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UNIVERSITY OF
TORONTO PRESS
LOS NOMBRES DE CRISTO
Biblioteca del Apostolado de la Prensa,
LOS
NOMBRES DE CRISTO
POR
FRAY LUIS DE LEÓN
DE LA ORDEN DE SAN AGUSTÍN
EDICIÓN DÉCIMASÉPTIMA
corregida á la vista de las mejores, y precedida de un prólogo biográfica
POR EL
TI. T>. IMIIG-TTÉILEZ
AGUSTINO
MADRID
BIBLIOTECA DEL APOSTOLADO DE LA PRENSA.
7 — San Bernardo — 7
1907
CON LICENCIA ECLESIÁSTICA
Tipografía del Sagrado Corazón, San Bernardo, 7.
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FRAY LUIS DE LEÓN
(PRÓLOGO biográfico)
fTruiÉN no conoce á Fray Luis de León, al egre-
%¿ gio é incomparable autor de Los Nombres de
Cristo? Su fama de poeta príncipe y genial, de
escritor clásico y modelo entre los clásicos, de ora-
dor vehemente y ciceroniano, de filósofo profundo
y de teólogo y escriturario sagacísimo, es tan gran-
de y universal como la historia de sus amarguras
en las cárceles secretas de la Inquisición, donde
la «envidia y mentira le tuvieron encerrado» por
defender verdades que no cabían en la mezquina
inteligencia de sus émulos y perseguidores, verda-
des que casi él solo veía con meridiana claridad,
y que, por fortuna, han pasado ya á la categoría
de axiomas indiscutibles en el campo de la exé-
gesis escrituraria.
Esa fama universal que, no contenida en los lí-
mites de la nación, ha pasado las fronteras y está
infaliblemente consagrada por el fallo certero de
la Historia, puede decirse que ha ido en aumento
desde que se descubrió y publicó el Proceso inqui-
sitorial de su causa, y van conociéndose sus admi-
FRAY LUIS DE LEÓN
nibles obras en latín J, superiores en profundidad
científica á sus conocidísimas obras castellanas; y
no es de presumir que la gloria inmarcesible del sa-
bio sea disminuida ó eclipsada por las insignifican-
tes sombras que como hombre pudo tener, y más en
la época turbulenta en que vivió, aunque tales som-
bras y lunares se haya obstinado en ponerlos de
relieve cierto escritor moderno, más atrevido que
juicioso, en una obra de taracea, cuyos desplantes
y virulencias de fondo y forma contra Fray Luis
producen el mismo efecto que el zumbido y morde-
dura de un cínife en una montaña de granito.
Aún hay clases, y... sindéresis; á pesar de que am-
bas cosas vayan poniéndose en litigio por críticos
más ó menos modernistas, fruto espontáneo y mal-
dito de esta época de decadencia, amagados de una
nueva especie de enajenación mental con que, á
Jaita de glorias en lo presente, quieren dar al tras-
te con todas las glorias más legítimas pasadas, eri-
giéndose á sí mismos los pedestales que pretenden
destrozar.
Y á fe que, respecto á Fray Luis de León, no han
de conseguirlo. Porque no en vano la verdadera
Historia, que sabe depurar los hechos, y aquilatar y
pesar en la justa balanza los méritos y deméritos
de los hombres, ha colocado sin apelación á la ca-
beza de las clases privilegiadas del ingenio, de los
verdaderos aristócratas del saber, el nombre in-
mortal del Maestro salmantino, hoy tanto más glo-
1 Mij. Luyaii Legionensis augustiniani, Divinorum
librorum primi apud Salmanticensis interpretis Opera,
num primum ex m*s. ej ísdem ómnibus PP. Augusti-
niensium studio edita. — Salmanlicae, Episcopali Cala-
travae Collegio, I891.-Siet3 voiums. en 4.° may.
PROLOGO BIOGRÁFICO \ 11
rioso cuanto fué más perseguido por aquéllos ó éstox
que, oficiando de jueces, han llegado á convertirse
en reos de la propia malicia ó ignorancia, envidia
ó aturdimiento, ante la voz de la verdad que brota
serena é inconfundible de las candentes páginas del
Proceso, el cual bien pudiera apellidarse vindica-
ción de la sabiduría y de la inocencia atropelladas.
Es Fray Luis de León uno de los pocos escritores
que jamás envejecen. El fondo macizo y perdurable
de sus obras es de ayer, de hoy, como de todos los
tiempos, y le prestan cierto aire de inmortalidad.
La forma de su estilo, verdaderamente regio, so-
lemne y majestuoso, severo y atildado, sin afeites
ni rebuscos, propio de su temperamento artístico
(mezcla admirable de helénico y hebreo sobre la
base y naturaleza de su raza latina), y también de
la mejor época de nuestra literatura clásica, hace
que siempre sea leído con entusiasmo y admira-
ción por cuantos no han dejado apagar en sus al-
mas la viva centella del buen gusto, y que se le
repute como uno de los más hábiles é ingeniosos
cultores y defensores de la rica lengua castellana
en su madurez y plenitud, llamada por antonoma-
sia la lengua de Fray Luis de León.
Si los poetas de pura sangre siguen buscando ins-
piración y equilibrio para sus lucubraciones en los
versos inmortales y esculturales del cantor de la
Noche Serena, cuyo titulo sólo es ya una poesía; si
el literato que en algo estime su fama de estilista
no deja de remirarse en el espejo de la bruñida pro-
sa de Fray Luis; si el metafísico y el teólogo pro-
curan iluminar sus entendimientos con los resplan-
dores geniales profusamente desparramados en las
áureas páginas de Los Nombres de Ceisto, donde
se abrazan la ciencia humana y divina, y que
VIH FRAY LUIS DE LEÓN
un poema sin rimar; si el predicador, y el moralis-
ta, y el exégeta, buscan conceptos y enseñanzas y
aclaraciones en los siempre jugosos comentarios
que en castellano y en latín hizo el Maestro León á
no pocos libros y pasajes obscuros de la Biblia, que
aparecen llenos de luz desde que él los explicara
con conocimiento superior, en muchos casos, al pro-
pio San Jerónimo; si, en una palabra, al hablista y
al sabio tienen que serles familiares todos los escri-
tos del insigne y perseguido poeta, no es menos
cierto que, apesar de la ciencia profunda que tales
obras encierran y que no pueden darles un carác-
ter del todo popular, en ellas han espigado alimen-
to nutritivo para sus almas hambrientas de doctri-
na las clases menos doctas del pueblo, según lo pa-
tentizan las numerosas é incontables ediciones de
La Perfecta Casada 1, y también las dieciséis edi-
ciones que, sin contar las extranjeras, se han hecho
de esta obra clásica del autor, Los Nombres de
Cristo; prueba evidente de que nuestro pueblo no
se halla tan falto de sólida cultura, y de que, ex-
ceptuados Fray Luis de Granada y Santa Teresa
de Jesús, casi ninguno de nuestros grandes místi-
cos es tan leído en España como el maestro Fray
Luis de León.
Teniendo esto presente, á instancias y bajo los
auspicios del Apostolado de la Prensa, que se es-
fuerza con tanto fruto en extender por el pueblo
1 En el año pasado, 1006, se tradujo de nuevo al fran-
cés el libro de La Perfecta Casada por la célebre escrito-
ra francesa Madame Jane Dieulaí'oy; y en el mismo año
se ha hecho otra nueva edición, por cierto muy esmera-
da, en Pontevedra, reproducción admirable de la del Pa-
dre Galiana.
PROLOGO BIOGRÁFICO
las buenas lecturas, de que Fray Luis de León fué
paladín esforzado, se ha llevado á término esta
numerosísima y correctísima edición de Los Nom-
bres de Cristo.
Debiendo ser popular y fabulosamente económi-
ca la edición, popular, ó al alcance de todas las for-
tunas intelectuales, debe aspirar á ser también el
Prólogo biográfico que, tomado de los últimos y re-
cientes descubrimientos históricos, encabece estas
áureas páginas de su renombrado autor Fray Luis
de León, el místico más científico y profundo do
nuestra rica, excelsa y nunca bien ponderada lite-
ratura clásica.
Nació este egregio poeta y escritor, grande entn
los grandes de su siglo, en la villa de Belmonte,
provincia de Cuenca, poco después de la mitad del
año 1528 í. Fué hijo primogénito de los nobles y pu-
dientes hidalgos Don Lope de León y Doña Inés
Valera. Vivió en Belmonte 'patria también del Con-
destable de Castilla Don Miguel Lucas de Iranzo,
1 De admitirse la fecha de 1527, como ha hecho la ma-
yoría de los biógrafos de Fray Luis, es del todo imposible
armonizarla con los datos que alega el propio interesado,
cuando dice que á los catorce años le llevó su padre á es-
tudiar á Salamanca, y que á los cuatro ó cinco meses de
estar allí tomó el hábito de San Agustín en dicha ciudad.
Constando, por otra parte, que profesó el 29 de Enero
de 1544, y soliendo durar el noviciado un año cumplido,
es preciso señalar su ingreso en la Orden, ó la toma de
hábito, el 28 de Enero del año anterior, ó sea el 1543. Si
en esa fecha tenía Luis de León catorce años y cuatro
ó cinco meses, hay que colocar su nacimiento en Sep-
tiembre de 1528.
X FRAY LUIS DE LF.ÓN
del agustino P. Luis de Montoya y del jesuíta Padre
Gabriel Vázquez), hasta la edad de cinco ó seis
años, en que pasó con sus padres á Madrid y Valla-
dolid, donde Don Lope tuvo que desempeñar cargos
importantes de su profesión de Abogado y Conse-
jero regio. Desde muy niño aprendió á leer y can-
tar, demostrando las nativas facultades de su pre-
coz ingenio y su vocación artística, que fácilmente
pudo desarrollar al lado de los varones eminentes
que entonces florecían en Salamanca, emporio de
las ciencias y las artes, y adonde fué llevado con
ese fin á la edad de catorce años.
Pero « á los pocos meses de estancia en la Atenas
• española brotaron en su espíritu anhelos más puros
que los de la gloria humana, impulsos irresistibles
de trocar las promesas seductoras con que le brin-
daba el mundo, por la mortificación y el retiro del
claustro; y, obedeciendo á esas dulces é imperiosas
voces de la Naturaleza y de la Gracia, vistió el há-
bito de San Agustín en el famoso Convento de Sa-
lamanca, donde brillaba con intensos y celestiales
resplandores la angélica memoria de San Juan de
Sahagún, y donde recientemente había sido Prior
el portento de caridad cristiana y de elocuencia
fervorosa que se llamó Santo Tomás de Villa-
nueva» 1.
1 Entre las muchas, y alguna3 muy interesantes bio-
grafías que S3 han he:;ho,de Fray Luis de León, cito, ex-
iracto ó aclaro la más ful, concienzuda, sobria, al par
que serenamente crítica y desapasionada que escribió el
malogrado y eruditísimo literato P. Blanco (Madrid,
"i 901). Mj complazco en rendir este tributo de car;ñ } y ad-
miración á la grata mem )ria del hermano, del amigo y
del paisano, contribuyendo á divulgar su libro postumo,
PRÓLOGO BIOGRÁFICA XI
«No puede negarse que los sentimientos y las in-
clinaciones de Fray Luis, su ingénito amor de la
paz y la harmonía, á las que redujo el ideal de la
vida y del arte tan hermosamente cantado en su
q 16 él habría perfeccionado si viviera más tiempo para
gloria y ornamento de las letras.
El P. Blanco (que no sabía ser historiador de naderías
y pequeneces indignas de la grandeza, majestad y serie-
dad de la Historia), en la porfiada búsqueda que hizo de
cuanto podía aclarar la Vida de Fray Luis de León, dejó,
ó de intento ó por descuido, algunas migajas y rebañadu-
ras de noticias impertinentes que, con ansia famélica de
gloria que no alcanza, se ha apresurado á devorar sin
digerir un impulsivo escritor, cuyo nombre callaré por
respeto y veneración á la OrJen gloriosísima de que es
miembro; y tanto más, cuanto la fama científica y literaria
de ésta queda muy malparada con partos tan violentos.
Aún podría pasar que en ese mazorral informe de lite-
ratura oficinesca (que ilena xv-57l páginas mortales, ca-
careadas de propio marte en cierta clase de prensa dia-
ria, fomentadora de la escuela modernista del peor gus-
to), su obstinado autor y desafortunado rebuscador de
inútiles é insubstanciosos alegatos y contra-alegatos, so-
bradamente conocidos, vindicase glorias domésticas que,
aunque disten mucho de serlo para la generalidad, nadie
ha tratado de mermar injustamante; pero cuando se le ve
tocando á rebato, y en tono cómicamente vanidoso anun-
ciar tales mercancías averia las, y pasadas por ojo, como
de matute, por el fielato de la censura... juiciosa, entran
sospechas de si se pretenderá con eso armar camorras,
ya imposibles, del más eres tú; ó hacer encarnar de nuevo
en la Historia el espíritu inquisitorial y rencoroso que
desciende por línea recta de Torquemada, Mancio, Ba-
ñez, Medina y Castro. Parece tradicional en algunos do-
minicos la ojeriza contra el gran escritor agustiniano. Y
es dar coces contra el aguijón.
XII FRAY LUIS DE LEÓN
brillante prosa; su inextinguible sed de lo infinito:
la nostalgia del cielo, que le inspiró tantas y tan
sublimes efusiones líricas; la austeridad de costum-
bres y de criterio moral, á veces llevada hasta la
exageración; tocio cuanto conocemos, en fin, de su
carácter y su personalidad, le estaba señalando la
celda monástica como centro de reposo.»
En desquite providencial de las pérdidas ó mer-
mas que la reforma protestante proporcionaba á la
Iglesia en Inglaterra y Alemania, grande y se-
lecto debió de ser el número de estudiantes que,
procedentes de casi todas las Universidades del
reino, acudían solícitos á los claustros para lue-
go luchar, como esforzados paladines de la pie-
dad y de la ciencia en contra del protestantismo,
cuando sabemos que Fray Luis de León tuvo por
connovicios en el convento de San Agustín de Sala-
manca á dos hijos del Almirante de Castilla Don
Alfonso Enríquez, á uno de D. Francisco de Toledo,
de la casa de Alba, y varios otros individuos de fa-
milias ilustres que no tardaron, tanto en España
como en las misiones de Asia y América, en exten-
der el nombre de Cristo.
Terminado el año de prueba y hecha renuncia del
pingüe mayorazgo en su hermano segundo, emitió
Fray Luis de León públicamente sus votos religio-
sos en manos del Rvdo. P. Provincial Francisco de
Nieva el día 20 de Enero de 1544, según consta del
acta de su profesión por ambos firmada.
Desde esa fecha, y teniendo en cuenta que la
vida del verdadero religioso es tanto más meritoria
cuanto más oculta y escondida en Cristo, pocos epi-
sodios pueden citarse que enaltezcan la vida de
Fray Luis, entretenido, como cualquier estudiante
enamorado de los libros, en enriquecer su entendí-
FROLOGO BIOGRÁFICO XIII
miento con las verdades de la Filosofía y de las Ar-
tes, bajo la dirección del célebre P. Guevara, dentro
del propio convento, y luego en la Universidad,
corno teólogo matriculado, oyendo las sabias expli-
caciones de los por tantos conceptos insignes Mel-
chor Cano y Soto, faros inextinguibles de la Orden
Dominicana, á quienes Fray Luis de León parece
ufanarse de haber tenido por maestros en Teología.
Alternaba los estudios de ésta con el más árido
de las lenguas orientales, en que salió maestro con-
sumadísimo, como quien tenía fijo el pensamiento
desde la niñez, según él mismo indica, de consa-
grar las dotes y preeminentes cualidades que del
cielo había recibido al servicio y defensa de la Igle-
sia, allí precisamente donde más se la combatía,
en las Sagradas Escrituras, base fundamental de
la Teología. Pero al mismo tiempo, como deporte
y solaz del espíritu, «entre las ocupaciones de sus
estudios», y tal vez para amenizarlos, por voca-
ción ingénita de su alma profundamente artística,
rendía culto fervoroso á la dulce poesía, dejando
caer, «como de entre las manos», no pocas de aque-
llas composiciones poéticas, ajenas de artificio, que
forman las delicias de los amantes de lo bello.
¿Quién no las recuerda, si ellas son ornato y de-
coro de las letras españolas?
Amarrado por propia y espontánea voluntad con
los votos religiosos, cual nave anclada en seguro
puerto, sin conocer todavía por experiencia los des-
engaños que proporciona el mundo á quien en él
se lanza confiado; pero comparándolos por barrun-
tos poéticos y enseñanzas ascéticas, de esas que
imprimen carácter indeleble en la juventud, con los
halagos y dulzuras que toda alma experimenta en
los primeros años de su consagración á Dios; y lie-
XIV FRAY LUIS DE LEÓN
vado también en alas de su sentimiento por los es-
plendores de la naturaleza que en él era tan vivo,
sobre todo cuando disfrutaba de sus encantos en las
riberas del Tormes, es de presumir que brotasen de
su pecho conmovido aquellas efusiones líricas, las
más frescas, espontáneas y transparentes, arran-
cadas
al son dulce acordado
del plectro sabiamente meneado.
Y por algo exclamaba:
I Oh monte, oh fuente, oh río,
oh secreto seguro deleitosol
Roto casi el navio,
á vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
á solas, sin tesligo,
libre de amor, de zelo,
de odio, de esperanza, de recelo.
La historia de la vida íntima de Fray Luis de
León en los dorados años de su juventud, forzosa-
mente hay que deducirla y entresacarla de los pro-
pios versos escritos en sus mocedades. Es la única
manera, ya que los archivos y documentos callan,
de no fantasear hinchiendo vanamente páginas y
más páginas con gratuitas suposiciones de lo que
pudo hacer y no consta que hiciese. Porque siendo
sinceras, como sin disputa lo son, aquellas poesías
tiernas y efusivas, llenas de unción soberana, donde
estampó para siempre el sello de su alma virgen,
enemiga declarada de componendas y eufemismos
con las cuales no se abraza la verdad, justo es ver-
le retratado por dentro y por fuera en aquellas
PROLOGO BIOGRÁFICO XV
ansias de traspasar la vida á la sombra pacífica deí
claustro
en gozo, en paz, en luz no interrumpida.
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero:
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de á quien la sangre ensalza ó el dinero.
Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido,
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.
Había escapado, por divino llamamiento, clef
naufragio del «mundanal ruido»; pero al condenar
en sus sonoros versos la vanidad del mundo, sabía
distinguir entre la hermosura de éste, como hechura
de Dios, y los vanos cuidados á que se entregan los.
amantes de sus goces.
No condeno del mundo
la máquina, pues es de Dios hechura;
en sus abismos fundo
la presente escritura,
cuya verdad el campo me asegura.
Inciertas son sus leyes
incierta su medida y su balanza;
sujetos son los Reyes,
y el que menos alcanza,
á miserable y súbita mudanza
Pródigo en prometernos
y en cumplir tus promesas, mundo, avaro;
tus cargos y gobiernos
nos enseñan bien claro
que es tu mayor placer, de balde, caro.
¡Guay del que los procura,
pues hace la prisión adonde queda
en servidumbre dura,
cual gusano de seda
que en su delgada fábrica se enreda!
XVI FRAY LUÍS DE LEÓN
Fray Luis de León no procuraba ni por ensueños
-esos cargos, gobiernos y honores que en su espíritu
tanto aborrecía, sabiendo por intuición el légamo y
amargor que dejan. Huyó del estruendo del claus-
tro universitario al silencio y soledad del claustro
religioso, cuya vida cantó, como todas las suyas,
en estrofas inmortales; y, sin embargo, los Supe-
riores le mandan volver á la Universidad á com-
pletar y perfeccionar oficialmente sus estudios,
que debía alternar con sus rezos, nutriéndose de ese
modo con el doble pasto de la ciencia y de la
piedad.
En estos ejercicios entretuvo el ínclito poeta su
vida de estudiante en Salamanca hasta el año 1551,
empezando pronto á comunicar, como profesor, á
sus hermanos de hábito en el mismo Salamanca
y en Soria lo que había aprendido en las aulas
universitarias; hasta que, deseoso de perfeccio-
narse más y más en el conocimiento de la Sagra-
da Escritura y de la Teología, pasó á la célebre
Universidad de Alcalá, donde en calidad de oyente
tuvo por profesores al ilustre Cipriano de la Huer-
ga, y al dominico Fray Mancio de Corpus Christi,
de quien no puede hablarse con tanto encomio pol-
la parte algo aciaga que tomó más tarde en el
proceso inquisitorial injustamente formado con-
tra Fray Luis.
Terminada la carrera literaria, y ordenado de
sacerdote, debió de ser grande su fama de sabio,
y sobre todo de orador, cuando sabemos que los
Superiores le encomendaron para la Congregación
que había de celebrarse en Dueñas el 15 de Mayo
de 1557 el sermón que en tales asambleas se acos-
tumbra. Había de hablar á lo más granado y se-
lecto de la Provincia, y dirigir reprimendas, si
PRÓLOGO BIOGRÁFICO XVII
las necesitaban, á varones insignes en virtud y
saber. Y aquella memorable reunión, que tuvo por
presidente al Beato Alonso de Orozco, escuchó con
asombro y paciencia la catilinaria más irónica y
sangrienta, más hiperbólica y apasionada que ha
salido de labios humanos desde Demóstenes y Ci-
cerón acá.
Fray Luis de León, que había nacido para rendir
culto á la verdad sin velos, sabedor de los abusos
que, de soslayo y por la puerta de escape de la ob-
servancia, se habían introducido en algunas Casas
de su Provincia, llevado en alas de su natural
vehemencia, de su profundo talento y de su ga-
lanísimo decir, tronó y relampagueó y agotó el re-
pertorio de los epítetos, frases y períodos canden-
tes en que es tan fecunda la lengua del Lacio, para
extirpar en su raíz los excesos y enormidades que
lamentaba con un celo digno de Elias, y que pare-
cerían inverosímiles en personas religiosas si los
documentos de aquella época no nos dieran hoy la
clave para la interpretación de tal enigma *.
1 Un soldado español, llamado Pedro do Bargas, ob-
tuvo con malas artes del Padre General y del Papa per-
miso y autorización para fundar y extender por España
una Congregación, llamada de San Pablo, bajo la Regla
de San Agustín. Y lejos de extender el espíritu del Santo,
lo que hizo fué prevalerse de la impunidad del hábito re-
ligioso para dilatar, con sus compañeros de armas mal
convertidos, el pillaje y libertinaje por todas las regiones
donde moraban, siendo sus casas verdaderas madrigue-
ras de apóstatas y criminales. Fray Luis de León, por una
caridad mal entendida, no menciona en su arenga con
términos precisos la susodicha Congregación, tal vez por
no lastimar demasiado á los individuos que de ella se ha-
llasen presentes. Por fortuna, no tardó en ser disuelta la
XVIII FRAY LUIS DE LEÓN
¡Ex ungüe... leonem! debieron de exclamar cora
toda propiedad aquellos Padres al ver la ciencia
maciza, el celo arrebatado, la austeridad integérri-
ma y el secreto maravilloso del arte para persua-
dir y conmover, de aquel improvisado fiscal de los
abusos é ilegalidades que desfilaban como en orden
de batalla por tan lúgubre como magnífico relato.
Y si tan intrépido se mostró ante los que eran sus
superiores jerárquicos, para decirles la verdad sin
las reticencias y vaguedades que sólo inspira la
prudencia de la carne, ¿qué no haría y diría luego,,
cuando tuvo precisión de vindicar su propia ino-
cencia en lo que más debe amarse, que es la or-
todoxia? Y quien supo expresarse de modo tan ma-
ravilloso en la lengua aprendida de los libros, ¿á
qué altura no rayaría en la lengua que mamó?
Pronto lo dirían sus obras.
Apartemos los ojos del fondo obscuro en que tan
célebre discurso fué inspirado, y digamos con el
P. Blanco que «como pieza literaria reúne en mara-
villoso consorcio la afluencia, las ricas galas y el
tan famosa como comprometedora Congregación de San
Pablo, por los buenos oficios del Provincial de Castilla
P. Diego López, ayudado de la autoridad del Rey Feli-
pe II.— Los cronistas Jerónimo Román y Vidal, y también
el P. Merino, descorrieron algo el velo del misterio, ó de
los desórdenes, musa inspiradora de los anatemas de
Fray Luis; pero hoy pudieran poner esas cosas más en
claro los documentos que en Roma ha descubierto el
P. Muiños; aunque mejor será no remover el fango en
que sólo viven los reptiles. La Historia jamás adelantará
gran cosa con el recuento minucioso de los crímenes que
ciertos hombres vulgares han podido cometer. Quédese tal
tarea para los periódicos que viven del escándalo y la
bullanga.
PROLOGO BIOGRÁFICO XIX
gusto purísimo de una dicción latina irreprochable,
con la majestad y grandeza del estilo bíblico, y con
un acento de convicción y sinceridad que realza los
encantos de la forma. Quien se había producido
con tal expedición y desembarazo ante un concur-
so de personas, las más de ellas venerables, prodi-
gando las censuras y los consejos; quien dominaba
las ciencias eclesiásticas y el arte de bien decir, con
la superioridad pasmosa que indica la oración men-
cionada, obra maestra de ingenio y doctrina, de
dialéctica inflexible y de buen gusto, no podía inti-
midarse por las pruebas á que eran sometidos en-
tonces los aspirantes á títulos académicos.
»Fray Luis de León obtuvo el de Bachiller en la
Universidad de Toledo, incorporándolo á 31 de Oc-
tubre de 1558 en la de Salamanca, donde se graduó
en 1560 de Licenciado y Maestro en Sagrada Teolo-
gía J», teniendo por padrino en acto tan solemne á
su anciano y sabio maestro P. Domingo Soto, de
quien pocos meses más tarde hizo la oración fúne-
bre en presencia del claustro Universitario, pagan-
do así digno tributo de cariño y gratitud al que le
había servido de mentor en los honores del Doc-
torado.
Habiendo vacado casi por ese mismo tiempo en
la Universidad de Salamanca una cátedra de Bi-
blia, se presentaron á la oposición siete Doctores y
un Licenciado. Obtuvo la cátedra por bastante ma-
yoría de votos el Licenciado, que luego se llamó
Maestro Gaspar de Grajal, ocupando el tercer pues-
to Fray Luis de León. Ambos coopositores fueron
desde entonces íntimos amigos, y no tardando ha-
bían de verse envueltos, con el no menos célebre
1 V. P. Blanco, pág. 58.
XX FRAY LUIS DE LEÓN
Doctor Martínez Cantalapiedra, en un mismo pro-
ceso inquisitorial.
Aquella derrota honrosa, la única que sufrió Fray
Luis, á los treinta y dos años de edad, no podía des-
alentarle para hacer oposición á otras cátedras,
aunque la de Biblia era donde él tenia puestos los
ojos de su alma; y ya que no podía explicarla por
entonces, comenzó á escribir, demostrando sus ex-
traordinarios conocimientos, la traducción de los
Cánticos de Salomón (1561), hasta que al finalizar el
mismo año ganó por oposición una cátedra de Santo
Tomás. Y como en estas pendencias de oposiciones
los Padres Dominicos se le habían mostrado contra-
rios, deseosos de que la llevase un patrocinado
suyo, ya que por lo visto no tenían ellos gente idó-
nea dentro de la Orden para que midiese las armas
con Fray Luis, éste no pudo disimular su enojo en
una plática, haciendo á los Dominicos alusiones
mortificantes que ellos entonces, y por lo visto aho-
ra, no acertaron á perdonar. Habían muerto Mel-
chor Cano y Domingo Soto; y con ellos, tal vez, el
espíritu de magnanimidad y de grandeza que hu-
biera atajado en su raíz no pocos males, muy dig-
nos de ser lamentados.
Cerca de cuatro años desempeñó Fray Luis de
León la cátedra de Santo Tomás, origen de recelos
y sinsabores entre él y dos Dominicos de San Este-
ban; pasando á ocupar, también por oposición, la
de Durando, en cuyo desempeñóle sorprendió su
prisión y encarcelación (1571) por los motivos que
sumariamente han de referirse.
*
* *
En esa década empezaron á desatarse los vientos
que luego ocasionaron al poeta no pocas tempesta-
PROLOGO BIOGRÁFICO XXI
des. Xo se explica cómo Fray Luis, tan amante del
ideal de la paz y la armonía que en todas sus
obras científicas y literarias se refleja, y siendo
además de complexión enfermiza y delicada, pude-
resolverse á tomar parte activísima en el estruendo
y fragor del combate que en las aulas salmantinas
se libraba, demostrando un temperamento tan indo-
mablemente enérgico y batallador que á ve
cuesta trabajo armonizarlo con los dictámenes ele
la prudencia. Cierto que esta virtud, con no ser pa-
trimonio de los grandes sabios, no es la única de
las virtudes, y á menudo suele confundirse ó disfra-
zarse con la apatía ó indiferencia en que se inspira
el egoísmo; pero hay que convenir en que el Ma
tro León no resplandeció por ella, sin duda porque
la eclipsaran en él aquellas otras del amor á la jus-
ticia y fortaleza para defender, sin miedo á las per-
secuciones y á la muerte, la verdadera interpreta-
ción de las Sagradas Escrituras, en cuyo conoci-
miento nadie le superó.
Son interesantes estos prismas de su espíritu.
La asistencia á las aulas de Salamanca y Alcalá
tuvo que hacerle ver lo defectuoso y rutinario de
no pocas enseñanzas de algunos Doctores, que «con
un pequeño gusto de ciertas cuestiones, contení
hinchados, tenían títulos de maestros teólogos, y no
tenían la Teología; de la cual, como se entiende, el
principio son las cuestiones de Escuela; y el creci-
miento, la doctrina que escriben los Santos; y eL
colmo y perfección, y lo más alto de ella, las Le-
tras Sagradas, á cuyo entendimiento todo lo de an-
tes, como á fin necesario, se ordena» 1. Conocidas
esas deficiencias en la enseñanza, y dado el ingenio
1 Introducción á Los Nombres de Cristo.
XXII FR\L LUIS DE LEÓN
extraordinario y precoz de Fray Luis, y su conoci-
miento profundísimo del hebrero, en que nadie le
aventajó, no es de extrañar se persuadiera ser el
enviado de Dios (y lo fué realmente) para poner la
verdad de la Sagrada Escritura en su punto, contra
las explicaciones anticientíficas y fatuidades de al-
gunos helenistas, capitaneados por el atrabiliario
León de Castro. De haber callado Fray Luis de
León en aquellas críticas circunstancias, su silencio,
interpretado como prudencia, hubiera sido en reali-
dad una censurable cobardía, sepultando los talen-
tos y preeminentes cualidades con que Dios le dotó
para la defensa de lo que ha sido siempre funda-
mento de la fe.
¿Qué importan ya para la Historia los excesos
personales que. pudo cometer en la contienda, cuan-
do vemos que la verdadera ciencia exegética, y so-
bre todo la Iglesia católica, ha admitido como axio-
mas indiscutibles las geniales intuiciones, y no po-
cos de los descubrimientos lingüísticos del gran
poeta, filólogo, teólogo y escriturario?
Si al sabio no se le puede conocer bien sino cuan-
do se le juzga como tal, los resplandores de la cien-
cia de Fray Luis eclipsan, no sólo los lunares que
como hombre pudo tener, y de que no está exento
ningún mortal; sino hasta los sucesos más ó menos
prósperos, más ó menos vulgares ó sobresalientes
de su vida. Esta fué la de un verdadero sabio, y aun
los combates en que se vio envuelto, de grado ó por
fuerza, fueron consecuencia necesaria de su amor á
los fueros de la verdad y la sabiduría. A esta luz
hay que verle, y todo lo demás es sacarlas cosas
de quicio con el fin de llenar páginas que resultan
casi inútiles para la Historia.
El 24 de Julio de 1562 tuvo Fray Luis la amargura
PROLOGO BIOGRÁFICO XXHI
de perder á su buen padre en Granada, donde ejer-
cía el cargo importantísimo de oidor de la Cancille-
ría; y á los dos meses hizo un viaje á dicha ciudad
con el fin de consolar á su atribulada madre. La
Orden no dejó de distinguirle con puestos honro-
sos, como Definidor (nombrado en el capítulo del
año 1563, donde se establece la comunión frecuen-
te) y Rector más tarde del Colegio de San Gui-
llermo, fundado por la duquesa de Béjar y agrega-
do al Convento de Salamanca. La Universidad le
dio diferentes comisiones, nombrándole Diputado
del Claustro, Comisario, y dos veces Vice-rector;
aunque después del Proceso, y cuando más debía
honrarle en vista de su purísima ortodoxia, no se
portó con el poeta como merecían sus grandes me-
recimientos y sus eminentes servicios en sacar á
fióte y triunfantes los pleitos que la dicha Universi-
dad tenía, sobre todo con los Colegios Mayores.
Es propio de los sabios, como de todo el que bri-
lla, contar con numerosos amigos y admiradores;
pero también con émulos y adversarios, que, á ve-
ces sin saberlo, se encargan providencialmente de
impedir con sus ataques que aquellos se infatúen
con las alabanzas que lleva consigo el mérito.
Fray Luis de León contó entre los primeros á los
hombres más grandes y eminentes de su época en
las ciencias y las artes. Y tenía que ser así, porque
las almas nobles parece que se olfatean, adivinan
y atraen, como con el trato de las pequeñas instin-
tivamente se repelen. Gaspar de Grajal, Martínez
Can tala piedra, Arias Montano, Sánchez de las Bro-
zas, Portocarrero, Almeida, Cipriano de la Huerga,
Espinosa, Alfonso de Vera cruz, etc., etc., se holga-
ron con la amistad desinteresada del Maestro León.
Este frecuentaba también el trato, para perfeccio-
WIV FRAY LUIS DE LEÓN
liarse en la música como esparcimiento de su espíri-
tu, con el célebre y dulcísimo Salinas, á quien por
entonces debió de dedicar la poesía que comienza:
El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada
por vuestra sabia mano gobernada.
A cuyo son divino
el alma que en olvido está sumida
torna á cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primero esclarecida...
Aquí el alma navega
por un mar de dulzura, y finalmente
en él asi se anega
que ningún accidente
extraño ó peregrino oye y siente.
¡Ojalá hubiera vivido siempre el poeta navegan-
do por ese mar de dulzuras del arte! Más, por des-
gracia, no fué así. Las reyertas de Escuela, las opo-
siciones á cátedras, las derrotas de sus adversarios
ó contrincantes, las mismas intemperancias de
Fray Luis en defender lo que él estimaba fueros de
la verdad, el tesón para oponerse á que algunos do-
minicos, como Gallo y Medina, barrenasen por sus
conveniencias los estatutos universitarios, las alu-
siones más ó menos transparentes de sus discursos
contra abusos reales ó supuestos dentro de la Orden,
le acarrearon á la larga y ala redonda algunas an-
tipatías que luego, y por algunos, se convirtieron
en persecución y malquerencia, veladas con el
manto de fingida religiosidad. Porque no todos los
testigos, que deponen en el Proceso contra Fray
Luis, pueden con justicia ser tachados de enemigos
de éste. Los más pecaban por ignorancia en las in-
PROLOGO BIOGRÁFICO XXV
trincadas materias que se ventilaron; algunos de-
claraban como por miedo; otros, como á la fuerza
y para salir del paso; de ellos, unos por antiguos
resquemores ó mal disimuladas envidias; y los me-
nos, guiados del odio y otras ruines pasiones.
Fray Luis de León arremetió contra todos, y los
fué describiendo uno por uno con tintas algo som-
brías, cual si todos en montón se hubieran concha-
vado para perderle ó desprestigiarle. Pero para juz-
gar de este estado de su espíritu hay que ponerse en
su lugar, considerando la íntima persuasión que te-
nía de su inocencia, la sorpresa de verse calumnia-
do, los terrores siniestros de una cárcel, la pena de
estar apartado de sus amigos, la incertidumbre del
juicio inquisitorial, la falta de competencia cientí-
fica en sus jueces, la amargura de quedar privado
hasta de los Sacramentos de la Iglesia y los demás
auxilios y consuelos espirituales de su Orden; solo,
abandonado, heridos sus sentimientos y su vivaz
imaginación de poeta, mermado ó roto su gran
prestigio de sabio y de religioso por arteras acusa-
ciones y emboscadas, contra lo que el hombre más
debe amar, que es la pureza de su fe... ¿Qué extra-
ño es que el recelo y la desconfianza se apoderasen
de su espíritu, y que apuntara con el dedo entre las
sombras á sus émulos y adversarios? ¡Es lo menos
que puede permitirse á cualquier preso, y más
siendo inocente! Y es menester convenir, según
consta de la Causa, en que Fray Luis de León,
aunque el tribunal se los ocultaba, adivinó los nom-
bres de todos y cada uno de sus acusadores, por el
fuste de las acusaciones que le presentaban. ('■
único de intuición sorprendente en la historia de loa
Procesos inquisitoriales.
Veamos ya cómo empezó y terminó este tan fa-
XXVI FRAY LUIS DE LEÓN
moso, que fué ocasión de que se abrillantase más la
gloria del poeta.
«Jueves, á las seis de la tarde, que se contaron
veintisiete de Marzo de mil y quinientos y setenta
y dos años, trajo preso Francisco de Almansa, fa-
miliar, áFr. Luis de León, contenido en este man-
damiento atrás, al cual le hicieron las solemnidades
acostumbradas, y por ante Esteban Monago, secre-
tario deste Santo Oficio; y no se le halló cosa nin-
guna. Dime por entregado del dicho, y por ser ver-
dad lo firmo.— Francisco de Chaves-» '.
Así, ni más ni menos, con este laconismo terrible,
con esta frialdad enervante, con esta literatura
bárbara y confusa, como oficinesca, se registró en
los libros de la Inquisición de Valladolid la entrega
y prisión en las cárceles secretas, que eran las más
duras, del príncipe de nuestros poetas líricos, del
mejor de nuestros literatos.
Empieza para el poeta la prosa de la vida; aun-
que esta prosa no ahogó en su alma el amor á la
poesía, ni en la cárcel inquisitorial.
Pidió, estando ya en ella, el 31 de Marzo, á los
Inquisidores que le diesen «una imagen de Nuestra
Señora, ó un Crucifijo de pincel, las Quincuagenas
de San Agustín, el tomo de sus obras donde están
los libros de Doctrina Cristiana, un San Bernardo,
un Fray Luis de Granada, de oración, y unas disci-
plinas». Y temeroso de que pudiera sorprenderle
la muerte sumergido en el calabozo donde la envi-
1 Fray Luis de León dice en el Proceso que el 23 ó 24
del mes de Marzo había mandado el Inquisidor que le
prendiesen. Puede creerse, por lo tanto, que el viaje de Sa-
lamanca á Valladolid duró tres fechas.
PROLOGO BIOGRÁFICO XXVII
dia y mentira le encerraron, escribió la siguiente
Protestación de fe, una de las páginas más hermo-
sas, tiernas y humildes que, empapadas en dulces
sentimientos cristianos, lian salido de la pluma in-
comparable del gran Maestro agustiniano:
«I H S
» Porque no sé lo que Dios será servido ordenar
de mí, ni cuándo ni cómo querrá S. M. llamarme,
para descanso de mi conciencia quise poner aquí
las cosas siguientes:
»Lo primero, yo protesto delante de la Majestad
de Dios y de mi Redentor Jesucristo, universal Se-
ñor de los vivos y los muertos, y en presencia de sus
santos ángeles, que vivo y muero, viviré y moriré
en la fe y creencia que tiene y cree la Santa Madre
Iglesia católica, apostólica, romana, á cuya santa
doctrina, como á doctrina verdadera y enseñada
por el Espíritu Santo, subjecto todo mi seso y enten-
dimiento, con ánimo cierto y deseoso de morir por
la confesión y defensión della todas las veces que
ae ofreciere ocasión.
»Lo segundo, confieso delante del cielo y de la
tierra, que el tiempo de mi vida que recibí de la
mano de Dios para conocelle y amalle, y una mul-
titud de gracias y mercedes que en el discurso della
he recibido del mismo para el mismo propósito, todo
lo he perdido y mal em pleado, viviendo como hom-
bre sin ley, lleno de .ingratitud y fealdad, y de in-
finitos pecados graves y enormes, por los cuales
confieso que merezco debidamente muchos infier-
nos, sin haber de mi parte cosa que me valga ni me
disculpe. Los cuales, así como los tengo confesados
á mis confesores, los confieso agora en este papel
con entrañable dolor, y si me faltare lengua para
XXVIII FRAY LUIS DE LEÓN
peculio, por este papel pido á cualquier de mis con-
fesores que se hallare presente al tiempo de mi
muerte, que me absuelva de todos ellos; porque
desde agora para entonces digo que yo les confieso
todo lo que á cualquiera dellos tengo en diversas
veces confesado. Y me acuso gravemente de todo,
agora por entonces, y entonces por agora. Y como
reo que conoce su culpa, y, puesto delante del tri-
bunal de Cristo, Señor y Juez supremo, se acusa
della, postrado por el suelo pido y suplico á la ma-
jestad de su Grandeza que, como es juez para juz-
garme, se acuerde que es también hermano mío
dulcísimo y blandísimo, para haber misericordia de
mí y perdonarme.
» Ante el cual, así como conozco y confieso la mul-
titud y gravedad de mis culpas, así para descargo
dellas ofrezco y presento el tesoro y valor infinito
de su sangre, de su bendita pasión, de sus divinos y
riquísimos méritos, los cuales quiero, por su divino
don, que sean míos. Y creo en Él, y espero en El, y
le amo sobre todas las cosas, en quien sólo mi cora-
zón, aunque más pecador que ninguno otro hombre.
confía y descansa.— Fray Luis de León.»
No en caracteres de imprenta, por limpios y bru-
ñidos que fuesen, en letras de oro engarzadas con
finísimos diamantes merecen pasar á la Historia
esas frases caldeadas, abrasadas, fundidas por el
fuego del amor y la humildad..
¡Qué frontispicio tan hermoso para el áureo tem-
plo, para el Sancta Sanctorum de Los Xombres de
Cristo! ¡Benditas sean las cárceles inquisitoriales,
benditas las persecuciones y tribulaciones que tales
grandezas y maravillas produjeron!
Bien se echa de ver, por esa inmortal página
PROLOGO BIOGRÁFICO XXIX
transcrita, que Fray Luis de León era descendiente
y heredero por línea recta, no de judíos ó conversos,
como villanamente sus detractores le achacaban;
sino del espíritu, de la sabiduría, de la profunda
humildad de su excelso patriarca San Agustín.
Q.uien había renunciado una fortuna tan conside-
rable, y las comodidades y los honores que van
anejas á ella, para consagrarse á Dios en holocaus-
to ¡y á los quince años! en las estrecheces y apretu-
ras de una celda; quien en ella y fuera de ella ha-
bía vivido (según el juramento de los testigos para
su licenciatura, Padres Guevara y Peralta) «como
hombre religioso, honesto, de buena vida é costum-
bres y recogido», ¿cómo pudo jamás haber sido víc-
tima «de los infinitos pecados graves y enormes»,
que con dolor tan entrañable y profundísima humil-
dad confiesa?
Bien dice el P. Blanco, y hago mías estas sus fra-
ses: «¡Sublime grandeza de alma, propia del varón
justo que olvida los agravios recibidos, para aten-
der á las culpas propias que cree descubrir la deli-
cada vista de su conciencia! ¿Cómo pudo tenerse
por sospechoso en la fe al hombre que tan viva y
enérgicamente la confesaba?» *
Y ya, colocados en esas alturas desde donde se
debe contemplar la grandeza ó vileza de las accio-
nes humanas, hagamos desfilar rápidamente por el
escenario de este prólogo, ad perpetuam rei memo-
riam, á los fautores principales de la tragedia espi-
ritual en que, durante casi cinco años, fueron sa-
crificados los prestigios del sabio de más recras
intenciones, de más tesón y carácter, en que tanto
abundó el venturoso siglo xvi.
1 P. Blanco, Fray Luis de León, pág. 132.
XXX FRAY LUIS DE LEÓN
Y justo es que se presente en primer término (poi-
que á él corresponde la primacía de la acusación,
aunque taimada y alevosa no menos indigna y co-
barde), el dominico Fray Bartolomé de Medina, el
integrista de su tiempo, quiera ó no quiera, agráde-
le ó no le agrade á un modernísimo panegirista
suyo, casquivano y flatolento de voces, tan ayuno
de crítica como sobrado y pletórico de presunción.
Era, realmente, Fray Bartolomé de Medina un in-
genio no mediocre en asuntos de Teología dogmá-
tica y de moral; pero en las materias que podían
relacionarse con el claro conocimiento de las Sa-
gradas Letras, caminaba casi á obscuras. Cerril-
mente apegado al canon del Concilio Tridentino
sobre la Vulgata, sin entenderlo, llegó á tener por
irrefragable y absolutamente divino todo lo conte-
nido en ella, cerrando los ojos y tapiando los oídos,
cual si fuesen blasfemias ó herejías, á cuantos pro-
gresos generosos y desinteresados hacían los he-
braístas de su tiempo, en mejorar la traducción di-
recta de algunas palabras que contribuían á escla-
recer y confirmar los dogmas de nuestra fe, lejos de
menoscabarlos ó quitarles autoridad.
Agriado y resentido, además, con Fray Luis de
León por reyertas de cátedras, por derrotas en ejer-
cicios escolásticos, por diversidad de caracteres, ó-
por despechos de su amor propio, no es extraño que,
dadas las pasiones humanas mal reprimidas, es-
piase la ocasión de mermar el crédito de su rival
enredándole en un proceso. Y la ocasión, fomentada
por él mismo según todas las apariencias, vino á
dársela un pelotón de estudiantes torpes ó mal
aconsejados que, disfrazando el pensamiento de las
explicaciones de cátedra de Fray Luis de León, se
fueron con sus escrúpulos de heterodoxia á quejarse
PRÓLOGO BIOGRÁFICO XXXI
ante Medina, cuando tan fácilmente podian disipar
sus dudas, si la realidad y no por ungimiento las
tenían, otros profesores de la Universidad más
doctos en ¡Sagradas Escrituras que el famoso domi-
nico; el cual, sólo por haber dado oídas á tan infun-
dadas quejas, demostró que se hallaba al mismo
nivel intelectual que los aprensivos estudiantes.
Con razón y gracia decía, por este motivo, Fray
Luis de León á los Inquisidores de Valladolid: «Si
por los disparates que los discípulos coligen cada
día de las doctrinas sanas de sus maestros... hacen
vuestras mercedes sospechosos á los maestros, des-
de luego pueden prender á cuantos enseñan Teolo-
gía en el reino; porque yo oso afirmar y jurar que
no hay ninguno de cuyas doctrinas, al parecer de
alguno de sus oyentes, no se colijan cuantos erro-
res dijo Arrio y Lutero, y todos los demás herejes».
Si Fray Bartolomé de Medina, cumpliendo con
los dictámenes de la corrección fraterna, del com-
pañerismo y de la hombría de bien, hubiera acu-
dido ante Fray Luis de León exponiéndole las du-
das ó escrúpulos de los estudiantes, para que en la
misma cátedra las resolviese, no causaría los tras-
tornos y escándalos que causó, ni pasaría su nom-
bre á la Historia con la tacha de delator hipócrita
y taimado.
Pero lejos de hacerlo así, con los dichos y soplos*
de aquellos desaprovechados estudiantes, se apre-
suró á borrajear en su celda, y en pésimo latín, las
famosas diez y siete proposiciones donde creyó ence-
rrar las doctrinas vitandas de los tres más célebres
hebraístas de la Universidad Salmantina, Grajal,
Cantalapiedra y Fr. Luis de León, sin el valor cris-
tiano de citar sus nombres, sus explicaciones ó sus
escritos; sino con esta fórmula vaga:
\\\II FRAY LUIS DB LEÓN
«Las siguientes proposiciones tienen sus defensores,
según se dice, en la Escuela Salmanticense: l
»El Cantar de los cantares es una poesía amatoria
de Salomón á la hija de Faraón; y enseñar lo contra-
rio es fútil.
»El Cantar de los cantares puede leerse y expli-
carse en lengua vulgar.
»Común y ordinariamente se explican las Sagradas
Escrituras según la mente de los Rabinos, desprecia-
das las explicaciones de los Santos.
» Afirman algunos con juramento que muchos pasar
jes de la Sagrada Escritura no han sido aún entendi-
dos en la Iglesia, y se glorian de entenderlos ellos
solos...
»De la Sagrada Escritura puede hacerse una tra-
ducción mejor de la que hoy tiene la Iglesia.
y>La traducción que hoy admite la Iglesia contiene
muchas cosas falsas, aunque no en los puntos pertene-
cientes á la fe y costumbres.»
Armado con este su papel Fr. Bartolomé de Me-
dina, fué á consultar el caso con otro dominico, el
P. Bañez, más sabio y docto que él; pero como él
rapado á navaja en conocimientos bíblicos. Bañez
le aconsejó que sí, que debía denunciar ante la In-
quisición las tales proposiciones por aquél amaña-
das en su celda con los testimonios de algunos estu-
diantes. Convenerunt in unum, etc.
Mas por lo visto, el P. Medina, ya alentado con el
parecer de Bañez, quiso enredar y comprometer
además á otros dominicos en el Proceso, para tirar
la piedra y. en lo posible, esconder la mano de la
1 Sólo trasladamos aquí traducidas las principales.
PROLOGO BIOGRÁFICO XXXIII
responsabilidad. ¡Cuántos disgustos causa un necio
forrado de sabio y religioso!
Acertó á pasar por Salamanca el bendito P. Fray
Pedro Fernández *, Prior de los Dominicos de Ma~
dridy luego del Convento del mismo Salamanca. Y
hacia él también se fué Medina con sus escrúpulos
estudiantiles. Expuesta (primero de palabra y luego
por escrito) la gravedad del caso, el P. Pedro Fer-
nández, con una candidez que á buen seguro no
elogiaría la prudentísima Santa Teresa de Jesús,
se llevó á Madrid el comprometedor papel de las
diez y siete proposiciones para elevarlo en consulta
á la Suprema.
Y ocurre preguntar, antes de pasar adelante: ¿es
posible que los Padres Bafiez y Fernández no supie-
sen, del principal delator P. Medina, los nombres de
los Maestros salmantinos á quienes se achacaban
aquellas doctrinas'? Y si lo sabían, como es de pre-
sumir racionalmente, ¿por qué no se tomaron la
molestia de comprobar si tales doctrinas ó propo-
siciones estaban fielmente sacadas de los dichos ó
escritos de los presuntos reos? ¿No hubiera sido más
recto, noble y cristiano, cumpliendo con los deberes
elementales de la corrección fraterna y aun del
■compañerismo, avisarles del escándalo pueril ó fa-
risaico de los discípulos, en vez de envolverlos en
las redes de un Proceso inquisitorial, siempre infa-
1 De este Padre Fernández dice Santa Teresa que era
«personado muy santa vida y grandes letras y entendi-
miento». Pero bien podemos rebajar algo de este panegí-
rico, sobre todo en lo de las letras y el entendimiento; por-
que sabido es que los Santos, con ojos columbinos que
la historia no siempre confirma, suelen ver en otros las
virtudes y santidades que ellos tienen.
XXXIV FRAY LUIS DE LEÓN
lijante? Por eso no es fácil disculpar á los tres refe-
ridos, dominicos, sobre todo á Medina, de aturdi-
miento ó torpeza; si es que no procedieron con tor-
cida y dañada intención, como se desprende de al-
gunos documentos atentamente leídos. Tal vez se
echarían la cuenta de que para tales averiguacio-
nes estaba el Tribunal del Santo Oficio, y que á
ellos sólo les incumbía el delatar, mirando asi por
el honor y la pureza de la fe. ¡Oh, los celadores de
la fe! ¡Cuántos desafueros, injusticias é iniquidades
se han perpetrado á la sombra de la pureza de la
fe, dejando desflorada la pureza de la caridad!
Y convengamos en que el plan estaba bien urdi-
do. Los estudiantes acuden en consulta precisamen-
te á Medina, halagando así su vanidad, y sabiendo
los resquemores que tenía contra Fr. Luis; Medina
compromete á Banez y Fernández, y redacta á su
gusto las proposiciones, piedra angular del Proceso;
Fernández lleva las proposiciones á la Inquisición:
la Inquisición avisa á su Comisario de Salamanca
para que nombre calificadores de aquellas doctri-
nas, y averigüe quiénes las defendían. Se nombran
los calificadores; y entre ellos aparecen nada me-
nos que otro dominico, Mancio de Corpus Christi, y
el atrabiliario y revoltoso León de Castro, porta-
estandarte del bando contrario á los hebraístas.
Y de resultas de tales conciliábulos dan con sus
cuerpos y sus almas en la cárcel, uno tras otror
aquellos insignes Doctores de la Universidad sal-
manticense, glorias legítimas de la ciencia españo-
la: Grajal, Martínez Cantalapiedra y Fray Luis de
León, que era precisamente adonde se apuntaba.
¡Triunfo glorioso el de Medina y los otros domini-
cos de San Esteban! Ya quedaban libres y desem-
barazados de tan temibles enemigos en discusiones-
PROLOGO BIOGRÁFICO XXXV
y oposiciones. Ya podía también respirar fuerte y
con holgura el famoso León de Castro, «el más sos-
pechoso hombre y más espantadizo que jamás so.
vio, de juicio turbado y más turbada conciencia»,
el enemigo declarado de Fray Luis, porque éste te
iba á la mano en los desplantes y arrogancias de
sus discusiones sobre la Biblia de Vatablo, y porque
había impedido con sus críticas sensatas que, so-
comprasen los Comentarios á Isaías; libro erudito,
pero tan disforme y pedestre en la forma como
disparatado en el fondo, á pesar del apoyo que le
prestaban y de los encomios que le dirigían los
dominicos Fray Mancio de Corpus Christi y Fray.
Diego de Chaves, tan retrógados y apegados á la
rutina, disfrazada de tradición, en exégesis escri-
turaria como el mismísimo Castro.
Encauzado el Proceso según el plan y gusto de
sus iniciadores, fué llamado por el Tribunal de Va-
lladolid Fray Bartolomé de Medina, para ver si se
ratificaba en su acusación. Y «siéndole leído é mos-
trado el dicho papel que comienza: Sequentes pro-,
positiones, y acaba Sancti Paires in eo non inmoran-
tur, y tiene diez y siete proposiciones, dijo que aque-
llas proposiciones son las mesmas que este testigo
dio; pero que la letra no es suya». Hasta eso. ;
A León de Castro le tomaron declaración en Sa-
lamanca, y, según el Inquisidor D. Diego Gonzá-
lez, consta que dijo: «El Maestro Fray Luis de León
paresce por el dicho del Maestro León de Castro
estar testificado que puede ser verdadera la inter-
pretación de los judíos como la de los Santos, y que
lo uno y lo otro pudo decir el Profeta; y que ansí
mismo en el Viejo Testamento no hay promesa de
la vida eterna, y que el susodicho prefiere á Bata^-
lio y Pagnino, que fueron judíos, y á otros rabíes, á
XXXVI FRAY LUIS DE LEÓN
La edición Vulgata y al sentido de los Santos, como
lo dice Fray Bartolomé de Medina en el segundo exa-
men que se hizo con él en Valladolid» .
¿Se quiere más connivencia entre Medina y
Castro?
«Iten, paresce de la segunda declaración del ba-
chiller Antonio de Salazar, que el dicho Fray Luis
trataba mal de la interpretación de los setenta in-
térpretes, diciendo que muchas cosas tradujeron
mal los dichos setenta intérpretes, y que no habían
entendido bien la lengua hebrea, que por esto sólo
paresce quiere destruir lo de l¿a religión y lo que tie-
ne nuestra madre la Santa Iglesia.»
Tal es el núcleo principal de las acusaciones lan-
zadas entre las sombras contra los hebraístas de
Salamanca, y en las cuales tenía forzosamente que
salir complicado Fray Luis de León, aunque luego
le hicieron también otras de menor ó mayor cuan-
tía, como la de haber traducido al castellano direc-
tamente del hebreo el Cantar de los Cantares, ma-
nucristo que le cogieron de la celda, y cuyas copias
andaban de mano en mano entre varios de sus
admiradores.
Cierto que no todas las diecisiete proposiciones
pergeñadas por Medina podían atribuirse á Fray
Luis; pero como éste en sus Lecturas de cátedra de-
fendió siempre doctrinas similares, aunque con me-
ridiana claridad, según puede verse en el tomo V de
sus obras latinas, forzosamente había de quedar
complicado en el Proceso de las genéricas y confu-
sas proposiciones, que era sin disputa lo que se pre-
tendía por sus émulos.
Fray Luis de León acataba con respeto el canon
del Concilio Tridentino sobre la Vulgata, en cuanto
á la substancia de las sentencias; pero sus profun-
PROLOGO BIOGRÁFICO XXXVII
cusimos conocimientos del hebreo, del griego y del
latín, le hacían comprender que no pocas palabras
estaban pésimamente traducidas, y que pudiéndole
y aun debiéndose traducirlas mejor, se daba más
fuerza y eficacia á la palabra divina. Y defendió
que los judíos jamás habían adulterado el texto he-
breo de la Biblia antes de la venida de Jesucristo;
porque de haberlo hecho, con seguridad les habría
echado en rostro tal crimen el Redentor en sus pre-
dicaciones. Muchas veces les reprendió porque
erraban el significado de las Sagradas Escrituras;
pero jamás les dijo que las habían adulterado ó
falsificado. Y en cuanto al tiempo después de üi
muerte de Jesucristo, era moralmente imposible
que los judíos, dispersos por todo el mundo, pudie-
ran ponerse de acuerdo para falsificar lo que siem-
pre habían mirado con divina veneración.
Este criterio tan sensato como científico hubiera
arrancado de las manos las armas de los protestan-
tes, los cuales se mofaban de que algunos católicos,
por el estilo de León de Castro, atribuyesen al Es-
píritu Santo hasta las erratas é impericias lingüís-
ticas de los traductores, imposibilitando así todo
progreso de exégesis bíblica.
Decía Santa Teresa, como aprendido de labios
del mismo Dios, que casi todos los males del mundo
procedían de no conocer bien los hombres la verdad
de las Sagradas Escrituras. Si Fray Luis de León
no conocía entonces sentencia tan hermosa, es lo
cierto que la adivinó; y para remediar en parte
esos males, había consagrado á tal estudio su pri
vilegiado entendimiento, el amor de toda su vida
y los mejores y más brillantes aceros de su extra-
ordinaria erudición, hasta el punto de que la Biblia
parecía escrita para que él la interprétala. Tal es
XXXVl'lI FRAY LUIS DE LEÓN
1 1 luz que comunica á la misma luz. Y no se con-
tentó con pulimentar la corteza de la palabra divi-
na, como en la traducción del Cantar de los Canta-
res y del Libro de Job; sino que como águila alzó el
vuelo á regiones más plácidas y extensas, por él
cantadas con estro maravilloso en los Nombres de
Cristo, patentizando á los mortales los sentidos y
resplandores, como de Thabor, más que de Sinaí,
de la Palabra eterna, con tal alteza y sublimidad
de conceptos, con tan gráfica expresión de estilo,
<¿ue á pocos hombres se ha concedido ni quizá se
concederá.
Y á este hombre se le metió en una cárcel; y en
la cárcel se le tuvo encerrado cerca de cinco años,
oyendo y contestando las majaderías é insulseces
de sus ignaros y atrevidos acusadores. Y alli pasó,
además, por la amargura no pequeña de ver que
entre esos acusadores, ya por miedo á la Inquisi-
ción, ya por ignorancia ó escrúpulo de las mate-
rias que se ventilaban, podían contarse algunos
hermanos suyos de hábito, no de los más ilustres
ciertamente (excepto uno dudoso), sino gentecilla
ignorante y vulgar, de esa que por desgracia nunca
falta en cualquier Orden religiosa por ilustre y
grande que sea 1.
Al alma debió llegarle á Fray Luis esta conducta
de algunos de los suyos, pudiendo exclamar con el
1 De los agustinos llamados por la Inquisición á de-
clarar, se cuentan: Gabriel Montoya (distinto del Venera-
ble P. Montoya, portugués); Francisco de Arboleda: José
Herrera; Hernando de Peralta; Juan Cigiielo, voluntario,
que le achacó la calumnia de haber negado la venida de
Jesucristo; Luis Henríquez, connovicio y comprofeso de
Friy Luis, y Peiro de Uceda.
PROLOGO BIOGRÁFICO XX\1\
Profeta: si inimicus meus maledixisset mihi, etc., y
aquello: extraneus sum fratribus meis.
¿Quien extrañará, por tanto, que cuando llegó al
procesado el turno de defender su inocencia, rom-
piese en santa indignación y en raudales de elo-
cuencia soberana, mezclada de amarga ironía,
ante el cúmulo de aquellas acusaciones que aventó
como á las hojas secas el huracán'/ A veces se re-
primía y exclamaba: «Y yo bien sé en este artícu-
lo lo que me callo, y por qué lo callo; que aunque
el intolerable agravio que padezco me abre la boca
y me desenvuelve la lengua, átamela y detiéneme
el temor de Dios y el respeto que debo á la grave-
dad de este Tribunal, con quien hablo».
Y á la desconsideración y falta de caridad con
que aquellos de sus hermanos le acusaban, respon-
día: Desde «al principio deste pleito no quise poner
nota en las personas de mi hábito, por el respeto
que le debo, y porque es de mi condición no creer
mal de nadie hasta que lo veo, ni querer hablar mal
de nadie hasta que la necesidad me compele; la cual
condición mía me tiene en el estado en que estoy».
¡Triste caída, en verdad! Desde la cúpula de la
¿loria hasta el abismo déla ignominia. Considéren-
se las amarguras y soledades é incertidumbres de
una cárcel, y cárcel de la Inquisición; y esas amar-
guras, que no son de apetecer ni aun para los que
tratan tontamente de atenuarlas, háganse pasar
por el alma de un poeta como Fray Luis, y se ba-
rruntará el alcance de estos sus versos:
Mudó su ley en mí, Naturaleza;
y pudo en mi dolor lo que no entiende
ni seso humano, ni mayor viveza.
Cuando desenlazarse más pretende
el pájaro cautivo, más se enliga.
y la defensa mía más me ofende.
SÍL FRAY LUIS DL LEÓN
Porque realmente así era. Sus defensas, tan ne-
cesarias para desenmascarar á sus enemigos, como
para poner en su debido punto la honra de la propia
ortodoxia (que su conciencia no le permitía dejar
enredada en los zarzales de la crítica), sólo servían
para prolongar el Proceso y diferir la liberación.
Pero, á la vez, la prolongación de este Proceso
contribuía á que el atribulado poeta derramase su
alma en presencia de Dios, y comentase en verso y
prosa algunos Salmos, aquellos que más consonan-
cia tenían con su cautiverio, y de donde copio es-
tos párrafos hermosísimos, admirabilísimos:
«Señor (exclama dirigiéndose á Dios), no es uno y
sencillo el mal que en este destierro me aflige, ni
usa de su rigor á tiempos, y á tiempos se afloja. Un
escuadrón de mil desventuras conjuradas contra
mí, me acometen y aprietan de todas partes; unas
á otras se suceden, y acuden las unas á las otras, y
el fin y el remate de un trabajo, es el principio de
otro mayor. El deseo de volver á tu presencia me
abrasa; la lengua atrevida, que pone falta en tu
verdad, me atormenta; náceme guerra mi memo-
ria; y el acordarme del bien que perdí, me tras-
pasa el corazón.»
•Hasta la esperanza, de la cual pensaba valer-
me,.arma mis enemigos contra mí; porque en espe-
rando en Ti, echo de ver que no puedo vivir sin
acordarme de Ti, y de esto vengo á considerar más
atentamente el lugar tan apartado y ajeno de Ti,
donde me acuerdo; y cuanto más de Ti me acuerdo,
y cuanto más lejos de Ti me veo, tanto es más sin
medio ni medida el mal y dolor que padezco. Ansí
que, la esperanza despierta la consideración del
lugar, y aviva la memoria; de la memoria nace eL
deseo, y del lugar la imposibilidad; y de lo uno y
PRÓLOGO BIOGRÁFICO XLI
de lo otro, crece mi dolor hasta llegar á sus mayo-
res quilates.»
»Y como en el tiempo de las tempestades se ve el
relámpago, y luego suena el trueno, y cae el rayo;
y rompiéndose las nubes con increíble furia y es-
truendo, arrojan agua y más agua, hasta que los
ríos salen de madre y se anegan los campos, ansí
en esta mi desventura, un mal me ciega, y otro
me atruena, y otro me hiere, y descargan sobre mí
mil nubes de dolor, y todo es tempestad, y horror,
y tinieblas, y miserias, cuanto á la redonda me
cerca» ».
Y como lenitivo á tal dolor, desahogaba su pecho
con la Virgen Santísima, su amorosa Madre, en
aquellos versos tan conocidos:
Virgen, que el sol más pura,
gloria de los mortales, luz del cielo,
en quien la piedad es cual la alteza;
los ojos vuelve al suelo
y mira un miserable en cárcel dura
cercado de tinieblas y tristeza;
y si mayor bajeza
no conoce, ni igual, el juicio humano
que el estado en que estoy por culpa ajena,
con poderosa mano
quiebra, Reina del cielo, esta cadena...
Virgen del sol vestida,
de luces eternales coronada,
que huellas con divinos pies la luna;
envidia emponzoñada,
engaño agudo, lengua fementida,
odio cruel, poder sin ley ninguna
me hacen guerra á una.
Pues contra un tal ejército maldito,
1 Introducción y explicación del Salmo 41; tomo iv de
las obras castellanas de Fray Luis de León, pág. 188, edi-
ción de 1885, Madrid.
^CLll FRAY LUIS DE LEÓN
¿cuál pobre y desarmado será parte,
si tu nombre bendito,
María, no se muestra por mi parte?
Virgen, lucero amado,
en mar tempestuosa claro guía,
á cuyo santo rayo calla el viento;
mil olas á porfía
hunden en el abismo un desarmado
leño de vela y remo, que sin tiento
el húmedo elemento
corre; la noche carga, el aire truena;
ya por el cielo va, ya al suelo toca;
gime la rota antena...
¡socorre, antes que embista en dura roca!...
Y á todo esto, los señores Inquisidores de Valla-
-dolid, cuyos nombres no conviene recordar ni si-
guiera para maldecirlos, no se daban mayor prisa
de substanciar el Proceso, á pesar de las requisito-
rias y apremios del encarcelado, á pesar de las ins-
tancias del Tribunal Supremo de Madrid.
¿A qué extremos de angustia no llegaría el poeta
cuando, como única tabla de salvación, tuvo que
asirse á la defensa que podían proporcionarle dos
-de los individuos que él tenía por mayores adver-
sarios? Y tan convencido se hallaba Fray Luis de
la propia inocencia, que nombró por patronos de
su causa... ¡nada menos que á Mancio y á Medina!
Léanse sus palabras.
«Y ansí, yo, como desesperado, dije que el Maes-
tro Mancio y el Maestro Medina, dominicos, eran
mis enemigos, y por tales los tenía señalados y ta-
chados en este Proceso desde el principio de él;
pero que yo me apartaba, para este solo efecto, de
la tacha que les tenía puesta; y quería, para mayor
justificación de la verdad que trato, y de la verdad
.que tengo, que viniesen á ser mis patronos los que lia-
t>ian sido mis calumniadores .»
PRÓLOGO BIOGRÁFICO XLIÍI
El dominico Fray Mancio de Corpus Christi, al
principio del Proceso, había sido uno de los califica-
dores de las proposiciones redactadas por su her-
mano de hábito Fray Bartolomé de Medina, y causa
del encarcelamiento de Fray Luis; pero cuando se
Vio con éste frente á frente en la cárcel, no tuvo
más remedio que cambiar de opinión y desdecirse,
convencido con las explicaciones del Maestro agus-
tiniano. Hubiéranselas pedido antes, y se habrían
ahorrado muchos escándalos, lágrimas y sinsa-
bores.
Todavía (y esto sí que causa verdadero asombró),
á pesar de reconocerse la inocencia de Fray Luis,
intentaron los Inquisidores sujetarle á tormento,
para que declarase la intención que tuvo en defen-
der lo que había defendido. Léanse las siguientes
palabras, que bien merecen pasar á la historia pol-
la iniquidad que revelan: «En la Villa de Vallado-
lid, á 28 días del mes de Setiembre de mil y qui-
nientos y setenta y seis años, etc los dichos se-
ñores (Inquisidores) licenciado Menchaca, Álava,
Luis Tello y Albornoz, dijeron que son de voto y pa-
recer que el dicho Fr. Luis de León sea puesto á
cuestión de tormento sobre la intención y lo indicado
y testificado, y sobre las proposiciones que están ca-
lificadas por heréticas, no embargante que los teólo-
gos digan últimamente que satisface, entendiéndolo
como él, respondiendo á ellas, dice que lo enten-
dió; y que el tormento se le dé moderado, atento que
el reo es delicado».
Otros Inquisidores pedían que se reprendiese á
Fr. Luis públicamente, que declararse en plena
Universidad el sentido de las proposiciones sospe-
chosas que se le habían atribuido, que extrajudi-
cialmente se dijese á su Prelado mandase al reo
XL1V FRAY LUIS DE LEÓN
emplear sus estudios en otras cosas útiles á la re-
pública, y que se abstuviese de enseñar en escuelas
ni otras partes, y, finalmente, que fuese recogido y
prohibido el libro de los Cánticos, traducido en ro-
mance.
Si sentencia tan inicua, después de probada la
inocencia de Fray Luis, se hubiera llevado á cabo,
¿dónde quedaría el tan cacareado amor á la justicia
del tremendo y famoso Tribunal de la Inquisición?
¡Aquello fué el colmo de la imbecilidad!
Por fortuna, hasta para el honor del Santo Oficio.
fué desechada tal sentencia por la Suprema Inqui •
sición, dictando el 7 de Diciembre de 1576 «que el
dicho Fray Luis de León sea absuelto de la instancia
de este juicio», aunque añadiendo que en la sala se
le advirtiese y reprendiese para que en adelante
mire cómo y adonde trata cosas y materias de la
calidad y peligro que las que de este proceso resul-
tan, y tenga en ellas mucha moderación y pruden-
cia, como conviene para que cese todo escándalo y
ocasión de errores».
Respetemos este aditamento de los Inquisidores
de la Suprema, aunque hoy nos maraville que pu-
diera dar ocasión de errores la doctrina de Fray
Luis, ya aprobada y sustentada en todas sus partes
por la Iglesia Católica. No era Fray Luis de León
hombre que pudiese poner en práctica la hipócrita
sentencia del dominico P. Bañez sobre la Vulgata:
«A veces se puede pensar con los pocos, y es nece-
sario hablar con los muchos». El poeta, que veía de
muy distinta manera las cosas, si pensó con los po-
cos, no quisó ni debió ocultar la verdad con los mu-
chos que la ignoraban; y ésta es una de sus mayo-
res glorias. ¿A qué fin envía Dios á este mundo á
los sabios, sino es para decir la verdad á los ne-
PROLOGO BIOGRÁFICO XLV
cios? Por algo, anos atrás, había Fray Luis de
León pronunciado esta magnifica sentencia (en un
Sermón acerca de San Agustín) hablando del necio:
< Xe fallere; stultus est quisquís studiis atque judiciis
stultis similis est. Pues necio, realmente, se hace
quien transige con las estulticias del necio.
El día 15 de Diciembre de 1576, pidió á los Inqui-
sidores Fray Luis de León testimonio auténtico
cque le fué concedido^, de su inocencia y de la lim-
pieza de su doctrina.
Y antes de salir de aquella cárcel, testigo de sus
amarguras, dejó estampados en las paredes estos
versos, que se han hecho inmortales :
Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado.
¡Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado!
Y con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa,
y á solas su vida pasa
ni envidiado, ni envidioso.
Con el documento oficial de su rehabilitación
entró el 29 de Diciembre en Salamanca, donde fué
recibido con todas las muestras de regocijo y aga-
sajo que eran de esperarse, dada la nombradla del
libertado prisionero, y que relatan quienes parece
presenciaron el suceso. Según ellos, entró Fray
Luis con atabales, trompetas y gran acompaña-
miento de Caballeros, Doctores, Maestros... y no
quedó persona,, ni en la Universidad, ni en la ciu-
dad, que no le saliese á recibir» \
1 V. P. Blanco, obra citada, págs. 205 y 20G.
XI,VI FRAY LUIS DF. LEÓN
Convocado, el claustro universitario para el día
siguiente, y leído el fallo absolutorio, fué invitado
Fray Luis para que hablase; y dijo: «que ante todas
las cosas alababa á Nuestro Señor por la merced tan
señalada que le había hecho; y que no obstante que
los Señores del Santo Oficio le habían restituido á
su honor, y honra, y cátedra, que teniéndola como la
tiene el Padre Maestro Fray García del Castillo,
Abad de San Benito, que la daba por bien emplea-
da; y que, aunque se le da derecho para que la pida
y se le restituya, él se aparta del derecho que á ella
tiene, para no la pedir ni demandar agora ni en
tiempo alguno á quien la tiene al presente».
Este Fray García del Castillo, en quien el Maes-
tro León renunció la cátedra, fué uno de los que
calificaron como heréticas y erróneas las proposi-
ciones que Medina atribuyó á los tres insignes Doc-
tores Grajal, Cantalapiedra y Fray Luis de León.
Así pagaba éste las intrigas y asechanzas de sus
adversarios.
Pero aún había de dar muestras más elocuentes
de que en su ánimo no anidaba ningún resentimien-
to contra sus principales acusadores.
Fuese en ese mismo Claustro pleno de la Univer-
sidad, ó fuese en otro inmediato (que ello importa
un ardite para la seriedad de los hechos), Fray
Luis de León pidió á sus compañeros de profesora-
do que tuviesen memoria de aus trabajos y servi-
cios, y consideraran la absolución que había obte-
nido como claro testimonio de su inocencia y aproba-
ción general de su doctrina. Y consignado eso, dijo
que, en cuanto á su voto como Doctor de aque-
lla Universidad, «lo renunciaba ó dejaba al Padre
Maestro Fray Bartolomé de Medina, del Orden de
Santo Domingo.»
PROLOOO BIOGRÁFICO XLVII
Esos tres rasgos de magnanimidad, el de haber
nombrado por patrono á Mancio, el de renunciar su
cátedra en Castillo, y su voto en Medina... hablaír
más alto en favor del insigne poeta, que su celebé-
rrima frase Decíamos ayer \ pronunciada, según se
cree, un mes más tarde, cuando tomó posesión dé-
la nueva cátedra de Escritura que la Universidad,
para premiar en algo los servicios y trabajos de
Fray Luis, le había asignado con 200 ducados el
2 de Enero de 1577.
«Comenzó (dice el P. Blanco, pág. 208) á explicar
el insigne Maestro el día 2lJ del mismo mes ante un
concurso muy numeroso, que seguramente esperaba
oir de sus labios, ola narración de las trágicas vi-
cisitudes porque había pasado, ó vehementes apos-
trofes contra sus enemigos, ó cuando menos inten-
cionadas alusiones y reticencias. Grande hubo de
1 El P. Blanco, con critica delicada que le honra,,
trató de analizar el origen de esa frase; y aunque no
consta por ningún acta notarial, tiene todos los caracte-
res de verídica por la tradición oral, que se convirtió en
escrita el año 1023, y cita Crusenio en su Monasticon Au-
gustinianum, pág. 2ü8, á quien de seguro se la transmiti-
rían algunos agustinos de Salamanca, donde se conser-
vaba la tradición. Las suposiciones y alharacas de un es-
critor moderno, truncando de mala fe las palabras y el
pensamiento del P. Blanco (cual si pretendiese borrar del
pedestal donde se yergue la estatua de Fray Luis esa su
frase sublime que no se hubiera ocurrido ni á Mancio
ni á Medina), solo merecen el más solemne desprecio.
Mientras ese crítico huero y pedante, á quien hago-
mental referencia, no descubra más datos en los archi -
vos de su imaginación, quedará en el mismo lugar tradi-
cional el Decíamos ayer, para vergüenza perdurable de
los émulos del poeta, pasados, presentes y futuros.
XLVIII FRAY LUIS DE LEÓN
ser la sorpresa del auditorio cuando el Maestro León,
rompiendo el silencio que dominaba en el aula,
dio principio á su conferencia en esta forma: Dice-
bamus liesterna die (decíamos ayer...) como si conti-
nuara una lección interrumpida el día anterior, y
como si los cinco anos de cárcel hubieran sido un
paréntesis de que no quedaba rastro en su memoria;
porque al perdonar á sus enemigos, olvidaba ade-
más las injurias recibidas.»
Tal era Fray Luis de León. Libre del proceso
inquisitorial y posesionado de su nueva cátedra,
pudo con más quietud dedicarse á poner en latín
el Comentario al Cantar de los Cantares, impreso en
Salamanca el año 1580, y á terminar su obra monu-
mental Los Nombres de Cristo, empezada en la
cárcel; pero alternando en estos trabajos científicos
con las arduas y dificultosas comisiones que le dio
la Universidad, entre otras cosas, para el arreglo
del famoso pleito que ésta tenía con los llamados
Colegios Mayores.
Los Nombres de Cristo fueron impresos por
vez primera, y juntamente con La Perfecta Casa-
da, el año 1583. Son las dos obras castellanas que
más fama han dado á Fray Luis, después de sus
poesías. Porque la gloria del poeta, con ser la poe-
sía á la que menos importancia dio y en la que ja-
más puso empeño decidido, ha eclipsado con fre-
cuencia su gloria de escritor en prosa, siendo así
que á veces se muestra tan poeta en prosa como en
verso. Y haríamos este Prólogo interminable, si
en confirmación de tal verdad nos fuera lícito ale-
gar pasajes ó páginas enteras de sus obras, princi-
palmente de ésta Los Nombres de Cristo, que es
un himno grave, solemne y majestuoso entonado al
Kedentor del mundo, el cántico del verdadero Salo-
PROLOGO BIOGRÁFICO XLIX
món de nuestra literatura á los desposorios del
Verbo de Dios con la humanidad caída para levan-
tarla y divinizarla, el collar de más ricas piedras
orientales que, engarzadas con el oro labrado de al-
tísimos y divinísimos pensamientos, se ha puesto
al cuello del Dios-Hombre para que lo ostente de-
lante de los ángeles como prenda, y arra, y memo-
rial del amor que algunos de sus amigos le tuvie-
ron y tienen en la tierra .
Fray Luis de León describe con delectación mo-
rosa los encantos, y atractivos, y hermosuras, y
esplendideces, y rozagancias de la naturaleza, para
llevar y prender el alma á Dios con los lazos de
Adán; al revés de San Juan de la Cruz y Fray Juan
de los Angeles, que alardean de prescindir de la
naturaleza con el empeño y las prisas que se dan
de meter al alma en Dios, y á Dios dentro del alma,
sin ruidos de imágenes sensibles. Esto será más di-
vino, pero aquello es más divinamente humano, y
acomodado á nuestra manera de ser actual, y á las
trazas de que Dios se sirve para abrirse paso hasta
nosotros, según los destellos y enseñanzas de la re-
velación.
Y tan enamorado de nosotros pinta Fray Luis al
Hijo eterno de Dios, que no vacila en sostenerla
hermosa teoría de la escuela franciscana, que luego
parece hizo también suya San Francisco de Sales,
de que, aun cuando Adán no hubiera pecado, Dios
se hubiera hecho hombre para honrar nuestra na-
turaleza, donde se compendiaba ya lo angélico y
lo humano, y hacerla partícipe de la divina.
Por último, y aunque cause a&ombro, se debe
consignar que Fray Litis de León fué nuevamente
L FKAY LUIS DE LEÓN
envuelto en otro Proceso, si bien no de las conse-
cuencias del anterior, y desde luego «mucho más
breve y menos interesante»; pero que conviene in-
dicar para que sirva de aclaración á la historia de
la Teología, en las controversias celebérrimas que
trajo consigo el famosísimo sistema de Molina.
Antes que este ilustre Jesuíta publicase su Con-
cordia (1588) acerca del libre albedrío y la predes-
tinación, se habían alborotado algunos doctores
salmanticenses con las proposiciones similares que
otros dos Padres Jesuítas, Enríquez y Montemayor,
defendieron en la Universidad sobre el mérito y la
libertad de Nuestro Señor Jesucristo en su obedien-
cia; y de ahí fueron á tratar sustentantes y argu-
y entes sobre las relaciones de la gracia con el libre
albedrío. Algunos dominicos, como Bañez y Guz-
mán, llevados de su celo exagerado por la pureza
del dogma, según ellos lo entendían con el criterio
cerrado que siempre les distinguió, y creyendo que
aquellas teorías eran opuestas á Santo Tomás, como
si éste se hubiese llevado al cielo con su pureza la
llave del progreso intelectual, tacharon ex cathedra
de heréticas y pelagianas las opiniones de los dos
precursores de Molina. Indignado Fray Luis de
León con este modo tan arbitrario de calificar, se
levantó á decir que si bien él no participaba de tal
teoría, tampoco podía consentir que se la tuviese
por herética; y al saber que Bañez seguía en sus
trece, y en pública cátedra tildaba de pelagianismo
la doctrina de los Padres Jesuítas y sus partidarios,
anunció también en pública cátedra un acto lite-
rio para el día siguiente en esta forma: «Mañana,
señores, hay un acto de luteranos, pelagianos y
cristianos viejos; yo he deseado y procurado la pre-
sidencia de él, para que vean esto's Padres (los do^.
PROLOGO P.IOGRAFICO Lt
miníeos) cómo califican opiniones». De resultas de
lo cual inicióse entre Bañez y Fray Luis una po-
lémica, á la que siguieron otras de estudiantes y
maestros. Celebraron los Jesuítas un tercer acto so-
bre el mismo tema, y por fin el negocio vino á parar
en manos de los inquisidores. Por fortuna «el tri-
bunal no hizo caso de rencillas universitarias y
claustrales, y sólo atendió á la cuestión dogmática,
admitiendo por valederas las exculpaciones del pro-
cesado, y absteniéndose de ulteriores diligencias;
de suerte que no hubo acusación fiscal, ni pasaron
del sumario las actuaciones» i.
Otro hombre que no fuese del temple de alma de
Fray Luis, se habría hastiado y aburrido con el
desgaste de fuerzas en tan repetidas luchas; pero él
parece que había nacido para romper lanzas en
pro de los grandes ideales engendrados por el amor
á la religión. Y así, no solamente se le ve formar
parte de la comisión para la reforma del Calenda-
rio mandada hacer por el Papa Gregorio XIII y
Felipe II, sino que además interviene muy activa
y directamente, «siendo el alma de la misma, en
la reforma que en 1588 comenzó á ensayarse dentro
de su Provincia», con la Congregación de Agustinos
Descalzos, que luego se extendió por toda España
y por otras naciones.
1 V. P. Blanco, obra citada, pág. 223 y 228. -Este se-
gundo proceso contra Fray Luis se publicó íntegro por
primera vez en La Ciudad de Dios, volumen xli, año
1896. Sobre las cuestiones escolásticas á que dieron ori-
gen en ese mismo tiempo las teorías de Enrícjuez y Mon-
temayor, como precursoras del sistema de Molina, hay
documentos inéditos ó interesantes que pueden aclarar
la historia délas controversias de Auxiliis.
LII FRAY LUIS DE LEÓN
«No entraba (agrega el P. Blanco, á quien copio
en este punto), sin duda, en los intentos, ni siquiera
en la previsión de Fray Luis, la ruptura de la uni-
dad que por aquí sobrevino á la Orden; y sólo pre-
tendía erigir asilos especialmente consagrados á la
contemplación asidua y los rigores ascéticos, de-
jándose persuadir quizá por un engaño generoso
que le hacía ver el ideal abstracto de la virtud con-
cretado en una forma perfecta.» A las tareas de
legislador que ocuparon á Fray Luis dentro de su
Orden, sucede la intervención que tuvo en el go-
bierno de la Reforma carmelitana, manteniendo
el espíritu de Santa Teresa de Jesús, sobre todo en
lo que tocaba á la santa libertad de elegir confeso-
res; y en medio de las borrascas porque pasaron
entonces sus hijas, comenzó á escribir la vida de
aquella insigne mujer y ordenar sus escritos, en
cuya empresa le sorprendió la muerte, acaecida en
Madrigal el 23 de Agosto de 1591, nueve días des-
pués de haber sido elegido Provincial de los Agus-
tinos de Castilla.
Así pasó de
e3ta cárcel baja, obscura,
al templo de claridad y hermosura
el insigne poeta, gloria de las letras patrias, tan
elogiado por Cervantes, por Lope de Vega, por
Quevedo, por Suárez, por Yepes, por Pacheco y
por cuantos hombres eminentes de entonces acá
han rendido culto al sólido saber, á la poesía clá-
sica, al ingenio y á la virtud acrisolada en el dolor.
Cerremos este Prólogo biográfico, escrito á trom-
picones, con el broche de oro de la limpia y sobe-
rana prosa del ya inmortal en vida Sr. Menéndez y
Pelayo, ante cuya autoridad justo a que entnu-
PROLOGO BIOGRÁFICO Lllt
dezcan las cotorras del moderno criticismo, infatua-
das con su propia insignificancia.
«¿Quién me dará palabras (dice) para ensalzar
ahora, como yo quisiera, á Fr. Luis de León? Si di-
jese que fuera de las canciones de San Juan de la
Cruz, que no parecen ya de hombre, sino de ángel,
no hay lírico castellano que compita con él, aún
me parecería haber dicho poco. Porque, desde el
renacimiento acá, á lo menos entre las gentes lati-
nas, nadie se le ha acercado en sobriedad y pureza;
nadie en el arte de las transiciones y de las gran-
des líneas, y en la rapidez lírica; nadie ha volado
tan alto, ni infundí do como él en las formas clási-
cas el espíritu moderno. El mármol de Pentélico,
labrado por sus manos, se convierte en estatua
cristiana; y sobre un cúmulo de reminiscencias de
griegos, latinos é italianos, de Horacio, de Píndaro
y del Petrarca, de Virgilio y del himno de Aristóte-
les á Hermías, corre juvenil aliento de vida que lo
transfigura y lo remoza todo... ¡Poesía legítima y
sincera, aunque se haya despertado, por inspira-
ción refleja, al contacto de las páginas de otro li-
bro! Es una mansa dulzura que penetra y embarga
el alma sin excitar los nervios, y la templa y sere-
na, y le abre con una sola palabra los horizontes de
lo infinito.»
Y respecto de Los Nombres de Cristo, agrega
en otro lugar:
«La fórmula más alta de esta conciliación entre
la unidad y la diversidad se encuentra en aquellos
diálogos de Los Nombres de Cristo, que sólo con
los de Platón admiten paralelo por lo artísticos y lu-
minosos, aunque en la parte dramática queden infe-
riores... No hay (en ellos) ningún tratado especial
sobre la belleza; pero puede decirse que la estética
LIV FRAY LUIS DE LEÓN
está infundida y derramada de un modo latente
por las venas de la obra; y no sólo en el estilo, que
es, á mi entender, de calidad superior al de cual-
quier otro libro castellano, sino en el temple armó-
nico de las ideas, y en el misterioso y sereno ful-
gor del pensamiento, que presenta á veces el más
acabado modelo de belleza intelectual» i.
¡Ojalá que con la lectura de este libro substan-
cioso, lleno de tanta sabia que se agrieta, se nutran
las almas amantes de la belleza inmortal y divina,
á cuyo fin enderezó Fray Luis de León todos sus
desvelos y sus místicas y científicas lucubraciones!
P. MlGUÉLEZ,
Agustino.
Madrid, 28 de Junio de 190"
1 V. Menéndez y Pelayo, Ideas estéticas, tomo vi, pá-
ginas 147 y 48.
,************j)
«HHHHI*
>*¥¥¥¥¥¥¥¥*¥¥|;
DE LOS NOMBRES DE CRISTO
POR
FRAY LUIS DE LEÓN
A D. Pedro Poríocarrero, del Consejo de S. M. y de la
Sania // general Inquisición.
INTRODUCCIÓN
Dase razón y motivo de la obra.
Y7\e las calamidades de nuestros tiempos, que,
como vemos, son muchas y muy graves, una
es, y no la menor de todas, muy ilustre señor, el
haber venido los hombres á disposición que les sea
ponzoña lo que les solía ser medicina y remedio;
que es también claro indicio de que se les aceren
su fin, y de que el mundo está vecino á la muerte,
pues la halla en la vida.
Notoria cosa es que las Escrituras que llamamos
sagradas las inspiró Dios á los profetas que las es-
cribieron, para que nos fuesen en los trabajos de
esta vida consuelo, y en las tinieblas y errores de
ella clara- y fiel luz; y para en las llagas que hacen
en nuestras almas la pasión y el pecado, allí, como
en oficina general, tuviésemos para cada una pro-
1
FRAY LUIS DE LEÓN
pió y saludable remedio. Y porque las escribió para
este fin, que es universal, también es manifiesto que
pretendió que el uso de ellas fuese común á todos; y
ansí, cuanto es de su parte, lo hizo; porque las com-
puso con palabras llanísimas y en lengua que era
vulgar á aquellos á quienes las dio primero.
Y después, cuando de aquellos, juntamente con
el verdadero conocimiento de Jesucristo, se comu-
nicó y traspasó también este tesoro á las gentes,
hizo que se pusiesen en muchas lenguas, y casi en
todas aquellas que entonces eran más generales y
más comunes, porque fuesen gozadas comúnmente
de todos. Y ansí fué, que en los primeros tiempos de
la Iglesia, y en no pacos años después, era gran
culpa en cualquiera de los fieles no ocuparse mu-
cho en el estudio y lección de los Libros divinos. Y'
los eclesiásticos y los que llamamos seglares, ansí
los doctos como los que carecían de letras, por esta
causa trataban tanto de este conocimiento, que el
cuidado de los vulgares despertaba el estudio de los
que por su oficio son maestros, quiero decir, de los
prelados y obispos; los cuales de ordinario en sus
iglesias, casi todos los días, declaraban las santas
Escrituras al pueblo, para que la lección particular
que cada uno tenía de ellas en su casa, alumbrada
con la luz de aquella doctrina pública, y como regi-
da con la voz del maestro, careciese de error y fue-
se causa de más señalado provecho. El cual, á la
verdad, fué tan grande cuanto aquel gobierno era
bueno; y respondió el fruto á la sementera, como lo
saben los que tienen alguna noticia de la historia <!<•
aquellos tiempos.
1'' ro, como 'le que de suyo es tan bueno,
y que fué tan útil en aquel tiempo, la condición tris-
te de nuestros siglos y la experiencia de nuesmi
IjE LOS NOMBRES DE CRISTO. — INTRODUCCIÓN 3
grande desventura, nos enseñan que nos es ocasión
agora de muchos daños. Y ansí, los que gobiernan
la Iglesia, con maduro consejo y como forzados de
la misma necesidad, han puesto una cierta y debi-
da tasa en este negocio, ordenando que los libros de
la sagrada Escritura no anden en lenguas vui
res, de manera que los ignorantes los puedan leer:
y como á gente animal y tosca, que, ó no conocen
estas riquezas, ó si las conocen, no usan bien de
ellas, se las han quitado al vulgo de entre las manos.
Y si alguno se maravilla, como á la verdad es
cosa que hace maravillar, que en gentes que pro-
fesan una misma religión, haya podido acontecer
que lo que antes les aprovechaba les dañe agora, y
mayormente en cosas tan substanciales; y si desea
penetrar al origen de este -mal, conociendo sus
fuentes, digo que. á lo que yo alcanzo, las causas
deiesto son dos: ignorancia y soberbia, y más so-
berbia que ignorancia; en los cuales males ha ve-
nido á dar poco á poco el pueblo cristiano, deca-
yendo de su primera virtud.
La ignorancia ha estado de parte de aquellos á
quienes incumbe el saber y el declarar estos libro-,
y la soberbia de parte de los mismos y de los demás
todos, aunque en diferente manera; porque en éstos
la soberbia y el pundonor de su presunción, y el tí-
tulo de maestros, que se arrogaban sin merecerlo,
les cegaba los ojos para que ni conociesen sus fal-
tas, ni se persuadiesen á que les estaba bien poner
estudio y cuidado en aprender lo que no sabían y
se prometían saber; y á los otros este humor mismo,
no sólo les quitaba la voluntad de ser enseñados en
estos libros y letras, y más les persuadía taml
que ellos las podían saber y entender por sí mis-
mos. Y ansí, presumiendo el pueblo de ser maestro,
4 FRAY LUIS DE LEÓN
y no pudiendo, como convenía, serlo los que lo eran
ó debían ser, convertíase la luz en tinieblas; y leer
las Escrituras el vulgo le era ocasión de concebir
muchos y muy perniciosos errores, que brotaban y
se iban descubriendo por horas.
Mas si como los prelados eclesiásticos pudieron
quitar á los indoctos las Escrituras, pudieran tam-
bién ponerlas y asentarlas en el deseo y en el en-
tendimiento y en la noticia de los que las han de
enseñar, fuera menos de llorar esta miseria; porque
estando éstos, que son como cielos, llenos y ricos
con la virtud de este tesoro, derivárase de ellos
necesariamente gran bien en los menores, que son
el suelo sobre quien ellos influyen. Pero en muchos
es esto tan al revés, que no sólo no saben estas le-
tras, pero desprecian, 'ó á lo menos muestran pre-
ciarse poco y no juzgar bien de los que las saben.
Y con un pequeño gusto de ciertas cuestiones con-
tentos é hinchados, tienen título de maestros teólo-
gos, y no tienen la Teología; de la cual, como se en-
tiende, el principio son las cuestiones de la escuela;
y el crecimiento la doctrina que escriben los san-
tos; y el colmo y perfección y lo más alto de ella,
las Letras sagradas; á cuyo entendimiento todo lo
de antes, como á fin necesario, se ordena.
Mas dejando éstos y tornando á los comunes del
vulgo, á este daño, de que por su culpa y soberbia
se hicieron inútiles para la lección de la Escritura
divina, líaseles seguido otro daño, no sé si diga
peor, que se han entregado sin rienda á la lección
de mil libros, no solamente vanos, sino señalada-
mente dañosos; los cuales, como por arte del demo-
nio, como faltaron los buenos, en nuestra edad, más
que en otra, han crecido. Y nos ha acontecido lo
que acontece á la tierra, que cuando no produce
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— INTRODUCCIÓN 5
trigo da espinas. Y digo que este segundo daño, en
parte vence al primero; porque en aquél pierden
los hombres un grande instrumento para ser bue-
nos, mas en éste le tienen para ser malos; allí quí-
tasele á la virtud algún gobierno, aquí dase cebo á
los vicios. Porque si, como alega San Pablo 1J «las
malas conversaciones corrompen las buenas cos-
tumbres», el libro torpe y dañado, que conversa con
el que le lee á todas horas y á todos tiempos, ¿qué
no hará? ó ¿cómo será posible que no críe viciosa
y mala sangre el que se mantiene de malezas y de
ponzoñas?
Y á la verdad, si queremos mirar en ello con aten-
ción y ser justos jueces, no podemos dejar de juzgar
sino que de estos libros perdidos y desconcertados,
y de su lección, nace gran parte de los reveses y
perdición que se descubren continuamente en nues-
tras costumbres. Y de un sabor de gentilidad y de
infidelidad que los celosos del servicio de Dios sien-
ten en ellas (que no sé yo si en edad alguna del pue-
blo cristiano se ha sentido mayor), á mi juicio el
principio y la raíz y la causa toda son estos libros.
Y es caso de gran compasión, que muchas personas
simples y puras se pierden en este mal paso, antes
que se adviertan de él; y como sin saber de dónde
ó de qué, se hallan emponzoñadas, y quiebran sim-
ple y lastimosamente en esta roca encubierta. Por-
que muchos de estos malos escritos ordinariamente
andan en las manos de mujeres doncellas y mozas,
y no se recatan de ello sus padres; por donde las
más de las veces les sale vano y sin fruto todo el de-
más recato que tienen.
Por lo cual, como quiera que siempre haya sido
i I Coriat., xv, 33.
FRAY LUIS DE LEÓN
provechoso y loable el escribir sanas doctrinas, que
despierten las almas ó las encaminen á la virtud,
en este tiempo es ansí necesario, que á mi juicio to-
dos los buenos ingenios en quien puso Dios partes y
facultad para semejante negocio, tienen obligación
á ocuparse en él, componiendo en nuestra lengua,
para el uso común de todos, algunas cosas que, 6
como nacidas de las sagradas Letras, ó como alle-
gadas y conformes á ellas, suplan por ellas, cuanto
es posible, con el común menester de los hombres, y
juntamente les quiten de las manos, sucediendo en
su lugar de ellos, los libros dañosos y de vanidad.
Y aunque es verdad que algunas personas doctas
y muy religiosas han trabajado en esto bien feliz-
mente, en muchas escrituras que nos han dado, lle-
nas de utilidad y pureza; mas no por eso los demás
que pueden emplearse en lo mismo se deben tener
por desobligados, ni deben por eso alanzar de las
manos la pluma; pues en caso que todos los que pue-
den escribir escribiesen, todo ello sería mucho me-
nos, no sólo de lo que se puede escribir en semejan-
fes materias, sino de aquello que, conforme á nues-
tra necesidad, es menester que se escriba, ansí por
soi' los gustos de los hombres y sus inclinaciones tau
diferentes, como por ser tantas ya y tan recibidas
las escrituras malas, contra quien se ordenan las
buenas. Y lo que en las baterías y cercos de los lu-
gares fuertes se hace en la guerra, que los tientan
por todas las partes, y con todos los ingenios que nos
enseña la facultad militar, eso mismo es necesario
que hagan todos los buenos y doctos ingenios agora,
sin que uno se descuide con otro, en un mal uso tan
torreado y fortificado como es éste de que vamos
hablando.
Yo ansí lo juzgo y juzgué siempre. Y aunque me
DE LOS NOMBRES DE CHISTO. — INTRODUCCIÓN 7
conozco por el menor de todos los que, en esto que
digo, pueden servir á la Iglesia, siempre la deseé
servir en ello como pudiese; y por mi poca salud y
muchas ocupaciones no lo he hecho hasta agora.
]\ias, ya que la vida pasada ocupada y trabajosa
me fué estorbo para que no pusiese este mi deseo y
juicio en ejecución, no me parece que debo perder
la ocasión de este ocio, en que la injuria y mala vo-
luntad de algunas personas me han puesto. Porque,
aunque son muchos los trabajos que me tienen cer-
cado; pero el favor largo del cielo que Dios, padre
verdadero de los agraviados, sin merecerlo me da,
y el testimonio de la conciencia en medio de todos
ellos, han serenado mi alma con tanta paz, que no
sólo en la enmienda de mis costumbres, sino tam-
bién en el negocio y conocimiento de la verdad, veo
agora y puedo hacer lo que antes no hacía. Y háme
convertido este trabajo el Señor en mi luz y salud,
y con las manos de los que me pretendían dañar ha
sacado mi bien. A cuya excelente y divina merced,
en alguna manera, no respondería yo con el agra-
decimiento debido, si agora que puedo, en la forma
que puedo, y según la flaqueza de mi ingenio y mis
fuerzas, no pusiese cuidado en esto, que, á lo que yo
juzgo, es tan necesario para bien de sus fieles.
Pues á este propósito me vinieron á la memoria
unos razonamientos que, en los años pasados, tres
amigos míos y de mi Orden, los dos de ellos hom-
bres de grandes letras é ingenio, tuvieron entre sí
por cierta ocasión, acerca de los nombres con que
es llamado Jesucristo en la sagrada Escritura: los
cuales me refirió á mí poco después el uno de olios,
y yo por su cualidad no los quise olvidar.
Y deseando yo agora escribir alguna cosa que
fuese útil al pueblo de Cristo, háme parecido que
8 FRAY LUIS DF. LEÓN
comenzar por sus nombres para principio, ea el
más feliz y de mejor anuncio; y para utilidad de
los lectores la cosa de más provecho; y para mi
gusto particular, la materia más dulce y más apa-
cible de todas; porque, ansí como Cristo nuestro Se-
ñor es como fuente, ó por mejor decir, como océa-
no que comprende en sí todo lo provechoso y lo dul-
ce que se reparte en los hombres, ansí el tratar de
él, y como si dijésemos, el desenvolver este tesoro,
es conocimiento dulce y provechoso más que otro
ninguno. Y por orden de buena razón, se presupo-
ne á los demás tratados y conocimientos este cono-
cimiento, porque es el fundamento de todos ellos y
es como el blanco adonde el cristiano endereza to-
dos sus pensamientos y obras; y ansí, lo primero á
que debemos dar asiento en el alma es á su deseo,
y por la misma razón á su conocimiento, de quien
nace y con quien se enciende y acrecienta el deseo.
Y la propia y verdadera sabiduría del hombre es
saber mucho de Cristo; y á la verdad es la más alta
y más divina sabiduría de todas, porque entenderle
á él es entender todos los tesoros de la sabiduría de
Dios, que, como dice San Pablo 1, «están en él cerra-
dos»: y es entender el infinito amor que Dios tiene
á los hombres, y la majestad de su grandeza, y el
abismo de sus consejos sin suelo, y de su fuerza
invencible el poder inmenso, con las demás gran-
dezas y perfecciones que moran en Dios, y se des-
cubren y resplandecen, más que en ninguna parte,
en el misterio de Cristo. Las cuales perfecciones
todas, ó gran parte de ellas, se entenderán si enten-
diéremos la fuerza y la significación de los nom-
bres que el Espíritu Santo le da en la divina Escri-
1 Ad Colos., ii, 2 y 3.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— INTRODUCCIÓN VI
tura; porque son estos nombres como unas cifras
breves, en que Dios maravillosamente encerró todo
lo que acerca de esto el humano entendimiento pue-
de entender y le conviene que entienda.
Pues lo que en ello se platicó entonces, reco-
rriendo yo la memoria de ello después, casi en la
misma forma como á mí me fué referido, y lo más
conforme que ha sido posible al hecho de la verdad
ó á su semejanza, habiéndolo puesto por escrito, lo
envío agora á vuestra merced, á cuyo servicio se
enderezan todas mis cosas.
-ats.
•T* *T* "T* "T* :f*~~^ -T* "T* *T" "T* *T* *** "f* -T* — -T* — "T""
LIBRO PRIMERO
CAPÍTULO PRIMERO
Introdúcese en el asunto con la idea de un coloquio que tuvieron
tres amigos en una casa de recreo
Era por el mes de Junio, á las vueltas de la fiesta
r de San Juan, á tiempo que en Salamanca comien-
zan á cesar los estudios, cuando Marcelo, el uno de los
que digo (que ansí le quiero llamar con nombre fingido,
por ciertos respetos que tengo, y lo mismo haré á los
demás), después de una carrera tan larga como es la
de un año en la vida que allí se vive, se retiró, como
á puerto sabroso, á la soledad de una granja que,
como vuestra merced sabe, tiene mi monasterio en la
ribera del Tormes; y fuéronse con él, por hacerle com-
pañía y por el mismo respeto lo otros dos. Adonde
habiendo estado algunos días, aconteció que una ma-
ñana, que era la del día dedicado al apóstol San Pe-
dro, después de haber dado al culto divino lo que se
le debía, todos tres juntos se salieron de la casa á
la huerta que se hace delante de ella.
Es la huerta grande, y estaba entonces bien pobla-
da de árboles, aunque puestos sin orden; más eso
mismo hacía deleite en la vista, y sobre todo, la hora
y la sazón. Pues entrados en ella, primero, y por un
espacio pequeño, se anduvieron paseando y gozando
12 FRAY LUIS DE LEÓN
del frescor; y después se sentaron juntos á la sombra
de unas parras y junto á la corriente de una pequeña
fuente, en ciertos asientos. Nace la fuente de la cues-
ta que tiene la casa á las espaldas, y entraba en la
huerta por aquella parte; y corriendo y tropezando,
parecía reírse. Tenían también delante de los ojos y
cerca de ellos una alta y hermosa alameda. Y más ade-
lante, y no muy lejos, se veía el río Tormes, que aún en
aquel tiempo, hinchiendo bien sus riberas, iba torcien-
do el paso por aquella vega. El día era sosegado y pu-
rísimo, y la hora muy fresca. Ansí que, asentándose y
callando por un pequeño tiempo, después de sentados.
Sabino, que ansí me place llamar al que de los tres era
el más mozo, mirando hacia Marcelo y sonriéndose,
comenzó á decir ansí:
— Algunos hay á quien la vista del campo los en-
mudece, y debe de ser condición de espíritus de enten-
dimiento profundo; mas yo, como los pájaros, en viendo
lo verde, deseo ó cantar ó hablar.
— Bien entiendo por qué lo decís, respondió al pun-
to Marcelo; y no es alteza de entendimiento, como dais
á entender por lisonjearme ó por consolarme; sino cua-
lidad de edad y humores diferentes, que nos predomi-
nan y se despiertan con esta vista, en vos de sangre,
y en mí de melancolía. Mas sepamos, dice, de Juliano
(que este será el nombre del tercero), si es pájaro tam-
bién ó si es de otro metal.
— 'No soy siempre de uno mismo, respondió Juliano,
aunque agora al humor de Sabino me inclino algo más.
Y pues él no puede agora razonar consigo mismo mi-
rando la belleza del campo y la grandeza del cielo,
bien será que nos diga su gusto acerca de lo que po-
dremos hablar.
Entonces Sabino, sacando del seno un papel escrito y
no muy grande:
— Aquí, dice, está mi deseo y mi esperanza.
Marcelo, que reconoció luego el papel, porque es-
taba escrito de su mano, dijo, vuelto á Sabino y
riéndose:
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 13
— No os atormentará mucho el deseo á lo menos,
Sabino, pues tan en la mano tenéis la esperanza; ni aun
deben ser ni lo uno ni lo otro muy ricos, pues se en-
cierran en tan pequeño papel.
— Si fueren pobres, dijo Sabino, menos causa ten-
dréis para no satisfacerme en una cosa tan pobre.
— ¿En qué manera, respondió Marcelo, ó qué parte
soy yo para satisfacer á vuestro deseo, ó qué deseo es
el que decís?
Entonces Sabino, desplegando el papel, leyó el títu-
lo que decía: De los nombres de Cristo; y no leyó
más, y dijo luego:
— Por cierto caso hallé hoy este papel, que es de Mar-
celo, adonde, como parece, tiene apuntados algunos
de los nombres con que Cristo es llamado en la sagra-
da Escritura, y los lugares de ella donde es llamado ansí.
Y como le vi, me puso codicia de oirle algo sobre aques-
te argumento, y por eso dije que mi deseo estaba en
este papel. Y está en él mi esperanza también; porque,
como parece de él, este es argumento en que Marcelo
ha puesto su estudio y cuidado, y argumento que le
debe tener en la lengua: y ansí, no podrá decirnos ago-
ra lo que suele decir cuando se excusa, si le obliga-
mos á hablar, que le tomamos desapercibido. Por ma-
nera que, pues lo falta esta excusa, y el tiempo es
nuestro, y el día santo, y la sazón tan á propósito de
pláticas semejantes, no nos será dificultoso el rendir á
Marcelo, si vos Juliano me favorecéis.
— En ninguna cosa me hallaréis más á vuestro lado,
Sabino, respondió Juliano.
Y dichas y respondidas muchas cosas en este propó-
sito, porque Marcelo se excusaba mucho, ó á lo menos
pedía que tomase Juliano su parte y dijese también; y
quedando asentado que á su tiempo, cuando pareciese,
ó si pareciese ser menester, Juliano haría su oficio,
Marcelo, vuelto á Sabino, dijo ansí:
—Pues el papel ha sido el despertador de esta plá-
tica, bien será que él mismo nos sea la guía en ella.
Id leyendo, Sabino, en él; y de lo que en él estuviere,
14 FRAY LUIS DE LEÓN
y conforme á su orden, ansí iremos diciendo si no os
parece otra cosa.
— Antes nos parece lo mismo, respondieron como
á una Sabino y Juliano.
Luego Sabino, poniendo los ojos en el escrito, con
clara y moderada voz leyó ansí:
CAPÍTULO II
Explícase qué viene á ser nombre, qué oficio tiene, por qué fin
se introdujo 3' en qué manera se suele poner.
«Los nombres que en la Escritura se clan á Cristo
son muchos, ansí como son muchas sus virtudes y
oficios; pero los principales son diez, en los cuales
se encierran, y como reducidos, se recogen los de-
más; y los diez son éstos.»
— Primero que vengamos á eso (dijo Marcelo alar-
gando la mano hacia Sabino, para que se detuviese),
convendrá que digamos algunas cosas que se presu-
ponen á ello; y convendrá que tomemos el asalto,
como dicen, de más atrás; y que guiando el agua de
su primer nacimiento, tratemos qué cosa es esto que
llamamos nombre, y qué oficio tiene, y por qué fin se
introdujo y en qué manera se suele poner; y aun an-
tes de todo esto, hay otro principio.
— ¿Qué otro principio, dijo Juliano, hay que sea
primero que el ser de lo que se trata, y la declaración
de ello breve, que la escuela llama definición?
— Que como los que quieren hacerse á la vela, res-
pondió Marcelo, y meterse en la mar, antes que des-
plieguen los lienzos, vueltos al favor del cielo, le pi-
den viaje seguro, ansí agora en el principio de una
semejante jornada, yo por mí, ó por mejor decir, todos
para mí. pidamos á ose mismo de quien hemos de ha-
blar, sentíaos y palabras cuales convienen para hablar
de él. Porque si las cosas menores, no sólo acabarlas
no podemos bien, mas ni emprenderlas tampoco, sin
DE LOS NOMBKES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 15
que Dios particularmente nos favorezca, ¿quién podrá
decir de Cristo y de cosas tan altas como son las que
encierran los Nombres de Cristo, si no fuere alentado
con la fuerza de su espíritu?
Por lo cual desconfiando de nosotros mismos, y con-
fesando la insuficiencia de nuestro saber, y como derro-
cando por el suelo los corazones, supliquemos con
humildad á esta divina luz que nos amanezca, quiero
decir, que envíe en mi alma los rayos de su resplan-
dor y la alumbre, para que en esto que quiero decir
de él, sienta lo que es digno de él; y para que lo que
en esta manera sintiere, lo publique por la lengua en
la forma que debe. Porque, Señor, sin Ti, ¿quién po-
drá hablar como es justo de Ti? 0 ¿quién no se per-
derá, en el inmenso océano de tus excelencias metido,
si tú mismo no le guías al puerto? Luce pues ¡oh sólo
verdadero -^ÍÓD en. mi alma; y luce con tan grande
abundancia "ele luz, que con el rayo de ella juntamen-
te mi voluntad encendida te ame, y mi entendimiento
esclarecido te vea, y enriquecida mi boca te hable y
pregone, si no como eres del todo, á lo menos como
puedes de nosotros ser entendido, y sólo á fin de que
tú seas glorioso y ensalzado en todo tiempo y de todos.
