente  ha  logrado  el  General  Dîaz  que  recaigan  sobre 
cada  uno  de  ellos  todas  las  faltas  cometidas  en  el  ramo  a 
su  cargo,  y  atribuirse  todo  el  mérito  de  lo  bueno  que  se 
hace.  Para  ello  es  aj'udado  admirablemente  por  la  prensa 
asalariada  y  por  las  mezquinas  divisiones  que  tan  hâbil- 
mente  sabe  fomentar  entre  sus  ministros,  a  fin  de  tener 
siempre  en  equilibrio  sus  fuerzas  para  que  ninguno  de  ellos 
llegue  a  imponérsele. 

Lo  ocurrido  con  el  famoso  proyecto  de  le}^  minera,  nos 
demuestra  que  el  General  Dîaz  es  quien  resuelve  todos  los 
asuntos  importantes,  aun  contra  la  conviccion  de  sus  minis- 
tros. 

En  este  caso  el  asunto  llegô  à.  tener  gran  publicidad,  por 
circunstancias  especiales  pero  indudablemente  tal  hecho; 
es  anormal  en  la  polîtica  del  General  Dîaz. 

Lo  ûnico  queostenta  la  adminis- 
PrOgreSO  niaterial.  traclôn  del  General  Dîaz  en  suapo- 
yo,  es  nuestro  progreso  material. 
Los  diarios  oficiales  publican  estadîsticas  y  mas  estadîsti- 
cas  demostrandoque  el  aumento  en  nuestro  comercio  es  fa- 
buloso,  que  las  fuentes  de  riqueza  pûbliça  y  privada  han 
aumentado  considerablemente,  que  nuestra  red  ferrocarrile- 
ra  se  extiende  mâs  y  mâs,  que  en  los  puertos  se  construj^en 
magnîficas  obras  para  hacerlos  mâs  accesibles  â  los  buques 
de  gran  calado,  que  en  todas  las  grandes  ciudades  se  ha  hecho 
el  drenaje,  la  pavimentaciôn  de  las  calles,  se  han  construido 
magnîficos  edificios,  etc..  etc. 

179 


Todo  es  muy  cierto;  nuestro  progreso  econômico,  indus- 
trial,  mercantil,  agrîcola  y  minero,  es  innegable. 

Ya  lo  hemos  dicho:  el  General  Dîaz  harâ  al  paîs  todo  el 
bien  que  pueda,  compatible  con  su  reelecciôn  indefinida. 

Pues  bien,  si  es  cierto  que  en  el  orden  de  libertades  to- 
das  constitufan  un  estorbo  para  lograr  su  fin,  por  cuyo  mo- 
tivo  ha  procurado  acabarcon  ellas,  nopasalo  mismo  con  las 
cuestiones  econômicas,  pues  mientras  mâs  desarrolladaesté 
la  riqueza  pûblica  y  mayores  sean  los  intereses  creados  a  su 
sombra,  sera  mayor  la  estabilidad  de  su  gobierno. 

Para  llevar  à  cima  esta  obra,  los  dos  factores  mâs  impor- 
tantes han  sido:  la  paz  y  la  oleada  de  progreso  material 
traîda  al  mundo  por  el  vapor  con  sus  multiples  aplicaciones 
al  transporte  y  â  la  industria. 

Ya  hemos  visto  de  que  medios  tan  habiles  se  ha  valido 
para  conservar  la  paz,  siendo  uno  de  los  principales  la  cons- 
trucciôn  de  grandes  ferrocarriles.  Pero  éstos  no  solamente 
han  servido  para  trasportar  râpidamente  las  tropas,  sino  que 
han  traido  un  desarroUo  maravilloso  de  las  riquezas  de  la 
Naciôn. 

El  General  Dîaz,  consumado  estadista  y  con  sus  grandes 
dotes  administrativas,  ha  sabido  fomentar  nuestro  progreso 
material,  poniendo  orden  en  todo  aquello  â  donde  alcanza  su 
actividad.  Sin  embargo,  un  paîs  tan  extenso  como  el  nues- 
tro, no  puede  ser  gobernado  por  un  solo  hombrey  si  es  cier- 
to que  se  ha  rodeado  de  personas  capaces  y  lo  que  esta  â 
su  vista  anda  relativamente  bien,  no  pasa  lo  mismo  en  los 
Estados,  en  los  cuales  la  inmensa  mayorîa  de  los  Goberna- 
dores  no  se  ocupan  sino  en  acrecentar  su  fortuna  por  me- 
dios mâs  6  menos  lîcitos,  pero  siempre  en  detrimento,  por 
lo  menos,  de  la  buena  administraciôn  de  su  Estado,  puesto 
que  no  le  dedican  todas  sus  energîas. 

La  mejor  prueba  de  nuestro  progreso  material  y  del  orden 
en  las  finanzas  nacionales,  esta  en  que  se  cubren  con  desaho- 
go  los  presupuestos  de  egresos  â  pesar  de  los  intereses   de 

180 


nuestra   deuda  extranjera   que  ha  aumentado  considerable- 
mente  durante  la  actual  administracion. 

No  publicaremos  cifras  para  demostrar  nuestro  progreso, 
porque  son  bien  conocidas  de  toda  la  naciôn  las  estadfsti- 
cas  respectivas. 

Solo  diremos  que  es  un  error  atribuir  todo  nuestro  pro- 
greso al  General  Dîaz,  puesto  que  en  igual  perîodo  de  tiem- 
po  han  alcanzado  un  desarrollo  que  no  guarda  relacion  con 
el  nuestro,  muchas  naciones  del  mundo,  entre  las  cuales  ci- 
taremos:  el  Japon,  Francia,  Estados  Unidos,  Italia,  Alema- 
nia,  y  entre  nuestras  hermanas  del  Sur,  Costa  Rica,  Argen- 
tina,  Chile  y  el  Brasil. 

En  todos  esos  paîses  se  ha  notado  como  entre  nosotros, 
la  influencia  bienhechora  del  vapor  que  ha  revolucionado  to- 
das  las  industrias  _v  los  medios  de  trasporte. 

En  todos  los  paîses  mencionados  existen  las  prâcticas 
democrâticas;  en  los  queestân  bajo  el  régimen  republicano, 
se  han  alternado  en  el  poder  varios  ciudadanos,  asî  es  que 
no  es  principalmente  al  General  Dîaz  a  quien  debemos  nues- 
tro bienestar  econômico,  sino  a  la  grande  ola  de  progreso 
material  que  ha  invadido  todo  el  mundo  civilizado. 

Si  en  vez  de  un  gobierno  absoluto  lo  hubiéramos  tenido 
democrâtico,  indudablemente  nuestro  progreso  material  hu- 
biera  sido  superior,  porque  el  despilfarro  en  los  Estados  no 
hubiera  sido  tan  escandaloso,  y  si  bien  es  cierto  que  los 
Gobernadores  no  estarîan  tan  ricos,  en  cambio  las  obras  ma- 
teriales  habrîan  recibido  mayor  impulso,  y  sobre  todo,  la 
instrucciôn  pùblica  estarîa  mas  atendida. 

En  este  ramo  tan   importante  de  la  riqueza 

AériCUltUTd.  pùblica,  poco  ha  hecho  el  Gobierno  por  su 
desarrollo,  pues  con  el  régimen  absolutis- 
ta,  résulta  que  los  ùnicos  aprovechados  de  todas  las 
concesiones  son  los  que  lo  rodean,  y  mas  particularmenteen 
el  caso  actual,  toda  vez  que  uno  de  los  medios  empleados 
por  el  General  Dîaz  para  premiar  â  los  jefes  tuxtepecanos, 
ha  sido  darles  grandes  concesiones  de  terrenos,  loque  cons- 

181 


tituye  una  rémora  para  la  agricultura  puesto  que  los  gran- 
des propietarios  raras  veces  se  ocupan  en  cultivar  sus  te- 
rrenos,  concretândose  generalmente  al  ramo  de  ganaderîa, 
cuando  no  los  dejan  abandonados  para  venderlos  después  â 
alguna  companfa  extranjera,  como  sucede  con  mas  frecuen- 
cia. 

Las  concesiones  para  aprovechamiento  de  aguas  en  los 
n'os,  han  sido  inconsideradas,  y  siempre  van  â  darâmanos 
del  reducido  grupo  de  favorites  del  Gobierno,  resultando  que 
el  agua  no  se  aprovecha  con  tan  buen  éxito  como  hubiera 
sucedido  subdividiéndose  entre  muchos  acricultores  en  pe- 
quena  escala. 

El  resultado  de  esta  polîtica  ha  sido  que  el  paîs,  â  pesar 
de  su  vasta  extension  de  tierras  laborables,  no  produce  el  al- 
godon  ni  el  trigo  necesario  para  su  consumo  en  anos  nor- 
males, y  en  anos  estériles  tenemos  que  importar  hasta  el 
maîz  y  el  frijol,  bases  de  la  alimentaciôn  del  pueblo  mexi- 
cano. 

Parece  que  las  plantaciones  de  mague}'  si'  alcanzan  gran 
desarrollo,  y  aunque  la  venta  del  pulque  proporciona  pin- 
gûes  ganancias,  no  por  eso  debemos  considerar  su  produc- 
to  como  una  riqueza  nacional,  sino  por  el  contrario,  una  de 
las  causas  de  nuestra  decadencia. 

Estos  dos  ramos,  han  recibido  un  im- 

MiOCrld  é  iDdUStriâ.      pulso  portentoso  con  los  ferrocarriles, 
sobre  todo    la  minen'a    se   desarrolla 
asombrosamente,  debido  tanto  â  los  ferrocarriles  como  â  la 
ley  minera  tan  libéral. 

En  cuanto  â  la  industria,  ha  recibido  un  positivo  impul- 
so  de  parte  del  Gobierno  con  la  exencion  de  contribuciones 
â  las  industrias  nuevas  y  establecimiento  de  derechos  pro- 
teccionistas. 

Sin  embargo,  en  ciertos  casos  ha  ido  el  Gobierno  dema- 
siado  lejos  en  su  afân  por  desarrollar  la  industria,  permi- 
tiendo  que  se  beneficien  con  esas  franquicias,  explotaciones 
perniciosas.   Nos  referimos  especialmente   â  las  fàbricas  de 

182 


alcoholes  de  todas  clases  y  sobre  todo  a  los  de  maîz,  que 
transformai!  ese  grano,  base  de  la  alimentaciôn  del  pueblo, 
en  alcohol,  uno  de  los  venenos  mâs  perjudiciales  para  el 
progreso  de  la  Repûblica.  Esta  industria  ha  encarecido  el 
precio  de  ese  cereal  y  aumentado  la  miseria  del  pueblo  en 
anos  estériles. 

En  cuestiôn  de  tarifas  proteccionistas,  no  siempre  anda 
mu}'  acertado  el  Gobierno;  para  decretarlas,  solo  tiene  en 
cuenta  los  intereses  especiales  de  personas  6  sociedades 
amigas  a  quienes  desea  protéger,  sin  consultar  los  grandes 
intereses  de  la  Naciôn,  que  no  tiene  ningûn  représentante 
legîtimo  en  esas  discusiones. 

El  resultado  de  esta  polîtica  ha  sido  crear  los  monopolios 
del  papel  y  la  dinamita  y  encarecer  considerablemente  los 
artîculos  de  hierro  y  acero,  con  perjuicio  de  toda  la  Naciôn 
y  provecho  de  unos  cuantos. 

Este  es  uno  de  los  ramos  mâs  dif  îciles 

Hacienda  PÛbliCa.  de  tratar  para  una  persona  que  no 
pertenece  a  las  esferas  del  Gobierno, 
pues  para  emitir  juicios  fundados  sobre  la  mayor  parte  de 
los  asuntos  que  le  conciernen,  séria  preciso  hacer  estudios 
comparatives  y  minuciosos  sobre  estadîsticas  y  datos  de 
otras  clases. 

Por  tal  razôn  no's  veremos  precisados  a  tocar  este  punto 
superfîcialmente. 

Numerosas  estadîsticas  se  publican  con  frecuencia,  de  las 
cuales  resalta  nuestro  progreso  material  y  el  estado  bonan- 
cible  de  la  Hacienda  Pûblica. 

Por  otra  parte,  los  progresos  materiales  saltan  â  la  vista 
y  nadie  los  pone  en  duda. 

Lo  que  â  nosotros  corresponde  averiguar,  siguiendo  las 
tendencias  de  este  libro,  es  la  infîuencia  ejercida  por  la  ad- 
ministraciôn  del  General  Dîaz  sobre  nuestro  desarroUo  eco- 
nômico. 

Desde  luego  podemos  decir  que  su  influencia  ha  sido  énor- 
me; pero  lo  repetimos:  la  causa  principal  de  nuestro  progre- 

183 


so,  no  es  una  causa  local,  sino  mundial,  pues  el  siglo  XIX 
y  los  principios  del  XX  se  han  caracterizado  por  el  prodi- 
gioso  desarroUo  de  las  ciencias  de  aplicaciôn  â  la  industria 
y  al  progreso  material. 

Sin  embargo,  la  administracion  del  General  Dîaz  tiene  el 
grandîsimo  mérito  de  haber  impulsado  al  paîs  en  la  via  del 
progreso  material,  fomentando  la  construcciôn  de  ferroca- 
rriles,  protegiendo  la  industria,   etc.,  etc. 

Ademâs,  hemos  dicho  que  el  General  Dîaz  hace  al  paîs 
todo  el  bien  que  puede,  mientras  sea  compatible  con  su 
reelecciôn  indefinida. 

Teniendo  en  cuenta  la  cortapisa  expresada,  veamos  que 
bien  le  ha  permitido  hacer  â  la  Naciôn,  y  cuanto  ha  influî- 
do  en  que  ese  bien  no  fuera  mayor. 

Desde  luego,  debemos  hacer  justicia  â  su  administracion, 
que  ha  logrado  ni\  elar  los  presupuestos  5^  aun  presentar  so- 
brantes  en  la  Tesorerîa  â  pesar  del  énorme  servicio  de  la  deu- 
da;  lo  cual  prueba  nuestra  bonancible  situacion  economica 
y  que  en  el  ramo  de  Hacienda  existe  un  orden  minucioso, 
orden  que  s61o  logro  establecerse  cortando  de  raîz  grandes 
abusos. 

La  inmensa  deuda  contraîda  por  la  administracion  actual, 
ha  servido  para  desarrollar  considerablemente  nuestra  ri- 
queza,  y  no  creemos  que  constituya  gran  carga  para  la  Na- 
ciôn, desde  el  momento  que  con  desahogo  se  pagan  sus  in- 
tereses  y  se  va  amortizando  parte  de  ella/ 

La  crisis  financiera  porqueatraviesa  actualmente  el  paîs, 
no  quiere  decir  nada  contra  el  desarroUo  de  la  riqueza  na- 
cional.  Sus  causas  son  también  mundiales;  sobre  nosotros 
se  reflejô  la  crisis  sentida  en  los  Estados  Unidos,  haciendo 
bajar  considerablemente  nuestros  productos  de  exportaciôn 
y  dejando  de  entrar  capital  extranjero. 

El  senor  Ministre  de  Hacienda  se  alarmô  con  la  crisis  de 
los  Estados  Unidos,  y  temiô  que  de  alcanzarnos,  amenaza- 
ra  seriamente  â  los  bancos  de  emisiôn;  éstos  habîan  adqui- 
rido    ciertas    prâcticas    incompatibles    con  instituciones  de 

184 


ese  carâcter,  y  prâcticamente  se  habian  convertido  en  bancos 
refaccionarios.  Ademâs,  en  algunos  de  ellos  sus  consejeros 
cometîan  grandes  abusos. 

Para  conjurar  el  mal,  el  senor  Limantour  convoco  a  una 
junta  de  banqueros  por  medio  de  una  circular,  en  laqueex- 
puso  las  modificaciones  convenientes  a  su  juicio  para  refor- 
mar  la  Ley  Bancaria. 

Esa  circular  causô  honda  impresiôn  en  los  cîrculos  finan- 
cières y  aumento  la  tirantez  monetaria  que  ya  se  empezaba 
â  sentir. 

Sin  embargo,  se  ha  exagerado  mucho  el  ef^cto  de  esa  cir- 
cular en  el  aumento  de  la  crisis;  ya  hemos  dicho  que  las 
causas  déterminantes  fueron  mundiales.  Ademâs,  sufrimos 
las  consecuencias  de  una  le_v  econômica  bien  conocida,  se- 
gûn  la  cual,  los  paîses  prôsperos    sufren   crisis  periodicas. 

No  terminaremos  el  ramo  de  Hacienda  sin  decir  unas  pa- 
labras sobre  la  fusion  ferrocarrilera  3'  el  dominio  del  Go- 
bierno  sobre  una  gran  extension  de  las  lîneas  nacionales. 

Esta  importante  operaciôn  ha  sido  motivo  de  sérias  con- 
troversias  en  la  prensa;  no  obstante,  déclarâmes  francamen- 
te  que  considérâmes  como  un  gran  bien  para  el  pais  el  do- 
minio del  Gobierno  sobre  los  ferrocarriles;  de  ese  modo  nos 
ponemos  â  cubierto  de  algûn  frus/  extranjero  que  los  ad- 
quiera  y  explote,  paralizando  nuestras  -fuentes   de   riqueza. 

Ademâs,  el  Gobierno  se  preocuparâ  mejor  que  una  com- 
pania  extianjera,  de  los  intereses  nacionales,  y  aunque  ac- 
tualmente  se  conocen  algunas  quejas,  quizâs  no  sean  mu^'  fun- 
dadas,  pero  sobre  todo,  sera  fâcil  remediar  el  mal,  y  si  la 
actual  administracion  no  lo  hace,  lo  harâ  la  siguiente,  ique 
algûn  dîa  ha  de  cambiar  esta  situaciôn! 

Otra  razôn  de  gran  peso:  esa  adquisiciôn  quita  el  prétex- 
te de  reclamacienes  internacionales  en  el  case  desgraciado 
de  trastornes    intestines  6  de  algûn  cenflicte  internacienal. 

Por  ultime,  razenes  muy  importantes  de  orden  econômi- 
ce,  determinaron  al  Gobierno  â  censumar  tan  magna  epera- 

185 


ciôn,  segûn  lo  ha  demostrado  el  senor  Limantour  en  su   in- 
forme. 

El  cargo  ûnico  imputado  a  esta  operaciôn,  es  que  podrîa 
haberse  verificado  en  condiciones  mas  ventajosas  para  la 
Naciôn,  pretendiéndose  que  sirviô  de  pretexto  â  fructuosas 
especulaciones. 

Afirmaciôn  difîcil  de  comprobar,  por  mas  que  el  pûblico 
da  siempre  crédito  â  taies  rumores,  porque  es  indisputable 
que  bajo  el  actual  régimen  de  gobierno  se  pueden  cometer 
los  mâs  grandes  abusos,  sin  que  sea  fâcil  comprobarlos, 
faltando  el  control  de  las  câmaras  y  de  la  prensa  indepen- 
diente. 

A  pesar  de  lo  expuesto,  en  el  caso  que  nos  ocupa  la  pren- 
sa ha  usado  gran  libertad  para  combatir  los  actos  del  senor 
Ministro  de  Hacienda. 

Circunstancia  que  no  ha  sido  apreciada  debidamente,  por- 
que ese  acto  del  senor  Limantour,  de  dejar  que  la  prensa 
discuta,  debîa  mâs  bien  enaltecerlo  que  desprestigiarlo.  Pe- 
ro  sucede  que,  sin  darnos  cuenta,  obramos  bajo  la  suges- 
tion  del  General  Dîaz,  â  quien  no  desagrada  que  la  prensa 
ataque  de  cuando  en  cuando  â  sus  ministros,  sobre  todo, 
cuando  empiezan  â  adquirir  cierto  prestigio.  En  cambio,  â 
él  nadie  lo  puede  censurar;  él  nunca  es  culpable  de  ningu- 
na  determinaciôn  desacertada  de  sus  Secretarios,  mientras 
que  â  él  solo  se  atribuye  todo  el  mérito  de  las  buenas. 

Résulta  que,  mientras  se  ataca  â  uno  de  sus  ministros 
porque  se  comète  alguna  falta  en  el  ramo  de  su  cargo,  se 
prodigan  toda  clase  de  adulaciones  al  General  Di'az,  dicien- 
do  que  se  espéra  de  su  alta  justificacion,  de  su  clarîsimo  ta- 
lento,  etc.,  etc.,  que  remédie  el  mal,  sin  comprender,  6  ha- 
ciendo  que  no  se  comprende,  que  él  es  responsable  de  todas 
esas  faltas,  tanto  porque  los  ministros  son  nombrados  por  él 
y  no  toman  una  determinaciôn  importante  sin  su  consenti- 
miento,  como  porel  régimen  del  poder  absoluto  establecido, 
y  el  cual  ha  paralizado  la  influencia  que  podrîan  ejercer  to- 
dos  los   ciudadanos  si  hiciefan  uso  de  los  derechos    que   les 

186 


concède  la  Constitucion,  para  inmiscuirse  en  los  asuntos  pû- 
blicos. 

Ya  hemos  estudiado  su   activo 

Balance  al  pOder  abSOlUtO     y   su   pasivo,    procuremos  ahora 
en  Mexico.  sacar  las  deduciones  générales. 

Desde  luego,  el  poder  absolu- 
to  nos  présenta  en  su  abono  el  gran  desarrollo  de  la  rique- 
za  pûblica,  la  extension  considérable  de  las  vias  férreas,  la 
apertura  de  magni'ficos  puertos,  la  construcciôn  de  esplén- 
didos  palacios,  el  enbellecimiento  de  nuestras  grandes  ciu- 
dades,  principalmente  la  capital  de  la  Repùblica,  y  sobre 
todo  eso,  como  la  hada  bienhechora  de  tanta  maravilla,  la 
paz  que  hemos  disfrutado  por  mas  de  treinta  anos,  y  que 
segûn  parece  ha  echado  hondas  raîces  en  nuestro  suelo. 

En  cambio,  el  actual  régimen  de  gobierno  nos  présenta  un 
pasivo  aterrador;  acabo  con  las  libertades  pûblicas,  ha  ho- 
llado  la  Constitucion,  desprestigiado  la  ley  que  ya  nadie 
procura  cumplir,  sino  evadir  6  atormentar  para  sus  fines 
particulares,  y  por  ùltimo,  acabô  con  el  civismo  de  los  me- 
xicanos. 

Para  apreciar  debidamente  la  nefasta  labor  del  absolutis- 
mo,  veamos  cual  es  el  idéal  que  debe  perseguir  todo  gober- 
nante  que  ama  â  la  patria. 

Desde  luego  podremos  citar  como  un  bellîsimo  programa  de 
gobierno,  el  que  tan  elocuentemente  encerraba  en  estas  pala- 
bras e)  inmortal  Morelos,  cuando  convocô  al  Congreso  de 
Chilpancingo: 

"Soy  el  siervo  de  4a  Naciôn,  porque  esta  asume  la  mâs 
grande,  légitima  é  inviolable  de  las  soberanîas;  quiero  que 
tenga  un  gobierno  dimanado  del  pueblo  3'  sostenido  por  el 
pueblo.  Quiero  que  hagamos  la  declaraciôn  de  que  no  hay 
otra  nobleza  que  la  de  la  virtud,  el  saber,  el  patriotismo  y 
la  caridad:  que  todos  somos  iguales,  pues  del  mismo  origen 
procedemos;  que  no  hay  abolengos  ni  privilegios;  que  no  es 
racional,  ni  humano,  ni  debido  que  haya  esclavos;  que  se 
eduque  â  los  hijos  del  labrador  y  del   barretero   como  à  los 

187 


del  mâs  rico  hacendado  y  dueno  de  minas;  que  todo  el  que 
se  queje  con  justicia  tenga  un  tribunal  que  lo  escuche,  lo 
ampare  y  lo  defienda  contra  el  fuerte  y  el  arbitrario;  que  ten- 
gamos  una  fe,  una  causa  y  una  bandera  bajo  la  cual  jure- 
mos  morir  antes  que  ver  â  nuestra  patria  oprimida  como  lo 
esta,  y  que  cuando  ya  sea  libre,  estemos  siemprelistos  pa- 
ra defender  con  toda  nuestra  sangre  esa  libertad  preciosa." 

En  estas  sencillas  palabras  estân  pintados  con  elocuencia 
conmovedora,  los  grandiosos  idéales  con  que  sonaban  quie- 
nes  no  vacilaron  en  derramar  toda  su  sangre  para  legarnos 
la  preciosisima  conquista  de  nuestra  independencia. 

Ese  idéal  es  el  que  aûn  alienta  â  todos  los  pechos  gene- 
rosos  que  sobr.eponen  el  amor  â  la  patria  â  las  ruines  pa- 
siones. 

Pues  bien,  el  poder  absoluto  del  General  Dîaz  ha  creado 
en  Mexico  una  situaciôn  muy  distinta  de  la  sonada  por  Mo- 
relos. 

El  jefe  de  la  Naciôn,  en  vez  de  ser  siervo  y  acatar  los  de- 
cretos  del  pueblo,  se  ha  declarado  superior  â  él  y  descono- 
cido  su  soberanîa;  asi  es  como  el  Gobierno  actual  no  esta 
nombrado  por  el  pueblo  ni  sostenido  por  él.  Su  fuerza  di- 
mana  de  las  bayonetas  que  lo  llevaron  de  Tecoac  al  Palacio 
Nacional,  en  donde  lo  sostienen  todavîa. 

La  nobleza  de  la  virtud,  del  saber,  del  patriotismo,  es 
completamente  desconocida  por  la  actual  administraciôn, 
que  s61o  premia  las  acciones  de  los  que  le  sirven  y  adulan, 
y  persigue  â  todos  los  que  no  se  doblegai-i. 

La  instrucciôn  pùblica  es  tan  désignai,  que  mientras  en 
la  capital  de  la  Repûblica  yen  las  grandes  ciudades  se  cons- 
truyen  costosos  y  espléndidos  edificios  dedicados  â  la  ense- 
nanza,  y  se  mandan  â  educar  â  Europa  muchos  de  los  afortu- 
nados,  permanece  aûn  el  ochenta  y  cuatro  por  ciento  de  la 
poblaciôn  sin  conocer  las  primeras  letras. 

En  cuanto  â  la  administracion  de  justicia,  esta  tan  co- 
rrompida,  que  para  fallarse  cualquier  litigio  de  importancia, 
se  toma  en  consideraciôn,  no  la  justicia  de   su  causa,    sino 

188 


]as  influencias  de  los  litigantes,  resultando  que  el  hilo  siem- 
pre  se  revicîita  por  lo  mâs  delgado,  como  vulgarmente  se  di- 
ce,  asî  es  que  la  administracion  de  justicia  en  vez  de  servir 
para  protéger  al  débil  contra  el  fuerte,  sirve  mâs  bien  para 
dar  forma  légal  â  los  despojos  verificados  por  este. 

Por  ûltimo,  para  que  estuviéramos  resueltos  â  defender 
nuestra  patria  hasta  morir,  necesitarîamos  que  se  nos  en- 
senara  â  amarla,  y  hasta  ahora  no  ha  pasado  tal  cosa;  ve- 
mos  que  entre  nosotros  goza  de  mâs  prerrogativas  el  extran- 
jero  que  el  nacional;  que  cuando  debemos  litigar  en  paîses 
extranos  confiâmes  mâs  en  la  justicia,  que  en  el  nuestro; 
que  una  parte  de  nuestros  conciudadanos  se  han  apropiado  las 
riendas  del  Gobierno  y  declarado  ineptos  para  llevarlas  â 
todos  los  demâs  mexicanos,  y  no  solamente,  sino  que  los 
han  declarado  incapaces  hasta  para  designar  los  funciona- 
rios  pûblicos,  y  que,  en  vez  de  combatir  esa  incapacidad 
por  medio  de  la  instrucciôn  3'  de  las  prâcticas  democrâticas, 
se  les  impide  con  la  fuerza  bruta  cualquier  ensaj'o  que  in- 
tentan  para  elevarse. 

Por  consecuencia,  se  haacabadoel  patriotisme  entre  nos- 
otros, porque  hay  que  decirlo  claro:  el  patriotisme  no  sola- 
mente se  demuestra  en  el  momento  de  una  guerra  extranje- 
ra,  rechazando  una  agresiôn  injustificada,  sino  que  debema- 
nifestarse  constantemente,  puesto  que  en  tiempo  de  paz  es 
cuando  pueden  organizarse  las  fuerzas  de  una  nacion  y  no 
es  lôgico  esperar  grandes  esfuerzos  en  la  defensa  de  la  pa-' 
tria,  de  hijos  que  no  han  sabido  trabajar    para  fortalecerla. 

No  hay  que  imaginarse  que  para  sostener  las  guerras  ex- 
tranjeras  lo  ûnico  necesario  sea  el  dinero;  esto  es  cierto  so- 
lamente para  las  guerras  de  conquista,  â  las  que  se  referi'a 
el  gran  Napoléon.  Para  las  guerras  defensivas  lo  indispen- 
sable, ante  todo,  es  el  patriotisme:  Espana,  el  pais  mâs  po- 
bre  de  Europa,  fué  el  ûnico  que  Napoléon  nunca  pudo  so- 
meter. 

Aquî  en  Mexico,  â  no  ser  por  el  patriotisme  de  un  puna- 
do    de   hérees,    habrîamos   perdide   nuestra   independencia 

189 


cuando  en  Puebla  fueron  destruidos  nuestros  elementos  de 
guerra  por  el  ejército  francés. 

Pues  bien,  esos  patriotas  se  habîan  forjado  en  las  luchas 
democrâticas,  en  las  guerras  intestinas  defendiendo  nuestros 
caros  principios  de  libertad.  «ÏDônde  estân  ahora  esos  hom- 
bres  que  salven  â  la  patria  en  caso  de  peligro? 

Todas  las  esperanzas  de  la  Nacion  las  han  querido  con- 
centrar  en  un  anciano  octogenario. 

Este,  celoso  de  su  poder  mas  que  de  las  glorias  patrias, 
no  ha  preparado  â  la  Nacion  para  una  detensa  séria,  yaque 
en  vez  de  militarizarla  adoptando  algûn  sistema  econômico, 
se  ha  reducido  â  sostener  un  ejército  que  solo  siive  para 
oprimirnos. 

Por  otra  parte,  vemos  que  el  General  Dîaz  ya  no  puede 
con  la  carga  del  gobierno,  y  quizâs  para  evitarse  la  dificul- 
tad  de  resolver  problemas  arduos,  prefiere  posponer  su  re- 
soluciôn  indefinidamente,  y  estâ'amontonando  problemas  que 
revestirân  'una  importancia  pavorosa  cuando  tengan  que 
resolverse  todos  de  golpe,  con  la  muerte  del  que  ha  logrado 
mantener  un  equilibrio  artificial  en  nuestra  situaciôn. 

No  declamamos.  tQué  haremos  con  la  concesiôn  otorga- 
da  â  los  Estados  Unidos,  para  que  ya  no  hagan  uso  de  la 
Bahfa  de  la  Magdalena  como  estacion  carbonîfera,  cuando 
la  Nacion  no  quiera  prorrogar  el  permise? 

iEn  donde  encontraremos  al  que  ha  de  llevar  constitucio- 
nalmente  las  riendas  del  gobierno,  si  s61o  conocemos  crea- 
turas  del  General  Dîaz,  que  engreîdos  con  su  polîtica  han  de 
querer  seguirla? 

Indudablemente  que  existen  hombres  de  mérito;  pero  no 
los  conocemos,  ni  ellos  mismos  han  tenido  tiempo  de  for- 
marse  en  las  candentes  luchas  de  la"  la  idea,  en  el  vasto  cam- 
po  de  la  Democracia. 

En  resumen,  el  poder  absoluto  ha  aniquilado  las  fuerzas 
de  la  Nacion,  porque  los  ciudadanos  que  podrîan  prestar  su 
contingente  para  la  buena  marcha  del  gobierno,  se  han  abs- 
tenido  de  hacerlo  por  temor  de    no  aparecer  como  descon- 

190 


tentos.  Esa  costumbre  les  ha  hecho  perder  todo  interés  por 
la  cosa  pûblica,  sabiendo  que  no  podrân  remediar  la  situa- 
cion. 

Tal  indiferencia  en  el  elemento  intelectual,  ha  paralizado 
todo  esfuerzo  porel  mejoramiento.  Las  mismas  autoridades, 
viéndose  aduladas  en  todos  sus  actos,  creen  firmemente  que 
no  se  puede  hacer  mas  ni  mejor. 

Ademâs,  los  pueblos  son  siempre  influidos  por  el  ejemplo 
de  arriba.  Los  que  gobiernan,  embriagados  por  la  adulacion, 
van  dando  poco  a  poco  rienda  suelta  a  sus  pasiones;  por 
costumbre,  vulnerarf^la  ley  3'  sus  mâs  solemues  protestas 
las  ven  como  fprmulas  vanas.  Como  resultado,  el  pue- 
blo  también  va  dando  rienda  suelta  a  sus  pasiones,  segûn 
lo  atestigua  el  aumento  pavoroso  del  alcoholismo,  la  crimi- 
nalidad  y  la  prostitucion;  se  acostumbra  a  no  apreciar  el 
imperio  de  la  ley;  obedece  servilmente  al  principio  de  auto- 
ridad,  y  se  acostumbra  al  disimulo,  amoldândose  en  todo 
al  medio  en  que  se  encuentra. 

Total:  una  nacion  en  donde  la  virtud  es  escarnecida  y  bur- 
lada;  el  éxito  siempre  premiado  aunque  sea  obtenidoâ  Cos- 
ta del  crimen,  y  el  patriotismo  visto  con  desdén  6  persegui- 
do,  tiene  que  ir  por  una  pendiente  fatal,  a  donde  la  impul- 
san  ademâs    las  riquezas  con  todas  sus  voluptuosidades. 

Los  hombres  superiores,  los  que  con  la  clarividencia  del 
patriotismo  han  visto  el  peligro,  permanecen  silenciosos; 
una  mordaza  terrible  los  ahoga  3'  les  impide  articular  una 
palabra. 

Que  en  estas  circunstancias  venga  una  tempestad  sobre 
la  patria,  3^  adiôs  independencia;  la  perderemos  con  la  mis- 
ma  indiferencia  con  que  hemos  perdido  nuestra  libertad;  3' 
asî  como  hemos  visto  pisotear  nuestra  Constituciôn,  vere- 
mos  hollar  nuestro  territorio. 

En  tal  caso,  la  pérdida  de  nuestra  independencia  no  séria 
considerada  como  un  mal  por  los  hombres  de  negocios,  pues 
todas  las  propiedades  subirîan  de  valor;  y  como  el  espîritu 
mercantil  es  el  ûnico  que  se  ha  desarroUado  â  la  sombra  del 

191 


despotisme,  resultarâ  que  ese  espîritu  seguirâ  invadiendo 
poco  â  poco  todas  las  masas  sociales,  hasta  que  Uegue  â 
predominar  lo  que  en  estos  tiempos  se  llama  ser  prdctico,  y 
todo  el  mundo  sera  prdctico  y  â  nadie  se  le  meterâ  en  la  ca- 
beza  la  locura  de  dejarse  matar  por  defender  â  la  patria, 
pues  la  patria  <îqué  es?  Es  un  fnito,  una  cosa  inmaterial,  in- 
tangible, que  no  produce  nada. 

Ese  principio  ha  llegado  â  ser  el  criterio  nacional  en  gran 
parte  de  la  Repûblica,  pues  ya  hemos  visto  como  se  expre- 
san  algunos  malos  hijos  de  Mexico  que  habitan  la  Baja  Ca- 
lifornia;  la  indiferencia  con  que  el  pueblo  se  enterô  de  la 
concesiôn  de  la  Bahîa  de  la  Magdalena  y  mas  que  todo,  es- 
tamos  presenciando  el  indiferentismo  con  que  todos  dejan 
hollar  sus  mas  sagrados  derechos  de  ciudadanos. 

Quizâs  al  leer  esto  asome  una  sonrisa  volteriana  â  los 
labios  de  los  escépticos.  Otros  pensarân  que  vemos  el  por- 
venir  al  través  de  la  lente  del  pesimismo. 

Que  todas  esas  personas  relean  el  capîtulo  anterior  en 
donde  â  grandes  rasgos  procuramos  describir  los  efectos  del 
poder  absoluto  en  el  mundo.  No  baj»^  que  olvidarlo,  estamos 
durmiendo  bajo  la  fresca,  pero  danosa  sombra  del  arbol  ve- 
nenoso;  sonamos  deslumbrados  por  el  progreso  material; 
arrullados  por  la  voluptuosidad  de  la  riqueza  y  el  bienes- 
tar;  enervados  por  la  inacciôn  y  sobre  todo  esto,  el  miedo 
paraliza  nuestras  facuîtades,  hasta  la  del  discernimiento, 
puesto  que,  para  no  abochornarnos  de  nuestra  debilidad, 
exageramos  demasiado  la  importancia  de  los  obstâculos  que 
se  nos  presentan  en  el  camino  del  deber,  y  para  no  vernos 
obligados  â  salir  de  nuestra  inacciôn,  nos  convencemos  fâ- 
cilmente  de  que  navegamos  por  un  mar  de  aceite  y  que  nin- 
guna  tempestad  asoma  por  el  horizonte  de  la  patria. 

Para  terminar  este  capîtulo,  haremos  las  consideraciones 
siguientes: 

El  actual  gobierno  se  ha  preocupado  tan  poco  del  pueblo, 
de  la  clase  trabajadora,  que  tiene  establecidos  en  los  Esta- 
dos    fuertes  impuestos    para  los  trabajadores    que  emigran 

192 


aun  a  otras  partes  del  paîs  en  busca  de  mejores  sueldos. 
Los  impuestos  estân  disimulados  bajo  la  forma  de  una  con- 
tribuciôn  en  los  contratos  de  enganche,  a  razôn  de  ianto  por 
cabeza. 

'L.'a.  situacion  del  obrero  mexicano  es  tan  precaria,  que  a 
pesar  de  las  humillaciones  sufridas  por  ellos  allende  el  Rio 
Bravo,  anualmente  emigran  para  la  vecina  Repûblica  mi- 
llares  de  nuestros  compatriotas,  \'  la  verdad  es  que  su  suer- 
te  alla  es  menos  triste  que  en  su  tierra  natal. 

iDe  toda  la  America,  Mexico  es  el  ûnico  paîs  cu\'os  nacio- 
nales  emigran  al  extranjerol 

iDe  que  nos  sirve  nuestro  portentoso  progreso  material, 
si  no  tenemos  asegurado  ni  siquiera  el  sustento  honrado  â 
nuestras  clases  desvalidas? 

Y  lôs  progresos  aterradores  del  aicoholismo  «ipor  que  no 
se  han  evitado? 

iPor  que  no  emplea  el  General  Diaz  su  mano  de  hierro 
para  extirpar  esa  gangrena  social?  iSerâ  mâs  perjudicial  el 
anhelo  de  la  libertad,  que  el  deseo  de  embriagarse? 

El  estudio  que  hemos  hecho  de  la  situacion  actual,  se  pue- 
de  condensar  en  las  siguientes  frases: 

En  las  esferas  del  gobierno  prédomina  la  corrupcion  ad- 
ministrativa,  pues  aunque  el  General  Dfaz  y  algunos  de  sus 
consejeros  son  honrados,  no  pueden  por  si  solos  saber  todo 
lo  que  pasa  en  la  Repûblica;  pero  ni  siquiera  cerca  de  ellos; 
bien  sabido  es  que  entre  las  personas  que  los  rodean  se  co- 
meten  grandes  abusos,  va  sea  especulando  con  los  secretos 
de  Estado  6  3'a  por  medio  de  concesiones  ventajosas  para 
ellos. 

Ademâs,  todos  los  funcionarios  pûblicos  se  han  acostum- 
brado  â  burlar  la  ley,  gozan  de  una  impunidad  absoluta  y 
estân  muy  engreîdos  con  el  actual  réginien  de  cosas. 

En  las  esferas  de  los  gobernados,  tenemos  en  primera 
linea  la  clase  privilegiada,  la  gente  rica  que  goza  de  toda 
clase  de  garantîas  caando  solo  emplea  su  actividad  en  los 
negocios,  cosa  que  no  le  cuesta  mucho  trabajo,  porque  la  ri- 

193  13 


queza  siempre  ha  fomentado  el  egoîsmo.  Parte  de  estacla- 
se  es  constantemente  beneficiada  por  el  gobierno,  y  la  inmen- 
sa  ma^'oria,  que  no  lo  es,  esta  también  contenta  con  la  si- 
tuaciôn  actual,  pues  le  permite  dedicarse  al  lujo,  al  placer, 
â  todas  las  voluptuosidades  que  le  proporciona  el  dinero,  y 
no  solamente  tiene  libertad  absoluta  para  ello,  sino  que  go- 
za  de  impunidad  relativa. 

Por  ûltimo,  tenemos  la  clase  humilde,  el  pueblo  bajo  que 
nunca  se  ve  obligado  â  ir  â  la  escuela  5^  encuentra  en  todas 
partes  el  medio  de  satisfacer  sus  instintos  bestiales,  sobre 
todo,  el  desenfrenado  deseo  de  alcohol.  Ese  no  sabe  si 
estarâ  ô  no  contento,  pues  en  el  triste  estado  de  abyecciôn  â 
que  esta  reducido,  no  se  da  cuenta  de  su  situacion  ni  sabe 
si  podrâ  aspirar  â  elevarse. 

