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Full text of "La Vírgen del Sol: Leyenda; melodías indígenas"

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.^ *^ ^{í-^^í^^^^^y^^^^í^^^^^ ~ ■ 



w.^v^«^^^^^ 



OBRAS 

DI 

JUAN LEÓN MERA, 

de u 
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA 



LA VÍRGEN DEL SOL 



KBirSIfSA 



MELODÍAS INDÍGENAS 



TOMO s^^°-^-^^ 

^k^ LJBKHRliL ^1^ 

k/ VENTA DE OBRAS 
DE AUTORES NACIONAkE 

TIMBRE IMPERIAL, SECCIÓN TIPOGRÁFICA DEL CRÉDIT 
12, ESCUDIUL.ERS, 12 

. issr 



PR6SERVATI0N 
COPYAÜOEO 



^ Pf9PMa4 d^^ autor. 
Quedo hecho éh^epósito que 
marca la ley. 



• • • • • • 



,■•>'■ 



LA 

yíRGEN DEL SOL 

DEDICADA A MI MADRE, 



como testimonio 



de tictno a^moz \^ pecando tcy\pcto. 



3. SUon fítCcza 



JfmóafOj Noviembre de i8s6. 



EMATAg. ci ) 



Pág. Lín 



26 
80 
3é 
55 
:56 
61 
79 
80 
86 
92 
94 
114 
116 
124 
133 
135 
143 
144 
148 
152 
155 
162 
165 
166 
176 
177 



7 

últ. 

23 

2 

10 

6 

23 

26 

7 

3 

2 

16 

6 

8 

15 

3 

7 

20 

22 

6 

2 

18 

18 

22 

£4. 

'20 



Dice 

el furor 

á un árbor * 

Que á mí azota 

Cliimborago 

adornada 

Pílalos ,, 

Kivales del cíelo 

rubíes, 

su primera 

Sin saber, donde 

liu ven 

A la fin Amunta 

es entonces 

ya deslumbra 

entornando 

Poner en cabna 

Fuisteis 

desposado 

crece 

la familia 

potente 

mal 

A la QÍudad 

amarga 

tus horas 

el silencio 






al furor 
un iu"l)ol 

Que íi ]ní niíi az^'^ta 
Gliimborazo 
ornada 
Pétalos 

Rivales del del ciei-^ 
rubíes 
su primer 
Sin sa1)er donde, 
fluyen 

A la íin el Amunta 
es entonce 
ya le dcsluni1)ra 
en tornando 
Poner calinU 
Tristes 
despojado 
crecer 

á la faniiliíi 
impotente 
>1 mal 
A la ciudad, 
amaga 
sus horas 
al silencio 



(1) No se ponen "^sino las muy sustanciales, dejan- 
*do al buen juicio del lector los cambios, faltas y 
aumentes de letras y puntuación y otros errores ti po- 
. gráficos que no dañan la medida del verso ni alte- 
aran los conceptos. 



R95695 



Tñg. I Líu 



189 


22 


193 


19 


197 


3 


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15 


198 


8 


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18 


200 


7 


207 


9 


208 


1 


213 


16 


216 


6 


217 


9 


236 


17 


246 


22 


251 


6 


257 


14 


259 


11 


261 


17 


263 


2 


267 


4 


290 


13 


291 


2 


293 


í 


295 


1 


296 


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305 


3 


806 


5 


307 


17 


314 


16 


321 


2 


350 


últ. 


351 


22 


358 


6 


359 


7 



I Dice 

tuviese 

T trémula audaz 

Y cuátil 

De ha más 

malo á sí mismo 

mucho más 

le turba 

Que en lloroso 

de repente 

presura 

morada 

la más 

Yo no soy 

vuelven 

Chimborago 

su furia 

días 

Hoy aun 

muerte 

la ala 

faz 

impía 

el corazón 

Íue no adora 
>e entonces 
el sol 
canosas 
canosas 
de mi frente 
Juan 
Guzco 
estremecer 
y mi gloria 
Chimborago 



Léase. 

tuviera 

Y trémula andar 

Y errátil 
Do ha mág 

malo y a sí mismo 

muy más 

le conturba 

Que en el lloroso 

repente 

presurosa 

moraba 

lo» más 

Ya no soy 

vuelan 

Chimborazo 

á su furia 

dios 

Hoy al fin aun 

suerte 

el ala 

paz 

ímpia 

un corazón 

Íue adora 
)e entonce 
del sol 
canoras 
canoras 

de esta mi frente 
Tomás 
Cuzco 

estremecerle 
y mi alta gloria 
Chimborazo 



Pág, 

868 

875 

>* 
876 



890 
396 



I Lín 1 Dice | 

5 El tiempo ¡oh sol! retarda 



6 

21 

21 

20 

17 

1 



Di esposo 

Ves 

Vano 

Senaina-Cápac 

dramacicar 

este poeta 



Léat» 

El tiempo iob sollretardk 

Qna las deagradas gaarái 

Mi esposo 

Ver 

Vago 

Gnainar-Oápac 

dramatizar 

este poem» 



PRÓLOGO 



Por 18^4 me hallaba en el pueblecito de los Baños, 
perteneciente á la provincia Tungurahua, y bello y 
poético como una población suiza. Baños está en 
el fondo de la rotura de \oi Andes orientales, á la 
orilla derecha del tumultuoso río formado por las aguas 
del Chambo y del Patate, y sobre la antiquísima lava 
del volcán vecino. Allí escrihi La inspiracióny comienzo 
de La Virgen del Sol. Quien conozca ese lugar deli- 
i:ioso puede adivinar esto sin que yo se lo apunte: 
aquellas estrofas saben y huelen á la tierra en que na- 
cieron, á esa tierra en que hierven y humean las afa- 
madas aguas que llamamos santas; en cuyas vecindades 
se yergue hasta las nubes el magnífico Tungurahtia, da 
su gran salto el Agoyán y comienzan las seculares é 
inmensas selvas que se dilatan hasta el Amazonas. 

Cuando escribí esos versos no tenía yo plan nin- 
guno, y sólo quise hacer algOy sin saber lo que al fin 
resultaría; cuento, leyenda ó poema. Desatinada manera 
de comenzar, á fe mía. Pero me olvidé pronto de aquel 



VIII PROLOGO 



embrión de obra poética, hasta que dos años después 
(á principios de 1856) di con él al revolver unos pape- 
les, y renació al punto mi antiguo vago pensamiento. 
Conocí la necesidad de darle forma determinada y fijeza, 
de hacer un plan ordens^, y le hice, en efecto, y 
canto^tras canto quedó terminada ía obrita en poco 
tiempo. 

En aquellos días me preocupaba ya la idea, que 
después maduró y adquirió forma y colorido decisivos, 
de que tes «nierícanos podíamos y aun debíamos dar 
novedad. ánuestralHeratttra, ^j>artándont)iS'i^l camino, 
dlásico ó Tomántko, trillado por las escuelas ewopeas; 
novedad ^noáheraSora de las formad ni corrti{Hora de 
4a lengua, eososdign» 9e veneraciónyqtre debemos 
cultivar con afón, sino enoaminada á renovar y vigo- 
rizar élfondo^ismo de nuestras prodtrceiones litera- 
rias, lío es mi intento Te^oducir en este ^prólogo lo 
que tantas veces he dicho en escritos anteriores; pero 
sí apuntaré'breveraente mis ideas matrices, «i cabe de- 
cirlo, que desenvaéftas en La 'Virgen del Sol ^n C«- 
mandáy en muchas poesías líricas, han venido á probar 
que la originalidad por mi recomendada i& los poetas 
americanos no es irrealizable. En efecto loque yo deseo 
y, á mí juicio, sería loable en ellos, es la novedad en 
la manera de sentir y pensar en vista de la naturaleza 
que nos rodea y nutre, de la historia antigua de nues- 
tros pueblos, de la del tiempo colonial, especie de 
Edad Media del Nuevo Mundo, de la histcyria de núes- 



"PRÓLOGO Wt 

tra independencia, rebosante Ide heróisttit» y gi*atídeza, 
de la de nuestras axjtuáles República, 'módico de Vir- 
tudes y vicios, esperanzas y desengaños, aciertos y 
errores, glorias é infamias; en vista de nuestras cos- 
tumbres que toiiavfa no han sido fundamentalmente 
modificadas y que á pescar de 'los refinamientos de ka 
modas y dét lujo europeos, conservan hermosos retazos, 
direlo así, de tela indígena y colonial en su sencillez 
patriarcal y ^ureaía dignas de aMbán2?a; én viita de'bs 
creencifl^s religiosas de los antiguos hijos del sol, y de 
los*triuiífossébre éllasalcanrados por ta fe tíriétíána; en 
Tista, finalmente, de las luchas de la Vitfa, asaz diversas 
en nuestra sociedad de lo que «on en 'la vieja sócieSad 
europea. Para un observador, siquiera isea poco pérs- 
•picaz, así en la superficie eterno en las entrañas de la 
naturaleza, la historia y las costumbres americanas, 
hay mucho nuevo que puede utilizar en la poesía y la 
literatura. Bícese que muchas veces él asuntó de una 
composición se resiste porisu nátufaleza i\ americanis- 
mo que recomiendo. Yo no puedo negfarlo; pero tam- 
poco se me negará que en muchos casos líábe muy bien 
«ierta novedad que no sólo no repugna en asuiitos 
poco ó nada conexiomiaos con América, sus pueblos, 
•costumbres, letc, «ino que los avalora á maraívifla. ¿fío 
tenemos mil objetos que pueden servirnos ptfra com- 
paraciones é imágenes originales? ¿Para qué, por ejem- 
plo, acudir á las orillas del Rin en busca de castillos 
viejos, ni al Sena en bu^a de ondas -turbiias, ni ál 



PROLOGO 



Pactólo á pedirle arenas de oro, ni al Vesubio á admi- 
rar sus erupciones, ni al África á oir bramar sus fieras^ 
ni al Oriente á robarle sus perlas? Todo esto han hecho 
algunos poetas y escritores americanos, sin acordarse 
que por aquí tenemos ruinas interesantes, y ríos mag- 
níficos, y estupendos volcanes, y una fauna riquísima 
y una ñora asombrosa, y mares que encierran ñnísimas 
perlas, y otras cosas muy buenas, muy poéticas, — so- 
beranamente poéticas, y que pueden servir para enga- 
lanar y dar nada común realce á cualquier argumento. 
Para realizar mis ideas y hacer prueba de la po- 
sibilidad de echar nuestra poesía por camino desusado, 
pero conveniente, escojí un asunto indio de los tiem- 
pos en que se eclipsaba la gloria de los incas y los 
shiris, y en que España ponía los cimientos de su do- 
minación en Sud-América. En La Virgen del Sol hay 
rasgos históricos, pero que han entrado solo inciden- 
talmente: la historia principal, así como los episodios^ 
son ficticios. Entre las miras que tuve presentes al 
acometer este poemita, una fué la de ensayar las fuerzas 
de mi ingenio para emprender luego un trabajo de más 
aliento: me atreví á pensar en una epopeya; más cir- 
cunstancias adversas, que sería inútil recordar aquí^ 
han hecho que Huaina-Cdpac no se eleve del plan á 
la ejecución; ni será posible que en adelante realice 
mi pensamiento: un largo y difícil poema no es obra 
que se hace á mi edad. Felizmente con no hacerlo creo 
que poco ó nada pierden las letras. 



PROLOGO XI 

El manuscrito de La Vírgen del Sol fué visto en 
1857 por unos pocos amigos de reconocida competen- 
cia literaria^ El Dr. D. Gabriel García Moreno elogió 
la obrita con entusiasmo, y me aconsejó que la diese á 
la estampa. Igualmente favorable fué el voto de los 
doctores D. Pedro F. Cevallosy D. Miguel Riofrío; don 
Julio Zaldumbide acompañó la alabanza con algunas 
juiciosas observaciones, que supe aprovechar. 

Al fin, por 1 86 1 la leyenda vio la luz pública en 
esta capital. Tuve miedo, á pesar del juicio halagüeño 
de aquellos competentes censores. Confieso ingenua* 
mente que nunca me ha faltado temor de publicar mis 
obras, y creo que he tenido razón, no porgue careciese 
de fe en lo bueno de mis principios literarios, sino por 
desconfianza dé -poderlos llevar á la práctica con buen 
éxito. Sin embargo, el juicio público no tardó en con- 
firmar el privado, y la censura de inteligencias extra- 
ñas vino á tepitir cuanto había dicho la amistad. Y^ 
con todo, ñi entonces creí, ni creo ahora, que La Vir- 
gen DEL Sol barbee con la perfección; muy al contrario, 
la estética tiene sin duda mucho de que quejarse, aun 
despules de las correcciones y añadiduras hechas para 
ia segunda edición. Esta leyenda no pasa, pues, de ser 
uñ ensayo de poesía indígena. 

^' La primera edición se agotó muy pronto, y luego 
sobrevino la demanda del poemita, así en el Ecuador 
como fuera de él; demanda que no ha podido ser satis- 
fecha hasta ahora. Mis críticos me habían hecho algu- 



XII PROLbí.O 



nas observaciones, entre las cuales hallé ño pocas que 
merecían ser acogidas. Siempre he procurado ejecutar 
■el pensamiento quie «asenta en una nota de mi Ojeada 
Msfóríco-críticd sobre la poesía ecuatoriana: «Todo el 
que se da al oficio de escritor, debe* tener dos cántaras 
lÍ5tas, ía una desfondada para recibir en ella los votos 
de las malas pasiones y de la injusticia, y la otra entera 
para guardar cbn cuidado los de la honradez y la im- 
parcialidad ilustrada. ;> Era, pues, necesario dé todo 
punto revisar y limar la Leyenda, y yo no tenía espacio 
para hátérlo; y esa hfeCésidad sé me presentaba tanto 
thayor, cuanto yo mismo había descubierto lunares y 
m'anch^s que era preciso quitar. Al cabo, tras largó 
tiempo de impotentes deseos, pude hacerlo, y he aquí 
la «egunda edición á más de los veinticinco años dé la 
primera, con cambios, alteraciones y aumentos. 

Pero con viéttie qué ihe apresure á advertir al lector, 
xjue he puesto especial cuidado en no desvirtuar ni en 
lo nrá's mínimo fe nattiralidíad y sencillez del plan pri- 
mitivo, ni él colorido local, ni ihénós el espíritu iiídí- 
géha de los personajes del poema; pues al haberlo hecho 
a^í, habría censurado tácitamente á quienes le acogie- 
ron con agradó á causa de esas cualidades. La ViitGEN 
DEL Sol de 1886 es la mistna, sin la más U)ér'a diferen- 
cia sustancial, que la de 1 86 1. Hay algunas pei'sonas 
que cuando vén reproducida una obra con enmiendas 
ó iagreg'ados, hallan algo qiié iió les gtísrta, algo qué 
juzgan defecto qué no tuvo la edición anterior, no sien- 



PROLOGO XiH 



do á las veces otra cosa que aprensión proveniente de 
haber acostumbrado el ent^Adimiento á lo que leyeron, 
primero, y de tropezar en las lecturas posteriores con 
cosas que no esperaban y les sorprende por cuevas. 

Las correcciones que he.becho son principali»ente de ♦ 
lenguajey de estilo: he puesto, palabreas castellana^ en v^^ 
de las quichuas que abundaban inutümen,te en la primera, 
edición, dejando de, éstas sólo las que.njjehan parecido 
necesarias, porque al fin,^ en un^ obra indígena, en el 
fondo, hay cosas que no se expresan bien con nombres 
españoles. En punto al estilo, he procurado limar todx> 
aquello que me ha parecido impropio de las Musas. 
Cosa es ésta, á mi ver, por extren\o delicada, y mere- 
cedora de que en ella^se fijen cojí ahinco todos, cuantos 
han trabado conexiones con esas deidades; pues las 
ideas por muy poéticas que. sean, sino salen á^ luz -bien 
aseadas y elegantemente vestidas, hacen el mismo efepto 
ingrato que algunas aldeanas bonitas coa sus trajes de 
tela burda, adornos extravagantes y maneras ridiculas. 

El P. Solano, religioso francisco de respetable me- 
moria por la copia y brillo de su. saber, me había hechor 
la observación de que el P. Niza no figuraba cual debía 
en la Leyenda, y que Titu y Cisa, y Amaru.y Gualda 
aparecían convertidos y casados con presteza inverosí- 
mil. Censura juiciosa, á no dudar, y cuyo fundamento 
he procurado hacer que desaparezca en lo posible. En 
1861 era todavía incierta la manera como había desapa- 
recido ó muerto el tirano Rumiñahui, é incurrí en el 



XIV PRÓLOGO • 

mismo error histórico en que cayera el P. Valasco, que 
io creía perdido entre las escabrosidades de la montaña 
que lleva aquel nombre; pero las indagaciones del 
erudito y laborioso Dr. D. Pablo Herrera han puesto 
en claro la verdad, y era menester trasladarla á mi Le- 
yenda. Quizás Rumiñahui tomó el nombre de la mon- 
taña, y no ésta de aquel indio. Lo primero era muy 
usado antiguamente, y todavía se hallan muchos ape- 
llidos que tienen ese origen: Chimbora;^os, Tungnrahiias, 
CollaneSy etc., etc. 

Llevado del deseo de sacar á luz mis obras (las que 
fuesen menos indignas del público), he formado el 
primer tomo añadiendo á La Virgen del Sol las Melo- 
días Indígenas, que son del mismo género, y está bien 
que formen un solo grupo. 

Para escribir las Melodías procuré hacer lo mismo 
que para escribir la Leyenda; esto es, trasladarme con 
la mente y el corazón á los tiempos en que cantaban 
los haravicos ó poetas indios, y, fingiéndome uno de 
ellos penetrar los sentimientos de la raza indígena 
plantada y desarrollada en las mesetas de los Andes 
ecuatorianos, y estudiar sus pensamientos, creencias, 
costumbres é historia: he intentado, pues, hacerme 
también indio y olvidar la civilización y más condicio- 
nes de la vida moderna predominante en la sociedad 
íimericana. Estoy muy lejos de creer que he llenado 
mi propósito. ¡Es tan difícil la trasformación de nuestro 
ser moral é intelectual! ;es]co3a tan ardua eso de volar 



PROLOGO XV 



en pos del sentir y pensar ágenos para hacerlos propios, 
y, á nuestra vez, trasladarlos sin esfuerzo á otros cora- 
zones é inteligencias! ;Y buscar esos afectos. é ideas en 
siglos lejanos, en upa raza diversa de la nuestra, y entre 
las cenizas de una civilización muerta y olvidada!... 
Sin embargo, creo que mi' atrevida pretensión de dejar 
de pensar d la moderna para hacerlo como un hijo del 
sol de ahora tres ó cuatro siglos, ha servido á lo menos 
para añadir á nuestra literatura unas pocas páginas nue- 
vas y originales. Algunas de mis poesías indígenas, 
que han salido á luz en varios periódicos, han merecido 
aprobación de parte de literatos y de otras personas de 
buen gusto, así nacionales como extranjeros. Esto me 
ha estimulado á incluir en el presente volumen algunas 
piezas que permanecían inéditas. 

El segundo tomo comprenderá las poesías de otro 
género, y en los demás irán las obras en prosa, que, si 
fuese necesario, llevarán un nuevo prólogo. 

J. León Mera 



Quito, á 25 de Julio de 1^86. 



VlRGEN^DEt^SOt 



LA INSPIRACIÓN 

¿En dónde estás oculta, 
Oh inspiración divina? 
¿Del blanco Tungurahua 
En la elevada cima, 
O del añoso bosque 
En la espesura umbría? 
¿O entre las negras peñas 
£)o el Agoyán se agita 
Y sus soberbias ondas 
Atronador abisma? 
¿Tal vez de la cascada 
Entre las rotas linfas? 
¿Acaso en el ardiente 



,I(S J. LEÓN MERA 



Arroyo que vomita 
. . X^ íi§rra y á los hombres 
•./ rd^'i Ja: salud convida? 
. ...iPeida'd encantadora, 
r ••Ifispjrjoión divina, 

Do quiera que estuvieres 
Te invoca el alma mía! 
¡Oh, ven, y en mí difunde 
Tu llama sacra y viva, 
Y vierta yo raudales 
De indiana poesía! 
;Oh, ven, y aquí contigo 
Alegre cante, ó gima 
Doliente, al son de humilde, 
Pero armoniosa lira! 

Ya vienes, ya te siento... 
Mi mente se ilumina, 
Mi alma se extremece, 
Mi corazón sp agita... 
¿Qué cuadros son aquellos 
Que pones á mi vista? 
¿Qué sombras son aquellas 
Que en mi contorno giran? 
¿Has descorrido acaso 
El velo que cubría 
Los misteriosos tiempos 
De la india historia antigua? 



LA VIRGEN DEL SOL 



¿Intentas que haravico (i) 
Tornado yo, del Inca 
Recuerde la era, y cante 
Extrañas maravillas? 
¿Qué grandes héroes, loe, 
Que altos nombres reviva 
De varones que fueron 
De otros siglos delicia? 
;Ah, no! Sólo me exiges 
Que fácil y sencilla 
Relate una leyenda 
De esos remotos días. 
Por eso al desplomarse 
Dos grandes monarquías 
Por intestinas guerras. 
Por bárbaras conquistas, 
Me ensenas conturbada 
La paz de las familias, 
Y amores inocentes 
Virtud, sabiduría. 
Del Sol el culto santo, 
Las castas Escogidas ^ (2) 
Hollados por pasiones 
Que insultan y denigran. 
Por eso me presentas 
Al pié del gran Pichincha 
La patria de los Shiris (3) 
En lamentable ruina: 



20 LA VIRGEN DEL SOL 



Y amnntas (4) y guerreros 
Que míseros espiran, 

Y amantes perseguidos 
Por la venganza impía; 
De un bárbaro tirano 
La vergonzosa huida, 

Y las cristianas huestes 
Que á Quito se aproximan. 

Principio; pero tiemblo 
Como el que en frágil quilla 
Por vez primera cruza 
La inmensa mar bravia, 

Y teme los escollos 
Ocultos á su vista, 
A do tal vez le lleva 
Su sobra de impericia. 
Principio; mas no dejes, 
;Oh inspiración divina! 
De hacer vibrar tú sola 
Las cuerdas de mi lira. 



PRELIMINARES 

Cinco veces apenas de Inti-vaimi (5) 
Vio la fiesta magnífica Atahualpa, 
Desde que el trono, herencia de los Shirís, 
Con derecho legítimo ocupaba; 
Cuando la paz divina 7 la concordia 
Que el almo Pachacámac (6) dio á la patria, 
Se ocultaron al grito de la guerra, 
Que desde Cuzco el ambicioso Huáscar 
Hasta el Pichincha resonar haciendo 
Esclavitud y ruina amenazaba. 
Mas despiértase el genio belicoso 
En el nieto magnánimo de Cacha, (7) 

Y á sus voces acuden los guerreros 
De combates sedientos y de fama; 

Y la soberbia y populosa Quito 
Conmueve Tumbal, (8) dios de la batallas. 
Del caracol el ronco son medroso 

Y el redoblar del atambor se alcanza 
Donde quiera á escuchar; prepáranse arcos 

Y de flechas se llenan las aljabas; 

Gime el yunque de piedra en todas partes 



J. LEÓN MKRA 



Forjando petos y ligeras lanzas, 

Y do resuena el bilico ruido 

Las enseñas del SJiiri al viento se alzan. 

Y confusas, inciertas, vagas' voces. 
Cual las de un hombre que soñando habla, 
Misterioso y fatídico se escucha 
El profético nombre de un fantasma: 
¡Viracocha! se dice, ¡Viracocha!,,, {()) 
Va á llegar... ha venido... trae armas... 
Es grande, es poderoso, hijo del Cielo; 
Su diestra rayos espantosos lanza... 
Más la verdad encúbrese á los ojos 
De pueblo y rey; á nadie penetrarla 
Es dado, y esas voces los afanes 
Y el eco de la guerra presto acallan. 
Así en la selva el céfiro volando 
Susurra en voz confusa entre las ramas; 
Pero su acento ahógase y espira 
Cuando retumba el trueno en la montaña. 

Empero en medio del marcial ruido 
No interrumpen ni pueblo ni monarca 
Las religiosas ceremonias: arde 
Del astro sumo en las lucientes aras 
El incienso purísimo; las flores 
Sus esencias despiden, y la blanca 
Inocente paloma en holocausto 



LA VIRGEN DEL SOL 



Por el gran sacerdote es inmolada. 

Y la pura mujer del AcUaJmasí, 
La virgen fiel, del Sol esposa casta, 
Mira pasar el sueño de la vida 

Lejos del mundo y de sus pompas vanas; 

Y al amuanta pacífico el estudio 
Prolijo de los astros entusiasma. 

Su curso inquiere y las nocturnas horas 
Siempre la esfera contemplando pasa. 
El poeta celebra de natura 
L^s sublimes bellezas y las gracias, 

Y ensalza á la deidad que allá se emplea 
Del alto cielo en derramar 'las aguas. (lo) 
Rompe el labriego el seno de los campos, 

Y en vez de abrojos ó de estéril grama. 
El fecundo maiz que cubre el surco 
Realizada le muestra su esperanza. 

Y en alta noche silenciosa, cuando 
La madre luna el universo baña 
Con su luz melancólica, se escucha 
El dulce son de la amorosa flauta 

Que q\ yaraví (ii) modula, ó bien la trova 
De amartelado pecho, que en las alas 
Arrebatada del fugaz favonio 
Hasta el lecho penetra de la amada. 



II 

MISTERIOS NOCTURNOS 

Es una noche de aquellas 
Que á los poetas inspiran, 
En que lucen las estrellas 
Más expléndidas y bellas, 
Y dulces auras suspiran; 

En que la luna convida 
Al peregrino á marchar 
Cantando en voz conmovida 
;Ay! la memoria querida 
De su familia y hogar. 

Noche en que en sí se concentra 
Religioso el corazón; 
Noche en que el ánima encuentra 
Calma silenciosa, mientra 
Se sume en honda abstracción. 

El Machángara, tendido 
Sobre su lecho de arena 



LA VIRGEN DEL SOL 2 5 



Y de verdor guarnecido, 
Se desliza adormecido 
Bajo una sombra serena; 

Y en su tace cristalina 
El follaje se retrata, 
O rompiendo la cortina 
De verdura, la divina 
Luz da reflejos de plata. 

V Todo es paz, todo reposo; 
Sólo una flauta lejana 

Da sonido melodioso. 
Como el trinado amoroso 
Del jilguero en la mañana. 

Y á veces calla y se escucha 
Triste acento enamorado, 
Tierno, dulce, entrecortado: 
Es de un amante que lucha 
Con los caprichos del hado. 

«Ven presto á mis brazos 
Ven, Cisa querida: 
Te espero, mi vida, 
Te aguardo, mi amor. 

* »Sin tí ¿qué es mi alma? 



J. LEÓN MERA 



Un campo abrasado 
Do nunca ha brotado 
Lijero verdor. 

» Sin tí ¿qué es mi pecho? 
Flor que desfallece, 
Se abate y perece 
Del viento el furor. 

;í^Sin tí ¿qué es mi vida? 
Es fruto caido, 
De insectos roido, 
De amargo sabor. 

»Sin tí nada encuentro 
Que tenga hermosura, 
Ni el fruto dulzurg. 
Ni esencia la flor. 

»Oh, ven á mis brazos, 
Ven presto, querida: 
No tardes, mi vida. 
No tardes, mi amor.» 



A más de un tiro de flecha 
Distante del manso río 
Hállase un bosque sombrío. 



• 



LA VIRGEN DEL SOL 27 



Cuyo fallaje se estrecha 
Dejando raro vacío. 

Conjunto asaz caprichoso 
De árboles de especie varia, 
En el día caloroso 
Fresco y grato y temeroso 
En la noche solitaria. 

Y en lo más oculto allí 
Se escuchan leves pisadas, 
Y crujen, al ser holladas, 
Las hojas del capulí 
Secas y desparramadas. 

Una mujer atraviesa, 
Blanca, lijera, anhelosa, 
Cual errante y vagarosa 
Sombra que recorre á priesa 
Su morada misteriosa; 

Una mujer que ha salido 
De la tierna infancia apenas, 
Más que ya el pecho ha sentido 
Por vez primera oprimido 
En amorosas cadenas; 

Casi una niña... ¿Quién puede 



28 J. LEÓN MERA 



Retratar esa belleza 
Que á toda belleza excede? 
¿Quién habrá que fiel remede 
Tanta gracia y gentileza? 

De su faz encantadora 
La imagen hallo mejor 
En la estrella del amor, 
Cuando la admiro en la aurora 
En su más puro explendor. 

El tierno sauce que airoso 
A impulso del amoroso 
Dulce viento balancea, 
De su talle voluptuoso 
Me ofrece apenas idea. 

La candida cervatilla 
Triscando en una pradera, 
O andando viva y libera, 
Acaso muestra sencilla 
De sus movimientos diera. 

La clara y límpida fuente, 
Hija del hielo deshecho, 
Enseña aunque débilmente, 
La pureza de su frente, 
La inocencia de su pecho. 



LA VIRGE^^ DEL SOL 29 



Al mirarla y de su acento 
Al escuchar la armonía, 
No hay alma apática y fría 
Que resista al sentimiento 
De una ciega idolatría. 

Y esa joven corre, vuela 
Cual ave al nido que ama 
Cuando el polluelo reclama, 
Que del alcotán recela 
Posado allá en otra rama. 

Mas un ligero ruido 
Le hace volver la cabeza; 
Detiénese y el vestido 
Siente por detrás asido 
Con indecible presteza. 

Va á gritar; pero al instante 
— No temas, Cisa querida, 
Dice una voz conocida; 
Soy Toa. ¿Qué haces errante 
En esta selva escondida? 

— |Ah, Toa! ¿por qué has querido, 
Contesta Cisa, asustarme? 
Yo no ando errante: ¿has oido 
Ese. cantar? pues sentido 



3 o • J. LEÓN MERA 



Voló á mi casa á llamarme. 

— ¿De quién la voz melodiosa 
Es que hace volar tus pies? 
— De mi amante, y aun quejosa 
Me llama; Toy presurosa. 
¿Escuchas? Es Titu... ¡él es! 

¡Es Titu! ¡él es! en el alma 
De Toa va á resonar; 
Mas su cólera ocultar 
Ella procura, y con calma 
Simulada torna á hablar. 

— Aguarda, Cisa; ¿á dó vas 
Tan de priesa? Tu pasión 
Quizás te engaña. — ajamas 
Me engañó mi corazón. 
— Tal vez burlada serás. 

— No temas. Suéltame. Adiós, 
La replica, y al instante 
Se separaron las dos; 
Y Cisa ligera en pos 
Se va del cantor amante. 



Cerca á un árbol se descubre 



LA VIRGEN DEL SOL 



Cual fantasma solitario 
Junto á una tola (12) que cubre, 
Como manto funerario 
La violeta salubre. 

Árbol sombrío y funesto 
De hojas mínimas compuesto, 
Que plantó uno mano amiga, 

Y aquel sepulcro modesto 
Con sus festones abriga, 

Molle, (13) entre cuyo ramaje 
Juega el aura voladora, 
Do acaso una sombra mora 
Que escondida entre el follaje 
Ora canta, gime ora. 

Junto á su tronco nudoso 

Y lleno de grietas mil 
Está un joven anheloso 
De que á su canto amoroso 
Acuda Cisa gentil. 

De la luna un débil rayo 
Su gran penacho ilumina 
De plumas de papagayo, 
Que en negligente desmayo 
Sobre la frente se inclina. 



J. LEÓN MERA 



Su faz en parte se ofusca 
Con la sombra del plumaje; 
Ya su vista errante busca 
Algo en el bosque, ya brusca 
Se clava en algún celaje. 

La llama de la pasión 
En su frente está pintada; 
Del alma la agitación, 
La ansiedad del corazón 
Expresa bien su mirada. 

Ruedan su flecha y aljaba. 

Y en su delirante anhelo 

No siente que ya hasta el suelo 
De caer la flauta acaba, 
Compañera en su desvelo 

Pero canta, y su canción 
Atrae á Cisa, y tal vez... 
;Ay! de la música el son 
Sirve también de atracción 
A la víbora y al pez!... 

Llega al fin. Titu la mira, 
¡Cuánto á sus ojos más bella, 
Más linda está! Corre á ella, 

Y un poco atrás se retira 



LA VIRGEN DEL SOL 



?y 



Con timidez la doncella. 

— ;Ah, Cisa, amor mío! exclama 
¿No hirió mi cantar tu oido? 
¿Por qué no has luego acudido? 
;Oh, cuánto pena quien ama! 
;Oh, cuánto por tí he gemido! 

— ¡Gemir tú por mí! la tierna 
Cisa responde turbada; 
Oí tu voz; ocupada 
Por cierta inquietud interna 
Venía; mas fui tomada... 

— ¿Por quién? — Por Toa. El semblante 
Inmútase del amante^ 
Como si golpe de muerte 
Le hiriese; más po lo advierte 
Cisa, y prosigue al instante: 

— Acaso Toa escuchó 
También la voz melodiosa , 
Conque su amor la llamó, 
Y al encontrarme, celosa. 
Mis pies extraviar pensó. 

— Que su amor y sü fortuna 
Goce Toa... más ahora : 



34 J- LEOX MERA 



Va acercándose la aurora... 
¿Ves? palidece la luna 
Y el oriente se colora... 

Vuélvete, pues, Cisa mía, 
Vuelve á tu lecho al instante; 
¡Jamás la lumbre del día 
Te sorprenda en compañía 
De tu desdichado amante! 

— ¡Titu, Titu desdichado? 
Pregunta Cisa, y vislumbra 
Que no es pueril ni infundado 
El receloso cuidado 
Que el alma le apesadumbra. 

;Y así me alejas de tí! 
¡La voz que turbó mi sueño 
No era tal vez para mí! 
¡Y en vano en mi amante empeño 
A ti mis pies dirigí! 

— ¡Calla, Cisa! no inhumana 
Mi negro pesar aumentes; 
No con celos me atormentes. 
¡Ay! el viento, flor lozana, 
Que á mi azota, aun no sientes!... 

¡Calla!... Mira, ésta es la tola 



LA VIRGEN DEL SOL 3^ 



De mi padre el guerreador; 
Junto á él duerme su amor, 
Mi madre, tierna amapola 
Que segó fiero dolor; 

Y sus sombras inmortales 
Que en nuestro contorno giran. 
Nos oven, palpan y miran; 
Ven mis incógnitos"*hiales. 
Ven tus celos, y suspiran. 

Yo te amo, te adoro, Cisa; 
Tú eres de mi vida aliento, 
Tú mi corazón... Mas siento 
Leve ruido... ¡Vete á prisa! 
— Es el gemido del viento. 

— ¿No escuchas? crece el ruido. 
— Ya escucho. Se acerca; adiós. 
Y amor eterno y rendido 
Entre el adiós repetido 
Se prometieron los dos. 



ÍII 

LA FAMILIA DE HUMAN 



En aquella ed^ ya hundida 
En el pasado sombrío , 
En esos tiempos de dulce 
Recordación para el indio, 
El grande guerrero Cáran, 
Sliiri primero de Quito, 
Al Sol amado, su numen, 
Erigió soberbio y rico 
Templo en la cima elevada 
Del hermoso Panecillo, (14) 
De ^te á las faldas se vía 
Del AcUay (15) el edificio; 
Fábricas de las que hoy sólo 
Queda el nombre por vestigio: 
¡Arruinólas la codicia, 
Devoráronlas los siglos! 

De la ciudad casi fuera. 
Cerca de esos edificios. 
Una familia reside 



LA VIRGEN DEL SOL 37 

Retirada del bullicio. 
En una estancia modesta 
Do todo es pulcro y sencillo, 
Y donde los vicios nunca 
Labrar pudieron su nido, 
Sentado un dia un anciano 
Cabizbajo y pensativo, 
De que algo serio le ocupa 
En el- semblante da indicios. 
Es Human amunta sabio 
Cual nadie, y esclarecido, 
De genio cortés y afable. 
De ademán contemplativo. 
Su existir ha declinado 
Como el astro rey divino. 
Ora en tormentas envuelto, 
Ora brillante y tranquilo. 
Su frente está ya rugosa. 
Sus ojos están marchitos; 
Mas su clara inteligencia 
Los años no han extinguido; 

Y aún largos dias y noches 
Pasa en estudio continuo. 
Contemplando sol y estrellas, 
Señalando los solsticios. 

' Ama tanto sus estudios 

Y silencioso retiro, 
Que raras veces le miran 



}S J. LEÓN MERA 



Aun SUS deudos y smigos. 

A Raba, su esposa, vése 
De aquel felice recinto 
En un ángulo, sentada 
En una piel de cabrito. 
La helada mano del tiempo 
Inexorable é impío 
Borró de su noble frente 
La belleza y atractivos; 
Mas nunca pudo de su alma 
Ni de su pecho sencillo 
Arrebatar la terneza, 
Suma Í3ondad y cariño. 
A su alma pura se había 
El alma de Human unido. 
Porque de entrambas el cielo 
Hacer una sola quiso. 
Ella, como él, -es amante 
Del silencio y del retiro. 
Prendada de sus quehaceres^ 
Enemiga de atavíos. 
Apenas el canto escucha 
Del alegre pajarillo. 
Que de entre el follaje oscuro 
De algún capulí vecino 
La nueva aurora saluda 

Con varios y dulces trinos, 



LA VÍRGEN DEL SOL 39 

El muelle lecho abandona, 

Y, dispertando á los hijos, 

Después que en fervientes voces 

Gracias al Cielo han rendido, 

Todos á par dan comienzo 

Al trabajo más activo. 

Ella afanosa traslada 

Al huso en rápido giro 

El vellón de la vicuña 

A hebra fina reducido. 

A un lado sus hijas tiernas, 

Las que á un mismo tiempo han visto 

Rayar la luz de la vida. 

Y ambas juntas han crecido: 

Tortolillas inocentes 

Que dueñas de un solo nido, 

Disfrutaron por igual 

Los maternales cariños. 

Con las manos adiestradas 

En laJabor de continuo. 

Carmenan blandos capullos. 

Más Cándidos que el armiño. 

A otro lado su hija Cisa 

Borda un lienzo blanco y fino 

Con un alfiler de plata 

En el regazo prendido. 

Anda de ésta' el pensamiento 

De la labor fugitivo, 



40 J. LEON.xMERA 

Y de la inquietud de su alma 
Hay en su semblante visos. 
De cuando en cuando los ojos 
Lánguidos alza y divinos, 

Que al lienzo los vuelve prestos 

Y los pone cual dormidos. 
Leer acaso pudiera 
Quien la observase prolijo 
En esas vagas miradas, 

En ese pálido brillo 

De sus pupilas, la angustia 

De su alma ardiente, el martirio 

De su pecho generoso 

Por la pasión oprimido; 

Y acaso escuchar podría 
Algún profundo suspiro, 

Y al resbalar sorprendiera 
Sobre su rostro benigno 
Dos perlas bellas, más puras 
Que las del blando rocío 
Cuando ruedan de la rosa 
Sobre el pétalo encendido. 

El primogénito Amaru 
De ojos oscuros y vivos, 
De frente limpia y serena 

Y de modales pulidos; 
En cuyo pecho se abrigan 



LA VIRGEN DEL FOL 



Todo el valor, todo el brío, 
Que son prendas del guerrero 
En los mayores peligros; 
Cuyo corazón no siente 
Aun del amor los conflictos, 
Porque orgulloso desdeña 
Esclavizar su albedrío; 
Pero que no sabe ;ay triste! 
Cuánto pueden los hechizos 
De la belleza, no sabe 
Que alguien le ama con delirio. 
Amaru también allí. 
Siempre afanoso y activo, . 
Luengos venablos aguza, 
De la caza al ejercicio 
Destinados, y en voz baja 
Que apenas hiere el oido, 
— Hermana mía, á la bella 
Joven dice, yo el amigo 
Soy de Titu; nuestra unión 
Empezó cuando ambos niños 
Eramos, y en las orillas ' 
Del Machángara nos vimos 
Corriendo juntos en pos 
De un arisco paj arillo. 
Que había saltado incauto. 
Sin fuerzas aun, de su nido. 
Desde entonces, hermanita, 



4C J. LEÓN MERA 



Po^rá sólo dividirnos 

La tola,,. ¡Oh, no! ni la tola: 

A ella me iré con mi amigo. 

Y Titu ¿lo sabes? Titu 

Te quiere. — El rostro divino 
De la joven al pimiento 
Le roba el color más vivo. 
Amafru lo observa, mueve 
Su labio ledo sonriso, 

Y prosigue; — Sí, te ama: 

«Yo adoro á Cisa, me ha dicho; 
Es más bella que del bosque 
El amancay (i6) fresco y lindo; 
Más que el patillo graciosa, 
Cuando el maternal abrigo 
Huyendo, por vez primera 
Nada en el lago tranquilo; 
Es más que la miel sabrosa 
Que vierte el maguey herido.» (17) 
Hermana mía, sus voces 
¿Aún no han hallado propicio 
Tu corazón? ¿No ha sonado 
Aún su flauta en tus oidos? — 
Esto el hermano la dice, 

Y ella en silencio al oirlo. 
Unido á inocente gozo 
Siente incógnito martirio; 

Y á la suave sonrisa. 



LA VIRGEN DEL SOL 43 



De alegría leve indicio, 
Le sigue amargo, profundo, 
Desconsolador suspiro. 

En tanto el amunta grave 
Levanta el rostro marchito, 
Cual si de un sueño saliera 
En que yació sumergido; 

Y haciendo visible esfuerzo 
Por buscar algún alivio 

De algo que su mente inquieta 

Y su corazón benigno, 

— Oidme, á su esposa dice 

Y á sus caros, tiernos hijos. 
Cuando hoy dejaba la cumbre 
Sagrada del Panecillo; 
Después que al Sol nuestro padre 

Y á Pachacama infinito 
Hube, cual siempre invocado 

Y adoraciones rendido; 
Después que vi en las columnas 
Donde mi ciencia ejercito 
Hacia qué parte la lumbre 

Se inclina del astro vivo, 
Encontróme Cushipata, 
Aquel sagrado adivino. 
Del Sol amado, y tras luenga 
Sabia plática me dijo: 
«Tarco, el hijo de Pucari 



44 J- lEO^-' MKRA 



De la tribu del saino, 
Joven noble y valeroso, 
Bello, ligero, advertido, 
Ama á tu hija Cisa, y quiere 
En su garganta de armiño 
Colgar una linda sarta 
De corales y mariscos, 
En testimonio sincero 
De su amoroso delirio, . 

Y de que en el Hnma-raimi 
Anhela ser á ella unido.» (19) 
De desprecio y de disgusto 
Simultáneo y expresivo 
Movimiento anima todos 

Los semblantes al oirlo. 

Cisa asustada, los ojos 

En su padre tiene fijos, 

En tanto que el pensamiento 

Conturbado busca á Titu. 

Human escucha el confuso 

Murmurar, seguro indicio 

De que hasta el nombre de Tarco 

Es ingrato á los oidos 

De los suyos; si, lo escucha, 

Y siente en el alma alivio, 
Pues el joven Tarco siempre 
Le fué también repulsivo. 



IV. 
EL SÍ DE LA NOVIA 

Es la vida. un continuo y vario juego 
En este bajo circo mundanal, 

Y de cuyos caprichos, loco ó ciego, 
Es el juguete el infeliz mortal. 

Ya á una región llevándole sublime 
De la envidia le dan al aquilón, 
Donde entre oro y vana pompa gime 

Y en sus glorias merece compasión; 

Ya desnudo de gozos y ventura 
En un futuro bien le hacen soñar 

Y el tiempo vuela y nunca la dulzura 
De ese soñado bien llega á probar; 

Ya. fingido le dan grato sosiego, 
Tras el pesar forzándole á reir, 
Mientras el hierro aguzan con que luego 
¡Ay! volverán su corazón á herir! 

Así del sabio amunia desterrando 



•46 J. LEÓN MERA 



La angustiosa fatídica inquietud, 
Van de gozos efímeros colmando 
Y de esperanzas mil su senectud. 



De noble frente y ademán severo, ' 
De ánimo firme y corazón audaz 
Es el viejo Pacoyo, aquel guerrero 
Diestro en las armas, próvido en la paz; 

Aquel cuyo mirar chispea luego 
Al redoble del bélico tambor; 
Aquél que es todo irresistible fuego 
Cuando la voz escucha del honor; 

Que de Incas y de Shiris se ha sentado 
En el suntuoso opíparo festín, 
Llena la copa del licor sagrado 
Apurando con ellos hasta el fin; 

Que en su abrigo la blanda tela emplea 
Que la Escogida del Acllay tejió, 

Y la sabrosa coca saborea 

Con que del Sol el hijo le obsequió. (19) 

Del albergue de Human al de Pacoyo 
Quinientos pasos interpuestos hay, 

Y aunque anciano los anda sin apoyo 
Este bravo y egregio Apusquipay, (20) 



LA VÍRGEN DEL SOL 47 



Un gallardo mancebo le acompaña 
Que lleva contristado el corazón, 

Y su frente, que tibio sudor baña, 

De honda inquietud anubla la espresión. 

¡Oh! si claro lo interno se pudiera 
Descubrir de quien ama á una mujer! 
;Oh! si del hombre al hombre dado fuera 
Los secretos del alma conocer! 

¡Cuál en su hermoso y noble compañero 
Los pudiera el anciano descubrir! 
¡Cuál con ánimo indómito y entero 
Le enseñara sus penas á sufrir! 

Mas el pecho del joven es abismo 
De esperanzas, temores y pesar; 
Es arcano que nadie, que ni él mismo 
Pudo nunca en su anhelo penetrar. 

Siente en su alma sensible de contino 
De oculto mal acérrimo escosor, 

Y lucha sin cesar con su destino, 
Tenaz opuesto á su inocente amor. 

Ya se aproxima el suspirado instante 
En que Titu ha de hallar su ansiado bien; 
Cisa le anva, y de su amor constante 



48 J. LEÓN MERA 



Ha ya cien pruebas recibido y cien. 

Sí, ella le ama y de su labio puro 
No oirá jamás el desabrido nó: 
Jamás, que siempre, de su amor seguro, 
El si dichoso repetir la oyó. 

Mas ¿por qué siente acongojada el alma? 
¿Por qué le roe el pecho la aflicción?... 
;Ay! nunca en vano de ella huye la calma! 
¡Nunca en vano se agita el corazón! 



El sol su cuna ya dejado había 

Y entre el oriente y el cénit mediaba, 

Y la lumbre que al suelo derramaba 
De la aurora las perlas absorvía; 

Ya el indio fiel le había adoraciones 
Rendido mil, y del virgíneo coro 
Aún humeaba en los altares de oro 
El perfume de puras oblaciones; 

Cuando de Human penetra en la morada 
El viejo adusto, y el mancebo fuera. 
De mil temores combatido, espera 
El instante de ver á su adorada. 

— Guerrero, exclama el virtuoso amanta. 



LA VIRGEN DEL SOL 49 



¿Qué á pisar mis umbrales te ha movido? 
¿ Sobre el curso de Cóillur (2 1 ) has querido 
Venir á hacerme acaso una pregunta? 

Habla, y el astro santo te bendiga 
Por la honra que me trae tu presencia; 
Yo indagaré con mi sublime ciencia 
Cuanto de cielo intentes que te diga. 

— Hijo del grande Cóndor, (22) noble sabio^ 

El guerrero contesta en grave acento, 

Yo no buscó tu ciencia y tu talento; 

Mas la palabra escucha de mi labio. 

♦ 
(Y juntos los dos viejos se sentaron 

En un rústico banco de madera, 

Como los viejos de la edad primera 

Que en la inocencia y la virtud reinaron.) 