Y dicho esto, calló, y los otros dos quedaron sus-
pensos y atentos mirándole; y luego tornó á comenzar
en esta manera:
—El nombre, si hemos de decirlo en pocas palabras,
es una palabra breve que se sustituye por aquello de
quien se dice, y se toma por ello mismo. 0 nombre es
aquello mismo que se nombra, no en el ser real y ver-
dadero que ello tiene, sino en el ser que le da nues-
tra boca y entendimiento. Porque se ha de entender
que la perfección de todas las cosas, y señaladamente
de aquellas que son capaces de entendimiento y ra-
zón, consiste en que cada una de ellas tenga en sí a
todas las otras y en que siendo una. sea todas cuanto ]
fuere posible: porque en esto se avecina á Dios, que
en sí lo contiene todo. Y cuanto más en esto creciere,
tanto se allegará más á él haciéndosele semejante. La
16 FRAY LUIS DE LEÓN
cual semejanza es, si conviene decirlo ansí, el princi-
pio general de todas las cosas, y el fin y como el blanco
adonde envían sus deseos todas las criaturas.
Consiste, pues, la perfección de las cosas en que
cada uno de nosotros sea un mundo perfecto, para que
por esta manera estando todos en mí, y yo en todos los
otros, y teniendo yo su ser de todos ellos, y todos y cada
uno de ellos teniendo el ser mío, se abrace y eslabone
toda esta máquina del universo, y se reduzca á unidad
la muchedumbre de sus diferencias; y quedando no
mezcladas, se mezclen; y permaneciendo muchas, no
lo sean; y para que extendiéndose, y como desplegán-
dose delante los ojos la variedad y diversidad, ven-
za y reine y ponga su silla la unidad sobre todo. Lo
cual es avecinarse la criatura á Dios, de quien mana,
que en tres personas es una esencia, y en infinito nú-
mero de excelencias no comprensibles, una sola per-
fecta y sencilla excelencia.
Pues siendo nuestra perfección esta que digo, y
deseando cada uno naturalmente su perfección; y no
siendo escasa la naturaleza en proveer á nuestros ne-
cesarios deseos, proveyó en esto como en todo lo de-
más con admirable artificio. Y fué que, porque no era
posible que las cosas, ansí como son materiales y tos-
cas, estuviesen todas unas en otras, les dio á cada una
de ellas, demás del ser real que tienen en sí, otro ser
del todo semejante á este mismo, pero más delicado
que él y que nace en cierta manera de él, con el cual
estuviesen y viviesen cada una de ellas en los enten-
dimientos de sus vecinos, y cada una en todas, y to-
das en cada una. Y ordenó también que de los enten-
dimientos, por semejante manera, saliesen con la pala-
bra á las bocas. Y dispuso que las que en su ser ma-
terial piden cada una de ellas su propio lugar, en
aquel espiritual ser pudiesen estar muchas, sin emba-
razarse, en un mismo lugar en compañía juntas; y aun,
lo que es más maravilloso, una misma en un mismo
tiempo en muchos lugares.
De lo cual puede ser como ejemplo lo que en el es-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 17
pejo acontece. Que si juntamos muchos espejos y los
ponemos delante los ojos, la imagen del rostro, que
es una, reluce una misma y en un mismo tiempo en
cada uno de ellos; y de ellos todas aquellas imágenes,
sin confundirse, se tornan juntamente á los ojos, y de
los ojos al alma de aquel que en los espejos se mira.
Por manera que, en conclusión de lo dicho, todas las
cosas viven y tienen ser en nuestro entendimiento,
cuando las entendemos y cuando las nombramos en
nuestras bocas y lenguas. Y lo que ellas son en sí mis-
mas, esa misma razón de ser tienen en nosotros, si
nuestras bocas y entendimientos son verdaderos.
Digo esa misma en razón de semejanza, aunque en
cualidad de modo diferente, conforme á lo dicho. Por-
que el ser que tienen en sí es ser de tomo y de cuer-
po, y ser estable y que ansí permanece; pero en el en-
tendimiento que las entiende, hácense á la condición
de él y son espirituales y delicadas; y para decirlo en
una palabra, en sí son la verdad, mas en el entendí-,
miento y en la boca son imágenes de la verdad, esto
es. de sí mismas, é imágenes que sustituyen y tienen
la vez de sus mismas cosas para el efecto y fin que
está dicho; y finalmente, en sí son ellas mismas, y en
nuestra boca y entendimiento sus nombres. Y ansí
queda claro lo "que al principio dijimos, que el nombre
es como imagen de la cosa de quien se dice, ó la mis-
ma cosa disfrazada en otra manera, que sustituye por
ella y se toma por ella, para el fin y propósito de per-
fección y comunidad que dijimos.
Y de esto mismo se conoce también que hay dos
maneras ó dos diferencias de nombres, unos que están
en el alma, y otros que suenan en la boca. Los prime-
ros son, el ser que tienen las cosas en el entendimien-
to del que las entiende; y los otros el ser que tienen
en la boca del que, como las entiende, las declara y saca
á luz con palabras. Entre las cuales hay esta confor-
midad, que los unos y los otros son imágenes, y como
yo digo muchas veces, sustitutos de aquellos cuyos
nombres son. Mas hay también esta desconformidad,
2
18 FRAY LUIS DE LEÓN
que los unos son imágenes por naturaleza, y los otros
por arte. Quiero decir, que la imagen y figura, que está
en el alma, sustituye por aquellas cosas cuya figura es,
por la semejanza natural que tiene con ellas; mas las
palabras, porque nosotros, que fabricamos las voces,
señalamos para cada cosa la suya, por eso sustituyen
por ellas. Y cuando decimos nombres, ordinariamente
entendemos estos postreros, aunque aquellos primeros
son los nombres principalmente. Y ansí nosotros ha-
blaremos de aquéllos, teniendo los ojos en éstos.
Y habiendo dicho Marcelo esto, y queriendo prose-
guir su razón, díjole Juliano:
— Paréceme que habéis guiado el agua muy desde
su fuente, y como conviene que se guíe en todo aquello
que se dice, para que sea perfectamente entendido. Y
si he estado bien atento, de tres cosas que en el prin-
cipio nos propusisteis, habéis ya dicho las dos, que son:
lo que es el nombre, y el oíioiejjara cuyo fin se orde-
_nó. Resta decir lo tercero, grifas 1a forma gnp. se ha,
jle_^uiaj¿ar_, y aquello á que jgeha de tenej^respeto
cuando 30 pone. •
— Antes de eso, respondió Marcelo, añadiremos esta
palabra á lo dicho: y es, que como de las cosas que
entendemos, unas veces formamos en el entendimien-
to una imagen, que es imagen de muchos, quiero de-
cir, que es imagen de aquello en que muchas cosas
que en lo demás son diferentes convienen entre sí y
"se parecen: y otras veces la imagen que figuramos es
retrato de una cosa sola, y ansí propio retrato de ella,
que no dice con otra: por la misma manera hay unas
palabras ó nombres que se aplican á muchos, y se lla-
man nombres comunes, y otros que son propios de sólo
uno, y estos son aquellos de quien" liabtaJños agora. En
los cuales, cuando de intento se ponen, la razón y na-
turaleza de ellos pide que se guarde esta regla, que,
pues han de ser propios, tengan significación de al-
guna particular propiedad, y de algo de lo que es pro-
pio á aquello de quien se dicen: y que se tomen y
como nazcan y manen de algún minero suyo y par-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 19
ticular: porque si el nombre, como hemos dicho, sus-
tituye por lo nombrado, y si su fin es hacer que lo
ausente que significa, en él nos sea presente y cerca-
no, y junto lo que nos es alejado; mucho conviene que
en el sonido, en la figura, ó verdaderamente en el ori-
gen y significación de aquello de donde nace, se ave-
cine y asemeje á cuyo es, cuanto es posible avecinarse
á una cosa de tomo y de ser el sonido de una palabra.
No se guarda esto siempre en las lenguas, es grande
verdad; pero si queremos decir la verdad, en la prime-
ra lengua de todas casi siempre se guarda. Dios, á lo
menos, ansí lo guardó en los nombres que puso, como
en la Escritura se ve. Porque, si no es esto, ¿qué es lo
que se dice en el Génesis 1 que Adán inspirado por
Dios, puso á cada cosa su nombre, y que lo que él las
nombró ese es el nombre de cada una? Esto es decir
que á cada una les venía como nacido aquel nombre,
y que era ansí suyo por alguna razón particular y se-
creta, que si se pusiera á otra cosa no le viniera ni cua-
drara tan bien. Pero, como decía, esta semejanza y
conformidad se atiende en tres cosas: en la figura, en
el sonido, y señaladamente en el origen de su deriva-
ción y significación. Y digamos de cada una, comen-
zando por esta postrera.
Atiéndese, pues, esta semejanza en el origen y sig-
nificación de aquello de donde nace; que es decir que
cuando el nombre que se pone á alguna cosa se deduce
y deriva de alguna otra palabra y nombre, aquello de
donde se deduce ha de tener significación de alguna
cosa que se avecine á algo de aquello que es propio al
nombrado; para que el nombre, saliendo de allí, luego
que sonare, ponga en el sentido del que le oyere la
imagen de aquella particular propiedad. Esto es para
que el nombre contenga en su significación algo de lo
mismo que la cosa nombrada contiene en su esencia.
Gomo, por razón de ejemplo, se ve en nuestra lengua
en el nombre con que se llaman en ella los que tienen
1 Genes., 11, 19.
20 FRAY LUIS DE LEÓN
la vara de justicia en alguna ciudad, que los llamamos
corregidores, que es nombre que nace y se toma de lo
que es corregir; porque el corregir lo malo es su oficio
de ellos, ó parte de su oficio muy propia. Y ansí, quien
lo oye, en oyéndolo entiende lo que hay ó haber debe
en el que tiene este nombre. Y también á los que en-
trevienen en los casamientos los llamamos en caste-
llano casamenteros, que viene de lo que es hacer men-
ción ó mentar, porque son los que hacen mención del
casar, entreviniendo en ello y hablando de ello y tra-
tándolo. Lo cual en la sagrada Escritura se guarda
siempre en todos aquellos nombres que ó Dios puso á
alguno, ó por su inspiración se pusieron á otros. Y esto
en tanta manera, que no solamente ajusta Dios los
nombres que pone con lo propio que las cosas nom-
bradas tienen en sí; mas también todas las veces que
dio á alguno y le añadió alguna cualidad señalada (de-
más de las que de suyo tenía), le ha puesto también
algún nuevo nombre que se conformase con ella,
-como se ve en el nombre que de nuevo puso á Abra-
ham 1 ; y en el de Sara, su mujer, se ve también; y en
ol de Jacob 2 , su nieto, á quien llamó Israel; y en el de
.losué 3 , el capitán que puso á los judíos en la pose-
sión de su tierra; y ansí en otros muchos.
— No ha muchas horas, dijo entonces Sabino, que
oimos acerca de eso un ejemplo bien señalado; y aun
oyéndole yo, se me ofreció una pequeña duda acerca
de él.
— ¿Qué ejemplo es ese?, respondió Marcelo.
— El nombre de Pedro 4, dijo Sabino, que le puso
Cristo, como agora nos fué leído en la misa.
— -Es verdad, dijo Marcelo, y es bien claro ejemplo.
Mas ¿qué duda tenéis de él?
La causa por qué Cristo le puso, respondió Sabi-
no, es mi duda; porque me parece que debe contener
en sí algún misterio grande.
1 Genes., xvn, 5 y 15. 2 Genes., xxxn, 28. 3 Numer.,
xiii, 17. 4 Matth., xvi, 18.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 21
— Sin duda, dijo Marcelo, muy grande; porque dar
Cristo á San Pedro este nuevo público nombre, fué
cierta señal que en lo secreto del alma le infundía á
él, más que á ninguno de sus compañeros, un don" de
firmeza no vencible.
— Eso mismo, replicó luego Sabino, es lo que se me
hace dudoso; porque ¿cómo tuvo más firmeza que los
demás apóstoles, ni infundida ni suya, el que sólo en-
tre todos negó á Cristo por tan ligera ocasión? Si no
es firmeza prometer osadamente, y no cumplir flaca-
mente después.
— No es ansí, respondió Marcelo, ni se puede dudar
en manera alguna de que fué este glorioso príncipe, en
este don de firmeza de amor y fe para con Cristo, muy
aventajado entre todos. Y es claro argumento de esto
aquel celo y apresuramiento que siempre tuvo para
adelantarse en todo lo que parecía tocar ó á la honra
ó al descanso de su Maestro. Y no sólo después que
recibió el fuego del Espíritu Santo; sino antes también,
cuando Cristo, preguntándole tres veces si le amaba
más que los otros y respondiendo él que le amaba,
le dio á pacer sus ovejas, testificó Cristo con el hecho
que su respuesta era verdadera, y que se tenía por
amado de él con firmísimo y fortísimo amor. Y si negó
en algún tiempo, bien es de creer que cualquiera de
sus compañeros, en la misma pregunta y ocasión de
temer, hiciera lo mismo si se les ofreciera; y por no
habérseles ofrecido, no por eso fueron más fuertes.
f Y si quiso Dios que se le ofreciese á sólo San Pedro1
¿_|ué con grande razón. Lo uno para que confiase menos
Te^sf^fe^aTFlid^íante el que hasta entonces, de la fuer-
za de amor que en sí mismo sentía, tomaba ocasión
para ser confiado. Y lo otro, para que quien había de
ser pastor y como padre de todos los fieles, con la expe-
riencia de su propia flaqueza se condoliese de las que
después viese en sus subditos, y supiese llevarlas. Y
últimamente, para que con el lloro amargo que hizo
1 Matth., xvi, 69, 74.
Z¡¡ FRAY LUÍS DE LEÓN
por esta culpa, mereciese mayor acrecentamiento de
fortaleza. Y ansí fué, que después se le dio firmezaT
para sí, y para otros muchos en él; quiero decir, para
todos los que le son sucesores en su Silla apostólica,
en la cual siempre ha permanecido firme y eñTeíá, y
permanecerá hasta el fin la verdadera^doctrina y con-
fesión de la fe.
Mas, tornando á lo que decía, quede esto por cierto:
que todos los nombres que se ponen por orden de
Dios, traen consigo significación de algún particular
secreto que la cosa nombrada en sí tiene, y que en
esta significación se asemejan á ella: que es la primera
de las tres cosas en que, como dijimos, esta semejan-
za se atiende. Y sea la segunda lo que toca al sonido:
esto es, que sea el nombre que se pone de tal cuali-
dad, que cuando se pronunciare suene como suele so-
nar aquello que significa; ó cuando habla, si es cosa
que habla, ó en algún otro accidente que le acontezca.
Y la tercera es la figura, que es la que tienen las le-
tras con que los nombres se escriben, ausí en el nú-
mero como en la disposición de sí mismas, y la que
cuando las pronunciamos suelen poner en nosotros.
Y de estas dos maneras postreras, en la lengua origi-
nal de los libros divinos y en esos mismos libros hay
infinitos ejemplos: porque del sonido, casi no hay pa-
labra de las que significan alguna cosa, que, ó se haga
con voz ó que envié son alguno de sí, que pronuncia-
da bien, no nos ponga en los oídos ó el mismo sonido
ó algún otro muy semejante de él.
Pues lo que toca á la figura, bien considerado, es
cosa maravillosa los secretos y los misterios que hay
acerca de esto en las Letras divinas. Porque en ellas
en algunos nombres se añaden letras, para significar
acrecentamiento de buena dicha en aquello que sig-
nifican; y en otros se quitan algunas de las debidas
para hacer demostración de calamidad y pobreza. Al-
gunos, si lo que significan por algún accidente, siendo
varón, se ha afeminado y enmollecido, ellos también
ornan letras de las que en aquella lengua son, como
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 23
si dijésemos, afeminadas y mujeriles. Otros al revés;
significando cosas femeninas de suyo, para dar á en-
tender algún accidente viril, toman letras viriles. Kn
otros mudan las letras su propia figura, y las abiertas
se cierran, y las cerradas se abren y mudan el sitio,
y se trasponen y disfrazan con visajes y gestos dife-
rentes: y, como dicen del camaleón, se hacen á todos
los accidentes de aquellos cuyos son los nombres
que constituyen. Y no pongo ejemplos de esto porque
«on cosas menudas, y á los que tienen noticia de aque-
lla lengua, como vos, Juliano y Sabino, la tenéis, no-
torias mucho; y señaladamente porque pertenecen
propiamente á los ojos, y ansí, para dichas y oídas son
■cosas oscuras.
Pero, si os parece, valga por todos la figura y cua-
lidad de letras con que se escribe en aquella lengua
•el nombre propio de Dios, que los hebreos llaman ine-
fable, porque no tenían por lícito el traerle común-
mente en la boca; y los griegos le llaman nombre de
cuatro- letras, porque son tantas las letras de que se
compone. Porque, si miramos al sonido con que se
pronuncia, todo él es vocal, ansí como lo es aquel á
quien significa, que todo es ser y vida y espíritu sin
ninguna mezcla de composición ó de materia. Y si
atendemos á la condición de las letras hebreas con
que se escribe, tienen esta condición, que cada una de
ellas se puede poner en lugar de las otras, y muchas
veces en aquella lengua se ponen; y ansí, en virtud
•cada una de ellas es todas, y todas son cada una; que
es como imagen de la sencillez que hay en Dios, por
una parte, y de la infinita muchedumbre de perfeccio-
nes que por otra tiene; porque todo es una <íran per-
fección, y aquella una es todas sus perfecciones. Tan-
to que, si hablamos con propiedad, la perfecta sabidu-
ría de Dios no se diferencia de su justicia infinita; ni
su justicia, de su grandeza; ni su grandeza, dé su mi-
sericordia; y el poder y el saber y el amar en él, todo
es uno. Y én cada uno de estos sus bienes, por má
que le desviemos y alejemos del otro, están todos jun
24 FRAY LUIS DF. LEÓN
tos: y por cualquiera parte que le miremos, es todo y
no parte. Y conforme á esta razón es, como hemos di-
cho, la condición de las letras que componen su nom-
bre. Y no sólo en la condición de !as letras; sino aun,
lo que parece maravilloso, en la figura y disposición
también le retrata este nombre en una cierta manera.
Y diciendo esto Marcelo, é inclinándose hacia la tie-
rra, en la arena con una vara delgada y pequeña formó
unas letras como estas , ' , y dijo luego:
—Porque en las letras caldaicas este santo nombre
siempre se figura ansí. Lo cual, como veis, es imagen
del número de las divinas personas, y de la igualdad de
ellas, y de la unidad que tienen las mismas en una
esencia, como estas letras son de una figura y de un
nombre. Pero esto dejémoslo ansí. E iba Marcelo á
decir otra cosa; mas atravesándose Juliano, dijo de esta
manera:
—Antes que paséis, Marcelo, adelante, nos habéis de
decir cómo se compadece con lo que hasta agora ha-
béis dicho, que tenga Dios nombre propio; y desde el
principio deseaba pedíroslo, y déjelo por no romperos
el hilo. Mas agora, antes que salgáis de él, nos decid:
si el nombre es imagen que sustituye por cuyo es,
¿qué nombre de voz ó qué concepto de entendimiento
puede llegar á ser imagen de Dios? Y si no puede lle-
gar, ¿en qué manera diremos que es su nombre propio?
Y aún hay en esto otra gran dificultad; que si el fin de
los nombres es, que por medio de ellos las cosas cuyos
son estén en nosotros, como dijisteis, excusada cosa
fué darle á Dios nombre, el cual está tan presente á
todas las cosas, y tan lanzado, como si dijésemos, en
sus entrañas, y tan infundido y tan íntimo como está
su ser de ellas mismas.
— Abierto habíais la puerta, Juliano, respondió Mar-
celo, para razones grandes y profundas, si no la ce-
rrara lo mucho que hay que decir en lo que Sabino ha
propuesto. Y ansí, no os responderé más de lo que
basta para que esos vuestros nudos queden desatados
y sueltos. Y comenzando de lo postrero, digo que es
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.- LIBRO PRIMERO 25
grande verdad que Dios está presente en nosotros, y
tan vecino y tan dentro de nuestro ser como él mismo
de sí; porque en él y por él, no sólo nos movemos y
respiramos, sino también vivimos y tenemos ser, como
lo confiesa y predica San Pablo 1. Pero ansí nos está
presente, que en esta vida nunca nos es presente.
Quiero decir que está presente y junto con nuestro
ser, pero muy lejos de nuestra vista y del conocimien-
to claro que nuestro entendimiento apetece. Por lo
cual convino, ó por mejor decir, fué necesario que en-
tre tanto que andamos peregrinos de él en estas tie-
rras de lágrimas, ya que no se nos manifiesta ni se
junta con nuestra alma su cara, tuviésemos, en lugar
de ella, en la boca algún nombre y palabra, y en el en-
tendimiento alguna figura suya, como quiera que ella
sea imperfecta y oscura, y, como San Pablo llama 2,
enigmática. Porque, cuando volare de esta cárcel de
tierra, en que agora nuestra alma presa trabaja y afana,
como metida en tinieblas, y saliere á lo claro y á lo
puro de aquella luz, el mismo que se junta con nues-
tro ser agora, se juntará con nuestro entendimiento en-
tonces; y él por sí, y sin medio de otra tercera imagen,
estará junto á la vista del alma; y no será entonces su
nombre otro que él mismo, en la forma y manera que
fuere visto; y cada uno le nombrará con todo lo que
viere y conociere de él, esto es, con el mismo El, ansí
y de la misma manera como le conociere.
Y por esto dice San Juan en el libro del Apocalip-
sis 8. que Dios á los suyos en aquella felicidad, dem;'^
de que les enjugará las lágrimas y les borrará de la
memoria los duelos pasados, les dará á cada uno
una piedrecilla menuda, y en ella un nombre escrito,
el cual sólo el que la recibe le conoce. Que no es
otra cosa sino el tanto de sí y de su esencia, que
comunicará Dios con la vista y entendimiento de cada
uno de los bienaventurados; que con ser uno en todos,
con cada uno será en diferente grado, y por una for-
1 Actor., xvíi, 28. 2 I Ad Corint., xin, 12. 3 Apoc , vir, 17
2t) FRAY LUIS DE LEÓN
raa de sentimiento cierta y singular para cada uno.
Y finalmente, este nombre secreto que dice San
Juan, y el nombre con que entonces nombraremos á
Dios, será todo aquello que entonces en nuestra alma
será Dios, el cual, como dice San Pablo x, «será en
todos todas las cosas.» Ansí que, en el cielo, donde
veremos, no tendremos necesidad para con Dios de
otro nombre más que del mismo Dios; mas en esta
oscuridad, adonde, con tenerle en casa, no le echamos
de ver, nos es forzado ponerle algún nombre. Y no se
le pusimos nosotros, sino él por su grande piedad se
le puso luego que vio la causa y la necesidad.
En lo cual es cosa digna de considerar el amaestra-
miento secreto del Espíritu-Santo que siguió el santo
Moisés acerca de esto, en el libro de la creación de las
cosas. Porque tratando allí la historia de la creación,
y habiendo escrito todas las obras de ella, y habiendo
nombrado en ellas á Dios muchas veces, hasta que
hubo criado al hombre, y Moisés lo escribió, nunca le
nombró con este su nombre: como dando á entender
que antes de aquel punto no había necesidad de que
Dios tuviese nombre, y que nacido el hombre, que le
podía entender, y no le podría ver en esta vida, era
necesario que se nombrase. Y como Dios tenía orde-
nado de hacerse hombre después, luego que salió á luz
el hombre quiso humanarse nombrándose.
Y á lo otro, Juliano, que propusisteis, que siendo
Dios un abismo de ser y de perfección infinita, y ha
biendo de ser el nombre imagen de lo que nombra,
¿cómo se podía entender que una palabra limitada al-
canzase á ser imagen de lo que no tiene limitación? Al-
gunos dicen que este nombre, como nombre que se le
puso Dios á sí mismo, declara todo aquello que Dios
entiende de sí, que es el concepto y verbo divino, que
dentro de sí engendra entendiéndose; y que esta pala-
bra que nos dijo y que suena en nuestros oídos, es se-
ñal que nos explica aquella palabra eterna é incom-
1 I Corint. xv, 28.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 27
prensible que nace y vive en su seno; ansí como nos-
otros con las palabras de la boca declaramos todo lo
secreto del corazón. Pero, como quiera que esto sea,
cuando decimos que Dios tiene nombres propios, ó que
este es nombre propio de Dios, no queremos decir que
es cabal nombre, ó nombre que abraza y que nos de-
clara todo aquello que hay en él. Porque uno es el ser
propio, y otro es el ser igual ó cabal. Para que sea pro-
pio basta que declare, de las cosas que son propias,
aquella de quien se dice alguna de ellas: mas si no las
declara todas entera y cabalmente, no será igual. Y
ansí á Dios, si nosotros le ponemos nombre, nunca le
pondremos un nombre entero y que le iguale, como
tampoco le podemos entender como quien él es en-
tera y perfectamente; porque lo que dice la boca es
señal de lo que se entiende en el alma. Y ansí, no es
posible que llegue la palabra adonde el entendimiento
no llega.
Y porque ya nos vamos acercando á lo propio de
nuestro propósito y á lo que Sabino leyó del papel,
esta es la causa por qué á Cristo nuestro Señor se le
dan muchos nombres; conviene á saber, su mucha
grandeza y los tesoros de sus perfecciones riquísimas,
y juntamente la muchedumbre de sus oficios y de los
demás bienes que nacen de él y se derraman sobre
nosotros. Los cuales, ansí como no pueden ser abraza-
dos con una vista del alma, ansí mucho menos pueden
-ser nombrados con una palabra sola. Y como el que
infunde agua en algún vaso de cuello largo y estrecho,
la envía poco á poco y no toda de golpe; ansí el Espí-
ritu-Santo, que conoce la estrechez y angostura de
nuestro entendimiento, no nos presenta ansí toda jun-
ta aquella grandeza, sino como en partes nos la ofrece,
diciéndonos unas veces algo de ella debajo de un nom-
bre, y debajo de otro nombre otra cosa otras veces. Y
ansí vienen á ser casi innumerables los nombres que
la Escritura divina da á Cristo; porque le llama León,
y Cordero, y Puerta, y Camino, y Pastor, y Sacerdo-
te, y Sacrificio, y Esposo, y Vid, y Pimpollo, y Rey
28 FRAY LUIS DE LEÓN
de Dios, y Cara suya, y Piedra, y Lucero, y Oriente,
y Padre, y Príncipe de paz, y Salud, y Vida, y
Verdad; y ansí otros nombres sin cuento. Pero de
estos muchos, escogió solos diez el papel, como más
substanciales: porque, como en él se dice, los demás
todos se reducen ó pueden reducir á estos en cierta
manera.
Mas conviene, antes que pasemos adelante, que ad-
virtamos primero que, ansí como Cristo es Dios, ansí
también tiene nombres que por su divinidad le con-
vienen: unos propios de su persona, y otros comunes á
toda la Trinidad; pero no habla con estos nombres
nuestro papel, ni nosotros agora tocaremos en ellos;
porque aquellos propiamente pertenecen á los nombres
de Dios. Los nombres de Cristo que decimos agora,
son aquellos solos que convienen á Cristo en cuanto
hombre, conforme á los ricos tesoros de bien que en-
cierra en sí su naturaleza humana, y conforme á las
obras que en ella y por ella Dios ha obrado y siempre
obra en nosotros. Y con esto, Sabino, si no se os ofre-
ce otra cosa, proseguid adelante.
Y Sabino leyó luego:
CAPÍTULO III
Es llamado Cristo Pimpollo, y explícase cómo le conviene este
nombre, y el mrdo de su maravillosa concepción.
El primer'' nombre puesto en castellano se dirá bien
Pimpollo, que en la lengua original es Cemach, y el
texto latino de la sagrada Escritura unas veces lo tras-
lada diciendo Germen, y otras diciendo Oriens. Ansí
le llamó el Espíritu-Santo en el capítulo cuarto del
profeta Isaías: «En aquel día el Pimpollo del Señor
»será en grande alteza, y el fruto de la tierra muy en-
»salzado». Y por Jeremías en el capítulo treinta y tres:
«Y haré que nazca á David Pimpollo de justicia, y
»haré justicia y razón sobre la tierra». Y por Zacarías
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.- LIBRO PRIMERO 2t)
en el capítulo tres, consolando al pueblo judaico, re-
cién salido del cautiverio de Babilonia: «Yo haré, dice,
» venir á mi siervo el Pimpollo». Y en el capítulo sex-
to: «Veis un varón cuyo nombre es Pimpollo».
Y llegando aquí Sabino, cesó.
— Y Marcelo, sea éste, dijo, el primer nombre, pues
el orden del papel nos lo da. Y no carece de razón
que sea éste el primero; porque en él, como veremos
después, se toca en cierta manera la cualidad y orden
del nacimiento de Cristo y de su nueva y maravillosa
generación; que en buen orden, cuando de alguno se
habla, es lo primero que se suele decir.
Pero antes que digamos qué es ser Pimpollo, y qué
es lo que significa este nombre, y la razón por qué
Cristo es ansí nombrado, conviene que veamos si es
verdad que es este nombre de Cristo, y si es verdad
que le nombra ansí la divina Escritura, que será ver
si los lugares de ella agora alegados hablan propia-
mente de Cristo: porque algunos, ó infiel ó ignorante-
mente, nos lo quieren negar.
Pues viniendo al primero, cosa clara es que habla
de Cristo, ansí porque el texto caldaico, que es de
grandísima autoridad y antigüedad, en aquel mismo
lugar adonde nosotros leemos: En aquel día será el
Pimpollo del Señor, dice él: En aquel día será el Me-
sías del Señor: como también porque no se puede en-
tender aquel lugar de otra alguna manera; porque lo
que algunos dicen del príncipe Zorobabel, y del esta-
do feliz de que gozó debajo de su gobierno el pueblo
judaico, dando á entender que fué éste el Pimpollo
del Señor, de quien Isaías dice: En aquel día el Pim-
pollo del Señor será en grande alteza, es hablar sin
mirar lo que dicen; porque quien leyere lo que las
letras sagradas, en los libros de Neemías y Esdras,
cuentan del estado de aquel pueblo en aquella sazón,
verá mucho trabajo, mucha pobreza, mucha contra-
dicción, y ninguna señalada felicidad ni en lo tempo-
ral ni en los bienes del alma, que á la verdad es la
felicidad de que Isaías entiende cuando en el lugar
30 FRAY LUIS DE LEÓN
alegado. dice *: «En aquel día será el Pimpollo del
»Seíior en grandeza y en gloria».
Y cuando la edad de Zorobabel, y el estado de los
judíos en ella hubiera sido feliz, cierto es que no lo
fué con el extremo que el Profeta aquí muestra: por-
que, ¿qué palabra hay aquí que no haga significación
de un bien divino y rarísimo? Dice del Señor que es
palabra, que á todo lo que en aquella lengua se añade
lo suele subir de quilates. Dice: gloria, y grandeza, y
magnificencia, que es todo lo que encareciendo se
puede decir. Y porque salgamos enteramente de duda,
alarga, como si dijésemos, el dedo el Profeta, y señala
el tiempo y el día mismo del Señor, y dice de esta
manera: «En aquel día». Mas ¿qué día? Sin duda, nin-
guno otro sino aquel mismo de quien luego antes de
esto decía 2: «En aquel día quitará al redropelo el Se-
»ñor á las hijas de Sión, el chapín que cruje en los
»pies y los garbines de la cabeza, las lunetas y los co-
»llocares, las ajorcas y los rebozos, las botillas y los cal-
»zados altos, las argollas, los apretadores, los zarcillos,
»las sortijas, las cotonías, las almalafas, las escarcelas.
»los volantes, y los espejos; y les trocará el ámbar en
«hediondez, y la cintura rica en andrajo, y el enrizado
»en calva pelada, y el precioso vestido en cilicio, y la
»tez curada en cuero tostado, y tus valientes morirán á
«cuchillo».
Pues en aquel día mismo cuando Dios puso por el
suelo toda la alteza de Jerusalén, con las armas de los
romanos, que asolaron la ciudad y pusieron á cuchillo
sus ciudadanos y los llevaron cautivos; en ese mismo
tiempo el fruto y el Pimpollo del Señor, descubrién-
dose y saliendo á luz, subirá á gloria y honra grandí-
sima. Porque en la destrucción que hicieron en Jeru-
salén los caldeos, si alguno por caso quisiese decir
que habla aquí de ella el Profeta, no se puede decir
con verdad que creció el fruto del Señor, ni que fruc-
tificó gloriosamente la tierra al mismo tiempo que la
1 Isai., iv, 2. 2 Isai., jii, 17-25.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 31
ciudad se perdió. Pues es notorio que en aquella ca-
lamidad no hubo alguna parte ó alguna mezcla de fe-
licidad señalada, ni en los que fueron cautivos á P>a-
bilonia, ni en los que el vencedor caldeo dejó en Ju-
dea y en Jerusalén para que labrasen la tierra, porque
los unos fueron á servidumbre miserable, y los otros
quedaron en miedo y en desamparo, como en el libro
de Jeremías se lee \
Mas al revés, con esta otra caída del pueblo judaico
se juntó, como es notorio, la claridad del nombre de
Cristo, y cayendo Jerusalén, comenzó á levantarse la
Iglesia. Y aquel á quien poco antes los miserables
habían condenado y muerto con afrentosa muerte, y
cuyo nombre habían procurado oscurecer y hundir,
comenzó entonces á enviar rayos de sí por el mundo
y á mostrarse vivo y Señor, y tan poderoso, que cas-
tigando á sus matadores con azote gravísimo, y qui-
tando luego el gobierno de la tierra al demonio, y
deshaciendo poco á poco su silla, que es el culto de
los ídolos en que la gentilidad le servía, como cuando
el sol vence las nubes y las deshace, ansí El sólo y
clarísimo relumbró por toda la redondez.
Y lo que he dicho de este lugar, se ve claramente
también en el segundo de Jeremías 2, de sus mismas
palabras. Porque decirle á David y prometerle que le
«nacería ó fruto ó Pimpollo de justicia», era propi.'t
señal de que el fruto había de ser Jesucristo, mayor-
mente añadiendo lo que luego se sigue, y es, que «este
fruto haría justicia y razón sobre la tierra»; que es la
obra propia suya de Cristo, y uno de los principales
fines para que se ordenó su venida, y obra que él sólo
y ninguno otro enteramente la hizo. Por donde la-
más veces que se hace memoria de él en las Escrituras
divinas, luego en los mismos lugares se le atribuye
esta obra, como obra sola de él y como su propio bla-
són. Así se ve en el Salmo setenta y uno. que dice:
«Señor, da tu vara al Rey. y el ejercicio de justicia al
1 Jerem , xixix. 2 Jerem , xxxin, 15.
32 FRAY LUIS DE LEÓN
»hijo del Rey, para que juzgue á tu pueblo conforme
»á justicia y los pobres según fuero. Los montes altos
»conservarán paz con el vulgo, y los collados les guar-
»darán ley. Dará su derecho á los pobres del pueblo.
»y será amparo de los pobrecitos, y hundirá al violento
» opresor».
Pues en el tercero lugar de Zacarías 1, los mismos
hebreos lo confiesan, y el texto caldeo que he dicho
abiertamente le entiende y le declara de Cristo. Y
ansimismo entendemos el cuarto testimonio, que es del
mismo profeta "2. Y no nos impide lo que algunos tie-
nen por inconveniente, y por donde se mueven á de-
clararle en diferente manera, por lo que dice luego
que «este Pimpollo fructificará después ó debajo de sí,
y que edificará el templo de Dios;» pareciéndoles que
esto señala abiertamente á Zorobabel, que edificó el
templo y fructificó después de sí por muchos siglos á
Cristo, verdaderísimo fruto. Ansí que, esto no impide,
antes favorece y esfuerza más nuestro intento.
Porque el fructificar debajo de sí, ó. como dice el
original en su rigor, acerca de sí, es tan propio de Cris-
to, que de ninguno lo es más. ¿Por ventura no dice él
de sí mismo 3: «Yo soy vid y vosotros sarmientos?» Y
en el Salmo que agora decía, en el cual todo lo que se
dice son propiedades de Cristo, ¿no se dice también 4:
«Y en sus días fructificarán los justos?» 0, si queremos
confesar le verdad, ¿quién jamás en los hombres per-
didos engendró hombres santos y justos, ó qué fruto
jamás se vio que fuese más fructuoso que Cristo? Pues
esto mismo, sin duda, es lo que aquí nos dice el Profe-
ta: el cual, porque le puso á Cristo nombre de fruto, y
porque dijo señalándole como á singular fruto: < Veis
aquí un varón que es fruto su nombre»; porque no se
pensase que se acababa su fruto en él, y que era fruto
para sí, y no árbol para dar de sí fruta, añadió luego
diciendo: «Y fructificará acerca de sí»; como si con
1 Zachar., m, 8. 2 Zachar., vi, 12. 3 Joan., xv, 5.
4 Psalm. lxxi, 1-4.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 33
más palabras dijera: «Y es fruto que dará mucho fru-
to, porque á la redonda de él, esto es, en él y de él,
por todo cuanto se extiende la tierra, nacerán nobles
y divinos frutos sin cuento, y este Pimpollo enrique-
cerá el mundo con pimpollos no vistos».
De manera que este es uno de los nombres de Cris-
to, y según nuestro orden el primero de ellos, sin que
■en ello pueda haber duda ni pleito. Y son como veci-
nos y deudos suyos otros algunos nombres que tam-
bién se ponen á Cristo en la santa Escritura; los cua-
les, aunque en el sonido son diferentes, pero bien mi-
rados, todos se reducen á un intento mismo y convie-
nen en una misma razón; porque si en el capítulo
treinta y cuatro de Ezequiel es llamado planta nom-
brada, y si Isaías en el capítulo once, le llama unas
veces rama, y otra flor, y en el capítulo cincuenta y
tres, tallo y raíz, todo es decirnos lo que el nombre de
Pimpollo ó de fruto nos dice. Lo cual será bien que
declaremos ya; pues lo primero, que pertenece á que
Cristo se llama ansí, está suficientemente probado, si
no se os ofrece otra cosa.
— Ninguna, dijo al punto Juliano: antes ha rato ya
que el nombre y esperanza de este fruto ha despertado
en nuestro gusto golosina de él.
— Merecedor es de cualquiera golosina y deseo, res-
pondió Marcelo, porque es dulcísimo fruto, y no menos
provechoso que dulce, si ya no le menoscaba la pobre-
za de mi lengua é ingenio. Pero idme respondiendo,
Sabino; que lo quiero haber agora con vos. Esta hermo-
sura del cielo y mundo que vemos, y la otra mayor que
entendemos, y que nos esconde el mundo invisible,
¿fué siempre como es agora, ó hízose ella á sí misma,
ó Dios la sacó á luz y la hizo?
— Averiguado es, dijo Sabino, que Dios crió el mun-
do con todo lo que hay en él, sin presuponer para ello
alguna materia, sino sólo con la fuerza de su infinito
poder, con que hizo, donde no había ninguna cosa, sa-
lir á luz esta beldad que decís. Mas ¿que duda hay en
esto?
Ü4 FRAY LUIS DE LEÓN
— Ninguna hay, replicó prosiguiendo Marcelo; mas
decidme más adelante: ¿nació esto de Dios, no advir-
tiendo Dios en ello, sino como por alguna natural con-
secuencia, ó hízolo Dios porque quiso y fué su volun-
tad libre de hacerlo?
— También es averiguado, respondió luego Sabino,
que lo hizo con propósito y libertad.
— Bien decís, dijo Marcelo; y pues conocéis eso.
también conoceréis que pretendió Dios en ello algún
grande fin.
— Sin duda grande, respondió Sabino, porque siem-
pre que se obra con juicio y libertad es á fin de algo
que se pretende.
— ¿Pretendería ele esa manera, dijo Marcelo, Dios en
esta su obra algún interés y acrecentamiento suyo?
— En ninguna manera, repondió Sabino.
— ¿Por qué?, dijo Marcelo.
Y Sabino respondió:
— -Porque Dios, que tiene en sí todo el bien, en
ninguna cosa que haga fuera de sí puede querer ni
esperar para sí algún acrecentamiento ó mejoría.
— Por manera, dijo Marcelo, que Dios, porque es
bien infinito y perfecto, en hacer el mundo no preten-
dió recibir bien alguno de él; y pretendió algún fin,
como está dicho. Luego, si no pretendió recibir, sin nin-
guna duda pretendió dar; y si no lo crió para añadirse
á sí algo, criólo sin ninguna duda para comunicarse
Él á sí, y para repartir en sus criaturas sus bienes.
Y cierto este sólo es fin digno de la grandeza de
Dios, y propio de quien por su naturaleza es la misma
bondad: porque á lo bueno su propia inclinación le
lleva al bien hacer, y cuanto es más bueno uno, tanto
se inclina más á esto. Pero si el intento de Dios, en la
creación y edificio del mundo, fué hacer bien á lo que
criaba repartiendo en ello sus bienes, ¿qué bienes
ó qué comunicación de ellos fué aquella, á quien
como á blanco enderezó Dios todo el oficio de esta
obra suya?
— No otros, respondió Sabino, sino esos mismos que
DF. LOS NOMBRES HE fRISTO. — LIBRO PEIMERO
dio á las criaturas, ansí á cada una en particular como
á todas juntas en general.
— Bien decís, dijo Marcelo, aunque no habéis res-
pondido á lo que os pregunto.
— ¿En qué manera?, respondió.
— Porque, dijo Marcelo, como esos bienes tengan
sus grados, y como sean unos de otros de diferentes
quilates, lo que pregunto es: ¿á qué bien, ó á qué grado
de bien entre todos, enderezó Dios todo su intento prin-
cipalmente?
— ¿Qué grados, respondió Sabino, son esos?
— Muchos son, dijo Marcelo, en sus partes: mas
la escuela los suele reducir á tres géneros: á naturale-
za, y á gracia, y á unión personal. A la naturaleza per-
tenecen los bienes con que se nace, á la gracia perte-
necen aquellos que después de nacidos nos añade Dios.
El bien de la unión personal es haber juntado Dios en
Jesucristo su persona con nuestra naturaleza. Entre
los cuales bienes es muy grande la diferencia que hay.
Porque lo primero, aunque todo el bien que vive y
luce en la criatura es bien que puso en ella Dios; pero
puso en ella Dios unos bienes para que le fuesen pro-
pios y naturales, que es todo aquello en que consiste
su ser y lo que de ello se sigue; y estos decimos que
son bienes de naturaleza, porque los plantó Dios en
ella y se nace con ellos, como es el ser y la vida y el
entendimiento, y lo demás semejante. Otros bienes no
los plantó Dios en lo natural de la criatura ni en la
virtud de sus naturales principios para que de ellos
naciesen, sino sobrepúsolos él por sí sólo á lo natural;
y ansí, no son bienes fijos ni arraigados en la natura-
leza, como los primeros, sino movedizos bienes, como
son la gracia y la caridad y los demás dones de Dios;
y estos llamamos bienes sobrenaturales de gracia. Lo
segundo, dado, como es verdad, que todo este bien co-
municado es una semejanza de Dios, porque es hechu-
ra de Dios, y Dios no puede hacer cosa que no le re-
mede, porque en cuanto hace se tiene por dechado á
sí mismo; mas aunque esto es ansí, todavía es muy
36 FRAY LUIS DE LEÓN
grande la diferencia que hay en la manera de reme-
darle. Porque en lo natural remedan las criaturas el
ser de Dios, mas en los bienes de gracia remedan el
ser y la condición y el estilo, y como si dijésemos, la
vivienda y bienandanza suya; y ansí, se avecinan y
juntan más á Dios por esta parte las criaturas que la
tienen, cuanto es mayor esta semejanza que la seme-
janza primera; pero en la unión personal no remedan
ni se parecen á Dios las criaturas, sino vienen á ser el
mismo Dios porque se juntan con El en una misma
persona.
Aquí Juliano atravesándose, dijo:
— ¿Las criaturas todas se juntan en una persona
con Dios?
Respondió Marcelo riendo:
— Hasta agora no trataba del número, sino trataba
del cómo; quiero decir, que no contaba quiénes y
cuántas criaturas se juntan con Dios en estas mane-
ras, sino contaba la manera cómo se juntan y le reme-
dan; que es, ó por naturaleza ó por gracia ó por unión
de persona. Que cuanto al número de los que se le
ayuntan, clara cosa es que en los bienes de naturaleza
todas las criaturas se avecinan á Dios, y solas, y no
todas las que tienen entendimiento en los bienes de
gracia; y en la unión personal sola la humanidad de
nuestro redentor Jesucristo. Pero aunque con sola
esta humana naturaleza se haga la unión personal pro-
piamente, en cierta manera también, en juntarse Dios
con ella, es visto juntarse con todas las criaturas, por
causa de ser el hombre como un medio entre lo espi-
ritual y lo corporal, que contiene y abraza en sí lo uno
y lo otro. Y por ser, como dijeron antiguamente, un
menor mundo ó un mundo abreviado.
— Esperando estoy, dijo Sabino entonces, á qué fin
se ordena este vuestro discurso.
— Bien cerca estamos ya de ello, respondió Marcelo,
porque preguntóos: si el fin porque crió Dios todas las
cosas fué solamente por comunicarse con ellas, y si
esta dádiva y comunicación acontece en diferentes
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 37
maneras, como hemos ya visto; y si unas de estas ma-
neras son más perfectas que otras, ¿no os parece que
pide la misma razón que un tan grande artífice, y en
una obra tan grande, tuviese por fin de toda ella ha-
cer en ella la mayor y más perfecta comunicación de
sí que pudiese?
— Ansí parece, dijo Sabino.
— Y la mayor, dijo siguiendo Marcelo, ansí de las
hechas como de las que se pueden hacer, es la unión
personal que se hizo entre el Verbo divino y la natu-
raleza humana de Cristo, que fué hacer con el hombre
una misma Persona.
—No hay duda, respondió Sabino, sino que es la
mayor.
— Luego, añadió Marcelo, necesariamente se sigue
que Dios, á fin de hacer esta unión bienaventurada y
maravillosa, crió todo cuanto se parece y se esconde:
que es decir que el fin para que fué fabricada toda la
variedad y belleza del mundo fué por sacar á luz este
compuesto de Dios y hombre, ó por mejor decir, este
juntamente Dios y hombre, que es Jesucristo.
— Necesariamente se sigue, respondió Sabino.
— Pues, dijo entonces Marcelo, esto es ser Cristo
fruto; y darle la Escritura este nombre á él, es dar-
nos á entender á nosotros que Cristo es el fin de las
cosas, y aquél para cuyo nacimiento feliz fueron to-
das criadas y enderezadas. Porque, ansí como en el
árbol la raíz no se hizo para sí, ni menos el tron-
co que nace y se sustenta sobre ella, sino lo uno
y lo otro juntamente con las ramas y la flor y la hoja.
y todo lo demás que el árbol produce, se ordena y en-
dereza para el fruto que de él sale, que es el fin y
como remate suyo; ansí por la misma manera, estos
cielos extendidos que vemos, y las estrellas que en
ellos dan resplandor, y entre todas ellas esta fuente
de claridad y de luz que todo lo alumbra, redonda y
bellísima; la tierra pintada con flores y las aguas po-
bladas de peces; los animales y los hombres, y este
universo todo, cuan grande y cuan hermoso es, lo hizo
38 FRAY LUIS DE LEÓN
Dios para fin de hacer hombre á su Hijo, y para pro-
ducir á luz este único y divino fruto que es Cristo,
que con verdad le podemos llamar el parto común y
general de todas las cosas.
Y ansí como el fruto (para cuyo nacimiento se hizo
en el árbol la firmeza del tronco y la hermosura de la
flor, y el verdor y frescor de las hojas), nacido, contie-
ne en sí y en su virtud todo aquello que para él se
ordenaba en el árbol, ó por mejor decir, al árbol todo
contiene; ansí también Cristo, para cuyo nacimiento
crió primero Dios las raíces firmes y hondas de los
elementos y levantó sobre ellas después esta grandeza
del mundo con tanta variedad, como si dijésemos de
ramas y hojas, lo contiene todo en sí, y lo abarca y se
resume en El y, como dice San Pablo \ se recapitula
todo lo no criado y criado, lo humano y lo divino, lo
natural y lo gracioso. Y como de ser Cristo llamado
fruto por excelencia, entendemos que todo lo criado
se ordenó para Él; ansí también de esto mismo orde-
nado, podemos, rastreando, entender el valor inestima-
ble que hay en el fruto para quien tan grandes cosas
se ordenan. Y de la grandeza y hermosura y cualidad
de los medios, argüiremos la excelencia sin medida
del fin.
Porque si cualquiera que entra en algún palacio ó
casa real rica y suntuosa, y ve primero la fortaleza y
firmeza del muro ancho y torreado, y los muchos ór-
denes de las ventanas labradas, y las galerías y los
chapiteles que deslumhran la vista, y luego la entrada
alta y adornada con ricas labores, y después los za-
guanes y patios grandes y diferentes, y las columnas
do mármol, y las largas salas y las recámaras ricas, y
la diversidad y muchedumbre y orden de los aposen-
tos, hermoseados todos con peregrinas y escogidas
pinturas y con el jaspe y el pórfiro, y el marfil y el oro
que luce por los suelos y paredes y techos; y ve jun-
tamente con esto la muchedumbre de los que sirven
1 Colos., i, 20.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 39
-en él, y la disposición y rico aderezo de sus personas.
y el orden que cada uno guarda en su ministerio y ser-
vicio, y el concierto que todos conservan entre sí; y
oye también los menestriles y dulzura de música; y
mira la hermosura y regalos de los lechos, y la riqueza
de los aparadores que no tienen precio, luego conoce
que es incomparablemente mejor y mayor aquél para
cuyo servicio todo aquello se ordena; ansí debemos
nosotros también entender que si es hermosa y admi-
rable esta vista de la tierra y del cielo, es sin ningún
término muy más hermoso y maravilloso Aquél por
cuyo fin se crió.
Y que si es grandísima, como sin ninguna duda lo
es, la majestad de este templo universal que llamamos
mundo nosotros; Cristo, para cuyo nacimiento se or-
denó desde su principio, y á cuyo servicio se sujetará
todo después y á quien agora sirve y obedece, y obe-
decerá para siempre, es incomparablemente grandísi-
mo, gloriosísimo, perfectísimo, más mucho de lo que
ninguno puede ni encarecer ni entender. Y finalmen-
te, que es tal, cual, inspirado y alentado por el Espí-
ritu-Santo, San Pablo dice escribiendo á los colosen-
ses *: «Es imagen de Dios invisible, y el engendrado
» primero que todas las criaturas. Porque para El se
«fabricaron todas, ansí en el cielo como en la tierra,
«las visibles y las invisibles; ansí, digamos, los tronos
»como las dominaciones, como los principados y poten-
ciados, todo por Él y para Él fué criado; y Él es el
«adelantado entre todos, y todas las cosas tienen ser
«por Él. Y Él también, del cuerpo de la Iglesia es la
«cabeza; y Él mismo es el principio y el primogénito
»de los muertos, para que en todo tenga las primerias.
«Porque le plugo al Padre y tuvo por bien que se apo-
»sentase en Él todo lo sumo y cumplido».
Por manera que Cristo es llamado fruto porque es el
fruto del mundo, esto es. porque es el fruto para cuya
producción se ordenó y fabricó todo el mundo. Y ansí
1 Colos., i, 15-19.
40 FRAY LUIS DE LEÓN
Isaías, deseando su nacimiento, y sabiendo que los cie-
los y la naturaleza toda vivía y tenía ser principalmente
para este parto, á toda ella se le pide diciendo h «De-
rramad rocío, cielos, desde vuestras alturas; y vosotras
»nubes, lloviendo enviadnos al Justo; y la tierra se abra
»y produzca y brote al Salvador».
Y no solamente por esta razón que hemos dichor
Cristo se llama fruto; sino también porque todo aque-
llo que es verdadero fruto en los hombres (digo fruto
que merezca parecer ante Dios y ponerse en el cielo),
no sólo nace en ellos por virtud de este fruto que es
Jesucristo, sino en cierta manera también es el mismo
Jesús. Porque la justicia y santidad que derrama en
los ánimos de sus fieles, ansí ella como los demás bie-
nes y santas obras que nacen de ella, y que naciendo
de ella después la acrecientan, no son sino como
una imagen y retrato vivo de Jesucristo; y tan vivo,
que es llamado Cristo en las letras sagradas, como pa-
rece en los lugares adonde nos amonesta San Pablo,
que nos vistamos de Jesucristo: porque el vivir justa y
santamente es imagen de Cristo. Y ansí por esto, como
por el espíritu suyo, que comunica Cristo é infunde
en los buenos, cada uno de ellos se llama Cristo, y
todos ellos juntos, en la forma ya dicha, hacen un mis-
mo Cristo.
Ansí lo testificó San Pablo, diciendo 2: «Todos los que-
»en Cristo os habéis bautizado, os habéis vestido de Je-
»sucristo; que allí no hay judío ni gentil, ni libre ni es-
»clavo, ni hembra ni varón, porque todos sois uno en
«Jesucristo.» Y en otra parte 3: «Hijuelos míos, que os
»engendro otra vez hasta que Cristo se forme en vos-
»otros». Y amonestando á los romanos á las buenas
obras, les dice y escribe 4: «Desechemos, pues, las obras
»oscuras y vistamos armas de luz; y como quien anda
»de día, andemos vestidos y honestos. No en convites
»y embriagueces, no en desordenado sueño y en des-
1 Isai., ilv, 8. 2 Galat., ni, 27,28. 3 Galat., iv, 1£.
4 Román., xm, 14.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 41
»honestas torpezas, ni menos en competencias y envi-
»dias; sino vestios del Señor Jesucristo». Y que todos
estos Cristos son un Cristo sólo, dícelo él mismo á los
Corinthios por estas palabras: 1 «Como un cuerpo tiene
»muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo,
»con ser muchos, son un cuerpo, ansí también Cristo».
Donde, como advierte San Agustín 2, no dijo con-
cluyendo la semejanza, ansí es Cristo y sus miembros;
sino, ansí es Cristo: para nos enseñar que Cristo, nues-
tra cabeza, está en sus miembros, y que los miembros
y la cabeza son un solo Cristo, como por aventura di-
remos más largamente después. Y lo que decimos ago-
ra, y lo que de todo lo dicho resulta, es conocer cuan
merecidamente Cristo se llama fruto, pues todo el fru-
to bueno y de valor que mora y fructifica en los hom-
bres es Cristo y de Cristo, en cuanto nace de él y en
cuanto le parece y remeda, ansí como es dicho. Y pues
hemos platicado ya lo que basta acerca de esto, pro-
seguid, Sabino, en vuestro papel.
— Deteneos, dijo Juliano alargando contra Sabino
la mano; que si olvidado no estoy, os falta, Marce-
lo, por descubrir lo que al principio nos propusis-
teis: de lo que toca á la nueva y maravillosa con-
cepción de Cristo, que, como dijisteis, este nombre
significa.
— Es verdad é hicisteis muy bien, Juliano, en ayu-
dar mi memoria, respondió al punto Marcelo, y lo que
pedís es aquesto: este nombre que unas veces llama-
mos Pimpollo y otras veces llamamos Fruto, en la pa-
labra original no es fruto como quiera, sino es propia-
mente el fruto que nace de suyo sin cultura ni indus-
tria. En lo cual, al propósito de Jesucristo á quien
agora se aplica, se nos demuestran dos cosas: La una
que no hubo ni saber ni valor ni merecimiento ni in-
dustria en el mundo, que mereciese de Dios que se hi-
ciese hombre, esto es, que produjese este fruto: la otra,
que en el vientre purísimo y santísimo de donde
1 I, Ad Corint , xm 12. 2 August., enarrat, in psalm. 142.
42 FRAY LUIS DE LEÓN
aqueste fruto nació, anduvo solamente la virtud y obra
de Dios, sin ayuntarse varón.
Mostró, como oyó esto, moverse de su asiento un
poco Juliano; y como acostándose hacia Marcelo, y mi-
rándole con alegre rostro, le dijo:
— Agora me place más el haberos, Marcelo, acorda-
do lo que olvidabais; porque me deleita mucho enten-
der que el artículo de la limpieza y entereza virginal
de nuestra común Madre y Señora, está significado en
las letras y profecías antiguas; y la razón lo pedía.
Porque adonde se dijeron y escribieron, tantos años
antes que fuesen, otras cosas menores, no era posible
que se callase un misterio tan grande. V si se os ofre-
cen algunos otros lugares que pertenezcan á esto, que
.sí se ofrecerán, mucho holgaría que los dijésedes. si no
recibís pesadumbre.
— Ninguna cosa, respondió Marcelo, me puede ser
menos pesada que decir algo que pertenezca al loor de
mi única abogada y Señora; que aunque lo es general-
mente de todos, mas atrévome yo á llamarla mía en
particular, porque desde mi niñez me ofrecí todo á su
amparo. Y no os engañáis nada. Juliano, en pensar que
los libros y letras del Testamento Viejo no pasaron ca-
llando por una estrañeza tan nueva, y señaladamente
tocando á personas tan importantes. Porque cierta-
mente en muchas partes la dicen con palabras para la
fe muy claras, aunque algo oscuras para los corazones
á quien la infidelidad ciega, conforme á como se dicen
otras muchas cosas de las que pertenecen á Cristo,
que. como San Pablo dice 1, «es misterio escondido»; el
cual quiso Dios decirle y esconderle por justísimos
unes; y uno de ellos fué, para castigar ansí con la ce-
guedad y con la ignorancia de cosas tan necesarias, á
aquel pueblo ingrato por sus enormes pecados.
Pues viniendo á lo que pedís, clarísimo testimonio
es. á mi juicio, para este propósito aquello de Isaías
que poco antes decíamos: '-'Derramad, cielos, rocío, y
1 Ad Colos., i, _'6.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO] 4o
«lluevan las nubes al Justo.» Adonde, aunque, como
veis, va hablando del nacimiento de Cristo como de
una planta que nace en el campo, empero no hace
mención ni de arado ni de azada ni de agricultura; sino
solamente de cielo y de nubes y de tierra, á los cuales
atribuye todo su nacimiento.
Y á la verdad, el que cotejare estas palabras que
aquí dice Isaías con las que acerca de esta misma ra-
zón dijo á la benditísima Virgen el arcángel Gabriel,
verá que son casi las mismas, sin haber entre ellas más
diferencia de que lo que dijo el Arcángel con palabras
propias, porque trataba de negocio presente, Isaías lo
significó con palabras liguradas y metafóricas, confor-
me al estilo de los profetas. Allí dijo el Ángel h «El
» Espíritu-Santo vendrá sobre ti.» Aquí dice Isaías:
«Enviaréis, cielos, vuestro rocío.» Allí dice que la vir-
tud del alto le hará sombra. Aquí pide que se extien-
dan las nubes. Allí: «Y lo que nacerá de ti, santo, será
»llamado Hijo de Dios.» Aquí: «Abrase la tierra y pro-
»duzca al Salvador.» Y sácanos de toda duda lo que
luego añade diciendo: «Y la justicia florecerá junta-
» mente, y Yo el Señor le crié.» Porque no dice: «y Yo
»el Señor la crié», conviene saber, á la justicia, de
quien dijo que había de florecer juntamente; sino, «Yo
»le crié», conviene saber, al Salvador, esto es á Jesús,
porque Jesús es el nombre que el original allí pone; y
dice, yo le crié, y atribuyese á sí la creación y naci-
miento de esta bienaventurada salud, y preciase de
ella como de hecho singular y admirable, y dice: «Yo.
»yo;» como si dijese: «Yo sólo, y no otro conmigo.»
Y también no es poco eficaz, para la prueba de esta
misma verdad, la manera como habla de Cristo, en el
capítulo cuarto de su Escritura, este mismo profeta;
cuando usando de la misma figura de plantas y frutos
y cosas del campo, no señala para su nacimiento otras
causas más de á Dios y á la tierra, que es á la Virgen
y al Espíritu-Santo. Porque, como ya vimos, dice 2:
1 Luc, i,35. 2 Isai., i,25.
44 FRAY LUIS DE LEÓN
«En aquel día será el Pimpollo de Dios magnífico y
»glorioso, y el fruto de la tierra subirá á grandísima
«alteza». Pero entre otros, para este propósito, hay un
lugar singular en el Salmo ciento nueve, aunque algo
oscuro según la" letra latina, mas según la original
manifiesto y muy claro, en tanto grado, que los doc-
tores antiguos que florecieron antes de la venida de
Jesucristo conocieron de allí, y ansí lo escribieron,
que la Madre del Mesías había de concebir virgen por
virtud de Dios y sin obra de varón. Porque vuelto el
lugar que digo á la letra, dice de esta manera 1: «En
«resplandores de santidad del vientre, y de la aurora,
«contigo el rocío de tu nacimiento». En las cuales pa-
labras, y no por una de ellas, sino casi por todas, se
dice y se descubre este misterio que digo. Porque lo
primero, cierto es que habla en este Salmo con Cristo
el Profeta. Y lo segundo también es manifiesto que
habla en este verso de su concepción y nacimiento; y
las palabras vientre y nacimiento, que según la pro-
piedad original también se puede llamar generación,
lo. demuestran abiertamente.
Mas, que Dios sólo, sin ministerio de hombre, haya
sido el hacedor de esta divina y nueva obra en el vir-
ginal y purísimo vientre de nuestra Señora, jo prime-
ro se ve en aquellas palabras: «En resplandores de
santidad». Que es como decir que había de ser conce-
bido Cristo7 no en ardores deshonestos de carne y de
sangre, sino en resplandores santos del cielo; no con
torpeza de sensualidad, sino con hermosura de santi-
dad y de espíritu. Y demás de esto, lo que luego se
sigue de aurora y de rocío, por galana manera decla-
ra lo mismo. Porque es una comparación encubierta,
que si la descubrimos sonará ansí: en el vientre, con-
viene á saber, de tu madre, serás engendrado como
en la aurora; esto es, como lo que en aquella sazón de
tiempo se engendra en el campo con sólo el rocío, que
entonces desciende del cielo; no con riego ni con su-
1 Psalm. cix, 3.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 45
dor humano. Y últimamente, para decirlo del todo,
añadió: «Contigo el rocío de tu nacimiento». Que por-
que había comparado á la aurora el vientre de la ma-
dre, y porque en la aurora cae el rocío con que se
fecunda la tierra, prosiguiendo en su semejanza á la
virtud de la generación, llamóla rocío también.
Y á la verdad, ansí es llamada en las divinas letras
en otros muchos lugares, esta virtud vivífica y gene-
rativa con que engendró Dios al principio el cuerpo de
Cristo, y con que después de muerto le reengendró y
resucitó, y con que en la común resurrección tornará
á la vida nuestros cuerpos deshechos, como en el ca-
pítulo veinte y seis de Isaías se ve. Pues dice á Cristo
David que este rocío y virtud que formó su cuerpo y
le dio vida en las virginales entrañas, no se la prestó
otro, ni la puso en aquel santo vientre alguno que
viniese de fuera: sino que Él mismo la tuvo de su co-
secha y la trajo consigo. Porque cierto es que el Verbo
divino, que se hizo hombre en el sagrado vientre de
la santa Virgen, El mismo formó allí el cuerpo y la na-
turaleza de hombre de que se vistió. Y ansí, para que
entendiésemos esto, David dice bien que tuvo Cristo
consigo el rocío de su nacimiento. Y aun ansí como de-
cimos nacimiento en este lugar, podemos también de-
cir niñez; que aunque viene á decir lo mismo que na-
cimiento, todavía es palabra que señala más el ser
nuevo y corporal que tomó Cristo en la Virgen; en el
cual fué niño primero, y después mancebo, y después
perfecto varón; porque en el otro nacimiento eterno
que tiene de Dios, siempre nació Dios eterno y perfec-
to, é igual con su Padre.
Muchas otras cosas pudiera alegar á propósito de
esta verdad; mas porque no falte tiempo para lo demás
que nos resta, baste por todas, y con esta concluyo.
la que en el capítulo cincuenta y tres dice de Cristo
Isaías *: «Subirá creciendo como pimpollo delante de
»Dios, y como raíz y arbolico nacido en tierra seca».
1 Isai., lid, 2.
4G FRAY LUIS DE LEÓN
Porque si va á decir la verdad, para decirlo como sue-
le hacer el Profeta, con palabras figuradas y oscuras, no
pudo decirlo con palabras que fuesen más claras que
éstas. Llama á Cristo arbolico: y porque le llama ansí,
siguiendo el mismo hilo y figura, á su santísima Ma-
dre llámala tierra conforme á razón; y habiéndola
llamado ansí, para decir que concibió sin varón, no
había una palabra mejor ni con más significación lo di-
jese, que era decir que fué tierra seca. Pero, si os pa-
rece, Juliano, prosiga ya Sabino adelante.
— Prosiga, respondió Juliano; y Sabino leyó:
CAPÍTULO IV
Declárase cómo Cristo tiene el nombre de Faces, ó cara de Dios,
y por qué le conviene este nombre.
También es llamado Cristo Faces de Dios, como
parece en el Salmo ochenta y ocho que dice: «La mi-
»sericordia y la verdad precederán tus faces.» Y díce-
lo, porque con Cristo nació la verdad y la justicia y la
misericordia, como lo testifica Isaías, diciendo: «y la
«justicia nacerá con él juntamente.» Y también el
mismo David, cuando en el Salmo ochenta y cuatro,
que es todo del advenimiento de Cristo, dice: «La mi-
»sericordia y la verdad se encontraron. La justicia y
»la paz se dieron paz. La verdad nació de la tierra y la
«justicia miró desde el cielo. El Señor por su parte fué
»liberal, y la tierra por la suya respondió con buen
» fruto. La justicia va adelante de él y pone en el ca-
»mino sus pisadas». ítem, dásele á Cristo este mismo
nombre en el Salmo noventa y cuatro, adonde David,
convidando á los hombres para el recibimiento de la
buena nueva del Evangelio, les dice: «Ganemos por la
mano á su faz en confesión y loor.» Y más claro en el
salmo setenta y nueve: «Conviértenos, dice, Dios de
«nuestra salud; muéstranos tus faces, y seremos sal-
»vos». Y asimismo Isaías en el capítulo sesenta y cua-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 47
tro le da este nombre, diciendo: <- Deseen diste; y de-
sdante de tus faces se derritieron los montes». Porque
claramente habla allí de la venida de Cristo, como en
él se parece.
— Demás de estos lugares que ha leído Sabino, dijo
entonces Marcelo, hay otro muy señalado que no le
puso el papel, y merece ser referido. Pero antes que
diga de él. quiero decir que en el Salmo setenta y nue-
ve, aquellas palabras que se acaban agora de leer 1 :
«Conviértenos, Dios de nuestra salud», se repiten en
él tres veces, en el principio y en el medio y en el fin
del Salmo, lo cual no carece de misterio, y á mi pare-
cer se hizo por una de dos razones; de las cuales la
una es, para hacernos saber que hasta acabar Dios y
perfeccionar del todo al hombre, pone en él sus manos
tres veces. Una criándole del polvo y llevándole del
no ser al ser, que le dio en el paraíso; otra reparándole
después de estragado, haciéndose Él para este fin hom-
bre también; y la tercera resucitándole después de
muerto, para no morir ni mudarse jamás. En señal de
lo cual, en el libro del Génesis, en la historia de la
creación del hombre, se repite tres veces esta palabra
criar. Porque dice de esta manera2: «Y crió Dios al
«hombre á su imagen y semejanza, á la imagen de
»Dios le crió; criólos hembra y varón».
Y la segunda razón, y lo que por más cierto tengo,
es, que en el Salmo de que hablamos pide el Profeta á
Dios en tres lugares que convierta su pueblo á sí y le
descubra sus faces, que es á Cristo, como hemos ya
dicho; porque son tres veces las que señaladamente el
Verbo divino se mostró y mostrará al mundo, y seña-
ladamente á los del pueblo judaico, para darles luz y
salud. Porque lo primero se les mostró en el monte,
adonde les dio ley y les notificó su amor y voluntad: y
cercado y como vestido de fuego y de otras señales
visibles, les habló sensiblemente, de manera que le
oyó hablar todo el pueblo; y comenzó á humanarse con
1 Psalm , lxiii, 4, 8, 20. 2 Genes., t, 2-7.
48 FRAY LUIS DE LEÓN
ellos entonces, como quien tenía determinado de hacer-
se hombre de ellos y entre ellos después, como lo hizo.
Y este fué el aparecimiento segundo, cuando nació ro-
deado de nuestra carne y conversó con nosotros, y vi-
viendo y muriendo negoció nuestro bien. El tercero
pera, cuando en el fin de los siglos tornará á venir
otra vez para entera salud de su Iglesia. Y aun, si yo
no me engaño, estas tres venidas del Verbo, una en
apariencias y voces sensibles, otras dos hecho ya ver-
dadero hombre, significó y señaló el mismo Verbo en
la zarza, cuando Moisés le pidió señas de quién era, y
El, para dárselas, le dijo ansí 1: «El que seré, seré,
»seré»; repitiendo esta palabra de tiempo futuro tres
veces, y como diciéndoles: «Yo soy el que prometí á
vuestros padres venir agora para libraros de Egipto, y
nacer después entre vosotros para redimiros del peca-
do, y tornar últimamente en la misma forma de hom ■
bre para destruir la muerte y perfeccionaros del todo.
Soy el que seré vuestra guía en el desierto, y el que
seré vuestra salud hecho hombre, y el que seré vues-
tra entera gloria, hecho juez».
Aquí Juliano, atravesándose, dijo:
— No dice el texto seré, sino soy, de tiempo presen-
te: porque, aunque la palabra original en el sonido sea
seré, mas en la significación es soy, según la propiedad
de aquella lengua.
— Es verdad, respondió Marcelo, que en aquella
lengua las palabras apropiadas al tiempo futuro se po-
nen algunas veces por el presente; y en aquel lugar
podemos muy bien entender que se pusieron ansí,
como lo entendieron primero San Jerónimo y los in-
térpretes griegos. Pero lo que digo agora es, que sin
sacar de sus términos á aquellas palabras, sino to-
mándolas en su primer sonido y significación, nos de-
claran el misterio que he dicho. Y es misterio que,
para el propósito de lo que entonces Moisés quería
saber, convenía mucho que se dijese.
1 Exod., ni, 14.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 49
Porque, yo os pregunto, Juliano: ¿no es cosa cierta
que comunicó Dios con Abraham este secreto, que se
había de hacer hombre y nacer de su linaje de él?
— Cosa cierta es, respondió; y ansí lo testifica El
mismo en el Evangelio, diciendo h «Abraham deseó
»ver mi día, viole y gozóse».
— Pues ¿no es cierto también, prosiguió Marcelo,
que este mismo misterio lo tuvo Dios escondido hasta
que lo obró, no sólo de los demonios, sino aun de
muchos de los ángeles?
— Ansí se entiende, respondió Juliano, de lo que
escribe San Pablo 2.
— Por manera, dijo Marcelo, que era caso secreto
éste, y cosa que pasaba entre Dios y Abraham y al-
gunos de sus sucesores, conviene á saber, los suceso-
res principales y las cabezas del linaje; con los cuales,
de uno en otro y como de mano en mano, se había
comunicado este hecho y promesa de Dios.
— Ansí, respondió Juliano, parece.
— Pues siendo ansí, añadió Marcelo, y siendo tam-
bién manifiesto que Moisés, en el lugar de que habla-
mos, cuando dijo á Dios 3: «Yo, Señor, iré, como me lo
-mandas, á los hijos de Israel, y les diré: El Dios de
» vuestros padres me envía á vosotros; mas si me pre-
guntaren cómo se llama ese Dios, ¿qué les respon-
deré?» Ansí que, siendo manifiesto que Moisés, por es-
tas palabras que he referido, pidió á Dios alguna seña
cierta de sí, por la cual, ansí el mismo Moisés como
los principales del pueblo de Israel, á quien había de
ir con aquella embajada, quedasen saneados que era
su verdadero Dios el que le había aparecido y le en-
viaba, y no algún otro espíritu falso y engañoso.
Por manera que pidiendo Moisés á Dios una seña
como ésta, y dándosela Dios en aquellas palabras,
diciéndole: «Diles: El que seré, seré, seré, me envía á
vosotros»: la razón misma nos obliga á entender que
lo que Dios dice por estas palabras era"cosa secreta y
1 Joann., vn, 56 2 Colos., i, 26 3 E*>d.f m, 13.
4
50 FRAY LUIS DE LEÓN
encubierta á cualquier otro espíritu, y seña que sólo
Dios y aquellos á quien se había de decir la sabían; y
que era como la tesera militar, ó lo que en la guerra
decimos dar nombre, que está secreto entre solos el
capitán y los soldados que hacen cuerpo de guardia.
Y por la misma razón se concluye que lo que dijo
Dios á Moisés en estas palabras, es el misterio que he
dicho; porque este solo misterio era el que sabían so-
lamente Dios y Abraham y sus sucesores, y el que
solamente entre ellos estaba secreto.
Que lo demás que entienden algunos haber signifi-
cado y declarado Dios de sí á Moisés en este lugar, que
es su perfección infinita, y ser El el mismo ser por
esencia, notorio era no solamente á los ángeles, pero
también á los demonios; y aun á los hombres sabios y
doctos es manifiesto que Dios es ser por esencia y que
es ser infinito, porque es cosa que con la luz natural
se conoce. Y ansí, cualquier otro espíritu que quisiera
engañar á Moisés y vendérsele por su Dios verdadero,
lo pudiera, mintiendo, decir de sí mismo; y no tuviera
Moisés, con oir esta seña, ni para salir de duda bastan-
te razón, ni cierta señal para sacar de ella á los prínci-
pes de su pueblo á quien iba.
Mas el lugar que dije al principio, del cual el papel
se olvidó, es lo que en el capítulo sexto del libro de
los Números mandó Dios al sacerdote que dijese sobre
el pueblo cuando le bendijese, que es esto 1 : «Descu-
»bra Dios sus faces á ti y haya piedad de ti. Vuelva
»Dios sus faces á ti y déte paz». Porque no podemos
dudar sino que Cristo y su nacimiento entre nosotros,
son estas faces que el sacerdote pedía en este lugar á
Dios que descubriese á su pueblo; como Teodoreto y '
y como San Cirilo lo afirman, doctores santos y anti-
guos. Y demás de su testimonio, que es de grande
autoridad, se convence lo mismo de que en el Salmo
sesenta y seis (en el cual, según todos lo confiesan,
David pide á Dios que envíe al mundo á Jesucristo),
1 Numér., vi. 25, 26.
DE LOS .NOMBRES DE CRISTO.-LIBRO PRIMERO 51
comienza el Profeta con las palabras de esta bendición
y casi la señala con el dedo y la declara, y no le falta
sino decir a Dios claramente: «La bendición que por
orden tuya echa sobre el pueblo el sacerdote, eso
Señor, es lo que te suplico: y te pido que nos descu-
bras ya a tu Hijo y Salvador nuestro, conforme á como
la voz publica de tu pueblo lo pide». Porque dice de
esta manera »: «Dios haya piedad de nosotros y nos
»bendiga. Descubra sobre nosotros sus face* v ha vi
«piedad de nosotros». * J y
Y en el libro del Eclesiástico, después de haber el
Sabio pedido á Dios con muchas y muy ardientes pa-
labras la salud de su pueblo, y el quebrantamiento de
de la soberbia y pecado, y la libertad de los humildes
opresos, y el allegamiento de los buenos esparcidos v
su venganza y honra, y su deseado juicio, con la ma-
nifestación de su ensalzamiento sobre todas las nacio-
nes del mundo, que es puntualmente pedirle á Dios
la primera y la segunda venida de Cristo: concluye al
fin y dice2: «Conforme á la bendición de Aarón, ansí
»Señor, haz con tu pueblo y enderézanos por el'cami-
»no de tu justicia». Y sabida cosa es que el camino de
la justicia de Dios es Jesucristo, ansí como Él mismo
lo dice 3: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida».
Y pues San Pablo dice, escribiendo á los de Efeso 4:
«Bendito sea el Padre y Dios de nuestro señor Jesu-
»cnsto, que nos ha bendecido con toda bendición es-
piritual y sobrecelestial en Jesucristo»: viene maravi-
llosamente muy bien que en la bendición que se daba
al pueblo antes que Cristo viniese, no se demandase ni
desease de Dios otra cosa sino á sólo Cristo, fuente y
origen de toda feliz bendición: y viene muy bien quc-
consuenen y se respondan ansí" estas dos ' Escrituras,
nueva y antigua. Ansí que, las faces de Dios que se
piden en aqueste lugar son Cristo sin duda.
Y concierta con esto ver que se piden dos reces.
1 Psalm., lxvi, 1. 2 Ecclis., xxxvt, 19. 3 Joan , x>v. 6.
4 Ephes ,1,3.
52 FRAY LUIS DE LEÓN
para mostrar que son dos sus venidas. En lo cual es
digno de considerar lo justo y lo propio de las pala-
bras que el Espíritu-Santo da á cada cosa. Porque en
la primera venida dice descubrir, diciendo: «Descubra
»sus faces Dios», porque en ella comenzó Cristo á ser
visible en el mundo. Mas en la segunda dice volver,
diciendo: -Vuelva Dios sus faces», porque entonces
volverá otra vez á ser visto. En la primera, según otra
letra, dice lucir; porque la obra de aquella venida fué
desterrar del mundo la noche del error, y como dijo
San Juan1: «Resplandecer en las tinieblas la luz». Y
ansí Cristo por esta causa es llamado luz y sol de justi-
cia. Mas en la segunda dice ensalzar, porque el que
vino antes humilde, vendrá entonces alto y glorioso; y
vendrá.. no á dar ya nueva doctrina, sino á repartir el
castigo y la gloria.
Y aun en la primera dice: <Haya piedad de vos-
»otros», conociendo y como señalando que se habían
de haber ingrata y cruelmente con Cristo, y que habían
de merecer por su ceguedad é ingratitud ser por él
consumidos; y por esta causa le pide que se apiade de
ellos y que no los consuma. Mas en la segunda dice
que Dios les dé paz, esto es, que dé fin á su tan luen-
go trabajo, y que los guíe á puerto de descanso des-
pués de tan fiera tormenta; y que los meta en el abrigo
y sosiego de su Iglesia, y en la paz de espíritu que hay
en ella y en todas sus espirituales riquezas. 0 dice lo
primero, porque entonces vino Cristo solamente á per-
donar lo pecado y á buscar lo perdido, como Él mismo
lo dice2; y lo segundo, porque ha de venir después á
dar paz y reposo al trabajo santo y á remunerar lo
bien hecho.
Mas, pues Cristo tiene este nombre, es de ver agora
por qué le tiene. En lo cual conviene advertir que aun-
que Cristo se llama y es cara de Dios por donde quie-
ra que le miremos; porque según que es hombre, se
nombra ansí, y según que es Dios y en cuanto es el
1 Joaa.,i,5. 2 Matth., xvm, 11.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 53
Verbo^es también propia y perfectamente imagen y
figura del Padre, como San Pablo 1 le llama en diver-
sos lugares; pero lo que tratamos agora es lo que toca
á el ser de nombre, y lo que buscamos es el título
por donde la naturaleza humana de Cristo merece ser
llamada sus faces. Y para decirlo en una palabra, de-
cimos que Cristo hombre es faces y cara de Dios; por-
que, como cada uno se conoce en la cara, ansí Dios
se nos representa en él, y se nos demuestra quién es
clarísima y perfectísimamente. Lo cual en tanto es
verdad, que por ninguna de las criaturas por sí, ni por
la universidad de ellas juntas, los rayos de las divinas
condiciones y bienes relucen y pasan á nuestros ojos,
ni mayores ni más claros, ni en mayor abundancia
que por el alma de Cristo, y por su cuerpo, y por todas
sus inclinaciones, hechos y dichos, con todo lo demás
que pertenece á su oficio.
Y comencemos por el cuerpo, que es lo primero y
más descubierto: en el cual, aunque no le vemos, mas
por la relación que tenemos de él, y entre tanto que
viene aquel bienaventurado día en que por su bondad
infinita esperamos verle amigo para nosotros y ale-
gre; ansí que dado que no le veamos, pero pongamos
agora con la fe los ojos en aquel rostro divino y en
aquellas figuras de él, figuradas con el dedo del Espí-
ritu-Santo; y miremos el semblante hermoso y la pos-
tura grave y suave, y aquellos ojos y boca, ésta na-
dando siempre en dulzura, y aquéllos muy más claros
y resplandecientes que el sol; y miremos toda la com-
postura del cuerpo, su estado, su movimiento, sus
miembros concebidos en la misma pureza y dotados
de inestimable belleza.
Mas ¿para qué voy menoscabando este bien con mis
pobres palabras, pues tengo las del mismo Espíritu
que le formó en el vientre de la sacratísima Virgen,
que nos le pintan en el libro de los Cantares por la
boca de la enamorada pastora, diciendo 2: Blanco y
1 Hebr.,1, 3. 2 Cant. v, 10-16.
54 FRAY LUIS DE LEÓN
»colorado, trae bandera entre los millares. Su cabeza
»oro de Tíbar. Sus cabellos enriscados y negros, sus
»ojos como los de las palomas, junto á los arroyos de
»las aguas, bañadas en leche; sus mejillas como eras
»de plantas olorosas de los olores de confección, sus
»labios violetas, que destilan preciada mirra. Sus ma-
»nos rollos llenos de oro de Társis. Su vientre bien
»como el marfil adornado de zafiros. Sus piernas co-
»lumnas de mármol fundadas sobre basas de oro fino;
»el su semblante como el del Líbano, erguido como
»los cedros; su paladar dulzuras, y todo El deseos?»
Pues pongamos los ojos en esta acabada beldad, y
contemplémosla bien: y conoceremos que todo lo que
puede caber de Dios en un cuerpo, y cuanto le es
posible participar de él, y retratarle, y figurarle y ase-
mejársele, todo esto, con ventajas grandísimas, entre
todos los otros cuerpos resplandece en éste; y veremos
que en su género y condición es como un retrato vivo
y perfecto. Porque lo que en el cuerpo es color (que
quiero, para mayor evidencia, cotejar por menudo
cada una cosa con otra, y señalar en este retrato suyo
que formó Dios de hecho, habiéndole pintado muchos
años antes con las palabras, cuan enteramente respon-
de todo con su verdad; aunque por no ser largo, diré
poco de cada cosa, ó no la diré, sino tocarla he sola-
mente.) Por manera que el color en el cuerpo, el cual
resulta de la mezcla de las cualidades y humores que
hay en él, y que es lo primero que se viene á los
ojos, responde á la liga, ó si lo podemos decir ansí, á
la mezcla y tejido que hacen entre sí las perfecciones
de Dios. Pues ansí como se dice de aquel color, que se
tifie de colorado y de blanco, ansí toda esta mezcla se-
creta se colora de sencillo y amoroso. Porque lo que
luego se nos ofrece á los ojos cuando los alzamos á
Dios, es una verdad pura y una perfección simple y
sencilla: que ama.
Y ansimismo, la cabeza en el cuerpo dice con lo que
en Dios es la alteza de su saber. Aquélla, pues, es de
oro de Tíbar, y ésta son tesoros de sabiduría. Los ca-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 55
bellos, que de la cabeza nacen, se dicen ser enrisca-
dos y negros; los pensamientos y consejos que proce-
den de aquel saber, son ensalzados y oscuros. Los ojos
de la providencia de Dios y los ojos de aqueste cuer-
po son unos; que éstos miran, como palomas bañadas
en leche, las aguas; aquéllos atienden y proveen á la
universidad de las cosas con suavidad y dulzura gran-
dísima, dando á cada una su sustento, y como diga-
mos su leche. Pues ¿qué diré de las mejillas, que aquí
son eras olorosas do plantas, y en Dios son su justicia
y su misericordia, que se descubren y se le echan más
de ver. como si dijésemos, en el uno y en el otro lado
del rostro, y que esparcen su olor por todas las co-
sas? Que, como es escrito l: «Todos los caminos del
»Señor son misericordia y verdad».
Y la boca y los labios, que son en Dios los avisos
que nos da y las Escrituras santas donde nos habla,
ansí como en este cuerpo son violetas y mirra, ansí en
Dios tienen mucho de encendido y de amargo, con que
encienden á la virtud y amargan y amortiguan el vicio.
Y ni más ni menos, lo que en Dios son las manos, que
•son el poderío suyo para obrar y las obras hechas por
él, son semejantes á las de este cuerpo, hechas como
rollos de oro rematados en Társis; esto es, son per-
fectas y hermosas y todas muy buenas, como la Escri-
tura lo dice '2: «Vio Dios todo lo que hiciera, y todo
»era muy bueno».
Pues para las entrañas de Dios y para la fecun-
didad de su virtud, que es como el vientre donde
iodo se engendra, ¿qué imagen será mejor que este
vientre blanco y como hecho de marfil y adornado de
zafiros? Y las piernas del mismo, que son hermosas y
firmes, como mármoles sobre basas de oro, clara pin-
tura sin duda son de la firmeza divina no mudable,
que es como aquello en que Dios estriba. Es también
su semblante como el del Líbano, que es como la altu-
ra de la naturaleza divina, llena de majestad y belleza.
1 Psalm. xxiv 10. „ 2 Genes., i, 31.
56 FRAY LUIS DE LEÓN
Y finalmente, es dulzuras su paladar, y deseos todo él;
para que entendamos del todo cuan merecidamente
este cuerpo es llamado imagen y faces y cara de Dios,
el cual es dulcísimo y amabilísimo por todas partes,
ansí como es escrito *: «Gustad y ved cuan dulce es
»el Señor; y cuan grande es, Señor, la muchedumbre
»de tu dulzura, que escondiste para los que te aman».
Pues si en el cuerpo de Cristo se descubre y reluce
tanto la figura divina, ¿cuánto más expresa imagen
suya será su santísima alma? La cual verdaderamente,
ansí por la perfección de su naturaleza como por los
tesoros de sobrenaturales riquezas que Dios en ella
ayuntó, se asemeja á Dios y le retrata más vecina y
acabadamente que otra criatura ninguna. Y después
del mundo original, que es el Verbo, el mayor mundo
y el más vecino al original es aquesta divina alma; y
1 mundo visible, comparado con ella, es pobreza y
pequenez; porque Dios sabe y tiene presente delante
de los ojos de su conocimiento todo lo que es y puede
ser; y el alma de Cristo ve con los suyos todo lo que
fué, es y será,
En el saber de Dios están las ideas y las razones de
todo, y en esta alma el conocimiento de todas las
artes y ciencias. Dios es fuente de todo el ser, y el
alma de Cristo de todo el buen ser, quiero decir, de
todos los bienes de gracia y justicia, con que lo que es
se hace justo y bueno y perfecto; porque de la gracia
que hay en Él mana toda la nuestra. Y no sólo es gra-
cioso en los ojos de Dios para sí, sino para nosotros
también. Porque tiene justicia, con que parece en el
acatamiento de Dios, amable sobre todas las criatu-
ras; y tiene justicia poderosa para hacerlas amables á
todas, infundiendo en sus vasos de cada una algún
efecto de aquella su grande virtud, como es escrito -:
«De cuya abundancia recibimos todos gracia por gra-
»cia», esto es. de una gracia otra gracia; de aquella
gracia, que es fuente, otra gracia que es como su arro-
1 Psalm. xxxii!, 9, et Psalm. xxi, 20, 2 Joan., i, 16.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 57
yo; y de aquel dechado de gracia que está en él, un
traslado de gracia, ó una otra gracia trasladada que
mora en los justos.
Y finalmente, Dios cria y sustenta al universo todo,
y le guía y endereza á su bien; y el alma de Cristo
recría y repara y defiende, y continuamente va alen-
tando é inspirando para lo bueno y lo justo, cuanto es
de su parte, á todo el género humano. Dios se aína á
sí y se conoce infinitamente; y ella le ama y le conoce
con un conocimiento y amor en cierta manera infini-
to. Dios es sapientísimo, y ella de inmenso saber; Dios
poderoso, y ella sobre toda fuerza natural poderosa. Y
como, si pusiésemos muchos espejos en diversas dis-
tancias delante de un rostro hermoso, la figura y fac-
ciones de él, en el espejo que le estuviese más cerca,
se demostraría mejor; ansí esta alma santísima, como
está junta, y si lo hemos de decir ansí, apegadísima
por unión personal al Verbo-Divino, recibe sus res-
plandores en sí y se figura de ellos más vivamente que
otro ninguno.
Pero vamos más adelante; y pues hemos dicho del
cuerpo de Cristo y de su alma por sí. digamos de lo
que resulta de todo junto, y busquemos en sus incli-
naciones y condición y costumbres estas faces é ima-
gen de Dios.
El dice de sí * «que es manso y humilde, y nos
«convida á que aprendamos á serlo de Él». Y mucho
antes el profeta Isaías, viéndolo en espíritu, nos le
pintó con las mismas condiciones, diciendo a: «No dará
«voces ni será aceptador de personas, y su voz no so-
-nará fuera. A la caña quebrantada no quebrará, ni
» sabrá hacer mal ni aun á una poca de estopa, que
»echa humo. No será acedo ni revoltoso». Y no se ha
de entender que es Cristo manso y humilde por virtud
de la gracia que tiene solamente: sino ansí como por
inclinación natural son bien inclinados los hombres,
unos á una virtud y otros á otra, ansí también la hu-
1 Matth., xi, 29. 2 Isai., xlh, 2-4.
58 FRAY LUIS DE LEÓN
manidad de Cristo, de su natural compostura, es de
condición llena de llaneza y mansedumbre.
Pues con ser Cristo, ansí por la gracia que tenía
como por la misma disposición de su naturaleza, un
dechado de perfecta humildad; por otra parte tiene
tanta alteza y grandeza de ánimo, que cabe en él sin
desvanecerle el ser Rey de los hombres y Señor de
los ángeles, y cabeza y gobernador de todas las cosas,
y el ser adorado de todas ellas, y el estar á la diestra
de Dios unido con él, y hecho una persona con él.
Pues ¿qué es esto, sino ser faces del mismo Dios"?
El cual con ser tan manso como la enormidad de
nuestros pecados y la grandeza de los perdones suyos
(y no sólo de los perdones, sino de las maneras que
ha usado^ para nos perdonar), lo testifican y enseñan;
es también tan alto y tan grande como lo pide el nom-
bre de Dios, y como lo dice Job por galana manera h
«Alturas de cielos, ¿qué harás? Honduras de abismo,
»¿cómo le entenderás? Longura más que tierra medida
»suya, y anchura allende del mar». Y juntamente con
esta inmensidad de grandeza y celsitud, podemos de-
cir que se humilla tanto y se allana con sus criaturas,
que tiene cuenta con los pajaricos y provee á las hor-
migas, y pinta las flores, y desciende hasta lo más bajo
del centro y hasta los más viles gusanos. Y, lo que es
más claro argumento de su llana bondad, mantiene y
acaricia á los pecadores, y los alumbra con esta luz
hermosa que vemos; y estando altísimo en sí, se abaja
con sus criaturas; y como dice el salmo 2: «Estando
en el cielo, está también en la tierra».
Pues ¿qué diré del amor que nos tiene Dios, y de la
caridad para con nosotros que arde en el aíma de
Cristo? ¿De lo que Dios hace por los hombres y de lo
que la humanidad de Cristo ha padecido por ellos?
¿Cómo los podré comparar entre sí, ó qué podré decir,
cotejándolos, que más verdadero sea, que es llamar á
esto faces é imagen de aquéllo? Cristo nos amó has-
1 Job, xi, 8 y 9. 2 Psalm. ci, 20.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 59
ta darnos su vida; y Dios, inducido de nuestro amor,
porque no puede darnos la suya danos la de su Hijo,
Cristo. Porque no padezcamos infierno y porque goce-
mos nosotros del cielo, padece prisiones y azotes y
afrentosa y dolorosa muerte. Y Dios, por el mismo fin,
ya que no era posible padecerla en su misma natura-
leza, buscó y halló orden para padecerla por su misma
persona. Y aquella voluntad ardiente y encendida, que
la naturaleza humana de Cristo tuvo de morir por los
hombres, no fué sino como una llama que se prendió
del fuego de amor y deseo, que ardían en la voluntad
de Dios, de hacerse hombre para morir por ellos.
Na tiene fin este cuento: y cuanto más desplego las
velas, tanto hallo mayor camino que andar; y se me
descubren nuevos mares cuanto más navego; y cuanto
más considero estas faces, tanto por más partes se me
descubren en ellas el ser y las perfecciones de Dios.
Mas conviéneme ya recoger: y hacerlo he con decir
solamente que, ansí como Dios es trino y uno, trino en
personas y uno en esencia, ansí Cristo y sus fieles, por
representar en esto también á Dios, son en personas
muchos y diferentes: mas (como ya comenzamos á de-
cir, y diremos más largamente después), en espíritu y
en una unidad secreta, que se explica mal con pala-
bras y que se entiende bien por los que la gustan, son
uno mismo. Y dado que las cualidades de gracia y de
justicia y de los demás dones divinos, que están en los
justos, sean en razón semejantes, y divididos y diferen-
tes en número; pero el espíritu que vive en todos ellos,
ó por mejor decir, el que los hace vivir vida justa, y el
que los alienta y menea, y el que despierta y pone en
obra las mismas cualidades y dones que he dicho, es
en todos uno y solo, y el mismo de Cristo. Y ansí vive
en los suyos El, y ellos viven por El, y todos en El; y
son uno mismo multiplicado en personas, y en cuali-
dad y substancia de espíritu simple y sencillo, confor-
me á lo que pidió á su Padre, diciendo *: «Para que
1 Joan., xvii, 21.
60 FRAY LUIS DE LEÓN
>sean todos una cosa, ansí como somos una cosa nos-
» otros».
Dícese también Cristo faces de Dios porque, como
por la cara se conoce uno, ansí Dios por medio de
Cristo quiere ser conocido. Y el que sin este medio
le conoce, no le conoce; y por esto dice El de sí mis-
mo 1, que manifestó el nombre de su Padre á los hom-
bres. Y es llamado puerta y entrada por la misma ra-
zón; porque él sólo nos guía y encamina y hace entrar
en el conocimiento de Dios y en su amor verdadero. Y
baste haber dicho hasta aquí de lo que toca á este
nombre.
Y dicho esto, Marcelo calló; y Sabino prosiguió
luego.
QAPÍTUjLO V
)Es Cristo llamado Camino, y por qué se le atribuye este
nombre.
Llámase también Camino Cristo en la sagrada Es-
critura. Él mismo se llama ansí en San Juan, en el ca-
pítulo catorce: «Yo, dice, soy camino, verdad y vida».
Y puede pertenecer á esto mismo lo que dice Isaías en
el capítulo treinta y cinco: «Habrá entonces senda y
»camino, y será llamado camino santo, y será para
»vosotros camino derecho». Y no es ajeno de ello lo
del Salmo quince: «Hiciste que me sean manifiestos
»los caminos de vida». Y mucho menos lo del Salmo
sesenta y seis: «Para que conozcan en la tierra tu ca-
»mino»: y declara luego qué camino: «En todas las
»gentes tu salud», que es nombre de Jesús.
— No será necesario (dijo Marcelo luego que Sabino
hubo leído esto), probar que Camino es nombre de
Cristo, pues Él mismo se le pone. Mas es necesario
ver y entender la razón por qué se le pone, y lo que
nos quiso enseñar á nosotros llamándose á sí camino
nuestro. Y aunque esto en parte está ya dicho, por el
1 Joan., xvii, 6 9
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO til
parentesco que este nombre tiene con el que aca-
bamos de decir agora (porque ser faces y ser cami-
no en una cierta razón es lo mismo): mas porque,
además de aquello, encierra este nombre otras muchas
consideraciones en sí, será conveniente que particu-
larmente digamos de él.
Pues para esto, lo primero se debe advertir que
camino en la sagrada Escritura se toma en diversas
maneras. Que algunas veces camino en ella significa la
condición y el ingenio de cada uno, y su inclinación y
manera de proceder, y lo que suelen llamar estilo en
romance, ó lo que llaman humor agora. Conforme á
esto es lo de David en el Salmo, cuando hablando de
Dios dice \ «Manifestó á Moisés sus caminos». Porque
los caminos de Dios que llama allí, son aquello que el
mismo Salmo dice luego, que es lo que Dios manifestó
de su condición en el Éxodo: cuando se le demostró
en el monte y en la peña, poniéndole la mano en los
ojos pasó por delante de El, y en pasando le dijo 2: «Yo
»soy amador entrañable, y compasivo mucho, y muy su-
»frido, largo en misericordia y verdadero, y que castigo
»hasta lo cuarto y uso de piedad hasta lo mil». Ansí
que estas buenas condiciones de Dios y estas entrañas
suyas, son allí sus caminos.
Camino se llama en otra manera la profesión de
vivir que escoge cada uno para sí mismo, y su inten-
to; y aquello que pretende ó en la vida ó en algún
negocio particular, y lo que se pone como por blanco.
Y en esta significación dice el Salmo 3: «Descubre tu
»camino al Señor, y El lo hará». Que es decirnos
David que pongamos nuestros intentos y pretensiones
en los ojos y en las manos de Dios, poniendo en su
providencia confiadamente el cuidado de ellos, y que
con esto quedemos seguros de El que los tomará á su
cargo, y les dará buen suceso. Y si los ponemos en sus
manos, cosa debida es que sean cuales ellas son; esto
es, que sean de cualidad que se pueda encargar de
1 Psalm. cu, 7. 2 Eiod., xxxw, 6 y 7. 3 Psalm. xxxvt, 5.
62 FRAY LUIS DE LEÓN
ellos Dios, que es justicia y bondad. Ansí que, de una
vez y por unas mismas palabras, nos avisa allí de dos
cosas el Salmo. Una, que no pretendamos negocios ni
prosigamos intentos en que no se pueda pedir la ayuda
de Dios. Otra, que después de ansí apurados y justifi-
cados, no los fiemos de nuestras fuerzas, sino que los
echemos en las suyas, y nos remitamos á El con espe-
ranza segura.
La obra que cada uno hace, también es llamada
camino suyo. En los Proverbios dice la Sabiduría de
sí *: «El Señor me crió en el principio de sus cami-
»nos»; esto es, soy la primera cosa que procedió de
Dios. Y del elefante se dice en el libro de Job 2 que
es el principio de los caminos de Dios; porque entre
las obras que hizo Dios cuando crió los animales, es
obra muy aventajada. Y en el Deuteronomio dice
Moisés 3 que son juicio los caminos de Dios; querien-
do decir que sus obras son santas y justas. ' Y el justo
desea y pide en el Salmo 4 que sus caminos, esto es,
sus pasos y obras se enderecen siempre á cumplir lo
que Dios le manda que haga.
Dícese, más, camino el precepto y la ley. Ansí lo usa
David 5: «Guardé los caminos del Señor y no hice cosa
órnala contra mi Dios». Y más claro en otro lugar 6:
«Corrí por el camino de tus mandamientos, cuando en-
»sanchaste mi corazón». Por manera que este nombre •
camino, demás de lo que significa con propiedad, que
es aquello por donde se va á algún lugar sin error,
pasa su significación á otras cuatro cosas por semejan-
za: á la inclinación, á la profesión, á las obras de cada
uno, á la ley y preceptos; porque cada una de estas co-
sas encamina al hombre á algún paradero, y el hombre
por ellas, como por camino, se endereza á algún fin.
Que cierto es que la ley guía, y las obras conducen, y
la profesión ordena, y la inclinación lleva cada cual á
su cosa.
1 Prov. viii, 22. 2 Job, xl, 14. 3 Deut., xxiii, 4.
4 Psalm. cxvni, 5. 5 Psalm. xvir, 22. 6 Psalm. cxviu, 32,
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 6$
Esto ansí presupuesto, veamos por qué razón de és-
tas Cristo es dicho camino; ó veamos si por todas ellas
lo es, como lo es, sin duda, por todas. Porque cuanto
á la propiedad del vocablo, ansí como aquel camino (y
señaló Marcelo con el dedo, porque se parecía de allí),
es el de la corte porque lleva á la corte, y á la morada
del Rey á todos los que enderezan sus pasos por él,
ansí Cristo es el camino del cielo, porque si no es po-
niendo las pisadas en él y siguiendo su huella, ningu-
no va al cielo. Y no sólo digo que hemos de poner los
pies donde él puso los suyos, y que nuestras obras7
que son nuestros pasos, han de seguir á las obras que
él hizo; sino que, lo que es propio al camino, nuestras
obras han de ir andando sobre él, porque si salen de
él van perdidas. Que cierto es que el paso y la obra
que en Cristo no estriba y cuyo fundamento no es él,
no se adelanta ni se allega hacia el cielo. Muchos de
los que vivieron sin Cristo abrazaron la pobreza y
amaron la castidad y siguieron la justicia, modestia y
templanza; por manera que quien no lo mirara de cer-
ca, juzgara que iban por donde Cristo fué y que se pa-
recían á él en los pasos; mas como no estribaban en
él, no siguieron camino ni llegaron al cielo. La oveja
perdida, que fueron los hombres, el pastor que la halló,
como se dice en San Lucas, no la trajo al rebaño por
sus pies de ella ni guiándola delante de sí; sino sobre
sí y sobre sus hombros. Porque si no es sobre El, no
podemos andar, digo, no será de provecho para ir al
cielo lo que sobre otro suelo anduviéremos.
¿No habéis visto algunas madres, Sabino, que te-
niendo con sus dos manos las dos de sus niños, hacen
que sobre sus pies de ellas pongan ellos sus pies, y
ansí los van allegando á sí y los abrazan, y son junta-
mente su suelo y su guía? ¡Oh piedad la de Dios! Esta
misma forma guardáis, Señor, con nuestra flaqueza y
niñez. Vos nos dais la mano de vuestro favor. Vos ha-
céis que pongamos en vuestros bien guiados pasos los
nuestros. Vos hacéis que subamos. Vos que nos ade-
lantemos. Vos sustentáis nuestras pisadas siempre en
64 FRAY LUIS DE LEÓN
vos mismo, hasta que avecinados á vos, en la manera
de vecindad que os contenta, con nudo estrecho nos
ayuntáis en el cielo.
Y porque, Juliano, los caminos son en diferentes ma-
neras, que unos son llanos y abiertos y otros estrechos
v de cuesta, y unos más largos, y otros que son como
sendas de atajo; Cristo, verdadero camino y universal,
cuanto es de su parte, contiene todas estas diferencias
en sí; que tiene llanezas abiertas y sin dificultad de
tropiezos, por donde caminan descansadamente los
flacos, y tiene sendas más estrechas y altas para los
que son de más fuerza, y tiene rodeos para unos, por-
que ansí les conviene, y ni más ni menos por donde
atajen y abrevien los que se quisieren apresurar. Mas
veamos lo que escribe de este nuestro camino Isaías h
«Y habrá allí senda y camino, y será llamado camino
»santo. No caminará por él persona no limpia, y será
«derecho este camino para vosotros; los ignorantes en
»él no se perderán. No habrá león en él, ni bestia fiera,
»ni subirá por él ninguna mala alimaña. Caminarle
»han los librados, y los redimidos por el Señor volve-
rán, y vendrán á Sión con. loores y gozo sobre sus ca-
»bezas sin fin. Ellos asirán del gozo y de la alegría, y
»el dolor y el gemido huirá de ellos».
Lo que dice senda, la palabra original significa todo
aquello que es paso, por donde se va de una cosa á
otra; pero no como quiera paso, sino paso algo más
levantado que lo demás del suelo que le está vecino,
y paso llano, ó porque está enlosado ó porque está
iimpio de piedras y libre de tropiezos. Y conforme á
esto, unas veces significa esta palabra las gradas de
piedra por donde se sube, y otras la calzada empedra-
da y levantada del suelo, y otras la senda que se ve ir
limpia en la cuesta, dando vueltas desde la raíz á la
cumbre. Y todo ello dice con Cristo muy bien, porque
es calzada y sendero, y escalón llano y firme. Que es
decir que tiene dos cualidades este camino, la una de
1 Isai., jix', 8-10.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 65
alteza y la otra de desembarazo, las cuales son propias
ansí á lo que llamamos gradas como á lo que decimos
sendero ó calzada. Porque es verdad que todos los que
caminan por Cristo van altos y van sin tropiezos. Van
altos, lo uno porque suben; suben, digo, porque su ca-
minar es propiamente subir; porque la virtud cristiana
siempre es mejoramiento y adelantamiento del alma.
Y ansí, los que andan y se ejercitan en ella forzosa-
mente crecen, y el andar mismo es hacerse de conti-
nuo mayores; al revés de los que siguen la vereda del
vicio, que siempre descienden, porque el ser vicioso
efe deshacerse y venir á menos de lo que es; y cuanto
va más, tanto más se menoscaba y disminuye, y viene
por sus pasos contados, primero á ser bruto, y después
á menos que bruto, y finalmente á ser casi nada.
Los hijos de Israel, cuyos pasos desde Egipto hasta
Judea fueron imagen de esto, siempre fueron subiendo
por razón del sitio y disposición de la tierra. Y en el
templo antiguo, que también fué figura, por ninguna
parte se podía entrar sin subir. Y ansí el Sabio, aun-
que por semejanza de resplandor y de luz, dice lo mis-
mo ansí de los que caminan por Cristo como de los
que no quieren seguirle. De los unos dice 1 : «La sen-
ada de los justos, como luz que resplandece, y crece
»y va á adelante hasta que sube á ser día perfecto».
De los otros, en un particular que los comprende: «Des-
atiende, dice, á la muerte su casa, y á los abismos sus
^sendas». Pues esto es lo uno; lo otro, van altos por-
que van siempre lejos del suelo, que es lo más bajo. Y
van lejos de él, porque lo que el suelo ama, ellos lo
aborrecen; lo que sigue huyen, y lo que estima despre-
cian. Y lo último, van ansí porque huellan sobre lo
que el juicio de los hombres tiene puesto en la cum-
bre, las riquezas, los deleites, las honras. Y esto cuan-
to á la primera cualidad de la alteza.
Y lo mismo se ve en la segunda, de llaneza y de ca-
recer de tropiezos. Porque el que endereza sus pasos
1 Prov., iv, 1819.
60 FRAY LUIS DE LEÓN
conforme á Cristo no se encuentra con nadie; á todos
les da ventaja; no se opone á sus pretensiones, no les
contramina sus designios, sufre sus iras, sus injurias,,
sus violencias; y si le maltratan y despojan los otros,
no se tiene por despojado, sino por desembarazado y
más suelto para seguir su viaje. Como al revés, hallan
los que otro camino llevan, á cada paso innumerables
estorbos porque pretenden otros los que ellos preten-
den, y caminan todos á un fin, y á fin en que los unos
á los otros se estorban; y ansí se ofenden cada momento
y tropiezan entre sí mismos y caen, y paran, y vuel-
ven atrás desesperados de llegar adonde iban. Mas en
Cristo, como hemos dicho, no se halla tropiezo, por-
que es como camino real en que todos los que quieren
caben sin embarazarse.
Y no solamente es Cristo grada y calzada y sende-
ro por estas dos cualidades dichas, que son comunes
á todas estas tres cosas, sino también por lo propio de
cada una de ellas comunican su nombre con él; por-
que es grada para la entrada del templo del. cielo y
sendero que guía sin error á lo alto del monte ^adonde
la virtud hace vida, y calzada enjuta y firme, en quien
nunca ó el paso engaña ó desliza ó titubea el pie. Que
los otros caminos más. verdaderamente son deslizade-
ros ó despeñaderos, que cuando menos se piensa, ó es-
tán cortados, ó debajo de los pies se sumen ellos y
echa en vacío el pie el miserable que caminaba seguro.
Y ansí, Salomón dice: «El camino dejos malos, ba-
rranco y abertura honda». ¿Cuántos en las riquezas y
por las riquezas, que buscaron y hallaron, perdieron
la vida? ¿Cuántos caminando á la honra hallaron su
afrenta? Pues del deleite ¿qué podemos decir, sino.que
su remate es dolor? Pues no desliza ansí ni hunde Ios-
pasos el que nuestro camino sigue, porque los pone en
piedra firme de continuo. Y por eso dice David 1 : «Está
»la ley de Dios en su corazón; no padecerán .engaños
»sus pasos». Y Salomón 2: «El camino de los malos,
1 Psalm., rxxvi,31. 2 Prov., xv, 19
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 67
»como valladar de zarzas; la senda del justo sin cosa
»que le ofenda».
Pero añade Isaías h «Senda y camino, y será 11a-
»mado santo». En el original la palabra camino se
repite tres veces, en esta manera: «Y será camino.
»y camino, y camino llamado santo»; porque Cristo es
camino para todo género de gente. Y todos elíos, los
que caminan en él, se reducen á tres: á principiantes,
que llaman, en la virtud; á aprovechados en ella; á los
que nombran perfectos. De los cuales tres órdenes se
compone todo lo escogido de la Iglesia; ansí como su
imagen, el templo antiguo, se componía de tres partes,
portal y palacio y sagrario; y como los aposentos que
estaban apegados á él y le cercaban á la redonda por
los dos lados y por las espaldas se repartían en tres
diferencias, que unos eran piezas bajas, otros entre-
suelos y otros sobrados. Es, pues, Cristo tres veces ca-
mino; porque es calzada allanada y abierta para los
imperfectos, y camino para los que tienen más fuerza,
y camino santo para los que son ya perfectos en él.
Dice más: «No pasará por él persona no limpia»;
porque, aunque en la Iglesia de Cristo y en su cuerpo
místico hay muchas no limpias, mas los que pasan por
él todos son limpios, quiero decir que el andar en él
siempre es limpieza; porque los pasos que no son lim-
pios no son pasos hechos sobre este camino. Y son
limpios también todos los que pasan por él, no todos
los que comienzan en él; sino todos los que comien-
zan, y demedian, y pasan hasta llegar al fin; porque el
no ser limpio, es parar ó volver atrás ó salir del cami-
no. Y ansí, el que no parare, sino pasare como dicho es,
forzosamente ha de ser limpio.
Y parece aún más claro de lo que se sigue: «Y será
»camino derecho para vosotros». Adonde el original
dice puntualmente: «Y El les andará el camino, ó El a
»ellos les es el camino que andan». Por manera que
Cristo es el camino nuestro, y el que anda también el
1 Isai., ixit, 8.
68 FRAY LUIá DE LFÓN
camino: porque anda él andando nosotros, ó por mejor
decírTandamos nosotros porque anda él y porque su
movimiento nos mueve. Y ansí él mismo es el camino
que andamos y el que anda con nosotros, y el que nos
incita para que andemos. Pues cierto es que Cristo no
liará compañía á lo que no fuere limpieza. Ansí que.
no camina aquí lo sucio ni se adelanta lo que es peca-
dor, porque ninguno camina aquí si Cristo no camina
con él. Y de esto mismo nace lo que viene luego. «Ni
*los ignorantes se perderán en él». Porque ¿quién se
perderá con tal guía? ¡Mas qué bien dice los ignoran-
tes! Porque los sabios, confiados de sí y que presumen
valerse y abrir camino por sí, fácilmente se pierden:
antes de necesidad se pierden si confían en sí. Mayor-
mente que si Cristo es El mismo guía y camino, bien
se convence que es camino claro y sin vueltas, y que
nadie lo pierde si no lo quiere perder de propósito.