Sin  embargo,  ese  pueblo  aplaude  todos  los  espectâculos 
que  se  le  presentan  â  su  vista;  aplaude  al  torero,  al  cirque- 
ro,  al  comico,  y  también  aplaude  las  ceremonias  oficiales, 
que  no  considéra  sino  como  representaciones  teatrales  en 
grande  escala,  pues  en  el  fondo,  â  pesar  de  su  ignorancia, 
bien  comprende  que  todo  cuanto  le  dicen  es  mentira. 

Por  lo  expuesto  se  verâ  como  puede  decirse  que  la  maj^o- 
rîa  de  la  Repûblica  esta  contenta  con  el  actual  orden  de  co- 
sas.  Pero  los  iinicos  que  no  estân  contentos,  son  los  inte- 
lectuales  pobres,  que  no  han  sufrido  la  corruptora  influencia 
de  la  riqueza,  y  entre  los  cuales  se  encuentran  los  pensado- 
res,  iïlôsofos,  escritores;  los  amantes  de  la  Patria  y  de  la 
Libertad;  la  clase  média  que  no  tiene  grandes  distracciones, 
se  dedica  al  estudio  y  no  recibe  ningûn  bénéficie  con  el  ac- 
tual régimen  de  gobierno  y  que,  en  el  taller,  mientras  pone 
en  juego  su  fuerza  fîsica  para  el  desempeno  de  su  tarea  diaria, 
déjà  vagar  su  inquiéta  imaginacion  por  el  espacioso  campo 
del  pensamiento,  concibiendo  brillantes  ensuenos  de  reden- 
ciôn,  de  progreso  é  igualdad;  por  ûltimo,  entre  las  clases 
obreras,  el  elemento  seleccionado  que  aspira  â  mejorar  y  que 
ha  llegado    â  formar   ligas   poderosas,    â  fin  de  obtener  por 

194 


medio  de  la  union,  la  fuerza  necesaria  para  reivindicar  sus 
derechos  y  realizar  sus  idéales. 

A  pesar  de  lo  modesto  de  estos  elementos,  la  Patria  tie- 
ne  cifradas  en  ellos  sus  esperanzas  y  serân  los  que  la 
salven.  / 


1     I      r 


195 


CAPITULO   V. 
êA  DONDE  NOS  LLEVA  EL  GENERAL  DIAZ? 


En  el  capîtulo  anterior  intentamos  estudiar  las  consecuen- 
cias  del  régimen  de  gobierno  implantado  por  el  General 
Dîaz.  Este  trabajo,  incompleto  porque  debimos  extender- 
nos  mâs  a  permitirlo  las  dimensiones  de  este  libro,  se  com- 
pletarâ  sin  embargo,  con  las  observaciones  que  tendremos 
oportunidad  de  hacer  antes  de  terminarlo. 

Por  ahora,  procuraremos  decifrar  el  porvenir  en  caso  de 
que  siga  imperando  el  actual  régimen. 

Desde  luego  vemos  que  la  tendencia  manifiesta  del  Gene- 
ral Dîaz  y  del  grupo  que  lo  rodea,  es  perpetuar  el  sistema 
del  poder  absoluto  y  hasta  se  empieza  â  iniciar  un  movi- 
miento  en  las  altas  esferas,  reflejado  en  laprensa  gobiernis- 
ta,  para  reformar  la  Constituciôn  de  modo  que  la  le}^  san- 
cione  el  actual  régimen  de  centralizaciôn. 

Por  otro  lado,  â  pesar  de  las  declaraciones  del  General 
Dîaz  al  periodista  americano  serior  Creelman,  vemos  que 
prépara  su  sexta  reeleccion,  pues   entre    otras    pruebas,  en 

196 


ningûn  Estado  ha  permitido  que  se  verifiquen  elecciones 
para  Gobernador,  ûnico  medio  indicado  para  cumplir  hon- 
radamente  con  dichas  declaraciones,  si  en  su  mente  hubiera 
estado  el  cumplirlas. 

Puesto  que  deseamos  indagar  â 
EOtreViSta  con  Creelman.  donde  nos  lleva  el  Gênerai  Diaz, 
serîa  mu3'  oportuno  estudiar  aquî 
sus  declaraciones  â  Creelman;  pero  lo  juzgamos  ocioso,  por- 
que  no  las  creemos  sinceras  por  estar  en  contradicciôn  ma- 
nifiesta  con  sus  actos  posteriores,  y  ya  el  General  Dîaz 
nos  tiene  acostumbrados  â  las  promesas  mas  falaces,  desde 
el  plan  de  la  Noria  hasta  sus  ûltimas  declaraciones. 

Lo  que  si  intentaremos,  es  indagar  que  movil  perseguîa 
al  hacer  taies  declaraciones.  Notemos  desde  luego  la  cir- 
cunstancia  de  que  el  General  Dîaz  hiciera  â  un  periodista 
extranjero  confidencias  trascendentales,  que  en  el  caso  re- 
vistieron  el  carâcter  de  solemnes  declaraciones,  mientras 
que  â  un  honrado  periodista  mexicano,  el  senor  Filomeno 
Mata*  Director  de  «El  Diario  del  Hogar»  le  nego  una  au- 
diencia  solicitada  por  él  para  un  représentante  de  varios 
periôdicos  nacionales,  con  objeto  de  tratar  %obre  el  mismo 
asunto. 

Esto  no  viene  sino  â  poner  una  vez  mâs  de  relieve,  la 
exagerada  condescendencia  del  General  Dîaz  para  los  ex- 
tranjeros  y  el  desdén  con  que  ve  la  opinion  pûblica  nacio- 
nal  y  â  sus  mâs  genuinos  représentantes. 

En  cuanto  al  fin  que  persiguiera  el  General  Dîaz  al  ha- 
cer las  referidas  declaraciones,  es  bien  difîcil  descifrarlo  y 
las  opiniones  son  muy  diversas. 

Hay  quienes  opinen  que  fué  una  especie  de  buscapié  pa- 
ra pulsar  la  opinion.  Otros  creen  que  el  General  Dîaz,  dan- 
do  crédito  â  la  adulaciôn,  llegô  A  considerarse  sumamente 
popular  y  â  imaginarse  que  al  declarar  su  intenciôn  dedejar 
el  poder,  se  levantaria  en  toda  la  Naciôn  un  clamor  gêne- 
rai pidiéndole  que  siguiera  en  la  presidencia.  Otros  se  ban 
imaginado    que  el  General    Dîaz  perseguîa  como  fin,    el  de 

Î97 


saber  quienes  eran  los  que  podîan  alborotarse  con  esas  de- 
claraciones,  para  nulificarlos  oportunamente.  Por  ûltimo, 
él  mismo  ha  dicho  posteriormente  que  lo  manifestado  por  él 
en  aquella  entrevista  era  solamente  un  deseo  personal. 

Nosotros  creemos  que  todas  las  opiniones  anteriormente 
emitidas,  son  mas  6  menos  exactas,  a  excepciôn  de  la  ûl- 
tima,  porque  no  es  de  creerse  que  si  el  deseo  personal  del 
General  Dîaz  fuera  retirarse  de  la  presidencia,  encontrara 
fuerzas  extranas  bastante  poderosas  para  impedirselo.  Por 
mas  condescendiente  que  sea  con  los  que  lo  rodean,  no  11e- 
ga  â  ese  grado  de  sumisiôn.  Ademâs,  no  sabemos  que  ba- 
ya quien  le  inste  para  que  siga  al  frente  de  los  destines  del 
paîs,  sino  algunos  de  los  que  lo  rodean,  6  han  medrado  â  su 
sombra;  pero  esas  opiniones  interesadas  no  pueden  consi- 
derarse  como  el  deseo  de  la  Nacion, 

En  resumen:  de  sus  declaraciones,  no  podemos  sacar  en 
limpio  cual  sea  el  programa  de  Gobierno  del  General  Dîaz; 
mejor  sera  buscar  la  solucion  del  problema  en  la  lôgipa  in- 
fllexible  de  los  hechos, 

Estos  hablan    con  rara   elocuen- 

COntinUaCiÔn  del  pOder     ci  a  y  dlcen   de   un   modo   fuera   de 

abSOlutO.  duda,    que  el  General   Dîaz    desea 

seguir  en  la   presidencia  reeligién- 

dose  una  vez  mas,  j-  dicen  también  que  no  piensa   cambiar 

de  polîtica  ni  quiere  permitir  i>inguna  libertad  âla  Nacion, 

siquiera  para  que  esta  désigne  al  que  ha    de  sucederle. 

Muchos  se  preguntarân:  iqué  interés  tendra  el  General 
Dîaz  en  nombrar  sucesor?  Efectivamente,  â  primera  vista 
parece  que  ninguno;  pero  si  buscamos  mas  profundamente 
las  causas  ocultas  que  lo  guîan  en  todos  sus  actos,  encon- 
tramos  las  razones  siguientes: 

Si  el  General  Dîaz  permitiera  â  la  Nacion  nombrar  al 
Vicepresidente,  tendrîa  que  permitirle  también  nombrar 
parte  de  las  Câmaras,  lo  cual  entorpecerîa  su  acciôn  para 
seguir  gobernando  â  la  Repûblica  segùn  su    voluntad,    en- 

198 


torpecimiento  a  que  difîcilmente  se  resignarâ  el  caudil^I 
tuxtepecano. 

Por  otra  parte,  a  la  sombra  de  su  administracion  se  han 
improvisado  fortunas  inmensas  y  cometido  grandes  faltas; 
5'  él  }•  el  cîrculo  que  lo  rodea  han  de  querer  que  su  suce- 
sor  constituj-a  una  garantia  para  los  intereses  creados  a  su 
sombra  y  un  vélo  para  las  faltas  cometidas  durante  su  ad- 
ministracion. 

Con  estos  antécédentes  nos  sera  mas  fâcil  descifrar  el 
enigma:  El  General  Dîaz  escogerâ  como  Vicepresidente  y 
como  sucesor,  al  que  mas  garantîas  ofrezca  para  cumplir 
con  dichos  requisitos,  sin  tener  para  nada  en  cuenta  los 
grandes  intereses  de  la  Patria. 

Al  fundar  esta  afirmacion,  nos  apoyamos  en  los  môviles 
que  siempre  lo  han  guiado  para  el  nombramiento  de  Go- 
bernadores  de  los  Estados,  desconociendo  por  completo  los 
intereses  de  éstos  y  preocupândose  ûnicamente  de  su  poH- 
tica  Personal;  en  la  elecciôn  que  hizo  del  General  Manuel 
Gonzalez  para  confiarle  la  Presidencia  por  cuatro  anos,  en 
la  que,  como  hemos  demostrado,  solo  busco  la  seguridad 
de  volver  nuevamente  a  la  Presidencia,  sin  considerar  el 
mal  que  han'a  a  la  Patria  su  companero  de  armas;  y  por  ul- 
time, en  la  designacion  que  hizo  del  senor  Corral  para  Vice- 
presidente, tan  mal  recibida  hasta  por  la  misma  Conven- 
ciôn,  formada  por  elementos  oficiales. 

En  vista  de  lo  anterior,  estudiemos  entre  quienes  podrâ 
escoger  el  General  Dîaz  su  sucesor. 

Desde  luego  se  nota  una  profunda  division  en  el  elemen- 
to  oficial:  division  que  ha  servido  al  General  Dîaz  para 
guardar  el  equilibrio  entre  sus  amigos,  y  no  permitir  que 
determinado  grupo  llegue  a  adquirir  demasiada  preponde- 
rancia,  creando  dentro  de  su  misma  admistracion  una  po- 
tencia  que  podrîa  entorpecer  su  acciôn. 

Esta  division  ha  dado  por  resultado  la  formaciôn  de  dos 
partidos  politicos,  el  Cientîfico  y  el  Reyista. 

199 


■   <iA  cuâl  de  los  dos  dejarâ  el  General  Diaz  como  herencia 
la  silla  presidencial? 

Los  dos  tienen  grandes  esperanzas,  pero  todo  hace  créer 
que  el  General  Diaz  se  inclina  mas  pçr  el  partido  cientîfico. 

En  este  caso,  el  candidate  oficial  para  la  Vicepresiden- 
cia  sera  el  senor  Corral. 

Este  senor    reune   todos    los   re- 
Ei  Sr.  D.  RainÔD  Corral.   qulsitos  que  desean  tanto  el  Gene- 
ral Diaz  como  su  grupo. 

Al  General  Diaz  nunca  le  ha  entorpecido  su  accion,  y  sus 
antécédentes  hacen  esperar  que  seguirâ  su  misma  polîtica, 
aprovechando  los  poderosos  elementos  de  que  dispone  la 
actual  administracion  y  constitu3'en  la  mejor  garantîa  pa- 
ra los  intereses  creados  a  su  sombra. 

Vemos,pues,  que  el  senor  Corral  corresponde  debidamen- 
te  a  las  esperanzas  del  General  Dîaz  y  del  grupo  cientîfico. 
Examinemos  ahora  que  debe  de  esperar  la  Naciôn  de  él. 
Para  esto  necesitamos  hacer  un  estudio  de  su  personalidad, 
por  cierto  bastanté  difîcil,  pues  si  el  General  Diaz  es  una 
esfinge  que  no  habla,  pero  obra,  el  senor  Corral  es  también 
una  esfinge,  pero  que  no  habla  ni  obra  desde  que  ocupa  el 
alto  puesto  de  Vicepresidente  de  la  Repùblica  y  aun  desde 
antes,  desde  que  fué  a  radicarse  a  la  metropoli  a  prestar 
sus  servicios  en  la  actual  administracion. 

Por  este  motivo  encontramos  pocos  de  sus  actos  que  nos 
sirvan  para  juzgarlo,  3'  solo  podremos  hacerlo,  exponiendo 
apreciaciones  sobre  esa  inaccion  y  sus  actos  anteriores,  alla 
cuando  vivi'aen  Sonora. 

Principiaremos  por  estos  ûltimos,  siguiendo  asf  el  orden 
cronolôgico. 

El  senor  Corral,  como  Gobernador  de  Sonora,  fué  muy 
superior  al  General  Torres  y  al  senor  Izâbal,  por  cu5ro  mo- 
tivo es  popular  en  aquel  Estado;  pero  la  verdad  es  que  esa 
popularidad  proviene  de  una  apreciacion  superficial  de  las 
cosas. 

Si  el  senor  Corral  se  preocupa  seriamente  por  la  felicidad 

200 


del  Estado  de  Sonora,  <ipor  que  no  ha  hecho  lo  posible  para 
quitar  el  Gobierno  a  los  senores  Torres  é  Izâbal  que  se  lo 
alternan  para  desdicha  de  aquel  Estado? 

iPor  que  en  vez  de  seguir  esa  polîtica  benéfica  se  ha 
aliado  con  aquellos  funestos  gobernantes,  constituyendo  lo 
que  alla  denominan  triunvirato? 

La  razon  es  que  el  senor  Corral  tiene  mâs  fe  en  la  ayu- 
da  de  sus  amigos  que  en  la  del  Estado;  luego  no  podemos 
considerarlo  como  un  democrata  convencido,  puesto  que  no 
tiene  fe  en  la  fuerza  del  pueblo.  • 

Ese  triunvirato  es  el  culpable  de  la  guerra  del  Yaqui,  y 
aunque  aparentemente,  el  que  menos  parte  ha  tenido  en  ese 
atentado  es  el  senor  Corral,  haj^  que  convencerse  de  esto: 
él  es  el  aima  del  triunvirato,  la  inteligencia  directora  y  el 
jefe  de  los  très.  Si  hubiera  querido,  no  le  habrîa  faltado 
medio  para  evitar  que  esa  guerra  se  iniciara  ni  seprolonga- 
se  por  tanto  tiempo. 

La  Nacion  nunca  podrâ  separar  el  nombre  del  senor  Co- 
rral de  la  inicua  guerra  del  Yaqui,  porque  si  él  no  la  promo- 
viô,  la  ha  tolerado,  probando  que  se  preocupa  mâs  por  sos- 
tener  a  sus  amigos,  a  sus  fieles  partidarios,  en  los  puestos 
polîticos,  que  por  defender  los  grandes  intereses  de  la  patria. 

Cuando  Izâbal  fué  â  Mexico,  confuso  ante  la  opinion  pû- 
blica  que  lo  acusaba  de  un  atentado  contra  la  soberanîa  na- 
cional  en  Cananea,  su  buen  amigo,  el  senor  Corral,  lo  re- 
cibiô  con  toda  clase  de  consideraciones,  lo  cual  es  altamente 
significative,  pues  en  aquellos  momentos  el  senor  Corral 
era  el  Vicepresidente  de  la  Repùblica  y  el  senor  Izâbal  un 
Gobernador  que  acababa  de  cometer  un  atentado  contra  la 
soberanîa,  y  el  deber  obligaba  al  primero  â  olvidar  la  amis- 
tad,  para  hacer  que  se  leprocesara  debidamente. 

Aunque  al  parecer  de  poca  importancia  estas  acciones, 
nos  harân  pensar  seriamente  sobre  el  porvenir  que  espéra  â 
la  Nacion  el  dîa  que  el  senor  Corral  llegue  â  ser  Présidente 
de  la  Repùblica.  En  todos  los  Estados  impondrâ  Goberna- 
dores  (como  sus  amigos  Izâbal  y  Torres)  â  quienes    absol- 

20W 


verâ  de  todas  sus  faltas  por  inicuas  que  sean,  aun  cuando 
traten  de  exterminar  una  raza  hermana  6  de  atenlar  contra 
la  soberanîa  nacional:  todo  con  tal  de  que  lo  sostengan  en 
el  poder. 

Si  pasamos  ahora  a  estudiar  su  labor  como  Ministre  de 
Gobernaciôn,  no  encontramos  ningûn  dato  para  juzgarlo, 
pues  las  relaciones  entre  él  y  los  gobernadores  de  les  Esta- 
dos  son  de  tal  naturaleza,  que  el  pûblico  no  se  da  cuenta 
de  ellas. 

Como  Vicapresidente  si  podemos  apreciarlo;  aunque  en 
virtud  de  la  ley  no  puede  hacer  nada  mientras  subsista  en 
el  poder  el  Présidente,  ya  era  tiempo  que  de  alguna  manera 
hubiese  dado  â  conocer  cuales  son  sus  tendencias,  para  dar 
a  conocer  â  la  Naciôn  lo  que  debe  esperar  de  él. 

A  través  de  su  inacciôn,  lo  ùnico  fâcil  de  comprender  es 
que  aprueba  la  polîtica  del  General  Dîaz  en  todo  y  por  to- 
do; pues  siendo  Vicepresidente  ha  aceptado  una  cartera  en 
el  Gabinete.  Ademâs,  se  ha  revelado  como  hombre  pruden- 
te que  sabe  amoldarse  â  las  circunstancias,  y  como  ha  com- 
prendido  que  cuanto  menos  se  hable  de  él  mas  lo  estimarâ 
el  General  Dîaz,  ha  procurado  permanecer  en  la  sombra. 

Por  este  motivo  muchas  personas  creen  dék-il  al  senor  Co- 
rral,  pero  se  enganan.  Lo  contrario,  es  un  hombre  de  gran- 
des energîas,  como  lo  demostrô  en  Sonora,  y  como  lo  de- 
mostrarâ  el  dîa  que  ocupe  la  presidencia.  Sucede  que  para 
él  tiene  mas  importancia  la  omnipotente  amistad  del  Gene- 
ral Dîaz,  que  la  del  pueblo,  tan  débil  é  ineficaz  para  la  rea- 
lizaciôn  de  sus  ensuenos. 

Los  que  conocen  mas  â  fondo  al  senor  Corral,  opinan 
que  al  recibir  la  presidencia  se  revelarâ  un  hombre  de  ener- 
gîas inesperadas,  como  pasô  con  Sixto  V  en  Roma. 

Por  todo  lo  anterior,  el  seîïor  Corral  llena  perfectamente 
las  condiciones  que  el  General  Dîaz  apetece  para  ^su  suce- 
sor;  pero  la  Naciôn  no  debe  esperar  de  él  sino  la  prolonga- 
cion  del  poder  absoluto,  exacerbândolo  mas,  pues  para  im- 
ponerse  necesitarâ  algunos  actos  de  energla. 

202 


Hemos  oido  afirmar  que  el  senor  Corral  gobernarâ  cons- 
titucionalmente,  porque  segûn  dicen,  no  tendra  el  prestigio 
necesario  para  imponerse  como  se  ha  impuesto  el  General 
Dîaz.  Cualquiera  que  se  ponga  a  meditar  sobre  el  mecanis- 
mo  de  la  situaciôn  actual,  comprenderâ  cuan  infundada  es 
tal  esperanza. 

El  General  Diaz  se  apoya  en  el  ejército,  pero  mas  que  en 
él  sobre  el  mecanismo  de  su  administracion,  toda  vez  que  las 
câmaras  de  représentantes  son  nombradas  por  él  5'  en  conse- 
cuencia  obran  en  todo  de  acuerdo  con  sus  disposiciones. 
Igual  cosa  sucede  con  los  Gobernadores  de  los  Estados  y 
las  autoridades  subalternas. 

A  pesar  de  ello  no  debe  creerse  que  todos  los  Diputados, 
Senadores  y  Gobernadores  son  partidarios  personales  del 
General  Dîaz.  Son  partidarios  del  régimen  que  les  permite 
vivir  holgadamente,  disfrutando  honores,  buenos  sueldos  é 
influencia  para  el  arreglo  de  negocios  productivos. 

Tanto  es  asi,  que  las  câmaras  son  serviles  no  solamente 
en  obsequiar  las  ordenes  del  General  Dîaz,  sino  las  de  cual- 
quiera de  sus  Secretarios  de  Estado.  El  servilismo  ha  11e- 
gado  a  tal  punto,  que  los  représentantes  del  pueblo  va  no 
necesitan  consignas,  pues  con  su  clara  inteligenciaadivinan 
siempre  cual  es  la  voluntad  del  César. 

Los  Diputados,  si  no  hacen  oposiciôn,  no  es  por  te- 
mor  â  la  muerte,  pues  a  nadie  se  le  ocurre  que  el  General 
Dîaz  fusile  â  los  que  no  obedecieran  la  consigna;  lo  que  ellos 
temen  es  perder  su  curul,  y  con  la  curul  el  sueldo,  la  inmu- 
nidad  y  la  influencia  que  les  proporciona  pingiies  ganan- 
cias. 

Pues  bien,  ipor  que  estos  représentantes  tan  habiles  para 
adivinar  la  consigna  del  actual  amo,  no  harîan  lo  mismo  al 
tener  un  amo  nuevo?  El  seîïor  Corral  tampoco  los  manda- 
rîa  matar  porque  le  hicieran  oposiciôn.  pero  sî  los  borrarîa 
de  las  listas  de  los  reelectos  y  los  privarîa  de  su  influencia. 
Con  esto  bastarîa  para  que  las  câmaras  siguieran  obede- 
ciendo  al   senor   Corral,    como   ahora   obedecen  al  General 

203 


Diaz;  para  ello  no  necesitan'an  un  gran  esfuerzo,  porque  y"^ 
desde  ahora  estân  acostumbradas  a  acatar  respetuosamente 
sus  ordenes. 

Pensar  que  siguiendo  el  actual  régimen  de  cosas  habrâ 
libertad  en  las  câmaras,  es  una  utopia,  pues  los  Diputados 
deben  sus  puestos  al  Gobierno  y  a  él  tendrân  que  servirle, 
llâmese  Dîaz  6  Corral.  Si  los  représentantes  del  pueblo 
quisieran  apoyarse  en  sus  distritos  électorales,  fracasarîan 
lastimosamente,  puesto  que  en  aquella  parte  dg  la  Repûbli- 
ca  que  los  nombre  como  su  représentante  es  donde  son  mè- 
nes conocidos. 

Con  los  Gobernadores  las  cosas  pasarîan  de  un  modo  se- 
mejante. 

Al  desaparecer  el  General  Dîaz  de  la  escena  polîtica,  el 
senor  Corral,  6  quien  sea  designado  en  su  lugar  para  ocu- 
par  la  Vicepresidencia,  se  pondrîa  en  relaciôn  con  todos  los 
Gobernadores,  y  éstos  reanudarîan  el  pacto  celebrado  con 
su  antecesor:  A^ûs  sosiienes  en  el  ■poder  y  â  niiestra  vez  te  sos- 
tcneiHos  indéfini  dam  en  te.'''  Ouizâs  hubiera  algùn  Gobernador 
que  no  estuviera  de  acuerdo  con  él.  En  tal  caso,  mandarîa 
algunos  emisarios  para  agitar  la  opinion  pûbiica  en  el  Es- 
tado  y  organizar  un  partido  de  oposicion,  el  que,  apoyado 
por  el  Gobierno  del  Centro,  séria  el  que  resultara  triunfante 
en  las  elccciones  mas  prôximas,  asegurando  muy  pronto  un 
cambio  de  Gobernador. 

Al  pasar  tal  cosa  en  los  Estados  todo  el  pueblo  estarîa 
cohtentîsimo  con  su  triunfo  aparente;  pero  en  realidad, 
de  poco  le  servirîa  ese  cambio.  El  nuevo  Gobernador 
tendrîa  que  marchar  en  todo  acuerdo  con  el  Gobierno  del 
Centro  y  no  podrîa  concederles  ninguna  libertad,  ûnico  me- 
dio  de  que  los  mandatarios  obren  bien.  Una  de  las  cosas 
en  que  marchan'a  de  acuerdo  con  el  senor  Corral,  era  en  1^. 
reelecciôn  3^  esta  corrompe  â  los  gobernantes,  asî  es  que 
después  de  dos  reelecciones,  tendrîan  en  dicho  Estado  otro 
tirano  como  el  anterior. 

Aun    en    caso    de    que    resultara    bueno    el    gobernante, 

204 


séria  una  casualidad  que  se  conservara  asf,  y  sobre  todo, 
no  serîan  sino  muy  pocos  losEstados  favorecidos. 

Algunos  escritores  opinan  que  al  morir  el  General  Dîaz, 
los  Estados  harân  respetar  su  soberanfa,  sin  comprender 
que  solo  podrîan  hacerlo  por  medio  de  sus  mandatarios  y 
siempre  que  éstos  se  sintieran  apoj-ados  por  el  pueblo,  lo 
cual  no  sucede.  Por  el  contrario,  la  çiayoria  de  los  Gober- 
nadores  no  desea  que  se  respete  la  soberania  de  sus  respec- 
tives Estados,  porque  el  primer  acto  de  éstos  al  sentirse 
libres,  séria  destituirlos  del  poder  3'  en  muchos  casos,  pro- 
cesarlos. 

Ya  vemos  como  todo  el  mecanismo  administrativo  seguirâ 
inaltérable. 

Igual  pasarîa  si  en  algûn  Estado  quisieran  verificar  elec- 
ciones  locales,  pues,  aislado,  nunca  podria  luchar  ventajo- 
samente  contra  la  accion  del  centro. 

Todo  lo  anterior  nos  hace  ver  como  se  prolongarîa  el  ré- 
gimen  de  poder  absoluto  con  todas  sus  funestas  consecuen- 
cias. 

Sin  embargo,  los  que  gozan  con  esa  situaciôn,  no  deben 
estar  mu3'  tranquilos,  pues  una  tempestad  amenaza  sus  in- 
tereses,  asî  como  los  mas  caros  de  la  Patria. 

El  General  Dîaz  ha  fomentado,  6  por  lo  menos  tolerado 
las  rivalidades  entre  el  General  Rej'es  y  el  senor  Corral. 

Esas  rivalidades  han  llegado  â  engendrar  odios  profun- 
dos,  y  el  General  Reyes  nunca  tolerarâ  que  el  senor  Corral 
llegue  â  la  Presidencia,  y  dado  su  carâcter  impulsivo,  no 
sera  remoto  que  vuelva  â  acarrear  sobre  nuesetra  Patria  la 
guerra  civil  con  todos  su  horrores. 

Tal  es  la  opinion  imparcial  de  muchas  personas  sensa- 
tas. 

El  General  Reyes  ha  afirmado  en  sus  protestas  que  nun- 
ca ensangrentarâ  el  suelo  nacional  con  una  revoluciôn,  pero 
â  sus  protestas,  lo  mismo  que  â  todas  las  declaraciones  de 
origen  oficial,  nadie  les  da  crédito;  ya  estanios  acostumbra- 
dos  â  concéder  â  esas  declaraciones,  el  mismo   valor   que  â 

205 


sus  protestas  de  respetar  la   Constitucion,  que  son  los  pri-* 
meros  en  vulnerar. 

Este  es  el  gran  peligro  que  amenaza  â  la  Naciôn;  todoel 
mundo  lo  siente;  el  mismo  General  Dîaz  lo  sabe,  pero  con- 
fia que  mientras  él  viva,  nunca  pasarâ  tal  cosa.  En  eso 
tiene  razôn;  pero  no  la  tiene  al  confiar  demasiado  en  que 
sobrevivirâ  al  General  Rej^es. 

En  resumen,  subiendo  el  senor  Corral  al  poder,  estamos 
amenazados  de  que  sobrevenga  una  revolucion,  6  se  pro- 
longue el  sistema  de  poder  absoluto,  indudablemente  no  tan 
mesurado  como  el  del  General  Diaz,  porque  después  de  to- 
do,  nuestro  viejo  Présidente  tiene  grandes  méritos  y  virtu- 
des  que  han  suavizado  el  peso  de  su  mano,  mientras  que  la 
del  senor  Corral  se  harîa  sentir  mucho  mas,  no  poseyendo 
las  virtudes  que  moderan  los  actos  del  General  Dîaz  y  le 
permiten  desarroUar  una  actividad  portentosa. 

En  cuanto  â  la  Naciôn,  si  no  hace  un  esfuezo  en  la  pr6- 
xima  campana  électoral  para  Présidente  y  Vicepresidente  de 
la  Repûblica,  se  encontrarâ  después  maniatada,  y  seguirâ 
en  la  mas  triste  ab3'ecci6n,  y  asî  como  Roma  después  de 
Augusto  quedô  tan  acostumbrada  â  la  servidumbre  que 
aceptô  el  yugo  Tiberio;  asi  entre  nosotros  habrâ  echado  ta- 
ies raîces  el  régimen  del  absolutismo,  que  después  del  Ge- 
neral Dîaz,  doblegàremos  igualmente  la  cabeza  ante  el  se- 
nor Corral,  y  entonces  sî  se  establecerâ  de  un  modo  per- 
manente tan  funesto  régimen,  pues  si  la  Naciôn  puede  es- 
perar  que  el  General  Dîaz  por  sus  antécédentes  histôricos 
y  por  las  repetidas  promesas  que  le  ha  hecho,  le  concéda 
alguna  libertad,  no  podrâ  esperar  lo  mismo  del  senor  Co- 
rral que  empezô  su  carrera  polîtica  bajo  la  corruptora  in- 
fluencia  del  poder  absoluto,  del  que  ha  sido  un  factor  de  los 
mas  importantes. 

Aunque    no  tiene    tantas    proba- 

General  BernardO  ReyeS.     bilidades    de   llegar   â  la   Vlcepre- 

sidencia   como  el  seîïor  Corral,    es 

de  los  mas  nombrados  en  conexiôn  con   ese  alto    puesto,     y 

206 


no  cabe  duda  que  él  sî  hace  una  polîtica  activîsima  para 
llegar  â  tal  fin.  Ademâs,  es  el  jefe  de  un  grupo  importante 
que  siempre  ha  contrabalanceado  la  influencia  del  partido 
cientîfico  en  la  administraciôn  del  General  Dîaz. 

Por  estas  circunstancias,  sus  partidarios  tienen  gran  es- 
peranza  en  que  llegue  à  ser  el  agraciado  por  el  Caudillo  pa- 
ra tan  alto  puesto;  pero  de  cualquier  manera,  es  indudable 
que  al  desaparecer  el  General  Di'az,  tendra  que  representar 
un  papel  muy  importante  en  la  polîtica  nacional,  por  cuyo 
motivo  nos  parece  oportuno  hacer  un  ligero  estudio  de  su 
personalidad.  ' 

En  este  caso  no  tropezaremos  con  las  dificultades  que  se 
nos  presentaban  al  estudiar  la  personalidad  del  senor  Corral, 
pues  el  General  Reyes  esta  en  constante  actividad  \'  encon- 
tramos  muchos  de  sus  hechos  y  declaraciones  que  nos  servi- 
rân  para  hacer  de  él  un  estudio  mas  preciso. 

El  General  Reyes  llego  â  Monterre}^  y  con  las  armas  en 
la  mano  se  instalô  en  el  Palacio  de  Gobierno,  declarando  â 
Nuevo  Leôn  en  estado  de  sitio. 

î)espués;  se  hizo  nombrar  Gobernador  constitucional 
pero  en  realidad  solo  cubrio  las  apariencias,  con  ese  respe- 
to  â  la  forma  que  caracteriza  la  Administraciôn  Tuxtepeca- 
na.  Posteriormente  se  ha  hecho  reelegir,  hasta  la  actuali- 
dad.  Durante  su  gobierno,  el  Estado  de  Nuevo  Leôn  ha 
progresado  de  un  modo  admirable,  pero  es  un  error  atribuir 
ese  progreso  â  su  acciôn;  3'a  lo  hemos  dicho,  el  progreso  se 
debe  â  los  ferrocarriles,que  en  el  mundo  civilizado  han  sido 
los  precursores  de  la  gran  oleada  de  progreso  material.  La 
prueba  de  lo  anterior  es  que  el  Estado  de  Coahuila  que  ha 
tenido  los  Gobernadores  menos  habiles,  ha  progresado  mâs 
que  el  de  Nuevo  Leôn. 

Sin  embargo,  hay  que  hacer  justicia  al  General  Reyes: 
tiene  grandes  dotes  administrativas,  una  actividad  poco  co- 
mûn  y  es  de  los  funcionarios  mâs  intègres  de  la  actual  ad- 
ministraciôn. 

A  pesar  de  esas  cualidades,  no  ha  hecho  todo  el  bien  que 

207 


el  Estado  de  Nuevo  Leôn  podîa  esperar  de  él,  aun  en  la  es- 
tera administrativa,  porque  debido  al  régimen  de  absolutis- 
mo,  él  nombra  las  autoridades  locales  entre  los  que  estén 
resueltos  a  apo5'ar  su  administraciôn  a  todo  trance,  5'  éstos, 
que  forzosamente  conculcan  la  ley  para  lograr  tal  fin,  tam- 
poco  tienen  grandes  escrûpulos  para  burlarse  de  ella  en 
cualquier  otra  circunstancia,  y  de  allî,  a  la  inmoralidad  ad- 
ministrativa, no  hay  sino  un  paso,  y  para  darlo,  fâcilmen- 
te  se  encontrarâ  el  momento  oportuno  en  tan  prolongada 
administraciôn. 

Con  este  motivo,  el  Estado  de  Nuevo  Leôn  nos  présenta 
el  singular  espectâculo  de  que  su  capital,  teatro  de  la  ac- 
tividad  del  General  Rej^es,  se  ha  desarrollado  normalmen- 
te,  mientras  que  el  resto  del  Estado,  en  manos  de  sus  su- 
bordinados,  ha  permanecido  casi  estacionario  y  si  ha  pro- 
gresado  algo,  es  â  pesar  de  ellos,  que  constituyen  una  ré- 
mora formidable  para  su  desenvolvimiento. 

Aquî  observamos  en  pequena  escala  lo  que  en  grande 
con  el  General  Dîaz;  â  pesar  de  sus  grandes  dotes  adminis- 
trativas,  el  General  Reyes  no  ha  podido  hacer  todo  el  bien 
que  hubiera  hecho  â  Nuevo  Leôn,  con  un  poco  mas  de  li- 
bertad. 

El  General  Reyes  esta  profundamente  imbuido  en  las 
prâcticas  absolutistas,  y  si  llega  al  poder,  indudablemente 
que  seguiremos  bajo  el  régimen  del  sable,  pero  este  sera  mâs 
filoso  y  pesado  que  el  del  General  Diaz.  Efectivamente,  co- 
mo  lo  hemos  dicho  muchas  veces,  nuestro  actual  Présiden- 
te tiene  grandes  virtudes,  entre  ellas,  una  rara  moderaciôn 
3^  una  calma  â  toda  prueba,  mientras  que  el  General  Rej^es 
es  sumamente  impulsivo  y  apasionado,  é  indudablemente  al 
ocupar  el  primer  puesto  en  la  Repûblica,  darâ  rienda  suel- 
ta  â  sus  pasiones. 

Pero  aun  no  es  tiempo  de  juzgarlo;  narremos  algunas  de 
sus  acciones,  ellas  lo  pintarân  con  colores  tan  vivos  que  nos- 
otros  no  podriamos  emplear. 

El  General  Rej-^es  fué  llamado  por  el   General  Di'az  â  la 

208 


Subsecretaria  de  Guerra.  Allî  desplegô  su  gran  actividad; 
pero  acostumbrado  a  mandar  como  soberano  en  el  Estado 
de  su  cargo,  difîcilmente  podîa  obedecer  a  su  superior  je- 
rârquico,  el  Ministro  de  la  Guerra,  de  donde  resultaron  va- 
ries conflictos  que  lo  hicieron  regresar  a  Monterrey. 

Poco  tiempo  después  volvio  a  llamarlo  el  General  Dîaz; 
pero  en  esta  vez  fue  para  que  se  encargara  del  Ministerio 
de  la  Guerra.  * 

Desde  luego  desplegô  su  gran  actividad  y  allî  habrîa  si- 
do  un  Ministro  inmejorable,  si  su  inquiéta  ambicion  no  lo 
hubiera  impulsado  a  una  polîtica  activîsima,  atacando  a  al- 
guno  de  sus  companeros  de  Gabinete  en  periodicos  sosteni- 
dos  por  él,  segûn  se  dijo  en  aquel  tiempo,  y  segûn  parece 
comprobado  por  el  hecho  de  que  al  dejar  el  General  Reyes 
el  Ministerio,  a  la  vez  dejaron  de  existir  aquellos  periodi- 
cos, Uamados  La  Protesta  y  El  Reyque  Rabiô. 

Con  tal  motivo  parece  que  el  General  Dîaz  se  disgusto 
profundamente  }'■  lo  hizo  renunciar  su  cartera. 

Regresô  el  General  Reyes  a  Monterrey  para  hacerse  car- 
go del  Gobierno  del  Estado  de  Nuevo  Leôn,  y  queriendo 
demostrar  que  allî  sî  era  querido  3'  verdaderamente  popu- 
lar,  lo  cual  parece  que  él  creîa  sinceramente,  ofreciô  toda 
clase  de  garantîas  a  los  ciudadanos  de  aquel  Estado,  pa- 
ra que  trabajaran  con  entera  libertad  en  las  elecciones  para 
Gobernador, 

Mu}'  pronto  se  arrepintiô  de  tal  determinaciôn,  pues  los 
neoloneses  no  habîan  olvidado  la  manera  como  entré  el 
General  Rej'es  a  Monterrej',  y  lo  consideraban  como  eî  usur- 
pador  de  su  soberanîa,  y  tan  pronto  como  encontraron  una 
oportunidad  que  ellos  juzgaron  propicia,  seorganizaron  con 
el  objeto  de  sacudirel  yugo  exotico  del  Gobernador*que  se 
habia  impuesto  con  las  armas  en  la  mano. 

El  partido  independiente  se  organizô  con  una  rapidez'ad- 
mirable  y  se  ramificô  por  todo  el  Estado. 

Sin  embargo,  este  partido  adolecîa  de  un  gran  defecto: 
fundaba    casi   todas  sus  esperanzas  en  el    apoyo  de  un  im- 

209  14 


portante  grupo  de  polîticos  de  Mexico,  el  cual  perseguia  co- 
mo  ûnico  fin  nulificar  por  completo  al  General  Reyes,  sin 
preocuparle  la  suerte  de  quienes  casi  inconscientementeiban 
â  servirle  de  instrumentos.  A  este  grupo  de  polîticos,  crea- 
turas  del  General  Dîaz  y  cuya  fuerza  de  él  dimana,  les  pa- 
reciô  que  el  medio  mâs  eficaz  para  atraer  su  ayuda,  era  de- 
mostrarle  su  celo  y  adhésion  haciendo  que  el  partido  inde- 
perwiiente  organizara  una  gran  manifestaciôn  en  su  honor 
para  el  2  de  Abril  de  1903.  Como  en  esa  época  se  acerca- 
ban  las  elecciones  presidenciales,  â  los  independientes  de 
Nuevo  Léon  les  corresponderia  la  honra  de  ser  los  primeros 
en  proclamar  la  candidatura  del  General  Diaz,  y  este  in- 
dudablemente  premiarîa  su  celo  quitândoles  al  General  Re- 
3^es. 

Este,  que  no  querîa  quedarse  atrâs  en  muestras  de  adhé- 
sion al  Caudillo,  también  pensé  solemnizar  aquel  aniversa- 
rio  con  una  gran  manifestaciôn. 

El  resultado  lue  que  ese  dîa  se  organizaron  dos  manifes- 
taciones:  la  preparada  por  el  General  Reyes  ayudado  del 
elemento  oficial,  que  résulté  verdaderamente  ridfcula  por  el 
escaso  3'  abigarrado  contingente  que  la  formé,  5'^  la  organi- 
zada  por  el  partido  independiente,  que  résulté  grandiosa  por 
la  inmensa  y  variada  concurrencia,  représentante  genuina 
de  todas  las  clases  sociales,  y  que  mu_v  elocuentemente  de- 
mostraba  que  \'a  estaba  cansada  del  régimen  del  sable  y 
querîa  su  libertad  y  la  soberanîa  de  su  Estado. 