Y Pacoyo prosigue: — El descendiente 
Del tigre, Chuqui, que jamás vencido 
De humano brazo fué, pero que herido 
Al postre sucumbió de hado inclemente; 

Chuqui, mi amado y generoso amigo. 
Que siempre, de mi lado inseparable, 
Por Cacha combatía, y formidable 
Fué de la cara- patria al enemigo; 

Chuqui y Runto, su tierna y bella esposa^ 



So J. LEÓN MERA 



De las almas al irse á la morada, 
Dejaron á mi amparo encomendada 
La única prenda de su amor hermosa. 

Yo levanté la funeraria tola 
Sobre sus frios cuerpos, y junto á ella, 
En señal de mi llanto y mi querella, 
Planté el funesto molle y la viola. 

Yo al huérfano adopté, y él ha crecido 
Junto á mí, como crece al pié del roble 
Añoso el arbolito cuya noble * 
Frente aún el huracán no ha sacudido. 

Yo le enseñé á tirar el dardo agudo 

Y el hambre á soportar, calor y frió; 

Y gracias al poder del arte mió 
Vencer á todos en la lucha pudo. 

Hoy la sangre de Chuqui confundida 
Con la del grande Human verse procura, 
Para estender en descendencia pura 
La progenie del tigre esclarecida. 

Titu ama á Cisa. ;E1 astro soberano 
Quiera, Human, fecundar de tu hija el seno 
Como escondido en el feraz terreno 
Del preciado maíz fecunda el grano! 

— ¡Labre el hijo de Chuqui su cabana, 



LA VIRGEN DEL SOL ^I 



Y Únase mi hija al hijo del guerrero! 
Exclama Human, y el rostro placentero 
A la palabra sincera acompaña. 

— ;A Titu por su esposo, á Titu elijo! 
Raba dice también; la madre Luna 
Propicia á entrambos les dará fortuna 

Y en mis brazos veré de mi hija al hijo! 

— ¡Únanse Titu y Cisa! Amaru exclama; 

Y pasmada y estática la bella 

Ve lucir de esperanza una centella 

Que en su alma el gozo del amor derrama. 

Y entra Titu de Human al aposento; 
Le repiten sus votos el anciano, 

Y Raba y todos; y ebrio de contento 

Le abraza Amaru y le apellida hermano. 

Y los ojos de Titu se encontraron 
Con los de aquella celestial mujer, 

Y sus miradas un lenguaje hablaron 
Que ellos sólo pudieron comprender. 

Lo que en los dos pasaba en ese instante 
Nadie pudo ni quiso descubrir; 
Mas lo puede pensar quien es amante, 
Quien sabe el fuego del amor sufrir; 

Quien del deseo devorado vive 



5 2 J. LEÓN MERA 



De que fuese verdad una ilusión, 
Y cuando al fin la realidad percibe, 
Teme, duda, se agita el corazón. 

Cisa temblando y de rubor cubierta 
Deja el sí de sus labios escapar, 
Como deja la rosa medio abierta 
El aljófar del alba resbalar. 

¡Oh cuánto es bella la mujer amada 
Cuando descubre de su amor la fe! 
; Cuando por siempre al amador ligada 
Por el sí dulce y seductor se ve! 

¿A qué viva y ardiente fantasía 
Formar es dado igual otra mujer? 
¿Dó está la voz de grata melodía 
Que pueda con la suya contender? 

Cerca la fiesta de Antasitua viene, 
Fiesta de baile y confusión marcial; 
Una luna después otra solene 
Sigue de danza y gozo general. 

Uma-ra ¿mi es su nombre; el triunfo en ella 
Obtendrán el amor y la virtud, 
Y Titu y Cisa su feliz estrella 
Verán lucir en plácida quietud. 

Mas á un bosque lejano irán primero 



LA VIRGEN DEL SOL ^3 



Titu y el hijo del amimta Human, 
Y el temido león soberbio y fiero 
En su albergue musgoso cazarán; 

Y el dia de las bodas anhelado, 
Libre por siempre de temor cruel, 
El amante de Cisa irá adornado 
De la fiera tremenda con la piel. 

¡Esperanza feliz!... ¡áy! si la suerte 
No aniquilara, su preciosa flor! 
; Si no guardara el porvenir la muerte 
Para tan puro y delicioso amor! 



LA FIESTA DE ANTASITUA 

Rasga el nocturno y tenebroso velo 
Pálida luz que el horizonte dora; 
Luego las nube^ de carmín colora 

Y huyen las nieblas del rociado suelo. 
Crece del Inca el religioso anhelo 

De ver el astro que sumiso adora, 
E inquieto aproximarse ve la hora 
En que se eleve á la región del cielo. 

Asoma al fin, y de su faz ardiente 
Un rayo lanza que á su imagen de oro 
Hiere en el templo la bruñida frente. 

Le adoran pueblo y rey; dulces cantares 
Le tributan sus vírgenes en coro 

Y el sacerdote incienso en los altares. 



Y la anchurosa plaza de guerreros 
Henchida se halla, en cuyas frentes nobles. 
Brilla el valor del hijo de los Andes 
Y el alto orgullo de un glorioso nombre;. 



LA VIRGEN DEL SOL S^ 



Los bravos aquí están que en un soberbio 
Cóndor del Chimborago reconocen 
De su familia el tronco, y no hay humano 
Que incauto violar sus fueros ose; 
Allí están los Curacos, (24) descendientes 
De atroz león, espanto de los bosques; 
Acá los ñustis, (25) cuyo egregio padre 
De la raíz nació de un viejo roble; 
Los cariques allá, cuyo sagrado 
Progenitor veneran en un monte, 
O en un claro torrente que rompido 
De peña en peña estrepitoso corre. 
Unos adornos de plumajes llevan 
De formas diferentes y colores 
Gayes cual los del iris; en la espalda 
Otros la hermosa piel van del feroce 
Tigre ostentando; aquel nerbudo pecho 
So un peto de oro fúlgido se esconde; 
Éste luce tahalí de ricas piedras. 
Ese un collar de conchas y de flores; 

Y alarde todos de sus arcos hacen. 
De hachas y lanzas de luciente cobre, 

Y entre gritos de gozo y de entusiasmo 
Al viento agitan bélicos pendones. 

De su querido pueblo al centro el Inca 
Goza también; los hombros de cien nobles 
En su espléndido trono le sustentan; 
Brilla á sus lados su soberbia corte; 



=)6 J. LEÓN MERA 



Todo es magnificencia, todo es digno 
De quien junta la sangre y los blasones 
De la prole de Manco y de los Shiris 
De cien pueblos y cien dominadores. 

De los hijos de Tumbal animosos 
Entre la multitud vése en desorden 
Grato vagar hermosas y hechiceras 
Doncellas mil, robando corazones. 
Suelta la negra cabellera al aire, 
La sien adornada de amancay del bosque, 
Ledo el rostro divino, mal cubierto 
El seno tentador, las mira el hombre: 
Las mira, y se estremece, y arde todo 

Y tras sus pasos, delirante corre, 

Y esquivas ellas se escabullen, huyen. 
Tornan y encienden donde quiera amores. 



La música resuena 
Más viva y más alegre; 
Principia ya la danza 
Y el regocijo crece. 
Cada alma ansiosa busca 
El alma de quien pende 
Su amor, y cada pecho 
"Se agita, duda, teme. 
Mil gratas ilusiones 
Se forja alguna mente. 



LA VIRGEN DEL SOL 57 



Que cual pompillas de agua 
Instantáneas perecen; 
Se cruzan mil suspiros, 
Colóranse mil frentes, 
Se mezclan y se chocan. 
Amores y desdenes; 
Celos, enojo, enyidia 
Se engendran, nacen, crecen, 

Y algún amor antiguo 
Acaso entonces muere. 

Y airosas y fugaces 
Las parejas se mueven, 
Y, cual del mar las ondas, 
Se retiran y vuelven. 

Allá un guerrero, al hombro 
La rodela pendiente, 
En torno de su bella 
Da vueltas doce veces. 
Cantando ardientes versos 
En voz suave y leve. 
Que en premio una sonrisa 
Dulcísima le obtienen; 
Aquí un gallardo joven 

Y una doncella alegre 
Se miran y enamoran 
Danzando frente á frente; 
Más lejos enlazados 
Muchachas y donceles. 



5 8 J. LEÓN MERA 

Saltando en armonía 
Al son de un panderete, 
Se cruzan y se enredan, 
En círculos se extienden, 
Se alejan, se aproximan, 
Dan giros, van y vienen. 



Y del baile y los cantares 
Entre la grata armonía 
De Amaru en el corazón 
El amor hizo manida; 

Y es Toa quien le enamora 
Con su hechicera sonrisa, 

La hermosa Toa, que á muchas 
Objeto es quizás de envida; 
Pero ¡infeliz del incauto 
A quien sus gracias cautivan! 
Es flor de pétalos bellos 

Y de fragancia exquisita; 

Mas ¡ay del mísero quinde (26) 
Que ciego de amor la mima, 

Y en vez de miel en su cáliz 
Humor ponzoñoso liba! 

Ignora Amaru que es Toa 
Quien por su amigo delira, 

Y le descubre y entrega 
El corazón y la vida; 



LA VIRGEN DEL SOL 59 



No sabe que ella al desprecio 
Los halagos dá y caricias 
De todo otro fino amante 
Que ser su amado codicia; 
Ni que Tarco es instrumento 
De sus perversas intrigas, 
Ni que otro resorte á él mismo 
Quiere hacer de sus perfidias; 
Ignora que ella en su pecho 
Guarda veneno, que Cisa 
Es objeto de sus odios 

Y quien sus celos aviva; 

Y engañado* cree y goza 
En la esperanza la dicha, 

Y ella más y más le engaña 
Con expresiones de almíbar. 
— Yo seré, Amaru, le dice, 
Tu fiel esposa y amiga; 

Tu Htíoca será mi Hüaca^ 
Tu Vilca será mi Vilca. (27) 
Tú labrarás nuestra choza 
Del Machángara en la orilla, 

Y allí los dos formaremos 
Una dichosa familia. 

Pero ¡ay! la edad que requiere 
La ley no tengo cumplida: 
Fáltanme aún cuatro lunas 
Con exceso de unos dias.^ 



^^ J. LEÓN MERA 



Su bello y pérfido labio 
Gozos á su amante brinda, 
Mientras no deja importuna 
De herir á Titu su vista. 

Eterna perseguidora 
Del fiel amante de Cisa, 
Se mostró celosa, aleve 

Y fácil siempre á la ira; 
Por eso de Titu nunca 
Con sus encantos se había 
Turbado el pecho, ni el alma 
Jamás le rindió sumisa; 
Empero al ,oir su nombre, 

Y mucho más si la mira. 
Siente su alma estremecerse. 
Su corazón se horripila: 

Tal como al ver una boa 
O al oiría cuando silba 
El caminante en el bosque 
Se conturba. y horroriza, 

Y con espantados ojos . 
<2.ue aquí y allá prestos giran 
Al peligro que le amaga 
Busca remedio en la huida. 



Entre multitud de bellas 
-Que el gran baile solemnizan. 



LA VIRGEN DEL SOL 6l 



A no estar de Human y Raba 
Presente la hermosa hija, 
Fuera Gualda la primera; 
Gualda de frente y mejillas 
Más frescas que los rosados 
Pítalos de la arocjilla; 
De ojos negros como el fruto 
Sazonado de la oliva, - 
De labios rojos y bellos 
Como la madura guinda. 
De corazón tierno y franco. 
De alma inocente y sencilla 
Pero de ánimo capaz 
De alzarse hasta la osadía; 
Gualda que de Human al hijo 
Ama con pasión tan viva. 
Que en sus miradas chispea 
Por mucho que arda escondida.. 
;Ay escondida! ¡Infelice! 
¡Gualda infelice! la impía 
Suerte le veda que á Amaru 
La revele, y las delicias 
Del amor correspondido, 
De almas tiernas luz y vida, 
Jamás gozará la suya! 
Pero ¿quién sabe?... ¿Qué VisX^dk. 
Humana ve en lo futuro 
Ni venturas ni desdichas? 



62 J. LEÓN MERA 



Tan linda naciera Gualda, 
Que la fortuna, á las lindas 
Siempre adversa, condenóla 
A vivir amargos dias. 
Sus padres buenos y pios 
Del Sol la juzgaron digna, 
E hicieron solemne voto 
De consagrarle la niña; 
Pero aunque es tal su belleza 
Que á muchas otras eclipsa, 

Y aunque de noble hace alarde 
Justamente su familia, 

En sus venas no circula 
Sangre de Shíris ni de Incas, 
Ni su alcurnia es de Caciques, 
Ni de algún amiinta es hija: 
Así no del Sol esposa, 
Sí humilde sierva, su vida 
Consumirá en el servicio 
De las demás Escogidas. 
Catorce veces apenas 
Ha visto volver el dia 
En que se abrieron sus ojos 
Del Sol á la luz divina, 

Y el en que ;ay! sepultarse 
Debe para siempre viva 
Del Acllajy entre los muros 
Sombríos ya se aproxima. 



LA VIRGEN DEL SOL 63 



Cual dos palomas bellas 
Por el amor unidas, 
Entre otras confundidas, 
Se dicen sus querellas, 
Se cuentan su pesar. 

Así de Chuqui el hijo 
Y la hija del atnunfa, 
Que amor atrae y junta 
En medio el regocijo 
Guerrero y popular. 

Confúndense bailando 
Entre muchas parejas 
Que, alegres ó perplejas, 
Calladas ó cantando. 
Se mueven á compás; 

Y en plática amorosa 
Él y ella los pesares 
Cuéntanse y los azares 
Con que una suerte odiosa 
Los hiere más y más. 

— jCuán largo tiempo y cuánto, 
Oh amada Cisa, mi alma 
Carece de su calma. 
Víctima de quebranto 
Fatídico y cruel! 

El dia se aproxima 



64 J. LEÓN MERA 



En que serás mi esposa, 
Y crece á par sañosa 
' La pena que lastima 
Mi pecho amante y fiel. 

¿Por qué mi infausta suerte 
Se empeña en afligirme? 
¿Por qué para oprimirme, 
Amada mía, al verte 
Se aumenta mi dolor? 

Así Titu la dice; 
Pero esplicar no sabe 
Cómo tal duelo cabe 
Si presto á ser felice 
Va con su dulce amor. 

Y Cisa le contesta: 
— No eres, Titu querido, 
Tú solo el que has sufrido 

Y aún sufres tan funesta 
Cruel persecución; 
Pues la obstinada suerte 
También me acosa impía,. 

Y siente el alma mía 
Temores de perderte, 

Y tiembla el corazón! — 

y ¡Fatal presentimiento- 



LA VIRGEN DEL SOL 65 



Que amargas la alegría! 
¿Porqué el cielo te envía 
Al hombre en el momento 
En que vislumbra un bien? 

¿Porqué aun con la inocencia, 
Negro fantasma, envistes, 
Y su alma, en sombras tristes 
Envuelta á tu presencia, 
Doblega el alba sien? 



En lo más alto del cielo 
Está ya el dios de los Incas, 
Y sus verticales rayos 
Al pueblo alegre fatigan. 
Poco á poco de la plaza 
Los guerreros se retiran 
A dar pábulo á la fiesta 
En medio de sus familias. 
Atahualpa, que ha gozado 
De la general delicia. 
En honor del astro sumo 
El licor sagrado liba 
Por última vez, y huyendo 
También las llamas estivas 
En su aurífero palacio 
Busca la sombra benigna. 
El melancólico Titu 



66 J. LEÓN MERA 



De SU amada se retira, 

Y ambos se miran mil veces 
Hasta perderse de vista. 
Gualda también, triste y muda, 
A su choza se encamina, 

Y de Amaru al despedirse 
Toa se muestra afligida 
Mirándola de soslayo 

Va un joven á quien la risa 
Los toscos labios dilata 
Con expresión bien maligna: 
Es Tarco que al disimulo 
La sigue siempre y la mira, 
Que ni la quiere ni la odia. 
Mas que por tema la atisba. 

Toa, que sagaz y astuta 
En Amaru al fin domina, 
Ha columbrado al hablarle 
La unión de Titu y de Cisa; 
Mas cerciorarse procura 
Hablando con Cisa misma, 

Y en el camino la estrecha 
Con solapada malicia; 

Y después que la regala 
Con dulcísimas caricias. 
Sobre amorosas escenas 
Entrambas solas platican. 
Recuerdan aquel encuentro 



LA VÍRGEN DEL SOL ÓJ 

Del bosque, la melodía 
De la flauta y la dulzura 
De aquella voz expresiva. 
— Él era, sí, era Titu 
Dicela inocente Cisa 
A cuya voz esa noche 
Mis pies ligeros corrían, 
Llegué, le vi; mas al punto 
Creyó que rayaba el dia; 
Luego al oir un ruido 
Me dijo: «¡Vete, querida!» 
De Toa los labios mueve 
Fugaz y leve sonrisa 
Mezclada con el veneno 
De sarcasmo y de malicia. 
Cisa la nota; más piensa 
Que es reflejo de alegría 
Inocente: juzga á Toa 
Cual ella pura y sencilla; 

Y á su inquirir simulado 
Ábrela el pecho, y que unida 
Será á Titu le asegura 

Del üma-raimi en el día. 
No quiere saber más nada 
Su astuta y pérfida amiga, 

Y se despide ocultando 
Despecho, celos y envidia. 



VI 
TOA Y SU PADRE 

De P^^coyo y de Human entre las casas^ 
Del camino vecina, y á igual trecho 
De ambas, vése una choza de amarilla 
Paja cubierta y de espinosos pencos. 
Medio la esconden las cruzadas ramas 
De silvestres arbustos, y del techo 
Ciérnese el humo á persuadir al hombre 
Que de seres humanos es albergo. 
Sí, que allí mora un venerable anciano, 
ün sacerdote ilustre, á quien el pueblo. 
Los Curacas y los Ñnstís y los Incas 
Como al hombre contemplan más perfecto. 
Oráculo el más fiel y más seguro 
De la quiteña gente en el concepto. 
Consulta al Sol, la Luna y las Estrellas, 
Las víctimas observa, explica sueños. 

Su talla colosal, antes erguida, 
Háse humillado de la edad al peso, 
Y ya se ve como árbol doblegado 
Al recio soplo de continuos vientos. 



LA VIRGEN DEL SOL 69 



Surcada tiene la espaciosa frente, 
Es entrecano y pobre su cabello, 
Luengas las cejas, la mirada torva, 
Hundido el labio y el color de muerto. 
Dióle natura despejada mente 

Y el ingenio sutil en grado extremo. 
Conque ocultando vicios é impiedades 
El alma pura muestra, noble el pecho. 
Gran sencillez en el vestido afecta, 
Modestia en el hablar, en su alimento 
Suma frugalidad; en fin, al mundo 

Con la hermosa mentira engaña diestro. 

Único fruto de su amor perdido 
Es su hija Toa; en lo gracioso y bello 
Retrato fiel de su difunta madre, 

Y trasunto cabal en lo perverso • 

De su hipócrito padre, cual si hubiese 

l^aturaleza, acaso por funesto 

Capricho, una alma sola dado á entrambos 

Y un mismo corazón puesto en su pecho. 

Y ella sola es la diosa á quien él ama, 
A quien adora con delirio ciego, 

Por quien tan solo vive, en quien seguros 
Su esperanza mantiene y su consuelo. 
Sólo ella manda; á su imperioso tono 
Jamás opone resistencia el viejo, 

Y á sus vanos antojos sacrifica 

Su influjo y honra y popular respeto; 



JO J. LEÓN MERA 

Y aun de su Dios el nombre maldijera 

Y arrasara del Inca el grande imperio, 
Si tal poder tuviese y de su Toa 

Lo exigiera el capricho ó desenfreno. 



Aun se escuchaban los rumores sordos 
Que al retirarse levantaba el pueblo, 
Cual los chasquidos de la mar turbada 
Que resuenan confusos á lo lejos. 

Al ocaso la faz el sol volvía 
Donde de rojas nubes un inmenso 
Sudario le esperaba, desplegado 
De la cumbre del monte al vago cielo. 

La viva luz de la ardorosa tarde 
Por las rendijas mil del pobre techo 
Invaden más que por la angosta puerta 
Del viejo Cushipata el aposento. 

Toa, sentada del hogar al lado, 
La bella faz oculta entre los dedos, 
Y el torneado brazo leve apoya 
En la ancha piedra que circunda el fuego. 
Silenciosa é inmóvil en su mente 
Mil revuelve fugaces pensamientos; 
Ora á los ojos le resalta la ira 
Que arde en su alma ó los furiosos celos; 
Ora sus labios la sonrisa amarga 
Del desdén entreabre; ora el desprecio 



LA VIRGEN DEL SOL 7 1 



Cruel los mueve, y en su frente hermosa 
Ya hay arrebol, ya palidez de muerte. 
Irresoluta, ideas encontradas 
Adopta mil y las desecha luego, 

Y otras crea y reforma, y no halla alguna 
Que venga justa al fin de su deseo. 

Silencioso también, la vista en ella 
Tristemente clavada, el padre viejo 
Está de pies junto al hogar, y teme 
Hablar á su hija y sondearle el pecho. 
Mas con presteza al fin alza los ojos 
Toa, de rabia y de despecho llenos, 

Y mirando á la faz á Gushipata 
Así le dice en tembloroso acento: 

— Te lo dije: fundadas mis sospechas 
Fueron ;oh Gushipata! Y tú ¿qué has hecho? 
¡Nada! ¡nada!... ¡Y el pérfido se ríe! 
¡Y triunfa mi rival, á quien detesto! 
Desde que á Cisa en el boscaje hallando 
Aquella noche, la seguí en secreto, 

Y de Chuqui en la tola con su amante 
Razonando la vi, ¡oh! de mis celos 

La furia crece, me devora el alma!... 

¡El alma, padre! ¡el corazón!... ¿Qué has hecho? 

¿Que has hecho, di?... ¡Por siempre van á unirse! 

¡Y tú los dejas, y de rabia muero!... 

Volvió á cubrir el conturbado rostro 

Entre las manos, y quedó en silencio. 



72 J. LEÓN MERA 



pl viejo al observarla, acongojado, 

Hablóla así con paternal afecto: 

— Calma, calma tu cólera, hija mía; 

No del dolor te entregues al exceso. 

¿Qué esperas más del poderoso influjo 

Que aun de los Incas en el alma ejerzo? 

Si á más no alcanzo, di, ¿por qué me culpas? 

Del hijo de Pucari, con manejos 

Simulados y ofertas lisonjeras 

Pude á Cisa inclinar todo el afecto; 

Pero la hija de Human ha rehusado 

El de corales y de conchas bello 

Collar, y aun el amunta y su familia 

Han despreciado al pretensor mancebo. 

De Atahualpa después en la presencia 

Puse todo mi afán, todo mi empeño. 

Porque el hijo de Chuqui, á los combates 

Contra Huáscar marchando, el amor ciego 

De su Cisa olvidara, así á tu alma 

Celosa dando caro refrigerio. 

Ya que tu ardiente amor desdeña Titu 

Y ni teme amenazas ni oye ruegos; 
Pero más pudo el guerreador Pacoyo, 

Y Titu ya no irá. ¿Qué más yo puedo? — 
— ¿Y todo es esto, insigne Cushipata? 
Toa pregunta con atroz desprecio. 

— Esto es todo, replícala el anciano 
Con balbuciente voz, y añade luego: 



LA VIRGEN DEL SOL 73 



— ¿Por qué tu Huaca^ Toa mía, quiere 

Que ames tan solo á Xitu? ¿No hay apuestos 

Y bellísimos jóvenes en Quito?... 

El mismo Tarco te ama, y tu su afecto... 

— ¡Calla, padre! No más en mi presencia 

Ese nombre pronuncies que detesto! 

¡Yo amar á Tarca y olvidar á Titu! * 

¡Jamás! jamás! jamás! ¿Cómo mi pecho 

Ha de abrirse á otro amor, aunque él ¡ingrato! 

Dé el suyo á otra mujer? ¿Cómo, si siento 

Que para amarle vivo, y mi ventura 

En adorarle esta?... Mas ya le veo 

En otros brazos!... ¡Ay! su amor su vida 

•Son ya de mi rival!... ¿Y no hay remedio? 

^Ha perecido mi esperanza?... Amaru 

Díjome cosas que á entender me dieron 

Que pronto se unirán. Luego ella misma, 

Ella misma, radiante de contento, 

Mé abrió su corazón, confióme todo. 

jOh! sí, todo lo sé; ya no hay misterio!... 

Más aun queda en tus manos, Cushipata, 

A mi despecho un lenitivo al menos... 

— Habla, habla. Toa! ¿qué pretendes? pide; 

Nada te negaré; todo lo puedo 

Por tu amor, hija mía. — Quiero, pido 

Que con tu influjo, tu valer, tu empeño 

Los separes por siempre; que ni el nombre 

Oiga Titu de Cisa, y sacrilegio 



74 J- LEÓN MERA 



Le sea aun pronunciarle... ¡Padre! padre! 
¿Comprendes ya mi postrimer intento? 
Así olvidado de su amante un día 
Quizá rendido escuchará mi ruego - 
Titu, ó al menos mi enemiga odiada 
No será nunca de su amor la dueño. 
— ¿Cómo hija mía separarlos quieres? 
¿Con qué poder á Titu vedaremos 
De su amada hasta el nombre? Dime, Toa^ 
Dímelo, manda y te obedezco ciego. — 
Ella muda alza el brazo y las murallas 
Le enseña del Acllaj^, — ¡Ah! te comprendo, 
El viejo exclama entonces, de sus mustios 
Labios dejando deslizar un gesto 
De complacencia; ya comprendo, Toa, 
Cual es tu voluntad, cual tu deseo. 
Déjame obrar; es fácil el asunto 

Y su éxito feliz desde hoy te ofrezco. 
Fatídica expresión de íntimo gozo 

Brilía en la faz de Toa, fiel reflejo 
Del placer infernal que de improviso 
Sucede en su alma á los rabiosos celos. 

En tanto hablaban, ya de pies la joven 
De su honda excitación al movimiento. 
Por obra maquinal con la siniestra 
Asía de su padre el manto negro; 

Y el anciano, inconsciente, se dejaba 
Impeler al dintel del aposento. 



LA VIRGEN DEL SOL 75 



Donde fin al diálogo ponían, 
Ya concertado el pérfido proyecto. 
Más en este acto mismo (¡y ni él ni ella 
De su dios el enojo comprendieron!) 
Les negó el Sol su luz, tras densa nube 
La faz radiosa súbito escondiendo. 



vil 

LA CAZA 

Allá tras el Pichincha que se alza magestuoso, 
De las andinas cumbres fatídico Titán, 
En cuyo ardiente seno del genio misterioso 
De espanto y de ruinas oíase el bramar; 

Del genio que lanzando sus llamas hasta el cielo 
Retaba á las estrellas en el azul cénit, 

Y sacudiendo montes y destrozando el suelo 
Los templos y palacios tornaba polvo vil; 

Allá tras el Pichincha en cuyas verdes faldas 
De Quito se levanta la egregia población. 
Mirando cual baluartes que guardan sus espaldas 
Las escarpadas rocas de fúnebre color; 

En cuya cima oscuras y pavorosas vuelan 
Las nubes que la atmósfera ennegreciendo van, 

Y en tempestades caen que la campiña asuelan 

Y á rayos retumbantes conturban la ciudad; 

De cuyos riscos saltan los nítidos raudales 



LA VIRGEN DEL SOL ^^ 



Que el suelo fertilizan benéficos do quier; 
Cuyas inmensas plantas oprimen los metales 
De la codicia ocultos á la insaciable sed; 

Allá tras el Pichincha, de las pasadas eras 
Testigo á quien los siglos no pueden destruir, 
Que vio de los indígenas, indómitas y fieras, 
Las huestes por sus reyes trabar horrenda lid; 

Que vio de Rumiñahui feroz la tiranía, 
Y en Quito sobre escombros triunfar al español. 
Con cuya sangre luego, regada por impía 
Discordia, de Iñaquito la tierra se empapó; 

Que en su riscoso pecho después ha sustentada 
Legiones que lidiaron batalla* sin igual. 
Do fué el León hispánico por el León postrado 
Que á redimir viniera la patria de Carán: 

Allá tras aquel monte. 
Que marca del ocaso el horizonte, 
Sombrías, misteriosas, dilatadas 
Selvas se hallan, que acaso aún este día 
Tiene senos al Nómade escondidos 
Que libre y ruda vida encuentra en ellas; 
Tal vez en otra edad no profanadas 
De la osada codicia por las huellas 
Con sangre en todas partes estampadas 



78 • J. LEÓN MERA 



¡Con la sangre de víctimas sin cuento ! 
¡Y oh Cielos! ¡oh justicia! con la propia 
Del victimario, de riqueza hambriento! 

Allí el cedro levanta 
Cual regio dombo su frondosa cima, 

Y á su tronco se arrima 

Y enreda y sube trepadora planta. 
Allí, de ingratitud imagen cierta, 

Crece á la sombra de higuerón hermoso (50) 

El débil arbustillo que, tornado 

Gigante de la selva poderoso, 

Da muerte al bienhechor. Allí el preciado 

Huayacán, y la chonta negra y fuerte. 

Hierro del guerreador de la montaña; 

Y el árbol que el aroma grato vierte 
Consagrado á los dioses, y el frondoso 
Seivo, vestido de suave seda; 

Y el vijao cuyas hojas la cabana 
Cobija de los hijos del desierto; 

Y allí el flexible -mimbre, allí la caña 
Que se entretejen, cruzan y sostienen, 
(Simil de la amistad de firmes pechos) 

Y en lozanía eterna se mantienen. 
Allí junto á las clásicas palmeras 
De penach::das y elegantes copas 
Los variados heléchos 

De plúmeas hojas, frescas y ligeras... 



LA VIRGEN DEL SOL 79 



Al influjo del astro soberano 
Brota la tierra el amancay fragante; 
Rivales de la bella y arrogante 
Reina de los jardines, del liviano 
Céfiro al soplo, mécense otras rosas, 
Cuyo nombre y virtud sólo conocen 
Las deidades del bosque misteriosas. 
El paj arillo de doradas hojas. 
La arvejilla .olorosa y purpurina, ■ 
La simbólica y hoiXz pasionaria,,. 
Mil ñores blancas como plata, rojas 
Como la brasa, azules como el cielo 
O en tintura brillante y peregrina 
Bañadas, y de varia 
Forma infinita; de tapiz del suelo 
Unas, otras aéreas, que cual aves 
Presas de hilos sutiles, en suaves 
Vaivenes se menean^ 
Desparciendo fragancia al tenue vuelo 
De las brisas que en ellas se recrean. 

Y en aquestos fantásticos pensiles 
Ricas en visos de oro y en colores 
Rivales del cielo y de las flores, 
lín incesante afán miles y miles. 
Inconstantes, voltarias. 
Leves, fugaces, lindas mariposas 
En callado volar las alas baten... 



8o J. LEÓN MERA ■ 

¡Alma Naturaleza, cuan preciosas 

Son las galas diarias 

Que ostentas de mi patria en las regiones! 

Nobles aspiraciones 

De emularlas agitan el ingenio; 

Pero impotente humíllase y suspira: 

El dechado magnífico le abruma; 

El pincel cae, rómpese la pluma, 

Y enmudecen las cuerdas de la lira. 

Mas no, yo en mi entusiasmo, ó mi locura, 
¡Oh madre de la vida! jOh gran Natura! 
No dejaré que la sonora mía 
Niegue su voz á mi atrevido intento: 
;La obligará mi indómita porfía! 

El aire sosegado 
Corta el volar continuo de las aves, 
Ya en blando movimiento, 
Ya en curso arrebatado; 

Y esos alados músicos_, vestidos 
De brillante plumaje matiza. .j, 
Con notas armoniosas y suavjs 
Deleitan los oidos. 

De los ojos delicia y embeleso, 
Los lindos colibríes. 
Cual ricas esmeraldas. 
Topacios y rubíes. 
Con aliento de vida. 



LA VÍRGEN DEL SOL • 8l 



Dando beso tras beso 

Con franqueza atrevida 

En los abiertos labios de las flores, 

Su néctar van hurtando; 

Y aquí y allí sin descansar girando, 
Fugándose y volviendo 

Y espiras mil haciendo, 

Al cab¿ son de todas burladores. 
Allá junto á las nubes, con mesura 
Regia, bate las alas formidables 
El cóndor de alba gola, de los vientos 
Dominador. Fatídica bravura 
Sus miradas enciende. 
Cuando desde su altura, 
Presta la garra á sacrificios cruentos. 
Por los valles ó páramos las tiende; 
O, si de hallar su víctima no cura. 
Déjalas con desdén vagar inciertas, 
Cual si sólo de luz quisiese hartarlas. 
En las regiones célicas desiertas. 
Entre las ñores y hojas que tapizan 
El siempre húmedo suelo, se deslizan 
En ondulosos giros las culebras; 
O por las colas á las verdes ramas 
De árboles corpulentos 
Suspendidas se mecen las escamas 
Bruñidas ostentando. Rojas hebras 
Semejan las mortíferas corales. 



J. LEÓN MERA 



La de cola sonora 

Temida cascabel, la silbadora 

Equis de gualdo vientre y negro lomo, 

Las reinas son allí de los reptiles. 

La cuadrúpeda grey no sin monarca 

En esos bosques vive: de melena 

Desnuda la cerviz, no de gentiles 

Formas ni de bravura despojado, 

Reina el león allí; y el feroz tigre 

Que el poder le disputa, 

Cuando el hambre su audacia ha duplicado, 

Como él rugiendo en su sangrienta gruta, 

A gran distancia la espesura atruena 

Y de terror á sus vivientes llena. 



A estos bosques ornados 
De eternas hojas y de eternas flores; 
A estos sitios poblados 
De insectos y aves y terribles fieras, 
Titu y Amaru acuden á la caza. 
De sus manos certeras 
Vuelan rectas las flechas; asustados 
Los inocentes pajarillos huyen; 
En vano la torcaza 

En las más altas cimas busca amparo: 
El arma voladora 
La alcanza y rasga el pecho temeroso; 



LA VIRGEN DEL SOL 83 



La pava en vano Con la amiga rama ! 

Que oculta el nido caro, 

Prudente huyendo y tímida, se cubre: 

La mirada oteadora 

De Ti tu la descubre, 

Y la saeta aguda 

Le lleva al escondite muerte cruda; 
En vano intenta el papagayo verde 
En su encumbrado vuelo 
Defender su existencia: allí la pierde 
Del diestro Amaru al infalible tiro, 

Y á plomo descendiendo, en tibia sangre 
Al pié del cazador empapa el suelo. 

Y de ardorosa emulación movidos 
De otras presas en pos corren y saltan 
Ambos amigos por medrosas peñas. 
Que la hiedra y el pardo musgo esmaltan, 
O por raudos torrentes que, oprimidos 
Entre profundas breñas, 
Ruedan lanzando tétricos gemidos, 
O por lo más espeso y apartado 
Del bosque dilatado. 



Más de Amaru la vista 
Advierte luego las marchitas hojas 
Esparcidas por tierra, en sangre rojas; 
Indudable señal, segura pista 
Del pasa del león, que ha devorado 



84 J. LEÓN MERA 



Su presa aun palpitante 

Y á su oscuro cubil se ha retirado. 

El mancebo soberbio y arrogante 

Ir desdeña por Titu acompañado 

De aquella fiera en pos: á la victoria 

Difícil y á la gloria 

De tan terrible caza ir solo aspira. 

Empero Titu, que el peligro mira, 

De su arrojado amigo no se aleja 

Aunque lanzarse á él sólo le deja. 

De entre los dos á limitado trecho, 
Bajo un tronco roido por los años, 
Asoma, en fin, el lecho 
Do, fatigada de pillaje y daños. 
La cruel bestia yace, de despojos 
Sangrientos rodeada. . 
La fatídica lumbre de sus ojos 
Breve sueño ha robado, 

Y su enorme cabeza 

Entre las corvas garras ha doblado; 
Pero al sonar en su mansión umbrosa 
De los dos cazadores la pisada, 
Yérguela con presteza, 

Y su ardiente mirada y espantosa 

Vuelve hacia el joven, que con firme planta 

Y el arco apercibido, se adelanta 

El torvo rey del bosque álzase entonces, 



LA VÍRGEN DEL SOL 8^ 



Enarca el lomo, gruñe, se espereza, 

Y al sacudir la testa -en fiero amago 
Desparce en torno sanguinosa espuma. 
Ageno al miedo de inminente estrago 
Al siniestro codillo Amaru apunta; 
Parte cual rayo la emplumada flecha; 
Pero ¡ay! no va derecha 

Cual ir solia, y la aguzada punta 

Se 'hunde en el tronco secular, hiriendo 

Levemente la fiera. Enfurecida 

Esta al sentirse herida, 

Dobla los corvejones y se eficoge, 

Las garras pone en alto, 

Y á dar rápido salto 

Va sobre Amaru, que á la aljaba acude 

Segunda vez ligero y atrevido. 

Su amigo, empero, al trance peligroso 

Atento, se apresura y vibra el dardo 

Que parte silbador y va derecho 

A sepultarse en la mitad del pecho 

Del enemigo atroz. ¡Ay! el temido 

Monarca de las fieras 

Al hado propio y al valor humano 

Rinde el poder y la existencia! En vano 

En las ansias postreras 

Lanza amenazador ronco bramido, 

Y muerde el arma que arrancar procura 
Peí desgarrado corazón, y quiere 



té T. LEÓN MERA 



Acometer: por tierra cae, se alza; 

Y torna á derribarse. Su bravura 
Ya es inútil ¡cuitado! En su agonía 
Con la convulsa cola el suelo hiere; 

Y bufa, y gime y trémulo suspira, 
Se estremece y estira. 

Cierra los ojos, enmudece y muere. 

Titu y Amaru en la efusión del gozo 
Que su espléndido triunfo les inspira 
En abrazos se enlazan, 

Y no más aves ni más fieras cazan; 
Su insólido alborozo 

Llena las selvas; su vehemente anhelo 
Saciado está: ía hermosa piel del pzwia (31) 
De los hombros de Titu irá pendiente, 
Cuando benigno á su pasión el Cielo 
Conceda á su alma la delicia suma 
De ser de Cisa para siempre dueño. 
¡Dulce esperanza de un amor ferviente! 
¡Ay! serás realidad? serás un sueño? 



VIH. 

LA TEMPESTAD 

Ya del cénit el astro soberano 
Con magestad sublime descendía, 

Y los rayos de luz que despedía 
Fatigaban al mísero mortal; 

Mas de las selvas el follaje espeso 
Su lumbre abrasadora interceptaba, 

Y favonio que entre ellas revolaba 
Su hálito desparcía celestial. 

Todo es calma en el bosque: no las aves 
Por mortíferas flechas perseguidas 
Vuelan ya sin cesar; no las guaridas 
De las fieras asalta el cazador 

Títu y Amaru, en la mullida alfombra 
De las hojas caidas recostados, 
Yacen también al ocio abandonados 

Y embebidos en pláticas de amor. 

Recuerda el hijo del guerrero Chuqui, 
La impresión indecible que sufriera 



88 J. LEÓN MERA 



Cuando turbado por la vez primera 
Sintió latir con fuerza el corazón; 

Cuando el germen de amor en el crecía 
Ardoroso y vehemente, más sin nombre; 
Pues oscura é ignorada para el hombre 
Arde en su edad primera esta pasión. 

El instante recuerda en que á su amada 
Con timidez su amor le descubría, 

Y ella, temblando, á su mansión huía 
Como el cordero al próximo redil; 

Y las noches de luila venturosas 

En que al son de su flauta ó de su canto 
Cisa venía á él, cual por encanto 
De su pasión ardiente y juvenil. 

Y palidece y calla reservado 
Al recordar la noche malhadada 
En que Toa, su amante desdeñada, 
El andar de su Cisa interrumpió; 

Su turbación por ésta no advertida 
Cuando el encuentro dijóle de aquella, 

Y los celos de Cisa y su querella, 

Y el siniestro ruido que él oyó. 

Recuerda el sí que la inocente virgen 
De Human y Raba en la presencia dijo, 

Y del joven Amaru el regocijo. 



LA VIRGEN DEL SOL 89 

Y de SU amante pecho el...*, no sé qué. 

¡Oh cuan dulce, cuan grata es la memoria 
De cuanto por amor se goza ó pena! 
Memoria siempre de ilusiones llena 
Del fugitivo tiempo que se fué! 

Y loco Amaru, enageñado, ciego 
Con su primera pasión; solo respira 
Auras de tierno amor; duda, suspira, 
Teme y espera y gózase á la par; 

Y sólo Toa el corazón le ocupa. 
Toa su único bien. Toa su estrella; 
El mundo todo sin su Toa bella 
No tiene nada bueno que admirar. 

Mas no sabe que el nombre de su amada 
Por su ardoroso labio repetido. 
Es un nombre por Titu maldecido, 
Un nombre ;ay! fatídico tal vez; 

Ni le es dado advertir en su dehrio 
Que su amigo al oirle se estremece, 

Y en su serena faz luego aparece 
Súbita y temerosa palidez 

El bosque abandonar disponen luego, 

Y aunque el fulgor del sol se disminuye, 
Presto á su luz la luna sustituye 

Con apacible y dulce claridad. 



^O j. LEÓN MERA 



De la diosa al amparo irán seguros 
Gozando de la noche el fresco ambiente, 
, Y antes que el nuevo dia alce la frente 
Habrán pisado la gentil ciudad. 



Mas del Pichincha en la escarpada altura 
Nube negra y siniestra se levanta, 
Cuyo medroso aspecto la bravura 
Del fuerte pecho de los dos quebranta; 
Pues anunciando tempestad segura 
Por el inmenso espacio se adelanta 

Y el vespertino brillo se oscurece, 

Y el rayo de la luna desfallece. 

Y allá á lo lejos en opuesta sierra 
Surge también, monstruoso, amenazante. 
Espeso nublo que los montes cierra, 

Y luego arriba al cielo en breve instante. 
Tal conducidos por furiosa guerra, 

A cual más animoso y arrogante. 
El uno y otro ejército avanzando 
Muerte y desolación van presagiando. 

Y el corazón de Titu es invadido 
Entretanto por nubes de tristeza, 
Que han otras veces ¡ay! oscurecido 
De sus amantes sueños la belleza. 



LA VIRGEN DEL SOL 9 1 



El de SU pecho abrumador latido, 
La inquietud de su alma y la flaqueza 
Algo le dicen de su adversa suerte. 
Algo peor le anuncian que la muerte. 

-Volar al punto á la ciudad quisiera 
Donde se alberga su mitad querida, 
Divino ser, cuyo albedrío era 

Ley de su corazón, ley de su vida 

jOh! si del cielo disipar pudiera 

La negra tempestad enfurecida! 

Mas aunque al astro soberano invoque, 

De las nubes comienza horrendo el choque. 

En la hendidura de un añoso tronco 
Ambos á dos los cazadores entran. 
Bajo ese techo natural y bronco 
Como esquivar el temporal encuentran, 
Y al primer trueno que retumba ronco 
En su fondo musgoso se concentran 
Cual dos cervatos que el rugido escuchan 
De dos tigres que de ellos cerca luchan. 

La horrible oscuridad tiende su manto; 
Zumba atroz vendabal; llueve á torrentes; 
Desgájanse las ramas, y el espanto 
Cunde por todas partes; refulgentes 
Mil centellas se cruzan, y entretanto, 



92 J. LEÓN MERA 



A SUS cárdenas luces, los vivientes 
De la selva se vé, del susto heridos, 
Sin saber, dónde huir lanzando aullidos. 

Abren las nubes su encrespado seno 

Y mil rayos arrojan inflamados, 
Que retumbando en incesante trueno 
Estremecen los montes dilatados; 

Y entre raudales de corrupto cieno 
De peñasco en peñasco desbordados 
Ruedan en confusión troncos robustos 

Y destrozados árboles y arbustos. 

jTodo es horror! que Pachacámac s\x ira 
Lanza del cielo en la tremenda lumbre: 
El relámpago vivido que gira 
Del gran Pichincha en la riscosa cumbre 
Es su mirada, que terror inspira; 
De su planta la grave pesadumbre 
La tormenta va hendiendo; sus]acentos 
Los truenos son, su soplo son los vientos. 

Asi del hombre un tiempo castigaba 
La insolente protervia, y descendía 
El fuego en que la esfera se abrazaba 

Y el agua en que tierra se sumía. 
El corazón de Amaru que ignoraba 
Que cosas fuesen miedo y cobardía, 



LA VIRGEN DEL SOL ()} 



A este aspecto tan lúgubre y horrendo 
Late agitado, el ánimo perdiendo. 

Y tiembla Titu; su temblor, empero, 
No lo causa del cielo la tormenta: 
Es la del corrzón, es aquel fiero 
Incógnito dolor que se acrecienta 
Con un fatal y aterrador agüero; 
Que aun al indio más bravo desalienta 
Un agüero fatal, y el más cobarde 
Hace, si es bueno, de valor alarde: 

El ímpetu de un rayo un corpulento 
Seibo derriba en la mitad trozado, 

Y de su nido un buho ceniciento 
Al estridor escápase asustado; 

Mas va y penetra al rústico aposento 
Por los dos cazadores ocupado, 

Y al tornar á salir, la sien azota 
Con la ala á Titu y su penacho bota. 

Tras horas largas de mortal congoja 
Los amigos, en fin, miran del cielo 
La tempestad huir; ya se despoja 
De su luto la. luna, y el consuelo, 
En la luz que ella de su frente arroja,. 
Pachacama aplacado envía al suelo; 
Ya de aquilón ha poco enfurecido 



94 J- LEÓN MERA 



Se oye lejano el postrimer zumbido. 

' De los riscos que turbias gotas huyen 
De tarde en tarde desprendidas caen 
Rocallas con fragor; se disminuyen 
Los raudales lodosos, pero aún traen 
Despedazadas bestias, con que obstruyen 
Su álveo, ó el. agua empozan ó distraen: 
Aquí se ve los restos de una danta, 
Un tigre más allá, que aun muerto espanta. 

El crudo cierzo entre las ramas vuela, 

Y la luz de la luna que resbala 
Por la húmeda atmósfera, riela 
En las mojadas hojas; tibio exhala 
Vapor la tierra; el cárabo que vela 
En la nocturna soledad el ala 

Bate, y del agua al tétrico murmurio 
Junta sus gritos de siniestro augurio. 

Titu y Amaru emprenden su camino. 
Este contempla un rato las estrellas 

Y las pregunta acaso su destino; 
Expresa aquél sus lúgubres querellas. 

Y embebecida en un amor divino 
Busca la luna las fugaces huellas 

De su ígneo esposo; y toca ya en la altura 
Do se muestra más lánguida y más pura. 



IX. 
ELECCIÓN IMPREVISTA 

Es la hora que confunde 
Las luces con las tinieblas: 
No bien termina la tarde 
Ni bien la noche comienza. 
El afanoso labriego, 
Dejadas ya sus tareas, 
A los inocentes gozos 
De su familia se entrega 
Tras el riscoso Pichincha 
Se ve enlutada la esfera, 
Y Iqs tronidos se escuchan 
De una lejana tormenta. 

En tanto del gran Amunta 
En la morada se observan 
Preparativos y afanes 
De las bodas que se acercan 
De su hija Cisa. Su larga 
Comedida parentela 
Al doméstico servicio 
De buen talante se entrega. 



^6 J. LEÓN MERA 



Nadie mano sobre mano 
Ni indiferente se encuentra: 
Aquí una anciana matrona, 
Haciendo de ligereza 
Alarde, \zjora (32) extrae 
Del abrigo en que fermenta; 
Por allá corre una moza 
Un haz trayendo de leña; 
Otra atiza diligente 
El hogar y astillas le echa; 
Aquí se muele el maíz, 
Un paco allá se degüella. 
Hasta el Amunia, gustoso 
Las labores de su ciencia, 
Por tomar parte en aqueste 
Afán de familia, deja. 
Raba, su discreta esposa, 
Todo lo mira y ordena, 

Y sumisas á su voz 
Acuden ambas gemelas. 