«Esta es la voluntad de mi Padre, dice El mismo1, que
»no pierda ninguno de los que me dio, sino que los
»traiga á vida en el día postrero».
Y sin duda, Juliano, no hay cosa más clara á los
ojos de la razón, ni más libre de engaño que el cami-
no de Dios. Bien lo dice David 2: «Los mandamientos
>del Señor, que son sus caminos, lucidos y que dan
»luz á los ojos. Los juicios suyos verdaderos y que se
^abonan á sí mismos». Pero ya que el camino carece
de error, ¿hácenlo por ventura peligroso las fieras, ó
saltean en él? Quien lo allana y endereza, ese también
lo asegura; y ansí, añade el Profeta: «No habrá león en
»él, ni andará por él bestia fiera>. Y no dice andará.
sino subirá; porque si, ó la fiereza de la pasión, ó el
demonio, león enemigo, acomete á los que caminan
aquí, si ellos perseveran en el camino, nunca los sobre-
puja ni viene á ser superior suyo, antes queda siempre
caído y bajo. Pues si estos no, ¿quién andará? «Y anda-
rán, dice, en él los redimidos». Porque primero es
ser redimidos que caminantes; primero es que Cristo,
1 Joan, vi, 39. 2 Psalm. xvm, 9 et 10.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 69
por su gracia y por la justicia que pone en ellos, los
libre de la culpa á quien servían cautivos, y les desale
las prisiones con que estaban atados; y después es que
comiencen á andar. Que no somos redimidos por ha-
ber caminado primero, ni por los buenos pasos que di-
mos, ni venimos á la justicia por nuestros pies *: «No
»por las obras justas que hicimos, dice, sino según su
¡•misericordia nos hizo salvos». Ansí que, no nace
nuestra redención de nuestro camino y merecimiento:
sino redimidos una vez, podemos caminar y merecer
después, alentados con la virtud de aquel bien.
Y es en tanto verdad que solos los redimidos y li-
bertados caminan aquí, y que primero que caminan
son libres, que ni los que son libres y justos caminan
ni se adelantan, sino con solos aquellos pasos quedan
como justos y libres; porque la redención y la justicia
y el espíritu que la hace, encerrado en el nuestro, y el
movimiento suyo y las obras que de este movimiento
y conforme á este movimiento hacemos, son para este
camino los pies, pues han de ser redimidos. Mas ¿por
quién redimidos? La palabra original lo descubre; por-
que significa aquello á quien otro alguno por vía de
parentesco y de deudo lo rescata, y como solemos de-
cir, lo saca por el tanto. De manera que. si no cami-
nan aquí sino aquellos á quien redime su deudo, y poF
vía de deudo, clara cosa será que solamente caminan
los redimidos por Cristo, el cual es deudo nuestro por
parte de la naturaleza nuestra, de que se vistió; y nos
redime por serlo. Porque como hombre padeció pol-
los hombres, y como hermano y cabeza de ellos pagó,
según todo derecho, lo que ellos debían; y nos rescató
para sí, como cosa que le pertenecíamos por sangre y
linaje, como se dirá en su lugar.
Añade: «Y los redimidos por el Señor volverán á an-
»dar por él». Esto toca propiamente á los del pueblo
judaico, que en el fin de los tiempos se han de redu-
cir á la Iglesia; y reducidos, comenzarán á caminar por
1 Ad. Tit , ni, 5¿
70 FRAY LUIS DE LEÓN
este nuestro camino con pasos |largos, confesándole
por Mesías. Porque, dice, tornarán á este camino, en
el cual anduvieron verdaderamente primero, cuando
sirvieron á Dios en la fe de su venida que esperaban;
y le agradaron, y después se salieron de él, y no lo
quisieron conocer cuando lo vieron, y ansí agora no
andan en él; mas está profetizado que han de tornar. Y
por eso dice que volverán otra vez al camino los que el
Señor redimió. Y tiene cada una de estas palabras su
particular razón, que demuestra ser así lo que digo.
Porque lo primero en el original, en lugar de lo que
decimos Señor, está el nombre de Dios propio, el cual
tiene particular significación de una entrañable piedad
y misericordia. Y lo segundo, lo que decimos redimi-
dos, al pie de la letra suena redenciones ó rescates:
en manera que dice que los rescates ó redenciones del
piadosísimo tornarán á volver. Y llama rescates ó re-
denciones á los de este linaje, porque no los rescató
una sola vez de sus enemigos, sino muchas veces y en
muchas maneras, como las sagradas Letras lo dicen.
Y llámase en este particular misericordiosísimo á
sí mismo; lo uno, porque aunque lo es siempre con
todos, mas es cosa que admira el extremo de regalo y
de amor con que trató Dios á aquel pueblo, desmere-
ciéndolo él. Lo otro porque teniéndole tan desechado
agora y tan apartado de sí, y desechado y apartado
con tan justa razón, como á infiel y homicida; y pa-
reciendo que no se acuerda ya de él, por haber pa-
sado tantos siglos que le dura el enojo; después de
tanto olvido y de tan luengo desecho, querer tornar-
le á su gracia, y de hecho tornarle, señal manifiesta
es de que su amor para con él es entrañable y gran-
dísimo; pues no lo acaban ni las vueltas del tiempo
tan largas, ni los enojos tan encendidos, ni las cau-
sas de ellos tan repetidas y tan justas. Y señal cierta
es que tiene en el pecho de Dios muy hondas raíces
este querer, pues cortado y al parecer seco, torna á
brotar con tanta fuerza. De arte, que Isaías llama res-
cates á los judíos, y á Dios le llama piadoso; porque
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 71
sola su no vencida piedad para con ellos, después de
tantos rescates de Dios, y de tantas y tan malas pagas
de ellos, los tornará últimamente á librar; y libres y
ayuntados á los demás libertados que están agora en
la Iglesia, los pondrá en el camino de ella y los guiará
derechamente por él.
Mas ¡qué dichosa suerte y qué gozoso y bienaven-
turado viaje, adonde el camino es Cristo, y la guía de
él es El mismo, y la guarda y la seguridad ni más ni
menos es El, y adonde los que van por él son sus
hechuras y rescatados suyos! Y ansí, todos ellos son
nobles y libres; libres, digo, de los demonios y resca-
tados de la culpa, y favorecidos contra sus reliquias,
y defendidos de cualesquier acontecimientos malos, y
alentados al bien con prendas y gustos de él; y llama-
dos á premios tan ricos, que la esperanza sola de ellos
los hace bienandantes en cierta manera. Y ansí conclu-
ye, diciendo: «Y vendrán á Sión con loores y alegría
»no perecedera en sus cabezas; asirán del gozo, y asi-
»rán del placer, y huirá de ellos el gemido y dolor».
Y por esta manera es llamado camino Cristo, según
aquello que con propiedad significa; y no menos lo es
según aquellas cosas que por semejanza son llamadas
ansí. Porque si el camino de cada uno son, como decía-
mos, las inclinaciones que tiene, y aquello á que le
lleva su juicio y su gusto, Cristo con gran verdad es
camino de Dios; porque es, como poco antes dijimos,
imagen viva suya y retrato verdadero de sus inclina-
ciones y condiciones, todas; ó por decirlo mejor, es
como una ejecución y un poner por obra todo aque-
llo que á Dios le place y agrada más. Y si es camino
el fin, y el propósito que se pone cada uno á sí mismo
para enderezar sus obras, camino es sin duda Cristo
de Dios; pues, como decíamos hoy al principio, des-
pués de sí mismo, Cristo es el fin principal á quien
Dios mira en todo cuanto produce.
Y finalmente, ¿cómo no será Cristo camino, si se
llama camino todo lo que es ley, regla y mandamiento
que ordena y endereza la vida, pues es Él sólo la ley?
72 FRAY LUIS DE LEÓN
Porque no solamente dice lo que hemos de obrar,
mas obra lo que nos dice que obremos, y nos da fuer-
zas para que obremos lo que nos dice. Y ansí no man-
da solamente á la razón, sino hace en la voluntad ley
de lo que manda, y se lanza en ella; y lanzado allí, es su
bien y su ley. Mas no digamos agora de esto, porque
tiene su propio lugar adonde después lo diremos.
Y dicho esto, calló Marcelo; y Sabino abrió su papeL
Y dijo.
CAPÍTULO VI
Llámase Cristo Pastor; por qué le conviene este nombre, y cuál
es el oficio de pastor.
Llámase también Cristo Pastor. El mismo dice en
San Juan: «Yo soy buen pastor». Y en la epístola á los
hebreos dice San Pablo de Dios: «Que resucitó á Jesús,
«Pastor grande de ovejas». Y San Pedro dice del mis-
mo: «Cuando apareciere el Príncipe de los Pastores».
Y por los profetas es llamado de la misma manera.
Por Isaías en el capítulo cuarenta; por Ezequiel en el
capítulo treinta y cuatro; por Zacarías en el capítulo
once.
Y Marcelo dijo luego:
— Lo que dije en el nombre pasado, puedo también
decir en éste: que es excusado probar que es nom-
bre de Cristo, pues Él mismo se le pone. Mas, como
esto es fácil, ansí es negocio de mucha consideración
el traer á luz todas las causas por qué se pone este
nombre. Porque en esto que llamamos Pastor se pue-
den considerar muchas cosas; unas que miran propia-
mente á su oficio, y otras que pertenecen á las condi-
ciones de su persona y su vida. Porque lo primero.
la vida pastoril es vida sosegada y apartada de los
ruidos de las ciudades, y de los vicios y deleites de
ellas. Es inocente ansí por esto, como por parte de el
trato y granjeria en que se emplea. Tiene sus deleites,
y tanto mayores cuanto nacen de cosas más sencillas
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 73
y más puras y más naturales: de la vista del cielo li-
bre, de la pureza del aire, de la figura del campo, del
verdor de las yerbas, y de la belleza de las rosas y de
las flores. Las aves con su canto y las aguas con su
frescura le deleitan y sirven. Y ansí, por esta razón,
es vivienda muy natural y muy antigua entre los hom-
bres, que luego en los primeros de ellos hubo pas-
tores; y es muy usada por los mejores hombres que lia
habido, que Jacob y los doce patriarcas la siguieron, y
David fué pastor: y es muy alabada de todos, que,
como sabéis, no hay poeta, Sabino, que no la cante v
alabe.
La espesura
del bjsque moró Apolo: ¿qué huyes ciego?
Y el Páns en el bosque halló ventura.
Palas more sus techos suntuosos;
nosotros por los bosques deleitosos, i
Y en la Egl. x, v. 17:
No juzgues que el ganado no te es diño,
pues fué de bello Adoni apacentado
por prados y riberas el ganado.
— Guando ninguno la loara, dijo Sabino entonces.
basta para quedar muy loada lo que dice de ella el Poe-
ta latino, que en todo lo que dijo venció á los demás, y
en aquello parece que vence á sí mismo; tanto son es-
cogidos y elegantes los versos con que lo dice. Mas,
porque, Marcelo, decís de lo que es ser Pastor, y del
caso que de los pastores la poesía hace, mucho es de
maravillar con qué juicio los poetas, siempre que qui-
sieron decir algunos accidentes de amor, los pusieron
en los pastores, y usaron, más que de otros, de sus
personas para representar esta pasión en ellas; que
ansí lo hizo Teócrito y Virgilio. Y ¿quién no lo hizo,
pues el mismo Espíritu-Santo, en el libro de los Can-
tares, tomó dos personas de pastores, para por sus
figuras de ellos y por su boca hacer representación del
1 Virgilio, Eccl. 11, v. 59; traducido por nuestro autor. „
74 FRAY LUIS DE LEÓN
increíble amor que nos tiene? Y parece, por otra par-
te, que son personas no convenientes para esta repre-
sentación los pastores, porque son toscos y rústicos.
Y no parece que se conforman ni que caben las fine-
sas que hay en el amor, y lo muy propio y grave de él
•con lo tosco y villano.
— Verdad es, Sabino, respondió Marcelo, que usan
los poetas de lo pastoril para decir del amor; mas no
tenéis razón en pensar que para decir de él hay per-
sonas más á propósito que los pastores, ni en quien
se represente mejor. Porque puede ser que en las ciu-
dades se sepa mejor hablar; pero la fineza del sentir
es del campo y de la soledad.
Y á la verdad, los poetas antiguos, y cuanto más an-
tiguos tanto con mayor cuidado, atendieron mucho á
huir de lo lascivo y artificioso, de que está lleno el
amor que en las ciudades se cría, que tiene poco de
verdad, y mucho de arte y de torpeza. Mas el pastoril,
como tienen los pastores los ánimos sencillos y no
contaminados con vicios, es puro y ordenado á buen
fin; y como gozan del sosiego y libertad de negocios
que les ofrece la vida sola del campo, no habiendo en
él cosa que los divierta, es muy vivo y agudo. Y ayú-
dales á ello también la vista desembarazada, de que
continuo gozan, del cielo y de la tierra y de los de-
más elementos, que es ella en sí una imagen clara, ó
por mejor decir, una como escuela de amor puro y
verdadero. Porque los demuestra á todos amistados
entre sí y puestos en orden, y abrazados, como si di-
jésemos, unos con otros, y concertados con armonía
grandísima, y respondiéndose á veces, y comunicán-
dose sus virtudes, y pasándose unos en otros y ayun-
tándose y mezclándose todos, y con su mezcla y ayun-
tamiento sacando de continuo á luz y produciendo los
frutos que hermosean el aire y la tierra. Ansí que, los
pastores son en esto aventajados á los otros hombres.
Y ansí, sea esta la segunda cosa que señalamos en la
■condición del Pastor, que es muy dispuesto al bien
querer.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 75
Y sea la tercera lo que toca á su oficio, que aunque
es oficio de gobernar y regir, pero es muy diferente de
los otros gobiernos. Porque lo uno, su gobierno no
consiste en dar leyes ni en poner mandamientos, sino
en apacentar y alimentar á los que gobierna. Y lo se-
gundo, no guarda una regla generalmente con todos y
en todos los tiempos, sino en cada tiempo y en cada
ocasión ordena su gobierno conforme al caso particu-
lar del que rige. Lo tercero, no es gobierno el suyo
que se reparte y ejercita por muchos ministros, sino él
sólo administra todo lo que á su grey le conviene; que
él la apasta, y la abreba, y la baña, y la trasquila, y la
cura, y la castiga, y la reposa, y la recrea, y hace mú-
sica, y la ampara, y defiende. Y últimamente, es pro-
pio de su oficio recoger lo esparcido y traer á un reba-
ño á muchos, que de suyo cada uno de ellos caminara
por sí. Por donde las sagradas Letras, de lo esparcido
y descarriado y perdido, dicen siempre que son como
ovejas que no tienen Pastor; como en San Mateo se
ve ', y en el libro de los Reyes a y en otros lugares. De
manera que la vida del pastor es inocente y sosegada
y deleitosa, y la condición de su estado es inclinada
al amor, y su ejercicio es gobernar dando pasto, y aco-
modando su gobierno á las condiciones particulares
de cada uno, y siendo él sólo para los que gobierna
todo lo que es necesario, y enderezando siempre su
obra á esto, que es hacer rebaño y grey.
Veamos, pues, agora si Cristo tiene esto, y las venta-
jas con que lo tiene; y ansí veremos cuan merecida-
mente es llamado Pastor. Vive en los campos Cristo,
y goza del cielo libre, y ama la soledad y el sosiego;
y en el silencio de todo aquello que pone en alboroto
la vida, tiene puesto él su deleite. Porque, ansí como
lo que se comprende en el campo es lo más puro de lo
visible, y es lo sencillo, y como el original de todo
lo que de ello se compone y se mezcla, ansí aquella
región de vida adonde vive aqueste nues'tro glorioso
1 Matth., 12, 36. 2 III Reg., xxir, 17.
76 FRAY LUIS DE LEÓN
bien, es la pura verdad y la sencillez de la luz de
Dios, y el original expreso de todo lo que tiene ser, y
las raíces firmes de donde nacen y adonde estriban
todas las criaturas. Y si lo habernos de decir ansí,
aquellos son los elementos puros y los campos de flor
eterna vestidos, y los mineros de las aguas vivas, y
los montes verdaderamente preñados de mil bienes
altísimos, y los sombríos y repuestos valles, y los bos-
ques de fa frescura, adonde exentos de toda injuria,
gloriosamente florecen la haya y la oliva y el lináloe,
con todos los demás árboles del incienso, en que repo-
san ejércitos de aves en gloria y en música dulcísima,
que jamás ensordece. Con la cual región si compara-
mos este nuestro miserable destierro, es comparar el
desasosiego con la paz, y el desconcierto y la turba-
ción, y el bullicio y disgusto de la más inquieta ciu-
dad, con la misma pureza y quietud y dulzura. Que
aquí se afana y allí se descansa. Aquí se imagina y allí
se ve. Aquí las sombras de las cosas nos atemorizan y
asombran; allí la verdad asosiega y deleita. Esto es ti-
nieblas, bullicio, alboroto: aquello es luz purísima en
sosiego eterno.
Bien y con razón le conjura á este Pastor la es-
posa pastora que le demuestre este lugar de su
pasto i. «Demuéstrame, dice ¡oh querido de mi alma!
»adónde apacientas y adonde reposas en el mediodía >.
Que es con razón mediodía aquel lugar que pregunta,
adonde está la luz no contaminada en su colmo, y
adonde, en sumo silencio de todo lo bullicioso, sólo se
oye la voz dulce de Cristo, que cercado de su glorioso
rebaño, suena en sus oídos de él sin ruido y con in-
comparable deleite, en que traspasadas las almas san-
tas, y como enajenadas de sí, sólo viven en su Pastor.
Ansí que, es Pastor Cristo por la región donde vive, y
también lo es por la manera de vivienda que ama, que
es el sosiego de la soledad; como lo demuestra en los
suyos á los cuales llama siempre á la soledad y retira-
1 Cant. i, 6,
DE LOS iNOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 77
miento del campo. Dijo á Abraham l: «Sal de tu tierra
y de tu parentela, y haré de ti grandes gentes».
A Elias, para mostrársele, le hizo penetrar el desier-
to 2. Los hijos de los profetas vivían en la soledad del
Jordán 3. De su pueblo, dice él mismo por el Profeta,
que le sacará al campo y le retirará á la soledad, y
allí le enseñará 4. Y en forma de esposo, ¿qué otra
cosa pide á su esposa sino esta salida? 5 «Levántate.
»dice, amiga mía, y apresúrate y ven; que ya se pasó el
>invierno, pasóse la lluvia, fuese; ya han aparecido en
>nuestra tierra las flores, y el tiempo del podar es ve-
»nido. La voz de la tortolilla se oye. y brota ya la hi-
guera sus higos, y la uva menuda da olor. Levántate,
¿hermosa mía, y ven». Que quiere que les sea agrada-
ble á los suyos aquello mismo que él ama; y ansí como
él por ser Pastor ama el campo, ansí los suyos, porque
han de ser sus ovejas, han de amar el campo también:
que las ovejas tienen su pasto y su sustento en el
campo.
Porque á la verdad, Juliano, los que han de ser
apacentados por Dios han de desechar los sustentos
del mundo, y salir de sus tinieblas y lazos á la libertad
clara de la verdad, y á la soledad poco seguida de la
virtud, y al desembarazo de todo lo que pone en albo-
roto la vida; porque allí nace el pasto que mantiene en
felicidad eterna nuestra alma, y que no se agosta ja-
más. Que adonde vive y se goza el Pastor, allí han de
residir sus ovejas, según que alguna de ellas decía '":
«Nuestra conversación es en los cielos». Y como dice
el mismo Pastor 7: «Las sus ovejas reconocen su voz
»y le siguen». Mas si es Pastor Cristo por el lugar de
su vida, ¿cuánto con más razón lo será por el ingenio
de su condición, por las amorosas entrañas que tiene?
A cuya grandeza no hay lengua ni encarecimiento que
allegue. Porque, demás de que todas sus obras son
1 Genes., xu, 1. 2 III Reg., x-x, 4. 3 IV Reg., vi, 2.
4 Osea., n, 14. 5 Cant. n, 10-13. 6 Philip., n», 20. 7 Joan ,
x, 4.
78 FRAY LUIS DE LEÓN
amor, que en nacer nos amó y viviendo nos ama, y
por nuestro amor padeció muerte, y todo lo que en la
vida hizo y todo lo que en el morir padeció, y cuanto
glorioso agora y asentado á la diestra del Padre nego-
cia y entiende, lo ordena todo con amor para nuestro
provecho.
Ansí que, demás de que todo su obrar es amar, la
afición y la terneza de entrañas, y la solicitud y cui-
dado amoroso, y el encendimiento é intensión de vo-
luntad con que siempre hace esas mismas obras de
amor que por nosotros obró, excede todo cuanto se
puede imaginar y decir. No hay madre ansí solícita, ni
esposa ansí blanda, ni corazón de amor ansí tierno y
vencido, ni título ninguno de amistad ansí puesto en
fineza, que le iguale ó le llegue. Porque antes que le
amemos nos ama, y ofendiéndole y despreciándole lo-
camente, nos busca; y no puede tanto la ceguedad de
mi vista ni mi obstinada dureza, que no pueda más la
blandura ardiente de su misericordia dulcísima. Ma-
druga, durmiendo nosotros descuidados del peligro
que nos amenaza. Madruga, digo, antes que amanezca
se levanta; ó por decir verdad, no duerme ni reposa,
sino asido siempre al aldaba de nuestro corazón; de
continuo y á todas horas le hiere y le dice, como en
los Cantares se escribe 1: «Ábreme, hermana mía,
»amiga mía, esposa mía, ábreme; que la cabeza traigo
»llena de rocío, y las guedejas de mis cabellos llenas
»de gotas de la noche». «No duerme, dice David 2, ni
»se adormece el que guarda á Israel».
Que en la verdad, ansí como en la divinidad es
amor, conforme á San Juan 3: «Dios es caridad»; ansí
en la humanidad, que de nosotros tomó, es amor y
blandura. Y como el sol que de suyo es fuente de luz,
todo cuanto hace perpetuamente es lucir, enviando,
sin nunca cesar, rayos de claridad de sí mismo; ansí
Cristo, como fuente viva de amor que nunca se agota,
mana de continuo en amor; y en su rostro y en su
1 Cant. t, 2. 2 Fsalm., cxr, 4. 3 1 Joan., iv, 8.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 79
figura siempre está bulliendo este fuego, y por todo su
traje y persona traspasan y se nos vienen á los ojos
sus llamas, y todo es rayos de amor cuanto de él se
parece.
Que por esta causa, cuando se demostró prime-
ro á Moisés, no le demostró sino unas llamas de fue-
go que se emprendía en una zarza 1 : como hacien-
do allí figura de nosotros y de sí mismo, de las espinas
de la aspereza nuestra y de los ardores vivos y amoro-
sos de sus entrañas, y como mostrando en la aparien-
cia visible el fiero encendimiento que le abrasaba lo
secreto del pecho con amor de su pueblo. 'Y lo mismo
se ve en la figura de El, que San Juan en el principio
de sus revelaciones nos pone, á do dice que vio una
imagen de hombre cuyo rostro lucía como el sol, y
cuyos ojos eran como llamas de fuego, y sus pies como
oriámbar encendido en ardiente hornaza, y que le cen-
telleaban siete estrellas en la mano derecha, y que se
ceñía por junto á los pechos con cinto de oro, y que le
cercaban en derredor siete antorchas encendidas en
sus candeleros. Que es decir de Cristo que expiraba
llamaste amor, que se le descubrían por todas par-
tes, y que le encendían la cara y le salían por los ojos,
y le ponían fuego á los pies, y le lucían por las manos,
y le rodeaban en torno resplandeciendo. Y que como
el oro, que es señal de la caridad en la sagrada Escri-
tura, le ceñía las vestiduras junto á los pechos; ansí el
amor de^sus vestiduras, que en las mismas Letras sig-
nifican los fieles que se allegan á Cristo, le rodeaba el
corazón.
Mas dejemos esto, que es llano, y pasemos al oficio
del Pastor y á lo propio que le pertenece. Porque si
es del oficio' del Pastor gobernar apacentando, como
agora decía^ sólo Cristo es- Pastor verdadero, porque él
sólo es, entre todos cuantos gobernaron jamás, el que
pudo usar y el que usa de este género de gobierno. Y
ansí, en el Salmo, David, hablando de este Pastor,
1 Exod., ni, 2.
gO FRAY LUIS Di-. LEÓN
juntó como una misma cosa el apacentar y el regir.
Porque dice1: «El Señor me rige, no me faltará nada;
>en lugar de pastos abundantes me pone». Porque el
propio gobernar de Cristo, como por ventura después
diremos, es darnos su gracia y la fuera eficaz de su es-
píritu; la cual ansí nos rige, que nos alimenta; ó por
decir la verdad, su regir principal es darnos alimento
y sustento. Porque la gracia de Cristo es vida del alma
y salud de la voluntad, y fuerzas de todo lo flaco que
hay en nosotros, y reparo de lo que gastan los vicios,
y antídoto eficaz contra su veneno y ponzoña, y res-
taurativo saludable, y finalmente, mantenimiento que
cría en nosotros inmortalidad resplandeciente y glo-
riosa. Y ansí, todos los dichosos que por este Pastor
se gobiernan en todo lo que, movidos de él, ó hacen
ó padecen, crecen y se adelantan y adquieren vigor
nuevo, y todo les es virtuoso y jugoso y sabrosísimo
pasto. Que esto es lo que El mismo dice en San Juan2 :
El que por mí entrare, entrará y saldrá, y siempre
» hallará pastos». Porque el entrar y el salir, según la
propiedad de la sagrada Escritura, comprende toda la
vida y las diferencias de lo que en ella se obra.
Por donde dice que en el entrar y en el salir, esto
es, en la vida y en la muerte, en el tiempo próspero y
en el turbio y adverso, en la salud y en la flaqueza, en
la guerra y en la paz, hallarán sabor los suyos á quie-
nes El guía; y no solamente sabor, sino mantenimiento
de vida y pastos substanciales y saludables. Conforme
alo cual es también lo que Isaías profetiza de las ove-
jas de este Pastor, cuando dice 3: «Sobre los caminos
serán apacentados, y en todos los llanos pastos para
ellos, no tendrán hambre ni sod, ni las fatigará el bo-
chorno ni el sol. Porque el piadoso de ellos los rige
y los lleva á las fuentes del agua». Que, como veis,
en decir que sean apacentados sobre los caminos, dice
que les son pasto los pasos que dan y los caminos que
andan; y que los caminos que en los malos son ba-
1 Psalm. ixtr, 1. 2 Joan., i, 9. 3 Isai., iui, 9.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 81
rrancos y tropiezos y muerte, como ellos lo dicen lm.
<Que anduvieron caminos dificultosos y ásperos*, en
las ovejas de este Pastor son apastamiento y alivio. Y
dice que ansí en los altos ásperos como en los lugares
llanos y hondos, esto es, como decía, en todo lo que
en la vida sucede, tienen sus cebos y pastos, seguros
de hambre y defendidos del sol. Y esto ¿por qué? Por-
que dice: El que se apiadó de ellos, ese mismo es el que
los rige. Que es decir, que porque los rige Cristo; que
es el que sólo con obra y con verdad se condolió de
los hombres. Como señalando lo que decimos, que su
regir es dar gobierno y sustento, y guiar siempre á los
suyos á las fuentes del agua, que es en la Escritura á
la gracia del Espíritu, que refresca y cría y engruesa
y sustenta.
Y también el Sabio miró á esto á do dice 2: que «la
»ley de la sabiduría es fuente de vida». Adonde, como
parece, juntó la ley y la fuente; lo uno. porque poner
Cristo á sus ovejas ley, es criar en ellas fuerzas y
salud para ella por medio de la gracia, ansí como he
dicho. Y lo otro, porque eso mismo que nos manda, es
aquello de que se ceba nuestro descanso y nuestra
verdadera vida. Porque todo lo que nos manda es que
vivamos en descanso y que gocemos de paz, y que sea-
mos ricos y alegres, y que consigamos la verdadera
nobleza. Porque no plantó Dios sin causa en nosotros
los deseos de estos bienes, ni condenó lo que él mismo
plantó; sino que la ceguedad de nuestra miseria, mo-
vida del deseo, y no conociendo el bien á que se ende-
reza el deseo, y engañada de otras cosas que tienen
apariencia de aquello que se desea, por apetecer la
vida, sigue la muerte; y en lugar de las riquezas y
de la honra, va desalentada en pos de la afrenta y de
la pobreza. Y ansí, Cristo nos pone leyes que nos
guien sin error á aquello verdadero que nuestro deseo
apetece.
De manera que sus leyes dan vida, y lo que nos
1 Sapien.,v,7. 2 Prov., im, 14.
82 FRAY LUIS DE LKÓN
manda es nuestro puro sustento, y apaciéntanos con
salud y con deleite y con honra y descanso, con esas
mismas reglas que nos pone con que vivamos. Que
como dice el Profeta * : «Acerca de ti está la fuente de
»la vida, y en tu lumbre veremos la lumbre». Porque
la vida y el ver, que es el ser verdadero, y las obras
que á tal ser le convienen, nacen y manan, como de-
fuente de la lumbre de Cristo. Esto es, de las leyes
suyas, ansí las de gracia que nos da como las de man-
damientos que nos escribe. Que es también la causa
de aquella querella contra nosotros suya tan justa y
tan sentida, que pone por Jeremías, diciendo 2: «Dejá-
ronme á mí, fuente de agua viva, y caváronse cister-
»nas quebradas, en que el agua no para». Porque
guiándonos El al verdadero pasto y al bien, escogemos
nosotros por nuestras manos lo que nos lleva á la
muerte. Y siendo fuente El, buscamos nosotros pozos:
y siendo manantial su corriente, escogemos cisternas
rotas, adonde el agua no se detiene. Y á la verdad,
ansí como aquello que Cristo nos manda es lo mismo
que nos sustenta la vida; ansí lo que nosotros por
nuestro error escogemos, y los caminos que seguimos,
guiados de nuestros antojos, no se pueden nombrar-
me) or que como el Profeta los nombra.
Lo primero, cisternas cavadas en tierra con in-
creíble trabajo nuestro, esto es, bienes buscados entre
la vileza del polvo con diligencia infinita. Que si con-
sideramos lo que suda el avariento en su pozo, y las
ansias con que anhela el ambicioso á su bien, y lo que
cuesta de dolor al lascivo el deleite, no hay trabajo ni
miseria que con la suya se iguale. Y lo segundo, nom-
bra las cisternas secas y rotas, grandes en apariencia
y que convidan á sí á los que de lejos las ven, y les
prometen agua que mitiga su sed; mas en la verdad
son hoyos hondos y oscuros, y yermos de aquel mismo
bien que prometen, ó por mejor decir, llenos de lo que
le contradice y repugna, porque en lugar de agua dan
1 Psalm. xxxv, 10. 2 Jerem., ir, 13.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 83
cieno. Y la riqueza del avaro le hace pobre. Y al am-
bicioso su deseo de honra le trae á ser apocado y vil
siervo. Y el deleite deshonesto á quien lo ama le ator-
menta y enferma.
Mas si Cristo es Pastor, porque rige apastando y
porque sus mandamientos son mantenimiento de vida,
también lo será porque en su regir no mide á sus ga-
nados por un mismo rasero, sino atiende á lo particu-
lar de cada uno que rige. Porque ri^e apacentando, y
el pasto se mide según el hambre y necesidad de cada
uno que pace. Por donde, entre la^ propiedades del
buen Pastor, pone Cristo en el Evangelio1, «que llama
»por su nombre á cada una de sus ovejas»; que es
decir que conoce lo particular de cada una de ellas,
y la rige, y llama al bien en la forma particular que
más le conviene, no á todas por una forma, sino á
cada cual por la suya. Que de una manera pace Cristo
á los flacos, y de otra á los crecidos en fuerza; de una
á los perfectos, y de otra á los que aprovechan; y tie-
ne con cada uno su estilo, y es negocio maravilloso el
secreto trato que tiene con sus ovejas, y sus diferentes
y admirables maneras. Que ansí como en el tiempo que
vivió con nosotros, en las curas y beneficios que hizo,
no guardó con todos una misma forma de hacer; sino
á unos curó con su sola palabra, á otros con su pala-
bra y presencia, á otros tocó con la mano, á otros no
los sanaba luego después de tocados, sino cuando iban
su camino, y ya de Él apartados les enviaba salud;
á unos que se la pedían y á otros que le miraban ca-
llando; ansí en este trato oculto y en esta medicina
secreta que en sus ovejas continuo hace, es extraño
milagro ver la variedad de que usa y cómo se hace y se
mide á las figuras y condiciones de todos. Por lo cual
llama bien San Pedro *2 multiforme á su gracia, por-
que se transforma con cada uno en diferentes figuras.
Y no es cosa que tiene una figura sola ó un rostro.
Antes como al pan que en el templo antiguo se ponía
1 Joan., i, 3. 2 1 Petr., iv, 10.
fc>4 FRAY LUIS DE LEÓN
ante Dios l, que fué clara imagen de Cristo, le llama
pan de faces la Escritura divina; ansí el gobierno de
Cristo y el sustento que da á los suyos es de muchas
faces y es pan. Pan porque sustenta, y de muchas
faces porque se hace con cada uno según su manera;
v como en el maná dice la sabiduría que hallaba cada
imo su gusto, ansí diferencia sus pastos Cristo, con-
formándose con las diferencias de todos. Por lo cual
su gobierno es gobierno extremadamente perfecto;
porque como dice Platón 2: «No es la mejor goberna-
ción la de leyes escritas»; porque son unas y no se
mudan, y los casos particulares son muchos y que se
varían, según las circunstancias, por horas. Y ansí,
acaece no ser justo en este caso lo que en común se
estableció con justicia; y el tratar con sola la ley es-
crita, es como tratar con un hombre cabezudo por una
parte y que no admite razón, y por otra poderoso para
hacer lo que dice, que es trabajoso y fuerte caso. La
perfecta gobernación es de ley viva, que entienda
siempre lo mejor, y que quiera siempre aquello bueno
que entiende. De manera que la ley sea el bueno y
sano juicio del que gobierna, que se ajusta siempre
con lo particular de aquél á quien rige.
Mas porque este gobierno no se halla en el suelo,
porque ninguno de los que hay en él es ni tan sabio
ni tan bueno, que, ó no se engañe ó no quiera hacer
lo que ve que no es justo, por eso es imperfecta la go-
bernación de los hombres, y solamente no lo es la
manera con que Cristo nos rige; que, como está per-
fectamente dotado de saber y bondad, ni yerra en lo
justo ni quiere lo que es malo; y ansí, siempre velo
(|ue á cada uno conviene, y á eso mismo le guía, y
como San Pablo de sí dice 3: «A todos se hace todas
-las cosas, para ganarlos á todos». Que toca ya en lo
tercero y propio de este oficio, según que dijimos, que
es ser un oficio lleno de muchos oficios, y que todos
los administra el Paston Porque verdaderamente es
1 Exod.. xxv, 30. 2 Plat.lib. 4 de Rep. 3 1 Corint., iz, 22.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PEIMERO ¡S:>
ansí, que todas aquellas cosas que hacen para la feli-
cidad de los hombres, que son diferentes y muchas,
Cristo principalmente las ejecuta y las hace; que El
nos llama, y nos corrige, y nos lava, y nos sana, y nos
santifica, y nos deleita, y nos viste de gloria. Y de to-
dos los medios de que Dios usa para guiar bien un
alma, Cristo es el merecedor y el autor.
Mas ¡qué bien y qué copiosamente dice de esto el
Profeta! Porque el Señor Dios dice ansí í: «Yo mismo
«buscaré mis ovejas y las rebuscaré: como revee el
»pastor su rebaño cuando se pone en medio de sus es-
»parcidas ovejas, ansí yo buscaré mi ganado; sacaré
»mis ovejas de todos los lugares á do se esparcieron
»en el día de la nube y de la oscuridad: y sacaré las
»de los pueblos, y recogerlas he de las tierras, y tor-
»narélas á meter en su patria, y las apacentaré en los
»montes de Israel. En los arroyos y en todas las mo-
»radas del suelo las apacentaré con pastos muy bue-
»nos, y serán sus pastos en los montes de Israel más
«erguidos. Allí reposarán en pastos sabrosos, y pace-
»rán en los montes de Israel pastos gruesos. Yo apa-
centaré á mi rebaño y yo le haré que repose, dice
>Dios el Señor. A la oveja perdida buscaré, á la ausen-
tada tornaré á su rebaño, ligaré á la quebrada y daré
«fuerza á la enferma, y á la gruesa y fuerte castigaré:
»paceréla en juicio >. Porque dice que El mismo busca
sus ovejas, y que las guía si estaban perdidas, y si
cautivas las redime, y si enfermas las sana, y El mis-
mo las libra del mal, y las mete en el bien, y las sube
á los pastos más altos. En todos los arroyos y en todas
las moradas las apacienta, porque en todo lo que les
.sucede les halla pastos, y en todo lo que permanece ó
se pasa; y porque todo es por Cristo, añade luego el
Profeta 2: «Yo levantaré sobre ellas un Pastor y apa-
>centarálas mi siervo David; él las apacentará y él será
->su Pastor; y Yo, el Señor, seré su Dios, y en medio
»de ellas ensalzado mi siervo David».
1 Ezec, xxxiv, 11. 2 Ezec, xxxiv, 23.
86 FRAY LUIS DE LEÓN
En que se consideran tres cosas. Una que para po-
ner en ejecución todo esto que promete Dios á los
suyos, les dice que les dará á Cristo Pastor, á quien
llama siervo suyo; y David (porque es descendiente
de David según la carne), en que es menor y sujeto á
su padre. La segunda, que para tantas cosas promete
un solo Pastor, ansí para mostrar que Cristo puede
con todo, como para enseñar que en El es siempre uno
el que rige. Porque en los hombres, aunque sea uno
sólo el que gobierna á los otros, nunca acontece que
los gobierne uno sólo; porque de ordinario viven en
uno muchos, sus pasiones, sus afectos, sus intereses,
que manda cada uno su parte. Y la tercera es, que
este Pastor que Dios promete y tiene dado á su Igle-
sia, dice que ha de estar levantado en medio de sus
ovejas; que es decir que ha de residir en lo secreto de
sus entrañas, enseñoreándose de ellas, y que las ha de
apacentar dentro de sí.
Porque cierto es que el verdadero pasto del hom-
bre está dentro del mismo hombre, y en los bienes de
que es señor cada uno. Porque es sin duda el funda-
mento del bien aquella división de bienes en que
Epicteto, filósofo, comienza su libro; porque dice de
esta manera: «De las cosas, unas están en nuestra
mano y otras fuera de nuestro poder. En nuestra mano
están los juicios, los apetitos, los deseos y los des-
víos, y en una palabra, todas las que son nuestras
obras. Fuera de nuestro poder están el cuerpo y la
hacienda, y las honras y los mandos; y en una pala-
bra, todo lo que no es obras nuestras. Las que es-
tán en nuestra mano, son libres de suyo y que no pa-
decen estorbo ni impedimento; mas las que van fue-
ra de nuestro poder son Hacas y siervas, y que nos
pueden ser estorbadas y al fin son ajenas todas. Por lo
cual conviene que adviertas, que si lo que de suyo es
siervo lo tuvieres por libre tú, y tuvieres por propio
lo que es ajeno, serás embarazado fácilmente, y caerás
en tristeza y en turbación, y reprenderás á veoes á los
hombres y ;'i Dios. Mas si solamente tuvieres por tuyo
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 87
lo que de veras lo es, y lo ajeno por ajeno, como lo es
en verdad, nadie te podrá hacer fuerza jamás, ninguno
estorbará tu designio, no reprenderás á ninguno, ni
tendrás queja de él, no harás nada forzado, nadie te
dañará, ni tendrás enemigo, ni padecerás detrimento».
Por manera que. por cuanto la buena suerte del
hombre consiste en el buen uso de aquellas obras y
-cosas de que es señor enteramente, todas las cuales
obras y cosas tiene el hombre dentro de sí mismo y
debajo de su gobierno, sin respeto á fuerza exterior;
por eso el regir y el apacentar al hombre, es el hacer
que use bien de esto que es suyo y que tiene encerra-
do en sí mismo. Y ansí, Dios con justa causa pone á
Cristo, que es su Pastor, en medio de las entrañas
del hombre, para que, poderoso sobre ellas, guíe sus
opiniones, sus juicios, sus apetitos y deseos al bien,
con que se alimente y cobre siempre mayores fuerzas
el alma, y se cumpla de esta manera lo que el mismo
Profeta dice: «Que serán apacentados en todos los me-
jores pastos de su tierra propia»; esto es, en aquello
que es pura y propiamente buena suerte y buena
dicha del hombre. Y no en esto solamente; sino tam-
bién <en los montes altísimos de Israel», que son los
bienes soberanos del cielo, que sobran á los naturales
bienes sobre toda manera, porque es señor de todos
ellos aquese mismo Pastor que los guía, ó para decir
la verdad, porque los tiene todos y amontonados en sí.
Y porque los tiene en sí, por esta misma causa, lan-
zándose en medio de su ganado, mueve siempre á sí
sus ovejas; y no lanzándose solamente, sino levantán-
dose y encumbrándose en ellas, según lo que el Pro-
feta de El dice. Porque en sí es alto por el amontona-
miento de bienes soberanos que tiene; y en ellas es
alto también, porque apacentándolas las levanta del
-suelo, y las aleja cuanto más va de la tierra, y las tira
siempre hacia sí mismo, y las enrisca en su alteza, en-
cumbrándolas siempre más y entrañándolas en los altí-
simo bienes suyos. Y porque El uno mismo está en los
pechos de cada una de sus ovejas, y porque su pacer-
88 FRAY LUIS DE LEÓN
las es ayuntarlas consigo y entrañarlas en sí, como
agora decía, por eso le conviene también lo postrero
que pertenece al Pastor, que es hacer unidad y re-
baño. Lo cual hace Cristo por maravilloso modo, como
por ventura diremos después. Y bástenos decir agora
que no está la vestidura tan allegada al cuerpo del
que la viste, ni ciñe tan estrechamente por la cintura
la cinta, ni se ayuntan tan conformemente la cabeza y
los miembros, ni los padres son tan deudos del hijo,
ni el esposo con su esposa tan uno, cuanto Cristo^
nuestro divino Pastor, consigo y entre sí hace una su
grey.
Ansí lo pide y ansí lo alcanza, y ansí de hecho lo
hace. Que los demás hombres que, antes de El y sin
El, introdujeron en el mundo leyes y sectas, no sem-
braron paz, sino división; y no vinieron á reducir á
rebaño, sino como Cristo dice en San Juan 1: «Fueron
«ladrones y mercenarios, que entraron á dividir y
«desollar y dar muerte al rebaño». Que, aunque la
muchedumbre de los malos haga contra las ovejas de
Cristo bando por sí, no por eso los malos son unos ni
hacen un rebaño suyo en que estén adunados; sino
cuanto son sus deseos y sus pasiones y sus pretenden-
cias, que son diversas y muchas, tanto están diferentes
contra sí mismos. Y no es rebaño el suyo de unidad y
de paz, sino ayuntamiento de guerra y gavilla de mu-
chos enemigos, que entre sí mismos se aborrecen y
dañan; porque cada uno tiene su diferente querer.
Mas Cristo, nuestro Pastor, porque es verdaderamente
Pastor, hace paz y rebaño. Y aun por esto, allende de
lo que dicho tenemos, le llama Dios Pastor uno en el
lugar alegado; porque su oficio todo es hacer unidad.
Ansí que, Cristo es Pastor por todo lo dicho; y porque
si es del pastor el desvelarse para guardar y mejorar
su ganado, Cristo vela sobre los suyos siempre y los
rodea solícito. Que, como David dice 2: «Los ojos del *
> Señor sobre los justos, y sus oidos en sus ruegos. Y
1 Joan , x, 8. 2 Ps'ilm , xxxm, 16.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 8í>
«aunque la madre se olvide de su hijo, Yo, dice *, no
»me olvido de ti». Y si es del pastor trabajar por su
ganado al frío y al hielo, ¿quién cual Cristo trabajó
por el bien de los suyos? Con verdad Jacob, como en
su nombre decía 2: «Gravemente laceré de noche y de
»día, unas veces al calor y otras veces al hielo, y huyó
»de mis ojos el sueño». Y si es del pastor servir
abatido, vivir en hábito despreciado, y no ser ado-
rado y servido, Cristo, hecho al traje de sus ovejas,
y vestido de su bajeza y su piel, sirvió por ganar su
ganado.
Y porque hemos dicho cómo le conviene á Cristo
todo lo que es del pastor, digamos agora las ventajas
que en este oficio Cristo hace á todos los otros pasto-
res. Porque no solamente es Pastor, sino Pastor como
no lo fué otro ninguno; que ansí lo certificó El cuando
dijo 3: «Yo soy el buen Pastor . Que el bueno allí es
señal de excelencia, como si dijese el Pastor aventa-
jado entre todos. Pues sea la primera ventaja, que los
otros lo son ó por caso ó por suerte; mas Cristo nació
para ser Pastor, y escogió antes que naciese, nacer
para ello; que, como de sí mismo dice 4, bajó del cielo
y se hizo Pastor hombre, para buscar al hombre, ove-
ja perdida. Y ansí como nació para llevar á pacer, dio,
luego que nació, á los pastores nueva de su venida.
Demás de esto, los otros pastores guardan el ganado
que hallan; mas nuestro Pastor El se hace el ganado
que ha de guardar. Que no sólo debemos á Cristo que
nos rige y nos apacienta en la forma ya dicha, sino
también y primeramente, que siendo animales fieros,
nos da condiciones de ovejas; y que siendo perdidos,
nos hace ganados suyos, y que cría en nosotros el es-
píritu de sencillez y de mansedumbre y de santa y fiel
humildad, por el cual pertenecemos á su rebaño. Y la
tercera ventaja es, que murió por el bien de su grey;
lo que no hizo algún otro pastor, y que por sacarnos
1 Isa i., xux, 15. 2 Genes., xxxi, 40. 3 Joan., x, 11.
4 Luc, xv, 4.
so
FRAY LUIS DE LEÓN
de entre los dientes del lobo, consintió que hiciesen
en El presa los lobos.
Y sea lo cuarto, que es ansí Pastor, que es pasto
también, y que su apacentar es darse á sí á sus ovejas.
Porque el regir Cristo á los suyos y el llevarlos al
pasto, no es otra cosa sino hacer que se lance en ellos
y que se embeba y que se incorpore su vida, y hacer
que con encendimientos fieles de caridad, le traspasen
sus ovejas á sus entrañas, en las cuales traspasado,
muda El sus ovejas en sí. Porque cebándose ellas de
El, se desnudan á sí de sí mismas y se visten de sus
cualidades de Cristo; y creciendo "con este dichoso
pasto el ganado, viene por sus pasos contados á ser
con su Pastor una cosa.
Y finalmente, como otros nombres y oficios le con-
vengan á Cristo, ó desde algún principio ó hasta un
cierto fin ó según algún tiempo, este nombre de Pas-
tor en El carece de término. Porque antes que naciese
en la carne, apacentó á las criaturas luego que salie-
ron á luz; porque El gobierna y sustenta las cosas, y
El mismo da cebo á los ángeles «y todo espera de Él
»su mantenimiento á su tiempo», como en el Salmo
se dice K Y ni más ni menos, nacido ya hombre, con
•su espíritu y con su carne apacienta á los hombres, y
luego que subió al cielo llovió sobre el suelo su cebo:
y luego y agora y después, y en todos los tiempos y
horas, secreta y maravillosamente y por mil maneras
los ceba; en el suelo los apacienta," y en el cielo será
también su Pastor, cuando allá los llevare; y en cuan-
to se revolvieren los siglos, y en cuanto vivieren sus
ovejas, que vivirán eternamente con El, El vivirá en
ellas, comunicándoles su misma vida, hecho su pastor
y su pasto.
Y calló Marcelo aquí, significando á Sabino que pa-
sase adelante, que luego desplegó el papel y leyó.
1 Psalm ciii. 27.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 91
CAPÍTULO VII
Se le da á Cristo el nombre de Monte; qué significa éste en la
Escritura, y por qué se le atribuye á Cristo,
Llámase Cristo Monte, como en el capítulo segundo
de Daniel, adonde se dice que la piedra que hirió en
los pies de la estatua que vio el rey de Babilonia, y la
desmenuzó y deshizo, se convirtió en un monte muy
grande que ocupaba toda la tierra. Y en el capítulo
segundo de Isaías: «Y en los postreros días será esta-
blecido el monte de la casa del Señor sobre la cumbre
»de todos los montes». Y en el Salmo sesenta y siete:
«El monte de Dios, monte enriscado y lleno de gro-
»sura».
Y en leyendo esto cesó.
Y dijo Juliano luego:
— Pues que este vuestro papel, Marcelo, tiene la con-
dición de Pitágoras, que dice, y no da razón de lo que
dice, justo será que nos la deis vos por él. Porque los
lugares que agora alega, mayormente los dos postreros,
algunos podrían dudar si hablan de Cristo ó no.
— Muchos dicen muchas cosas, respondió Marcelo;
pero el papel siguió lo más cierto y lo mejor, porque
en el lugar de Isaías casi no hay palabras (ansí en él
como en lo que le antecede ó se le sigue), que no seña-
le á Cristo como con el dedo. Lo primero dice: <En los
»días postreros»; y como sabéis, lo postrero de los
días, ó los días postreros, en la santa Escritura es nom-
bre que se da al tiempo en que Cristo vino, como se
parece en la profecía de Jacob, en el capítulo último
del libro de la creación 1 y en otros muchos lugares.
Porque el tiempo de su venida, en el cual juntamente
con Cristo comenzó á nacer la luz del Evangelio, y el
espacio que dura el movimiento de esta luz, que es el
espacio de su predicación (que va como un sol cercan-
1 Genes., xlix, 1.
92 FRAY LUIS DE LEÓN
do el mundo, y pasando de unas naciones en otras),
ansí que l todo el discurso y suceso y duración de
aqueste alumbramiento, se llama un día; porque es
como el nacimiento y vuelta que da el sol en un día.
Y llámase postrero día, porque en acabando el sol del
Evangelio su curso, que será en habiendo amanecido
á todas las tierras, como este sol amanece, no ha de
sucederle otro día. «Y será predicado, dice Cristo 2,
»este Evangelio por todo el mundo, y luego vendrá
»el fin».
Demás de esto dice: «Será establecido». Y la pala-
bra original significa un establecer y afirmar no mu-
dable, ni como si dijésemos movedizo ó sujeto á las
injurias y vueltas del tiempo. Y ansí en el Salmo con
esta misma palabra se dice 3: «El Señor afirmó su tro-
»no sobre los cielos». Pues ¿qué monte otro hay, ó qué
grandeza no sujeta á mudanza, sino es Cristo sólo,
cuyo reino no tiene fin, como dijo á la Virgen el Án-
gel? Pues ¿qué se sigue tras esto? «El monte, dice, de
»la casa del Señor». Adonde la una palabra es como
declaración de la otra, como diciendo el monte, esto
es, la casa del Señor. La cual casa entre todas por ex-
celencia es Cristo nuestro Redentor, en quien reposa
y mora Dios enteramente. Como es escrito4: «En el
»cual reposa todo lo lleno de la divinidad».
Y dice más: «Sobre la cumbre de los montes». One
es cosa que solamente de Cristo se puede con verdad
decir. Porque monte en la Escritura, y en la secreta
manera de hablar de que en ella usa el Espíritu-Santo,
significa todo lo eminente, ó en poder temporal como
son los príncipes, ó en virtud y saber espiritual, como
son los profetas y los prelados; y decir montes sin limi-
tación, es decir todos los montes; ó como se entiende
de un artículo que está en el primer texto en este hi-
1 Ansí que: modismo equivalente á asi como, como también,
lo mismo que, etc. Téngase en cuenta esta observación para me-
jor entender este párrafo y otros que seguirán. (Nota de esta edi-
ción.) 2 Matth., xxiv, 4. 3 Psalm. cu, 19. 4 Colos., h, 9.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 93
gar, es decir los montes más señalados de todos, ansí
por alteza de sitio como por otras cualidades y condi-
ciones suyas. Y decir que será establecido sobre todos
los montes, no es decir solamente que este monte es
más levantado que los demás, sino que está situado
sobre la cabeza de todos ellos; por manera que lo
más bajo de él está sobrepuesto á lo que es en ellos
más alto.
Y ansí juntando con palabras descubiertas todo
aquesto que he dicho, resultará de todo ello aquesta
sentencia: Que la raíz, ó como llamamos, la falda de
este monte que dice Isaías, esto es, lo menos y más
humilde de él, tiene debajo de sí á todas las altezas
más señaladas y altas que hay, así temporales como
espirituales. Pues ¿qué alteza ó encumbramiento será
aqueste tan grande, si Cristo no es? 0 ¿á qué otro
monte, de los que Dios tiene, convendrá una semejante
grandeza? Veamos lo que la santa Escritura dice, cuan-
do habla con palabras llanas y sencillas de Cristo, y co-
tejémoslo con los rodeos de este lugar; y si halláremos
que ambas partes dicen lo mismo, no dudemos de que
es uno mismo aquel de quien hablan.
¿Qué dice David?1 «Dijo el Señora mi Señor: Asién-
tate á mi mano derecha hasta que ponga por escaño de
»tus pies á tus enemigos». Y el apóstol San Pablo 2 :
«Para que al nombre de Jesús doblen las rodillas todos,
»ansí los del cielo como los de la tierra y los del infier-
»no». Y el mismo, hablando propiamente del misterio
de Cristo, dice 3 : «Lo flaco de Dios que parece, es más
«valiente que la fortaleza toda; y lo inconsiderado,
»más sabio que cuanto los hombres saben». Pues allí
se pone el monte sobre los montes, y aquí la alteza
toda del mundo y del infierno por escaño de los pies
de Jesucristo. Aquí se le arrodilla lo criado; allí todo lo
alto le está sujeto. Aquí su humildad, su desprecio, su
cruzj'se dice ser más sabia y más poderosa que cuan-
to pueden y saben los -hombres; allí la raíz de aquel
1 Psalm. cix, 1. 2 Philip., r, 10. 3 I Corint , i, 25.
94 FKAY LUIS DE LEÓN
monte se pone sobre las cumbres de todos los montes.
Ansí que, no debemos dudar de que es Cristo este
monte de que habla Isaías. Ni menos de que es aquel
de quien canta David en las palabras del Salmo ale-
gado. El cual Salmo, todo es manifiesta profecía; no
de un misterio sólo, sino casi de todos aquellos que
obró Cristo para nuestra salud. Y es oscuro Salmo ai
parecer, pero oscuro á los que no dan en la vena del
verdadero sentido, y siguen sus imaginaciones propias:
con las cuales como no dice el Salmo bien, ni puede
decir, para ajustarle con ellas revuelven la letra y
oscurecen y turban la sentencia, y al fin se fatigan en
balde: mas al revés, si se toma una vez el hilo de él y
su intento, las mismas cosas se van diciendo y llamán-
dose unas á otras, y trabándose entre sí con maravi-
lloso artificio.
Y lo que toca agora á nuestro propósito (porque
sería apartarnos mucho de él declarar todo el Salmo,
ansí que lo que toca al verso que de este Salmo alega
el papel), para entender que el monte de quien el
verso habla es Jesucristo, basta ver lo que luego se
sigue, que es: «Monte en el cual le plació á Dios mo-
»rar en él»; y cierto morará en él eternamente. Lo
cual, si no es de Jesucristo, de ningún otro se puede
decir. Y son muy de considerar cada una de las pala-
bras, ansí de este verso como del verso que le antecede;
pero no turbemos ni confundamos el discurso de nues-
tra razón.
Digamos primero qué quiere decir que Cristo se
llame monte. Y dicho, y volviendo sobre estos mismos
lugares, diremos algo de las cualidades que da en
ellos el Espíritu-Santo á este monte. Pues digo ansí:
que demás de la eminencia señalada que tienen los
montes sobre lo demás de la tierra (como Cristo la
tiene en cuanto hombre, sobre todas las criaturas), la
más principal razón por qué se llama monte, es por
la abundancia, ó digámoslo ansí, por la preñez riquí-
sima de bienes diferentes que atesora y comprende
en sí mismo. Porque, como sabéis, en la lengua hebrea,
DE LOS NOMBRES !>F. CRISTO.— LIBRO PRIMKRO US
en que los sagrados libros en su primer origen se
escriben, la palabra con que el monte se nombra,
según el sonido de ella, suena en nuestro castellano
el preñarlo; por manera que los que nosotros llama-
mos montes, llama el hebreo por nombre propio pre-
ñados.
Y díceles este nombre muy bien, no sólo por la figu-
ra que tienen alta y redonda, y como hinchada sobre la
tierra (por lo cual parecen el vientre de ella, y no
vacío ni flojo vientre, mas lleno y preñado): sino tam-
bién porque tienen en sí como concebido, y lo paren
y sacan á luz á sus tiempos, casi todo aquello que en
la tierra se estima. Producen árboles de diferentes
maneras, unos que sirven de madera para los edificiosT
y otros que con sus frutas mantienen la vida. Paren
yerbas, más que ninguna otra parte del suelo, de di-
versos géneros y de secretas y eficaces virtudes. En los
montes por la mayor parte se conciben las fuentes y
los principios de los ríos, que naciendo de allí y ca-
yendo en los llanos después, y torciendo el paso por
ellos, fertilizan y hermosean las tierras. Allí se cría el
azogue y el estaño, y las venas ricas de la plata y del
oro, y de los demás metales todas las minas, las pie-
dras preciosas y las canteras de las piedras firmes, que
son más provechosas, con que se fortalecen las ciuda-
des con muros y se ennoblecen con suntuosos pala-
cios. Y finalmente, son como una arca los montes,
y como un depósito de todos los mayores tesoros del
suelo.
Pues por la misma manera Cristo nuestro SeñorT
no sólo en cuanto Dios (que según esta razón por ser
el Verbo divino, por quien el Padre cria todas las
cosas, las tiene todas en sí de mejores quilates y ser
que son en sí mismas); mas también según que es
hombre, es un monte y un amontonamiento y preñez
de todo lo bueno y provechoso, y deleitoso, y glorioso
que en el deseo y en el seno de las criaturas cabe, y
de mucho más que no cabe. En El está el remedio del
mundo y la destrucción del pecado y la victoria contra
91) FRAY LUIS DE LEÓN
el demonio; y las fuentes y mineros de toda la gracia
y virtudes que se derraman por nuestras almas y
pechos, y los hacen fértiles, en El tienen su abundan-
te principio; en El tienen sus raíces, y de El nacen y
crecen con su virtud, y se visten de hermosura y de
fruto las hayas altas, y los soberanos cedros, y los árbo-
les de la mirra (como dicen los Cantares) y del incien-
so: los apóstoles y los mártires y profetas y vírgenes.
El mismo es el sacerdote y el sacrificio, el pastor y el
pasto, el doctor y la doctrina, el abogado y el juez,
el premio y el que da el premio, la guía y el camino, el
médico, la medicina, la riqueza, la luz, la defensa, y
el consuelo es El mismo, y sólo El. En El tenemos la
alegría en las tristezas, el consejo en los casos dudosos,
y en los peligrosos y desesperados el amparo y la
salud.
Y por obligarnos más á sí, y porque buscando lo
que nos es necesario en otras partes, no nos divirtié-
semos de El, puso en sí la copia y la abundancia, ó, si
decimos, la tienda y el mercado, ó (será mejor decir) el
tesoro abierto y liberal de todo lo que nos es necesa-
rio, útil y dulce, ansí en lo próspero como en lo adver-
so, ansí en la vida como en la muerte también, ansí en
los años trabajosos de aqueste destierro como en la vi-
vienda eterna y feliz á do caminamos. Y como el
monte alto, en la cumbre, se toca de nubes y las tras-
pasa, y parece que llega hasta el cielo, y en las faldas
cría viñas y mieses, y da pastos saludables á los gana-
dos; ansí lo alto y la cabeza de Cristo es Dios, que tras-
pasa los cielos, y es consejos altísimos de sabiduría,
adonde no puede arribar ingenio ninguno mortal; mas
lo humilde de El, sus palabras llanas, la vida pobre y
sencilla y santísima que morando entre nosotros vivió,
las obras que como hombre hizo, y las pasiones y do-
lores que de los hombres y por los hombres sufrió, son
pastos de vida para sus fieles ovejas. Allí hallamos el
trigo, que esfuerza el corazón de los hombres; y el
vino que les da verdadera alegría; y el óleo, hijo de la
oliva y engendrador de la luz, que destierra nuestras
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 97
tinieblas. «El risco, dice el Salmo *, es refrigerio de los
»conejos». Y en Ti, ¡oh verdadera guarida de los po-
brecitos amedrentados, Cristo Jesús! y en Ti, ¡oh am-
paro dulce y seguro, oh acogida llena de fidelidad! los
afligidos, y acosados del mundo nos escondemos. Si
vertieren agua las nubes y se abrieren los canales del
cielo, y saliendo la mar de madre, se anegaren las tie-
rras y sobrepujaren como en el diluvio sobre los" mon-
tes las aguas, en este monte, que se asienta sobre la
cumbre de todos los montes, no las tememos. Y si los
montes, como dice David, trastornados de sus lugares
cayeren en el corazón de la mar, en e?te ni ott te no
mudable enriscados carecemos de miedo.
Mas ¿qué hago yo agora, ó adonde me lleva el ardor?
Tornemos á nuestro hilo; y ya que hemos dicho el por
qué es monte Cristo, digamos, según que es monte, las
cualidades que le da la Escritura.
Decía, pues, Daniel a que una piedra sacada sin ma-
nos, hirió en los pies de la estatua y la volvió en pol-
vo, y la piedra creciendo se hizo monte tan grande, que
ocupó toda la tierra. En lo cual primeramente entende-
mos que este grandísimo monte era primero una peque-
ña piedra. Y aunque es ansí, que Cristo es llamado
piedra por diferentes razones, pero aquí la piedra dice
fortaleza y pequenez. Y ansí, es cosa digna de conside-
rar que no cayó hecha monte grande sobre la estatua
y la deshizo, sino hecha piedra pequeña. Porque no usó
Cristo, para destruir la alteza y poder tirano del demo-
nio, y la adoración usurpada, y los ídolos que tenía en
el mundo, de la grandeza de sus fuerzas; ni derrocó so-
bre él el brazo y el peso de su divinidad encubierta,
sino lo humilde que había en Él, y lo bajo y lo peque-
ño: su carne santa y su sangre vertida, y el ser preso y
condenado y muerto crudelísimamente. Y esta peque-
nez y flaqueza fué fortaleza dura, y toda la soberbia del
infierno y su monarquía quedó rendida á la muerte de
Cristo. Por manera que primero fué piedra, y después
1 Psalro. cnr, 18 2 Daniel, ti, 34 y 35.
98 FRAY LUIS DE LEÓN
de piedra monte. Primero se humilló, y humilde ven-
ció; y después vencedor glorioso, descubrió su claridad,
y ocupó la tierra y el cielo con la virtud de su nombre.
Mas lo que el Profeta significó por rodeos, ¡cuan
llanamente lo dijo el Apóstol! 1 «El haber subido, dice
«hablando de Cristo, ¿qué es sino por haber descendido
«primero hasta lo bajo de la tierra? El que descendió,
»ese mismo subió sobre todos los cielos para henchir
»todas las cosas». Y en otra parte 2: «Fué hecho obe-
»diente hasta la muerte, y muerte de cruz, por lo cual
«ensalzó su nombre Dios sobre todo nombre». Y como
dicen del árbol, que cuanto lanza las raíces más en lo
hondo, tanto en lo alto crece y sube más por el aire:
ansí á la humildad y pequenez de esta piedra corres-
pondió la grandeza sin medida del monte; y cuanto
primero se disminuyó, tanto después fué mayor. Pero
acontece que la piedra que se tira hace gran golpe,
aunque sea pequeña, si el brazo que la envía es va-
liente: y pudiérase por ventura pensar que si esta pie-
dra pequeña hizo pedazos la estatua, fué por la virtud
de alguna fuerza extraña y poderosa que la lanzó. Mas-
no fué ansí, ni quiso que se imaginase ansí el Espíritu
Santo; y por esta causa añadió que hirió á la estatua
sin manos, conviene á saber, que no la hirió con fuerza
mendigada de otro ni de poder ajeno, sino con el suyo
mismo hizo tan señalado golpe. Como pasó en la
verdad.
Porque lo flaco y lo despreciado de Cristo, su pasión
y su muerte, aquel humilde escupido y escarnecido,
fué tan de piedra, quiero decir, tan firme para sufrir
y tan fuerte y duro para herir, que cuanto en el so-
berbio mundo es tenido por fuerte no pudo resistir á
su golpe; mas antes cayó todo quebrantado y deshe-
cho, como si fuera vidrio delgado.
Y aun lo que es más de maravillar, no hirió esta
piedra la frente de aquel bulto espantable, sino sola-
mente los pies adonde nunca la herida es mortal; mas
1 Erhes., iv, 9 y 10. 2 Philip., n, 8.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO^— LIBRO PRIMERO 99
sin embargo de esto, con aquel golpe dado en los pies,
vinieron á menos los pechos y hombros y el cuello y
cabeza de oro. Porque fué ansí, que el principio del
Evangelio y los primeros golpes que Cristo dio para
deshacer la pujanza mundana, fueron en los pies de
ella y en lo que andaba como rastreando en el suelo;
en las gentes bajas y viles, ansí en oficio como en con-
dición. Y heridos éstos con la verdad, y vencidos y
quebrados del mundo, y como muertos á él y puestos
debajo la piedra las cabezas y los pechos, esto es, los
sabios y los altos, cayeron todos; unos para sujetarse
á la piedra, y otros para quedar quebrados y desme-
nuzados de ella; unos para dejar su primero y mal
ser, y otros para crecer para siempre en su mal. Y
ansí, unos destruidos y otros convertidos, la piedra,
transformándose en monte, ella sola ocupó todo el
mundo.
Es también monte hecho y como nacido de piedra,
porque entendamos que no es terreno ni movedizo
este monte, ni tal que pueda ser menoscabado., ó dis-
minuido en alguna manera. Y con esto, pasemos á ver
lo demás que decía de él el santo David.
«El monte, dice, del Señor, monte cuajado, monte
«grueso»; quiere decir fértil y abundante monte, como
á la buena tierra solemos llamarla tierra gruesa. Y la
condición de la tierra gruesa es ser espesa y tenaz y
maciza, y no delgada y arenisca, y ser tierra que bebe
mucha agua, y que no se anega ó deshace con ella, sino
antes la abraza toda en sí, y se engruesa é hinche de
jugo; y ansí, después son conformes á esta grosura las
mieses, que produce espesas y altas, y las cañas grue-
sas y las espigas grandes.
Bien es verdad que adonde decimos grueso, el pri-
mer texto dice Basan, que es nombre propio de un
monte llamado ansí en la Tierra-Santa, que está de la
otra parte del Jordán, en la suerte que cupo á los de
Gad y Rubén y á la mitad de la tribu de Manases. Pero
era señaladamente abundante este monte: y ansí,
nuestro texto, aunque calló el nombre, guardó bien el
100 FR&X LU1S DE LE0N
sentido y puso la misma sentencia; y en lugar de Ba-
san puso monte grueso, cual lo es el Basan.
Pues es Cristo ni más ni menos, no como arena flaca
y movediza, sino como tierra de cuerpo y de tomo, y
que debe y contiene en sí todos los dones del Espíritu-
Santo, que la Escritura suele muchas veces nombrar
con nombre de aguas; y ansí el fruto que de este mon-
te sale, y las mieses que se crían en él, nos muestran
bien á la clara si es grueso y fecundo este monte. De
las cuales mieses, David en el Salmo setenta y uno, de-
bajo de la misma figura de trigo y de mieses y de fru-
tos del campo, hablando á la letra del reino de Cristo,
nos canta diciendo 1: «Y será, de un puñado de trigo
»echado en la tierra en las cumbres de los montes, el
»fruto suyo más levantado que el Líbano, y por las
»villas florecerán como el heno de la tierra». O porque
en este punto, y diciendo esto, me vino á la memoria,
quiérolo decir como nuestro común amigo lo dijo, tra-
duciendo en verso castellano este Salmo:
« . . . . ¡Oh siglos de oro,
cuando tan sola una
espiga sobre el cerro, tal tesoro
producirá sembrada,
de mieses ondeando, cual la cumbre
del Líbano ensalzada,
cuando con más largueza y muchedumbre
que el heno, en las ciudades
el trigo crecerá!
Y porque se viese claro que este fruto, que se llama
trigo, no estrige y que esta abundancia no es buena
disposición de tierra ni templanza de cielo clemente;
sino que es fruto de justicia y mieses espirituales nun-
ca antes vistas, que nacen por la virtud de este monte,
añade luego:
Por do desplega
la fama en mil edades
el nombre de este Rey, y al cielo llega.
1 Psalm. lxii, 16.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 101
Mas ¿nació por ventura con este fruto su nombre, ó
era ya y vivía en el seno de su Padre, primero que la
rueda de los siglos comenzase á moverse? Dice:
El nombre, que primero
que el sol manase luz resplandecía,
en quien hasta el postrero
mortal será bendito, á quien de día,
de noche celebrando,
las gentes darán loa y bienandanza.
Y dirán alabando:
Señor Dios de Israel, ¿qué lengua alcanza
á tu debida gloria?
Salido he de mi camino, llevado de la golosina del
verso; mas volvamos á él. Y habiendo dicho esto Mar-
celo y tomando un poco de aliento, quería pasar ade-
lante; mas Juliano, deteniéndole, dijo:
— Antes que digáis más, me decid, Marcelo: ¿este
común amigo nuestro que nombrasteis, cuyos son es-
tos versos, quién es? Porque, aunque yo no soy muy
poeta, hanme parecido muy bien; y debe hacerlo, ser
el sujeto cual es, en quien sólo á mi juicio se emplea
la poesía como debe.
— Gran verdad, Juliano, es. respondió al punto Mar-
celo, lo que decís. Porque éste es sólo digno sujeto de
la possía; y los que la sacan de él, y forzándola la em-
plean, ó por mejor decir, la pierden en argumentos de
liviandad, habían de ser castigados como públicos co-
rrompedores de dos cosas santísimas: de la poesía y de
las costumbres. La poesía corrompen, porque sin duda
la inspiró Dios en los ánimos de los hombres para con
el movimiento y espíritu de ella levantarlos al cielo,
de donde ella procede; porque poesía no es sino una
comunicación del aliento celestial y divino; y ansí, en
los Profetas casi todos, ansí los que fueron movido-
verdaderamente por Dios, como los que incitados por
otras causas sobrehumanas hablaron, el mismo espí-
ritu qua los despertaba y levantaba á ver lo que los
otros hombres no veían, les ordenaba y componía
102 FRAY LUIS DE LEÓN
y como metrificaba en la boca las palabras, con nú-
mero y consonancia debida, para que hablasen por
más subida manera que las otras gentes hablaban, y
para que el estilo del decir se asemejase al sentir, y
las palabras y las cosas fuesen conformes.
Ansí que, corrompen esta santidad, y corrompen
también, lo que es mayor mal, las santas costumbres;
porque los vicios y las torpezas, disimuladas y enme-
ladas con el sonido dulce y artificioso del verso, recí-
bense en los oídos con mejor gana, y de ellos pasan al
ánimo, que de suyo no es bueno, y lánzanse en él po-
derosísimamente; y hechas señoras de él, y desterran-
do de allí todo buen sentido y respeto, corrómpenlo, y
muchas veces sin que el mismo que es corrompido lo
sienta. Y es (iba á decir donaire, y no es donaire, sino
vituperable inconsideración), que las madres celosas
del bien de sus hijas les vedan las pláticas de algunas
otras mujeres, y no les vedan los versos y los cantar-
cilios de argumentos livianos, los cuales hablan con
ellas á todas horas; y sin recatarse de ellos, antes
aprendiéndolos y cantándolos, las atraen á sí y las
persuaden secretamente; y derramándoles su ponzoña
poco á poco por los pechos, las inficionan y pierden.
Porque ansí como en la ciudad, perdido el alcázar de
ella y puesto en las manos de los enemigos, toda ella
es perdida; ansí, ganado una vez, quiero decir, perdido
el corazón, y aficionado á los vicios y embeleñado con
ellos, no hay cerradura tan fuerte ni centinela tan ve-
ladora y despierta, que baste á la guarda. Pero esto es
de otro lugar, aunque la necesidad ó el estrago que el
uso malo, introducido más agora que nunca, hace en
las gentes, hace también que se pueda tratar de ello
á propósito en cualquier lugar.
Mas, dejándolo agora, espantóme. Juliano, que me
preguntéis quién es el común amigo que dije; pues no
podéis olvidaros que, aunque cada uno de nosotros
dos tenemos amistad con muchos amigos, uno sólo te-
nemos que la tiene conmigo y con vos casi en igual
grado; porque á mí me ama como á sí, y á vos en la
DE LOS NOMBRES DF. CRISTO.— LIBRO PRIMERO 103
misma manera como yo os amo, que es muy poco me-
nos que á mí.
— Razón tenéis, respondió Juliano, en condenar mi
-descuido; y entiendo muy bien por quién decís. Y
pues tendréis en la memoria algunos otros Salmos de
los que ha puesto en verso este amigo nuestro, mucho
gustaría yo, y Sabino gustará de ello (si no me enga-
ño también), que en los lugares que se os ofrecieren
■de aquí adelante uséis de ellos, y nos los digáis.
— Sabino, respondió Marcelo, no sé yo si gustará de
oir lo que sabe; porque, como más mozo y más aficio-
nado á los versos, tiene casi en la lengua estos Salmos
que pedís; pero haré vuestro gusto, y aun Sabino po-
drá servir de acordármelos si yo me olvidare, como
será posible olvidarme. Ansí que, él me los acordará; ó
si más le pluguiere, dirálos él mismo; y aun es justo
■que le plazca, porque los sabrá decir con mejor
sracia.
De esto postrero se rieron un poco Juliano y Sabi-
no. Y diciendo Sabino que lo haría ansí y que gustaría
de hacerlo. Marcelo tornó á seguir su razón, y dijo:
— Decíamos, pues, que este sagrado monte, confor-
me á lo del Salmo, era fértil señaladamente; y proba-
mos su grosura por la muchedumbre y por la grande-
za de las mieses que de él han nacido; y referimos que
David, hablando de ellas, decía que de un puñado de
trigo esparcido sobre la cumbre del monte, serían el
fruto y cañas que nacerían de él tan altas y gruesas
•que igualarían á los cedros altos del Líbano. De mane-
ra que cada caña y espiga sería como un cedro, y to-
das ellas vestirían la cumbre de su monte, y meneadas
del aire ondearían sobre él como ondean las copas de
los cedros y de los otros árboles soberanos de que el
Líbano se corona.
En lo cual David dice tres cualidades muy señala-
das; porque, lo uno, dice que son mieses de trigo, cosa
útil y necesaria para la vida, y no árboles, más vistosos
■en ramas y hojas que provechosos en fruto, como fue-
ron los antiguos filósofos y los que por su sola indus-
104 FRAY LUIS DE LEÓN
tria quisieron alcanzar la virtud. Y lo otro, afirma que
estas mieses, no sólo por ser trigo son mejores, sino
en alteza también son mayores mucho que la arbole-
da del Líbano. Que es cosa que se ve por los ojos, si
cotejamos la grandeza de nombre, que dejaron des-
pués de sí los sabios y grandes del mundo, con la hon-
ra merecida que se da en la Iglesia á los santos, y se-
les dará siempre, floreciendo cada día más en cuanto
el mundo durare. Y lo tercero, dice que tiene origen
este fruto de muy pequeños principios, de un puñado
de trigo sembrado sobre la cumbre de un monte, adon-
de de ordinario crece el trigo mal; porque, ó no hay
tierra, sino peña, en la cumbre, ó si la hay, es tierra
muy flaca, y el lugar muy frío por razón de su alteza.
Pues esta es una de las mayores maravillas que vemos
en la virtud que nace y se aprende en la escuela de
Cristo: que, de principios al parecer pequeños y que
casi no se echan de ver, no sabréis cómo ni de qué
manera nace y crece, y sube en brevísimo tiempo á
incomparable grandeza.
Bien sabemos todos lo mucho que la antigua filoso-
fía trabajó por hacer virtuosos los hombres, sus pre-
ceptos, sus disputas, sus revueltas cuestiones; y vemos
cada hora en los libros la hermosura y el dulzor de
sus escogidas y artificiosas palabras; mas también sa-
bemos, con todo este aparato suyo, el pequeño fruto
que hizo, y cuan menos fué lo que dio de lo que se-
esperaba de sus largas promesas. Mas en Cristo no
pasó ansí; porque, si miramos lo general del mismo,,
que se llama no muchos granos, sino un grano de tri-
go muerto, y de doce hombres bajos y simples, y de
su doctrina, en palabras tosca y en sentencias breve,
y al juicio de los hombres amarga y muy áspera, se
hinchió el mundo todo de incomparable virtud, como
diremos después en su propio y más conveniente
lugar.
Y por semejante manera, si ponemos los ojos en lo
particular que cada día acontece en muchas personas,
¿quién es el que lo considera que no salga de sí? El
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 105
que ayer vivía como sin ley, siguiendo en pos de sus
deseos sin rienda, y que estaba ya como encallado en
el mal; el que servía al dinero y cogía el deleite, so-
berbio con todos y con sus menores soberbio y cruel,
hoy, con una palabra que le tocó en el oído, y pasan-
do de allí al corazón, puso en él su simiente, tan deli-
cada y pequeña, que apenas él mismo la entiende, ya
comienza á ser otro; y en pocos días, cundiendo por
toda el alma la fuerza secreta del pequeño grano, es
otro del todo; y crece ansí en nobleza de virtud y bue-
nas costumbres, que la hojarasca seca, que poco antes
estaba ordenada al infierno, es ya árbol verde y her-
moso, lleno de fruto y de flor; y el león es oveja ya, y
el que robaba lo ajeno derrama ya en los ajenos sus
bienes; y el que se revolcaba en la hediondez, esparce
alrededor de sí, y muy lejos de sí por todas partes, la
pureza del buen olor.
Y, como dije, si tornando al principio, comparamos
la grandeza de esta planta y su hermosura con el pe-
queño grano de donde nació, y con el breve tiempo en
que ha venido á ser tal, veremos en extraña pequenez
admirable y no pensada virtud. Y ansí, Cristo en unas
partes dice x que es como el grano de mostaza, que es
pequeño y trasciende; y en otras se asemeja á perla
oriental, pequeña en cuerpo y grande en valor; y par-
te hay donde dice 2que es levadura, la cual en sí es
poca y parece muy vil, y escondida en una gran masa,
casi súbitamente cunde por ella toda, y la inficiona.
Excusado es ir buscando ejemplos en esto, adonde la
muchedumbre nos puede anegar. Mas entre todos es
clarísimo el del apóstol San Pablo, á quien hacemos
hoy fiesta. ¿Quién era, y quién fué, y cuan en breve, y
cuan con una palabra se convirtió de tinieblas en luz,
y de ponzoña en árbol de vida para la Iglesia?
Pero vamos más adelante. Añade David Monte cua-
jado. La palabra original quiere decir el queso, y quie-
re también decir lo corcovado; y propiamente, y de su
1 Luc, xiii, 19. 2 Luc, xiii, 21.
106 FRAY LUIS DE LEÓN
origen, significa todo lo que tiene en sí algunas partes
eminentes é hinchadas sobre las demás que contiene;
y de aquí, el queso y lo corcovado se llama con esta
palabra. Pues juntando esta palabra con el nombre de
monte, como hace David aquí, y poniéndola en el nú-
mero de muchos (como está en el primer texto), sue-
na, como leyó San Agustín \ «monte de quesos»; ó
como trasladan agora algunos, «monte de corcovas»,
y de la una y de la otra manera viene muy bien. Por-
que en decir lo primero se declara y especifica más
la fertilidad de este monte, el cual, no sólo es de tierra
gruesa y aparejada para producir mieses; sino también
es monte de quesos ó de cuajados, esto es (significan-
do por el efecto la causa), monte de buenos pastos
para el ganado, digo monte bueno para pan llevar, y
para apacentar ganados no menos bueno.
Y, como dice bien San Agustín, el pan y la grosura
del monte que le produce es el mantenimiento de los
perfectos; la leche que se cuaja en el queso, y los
pastos que la crían es el propio manjar de los que co-
mienzan en la virtud, como dice San Pablo 2: «Como
á niños os di leche, y no manjar macizo.» Y ansí, con-
forme á esto, se entiende que este monte es general
sustento de todos; ansí de los grandes en la virtud con
su grosura, como de los recién nacidos en ella con sus
pastos y leche.
Mas "si decimos de la otra manera, monte de cor-
covas ó de hinchazones, dícese una señalada verdad:
y es, que como hay unos montes que suben seguidos
hasta lo alto, y en lo alto hacen una punta sola y re-
donda, y otros que hacen muchas puntas y que están
como compuestos de muchos cerros, ansí Cristo no es
monte, como los primeros eminente y excelente en
una cosa sola, sino monte hecho de montes, y una
grandeza llena de diversas é incomparables grandezas;
y, como si dijésemos, monte que todo Él es montes,
1 Knarrat, in. Psaloo. cxvih, serm. x»m, n. 8. 2 1 Corint.,
»i, 2.
DE LOS NOMBRE?! DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 107
para que, como escribe divinamente San Pablo 13 «ten-
ga principado y eminencia en todas las cosas».
Dice más: «¿Qué sospecháis, montes de cerros? Este
es el monte que Dios escogió para su morada, y cier-
tamente el Señor mora en él para siempre.» Habla con
todo lo que se tiene á sí mismo por alto, y que se opo-
ne á Cristo, presumiendo de traer competencias con
él; y díceles: «¿Qué sospecháis?» O como en otro lu-
gar San Jerónimo puso: «¿Qué pleiteáis ó qué peleáis
contra este monte? > Y es como si más claro dijese:
¿Qué presunción ó qué pensamiento es el vuestro
¡oh montes! cuanto quiera que seáis, según vuestra
opinión, eminentes, de oponeros con este monte; pre-
tendiendo ó vencerle, ó poner en vosotros lo que
Dios tiene ordenado de poner en él, que es su morada "
perpetua? Como si dijese: Muy en balde y muy sin
fruto os fatigáis. De lo cual entendemos dos cosas: la
una, que este monte es envidiado y contradecido de
muchos montes; y la otra, que es escogido de Dios en-
tre todos.
Y de lo primero, que toca á la envidia y contradic-
ción, es, como si dijésemos, hado de Cristo el ser siem-
pre envidiado; que no es pequeño consuelo para los
que le siguen, como se lo pronosticó el viejo Simeón
luego que lo vio niño en el templo, y hablando con su
madre, lo dijo 2: «Ves este niño; será caída y levanta-
miento para muchos en Israel, y como blanco á quien
contradecirán muchos». Y el Salmo segundo en este
mismo propósito 3: «¿Porque (dice) bramaron las gentes
y los pueblos trataron consejos vanos? Pusiéronse los
reyes de la tierra, y los príncipes se hicieron á una
contra el Señor y contra su Cristo».
Y fué el suceso bien conforme al pronóstico, como
se pareció en la contradicción que hicieron á Cristo
las cabezas del pueblo hebreo por todo el discurso de
su vida, y en la conjuración que hicieron entre sí para
traerle á la muerte. Lo cual, si se considera bien, ad-
1 Ad Colos ., i, 18. 2 Luc, n, 34. 3 Psalm. n, 1.
108 FRAY LUIS DE LEÓN
mira mucho sin duda: porque si Cristo se tratara como
pudo tratarse, y conforme á lo que se debía á la alte-
za de su persona; si apeteciera el mando temporal so-
bre todos; ó si en palabras, ó si en hechos fuera altivo
y deseoso de enseñorearse; si pretendiera no hacer
bienes, sino enriquecerse de bienes, y sujetando á las
gentes, vivir con su sudor y trabajo de ellas en vida de
descanso abundante; si le envidiaran y si se le opusie-
ran muchos movidos por sus intereses, ninguna mara-
villa fuera, antes fuera lo que cada día acontece; mas
siendo la misma llaneza, y no anteponiéndose á nadie
ni queriendo derrocar á ninguno de su preeminencia y
oficio, viviendo sin fausto y humilde, y haciendo bie-
nes jamás vistos generalmente á todos los hombres,
sin buscar ni pedir ni aun querer recibir por ello ni
honra ni interés, que le aborreciesen las gentes, y que
los Grandes desamasen á un pobre, y los potentados y
pontificados á un humilde bienhechor, es cosa que es-
panta.
Pues ¿acabóse esta envidiosa oposición con su muer-
te, y á sus discípulos de él y á su doctrina no contra-
dijeron después, ni se opusieron contra ellos los hom-
bres? Lo que fué en la cabeza, eso mismo aconteció
por los miembros. Y como él mismo lo dijo h «No es
el discípulo sobre el maestro; si me persiguieron á mí,
también os perseguirán á vosotros». Ansí puntualmen-
te les aconteció con los emperadores, y con los reyes,
y con los príncipes de la sabiduría del mundo. Y por
la manera que nuestra bienaventurada luz, debiendo
según toda buena razón ser amado, fué perseguido,
ansí á los suyos y á su doctrina, con quitar todas las
causas y ocasiones de envidia y de enemistad, les hizo
toda la grandeza del mundo enemiga cruel. Porque los
que enseñaban, no á engrandecer las haciendas ni a
caminar á la honra y á las dignidades, sino á seguir el
estado humilde y ajeno de envidia, y á ceder de su
propio derecho con todos, y á empobrecerse á sí para
1 Joan., x',20.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 109
el remedio de la ajena pobreza, y á pagar el mal con
el bien; y los que vivían ansí, como lo enseñaban, he-
chos unos públicos bienhechores, ¿quién pensará ja-
más que pudieran ser aborrecidos y perseguidos de
nadie? O cuando lo fueran de alguno, ¿quién creyera
que lo habían de ser de los reyes, y que el poderío y
grandeza había de tomar armas, y mover guerra con-
tra una tan humilde bondad? Pero era esta la suerte
que dio á este monte Dios, para mayor grandeza suya.
Y aun si queremos volver los ojos al principio y al
primer origen de este aborrecimiento y envidia, halla-
remos que mucho antes que comenzase á ser Cristo en
la carne, comenzó este su odio; y podremos venir en
conocimiento de su causa de él en esta manera. Por-
que el primero que le envidió y aborreció fué Lucifer,
como lo afirma, y muy conforme á la doctrina verda-
dera, el glorioso Bernardo; y comenzóle á aborrecer
luego que (habiéndoles á él y á algunos otros ángeles
revelado Dios alguna parte de este su consejo y miste-
rio), conoció que disponía Dios de hacer príncipe uni-
versal de todas las cosas á un hombre. Lo cual cono-
ció luego al principio del siglo y antes que cayese, y
cayó por ventura por esta ocasión.
Porque volviendo los ojos á sí, y considerando sober-
biamente la perfección altísima de sus naturales, y mi-
rando juntamente con esto el singular grado de gracias
y dones de que le había dotado Dios, más que á otro
ángel alguno, contento de sí y miserablemente des-
vanecido, apeteció para sí aquella excelencia. Y de
apetecerla vino á no sujetarse á la orden y decreto de
Dios, y á salir de su santa obediencia, y á trocar la
gracia en soberbia, por donde fué hecho cabeza de
todo lo arrogante y soberbio; ansí como lo es Cristo
de todo lo llano y humilde. Y como del que, en la es-
calera bajando pierde algún paso, no para su caída en
un escalón, sino de uno en otro llega hasta el postre-
ro cayendo; ansí Lucifer, de la desobediencia para
con Dios cayó en el aborrecimiento de Cristo, conci-
biendo contra Él primero envidia y después sangrienta
110 FRAY LUIS DE LEÓN
enemistad, y de la enemistad nació en él absoluta de-
terminación de hacerle guerra siempre con todas sus
fuerzas.
Y. ansí lo intentó primero en sus padres, matando y
condenando en ellos, cuanto fué en sí, toda la sucesión
de los hombres; y después en su persona misma de
Cristo, persiguiéndole por sus ministros y trayéndolo
á muerte; y de allí en los discípulos y seguidores de
Él, de unos en otros hasta que se cierren los siglos,
encendiendo contra ellos á sus principales ministros,
que es á todo aquello que se tiene por sabio y por alto
en el mundo.
En la cual guerra y contienda, peleando siempre
contra la flaqueza el poder, y contra la humildad la
soberbia y la maña, y la astucia contra la sencillez y
bondad, al fin quedan aquellos vencidos pareciendo
que vencen. Y contra este enemigo, propiamente, en-
dereza David las palabras de que vamos hablando.
Porque á este ángel y á los demás ángeles, que le si-
guieron en tantas maneras de naturales y graciosos
bienes enriscados é hinchados, llama aquí corcova-
dos y enriscados montes; ó por decirlo mejor, montes
montuosos; y á éstos les dice ansí: ¿Porque ¡oh montes
soberbios! ó envidiáis la grandeza del hombre en Cris-
to, que os es revelada, ó le movéis guerra pretendien-
do estorbarla, ó sospecháis que se debía esta gloria á
vosotros, ó que será parte vuestra contradicción para
quitársela? Que yo os hago seguros que será vano este
trabajo vuestro, y que redundará toda esta pelea en
mayor acrecentamiento suyo; y que por mucho que
os empinéis, Él pisará sobre vosotros, y la Divinidad
reposará en Él dulce y agradablemente por todos los
siglos sin fin.
Y habiendo Marcelo dicho esto, callóse; y luego Sa-
bino, entendiendo que había acabado, y desplegando
de nuevo el papel y mirando en él. dijo:
— Lo que se sigue agora es asaz breve en palabras,
mas sospecho que en cosas ha de dar bien que decir;
y dice ansí.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 111
CAPÍTULO VIII
Llámase Cristo Padre del siglo futuro, y explícase el modo con
que nos engendra en hijos suyos.
—El sexto nombre es Padre del siglo futuro. Ansí
le llama Isaías en el capítulo nueve, diciendo: «Y será
llamado Padre del siglo futuro».
—Aún no me había despedido del monte, respondió
Marcelo entonces; mas, pues Sabino ha pasado ade-
lante, y para lo que me quedaba por decir habrá por
ventura después otro mejor lugar, sigamos lo que Sa-
bino quiere. Y dice bien, que lo que agora ha pro-
puesto es breve en palabras y largo en razón; á lo
menos, si no es largo, es hondo y profundo, porque se
encierra en ello una gran parte del misterio de nues-
tra redención. Lo cual, si como ello es, pudiese caber
en mi entendimiento, y salir por mi lengua vestido
cotilas palabras y sentencias que se le "deben, ello
sólo henchiría de luz y de amor celestial nuestras al-
mas. Pero confiados del favor de Jesucristo, y ayu-
dándome en ello vuestros santos deseos, comencemos
á decir lo que él nos diere, y comencemos de esta
manera.
Cierta cosa es, y averiguada en la Santa Escritura,
que los hombres para vivir á Dios tenemos necesidad
de nacer segunda vez. demás de aquella que nacemos
cuando salimas del vientre de nuestras madres. Y
cierto es que todos los fieles nacen este segundo naci-
miento, en el cual está el principio y origen de la vida
santa y fiel. Ansí lo afirmó Cristo á Nicodemus, que,
siendo maestro de la ley, vino una noche á ser su dis-
cípulo. Adonde, como por fundamento de la doctrina
que le había de dar, propuso esto, diciendo1: «Cierta-
mente te digo que ningún hombre, si no torna á nacer
segunda vez, no podrá ver el reino de Dios».
1 Joan, iu, 3
112 FRAY LUIS DE LEÓN
Pues por la fuerza de los términos correlativos, que
entre sí se responden, se sigue muy bien que donde hay
nacimiento hay hijo, y donde hijo hay también padre.
De manera que si los fieles, naciendo de nuevo, co-
menzamos á ser nuevos hijos, tenemos forzosamente
algún nuevo padre cuya virtud nos engendra; el cual
padre es Cristo. Y por esta causa es llamado Padre
del siglo futuro, porque es el principio original de
esta generación bienaventurada y segunda, y de la
multitud innumerable de descendientes que nacen
por ella.
Mas, porque esto se entienda mejor (en cuanto pue-
de ser de nuestra flaqueza entendido), tomemos de su
principio toda esta razón; y digamos lo primero de
dónde vino á ser necesario que el hombre naciese se-
gunda vez. Y" dicho esto, y procediendo de grado en
grado ordenadamente, diremos todo lo demás que á la
claridad de todo este argumento y á su entendimiento
conviene, llevando siempre, como en estrella de guía,
puestos los ojos en la luz de la Escritura sagrada, y
siguiendo las pisadas de los doctores y santos antiguos.
Pues, conforme á lo que yo agora decía, como la in-
finita bondad de Dios, movida de su sola virtud, ante
todos los siglos se determinase de levantar á sí la na-
turaleza del hombre, y de hacerla particionera de sus
mayores bienes y señora de todas sus criaturas, Luci-
fer, lueoo que lo conoció, encendido de envidia, se
dispuso á dañar é infamar el género humano en cuan-
to pudiese, y estragarle en el alma y en el cuerpo; por
tal manera, que hecho inhábil para los bienes del cie-
lo, no viniese á efecto lo que en su favor había orde-
nado Dios. «Por envidia del demonio, dice el Espíritu-
Santo en la Sabiduría1, entró la muerte en el mun-
do.» Y fué ansí, que luego que vio criado al primer
hombre y cercado de la gracia de Dios, y puesto en
lugar deleitoso y en estado bienaventurado, y como en
un vecino y cercano escalón para subir al eterno y
1 Sapient., 11, ?4.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 113
verdadero bien, echó también juntamente de ver que
le había Dios vedado la fruta del árbol, y puéstole, si
la comiese, pena de muerte, en la cual incurriese
euanto á la vida del alma luego, y cuanto á la del
cuerpo después; y sabía por otra parte el demonio, que
Dios no podía por alguna manera volverse de lo que
una vez pone. Y ansí, luego se imaginó que si él podía
engañar al hombre, y acabar con él que traspasase
aquel mandamiento, lo dejaba necesariamente perdido
y condenado á la muerte, ansí del alma como del cuer-
po; y por la misma razón, lo hacía incapaz del bien
para que Dios le ordenaba.
Mas, porque se le ofreció que aunque pecase aquel
hombre primero, en los que después de él naciesen
podría Dios traer á efecto lo que tenía ordenado en
favor de los hombres, determinóse de poner en aquel
primero, como en la fuente primera, su ponzoña y las
semillas de su soberbia y profanidad y ambición, y las
raíces y principios de todos los vicios; y poner un ati-
zador continuo de ellos, para que juntamente con la
naturaleza, en los que naciesen de aquel primer hom-
bre, se derramase y extendiese este mal; y ansí nacie-
sen todos culpados y aborrecibles á Dios, é inclinados
á continuas y nuevas culpas, é inútiles todos para ser
lo que Dios había ordenadoque fuesen.
Ansí lo pensó; y como lo pensó lo puso por obra, y
sucedióle su pretensión. Porque inducido y persuadido
del demonio, el hombre pecó, y con esto tuvo por aca-
bado su hecho. Esto es; tuvo al hombre por perdido á
remate, y tuvo por desbaratado y deshecho el consejo
de Dios.
Y á la verdad, quedó extrañamente dificultoso y re-
vuelto todo este negocio del hombre. Porque se con-
tradecían y como hacían guerra entre sí dos decretos
y sentencias divinas, y no parecía que se podía dar
corte, ni tomar medio alguno que bueno fuese. Porque
por una parte había decretado Dios de ensalzar el
hombre sobre todas las cosas, y por otra parte había
firmado que si pecase le quitaría la vida del alma y del
8
114 FRAY LUIS DE LEÓN
cuerpo: y había pecado. Y ansí, si cumplía Dios el de-
creto primero, no cumplía con el segundo; y al revés,
cumpliendo el segundo dicho, el primero se deshacía
y borraba; y juntamente con esto, no podía Dios, ansí
on lo uno como en lo otro, no cumplir su palabra; por-
que no es mudable Dios en lo que una vez dice, ni
puede nadie poner estorbo á lo que El ordena que sea.
Y cumplirlo en ambas cosas parecía imposible. Porque
si á alguno se ofrece que fuera bueno criar Dios otros
hombres no descendientes de aquel primero, y cum-
plir con éstos la ordenación de su gracia, y la senten-
cia de su justicia ejecutarla en los otros; Dios lo pu-
diera hacer muy bien sin ninguna duda: pero todavía
quedaba falta, y como menor, la verdad de la promesa
primera; porque la gracia de ella no se prometía á
cualesquiera, sino á aquellos hombres que criaba Dios
en Adán, esto es, á los que de él descendiesen.
Por lo cual, en esto, que no parecía haber medio, el
saber no comprensible de Dios lo halló; y dio salida
á lo que por todas partes estaba con dificultades cerra-
do. Y el medio y la salida fué, no criar otro nuevo
linaje de hombres; sino dar orden cómo aquellos mis-
mos ya criados, y por orden de descendencia nacidos,
naciesen de nuevo otra vez: para que ellos mismos, y
unos mismos, según el primer nacimiento muriesen, y
viviesen según el segundo; y en lo uno ejecutase Dios
la pena ordenada, y la gracia y la grandeza prometida
cumpliese Dios en Ío otro; y ansí, quedase en todo ver-
dadero y glorioso.
Mas, ¡qué bien, aunque brevemente, San León Papa
dice esto que he dicho! 1 «Porque se alababa (dice),
el demonio, que el hombre, por su engaño inducido
al pecado, había ya de carecer de los dones del cielo,
y que desnudado del don de la inmortalidad, quedaba
sujeto á dura sentencia de muerte; y porque decía que
había hallado consuelo de sus caídas y males con la
compañía del nuevo pecador, y que Dios también, pi-
1 S. Leo, serm. 2 de Nativitate, cap. i.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 115
diéndolo ansí la razón de su severidad v justicia para
con el hombre, al cual crió para honra tan grande, ha-
bía mudado su antiguo y primer parecer; pues por eso
fué necesario que usase Dios de nueva y secreta for-
ma de consejo; para que Dios, que es inmudable, y
cuya voluntad no puede ser impedida en los largos
bienes que hacer determina, cumpliese con misterio
más secreto el primer decreto y ordenación de su cle-
mencia; y para que el hombre, por haber sido inducido
á culpa por el engaño y astucia de la maldad infer-
nal, no pereciese contra lo que Dios tenía ordenado.»
Esta, pues, es la necesidad que tiene el hombre de
nacer segunda vez. A lo cual se sigue saber qué es, ó
qué fuerza tiene, y en qué consiste este nuevo y se-
gundo nacimiento. Para lo cual presupongo que cuan-
do nacemos, juntamente con la substancia de nuestra
alma y cuerpo con que nacemos, nace también en nos-
otros un espíritu y una infección infernal, que se ex-
tiende y derrama por todas las partes del hombre, y se
enseñorea de todas y las daña y destruye. Porque en
el entendimiento es tinieblas; y en la memoria olvido;
y en la voluntad culpa y desorden de las leyes de
Dios; y en los apetitos fuego y desenfrenamiento; y en
los sentidos engaño; y en las obras pecado y maldad;
y en todo el cuerpo desatamiento y flaqueza y penali-
dad; y finalmente muerte y corrupción. Todo lo cual
San Pablo suele comprender con un solo nombre, y lo
llama 1 «pecado y cuerpo de pecado». Y Santiago
dice 2 «que la rueda de nuestro nacimiento, esto es. él
principio de él ó la substancia con que nacemos, está
encendida con fuego del infierno».
De manera que en la substancia de nuestra alma y
cuerpo nace, cuando ella nace, impresa y apegada
esta mala fuerza, que con muchos nombres apenas
puede ser bien declarada; la cual se apodera de ella
ansí, que no solamente la inficiona y contamina y hace
casi otra, sino también la mueve y enciende y lleva
1 Rom , vi, 6. 2 Jocob, m,6.
116 FRAY LUIS DE LEÓN
)>or donde quiere, como si fuese alguna otra substancia
ó espíritu asentado y engerido en el nuestro, y pode-
roso sobre él.
Y si quiere saber alguno la causa por qué nacemos
ansí, para entenderlo hase de advertir: lo primero, que
la substancia de la naturaleza del hombre, ella de sí y
de su primer nacimiento es substancia imperfecta, y
como si dijésemes comenzada á hacer; pero tal, que
tiene libertad y voluntad para poder acabarse y figu-
rarse del todo en la forma, ó mala ó buena, que más
le pluguiere; porque de suyo no tiene ninguna, y es
capaz para todas, y maravillosamente fácil y como de
cera para cada una de ellas. Lo segundo, hase tam-
bién de advertir que esto que le falta y puede adqui-
rir el hombre, que es como cumplimiento y fin de la
obra, aunque no le da cuando lo tiene el ser y el vivir
y el moverse, pero dale el ser bueno ó ser malo; y
dale determinadamente su bien y figura propia; y es
como el espíritu y la forma de la misma alma, y la
que la lleva y determina á la calidad de sus obras; y
lo que se extiende y trasluce por todas ellas, para que
obre como vive y para que sea lo que hace, conforme
al espíritu que la califica y la mueve á hacer.
Pues aconteciónos ansí: que Dios cuando formó al
primer hombre, y formó en él á todos los que nace-
mos de él, como en su simiente primera (porque le for-
mó con sus manos solas, y de las manos de Dios nunca
sale cosa menos acabada y perfecta), sobrepuso luego
á la substancia natural del hombre los dones de su gra-
cia, y figurólo particularmente con su sobrenatural
imagen y espíritu, y sacólo como si dijésemos de un
golpe y de una vez acabado del todo y divinamente
acabado. Porque al que, según su facilidad natural, se
I india figurar en condiciones y mañas, ó como bruto
ó como demonio ó como ángel, figuróle El como Dios,
y puso en él una imagen suya sobrenatural y muy
cercana á su semejanza; para que ansí él como los
que estábamos en él naciendo después, la tuviésemos
siempre por nuestra, si el primer padre no la perdiese.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 117
Mas perdióla presto, porque traspasó la ley de Dios;
y ansí, fué despojado luego de esta perfección de Dios
que tenía; y despojado de ella, no fué su suerte t; !
que quedase desnudo, sino, como dicen del trueco do
Glauco y Diomedes, trocando desigualmente las armas,
juntamente fué desnudado y vestido. Desnudado del
espíritu y figura sobrenatural de Dios: y vestido de la
culpa y de su miseria, y del traje y figura y espíritu
del demonio, cuyo inducimiento sig«.ió. Porque ansí
como perdió lo que tenía de Dios, porque se apartó
de El; ansí, porque siguió y obedeció á la voz del de-
monio, concibió luego en sí su espíritu y sus mañas,
permitiendo por esta razón Dios justísimamente que
debajo de aquel manjar visible, por vía y fuerza secre-
ta, pusiese en él el demonio una imagen suya, esto es,
una fuerza malvada muy semejante á él.
La cual fuerza, unas veces llamamos ponzoña, por-
que se presentó el demonio en figura de sierpe; otras
ardor y fuego, porque nos enciende y abrasa con no
creíbles ardores; y otras pecado, porque consiste toda
ella en desorden y desconcierto, y siempre inclina á
desorden. Y tiene otros mil nombres, y son pocos to-
dos para decir lo malo que ella es; y el mejor es lla-
marla un otro demonio, porque tiene y encierra en sí
las condiciones todas del demonio: soberbia, arrogan-
cia, envidia, desacato de Dios, afición á bienes sensi-
bles, amor de deleites, y de mentira, y de enojo, y de
engaño, y de todo lo que es vanidad.
El cual mal espíritu, ansí como sucedió al bueno
que el hombre tenía antes, ansí en la forma del daño
que hizo, imitó al bien y al provecho que hacía el pri-
mero. Y como aquél perfeccionaba al hombre, no sólo
en la persona de Adán, sino también en la de todos
los que estábamos en él; y ansí como era bien general,
que ya en virtud y en derecho lo teníamos todos, y lo
tuviéramos cada uno en real posesión en naciendo:
ansí esta ponzoña emponzoñaba no á Adán solamen-
te, sino á todos nosotros sus sucesores: primero á to-
dos en la raíz v semilla de nuestro origen, y después
118 FRAY LUIS DE LEÓN
en particular á cada uno cuando nacemos, naciendo
juntamente con nosotros y apegada á nosotros.
Y esta es la causa por qué nacemos, como dije al
principio, inficionados y pecadores; porque, ansi como
aquel espíritu bueno, siendo hombres, nos hacía seme-
jantes á Dios, ansí este mal y pecado añadido á nues-
tra substancia, y naciendo con ella, la figura y hace que
nazca, aunque en forma de hombre, pero acondiciona-
da como demonio y serpentina verdaderamente; y por
el mismo caso culpada y enemiga de Dios, é hija de ira
y del demonio, y obligada al infierno. Y tiene aún,
demás de éstas, otras propiedades esta ponzoña y mal-
dad, las cuales iré refiriendo agora, porque nos servi-
rán mucho para después.
Y lo primero tiene que entre estas dos cosas que
digo (de las cuales la una es la substancia del cuerpo y
del alma, y la otra esta ponzoña y espíritu malo), hay
esta diferencia cuanto á lo que toca á nuestro propó-
sito: que la substancia del cuerpo y del alma ella de sí
es buena y obra de Dios; y si llegamos la cosa á su
principio, la tenemos de sólo Dios. Porque el alma El
sólo la cría; y del cuerpo, cuando al principio lo hizo
de un poco de barro, El sólo fué el hacedor; y ni más
ni menos cuando después lo produce de aquel cuerpo
primero, y como van los tiempos los saca á la luz en
cada uno que nace, El también es el principal de la
obra. Mas el otro espíritu ponzoñoso y soberbio en nin-
guna mamara es obra de Dios, ni se engendra en nos-
otros con su querer y voluntad, sino es obra toda del
demonio y del primer hombre: del demonio, inspiran-
do y persuadiendo; del hombre, voluntaria y culpable-
mente recibiéndolo en sí.
Y ansí, esto sólo es lo que la Santa Escritura llama
en nosotros viejo hombre y viejo Adán, porque es pro-
pia hechura de Adán; esto es, porque es, no lo que
tuvo Adán de Dios, sino lo que él hizo en sí por su
culpa y por virtud del demonio. Y llámase vestidura
vieja porque, sobre la naturaleza que Dios puso en
Adán, él se revistió después con esta figura, é hizo que
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 119
naciésemos revestidos de ella nosotros. Y llámase ima-
gen del hombre terreno, porque aquel hombre que
Dios formó de la tierra se transformó en ella por su
voluntad; y cual él se hizo entonces, tales nos engen-
dra después y le parecemos en ella, ó por decir ver-
dad, en ella somos del todo sus hijos, porque en ella
somos hijos solamente de Adán. Que en la naturaleza
y en los demás bienes naturales con que nacemos so-
mos hijos de Dios, ó sola ó principalmente, como arri-
ba está dicho. Y sea esto lo primero.
Lo segundo, tiene otra propiedad este mal espíritu,
que su ponzoña y daño de él nos toca de dos maneras.
Una en virtud, otra formal y declaradamente. Y porque
nos toca virtualmente de la primera manera, por eso
nos tocó formalmente después. En virtud nos tocó,
cuando nosotros aún no teníamos ser en nosotros, sino
en el ser y en la virtud de aquel que fué padre de to-
dos: en efecto y realidad, cuando de aquella preñez
venimos á esta luz.
En el primer tiempo, este mal no se parecía claro
sino en Adán solamente; pero entiéndase que lanzaba
su ponzoña con disimulación en todos los que estába-
mos en él también, como disimulados; mas en el se-
gundo tiempo descubierta y expresamente nace con
cada uno. Porque si tomásemos ahora la pepita de un
melocotón ó de otro árbol cualquiera, en la cual están
originalmente encerrados la raíz del árbol y el tronco
y las hojas y flores y frutos de él; y si imprimiésemos
en la dicha pepita por virtud de alguna infusión algún
color y sabor extraño, en la pepita misma luego se ve
y siente este color y sabor; pero en lo que está ence-
rrado en su virtud de ella aún no se ve, ansí como ni
ello mismo aún no es visto. Pero entiéndese que está
ya lanzado en ella aquel color y sabor, y que le está
impreso en la misma manera que aquello todo está en
la pepita encerrado, y verse abiertamente después
en las hojas y flores y frutos que digo, cuando del
seno de la pepita ó grano donde estaban cubiertos
se descubrieren y salieren á luz. Pues ansí y por la
120 FRAY LUIS DE LEÓN
misma manera pasa en esto de que vamos hablando.
La tercera propiedad, y que se consigue á lo que
agora decíamos, es que esta fuerza ó espíritu que de-
cimos nace al principio en nosotros; no porque nos-
otros por nuestra propia voluntad y persona la hici-
mos ó merecimos, sino por lo que hizo y mereció otro
que nos tenía dentro de sí, como el grano tiene la es-
piga; y ansí, su voluntad fué habida por nuestra vo-
luntad; y queriendo él, como quiso, inficionarse en la
forma que hemos dicho, fuimos vistos nosotros querer
para nosotros lo mismo. Pero, dado que al principio
esta maldad ó espíritu de maldad nace en nosotros sin
merecimiento nuestro propio; mas después, queriendo
nosotros seguir sus ardores y dejándonos llevar de su
fuerza, crece y se establece y confirma más en nos-
otros por nuestros desmerecimientos. Y ansí, naciendo
malos y siguiendo el espíritu malo con que nacemos,,
merecemos ser peores, y de hecho lo somos.
Pues sea lo cuarto y postrero, que esta mala pon-
zoña y simiente (que tantas veces ya digo que nace
con la substancia de nuestra naturaleza y se extiende
por ella), cuanto es de su parte la destruye y trae á
perdición, y la lleva por sus pasos contados á la suma
miseria; y cuanto crece y se fortifica en ella, tanto
más la enflaquece y desmaya, y si debemos usar de
esta palabra aquí, la annihila. Porque, aunque es ver-
dad, como hemos ya dicho, que la naturaleza nuestra
es de cera para hacer en ella lo que quisiéremos; pero
como es hechura de Dios, y por el mismo caso buena
hechura, la mala condición y mal ingenio y mal espí-
ritu que le ponemos, aunque le recibe por su facilidad
y capacidad, pero recibe daño con él, por ser, coma
obra de buen maestro, buena ella de suyo é inclinada
á lo que es mejor. Y como la carcoma hace en el ma-
dero, que naciendo en él, lo consume; ansí esta mal-
dad ó mal espíritu, aunque se haga á él y se envista
de él nuestra naturaleza, la consume casi del todo.