De  esta  manera,  la  grandiosa  manifestacién  de  los  inde- 
pendientes quiso  escudarse  tras  el  nombre  del  General  Dîaz, 
en  cuyo  honor  se  verificaba  dicha  manifestacién.  Sin  em- 
bargo, no  le  valié  ese  pretexto.  El  General  Reyes  estaba 
irritadîsimo  por  el  auge  del  partido  de  oposiciôn,  y  habîa 
resuelto  acabar  con  él  por  medio  de  un  golpe  audaz  que 
sembrarîa  el  pânico  en  las  filas  de  sus  enemigos. 

Los  manifestantes,  segûn  su  programa,  se  detendrîan  en 
uno  de  los  ângulos  de  la  Plaza  Zaragoza,  frente  al  Palacio 
del  Ayuntamiento. 

210 


Pues  bien,  alH  les  esperaba  una  emboscada,  pues  apenas 
hubieron  llegado  los  manifestantes  al  lugarindicado,  cuando 
fueron  saludados  por  una  lluvia  de  balas.  iEl  pretextopara 
tan  inicuo  atentado?  Un  policia  que  disparo  un  tiro  en  medio 
de  los  manifestantes.  <iPor  que  motivo?  iEra  consigna  6 
fué  casual?  Ignoramos  quien  pueda  contestar  esta  pre- 
gunta. 

Lo  que  sî  sabemos  es  que  las  Câmaras  reunidas  en  Gran 
Jurado  absolvieron  al  General  Reyes  de  la  acusacion  con- 
tra él  presentàda,  de  haber   cometido  tan  horrendo  crimen. 

tQuién  se  atreverâ  a  dudar  de  la  rectitud  del  fallo  de  tan 
augusta  asamblea? 

iQuién  pone  en  duda  la  sinceridad  de  las  protestas,  lale- 
galidad  de  los  tftulos,  la  independencia  de  acciôn  de  los  pa- 
dres  de  la  patria? 

El  resultado  de  esa  emboscada  fué  un  considérable  numé- 
ro de  manifestantes  heridos  6  muertos  por  las  balas;  otros 
reducidos  a  prisiôn,  y  los  restantes  que  pudieron  escapar, 
abandonaron  su  Estado  natal,  cambiando  su  residencia  â 
otros  puntos  de  la  Repiiblica  donde  encontraran  las  garan- 
tîas  necesarias  para  vivir  tranquilos. 

A  estos  sucesos  se  siguieron  circulares  â  los  alcaldes  de 
los  pueblos  de  dicho  Estado  para  ya  no  concéder  la  liber- 
tad  que  se  habîa  pensado.  Pretexto:  los  escândalos  del  2  de 
Abril.  Estos  habîan  demostradp  que  el  pueblo  no  sabfa  aùn 
hacer  uso  de  sus  derechos  y  tendrîa  que  seguir  tutoreado, 
Y  de  estos  hechos  sacan  sus  conclusiones  nuestros  graves 
publicistas  para  decir:  r/  pueblo  ignorante  es  una  rémora  pa- 
ra las  frâctiias  dcmoirdticas;  ai/n  no  estanias  aptos  fara  go- 
bernarnos  pur  nosotros  niisnios. 

Pero  iqué  nuestra  historia  patria  no  ha  sido  bastanteelo- 
cuente  para  demostrarles  que  la  rémora  ha  sido  el  machete 
del  militarisme? 

Cou  este  motivo  el  Estado  de  Nuevo  Leôn  fué  declarado 
nuevamente  incapaz  de  gobernarse  solo,  porque  no  tenfa   la 

211 


clarividencia  necesaria  para  comprender  que  s61o  el  General 
Reyes  podrîa  gobernarlo  con  acierto,  y  porque  aprovechaba 
las  libertades  concedidas  para  promover  escândalos  como  el 
del  2  de  Abril;  con  este  motivo,  decimos,  volviô  a  ser  suje- 
to  â  tutela  y  se  le  obligé  a  reelegir  al  General  Reyes.  To- 
dos  los  ciudadanos  estaban  obligados  âcumplircon  sus  de- 
rechos  électorales,  ya  que  el  progresista  gobernante  querîa 
que  sus  gobernados  se  familiarizasen  con  las  prâticas  de- 
mocrâticas  3'  puso  en  vigor  la  ley  électoral. 

El  ciudadano  que  no  fuera  â  depositar  su  voto  en  las  urnas 
électorales  serîa  multado.  A  esto  se  agrego  una  pequena 
disposiciôn  de  policîa,  indispensable  bajo  el  régimen  patriar- 
cal â  que  estaba  sujeto  el  Estado  de  Nuevo  Leôn.  Era  ne- 
cesario  ilustrar  el  criterio  de  los  votantes,  y  al  llegar  â  las 
urnas  ya  encontrarîan  impresas  las  candidaturas  que  debîan 
votar,  elaboradas  con  toda  calma  por  quien  sabîa  dirigir  â 
los  hijos  de  ese  Estado  con  paternal  solicitud,  â  fin  de  evi- 
tarles  que  eligieran  para  tan  alto  puesto  â  una  persona  in. 
digna. 

Resultado  final:  el  General  Reyes  quedô  reelecto  por  una- 
nimidad  de  votos. 

En  vista  de  lo  anterior  ^qué  debe  esperar  la  Naciôn  del 
General  Reyes  si  Uega  â  la  presidencia  de  la  Repûblica? 

Un  hombre  que  dice  al  pueblo:  "te  concedo  la  libertad 
para  elegir  tus  mandarios,"  pero  que  al  no  verse  favoreci- 
do  por  el  voto  popular  retira  esa  libertad  y  no  vacila  en 
recurrir  â  las  medidas  mas  extremas  para  imponerse  contra 
la  voiuntad  de  sus  conciudadanos. 

iQué  debe  esperar  la  Naciôn  de  un  hombre  que  gobierna 
como  verdadero  autocrata,  sin  concéder  ninguna  libertad  é 
interviniendo  personalmente  en  todo? 

Indudablemente,  si  el  General  Reyes  subiera  â  la  presi- 
dencia, serîa  un  hombre  honrado  como  lo  es  General  Dîaz, 
pero  como  este,  se  valdrîa  de  personas  que  no  lo  son,  como 
lo  hemos  demostrado  extensamente  en  capîtulos  anteriores. 

Ademâs,  los  hechos  confifman  que  el   General   Reyes   no 

212 


vacilarâ  en  apQvar  a  gente  inmoral  en  los  Gobiernos  de  los 
Estados,  siempre  que  le  sirvan  de  sostén  para  sus  fines  po- 
lîticos. 

El  Gobernador  actual  de  Coahuila  fué  apoyado  por  ei 
General  Reyes  en  la  campana  électoral  pasada,  tan  s61o  por 
ser  partidario  suyo,  a  pesar  de  que  el  Estado  unânimemente 
rechazaba  la  reelecciôn. 

Asî  como  hablando  del  senor  Corral  dijimos  que  una  vez 
en  la  presidencia  nombrarîa  muchos  Gobernadores  como 
Izâbal  y  Torres,  asf  decimos  que,  en  iguales  circunstancias, 
el  General  Reyes  nombrarîa  muchos  Gobernadores  como 
Cârdenas. 

Es  cierto  que  de  algûn  tiempo  acâ  se  ha  querido  revestir 
de  cierta  popularidad,  dando  leyes  que  tavorecen  al  obrero 
y  haciendo  por  medio  de  la  prensa  activa  propaganda  poli- 
tica,  la  cual  ha  tenido  algûn  eco,  apareciendo  el  General 
Re\'es  â  los  ojos  de  la  Naciôn  como  el  ûnico  capaz  de  en- 
frentarse  al  General  Dîaz  y  salvar  las  instituciones.  Su  si- 
lencio  aumentaba  su  prestigio:  todo  el  mundo  esperaba  que 
al  desplegar  sus  labios  el  brillante  General,  el  que  daba  le- 
yes en  favor  del  obrero  y  aparecîa  como  el  sîmbolo  de  re- 
generaciôn,  harîa  alguna  declaraciôn  solemne,  abrasarîa  re- 
sueltamente  la  causa  del  pueblo,  arrostrarîa  con  valor  las 
iras  del  Centro  y  se  pondrîa  â  la  cabeza  del  movimiento  re- 
generador  por  medio  de  la  democracia.  Esas  esperanzas, 
hâbilmente  fomentadas  aumentaban  singularmente  su  pres- 
tigio 

Grande  fué  la  decepcion  de  sus  leales  admiradores,  de 
sus  partidarios  sinceros,  cuando  escucharon  sus  palabras. 
En  efecto,  desde  la  cima  de  la  montana  donde  tiene  su  man- 
siôn  veraniega,  lanzo  â  la  publicidad  sus  declaraciones  por 
medio  de  una  entrevista  previamente  arreglada  y  en  estilo 
tragicômico,  déclaré  que  él  nunca  habfa  pensado  levantar- 
se  en  armas  y  que  siempre  apoyarîa  al  Gobierno  constituido, 
ya  fuera  el  del  General  Diaz  6  el  del  seiïor  Corral.  En  las 
declaraciones  anteriores   si  que  puede  aplicarse  la  moraleja 

213 


del  cuento:  safisfacciôn  no  fedida,  acusaciôti  manijiesta.  Se 
déclaré,  ademâs,  incondicional  partidario  del  General  Di'az, 
juzgando  indispensable  para  el  coronamiento  de  su  obra  su 
continuaciôn  en  el  poder,  etc.,  etc.,  y  en  gênerai  empleô  el 
lenguaje  que  ha  llegado  a  vulgarizarse  en  fuerza  de  la  fre- 
cuencia  con  que  se  repite  en  los  documentos  de  origen  ofi- 
cial. 

Con  taies  declaraciones,  el  General  Reyes  persigue  como 
fin  ostensible  adular  al  General  Dîaz,  para  atraerse  sus  sim- 
patîas  con  la  esperanza  de  heredar  la  codiciada  silla.  Anti- 
cipândose  â  los  cientîficos  en  proclamar  la  candidatura  del 
General  Dîaz,  pensé  hacer  grandes  méritos  â  sus  ojos. 

Asî  ha  de  haber  pasado  en  efecto,  3'  aunque  no  obtendrâ 
todo  lo  que  deseaba,  si  habrâ  logrado  contrarrestar  los  tra- 
bajos  de  sus  enemigos  en  el  ânimo  del  General  Dîaz. 

En  cuanto  al  pueblo,  declarado  cero  â  la  izquierda  por 
quienes  ambicionan  elevarse  en  las  esferas  del  Gobierno, 
ni  siquiera  ha  pensado  en  él  para  atraerse  su  ayuda,  pues  si 
bien  es  cierto  que  no  desdeîïa  su  cooperacién,  considéra  la 
voluntad  del  General  Dîaz  como  factor  déterminante. 

Decimos  lo  anterior,  porque  el  pueblo  no  se  contenta  con 
las  leyes  que  ha  promulgado  en  favor  de  los  obreros,  pues 
mientras  la  libertad  no  sea  efectiva,  esas  disposiciones  no 
darân  ningûn  resultado  prâctico,  como  todas  las  admirables 
leyes  que  tenemos  tan  sélo  escritas  en  los  cédigos. 

El  pueblo  no  quiere  le3'es  nuevas;  desea  ûnicamente  el 
cumplimiento  de  las  antiguas,  porque  de  ese  modo  recobra- 
râ  la  libertad  necesaria  para  darse  las  nuevas  â  su  gusto,  y 
sobre  todo,  efectivas. 

Por  tal  motivo  afirmamos  que  el  General  Reyes  nunca  se- 
ra un  gobernante  demécrata. 

Su  prestigio  en  algunos  Estados  proviene  del  odio  que 
allî  profesan  â  sus  autoridades  locales  apo5'adas  por  el  par- 
tido  cientîfico  encabezado  por  el  senor  Corral,  y  dirigen  su 
vista  hacia  Reyes  con  la  esperanza  de  que  los  aN'ude  â  sa- 
cudir  el  pesado  3'ugô  de  sus  caciques. 

214 


En  ese  sentido,  tiene  inâs  prestigio  que  el  senor  Corra!, 
porque  son  mas  los  Estados  bajo  el  dominio  de  este  ûltimo. 

En  cambio,  los  Estados  de  NuevoLeôn  3'  Coahuila,  bajo 
su  dependencia  directa,  tienen  grandes  simpatîas  por  Co- 
rral,  â  quien  estiman  como  su  apoyo  natural. 

Lo  anterior  solo  demuestra  claramente  que  tanto  Reyes 
como  Corral  son  queridos  en  los  Estados  que  no  estân  ba- 
jo su  férula,  a  donde  nd  han  llegado  las  quejas  de  los  opri- 
midos  y  en  donde  no  se  les  conoce;  en  cambio,  no  tienen 
ningûn  partido  en  los  Estados  que  estân  bajo  su  dominio 
directo. 

De  esto  résulta  que  en  los  Estados  bajo  el  dominio  de 
Reyes,  el  elemento  independiente,  compuesto  de  la  inmen- 
sa  ma3^orîa,  tienen  cifradas  sus  esperanzas  en  Corral,  â 
quien  considéra  como  â  su  protector  natural,  y  en  los  Es- 
tados bajo  el  dominio  de  Corral,  el  elemento  independiente 
tiene  cifradas  sus  esperanzas  en  Reyes. 

Todo  esto  proviene  de  la  miopîa  causada  por  la  falta  de 
libertad,  y  porque  las  opiniones  independientes  no  tienen  ga- 
rantîas  para  manifestarse  ni  menos  aûn  para  circular. 

Por  ûltimo,  las  medidas  â  favor  de  los  obreros,  dictadas 
por  el  General  Re3'es,  debemos  considerarlas  sospechosas, 
pues  si  tanto  se  interesa  por  el  obrero,  c  porque  no  le  concè- 
de el  principal  bien  que  esta  en  su  mano,  dândole  libertad 
para  el  nombramiento  de  sus  autoridades?  Ya  hemos  visto 
como  el  pueblo  anhela  la  libertad,  por  ser  el  bien  que  mâs 
necesita. 

Ademâs,  bien  conocidas  son  sus  aspiraciones  â  la  presi- 
dencia  de  la  Repûblica,  3'  es  natural  que  para  hacerse  po- 
pular,  procure  dar  ciertas  leyes  de  relumbrôn. 

Doiîa  Leonor,  como  todas  las  muchachas  bonitas,  no  de- 
be  juzgar  â  sus  cortesanos  por  las  manifestaciones  de  res- 
peto  3'  las  protestas  amorosas  que  le  hacen  mientras  preten- 
den  su  bel  la  mano.  Que  busqué  por  sus  antécédentes  cual 
es  su  verdadero  carâcter. 


215 


Con  toda  sinceridad  hemos  expresado  nuestra  opinion  sobre 
el  General  Reyes,  asîcomo  sobre  el  senor  Corra);  y  ella  nos 
obliga  a  decir  lo  siguiente:  si  creemos  que  estos  dos  perso- 
najes  serân  funestos  en  la  presidencia  de  la  Repûblica,  se 
debe  principalmente  â  que  continuarîan  e!  régimen  de  po- 
der  absoluto,  cuva  prolongaciôn  serîa  mortal  para  nuestras 
instituciones  y  peligrosa  para  nuestra  independencia. 

Sin  embargo,  debemos  decir  que  al  General  Reyes  le  reco- 
nocemos  grandes  cualidades;  se  hamantenido  honrado  en  el 
manejo  de  fondos,  en  medio  de  la  corrupciôn  administrativa 
que  lo  rodea,  y  cuando  estavo  al  frente  del  Ministerio  delà 
Guerra,  diô  pruebas  de  incansable  actividad,  de  gran  espî- 
ritu  organizador  y  de  preocuparse  en  preparar  à.  la  Naciôn 
para  su  defensa  contra  algùn  ataque  eventual. 

Estas  circunstancias  nos  hacen  sentir  hacia  él  cierta  sim- 
patîa,  é  indudablemente  que  si  la  patria  estuviera  en  peli- 
gro,  si  se  viese  amenazada  por  una  invasion  extranjera, 
quizâs  ningùn  mexicano  serîa  mas  apto  que  él  para  salvar- 
la;  convencidos  de  ello,  le  darîamos  nuestro  voto  para  el 
mando  supremo  del  Ejército  hasta  que  terminara  la  guerra, 
y  confiadamente  in'amos  â  morir  bajo  sus  banderas  por  la 
defensa  de  la  patria,  con  la  seguridad  de  que,  en  esas  cir- 
cunstancias solemnes,  quizâs  ninguno  otro  llevarîa  mâs  alto 
ni  mâs  dignamente  el  Pendon  Nacional. 

Pero  asî  como  para  las  guerras  se  necesitan  los  grandes 
capitanes,  que  sin  trabas  de  ninguna  especie  puedan  llevar 
todos  los  hilos  de  la  defensa  nacional;  para  el  tiempo  de  paz, 
que  es  de  reconstrucciôn,  se  necesita  el  juicio  sereno  del 
estadista,  la  cooperaciôn  de  todas  las  inteligencias,  la  aj'u- 
da  de  todos  los  buenos  ciudadanos,  y  este  resultado  solo  se 
obtienehabiendo  libertad,  lacual  permite  que  la  patria  apro- 
veche  las  luces  y  los  esfuerzos  de  todos  sus  buenos  hijos, 
y  â  la  vez  los  fortifica  por  medio  de  las  prâcticas  democrâ- 
ticas,  los  hace  mâs  dignos,  mâs  celosos  de  sus    derechos,  y 

216 


por  ûltimo,  mas  amantes  de  ella,  â  quien  Uegan  a  conside- 
rar  como  â  ia  madré  carinosa,  y  a  su  vez  como  â  su  propia 
creatura,  puesto  que  con  sus  esfuerzos  contribu3'en  â  su  en- 
grandecimiento. 

Solo  la  libertad  ha  dado  alientos  â  los  pueblos  para  de- 
fender  su  independencia. 

iNo  olvidemos  las  lecciones  de  la  historia! 

iNo  nos  dejemos  deslumbrar  por  los  galones! 

IRecordemos  que  Napoléon  I,  con  toda  su  gloria,  arras- 
trô  â  su  patria  â  una  catâstrofe! 

iQue  Napoléon  III,  con  su  falso  brillo,  llevô  âFranciaal 
desastre! 

iQue  el  General  Santa  Ana,  mas  hâbil  aûn  que  el  Gene- 
ral Reyes  para  confeccionar  proclamas  patrioticas,  fué  la 
causa  del  desmembramiento  de  nuestro  territorio  nacional! 
y  por  ûltimo,  que  el  General  Dîaz,  con  todo  su  prestigio,  su 
prudencia  y  moderaciôn,  nos  ha  traîdo  â  la  servidumbre! 

Desconfiemos  pues,  de  los  m.ilitares  ambiciosos;  si  aman 
â  su  patria  que  lo  demuestren  trabajando  por  su  engrande- 
cimiento,  que  solo  se  obtiene  por  la  libertad. 

Por  este  motivo,  si  queremos  asegurar  nuestra  vida  como 
Nacion  independiente,  necesitamos  defender  nuestra  liber- 
tad como  nuestra  mâs  preciosa  herencia,  porque  ella  sera  el 
faro  que  nos  dirija  aun  en  medio  de  las  mâs  deshechas  tem- 
pestades. 

Ademâs,  no  por  iraaginarnos  que  el  General  Reyes  sea 
capaz  de  salvar  â  la  patria  en  un  momento  dado,  vayamos 
â  premiarlo  de  antemano  dândole  como  recompensa  nues- 
tra libertad.  El  General  sera  de  los  que  hagan  pagar  muy 
caro  cualquier  servicio  prestado  â  la  Nacion,  y  si  no,  alli 
estân  los  alardes  que  hace  â  cada  momento  de  la  sangre  por 
él  derramada  en  la  defensa  de  la  patria  y  de  la  toma  de  Pue- 
blo  Nuevo,  de  cuya  insignificante  acciôn  de  armas  se  han 
hecho  magni'ficas  pinturas,  y  de  estas,  fotografîas  que  se 
reparten  entre  sus  partidarios  para  que  admiren  el  porte 
marcial  y  la  bizarrîa  del  bravo  General. 

217 


No  por  eso  nos  oponemos  sistemâticamente  a  que  un  mi- 
litar  ocupe  la  silla  presidencial,  pero  es  preciso  que  por  sus 
antécédentes  nos  ofrezca  garantîas  de  respetar  la  Constitu- 
ciôn,  y  como  mejor  prueba  de  ello,  que  ascienda  a  ese  alto 
puesto  por  medio  del  sufragio  de  sus  conciudadanos. 

Si  por  ese  camino  llegara  el  General  Reyes  â  la  Presiden- 
cia,  serîamos  los  primeros  en  guardarle  todas  las  cpnside- 
raciones.  Pero  mientras  eso  suceda,  creemos  que  las  pre- 
tensiones  del  General  Reyes  constituyen  una  séria  amena- 
za  para  la  Libertad,  y  por  consiguiente,  para  la  Repûblica, 
lo  cual  nos  obliga  â  llamar  la  atenciôn  de  nuestros  con- 
ciudadanos. 

Desde  el  principio  de  nuestra  obra  hemos  otrecido  hablar 
el  lenguaje  de  la  Patria,  3'  por  ese  motivo  se  vera  como  no 
vacilamos  en  desenmascarar  â  los  personajes  que  gozan  de 
ma3'or  prestigio.  Sabemos  que  no  les  agradarâ  nuestro  len- 
guaje; pero  no  nos  preocupa,  pues  â  quien  quereinos  sei'vir, 
es  al  pueblo  mexicano;  tenemos  fe  en  su  poder,  estamos  re- 
sueltos  â  luchar  â  su  lado,  y  con  él  venceremos  6  correre- 
mos  su  suerte;  pero  sea  cual  fuere  el  resultado  de  la  lucha 
que  se  inicia  entre  el  pueblo  deseoso  de  reivindicar  sus  de- 
rechos  3'-  los  miembros  de  la  actual  administracion  empena- 
dos  en  perpetuar  el  régimen  de  poder  absoluto,  nosotros 
tendremos  la  satisfacciôn  de  haber  cumplido  con  nuestro 
deber. 

Un    dilema    se   présenta  al    tratar    de 
CODSMôFdCÎOfleS      cualesquier  sucesor  que  el  General  Dîaz 
Générales.  desee  Imponemos. 

Continuaciôn  de  la  servidumbre,  con 
la  perpetuaciôn  indefinida  del  actual  régimen  de  Gobierno, 
6  la  anarquîa  con  el  cambio  de  Gobierno  por  medio  de  una 
revoluciôn. 

Por  esta  circunstancia,  las  personas  independientes  se 
muestran  tan  difîciles  de  contentar  cuando  se  habla  de  can- 
didatos;  â  todos  les  encuentran    grandes   defectos  3'  temen, 

218 


con  razon,  que  al  tener  en  sus  manos  el  poder  absoluto,  den 
rienda  suelta  a  sus  pasiones. 

El  General  Dîaz,  para  llevar  adelante  sus  planes,  ha  te- 
nido  que  violar  la  le}'  en  el  fondo,  respetândola  en  la  for- 
ma. 

Este  ejemplo,  seguido  por  toda  la  Nacion,  ha  traido  por 
resultado  el  desprestigio  de  la  le_v,  que  todo  el  mundo  in- 
terpréta segûn  su  con\eniencia,  y  que  el  disimulo  sea  con- 
siderado  como  una  forma  de  cortesîa,  como  una  cualidad 
indispensable  para  prosperar  en  estos  tiempos;  con  lo  cual 
ha  desaparecido  la  idea  que  debe  tenerse  de  honor  3'  digni- 
dad;  lo  que  siempre  se  busca,  es  la  observacion  de  las  for- 
mulas, el  respeto  a  las  apariencias,  y  el  honor  y  la  digni- 
dad  no  pueden  existir  sino  en  el  fondo  de  las  cosas,  en  las 
profundidades  de  la  conciencia. 

La  Naciôn  ha  contrai'do  esos  hâbitos  funestos  }■  eldeobe- 
decer  ciegamente  las  ordenes  de  sus  mandatarios. 

Para  que  se  extirpen  tan  profundos  hâbitos,  sera  necesa- 
rio  una  reacciôn  vigorosa  por  medio  de  las  prâcticas  de- 
mocrâticas,  pues  de  continuar  el  actual  régimen,  la  Nacion 
seguirâ  por  el  camino  que  lleva.  Los  sucesores  del  General 
Dîaz,  procurarân  hacer  que  el  pueblo  no  pierda  las  cos- 
tumbres  adquiridas. 

Pero  no  serîa  eso  lo  mas  funesto,  sino  que  la  Naciôn  irîa 
enriqueciendo  su  caudal  de  hâbitos  perniciosos,  con  cada 
nuevo  mandatario. 

Asî  por  ejemplo:  el  General  Diaz  es  un  hombre  honrado 
y  puro  de  costumbres,  y  sin  embargo,  no  ha  podido  impe- 
dir  la  gran  corrupcion  administrativa  y  cierta  degeneraciôn 
en  las  costumbres.  iPero  que  sucederia  si  su  sucesor  Uegara 
a  ser  un  libertino?  Que  ese  ejemplo  nefasto  cundirîa  aun 
mâs  râpidamente  que  la  costumbre  de  violar  la  le}-,  porque 
después  de  todo,  al  violarla  se  lesionan  ciertos  iiftereses 
materiales  y  no  falta  quien  proteste,  mientras  que,  contra 
los  desôrdenes  del  disoluto, no  habrâ  quien  clame,  sino  que 
todos  se  apresurarân  a  imitar  su  ejemplo  y  â   disculpar  sus 

219 


propias  faltas  con  las  lecciones  que  reciben  de  mas  arriba. 
Asî  como  ahora  â  nadie  se  le  tiene  a  mal  que  viole  la  ley,  en- 
tonces  nadie  se  escandalizarâ  al  ver  que  se  cometan  los  mâs 
vergonzosos  atentados  contra  la  moral. 

Debemos  estremecernos  al  pensar  en  esta  posibilidad, 
desgraciadamente  tan  probable,  si  comparamos  nuestra  si- 
tuaciôn  con  la  sufrida  por  otros  pueblos. 

Pero  sin  ir  mu3'  lejos  ^no  vemos  como  aquî  en  Mexico  todos 
intentan  imitar  al  General  Dîaz,  hasta  en  cosas  tan  trivia- 
les como  tener  su  cîrculo  de  amigos  y  tomar  un  bano  de  re- 
gadera  â  las  5  delà  mafiana,  segûn  el  senor  Lie.   Moheno? 

iNo  vemos  al  General  Reyes  mandando  hacer  un  magnî- 
fico  cuadro  en  donde  se  représenta  la  toma  de  Pueblo  Nue- 
vo,  tan  solo  porque  el  General  Di'az  le  hicieron  otro  repre- 
sentando  el  asalto  de  Puebla  el  2  de  Abril? 

<iNo  vemos  que  todos  los  Gobernadores  imitan  el  ejem- 
plo  del  Caudillo  Tuxtepecano,  empleando  hâbilmente  el  fa- 
mosp  cxtinguidor? 

Pues  bien,  si  no  vacilan  en  remedar  â  nuestro  actual  Jefe 
de  Estado  manejando  el  peligroso  exù'n£'uidor,  t como  no  h.s.n 
de  imitar  al  future  cuando  este  dé  rienda  suelta  â  sus  pasio- 
nés? 

Asfcomo  el  General  Dîaz  acabô  con  el  valor  civil  y  pres- 
tigio  de  la  ley,  su  sucesor  acabarâ  con  el  valor  personal  3'^ 
el  respeto  â  la  dignidad  humana.  En  una  sociedad  prostitui- 
da  se  enervan  todas  las  facultades  nobles  del  aima  y  el 
hombre  se  rebaja  al  estado  de  animalidad,  pues  siendo  la 
satisfacciôn  de  los  insaciables  apetitos  de  la  bestia  hujnana 
el  ûnico  môvil  que  lo  guîa,  las  nobles  aspiraciones  del  es- 
pîritu  de  Libertad,  Igualdad  y  Fraternidad,  no  encuentran 
cabida  en  taies  sociedades. 

Que  ademâs,  el  nuevo  Gobernante  6  los  que  le  rodean 
sean  âvidos  de  riquezas,  5'  entonces  hasta  el  bien  material 
de  que  disfrutan  los  ricos  se  verâ  amenazado,  y  aumentarâ 
la  corrupcion  y  la  Repûblica  seguirâ  por  una  senda  fatal 
hacia  su  ruina. 

220 


Otra  vez  nos  defendemos  dèl  cargo  de  pesimistas  que 
nos  harân  algunos  de  los  que  tienen  ojos  y  no  ven;  pero  les 
contestaremos  lo  de  siempre:  alli  esta  la  historia  inflexible 
y  serena.  Ella  nos  demuestra  que  los  pueblos  mas  podero- 
sos  llegaron  a  una  degradaciôn  lastimosa,  tan  pronto  como 
abdicaron  su  libertad  3'  se  pusieron  en  manos  de  un  solo 
hombre. 

Una  vez  establecido  el  poder  absoluto,  va  no  habrâ  régla 
para  escoger  al  Gobernante. 

Roma,  acostumbrada  por  Augusto  a  la  servidumbre,  ad- 
mitiô  a  su  muerte  el  j^ugo  de  Tiberio,  austero  y  valeroso 
militar,  quien  una  vez  en  el  poder,  dio  rienda  suelta  a  sus 
mas  bajas  pasiones,  ocultadas  antes,  pues  se  distinguîa  en 
el  arte  del  disimulo,  tan  en  bogaen  nuestros  dîas.  iCuidé- 
monos  de  los  que  tan  bien  saben  disimular! 

Después,  Roma  admitiô  el  yugo  del  primero  que  se  pre- 
sentaba;  y  la  historia  nos  ofrece  un  tristîsimo  espectâculo: 
el  pueblo  mas  grande  del  mundo,  coronando  Césares  a  los 
mas  corrompidos  cortesanos,  a  aquellos  que  habîan  hecho  su 
carrera  prestando  servicios  vergonzosos  a  sus  antecesores. 
(Suetonio,  «Los  Doce  Césares.») 

-  Y  esos  hechos  han  pasado  en  otros  paîses  también,  pero 
en  ninguna  parte  tuvieron  un  escenario  tan  vasto.  motivo 
por  el  cual  no  han  tenido  la  misma  resonancia. 

Vemos,  pues,  cuan  funesto  séria  para  nuestra  Patria  de- 
jar  que  se  implante  definitivamenteen  nuestro  suelo  el  ab- 
solutismo. 

Lo  hemos  dicho  varias  veces,  pero  no  nos  cansaremos  de 
repetirlo.  El  régimen  de  poder  absoluto  sera  funesto  para 
Mexico,  pues  si  el  General  Dîaz,  a  quien  se  reconocen  gran- 
des virtudes,  nos  présenta  un  balance  tan  desfavorable  â 
su  administracion,  solo  por  haber  establecido  el  absolutis- 
mo,  iqué  sera  cuando  quien  le  suceda  lo  prolongue  indefi- 
nidamente  sin  tener  las  virtudes  de  nuestro  actual  mandata- 
rio? 

Desenganémonos:    vamos    por   una    pendiente  râpida    al 

221 


abismo,  y  no  podremos  sufrir  tantos  anos  de  decadencia  co- 
mo  resistio  Roma,  porque  aquella  gran  Repûblica  tenîa  una 
vitalidad  asombrosa  y  habîa  conquistado  â  todo  el  mundo, 
no  existiendo  ninguna  Naciôn  que  pudiera  atacarla;  en  tan- 
to  que  nosotros  somos  un  pueblo  débil  5'^  tenemos  por  veci- 
na  una  Naciôn  poderosa  que  bien  puede  desear  el  ensanche 
de  sus  fronteras,  invocando  algûn  pretexto, como  lo  sei'îa  el 
de  regenerar  â  nuestro  pais  corrompido  por  el  despotisme. 
En  este  caso,  nuestra  resistencia  sen'a  muy  débil  y  la  pér- 
dida  de  nuestra  independencia  segura. 

A  esto  nos  llevarâ  uno  de  los  extremos  del  dilema  enun- 
ciado. 

Si  por  el  contrario,  â  la  niuerte  del  General  Dîaz  la  Na- 
ciôn no  toléra  mâs  al  sucesor  impuesto  y  por  cualquiermo- 
tivo  se  levanta  en  armas  contra  él,  volveremos  â  la  era  de 
revueltas  intestinas  con  su  inséparable  cortejo  de  calamida- 
des  y  con  la  amenaza  constante  de  la  intervenciôn  extran- 
jera,  que  aunque  nos  encontrara  mâs  fuertes,  no  poresode- 
jarîa  de  constituir  un  gran  peligro,  por  lo  menos,  para  la 
integridad  de  nuestro  territorio. 

Decimos  que  en  taies  condiciones  nos  encontrarîamos  mds 
fuertes,  porque  la  circunstancia  de  que  la  Naciôn  hubiera  re- 
accionado  dem^ostrarîa  la  existencia  de  grandes  energîas. 

Este  extremo  del  dilema,  aunque  mâs  violento,  acarrearia 
menos  maies  â  la  Patria,  pues  no  es  lo  mismo  perder  parte 
del  'territorio  de  la  Repûblica  después  de  haberlo  defendido 
valerosamente  con  las  armas,  que  caer  inermes  bajo  el  peso 
de  nuestros  vicios,  sufriendo  lamuerte  vergonzosa  del  liber- 
tine. 

A  nadie  se  oculta  que  nuestra  situaciôn  internacional  es 
muy  delicada;  necesitamos  gran  habilidad  para  evitar  todo 
conflicto  y  gran  patriotisme  para  fortalecernos  y  elevarnos, 
â  fin  de  que  nuestra  fuerza  sea  cada  vez  mâs  respetable  é 
imponente. 

Mexico  esta  pasando  por  uno  de  los  périodes  mâs  peligro- 

222 


SOS  de  su  historia,  y  sôlo  el  patriotisme  de  todos  los  mexi- 
canos  podrâ  salvarlo  de  los  peligros  que  lo  amenazan. 

Pero  la  palabra  patriotisme  se  ha  corrompido  como  todo 
lo  demâs.  Ya  nadie  la  interpréta  en  su  verdadero  sentido, 
sino  que  lo  adulteran  para  servirse  de  ella  segûn  su  con- 
veniencia,  asî  como  hacen  con  todas  las  lej'es. 

Nosotros  decimos:  en  este  caso  el  patriotisme  consiste  en 
que  todos  sacrifiquen  sus  ambiciones  personales  3'  procuren 
amoldar  sus  actos  a  la  le}',  respetando  nuestra  sabia  Cons- 
tituciôn  y  rindiendo  culto  a  la  voluntad  nacional  libremen- 
te  manifestada. 

Los  aduladores  del  General  Dîaz  nos  dicen:  el  patriotis- 
me en  las  accuales  circunstancias  consiste  en  reelegir  al 
hombre  extraordinario  que  per  mas  de  3e  anos  ha  llevade 
con  rare  acierte  las  riendas  del  Gobierne;  solo  él  sera  ca- 
paz  de  conducir  la  Nacion  a  sus  grandes  destines;  dejémos- 
lo  que  corene  su  ebra. 

Muy  bien,  decimos  nosotros,  no  nos  oponemos  a  que  siga 
el  General  Dîaz  en  el  poder,  si  tal  es  la  voluntad  de  la  Na- 
cion; pero  que  se  le  deje  el  medio  de  manifestarla  libre- 
mente. 

Elles  contestan  que  siempre  se  ha  dejade  a  la  Nacion  en 
abseluta  libertad,  que  el  Jefe  del  Estade  siempre  ha  rendi- 
de  culto  â  la  Censtitucion  y  ha  sido  el  infatigable  sostén 
de  la  ley. 

Con  tal  contestacion  nos  privan  de  todo  argumente,  pues 
nos  hablan  en  un  idioma  que  ne  es  el  nuestre.  Nosotros 
emplearaes  el  de  la  verdad  3'  nuestros  adversarios  el  con- 
vencienal,  tan  en  boga  en  estes  tiempes,  en  los  cuales  re- 
présenta magistralmente  su  papel.  Con  este  motive,  des- 
confiamos  de  todo  le  diche  per  nuestre  interlocutor,  hasta 
lo  referente  al  coronamiento  de  la  obra  del  General  Dfaz, 
pues  si  por  elle  debemos  entender  que  va  â  coronar  su  obra 
develviéndenos  nnestras  libertades,  no  sabemes  perqué  ne 
habrâ  empezade  â  hacerle  poco  â  poco,ûnice  medio  con  que 
no  resintirfa  ningùn  trastorno  la  Nacion;  en  canibio,  si  per 

223 


coronamiento,  debemos  entender  la  implantaciôn  definitiva 
del  centralismo  y  absolutismo,  entonces  si  lo  comprendemos 
muy  bien;  pero  no  estamos  de  acuerdo  en  que  se  Ueve  ade- 
lante  tal  coronamiento  y  nos  opondremos  â  ello  dentro  de 
la  le}^  hasta  donde  nos  alcancen  nuestras  fuerzas. 

Sin  embargo,  algunos  escritores  3'a  no  se  toman  la  moles- 
tia  de  disfrazar  su  pensamiento  y  nos  dicen  con  ruda  fran- 
queza:  «Aûn  no  estamos  aptos  para  la  democracia,  necesita- 
mos  una  mano  de  hierro  que  nos  gobierne.»' 

Desgraciadamente  hasta  la  ruda  franqiieza  es  falsa;  no  es 
eso  lo  que  piensan;  su  ideaes  defender  â  todo  trance  el  ac- 
tual  régimen  de  cosas,  tan  favorable  â  sus  intereses,  pues 
quienes  hablan  asî,  son  generalmente  los  que  reciben  bene- 
ficios  mas  6  menos  directos  del  Gobierno. 

En  efecto,  su  afirmaciôn  se  contesta  fâcilmente:  Admi- 
tiendo  por  un  momento  que  no  estemos  aptos  para  la  de- 
mocracia, ide  que  manera  lograremos  llegar  â  familiarizar- 
nos  con  sus  prâcticas,  si  nunca  se  nos  déjà  practicarlas?  La 
frase  de  prâcticas  democrâticas,  consagrada  por  la  costum- 
bre,  implica  desde  luego  la  teoria  puesta  en  accion  y  mien- 
tras  esto  no  suceda,  mientras  los  pueblos  no  lleven  â  la 
prâctica  los  idéales  democrâticos,  nunca  se  familiarizarân 
con  ellos. 

Por  consiguiente,  si  ahora  estamos  menos  aptos  para  la 
democracia  que  hace  30  anos,  como  lo  demuestra  el  hecho 
de  que  en  aquella  época  existîa  en  las  câmaras  de  représen- 
tantes un  elemento  oposicionista  bien  organizado,  y  ahora 
no  existe  ni  sombra  de  oposiciôn,  iqué  sucederâ  si  la  ac- 
tual  situaciôn  se  prolonga  aun  mas?  Lo  logico  es  esperar 
que  el  poco  espîritu  pûblico  aûn  subsistente,  desaparezca  y 
cada  dîa  estemos  menos  aptos  para  la  democracia. 

Decfamos  que  solamente  el  patriotismo  de  todos  los  me- 
xicanos  puede  salvar  â  la  Patria  de  los  peligros  que  la 
amenazan. 

Ya  hemos  visto  que  la  corruptora  influencia  del  poder  ab- 
soluto  ha  falseado    hasta  la  significaciôn  de  la  palabra    pa- 

224 


trioti  smo,  y  hemos  podido  comprender  que  no  debemos  es- 
perar  del  elemento  oficial  ningûn  esfuerzo  para  salvar  â  la 
Patria;  pues  nuestros  mandatarios,  mareados  por  la  adula- 
ciôn,  preocupados  de  su  polîtica  personal,  no  quieren  6  no 
pueden  ver  el  peligro  â  donde  nos  llevan. 

Una  vez  hecha  esta  dolorosa  réflexion,  nos  preguntamos: 
ipor  el  solo  hecho  de  no  tener  esperanzas  de  que  nos  sal- 
ven  nuestros  actuales  gobernantes,  vamos  â  dejarnos  llevar 
al  desastre?  iqué  entre  el  elemento  independiente  no  se  en- 
contrarân  ciudadanos  bastante  valerosos  para  organizar  las 
fuerzas  de  la  Nacion  y  procurar  salvarla,  aun  arrostrando 
las  iras  de  los  actuales  mandatarios? 

Frîamente  hemos  estudiado  los  dos  extremos  del  dilema 
â  donde  nos  llevarân  el  General  Diaz  y  el  cfrculo  que  lo 
rodea. 

Para  esto  solo  hemos  considerado  los  elementos  general- 
mente  tomados  en  cuenta,  sin  considerar  para  nada  el  prin- 
cipal elemento  el  pueblo,  la  voluntad  nacional,  que  forzosa- 
mente  terciarâ  en  la  lucha  de  los  dos  baudos  porfiristas  al 
disputarse  la  preciosa  herencia.  Nosotros  asî  lo  creemos,  y 
no  solamente  abrigamos  tal  convicciôn,  sino  la  seguridad 
de  que  ese  elemento  tan  despreciado  en  estos  dîas,  muj' 
pronto  revestirâ  gran  importancia,  siendo  quien  détermine 
cual  ha  de  ser  su  destino. 

Pero  antes  de  estudiar  las  fuerzas  de  que  dispone  el  ele- 
mento independiente  para  la  reivindicacion  de  sus  derechos, 
convendrâ  plantear  de  un  modo  claro  el  problema  que  ha  de 
resolver. 