Y Cisa, Cisa es el blanco 
A do las miradas vuelan 
De todos; todos admiran 

Su hermosura y su modestia. 
No falta pecho de joven. 
Su amiga y fiel compañera. 
Que de una inocente envidia 
Picazón oculta siente; 



LA VIRGEN DEL SOL . 97 



Ni falta ardiente mancebo 
Que ser el novio quisiera, 

Y cuyo anhelo traiciona 
La mal refrenada lengua; 
Que entre bulliciosa risa 
Vienen y van agudezas, 

Y entre las frivolas burlas 
Deslízanse muchas veras. 

Del crepúsculo á la luz 
Melancólica y postrera. 
Que huye de los dulces rayos 
De la luna que se eleva, 
En el umbral de la estancia 
La desposada se sienta, 

Y á la labor de sus manos 
Dar presto término anhela: 
Labra un penacho vistoso 
Con plumas gayas y luengas 
Del pintado papagayo 

•Y de la blanca "cigüeña; 
Es el presente que á Titu 
Hacer en sus bodas piensa. 
jOh cuánto para su esposo 
Será agradable esta prenda! 
Mas Cisa suspira y clava 
La vista en la nube negra 
Que lanza toda su furia 
Sobre la lejana selva. 



98 J. LEÓN MERA 



— Amaru, Titu^.. ¡Quién sabe!... 
Estarán acaso en ella; 
Tal vez no hallarán refugio 
Contra tan ruda tormenta. 
¡Cuánto tardan!... ¡Qué peligros 
En este instante los cercan! 
Esos bosques son guaridas 
De las más atroces fieras, 

Y tal vez son impotentes 
Para los tigres las flechas... 

Mi esposo, mi hermano... ¡Oh cuánto, 
Cuánto dilata su vuelta! — 
Estos son los pensamientos 
Que de ella en la mente vuelan, 

Y las congojas del a^ma 
le avivan y le acrecientan. 
¡Cisa cuitada! la dicha 
De su corazón se acerca, 
Pues ya pocos soles faltan 
Para la espléndida fiesta 

Del Uma-raimiy en que todos 
Sus matrimonios celebran, 

Y en ese día con Titu 
Formará también pareja, 

Y empezará nueva vida 
De amor y delicias llena; 
Pero la infelice duda 

Y teme, y suspira y tiembla. 



I,A VIRGEN DEL SOL 99 

Su ajuar está ya completo, 

Regalo de sus parientas; 

Su mansión está labrada 

De la dé sus padres cerca; 

Mas uno y otra le infunden 

Inesplicable tristeza: 

¡Algo extraño, ^Igo funesto • 

En mansión y ajuar encuentra! 

¡Presagios del corazón 

Que nunca en vano se inquieta 

Y que del tiempo que viene 

Tristes sucesos revelan! 

¡Y cómo, ¡ay! dos desgraciados 

Que unió de amor la terneza 

Se" entienden y corresponden 

Aun cuando alejados penan! 

¿Quién explica estos misterios 

Que esconde naturaleza 

En lo íntimo de las almas 
Que para el martirio crea? 

En Quito la hija de Human 

Y Titu en lejanas selvas 

Miran, escuchan y sufren 

Igual horrible tormenta; 

Esa tormenta formada 

Por sus lágrimas secretas 

Que los pechos destrozando 

Las esperanzas asuela; 



100 J. LEÓN MERA 



De cuyos rayos y vientos 
Las iras no tienen tregua, 
O que vuelven con más furia 
Si un momento se temperan. 



Súbito un anciano viene 

Y detiénese á la puerta, 
Donde la amante de Titu 
A sus labores se entrega. 
— La paz el Sol os envié, 
Dice á todos, la cabeza 
Casi hasta el suelo bajando 
En señal de reverencia; 

Y PachacámaCy prosigue 
Con más expresivas muecas - 
Que su profundo respeto 
Por este nombre demuestran; 
Pachacámac esta casa 

En auge y gloria mantenga, 

Y todos los que la habitan 
Favor de su mano obtengan — 
Todos al verle se inclinan, 
Sus respetos le presentan, 

Y su negra vestidura 
Con humilde labio besan. 
Es el viejo Cushipata. 



LA VÍRGEN DEL SQL ^ - tt^í*, 



A quien el pueblo venera 
Y quien del Inca y los nobles 
En los festines se sienta; 
Es el padre de la joven 
Cuyo amor Titu desdeña; 
Es quien á todos engaña 
Con virtuosa apariencia. 
Al verle Cisa se turba 
Como si delante viera 
Algún fantasma ó vampiro 
De hosca mirada y siniestra; 
Tiembla cual tímida liebre 
Cuando el águila revuela 
Sobre ella y á refugiarse 
No alcanza en su oscura cueva. 
¡En presencia de aquel monstruo 
Justo es que se turbe y tema! 
— Ven, el Amunta le dice, 
Ven, Cushipata, que llenas 
De bendición mi familia, 
Mi pobre casa y hacienda. 
Mas, sagrado sacerdote, 
¿A qué has vanido á mi puerta? 
¿Por qué de honor tan insigne 
Me colmas con tu presencia? 
¿Quieres indagar acaso 
El curso de alguna estrella? 
Habla, Cushipata, dime 



:iJbi .: : : :*•."".;. león mera 



¿Qué de mi ciencia deseas? 
— Yo te traigo, sabio AmuntUy 
El sacerdote contesta, 
De parte del Sol divino 
De un grande favor la nueva. 

Y luego á Cisa mirando 
Prosigue:— Feliz doncella, 
Del Dios del cielo bendice 
La gracia que te hace excelsa: 
En tu tálamo de plumas 
Recibir á un hombre piensas, 

Y hete aquí que tu destino 
En más dichoso se trueca; 

Su esposa casta y sin mancha 
El Sol te manda que seas. 
;Oh venturosa Escogida, 
Ya el Acllahuasi te espera! 
De sorpresa enmudecidos 
Todos al oirle quedan, 
Cesa el afán y las manos 
Caer las labores dejan. 
Cisa queda enagenada. 
Transid! el alma de pena. 
Pálido el rostro, los miembros 
Trémulos, muda la lengua. 
Gran merced es para esposa 
Del astro-Dios ser electa: 
¡Oh! muy grande; pero nunca^ 



LA VIRGEN DEL SOL !&} 



Jamás para la belleza 

Cuyo corazón sensible 

Humano amor encadena 

;Oh! para ella la clausura 

Cuan terrible es, cuan horrenda! 

— ¿Callas? el pérfido viejo 

Dice á la joven, ¿no aceptas 

De tu Dios el amor santo? 

¿Dudas? ¿temes? ¿no contestas? 

— Permite, dícele entonces 

Human, que yo dé por ella 

Contestación. ¡Hija mia!... 

;Ah! no la ves? ¿no la observas? 

¡Cuál se turba!... Sacerdote... 

Cushipata, yo quisiera 

Que á mi razón des oidos... 

; Sí! la merced es inmensa 

De nuestro dios; más no ignoras 

Que Cisa dio por repuesta 

El si al hijo de Chuqui 

De Pacoyo en la presencia. 

Ya se acerca el Uma-raími; 

Todo está presto... — ¿Y tú piensas,. 

Human, á un dios posponiendo 

Dar á un mortal preferencia? 

— Consagrarle la mujer 

Ya á un hombre dada, es ofensa», 

— ¡Aniunta! ¡Amunfa! tú dudas 



104 J- LEÓN MERA 



De mis palabras, tú niegas 
Lo que el padre Sol te pide! 
¡Mortal infeliz! tu lengua, 
Si á sus designios te opones 
Nunca á invocarle se mueva. 
¿Quién á no querer te induce 
Lo que el dios quiere y ordena? 
¿Del supajy (33) las arterias 
A tal impiedad te llevan? 
¿Su soplo tu mente ofusca 

Y tu pecho vuelve piedra, 
Que tus deberes olvidas 

Y el castigo no recelas? 

— ¡No soy impío! — Pues cede. 
— ¿Por qué mi albedrio fuerzas 

Y el de mi hija? — Lo hace el Cielo. 
— ¡Dios no es malo! — Mas su diestra, 
A quien sus voces no escucha 

Ni humilla ante él su cabeza. 
Hiere horrible. — No la teme 
Quien se escuda en su inocencia. 
— ¿No la temes? ¡Desdichado! — 

Y el viejo hipócrita, vuelta 
Hacia el Pichincha la frente 
Que cruzan rugas siniestras. 
Tiende las temblosas manos, 

Y en voz que se escucha apenas, 
Mas con fervor, de seguida 



LA VIRGEN DEL SOL IO5 

Frases misteriosas suelta. 
Y — ¿No miras, continúa, 
Al numen á quien ordena 
El Sol que todas sus aguas 
Vierta allá sobre las selvas? 
¿No ves cómo el rayo horrendo 
Desgarra y surca la esfera? 
¿No adviertes cómo los crudos 
Vientos mueven la tormenta, 
Chocar furiosas haciendo 
Entre sí las nubes negras? 
¡Y tú no temes, oh Amunta, 
Que contra ti su ira venga! 
Human, del astro supremo 
Es la venganza tremenda: 
Nadie le ofendió é impune 
.Siguió viviendo en la tierra. 
Acaso este mismo instante 
Le obedece una centella 

Y á Amaru y Titu aniquila. 
Por culpa tuya, en la selva. — 
De un estrepitoso rayo 

La lumbre en esto serpea. 
Cual si en corroboración 
De estas palabras viniera. 
Cisa, al verla, se estremece, 

Y dos cristalinas perlas 

De sus párpados se escapan ] 



I06 J. LEÓN MERA 



Y hasta su regazo ruedan. 
Raba de su hija el tormento 
Con triste rostro contempla, 

Y ninguno alza los ojos, 
Ninguno mueve la lengua. 
Human, presa de mil dudas 

Y mil tréticas ideas, 

Siente que el alma le oprime 
Cierta extraña y cr .:el fuerza. 
La autoridad del anciano 

Y sns palabras funestas. 
Su Dios, cuyas iras teme. 
De su hija la pena acerba. 

De Amaru y Titu el peligro.... 
Todo en su mente se enreda: 
Que en rudas contrariedades 

Y en inesperadas penas 

No hay entendimiento claro 
Ni hay alma firme y entera. 

El astuto Cushipata 
Todo en silencio lo observa 

Y en voz resuelta prosigue: 
— No ignoras tú que revela 
El Sol, Human, sus designios 
A quien agraciar desea. 

A mi, su siervo, esta noche 
Me reveló que su nueva 
Escogida era tu hija. 



LA VIRGEN DEL SOL IO7 



Y que su enlace impidiera 
Me ordenó. Luego en sus aras 
Sacrifiqué dos corderas, 
Observé al correr su sangre 

Y me cercioré por ella 
De que fué sueño divino 
El sueño que yo tuviera. 
¿Aún dudarás, caro Amunta 
Que la elección fuese cierta? — 

No hay más resistir: el sabio 
Human á tan clara seña 
Que el viejo pérfido finge 
Dobla humilde la cabeza, 
Bendice al astro supremo 

Y dá su final respuesta: 

— Mi alma Huaca no permita 

Que haga yo más resistencia; 

Vaya Cisa al Acllahiiasi: 

El Sol lo ha querido, ;sea! 

— El lo ha querido murmura 

Raba á su vez, que su sierva 

Mi hija sea. Y en profundo 

Silencio sumida queda. 

¿Y Cisa? ¡infeliz! por siempre 

Ve su esperanza deshecha! 

¡Titu no vuelve del bosque, 

Y-nige allá la tormenta! 

¡Cielos favor!... ¡No hay remedio!... 



J. LEÓN MERA 



Y la voluntad en ella 
¿Tiene más virtud acaso 
Que en el ánima paterna? 
Se conturba y cabizbaja, 
Suspira, solloza, tiembla, 

Y con mustio labio.— El Cielo 
Lo ordena, mumura, ¡sea! 

Y funesto parasismo 
De la infeliz se apodera. 

En la casa del Amunia 
Confusión y angustia reina; 

Y Cushipata — Mañana, 
Antes que el sol resplandezca, 
La Virgen ha de pasar 

Del Acllahuasi la puerta 
Dice con voz imperiosa; 

Y haciendo tres reverencias 
yase, y los pasos dirige 
Por una torcida senda 
Que hacia Pacoyo conduce, 
Llevándose el alma llena 
De gozo infame y forjando 
Nuevas falsedades, nuevas 
Lisonjas é hipocresías 
Con qué aturdir la cabeza 
De aquel anciano guerrero, 

Y humillar su alma severa. 



X. 

LA VÍRGEN DEL SOL 

Cuatro murallas de pulido canto 
El Acllahuasi cercan; tres seguras 
Puertas conducen á su centro, donde 
Se alza la habitación que el pueblo santo 
De doncellas bellísimas se esconde 
Al ojo mundanal. Jamás impuras 
Plantas de hombres sus ámbitos hollaron; 
Jamás allí del mundo resonaron 
Los tristes ayes ni la insana risa, 
Ni el susurro mordaz de la implacable 
Murmuración; jamás allí la brisa 
Sopló de la pereza abominable. 
El corazón ardiente y la existencia 
Toda al astro sublime han consagrado 
Sus castas Escogidas; la inocencia 
De la amable paloma, el sosegado 
Contento, de la paz del alma fruto 
Y de la pura, virginal conciencia, 
Las acompañan. Al brillar su esposo, 
Detras del monte alzándose, en tributo 



no J. LEÓN MERA 



De gratitud, un cántico armonioso 
Le ofrecen, á la par del delicioso 
Olor de los perfumes y las flores; 

Y al ocultar sus últimos fulgores 

Del sombrío Pichincha tras la cumbre, 
Vuelve el canto divino, y la sagrada 
Del aurífero altar vivida lumbre 
Consume nuevamente la preciada 
Ofrenda de odoríferas resinas. 

Y mientras vuelan las diurnas horas, 
A constante faena consagradas 

Las vígenes están; afanadoras 
Tejen y bordan candidas y finas 
Telas que el Inca y su familia egregia 
Visten, ó los Curacas y los nobles 
A quienes generoso privilegia; 
O el pan fabrican y el sagrado vino 
Que á su almo esposo el sacerdote ofrece 
Juntos con la vicuña ó con el ciervo 
O el paugí penachudo trasandino, 
Con cuya sangre el ara se enrojece. 
En virtudes, nobleza y hermosura 
No menos claras hay que las esposas 
Del luminar divino otras doncellas, 
Que en servidumbre viven y gozosas 
Con ellas parten la eternal clausura; 

Y mujeres ancianas y prudentes, 
Flores un tiempo candidas y bellas, 



LA VIRGEN DEL SOL 111 



Marchitas hoy en el retiro oculto 
Del AcUahnasi, á todas en el culto 
De su inmortal esposo diligentes 
instruyéndolas van y en la suave 
Cotidiana labor, que á todas cabe. 

¡Oh noble, y santa y encumbrada idea 
Que del alma deidad la mente humana 
Concebir suele á veces, á despecho 
De la sombra de error que la rodea! 
Luz inefable que de lo alto emana 
Y del alma en el fondo centellea; 
Luz á cuyo esplendor el hombre lee 
De la conciencia en lo íntimo grabado; 
«Existe un mundo inmaterial, existe 
En él un Ser eterno; adora y cree. 
Ama y espera.» ;Oh luz! ¡oh luz divina! 
¡A qué virtud por ella se ha elevado 
La humanidad en su destino triste! 
Por ella el corazón á soberana 
Abnegación resígnase; ella altares 
Sacros erige, el incensario enciende, 
Suelta la lengua en célicos cantares 
De amor y gratitud; por ella asciende 
La mente á lo ideal; sólo por ella 
De Cuzco y Quito la sencilla gente 
Al dios que adora con sincero pecho 
Lo más puro consagra y delicado 
Que darle puede racional criatura: 



12 J. LEÓN MERA 



La virginal virtud y la inocencia, 
¡Flores encantadoras, del sagrado 
Jardin de un alto Numen sólo dignas! 

Pero ;ay! vírgenes tiernas, de vosotras 
Si el corazón sentis á la locura 
De terrenal amor ya encadenado, 

Y librarle pensáis entre la sombra 

Y el silencio y la paz de la clausura!... 
Allí, cuando á elevaros hasta el cielo 
Vayáis en busca del amor divino, 

Al peso atroz de bárbaro destino. 
Roto vuestro querer, vendréis al suelo. 
¡Oh! del amor huid; mas si en sus brazos 
Mágicos os estrecha, y no hay rescate, 
No luchéis, no: santificad sus lazos, 

Y si esto no podéis.... ¡qué Dios os mate! 



Es la hora del alba risueña; 

Y su luz en la humilde cabana 
Penetrando, los párpados baña 
Del dormido dichoso zagal. 

Se dispierta y visita el rebaño. 
En estrecho redil prisionero, 

Y oye atento el cantar lisonjero 
De la mirla, el gorrión y el turpial. 

El suave fulgor del oriente 



LA VIRGEN DEL SOL 1\¿ 



Va el espacio infinito inundando, 

Y en las faldas del monte va alzando 
Blanca niebla su denso vellón. 

Cae al beso del aura el rocío 

Y levantan las flores sus frentes. 
Que dispiertan parece aun las fuentes, 
Que despiden más plácido son. 

Junto al grande Acllahuasi resuena 
Entretanto rumor de gentío, 
Que cual olas inquietas de un rio 
En bullir incesante se está; 

Y al tañer de una flauta, y de un grave 
Sacerdote al mandato, se estrecha 
Una angosta dejando y derecha 
Larga callé que al pórtico va. 

Luego en triste silencio desfilan 
Dos hileras de nobles ancianos. 
El bastón en las trémulas manos, 
A la tierra inclinada la faz. 

Las matronas tras ellos. Su rostro, 
Medio oculto so el manto, demuestra 
Religioso respeto; en la diestra 
Llevan ramos, emblemas de paz. 

Van en pos doce vírgenes tiernas 
De perfumes cundiendo el ambiente. 



114 J- LEÓN MERA 



De pudor se ha teñido su frente, 
Y, aunque oculto, las sigue el amor. 

A su centro, cual pálida rosa 
Que entre rojos claveles descuella, 
Va una joven y hermosa doncella, 
Muda, presa de intenso dolor. 

Cisa es ésta; de azul vá vestida. 
La faz mustia, los ojos llorosos. 
Indeciso el andar, temblorosos 
De su cuerpo los miembros se ven. 

Lleva el alma de angustia inundada, 
Lleva ahogado en suspiros el pecho; 
¡Ay! ha visto el pimpollo deshecho 
De su flor — la esperanza del bien! 

Y cerrando el gran séquito marchan 
A la fin Amiinta y su esposa. 
Anunciando en la faz respetuosa 
De su pecho la fiera ansiedad. 

Lleva Human una nivea cordera. 
Raba un tierno pichón en su nido: 
Cortos dones que el Sol ha exigido 
De su pura y sencilla piedad. 

Ya el anciano é infiel Cushipata 
En el pórtico está; la cuchilla 
Matadora en su diestra ya brilla; 



LA VIRGEN DEL SOL 11^ 



Ya comienzan los leños á arder, 
El ministro los ojos al cielo 

Y las manos temblosas levanta; 
Breve estrofa en voz lúgubre canta. 

Y va el don á su Dios á ofrecer. 

Religioso terror en el alma 
Se difunde del pueblo al instante, ! 

Y, postrado en el polvo el semblante, i 

Voces cree divinas oir; 

Y las víctimas caen; el suelo ' 

Con su sangre rocían; la hoguera 

Las devora, y el humo á la esfera i 

Vése en densas madejas huir. I 

;E1 momento ha llegado!... A la virgen 
El anciano la diestra le toma 
Y cual tierna, inocente paloma 
Que en ofrenda conduce al altar. 

Tal la acerca al umbral y le dice: 
— Noble joven, del Sol escogida, 
¿Le consagras por siempre tu vida? 
¿Juras, dime, sus leyes guardar? 



— Sí, contesta con débil acento. 
— El te asista, replica el anciano; 
Y tendiendo la trémula mano, 
—Entra, añade, tu voto á cumplir. 



I l6 J. LEÓN MERA 



Un adiós repetido se escucha; 
Cisa vuelve su rostro divino 

Y contempla un instante el camino 
Por do debe su amante venir. 

Más profundo, más fiero, espantoso 
Es entonces el dolor de su alma, 

Y vacila cual débile palma 
Sacudida por crudo huracán, 

Que ya siente su planta moverse, 
Que le faltan vigor y firmeza. 
Que ya inclina la mustia cabeza, 
Que sus ramos doblándose van. 

Y en su adentro, y en mudo lenguaje, 
Doloroso, inefable, sublime. 
Que oye sólo su alma que gime. 
Que comprende tan solo su dios, 
— jAy! exclama, ¿dó estás amor mió? 
¿Ni aun me das de escucharme el consuelo? 
¡Titu, adiós!... ;Titu, adiós!.,. ;Ya en el suelo 
No hay poder que nos junte á los dos!... 

Mas el gozne que rueda tras ella 
Recrugiendo decirla parece: 
— Entra, oh joven, y al hado obedece 
Que dirige á este asilo tu pié — 

Luego un coro de vírgines bellas 



LA VIRGEN DEL SOL 117; 



La saludan y ponen al centro, 
Y del muro disforme por dentro 
Suena este himno de amor y de te: 

CORO 

Ven, oh virgen escogida! 
Ven, oh del Sol casta esposa! 
Ven, el mundo vano olvida, 

Y por siempre venturosa 
Tu existencia aquí será. 

¡Oh! ven y ensalcemos de júbilo llenas 
Al dios que te libra del mundo maligno, 
Al dios que te colma de gracias benigno, 
Al dios que á su lecho te llama nupcial. ' 

CORO 

Ven, oh virgen escogida! 
Ven, oh del Sol casta esposa! 
Ven, el mundo vano olvida, 

Y por siempre venturosa 
Tu existencia aquí será. 

jOh! ven y no tardes; ya el tálamo santo 
Ornato te aguarda de pieles de pumas, 
De flores del bosque, de candidas plumas, 
De hermosos corales, de conchas del mar. 



I l8 J. LEOÑ MERA 



CORO 

Ven, oh virgen escogida! 
Ven, oh del Sol casta esposa! 
Ven, el mundo vano olvida, 

Y por siempre venturosa 
Tu existencia aquí será. 

¡Cuan bello es el astro, tu dios y tu esposo. 
De frente gloriosa bañada en fulgores! 
¡Qué tiernos, qué dulces sus sacros amores! 
¡Cuan puros sus gozos y eterna su paz! 

CORO 

Ven, oh virgen escogida! 
Ven, oh del Sol casta esposa! 
Ven, el mundo vano olvida, 

Y por siempre venturosa 
Tu existencia aquí será. 

Mira, ya en oriente despídese Chasca y 
De trémulo brillo la faz circuida, 
Y presto el Esposo, feliz Escogida, 
Con vividas luces tu frente herirá. 

CORO 

Ven, oh virgen escogida! 
Ven, oh del Sol casta esposa! 



LA VIRGEN DEL SOL II9 



Ven, el mundo vano olvida, 
Y por siempre venturosa 
Tu existencia aquí será. 

Ya viene el Esposo, ya brilla en levante; 
Oh vírgenes todas, cantad sus loores, 
Cantad inflamadas de amor sus amores. 
Cantad, y en sus aros perfumes quemad. 



Cuanto más en los claustros se interna 
De las vírgenes bellas el coro, 
'Se oye menos su canto sonoro. 
Es más débil su célica voz. 

Mundo 9,. Sol,,, existencia,,, confunde 
En sus pliegues el aura suave. 
Cual los últimos trinos de un ave 
Que huye y cruza los aires veloz. 



Del sabio Amunta el alma generosa, 
Al ver la prenda de su amor perdida, 
Lucha en la mar de angustias borrascosa 
Y al fin se salva, á la virtud asida. 
No así triunfa su doliente esposa; 
De afecto maternal sólo asistida. 
Sin fuerzas, sin valor ¡ay! lucha en vano 
De su fiero pesar en el océano; 



i ¿o J. LEÓN MERA 



Y al despedirse del sagrado muro, 
Sepulcro de su bien, los ojos vuelve 
Una vez y otra vez, y en mal seguro 
Paso á moverse apenas se resuelve; 
Mas insensible el pueblo al trance duro 
Que abruma á la infeliz, presto la envuelve 
En oleada que inmensa se dilata, ' 

Y lejos de aquel sitio la arrebata. 

En tanto el viejo Cushipata vuela 
Hacia su Toa, el seno palpitante 

Y risueña la faz — ¿Qué más anhela, 
Hija mia, exclamando, el delirante 
Amor que te constrisñe y te desvela? 
Ella, el gozo pintado en el semblante, 
— ¡Padre! contesta sólo, y enmudece. 
Abraza al viejo; tiembla, desfallece. 

Mas, rompiendo la densa muchedumbre 
De la curiosa gente que se aleja. 
Publicando su faz la pesadumbre 
Que su inocente corazón aqueja. 
Otra hermosura va so la techumbre 
Del Acllai á ocultarse, y atrás deja, 
A no verlos jamás, caros objetos... 
¡Sólo lleva de su alma los secretos! 

No hay quien de ella se duela, no hay cortejo 



LA VIRGEN DEL SOL 



Que con pompa solemne la acompañe, 
No hay ofrendas ni cantos de festejo, 
Nadie ante ella la flauta dulce tañe; 
Solo á su lado van su padre viejo 

Y su madre infeliz que triste plañe, 

Y al verla del Acllai pasar la puerta, 
Apenas ¡Gualda! á proferir acierta. 



XI 

¡TARDE ES YA! 

El Sol, dejada su cuna, 
Del monte la cima dora, 

Y ya se acerca la hora 

En que el indio frugal se desayuna; 

Y de Human en la morada 
Do ayer el gozo reia. 
Impera tristeza hoy dia 

De gemidos y llanto acompañada. 

Su hermosa Huaca perdió, 
Se fué su genio divino: 
El implacable destino 
¡ Ay! para siempre á Cisa arrebató! 

Vanas del Amunta sabio 
Son las frases de consuelo; 
En vano Raba del Cielo 
Favor implora con ardiente labio; 



LA VIRGEN DEL SOL 1 23 



El sentimiento ha crecido 
Tanto en su mísero pecho, 
Que al sentirle al fin estrecho 
Un torrente de llanto le ha rompido 

Tal con el agua abundante 
De las tempestades crece 
El Ambato, y se embravece, 
Y corre y se desborda á su talante. 

Lloran las gemelas bellas.... 
¡Todo es allí luto y duelo! 
Todo es allí desconsuelo, 
Ayes sin fin, inútiles. querellas! 

Entretanto, de la tierra 
Entre los pardos vapores 
Envueltos dos cazadores 
Se ve llegar por la vecina sierra. 

Son Titu y Amaru. En vano 
De fatal presentimiento 
Al impulso violento 
Pisar anhelan la ciudad temprano; 

Y corren, vuelan, la carga 

De sus hombros despreciando, 

Y la aspereza burlando 

De la senda del bosque ignota y larga. 



124 J- LEÓN MERA 



¡Tarde es ya! mayor ventura 
Al hijo de Chuqui fuera 
Que el rayo en la selva diera 
Término á su existir y á su amargura! 

Amaru al menos columbaa, 
Aunque engañosa una estrella 
Que nace lejana y bella, 
Y con su incierta luz ya deslumhra: 

Como el novel caminante 
Que juzga luz matutina 
La hreve luz repentina 
De exhalación que esplende allá en levante, 

Y apenas mueve la planta, 
Acaso en suelo ignorado, 
En un abismo encerrado 

Se ve de oscuridad que á su alma espanta. 

Joven iluso, ama, adora, 

Y en alas de la esperanza 
A las regiones se lanza 

De una dicha ideal y encantadora; 

Y acaso la madre Luna 
Ha de pir sus voces luego. 
Que en cantinelas de fuego 

Han de ensalzar su amor y su fortuna. 



LA VIRGÉK DEL SOL li^ 



¡Tarde es, ay! en demasía! 
Amaru perdió su hermana, 

Y marchitarse temprana 
Titu mira la flor de su alegría. 

Juntos á la estancia llegan 
Del Amunfa; oyen gemidos; 
De pasmo sobrecogidos 
Y de temor los labios no despliegan. 

Una gemela los mira, 

Y en voz espirante casi, 

— ¡Cisa está en el Acllahiiasi! 
Les dice, y gemebunda se retira. 

— ;Ay Cisa! exclaman unánimes; 
— ¡Cisa! mi hermana querida! 
— ¡Mi esposa! el bien de mi vida! 
quedan ambos á la par exánimes. 

¡Cisa! ¿quién te precipita 
de entre sus brazos al claustro? 
¡Titu infeliz! ¿quién el austro 
Del infortunio contra tí concita?... 

En el pecho del amante 
Clava más- atroz la garra 
El dolor, y le desgarra. 
Sin tregua dar ni consentir calmante. 



120 J. LEÓN MERA 



Ni del Sol el nombre basta 
A moderar su martirio, 

Y en su funesto delirio 

Aun de su Dios la voluntad contrasta; 

Y allá en su mente, ya estrecha 
A mil pensamientos vagos, 

A mil recuerdos aciagos, 
Se levanta cruel una sospecha: 

Toa es la rival de Cisa, 

Y es vengativa y astuta, 

Y su querer ejecuta 

Su padre vil con atención sumisa... 

Un impulso de ira ciega 
Contra el viejo Cushipata 

Y su hija le arrebata; 

Pero Human le contiene y le sosiega; 

Y porque el rigor suavice 
De su amarga y honda pena, 
Su mismo dolor refrena 

Y en paternal acento así le dice: 

— Ni auiríLe mi cierifcia, hijo mió, 
El secreto sobrehumano, , 
Que me enseña en las alturas 
El camino de los astros 



LA VIRGEN DEL SOL 1 27 

i " 

Ha podido revelarme 
El misterio de los hados 
Que á mi Cisa destinaban 
Del Acllahuasi á los claustros. 
¡Así el S9I los pensamientos 
Trastorna de los humanos! 

Y á nosotros solo cabe 
Bendecir sus juicios altos. 
¿Ni quién resistir podría 
A su celestial mandato 
Sin que el rayo le destroce 
Que es su vengador esclavo? 
¡Bendita de nuestro Dios 

La sabia y próvida mano 
Que á Cisa nos arrebata 

Y la lleva á un lugar santo! 
Hijo del guerrero Chuqui, 
Sacrifica al Sol un paco^ 

Y haz á tu Vilca un presente 
De aroma de saramajo. (34) 
Ellos en tu triste pecho 

El consuelo derramando, 
En pos de otra virgen bella 
Guiarán al fin tus pasos. — 

Más Titu vase á Pacoyo 
Lanzando quejas al Cielo, 

Y en vez de breve consuelo 



J. LEÓN MERA 



¡Cuitado! busca á su dolor apoyo; 

Pues alma que han lacerado 
Golpes de pena reciente, 
Gusta de hallar confidente 
Que de atizar su mal tenga cuidado. 

Pero del soldado viejo 
Es imperturbable el alma, 

Y con sabia y grave calma 
En imperiosa voz le dá consejo: 

— Hijo de Chuqui y de Runto, 
Calma tu pesar; no en vano 
Por tus amores perdidos 
Te quejes al astro santo. 
¿No le ves? sordo á tus voces 
Te mira desde lo alto, 

Y de compasión tal vez 
No descarga en tí su brazo. 
La pusilanimidad 

Que amengua pechos humanos 
Del Dios provoca el enojo 

Y enciende su horrendo rayo. 
Titu, si no te resignas 
Mancillas tu nombre claro. 
¡Cómo! ¿Tú gimes? ¿tú lloras 
Débilmente despechado? 



LA VIRGEN DEL SOL II29 

Dime ¿no tienes del tigre 
El corazón fuerte y bravo? 
Pues tú de un tigre desciendes, 
De un tigre jamás domado; 

Y eres hijo de un guerrero 
De más formidable brazo 
Cuanto más se vía herido 

Y en propia sangre bañado, 
Terror de los que en Tiocajas 

Y Atuntaqui batallaron 
(Contra el Inca descendiente 
Del ilustre y grande Manco. 
El Cielo unirte con Cisa 
Habráte impedido acaso, 
Porque realce en la guerra 
Des á tu nombre preclaro. 

|A la guerra, hijo de Chuqui! 
Rodela apercibe y arco. 
Pues no en su noble ejercicio 
Te adiestró mi afán en vano. 
;A la guerra! ¡Oh! si mis fuerzas 
No me robaran los años, 
Cual tu padre en otro tiempo 
Combatieras tú á mi lado, 

Y de Huáscar ambicioso 
Arrancáramos el llanto 
Para ceñirle en la frente 

De nuestro Inca soberano. • 



130 J. LEÓN MERA 



¡Marcha! olvida tus pesares, 
Rodela apercibe y arco, 
Pues sólo á débiles hembras 
Conviene el mísero llanto.— 

Y el viejo con tal vehemencia 
Habla, que el joven amante 
Siente á su influjo un instante 

La acción ceder de su moral dolencia. 

Tal eficaz paliativo 
Conforta á infeliz paciente; 
Pero el alivio aparente 
Huye al embate de dolor más vivo; 

Y más vivo y más agudo 
Titu le siente, y más fiero, 

Y así al anciano guerrero 
En acento contesta airado y rudo: 

— Iré, y el cielo permita 
Que alguna enemiga mano 
Me hiera el pecho y desgarre 
Con un agudo venablo. 
Ya na4a espero en el mundo: 
¡Ya en él sólo me han quedado 
Un doloroso recuerdo 

Y un corazón solitario! 



XII 
¡VENGANZA, NO MÁS AMOR! 

Aunque embebido en su pena, 
Titu sus armas repara, 
Limpia, acicala y prepara, 
Y de agudas flechas llena 
Su argénteo y bello carcax; 

Y aguarda que el ronco churo (35) 

Le anuncie la ansiada hora 

De partir, cuando la aurora 

Despida el lánguido y puro 
Albor de su rósea faz. 

Pero no ingrato á la guerra 
Irá sin haber llorado 
Con humildad prosternado 
Junto á la fola que encierra 
La ceniza paternal. 

Ella á su ánima abatida 
Quizá infundirá consuelo... 
O tal vez ¡ay! á su duelo 
Creces dará, de su vida 
Doblando el terrible mal! 



n2 J. LEÓN MERA 



La noche reina. Al funesto 
Sarcófago se encamina 
El infeliz; lo examina, 

Y en su honda entraña el modesto 
Presente pone después. 

Luego postrado en la alfombra 
De la fúnebre violeta, 
Que humilde en torno vegeta, 
De Chuqui evoca la sombra, 

Y algo escucha... ¿Qué ruido es?... 

¿Es la sombra? ¿ó es que cae 
Del molle una hoja arrancada?... 
Su memoria fatigada 
¡Cuántos recuerdos le trae 
Tal ruido al escuchar! 

Allí su Cisa querida 
Había á su voz venido; 

Y al oir igual ruido 
Ambos el alma oprimida 
Sintieron de hondo pesar. 

¡Cuánto recuerdo se aduna 

Y atropella su memoria, 

De amor, de anhelo, de gloria. 
De su pasada fortuna 

Y su actual desolación! 
¡Recuerdos que en violento 



LA VIRGEN DEL SOL I 33 



Temblor su espíritu ponen, 
Y unos con otros se oponen, 
Chócanse, y en desaliento 
Le postran el corazón! 

Más al cabo el infelice, 
Alzando al cielo llorosa 
La faz, en voz temblorosa 
Aquestas palabras dice 
Hijas de intenso dolor: 

—¡Caros padres! molle umbrío! 
; Flores! tola! en otro dia 
Testigos de mi alegría! 
; Ay! sedlo hoy del duelo mió 
Por mi destrozado amor! 

Pero la faz entornando 
Mira que hacia él avanzando 
Viene un bulto silencioso 
Que parece misterioso 
De otro mundo aéreo ser; 

A paso tardo adelanta, 
Y bajo su breve planta 
Las secas hojas ruido 
No hacen, y el aura el vestido 
Parece apenas mover. 

— ¿Acaso, Titu murmura. 



134 J- LEÓN MERA 



De Runto la sombra es ésta? 
;De mi pecho á la amargura 
A dar alivio se presta 
Después que mi voz oyó! 

¡Madre mia!... Mas de Runto 
Apartado el pensamiento, 
Recuerda á Cisa al momento: 
— jAy! mi Cisa! siempre al punto 
Así á mi voz acudió! 

Y queda estático y lacio, 
La vista en el bulto fija. 
Cual si el destino rehacio* 
Que tal vez se regocija 
En hacerle padecer, 

Suspenso verle quisiera 
Entre el daño que deplora 

Y un bien que gozar no espera, 
Entre el tormento de ahora 

Y las delicias de ayer. 

Desde su trono nublado 
La luna algún tanto opaca 
Vibra su rayo argentado 
Sobre ese fantasma ó huaca 
Qne mira Titu venir. 

Es mujer. Suelto el cabello 
Mitad de la faz le vela; 



LA VIRGEN DEL SOL t}'y 

Ambas manos sobre el bello 
Pecho tendidas, anhela 
Poner en calma á su latir. 

El desaliño gracioso 
De la blanca vestidura 
Que envelve su talle airoso, 
Aumenta su donosura 
De lo fantástco á par; 

Y cuanto más paso á paso 
Va limitando el caminOj 
De bellos rasgos no escaso 
Muestra rostro peregrino. 
Mas que no puede agradar: 

Es cual bella á quien la muerte 
Hirió de súbito impía 

Y en cuya face se advierte 
Una gracia muda y fría 

y una medrosa expresión. 

La luna en tanto sobre ella 
Vierte luz más clara y bella; 
Alzase Titu de un salto; 
Siente fatal sobresalto, 

Y huye su alusinación. 

Conócela; retrocede.... 
Es Toa su fiera amante, 



i)^ J. LEÓN MERA 



Que así le dice al instante: 
— ;E1 amor tanto en mi puede 
Que en tu presencia me ves! 
Aún ¡ingrato! á mi gemido 
A mi amorosa amargura, 
¿Ha de ser tu alma tan dura? 
;Aún tu pecho empedernido 
De desdenes mina es? 

;Titu! ¡Titu! el justo Cielo 
Que sabio todo lo ordena, 
Ha roto al fin la cadena 
Con que á ligarte en el suelo 
Tbas con otra mujer: 

Hoy otro amor te conviene; 
¿Y encontrarás en el mundo 
Uno tan vivo y profundo 
Como el que mi alma te viene 
Rendida y iSel á ofrecer?.... 

—Basta, mujer, yo no te amo. 
Dice el amante ofendido; 
Y añade en tono sentido; 
4 Las lágrimas que hoy derramo 
No son lágrimas de amor! 

— ¡No te amo! Toa repite. 
¿Es mi amor tan despreciable? 
—De amor tu labio no me hable; 



LA VIRGEN DEL SOL 1 37 



Calla, Toa; hoy sólo admite 
Mi alma frases de dolor! 

— ¡No te amo! de nuevo esclama 
De vil Cushipata la hija; 

Y la ira el alma le aguija, . 

Y la vergüenza le inflama 

Y turba la hermosa faz. 

— ¡Oh monstruo! que de mi pecho 
La ardiente pasión desdeñas ! 
Mira, mira cual te empeñas, 
Con ahondar mi despecho. 
En matar tu misma paz! 

Combatida tu existencia 
Por el pesar y el hastío, 
Te acabará su influencia, 

Y cual miserable impío 
Sin tola serás después 

— Calla, Toa, no delires 
— Tu porvenir es funesto» 
—Calla, mujer: te detesto; 
Vano es que por mi suspires, 
Tu predicción vana es. 

— ;Me detestas! ¡La esperanza 
Murió para siempre! ¡Escucha! 
Si antes mi pasión fué mucha, 



138 J. LEÓN MERA 



Hoy Sé trasforma en venganza: 
¡Mi odio eterno para tí! — 

Trémula así, medio loca, 
Toa se expresa; los ojos 
Desencajados y rojos 

Y la contraida boca 
Muestra dan de frenesí. 

Y los brazos estendidos, 

Y los puños ajustados, 
Con pasos acelerados 
Por la furia dirigidos, 
Váse al pasmado garzón. 

Aqueste retrocediendo 
Esquívala; ella creciendo . 
En rabia, más le persigue, 
Por si el anhelo consigue 
De arrancarle el corazón. 

Pero ahí cerca vé al punto 
A un joven de faz airada j 
Párase de susto helada. 
Queda su rostro difunto, 

Y se la oye balbucir: 

— ¡Amarul-^jPérfida amante! 
Grita el hijo del Amtmta, 
Lo sé todo. — Y su semblante 
La ira y despecho trasunta 
Que en su pecho siente hervir. 



LA VIRGEN DEL SOL 1^9 



— [Toa infame! añade, |callal 
No más pronuncies mi nombre! 
Aunque fueses tegisi palla (36) 
No fueras digna de un hombre 
De su honra amante, cual yo. 

Mi noble pasión mataste 
Cuando menos lo temía. 
Mira aquí la flauta mía: 
Del amor que me inspiraste 
Sonar ahora debiól 

¡Que aun ella muera! — Y con ira 
Despedaza el instrumento, . 
Sus trozos al suelo tira. 
Los huella y corre al momento 
A donde á su amigo vé. 

Titu le mira pasmado. 
La vista inquieta y turbada. 
La lengua muda y helada, 
Cual si fuese tigre airado 
Quien siempre su hermano fué. 

Más— Huye de estos lugares, 
Amaru dícele; vamos, 
Vamos, Titu: ¿qué esperamos? 
De la guerra los azares 
Sufrir juntos vale más. 

Huyen, mas Toa les grita: 



140 J- LEÓN MERA 



— ¡Os seguirá mi venganza! 
Si mi brazo no os alcanza, 
Vuestra familia maldita.... 
¡Ahí no os perdono jamás! 

Y después mira tras ella 
Otro joven que ligero 
Sondándose la empella 
Al paso, y con altanero 
Mirar la vé y con desdén. 

Y al estar al bosque junto 
Suelta infernal carcajada, 

Y ella, en furia trasformada. 
Le amenaza y grita al punto: 
jTarcoI ¡Tarco! tú también!... 

Más el paso él apresura 

Y del bosque en la espesura 
Piérdese, mientras demora 
En Avenir la dulce hora 

Del amable rociclér. 

Raya al fin. El ronco churo 

Y el parche suenan. La gente 
Acude; sólo presente 

Tarco no está, y es seguro 
Que nadie allí le ha de ver. 

El despejado levante 



LA VIRGEN DtL SOL 141 



De viva luz ondas vierte, 
Y el inca marcha arrogante 
Guiando al triunfo ó la muerte 
La quiteña juventud. 

Y Amaru y Titu, anhelando 
Sangriento fin al despecho 
Que anida en su triste pecho. 
Con ella van, descollando 
En la inmensa multitud 

Ya el Machángara pasaron 
Monarca y gente guerrera; 
Ya á las espaldas dejaron 
Del Yahuirac la ladera; 
Ya lejos, lejos están... 

Hijos del Pichincha cano, 
¡Adiós! jAh! del hado fiero 
Ignoráis el hondo arcano: 
En brazos de un extranjero 
Vuestras glorias morirán!.... 



l_A 

VIRGEN^DEL SOL 



I 
EL FUROR DE LA VENGANZA 

Del grande Uiracocha la terrible 
Profecía cumplióse ¡ay, desdichados, 
Fuisteis hijos del Sol!... Del inca Huáscar 
A la soberbia frente el victorioso 
Brazo de Hualpa arrebató la insignia 
Del sucesor de Manco — el rojo llaufo. 
Tumba de un gran poder y de otro cuna 
Quipáipanfué. (37) ¡Salud, hijo de Paccha! 
¡Salud! Si en tí la sangre generosa 
De incas y shiris se mezcló, ya unidos 
El peruano fleco y la quiteña 
Bella esmeralda en tus augustas sienes, 
Un sólo imperio tu ambición abarca. 

¡Ay, efímero imperiol ¡Cuál Fortuna, 



144 J- LEÓN MERA 



De grandezas y glorias burladora 
Que ciegan y enloquecen á los hombres. 
De Atahualpa huye luego, y el cuitado 
Del solio rueda y trágale el sepulcro! 

De sueño secular el Cotopaxi 
Al estridor de la conquista vuelve, (38) 

Y su fuego, y su lava y slis bramidos 
• Muestras son de dolor, de ira señales 

Ante un cruel derecho victorioso 

Y ante un mundo inocente que sucumbe. 
jAh! ¿porqué ese derecho al de la excelsa 
Razón y al del amor unido viene? 

¿Por qué el acero en las audaces manos 
De la ambición y la rapaz codicia 
Tercia del alma Cruz en la obra santa* 
De dar divina luz á un mundo ignaro? 
¿Por qué mezclar con su inocente sangre 
La onda sagrada á depurar dispuesta 
Su espíritu inmortal y alzarle al cielo? 
¿Por qué del desposado numen indio, 
Padre de las estrellas luminoso, 
A los áureos altares se levanta 
Al vero Dios, de víctimas y ruinas 
Para luego cercarle? ¿aman y adoran 
Los muertos, por ventura, ó de los hierros 
Gusta Dios, y del llanto y luengos ayes? 
¡Oh tiempos de heroismo y fé robusta, 
Y á par á instintos bárbaros propiciosl 



LA VIRGEN DEL SOL I45 



] Cuántas páginas de oro os debe Españal 

¡Cuántas de hierro y de sangrientas sombrasl 
Ministro de Jesús, más no en sus leyes 

De amor nutrido, en Cajamarca suelta 

Su voz Valverde, y la sagrada efigie 

Del Dios de caridad enseña en alto, 

Testigo á ser de una feroz matanza. (39) 

La inerme multitud, despavorida 

Al repentino embate, al espantoso 

Tronar del arcabuz, al inaudito 

Rudo lanzarse del brindón contra ella, 

Al aspecto medroso de guerreros 
Que jamás en la mente le trazara 
La vaga mano de enfermizo sueño. 
Sucumbe en mar de sangre sumergida, 
O corre por los campos desbandada. 
La muerte huyendo que do quier la acosa- 
Allí el nieto de Cacha aprisionado 
Su poder ve eclipsarse y su ventura. 
En vano su imperial prerogativa 
Invoca, en vano su justicia al trono 
Hispano anhela encomendar, inútil 
Es la riqueza fabulosa, tasa 
De su ansiado rescate: el monte de oro 
Puesto á la$ plantas del cruel Pizarro, 
Ni su codicia aplaca, ni la noble 
Víctima al vil patíbulo arrebata. 
Con el trágico fin del inca egregio 

10 



146 J. LEÓN MERA 



De SUS leales subditos perecen 
Bienestar, honra, todo, y la miseria 

Y la muerte en sus brazos los torturan. 
Así al morir el sol y de la noche 

Las sombras al caer, la luz fenece, 
Cesa la actividad y todo calla... 
Excepto el torpe vicio, el cauteloso 
Aleve crimen y el dolor, al día 
Menos adictos que al nocturno imperio. 

Un cadáver no es oro; de un difunto 
Monarca nada puede el yerto brazo; 
Así de Hualpa los despojos tristes, 
Al matador inútiles, y el miedo 
Ya disipado, al vencedor de Huáscar, 
A la veneración y amor cedidos 
Son de la inca familia y de los nobles 
Que ha perdonado la extranjera espada. 

Del Pichincha en la falda la gran tohiy 
Silenciosa morada de los Shiris 
Del fuego de la vida despojados, 
Abrióse á recibir del postrimero 
Las heladas reliquias, de las tiernas 
Lágrimas ¡ayl del pueblo rociadas. 

Y diz que el cielo de la triste Quito 
Cual nunca enlutecióse en ese día, 

Y rebramaron con horror sus nubes, 

Y de la tempestad rotas las urnas 
Mares bajaron á abrumar la tierra. 