Porque asentado en ella, y como royendo en ella
continuamente, pone desorden y desconcierto en todas
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO!" PRIMERO 121
las partes del hombre; porque pone en alboroto todo
nuestro reino, y lo divide entre sí, y desata las ligadu-
ras con que esta compostura nuestra de cuerpo v de
alma se ata y se traba; y ansí, hace que ni el cuerpo
esté sujeto al alma, ni el alma á Dios, que es camino
cierto y breve para traer ansí el cuerpo como el alma
á la muerte. Porque como el cuerpo tiene del alma su
vida toda, vive más cuanto le está más sujeto; y por el
contrario, se va apartando de la vida como va saliéndo-
se de su sujeción y obediencia; y ansí, este dañado fu-
ror, que tiene por oficio sacarle de ella, en sacándole,
que es desde el primer punto que se junta á él y que
nace con él, le hace pasible y sujeto á enfermedades y
males; y ansí como va creciendo en él. le enflaquece
más y debilita, hasta que al fin le desata y aparta del
todo del alma, y le torna en polvo, para que quede para
siempre hecho polvo cuanto es de su parte.
Y lo que hace en el cuerpo, eso mismo hace en el
alma; que como el cuerpo vive de ella, ansí ella vive-
de Dios, del cual este espíritu malo la aparta y va cada-
día apartándola más, cuanto más va creciendo. Y ya
que no puede gastarla toda ni volverla en nada, porque
es de metal que no se corrompe, gástala hasta no de-
jarle más vida de la que es menester, para que se co-
nozca por muerta, que es la muerte que la Escritura
santa llama segunda muerte, y la muerte mayor ó la
que es sola verdadera muerte; como se pudiera mos-
trar agora aquí con razones que lo ponen delante los
ojos; pero no se ha de decir todo en cada lugar.
Mas lo propio de este que tratamos agora, y lo que
decir nos conviene, es lo que dice Santiago, el cual
como en una palabra esto todo que he dicho lo com-
prende, diciendo x : «El pecado, cuando llega á su col-
mo, engendra muerte». Y es digno de considerar que
cuando amenazó Dios al hombre con miedos para que-
no diese entrada en su corazón á este pecado, la pena
que le denunció fué eso mismo que él hace, y el fruto
1 Jacob, i, 15.
122 FRAY LUIS DE LEÓN
que nace de él, según la fuerza y la eficacia de su ca-
lidad, que es una perfecta y acabada muerte; como no
queriendo él por sí poner en el hombre las manos ni
ordenar contra él extraordinarios castigos, sino dejar-
le al azote de su propio querer, para que fuese verdu-
go suyo eso mismo que había escogido.
Mas dejando esto aquí, y tornando á lo que al prin-
cipio propuse (que es decir aquello en que consiste
este postrer nacimiento), digo que consiste: no en que
nazca en nosotros otra substancia de cuerpo y de alma,
porque eso no fuera nacer otra vez, sino nacer otros,
con lo cual, como está dicho, no se conseguía el fin
pretendido; sino consiste en que nuestra substancia
nazca sin aquel mal espíritu y fuerza primera, y nazca
con otro espíritu y fuerza contraria y diferente de ella.
La cual fuerza y espíritu en que, según decimos, con-
siste el segundo nacer, es llamado hombre nuevo y
Adán nuevo en la santa Escritura, ansi como el otro
su contrario y primero se llama nombre viejo, como
hemos ya dicho.
Y ansí como aquél se extendía por todo el cuerpo y
por toda el alma del hombre, ansí el bueno también se
extiende por todo; y como lo desordenaba aquél, lo
ordena éste y lo santifica y trae últimamente á vida
gloriosa y sin fin, ansi como aquél lo condenaba á
muerte miserable y eterna. Y es, por contraria manera
del otro, luz en el ánimo y acuerdo de Dios en la me-
moria, y justicia en la voluntad, y templanza en los
deseos, y en los sentidos guía, y en las manos y en las
obras provechoso mérito y fruto; y finalmente, vida y
paz general de todo el hombre, é imagen verdadera de
Dios, y que hace á los hombres sus hijos. Del cual es-
píritu, y de los buenos efectos que hace, y de toda su
eficacia y virtud, los sagrados escritores, tratando de
él debajo de diversos nombres, dicen mucho en muchos
lugares; pero baste por todos San Pablo en lo que, es-
cribiendo á los Gálatas, dice de esta manera l : «El
1 Galat, v, 22.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 123
fruto del Espíritu-Santo son caridad, gozo, paz, lar-
gueza de ánimo, bondad, fe, mansedumbre y templan-
za». Y el mismo, en el capítulo tercero á los Golo-
senses * : «Despojándoos del hombre viejo, vestios el
nuevo, el renovado para conocimiento, según la ima-
gen del que le crió».
Esto, pues, es nacer los hombres segunda vez, con-
viene á saber, vestirse de este espíritu y nacer, no con
otro ser y substancia, sino calificarse y acondicionarse
de otra manera, y nacer con otro aliento diferente. Y
aunque prometí solamente decir qué nacimiento era
éste, en lo que he dicho he declarado no sólo lo que
es el nacer, sino también cuál es lo que nace, y las
condiciones del espíritu que en nosotros nace, ansí la
primera vez como la segunda.
Resta agora que, pasando adelante, digamos qué hizo
Dios y la forma que tuvo para que naciésemos de esta
segunda manera; con lo cual, si lo llevamos á cabo,
quedará casi acabado todo lo que á esta declaración
pertenece.
Callóse Marcelo luego que dijo esto, y comenzábase
á apercibir para torna á decir; mas Juliano, que desde
el principio Je había oído atentísimo, y por algunas
veces con significaciones y meneos había dado mues-
tras de maravillarse, tomando la mano, dijo:
—Estas cosas, Marcelo, que agora decís, no las sacáis
de vos ni menos sois el primero que las traéis á luz;
porque todas ellas están como sembradas y esparcidas,
ansí en los Libros divinos como en los doctores sagra-
dos, unas en unos lugares y otras en otros; pero sois
el primero de los que he visto y oído yo que, juntando
cada una cosa con su igual cuya es, y como pareándo-
las entre sí y poniéndolas en sus lugares, y trabándolas
todas y dándoles orden, habéis hecho como un cuerpo
y como un tejido de todas ellas. Y aunque es verdad
que cada una de estas cosas por sí, cuando en los li-
bros donde están las leemos, nos alumbran y enseñan;
1 Colos, ni, 9 et 10.
124 FRAY LUIS DE LEÓN
pero no se en qué manera juntas y ordenadas, como
vos agora las habéis ordenado, hinchen el alma junta-
mente de luz y de admiración, y parece que le abren
como una nueva puerta de conocimiento. No sé lo que
sentirán lo demás. De mí os afirmo que, mirando á
aqueste bulto de cosas y este concierto tan trabado
del consejo divino, que vais agora diciendo y aún no
habéis dicho del todo, pero esto sólo que hasta aquí
habéis platicado, mirándolo, me hace ya ver, á lo que
me parece, en las Letras sagradas muchas cosas, no
digo que no las sabía, sino que no las advertía antes
de agora, y que pasaba fácilmente por ellas.
Y aun se me figura también (no sé si me engaño)
que este solo misterio ansí todo junto bien entendido,
él por sí sólo basta á dar luz en muchos de los errores
que hacen en este miserable tiempo guerra á la Iglesia,
y basta á desterrar sus tinieblas de ellos. Porque en
esto sólo que habéis dicho, y sin ahondar más en ello,
ya se me ofrece á mí, y como se me viene á los ojos,
ver cómo este nuevo espíritu, en que el segundo y nue-
vo nacimiento nuestro consiste, es cosa metida en nues-
tra alma que la transforma y renueva: ansí como su
contrario de éste, que hace el nacimiento primero, vi-
vía también en ella y la inficionaba. Y que no es cosa
de imaginación ni de respeto exterior, como dicen los
que desatinan agora; porque si fuera ansí no hiciera
nacimiento nuevo, pues en realidad de verdad no po-
nía cosa alguna nueva en nuestra substancia, antes la
dejaba en su primera vejez.
Y veo también que este espíritu y criatura nueva es
cosa que recibe crecimiento, como todo lo demás que
nace; y veo que crece por la gracia de Dios, y por la
industria y buenos méritos de nuestras obras que na-
cen de ella; como al revés su contrario, viviendo nos-
otros en él y conforme á él, se hace cada día mayor y
cobra mayores fuerzas, cuanto son nuestros desmere-
cimientos mayores. Y veo también que. obrando, crece
este espíritu; quiero decir, que las obras que hacemos
movidos de él merecen su crecimiento de él y son
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 125
como su cebo y propio alimento, ansí como nuestros
nuevos pecados ceban y acrecientan á ese mismo espí-
ritu malo y dañado que á ellos nos mueve.
— Sin duda es ansí, respondió entonces Marcelo, que
esta nueva generación, y el consejo de Dios acerca de
ella, si se ordena todo junto y se declara y entiende
bien, destruye las principales fuentes del error lutera-
no, y hace su falsedad manifiesta. Y entendido bien
esto de una vez, quedan claras y entendidas muchas
escrituras que parecen revueltas y oscuras. Y si tuvie-
se yo lo que para esto es necesario de ingenio y de le-
tras, y si me concediese el Señor el ocio y el favor que
yo le suplico, por ventura emprendería servir en este
argumento á la Iglesia, declarando este misterio, y apli-
cándolo á lo que agora entre nosotros y los herejes se
alterca, y con el rayo de esta luz sacando de cuestión
la verdad, que á mi juicio sería obra muy provechosa;
y ansí como puedo, no me despido de poner en ella mi
estudio á su tiempo.
— ¿Cuándo no es tiempo para un negocio semejan-
to?, respondió Juliano.
— Todo es buen tiempo, respondió Marcelo; mas no
está todo en mi poder, ni soy mío en todos los tiem-
pos. Porque ya veis cuántas son mis ocupaciones y la
flaqueza grande de mi salud.
— ¡Como si en medio de estas ocupaciones y poca
salud, dijo, ayudando á Juliano, Sabino, no supiésemos
que tenéis tiempo para otras escrituras que no son
menos trabajosas que esa, v son de mucho menos uti-
lidad!
— Esas son cosas, respondió Marcelo, que, dado que
son muchas en número, pero son breves cada una por
sí; mas esta es larga escritura y muy trabada y de gran-
dísima gravedad, y que comenzada una vez, no se po-
día, hasta llegarla al fin, dejar de la mano. Lo que yo
deseaba era el fin de estos pleitos y pretendencias de
escuelas, con algún mediano y reposado asiento. Y si
al Señor le agradare servirse en esto de mí, su piedad
lo dará.
126 FRAY LUIS DE LEÓN
— El lo dará, respondieron como á una Juliano y
Sabino; pero esto se debe anteponer á todo lo demás.
— Que se anteponga, dijo Marcelo, en buena hora,
mas eso será después; agora tornemos á proseguir lo
que está comenzado.
Y callando con esto los dos, y mostrándose atentos,
Marcelo tornó á comenzar ansí:
— Hemos dicho cómo los hombres nacemos segunda
vez, y la razón y necesidad por qué nacemos ansí, y
aquello en que este nacimiento consiste. Quédanos por
decir la forma que tuvo y tiene Dios para hacerle,
que es decir lo que ha hecho para que seamos los
hombres engendrados segunda vez. Lo cual es breve y
largo juntamente. Breve, porque con decir solamente
que hizo un otro hombre, que es Cristo hombre, para
que nos engendrase segunda vez (ansí como el primer
hombre nos engendró la primera), queda dicho todo
lo que es ello en sí; mas es largo, porque para que
esto mismo se entienda bien y se conozca, es menester
declarar lo que puso Dios en Cristo; para que con ver-
dad se diga ser nuevo padre, y la forma como El nos
engendrad Y ansí lo uno como lo otro no se puede de-
clarar brevemente.
Mas viniendo á ello, y comenzando de lo primero,
digo que, queriendo Dios y placiéndole por su bondad
infinita dar nuevo nacimiento á los hombres (ya que
el primero, por culpa de ellos, era nacimiento perdido),
porque de su ingenio es traer á su fin todas las cosas
con suavidad y dulzura, y por los medios que su ra-
zón de ellas pide y demanda, queriendo hacer nuevos
hijos, hizo convenientemente un nuevo padre de quien
ellos naciesen; y hacerle, fué poner en El todo aquello
que para ser padre universal es necesario y conviene.
Porque lo primero, porque había de ser padre de
hombres, ordenó que fuese hombre; y porque había
de ser padre de hombres ya nacidos, para que torna-
sen á renacer, ordenó que fuese del mismo linaje y
metal de ellos. Pero, porque en esto se ofrecía una
grande dificultad (que por una parte, para que rena-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 127
cíese de este nuevo padre nuestra substancia mejorada,
convenía que fuese El del mismo linaje y substancia; y
por otra parte estaba dañada é inficionada toda nues-
tra substancia en el primer padre, y por la misma cau-
sa tomándola de él el segundo padre, parecía que la
había de tomar asimismo dañada, y si la tomaba ansí,
no pudiéramos nacer de El segunda vez puros y lim-
pios, y en la manera que Dios pretendía que naciése-
mos); ansí que, ofreciéndose esta dificultad, el sumo sa-
ber de Dios, que en las mayores dificultades resplandece
más, halló forma cómo este segundo padre fuese hom-
bre del linaje de Adán, y no naciese con el mal y con
el daño con que nacen los que nacemos de Adán.
Y ansí, le formó de la misma masa y descendencia de
Adán; pero no como se forman los demás hombres,
con las manos y obra de Adán, que es todo lo que
daña y estraga la obra, sino formóle con las suyas
mismas y por sí sólo y por la virtud de su Espíritu, en
las entrañas purísimas de la soberana Virgen, descen-
diente de Adán. Y de su sangre y substancia santísi-
ma, dándola ella sin ardor vicioso y con amor de cari-
dad encendido, hizo el segundo Adán y padre nuestro
universal de nuestra substancia, y ajeno del todo de
nuestra culpa, y como panal virgen hecho con las ma-
nos del cielo de materia pura, ó por mejor decir, de la
flor de la pureza misma y de la virginidad. Y esto fué
lo primero.
Y demás de esto, procediendo Dios en su obra, por-
que todas las cualidades que se descubren en la fior y
en el fruto conviene que estén primero en la semilla,
de donde la flor nace y el fruto; por eso en este, que
había de ser el origen de esta nueva y sobrenatural
descendencia, asentó y colocó abundantísima ó infini-
tamente, por hablar más verdad, todo aquello bueno
en que habíamos de renacer todos los que naciésemos
de El: la gracia, la justicia y el espíritu celestial, la
caridad, el saber, con todos los demás dones del Espí-
ritu-Santo; y asentólos como en principio con virtud
y eficacia para que naciesen de El en otros y se deri-
128 FRAY LUIS DE LEÓN
vasen en sus descendientes, y fuesen bienes que pu-
diesen producir de sí otros bienes. Y porque en el
principio no solamente están las cualidades de los que
nacen de él, sino también esos mismos que nacen, an-
tes que nazcan en sí, están en su principio como en
virtud; por tanto, convino también que los que nace-
mos de este divino Padre estuviésemos primero pues-
tos en El como en nuestro principio y como en simien-
te, por secreta y divina virtud. Y Dios lo hizo ansí.
Porque se ha de entender que Dios, por una mane-
ra de unión espiritual é inefable, juntó con Cristo en
cuanto hombre, y como encerró en él, á todos sus
miembros; y los mismos que cada uno en su tiempo
vienen á ser en sí mismos y á renacer y vivir en jus-
ticia, y los mismos que después de la resurrección de
la carne, justos y gloriosos y por todas partes deifica-
dos, diferentes en personas, seremos unos en espíritu,
ansí entre nosotros como con Jesucristo, ó por hablar
con mas propiedad, seremos todos un Cristo; esos mis-
mos, no en forma real, sino en virtud original, estuvi-
mos en El antes que renaciésemos por obra y por arti-
ficio de Dios, que le plugo ayuntarnos á sí secreta y
espiritualmente con quien había de ser nuestro prin-
cipio, para que con verdad lo fuese, y para que proce-
diésemos de él, no naciendo según la substancia de
nuestra humana naturaleza, sino renaciendo según la
buena vida de ella, con el espíritu de justicia y de
gracia.
Lo cual, demás de que lo pide la razón de ser pa-
dre, consigúese necesariamente á lo que antes de esto
dijimos. Porque si puso Dios en Cristo espíritu y gra-
cia principal, esto es, en sumo y eminente grado, para
que de allí se engendrase el nuevo espíritu y la nue-
va vida de todos, por el mismo caso nos puso á todos
en El, según esta razón. Como en el fuego, que tiene
en sumo grado el calor, y es por eso la fuente de todo
lo que es en alguna manera caliente, está todo lo que
lo puede ser, aun antes que lo sea, como en su fuente
y principio.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 129
Mas, por sacarlo de toda duda, será bien que lo pro-
temos con el dicho y testimonio del Espíritu-Santo.
San Pablo, movido por El en la carta que escribe á
los Efesios, dice lo que ya he alegado antes de agora ':
«Que Dios en Cristo recapituló todas las cosas». Adon-
de la palabra del texto griego es palabra propia de los
contadores, y significa lo que hacen cuando muchas y
diferentes partidas las reducen á una, lo cual llama-
mos en castellano sumar. Adonde en la suma están
las partidas todas, no como antes estaban ellas en sí
divididas, sino como en suma y virtud. Pues de la
misma manera dice San Pablo que Dios sumó todas
las cosas en Cristo, ó que Cristo es como una suma de
todo; y por consiguiente está en El puesto todo y ayun-
tado por Dios espiritual y secretamente, según aquella
manera y según aquel ser en que todo puede ser por
El reformado, y como si dijésemos reengendrado otra
vez, como el efecto está unido á su causa antes que
salga de ella, y como el ramo en su raíz y principio.
Pues aquella consecuencia que hace el mismo San
Pablo, diciendo 2: «Si Cristo murió por todos, luego
todos morimos», notoria cosa es que estriba y que
tiene fuerza en esta unión que decimos. Porque mu-
riendo El, por eso morimos; porque estábamos en El
todos en la forma que he dicho. Y aun esto mismo se
colige más claro de lo que á los Romanos escribe. «Sa-
bemos, dice 3, que nuestro viejo hombre fué crucifi-
cado juntamente con El». Si fué crucificado con El,
estaba sin duda en El, no por lo que tocaba á su per-
sona de Cristo, la cual fué siempre libre de todo pe-
cado y vejez, sino porque tenía unidas y juntas con-
sigo mismo nuestras personas por secreta virtud.
Y por razón de esta misma unión y ayuntamiento
se escribe en otro lugar de Cristo4: «que nuestros
pecados todos los subió en sí, y los enclavó en el
madero». Y lo que á los 'Efesios escribe San Pablo 5:
1 Ephes. i, 10. 2 II Cor., v, 15. 3 Rom., vi, 6,
4 Petr,ü, 24. 5 Ephes., n, 5 et 6,
130 FRAY LUIS DE LEÓN
«que Dios nos vivificó en Cristo y nos resucitó con El
juntamente, y nos hizo sentar juntamente con El en
los cielos,» aun antes de la resurrección y glorifica-
ción general, se dice y escribe con grande verdad, por
razón de esta unidad. Dice Isaías 1, «que puso Dios en
Cristo las maldades de todos nosotros, y que su car-
denal nos dio salud». Y el mismo Cristo, estando pa-
deciendo en la cruz, con alta y lastimera voz dice 2:
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me desamparaste? Lejos
de mi salud las voces de mis pecados-; ansí como
tanto antes de su pasión lo había profetizado y can-
tado David.
Pues ¿cómo será esto verdad, si no es verdad que
Cristo padecía en persona de todos, y por consiguiente
que estábamos en El ayuntados todos por secreta fuer-
za, como están en el padre los hijos, y los miembros
en la cabeza? ¿No dice el profeta 3 «que trae este rey
sobre sus hombros su imperio?» Mas ¿qué imperio?
pregunto. El mismo rey lo declara cuando, en la pará-
bola de la oveja perdida, dice que para reducirla la
puso sobre sus hombros. De manera que su imperio
son los suyos, sobre quienes El tiene mando, los cua-
les trae sobre sí, porque para reengendrarlos y salvar-
los ayuntó primero consigo mismo. San Agustín sin
duda dícelo ansí escribiendo sobre el Salmo veintiuno
alegado, y dice de esta manera *: «¿Y por qué dice eso,
sino porque nosotros estábamos allí también en El?»
Mas excusados son los argumentos adonde la verdad
ella misma se declara á sí misma. Oigamos lo que Cris-
to dice en el sermón de la Cena B: «En aquel día co-
noceréis (y hablaba del día en que descendió sobre
ellos el Espíritu-Santo); ansí que, en aquel día cono-
ceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí».
De manera que hizo Dios á Cristo padre de este nuevo
linaje de hombres; y para hacerle padre puso en El todo
1 Isai., un, 5 et 6. 2 Matth., xxvir, 46. Psalm., xxi, 1.
3 Isaú, ix, 6. 4 Enarratt. 2in psalm. 21, n. 3. 5 Joan.,
xiv, 20.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 131
lo que al ser padre se debe: la naturaleza conforme á
los que de El han de nacer, y los bienes todos que han
de tener los que en esta manera nacieren; y sobre todo,
á ellos mismos los que ansí nacerán encerrados en El y
unidos con El como en virtud y en origen.
Mas, ya que hemos dicho cómo puso Dios en Cristo
todas las partes y virtudes de padre, pasemos á lo que
nos queda por decir, y hemos prometido decirlo, que
es la manera cómo este padre nos engendró. Y decla-
rando la forma de esta generación, quedará más ave-
riguado y sabido el misterio secreto de la unión sobre-
dicha; y declarando cómo nacemos de Cristo, quedará
claro cómo es verdad que estábamos en El primero.
Pero convendrá para dar principio á esta declaración
que volvamos un poco atrás con la memoria, y que
pongamos en ella y delante de los ojos del entendi-
miento lo que arriba dijimos del espíritu malo con que
nacemos la primera vez, y de cómo se nos comunica-
ba primero en virtud, cuando nosotros también tenía-
mos el ser en virtud y estábamos como encerrados en
nuestro principio, y después en expresa realidad, cuan-
do saliendo de él y viniendo á esta luz, comenzamos á
ser en nosotros mismos. Porque se ha de entender que
este segundo padre, como vino á deshacer los males
que hizo el primero, por las pisadas que fué dañando
el otro, por esas mismas procede El haciéndonos bien.
Pues digo ansí, que Cristo nos reengendró y calificó
primero en si mismo, como en virtud y según la mane-
ra como en El estábamos juntos, y después nos engen-
dra y renueva á cada uno por sí y según el efecto real.
Y digamos de lo primero: Adán puso en nuestra na-
turaleza y en nosotros, según que en él estábamos, el
espíritu del pecado y el desorden, desordenándose él á
sí mismo y abriendo la puerta del corazón á la ponzo-
ña de la serpiente, y aposentándola en sí y en nos-
otros. Y ya desde aquel tiempo, cuanto fué de su par-
te de él, comenzamos á ser en la forma que entonces
éramos, inficionados y malos. Cristo, nuestro bienaven-
turado Padre, dio principio á nuestra vida y justicia,
132 FRAY LUIS DE LEÓN
haciendo en sí primero lo que en nosotros había de
nacer y parecer después. Y como quien pone en el gra-
no la calidad con que desea que la espiga nazca, ansí,
teniéndonos á todos juntos en sí. en la forma que he-
mos ya dicho, con lo que hizo en sí, cuanto fué de su
parte, nos comenzó á hacer y á calificar en origen tales,
cuales nos había de engendrar después en realidad y
en efecto.
Y porque este nacimiento y origen nuestro no era
primer origen, sino nacimiento después de otro naci-
miento y de nacimiento perdido y dañado; fué necesa-
rio hacer, no sólo lo que convenía para darnos buen
espíritu y buena vida, sino padecer también lo que era
menester, para quitarnos el mal espíritu con que ha-
bíamos venido á la vida primera. Y como dicen del
maestro que toma para discípulo al que está ya mal
enseñado, que tiene dos trabajos, uno en desarraigar lo
malo y otro en plantar lo bueno; ansí Cristo, nuestro
bien y Señor, hizo dos cosas en sí, para que hechas en
sí, se hiciesen en nosotros los que estamos en El: una
para destruir nuestro espíritu malo, y otra para criar
nuestro espíritu bueno.
Para matar el pecado y para destruir el mal y el des-
orden de nuestro origen primero, murió El en persona
de todos nosotros, y, cuanto es de su parte, en El reci-
bimos todos muerte; ansí como estábamos todos en él,
y quedamos muertos en nuestro padre y cabeza, y
muertos para nunca vivir más en aquella manera de
ser y de vida. Porque, según aquella manera de vida
pasible y que tenía imagen y representación de peca-
do, nunca tornó Cristo, nuestro Padre y cabeza, á vi-
vir, como el Apóstol lo dice lm. «Si murió por el peca-
»do, ya murió de una vez; si vive, vive ya á Dios».
Y de esta primera muerte del pecado y del viejo
hombre (que se celebró en la muerte de Cristo como
general y como original para los demás), nace la fuer-
za de aquello que dice y arguye san Pablo cuando,
1 Rom., vi, 10
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIB.RO PRIMERO 133
escribiendo á los Romanos, les amonesta que no pe-
quen, y les extraña mucho el pecar, porque dice l:
«Pues ¿qué diremos? ¿Convendrá perseverar en el pe-
car para que se acreciente la gracia? En ninguna mane-
ra. Porque, los que morimos al pecado, ¿cómo se com-
padece que vivamos en él todavía?» Y después de algu-
nas palabras, declarándose más 2: «Porque habéis de
saber esto, que nuestro hombre viejo fué juntamente
crucificado para que sea destruido el cuerpo del peca-
do, y para que no sirvamos más al pecado». Que es
como decirles que cuando Cristo murió á la vida pasi-
ble y que tiene figura de pecadora, murieron ellos en
Él para todo lo que es esa manera de vida. Por lo cual,
que pues murieron allí á ella por haber muerto Cristo,
y Cristo no tornó después á semejante vivir, si ellos
están en Él, y si lo que pasó en Él eso mismo se hizo
en ellos, no se compadece en ninguna manera que ellos
quieran tornar á ser lo que, según que estuvieron en
Cristo, dejaron de ser para siempre.
Y á esto mismo pertenece y mira lo que dice en otro
lugar 3: «Ansí que, hermanos, vosotros ya estáis muer-
tos á la ley por medio del cuerpo de Cristo.» Y poco
después 4: «Lo que la ley no podía hacer, y en lo que
se mostraba flaca por razón de la carne, Dios enviando
á su Hijo en semejanza de carne de pecado, del pecado
condenó el pecado en la carne». Porque, como hemon
ya dicho (y conviene que muchas veces se diga, para
que repitiéndose se entienda mejor), procedió Cristo á
esta muerte y sacrificio aceptísimo que se hizo de sí. no
como una persona particular, sino como en persona de
todo el linaje humano y de toda la vejez de él; y seña-
ladamente de todos aquellos á quienes de hecho había
de tocar el nacimiento segundo, los cuales por secreta
unión del espíritu había puesto en sí y como sobre sus
hombros; y ansí, lo que hizo entonces en sí, cuanto e-
de su parte quedó hecho en todos nosotros.
I Rom , vi, 1. 2 Ibidem, vi. 6. 3 Ibidem, vii, 4. 4 Ibi-
de:ii, viii, 3.
134 FRAY LUIS DE LEÓN
Y que Cristo haya subido á la cruz como persona
pública y en la manera que digo, aunque está ya pro-
bado, pruébase más con lo que Cristo hizo y nos qui-
so dar á entender en el sacramento de su Cuerpo, que
debajo de las especies de pan y vino consagró, ya ve-
cino á la muerte. Porque tomando el pan y dándole á
sus discípulos, les dijo de esta manera *: «Este es mi
cuerpo, el que será entregado por vosotros». Dando
claramente á entender que su cuerpo verdadero esta-
ba debajo de aquellas especies, y que estaba en la
forma que se había de ofrecer en la cruz, y que las
mismas especies de pan y vino declaraban y eran
como imagen de la forma en que se había de ofrecer.
Y que ansí como el pan es un cuerpo compuesto de
muchos cuerpos, esto es, de muchos granos que per-
diendo su primera forma, por la virtud del agua y del
fuego, hacen un pan; ansí nuestro pan de vida, habien-
do ayuntado á sí por secreta fuerza de amor y de es-
píritu la naturaleza nuestra, y habiendo hecho como
un cuerpo de sí y de todos nosotros (de sí en realidad
de verdad, y de los demás en virtud), no como una
persona sola, sino como un principio que las conte-
nía todas, se ponía en la cruz. Y que como iba á la
cruz abrazado con todos, ansí se encerraba en aquellas
especies, para que ellas con su razón, aunque ponían
velo á los ojos, alumbrasen nuestro corazón de con-
tinuo, y nos dijesen que contenían á Cristo debajo de
sí; y que lo contenían, no de cualquiera manera, sino
de aquella como se puso en la cruz, llevándonos á
nosotros en sí y hecho con nosotros, por espiritual
unión, uno mismo, ansí como el pan cuyas ellas fue-
ron, era un compuesto hecho de muchos granos.
Ansí que, aquellas unas, y unas mismas palabras,
dicen juntamente dos cosas. Una: «Este, que parece
pan, es mi cuerpo, el que será entregado por vosotros».
Otra: «Como el pan, que al parecer está aquí, ansí es
mi cuerpo, que está aquí y que por vosotros será á la
1 Mattta.. xxvi, _'b.|
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 135
muerte entregado». Y esto mismo, como en figura, de-
claró el santo mozo x que caminaba al sacrificio, no
vacío, sino puesta sobre sus hombros la leña que ha-
bía de arder en él. Porque cosa sabida es que, en el
lenguaje secreto de la Escritura, el leño seco es ima-
gen" del pecador. Y ni más ni menos en los cabrones
•que el Levítico sacrifica por el pecado 2, que fueron
figura clara del sacrificio de Cristo, todo el pueblo
pone primero sobre las cabezas de ellos las manos,
porque se entienda que en este otro sacrificio nos lle-
vaba á todos en sí nuestro padre y cabeza.
Mas ¿qué digo de los cabrones? Porque si buscamos
imágenes de esta verdad, ninguna es más viva ni más
cabal que el sumo pontífice de la ley vieja, vestido de
pontifical para hacer sacrificio. Porque, como San Je-
TÓnimo dice, ó por decir verdad, como el Espíritu
Santo lo declara en el libro de la Sabiduría 3, aquel
pontifical, ansí en la forma de él como en las partes
de que se componía y en todas sus colores y cualida-
des, era como una representación de la universidad
de ías cosas; y el sumo sacerdote vestido de él era un
mundo universo; y como iba á tratar con Dios por to-
dos, ansí los llevaba todos sobre sus hombros. Pues de
la misma manera Cristo, sumo y verdadero sacerdote,
para cuya imagen servía todo el sumo sacerdocio pa-
sado, cuando subió al altar de la cruz á sacrificar por
nosotros, fué vestido de nosotros en la forma que dicho
•es; y sacrificándose á sí, y á nosotros en sí, dio fin de
esta manera á nuestra vieja maldad.
Hemos dicho lo que hizo Cristo para desarraigar de
nosotros nuestro primer espíritu malo. Digamos agora
lo que hizo en sí para criar en nosotros el hombre
nuevo y el espíritu bueno; esto es, para después de
muertos á la vida mala, tornarnos á vida buena, y
para dar principio á nuestra segunda generación.
Por virtud de su divinidad, y porque según ley
de justicia no tenía obligación á la muerte (por ser su
1 Genes., xxii, 6. 2 LevitM vm, 14. 3 Sapient., xviii, 24.
136 FRAY LUIS DE LEÓN
naturaleza humana de su nacimiento inocente), na
pudo Cristo quedar muerto muriendo; y como dice
San Pedro 1, «no fué posible ser detenido de los dolo-
res de la sepultura ». Y ansí resucitó vivo el día terce-
ro; y resucitó, no en carne pasible y que tuviese re-
presentación de pecado, y que estuviese sujeta á tra-
bajos como si tuviera pecado (que aquello murió en
Cristo para jamás no vivir), sino en cuerpo incorrupti-
ble y glorioso y como engendrado por solas las manos
de Dios.
Porque, ansí como en el primer nacimiento suyo en
la carne, cuando nació de la Virgen, por ser su padre
Dios, sin obra de hombre nació sin pecado; mas por
nacer de madre pasible y mortal, nació Él semejante-
mente hábil á padecer y morir, asemejándose á las
fuentes de su nacimiento, á cada una en su cosa; ansf
en la resurrección suya, que decimos agora (la cual
la sagrada Escritura tambiéxi llama nacimiento ó ge-
neración), como en ella no hubo hombre que fuese pa-
dre ni madre, sino Dios sólo que la hizo por sí y sin
ministerio de alguna otra causa segunda, salió todo-
como de mano de Dios, no sólo puro de todo pecado,,
sino también de la imagen de él; esto es, libre de la
pasibilidad y de la muerte, y juntamente dotado de
claridad y de gloria. Y como aquel cuerpo fué reengen-
drado solamente por Dios, salió con las cualidades y
con los semblantes de Dios, cuanto le son á un cuer-
po posibles. Y ansí se precia Dios de este hecho como-
de hecho solamente suyo. Y ansí dice en el Salmo 2:
«Yo soy el que hoy te engendré».
Pues decimos agora que de la manera que dio fin
á nuestro viejo hombre muriendo (porque murió Él
por nosotros y en persona de nosotros, que por secre-
to misterio nos contenía en sí mismo, como nuestro
padre y cabeza); por la misma razón, tornando Él á vi-
vir renació con Él nuestra vida. Vida llamo aquí la de-
justicia y de espíritu; la cual comprende no solamen-
1 Actor., ir, 24 2 Psalm., n, 7.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 137
te el principio de la justicia, cuando el pecador que
era, comienza á ser justo; sino el crecimiento de ella
también, con todo su proceso y perfección, hasta lle-
gar el hombre á la inmortalidad del cuerpo y á la en-
tera libertad del pecado. Porque cuando Cristo resuci-
tó, por el mismo caso que Él resucitó, se principió todo
esto en los que estábamos en Él como en nuestro prin-
cipio.
Y ansí lo uno como lo otro lo dice breve y significan-
temente san Pablo, diciendo *: «Murió por nuestros de-
litos y resucitó por nuestra justificación». Como si
más extendidamente dijera: Tomónos en sí, y muriá
como pecador para que muriésemos en Él los pecado-
res; y resucitó á vida eternamente justa é inmortal y
gloriosa, para que resucitásemos nosotros en Él á jus-
ticia y á gloria y á inmortalidad. Mas ¿por ventura
no resucitamos nosotros con Cristo? El mismo Apóstol
lo diga 2: «Y nos dio vida (dice hablando de Dios), jun-
tamente con Cristo, y nos resucitó con Él, y nos asen-
tó sobre las cumbres del cielo». De manera que lo que
hizo Cristo en sí y en nosotros, según que estábamos
entonces en Él, fué esto que he dicho.
Pero no por eso se ha de entender, que por esto sólo-
quedamos de hecho y en nosotros mismos ya nueva-
mente nacidos y otra vez engendrados, muertos al vie-
jo pecado y vivos al espíritu del cielo y de la justicia:
sino allí comenzamos á nacer, para nacer de hecho
después. Y fué aquello como el fundamento de esto
otro edificio. Y, para hablar con más propiedad, del
fruto noble de justicia y de inmortalidad que se des-
cubre en nosotros, y se levanta y crece y traspasa los
cielos, aquellas fueron las simientes y las raíces pri-
meras; porque, ansí como, no embargante que cuando
pecó Adán, todos pecamos en él y concebimos espíritu
de ponzoña y de muerte, para que de hecho nos infi-
cione el pecado y para que este mal espíritu se nos in-
funda, es menester que también nosotros nazcamos de
1 Rom., iv, 25. 2 Ephes , u, 5 et 6.
138 FRAY LUIS DE LEÓN
Adán por orden natural de generación; ansí, por la
misma manera, para que de hecho en nosotros muera
el espíritu de la culpa y viva el de la gracia y el de la
justicia, no basta aquel fundamento y aquella semilla
y origen; ni con lo que fué hecho en nosotros en la
persona de Cristo, con eso, sin más hacer ni entender
en las nuestras, somos ya en ellas justos y salvos, como
dicen los que desatinan agora; sino es menester que de
hecho nazcamos de Cristo, para que por este nacimien-
to actual se derive á nuestras personas y se asiente en
ellas aquello mismo que ya se principió en nuestro
origen. Y (aunque usemos de una misma semejanza
más veces) como la espiga, aunque está cual ha de ser
•en el grano, para que tenga en sí aquello que es y sus
cualidades todas y sus figuras, le conviene que con la
virtud del agua y del sol salga del grano naciendo; ansí-
mismo también, no comenzaremos á ser en nosotros
cuales en Cristo somos hasta que de hecho nazcamos
de Cristo.
Mas, preguntará por caso alguno. ¿En qué manera
naceremos, ó cuál será la forma de esta generación?
.¿Hemos de tornar al vientre de nuestras madres de
nuevo, como maravillado de esta nueva doctrina pre-
guntó Nicodemus *; ó, vueltos en tierra ó consumidos
en fuego, renaceremos, como el ave fénix, de nuestras
cenizas?
Si este nacimiento nuevo fuera nacer en carne y
sangre, bien fuera necesaria alguna de estas maneras;
mas, como es nacer en espíritu, hácese con espíri-
tu y con secreta virtud. «Lo que nace de la carne,
dice Cristo en este mismo propósito 2, carne es; y lo
que nace del espíritu, espíritu es». Y ansí lo que es
•espíritu ha de nacer por orden y fuerza de espíritu. El
cual celebra esta generación en esta manera.
Cristo, por la virtud de su espíritu, pone en efecto ac-
tual en nosotros aquello mismo que comenzamos á ser
•en Él, y que El hizo en sí para nosotros; esto es, pone
1 Joan., ni, 4. 2 Joan., m, 6.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 13í)
muerte á nuestra culpa, quitándola del alma. Y aquel
fuego ponzoñoso que la sierpe inspiró en nuestra car-
ne, y que nos solicita á la culpa, amortigúale y pónele
freno agora, para después en el último tiempo matarle
del todo; y pone también simiente de vida, y como si
dijésemos, un grano de su espíritu y gracia, que ence-
rrado en nuestra alma y siendo cultivado como es ra-
zón, vaya después creciendo por sus términos, y to-
mando fuerzas y levantándose hasta llegar á la medida,
como dice San Pablo, de varen perfecto. Y poner Cris-
to en nosotros esto, es nosotros nacer de Cristo en rea-
lidad y verdad. Mas está en la mano la pregunta y la
duda. ¿Pone por ventura Cristo en todos los hombres
esto, ó pénelo en todas las sazones y tiempos? 0 ¿en
quién y cuándo lo pone? Sin duda no lo pone en todos
ni en cualquiera forma y manera, sino sólo en los que
nacen de El. Y nacen de El los que se bautizan; y en
aquel sacramento se celebra y pone en obra esta ge-
neración. Por manera que, tocando al cuerpo el agua
visible, y obrando en lo secreto la virtud de Cristo in-
visible, nace el nuevo Adán, quedando muerto y sepul-
tado el antiguo. En lo cual, como en todas las cosas,
guardó Dios el camino seguido y llano de su provi-
dencia.
Porque ansí como para que el fuego ponga en un
madero su fuego, esto es, para que el madero nazca
fuego encendido, se avecina primero al fuego el made-
ro, y con la vecindad se le hace semejante en las cua-
lidades que recibe en sí de sequedad y calor, y crece en
esta semejanza hasta llegarla á su punto, y luego el
fuego se lanza en él y le da su forma; ansí, para que
Cristo ponga é infunda en nosotros (de los tesoros de
bienes y vida que atesoró muriendo y resucitando), la
parte que nos conviene, y para que nazcamos Cristos,
esto es, como sus hijos, ordenó que se hiciese en nos-
otros una representación de su muerte y de su nueva
vida: y que de esta manera, hechos semejantes á El,
Él, como en sus semejantes, influyese de sí lo que res-
ponde á su muerte y lo que responde á su vida. A su
140 FRAY LUIS DE LEÓN
muerte responde el borrar y el morir de la culpa; y á
su resurrección, la vida de gracia. Porque el entrar en
el agua y el sumirnos en ella, es como ahogándonos
allí, quedar sepultados, como murió Cristo y fué en la
sepultura puesto, como lo dice san Pablo l: «En el bau-
tismo sois sepultados y muertos juntamente con El».
Y por consiguiente, y por la misma manera, el salir
después del agua es como salir del sepulcro viviendo.
Pues á esta representación responde la verdad junta-
mente; y asemejándonos á Cristo en esta manera, como
en materia y sujeto dispuesto, se nos infunde luego el
buen espíritu, y nace Cristo en nosotros; y la culpa,
que como en origen y en general destruyó con su
muerte, destruyela entonces en particular en cada uno
de los que mueren en aquella agua sagrada. Y la vida
de todos, que resucitó en general con su vida, pónela
también en cada uno y en particular cuando, saliendo
del agua, parece que resucitan. Y ansí, en aquel hecho
juntamente hay representación y verdad. Lo que pare-
ce por de fuera es representación de muerte y de vida:
mas lo que pasa en secreto, es verdadera vida de gracia
y verdadera muerte de culpa.
Y si os place saber (pudiendo esta representación de
muerte ser hecha por otras muchas maneras), por qué
entre todas escogió Dios esta del agua, conténtame mu-
cho lo que dice el glorioso mártir Cipriano, y es: que la
culpa que muere en esta imagen de muerte, es culpa
que tiene ingenio y condición de ponzoña, como la que
nació de mordedura y de aliento de sierpe; y cosa sa-
bida es que la ponzoña de las sierpes se pierde en el
agua, y que las culebras si entran en ella, dejan su pon-
zoña primero a. Ansí que, morimos en agua para que
muera en ella la ponzoña de nuestra culpa, porque en
1 Rom., vi, 4. 2 En tiempo de Fr. Luis de León corrían
válidas no pocas fábul is anticientíficas, como esta de la culebra
y la anterior del ave fénix, que luego desterraron del campo de
las super-ticiones vulgares Feijóo, el P. Pedro Le Brun y Tomás
Broun. (Nota de esta edición.)
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 141
el agua muere la ponzoña naturalmente. Y esto es en
cuanto á la muerte que allí se celebra; pero en cuanto
á la vida, es de advertir que. aunque la culpa muere
del todo, pero la vida que se nos da allí no es del todo
perfecta. Quiero decir que no vive luego en nosotros
el hombre nuevo, cabal y perfecto; sino vive como la
razón del segundo nacimiento lo pide, como niño flaco
y tierno. Porque no pone luego Cristo en nosotros todo
el ser de la nueva vida que resucitó con Él; sino pone,
como dijimos, un grano de ella y una pequeña semilla
de su espíritu y de su gracia, pequeña, pero eficacísi-
ma para que viva y se adelante, y lance del alma las
reliquias del viejo hombre contrario suyo, y vaya pu-
jando y extendiéndose hasta apoderarse de nosotros del
todo, haciéndonos perfectamente dichosos y buenos.
Mas ¡cómo es maravillosa la sabiduría de Dios, y
cómo es grande el orden que pone en las cosas que ha-
ce, trabándolas todas entre sí y templándolas por ex-
traña manera! En la filosofía se suele decir que como
nace una cosa, por la misma manera crece y se ade-
lanta. Pues lo mismo guarda Dios en este nuevo hom-
bre y en este grano de espíritu y de gracia, que es se-
milla de nuestra segunda y nueva vida. Porque, ansí
como tuvo principio en nuestra alma, cuando por la re-
presentación del bautismo nos hicimos semejantes á
Cristo, ansí crece siempre y se adelanta cuando nos
asemejamos más á Él, aunque en diferente manera.
Porque para recibir el principio de esta vida de gracia
le fuimos semejantes por representación; porque por
verdad no podíamos ser sus semejantes antes de reci-
bir esta vida, mas para el acrecentamiento de ella con-
viene que le remedemos con verdad en las obras y
hechos.
Y va, ansí en esto como en todo lo demás que arriba
dijimos, este nuevo hombre y espíritu respondida-
mente contraponiéndose á aquel espíritu viejo y per-
verso. Porque, ansí como aquél se diferenciaba de la
naturaleza de nuestra substancia en que, siendo ella
hechura de Dios, él no tenía nada de Dios, sino era
142 FRAY LUIS DE LEÓN
todo hechura del demonio y del hombre; ansí este buen
espíritu todo es de Dios y de Cristo. Y ansí como allí
hizo el primer padre, obedeciendo al demonio, aquello
con lo que él y los que estábamos en él quedamos
perdidos; de la misma manera aquí padeció Cristo,
nuestro padre segundo, obedeciendo á Dios: con lo
que en El y por El, los que estamos en El, nos hemos
cobrado. Y "ansí como aquel dio fin al vivir que tenía
y principio al morir, que mereció por su mala obra,
ansí éste por su divina paciencia dio muerte á la
muerte y tornó á vida la vida. Y ansí como lo que aquél
traspasó no lo quisimos de hecho nosotros, pero por
estar en él como en padre, fuimos vistos quererlo; ansí
lo que padeció é hizo Cristo para bien de nosotros, si
se hizo y padeció sin nuestro querer, pero no sin lo
que en virtud era nuestro querer, por razón de la
unión y virtud que está dicha. Y como aquella ponzo-
ña, como arriba dijimos, nos tocó é inficionó por dos
diferentes maneras, una en general y en virtud cuando
estábamos en Adán todos generalmente encerrados, y
otra en particular y en expresa verdad cuando comen -
zamos á vivir en nosotros mismos, siendo engendrados;
ansí esta virtud y gracia de Cristo, como hemos decla-
rado arriba también, nos calificó primero en general y
en común, según fuimos vistos estar en El por ser
nuestro padre; y después de hecho y en cada uno por
sí, cuando comienza cada uno á vivir en Cristo, na-
ciendo por el bautismo.
Y por la misma manera, ansí como al principio,
cuando nacemos, incurrimos en aquel daño y gran
mal, no por nuestro merecimiento propio, sino por lo
que la cabeza, que nos contenía, hizo en sí mismo; y
si salimos del vientre de nuestras madres culpados, no
nos forjamos la culpa nosotros antes que saliésemos
de él; ansí cuando primeramente nacemos en Cristo,
aquel espíritu suyo que en nosotros comienza á vivir
no es obra ni premio de nuestros merecimientos.
Y conforme á esto, y por la misma forma y manera,
como aquella ponzoña, aunque nace al principio en
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 14$
nosotros sin nuestro propio querer, pero después, que-
riendo nosotros usar de ella y obrar conforme á ella y
seguir sus malos siniestros é inclinaciones, la acrecen-
tamos y hacemos peor por muestras mismas malas
mañas y obras; y aunque entró en la casa de nuestra
alma, sin que por su propia voluntad ninguno de nos-
otros le abriese la puerta, después de entrada por
nuestra mano y guiándola nosotros mismos, se lanza
por toda ella y la tiraniza y la convierte en sí misma
en una cierta manera: ansí esta vida nuestra y este espí-
ritu que tenemos de Cristo, que se nos da al principio
sin nuestro merecimiento, si después de recibido, oyen-
do su inspiración y no resistiendo á su movimiento, se-
guimos su fuerza, con eso mismo que obramos siguién-
dole lo acrecentamos y hacemos mayor; y con lo que
nace de nosotros y de él, merecemos que crezca él en
nosotros.
Y como las obras que nacían del espíritu malo eran
malas ellas en sí, y acrecentaban y engrosaban y for-
talecían ese mismo espíritu de donde nacían; ansí lo
que hacemos guiados y alentados con esta vida que
tenemos de Cristo, ello en sí es bueno y delante de
los ojos de Dios agradable y hermoso, y merecedor de
que por ello suba á mayor grado de bien y de pujanza
el espíritu de do tuvo origen.
Aquel veneno asentado en el hombre, y perseve-
rando y cundiendo por él poco á poco, ansí le conta-
mina y le corrompe, que le trae á muerte perpetua.
Esta salud, si dura en nosotros, haciéndose de cada
día más poderosa y mayor, nos hace sanos del todo.
De arte que, siguiendo nosotros el movimiento del es-
píritu con que nacemos, el cual lanzado en nuestras
almas, las despierta é incita á obrar conforme á quien
él es y al origen de donde nace, que es Cristo; ansí
que, obrando aquello á que este espíritu y gracia nos
mueve, somos en realidad de verdad semejantes á
Cristo, y cuanto más ansí obráremos más semejantes.
Y ansí, haciéndonos nosotros vecinos á El, El.se aveci-
na á nosotros y merecemos que se infunda más en nos-
1 14 FRAY LUIS DE LEÓN
otros y viva más, añadiendo al primer espíritu más es-
píritu, y á un grado otro mayor, acrecentando siempre
on nuestras almas la semilla de vida que sembró, y ha-
ciéndola mayor y más esforzada, y descubriendo su
virtud más en nosotros: que obrando conforme al mo-
vimiento de Dios y caminando con largos y bien guia-
dos pasos por este camino, merecemos ser más hijos de
Dios, y de hecho lo somos.
Y los que cuando nacimos, en el bautismo fuimos
hechos semejantes á Cristo en el ser de gracia antes
que en el obrar, esos que, por ser ya justos, obramos
como justos, esos mismos, haciéndonos semejantes á
El en lo que toca al obrar, crecemos merecidamente
en la semejanza del ser. Y el mismo espíritu que des-
pierta y atiza á las obras, con el mérito de ellas crece
y se esfuerza, y va subiendo y haciéndose señor de
nosotros y dándonos más salud y más vida, y no para
hasta que en el tiempo último nos la dé perfecta y
gloriosa, habiéndonos levantado del polvo. Y como
hubo dicho esto Marcelo, callóse un poco y luego tor-
nó á decir:
— Dicho he cómo nacemos de Cristo, y la necesidad
que tenemos de nacer de El, y el provecho y misterio
de este nacimiento; y de un abismo de secretos que
acerca de esta generación y parentesco divino en las
sagradas Letras se encierra, he dicho lo poco que al-
canza mi pequenez, habiendo tenido respeto al tiem-
po y á la ocasión, y á la calidad de las cosas que son
delicadas y oscuras.
Agora, como saliendo de entre estas zarzas y espi-
nas á campo más libre, digo que ya se conoce bien
cuan justamente Isaías da nombre de Padre á Cristo
y le dice que es Padre del siglo futuro. Entendiendo
por este siglo la generación nueva del hombre y los
hombres engendrados ansí, y los largos y no finibles
tiempos en que ha de perseverar esta generación. Por-
que el siglo presente, el cual, en comparación del que
llama Isaías venidero, se llama primer siglo, que es el
vivir de los que nacemos de Adán, comenzó con Adán,
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 145
y se ha de rematar y cerrar con la vida de sus descen-
dientes postreros, y en particular no durará en ningu-
no más de lo que él durare en esta vida presente. Mas
•el siglo segundo, desde Abel, en quien comenzó, exten-
diéndose con el tiempo, y cuando el tiempo tuviere su
fin, reforzándose él más, perseverará para siempre.
Y llámase siglo futuro, dado que ya es en muchos
presente; y cuando le nombró el Profeta lo era tam-
bién, porque comenzó primero el otro siglo mortal. Y
llámase siglo también, porque es otro mundo por sí,
semejante y diferente de este otro mundo viejo y vi-
sible; porque, de la manera que cuando produjo Dios
el hombre primero hizo cielos y tierra y los demás
elementos, ansí en la creación del hombre segundo y
nuevo, para que todo fuese nuevo como él, hizo en la
Iglesia sus cielos y su tierra, y vistió á la tierra con
frutos, y á los cielos con estrellas y luz.
Y lo que hizo en esto visible, eso mismo ha obrado
en lo nuevo invisible, procediendo en ambos por unas
mismas pisadas; como lo dibuió, cantando divina-
mente, David en un Salmo, y es dulcísimo y elegan-
tísimo Salmo. Adonde por unas mismas palabras, y
como con una voz, cuenta, alabando á Dios, la crea-
ción y gobernación de estos dos mundos; y diciendo
lo que se ve, significa lo que se esconde; como San
Agustín lo descubre, lleno de ingenio y de espíritu.
Dice *: «Que extendió los cielos Dios como quien des-
pliega tienda de campo; y que cubrió los sobrados de
ellos con aguas, y que ordenó las nubes, y que en
ellas, como en caballos, discurre volando sobre las
alas del aire, y que le acompañan los truenos y los
relámpagos y el torbellino».
Aquí ya vemos cielos y vemos nubes, que son aguas
espesadas y asentadas sobre el aire tendido, que tiene
nombre de cielo; oímos también el trueno á su tiempo
y sentimos el viento que vuela y que brama, y el res-
plandor del relámpago nos hiere los ojos; allí, esto es,
1 Psalm. ciu, 2.
10
14G FRAY LUIS DE LEÓN
en el nuevo mundo é Iglesia, por la misma manera,,
los cielos son los apóstoles y los sagrados doctores y
los demás santos, altos en virtud y que influyen vir-
tud; y su doctrina en ellos son las nubes, que deri-
vada en nosotros, se torna en lluvia. En ella anda Dios
y discurre volando, y con ella viene el soplo de su
espíritu, y el relámpago de su luz y el tronido y el
estampido, con que el sentido de la carne se aturde.
Aquí, como dice prosiguiendo el salmista, fundó'
Dios la tierra sobre cimientos firmes, adonde perma-
nece y nunca se mueve; y como primero estuviese
anegada en la mar, mandó Dios que se apartasen las
aguas, las cuales, obedeciendo á esta voz, se aparta-
ron á su lugar adonde guardan continuamente su
puesto; y luego que ellas huyeron, la tierra descubrió
su figura humilde en los valles, y soberana en los
montes. Allí el cuerpo firme y macizo de la Iglesia,,
que ocupó la redondez de la tierra, recibió asiento
por mano de Dios en el fundamento no mudable, que
es Cristo, en quien permanecerá con eterna firmeza.
En su principio la cubría y como anegaba la gentili-
dad, y aquel mar grande y tempestuoso de tiranos y
de ídolos la tenían casi sumida; mas sacóla Dios á luz
con la palabra de su virtud, y arredró de ella la amar-
gura y violencia de aquellas obras, y quebrólas todas
en la flaqueza de una arena menuda, con lo cual des-
cubrió su forma y su concierto la Iglesia, alta en los
obispos y ministros espirituales, y en los fieles legos
humildes, humilde. Y como dice David, «subieron sus
montes y parecieron en lo hondo sus valles».
Allí como aquí, conforme á lo que el mismo Salmo^
prosigue, sacó Dios venas de agua de Jos cerros de los
altos ingenios que, entre dos sierras sin declinar al
extremo, siguen lo igual de la verdad y lo medio de-
rechamente; en ellas se bañan las aves espirituales, y
en los frutales de virtud que florecen de ellas y junto
á ellas, cantan dulcemente asentadas. Y no sólo las
aves se bañan aquí; mas también los otros fieles, que
tienen más de tierra y menos de espíritu, si no se ba-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO PRIMERO 147
ñan en ellas, á lo menos beben de ellas y quebrantan
su sed.
El mismo, como en el mundo, ansí en la Iglesia, envía
lluvias de espirituales bienes del cielo; y caen primer©
en los montes, y de allí, juntas en arroyos y descen-
diendo, bañan los campos. Con ellas crece para los
más rudos, ansí como para las bestias, su heno; y á los
que viven con más razón, de allí les nace su mante-
nimiento. El trigo que fortifica, y el olio que alumbra,
y el vino que alegra, y todos los dones del ánimo con
esta lluvia florecen. Por ella los yermos desiertos se
vistieron de religiosas hayas y cedros; y esos mismos
cedros con ella se vistieron de verdor y de fruto, y die-
ron en sí reposo, y dulce y saludable nido á los que
volaron á ellos huyendo del mundo. Y no sólo proveyó
Dios de nido á aquestos huidos, mas para cada un es-
tado de los demás fieles hizo sus propias guaridas. Y
como en la tierra los riscos son para las cabras mon-
teses, y los conejos tienen sus viveras entre las peñas,
ansí acontece en la Iglesia.
En ella luce la luna y luce el sol de justicia, y nace
y se pone á veces, agora en los unos y agora en los
otros; y tiene también sus noches de tiempos duros y
ásperos, en que la violencia sangrienta de los enemi-
gos fieros halla su sazón para salir y bramar y para
ejecutar su fiereza; mas también á las noches sucede
en ella después el aurora, y amanece después, y en-
cuévase con la luz la malicia, y la razón y la virtud
resplandece.
¡Cuan grandes son tus grandezas, Señor! Y como nos
admiras con este orden corporal y visible, mucho más
nos pones en admiración con el espiritual é invisible.
No falta allí también otro Océano, ni es de más
cortos brazos ni de más angostos senos que es éste, que
ciñe por todas partes la tierra; cuyas aguas, aunque
son fieles, son, no obstante eso, aguas amargas y car-
nales y movidas tempestuosamente de sus violentos
deseos; cría peces sinnúmero, y la ballena infernal se
espacia por él. En él y por él van mil navios, mil gen-
148 FRAY LUIS DE LEÓN
tes aliviadas del mundo, y como cerradas en la nave
de su secreto y santo propósito. Mas ¡dichosos aque-
llos que llegan salvos al puerto'
Todos, Señor, viven por tu liberalidad y largueza;
mas, como en el mundo, ansí en la Iglesia, escondes y
eomo encoges, cuando te parece, la mano; y el alma, en
faltándole tu amor y tu espíritu, vuélvese en tierra.
Mas, si nos dejas caer para que nos conozcamos, para
que te alabemos y celebremos después nos renuevas.
Ansí vas criando y gobernando y perfeccionando tu
Iglesia hasta llegarla á lo último, cuando consumida
toda la liga del viejo metal, la saques toda junta pura
y luciente, y verdaderamente nueva del todo.
Cuando viniere este tiempo (¡ay amable y bienaven-
turado tiempo, y no tiempo ya, sino eternidad sin mu-
danza!); ansí que, cuando viniere, la arrogante soberbia
de los montes estremeciéndose vendrá por el suelo; y
desaparecerá hecha humo, obrándolo tu Majestad, toda
la pujanza y deleite y sabiduría mortal; y sepultarás en
los abismos, juntamente con esto, á la tiranía; y el reino
de la tierra nueva será de los tuyos. Ellos cantarán
entonces de continuo tus alabanzas, y á ti el ser ala-
bado por esta manera te será cosa agradable. Ellos
vivirán en ti, y tu vivirás en ellos dándoles riquísima
y dulcísima vida. Ellos serán reyes, y tú Rey de re-
yes. Serás tú en ellos todas las cosas, y reinarás para
siempre.
Y dicho esto, Marcelo calló; y Sabino dijo luego:
—Este Salmo en que, Marcelo, habéis acabado, vues-
tro amigo le puso también en verso; y por no rompe-
ros el hilo, no os lo quise acordar. Mas pues me dis-
teis este oficio, y vos le olvidasteis, decirle he yo, si
os parece.
Entonces Marcelo y Juliano juntos respondieron
que les parecía muy bien, y que luego le dijese. Y Sa-
bino, que era mancebo, ansí en el alma como en el
cuerpo muy compuesto, y de pronunciación agrada-
ble, alzando un poco los ojos al cielo y lleno el rostro
de espíritu, con templada voz dijo de esta manera:
DE LOS NOMBRES DE CRISTO —LIBRO PRIMERO 149
Alaba ¡oh alma! á Dios: Señor, tu alteza,
¿qué lengua hay que la cuente?
Vestido estás de gloria y de belleza
y luz resplandeciente.
Encima de los cielos desplegados
al agua diste asiento.
Las nubes son tu carro, tus alados
caballos son el viento.
Son fuego abrasador tus mensajeros,
y trueno y torbellino.
Las tierras sobre asientos duraderos '
mantienes de contino.
Los mares las cubrían de primero,
por cima los collados;
mas visto de tu voz el trueno fiero,
huyeron espantados.
Y luego los subidos montes crecen,
humíllanse los valles.
Si ya entre sí hinchados se embravecen,
no pasarán las calles;
las calles que les diste y los linderos,
ni anegarán las tierras.
Descubres minas de agua en los oteros,
y corre entre las sierras
el gamo, y las salvajes alimañas
allí la sed quebrantan.
Las aves nadadoras allí bañas,
y por las ramas cantan.
Con lluvia el monte riegas de sus cumbres,
y das hartura al llano.
Ansí das heno al buey, y mil legumbres
para el servicio humano.
An=í se espiga el trigo y la vid crece
para nuestra alegría.
La verde oliva ansí nos resplandece,
y el pan da valentía.
De allí se viste el bosque y la arboleda
y el cedro soberano,
adonde anida la ave, adonde enreda
su cámara el milano.
Los riscos á los corzos dan guarida,
al conejo la peña.
Por ti nos mira el sol, y su lucida
£>0 FRAY LUIS DE LEÓN
hermana nos enseña
los tiempos. Tú nos das la noche oscura,
en que salan las fiaras;
el tigre, que ración con hambre dura
te pide y voces fieras.
Despiertas el aurora, y de consuno
se van á sus moradas.
Da el hombre á su labor, sin miedo alguno,
las horas situadas.
íCuán nobles son tus hechos, y cuan llenos
de tu Sabíiuríal
Pues ¿quién dirá el gran mar, sus anchos senos,
y cuantos peces cría;
las naves que en él corren, la espantable
ballena que le azota?
Sustento esperan todos saludable
de ti, que el bien no agota.
Tomamos, si tú das; tu larga mano
nos deja satisfechos.
Si huyes, desfalleced ser liviano,
quedamos polvo hechos.
Mas tornará tu soplo, y renovado,
repararás el munio.
Será sin fin tu gloria, y tú alabado
de todos sin segundo.
Tú, que los montes ardes si los tocas,
y al suelo das temblores,
eien vidas que tuviera y cien mil bocas,
dedico á tus 1 Dores.
Mi voz te agradará, y á mí este oficio
será mi gran contento.
No se verá en la tierra maleficio
ni tirano sangriento.
Sepultará el olvido su memoria;
tu, alma, á Dios da gloria.
Como acabó Sabino aquí, dijo Marcelo luego:
— No parece justo después de un semejante fin aña-
dir más. Y pues Sabino lia rematado tan bien nuestra
plática, y hemos ya platicado asaz y largamente, y e
sol parece que por oírnos, levantado sobre nuestras
cabezas, nos ofende ya, sirvamos á nuestra necesidad
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO PRIMERO 151
agora reposando un poco; y á la tarde, caída la siesta,
de nuestro espacio, sin que la noche aunque sobre-
venga lo estorbe, diremos lo que nos resta.
— Sea ansí, dijo Juliano.
Y Sabino añadió:
— Y yo sería de parecer que se acabase este sermón
en aquel soto é isleta pequeña que el río hace en me-
dio de sí, y que de aquí se parece. Porque yo miro hoy
al sol con ojos que, si no es aquél, no nos dejará lugar
■que de provecho sea.
— Bien habéis dicho, respondieron Marcelo y Julia-
no; y hágase como decís.
Y con esto, puesto en pie Marcelo, y con él los de-
más, cesó la plática por entonces.
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©
LIBRO SEGUNDO
INTRODUCCIÓN
Descripción de la miseria humana, y origen de su fragilidad.
En ninguna cosa se conoce más claramente la mi-
seria humana, muy ilustre Señor, que en la f? ci-
udad con que pecan los hombres y en la muchedum •
bre de los que pecan, apeteciendo todos el bien natu-
ralmente, y siendo los males del pecado tantos y tan
manifiestos.
Y si los que antiguamente filosofaron, argumentando
por los efectos descubiertos las causas ocultas de ellosY
hincaran los ojos en esta consideración, ella misma les
descubriera que en nuestra naturaleza había ?lguna
enfermedad y daño encubierto; y entendieran por ella
que no estaba pura y como salió de las manos del que
la hizo, sino dañada y corrompida, ó por desastre ó por
voluntad.
Porque, si miraran en ello, ¿cómo pudieran creer
que la naturaleza, madre y diligente proveedora do
todo lo que toca al bien de lo que produce, había do
formar al hombre por una parte tan mal inclinado, y
por otra tan flaco y desarmado para resistir y vencer
á su perversa inclinación? O ¿cómo les pareciera que>
151 FRAY LUIS DE LEÓN
se compadecía, ó que era posible que la naturaleza
(que guía, como vemos, los animales brutos y las plan-
tas, y hasta las cosas más viles, tan derecha y eficaz-
mente á sus fines, que los alcanzan todas ó casi todas),
criase á la más principal de sus obras tan inclinada al
pecado, que por la mayor parte, no alcanzando su fin,
viniese á extrema miseria?
Y si sería notorio desatino entregar las riendas de
•dos caballos desbocados y furiosos á un niño flaco y
sin arte, para que los gobernase por lugares pedregosos
y ásperos; y si cometerle á este mismo en tempestad
una nave, para que contrastase los vientos, sería error
conocido, por el mismo caso pudieran ver no caber en
razón que la Providencia sumamente sabia de Dios, en
un cuerpo tan indomable y de tan malos siniestros, y
en tanta tempestad de olas de viciosos deseos como en
nosotros sentimos, pusiese para su gobierno una razón
tan flaca y tan desnuda de toda buena doctrina como
es la nuestra cuando nacemos; ni pudieran decir que,
en esperanza de la doctrina venidera y de las fuerzas
que con los años podía cobrar la razón, le encomendó
Dios aqueste gobierno, y la colocó en medio de sus
•enemigos sola contra tantos, y desarmada contra tan
poderosos y fieros.
Porque sabida cosa es que, primero que despierte la
razón en nosotros, viven en nosotros y se encienden
los deseos bestiales de la vida sensible que se apoderan
del alma; y haciéndola á sus mañas, la inclinan mal
antes que comience á conocerse. Y cierto es que, en
abriendo la razón los ojos, están como á la puerta y
como aguardando para engañarla el vulgo ciego, y las
compañías malas, y el estilo do la vida lleno de erro-
res perversos, y el deleite y la ambición, y el oro y las
riquezas, que resplandecen. Lo cual cada uno por sí es
poderoso á oscurecer y á vestir de tinieblas á su cen-
tella recién nacida, cuanto más todo junto, y como
conjurado y hecho á una para hacer mal; y ansí de
hecho la engañan, y quitándole las riendas de las
manos, la sujetan á los deseos del cuerpo, y la indu-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 155
een á que ame y procure lo mismo que la destruye.
Ansí que, este desconcierto é inclinación para el
mal que los hombres generalmente tenemos, él sólo
por sí, bien considerado, nos puede traer en conoci-
miento de la corrupción antigua de nuestra naturaleza.
En la cual naturaleza, como en el libro pasado se dijo,
habiendo sido hecho el hombre por Dios enteramente
señor de sí mismo, y del todo cabal y perfecto, en
pena de que él por su grado sacó su alma de la obe-
diencia de Dios, los apetitos del cuerpo y sus sentidos
se salieron del servicio de la razón; y rebelando contra
ella, la sujetaron, oscureciendo su luz y enflaqueciendo
su libertad, y encendiéndola en el deseo de sus bienes
de ellos, y engendrando en ella apetito de lo que le es
ajeno y le daña; esto es, del desconcierto y pecado.
En lo cual es extrañamente maravilloso que, como
en las otras cosas que son tenidas por malas, la expe-
riencia de ellas haga escarmiento para huir de ellas
después; y el que cayó en un mal paso rodea otra vez
el camino por no tornar á caer en él: en esta desven-
tura que llamamos pecado, el probarla es abrir la
puerta para meterse en ella más, y con el pecado pri-
mera se hace escalón para venir al segundo; y cuanto
el alma en este género de mal se destruye más, tanto
parece que gusta más de destruirse; que es de los da-
ños que en ella el pecado hace, si no el mayor, sin
duda uno de los mayores y más lamentables.
Porque por esta causa, como por los ojos se ve, de
pecados pequeños nacen, eslabonándose unos con
otros, pecados gravísimos; y se endurecen y crían ca-
llos, y hacen como incurables los corazones humanos
en este mal del pecar, añadiendo siempre á un pecad©
otro pecado, y á un pecado menor sucediéndole otro
mayor de continuo, por haber comenzado á pecar. Y
vienen ansí, continuamente pecando, á tener por hace-
dero y dulce y gentil lo que, no sólo en sí y en los
ojos de los que bien juzgan es aborrecible y feísimo;
sino lo que esos mismos que lo hacen, cuando de prin-
cipio entraron en el mal de obrar, huyeran el pensa-
156 FRAY LUIS DE LEÓN
miento de ello, no sólo el hecho, más que la muerte;
como se ve por infinitos ejemplos, de que ansí la vida
común como la historia está llena.
Mas entre todos es claro y muy señalado ejemplo el
del pueblo hebreo antiguo y presente; el cual, por haber
desde su primer principio comenzado á apartarse de
Dios, prosiguiendo después en esta su primera dureza,
y casi por años volviéndose á Él y tornándole luego á
ofender, y amontonando á pecados pecados, mereció
ser autor de la mayor ofensa que se hizo jamás, que
fué la muerte de Jesucristo. Y porque la culpa siem-
pre ella misma se es pena, por haber llegado á esta
ofensa, fué causa en sí misma de un extremo de cala-
midad.
Porque, dejando aparte el perdimiento del reino, y
la ruina del templo, y el asolamiento de su ciudad, y
la gloria de la religión y verdadero culto de Dios tras-
pasada á las gentes; y dejados aparte los robos y males
y muertes innumerables que padecieron los judíos en-
tonces, y el eterno cautiverio en que viven agora en
estado vilísimo entre sus enemigos, hechos como un
ejemplo común de la ira de Dios; ansí que, dejando
esto aparte, ¿puédese imaginar más desventurado su-
ceso, que habiéndoles prometido Dios que nacería el
Mesías de su sangre y linaje, y habiéndole ellos tan
largamente esperado, y esperando en El y por El la
suma riqueza, y en durísimos males y trabajos que
padecieron, habiéndose sustentado siempre con esta
esperanza, cuando le tuvieron entre sí no le querer
conocer; y cegándose, hacerse homicidas y destruido-
res de su gloria y de su esperanza, y de su sumo bien
de ellos mismos?
A mí verdaderamente, cuando lo pienso, el corazón
se me enternece en dolor. Y si contamos bien toda la
suma de este exceso tan grave, hallaremos que se vino
á hacer de otros excesos; y que del abrir la puerta
al pecar, y del entrarse continuamente más adelante
por ella, alejándose siempre de Dios, vinieron á quedar
ciegos en mitad de la luz. Porque tal se puede llamar
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 157
la claridad que hizo Cristo de sí. ansí por la grandeza
de sus obras maravillosas como por el testimonio de
las Letras sagradas que le demuestran. Las cuales le
demuestran ansí claramente, que no pudiéramos creer
que ningunos hombres eran tan ciegos, si no supiéra-
mos haber sido tan grandes pecadores primero. Y cier-
tamente, lo uno y lo otro, esto es. la ceguedad y mal-
dad de ellos y la severidad y rigor de la justicia de
Dios contra ellos, son cosas maravillosamente espan-
tables.
Yo siempre que las pienso me admiro; y trájomelas
á la memoria agora lo restante de la plática de Marcelo
que me queda por referir, y es ya tiempo que lo refiera.
Porque fué ansí, que los tres, después de haber co-
mido, y habiendo tomado algún pequeño reposo, ya
que la fuerza del calor comenzaba á caer, saliendo de
la granja, y llegados al río que cerca de ella corría,
en un barco (conformándose con el parecer de Sabino),
se pasaron al soto que se hacía en medio de él, en una
como isleta pequeña que apegada á la presa de unas
aceñas se descubría.
Era el soto, aunque pequeño, espeso y muy apaci-
ble y en aquella sazón estaba muy lleno de hoja; y
entre las ramas que la tierra de suyo criaba, tenía tam-
bién algunos árboles puestos por industria; y dividíale
como en dos partes un no pequeño arroyo que hacía
el agua que por entre las piedras de la presa se hurta-
ba del río, y corría casi toda junta.
Pues entrados en él Marcelo y sus compañeros, y
metidos en lo más espeso de él y más guardado de los
rayos del sol, junto á un álamo alto que estaba casi
en el medio, teniéndole á las espaldas, y delante Ios-
ojos la otra parte del soto, en la sombra y sobre la
yerba verde, y casi juntando al agua los pies, se sen-
taron. Adonde diciendo entre sí del sol de aquel día,
que aún se hacía sentir, y de la frescura de aquel lu-
gar, que era mucha, y alabando á Sabino su buen
consejo, Sabino dijo ansí:
— Mucho me huelgo de haber acertado tan bien, y
158 FRAY LUIS DE LEÓN
principalmente por vuestra causa, Marcelo; que por
satisfacer á mi deseo tomáis hoy tan grande trabajo,
que, según lo mucho que esta mañana dijisteis, te-
miendo vuestra salud, no quisiera que agora dijerais
más, si no me asegurara, en parte, la calidad y frescu-
ra do este lugar. Aunque quien suele leer en medio de
los caniculares tres lecciones en las escuelas muchos
días arreo, bien podrá platicar entre estas ramas la
mañana y la tarde do un día, ó por mejor decir, no ha-
brá maldad que no haga.
— Razón tiene Sabino, respondió Marcelo, mirando
hacia Juliano: que es género de maldad ocuparse uno
tanto y en tal tiempo en la escuela; y de aquí veréis
cuan malvada es la vida que ansí nos obliga. Ansí
que, bien podéis proseguir, Sabino, sin miedo; que,
demás de que este lugar es mejor que la cátedra, lo
que aquí tratamos agora es sin comparación muy más
dulce que lo que leemos allí; y ansí, con ello mismo
se alivia el trabajo.
Entonces Sabino, desplegando el papel y prosiguien-
do su lectura, dijo de esta manera:
CAPÍTULO PRIMERO
De cómo se llama Cristo Brazo de Dios, y á cuánto se extiende
su fuerza.
— 'Otro nombre de Cristo es Brazo de Dios. Isaías
en el capítulo cincuenta y tres: «¿Quién dará crédito
á lo que hemos oído; y su brazo, Dios á quién lo
descubrirá?» Y en el capítulo cincuenta y dos: «Apa-
rejó el Señor su brazo santo ante los ojos de todas las
gentes, y verán la salud de nuestro Dios todos los tér-
minos de la tierra». Y en el cántico de la Virgen: «Hi-
zo poderío en su brazo, y derramó los soberbios». Y
abiertamente en el Salmo setenta, adonde en persona
de la Iglesia dice David: «En la vejez mía, ni menos en
mi senectud, no me desampares, Señor, hasta que pu-
DE LOS NOM3RES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO l5£>
blique fu brazo á toda la generación que vendrá». Y
en otros muchos lugares.
Cesó aquí Sabino, y disponíase ya Marcelo para co-
menzar á decir; mas Juliano, tomando la mano, dijo:
— No sé yo, Marcelo, si los hebreos nos darán que-
Isaías, en el lugar que el papel dice, hable de Cristo.
— No lo darán ellos, respondió Marcelo, porque es-
tán ciegos; pero dánoslo la misma verdad. Y corno-
hacen los malos enfermos, que huyen más de lo que-
les da más salud, ansí éstos, perdidos en este lugar, el
cual sólo bastaba para traerlos á luz, derraman con.
más estudio las tinieblas de su error para oscurecerle.
Pero primero perderá su claridad este sol; porque si
no habla de Cristo Isaías allí, preguntó, ¿de quién
habla?
— Ya sabéis lo que dicen, respondió Juliano.
— Ya sé, dijo Marcelo, que lo declaran de sí mismos
y de su pueblo en el estado de agora: pero ¿paréceos-
á vos que hay necesidad de razones para convencer
un desatino tan claro?
— Sin duda clarísimo, respondió Juliano; y cuando-
no hubiera otra cosa, hace evidencia de que no es ansí
lo que dicen, ver que la persona de quien Isaías habla
allí, el mismo Isaías dice que es inocentísima y aje-
na de todo pecado, y limpieza y satisfacción de los
pecados de todos; y el pueblo hebreo que agora vive,
por ciego y arrobante que sea, no se osará atribuir á
sí esta inocencia y limpieza. Y cuando osase él, la
palabra de Dios le condena en Oseas cuando dice 1r
que en el fin y después de este largo cautiverio, en que
agora están, lo5 judíos se convertirán al Señor. Porque,
si se convertirán á Dios entonces, manifiesto es que
agora están apartados de El, y fuera de su servicio.
Mas, aunque este pleito esté fuera de dudn, todavía,
si no me engaño, os queda pleito con ellos en la de-
claración de este nombre, el cual ellos también con •
fiesan que es nombre de Cristo; y confiesan, como es
1 Ose re, ht, 5.
160 FRAY LUIS DE LEÓN
verdad, que ser brazo es ser fortaleza de Dios y victo-
ria de sus enemigos. Mas dicen que los enemigos que
por el Mesías (como por su brazo y fortaleza) vence y
vencerá Dios, son los enemigos de su pueblo; esto es,
los enemigos visibles de los hebreos, y los que los han
destruido y puesto en cautividad, como fueron los
caldeos y los griegos y los romanos, y las demás gen-
tes sus enemigas, de las cuales esperan verse venga-
dos por mano del Mesías, que, engañados, aguardan; y
le llaman brazo de Dios por razón de esta victoria y
venganza.
— Ansí lo sueñan, respondió Marcelo; y pues habéis
movido el pleito, comencemos por él. Y como en la cul-
tura del campo, primero arranca el labrador las yer-
bas dañosas y después planta las buenas, ansí nosotros
agora desarraiguemos primero ese error, para dejar
después su campo libre y desembarazado á la verdad.
Mas decidme, Juliano: ¿prometió Dios alguna vez á
su pueblo que les enviaría su brazo y fortaleza para
darles victoria de algún enemigo suyo, y para poner-
los, no sólo en libertad, sino también en mando y se-
ñorío glorioso? Y ¿díjoles en alguna parte que había
de ser su Mesías un fortísimo y belicosísimo capitán,
que vencería por fuerza de armas sus enemigos y ex-
tendería por todas las tierras sus esclarecidas victo-
rias, y que sujetaría á su imperio las gentes?
— Sin duda ansí se lo dijo y prometió, respondió
Juliano.
— Y ¿prometióselo por ventura (siguió luego Mar-
celo) en un solo lugar ó una vez sola, y esa acaso y
hablando de otro propósito?
— No; sino en muchos lugares, respondió Juliano,
y de principal intento y con palabras muy encareci-
das y hermosas.
— ¿Qué palabras, añadió Marcelo, ó qué lugares son
esos? Referid algunos si los tenéis en la memoria.
— Largos son de contar, dijo Juliano; y aunque pre-
guntáis lo que sabéis, y no sé para qué fin, diré los
que se me ofrecen:
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 161
David en el Salmo, hablando propiamente con Cris-
to, le dice l : «Ciñe tu espada sobre tu muslo, poderosí-
simo, tu hermosura y tu gentileza. Sube en el caballo
y reina prósperamente por tu verdad y mansedumbre
y por tu justicia. Tu derecha te mostrará maravillas.
Tas saetas agudas (los pueblos caerán á tus pies), en
los corazones de los enemigos del Rey». Y en otro Sal-
mo dice el mismo 2: «El Señor reina; haga fiesta la tie-
rra, alégrense las islas todas; nube y tiniebla en su
derredor, justicia y juicio en el trono de su asiento.
Fuego va delante de El, que abrasará á todos sus ene-
migos». É Isaías en el capítulo once 3: «Y en aquel
día extenderá el Señor segunda vez su mano, para po-
seer lo que de su pueblo íia escapado de los Asirios y
de los Egipcios y de las demás gentes; y levantará su
bandera entre las naciones, y allegará á los fugitivos
de Israel y los esparcidos de Judá de las cuatro partes
del mundo; y los enemigos de Judá perecerán, y vo-
lará contra los filisteos por la mar; cautivará á los
hijos de Oriente; Edón le servirá, y Moab le será sujeto:
y los hijos de Amón sus obedientes».
Y en el capítulo cuarenta y uno por otra manera 4:
«Pondrá ante sí en huida á las gentes, perseguirá los
reyes; como polvo los hará su cuchillo; . como astilla
arrojada su arco; perseguirlos ha y pasará en paz; no
entrará ni polvo en sus pies». Y poco después El mis-
mo 5: «Yo, dice, te pondré como carro, y como nueva
trilladera con dentales de hierro, trillarás los montes
y desmenuzarlos has, y á los collados dejarás hechos
polvo; ablentaráslos y llevarlos ha el viento, y el tor-
bellino los esparcerá».
Y cuando el mismo profeta introduce al Mesías, te-
ñida la vestidura con sangre, y á otros que se maravi-
llan de ello y le preguntan la causa, dice que Él les
responde6: «Yo sólo he pisado un lagar; en mi ayuda
no se halló gente; píselos en mi ira y patéelos en mi
1 Psalm. xliv, 4-6. 2 Psalm. icw, 1-3. 3 Isai , xi 11-14.
4 Ibidem, xlt, 2 y 3. 5 Ibidem, 15 y 16. 6 Ibidem, lxiii. 3.
11
162 FRAY LUIS DE LEÓN
indignación; y su sangre salpicó mis vestidos, y he en-
suciado mis vestiduras todas». Y en el capítulo cua-
renta y dos *■: «El Señor, como valiente, saldrá; y como-
hombre de guerra, despertará su coraje; guerreará y
levantará alarido; y esforzarse ha sobre sus enemigos».
Mas es nunca acabar.
Lo mismo, aunque por diferentes maneras, dice en
el capítulo sesenta y tres y sesenta y seis; y Joel dice
lo mismo en el capítulo último; y Amos profeta tam-
bién en el mismo capítulo; y en los capítulos cuatro y
cinco y último lo repite Miqueas. Y ¿qué profeta hay
que no celebre, cantando, en diversos lugares este ca-
pitán y esta victoria?
—Ansí es verdad, dijo Marcelo; mas también me
decid: ¿los Asirios y los Babilonios fueron hombres se-
ñalados en armas, y hubo reyes belicosos y victoriosos
entre ellos, y sujetaron á su imperio á todo, ó á la ma-
yor parte del mundo?
— Ansí fué, respondió Juliano.
—Y los Medos y Persas que vinieron después (aña-
dió luego Marcelo), ¿no menearon también las armas
asaz valerosamente y enseñorearon la tierra, y floreció
entre ellos el esclarecido Ciro y el poderosísimo Jerjes?
Concedió Juliano que era verdad.
—Pues no menos verdad es (dijo prosiguiendo
Marcelo), que las victorias de los griegos sobraron á
éstos: y que el no vencido Alejandro, con la espada en
la mano y como un- rayo, en brevísimo espacio, corrió
todo el mundo, dejándole no menos espantado de sí
que vencido; y muerto él, sabemos que el trono de sus
sucesores tuvo el cetro por largos años de toda Asia,.
y de mucha parte del África y de Europa. Y por la
misma manera los romanos, que les sucedieron en el
imperio y en la gloria de las armas, también vemos
que, venciéndolo todo, crecieron hasta hacer que la
tierra y su señorío tuviesen un mismo término. El
cual señorío, aunque disminuido, y compuesto de
1 Isai., xlii, 13.
DE LOS NOMBREggDE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO^ 163
partes (unas flacas y otras muy fuertes, como lo vio
Daniel en los pies de la estatua) \ hasta hoy día per-
severa por tantas vueltas de siglos. Y va que callemos
los príncipes guerreadores y victoriosos que florecie-
ron en él, en los tiempos más vecinos al nuestro, noto-
rios son los Scipiones, los Marcelos, los Marios, los
Pompeyos. los Césares de los siglos antepasados, á
cuyo valor y esfuerzo y felicidad fué muv pequeña la
redondez de la tierra.
U^— Espero, dijo Juliano, dónde vais á parar.
í— Presto lo veréis, dijo Marcelo; pero decidme: esta
grandeza de victorias é imperio que he dicho, ¿diósela
Dios á los que he dicho, ó ellos por sí v por sus fuerzas
puras, sin orden ni ayuda de El la alcanzaron?
—Fuera está eso de toda duda, respondió Juliano,
acerca de los que conocen y confiesan la Providencia
de Dios. Y en los Proverbios dice El mismo de sí mis-
mo 2: «Por mi reinan los príncipes».
—Decís la verdad, dijo Marcelo; mas todavía os pre-
gunto si conocían y adoraban á Dios aquellas gentes.
—No le conocían, dijo Juliano, ni le adoraban.
—Decidme más, prosiguió diciendo Marcelo: antes
que Dios les hiciese esta merced, ¿prometió de hacér-
sela, ó vendióles muchas palabras acerca de ello, ó en-
vióles muchos mensajeros, encareciéndoles la promesa
por largos días y por diversas maneras?
—Ninguna de esas cosas hizo Dios con ellos, respon-
dió Juliano; y si de alguna de estas cosas, antes que
fuesen, se hace mención en las Letras sagradas, como
á la verdad se hace de algunas, hácese de paso y como
de camino, y á fin de otro propósito.
— Pues ¿en qué juicio de hombres cabe ó pudo caber
(añadió Marcelo encontinente), pensar que lo que daba
Dios y cada día lo da á gentes ajenas de sí y que viven
sin ley, bárbaras y fieras y llenas de infidelidad y de
vicios feísimos (digo el mando terreno y la victoria en
la guerra, y la gloria y la nobleza del triunfo sobre to-
1 Daniel, n. 2 Prov., vni, 15
164 FRAY LUIS DE LEÓN
dos ó casi todos los hombres); pues quién pudo persua-
dirse que lo que da Dios á éstos, que son como sus es-
clavos, y que se lo da sin prometérselo y sin vendérse-
lo con encarecimientos, y como si no les diese nada ó
les diese cosas de breve y de poco momento, como á
la verdad lo son todas ellas en sí, eso mismo ó su se-
mejante á su pueblo escogido, y al que sólo (adorando
ídolos todas las otras gentes), le conocía y servía para
dárselo, si se lo quería dar como los ciegos pensaron,
se lo prometía tan encarecidamente y tan de atrás, en-
viándole casi cada siglo nueva promesa de ello por
sus profetas, y se lo vendía tan caro y hacía tanto es-
perar, que el día de hoy, que es más de tres mil años
después de la primera promesa, aún no está cumplido,
ni vendrá á cumplimiento jamás, porque no es eso lo
que Dios prometía?
Gran donaire, ó por mejor decir, ceguedad lastimera
es creer que los encarecimientos y amores de Dios ha-
bían de parar en armas y en banderas y en el estruen-
do de los tambores, y en castillos cercados, y en muros
batidos por tierra, y en el cuchillo, y en la sangre y en
el asalto y cautiverio de mil inocentes. ¡Y creer que el
el brazo de Dios, extendido y cercado de fortaleza
invencible, que Dios promete en sus Letras, y de
quien El tanto en ellas se precia, era un descendiente
de David, capitán esforzado, que rodeado de hierro y
esgrimiendo la espada, y llevando consigo innume-
rables soldados, había de meter á cuchillo las gen-
tes, y desplegar por todas las tierras sus victoriosas
banderas!
Mesías fué de esa manera Giro y Nabucodonosor y
Artajerjes; ó ¿qué le faltó para serlo? Mesías fué, si ser
Mesías es eso, César el dictador y el grande Pompeyo;
y Alejandro en esa manera fué, más que todos, Mesías.
¿Tan grande valentía es dar muerte á los mortales y
derrocar los alcázares, que ellos de suyo se caen, que
le sea á Dios ó conveniente ó glorioso hacer para ello
brazo tan fuerte, que por este hecho le llame su for-
taleza? ¡Oh! cómo es verdad aquello que en persona de
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. -rilBRO SEGUNDO 165
Dios les dijo Isaías 1: «Cuanto se encumbra el cielo
sobre la tierra, tanto mis pensamientos se diferencian
y levantan sobre los vuestros». Que son palabras que
se me vienen luego á los ojos, todas las veces que en
este desatino pongo atención.
Otros vencimientos, gente ciega y miserable, y otros
triunfos y libertad, y otros señoríos mayores y mejores
son los que Dios os promete. Otro es su brazo y otra
su fortaleza, muy diferente y muy más aventajada
de lo que pensáis. Vosotros esperáis tierra que se con •
sume y perece; y la escritura de Dios es promesa del
cielo. Vosotros amáis y pedís libertad del cuerpo, y
en vida abundante y pacífica, con la cual libertad se
compadece servir el alma al pecado y al vicio; y de
estos males, que son mortales, nos prometía Dios li-
bertad. Vosotros esperabais ser señores de otros; Dios
no prometía sino haceros señores de vosotros mismos.
Vosotros os tenéis por satisfechos con un sucesor de
David, que os reduzca á vuestra primera tierra y os
mantenga en justicia, y defienda y ampare de vuestros
contrarios; mas Dios, que es sin comparación muy
más liberal y más largo, os prometía, no hijo de David
sólo, sino hijo suyo y de David hijo también, que en-
riquecido de todo el bien que Dios tiene, os sacase
del poder del demonio y de las manos de la muerte
sin fin, y que os sujetase debajo de vuestros pies todo
lo que de veras os daña, y os llevase santos, inmorta-
les, gloriosos á la tierra de vida y de paz, que nunca
fallece. Estos son bienes dignos de Dios; y semejantes
dádivas, y no otras, hinchen el encarecimiento y mu-
chedumbre de aquellas promesas.
Y á la verdad, Juliano, entre los demás inconve-
nientes que tiene este error, es uno grandísimo que
los que se persuaden de él, forzosamente juzgan de
Dios muy baja y vilmente. No tiene Dios tan angosto
corazón como los hombres tenemos; y estos bienes y
gloria terrena que nosotros estimamos en tanto, aun-
1 Isai., lv, 9.
166 FRAY LUIS DE LEÓN
que es El sólo el que los distribuye y reparie, pero
conoce que son bienes caducos y que están fuera del
hombre, y que no solamente no le hacen bueno, mas
muchas veces le empeoran y dañan. Y ansí, ni hace
alarde de estos bienes Dios, ni se precia del reparti-
miento de ellos, y las más veces los envía á quien no
los merece, por los fines que El se sabe; y á los que
tiene por desechados de sí, y que son delante de sus
ojos como viles cautivos y esclavos, á esos les da este
breve consuelo; y al revés, con sus escogidos y con
los que como á hijos ama, en esto comúnmente es
escaso, porque sabe nuestra flaqueza y la facilidad
con que nuestro corazón se derrama en el amor de
estas prendas exteriores teniéndolas; y sabe que casi
siempre ó cortan ó enflaquecen los nervios de la vir-
tud verdadera.
Mas dirán: Esperamos lo que las sagradas Letras
nos dicen; y con lo que Dios promete nos contenta-
mos, y eso tenemos por mucho. Leemos capitán, oímos
guerras y caballos y saetas y espadas, vemos victorias
y triunfos, prométennos libertad y venganza, dícennos
que nuestra ciudad y nuestro templo será reparado,
que las gentes nos servirán y que seremos señores de
todos. Lo que oímos, eso esperamos; y con la esperan-
za de ello vivimos contentos
Siempre fué flaca defensa asirse á la letra, cuando
la razón evidente descubre el verdadero sentido; mas,
aunque flaca, tuviera aquí y en este propósito algún
color, si las mismas divinas Letras no descubrieran en
otros lugares su verdadera intención. Porque, pues
Isaías, cuando habla sin rodeo y sin figuras de Cristo,
le pinta en persona de Dios de esta manera *: «Veis,
»dice, á mi siervo, en quien descanso, aquel en quien
»se contenta y satisface mi alma; puse sobre El mi es-
píritu, El hará justicia á las gentes, no voceará ni
»será aceptador de personas, ni será oída en las pla-
»zas su voz: la caña quebrantada no quebrará, y la es-
1" lsai., xlii, i.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 167
»topa que humea no la apagará, no será áspero ni
«bullicioso»; manifiestamente se muestra que este
brazo y fortaleza de Dios, que es Jesucristo, no es for-
taleza militar ni coraje de soldado; y que los hechos
hazañosos de un cordero tan humilde y tan manso,
►como es el que en este lugar Isaías pinta, no son he-
chos de esta guerra que vemos, adonde la soberbia
se enseñorea y la crueldad se despierta, y el bullicio
y la cólera y la rabia y el furor menean las manos.
No tendrá, dice, cólera para hacer mal ni á una caña
quebrada. Y antój ásele al error vano de estos mezqui-
nos, que tiene de trastornar el mundo con guerras.
Y no es menos claro lo que el mismo profeta dice
•en otro capítulo 1: «Herirá la tierra con la vara de su
boca, y con el aliento de sus labios quitará la vida al
malvado». Porque, si las armas con que hiere la tie-
rra y con que quita la vida al malo son vivas y ar-
dientes palabras, claro es que su obra de este brazo
no es pelear con armas carnales contra los cuerpos,
sino contra los vicios con armas de espíritu.
Y ansí, conforme á esto, le arma de punta en blanco
<3on todas sus piezas en otro lugar, diciendo 2: «Vis-
tióse por loriga justicia, y salud por yelmo de su ca-
beza; vistióse por vestiduras venganza, y el celo le
cubrió como capa». Por manera que las saetas que
antes decía que enviadas con el vigor del brazo tras-
pasan los cuerpos, son palabras agudas y enherbola-
das con gracia, que pasan el corazón de claro en cla-
ro. Y su espada famosa no se templó con acero en las
fraguas de Vulcano, para derramar la sangre cortando;
ni es yerro visible, sino rayo de virtud invisible que
pone á cuchillo todo lo que en nuestras almas es ene-
migo de Dios. Y sus lorigas y sus petos y sus arneses,
por el consiguiente, son virtudes heroicas del cielo,
-en quien todos los golpes enemigos se embotan. Piden
á Dios la palabra, y no despiertan la vista para cono-
cer la palabra que Dios les dio.
1 Jsai., xi, 4. 2 Ibidemf lix*:17.
168 - frayJluis de león
¿Cómo piden cosas de esta vida mortal, y que cada
día las vemos en otros, y que comprendemos lo que
valen y son, pues dice Dios por su profeta 1 que el bien
de su promesa y la calidad y grandeza de ella, ni el ojo
la vio ni llegó jamás á los oídos, ni cayó nunca en el
pensamiento del hombre? Vencer unas gentes á otras,
bien sabemos qué es; el valor de las armas cada día
lo vemos; no hay cosa que más se entienda ni más de-
see la carne que las riquezas y que el señorío. No pro-
mete Dios esto, pues lo que promete excede á todo
nuestro deseo y sentido. Hacerse Dios hombre, eso no
lo alcanza la carne; morir Dios en la humanidad que
tomó para dar vida á los suyos, eso vence el sentido;
muriendo un hombre, al demonio, que tiranizaba los
hombres, hacerle sujeto y exclavo de ellos, ¿quién
nunca lo oyó? Los que servían al infierno, convertirlos
en ciudadanos del cielo y en hijos de Dios; y final-
mente hermosear con justicia las almas, desarraigando
de ellas mil malos siniestros, y hechas todas luz y jus-
ticia, á ellas y á los cuerpos vestirlos de gloria y de
inmortalidad, ¿en qué deseo cupo jamás, por más que
alargase la rienda al deseo?
Mas ¿en qué me detengo? El mismo profeta ¿no pone
abiertamente, y sin ningún rodeo ni velo, el oficio de
Cristo, y su valentía y la calidad de sus guerras, en el
capítulo sesenta y uno del profeta Isaías, adonde in
troduce á Cristo, que dice 2: «El espíritu del Señor
está sobre mí, á dar buena nueva á los mansos me
envió?» ¿No veis lo que dice? ¿Qué? Buena nueva á los
mansos, no asalto á los muros. Más: «A curar los de
corazón quebrantado». ¡Y dice el error, que á pasar
por los filos de su espada á las gentes! «A predicar á
los cautivos perdón». A predicar; que no á guerrear.
No á dar rienda á la saña, sino á publicar su indul-
gencia, y predicar el año en que se aplaca el Señor, y
el día en que, como si se viese vengado, queda mansa
su ira. A consolar á los que lloran, y á dar fortaleza á
1 Isfij, lxiv, 4. 2 rIbidem, lx<, 1.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 169
losnque se lamentan. A darles guirnalda en lugar de la
ceniza; y unción de gozo en lugar del duelo; y manto
de loor en vez de la tristeza de espíritu.
Y para que no quedase duda ninguna, concluye:
«Y serán llamados fuertes en justicia». ¿Dónde están
agora los que, engañándose á sí mismos, se prometen
fortaleza de armas, prometiendo declaradamente Dios
fortaleza de virtud y de justicia?
— Aquí Juliano (mirando alegremente á Marcelo),
paréceme, dijo, Marcelo, que os he metido en calor,
y bastaba el del día. Mas no me pesa de la ocasión que
os he dado, porque me satisface mucho lo que habéis
dicho; y porque no quede nada por decir, quiéroos
también preguntar: ¿qué es la causa por donde Dios, ya
que hacía promesa de este tan grande bien á su pueblo,
se la encubrió debajo de palabras y bienes carnales y
visibles, sabiendo que para ojos tan flacos como los de
aquel pueblo era velo que los podía cegar; y sabiendo
que para corazones tan aficionados al bien de la carne,
como son los de aquéllos, era cebo que los había de
engañar y enredar?
— No era cebo ni velo, respondió al punto Marcelo:
pues juntamente con ello estaba luego la voz y la mano
de Dios, que alzaba el velo y avisaba del cebo, descu-
briendo por mil maneras lo cierto de su promesa. Ellos
mismos se cegaron y se enredaron de su voluntad.
— Por ventura yo no me he declarado, dijo entonces
Juliano; porque eso mismo es lo que pregunto. Que
pues Dios sabía que se habían de cegar tomando de
aquel lenguaje ocasión, ¿por qué no cortó la ocasión del
todo? Y pues les descubría su voluntad y determina-
ción, y se la descubría para que la entendiesen, ¿por
qué no se la descubrió sin dejar escondrijo donde se
pudiese encubrir el error? Porque no diréis que no
quiso ser entendido; porque, si eso quisiera, callara; ni
menos que no pudo darse á entender.
— Los secretos de Dios, respondió Marcelo enco-
giéndose en sí, son abismos profundos; por donde en
ellos es ligero el dificultar, y el penetrar muy dificul-
170 FRAY LUIS DE LEÓN
toso. Y el ánimo fiel y cristiano más se ha de mostrar
sabio en conocer (que sería poco el saber de Dios si
lo comprendiese nuestro saber), que ingenioso en re-
montar dificultades sobre lo que Dios hace y ordena. Y
como sea esto ansí en todos los hechos de Dios, en este
particular que toca á la ceguedad de aquel pueblo, el
mismo San Pablo se encoge y parece que se retira; y
aunque caminaba con el soplo del Espíritu Santo, coge
las velas del entendimiento y las inclina, diciendo * :
«¡Oh, honduras de las riquezas y sabiduría y conoci-
miento de Dios, cuan no penetrables son sus juicios y
cuan dificultosos de rastrear sus caminos!» Mas, por
mucho que se esconda la verdad, como es luz, siempre
echa algunos rayos de sí que dan bastante lumbre al
íilma humilde.
Y ansí, digo agora: que no porque algunos toman
ocasión de pecar, conviene á la sabiduría de Dios mu-
dar (ó en el lenguaje con que nos habla, ó en el orden
con que nos gobierna, ó en la disposición de las cosas
que cría), lo que es en sí conveniente y bueno para la
naturaleza en común. Bien sabéis que unos salen á
hacer mal con la luz, y que á otros la noche con sus
tinieblas los convida á pecar; porque, ni el corsario co-
rrería á la presa si el sol no amaneciese, ni si no se
pusiese, el adúltero macularía el lecho de su vecino.
El mismo entendimiento y agudeza de ingenio de que
Dios nos dotó, si atendemos á los muchos que usan mal
de él, no nos le diera, y dejara al hombre no hombre.
¿No dice San Pablo de la doctrina del Evangelio,
que á unos es olor de vida para que vivan, y á otros
•de muerte para que mueran? ¿Qué fuera del mundo si,
porque no se acrescentara la culpa de algunos, quedá-
ramos todos en culpa? Esta manera de hablar, Juliano,
adonde, con semejanzas y figuras de cosas que cono-
cemos y vemos y amamos, nos da Dios noticia de sus
bienes, y nos los promete para la calidad y gusto de
nuestro ingenio y condición, es muy útil y muy conve-
1 Rom., xi, 33.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO» SEGUNDO 171
niente. Lo uno, porque todo nuestro conocimiento, ansí
como comienza de los sentidos, ansí no conoce bien lo
espiritual, sino es por semejanza de lo sensible que
conoce primero. Lo otro, porque la semejanza que hay
de lo uno á lo otro, advertida y conocida, aviva el gus-
to de nuestro entendimiento naturalmente, que es in-
clinado á cotejar unas cosas con otras, discurriendo
por ellas; y ansí, cuando descubre alguna gran conso-
nancia de propiedades entre cosas que son en natura-
leza diversas, alégrase mucho y como saboréase en
ello, é imprímelo con más firmeza en las mentes. Y lo
tercero, porque de las cosas que sentimos, sabemos
por experiencia lo gustoso y agradable que tienen: mas
de las cosas del cielo no sabemos cuál sea ni cuánto
su sabor y dulzura.
Pues, para que cobremos afición y concibamos de-
seo de lo que nunca hemos gustado, preséntanoslo Dios
debajo de lo que gustamos y amamos; para que, enten-
diendo que es aquello más y mejor que lo conocido,
amemos en lo no conocido el deleite y contento que
ya conocemos. Y como Dios se hizo hombre dulcísimo
y amorosísimo, para que lo que no entendíamos de la
dulzura y amor de su natural condición, que no veía-
mos, lo experimentásemos en el hombre que vemos, y
de quien se vistió para comenzar allí á encender nues-
tra voluntad en su amor; ansí en el lenguaje de sus Es-
crituras nos habla como hombre á otros hombres; y
nos dice sus bienes espirituales y altos, con palabras y
figuras de cosas corporales que les son semejantes; y
para que los amemos los enmiela con esta miel nues-
tra, digo, con lo que El sabe que tenemos por miel.
Y si en todos es esto, en la gente de aquel pueblo de
quien hablamos tiene más fuerza y razón por su natu-
ral y no creíble flaqueza, y como divinamente dijo San
Pablo, por su infinita niñez. La cual demandaba que,
como el ayo al muchacho pequeño le induce con golo-
sinas á que aprenda el saber, ansí Dios á aquellos los
levantase á la creencia y al deseo del cielo, ofrecién-
doles y prometiéndoles, al parecer, bienes de la tierra.
172 FRAY LUIS DE LEÓN
Porque si en acabando de ver el infinito poder de
Dios y la grandeza de su amor para con ellos en las
plagas de Egipto, y en el mar Bermejo dividido por me-
dio; y si teniendo casi presente en los ojos el fuego y
la nube del Siná, y el habla misma de Dios, que les de-
cía la ley, sonando en sus oídos entonces; y si teniendo
en la boca el maná que Dios les llovía; y si mirando
ante sí la nube que los guiaba de día y les lucía de no-
che, venidos á la entrada de la tierra de Canaán adon-
de Dios los llevaba, en oyendo que la moraban hom-
bres valientes, temiron y desconfiaron, y volvieron
atrás, llorando fea y vilmente; y no creyeron que
quien pudo romper el mar en sus ojos, podría derro-
car unos muros de tierra; y ni la riqueza y abundan-
cia de la tierra que veían y amaban, ni la experiencia
de la fortaleza de Dios los pudo mover adelante; si
luego y de primera instancia, y por sus palabras sen-
cillas y claras, les prometiera Dios la encarnación de
su Hijo y lo espiritual de sus bienes, y lo que ni sen-
tían ni podían sentir, ni se les podía dar luego, sino en
otra vida y después de haber dado largas vueltas los
siglos; ¿cuándo, me decid, ó cómo, ó en qué manera,
aquellos ó lo creyeran ó lo estimaran? Sin duda fuera
cosa sin fruto.
Y ansí, todo lo grande y apartado de nuestra vista
que Dios les promete, se lo pone tratable y deseable,
saboreándoselo de esta manera que he dicho. Y par-
ticularmente en este misterio y promesa de Cristo, para
asentársela en la memoria y en la afición, se la ofrece
en los Libros divinos casi siempre vestida con una de
dos figuras. Porque lo que toca á la gracia que descien-
de de Cristo en las almas, y á lo que en ellas fructifica
esta gracia, díceselo debajo de semejanzas tomadas de
la cultura del campo y de la naturaleza de él. Y, como
vimos esta mañana, para figurar este negocio hace sus
cielos y su tierra, y sus nubes y lluvia, y sus montes y
valles, y nombra trigo, y vides, y olivas, con grande pro-
piedad y hermosura. Mas lo que pertenece á lo que an-
tes de esto hizo Cristo, venciendo el demonio en la
'DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 173
cruz, y despojando el infierno y triunfando de él y de
la muerte, y sabiéndose al cielo para juntar después á
sí mismo todo su cuerpo, represéntaselo con nombres
de guerras y victorias visibles, y alza luego la bandera
y suena la trompa y relumbra la espada; y píntalo á
las veces con tanta demostración, que casi se oye el
ruido" de las armas y el alarido de los que huyen; y la
victoria alegre de los que vencen casi se ve.
Y demás de esto (si vale decir lo que siento), la du-
reza, Juliano, de aquella gente, y la poca confianza que
siempre tuvieron en Dios, y los pecados grandes contra
El que de ella nacieron en aquel pueblo luego en su
primer principio, y se fueron después siempre con él
continuando y creciendo (feos, ingratos, enormes pe-
cados), dieron á Dios causa justísima para que tuviese
por bueno el hablarles ansí figurada y revueltamente.
Porque de la manera que en la luz de la profecía da
Dios mayor ó menor luz, según la disposición y capa-
cidad y calidad del profeta, y una misma verdad á unos
se la descubre por sueños y á otros despiertos, pero por
imágenes corporales y oscuras que se le figuran en la
fantasía, y á otros por palabras puras y sencillas; y
como un mismo rostro, en muchos espejos más y me-
nos claros y verdaderos, se muestra por diferente ma-
nera; ansí Dios, esta verdad de su Hijo y la historia y
calidad de sus hechos, conforme á los pecados y mala
disposición de aquella gente, ansí se la dijo algo encu-
bierta y oscura. Y quiso hablarles ansí, porque entendió
que para los que entre ellos eran y habían de ser bue-
nos y fieles aquello bastaba; y que á los otros contu-
maces perdidos no se les debía más luz.
Por manera, que vio que á los unos aquella media-
namente encubierta verdad les serviría de honesto
ejercicio buscándola, y de santo deleite hallándola; y
que eso mismo sería tropiezo y lazo para los otros,
pero merecido tropiezo por sus muchos y graves peca-
dos. Por los cuales, caminando sin rienda y aventaján-
dose siempre á sí mismos, como por grados que ellos
perdidamente se edificaron, llegaron á merecer este
174 FRAY LUIS DE LEÓN
mal que fué el sumo de todos: que teniendo delante
de los ojos su vida, abrazasen la muerte; y que aborre-
ciesen á su único suspiro y deseo, cuando le tuvieron
presente; ó por mejor decir, que viéndole no le viesenr
ni le oyesen oyéndole, y que palpasen en las tinieblas
estando rodeados de luz; y merecieron, pecando, pecar
más, y llegar á cegarse hasta poner las manos en Cristo,
y darle muerte, y negarle y blasfemar de él; que fué lle-
gar al fin del pecado.
¿Levántoselo agora yo, ó no se lo dijo por Isaías Dios
mucho antes? 1 «Cegaré el corazón de este pueblo y en-
sordecerles he los oídos, para que viendo no vean, y
oyendo no entiendan, y no se conviertan á mí ni los
sane yo». Y que sirviese para esta ceguedad y sorde-
ra el hablarles Dios en figuras y en parábolas, mani-
fiéstalo Cristo, diciendo 2: «A vosotros es dado conocer
el misterio del reino; pero á los demás en parábolas,
para que viéndolo no lo vean, y oyéndolo no lo oigan».
Mas pues éstos son ciegos y sordos, y porfían en ser-
lo, dejémoslos en su ceguedad, y pasemos á declarar la
fuerza de este brazo invencible. Y diciendo esto Mar-
celo, y mirando hacia Sabino, añadió:
— Si á Sabino no le parece que queda alguna otra
cosa por declarar.
Y dijo esto Marcelo porque Sabino, en cuanto él ha-
blaba, ya por dos veces había hecho significación de
quererle preguntar algo, inclinándose á él con el cuer-
po, y enderezando el rostro y los ojos en él.
Mas Sabino le respondió:
— Cosa era lo que se me ofrecía de poca importan-
cia, y ya me parecía dejarla; mas, pues me convidáis á
que la diga, decidme, Marcelo: si fué pena de sus pe-
cados en los judíos el hablarles Dios por figuras, y se
cegaron en el entendimiento de ellas por ser pecado-
res; y si por haberse cegado, desconocieron y trajeron
á Jesucristo á la muerte, ¿podréisme por ventura mos-
trar en ellos algún pecado primero tan malo y tan gran-
Isai , vi, 10. 2 Luc.jvnr, 10.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 175-
de, que mereciese ser causa de este último y gravísimo
pecado que hicieron después?
— Excusado es buscar uno, respondió Marcelo, adon-
de hubo tan enormes pecados y tantos. Mas, aunqu»
esto es ansí, no carece de razón vuestra pregunta, Sa-
bino; porque, si atendemos bien á lo que por Moisés
está escrito, podremos decir que en el pecado de la
adoración del becerro merecieron (como en culpa
principal) que, permitiéndolo Dios, desconociesen y
negasen á Cristo después. Y podremos decir que de
aquella fuente manó esta mala corriente, que crecien-
do con otras avenidas menores, vino á ser un abismo
de mal.
Porque si alguno quisiere pesar, con peso justo y fiel,
todas las cualidades de mal que en aquel pecado jun-
tas concurren, conocerá luego que fué justamente me-
recedor de un castigo tan señalado como es la cegue-
dad en que están, no conociendo á Jesús por Mesías; y
cómo son los males y miserias en que han incurrido
por causa de ella.
No quiero decir agora que los había Dios sacado de-
la servidumbre de Egipto, y que les había abierto con
nueva maravilla el mar, y que la memoria de estos be-
neficios la tenían reciente: lo que digo para verdadero
conocimiento de su grave maldad, es esto: que en ese
tiempo y punto volvieron las espaldas á Dios, cuando
le tenían delante de los ojos presente encima de la
cumbre del monte, cuando ellos estaban alojados á la
falda del Siná, cuando veían la nube y el fuego, testi-
gos manifiestos de su presencia: cuando sabían que
Moisés estaba hablando con El; cuando acababan de
recibir la ley, la cual ellos comenzaron á oir de su mis-
ma boca de Dios, y movidos de un temor religioso no
se tuvieron por dignos para oiría del todo, y pidieron
que Moisés por todos la oyese.