El  problema    se   reduce  â  lo   si- 

Problema  trascendental.  guiente: 

tConviene  â  la  Nacion  Mexicana 
la  continuaciôn  del  actual  régimen  de  poder  absoluto,ô  bien 
la  implantaciôn  de  las  prâcticas  democrâticas? 

Si  lo  primero,  indudablemente  que  el  papel  de  los  ciuda- 
danos independientes  sera  aprobar  con  su  silencio  6  indi' 
ferencia,  la  nueva  reeleccion  del  General  Dfaz,    y  el   de  los 

225  is 


que  quieran  seguir  en  el  poder,  formar  entre  sî  banderias 
para  que  resuite  electo  Vicepresidente  quien  mâs  convenga 
a  sus  intereses  particulares. 

Pero  si  al  pais  conviene  la  alternabilidad  de  los  funcio- 
narios  por  medio  de  la  implantacion  de  las  prâcticas  de- 
mocrâticas,  entonces  el  papel  de  los  ciudadanos  indepen- 
dientes  sera  importantîsimo,  pues  deben  organizar  un  par- 
tido  de  tendencias  democrâticas  y  luchar  valerosamente  en 
la  proxima  campana  électoral  contra  los  elementos  oficiales, 
porque  de  éstos  no  podrâ  esperarse  ningûn  esfuerzo  en  pro 
de  la  demoracia. 

Creemos  haber  demostrado  de  un  modo  fuera  de  duda, 
que  la  prolongacion  del  absolutismo  sera  funesto  para  la 
Repûblica  y  que  no  podemos  esperar  de  la  actual  adminis- 
traciôn  ningûn  cambio  de  tendencias;  por  tal  motivo,  es  in- 
dispensable que  el  elemento  independiente  piense  seriamente 
en  el  porvenir  de  la  Patria,  sacuda  su  pesado  indiferentis- 
mo,  haga  un  vigoroso  esfuerzo,  se  organice  y  luche  por  la 
reivindicacion  de  sus  derechos. 

En  estas  circunstancias,  la  l'inica  lucha  posible  3'  patriô- 
tica,  sera  entre  el  absolutismo  r  la  democracia.  ' 

Los  partidarios  del  Gobierno,  va  sea  por  conveniencia  6 
por  miedo,  afiliense  en  las  banderas  porfiristas,  pues  3'a 
sea  que  como  Vicepresidente  proclamen  al  senor  Corral  6 
al  General  Reyes,  sus  tendencias  serân  las  mismas. 

En  cambio,  el  elemento  independiente,  el  que  quiere  el 
Gobierno  de  fodûs,  que  se  afilie  en  las  banderas  de  algùn 
Partido  verdaderamente  Democrâtico. 

Este  partido  aun  no  existe  de  hecho,  aun  no  esta  orga- 
nizado,  pero  sî  existe  en  las  aspiraciones  nacionales  3'  el 
pro3^ecto  que  vamos  â  presentar  lo  proponemos  de  base  pa- 
ra su  organizaciôn. 

Conocemos  mu3^  bien  las  grandes  dificultades  que  présen- 
ta la  idea  para  Uevarse  â  la  prâctica;  pero  juzgamos  indis- 
pensable para  la  salvacion  de  la  patria  afrontar  resuelta- 
mente  la  situaciôn  y  no  vacilamos  en  hacerlo. 

226 


Cuântas  veces  al  grito  de  "al  enemigo"  han  volado 
nuestros  escuadrones  afrontando  una  muerte  segura  para 
desalojar  al  invasor  extranjero  de  sus  inexpugnables  trin- 
cheras. 

Pues  bien,  ahora  nos  dice  nuestra  Patria:  'al  enemigo," 
y  aunque  este  es  el  poder  absoluto;  volemos    al  ataquerh'a- 
gamos  a  la  Patria  el  sacrificio  de  nuestra  tranquilidad,    de 
nuestro  reposo,  de  nuestra  vida  si    es  preciso;    pero    sa'lvé- 
mosla,  pues  no  debemos  enganarnos,  vamos  a  un  precipicio 
y  asf  como  nunca  hemos  vacilado  en  exponernuestras  vidas 
cuando  la  independencia  de   la   Patria   ha  sido    amenazada 
Dor  el  invasor  extranjero,    tampoco  debemos    escatimarlas 
ahora  que    el  enemigo  esta  dentro   de    nosotros   mismos    y 
amenaza  seriamente  nuestras  libertades,pues  aunque  no  tan 
visible  como  aquél,  no  por  eso  déjà  de  darnos  golpes  certe- 
ros,  minando  nuestras  instituciones,    arrancândonos    nues- 
tras libertades    y  maniatândonos,  para  entregarnos  inermes 
al  mvasor  extranjero,  6  hacernos   caer  en   tal  degradaciôn 
que  sucumbiremos  bajo  el  peso  de  nuestros  propios    vicios- 
^  Pero    si  aconsejamos  el  desprecio  de  la  vida  para   salvar 
a  la  Patria,  no  por   eso  queremos  que  se  tomen  las    armas 
para  combatir  al  actual  Gobierno,  pues  volverîamos  a  caer 
en  el  tristfsimo  dédalo  de  las  guerras  intestinas,  que  tantos 
pehgros  acarrearian  a  la  Patria. 

En  las  grandes  luchas  democràticas  nunca  corre  la  san- 
gre  hermana,  ni  se  arriesga  la  vida  en  ellas;  pero  aquf  en 
nuestro  pafs  es  diferente,  pues  los  que  estân  en  el  poder 
desde  la  Victoria  de  Tecoac,  nunca  han  respetado  la  opi- 
nion pûbl.ca  y  cuando  el  pueblo  ha  querido  hacer  uso  de 
sus  derechos  democrâticos,  se  lo  ha  impedido  el  Gobierno 
vahéndose  de  la  fuerza  bruta,  como  lo  atestiguan  los  ruido- 
sosatentados  del  2  de  abril  en  Monterrev  v  los  menos  rui- 
dosos  que  se  han  visto  en  los  Estados  que  han  querido  rei- 
vmdicar  sus  derechos. 

Por  estas  circunstancias  decimos:  los  deseosos  de  luchar 
en  la  prôxima    campana    politica    y  militar    en  los    bandos 

227 


antireeleccionistas,  deberân  afrontar  los  P^'S";  ™^  /^^ 
ves;  la   misma   muerte  si  es  preoso;  pero  es  prefenble  que 
alginas  vlctimas  sean  sacrificadas  por  la  vctor.osa  espada 
que  nos  domina,  y  no  que  se  vaya   â  ensangrenta     el  pa, 
con  un  numéro  muy  superior,  como  el  que  resultar.a  deuna 

"Estimas,  à  pesar  de  serinnumerab.es,  consti.uirian 
un  sacrificio  estéril,  mientras  que  las  otras,  a  P-a":  de  su 
pequeno  numéro,  prestarian  inmensos  ^^"'"°' ^}^^^12 
pues  con  su  sangre  lograrlan  cimentar  la  base  del  Partido 
?rdependiente  cuva  formacién  trataremos  y  que  una  vez 
onstituido,  sera  la  salvaciôn  delà  Patr.a  ya  sea  que  en 
a  p'ôxima  contienda  électoral  resuite  vencdo  6  v.ctor.oso. 


228 


CAPITULO  VI. 

^ESTAMOS  ÂPTOS  PARA  LA  DEMOCRACIA? 


Hasta  ahora  solo  nos  hemos  ocupadoen  estudiar  la  situa- 
ciôn  creada  por  el  militarismo  en  Mexico,  dedicando  nues- 
tra  atencion  preferente  al  actual  régimen  que  consideramos 
como  natural  consecuencia  de  aquél. 

Hemos  visto  los  maies  acarreados  al  pai's  por  el  absolu- 
tisme del  General  Dîaz  y  sobre  todo  hemos  procurado  des- 
cifrar  el  porvenir  que  espéra  a  la  Patria  Mexicana  con  la 
prolongacion  de  este  régimen,  y  lo  encontramos  pavoroso, 
pues  hemos  visto  que  con  vertiginosa  velocidad  marchamos 
â  un  abismo  en  donde  quedarân  para  siempre  sepultadas 
nuestras  virtudes  cîvicas  y  nacionales,  asî  como  nuestra  li- 
bertad  y  muy  pronto  también  nuestra  independencia. 

Sin  embargo,  recapacitando  sobre  nuestro  pasado;  re- 
leyendo  nuestra  historia,  encontramos  episodios  tan  sor- 
prendentes,  acciones  tan  heroicas,  mexicanos  tan  grandes 
y  magnânimos  que  han  aparecido  en  nuestro  suelo  nacio- 
nal  con  tanta  oportunidad  para  salvar   â  In  Patrîa,  que  nos 

229 


ha  parecido  percibir  la  mano  de  la  Providencia  giiiândonos 
hacia  nuestros  grandes  destinos. 

Toda  nuestra  historia  tiene  cierto  sello  de  grandeza  que 
impresiona,  y  ese  sello  no  déjà  de  tenerlo  ni  aun  la  niisma 
Dictadura  de!  General  Dîaz,  pues  al  fin  de  todo,  nuestro 
actual  Présidente  ha  podido  ilevar  a  cabo  una  obracolosal, 
y  se  ha  rodeado  de  tal  prestigio  en  el  extranjero  3'  aun  en 
el  pais,  que  se  ha  formado  un  pedestal  altîsimo,  en  la  cima 
del  cual  ostenta  su  bronceada  figura,  siempre  serena,  siem- 
pre  tranquila  y  con  la  mirada  fijaen  los  grandes  destinos  de 
la  Patria. 

El  General  Dîaz  no  ha  sido  un  déspota  vulgar,  y  la  his- 
toria nos  habla  de  muy  pocos  hombres  que  hayan  usado 
del  poder  absoluto  con  tanta  moderacion. 

La  obra  del  General  Dîaz  ha  consistido  en  borrar  les 
odios  profundos  que  antes  dividîan  a  los  mexicanos  y  en 
asegurar  la  paz  por  mas  de  30  aîlos;  esta,  aunque  mecânica 
al  principio,  ha  echado  profundas  raîces  en  el  suelo  nacio- 
nal,  de  tal  modo  que  su  florecimiento  en  nuestro  paîs,  pa- 
rece  definitivo. 

La  mano  de  hierro  del  General  Dîaz,  acabô  con  nuestro 
espîritu  turbulente  é  inquieto  y  ahora  que  tenemos  la  cal- 
ma necesaria  y  comprendemos  cuan  deseable  es  el  reinado 
de  la  ley,  estamos  aptos  para  concurrir  pacîficamente  a  las 
urnas  électorales  y  deposifar  nuestro  voto. 


* 
*  * 


La  primera  parte  de  nuestro  estudio.que  ha  consistido  en 
escudrinar  los  hechos  y  sacar  de  ellos  las  deducciones  16- 
gicas,  esta  incompleta,  en  ella  solo  nos  ha  guiado  la  razôn, 
la  cual  solo  puede  actuar  en  el  terreno  de  los  hechos.  Por 
esa  circunstancia  fuimos  inflexibles  para  valuar  la  obra  del 
General  Dîaz. 

Si  para  nuestras  investigaciones  no  pudiéramos  disponer 
de  otro  instrumente  que  nuestra  frîa  razôn,  nuestro  trabajo 

230 


va  hubiera  terminado.  Habrfamos  encontrado  el  porvenir 
muy  pavoroso,  nos  verîamos  sin  armas  para  combatirio,  y 
tristemente  deberîamos  resignarnos  a  ver  perecer  a  nuestra 
Patria  querida. 

Efectivamente,  la  razôn  nos  révéla  las  insuperables  difi- 
cultades  que  existen  para  intentar  en  el  terreno  de  la  de- 
mocracia  una  lucha  fructuosa  entre  el  pueblo  adormecido, 
olvidado  de  sus  derechos,  y  sin  fuerzas  ni  deseos  para  re- 
conquistarlos,  y  el  poder  absoluto  apoyado  por  el  prestigio 
del  General  Dîaz,  por  los  innumerables  miembros  de  su  ad- 
ministraciôn,  por  los  inmensos  recursos  de  que  dispone, 
por  los  cuantiosfsimos  intereses  creados  a  su  sombra,  y  mez- 
clado  con  todos  tan  poderosos  elementos,  el  brillo  siniestro 
de  las  bayonetas  y  las  bocas  de  fuego,  listas  para  arrojar 
sus  candentes  pro3'ectiles. 

Al  estudiar  frîamente  este  problema,  no  se  encuentra  mas 
solucion  que  cruzarse  de  brazos  y  esperar  estoicamente  el 
porvenir,  con  tan  pocas  esperanzas  de  salvacion,  ccmo  las 
que  tendrîa  una  nave  sin  timon  azotada  por  las  enbraveci- 
das  olas  del  mar. 

Pero  afortunadamente  no  es  asî.  Penetrando  mas  profun- 
damente  en  el  fondo  de  las  cosas  encontraremos  fuerzas  po- 
tentes,  elementos  importantes  de  combate,  los  mismos  que 
han  estado  siempre  al  servicio  de  la  patria  en  sus  dîas  de 
peligro. 

Existen  medios,  conocidos  por  todos  los  grandes  hombres 
de  la  humanidad,  familiares  para  los  creyentes,  y  que  lla- 
mamos  fe,  intuiciôn,  inspiraciôn,  sentimiento,  los  cuales 
llevan  â  un  terreno  que  la  raz6n  por  impotente  no  puede 
abordar. 

Esa  fe  siempre  ha  inspirado  los  grandes  sacriftcios  y  las 
abnegaciones  sublimes;  pero  no  es  la  fe  ciega  que  crée  sin 
apoyarse  en  la  ciencia,  sino  la  fe  ilustrada  y  profunda  de 
los  clarividentes,  quienes.â  través  de  la  metodica  y  fn'ana- 
rraciôn  de  los  liechos,  saben  descubrir  los  grandes  destines 

231 


de  las  naciones  y  llegan  â  percibir  la  misteriosa  mano  de  la 
Providencia  que  solicita  guîa  â  los  pueblos. 

Bellîsimos  ejemplos  de  lo  que  significa  y  vale  esa  fe  los 
encontramos  en  Cristo  redimiendo  a  la  humanidad,  en  Cris- 
tôbal  Colon  descubriendo  un  Nuevo  Mundo,  en  Hidalgo 
proclamando  la  independencia  de  nuestra  patria,  y  en  Juâ- 
rez  defendiéndola  del  invasor  francés. 

Pues  bien,  esa  fe  que  nuestros  grandes  hombres  tuvieron 
en  el  brillante  porvenir  de  nuestra  patria,  nos  la  han  tras- 
mitido,  y  la  actual  generaciôn  siente  correr  por  sus  venas 
la  sangre  generosa  no  en  vano  derramada  por  nuestros  pa- 
dres. 

La  nueva  generaciôn  alienta  véhémentes  deseos  de  liber- 
tad. 

En  el  vasto  territorio  de  la  Repùblica  se  siente  un  estre- 
mecimiento,  el  precursor  de  los  grandes  acontecimientos,  el 
del  guerrero  que  antes  de  entrar  al  combate  concède  un  mo- 
mento  de  expansion  â  sus  nervios. 

Todo  nos  hace  créer  que  la  Naciôn  mexicana  se  apresta 
al  combate,  y  para  el  pueblo  mexicano  luchar  es  vencer.  Lo 
esencial  es  que  se  resuelva  â  entrar  en  la  lid. 

Procuraremos  estudiar  con  la  mayor  serenidad  posible  las 
fuerzas  de  que  el  pueblo  dispone;  pero  antes  de  pasar  ade- 
lante  debemos  una  explicaciôn  al  lector. 

Quizâs  le  haya  extranado  la  apreciaciôn  que  al  principiar 
este  capîtulo  emitimos  sobre  el  General  Dîaz,  encontrândo- 
la  poco  de  acuerdo  con  algunos  de  nuestros  juicios  anterio- 
res. 

La  explicaciôn  es  sencilla. 

Ahora  lo  consideramos  desde  otro  punto  de  vista:  nuestro 
criterio  ya  no  es  guiado  por  la  razôn  inflexible,  sino  por  el 
sentimiento,  que  ve  mâs  hondo  y  mâs  claro.  Nosotros  cree- 
mos  que  toda  acciôn  humana  es  determinada  por  factores 
muy  diversos  y  complejos. 

El  valeroso  soldado  que  en  primera  lînea  marcha  al  asal- 
to    puede  ser  impulsado  â  la  vez,  por  el  temor  de  que  lo  de- 

232 


claren  cobarde,  por  la  ambiciôn  de  ascender,  por  la  envi- 
dia,  y  en  muchos  casos,  viendo  imposible  toda  retirada,  se 
resolverâ  a  emprender  alguna  acciôn  heroica  En  todas  esas 
circunstancias  no  obra  el  patriotismo  de  un  modo  directo; 
sin  embargo,  la  causa  para  que  haya  ido  al  ataque  fué  el 
amor  a  la  patria,  el  cual  sintiô  en  un  momento  de  entusias- 
mo  6  le  fué  comunicado  por  alguno  de  sus  amigos,  animân- 
dolo  para  alistarse  bajo  las  banderas. 

También  parece  que  sobre  las  naciones  se  mece  un  genio 
protector  preparando  los  ânimos  para  hacerlos  coadyuvar 
insensiblemente  al  mismo  fin. 

Esto  pasa  actualmente  en  nuestra  patria;  creyendo  vis- 
lumbrar  albores  de  redenciôn,  encontramos  que  el  General 
Dîaz  puede  ser  uno  de  los  instrumentes  de  la  Providencia 
para  Ilevarnos  â  nuestros  grandes  destinos. 

Efectivamente,  hasta  ahora  hemos  hablado  del  General 
Dîaz  por  los  hechos  pasados;  pero,  dquién  nos  asegura  que 
este  hombre  extraordinario  no  vaya  â  consumar  su  carrera 
con  una  acciôn  magnânima  5'  generosa  que  le  pondrîa  en 
primera  lînea  entre  los  grandes  hombres  no  solamente  de 
la  patria,  sino  de  la  humanidad? 

El  juicio  definitivo  sobre  el  General  Dîaz  corresponde  âla 
historia,  que  podrâ  valorar  serenamente  el  resultado  de  to- 
das sus  acciones. 

Nosotros  no  sabemos  cual  sera  el  ûltimo  acto  del  gran 
drama  nacional  iniciado  en  Tecoac.  cPresenciaremos  una 
lucha  en  que  la  libertad  banada  en  sangre  sea  ahogada  pa- 
ra siempre,  6  bien  resuite  victoriosa  en  la  contienda  y  el 
poder  absoluto  se  desplome  con  ruido  atronador? 

Esos  desenlaces  solo  serân  posibles  si  el  General  Dîaz  se 
obstina  en  no  hacer  ninguna  concesiôn  â  la  voluntad  nacio- 
nal. 

Pero  si  en  vez  de  observar  tal  conducta  el  General  Dîaz, 
obrando  con  magnanimidad  rara  se  resuelve  â  respetar  la 
voluntad  nacional,  el  final  de  su  carrera   sera   tan   glorioso, 

233 


que  opacarâ  su  historia  anterior  y  las  faltas  por  él  cometi- 
das  aparecerân  pâlidas  ante  los  fulgores  de  su  gloria. 

El  General  Dîaz  por  sî  solo,  seguramente  no  observarâ 
tal  conducta;  pero  viendo  a  la  Naciôn  exigîrselo,  quizâs  ha- 
ga  como  el  soldado  que  ante  la  difîcil  retirada  se  resuelve 
a  cometer  una  acciôn  heroica.  El  resultado  sera  el  mismo, 
pero  mientras  mas  espontânea  sea  la  determinaciôn  del  Ge- 
neral Dîaz,  mas  lehonrarâ. 

En  resumen,  en  los  capitulos  anteriores  hemos  juzgadoal 
General  Dîaz  tal  como  se  ha  presentado;  pero  también  he- 
mos juzgado  con  dureza  a  todo  el  pueblo  mexicano,  que  se 
ha  dejado  arrastrar  por  la  corriente  avasalladora  del  servi- 
lismo. 

En  lo  sucesivo  3'  atentos  al  despertar  de  la  Nacion,  juz- 
garemos  al  pueblo  mexicano  y  al  General  Dîaz  como  cree- 
mos  puedan  comportarse  en  la  lucha.  El  pueblo  fuerte;  el 
General  Dîaz  magnânimo. 

Si  el  pasado  acusa  al  General  Dîaz,  el  porvenir  podrâ 
reivindicarlo. 

De  cualquier  manera  que  sea,  el  pueblo,  que  hasta  ahora 
se  ha  mostrado  indiferente  por  la  cosa  pûblica,  asumirâ  en 
lo  sucesivo  el  papel  que  le  corresponde  y  principiarâ  por 
hacer  balance  a  la  administracion  del  General  Dîaz;  apro- 
vechando  todo  el  bien  que  este  le  haya  hecho  y  sin  recrimi- 
naciones  inutiles  se  dedicarâ  â  rem.ediar  los  maies  que  le 
haya  causado. 

Ese  es  el  porvenir  que  soîïamos  para  nuestra  patria. 

Veamos  si  es  posible. 


Lo  esencial  es  saber  realmente  si  estamos  aptos  para  la 
democracia. 

Dos  factures  importantes  tendrân  que  influir  de  un  modo 
poderoso  en  las  luchas  democrâticas: 

El  primero,  el  pueblc. 

234 


El  segundo,  el  Gobierno. 

Estudiemos  estos  dos  elementos  separadamente. 

Segûn  intentamos  demostrar   an- 

El  piieblO    meXicanO      terlomiente,  no  es  tan  difîcil    como 

esta  aptO  para  la       se  aparenta  créer  el  que  un  pueblo 

âeniOCraCia.  haga  uso  paclficamente  de  sus    de- 

rechos  électorales. 

La  principal  dificultad  para  que  se  implanten  esas  prâcti- 
cas  en  nuestro  suelo,  la  han  querido  encontrar  alguncs  es- 
critores  en  la  ignorancia  del  ochenta  y  cuatro  por  ciento  de 
nuestra  poblaciôn,  enteramente  analfabeta. 

Nosotros  creemos  que  se  exagéra  la  importancia  de  ese 
obstâculo,  por  falta  de  valor  para  denunciar  el  principal,  del 
cual  nos  ocuparemos  adelante. 

Temen  algunos  escritores  que  el  pueblo  ignorante  consti- 
tu5'a  un  factor  poderoso  en  manos  del  gobierno,  que  lo  ma- 
nejarâ  a  su  voluntad,  6  del  clero,  que  lo  llevarâ  a  donde 
qaiera  valiéndose  de  la  influencia  de  los  pârrocos. 

Algo  cierto  debe  haber  en  el  fondo  de  esa  afirmaciôn;  pero 
nosotros  hemos  observado  en  algunos  ensayos  democrâticos 
practicados  en  Nuevo  Léon,  Yucatân  y  en  este  Estado,  que 
el  pueblo  segufa  mas  bien  à  sus  amos  6  a  las  personas  que 
le  inspiraban  mâs  simpatîa,  y  la  autoridad  solo  contabacon 
los  empleados  â  su  servicio  \'  con  los  sirvientes  de  sus  parti- 
darios. 

El  clero  no  tomô  parte  en  esos  movimientos,  pero  algu- 
nos sacerdotes  aislados  sî  intervinieron,  luchando  con  ente- 
reza  al  lado  del  pueblo.  El  clero  mexicano  ha  evolucionado 
mucho  desde  la  guerra  de  Reforma,  pues  lo  que  ha  perdido 
en  riqueza  lo  ha  ganado  en  virtud.  Ademâs,  el  clero  seglar 
siempre  ha  sido  partidario  del  pueblo;  el  que  ha  tendido  â 
la  dominaciôn  es  el  regular,  pero  este  ha  desaparecido  y 
acabado  con  su  prestigio  en  Mexico,  y  5'a  no  intentarâ  un 
imposible,  como  serîa  que  retrogradâramos  mâs  de  medio 
siglo. 

Decimos  esto,  porque  no  nos  parece  oportuno  preocuparse 

235 


por  la  influencia  del  clero:  este  se  ha  identificado  con  las  aspi- 
raciones  nacionales,  y  si  Uega  â  ejercer  alguna  influencia 
moral  en  los  votantes,  sera  mu3^  légitima;  la  libertad  debe 
cobijar  con  sus  amplias  alas  â  todos  los  mexicanos,  y  no  sé- 
ria logico  pedir  la  libertad  para  los  que  profesamos  deter- 
minadas  ideas  y  negarla  â  los  que  profesan  diferentes.  Con 
esa  polîtica  falsearîamos  la  libertad  y  caerîamos  en  el  ex- 
tremo  opuesto. 

Es  puéril  temer  en  nombre  de  la  libertad  la  luz  de  la  dis- 
cusiôn. 

Mientras  las  armas  del  pensamiento  sean  usadas  libre- 
mente  por  todos  los  mexicanos,  no  debemos  temerias.  Que 
unos  profesen  una  f e,  otros  otra;  que  unos  crean  en  la  efica- 
cia  de  unos  principios  y  otros  los  juzgen  perniciosos,  poco 
importa;  por  el  contrario:  vengan  las  luchas  de  la  idea,  que 
serân  luchas  redentoras,  pues  de  su  choque  ha  brotado 
siempre  la  luz,  y  la  libertad  no  la  teme,  la  desea. 

No  debemos,  pues,  temer  la  influencia  del  clero,  ni  mucho 
menos  querer  obstruir  su  accion  siempre  que  sea    légitima. 

En  cuanto  â  la  accion  de  la  autoridad,  indirectamente  es 
mayor  sobre  las  masas,  porque  los  grandes  capitalistas  ge- 
neralmente  son  partidarios  del  Gobierno  constituido  y  ocu- 
pan  muchos  obreros  en  sus  talleres  y  jornaleros  en  sus  ha- 
ciendas, â  los  que  fâcilmente  obligan  â  votar  en  favor  de 
las  candidaturas  oficiales. 

Esta  accion,  sin  embargo,  no  debemos  temerla  grande- 
mente,  pues  el  Gobierno  no  se  ha  preocupado  en  disciplinar 
â  sus  partidarios  porque  no  los  ha  necesitado,  y  el  dia  que 
los  necesite  tendra  que  hacerles  algunas  concesiones  que 
redundarân  en  bien  de  la  colectividad.  Ademâs,  la  influen- 
cia Personal  de  los  mandatarios  es  igualmente  légitima  y 
no  debemos  discutirla. 

Cuando  los  gobernantes  lleguen  â  la  necesidad  de  recurrir 
â  esas  maniobras  électorales,  sera  porque  se  ha  iniciado  la 
lucha  democrâtica,  y  con  tal  que  no  se  recurra  â  medios  vio- 
lentos,  la  democracia  no  tiene  nada  que  temer. 

236 


El  pueblo  ignorante  no  tomarâ  una  parte  directa  en  de- 
terminar  quienes  han  de  ser  los  candidates  para  los  pues- 
tos  pûblicos;  pero  indirectamente  favorecerâ  a  las  personas 
de  quienes  reciba  mayores  beneficios,  y  cada  partido  atrae- 
râ  â  sus  filas  una  parte  proporcional  de  pueblo,  segûn  los 
elementos  intelectuales  con  que  cuente. 

Aun  en  paîses  muy  ilustrados  no  es  el  pueblo  bajo  el  que 
détermina  quienes  deben  llevar  las  riendas  del  gobierno. 

Generalmente  los  pueblos  democrâticos  son  dingidos  por 
los  jefes  de  partido,  que  se  reducen  âun  pequeno  numéro  de 
intelectuales. 

Estos  estân  constantemente  pulsando  la  opmiôn  publica,  a 
fin  de  adoptar  en  su  programa  lo  mas  adecuado  para  satisfacer 
las  aspiraciones  de  la  mayorîa,  resultando  de  esto  la  cons- 
tante evolucion  de  las  partidos.  Asî  observâmes  en  los  Es- 
tados  Unidos  que  el  partido  republicano,  el  de  los  capita- 
listas,  tuvo  que  atacar  â  los  trusts  para  poder  conservar  el 
poder  por  cuatro  anos  mâs. 

Aqui  en  Mexico  pasarâ  lo  mismo  y  no  sera  la  masa  anal- 
fabeta  la  que  dirija  al  pais,  sino  el  elemento  intelectual. 

Pasando  â  otro  orden  de  ideas,  diremos  que  la  ley  concè- 
de el  sufragio  â  todos  los  mexicanos  mayores  de  veintiûn 
anos,  y  lo  que  deseamos  por  lo  pronto  es  que  se  cumpla  con 
la  ley.  Después,  cuando  las  Câmaras  sean  nombradas  por 
el  pueblo,  en  uso  de  los  derechos  que  le  concède  la  ley  élec- 
toral vigente,  entonces  sera  tiempo  de  reformarla,  si  la  prâc- 
tica  demuestra  que  es  defectuosa.  Nosotros  creemos  que  es 
posible  emitir  juicios  sobre  ella,  porque  desde  que  tenemos 
uso  de  razon  no  la  hemos  visto  funcionar.  Opinamos  que 
sera  preferible  observar  la  ley  électoral  por  mala  que  sea, 
â  seguir  con  el  actual  régimen,  que  no  obedece  â  ninguna 
ley  ni  buena  ni  mala. 

Hemos  procurado  demostrar  que  la  ignorancia  no  es  un 
obstâculo  para  que  se  implanten  entre  nosotros  las  prâcti- 
cas  democrâticas,  y  ahora  pasaremos  â  probarlo  con  he- 
chos. 

237 


iEn  la  Grecia  de  Pericles  y  en  la  Roma  de  los  Cônsules, 
habrîa  mas  del  dieciseis  por  ciento  de  sus  habitantes  que 
supieran  leer  y  escribir  6  estarîan  mas  civilizados  que  nos- 
otros? 

iLa  Francia  del  93  tendrîa  tan  desarrollada  su  instruc- 
cion,  pùblica  que  en  parangon  con  la  nuestra  no  pudiéramos 
resistir  la  comparaciôn? 

Pues  bien,  los  griegos  y  los  romanos  de  aquella  época, 
que  en  su  inmensa  mayorîa  no  sabîan  leer  ni  escribir,  que 
eran  infantilmente  supersticiosos  y  tenîan  costumbres  tan 
bârbaras  que  no  resisten  comparaciôn  con  nuestro  actual 
estado  de  adelanto,  estaban,  â  pesar  de  todo,  perfectamen- 
te  aptos  para  la  democracia  y  precisamente  â  sus  prâcticas 
regeneradoras  debieron  la  gloria  de  elevarse  â  una  altura  y 
grandeza  no  conocidas  hasta  entonces. 

La  Francia  de  93,  en  su  maj'orîa  analfabeta,  llevô  âcima 
una  de  las  empresas  mas  colosales  que  Ha  presenciado  el 
mundo,  tan  pronto  como  implanté  en  su  suelo  las  prâcticas 
democrâticas,  aclimatadas  tan  râpidamente  en  ese  pais  por 
tantos  siglos  sometido  â  la  tiranîa  del  poder  absoluto,  que  el 
mismo  Napoléon  con  su  irrésistible  prestigio,  no  se  atreviô 
â  atacarlas  en  principio,  y  el  haberlas  conculcado  en  su 
esencia  fué  lo  que  acarreô  su  estruendosa  cafda. 

Por  ûltimo,  el  Japon  de  hace  cuarenta  anos,  era  mâs  ig- 
norante que  nosotros  hace  treinta,  y  sin  embargo,  gracias  â 
la  solicitud  verdaderamente  paternal  del  Mikado,  que  diô 
libertad  â  su  pueblo,  florecieron  en  su  suelo  las  prâcticas 
democrâticas,  que  han  elevado  el  Japon  â  un  puesto  envi- 
diable  entre  las  naciones  civilizadas. 

Volviendo  ahora  â  nuestra  historia,  èqué  mejor  prueba 
puede  haber  sobre  la  aptitud  del  pueblo  mexicano  para  la 
democracia,  que  la  eleccion  de  représentantes  al  Congreso 
Constituyente  de  57,  Congreso  que  honraria  â  cualquiera 
naciôn  civilizada? 

Y  después,  durante  las  administraciones  de  Juârez  3^  Ler- 
do,  ino  hubo  en  el  Congreso  un  partido  independiente    que 

238 


hacîa  oposicion  a  los  actos  del  Gobierno  cuando  no  estaban 
de  acuerdo  con  sus  aspiraciones?  Ese  grupo  de  représen- 
tantes nombrados  por  el  pueblo,  ino  fué  ensalzado  hasta 
las  nubes  por  el  mismo  General  Dîaz? 

Por  iiltimo,  los  movimientos  democrâticos  iniciados  en 
Nuevo  Léon,  Yucatân  5'  en  este  Estado,  demuestran  que  el 
pueblo  se  aviene  mu}'  bien  a  esas  prâcticas,  conio  se  evi- 
denciô  por  los  numerosos  clubs  ramificados  en  las  diferen- 
tes  ciudades  y  subordinados  â  un  club  central,  director  del 
partido  polîtico.  Estos  partidos  estaban  per/ectamente  or- 
ganizados,  contaban  con  numerosos  periôdicos  3'  eran  diri- 
gidos  con  acierto  3'  patriotismo  en  las  raaniobras  électora- 
les, por  las  directivas  electas  oportunamente.  Si  estos  par- 
tidos fracasaron  en  sus  luchas,  fué  porque  armados  ùnica- 
mente  con  el  derecho,  no  pudieron  neutralizar  la  influencia 
de  la  fuerza  bruta  empleada  por  el  Gobierno.  Ademâs  un 
Estado  solo  nunca  podrâ  luchar  en  contra  de  la  Federacion. 

A  pesar  de  que  entonces  los  partidos  populares  fueron 
derrotados  con  armas  de  mala  ley,  el  pueblo  dio  gran  prue- 
ba  de  cordura;  se  viô  asimismo  vilmente  ultrajado  3'  per- 
seguido,  y  no  obstante,  prefiriô  permanecer  en  paz  antes  de 
recurrir  é.  medios  violentos  para  hacer  respetar  sus  dere- 
chos. 

<;No  son  pruebas  bastantes  de  que  el  pueblo  mexicano 
ha  olvidado  la  costumbre  de  acudir  en  todo  caso  â  la  re- 
vuelta? 

iNo  es  de  esperarse  por  esto  que  un  pueblo  respetuoso 
a  sus  autoridades,  aun  cuando  infringen  la  ley,  las  respete 
mâs  seguramente  3^  con  verdadera  satisfaccion,  cuando  en 
la  misma  le3'  apo3'en  sus  actos? 

Por  otra  parte,  el  espîritu  de  asociaciôn  ha  echado  hon- 
das  raîces  en  la  Repûblica,  como  lo  demuestran  las  formi- 
dables sociedades  de  ferrocarrileros,  fogoneros,  empleados 
de  todas  clases  y  obreros  de  las  fâbricas  de  tejidos  de  al- 
god6n. 

Esas  agrupaciones  han  dado  prueba  de    gran  cordura,  de 

239 


patriotismo  3'  de  verdadero  espîritu  de  union;  sus  asambleas 
revisten  tal  seriedad,  sus  acuerdos  tienen  tal  sello  de  ilus- 
traciôn  y  de  sentido  comûn,  que  sus  directores  no  represen- 
tari'an  mal  papel  en  un  Congreso  Independiente. 

Porûltimo,  la  prueba  mâs  notable  del  espîritu  de  union 
3^  de  la  ansiedad  que  abrigan  los  pechos  de  los  independien- 
tes  por  hacer  algo  en  pro  de  la  reivindicaciôn  de  nuestros 
derechos  democrâticos,  la  tenemos  en  el  Congreso  de  Pe- 
riodistas,  al  cual  concurrieron  delegados  hasta  de  los  ûlti- 
mos  confines  de  la  Repûblica:  de  Yucatân,  Sonora  3"  Sina- 
loa. 

En  él  se  consolidô  una  union  estrechîsima,  3''  en  lo  suce- 
sivo,  toda  esa  falange  de  valientes  luchadores  marcharâ  al 
unîsono,  3^  fortalecidos  con  la  solidaridad,  representarân  un 
papel  importante  en  la  gran  lucha  que  muy  pronto  presen- 
ciaremos  entre  el  poder  absoluto  y  la  democracia. 

Como  conclusion  de  las  razones  expuestas,  podemos  afir- 
mar  enfâticamente  que  s/  estamos  aptos  para  la  democracia. 

Comprendemos  que  30  anos  de  no  practicarla  han  atro- 
fîado  algo  el  organismo  de  la  Naciôn;  pero  también  com- 
prendemos que  cuanto  mâs  se  deje  pasar  el  tiempo,  la  atro- 
fia  sera  mâs  compléta. 

Es,  pues,  indispensable,  si  no  queremos  que  nuestra  Pa- 
tria  Uegue  â  verse  miserablemente  atrofiada,  que  hagamos 
un  vigoroso  esfuerzo  para  poner  en  movimiento  su  organis- 
mo. 

Indudablemente  que  el  principal 
^La  aCtiial  adminiStraCiÔU      obstâculo  para  que  en  nuestro  pais 

tOlerarâ    las  prâCtiCaS      hayan  podldo  implantarse  las  prâc- 

àeinOCrâtiCaS?  ticas  democrâticas,  es  el   militaris- 

mo:  este  no  reconoce  mâs    ley    que 

la  fuerza    bruta.     Creemos  haberlo    demostrado   suficiente- 

m.ente  en  el  curso  de  este  trabajo. 

El  militarisme  sera,  por  consiguiente,  el  principal  escollo 
con  que  tropezarâ  el  pueblo  para  hacer  uso  de  sus  derechos 
électorales. 

240 


Veamos  como  podrâ  vencer  este  obstâculo. 

Desde  luego,  el  General  Dîaz  que  debe  el  poder  a  su  es- 
pada  victoriosa,  difîcilmente  permitirâ  le  sea  quitado  mien- 
tras  su  espada  conserve  su  prestigio, 

La  conciencia  nacional  asî  lo  comprende,  y  como  todos 
opinan  que  vale  mâs  esperar  la  muerte  del  General  Dîaz, 
aun  cuando  esta  situaciôn  se  prolongue  todavîa  poralgunos 
anos,  con  tâl  que  el  suelo  patrio  no  vuelva  a  ser  manchado 
con  sangre  hermana,  résulta  que  no  ha}'  quien  se  anime  a 
promover  ningûn  movimiento  democrâtico,  porque  prevale- 
ce  la  opinion  de  que  se  fracasarâ  ruidosamente,  si  es  que 
no  se  corren  peligros  maj'ores. 

Na^a  difîcil  séria  esperar  unos  cuantos  anos  para  hacer 
uso  de  nuestros  derechos  democrâticos  si  tal  cosa  sucediera 
al  abandonar  estemundo  el  General  Dîaz,  pues  por  mâs  hi- 
giénica  y  arreglada  que  sea  su  vida,  no  puede  j^a  prolon- 
garse  mucho.  Es  un  error  créer  que  las  cosas  pasen  de  tal 
modo.  Lo  mâs  probable  es  que  se  prolongue  yaunseagra- 
ve  el  actual  estado  de  cosas. 

En  vista  de  este  obstâculo,  iqué  determinaciôn  tomar? 
<icuâl  el  remedio  para  la  situaciôn  présente? 

El  remedio  consiste  en  luchar  con  constancia  hasta  que 
se  logre  el  primer  cambio  de  funcionarios  por  medios  de- 
mocrâticos. Si  la  Naciôn  llega  â  organizarse  fuertemente 
en  partidos  polîticos,  al  fin  lograrâ  que  se  respeten  sus  de 
rechos,  y  una  vez  obtenido  el  primer  triunfo,  se  habrâ  sen- 
tado  el  précédente,  3'  sobre  todo,  un  gobernante  que  debe 
su  poder  â  la  ley  y  al  pueblo,  siempre  sera  respetuoso  pa- 
ra con  ellos  y  obedecerâ  sus  mandatos. 

Para  obtener  ese  triunfo  pueden  contribuir  muchos  otros 
factores,  pues  viendo  â  la  Naciôn  tan  fuerte  por  medio  de 
la  organizaciôn  de  partidos,  algunos  de  los  Gobernadores  ô 
de  los  Présidentes  cederân  por  temor  â  la  opinion  pûblica, 
6  porque  ellos  también  se  hayan  contagiado  de  las  ideas  de- 
rnocrâticas  y  quieran  hacerse  grandes  por  medio  de  una  ac- 
ciôn  magnânima. 

241  16 


Sobre  todo,  hay  que  tener  présente  que  cualquiera  venta- 
ja,  concesion,  6  conquista  obtenida  por  las  prâcticas  de- 
mocrâticas,  sera  una  cosa  duradera,  mientras  que  un  triun- 
fo,  por  importante  que  sea,  obtenido  con  las  armas,  no  ha- 
râ  sino  agravar  nuestra  situaciôn  interior,  sin  contar  con 
los  peligros  de  una  intervencion,  que  aunque  no  creemos 
tan  probable  como  muchos  otros,  no  por  eso  dejamos  de  to- 
marla  en  consideraciôn. 

Reasumiendo  lo  que  hemos  dicho  en  este  capitule,  encon- 
tramos  que  se  ha  calumniado  al  pueblo  mexicano  al  decir 
que  no  esta  apto  para  la  democracia;  quien  no  lo  esta,  es 
el  actual  Gobierno,  cu3'o  poder  dimana  de  la  fuerza,  y  por 
consiguiente,  considéra  à.  esta  como  ley  suprema. 