LA VÍRGÉN DEL SOL 147 



Y entre la umbría copa de los cedros, 
Del molle y capulí bajo los ramos, 

Y por el túrbido aire, y por las grietas 
Del suelo ocultas, vagos se cruzaban 

Y misteriosos ayes, que añadían 
Pánico al duelo, ya en extremo crudo, 
De la abatida y gemebunda gente. 
Un sólo pecho sigiloso encubre 

Con muestras de dolor infame intento: 
Es el de Rumiñahui, es el del monstruo 
Alzado á dar razón al venedizo 
Que atravesando las andinas cumbres 
Un reino secular volcó por siempre, . 
A los hijos de quitus y de caras 
Rindiendo al pié del estandare hispano. 



Es una tarde. En las nevadas cimas 
De los andes el rayo postrimero 
Brilla del astro-dios, cual la mirada 
De compasión^por su angustiado pueblo. 
De fatiga abrumados y congojas 
Llegar se vé dos jóvenes guerreros 
A una eminencia á la ciudad vecina 
Y entre la grama reclinar el cuerpo. 
Cual dos mastines que en difícil caza 
Vanamente sus bríos consumieron. 
El humo pardo desde allí comtemplan 



148 J. LEÓN MERA 



De los hogares del nativo suelo; 

Y ven acá del Sol la áurea morada 
Allá la de la Luna, menos lejos 

El grande Acllay, en cuyos tristes muros 
Fijan más su mirar ambos mancebos; 
Las que se alzan en torno lomas verdes 
Ringles de capulís, grupos de cedros.... 

Y en tanto anhelan con mirada ansiosa 
Sus caras chozas descubrir entre éstos, 
En su memoria aglomerando vánse 
De no remotos dias los recuerdos. 
Mustios, inmobles, silenciosos, ambos 
Muestran del alma el hondo sentimiento; 
Empero el uno en el semblante anuncia 
Que aún late con vigor su noble pecho. 
Pudo acosarle atroz el infortunio. 

Mas no extinguir de su valor el fuego: 
Pueden las lluvias apagar las llamas 
Que la selva voraces invadieron; 
Mas bajo un tronco entre cenizas arde 
La brasa activa que al soplar el viento 
Ha de alzarse y crece, en espantosa 
Hoguera trasformando el bosque inmenso^ 
No así á su amigo resistir es dado . 
La fuerza del dolor: ningún consuelo, 
Ni una breve esperanza le confortan; 
Sólo en la tumba el eficaz remedio 
Piensa hallar de su mal: ^ay! cuántas veces 



LA VIRGEN DEL SOL 1 49 

De la tierna amistad el dulce ruego 
Pudo sólo esquivar la aguda punta 
Que iba á rasgar su misrable seno! 

De aquel en tanto se dispierta y alza 
Allá en el corazón vivo un deseo, 
Y — ¿Cuál será de la ciudad la suerte? 
Súbito exclama en triste voz. Anhelo 
De tí saber ¡oh Quito! antes que pise 
De mi choza el umbral. Aquí en mi pecho 
Habla un dios este instante presagiando 
No sé qué duros males de mi pueblo. 
^Quién que este augurio no es verdad me dice? 
Preguntemos, hermano. --Y va ligero 
Hacia un pastor, y sigúele su amigo 
A igual secreta voz obedeciendo. 
Temeroso el zagal vibra el azote, 
■Corren los pacos en la nube envueltos 
Del polvo que levantan; él anima 
La carrera y veloz huye tras ellos. 
jVana presura! Al ca.bo en la presencia 
Hállase de los tétricos mancebos. 
Que de la ropa asiéndole, malgrado 
A detenerse fuérzanle. De miedo 
Las rodillas le tiemblan, conturbada 
Su faz se alonga, de color de muerto 
Su piel teñida está. Cálmanle afables, 
Y al fin presta á los dos oido atento. 
Ellos á par al verle se turbaron: 



IJO J. LEÓN MERA 



Acaso un hombre semejante vieron 
Alguna vez; acaso un conocido.... 
Un contrario tal vez, que en otro tiempo.... 
Pero á su frente con hollin manchada 
Guedejas caen de áspero cabello; 
Cúbrele el cuerpo un sayo de retazos 
De viejas telas y de pieles hecho; 
Cíñele el ancho talle tosca cuerda; 
De sus hombros, alzados con esfuerzo, 
Un lio pende, y todo contribuye 
La mirada á engañar y el pensamiento. 
Grado por grado el repugnante rostro 
Animándose va; brilla siniestro 
Fuego en sus ojos, en sus labios vaga 
Sonrisa maliciosa, dientes negros 
E irregulares enseñando, como 
La choza enseña que arruinó el incendio 
Restos de ahumados postes. Por no breves 
Instantes muestra pensativo aspecto, 
Cual si en la mente acumular quisiera 
De larga historia los variados hechos; 
Ambos guerreros á la fin escuchan, 
Muda la lengua, conturbado el pecho, 
El siguiente relato que en palabras 
Rudas les hace y destemplado acento: 
— Vaya! ¿qué? ¿sois acaso mitimaes (40) 
Recien venidos á esta tierra? ¿el suelo 
No conocéis en que pisáis, que ahora 



LA VIRGEN DEL SOL IJI 



Con preguntas venís sobre mi pueblo? 
¿Que anheláis, pues, saber? La hija del sabio 
Cushipata, merced á los manejos 

Y astucia de este ancia/io, es hoy esposa 
De Rumiñahui — ¡Toal jToa! á un tiempo 
Ambos esclaman los amigos, y ambos 

Se mirejí, tiemblan, callan.... Un recuerdo 
Cruza sus mentes y sus pechos hiere 
Cual centella veloz. En tanto en ellos 
Clava el pastor mirada más intensa 

Y una sonrisa, un malicioso gesto 

Los labios le abren, demostrando el gozo ^ 

Que causa á su alma vil el mal ajeno. 

¡Oh! cuál tocar en lo más vivo sabe 

Del lacerado, miserable pecho! 

Pero después que ün breve instante en su obra 

Dañina se gozó, rompió el silencio: 

— ¿Qué más queréis saber? ;Oh! qué exigentes! 

Pues escuchad: sumida en nuevo duelo 

Hoy se halla Quito; del difunto inca 

La memoria tal vez este momento 

Háse ofuscado: nadie de Atahualpa 

Se acuerda ya, mirando otros sucesos. 

¿De Cori os acordáis? ;La pobre Cori! 

¡Del inca la viuda! De su muerto 

Apasionada, con puñal agudo 

Se hiriá tres veces por sí misma el seno. 

— ¡Y ha muerto! — Sí, murió, y al de su esposo 



152 J. LEÓN MERA 



Junto, cual ella quiso está su cuerpo. 
Más escuchad, y soltareis cual niños, 
Si de piedra no sois, el llanto acerbo: 
. Hoy Rumiñahui espléndido banquete 
Dio á curacas, átnuntas y guerreros 

Y de Atahualpa la familia toda, 
Para tratar en general consejo 

Y del Sol en presencia los negocios 

' Más grandes de la patria y su gobierno, 
Arreglar mientras crece el tierno Cápac, 
Primer hijo del inca y su heredero.... 
Pero ¡atended! Mirad que de mis frases 
líi una se lleve inútilmente el viento! 
En medio del festín llenas las copas 
Bebieron del licor que causa sueño, 

Y que el astuto Rumiñahui hiciera 
Adrede preparar, la ley rompiendo. (41) 
A corto instante, á su fatal influjo, 
Unos tras de los otros se abatieron, 

Y aletargados todos semejaban 
Troncos tendidos en el ancho suelo. 
Del brebaje tan sólo Rumiñahui 

Y los suyos sagaces se abstuvieron, 

Y Toa la mujer (más expresiva 
Sonrisa el burdo labio mueve en esto 
Del vil pastor) ¿Lo oísteis? Toa, digo, 
De Rumiñahui esposa. ¡Ea! atentos 

«Oyéndome seguid; que mi relato 



LA VÍRGEN DEL SOL 1)3 



Tiene interés para vosotros creo. 
Quedó también el desgraciado Illescas 
Con sus sentidos y su juicio enteros, 
Cuando improviso una atrevida mano, , 
A su gran dignidad sin miramitento, 
Con un duro cordel á las espaldas 
Le ató los brazos y detuvo preso; 
Mientras los otros sin piedad reían 

Y á la presencia misma de este bueno 
Del hermano de Hualpa los puñales 
En los pechos inermes van hundiendo 
De la dormida gente, ó bien tronchando 
A fieros tajos los desnudos cuellos. 

De Rumiñahui á los terribles golpes 
Las viudas del inca perecieron 

Y su hierro homicida la existencia 
No perdonó ni á los infantes tiernos. 
Niños, mujeres, jóvenes, ancianos. 
Todos espiran en su sangre envueltos; 

Y Toa misma, ¿me escucháis? la esposa 
De Rumiñahui ha destrozado el seno 

De Pacoyo y de Human... i»- ¡Human! Pacoyo! 
^Nuestros padres!... — ^Ya veis: ¡esos dos viejos 
Sabios, del pueblo amados!... — ¡Nuestros padres! 
Tornan á una á exclamar los dos guerreros. 
^Hablas verdad? — Verdad: ¿por qué mentiros? 
•Quién los vio me lo dijo: fueron ellos — 
Los nobles mozos uno á otro vénse. 



154 J- LEÓK MERA 



Como si sondear su pensamiento 
Quisiesen, ó el dolor que en ese instante 
Les parte el alma repentino y fiero. 
Absortos, mudos, pálidos, inmobles. 
Das estatuas semejan; corre en hielo 
Convertida su sangre. Las miradas 
Luego tornan al rústico mancebo, 
Y aún este siente la sonrisa impía 
Abandonar sus labios un momento; 
Más presto vuelve y la expresión renace 
De satánico gozo en su grosero. 
Sórdido rostro y el relato anuda 
En más fingido y desacorde acento: 
— jEh! no os dejéis morir: oidme, oidme: 
Algo más triste que anunciaros tengo. 
Raba también y las mellizas tiernas 
Bajo el puñal de Toa perecieron, 
Qué «¡venganza!» furiosa iba gritando. 
— ¡Raba, mi madre! ¡mis hermanas! ¡Cielos! 
Amaru exclama; ¡la venganza, Titu!... 
¡Ah! la venganza atroz!... Sí, yo recuerdo 
Las palabras de Toa aquella noche: 
Ella juró vengarse...— ¡Oh Sol excelso! 
Exclama Titu, ¿á qué destino horrible 
¡Ay! reservaste mi existencia! ¡Muertos!... 
¡Y ella!.. — Y un nombre espira entre sus labios 
Como un blando gemir que apaga el viento. 
Ambos al punto las megillas mustias 



LA VIRGEN DEL SOL 1^5 



Sienten bañarse en lágrimas de fuego: 
Llanto de indignación, de ira potente, 

Y de acerbo dolor y de despecho, 

Que ya en su alma no cabe y se desborda 
Como la lava del Sangay horrendo. 
— ¡Basta, zagal, exclaman ambos, ¡basta! 
Pero insensible á su doliente ruego, 

Y por ahogar la risa, que en la boca 
Dilatada le hierve, haciendo esfuerzos, 
— No es esto sólo, el relator prosigue: 
Después que Illescas con turbado aspecto 
Viera espirar las víctimas dormidas, 
Murió, apretado de un dogal el cuello; 

Y ordenando al instante Rumiñahui 
Le arrancaran la piel del tibio cuerpo, 
Un atambor con ella ha fabricado. 
Para infundir con sus redobles miedo. 
Luego al subir al trono de los Shiris, 
De nuestro dios el grande y rico templo 
Ha despojado hoy mismo, y de las bellas 
Vírgenes castas sus mujeres ha hecho. 

Y de ellas una (¿oísteis bien?), se dice 
Que una de ellas, hermana de un guerrero, 
Hija de un sabio Amunta,,. — ¡Basta! basta!... 
— Cual la más linda y más amable en genio 
Será ante todas... — ¡Basta, pastor! calla!... 

— Pero escuchad... — ¡Oh, no! ¡calla, mancebo! 
Tus palabras nos matan; ¡ah! cada una 



1^6 J. LEÓN MERA 



Dardo es cruel que nos destroza el pecho! 
— Esa virgen al tálamo... — ¿Y prosigues? 
¡Bárbaro! — Pues ya callo. Mas al menos 
Venid conmigo y pasareis la noche 
Lejos de la ciudad. ¡Pobres! ¡qué riesgo 
De perecer corréis! ¿Veis esa gruta? 
En ella á daros voy seguro albergo. 
¡Pobrecitos! ¿Vendréis? Hasta la aurora 
Podréis entrambos descansar sin miedo. 
En tanto yo os traeré nuevas noticias, 

Y luego al punto un pobre refrigerio. 

No temáis, pues; seguidme.— El mozo dice 

Y del rebaño en pos váse lijero, 
La antipática faz á cada paso 
Volviendo hacia los dos, hasta que á trecho 
Dictante ya se pierde entre las matas 

Que la cima coronan de un otero. 

Inmobles quedan, mustios, aterrados 
Titu y Amaru, cual si allá en el cielo, 
Dando al rayo veloz de herirlos orden, 
Del Sol oyeran el terrible acento. 
Pero ambos á una voz al fin exclaman. 
— ¡Cisa infeliz! del infortunio fiero 
Que la amarga salvémosla al instante; 

Y si nos niega el Sol este consuelo. 
Si perecemos del feroz tirano 

Bajo el puñal ¡dichosos! no seremos 
De la infamia de Cisa los testigos. 



LA VÍRGEN DEL SOL 1 57 



¡A la ciudad! La luz de los luceros 
Séanos hoy propicia. — El ígneo numen 
Al mundo en tanto sus fulgores bellos 
Niega, y la noche el incesante llanto 
A escuchar viene del quiteño pueblo. 



II 

EL PASTOR FINGIDO 

Con los ojos centellantes 

Y la sonrisa en los labios, 
Hacia un redil espacioso 
El zagal guía sus pacos\ 
Pero sus ojos relucen 
Con aquel fulgor extraño 
Que del corazón revela 
Algún intento dañado, 

Y en la sonrisa que tiene 
Mezcla de desden amargo, 
De su espíritu egoista 

Se traslucen los resabios. 

Y en tanto que va siguiendo 
El ancha vía el rebaño, 

Él «sta vulgar letrilla 

Va «n ronca voz entonando: 

Con tal que yo pueda 
Contento vivir. 
El mal de los otros 
¿Qué me importa á mí? 



LA, VIRGEN DEL SOL I 59 



Vayan con sus reyes 
Todos á la lid, 
Y á flecha y á lanza 
Perezcan allí. 
Con tal que yo pueda 
Contento vivir. 

Arda toda Quito 
En fuego sin fin; 
Con que á mí una chispa 
No me venga hostil, 
El mal de los otros 
,¿Q.ué me importa á mí? 

¡Horrible es la muerte! 
Contento á sufrir 
La suerte me avengo 
Más triste y más vil 
Con tal que yo pueda 
Tan sólo vivir. 

¡Hermosa es la vida! 
Me agrada existir; 
Con tal que yo goce 
De bien tan gentil. 
El mal de los otros 
¿Qué me importa á mí? 



1 6o J. LEÓN MERA 



Aqueste pastor un tiempo 
Era también cortesano 

Y de su familia toda 
Era distinguido el rango. 
En las ciencias y las artes 

Le instruyó un maestro sabio, 

Y un guerrero en el manejo 
De la espada, lanza y arco; 
Pero á ninguno estirpar 

De su pecho le fué dado 
El germen de las maldades 
Qué sembró Satán acaso; 

Y ni el padre ni el maestro, 
Ni el ejemplo ni los años, 
A extinguir la cobardía 

De su alma ruin bastaron. 
Por eso el duro egoismo 
Es su norma en todo caso, 

Y cuando él no pena, ríe 
De los ajenos fracasos; 
Por eso al feroz carácter 
De un corazón depravado 
Enlazó siempre la infamia 
De perfidias y de engaños; 
Por eso ya tres solsticios 
Hace, y más, que anda vagando 
Por los apartados bosques 

Y los solitarios campos. 



LA VÍRGEN DEL SOL l6l 



Temió seguir las banderas 
Del Shiri su soberano, 

Y en vez del arma luciente 
Empuñó el corvo cayado. 
Cuando todos la sonora 
Voz del tambor escuchando 
Ardían por irse en busca 
De afamadores trabajos; 
Cuando todos aprestaban 
Espadas, flechas y dardos, 

Y era todo animación, 
Todo marcial aparato. 
Sólo él, merced á la noche. 
De su honor en menoscabo 
Se fugó y al campo fuese 

Á pedirle indigno amparo. 
Allí disfrazó su rostro, 
Vistió ridículo sayo, 

Y variando el propio nombre 
Apellidóse Lucato. 

Desde entonces penetrar 
En la ciudad le es vedado. 
Que á más de la infame huida 
Halló luego otro embarazo: 
¡Ay del infeliz si cae 
De una mujer en las manos, 
Que mil veces por perderle 
Le ha tendido ocultos lazos!.... 



102 . J. LEÓN MERA 



Era su padre un guerrero 
De corazón denodado, 

Y su madre una india bella 
De alma pura y pecho blando; 
Pero ya al mundo partieron 

' De las almas, há seis años, 

Y bajo una tola duermen 
Juntos los huesos de entrambos. 
¡Dichosos, cual todo padre 

A. quien deshonra hijo malo, 

Y la benéfica muerte 
Liberta de mal tamaño! 
Lucato tiene parientes 

Que le ven como un contagio; 
Amigos tuvo que luego 
Huyeron cuerdos su trato. 
Jamás hizo bien ninguno, 

Y obrar mal es su encanto: 
Tener parece en vez de alma 
Metido en el cuerpo un diablo. 

Pero el carnicero tigre. 
De las selvas rudo espanto, 
A la tigre busca y se une 
Por ciego instinto obligado; 
A la loba se une el lobo, 
A la lagarta el lagarto, 

Y el tiburón á su hembra 



LA VIRGEN DEL SOL I ¡63 



Allá en el grande océano; 

Y aquel malvado pastor 
También la suya ha encontrado 
Que le ama y que le adora 
Con frenesí bien extraño. 
¡Pobre mujer! ella le ama, 

Y el corazón de Lucato 
Del propio amor solamente 
Está lleno y rebosando, 

Es una joven zagala 
Nacida entre los rebaños, 
De tosco talle y de rostro 
De todo atractivo escaso, 
De alma feroz y arrojada. 
De nervudo y fuerte brazo, 
De corazón á los vicios 
Más infames inclinado; 
En las pasiones violenta 
Nunca sufre amor contrario, 

Y cuando aborrece es su odio 
Ardiente siempre y rehacio. 
Ella es quien de Cushipata 
Apacienta el gran rebaño; 
Ella es de Toa la amiga 
Pastora á quien con su trato 
Familiar á honrado siempre; 
Ella con meloso labio 
Aprueba sus pensamientos, 



164 J. LEÓN MERA 

Y con fementido aplauso 

Las pasiones lisonjea 

De su corazón tirano, 

Así al fuego ya encendido 

Más combustible arrojando; 

Por ella que nada ignora, 

Todo lo sabe Lucato 

De cuanto en la corte pasa 

Desde que él yerra en los campos. 

Uua mezquina caverna 
Abierta en duro peñasco, 

Y de árboles y de matas 
Bajo la sombra y resguardo. 
Era el albergue primero 
Del joven prófugo. Largos 

Y bien enojosos días 
•Allí pasó, y era escaso 

Consuelo para su alma 
Ver de continuo á su lado 
A la idólatra pastora 
Víctima de sus engaños; 
Quien con afán le traía 
Grato sustento diario, 

Y las nuevas que de Toa 
Recababa con amaño. 
Mayor consuelo y holganza 
Hallaba su pecho ingrato 



LA VIRGEN DEL SOL ló^ 



Por los apartados bosques 
Aves y fieras cazando; 

Y mil veces á su amante 
Hizo regar tierno llanto, 
Cuando vino al escondite 

Y le encontró solitario. 

Pero há ya más de dos lunas 
El nuevo pastor Lucato 
Dejó la gruta salvaje, 
De ella al postre fastidiado, 

Y buscó de su pastora 

La cabana; y aunque largo 

Tiempo ha sido su existencia 

En continuo sobresalto. 

Ha gozado con su amante 

Serenos días al cabo. 

Cuando ella va en pos de nuevas 

A la ciudad de \os pacos 

Él cuida sólo, y, seguro 

De su disfraz, en los prados 

Libre vaga todo el día 

Apacentando el rebaño. 



El pastor á la cabana 
Llega al fin tarareando, 
Y en el umbral se presenta 



1 66 J. LEÓN MERA 



Su amante, abiertos los brazos. 

Con muestras de loco afecto 

Le tiene un rato enlazado, 

Y en las tostadas mejillas 

Le imprime el ardiente labio. 

Siéntase después, y fuerza 

A reclinarse á Lucato 

En las faldas, y la frente 

Pálida sobre él doblando 

Permanece enagenada 

E inmóvil un breve espacio. 

Más de lo íntimo del pecho, 

Por la congoja ahogado. 

Suelta un suspiro y tras él 

Raudal copioso de llanto 

Que lava de su zagal 

El rostro adrede manchado. 

Lucato al sentirlo, se alza 

Con presteza y asustado, 

Y exclama: — ¡Glauca! ¿qué tienes? 

¿Por qué lloras? Habla claro. 

¿Qué peligro nos amarga? 

¡Ay! contesta ella, mi Tarco! 

Corre á tu caverna, corre! 

¡Tarco mío! es necesario 

Fugar otra vez. — ¿Qué sabes? 

Dime por tu Vilca, ¡vamos! ^ 

¿Viene la muerte á buscarme? 



LA VIRGEN DELvSOL 1 67 



Ha más de dos lunas paso 
En esta choza, y felice 
Gozo la vida á tu lado... 
Dime, dime, Glauca mía, 
¿No me hallo so el tosco sayo 
Muy bien oculto? ¿no bastan 
Mi cabello enmarañado, 
Mi sucio rostro y mi voz 
Que semeja k de un pacó^ 
Oye, Glauca, tu no sabes 
Que vengo á dos engañando; 
Y, por su Huacay que yo era 
Lucato el zagal tragaron. 
— Pero oye, mi Tarco, atiende: 
Yo vengo á Toa escuchando: 
¡Oh, cuan furiosa la he visto! 
Sus ojos causan espanto. 
Hoy, dice, que á su venganza 
Ya tan sólo faltan cuatro, 

Y que ha de regar su sangre 
Cual veces mil lo ha jurado. 
Tu, Tarco mío, eres uno, 

Y Cisa es la otra, y su hermano 
El tercero, y Titu, el hijo 

De Runto y Chuqui, es el cuarto. 
— ¡Y yo soy uno! en confusa 
Temblosa voz dice Tarco. 
Huye su sonrisa al punto, 



l68 J. LEÓN MERA 



Sécasele el mustio labio, 

Y con ojos que revelan 
Del alma cobarde el pasmo, 
Mira á Glauca de hito en hito 

Y en silencio luengo rato. 
Mas vuelve de su estupor. 
Disminuye el sobresalto, 

Y con amarga sonrisa 

Y voz aún trémula un tanto, 
— ¡Vamos! dice, ¡cuan injusta. 
Cuan terrible es tu ama! Acaso 
Una breve carcajada 

Merece tan duro trato? 
Reíme, cierto, esa noche 
Ante ella, ¿cómo negarlo? 
¡Oh! por ojos y por boca 
Echaba fuego contra ambos... 
Para no reir de verla 
¿Era yo de piedra ó palo? 
Tu también como yo habrías 
De risa. Glauca, estallado. 
Pero óyeme; si en las garras 
De la venganza entregamos 
De tu ama á Titu y Amaru, 
¿Podrá salvarse tu Tarco? 
— ¡Ah, querido!... Sí... no dudes: 
De Cisa contra el hermano 

Y contra el hijo de Chuqui 



LA VIRGEN DEL SOL 169 



Está de Toa gritando 

Más la furia; pero ¿dónde, 

Querido mió, apresarlos? 

— ¡Bah, Glauca! pues si á ellos vengo 

No lejos de aquí engañando! 

Juntos y solos me aguardan 

Ocultos tras un peñasco. 

¡Los bobos! pues ya son nuestros; 

En la red están entrambos. 

Corre, vete y habla á Toa 

Y hazle el consabido trato; 
Si esto no bastare, emplea 
Lágrimas, ruegos, halagos. 
— Sí, vuelo, mi Tarco, vuelo; 
Lisonjas, ruegos y llanto, 
Alma, corazón y vida, 
Cuanto tengo, cuanto valgo 
•He de emplear porque libre 
Al fin te veas y salvo. 
¡Perezcan ellos! perezcan! 

¿Qué importa? ¿qué? Tú, mi Tarco, 
Tú solo salvarte debes; 
¡Oh! tú sólo! y el anciano 
Cushipata muera luego, 

Y con él Toa, y ni el amo 

Que hoy nos manda, Rumiñahui, 
De la muerte salga zafo. 
Mas si Toa se empecina... 



170 ■ J. LEÓN MERA 



Si aún cruel... ¡Ay amado! 
Cálzate ya tus zandalias, 
Apercibe aljaba y arco, 
Pues salvarte puedes sólo, 
En los bosques más lejanos. — 

Esto dice Glauca y llora 

Y de su amante en los brazos 
Se arroja; más luego parte, 

Y ni á los ojos ni al labio 
Del mancebo, de ternura 
Señal asoma, y si acaso 
Se agita su pecho, es sólo 
Del infortunio al amargo. 



ni 

LLANTO DE LA VÍRGEN 

El Acllahuasij ayer mansión tranquila 
De la inocencia y la virtud, ahora 
Siente pesar la mano abrumadora 
De un infortunio súbito sobre él. 

El genio de la paz dejó los claustros 
A no volver jamás; huyó el contento 
De las vírgenes bellas, y en tormento 
Atroz apuran del dolor la hiél. 

Un impío tirano las arrastra 
Desde el tálamo santo al suyo inmundo, 

Y de infamia las cubre, y ante el mundo 
;Ay! les arranca el velo del pudor. 

¡Y el esposo divino á su doliente 
Querella sordo está! duerme su ira, 

Y el propio ultraje indiferente mira, 

Y el perverso se mofa de su honor! 

Aún es la tarde del aciago día 
De exterminio y horror. La más hermosa 



172 J. LEÓN MERA 



Virgen del Acllahuast, en lastimosa 
Voz, expresa de su ánima el pes^r. 

Gualda que en pos de esta doliente bella, 
Sin pompa y sin ruido, entrara al santo 
Claustro, su amor, y su infortunio y llanto 
En el sagrado asilo á sepultar; . 

La joven Gualda, á quien la poderosa 
Simpatía de idéntica desgracia 
Con la Escogida uniera, á la rehacia 
Suya presenta firme el corazón; 

Y enjugando sus lágrimas de acibar 
Intenta hoy de la virgen infelice 
En el alma infundir alivio, y dice 
Con dulce voz de celestial unción: 

— Oye, sagrada palla; soy tu sierva; 
Más tú me amas, y soy tu confidente: 
Puedo alzar ante tí mi humilde frente, 
Puedo á tí mis palabras dirigir. 

Cisa, del Sol amada, el genio malo, 
De la virtud perseguidor eterno. 
Hoy cruel te desgarra el pecho tierno, 
Y estás de pena á punto de morir. 

Mas ¿posible será que así te lleve 
Tan presto la desgracia á la honda tola 
Como el agua crecida la amapola 



LA VIRGEN DEL SOL 1 7; 

. L_ ___.: __ 1 

! 

Recien abierta al negro cenagal? ■ 

¿Por qué tú misma te abandonas ciega 
Del dolor á la furia? ¿por qué al Cielo, i 

En vez del rayo destructor, consuelo 
No pides, di, para tu fiero mal? 

¡Ah! clama, clama á Dios. Su providencia 
La lluvia envía á la sedienta planta, 

Y del polvo ardoroso la levanta 
Refrescándole el tallo y la raiz: 

Y á tí, pura Escogida, casta virgen, 
¿Podrá negar su beneficio santo? 
¿No ha de acudir á tu doliente llanto? 
¿No ha de dar vida á tu ánima infeliz? 

¡Ah! clama, clama á Dios. Su diestra pía 
A la liebre da pasto suculento, 

Y el cáliz de la flor, para sustento 
Del quinde, llena de sabrosa miel; 

Y á tí que vales más ¿podrá dejarte. 
Ciego á tu mal y sordo á tu querella. 
Que perezcas tan joven y tan bella 
Ahogada en un piélago de hiél? 

Cisa de Gualda en el regazo esconde 
La macilenta faz bañada en lloro, 

Y en su dolor descuida su decoro 

Y caer deja el manto virginal; 



174 J- LEÓN MERA 



Y cuello, y pecho y brazos de suaves 
Divinas formas descubiertas muestra. 
Gualda encúbrese el roístro con la diestra 
Y brota de sus ojos el raudal; 

Que siempre en vano la mujer pretende 
Secar la que le dio naturaleza 
Fuente de llanto, á par de la terneza, 
Tesoros de su dulce corazón. 

Con lágrimas y amor calma pesares, 
Con lágrimas y amor prueba y convence, 
Con lágrimas y amor desarma y vence: 
Ellas su fuerza y poderío son. 

— ;Ay! llora, Gualda, exclama Cisa, llora: 
Tu llanto me hace bien, no tu palabra; 
;Oh, no, no esperes que mi pecho se abra 
Dulce consuelo á recibir de hoy más!.... 

Padres, hermanas mias, caras prendas, 
¡No existís ya! ¡No existe mi ventura!.... 
jMi corazón hundido en amargura 
No ha de volver al júbilo jamás! 

Como huérfana tórtola me veo 
Salitaria en el mundo: en vano hiende 
Los aires mi gemir: ¡ay! nadie entiende 
De mi asolado corazón la voz! ^ 

Soy como flor del tallo desprendida 



LA VIRGEN DEL SOL 175 



Y en un desierto campo abandonada, 
A juguete del viento destinada, 

O pasto á ser de un animal feroz! 

Nada tengo en el mundo, á nadie tengo 
A quien volver en mi pesar los ojos; 
Hasta el numen, mi esposo, sus enojos 
Ha convertido injusto contra mí. 

¡Ay, Gualda, Gualda! mi dolor contempla, 

Acompaña mi llanto ¡Ah! tu intercedes 

Ante el cielo por mí, mas ni aun tú puedes 
Del mal huir que te amenaza aquí!.... — 

Así dice la virgen desdichada 
En triste voz que el corazón lastima; 

Y en tanto hacia ella un hombre se aproxima 
Con imperioso aspecto y firmes pies. 

Encorvar no han podido trece lustros 
Su talla, ni robar su cabellera; 
La torva frente y el mirar de fiera 
Diciendo están su espíritu cual es. 

Este hombre es Rumiñahui: Fresca sangre 
Tiñe aún su ropa y su alevosa mano, 

Y de su infame tiranía ufano 
El AcUahuasi recocrriendo está. 

Tiemblan las Escogidas- al mirarle 

Y esquívanle prudentes, cual polluelos 



176 J. LEÓN MERA 



El gavilán al ver que por los cielos 
Con grave lentitud girando vá. 

Para el^ tirano á Gualda y á la virgen 
Contemplando un instante, y luego — Cisa 
Alza, dice, la faz, ¿oyes? ¡aprisa! 
Que te lo manda el Shirt^ tu señor. 

Y el cabello meciéndole repite 
Con acento más rudo y altanero: 
; Alza la faz! de tu belleza quiero 
Ver si puede cegarme el esplendor — 

Cisa obedece y el semblante muestra 
Más bello en el dolor. Estupefacto 
Vele el feroz tirano, y en el acto 
Amor le hiere el corazón tal vez. 

Pero taii dulce sentimiento pasa 
Cual relámpago rápido y la ceja 
Plegando horriblemente, al punto aleja 
De Cisa su mirar con altivez. 

— ¡Basta de llanto! esclama airado, ¡basta! 
Las lágrimas detesto. Cisa mira: 
El ciego amor que tu beldad me inspira 
Pierde con tanto lloro su virtud. 

Yo te honrara en mi tálamo esta noche 
Si no pasaras en llorar tus horas; 
Más te juro, mañana si no lloras 
Ese bien gozarás en plenitud. 



LA VIRGEN DEL SOL J77 



Váse el malvado, el repugnante fostró 
Volviendo á cada paso á Cisa y á Gualda, 
Y el suyo dolorido entre la falda 
Torna la virgen de su amiga á hundir; 

Y — ¡Oh Dios! exclama, tu poder invoco: 
Destrózame, aniquílame.... ¡El tirano 
Mi virtud va á ultrajar! ¡ay! cuan cercano 
Me espera un espantoso porvenir!.... — 

Gualda el tesoro, al £a, de sus ideas 
Consoladoras agotarse siente; 
Con angustia .mortal dobla la frente; 
Fáltale al pecho aliento, al labio voz. 

Mas como exhalación en negra noche 
Luce en su mente al cabo un ;pensamiento: 
¡Huya Cisá!... Más ¿como? ¿en que momento?... 
La idea viene y w, sutil, vetoz,,.. 

Llega entretanto la funesta hora 
En que tétrico manto el mundo envuelve; 
Todo el sitencfto y i la os^ma vuelve, 
Menos del infeliz lel ooratón: 

Y desdichado» mi esuáerra :Qttito, . 
Cuyas qujB^ JWadas |ipr el autlro 
Escucha Casaidesdeielhciado^i^ustto^ 
Do la abruma cruel tribulación. 



IV, 

LA FUGA 

No en el espacio infinito 
De negro azul trasparente 
La madre luna fulgente 
Discurre, enseñando á Quito 
Su pura y hermosa frente; 

Pero no hay nube importuna 
Que empañe el coro de estrellas 
Resplandecientes y bellas, 
Y en ausencia de la luna 
La ciudad alumbran ellas. 

¡Ay! la luna se ha ausentado 
Quizás por no ver el duelo 
De la ciudad, cuyo suelo 
Se encuentra en sangre bañado, 
¡En sangre que clama al Cielo! 

Las vírgenes escogidas 
En un mar de amargo llanto 



LA VIRGEN DEL SOL 179 



Yacen también sumergidas, 
Pues que fueron sorprendidas 
Por el general quebranto. 



Del Acllahuasi la puerta 
Antes de guardias poblada, 
Esta noche está cerrada, 

Y silenciosa, y desierta 

Cual de una tumba la entrada. 

En tan infausto día 
Los guardianes se fugaron 
Con indig[na cobardía ^ 
O á la crápula á porfía, 
Los que no, se abandonaron. 

Mas en la calle sombrosa 
Dentro del AcUay se mira 
Una joven que suspira, 

Y con planta temblorosa 
Cerca de los muros gira. 

Aquesta tierna beldad 
¿Salió de su habitación 
Sólo por curiosidad? 
¿O quiso en la soledad 
Espandir su corazón? 



1 8o J. LEÓN MERA 



¿Por qué examina los muros 

Y la puerta prohibida? 
Cordera allí recluida, 
¿Los anhela mal seguros 

Y propicios á la huida? 

Sí, mal seguros están. 
Fugarse es tal vez su intento; 
Mas si es firme el pensamiento, 
Inciertos vienen y van 
La voluntad y el aliento.., 

¿Dudar? ¿temer? Quizás no; 
Tal vez resuelto es su pecho, 
Mas ¿qué proyecto forjó ' 
Que así á dejar la obligó 
Tan á deshoras el lecho?... 

¿Por qué suspiros exhala? 
¿Han sus padres perecido? 
¿O algún recuerdo querido, 
Por su estrella buena ó mala, 
En su mente ha renacido? 

Bien todo esto puede ser: 
Ella oculta algún misterio: 
I Le fué forzoso perder 
Acaso en el monasterio 
Una ilusión de mujer!... 



LA VIRGEN DEL SOL 18 1 

¡Ah! cuantas veces se mata 
Una hechicera ilusión, 
A pesar del corazón 
Que en lágrimas se desata 
Y hunde en eterna aflicción! 

El de esa joven acaso 
Tuvo la suya muy bella, 

Y hoy á solas se querella 
Porque el Acllay fué el ocaso 
De su ideal, cara estrella. 

Por eso un nombre murmura 
En voz callada y suave, 

Y con singular ternura 
Una pasión que no cabe 

Ya en su alma expresar procura; 

Y canta; más el acento 
De' su amoroso cantar 
Es tan cortado y tan lento, 
Que solo un oido atento 
Pudiera aquesto escuchar: 

«Era su rostro más bello 
Que el rico prado florido, 

Y su talle más erguido 
Que el más lozano maguey. 



l8z J. LEÓN MERA 



«Era más ágil que el ciervo, 
Más fuerte que el duro roble, 

Y su presencia más noble 
Que la presencia de un rey. 

«Yo le amaba con delirio 

Y al mismo Sol preferíle; 
Sin reserva el alma díle 

Y le rendí adoración; 

«Pero castigóme el Cielo 

Y mi amor desventurado 
Arde preso é ignorado 
En mi triste corazón.» 

Pero á un ruido que produce 
De la puerta el gozne duro, 
En esta vez mal seguro. 
Vuelve la faz, que reluce 
Cual del alba el astro puro; 

Y asústase y quiere huir; 
Mas en voz débil escucha 
— ¡Cisa! ¡Cisa! repetir; 

Y siente el pecho latir 

Y con sus temores lucha. 

La puerta entreabrirse mira, 
Siente que alguno respira, 



LA VIRGEN DEL SOL 1 83 



Y advierte por fin un hombre 
Que repite el mismo nombre 

Y se acerca y se retira. 



Esa voz le es conocida 

Quizá otra vez la escuchó 
Cuando en su dicha soñó.... 

Y al oiría repetida 

Torna el sueño que pasó..., 

¡Un hombre!... ¿Quien puede ser?. 
Duda... teme... Al fin se atreve, 
Y — Soy Gualda, con voz leve 
Dice; ¿y tú?... ¿podré saber? 
Añade en tono más breve. 

— Soy Amaru, la interrumpe 
El hombre en igual acento, 

Y casi en un violento 
Grito de asombro prorrumpe 

La hermosa Gualda al momento. 

Pero contiene y sofoca 
La voz, y solo murmura: 
— ¡Amaru! y luego apresura 
Los pasos hacia él y toca 
De la puerta á la abertura. 

Mas^ reprimido al instante 



184 J. LEÓN MERA 



Ese impulso involuntario» 
Que la arrastra hacia adelante^ 
Temblorosa y aohelante, 
¡Vete, dice, temerario! 

— Si cuanto tienes de bella 
Tienes de buena y piadosa, 
Contesta en voz amorosa 
Amaru, dlme, doncella, 
Si vive Cisa la hermosa; 

¡Oh! dímelo, y sus favores 
Prodíguente Sol y Luna, 

Y tu Huaca te dé amores, 

Y jamás los sinsabores 
Pruebes de cruel fortuna. 

No el viento con más veheniencia 
Sopla una hoguera y la inflama, 

Y la devorante llama 
Con furiosa violencia 
Por el bosque desparama, 

Que esas voces y ese ruego 
En el seno ya turbado 
Soplan de Gualda, y el fuego» 
De antiguo amor, atizado, 
Se aviva y le abrasa luego-: 



LA VIRGEN DEL SOL 185 



Torna á dar hacia adelante 
Dos pasos^ y en la alta esfera 
Clava la vista un instante 
En actitud suplicante 
Que hasta un tigre conmoviera. 

Llorosa, tierna, expresiva 
Fija después su mirada 
En Amaru, y le traslada 
Con ella la llama viva 
De su alma enamorada. 

jAh! ¿cuándo alma juvenil 
De rechazar se ha preciado 
El certero proyectil 
Del mirar apasionado 
De mujer bella y gentil? 

No el hijo de Human ignora 
La afección que le conmueve: 
Ya en otro tiempo una aleve... 
¡Más pasión que se deplora 
Jamás renovar se debe! 

— ¿Vive Cisa? Dime presto, 
¡Dímelo! vuelve á insistir 
Amaru, y sino, protesto 
No moverme de este puesto: 
¡Aquí me verás morir! — 



1 86 J. LEÓN MERA 



Disimulando del alma 
La violenta agitación, 
Oprimiendo el corazón 
De la diestra con la palma, 
Y con voz de vibración, 

— Vive, Gualda le contesta, 
Más el dolor despedaza 
Su pecho; ¡y aún le resta...! 
|Oh cuánto mal la amenaza! 
¡Oh suerte dura y funesta! 

— ¡Gualda! ¡Gualda! te comprendo! 
El tirano va á ultrajarla; 
Toa va á despedazarla 
Después, ¡oh destino horrendo!... 
Pero ¡yo vengo á salvarla! 

— ¡Bendito el Sol que te envía 
Con intento al mió igual! 
— ¿Me ayudarás, Gualda mía? 
¡Que no la sorprenda el día 
En este sitio fatal! 

— Sí, que se fugue. Te ofrezco 
A la empresa coadyuvar. 
Soy relámpago en obrar 
Y de arrojo no carezco, 
Voy el peligro á arrostrar. 






LA VIRGEN DEL SOL 187 



Gualda dice, y con cautela 
Parte al punto. — ¡Vuela! vuela! 
Amaru inquieto murmura, 
Y asomado á la abertura 
De la puerta aguarda y vela. 



En un oscuro aposento 
Como el centro de un abismo, 
Un respiro se oye lento 
Cual soplo de tenue viento, 
Y un suspiro suena ahí mismo. 

La dulce respiración 

Es de las vírgenes bellas, 

Cuyo tierno corazón 

Ha olvidado sus querellas 

Del hondo sueño al tesón. 

Y ese doliente gemido 
Bs de una de ellas también. 
Cuyo pecho adolorido 
Ni aún del sueño ha podido 
Gozar el ligero bien. 

Gualda, que al gemido atiende, 
Hacia el dirige su planta ; 
Entrambos brazos estiende. 



r88 J. LEÓK MERA 



La densa tiniebla hiende 

Y paso á paso adelantad 

Lleva el cuello dilatado, 

Y el breve aliento sofoca 
Entre el labio mal cerrado; 
Su pié leve apenas toca 

El suelo duro y helado. 

Al fin se acerca, y el hombro 
De la gemidora palla 
Con tiento palpa; ésta calla, 

Y luego llena de asombro 
Junto á sí un bulto halla. 

Pero una voz al oido, 
Suave, dulce, callada, 
La dice: — Ven, Cisa amada; 
Sigúeme: el Cielo á querido 
Que fueses al fin salvada. 

Alzase Cisa al momento; 
Gualda le toma la mano, 

Y cruzan el aposento 

Con más pausa, con más tiento 
Que un débil, trémulo anciano. 

Luego se dan contra un lecho 



LA VIRGEN DEL SOL 189 



Y dispieirta una Escogida; 

De ambas se conturba el pecho; 
Pero á brevísimo trecho 
Quédase aquella dormida. 

Pasan la* anhelada puerta, 

Y nadie hay que las advierta; 
Respiran con libertad, 

Y hallaij al fin claridad 
En la ancha calle desierta. 

Al punto Gualda en acento 
Conmovido dice á Cisa: 
— No te pares indecisa; 
Te espera Amaru violento; 
A salvarte date prisa. 

A este nombre más no aguarda 
La Escogida; corre, vuela; 

Y Amaru que acecha y vela 
E&desciibríria no feurda, 

Y correr también anhela; 

Mas detiénele el respeto 
Del Acllahuasiy y espera. 
Llega Cisa.... ¡Quién tuviese 
De conmover el secreto 

Y esta escena describiera! . 



190 J. LEÓN MERA 



Quien pudo á la huesa umbría 
Su bien amado robar . 

Y á la existencia tornar, 
Ese podrá la alegría 
Del guerrero descifrar. 

Y quien de sangre en un lago, 
Entre angustias y fatiga, 
Vio cierto su fin aciago, 
Mas presto una mano amiga 
Le salva del fiero estrago, 

Ese voces encontrara 
Para expresar lo que siente 
En ese acto la inocente 
Virgen, á quien circundara 
Un mar de sangre ferviente. 

Amaru los brazos tiende 

Y en ellos á Cisa enlaza; 
El llanto á rios desciende, 

Y ninguno se desprende, 

Y más cada uno se abraza. 

Con impetuosos latidos 
Los corazones se tocan; 
Las palabras son gemidos; 
Los alientos confundidos 
Se detienen, se sufocan. 



LA VIRGEN DEL SOL I9I 



Mas Guolda que ha contemplado 
Esta escena de ternura, 

Y cuyo llanto ha empañado 
De su rostro la. tersura, 

Y hasta su seno ha inundado, 

— Huid, les dice, huid presto. 
— Contigo, Amaru contesta; 
No quedes, joven, espuesta 
A un accidente funesto. 
— Aún que hacer aquí me resta: 

Una anciana agonizante 
Confiada está á mi asistencia, 

Y mientras tenga existencia. 
Abandonarla un instante 
Sería impía indolencia. 

— Eres bella, y el tirano.... 
¡Huye, Gualda! Cisa dice. 
— Virgen, tu temor es vano: 
Nuestro numen soberano 
Vela por esta infelicé. 

Mas decidme ¿Dónde iréis? 
—Del monte á la opuesta falda, 
— Cisa, Amaru, ¡oh no olvidéis. 
Cuando, en las selvas estéis, 
A la desdichada Gualda! 



192 J. LEÓN MERA 



En SUS brazos, conmovida, 
Gualda estrecha á la Escogida, 

Y sollozando cada una 
Exclama— ¡Adiós! Que tu vida 
Guarden el Sol y la Luna! 

Parten, y el joven guerrero 
Auséntase con dolo: 
Su corazón altanero 
Queda en la red prisionero 
Del nunca vencido amor. 

Y en la apasionada cuita 
Que el espíritu le agita. 
Gualda olvida el sitio y hora, 

Y desatentada grita: 

— ¡Amaru, mi alma te adora! 

Pensativa queda luego; 
Mas después con alegria 
Dícese-^No, no es baldía 
Aprensión de mi amor ciego; 
¡El me llamó Gualda mia! 

En tanto Amaru á su hermana, 
— Titu, dice, nos espera 
A distancia no lejana-^ 

Y á estas palabcas se viera 
La faz de Cisa hecha grana; 



LA VÍRGEN DEL SOL l()} 

Y se notara en su pecho ^ 
Una nueva turbación.... 
Del Acllajy á corto trecho 
Dentro de uñ boscaje estrecho 
Titu está en observación; ] 

I 
Y^l ver venir hacia él I 

A su antigua prometida, 
Siente avivarse la herida 
En su pecho siempre fiel 
Por la pasión mantenida. 

Y de recuerdos un mundo 
Se aglomera en su memoria, 

Y recorre en un segundo 
De su esperanza la historia 

Y de su dolor profundo. 

Y casi ella se desmaya, 

Y tiembla cual la cordera 
Cuya aurora apenas raya, 

Y trémula audaz ensaya 
Paso á paso en la pradera, 

Pero ambos cobran valor, 

Y los tres la fuga emprenden: 
Así salvarse pretenden 

Del tiro del cazador 

Tres aves que el aire hienden. 



194 J* LEÓN MERA 



Mas jay! si la cruda suerte 
Las persigue con tesón, 
En vano esquivan la muerte: 
El cazador las advierte 
Y les rompe el corazón. 



Entretanto se oye ruido 
De voces y de pisadas 
Confusas, aceleradas, 

Y el sordo y vago sonido 
De las armas golpeadas; 

Y se ve un destacamento 
Desordenado marchar, 

Y el Machángara pasar 
Sin detenerse un momento 
La fatiga á reparar. 

Delante va una mujer 
Que con misterioso afán 
Murmura: — Sí, ahí están; 
Ir volando es menester; 

Y sino se fugarán. 

Ellos un pastor esperan 
En una escondida gruta.... 