Ansí que, viendo á Dios se olvidaron de Dios: y mi-
rándole, le negaron; y teniéndole en los ojos, le borra-
ron de la memoria.
Mas ¿por qué le borraron? No se puede decir mas
176 FRAY LUIS DE LEÓN
breve ni más encarecidamente que la Escritura lo dice:
¡Por un becerro que comía heno! Y aun, no por bece-
rro vivo que .comía; sino por imagen de becerro que
parecía comer, hecha por sus mismas manos en aquel
punto. A aquél los desatinados dijeron h Este, este es
tu Dios, Israel, el que te sacó de la servidumbre de
Egipto.
¿Qué flaqueza, pregunto, ó qué desamor habían ha-
llado en Dios hasta entonces? 0 ¿qué mayor fortaleza
esperaban de un poco de oro mal figurado? 0 ¿qué pa-
labras encarecen debidamente tan grande ceguedad y
maldad? Pues los que tan de balde, y tan por su sola
malicia y liviandad increíble se cegaron allí, justísimo
fué, y Dios derechamente lo permitió, que se cegasen
aquí en el conocimiento de su único bien.
Y porque no parezca que lo adivinamos agora nos-
otros, Moisés en su cántico y en persona de Dios, y ha-
blando de este mismo becerro de que hablamos, tan
mal adorado, se lo profetiza y dice de esta manera 2:
«Estos me provocaron á mí en lo que no era Dios; pues
yo los provocaré á ellos, conviene á saber, á envidia
y dolor, llamando á mi gracia y á la rica posesión de
mis bienes á una gente vil, y que en su estima de ellos
no es gente». Como diciéndoles que, por cuanto ellos
le habían dejado por adorar un metal, El los dejaría á
ellos y abrazaría á la gentilidad, gente muy pecadora y
muy despreciada. Porque sabida cosa es. ansí como lo
enseña San Pablo 3. que el haber desconocido á Cristo
aquel pueblo, fué el medio por donde se hizo este true-
que y traspaso, en que él quedó desechado y despoja-
do de la Religión verdadera, y se pasó la posesión de
ella á las gentes.
Mas traigamos á la memoria, y pongamos delante
de ella, lo que entonces pasó y lo que por orden de
Dios hizo Moisés; que el mismo hecho será pintura
viva y testimonio expreso de esto que digo. ¿No dice
la Escritura en aquel lugar, que abajando Moisés del
1 Exod., xxxu, 4. 2 Deut., xxxit, 21. 3 Rom., ix, 32.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 177
monte, habiendo visto y conocido el mal recaudo del
pueblo, quebró, dando en el suelo con ellas, las tablas
de la ley que traía en las manos? ¿y que el tabernácu-
lo adonde descendía Dios y hablaba con Moisés, le
sacó Moisés luego del real y de entre las tiendas' de
los hebreos, y lo asentó en otro lugar muy apartado
de aquél? Pues ¿qué fué esto sino decir y profetizar
figuradamente lo que en castigo y pena de aquel ex-
ceso había de suceder á los judíos, después que el ta-
bernáculo donde mora perpetuamente Dios, que es la
naturaleza humana de Jesucristo, que había nacido de
ellos y estaba residiendo entre ellos, se había de ale-
jar por su desconocimiento de entre los mismos; y que
la ley que les había dado y que ellos con tanto cuida-
do guardan agora, les había de ser, como es, cosa per-
dida y sin fruto; y que habían de mirar, como ven
agora, sin menearse de sus lugares y errores, las es-
paldas de Moisés, esto es, la sombra y la corteza de su
Escritura? La cual siendo de ellos no vive con ellos,
antes los deja y se pasa á otra parte delante de sus
ojos, y mirándolo con grave dolor. Ansí que, por sus
pecados todos, y entre todos, por este del becerro que
<ligo, fueron merecedores de que ni Dios les hablase
á la clara, ni ellos tuviesen vista para entender lo
-que se les hablaba.
Mas, pues hemos dicho acerca de esto todo lo que
convenía decir, digamos ya la calidad de este brazo,
y aquello á que se extiende su fuerza.
Y como se callase Marcelo aquí un poco, tornó lue-
go á decir:
— De Lactancio Firmiano se escribe, como sabéis,
■que tuvo más vigor escribiendo contra los errores
gentiles que eficacia confirmando nuestras verdades,
y que convenció mejor el error ajeno que probó su
propósito. Mas yo, aunque no le conviene á ninguno
prometer nada de sí, confiado de la naturaleza de las
mismas cosas, oso esperar que sí acertaré á decir con
palabras sencillas las hazañas que hizo Dios por me-
dio de Cristo, y las obras de fortaleza, por cuya causa
12
178 FRAY LUIS DE LEÓN
se llama su brazo, que por El acabó. Ello mismo hará
prueba de sí tan eficaz, que sin otro argumento se es-
forzará á sí mismo y se demostrará que es verdadero,.
y convencerá de falso á lo contrario. Y para que yo
pueda agora, refiriendo estas obras, mostrar la fuerza
de ellas mejor, antes que las refiera me conviene pre-
suponer que á Dios, que es infinitamente fuerte y po-
deroso, y que para el hacer le basta sólo el querer,
ninguna cosa que hiciese le sería contada á gran va-
lentía, si la hiciese usando de su poder absoluto, y
de la ventaja que hace á todas las demás cosas en
fuerzas.
Por donde lo grande y lo que más espanto nos
pone, y lo que más nos demuestra lo inmenso de su
no comprensible poder y saber, es: cuando hace sus
cosas sin parecer que las hace, y cuando trae á debi-
do fin lo que ordena, sin romper alguna ley ordenada
y sin hacer violencia; y cuando sin poner El en ello, á
lo que parece, su particular cuidado ó sus manos, ello
de sí mismo se hace; antes con las manos mismas y
con los hechos de los que lo' desean impedir y se tra-
bajan en impedirlo, no sabréis cómo ni de qué mane-
ra viene ello casi de suyo á hacerse. Y es propia ma-
nera ésta de la fortaleza, á quien la prudencia acom-
paña. Y en la prudencia, lo más fino de ella y en lo-
que más se señala, es el dar orden cómo se venga á
fines extremados y altos y dificultosos por medios co-
munes y llanos, sin que en ellos se turbe en lo demás
el buen orden. Y Dios se precia de hacerlo ansí siem-
pre, porque es en lo que más se descubre y resplan-
dece su mucho saber. Y entre los hombres, los que
gobernaron bien siempre procuraron cuanto pudieron
avecinar á esta imagen de gobierno sus ordenanzas.
La cual imagen apenas la imitan ni conocen los que
el día de hoy gobiernan. Y con otras muchas cosas di-
vinas, de las cuales agora tenemos solamente la som-
bra, también se ha perdido la fineza de esta virtud en
los que nos rigen, que atentos muchas veces á un
fin particular que pretenden, usan de medios y ponen
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBFtO SEGUNDO 179
leyes que estorban otros fines mayares, y hacen -vio-
lencia á la buena gobernación en cien cosas, por salir
con una cosa sola que les agrada.
Y aún están algunos tan ciegos en esto, que en-
tonces presumen de sí, cuando con leyes, que cada
una de ellas quebranta otras leyes mejores, estrechan
el negocio de tal manera, que reducen á lance forzoso
lo que pretenden. Y cuando suben, como dicen, el
agua por una torre, entonces se tienen por la misma
prudencia y por el dechado de toda la buena gober-
nación; como, si sirviera para nuestro propósito, lo pu-
diera yo agora mostrar por muchos ejemplos.
Pues quedando esto ansí, para conocer claramente
las grandezas que hizo Dios por este brazo suyo, con-
vendrá poner delante los ojos la dificultad y la mu-
chedumbre de las cosas que convenía y era necesario
que fuesen hechas por Dios para la salud de los hom-
bres. Porque, conocido lo mucho y lo dificultoso que
se había de hacer, y la contrariedad que ello entre sí
mismo tenía, y conocido cómo las unas partes de ello
impedían la ejecución de las otras, y vista la forma
y facilidad, y, si conviene decirlo ansí, la destreza con
que Dios, por Cristo proveyó á todo y lo hizo como de
un golpe, quedará manifiesta la grandeza del poder
de Dios y la razón justísima que tiene para llamar á
Cristo brazo suyo y valentía suya.
Decíamos, pues, hoy que Lucifer, enamorado vana-
mente de sí, apeteció para sí lo que Dios ordenaba
para honra del hombre en Jesucristo. Y decíamos que
saliendo de la obediencia y de la gracia de Dios por
esta soberbia, y cayendo de felicidad en miseria, con-
cibió enojo contra Dios y mortal envidia contra los
hombres. Y decíamos que, movido y aguzado de estas
pasiones, procuró poner todas sus mañas é ingenio en
que el hombre, quebrantando la ley de Dios, se apar-
tase de Dios; para que, apartado de El, ni el hombre
viniese á la felicidad que se le aparejaba, ni Dios tra-
jese á fin próspero su determinación y consejo. Y que
ansí persuadió al hombre que traspasase el manda-
180 FRAY LUIS DE LEÓN
miento de Dios; y que el hombre lo traspasó; y que
hecho esto, el demonio se tuvo por vencedor, porque
sabía que Dios no podía no cumplir su palabra, y que
su palabra era que muriese el hombre el día que tras-
pasase su ley.
Pues digo agora (añadiendo sobre esto lo que para
esto de que vamos hablando conviene), que destruido
el hombre, y puesto por esta manera en desorden y
en confusión el consejo de Dios, y quedando contento
de sí y de su buen suceso el demonio, pertenecía al
honor y á la grandeza de Dios que volviese por sí y
que pusiese en todo conveniente remedio; y ofrecían-
se juntamente grande muchedumbre de cosas diferen-
tes y casi contrarias entre sí, que pedían remedio.
Porque, lo primero, el hombre había de ser castiga-
do y había de morir; porque de otra manera no cum-
plía Dios ni con su palabra ni con su justicia. Lo se-
gundo, para que no careciese de efecto el consejo pri-
mero, había de vivir el hombre y había de ser reme-
diado. Lo tercero convenía también que Lucifer fuese
tratado conforme á lo que merecía su hecho y osadía,
en la cual había mucho que considerar; porque lo uno
fué soberbio contra Dios, lo otro fué envidioso del
hombre. Y en lo que cOn el hombre hizo, no sólo pre-
tendió apartarle de Dios, sino sujetarle á su tiranía,
haciéndose él señor y cabeza por razón del pecado. Y
demás de esto, procedió en ello con maña y engaño, y
quiso como en cierta manera competir con Dios en
sabiduría y consejo, y procuró como atarle con sus
mismas palabras y con sus mismas armas vencerle.
Por lo cual, para que fuese conveniente el castigo
de estos excesos, y para que se fuesen respondiendo
bien la pena y la culpa, la pena justa de la soberbia
que Lucifer tuvo, era, que al que quiso ser uno con
Dios, le hiciese Dios siervo y esclavo del hombre. Y
ansimismo: porque el dolor de la envidia es la felici-
dad de aquello que envidia, la pena propia del demo-
nio, envidioso del hombre, era hacer al hombre bien-
aventurado y glorioso. Y la osadía de haber competido
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 181
con Dios en el saber y en el aviso no recibía su debido
castigo, sino haciendo Dios que su aviso y su astucia
del demonio fuese su mismo lazo, y que perdiese á sí
y á su hecho por aquello mismo por donde lo pensaba
alcanzar, y que se destruyese pensando valerse.
Y en consecuencia de esto, si se podía hacer, con-
venía mucho á Dios hacerlo: que el pecado y la muer-
te, que puso el demonio en el hombre para quitarle
su bien, fuesen lo uno ocasión y lo otro causa de su
mayor bienandanza, y que viviese verdaderamente el
hombre por haber habido muerte; y por haber habido
miseria y pena y dolor, viniese á ser verdaderamente
dichoso; y que la muerte y la pena, por donde á los
hombres les viniese este bien, la ordenase y la trajese
á debida ejecución el demonio, poniendo en ella todas
sus fuerzas, como en cosa que, según su imaginación,
le importaba. Y sobre todo, cumplía que en la ejeción
y obra de todo esto que he dicho, no usase Dios de su
absoluto poder, ni quebrantase el suave orden y tra-
bazón de sus leyes; sino que yéndose el mundo como
se va, y sin sacarle de madre, se viniese haciendo ello
mismo. Esto, pues, había en la maldad del demonio y
en la miseria y caída del hombre, y en el respeto de la
honra de Dios; y cada una de estas cosas, para ser de-
bidamente ó castigada ó remediada, pedía el orden que
he dicho, y no cumplía consigo misma y con su repu-
tación y honor la potencia divina si en algo de esto
faltaba, ó si usaba en la ejecución de ello de su poder
absoluto.
Mas. pregunto: ¿qué hizo? ¿Enfadóse, por ventura,
de un negocio tan enredado, y apartó su cuidado de
él enfadándose? De ninguna manera. ¿Dio por caso sa-
lida y remedio á lo uno, y dejó sin medicina á lo otro,
impedido de la dificultad de las cosas? Antes puso
recaudo en todas. ¿Usó de su absoluto poder? No, sino
de suma igualdad y justicia. ¿Fueron, por dicha, gran-
des ejércitos de ángeles los que juntó para ello? ¿Mo-
vió guerra al demonio á la descubierta y, en batalla
campal y partida, le venció y le quitó la presa? Con
182 FRAY LUIS DE LEÓN
sólo un hombre venció. ¿Qué digo un hombre? Con
sólo permitir que el demonio pusiese á un hombre en
la cruz, y le diese allí muerte, trujo á felicísimo efec-
to todas las cosas que arriba dije juntas y enteras.
Porque verdaderamente fué ansí: que sólo el morir
Cristo en la cruz, adonde subió por su permisión y
por las manos del demonio y de sus ministros, por ser
persona divina la que murió y por ser la naturaleza
humana en que murió inocente y de todo pecado
libre, y santísima y perfectísima, y, por naturaleza, de
nuestro metal y linaje, y naturaleza dotada de virtud
general, y de fecundidad para engendrar nuevo ser y
nacimiento en nosotros, y por estar nosotros en ella
por esta causa como encerrados; ansí que, aquella
muerte por todas estas razones y títulos, conforme á
todo rigor de justicia, bastó por toda la muerte á que
estaba el linaje humano obligado por justa sentencia
de Dios. Y satisfizo cuanto es de su parte por todo el
pecado; y puso al hombre, no sólo en libertad del de-
monio, sino también en la inmortalidad, y gloria, y po-
sesión de los bienes de Dios. Y porque puso el demo-
nio las manos en el inocente, y en aquel que por nin-
guna razón de pecado le estaba sujeto, y pasó ciego la
ley de su orden, perdió justísimamente el vasallaje que
sobre los hombres por su culpa de ellos tenía; y le
fueron quitados como de entre las uñas mil queridos
despojos; y él mereció quedar por esclavo sujeto de
aquel que mató; y el que murió, por haber nacido sin
deber nada á la muerte, no sólo en su persona, sino
también en las de sus miembros, acocea como á siervo
rebelde y fugitivo al demonio.
Y quedó de esta manera, por pura ley, aquel so-
berbio, y aquel orgulloso, y aquel enemigo y sangrien-
to tirano, abatido y vencido. Y el que mala y engaño-
samente al sencillo y ílaco hombre, prometiéndole
bien, había hecho su esclavo, es agora pisado y holla-
do del hombre, que es ya su señor por el merecimien-
to de la muerte de Cristo. Y para que el malo reviente
de envidia, aquellos mismos á quienes envidió y quitó
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 1X3
él paraíso en la tierra, en Cristo los ve hechos una
misma cosa con Dios en el cielo. Y porque presumía
mucho de su saber, ordenó Dios que él por sus mis-
mas manos se hiciese á sí mismo este gran mal, y con
la muerte que él había introducido en el mundo, dán-
dola á Cristo, dio muerte á sí y dio vida al mundo. Y
cuando más el desventurado rabiare y despechare, y
ansioso se volviere á mil partes, no podrá formar que-
ja sino es de sí sólo, que buscando la muerte á Cristo,
á sí se derrocó á la miseria extrema; y al hombre, que
aborrecía, sacándole de esta miseria, le levantó á glo-
ria soberana, y esclareció y engrandeció por extremo
«1 poder y saber de Dios, que es lo que más al enemi-
go le duele.
¡Oh grandeza de Dios nunca oída! ¡Oh sola verdade-
ra muestra de su fuerza infinita y de su no medido sa-
ber! ¿Qué puede calumniar aquí agora el judío, ó qué
armas le quedan con que pueda defender más su
error? ¿Puede negar que pecó el primer hombre? ¿No
estaban todos los hombres sujetos á muerte y á mise-
ria, y como cautivos de sus pecados? ¿Negará que los
demonios tiranizaban el mundo? 0 ¿dirá, por ventura,
que no le tocaba al honor y bondad de Dios poner re-
medio en este mal, y volver por su causa, y derrocar
al demonio, y redimir al hombre, y sacarle de una cár-
cel tan fiera? 0 ¿será menor hazaña y grandeza vencer
este león, ó menos digna de Dios, que poner en huida
los escuadrones humanos, y vencer los ejércitos de
los hombres mortales? 0 ¿hallará, aunque más se des-
vele, manera más eficaz, más cabal, más breve, más
sabia, más honrosa, ó en quien más resplandezca toda
la sabiduría de Dios, que esta de que, como decimos,
usó, y de que usó en realidad de verdad, por medio
del esfuerzo y de la sangre y de la obediencia de Cris-
to? 0, si son famosos entre los hombres y de claro
nombre los capitanes que vencen á otros, ¿podrá ne-
gar á Cristo infinito y esclarecidísimo nombre de vir-
tud y valor, que acometió por sí sólo una tan alta em-
presa, y al fin le dio cima?
184 FRAY LUIS DE LEÓN
Pues todo esto que hemos dicho, obró y merecía
Cristo muriendo. Y después de muerto, poniéndolo en
ejecución, despojó luego el infierno, bajando á él, y
pisó la soberbia de Lucifer y encadenóle; y volviendo
el tercer día á la vida, para no morir más, rodeado de
sus despojos, subió triunfando al cielo, de donde el so-
berbio cayera; y colocó nuestra sangre y nuestra carne
en el lugar que el malvado apeteció, á la diestra de
Dios. Y hecho señor, en cuanto hombre, de todas las
criaturas, y juez y salud de ellas, para poner en efecto
en ellas y en nosotros mismos la eficacia de su remedior
y para llevar á sí y subir á su mismo asiento á sus
miembros, y para al fuerte tirano (que encadenó y des-
pojó en el infierno) quitarle de la posesión malvada y
de la adoración injusta que se usurpaba en la tierra,
envió desde el cielo al suelo su Espíritu sobre sus hu-
mildes y pequeños discípulos; y armándolos con él, les
mandó mover guerra contra los tiranos y adoradores
de ídolos, y contra los sabios vanos y presuntuosos, que
tenía por ministros suyos el demonio en el mundo.
Y como hacen los grandes maestros, que lo más di-
ficultoso y más principal de las obras lo hacen ellos
por sí, y dejan á sus obreros lo de menos trabajo, ansí
Cristo, vencido que hubo por sí y por su persona al
epíritu de la maldad, dio á los suyos que moviesen
guerra á sus miembros. Los cuales discípulos la movie-
ron osadamente, y la vencieron más esforzadamente; y
quitaron la posesión de la tierra al príncipe de las ti-
nieblas, derrocando por el suelo su adoración y su
silla.
Mas ¿cuántas proezas comprende en sí esta proeza?
Y esta nueva maravilla ¿cuántas maravillas encierra?
Pongamos delante de los ojos del entendimiento lo que
ya vieron los ojos del cuerpo; y lo que pasó en hecho
de verdad en el tiempo pasado, figurémoslo agora.
Pongamos de una parte doce hombres, desnudos de
todo lo que el mundo llama valor, bajos de suelo, hu-
mildes de condición, simples en las palabras, sin letras,
sin amigos y sin valedores; y luego de la otra parte pon-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO SEGUNDO 185-
gamos toda la monarquía del mundo, y las religiones
o persuasiones de religión que en él estaban fundadas
por mil siglos pasados, y los sacerdotes de ellas y los
templos, y los demonios que en ellos eran servidos, y
las leyes de los príncipes, y las ordenanzas de las re-
públicas y comunidades, y los mismos príncipes y re-
públicas: que es poner aquí doce hombres humildes, y
allí todo el mundo y todos los hombres y lodos los de-
monios, con todo su saber y poder.
Pues una maravilla es, y maravilla que, si no se vie-
ra por vista de ojos, jamás se creyera, que tan pocos
osasen mover contra tantos. Y ya que movieron, otra
maravilla es que, en viendo el fuego que contra ellos
el enemigo encendía en los corazones contrarios, y en
viendo el coraje y fiereza y amenazas de ellos, no de-
sistiesen de su pretensión. Y maravilla es que tuviese
ánimo un hombre pobrecillo y extraño de entrar en
Roma, digamos agora, que entonces tenía el cetro del
mundo, y era la casa y morada donde se asentaba el
imperio; ansí que osase entrar en la majestad de Roma
un pobre hombre, y decir á voces en sus plazas de ella
que eran demonios sus ídolos, y que la religión y ma-
nera de vida que recibieron de sus antepasados era
vanidad y maldad. Y maravilla es que una tal osadía
tuviese suceso; y que el suceso fuese tan feliz como
fué, es maravilla que vence el sentido.
Y si estuvieran las gentes obligadas por sus reli-
giones á algunas leyes dificultosas y ásperas, y si
los Apóstoles los convidaran con deleite y soltura,
aunque era dificultoso mudarse todos los hombres de
aquello en que habían nacido, y aunque el respeto de
los antepasados de quien lo heredaron, y la autoridad
y dichos de muchos excelentes en elocuencia y en
letras que lo aprobaron, y toda la costumbre antigua
é inmemorial, y sobre todo, el común consentimiento
de las naciones todas, que convenían en ello, les ha-
cía tenerlo por firme y verdadero; pero, aunque rom-
per con tantos respetos y obligaciones era extraña-
mente difícil, todavía se pudiera creer que el amor
186 FRAY LUIS DE LEÓN
demasiado, con que la naturaleza lleva á cada uno á
su propia libertad y contento, había sido causa de una
semejante mudanza.
Mas fué todo al revés: que ellos vivían en vida y
religión libre, y que alargaba la rienda á todo lo que
pide el deseo; y los Apóstoles, en lo que toca á la
vida, los llamaban á una suma aspereza, á la conti-
nencia, al ayuno, á la pobreza, al desprecio de todo
cuanto se ve. Y en lo que toca á la creencia, les
anunciaban lo que á la razón humana parece increí-
ble, y decíanles que no tuviesen por dioses á los que
les dieron por dioses sus padres, y que tuviesen por
Dios y por Hijo de Dios á un hombre á quien los ju-
díos dieron muerte de cruz. Y El, muerto en la cruz,
dio vigor no creíble á esta palabra.
Por manera que este hecho, por donde quiera que
le miremos, es hecho maravilloso. Maravilloso en el
poco aparato con que se principió, maravilloso en la
presteza con que vino á crecimiento, y más maravi-
lloso en el grandísimo crecimiento á que vino; y so-
bre todo, maravilloso en la forma y manera como
vino. Porque si sucediera ansí, que algunos persuadi-
dos al principio por los Apóstoles, y por aquellos per-
suadiéndose otros, y todos juntos y hechos un cuerpo
y con las armas en la mano se hicieran señores de una
ciudad, y de allí, peleando, sujetaran á sí la comarca,
y poco á poco, cobrando más fuerzas, ocuparan un
reino, y como á Roma le aconteció, que, hecha señora
de Italia, movió guerra á toda la tierra; ansí ellos, he-
chos poderosos y guerreando vencieran el mundo y le
mudaran sus leyes; si ansí fuera, menos fuera de mara-
villar. Ansí subió Roma á su imperio; ansí también la
ciudad de Cartago vino á alcanzar grande poder; mu-
chos poderosos reinos crecieron de semejantes prin-
cipios; la secta de Mahoma, falsísima, por este camino
ha cundido; y la potencia del Turco, de quien agora
tiembla la tierra, principio tuvo de ocasiones más fla-
cas; y finalmente, de esta manera, se esfuerzan y cre-
cen y sobrepujan los hombres unos á otros.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO SEGUNDO 187
Mas nuestro hecho, porque era hecho verdadera-
mente de Dios, fué por muy diferente camino. Nunca
se juntaron los Apóstoles y los que creyeron á los
Apóstoles para acometer, sino para padecer y sufrir;
sus armas no fueron hierro, sino paciencia jamás
oída. Morían, y muriendo vencían. Cuando caían en el
suelo degollados nuestros maestros, se levantaban nue-
vos discípulos; y la tierra, cobrando virtud de su san-
gre, producía nuevos frutos de fe; y el temor y la
muerte, que espanta naturalmente y aparta, atraía y
acodiciaba á las gentes á la fe de la Iglesia. Y como
Cristo muriendo venció, ansí, para mostrarse brazo y
valentía verdadera de Dios, ordenó que hiciese alarde
el demonio de todos sus miembros, y que los encen-
diese en crueldad cuanto quisiese, armándolos con
hierro y con fuego. Y no les embotó las espadas, como
pudiera, ni se las quitó de las manos, ni hizo á los
suyos con cuerpos no penetrables al hierro, como
dicen de Aquiles; sino antes se los puso, como suelen
decir, en las uñas, y les permitió que ejecutasen en
ellos toda su crueza y fiereza; y (lo que vence á toda
razón), muriendo los fieles, y los infieles dándoles
muerte, diciendo los infieles: matemos; y los fieles
diciendo: muramos; pereció totalmente la infidelidad y
creció la fe, y se extendió cuanto es grande la tierra.
Y venciendo siempre, á lo que parecía, nuestros
enemigos, quedaron, no sólo vencidos, sino consumidos
del todo v deshechos, como lo dice por hermosa ma-
nera Zacarías, profeta 1: «Y será este el azote con que
herirá el Señor á todas las gentes que tomaren armas
contra Jerusalén; la carne de cada uno, estando^ él
levantado y sobre sus pies, deshecha se consumirá; y
también sus ojos, dentro de sus cuencas sumidos, se-
rán hechos marchitos, y secaráseles la lengua dentro
de la boca».
Adonde, como veis, no se dice que había de poner
otro alguno las manos en ellos para darles la muerte;
1 Zachar., xtv, 12.
188 FRAY LUIS DE LEÓN
sino que ellos de suyo se habían de consumir y secar
y venir á menos, como acontece á los éticos; y que
habían de venir á caerse de suyo, y esto, ai parecer,
no derrocados por otros, sino estando levantados y so-
bre sus pies. Porque siempre los enemigos de la Igle-
sia ejecutaron su crueldad contra ella, y quitaron á
los fieles cuantas veces quisieron las vidas, y pisaron
victoriosos sobre la sangre cristiana; mas también
aconteció siempre que, cayendo los mártires, venían
al suelo los ídolos y se consumían los martirizadores
gentiles; y multiplicándose con la muerte de los unos
la fe de los otros, se levantaban y acrecentaban los
fieles, hasta que vino á reinar en todos la fe.
Vengan agora, pues, los que se ceban de sólo aque-
llo que el sentido aprende; y los que, esclavos de la
letra muerta, esperan batallas y triunfos y señoríos de
la tierra, porque algunas palabras lo suenan ansí. Y si
no quieren creer la victoria secreta y espiritual (y la
redención de las almas que servían á la maldad y al
demonio), que obró Cristo en la cruz, porque no se ve
con los ojos, y porque ni ellos para verlo tienen los
ojos de fe que son menester; esto, á lo menos, que pasó
y pasa públicamente y que lo vio todo el mundo: la
caída de los ídolos y la sujeción de todas las gentes á
Cristo, y la manera como las sujetó y las venció.
Pues vengan, y dígannos si les parece este hecho
pequeño ó usado ó visto otra vez, ó siquiera imagina-
do como posible el poder de este hecho antes que por
el hecho se viese. Dígannos si responde mejor con las
promesas divinas, y si las hinche más, este vencimien-
to, y si es más digno de Dios que las armas que fanta-
sea su desatino. ¿Qué victoria, aunque junten en uno
todo lo próspero en armas y lo victorioso y valeroso
que ha habido, traída con esta victoria á comparación,
tiene ser? ¿Qué triunfo ó qué carro vio el sol que igua-
le con éste? ¿Qué color les queda ya á los miserables,
ó qué apariencia para perseverar en su error?
Yo persuadido estoy para mí (y téngolo por cosa
evidente), que sola esta conversión del mundo, consi-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 189
derada como se debe, pone la verdad de nuestra Reli-
gión fuera de toda duda y cuestión; y hace argumento
por ella tan necesario, que no deja respuesta á nin-
guna infidelidad, por aguda y maliciosa que sea; sino
que, por más que se aguce y esfuerce, la doma y la
ata y la convence; y es argumento breve y clarísimo, y
que se compone todo él de lo que toca al sentido.
Porque ruégoos, Juliano y Sabino, que me digáis (y
si mi ingenio por su flaqueza no pasa adelante, tended
vosotros la vista aguda de los vuestros, quizá veréis
más); ansí que, decidme: hablando agora de Cristo y de
las cosas y obras suyas que á todas las gentes, ansí
fíeles como infieles, fueron notorias, ansí las que hizo
Él por sí en su vida, como las que hicieron sus discí-
pulos de Él después de su muerte, decidme: ¿No es
evidente á todo entendimiento, por más ciego que sea,
que aquello se hizo por virtud de Dios ó por virtud
del demonio, y que ninguna fuerza de hombre, no
siendo favorecido de alguna otra mayor, no era pode-
rosa para hacer lo que, viéndolo todos, hicieron Cristo
y los suyos? Evidente es esto sin duda: porque aque-
llas obras maravillosas que las historias de los mismos
infieles publican, y la conversión de toda la gentilidad,
que es notoria á todos ellos y fué la más milagrosa
obra de todas; ansí que, estas maravillas y milagros
tan grandes necesaria cosa es decir que fueron ó falsos
ó verdaderos milagros; y si falsos, que los hizo el de-
monio, y si verdaderos, que los obró Dios.
Pues siendo esto ansí, como es, si fuese evidente
que no los hizo el poder del demonio, quedará con-
vencido que Dios los obró. Y es evidente que no los
hizo el demonio; porque por ellos, como todas las gen-
tes lo vieron, fué destruido el demonio, y su poder, y el
señorío que tenía en el mundo, derrocándole los hom-
bres sus templos y negándole el culto y servicio que
le daban antes, y blasfemando de él.
Y lo que pasó entonces en toda la redondez del
orbe romano, pasó en la edad de nuestros padres y
pasa ogora en la nuestra, y por vista de ojos lo vemos
190 FRAY LUIS DE LEÓN
en el mundo nuevamente hallado; en el cual, desple-
gando por él su victoriosa bandera, la palabra del
Evangelio destierra por donde quiera que pasa la ado-
ración de los ídolos.
Por manera que Cristo ó es brazo de Dios, ó es po-
der del demonio; y no es poder del demonio, como es
evidente, porque deshace y arruina el poder del demo-
nio: luego evidentemente es brazo de Dios.
¡Oh, cómo es la luz de la verdad, y cómo ella mis-
ma se dice y defiende, y sube en alto y resplandece, y
se pone en lugar seguro y libre de contradicción! ¿No
veis con cuan simples y breves palabras la pura ver-
dad se concluye? Que torno á decirlo otra y tercera
vez. Si Cristo no fué error del demonio, de necesidad
se concluye que fué luz y verdad de Dios, porque
entre ello no hay medio. Y si Cristo destruyó el sí r
y saber y poder del demonio, como de hecho le des-
truyó, evidente es que no fué ministro ni fautor del
demonio.
Humíllese, pues, á la verdad la infidelidad; y con-
vencida, confiese que Cristo, nuestro bien, no es in-
vención del demonio, sino verdad de Dios y fuerza
suya y su justicia, y su valentía, y su nombrado y po-
deroso brazo. El cual, si tan valeroso nos parece en
esto que ha hecho, en lo que le resta por hacer y nos
tiene prometido de hacerlo, ¿qué nos parecerá cuan-
do lo hiciere, y cuando, como escribe San Pablo l, de-
jare vacías, esto es, depusiere de su ser y valor á to-
das las potestades y principados, sujetando á sí y á su
poder enteramente todas las cosas para que reine Dios
en todas ellas? ¿cuando diere fin al pecado, y acabare
la muerte, y sepultare en el infierno para nunca salir
de allí la cabeza y el cuerpo del mal?
Mucho más es lo que se pudiera decir acerca de
este propósito; mas, para dar lugar á lo que nos resta,
basta lo dicho y aun sobra, á lo que parece, según es
grande la prisa que se da el sol en llevarnos el día.
1 Corint., xv, 24.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 19 1
Aquí Juliano, levantando los ojos, miró hacia el sol
que ya se iba á poner, y dijo:
— Huyen las horas, y casi no las hemos sentido pa-
sar, detenidos, Marcelo, con vuestras razones; mas
para decir lo demás que os placiere, no será menos
conveniente la noche templada que ha sido el día ca-
luroso.
— Y más, dijo encontinente Sabino, que como el sol
se fuere á su oficio, vendrá luego en su lugar la luna,
y el coro resplandeciente de las estrellas con ella, que,
Marcelo, os harán mayor auditorio; y callando con la
noche todo, y hablando sólo vop. os escucharán aten-
tísimas. Vos, mirad no os halle desapercibido un audi-
torio tan grande.
Y diciendo esto y desplegando el papel, sin atender
más respuesta, leyó:
CAPITULO II
Es Cristo llamado Rey, y de las cualidades que Dios puso en Él
para este oficio.
— Nómbrase Cristo también Rey de Dios. En el Sal-
mo segundo dice El de sí, según nuestra letra: «Yo soy
Rey constituido por El, esto es, por Dios, sobre Sión,
su monte santo». Y según la letra original, dice Dios
de El: «Yo constituí á mi Rey sobre el monte Sión,
monte santo mío». Y según la misma letra, en el ca-
pítulo catorce de Zacarías: «Y vendrán todas las gen-
tes y adorarán al Rey del Señor Dios».
Y leído esto, añadió el mismo Sabino, diciendo:
— Mas, es poco todo lo demás que en este papel se
contiene; y ansí, por no desplegarse más veces, quié-
rolo leer de una vez. Y dijo:
— Nómbrase también Príncipe de paz, y nómbrase
Esposo. Lo primero se ve en el capítulo nueve de
Isaías, donde, hablando de El, el Profeta dice: «Y será
llamado Príncipe de paz». De lo segundo El mismo, en
192 FRAY LUIS DE LEÓN
el Evangelio de San Juan, en el capítulo tercero, dice:
«El que tiene esposa, esposo es; y su amigo oye la voz
del esposo y gózase». Y en otra parte: «Vendrán días
cuando les será quitado el Esposo, y entonces ayu-
narán».
Y con esto calló. Y Marcelo comenzó por esta ma-
nera:
— En confusión me pusiera, Sabino, lo que habéis
dicho, si ya no estuviera usado á hablar en los oídos
de las estrellas, con las cuales comunico mis cuidados
y mis ansias las más de las noches; y tengo para mí
que son sordas. Y si no lo son y me oyen, estas razones
de que agora tratamos no me pesará que las oigan,
pues son suyas, y de ellas las aprendimos nosotros, se-
gún lo que en el Salmo se dice l : «Que el cielo pre-
gona la gloria de Dios, y sus obras las anuncia el cielo
estrellado». Y la gloria de Dios y las obras de que El
señaladamente se precia son los hechos de Cristo, de
que platicamos agora. Ansí que, oiga en buena hora el
cielo lo que nos vino del cielo, y lo que el mismo cielo
nos enseñó.
Mas sospecho, Sabino, que, según es baja mi voz, el
ruido que en esta presa hace el agua cayendo, que
crecerá con la noche, les hurtará de mis palabras las
más. Y como quiera que sea, viniendo á nuestro pro-
pósito, pues Dios en lo que habéis agora leído llama á
Cristo rey suyo, siendo ansí que todos los que reinan
son reyes por mano de Dios, claramente nos da á en-
tender y nos dice que Cristo no es rey como los demás
reyes; sino rey por excelente y no usada manera. Y
según lo que yo alcanzo, á solas tres cosas se puede
reducir todo lo que engrandece las excelencias y ala-
banzas de un rey; y la una consiste en las cualidades
que en su misma persona tiene convenientes para el fin
del reinar; y la otra está en la condición de los subdi-
tos sobre quienes reina; y la manera cómo los rige y lo
que hace con ellos el rey, es la tercera y postrera. Las
1 Psalm., xvni, 1.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO SEGUNDO 193
«uales cosas, en Cristo concurren y se hallan como en
ningún otro; y por esta causa es El sólo llamado por
•excelencia rey hecho por Dios.
Y digamos de cada una de ellas por sí. Y lo primero,
que toca á las cualidades que puso Dios en la natura-
leza humana de Cristo para hacerle rey, comenzando -
las á declarar y á contar, una de ellas es humildad y
mansedumbre de corazón, como Él mismo de sí lo tes-
tifica, diciendo ' : «Aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón.» Y como decíamos poco ha, Isaías
canta de Él 2 : «No será bullicioso, ni apagará una es-
topa que humee, ni una caña quebrantada la quebra-
rá». Y el profeta Zacarías también 3: «No quieras te-
mer, dice, hija de Sión; que tu rey viene á ti justo y sal-
vador y pobre», ó como dice otra letra, «manso y asen-
tado sobre un pollino». Y parecerá al juicio del mundo
que esta condición de ánimo no es nada decente al que
ha de reinar; mas Dios, que no sin justísima causa lla-
ma entre todos los demás reyes á Cristo su rey, y que
quiso hacer en El un rey de su mano, que respondiese
perfectamente á la idea de su corazón, halló, como es
verdad, que la primera piedra de esta su obra era un
ánimo manso y humilde; y vio que un semejante edi-
ficio, tan soberano y tan alto, no se podía sustentar
sino sobre cimientos tan hondos.
Y como en la música no suenan todas las voces agu-
do ni todas grueso, sino grueso y agudo debidamen-
te, y lo alto se templa y reduce á consonancia en lo
bajo; ansí conoció que la humildad y mansedumbre en-
trañable que tiene Cristo en su alma, convenía mucho
para hacer armonía con la alteza y universalidad de
saber y poder con que sobrepuja á todas las cosas cria-
das. Porque si tan no medida grandeza cayera en un co-
razón humano que de suyo fuera airado y altivo, aun-
que la virtud de la persona divina era poderosa para
corregir este mal, pero ello de sí no podía prometer
ningún bien.
1 Matth., n, 29. 2 Isai , xtii, 2 y 3. 3 Zachar, ir, 9.
13
194 FRAY LUIS DE LEÓN
Demás de que, cuando de sí no fuera necesario que-
un tan soberano poder se templara en llaneza, ni á
Cristo, por lo que á El y á su alma toca, le fuera nece-
saria ó provechosa esta mezcla, á los subditos y vasa-
llos suyos nos convenía que este rey nuestro fuese de
excelente humildad. Porque toda la eficacia de su go-
bierno y toda la muchedumbre de no estimables bie-
nes que de su gobierno nos vienen, se nos comunican
á todos por medio de la fe y del amor que tenemos con
El y nos junta con El. Y cosa sabida es que la majestad
y grandeza, y toda la excelencia que sale fuera de com-
petencia en los corazones más bajos, no engendra afi-
ción, sino admiración y espanto, y más arredra que
allega y atrae. Por lo cual no era posible que un pe-
cho flaco y mortal, que considerase la excelencia sin
medida de Cristo, se le aplicase con fiel afición y con
aquel amor familiar y tierno con que quiere ser de nos-
otros amado, para que se nos comunique su bien; si no
le considerara también no menos humilde que grande,
y si, como su majestad nos encoge, su inestimable lla-
neza y la nobleza de su perfecta humildad, no desper-
tara osadía y esperanza en nuestra alma.
Y á la verdad, si queremos ser jueces justos y fieles,
ningún afecto ni arreo es más digno de los reyes, ni más
necesario, que lo manso y lo humilde; sino que con las
cosas hemos ya perdido los hombres el juicio de ellas
y su verdadero conocimiento. Y como siempre vemos
altivez y severidad y soberbia en los príncipes, juzga-
mos que la humildad y llaneza es virtud de los pobres.
Y no miramos siquiera que la misma naturaleza divi-
na, que es emperatriz sobre todo, y de cuyo ejemplo
lian de sacar los que reinan la manera como han de
reinar, con ser infinitamente alta, es llana infinitamen-
te, y (si este nombre de humilde puede caber en ella,
y en la manera que puede caber), humildísima: pues
como vemos, desciende á poner su cuidado y sus ma-
nos ella por sí misma, no sólo en la obra de un vil gu-
sano, sino también en que se conserve y que viva; y
matiza con mil graciosos colores sus plumas al pájaro.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIDRO SEGUNDO 195
y viste de verde hoja los árboles; y eso mismo, que nos-
otros despreciando hollamos, los prados y el campo,
aquella majestad no se desdeña de irlo pintando con
yerbas y flores. Por donde con voces llenas de alaban-
za y de admiración le dice David l: «¿Quién es como
nuestro Dios, que mira en las alturas, y mira con cui-
dado hasta las más humildes bajezas, y El mismo jun-
tamente está en el cielo y en la tierra?»
Ansí que, s^no conocemos ya esta condición en los
príncipes, ni se la pedimos, porque el mal uso recibi-
do y fundado daña las obras y pone tinieblas en la ra-
zón, y porque á la verdad, ninguna cosa son menos
que los que se nombran señores y príncipes, Dios en
su Hijo, á quien hizo príncipe de todos los príncipes.
y sólo verdadero rey entre todos, como cualidad nece-
saria y preciada la puso. Mas ¿en qué manera la puso,
ó qué tanta es y fué su dulce humildad?
Mas pasemos á otra condición que se sigue; que
diciendo de ella, diremos en mejor lugar la grandeza
de esta que hemos llamado mansedumbre y llaneza,
porque son entre sí muy vecinas; y lo que diré es
como fruto de esto que he dicho.
Pues fué Cristo, además de ser manso y humilde,
más ejercitado que ningún otro hombre en la expe-
riencia de los trabajos y dolores humanos. A la cual
experiencia sujetó el Padre á su Hijo porque le había
de hacer rey verdadero, y para que en el hecho de la
verdad fuese perfectísimo rey, como San Pablo lo es-
cribe 2: «Fué decente que Aquel, de quien y por quien
v para quien son todas las cosas, queriendo hacer mu-
chos hijos para los llevar á la gloria, al príncipe de la
salud de ellos le perficionase con pasión y trabajos;'
porque el que santifica y los santificados han de ser
todos de un mismo metal». Y entreponiendo ciertas
palabras, luego poco más abajo torna y prosigue: «Poi;
donde convino que fuese hecho semejante á sus her-
manos en todo, para que fuese cabal y fiel y misencor-
1 Psalm. cxu, 5. 2 Ad Hebr., i; 10 y 11.
196 FRAY LUIS DE LEÓN
dioso pontífice para con Dios, para aplacarle en los pe-
cados del pueblo. Que por cuanto padeció El siendo
tentado, es poderoso para favorecer á los que fueren
tentados. »
En lo cual no sé cuál es más digno de admiración: el
amor entrañable con que Dios nos amó, dándonos un
rey para siempre, no sólo de nuestro linaje, sino tan he-
cho á la medida de nuestras necesidades, tan humano,
tan llano, tan compasivo y tan ejercitado en toda pena
y dolor; ó la infinita humildad y obediencia y paciencia
de este nuestro perpetuo Rey, que no sólo para ani-
marnos á los trabajos, sino también para saber El con-
dolerse más de nosotros cuando estamos puestos en
ellos, tuvo por bueno hacer prueba El en sí primero de
todos.
Y como unos hombres padezcan en una cosa y otros
en otra, Cristo (porque ansí como su imperio se ex-
tendía por todos los siglos, ansí la piedad de su ánimo
abrazase á todos los hombres), probó en sí casi todas
las miserias de pena. Porque, ¿qué dejó de probar*?
Padecen algunos pobreza; Cristo la padeció más que
otro ninguno. Otros nacen de padres bajos y oscuros,
por donde son tenidos por menos; el padre de Cristo,
á la opinión de los hombres, fué un oficial carpintero.
El destierro y el huir á tierra ajena fuera de su natu-
ral, es trabajo; y la niñez de este Señor huye su natu-
ral y se esconde en Egipto. Apenas ha nacido la luz, y
ya el mal le persigue. Y si es pena el ser ocasión de
dolor á los suyos, el Infante pobre, huyendo, lleva en
pos de sí por casas ajenas á la doncella pobre y bellí-
sima, y al ayo santo y pobre también. Y aun por no
dejar de padecer la angustia que el sentido de los
niños más siente, que es perder á sus padres, Cristo
quiso ser y fué niño perdido.
Mas vengamos á la edad de varón. ¿Qué lengua po-
drá decir los trabajos y dolores que Cristo puso sobre
sus hombros, el no oído sufrimiento y fortaleza con que
los llevó, las invenciones y los ingenios de nuevos ma-
les que El mismo ordenó, como saboreándose en ellos?
DE LOS NOMBRES DE CRISTO— LIBRO SEGUNDO 197
¡Cuan dulce le fué el padecer, cuánto se preció de se-
ñalarse sobre todos en esto, cómo quiso que con su
grandeza compitiese en El su humildad y paciencia!
Sufrió hambre, padeció frío, vivió en extremada pobre-
za, cansóse y desvelóse, y anduvo muchos caminos,
sólo á fin de hacer bienes de incomparable bien á los
hombres.
Y para que su trabajo fuese trabajo puro, ó por me-
jor decir, para que llegase creciendo á su grado mayor,
de todo este afán el fruto fueron muy mayores afanes-
Y de sus tan grandes sudores, no cogió sino dolores y
persecuciones y afrentas; y sacó del amor desamor, del
bien hacer, mal padecer; del negociarnos la vida, muer-
te extremadamente afrentosa, que es todo lo amargo y
lo duro á que en este género de calamidad se puede
subir.
Porque si es dolor pasar uno pobreza y desnudez y
mucho desvelamiento y cuidado, ¿qué será cuando
por quien se pasa no lo agradece? ¿qué cuando no lo
conoce? ¿qué cuando lo desconoce, lo desagradece,
lo maltrata y persigue? Dice David en el Salmo 1: «Si
quien me debía enemistad me persiguiera,' fuera cosa
que la pudiera llevar; mas ¡mi amigo y mi conocido y el
que era un alma conmigo, el que comía á mi mesa y
con quien comunicaba mi coraron!» Como si dijese que
el sentido de un semejante caso vencía á cualquier
otro dolor. Y con ser ansí, pasa un grado más adelante
el de Cristo; porque, no sólo le persiguieron los suyos,
sino los que por infinitos beneficios que recibían de El
estaban obligados á serlo; y lo que es más, tomando
ocasión de enojo y de odio de aquello mismo que con
ningún agradecimiento podían pagar, como se querella
en su misma persona de El el profeta Isaías, diciendo *
«Y dije: trabajado he por demás, consumido he en
vano mi fortaleza; por donde mi pleito es con el Se-
ñor, y mi obra con el que es Dios mío». Sería nego-
cio infinito, si quisiésemos por menudo decir, en cada
1 Psalm. liv, 13. 2 Isai., ilix, 4.
198 FRAY LUIS DE LEÓN
una de las que hizo Cristo, lo que sufrió y padeció.
Vengamos al remate de todas ellas, que fué su muer-
te, y veremos cuánto se preció de beber puro este cá-
liz, y de señalarse sobre todas las criaturas en gustar
el sentido de la miseria por extremada manera, llegan-
do hasta lo último de él. Mas ¿quién podrá decir ni una
pequeña parte de esto? No es posible decirlo todo; mas
diré brevemente lo que basta para que se conozcan los
muchos quilates de dolor con que calificó Cristo este
dolor de su muerte, y los innumerables males que en
un solo mal encerró.
Siéntese más la miseria cuando sucede á la prospe-
ridad; y es género de mayor infelicidad en los trabajos
el haber sido en algún tiempo feliz. Poco antes que le
prendiesen y pusiesen en cruz, quiso ser recibido, y lo
fué de hecho, con triunfo glorioso. Y sabiendo cuan
maltratado había de ser dende á poco, para que el sen-
limiento de aquel tratamiento malo fuese más vivo, or-
denó que estuviese reciente y como presente la memo-
ria de aquella divina honra, que aquellos mismos que
agora le despreciaban ocho días antes le hicieron. Y
tuvo por bien que casi se encontrasen en sus oídos las
voces de «Hosanna, Hijo de David» y de «Bendito el
que viene en el nombre de Dios», con las de «Crucifí-
le, crucifícale», y con las de «Veis el que destruía y
reedificaba el templo de Dios en tres días; no puede
salvarse á sí; y pudo salvar á los otros». Para que lo
desigual de ellas, y la contrariedad que entre sí tenían
con las unas las otras, causase mayor pena en su co-
razón.
Suele ser descanso á los que de esta vida se parten,
no ver las lágrimas y los sollozos y la tristeza afligida
de los que bien quieren. Cristo, la noche á quien su-
cedió el día último de su vida mortal, los juntó á todos
y cenó con ellos juntos, y les manifestó su partida,
y vio su congoja, y tuvo por bien verla y sentirla, para
que ron ella fuese más amarga la suya. ¡Qué palabras
les dijo en lo que platicó con ellos aquella^noche!
¡Qué enternecimientos de amor! Que si. á los que ago-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO SEGUNDO 19í>
ra los vemos escritos, el oírlos nos enternece, ¿qué sería
lo que obraron entonces en quien los decía?
Pero vamos adonde ya Él mismo, levantado de la
mesa y caminando para el huerto, nos lleva. ¿Qué fué
cada uno de los pasos de aquel camino, sino un clavo
nuevo que le hería, llevándole al pensamiento y á la
imaginación la prisión y la muerte, á que ellos mis-
mos le acercaban buscándola? Mas ¿qué fué lo que hizo
-en el huerto, que no fuese acrecentamiento de pena?
Escogió tres de sus discípulos para su compañía y con-
horte, y consintió que se venciesen del sueño, para
que con ver su descuido de ellos, su cuidado y su pena
de El creciese más.
Derrocóse en oración delante del Padre, pidiéndole
que pasase de El aquel cáliz, y no quiso ser oído en
esta oración. Dejó desear á su sentido lo que no quería
que se le concediese, para sentir en sí la pena que
nace del desear y no alcanzar lo que pide el deseo. Y
como si no le bastara el mal y el tormento de una
muerte que ya le estaba vecina, quiso hacer, como si
dijésemos, vigilia de ella y morir antes que muriese, ó
por mejor decir, morir dos veces: la una en el hecho,
y la otra en la imaginación de El.
Porque desnudó, por una parte, á su sentido inferior
de las consolaciones y esfuerzos del cielo; y por otra
parte, le puso en los ojos una representación de los
males de su muerte y de las ocasiones de ella, tan
viva, tan natural, tan expresa y tan .figurada, y con
una fuerza tan eficaz, que lo que la misma muerte en
el hecho no pudo hacer sin ayudarse de las espinas y
•el hierro, en la imaginación y figura, por sí misma y
sin armas ningunas, lo hizo. Que le abrió las venas, y
sacándole la sangre de ellas, bañó con ella el sagrado
euerpo y el suelo. ¿Qué tormento tan desigual fué este
<íon que se quiso atormentar de antemano? ¿Qué ham-
bre, ó digamos, qué codicia de padecer? No se conten-'
tó con sentir el morir, sino quiso probar también la
imaginación y el temor del morir lo que puede doler.
Y porque la muerte súbita y que viene no pensada y
200 FRAY LUIS DE LEÓN
casi de improviso, con un breve sentido se pasa, quiso
entregarse á ella antes que fuese. Y antes que sus
enemigos se la acarreasen, quiso traerla Él á su alma
y mirar su figura triste, y tender el cuello á su espada,
y sentir por menudo y despacio sus heridas todas, y
avivar más sus sentidos, para sentir más el dolor de
sus golpes, y, como dije, probar hasta el cabo cuánto
duele la muerte, esto es, el morir y el temor del morir.
Y aunque digo el temor del morir, si tengo de decir,
Juliano, lo que siempre entendí acerca de esta agonía
de Cristo, no entiendo que fué el temor el que le abrió
las venas y le hizo sudar gotas de sangre; porque, aun-
que de hecho temió, porque El quiso temer, y, temien-
do, probar los accidentes ásperos que trae consigo el
temor; pero el temor no abre el cuerpo ni llama afuera
la sangre, antes la recoge adentro y la pone á la re-
donda del corazón, y deja frío lo exterior de la carner
y por la misma razón aprieta los poros de ella. Y ansf
no fué el temor el que sacó afuera la sangre de Cristo:
sino, si lo hemos de decir con una palabra, el esfuer-
zo y el valor de su alma, con que salió al encuentro
y con que al temor resistió, ese, con el tesón que puso,
le abrió todo el cuerpo.
Porque se ha de entender que Cristo, como voy di-
ciendo, porque quiso hacer prueba en sí de todos nues-
tros dolores, y vencerlos en sí para que después fuesen
por nosotros más fácilmente vencidos, armó contra sí
en aquella noche todo lo que vale y puede la con-
goja y el temor, y consintió que todo ello de tropel y
como en un escuadrón moviese guerra á su alma. Por-
que figurándolo todo con no creíble viveza, puso en
ella como vivo y presente lo que otro día había de pa-
decer, ansí en el cuerpo con dolores, como en esa mis-
ma alma con tristeza y congojas. Y juntamente con
esto, hizo también que considerase su alma las causas
por las cuales se sujetaba á la muerte, que eran las
culpas pasadas y porvenir de todos los hombres, con
la fealdad y graveza de ellas y con la indignación gran-
dísima y la encendida ira que Dios contra ellas concibe;
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 201
y ni más ni menos consideró el poco fruto que tan ri-
cos y tan trabajados trabajos habían de hacer en los
más de los hombres.
Y todas estas cosas juntas y distintas, y vivísima-
mente consideradas, le acometieron á una, ordenán-
dolo El, para ahogarle y vencerle. De lo cual Cristo no
huyó ni rindió á estos temores y fatigas apocadamente^
su alma, ni para vencerles les embotó, como pudiera,
las fuerzas; antes, como he dicho, cuanto fué posible
se las acrescentó; ni menos armó á sí mismo y á su
santa alma, ó con insensibilidad para no sentir, antes
despertó en ella más sus sentidos, ó con la defensa de
su divinidad bañándola en gozo, con el cual no tuvie-
ra sentido del dolor, ó á lo menos con el pensamiento
de la gloria y bienaventuranza divina, á la cual por
aquellos males caminaba su cuerpo, apartando su vis-
ta de ellos y volviéndola á esta otra consideración,
ó templando siquiera la una consideración con la otra;
sino, desnudo de todo esto, y con sólo el valor de su
alma y persona, y con la fuerza que ponía en su razón
el respeto de su Padre y el deseo de obedecerle, les
hizo á todos cara y luchó, como dicen, á brazo partido
con todos, y al fin lo rindió todo y lo sujetó debajo-
sus pies.
Mas la fuerza que puso en ello, y el estribar la ra-
zón contra el sentido, y como dije, el tesón generoso
con que aspiró á la victoria, llamó afuera los espíritus
y la sangre, y la derramó. Por manera que lo que va-
mos diciendo, que gustó Cristo de sujetarse á nuestros-
dolores, haciendo en sí prueba de ellos, según esta
manera de decir, aún se cumple mejor. Porque, no
sólo sintió el mal del temor y la pena de la congoja y
el trabajo, que es sentir uno en sí diversos deseos, y
el desear algo que no se cumple; pero la fatiga in-
creíble del pelear contra su apetito propio y contra su
misma imaginación, y el resistir á las formas horri-
bles de tormentos y males y afrentas, que se le venían
espantosamente á los ojos para ahogarle, y el hacer-
les cara, y El peleando uno contra tantos, valerosa-
202 FRAY LUIS DE LEÓN
mente vencerlos con no oído trabajo y sudor, también
lo experimentó.
Mas ¿de qué no bizo experiencia? También sintió la
pena que es ser vendido y traído á muerte por sus
mismos amigos, como El lo fué en aquella noche de
Judas: el ser desamparado en su trabajo de los que le
debían tanto amor y cuidado; el dolor del trocarse los
amigos con la fortuna; el verse, no solamente negado
de quien tanto le amaba, mas entregado del todo en
las manos de quien le desamaba tan mortalmente; la
calumnia de los acusadores, la falsedad de los testi-
gos, la injusticia misma, y la sed de la sangre inocente
asentada en el soberano tribunal por juez, males que
sólo quien los ha probado los siente; la forma de juicio
■y el hecho de cruel tiranía; el color de religión adon-
de era todo impiedad y blasfemia; el aborrecimien-
to de Dios, disimulado por de fuera con apariencias
falsas de su amor y su honra. Con todas estas amar-
guras templó Cristo su cáliz, y añadió á todas ellas
las injurias de las palabras, las afrentas de los golpes,
los escarnios, las befas, los rostros y los pechos de sus
enemigos bañados en gozo; el ser traído por mil tribu-
nales, el ser estimado por loco, la corona de espinas,
los azotes crueles; y lo que entre estas cosas se encu-
bre, y es dolorosísimo para el sentido, que fué el lle-
gar tantas veces en aquel día de su prisión la causa
de Cristo, mejorándose, á dar buenas esperanzas de
sí; y habiendo llegado á este punto, el tornar súbita
mente á empeorarse después.
Porque cuando Pilatos despreció la calumnia de los
fariseos y se enteró de su envidia, mostró prometer
buen suceso el negocio. Cuando temió por haber oído
que era Hijo de Dios, y se recogió á tratar de ello con
Cristo, resplandeció como una luz y cierta esperanza
ue libertad y salud. Cuando remitió el conocimiento
del pleito Pilatos á Herodes, que por oídas juzgaba
divinamente de Cristo, ¿quién no esperó breve y feliz
■conclusión? Cuando la libertad de Cristo la puso Pila-
tos en la elección del pueblo, á quien con tantas bue-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO SEGUNDO 203
ñas obras Cristo tenía obligado; cuando les dio poder
<jue librasen al homicida ó al que restituía los muer-
tos á vida; cuando avisó su mujer al juez de lo que
había visto en visión, y le amonestó que no condenase
á aquel justo, ¿qué fué sino un llegar casi á los um-
brales el bien? Pues este subir á esperanzas alegres y
caer de ellas al mismo momento, este abrirse el día
del bien y tornar á oscurecerse de súbito, el despin-
tarse improvisadamente la salud que ya se tocaba;
digo, pues, que este variar entre esperanza y temor,
y esta tempestad de olas diversas que ya se encum-
braban prometiéndole vida, y ya se derrocaban ame-
nazando con muerte; esta desventura y desdicha, que
es propia de los muy desgraciados de florecer para se-
carse luego, y de revivir para luego morir, y de venir-
les el bien y desaparecerse, deshaciéndoseles éntrelas
manos cuando les llega, probó también en sí mismo el
Cordero. Y la buena suerte y la buena dicha única de
todas las cosas, quiso gustar de lo que es ser uno in-
feliz.
Infinito es lo que acerca de esto se ofrece; mas, cán-
sase la lengua en decir lo que Cristo no se cansó en
padecer. Dejo la sentencia injusta, la voz del pregón,
los hombros flacos, la cruz pesada, el verdadero y pro-
pio cetro de este nuestro gran Rey, los gritos del pue-
blo, alegres en unos y en otros llorosos, que todo ello
traía consigo su propio y particular sentimiento.
Vengo al monte Calvario. Si la pública desnudez en
una persona grave es áspera y vergonzosa, Cristo
quedó delante de todos desnudo. Si el ser atravesado
con hierro por las partes más sensibles del cuerpo es
tormento grandísimo, con clavos fueron allí atravesa-
dos los pies y las manos de Cristo. Y porque fuese el
sentimiento mavor, el que es piadoso aun con las mas
viles criaturas del mundo no lo fué consigo mismo,
antes en cierta manera se mostró contra sí mismo
cruel. Porque lo que la piedad natural y el afecto hu-
mano y común (que aun en los ejecutores de la jus-
ticia se muestra), tenía ordenado para menos tormento
204 FRAY LUIS DE LEÓN
de los que morían en cruz, ofreciéndoselo á Cristo, lo
desechó. Porque daban á beber á los crucificados en
aquel tiempo, antes que los enclavasen, cierto vino
confeccionado con mirra é incienso, que tiene virtud
de ensordecer el sentido y como embotarle al dolor
para que no sienta; y Cristo, aunque se lo ofrecieron,
con la sed que tenía de padecer, no lo quiso beber.
Ansí que, desafiando al dolor, y desechando de sí
todo aquello con que se pudiera defender en aquel
desafío, el cuerpo desnudo y el corazón armado con
fortaleza y con solas las armas de su no vencida pa-
ciencia, subió este nuestro Rey en la cruz. Y levantada
en alto la salud del mundo, y llevando al mundo sobre
sus hombros, y padeciendo El sólo la pena que mere-
cía padecer el mundo por sus delitos, padeció lo que
decir no se puede.
Porque ¿en qué parte de Cristo ó en qué sentido
suyo no llegó el dolor á lo sumo? Los ojos vieron lo
que visto traspasó el corazón: la madre viva, y muerte
presente. Los oídos estuvieron llenos de voces blasfe-
mas y enemigas. El gusto, cuando tuvo sed, gustó hiél
y vinagre. El sentido todo del tacto, rasgado y herido
por infinitas partes del cuerpo, no tocó cosa que no le
fuese enemiga y amarga. Al fin dio licencia á su san-
gre, que, como deseosa de lavar nuestras culpas, salía
corriendo abundante y presurosa. Y comenzó á sentir
nuestra vida despojada de su calor, lo que sólo le que-
daba ya por sentir, los fríos tristísimos de la muerte; y
al fin sintió y probó la muerte también.
Pero ¿para qué me detengo yo en esto? Lo que ago-
ra Cristo (que reina glorioso y señor de todo) en el cie-
lo nos sufre, muestra bien claramente cuan agradable
le fué siempre el sujetarse á trabajos. ¿Cuántos hom-
bres, ó por decir verdad, cuántos pueblos y cuántas
naciones enteras, sintiendo mal de la pureza de su
doctrina, blasfeman hoy de su nombre? Y con ser ansí,
que El en sí está exento de todo mal y miseria, quiere
y tiene por bien de la opinión de los nombres padecer
esta afrenta en cuanto su cuerpo místico, que vive en
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 205
este destierro, padece, para compadecerse ansí de él y
para conformarse siempre con él. •
— Nuevo camino para ser uno rey, dijo aquí Sabi-
no vuelto á Juliano, es éste que nos ha descubierto
Marcelo. Y no sé yo si acortaron con él algunos de los
que antiguamente escribieron acerca de la crianza é
instrucción de los príncipes; aunque bien sé que los
que agora viven no le siguen. Porque en el no saber
padecer tienen puesto lo principal del ser rey.
— Algunos, dijo al punto Juliano, de los antiguos
quisieron que el que se criaba para ser rey se criase
en trabajos; pero en trabajos de cuerpo, con que salie-
se sano y valiente. Mas en trabajos de ánimo que le
enseñasen á ser compasivo, ninguno, que yo sepa, lo
escribió ni enseñó. Mas si fuera esta enseñanza de
hombres, no fuera este rey de Marcelo Rey propiamen-
te hecho á la traza y al ingenio de Dios, el cual cami-
na siempre por caminos verdaderos, y por el mismo
caso contrarios á los del mundo que sigue el engaño.
Ansí que, no es maravilla, Sabino, que los reyes de
agora no se precien para ser reyes de lo que se preció
Jesucristo, porque no siguen en el ser reyes un mismo
fin. Porque Cristo ordenó su reinado á nuestro prove-
cho; y conforme á esto, se calificó á sí mismo y se dotó
de todo aquello que parecía ser necesario para hacer
bien á sus subditos; mas estos que agora nos mandan,
reinan para sí, y por la misma causa no se disponen
ellos para nuestro provecho, sino buscan su descanso
en nuestro daño. Mas aunque ellos, cuanto á lo que les
toca, desechen de sí este amaestramiento de Dios, la
experiencia de cada día nos enseña que no son los que
deben por carecer de él. Porque ¿de dónde pensáis
que nace, Sabino, el poner sobre sus subditos tan sin
piedad tan pesadísimos yugos, el hacer leyes rigurosas,
el ponerlas en ejecución con mayor crueldad y rigor,
sino de nunca haber hecho experiencia en sí de lo que
duele la aflicción y pobreza?
— Ansí es, dijo Sabino; pero ¿qué ayo osaría ejerci-
tar en dolor y necesidad á su príncipe? O si osase
200 FRAY LUIS DE LEÓN
alguno, ¿cómo sería recibido y sufrido de los demás?
— Esa es, respondió Juliano, nuestra mayor cegue-
dad: que aprobamos lo que nos daña, y que tendríamos
por bajeza que nuestro príncipe supiese de todo, sien-
do para nosotros tan provechoso, como habéis oído,
que lo supiese. Mas, si no se atreven á esto los ayos.
es porque ellos y los demás que crían á los príncipes
los quieren imponer en el ánimo á que no se precien
de bajar los ojos de su grandeza con blandura á sus
subditos; y en el cuerpo, á que ensanchen el estómago
cada día con cuatro comidas, y á que aun la seda les
sea áspera y la luz enojosa. Pero esto, Sabino, es de
otro lugar, y quitamos en ello á Marcelo el suyo, ó por
mejor decir á nosotros mismos el de oir enteramente
las cualidades de este verdadero Rey nuestro.
— A mí, dijo Marcelo, no me habéis, Juliano, quita-
do ningún lugar; sino antes me habéis dado espacio
para que con más aliento prosiga mejor mi camino. Y á
vos, Sabino (dijo volviéndose á él), no os pase por la
imaginación querer concertar ó pensar que es posible
que se concierten las condiciones que puso Dios en su
rey, con las que tienen estos reyes que vemos. Que sí
no' fueran tan diferentes del todo, no le llamara Dios
señaladamente su Rey, ni su reino de ellos se acabara
con ellos, y el de nuestro Rey fuera sempiterno, como
es. Ansí que, pongan ellos su estado en la altivez, y no
se tengan por reyes si padecen alguna pena; que Dios,
procediendo por camino diferente, para hacer en Jesu-
cristo un rey que mereciese ser suyo, le hizo humildí-
simo para que no se desvaneciese en soberbia con la
honra; y le sujetó á miseria y á dolor para que se com-
padeciese con lástima de sus trabajados y doloridos
subditos. Y demás de esto, y para el mismo fin de buen
rey, le dio un verdadero y perfecto conocimiento de
todas las cosas y de todas las obras de ellas, ansí las
que fueron como las que son y serán. Porque el rey.
cuyo oficio es juzgar dando á cada uno su merecido, y
repartiendo la pena y el premio, si no conoce él por sí
la verdad, traspasará la justicia; que el conocimiento
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 207
que tienen de sus reinos los príncipes por relaciones y
pesquisas ajenas, más los ciega que los alumbra.
Porque, demás de que los hombres, por cuyos ojos
y oídos ven y oyen los reyes, muchas veces se engañan,
procuran ordinariamente engañarlos por sus particula-
res intereses é intentos. Y ansí, por maravilla entra en
el secreto real la verdad. Mas nuestro Rey, porque su
entendimiento, como clarísimo espejo, le representa
siempre cuanto se hace y se piensa, no juzga, como
dice Isaías *, ni reprende ni premia por lo que al oído
le dicen, ni según lo que á la vista parece, porque el un
sentido y el otro sentido puede ser engañado; ni tiene
de sus vasallos la opinión que otros vasallos sayos afi-
cionados ó engañados le ponen, sino la que pide la
verdad, que El claramente conoce. Y como puso Dios
en Cristo el verdadero conocer á los suyos, asimismo
le dio todo el poder para hacerles mercedes. Y no so-
lamente le concedió que pudiese, mas también en El
mismo, como en tesoro, encerró todos los bienes y ri-
quezas que pueden hacer ricos y dichosos á los de su
reino. De arte, que no trabajarán remitidos de unos á
otros ministros con largas. Mas, lo que es principal,
hizo para perfeccionar este re) que sus subditos todos
fuesen sus deudos, ó por mejor decir, que naciesen de
El todos, y que fuesen hechura suya y figurados á su
semejanza. Aunque esto sale ya de lo primero, que toca
á las cualidades del rey, y entra en lo segundo que pro-
pusimos, de las condiciones de los que en este reino
son subditos; y digamos ya de ellas.
Y á la verdad casi todas ellas se reducen á ésta, que
es ser generosos y nobles todos y de un mismo linaje.
Porque el mando de Cristo umversalmente comprende
á todos los hombres, y á todas las criaturas, ansí las
buenas como las malas, sin que ninguna de ellas pue-
da eximirse de su sujeción, ó se contente de ello ó le
pese; pero el reino suyo de que agora vamos hablando^
y el reino en quien muestra Cristo sus nobles condi-
1 Isai., xi, 3.
208 FRAY LUIS DE LEÓN
ciones de Rey, y el que ha de durar perpetuamente con
El descubierto y glorioso (porque á los malos tendrálos
encerrados y aprisionados y sumidos en eterno olvido
y tinieblas); ansí que, este reino son los buenos y jus-
tos solos, y de estos decimos agora que son generosos
todos, y de linaje alto, y todos de uno mismo.
Porque dado que sean diferentes en nacimientos;
mas, como esta mañana se dijo, el nacimiento en que
se diferencian, fué nacimiento perdido y de quien caso
no se hace para lo que toca á ser vasallos en este rei-
no, el cual se compone todo de lo que San Pablo llama
nueva criatura, cuando á los de Galacia escribe, dicien-
do 1: «Acerca de Cristo Jesús, ni es de estima la circun-
cisión ni el prepucio, sino la criatura nueva». Y ansí,
todos son hechura y nacimiento del cielo y hermanos
entre sí, é hijos todos de Cristo en la manera ya dicha.
Vio David esta particular excelencia de este reino de
su nieto divino, y dejóla escrita breve y elegantemente
en el Salmo ciento nueve, según una lección que ansí
dice 2: «Tu pueblo príncipes, en el día de tu poderío».
Adonde lo que decimos príncipes, la palabra original,
que es nedaboth, significa al pie de la letra liberales,
•dadivosos ó generosos de corazón. Y ansí, dice que en
el día de su poderío (que llama ansí el reino descubier-
to de Cristo), cuando vencido todo lo contrario, y como
deshecha con los rayos de su luz toda la niebla enemi-
ga, que agora se le opone, viniere en el último tiempo
y en la regeneración de las cosas, como puro sol, á res-
plandecer solo, claro y poderoso en el mundo; pues en
este su día, cuando El y lo apurado y escogido de sus
vasallos resplandecerá solamente, quedando los demás
sepultados en oscuridad y tinieblas, en este tiempo y
■en este día su pueblo serán príncipes. Esto es, todos
sus vasallos serán reyes; y El, como con verdad la Es-
critura le nombra, Rey de reyes será, y Señor de se-
üores.
Aquí Sabino, volviéndose á Juliano:
1 Galat., vi, 15. 2 Psalm. cir, 3.
DE LOS NOMBKES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO ¿09
—Nobleza es, dijo, grande de reino ésta, Juliano, que
nos va diciendo Marcelo, adonde ningún vasallo es ni
vil en linaje ni afrentado por condición, ni menos bien
nacido el uno que el otro. Y paréceme á mí que esto
es ser rey propia y honradamente, no tener vasallos
viles y afrentados.
— En esta vida, Sabino, respondió Juliano, los reyes
de ella, para el castigo de la culpa, están como forzados
á poner nota y afrenta en aquellos á quienes gobier-
nan, como en el orden de la salud y en el cuerpo con-
viene á las veces maltratar una parte para que las de-
más no se pierdan. Y ansí, cuanto á esto, no son dig-
nos de reprensión nuestros príncipes.
—No los reprendo yo agora, dijo Sabino, sino duélo-
me de su condición; que por esa necesidad que, Julia-
no, decís, vienen á ser forzosamente señores de vasa-
llos ruines y viles. Y débeseles tanto más lástima,
cuanto fuere más precisa la necesidad. Pero si hay al-
gunos príncipes que lo procuran, y que les parece que
son señores cuando hallan mejor orden, no sólo para
afrentar á los suyos, sino también para que vaya cun-
diendo por muchas generaciones su afrenta y que nun-
ca se acabe, de éstos, Juliano, ¿qué me diréis?
— ¿Qué? respondió Juliano. Que ninguna cosa son
menos que reyes. Lo uno, porque el fin adonde se ende-
Teza su oficio es hacer á sus vasallos bienaventurados,
con lo cual se encuentra por maravillosa manera el ha-
cerlos apocados y viles. Y lo otro, porque cuando no
quieren mirar por ellos, á sí mismos se hacen daño y se
apocan. Porque, si son cabezas, ¿qué honra es ser cabe-
za de un cuerpo disforme y vil? Y si son pastores, ¿qué
les vale un ganado roñoso? Bien dijo el poeta trágico:
Mandar entre lo ilustre, es bella cosa 1.
Y no sólo dañan á su honra propia, cuando buscan
invenciones para manchar la de los que son goberna-
dos por ellos; mas dañan mucho sus intereses, y ponen
>en manifiesto peligro la paz y la conservación de sus
1 Séneca, Octavia, v. 463.
14
21 U FRAY LUIS DE LEÓN
reinos. Porque, ansí como dos cosas que son contrarias,,
aunque se junten, no se pueden mezclar; ansí no es po-
sible que se añude con paz el reino cuyas partes están
tan opuestas entre sí y tan diferenciadas, unas con mu-
cha honra y otras con señalada afrenta.
Y como el cuerpo que en sus partes está maltratado,.
y cuyos humores se conciertan mal entre sí, está muy
ocasionado y muy vecino á la enfermedad y á la muer-
te; ansí por la misma manera, el reino adonde muchos
órdenes y suertes de hombres, y muchas casas particu-
lares están como sentidas y heridas, y adonde la dife-
rencia que por estas causas pone la fortuna y las leyes
no permite que se mezclen y se concierten bien unas
con otras, está sujeto á enfermar y á venir á las armas
con cualquiera razón que se ofrece. Que la propia lás-
tima é injuria de cada uno, encerrada en su pecho y
que vive en él, los despierta y los hace velar siempre
á la ocasión y á la venganza.
Mas dejemos lo que en nuestros reyes y reinos, ó-
pone la necesidad ó hace el mal consejo y error; y acá-
benos Marcelo de decir por qué razón estos vasallos to-
dos de nuestro único Rey son llamados liberales y ge-
nerosos y príncipes.
— -Son, dijo Marcelo, respondiendo encontinente, ansí
por parte del que los crió, y la forma que tuvo en criar-
los, como por parte de las cualidades buenas que puso
en ellos cuando ansí fueron criados. Por parte del que
los hizo, porque son efectos y frutos de una suma libe-
ralidad; porque en sólo el ánimo generoso de Dios y en
la largueza de Cristo no medida, pudo caber el hacer
justos y amigos suyos, y tan privados amigos, á los que
do sí no merecían bien, y merecían mal por tantos y
tan diferentes títulos. Porque, aunque es verdad que el
ya justo puede merecer mucho con Dios, mas esto, que
es venir á ser justo el que era aborrecido enemigo, so-
lamente nace de las entrañas liberales de Dios; y ansí,
dice Santiago1, que nos engendró voluntariamente*
1 Jacob, i, 18.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 211
Adonde lo que dijo con la palabra griega ^cuXijOetí, que
significa de su voluntad, quiso decir lo que en su len-
gua materna, si en ella lo escribiera, se dice Nadib,
que es palabra vecina y nacida de la palabra neda-
both, que, como dijimos, significa á estos que llama-
mos liberales y príncipes. Ansí que, dice que nos engen-
dró liberal y principalmente; esto es, que nos engen-
dró, no sólo porque quiso engendrarnos y porque le
movió á ello su voluntad, sino porque le plugo mostrar
en nuestra creación, para la gracia y justicia, los teso-
ros de su liberalidad y misericordia.
Porque á la verdad, dado que todo lo que Dios cría
nace de El, porque El quiere que nazca, y es obra de
su libre gusto, á la cual nadie le fuerza el sacar á luz
á las criaturas; pero esto, que es hacer justos y poner
su ser divino en los hombres, es no sólo voluntad, sino
una extraña liberalidad suya. Porque en ello hace bien,
y bien el mayor de los bienes, no solamente á quien no
se lo merece, sino señaladamente á quien del todo se
lo desmerece. Y por no ir alargándome por cada uno
de los particulares á quien Dios hace estos bienes, mi-
remos lo que pasó en la cabeza de todos, y cómo se
hubo con ella Dios cuando, sacándola del pecado, crió
en ella este bien de justicia; y en uno, como en ejem-
plo, conoceremos cuan ilustre prueba hace Dios de su
liberalidad cuando cría los justos. Peca Adán, y con-
dénase á sí y á todos nosotros; y perdónale después Dios
y hácele justo.
¿Quién podrá decir las riquezas de liberalidad que
descubrió Dios, y que derramó en este perdón? Lo pri-
mero, perdona al que, por dar fe á la serpiente, de cuya
fe v amor para consigo no tenía experiencia, le dejo á
El, 'Criador suyo, cuyo amor y beneficios experimenta-
ba en sí siempre. Lo segundo, perdona al que estimo
más una promesa vana de un pequeño bien, que una
experiencia cierta y una posesión grande de mil ver-
daderas riquezas. Lo tercero, perdona al que no peco
ni apretado de la necesidad ni ciego de la pasión, sino
movido de una liviandad v desagradecimiento infinito.
212 FRAY LUIS DE LEÓN
Lo otro, perdona al que no buscó ser perdonado, sino
antes huyó y se escondió de su perdonador; y perdó-
nale, no mucho después que pecó y laceró miserable-
mente por su pecado, sino casi luego, luego como hubo
pecado.
Y, lo que no cabe en sentido, para perdonarle á él,
hízose á sí mismo deudor. Y cuando la gravísima mal-
dad del hombre despertaba en el pecho de Dios ira jus-
tísima para deshacerle, reinó en El y sobrepujó la li-
beralidad de su misericordia, que, por rehacer al per-
dido, determinó de disminuirse á sí mismo, como San
Pablo lo dice *, y de pagar El lo que el hombre pecaba,
y para que el hombre viviese, de morir El hecho hom-
bre. Liberalidad era grande perdonar al que había pe-
cado tan de balde y tan sin causa; y mayor liberalidnd
perdonarle tan luego después del pecado; y mayor que
ambas á dos, buscarle para darle perdón antes que él
le buscase. Pero lo que vence á todo encarecimiento
de liberalidad, fué, cuando le reprendía la culpa, pro-
meterse á sí mismo y á su vida para su satisfacción y
remedio; y porque el hombre se apartó de El por se-
guir al demonio, hacerse hombre El para sacarle de su
poder. Y lo que pasó entonces, digámoslo ansí, gene-
ralmente con todos (porque Adán nos encerraba á to-
dos en sí), pasa en particular con cada uno continua y
secretamente.
Porque ¿quién podrá decir ni entender, sino es el
mismo que en sí lo experimenta y lo siente, las formas
piadosas de que Dios usa con uno para que no se pier-
da, aun cuando él mismo se procura perder? Sus ins-
piraciones continuas, su nunca cansarse ni darse por
vencido de nuestra ingratitud tan continua, el rodear-
nos por todas partes y como en castillo torreado y cer-
cado, el tentar la entrada por diferentes maneras, el
tener siempre la mano en la aldaba de nuestra puerta,
el rogarnos blanda y amorosamente que le abramos,
como si á El le importara alguna cosa, y no fuera
1 Philip., ir, 7.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 213
nuestra salud y bienandanza toda el abrirle; el decir-
nos por horas y por momentos con el Esposo *; «Ábre-
me, hermana mía, esposa mía, paloma mía y mi ama-
da y perfecta, que traigo llena de rocío mi cabeza y
con las gotas délas noches las mis guedejas». Pues
sea esto lo primero, que los justos son dichos ser ge-
nerosos y liberales, porque son demostraciones y prue-
bas del corazón liberal y generoso de Dios.
Son, lo segundo, llamados ansí por las cualidades
que pone Dios en ellos, haciéndolos justos. Porque, á
la verdad no hay cosa más alta ni más generosa ni
más real, que el ánimo perfectamente cristiano. Y la
virtud más heroica que la filosofía de los estoicos an-
tiguamente imaginó ó soñó, por hablar con verdad,
comparada con la que Cristo asienta con su gracia en
el alma, es una poquedad y bajeza. Porque si mira-
mos el linaje de donde desciende el justo y cristiano,
es su nacimiento de Dios; y la gracia que le da vida
es una semejanza viva de Cristo. Y si atendemos á su
estilo y condición, y al ingenio y disposición de áni-
mo, y pensamientos y costumbres que de este naci-
miento le vienen, todo lo que es menos que Dios ea
pequeña cosa paralo que cabe en su ánimo. No esti-
ma lo que con amor ciego adora únicamente la tie-
rra, el oro y los deleites; huella sobre la ambición
de las honras, hecho verdadero señor y rey de sí
mismo; pisa el vano gozo, desprecia el temor, no le
mueve el deleite, ni el ardor de la ira le enoja; y ri-
quísimo dentro de sí, todo su cuidado es hacer bien
á los otros.
Y no se extiende su ánimo liberal á sus vecinos
solos, ni se contenta con ser bueno con los de su pue-
blo ó de su reino; mas generalmente á todos los que
sustenta y comprende la tierra, él también los com-
prende y abraza; aun para con sus enemigos sangrien-
tos, que le buscan la afrenta y la muerte, es él gene-
roso y amigo, y sabe y puede poner la vida, y de
1 Cant., v, 2.
214 FRAY LUIS DE LEÓN
hecho la pone alegremente, por esos mismos que abo-
rrecen su vida. Y estimando por vil y por indigno de
sí á todo lo que está fuera de él, y que se viene y se
va con el tiempo, no apetece menos que á Dios, ni tie-
ne por dignos de su deseo menores bienes que el cielo.
Lo sempiterno, lo soberano, el trato con Dios familiar
y amigable, el enlazarse amando y el hacerse casi
único con El, es lo que solamente satisface á su pe-
cho; como lo podemos ver á los ojos en uno de estos
grandes justos.
Y sea este uno San Pablo. Dice en persona suya, y
de todos los buenos, escribiendo á los Corintios ansí l:
«Tenemos nuestro tesoro en vasos de tierra, porque la
grandeza y alteza nazca de Dios, y no de nosotros. En
todas las cosas padecemos tribulación, pero en ningu-
na somos afligidos. Somos metidos en congoja, mas no
somos desamparados; padecemos persecución, mas no
nos falta el favor. Humíilannos, pero no nos avergüen-
zan. Somos derribados, mas no perecemos». Y á los Ro-
manos, lleno de ánimo generoso, en el capítulo octa-
vo 2: «¿Quién, dice, nos apartará de la caridad y amor
de Dios? ¿La tribulación, por ventura, ó la angustia, ó
el hambre, ó la desnudez, ó el peligro, ó la persecu-
ción, ó el cuchillo?»
Dicho he en parte lo que puso Dios en Cristo para
hacerle rey, y lo que hizo en nosotros para hacernos
sus subditos, que de tres cosas, á las cuales se redu-
cen todas las que pertenecen á un reino, son las pri-
meras dos. Resta agora que digamos algo de la tercera
y postrera, que es de la manera como este rey gobier-
na los suyos; que no es menos singular manera ni me-
nos fuera del común uso de los que gobiernan, que el
Rey y los subditos en sus condiciones y cualidades, las
que hemos dicho; son singulares. Porque cosa clara es
que el medio con que se gobierna el reino es la ley; y
que por el cumplimiento de ella consigue el rey, ó ha-
cerse rico á sí mismo, si es tirano y las leyes son de
1 II Ad Ccrint , iv, 7. 2 Rom., vm, 35.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 215
-tirano, ó hacer buenos y prosperados á los suyos si es
rey verdadero.
Pues acontece muchas veces de esta manera, que
por razón de la flaqueza del hombre y de su encendi-
da inclinación á lo malo, las leyes por la mayor parte
traen consigo un inconveniente muy grande, que sien-
do la intención de los que las establecen (enseñando
por ellas lo que se debe hacer y mandando con rigor
que se haga), retraer al hombre de lo malo é inducirle
ií lo bueno, resulta lo contrario á las veces; y el ser
vedada una cosa despierta el apetito de ella.
Y ansí, el hacer y dar leyes es muchas veces ocasión
ue que se quebranten las leyes, y de que, como dice
San Pablo x, se peque más gravemente, y de que se
empeoren los hombres con la ley que se ordenó é in-
ventó para mejorarlos. Por lo cual Cristo, nuestro Re-
dentor y Señor, en la gobernación de su reino halló
una nueva manera de ley, extrañamente libre y ajena
de estos inconvenientes; de la cual usa con los suyos,
no solamente enseñándoles á ser buenos, como lo
enseñaron otros legisladores, mas de hecho hacién-
dolos buenos, lo que ningún otro rey ni legisla-
dor pudo jamás hacer. Y esto es lo principal de su
ley evangélica y lo propio de ella; digo, aquello en
que notablemente se diferencia de las otras sectas y
leyes.
Para entendimiento de lo cual conviene saber que,
por cuanto el oficio y ministerio de la ley es llevar los
hombres á lo bueno y apartarlos de lo que os malo,
ansí como esto se puede hacer por dos diferentes ma-
neras, ó enseñando el entendimiento ó aficionando á la
voluntad, ansí hay dos diferencias de leyes: la primera
es de aquellas leyes que hablan con el entendimiento,
y le dan luz en lo que conforme á razón se debe ó ha-
cer ó no hacer, y le enseñan lo que ha de seguir en
las obras, y lo que ha de excusar en ellas mismas; la
segunda es de la ley, no que alumbra el entendimien-
1 Rom., v, 20.
216 FRAY LUIS DE LEÓN
to, sino que aficiona la voluntad, imprimiendo en ella
inclinación y apetito «de aquello que merece ser ape-
tecido por bueno, y por el contrario, engendrándole-
aborrecimiento de las cosas torpes y malas. La prime-
ra ley consiste en mandamientos y reglas; la segunda
en una salud y calidad celestial, que sana la voluntad
y repara en ella el gusto bueno perdido, y no sólo la
sujeta, sino la amista y reconcilia con la razón; y como
dicen de los buenos amigos, que tienen un no querer
y querer, ansí hace que lo que la verdad dice en el
entendimiento que es bueno, la voluntad aficionada-
mente lo ame por tal.
Porque á la verdad, en la una y en la otra parte
quedamos miserablemente lisiados por el pecado pri-
mero, el cual oscureció el entendimiento, para que las
menos veces conociese lo que convenía seguir, y es-
tragó perdidamente el gusto y el movimiento de la vo-
luntad, para que casi siempre se aficionase á lo que
la daña más. Y ansí, para remedio y salud de estas dos
partes enfermas fueron necesarias estas dos leyes, una
de luz y de reglas para entendimiento ciego, y otra de
espíritu y buena inclinación para la voluntad estraga-
da. Mas, como arriba decíamos, diferéncianse estas dos
maneras de leyes en esto: que la ley que se emplea en
dar mandamientos y en luz, aunque alumbra el en-
tendimiento, como no corrige el gusto corrupto de la
voluntad, en parte le es ocasión de más daño; y ve-
dando y declarando, despierta en ella nueva golosina
de lo malo que le es prohibido. Y ansí, las más veces
son contrarios en esta ley el suceso y el intento. Por-
que el intento es encaminar el hombre á lo bueno, y
el suceso á las veces es dejarle más perdido y estra-
gado. Pretende afear lo que es malo, y sucédele por
nuestra mala ocasión hacerlo más deseable y más gus-
toso. Mas la segunda ley corta la planta del mal de
raíz, y arranca, como dicen, de cuajo lo que más nos
puede dañar. Porque inclina é induce y hace apetitosa
y como golosa á nuestra voluntad de todo aquello que
es bueno, y junta en uno lo honesto y lo deleitable, y
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 217
hace que nos sea dulce lo que nos sana, y lo que nos
daña aborrecible y amargo.
La primera se llama ley de mandamientos, porque
toda ella es mandar y vedar. La segunda es dicha ley
de gracia y de amor, porque no nos dice que hagamos
esto ó aquello, sino hácenos que amemos aquello mis-
mo que debemos hacer. Aquélla es pesada y áspera
porque condena por malo lo que la voluntad corrom-
pida apetece por bueno; y ansí, hace que se encuen-
tren el entendimiento y la voluntad entre sí, de donde
se enciende en nosotros mismos una guerra mortal de
contradicción. Mas ésta es dulcísima por extremo, por-
que nos hace amar la que nos manda, ó por mejor de-
cir, porque el plantar é ingerir en nosotros el deseo y
la afición á lo bueno, es el mismo mandarlo; y por-
que aficionándonos y, como si dijésemos, haciéndonos
enamorados de lo que manda, por esa manera, y no de
otra, nos manda. Aquélla es imperfecta, porque á cau-
sa de la contradicción que despierta, ella por sí no
puede ser perfectamente cumplida; y ansí, no hace
perfecto á ninguno. Esta es perfectísima, porque trae
consigo y contiene en sí misma la perfección de sí
misma. Aquélla hace temerosos, ésta amadores. Por
ocasión de aquélla, tomándola á solas, se hacen en la
verdad secreta del ánimo peores los hombres; mas por
causa de ésta son hechos enteramente santos y justos.
Y (como prosigue San Agustín largamente en los libros
de la letra y del espirita, poniendo siempre sus pisa-
das en lo que dejó hollado San Pablo), aquélla es pere-
cedera, ésta es eterna; aquélla hace esclavos, ésta es
propia de hijos. Aquélla es ayo triste y azotador, ésta
es espíritu de regalo y consuelo. Aquélla pone enser-
vidumbre, ésta es honra y libertad verdadera.
Pues, como sea esto ansí, como de hecho lo es, sin
que ninguno en ello pueda dudar, digo que ansí Moisés
como los demás que antes ó después de él dieron leyes
y ordenaron repúblicas, no supieron ni pudieron usar
sino de la primera manera de leyes, que consiste mas-
en poner mandamientos que en inducir buenas incli-
218 FRAY LUIS DE LEÓN
naciones en aquellos que son gobernados. Y ansí, su
obra de todos ellos fué imperfecta y su trabajo careció
de suceso, y lo que pretendían, que era hacer á la vir-
tud á los suyos, no salieron con ello por la razón que
está dicha.
Mas Cristo, nuestro verdadero Redentor y legislador,
aunque es verdad que en la doctrina de su Evangelio
puso algunos mandatos, y renovó y mejoró otros algu-
nos que el mal uso los tenía mal entendidos; pero lo
principal de su ley y aquello en que se diferenció de
todos los que pusieron leyes en los tiempos pasador,
fué que mereciendo por sus obras y por el sacrificio que
hizo de sí, el espíritu y la virtud del cielo para los su-
yos, y criándola El mismo en ellos como Dios y Señor
poderoso, trató no sólo con nuestro entendimiento,
sino también con nuestra voluntad; y derramando en
ella este espíritu y virtud divina que digo, y sanándola
ansí, esculpió en ella una ley eficaz y poderosa de amor,
haciendo que todo lo justo que las leyes mandan lo
apeteciese, y por el contrario, aborreciese todo lo que
prohiben y vedan.
Y añadiendo continuamente de este su espíritu y sa-
lud y dulce ley en el alma de los suyos, que procuran
siempre ayuntarse con él, crece en la voluntad mayor
amor para el bien, y disminuyese de cada día más la
contradicción que el sentido le hace; y de lo uno y de
lo otro se esfuerza de continuo más esta santa y singu-
lar ley que decimos, y echa sus raíces en el alma más
hondas, y apodérase de ella hasta hacer que le sea casi
Tiatural lo justo y el bien.
Y ansí, trae para sí Cristo y gobierna á los suyos,
como decía un Profeta *, «con cuerdas de amor, y no
•con temblores de espanto ni con ruido temeroso, como
la ley de Moisés». Por lo cual dijo breve y significante-
mente San Juan 2: «La ley fué dada por Moisés, mas la
gracia por Jesucristo». Moisés dio solamente ley de
preceptos, que no podía dar justicia; porque hablaban
1 Job., xxxvi, 8. 2 Joan., i, 17.
DE LOS NOMBRES^DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 219
<3on el entendimiento, pero no sanaban el alma, de que
es como imagen la zarza del Éxodo l, que ardía y no
quemaba; porque era calidad de la ley vieja, que alum-
braba el entendimiento, mas no ponía calor á la volun-
tad. Mas Cristo dio ley de gracia que, lanzada en la vo-
luntad, cura su dañado gusto y la sana, y la aficiona á
lo bueno, como Jeremías lo profetizó divinamente di-
ciendo 2: «Días vendrán, dice el Señor, y traeré á per-
fección sobre la casa de Israel y sobre la casa de Judá
un nuevo testamento, no en la manera del que hice
con sus padres en el día que los así de la mano para
sacarlos de la tierra de Egipto, porque ellos no perse-
veraron en él y yo los desprecié á ellos, dice el Señor.
Este, pues, es el testamento que yo asentaré con la casa
de Israel después de aquellos días, dice el Señor; asen-
taré mis leyes en su alma de ellos y escribirélas en sus
corazones. Y yo les seré Dios, y ellos me serán pueblo
sujeto; y no enseñará alguno de allí adelante ásu pró-
jimo ni á su hermano, diciéndole: Conoce al Señor;
porque todos tendrán conocimiento de mí, desde el
menor hasta el mayor de ellos, porque tendré piedad
de sus pecados, y de sus maldades no tendré más me-
moria de allí en adelante».
Pues estas son las nuevas leyes de Cristo, y su ma-
nera de gobernación particular y nueva. Y no será
menester que loe agora yo lo que ello se loa, ni me
será necesario que refiera los bienes y las ventajas
grandes de esta gobernación, adonde guía el amor y
no fuerza el temor; adonde lo que se manda se ama, y
lo que se hace se desea hacer; adonde no se obra sino
lo que da gusto, ni se gusta sino de lo que es bueno;
adonde el querer el bien y el entender son conformes;
adonde para que la voluntad ame lo justo, en cierta
manera, no tiene necesidad que el entendimiento sé
lo diga y declare.
Y ansí de esto, como de todo lo demás que se ha
dicho hasta aquí, se concluye que este Rey es sempi-
1 Exod., iit, 2. 2 Jerem., xxxr 31-34,
220 FRAY LUIS DE LEÓN
terno, y que la razón por qué Dios le llama propia-
mente rey suyo, es porque los otros reyes y reinosT
como llenos de faltas, al fin han de perecer, y de
hecho perecen; mas éste, como reino que es libre de
todo aquello que trae á perdición á los reinos, es eter-
no y perpetuo. Porque los reinos se acaban ó por tira-
nía de los reyes, porque ninguna cosa violenta es per-
petua, ó por la mala calidad de los subditos, que no les
consiente que entre sí se concierten, ó por la dureza
de las leyes y manera áspera de la gobernación; de
todo lo cual, como por lo dicho se ve, este rey y este
reino carecen.
Que ¿cómo será tirano el que para ser compasivo
de los trabajos y males que pueden suceder á los su-
yos, hizo primero experiencia en sí de todo lo que es
dolor y trabajo? 0 ¿cómo aspirará á la tiranía quien
tiene en sí todo el bien que puede caber en sus subdi-
tos, y que ansí no es rey para ser rico por ellos, sino
todos son ricos y bienaventurados por Él? Pues ¿los
subditos entre sí no estarán por ventura anudados con
nudo perpetuo de paz, siendo todos nobles y nacidos
de un padre, y dotados de un mismo espíritu de paz y
nobleza? Y la gobernación y las leyes, ¿quién las
desechará como duras, siendo leyes de amor? Quiero
decir, tan blandas leyes que el mandar no es otra cosa
sino hacer amar lo que se manda. Con razón, pues, dijo
el ángel de este Rey á la Virgen 1: «Y reinará en la
casa de Jacob, y su reino no tendrá fin». Y David
tanto antes de este su glorioso descendiente, cantó en
el Salmo setenta y dos 2, lo que Sabino, pues ha toma-
do este oficio, querrá decir en el verso en que lo puso
su amigo. Y Sabino dijo luego:
— Debe ser la parte, según sospecho, adonde dice de
esta manera:
oSerás temido tú mientras luciere
el sol y luna, y cuanto
la rueda de los siglos se volviere.»
1 Luc, i, 32. 2 Psalm. lxxii, 5-7.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 221
Y de lo que toca á la blandura de su gobierno y á
la felicidad de los suyos, dice:
«Influirá amoroso
cual la menuda lluvia, y cual rocío
en prado deleitoso.
Florecerá en su tiempo el poderío
del bien, y una pujanza
de paz que durará no un siglo sólo.»
Y prosiguiendo luego Marcelo, añadió:
— Pues obra que dura siempre, y que ni el tiempo
la gasta ni la edad la envejece, cosa clara es que es
obra propia y digna de Dios; el cual, como es sempi-
terno, ansí se precia de aquellas cosas que hace que
son de mayor duración. Y pues los demás reyes y
reinos son, por sus defectos, sujetos á fenecer y al fin
miserablemente fenecen; y este Rey nuestro florece y
aviva más con la edad, sean todos los reyes de Dios,
pero éste sólo sea propiamente su Rey, que reina
sobre todos los demás, y que, pasados todos ellos y
consumidos, tiene de permanecer para siempre.
Aquí Juliano, pareciéndole que Marcelo concluía ya
su razón, dijo:
— Y aún podéis, Marcelo, ayudar esa verdad que
decís, confirmándola con la diferencia que la Sagrada
Escritura pone cuando significa los reinos de la tierra
ó cuando habla de este reino de Cristo, porque dice
con ella muy bien.
— Eso mismo quería añadir, dijo entonces Marcelo,
para con ello no decir más de este nombre. Y ansí,
decís muy bien, Juliano, que la manera diferente
como la Escritura nombra estos reinos, ella misma
nos dice la condición y perpetuidad del uno, y la mu-
danza y fin de los otros. Porque estos reinos que se
levantan en la tierra, y se extienden por ella y la en-
señorean y mandan, los profetas, cuando quieren ha-
blar de ellos, signifícanlos por nombres de vientos ó de
bestias brutas y fieras; mas á Cristo y á su reino llá-
manle monte.
222 FRAY LUIS DE LEÓN
Daniel, hablando de las cuatro monarquías que ha
habido en el mundo, los caldeos, los persas, los roma-
nos, los griegos, dice * que vio los cuatro vientos, que
peleaban entre sí; y luego pone por su orden cuatro
bestias, unas de otras diferentes cada una en su signi-
ficación. Y Zacarías, ni más ni menos en el capítulo
sexto, después de haber profetizado é introducido para
el mismo fin de significación cuatro cuadrillas de ca-
ballos diferentes en colores y pelo, dice 2: «Estos son
los cuatro vientos». Con lo demás que después de esto
se sigue. Porque á la verdad, todo este poder tempo-
ral y terreno que manda en el mundo, tiene más de
estruendo que de substancia; y pásase como en el aire
volando, y nace de pequeños y ocultos principios.
Y como las bestias carecen de razón y se gobiernan
por fiereza y por crueldad, ansí lo que ha levantado
y levanta estos imperios de tierra es lo bestial que hay
en los hombres: la ambición fiera y la codicia desorde-
nada del mundo, y la venganza sangrienta y el coraje,
y la braveza, y la cólera, y lo demás que como esto es
fiero y bruto en nosotros; y ansí finalmente perecen.
Mas á Cristo y á su reino, el mismo Daniel una vez
le significa por nombre de monte, como en el capítulo
segundo 3, y otras le llama hombre, como en el capítu-
lo séptimo, de que agora decíamos, donde se escribe 4
«que vino uno como hijo de hombre, y se presentó de-
lante del anciano de días, al cual el anciano dio pleno
y sempiterno poder sobre las gentes todas». Para lo pri-
mero, del monte, mostrar la firmeza y no mudable du-
ración de este reino; y en lo segundo, del hombre, de-
clarar que esta santa monarquía no nace ni se gobier-
na, ni por afectos bestiales ni por inclinaciones del
sentido desordenadas, sino que todo ello es obra de
juicio y de razón; y para mostrar que es monarquía
adonde reina, no la crueldad fiera, sino la clemencia
humana en todas las maneras que he dicho.
1 Daniel, vil, 2. 2 Zachar., vi, 5. 3 Daniel, u, 3S.
4 Ibidem, vn, 13.
DE LOS, NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 223
Y habiendo dicho esto Marcelo, calló, como dispo-
niéndose para comenzar otra plática; mas Sabino, antes
que comenzase, le dijo:
— Si me dais licencia, Marcelo, y no tenéis más que
decir acerca de este nombre, os preguntaré dos cosas
que se me ofrecen, y de la una ha gran rato que dudo;
y de la otra, me puso agora duda esto que acabáis de
decir.
— Vuestra es la licencia, respondió entonces Marce-
lo, y gustaré mucho de saber qué dudáis.
— Comenzaré por lo postrero, respondió Sabino; y la
duda que se me ofrece es, que Daniel y Zacarías, en
los lugares que habéis alegado, pone solamente cuatro
imperios ó monarquías terrenas, y en el hecho de la
verdad parece que hay cinco; porque el imperio de los
turcos y de los moros, que agora florece, es diferente
de los cuatro pasados, y no menos poderoso que mu-
chos de ellos. Y si Cristo con su venida, y levantando su
reino, había de quitar de la tierra cualquiera otra mo-
narquía, como parece haberlo profetizado Daniel en la
piedra que hirió en los pies de la estatua, ¿cómo se
compadece que después de venido Cristo, y después
de haberse derramado su doctrina y su nombre por la
mayor parte del mundo, se levante un imperio ajeno da
Cristo en él, y tan grande como éste que digo? Y la se-
gunda duda es acerca de la manera blanda y amorosa
con que habéis dicho que gobierna su reino Cristo. Por-
que en el Salmo segundo y en otras partes se dice de
él x «que regirá con vara de hierro, y que desmenuzará
á sus subditos como si fuesen vasos de tierra».
— No son pequeñas dificultades, Sabino, las que ha-
béis movido, dijo Marcelo entonces; y señaladamente
la primera es cosa revuelta y de duda, y donde quisie-
ra yo más oir el parecer ajeno que no dar el mío. Y
aun es cosa que para haberse de tratar de raíz, pide
mayor espacio del que al presente tenemos. Pero por
satisfacer á vuestra voluntad, diré con brevedad lo qua
1 Psalm.ii, 9.
224 FRAY LUIS DE LEÓN
al presente se ofrece, y lo que podrá bastar para el ne-
gocio presente.
Y luego, volviéndose á Sabino y mirándole, dijo:
— Algunos, Sabino, que vos bien conocéis, y á quien
todos amamos y preciamos mucho por la excelencia
de sus virtudes y letras, han querido decir que este
imperio de los moros y de los turcos, que agora se es-
fuerza tanto en el mundo, no es imperio diferente del
romano, sino parte que procede de él y le constituye
y compone. Y lo que dice Zacarías de la cuadrilla
■cuarta, cuyos caballos dice que eran manchados y
fuertes, lo declaran ansí: que sea esta cuadrilla este
postrero imperio de los romanos, el cual por la parte
de él, que son los moros y turcos, se llama fuerte; y por
la parte del occidental, que está en Alemania, adonde
los emperadores no se suceden, sino se eligen de di-
ferentes familias, se nombra vario ó manchado.
Y á lo que yo puedo juzgar, Daniel en dos lugares
parece que favorece algo á esta sentencia. Porque en
el capítulo segundo, hablando de la estatua en que se
significó el proceso y cualidades de todos los imperios
terrenos, dice i que las canillas de ella eran de hierro,
y los pies de hierro y de barro mezclados, y las cani-
llas y los pies, como todos confiesan, no son imagen
de dos diferentes imperios, sino del imperio romano
sólo, el cual en sus primeros tiempos fué todo de hie-
rro, por razón de la grandeza y fortaleza suya, que
puso á toda la redondez debajo de sí; mas agora en lo
último, lo occidental de él es flaco y como de barro, y
lo oriental, que tiene en Constantinopla su silla, es
muy fuerte y muy duro.
Y que este hierro duro de los pies, que según este
parecer representa á los turcos, nazca y proceda del
hierro de las canillas, que son los antiguos romanos,
y que ansí éstos como aquéllos pertenezcan á un mis-
mo reino, parece que lo testificó Daniel en el mismo
lugar, cuando, según el texto latino, dice a: que del
1 Daniel, n, 33. 2 Ibidem, ii, 33.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 225
tronco, ó como si dijésemos de la raíz del hierro de
las canillas, nacía el hierro que se mezclaba con el
barro en los pies.
Y ni más ni menos el mismo profeta en el capítulo
«óptimo, en la cuarta bestia terrible, que sin duda son
los romanos, parece que afirma lo mismo; porque
dice x que tenía diez cuernos, y que después le nació
un otro cuerno pequeño, que creció mucho y que-
brantó tres de los otros. El cual cuerno parece que es
el reino del turco, que comenzó de pequeños y bajos
principios, y con su gran crecimiento tiene ya que-
brantadas y sujetadas á sí dos sillas poderosas del im-
perio romano, la de Constantinopla y la de los Solda-
nes de Egipto, y anda cerca de hacer lo mismo con al-
guna de las otras que quedan. Y si este cuerno es el
reino del turco, cierto es que este reino es parte del
reino de los romanos, y parte que se encierra en él;
pues es cuerno, como dice Daniel, que nace en la
cuarta bestia, en la cual se representa el imperio ro-
mano, como dicho es. Ansí que, algunos hay á quienes
•esto parece, según los cuales se responde fácilmente,
Sabino, á vuestra cuestión.
Pero, si tengo de decir lo que siento, yo hallé siem-
pre en ello grandísima dificultad. Porque, ¿qué hay
en los turcos por donde se puedan llamar romanos, ó
su imperio pueda ser habido por parte del imperio
romano? ¿Linaje? Por la historia sabemos que no lo
hay. ¿Leyes? Son muy diferentes. ¿Forma de gobierno
y de república? No hay cosa en que menos convengan.
¿Lengua, hábito, estilo de vivir ó de religión? No se
podrán hallar dos naciones que más se diferencien en
«sto. Porque decir que pertenece al imperio romano
su imperio porque vencieron á los emperadores roma-
nos, que tenían en Constantinopla su silla, y derro-
cándolos de ella, les sucedieron; si juzgamos bien, es
decir que todos los cuatro imperios no son cuatro di-
ferentes imperios, sino sólo un imperio; porque á los
i Daniel, vn, 8.
15
226 FRAY LUIS DE LEÓN
caldeos vencieron los persas, y les sucedieron en Ba-
bilonia, que era su silla; en la cual los persas estuvie-
ron asentados por muchos años, hasta que sucedien-
do los griegos, y siendo su capitán Alejandro, se la de-
jaron á su pesar, y á los griegos después los romanos
los depusieron. Y ansí, si el suceder en el imperio y
asiento mismo, hace que sea uno mismo el imperio de
los que suceden y de aquellos á quienes se sucede, no
ha habido más de un imperio jamás.
Lo cual, Sabino, como vos veis, ni se puede enten-
der bien ni decir. Por donde algunas veces me inclino
á pensar que los profetas del Viejo Testamento hicie-
ron mención de cuatro reinos solos, como, Sabino,
decís; y que no encerraron en ellos el mando y poder
de los turcos^ ni por caso tuvieron luz de él. Porque
su fin acerca de este artículo, era profetizar el orden y
sucesión de los reinos que había de haber en la tierra,,
hasta que comenzase en ella á descubrirse el reino
de Cristo, que era el blanco de su profecía, y aquello
de cuyo feliz principio y suceso querían dar noticia á
las gentes. Mas si después del nacimiento de Cristo y
de su venida, y del comienzo de su reinar, y en el mis-
mo tiempo en que va agora reinando con la espada en
la mano, y venciendo á sus enemigos, y escogiendo de
entre ellos á su Iglesia querida para reinar El sólo en
ella gloriosa y descubiertamente por tiempo perpetuo;
ansí que, si en este tiempo que digo, desde que Cristo
nació hasta que se cierren los siglos, se había de le-
vantar en el mundo algún otro imperio terreno fuerte
y poderoso, y no menor que los cuatro pasados; de eso,
como de cosa que no pertenecía á su intento, no dije-
ron nada los que profetizaron antes de Cristo, sino
dejólo eso la providencia de Dios para descubrirlo á
los profetas del Testamento Nuevo, y para que ellos lo
dejasen escrito en las Escrituras que de ellos la Iglesia
tiene.
Y ansí, San Juan en el Apocalipsis, si yo no me en-
gaño mucho, hace clara mención; clara digo, cuanto le
es dado al profeta, de este imperio del turco, y no
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 227
como de imperio que pertenece á ninguno de los cua-
tro de quienes en el Testamento Viejo se dice, sino
como de imperio diferente de ellos, y quinto imperio.
Porque dice en el capítulo decimotercero x que vio
una bestia que subía de la mar, con siete cabezas y
diez cuernos y otras tantas coronas; y que ella era se-
mejante á un pardo en el cuerpo, y que los pies eran
como de oso, y la boca semejante á la del león. Y no
podemos negar sino que esta bestia es imagen de al-
gún grande reino é imperio, ansí por el nombre de bes-
tia, como por las coronas y cabezas y cuernos que tie-
ne; y señaladamente porque, declarándose el mismo
San Juan, dice poco después que le fué concedido á
esta bestia que moviese guerra á los santos y que los
venciese, y que le fué dado poderío sobre todas las
tribus y pueblos y lenguas y gentes. Y ansí como es
averiguado esto, ansí también es cosa evidente y no-
toria que esta bestia no es alguna de las cuatro que
vio Daniel; sino muy diferente de todas ellas, ansí
como la pintura que de ella hace San Juan es muy
diferente. Luego si esta bestia es imagen de reino, y
es bestia desemejante de las cuatro pasadas, bien se
concluye que había de haber en la tierra un imperio
quinto después del nacimiento de Cristo, además de
los cuatro que vieron Zacarías y Daniel, que es este
que vemos.
Y á lo que, Sabino, decís, que si Cristo naciendo y
comenzando á reinar por la predicación de su dichoso
Evangelio, había de reducir á polvo y á nada los reinos
y principados del suelo, como lo figuró^ Daniel en la
piedra que hirió y deshizo la estatua, ¿cómo se com-
padecía que después de nacido El, no sólo durase el
imperio romano, sino naciese y se levantase otro tan
poderoso y tan grande? A esto se ha de decir (y es cosa
muv digna de que se advierta y entienda), que este
golpe que dio en la estatua la piedra, y este herir
Cristo y desmenuzar los reinos del mundo, no es golpe
1 Apocalip., xiu, 1.
228 FRAY LUIS DE LEÓN
que se dio en un breve tiempo y se pasó luego, ó golpe
que hizo todo su efecto junto en un mismo instante;
sino golpe que se comenzó á dar cuando se comenzó
á predicar el Evangelio de Cristo, y se dio después en
el discurso de su predicación y se va dando agora, y
que durará golpeando siempre, y venciendo hasta que
todo lo que le ha sido adverso, y en lo venidero le
fuere, quede deshecho y vencido.