Hemos  llegado  a  conseguir  que  toda  la  Nacion  respete  la 
ley.  Ya  solo  falta  que  la  respeten  el  General  Dîaz  y  los  que 
lo  rodean,  para  que  la  Nacion  pueda  entrar  de  lleno  en  el 
ejercicio  de  sus  derechos,  a  fin  de  restablecer  en  el  fondo, 
el  régimen  constitucional,     '■ 

Si  el  General  Diaz  llegara  a  dar  el  grandioso  ejemplo  de 
respetar  la  lej'^  5'  la  voluntad  de  la  Nacion  en  la  proxima  lu- 
cha  électoral,  sentarîa  un  précédente  que  ninguno  de  sus 
sucesores  quebrantarâ  y  entonces  si  coronarîa  su  obra  de 
pacificacion,  consolidândola  con  el  prestigio  de  la  le}',  con 
la  sancion  de  la  voluntad  nacional  y  con  la  gloria  que  le 
dari'a  acciôn  tan  magnânima. 

No  hay  que  im.aginarse  que  esto  sea  tan  diffcil.  Hasta  la 
fecha,  al  tratarse  de  elecciones  presidenciales,  mu}'^  pocos 
signos  ha  dado  la  Nacion  de  que  no  quiere  al  frente  de  sus 
destinos  al  General  Dîaz,  y  ese  asentimiento  tâcito,  bien 
puede  él  tomarlo  como  la  aprobaciôn  de  todos  sus  actos. 
Por  este  motivo  repetimos  que  aun  no  es  tiempo  dejuzgar- 
lo.  Esperemos  su  conducta  en  la  proxima  campana  électo- 
ral, pues  todo  hace  créer  que  habrâ  lucha,  porque  el  pue- 
blo comienza  a  darse  cuenta  del  peligro  que  corre  si  signe 
como  observador  impasible  de  los  hechos,  en  vezdeasumir 
su  soberanîa. 

242 


Por  consiguiente,  si  estamos  convencidos  de  que  el  pue- 
blo  mexicano  esta  apto  para  la  democracia  y  que  es  indis- 
pensable principie  a  ejercer  sus  derechos,  veamos  como  po- 
drâ  organizar  sus  fuerzas. 

Después  estudiaremos  la  probable  actitud  de  la  actual 
administraciôn    frente  al  pueblo  perfectamente  organizado. 


243 


CAPITULO    VII. 

EL  PÂRTIDO  ÂNTIREELECCIONISTA.  (i) 


Antes  de  abordar  de  lleno  la  cuestiôn,  haremos  un  ligero 
examen  de  los  partidos  polîticos  en  Mexico. 

Los  dos  grandes  partidos  que  se  formaron  una  vez  ob- 
tenida  nuestra  independencia,  el  libéral  y  el  conservador, 
representaban  en  aquella  época  las  aspiraciones  y  los  in- 
tereses  de  dos  grandes  grupos  de  mexicanos. 

El  primero,  de  ideas  avanzadas,  querîa  implantar  en 
nuestro  pais  los  principios  mas  modernos,  y  el  segundo  de- 
seaba  conservar  hasta  donde  fuere  posible,  las  tradiciones 
antiguas.  Este  partido,  integrado  principalmente  por  la 
gente  de  dinero,  siempre  consôrvadora,  y  por  el  clero,    po- 


[i]  En  la  prtmera  ediciôn, leste  capitulo  trataba  de  un  Partido  Nacional  Democrâ- 
tico  cuya  organizacion  proponi'amos. 

Antes  de  salir  a  luz  dicha  ediciôn,  se  organizô  en  esta  Capital  el  Partido  Deinocra- 
tico,  pero  con  tendencias  diferentes  de  las  senaladas  por  nosotros. 

Para  evitar  confusiones  hemos  resuelto  cambiar  la  denominaciôn  de  este  capftulo 
reservândonos  para  el  apéndice  ocuparnos  del  Partido  Detnocrâtico. 

244 


seedor  de  inmensas  riquezas,  buscaba  a  la  sombra  de  un 
Gobierno  de  su  hechura,  la  protecciôn  a  sus  cuantiosos  in- 
tereses. 

Inûtil  sera  referir  las  largas  luchas  sostenidas  por  esos 
dos  partidos. 

Nos  bastarâ  decir  que  en  el  Cerro  de  las  Campanas  que- 
dô  sepultado  para  siempre  el  antiguo  partido   conservador. 

Cuarido  el  partido  libéral  hubo  triunfado  definitivamente, 
se  disgregô  en  dos  partidos  personalistas,  pues  ambos  pro- 
clamaban  los  principios  libérales  y  enarbolaban  la  Constitu- 
ciôn  de  57  como  su  divisa  de  combate. 

Estos  dos  grandes  partidos  los  constituîan  los  Juaristas 
y  Lerdistas  por  un  lado,  y  por  el  otro  los  Porfiristas. 

Ya  hemos  visto  como  llegô  al  poder  este  ûltimo    partido. 

La  polîtica  de  conciliaciôn  del  General  Dfaz  vino  â  bo- 
rrar  los  ûltimos  vestigios  del  partido  conservador. 
^  Sin  embargo,  la  polîtica  anticonstitucional  del  General 
Diaz  ha  creado  muchos  descontentos,  y  estos  se  encuen- 
tran  entre  aquellos  â  quienes  preocupa  el  porvenir  de  la 
Patria,  ya  sea  que  sus  ideas  los  acerquen  al  antiguo  parti- 
do conservador  6  al  libéral. 

Estos  descontentos  6  sea  el  elemento  oposicionista,  cons- 
tituyen  en  realidad  un  partido,  pues  aunque  no  esté  organi- 
zado,  existe  la  aspiraciôn  uniforme  de  un  grupo  de  ciudada- 
nos  hacia  un  mismo  fin,  y  esa  aspiraciôn  sera  el  môvil 
que  los  lleve  â  unirse  y  organizarse. 

Este  partido  no  tiene  por  lo  pronto  otra  aspiraciôn,  sino 
que  la  voluntad  nacional  pueda  libremente  intervenir  en  el 
nombramiento  de  los  gobernantes. 

La  aspiraciôn  de  ese  partido,  es  por  consiguiente,  substi- 
tuir  el  Gobierno  absoluto  de  uno  so/o,. por  el  Gobierno  cons- 
titucional  de  ^o^Us  los  ciudadanos. 

Por  estas  circunstancia  encontramos  que  las  dos  grandes 
banderfas  ya  organizadas,  las  cuales  dividen  actualmente 
la  opinion  del  elemento  oficial,  estân  constituidas  por  quie- 
nes desean  la  prolongaciôn  del  actual    régimen   de   Gobier- 

245 


no.  Estas  se  llamarân  reeleccionistas,  pues  han  querido 
ocultar  sus  verdaderas  ambiciones  detrâs  del  General  Dîaz, 
cuya  reelecciôn  proclaman  como  indispensable,  aunque  en 
realidad  los  grupos  de  reeleccionistas,  el  Cientîfico  y  el  Re- 
yista,  verîan  con  gusto  que  el  grande  hombre  que  nos  go- 
bierna   dejara  el  poder  para  apoderarse  de  su  rica  herencia. 

Los  dos  partidos,  de  tendencias  semejanies,  debîan  lla- 
marse  absolutistas,  por  ser  el  absolutismo  el  princ'ipio  de 
Gobierno  que  profesan,  pero  no  se  atreven  a  declarar  fran- 
camente  sus  tendencias,  y  pretenden  ser  partidarios  de  la 
Constituciôn;  lo  cual  no  es  cierto. 

El  otro  gran  partido,  formado  por  los  que  no  estân  con- 
tentos  con  la  conducta  anticonstitucional  del  General  Di'az, 
podrîan  llamarse  "Constitucionalistas;"  pero  esta  deno- 
ininaciôn  serîa  poco  précisa,  pues  ningùn  partido  rechaza 
la  Constituciôn;  todos  pretenden  apoyarse  en  ella;  la  dife- 
rencia  consiste  en  que  un  grupo  determinado  quiere  respe- 
tarla  solamente  en  la  forma,  y  en  el  fondo  continuar  con  el 
poder  absoluto,  mientras  que  el  otro  desea  se  aplique  en  la 
forma  y  en  el  fondo,  por  medio  de  las  prâcticas  democrâti- 
cas. 

Creemos,por  consiguiente,bastante  justifîcado  en  el  nom- 
bre que  proponemos  para  el  gran  Partido  que  seorganizarâ 
con  los  elementos  dispersos  de  lo  que  hasta  ahora  se  ha  11a- 
mado  partido  independiente,  ô  de  oposiciôn,  y  que  mâs 
bien  han  existido  localizados  en  los  Estados,  pues  nunca 
se  ha  iniciado  un  movimiento  verdaderamente  nacional  pa- 
ra unir  esos  elementos;  el  ùnico  que  podrîa  reclamar  esa 
honra,  el  "Partido  Libéral,"  no  manifesté  francamente  sus 
tendencias,  y  aparentemente  intentaba  resucitar  las  anti- 
guas  luchas  entre  libe.rales  3^  conservadores;  ademas,  pron- 
to  fué  ahogado  en  su  cuna  por  medio  del  ruidoso  atentado 
de  San  Luis  Potosî. 

Tendencias  del  Partido  Todo  partido  polîtico  debe  tener 

AntireeleCCiOniSta. Su      su  programa;  que  desarrollarâ  cuan- 

prOérama.  do  obtenga  el    poder,   y  por    cuyo 

246 


triunfo  trabajarâ  en  las  Câmaras  en  la  Prensa  y  en  los  clubs. 

Mientras  mas  extenso  sea  el  programa  y  encierre  mas 
principios,  sera  mâs  reducido  el  numéro  de  quienes  lo 
aprueben  en  su  integridad. 

Partiendo  de  este  principio,  convendrâ  que  el  programa 
del  Partido  Antireeleccionista,  sea  lo  mâs  conciso  posible, 
a  fin  de  que  quienes  ingresen  a  su  seno  puedan  encontrar 
el  medio  de  satisfacerse  sus  diversas  tendencias,  siempre 
que  fueren  sanas  y  patriôticas. 

Repetimos  que  el  antiguo  partido  conservador  ya  no  exis- 
te. Sus  elementos  dispersos  han  ingresado,  segûn  sus  ten- 
dencias, a  los  dos  grandes  partidos  que  se  esbozan:  el  re- 
eleccionista  6  absolutista  y  el  antireeleccionista  6  constitu- 
cional. 

Igual  cosa  ha  ocurrido  con  los  elementos  del  partido  li- 
béral. 

Por  consiguiente,  al  derredor  del  Gobierno  se  han  agrupa- 
do  los  elementos  que  solo  piensaii  en  svi  bienestar  personal, 
lo  cual  les  hace  prescindir  de  principios  y  cualesquiera  que 
sean  los  que  profese  el  Jefe  de  Gobierno,  serân  ellos  sus 
partidarios. 

No  pasarâ  de  igual  manera  entre  las  filas  del  Partido 
Antireeleccionista,  pues  quienes  ingresen  a  el,  tendrân  que 
ser  por  la  naturaleza  misma  de  las  cosas,  personas  de  prin- 
cipios firmes  3'  que  no  transigirân  tan  fâcilmente  con  ellos. 

En  nuestro  concepto,  y  segûn  el  movimiento  que  hembs 
observado  en  la  prensa  independiente,  llâmese  catolica  6 
libéral,  parece  que  prédomina  la  idea  siguiente: 

TraBAJAR  DENTRO  de  LOS    LÎMITES    DE    LA    CONSTITUCIÔN, 

porque  el  pueblo  concurra  a  los  comicios,  nombre  libre- 
mente  a  sus  mandatarios  y  a  sus  representantes  en  las 
cAmaras. 

Una  vez  obtenido  este  primer  triunfo  y  habiendo  logrado 
que  las  Câmaras  estén  integradas  por  représentantes  légiti- 
mes del  pueblo,  trabajar  porque  se  decreten  las  leyes  ne- 
cesarias  â  fin  de  evitar  la  repeticiôn  de  que  un  hombre  con- 

247 


centre  en  sus  manos  todos  los  poderes  y  los  conserve  du- 
rante una  época  tan  prolongada. 

La  medida  mas  eficaz  para  lograr  este  objeto,  consiste 
en  adoptar  de  nuevo  en  nuestra  Constituciôn  fédéral  y  en  las 
locales  de  los  Estados,  el  principio  de  no  reeleccion. 

Por  consiguiente,  estos  serân  los  principios  que  propone- 
mos  para  que  sirvan  de  Programa  al  Partido  Antireeleccio- 
nista: 

LIBERTAD  DE   SUFRAGIO. 

NO-REELECCCION. 

Una  vez  obtenido  el  triunfo  del  primer  principio  y  esta" 
blecido  en  nuestra  Constituciôn  el  segundo,  entonces  sera 
tiempo  9e  estudiar  con  entera  calma  y  con  las  luces  de  la 
experiencia,  que  reformas  conviene  hacer  a  la  ley  électo- 
ral; estudiar  si  debemos  modifùcar  la  Constituciôn  adoptan- 
do  defînitivamente  el  parlamentarismo  con  ministros  res- 
ponsables y  un  Présidente  que  no  gobierne  a  fin  de  que 
présida  con  mâs  majestad  los  destines  de  la  Naciôn.  Con 
este  motivo,  habrâ  acaloradas  discusiones  en  las  Câmaras, 
y  el  Partido  Antireelecionistas  se  dividirâ  â  su  vez  en  los 
dos  grandes  partidos  que  en  todos  los  paîses  del  mundo  han 
representado  las  tendencias  opuestas  de  la  opinion:  el 
libéral  y  el  conservador. 

El  primero,  queriendo  siempre  avanzar  con  febril  en- 
tusiasmo;  el  segundo  moderando  sus  impulses,  haciéndolo 
marchar  con  pies  de  plomo,  dando  por  resultado  que  esos 
dos  partidos,  equilibrândose  constantemente,  harân  nues- 
tro  progreso  pausado,  pero  seguro.  Sin  embargo,  los  dos 
futures  partidos  estarân  de  acuerde  en  los  grandes  princi- 
pios, democrâticos  y  Antireeleccionista,  motivo  por  el  cual 
dejarâ  de  subsistir  esta  denominaciôn  para  ser  reemplazada 
por  otras  mâs  oportunas. 

Cuando  este  llegue  â  suceder  y  que  de  modo  définitive 
se  implanten  las  prâcticas  democrâticas,  el  pueblo  tendra  â 
su  dispesiciôn  el  medie  de  dar  â  conocer  sus  aspiraciones, 
las  cuales  serân  en    muchos  cases    definidas  por  los    parti- 

248 


dos  polîticos,  siempre  ocupados  en  buscar  la  formula  mas 
aceptada  en  la  Repûblica,  tanto  por  el  deseo  muy  patriô- 
tico  de  obtener  el  progreso  y  el  bienestar  de  la  Naciôn,  co- 
mo  por  conveniencia  para  el  mismo  partido. 

Asi  como  ahora  vemos  al  Partido  Cientîfico  y  al  Reyista 
adular  al  General  Dîaz  à  quien  juzgan  omnipotente,  enton- 
ces  veremos  à.  los  partidos  que  resulten  halagando  al  pue- 
blo,  cuya  omnipotencia  sera  mas  duradera  y  efectiva. 

La  frase  tan  popularizada:  <des- 

OpOrntnidad  para  ÎOr-  pues  del  Gênerai  Diaz  no  admi- 
MF  el  Partido  Antire-  tiremos  mas  dominio  que  el  de  la 
eleCCiOniSta.  ley,»  hace  créer  a  muchas  personas 

que  el  momento  oportuno  para  pro- 
céder a  la  formacion  de  este  partido,  sera  â  la  muerte  del 
General  Dîaz,  juzgando  que  mientras  viva  no  lo  permitirâ, 
y  que  intentar  la  formacion  de  un  partido  oposicionista  des- 
de  ahora,  sen'a  una  temeridad. 

Nosotros  no  opinâmes  de  tal  manera;  mas  bien  estamos 
convencidos  de  que  la  época  actual  es  la  mâs  oportuna  pa- 
ra la  formacion  de  este  partido. 

Efectivamente,  los  peligros  para  formarese  partido  serân 
mayores  â  la  desapariciôn  del  General  Dîaz,  porque  su  su- 
cesor,  joven  y  con  gran  ambiciôn,  no  vacilarâ  en  recurrir 
â  medidas  violentas  para  afîanzarse  en  el  poder,  el  que  in- 
dudablemenre  desearâ  disfrutar  por  muchos  aîios;  mientras 
que  el  General  Dîaz,  va  tan  cerca  de  la  tumba,  no  tiene  el 
mismo  aliciente;  mâs  bien  ha  de  encontrarse  cansado  deUe- 
var  por  tantos  ànos  el'peso  de  los  négocies  pûblicos,  y  no 
sera  remoto  que  aspire  al  descanso. 

Ademâs,  el  General  Dîaz  ha  adquirido  tal  gloria  y  tanto 
prestigio,  que  no  querrâ  exponerlos  cometiendo  atenta- 
dos  sangrientos  al  fin  de  su  carrera,  con  el  objeto  de  soste- 
nerse  unos  anos  mâs  en  el  poder  que  ha  disfrutado  por  tan 
largo  perîodo  de  tiempo,  por  lo  que  va  no  tendra  â  sus  ojos 
la  misma  novedad. 

Por  ûltimo,   el   General  Dîaz   es   indudablemente  de  una 

249 


moralidad  superior  â  sus  probables  sucesores,  y  es  mâs  16- 
gico  esperar  de  él  que  de  cualquiera  de  estos  ûltimos,  algu- 
na  concesiôn  â  la  voluntad  nacional,  porqueno  debemos  ôl- 
vidarlo:  el  General  Di'az  tiene  grandes  compromisos  con  la 
Nacion,  â  quien  no  ha  cumplido  sus  promesas  de  Tuxtepec 
3'  ahora  que  no  tiene  âquien  temer  sino  al  fallo  de  la  liisto- 
ria,  ni  mâs  que  desear  sino  la  gratitud  nacional,  no  serâre- 
moto  que  procure  atraerse  esta  ûltima  y  asegurarse  un  fallo 
favorable  de  la  primera,  respetando  en  sus  ûltimos  dias  la 
voluntad  del  pueblo  y  cumpliendo  todas  las  promesas  que 
antes  hizo  â  la  Nacion. 

En  este  caso,  el  General  Dîaz  podrîa  justifîcarse  ante  la 
historia,  diciendo:  «Es  cierto:  no  cumpli  â  la  Nacion  las 
promesas  que  le  hice  cuando  por  dos  veces  la  induje  â  le- 
vantarse  en  armas  para  conquistar  el  principio  de  no  reelec- 
ciôn;  pero  fué  porque  temîque  al  dejar  el  Gobierno  volviera 
la  Repûblica  â  la  era  funesta  de  las  revueltas  intestinas. 
Con  mi  permanencia  en  el  poder  reduje  al  militarismo;  ma- 
té el  espîritu  turbulento,  hice  que  en  todos  los  âmbitos  de  la 
Repûblica  se  respetara  la  le\',  consolidé  la  paz,  extendî  por 
todo  el  pais  una  vasta  red  ferrocarrilera  construî  grandio- 
sas  obras  materiales,  favorecî  la  creacion  de  cuantiosos  in- 
tereses  privados,  aumenté  la  riqueza  pi'iblica.  De  mi  Pa- 
tria  turbulenta,  pobre,  sin  crédito,  he  hecho  un  paîs  pacîfi- 
co,  rico  y  que  goza  de  justo  crédito  en  el  extranjero.  Es 
posible  que  para  llevar  â  cima  esta  obra,  haya  cometido  al- 
gunas  faltas;  todo  el  mundo  esta  expuesto  â  errar;  pero 
esas  faltas  han  sido  de  buena  fe  y  en  prueba  de  ello,  la 
principal  que  se  me  puede  imputar,  el  que  me  haya  coloca- 
do  encima  de  la  le}^  solo  la  cometî  mientras  lo  juzgué  in- 
dispensable para  llevar  â  feliz  término  mi  obra,  puesto  que 
ahora  que  la  creo  terminada  }'  al  paîs  apto  paraejercer  sus 
derechos,  devuelvo  â  la  le}-  su  imperio  y  su  majestad  y  yo 
mismo  me  coloco  bajo  de  ella,  â  fin  de  que  en  lo  sucesi- 
vo  sea  la  le}^  la  guardiana  de  la  paz  y  la  que  asegureel  pro- 
greso  indefînido  de  mi  Patria,   porque   creo   fîrmemente   no 

250 


encontrar  sucesor  mas  digno  que  la  Ley.  Los  ûltimos  dîas 
de  mi  vida  los  consagraré  a  defenderla,  âconsolidar  su  pres- 
tigio,  poniendo  a  su  servicio  todo  el  mîo,  y  iay  de  quien 
intente  violar  la  le}'  que  yo  seré  el  primero  en  respetar!> 

Aunque  los  intransigentes  podrîan  hacer  algunas  objecio- 
nes,  la  inmensa  ma3'orîa,  la  casi  unanimidad  de  los  ciuda- 
danos  aclamarîa  al  General  Dîaz,  que  con  este  hecho  en  un 
solo  momento  conquistarîa  la  gloria  reservada  a  Washing- 
ton: ser  el  primero  en  el  corazôn  de  sus  conciudadanos.> 

El  prestigio  del  General  Dîaz  llegarîa  entonces  a  tal  gra- 
do,  que  en  cualquiera  parte  donde  se  encontrara,  serîa  con- 
siderado  como  el  ârbitro  de  nuestros  destines,  y  la  gratitud 
nacional  hacia  él  no  tendrîa  limites. 

Es  cierto  que  en  substancia  el  General  Di'az  dijo  esto  mis- 
mo  â  Creelman;  pero  esas  declaraciones,  hechas  a  un  ex- 
tranjero,  fueron  desde  luego  desvirtuadas  y  han  perdido  el 
resto  de  su  valor  por  haberse  demostrado  que  no  eran  sin- 
ceras. 

No  pasarîa  lo  mismo  si  el  General  Dîaz  en  vez  de  nuevas 
declaraciones  se  limitara  â  respetar  la  le\',  â  garantizar  â 
todos  los  ciudadanos  el  uso  de  sus  derechos,  â  noponer  tra- 
bas  para  la  formaciôn  de  partidos  independientes,  â  no  per- 
mitir  que  el  sufragio  fuera  adulterado.  Entonces  sî,  apo^'a- 
do  en  los  hechos,  sus  declaraciones  tendrîan  gran  peso;  su 
palabra,  el  acento  conmovedor  de  la  verdad;  sus  actos,  la 
grandeza  digna  de  nuestra  historia  y  de   nuestros  destinos. 

Ya  lo  hemos  dicho:  no  sera  remoto  que  el  General  Dîaz 
se  resuelva  â  observar  esta  conducta  cuando  vea  que  la 
Naciôn,  organizada  formidablemente  en  partidos  polîticos  y 
agitada  por  el  calor  de  la  lucha.  le  haga  oîr  su  voz  y  lema- 
nifieste  virilmente  sus  deseos;  entonces  el  General  Dîaz  con- 
vendrâ  en  que  la  Naciôn  esta  verdaderamente  apta  para  la 
democracia,  y  en  parte  por  el  deseo  decùmplir  sus  antiguos 
ofrecimientos,  por  respeto  al  fallo  de  la  historia  y  por  el 
deseo  de  aparecer  magnânimo  y  en  parte  por  el  temor  de  no 
comprometer  en  tan  avanzada  edad  el  brillo  de  sus  laureles 

251 


en  una  lucha  contra  el  pueblo,  tomarâ  la  determinaciôn  he- 
roica  de  abdicar  del  poder  absoluto,  sometiéndose  a  la  le}'. 

Lo  comprendemos;  estas  consideraciones  son  de  poco  pe- 
so para  la  mayorîa,  que  no  crée  posible  una  lucha  électoral; 
pero  nosotros  hablamos  para  el  caso  de  que  el  pueblo  despier- 
tey  se  levanteenérgico  y  decidido  a  hacer  uso  de  sus  dere- 
chos.  En  caso  contrario,  no  serâel  General  Dîaz  ni  ninguno  de 
sus  indicados  sucesores  quienes  lo  han  de  despertar  y  hacer 
que  reclame  sus  derechos,  y  esto  por  la  razôn  misma  delas 
cosas,  porque  siempre  han  existido  tendencias  opuestas  en- 
tre gobernantes  y  gobernados;  los  primeros  procurando  ad- 
quirir  la  mayor  suma  posible  de  poder;  los  segundos,  limi- 
tândolo  para  mejor  garantizar  su  libertad. 

De  todos  modos,  comprendemos  que  estas  consideraciones 
por  sî  solas  no  demuestran  que  ahora  sea  la  oportunidad 
para  la  formacioiî  del  Partido  Independiente;  pero  tenemos 
otras  razones  muy  atendibles  que  pasamos  a  exponer. 

Organizândose  este  partido  antes  de  las  elecciones  de 
1910,  se  tendrîa  la  seguridad  de  que  quienes  ingresaran  a  su 
seno,  por  la  razôn  misma  de  las  cosas,  serîan  demôcratas 
verdaderos,  partidarios  sinceros  de  la  no-reeleccion,  ele- 
mentos  completamente  sanos,  hombres  de  gran  energîa,  de 
verdadero  valor  civil  y  de  idéales  bien  definidos. 

Efectivamente,  en  las  actuales  circunstancias,  no  podrân 
ingresar  otra  clase  de  personas  a  este  partido,  porque  lage- 
neralidad  considéra  temerario  intentar  la  formaciôn  de  una 
agrupacion  oposicionista,  asî  es  que  los  promotores  que  lo 
encabecen,  necesitan  tener  un  valor  poco  coraûn  en  las  ac- 
tuales condiciones  porque  atraviesa  el  pais;  ademâs,  a  nadie 
se  le  ocurrirâ  ingresar  a  este  por  ambiciôn  personal,  pues 
serîa  mucho  mas  fâcil  obtener  un  puesto  en  la  actual  admi- 
nistraciôn  haciendo  las  declaraciones  de  los  incondicionales 
6  capitulando  oportunamente;  mientras  que  el  Partido  Inde- 
pendiente tiene  muy  pocas  y  lejanas  probabilidades  de  triun- 
far,  al  menos  segûn  el  criterio  dominante.  Este  partido,  por 
su  audacia  en   haberse  opuesto  a  la  reeleciôn   del    General 

252 


Dîaz  y  por  su  valor  3-  patriotisme  en  despertar  la  opinion 
pûblica,  tendrîa  siempre  un  gran  prestigio  en  la  Naciôn, 
pues  aunque  fuera  derrotado  en  la  primera  lucha,  su  influen- 
cia  en  los  destines  del  pais  seri'a  grande  en  un  futuro  no  le- 
jano. 

En  cambio,  si  se  espéra  la  muerte  del  General  Dîaz  para 
organizar  este  partido,  desde  luego  sera  mucho  mâs  difîcil 
formarlo,  porque  serîa  ilôgico  que  antes  de  saber  como  se 
comportarîa  su  sucesor,  se  le  hiciera  oposiciôn. 

Ademâs,  la  impresion  que  causara  tal  acontecimiento  na- 
die  puede  preverla,  y  si  seguimos  como  hasta  aquî,  sin  or- 
ganizar partidos  polîticos  independientes,  no  sera  remoto 
un  conflicto  armado  entre  los  dos  partidos  reeleccionistas, 
los  cuales  si  desde  ahora  no  desplegan  maj'or  actividad,  es 
tan  solo  por  temor  al  General  Dîaz. 

Pero  aun  no  surgiendo  este  conflicto,  indudablemente  el 
partido  de  oposiciôn  serîa  encabezado  desde  luego  por  uno 
de  los  dos  bandos  actuales,  por  el  que  no  reciba  como  he- 
rencia  el  poder.  Este,  para  prestigiarse  proclamarâ  los  prin- 
cipios  democrâticos  5'  harâ  al  paîs  las  promesas  mâs  seduc- 
toras;  y  no  habiendo  otro  partido  prestigiado,  se  afiliarân  â 
él  todos  los  elementos  independientes.  El  gran  inconvenien- 
te  de  esto  consistirâ  en  que  quienes  encabecen  el  partido 
no  sean  verdaderos  democratas,  ni  sinceros  antireeleccionis- 
tas,  y  solo  proclamarân  esos  principios  para  hacerse  de  par- 
tidarios,  pero  los  olvidarân  al  dîa  siguiente  de  llegar  al  po- 
der, como  tantos  de  ellos  olvidan  al  dîa  siguiente  las  solem- 
nes  protestas  que  hacen  de  cumplir  la  le}'. 

En  estas  circunstancias,  los  independientes  de  buena  fe 
afiliados  â  ese  partido,  no  tendrân  la  libertad  de  acciôn  su- 
ficiente  para  hacer  respetar  el  pacto  que  entranaban  las  pro- 
mesas del  jefe  del  partido,  porque  este,  siendo  personalista, 
tendra  que  resentirse  de  su  origen. 

No  pasarâ  lo  mismo  con  un  verdadero  partido  democrâti- 
co,  del  cual  surgira  el  candidato  escogido  entre  los  mâs  dig- 
nes y  cuya  fuerza  estribarâ  en  su  partido. 

253 


Otra  circunstancia  en'  apoj^o  de  nuestra  afirmaciôn  sobre 
la  oportunidad  de  organizar  un  partido  polîtico,  es  que  la 
Nacion  lo  desea,  como  se  puede  comprobar  por  los  movi- 
mientos  électorales  en  algunos  Estados,  en  los  cuaies  hato- 
mado  parte  activa  el  pueblo,  y  aunque  éstos  fracasaron,  han 
dejado  en  los  ânimos  el  fermento  de  la  libertad  3'  todos  es- 
tân  ansiosos  por  renovar  la  lucha.  Lo  demuestran  las  gran- 
diosas  asociaciones  de  obreros,  cu3'0  fin  ostensible  es  el  mu- 
tualismo,  pero  cuj'a  sécréta  tendencia  es  la  reivindicaciôn 
de  los  derechos  de  ciudadano,  y  también  la  Asociacion 
de  Periodistas,  que  aparentemente  persigue  la  union,  y  cuyo 
verdadero  môvil  es  el  anhelo  de  libertad,  el  deseo  de  volver 
a  la  le}'^  su  prestigio  3^  el  ardor  por  combatir  en  el  campo  de 
la  democracia.  Este  anhelo  se  siente  por  toda  la  Repûblica 
3^  se  ha  manifestado  en  multitud  de  foUetos,  opùsculos,  li- 
bros,  periôdicos  nuevos  que  defienden  con  mas  6  menos  vi- 
gor  la  gran  idea  de  que  es  indispensable  la  lucha  électoral. 
Estelibroobedece  al  mismo  môvil,  pues  creemos,  como  todo 
el  elemento  pensador  de  la  Repûblica,  que  ahora  se  nos 
présenta  el  momento  oportuno  para  la  reivindicaciôn  de 
nuestros  derechos,  que  atravesamos  por  el  pen'odo  histôrico 
de  mas  trascendencia  para  los  de.stinos  de  la  patria,  y  que  so- 
bre nosotros,  los  de  la  nueva  generaciôn,  pesa  una  responsabi- 
lidad  énorme.  dVeremos  perder  con  criminal  indiferentismo 
la  preciosa  herencia  que  nos  legaron  nuestros  antepasados, 
6  valerosamente  lucharemos  por  reconquistarla?  Esa  es  la 
pregunta  que  habremos  de  contestar  ante  la  historia. 

Por  todas  estas  circunstancias,  opinâmes  que  ha  llegado 
el  momento  solemne  en  que  debemos  organizarnos  en  parti- 
dos  politicos,  y  los  que  acariciamos  el  idéal  democrâtico  de- 
bemos procéder  sin  pérdida  de  tierapo  a  organizar  nuestras 
fuerzas,  â  fin  de  que,  llegado  el  dîa  de  las  elecciones  presi- 
denciales,  nuestro  partido  esté  ramificado  por  toda  la  Repû- 
blica y  estemos  en  condiciones  de  luchar.  Esa  lucha  se- 
ra salvadora,  aun  en  el  caso  de  que  nuestro  partido  resuite 
derrotado. 

254 


El  Partido   Antireeleccionista  se 

/CÔmO  S6  ÎOFIDdFl  6l        formarâ  uniéndose    los    elementos 

Partido  AntireelCC-         disperses  que  se  encuentran    en  la 

CÎOniStâ?  Repûblica  y  que  abrigan  el  mismo 

idéal  de  la  reivindicaciôn  de    nues- 

tros  derechos. 

Para  lograr  este  objeto,  serâconveniente  que  en  cadalugar 
donde  se  encuentre  un  grupo  de  personas  que  simpaticen 
con  la  idea,  se  organicen  en  Club  Poiîtico,  se  pongan  enre- 
laciôn  con  los  demâs  de  la  misma  îndole  y  procuren  propa- 
gar  sus  ideas  por  medio  de  la  prensa. 

La  organizaciôn  de  Clubs  aislados  solo  servira  para  prin- 
cipiar  los  trabajos  y  todos  ellos  deberân  unirse  â  fin  de  for- 
maren  cada  Estado  un  nùcleo  con  su  Club  Central  Direc- 
tor. 

A  su  vez  los  Clubs  Centrales  de  los  Estados  se  pondrân 
de  acuerdo  para  nombrar  en  la  capital  de  la  Repûblica  un 
Comité  Directivo  que  sirva  de  centro  y  dirija  los  trabajos 
del  partido. 

Este  Comité  Directivo  deberâ  ser  integrado  por  los  miem- 
bros  mas  enérgicos  y  adictos  al  partido,  pues  tendra  que 
desempenar  un  papel  importantîsimo.  Su  mision  sera  man- 
dar  delegaciones  â  los  Estados  en  donde  no  existan  Clubs 
Democrâticos,  â  fin  de  instalarlos,  hacer  propaganda  activa 
por  la  prensa  3'  convocar  â  una  Gran  Convenciôn  Electoral 
cuando  lo  créa  oportuno,  â  fin  de  que  en  ella  se  acuerde  de- 
finitivamente  el  programa  poiîtico  del  Partido,  y  se  elijan 
los  candidatos  para  Présidente,  Vicepresidente  y  Magistra- 
dos. 

De  un  modo  notable  se  simplificarân  estos  trabajos, 
si  en  esta  capital  se  organiza  un  Club  netamente  indepen- 
diente.  En  tal  caso  podrîan  adherirse  6  aliarse  â  él  todos 
los  Clubs  independientes  de  la  Repûblica,  aunque  hubiera 
alguna  diferencia  en  los  "principios  proclamados  por  cada 
uno,  porque  actualmente  el  ûnico  que  todos  debemos  perse- 
guir,  es  despertar  el  espfritu  pûblico  y  organizar  un  poderoso 

255 


partidoindependiente,  que  lleve  savia  nueva  â  las  esferas  del 
Gobierno  )'  ocasione  una  vigorosa  reacciôn,  â  fin  de  que  la 
ley  sea  respetada  por  todos  y  la  voluntad  nacional  logre  im- 
ponerse. 

No  aconsejamos  que  se  unan  al  Partido  Democrâtico  j'a 
organizado,  porque  no  lo  consideramos  netamente  indepen- 
diente,  por  ser  sus  directores  miembros  de  la  actual  admi- 
nistracion,  lo  cual  les  impedirâ  defender  eficazmente  y  con 
energîa  los  intereses  del  pueblo, 

A  este  propôsito,  sabemos  que  en  esta  capital  se  trata  de 
instalar  un  Club  Independiente,  que  podrâ  ser  el  nûcleo  del 
Partido  cuj'^a  formaciôn  proponemos. 

No  pretendemos   contestar  esta- 

^Quién  sera  el    CandidatO      pregunta,    porque   serîa  imposi- 

del Partido  Anti-reeleC-      ble,  puesto  que  en  definïti va  la  re- 

Oionista?  solvera  una  Gran  Convenciôn  in- 

tegrada  por  delegados  de  todala 

Repûblica. 

Si  intentaremos  hacer  algunas  reflexiones  que  nos  parecen 
pertinentes,  sobre  todo,  para  no  dejar  laguna  en  este  tra- 
bajo. 

En  la  Convenciôn  Electoral  se  nombrarâ  por  mayorîa  de 
votos  quién  ha  de  ser  el  candidato;  pero  es  indudable  que 
la  opinion  de  la  Directiva  del  Club  Central,  6  del  Comité 
que  se  nombre  por  delegados  de  los  Estados  y  Distritos  de 
la  Repûblica,  tendra  gran  peso  en  las  determinaciones  de  la 
Asamblea,  sobre  todo  si  con  su  actitud  digna  y  enérgica  se 
ha  captado  la  confianza  de  los  independientes. 

Este  Comité,  que  â  una  gran  energîa  y  un  gran  patrio- 
tismo  debe  unir  un  criterio  recto  y  desapasionado,  habrâ  de 
estudiar  con  gran  calma  ese  asunto. 

Nosotros  opinamos  que  de  preferencia  debîa  fijarse  el 
Comité  en  alguno  de  los  miembros  mas  prominentes  de  la 
actual  Administraciôn,  siempre  que  su  gestion  gubernativa 
sea  una  garantîa  de  que  respetarâ  la  Constituciôn;  pues  por 
lo  pronto  no  debe  desearse   otra  cosa  sino  un   hombre   que 

256 


respete  la  ley  y  que,  va.  sea  por  convicciones  6  temperamen- 
to,  sea  incapaz  de  disolver  el  Congreso,  lo  cual  se  conocerâ 
no  por  sus  promesas,  sino  por  sus  antécédentes. 

Las  ventajas  de  tal  polîtica  son  las  siguientes: 

Al  escoger  el  Partido  Independiente  su  candidato  entre  los 
miembros  de  la  actual  administracion,  demostrarâ  que  no 
lo  guîan  ambiciones  personales  ni  espfritu  de  oposiciôn  sis- 
temâtica,  lo  cual  constituirâ  la  mejor  prueba  delapurezade 
sus  intenciones  y  de  su  verdadero  patriotismo;  ademâs,  de 
esta  manera  se  lograrâ  evitar  que  la  campana  asuma  un  ca- 
râcter  muy  violento,  pues  moralmente  estarân  desarmados 
los  miembros  de  la  actual  administracion  y  sus  partidarios, 
para  atacar  un  partido  que  da  tantas  pruebas  de  cordura; 
por  ûltimo,  los  cuantiosos  intereses  extranjeros  invertidos 
en  nuestra  Patria  se  juzgarîan  mas  a  cubierto,  y  bien  debe- 
mos  esa  prueba  de  deferencia,  que  por  espontânea  serâhon- 
rosa  para  nosotros,  a  quienes.  tan  poderosamente  han  con- 
tribuido  para  nuestro  desarroUo  econômico.  Las  naciones 
cada  vez  tienen  mas  ligas  entre  si  y  se  deben  guardar  mu- 
tuamente  todas  las  consideraciones  compatibles  con  la  dig- 
nidad  y  el  honor. 

Para  seguir  esta  lînea  de  conducta,  creemos  indispensa- 
ble que  el  candidato  dé  su  consentimiento  previo. 

En  este  caso,  se  contarîa  hasta  con  la  ayuda  de  parte  del 
elemento  oficial. 

Sin  embargo,  no  hay  que  forjarse  ilusiones;  convendrâ  in- 
tentar  esa  polîtica,  pero  no  debe  esperarse  un  resultado  sa- 
tisfactorio,  a  menos  que  el  General  Dîaz  diera  su  consenti- 
miento al  candidato,  lo  cual  es  muy  poco  probable,  aunque 
no  imposible  del  todo. 

Las  negociaciones  para  que  aceptara  la  candidatura  la 
persona  en  quien  se  fijara  el  Comité  Directivo,  podrîan  11e- 
var  â  plâticas  con  el  General  Dîaz  y  quizâs  se  lograrîa  arre- 
glar  con  él  un  pacto  6  convenio,  que  darîa  por  resultado 
arreglar  la  gran  cuestion  électoral  fraternalmente  entre  la 
gran  familia  mexicana. 

257  17 


Mientras  las  fuerzas  de  los  independientes  fueran  majo- 
res, sen'a  este  convenio  mâs  ventajoso  para  los  interesesque 
représenta;  este  convenio  podrîa  consistir  en  que  continua- 
ra  en  la  Presidencia  el  General  Diaz,  aceptando  como  Vice- 
presidente  al  candidatoen  quien  los  demôcratas  se  hubieran 
fijado  para  el  mismo  puesto,  y  dando  determinadas  liberta- 
des  â  fin  de  que  paulatinamente  y  sin  sacudimiento,  se  fue- 
ran renovando  las  autoridades  municipales  en  toda  la  Repù- 
blica,  las  legislaturas  de  las  Estados,  los  Gobernadores  y  las 
Câmaras  de  la  Union. 

De  esta  manera,  sin  sacudidas  violentas  y  sin  luchas  de 
resultados  inciertos,  pero  que  de  todos  modos  dejan'an  odios 
difi'ciles  de  extinguir,  se  habrîa  verificado  la  transformaciôn 
de  Mexico,  y  el  General  Dîaz,  que  podrîa  dejar  el  peso  de 
esa  obra  al  Vicepresidente,  permanecerîa  en  un  pedestal  al- 
tîsimo,  como  el  severo  guardiân  de  la  ley,  como  laencarna- 
ciôn  verdadera  de  la  Patria. 