LA VÍRGEN DEL SOL 1 95 



; Y mirad si soy astuta ! . . . . 
¡Ea! que caigan, que mueran, 
Seguidme: os muestro la ruta. — 



LA CABANA EN EL BOSQUE 

Corren los fugitivos 
Por la escabrosa senda al pié formada 
Del inmenso Pichincha, como ciervos 
Que el correr y el ladrar de la jauria 
Oyen cerca detrás. Amaru y Titu, 
Incansables y activos, 
En sus robustos hombros suspendida 
Arrebatan del Sol á la sagrada 
Virgen, ya fatigada 
Y á su penar atroz aún más rendida; 
Pues ;ay! harto reciente 
Está el momento aciago 
En que el terrible estrago 
De su familia vio, y el lloro siente 
Descender de sus ojos donde riela 
La suave lumbre de los astros bellos; 
Hondo gemir su corazón exhala; 
El aura de la noche que revuela 
Apacible y fugaz, con débil ala 
Desordena los nítidos cabellos 



LA VÍRGEN DEL SOL 1 97 



Que velan de su rostro la hermosura, 
Como la sombra oscura 

Y cuátil del espárrago que mece 
Su flexible penacho sobre el tierno 
Pálido lirio que junto á él florece. 

Corren, vuelan; dispiértase la aurora, 
Tíñese de arrebol la blanca nube; 
Nace el astro de fuego, al zenit sube 

Y radiante señala el mediodia; 

De su descenso al fin llega la hora, 

Y los prófugos van por la sombría 
Selva cruzando ya, cuya espesura 
Puede serles quizás mansión segura. 

Dilatadas, frondosas, verdes selvas 
De há más de tres veranos 
Bajo de vuestros dombos por las manos 
Audaces del mortal nunca medidos, 
Vuestros habitadores 
Se vieron por las flechas perseguidos 
De dos infatigables cazadores 
Firmes en la amistad, al amor fieles; 
¡Oh selvasí no es el tigre carnicero 
Que os estremece en hórridos rugidos 
Más sanginario y fiero 
Que de Quito misérrima el tirano; 
No, no son más crueles 



198 J. LEÓN MERA 



Ni la coral, ni la equis, ni la boa. 

Que la feroz y vengativa Toa. 

Musgoso tronco que 1^ edad encorva 

Con el mismo poder que postra al hombre. 

Mas que nada te éMorba 

Útil á ser, cual á éste el egoismo 

Y el salvage rencor impiden serlo, 

Y á otros le tornan malo á si mismo. 
Oh venerable tronco que de Amaru 

Y Titu fuiste generoso abrigo 

Contra la horrenda tempestad de entonces; 
Tu que viniste á ser. mudo testigo 
De las angustias de un amante pecho, 
Para quien ¡ay! los hados son de bronce, 
Aquí en tu cavidad, bajo tu techo 
Tosco, labrado por natura, vuelve, 
Vuélveles á hospedar: huyendo ahora 
De tormenta mucho más desoladora 
A guarecerse tornan en tu seno: 
¡Atroz tormenta en que diluvia sangre, 

Y en que el terrible trueno 

Es la voz del furor y la venganza 
Que el corazón de dos malvados lanza! 

Sí, la hoquedad de aquel añoso tronca 
Torna á ser habitada; 
Pero ya no es ni lóbrega ni estrecha. 
Es clara y dilatada 



LA VÍRGEN DEL SOL 1 99 

Por la prolija y agenciosa mano 

A duras faenas hecha 

De un amante leal y de un hermano: 

Aquí rompe y descuaja la maleza, 

Allí una rama incómodo separa; 

De vijdo con hojas y corteza 

El ancho suelo cubre, 

O bien con ellas el techado ampara 

Contra el soplo del ábrego insalubre. 

Titu que ha conservado 
Con singular cuidado. 
Cual prenda de infortunio, la mullida 
Piel de la fiera, á qnien rasgara el pecho- 
En ese bosque mismo, hoy afanoso 
Forma con ella el abrigado lecho 
Donde en brazos del sueño la Escogida 
Halle dulce reposo. 

La Escogida, la esposa casta y pura 
Del astro soberano. 
En quien una deidad no una criatura 
Los dos amigos ven! En su presencia 
Amaru su poder de hombre y hermano- 
Depone humilde; y la amorosa llama 
Que el corazón inflama 
Del malhadado Titu, crece oculta: 
Amor le manda obedecer su impulso^ 



200 J. LEÓN MERA 



Amor tenaz le obliga 

Que bajo el yugo de su ley prosiga; 

Mas cuando intenta ciego, 

Delirante, convulso, 

Abrir los labios, revelar su fuego, 

Oye una interna voz y misteriosa 

Que le turba, abate y anonada: 

«Tente, mortal; esa doncella hermosa 

Es de tu dios la bendecida esposa!» 

Nada, nada hay profano 
Que insulte ó mengue allí la reverencia 
Que Cisa impone al corazón humano. 
Convertida en santuario la cabana 
Allí se ama y adora 
La beldad infeliz y encantadora, 
La sencilla bondad y la inocencia. 
De la agreste montaña 
La soledad sublime 
De ambos amigos en el alma imprime 
Un religioso y santo 
Sentimiento indecible por la virgen 
Del tálamo del Sol ayer señora; 
Y el misterioso encanto 
De las umbrías selvas, y del viento 
La vaga voz el áspero bramido 
De las terribles fieras, repetido 
Por el eco en las bocas 



LA VIRGEN DEL SOL 201 



De las hendidas rocas; 

El trueno que retumba allá lejano 

Tras el veloz relámpago medroso; 

El vaho que el pantano 

Exhala de su seno tembloroso; 

Las lianas en flor que coquetean 

Cuando el céfiro amante las adula; 

El aroma gratísimo que aspira 

Resina tanta; de las dulces aves 

El vario trino;.... en fin, la unión aquella 

De sonidos asperrímos y sauves, 

De tanto objeto horrible, 

De tanta cosa bella 

A acrecentar y enardecer conspira 

Aquel del alma afecto indefinible; 

Todo, todo parece 

Que á la humana deidad bella y sensible 

Culto incesante y magestuoso ofrece. 

La voluntad de Cisa 

Es la suprema ley que se obedece; 

Cual á oráculo santo 

Se atiende á sus palabras; su sonrisa 

Causa en las almas indecible gozo, 

Y algún débil sollozo 

Mensajero de llanto. 

Basta á sumirlas el mortal quebranto. 

Junto al tronco de un cedro corpulento 



202 J, LEÓN MERA 



Cercano á la morada, 
Sobre rústico altar de peña y césped 
Arde el fuego divino preparado 
El sacrificio á consumir sagrado. 
Del Sol al nacimiento 
Acá viene la virgen, coronada 
De candido amanacay, y en dulce acento 
De la mañana el cántico entonando 
Va la ofrenda á las llamas arrojando. 
«Sacro esposo, mi bien, mi delicia. 
Rey del cielo, del mundo ventura. 
Tu alma faz ya encendida fulgura. 
De adorarte el momento llegó. 

He aquí el fuego, hijo tuyo, que pide 
De mi amor el sincero tributo; 
Cual me ordena tu ley lo ejecuto. 
Pues tu esposa y tu sierva soy yo.» 
Ya son guirnalda de olorosas flores 
Que en la aurora ha tejido 
Ya canastillas de sabrosas frutas, 
Ya un paj arillo tierno sorprendido 
Al saltar de su nido, 
Ya del propio cabello 
Un cinturón ó un brazalete bello, 
El don que en medio de la selva umbrosa 
Al Sol ofrece su poscrita esposa. 

Y en tanto que en domésticas labores 



LA VÍRGEN DEL SOL 20} 



Después ella sé emplea, 

Melancólica Titu por el fondo 

Del bosque inmenso y secular vaguea; 

Y dar pábulo gusta á sus amores 
Vedados ¡ay! trayendo á la memoria 
De su tierna pasión la triste historia. 
Pero al volar de la perdiz ó al grito 
de lá silvestre pava ó del chorlito, 

A vec^s se distrae, 

Alza el arco, la flecha se desprende, 

Y sangrienta á sus pies el ave cae. 
El. intrépido Amaru, siempre ansioso 
De luchas peligrosas, 

Porfiada lid emprende 

Con bestias temerosas. 

Del oso, del león, del tigre fiero 

La furia ha sido inútil y perdida: 

El venablo certero 

Del joven cazador fin á la vida 

De todos ellos puso, y la cabeza 

De cada fiera á un árbol amarrada 

Muestra vana fiereza 

En su inmóvil y gélida mirada. 

Mas en tanto que en pos del tigre core 
Amaru, y del león sigue la huella, 
Nada, nada hay que borre < 
La que dejó el amor grabada en su alma 



204 J- LEÓN MERA 



Con saeta sutil la noche aquella 

En que de Gualda contempló el hermoso 

Rostro al fulgor de las estrellas débil; 

En que la grata voz trémula y flébil 

De esa tierna doncella 

Le robó del espíritu la calma, 

Tesoro escaso ya^ mísera sobra 

Del acerbo dolor y la zozobra. 

¡Oh! la huella de amor! surco de fuego 

Que en un pecho constante 

Al del terrible rayo es semejante 

Cuando lo graba en la marina roca: 

Firme las tempestades desafía; 

Y el furioso huracán, la ola bravia 

Que mil veces y mil contra ella choca. 

Son, más bien que á razarle. 

Parte á avivar su traza y ahondarle. 

Luego viene la noche sosegada 
Con su luto, sus pálidas lumbreras. 
Su silencio, misterios y quimeras. 
Del hogar en contorno los proscritos 
Sentados, las extrañas aventuras 
Recuerdan de la guerra, el infortunio 
De los hijos del Sol y los delitos 
De la barbada gente advenediza; 
Ni execración les falta 
Contra el monstruo que á Quito martiriza. 



LA VIRGEN DEL SOL 205 



Cuyo nombre tan sólo su tira exalta. 
De su pueblo infeliz las desventuras 
Unidas á las propias amarguras 
Enumeran después, y el triste llanto 
Que mana de sus ojos, á despecho 
De sus heroicas almas, testifica 
¡Ay! cuan grande y mortal es su quebranto! 
Mas ya la lumbe del hogar se apaga, 

Y el sueño dulcemente 

De los míseros prófugos halaga 
Con su diestra benéfica la frente, 

Y el bálsamo esparciendo del olvido 
Alivia un tanto el pecho dolorido. 



Era diciembre. Ya el sabroso grano 
Del capulí de rojo se teñía; 
Ya el cultivado llano 
La tierna planta del maiz cubría. 
Próvida por do quier naturaleza 
E infatigable, su obra proseguía; 
Privó al árbol de flor mas la riqueza 
De sazonado fruto dio á sus ramas; 
No ostentaban los campos la belleza 
De fresco trébol y verdinas gramas, 
Pero brotaba su fecundo seno 
Que destrozó la puntiaguda reja, 
A recrear del labrador los ojos 



206 J- LEÓN MERA 



Y el corazón, risueña la esperanza 
Lleno de amor y de ufanía lleno, 
Exento de temor, libre de enojos, 
El mirlo negro de dorado pico. 
Del viejo capulí posado en lo alto, 
Su sonoroso trino al viento lanza; 

Y el bello huirochtiro (42) 

De gualdo pecho y alas de' azabache. 
No cuando canta de armonías falto, 
Pero en índole siempre arisco y duro. 
De otro árbol curpulento en la eminencia 
Suelta la voz, del mirlo en competencia. 
Llena la luna recorrer el cielo 
Tres veces los proscritos han mirado, 

Y sienten el consuelo 
Descender á su pecho lacerado: 
Asi baja benéfico rocío 

A refrescar el seno de las flores; 
Pero ¡ay! si un sol de estío 
Luego rayos despide abrasadores, 

Y si aun el polvo se calcina y arde, 
¿Qué será de esas flores por la tarde? 

Un denso manto de parduzcas nieblas 
Una mañana viste el horizante 
De improviso, y el monte 
Con el cielo confunde, las tinieblas 
Nocturnas prolongando; 



LA VIRGEN DEL SOL 207. 



Y el corazón de Titu y el de Cisa 
De más negro pesar se van llenando 
Que la sombra fatal que los rodea, 
Cual siempre que su bárbaro destino 
En amargar su vida se recrea. 
Empero el matutino 

Fulgor un tanto la neblina oscura 
Rompiendo luce, cual fugaz sonrisa 
Que en lloroso rostro se divisa 
De infeliz melancólica hermosura.. 

Cisa ha dejado ya su muelle lecho, 

Y de una clara fuente en los raudales 
Borrar intenta en vano las señales 
Que en su pálida faz el llanto ha hecho. 
Para la ofrenda de su esposo hermosas 
Flores toma después, y distraida 

En su mudo pesar, las silenciosas 

Selvas recorre con tardía planta. 

En el bosque vagando así perdida 

Cual huérfana cuitada gamezuela, 

Algún alivio anhela: 

Su corazón al cielo se levanta. 

Su mente al cielo vuela; 

Pero no alcanzan !ay! del alto cielo. 

Ni el corazón doliente 

Levísimo consuelo. 

Ni breve rayo de su luz la mente! 



2o8 J. LEÓN MERA 



De ella cerca de repente 
Ve un grosero pastor; corre asustada: 
Llama á Titu y Amaru, que á la entrada 
De la mansión los arcos aprestando 
Para la caza están. Le reconocen: 
Es el pastor de sayo miserable, 
De enmarañado y áspero cabello, 
De sucia faz, de voz desagradable; 
Es el zagal Lucato, 
Que con sonrisa amarga breve rato 
La turbación observa que á su vista 
Agita de los prófugos el alma. 
Asi también con aparente calma, 
Pero la garra á destrozar ya lista, 

Y dejando entrever feroz agrado 
En los ardientes ojos y en la boca 
Que abierta horror provoca, 
Contempla el lobo en el estrecho aprisco 
O en el pendiente risco, 

Al cabritillo tierno, que al mirarle 

Tiembla y bala asustado, 

Sin que pueda en sus ansias evitarle. 

Mas el rudo zagal un tanto aquieta 

Los conturbados pechos: asegura. 

En voz cuál siempre tosca y destemplada, 

Y con su eterna y repugnante risa. 
Que del bosque lejano á la espesura 
Le atrajo á toda prisa 



LA VIRGEN DEL SOL 209 



Una leona que terrible daño 

Hízole en el rebaño, 

A la cual castigar de muerte jura. 

Y en tardo modo que cansancio muestra 
En el arco se arrima, 

Una pierna doblando sobre la otra 
En la que el cuerpo carga. Con la diestra, 
En distracción hipócrita, el cabello 
Tiende por frente y cuello, 

Y el magro roetro de expresión anima 
Muy más vil y siniestra. 

Al fln el hijo del piadoso Amuntd 
Por la querida patria le pregunta. 
— Dínos, pasior Lucato, por tu Vtlcay 
¿Qué pasa en Quito, la oiudada amada 
Del Sol y de su esposa? 
¿Aún llora infortunada? 
¿Aún mana sangre su inocente pecho? 
¿No ha cambiado su suerte desastrosa? 
¿Qué tiranías más el bárbaro á hecho 
Y la hija atroz de Cushipata impio? 
;Ay! que tu lengua se desate ansio, 
Aunque á las almas que te escuchan debas 
De destrozar con espantosas nuevas! 

Y en habla intercadente, á cada paso 
La atención aguijando, y repitiendo 



210 J. LEÓN MERA 



Siempre el más triste y lamentable caso, 

O el hecho más impuro y más horrendo, 

El pastor da en respuesta 

Una prolija relación funesta. 

De inquieto anhelo y de temor movidos 

Todos atienden; ni del ave el canto, 

Ni el zumbido del tábano quisieran, 

Ni del viento el gemir que los oidos 

A distraerles importunos fueran. 

Escuchan cojí espanto 

De que manera la sañosa Toa 

Se venga aun de los muertos: cuando apenas 

Supo la fuga de la virgen, llena 

De su terrible furia la medida, 

Prendió ella misma fuego á las moradas 

De Pacoyo y de Human, y del guerrero 

Chuqui y de Runto fiel la bendecida 

Tola rompiendo, extrajo las sagradas 

Cenizas, y con fiero 

Impío frengsí al viento diólas.... 

Ee el ageno mal se goza un rato 

El zagal, y prosigue su relato. 

Cual fiiera que descansa, 

Lámuse el labio y la nariz,* y luego 

Torna á la presa con activo diente; 

Refiere, pues, cual la aguerrida gente 

Del tirano feroz ha combatido 

Con las heroicas huestes españolas 



LA VIRGEN DEL SOL 



Que Viracocha manda, por las olas 

Traídas de la mar, y cuya mano 

Lanza el rayo encendido 

Que así hiere y destroza el pecho humano 

Como traspasa el del león temido. 

Cuenta qtie el terremoto y el estruendo 

Del Cotopaxi horrendo, 

Cumplimiento de tristes profecías 

De muy remotos dias, 

En el quiteño numeroso bando 

Sembraron tal pavor, que abandonando 

El campo de- la guerra^ en presta fuga 

A la corte llegaron, por do quiera 

De cobarde furor señales dando; 

Que mientras Viracocha con su fiera 

Gente á' Quito camina, 

Rumiñahui, con furia sin ejemplo. 

Roba, viola, quema, tala, arruina 

El Acllahuasi^ el templo... 

Cuanto á su paso topa, 

Cuanto á su alcance encuentra: 

Todo parece á su contacto estopa 

Que la llama devora. A breve pausa 

Torna el pastor, y ufano y satisfecho 

Contempla el mal que su relato causa 

De sus oyentes en el triste pecho. 

Su expresión crece bárbara y maligna, 

Y en voz burlona á referirles entra 



!I2 J. LEÓN MERA 



El más funesto hecho 

Que pudo consumar cruel tirano: 

— Escuchadme, les dice: ayer temprano 

Han perdido cien vírgenes la vida 

Bajo de tierra; el nuevo Shiri quiso 

Que así muriesen. ¡Pena merecida 

Por su conducta candida y liviana! 

¿Sabéis cómo eso fué? Pues del extraño 

Barbudo que se acerca, Rumiñahui 

Les habló con malicia; ellas á insana 

Sonrisa, aunque harto breve. 

Sus labios prestan, sin calar su daño. 

¡Bah! que el supay me lleve 

Si no es malo reir y no se debe 

Dar á este crimen ejemplar castigo!... 

Y si en vez de sonrisas hay risadas, 
Por quien soy os lo digo, 

Las consecuencias son ¡qué desgraciadas!... 

Mientras así Lucato 
Habla, movido de un recuerdo ingrato, 
— ¡Cruel! ¡cruel! exclaman todos, ¡monstruo! 
¡Monstruo infernal! Y Cisa estremecida 
Del dolor y sorpresa 
De que su alma virginal es presa 

Y se traslucen en su faz hermosa, 
Quiere hablar; más se anuda 

su débil voz, y permanece muda. 



LA VIRGEN DEL SOL 213 



¡Gualda tal vez!... ¡Doncella generosa!... 

El dolor atraviesa 

De Amaru el corazón; hiela su sangre; 

Vacila su valor. ¡Ay! ¿qué acontece 

En esa alma briosa? 

Amaru, el fuerte Amaru se estremece, 

— ¡Gualda! murmura apenas, y enmudece. 

La triste queja al fin es repetida 
Por los tres desdichados, y en el bosque 
Resuena de la bella 
Virgen adolorida 

El lúgubre lamento, cual querella 
De solitaria tórtola afligida. 

Y el fingido pastor, — Ya, dice, es hora 
De que yo parta: el Sol se ha levantado; 
Las nieblas van de presura huida 

Ante su luz radiante. 

Que él no os niegue su faz consoladora 

Y aquí os conserve. Oidme: yo os advierto 
Que estáis aquí á cubierto 

De la diestra cruel de Toa airada. 

]Oh, qué bien! oh, qué bien! Sois cuerdos, vamos! 

Esto es saber salvarse. ¿Cuándo brujo 

Ninguno os podrá hallar? Esta morada 

No abandonéis jambas, y aquí aguardadme 

Es seguro que os traiga 

Nuevas de la ciudad antes que caiga 



2 14 J- ^E^^ MERA 



Por vez tercera el Sol en el ocaso. 
. Cual ahora á venir tornaré sólo 

Y en silencioso paso... 

¡Pobres! pobres!...Adiós!— Y un pensamiento 

De perfidia y maldad llevando, parte. 

Más no su infame dolo 

A los proscritos míseros se esconde: 

Dudan, sospechan, temen; 

Y aquel latir fatídico y violento 
Del corazón de Titu y la Escogida 
Claro les dice que en la selva donde 
Gozar pensaron descansada vida. 
También penetra su incansable suerte 
Llevando en pos de sí desdicha y muerte. 



VI 
LA DELACIÓN 

Junto al redil y cerca 
De la humilde cabana 
Su faz de amargo llanto 
Glauca mísera empapa, 

Y en sus lágrimas brilla 
La luz triste y escasa 
Que el véspero naciente 
Sobre el campo derrama; 
A sus gemidos se unen 
Los susurros del aura, 
De los pacos el grito 

Y el murmurio del agua; 

jY no hay quien la consuele! 
¡Y no hay para su alma 
Ni un leve refrigerio 
Ni una leve esperanza! 
¿Dó está, dó está su Tarco? 
¿Acaso en la montaña 
Del tigre ha perecido 
Entre las corvas garras? 



'2 1 6 J. LEÓN MERA 



Apenas entre nieblas 
Brilló la luz del alba, 
Con tiernos alimentos 
De pan y frutas varias, 
Solícita al retiro 
Donde su bien morada 
Fuese; pero ;ay! en vano. 
En vano ¡desdichada! 
En la desierta cueva 
Los restos sólo halla 
Del pobre desayuno 
De la anterior mañana. 
Recorre cual demente 
El bosque, llora, clama, 
Se postra, alza los brazos 

Y faz desesperada, 

E invoca á grandes voces 
Sus Vílcas y sus Huacas. 
— jTarco! Tarco! repite; 
Mas sólo se levantan 
Las aves á sus gritos 

Y vuelan desbandadas; 

Y en árboles y peñas 
Se posan á mirarla, 
Cual si de su infortunio 
Dolidas desearan. 
Dando de Tarco nuevas. 
Dar á su pecho calma. 



LA VIRGEN DEL SOL 217 



De la cueva en el centro 
Dejando abandonadas 
Las frutas, regresóse 
Por fin á su morada. 



Ya la menguante luna 
.Muestra su faz opaca 
Por entre un manto oscuro 
De nubes apiñadas; 

Y allá en la más distante 
De la espaciosa pampa, 
Confuso entre la sombra 
De cercas y de matas, 
Un bulto se distingue 
Que velozmente avanza 
Hacia la humilde choza 
De la afligida Glauca. 
Esta, ligero salto 
Dando al mirarle, se alza, 
Cual cierva que columbra 
Los galgos á distancia; 

Y el pecho le palpita,. 
Se le estremece el alma; 
Las lágrimas enjuga, 
Fija más la mirada; 

^ Y entretanto aquel bulto 
Más y más se adelanta; 



llS J, LEÓN MERA 



Es gente... y es un hombre... 
De joven tiene trazas... • 
Viste zayal... y trae 
Un arco y una aljaba... 
Luego... ;Ah! ya no hay duda! 
El es, sí, no se engaña! 
Da un grito Glauca y vuela, 
¡Y á Tarco, á Tarco abraza! 
Así el lebrel que á su amo 
Perdido lamentaba, 
Desde lejos descubre 

Y á su encuentro se lanza, 

Y ora con gritos, ora 
Con saltos mil lo halaga. 

— jOh, Tarco, amada mió!... 

Mira, ¡cuánto tu Glauca 

Por ti ha llorado! ¡oh, cuánto!... 

¡Abrázame!... Mi Huaca 

A mí te vuelve... ¡Estréchame! 

¡Tarco, Tarco de mi alma!... — 

Y el delirante gozo 

La voz de Glauca embarga. 

A su loca amante 
El zagal abraza. 
La estrecha, la besa, 
Su Glauca la llama; 
Y es falso el abrazo, 



LA VIRGEN DEL SOL 219 



Las caricias falsas; 
Sus labio el hielo 
Revelan del alma. 
Su vista inquieta 

Luego divaga 

Por la campiña, 

Por la cabana, 

Cual de salvaje, 

Tímida gama. 

— ¿No hay quien escuche? 

Pregunta á Glauca. 

— Nadie, amor mió. 

¿Qué quieres? Habla. 

— Mira que temo. 

— No temas nada. 

Y al oido 

Y en voz baja 
El cobarde 
Tarco la habla; 
Ella escucha 
Conturbada; 
Más repente 
Grita y salta. 

— ¡Tú, dice, tú los viste! 
Sí, Glauca; pero calla; 
Mira, temo hasta el viento 
Que pasa á la montaa. 
Más ¿qué te tiene? corre, 



J. LEÓN MERA 



Vuela al punto, mi amada. 
Para perder las presas 
Un sólo instante basta. 
¿Recuerdas? há tres lunas, 
Mientras me acariciabas. 
Los dos aprovecharon 
Tu culpable tardanza... — 

Al punto Glauca vuela, 
Y azuzada del ansia 
Ni á ver á Tarco vuelve, 
Ni á tomar huelgo para: 
Tal el galgo, incitado 
Del cazador, se lanza 
Tras el ciervo, en el suelo 
Dejando breve estampa 
De los pies: las corrientes 
Más rápidas traspasa. 
Los llanos atraviesa, 
Los matorrales salva. 



Sí, la hija de Cushipata, 
Mujer que jamás acata 
Ni la virtud ni el honor; 
Mujer de maldad innata 
Que en obrar el mal se goza, 
Y á sus rivales destroza 
Con satánico furor; 



LA VIRGEN DEL SOL 221 



Sí, aquel monstruo inhumano 
De Rumiñahui tirano 
Es predilecta mujer: 
Las astucias del anciano 
Vil Cushipata han vencido, 

Y Toa al fin ha subido 

De Cojya (43) al rango y poder. 

Para saciar su venganza 
Fuerza era hacer alianza 
Aunque fuera con Satán. 
Lo quiso, y sin más tardanza 
Puso su idólatra viejo 
En acción diestro manejo, 

Y no fué estéril su afán; 

Aunque no al monarca mismo 
Del hondo y terrible abismo 
Consiguió á su Toa unir, 
Pudo á fuerza de embolismo 
Juntarla con aquel hombre, 
Cuyo maldecido nombre 
Basta pavor á infundir. 

O acaso en el alma impía 
De entrambos la simpatía 
Del crimen lugar halló; 

Y el diablo los juntaría 



J. LEÓN MERA 



Para hacer al mundo males, 
Porque en ellos las señales 
De ser sus hijos miró. 



De suaves pieles de llamas 
En un lecho delicado 
Toa del sueño ha pensado 
Las dulzuras disfrutar; 

Pero le falta en el pecho 
La calma de la inocencia, 

Y es un tormento su lecho 
Do se agita sin cesar. 

De siniestros pensamientos 
Tiene la mente preñada 

Y el alma toda abrasada 
De inestingible furor. 

De sus víctimas las sombras 
Amenazantes y fieras 
Deslizarse vé en hileras 
Con sordo y vago rumor: 

Pacoyo, Human, Raba... todos 
En formas descomunales, 
Clavados sendos puñales 
En medio del corazón, 

Preséntansele; más ella 



LA VIRGEN DEL SOL 223 

Sin arredrarse los mira, 

Y en su frenética ira ' 
Les lanza una maldición. 

;Si de Titu, Amaru y Cisa 
Así vengarse pudiera! 
¡ Si así sus aspectros viera 
En torno de ella vagar!... 

Pero rabia de despecho 
Al ver huir su esperanza 

Y quisiera en su venganza 
En sangre á Quito ahogar. 

A su lado Rumiñahui 
También insomne se agita: 
Su alma proterva y maldita 
Es hoguera de ambición; 

Y cual todo traicionero 
De corazón estragado, 
Es cobarde y altanero 
En su misma agitación. 

Uiracocha se aproxima; 
Esperarle es peligroso; 
Fugarse es muy vergonzoso 

Y en ello le va el honor. 

¡Ah! quisiera én su despecho 
Que á Uiracocha y á él mismo 



224 J- Í-EON MERA 



tos arrastrase al abismo 
El rey del mal y el terror!' 

Más no: si él ama la vida, 
Necesario es defenderla: 
¿Qué valen, ésta perdida, 
Honores ni dignidad? 

— Huyamos, á Toa dice; 
Nuestros tesoros llevemos; 
Pero antes de huir dejemos 
En cenizas la ciudad. 

— Huyamos, Toa repite... 
Mas suena en este momento 
El quicial del aposento 

Y aparece una mujer. 

— De súbito Rumiñahui 

Y Toa saltan del lecho, 

Y de la incógnita el pecho 

De aquel la espada va á hender. 

— ¡Detente! exclama ella al punto; 
Soy Glauca: ¿piensas acaso 
Que pudiera abrirse paso 
Otra mujer hasta aquí? 

— Glauca ¿qué quieres la dice 
Su ama por fin sosegada. 
— Una nueva afortunada 
Traigo, Ttía, para tí. — 



LA VIRGEN DEL SOL 225 



Cuando el fiero hambriento lobo 
Dormita en su oscura cueva, 

Y el fugaz viento le lleva 
Del corderino el valar, 

Se dispierta, crece su hambre, 
Álzase, el oido afila. 
Arde su estrecha pupila. 
Se dispone á devorar: 

Así Toa siente ^1 alma 
De placer estremecerse, 

Y en su faz pudiera verse 
Estampado este placer. 

Si un vivo rayo de luna 
Sobre su frente brillara, 

Y no tan solo alumbrara 
Pálido á esotra mujer. 

— jUna nueva! Dila, dila. 
— Diréla, si tú me ofreces... 
Sime haces... cual otras veces.... 
— ¿Qué pretendes? — ¡Un favor! 

— ¡Concedido! — ¡Tú perdonas, 
Oh cara Toa, á mi amante! 
jTarco es libre en este instantel 
¡Tarco, el dueño de mi amor! 

Ebria Glauca de contento 



2 20 J. LEÓN MERA 



De Toa á los pies se postra, 
Pero á esta fiera al momento, 
— |Tarco! se oye repetir. 

¡Tarcol este nombre para ella 
Es odioso y maldecido; 
Mas un favor á ofrecido 

Y debe Tarco vivir. 

Empero en. voz recia añade: 
— Piensa, Glauca, en lo que dices, 

Y no mi cólera atices 
Con la falsedad soez: 

Ya otra ocasión has tentado 
Mi enojo con la- mentira; 
Si ahora me engañas, mira 
Que no hay perdón otra vez. 

— Titu, Amaruy la Escogida 
Están seguros: mi Tarco, 
Dice Glauca, su guarida 
Pudo por fin encontrar. 

— ¡Viva Tarco! Mi venganza 
Sólo esos tres pide ahora: 
¡Esta sed que me devora 
Quiero en su sangre apagarl 

¡Vengan, vengan á mis manos 
Titu, Amaru y la Escogida! 



LA VIRGEN DEL SOL 227 



Antes que emprenda mi huida 
He de verlos perecer! 

Así Toa grita airada, 
Y con Tarco una docena 
De satélites ordena 
Irlos al punto á prender. • 

— ¡Véngate! ;Ah! la venganza 
La dice el feroz tirano, 
Cuan dulce es al pecho humano 
Que arde con fuego infernal! 

¡Oh! si en mis manos cayera 
Viracocha^ mi enemigo!... 
Pero ¡cuitado! ¿qué digo? 
¡Si el triunfa, por mi mal!... — 

Llega en tanto Cushipata 
Por las voces atraido, 
Y, en la noticia instruido, 
Exclama con frenesi; 

— ¡Cisa á la hoya! ¡Titu al fuego! 
¡A la horca Amaru! irritado 
El Sol así lo ha ordenado: 
¡Vengadle! mueran así! 

Por ellos sobre nosotros 
Lanza sus iras el Cielo. 
¡Extirpad de nuestro suelo 



228 J. LEÓN MERA 



Los profanos de raiz! 

No queden ni de sus huesos, 
Ni aun de sus nombres señales, 

Y así huirán tantos males, 

Y Quito será feliz. 



VII 
EFUSIÓN DE AMOR 

Dicho lo tengo y lo repito ahora: 
Nunca se agita el corazón en vano: 
¡Ay! algún mal el porvenir cercano 
Le hace entrever, que bárbaro le azora! 

Titu infeliz, Amaru desdichado, 
Y tú del Sol infortunada esposa, 
Ya no basta la selva estensa, umbrosa, 
Para ocultaros al destino airado: 

Do quiera vais sobre vosotros vuela. 
Donde quiera os descubre su mirada. 
La sentencia os intima y, levantada 
Su cruel mano, vuestra muerte anhela. 

¡Oh destino! oh destino incomprensible! 
Tirano universal, de Dios secreto, 
¡Ay! cuántas veces la inocencia objeto 
De tu injusticia fué dura y terrible! 



230 J. LEÓN MERA 



Nueva fuga los prófugos emprenden 
Apenas de ellos el pastor se aleja, 

Y ni aun breve señal su planta deja, 
Que á no dejarla con prudencia atienden. 

Dos largas horas por el bosque yerran; 
Perdidos en mitad de la espesura, 
No saben donde van: la niebla oscura 

Y el espeso follaje los encierran; 

Y en vez de huir de la masión delante. 
Siempre el engaño por opuesta vía 
En mil giros y mil, ciego los guía, 
La ciudad acercando á cada instante- 
Tal el ciervo montes que se intimida 
Del trueno, del volcan, al estampido, 
Huye en oscura noche, é inadvertido 
Se aproxima del tigre á la manida. 



Al pié de una alta roca solitaria. 
Resto tal vez de gigantesco monte, 
Cuya tajada ciina hace horizonte 
Y provoca á la cabra temeraria; 

Entre arbustos, heléchos y maleza 
Una caverna oscura se divisa: 



LA VIRGEN DEL SOL 23 I 



Huye, al verla, del labio la sonrisa 
É invade el corazón negra tristeza. 

En sus sombras acaso se juzgara 
Que un malévolo genio vive oculto, 

Y que allí acepta el repugnante culto 

De bruja infame que á sus pies se ampara. 

De Human empero el hijo valeroso 
De la cueva encamínase á la boca; 
No bien su firme planta en ella toca 
Retrocede tres pasos cauteloso. 

Se inclina entre el ramaje, el arco tiende^ 
La flecha vuela, y al instante ronco 
Suena un rugido, que en las breñas bronco 
Eco repite que las nieblas hiende; 

Y de un rápido salto, de la cueva 
Lánzase una leona, y al guerrero 
Abatiendo de súbito, un reguero 
De ardiente sangre á la espesura lleva. 

Atravesada en el siniestro lado 
Va la flecha fatal... Ambos la miran 
Titu y Cisa á la par; tristes suspiran, 

Y el corazón les late aún más turbado: 



232 J. LEÓN MERA 



¿Quién sabe dónde va la herida fiera 
Sin aliento á caer?... Su voz doliente 
Se oye lejos sonar ya débilmente, 
Cual si eco de volcan remoto fuera. 

Mas Amaru cansado, y llena el alma 
También de sinsabores, abandona 
A su destino á la feroz leona, 

Y algún solaz anhela y dulce calma. 

Y aunque el asilo de la fiera opone 
Sus negras sombras y espantable aspecto. 
Es por los tristes prófugos electo, 

Y hacer de el su escondite se dispone. 

Quizá el peñasco les dará defensa. 
Tal vez la sombra les será propicia, 

Y del fiero enemigo la injusticia 
Allí huirán y la mortal ofensa. 

¡Esperanza falaz! ¡Ay! es en vano 
Que el gilguerillo tímido se acoja. 
La muerte huyendo, so la débil hoja 
Que no puede ampararle del milano! 



El día en tanto rápido se oculta 
Entre el nocturno velo; el ancho mundo 



LA VIRGEN DEL SOL 233 



Duerme en silencio sepulcral, profundo, 

Y entre nubes la luna se sepulta. 

Mas de Titu y *de Cisa no en la frente 
Mustia se posa el sueño sosegado, 

Y á su pecho, que late acelerado, 
Pachacámac la paz niega inclemente. 

;Oh qué noche, qué noche, santo Cielo! 
De memorias de amor dulces, queridas. 
De imágenes de un bien desvanecidas. 
De pena, y ansiedad y desconsuelo! 

Horas fatales que el dolor prolonga. 
Horas de maldición en que se lanza 
En vano al cielo un ;ay! pues nada alcanza 
Que al torrente del mal un dique oponga. 

Así esa noche de tormento y prueba 
La virgen pasa y su infeliz amante. 
Clamando en su ansiedad á cada instante 
Por la tardía luz del alba nueva: 

Como infelices náufragos que un rayo 
De luz anhelan que en las sombras luzca 
Del abismo en que ruedan, y produzca 
Algún alivio á su letal desmayo. 



234 J- LEÓN MERA 



La aurora torna al fin; vuelve la lenta 
Neblina; el sol tras ella se levanta; 
En vez de consolar su luz quebranta, 
Que ora pálida brilla, ora sangrienta. 

Armase Amaru y por la selva umbrosa 
En pos de caza va, mientras su hermana 
Ve las horas volar de la mañana. 
La vista inquieta, el alma congojosa. 

De la cueva diez pasos no se aleja, 

Y en un tronco sentada, en el regazo 
La diestra apoya, y el siniestro brazo 
Negligente caer á lado deja. 

El cabello en desorden esparcido 
Sus hombros cubre, el ábrego le mece 

Y la niebla pesada le humedece; 

Su cuerpo tiembla en hielo convertido. 

De la desolación imagen viva 
Semeja la infeliz: ahí sentada. 
Por el cielo y el hombre abandonada, 
jAy! hasta el ave su presencia esquiva! 

Pero hay un ser que de ella no se aleja: 
Titu, su bien perdido, único dueño 
De su vedado amor, su eterno ensueño. 
Origen del martirio que la aqueja. 



LA VIRGEN DEL SOL 235 



El, apoyado en el peñón desnudo, 
La faz velada en la temblosa diestra. 
En la actitud y en los gemidos muestra 
Cuánto es ahora su pesar más rudo. 

Fijo en Cisa el rehacio pensamiento, 
Mas inflamado el pecho; enferma, flaca. 
Débil ya la razón, no más aplaca 
De la pasión el ímpetu violento. 

No más de la piedad la voz interna 
Suena para él: en la obstinada lucha 
Venció el amor al fin: ya sólo escucha 
La voz del corazón intensa y tierna. 

jNo más silencio! En nombre le robaron 
De una deidad su bien, y hoy le reclama. 
¡Oh, sí, suya es la virgen; que ella le ama 
De su pecho los golpes le anunciaron! 

Como el agua á la acción de activo fuego 
Ebulle, sube, y por vaciarse acaba; 
O cual licor que opreso fermentaba 
El frágil vidrio rompe y salta luego, 

Así el amor que la piedad tuviera 
Y el respeto y temor aprisionado. 
Rompe su valla, y libre, apasionado. 
Habla Titu á la joven hechicera: 



236 J. LEÓN MERA 



— ¡Cisa! Cisal no puede el pecho mió 
Su ardiente afecto conservar oculto, 

Y aunque á tu alta virtud sea un insulto, 
Sabe que por tu amor aún desvarío. 

Te amo y adoro ¡oh virgen Escogida! 
Si mi pasión es crimen ante el Cielo, 
Hiérame al punto, y déjeme el consuelo 
De perder á tus pies mi triste vida! — 

Dice, y cae postrado ante la hermosa 
Hija de Human, que conturbada mira 
Tal exceso de amor; tiembla, respira 
Apenas, y con voz clama llorosa: 

— jHijo de Chuqui!... jcalla! Tus palabras 
Estremecen mi espíritu!... ¡Ay! advierte 
Que esposa soy de un Dios! Teme la muerte 
Que con tu amor sacrilego te labras! 

Yo no soy la mujer que un tiempo amante, 

Y cuyo tierno corazón rendiste: 
¡Ay!... Cisa... Cisa para tino existe! 
¡Tú por siempre para ella ¡ay! acabaste! 

Álzate, joven, mi virtud no tientes; 
No más del Sol provoques la ira santa; 
No la congoja atroz que me quebranta, 
Tu infausto amor al recordarme, aumentes! — 



LA VIRGEN DEL SOL 237 



— ¡Cisa, perdón! exclama el infelice; 
La causa soy de tu penar: de tu alma 
La inocencia robé, la dulce calma: . 
¡Yo con mi amor desventurada te hice! 

Quise atraer tu corazón al mío, 
Pensé á tu suerte unir la suerte mia 
Cuando el fiero infortunio me seguia, 
¡Kl infortunio que hoy te acosa impío! 

jAh momento infeliz aquel momento 
En que por vez primera nos miramos! 
¡Infeliz el amor que nos juramos, 
Hoy convertido en bárbaro tormento! — x^ 

En perlas mil el llanto acibarado 
De los ojos de Cisa se desprende, 
Y empapando su faz brilla y desciende 
A ocultarse en su seno congojado. 

— No, Titu, no, de mi desgracia impía 
Replica sollozando, no el origen 
Hallo en tu amor; pero ¡ay! las que te afligen 
Acerbas penas hoy, son obra mía! 

¿Por qué no huí de tí? ¿Por qué en tu pecho 
Con n*i infeliz pasión, cebé un engaño? 
¿Por qué ¡insensata! ocasioné tu daño 
De los Cielos amándote á despecho? 



238 J. LEÓN MERA 



¡Oh cuan feliz otra mujer te hiciera! 
Búscala amigo, olvídame.., — jOlvidarte! 
jDe mi ardoroso corazón borrarte!... 
¡Mande más bien que le desgarre y muera! 

Pero olvidarte... ¡Ah, Cisa! ¡mi ventura 
Buscar en otro amor!... No más tu labio 
Torné á lanzarme tan atroz agravio, 
De tu beldad impropio y tu ternura! 

Yo vi de Manco en el estenso imperio 
Bellezas mil, y si intentaba alguna 
Ser de mi pecho reina, su fortuna 
Era escuchar tal vez cruel dicterio. 

Yo vi montes inmensos de riqueza 
A domeñar mi corazón alzarse; 
Más al punto los via derribarse 
Chocando de mi amor con la firmeza. 

¡ Siempre en mi pecho tú! ¡siempre el querido 
Recuerdo de tu amor en mi memoria! 
Con él en las batallas tras la gloria, 
Con él tras de las paces he corrido... 

¿Qué belleza, qué amor podrán tu imagen 
Arrebatarme, di? ¿Será posible 
Que la alta esfera tornen accesible 
Y sus luces divinas desencajen? 



LA vi ROEN DEL SOL 239 

— Y yo... Titu... ¡aydemí!... Cisa contesta, 
Contra el amor en vano combatiendo 
Olvidarte pensé: ¡siempre creciendo 
Ha ido en mi alma esa pasión funesta! 

j Ah! sí: funesta: ni un instante solo 
Dejóme en paz en mi sagrado asilo; 
Y aunque sumido en eternal sigilo, 
Patente en mi conciencia tuve el dolo. 

¡Siempre conmigo tú! Ni aun en mi sueño 
Me has dejado jamás, hijo de Runto! 
¡Cuántas veces juzgué tu aliento junto 
A mi faz percibir, tibio, halagüeño! 

¡Cuántas veces creí tu acento blando 
Escuchar en las auras de la tarde. 
Cuando ligeras en risueño alarde 
Iban los muros del Acllay besando! 

Si aguardando la luz del nuevo día. 
Mis pupilas fijaba en el oriente, 
Alzarse allí tu imagen esplendente 
Entre candidas nubes ver creía. 

Si en la sagrada lumbre el oloroso 
Saramajo quemaba^ tras el velo 
Diáfano de humo que se alzaba al cielo 
Mi alma te vía como el Sol hermoso. 



240 J. LEÓN MERA 



;Oh poder del amor, que ni lo puro, 
Ni lo santo respeta! ¡oh fuego impío 
Que ha devorado atroz el pecho mío, 
Y en vano ahora sufocar procuro! . . . 

¡Cielos, perdón! ¡Perdón Dios ultrajado! 
¡Ten lástima de mí! ¡Calma tu ira, 
Que soy débil mujer!... ¡Ay! mira, mira; 
A otro amor fué mi corazón robado!... — 

Y enmudece la virgen, embargada 
Por el dolor la lengua. Titu, ageno 
Ya á la cordura, se retuerce; el seno 
Hiérese, y grita en voz desconcertada: 

— ¡Ella no es tuya! ¡no, no es tuya Cisa! 
¡Sol, devuélmela: no más tirano 
Mi bien usurpes!... ¡Ay! de un vil anciano 
A la pérfida voz cedió sumisa!... 

¡Y tú esa prenda arrebatada á un hombre 
Aceptas, Dios!... ¡Oh! vuélvela á mi pecho, 
O aquí á tus rayos muera yo deshecho. 
Maldiciendo tus obras y tu nombre!... 



VIII 
LA LEONA HERIDA 

Apenas el dolor arranca al alma 
Del triste joven la blasfemia atroz, 
Turba del bosque la solemne calma, 
Cerca sonando, conocida voz. 

Es el hijo de Human que acelerado. 
Inquieto el corazón, mustia la faz. 
Gritando viene: — ¡Al arma! ha divisado 
Gente armada mi vista perspicaz! 

De Lucato tal vez traición indina 
El secreto vendió, y. hoy perecemos. 
¡Fuga! fuga! la gente se avecina... 
Toa tal vez... ¡la bárbara! Seremos 

De su furor las víctimas, si al punto 
Asilo en otro suelo no buscamos. 
No, no es hijo de miedo mi barruntó: 
Toa es quien nos amaga. Titu, vamos; 



16 



242 J. LEÓN MERA 



Vamos, hermana, que hoy la fuga es vida — 
Como queda la tímida paloma 
Por súbito terror sobrecogida 
Cuando en su nido habrienta zorra asoma. 

Así queda la virgen: se le hiela 
De improviso la sangre; se horripila 
Su cuerpo todo; congojosa anhela; 
Quiere los pié§ mover, pero vacila. 

Con expresión mayor de duelo intenso. 
Su amador infeliz, con más ternura, 
En ella tiene su mirar suspenso, 

Y dos lágrimas vierte de amargura; 

Mas se avergüenza y las enjuga al punto, 
Entra en la gruta, se arma y al instante 
Vése, á su amigo valeroso junto. 
Decidido guerrero y arrogante. 

Con zandalia de sólida corteza 
Trémula Cisa al fin calza su planta. 
Suspende el velo en la gentil cabeza 

Y á partir la primera se adelanta. 

¡Cuánto más bella en la actitud de prisa 
Entre las sombras del peñasco está! 
Blanca niebla parece que la brisa 
Ante los montes impeliendo va. 



LA VIRGEN DEL SOL 243 



Más ;oh dolor! apenas de la gruta 
Deja la entrada, un ;ay! exhala y cae: 
Del bosque umbrío por estrecha ruta 
Trece guerreros ve que el hado trae. 

A largos pasos todos y en ringlera, 
Cual flexible serpiente ceteando, 
Ya ocultos, ya visibles, la ladera 
Próxima al escondite van bajando. 

— ¡Traición! traición es esta! á par exclaman 
Ambos amigos; pero Amaru siente. 
Que su alma y corazón súbito inflaman 
El valor indomable y. la ira ardiente. 

Y — Combatamos, Titu; ¿qué tememos? 
Torna á exclamar furioso; ¡miserables! 
¡Titu, á la lid! matemos, destrocemos 
A esos de Toa esclavos detestables! 

— ¡A la lid! á matar! Titu contesta, 
Tornado el sentimiento ira eh su pecho; 
Hoy nos será la suerte más funesta, 
U obtendremos el triunfo á su despecho. 

¡Tumbac, danos tu furia; sé propicio 
A quien tu nombre invoca en la pelea! 
¡Muera el bárbaro á tu honra en sacrificio, 
Y su sangre dulcísima te sea! — 



244 J- L^^N MERA 



Dicen y fuera salen; más prudentes, 
Cual guerreros á lides avezados, 
Arrímanse al peñón y, aunque impacientes 
Aguardan ser por el traidor buscados. 

Así al león del África tremendo 
Diz que el astuto cazador espera. 
Las inermes espaldas defendiendo 
De las agudas garras de la fiera. 