De manera que el reino del cielo, comenzando y
saliendo á luz, poco á poco va hiriendo la estatua, y
persevera hiriéndola por todo el tiempo que tardare él
de llegar á su perfecto crecimiento, y de salir á su luz
gloriosa y perfecta. Y todo esto es un golpe con el cual
ha ido deshaciendo, y continuamente deshace, el poder
que Satanás tenía usurpado en el mundo, derrocando
agora en una gente, agora en otra, sus ídolos, y des-
haciendo su adoración. Y como va venciendo esta da-
ñada cabeza, va también juntamente venciendo sus
miembros; y no tanto deshaciendo el reino terreno,
que es necesario en el mundo, cuanto derrocando
todas las condiciones de reinos y de gentes que le son
rebeldes, destruyendo á los contumaces y ganando
para sí, y para mejor y más bienaventurada manera de
reino, á los que se le sujetan y rinden. Y de esta ma-
nera, y de las caídas y ruinas del mundo saca El y
allega su Iglesia; para, en teniéndola entera como de-
cíamos, todo lo demás, como á paja inútil,, enviarlo al
eterno fuego, y El sólo con ella sola abierta y des-
cubiertamente reinar glorioso y sin fin. Y con esto
mismo, Sabino, se responde á lo que últimamente pre-
guntasteis.
Porque habéis de entender que este reino de Cristo
tiene dos estados, ansí respecto de cada un particular
en quien reina secretamente, como respecto de todos
en común, y de lo manifiesto de él y de lo público. El
un estado es de contradicción y de guerra; el otro
será de triunfo y de paz. En el uno tiene Cristo vasa-
llos obedientes, y tiene también rebeldes; en el otro
todo le obedecerá y servirá con amor. En éste quebran-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO SEGUNDO 229
ta con vara de hierro á lo rebelde, y gobierna con amor
á lo subdito; en aquél todo le será subdito de voluntad.
Y para declarar esto más, y tratando del reino que
tiene Cristo en cada un alma justa, decimos que de una
manera reina Cristo en cada uno de los justos aquí, y
de otra manera reinará en el mismo después; no de ma-
nera que sean dos reinos, sino un reino que comen-
zando aquí, dura siempre, y que tiene según la diferen-
cia del tiempo diversos estados.
Porque aquí lo superior del alma está sujeto de vo-
luntad á la gracia, que es como una imagen de Cristo
y lugarteniente suyo hecho por El, y puesto en ella por
El, para que le presida y le dé vida, y la rija y gobier-
ne. Mas rebelase contra ella, y pretende hacerle con-
tradicción siguiendo la vereda de su apetito la carne y
sus malos deseos y afectos. Mas pelea la gracia, ó por
mejor decir, Cristo en la gracia, contra estos rebeldes;
y como el hombre consienta ser ayudado de ella, y no
resista á su movimiento, poco á poco los doma y los
sujeta, y va extendiendo el vigor de su fuerza insensi-
blemente por todas las partes y virtudes del alma; y
ganando sus fuerzas, derrueca sus malos apetitos de
ella; y á sus deseos, que eran como sus ídolos, se los
quita y deshace.
Y finalmente, conquista poco á poco á todo este rei-
no nuestro interior, y reduce á su sola obediencia to-
das las partes de él; y queda ella hecha señora única,
y reina resplandeciendo en el trono del alma, y no
sólo tiene debajo de sus pies á los que le eran rebel-
des, mas desterrándolos del alma y desarraigándolos de
ella, hace que no sean, dándoles perfecta muerte. Lo
cual se pondrá por obra enteramente en la resurrec-
ción postrera, adonde también se acabará el primer
estado de este reino, que hemos llamado estado de
guerra y de pelea, y comenzará el segundo estado de
triunfo y de paz.
Del cual tiempo dice bien San Macario *: «Porque
1 Homil. 13.
230 FRAY LUIS DE LEÓN
entonces, dice, se descubrirá por de fuera en el cuer-
po lo que agora tiene atesorado el alma dentro de sí;
ansí como los árboles, en pasando el invierno, y ha-
biendo tomado calor la fuerza que en ellos se encie-
rra, con el sol y con la blandura del aire arrojan afuera
hojas y flores y frutos. Y ni más ni menos como las yer-
bas en la misma sazón sacan afuera sus flores, que te-
nían encerradas en el seno del suelo, con que la tierra
y las yerbas mismas se adornan. Que todas estas cosas
son imágenes de lo que será en aquel día en los bue-
nos cristianos.»
«Porque todas las almas amigas de Dios, esto es, to-
dos los cristianos de veras, tienen su mes de Abril, que
es el día cuando resucitaren á vida; adonde con la fuer-
za del Sol de justicia saldrá afuera la gloria del Espí-
ritu-Santo, que cobijará á los justos sus cuerpos. La
cual gloria tienen agora encubierta en el alma; que lo
que agora tienen, eso sacarán entonces á la clara en el
cuerpo.»
«Pues digo que este es el mes primero del año; este
el mes con que todo se alegra; éste viste los desnudos
árboles desatando la tierra; éste en todos los animales
produce deleite; y éste es el que regocija todas las co-
sas. Pues éste, por la misma manera, es en la resurrec-
ción su verdadero abril á los buenos, que les vestirá
de gloria los cuerpos, de la luz que agora contienen en
sí mismas sus almas; esto es, de la fuerza y poder del
espíritu, el cual entonces les será vestidura rica, y
mantenimiento, y bebida, y regocijo, y alegría, y paz,
y vida eterna.»
Esto dice Macario. Porque de allí en adelante, toda
el alma y todo el cuerpo quedarán sujetos perdura-
blemente á la gracia; la cual, ansí como será señora
entera del alma, ansimismo hará que el alma se ense-
ñoree del todo del cuerpo. Y como ella, infundida has-
ta lo más íntimo de la voluntad y razón, y embebi-
da por todo su ser y virtud, le dará ser de Dios y la
transformará casi en Dios; ansí también hará que,
lanzándose el alma por todo el cuerpo, y actuándole
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 231
perfectísimamente, le dé condiciones de espíritu y casi
le transforme en espíritu. Y ansí, el alma vestida de
Dios verá á Dios, y tratará con El conforme al estilo del
cielo; y el cuerpo, casi hecho otra alma, quedará dotado
de sus cualidades de ella, esto es, de inmortalidad, y de
luz, y de ligereza, y de un ser impasible. Yambos jun-
tos, el cuerpo y el alma, no tendrán ni otro ser ni otro
querer, ni otro movimiento alguno más de lo que la
gracia de Cristo pusiere en ellos, que ya reinará en
ellos para siempre gloriosa y pacífica.
Pues lo que toca á lo público y universal de este
reino, va también por la misma manera. Porque agora,
y cuanto durare la sucesión de estos siglos, reina en el
mundo Cristo con contradicción; porque unos le obede-
cen y otros se le rebelan; y con los sujetos es dulce, y
con los rebeldes y contradicientes tiene guerra perpe-
tua. Por medio de la cual, y según las secretas y no
comprensibles formas de su infinita providencia y po-
der, los ha ido y va deshaciendo.
Primero, como decía, derrocando las cabezas, que
son los demonios, que en contradicción de Dios y de
Cristo se habían levantado con el señorío de todos los
hombres, sujetándolos á sus vicios é ídolos. Ansí que,
primero derrueca á éstos, que son los caudillos de toda
la infidelidad y maldad, como lo vimos en los siglos
pasados, y agora en el nuevo mundo lo vemos. Porque
sola la predicación del Evangelio, que es decir la vir-
tud y la palabra de sólo Cristo, es lo que siempre ha
deshecho la adoración de los ídolos.
Pues derrocados éstos, lo segundo, á los hombres
que son sus miembros de ellos, digo, á los hombres que
siguen su voz y opinión, y que son en las costumbres
y condiciones como otros demonios, los vence también:
ó reduciéndolos á la verdad, ó, si perseveran en la
mentira duros, quebrándolos y quitándolos del mundo
y de la memoria.
Ansí ha ido siempre desde su principio el Evangelio;
y como el sol, que moviéndose siempre y enviando
siempre su luz, cuando amanece á los unos, á los otros
232 FRAY LUIS DE LEÓN
se pone, ansí el Evangelio y la predicación de doc-
trina de Cristo, andando siempre y corriendo de unas
gentes á otras, y pasando por todas, y amaneciendo á
las unas, y dejando las que alumbraba antes en os-
curidad, va levantando fieles y derrocando imperios,
ganando escogidos y asolando los que no son ya de
provecho ni fruto.
Y si permite que algunos reinos infieles crezcan en
señorío y poder, hácelo para por su medio de ellos
traer á perfección las piedras que edifican su Iglesia. Y
ansí, aun cuando éstos vencen, El vence y vencerá
siempre; é irá por esta manera de continuo añadiendo
nuevas victorias, hasta que cumpliéndose el número
determinado de los que tiene señalados para su reino,
todo lo demás, como á desaprovechado é inútil, ven-
cido ya y convencido por sí, lo encadene en el abismo
donde no parezca sin fin. Que será cuando tuviere fin
este siglo, y entonces tendrá principio el segundo es-
tado de este gran reino, en el cual desechadas y olvi-
dadas las armas, sólo se tratará de descanso y de triun-
fo; y los buenos serán puestos en la posesión de la tie-
rra y del cielo, y reinará Dios en ellos sólo y sin térmi-
no, que será estado mucho más feliz y glorioso de lo
que ni hablar ni pensar se puede; y del uno y del otro
estado escribió San Pablo maravillosamente, aunque
con breves palabras.
Dice á los de Corinto l : «Conviene que reine El has-
ta que ponga á todos sus enemigos debajo de sus pies;
y á la postre de todos será destruida la muerte enemi-
ga. Porque todo lo sujetó á sus pies; mas cuando dice
que todo le está sujeto, sin duda se entiende todo, ex-
cepto Aquel que se lo sujetó. Pues cuando todo le es-
tuviere sujeto, entonces el mismo Hijo estará sujeto á
Aquel que le sujetó á Él todas las cosas, para que Dio*
sea en todos todas las cosas».
Dice que conviene que reine Cristo hasta que ponga
debajo de sus pies á sus enemigos, y hasta que deje en
1 I Corint., iv, 25.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 23&
vacío á todos los demás señoríos. Y quiere decir que
conviene que el reino de Cristo, en el estado que deci-
mos de guerra y de contradicción, dure hasta que ha-
biéndolo sujetado todo, alcance entera victoria de todo.
Y dice que cuando hubiere vencido á lo demás, lo pos-
trero de todo vencerá la muerte, último enemigo; por-
que, cerrados los siglos y deshechos todos los rebeldes,
dará fin á la corrupción y á la mudanza, y resucitará
los suyos gloriosos para más no morir, y con esto se
acabará el primer estado de su reino de guerra, y na-
cerá la vida y la gloria; y, lleno de despojos y de ven-
cimientos, presentará su Iglesia á su Padre, que rei-
nará en ella juntamente con su Hijo en felicidad sem-
piterna.
Y dice que entonces, esto es, en aquel estado segun-
do, será Dios en todos todas las cosas, por dos razones^
Una, porque todos los hombres, y todas las partes, y
sentidos é inclinaciones que en cada uno de ellos hay,
le estarán obedientes y sujetos, y reinará en ellos la ley
de Dios sin contienda, que, como vemos en la oración
que el Señor nos enseña, estas dos cosas andan juntas
ó «asi son una misma, el reinar Dios y el cumplir nos-
otros su voluntad y su ley enteramente, ansí como se
cumple en el cielo. Y la otra razón es porque será Dio»
entonces El sólo y por sí para su reino, todo aquello
que á su reino fuere necesario y provechoso. Porque
El les será el príncipe y el corregidor, y el secretario y
el consejero; y todo lo que agora se gobierna por dife-
rentes ministros, El por sí sólo lo administrará con los
suyos; y El mismo les será la riqueza y el dador de-
ella, el descanso, el deleite, la vida.
Y como Platón dice del oficio del rey, que ha de ser
de pastor, ansí como llama Homero á los reyes, porque
ha de ser para sus subditos todo, como el pastor para
sus ovejas lo es: porque él las apacienta y las guía y
las cura y las lava y las trasquila y las recrea; ansí
Dios será entonces con su dichoso ganado muy más
perfecto pastor, ó será alma en el cuerpo de su Igle-
sia querida; porque junto entonces y enlazado con
234 FRAY LUIS DE LEÓN
-ella, y metido por toda ella por manera maravillosa
hasta lo íntimo, ansí como ahora por nuestra alma
sentimos, ansí en cierta manera entonces veremos y
sentiremos y entenderemos, y nos moveremos por Dios,
y Dios echará rayos de sí por todos nuestros sentidos,
y nos resplandecerá por los rostros.
Y como en el hierro encendido no se ve sino fuego,
ansí lo que es hombre casi no será sino Dios, que con
su Cristo reinará enseñoreado perfectamente de todos.
De cuyo reino ó de la felicidad de este su estado pos-
trero, ¿qué podemos mejor decir que lo que dice el
Profeta? * «Di alabanzas, hija de Sión; gózate con jú-
bilo, Israel; alégrate y regocíjate de todo tu corazón,
Tuja de Jerusalén; que el Señor dio fin á tu castigo,
apartó de ti su azote, retiró tus enemigos el Rey de
Israel. El Señor en medio de ti, no temerás mal de
aquí en adelante».
O como otro profeta lo dijo 2: «No sonará ya de allí
adelante en tu tierra maldad ni injusticia, ni asola-
miento ni destrucción en tus términos; la salud se
enseñoreará por tus muros, y en las puertas tuyas
sonará voz de loor. No te servirás de allí adelante del
sol para que te alumbre en el día, ni el resplandor
de la luna será tu lumbrera; mas el Señor mismo te
valdrá por sol sempiterno y será tu gloria y tu her-
mosura tu Dios. No se pondrá tu sol jamás, ni tu luna
se amenguará; porque el Señor será tu luz perpetua,
que ya se fenecieron de tu lloro los días. Tu pueblo
iodo serán justos todos, heredarán la tierra sin fin,
que son fruto de mis posturas, obra de mis manos
para honra gloriosa. El menor valdrá por mil, y el
pequeñito más que una gente tortísima, que yo soy el
Señor, y en su tiempo yo lo haré en un momento».
Y en otro lugar 3: «Serán allí en olvido puestas las
•congojas primeras, y ellas se les esconderán de los
ojos. Porque yo criaré nuevos cielos y nueva tierra,
1 Sophon, ui" 14. 2 Isai., lx, 18. 3 Isai., lxv, 16.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO,— LIBRO SEGUNDO 235
y los pasados no serán remembrados ni subirán á las
mentes. Porque yo criaré á Jerusalén regocijo, y ale-
gría á su pueblo, y me regocijaré yo en Jerusalén, y
en mi pueblo me gozaré. Voz de lloro ni voz lamenta-
ble de llanto no será ya allí más oída, ni habrá más
•en ella niño en días, ni anciano que no cumpla sus
años; porque el de cien años mozo perecerá, y el que
de cien años pecador fuere será maldito. Edificarán y
morarán, plantarán viñas y comerán de sus frutos.
No edificarán y morarán otros, no plantarán y será
de otro comido. Porque conforme á los días del árbol
de vida, será el tiempo del vivir de mi pueblo. Las
obras de sus manos se envejecerán por mil siglos.
Mis escogidos no trabajarán en vano, ni engendrarán
para turbación y tristeza. Porque ellos son genera-
ciones de los benditos de Dios, y es lo que de ellos
nace, cual ellos. Y será que antes que levanten la
voz, admitiré su pedido, y en el menear de la lengua
yo los oiré. El lobo y el cordero serán apacentados
como uno, el león comerá heno ansí como el buey, y
polvo será su pan de la sierpe. No maleficiarán, no
contaminarán, dice el Señor, en toda la santidad de
mi monte».
Calló Marcelo un poco luego que dijo esto, y luego
tornó á decir:
— Bastará, si os parece, para lo que toca al nombre
de Rey lo que hemos agora dicho, dado que mucho
más se pudiera decir; mas es bien que repartamos el
tiempo con lo que resta.
Y tornó luego á callar. Y descansando, y como re-
cogiéndose todo en sí mismo por un espacio pequeño,
alzó después los ojos al cielo, que ya estaba sembrado
de estrellas, y teniéndolos en ellas como enclavados,
comenzó á decir ansí:
236 FRAY LUIS DE LEÓN
CAPÍTULO III
Explícase qué cosa es paz, cómo Cristo es su autor, y por tanto
llamado Príncipe de paz.
Guando la razón no lo demostrara, ni por otro ca-
mino se pudiera entender cuan amable cosa sea la
paz, esta vista hermosa del cielo que se nos descubre
agora, y el concierto que tienen entre sí estos resplan-
dores que lucen en él, nos dan de ello suficiente tes-
timonio. Porque ¿qué otra cosa es, sino paz, ó cierta-
mente una imagen perfecta de paz, esto que agora
yernos en el cielo y que con tanto deleite se nos vie-
ne á los ojos? Que si la paz es, como San Agustín bre-
ve y verdaderamente concluye, un orden sosegado ó
un tener sosiego y firmeza en lo que pide el buen
orden, eso mismo es lo que nos descubre agora esta
imagen. Adonde el ejército de las estrellas, puesto
como en ordenanza y como concertado por sus hile-
ras, luce hermosísimo, y adonde cada una de ellas in-
violablemente guarda su puesto, adonde no usurpa
ninguna el lugar de su vecina ni la turba en su oficio,
ni menos olvidada del suyo, rompe jamás la ley eterna
y santa que le puso la Providencia; antes como her-
manadas todas y como mirándose entre sí, y comu-
nicándose sus luces las mayores con las menores, se
hacen muestra de amor, y como en cierta manera se
reverencian unas á otras, y todas juntas templan á
veces sus rayos y sus virtudes, reduciéndolas á una
pacífica unidad de virtud, de partes y aspectos dife-
rentes compuesta, universal y poderosa sobre toda
manera.
Y si ansí se puede decir, no sólo son un dechado de
paz clarísimo y bello, sino un pregón y un loor que
con voces manifiestas y encarecidas nos notifica cuan
excelentes bienes son los que la paz en sí contiene, y
los que hace en todas las cosas. La cual voz y pregón
sin ruido se lanza en nuestras almas, y de lo que en
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 237
ellas lanzada hace, se ve y enciende bien la eficacia
suya y lo mucho que las persuade. Porque luego,
como convencidas de cuánto les es útil y hermosa la
paz, se comienzan ellas á pacificar en sí mismas y á
poner á cada una de sus partes en orden.
Porque si estamos atentos á lo secreto que en nos-
otros pasa, veremos que este concierto y orden de las
estrellas, mirándolo, pone en nuestras almas sosiego,
y veremos que con sólo tener los ojos enclavados en
él con atención, sin sentir en qué manera, los deseos
nuestros y las afecciones turbadas que confusamente
movían ruido en nuestros pechos de día, se van aquie-
tando poco á poco; y, como adormeciéndose, se repo-
san tomando cada una su asiento, y reduciéndose á
su lugar propio, se ponen sin sentir en sujeción y
concierto. Y veremos que, ansí como ellas se humi-
llan y callan, ansí lo principal y lo que es señor en el
alma, que es la razón, se levanta y recobra su dere-
cho y su fuerza, y como alentada con esta vista celes-
tial y hermosa, concibe pensamientos altos y dignos
de sí, y como en una cierta manera se recuerda de su
primer origen, y al fin pone todo lo que es vil y bajo
en su parte, y huella sobre ello. Y ansí, puesta ella en
su trono como emperatriz, y reducidas á sus lugares
todas las demás partes del alma, queda todo el hom-
bre ordenado y pacífico.
Mas ¿qué digo de nosotros que tenemos razón? Esto
insensible y esto rudo del mundo, los elementos, y la
tierra, y el aire, y los brutos se ponen todos en orden
y se aquietan, luego que poniéndose el sol se les re-
presenta este ejército resplandeciente. ¿No veis el si-
lencio que tienen agora todas las cosas, y cómo parece
que mirándose en este espejo bellísimo, se componen
todas ellas y hacen paz entre sí, vueltas á sus lugares
y oficios, y contentas con ellos?
Es sin duda el bien de todas las cosas universal-
mente la paz; y ansí, donde quiera que la ven la
aman. Y no sólo ella, mas la vista de su imagen de
ella las enamora y las enciende en codicia de áseme-
238 FRAY LUIS DE LEÓN
jársele, porque todo se inclina fácil y dulcemente á
su bien. Y aun si confesamos, como es justo confesar,
la verdad, no solamente la paz es amada generalmente
de todos, mas sola ella es amada y seguida y procura-
da por todos. Porque cuanto se obra en esta vida por
los que vivimos en ella, y cuanto se desea y afana, es
por conseguir este bien de la paz; y este es el blanco
adonde enderezan su intento, y el bien á que aspiran
todas las cosas. Porque si navega el mercader y si
corre los mares, es por tener paz con su codicia, que
le solicita y guerrea. Y el labrador en el sudor de su
cara y rompiendo la tierra busca paz, alejando de sí
cuanto puede el enemigo duro de la pobreza. Y por
la misma manera, el que sigue el deleite, y el que an-
hela la honra, y el que brama por la venganza, y final-
mente, todos y todas las cosas buscan la paz en cada
una de sus pretensiones. Porque, ó siguen algún bien
que les falta, ó huyen algún mal que los enoja.
Y porque ansí el bien que se busca como el mal
que se padece ó se teme, el uno con su deseo y el
otro con su miedo y dolor, turban el sosiego del alma
y son como enemigos suyos que le hacen guerra, colí-
gese immifiestamente que es huir la guerra y buscar la
paz todo cuanto se hace. Y si la paz es tan grande y
tan único bien, ¿quién podrá ser príncipe de ella, esto
es, causador de ella y principal fuente suya, sino ese
mismo que nos es el principio y el autor de todos los
bienes, Jesucristo, Señor y Dios nuestro? Porque si la
paz es carecer de mal que aflige y de deseo que ator-
menta, y gozar de reposado sosiego, sólo El hace exen-
tas las almas del temer, y las enriquece por tal mane-
ra, que no les queda cosa que poder desear.
Mas para que esto se entienda, será bien que diga-
mos por su orden qué cosa es paz y las diferentes ma-
neras que de ella hay, y si Cristo es príncipe y autor de
ella en nosotros, según todas sus partes y maneras, y
de la forma en cómo es su autor y su príncipe.
— Lo primero de esto que proponéis, dijo entonces
Sabino, paréceme, Marcelo, que está ya declarado por
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 239
vos en lo que habéis dicho hasta agora, adonde lo pro-
basteis con la autoridad y testimonio de San Agustín.
— Es verdad que dije, respondió luego Marcelo, que
la paz, según dice San Agustín, no es otra cosa sino un
orden sosegado ó un sosiego ordenado. Y aunque no
pienso agora determinarla por otra manera, porque
ésta de San Agustín me contenta, todavía quiero insis-
tir algo acerca de esto mismo que San Agustín dice,
para dejarlo más enteramente entendido.
Porque, como veis, Sabino, según esta sentenciaT
dos cosas diferentes son las de que se hace la paz,
conviene á saber, sosiego y orden. Y hácese de ellas
ansí, que no será paz si alguna de ellas, cualquiera
que sea, le faltare. Porque lo primero, la paz pide or-
den, ó por mejor decir, no es ella otra cosa sino que
cada una cosa guarde y conserve su orden. Que lo alto
esté en su lugar, y lo bajo, por la misma manera; que
obedezca lo que ha de servir, y lo que es de suyo se-
ñor que sea servido y obedecido; que haga cada uno
su oficio, y que responda á los otros con el respeto que
á cada uno se debe. Pide, lo segundo, sosiego la paz.
Porque, aunque muchas personas en la república, ó
muchas partes en el alma y en el cuerpo del hom-
bre conserven entre sí su debido orden, y se manten-
gan cada una en su puesto; pero si las mismas están
como bullendo para desconcertarse, y como forcejean-
do entre sí para salir de su orden, aun antes que con-
sigan su intento y se desordenen, aquel mismo bullicio
suyo y aquel movimiento destierra la paz de ellas, y el
moverse ó el caminar al desorden, ó siquiera el no te-
ner en el orden estable firmeza, es sin duda una espe-
cie de guerra.
Por manera, que el orden sólo sin el reposo no hace
paz; ni al revés, el reposo y sosiego, si le falta el orden.
Porque un desorden sosegado (si puede haber sosiego
en el desorden, pero si le hay, como de hecho le pare-
ce haber en aquellos en quienes la grandeza de la
maldad, confirmada con la larga costumbre, amorti-
guando el sentido del bien, hace asiento); ansí que, el
240 FRAY LUIS DE LEÓN
reposo en el desorden y mal no es sosiego de paz, sino
confirmación de guerra; y es, como en las enfermeda-
des confirmadas del cuerpo, pelea y contienda y ago-
nía incurable.
Es, pues, la paz sosiego y concierto. Y porque ansí
el sosiego como el concierto dicen respecto á otro ter-
cero, por eso propiamente la paz tiene por sujeto á la
muchedumbre; porque en lo que es uno, y del todo
sencillo, si no es refiriéndolo á otro, y por respeto de
aquello á quien se refiere, no se asienta propiamente
la paz.
Pues cuanto á este propósito pertenece, podemos
comparar el hombre, y referirlo á tres cosas: lo prime-
ro á Dios, lo segundo á ese mismo hombre, consideran-
do las partes diferentes que tiene, y comparándolas
entre sí; y lo tercero á los demás hombres y gentes
con quienes vive y conversa. Y según estas tres com-
paraciones, entendemos luego que puede haber paz en
él por tres diferentes maneras. Una si estuviere bien
concertada con Dios, otra si él dentro de sí mismo vi-
viere en concierto, y la tercera si no se atravesare ni
encontrare con otros.
La primera consiste en que el alma esté sujeta á
Dios y rendida á su voluntad, obedeciendo enteramen-
te sus leyes, y en que Dios, como en sujeto dispuesto,
mirándola amorosa y dulcemente, influya el favor de
sus bienes y dones. La segunda está en que la razón
mande, y el sentido y los movimientos de él obedez-
can sus mandamientos, y no sólo en que obedezcan,
sino en que obedezcan con presteza y con gusto, de
manera que no haya alboroto entre ellos ninguno ni
rebeldía, ni procure ninguno porque la haya; sino que
gusten ansí todos del estar á una, y les sea ansí agra-
dable la conformidad, que ni traten de salir de ella,
ni por ello forcejeen. La tercera es dar su derecho á
todos cada uno, y recibir cada uno de todos aquello
que se le debe sin pleito ni contienda.
Cada una de estas paces, es para el hombre de
grandísima utilidad y provecho, y de todas juntas se
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. - LIBRO SEGUNDO 241
compone y fabrica toda su felicidad y bienandanza. La
utilidad de la postrera manera de paz, que nos ajunta
estrechamente, y nos tiene en sosiego á los hombres
unos con otros, cada día hacemos experiencia de ella,
y los llorosos males que nacen de las contiendas y de
las diferencias y de las guerras, nos la hacen más co-
nocer y sentir.
El bien de la segunda, que es vivir concertada y pa-
cíficamente consigo mismo, sin que el miedo nos estre-
mezca ni la afición nos inflame, ni nos saque de nues-
tros quicios la alegría vana, ni la tristeza, ni menos el
•dolor, nos envilezca y encoja, no es bien tan conocido
por la experiencia; porque, por nuestra miseria gran-
de, son muy raros los que hacen experiencia de él;
mas convéncese por razón y por autoridad clara-
mente.
Porque ¿qué vida puede ser la de aquel en quien
-sus apetitos y pasiones, no guardando ley ni buena
orden alguna, se mueven conforme á su antojo? ¿La
de aquel que por momentos se muda con aficiones
contrarias, y no sólo se muda, sino muchas veces ape-
tece y desea juntamente lo que en ninguna manera se
compadece estar junto: ya alegre, ya triste, ya confia-
do, ya temeroso, ya vil, ya soberbio? 0 ¿qué vida será
la de aquel en cuyo ánimo hace presa todo aquello
que se le pone delante?: ¿del que todo lo que se le
ofrece al sentido desea?; ¿del que se trabaja por alcan-
zarlo todo, y del que revienta con rabia y coraje por-
que no lo alcanza?; ¿del que lo alcanza hoy, lo abo-
rrece mañana, sin tener perseverancia en ninguna
cosa más de en ser inconstante? ¿Qué bien puede ser
bien entre tanta desigualdad? 0 ¿cómo será posible
que un gusto tan turbado halle sabor en ninguna
prosperidad ni deleite? O por mejor decir, ¿cómo no
turbará y volverá de su calidad malo y desabrido, á
todo aquello que en él se infundiere? No dice esto
mal, Sabino, vuestro poeta h
1 Orat., lib. 1, epist. 2
16
"242 FRAY LUIS DE LEÓN
A quien teme ó desea sin mesura,
su casa y su riqueza ansí le agrada
como á la vista enferma la pintura,
como á la gota el ser muy fomentada,
ó como la vihuela en el oido,
que la podre atormenta amontonada.
Si el vaso no está limpio, corrompido,
aceda todo aquello que infundieres.
Y mejor mucho y más brevemente el Profeta, di-
ciendo 1: «El malo como mar que hierve, que no tiene
sosiego». Porque no hay mar brava en quien los vien-
tos más furiosamente ejecuten su ira, que iguale á la
tempestad y á la tormenta, que yendo unas olas y vi-
niendo otras, mueven en el corazón desordenado del
hombre sus apetitos y sus pasiones. Las cuales á las-
veces le oscurecen el día, y le hacen temerosa la no-
che, y le roban el sueño, y la cama se la vuelven dura7
y la mesa se la hacen trabajosa y amarga, y finalmen-
te, no le dejan una hora de vida dulce y apacible de
veras. Y ansí, concluye diciendo: «Dice el Señor: No
cabe en los malos paz». Y si es tan dañoso este desor-
den, el carecer de él y la paz que lo contradice y que
pone orden en todo el hombre, sin duda es gran bien.
Y por semejante manera se conoce cuan dulce cosa es
y cuan importante es el andar á buenas con Dios y el
conservar su amistad, que es la tercera manera de paz
que decíamos, y la primera de todas tres. Porque de
los efectos que hace su ira en aquellos contra quienes
mueve guerra, vemos por vista de ojos cuan provecho-
sa é importante es su paz.
Jeremías, en nombre de Jerusalén, encarece con llo-
ro el estrago que hizo en ella el enojo de Dios, y las
miserias á que vino por haber trabado guerra con él 2:
«Quebrantó, dice, con ira y braveza toda la fortaleza
de Israel, hizo volver atrás su mano derecha delante
del enemigo, y encendió en Jacob como una llama de
fuego abrasante en derredor. Flechó su arco como con-
1 Isai., lvii, 20. 2 Tren., ii, 3-5.
DE LOS NOMBRES' DE CRISTO. — LIBRO SEGUNDO 243
trario, refirmó su derecha como enemigo, y puso á cu-
chillo todo lo hermoso, y todo lo que era de ver en la
morada de la hija de Sión; derramó como fuego su
gran coraje. Volvióse Dios enemigo, despeñó á Israel,
asoló sus muros, deshizo sus reparos, colmó á la hija
de Judá de bajeza y miseria». Y va por esta manera
prosiguiendo muy largamente.
Mas en el libro de Job se ve como dibujado el mise-
rable mal que pone Dios en el corazón de aquellos con-
tra quienes se muestra enojado h «Sonido, dice, de es-
panto siempre en sus orejas, y cuando tiene paz, se
recela de alguna celada; no cree poder salir de tinie-
blas, y mira en derredor, recatándose por todas partes
de la espada; atemorízale la tribulación y cércale á la
redonda la angustia». Y sobre todos refiriendo Job sus
dolores, pinta singularmente en sí mismo el estrago que
hace Dios en los que se enoja. Y decirlo he en la ma-
nera que nuestro común amigo en verso castellano lo
dijo. Dice, pues:
Veo que Dios los pasos me ha tomado;
cortado me ha la senda, y con oscura
tiniebla mis caminos ha cerrado.
Quitó de mi cabeza la hermosura
^ del rico resplandor con que iba al cielo;
desnudo me dejó con mano dura.
Cortóme en derredor, y vine al suelo
cual árbol derrocado, mi esperanza
el viento la llevó con presto vuelo.
Mostró de su furor la gran pujanza,
airado, y triste yo, como si fuera
contrario, ansí do si me aparta y lanza.
Corrió como en tropel sa escuadra fiera,
y vino y puso cerco á mi inorada.
y abrió por medio de ella gran carrera.
Y si el tener por contrario á Dios, y del andar en
bandos con El nacen estos daños, bien se entiende que
carecerá de ellos el que se conservare en su paz y
1 Job, xv, 21-24.
244 FRAY LUIS DE LEÓN
amistad; y no sólo carecerá de estos daños, mas goza-
rá de señalados provechos. Porque como Dios enojado
y enemigo es terrible, ansí amigo y pacífico es liberal
y dulcísimo. Como se ve en lo que Isaías en su perso-
na de él dice que hará con la congregación santa de
sus amigos y justos *: «Alegraos con Jerusalén, dice, y
regocijaos con ella todos los que la queréis bien; gó-
zaos, gózaos mucho con ella todos lo que la llorabais,
para que á los pechos de su contento puestos, los gus-
téis y os hartéis, para que los exprimáis, y tengáis sobra
de los deleites de su perfecta gloria. Porque el Señor
dice ansí: «Yo derivaré sobre ella como un río de paz, y
como una avenida creciente la gloria de las gentes, de
que gozaréis; traeros han á los pechos, y sobre las ro-
dillas puestos, os harán regalos; como si una madre
acariciase á su hijo, ansí yo os consolaré á vosotros;
con Jerusalén seréis consolados».
Ansí que, cada una de estas tres paces es de mucha
importancia. Las cuales, aunque parecen diferentes,
tienen entre sí cierta conformidad y orden, y nacen
de la una de ellas las otras por esta manera. Por-
que del estar uno concertado y bien compuesto^ den-
tro de sí, y del tener paz consigo mismo, no habiendo
en él cosa rebelde que á la razón contradiga, nace
como de fuente, lo primero el estar en concordia con
Dios, y lo segundo el conservarse en amistad con los
hombres.
Y digamos de cada una cosa por sí. Porque, cuan-
to á lo primero, cosa manifiesta es que Dios, cuando
se nos pacifica y de enemigo se amista, y se desenoja
y ablanda, no se muda El, ni tiene otro parecer ó que-
rer de aquel que tuvo desde toda la eternidad sin
principio, por el cual perpetuamente aborrece lo malo
y ama lo bueno y se agrada de ello; sino el mudarnos
nosotros, usando bien de sus gracias y dones, y el po-
' ner en orden á nuestras almas, quitando lo torcido de
ellas y lo contumaz y rebelde, y pacificando su reino
1 Isai., lxvi, 10-13.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO SEGUNbO 245
y aj listándolas con la ley de Dios; y por este camino,
el quitarnos del cuento y de la lista de los perdidos y
torcidos que Dios aborrece, y traspasarnos al bando de
los buenos que Dios ama, y ser del número de ellos,
eso quita á Dios de enojo y nos torna en su buena
gracia.
No porque se mude ni altere EL ni porque comien-
ce á amar agora otra cosa diferente de lo que amó
siempre; sino porque, mudándonos nosotros, venimos
á figurarnos en aquella manera y forma que á Dios
siempre fué agradable y amable. Y ansí El, cuando nos
convida á su amistad por el Profeta, no nos dice que
se mudará El; sino pídenos que nos convirtamos á El
nosotros, mudando nuestras costumbres. ^Convertios
á mí, dice *, y yo me convertiré á vosotros. > Como di-
ciendo: Volveos vosotros á mí; que haciendo vosotros
esto, por el mismo caso yo estoy vuelto á vosotros, y
os miro con los ojos y con las entrañas de amor con
que siempre estoy mirando á los que debidamente me
miran. Que, como dice David en el Salmo 2: «Los ojos
del Señor sobre los justos, y sus oídos en sus ruegos
de ellos».
Ansí que, Él mira siempre alo bueno con vista de
aprobación y de amor. Porque, como sabéis. Dios y lo
que es amado de Dios siempre se están mirando entre
sí, y como si dijésemos: Dios en el que ama, y el quo
ama á Dios, en ese mismo Dios tiene siempre enclava-
dos los ojos. Dios mira por él con particular providen-
cia, y él mira áDios para agradarle con solicitud y cui-
dado, de lo primero, dice David en el Salmo 3: «Los
ojos del Señor sobre los justos, y sus oídos á sus rue-
gos de ellos». De lo se.srundo dicen ellos también 4:
«Como los ojos de los siervos miran con atención á las
manos y á los semblantes de sus señores, ansí nuestros
ojos los tenemos fijados en Dios». Y en los Cantares
pide el Esposo al alma justa 5 «que le muestre la cara»
1 Zachar., i, 3. 2 Psalm. min, 16. 3 Ibidem.
4 Ibidem, cxxn, 2. 5 Camic. n, 14.
246 FRAY LUIS DE LEÓN
porque ese es oficio del justo. Y á muchos justos, en
las sagradas Letras en particular, para decirles Dios
que sean justos y que perseveren y se adelanten en la
virtud, les dice ansí y les pide que no se escondan de
El, sino que anden en su presencia y que le traigan
siempre delante.
Pues cuando dos cosas en esta manera juntamente
se miran, si es ansí que la una de ellas es inmudable,
y si con esto acontece que se dejen de mirar algún
tiempo, eso de necesidad vendrá; porque la otra que se
podía torcer, usando de su poder, volvió á otra parte
la cara, y si tornaren á mirarse después, será la causa
porque aquella misma que se torció y escondió, volvió
otra vez su rostro hacia la primera, mudándose.
Y de esta misma manera, estándose Dios firme é in-
mudable en sí mismo, y no habiendo más alteración
en su querer y entender que la hay en su vida y en su
ser, porque en El todo es una misma cosa, el ser y el
querer; nuestra mudanza miserable y las veces de
nuestro albedrío, que como vientos diversos juegan
con nosotros, y nos vuelven al mal por momentos, nos
llevan á la gracia de Dios ayudados de ella, y nos sa-
can de ella con su propia fuerza mil veces. Y mudán-
dome yo, hago que parezca Dios mudarse conmigo, no
mudándose El nunca.
Ansí que, por el mismo caso que lo torcido de mi
alma se destuerce, y lo alborotado de ella se pone en
paz y se vuelve (vencidas las nieblas y la tempestad
del pecado) á la pureza y á lo sereno de la luz verda-
dera, Dios luego se desenoja con ella. Y de la paz de
ella, consigo misma criada en ella por Dios, nace la
paz segunda, que, como dijimos, consiste en que Dios
y ella, puestos aparte los enojos, se amen y quieran
bien. Y de la misma manera, eí tener uno paz consigo
es principio ciertísimo para tenerla con todos los otros.
Porque sabida cosa es que lo que nos diferencia y
lo que nos pone en contienda y en guerra á unos con
otros, son nuestros deseos desordenados; y que la fuen-
e de la discordia y rencilla siempre es y fué la mala
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 247
codicia de nuestro vicioso apetito. Porque todas las
diferencias y enojos que los hombres entre sí tienen
siempre, se fundan sobre la pretensión de alguno de
estos bienes que llaman bienes los hombres, como son,
ó el interés ó la honra ó el pasatiempo y deleite; que,
como son bienes limitados y que tienen su cierta tasa,
habiendo muchos que los pretendan sin orden, no bas-
tan á todos, ó vienen á ser para cada uno menores; y
ansí, se embarazan y se estorban los unos á los otros
aquellos que sin rienda los aman. Y del estorbo nace
•el disgusto, y de él el enojo; y al enojo se le siguen los
pleitos y las diferencias, y finalmente las enemistades
capitales y las guerras. Gomo lo dice Santiago, casi
por estas mismas palabras h «¿De dónde hay en vos-
otros pleitos y guerras, sino por causa de vuestros de-
seos malos?» '
Y al revés, el hombre de ánimo bien compuesto y
que conserva paz y buen orden consigo, tiene atajadas
y como cortadas casi todas las ocasiones, y cuanto es
de su parte, sin duda todas las que le pueden encon-
trar con los hombres. Que si los otros se desentrañan
por estos bienes, y si á rienda suelta y como desalen-
tados siguen en pos del deleite, y se desvelan por las
riquezas, y se trabajan y fatigan por subir á mayor gra-
do y á mayor dignidad, adelantándose á todos; este que
digo, no se les pone delante para hacerles dificultad ó
para cerrarles el paso, antes haciéndose á su parte, y
rico y contento con los bienes que posee en su alma.
Jes deja á los demás campo ancho, y cuanto es de su
parte bien desembarazado, adonde á su contento se es-
pacien. Y nadie aborrece al que en ninguna cosa le
daña. Y" el que no ama lo que los otros aman, y ni quie-
re ni pretende quitar de las manos y de las uñas á nin-
guno su bien, no daña á ninguno.
Ansí que, como la piedra que en el edificio está asen-
tada en su debido lugar, ó por decir cosa más propia,
como la cuerda en la música, debidamente templada
1 Jacobi, iv, 1.
248 FRAY LUIS DE LEÓN
en sí misma, hace música dulce con todas las demás--
cuerdas, sin disonar con ninguna; ansí el ánimo bien
concertado, dentro de sí, y que vive sin alboroto, y tie-
ne siempre en la mano la rienda de sus pasiones y de
todo lo que en él puede mover inquietud y bullicio,
consuena con Dios y dice bien con los hombres, y te-
niendo paz consigo mismo, la tiene con los demás. Y
como dijimos, estas tres paces andan eslabonadas en-
tre sí mismas, y de la una de ellas nacen, como de-
fuente, las otras, y esta de quien nacen las demás es
aquella que tiene su asiento en nosotros.
De la cual San Agustín dice bien en esta manera h
«Vienen á ser pacíficos en sí mismos los que, poniendo
primero en concierto todos los movimientos de su al-
ma, y sujetándolos á la razón, esto es, á lo principal del
alma, y espíritu, y teniendo bien domados los deseos
carnales, son hechos reino de Dios, en el cual todo está
ordenado; ansí que, mande en el hombre lo que en él
es más excelente, y lo demás en que convenimos con
los animales brutos no le contradiga; y eso mismo ex-
celente, que es la razón, esté sujeta á lo que es mayor
que ella, esto es, á la verdad misma, y al Hijo unigénito
de Dios que es la misma verdad. Porque no le será por
sible á la razón tener sujeto lo que es inferior, si ella
á lo que superior le es no sujetare á sí misma». Y esta
es la paz que se concede en el suelo á los hombres de
buena voluntad, y la en que consiste la vida del sabio-
perfecto.
Mas dejando esto aquí, averigüemos agora y veamos,,
que ya el tiempo lo pide, qué hizo Cristo para poner
el reino de nuestras almas en paz, y por dónde es lla-
mado príncipe de ella. Que decir que es príncipe de
esta obra, es decir no sólo que El la hace, mas que es
sólo El el que la puede hacer, y que es el que se aven-
taja entre todos aquellos que han pretendido el hacer
este bien; lo cual ciertamente han pretendido muchos,
pero no les ha sucedido á ninguno. Y ansí, hemos de
1 De serm. Domini tu monte
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO SEGUNDO 219
asentar por muy ciertas dos cosas: una que la reli-
gión, ó la policía, ó la doctrina, ó maestría que no en-
gendra en nuestras almas paz y composición de afec-
tos y de costumbres, no es Cristo ni religión suya por
ninguna manera; porque, como sigue la luz al sol, ansí
este beneficio acompaña á Cristo siempre, y es infali-
ble señal de su virtud y eficacia.
La otra cosa es, que ninguno jamás, aunque lo pre-
tendieron muchos, pudo dar este bien á los hombres
sino Cristo y su ley. Por manera que no solamente es
obra suya esta paz, mas obra que El sólo la supo-
hacer, que es la causa por donde es llamado su prín-
cipe. Porque unos atendiendo á nuestro poco saber, é-
imaginando que el desorden de nuestra vida nacía so-
lamente de la ignorancia, parecióles que el remedio-
era desterrar de nuestro entendimiento las tinieblas
del error, y ansí pusieron su cuidado y diligencia en
solamente dar luz al hombre con leyes, y en ponerle-
penas que le indujesen con su temor á aquello que le
mandaban las leyes. De esto, como agora decíamos,,
trató la ley vieja, y muchos otros hombres que orde-
naron leyes atendieron á esto, y mucha parte de los
antiguos filósofos escribieron grandes libros acerca de-
este propósito.
Otros, considerando la fuerza que en nosotros tiene-
la carne y la sangre, y la violencia grande de sus mo-
vimientos, persuadiéronse que de la compostura y
complexión del cuerpo manaban, como de fuente, la
destemplanza y turbaciones del alma, y que se podría
atajar este mal con sólo cortar esta fuente. Y porque-
el cuerpo se ceba y se sustenta con lo que se come,
tuvieron por cierto que con poner en ello orden j
tasa se reduciría á buen orden el alma, y se conserva-
ría siempre en paz y salud. Y ansí, vedaron unos man-
jares, los que les pareció que, comidos con su vicioso-
jugo, acrecentarían las fuerzas desordenadas y los
malos movimientos del cuerpo; y de otros señalaron
cuándo y cuanto de ellos se podía comer; y orde-
naron ciertos ayunos y ciertos lavatorios, con otros
250 FRAY LUIS DE LEÓN
semejantes ejercicios, enderezados todos á adelga-
zar el cuerpo, criando en él una santa y limpia tem-
planza.
Tales fueron los filósofos indios; y muchos sabios
de los bárbaros siguieron por este camino. Y en las
leyes de Moisés algunas de ellas se ordenaron para
esto también. Mas ni los unos ni los otros salieron con
su pretensión; porque, puesto caso que estas cosas
sobredichas todas ellas son útiles para conseguir este
fin de paz que decimos, y algunas de ellas muy nece-
sarias, mas ninguna de ellas, ni juntas todas, no son
bastantes ni poderosas para criar en el alma esta paz
enteramente; ni para desterrar de ella, ó á lo menos
para poner en concierto en ella, estas olas de pasiones
y movimientos furiosos que la alteran y turban. Porque
habéis de entender que en el hombre, en quien hay
alma y hay cuerpo, y en cuya alma hay voluntad, y ra-
zón, por el grande estrago que hizo en él el pecado
primero, todas estas tres cosas quedaron miserable-
mente dañadas. La razón con ignorancias, el cuerpo y
la carne con sus malos siniestros, dejados sin rienda;
y la voluntad, que es la que mueve en el reino del hom-
bre, sin gusto para el bien y golosa para el mal, y per-
didamente inclinada, y como despojada del aliento del
cielo, y como revestida de aquel malo y ponzoñoso es-
píritu de la serpiente, de quien esta mañana tantas ve-
ces y tan largamente decíamos.
Y con esto, que es cierto, habéis también de enten-
der que de estos tres males y daños, el de la voluntad
es como la raíz y el principio de todos. Porque, como
en el primer hombre se ve, que fué el autor de estos
males, y el primero en quien ellos hicieron prueba y
experiencia de sí mismos, el daño de la voluntad fué el
primero; y de allí se extendió, cundiendo la pestilencia,
_al entendimiento y al cuerpo. Porque Adán no pecó por-
que primero se desordenase el sentido en él; ni porque
la carne, con su ardor violento llevase en pos de sí la
razón; ni pecó por haberse cegado primero su entendi-
miento con algún grave error; que, como dice San Pa-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO SEGUNDO 251
blo *, en aquel artículo no fué engañado el varón; sino
pecó porque quiso lisamente pecar; esto es, porque
abriendo de buena gana las puertas de su voluntad,
recibió en ella el espíritu del demonio, y dándole á él
asiento, la sacó á ella de la obediencia de Dios y de su
santa orden y de la luz y favor de su gracia. Y hecho
una por una este daño, luego de él le nació en el cuer-
po desorden y en la razón ceguedad. Ansí que la fuente
de la desventura y guerra común es la voluntad dañada
y como emponzoñada con esta maldad primera.
Y porque los que pusieron leyes para alumbrar nues-
tro error mejoraban la razón solamente, y los que orde-
naron la dieta corporal, vedando y concediendo man-
jares, templaban solamente lo dañado del cuerpo; y la
fuente del desconcierto del hombre y de estos desór-
denes todos, no tenía asiento ni en la razón ni en el
cuerpo, sino, como hemos dicho, en la voluntad mal-
tratada; como no atajaban la fuente ni atinaban ni po-
dían atinar á poner medicina en esta podrida raíz, por
eso careció su trabajo del fruto que pretendían. Sólo
aquel lo consiguió, que supo conocer este origen; y co-
nocido, tuvo saber y virtud para poner en ella su medi-
cina propia, que fué Jesucristo, nuestra verdadera sa-
lud. Porque lo que remedia este mal espíritu y este
perverso brío, con que se corrompió en su primer prin-
cipio la voluntad, es un otro espíritu santo y del cielo,
y lo que sana esta enfermedad y malicia de ella, es el
don de la gracia, que es salud y verdad. Y esta gracia y
este espíritu sólo Cristo pudo merecerlo y sólo Cristo
lo da; porque, como decíamos acerca del nombre pa-
sado, y es bien que se torne á decir para que se en-
tienda mejor, porque es punto de grande importancia,
no se puede falsear ni contrastar lo que dice San
Juan 2: «Moisés hizo la ley, mas la gracia es obra de
Cristo».
Como si en más palabras dijera: Esto, que es hacer
leyes y dar luz con mandamientos al entendimiento
1 I Timot., u, 14. 2 Joan., i, 15.
252 FRAY LUIS DE LEÓN
del hombre, Moisés lo hizo, y muchos otros legislado-
res y sabios lo intentaron hacer, y en parte lo hicieron:
y aunque Cristo también en esta parte sobró á todos
ellos con más ciertas y más puras leyes que hizo, pero
lo que puede enteramente sanar al hombre, y lo que
es sola y propia obra de Cristo, no es eso; que muy bien
se compadecen entendimiento claro y voluntad perver-
sa, razón desengañada y mal inclinada voluntad; mas
es sola la gracia y el espíritu bueno, en el cual ni Moi-
sés ni ningún otro sabio ni criatura del mundo tuvo
poder para darlo, sino es sólo Cristo Jesús.
Lo cual es en tanta manera verdad (no sólo que Cris-
to es el que nos da esta medicina eficaz de la gracia.
sino que sola ella es la que nos puede sanar entera-.,
mente, y que los demás medios de luz y ejercicios de
vida jamás nos sanaroñ)",~q~üer muchas vgcT5s~ácóñteció
que la luz que alumbraba el entendimiento, y las leyes
que le eran como antorcha para descubrirle el camino
justo, no sólo no remediaron el mal de los hombres,
mas antes por la disposición de ellos mala, les acarrea-
ron daño y enfermedad notablemente mayor. Y lo que
era bueno en sí, por la calidad del sujeto enfermo y
malsano, sejes convertía en ponzoña que los dañaba
más, como lo escribe expresamente San Pablo *, en
una parte, diciendo que la ley le quitó la vida del to-
do; y en otra, que por ocasión de la ley se acrecentó
y salió el pecado como de madre; y en otra, dando la
razón de esto mismo; porque dice: «El pecado que se
comete habiendo ley, es pecado en manera superlati-
va»; esto es, porque se peca, cuando ansí se peca, más
gravemente, y viene ansí á llegar á sus mayores qui-
lates la malicia del mal.
Porque á la verdad, como muestra bien Platón en el
segundo Alcibiades. á los que tienen dañada la volun-
tad, ó no bien aficionada acerca del fin último y acer-
ca de aquello que es lo mejor, la ignorancia les es útil
las más de las veces, y el saber peligroso y dañoso; por-
1 Rom. v, 20.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO SEGUNDO 253
que no les sirve de freno para que no se arrojen al mal,
porque sobrepuja sobre todo el desenfrenamiento, y
como si dijésemos el desbocamiento de su voluntad
estragada; sino antes les es ocasión, unas veces para
que pequen más sin disculpa, y otras para que de he-
cho pequen los que sin aquella luz no pecaran. Porque,
por su grande maldad, que la tienen ya como embebi-
da en las venas, usan de la luz, no para encaminar sus
pasos bien, sino para hallar medios é ingenios para
traer á ejecución sus perversos deseos más fácilmente;
y aprovéchanse de la luz y del ingenio, no para lo que
ello es, para guía del bien, sino para adalid ó para in-
geniero del mal; y por ser más agudos y más sabios,
vienen á corromperse más y á hacerse peores. De lo
cual todo resulta que sin la gracia no hay paz ni salud,
y que la gracia es obra nacida del merecimiento de
Cristo.
Mas porque esto es claro y ciertísimo, veamos agora
qué cosa es gracia ó qué fuerza es la suya, y en qué
manera, sanando la voluntad, cría paz en todo el hom-
bre interior y exterior.
Y diciendo esto Marcelo, puso los ojos en el agua
que iba sosegada y pura, y relucían en ella como en
espejo todas las estrellas y hermosura del cielo, y pa-
recía como otro cielo sembrado de hermosos luceros;
y alargando la mano hacia ella, y como mostrándola,
dijo luego ansí:
— Esto mismo que agora aquí vemos en esta agua,
que parece como un otro cielo estrellado, en parte nos
sirve de ejemplo para conocer laj^ondición de la gracia.
Porque, aijisí como la imagen del cielo recibida en el
ajiua, que es cuerpo dispuesto para ser como espejo,
al parecer de nuestra vista la hace semejante á sí mis-
mo, ansí, como sabéis, la gracia venida al alma y asen-
tada en ella, no al parecer de los ojos, sino en el he-
cho de la verdad, la asemeja á Dios y le da sus condi-
ciones de El, y la transforma en el cielo cuanto le es
posible á una criatura que no pierde su propia substan-
cia, ser transformada. Porque es una casualidad, aun-
254 FRAY LUIS DE LEÓN
que criada, no de la casualidad ni del metal de ningu-
na de las criaturas que vemos, ni tal cuales son todas
las que la fuerza de la naturaleza produce, que ni es-
aire ni fuego ni nacida de ningún elemento, y la ma-
teria del cielo y los cielos mismos le reconocen venta-
ja en orden de nacimiento y en grado más subido de
origen. Porque todo aquello es natural y nacido por
la ley natural; mas ésta es sobre todo lo que la natu-
ralezaTpuede y produce. En aquella manera nacen las
cosas con lo que les es natural y propio, y como debi-
do á su estado y á su condición; máslo que la gracia
da, por ninguna manera puede ser natural á ninguna
substancia criada; porque, como digo, traspasa sobre
todas ellas, y es como un retrato de lo más propio de
Dios, y cosa que le retrae y remedia mucho, lo cual no»
puede ser natural sino á Dios.
De arte que la gracia es una como deidad, y una
como figura viva del mismo Cristo, que puesta en el_
ahna^je lanza en ella y la deifica, y si se va á decir
verdad, es el alma desalma. Porque, ansí como mi al-
ma, abrazada á mi cuerpo y extendióse por todo élr
siendo caedizo y de tierra, y de suyo cosa pesadísima
y torpe, le levanta en pie y le menea, y le da aliento y
espíritu, y ansí le enciende en calor, que le hace como-
una llama de fuego y le da las condiciones del fuegoT
de manera que la tierra anda, y lo pesado discurre li-
gero, y lo torpísimo y muerto vive y siente y conoce;
ansí en el alma, que por ser criatura tiene condiciones-
viles y bajas, y que por ser el cuerpo adonde vive de
linaje dañado, está ella aún más dañada y perdida, en-
trando la gracia en ella y ganando la llave de ella, que
es la voluntad, y lanzándosele en su seno secreto, y
como si dijésemos penetrándola toda, y de allí exten-
diendo su vigor y virtud por todas las demás fuerzas
del ánimo, la levanta de la afición de la tierra, y con-
virtiéndola al cielo y á los espíritus que se gozan en él,
le da su estilo y su vivienda, y aquel sentimiento y
valor y alteza generosa de lo celestial y divino. Y en
una palabra, la asemeja mucho á Dios en aquellas co-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 255-
sas que le son á El más propias y más suyas, y de cria-
tura que es suya, la hace hija suya muy su semejante;
y finalmente, la hace un otro Dios, ansí adoptado por
Dios, que parece nacido y engendrado de Dios.
Y porque, como dijimos, entrando la gracia en el
alma y asentándose en ella, adonde primero prende es
en la voluntad, y porque en Dios la voluntad es la mis-
ma ley de todo lo justo, y esto es bien lo que Dios
quiere, y solamente quiere aquello que es bueno; por
eso, lo primero que en la voluntad la gracia hace, es
hacer de ella una ley eficaz para el bien, no diciéndole
lo que es bueno, sino inclinándola y como enamorán-
dola de ello.
Porque, como ya hemos dicho, se debe entender que
esto que llamamos «ó ley ó dar ley> puede acontecer
en dos diferentes maneras. Una es la ordinaria y usa-
da, que vemos que consiste en decir y señalar á los
hombres lo que les conviene hacer ó no hacer, escri-
biendo con pública autoridad mandamientos y ordena-
ciones de ello, y pregonándolas públicamente. Otra es
que consiste, no tanto en aviso como en inclinación,
que se hace no diciendo ni mandando lo bueno, sino
imprimiendo deseo y gusto de ello. Porque el tener
uno inclinación y prontitud para alguna otra cosa que
le conviene, es ley suya de aquel que está en aquella
manera inclinado, y ansí la llama la filosofía; porque
es lo que le gobierna la vida, y lo que le induce á lo
que le es conveniente, y lo que le endereza por el ca-
mino de su provecho, que todas son obras propias de
ley. Ansí es ley de la tierra la inclinación que tiene á
hacer asiento en el centro, y del fuego el apetecer lo
subido y lo alto, y de todas las criaturas sus leyes son
aquello mismo á que las lleva su naturaleza propia.
La primera ley, aunque es buena, pero, como arriba
está dicho, es poco eficaz cuando lo que se avisa es
ajeno de lo que apetece el que recibe el aviso, como lo-
es en nosotros por razón de nuestra maldad. Mas la se-
gunda ley es en grande manera eficaz, y ésta pone Cris-
to con la gracia en nuestra alma. Porque por medio d&
256 FRAY LUIS DE LEÓN
ella escribe en la voluntad de cada uno con amor y
afición aquello mismo que las leyes primeras escriben
en los papeles con tinta; y de los libros de pergamino
y de las tablas de piedra ó de bronce, las leyes que es-
taban esculpidas en ellas con cincel ó buril, las traspa-
sa la gracia y las esculpe en la voluntad.
Y la ley que por de fuera sonaba en los oídos del
hombre y le afligía el alma con miedo, la gracia se la
encierra dentro del seno, y se la derrama como si di-
jésemos tan dulcemente por las fuerzas y apetitos del
alma, que se la convierte en su único deleite y deseo;
y finalmente, hace que la voluntad del hombre, torci-
da y enemiga de ley, ella misma quede hecha una jus-
tísima ley, y como en Dios, ansi en ella su querer sea
lo justo, y lo justo sea todo su deseo y querer, cada
uno según su manera, como maravillosamente lo pro-
fetizó Jeremías en el lugar que está dicho.
Queda, pues, concluido que la gracia, como es se-
mejanza de Dios, entrando en nuestra alma y pren-
diendo luego su fuerza en la voluntad de ella, la hace
por participación, como de suyo es la de Dios, ley é in-
clinación y deseo de todo aquello que es justo y que
es bueno. Pues hecho esto, luego por orden secreta y
maravillosa se comienza á pacificar el reino del alma
y á concertar lo que en ella estaba encontrado, y á
ser desterrado de allí todo lo bullicioso y desasosegado
que la turbaba, y descúbrese entonces la paz y muestra
la luz de su rostro, y sube y crece, y finalmente queda
reina y señora.
Porque, lo primero, en estando aficionada por vir-
tud de la gracia en la manera que hemos dicho, la vo-
luntad luego calla, y desaparece el temor horrible de
la ira de Dios, que le movía cruda guerra, y que po-
niéndosele á cada momento delante, la traía sobresal-
tada y atónita. Ansí lo dice San Pablo *: «Justificados
con la gracia, luego tenemos paz con Dios». Porque
no le miramos ya como á Juez airado, sino como á
1 Rom., ui,24. .
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 257
padre amoroso, ni le concebimos ya como á enemigo
nuestro poderoso y sangriento, sino como á amigo
dulce y blando. Y como por medio de la gracia nues-
tra voluntad se conforma y se asemeja con El, ama-
mos á lo que se nos parece, y confiamos por el mismo
caso que nos ama El como á sus semejantes.
Lo segundo, la voluntad y la razón, que estaban
hasta aquel punto perdidamente discordes, hacen lue-
go paz entre sí; porque de allí adelante lo que juzga
la una parte, eso mismo desea la otra, y lo que la vo-
luntad ama, eso mismo es lo que aprueba el entendi-
miento. Y ansí cesa aquella amarga y continua lucha,
y aquel alboroto fiero, y aquel continuo reñir con que
se despedazan las entrañas del hombre, que tan viva-
monte San Pablo con sus divinas palabras pintó cuan-
do dice *: «No hago el bien que juzgo, sino el mal que
aborrezco y condeno. Juzgo bien de la ley de Dios,
según el hombre interior, pero veo otra ley en mi
mismo apetito, que contradice á la ley de mi espíritu
y me lleva cautivo en seguimiento de la ley de peca-
do, que en mis inclinaciones tiene asiento. Desventu-
rado yo, y ¿quién me podrá librar de la maldad mor-
tal de este cuerpo?»
Y no solamente convienen en uno de allí adelante
la razón y la voluntad, mas con su bien guiado deseo
de ella y con el fuego ardiente de amor con que ape-
tece lo buono, enciende en cierta manera luz, con que
la razón viene más enteramente en el conocimiento
del bien, y de muy conformes y de muy amistados los
dos, vienen á ser entre sí semejantes y casi á trocar
■entre sí sus condiciones y oficios; y el entendimiento
levanta luz que aficione, y la votuntad enciende amor
que guíe y alumbre, y casi enseña la voluntad, y el en-
tendimiento apetece.
Lo tercero, el sentido y las fuerzas del alma más
viles, que nos mueven con ira y deseos, con los demás
apetitos y virtudes del cuerpo, reconocen luego el
1 Rom., vh, 15.
17
258 FRAY LUIS DE LEÓN
nuevo huésped que ha venido á su casa, y la salud, y
nuevo valor que para contra ellos le ha venido á la
voluntad; y reconociendo que hay justicia en su reino
y quien levante vara en él poderosa para escarmentar
con castigo á lo revoltoso y rebelde, recógense poco á
poco, y como atemorizados se retiran, y no se atreven
ya á poner unas veces fuego y otras veces hielo, y
continuamente alboroto y desorden, bulliciosos y desa-
sosegados como antes solían; y si se atreven, con una
sofrenada la voluntad santa los pacifica y sosiega, y
crece ella cada día más en vigor, y creciendo siempre
y entrañándose de continuo en ella más los buenos y
justos deseos, y haciéndolos como naturales á sí, pega
su afición y talante á las otras fuerzas menores, y apar-
tándolas insensiblemente de sus malos siniestros y
como desnudándolas de ellos, las hace á su condi-
ción é inclinación de ella misma, y de la ley santa
de amor en que está transforda por gracia, deriva tam-
bién y comunica á los sentidos su parte; y como la
gracia, apoderándose del alma, hace como un otro
Dios á la voluntad, ansí ella, deificada y hecha del
sentido como reina y señora, casi le convierte de sen-
tido en razón.
Y como acontece en la naturaleza y en las mudanzas
de la noche y del día, que, como dice David en el
Salmo l: «En viniendo la noche salen de sus moradas
las fieras, y esforzadas y guiadas por las tinieblas, dis-
curren por los campos y dan estrago á su voluntad en
ellos, mas luego que amanece el día y que apunta la
luz, esas mismas se recogen y encuevan»; ansí el de-
senfrenamiento fiero del cuerpo y la rebeldía alborota-
dora de sus movimientos, que cuando estaba en la
noche de su miseria la voluntad nuestra caída, discu-
rrían con libertad y lo metían todo á sangre y á fuego,
en comenzando á lucir el rayo del buen amor y en
mostrándose el día del bien, vuelve luego el pie atrás
y se esconde en su cueva, y deja que lo que es hombre
1 Psalm.,cin, 20.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO SEGUNDO 259
en nosotros salga á luz, y haga su oficio sosegada y pa-
cíficamente, y de sol á sol.
Porque, á la verdad, ¿qué es lo que hay en el cuerpo
que sea poderoso para desasosegar á quien es regido
por una voluntad y razón semejante? ¿Por ventura el
deseo de los bienes de esta vida le solicitará, ó el temor
de los males de ella le romperá su reposo? ¿Alterarse
ha con ambición de honras ó con amor de riquezas, ó
con la afición de los ponzoñosos deleites desalentado,
saldrá de sí mismo? ¿Cómo le turbará la pobreza al que
de esta vida no quiere más de una estrecha pasada?
¿Cómo le inquietará con su hambre el grado alto de
dignidades y honras, al que huella sobre todo lo que se
aprecia en el suelo? ¿Cómo la adversidad, la contra-
dicción, las mudanzas diferentes, y los golpes de la for-
tuna, le podrán hacer mella al que á todos sus bienes
los tiene seguros y en sí?
Ni el bien le azozobra, ni el mal le amedrenta, ni la
alegría lo engríe, ni el temor le encoge, ni las promesas
lo llevan, ni las amenazas le desquician, ni es tal que
lo próspero ó lo adverso le mude. Si se pierde la ha-
cienda, alégrase, como libre de una carga pesada. Si le
faltan los amigos, tiene á Dios en su alma, con quien
de continuo se abraza. Si el odio ó si la envidia arma
los corazones ajenos contra él, como sabe que no le
pueden quitar su bien, no los teme; en las mudanzas
está quedo, y entre los espantos seguro, y cuando todo
á la redonda de él se arruine, él permanece más firme,
y como dijo aquel grande elocuente: luce en las tinie-
blas, é impelido de su lugar, no se mueve.
Y lo postrero con que aqueste bien se perfecciona úl-
timamente, es otro bien que nace de aquesta paz inte-
rior, y naciendo de ella, acrecienta á esa misma paz de
donde nace y procede. Y este bien es el favor de Dios
que la voluntad ansí concertada tiene, y la confianza
que se le despierta en el alma con este favor. Porque
¿quién pondrá alboroto ó espanto en la conciencia que
tiene á Dios de su parte? 0 ¿cómo no tendrá á Dios de
su parte el que es una voluntad con El y un mismo
260 FRAY LUIS DE LEÓN
querer? Bien dijo Sófocles: «Si Dios manda en mí, no
estoy sujeto á cosa mortal». Y cierto es que no me
puede dañar aquello á quien no estoy sujeto.
Ansí que, de la paz del alma justa nace la seguridad
del amparo de Dios: y de esta seguridad se confirma
más y se fortifica la paz. Y ansí, David juntó, á lo que
parece, estas dos cosas, paz y confianza, cuando dijo
en el Salmo *: «En paz, y en uno, dormiré y reposaré».
Adonde, como veis, con la paz puso el sueño, que es
obra, no de ánimo solícito, sino de pecho seguro y con-
fiado. Sobre las cuales palabras, si bien rae acuerdo,
dice ansí San Crisóstomo 2:
«Esta es otra especie de merced que hace Dios á los
suyos, que les da paz. De paz, dice, gozan los que aman
tu ley, y ninguna cosa les es tropiezo porque ninguna
cosa hace ansí paz, como es el conocimiento de Dios y
el poseer la virtud, lo cual destierra del ánimo sus per-
turbaciones, que son su guerra secreta, y no permite
que el hombre traiga bandos consigo. Que á la verdad,
el que de esta paz no gozare, dado que en las cosas de
fuera tenga gran paz y no sea acometido de ningún
enemigo, será sin duda miserable y desventurado sobre
todos los hombres. Porque ni los scitas bárbaros ni los
de Tracia ni los sármatas, ó los indios ó moros, ni otra
gente ó nación alguna, por más fiera que sea, pueden
hacer guerra tan cruda como es la que hace un mal-
vado pensamiento cuando se lanza en lo secreto del
ánimo, ó una desordenada codicia, ó el amor del dine-
ro sediento, ó el deseo entrañable de mayor dignidad,
ú otra afición cualquiera acerca de aquellas cosas que
tocan á esta vida presente.
»Y la razón pide que sea ansí, porque aquella gue-
rra es guerra de fuera, mas esta es guerra de dentro de
casa. Y vemos en todas las cosas, que el mal que nace
do dentro es mucho más grave, que no aquello que
acomete de fuera. Porque al madero la carcoma que
nace dentro de él le consume más, y á la salud y fuer-
1 Psalm. iv, 9. 2 Ezposit. in Psal. iv, núm. 2.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 261
zas del cuerpo, las enfermedades que proceden de lo
secreto de él, le son más dañosas que no los males que
le sobrevienen de fuera. Y á las ciudades y repúblicas
no las destruyen tanto los enemigos de fuera, cuanto
las asuelan los domésticos y los que son dé una misma
comunidad y linaje. Y por la misma manera, á nuestra
alma lo que la conduce á la muerte no son tanto los
artificios é ingenios con que es acometida de fuera,
cuanto las pasiones y enfermedades suyas y que nacen
en ella.
»Por donde si algún temeroso de Dios compusiere
los movimientos turbados del ánimo, y si les quitare
á los malvados deseos, que son como fieras, que no vi-
van y alienten; y si, no les permitendo que hagan cue-
va en su alma, apaciguare bien esta guerra, ese tal go-
zará de paz pura y sosegada. Esta paz nos dio Cristo
viniendo al mundo. Esta misma desea San Pablo cuan-
do dice en todas sus cartas: «Gracia en vosotros y paz
de Dios, Padre nuestro». El que es señor de esta paz,
no sólo no teme al enemigo bárbaro, mas ni al mismo
demonio, antes hace burla de él y de todo su ejército;
vive sosegado y seguro, y alentado más que otro hom-
bre ninguno, como aquel á quien ni la pobreza le
aprieta, ni la enfermedad le es grave, ni le turba caso
ninguno adverso de los que sin pensar acontecen; por-
que su alma, como sana y valiente, se vadea fácil y ge-
nerosamente por todo.
»Y para que veáis á los ojos que es esto verdad,
pongamos que es uno envidioso y que en lo demás no
tiene enemigo ninguno; ¿qué le aprovechará no tener-
le? El mismo se hace guerra á sí mismo, él mismo afila
contra sí sus pensamientos más penetrables que espa-
da. Oféndese de cuanto bien ve, y llégase á sí con
cuantas buenas dichas suceden á otros; á todos los
mira como á enemigos, y para con ninguno tiene su
ánimo desenconado y amable. ¿Qué provecho, pues, le
trae al que es como éste, el tener paz por defuera, pues
la guerra grande que trae dentro de sí le hace andar
discurriendo furioso y lleno de rabia, y tan acosado de
262 FRAY LUIS DE LEÓN
ella, que apetece ser antes traspasado con mil saetas,
ó padecer antes mil muertes que ver á alguno de sus
iguales, ó bien reputado ó en otra alguna manera prós-
pero?
»Demos otro que ame el dinero: cierto es que levan-
tará en su corazón por momentos discordias innume-
rables, y que acosado de su turbada afición, ni aun
respirar no podrá. No es así, no, el que está libre de
semejantes pasiones; antes, como quien está en puerto
seguro, de espacio y con reposo hinche su pecho de
deleites sabios, ajeno de todas las molestias sobredi-
chas.»
Esto dice, pues, San Grisóstomo.
Y en lo postrero que dice descubre otro bien y otro
fruto que de la paz se recoge, y que en nuestro discur-
so será lo postrero, que es el gozo santo que halla en
todo el que está pacífico en sí; porque el que tiene
consigo guerra, no es posible que en ninguna cosa ha-
lle contento puro y sencillo. Porque, ansí como el gus-
to mal dispuesto por la demasía de algún humor malo
que le desordena, en ninguna cosa halla el sabor que
ella tiene, ansí al que trae guerra entre sí no le es po-
sible gozar de lo puro y de la verdad del buen gusto.
En el ánimo con paz sosegado, como en agua reposada
y pura, cada cosa sin engaño ni confusión se muestra
cual es, y ansí de cada una coge el gozo verdadero que
tiene, y goza de sí mismo, que es lo mejor.
Porque, ansí como de la salud y buena afición de la
voluntad que Cristo por medio de su gracia pone en
el hombre, como decíamos, se pacifica luego el alma
con Dios y cesa la rencilla que antes de esto había en-
tre el entender y el querer, y también el sentido se
rinde, y lo bullicioso de él ó se acaba ó se esconde, y
de toda esta paz nace el andar el hombre libre y bien
animado y seguro; ansí de todo este amontonamiento
de bien nace este gran bien, que es gozar el hombre de
sí y poder vivir consigo mismo, y no tener miedo de
entrar en su casa, como debajo de hermosas figuras,
conforme á su costumbre, lo profetiza Miqueas, dicien-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 26i
do lo que en la venida de Cristo al mundo, y en la ve-
nida del mismo en el alma de cada uno, había de acon-
tecer á los suyos h «No levantará, dice, espada una
nación contra otra, y olvidarán de allí adelante las ar-
tes de guerra; y cada uno, asentado debajo de su vid y
debajo de su higuera, gozará de ella, y no habrá quien
de allí con espanto le aparte». Adonde, juntamente
con la paz hecha por Cristo, pone el descanso seguro
con que gozará de sí y de sus bienes el que en esta
manera tuviere paz.
Mas David en el Salmo, vuelto á la Iglesia y á cada
uno de los justos que son parte de ella, con palabras
breves, pero llenas de significación y de gozo, com-
prende todo cuanto hemos dicho muy bien. Dice 2:
«Alaba, Jerusalén, al Señor». Esto es, todos los que
sois Jerusalén, poseedores de paz, alabad al Señor. Y
aunque les dice que alaben, y aunque parece que ansí
se lo manda, este mandar propiamente es profetizar lo
que de esta paz acontece y nace; porque, como diji-
mos, al punto que toma posesión de la voluntad, lue-
go el alma hace paces con Dios, de donde se sigue
luego el amor y el loor.
Mas añade David: «Porque fortaleció las cerraduras
de tus puertas, y bendijo á tus hijos en ti». Dice la otra
paz que se sigue á la primera paz de la voluntad, que
es la conformidad y el estar á una entre sí todas las
fuerzas y potencias del alma, que son como hijos de
ella y como las puertas por donde le viene ó el mal ó
el bien. Y dice maravillosamente que está fortalecido
y cerrado dentro de sus puertas el que tiene esta paz.
Porque, como tiene rendido el deseo á la razón, y por
el mismo caso, como no apetece desenfrenadamente
ninguno de los bienes de fuera, no puede venirle de
fuera ni entrarle en su casa, sin su voluntad, cosa
ninguna que le dañe ó enoje; sino cerrado dentro de
sí, y abastecido y contento con el bien de Dios que
tiene en sí mismo, y como dice el poeta del sabio, liso
1 Mich., iv, 3, 2 Psalm., cxLvir, 4,
264 FRAY LUIS DE LEÓN
y redondo, no halla en él asidero ninguno la fuerza
enemiga.
Porque ¿cómo dañará el mundo al que no tiene
ningunas prendas en él? Y en lo que luego David aña-
de se ve más claramente esto mismo; porque dice ansí:
«Y puso paz en tus términos». Porque de tener en paz
el alma á todo aquello que vive dentro de sus mura-
llas y de su casa, de necesidad se sigue que tendrá
también pacífica su comarca; que es decir que no tie-
ne cosa en que los que andan fuera de ella y al derre-
dor de ella dañarla puedan. Tiene paz en su comarca,
porque en ninguna cosa tiene competencia con su ve-
cino, ni se pone á la parte en las cosas que precia el
mundo y desea; y ansí nadie le mueve guerra, ni en
caso que se la quisiesen mover, tienen en qué hacerla,
porque su comarca aun por esta razón es pacífica,
porque es campiña rasa y estéril, que no hay viñedos
en ella, ni sembrados fértiles, ni minas ricas, ni arbo-
ledas, ni jardines, ni caseríos deleitosos é ilustres, ni
tiene el alma justa cosa que precie que no la tenga
encerrada dentro de sí; por eso goza seguramente de
sí, que es el fruto último, como decíamos, y el que
significa luego este Salmo en las palabras que añade:
«Y te mantiene con hartura con lo apurado del trigo».
Porque, á la verdad, los que sin esta paz viven, por
más bien afortunados que vivan, no comen lo apura-
do del pan. Salvados son sus manjares, el desecho del
bien es aquello por quien andan golosos, su gusto y su
mantenimiento es lo grosero y lo moreno y lo feo, y
sin duda las escorias de lo que es substancia y verdad;
y aun eso mismo, tal cual es y en la manera que es, no
se les da con hartura. El pacífico sólo es el que come
con abundancia y el que come lo apurado del bien;
para él nace el día bueno, y el sol claro él es el que
solamente le ve. En la vida, en la muerte, en lo adverso,
en lo próspero, en todo halla su gusto; y el manjar de
los ángeles es su perpetuo manjar, y goza de él alegre
y sin miedo que nadie le robe; y sin enemigo que le
pueda ser enemigo, vive en dulcísima y, abundosísima
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 26S
paz. ¡Divino bien y excelente merced hecha á los hom-
bres solamente por Cristo!
Por lo cual, tornando á lo primero del Salmo, le de-
bemos celebrar con continuos y soberanos loores; por-
que El salió á nuestra causa perdida, y tomó sobre sí
nuestra guerra, y puso nuestro desconcierto en su or-
den, y nos amistó con el cielo, y encarceló á nuestro
enemigo el demonio, y nos libertó de la codicia y del
miedo, y nos aquietó y pacificó cuanto hay de enemigo
y de adverso en la tierra; y el gozo, y el reposo, y el de-
leite de su divina y riquísima paz El nos le dio, el cual
es la fuente y el manantial de donde nace, y su autor
único, por donde con justísima razón es llamado su
principe.
Y habiendo dicho esto Marcelo, calló. Y Juliano in-
continente, viéndole callar, dijo:
— Es sin duda, Marcelo, príncipe de paz Jesucristo
por la razón que decís; mas, no mudando eso que es
firme, sino añadiendo sobre ello, paréceme á mí que le
podemos también llamar ansí porque con sólo El se-
puede tener esto que es paz.
Aquí Sabino, vuelto á Juliano, y como maravillado
de lo que decía,
— No entiendo bien (dice), Juliano, lo que decís, y
traslúceseme que decís gran verdad: y ansí, si no reci-
bís pesadumbre, me holgaría que os declarásedes más.
— Ninguna, respondió Juliano; mas decidme, pues
ansí os place, Sabino: ¿entendéis que todos los que
nacen y viven en esta vida son dichosos en ella y de
buena suerte, ó que unos lo son y otros no?
— Cierto es, dijo Sabino, que no lo son todos.
— Y ¿sónlo algunos'?, añadió Juliano.
Respondió Sabino:
— Sí son.
Y luego Juliano dijo:
— Decidme, pues: ¿el serlo ansí es cosa con que s&
nace, ó caso de suerte, ó viéneles por su obra é indus-
tria?
— No es nacimiento ni suerte, dijo Sabino; sino cosa
266 FRAY LUIS DE LEÓN
que tiene principio en la voluntad de cada uno y en su
buena elección.
— Verdad es, dijo Juliano; y habéis dicho también
que hay algunos que no vienen á ser dichosos ni de
¿Mena suerte.
— Sí he dicho, respondió.
— Pues decidme, dijo Juliano; esos que no lo son
¿no lo quieren ser ó no lo procuran ser?
— Antes, dijo Sabino, lo procuran y lo apetecen con
ardor grandísimo.
— Pues, replicó Juliano, ¿escóndeseles por ventura
la buena dicha, ó no es una misma?
— Una misma es, dijo Sabino, y á nadie se esconde;
antes, cuanto es de su parte, ella se les ofrece á todos
y se les entra en su casa; mas no la conocen todos, y
ansí algunos no la reciben.
— Por manera que decís, Sabino (dijo Juliano), que
los que no vienen á ser dichosos no conocen la buena
dicha, y por esta causa la desechan de sí.
— Ansí es, respondió Sabino.
— Pues decidme, dijo Juliano: ¿puede ser apetecido
aquello de quien, el que lo ha de amar, no tiene noticia?
— Cierto es, dijo Sabino, que no puede.
— Y ¿decís que los que no alcanzan la buena dicha
no la conocen?, dijo Juliano.
Respondió Sabino que era ansí.
— Y también habéis dicho, añadió Juliano, que esos
mismos que no lo son apetecen y aman el ser bien-
aventurados.
Concedió Sabino que lo había dicho.
— Luego (dijo Juliano) apetecen lo que no saben
ni conocen; y ansí, se concluye una de dos cosas: ó que
lo no conocido puede ser amado, ó que los de mala
suerte no aman la buena suerte; que cada una de ellas
contradice á lo que, Sabino, habéis dicho. Ved agora
si queréis mudar alguna de ellas.
Reparó entonces Sabino un poco, y dijo luego.
— Parece que de fuerza se habrá de mudar.
Mas Juliano, tornando á tomar la mano, dijo ansí:
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 267
— Id conmigo, Sabino; que podría ser que por esta
manera llegásemos á tocar la verdad. Decidme: la bue-
na dicha ¿es ella alguna cosa que vive, ó que tiene ser
en sí misma, ó qué manera de cosa es?
— No entiendo bien, Juliano, respondió Sabino, lo
que me preguntáis.
— Agora, dijo Juliano, lo entenderéis: el avariento,
decidme, ¿ama algo?
— Sí ama, dijo Sabino.
— ¿Qué?, dijo Juliano.
— El oro sin duda, dijo Sabino, y las riquezas.
— Y el que las gasta, añadió Juliano, en fiestas y en
banquetes, ¿en aquello que hace busca y apetece al-
gún bien?
— No hay duda de eso, dijo Sabino.
— Y ¿qué bien apetece?, preguntó Juliano.
— Apetece, respondió Sabino, á mi parecer, su gusto
propio y su contento.
— Bien decís, Sabino, dijo Juliano luego. Mas, de-
cidme, el contento que nace del gastar las riquezas y
esas mismas riquezas, ¿tienen una misma manera de
ser? ¿No os parece que el oro y plata es una cosa que
tiene substancia y tomo, que la veis con los ojos y la
tocáis con las manos? Mas el contento no es ansí, sino
como un accidente que sentís en vos mismo, ó que os
imagináis que sentís; y no es cosa que ó la sacáis de
las minas, ó que el campo, ó de suyo, ó con vuestra la-
bor la produce, y producida, la cogéis de él y la en-
cerráis en el arca; sino cosa que resulta en vos de la
posesión de alguna de las cosas que son de tomo, que
ó poseéis ú os imagináis poseer.
— Verdad es, dijo Sabino, lo que decís.
— Pues agora, dijo Juliano, entenderéis mi pregun-
ta, que es: ¿si la buena dicha tiene ser como las ri-
quezas y el oro, ó como las cosas que llamamos gusto
y contento?
— Como el gusto y el contento (dijo Sabino luego).
Y aún me parece á mí que la buena dicha, no es
otra cosa sino un perfecto y entero contento, seguro
268 FRAY LUIS DE LEÓN
de lo que se teme, y rico de lo que se ama y apetece.
— Bien habéis dicho, dijo Juliano; mas si es como el
contento ó es el contento mismo, y hemos dicho que
el contento es una cosa que resulta en nosotros de al-
gún bien de substancia, que ó tenemos ó nos imagina-
mos tener, necesaria cosa será que de la buena dicha
haya alguna cosa de tomo, que sea como su fuente y
raíz, de manera que le dé ser dichoso al que la pose-
yere, cualquiera que él sea.
— Eso, dijo Sabino, no se puede negar.
— Pues decidme, ¿hay una fuente sola ó hay muchas
fuentes?
— Parece, dijo Sabino, que haya una sola.
— Con razón os parece ansí, dijo Juliano entonces;
porque el entero contento del hombre en una sola ma-
nera puede ser, y por la misma razón no tiene sino una
sola causa. Mas esta causa, que llamamos fuente, y
que, como decís, es una, ¿ámanla y búscanla todos?
— No la aman, dijo Sabino.
— ¿Por qué?, respondió Juliano.
Y Sabino dijo:
— Porque no la conocen.
— Y ¿ninguno, dijo Juliano, deja de amar, como an-
tes decíamos, lo que es buena dicha?
— Ansí es. respondió.
— Y no se ama, replicó, lo que no se conoce; luego
habéis de decir, Sabino, que los que aman el ser di-
chosos y no lo alcanzan, conocen lo general del des-
canso y del contento; mas no conocen la particular y
verdadera fuente de donde nace, ni aquello uno en que
consiste y lo que produce; y habéis de decir que, lle-
vados por una parte del deseo, y por otra parte no sa-
biendo el camino, ni pueden parar ni les es posible ati-
nar; al revés de los que hallan la buena suerte. Mas
decidme, Sabino: los que buscan ser dichosos y nunca
vienen á serlo, ¿no aman ellos algo también, y lo pro-
curan haber, como á fuente de su buena dicha, la que
ellos pretenden?
— Aman, dijo Sabino, sin duda.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 269
— Y ese su amor, dijo Juliano, ¿hácelos dichosos?
— Ya está dicho que no los hace, respondió Sabino,
porque la cosa á quien se allegan, y á quien le piden su
contento y su bien, no es la fuente de él ni aquello de
donde nace.
— Pues si ese amor no les da buena dicha, dijo Ju-
liano, ¿hace en ellos otra cosa alguna, ó no hace nada?
— ¿No bastará, dijo Sabino, que no les dé buena di-
cha?
— Por mí, dijo Juliano, baste en buena hora, que no
deseo su daño; mas no os pido aquello con que yo por
ventura quedaría contento si fuese el repartidor; sino
lo que la razón dice, que es juez que no se dobla.
— Paréceme, dijo Sabino, que como el hijo de Pría-
mo, que puso su amor en Elena y la robó á su marido,
persuadiéndose que llevaba con ella todo su descanso
y su bien, no sólo no halló allí el descanso que se pro-
metía, mas sacó de ella la ruina de su patria y la muer-
te suya, con todo lo demás que Homero canta, de ca-
lamidad y miseria; ansí, por la misma manera, los no
dichosos por fuerza vienen á ser desdichados y mise-
rables, porque aman como á fuente de su descanso lo
que no lo es; y amándolo ansí, pídenselo y búscanlo en
ello, y trabájanse miserablemente por hallarlo, y al fin
no lo hallan; y ansí, los atormenta juntamente, y como
en un tiempo, el deseo de haberlo y el trabajo de bus-
carlo y la congoja de no poderlo hallar; de donde re-
sulta que, no sólo no consiguen la buena dicha que
buscan; mas, en vez de ella, caen en infelicidad y mi-
seria.
— Recojamos, dijo Juliano entonces, todo lo que he-
mos dicho hasta agora; y ansí podremos después mejor
ir en seguimiento de la verdad, pues tenemos de todo
lo sobredicho: lo uno, que todos aman y pretenden ser
dichosos; lo otro, que no lo son todos; lo tercero, que
la causa de esta diferencia está en el amor de aquellas
cosas que llamamos fuentes ó causas, entre las cuales
la verdadera es sola una, y las demás son falsas y en-
gañosas; y lo último, tenemos que, como el amor de la
270 FRAY LUIS DE LEÓN
verdadera hace buena suerte, ansí hace, no sólo falta
de ella, sino miseria extremada, el amor de las falsas.
— Todo eso está dicho; mas de todo eso, dijo Sabino,
¿qué queréis, Juliano, inferir?
— Dos cosas infiero, dijo Juliano luego: la una, que
todos aman ( los buenos y los malos, los felices y los
infelices), y que no se puede vivir sin amar; la otra,
que como el amor en los unos es causa de su buena
andanza, ansí en los otros es la fuente de su miseria:
y siendo en todos amor, hace en los unos y en los otros
efectos muy diferentes, ó por decir verdad, claramen-
te contrarios.
— Ansí se infiere, dijo Sabino.
— Mas decidme, añadió Juliano: ¿atreveros habéis,
Sabino, á buscar conmigo la causa de esta desigualdad
y contrariedad que en sí encierra el amor?
— ¿Qué causa decís, Juliano?, respondió Sabino.
— El por qué, dijo Juliano, el amor que nos es tan
necesario y tan natural á todos, es en unos causa de
miseria, y en otros de felicidad y buena suerte.
— Claro está eso, dijo Sabino luego; porque, aunque
en todos se llama amor, no es en todos uno mismo;
mas en unos es amor de lo bueno, y ansí les viene el
bien de él; y en otros de lo malo, y ansí les fructifica
miseria
— ¿Puede, replicó Juliano, amar nadie lo malo?
— No puede, dijo Sabino, como no puede desamar á
sí mismo; mas el amor malo que digo. Llamóle ansí, no
porque lo que ama es en sí malo, sino porque no es
aquel bien que es la fuente y el minero del sumo bien.
— Eso mismo, dijo Juliano, es lo que hace mi duda
y mi pregunta más fuerte.
— ¿Más fuerte?, respondió Sabino; y ¿en qué manera?
— De esta manera, dijo Juliano; porque, si los hom-
bres pudieran amar la miseria, claro y descubierto es-
taba el por qué el amor hacía miserables á los que la
amaban; mas amando todos siempre algún bien, aun-
que no sea aquel bien de donde nace el sumo bien, ya
que este su amor no los hace enteramente dichosos, á
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 271
lo menos, pues es bien lo que aman, justo y razonable
sería que el amor de él les hiciese algún bien; y ansí,
no parece verdad lo que poco antes asentamos por
muy cierto, que el amor hace también á las veces mi-
seria en los hombres.
— Ansí parece, respondió Sabino.
— No os rindáis, dijo Juliano, tan presto; sino id con-
migo inquiriendo el ingenio y la condición del amor;
que, si la hallamos, ella nos podrá descubrir la luz que
buscamos.
— ¿Qué ingenio es ese?, respondió Sabino, ó ¿cómo
se ha de inquirir?
— Muchas veces habréis oído decir, Sabino (respon-
dió Juliano), que el amor consiste en una cierta unidad.
— Sí he, dijo Sabino, oído y leído que es unión el
amor y que es unidad, y que es como un lazo estrecho
entre los que juntamente se aman, y que por ser ansí,
se transforma el que ama en lo que ama por tal ma-
nera, que se hace con él una misma cosa.
— Y ¿pareceos, dijo Juliano, que todo el amor es
ansí?
— Sí parece, respondió Sabino.
— Apolo, dijo Juliano, á vuestro parecer, ¿amaba
cuando en la fábula, como canta el poeta, sigue á
Dafne que le huye? 0 el otro de la comedia cuando
pregunta dónde buscará, dónde descubrirá, á quién
preguntará, cuál camino seguirá para hallar á quien
había perdido de vista, pregunto, ¿amaba también?
— Ansí, dijo, parece.
— Y ambos, replicó Juliano, estaban tan lejos de ser
unos con lo que amaban, que el uno era aborrecido de
ello, y el otro no hallaba manera para alcanzarlo.
— Verdad es, dijo Sabino, cuanto al hecho; más
cuanto al deseo ya lo eran; porque esa unidad era lo
que apetecían, si amaban.
— Luego (dijo Juliano), ¿ya el amor no será él la
unidad, sino un apetito y deseo de ella?
— Ansí, dijo, parece.
• —Pues decidme, añadió Juliano; estos mismos, si
272 FRAY LUIS DE LEÓN
consiguieran su intento, ú otros cualesquiera que
aman, y que lo que aman lo consiguen y alcanzan, y
vienen á ser uno mismo con ello, ¿dejan de amarlo
luego, ó ámanlo todavía también?
— Como puede uno no amar á sí mismo, ansí po-
drán, dijo Sabino, dejar de amar al que ya es una mis*
ma cosa con ellos.
— Bien decís, dijo Juliano; mas decidme, Sabino,
¿será posible que desee alguno aquello mismo que
tiene?
— No es posible, dijo Sabino.
— Y habéis dicho, añadió Juliano, que ya estos tales
han venido á tener unidad.
— Sí han venido, dijo.
— Luego habéis de decir, replicó Juliano, que ya no
la desean ni apetecen. Ansí es (dijo) verdad. Yes ver-
dad que se aman, añadió Juliano; luego no es decir
que el amar es desear la unidad.
Estuvo entonces sobre sí Sabino un poco, y dijo
luego:
— No sé, Juliano, qué fin han de tener hoy estas
redes vuestras, ni qué es lo que con ellas deseáis
prender. Mas pues ansí me estrecháis, dígoos que hay
dos amores ó dos maneras de amar, una de deseo y
otra de gozo. Y dígoos que en el uno y en el otro
amor hay su cierta unidad; el uno la desea, y cuanto
es de su parte la hace, y el otro la posee y la abraza,
y se deleita y aviva con ella misma. El uno camina á
este bien, y el otro descansa y se goza en él; el uno
es como el principio, y el otro es como lo sumo y lo
perfecto; y ansí el uno como el otro se rodea, como
sobre quicio, sobre la unidad sola: el uno haciéndola
y el otro como gozando de ella.
— No han hecho mala presa estas que llamáis mis
redes, Sabino, dijo Juliano entonces; pues han cogido
de vos esto que decís agora, que está muy bien dicho;
y con ello estoy yo más cerca del fin que pretendo, de
lo que vos, Sabino, ponsáis. Porque, pues es ansí que
todo amor, cada uno en su manera, ó es unidad, ó ca-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 273
mina á ella y la pretende; y pues es ansí que es como
el blanco y el fin del bien querer el ser unos los que
se quieren, cosa cierta será que todo aquello que fue-
re contrario, ó en alguna forma dañoso á esta unidad,
será desabrido enemigo para el amor; y que el que
amare, por el mismo caso que ama, padecerá tormento
gravísimo todas las veces que, ó le aconteciere algo de
lo que divide el amor, ó temiere que le puede aconte-
cer. Porque, como en el cuerpo siempre que se corta
ó que se divide lo uno de él y lo que está ayuntado y
continuo, se descubre luego un dolor agudo, ansí todo
lo que en el amor, que es unidad, se esfuerza á poner
división, pone por el mismo caso en el alma que ama
una miseria y una congoja viva, mayor de lo que de-
clarar se puede.
— Esa es verdad en que no hay duda, dijo entonces
Sabino.
— Pues si en esto no hay duda, añadió Juliano, ¿po-
dréisme decir, Sabino, cuántas y cuáles sean las cosas
que tienen esta fuerza, ó que la pretenden tener, de
cortar y dividir aquello con que el amor se anuda y
se hace uno?
— Tiene, dijo Sabino, esa fuerza todo aquello que á
cualquiera de los que aman, ó le deshace en el ser, ó
le muda y le trueca en la voluntad, ó totalmente ó en
parte; como son, en lo primero, la enfermedad, y la
vejez, y la pobreza, y los desastres, y finalmente la
muerte. Y en lo segundo, la ausencia, el enojo, la dife-
rencia de pareceres, la competencia en unas mismas
cosas, el nuevo querer y la liviandad nuestra natural.
Porque en lo primero la muerte deshace el ser, y ansí,
aparta aquello que deshace de aquello que queda con
vida; y la enfermedad y vejez y pobreza y desastres,
ansí como disponen para la muerte, ansí también
son ministros y como instrumentos con que este apar-
tamiento se obra. Y en lo segundo, cierto es que la
ausencia hace olvido, y que el enojo divide, y que la
diferencia de pareceres pone estorbo en la conversa-
ción; y ansí, apartando el trato, enajena poco á poco las
18
274 FRAY LUIS DE LEÓN
voluntades, y las desata para que cada una se vaya
por sí; pues con el nuevo amor, claro es que se corta
el primero; y manifiesto es que nuestro natural muda-
ble es como una lima secreta que, de continuo, con
deseo de hacer novedad, va dividiendo lo que está bien
ayuntado.
— No se dará bien, conforme á eso, Sabino (dijo
Juliano entonces), el amor en cualquier suelo.
Respondió Sabino:
— ¿Cómo no se dará?
Y Juliano dijo:
— Como dicen de algunos frutales, que plantados
en Persia, su fruta es ponzoña, y nacidos en estas pro-
vincias nuestras, son de manjar sabroso y saludable;
ansí digo que se concluye de lo que hasta agora está
dicho, que el amor y la amistad, todas las veces que-
se plantare en lo que estuviere sujeto á todos ó algu-
nos de esos accidentes que habéis contado, Sabino,
Como planta puesta en lugar, no sólo ajeno de su con-
dición, mas contrario y enemigo de la cualidad de su
ingenio, producirá, no fruto que recree, sino tósigo
que mate. Y si, como poco antes decíamos, para venir
á ser dichosos y de buena suerte, nos conviene que-
amemos algo que nos sea como fuente de esta buena
ventura; y si la naturaleza ordenó que fuese el medio
y el tercero de toda la buena dicha el amor, bien se
conoce ya lo que arriba dudábamos, que el amor que
se empleare en aquello que está suieto á las mudan-
zas y daños que dicho habéis, no sólo no dará á su
dueño ni el sumo bien ni aquella parte de bien, cual-
quiera que ella se sea, que posee en sí aquello á
quien se endereza, mas le hará triste y miserable del
todo. Porque el dolor que le traspasará las entrañas,
cuando alguno de los casos y de los accidentes que
dijisteis, Sabino, pues no se excusan, le aconteciere,
y el temor perpetuo de que cada hora le pueden
acontecer, le convertirán el bien en continua miseria.
Y no le valdrá tanto lo bueno que tiene aquello que
ama para acarrearle algún gusto, cuanto será pode-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO £75
roso^ lo quebradizo y lo vil y lo mudable de su con-
dición, para le afligir con perpetuo é infinito tormento.
Mas si es tan perjudicial el amor cuando se emplea
mal, y si se emplea mal en todo lo que está sujeto á
mudanza, y si todo lo semejante le es suelo enemigo,
adonde si prende, produce frutos de ponzoña y mise-
ria, ya veis, Sabino, la razón por qué dije al principio
que sólo Cristo es aquel con quien se puede tener
paz y amistad; porque El sólo es el no mudable y
el bueno, y Aquel que cuanto de su parte es, jamás
divide la unidad del amor que con El se pone; y ansí,
El es sólo el sujeto propio y la tierra natural y feliz
adonde florece bienaventuradamente, y adonde hace
buen fruto esta planta; porque ni en su condición hay
cosa que lo divida, ni se aparta de él por las mudan-
zas y desastres á que está sujeta la nuestra, como
nosotros libremente no lo apartemos dejándole. Que
ni llega á El la vejez, ni la enfermedad le enflaquece,
ni la muerte le acaba, ni puede la fortuna, con sus
desvarios, poner calidad en El que la haga menos ama-
ble. Que, como dice el salmista *: «Aunque Tú, Señor,
mismo desde el principio cimentaste la tierra, y aun-
que son obra de tus manos los cielos, ellos perecerán
y Tú permanecerás; ellos se envejecerán, como se en-
vejece la ropa, y como se pliega la capa los plegarás
y serán plegados; mas Tú eres siempre uno mismo, y
tus años nunca desmenguan. Y tu trono, Señor, por
siglos y siglos, vara de derechezas la vara de tu go-
bierno». Esto es en el ser; que en su voluntad para
con nosotros, si nosotros no le huimos primero, no
puede caber desamor.
Porque si viniéremos á pobreza y á menos estado,
nos amará; y si el mundo nos aborreciere, El conser-
vará su amor con nosotros. En las calamidades, en los
trabajos y en las afrentas, en los tiempos temerosos y
tristes, cuando todos nos huyan, El con mayores rega-
los nos recogerá á sí. No temeremos que podrá venir á
1 Psalm. ci.26.
276 FRAY LUIS DE LEÓN
menos su amor por ausencia, pues está siempre lanza-
do en nuestra alma y presente. Ni cuando, Sabino, se
marchitare en vos esa flor de la edad, ni cuando co-
rriendo los años y haciendo su obra, os desfiguraren la
belleza del rostro, ni en las canas, ni en la flaqueza, ni
en el temblor de los miembros, ni en el frío de la ve-
jez se resfriará su amor en ninguna cosa para con vos.
Antes rico para hacer siempre bien, y de riquezas que
no se agotan haciéndole, y deseosísimo continuamente
de hacerlo, cuando se os acabare todo, se os dará todo
El, y renovará vuestra edad como el águila, y vistién-
doos de inmortalidad y de bienes eternos, como esposo
verdadero vuestro, os ayuntará del todo consigo con
lazo que jamás faltará, estrecho y dulcísimo.
— Mas esto ya os toca á vos, Marcelo, dijo Juliano
prosiguiendo y volviéndose á él; porque es del nombre
de Esposo de que últimamente habéis de decir, y de
que yo de propósito os he detenido que no dijeseis con
esto que he dicho, no tanto por añadir cosa que im-
portase á vuestras razones, cuanto para que reposaseis
entre tanto vos, y ansí entraseis con nuevo aliento en
esto que os resta.
—Vos, Juliano, dijo Marcelo entonces, siempre que
hablareis, será con propósito y provecho mucho; y lo
que habéis hablado agora ha sido tal, que hacéis mal
en no llevarlo adelante. Y pues ello mismo os había
metido en el nombre de Esposo, fuera justo que lo pro-
siguierais vos, á lo menos siquiera porque entre tanto
malo como he dicho yo, tuviera tan buen remate esta
plática; que yo os confieso que en este nombre no pue-
de decir lo que hay en él quien no lo ha sabido sentir;
y de mí ya conocéis cuan lejos estoy de todo buen sen-
timiento.
— Ya conocemos (dijeron juntos Juliano y Sabino),
cuan mal sentís de estas cosas, y por esta causa os
queremos oir en ellas; demás de que es justo que sea
de un paño todo.
— Justo es, dijo Marcelo, que sea todo de sayal,
y que á cosa tan grosera no se añada pieza más fina.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 277
Mas, pues es forzoso, será necesario que, como suelen
hacer los poetas en algunas partes de sus poesías,
adonde se les ofrece algún sujeto nuevo ó más dificul-
toso que lo pasado, ó de mayor calidad, que tornan á
invocar el favor de sus musas; ansí yo agora torne á
pedir á Cristo su favor y su gracia para poder decir
algo de lo que en un misterio como éste se encierra,
porque sin él no se puede entender ni decir.
Y con esto humilló Marcelo templadamente la cabe-
za hacia el suelo, y como encogiendo los hombros,
calló por un espacio pequeño; y luego tornándola á
alzar y tendiendo el brazo derecho, y en la mano de
él que tenía cerrada, abriendo ciertos dedos de ella y
extendiéndolos, dijo:
CAPITULO IV
Llámase Cristo Esposo, y explícase cómo lo es de la Iglesia,
y las circunstancias de este desposorio.
— Tres cosas son, Juliano y Sabino, las que este
nombre de Esposo nos da á entender, y las de que nos
obliga á tratar: el ayuntamiento y la unidad estrecha
que hay entre Cristo y la Iglesia; la dulzura y deleite
que en ella nace de esta unidad; los accidentes, y como
si dijésemos, los aparatos y circunstancias del despo-
sorio.
Porque si Cristo es esposo de toda la Iglesia y de
cada una de las almas justas, como de hecho lo es,
manifiesto es que han de concurrir en ello estas tres
cosas. Porque el desposorio, ó es un estrecho nudo en
que dos diferentes se reducen en uno, ó no se entiende
sin él; y es nudo por muchas maneras dulce, y nudo
que quiere su cierto aparato, y á quien le anteceden
siempre y le siguen algunas cosas dignas de considera-
ción. Y aunque entre los hombres hay otros títulos y
otros conciertos, ú ordenados por su voluntad de ellos
mismos, ó con que naturalmente nacen ansí, con que
278 FRAY LUIS DE LEÓN
se ayuntan en uno unas veces más y otras menos (por-
que el título de deudo ó de padre es unidad que hace
la naturaleza con el parentesco, y los títulos de rey y
de ciudadano y de amigo son respetos de estrechezas
con que por su voluntad los hombres se adunan); mas
aunque esto es ansí, el nombre de Esposo y la verdad
de este nombre hace ventaja á los demás en dos cosas:
la primera, en que es más estrecho y de más unidad
que ninguno; la segunda, en que es lazo más dulce y
causador de mayor deleite que todos los otros.
Y en este artículo, es muy digna de considerar la
maravillosa blandura con que ha tratado Cristo á los
hombres; que, con ser nuestro padre, y con hacerse
nuestra cabeza, y con regirnos como pastor, y curar
nuestra salud como médico, y allegarse á nosotros, y
ayuntarnos á sí con otros mil títulos de estrecha amis-
tad, no contento con todos, añadió á todos ellos este
nudo y este lazo también, y quiso decirse y ser nues-
tro Esposo. Que para lazo es el más apretado lazo; y
para deleite, el más apacible y más dulce; y para uni-
dad de vida, el de mayor familiaridad; y para confor-
midad de voluntades, el más uno; y para amor, el más
ardiente y el más encendido de todos.
Y no sólo en las palabras, mas en el hecho es ansí
nuestro Esposo. Que toda la estrecheza de amor y de
conversación y de unidad de cuerpos que en el suelo
hay entredós, marido y mujer, comparada con aquella
con que se enlaza con nuestra alma este Esposo, es
frialdad y tibieza pura. Porque en el otro ayuntamien-
to no se comunica el espíritu, mas en este su mismo
espíritu de Cristo se da y se traspasa á los justos,
como dice San Pablo l: «El que se ayunta á Dios, há-
cese un mismo espíritu con Dios». En el otro ansí dos
cuerpos se hacen uno, que se quedan diferentes en
todas sus cualidades; mas aquí ansí se ayuntóla per-
sona del Verbo á nuestra carne, que osa decir San
Juan 2: «Que se hizo carne».
1 I Corint., vi, 17. 2 Joan., i, 4.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO SEGUNDO 279
Allí no recibe vida el un cuerpo del otro; aquí vive
y vivirá nuestra carne por medio del ayuntamiento de
la carne de Cristo. Allí al fin son dos cuerpos en hu-
mores é inclinaciones diversos; aquí ayuntando Cristo
su. cuerpo á los nuestros, los hace de las condiciones
del suyo, hasta venir á ser con El casi un cuerpo mis-
mo, por una tan estrecha y secreta manera, que ape-
nas explicarse puede. Y ansí lo afirma y encarece San
Pablo *: «Ninguno, dice, aborreció jamás á su carne;
antes la alimenta y la abriga como Cristo á la Iglesia,
porque somos miembros de su cuerpo, de su carne de
El, y de sus huesos de El. Por esto dejará el hombre á
su padre y á su madre, y se ayuntará á su mujer, y
serán dos en una carne; este es un secreto y un sa-
cramento grandísimo, mas entiéndolo yo en la Iglesia
con Cristo».
Pero vamos declarando poco á poco, cuanto nos
fuere posible, cada una de las partes de esta unidad
maravillosa, por la cual todo el hombre se enlaza es-
trechamente con Cristo, y todo Cristo con él. Porque
primeramente, el alma del hombre justo se ayunta y
se hace una con la divinidad y con el alma de Cristo,
no solamente porque las anuda el amor, esto es, por-
que el justo ama á Cristo entrañablemente, y es ama-
do de Cristo por no menos cordial y entrañable mane-
ra; sino también por otras muchas razones. Lo uno,
porque imprime Cristo en su alma de él, y le dibuja
una semejanza de sí mismo viva, y un retrato eficaz
de aquel grande bien que en sí mismas contienen sus
dos naturalezas, humana y divina. Con la cual seme-
janza figurado nuestro ánimo, y como vestido de Cris-
to, parece otro El, como poco ha decíamos, hablando
de la virtud de la gracia. Lo otro, porque demás de
esta imagen de gracia que pone Cristo como de asien-
to en nuestra alma, le aplica también su fuerza y su
vigor vivo, y que obra y lánzalo por ella toda; y apo-
derado ansí de ella, dale movimiento y despiértala y
1 Ephes.,v, 29.
280 FRAY LUIS DE LEÓN
hácele que no repose, sino que, conforme á la santa
imagen suya, que impresa en sí tiene, ansí obre y se
menee y bulla siempre, y como fuego arda y levante
llama, y suba hasta el cielo, ensalzándose.
Y como el artífice que, como alguna vez acontece,
primero hace de la materia que le conviene lo que le
ha de ser instrumento en su arte, figurándolo en la ma-
nera que debe para el fin que pretende; y después
cuando lo toma en la mano, queriendo usar de él, le
aplica su fuerza y le menea, y le hace que obre confor-
me á la forma de instrumento que tiene, y conforme á
su calidad y manera; y en cuanto está ansí el instru-
mento, es como un otro artífice vivo, porque el artífice
vive en él y le comunica cuanto es posible la virtud de
su arte; ansí Cristo, después que con la gracia, seme-
janza suya, nos figura y concierta en la manera que
cumple, aplica su mano á nosotros, y lanza en nosotros
su virtud obradora; y dejándonos llevar de ella nos-
otros sin le hacer resistencia, obra El, y obramos con El
y por El lo que es debido al ser suyo, que en nuestra
alma está puesto, y á las condiciones hidalgas y al na-
cimiento noble que nos ha dado; y hechos ansí otro El,
ó por mejor decir, envestidos en El, nace de El y de
nosotros una obra misma, y esa cual conviene que sea
la que es obra de Cristo.
Mas ¿por ventura parará aquí el lazo con que se
anuda Cristo á nuestra alma? Antes pasa adelante:
porque (y sea esto lo tercero, y lo que ha de ser forzo-
samente lo último), porque no solamente nos comuni-
ca su fuerza y el movimiento de su virtud en la forma
que he dicho, mas también por una manera que apenas
se puede decir, pone presente su mismo Espíritu-Santo
en cada uno de los ánimos justos. Y no solamente se
junta con ellos, por los buenos efectos de gracia y de
virtud y de bien obrar que allí hace, sino porque el
mismo espíritu divino suyo está dentro de ellos pre-
sente, abrazado y ayuntado con ellos por dulce y bien-
aventurada manera.
Que ansí como en la Divinidad el Espíritu-Santo,
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 281
inspirado juntamente de las personas del Padre y del
Hijo, es el amor, y como si dijésemos, el nudo dulce y
estrecho de ambas; ansí El mismo, inspirado á la Igle-
sia, y con todas las partes justas de ella enlazado, y en
ellas morando, las vivifica y las enciende, y las enamo-
ra y las deleita, y las hace entre sí y con El una cosa
misma. «Quien me amare, dice Cristo *, será amado de
mi Padre, y vendremos á él y haremos morada en él».