Pero  el  General  Dîaz,  para  representar  ese  grandioso  pa- 
pel,  necesita  elevarse  sobre  las  banderias  polîticas,  y  en  vez 
de  acaudillar  una  de  ellas  y  recurrir  â  las  artimanas,  intri- 
gas,  persecusiones  y  fraudes  para  que  triunfe  la  suya,  debe 
elevarse  muy  por  encima,  declarândose  la  encarnaciôn  de 
la  Patria,  el  guardiân  de  la  ley  y  decir  â  los  mexicanos  con 
voz  tonante:  «Ya  se  llegô  la  hora  en  que  hagâis  uso  de  vues- 
tros  derechos.  Yo  no  favorezco  â  ningûn  partido.  Unica- 
mente  deseo  que  en  vuestras  luchas  électorales  respeteis  la 
ley,  como  la  respeto  y  la  haré  respetar  por  todos  los  agentes 
de  mi  gobierno.> 

Esa  serîa  la  soluciôn  mâs  de  desearse,  pero  no  la  mâs 
probable. 

En  caso  que  ninguno  de  los  miembros  prestigiados  de  la 
actual  Administracion  admitiera  ser  el  candidato  del  Parti- 
do independiente,  serîa  necesario  elegir  este  entre  los  miem- 
bros del  Partido  y  resolverse  â  entrar  de  lleno  â  la  lucha 
électoral,  en  contra  de  las  candidaturas  oficiales. 

258 


Indudablemente,     esta    lucha 

CainpaDa  électoral  y  SnS  sera   ruda;   pero   es  imposible 

CODSeCUenClaS  pOSibleS  predeclr  cual    sera  la  actitud 

del  Gobierno,  de  la  cual  dé- 
pende el  carâcter  que  asuma  la  campana. 

Si  el  Gobierno  se  resuelve  a  respetar  la  le_v,  â  no  ejercer 
presiôn  en  las  elecciones  y  â  no  adulterar  el  sufragio,  la  lu- 
cha sera  agitada,  pero  no  correrâ  sangre,  3'  esa  agitacion, 
despertarâ  por  complète  al  pueblo  ensenândole  â  hacer  uso 
de  sus  derechos. 

En  este  caso,  aun  triunfando  las  candidaturas  oficiales, 
el  partido  independiente  habrîa  obtenido  el  triunfo  de  uno 
de  sus  idéales:  la  Libertad  del  Sufragio,  y  aseguiarîa}' pre- 
pararfa  el  terreno  para  que  pronto  triunfara  el  principio  de 
la  no-reelecciôn,  pues  por  mal  que  le  fuera  en  las  eleccio- 
nes, indudablemente  su  triunfo  serîa  completo  en  algunos 
distritos  )'  tendria  sus  représentantes  en  las  Câmaras,  que 
aun  en  minoria,  constituirîan  un  importantîsimo  elemento 
para  evitar  los  desmanes  del  poder  y  velar  por  el  respeto  de 
la  ley  électoral  en  toda  la  Repiiblica. 

En  cal  caso,  si  la  libertad  en  las  elecciones  fuera  complé- 
ta y  el  Gobierno  respetara  fîelmente  la  ley,  podrfa  suceder 
que  el  partido  independiente  triunfara,  pues  â  pesar  del  in- 
menso  prestigio  del  General  Diaz,  una  gran  parte  de  la  Na- 
ciôn  verâ  con  satisfaccion  que  deje  el  poder  en  manos  mas 
ovenes. 

Esta  solucion,  la  menos  probable  de  todas,  séria  el  coro- 
namiento  mas  brillante  de  la  obra  del  General  Dîaz  y  del 
Partido  Independiente;  en  lo  sucesivo  marcharîan  de  comûn 
acuerdo,  pues  este  serîa  fâcil  teniendo  una  base  honrosa  pa- 
ra ambos,  como  serîa  la  le}'. 

Los  independientes  habrîan  visto  coronados  sus  esfuer- 
zos  con  un  éxito  inesperado,  y  en  lo  sucesivo  estarîa  asegu- 
rado  el  régimen  constitucional  y  la  paz  definitivamente  con- 
solidada,  puesto  que  las  energîas  nacionales  habrîan  encon- 
trado  su  cauce  natural. 

259 


El  General  Dîaz,  retirado  a  la  vida  privada,  tendrîa  la 
satisfacciôn  de  ver  de  lejos  su  obra  coronada  brillantemente 
y  mas  de  cerca  palparîa  la  gratitud  nacional,  inmensa,  en 
caso  de  que  observara  tal  conducta. 

Pero  estamos  hablando  en  el  caso  idéal  de  que  por  una 
pronta  regresiôn  el  General  Di'az  se  fesolviera  a  ponerse 
sobre  los  partidos  y  se  declarase  el  protector  de  la  le}'. 

Desgraciadamente  los  hechos  hasta  hoj-  no  nos  autorizan 
à.  formarnos  tan  halagûenas  esperanzas. 

Lo  mâs  probable  sera  que  el  General  Dîaz,  obsesionado  por 
la  idea  fija  que  va  le  conocemos,  impulsado  por  el  cîrculo 
que  lo  rodea  y  que  tan  bien  sabe  aprovechar  su  privanza, 
quiera  reelegirse  por  ùltima  vez  y  no  transija  con  la  Na- 
ciôn  ni  en  el  nombramiento  de  Vicepresidente,  Magistrados, 
Diputados,  Senadores,  etc.,  ni  en  concederle  las  libertades 
que  desea.  En  una  palabra,  que  quiera  perpetuar  el  actital 
régimen  de  poder  absoluto,  y  dejar  a  la  Repûblica  maniata- 
da  en  manos  de  un  sucesor  elegido  por  su  capricho,  cuyos 
actos  ni  él  mismo  podrâ  moderar  cuando  ya  no  sea  de  los 
de  este  mundo. 

Las  consecuencias  de  esta  poli'tica  serân  funestas  para  la 
Repûblica,  como  se  desprende  del  estudio  que  hemos  hecho 
para  demostrar  el  peligro  tan  grande  que  correrâ  nuestra  pa- 
tria  si  seguimos  bajo  el  régimen  del  poder  absoluto  con  el 
sucesor  del  General  Dîaz. 

Por  esta  circunstancia,  es  indispensable  luchar  con  ener- 
gîa,  aun  en  el  caso  de  que  se  prevea  una  derrota  segura, 
porque  con  el  solo  hecho  de  luchar  en  el  campo  de  la  demo- 
cracia,  de  concurrir  a  las  urnas  électorales,  y  sobre  todo, 
de  habernos  constituido  en  partido  polîtico,  los  independien- 
tes  habremos  logrado  que  el  pais  despierte,  y  el  Partido  In- 
dependiente,  aunque  derrotado,  habrâ  salvado  en  realidad 
las  instituciones,  pues  con  esa  lucha  habrâ  adquirido  tal 
prestigio,  que  al  morir  el  General  Dîaz,  se  constituirâ  en 
un  vigîa  constante  para  su  sucesor,  que  por  este  motivo  de- 
berâ   obrar   con   gran   moderaciôn  y   hacer   paulatinamente 

260 


concesiones  al  pueblo,  que  se  las  arrancarâ  en  las  frecuen- 
tes  luchas  électorales,  pues  los  independientes  no  descan- 
sarân,  y  promoverân  campanas  électorales  en  los  Estados, 
a  fin  de  renovar  poco  a  poco  los  Aj^untamientos,  las  Le- 
gislaturas  locales,  los  Gobernadores  y  las  Câmaras  de  la 
Union. 

El  Partido  Independiente  se  fortalecerâ  cada  vez  mas,  al 
grado  de  contrabalancear  el  poder  absoluto,  â  fin  de  que  re- 
suite el  equilibrio  necesario  para  el  funcionamiento  normal 
de  nuestras  ipstituciones. 

Ya  vemos  como  de  cualquier  manera  que  sea,  el  Partido 
Independiente  prestarà  grandes  servicios  â  lapatria. 

Veamos,  sin  embargo,  que  podrâ  suceder  si  el  Gobierno 
recurre  â  medidas  demasiado  violentas  para  obtener  su  triun- 
fo,  puesto  que,  para  llegar  hasta  la  lucha  en  los  comicios, 
se  necesitarâ  una  relativa  libertad. 

En  el  caso  de  que  esta  faite  por  com.pleto,  imposible  sera 
pronosticar  lo  que  suceda,  pues  bien  puede  darse  el  caso  de 
que  la  Nacion,  indignada  por  las  violencias  y  persecuciones 
de  que  son  vîctimas  sus  buenos  hijos  tan  solo  porquequie- 
ren  hacer  uso.de  sus  derechos,  se  levante  en  masa  y  presen- 
ciemos  otra  revolucion  popular  como  la  de  Ayutla. 

No  porque  la  Nacion  haya  permanecido  impasible  hasta 
ahora,  ha  de  imaginarse  que  presenciarâ  con  la  misma  im- 
pasibilidad  que  se  cometan  numerosos  atentados;  ahora  pa- 
samos  por  una  época  de  transicion;  se  nota  gran  agitamien- 
to  y  ansiedad  en  todas  partes,  y  si  las  energîas  del  pueblo, 
ansiosas  pormanifestarse,  no  encuentran  expedita  la  vîade- 
mocrâtica,  podrân  d'esviarse  por  los  senderos  torcidos  de  la 
revuelta  y  acarrearan  m^ales  sin  cuento  â  la  patria. 

Las  consecuencias  serîan  funestas  para  el  paîs,  aunque 
no  creamos  tan  probable  una  intervenciôn  de  los  Estados 
Unidos.  Estos,  antes  de  resolverse  â  una  guerra  con  noso- 
tros,  lo  pensari'an  muy  maduramente.  Ya  los  boeros  han 
probado  de  lo  que  es  capaz  un  pueblo  en  la  defensivay  mâs 
aûn,  un  pueblo  que  lucha  por  su  independencia.   Una  guerra 

261 


con  Mexico  costarfa  a  los  Estados  Unidos  un  numéro  muy 
superior  de  millones  al  que  tienen  invertidos  en  nuestro  te- 
rritorio,  y  los  cuales  no  serân  tan  amenazados  en  caso  de 
una  revoluciôn  como  se  ha  dado  en  suponer.  Ademâs,  ten- 
drîan  que  resolverse  â  sacrificar  algunos  cientos  de  miles 
de  sus  hijos,  pues  los  mexicanos  no  nos  resolveremos  tan 
fâcilmente  a  perder  parte  de  nuestro  territorio,  ni  menos  aûn 
nuestra  independencia. 

Esa  guerra  es,  ademâs,  mu)'  poco  probable,  porque 
al  elevado  nivei  intelectual  y  moral  del  pueblo  americano, 
repugnarîa  una  guerra  tan  sangrienta  solo  por  protéger  los 
intereses  de  algunos  capitalistas,  que  muy  bien  podrân  en- 
contrar  proteccion  6  indemnizaciôn  valiéndose  de  las  \:îas 
diplomâticas. 

Decimos  lo  anterior,  no  porque  creamos  que  una  revolu- 
ciôn dejara  de  ser  funesta  por  estar  tan  remoto  aquel  peli- 
gro,  sino  porque  queren;os  rechazar  la  humiliante  idea  que 
han  dado  en  propalar  algunos  sostenedores  de  la  actual  ad- 
ministracion,  de  que  los  Estados  Unidos  intervendrân  en 
caso  de  un  confiicto  interior.  El  mismo  General  Reyes,  que 
se  precia  de  ser  tan  gran  patriota,  ha  dicho  en  su  célèbre 
entrevista  con  el  senor  Heriberto  Barron:  '^"Creerme  capaz 
de  atentar  asî  co7itra  la  paz  interior,  y  por  ende,  hasta  la  de 
carâcter  internacioiial,    pues   la   intervencion  extranjera 

HOy  SE  IMPONE  PARA  GARAÇÎTIZAR  LOS  CUANTIOSOS  CAPITA- 
LES VENIDOS  DEL  EXTERIOR  A  NUESTRAS  IXDUSTRIAS  Y  MER- 
CADOS " 

La  intervencion  solo  podrîa  tener  lugar,  en  el  caso  de 
que  nuestro  Gobierno  siguiera  la  misma  conducta  antipa- 
triôtica  de  Estrada  Palma  en  Cuba,  pero  estamos  conven- 
cidos  de  que  no  pasarâ  asî  3'  que,  en  caso  de  una  interven- 
cion extranjera,  desapareceria  instantâneamente  toda  divi- 
sion intestina,  y  los  mexicanos,  unidos  todos  y  capitaneados 
por  nuestro  vénérable  Présidente,  no  tendri'amos  mas  que 
un  pensamiento:  luchar  hasta  morir,  antes  de  perder  nues- 
tra independencia. 

262 


Pero  a  pesar  de  las  pocas  probabilidades  de  un  conflicto 
internacional,  icuânto  mejor  es  evitar  todas  las  causas  que 
posiblemente  puedan  acarrearlo!  Para  lograr  este  objeto  no  se 
necesita  un  gran  esf uerzo.  Basta  que  todos  los  mexicanos  nos 
respetemos  mutuamente  nuestros  derechos,  pues,  tengâmos- 
lo  siempre  présente:  "el  respeto  al  derecho  ajeno  es  la  paz,  " 
tanto  en    asuntos    internacionales    como  en  los    domésticos. 

La  hipôtesis  de  que  estalle  una  revolucion  es  la  menos 
probable  de  todas,  pues  por  un  lado,  el  elemento  gobiernista 
procurarâ  evitarla  a  toda  costa,  y  el  medio  mas  eficazy  sen- 
cillo  consistirâ  en  hacer  concesiones  a  la  voluntad  nacional, 
lo  cual  esta  en  su  mano;  por  otro  lado,  los  que  formen  el 
Partido  Independiente,  son  partidarios  de  la  ley,  y  por  amar- 
ga  experiencia  sabemos  los  mexicanos  que,  cuando  hemos 
empunado  las  armas  para  derrocar  algûn  mal  Gobierno,  he- 
mos sido  cruelmente  decepcionados  por  nuestros  caudilios, 
que  nunca  han  cumplido  sus  promesas,  por  cuyo  motivolas 
tendencias  del  Partido  Independiente  serân,  trabajar  por- 
que  se  verifique  el  cambio  de  luncionarios  por  medio  de  las 
prâcticas  democrâticas. 

A  pesar  de  loanterior,  la  probabilidad  existe  de  que  sise 
levante  la  Naciôn  si  la  opresiôn  es  demasiado  vigorosa.  Si 
es  cierto  que  esta  acostumbrada  a  permanecer  tranquila  y 
en  perpétua  paz,  también  lo  esta  a  no  presenciar  sino  muy 
raros  atentados  cometidos  aisladamente,  y  si  ahora  viniera 
una  série  numerosa,  como  tendrîa  que  suceder,  le  causarîa 
uua  indignaciôn  difîcil  de  contener. 

En  este  caso  desgraciado,  sen'a  el  culpable  el  General 
Dfaz,  que  por  su  obstinacion  en  no  hacer  concesiôn  alguna 
a  la  Repûblica,  habri'a  precipitado  esa  catâstrofe,  pues  ha\' 
que  decirlo  alto  y  claro:  el  General  Dîaz,  ayudado  por  las 
circunstancias  y  de  un  modo  tâcito  por  todos  los  mexicanos, 
ha  creado  un  orden  tal  de  cosas,  que  ni  él  mismo  puede  al- 
terar  impunemente. 

Otra  eventualidad  posible  en  caso  de  que  se  iniciara  con 
vigor  el    régimen  de  persecuciones,    sen'a   callar  todas   las 

263 


voces  independientes,  quitar  de  enmedio  â  todos  los  hom- 
bres  de  energîa  capaces  de  dirigir  al  pueblo,y  establecer  pa- 
ra siempre  en  nuestra  Patria  el  régimen  de  poder  absoluto 
con  todas  sus  funestas  consecuencias. 

Entonces,  el  General  Dîaz  habn'a  causado  â  la  Patria  Me- 
xicana  el  mayor  mal  posible,  pues  habn'a  aniquilado  para 
siempre  sus  fuerzas,  y  la  entregarâ  maniatada  en  manos  de 
su  sucesor,  cuya  conducta  ni  él  mismo  puede  prever  ni 
mucho  menos  podrâ  remediar  cuando  va  haj'a  abandonado 
este  mundo. 

Estas  dos  posibles  contingencias:  la  revolucion  6  la  con- 
solidacion  definitiva  de  la  dictadura  son  precisamente  las  que 
intentarâ  evitar  el  Partido  Independiente.  La  primera  la 
evitarâ  encauzando  las  energîas  de  la  Naciôn  por  un  cami- 
no  hasta  ahoranuevo  para  ella:  por  el  de  la  Democracia.  La 
segunda,  luchando  en  los  comicios,  aun  sin  esperanzas  de 
triunfOjCon  tal  de  despertar  el  espîritu  pûblico  y  prestigiarse 
lo  suficiente  para  poder  luchar  con  el  sucesor  del  General 
Dîaz  y  arrancarle  una  â  una  nuestras  libertades, 

Sin  embargo,  para  que  el  Partido"  Independiente  pueda 
cumplir  su  noble  mision,  ya  lo  hemos  dicho,  es  necesario 
que  el  General  Dîaz  renuncie  al  régimen  de  persecuciones 
y  concéda  la  libertad  suficiente  para  que  la  Naciôn  se  or- 
ganice  en  partidos  polîticos  y  pueda  nombrar  libremente 
sus  mandatarios. 

Terminaremos    este  capîtulo  ha- 
COnSideraCiOneS  générales,     ciendo  las  sigulentes  conslderacio- 

nes  hara  demostrar  que    el    pueblo 
debe  esperar  mucho  de  sus  propios  esfuerzos. 

Las  Compaîïîas  Ferrocarrileras  en  Mexico,  en  su  mayo- 
rîa  extranjeras,  ocupaban  â  un  gran  numéro  de  empleados 
mexicanos  y  los  trataban  con  desigualdad  irritante,  en  rela- 
ci6n  â  los  empleados  americanos.  El  Gobierno  Mexicano 
jamâs  se  preocupô  del  asunto,  pero  los  ferrocarrileros  me^ 
xicanos,  comprendiendo  que  nada  debîan  esperar  del  Go- 
bierno, se  unieron,  formaron  una  asociaciôn    poderosa  que 

264 


ha  logrado  no  solamente  que  se  trate  al  mexicano  sobre  una 
base  de  igualdad  con  el  americano,  sino  que  ha  obtenido 
importantes  concesiones  del  Gobierno. 

En  Coahuila,  a  consecuencia  del  estado  de  sitio  que  fué 
declarado  en  el  ano  1884  a  rafz  de  subir  el  General  Dîaz  al 
poder,  el  pueblo  no  pudo  hacer  libremente  sus  elecciones  y 
fué  impuesto  un  Gobernador  de  acuerdo  con  las  tendencias 
tuxtepecanas. 

Ese  Gobernador  résulté  insoportable,  5'  12  anos  después 
todo  el  Estado  se  levant©  indignado  y  hasta  se  registraron 
algunos  levantamientos  con  las  armas.  El  General  Dîaz  vi6 
que  si  se  empenaba  en  sostener  tan  mal  gobernante  podîa 
venir  una  conflagraciôn  en  la  Repùblica,  y  cediô. 

El  nuevo  Gobernante  de  Coahuila  era  un  excelente  suje- 
to,  pero  después  de  su  primera  reelecciôn  se  corrompio, 
como  pasa  con  casi  todos  los  hombres  que  permanecen  mu- 
chos  anos  en  el  poder.  Al  intentar  su  tercera  reelecciôn,  se 
organizô  un  fuerte  movimiento  oposicionista,  y  el  triunfo  de 
la  oposicion  no  résulte  mâs  completo,  porque  es  imposible 
que  después  de  30  anos  de  inmovilida.d,  el  primer  esfuerzo 
para  agitar  la  oposicion  pûblica  obtuviera  un  éxito  com- 
pleto. 

Sin  embargo,  merced  a  aquel  movimiento,  se  logrô  que  fue- 
ran  removidas  todas  las  autoridades  locales,  con  lo  cual 
sintiô  alivio  el  Estado.  Es  cierto  que  posteriormente  han 
empeorado  en  algunos  pueblos,  pero  se  debe  al  régimen  de 
poder  absoluto,  bajo  el  cual  tendrân  que  cometerse  grandes 
faltas,  aunteniendo  buena  intencion. 

Ahora  aparece  asegurado  el  cambio  de  Gobernador,  é  in- 
dudablemente  que  esto  obedecerâ  â  la  campana  polîtica  de 
hace  très  anos. 

Por  lo  anterior,  demostramos  con  hechos  que  no  hay  es- 
fuerzo perdido  cuando  lleva  un  fin  bueno. 

Por  esta  circunstancia  no  debemos  vacilar  en  organizar- 
nos  los  que  profesamos  el  idéal  democrâtico,  porque  ya  ve- 
mos  cuan  indispensable  es  hacerlo  para  salvar  â  la    Patria 

265 


de  los  horrores  de  la  guerra  civil,  6    de  la    decadencia    que 
acarrearâ  la  prolongaciôn  del  absolutismo. 

En  cuanto  al  temor  tan  generalizado  de  que  el  General 
Dîaz  sofocarâ  con  mano  de  hierro  cualquier  movimiento  de- 
mocrâtico,  lo  creemos  exagerado  y  quizâs  hasta  infundado 
por  las  razones  siguientes:  El  General  Dîaz  tiene  gran  tacto 
y  ha  de  comprender  cuan  funestas  serîan  las  consecuencias 
de  inaugurar  una  era  de  persecuciones.  A  su  edad,  después 
de  haber  gobernado  por  mas  de  30  anos  en  medio  de  una 
tranquilidad  nunca  vista  en  nuestra  historia;  de  haber  11e- 
vado  a  su  Patria  â  un  alto  grado  de  desarrollo  industrial  y 
mercantil;  de  haber  implantado  la  paz  en  nuestro  turbulento 
suelo,  }■  por  ûltimo,  habiendo  Uegado  â  formarse  una  re- 
putaciôn  casi  mundial,  no  querrâ  ir  â  comprometer  sus  lau- 
reles  en  una  ûltima  contienda  con  el  pueblo,  en  la  cual  11e- 
va  todas  las  probabilidades  de  perder,  pues  aunque  lograra 
sostenerse  en  el  Gobierno  por  algunos  anos  mas,  los  ùnicos 
que  le  quedarân  de  vida,  sera  â  costa  de  tanta  sangre,  de 
tanta  perfidia,  que  3"a  no  podrâ  vivir  tranquilo;  como  pesa- 
dilla  horripilante  se  le  aparecerân  las  sombras  de  sus  vîcti- 
mas,  y  el  ùltimo  grito  de  indignaciôn  de  la  Patria  amorda- 
zada  y  retorciéndose  en  las  convulsiones  de  la  agonîa,  ten- 
dra un  eco  siniestro  en  las  profundidades  de  su   conciencia. 

El  General  Dîaz,  que  tiene  derecho  â  pasar  los  ûltimos 
anos  de  su  vida  con  entera  calma,  acompaîïado  por  las  ben- 
diciones  del  pueblo,  arruUado  por  la  gratitud  nacional,  ten- 
drîase  que  resignar  â  vivir  en  constante  zozobra,â  no  ver  en 
el  pueblo  sino  rostros  sombrîos,  â  no  adivinar  en  su  sinies- 
tro silencio,  sino  protestas  de  indignaciôn  y  las  maldicio- 
nes  que  siempre  acompaîlan  â  los  tiranos  de  la  tierra. 


266 


#####(####### 


REISUMEIN 


Hemos  terminado  nuestro  trabajo,  3'  aunque  adolece  de 
grandes  deficiencias,como  toda  producciôn  humana.creemos 
haber  cumplido  hasta  donde  nos  ha  sido  posible  con  el  ofre- 
cimiento  que  hicimos  desde  el  principio,  de  sobreponernos 
a  todas  las  pasiones  bajas  y  no  inspirarnos  sino  en  el  mas 
puro  patriotismo,  a  fin  de  hablar  el  lenguaje  de  la  Patria  é 
interpretar  fielmente  sus  angustias,  sus  necesidades,  sus 
deseos,  sus  ardientes  aspiraciones. 

Pero  antes  de  terminar,  procuraremos  condensar  ei  re- 
sultado  de  nuestro  estudio,  a  fin  de  describir  de  un  modo 
mâs  conciso  nuestra  idea  gênerai  sobre  la  situaciôn. 


A  consecuencia  de  nuestra  larga  era  de  guerras  intesti- 
nas,  en  la  cual  no  se  conocîamâs  derecho  que  el  del  mâs 
fuerte,  al  fin  tuvimos  que  caer  bajo  el  dominio  del  mâs 
poderoso  y  afortunado  de  los   militares   de    aquella    época, 


267 


que  estableciendo  una  dictadura  bajo  las  formas  republica- 
nas,  ha  logrado  extirpar  de  nuestro  suelo  el  gérmen  de  las 
revoluciones,  pues  al  militarismo  lo  ha  desprestigiado  con 
30  anos  depaz  5'  al  pueblo  le  ha  permitido  crearse  intereses 
materiales  de  tal  cuantîa,  que  constituyen  un  factor  impor- 
tantîsimo  para  alejarlo  de  las  revueltas. 

El  pueblo  mexicano,  que  antes  era  sumamente  turbulente, 
es  ahora  el  mas  pacîfico  de  todos  los  pueblos  de  la  tierra,  y 
no  solamente  respeta  con  gusto  la  le}',  sino  que  obedece 
servilmente  a  la  autcridad. 

Por  otra  parte,  ningùn  Gobierno  habîa  llegado  a  tener  la 
gran  estabilidad  y  duraciôn  del  actual. 

De  esto  ha  resultado  que  de  un  extremo  hemos  cai'do  en 
el  opuesto. 

Si  antes  éramos  turbulentes,  ahora  somos  serviles. 

Si  antes  éramos  tan  exigentes  cuando  se  trataba  dehacer 
respetar  nuestros  derechos  y  siempre  tenîamos  la  carabina 
en  lamano  como  el  supremo  argumente,  ahora  ebedecemes 
sin  discutirlas  ordenes  mâs  arbitrarias  de  infimes  représen- 
tantes de  la  auteridad. 

Si  antes  solo  pensâbamos  en  les  grandes  intereses  de  la 
Patria  y  siempre  estâbamos  listes  para  velar  â  su  defensa, 
ahora  hemos  perdido  todo  interés  por  la  cosa  pûblica,  por- 
que  se  nos  ha  ensenade  â  ne  mezclarnos  en  ella,  y  como 
nuestras  indicaciones  en  vez  de  ser  oîdas,  son  frecuente- 
mente  motive  de  persecuciôn,  por  esta  causa  s61o  pensâ- 
mes en  nuestros  intereses  particulares,  resultando  que  el 
sentimiento  patriôtico  ha  sido  substituîdo  por  el  egoîsme. 

Ne  discutiremos  en  este  lugar  si  esta  polîtica  habrâ  sido 
la  mâs  cenveniente  paraencauzar  debidamente  las  energias 
del  pais. 

Unicamente  afirmames  que  al  seguir  por  el  misme  cami- 
no,  no  interviniendo  el  pueblo  para  nada  en  el  nombramien- 
te  de  sus  mandatarios,  corremes  el  gravîsime  peligro  de 
que  se  establezca  entre  nesetros  de  un  mode  définitive  el 
régimen  del   Peder  absolute,  cuyas  censecuencias  funestas 

268 


nos  hemos  esforzado  en  pintar,  a  fin  de    que  todos   sepan  â 
donde  vamos. 

Ya  lo  hemos  dicho:  la  Dictadura  del  General  Dfaz  ha 
sido  una  dictadura  militar,  pero  relativamente  honrada;  â 
pesar  de  ello  se  han  cometido  grandes  abusos  y  faltas  tras- 
cendentales;  las  costumbres  se  han  viciado,  el  pueblo  ha 
perdidosus  energîas  y  la  ley  su  prestigio.  iQué  sucederâ 
cuando  venga  la  série  de  Dictadores  que  le  sucedan,  en- 
vileciendo  â  la  Naciôn  con  sus  vicios  5^  haciendo  cada  vez 
mas  pesadas  las  cadenas  que  la  oprimen? 

Por  mas  talento  que  reconozcamos  en  el  General  Dîaz, 
la  razon  misma  de  las  cosas  y  el  régimen  de  Gobierno  es- 
tablecido,  no  le  permiten  conocer  â  todos  los  buenos  mexi- 
canos,y  si  se  empena  en  nombrar  â  quien  le  suceda,  tendra 
que  incurrir  en  error,  como  incurriô  dejando  al  General 
Gonzalez  en  la  Presidencia,  al  senor  Corral  en  la  Vicepre- 
sidencia  y  en  sus  puestos  â  tantos  Gobernadores    indignos. 

Pues  bien,  con  taies  antécédentes,  el  pueblo  mexicano  no 
debe  fiar  sus  destinos  en  manos  del  General  Dîaz  y  debe 
resolverse  â  representar  el  papel  que  le  corres<^onde  en  la 
prôxima  campana  électoral. 

Al  implantarse  entre  nosotros  de  un  modo  définitive  el  ab- 
solutismo,  nunca  podremos  prever  que  conductaobservarân 
nuestros  mandatarios,  pues  no  teniendo  compromise  alguno 
con  la  Naciôn,  solo  se  guiarân  por  los  impulsos  de  sus  pa- 
siones  y  sin  reconocer  mas  ley  que  sus  deseos  personales. 
Con  este  motivo,  nuestra  decadencia  sera  segura,  pues  los 
buenos  patriotas  irân  desapareciendo,  los  pensadores  per- 
manecerân  silenciosos,  y  el  pueblo,  â  ciegas,  no  sabra  dis- 
tinguir  ni  apreciar  el  precipicio  â  donde  lo  llevan  sus  man- 
datarios, ciegos  también.  La  adulaciôn,  los  vicios,  el  brillo 
del  poder,  formarân  una  venda  espesa  que  cubrirâ  sus  ojos, 
porque  no  haj'  que  olvidarlo:  el  poder  absoluto  corrompe  â 
quienes  lo  ejercen  y  â  quienes  lo  sufren. 

Mexico,  por  su  situaciôn  internacional,  debe  temer  mâs 
que  otros  paîses    las  consecuencias  del  absolutismo. 

269 


Para  convencernos  de  ello,  recordemos  que  la  dictadura 
de  Santa  Ana  nos  hizo  perder  la  mitad  de  nuestro  territorio, 
y  la  del  General  Dîaz  ha  cometido  faltas  tan  graves  como 
la  guerra  de  Tomochic,  del  Yaqui,  la  condescendencia  exa- 
gerada  hacia  nuestros  vecinos  del  Norte  al  grado  de  per- 
mitirles  que  sus  flotas  hagan  sus  ejercicios  de  tiro  al  blan- 
co  y  tengan  sus  depositos  decarbôn  en  la  Bahîa  de  la  Mag- 
dalena,  3'^  por  ûltimo,  el  haber  debilitado  â  la  Repûblica  ma- 
tando  todo  civismo;  esta,  que  solo  florece  al  calor  vivifican- 
te  del  sol  de  la  liberiad,  la  nocbe  del  absôlutismo  la  mar- 
chita. 

Pues  bien,  .que  se  prolongue  este  régimen,  y  toda  idea  de 
patriotisme  desaparecerâ  por  completo,  y  la  mayor  corrup- 
ciôn  de  costumbres  acabarâ  de  matar  cuanto  sentimiento 
noble  y  generoso  puedan  abrigar  aûn  los  pechos  mexicanos. 
La  decadencia  sera  cada  vez  maj^or,  y  Mexico,  quenecesita 
ser  una  Naciôn  fuerte  para  el  cumplimiento  de  sus  grandes 
destinos,  tendra  que  resignarse  â  sucumbir  bajo  el  peso  de 
sus  vicios  6  ante  el  victorioso  invasor,  que  no  encontrarâ 
otro  obstâculo  que  el  hallado  por  los  bàrbaros  para  entrar 
â  Roma:  la  distancia. 

Tal  es  el  triste  porvenir  que  nos  espéra  si  no  interveni- 
mos  todos  los  mexicanos  resueltamente  en  la  proxima  cam- 
pana  électoral. 

Podemos  hasta  admitir  que  ha3'^a  sido  necesario  para  el 
pafs  que  lo  gobernara  por  treinta  y  dos  aîïos  con  mano  de 
hierro  el  General  Dîaz;  pero  lo  que  si  rechazamos  en  lo  ab- 
soluto,  es  que  sea  conveniente  que  este  régimen  se  prolon- 
gue. 

Para  evitarlo,  para  salvar  â  nuestra  patria  del  inminente 
peligro  que  la  amenaza,  debemos  hacer  un  vigorosô  esfuer- 
zo,  organizândonos  en  partidos  polîticos,  â  fin  delograrque 
el  pueblo  esté  debidamente  representado  y  pueda  luchar  en 
las  contiendas  électorales,  para  que  saïga  de  su  sopor,  se 
fortalezca  por  medio  de  la  lucha  y  conciba  un  amor  mas 
grande  â  la  patria,  â  medida  que  sean   mayores   los   bienes 

270 


que  reciba  de  ella,  y  maj'or  su  participaciôn  en  la  cosa  pû- 
blica;  a  medida  que  esta  aumente,  aumentarâ  su  preocupa- 
ciôn  por  los  grandes  problemas  nacionales  que  esta  llamado 
â  resolver. 

La  patria  espéra  este  esfuerzo  de  todos  los  buenos  mexi- 
canos. 

(ÎQuern'a  el  General  Dîaz  ser  de  ese  numéro  y  con  su  pres- 
tigio  facilitar  ese  movimiento? 

Si  tal  sucede,  la  tarea  resultarâ,  fâcil  y  en  perfecta  armonîa 
todos  los  miembros  de  la  gran  familia  mexicana,  nos  habre- 
mos  puesto  de  acuerdo  para  salvar  â  la  patria,  y  con  nues- 
tro  esfuerzo.  unanime  indudablemente  la  salvaremos. 

Pero  si  el  General  Dîaz,  en  vez  de  emplear  en  los  gran- 
des intereses  de  la  Repùblica  el  inmenso  poder  de  que  se  ha 
revestido,  lo  pone  al  servicio  de  alguna  banderfa  polîtica,  y 
en  vez  de  facilitar  la  accion  del  pueblo  protegiéndolo  con  las 
leyes,  se  empena  en  entorpecerla,  entonces  la  solucion  del 
problema  se  presentarâ  niucho  mas  difîcil;  pero  no  por  eso 
debemos  vacilar  en  abordarlo  resueltamente. 

iEs  necesario  salvar  â  la  patria! 

Hagâmoslocon  la  aj'uda  del  General  Di'az,  6  sin  ella,  yaun 
â  pesar  de  sus  esfuerzos  en  contra,  pues  primero  es  cumplir 
con  ese  deber  sagrado  que  complacer  al  General  Dîaz,  y  sin 
vacilaciôn  debemos  luchar  contra  él  mismo,  si  es  preciso,  eh 
el  caso  de  que  peligre  nuestra  existencia,  con  tal  de  salvar 
â  la  Repùblica  de  los  inminentes  peligros  que  la  amenazan. 

iPero  esta  lucha  entre  el  pueblo  y  el  absolutismo  serâpo- 
sible  y  tendra  probabilidades  de  éxito? 

Sî,  posible  es,  y  tiene  el  éxito  asegurado.  Aun  en  el  caso 
de  que  el  General  Dîaz,  aferrado  al  poder,  no  lo  dejara  has- 
ta  noabandonar  este  mundo,  el  pueblo,  despierto  va,  se  ha- 
brîa  organizado  y  estarîa  en  condiciones  de  luchar  ventajo- 
samente  en  contra  de  los  sucesores  del  General  Dîaz,  en 
caso  de  que  intentasen  seguir  su  misma  polîtica. 

Nadie  se  imagina  de  lo  que  un  pueblo  es  capaz,  les  esta- 
distas  mâs  notables,   los   escritores   mâs  serios,    se  equivo- 

271 


can,  y  si  no,  allî  estân  las  sorpresas  que  nuestra  patria  ha 
dado  al  mundo,  conquistando  su  independencia,  derrocando 
â  las  dictaduras  mâs  fuertemente  establecidas,  como  la  de 
Santa  Ana  3"  oponiendo  una  resistencia  que  nos  hizo  inven- 
cibles  â  las  huestes  napoleônicas. 

En  otras  partes  del  mundo  han  sido  tan  frecuentes  esas 
sorpresas,  que  por  no  hablar  sino  de  las  mâs  recientes,  re- 
cordaremos  â  Turquîa,  Rusia  y  Persia,  paîses  clâsicos  del 
despotismo,  que  han  conquistado  su  libertad  en  estos  ùlti- 
mos  anos. 

Pues  bien,  ante  la  perspectiva  de  una  lucha  tan  vigorosa, 
como  podrâ  ser  si  se  organiza  poderosamente  un  Partido  In- 
dependiente,  quizâs  el  General  Dîaz  se  resuelva  â  respetar 
la  ley  y  â  emplear  los  poderosos  elementos  puestos  â  su  dis- 
posiciôn  por  el  pueblo,  para  hacer  que  el  orden  se  observe, 
sin  favorecer  â  ninguno  de  los  partidos  que  luchen. 

Esto  es  mâs  fâcil  de  lo  que  aparentan  créer  los  defenso- 
res  del  actual  régimen  de  cosas. 

En  Cuba,  un  numéro  reducido  de  fuerzas  americanas  bas- 
to  para  que  las  elecciones  se  hicieran  en  toda  calma. 

Pues  bien,  iel  General  DIaz,  proporcionalmente,  no  dis- 
pone  en  nuestro  pais  de  mayor  numéro  de  fuerzas  que  los 
americanos  en  cuba? 

•  En  este  caso,  «itendrfan  mâs  interés  los  americanos  por 
Cuba  que  el  General  Dîaz  por  su  propia  Patria?  porque  no 
podremos  decir  que  somos  mâs  turbulentes  que  los  cubanos 
y  que  éstos  estân  mâs  acostumbrados  que  nosotros  â  las 
prâcticas  democrâticas,  pues  nadie  lo  créera. 

Si  aqui  en  Mexico  se  han  registrado  con  frecuencia  dis- 
turbios  en  las  elecciones,  es  porque  el  Gobierno,  apo3'ado 
en  el  ejército,  ha  sido  la  causa  de  ellos,  pues  nunca  ha  de- 
jado  al  pueblo  hacer  uso  de  sus  derechos. 

El  pueblo  ha  demostrado  que  ya  no  necesita  de  tutela;  que 
esta  apto  para  hacer  uso  de  sus  derechos  pacîficamente,  y 
el  General  Dîaz  cuénta  con  elementos  suficientes  para  con- 
servar  el  orden,  siempre   que  obligue   â  las  autoridades  su- 

272 


balternas  â  respetar  la  le}'  électoral.  En  caso  de  surgir  al- 
gûn  disturbio  en  las  elecciones  presidenciales  ô  locales  de 
los  Estados,  serîa  fâcil  restablecer  el  orden,  porque  el  tal 
disturbio  serîa  aislado,  pues  ya  en  Mexico  nadie  piensa  en 
revoluciones,  ni  las  secunda,  como  se  demostrô  con  las  ûl- 
timas  intentonas  de  las  Vacas  y  Viesca,  que  fracasaron  por 
que  la  Naciôn  permaneciô  impasible. 

No  comprendemos  por  que  circunstancias  el  General  Dîaz 
se  obstina  en  proseguir  con  su  misma  polîtica  de  abso- 
lutismo,  y  â  la  vez  hace  por  conducto  de  Creelman  declara- 
ciones  solemnes  afirmando  que  el  pueblo  mexicano  esta  ap- 
to  para  la  Democracia. 

Si  estas  declaraciones  hubieran  sido  sinceras,  3'a  eratiem- 
po  de  haber  permitido  que  en  los  Estados  3'  en  los  Munici- 
pios,  se  etectuaran  elecciones;  pero  hemos  visto  lo  contra- 
rio; precisamente  en  el  mes  de  Diciembre  ûltimo,  se  organi- 
zaron  los  demôcratas  del  Distrito  del  Centro  en  Coahuila,  y 
se  propusieron  concurrir  â  las  urnas  électorales,  pero  fue- 
ron  burlados  en  sus  esperanzas  por  el  Gobierno,  que  come- 
tiô  toda  clase  de  irregularidades  y  atropellos  para  talsearel 
voto  pûblico. 

Pues  bien,  aunque  todo  indica  que  el  General  Dîaz  desea 
perpetuar  su  polîtica  absolutista,  y  que  debemos  resolver- 
nos  â  luchar  contra  él  mismo,  no  por  eso  debemos  perder 
todas  las  esperanzas  de  que  cambie  de  derrotero  â  su  polî- 
tica. Si  entre  los  mexicanos  no  ha  muerto  por  complète  el 
patriotisme  y  logramos  organizarnos  fuertemente  haciendo 
que  la  voz  de  la  Naciôn  se  haga  oîr  potente  y  vigorosa, 
quizâs  el  General  Dîaz  se  sienta  conmover  y  las  fibras  mâs 
sensibles  de  su  aima  se  pondrân  en  vibraciôn  al  escuchar  la 
sonora  voz  de  la  Patria  que  le  hablarâ  como  sigue: 

«Hasta  ahora,  con  el  pretexto  de  dar  estabilidad  al  go- 
bierno, de  transformar  el  espîritu  turbulente  de  los  mexica- 
nos, de  sofocar  las  ambiciones  malsanas,  te  has  puesto  por 
encima  de  la  ley  y  olvidado  tus  mâs  solemnes  compromises, 
sosteniéndote  en  el  poder  que  has  usado  â  tu  arbitrie. 