. En tanto de los dos al firme aspecto 
Detiene el paso el agresor, y queda 
Inmóvil un instante, cual inseto 
Al ver la equis tendida en la vereda. 

■ De fresca piel una rojiza banda 
Encubre su ancho pecho, y en la diestra, 
Dispuesta siempre á la traición nefanda, 
En sangre tinta una saeta muestra. 

Entrambas prendas los guerreros miran, 
Las conocen al punto y se sorprenden... 
De aquel en tanto las miradas giran 
Por todas partes, y al hacerlo ofenden. 

— ¿Dónde, al cabo con voz insultadora. 
Dónde, exclama, se oculta la Escogida? 
¡Ea! decidme, que sino, la hora 
Postrera es esta que gozáis de vida. — 



LA VIRGEN DEL SOL 245 



Su' limpia faz, su voz, su nuevo traje 
Rompen el velo de un fatal engaño, 
Cual rompe el viento el cárdeno celaje 
Que presta al horizonte aspecto extraño. 

Claro el pasado á la memoria torna 
De ambos proscritos: en su patria un día 
Este hombre vieron de doblez y sorna. 
Concitador de eterna antipatía. 

De ambos un tiempo en la amorosa historia 
Su ingrato nombre el pérfido mezcló; 

Y temiendo la muerte huyó la gloria, 

Y del campo marcial despareció. 

Una noche... — ¡cruel reminiscencia! 
¡Noche de rabia y maldición!— -le vieron 
Pasar fugaz cual sombra á su presencia, 
Y, lejos ya, su carcajada oyeron.... 

Sí, conócenle: es Tarco; la mirada 
Fijan, y aún más descubren: es Lucato, 
Es el mancebo de la faz tiznada, 
De menguado zayal y áspero trato. 

Que hoy soberbio aparece y altanero, 

Y de poder y de valor alarde 
Hace, ocultando en aire de guerrero 
De su alma vil lo bárbaro y cobardea 



246 J. LEÓN MERA 



-^"i Vamos! añade Tarco aún más altivo, 
Esas armas inútiles rendid; 
Mirad que de los dos ninguno vivo 
Quedará si conmigo entráis en lid. 

De Human al hijo esta insolencia irrita, 
Y — ¡Ven malvado, infame delator! 
Ardiendo en rabia, en voz terrible grita, 
¡Ven, si anima tu pecho algún valor! 

¡Ven! acércate, pérfido, y tu lanza 
De entrambos pueda el corazón partir: 
¡A tomar vivos tu poder no alcanza 
A hombres que anhelan con honor morir!- 

Dice, y le apunta al corazón la flecha. 
Mientras Titu, gritándole á la par, 
El arco tiende y pónele derecha 
El arma aguda próxima á volar. 

Al verlo Tarco retrocede y muestra 
En el semblante miedo y turbación, 
Y apenas puede con temblosa diestra 
Tocar de su arco el cimbrador bordón. 

Y de Amaru y de Titu, como un rayo 
Las flechas vuelven al pastor infiel; 
Pero tuercen su curso y de soslayo 
Pasan rompiendo la terciada piel. 



I,A VÍRGEN DEL SOL Í47 

Toman al punto del carcaj provisto 
Nuevas armas; el arco se prepara; 
Tiran; más Tarco el ademán há visto, 

Y de un árbol detrás veloz se ampara. 

— ^¡Tomadlos! á los otros, ;al momento! 
Ronco grita; más nunca los matéis: 
Dad á la orden de Toa cumplimiento, 
O vosotros la pena sufriréis. 

¡Ea! ¡vamos! ¡cargad! — Y la docena 
De esbirros acomete. A un golpe rudo 
Saltan los dardos, y retiembla y suena. 
Del enemigo el tachonado escudo. 

Cual treme y suena la macisa roca 
Cuando el rayo la hiere impetuoso, . 
O el escollo volcánico en que choca 
La onda del mar hinchado y borrascoso» 

Blanden luego los prófugos su lanza, 
Y, el pecho firme al anemigo opuesto. 
Cada uno de ellos contra seis alcanza 

Y es cada golpe al agresor funesto. 

Se retiran, se cubren, vuelven, hieren; 
Avívase el valor, crece el ¿especho; . 
Ya dos esbirros del tirano mueren. 
Hendido el cráneo, destrozado el pecho. 



24S J. LEÓN MERA 



Así el trige feroz con los saínos 
Traba rudo combate, y en su saña 
Hiere, mata, destroza, y sus ferinos 
ímpetus estremecen la montaña. 

Sangre salpica la musgosa peña, 
Sangre la tierra empapa, y en pedazos 
Conchas caen y plumas de cigüeña 
De cinturas, de sienes y de brazos. 

Atento sólo á herir, el entreabierto 
Labio ninguno mueve; el tremebundo 
Estridor de las armas, del desierto 
Turba el hondo silencio sin segundo. 

El Dios de Lapuná, terrible en su ira. 
Anima la pelea y la preside; 
Cruelse goza en el furor que inspira, 

Y en su sed infernal más sangre pide. 

Un rato más, un corto, un breve instante 
De lucha tan porfidiada y tan terrible, 

Y huirá el agresor que, vacilante. 
Su intento de ¡cejar muestra visible. 

I Un instante, no más! ya el desaliento 
En el contrario corazón se interna... 
Pero ;ay! Tarco resuélvese al momento 
A lo profundo entrar de la caverna. 



LA VIRGEN DEL SOL 249 



El tronco deja do yacía oculto, 

Y se lanza cual lobo en el redil; 
Mas á la entrada de la cueva un bulto 
Encuentra y teme, y tiembla su alma vil. 

Y ese bulto allí inmoble es la Escogida, 
Es la infeliz que exánime cayó, 
Cuando al salir para emprender la huida 
Llegar de Toa los esbirros vio: 

Aún ¡desdichada! sin sentido yace 
En el húmedo suelo, fría, mustia, 

Y estampados se advierten en su face 
Las tristes huellas de profunda angustia. 

Así queda la tierna cervatilla 
A quien del rayo sorprendió el furor, 

Y en cuyos ojos lacrimosos brilla 
La expresión triste del mortal dolor. 

Tarco inhumano agárrala del débil 
Brazo y álzala, el pecho le desnuda, 

Y enseñando un cadáver tierno y flébil 

Y levantando una cuchilla aguda, 

— Si os obstináis en el combate, exclama, 
Haré trizas al punto el blanco pecho 
De esta Escogida, á quien la ley reclama: 
Rendid las armas ó veréis el hecho. — 



2*5 o J. LEÓN MERA 



De Chuqui al hijo el ánimo le falta 
En tan duro incidente: el bjrazo afloja; 
La lanza cae de su diestra. Salta 
Amaru en tanto y sobre el vil se arroj a 

Que así á su hermana insulta. A la amenaza 
Suéltala Tarco al punto y retrocede, 

Y un enemigo por detrás abraza 

A aquél y el brazo contenerle puede. 

Empero voló el arma, y la cobriza 
Piel del infame pecho ha lastimado; 

Y al ver gotas de sangre se horroriza 
Tarco, y lanza un quejido prolongado. 

Juzga herida mortal la raedura 
Que pudo el arma del proscrito hacer, 

Y ve en su espanto muerta la ventura 
Que comenzó su vida á esclarecer. 

Pero sangre y dolor contiene al punto 
De cierta yerba la especial virtud; 
Vuelve al rostro el color, y con el junto 
La expresión de la mofa y la acritud. 

Titu es ya preso y ásperos cordeles 
A la espalda sujétanle ambos manos, 

Y con cinco satélites crueles * 
Amaru lucha con esfuerzos vanos; 



LA VIRGEN DEL SOL 2$ I 



Y se retuerce, y forcejea y brama, 
Lumbre de ira sus ojos despidiendo: 
—¡Traicioneros, soltadme! ronco exclama, 
Y moriré cual bravo combatiendo! — 

Así preso por bárbaros pastores 
Del Chimborago el regio cóndor lucha, 
Más no pueden salvarle sus furores 
Ni de sus garras la potencia mucha. 



De su profundo síncope ó letargo 
Al fin la virgen infeliz dispierta; 
Mas le quedan reliquias del embargo 

Y está como un cadáver muda y yerta. 

¡Cuánto la triste más feliz sería 
Si á la existencia nunca más tornara! 
Entre las sombras de la huesa fria 
El dulce bien de eterna paz gozara! 

En su débil memoria mil pululan 
Vagos recuerdos, y en desorden pasan; 

Y otros vienen y van, y ora la adulan. 
Ora inquietan su pecho, ora le abrasan: 

Ya son como burbujas instantáneas 
De un estanque en la faz que lluvias hieren, 
Ya como de una hoguera las erráneas 
Brillantes chispas que en los aires mueren. 



252 J. LEÓN MERA 



Y se figura Cisa en su delirio 

Que al mundo de las penas descendió, 
Condenada á sin fin cruel martirio 
Porque amando á su Titu delinquió. 

En su amarga ansiedad en vano implora 
De Pachacámac y del Sol favor: 
Al terrible pesar que la devora 
No alcanza alivio su febril clamor... 

Sí, turbada su mente cual sus ojos 
Está, y su vista tímida vaguea; 
Más ya hacia Tarco arrástrase de hinojos 

Y con trémulos labios balbucea: 

— ¿Quién eres?... ¡Ay! ¿ministro de las iras 
Del Sol acaso á anonadarme vienes? 
Si á castigar mi sacrilegio aspiras, 
¿Por qué tu brazo vengador detienes? 

Hiéreme; cumple tu deber. Vengado 
Quede mi esposo al fin... Pero... me pierdo 
En conjeturas... ¿Titu allí apresado?... 
¿Y mi hermano también?. . . ¡ Ah! . . . ¡sí! . . . ¡recuerdo! 

Y horrorizada tiembla: repentina 
La terrible verdad ^nte ella luce; 
Salta el llanto á empapar su faz divina, 

Y en tono humilde que á piedad induce. 



LA VIRGEN DEL SOL 255 



— ¡Por el astro supremo! ¡por tu Huaca! 
Dice, ;no más rigor!... Mira, guerrero, 
Contémplame á tus pi^s y tu ira aplaca... 
¡Oh! yo tu gracia para mí no quiero!... 

Pero liberta á Titu y á mi hermano; 
Sálvalos; [ay! ninguno es delincuente!... 
Yo sola soy culpada.; no inhumano 
Quieras regar pqr mí sangre inocento! 

Cúmplase en mí la merecida pena, 
Sólo en mí que la ley rompí sagrada!... — 
Pero sordo á sus voces Tarco ordena 
Vaya en infame cuerda aprisionada. 

¿Qué al rapaz gavilán la queja importa 
De la avecilla mísera? La enviste. 
Acosa, atrapa, hiere y fiero corta 
Entre las garras su existencia triste. 

Al ver Amaru atada á la Escogida 
Terribles frases de despecho lanza, 
Y, el alma en vano jen cólera encendida 
A su insensible dios pide venganza. 

El mustio labio de su amigo amante 
El dolor ha sellado; más ni un punto 
La mirada desvía del semblante 
De su adorada, lánguido y difunto. 



254 J- LEÓN MERA 



El gozo en la alma y en la faz la risa 
Más amarga, más vil, más injuriosa, 
— ¡Vamos! exclama Tareo, ¡á prisa! á prisa! 
Y tras una risada estrepitosa, 

— Compañeros, añade, ved la huella 
Que la herida leona nos trazó; 
¡Ea! seguidla, que sino es por ella 
Hoy pereciera con vosotros yo. 

;A Quito! á Quito! Allí de la ventura 
Esperándome está la embriaguez: 
Tras mi largo destierro y mi amargura 
Venir debe la dicha alguna vez. 

¡Vamos! á Quito!— Y al marchar entona 
En voz descompasada la canción 
Que el egoismo bárbaro pregona 
Posesor de su infame corazón: 

Con tal que yo pueda 
Contento vivir. 
El mal de los otros 
¿Qué me importa á mí? 



IX. 
LAS PRISIONES. 

No el tigre feroz más inquieto, 
Si el hambre atormenta su entraña, 
Espera la presa y regaña 
Si pronto en sus garras no cae, 

Cual Toa sus víctimas tristes 
Espera y se inquieta aquel día; 
La vuelta de Tarco tardía 
Ceñuda é iracunda la trae. 

Confusa la luz de la aurora 
Apena el oriente doraba, 
Y Toa á prestar ordenaba 
Un hoyo, una pira, un cordel; 

Mas quiere que todo dispuesto 
De modo se encuentre que mire. 
Muriendo cada uno en su puesto 
Del otro el tormento cruel. 



Ya el astro de los Incas padre 



2^6 ' J. LEÓN MERA 



Su templo profanado hería 
Con luz amortecida y fría 
Su faz tras los Audes bajando á ocultar; 

Y el mundo se envplyía en sombras, 

Y de astros se adornaba el cielo, 

Y en calma reposaba el suelo, 
Cuando óyese al punto mil voces sonar. 

El pueblo ese clamor levanta 

Y el llanto de amargura riega: 
¡La Virgen escogida llega 

Temblosa, anhelante, bañada en sudor! 
Tras ella, cabizbajo y triste. 
Su amante desdichado viene, 

Y Amaru que serena tiene 
Erguida la frente, mostrando valor. 



La flor de la hermosura, la virgen hechicera. 
Envidia de otras vírgenes, tesoro del Acllay^ 
' Atrae las miradas de la ciudad entera 
Y al corazón arrancan más insensible un ;ay! 

— Miradla, dicen todos, mirad como sus manos 
Sujetas á la espalda con duro lazo van; 
Mirad como en su rostro las huellas de inhumanos 
Dolores ;ay! grabadas profundamente están. 



LA VIRGEN DEL SOL 2^7 



¿Por qué la abandonaron" los genios tutelares 
A la terrible saña del genio del dolor? 
¿Por qi^é la arrancó el Cielo de sus queridos lares 
Para negarla luego su divinal favor? 

En vez de esas prisiones, su brazo ornar debían 
El oro del LUquinOy (44) las conchas de Puna, 
Su sien los amancayes que las florestas crían. 
Su corazón el gozo que el amor santo dá. 

En vez del triste llanto que de su rostro amengua 
El esplendor, debía la risa en el vivir, 

Y en vez de voces lúgubres, su tierna y pura lengua 
Del Sol los sacros himnos debia repetir. 

Más de sonrisa bárbara su face baña Toa, 
Sujetas su furia las víctimas al ver; 

Y Amaru, siempre altivo, sobre esa fiera boa 
Fulmina su mirada que la hace estremecer. 

El femenino pecho favor del Cielo implora^ 
Más de los hombres fuertes se indigna el corazón: 
Otra' injusticia impía de Toa vengadora, 

Y ha de estallar acaso la hirviente indignación. 



Pero ¡ay! ya la cobardía 
De los pechos se apodera, 



2S8 J. LEÓN MERA 



Y en más de una alma altanera 
El entusiasmo se enfría. 

¡Cuan pocas veces el fuego 
Que enardece el pecho humano 
No se torna en humo vano 

Y se desvanece luego! 

Pasión que dura á lo sumo 
Lo que la arista inflamada, 
Que en un breve i listante es nada 
La arista, el fuego y el humo. 

Simpatía miserable 
La del pueblo es con frecuencia: 
Ya sonrie á la inocencia. 
Ya al crimen abominable. 

Quien te cree, multitud, 
Cuando triunfas y te engries, 
Cuando lamentas ó ríes 
O haces gala de virtud. 

De convencerse es capaz 
De que en el viento hay firmeza, 

Y qiíe el mar en su braveza 
Mantiene tersa su faz. 



LA VIRGEN DEL SOL 259 

Las gentes á retirarse 
Ya comienzan, y mañana 
Verán á la atroz tirana 
En sus víctimas cebarse; 

Mañana á la plaza irán, 

Y en contorno del suplicio 
¡Cuántos, ay, el sacrificio 
Sin conmoverse verán! 

Como el sacrificio ven 
Que el sacerdote piadoso 
Hace á sus dias luminoso 
Demandándole algún bien; 

Y de Cisa y los guerreros 
Escucharán los quejidos, 
Cómo escuchan los balidos 
De los míseros corderos. 

. Pero llorarán después 
Los furores de la suerte, 

Y do quiera en ruina y muerte 
Han de tropezar sus pies!... 

Verán la ciudad arder. 
Verán al tirano huir; 

Y á los cristianos venir 
Luego también han de ver. 



26á J. LEÓN MERA 



Y cada uno inclinará 
Ante al hado la cabeza, 
Y negra y honda tristeza 
Entre escombros reinará. 



Entretanto á prisiones diversas 
Conducidas las víctimas son, 
Do empeoran las guardias perversas 
De los tres la cruel situación. 

De la lengua" soez desprendido 
El atroz improperio va á herir 
De la virgen del Sol el oido 
No avezado improperios á oir. 

Pero Cisa la frente inclinada, 
Su gemido hace sólo escuchar, 
Esperando la luz destinada 
Su terrible martirio á alumbrar. 

La circundan tinieblas medrosas 
Cual del seno de muerto volcán, 
Y al contacto de gélidas losas 
Enervando sus miembros se van. 

Aire aspira que el húmedo suelo 
Ha impregnado de extraño fetor; 



LA.VÍRGEN DEL SOL 26 1 

Se han helado sus lágrimas; hielo 
Es también de su frente el sudor. 

Todo allí representa el imperio 
De la muerte sombría y fatal, 
Y al espíritu abruma el misterio 
De otro mundo de bien ó de mal. 

¡Triste virgen, quien diera á tu alma 
Ese bien ya seguro entrever! 
Quizá en ella pudiera la calma 
Con la excelsa visión renacer! 

Pero teme; su esposo irritado 
Cuyo amor bendecido ultrajó, 
¿Ppdrá abrirle su cielo anhelado 
Do alma indigna jamás penetró? 

¡ Ay! de Titu el amor que en la tierra 
Debió hacerle dichoso el vivir, 
Hoy aun los cielos le cierra, 
Porque en él va embebida á morir! 

Mas ;oh Sol! ¿es culpada la amante 
A quien niegas tu mismo el poder 
De vencerse, de ser inconstante, 
De olvidar, de no amar, de no arder?... 



202 1. LEÓN MERA 



¡Ah, qué ideas, qué triste delirio, 
Qué recuerdos del tiempo que fué 
Anticipan de Cisa el martirio 
Que incesante acercándose ve! 

¿Hubo nunca belleza en el mundo 
En más honda y mortal lasitud? 
¿Hubo nunca dolor más profundo 
Que oprimiera inocencia y virtud? 

Titu á par entregado á sus penas 
En su pecho no encuentra valor. 
;Ay! no siente sus duras cadenas 
Ni le causa la muerte pavor; 

¡Más la virgen! ¡la casta Escogida, 
A quien supo constante adorar, 
Va á perder inocente la vida!... 
¡Oh! no puede este mal soportar!... 

Y quisiera mirarla, quisiera 
Escuchar su angustioso gemir, 
Y decirla con voz lastimera 
Cuanto siente un amante al morir: 

Un amante que muere en castigo 
De tener corazón siempre fiel, 
¡Ay! que muere y ar.rastra consiga 
A su amada á un suplicio cruel! 



LA VIRGEN DEL SOL .263 



Pero Cisa está lejos, ¡óh dura, 
Fiera muerte, en herirle tenaz! 
¡Qué le niega una leve dulzura! 
¡Que le niega un consuelo fugaz! 

Hasta Amaru descubre en su frente 
De su pecho indignado el pesar, 

Y entre la ira del ánimo ardiente 
Su despecho se deja notar. 

Mil recuerdos su mente quemando 
Pasan, vuelan, cual rápida luz 
Que las sombras nocturnas rasgando 
Torna al seno de negro capuz. 

Ora cree mirar la esperanza 
Cual destello lejano esplender; 
Ora piensa en su justa venganza, 

Y sus hierros quisiera romper. 

Mas sujeto á un gran poste semeja 
Un furioso y tremendo león, 
Que rabiando impotente se queja 

Y estremece la oscura prisión. 



LA AMANTE FIEL 

El impío delator 
Que con otro centinela 
Custodiando á Amaru vela, 
Que de la aurora el albor 
No tarde en lucir anhela; 

Pues el guardar le fastidia 
A tan bravo prisionero, 

Y á más con el sueño lidia, 

Y á los que duermen envidia 
Aqueste bien lisonjero. 

Pero de las cuatro la una 
Parte sólo ha recorrido 
La negra noche, y la luna 
Bella no bien ha salido 
De su nebulosa cuna; 

Y ya bastante menguada 



LA VÍRGEN DEL SOL 265 



La linda faz argentada, 
Púdica virgen parece 
Que la suya algo tapada 

Y de perfil nos ofrece. 

Glauca que estrechó á su seno 
Con loco amor á su amado, 
Que al verle de gozo lleno 
Sintió su pecho sereno, 
Antes de llanto inundado; 

Al ausentársele ahora 
Ávida un beso le imprime 

Y de nuevo llora y gime... 
Mas vendrá cuando la aurora 
Bella y gaya se aproxime. 

Tarco que siempre la engaña 
Con su fementido amor. 
La ve con cierto dolor, 

Y su alma toda se baña 
En un secreto pavor. 

Mas no bien Glauca se ausenta 
Mira hacia él otra mujer 
La breve planta mover, 
Cual sombra que avanza lenta, 
Visión que hace estremecer. 



266 J. LEÓN MERA 



El centinela dudoso 
La mira, y cobarde Tarco 
Pónese en pié, temeroso, 
Toma una flecha y al arco 
Aplícala presuroso. 

Se acerca al fin y se aclara 
La misteriosa visión, 
Y — ¿Quién eres? Habla y para — 
Dice Tarco, y se la encara 
Aún con cierta turbación. 

En dulcísima voz el)la 

Y en acento tembloroso, 

— Soy, le dice, una doncella 
A quien arrastra su estrella 
A tus pies, joven hermoso: 

¡Yo te amo! — Tarco á esta voz 
Fija en ella la mirada; 
Quédase su alma extasiada; 
Amor hiérele veloz, 

Y exclama: — ¡Ven, adorada! — 

En el instante se trueca 
El miedo en pasión ardiente, 
Que en su pecho inconsecuente 
Prende como fuego en seca 
Paja y le abrasa repente. 



LA VIRGEN DEL SOL 267 



Bella es la joven, graciosa 
Como blanca y tierna rosa 
Ppr la clara luna herida 

Y por la ala mecida 

De aura dulce y amorosa. 

Bella es la joven, divina; 
Su lánguida faz brillante 
Que el pálido astro ilumina, 
La hace aún más peregrina 
A los ojos de su amante. 

Bella es la joven; parece 
Que es el genio del consuelo 
Que Pachacámac del cielo 
Envía á quien desfallece 
Sumido en profundo duelo. 

Y que á esa prisión oscura 
Donde gime la inocencia 
Va con su grata presencia 
A mitigar la amargura 
De tan doliente existencia. 

Tarco se deja hacia ella 
Arrastrar de torpe intento; 
Abre los brazos violento; 
Más los esquiva la bella 

Y le dice en blando acento: 



208 J. LEÓN MERA 



— Yo no tu amor pagaré 
Si un testigo aquí nos vé, 

Y ni antes que por favor 
Bebas el <iulce licor 
Que para tí preparé.— 

Tarco ordena al centinela 
Al punto de allí alejarse: 
Quedar solo quiere ea vela, 

Y el licor beber anhela 

Y á la torpeza entregarse. 

Lo apura; crece el deseo; 
Más su efecto hace el narcótico; 
Siente angustioso mareo; 
Quiere hablar, pero su* erótico 
Acento es ya balbuceo. 

El cuerpo se le amortece, 
Siente faltarle vigor, 
La vista se le oscurece, 
Al fin olvida su amor. 
Tiembla, cae, desfallece... 

La hermosa desconocida 
Entra en tanto en la prisión, 
Ágil, resuelta, atrevida, 
Cual mujer en quien la vida 
Abunda y el corazón. 



LA VIRGEN DEL SOL 269 



Un dulce rayo de luna, 
Aunque pálido y escaso, 
Disminuye, por fortuna, 
La lobreguez importuna, 

Y guía firme su paso. 

Llégase á Amaru callada. 
Saca un cortante puñal, 

Y con mano acelerada 
Rompe la cuerda fatal 
A sus brazos ajustada. 

Con su diestra blanda y fina 
La diestra del joven toma, 

Y hacia fuera le encamina; 
Pero prudente examina 

Si aquel centinela asoma. 

Todo en silencio reposa; 
Amaru apenas respira, 

Y mudo sigue á la hermasa, 

Y cuanto asombrado mira 
Juzga visión engañosa: 

¡No cree en la realidad! 
¡Le rodea la ilusión! 
¡Es un sueño esa beldad! 
¡Mentira su libertad, 
Cierta sólo su prisión!... 



270 J. LEÓN MERA 



Pero marcha precedido 
Por ese incógnito ser... 
Su espíritu conmovido 

Y de su pecho el latido 
Le fuerzan en sí á volver. 

Ve la luna, mira el cielo, 
Ve do quier la sombra vaga, 
Siente que el aura le halaga. 
Siente hollar un frío suelo, 
Siempre tras de aquella maga. 

Pero aún juzga que vagando 
Va por. ignotos desiertos, 

Y que- el genio de los muertos 
Le va á la tola arrastrando 
Con pasos breves é inciertos. 

Y la mano palpa fría 
De su fantástico guía, 

Y ora teme, y ora duda, 
Quiere hablar y desconfía, 

Y en silencio tiembla y suda. 

Ella al fin vuelve la faz 

Y con voz trémula dice: 

— Hijo de Human, se felice, 
Ponte en salvo, vive en paz 

Y grato al Cielo bendice. 



LA VIRGEN DEL SOL 27 1 



Yo voy á tentar la suerte, 

Y si aún propicia me vé, 
A Titu y Cisa daré 

La libertad, ó la muerte. 
Si es adversa, sufriré. — 

Como el que en honda mazmorra 
Tuvo algún confuso sueño 
Entre infeliz y halagüeño, 

Y al salir de la modorra. 
Ya libre, ve el sol risueño, 

Así ve Amaru á la bella, 

Y al escuchar su voz grata 
Absorto exclama: — ¡Ella! ¡ella!... 
¡Gualda mi prisión desata!... 
¡Oh generosa doncella!... 

Y un instante inmoble queda 
Abismado en su hermosura, 

Y luego en voz que remeda 
La del aura en la arboleda, 
A decirla se apresura: 

— ¡Gualda! ¿por qué te moviste 
Tanto peligro á arrostrar? 
¿Cómo del Acllajy saliste? 
De la guardia di ¿qué hiciste? 
¿Quién te pudo á mi guiar? 



272 J. I,EÓN MERA 



¡Gualda! tu acción temeraria 
Amor tal vez te inspiró 

Y tus pasos dirigió, 

Y de mi suerte nefaria 
La ira tu mano apagó. — 

La hermosa joven suspira 

Y con ternura le mira; 
Pero tímida y modesta 
De él la mirada retira 

Y con sencillez contesta: 

— Tantas degracias oí, 
Se animó mi corazón. 
Como todo en confusión 
Está, del Acllay salí 

Y he llegado á tu prisión. 

Luego á Tarco embriagué 
Con un narcótico sumo, 

Y á do estabas penetré. 
Lo demás no te diré: 

Que nada ignoras presumo. 

Hijo de Human, huye; el Cielo, 
Añade en voz conmovida, 
Conserva acaso tu vida 
Para ser dulce consuelo 
De tu amigo y la Escogida; 



LA VIRGEN DEL SOL 2"]} 



¡Y también... también de mí!... 
¡Oh cuári feliz yo sería 
Si pudiese en compañía 
De Titu y Cisa y de tí, 
Amaru, verme algún día!... 

Más huye presto, huye. ¡Adiós! 
— ¡Yo separarme!... ¡dejarte!... 
¡Gualda, jamás! — ¡Parte! parte! 
Si nos miran á los dos, 
Amaru, van á tomarte. — 

— ¡Fugarme sin que conmigo 
Te fugues, y fugue Cisa, 
Y Titu, mi caro amigo! 
Así la vida maldigo... 
— ¡Amaru, sálvate aprisa! 

— Mira, Gualda, ni aún el ave (45) 
De la montaña de hielo 
Deja á su hembra y tiende el vuelo: 
Arrostrar junto á ella sabe 
Hasta las iras del cielo. — 

Esta amorosa porfía 
Interrumpe un sordo son 
De pasos y vocería 
Que inquieta la fantasía. 
Que conturba el corazón. 



274 J- LEÓN MERA 



Y ven hacia las prisiones 
Muchos guerreros marchar 
Con inflamados hachones, 

Y oyen una voz sonar 
Que hiela los corazones: 

— ;Id, matadlos! la voz fué, 

Y es de mujer el acento... 

Y cien hombres al momento 
Se destacan, y se ve 

Doblar la guardia otros ciento. 

— ¡A la horca el guardia! resuena 
De nuevo esa voz. ¡Infame! 
Que sobre él caiga la pena: 
No hay más perdón, aunque llena 
De dolor su amante clame. — 

Y un grupo de ruda gente 
Entre risadas y gritos 

A Tarco arrastra. En su frente 

Pálida lleva patente 

La marca de los precitos. 

Llena el alma de pesar 
Amaru entonces y Gualda 
Fúganse, y al voltear 
A aquellos sitios la espalda, 
Óyeseles exclamar: 



LA VIRGEN DEL SOL 27^ 



— ¡Cielo santo! tu asistencia 
Hoy sumisos imploramos: 
Salvar ¡oh Dios! la inocencia 
O morir, en tu presencia 

Y por tu nombre juramosl — 

Y ambos tras una colina 
Desparecen, cual neblina 
Nocturna que el campo exhala, 

Y la luna la ilumina 

Y empuja del viento el ala. 



XI 
ÚLTIMOS CONFLICTOS 

El astro dios de resplandor vestido 
Ya corona de oriente la montaña: 
Cual nunca hermoso, puro y encendido 
De Caran la ciudad en luces baña; 
Mas encuentra que el pueblo, pavorido 
Al ver de Toa la funesta saña, 
Le niega infiel el sacrificio diurno, 

Y su lumbre contempla taciturno. 

De Viracocha en tanto se repite 
En vagas voces el temido nombre, 

Y aún hay quien diga, jure y acredite 
Que ha visto cerca ese fantasma ú hombre; 

Y esta nueva que al punto se trasmite 
De labio en labio, sin que acaso asombre 
Mucho á quien la inventó, suena al oido 
Del tirano feroz y maldecido. 

Bufando al fin en su despecho, ordena 
Dar la gittdad al fuego en el instante 



LA VIRGEN DEL SOL 277 



Y la huida emprender; pero refrena 
La precipitación mientras su amante 
Esposa acabe su infernal faena, 

Y su sed de venganza extravagante 
Atenúe al mirar el sacrificio 

De Cisa y Titu en el cruel suplicio. 

Rumor de llanto y quejas dolorosas 
Luego se escucha á la prisión cercano: 
Ayes que dan las tristes y piadosas 
Gentes, al ver el término inhumano 
Que aguarda á la inocencia; las esposas. 
Madres é hijas al astro soberano 
Claman postradas, y en inútil ira 
Se inflama el hombre y mísero suspira. 

Y á par se escucha de confuso acento 
La ronca vibración, como el graznido 
Que el cárabo en la noche lanza al viento 
Para engañar al tordo inadvertido: 

De un anciano es la voz, que en detrimento 
De la inocencia y la virtud: — Cumplido 
Del Cielo Vais á ver, al pueblo esclama. 
El castigo que envía á quien le infama.— 

Y este anciano es de Toa el padre impío 
Cómplice vil de su venganza injusta; 

A su lado ella va, cuyo albedrío 



278 J. LEÓN MERA 



Es la ley sola que cumplir le gusta. 

Tras ellos corre el popular gentío 

Que porfía, atropella, pisa, ajusta, 

Y un grupo á otro, y este á otro impeíe. 

Cual la onda á la onda en el océano suele. 

Luego al centro de ruda soldadesca. 
Que á Rumiñahui y á sü esposa jura 
Infame lealtad, y con burlesca 
Risa virtud ultraja y hermosura. 
Marcha Cisa infeliz, flor tierna y fresca 
De dulce cáliz y de esencia pura. 
Que en la edad del amor y la esperanza 
Una mano cruel del tallo tranza! "^ 

Hija del sabio Amunta, tu naciste 
A dar al dulce amor abrigo y vida 
En tu sensible corazón, y ¡ay, triste! 
¡Vas en profunda huesa á ser hundida! 
¿Es este el nupcial lecho que entreviste 
En tu grata ilusión? ¿así perdida 
La dicha ves que un tiempo imaginabas 
Que segura en tus brazos enlazabas?... 

¡Cisa infeliz! grabada vá eñ su face 
La huella del dolor más percuciente. 
Que en desgarrarle el corazón se place^ 
¡El corazón ternísimo, inocente! 



LA. VIRGEN DEL SOL 279 

El cabello, deshecho el pulcro enlace, 
Cae á velar su pudorosa frente, 
Y su párpado en llanto humedecido 
Va, cual marchito pétalo, abatido. 

Su pecho apenas el ambiente aspira; 
Muda su lengua está; frió, temblante. 
Lacio su cuerpo del pavor se mira. 
Trémulo el pié y el paso vacilante. 
La vista alzando, algunas veces gira 
Atrás el mustio y pálido semblante; 
.Pero le vuelve á la actitud primera 
Cual si á un estraño impulso obedeciera. 

¡Quisiera en este instante al golpe fuerte 
Del dolor sucumbir! ¡quisiera al seno 
Del sepulcro bajar! pero la suerte, 
— «Aún á penar, la dice, te condeno: 
Aguarda, aguarda y sufre, que la muerte 
Es para tí la dicha, y aún no estreno 
En tí mi furia toda: aún en el fondo 
De tu cáliz fatal ponzoña escondo.» 

¡Ay! sus ojos hallaron la mirada 
De su amante infeliz que vá tras ella!... 
De Titu está la «uerte encadenada 
A la de Cisa miserable estrella; 
Su existencia, por esto, vá forzada 



28o J. LEÓN MERA. 



En pos corriendo de la infausta huella 
Que en este suelo estampa la Escogida 
,En su postrera y eternal partida. 

Titu de sí se olvida: sus cadenas 
Lazos débiles son; á los rumores 
Que alza en su torno el pueblo, presta apenas 
Breve atención; pero ;ay! de sus amores 
El ídolo allí mira, cuyas penas, 
Cuyos hondos, vivísimos dolores 
Le causan tan cruel y atroz tormento. 
Que el corazón le arrancan de su asiento! 

Su corazón, y su alma y su sentido: •. 
Con la Escogida van. ¡Oh cuánto j cuánto 
Por salvarla daría!... Su gemido 
Muestra sus rudas ansias y quebranto. 
¡Y no hay remedio! ¡y todo está perdido! 
Y al suplicio caminan entretanto 
Ambos amantes, ¡ay! de la esperanza 
Viendo espirar la luz en lontananza! 

¿Y Amaru? ¡el noble Amaru! Al trance duro 
Presente no se encuentra.... ¿Acaso esconde 
De su cárcel aún el doble muro 
Su terrible dolor?... ¡Oh! ¿dóade, dónde 
Está que á Cisa en su postremo apuro 
Abandona y á Titu, y no responda 



LA VIRGEN DEL SOL 281 



A SU mortal gemir? El pensamiento 
Búscale; en vano afán,, por un momento. 

Ya se descubre, en fin, á corto trecho 
Los infames suplicios preparados, 

Y nueva herida en su angustiado pecho 
Sienten rasgarse entrambos malhadados: 
De un hombre miran en dogal estrecho 
Los restos oscilar mustios y helados. 
¡Amaru acaso! ¡Amaru!... Mas en junta 
Se vé también una mujer difuntal... 

Y nadie en torno de esos cuerpos gime; 
¡Oh dolorosa incertidumbre oscura 
Que ofuscando la mente el pecho oprime! . . 
Mas con trémula planta mal segura. 
Con rostro cadavérico en que exprime 
Sus tormentos el alma y su amargura. 
De la ancha huesa á la sombría boca 
Del Sol divino la Escogida toca. 

Al suplicio también su amante llega, 

Y al ser atado en la elevada pira, 
Pálido el labio y con temblor despliega. 
Vuelve á la virgen el mirar, suspira. 

El llanto brota y las pupilas ciega, 
Y — ¡Cisa! jídolp mío! ¡ay! mira, mira. 
Exclama al fin, á dónde te condujo 
De mi fatal amor el triste influjo! 



252 J. LEÓN MERA 



Que me robe la vida el hado impío 
A mí, tan sólo á mí, no sentiría; 
Mas que á tí te condene, ;ay, amor mío! 
A morir cual la infiel que contraría 
Del astro soberano el albedrío, 
jOh! no puede sufrir el alma mía! 
¡Y he de ver tus tormentos y tu muerte 
Sin poder contrastar tu cruda suerte! 

;Oh Sol, padre del Inca! ¿así abandonas 
A fin horrible y negro vituperio 
A tu Cisa infeliz? ¿así coronas 
Sus virtudes: su amor, su cautiverio? 
Tú, gran deidad, que de poder blasonas 
Y con un soplo abates un imperio, 
¿Dejas triunfar á Toa, é indiferente 
Ves morir á tu virgen inocente? 

Hija de Human, paloma abandonada 
Entre las garras del cruel milano, 
Piensa al menos que mueres adorada 
Cuál no lo ha sido nunca ser humano. 
Único bien de mi alma destrozada. 
Víctima tierna de mi amor insano, 
;Ah! si yo fuese Dios no perecieras, 
É infinita y feliz también vivieras! — 

De los ojos de Cisa desbordados 
Corren al fin dos nítidos raudales; 



LA VIRGEN DEL SOL 28^ 



Y á par entre sollozos ahogados, 
De crudas ansias y dolor señales, 
Están de amargas lágrimas bañados 
Cuantos á la ternura son leales; 
¡Sólo de Toa el pecho empedernido 
Es insensible al llanto y al gemido! 

Y entre los ayes que el gentío exhala, 
De poco en poco á la profunda huesa 
s^ Temblorosa la virgen se resbala, 

Aún por las manos á la jespalda presa: 

Y al descender por la pendiente escala, 
Fijos los ojos en su Titu, expresa 

Así en débiles, lúgubres acentos 
Sus postreros y tristes sentimientos: 

— ¡Oh tierno, fiel y desdichado amante! 
¿En quién pusiste tu inocente anhelo? 
;Ay! en mí, sólo en mi que á cada instante 
Te atraje la ira del terrible Cielo!... 
¡Hasta mirar el término infamante 
De tu amor, de tu vida!... ¡Oh desconsuelo!. 
¡Gran Pachacama, una mirada tuya 
El dolor de mi Titu disminuya!... 

¡Pachacama^ favor!... ¡Oh Sol piadoso!.. ► 
¡Sostenmel...— Dice, y sus acentos mueren 
En su. garganta seca. Un angustioso 



284 J. LEÓN MERA 



Silencio un rato reina; sólo hieren 
El viento que discurre perezoso 
Breves y amargas quejas que profieren 
Ignotos labios. Una activa tea, 
También sonando, pálida chispea. 



Más repente se escucha un gran estruendo 
De carreras, de voces, de alaridos, 

Y ya en los pechos de dolor transidos 
Se suceden el miedo y confusión; 

Y hacia do el ruido suena, conturbada 
La faz el pueblo tumultuoso gira, 

Y en las faldas advierte del Yahuira 
Entre nubes de polvo un batallón. 

• Y el caracol resuena de los indios, 

Y se oye el eco del tambor de guerra, 

Y aún se cree que treme el alta sierra 
Del fogoso bridón al relinchar. 

— ¡Viracocha! se grita, ¡Uiracocha! 
jLos cristianos! ;sé acercan los cristianos!— 

Y cual turba de necios ó de insanos 
Mírase al pueblo no correr, volar: 

Huye desatentado: acá una madre. 
Con el hijo en los brazos cae y rueda; 
Un pobre anciano allá maltrecho queda, 
Que hollado fué por el brutal tropel; 



LA VIRGEN DEL SOL 285 



Aquí llora un chicuelo abandonado 
Sin que acuda en su ausilio alma piadosa, 

Y aún joven hay que á su querida hermosa 
En tan terrible trance olvida infiel. 

El fuerte al débil, al anciano el mozo 
Empujan, botan, pisan: ni de grave 
Matrona, ni de virgen allí cabe 
Los nobles fueros respetados ver. 

A nadie importa que perezcan otros 
Con tal que salve él sólo su existencia, 
Pues el pánico infunde la indolencia 

Y puede bruto al racional volver. 

Toa, su padre y Rumiñahui juntos 
Huyen, llenos de espanto los primeros 

Y los siguen al punto sus guerreros. 
Aún sin volver la pavorida faz; 

Empero Toa, que en su pecho aduna 
El miedo infame y la cruel venganza, 
Sobre un verdugo rápida se lanza 

Y de una tea se apodera audaz; 

Y como furia que despide llamas 
Por boca y ojos, y en la frente muestra. 
Alzada al ver la omnipotente diestra. 
De turbación señal y de terror. 

Tal en su miedo y su brutal venganza 



286 J. LEÓN MERA 



A la pira de Titu el fuego arrima, 

Y de Cisa á la hoya se aproxima 

Y la arroja la tierra del redor. 

— ¡Morid! grita ¡moridl ¡saciad la saña 
Que en mi pecho encendisteis! ¡Vil soldado! 
¡Virgen infiel que al Sol has infamado! 
Bajo su ira y la mía pereced! 

Dice, y se lanza en impetuosa fuga 
Como cobarde perseguida cierva 
Que de diente del galgo se preserva 
De sus rápidos saltos á merced. 

Cébase en tanto la vorace llama 
En la de secas leñas alta pira, 

Y el humo espeso en espirales gira 
En la etérea región al revolar; 

Y Titu siente que el calor le abrasa 
De esa hoguera infernal, y de humo y fuego 
Densa cortina se interpone luego 
Entre él y Cisa, próxima á espirar. 

El forcegea, y se retuerce y gime 
Como en el ara el ciervo de la ofrenda 
Atado, herido ya: la muerte horrenda 
Palpando va su infausto corazón. 

Cisa se siente en paroxismo hundirse: 
Túrbanse sus ideas; desfallece 



LA VIRGEN DEL SOL 287 



.A SUS ojos la luz; desaparece . 
Todo en extraña y vaga confusión. 

Más ya llega la tropa que, asomada 
A lo lejos, causó cual por encanto 
El desorden total y rudo espanto, 
É hizo la huida á todos emprender; 

Vuela á su frente un ínclito guerrero 
En cuya faz la audacia va pintada, 

Y tierna, hermosa, varonil y osada 
Corre también con él una mujer. 

Sube el primero á la inflamada pira, 
Rompe de un tajo los infames lazos 
Que atan á Titu, y álzale en sus brazos 

Y torna al suelo rápido á saltar. 

La bella en tanto, que ha saltado á la hoya. 
Levanta á la Escogida, la desata, 

Y en hombros hacia fuera la arrebata. 
Aunque apenas la puede sustentar; 

Tal la leona, cuando el fuego se alza 
Que en la selva prendió la impía mano 
De astuto cazador, y ya cercano 
A su lecho de musgo ve cundir. 

Toma en la boca al tierno cachorrillo, 
Huye, le salva, y, lejos ya, respira, 

Y dulce y amorosa al hijo mira, 

Y siente en gozo el corazón bullir. 



288 . J. LEÓN MERA 



Pero ¡ay! la virgen sin sentido yace, 

Y polvo vil empaña su hermosura! 
¡Flor arrojada entre la tierra impura 
Por la mano de imbécil labrador!... 

Mas ya ^n la espalda de un guerrero puesta, 
Fuga veloz emprenden todos juntos, 

Y al encontrar al paso dos difuntos. 

De asombro lleno, exclama el salvador: 

— ¡Mirad! mirad como castiga el Cielo 
Al hombre impío, al delator malvado! 

Y la bella, que siempre va á su lado, 

— ¡Amaru! Amaru! exclama, ¡esa mujer!... 
— Esa mujer ¡oh Gualda! la interrumpe 
El hijo del Amunta, ha perecido 
Porque de lo alto el rayo la habrá herido, 
¿Y puede el Cielo una injusticia hacer? 

Sí ¡miradle! ¡Tarco es! Del hondo sueño 
Recordó en la horca para Amaru alzada, 

Y en cruel agonía prolongada 
Pereciendo, sus crímenes pagó. 

Llegó su Glauca tarde ya: furiosa 
En su dolor violento, delirante. 
Con un puñal hirió su pecho amante, 

Y de Tarco á los pies su alma exhaló 



XII 

FINAL 

Por cien diversas partes la llama destructora 
Levántase en el seno de la infeliz ciudad, 
Como si la caterva de genios malhechora 
Que en las cavernas lóbregas de los infiernos mora 
Cebar quisiese en ella su gran ferocidad. 

El viento con la lumbre se mezcla y juguetea 
Madejas esparciendo igníferas do quier: 
Aqui á su soplo el fuego más vivido chispea, 
Allí sobre las brasas se arrastra y aletea, 
O rompe y arrebata la llama á su placer. 

Enmarañadas selvas el humo acá figura, 
Allá columnas forma de colosal grandor; 
Mas todo al fin confúndese con singular presura, 
Y es un abismo Quito de horror, cuya pintura 
Jamás hacer podrían ni vate ni pintor. 

El humo cubre el cielo, y entre su oscuro manto 
Mil globos y mil lenguas y de figuras mil 

19 



290 J* LEÓN MERA 



Se chocan y se cruzan del uno al otro canto 
De la ciudad, y siembran el miedo y es espanto 
En el humano espíritu más grande y varonil. 

Resuena el maderamen al devorarlo el fuego, 

Y saltan los sillares con estallido atroz, 

Y casas, y palacios y templos vénse luego 
De las inquietas llamas al incesante fuego 
Caer y consumirse con ímpetu veloz. 

Y vénse entre las llamas y el humo confundidos, 
Hirsutos los cabellos, atónita la faz. 
Niños, mujeres y hombres correr dando alaridos, 
O míseros que exhalan sus últimos gemidos, 
O pálidos cadáveres en temerosa faz. 



Amaru y la doncella, su hermosa y fiel amante, 
Juraron dar á Cisa y á Titü libertad, 

Y el Rey de las alturas,' amparador constante 
De la inocencia víctima del vicio y la maldad, 

Tendióles compasivo la diestra poderosa, 
A su altna dio esperanza, valor al corazón, 

Y en Toa y Rumiñahui y en su caterva odiosa 
Sembró cerval espanto, causó gran confusión. 

Parientes numerosos y amigos rodearon 
Al hijo del Aniunta y á Gualda, y con valor 



LA VIRGEN DEL SOL 29 1 

Ardiente sobre Quito veloces se lanzaron 
Do la impía muerte alzaba su cetro destructor. 

Huyeron los tiranos cual buitres que abandonan 
Cobardes en el campo la moribunda res, 
Cuando los niveos témpanos que la sierra coronan 
Rodando con estrépido se abaten á sus pies. 

Huyeron: los valientes cumplieron ya sus votos 
Sin que batiesen armas en peligrosa lid: 
Mirad á Titu y Cisa ya salvos, ved ya rotos 
Los hierros de la muerte con ingenioso ardid. 

Miradlos: ya sentados en la vecina altura 
Las fuerzas agotadas intentan recobrar; 
Pero ;ay! se llena su alma de insólita amargura 
La patria de los Shíris ardiendo al contemplar! 

Así desde los árboles gigantes, á lo lejos, 
Las aves el incendio contemplan con dolor 
Que avanza devorando sus caros bosques viejos, 
Amparo de sus nidos, testigos de su amor. 

La virgen entretanto, que yace reclinada 
De Gualda en el regazo y aún en mortal quietud, 
Cual candida azucena marchita y doblegada 
Sobre purpúrea rosa y en lánguida actitud, 

Merced á los cariños que Amáru la prodiga, 
Y al fuego de los ósculos de Titu su amador. 