Y San Pablo 2: «La caridad de Dios nos es infundida en
nuestros corazones por el Espíritu-Santo, que nos es
dado». Y en otra parte dice 3: que nuestros cuerpos son
templo suyo, y que vive en ellos y en nuestros espíri-
tus. Y en otra 4, que nos dio el espíritu de su Hijo, que
en nuestras almas y corazones á boca llena le llama
Padre y más Padre. Y como aconteció á Elíseo con el
hijo de la huéspeda muerto 5, que le aplicó primero su
báculo, y se ajustó con él después, y lo último de todo
le comunicó su aliento y espíritu; ansí en su manera
es lo que pasa en este ayuntamiento y en este brazo
de Dios; que primero pone Dios en el alma sus dones,
y después aplica á ella sus manos y rostro, y última-
mente le infunde su aliento y espíritu, con el cual la
vuelve á la vida del todo, y viviendo á la manera que
Dios vive en el cielo, y viviendo por él, dice con San
Pablo 6: «Vivo yo, mas no yo, sino vive en mí Jesu-
cristo».
Esto, pues, es lo que hace en el alma; y no es menos
maravilloso que esto lo que hace con el cuerpo, con el
cual ayunta el suyo estrechísimamente. Porque, demás
de que tomó nuestra carne en la naturaleza de su hu-
manidad, y la ayuntó con su persona divina con ayunta-
miento tan firme que no será suelto jamás (el cual ayun-
tamiento es un verdadero desposorio, ó por mejor decir,
un matrimonio indisoluble celebrado entre nuestra
carne y el Verbo, y el tálamo donde se celebró fué,
como dice San Agustín, el vientre purísimo); ansí que,
1 Joan., x\v, 2?. 2 Rom., v, 5. 3 1 Corint , iit, 16.
4 Rom., vnr, 15. 5 IV Reg., iv, 31. 6 Galant., u, 20.
282 FRAY LUIS DE LEÓN
dejando esta unión aparte que hizo con nuestra carne,
haciéndola carne suya, y vistiéndose de ella, y salien-
do en pública plaza en los ojos de todos los hombres
abrazado con ella, también esta misma carne y cuerpo
suyo, que tomó de nosotros, lo ayunta con el cuerpo
de su Iglesia y con todos los miembros de ella, que
-debidamente le reciben en el Sacramento del altar;
allegando su carne á la carne de ellos, y haciéndola
cuanto es posible con la suya una misma. «Y serán,
dice1, dos en una carne. Gran Sacramento es éste,
pero entiéndolo yo de Cristo y de la Iglesia.» No niega
San Pablo decirse con verdad de Eva y de Adán aque-
llo: «Y serán una carne los dos»; de los cuales al prin-
cipio se dijo; pero dice que aquella verdad fué seme-
janza do este otro hecho secreto, y dice que en aque-
llo la razón de ello era manifiesta y descubierta razón;
mas aquí dice que es oculto misterio.
Y á este ayuntamiento real y verdadero de su cuer-
po y el nuestro, miran también claramente aquellas
palabras de Cristo 2: «Si no comiereis mi carne y be-
biereis mi sangre, no tendréis vida en vosotros». Y
luego, ó en el mismo lugar: «El que come mi carne y
bebe mi sangre, queda en mí, y yo en él». Y ni más
ni menos lo que dice San Pablo 3: «Todos somos un
cuerpo los que participamos de un mismo manteni-
miento».
De lo cual se concluye que, ansí como por razón de
aquel tocamiento son dichos ser una carne Eva y
Adán; ansí, y con mayor razón de verdad, Cristo, Es-
poso fiel de su Iglesia, y ella esposa querida y amada
suya por razón de este ayuntamiento que entre ellos
se celebra, cuando reciben los fieles dignamente en la
hostia su carne, son una carne y un cuerpo entre sí.
Bien y brevemente Teodoreto, sobre el principio de los
Cantares y sobre aquellas palabras de ellos: «Béseme
de besos de su boca», en este propósito, dice de esta
manera: «No es razón que ninguno se ofenda de esta
1 Ephrs., v, 31. 2 Joan., vi, 54. 3 I Corint., x, 17.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 283
palabra de beso; pues es verdad que al tiempo que se
dice la Misa, y al tiempo que se comulga en ella, toca-
mos al cuerpo de nuestro Esposo, y le besamos y le
abrazamos, y como con esposo, ansí nos ayuntamos con
El». Y San Crisóstomo dice más larga y más clara-
mente lo mismo: «Somos, dice, un cuerpo, y somos
miembros suyos, hechos de su carne y hechos de sus
huesos».
Y no sólo por medio del amor somos uno con El,
mas realmente nos ayunta y como convierte en su
carne por medio del manjar de que nos ha hecho mer-
ced. Porque, como quisiese declararnos su amor, en-
lazó y como mezcló con su cuerpo el nuestro, é hizo
que todo fuese uno, para que ansí quedase el cuerpo
unido con su cabeza, lo cual es muy propio de los que
mucho se aman. Y ansí, Cristo, para obligarnos con
mayor amor y para mostrar más para con nosotros su
buen deseo, no solamente se deja ver de los que le
aman, sino quiere ser también tocado de ellos y ser
comido, y que con su carne se ingiera la de ellos,
como diciéndoles: «Yo deseé y procuré ser vuestro
hermano, y ansí por este fin me vestí, como vosotros,
de carne y de sangre; y eso mismo con que me hice
vuestro deudo y pariente, eso mismo yo agora os lo
doy y comunico».
Aquí Juliano, asiendo de la mano á Marcelo, le dijo:
— Nos os canséis en eso, Marcelo; que lo mismo que
dicen Teodoreto y Crisóstomo, cuyas palabras nos ha-
béis referido, lo dicen por la misma manera casi toda
la antigüedad de los Santos, San Ireneo, San Hilario.
San Cipriano, San Agustín, Tertuliano, Ignacio, Gre-
gorio Niseno, Cirilo, León, Focio y Teofilacto. Porque,
ansí como es cosa notoria á los fieles que la carne de
Cristo, debajo de los accidentes de la hostia recibida
por los cristianos, y pasada al estómago por medio de
aquellas especies, toca á nuestra carne, y es nuestra
carne tocada de ella; ansí también es cosa en que nin-
guno que lo hubiere leído puede dudar, que ansí las
sagradas Letras como los santos doctores usan por esta
284 FRAY LUIS DE LEÓN
causa de esta forma de hablar; que es decir que somos
un cuerpo con Cristo, y que nuestra carne es de su
carne, y de sus huesos los nuestros; y que no sola-
mente en los espíritus, mas también en los cuerpos
estamos todos ayuntados y unidos. Ansí que estas dos
cosas, ciertas son y fuera de toda duda están puestas.
Lo que agora, Marcelo, os conviene decir, si nos que-
réis satisfacer, ó por mejor decir, si deseáis satisfacer
al sujeto que habéis tomado y á la verdad de las cosas,
es declarar cómo por sólo que se toque una carne con
otra, y sólo porque el un cuerpo con el otro cuerpo se
toquen, se puede decir con verdad que son ambos
cuerpos un cuerpo y ambas carnes una misma carne,
como las sagradas Letras y los santos doctores, que ansí
las entienden, lo dicen. ¿Por ventura no toco yo agora
con mi mano á la vuestra, mas no por eso son luego
un mismo cuerpo y una misma carne vuestra mano y
mi mano?
— No lo son sin duda, dijo Marcelo entonces, ni me-
nos es un cuerpo y una carne la de Cristo y la nuestra,
solamente porque se tocan cuando recibimos su cuer-
po; ni los santos por sólo este tocamiento ponen esta
unidad de cuerpos entre El y nosotros; que los peca-
dores que indignamente le reciben también se tocan
con El; sino porque tocándose ambos por razón de ha-
ber recibido dignamente la carne de Cristo, y por
medio de la gracia que se da por ella, viene nuestra
carne á remedar en algo á la de Cristo, haciéndosele
semejante.
— Eso, dijo Juliano entonces, dejando á Marcelo, nos
dad más á entender.
Y Marcelo, callando un poco, respondió luego de esta
manera:
— Quedará muy entendido si yo, Juliano, hiciere
agora clara la verdad de dos cosas: la primera, que pa-
ra que se diga con verdad que dos cosas son una mis-
ma, basta que sean muy semejantes entre sí; la segun-
da, que la carne de Cristo, tocando á la carne del que le
recibe dignamente en el Sacramento, por medio de la
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO SEGUNDO 285
gracia que produce en el alma, hace en cierta manera
semejante nuestra carne á la suya.
— Si vos probáis eso, Marcelo, respondió Juliano, no
quedará lugar de dudar; porque, si una grande seme-
janza es bastante para que se digan ser unos los que
son dos, y si la carne de Cristo, tocando á la nuestra
la asemeja mucho á sí misma, clara cosa es que se pue-
de decir con verdad que por medio de este tocamiento
venimos á ser con El un cuerpo y una carne. Y á lo
que á mí me parece, Marcelo, en la primera de esas
dos cosas propuestas no tenéis mucho que trabajar ni
probar; porque cosa razonable y conveniente parece
que lo muy semejante se llame uno mismo, y ansí lo
solemos decir.
— Es conveniente, respondió Marcelo, y conforme
á razón, y recibido en el uso común de los que bien
sienten y hablan. De dos, cuando mucho se aman, ¿por
ventura no decimos que son uno mismo, y no por más
de porque se conforman en la voluntad y querer? Lue-
go si nuestra carne se despojare de sus cualidades, y se
vistiere de las condiciones de la carne de Cristo, serán
como una ella y la carne de Cristo; y demás de mu-
chas otras razones, será también por esta razón carne
de Cristo la nuestra, y como parte de su cuerpo y
parte muy ayuntada con El.
De un hierro muy encendido decimos que es fuego,
no porque en substancia lo sea, sino porque en las
cualidades, en el ardor, en el encendimiento, en el co-
lor y en los efectos lo es; pues ansí para que nuestro
cuerpo se diga cuerpo de Cristo, aunque no sea una
substancia misma con El, bien lo debe bastar el estar
acondicionado como El. Y para traer á comparación lo
que más vecino es y más semejante, ¿no dice á boca
llena San Pablo * que el que se ayunta con Dios se hace
un espíritu con Él? Y ¿no es cosa cierta que el ayuntar-
se con Dios el hombre, no es otra cosa sino recibir en
su alma la virtud de la gracia, que, como ya tenemos
1 I Corint., vi, 17.
¿86 FRAY LUIS DE LEÓN
dicho otras veces, es una cualidad celestial que, pues-
ta en el alma, pone en ella mucho de las condicione»
de Dios y la figura muy á su semejanza? Pues si al es-
píritu de Dios y al nuestro espíritu los dice ser uno el
predicador de las gentes, por la semejanza suya que
hace en el nuestro el de Dios, bien bastará para que se
diga nuestra carne y la carne de Cristo ser una carner
el tener la nuestra, si lo tuviere, algo de lo que es pro-
pio y natural á la carne de Cristo.
Son un cuerpo de república y de pueblo mil hom-
bres en linaje extraños, en condiciones diversos, en
oficios diferentes, y en voluntades é intentos contra-
rios entre sí mismos, porque los ciñe un muro y por-
que los gobierna una ley; y dos carnes tan juntas, que
traspasa por medio de la gracia mucho de su virtud
y de su propiedad la una en la otra, y casi la embebe
en sí misma, ¿no serán dichas ser una?
Y si en esto no hay que probar, por ser manifiesto,
como, .Juliano, decís, ¿cómo puede ser oscuro ó du-
doso lo segundo que propuse, y que después de esto
sigue? Un guante oloroso traído por un breve tiempo
en la mano, pone su buen olor en ella, y apartado de
ella, lo deja allí puesto; y la carne de Cristo virtuo-
sísima y eficacísima, estando ayuntada con nuestro
cuerpo é hinchiendo de gracia nuestra alma, ¿no co-
municará su virtud á nuestra carne? ¿Qué cuerpo es-
tando junto á otro cuerpo no le comunica sus con-
diciones? Este aire fresco que agora nos toca nos
refresca, y poco antes de agora, cuando estaba encen-
dido, nos comunicaba su calor y encendía. Y no quiero
decir que esta es obra de naturaleza, ni digo que es
virtud que naturalmente obra la que acondiciona
nuestro cuerpo y le asemeja al cuerpo de Cristo; por-
que si fuese ansí, siempre y con todos aquellos á quie-
nes tocase sucedería lo mismo; mas no es con todos
ansí, como parece en aquellos que le reciben indignos.
En los cuales el pasar atrevidamente á sus pechos su-
cios el cuerpo santísimo de Jesucristo, demás de los
daños del alma, les es causa en el cuerpo de malos
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 287
accidentes y de enfermedades, y á las veces de muer-
te, como claramente nos lo enseña San Pablo.
Ansí que, no es obra de naturaleza ésta; mas es
muy conforme á ella y á lo que naturalmente acontece
á los cuerpos cuando entre sí mismos se ayuntan. Y
si por entrar la carne de Cristo en el pecho no limpio
ni convenientemente dispuesto, como agora decía, jus-
tamente se le destempla la salud corporal á quien
ansí le recibe; cuando por el contrario estuviere bien
dispuesto el que le recibiere, ¿cómo no será justo que
con maravillosa virtud no sólo le santifique el alma,
mas también con la abundancia de la gracia que en
ella pone, le apure el cuerpo y le avecine á sí mismo
todo cuanto pudiere?
Que no es más inclinado al daño que al bien el que
es la misma bondad, ni el bien hacer le es dificultoso
al que con el querer sólo lo hace. Y no solamente es
conforme á lo que la naturaleza acostumbra, mas es
muy conveniente y muy debido á lo que piden nues-
tras necesidades. ¿No decíamos esta mañana que el
soplo de la serpiente, y aquel manjar vedado y comido
nos desconcertó el alma y nos emponzoñó el cuerpo?
Luego convino que este manjar, que se ordenó contra
aquél, pusiese no solamente justicia en el alma, sino
también por medio de ella santidad y pureza celestial
en la carne; pureza, digo, que resistiese á la ponzoña
primera, y la de arraigase poco á poco del cuerpo,
como dice San Pablo: «Ansí como en Adán murieron
todos, ansí cobraron vida en Jesucristo».
En Adán hubo daño de carne y de espíritu, y hubo
inspiración del demonio espiritual para el alma y man-
jar corporal para el cuerpo. Pues si la vida se contra-
pone á la muerte, y el remedio ha de ir por las pisa-
das del daño, necesario es que Cristo en ambas á dos
cosas produzca salud y vida, en el alma con su espí-
ritu, y en la carne ayuntando á ella su cuerpo. Aque-
lla manzana, pasada al estómago, ansí destempló el
cuerpo, que luego se descubrieron en él mil malas
cualidades más ardientes que el fuego; esta carne san-
288 FRAY LUIS DE LEÓN
ta, allegada debidamente á la nuestra por virtud de
su gracia, produzca en ella frescor y templanza. Aquel
fruto atosigó nuestro cuerpo, con que viene á la muer-
te; esta carne comida enriquézcanos ansí con su gra-
cia, que aun descienda su tesoro á la carne, que la
apure y le dé vida y la resucite.
Bien dice acerca de esto San Gregorio Niseno: «Ansí
como en aquellos que han bebido ponzoña, y que
matan su fuerza mortífera con algún remedio contra-
rio, conviene que, conforme á como hizo el veneno,
ansimismo la medicina penetre por las entrañas, para
que se derrame por todo el cuerpo el remedio; ansí
nos conviene hacer á nosotros, que pues comimos la
ponzoña que nos desata, recibamos la medicina que
nos repara, para que con la virtud de ésta deseche-
mos el veneno de aquélla. Mas esta medicina ¿cuál es?
Ninguna otra sino aquel santo cuerpo, que sobrepujó
á la muerte y nos fué causa de vida. Porque ansí como
un poco de levadura, como dice el Apóstol, asemeja á
sí á toda la masa; ansí aquel cuerpo á quien Dios dotó
de inmortalidad, entrando en el nuestro, le traspasa en
sí todo y le muda. Y ansí como lo ponzoñoso, con lo
saludable mezclado, hace á lo saludable dañoso; ansí
al contrario, este cuerpo inmortal á aquel de quien es
recibido le vuelve semejantemente inmortal». Esto
dice el Niseno.
Mas entre todos San Cirilo lo dice muy bien: «No
podía, dice, este cuerpo corruptible traspasarse por
otra manera á la inmortalidad y á la vida, sino siendo
ayuntado á aquel cuerpo á quien es como suyo el vi-
vir. Y si á mí no me crees, da fe á Cristo, que dice:
«Sin duda os digo que si no comiereis la carne del Hijo
del hombre, y si no bebiereis su sangre, no tendréis
vida en vosotros. Que el que come mi carne y bebe
mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el
postrero día». Bien oyes cuan abiertamente te dice
que no tendrás vida, si no comes su carne y bebes su
sangre. No la tendréis, dice, en vosotros; esto es, den-
tro de vuestro cuerpo no la tendréis. Mas ¿á quién no
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. -LIBRO SEGUNDO 289
tendréis? A la vida. Vida llama convenientemente á
su carne de vida, porque ella es la que en el día últi-
mo nos ha de resucitar.
»Y deciros he cómo. Esta carne viva, por ser carne
del Verbo unigénito, posee la vida, y ansí no la puede
vencer el morir; por donde, si se junta á la nuestra,
lanza de nosotros la muerte; porque nunca se aparta
de su carne el Hijo de Dios. Y porque está junto y es
como uno con ella, y por eso dice: «Y yo le resucitaré
en el día postrero». Y en otro lugar el mismo doctor
dice ansí: «Es de advertir que el agua, aunque es de su
naturaleza muy fría, sobreviniéndole el fuego, olvida-
da de su frialdad natural, no cabe en sí de calor. Pues
nosotros, por la misma manera, dado que por la natu-
raleza de nuestra carne somos mortales, participando
de aquella vida que^nos retira de nuestra natural fla-
queza, tornamos á vivir por su virtud propia de ella;
porque convino que no solamente el alma alcanzase
la vida por comunicársele el Espíritu-Santo, mas que
también este cuerpo tosco y terreno fuese hecho in-
mortal con el gusto de su metal, y con el tacto de ello
y con el mantenimiento. Pues como la carne del Sal-
vador es carne vivífica, por razón de estar ayuntada
al Verbo, que es vida por naturaleza, por eso cuando
la comemos tenemos vida en nosotros, porque estamos
unidos con aquello que está hecho vida. Y por esta
causa Cristo, cuando resucitaba á los muertos, no so-
lamente usaba de palabra y de mando como Dios, mas
algunas veces les aplicaba á su carne, como junta-
mente obradora, para mostrar con el hecho que tam-
bién su carne, por ser suya y por estar ayuntada con
El, tenía virtud de dar vida.» Esto es de Cirilo.
Ansí que, la mala disposición que puso en nosotros
el primer manjar nos obliga á decir que el cuerpo de
Cristo, que es su contrario, es causa que haya en el
nuestro, por secreta y maravillosa virtud, nueva pu-
reza y nueva vida; y lo mismo podemos ver si pone-
mos los ojos en lo que se puso por blanco Cristo en
cuanto hizo, que es declararnos su amor por todas las
19
290 FRAY LUIS DE LEÓN
maneras posibles. Porque el amor, como platicabais
agora, Juliano y Sabino, es unidad, ó todo su oficio es
hacer unidad; y cuanto es mayor y mejor la unidad,
tanto es mayor y más excelente el amor. Por donde
cuanto por más particulares maneras fueren en uno
mismo dos entre sí, tanto sin duda ninguna se tendrán
más amor.
Pues si en nosotros hay carne y espíritu, y si con ol
espíritu ayunta el suyo Cristo por tantas maneras,,
poniendo en él su semejanza y comunicándole su vi-
gor y derramando por él su espíritu mismo, ¿no os
parecerá, Juliano, forzoso el decir, ó que hay falta en
su amor para con nosotros, ó que ayunta también su
cuerpo con el nuestro, cuanto es posible ayuntarse
dos cuerpos? Mas ¿quién se atreverá á poner mengua
en su amor en esta parte, el cual por todas las demás
partes es sobre todo encarecimiento extremado? Por-
que, pregunto: ¿ó no le es posible á Dios hacer esta
unión, ó hecha no declara ni engrandece su amor, á
no se precia Dios de engrandecerle? Claro es que es po-
sible, y manifiesto que añade quilates: y notorio y sin.
duda que se precia Dios de ser en todo lo que haca
perfecto.
Pues si es esto cierto, ¿cómo puede ser dudoso, si
hace Dios lo que puede ser hecho, y lo que importa que
se haga para el fin que pretende? El mismo Cristo dicer
rogando á su Padre *: «Señor, quiero que yo y los míos
seamos una misma cosa, ansí como yo soy una misma
cosa contigo». No son una misma cosa el Padre y el
Hijo solamente porque se quieren bien entre sí, ni sólo
porque son ansí en voluntades como en juicios confor-
mes; sino también porque son una misma substancia,
de manera que el Padre vive en el Hijo, y el Hijo vive
por el Padre, y es un mismo ser y vivir el de entrambos.
Pues ansí, para que la semejanza sea perfecta cuan-
to ser puede, conviene sin duda que á nosotros los
fieles, entre nosotros, y á cada uno de nosotros con
1 Joan., xvii, 22.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 291
Cristo, no solamente nos anude y haga uno la caridad
que el espíritu en nuestros corazones derrama; sino
que también en la manera del ser, ansí en la del cuer-
po como en la manera del alma, seamos todos uno,
cuanto es hacedero y posible; y conviene que, siendo
muchos en personas, como de hecho lo somos, empero
por razón de que mora en nuestras almas un espíritu
mismo, y por razón que nos mantiene un individuo y
solo manjar, seamos todos uno en un espíritu y en un
cuerpo divino; los cuales espíritu y cuerpo divino,
ayuntándose estrechamente con nuestros propios cuer-
pos y espíritus, los califiquen y los acondicionen á to-
dos de una misma manera, y á todos de aquella con-
dición y manera que le es propia á aquel divino cuerpo
y espíritu, que es la mayor unidad que se puede hacer
ó pensar en cosas tan apartadas de suyo.
De manera que, como una nube en quien ha lanzado
la fuerza de su claridad y de sus rayos el sol, llena de
luz y, si esta palabra aquí se permite, en luz empa-
pada, por donde quiera que se mire es un sol; ansí,
ayuntando Cristo, no solamente su virtud y su luz,
sino su mismo espíritu y su mismo cuerpo con los
fieles y justos, y como mezclando en cierta manera su
alma con la suya de ellos, y con el cuerpo de ellos su
cuerpo, en la forma que he dicho, les brota Cristo y
les sale afuera por los ojos y por la boca y por los
sentidos, y sus figuras todas y sus semblantes y sus
movimientos son Cristo, que los ocupa ansí á todos,
y se enseñorea de ellos tan íntimamente, que, sin des-
truirles ó corromperles su ser, no se verá en ellos en el
último día ni se descubrirá otro ser más del suyo y un
mismo ser en todos; por lo cual, ansí El como ellos, sin
dejar de ser El y ellos, serán un El y uno mismo.
Grande nudo es éste, Sabino; y lazo de unidad tan
estrecho, que en ninguna cosa de las que, ó la natura-
leza ha compuesto ó el arte inventado, las partes di-
versas que tiene, se juntaron jamás con juntura tan de-
licada ó que ansí huyese la vista, como es esta juntura.
Y cierto, es ayuntamiento de matrimonio tanto mayor y
292 FRAY LUIS DE LEÓN
mejor, cuanto se celebra por modo más uno y más lim-
pio; y la ventaja que hace al matrimonio ó desposorio
de la carne en limpieza, esa ó mucho mayor ventaja le
hace en unidad y estrecheza. Que allí se inficionan los
cuerpos, y aquí se deifica el alma y la carne; allí se
aficionan las voluntades, aquí toda es una voluntad y
un querer; allí adquieren derecho el uno sobre el cuer-
po del otro; aquí, sin destruir su substancia, convierte
en su cuerpo, en la manera que he dicho, el Esposo
Cristo á su esposa; allí se yerra de ordinario, aquí se
acierta siempre; allí de continuo hay solicitud y cuida-
do, enemigo de la conformidad y unidad; aquí seguri-
dad y reposo, ayudador y favorecedor de aquello que
es uno; allí se ayuntan para sacar á luz á otro tercero:
aquí por un ayuntamiento se camina á otro, y el fruto
de esta unidad es afinarse en ser uno, y el abrazarse es
para más abrazarse; allí el contento es aguado y el de-
leite breve y de bajo metal; aquí lo uno y lo otro tan
grande, que baña el cuerpo y el alma; tan noble, que
es gloria; tan puro, que ni antes le precede ni después
se le sigue, ni con él jamás se mezcla ó se ayunta el
dolor.
Del cual deleite (pues hemos dicho ya del ayunta-
miento, que es lo que propusimos primero, lo que el
Señor nos ha comunicado), será bien que digamos ago-
ra lo que se pudiere decir, aunque no sé si es de las
cosas que no se han de decir: á lo menos, cierto es que,
cómo ello es y cómo pasa, ninguno jamás lo supo ni
pudo decir.
Y ansí, sea esta la primera prueba y el argumento
primero de su no medida grandeza, que nunca cupo en
lengua humana, y que el que más lo prueba lo calla
más, y que su experiencia enmudece el habla, y que
tiene tanto de bien que sentir, que ocupa el alma toda
su fuerza en sentirlo, sin dejar ninguna parte de ella
libre para hacer otra cosa; de donde la sagrada Escritu-
ra, en una parte adonde trata de este gozo y deleite, le
llama maná escondido; y en otro, nombre nuevo que
no lo sabe leer sino aquel sólo que lo recibe; y en otra,
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. - LIBRO SEGUNDO 293
introduciendo como en imagen una figura de estos
abrazos, venido á este punto de declarar sus deleites
de ellos, hace que se desmaye y que quede muda y sin
sentido la esposa que lo respresenta; porque ansí como
en el desmayo se recoge el vigor del alma á lo secreto
del cuerpo, y ni la lengua, ni los ojos, ni lo pies ni las
manos hacen su oficio, ansí este gozo, al punto que se
derrama en el alma, con su grandeza increíble la lleva
toda á sí, por manera que no le deja comunicar lo que
siente á la lengua.
Mas ¿qué necesidad hay de rastrear por indicios lo
que abiertamente testifican las sagradas Letras y lo que
por clara y llana razón se convence? David dice en
su divina Escritura1: «¡Cuan grande es, Señor, la mu-
chedumbre de tu dulzura, la que escondiste para los
que te temen!» Y en otra parte: «Serán, Señor, vuestros
siervos embriagados con la abundancia de los bienes
de vuestra casa, y daréisles á beber del arroyo impe-
tuoso de vuestros deleites». Y en otra parte: «Gustad y
ved cuan dulce es el Señor». Y en otra: «Un río de
avenida baña con deleite la ciudad de Dios, y la voz de
salud y alegría suena en las moradas de los justos, y
bienaventurado es el pueblo que sabe qué es jubila-
ción». Y finalmente, Isaías 2: «Ni los ojos lo vieron, ni
lo oyeron los oídos, ni pudo caber en humano corazón
lo que Dios tiene aparejado para los que esperan en El».
Y conviene que, como aquí se dice, ansí sea por ne-
cesaria razón y tan clara, que se tocara con la manos
si primero entendiéremos qué es y cómo se hace esto
que llamamos deleite; porque deleite es un sentimiento
y movimiento dulce, que acompaña y como remata
todas aquellas obras en que nuestras potencias y fuer-
zas, conforme á sus naturalezas ó á sus deseos, sin im-
pedimento ni estorbo se emplean; porque todas las ve-
ces que obramos ansí, por el medio de estas obras
alcanzamos alguna cosa, que, ó por naturaleza ó por
1 Psalm. xix, 20; xxxv, 9; xlv, 5; cxvn 15; lixxvut, 16.—
2 Isai., lxiv, 4.
291 FRAY LUIS DE LEÓN
disposición y costumbre, ó por elección y juicio nues-
tro, nos es conveniente y amable. Y como cuando no
se posee y se conoce algún bien, la ausencia de él
causa en el corazón una agonía y deseo, ansí es nece-
sario decir que, por el contrario, cuando se posee y se
tiene, la presencia de él en nosotros y el estar ayun-
tado y como abrazado con nuestro apetito y sentidos,
conociéndolos nosotros ansí, los halaga y regala; por
manera que el deleite es un movimiento dulce del
apetito.
Y la causa del deleite son, lo primero, la presencia,
y, como si dijésemos, el abrazo del bien deseado; al
cual abrazo se viene por medio de alguna obra conve-
niente que hacemos, y es como si dijésemos el tercero
de esta concordia, ó por mejor decir, el que la saborea
y sazona el conocimiento y el sentido de ella; porque
á quien no siente ni conoce el bien que posee, ni si lo
posee, no le puede ser el bien ni deleitoso ni apacible.
Pues esto presupuesto de esta manera, vamos agora
mirando estas fuentes de donde mana el deleite, y exa-
minando á cada una de ellas por sí, que, adondequiera
que las descubriéremos más, y en todas aquellas cosas
adonde halláremos mayores y más abundantes mineros
de él, en aquellas co^as sin duda el deleite de ellas será
de mayores quilates. Es, pues, necesario para el deleite,
y como fuente suya de donde nace, lo primero, el co-
nocimiento y sentido: lo segundo, la obra por medio
de la cual se alcanza el bien deseado; lo tercero, ese
mismo bien; lo cuarto y lo último, su presencia y ayun-
tamiento de él con el alma. Y digamos del conoci-
miento primero, y después diremos de lo demás por su
orden.
El conocimiento, cuanto fuere más vivo, tanto cuanto
es de su parte será causa de más vivo y más acendra-
do deleite; porque, por la razón que no pueden gozar
de él todas aquellas cosas que no tienen sentido, por
esa misma se convence que las que le tienen, cuanto
más de él tuvieren, tanto sentirán la dulzura más, con-
forme á como la experiencia lo demuestra en los ani-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 295
males, que en la manera que á cada uno de ellos, con-
forme á su naturaleza y especie, ó más ó menos se
les comunica el sentido, ansí ó más ó menos les es de-
leitable y gustoso el bien que poseen; y cuanto en
cada un orden de ellos está la fuerza del sentido más
bota, tanto cuanto se deleitan es menor su deleite; y
no solamente se ve esto entre las cosas que son dife-
rentes, comparándolas entre sí mismas, mas en un li-
naje mismo de cosas y en los particulares que en sí
contiene se ve.
Porque los hombres, los que son de más buen sen-
tido, gustan más del deleite; y en un hombre sólo, si,
•ó por acaso ó por enfermedad, tiene amortecido el
sentido del tacto en la mano, aunque la tenga fría y
la allegue á la lumbre, no le hará gusto el calor; y
como se fuere en ella, por medio de la medicina ó por
otra alguna manera, despertando el sentir, ansí por
los mismos pasos y por la medida misma crecerá en
ella el poder gozar del deleite; por donde, si esto es
ansí, ¿quién no sabe ya cuan más subido y agudo sen-
tido es aquel con que se comprenden y sienten los
gozos de la virtud, que no aquel de quien nacen los
deleites del cuerpo? Porque el uno es conocimiento
de razón, y el otro es sentido de carne; el uno pene-
tra hasta lo último de las cosas que conoce, el otro
para en la sobrehaz de lo que siente; el uno es sentir
bruto y de aldea, el otro es entender espiritual y de
alma; y conforme á esta diferencia y ventaja, ansí son
diferentes y se aventajan entre sí los deleites que
hacen.
Porque el deleite que nace del conocer del sentido,
es deleite ligero ó como sombra de deleite, y que tie-
ne de él como una vislumbre ó sobrehaz solamente, y
es tosco y aldeano deleite; mas el que nos viene del
entendimiento y razón es vivo gozo y macizo gozo, y
gozo de substancia y verdad; y ansí como se prueba la
grande substancia de estos deleites del alma por la vi-
veza del entendimiento que lo siente y conoce, ansí
ambién se ve su nobleza por el metal de la obra que
296 FRAY LUIS DE LEÓN
nos ayunta al bien de do nacen. Porque las obras por
cuya mano metemos á Dios en nuestra casa, que pues-
to en ella la hinche de gozo, son el contemplarle y
el amarle, y el ocupar en Él nuestro pensamiento y
deseo, con todo lo demás que es santidad y virtud.
Las cuales obras, ellas en sí mismas, son por una parte
tan propias de aquello que en nosotros verdaderamen-
te es ser hombre, y por otra tan nobles en sí, que ellas
mismas por sí, dejado aparte el bien que nos traen,
que es Dios, deleitan al alma, que con sola su posesión
de ellas se perfecciona y se goza; como, al revés todas
las obras que el cuerpo hace, por donde consigue
aquello con que se deleita el sentido, sean obras ó no
propias del hombre, ó ansí toscas y viles, que nadie
las estimaría ni se alegraría con ellas por sí solas, si ó
la necesidad pura ó la costumbre dañada no le forzase.
Ansí que, en lo bueno, antes que ello deleite hay
deleite; y eso mismo que va en busca del bien y que
lo halla y le echa las manos, es ello en sí bien que
deleita, y por un gozo se camina á otro gozo; por el
contrario de lo que acontece en el deleite del cuerpo,
adonde los principios son intolerable trabajo, los fines,
enfado y hastío, los frutos, dolor y arrepentimiento.
Mas cuando acerca de esto faltase todo lo que has-
ta agora se ha dicho, para conocer que es verdad
basta la ventaja sola que hace el bien de donde nacen
estos espirituales deleites, á los demás bienes que son
cebo de los sentidos. Porque si la pintura hermosa
presente á la vista deleita los ojos, y si los oídos se
alegran con la suave armonía, y si el bien que hay en
lo dulce ó en lo sabroso ó en lo blando causa conten-
tamiento en el tacto; y si otras cosas menores y menos
dignas de ser nombradas pueden dar gusto al sentido,
injuria será que se hace á Dios poner en cuestión si
deleita, ó qué tanto deleita al alma que se abra-
za con Él.
Bien lo sentía esto aquel que decía ]: «¿Qué hay
1 Psalm. lxxit, 25.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 297
para mí en el cielo? Y fuera de vos, Señor, ¿qué puedo
desear en la tierra?» Porque si miramos lo que, Señor,
sois en vos, sois un océano infinito de bien; y el mayor
de los que por acá se conocen y entienden, es una pe-
queña gota comparado con vos, y es como una sombra
vuestra oscura y ligera. Y si miramos lo que para
nosotros sois y en nuestro respeto, sois el deseo del
alma, el único paradero de nuestra vida, el propio y
solo bien nuestro, para cuya posesión somos criados
y en quien sólo hallamos descanso, y á quien, aun sin
conoceros, buscamos en todo cuanto hacemos.
Que á los bienes del cuerpo, y casi á todos los de-
más bienes que el hombre apetece, apetécelos como á
medios para conseguir algún fin, y como á remedios y
medicinas de alguna falta ó enfermedad que padece.
Busca el manjar porque le atormenta el hambre; alle-
ga riquezas por salir de pobreza; sigue el son dulce,
y vase en pos de lo proporcionado y hermoso, porque
sin esto padecen mengua el oído y la vista.
Y por esta razón los deleites que nos dan estos bie-
nes, son deleites menguados y no puros: lo uno, por-
que se fundan en mengua y en necesidad y tristeza; y
lo otro, porque no duran más de lo que ella dura, por
donde siempre la traen junto á sí y como mezclada
consigo. Porque si no hubiese hambre no sería deleite
el comer, y en faltando ella falta él juntamente. Y
ansí, no tienen más bien de cuanto dura el mal para
cuyo remedio se ordenan. Y por la misma razón, no-
puede entregarse ninguno á ellos sin rienda; antes es
necesario que los use el que de ellos usar quisiere,
con tasa, si le han de ser, conforme á como se nom-
bran, deleites; porque lo son hasta llegar á un punto
cierto, y en pasando de él no lo son.
Mas vos, Señor, sois todo el bien nuestro, y nuestro
soberano fin verdadero; y aunque sois el remedio de
nuestras necesidades, y aunque hacéis llenos todos
nuestros vacíos, para que os ame el alma mucho más
que á sí misma, no le es necesario que padezca men-
gua; que vos, por vos, merecéis todo lo que es el que-
359b FRAY LUIS DE LEÓN
rer y el amor. Y cuanto el que os amare, Señor, estu-
viere más rico y más abastado de vos, tanto os amará
con más veras. Y ansí como vos, en vos no tenéis fin
ni medida, ansí el deleite que nace de vos en el alma
que consigo os abraza dichosa, es deleite que no tiene
fin, y que cuanto más crece es más dulce; y deleite
en quien el deseo, sin recelo de caer en hartura, pue-
de alargar la rienda cuanto quisiere; porque, como
testificáis de vos mismo 1: «Quien bebiere de vuestra
dulzura, cuanto más bebiere, tendrá de ella más sed».
Y por esta misma razón, si, Juliano, no os desagra-
da (y según que agora á la imaginación se me ofrece),
en la sagrada Escritura este deleite, que Dios en los
suyos produce, es llamado con nombres de avenida y
de río, como cuando el Salmista decía que da de beber
Dios á los suyos un río de deleite grandísimo. Por-
que en decirlo ansí, no solamente quiere decir que les
dará Dios á los suyos grande abundancia de gozo; sino
también nos dice y declara que ni tiene límite este
gozo, ni menos es gozo que hasta un cierto punto es
sabroso, y pasado de él no lo es; ni es, como lo son los
deleites que vemos, agua encerrada en un vaso, que
tiene su hondo, y que fuera de aquellos términos con
que cerca, no hay agua, y que se agota y se acaba De-
biéndola; sino que es agua en río, que corre siempre y
que no se agota bebida, y que por más que se beba,
siempre viene fresca á la boca, sin poder jamás llegar
á algún paso adonde no haya agua; esto es, adonde
aquel dulzor no lo sea.
De manera que, por razón de ser Dios bien infinito
(y bien que sobrepuja sin ninguna comp ¡ración á todos
los bienes), se entiende que en el alma que le posee,
el deleite que hace es entre todos los deleites el mayor
deleite; y por razón de ser nuestro último fin, se con-
vence que jamás este deleite da en cara.
Y si esto es por ser Dios el que es, ¿qué será por
razón del querer que nos tiene, y por el estrecho nudo
1 Ecclis., xxiv, 29.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO SEGUNDO 299
•de amor con que con los suyos se enlaza? Que si el
bien presente y poseído deleita, cuanto más presente y
más ayuntado estuviere, sin ninguna duda deleita-
rá más.
Pues ¿quién podrá decir la estrechez no comparable
de este ayuntamiento de Dios? No quiero decir lo que
agora he ya dicho, repitiendo las muchas y diversas
maneras como se ayunta Dios con nuestros cuerpos y
almas; mas digo que cuando estamos más metidos en
la posesión de los bienes del cuerpo, y somos hechos
más de ellos señores, toda aquella unión y estrechez
os una cosa floja y como desatada en comparación de
oste lazo. Porque el sentido y lo que se junta con el
sentido, solamente se tocan en los accidentes de fuera;
que ni veo sino lo colorado, ni oigo sino el retintín del
sonido, ni gusto sino lo dulce ó amargo, ni percibo to-
cando sino es la aspereza ó blandura. Mas Dios, abra-
zado con nuestra alma, p'enetra por ella toda y se lanza
á sí mismo por todos sus apartados secretos, hasta
ayuntarse con su mas íntimo ser, adonde hecho como
alma de ella y enlazado con ella, la abraza estrechísi-
mamente. Por cuya causa en muchos lugares la Escri-
tura dice que mora Dios en el medio del corazón. Y
David en el Salmo l le compara al aceite, que puesto
en la cabeza del Sacerdote, viene al cuello y se extien-
de á la barba, y desciende corriendo por las vestiduras
todas hasta los pies. Y en el libro de la Sabiduría 2;
por esta misma razón es comparado Dios á la niebla,
que por todo penetra.
Y no solamente se ayunta mucho Dios con el alma,
sino ayúntase todo; y no todo sucediéndose unas partes
á otras, sino todo junto y como de un golpe, y sin es-
perarse lo uno á lo otro. Lo que es al revés en el cuerpo,
á quien sus bienes (los que él llama bienes) se le alle-
gan despacio y repartidamente, y sucediéndose unas
partes á otras, agora una, y después de ésta otra; y
cuando goza de la segunda, ha perdido ya la primera.
1 Psalmo., cjüiii, 2. 2 Ecclis , xxiv, 6.
300 FRAY LUIS DE LEÓN
Y como se reparten y se dividen aquéllos, ni más ni
menos se corrompen y acaban; y cuales ellos son, tal
es el deleite que hacen: deleite como exprimido por
tuerza, y como regateado, y como dado blanca á blan-
ca con escasez; y deleite, al fin, que .vuela ligerísimo y
que desvanece como humo y se acaba. Mas el deleite
que hace Dios, viene junto y persevera junto y esta-
ble, y es como un todo no divisible, presente siempre
todo á sí mismo; y por eso dice la Escritura en el Sal-
mo, que deleita Dios con río y con ímpetu á los veci-
nos de su ciudad; no gota á gota, sino con todo el ím-
petu del río ansí junto.
De todo lo cual se concluye, no solamente que hay
deleite en este desposorio y ayuntamiento del alma y
de Dios, sino que es un deleite que por dondequiera
que se mire, vence á cualquier otro deleite. Porque,
ni se mezcla con necesidad, ni se agua con tristeza, ni
se da por partes, ni se corrompe en un punto; ni nace
de bienes pequeños ni de abrazos tibios ó flojos, ni es
deleite tosco ó que se siente á la ligera, como es tosco
y superficial el sentido, sino divino bien y gozo íntimo,
y deleite abundante y alegría no contaminada, que ba-
ña el alma toda y la embriaga y anega por tal manera,
que cómo ello es no se puede declarar por ninguna.
Y ansí, la Escritura divina cuando nos quiere ofre-
cer alguna como imagen de este deleite, porque no
hay una que se le asemeje del todo, usa de muchas
semejanzas é imágenes. Que unas veces, como antes
de agora decíamos, le llama maná escondido. Maná,
por que es deleite dulcísimo, y dulcísimo no de una
sola manera ni sabroso con un solo sabor, sino como
del maná se escribe en la Sabiduría í: «hecho al gus-
to del deseo y lleno de innumerables sabores». Maná
escondido, porque está secreto en el alma; y porque,
si no es quien lo gusta, ninguno otro entiende bien lo
que es. Otras veces le llama aposento de vino, como
en el libro de los Cantares; y otras el vino mismo, y
1 Sapient., xvi, 20.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO SEGUNDO 301
otras licor mejor mucho que el vino. Aposento de
vino, como quien dice amontonamiento y tesoro de
todo lo que es alegría. Más que el vino; porque ningu-
na alegría ni todas juntas se igualan con ésta.
Otras veces nos le figura, como en el mismo libro,
por nombre de pechos; porque no son los pechos tan
dulces ni tan sabrosos al niño, como los deleites de
Dios son deleitables á aquel que los gusta. Y porque
no son deleites que dañan la vida ó que debilitan las
fuerzas del cuerpo, sino deleites que alimentan el es-
píritu y le hacen que crezca, y deleites por cuyo
medio comunica Dios al alma la virtud de su sangre
hecha leche, esto es, por manera sabrosa y dulce.
Otras veces son dichos mesa y banquete (como por
Salomón y David), para significar su abastanza y la
grandeza y variedad de sus gustos, y la confianza y el
descanso, y el regocijo, y la seguridad, y esperanzas
ricas que ponen en el alma del hombre. Otras los
nombra sueño, porque se repara en ellos el espíritu
de cuanto padece y lacera, en la continua contradic-
ción que la carne y el demonio le hace. Otras los com-
para á guija ó á piedrecilla pequeña y blanca, y escrita
de un nombre que sólo el que le tiene le lee; porque,
ansí como, según la costumbre antigua, en las causas
criminales, cuando echaba el juez una piedra blanca
en el cántaro era dar vida; y como los días buenos y
de sucesos alegres los antiguos los contaban con pe-
drezuelas de esta manera, ansimismo el deleite que
da Dios á los suyos es como una prenda sensible de
su amistad y como una sentencia que nos absuelve de
su ira, que por nuestra culpa nos condenaba al dolor
y á la muerte; y es voz de vida en nuestra alma, y día
de regocijo para nuestro espíritu, y de suceso bien-
aventurado y feliz.
Y finalmente, otras veces significa estos deleites con
nombre de embriaguez y de desmayo y de enajena-
miento de sí, porque ocupan toda el alma, que con el
gusto de ellos se mete tan adelante en los abrazos y
sentimientos de Dios, que desfallece al cuerpo y casi
;í02 FRAY LUIS DE LIÍON
no comunica con él su sentido, y dice y hace cosas
el hombre que parecen fuera de toda naturaleza y
razón.
Y á la verdad, Juliano, de las señales que podemos
tener de la grandeza de estos deleites, los que desea-
mos conocerlos y no merecemos tener su experiencia,
una de las más señaladas y ciertas es el ver los efec-
tos y las obras maravillosas, y fuera de todo orden
común, que hacen en aquellos que experimentan su
gusto. Porque, si no fuera dulcísimo incomparablemen-
te el deleite que halla el bueno con Dios, ¿cómo hubie-
ra sido posible ó á los mártires padecer los tormentos
que padecieron, ó á los ermitaños durar en los yermos
por tan luengos años en la vida que todos sabemos?
Por manera que la grandeza no medida de este
dulzor, y la violencia dulce con que enajena y roba
para sí toda el alma, fué quien sacó á la soledad
á los hombres, y los apartó de casi todo aquello que es
necesario al vivir; y fué quien los mantuvo con yerbas
y sin comer muchos días, desnudos al frío y descu-
biertos al calor, y sujetos á todas las injurias del cie-
lo. Y fué quien hizo fácil y hacedero y usado lo que
parecía en ninguna manera posible. Y no pudo tanto
ni la naturaleza con sus necesidades, ni la tiranía y
crueldad con sus no oídas cruezas, para retraerlos del
bien, que no pudiese mucho más para detenerlos en
él este deleite; y todo aquel dolor que pudo hacer el
artificio y el cielo, la naturaleza y el arte, el ánimo
encruelecido, y la ley natural poderosa, fué mucho
menor que este gozo. Con el cual esforzada el alma, y
cebada y levantada sobre sí misma, y hecha superior
sobre todas las cosas, llevando su cuerpo tras sí, le
dio que no pareciese ser su cuerpo.
Y si quisiésemos ahora contar por menudo los ejem-
plos particulares y extraños que de esto tenemos, pri-
mero que ia historia se acabaría la vida; y ansí, baste
por todos uno, y éste sea el que es la imagen común
de todos, que el Espíritu Santo nos dibujó en el libro
de los Cantares; para que por las palabras y aconte-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 303
cimientos que conocemos, veamos como en idea todo
lo que hace Dios con sus escogidos.
Porque ¿qué es lo que no hace la Esposa allí, para
encarecer aqueste su deleite que siente, ó lo que el
Esposo no dice para este mismo propósito? No hay pa-
labra blanda, ni dulzura regalada, ni requiebro amo-
roso, ni encarecimiento dulce, de cuantos en el amor
jamás se dijeron ó se pueden decir, que ó no lo diga
allí ó no lo oiga la Esposa.
Y si por palabras ó por demostraciones exteriores
se puede declarar el deleite del alma, todas las que
significan un deleite grandísimo, todas ellas se dicen
y hacen allí; y comenzando de menores principiosr
van siempre subiendo, y esforzándose siempre más el
soplo del gozo; al fin, las velas llenas, navega el alma
justa por un mar de dulzor, y viene al fin á abrasarse
en llamas de dulcísimo fuego, por parte de las secre
tas centellas que recibió al principio en sí misma.
Y acontéeele, cuanto á este propósito, al alma con
Dios, como al madero no bien seco cuando se le ave-
cina el fuego le aviene. El cual ansí como se va ca-
lentando del fuego y recibiendo en sí su calor, ansí
se va haciendo suieto apto y dispuesto para recibir
más calor, y lo recibe de hecho. Con el cual calen-
tado, comienza primero á despedir humo de sí y á
dar de cuando en cuando algún estallido; y corren
algunas veces gotas de agua por él, y procediendo en
esta contienda, y tomando por momentos el fuego en
él mayor fuerza, el humo que salía se enciende de
improviso en llama, que luego se acaba, y dende á
poco se torna á encender otra vez y á apagarse tam-
bién; y ansí hace la tercera y la cuarta, hasta que al
fin el fuego, ya lanzado en lo íntimo del madero y
hecho señor de todo él, sale todo junto y por todas
partes afuera, levantando sus llamas, las cuales pres-
tas y poderosas y á la redonda bulliendo, hacen pare-
cer un fuego el madero.
Y por la misma manera, cuando Dios se avecina al
alma, y se junta con ella, y le comienza á comunicar
301 FRAY LUIS DE LEÓN
su dulzura, ella, ansí como la va gustando, ansí la va
deseando más, y con el deseo se hace á sí misma
más hábil para gustarla, y luego la gusta más; y ansí,
creciendo en ella este deleite por puntos, al princi-
pio la estremece toda, y luego la comienza á ablan-
dar; y suenan de rato en rato unos tiernos suspiros, y
corren por las mejillas á veces y sin sentir algunas
dulcísimas lágrimas; y procediendo adelante, encién-
dese de improviso como una llama compuesta de luz
y de amor, y luego desaparece volando, y torna á
repetirse el suspiro, y torna á lucir y á cesar otro no
sé qué resplandor; y acreciéntase el lloro dulce, y
anda ansí por un espacio haciendo mudanzas el alma,
traspasándose unas veces, y otras veces tornándose
á sí, hasta que, sujeta ya del todo al dulzor, se tras-
pasa del todo, y levantada enteramente sobre sí mis-
ma, y no cabiendo en sí misma, expira amor y terneza
y derretimiento por todas sus partes, y no entiende
ni dice otra cosa sino es: «Luz, amor, vida, descanso
sumo, belleza infinita, bien inmenso y dulcísimo, dame
que me deshaga yo, y que me convierta en ti toda,
Señor.» Mas callemos, Juliano, lo que por mucho que
hablemos no se puede hablar.
Y calló, diciendo esto Marcelo, un poco; y tornó
luego á decir:
— Dicho he del nudo y del deleite de este despo-
sorio lo que he podido; quédame por decir lo que
supiere de las demás circunstancias y requisitos suyos.
Y no quiero referir yo agora las causas que movieron
á Cristo, ni los accidentes de donde tomó ocasión
para ser nuestro Esposo, porque ya en otros lugares
hemos dicho hoy acerca de esto lo que conviene; ni
diré de los terceros que intervinieron en estos con-
ciertos, porque el mayor y el que á todos nos es ma-
nifiesto, fué la grandeza de su piedad y bondad. Mas
diré de la manera como se ha habido con esta su
esposa, por todo el espacio que desde que se prome-
tieron corre, hasta el día del matrimonio legítimo; y
diré de los regalos y dulces tratamientos que por este
DE LOS NOMBRES DF. CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 305
tiempo le hace, y de las prendas y joyas ricas, y por
ventura de las leyes de amor y del tálamo, y de las
fiestas y cantares ordenados para aquel día. Porque,
ansí como acontece á algunos hombres que se despo-
san con mujeres muy niñas, y que para casarse con
•ellas aguardan á que lleguen á legítima edad, ansí
nos conviene entender que Cristo se desposó con la
Iglesia luego en naciendo ella, ó por mejor decir, que
la crió é hizo nacer para esposa suya, y que se ha de
•oasar con ella á su tiempo.
Y hemos de entender que, como aquellos cuyas
«sposas son niñas las regalan y las hacen caricias pri-
mero, como á niñas, y ansí por consiguiente, como va
creciendo la edad, van ellos también creciendo en la
manera de amor que les tienen y en las demostracio-
nes del que les hacen, ansí Cristo á su esposa la Iglesia
le ha ido criando y acariciando conforme á sus edades
de ella, y diferentemente según sus diferencias de
tiempos: primero como á niña y después como á algo
mayor, y ahora la trata como á doncelleja ya bien en-
tendida y crecida y casi ya casadera.
Porque toda la edad de la Iglesia, desde su primer
nacimiento hasta el día de la celebridad de sus bodas,
que es todo el tiempo que hay desde el principio del
mundo hasta su fin, se divide en tres estados de la
Iglesia y tres tiempos. El primero que llamamos de
naturaleza, y el segundo de ley; y el tercero y postrero
de gracia. El primero fué como la niñez de esta espo-
sa. En el segundo vino á algún mayor ser. En este ter -
oero que agora corre se va acercando mucho á la
-edad de casar. Pues como ha ido creciendo la edad y
■el saber, ansí se ha habido con ella diferentemente su
esposo, midiendo con la edad los favores y ajusfándo-
los siempre con ella por maravillosa manera; aunque
siempre por manera llena de amor y de regalo, como
se ve claramente en el libro, de quien poco antes decía,
•de los Cantares; el cual no es sino un dibujo vivo de
todo este trato amoroso y dulce que ha habido hasta
agora, y de aquí adelante ha de haber, entre estos dos
20
306 FRAY LUIS DE LEÓN'
esposo y esposa, hasta que llegue el dichoso día del
matrimonio, que será el día cuando se cerraren los
siglos.
Digo que es una imagen compuesta por la mano de
Dios, en que se nos muestran por señales y semejan-
zas visibles y muy familiares al hombre, las dulzuras
que entre estos dos esposos pasan, y las diferencias
de ellas conforme á los tres estados y edades diferen-
tes que he dicho. Porque en la primera parte del libro,
que es hasta casi la mitad del segundo capítulo, dice
Dios lo que hace significación de las condiciones de
esta su esposa en aquel su estado primero de natura-
leza, y la manera de los amores que le hizo entonces
su esposo. Y desde aquel lugar, que es donde se dice
en el segundo capítulo: «Veis, mi amado me habla y
dice: Levántate y apresúrate y ven»; hasta el capítulo
quinto, adonde torna á decir: «Yo duermo y mi cora-
zón vela»; se pone lo que pertenece á la edad de la
ley. Mas desde allí hasta el fin, todo cuanto entre es-
tos dos se platica es imagen de las dulzuras de amor
que hace Cristo á su esposa en este postrero estado de
gracia.
Porque, comenzando por lo primero y tocando
tan solamente las cosas, y como señalándolas desde
lejos (porque decirlas enteramente sería negocio muy
largo, y no de este breve tiempo que resta); ansí que,
diciendo de lo que pertenece á aquel estado primero,
como era entonces niña la esposa, y le era nueva y
reciente la promesa de Dios de hacerse carne como
ella y de casarse con ella, como tierna y como deseosa
de un bien tan nunca esperado, del cual entonces co-
menzaba á gustar, entra, con la licencia que le da su
niñez y con la impaciencia que en aquella edad suele
causar el deseo, pidiendo apresuradamente sus besos:
«Béseme, dice, de besos de su boca; que mejores son
los tus pechos que el vino».
En que debajo de este nombre de besos, le pide ya
su palabra y el aceleramiento de la promesa de des-
posarla en su carne, que apenas le acaba de hacer.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO SEGUNDO 307
Porque desde el tiempo que puso Dios con el hombre
de vestirse de su carne de él, y de ansí vestido ser nues-
tro esposo, desde ese punto el corazón del hombre
comenzó á haberse regalada y familiarmente con Dios;
y comenzaron desde entonces á bullir en él unos sen-
timientos de Dios nuevos y blandos, y por manera
nunca antes vista dulcísimos. Y hace significación de
esta misma niñez lo que luego dice y prosigue: «Las
niñas doncellitas te aman». Porque las doncellitas y
la esposa son una misma. Y el aficionarse al olor, y el
comparar y amar al Esposo como un ramillete florido,
y el no poderse aún tener bien en los pies, y el pedir
al Esposo que le de la mano, diciendo: «Llévame en
pos de ti, correremos»; y el prometerle el Esposo tor-
tolicas y sartal ej os, todo ello demuestra lo niño y lo
imperfecto de aquel amor y conocimiento primero.
Y porque tenía entonces la Iglesia presentes y
como delante de los ojos dos cosas, la una su culpa y
pérdida, y la otra la promesa dichosa de su remedio,
como mirándose á sí, por eso dice allí ansí: «Negra
soy, mas hermosa, hijas de Jerusalén, como los taber-
náculos de Cédar y como las tiendas de Salomón». Ne-
gra por el desastre de mi culpa primera, por quien
he quedado sujeta á las injurias de mis penalidades;
mas hermosa por la grandeza de dignidad y de rica es-
peranza, á que por ocasión de este mal he subido. Y
si el aire y el agua me maltratan de fuera, la palabra
que me es dada y la prenda que de ella en el alma
tengo, me enriquece y alegra. Y si los hijos de mi ma-
dre se encendieron contra mí, porque viniendo de un
mismo padre el ángel y yo, el ángel malo, encendido
de envidia, convirtió su ingenio en mi daño; y si me
pusieron por guarda de viñas, sacándome de mi feli-
cidad, al polvo y al sudor, y al desastre continuo de
esta larga miseria; y si la mi viña, esto es, la mi buena
dicha primera, ñola supe guardar... como sepa yo
agora adonde, oh Esposo, sesteas, y como tenga noticia
y favor para ir á los lugares bienaventurados adonde
está de tu rebaño su pasto, yo quedaré mejorada.
308 FRAY LUIS DE LEÓN
Y ansí, por esta causa misma, el Esposo entonces no
se le descubre del todo, ni le ofrece luego su presencia
y su guía; sino dícele que si le ama como dice, y si le
quiere hallar, que siga la huella de sus cabritos. Por-
que la luz y el conocimiento que en aquella edad dio
guía á la Iglesia, fué muy pequeño y muy flaco cono-
cimiento en comparación del de agora. Y porque ella
era pequeña entonces, esto es, de pocas personas en
número, y esas esparcidas por muchos lugares y ro-
deadas por todas partes de infidelidad, por eso la llama
allí y por regalo la compara á la rosa, que las espinas
la cercan. Y también es rosa entre espinas, porque
casi ya al fin de esta niñez suya, y cuando comenzaba
á florecer, y brotaba ya afuera su hermosa figura, ha-
ciendo ya cuerpo de república y de pueblo fiel con
muchedumbre grandísima (que fué estando en Egipto,
y poco antes que saliese de allí), fué verdaderamente
rosa entre espinas, ansí por razón de los egipcios infie-
les que la cercaban, como por causa de los errores y
daños que se le pegaban de su trato y conversación,
como también por respeto de la servidumbre con que
la oprimían.
Y no es lejos de esto, que en sola aquella parte del
libro la compara el Esposo á cosas de las que en Egipto
nacían, como cuando le dice: «A la mi yegua en los
carros de Faraón te asemejé, amiga mía>. Porque es-
taba sujeta ella á Faraón entonces, y como uncida al
carro trabajoso de su servidumbre.
Mas llegando á este punto, que es el fin de su edad
la primera, y el principio de la segunda la manera
como Dios la trató, es lo que luego y en el principio de
la segunda parte del libro se dice: «Levántate y apre-
súrate, amiga mía, y ven, que ya se pasó el invierno
y la lluvia ya se fué»; con lo que después de esto se
sisiue. Lo cual todo por hermosas figuras declara la sa-
lida de esta santa esposa de Egipto. Porque llamándola
el Esposo á que salga, significa el Espíritu-Santo, no
sólo que el Esposo la saca de allí, mas también la ma-
nera como la hace salir. Levántate, dice, porque con
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO SEGUNDO 309
la carga del duro tratamiento estaba abatida y caída.
Y apresúrate, porque salió con grandísima prisa de
Egipto, como se cuenta en el Éxodo. Y ven, porque
salió siguiendo á su Esposo. Y dice luego todo aquello
que la convida á salir. Porque ya, dice, el invierno y
los tiempos ásperos de tu servidumbre han pasado, y
ya comienza á aparecer la primavera de tu mejor suer-
te. Y ya, dice, no quiero que te me demuestres como
rosa entre espinas, sino como paloma en los agujeros
de la barranca, para significar el lugar desierto y libre
de compañías malas á do la sacó.
Y ansí ella, como ya más crecida y osada, responde
alegremente á este llamamiento divino, y deja su casa
y sale en busca de aquel á quien ama. Y para decla-
rárnoslo, dice: «En mi lecho, y en la noche de mi ser-
vidumbre y trabajo, busque y levanté el corazón á mi
Esposo; busquele, mas no le hallé. Levánteme y rodeé
la ciudad y pregunté á las guardas de ella por él». Y
dice esto ansí, para declarar todas las dificultades y
trabajos nuevos que se le recrecieron con los de Egip-
to y con sus príncipes de ellos, desde que comenzó á
tratar de salir de su tierra hasta que de hecho salió.
Mas luego en saliendo, halló como presente en figura de
nube y en figura de fuego á su Esposo, y ansí añade y
le dice: «En pasando las guardas hallé al que ama mi
alma; asile, y no le dejaré hasta que le encierre en la
casa de mi madre y en la recámara de la que me en-
gendró». Porque hasta que entró con él en la tierra
prometida, adonde caminaba por el desierto, siempre
le llevó como delante de sí. Y porque se entienda que
se habla aquí de aquel tiempo y camino, poco más
abajo le dicen: «¿Quién es ésta que sube por el desier-
to, como varilla de humo de mirra y de incienso y de
todos los buenos olores?» Y lo que después se dice
del lecho de Salomón y de las guardas de él, con quien
es comparada la esposa, es la guarda grande y las ve-
las que puso el Esposo para la salud y defensa suya
por todo aquel camino y desierto. Y lo de la litera que
Salomón hizo, y la pintura de sus riquezas y obra, es
310 FRAY LUIS DE LEÓN
imagen de la obra del arca y del santuario que en
aquel mismo lugar y camino ordenó para regalo de
esta su esposa.
Y cuando luego, por todo el capítulo cuarto, dice
de ella su Esposo encarecidos loores, cantando una
por una todas sus figuras y partes, en la manera del
loor y en la calidad de las comparaciones que usa, bien
se deja entender que el que allí babla, aquello de que
habla lo concebía como una grande muchedumbre de
ejército asentado en su real, y levantadas sus tiendas,
y divididas en sus estancias por orden, en la manera
como seguía su viaje entonces el pueblo desposado
con Dios.
Porque, como en el libro de los Números vemos,
el asiento del real de aquel pueblo, cuando peregrinó
en el desierto, estaba repartido en cuatro cuarteles, de
esta manera. En la delantera tenían sus tiendas y
asientos los de la tribu de Judá, con los de Isacar y
Zabulón á sus lados. A la mano derecha tenían su
cuartel los de Rubén con los de Simeón y de Gad jun-
tamente. A la izquierda moraban con los de Dan los
de Aser y Neftalí. Lo postrero ocupaban Efraim con
las tribus de Benjamín y de Manases. Y en medio de
este cuadro estaba fijado el tabernáculo del testimonio,
y alrededor de él por todas partes tenían sus tiendas
ios Levitas y sacerdotes. Y conforme á este orden de
asiento seguían su camino cuando levantaban el real.
Porque lo primero de todo iba la columna de nube,
que les era su guía. En pos de ella seguían sus bande-
ras tendidas, Judá con sus compañeros. A estos suce-
dían luego los que pertenecían al cuartel de Rubén.
Luego iban el tabernáculo con todas sus partes, las
cuales llevaban repartidas entre sí los Levitas. Efraim
y los suyos iban después. Y los de Dan iban en la re-
taguardia de todos.
Pues teniendo como delante los ojos el Esposo este
orden, y como deleitándose en contemplar esta ima-
gen, en" el lugar que digo lo va loando, como si loara
en una persona sola y hermosa sus miembros. Porque
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 311
dice que sus ojos, que eran la nube y el fuego que les
servían de guía, eran como de paloma. Y sus cabellos,
que es lo que se descubre primero, y el cuartel de los
que iban delante, como hatos de cabras. Y sus dien-
tes, que son Gad y Rubén, como manadas de ovejas.
Y sus labios y habla, que eran los Levitas y sacerdo-
tes, por quien Dios les hablaba, como hilo de carmesí.
Y por la misma manera llama mejillas á los de Efraim, y
á los de Dan cuello. Y á los unos y á los otros los ala-
ba con hermosos apodos.
Y á la postre dice maravillas de sus dos pechos, esto
es, de Moisés y Aarón, que eran como el sustento de
ellos y como los caminos por donde venía aquel pue-
blo, lo que los matenía en vida y en bien. Y porque el
paradero de este viaje era el llegar á la tierra que les
estaba guardada, y el alcanzar la posesión pacífica de
ella, por eso, en habiendo alabado el orden hermoso
que guardaban en su real y camino, llégalos al fin del
camino, y mételos como de la mano en sus casas y
tierras. Y por esto le dice: «Ven del Líbano, amiga mía,
esposa mía; ven del Líbano, ven, y serás coronada de la
cumbre de Amana y de la altura de Sanir y de Hermón,
de las cuevas de los leones, de los montes de las onzas»;
■que es como una descripción de la región de Judea.
En la cual región después que de ella se apoderó
Dios y su pueblo, creció y fructificó por muchos siglos
con grandes acrecentamientos de santidad y virtudes
la Iglesia. Por donde el Esposo, luego que puso á la
esposa en la posesión de esta tierra, contemplando los
muchos frutos de Religión que en ella produjo, para
darlo á entender le dice que es huerto y le dice que
es fuente, y de lo uno y de lo otro dice en esta manera:
«Huerto cercado, hermana mía, esposa, huerto cercado,
fuente sellada. Tus plantas, verjeles son de granados y
y de lindos frutales, el cipro y el nardo, y la canela y el
cinamomo, con todos los árboles del Líbano, la mirra
y el sándalo, con los demás árboles del incienso»
Y finalmente, diciendo y respondiéndose á veces,
concluyen todo lo que á la segunda edad pertenece.
312 FRAY LUIS DE LEÓN
Y concluido, luego se comienza el cuento de lo que en
esta tercera de gracia pasa entre Cristo y su esposa.
Y comienza diciendo: «Voz de mi amado que llama.
Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía; que-
mi cabeza llena está de rocío, y las mis guedejas con las
gotas de la noche». Que por cuanto Cristo en el prin-
cipio de esta edad que decimos, nació cubierto de nues-
tra carne, y vino ansí á descubrirse visiblemente á su
esposa, vestido de su librea de ella, y sujeto como ella
lo es, á los trabajos y á la malas noches que en la os-
curidad de esta vida se pasan, por eso dice que viene
maltratado de la noche y calado del agua y del roció.
Lo cual hasta aquel punto nunca de sí dijo el Espo-
so, ni menos dijo otra cosa que se pareciere á ello ó>
que tuviese significación de lo mismo. Pues ruégale
que le abra la puerta, porque sabía la dificultad con
que aquel pueblo donde nació, y donde en aquel tiem-
po se sustentaba este nombre de esposa, le había
de recibir en su casa. Y esta dificultad y mal acogimien-
to es lo que luego incontinente se sigue: «Desnúdeme
la mi camisa, ¿cómo tornaré á vestírmela? Lavé los mis
pies, ¿cómo los ensuciaré?» Y ansí, mal recibido, se
pasa adelante á buscar otra gente.
Y porque algunos de los de aquel pueblo, aunque
los menos de ellos, le recibieron, por eso dice que al
fin salió la Esposa en su busca. Y porque los que le re-
cibieron padecieron por la confesión y predicación de
su fe muchos y muy luengos trabajos, por eso dice
que lo rodeó todo buscándole, y que no le halló, y que
la hallaron á ella las guardas que hacían la ronda, y
que la despojaron y que la hirieron con golpes. Y las
voces que da llamando á su Esposo escondido, y las
gentes que movidas de sus voces acuden á ella, y le
preguntan qué busca y por quién vocea con ansia tan
grande, no es otra cosa sino la predicación de Cristo,
que ardiendo en su amor, hicieron por toda la gentili-
dad los Apóstoles; y los que se allegan á la Esposa, y
los que le ofrecen su ayuda y compañía para buscar al
que ama, son los mismos gentiles, todos aquellos que
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO 'SEGUNDO 313
abriendo los oidos del alma á la voz del santo Evan-
gelio, y dando asiento á las palabras de salud en su
corazón, se juntaron con fe viva á la esposa, y se en-
cendieron con ella en un mismo amor y deseo de ir en
seguimiento de Cristo.
Y como llegaba ya la Iglesia á su debido vigor, y es-
taba, como si dijésemos, en la flor de su edad, y había
conforme á la edad crecido en conocimiento, y el Es-
poso mismo se había manifestado hecho hombre, da
señas de él allí la esposa, y hace pintura de sus faccio-
nes todas, lo que nunca antes hizo en ninguna parte
del libro; porque el conocimiento pasado, en compa-
ración de la luz presente, y lo que supo de su Esposo
la Iglesia en la naturaleza y la ley, puesto con lo que
agora sabe y conoce, fué como una niebla cerrada y
como una sombra oscurísima.
Pues como es agora su amor de la esposa y su cono-
cimiento mayor que antes, ansí ella en esta tercera
parte está más aventajada que nunca en todo género
de espiritual hermosura; y no está, como estaba antes,
encogida en un pueblo sólo, sino extendida por todas
las naciones del mundo.
En significación de lo cual, el Esposo en esta parte,
lo que no había hecho en las partes primeras, la com-
para á ciudades: y dice que es semejante á un grande
y bien ordenado escuadrón, y repite todo lo que había
dicho antes loándola, y añade sobre lo dicho otros
nuevos y más soberanos loores; y no solamente él la
alaba, sino también, como á cosa ya hecha pública por
todas las gentes y puesto en los ojos de todas ellas,
alábanla con el Esposo otros muchos. Y la que ante«
de agora no era alabada sino desde la cabeza hasta el
cuello, es loada agora de la cabeza á los pies, y aun de
los pies es loada primero, porque lo humilde es lo más
alto en la Iglesia. Y la que antes de agora no tenía
hermana, porque estaba, como he dicho, sola en un
pueblo, agora ya tiene hermana y casa, y solicitud y
cuidado de ella, extendiéndose por innumerables na-
ciones.
314 FRAY LUIS DE LEÓN
Y ama ya su bien, y es amada de él por diferente y
más subida manera; que no se contenta con verle y
abrazarle á sus solas, como antes hacía, sino en público
y en los ojos de todos, y sin mirar en respetos y en
puntos, como trae una mozuela á su niño y hermano
^n los brazos; y como se abalanza á él, á doquiera que
le ve, desea traerle ella á sí siempre y públicamente
anudado con su corazón, como de hecho le trae en la
Iglesia todo lo que merece perfectamente este nombre
de Esposa. Que es lo que da á entender cuando dice:
«Quién te me diese como hermano mamante pechos de
mi madre. Hallaríate fuera y besaríate, y cierto no me
despreciarían á mí; asiré de ti y te llevaré á casa de la
mi madre, y tú me besarás y yo te regalaré».
Y porque llegando aquí ha venido á todo lo que en
razón de Esposa puede llegar, no le queda sino que
desee y que pida la venida de su Esposo á las bodas, y
el día feliz en que se celebrará este matrimonio di-
choso. Y ansí lo pide finalmente diciendo: «Huye,
amado mío, y aseméjate á la cabra y al cervatico so-
bre los montes». Porque el huir es venir á prisa y vo-
lando; y el venir sobre los montes es hacer que el sol,
que sobre ellos amanece, nos descubra aquel día. Del
«ual día y de su luz, á quien nunca sucede noche, y
de sus fiestas que no tendrán fin, y del aparato sobe-
rano del tálamo, y de los ricos arreos con que saldrán
en público el novio y la novia, dice San Juan en el
Apocalipsis cosas maravillosas que no quiero yo ago-
ra decir; ni, si va á decir verdad, puedo decirlas, por-
que las fuerzas me faltan.
Y valga por todo, lo que David acerca de esto dice
en el Salmo cuarenta y cuatro, que es propio y verda-
dero cantar de estas bodas, y cantar adonde el Espíri-
tu-Santo habla con los dos novios por divina y elegante
manera. Y dígalo Sabino por mí, pues yo no puedo ya,
y el decirlo le toca á él.
Y con esto Marcelo acabó; y Sabino dijo luego:
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO SEGUNDO 315
SALMO XLIV
Un rico y soberano pensamiento
me bulle dentro el pecho;
á ti divino Rey, mi entendimiento
dedico, y cuanto he hecho
á ti yo lo enderezo; y celebrando
mi lengua tu grandeza,
irá, como escribano, volteando
la pluma con presteza.
Traspasas en beldad á los nacidos,
en gracia estás bañado;
que Dios en ti á sus bienes escogidos
eterno asiento ha dado.
iSusl ciñe ya tu espada poderoso,
tu prez y hermosura;
tu prez, y sobre carro glorioso
con próspera ventura.
Ceñido de verdad y de clemencia
y de bien soberano,
con hechos hazañosos su potencia
dirá tu diestra mano.
Los pechos enemigos tus saetas
traspasen herboladas,
y besen tus pisadas las sujetas
naciones derrocadas;
y durará, Señor, tu trono erguido
por más de mil edades,
y de tu reino el cetro esclarecido,
cercado de igualdades.
Prosigues con amor lo justo y bueno,
lo malo es tu enemigo;
y ansí te colmó ¡oh Dios! tu Dios el seno
más que á ningún tu amigo;
las ropas de tu fiesta, producidas
de los ricos marfiles,
despiden en ti puestas descogidas
olores mil gentiles.
Son ámbar, y son mirra, y preciosa
algalia sus olores;
rodéate de infantes copia hermosa,
ardiendo en tus ameres,
316 FRAY LUIS DE LEÓN
y la querida Reina está á tu lado,
vestida de oro fino.
Pues ioh tul ilustre hija, pon cuidado,
atiende de contino;
atiende, y mira, y oye lo que digo:
si amas tu grandeza,
olvidarás de hoy más tu pueblo amigo
y tu naturaleza,
que el Rey por ti se abrasa, y tú le adora,
que El sólo es señor tuyo,
y tú también por El serás señora
de todo el gran bien suyo.!
El Tiro y los más ricos mercaderes,
delante ti humillados,
te ofrecen, desplegando sus haberes,
los dones más preciados;
y anidará en ti toda la hermosura,
y vestirás tesoro,
y al Rey serás llevada en vestidura
y en recamados de oro.!
Y juntamente al Rey serán llevadas
contigo otras doncellas;
irán siguiendo todas tus pisadas,
y tú delante de ellas;
y con divina fiesta y regocijos
te llevarán al lecho,
do, en vez de tus abuelos, tendrás hijos
de claro y alto hecho,
á quien del mundo todo repartido
darás el cetro y mando.
Mi canto por los siglos extendido
tu nombre irá ensalzando;
celebrarán tu gloria eternamente
toda nación y gente.
Y dicho esto, y ya muy de noche, los tres se vol-
vieron á su lugar.
~*3#S*~
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LIBRO TERCERO
INTRODUCCIÓN
Se da solución á algunos reparos que se hicieron sobre
los dos libros anteriores.
De los dos libros pasados, que publiqué para probar
en ellos lo que se juzgaba de aqueste escribir, he
entendido, ilustrísimo Señor, que algunos han hablado
mucho y por diferente manera. Porque unos se mara-
villan que un teólogo, de quien, como ellos dicen, es-
peraban algunos grandes tratados llenos de profundas
cuestiones, haya salido al fin con un libro en roman-
ce. Otros dicen que no eran para romance las cosas
que se tratan en estos libros, porque no son capa-
ces de ellas todos los que entienden romance. Y otros
hay que no los han querido leer, porque están en su
lengua; y dicen que si estuvieran en latín los leyeran.
Y de aquellos que los leen, hay algunos que hallan
novedad en mi estilo, y otros que no quisieran diálo-
gos, y otros que quisieran capítulos; y que, finalmen-
te, se llegaran más á la manera de hablar vulgar y
ordinaria de todos, porque fueran para todos más tra-
tables y más comunes.
Y porque juntamente con estos libros publiqué una
318 FRAY LUIS DE LEÓN
declaración del capítulo último de los Proverbios, que
intitulé La perfecta Casada, no ha faltado quien diga
qué no era de mi persona ni de mi profesión decirles á
las mujeres casadas lo que deben hacer. A los cuales
todos responderé, si son amigos, para que se desenga-
ñen; y si no lo son, para que no se contenten. A los
unos, porque es justo satisfacerlos; y á los otros, por-
que gusten menos de no estar satisfechos; á aquéllos,
para que sepan lo que han de decir; á éstos, para que
conozcan lo poco que nos dañan sus dichos.
Porque los que esperaban mayores cosas de mí, si
las esperaban porque me estiman en algo, yo les soy
muy deudor; mas, si porque tienen en poco éstas que
he escrito, no crean ni piensen que en la Teología, que
llaman, se tratan ningunas ni mayores que las que tra-
tamos aquí, ni más dificultosas ni menos sabidas, ni
más dignas de serlo. Y es engaño común tener por fácil
y de poca estima todo lo que se escribe en romance;
que ha nacido ó de lo mal que usamos de nuestra len-
gua, no la empleando sino en cosas sin ser, ó de lo
poco que entendemos de ella creyendo que no es ca-
paz de lo que es de importancia. Que lo uno es vicio,
y lo otro engaño; y todo ello falta nuestra, y no de
la lengua ni de los que se esfuerzan á poner en ella
todo lo grave y precioso que en alguna de las otras se
halla.
Ansí que, no piensen, porque ven romance, que es
de poca estima lo que se dice; mas, al revés, viendo
lo que se dice, juzguen que puede ser de mucha es-
tima lo que se escribe en romance, y no desprecien
por la lengua las cosas, sino por ellas estimen la len-
gua, si acaso las vieron; porque es muy de creer que
los que esto dicen no las han visto ni leído. Más no-
ticia tienen de ellas, y mejor juicio hacen los segun-
dos que las quisieran ver en latín, aunque no tienen
más razón que los primeros en lo que piden y quie-
ren. Porque, pregunto: ¿por qué las quieren más en
latín? No dirán que por entenderlas mejor, ni hará
tan del latino ninguno, que profese entenderlo más
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 319
que á su lengua; ni es justo decir que, porque fueran
entendidas de menos, por eso no las quisieran ver en
romance; porque es envidia no querer que el bien sea
común á todos, y tanto más fea cuanto el bien es
mejor.
Mas dirán que no lo dicen sino por las cosas mis-
mas, que, siendo tan graves, piden lengua que no sea
vulgar, para que la gravedad del decir se conforme
con la gravedad de las cosas. A lo cual se responde
que una cosa es la forma del decir, y otra la lengua
en que lo que se escribe se dice. En la forma del decirr
]a razón pide que las palabras y las cosas que se dicen
por ellas sean conformes; y que lo humilde se diga
con llaneza, y lo grande con estilo más levantado, y lo
grave con palabras y con figuras cuales convienen.
Mas, en lo que toca á la lengua, no hay diferencia, ni
son unas lenguas para decir unas cosas, sino en todas
hay lugar para todas; y esto mismo de que tratamos no
se escribiera como debía, por sólo escribirse en latín,
si se escribiera vilmente; que las palabras no son gra-
ves por ser latinas, sino por ser dichas como á la gra-
vedad le conviene, ó sean españolas ó sean francesas.
Que si, porque á nuestra lengua la llamamos vul-
gar, se imaginan que no podemos escribir en ella
sino vulgar y bajamente, es grandísimo error; que Pla-
tón escribió no vulgarmente ni cosas vulgares en su
lengua vulgar, y no menores ni menos levantadamente
las escribió Cicerón en la lengua que era vulgar en su
tiempo; y, por decir lo que es más vecino á mi hecho,
los santos Basilio y Crisóstomo y Gregorio Nacianceno
y Cirilo, con toda la antigüedad de los griegos, en su
lengua materna griega (que, cuando ellos vivían, la
mamaban con la leche los niños y la hablaban en la
plaza las vendedoras), escribieron los misterios más
divinos de nuestra fe; y no dudaron de poner en su
lengua lo que sabían que no había de ser entendido
por muchos de los que entendían la lengua; que es
otra razón en que estriban los que nos contradicen,
diciendo que no son para todos los que saben román-
320 FRAY LUIS DE LEÓN
ce estas cosas que yo escribo en romance. Como si to-
dos los que saben latín, cuando yo las escribiera en
latín, se pudieran hacer capaces de ellas; ó cerno si
todo lo que se escribe en castellano, fuese entendido
de todos los que saben castellano y lo leen. Porque
cierto es que en nuestra lengua, aunque poco cultiva-
da por nuestra culpa, hay todavía cosas, bien ó mal
escritas, que pertenecen al conocimiento de diversas
artes, que los que no tienen noticia de ella , aunque
las lean en romance, no las entienden.
Mas á los que dicen que no leen estos mis libros
por estar en romance, y que en latín los leyeran, se
les responde que les debe poco su lengua; pues por
ella aborrecen lo que, si estuviera en otra, tuvieran
por bueno.
Y no sé yo de dónde les nace el estar con ella
tan mal; que ni ella lo merece, ni ellos saben tan-
to de la latina, que no sepan más de la suya, por poco
que de ella sepan, como de hecho saben de ella po-
quísimo muchos. Y de estos son los que dicen que no
hablo en romance, porque no hablo desatadamente y
sin orden; y porque pongo en las palabras concierto,
y las escojo y les doy su lugar; porque piensan que
hablar romance es hablar como se habla en el vulgo;
y no conocen que el bien hablar no es común, sino
negocio de particular juicio, ansí en lo que se dice
como en la manera como se dice. Y negocio que de las
palabras que todos hablan elige las que convienen, y
mira el sonido de ellas, y aun cuenta á veces las le-
tras, y las pesa, y las mide y las compone; para que,
no solamente digan con claridad lo que se pretende
decir, sino también con armonía y dulzura. Y si dicen
que no es estilo para los humildes y simples, entien-
dan que, ansí como los simples tienen su gusto, ansí
los sabios y los graves y los naturalmente compuestos,
no se aplican bien á lo que se escribe mal y sin orden;
y confiesen que debemos tener cuenta con ellos, y se-
ñaladamente en las escrituras que son para ellos solos,
como aquesta lo es.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 321
Y si acaso dijeren que es novedad, yo confieso que
es nuevo y camino no usado por los que escriben en
esta lengua poner en ella número, levantándola del
decaimiento ordinario. El cual camino quise vo abrir,
no por la presunción que tengo de mí, que sé bien la'
pequenez de mis fuerzas; sino para que los que las
tienen, se animen á tratar do aquí adelante su lengua,
como los sabios y elocuentes pasados (cuyas obras por
tantos siglos viven) trataron las suyas; y para que la
igualen en esta parte que le falta con las lenguas me-
jores, á las cuales, según mi juicio, vence ella en
otras muchas virtudes. Y por el mismo fin quise escri-
bir en diálogo, siguiendo en ello el ejemplo de los es-
critores antiguos, ansí sagrados como profanos, que
más grave y más elocuentemente escribieron.
Resta decir algo á los que dicen que no fué de mi
cualidad ni de mi hábito, el escribir del oficio de la ca-
sada; que no lo dijeran si consideraran primero que es
oficio del sabio, antes que hable, mirar bien lo que dice.
Porque pudieran fácilmente advertir, que el Espíritu-
Santo no tiene por ajeno de su autoridad escribirles á
los casados su oficio; y que yo, en aquel libro, lo que
hago solamente es poner las mismas palabras que Dios
escribe, y declarar lo que por ellas les dice, que es pro-
pio oficio mío, á quien por título particular incumbe el
declarar la Escritura.
Demás de que, del teólogo y del filósofo es decir á
cada estado de personas las obligaciones que tienen; y
si no es del fraile encargarse del gobierno de las casas
ajenas, poniendo en ello sus manos, como no lo es sin
duda ninguna, es propio del fraile sabio y del que en-
seña las leyes de Dios, con la especulación traer á luz
lo que debe cada uno hacer, y decírselo. Que es lo que
yo allí hago, y lo que hicieron muchos sabios y santos,
cuyo ejemplo, que he tenido por blanco, ansí en esto
como en lo demás que me oponen, puede conmigo más
para seguir lo comenzado que para retraerme de ello,
estas imaginaciones y dichos que, además de ser va-
nos, son de pocos. Y cuando fueran de muchos, el jui-
21
223 FRAY LUIS DE LEÓN
ció sólo de vuestra Señoría y su aprobación es de
muy mayor peso que todos. Con el cual alentado, con
buen ánimo proseguiré lo que resta, que es lo que
los de Marcelo hicieron y platicaron después, que fué
lo que agora se sigue.
CAPITULO PRIMERO
Cuan propiamante se liami Cristo Hijo de Dios, por hallarse
en El itodas las condiciones que se requieren para seno.
El día que sucedió, en que la Iglesia hace fiesta par-
ticular al apóstol San Pablo, levantándose Sabino más
temprano de lo acostumbrado, al romper del alba salió
á la huerta, y de allí al campo que está á mano dere-
cha de ella, hacia el camino que va á la ciudad; por
donde, habiendo andado un poco rezando, vio á Julia-
no que descendía para él de la cumbre de la cuesta,
que, como dicho he, sube junto á la casa; y maravillán-
dose de ello, y saliéndole al encuentro, le dijo:
No he sido yo el que hoy ha madrugado; que, se-
gún me parece, vos, Juliano, os habéis adelantado mu- j
cho más, y no sé por qué causa.
—Como el exceso en las cenas suele quitar el sue- ^
ño, respondió Juliano, ansí, Sabino, no he podido repo- .
sar esta noche, lleno de las cosas que oímos ayer á
Marcelo; que, demás de haber sido muchas, fueron tan j
altas, que mi entendimiento por apoderarse de ellas
apenas ha cerrado los ojos. Ansí que, verdad es que os j
he ganado por la mano hoy, porque mucho antes que |
amaneciese ando por estas cuestas.
Pues ¿por qué por las cuestas? replicó Sabino. ¿No
fuera mejor por la ribera del río en tan calurosa
noche?
—Parece, respondió Juliano, que nuestro cuerpo
naturalmente sigue el movimiento del sol; que á esta
hora se encumbra, y á la tarde se derrueca en la mar;
y ansí, es más natural el subir á los altos por las ma-.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 323
ñañas, que el descender á los ríos, á que la tarde
-es mejor.
— Según eso, respondió Sabino, yo no tengo que ver
con el sol; que derecho me iba al río si no os viera.
— Debéis, dijo Juliano, de tener que ver con los
peces.
— Ayer, dijo Sabino, decía yo que era pájaro.
— Los pájaros y los peces, respondió Juliano, son de
un mismo linaje, y ansí viene bien.
— ¿Cómo de un linaje mismo? dijo Sabino.
— Porque Moisés dice 1, respondió Juliano, que crió
'Dios en el quinto día del agua las aves y los peces.
— 'Verdad es que lo dice, dijo Sabino; mas bien disi-
mulan el parentesco, según se parecen poco.
— Antes se parecen mucho, respondió Juliano enton-
ces; porque el nadar es como el volar, y como el vuelo
•corta el aire, ansí el que nada hiende por el agua, y las
íives y los peces por la mayor parte nacen de huevos;
y si miráis bien las escamas en los peces, son como las
plumas en las aves, y los peces tienen también sus alas,
y con ellas y con la cola se gobiernan cuando nadan,
-como las aves cuando vuelan lo hacen.
— Mas las aves, dijo riendo Sabino, son por la mayor
parte cantoras y parleras, y los peces todos son mudos.
— Ordenó Dios esa diferencia, respondió Juliano, en
■cosas de un mismo linaje, para que entendamos los
hombres que, si podemos hablar, debemos también po-
der y saber callar; y que conviene que unos mismos
•seamos aves y peces, mudos y elocuentes, conforme á
lo que el tiempo pidiere.
— El de ayer á lo menos, dijo Sabino, no sé si pedía,
siendo tan caluroso, que se hablase tanto; mas yo, que
lo pedí, sé que deseo algo más.
— ¿Más decís? Y ¿qué hubo en aquel argumento que
Marcelo no lo dijese?
— En lo que se propuso, dijo Sabino, á mi parecer,
habló Marcelo como ninguno de los que yo he visto
1 Genes., i, 21.
321 FRAY LUIS DE LEÓN
hablar; y aunque le conozco, como sabéis, y sé cuánto
se adelanta en ingenio, cuando le pedí que hablaseT
nunca esperé que hablara en la forma y con la gran-
deza que habló; mas lo más que digo es, no en los
nombres de que trató, sino en uno que dejó de tratar:
porque, hablando de los Nombres de Cristo, no sé
cómo no apuntó en su papel el nombre propio de
Cristo, que es Jesús; que de razón había de ser ó el
principal ó el primero.
— Razón tenéis, respondió Juliano; y será justo que
se cumpla esa falta, que de tal nombre aun el sonido-
sólo deleita; y no es posible sino que Marcelo, que en
los demás anduvo tan grande, tiene acerca de este-
nombre recogidas y advertidas muchas grandezas.
— Mas ¿qué medio tendremos? Que parece no buen
comedimiento pedírselo, que estará muy cansado, y
con razón.
— El medio está en vuestra mano, Juliano, dijo Sa-
bino luego.
— ¿Cómo en mi mano? respondió.
— -Con hacer vos, dijo Sabino, lo que no os parece-
justo que se pida á Marcelo; que estas cuestas y esta
vuestra madrugada tan grande, no son en balde sin
duda.
— La causa fué, respondió Juliano, la que dije; y et
fruto el asentar en el entendimiento y en la memoria
lo que oí con vos juntamente; y si fuera de ello he-
pensado en otra cosa, no toca á ese nombre, que
nunca advertí hasta agora en el olvido que de él se-
tuvo ayer. Mas atrevámonos, Sabino, á Marcelo; que,
como dicen, á los osados la fortuna.
— En buen hora, dijo Sabino.
Y con esta determinación ambos se volvieron á la
huerta, y en la casa supieron que no se había levan-
tado Marcelo; y entendiendo que reposaba, y no le-
queriendo desasosegar, se tornaron á la huerta, paseán-
dose por ella por un buen espacio de tiempo; hasta
que viendo que Marcelo no salía, y que el sol iba bien
alto, Sabino, con algún recelo de la salud de Marcelo,
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 325
fué á su aposento, y Juliano con él. Adonde entrados,
le hallaron que estaba en la cama; y preguntándole si
se detenía en ella por alguna mala disposición que
sintiese, y respondiéndoles él que solamente se sentía
un poco cansado, y que en lo demás estaba bueno, Sa-
bino añadió:
— Mucho me pesara, Marcelo, que no fuera ansí,
por tres cosas: por vos principalmente, y después por
mí que os había dado ocasión, y lo postrero porque se
nos desbarataba un concierto.
Aquí Marcelo, sonriéndose un poco, dijo:
— ¿Qué concierto, Sabino? ¿Habéis por caso hallado
hoy otro papel?
— No otro, dijo Sabino; mas en el de ayer he hallado
qué culparle, que entre los nombres que puso olvidó
el de Jesús, que es el propio de Cristo, y ansí es vues-
tro el suplir por él. Y hemos concertado Juliano y yo
que sea hoy, por hacer con ello, en este día suyo,
fiesta á San Pablo, que sabéis cuan devoto fué de este
nombre, y las veces que en sus escritos le puso, her-
moseándolos con él como se hermosea el oro con los
«esmaltes y con las perlas.
— Bueno es, respondió Marcelo, hacer concierto sin
la parte. Ese santo nombre dejóle el papel, no por ol-
vido, sino por lo mucho que han escrito de él algunas
personas; mas si os agrada que se diga, á mí no me
desagradará oir lo que Juliano acerca de él nos dijere,
ni me parece mal el respeto de San Pablo y de su día
que, Sabino, decís.
— Ya eso está andado, respondió al punto Sabino; y
Juliano se excusa.
— Bien es que se excuse hoy, dijo Marcelo, quien
puso ayer su palabra y no la cumplió.
Aquí, como Juliano dijese que no la había cumplido
por no hacer agravio á las cosas, y como pasasen acerca
de esto algunas demandas y respuestas entre los dos,
excusándose cada uno lo más que podía, dijo Sabino:
— Yo quiero ser juez en este pleito, si me lo con-1
sentís, y si os ofrecéis á pasar por lo que juzgare.
326 FRAY LUIS DE LEÓN
— Yo consiento, dijo Juliano; y Marcelo dijo que-
también consentía, aunque le tenía por algo sospecho-
so juez; y Sabino respondió luego:
— Pues porque veáis, Marcelo, cuan igual soy, yo
os condeno á los dos: á vos que digáis del nombre de
Jesús, y á Juliano que diga de otro ó de otros nom-
bres de Cristo, que yo le señalaré ó que él se esco-
giere.
Riéronse mucho de esto Juliano y Marcelo, y di-
ciendo que era fuerza obedecer al juez, asentaron que,
caída la siesta, en el soto, como el día pasado, prime-
ro Juliano y después Marcelo dijesen. Y en lo que to-
caba á Juliano, que dijese del nombre que le agradase
más. Y con esto, se salieron fuera del aposento Julia-
no y Sabino, y Marcelo se levantó.
Y después de haber dado á Dios lo que el día pedía,
pasaron hasta que fué hora de comer en diversas ra-
zones, las más de las cuales fueron sobre lo que había
juzgado Sabino, de que se reía Marcelo mucho. Y ansí,,
llegada la hora, y habiendo dado su refección al cuer-
po con templanza, y al ánimo con alegría moderada,
poco después Marcelo se recogió á su aposento á pa-
sar la siesta; y Juliano se fué á tenerla entre los ála-
mos que en la huerta había, estanza fresca y apacible;
y Sabino, que no quiso escoger ni lugar ni reposo,
como más mozo, decía que advirtió de Juliano que
todo el tiempo que estuvo en la alameda, que fué más-
de dos horas, lo pasó sin dormir, unas veces arrimado
y otras paseándose, y siempre metidos los ojos en el
suelo y pensando profundísimamente. Hasta que él,
pareciéndole hora, despertó al uno de su pensamiento
y al otro de su reposo; y diciéndoles que su oficio era
no sólo repartirles la obra, sino también apresurarlos
á ella y avisarlos del tiempo, ellos con él y en el barco
se pasaron al soto y al mismo lugar del día de antes.
Adonde asentados, Juliano comenzó ansí:
— Pues me toca el hablar primero, y está en mi
elección lo de que tengo que hablar, paréceme tratar
de un nombre que Cristo tiene, demás de los que ayer
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 327
se dijeron de El, y de otros muchos que no se han
dicho; y este es el nombre de Hijo, que ansí se llama
Cristo por particular propiedad. Y si hablara de mi
voluntad, ó no hablara delante de quien tan bien me
conoce, buscara alguna manera con que, deshaciendo
mi ingenio y excusando mis faltas, y haciéndome opi-
nión de modestia, ganara vuestro favor. Mas, pues esto
no sirve, y vuestra atención es cual las cosas lo piden,
digamos en buen punto, y con el favor que el Señor
nos diere, eso mismo que El nos ha dado á entender.
Pues digo que este nombre de Hijo, se le dan á Cris-
to las divinas Letras en muchos lugares. Y es tan co-
mún nombre suyo en ellas, que por esta causa casi
no lo echamos de ver cuando las leemos, con ser
cosa de misterio y digna de ser advertida.
Mas entre otros, en el Salmo setenta y uno, adon-
de debajo del nombre de Salomón refiere David y ce-
lebra muchas de las condiciones y accidentes de Cris-
to, le es dado este nombre por manera encubierta y
elegante. Porque donde leemos *: «Y su nombre será
eternamente bendito, y delante del sol durará siempre
su nombre»; por lo que decimos durar ó perseverar, la
palabra original, á quien éstas responden, dice propia-
mente lo que en castellano no se dice con una voz;
porque significa el adquirir uno, naciendo, el ser y el
nombre de hijo, ó el ser hecho y producido, y no en
otra manera que hijo. Por manera que dirá ansí: <Y an-
tes que el sol, le vendrá por nacimiento el tener nom-
bre de Hijo». En que David no solamente declara que
es hijo Cristo, sino dice que su nombre es ser Hijo.
Y no solamente dice que se llama ansí por haberle
sido puesto este nombre, sino que es nombre que le
viene de nacimiento y de linaje y de origen; ó, por
mejor decir, que nace en El y con El este nombre; y
no sólo que nace en El agora, ó que nació con El al
tiempo que El nació de la Virgen; sino que nació
1 Psalm. lxxi, 5.
328 FRAY LUIS DF. LEÓN
con El aun cuando no nacía el sol, que es decir, antes
que fuese el sol ó que fuesen los siglos.
Y ciertamente San Pablo, en la epístola que escribe
á los Hebreos, comparando á Cristo con los ángeles y
con las demás criaturas, y diferenciándole de ellas y
aventajándole á todas, usa de este nombre de Hijo
y toma argumento de él para mostrar, no solamente
que Cristo es Hijo de Dios, sino que entre todos le es
propio á El este nombre. Porque dice de esta mane-
Ta *: «Y hízolo Dios tanto mayor que los ángeles, cuan-
to por herencia alcanzó sobre ellos nombre diferente.
Porque, ¿á cuál de los ángeles dijo: Tú eres mi Hijo,
yo te engendré hoy?» En que se debe advertir que,
según lo que San Pablo dice, Cristo no solamente se
llama Hijo; sino, como decíamos, se llama ansí por he-
rencia, y que es heredad suya, y como su legítima, el
ser llamado Hijo entre todos. Y que con ser ansí que
en la divina Escritura llama Dios á algunos hombres
sus hijos, como á los judíos en Isaías, cuando les dice 2:
«Engendré hijos, y ensalcé los que me despreciaron
después»; y en el otro Profeta, que dice 3: «Llamé á
mi Hijo de Egipto»; y con ser también los ángeles nom-
brados hijos, como en el libro de Job 4, y en el libro
de la Creación 5, y en otros muchos lugares; dice osa-
damente y á boca llena San Pablo, y como cosa averi
guada y en que no puede haber duda, que Dios á nin-
guno, sino á sólo Cristo, lo llamó Hijo suyo.
Mas veamos este secreto, y procuremos, si posible
fuere, entender por qué razón ó razones, entre tantas
cosas á quienes les conviene este nombre, le es propio
á Cristo el ser y llamarse Hijo; y veamos también qué
será aquello que dándole á Cristo este nombre nos en-
seña Dios á nosotros.
Aquí Sabino:
— Cuanto á la naturaleza divina de Cristo, dice, no
parece, Juliano, gran secreto el por qué Cristo y sólo
1 Hebr.,T,4y5 2 Isai., i, 2. 3 Ostse., xi, 1. 4Job.,i,6.
5 Genes., iv, ?.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 329
Cristo se llama Hijo: porque en la divinidad no hay
más de uno á quien le puede convenir este nombre.
—Antes, respondió Juliano, lo oscuro y lo hondo,
y lo que no se puede alcanzar de este secreto, es eso
mismo que, Sabino, decís; conviene saber: ¿cómo, ó
por qué manera y razón, la persona divina de Cristo
sólo ella en la divinidad es Hijo y se llama ansí, ha-
biendo en la divinidad la persona del Espíritu-Santo,
que procede del Padre también, y le es semejante no
menos que el Hijo lo es? Y aunque muchos, como sa-
béis, se trabajan por dar de esto razón, no sé yo agora
si es razón de las que los hombres no pueden alcan-
zar; porque á la verdad, es de las cosas que la fe re-
serva para sí sola. Mas no turbemos el orden, sino vea-
mos primero qué es ser hijo, y sus condiciones cuáles
son, y qué cosas se le consiguen como anejas y pro-
pias; y veremos luego cómo se halla esto en Cristo, y
las razones que hay en El para que sea llamado Hijo á
boca llena entre todos.
Y cuanto á lo primero, hijo, como sabéis, llamamos,
no lo que es hecho de otro como quiera, sino lo que
nace de la substancia de otro, semejante en la natura-
leza al mismo de quien nace; y semejante ansí, que el
mismo nacer le hace semejante y le pinta, como si di-
jésemos, de los colores y figuras del padre, y pasa en
él sus condiciones naturales. Por manera, que el
mismo ser engendrado sea recibir un ser, no como
quiera, sino un ser retratado y hecho á la imagen de
otro. Y como en el arte el pintor que retrata, en el
hacer del retrato mira al original, y por la obra del
arte pasa sus figuras en la imagen que hace, y no es
otra cosa el hacer la imagen sino el pasar en ella las
figuras originales, que se pasan á ella por esa misma
obra con que se forma y se pinta; ansí en lo natural el
engendrar de los hijos es hacer unos retratos vivos,
que en la substancia de quien los engendra, su virtud
secreta, como en materia ó como en tabla dispuesta,
los va figurando semejantes á su principio. Y eso es
el hacerlos, el figurarlos, y el asemejarlos á sí.
330 FRAY LUIS DE LEÓN
Mas, como entre las cosas que son, haya unas de
vida limitada y otras que permanecen sin fin, las pri-
meras ordenó la naturaleza que engendrasen y tuvie-
sen hijos, para que en ellos, como en retratos suyos y
del todo semejantes á ellos, lo corto de su vida se ex-
tendiese y lo limitado pasase adelante, y se perpetua-
sen en ellos los que son perecederos en sí; mas en las
segundas, cuando los tienen, ó las que de ellas los tie-
nen, el tenerlos y el engendrarlos no se encamina á
que viva el que es padre en el hijo, sino á que se de-
muestre en él, y parezca y salga á luz y se vea.
Como en el sol lo podemos ver, cuyo fruto, ó si lo
hemos de decir ansí, cuyo hijo es el rayo que de él
sale, que es de su misma calidad y susbtancia, y tan
lucido y tan eficaz como él. En el cual rayo no vive el
sol después de haber muerto, ni se le dio ni le pro-
duce él para fin de que quedase otro sol en él cuando
el sol pereciese, porque el sol no perece; mas si no se
perpetúa en él, luce en él y resplandece y se nos viene
á los ojos; y ansí, le produce, no para vivir en él, sino
para mostrarse en él, y para que, comunicándole toda
su luz, veamos en el rayo quién es el sol. Y no sola-
mente le veamos en el rayo, mas también le gocemos
y seamos particioneros de todas sus virtudes y bienes.
Por manera que el hijo es como un retrato vivo del
padre, retratado por él en su misma substancia, hecho
en las cosas que son eternas y perpetuas, para el fin
de que el padre salga afuera en el hijo, y aparezca y
se comunique.
Y ansí, para que uno se diga y sea hijo de otro,
conviene, lo primero, que sea de su misma substancia;
lo segundo, que le sea en ella igual y semejante del
todo; lo tercero, que el mismo nacer le haya hecho á
sí, semejante; lo cuarto, que, ó sustituya por su padre
cuando faltare él, ó si durare siempre, le represente
siempre en sí, y le haga manifiesto y le comunique
con todos. A lo cual se consigue, que ha de ser una vo-
luntad y un mismo querer el del padre y del hijo; que
su estudio de él y todo su oficio ha de ser emplearse
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 33 1
en lo que es agradable á su padre; que no ha de hacer
sino lo que su padre hace, porque si es diferente, ya
no le es semejante, y por el mismo caso en aquello no
es hijo; que siempre mire á él como á su dechado, no
sólo para figurarse de él, sino para volverle con amor
lo que recibió con deleite, y para enlazarse en un
querer puro y ardiente y recíproco el hijo y el padre.
Pues siendo esto ansí, y en la forma que dicho he-
mos, como de hecho lo es. claramente se ve la razón
por qué Cristo entre todas las cosas es llamado Hijo
de Dios á boca llena. Pues es manifiesto que concu-
rren en sólo El todas las propiedades de hijo que he
dicho, y que en ninguno otro concurren. Porque lo-
primero, El sólo, según la parte divina que en sí con-
tiene, nace de la substancia de Dios, semejante por
igualdad de Aquel de quien nace, y semejante porque-
el mismo nacer y la misma forma y manera como nace-
de Dios, le asemeja á Dios y le figura como El tan per-
fecta y acabadamente, que le hace una misma cosa
con El; como El mismo lo dice h «Yo y el Padre so-
mos una cosa»; de que diremos después más copio-
sámente.
Pues, según la otra parte nuestra que en si tiene,
ya que no es de la substancia de Dios, mas, como Mar-
celo aver decía, parécese mucho á Dios, y es casi otro-
El por razón de los infinitos tesoros de celestiales y
divinísimos bienes que Dios en ella puso; por donde El
mismo decía 2: «Felipe, quien á mí me ve, á mi Padre-
ve». Demás de esto, el fin para que las cosas eternas,
si tienen hijo, le tienen (que es para hacerse manifies-
tas en él, y como si dijésemos, para resplandecer por
él en la vista de todos), Cristo sólo es el que lo puede
poner por obra, y el que de hecho lo pone. Porque El
sólo nos ha dado á conocer á su Padre, no solamente-
poniendo su noticia verdadera en nuestros entendi-
mientos, sino también metiendo y asentando en nues-
tras almas con suma eficacia sus condiciones de Diosr
1 Joan., x, 30. 2 Ibidem, xiv, 9.
332 FRAY LUIS DE LEÓN
y sus mañas y su estilo y virtudes. Según la naturaleza
•divina hace este oficio, y según que es hombre sirvió
y sirve en este ministerio á su Padre; que en ambas
naturalezas es voz que le manifiesta, y rayo de luz
que le descubre, y testimonio que le saca á luz, é
imagen y retrato que nos le pone en los ojos.
En cuanto Dios, escribe san Pablo de El x que es
resplandor de la gloria, y figura de su Padre y de su
substancia. En cuanto hombre dice El mismo de sí 2:
«Yo para esto vine al mundo, para dar testimonio
de la verdad». Y en otra parte también 3: «Padre, ma-
nifesté á los hombres tu nombre». Y conforme á esto
es lo que San Juan escribe de El 4: «Al Padre nadie lo
vio jamás; el Unigénito, que está en su seno, ese es el
que nos dio nuevas de El». Y como Cristo es Hijo de
Dios solo y singular en lo que hemos dicho hasta ago-
ra, ansimismo lo es en lo que resta y se sigue. Porque
El sólo, según ambas naturalezas, es de una voluntad
y querer con El mismo. ¿No dice El de sí 5: «Mi man-
tenimiento es el hacer la voluntad de mi Padre»; y
David de El en el Salmo 6: «En la cabeza del libro está
escrito de mí que hago tu voluntad, y que tu ley resi-
de en medio de mis entrañas?» Y en el huerto, com-
batido de todas partes, ¿qué dice? " «No lo que me
pide el deseo, sino lo que tú quieres, eso, Señor, se
haga».
Y por la misma manera, siempre hace y siempre
hizo solamente aquello que vio hacer á su Padre. «No
puede el Hijo, dice 8, hacer de sí mismo ninguna cosa
más de lo que ve que su Padre hace». Y en otra parte 9:
«Mi doctrina no es mi doctrina; sino de Aquel que me
envía». Su Padre reposa en El con un agradable descan-
so, y El se retorna todo á su Padre con una increíble
dulzura, y van y vienen del uno al otro llamas de amor
ardientes y deleitosas. Dice el Padre: 10 «Este es mi
1 Hebr., i, 3. 2 Joan., xvm, 37. 3 Ibidem, xivi, 6. 4 Ibi-
deui, i, 18 5 Ibidem, iv, 34. 6 Psaml. xxxix, 9. 7 ¡Víatth.,
xxvi, 42. 8 Joan., v, 19. 9 Ibidem, tu, Ib. ¡0 Matth , m, 17.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 33£
querido Hijo, en quien me satisfago y descanso». Dice
el Hijo *: «Padre, yo te he manifestado sobre la tierra,
ca perfeccionado he la obra que me encomendaste que
hiciese».
Y si el amor es obrar, y si en la obediencia del que
ama á quien ama se hace cierta prueba de la ver-
dad del amor, ¿cuánto amó á su Padre quien ansí le-
obedeció como Cristo? «Obedecióle, dice 2, hasta la
muerte, y hasta la muerte de cruz»; que es decir,
no solamente que murió por obedecer, sino que por
servir á la obediencia, el que es fuente de vida dio
en sí entrada á la muerte, y halló manera para mo-
rir el que morir no podía, y que se hizo hombre
mortal siendo Dios, y que siendo hombre libre de toda
culpa, y por la misma razón ajeno de la pena de muer-
te, se vistió de todos nuestros pecados para padecer
muerte por ellos; que puso en cárcel su valor y poder
para que le pudiesen prender sus contrarios; que se
desamparó, si se puede decir, á sí mismo para que la
muerte cortase el lazo que anudaba su vida.
Y porque ni podía morir Dios, ni al hombre se le-
debía muerte, sino en pena de culpa; ni el alma, que
vivía de la vista de Dios, según consecuencia natural,
podía no dar vida á su cuerpo, se hizo hombre, se car-
gó de las culpas del hombre, puso estanco á su gloria
para que no pasase los límites de su alma ni se de-
rramase á su cuerpo, exentándole de la muerte; hizo
maravillosos ingenios sólo para sujetarse al morir, y
todo por obedecer á su Padre, del cual El sólo con j Lis-
tísima razón es llamado Hijo entre todas las cosas, por-
que El sólo le iguala, y le demuestra, y le hace conoci-
do é ilustre, y le ama y le remeda, y le sigue y le res-
peta, y le complace y le obedece tan enteramente, cuan-
to es justo que el Padre sea obedecido y amado. Esto-
quede dicho en común; mas descendamos agora á
otras más particulares razones.
Tiene nombre de Hijo Cristo, porque el hijo nace*
1 Joan., xvii, 4. 2 Filip., n, 8
3H FRAY LUIS DE LEÓN
y porque le es á Cristo tan propio, y como si dijése-
mos, tan de su gusto el nacer, que sólo El nace por
cinco diferentes maneras, todas maravillosas y singula-
res. Nace según la divinidad eternamente del Padre.
Nació de la madre Virgen, según la naturaleza huma-
na, temporalmente. El resucitar después de muerto
á nueva y gloriosa vida para más no morir, fué otro
nacer. Nace, en cierta manera, en la Hostia cuantas ve-
ces en el altar los sacerdotes consagran aquel pan en
su cuerpo. Y últimamente nace y crece en nosotros
mismos, siempre que nos santifica y renueva. Y diga-
mos por su orden de cada uno de estos nacimientos
por sí.
— Grande tela, dijo al punto Sabino, me parece, Ju-
liano, que urdís; y si no me engaño, maravillosas cosas
se nos aparejan.
— Maravillosas son sin duda las que se encierran en
lo que agora propuse, respondió Juliano; mas ¿quién
las podrá sacar todas á luz? Y en caso que alguno
pueda, conocido tenéis, Sabino, que yo no seré. De la
grandeza de Marcelo, si vos fuereis buen juez, era pro-
piamente este argumento.
— Dejad, dijo Sabino, á Marcelo agora, que ayer le
cansamos y hoy se cansará. Y vos no sois tan pobre de
lo que Marcelo con tanta ventaja tiene, que os sea ne-
cesaria su ayuda.
Marcelo entonces dijo sonriéndose:
— Hoy el mandar es de Sabino, y nuestro el obede-
cer; seguid, Juliano, su voluntad; que el descanso que
me ordena á mí, le recibo, no tanto en callar yo, como
en oiros á vos.