273  18 


«Pues  bien,  tu  obra  esta  terminada:  has  logrado  dar  â  tu 
Gobiemo  una  estabilidad  hasta  peligrosa  por  su  duraciôn; 
el  espîritu  de  tus  conciudadanos  lo  has  transformado  de 
turbulente,  en  servil;  has  terminado  con  todas  las  ambicio- 
nes,  no  solamente  las  malsanas,  sino  también  con  las  de 
mâs  buena  ley. 

«iCuâles  el  objeto  que  persigues  ahora  empenândote  en 
perpetuar  tan  peligroso  régimen  de  Gobierno? 

«Hasta  ahora  todas  tus  faltas  pueden  ser  disculpadas,  tus 
actos  explicados  por  la  historia  de  un  modo  satisfactorio 
para  tî,  si  pruebas  tu  buena  fe  cumpliendo  ahora,  que  aun 
es  tiempo,  tus  promesas  y  resolviéndote  en  los  ùltimos  anos 
de  tu  vida,  â  ponerte  bajo  la  le}',  respetândola  sinceramen- 
te  y  declarândote  su  protector. 

«De  este  modo  habrâs  logrado  coronar  brillantemente  tu 
obra  de  pacificacion;  habrâs  llevado  la  Repûblica  â  una  al- 
tura  envidiable;  tu  nombre  sera  bendecido  por  tus  conciu- 
dadanos, venerado  por  las  generaciones  futuras,  j^figurarâ 
en  la  historia  entre  los  mâs  grandes. 

«Mientras  que,  si  por  la  estéril  vanidad  de  demostrar  que 
tienes  mâs  poder  que  el  pueblo,  te  empenas  en  prolongar 
esta  era  de  despotismo  y  si  en  vez  de  declararte  el  représen- 
tante de  mis  mâs  caros  intereses  te  obstinas  en  defender  los 
del  cîrculo  que  te  rodea,  entonces  habrâs  comprometido  el 
exito  de  tu  obra,  pues  las  aspiraciones  nacionales,  encon- 
trando  obstruidos  los  conductos  por  donde  deben  encauzar- 
se,  se  desbordarân  arrastrando  cuanto  encuentren.  Tu  mis- 
mo  tiembla,  pues  te  declararé  mal  hijo,  y  tu  nombre  sera 
inscrite  en  la  historia  como  el  de  un  ambicioso  y  afortunado 
militar  que  con  inmensos  elementos  â  su  disposiciôn,  s61o 
supo  ser  un  tirano  vulgar  que  nunca  cumpliô  sus  promesas 
mâs  solemnes,  que  con  su  desprecio  â  la  ley  le  hizo  perder 
todo  su  prestigio;  que  con  su  ambiciôn  personal  llev6  â  sus 
conciudadanos  â  la  servidumbre  y  la  Repûblica  â  la  de- 
cadencia.» 

Este  severo  lenguaje  demostrarâ  al  General  Dfaz  que  es- 

274 


ta  su  carrera  para  terminar  y  que  los  ûltimos  actos  de  su 
vida  le  darân  su  aspecto  définitive,  pues  actualmente  seen- 
cuentra  en  el  caso  de  justificar  sus  acciones  ante  la  historia 
y  de  atraerse  las  bendiciones  del  pueblo  mexicano  si  respe- 
ta  la  ley  y  se  déclara  su  protector  6  de  atraerse  eljuicio  mas 
severo  de  la  posteridad  y  las  maldiciones  de  sus  conciuda- 
danos,  en  el  caso  de  seguir  violândola  5'  considerândose  su- 
perior  â  ella. 

General  Dîaz:  Pertenecéis  mas  â  la  historia  que  â  vues- 
tra  época,  pertenecéis  mâs  â  la  Patria  que  al  estrecho  cîr- 
culo  de  amigos  que  os  rodea:  no  podéis  encontrar  un  suce- 
sor  mâs  digno  de  vos  y  que  mâs  os  enaltezca  que  la  LEY. 

Declarâos  su  protector  y  seréis  la  encarnaciôn  de  la  Pa- 
tria. 

Declarândola  vuestra  sucesora,  habréis  asegurado  defini- 
tivamente  el  engrandecimiento  de  la  Repùblica  y  coronado 
espléndidamente  vuestra  obra  de  pacificaciôn. 

Por  ûltimo,  en  nombre  de  la  Patria  y  de  su  historia,  que 
tendria  orgullo  en  mostrar  vuestro  ejemplo  como  uno  de  los 
mâs  dignos  de  ser  imitado,  vuestra  vida  como  uno  de  sus 
timbres  de  gloria  mâs  puros,  os  conjuramos  â  que,  por  res- 
peto  â  vuestra  gloria  y  â  los  mâs  caros  intereses  de  la  Na- 
ciôn  os  pongâis  bajo  la  ley,  pues  entonces  ya  nadie  se  atre- 
verâ  â  vulnerarla  y  su  imperio  se  habrâ  establecido  perdu- 
rablemente,  y  asî  legareis  vuestra  herencia  polîtica  al  pue- 
blo mexicano,  5'  como  sucesor  tendriais  al  mâs  digno  de  to- 
dos:  â  la  LEY. 


275 


############ 


♦■»♦♦♦*»»»■»■»♦♦♦♦»»♦»%♦%■♦♦  • 


CONCLUSIONES 


Como  resultado  de  nuestro  trabajo,  podemos  logicamente 
deducir  las  siguientes  conclusiones: 

i^ — Nuestra  guerra  de  Independencia  y  la  que  sostuvi- 
mos  con  Napoléon  III,  nos  legaron  la  plaga  del  milita- 
ri smo. 

2^ — Al  militarismo  debemos  la  Dictadura  del  General 
Dîaz  que  ha  durado  por  mas  de  treinta  anos, 

3^. — Esta  dictadura  restableciô  el  orden  y  cimento  la  paz, 
lo  cual  ha  permitido  que  llegue  libremente  a  nuestro  pais  la 
gran  oleada  de  progreso  material  que  invade  al  mundo  civi- 
lizado  desde  â  mediados  del  siglo  ûltimo. 

4^ — En  cambio,  este  régimen  de  gobierno  ha  modificado 
profundamente  el  carâcter  del  pueblo  mexicano,  pues  ocu- 
pado  ûnicamente  en  su  progreso  material,  olvida  sus  gran- 
des deberes  para  con  la  Patria. 

5^ — Si  en  rigor  puede  admitirse  que  la  Dictadura  del  Ge- 
neral Dîaz  ha  sido  benéfica,  indudablemente  séria  funesto 
para  el  pais  que  el  actual  régimen  de  gobierno  se  prolonga- 
ra  con  su  inmediato  sucesor,  porque  nos  acarrearîa  la  anar- 

276 


quia  6  la  decadencia,  y  ambas  pondrian  en  peligro  nuestra 
vida  como  naciôn  independiente. 

6^ — Todo  hace  créer  que  si  las  cosas  siguen  en  tal  esta- 
do,  el  General  Dfaz,  va  sea  por  conviccion  6  por  condescen- 
der  con  sus  amigos,nombrarâ  como  sucesor  a  alguno  de  es- 
tes, el  que  mejor  pueda  seguir  su  misma  polftica,  con  lo  cual 
quedarâ  establecido  de  un  modo  definitivo  el  régimen  de 
poder  absoluto. 

7? — Buscar  un  cambio  por  medio  de  las  armas,  séria 
agravar  nuestra  situacion  interior,  prolongar  la  era  del  mi- 
litarisme y  atraernos  graves  complicaciones  internaciona- 
les. 

8^ — El  ûnico  medio  de  evitar  que  la  Repûblica  vaya  â  ese 
abismoi  es  hacer  un  esfuerzo  entre  todos  los  buenos  mexica- 
nos  para  organizarnos  en  partidos  politicos,  â  fin  de  que  la 
voluntad  nacional  esté  debidamente  representada  y  pueda 
hacerse  respetar  en  la  proxima  contienda  électoral. 

9^ — El  que  mejor  interpréta  las  tendencias  actuales  de  la 
Naciôn  es  el  que  proponemos:  «El  Partido  Antireeleccionis- 
ta*  con  sus  dos  principios  fundamentales. 

LIBERTAD  DE  SUFRAGIO. 

NO-REELECCION. 

10^ — Si  el  General  Dîaz  no  pone  obstâculos  ni  permite 
que  los  pongan  los  miembros  de  su  Gobierno,  para  la  libre 
manifestacion  de  la  voluntad  nacional,  y  se  constituye  en  el 
severo  guardiân  de  la  ley,  se  habrâ  asegurado  la  transforma- 
ciôn  de  Mexico,  sin  bruscas  sacudidas;  el  porvenir  de  la 
Repûblica  estarâ  asegurado,  y  el  General  Dîaz  reelecto  li- 
BREMENTE  6  retirado  â  la  vida  privada,  sera  uno  de  nues- 
tros  mâs  grandes  hombres. 

11^ — Cuando  el  Partido  Antireeleccionista  esté  vigorosa- 
mente  organizado,  sera  muy  conveniente  que  procure  una 
transaccion  con  el  General  Dîaz  para  fusionar  las  candi- 
daturas,  de  modo  que  el  General  Dîaz  siguiera  de  Présiden- 
te, pero  el  Vicepresidente  y  parte  de  las  Câmaras  y  de  los 
Gobernadores  de  los  Estados,  serîan  del  Partido  Antireelec 

277 


cionista.  Sobre  todo,  se  estipularîa  que  en  lo  sucesivo  hu- 
biera  Libertad  de  Sufragio  y  si  posible  fuera  desde  luego 
seconv^endrîa  en  reformar  la  Constitucion  en  el  sentido  de  no 
reelecciôn. 

12^  — En  caso  de  que  el  General  Dîaz  se  obstinara  en  no 
hacer  ninguna  transacciôn  con  la  voluntad  nacional,  séria 
preciso  resolverse  a  luchar  abiertamente  en  contra  de  las 
candidaturas  oficiales. 

13a — Esta  lucha  despertarâ  al  pueblo  y  sus  esfuerzos  ase- 
gurarân  en  un  futuro  no  lejano,  la  reivindicaciôn  de  sus  de- 
rechos. 

14^ — El  Partido  Antireeleccionista,  tiene  grandes  pro- 
balidades  de  triunfar  desde  luego,  pues  nadie  sabe  de  lo 
que  es  capaz  un  pueblo  cuando  lucha  por  su  libertad,  sino 
cuando  con  sorpresa  se  ve  el  resultado. 

15^ — Aun  en  el  caso  de  una  derrota,corno  el  Partido  Anti- 
reeleccionista estarâ  constituido  por  el  elemento  indepen- 
diente  seleccionado,  y  habrâ  ganado  prestigio  por  haber 
tenido  el  valor  de  luchar  contra  la  Dictadura,  llegarâ  â 
ejercer  una  influencia  dominante  en  nuestro  pals,  por  lo 
menos  al  desaparecer  el  General  Di'az. 

16^ — Por  ûltimo,  la  Patria  esta  en  peligro  y  para  salvar- 
la  es  necesario  el  esfuerzo  de    todos  los  buenos   mexicanos. 


278 


1 


^ra»ij)*«*.rf^9(3/u,«6Vi.j4 


APENDICE    DE  LA  SEGUNDA  EDICION 


En  menos  de  très  meses  se  agotô  la  primera  ediciôn  de 
esta  obra;  nos  satisface  vivamente,  por  ser  ese  hecho  una 
demostraciôn  de  la  entusiasta  acogida  que  han  tenido  en  el 
pûblico  las  ideas  por  nosotros  emitidas. 

Exito  tan  halagiieno  ha  venido  a  confirmar  el  optimismo 
abrigado  por  nosotros  bajo  la  influencia  del  entusiasmo  mas 
véhémente. 

Nunca  nos  ha  faltado-  la  fe  en  el  triunfo  de  la  Democra- 
cia;  pero  estudiando  friamente  el  problema,  encontrâbamos 
tan  pocos  datos  para  robustecer  nuestra  fe,  que  para  no  de- 
bilitarla,  necesitâbamos  remontarnos  â  los  tiempos  glorio- 
sos,  cuando  nuestros  antepasados  grabaron  en  nuestra  his- 
toria  sus  paginas  mas  brillantes. 

Solo  asî  encontrâbamos  argumentes  para  apoyar  nuestra 
fe,  pues  nos  decîamos:  cuando  en  la  Nueva  Espana  reinaba 
el  silencio  sépulcral  causado  por  la  ignorancia  ylaopresiôn, 
nadie  sospechaba  que  repentinamente  aparecerîa  en  nuestra 
patria  una  pléyade  de  héroes  que  la  libertarîan;  cuando 
Santa-Ana  estaba  mâs  poderosoque  nunca,  rodeado  deejér- 
citos  numerosos  y  aguerridos,    sostenido  por  las  clases  pri- 

279 


vilegiadas  y  bajo  su  gobierno  sumido  el  paîs  en  el  mas  ver- 
gonzoso  servilismo,  nadie  sospechaba  que  lachispa  encendi- 
da  en  A^'utla  muy  pronto  serîa  devorador  incendio  que  de- 
rrumbarîa  la  Dictadura;  cuando  Juârez  3'  el  reducidonûcleo 
de  grandes  hombres  que  lo  rodeaba  se  encontraban  en  Ve- 
racruz,  aislados  de  toda  la  Repûblica,  con  escasas  fuerzas 
para  defenderse,  luchando  contra  los  ejércitos  mas  aguerri- 
dos  y  disciplinados  del  paîs  3'  contra  los  Générales  mâs  ha- 
biles, nadie  se  imaginaba  que  muy  pronto  entrarîa  â  la  Ca- 
pital de  la  Repûblica,  siguiendo  muy  de  cerca  â  las  vence- 
doras  huestes  de  Silao  y  Calpulalpam;  por  ûltimo,  cuando 
el  "triunviro"  de  grandes  repùblicos  se  encontraba  en  los 
confines  de  la  Repûblica,  en  las  mârgenes  del  Bravo,  casi 
sin  fuerzas  para  defender  lacausa  sagrada  de  la  independen- 
ciade  la  patria,  recibiendo  por  cada  correo  nuevas  noticias  de 
derrotas  y  defecciones,  sin  armas,  ni  elementos  de  guerra  y 
luchando  contra  los  ejércitos  mâs  aguerridos  y  disciplina- 
dos  del  mundo,  nadie  se  imaginaba  que  muy  pronto  volve- 
rîa  â  la  Capital  de  la  Repûblica  después  de  haber  ajusticia- 
do  en  el  Cerro  de  las  Campanas  â  los  principales  culpables 
de  tantas  desgracias. 

Pero  ahora  3"a  encontramos  hechos  en  que  robustecer 
nuestra  fe;  de  todas  partes  de  la  Repûblica  hemos  recibido 
entusiastas  felicitaciones  por  nuestra  obra,  lo  cual  nos  de- 
muestra  que  nuestras  ideas  tienen  muchos  simpatizadores 
resueltos  â  la  lucha;  esto  es  confirmado  por  muchas  perso- 
nas  que  nos  manifiestan  el  véhémente  deseo  de  principiar  la 
campana,  organizândose  en  Clubs,  lo  cual  han  llevado  â  ca- 
bo  en  algunos  puntos  de  la  Repûblica,  y  en  otros,  para 
obrar  de  igual  manera,  solo  esperan  el  llamamiento  de  un 
grupo  que  les  inspire  confianza. 

Por  otra  parte,  se  observa  un  movimientoinusitado  en  los 
cfrculos  polîticos;  se  organizan  nuevos  partidos  y  cada  dîa 
surjen  mâs  periôdicos  aprestândose  â  la  lucha. 

En  este  apéndice  procuraremos  estudiarlos  acontecimien- 
tos  ocurridos  en  los  ûltimos  meses,    que  no  hacen  sino  con- 

280 


firmar  nuestras  esperanzas  sobre  el  triunfo  de  la  Democra- 
cia;  pero  antes  de  pasar  adelante  deseamos  coHtestar  algu- 
nos  cargos  que  se  han  hecho  a  nuestra  obra. 

Como  lo  esperâbamos,  nuestra  obra 

ObjeCiODeS  â  la   SUCeSiÔn   ha  sidocomentadapor  todalapren- 

PreSidenCial   de   1910   sa    independiente  de   la  Repûblica, 

y  nuestra  COnteStaCiÔn   que   en   gênerai  ha  hecho  grandes 

elogios  de  ella,  elogios  que  solo  me- 

rece  por  haber  sabido  interpretar  fielmente  las  aspiraciones 

de  tan  modestos  3^  valientes  luchadores,  asf  como  las  delos 

mexicanos  amantes  de  la  patria. 

En  este  lugar  damos  las  gracias  a  quienes  se  han  ocupa- 
do  bien  de  nuestra  obra,  y  pasamos  a  contestar  las  obje- 
ciones  que  creemos  de  buena  fe;  pues  de  los  insultos  y  dia- 
tribas  de  uno  que  otro  periôdico  asalariado,  no  nos  ocupa- 
mos  5'-  solo  haremos  constar  que  la  prensa  gobiernista  que 
en  algo  se  respeta,  ha  guardado  sobre  nuestro  libro  un  si- 
lencio  muy  significativo. 

La  objecion  mas  fundada  hecha  a  nuestro  trabajo,  es  que 
el  final  no  corresponde  al  resto  de  la  obra;  que  las  conclu- 
siones  no  estan  de  acuerdo  con  las  premisas;  que  al  termi- 
nar  nuestro  libro  fiaqueamos  6  nos  forjamos  acerca  del  Ge- 
neral Dîaz  ilusiones  que  no  justifica  la  fri'a  exposicion  de 
los  hechos  narrados  por  nosotros. 

Esa  objecion  estaba  contestada  de  antemano.  Efectiva- 
mente:  nuestra  obra,  en  lo  referente  al  General  Dfaz,  puede 
dividirse  en  dos  partes  principales:  su  historia  hasta  la  fe- 
cha  en  que  escribimos,  y  lo  que  esperamos  de  él  en  lo 
future. 

En  la  primera  parte  estudiamos  sus  actos  con  serenidad 
y  los  valoramos  con  justicia,  por  lo  menos,  hasta  donde  nos 
lo  permitieron  nuestro  criterio  v  las  circunstancias  especia- 
les  porque  atraviesa  el  paîs. 

En  la  segunda,  y  ya  en  el  terreno  de  las  hipotesis,  lo  ma- 
nifestamos  claramente:  si  s61o  contâramos  con  la  razôn  pa- 
ra llevar  â  cabo  nuestro  estudio,    hubiéramos  encontrado  el 

281 


problema  pavoroso;  pero  â  la  vez  nos  habriainos  hallado  sin 
niedios  para  resolverlo. 

Por  tal  motivo  recurrimos  al  sentimiento,  que  ve  mas  cla- 
ro  y  mas  hondo;  evocamos  para  fortalecer  nuestra  fe,  el  re- 
cuerdo  de  nuestros  antepasados,  y  escudados  por  la  fey  ar- 
mados  con  el  sentimiento,  abordamos  resueltamente  el  pro- 
blema, con  la  esperanza  de  encontrarle  una  soluciôn  favo- 
rable. 

Al  llegar  al  terreno  de  las  hipotesis  hemos  supuestocomo 
FACTOR  INDISPENSABLE,  QUE  EL  PUEBLO  DES- 
PERTARA,  y  en  seguida,  si  tal  sucede,  que  el  General 
Dîaz  también  cambiarâ  de  politica. 

Esto  es  lôgico,  porque  no  es  de  suponerse  que  siga  la 
misma  polîtica  gobernando  enmedio  de  absoluta  calma, 
que  enmedio  de  las  tempestades  de  la  opinion  pùblica,  de- 
sencadenada  por  el  esfuerzo  viril  del  pueblo. 

Otro  factor  que  contribuirâ  â  un  cambio  de  polîtica  en  el 
General  Dîaz,  es  su  edad.  Efectivamente,  cuando  subiô  al 
gobierno,  joven  y  con  grandes  ambiciones,  le  interesaba  con- 
servar  el  poder,  ya  fuera  por  ambicion  personal  6  por  el  de- 
seo  de  desarrollar  determinado  sistema  de  gobierno  para 
afianzar  la  paz  y  promover  el  progreso  material. 

Pero  ahora  que  ya  esta  para  abandonar  este  mundo  y  ha 
satisfecho  su  deseo  de  ver  â  su  patria  en  paz  y  encaminada 
por  la  senda  del  progreso,  ahora  ya  no  tiene  el  mismo  inte- 
rés  en  detener  en  sus  manos  todo  el  poder.  Por  el  contrario, 
si  sus  ambiciones  son  puramente  personales,  ha  de  compren- 
der  que  en  las  actuales  circunstancias  el  medio  mas  seguro 
de  permanecer  en  el  gobierno  y  aumentar  su  gloria,  sera 
hacer  concesiones  al  pueblo,  permitiéndole  que  nombre  al 
Vicepresidente,  las  Câmaras,  Gobernadores,  etc.;  asî  como 
si  sus  ambiciones  son  nobles  y  patriôticas,  ha  de  compren- 
der  también  que  el  ûnico  medio  de  consolidar  la  paz  es  apo- 
yarla  en  la  ley,  y  que,  para  volver  â  esta  su  prestigio  y  su 
imperio,  necesita  él  mismo  dar  el  ejemplo  de  respetarla,  so- 
metiéndose  â  la  voluntad  nacional. 

282 


De  lo  expuesto  se  desprende  claramente  que  la  ambicion 
Personal  del  General  Dîaz  3-  su  deseo  de  hacer  bien  a  la  pa- 
tria  lo  impulsarân  a  seguir  la  misma  polîtica  de  hacer  con- 
cesiones  a  la  voluntad  nacional.  Para  ello  no  vacilarâ,  Ue- 
gado  el  momento,  en  sacrificar  a  quienes  lo  rodean  y  que 
ansiosos  esperan  la  sonada  herencia. 

Por  otra  parte,  debemos  considerar  que  ei  General  Dîaz 
es  habilîsimo  polîtico  5'  nunca  tirarâ  de  la  cuerda  al  grado 
de  reventarla.  El  conocerâ  mu)'^  bien  el  momento  en  que  de- 
ba  aflojar. 

Por  ûltimo,  la  ideafija  del  General  Dîaz,  siendo  permane- 
cer  en  la  Presidencia,  se  ^solverâ  hasta  a  gobernar  consti- 
tucionalmente  si  comprende  que  tal  es  el  ùnico  medio  de 
permanecer  seis  anos  mas  en  el  gobierno. 

Otra  objecion  que  nos  han  hecho  algunos  amigos,  es  la 
siguiente:  en  el  curso  de  nuestra  obra  parece  que  logramos 
infundir  en  el  ânirao  del  lector  la  idea  de  los  maies  sincuen- 
to  que  al  pais  ha  acarreado  la  Dictadura,  y  al  terminar  pro- 
ponemos  que  siga  el  General  Dîaz  en  el  poder,  lo  cual  cau- 
sa gran  decepciôn  en  el  ânimo  de  algunos  lectores. 

Esta  decepciôn  proviene  de  no  haber  comprendido  el  es- 
pîritu  de  nuestro  trabajo,  que  es  el  de  buscar  un  reniedio 
prâctico  â  nuestros  maies. 

Demostramos  que  el  régimen  de  poder  absoluto  es  de  fa- 
tales consecuencias  para  los  pueblos,  que  la  misma  Dictadu- 
ra del  General  Dîaz,  (que  reconocemos  moderada)  ha  cau- 
sado  grandes  maies,  y  proponemos  que  el  pueblo  haga  un 
esfuerzo  para  salir  de  su  apatîa,  reconquiste  sus  derechos  y 
acabe  con  la  Dictadura,  imponiendo  condiciones  al  mismo 
General  Dîaz  en  caso  de  seguir  él  en  el  gobierno,  condicio- 
nes que  harân  imposible  la  continuacion  del  absolutismo, 
puesto  que,  antetodo,  proponemos  queel  pueblo  nombre  sus 
représentantes  en  las  Câmaras,  los  Estados  sus  Gobernado- 
res  y  la  Naciôn  entera  el  Vicepresidente. 

En  taies  condiciones  el  Geneial  Dîaz  no  podrîa  seguir  go- 
bernando  como  lo  ha  acostumbrado,  3'  acomodândose  al  nue- 

283 


vo  régimen,  dejai  îa  todo  el  peso  de  los  négocies  al  Vicepre- 
sidente,  que  poco  à  poco  harîa  que  entrâsemos  de  lleno  en 
el  régimen  constitucional,  aspiraciôn  suprema  de  la  Na- 
ci6n. 

No  creemos  muy  probable  esa  soluciôn,  pero  si  posible 
EN  CASO  DE  QUE  EL  PUEBLO  DESPIERTE. 

Creemos  mas.  Creemos  que  SIN  LLEGAR  A  UNA  RE- 
VOLUCIÔN,  ES  ALO  ÛNICO  QUE  SE  PODRÂ  ASPI- 
RAR,  PORQUE  EL  GENERAL  DÏAZ,  QUE  DEBE  SU 
PODER  À  LA  FUERZA  DE  LAS  ARMAS,  NO  LO  DE- 

JARA    SINO  OBLIGADO  POR  la  MISMA  FUERZA. 

«t 

Como  afortunadamente  ha  desaparecido  de  entre  nosotros 
el  espiritu  revolucionario,  creemos  que  la  inmensa  mayorîa 
de  la  Nacion  se  conformarîa  con  una  transacciôn  en  los  ter- 
mines indicados,  antes  de  verse  envuelta  en  una  guerra  ci- 
vil. 

Nosotros  creemos  que  serîa  un  bien  para  el  pais  que  el 
General  Dîaz  se  retirara  del  poder  al  fin^izar  el  actual  pé- 
riode presidencial;  pero  no  lo  dejarâ  a  pesar  de  sus  declara- 
ciones  â  Creelman.  Los  recientes  trabajos  de  su  cîrculo  han 
venido  â  confirmar  lo  que  preveîamos  en  nuestra  primera 
ediciôn  y  que  todo  el  mundo  ha  previsto:  que  solola  muer- 
te  6  una  revoluciôn  triunfante  harân  dejar  la  Presidencia 
al  General  Diaz.  No  asî  su  poder,  que  ha  tenido  interés  en 
aumentar  por  conservarse  en  el  Gobierno,  y  bien  podrîa  sa- 
crificar  parte  de  él,  cuando  en  ello  vea  el  medio  de  realizar 
sus  deseos  de  continuar  en  el-alto  puesto  que  ocupa. 

Por  consideraciones  de  tanto  peso,  hemos  creîdo  que  â  la 
inmensa  mayorîa  de  la  Naciôn,  â  quien  no  anima  el  odio, 
sino  el  patriotisme  y  el  desee  de  volver  al  régimen  constitu- 
cional, le  convendrîa  el  plan  que  proponemos,  y  que  en  re- 
sumen  consiste  en  lo  siguiente:  organizar  al  pueblo  en  par- 
tidos  politicos,  y  en  la  prôxima  lucha  électoral  arrancar  par- 
te del  poder  al  General  Dîaz,  â  fin  de  crear  uua  situaciôn 
tal,  que  haga  imposible  la  continuaciôn  de  la  Dictadura,  no 

284 


solamente  para  el   sucesor  del   General  Dîaz,    sino  para  él 
mismo  en  su  proximo  perîodo. 

Tampoco  creemos  que  fuera  inconsecuente  consigo  mismo 
el  partido  antireeleccionista  aceptando  una  ûltima  reelec- 
ciôn  del  General  Dîaz,  por  las  razones  siguientes: 

El  partido  antireeleccionista  dira:  «Soy  partidario  de  la 
no  reelecciôn,  tanto  como  principio  constitucional,  como  por 
su  triunfo  en  la  prôxima  contienda,  porque  honradamente 
creo  que  sera  un  mal  para  el  pais  que  el  General  Dîaz  vuelva 
a  reelegirse.  A  pesar  de  esto,  comprendo  que  la  reeleccion 
de  este  ûltimo  no  la  podré  evitar  sino  por  medio  de  las  ar- 
mas, y  aunque  tan  culpable  sera  el  General  Dîaz  en  pro- 
vocar  una  revolucion  no  respetando  la  voluntad  nacional, 
como  yo  promoviéndola,quiero  dar  un  alto  ejemplo  de  patrio- 
tismo  al  mismo  General  Dîaz,  y  en  vez  de  recurrir  a  la  fuer- 
za  y  con  tal  de  no  acarrear  sobre  la  Patria  los  horrores  de 
laguerra  civil,  transijo  con  la  ûltima  reeleccion  del  General 
Dîaz,  siempre  que  dé  taies  garantîas  al  paîs  que  hagan  im- 
posible  la  prolongacion  delà  Dictadura.» 

En  este  caso  el  partido  antireeleccionista  solo  pospondrîa 
por  poco  tiempo  el  triunfo  définitive  de  sus  idéales,  que  no 
consisten  solo  en  asegurar  el  principio  de  no  reeleccion,  sino 
principalmente  en  asegurar  el  triunfo  de  las  prâcticas  de 
mocrâticas,'  las  cuales  lograrîaaclimatar  en  nuestro  paîs  con 
un  primer  triunfo,  aunque  fuera  parcial. 

Cuando  dimos  a    luz  la    primera 
Carta  del  aUtOr  al  Gène-      edlcion    de    este    libro,   como    una 

rai   Dîaz.  prueba  de  lealtad  al  General  Dîaz, 

le  remitimos  un  ejemplar   acompa- 
îïado  con  la  carta  siguiente: 

San  Pedro,  Coah,,  2  de  Febrero  de  1909. 
Senor  General  Porfirio  Dîaz.  Présidente  de  la  Repii- 
blica  Mexicana. — Mexico,  D,   F. 

Muy  respetable  senor  y  amigo: 

Priacipiaré  por  manifestar  a  Ud.  que  si  me  tomo   la  li- 

285 


bertad  de  darle  el  tratamicnto  de  amigo,  es  porque  Ud. 
niismo  me  hizo  la  honra  de  concedérmelo  en  una  carta 
que  me  escribio  con  motivo  de  un  folleto  que  le  remiti 
sobre  la  Presa  en  el  Canon  de  Fernândez. 

Por  le  demâs,  creo  ser  mâs  merecedor  â  ese  honroso 
titulo  hablândole  con  sinceridad  y  franqueza,  puesto  que 
de  este  modo  puedo  série  mâs  util  para  ayudarle  con  mi 
modesto  contingente  a  resolver  el  problema  de  vital  im- 
portancia  que  se  présenta  actualmente  a  la  consideracion 
de  todos  los  mexicanos. 

Para  el  desarroUo  de  su  politica,  basada  principalmen- 
te  en  la  conservaciôn  de  la  paz,  se  ha  visto  Ud,  precisa- 
do  a  revestirse  de  un  poder  absoluto  que  Ud.  llama  pa- 
triarcal. 

Este  poder,  que  puede  merecer  ese  nombre  cuando  es 
ejercido  por  personas  moderadas  como  Ud.  y  el  inolvida- 
ble  emperador  del  Brasil,  Pedro  II,  es,  en  cambio,  uno  de 
los  azotes  delà  humauidad  cuandoel  que  lo  ejerce  es  un 
hombre  de  pasiones. 

La  historia,  tan'to  extranjera  como  patria,  nos  demues- 
tra  que  son  raros  los  que  con  el  poder  absoluto  conser- 
van  la  moderaci6n  y  no  dan  rienda  suelta  a  sus  pasio- 
nes, 

Por  este  motivo  la  Naciôn  toda  desea  que  el  sucesor 
de  Ud.  sea  la  Ley,  mientras  que  los  ambiciosos  que  quie- 
ren  ocultar  sus  miras  personalistas  y  pretenden  adular 
à  Ud,  dicen  que  «necesitamos  un  hombre  que  siga  la  hâ- 
bil  politica  del  General  Diaz.>  Sin  embargo,  ese  hombre 
nadie  lo  ha  encontrado,  Todos  los  probables  sucesores 
de  Ud,  inspiran  serios  temores  à  la  Naciôn, 

Por  lo  tanto,  el  gran  problema  que  se  présenta  en  la 
actualidad,  es  el  siguiente: 

dSerâ  necesario  que  continue  el  régimen  de  poder  ab- 
soluto con  algùn  hombre  que  pucda  seguir  la  politica  de 
Ud,,  6  bien  sera   mâs   conveniente  que  se  implante  fran- 

286 


camente  e!  régimen  democrâtico  y  tenga  Ud,  por  sucesor 
â  la  Ley? 

Para  encontrar  una  soluciôn  apropiada,  é  inspirândo- 
me  en  el  mas  alto  patriotisme,  me  he  dedicado  â  estudiar 
profundamente  ese  problema  con  toda  la  calma  y  sereni- 
dad  posibles.  El  fruto  de  mis  estudios  y  meditaciones  lo 
he  publicado  en  un  libro  que  he  llamado  «LA  SUCE- 
SION  PRESIDENCIAL  EN  1910.  EL  PARTIDO  NA- 
CIONAL  DEMOCRATICO,»  del  cual  tengo  la  honra  de 
remitirle  un  ejemplar  por  Correo. 

La  conclusion  â  que  he  llegado  es  que  sera  verdadera- 
mente  amenazador  para  nuestras  instituciones  y  hasta 
para  nuestraindependencia,  la  prolongaciôn  del  régimen 
de  poder  absoluto. 

Parece  que  Ud.  mismo  asi  lo  ha  comprendido  segùn  se 
desprende  de  las  declaraciones  que  hizo  por  conducto  de 
un  periodista  americano. 

Sin  embargo,  en  gênerai  causé  extraneza  que  Ud.  hicie- 
ra  declaraciones  tan  trascendentales  por'conducto  de  un 
periodista  extranjero,  y  el  sentimiento  national  se  hasen- 
tido  humillado.  Ademâs,  quizàs  contra  la  voluntad  de 
Ud.  6  por  lo  menos  en  contradiccion  con  sus  declaracio- 
nes, se  ha  ejercido  presiôn  en  algunos  puntos  en  donde 
el  pueblo  ha  intentado  hacer  uso  de  sus  derechos  électo- 
rales. 

Por  estas  circunstancias,  el  pueblo  espéra  con  ansiedad 
saber  que  actitud  asumirâ  Ud.  en  la  prôxima  campaûa 
électoral, 

Dos  papeles  puede  Ud.  representar  en  esa  gran  lucha, 
les  que  dependerân  del  modo  como  Ud.  entienda  resol- 
vcrel  problema. 

Si  por  convicciôn,  6  por  consecuentar  con  un  grupo  re- 
ducido  de  amigos,  quiere  Ud.  perpetuar  entre  nosotros  el 
régimen  de  poder  absoluto,  tendra  que  constituirse  en 
jcfc  de  partido,  y  aunque  no  entre  en  su  ânimo  recurrir 
à  medios  ilegales  y  bajos  para  asegurar  el  triunfo  de    su 

287 


candidatura,  tendra  que  aprobar  6  dejar  sin  castigo  las 
faltas  que  cometan  sus  partidarios,  y  cargar  con  la  res- 
ponsabilidad  de  ellas  ante  la  historia  y  ante  sus  contem- 
porâneos. 

En  cambio,  si  sus  declaraciones  a  Creelman  fueron  sin- 
ceras,  si  es  cierto  que  Ud.  juzga  que  el  pais  esta  apto  pa- 
ra la  democracia  y  comprendiendo  los  peligros  que  ame- 
nazan  a  la  Patria  con  la  prolongacion  del  absolutisme, 
desea  dejar  por  sucesor  a  la  Ley,  entonces  tendra  Ud. 
que  crecerse,  elevândose  por  encima  de  las  banderias  po- 
liticas  y  declarândose  la  encarnaciôn  de  la  Patria. 

En  este  ûltimo  caso,  todo  su  prestigio,  todo  el  poderde 
que  la  Naciôn  lo  ha  revestido,  lo  pondra  al  servicio  de  los 
verdaderos  intereses  del  Pueblo. 

Si  tal  es  su  intencion,  si  Ud.  aspira  a  cubrirse  de  gloria 
tan  pura  y  tan  bella,  hâgalo  saber  à  la  Naciôn  del  modo 
mas  digno  de  ella  y  de  Ud.  mismo:  por  medio  de  los  he- 
chos.  Erijase  Ud.  en  defensor  del  pueblo  y  no  permita 
que  sus  derechos  électorales  sean  vulnerados,  desde  aho- 
ra  que  se  inician  movimientos  locales,  â  fin  de  que  se  con- 
venza  de  la  sinceridad  de  sus  intenciones,  y  confiado  con- 
curra  â  las  urnas  â  depôsitar  su  voto  para  ejercitarse  en 
el  cumplimiento  de  sus  obligaciones  de  ciudadano,  y  cons- 
ciente de  sus  derechos  y  fuertemente  organizado  en  par- 
tidos  politicos,  pueda  salvar  â  la  patria  de  los  peligros 
con  que  la  amenaza  la  prolongacion  del  absolutisme. 

Con  esta  politica  asegurarâ  para  siempre  el  reinado  de 
la  paz  y  la  felicidad  de  la  Patria  y  Ud.  se  elevarâ  â  una  al- 
tura  inconcebible,  â  donde  solo  lellegarà  elmurmullo  de 
admiracion  de  sus  conciudadanos. 

Don  Pedro  del  Brasil,  en  un  caso  semejante  al  de 
Ud.,  no  vacilô:  prefiriô  abandonar  el  trono  que  â  sus  hi- 
jos  correspondia  por  herencia,  con  tal  de  asegurar  para 
siempre  la  felicidad  de  su  pueblo,  dejândole  la  libertad. 

Senor  General:  le  ruego  no  ver  en  la  présente  carta  y  en 
el  libro  â  que  me  refiero,  sino  la  expresiôn  leal  y  sincera 

288 


de  las  ideas  de  un  hombre  que  ante  todo  quiere  el  bien 
de  la  Patria  y  que  crée  que  Ud.  abriga  los  mismos  sen- 
timientos. 

Si  me  he  tomado  la  libertad  de  dirigirle  la  présente,  es 
porque  me  creo  con  el  deber  de  delinearle  â  grandes 
rasgos  las  ideas  que  he  expuesto  en  mi  libro,  y  porque 
tengo  la  esperanza  de  obtener  de  Ud.  alguna  declaracién, 
que,  publicada  y  confirmada  muy  oronto  por  los  hechos, 
haga  comprender  al  pueblo  mexicano  que  ya  es  tiempo 
de  que  haga  uso  de  sus  derecbos  ci'vicos  y  que  al  entrar 
por  esa  nueva  via,  no  debe  ver  en  Ud.  una  amenaza,  sino 
un  protector;  no  debe  considerarlo  como  el  poco  escru- 
puloso  jefe  de  un  partido,  sino  como  el  severo  guardiân 
de  la  Ley,  como  â  la  grandiosa  encarnaciôn  de  la  Patria. 

Una  vez  mâs  me  honro  en  subscribirme,  su  respetuoso 
amigo  y  segtkro  servrdor, 

FRANCISCO  I.  MADERO. 


En  la  carta  que  acabamos  de  inser- 

C0in6Dt&ri0S,  tar  se  notarâ  que  en  termines  comedi- 

dos,  pero  firmes,    le   pintamos    la    si- 

tuaciôn  actual  del  pais,  asî  como  las  esperanzas   3'  temores 

del  pueblo  mexicano. 

Una  contestaciôn  del  General  Dîaz,  inspirada  en  el  mis- 
mo  patriotisme  que  dicto  nuestra  carta  y  concebida  en  ter- 
mines claros  y  sinceros,  hubiera  causado  en  el  piîblico  una 
impresiôn  muy  profunda,  disipando  esa  incertidumbre  que 
tanto  oprime  â  la  mayorîa  de  los  mexicanos,  y  excita  â  una 
pequena  minorîa  que  empieza  â  agitarse. 

En  una  palabra,  el  General  Dfaz  pudo  haber  resuelto  de 
una  piumada  la  situaciôn  actual  del  modo  mâs  favorable 
para  los  intereses  nacionales;  pero  no  debemos  esperar  esa 
conducta  de  él. 

El  General  Dîaz,  dando  pruebas  de  gran   cortesia,  nunca 

289  18 


déjà  ninguna  carta  sin  contestacion,  por  baladî  que  sea    el 
asunto  que  se  le  trate. 

Fundados  en  estas  consideraciones,  era  logico  esperar 
que  nuestra  carta  hubiera  merecido  la  honra  de  ser  contes- 
tada,  puesto  que  en  ella  tratâbamos  de  los  intereses  mas 
altos  de  la  Naciôn. 

Podria  alegarse  que  nuestra  carta  no  llegô  a  sus  manos; 
pero  eso  es  inverosi'mil.  Podrân  extraviarse  cuantas  cartas 
se  quiera,  pero  nunca  las  dirigidas  al  General  Dîaz.  Ade- 
mâs,  sabemos  de  buena  fuente  que  nuestra  carta  llegô  a  sus 
manos. 

Nos  explicamos  perfectamente  su  silencio.  En  aquellos 
dîaz  se  agitaba  fuertemente  la  cuestiôn  électoral  en  el  Es- 
tado  de  Morelos,  a  la  cual  aludîamos  indirectamente,  y 
cualquiera  declaraciôn  respecto  a  sus  intenciones  de  dejar 
en  libertad  al  paîs  para  que  nombrara  sus  mOTidatarios,  no 
hubiera  hecho  sino  aumentar  la  agitacion  en  aquellaentidad 
federativa  que  tan  râpidamente  supo  organizarse  y  luchar 
con  inesperado  vigor. 

Esta  cuestiôn  fué  originada  precisamente  por  una  de- 
claraciôn su3'a,  porque  dijo  que  verîa  con  gusto  que  el  pue- 
blo  de  Morelos  eligiera  libremente  su  Gobernador. 