2.93 J. LEÓN MERA 



Y al dulce y tierno halago de su constante amiga, 
A dar principia muestra del fin de su sopor. 

Los párpados levanta, la vista en torno envía, 

Y como quien de un sueño dispiértase fatal 

Y escucha de repente de una arpa la armonía 

Y un canto que presume ser canto celestial; 

Así la hermosa virgen acentos de dulzura 
Escucha en torno suyo mil veces repetir, 

Y acaso en las mansiones del Cielo se figura 
De un coro de Escogidas la grata voz oir. 



Más todos prosiguieron la fuga, y al oriente 
El rostro apenas torna del padre de la luz, 
A una campiña llegan do la cristiana gente 
Ostenta sus pendones y arbola su gran cruz. 

¡Qué cuadro ante sus ojos se muestra y desarrollar 
¡Qué mundo, qué guerreros, qué extraña confusión! 
En sensaciones varias su espíritu se embrolla; 
Incrédulo, pasmado se agita el corazón. 

Ayer ya de la muerte pisaban las regiones 
Los míseros amantes, y hoy sorprendidos ven 
Bajo la grata sombra de extraños pabellones 
Brotar serena y pura la fuente de su bien. 



LA VIRGEN DEL SOL 293 



Con voces que ablandaran el corazón ferino 
La historia de los prófugos Amaru relató: 
La crueldad reciente de su fatal destino 
Con elocuencia insólita sus labios animó. 

Mil ojos empapados en llanto tierno y puro 
Se fijan de la virgen en la hechicera faz, 
Y acaso en algún pecho sencillo y mal seguro 
Amor su llaina esconde fatídica y voraz. 

Más luego un hombre se alza de oscura y luenga veste 
T cuyo dulce rostro revela su virtud: 
Él es de quien las almas de la cristiana hueste 
•Consuelos mil reciben y celestial salud: 

Es Niza, el sabio Niza, ministro del Eterno, 
De cuya lengua brotan raudales de verdad, 
Y, abierto siempre al hombre su pecho pío y tierno, 
Le abriga y le defiende con santa caridad. 

Como el albar suave precede al claro día, 
Así del gran Las Casas es Niza precursor; 
Si la conquista monstruos al Nuevo Mundo envía, 
La religión sus ángeles de luz, de paz y amor. 

Los prófugos tributan profunda reverencia 
Al noble Uillac-umá (46) de la cristiana grey 
Él habla, y en sus almas procura la creencia 
Sembrar de la evangélica maravillosa ley; , ■ 



294 J. LEÓN MERA 



Él habla y en sus pechos renace la esperanza 
De ser por siempre dueños de su inocente amor: 
Con los divinos rayos que la verdad les lanza 
Les vuelve la ventura que les robó el error. 

Pero ;ah! jamás las sombras en que las almas nacen 
Y en el camino reinan por do avanzando van, 
Como las de la noche tan presto se deshacen 
Cuando las vivas luces del sol en ellas dan. 

¡Cuan duro es de los dioses paternos despedirse! 
¡Volcar su viejas aras, cuan dura cosa es! 
¡Cuan duro á la enseñanza de extraños avenirse, 
Postrarse de extrangeras deidades á los piésl 

De esos quiteños jóvenes, del Sol adoradores, 
Trabóse en la conciencia porfiado batallar; 
Que las antiguas sombras en ella á los fulgores 
De Cristo se empeñaban el triunfo en disputar. 

Más ¿quien del sacerdote vencido no se siente 
Que la verdad austera ministra envuelta en miel? 
¿Qué del error los lazos desata con prudente 
Manera, y hacia Cristo conduce al alma infiel? 

¿Qué en tanto que entre abrojos va en pos de su des- 
Llevando alegre al hombro su ponderosa cruz, tino^ 
Para las almas débiles limpiando va el camino 
Por miedo de que caiga su tímida virtud? 



LA VÍRGEN DEL SOL 2()'y 



¿Qué el oro menosprecia que no adora la codicia, 

Y á Dios rendir los pueblos es su única ambición, 
En lazos de fe santa, de amor y de justicia 
Unidos, que es la sola durable y graíta unión? 

¿Qué si ardorosas frases vibra su docto labio, 
A la razón centellas y al oido placer, 
Su vida es elocuente más que el discurso sabio, 

Y á quienes la contemplan magnético poder? 

Este es el sacerdote que sigue el estandarte 
Que del shiri en la cuna levanta el español. 
Que de tus templos de oro consigue desterrarte 

Y de los indios pechos por siempre, ;oh claro Sol! 

Los hijos del Pichincha de aquel poder sublime 
Que sin cruel violencia siempre invencible fué, 
Al fin el santo impulso sienten que los ledime 
Del hado que los postra de la mentira al pié. 

— ;Oh caros hijos mios! el sacerdote dice. 
Dejad vuestras tinieblas y hacia la luz venid; 
El Dios de los cristianos os ama y os bendice: 
Los bienes que os envía de lo alto recibid. 

El sol esplendoroso, la luna dulce y casta 

Y las lumbreras todas que en el espacio veis. 
Los gigantescos montes, la mar rugiente y vasta ^ 
Cuanto, infelices ciegos, por númenes tenéis, 



296 J. LEÓN MERA 



El Dios que yo os anuncio, con poderosa diestra. 
Creó para su gloria, para deidades, nó; 
Con su divino aliento también el alma nuestra, 
Para la eterna dicha, purísima creó. 

El ángel que al averno rodó por su soberbia, 
Luzbel para nosotros y para vos Stipay. 
Dañó de Dios la obra, y errores y protervia 
De entonces acá, y desgracias por todas partes hay. 

Perdiéronse las almas; pero el amor divino, 
Inmenso más que el cielo y ardiente más que el sol, 
Al mundo, á restaurarlas, desde su imperio vino, 
Y él es á todas ellas benéfico crisol. 

En él purificadas, les es restituida 
La celestial herencia que les robó Luzbel. 
Aquel amor es Cristo^ Su muerte es nuestra vida, 
Su muerte en afrentosa crucifixión cruel. 

Su triunfo es triunfo nuestro, su gloria, gloria nuestra. 
Su reino es para todos: hijos del sol, venid. 
De Cristo el sacerdote luz y camino os muestra; 
Su voz es voz del cielo; — confiados acudid. 

No os traigo, no, cadenas, ni el hambre me devora 
De la mundana dicha, del oro corruptor: 
Las almas vuestras dadme, y al Dios á quien adora 
La mía Uevárelas en brazos de mi amor. 



LA VIRGEN DEL SOIf 297 

No vengo, no, hijos míos, vuestro sencillo pecho 
De afectos y esperanzas cruel á desnudar, 
Y erial desapacible por mis razones hecho 
En él ver levantarse las nieblas del pesar; 

Son puros los amores que noble y fiel abriga, 
Son justos los deseos en que os sentis arder: 
Mi voz los legitime, mi diestra los bendiga 
Al pié del ara santa del increado Ser. 

¡Oh vírgenes! los votos que hiciesteis inocentes 
A un falso dios, por nulos, por írritos los doy. 
Nada temáis, y alegres doblad las castas frentes 
Al sacramento augusto que á ministraros voy. 

¡Oh jóvenes heroicos! en tierra la rodilla. 
Dad gracias á los Cielos y bendecid la cruz. 
Esposos de estos ángeles, para vosotros brilla 
De paz y de ventura la amable y dulce luz.» 



Pasaron seis auroras; la sétima el divino 
Rocío, de los neófitos lavar las almas ve. 
Que van de otra existencia siguiendo ya el camino 
Por el amor guiados y la ardorosa fé. 

Y de los patrios númenes los ritos abjurados. 
Hijos de la cristiana sublime religión 



298 J. LEÓN MERA 



Ya Titu y la Escogida, y Amaru y Gualda aunados 
Por el amor más puro y el himeneo son. 

El sabio Niza dales la bendición eterna; 
Un árbol es el templo y una ancha piedra altar, 
El sol la única antorcha que brilla en esta tierna 
Escena que hace lágrimas dulcísimas regar. 



Mirad hacia el oriente, mirad esa montaña 
Cuyos rotos picachos en este instante baña 

La luz matutinal: "^ 

Allí, cuando los cielos enluta la tormenta. 
Se ven alzarse espectros de face macilenta, 
De talla colosal; 

Allí, de la alta noche rompiendo el misterioso 
Silencio, un eco suena que sordo y cavernoso 
El suelo hace tremer; 

Y vénse fatuos fuegos que entre los riscos vuelan,. 

Y el existir de ignoto sarcófago revelan 

Con su siniestro arder. 

Allá fué Rumiñahui con su feroz esposa 

Y el viejo Cushipata, su infame y tenebrosa 

Historia á sepultar; 

Y allí grandes riquezas, de la ciudad despojos, 
Entre quebradas peñas, acaso, y entre abrojos 

Pudieron ocultar. 



LA VÍRGEN DEL SOL 299 

Sentados én la cima de una pelada roca, 
Con espantados ojos y enmudecida boca, 
Y opreso el corazón, 
Allá, medio velada por candidos vapores 
Ver Quito aún podían, vaso de hermosas flores... 
¡Marchitas de aflicción! 

Y llanto de despecho, cual quemadora lava. 
Entonces sus megillas escuálidas bañaba 

Entre ronco gemir. 
¿Si llorarán los tigres? Si lloran, por ventura, 
Será como ésos monstruos de racional figura 
Sobre ellos al sentir. 

Pesar la ruda mano de adversidad terrible, 
Y al ver por todas partes borrarse lo posible 
De dicha y de placer, 

Y al escuchar las voces Je la cruel conciencia: 
«¡Jamás podrán dolores de crímenes herencia 

Consuelo merecer!» 

La edad y los pesares, del hambre los tormentos. 
En breve á Cushipata robaron los momentos 
De su existencia vil. 
De un vértigo de rabia un día Toa presa, 
Lanzándose á un abismo, dio en sus entrañas huesa 
A su beldad gentil. 



300 J. LtÓN MERA 



Maldito Rumiñahui como Caín, y errante, 
Feroz remordimiento, sin tregua de un instante, 
Do quiera le acosó; 
Mas vida tan horrible de un tribunal el brazo 
Cambió muy presto... ¡El bárbaro desde un infame lazo 
Al báratro rodó! 



FIN 



melodías indígenas 



" ^ "r^" ;?¿ EIX v- 



fL mi quí|iti3o ^ro 
í;1 X)oqtoi[ Don Uicplá^ CQai[tín8z 



A CORI DESDEÑOSA 



Linda doncella, Cori adorada, 
El sol ardiente la tez morena 
Te dio, y la luna la luz serena 

De tu mirar; 
Tiñó tus crenchas noche atezada, 
Pintó tus labios la rósea aurora, 
Te dio su talle la cimbradora 

Palma real; 

Las tiernas aves de la montaña 
Te han enseñado gratos cantares, 
Gracias te han dado los tutelares 

Genios del bien; 
Miel en tu lengua la dulce caña 
Vertió, y la brisa que entre las flores 
Vuela á tu aliento dio los olores 

De algún clavel; 

Pero ¡ay! los Andes cuando naciste 
Alma de crudo hielo te han dado, 
Y de sus rocas ¡ay! han labrado 



304 J. LEÓN MERA 

Tu corazón; 
Pues no te inflamas de ver al triste 
Yupanqui en llanto por tí deshecho, 
Ni su gemido mueve tu pecho 

Que nunca amó. 



TUS OJOS 



Hoy en la alta cumbre te vi del YahuirUy 
Cuando el sol de oro que en el templo está 
El sol de los cielos con rayos de fuego 
Bañando la frente la hacía brillar. 

Yo de entrambos soles — el dios y su imagen — 
Con mirada absorta contemplé la faz; 
Mas viendo en seguida la tuya, bien mío, 
Tus ojos divinos me encantaron más. 

Si por esta culpa quisiere el padre inca 
De Quito en la plaza mandarme colgar, 
— Antes, le diria, que lo hagas, te ruego 
Que mires los ojos de la hija de Human. 

jOh hijo de los dioses y rey poderoso! 
Si entonces no en tu alma sucumbe la paz 
Y amor en tu pecho no enciende una hoguera, 
Daré sin disgusto mi cuello al dogal. 



LAS PRENDAS 



Umbríos bosques, pardas montañas, 
Limpios arroyos murmuradores, 
Campos vestidos de grama y flores, 
Canosas aves, ¡feliz ya soy! 

Quiero contaros cuál es mi dicha, 
Cuál el delirio de mi contento; 
Que el pecho mío, sino os lo cuento, 
Va de emociones á estallar hoy. 

La hija del sabio grande adivino 
Que ha veinte lunas duerme en la tola; 
La que en la selva, cazando sola, 
A un feroz tigre rompió el testuz; 

La en la carrera siempre triunfante. 
La que las ondas nadando humilla, 
La que en las fiestas cual nadie brilla, 
Trozo de cielo bañado en luz; 

La que á desdenes me asesinaba 
Cuando le abría mi amante pecho; 
La que... ¡Oh ventura! ¿Sabéis qué ha hecho? 



MELODÍAS INDÍGENAS 307 

, 1 



¡Lo creo apenas de su altivez! i 

Esta mañana, junto á la fuente 
Que al pié del viejo molle borbota, 
La hallé posada como gaviota 
Que aguarda inmóvil asome el pez. 



Vióme al soslayo con dulce modo; 
Yo sorprendido tomé una bella 
Flor y á su falda tirela, y ella 
La alzó y al lindo labio acercó. 

Tímida luego me dio otra en cambio; 
Y en voz me dijo suave, amorosa: 
— Hé aquí mi prenda: seré tu esposa; 
Al uma-raimi no faltes, no. — 

Umbríos bosques, pardas montañas. 
Limpios arroyos murmuradores. 
Campos vestidos de grama y flores. 
Canosas aves, ¡cuan feliz soyl 

Para la fiesta diez soles faltan; 
¡Pasen veloces!... Al dios propicio 
A mis amores, en sacrificio 
Dos negros pacos á darle voy. 



LA INDIA ORGULLOSA 



« ¡Unirme á tí! decía 
La bella Glura á Turpi el guerreador; 

¡Cuan necia es' tu porfía! 

¿No vés que mancharía 
Mi noble raza tu ruin amor? 

Del bosque la palmera 
Quiere á la palma que á su lado ve; 

Mas desdeña altanera 

Amar á la rastrera 
Planta que besa tímida su pié. 

Mi padre descendiente 
De un cóndor fué, mi madre de un nandú; (48)» 

Y una infame serpiente 

Fué el tronco de la gente 
De quien, pobre amador, desciendes tú.» 

«No sé cuál fué mi cuna, 
El amante ofendido contestó; 
Mas sé, por mi fortuna, 



MELODÍAS INDÍGENAS }0() 



Que no hay pujanza alguna 
Que el arco encorve que manejo yo; 

Que ninguna ha postrado 
Más enemigos que mi lanza sé. 

¿Quién como yo ha tornado 

De trofeos cargado? 
¿Quién se atreve á pisar donde pisé? 

¿Mi nombre no resuena 
Cual señal de victoria en toda lid? 

¿Quién mi audacia encadena? 

¿No está la selva llena 
De la gloria de Turpi el adalid? 

Pero |ay! un amor tierno 
Hoy me ha vencido, y sé que tu esquivez 

En un dolor eterno, 

En un horrible infierno 
Esa pasión ha de tornar tal vez!... 

Óyeme, hermosa Glura: 
Teme insultar al noble amor en mí; 

Que el cielo mi amargura, 

Al verte ingrata y dura, 
Puede tornar airado contra tí.» 

Oyó esto la indomable 



3IO J. LEÓN MERA 



Beldad, y el rostro con desdén volvió; 

Y Turpi, el formidable 

Guerrero, en miserable 
Llanto de amor y enojo prorrumpió. 



LETRILLA 



«Puro es, linda mía, 
Mi férvido amor: 
¡Por Dios, no me trates 
Con tanto rigor! 

;^Si vengo por. verte. 
Con tu enojo doy; 
Desdeñas hablarme. 
Te ofende mi voz: 
Así vuelvo siempre, 
¡Fatal precisión! 
Llevando en mi pecho 
Terrible dolor, 
¡Por Dios, no me trates 
Con tanto rigor! 

»E1 inca tu abuelo. 
Que en Quito reinó, 
De cada vasallo 
Domó el corazón 
Con cetro suave 



I 



312 J. LEÓN MERA 



De bondad y amor; 
Pero ¡ay! que su nieta 
Mi tirana es hoy! 
¡Por Dios, no me mates 
Con tanto rigor! 

»La estirpe del inca 
Estirpe es del Sol 
Que da vida al mundo 
Con dulce calor, 
Y enciende en las almas 
El fuego de amor; 
Mira quien es, niña, 
Tu progenitor, 
¡Por Dios, no me trates 
Con tanto rigor! 

¡ »La luna es la esposa 

I Del divino Sol, 

' i De los incas madre 

I Y antorcha de amor; 

Del amor la estrella 

Precede á los dos. 

¡Tu sólo no abrigas 
I Tan dulce pasión!... 

I ¡Por Dios, no me trates 

Con tanto rigor!» 



MELODÍAS INDÍGENAS )l} 



Así anoche un joven 
Cantando pasó 
Junto á una cabana 
Que conozco yo, 
Hasta que sus rosas 
Desplegó el albor; 
Y aún á mi oido 
Resuena su voz: 
«¡Por Dios, no me trates 
Con tanto rigor!» 



EL MITIMAE 



Soy mitimdey de Cuzco vengo, 
Ciudad hermosa, del Sol querida; 
De Cuzco vengo, fíel al mandato 
Sabio del inca. 
lOh tu la joven de ojos de gamal 
¡Oh tú la tierna flor del Pichincha! 
No al extranjero te muestras nunca 
Dura y esquiva. 

Barro á tu suelo, paja á tus lomas 
Para mi casa vengo á pedirles, 
Y he de labrarla junto á la tuya. 
Si lo permites. 
Junto á tus campos hánseme dado 
Eriales tierras, secas y tristes, 
A que la lluvia de mi frente 
Las fecundice. 

Sembraré granos de especies varias, 
Pingües cosechas haré de todos. 
Tendré diez pacos de fino pelo, 
Bellos y gordos. 



melodías indígenas 3I«) 



En las solemnes fiestas de raimi 
Como ninguno llevaré adornos 
De alegres plumas, de lindas conchas, 
De plata y oro. 

Frente á la puerta de mi aposento 
Un altarcillo tendrá mi Huaca^ 
Numen sagrado, protector mió 
Desde mi infancia. 
Todos los días, apenas brille 
Allá en los cerros la luz del alba. 
Le daré besos y pondré flores 
Sobre sus aras, 

Pero ¡ayl doncella la de los ojos 
Dulces de gama, la de los dientes 
Como granizo que dos gemelas 
Rosas suspenden. 
Si tu no habitas mi pobre choza 
Jamás mi pecho latirá alegre... 
¡Vente conmigo, linda doncella! 
¡Conmigo vente! 

Nuestros caseros dioses unamos, 
De nuestras almas hagamos una, 
Y á un sólo lecho presten sus pieles • 
Llama y vicuña; 



3l6 J. LEÓN MERA 



Y el Sol bendiga nuestros amores 
Y nos dé prole bella y robusta 
Que olvidar me haga mi patria hermosa 
Y amar la tuya. 



EL FUEGO NUEVO. 



Doncellita la del rostro 
Hermoso como el lucero 
Que encima del monte brilla 
Después que la tarde ha muerto, 

De mi corazón la historia 
Que escuches atenta quiero, 
Pues con temblorosos labios 
A revelártela vengo. 

Óyeme: ayer en la fiesta 
Del sagrado fuego nuevo, 
¿Viste como el sacerdote 
Le hizo descender del cielo? 

Brillaba el sol en su trono 
De la altura azul en medio. 
Sin nubes que le impidiesen 
Lanzar sus rayos al suelo. 

Chocan éstos en el de oro 
Bruñido y cóncavo espejo, 
Y en el blando combustible 
Cayendo, le inflaman luego. 

Mientras tú miras absorta 
De qué modo el Sol hace esto 



3l8 J. LEÓN MERA 



Porque renovada sea 

La sacra lumbre del templo, 

En tu tersa frente brilla 
Otro irresistible fuego, 
Que viene á mí de rechazo, 
Y el combustible es mi pecho... 

Doncellita, doncellita 
Del rostro como lucero 
¡Eres de mi amor origen! 
¡Eres de mi amor objeto! 

Cada año el fuego divino 
Renovaráse en el templo; 
El mió no, pues que nunca 
Dejará de arder cual nuevo. 

De mi corazón, bien mío, 
La historia es esa. No quiero 
Que á enseñarme la del tuyo 
Desates tu dulce acento: 

Yo la adivino en tus ojos 
Que bajas cuando los veo, 
En tus labios en que vagan 
Pudor y besos á un tiempo, 

Y en tu pecho, cuyos golpes 
Mueven hasta el blanco lienzo 
Con que delicada ocultas 
Tesoro tan rico v bello. 



AL NUMEN DE LAS LLUVIAS. 



Pacha rúrac, 

Pachacámac, 

Uiracocha 

Cai hinápac 

Churasunqui, 

Camasunqui 

(De una poesía quichua 
que cita Garcilaso Inca.) 

Traducción. — «El autor del 

universo, el que le da vida, y 

el dios Uiracocha, para este 

oficio te criaron y animaron. 



No el espantoso rayo 
Veloz el aire surque, 
Ni de mi amada el pecho 
Con su estridor conturbe; 
No caiga el mal granizo 
Que la mies destruye 
Ni el aluvión los campos 
Desolador inunde; 
Mas tú, Ñtísta divina. 
Que habitas en las nubes, 
De las benignas lluvias 
Almo, piadoso numen. 



320 J. LEÓN MERA 



Escucha mi plegaria 
Que á ti humilde sube, 

Y esparce al bajo suelo 
Tus aguas claras, dulces. 
Las plantas á su influjo 
En mi heredad pululen, 
La espiga fructifique, 
Crezca el maíz y abunde. 
Los prados reverdezcan. 
Retoñen las legumbres, 
Las frutas de mi huerto 
Con profusiój;! maduren; 

Y á mí Cemila bella 

Y á mí ledos circunden 
Mis amigos, y todos 
De tanto bien disfruten. 
Así, celeste virgen. 

Los vientos no te insulten, 
Ni el agua de tus vasos 
Jamás su soplo turbe; 
Así del inca el padre 
Sus rayos atenúe 
Cuando veloce corra 
Por tu mansión de nubes; 
Así el omnipotente 
Pachacámac te ayude, 

Y aumente tu hermosura. 
Difunda en tí sus luces. 



LAS DOS TÓRTOLAS 
A mi querido amigo el doctor don Juan Rendan 

«¿Dónde vas, Páucar gallardo? 
¿Dónde vas?... ¡Ah! ya comprendo: 
En tu frente airoso ondea 
El penacho del guerrero; 

La aljaba de muerte henchida 
Cruje á tu espalda; el siniestro 
Brazo ostenta el ancho escudo; 
Nueva cuerda al arco has puesto. 

¡Ya comprendo! Tu mirada 
Me enseña de tu alma el fuego, 

Y tu arrojo se trasluce 
En tu sombrío silencio. 

La guerra te llama: el ronco 
Son del tambor rompe el viento, 

Y alzado en medio del campo 
Flota al aire el rojo lienzo. 

Se acerca de Cuzco el Inca; 
Nubes trae de guerreros; 
Mas con nubes de valientes 
Le sale Cacha al encuentro. 

21 



•)2 2 J. LEÓN MERA 



Marcha, marcha, hijo querido, 
Al lado del Shiri excelso, 

Y do lo mande pelea 
Cual buen soldado quiteño. 

Pero no olvides... no olvides, 
Páucar, que en este mi seno 
Hubiste el don de la vida, 

Y escucha mi último ruego: 
Si al golpe del enemigo 

Tu espíritu huye del cuerpo. 
En forma de tortolilla 
Venga á posarse en mi pecho; 

Que también mi ánima, al verla, 
De esta vieja carne huyendo. 
Se le unirá y al instante 
Partirán juntas al cielo. )!> 



Así la noble viuda 
Del noble y bravo Hualeco 
Dijo al partir á la guerra 
Su hijo Páucar, mozo bello. 

Partió;' la tierna mirada 
Maternal le vio á lo lejos 
Perderse entre el seco polvo 
Que alzaban sus pies ligeros, 

Cual se pierde entre la niebla 
Del horizonte el lucero 



MELODÍAS. INDÍGENAS }2} 

Paje del dios cuya lumbre 
Presta vida al universo. 

No regó llanto la anciana; 
Mas con el gentil mancebo 
Se fueron ;ay! sus sentidos, 
Su alma y corazón se fueron! 



De Huaina-Cápac la gente 

Y la de Cacha soberbio 
En las pampas de Tiocajas 
Como tigres combatieron. 

La arena se empapó en sangre; 
Hubo como arena muertos, 

Y de triunfo gritos hubo, 

Y hubo gritos de despecho. 
Los del Inca victoriosos 

Quedaron del campo dueños; 
Los del Shiri destrozados, 
Pero no vencido^ fueron. 

Y en la lucha cayó un joven 
Desde cuyo herido seno 
Alzóse una tortolilla 
Que hacia Quito tendió el vuelo. 

Voló, voló sin descanso. 
Voló, voló más que el viento, 

Y de una anciana afligida 

A descansar fué en el pecho. 



324 J. LEÓN MERA 



«;Mi hijo!» esclamó la infelice; 
«¡Hijo mío!» y al momento, 
Lanzando triste gemido, 
Cayó desplomada al suelo. 

En los macilentos labios 
La avecilla le dio un beso, 

Y asomó tras un suspiro 
Otra tórtola de entre ellos. 
Unidas ambas entonces, 
Del sol al rayo postrero 

Se lanzaron al espacio 

Y en las nubes se perdieron. 



LOS AMANCAYES. 



Tímur, el de las selvas 

Joven guerrero, 
Amaba á Pañi, virgen 

De rostro bello; 

La virgen casta, 
Corazón de Paloma 

Y alma áe palla. 

Pañi miraba á Tímur 
Con dulces ojos; 

Más del Sol eta esposa. 
Del Sol celoso, 

Y ;ay! la infelice 
Sufrió por sus miradas 

Castigo horrible! 

El dios la envió imprevista 

Dolencia ruda 
Que á la tercer aurora 

La hundió en la tumba. 

¿Veis de amancayes 



326 J. LEÓN MERA 



Aquel grupo allá lejos? 
Allí ^stá Pañi. 

Tímur (lo cuentan á una 

■ Las tradiciones) 
Iba á llorar por Pañi 
Todas las noches; 

Y diz que dijo 
A la Luna tres veces 

El pobre Tímur: 

«Piadosa madre, dime, 

Dime si Pañi 
Benigna el llanto acoge 

De este su amante, 

Ó bien si adusta 
Cual ofensa le mira; 

¡Dímelo, Luna! 

Si benigna, mi llanto 
Produzca flores; 
Si enojada, que abrojos 

Y ortigas brote. 
Divina hermana 

Del Sol, aquesta seña 
Te pide mi alma. 

Las milagrosas ñores 
Me darán vida 



MELODÍAS INDÍGENAS }2'] 



Para llorar la muerte 

De mis delicias; 

Más los abrojos... 
jAyl cubrirán mi pobre 

Sepulcro ignoto!» 

En la tercia velada 
Más tierno y vivo 

Fué el ruego y expresado 
Sólo en gemidos: 
Calló la lengua, 

Pero la voz del alma 
Voló á la esfera; 

Voló: la madre Luna 

Oyóla y dijo: 
«Tímur lo anhela, demos 

La seña á Tímur: 

Hermosas flores 
De su llanto, y no ingratas 

Espinas broten.» 

Y de la amable diosa 

Blanda mirada 
Resbalando entre nubes 

Crespas y blancas. 

Hizo amancayes 
Lindos sobre el sepulcro 

Nacer de Pañi. 



328 J. LEÓN MERA 



Y de la amable diosa 
Mágico aliento, 

Bajando cual suspiros 
De aura ligeros, 
Prestó á las hojas 

De aquellas lindas flores 
Suave aroma. 

¿No veis? los amancayes 

Por eso ostentan 
El color de la Luna, 

Color de perla; 

Gratos por eso 
De pura escencia rinden 

Tributo al cielo; 

Por eso ellas las flores 

Son de las almas 
Que sus muertas venturas 

Llorando pasan; 

Por eso brotan 
De infelicas amantes 

Siempre en las tolas. 



LLANTO DEL ALMA 



Lloré por Coillur, mi amada 
Lloré por la niña hermosa 
Que el día de ser mi esposa 
La escondió la tumba helada. 

Y lloré más apenado, 
Sin descanso ni consuelo 
Porque estando ella en el cielo 
Me habia, ingrata, olvidado. 

Pero mi llanto fué tal, 
Tales los ayes que di. 
Que volvió á pensar en mí 

Y á dolerse de mi mal; 

Y todas las noches viene 
Misteriosa, aérea, sola, 

Y en las flores de su tola 
Hasta el alba se detiene. 



}}0 J. LEÓN MERA 



Allí suspira. Yo atento 
La oigo con triste delicia, 

Y aún siento que me acaricia 
La frente su blando aliento. 

Mas con el alba se aleja 
La reina de mis amores, 

Y en el cáliz de las flores 
Sus tiernas lágrimas deja. 

Yo á beberías me apresuro, 
Pues ellas bálsamo son 
Que á mi infeliz corazón 
Prestan alivio seguro. 



AMOR PERDIDO 



Blanca flor, tierna y hermosa 
Reluciente grano de oro, 
Vida mia_, amor de mi alma, 
Por quien ayer fui dichoso; 

¿Qué te has hecho? ¿dó te has ido? 
Dónde te hallarán mis ojos. 
Por tu repentina ausencia 
Hoy de lágrimas arroyos? 

Desde ayer, no bien salido 
El sol, buscándote corro 
Por las sierras y los valles. 
Las praderas y los sotos. 

Por ti á las brisas pregunto, 

Y me responde su soplo: 
¡Pasó! Pregunto á las fuentes, 

Y ¡pasó! clamar las oigo. 



332 J. LEÓN MERA 



A las hiervas y á los flores 
De los campos interrogo, 

Y ipasó! pasó! me dicen 
En susurros misteriosos. 

A las aves me dirijo 
Con mis lúgubres sollozos, 

Y á las nubes que cabalgan 
De los montes en los lomos, 

Y ¡pasó! pasó! me gritan 
En voz que entiendo yo sólo: 
— No. la busques en los valles. 
Ni en las sierras ni en los sotos; 

No la busques de las selvas 
En los senos silenciosos; 
No la busques de los ríos 
En los cristales sonoros: 

Ella está donde no pueden 
Hallarla mortales ojos, 
Allá en país muy distante, 
Allá en país muy hermoso. — 

¡Ay! amor, amor de mi alma! 
¡Doncella de lindo rostro. 
Más lindo que los del Sol 
Jardines de plata y oro! (49) 



MELOpÍAS IflDÍOBNAS 33^ 

Ya comprendo que te has ido 
Al alto mundo, del polvo 
Huyendo de aqueste mundo 
Donde gimo en abandono. 

Mas ya sé como te fuiste, 
Y ya el camino conozco; 
Por el he de irme á buscarte 
Hasta ese país ignoto; 

Y cuando una iola vean 
Levantada donde hoy moro, 
— ¡Al fin, dirán mis hermanos, 
Al fin la halló y es dichoso! 



EL AVE DE LA TOLA 



Ya el astro excelso tras el monte cae, 
Ya entre sombras va el suelo á reposar. 
Triste mi alma del mundo se sustrae, 
Y á un sitio agreste y áspero me atrae 
Del solitario el lúgubre cantar. 

AUi veo la tola abandonada 
Alzada al pie del molle secular; 
Cual guardián de la fúnebre morada 
Allí está el solitario en la ramada 
Dando al viento su lúgubre eantar. 

Há mucho, mucho tiempo, aquí venía 
Una doliente madre á lamentar; 
Mas hoy del hijo la ceniza fría 
¡Ay! tiene sólo, al espirar el día, 
De un solitario el lúgubre cantar. 

De una virgen, tal vez, la sombra cara 
Suele un amante idólatra invocar, 



MELODÍAS INDÍGENAS 335 



Y era esta tola del dolor el ara 

Do tierno llanto y flores derramara 
Entonando su lúgubre cantar. 

Acaso de los muertos en la fiesta, 
Cuando todo gemía en el pesar, 
Cien amigos sentábanse en aquesta 
De un bravo guerreador tumba modesta 
A ofrendarle su lúgubre cantar. 

Mas ya de este sarcófago la historia 
Han borrado los siglos al pasar, 

Y hoy solo, vaga, rápida, ilusoria, 
En mi espíritu se alza una memoria 
Del solitario al lúgubre cantar. 

De este molle á la sombra refrigerio 
Viene el pastor á veces á buscar, 

Y profana del túmulo'el misterio 
Una piedra lanzando y un dicterio 
Contra el ave de lúgubre cantar; 

O el peregrino, de sudor la frente 
Empapada, se arrima á descansar 
A esta ignorada tola, y nunca siente 
Respeto ni emoción, é indiferente 
Oye del ave el lúgubre cantar. 



33 6 J. LEÓN MERA 



Mas cuando cae el sol tras la montaña 
Yo vengo á entristecerme y meditar; 
No huye el ave de mí jamás huraña, 
Y posada en su molle me acompaña 
Dando al viento su lúgubre cantar. 



LA TOLA VOLCADA 



— ¿Qué haces? Mal extranjero, ¡tente! |tente! 

No esa tola derroques; 
No la ira de Jos dioses, imprudente, 

Con un crimen provoques. 

¿Juzgas que encierra en sus entrañas oro? 

¡Falsísima noticia! 
Oculta el montezuelo gran tesoro, 

Más vano á tu codicia: 

Huesos de una que fué rara belleza 

Que mi alma idolatraba, 
Polvo de un corazón cuya terneza 

Mi vida deleitaba, 

¿No viniste á mi patria, el mar surcando, 

En pos de otros caudales? 
¿A qué te cansas con afán buscando 

Cenizas sepulcrales? — 

92 



3t8 j. león mkra 

— Rústico infiel, me engañas: aquí el oro 
Se esconde que me tienta — 

Volcó la tola el blanco, halló el tesoro... 
¡Tesoro de osamenta! 



ATAUCHI EL HUÉRFANO 
A mi querido amigo don J. Abel Echevarría 

Murió cual bravo su padre 
En la guerra contra Huáscar, 
En que ganó el rojo lláuto (50) 
El nieto del shiri Cacha. 

Murió su madre de pena, 
Pena tan honda y amarga 
Cual nunca de otra viuda 
La sintiera igual el alma. 

Y él, huérfano desvalido, 
Niño aún, preso entre fajas. 
De hambre y frío sintió exceso 
Y de amor y besos falta. 

; Pobre Atauchi! como arbusto 
Creció que en el muro arraiga 
De triste cueva, y que nunca 
Del sol los rayos halagan. 



34^ J. LEÓN MERA 



Mozo ya, su bella frente 
Huellas de pesar surcaban, 
Y del corazón las quejas 
Brotaban con sus palabras; 

Qiie á los pesares de quien 
Quedó sin madre en la infancia 
No suelen ser medicina 
Años que vienen y pasan. 



Pero Atauchi pudo cosas 
Aprender de un viejo amautúL, 
De esas que suelen los dioses 
Revelar á pocas almas: 

Para él la luz de los astros 
Nunca es muda, para él hablan 
Las nubes, para el la negra 
Noche secretos no guarda; 

Él de los vientos traduce 
La voz misteriosa y vaga. 
Oye frases en los truenos. 
Oye «n el agua («labras; 

Sabe qué dice una fiera 
Cuando ruge ó cuando brama; 



melodías indígenas 341 

Gusta de oir cual las aves 
Sus amores se declaran; 

Encantan le los coloquios 
De las flores con las auras 
¡Sólo á veces no comprende 
De cuanto habla el hombre, nada!... 



Y era también cazador 
¡Cazador en hora mala, 
Porque la sangre y la muerte 
Son el placer de la caza! 

Terribles son en sus manos 
El arco y la cerbatana: 
Jamás de ellos tiro parte 
Que presa al suelo no traiga. 

Contra su flecha es inútil 
Que el tigre posea garras, 

Y pies veloces el gamo, 

Y el cóndor rápidas alas. 

Contra el globillo de barro 
Que su cerbatana lanza 
Nada á los pájaros valeii 
Elevadísimas ramas. 



342 J. LEÓN MERA 



Y diz que una vez con él 
A un cóndor con fuerza tanta 
Dio, que le hizo de una roca 
Descender muerto á sus plantas. 



Un día, cuando aún el sol. 
Delicia de la mañana 
Del Yahuira en la eminencia 
No ilumina su áurea casa; 

Cuando aún las hojas del bosque, 

Y de los campos la grama, 

Y de las flores el seao 

De la noche el llanto guardan; 

Cuando las madrugadoras 
Aves todavía cantan, 

Y á buscar sustento aún 
No dejan nidos ni ramas, 

Atauchi, en la diestra mano 
La certera cerbatana. 
Del Machángara vaguea 
Por la orilla solitaria. 

Entre el follaje de un árbol 
Medio oculta á ver alcanza 
Una tórtola, las plumas 
En arreglarse ocupada; 



MELODÍAS INDÍGENAS 343 



Y que luego se sacude, 

Y después estiende el ala 

Y á soltar el vuelo al campo 
Viva y lista se prepara. 

Pero antes él cuello hermoso 
A mirar el nido alarga, 
Do su pechó, hace un instante. 
Un pichoncillo abrigaba. 

En tanto el joven se encorba 

Y pasito á paso avanza. 
Fijos vista y pensamiento 
En la presa descuidada; 

Alza con tiento y aplica 
Al labio entrearbierto el arma; 
Sopla, y el golpe terrible 
A la infeliz descalabra. 

Da esta una rápida vuelta 
Sobre sí propia; en las ramas 
En vano busca asidero: 
Cae y el suelo en sangre mancha. 

Del cazador en las manos 
Aletea, y fatigada. 
Agonizante, en acento 
De angustia lleno le habla: 



344 J' ^^^ MERA 



«¡Ah, cruel! ¿qué daño te hice, 
Que así me hieres y matas? 
¿Por qué á mi hijito infelíce 
La tierna madre arrebatas? 

»|Ay1 mira, injusto enemigo, 
Que mi cuidado aí faltarle, 
El hambre y el desabrigo 
Van en el nido á matarle!» 

No dice más. Se estremece 
En las postrimeras ansias, 

Y espira, en Atauchi puesta 
La dulce y triste mirada. 

Y Atauchi siente movidas 
De compasión sus entrañas, 

Y devolver con su aliento 
Quisiera esa vida cara 

Que robó impío; en sus labios 
El pico introduce, y nada. 
Nada consigue. A los cielos 
Ojos suplicantes alza; 

Mas los Cielos, la merced 
Que así le pide, negada, 
En el nido al huerfanito 
Descubren á sus miradas: 



MELODÍAS INDÍGENAS 345 



PoUuelo de rojas carnes, 
Aún ciego y desnudo, alarga 
El cuello y la frente hiergue 
De sutil vello cercada; 

Y á la madre no encontrando 
Torna á encogerse, y aguarda;... 
¡Más vendrá sólo la muerte, 
Que no la madre esperada! 

Regando entonces el joven 
Lágrimas que brota su alma, 
Por el dolor y el despecho 
Harto herida y ahogada, 

Apoyando en la rodilla 
La funesta cerbatana. 
Rómpela y lejos la arroja, 
Y en resuelta voz exclama: 

«¡Oh, Sol! ¡oh padre del inca! 
Si á ejercer vuelvo la caza. 
No tornen jamás mis ojos 
A gozar tu luz sagrada!>> 



LA MADRE Y EL HIJO 



Arde el numen 
Peruano, 

Y en el llano 
Su calor 

Abrasa al indio mísero 
Que el suelo surcando árido, 

La faz quemada 

Siente empapada 

Por el sudor. 

A la sombra 
De un añoso 

Y frondoso 
Capulí, 

Meciendo al primogénito 
La esposa, en voces trémulas 

De tortolilla 

Canta sencilla 

Su yaraví. 



MELODÍAS INDÍGENAS 347 



«Calla y duerme, 

Preíida mía, 

Y en mí fía, 

Caro bien; 
Que yo siempre solícita 
Con mis cantares rústicos, 

Haré que el sueño 

Pose halagüeño 

Sobre tu sien. 



Calla y duerme, 

Y así olvida 

De la vida 

La aridez: 
Olvida que las lágrimas 
Han sido tu herencia única, 

Porque de triste 

Raza naciste 

De oscura tez. 

Ve á tu padre 

Cuál le oprimen: 

¿Es un crimen 

Su color? 
¡Ay! de la suerte pérfida 
Solo es capricho bárbaro! 

A ella le plugo 

Cargarle un yugo, 

Darle un señor. 



34^ J- I-EÓN MERA 



De estos campos 
Era el fruto 
Un tributo 
Por su afán, 

Y hoy con fatigas ímprobas 
Fecunda el suelo estérile 

A que su dueño 
De altivo ceño 
Coma su pan. 

Tú así un día, 

¡Oh hijo amado! 

Fatigado 

Te has de ver, 

Y como vil acémila 
Bajo el infame látigo 

Con tu faena 

La hacienda agena 

Verás cecer. 

Más entonces 
Ya mi suerte 
Con mi muerte 
Finirá; 

Y tú quedarás huérfano... 
¿Quien ¡ay! el sudor férvido 

De tu inocente 
Marchita frente 
Enjugará?» 



MELODÍAS INDÍGENAS 349 

Y de la india 
Tierno llanto 
Corre en tanto 
Por la faz; 

Pero su arrullo lánguido 
Es el poder magnético 
De su cariño, 

Y el pobre niño 
Se duerme en paz. 



CANTO FÚNEBRE 

Con motivo de la matanza de los solaados del Inca ov ut 
isla Puna, (hoy Pund). (5/) 

¡Llorad: hijos del Sol! ¡ayl los valientes 
Por infame traición muertos han sido! 

¡Oh vos los de la Puna 
Que las aguas del mar cercan rugientes! 

¿Qué habéis hecho? Transido 
Está de pena el corazón del Inca; 

Más no hay pena ninguna 
Que le quiebre la diestra vengadora: 
Alzada está, y en ella resplandece 
La ira santa cual llama abrasadora. 

¡Temblad los de la Puna! 
¡Llorad, hijos del Sol! El que merece 
Fiero castigo la maldad inicua. 
Presto se hará: ¡temblad, ejecutores 

Del nefando delito! 
Pero llorad, hijos del Sol: conspicua 
La gente fué que á golpes de traidores 
Cayó en la mar que devoró sus cuerpos. 

¡Ay! los que fueron desde Guzco á Quito 



MELODÍAS INDÍGENAS 35 I 



Como rio impetuoso, como roca 
Del alto monte al valle desplomada. 
Como llama en las selvas por la loca 
Furia del aguilón arrebatada, 
Sin tumba yacen. Levantad el grito 
De dolor, y de ira y de despecho, 
¡Llorad, llorad hijos del Sol! Los peces 
Con los difuntos su festín han hecho; 
Los huesos de los bravos en el fondo 
Del agua están cual piedras esparcidos. 
¡Oh ilustres capitanes! 

Y no con vuestros restos el redondo 
Escudo está, la aljaba y arco fuerte; 

Ni se os darán los panes 

Y el dorado licor que son debidos 
Al que habita la casa de la muerte. 
De cieno el lecho y de ligeras algas 
Tienen vuestros misérrimos despojos; 
No caerá sobre él de nuestros ojos 

La amarga lluvia, y sólo el formidable 

Bramar de la tormenta 
Llegará á estremecer en los abismos... 
¡Oh suerte, oh suerte cruda y lamentable!... 

¿Por qué en la lid sangrienta 
No murieron con honra esos guerreros? 
La punta de la flecha ó de la pica 

Su existencia preciada 
Romper debió, no golpes de remeros. 



352 J. LEÓN MERA 



No traición por los dioses reprobada. 
¡Llorad, hijos del Sol, llorad sin tregua! 

Que el cielo justifica 
Tan profundo dolor, tan largo llanto. 
•Llorad! que vuestro lloro testifica, 
Más que del haravec el triste canto. 

Cuan cara es la memoria 
De las ilustres víctimas, y cuánto, 

Cuánto es grande su gloria! 



LA FIESTA DE LOS MUERTOS 



Ya la luna ha tornado en que solemne 
Fiesta á los muertos se hace; 

De la hermana del sol, cual arco argénteo, 
Vimo» ayer la fase. 

Hoy el padre del Inca, el astro excelso. 
Su luz nos ha escondido, 

Y su sagrada prole y sus vasallos 

De luto se han vestido. 

Todo es triste gemir y llanto amargo, 

Porque hoy los corazones 
Se acuerdan de las almas que se fueron 

A ignoradas regiones. 

Y de los huesos y del trío polvo 

Se acuerdan que en la tierra 
Ellas dejaron, y en su oscuro seno 
La sepultura encierra. 



354 J- LEÓN MERA 



El cielo está lloroso; las montañas 

De niebla están vestidas; 
Suspiran los arroyos, y las aves 

Lamentan afligidas. 

Vamos hermanos míos, ya está abierta 

Del Dios la santa casa. 
Llevadle miel y pan, y del cordero 

La fresca y suave grasa. 

Yo del numen augur, al sacrificio 

Llevo mi negra oveja; 
Tierna es, como le agrada: aun no he cortado 

Ni una vez su guedeja. 

Inmolada la víctima,, su sangre 

Diráme ;oh cuántas cosas 
De las profanas gentes ignoradas, 

Terribles, misteriosas! 

«¡Ay, si me veis palidecer! ¡si brota 

El sudor de mi frente, 
Y de mis ojos, con espanto abiertos, 

Alguna gota ardiente! 

¡Temblad, hermanos!... Pero la hora llega: 

Subid al monte sacro; 
Ya está abierta la casa donde brilla 

Del Sol el simulacro. 



melodías indígenas 355 

Después iremos con ofrendas todos 

A las fúnebres folas, 
Alzadas en hileras en el valle 

Como del mar las olas. 

Y el vino, pan y miel de los queridos 
, Muertos renovaremos, 

Y el polvo que los cubre con dolientes 

Lágrimas regaremos. 

;Oh benéficos padres, caros Incas, 

Del cielo habitadores! 
¡Generosos gvierreros, de cien bravos 

Pueblos sojuzgadores! 

¡Sacerdotes del Sol! ¡sabios amuntas! 

¡Vírgenes sin mancilla! 
¡Todos los que caisteis de la muerte 

Bajo la atroz cuchilla! 

Ya á vuestras folas vamos; de cantares 

Lúgubres y gemidos 
Los aires cundiremos; vuestros huesos 

Serán extremecidos. 

Y desde el alto mundo, silenciosas, 

Vendrán las almas vuestras 

Agradecidas á juntarse un breve 

Momento con las nuestras. 



DESPEDIDA DEL GUERRERO 



Ya el caracol guerrero 
Su grito al viento lanza; 
Ya el lienzo, tinto en sangre, 
Flotando airoso en su asta 
Me llama á combatir. 

¡Adiós, hermosa mía! 
Tu dulce amor me encanta; 
Pero otro amor mi pecho 
Hoy poderoso inflama — 
Amor de noble lid. 

¿Oyes? También las voces 
Del atambor me llaman, 
Y en sed de sangre ardiendo 
La lengua de mi lanza 
Me dice: ¡A combatir! 

¡Adiós, hermosa mía! 
No llores: tus amargas 



MELODÍAS INDÍGENAS 357 

Lágrimas corran sólo 
Si no mi brazo alcanza 
El triunfo en la ardua lid. 



HUAINA CAPAC 



Del astro dios el vastago felice, 
Huaina-Cápac, el Inca poderoso, 
Sobre el valiente Cacha victorioso, 
A mi su siervo y haravec me dice: 
«Celebra mi valor y mi gloria 
En noble canto digno de memoria.» 