Como  el  candidato  del  pueblo  era  el  senor  Ingeniero  Pa- 
tricio  Le3"va,  empleado  en  el  Ministerio  de  Fomento,  se 
imaginô  el  General  Dîaz  que  llegado  el  caso  harîa  que  el 
senor  Leyva  renunciara  su  candidatura,  y  cubriéndose  con 
el  ridîculo  mas  vergonzoso,  desprestigiara  las  prâcticas  de- 
mocrâticas  y  disolviera  su  partido. 

Pero  no  sucediô  asî.  El  Ingeniero  Leyva,  aunque  modes- 
to  5^  sencillo  en  sus  costumbres,  es  un  hombre  de  carâcter 
y  de  honor,  y  no  quiso  traicionar  a  sus  partidarios;  prefi- 
riô  sufrir  las  venganzas  del  poder  antes  de  cometer  una  ac- 
ciôn  indigna. 

En  este  caso  apreciô  el  General  Dîaz  la  importancia  de 
cualquier  declaraciôn  cuando  es  hecha  a  hombres  de  honor. 

A  la  vez,  principiaba  a  palpar  las  consecuencias    de    sus 

290 


declaraciones  a  Creelman;  estas,  aunque  nadie  las  juzgô 
sincetas,  dieron  prétexte  a  la  prensa  independiente  para  ha- 
blar  de  la  sucesiôn  presidencial,  con  lo  cual  se  logro  des- 
pertar  hasta  cierto  punto  el  espîritu  pûblico. 

En  resumen,  el  hecho  de  no  haber  contestado  nuestra 
carta,  demuestra  lo  que  hemos  afirmado  en  elcurso  de  nues- 
tra obra:  el  General  Di'az  no  provocarâ  por  sî  mismo  un 
verdadero  movimiento  democrâtico. 

Ademâs,  esto  lo  confirma  su  actitud  en  la  cuestion  de 
Morelos. 

Sin  embargo,  en  la  cuestion  gênerai  de  la  Repûblica,  pa- 
rece  que  si  esta  dispuesto  â  céder,  como  lo  demuestran  la 
libertad  de  que  principia  â  disfrutar  la  imprenta,  lacircuns- 
tancia  de  no  haber  entorpecido  la  formacion  de  partidos 
polîticos,  pues  aunque  hasta  ahora  éstos  no  se  han  mostra- 
do  agresivos,  cuando  se  sientan  fuertes  indudablemente 
asumirân  otra  actitud,  3'  por  ûltimo,  es  mu}'  significative 
que  el  Cîrculo  Nacional  Porfirista  no  lanzara  candidate  pa- 
la  Vicepresidencia  de  la  Repûblica. 

Esto  ûltimo  demuestra  claramente  que  el  General  Dîaz 
quiso  dejar  cubierta  una  retirada  honrosa,  para  el  caso  que 
se  resuelva  â  apoyar  otra  candidatura,  por  considerar  insos- 
tenible  la  del  senor  Corral. 

Es  muy  posible  que  los  mismos  amigos  del  Sr.  Corral  ha- 
yan  contribuido  para  que  el  Cîrculo  Nacional  Porfirista  no 
lanzara  su  candidatura.  <iSe  tratarîa  de  intrigas  palaciegas, 
de  celos,  del  deseo  de  aparecer  como  los  mâs  adictos  y  no 
aumentar  el  numéro  de  amigos,  asî  como  de  desprestigiar 
al  circule  rival? 

Todo  es  muy  posible;  pero  al  General  Diaz,  que  ve  muy 
lejos,  le  convenia  dejar  esa  puerta  abierta  é  indudablemen- 
te que  él  mismo  provocô  6  por  le  menés  permitiô  esos  ce- 
los tan  utiles  para  sus  proyectes. 

Los  amigos  del  senor  Corral,  imaginândose  desprestigiar 
al  Circule  Nacional  Porfirista  si  lograban  por  medie  de  sus 
intrigas  que    no  lanzara  candidatura  de   \'icepresidente,  no 

291 


"hicieron  sino  aumentar    su  importancia  y  facilitar  al  Gene- 
ral Dîaz  el  medio  de  no  cumplirles  las  promesas  en  que  in- 
dudablemente  fundan  todas  sus  esperanzas, 
rw  L-j-       A     1»    n««l„«/^Jx.,     Efectivamente,  los  pocos  Co- 

Desprestigio   de  la  Reeleccion,  '     J 

especialmentela  del  senorRa-    ^^''*^'  T  7^'*^'^'  '^^°  ^'■ 
mon  Corral  ^  ^°''  ^  ^^°'''' 

del  General  Dîaz;  no  solo  des- 
precian  soberanamente  al  pueblo,  cuya  voluntad  ni  siquie- 
ra  toman  en  consideraciôn,  sino  comprenden  que  el  pueblo 
ha  correspondido  a  ese  desprecio;  prueba  de  ello,  el  ruidoso 
fracaso  de  las  manifestaciones  populares  en  honor  del  senor 
Corral. 

La  primera,  organizada  el  domingo  25  de  Abril  de  1909 
en  honor  del  General  Dîaz  y  del  senor  Corral,  résulté  un  fias- 
co completo. 

Los  miembros  de'l  Club  Reeleccionista  arreglaron  que  al- 
gunos  industriales  y  hacendados  hicieran  que  sus  sirvientes 
asistiesen  a  los  desfiles  por  ellos  organizados;  pero  no  pu- 
dieron  obtener  que  aclamaran  a  su  candidate. 

Para  que  la  sègunda  manifestaciôn,  organizada  el  5  de  ' 
Mayo,  tuviera  mas  éxito,  fué  preciso  verificarla  ûnicamente 
en  honor  del  senor  General  Dîaz.  De  esta  manera  se  logrô 
ja  ayuda  de  algunos  Gobernadores,  quienes  comprometie- 
ron  â  varios  industriales  que  mandaran  sus  obreros  a  la  Ca- 
pital, pagândoles  el  pasaje,  gastos  y  una  buenagratificaciôn. 
Con  estos  alicientes  lograron  aumentar  a.  seis  6  siete  mil 
el  numéro  de  los  manifestantes,  pero  no  su  entusiasmo. 
Efectivamente,  fué  notable  la  frialdad  del  pueblo,  tanto  del 
que  desfilaba  f rente  â  palacio  como  del  que  presenciô  el 
desfile  y  el  paseo  del  General  Dîaz  y  su  comitiva.  Parece 
que  en  anos  anteriores  no  era  tan  marcada  la  frialdad  del 
pûblico  para  el  Présidente. 

Indudablemente  el  pueblo  mexicano  esta  ya  cansado  de 
tanta  reeleccion,  y  verâ  con  gusto  un  cambio,  pero  lo  que 
mâs  ha  contribuido  â  desprestigiar  al  General  Dîaz,  es  que 
después  de  haber  hecho  sus  famosas  declaraciones  de  que  el 

292 


pueblo  esta  apto  para  la  democracia,  pretenda  imponer  la 
candidatura  del  senor  Corral,  tan  poco  popular. 

La  candidatura  del  senor  Corral  para  la  Vicepresidencia 
de  la  Repûblica,  es  sumamente  impopular  por  las  razones 
siguientes: 

Hasta  ahora  ninguno  de  sus  actos  ha  tendido  a  atraerse 
las  simpatîas  del  pueblo;  solo  se  ha  preocupado  por  sergra- 
to  al  General  Dîaz,  de  quien  todp  lo  espéra.  Tal  conducta 
demuestra  que  la  opinion  pùblica  la  tiene  en  poca  cuenta, 
y  solo  concède  valor  a  la  fuerza,  puesto  que  a  esta  se  acoie 
incondicionalmente. 

En  cuanto  â  programa  de  gobierno,  no  ha  dado  oinguno. 
Cuando  se  ha  hecho  ocasiôn,  ha  manifestado  que  piensa  se- 
guir  la  hâbil  poliiica  del  General  Dîaz. 

Taies  declaraciones  demuestran  un  sobrado  desprecio  â  la 
opinion  pùblica,  precisamente  ansiosa  de  que  el  sucesor  del 
General  Di'az  no  siga  su  misma  polîtica,  porque  la  Nacion 
entera  desea  volver  al  régimen  constitucional. 

Lo  vinico  que  si  demuestra,  es  su  timidez  para  hablardel 
General  Dîaz,  â  quien  no  trata  de  igual  â  igual  como  le  co- 
rresponde por  su  alto  puesto  de  Vicepresidente. 

Toda  la  Nacion  aplaudin'a  si  el  senor  Corral  hubiera  pu- 
blicado  un  manifiesto  diciendo  que:  "Aunque  admiraba  la 
hâbil  poli'tica  del  General  Dîaz,  no  pensaba  imitarla  porque 
ya  no  era  preciso  gobernar  â  la  Nacion  con  mano  dehierro, 
sino  con  la  Constitucion." 

Pero  ese  manifiesto  no  podrâ  publicarse,  porque  nunca  se 
atreverâ  â  decir  que  el  General  Dîaz  hace  poco  aprecio  de  la 
Constitucion.  Indudablemente  que  una  proclama  asî  hubie- 
ra despertado  entusiasmo  en  muchas  personas,  y  permitido 
â  sus  partidarios  defender  su  candidatura. 

A  pesar  de  ello,  el  pueblo  mexicano,  como  ha  sufrido  de- 
masiadas  decepciones,  se  muestra  muy  escéptico  para  dar 
crédito  â  las  declaraciones   de  los  hombres  pûblicos. 

Por  tal  circunstancia,  en  los  antécédentes  es  donde  el  pue- 
blo busca  la  conducta  probable  de  sus  mandatarios. 

293 


Ya  al  hablar  del  senor  Corral  en  el  curso  de  este  libro  he- 
mos  tratado  someramente  de  sus  antécédentes;  pero  ahora, 
que  aparece  como  el  candidate  oficial,  sera  muy  convenien- 
te  hacer  algunas  otras  observaciones. 

Como  decîamos,  el  senor  Corral,  a  pesar  de  su  timidez  y 
su  humildad  respectoal  General  Dîaz,  es  de  grande  energîa, 
y  esa  timidez  y  esa  humildad  para  tratar  al  poderoso,  se 
trocarân  en  altivez  y  soberbia  para  tratar  al  débil. 

Los  hombres  mas  humildes  con  los  poderosos,  son  los 
mas  déspotas  con  los  débiles. 

Estas  circunstancias,  asî  como  las  anteriores  y  los  anté- 
cédentes del  senor  Corral,  solo  proraeten  que  sera  un  déspota 
que  gobernarâ  segûn  su  capricho  y  no  segûn  la  ley. 

Por  otra  parte,  la  circunstancia  de  ser  el  candidato  oficial, 
le  facilitarà  gobernar  al  pais  de  tal  manera,  pues  se  sentira 
apoyado  por  esa  muchedumbre  de  funcionarios  pûblicos  que 
aunque  esparcidos  por  todo  el  pais,  forman  un  block  tan 
compacto  y  poderoso,  que  pesa  hasta  sobre  el  mismo  Gene- 
ral Dîaz. 

Por  este  motivo  sera  el  candidito  oficial  quien  menos  con- 
venga  a  la  Naciôn,  pues  cualquier  otro  que  suba  al  poder, 
tendra  que  rodearse  de  elementos  nuevos  y  sanos,  y  el  régi- 
men  actual  de  gobierno  sufrirâ  profunda  alteraciôn. 

En  la  conciencia  nacional  esta  grabada  tal  idea,  por  cuyo 
motivo  observamos  la  unanime  oposicion  que  se  hace  al  se- 
nor Corral  en  toda  la  Repûblica. 

En  la  misma  Capital  no  ha  sido  posible  organizar  una 
manifestacion  en  su  honor,  pues  ya  no  son  solamente  los 
obreros  quienes  se  oponen,  sino  hasta  los  raismos  propieta- 
rios,  que  solo  quieren  prestarse  a  esas  farsas,  en  honor  del 
General  Dîaz,  a  quien  algunos  quieren  y  los  mas  temen,  pe- 
ro a  quien  todos  reconocen  cualidades  que  el  seîlor  Corral 
esta  muy  lejos  de  poseer. 

Solo  a  los  amigos  del  seîïor  Corral,  que  estabansumamen- 
te  ansiosos  porque  se  lanzara  su  candidatura  junto  con  la 
del  General  Dîaz,  se  les  ocultô    lo  que  todo  el  mundo  habîa 

294 


visto:   que  la  mayor  torpeza  polîtica,  era  ianzar   con  tanta 
anticipacion  su  candidatura. 

Hubiera  estado  muy  bien  pensado  si  las  cosas  debieran 
pasar  como  hace  seis  anos;  pero  eso  solo  lo  esperan  quienes 
alejados  del  pueblo  y  cegados  por  el  poder,  no  perciben  la 
agitaciôn  y  la  ansiedad  que  reina  en  todos  los  ânimos. 

Es  indudable  que  el  pueblo  empieza  â'despertar.  El  Ge- 
neral Dîaz  lo  ha  comprendido,  y  si  lanzô  las  candidaturas 
de  él  y  del  senor  Corral  con  tanta  anticipacion,  fué  para  de- 
mostrar  que  no  pensaba  cumplir  las  promesas  hechas  por 
conducto  de  Creelman,  a  fin  de  calmar  la  agitaciôn  que  pro- 
ducîa  en  la  Repûblica  la  esperanza  y  el  deseo  de  que  aban- 
donara  el  poder.  A  la  vez,  proclamando  candidatura  para 
Vicepresidente,  presentarîa  un  blanco  a  los  ataques  de  los 
descontentos,  que  por  temor  de  no  atacarlo  a  él  directamen- 
te,  6  por  polîtica,  solo  dirigirîan  sus  tiros  sobre  el  senor  Co- 
rral. Sin  embargo,  previendo  gran  agitaciôn  en  los  ânimos 
3'  la  posibilidad  de  verse  obligado  a  hacer  concesiones  al 
pueblo,  maniobrô  de  modo  que  el  Partido  Nacional  Porft- 
rista,  el  genuinamente  suyo,  el  que  lo  postulô  hace  seis  anos, 
no  lanzara  candidato  para  la  \'icepresidencia  a  fin  de  que  le 
sirva  de  ôrgano  ilegado  el  momento  para  proclamar  otra 
candidatura. 

El  partido  Reeleccionista  es  mas  bien  Corralista,  como  lo 
demuestra  por  haber  sido  el  ûnico  que  proclamara  candida- 
to para  la  \'icepresidencia,  y  por  tener  como  principal  ins- 
tigador  y  ûltimamente  como  présidente  al  senor  licenciado 
Rosendo  Pineda,  conocido  por  su  gran  adhésion  al  senor 
Corral. 

Lo  curioso  es  que  hasta  en  el  Club  anti-reeleccionista  de 
esta  ciudad  es  poco  querido  el  senor  Corral,  \'  si  sus  miem- 
bros  votaron  por  su  candidatura,  fué  tan  solo  por  compla- 
cer  al  General  Dîaz. 

En  resumen,  podemos  aftrmar  que  el  seîïor  Corral  es  su- 
mamente  impopular  en  toda  la  Repûblica;  que  de  ser  elec- 
to,  sera  quien   mas   probabilidades   tenga  de   continuar   la 

295 


dictadura;  que  a  pesar  de  ser  actualmente  el  candidat©  ofi- 
cial,  no  cuenta  con  el  apo.yo  incondiciônal  del  General  Dîaz, 
quien  llegado  el  momento  de  las  concesiones  6  de  una  tran- 
sacciôn,  no  vacilarâ  en  sacrificarlo  y  resultarâ  candidate 
oficial  alguna  otra  persona  que  goce  de  mas  simpatîas. 

El  General  Re3'es  goza  actual- 

Actitud  del  General  Reyes,  mente  de  bastante  populari- 
sas probabilidades  de  Ile-  dad,  porque  se  crée  que  él  es 
êaf  al  pOder.  el  unico  capaz  de  salvar  la  ac- 

tual  situacion  enarbolando  la 
bandera  de  No-reelecci6n,  6  por  lo  menos  asumiendo  una 
actitud  completamente  independiente  a  fin  de  ponerse  al 
frente  de  su  partido  en  la  proxima  contienda  électoral. 

Indudablemente  que  dadas  las  condiciones  porque  atra- 
viesa  el  paîs,  si  asumiera  tal  actitud,  se  atraerîa  las  simpa- 
tîas de  toda  la  Nacion;  pero  no  sera  asî,  porque  él  también, 
como  el  senor  Corral,  tiene  mas  confianza  en  la  fuerza  del 
elemento  oficial,  que  en  la  del  pueblo,  y  prefiere  el  apo}'o 
del  General  Dîaz  a  las  simpatîas  de  la  Naciôn. 

Todos  sus  actos  lo  demuestran.  A  sus  amigos  que  han 
querido  trabajar  por  su  candidatura  siempre  los  ha  desauto- 
rizado,  y  no  solamente,  sino  que  hizo  publicar  su  entre- 
vista  con  el  seîïor  Heriberto  Barron,  en  la  cual  afirmaba 
que  seguirîa  incondicionalmente  la  polîtica  del  General  Dîaz, 
asî  es  que  tanto  sus  actos  pûblicos  como  privados,  Uevan 
el  mismo  sello:  su  incondicional  adhésion  al  General  Dîaz. 

Muchos  de  sus  amigos  asî  lo  han  comprendido*}^  se  sien- 
ten  grandemente  decepcionados. 

Sin  embargo,  los  inquietos,  los  que  estân  ansiosos  por 
lanzarse  a  la  lucha  con  el  noble  fin  de  reivindicar  los  dere- 
chos  pûblicos,  han  tomado  el  nombre  del  General  Reyes 
para  entrar  en  campaîïa,  porque  creen  que  de  ese  modo  no 
aparecerân  como  hostiles  al  Gobierno,  y  las  agrupaciones 
que  han  formado  tendrân  asegurada  la  vida  siquiera  mien- 
tras  logren  robustecerse. 

De  cualquier  manera  que    sea,  la    agitaciôn    re5'ista  sera 

296 


benéfica  para  la  Democracia,  pues  los  partidarios  del  Gene- 
ral Rej'^es,  viéndolo  negarse  resueltamente  â  aceptar  la  je- 
fatura  del  partido,  irân  â  engrosar  las  filas  de  los  partidos 
independientes,  porque  la  mayorfa  de  sus  partidarios  son 
patriotas  de  buena  fe,  que  consideran  como  el  ûnico  cami- 
no  existente  para  trabajar  por  el  triunfo  de  la  Democracia, 
aclamar  su  candidatura  aunque  sea  para  la  Vicepresiden- 
cia. 

Considerando  superficialmente  las  cosas,  los  que  ven  un 
peligro  en  la  ascension  del  General  Reyes  al  poder,  se  alar- 
man  en  alto  grado.  Juzgamos  infundada  su  alarma,  porque 
el  General  Reyes  tiene  muy  pocas  probabilidades  de  llegar 
al  poder  atendiendo  â  las  razones  siguientes: 

Solo  très  caminos  tiene  de  ascender  â  ese  puesto.  El  mas 
fâcil,  y  por  tal  motivo  mas  apetecido,  serîa  como  candidato 
oficial,  substituyendo  por  medio  de  una  transaccion  al  se- 
fîor  Corral.  Esto  es  casi  imposible,  porque  mientras  no  sea 
jefe  militante  de  algùn  partido,  no  lograrâ  orillar  las  cosas 
al  grado  de  imponer  un  arreglo  en  taies  condiciones.  Por 
otra  parte,  como  candidato  de  transaccion  seri'a  el  menos 
indicado  de  todos,  por  el  terror  que  inspira  al  grupo  de 
amigos  que  rodea  al  General  Dîaz,  é  indudablemente  que 
este  no  han'a  â  sus  mejores  amigos  3' mas  adictos  partidarios 
la  inconsecuencia  de  traer  al  poder  â  quien  consideran 
como  su  enemigo  mâs  temible. 

Otro  camino  lleno  de  espinas  y  con  pocas  probabilida- 
des de  éxito,  sera  aceptar  la  candidatura  del  pueblo  y  en- 
trar  de  lleno  en  la  lucha  électoral.  Para  esto  necesitarîa  po- 
nerse  frente  â  frente  al  General  Dfaz,  lo  cual  nunca  harâ  el 
General  Reyes,  por  las  razones  )'a  indicadas.  Una  candi- 
datura en  taies  condiciones,  solo  la  aceptarâ  quien  tenga 
j^^ran  fe  en  la  fuerza  del  pueblo  y  esté  resuelto  â  sacrificar- 
se  en  aras  de  la  patria. 

El  ûltimo  camino  que  le  queda,  el  de  la  revoluciôn,  no  lo 
intentarâ,  por  lo  menos,  mientras  viva  el  gênerai  Diaz. 

Por  todas  las  razones  que  hemos  expuesto  se  verâ    c6mo 

297 


el  General  Reyes  tampoco  tiene  grandes    probabilidades  de 
llegar  al  poder. 

El  peligro  que  veîamos  cuando  es- 

G6D6Fdl  Félix  DidZ.      cribimos  nuestra  primera    edicion,  de 

que  subiera    al    poder    este    General, 

parece  que  no    existe,    pues    la    opinion  gênerai    considéra 

inadmisible  tal  idea.    Por  esta   razôn  suspendemos  en    esta 

edicion  el  artîculo  respective. 

De  lo  expuesto  parece  que   prin- 
COnSideraCiOneS  Générales,    cipia  a  alejarse  el  peligro  de  la  con- 

tinuaciôn  de  la  Dictadura  en  el 
prôximo  sexenio.  Para  ello  ha  bastado  con  la  ligera  agita- 
ciôn  que  se  ha  notado  en  la  opinion  publica. 

Si  esta  agitaciôn  aumenta  y  se  logra  la  organizaciôn  de 
poderosos  partidos  independientes,  el  peligro  se  alejarâca- 
da  vez  mas,  hasta  quedar  por  completo  conjurado. 

Este  partido  no  puede  ser  consi- 
PartidO  DemOCrâtiCO.  derado  completamente  independiente, 
pues  sus  directores  ocupan  puestos 
pûblicos,  y  algunos  de  ellos  tienen  fuertes  ligas  con  el  Ge- 
neral Dîaz.  Por  lo  demâs,  ese  partido  no  prétende  hacer 
oposiciôn  al  General  Dîaz,  }•  bajo  la  bandera  de  algunos 
principios  polîticos  que  proclama,  se  prépara. modestamen- 
te  a  luchar  por  obtener  que  el  Vicepresidente  sea  mas  de 
acuerdo  con  la  voluntad  nacional. 

Las  personas  al  frente  de  dicho  partido  parecen  bien  in- 
tencionadas;  si  en  alguno'de  ellos  existe  ambiciôn  personal, 
la  aplaudimos  con  tal  de  que  sea  sana  y  viril.  Ya  que  pa- 
triotismo  puro  mueve  a  tan  pocos,  no  es  de  despreciarse  el 
contingente  de  los  ambiciosos,  siempre  que  su  ambiciôn  sea 
noble  y  dignos  los  medios  que  empleen  para  satisfacerla. 

A  pesar  de  la  buena  intenciôn  que  m'anifiestan  sus  direc- 
tores, no  podrân  hacer  nada  por  si  solos,  pues  siendo  de- 
cididos  partidarios  del  General  Dîaz,  en  definitiva  tendrân 
que  obedecer  sus  ordenes. 

Sin  embargo,  los  trabajos  de  este  partido  han  sido  utiles, 

298 


porque  algo  han  contribuîdo  a  despertar  la  opinion  pûblica; 
han  formado  aljjunos  Clubs  que  no  obedecerân  con  la  mis- 
ma  facilidad  las  ordenes  del  General  Dîaz,  3^  que  llegado 
el  momento,  se  fusionarân  con  algûn  partido  independiente. 

El  gran  papel  que  podrâ  Uegar  a  représentât  el  Partido 
Democrâtico,  sera  el  de  intermediario  entre  los  partidos  in- 
dependientes  .y  el  General  Dîaz,  para  Uegar  a  algûn  arreglo, 
en  caso  de  ser  posible. 

Entonces  se  pondrîan  de  acuerdo  los  di versos  partidos 
para  reunir  sus  Convenciones  en  la  Capital  en  la  misma 
época.  El  General  Dîaz  también  convocarîa  al  Cîrculo  Na- 
cional  Porfirista  con  el  mismo  objeto. 

Pero  esta  soluciôn  es  la  menos  probable,  porque  el  Gene- 
ral Dîaz  solo  la  aceptarâ  cuando  considère  imponente  la 
fuerza  de  los  partidos  independientes. 

Lo  mas  seguro  es  que  habrâ  lucha  électoral,  pnes  tene- 
mos  la  seguridad  de  que  se  organizarâ  algûn  partido  fran- 
camente  antireeleccionista,  6  por  lo  menos  independiente  en 
lo  absoluto. 

En  este  caso  el  Partido  Democrâtico  se  aliarâ  con  el  In- 
dependiente para  trabajar  por  Vicepresidente,  6  lomâs  pro- 
bable se  dividirâ  en  dos  fracciones;  una  de  ellas  ira  a  las 
filas  porfiristas  y  la  otra  la  mâs  importante  sin  duda,  a 
las  independientes.  Los  Clubs  de  los  Estados  serân  de  és- 
tos  ûltimos,  3'  el  de^a  Capital  de  los  primeros,  porque  en 
los  Estados  existe  mâs  independencia  y  mâs  valor  civil 
que  en  la  Capital,  debido  â  razones  que  estân  en  la  concien- 
cia  de  todos,  y  que  no  viene  al  caso  estudiar. 

En  la  primera    ediciôn,     en    las 

El    pueblO  despierta.       «Ultimas  palabras  del  Autor»    ex- 

ESperanzaS  de  redenCiÔn.    pusimos  ideas  que  han  sido  tacha- 

das  de  optimistas  é  inconsecuentes 

con  el  resto  de  la  obra. 

De  optimistas,  porque  se  estiman  infundadas  nuestras 
esperanzas  de  que  el  General  Dîaz  no  sofoque  con  mano  de 
hierro  algûn  movimiento  democrâtico  independiente. 

299 


De  inconsecuentes  con  el  resto  de  la  obra,  porque  se  ha 
crefdo  encontrar  un  mea  ciilpa  en  las  ûltimas  palabras. 

Si  ahora  no  reproducimos  de  nuevo  aquella  parte  de  nues- 
t'ro  libro,  es  porque  la  creeinos  ventajosamente  reemplaza- 
da  con  este  Ape'ndice. 

En  cuanto  à  nuestro  optimismo,  hasta  ahora  solo  tene- 
mos  motivo  para  ccnfirmarlo,  pues  el  General  Dfaz  demues- 
tra  no  abrigar  va  aquel  espîritu  suspicâz  y  estrecho  que 
10  haci'a  perse^uir  cualquiera  manifestaciôn  de  virilidad  y 
civismo.  Ahora  se  nota  una  libertad  de  imprenta  muy  su- 
perior  â  la  que  ha  existido  desde  que  el  General  Dîaz  su- 
bie por  segunda  vez  al  poder.  Esta  libertad  despertarâpor 
completo  el  espîritu  pùblico  que  empieza  ya  â  dar  pruebas 
patentes  de  vida. 

En  cuanto  â  la  pretendida  inconsecuencia  por  manifestar 
nuestra  simpatîa  hacia  el  General  Dîaz,  después  de  atacar 
su  régimen  de  Gobierno,  tampoco  existe. 

Si  el  General  Dîaz  ha  cometido  grandes  faltas,  también 
liene  en  su  abono  una  brillante  hoja  de  servicios  como  mi- 
litar,  y  como  estadista  y  gobernante  ha  prestado  innega- 
bles  servicios  â  la  patria. 

La  principal  ideaque  hemos  querido  inculcar  en  el  pueblo 
mexicano,  no  es  de  odio  para  el  General  Dîaz,  sino  deamor 
â  la  libertad,  procurando  demostrarque  solo  ella  harâ  gran- 
de â  nuestra  querida  patria. 

Como  lo  hemos  repetido  varias  veces,  es  una  tarea  su- 
perior  â  las  fuerzas  humanas  valorar  justamente  los  hechos 
de  nuestros  contemporâneos  cuando  estamos  mezclados  de 
alguna  manera  con  ellos.  Por  ese  motivo  hemos  dicho  que 
dejamos  esa  tarea  â  la  historia;  ûnicamente  queremos  hacer 
resaltar  los  peligros  del  absolutismo,  para  impedir  que  la 
Dictadura  se  proîongue  con  el  sucesor  del  General  Dîaz. 

Alla  van  todos  nuestros  esfuerzos.  No  queremos  que  la 
Naciôn  pague  con  odio  una  vida  dedicada  â  la  patria;  pero 
si  deseamos  vivamente  que  no  se  deje  enganar  por  quienes 
pretenden  perpetuar  la  Dictadura. 

300 


Dedicamos  todos  nuestros  esfuerzos  a  evitar  ese  peligro 
que  nos  amenaza,  y  no  solamente  esperamos  ser  secunda- 
dos  por  el  pueblo  mexicano,  sino  que  tenemos  la  seguridad 
de  que  el  General  Diaz,  comprendiendo  la  trascendencia  de 
laformacion  de  un  gran  partido  independiente,  aunque  se 
llame  antireeleccionista,  no  pondra  trabas  para  elle,  no  lo 
aplastarâ  en  su  cuna,  que  si  tal  fuera  su  intencion  3-a  hu- 
biera  perseguido  al  autor  de  este  libro,  quien,  sin  ocultarse, 
trabaja  con  empeno  por  la  formaciôn  de  ese  partido, 

El  autor  de  este  libro  se  compiace  en  declarar  altamente 
que  no  ha  sido  vîctima  de  ninguna  hostilidad  por  parte  de 
los  miembros  del  Gobierno,  lo  cual  demuestra  que  no  esta-, 
ba  errado  al  créer  que  en  el  corazon  del  Caudillo  de  la  In- 
tervencion  también  encuentran  albergue  los  sentimientos 
nobles. 

Nosotros,  llenos  de  fe  en  los  grandes  destines  de  la  pa- 
tria,  vemos  vislumbrar  cada  dîa  mas  claramente  la  mano  de 
la  Providencia  que  prépara  todos  los  acontecimientos  ha- 
ciéndolos  converger  al  mismo  fin,  al  de  asegurar  el  triunfo 
de  la  libertad. 

Por  una  parte  observamos  que  el  General  Dîaz  esta  co- 
metiendo  grandes  errores,  si  su  intencion  es  asegurar  la 
prolongacion  de  la  Dictadura.  Taies  son  su  famosa  entre- 
vista  con  Creelman,  la  campana  électoral  que  provocô  en 
Morelos,  la  prematura  proclamaciôn  de  su  candidatura  y 
sobre  todo  la  del  senor  Corral. 

Por  otra  parte,  cada  vez  mas  nos  convencemos  de  que  el 
pueblo  mexicano  despierta  y  se  prépara  a  la  lucha. 

Cada  di'a  surgen  nuevas  hojas  periodîsticas  que  con  gran 
brro  atacan  â  la  Dictadura  y  trabajan  porque  volvamos  al 
régimen  constitucional.  Ya  son  numerosos  los  Clubs  polî- 
ticos  independientes  que  se  han  constitui'do  en  toda  la  ex- 
tension de  la  Repûblica  y  en  muchas  partes  s61o  esperan  la 
iniciativa  de  un  grupo  independiente  para  organizarse  en 
Clubs  y  lanzarse  â  la  lucha. 

Por  taies  razones  esperamos  fundadamente  que  el  espîri- 

301 


tu  pûblico  despertarâ  muy  pronto  por  completo  y  alentarâ 
â  los  mexicanos  para  dar  la  gran  batalla  en  contra  del  abso-  ' 
lutismo;  pero  5'a  no  sera  la  guerra  fratricida  por  medio  de 
las  armas,  sino  las  luchas  de  la  idea  por  la  prensa,  la  tri- 
buna,  en  las  urnas  électorales,  en  el  vasto  campo  de  la  De- 
mocracia. 

Los  pesimistas  generalmente  intentan  ocultar  su  miedo 
encontrândolo  reflejado  en  los  demâs.  Pretenden  que  no  se 
lanzan  â  la  lucha  porque  no  serân  seguidos.  Con  ellos  no 
contamos.  Mâs  vale  un  punado  de  valientes  que  una  légion 
de  tîmidos. 

Los  optimistas,  los  que  encuentran  en  todos  su  mismo  en- 
tusiasmo  y  resoluciôn,  son  los  que  salvarân  â  lapatria;  pues 
si  ven  entusiasmo  en  los  demâs,  es  porque  ellos  lo  habrân 
comunicado;  si  en  todos  encuentran  su  misma  resoluciôn,  es 
porque  el  valor,  comunicativo  por  naturaleza,  electriza  âlos 
hombres  de  corazôn  y  arrastra  â  las  multitudes. 

El  tiempo  vuela,  y  â  pasos  agigantados  se  acerca  el  dîa 
en  que  hemos  de  resolver  el  gran  problema  sobre  el  cual  es- 
triba  el  porvenir  de  la  patria. 

Hacemos  un  llamamiento  â  todos  los  mexicanos  que  par- 
ticipan  de  nuestras  ideas,  para  que  se  congreguen  en  Clubs 
y  principien  la  lucha. 

Aunque  esperamos  que  muj'  pronto  paxtirâ  la  iniciativa  de 
esta  Capital,  convocando  â  la  Nacion  para  constituir  un  par- 
tido  independiente,  por  si  no  fuere  asî,  es  conveniente  que 
los  Estados  se  preparen  para  lanzar  dicha  iniciativa. 

Una  vez  mâs  nos  dirigimos  â  nuestros  compatriotas  para 
decirles: 

«Si  no  hacemos  un  esfuerzo,  pronto  veremos  consolidar- 
«se  en  nuestro  pais  una  dinastîa  autocrâtica,  y  la  Constitu- 
«ciôn,  con  las  libertades  que  nos  asegura,  zozobrarâ  para 
«siempre  en  el  mar  de  nuestra  ignominia. 

«En  las  actuales  condiciones,  un  esfuerzo  en  el  terreno  de 
«la  Democracia  podrâ  saîvarnos  todavia.    IMâs  tarde,   solo 

302 


«las  armas  podrân  devolvernos  nuestra  libertad,  y  por  do- 
«lorosa  experiencia  sabemos  cuân  peligroso  es  tal  remedio. 

«Evoquemos  el  glorioso  recuerdo  de  nuestros  antepasa- 
«dos,  é  inspirândonos  en  su  ejemplo,  cumplamos  con  los  sa- 
«grados  deberes  que  nos  imponela  patria,  sin  dejarnos  arre- 
«drar  por  los  fantasmas  que  engendra  nuestra  imaginacion, 
«ni  por  los  peligros  reaies  que  encontremos  en  nuestro  ca- 
«mino. 

«La  Libertad  es  un  bien  precioso  solo  concedido  a 
«los  pueblos  dignes  de  disputarla,  a  los  que  la  han  sabidp 
«conquistar  luchando  valerosamente  contra  el  despotismo. 

«No  olvideraos  que  ahora  se  présenta  la  oportunidad  mas 
«propicia  para  conquistar  nuestra  libertad  con  las  armas  de 
«la  democracia. 

«Luchemos,  pues,  con  resoluciôn  y  serenidadpara  demos- 
«trar  la  excelencia  de  las  prâcticas  democrâticas,  asegurar 
«para  siempre  nuestra  libertad  y  consolidar  definitivamente 
«la  paz;  la  paz  de  los  pueblos  libres  que  tiene  por  apoyo  la 
«Lev.» 


FIN. 


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303 


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indice: 


Pâgs. 

Dedicatoria ,  3 

iMdviles  que  me  han  ^uiado  para  escribir  este  libro, 6 

Cap.  I.  El  Militarismo  en  Mexico 26 

Dominaciôn  Espanola 26 

Guerra  de  Independencia 31 

Batalla  del  Puente  de  Calderôn 32 

Morelos 33 

Guerra   de  Guerrillas.    Su   influencia  en  el  carâcter  de 

nuestros  libertadores 35 

Principales  causas  de  las  revoluciones.   El  Militarismo 

después  de  la  guerra  de  Independencia 37 

Trabajos  democrâticos  del  elemento  civil 39 

Reflexiones  sobre  militarismo  y  democracia 39 

Santa  Ana , 44 

Lo  que  debemos  entender  por  militarismo 46 

Dictadura  de  Santa  Ana 47 

Revoluciôn  de  .Vyutla 48 

Congreso  Constituyente 49 

Presidencia  de  Comonfort 50 

Golpe  de  Estado 51 

305  20 


Pâcs, 

Guerra  de  très  anos    5^ 

Tratado  Mac-Lane-Ocampo 56 

Presidencia  del  senor  Lie.  Don  Benito  Juârez 58 

Eleccion  del  Lie.  Benito  Juârez  para  la  Presidencia  de 

la  Repûbliea 59 

Guerra  de  la  Intervenciôn  Franeesa 60 

Evacuaciôn    del    Territorio   Naeional  por  las  Fuerzas 

Franeesas 66 

Reflexiones  sobre  la  Guerra  de  Intervenciôn 67 

Revoluciôn  y  Plan  de  la  Noria 69 

Revolueiôn  de  Tuxtepec 81 

Cap.  ii.  El  General  Dîaz,  sus  ambiciones,  su  politica,  medios 

de  que  se  ha  valido  para  permanecer  en  el  poder 93 

Su  earâeter 94 

Idea  fija  del  General  Dîaz 97 

Medios  de  que  se  ha  valido  para  conservar  el  poder.  . .  100 

Polîtiea  eentralizadora 106 

Administracion  del  General  Gonzalez 109 

Vuelve  a  la  Presidencia  el  General  Dîaz iio" 

Cap.  m.  El  Poder  Absoluto 123 

Origen  del  poder  absoluto 124 

Situaciôn  equîvoea   de   algunos   gobiernos  Latinoame- 

ricanos 125 

Lo  que  debe  entenderse  por  poder  absoluto 126 

El   poder  absoluto  en  la  antigiiedad 128 

El  poder  absoluto  en   Egipto 128 

El  poder  absoluto  en  Asia 129 

El  poder  absoluto  y  la  democracia  en  la  Europa   anti- 

gua • 130 

Reflexiones  sobre  el  poder  absoluto 132 

El  poder  absoluto  y  la  democracia  en  los   tiempos  mo- 

dernos 136 

Comentarios  sobre  el  poder  absoluto 144 

Cap.  IV,  El  Poder  Absoluto  en  Mexico 147 

Pruebas  de  que  existe  el  poder  absoluto  en  Mexico. .  . .  148 

306 


Psigs. 

Consecuencias  del  poder  absoluto  en  Mexico 14.8 

Guerra  de  Tomochic 152 

Guerra  del  Yaqui 1 54 

Guerra  con  los  indios  ma\'as 162 

Huelgas  de  Puebla  y  Orizaba 162 

Cananea 168 

I nstrucciôn   Pûblica 1 70 

Relaciones  Exteriores 172 

Progreso  M.iterial    17g 

Agricultura , 181 

Minerîa  é  Industria 182 

Hacienda  Pûblica 183 

Balance  al  poder  absoluto  en  Mexico 187 

Cap.  V.  lA  ddnde  nos  lleva  el  General  Diaz? 106 

Entrevista  con  Creelman 197 

Continuaci6n  del  poder  absoluto 198 

El  Sr.  D.  Ramon  Corral 200 

General  Bernardo  Reyes 206 

Consideraciones  Générales 218 

Problema  trascendental 225 

Cap.  VI.  iEstamos  aptos  para  la  democracia? 22g 

El  pueblo  mexicano  esta  apto  para  la  democracia 235 

iLa  actual  administraciôn    tolerarâ    las    prâcticas  de- 

mocrâticas? 240 

Cap.  VII.  El  Partido  Antireeleccionista 244 

Tendencias    del    Partido    Antireeleccionista    Su    Pro- 

grama 246 

Oportunidad  para  formar   el    Partido  Antireeleccionis- 
ta    24g 

<iC6mo  se  formarâ  el  Partido  Antireeleccionista? 255 

cOuién  sera    el    candidate    del    Partido  Antireeleccio- 
nista?    256 

Campana  électoral  y  sus  consecuencias  posibles 25g 

Consideraciones  générales 264 

Resumen 26: 

307 


Phes. 

Concluslooes 276 

Apéodice  de  la  sef  unda  edicida 279 

Objeciones  a  la  Sucesiôn  Presidencial  de  1910,  y  nues- 

tra  contestaciôn 281 

Carta  del  autor  al   General  Dîaz 285 

Comentarios 289 

Desprestigio  de  la  reelecciôn,   especialmente  la  del  Sr. 

Corral 292 

Actitud  del  General  Reyes,  sus  probabilidades  de  llegar 

al  poder 296 

(leneral  Félix  Dîaz .•  •  •  •  298 

Consideraciones  générales 298 

Partido  Democrâtico 298 

El  pueblo  despierta. — Esperanzas  de  redenciôn 299 


308 


Los  pedidos  de  esta  obra 

dirijaimse:  a  i_a 


LIBRERIA  DE  EDUCACION 

DT5  BAI.T>OMERO  DE  liA  PIÎIDA 


AVE.  5  DE  MAYO  39 

MEXICO,  D.  F. 


El  autor  concède  permise  para  re- 
prodticir  total  6  parcialmente  esta 
obra,  siempre  que  la  publicaciop  se 
haga  en  castellano  y  se  ajusté  con 
fidelidad  â  esta  segunda  edicion. 


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