Mi corazón se asusta^ 
;Oh príncipe magnánimo y divino! 
Más ¿quién loar no gusta 
De su Inca y padre amado el claro nombre 
Y el excelso destino! 

Pero no en la lengua de hombre. 
Decir cabe jamás las cosas grandes: 
Númenes de los Andes, 
Vosotros las diréis y que se asombre 
De ellas el mundo y reverencie al Incat 

Azuay, tú que á la guerra 
Le viste apercibido 



melodías indigenxs )yg 



Cual de la tempestad el dios temido 
Que, oculto entre las nubes^ axneoaza 
Con fragorosos rayos á la tierra, 
Di cual es su. poder, cuál de su maza 

Y pica hambrienta de enemiga carne 
La fuerza vencedora. 

Proclama, Chimborago, en los confines 
De Purúa (52) sentado. 
Tú que res la morada y los jardines 
Dónde la hija del Shiri encantadora 
Gozó su juventud, proclama al héroe 
Cuyo terrible ardor has comtemplado 
En la saagrienta arena de Ti&cagas, 
La roja borla y la sagrada pluma 
Del ave de los lacas en su frente 
Resplandecen con mágicos fulgores; 
Sabiduría suma, 

Don del eterno Sol sus labios manan; 
Centellea su diestra armipotente, 

Y los más valerosos guerreadores 
Del impetuoso Shiri^ vanamente 
Por contener al vencedor se afanan: 
Caen ó retroceden: vedlos, vedlos, 

¡Se van!.... Tras ellos Huaina-Cápac vuela 
Como el cóndor aadaz de férreo pico 

Y alas que rompen el furioso viento 
De cruda tempestad. De^ Duchicela 



>éo J. LEÓN MERA 



Domado está el país hermoso y rico, 

Y atrás lo deja el Inca. 

¡Oh Cotopaxil 
A tí del vencimiento 

Y el noble vencedor te toca ahora 
Proclamar la grandeza sin segundo; 
Tú á quien designa misteriosa suerte 
Como nuncio de ruinas y de muerte. 
Hoy que del gran Yupanqui ves al hijo 
Dueño y señor del suelo en que te asientas, 
Sé nuncio de victoria y regocijo. 

Más también Quito sojuzgada llora,... 
¿Llora? Cese, Pichincha, cese el llanto 
De tu hija bella, y en tronar profundo 
Su futuro esplendor anuncia al mundo. 
Ya la generación del Inca santo 
A enaltecerte viene: 
Sierva nunca serás, Quito felice; 
Preyen la altiva siene 
A la imperial insignia que, á despecho 
De la ciudad de Manco, (53) ceñiraste. 
El sagrado adivino lo predice 
Que al cóndor fiero oyó de pardo pecho 
Que graznaba del Inca sobre el techo, 
Y luego en regia magestad las alas 
Tendió, y siguiendo el curso de la guerra 
Desde su aérea región vinoá esta tierra. 



MELODÍAS INDÍGENAS '^Sl 



Imbabura, ¿qué estruendo 
Allá en tus campos fértiles resuena? 
¡Ah del combate horrendo 
Los ecos son! El numen de la Puna 
Cual nunca su furor desencadena. 
De Hualcopo el legítimo heredero 
Su trono á defender, su hogar y cuna, 
Se fortalece allí; soberbio y fiero 
La paz rehusa y la amistad del Inca. 
«¡Guerra! guerra sin tregua al extrangero! 
Yo, yo lo mando; muera quien delinca, 
Desatento á mi voz, y sus despojos 
Sin tola yazgan, de los buitres pasto! 
Esto diciendo, con terribles ojos 
El campamento recorría vasto 
De armada gente henchido. 
Un dia, y otro, y otro en el reñido - 

Combate busca el Inca mayor gloria, 

Y Cacha su defensa y su venganza 

¡Oh Cacha! cede: el Sol en cuya mano 
Sabia está la victoria, ■ j 

A su hijo dio el consejo y la pujanza. 

¡Oh Cacha! el soberano 

Del cielo apresta ya la aguda lanza 

Que el cetro de la diestra ha de robarte 

Y del heroico pecho la existencia. 
¿No la veis? ¿tío la ves? por toda parte. 
Como irritada víborai, en tu torno 



^02 J. L£ON MERA 



Vibra silbando enrrojecida lengua.... 

;Ay! cayó el valeroso, cayó el fuerte!. , 
¡El que existir venddo tuvo á meagu^ 
¡Cacha murió! Su campo está en trastoriio; 
De su reino cambiada está la suerte.. (54} 
Como se abate el seibo en la montaña 
Del rayo al golpe atroz; cual se desploma^ 
De la mar combatida por la saña. 
Roca gigante y fuerte, aa ei herido 
Shiri cayó, y el llanto de los muertos 
Sonó de loma ea loma. 
De rio en rio, estremeció las selvas, . 
Conmovió los desiertos. 

El magno nieto del divina Manco 
Del caido rival el nombre ensalza; 
¡Oh ejemplo de virtud, y de nobleza! 
Del Inca el pecho generoso y franco 
Se cubre de tristeza; 

Y entre ayes y entre cánticos ñmestos 
Del rey que fué los venerados restos, 
De armas lucientes y de ricas joyai 

Y de preciosas telas rodeados, 
En la tumba real son colocadas. 

Egregio sucesor del" gran Yupanqui, 
¿Qué te falta? La veixie, la preciosa 



MELODÍAS INDÍGENAS )é} 



Piedra en ta frente brilla ^ 

En tu frente cien veces gloriosa. 

¡Ah! tricn&r en la guerra 

Y humillar á sus pies toda la tierra, 
Para el hijo de un dios no es maravilla! 
Otra victoria alcanzas^ otro imperio 
Más valioso domeftas 

Por el de amor suave ministerio; 
Cual juntas las enseñas 
Vencidas á las tuyas vencedoras; 
Como del Shiri la brillante insignia 
Unes con tu purpúrea borla, y como 
Enemigas naciones incorporas 
En tu grande nación, sin que ni asomo 
De renccw é ira la fusión contraste, 
Así de Paccha, beüa j codiciaUe 
Más que el triunfo y la gloria, y adorable 
Más que la dulce paz, el amoroso 
Virginal corazón al tuyo aunaste. 

¡Oh unión! Obra de amor! firme cimiento 
De paz y de ventura 
De dos nobles naciones! vuestra fama 
Del haravec supera el pensamiento, 
De su voz la armonía y la dulzura 

Y de su viva inspiración la llama. 
Númenes misteriosos dé los Andes, 
Cantad de nuevo: genio de Imbabura, 



364 f J- LEÓN MERA 



Invita al de Antizana genio agreste, 

Al de Pichincha arrebozado en nubes, 

Al que aviva la horrenda eterna fragua 

Del Cotopaxi, al que selvosa veste 

Dio y corona argentina al Tungurahua, 

Al qué más que ninguno á la celeste 

Región se encumbra, Chimborazo augusto: 

Cantad todos, cantad, 7 la armonía 

De los vuestros cantares 

Diga á las selvas, rios 7 anchos mares 

Cual es de Quito el justo 

Orgullo, y la esperanza 7 alegría. 

Cantad, cantad; del Inca el áureo trono 

De la victoria levantó la mano 

Del modesto Ma<:^4áigara en la o .illa; 

Mas en el coraz-óí^, del soberano, 

Amor puso susill^ -jx^ ^i - 

Y Paccha en ella 4<OTinando brilla. 



HIMNO 

DE LAS Vírgenes del Sol, 
al saber la prisión de Atahualpa en Cajamarca 

ÉL SACERDOTE 

Cantad, piadosas Vírgenes, 
Y al Sol el ruego alzad; 
Vuestras ofrendas luego 
Consuma el sacro fuego. 
Conque amainar la cólera 
Podáis de la deidad. 

LAS VÍRGENES 

¡Oh Sol, esposo nuestrol 
Del universo encanto. 
De Pachacámac santo 
Eterno y puro amor, 
Hermano de la Luna 
Que sigue fiel tus huellas 
Señor de las estrellas. 
Del Inca genitor. 



l66 J. LEÓN MERA 



Escucha nuestras súplicas 
Con paternal bondad. 

EL SACERDOTE 

Cantad, piadosas Vírgenes, 

Y al Sol el ruego alzad; 
Vuestras ofrendas luego 
Consuma el sacro fuego, 
Conque amainar la cólera 
Podáis de la deidad. 

LAS VÍRGENES 

¡Oh Sol! que en Tumipampa (55) 
Al Shiri libertaste, 

Y á su favor mandaste 
QyxQ, obrase el Hado al fin; 
Tú que vencer le hiciste 
Al enemigo hermano, 

Y el llanto soberano 
Le diste por botín, 

De la prisión hoy sálvale, 
Calma nuestra ansiedad! 

EL SACERDOTE 

Cantad, piadosas vírgenes, 

Y al Sol el ruego alzad; 



MELODÍAS INDÍGENAS 367 



Vuestras ofrendas luego 
Consuma el sacro fuego 
Conque amainar la cólera 
Podáis de la deidad. 

LAS VÍRGENES 

¿De qué huracán en alas, 
Por qué cruel destino 
La extraña gente vino 
Que al Inca aprisionó? 
¿Quién de tu horrendo rayo 
Armó su impía diestra, 
Que en Cajamarca muestra 
De sus lurores dio? 
Contra tu grey pacífica 
¿Por qué esa atrocidad? 

EL SACERDOTE 

Cantad, piadosas Vírgenes, 
Y al Sol el ruego alzad; 
Vuestras ofrendas luego 
Consuma el sacro fuego, 
Conque amainar la cólera 
Podáis de la deidad. 

LAS VÍRGENES 

¿Llegaron [ay! llegaron 



3^)8 J. LEÓN MERA 



Acaso ya los días 

Que duras profecías 

Cumplidas han de ver? 

¡Aterradora idea!... 

El tiempo ¡oh Sol! retarda 

Que el alma hacen tremer, 

Y el vaticinio lúgubre 
Se cumpla en otra edad! 

EL SACERDOTE 

Cantad, piadosas Vírgenes, 

Y al Sol el ruego alzad; 
Vuestras ofrendas luego 
Consuma el sacro fuego, 
Conque amainar la cólera 
Podiás de la deidad. 

LAS VÍRGENES 

¡No, no de U ir acocha 
Se realice el sueño! 
Tú del destino dueño 
No lo consientas, Sol. 
No lo consientas, rompe 
Del Inca las prisiones, 

Y arroja á otras regiones 
Por siempre al español, 



MELODÍAS, INDÍGENAS 369 

Que viene cual insólita 

Y horrenda tempestad. 

IL SACERDOTE 

Cantad, piadosas Vírgenes, 

Y al Sol el ruego alzad; 
Vuestras ofrendas luego 
Consuma el sacro, fuego, 
Conque amainar la cólera 
Podáis de la deidad. 

LAS VÍRGENES 

Y esa temida gente 
Diz que á otro dios adora, 

Y de riqueza ahora 
Ansiosa viene en pos. 
¡Oh! llévese nuestro oro. 
Si en el su dicha finca; 
Más déjenos al Inca, . 
Respete á nuestro dios: 
Son estos de sus subditos 
Honor, felicidad. 

' EL SACERDOTE 

Cantad, piadosas Vírgenes, 

Y al Sol el ruego alzad; 

24 



370 J. LEÓ¥ MERA 



Vuestras ofrendas luego 
Consuma el sacro fuego, 
Conque amainar la cólera 
Podáis de la deidad. 

LAS VÍRGENES 

Consuma ¡oh Sol! el fuego 
Las flores más hermosas, 
Las gomas olorosas 
Que trae nuestra fé; 
Consúmalas, y el humo 
Que Vuele hacia la altura 
Conviértase en ventura 
Que tu largueza dé 
A quienes en sus cánticos 
Imploran tu piedad. 

EL SACERDOTE 

Cantad, piadosas Vírgenes, 
Y al sol el ruego alzad; 
Vuestras ofrendas luego ' 
Consume el sacro fuego. 
Conque amainar la cólera 
Podáis de la deidad. 



MUERTE DE CORI. (56) 



Detente ;oh madre de los Incas! Luna, 
Compasiva deidad, párate y mira, 
Y contempla un instante 
De los Shiris la patria sin fortuna. 
Vibráronle los Cielos rayos de ira, 
;Y hela ya destrozada, agonizante! 
Deja caer tu dulce y misteriosa 
Mirada sobre el campo do la muerte 
Junto á una ilustre víctima prepara . 
Otra bella y preciosa. 
Si exige impía la invencible suerte 
Más cruentos sacrificios, jay! aclara, 
Triste Luna, tú sola 
El que hace tu hija, la divina Cori, 
Del amor desolado sobre el ara. 

Junto á la grande tola^ 
Postrimera mansión de egregios Shiris 
Vaga la reina de Atahualpa viuda. 
La del fiero dolor cuchilla aguda 



172 J« LEÓN MERA 



Desgarra sus entrañas amorosas. 
El cuerpo tembloroso 
. Y el pálido semblante, 
Las túrbidas miradas angustiosas 
La caballera negra y abundante, 
Presa del abandono y el descuido 
Cual la bordada faja y el vestido... 
Todo en ella lo insólito y penoso 
Está de su alma y corazón diciendo. 
Con ambas manos juntas oprimiendo 
El pecho, en rica tela mal velado. 
Cual si ahogar quisiese el presuroso 
Latir que le atormenta, 
En frase apasionada, así al amado 
Esposo llama y su dolor le cuenta: 

''<Oyeme, hijo d^l Sol, tú á quién adoro 
Hasta en la huesa fría, 
Tú cuyo triste fin rios de lloro 

Me arranca noche y día; 

Óyeme, Hualpa: baja un breve instante, 
Baja á darme consuelo, 
Y por los brazos de tu esposa amante 

Cambia tu hermoso cielo. ^ 

¿Por qué del todo de tu amor me privas? 
¿Por qué tu faz me escondes? 



MELODÍAS INDÍGENAS 373 



^Por qué, bien mío, de mi amor te esquivas? 
¿Por qué no me respondes? 

Ven, que te aguardo, ven. Mi pechó abierto 
Se apresta á tu venida. 
Ven, yo te juro que mi amor no ha muerto 
Con tu fatal partida. 

;Ah, no seas cruel! no en este mundo 
Sin consuelo me dejes! 
No con tu ausencia y tu callar profundo 

Más y más ;ay, me aquejes!» 

Delira la infeliz, y sobre el canto 
Que de los muertos la morada cierra 
Postra la frente, y al atroz quebranto 
Que el alma le desgarra, se abandona. 
Y en tanto que sus lágrimas empapan 
Mejillas, losa y tierra, 
Ave desorientada, inquieta yerra 
Su insana fantasía: al cielo asciende 
La ventura á buscar aquí perdida; 
Baja luego y emprende 
Forjar una quimérica esperanza; 
Al abismo después veloz se lanza 
Donde la sierpe del despecho anida; 
Asústase, huye de él, y en breve espacio, 
Ya maldice la \dda/ 



374 J- Í-EÓN MBRA 



Ya maldice la muerte, 
Ya aumenta su vigor, ya en vuelo lacio 
Sin objeto voltea, y sin que acierte 
El círculo á romper que la aprisiona 
O'rculo de hoscas qubes que la suerte 
De la reina misérrima retratan. 

Más súbito la faz ésta despega 
De la funérea losa, 
Con su contacto y lágrimas caliente 
Que del volcan del pecho se desatan. 

Luego en seguida el llanto que la ciega 
Con el revés enjuga de la hermosa 
Diestra, y yergue la frente. 
Sonrisa de ironía más amarga 
Que la angustia que^el alnia le satura, 
Sus labios entreabre; la mirada, 
Que con medrosa extraña luz fulgura, 
Fija en la bella luna que; cercada 
De su esplendente coro. 
En silencio sublime el cielo cruza; 
Y al cabo la cuitada 
Suelta su acento así, firme y sonoro; . 

«¿Qué digo? qué pretendo? ¡Estoy demente^ 
Deidades soberanas! 
¡Sí, loca estoy! de mi pasión ardiente 
Son ¡ay! las quejas vanas! 



MELODÍAS INDÍGENAS 375 

Del país de las almas no se torna 
De los vivos al grito: 
¿Quién, poderosos númenes, trastorna 
Vuestro fallo infinito? 

¡Atahualpa! Atahualpa! caro esposo! 
¡Di esposo idolatrado! 
El cruel brazo de extrangero odioso 
La vida te ha robado! 

Ya nunca más alumbrarán la mía 
Tus claros, dulces ojos: 
Las ñores de mi gloria y alegria 

Trocáronse en abrojos. 

¿Qué soy, qué soy sin tí? ¿qué hago en el mundo» 
Sola y desamparada? 
¿Qué hace mi pecho herido y moribundo? 
¿Qué mi alma desolada? 

Soy como los escombros de una casa 
Que devoró el incendio: 
Lástima infundo al que á mi lado pasa^ 
O acaso vilipendio..., 

¿Qué hag<j en el mundo? ¿Ves la extraña-geftte 
Que abortó el Grande Lago (57) 
Traer al pueblo mió de inclemente 

Guerra el bárbaro estrago? 



376 J. LEÓN MERA 



¿Ver las casas del Sol y de la Luna 
Sin piedad derribadas; 
De su honor y virtud las sin fortuna 
Vírgenes despojadas? 

¿Ver nuestro suelo y la riqueza nuestra 
Botín del extrangero? 
Ver el imperio Q.uitu de su diestra 

Hundirse al golpe fiero? 

¡No, jamás lo veré!... No la española 
Mano me alcance viva... 
¡Ábrete para mí, sombría tola!,,, 

¡Tu seno me reciba!...» 

Dice y del cinto saca 
Con manera violenta - 
De acicalado cobre ancha cuchilla. (58) 
De la Whxa la faz pónese opaca, 
T á su luz macilenta 
El arma apenas brilla; 
Zumba del cierzo helado el aleteo 
Que el árbol y el arbusto 
Pone en vano meneo; 
La lumbre temblorosa y amarilla, 
Que del vulgo en el alma infunde susto 
De la tierra al brotar ó del pantano, 
Aquí y allí por la llanura oscila.... 



MELOI>ÍAS INDÍGENAS 377 

Muda y pasmada la doliente reina 

Señales piensa ver de que natura 

Del cruel suicidio se horripila 

A que el dolor la arrastra y el despecho. , 

Luego (jCori infeliz cual criatura 

Ninguna vio la tierra!) 

Luego su propia fantasía añade 

Nuevas sombras al cuadro que la aterra: 

Juzga que el llano invade, 

Rotas las folasy bandas de esqueletos 

Que la llaman en voces misteriosas, 

Y acercándose van, y la rodean, 

La enlazan y la ajustan, y secretos, 

Que ella no entiende, dícenla al oido. 

Del mundo inmaterial puede que sean, 

De do el alma jamás al nuestro vuelve, . 

O del medroso porvenir, anuncios. 

Cual árbol en la orilla estremecido, 

Cuando airadas las olas le golpean 

Unas tras otras, por turbarle, el tronco. 

Así está Cori. Al fin, entra la turba, 

Una sombra distingue... ¡El esl... La marca 

Del infame suplicio el cuello muestra... 

La frente adorna insignia de monarca... 

¡Es él!... sí!... Con la diestra 

La llama al alejarse en tardo paso. 

Ella con labio trémulo murmura ' 

De Hualpa el nombre, y sigúele al instante, 



37^ J. LEÓN MERA 



De ansias de amor el seno palpitante 

Y hacia él tendidos los desnudos brazos. 
El paso él apresura; 

Cori vuela también, mas no le alcanza. 

Así los dos tres veces de la tola 

Vueltas en torno dan. Sordo alarido 

Ella á lá: postre lanza: 

Háse desvanecido 

Súbita la visión, y se halla sola! 

Otra vez la sonrisa indefinible, 
Hija del alma á la razón agena, 
Lúgubre más que el gesto que la pena 
En la faz de su víctima, dibuja, 
De la reina infeliz el rostro anima. 
Vacila, y el flexible 
Talle medio inclinando busca apoyo 

Y en el sepulcro, á no caer se arrima. 
Con la siniestra mano el pecho estruja 
En inconsciente afán, en tanto el puño 
Del arma ajusta la crispada diestra. 
Álzala, y con inmóvile mirada 
Contémplala, en que muestra 

Del ánimo el intento. A la estrellada 
Bóveda torna los enjutos ojos¿ 
Luego frases soltando 
Escuchadas tan sólo por el viento 
Que su pálida faz pasa azotando, 



MELODÍAS indígenas 379 



Los baja al cinerario monumento. 
En voz al fin más clara 
'Y que el murmurio de una mente imita, 
Cómo á su negra y espantosa cuita 
Quiere ya poner términ<y declara: 

«jOh mi esposo adorado! la muerte 
Te encadena en su reino eternal, 
Y es preciso dejar, para verte, 
La infelice mansión terrenal. 

¡Hualpa! Hualpa! tu lecho de tierra 
Cuan suave á tu Cori va á ser I... 
jYo á tu lado!... |oh mi amor!... |No me aterra^ 
Por gozar tanto bien, perecer!... 



A la siguiente aurora 
Una joven pastora 

Halló, al pasar, de Cori el cuerpo frío. 
Como sobre las hojas de tronchado 
Mustio amancay, sobre él ha derramado 
Sus cristalinas perlas el rocío. 
El alma, al irse, le dejó la marca 
De su dolor en la marchita frente, 
Muy más que la del suyo la honda herida. 
Rodéala de sangre helada charca, 
Y aprieta aún en ademán furente 
^u yerta mano el arma enrojecida. 



380 J. LEÓN MERA 



Cual toda triste nueva 
Difúndese el suceso, y presto lleva 
Muchedumbre curiosa y dolorida 
A cercar de su reina los despojos. 
No hay pecho á tal desgracia indiferente, 
Ni quien niegue tributo de lamento 
Postrado allí de hinojos; 
Y aun diz que el Sol, que la radiosa frente 
Alzaba ese momento, 
•Con negra nube se cubrió los ojos. 



JuliOy 1860, 



NOTAS Á LA VIRGEN DEL SOL 

( 1 ) Haravico ó haravec. Poeta . Los haravícos no sola 
cantaban la religión, el heroismo y el amor, sino que 
ensalzaban también en sus versos la astronomía y la 
agricultura. Si hemos de cr^er á Garcilaso de la Vega, 
aun componían dramas que eran representados en la 
corte por personas nobles. 

(2) Escogidas, Vírgenes que se consagraban al sol. 
El historiador citado las compara justamente coa las 
Vestales romanas, y añade que sus estatutos eran muy 
semejantes. Para ser Virgen ^5¿:í?^/¿f¿? ó esposa del sol, 
se requería la condición de que fuese noble y bella.. La 
especie de monasterio en que vivían reclusas se lljima- 
hz Acllahuasi — casa de escogidas. — Acompañábanlas 
otras vírgenes de segundo orden en calidad de sirvien- 
tas, sujetas como las otras á rigurosa clausura. Para' 
este empleo no era preciso que las jóvenes fuesen no- 
bles, pero sí hermosas y puras. La ocupación de unas 
y otras era hilar, tejer, bordar la ropa que vestía éi 
Inca y su familia, y amasar el pan destinado á los sa- 
crificios. Las que envejecían se ocupaban como maes— 



382 J. LEÓN MERA 



tras de las novicias. La violfación de los votos era cas- 
tigada con extremo rigor, pues se quitaba la vida á la 
delincuente y se exterminaba . su familia; pero «si ella 
juraba por el sol que éste la había embarazado, debían 
mantenerla con vida hasta que pariese, y después se- 
pultar á ella sola.» (Velasco. Historia de Quito). Ase- 
guran los historiadores que nunca faltó á sus votos 
ninguna virgen. 

(3) Shiri^ que quiere decir señor de todos ^ fué el tí- 
tulo de los reyes de Quito. Este reino, cuyos orígenes 
no es posible fijar con exactitud, dícese que fué esta- 
blecido por Quifu, de donde le vino el nombre. En 
época remota fué conquistado por los Shiris de Cáran^ 
cuya dominación duró mucho, y durante ella puede 
decirse que maduró y se consolidó su poder, por lo 
cual no parece impropio decir que (^iiito llegó á ser su 
patria. 

(4) A /«w«/j, astrólogo. AuLuita^ filósofo, sabio, 
botánico. Los amuntas y los .i r,] antas eran respetadísi- 
mosy se les confiaba regulaniieiite la educación de los 

oven es. 

(5) biti-raimiy fiesta del sol. Se la celebraba por 
el mes de Junio, y era una de las más solemnes. 

(6) PachacámaCj el que anima el universo. Tal 
, era el nombre que los indios del Perú y Quito daban 

al verdadero Dios, á quien llamaban también Dios no 
conocido. Jamás hicieron estatua ni pintura que le re- 
presentase, y ni aún se atrevían á nombrarle, sino con 



X 



NOTAS 383 

muestras de gran temor y veneración, y sólo en caso 
de grave necesidad. Los peruanos le dedicaron un rico 
templo en el valle que aún lleva el nombre dé Pacha- 
cámac, 

(7) Cacha, último shiri^ hijo de Hualcopo-Duchi- 
cela y padre de Paccha,, murió en la batalla de Atunta- 

-qui por los años de 1487. Con su muerte se coronó la 
conquista de Quito por Huina-Cápac, y ééte afirmó su 
poder tomando á Paccha por esposa, la cual fué procla- 
mada heredera de su padre y por tanto reina legítima 
de Quito. El matrimonio del inca con ella fué, pues, 
un acto de política muy oportuno para terminar la 
guerra y quedarse de soberano del reino que acababa de 
conquistar. Cacha se defendió con justicia y sostuvo 
sus derechos con extraordinaria energía; pero fué de 
carácter violento y temerario. 

(8) Tumbal^ el Marte de los indios de Quito, y á 
quien habían consagrado un templo en la isla Puna. 
El dios y sus aras estaban frecuentemente bañados con 
sangre de prisioneros, hasta que Senaina-Cápac abolió 
tan bárbara costumbre. 

(9) Viracocha, El príncipe Inca-Rípac, hijo del 
inca Yahuarhuácac, ó llorador de sangre. Vil sobera- 
no del Perú, tuvo una visión ó sueño en que un fan- 
tasma le reveló ciertas cosas relativas al imperio y que 
se cumplieron, se dice, al pié de la letra. El fantasma, 
á quien adoraron desde luego como á una nueva divi- 
nidad, se llamaba Uiracocha, nombre que Inca-Rípac 



384 J. LEÓN MERA 



tomó en su coronación. Aseguran algunos histotiado- 
res que este príncipe predijo la conquista dé suimpe- 
riOj y los españoles, bien sea por esto, ó porque sé pa- 
reciesen al fantasma en el traje, barba, etc., fueron ál 
principio mirados como seres sobrenaturales y llama- 
dos Uiracoehas, Nuestros indios llaman así todavía á 
los blancos. 

(10) «Y ensalza á la deidad que allá se emplea ' ^ 
Del alto cielo en derramar las aguas.» 

Las creencias de los antiguos indios eran frecuente- 
mente poéticas; entre ellos era notable y delicada, á 
mi juicio, la que colocaba en las nubes una divinidad 
dulce, virginal y simpática, á cuyo imperio estaban su- 
jetas las lluvias benéficas. Tenía un hermano de carác- 
ter maligno, y cuando éste le rompía los cántaros so- 
brevenían las tempestades. Llamábanla Ñusta, título de 
las doncellas desangre real. Garcilaso de la Vega ha 
conservado unos versos en que la celebró un haravico: 
Yo he tratado de imitarlos en la melodía indígena que 
lleva por título El Numen de las lluvias. 

(11) Yaraví, Las tonadas- llamadas j'íZ/víí?/^^ son 
popularísimas en el Perú y el Ecuador. Generalmente 
tristes, se adaptan muy bien á la índole melancólica de 
la raza americana, sin dejar de ser agradables aun para 
los descendientes de la española y para los "mestizos. 
No hay pueblo ecuatoriano ó peruano en que no se use 
el yaraví en las serenatas, y es inexplicable la sensa- 
ción de dulce tristeza que se experimenta al'oirlo de 



NOTAS 385 

un rondador (especie de flauta de Pan, compuesta de 
varios tubos) ó de una guitarra, en altas horas de la 
noche, bajo un cielo limpio y sereno y á la luz apaci- 
ble de la luna. Yaraví es palabra de uso tan común y 
antiguo en nuestros pueblos, que bien merecía la hon- 
ra de ser incluida en el Diccionario de la Academia, 
como, si no me engaño, ,1a puso en el suyo don Vi- 
cente Salva. 

Los antiguos indios gustaban también de las sere- 
natas, como lo prueba Garcilaso de la Vega. 

(12) Tola y sepulcro de los antiguos quiteños, de 
figura medio cónica y labrado de. sólo piedras y tierra. 
Sepultaban los cadáveres con los instrumentos, alhajas 
y aun alimentos que fueran de más gusto para la per- 
sona que ponían bajo la tola en cuanto moría. La chi- 
cha y los manjares eran renovados con frecuencia por 
medio de un conducto abierto hasta el fondo del se- 
pulcro. Hoy son muy raros éstos, ya porque los con- 
quistadores y sus descendientes los han destruido bus- 
i:ando tesoros, ya porque han desaparecido en los 
terremotos ó por otras causas. . 

(13) Molle. Árbol de regular magnitud, muy 
frondoso, de hojas largas, menudas, pegajosas y de co- 
lor verde claro y olor acre y punjente, que cuelgan en 
forma de pequeñas palmas. El fruto «s redondo y del 
grueso de la pimienta, rojo y en racimos semejantes á 
los de la uva. El tronco, espontáneamente ó por inci- 
sión, despide una resina blanca, melosa y de olor fuer- 

25 



386 'J. LEÓN MERA 



te. Fué árbol en otro tiempo muy estimado de los 
indios, que hacían uso de las hojas y resina en diferen- 
tes medicamentos, / empleaban la película de la si- 
miente en las bebidas. Hoy nace y crece en los lugares 
incultos, y abunda especialmente en el centro de la 
provincia Tungurahua. Cuando se le cría con cuidado, 
es bellísimo como árbol de adorno. 

(14) Panecillo^ nombre español dado al monte- 
zuelo que se alza al sur de Quito, á causa de su figura. 
Los indios lo llamaban Yahidra^ y en su cima se halla- 
ban el templo del sol y las columnas gnomónicas, 
que servían para las observaciones de los amtintas ó 
amantas , 

(i«)) Para el nombre Acllai ó Acllahuasí véase la 
nota 2. 

(16) Amancajy. Especie de azucena; las hay sil- 
vestres y comunmente son blancas. 

(17) «Es más que la miel sabrosa 
Que vierte el maguey herido*» 

Sabido es el uso que los indios hacen del maguey 
6 agave americano; sin embargo, en el Ecuador no se 
fabrica el pulque como en Méjico, y la miel (chahuar- 
mísliqui) la emplean en sus comidas solo los indios. • 

(18) Hiima-raími se llamaba la fiesta anual en 
que se celebraban todos los matrimonios. 

(19) Solía ser muestra de grande estimación que 
el inca daba á sus más nobles vasallos, el convidarlos 
á sus festines, brindar con ellos, obsequiarles la cocay 



. NOTAS, t 387 

•que usaban solamente los príncipes, y aun darles sus 
vestidos, que, como se ha dicho, eran tejidos, cosidos 
y bordados por las vírgenes del Sol. 

(20) Apusquipay^ el que mandaba un gran nú- 
mero de tropas ó todas ellas; equivalía á generalísimo. 
.(21) Coillur, Constelacción de las Pléyades, se- 
^ún el P. Velasco; Garcilaso dice que era el nombre' 
común de las estrellas. 

(22) «Hijo del grande Cóndor.» Las principales 
familias indias creían descender de aves,- fieras^ mon- 
tes, etc., y de ello se enorgullecían. Antes que Manco- 
Cápac trajese el culto de los astros al Perú, y que los 
shiris de Cdran lo introdujesen en Quito, estos pueblos 
sumidos en rudísima barbarie tenían por dioses los ani- 
males, montes, rios, y otros objetos de la naturaleza. 
Esta idolatría primitiva llegó á desaparecer con la cul- 
tura que trajeron aquellos conquistadores; pero quizás, 
abolido el antiguo culto^ los incas y shiris consintie- 
ron y aún fomentaron por política, pues les conven- 
dría halagar la vanidad de sus nuevos subditos, la idea 
de que los ascendientes de éstos fueron los seres que 
habían adorado. 

(2^) La fiesta de Aufa-situa era marcial, como se 
indica en el texto, y á ella concurrían todos después de 
haberse preparado con ayunos y ceremonias religiosas, 
como se preparaban para las demás. Parece que los 
disfraces y bailes que con el nombre de danzantes usan 
todavía los indios, especialmente en la festividad del 



588 J. LEÓi^ MERA 



Corpus • y eñ Cuasimodcr, son reliquk^ del Anid" 
Sitúa, ■ ■ *•- •' "•■'- • .- : • . :':■•■■ 

(24) Curaca^ ^tiOT de un estado. 

(25) Ñustí, nóble^ especialmente la persoíia de 
sangre real. 

(26) Quinde^ Nombre quichua,, y aún boy ^popu* 
lá^, def colibrí. *. 

(27) «Tú Huaca SQvá mi Huaca y -: 
Tu Vélca será mi Vika.:^ 

Los Huacas y los Yilcas eran los dioses doméstioos 
de los indios, como los Penates de los romanos^ y les 
erigían altarcillos en las casas. Huacas llamaban, tam- 
bién los templos y otros lugares sagrados. 

(28) Alverjilla 4y arvejilla^ planta enredadera, sے~ 
mejante á la de la arveja común, pero más grande; 
produce una flor bellísima y muy fragante; su color es 
variado, pero comunmente es roja. 

(29) P<?«¿:¿?,* la hoja del maguey y la cabuya-, y que 
los indios hacen servir á manera de teja para ^cubrir 
sus barracas. ^ 

(30) El kignerdn es uno de. los árboles más. corpu- 
lentos de nuestras selvas. En su tronco ó en sus rarjas 
como en las de cualquier otro árbol, ser. cría el parásito, 
cuyos mimbres descienden como delgadas cuerdas has- 
ta el suelo; lina vez arraigados en él, se desarrollan 
con rara vivacidad y fuerza, enlazan y matan el árbol 
que les ha dado la vida, y queda triuníante el ma tapa I ff^ 
que casi siempre llega á una robustez y altura deseo- 



kotAs, ^89 

munal. Greo inútil aumentar en una leyenda como la 
- presente, el número de notas esplicativas de árboles, 
arbustos y flores. El texto se comprende bastante bien 
sin ellas. El lector curioso puede consultar el opúscu- 
lo Juicio imparcial sobre La Virgen del Soly por Fray 
Vicente Solano. Ctienca\ 1861. 

(51) Puma, Nombre quichua del león.. Aún lo 
conservan los indios. 

(52) Jord. Maiz germinado con se- fabrica la chi- 
cha^ bebida favorita de los indios. 

()3) Supay, El diablo. Los indios de las selvas de 
Oriente le dan el nombre de Mungia, 

(34) Saramajo. Árbol que da. una. resina blanca 
del mismo nombre, que tiene olor semejante al incien- 
so cuando se le quema, 

(35) Churu. Caracol. Soplado por el conducto 
que se le abre en el vértice, da un sonido monótono 
y fuerte. Era instrumento marcial de los indios,: y hoy 
lo usan. en algunas partes para animarse en los trabajos 
en común, lo cual llaman minga ó chaco. 

()6) Palla, princesa, aún soltera, de la familia de 
los incas. 

(3 7) Huáscar, primogénito de Huaina-Cápac, cayó 
prisionero de su hermano Atahualpa en la batalla de 
Quipáipan, por Abril de 1532. El vencedor fué pro- 
clamado inca soberano del imperio que había poseido 
el padre común, esto es, Perú y Quito unidos. Una flo- 
cadura carmesí que rodeaba la cabeza, y una pluma de 



39*^ J. LEÓN MERA 



curíquíngUí^ ave sagrada de los incas, eran las insignias 
del soberano del Perú, y una gran esmeralda al pié ' 
de un magnífico penacho, la de los shlris Ó reyes de 
Quito. 

(38) «De sueño secular el Cotopaxi 

Al estridor de la conquista -vuelve.» 
Es seguro que el Cotopaxi hizo muchas erupciones 
antes de la conquista; pero quizás llevab4 siglos de no 
mostrar actividad, cuando vino á aterrar á.los morado- 
res de sus vecindades, y aún de lejanas tierras con la 
erupción quie hizo en los días en que los españoles con- 
quistaban el reino de Quito. El haber asegurado los 
indios que el suceso estaba pronosticado como señal 
del término de su poderío, puede que fuese ocurrencia 
de esos días ó poco posterior; pues los indios, como to- 
da pueblo sencillo, han sido siempre inclinados á lo 
misterioso y á dramaticar los hechos más naturales. 

(39) . . . . «En Cajamarca suelta 
' Su voz Val verde, etc.» 

Según la historia, el P. Valverde dio á Atahualpa 
el Breviario ó los Evangelios, diciéndole que allí en- 
contraría la explicación de los puntos religiosos de que 
lie había hablado; el inca aplicó el libro al oido, y al 
ver que no le decía hada, lo arrojó al suelo. El P. gri- 
tó * entonces encolerizado: «¡Alarma, cristianos, que 
este perro arroja los Evangelios de Jesucristo!» y le- 
vantó el Crucifijo; á cuya señal acometieron los espa- 
ñoles á la multitud é hicieron espantosa carnicería en 



NOTAS V>l 

ella. Todo lo, dicho en este trozo de la Leyenda* y. en 
algún otro es, pues, rigurosamente histórico. Es nece- 
saria esta advertencia, porque en España y aún hoy en 
América, no faltan personas quisquillosas que toman 
como ofensa á la madre patria el recuerdo y la conde- 
nación que alguna vez se hace de las injusticias y cruel- 
dades de ,1a conquista, como si en España mismo falta- 
sen escritores que las han condenado. El autor de esta 
obrita, que se precia de descender de españoles, se pre- 
cia también de ser siempre respetuoso para con la 
verdad histórica, y de no haber dejado que penetren 
nunca en su corazón las prevenciones injustas y. hasta 
pueriles ni el odio salvaje que se atribuye á algunos 
americanos respecto de los españoles. Cuando es pre- 
ciso hablar de lo pasado, lo hace con toda verdad; 
cuando se ve en la necesidad de elogiar ó vituperar las 
acciones de los hombres, lo hace sin extralimitarse de 
lo justo. Hijo de España, tiene por ella simpatías y 
respeto; americano, ama á la América con entusiasmo; 
pero hombre de bien, ante todo, idolatra la verdad y la 
justicia y las rinde sincero culto. 

(40) Mitimaes, Dábase este nombre á las familias 
y á los individuos que, por orden del Inca, se traslada- 
ban de un pueblo á otro á establecerse en el. La polí- 
tica de los Incas trató siempre de unificar la raza de 
sus vasallos, borrando toda diferencia de lengua, reli- 
gión, costumbres, leyes, etc.; y para esto se valieron 
de la medida indicada y de otras, propias del absolu- 



39? J. LEÓN MERA 



tismOj que era el alma de su gobierno. Parece que 
consiguieron su objeto, pues en tiempo de Huaina- 
Cápac, e^ccepto quizás en la lengua que gonservó, al 
precer, la variedad del dialecto, la unidad del imperio 
fué admirable. ' . 

(41) . . .4 «Llenas las copas 
Bebieron del licor que causa sueño, 
Y que el astuto Rumiñahui hiciera 
Adrede preparar, la ley rompiendo.» 

' El hecho es histórico. Los Incas, que cuidaban mu- 
cho de la moralidad de las costumbres, habían prphi- 
bido bajo pen^s severas la preparación y uso de bebidas 
que embriagan y embrutecen. 

(42) Huirochuro. La siguiente descripción de este 
pájaro bellísimo, es exacta: «Es del tamaño déla mirla, 
co,n la cabeza . grande y el pico grueso y negro. Todo 
el es de color amarillo, con manchas negras y blancas 
en las al^s. El canto natural, que es de voz alta, com- 
pite con el del ruiseñor j teniendo varias diferencias 
altas y bajas, bellísimas. Nunca se domestica cogido 
grande, y aún criado desde tierno es indomable y fu- 
rioso.» (Velasco, Hist. de Quito). Sólo en el elogio 
del canto el P. Velasco no está e¿i lo justo, pues no es 
tan agradable. 

(43) Cojya^ reina; la primera esposa del Inca, que 
era regularmente su propia hermana. 

(44) LhquinOy uno de los rios auríferos de U re- 
gión oriental del Ecuador. 



iíOT\s 393 

(45) Lü bandurria y ave que vi^e en los páramos y 
junto á los nevados. Es del tamaño d^ una gallina, 
cuello algo semejante al de la gafza, zancas amarillas y 
pluma cenicienta. Sé hallan bandadas de seis, doce ó 
más, y son compañeras fieles hasta la muerte: cuando 
cae una al tiro del cazador, las demás voltean á poca 
altura de ella, mostrando inquietud y gritando cual si 
quisieran animarla á levantarse y volar. Esta constan- 
cia imprudente por salvar á una compañera, suele cos- 
tar la vida á muchas otras. 

(46) Uillac-uma, gran sacerdote del sol. 

(47) En la primera edición de esta Leyenda se ha- 
cía desaparecer á Rumiñahui entre las qtiiebras del 
monte de éste mismo nombre, que según él historia- 
dor Velasco lo había recibido de aquel tirano. Como 
se indica en una notia de aquélla edición, el doctor don 
José Fernández Salvador tuvo conocimiento del fin de 
Rumiñahui, á quien ahorcaron los españoles; pero yo 
quise atenerme al relato dé Velasco. Posteriormente el 
doctor don Pabló Herrera; mi amigó, imfatigáble in- 
vestigador de nuestra historia antigua, ha venido á con- . 
firmar el dicho del doctor Fernández Salvador, con 
haber descubierto el acta del juzgamiento y muerte de 
Orominaviy alteración de Rumiñahui. Esta manera de 
desfigurar los nombres quichuas era común, entre los 
conquistadores, y de ello nos dan muestras repetida^ 
los historiadores de indias de aquellos tiempos. En 
cuanto ala circunstancia de haber dado Rumiñahui su 



^94 J- LKÓN MERA 



nombre á la niantaña, me inclino á creer que fué lo 
contrario, esto es,, que el indio tornó el de ella. ¿Quién 
sabe si, conforma á la creencia de esa gente, Rumiñahui 
no se creía descendiente de esa eminencia volcánica de 
los Andes, conocida aún cqn su nombre? ; 



^ - ^"^rr^ sCiz 



NOTAS ÁlAS MELODÍAS INDÍGENAS 

— ís— — _ 

(Las notas anteriores esplican muchos nombres y 
hechos de estas poesías, por lo cual no se repiten sus 
aclaraciones). 

(48) Nandú, Abestruz. 

(49) Los Incas solían poner delante de los templos 
del Sol magníficos jardines, en los cuales se admiraban 
plantas, flores, frutas, aves, etc., labrados de oro y 
plata. (Véase á Garcilazo Inca) A estos jardines se alu- 
de en los versos del texto. 

(50) Llanto ó llauta, insignia del inca reinante. 
Consistía en una flocadura púrpura que le rodeaba la 
cabeza. La insignia de los soberanos de Quito era una 
esmeralda. 

(51) Poco tiempo después de conquistado el reino 
de Quito por el inca Huaina-Cápac, el régulo de Puna 
le invitó á que pasase con los nobles y guerreros que 



NOTAS . 3*95 

le acvonipañaban, á su residencia en aquella isla, para 
festejarlos como amigo; éstos se adelantaron, y- en la 
travesía fueron sorprendidos y asesinados. Huaina-Cá- 
bac atacó á mano armada al régulo y demás traidores, 
los venció é hizo en ellos terrible escarmiento. 

(^2) Punía, nombre quichua de lo que es hoy pro- 
vincia del Chimborazo. En este territorio, que un tiem- 
po constituía un estado indio independiente, tenian los 
incas palacio suntuoso y jardines. A una jornada de 
Ric-pampa (hoy Riobamba) está la llanura de TiocajaSy 
en donde se dio la batalla á que alude el texto. 

(53) Cuíco y capital del imperio peruano fundada 
por Manco- Cápac. Huina-Cápac, conquistado el reino 
de los Shiris, prefirió residir en Quito. 

(54) Con la muerte del shiri Cacha en la batalla 
de Hatun-taquiy quedó terminada, más no segura, la 

•conquista de Huaina-Cápac. Este, hábil político como 
egregio guerrero, la dio firmeza con honrar noblemen- 
te la memoria de Cacha, tratar l?ien á sus soldados ven- 
cidos, y casarse luego con Paccha, hija del shiri y here- 
dera del trono. 

(5.5) Tumípampa^ ciudad notable en las inmedia- 
ciones de Cuenca, la cual fué arrasada en las guerras 
civiles de los incas Huáscar y Atahualpa. Este no fué 
nada feliz al principio de ellas y cayó prisionero en 
Tumípampa; mas pudo fugarse de la prisión, y sus va- 
saUos tuvieron este hecho como prodigio obrado por 
el Sol á favor de su descendiente. 



39^ J. LEÓN MERA 



(56) El hecho en que se funda este poeta es his- 
tórico: Cori se suicidó de dolor el dia en que trajeron 
á Quito el cadáver de su esposo Atahualpa. 

(57) Grande lago; (Haiun-Cocha) ó Lago madre 
(Mama-Cocha) llamaban los indios al mar. Al princi- 
pio de la conquista creían que los españoles habían 
nacido de él. 

(58) «De acicalado cobre ancha cuchilla. 

Los indios no usaban el hierro en sus ^mas y he.-, 
rramientas, aunque parece que no les era desconocido, 
sino el cobre, la piedra, el hueso y las maderas duras, 
como la chonta, ■■\- 






ÍNDICE 



Pág. 
Prólogo. ' .' . \ . . . . ; / . . . . ' vil 

La Vírgení del ; Soll^ — Príiliera p^rte. La inspira- 

xióii. . - . '". ; . . . . . ■. .' . . . ^'17 

I-^ i Preiitiftina'f eií* * . \ . . / . . . . 21 

II Misterios nocturnos '. . . t*4' 

III La Familia de Human. . 36 

IV El sí de la Novia 43 

V La Fiesta de Antasitua 54 

VI Toa y su Padre 68 

VII La Caza 76 

VIII La Tempestad 87 

IX Elección imprevista 9S 

X La Virgen del Sol 109 

XI ¡Tarde es ya! 122 

XII ¡Venganza, no más amor! 131 

SEGUNDA PARTE 

Pág. 



I El Furor de la Venganza 143 

II El Pastor Fingido 158 



398 ÍNDICE 

Pásr. 



III Llanto de la Virgen .171 

IV La fuga 178 

V La Cabana en el Bosque 196 

VI La Delación. 215 

Vil Efusión de Amor 229 

VIII La Leona herida 241 

IX Las Prisiones 255 

X La Amante fiel '. 264 

XT Últimos conflictos.. . : 276 

XII Final 289 

. MELODÍAS INDÍGENAS 

Vá<r. 

A Cori desdeñosa 303 

Tus ojos 305 

Las Prendas 306 

La India orgullosa , . . 308 

Letrilla 311 

El Mitimáe 314 

El Fuego nuevo 317 

Al Numen de las Lluvias 319 

Las dos Tórtolas J21 

Los Amancayes ^25 

Llanto del alma 329 

Amor perdido ^31 

El Ave de la Tola 334 

La Tola volcada. ^^7 



ÍNDICE • 399 

p<tg. 

Atauchi el Huérfano.' 339 

La Madre y el Hijo •. 346 

Canto fúnebre 350 

La Fiesta de los Muertos . .353 

Despedida del Guerrero 356 

Huaina-Cápac 358 

Himno de las Vírgenes del Sol. ...... }6'y 

Muerte de Cori * 371 

Notas 381 



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