—Yo la seguiré, dijo, y tornó luego á callar, y dete-
niéndose un poco, comenzó á decir ansí:
— Cristo Dios nace de Dios, y es verdadera y propia-
mente Hijo suyo. Y ansí en la manera del nacer, como
en lo que recibe naciendo, como en todas las circuns-
tancias del nacimiento, hay infinitas cosas de conside-
ración admirable. Porque aunque parecerá á alguno,
como á los infieles parece, que á Dios, siendo como es
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 335
en el vivir eterno y en la perfección infinito y cabal en
sí mismo, ni le era necesario el tener Hijo, ni menos
le convenía engendrarlo; pero considerando por otra
parte, como es la verdad, que la esterilidad es un gé-
nero de flaqueza y pobreza, y que por la misma causa
lo rico y lo perfecto, y lo abundante y lo poderoso, y lo
bueno, conforme á derecha razón, anda siempre junto
con lo fecundo, se ve luego que Dios es fecundísimo;
pues no es solamente rico y poderoso, sino tesoro infi-
nito de toda la riqueza y poder, ó por mejor decir, la
misma bondad y poderío y riqueza infinita. De manera
que por ser Dios tan cabal y tan grande, es necesario
que sea fecundo y que engendre; porque la soledad era
cosa tristísima. Y porque Dios es sumamente perfecto
en todo cuanto es, fué menester que la manera como
engendra, y pone en ejecución la infinita fecundidad
que en sí tiene, fuese sumamente perfecta; de arte, que
no sólo careciese de faltas, sino también se aventajase
á todas las otras cosas que engendran, con ventajas
que no se pudiesen tasar. gisSHn
Porque lo primero es ansí, que Dios para engendrar á
su Hijo no usa de tercero de quien lo engendre con su
virtud, como acontece en los hombres; mas engén-
dralo de sí mismo y prodúcelo de su misma substancia,
con la fuerza de su fecundidad eficaz. Y porque es in-
finitamente fecundo El mismo, como si dijésemos, se es
el padre y la madre.
Y ansí, para que lo entendiésemos en la manera
que los hombres podemos (que entendemos solamente
lo que el cuerpo nos pinta), la sagrada Escritura le
atribuye vientre á Dios; y dice en ella El á su Hijo en
el Salmo, según la letra latina *: «Del vientre, antes
que naciese el lucero, yo te engendré». Para que ansí
como en llamarle Padre la divina Escritura, nos dice
que es su virtud la que engendra; ansí, ni más ni
menos, en decir que le engendra en su vientre, nos
enseña que lo engendra de su substancia misma, y
1 Psalm. ox, 3.
336 FRAY LLIS DE LEÓN
que El basta sólo para producir este bien. Lo otro, na
aparta Dios de sí lo que engendra, que eso es imper-
fección de los que engendran ansí, porque no pueden
poner toda su semejanza en lo que de sí producen, y
ansí es otro lo que engendran. Y el hombre, aunque
engendra hombre, engendra otro hombre apartado de
sí; que, dado que se le parece y allega en algunas
cosas, en otras se le diferencia y desvía, y al fin se
aparta y divide y desemeja, porque la división es
ramo de desemejanza y principio de disensión y des-
conformidad.
Por donde, ansí como fué necesario que Dios tuvie-
se Hijo, porque la soledad no es buena, ansí convino-
también que el Hijo no estuviese fuera del Padre,
porque la división y apartamiento es negocio peligroso
y ocasionado; y porque en la verdad el Hijo, que e&
Dios, no podía quedar sino en el seno, y como si di-
jésemos, en las entrañas de Dios, porque la divini-
dad forzosamente es una, y no se aparta ni divide-
Y ansí dice Cristo de si \, «que El está en su Padre,
y su Padre en El»; y San Juan dice de El mismo 2, que
está siempre en el seno de su Padre. Por manera que
es Hijo engendrado, y está en el seno del que lo engen-
dra. En que por ser Hijo engendrado, se concluye que
no es la misma persona del Padre que le engendró, sino
otra y distinta persona; y por estar en el seno de El, se-
cón vence que no tiene diferente naturaleza de El ni
distinta. Y ansí, el Padre y el Hijo son distintos en per-
sonas para compañía, y uno en esencia de divinidad
para descanso y concordia.
Lo tercero, esta generación y nacimiento no se hace
partidamente ni poco á poco, ni es cosa que se hizo
una vez, y quedó hecha y no se hace después; sino por
cuanto es en sí limitado todo lo que se comienza y aca-
ba, y lo que es Dios no tiene límite, desde toda la eter-
nidad el Hijo ha nacido del Padre, y eternamente está
naciendo, y siempre nace todo y perfecto, y tan grande
1 Joan., i,38. 2 Ibid.,i, 18.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 337
como es grande su Padre. Por donde á este nacimiento,
que es uno, la sagrada Escritura le da nombre de mu-
chos; como es lo que escribe Miqueas, y dice 1 : «De ti.
Belén, me saldrá capitán para ser rey en Israel, y sus
manantiales desde ya antes, desde los días de la eter-
nidad». Sus manantiales dice, porque manó y mana y
manará, ó por mejor decir, porque es un manantial
que siempre manó y que mana siempre. Y ansí, pare-
cen muchos, siendo uno y sencillo, que siempre es
todo, y que nunca se comienza ni nunca se acaba.
Lo otro, en esta generación no se mezcla pasión
alguna, ni cosa que perturbe la serenidad del j uicio:
antes se celebra toda con pureza y luz y sencillez, y
es como un manar de una fuente, y como una luz que
sale con suavidad del cuerpo que luce, y como un olor
que sin alterarse expiran de sí las rosas. Por lo cual la
Escritura dice de este divino Hijo, en una parte 2 : «Es
un vapor de la virtud de Dios, y una emanación de la
claridad del Todopoderoso, limpia y sincera». Y en
otra 3: «Yo soy como canal de agua perpetua, como re-
gadera que salió del río, como arroyo que sale del pa-
raíso». De arte, que aquí no se turba el ánimo, ni el
entendimiento se anubla.
Antes (y sea lo quinto), el entendimiento de Dios,
espejado y clarísimo, es el que la celebra, como los san-
tos antiguos lo dicen expresamente, y como las sagra-
das Letras lo dan bien á entender. Porque Dios entien-
de, por cuanto todo El es mente y entendimiento; y se
entiende á sí mismo, porque en El solo se emplea su
entendimiento como debe. Y entendiéndose á sí, y sién-
dole natural, por ser suma bondad, el apetecer la co-
municación de sus bienes, ve todos sus bienes que
son infinitos, y ve y comprende según qué formas los
puede comunicar, que son también infinitas; y de sí y
de todo esto que ve en sí, dice una palabra que lo de-
clara, esto es, forma y dibuja en sí mismo una imagen
viva, en la cual pone á sí y á todo lo que ve en sí,
1 Minch., v,2. 2 Sap., va, 25. 3 Eccli , xiiv, 41.
22
338 FRAY LUIS DE LEÓN
ansí como lo ve menuda y distintamente; y pasa en
ella su misma naturaleza entendida y cotejada entre
sí misma, y considerada en todas aquellas maneras que
comunicarse puede, y como si dijésemos, conferida y
comparada con todo lo que de ella puede salir. Y esta
imagen producida en esta forma es su Hijo.
Porque, como un grande pintor, si quisiese hacer
una imagen suya que lo retratase, volvería los ojos á
sí mismo primero, y pondría en su entendimiento á sí
mismo, y, entendiéndose menudamente, se dibujaría
allí primero que en la tabla y más vivamente que en
ella, y este dibujo suyo, hecho, como decimos, en el
entendimiento y por él, sería como un otro pintor, y
si le pudiese dar vida sería un otro pintor de hecho,
producido del primero, que tendría en sí todo lo que
el primero tiene y lo mismo que el primero tiene, pero
allegado y hecho vecino al arte y á la imagen de fue-
ra; ansí Dios, que necesariamente se entiende y que
apetece el pintarse, desde que se entiende, que es
desde toda su eternidad, se pinta y se dibuja en sí
mismo; y después cuando le place se retrata de fue-
ra. Aquella imagen es el Hijo; el retrato que después
hace fuera de sí son las criaturas, ansí cada una de
ellas como todas allegadas y juntas. Las cuales, com-
paradas con la figura que produjo Dios en sí y con la
imagen del arte, son como sombras oscuras y como
partes por extremo pequeñas, y como cosas muertas
en comparación de la vida.
Y como, insistiendo todavía en el ejemplo que he
dicho, si comparamos el retrato que de sí pinta en la
tabla el pintor con el que dibujó primero en sí mismo,
aquél es una tabla tosca y unos colores de tierra y
unas rayas y apariencias vanas, que carecen de ser en
lo secreto; y éste, si es vivo como dijimos, es un otro
pintor; ansí toda esta criatura es una ligera vislumbre,
y una cosa vana y más de apariencia que de substan-
cia, en comparación de aquella viva y expresa y per-
fecta imagen de Dios. Y por esta razón, todo lo que en
este mundo inferior nace y se muere, y todo lo que
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 339
en el cielo se muda, y, corriendo siempre en torno,
nunca permanece en un ser, en esta imagen de Dios
tiene su ser sin mudanza y su vida sin muerte, v es en
ella de veras lo que en sí mismo es cuasi de burlas.
Porque el ser que allí las cosas tienen, es ser verda-
dero y macizo, porque es el mismo de Dios: mas el
que tienen en sí es trefe y baladí, y como decimos, en
comparación de aquél es sombra de ser. Por donde
ella misma dice de sí ^ «En mí esta la manida de la
vida y de la verdad, en mí toda la esperanza de la
vida y de la virtud».
En que, diciendo que está toda la vida en ella, mani-
fiesta que tiene ella en sí el ser de las cosas; y diciendo
que está la verdad, dice la ventaja que el ser de las co-
sas que tiene hace al que ellas mismas tienen en sí mis-
mas: que aquél es verdad, y éste en su comparación
es engaño. Y para la misma ventaja dice también 2:
«Yo moro en las alturas y me asiento sobre la colum-
na de nube; como cedro del Líbano me empiné, y como
en el monte Sión el ciprés; ensálceme como la palma
de Gades y como los rosales de Jericó, como la oliva
vistosa en los campos y como el plátano á las corrien-
tes del agua*. Y San Juan dice de ella, en el capítulo
primero de su Evangelio 3, «que todo lo hecho era vida
en el Verbo»: en que dice dos cosas, que estaba en esta
imagen lo criado todo, y que como en ella estaba, no
solamente vivía como en sí vive, sino que era la vida
misma.
Y por la misma razón, esta viva imagen es sabi-
duría puramente, porque es todo lo que sabe de sí
Dios, que es el perfecto saber; y porque es el decha-
do, y como si dijésemos, el modelo de cuanto Dios
hacer sabe; y porque es el orden y la proporción, y la
medida y la decencia, y la compostura y la armonía y
el límite, y el propio ser y razón de todo lo que Dios
hace y puede. Por lo cual San Juan, en el principio
de su Evangelio, le llama Logos por nombre, que, como
1 Eccli., xxiv; 25. 2 Ibid., xxi, 7 y 17. 3 Joan., i, 4.
340 FRAY LUIS DE LEÓN
sabéis, es palabra griega que significa todo esto que
he dicho. Y por consiguiente, esta imagen puso las
manos en todo cuando Dios lo crió, no solamente por-
que era ella el dechado á quien miraba el Padre cuan-
do hizo las criaturas, sino porque era dechado vivo y
obrador, y que ponía en ejecución el oficio mismo
que tiene.
Que, aunque tornemos al ejemplo que he puesto
otra y tercera vez, si la imagen que el pintor dibujó
en sí de sí mismo tuviese ser que viviese, y si fuese
substancia capaz de razón, cuando el pintor se quisie-
se retratar en la tabla, claro es que no solamente me-
nearía el pintor la mano mirando á su imagen, mas
ella misma por sí misma le regiría el pincel, y se pa-
saría ella á sí misma en la tabla; pues ansí San Pablo
dice 1 de esta imagen divina, que hizo el Padre por
ella los siglos. Y ella ¿qué dice? 2 «Yo salí de la boca
del Alto, engendrada primero que criatura ninguna;
yo hice que naciese en el cielo la luz que nunca se
apaga, y como niebla me extendí por toda la tierra».
Y ni más ni menos, de aquesto se ve con cuánta ra-
zón esta imagen es llamada Hijo, é Hijo por excelen-
cias, y olo Hijo entre todas las cosas. Hijo porque pro-
cede, como dicho es, del entendimiento del Padre, y es
la misma naturaleza y substancia del Padre, expresada
y viva con la misma vida de Dios. Hijo por excelencia,
no solamente porque es el primero y el mejor de los
hijos de Dios, sino porque es el que más iguala á su
Padre entre todos. Hijo solo, porque El solo representa
enteramente á su Padre, y porque todas las criaturas
que hace Dios, cada una por sí en este Hijo las parió,
como si digamos, primero todas mejoradas y juntas; y
ansí, El solo es el parto de Dios cabal y perfecto, y
todo lo demás que Dios hace nació primero en este
su Hijo.
Y de la manera que lo que en las criaturas tiene
nombre de padre, y de primera origen y de primero
1 Hebr., i, 2. 2 Eccli., xxiv, 5 y 6.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 341
principio, lo tienen según que el Padre del cielo se co-
munica con él, y la paternidad criada es una comuni-
cación de la paternidad eternal, como el Apóstol signi-
fica donde dice *: «De quien se deriva toda la paterni-
dad de la tierra y del cielo»; por la misma manera,
cuanto en lo criado es y se llama hijo de Dios, de este
Hijo le viene que lo sea; porque en El nació todo pri-
mero, y por eso nace en sí mismo después, porque
nació eternamente primero en El.
¿Qué dice acerca de esto San Pablo? 2 «Es imagen
de Dios invisible, primogénito de todas las criaturas,
porque todas se produjeron por El, ansí las de los cie-
los como las de la tierra, las visibles y las invisibles».
Dice que es imagen de Dios, para que se entienda que
es igual á El y Dios como El. Y porque consideréis el
ingenio del Apóstol San Pablo, y el acuerdo con que
pone las palabras que pone, y cómo las ordena y las
traba entre sí, dice que esta imagen es imagen de Dios
invisible; para dar á entender que Dios, que no se ve,
por esta imagen se muestra, y que su oficio de ella
es, según que decíamos, sacar á luz y poner en los
ojos públicos lo que se encubre sin ella. Y porque
dice que era imagen, añade que es engendrado, por-
que, como está dicho, siempre lo engendrado es muy
semejante.
Y dice que es engendrado primero, ó que es primo-
génito, no sólo para decir que antecede en tiempo el
que es eterno en nacer; sino para decir que es el ori-
ginal universal engendrado, y como la idea eterna-
mente nacida de todo lo que puede por el discurso de
los tiempos nacer, y el padrón vivo de todo, y el que
tiene en sí y el que deriva de sí á todas las cosas su
nacimiento y origen. Y ansí, porque dice esto, aña-
de luego á propósito de ello y para declararlo mejor:
«Porque en El se produjeron todas las cosas, ansí las
de los cielos, como las de la tierra, las visibles y las
invisibles». En El dice; que quiere decir: en El y por
1 Ephes., ni, 15. 2 Colos., i, 15.
342 FRAY LUIS DE LEÓN
El. En El primero y originalmente, y por El después
como por maestro y artífice.
Ansí que, comparándolo con todas las criaturas, el
solo sobre todas es Hijo; y comparándolo con la tercera
persona de la Trinidad, el Espíritu-Santo, sola esta ima-
gen es la que se llama Hijo con propiedad y verdad.
Porque aunque el Espíritu-Santo sea Dios como el Pa-
dre, y tenga en sí la misma divinidad y esencia que El
tiene, sin que en ninguna cosa de ella se diferencie ni
desemeje de El, pero no la tiene como imagen y retrato
del Padre, sino como inclinación á El y como abrazo
suyo; y ansí, aunque sea semejante, no es semejanza
según su relación particular y propia, ni su manera de
proceder tiene por blanco el hacer semejante, y por la
misma razón no es engendrado ni es hijo.
Ouiero decir que, como yo me puedo entender á mí
mismo, y me puedo amar después de entendido; y co-
mo del entenderme á mí nace de mí una imagen de mí,
y del amarme se hace también en mí un peso que me
lleva á mí mismo, y una inclinación á mí que se abraza
conmigo: ansí Dios desde su eternidad se entiende y se
ama, y entendiéndose como dijimos y comprendiendo
todo lo que su infinita fecundidad comprende, engen-
dra en sí una imagen viva de todo aquello que entien-
de; y de la misma manera, amándose á sí mismo, y
abrazando en sí á todo cuanto en sí entiende, produce
en sí una inclinación á todo lo que ama ansí, y produ-
ce, como dicho hemos, un abrazo de todo ello.
Mas diferimos en esto: que en mí esta imagen y esta
inclinación son unos accidentes sin vida y sin substan-
cia: mas en Dios, á quien no puede sobrevenir por acci-
dente ninguna cosa, y en quien todo lo que es, es di-
vinidad y substancia, esta imagen es viva y es Dios, y
esta inclinación ó abrazo que decimos es abrazo vivo
y que está sobre sí.
Aquella imagen es Hijo, porque es imagen; y esta
inclinación no es hijo porque no es imagen, sino
Espíritu, porque es inclinación puramente. Y estas tres
personas, Padre é Hijo y Espíritu-Santo, son Dios y un
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 343
mismo Dios; porque hay en todos tres una naturaleza
divina sola, en el Padre de suyo, en el Hijo recibida
del Padre, en el Espíritu recibida del Padre y del Hijo.
Por manera que esta única naturaleza divina, en el Pa-
dre está como fuente y original; y en el Hijo como en
retrato de sí misma; y en el Espíritu como en inclina-
ción hacia sí. Y en un cuerpo, como si dijésemos, y en
un bulto de luz, reverberando ella en sí misma por
inefable y diferente manera, resplandecen tres cercos.
;,Oh sol inmenso y clarísimo!
Y porque dije, Sabino, sol, ninguna de las cosas visi-
bles nos representa más claramente que el sol las con-
diciones de la naturaleza de Dios, y de esta su genera-
ción que decimos. Porque, ansí como el sol es un cuer-
po de luz que se derrama por todo, ansí la naturaleza
■de Dios inmensa se extiende por todas las cosas. Y ansí
«orno el sol alumbrando, hace que se vean las cosas que
las tinieblas encubren, y que puestas en oscuridad pa-
recen no ser. ansí la virtud de Dios aplicándose, trae
del no ser á la luz del ser á las cosas. Y ansí como el
sol de suyo se nos viene á los ojos, y cuanto de su par-
te es nunca se esconde, porque es él la luz y la mani-
festación de todo lo que se manifiesta y se ve: ansí
Dios siempre se nos pone delante, y se nos entra por
nuestras puertas si nosotros no le cerramos la puerta,
y lanza rayos de claridad por cualquiera resquicio que
halle. Y como al sol juntamente le vemos y no le po-
demos mirar (vérnosle, porque en todas las cosas que
vemos, miramos su luz; no le podemos mirar, porque
si ponemos en él los ojos los encandila), ansí de Dios
podemos decir que es claro y oscuro, oculto y manifies-
to. Porque á El en sí no le vemos, y si alzamos el en
tendimiento á mirarle nos ciega; y vérnosle en todas
las cosas que hace, porque en todas ellas resplandece
su luz.
Y (porque quiero llegar esta comparación á su fin),
ansí como el sol parece una fuente que mana y que lan-
za claridad de continuo, con tanta prisa y afonía que
parece que no se da á manos; ansí Dios, infinita bon-
344 FRAY LUIS DE LEÓN
dad, está siempre como bullendo por habernos bien, y
enviando como á borbollones bienes de sí, sin parar ni
cesar. Y, para venir á lo que es propio de agora, ansí
como el sol engendra su rayo (que todo este bulto de
resplandor y de luz, que baña el cielo y la tierra, un
rayo sólo es que envía de sí todo el sol), ansí Dios en-
gendra un solo Hijo de sí, que reina y se extiende por
todo. Y como este rayo del sol que digo, tiene en sí
toda la luz que el sol tiene y esa misma luz que tiene
el sol, y ansí su imagen del sol es su rayo; ansí el Hijo
que nace de Dios tiene toda la substancia de Dios, y esa
misma substancia que El tiene; y es, como decíamos, la
sola y perfecta imagen del Padre.
Y ansí como en el sol, que es puramente luz, el pro-
ducir de su rayo es un enviar luz de sí, de manera que
la luz dando luz le produce, esto es, que él produce
la luz figurándose y pintándose y retratándose; ansí el
Padre eterno, figurándose su ser en sí mismo, engen-
dra á su Hijo. Y como el sol produce siempre su rayo
(que no lo produjo ayer, y cesó hoy de producirlo, sino
siempre le produce, y con producirle siempre, no le
produce por partes, sino siempre y continuamente sale
de él entero y perfecto), ansí Dios siempre desde toda
su eternidad engendró y engendra y engendrará á su
Hijo, y siempre enteramente. Y como, estándose en su
lugar, su rayo nos le hace presente, y en él y por él se
extiende por todas las cosas el sol, y es visto y conoci-
do por él; ansí Dios, de quien San Juan dice x que no es
visto de nadie, en el Hijo suyo que engendra nos res-
plandece y nos luce, y, como El lo dice de sí, El es el
que nos manifiesta á su Padre. Y finalmente, ansí
como el sol por la virtud de su rayo obra adonde quie-
ra que obra, ansí Dios lo crió todo y lo gobierna todo
en su Hijo, en quien, si lo podemos decir, están como
las simientes de todas las cosas.
Mas oigamos en qué manera en el libro de los Pro-
verbios El mismo dice aquesto mismo de sí 2: «El Señor
1 Joan., i, 18. 2 Pro v., vm, 22-31.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 345
me adquirió en el principio de sus caminos. Antes de
sus obras, desde entonces. Desde siempre fui ordena-
da, desde el comienzo, de en antes de los comienzos de
la tierra. Cuando no abismos, concebida yo; cuando no
fuentes, golpes grandes de aguas. En antes que se aplo-
masen los montes, primero yo que los collados forma-
da. Aún no había hecho la tierra, los tendidos, las ca
bezas de los polos del mundo. Cuando aparejaba los
cielos, allí estaba yo; cuando señalaba círculo en re-
dondo sobre la haz del abismo. Cuando fortificaba el
cielo estrellado en lo alto, y ponía en peso las fuentes
del agua. Cuando él ponía su ley á los mares, y á las
aguas que no traspasasen su orilla. Cuando establecía
el cimiento á la tierra, y j unto con él estaba yo com-
poniéndolo, y un día, y cada día era dulces regalos. Ju-
gando delante de él de continuo, jugando en la redon-
dez de su tierra, y deleites míos con hijos de hombres».
En las cuales palabras, en lo primero que dice, que la
adquirió Dios en la cabeza de sus caminos, lo uno en-
tiende que no caminara Dios fuera de sí, quiero decir,
que no hiciera fuera de sí las criaturas que hizo, á
quienes comunicó su bondad, si antes, y desde toda la
eternidad no engendrara á su Hijo, que, como dicho
tenemos, es la razón y la traza, y el artificio y el artí-
fice de todo cuanto se hace. Y lo otro, decir que la
adquirió, es decir que usó de ella Dios cuando produ-
jo las cosas, y que no las produjo acaso ó sin mirar lo
que hacía, sino con saber y con arte. Y lo tercero,
pues dice que Dios la adquirió, da bien á entender que
ni la engendró apartada de sí, ni, engendrándola en sí,
le dio casa aparte después; sino que la adquirió, esto
es, que nascida de El, queda dentro del mismo.
Y dice con propiedad adquirir, que es allegar y
ayuntar por menudo. Porque, como dijimos, no engen-
dra á su Hijo el Padre entendiendo á bulto y confusa-
mente su esencia; sino entendiéndola apuradamente y
con cabal distinción, y con particularidad de todo aque-
llo á que se extiende su fuerza. Y porque lo que digo
adquirir, en el original es una palabra que hace sig-
346 FRAY LUIS DE LEÓN
nificación de riquezas y de tesoro que se posee, po-
dríamos decir de esta forma que Dios en el principio
la atesoró, para que se entendiese que hizo tesoro de
sí el Padre engendrando su Hijo. De sí, digo, y de todo
lo que de El puede salir, por cualquiera manera que
sea, que es el sumo tesoro.
Y como decimos que Dios la adquirió en el principio
de su camino, el original da licencia que digamos tam-
bién, como dijeron los que lo trasladaron en griego,
que Dios la formó principio y cabeza de su camino;
que es decir que el Hijo divino es el príncipe de todo
lo que Dios cría después, porque están en El las ra-
zones de ello y su vida. Y ni más ni menos en lo que
se sigue: «antes de sus obras, desde entonces»; se
puede decir también: «Soy la antigüedad de sus
obras». Porque en lo que de Dios procede, lo que
va con el tiempo es moderno, la antigüedad es lo
que eternamente procede de El: y porque estas mis-
mas obras presentes y que saca á luz á sus tiempos,
que en sí son modernas, son en el Hijo muy ancianas
y antiguas.
Pues en lo que añade: «Desde siempre fui ordena-
da»; lo que dice nuestro texto ordenada, se debe
entender que es palabra de guerra, conforme á lo
que se hace en ella, cuando se ponen los escuadro-
nes en orden, en que tiene sobre todos su lugar el ca-
pitán. Y ansí, ordenada es aquí lo mismo que puesta
en el grado más alto, y como en el tribunal y en el
principado de todo; porque la palabra original quiere
decir hacer principe. Y porque significa también lo
que los plateros llaman vaciar, que es infundir en el
molde el oro ó la plata derretida para hacer la pieza
principal que pretenden, entrando el metal en el mol-
de y ajustándose á él; podremos decir aquí que la Sa-
biduría divina dice de sí que fué vaciada por el Padre
desde la eternidad, porque es imagen suya, que la
pintó, no apartándola de sí, sino amoldándola en sí y
ajustándose del todo con ella.
Y en lo que dice después, acrecienta lo general que
DE LOS .NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO ri 47
había dicho, especificándolo por sus partes en par-
ticular, y diciendo que la engendró cuando no había
comienzos de tierra, ni abismos ni fuentes; antes que
los montes se afirmasen con su peso natural, y que los
collados subiesen, y que se extendiesen los campos, y
que los quicios del mundo tuviesen ser. Y dice no so-
lamente que había nacido de Dios, antes que Dios hi-
ciese estas cosas; sino que cuando las hizo, cuando
obró los cielos, y fijó las estrellas, y dio su lugar á las
nubes, y enfrenó el mar, y fundó la tierra, estaba en el
seno del Padre y junto con El componiéndolas.
Y como decimos componiéndolas, da licencia el ori-
ginal que digamos, alentándolas y abrigándolas, y re-
galándolas, y trayéndolas en los brazos, como el que
llamamos ayo, ó ama que cría, suele traer á su niño.
Que como nacían en su principio tiernas y como niñas
las criaturas entonces, respondiendo á esta semejanza
dice la divina Sabiduría de sí, que no sólo las crió
con el Padre, sino que se apropió á sí el oficio de ser
como su aya de ellas ó como su ama. Y llevando la
semejanza adelante, dice que era ella dulzuras y re-
gocijos todos los días; esto es, que como las amas dicen
á sus niños dulzuras, y se estudian y esmeran en ha-
cerles regalos, y los muestran, y á los que los muestran
les dicen que miren ¡cuan lindos!; ansí se esmeraba
ella, al criar de las cosas, en regalar las criadas y en
hacer como regocijos con ellas, y en decir, como quien
las toma en la mano y las muestra y enseña, que eran
buenas, muy buenas. «Y vio, dice í, Dios todo lo que
hecho había, y era muy bueno.» Que á este regalo,
que al mundo reciente se debía, miró, Sabino, tam-
bién vuestro Poeta donde dice 2:
Verano era aquel, verano hacía
el mundo en general, porque templaron
los vientos en rigor y fuerza fría.
Cuando primero de la luz gozaron
las fieras y los hombres, gente dura,
1 Genes., i,31. 2 Virg., h, Geor. v, 338.
348 FRAY LUIS DE LEÓN
del duro suelo el cuello levantaron.
Y cuando de las selvas la espesura
poblada de alimañas, cuando el cielo
de estrellas fué sembrado y hermosura.
Que no pudiera el flaco y tierno suele,
ni las cosas recientes producidas
durar á tanto ardor, á tanto hielo;
Si no fueran las tierras y las vidas,
templando entre lo frío y caluroso,
con regalo tan blando recibidas.
Y dice, según la misma forma é imagen, que hacía
juegos de continuo delante del Padre, como delante de
los padres hacen las amas que crían. Y concluye con
esta razón; porque dice: «Y mis deleites hijos de hom-
bres»; como diciendo que entendía en su regalo por-
que se deleitaba de su trato; y deleitábase de tratarlos,
porque tenía determinado consigo de, venido su tiem-
po, nacer uno de ellos.
Del cual nacimiento segundo que nació este divino
Hijo en la carne, es bien que ya digamos; pues hemos
dicho del primero, que aunque es también segundo en
quilates, no por eso no es extraño y maravilloso por
dondequiera que le miremos, ó miremos el qué, ó el
cómo, ó el por qué.
Y diciendo de lo primero, el qué de este nacimiento,
ó lo que en este nacimiento se hizo, todo ello es nuevo,
no visto antes, ni imaginado que podía ser visto, porque
en él nace Dios hecho hombre. Y con tener las personas
divinas una sola divinidad, y con ser tan uno todas tres,
no nacieron hechas hombres todas tres, sino la perso-
na del Hijo solamente. La cual ansí se hizo hombre,
que no dejó de ser Dios, ni mezcló con la naturaleza
del hombre la naturaleza divina suya; sino quedó una
persona sola en dos distintas naturalezas: una que te-
nía de Dios, y otra que recibió de los hombres de nue-
vo. La cual no la crió de nuevo, ni la hizo de barro,
como formó la primera, sino hízola de la sangre virgen
de una Virgen purísima, en su vientre de ella misma,
sin amancillar su pureza; é hizo que fuese naturaleza
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 349
del linaje de Adán, y sin la culpa de Adán; y formó de
la sangre, que digo, carne; y de la carne hizo cuerpo
humano con todos sus miembros y órganos; y en el
cuerpo puso alma de hombre dotada de entendimiento
y razón; y con el entendimiento y con el alma y con el
cuerpo ayuntó su persona; y derramó sobre el alma
mil tesoros de gracia, y dióle juicio y discurso libre, é
hízola que viese y que gozase de Dios; y ordenó que la
misma que gozaba de Dios con el entendimiento, sin-
tiese disgusto en los sentidos, y que fuese juntamente
bienaventurada y pasible.
Y toda esta compostura de cuerpo, é infusión de
alma, y ayuntamiento de su persona divina, y la santi-
ficación y el uso de la razón, y la vista de Dios, y la
habilidad para sentir dolor y pesares que dio á lo que
á su persona ayuntaba, lo hizo todo en un momento,
y en el primero en que se concibió aquella carne; y
de un golpe y en un instante sólo, salió en el tálamo
de la Virgen á la luz de esta vida un Hombre Dios, un
niño ancianísimo, una suma santidad en miembros
tiernos de infante, un saber perfecto en un cuerpo que
aun hablar no sabía; y resultó en un punto, con mila-
gro nunca visto, un niño y gigante, un flaco muy fuer-
te, un saber, un poder, un valor no vencible, cercado
de desnudez y de lágrimas.
Y lo que en el vientre santo se concibió, corriendo
los meses, salió de él sin poner dolor en él y deján-
dole santo y entero. Y como el que nacía era según
su divinidad rayo, como agora decíamos, y era res-
plandor que manaba con pureza y sencillez de la luz
de su Padre, dio también á su humanidad condiciones
de luz, y salió de la madre como el rayo del sol pasa
por la vidriera sin daño; y vimos una mezcla admira-
ble, carne con condiciones de Dios, y Dios con condi-
ciones de carne, y divinidad y humanidad juntas, y
hombre y Dios nacido de padre y de madre, y sin
padre y sin madre, sin madre en el cielo y sin padre
en la tierra; y finalmente, vimos junta en uno la uni-
versalidad de lo no criado y criado.
350 FRAY LUIS DE LEÓN
¿Qué dice San Juan? l «El Verbo se hizo carne, y
mora en nosotros lleno de gracia y de verdad; y vimos
su gloria, gloria cual convenía á quien es Unigénito
del Padre eterno». E Isaías ¿qué dice? 2 «El nacido
nos ha nacido á nosotros, y el Hijo á nosotros es dado,
y sobre su hombro su mando, y su nombre será lla-
mado admirable, consejero, Dios, valiente, padre de la
eternidad, príncipe de paz». El nacido, dice, nos es na-
cido; esto es, el engendrado eternalmente de Dios ha
nacido por otra manera diferente para nosotros; y el
que es Hijo, en quien nació todo el edificio del mundo,
se nos da nacido entre los del mundo como Hijo. Y
aunque niño, es rey, y aunque es recién nacido, tiene
hombros para el gobierno: que se llama admirable por
nombre, porque es una maravilla todo El, compuesto
de maravillas grandísimas. Y llámase también conse-
jero porque es el ministro y la ejecución del consejo
divino, ordenado para la salud de los hombres. Y es
Dios, y es valiente, y padre del nuevo siglo, y único
autor de reposo y de paz.
Y lo que dijimos, que no tuvo padre humano en
este segundo nacer, ayer lo probó bastantemente Mar-
celo. Y que naciendo no puso daño en su madre, ¿por
ventura no lo vio Salomón cuando dijo 3: «Tres cosas
se me esconden, y cuatro de que nada no sé; el cami-
no del águila por el aire, el camino de la culebra en
la peña, el camino de la nave en la mar, y el camino
del varón en la Virgen?» En que, por comparación de
tres cosas que en pasando nadie puede saber por don-
de pasaron, porque no dejan rastro de sí, significa que
cuando salió este niño varón, que decimos, del sagra-
rio virginal de su Madre, salió sin quebrar el sagrario
y sin hacer daño en él ni dejar de su salida señal;
como ni la deja de su vuelo el ave en el aire, ni la ser-
piente de su camino en la peña, ni en los mares
la nave. Esto,, pues, es el qué de este nacimiento san-
tísimo.
1 Joan, i,14. 2 Isai., ix, 6. 3 Prov., ixx, 18 y 19.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. -LIBRO TERCERO 351
El cómo se hizo esto, es de las cosas que no se pue
den decir. Porque las maneras ocultas por donde sabe
Dios aplicar su virtud para los efectos que quiere,
¿quién las sabe entender? Bien dice San Agustín 1 que
en estas cosas, y en las que son como éstas, la mane-
ra y la razón del hecho es el infinito poder del que lo
hace. ¿En qué manera se hizo Dios hombre? Porque es
de poder infinito. ¿Cómo una misma persona tiene na-
turaleza de hombre y naturaleza de Dios? Porque es
de poder infinito. ¿Cómo crece en el cuerpo y es per-
fecto varón en el alma; tiene los sentidos de niño, y
ve á Dios con el entendimiento; se concibe en mujer
y sin hombre, sale naciendo de ella y la deja virgen?
Porque es de poder infinito. No hiciera Dios por nos-
otros mucho, si no hiciera más de lo que nuestro sen-
tido traza y alcanza.
¿Qué cosa es hacer mercedes á gentes de poco saber
y de pecho angosto, que porque exceden á lo que ellos
hicieran, ponen en duda si se las hacen? ¿Cómo se
hizo Dios hombre? Digo, que amando al hombre. ¿Por
ventura es cosa nueva que el amor vista del amado al
que ama, que le ayunte con él, que le transforme?
Quien se inclina mucho á una cosa, quien piensa en
ella de continuo, quien conversa siempre con ella,
quien la remeda, fácilmente queda hecho ella misma.
¿Qué decía poco ha el Verbo de sí? ¿No decía que era
su deleite el tratar con los hombres? Y no solamente
tratar con ellos, mas vestirse de su figura aun antes
que tomase su carne. Que con Adán habló en el pa-
raíso en figura de hombre, como San León papa y otros
muchos doctores santos lo dicen; y con Abraham cuan-
do descendió á destruir á Sodoma, y con Jacob en la
lucha, y con Moisés en la zarza, y con Josué el capitán
de Israel. Pues salióle el trato á la cara; y haciendo
del hombre, salió hecho hombre; y gustando de disfra-
zarse con nuestra máscara, quedó con la figura verda-
dera á la fin, y pararon los ensayos en hechos.
1 August., Epist. 137, Dúm. t>.
352 FRAY LUIS DE LEÓN
¿Cómo está la deidad en la carne? Responde el di-
vino Basilio. «Como el fuego en el hierro, no mudando
» lugares, sino derramando sus bienes; que el fuego no
«camina hacia el hierro, sino estando en él pone en él
»su calidad, y sin disminuirse en sí, le hinche todo de
»sí y lé hace partícipe. Y el Verbo de Dios de la misma
«manera hizo morada en nosotros, sin mudar la suya,
»y sin apartarse de sí. No te imagines algún descendi-
» miento de Dios, que no se pasa de un lugar á otro lu-
>gar como se pasan los cuerpos; ni pienses que la dei-
»dad, admitiendo en sí alguna mudanza, se convir-
tió en carne; que lo inmortal no es mudable. Pues
«¿cómo nuestra carne no le pegó su infección? Como
«ni el fuego recibe las propiedades del hierro. El
«hierro es frío y es negro; mas después de encendi-
»do, se viste de la figura del fuego, y toma luz de él
»y no le ennegrece, y arde con su calor y no le co-
»munica su frialdad. Y ni más ni menos la carne del
«hombre, ella recibió cualidades divinas, mas no
«apegó á la divinidad sus flaquezas. ¿Que no concede-
remos á Dios que obre lo que obra este fuego que
«muere?» Esto dice Basilio.
Y, porque los ejemplos dan luz, como el arca del
Testamento era de madera y de oro, de madera que
no se corrompía y de oro finísimo (ella hecha de ma-
dera y vestida de oro por todas partes, de arte que era
arca de madera y arca de oro, y era una arca sola, y
no dos); ansí en este nacimiento segundo, el arca de
la humanidad inocente salió ayuntada á la riqueza de
Dios. La riqueza la cubría toda, mas no le quitaba el
ser ni ella lo perdía, y siendo dos naturalezas, no eran
dos personas, sino una persona.
Y como en el monte de Siná, cuando daba Dios la
ley á Moisés, en lo alto estaba rodeado de llamas del
cielo y se vestía de la gloria de Dios, que allí reposaba
y hablaba, y en las raíces padecía temblores y humo;
ansí Cristo naciendo hombre, que es monte, en lo alto
de su alma ardía todo en llamas de amor y gozaba de
la gloria de Dios alegre y descansadamente; mas en la
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 353
parte suya más baja temblaba y humeaba, dando
lugar en sí á las penalidades del hombre. Y como el
patriarca Jacob l cuando en el camino de Mesopota-
mia, ocupado de la noche, se puso á dormir en el
campo, en el parecer de fuera era un mozo pobre, que
tendido en la tierra dura y tomando reposo parecía
estar sin sentido; más en lo secreto del alma contem-
plaba en aquella misma sazón el camino abierto desde
la tierra hasta el cielo, y á Dios en él y á los ángeles
que andaban por él; ansí en este nacimiento apareció
por de fuera un niño flaco, puesto en un pesebre, que
no hablaba, y lloraba, y en lo secreto vivía en El la
contemplación de todas las grandezas de Dios. Y como
en el río Jordán 2, cuando se puso en medio de él el
arca de la ley vieja, para hacer paso al pueblo que ca-
minaba al descanso, en la parte de arriba de él las
aguas que venían se amontonaron creciendo, y en la
parte de abajo siguieron su curso natural y corrieron;
ansí, naciendo en la naturaleza humana de Cristo Dios,
y entrándose en ella, lo alto de ella siempre miró para
el cielo, mas en lo inferior corrió como corremos to-
dos, cuanto á lo que es padecer dolores y males.
Por donde debidamente en el Apocalipsis San
Juan 3, al Verbo nacido hombre le ve como cordero
y como degollado cordero, que es lo sencillo, y lo sim-
ple, y lo manso de él, y lo muy sufrido que en él se
descubría á la vista, y juntamente le vio que tenía sie-
te ojos y siete cuernos, y que él sólo llegaba á Dios y
tomaba de sus manos el libro sellado y le abría, que
es lo grande, lo fuerte, lo sabio, lo poderoso que encu-
bría en sí mismo, y que se ordenaba para abrir los sie-
te sellos del libro, que es el por qué se hizo este naci-
miento, y la tercera y última maravilla suya; porque
fué para poner en ejecución, y para hacer con la efica-
cia de su virtud claro y visible el consejo de Dios, ocul-
to antes y escondido, y como sellado con siete sellos.
En el cual, siendo abierto, lo primero que se descu-
1 Genes., xxvin, 12. 2 Josué, ni, 13. 3 Apoc , v, 6.
23
354 FRAY LUIS DE LEÓN
bre es un caballo y caballero blancos con letra de vic-
toria; y luego otro bermejo, que deshacía la paz del
suelo y lo ponía en discordia; y otro en pos de éste ne-
gro, que pone peso y tasa en lo que fructifica la tierra;
y después otro descolorido y ceniciento, á quien acom-
pañaban el infierno y la muerte; y en el quinto lugar
se descubrieron los afligidos por Dios, que le piden
venganza, y se les daba un entretenimiento y con-
suelo, y en el sexto se estremece todo y se hunde la
tierra, y en el séptimo queda sereno el cielo y se hace
silencio.
Porque el secreto sellado de Dios, es el artificio que
ordenó para nuestra santificación y salud. En la cual
lo primero sale y viene á nuestra alma la pureza blan-
ca de la gracia del cielo, con fuerza para vencer siem-
pre; sucédele lo segundo el celo de fuego que rompe la
maía paz del sentido y mete guerra entre la razón y la
carne, á quien ya no obedece la razón, antes le va á la
mano y se opone á sus desordenados deseos. A este
celo se sigue el estudio de la mortificación triste y de-
negrido, y que pone en todo estrecha tasa y medida.
Levántase aquí luego el infierno y hace alarde de sus
valedores, que armados de sus ingenios y fuerzas, aco-
meten a la virtud y la maltratan y turban, afligiendo
muchas veces y derrocando por el suelo á los que la
poseen, y haciendo de su sangre de ellos y de su vida
su cebo.
Mas esconde Dios, después de esto, debajo de su altar
á los suyos, y defendiéndoles el alma debajo de la pa-
ciencia de su virtud, adonde le sacrifican la vida, con-
suélalos y entretiénelos, y con particulares gozos los
rodea y los viste en cuanto se llega el tiempo de su
buena y perfecta ventura. Y probados y aprobados ansí,
alarga á su misericordia la rienda, y estremece todo lo
que contra ellos se empinaba en el suelo, y va al hon-
do la tierra maldita condenada á dar fruto de espinas.
Después de lo cual, para todo en sosiego y en un silen-
cio del cielo. Mas porque ninguna criatura, como San
Juan dice, no podría abrir estos sellos ni poner en luz
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. —LIBRO TERCERO 355
y en efecto esta obra, convino que el que los hubiese
de abrir y de poner en ejecución su virtud, fuese cor-
dero, que es flaco y sencillo por una parte; y por otra
tuviese siete ojos y siete cuernos, que son todo el sa-
ber y poder; y que se juntasen en uno la fortaleza de
Dios con la flaqueza del hombre, para que por ser hom-
bre flaco pudiese morir, y por ser masa santa fuese su
morir aceptable, y por ser Dios fuese para nosotros su
muerte vida y rescate.
«De manera que nació Dios hecho carne, como Basi-
lio dice *, para que diese muerte á la muerte que en
ella se escondía; que como las medicinas que son con-
tra el veneno, ayuntadas al cuerpo vencen lo venenoso
y mortal, y como las tinieblas que ocupan la casa, me-
tiendo en ella la luz desaparecen; ansí la muerte que
se apoderaba del hombre, juntándose Dios con él se
deshizo. Y como el hielo se enseñorea en el agua en
cuanto dura la oscuridad de la noche, mas luego que
el sol sale y calienta le deshace su rayo; ansí la muer-
te reinó hasta que Cristo vino, mas después que apare-
ció la gloria saludable de Dios, y después que amane-
ció el Sol de Justicia, quedó sumida en su victoria la
muerte, porque no pudo hacer presa en la vida.»
«¡Oh grandeza de la bondad y del amor de Dios con
los nombres! Somos libertados y preguntamos cómo y
para qué, debiendo gracias por beneficio tan grande.
¿Qué te hemos, hombre, de hacer? No buscabas á Dios
cuando se escondía en el cielo; no le recibes cuando
desciende y te conversa en la tierra; sino preguntas en
qué manera ó para qué fin se quiso hacer como tú.
Conoce y aprende: por eso es Dios carne, porque era
necesario que esta carne tuya, que era maldita carne,
se santificase; esta flaca se hiciese valiente; esta ena-
jenada de Dios se hiciese semejante con El; esta, á
quien echaron del paraíso, fuese puesta en el cielo».
Hasta aquí ha dicho Basilio.
1 En eí sermón del Nacimiento.
356 FRAY LUIS DE LEÓN
Y á la verdad es ansí: que porque Dios quería hacer
un reparo general de lo que estaba perdido, se metió
El en el reparo para que tuviese virtud. Y porque el
Verbo era el artífice por quien el Padre crió todas las
cosas, fué el Verbo el que se ayuntó con lo que se ha-
cía para el reparo de ellas. Y porque, de lo que era ca-
paz de remedio, el más dañado era el hombre, por esto
lo que se ordenó para medicina de lo perdido fué una
naturaleza de hombre. Y porque lo que se hacía para
dar á lo enfermo salud había de ser en sí sano, la na-
turaleza que se escogió fué inocente y pura de toda
culpa. Y porque el que era una persona con Dios con-
venía que gozase de Dios, por eso desde que comenzó
á tener ser aquella dichosa alma, comenzó también á
ver la divinidad que tenía. Y porque para remediar
nuestros males le convenía que los sintiese, ansí goza-
ba de Dios en lo secreto de su seno, que no cerraba
por eso la puerta á los sentimientos amargos y tristes.
Y porque venía á reparar lo quebrado, no quiso hacer
ninguna quiebra en su Madre; y porque venía á ser
limpieza general, no fué justo que amancillase su tála-
mo en alguna manera. Y porque era Verbo que nació
con sencillez de su Padre, y sin poner en El ninguna
pasión, nació también de su Madre, hecho carne con
pureza y sin dolor de ella. Y finalmente, porque en la
divinidad es uno en naturaleza con el Padre y coa el
Espíritu-Santo y diferente en persona, cuando nació
hecho hombre en una persona juntó á la naturaleza
de su divinidad la naturaleza diferente de su alma y
su cuerpo. Al cual cuerpo y á la cual alma, cuando la
muerte las apartó, consintiéndolo El, El mismo las tor-
nó á juntar con nuevo milagro después de tres días, é
hizo que naciese á luz otra vez lo que ya había des-
atado la muerte.
Del cual nacimiento suyo, que es el tercero de los
cinco que puse al principio, lo primero que agora
decir debemos es, que fué nacimiento de veras; quie-
ro decir, nacimiento que se llama ansí en la sagrada
Escritura. Porque, como ayer se decía, el Padre, en el
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 357
Salmo segundo *, hablando de esta resurrección de su
Hijo, como San Pablo lo declara 2, le dice: «Tú eres
mi Hijo que en este día te engendré». Porque, ansí
como formó la virtud de Dios en el vientre de la Vir-
gen, y de su sangre sin mancilla, el cuerpo de Jesu-
cristo con disposición conveniente para que fuese
aposento del alma; ni más ni menos en el sepulcro,
cuando se llegó la sazón, al cuerpo (á quien las causas
de la muerte habían agujereado y herido y quitado la
sangre, sin la cual no se vive, y la muerte misma lo
había enfriado y hecho morada inútil del alma), el mis-
mo poder de Dios, abrazándolo y fomentándolo en sí
lo tornó á calentar, y le regó con sangre las venas, y le
encendió la hornaza del corazón nuevamente, en que
se tornaron luego á forjar espíritus que se derramaron
por las arterias palpitando y bulliendo; y luego el calor
de la fragua alzó las costillas del pecho, que dieron
lugar al pulmón, y el alma se lanzó luego en él como
en conveniente morada, más poderosa y más eficaz
que primero. Porque dio licencia á su gloria que des-
cendiese por toda ella, y que se comunicase á su cuer-
po y que la bañase del todo; con que se apoderó de la
carne perfectamente, y redujo á su voluntad todas sus
obras, y le dio condiciones y cualidades de espíritu; y
dejándole perfecto el sentir, la libró del mal padecer:
y á cada una de las partes del cuerpo les conservó
ella por sí, con perpetuidad no mudable, el ser en que
las halló, que es el propio de cada una.
De manera, que sin mantenimiento da substancia á
la carne, y tiene vivo el calor del corazón sin cebarle,
y sustenta los espíritus sin que se evaporen ó se con-
suman del uso. Y así desarraigó de allí todas las raíces
de muerte, y desterróla del todo y destruyóla en su
reino, y cuando se tenia por fuerte. Y traspasó su glo-
ria por la carne, que, como dicho he, la tenía apurada
y sujeta á su fuerza; y resplandecióle el rostro y el
cuerpo, y descargóla de su peso natural, y dióle alas
1 Psalm. ii, 7. 2 Act., sur, 33.
358 FRAY LUIS DE LEÓN
y vuelo, y renació el muerto más vivo que nunca,
hecho vida, hecho luz, hecho gloria, y salió del sepul-
cro, como quien sale del vientre, vivo, y para vivir para
siempre, poniendo espanto á la naturaleza con ejem-
plo no visto.
Porque en el nacimiento segundo que hizo en la
carne, cuando nació de la Virgen, aunque, muchas
cosas de él fueron extraordinarias y nuevas en otras
se guardó en él el orden común: que la materia de
que se formó el cuerpo de Cristo fué sangre, que es
la natural de que se forman los otros; y después de
formado, la Virgen con la sangre suya y con sus espí-
ritus hinchó de sangre las venas del cuerpo del Hijo,
y las arterias de espíritu, como hacen las otras madres;
y su calor de ella, conforme á lo natural, abrigó á
aquel cuerpo tiernísimo, y se lanzó todo por él, y le
encendió fuego de vida en el corazón, con que comen-
zó á arder en su obra, como hace siempre la madre.
Ella de su substancia le alimentó, según lo que se
usa, en cuanto le tuvo en su vientre; y él creció en
el cuerpo por todo aquel tiempo por la misma forma
que crecen los niños. Y ansí como hubo en esta ge-
neración mucho de lo natural y de lo que se suele
hacer, ansí lo que fué engendrado por ella salió con
muchas condiciones de las que tienen los que por vía
ordinaria se engendran: que tuvo necesidad de comer
para reparo de lo que en él gastaba el calor, y obraba
en el mantenimiento su cuerpo, y le cocía, y le colo-
raba, y le apuraba hasta mudarle en sí mismo; y sen-
tía el trabajo, y conocía el hambre, y le cansaba el
movimiento excesivo, y podía ser herido y lastimado
y llagado; y como los nudos con que se ataba aquel
cuerpo los había anudado la fuerza natural de su ma-
dre, podían ser desatados con la muerte, como de he-
cho lo fueron.
Mas en este nacimiento tercero todo fué extraordi-
nario y divino; que ninguna fuerza natural pudo dar
calor al cuerpo helado en la huesa, ni fué natural el
tornar á él la sangre vertida, ni los espíritus que dis-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO .— LIBRO TERCERO 359
curren por el cuerpo y le avivan se los pudo prestar
ningún otro tercero; el poder sólo de Dios y la fuerza
eficaz de aquella dichosa alma, dotada de gloriosísima
vida, encendió maravillosamente lo frío, é hincho lo
vacío y compuso lo maltratado, y levantó lo caído, y
ató lo desatado con nudo inmortal, y dio abastanza en
un ser á lo mendigo y mudable. Y como ella estaba
llena de la vida de Dios, y sujeta á El y vestida de El y
arraigada en El con firmeza, que mudar no se puede,
ansí hizo lleno de vida á su cuerpo, le bañó todo de
alma, y le penetró enteramente y le puso debajo de
su mano, de tal manera que nadie se le puede sacar;
y le vistió finalmente de sí, de su gloria, de su res-
plandor, desde la cabeza á los pies, lo secreto y lo pú-
blico, el pecho y la cara, que de sí lanzaba más cla-
ros resplandores que el sol. Por donde mucho antes
David, hablando de este hecho, decía1: «En resplan-
dores de santidad, del vientre y de la aurora, el rocío
de tu nacimiento contigo». Que aunque ayer por la
mañana lo declarasteis, Marcelo, y con mucha verdad,
del nacimiento de Cristo en la carne, bien entendéis
que con la misma verdad se puede entender de este
nacimiento también.
Porque el Espíritu-Santo, que lo ve todo junto, jun-
ta muchas veces en unas palabras muchas y diferen-
tes verdades. Pues dice que nació Cristo cuando resu-
citó del vientre de la tierra en el amanecer de la au-
rora por su propia virtud, porque tenía consigo el
rocío de su nacimiento, con que reverdecieron y flore-
cieron sus huesos. Y esto en resplandores de santidad,
ó, como podemos también decir, en hermosuras santí-
simas, porque se juntaron en El entonces y enviaron
sus rayos é hicieron públicas sus hermosuras tres res-
plandores bellísimos: la divinidad, que es la lumbre;
el alma de Cristo santa y rodeada de luz; el cuerpo
también hermoso y como hecho de nuevo, que echa-
ba rayos de sí. Porque el resplandor infinito de Dios
Psalm. cix, 3.
360 FRAY LUIS DE LEÓN
reverberaba su hermosura en el alma; y el alma, con
este resplandor hecha una luz. resplandecía en el
cuerpo que, vestido de lumbre, era corno una imagen
resplandeciente de los resplandores divinos.
Y aún dice que entonces nació Cristo con resplan-
dores de santidad ó con bellezas santas, porque cuando
ansí nació del sepulcro no nació solo El, como cuando
nació de la Virgen en carne; sino nacieron juntamente
con El y en El las vidas y las santidades y las glorias
resplandecientes de muchos, lo uno porque trajo con-
sigo á vida de luz y á libertad de alegría las almas
santas, que sacó de las cárceles; lo otro y más princi-
pal, porque, como ayer de vos, Marcelo, aprendí, en el
misterio de la última cena, y cuando caminaba á la
cruz, ayuntó consigo por espiritual y estrecha manera
á todos los suyos, y como si dijésemos, fecundóse de
todos y cerrólos á todos en sí para que, en la muerte
que padecía en su carne pasible, muriese la carne de
ellos mala y pecadora, y por eso condenada á la muer-
te; y para que renaciendo El glorioso después, renacie-
sen también ellos en El á vida de justicia y de gloria.
Por donde, por hermosa semejanza, á propósito de
este nacimiento, dice El de sí mismo J: «Si el grano de
trigo puesto en la tierra no muere, quédase él; mas si
muere, produce gran fruto.» Porque, ansí como el grano
sembrado, si atrae para sí el humor de la tierra, y se
impregna de su jugo y se pudre, saca en sí á luz cuan-
do nace mil granos, y sale ya no un grano sólo, sino
una espiga de granos; ansí y por la misma manera
Cristo, metido muerto en la tierra, por virtud de la
muerte allegó la tierra de los hombres á sí; y apurán-
dola en sí y vistiéndola de sus cualidades, salió resuci-
tando á la luz, hecho espiga, y no grano.
Ansí que, no nació un rayo sólo la mañana que
amaneció del sepulcro este Sol; mas nacieron en él una
muchedumbre de rayos y un amontonamiento de res-
plandores santísimos, y la vida y la luz y la reparación
1 Joan., xii, 24
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 361
de todas las cosas, á las cuales todas abrazó consigo
muriendo, para sacarlas resucitando todas vivas en sí.
Por donde aquel día fué de común alegría, porque fué
día de nacimiento común. El cual nacimiento hace
ventaja al primero que Cristo hizo en la carne, no so-
lamente en que, como decimos, en aquél nació pasi-
ble y en éste para más no morir; y no solamente en
que lo que se hizo en este fué todo extraordinario y
maravilloso, y hecho por solas las manos de Dios, y en
aquel tuvo la naturaleza su parte; y no solamente en
que fué nacimiento, no de uno sólo, como el primero,
sino de muchos en uno; mas también le hace ventaja
en que fué nacimiento después de muerte, y gloria
después de trabajos, y bonanza después de tormenta
gravísima. Que á todas las cosas la vecindad y el cote-
jo de su contrario las descubre más, y las hace salir.
Y la buena suerte es mayor cuando viene después de
alguna desventura muy grande.
Y no solamente es más agradable este nacimiento
porque sucede á la muerte, sino en realidad de verdad
la muerte que le precede le hace subir en quilates;
porque en ella se plantaron las raíces de esta dichosa
gloria, que fueron el padecer y el morir. Que porque
cayó se levantó, y porque descendió torna á subir en
alto, y porque bebió del arroyo alzó la cabeza, y por-
que obedeció hasta la muerte vivió para enseñorearse
del cielo. Y ansí, cuanto fueron mayores los funda-
mentos y más firmes las raíces, tanto hemos de enten-
der que es mayor lo que de estas raíces nace. Y á la
medida de aquellos tantos dolores, de aquel desprecio
no visto, de aquellas invenciones de penas, de aquel
desamparo, de aquel escarnio, de aquella fiera agonía
entendamos que la vida á que Cristo nació por ello, es
por todo extremo altísima y felicísima vida.
Mas ¡cuan no comprensibles son las maravillas de
Dios! El que nació resucitando tan claro, tan glorioso,
tan grande, y el que vive para siempre dichoso en res-
plandores y en luz, halló manera para tornar á nacer
cada día encubierto y disimulado en las manos del
362 FRAY LUIS DE LEÓN
sacerdote en la Hostia, como saboreándose en nacer
este solo Hijo, este propiamente Hijo, este Hijo que
tantas veces y por tantas maneras es Hijo. Porque
el estar Cristo en su Sacramento, y el comenzar á ser
cuerpo suyo lo que antes era pan, y sin dejar el cie-
lo y sin mudar su lugar, comenzar de nuevo á ser allí
adonde antes no era, convirtiendo toda la substancia
del pan en su santísima carne, mostrándose la carne
como si fuese pan, vestida de sus accidentes, es como
un nacer allí en cierta manera.
Ansí que, parece que Cristo nace allí; porque comien-
za á ser de nuevo allí, cuando el sacerdote consagra. Y
parece que la Hostia es como el vientre adonde se ce-
lebra este nacimiento, y que las palabras son como la
virtud que allí le pone, y que es como la substancia
toda la materia y toda la forma del pan que en El se
convierte. Y es señal y prueba de que este nacimiento
lo es en la forma que digo, el llamar á Cristo Hijo la sa-
grada Escritura en este mismo caso y artículo. Porque
bien sabéis que en el Salmo setenta y dos leemos ansí ':
«Y habrá firmeza en la tierra, en las cumbres de los
collados». Adonde la palabra firmeza, según la ver-
dad, significa el trigo. Que la Escritura lo suele llamar
firmeza, porque da firmeza al corazón, como David en
otro Salmo lo dice 2. Y bien sabéis que muchos de los
nuestros, y aun algunos de los que nacieron antes que
viniese Cristo, entienden este paso de este sagrado
pan del altar.
Y bien sabéis que las palabras originales, por quien
nosotros leemos firmeza, son éstas: pisath-bar, que
quieren puntualmente decir partecilla ó puñado de
trigo escogido; y que bar, como significa trigo escogi-
do y mondado, también significa hijo. Y ansí dice el
Profeta que en el reino del Mesías, y cuando florecie-
re su ley, entre muchas cosas singulares y excelentes,
habrá también un puñado ó una partecilla de trigo y
de hijo; esto es, que será el hijo lo que parecerá un
1 Según el hebreo, es el Salmo lxii, v. 16. 2 Psalm. cui, 15.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 363
limpio y pequeño trigo, porque saldrá á luz en figura
de él, y le veremos ansí hecho y amoldado como si
fuese un panecito pequeño.
Y no solamente este consagrarse Cristo en el pan
es un cierto nacer; mas es como una suma de sus na-
cimientos los otros en que hace retrato de ellos, y los
dibuja y los pinta. Porque, ansí como en la Divinidad
nace como palabra, que la dice el entendimiento divi-
no, ansí aquí se consagra y comienza á ser de nuevo en
la Hostia por virtud de la palabra que el sacerdote
pronuncia. Y como en la resurrección nació del sepul-
cro con su carne verdadera, pero hecha á las condi-
ciones del alma y vestida de sus maneras y gloria, ansí
consagrado en la Hostia está la verdad de su cuerpo
en realidad de verdad; mas está como si fuera espíritu,
todo en la Hostia toda, y en cada parte de ella todo
también.
Y como cuando nació déla Virgen salió bienaventu-
rado en la más alta parte del alma, y pasible en el
cuerpo, y sujeto á dolores y muerte; y en lo secreto
era la verdadera riqueza, y en la apariencia y en lo
que de fuera se veía era un pobre y humilde; ansí
aquí por de fuera parece un pequeño pan despreciado,
y en lo escondido es todos los tesoros del cielo. Según
lo que parece puede ser partido y quebrado y comido;
mas según lo que encubre, no puede ni el mal ni el
dolor llegar á El.
Y como cuando nació de Dios se forjaron en El,
como en sus ideas, las criaturas en la manera que he
dicho, y cuando nació en la carne la recibió para lim-
piar y librar la del hombre, y cuando nació del sepulcro
nos sacó á la vida á todos juntamente consigo, y en
todos sus nacimientos siempre hubo algún respeto á
nuestro bien y provecho; ansí en este de la consagra-
ción de su cuerpo tuvo respeto al mismo bien. Porque
puso en él, no solamente su cuerpo verdadero, sino
también el místico de sus miembros; y como en los
demás nacimientos suyos nos ayuntó siempre á sí
mismo, también en este quiso contenernos en sí; y
361 FRAY LUIS DE LEÓN
quiso que encerrados en El, y pasando á nuestras en-
trañas su carne, nos comunicásemos unos con otros,
para que por El viniésemos todos á ser, por unión de
espíritu, un cuerpo y un alma.
Por lo cual el pan caliente, que estaba de continuo
en el templo y delante del arca de Dios, que tuvo figu-
ra de este pan divinísimo, le llama pan de faces la sa-
grada Escritura; para enseñar que este pan verdadero, á
quien aquella imagen miraba, tiene faces innumera-
bles, quiero decir, que contiene en sí á sus miembros;
y que, como en la Divinidad abraza en sí por eminente
manera todas las criaturas, ansí en la humanidad y en
este Sacramento santísimo, donde se encierra, encierra
consigo á los suyos. Y ansí, hizo en este lo que en los
demás nacimientos hizo, que fué nuestro bien, que
consiste en andar siempre juntos con El; ó por decir lo
que parece más propio, trajo á efecto y puso como en
ejecución lo que se pretendía en los otros.
Porque aquí hecho mantenimiento nuestro, y pasán-
dose en realidad de verdad dentro de nuestras entrañas,
y juntando con nuestra carne la suya, si la halla dis-
puesta mantiene el alma y purifica la carne, y apaga el
fuego vicioso, y pone á cuchillo nuestra vejez, y arran-
ca de raíces el mal, y nos comunica su ser y su vida; y
comiéndole nosotros, nos come El á nosotros y nos
viste de sus cualidades; y, finalmente, casi nos con-
vierte en sí mismo. Y trae aquí á fruto y á espiga lo
que sembró en los demás nacimientos primeros. Y
como dice en el salmo David l: «Hizo memorial de sus
maravillas el Señor misericordioso y piadoso: dio á los
que le temen manjar».
Porque en este manjar, que lo es propiamente para
los que le temen, recapituló todas sus grandezas pa-
sadas, que en El hizo ejemplo clarísimo de su in-
finito poder, ejemplo de su saber infinito y de su mi-
sericordia y de su amor con los hombres; ejemplo ja-
más oído ni visto, que no contento ni de haber nacido
1 Psalm. ex, 4 y 5.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 365
hombre por ellos, ni de haber muerto por ponerlos en
vida, ni de haber renacido para subirlos á la gloria, ni
de estar juntos siempre y á la diestra del Padre para
su defensa y amparo, para su regalo y consuelo, y para
que le tengan siempre no solamente presente, sino le
puedan abrazar consigo mismos, y ponerlo en su pecho
y encerrarlo dentro de su corazón, y como chuparle
sus bienes y atraerlos á sí, se les presenta en manjar
y, como si dijésemos, les nace en figura de trigo para
que ansí le coman y traguen y traspasen á sus entra-
ñas, adonde encerrado y ceñido con el calor del espí-
ritu, fructifique y nazca en ellos en otra manera, que
será ya la quinta y la última de las que prometimos
decir, y de que será justo que ya digamos si, Sabino,
os parece.
Y calló.
Y Sabino dijo sonriéndose:
— Huelgo, Juliano, que me conozcáis por mayor. V
bien decía yo que urdíais grande tela, porque sin duda
habéis dicho grandes cosas hasta agora, sin lo que os
resta, que no debe ser menos; aunque en ello tengo
una duda aun antes que lo digáis.
— ¿Qué? respondió Juliano; ¿no entendéis que nace
en nosotros Cristo cuando Dios santifica nuestra alma?
— Bien entiendo, dijo Sabino, que San Pablo dice á
los Gálatas ': «Hijuelos míos, que os torno á parir
hasta que se forme Cristo en vosotros»; que es decir
que, ansí como el alma, que era antes pecadora, se
convierte al bien y se va desnudando de su malicia,
ansí Cristo se va formando en ella y naciendo. Y de los
que le aman y cumplen su voluntad, dice Cristo que
son su Padre y su Madre. Pero, como cuando el ánima
que era mala se santifica, se dice que nace en ella Je-
sucristo, ansí también se dice que ella nace en El; por
manera que es lo mismo, á lo que parece, nacer nos-
otros en Cristo y nacer Cristo en nosotros, pues la raaón
porque se dice es la misma. Y de nuestro nacimiento
1 Galat., iv, 19.
366 FRAY LUIS DE LEÓN
en Jesucristo, ayer dijo Marcelo lo que se puede decir;
y ansí no parece, Juliano, que tenéis más que decir
en ello. Y esta es mi duda.
Juliano entonces dijo:
— En eso que dudáis, Sabino, habéis dado principio á
mi razón: porque es verdad que esos nacimientos andan
juntos, y que siempre que nacemos nosotros en Dios,
nace Cristo en nosotros; y que la santidad y la justicia,
y la renovación de nuestra alma es el medio de ambos
nacimientos. Mas aunque por andar juntos parecen
uno, todavía el entendimiento atento y agudo los di-
vide, y conoce que tienen diferentes razones.
Porque el nacer nosotros en Cristo es propiamen-
te (quitada la mancha de culpa con que nuestra alma
se figuraba como demonio) recibir la gracia y la jus-
ticia que eria Dios en nosotros, que es como una ima-
gen de Cristo, y con que nos figuramos de su manera.
Mas nacer Cristo en nosotros es no solamente venir el
don de la gracia á nuestra alma, sino el mismo espíri-
tu de Cristo venir á ella y juntarse con ella, y, como
si fuese alma del alma, derramarse por ella; y de-
rramado y como embebido en ella, apoderarse de sus
potencias y fuerzas, no de paso ni de corrida ni por un
tiempo breve, como acontece en los resplandores de
la contemplación y en los arrobamientos del espíritu;
sino de asiento y con sosiego estable, y como se re-
posa el alma en el cuerpo. Que El mismo lo dice
ansí l: «-El que me amare será amado de mi Padre,
y vendremos á él y haremos asiento en él».
Ansí que, nacer nosotros en Cristo es recibir su gra-
cia y figurarnos de ella; mas nacer en nosotros El, es
venir El por su espíritu á vivir en nuestras almas y
cuerpos. Venir, digo, á vivir, y no sólo á hacer deleite
y regalo. Por lo cual, aunque ayer Marcelo dijo de
cómo nacemos nosotros en Dios, queda lugar para de-
cir hoy del nacimiento de Cristo en nosotros. Del cual,
pues hemos ya dicho que se diferencia y cómo se di-
1 Joan., xiv, 23.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 367
ferencia del nuestro, y que propiamente consiste en
que comience á vivir el espíritu de Cristo en el alma,
para que se entienda esto mismo mejor, digamos lo
primero cuan diferentemente vive en ella cuando se
le muestra en la oración; y después diremos cuándo y
cómo comienza Cristo á nacer en nosotros, y la fuerza
de este nacer y vivir en nosotros, y los grados y cre-
cimiento que tiene.
Porque, cuanto á lo primero, entre esta venida y
ayuntamiento del espíritu de Cristo á nosotros, que
llamamos nacimiento suyo, y entre las venidas que
hace al alma del justo, y las demostraciones que en el
negocio de la oración le hace de sí, de las diferencias
que hay, la principal es, que en esto que llamamos
nacer, el espíritu de Cristo se ayunta con la esencia
del alma, y comienza á ejecutar su virtud en ella, abra- ■
zándose con ella sin que ella lo sienta ni entienda. Y
reposa allí como metido en el centro de ella, como
dice Isaías 3: «Regocíjate y alaba, hija de Sión, porque
el Señor de Israel está en medio de ti». Y reposando
allí, como desde el medio, derrama los rayos de su
virtud por toda ella, y la mueve secretamente; y con
su movimiento de El y con la obediencia del alma á
lo que es de El movida, se hace por momentos mayor
lugar en ella, y más ancho y más dispuesto aposento.
Mas en las luces de la oración y en sus gustos, todo
su trato de Cristo es con las potencias del alma, con
el entendimiento, con la voluntad y memoria; de las
cuales, á las veces, pasa á los sentidos del cuerpo y se
les comunica por diversas y admirables maneras, en la
forma que les son posibles estos sentimientos á un
cuerpo. Y de la copia de dulzores que el alma siente
y de que está colmada, pasan al compañero las sobras.
Por donde esas luces ó gustos, ó este ayuntamiento
gustoso del alma con Cristo en la oración tiene condi-
ción de relámpago; digo que luce y se pasa en breve.
Porque nuestras potencias y sentidos, en cuanto esta
1 Isai., xii, 6.
368 FRAY LUIS DE LEÓN
vida mortal dura, tienen precisa necesidad de divertirse
á otras contemplaciones y cuidados, sin los cuales ni
se vive ni se puede ni debe vivir.
Y júntase también con esta diferencia otra diferen-
cia: que en el ayuntamiento del espíritu de Cristo con
el nuestro, que llamamos nacimiento de Cristo, el es-
píritu de Cristo tiene vez de alma respecto de la nues-
tra, y hace en ella obra de alma, moviéndola á obrar
como debe en todo lo que se ofrece, y pone en ella
ímpetu para que se menee; y ansí obra El en ella y la
mueve, que ella ayudada de El obra con El juntamen-
te. Mas en la presencia que de sí hace en la oración á
los buenos por medio de deleite y de luz, por la ma-
yor parte el alma y sus potencias reposan, y El sólo
obra en ellas por secreta manera un reposo y un bien
'que decir no se puede.
Y ansí, aquel primer ayuntamiento es de vida,
más este segundo es de deleite y regalo; aquél es el
ser y el vivir, éste es lo que hace dulce el vivir; allí
recibe vivienda y estilo de Dios el alma, aquí gusta
algo de su bienandanza; y ansí, aquello se da con
asiento y para que dure, porque si falta no se vive;
más esto se da de paso y á la ligera, porque es más
gustoso que necesario, y porque en esta vida, que se
nos da para obrar este deleite en cuanto dura, quita
el obrar y le muda en gozar. Y sea esto lo uno, y
cuanto á lo segundo que decía, digo de esta manera:
Cristo nace en nosotros cuando quiera que nuestra
alma, volviendo los ojos á la consideración de su vi-
da, y viendo las fealdades de sus desconciertos, y abo-
rreciéndolos, y considerando el enojo merecido de
Dios, y doliéndose de él, ansiosa por aplacarle, se con-
vierte con fe, con amor, con dolor la á misericordia de
Dios y al rescate de Cristo. Ansí que Cristo nace en
nosotros entonces. Y dícese que nace en nosotros, por-
que entonces entra en nuestra alma su mismo espíritu,
que, en entrando, se entraña en ella, y produce luego
en ella su gracia, que es como un resplandor y como
un rayo que resulta de su presencia, y que se asienta
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 369
en el alma y la hace hermosa. Y ansí comienza á tener
vida allí Cristo; esto es, comienza á obrar en el alma y
por el alma lo que es justo que obre Cristo; porque lo
más cierto y lo más propio de la vida es la obra.
Y de esta manera El que es en sí siempre, y El que
vive en el seno del Padre antes de todos los siglos,
comienza como digo y cuando digo á vivir en nosotros;
y El que nació de Dios perfecto y cabal, comienza á
ser en nosotros como niño. No porque en sí lo sea, ó
porque en su espíritu, que está hecho alma del nues-
tro, haya en realidad de verdad alguna disminución ó
menoscabo, porque el mismo que es en sí, ese mismo
es el que en nosotros nace tal y tan grande; sino por-
que en lo que hace en nosotros se mide con nuestro
sujeto, y aunque está en el alma todo El, no obra en
ella luego que entra en ella todo lo que vale y puede,
sino obra conforme á como se le rinde y se desnuda
de su propiedad, para el cual rendimiento y desnudez
El mismo la ayuda; y ansí, decimos que nace enton-
ces como niño.
Mas cuanto el alma, movida y guiada de El, se le
rinde más y se desnuda más de lo que tiene por suyo,
tanto crece en ella más cada día; esto es, tanto va
ejecutando más en ella su eficacia y descubriéndose
más y haciéndose más robusto, hasta que llega en
nosotros, como dice San Pablo *, «á edad de perfecto
varón, á la medida de la grandeza de Cristo»; esto es,
hasta que llega Cristo á ser en lo que es, y hace en
nosotros y con nosotros, perfecto, cual lo es en sí
mismo.
Perfecto, digo, cual es en sí, no en igualdad preci-
sa, sino en manera semejante. Quiero decir que el
vivir y el obrar que tiene en nuestra alma Cristo, cuan-
do llega á ser en ella varón perfecto, no es igual en
grandeza al vivir y al obrar que tiene en sí, pero es
del mismo metal y linaje. Y ansí, aunque reposa en
nuestra alma todo el espíritu de Cristo desde el pri-
1 Ephes., iv, 13.
24
370 FRAY LUIS DE LEÓN
mer punto que nace en ella, no por eso obra luego en-
ella todo lo que es y lo que puede; sino primero como
niño, y luego como más crecido, y después como va-
liente y perfecto. Y de la manera que nuestra alma en
el cuerpo, desde luego que nace en él, nace toda, mas
no hace luego que en él nace prueba de sí totalmente,
ni ejercita luego toda su eficacia y su vida, sino después
y sucesivamente, ansí como se van enjugando con el
calor los órganos con que obra, y tomando firmeza
hábil para servir al obrar; ansí es lo que decimos de
Cristo, que aunque pone en nosotros todo su espíritu
cuando nace, no ejercita luego en nosotros toda su
vida, sino conforme á como, movidos de El, le segui-
mos y nos apuramos de nosotros mismos, ansí El va en
su vivir continuamente subiendo. Y como cuando co-
mienza á vivir en nuestra alma se dice que nace en
ella, ansí se dice que crece cuando vive más; y cuando
llega á vivir allí al estilo que vive en sí, entonces es
lo perfecto.
De suerte que, según esto, tiene tres grados este na-
cimiento y crecimiento de Cristo en nosotros. El pri-
mero de niño, en que comprendemos la niñez y la
mocedad, lo principiante y lo aprovechante que decir
solemos; el segundo de más perfecto; el último de per-
fecto del todo. En el primero nace y vive en la más
alta parte del alma; en el segundo en aquella y en la
que llamamos parte inferior; en el tercero en esto y
en todo el cuerpo del todo. Al primero podemos lla-
mar estado de ley, por las razones que diremos luego;
el segundo es estado de gracia; y el tercero y último,
estado de gloria.
Y digamos de cada uno por sí, presuponiendo pri-
mero que en nuestra alma, como sabéis, hay dos par-
tes: una divina, que de su hechura y metal mira al
cielo y apetece cuanto de suyo es (si no la estorban ú
oscurecen ó llevan) lo que es razón y justicia; inmortal
de su naturaleza, y muy hábil para estar sin mudarse
en la contemplación y en el amor de las cosas eter-
nas. Otra de menos quilates, que mira á la tierra y
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 371
que se comunica con el cuerpo, con quien tiene deudo
y amistad, sujeta á las pasiones y mudanzas de él.
que la turban y alteran con diversas olas de afectos:
que teme, que se acongoja, que codicia, que llora, que
se engríe y ufana, y que, finalmente, por el parentesco
que con la carne tiene, no puede hacer sin su compa-
ñía estas obras.
Estas dos partes son como hermanas nacidas de un
vientre, en una naturaleza misma, y son de ordinario
entre sí contrarias, y riñen y-se hacen guerra. Y sien-
do la ley que esta segunda se gobierne siempre por la
primera, á las veces, como rebelde y furiosa, toma las
riendas ella del gobierno y hace fuerza á la mejor, lo
cual es vicioso, ansí como le es natural el deleite y el
alegrarse, y el sentir en sí los demás afectos que la
parte mayor le ordenare; y son propiamente la una
como el cie'o, y la otra como la tierra, y como un
Jacob y un Esaú concebidos juntos en un vientre, que
entre sí pelean, como diremos más largamente después.
Esto ansí dicho, decimos agora que cuando el alma
aborrece su maldad, y Cristo comienza á nacer en
ella, pone su espíritu, como decíamos, en el medio
y en el centro, que es en la substancia del alma, y
prende luego su virtud en la primera parte de ella,
la parte que de estas dos que decíamos es la más alta
y la mejor. Y vive Cristo allí en el primer estado de
este nacimiento, ejercitando en aquella parte su vida,
esto es, alumbrándola, y enderezándola, y renován-
dola, y componiéndola, y dándole salud y fuerzas para
que con valor ejercite su oficio. Mas á la otra parte
menor, en este primer estado, el espíritu de Cristo
que en lo alto del alma vive, no le desarraiga sus
bríos, porque aún no vive en esta parte baja; mas
aunque no viva en ella como señor pacífico, dale ayo
y maestro que gobierne aquella niñez, y el ayo es la
parte mayor en que él ya vive; ó él mismo, según que
vive en ella, es el ayo de esta parte menor, que desde
su lugar alto le da leyes por donde viva, y le hace
que se conozca, y le va á la mano si se mueve con-
372 FRAY LUIS DE LEÓN
tra lo que se le manda, y la riñe, y la aflige con ame-
nazas y miedos; de donde resulta contradicción y
agonía, y servidumbre y trabajo.
Y Cristo, que vive en nosotros y desde el lugar
donde vive, en este artículo se há con esta menor parte
como Moisés, que le da ley, y la amonesta y la riñe,
y la amenaza y la enfrena; mas aún no la libra de su
flaqueza ni la sana de sus malos movimientos, por
donde á este grado ó estado le llamamos de ley. En
que, como Moisés en el tiempo pasado gozaba del
habla de Dios, y en la cumbre del monte conversaba
con El, y recibía su gracia, y era alumbrado de su lum-
bre, y descendía después al pueblo carnal é inquieto
y sujeto á diferentes deseos, y que estaba á la falda
de la sierra, adonde no veía sino el temblor y las
nubes, y descendiendo á él le ponía leyes de parte
de Dios, y le avisaba que pusiese á sus deseos freno,
y él se los enfrenaba cuanto podía con temores y
penas; ansí la parte más alta nuestra, luego al prin-
cipio que Cristo en ella nace, santificada por El y
viviendo por su espíritu, como subida en el monte
con Dios, al pueblo que está en la falda, esto es, á la
parte inferior, que, por los muchos movimientos de
apetitos y pasiones diferentes que bullen en ella, es
una muchedumbre de pueblo bullicioso y carnal é
inclinado á hacer lo peor, le escribe leyes y le enseña
lo que le conviene hacer ó huir, y le gobierna las
riendas, á veces alargándolas, y á veces recogiéndolas
hacia sí, y finalmente la hinche de temor y de ame-
nazas.
Y como contra Moisés se rebeló por diferentes ve-
ces el pueblo, y como siempre con dificultad puso al
yugo su mal domada cerviz, de donde nacieron con-
tradicciones en ellos, y alborotos y ejemplos de seña-
lados castigos; ansí esta parte baja, en el estado que
digo, oye mal muchas veces las amonestaciones de su
hermana mayor, en que ya Cristo vive, y luchan las
dos á veces, y despiertan entre sí crueles peleas. Mas
como Moisés, para llevar aquella gente al asiento de su
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 373
descanso, les persuadió primero que saliesen de Egipto,
y los metió en la soledad del desierto, y los guió ha-
ciendo vueltas por él por largo espacio de tiempo, y
con quitarles el regalo y el amparo de los hombres, y
darles el amparo de Dios, en la nube, en la columna
de fuego, en el maná que les llovían los cielos y en el
agua que les manaba la piedra, los iba levantando ha-
cia Dios, hasta que al fin pasaron con Josué, su capi-
tán, el Jordán y limpiaron de enemigos la tierra, y re-
posaron en ella hasta que vino últimamente Cristo á
nacer en su carne; ansí su espíritu, que ha nacido ya
en lo que es principal en el alma, para reducir á su
obediencia la parte que resta, que tiene las condicio-
nes y flaquezas y carnalidades que he dicho, desde la
razón donde vive como otro Moisés induciéndola á
que se despida de los regalos de Egipto, y lavándola
con las tribulaciones, y destetándola poco á poco de
sus toscos consuelos, y quitándole de los ojos cad;t
día más las cosas que ama, y haciéndola á que ame la
pobreza y la desnudez del desierto, y dándole allí su
maná, y pasando á cuchillo á muchas de sus enemi-
gas pasiones, y acostumbrándola al descanso y reposo
santo, va creciendo en ella y aprovechando^ y miti-
gando sus bríos, y haciéndola cada día más hábil para
poner su vida en su carne; y al fin la pone, y como si
dijésemos, se encarna en ella y la hinche de sí, como
hizo á la mayor y primera; y no le quita lo que le es
natural, como son los sentimientos medidos, y el poder
padecer y morir, sino desarraígale lo vicioso, si no del
todo, á lo menos casi del todo.
Y este es el grado segundo que dijimos, en el cual
el espíritu de Cristo vive en las dos partes del alma:
en la primera, que es la celestial, santificándola, ó si
lo hemos de decir ansí, haciéndola como Dios; y en la
segunda, que mira á la carne, apurándola y mortifi-
cándola de lo carnal y vicioso; y en vez de la muerte
que ella solía dar con su vicio al espíritu, Cristo agora
pone en ella á cuchillo casi todo lo que es contumaz
y rebelde. Y como se hubo con sus discípulos cuando
374 FRAY LUIS DE LEÓN
anduvo con ellos, que los conversó primero, y dado
que los conversaba, duraban en ellos los afectos de
carne, de que los corregía poco á poco por diferentes
maneras, con palabras, con ejemplos, con dolores y
penas; y finalmente,' después de su resurrección, te-
niéndolos ya conformes y humildes y juntos en Jeru-
salén, envió sobre ellos en abundancia su espíritu,
con que los hizo perfectos y santos; ansí, cuando en
nosotros nace, trata primero con la razón y fortifícala
para que no la venza el sentido; y procediendo des-
pués por sus pasos contados, derrama su espíritu
como dice Joel *, «sobre toda la carne», con que se
rinde y se sujeta al espíritu.
Y cúmplese entonces lo que en la oración le pedi-
mos, «que se haga su voluntad, ansí como en el cielo,
en la tierra»; porque manda entonces Dios en el cielo
del alma, y en lo terreno de ella es obedecido casi ni
más ni menos; y baña el corazón de sí mismo, y hace
ya Cristo en toda el alma oficio enteramente de Cristo,
que es oficio de ungir; porque la unge desde la cabeza
á los pies, y la beatifica en cierta manera; porque aun-
que no le comunica su vista, comunícale mucho de
la vida que le ha de durar para siempre; y sostiénela
ya con el vivir de su espíritu, con que ha de ser des-
pués sostenida sin fin. Y este es el mantenimiento y
el pan que por consejo suyo pedimos á Dios cada día
cuando decimos 2, «y nuestro pan», como si dijésemos
■• «el de después», que eso quiere decir la palabra del
original griego eniozión, «dánosle hoy»; esto es, aquel
pan nuestro; nuestro, porque nos le promete; nuestro,
porque sin él no se vive; nuestro, porque sólo él hin-
che nuestro deseo. Ansí que, este pan y esta vida que
prometida nos tienes, acorta los plazos, Señor, y dá-
nosla ya, y viva ya tu Hijo en nosotros del todo, dán-
donos entera vida, porque El es el pan de la vida.
De manera que, cuando viene á este estado el na-
cimiento de Cristo en nosotros, y cuando su vida en
1 Joel., i?, 28. 2 Luc , xi, i.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 375
mí ha subido á este punto, entonces Cristo es lisa-
mente en nosotros el Mesías prometido de Dios, por la
razón sobredicha. Y el estado es de gracia, porque la
gracia baña á casi toda el alma; y no es estado de ley
ni de servidumbre ni de temor, porque todo lo que se
manda se hace con gusto; porque en la parte que solía
ser rebelde y que tenía necesidad de miedo y de freno,
vive ya Cristo que la tiene casi pura de su rebeldía.
Y es estado de Evangelio, porque el nacer y vivir
Oisto en ambas las partes del alma, y la santificación
de toda ella con muerte de lo que era en ella vejez, es
el efecto de la buena nueva del Evangelio, y el reino
de los cielos que en él se predica, y la obra propia y
señalada, y que reservó para sí solo el Hijo de Dios y
el Mesías que la ley prometía; como Zacarías en su
cántico dice 1: «Juramento que juró á Abraham, nues-
tro padre, de darse á nosotros, para que librándonos
de nuestros enemigos, le sirvamos sin miedo, le sirva-
mos en santidad y justicia, y en su presencia la vida
toda».
Y es estado de gozo, por cuanto reina en toda el alma
el espíritu, y ansí hace en ella sin impedimento sus
frutos, que son, como San Pablo dice 2, «caridad y
gozo, y paz, y paciencia, y larga esperanza en los ma-
les». Por donde, en persona de los de este grado, dice el
profeta Isaías 3: «Gozando me gozaré en el Señor, y re-
gocijaráse mi alma en el Dios mío, porque me vistió
vestiduras de salud y me cercó con vestidura de jus-
ticia; como á esposo me hermoseó con corona, y como
á esposa adornada con sus joyeles».
Y también, en cierta manera, es estado de libertad
y de reino, porque es el que deseaba San Pablo á los
Colosenses en el lugar donde escribe 4: «Y la paz de
Dios alce bandera y lleve la corona en vuestros cora-
zones». Porque en el primer grado estaba la gracia y
paz de Dios, como quien residía en frontera y vecina
1 Luc, i, 73. 2 Galat , v, 22. 3 Isa»., lxi, 10.
4 Coloss., m, 15.
376 FRAY LUIS DE LEÓN
á los enemigos, encerrada y recatada y solícita; mas
agora ya se espacía y se alegra, y se extiende como
señora ya del campo.
Y ni más ni menos, es estado de muerte y de vida;
porque la vida que Cristo vive en los que llegan aquí,
da vida á lo alto del alma, y da muerte y degüella á
casi todos los afectos y pasiones malas del cuerpo, de
que dice el Apóstol í: «Si Cristo está en vosotros,
vuestro cuerpo sin duda ha muerto cuanto al pecado,
mas el espíritu vive por virtud de la justicia».
Y finalmente, es estado de amor y de paz, porque
se hermanan en él las dos partes del alma que deci-
mos; y el sentido ama servir á la razón, y Jacob y
Esaú se hacen amigos, que fueron imagen de esto,
como antes decía. Porque, Sabino, como sabéis 2, Re-
beca, mujer de Isaac, concibió de un vientre estos dos
hijos, que antes que naciesen peleaban entre sí mis-
mos; por donde ella, afligida, consultó el caso con
Dios, que le respondió que tenía en su vientre dos
linajes de gentes contrarias, que pelearían siempre en-
tre sí, y que el menor en salir á luz, vencería al que
primero naciese.
Llegado el tiempo, nació primero un niño bermejo
y belloso; y después de él, y asido de su pie de él,
nació luego otro de diferente calidad del primero. Este
postrero fué llamado Jacob, y el primero Esaú. Su in-
clinación fué diferente, ansí como su figura lo era.
Esaú aficionado á la caza y al campo; Jacob á vivir en
su casa. En ella compró un día por cierto caso á su
hermano el derecho del mayorazgo, que se le vendió
por comer. Poco después, con artificio le ganó la ben-
dición de su padre, que creyó que bendecía al mayor.
Quedaron por esta causa enemigos; aborrecía de muer-
te Esaú á Jacob; amenazábale siempre. El mozo santo,
aconsejado de la madre, huyó la ocasión, desamparó
la casa del padre; caminó para Oriente, vio en el ca-
mino el cielo sobre sí abierto, sirvió en casa de su
1 Rom., vi i, 10. 2 Genes, xxv, 22.
DE LOS N0MI5RES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 377
suegro por Lia y por Raquel, y casado, tuvo abundan-
cia de hijos y de hacienda; y volviendo con ella á su
tierra, luchó con el ángel, fué bendecido de él; y en-
flaquecido en el muslo, mudó el andar con el nombre,
y luego le vino al encuentro Esaú, su hermano, ya
amigo y pacífico.
Pues conforme á esta imagen, son de un parto las
dos partes del alma y riñen en el vientre; porque de
su naturaleza tienen apetitos contrarios, y porque sin
duda después nacen de ellas dos linajes de gentes ene-
migas entre sí, las que siguen en el vivir el querer del
sentido, y las que miden lo que hacen por razón y jus-
ticia. Nace el sentido primero, porque se ve su obra
primero; tras él viene luego el uso de la razón. El sen-
tido es teñido de sangre y vestido de los frutos de
ella, y ama el robo, y sigue siempre sus pasiones fieras
por alcanzarlas; mas la razón es amiga de su morada,
adonde reposa contemplando la verdad con descanso.
Aquí le vienen á las manos la bendición y el mayo-
razgo. Mas enójanse los sentidos, y descubren sus de-
seos sangrientos contra el hermano, que, guiado de la
sabiduría para vencerlos, los huye, y corta las ocasio-
nes del ma¡; y enajénase el hombre de los padres y de
la casa, y puestos los ojos en el Oriente, camina á él
la razón, á la cual en este camino se le aparece Dios y
le asegura su amparo, y con esto le mueve y guía á
servir muchos años y con mucho fruto por Raquel y
por Lia; hasta que, finalmente, acercándose ya á su
verdadera tierra, viene á abrazarse con Dios y como á
luchar con el ángel, pidiéndole que le santifique, y
bendiga, y ponga en paz sus sentidos; y sale con su
porfía al fin, y con la bendición muere el muslo, por-
que en el morir del sentido vicioso consiste el quedar
enteramente bendito: y cojea luego el hombre, y es
Israel.
Israel, porque se ve en él y se descubre la efica-
cia de la vida divina que ya posee; cojo, porque anda
en las cosas del mundo con sólo el pie de la necesi-
dad, sin que le lleve el deleite. Y ansí, en llegando á
378 FRAY LUIS DE LEÓN
este punto el sentido sirve á la razón y se pacifica con
ella y la ama; y gozan ambas, cada una según su ma-
nera, de riquezas y bienes, y son buenos hermanos
Esaú y Jacob; y vive, como en hermanos conformes,
el espíritu de Cristo que se derrama por ellos. Que es
lo que se dice en el Salmo l: «Cuan bueno es, y cuan
lleno de alegría, el morar en uno los hermanos, como
•el ungüento bueno sobre la cabeza, que desciende á
la barba, á la barba del sacerdote, y desciende al gor-
jal de su vestidura; como rocío en Hermón, que des-
ciende sobre los montes de Sión. Porque allí instituyó
el Señor la bendición, las vidas por los siglos». Por-
que todo el descanso, y toda la dulzura, y toda la utili-
dad de esta vida entonces es, cuando estas dos partes
nuestras, que decimos hermanas, viven también como
hermanas en paz y concordia.
Y dice que es suave y provechosa esta paz, como lo
es el ungüento oloroso derramado, y el rocío que des-
ciende sobre los montes de Hermón y de Sión; porque
en el hecho de la verdad, el Hijo de Dios que nace y
que vive en estas dos partes, y que es unción y rocío,
como ya muchas veces dijimos, derramándose en la
primera de ellas, y de allí descendiendo á la otra y ba-
ñándola, hace en ellas esta paz provechosa y gustosa.
De las cuales partes la una es bien como la cabeza, y
la otra como la barba áspera, y como la boca ó la mar-
gen de la vestidura; y la una es verdaderamente Sión,
adonde Dios se contempla; y la otra Hermón, que es
asolamiento, porque consiste su salud en que se asue-
le en ella cuanto levanta el demasiado y vicioso deseo.
Y cierto, cuando Cristo llega á nacer y vivir en algu-
no de esta manera, aquel en quien ansí vive, dice bien
con San Pablo 2: «Vivo yo, ya no yo, pero vive en mí
Jesucristo». Porque vive y no vive: no vive por sí, pero
vive, porque en él vive Cristo; esto es, porque Cristo,
abrazado con él y como infundido por él, le alienta y
le mueve y le deleita y le halaga, y le gobierna las obras,
1 Psalm. cxxxu. 2 Galat., v, 20.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 379
y es la vida de su feliz vida. Y de los que aquí llegaron
■dice propiamente Isaías *: «Alegráronse con tu presen-
cia, como la alegría en la siega, como se regocijaron al
dividir del despojo». De la siega dice que es señalada
alegría, porque se coge en ella el fruto de lo trabajado,
y se conoce que la confianza que se hizo del suelo no
salió vacía, y se halla, como por la largueza de Dios, me-
jorado y acrecentado lo que parecía perdido. Y ansí es
alegría grandísima la de los que llegan aquí; porque
comienzan á coger el fruto de su fe y penitencia, y ven
que no les burló su esperanza, y sienten la largueza
de Dios en sí mismos y un amontonamiento de no
pensados bienes.
Y dice del dividir los despojos, porque entonces
alegran á los vencedores tres cosas: el salir del peli-
gro, el quedar con honra, el verse con tanta riqueza.
Y las mismas alegran á los que agora decimos; por-
que vencido y casi muerto del todo lo que en el sen-
tido hace guerra, y esto porque el espíritu de Cris-
to nace y se derrama por él, no solamente salen de
peligro, sino se hallan improvisamente dichosos y
ricos. Y por eso dice que se alegran en su presencia,
porque la presencia suya en ellos, que es el nacer y
vivir de Cristo en toda su alma, les acarrea este bien,
que es el que añade luego diciendo: «Porque el yugo
de pesadumbre y la vara de su hombro y el cetro
del ejecutor en él, lo quebrantaste como en el día de
Madián».
Que á la ley dura que puso el pecado en nues-
tra carne y á lo que heredamos del primer hom-
bre, y que es hombre viejo en nosotros, lo llama bien
«yugo de pesadumbre», porque es carga muy enla-
zada á nosotros y que mucho nos enlaza; y «vara de
su hombro», porque con ella, como con vara de cas-
tigo, nos azota el demonio. Y dice «de su hombro»,
por semejanza de los verdugos y ministros antiguos
de justicia, que traían al hombro el manojo de varas
1 lsaí., ix, 3.
380 FRAY LUIS DE LEÓN
con que herían á los condenados. Y es «cetro de eje-
cutor», y en nosotros, porque por medio de la mala
inclinación del viejo hombre, que reside en nuestra
carne, ejecuta el enemigo su voluntad en nosotros.
Lo cual todo quebranta Cristo, cuando de lo alto del
alma extiende su vida á la parte baja de ella, y viene
como á nacer en la carne.
Y quebrántalo «como en el día de Madián». Que ya
sabéis en qué forma alcanzó victoria Gedeón de los
madianitas, sin sus armas, y con sólo quebrar los
cántaros y resplandecer la luz que encerraban y con
tocar las trompetas *. Porque comenzar Cristo á nacer
en nosotros, no es cosa de nuestro mérito, sino obra
de su mucha virtud, que primero como luz metida
en el medio del alma se encierra allí, y después se
descubre y resplandece, quebrantando lo terreno y
carnal del sentido. A cuyo resplandor, y al sonido que
hace la voz de Cristo en el alma, huyen los enemigos
y mueren.
Y como en el sueño, que entonces vio uno de los
del pueblo contrario, un pan de cebada y cocido
entre la ceniza, que se revolvía por el real de los
enemigos, tocando las tiendas las derrocaba; ansí aquí
Cristo, que es pan despreciado al parecer y cocido
en trabajos, revolviéndose por los sentidos del alma,
pone por el suelo los asientos de la maldad que nos
hacen guerra; y finalmente, los abrasa y consume,
como dice luego el Profeta: «Que toda la presa ó pelea
peleada con alboroto, y la vestidura revuelta en las
sangres, será para ser quemada, será mantenimiento
de fuego». Y dice bien «la pelea peleada con albo-
roto», cuales son las contradicciones que los deseos
malos, cuando se encienden, hacen á la razón, y las
polvaredas que levantan, y su alboroto y su ruido.
Y dice bien «el vestido revuelto en la sangre», que es
el cuerpo y la carne, que nos vestimos, manchada con
la sangre de sus viciosas pasiones; porque todo ello
1 Judie., vii, 9.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 381
en este caso lo apura el santo fuego que Cristo en el
Evangelio dice «que vino á poner en la tierra» *. Y lo
que el mismo profeta en otro capítulo escribe, tam-
bién pertenece á este negocio, porque dice de esta
manera2: «Porque el pueblo en Sión habitará en Je-
rusalén. No llorarás, llorando; apiadando, se apiadará
de ti. A la voz de tu grito, en oyéndola, te responderá.
Y daros ha el Señor pan estrecho y agua apretada, y
no volará más tu maestro, y á tu maestro tus ojos le
contemplarán, y tus orejas oirán á las espaldas tuyas
palabra que te dirá: este es el camino, andad en él, no
inclinéis á la derecha ó á la izquierda». Que es ima-
gen de esto mismo que digo, adonde el pueblo que
estaba en Sión hace ya morada en Jerusalén.
Y la vida de Cristo, que vivía en el alcázar del alma,
se extiende por toda la cerca de ella y la pacifica; y el
que residía en Sión hace ya su morada en la paz; y
cesa el lloro, que es lloro, porque se usa ya con ellos
de la piedad, que es perfecta. Y como vive ya Cristo en
ellos, óyelos en llamando, ó por mejor decir, lo que El
pide en ellos, eso es lo que piden, porque está en ellos
su maestro metido, que no se les aparta ni ausenta, y
que en hablando ellos, los oye; y dales entonces Dios
pan estrecho y agua apretada, porque verdaderamente
les da el pan y el agua que dan vida verdadera: su
cuerpo y su espíritu, que se derrama por ellos y los
sustenta.
Mas dáselo con brevedad y estrechez, lo uno por-
que de ordinario mezcla Dios con este pan que les
da, adversidad y trabajos; lo otro, porque es pan que
sustenta en medio de los trabajos y de las apreturas
del alma; y lo último, porque en esta vida este pan
vive como escondido y como encogido en los justos,
que, como dice de ellos San Pablo 3: «Nuestra vida
está escondida con Cristo en Dios, mas cuando El apa-
reciere que es vuestra vida, entonces le pareceréis á
El en la gloria». Porque entonces acabará de crecer
1 Lnc, ni, 49. 2 Kaí., txx, 19. 3 Colos., m, 4 y 5.
332 FRAY LUIS DE LEÓN
en los suyos Cristo perfectamente y del todo, cuando-
los resucitare del polvo inmortales y gloriosos; que
será el grado tercero, y el último de los que arriba
dijimos. Adonde su espíritu y vida de El se comunica-
rá de lo alto del alma á la parte más baja de ella, y
de ella se extenderá por el cuerpo, no solamente qui-
tando de él lo vicioso, sino también desterrando de él
lo quebradizo y lo flaco, y vistiéndolo enteramente
de sí.
De manera que todo su vivir, su querer, su enten-
der, su parecer y resplandecer será Cristo, que será
entonces varón perfecto enteramente en todos los
suyos, y será uno en todos, y todos serán lujos caba-
les de Dios, por tener en sí el ser y el vivir de este
Hijo, que es único y solo Hijo de Dios, y lo que es Hijo
de Dios, en todos los que se llaman sus hijos. Y ansí
como Cristo nace en todas estas maneras, ansí también
en las Escrituras sagradas hebreas es llamado Hijo con
cinco nombres diversos.
Porque, como sabéis, Isaías le llama Ieled, y David
en el .Salmo segundo le llama Bar, y en el Salmo se-
tenta y uno le llama JVtn, y de David y de Isaías
es llamado Ben, y llámale Sil Jacob en la bendi-
ción de su hijo Judas, en el libro de la Creación de
las cosas.
De manera que, como Cristo nace cinco veces, ansí
también tiene cinco nombres de Hijo, que todos sig
niñean lo mismo que Hijo, aunque con sonidos dife-
rentes y con origen diverso. Porque Ieled es, como si
dijésemos, el engendrado; Bar el criado, apurado, es-
cogido; Nin, el que se va levantando; Ben, el edificio;
y Sil, el pacífico ó el enviado. Que todas son cualida-
des que generalmente se dicen bien de los hijos, por
donde los" hebreos tomaron nombres de ellas para sig-
nificar lo que es hijo; porque el hijo es engendrado y
criado y sacado á luz, y es como lo apurado y lo
ahechado que sale del mezclarse los padres, y el que
se levanta en su lugar cuando ellos fallecen, susten-
tando su nombre; y es como un edificio, por donde aun
DE LOS NOMBHES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 38,'i
en español á los hijos y descendientes les damos nom-
bre de casa; y es la paz el hijo, y como el nudo de
concordia entre el padre y la madre.
Mas dejando lo general, con señalada propiedad son
estos nombres de sólo aqueste Hijo que digo. Porque
El es el engendrado según el nacimiento eterno, y el
sacado á luz según el nacimiento de la carne, y lo apu-
rado y lo ahechado de toda culpa según ella misma, y
el que se levantó de los muertos, y el edificio que en-
cierra en la hostia donde se pone á todos sus miem-
bros, y el que nace en el centro de sus almas, de don-
de envía poco á poco por todas sus partes de ellas la
virtud de su espíritu, que las apura y aviva y pacifica,
y abastece de todos sus bienes. Y finalmente, El es el
Hijo de Dios, que sólo es hijo de Dios en si y en todos
los demás que lo son. Porque en El se criaron y por El
se reformaron, y por razón de lo que de El contienen
en sí son dichos sus hijos. Y eso es ser nosotros hijos
de Dios, tener á este su divino Hijo en nosotros. Por-
que el Padre no tiene sino á El sólo por Hijo, ni ama
como á hijos sino á los que en sí le contienen y son
una misma cosa con El, un cuerpo, un alma, un espí-
ritu. Y ansí, siempre ama á solo El en todas las cosas
que ama.
Y acabó Juliano aquí, y dijo luego:
— Hecho he, Sabino, lo que me pediste, y dicho lo
que he sabido decir; mas si os tengo cansado, por eso
proveíste bien que Marcelo sucediese luego; que con
lo que dijere nos descansará á todos.
— A Sabino (dijo entonces Marcelo), yo fío que no
le habéis cansado; mas habéisme puesto en trabajo á
mí, que después de vos no sé qué podré decir que
contente. Sólo hay este bien, que me vengaré ago-
ra, Sabino, de vos en quitaros el buen gusto que os
queda.
Dijo Marcelo esto, y quería Sabino responderle, mas
estórbeselo un caso que sucedió, como agora diré.
En la orilla contraria de donde Marcelo y sus com-
pañeros estaban, en un árbol que en ella había, estuvo
381 FRAY LUIS DE LEÓN
asentada una avecilla de plumas y de figura particular,
casi todo el tiempo que Juliano decía, como oyéndole,
y á veces como respondiéndole con su canto; y esto
con tanta suavidad y armonía, que Marcelo y los de-
más habían puesto en ella los ojos y los oídos. Pues al
punto que Juliano acabó, y Marcelo respondió lo
que he referido, y Sabino le quería replicar, sintieron
ruido hacia aquella parte; y volviéndose, vieron que lo
hacían dos grandes cuervos, que revolando sobre el
ave que he dicho y cercándola alrededor, procuraban
hacerle daño con las uñas y con los picos, Ella al prin-
cipio se defendía con las ramas del árbol, encubrién-
dose entre las más espesas. Mas creciendo la porfía, y
apretándola siempre más á doquiera que iba, forzada
se dejó caer en el agua gritando y como pidiendo
favor. Los cuervos acudieron también al agua, y vo-
lando sobre la haz del río la perseguían malamente,
hasta que al fin el ave se sumió toda en el agua, sin
dejar rastro de sí. Aquí Sabino alzó la voz, y con un
grito dijo:
— ¡Oh la pobre, y cómo se nos ahogó!
Y ansí lo creyeron sus compañeros, de que mucho
se lastimaron. Los enemigos, como victoriosos, se fue-
ron alegres luego. Mas como hubiese pasado un espa-
cio de tiempo, y Juliano con alguna risa consolase á
Sabino que maldecía los cuervos, y no podía perder la
lástima de su pájara, que ansí la llamaba, de impro-
viso á la parte adonde Marcelo estaba, y casi junto á
sus pies, la vieron sacar del agua la cabeza, y luego
salir del arroyo á la orilla, toda fatigada y mojada.
Como salió, se puso sobre una rama baja que estaba
allí junto, adonde extendió sus alas y las sacudió del
agua, y después batiéndolas con presteza, comenzó á
levantarse por el aire, cantando con una dulzura nue-
va. Al canto, como llamadas otras muchas aves de su
linaje, acudieron á ella de diferentes partes del soto.
Cercábanla, y como dándole el parabién le volaban al-
derredor. Y luego juntas todas, y como en señal de
triunfo, rodearon tres ó cuatro veces el aire con vuel-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.- LIBRO TERCERO 385
tas alegres, y después se levantaron en alto poco á
poco hasta que se perdieron de vista.
Fué grandísimo el regocijo v alegría que de este
suceso recibió Sabino. Mas decíame que mirando en
este punto á Marcelo, le vio demudado en el rostro
y turbado algo y metido en gran pensamiento, de que
mucho se maravilló; y queriéndole preguntar qué
sentía, viole que levantando al cielo los ojos, como
entre los dientes y con un suspiro disimulado, dijo:
— Al fin, Jesús es Jesús.
Y que luego, sin dar lugar á que ninguno le pregun-
tase más, se volvió á él, y dijo:
—Atended, pues, Sabino, á lo que pedisteis.
CAPÍTULO U
Trátase del nombre El Amado, que se le da á Cristo en la sa-
grada Escritura, y explícanse las finezas de amor con que los
suyos le aman.
Y porque, Sabino, veáis que no me pesa de obede-
ceros, y porque no digáis, como soléis, que siempre os
cuesta lo que me oís muchos ruegos, primero que diga
del nombre que señalasteis, quiero decir de un otro
nombre de Cristo, que las últimas palabras de Juliano,
en que dijo ser El lo que Dios en todas las cosas ama,
me le trajeron á la memoria, y es el Amado, que ansí
le llama la sagrada Escritura en diferentes lugares.
— Maravilla es veros tan liberal, Marcelo, dijo Sa-
bino entonces; mas proseguid en todo caso, que no es
-de perder una añadidura tan buena.
— Digo, pues, prosiguió luego Marcelo, que es lla-
mado Cristo el Amado en la santa Escritura, como pa-
rece por lo que diré. En el libro de los Cantalees la
aficionada Esposa le llama con este nombre casi todas
las veces; Isaías, en el capítulo quinto, hablando de El
mismo y con El mismo, le dice * : «Cantaré al Amado
1 Isai., v, 1.
25
386 FRAY LUIS DE LEÓN
el cantar de mi tío á su viña». Y acerca del mismo
profeta en el capítulo veintiséis, donde leemos i :
«Como la que concibió, al tiempo del parto vocea heri-
da de sus dolores, ansí nos acaece delante tu cara»..
La antigua traslación de los griegos lee de esta manera:
«Ansí nos aconteció con el Amado-. Que, como Oríge-
nes declara, es decir que el Amado, que es Cristo con-
cebido en el alma, la hace sacar á luz y parir lo que
causa grave dolor en la carne, y lo que cuesta, cuando
se pone por obra, agonía y gemidos, como es la nega-
ción de sí mismo. Y David, al Salmo cuarenta y cuatro,
en que celebra los loores y los desposorios de Cristo,,
le intitula cantar del Amado. Y San Pablo le llama el
hijo del amor, por esta misma razón. Y el mismo Pa-
dre celestial, acerca de San Mateo, le nombra su Ama-
do y su Hijo. De manera que es nombre de Cristo éster
y nombre muy digno de El, y que descubre una su pro-
piedad muy rara y muy poco advertida.
. Porque no queremos decir agora que Cristo es ama-
ble ó que es merecedor del amor, ni queremos engran-
decer su muchedumbre de bienes, con que puede afi-
cionar á las almas, que es un abismo sin suelo, y no es
lo propio que en este nombre se dice. Ansí que, no
queremos decir que se le debe á Cristo amor infinito,
sino decir que es Cristo el Amado; esto es, el que an-
tes ha sido y agora es y será para siempre la cosa más
amada de todas.
Y dejando aparte el derecho, queremos decir del
hecho y de lo que pasa en realidad de verdad, que
es loque propiamente importa, este nombre no me-
nos digno de consideración que los demás nombres
de Cristo. Porque, ansí como es sobre todo lo que com-
prende el juicio la grandeza de razones por las cua-
les Cristo es amable, ansí es cosa que admira la mu-
chedumbre de los que siempre le amaron, y las veras
y las finezas nunca oídas de amor con que los suyos
le aman. Muchos merecen ser amados y no lo son, ó
1 Isai., xxvi, 17.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 387
lo son mucho menos de lo que merecen; mas á Cris-
to,^ aunque no se le puede dar el amor que se debe,
diósele siempre el que es posible á los hombres. Y si
de ellos levantamos los ojos, y ponemos en el cielo la
vista, es amado de Dios todo cuanto merece; y ansí es
llamado debidamente el Amado, porque ni una criatu-
ra sola, ni todas juntas las criaturas son de Dios tan
amadas, y porque El sólo es el que tiene verdaderos
amadores de sí. Y aunque la prueba de este negocio es
el hecho, digamos primero del dicho; y antes que ven-
gamos á los ejemplos, descubramos las palabras que
nos hacen ciertos de esta verdad, y las profecías que
de ella hay en los libros divinos.
Porque lo primero, David, en el Salmo en que trata
del reino de este su Hijo y Señor, profetiza como en
tres partes esta singularidad de afición con que Cristo
había de ser de los suyos querido. Que primero dice h
«Adorarle han los reyes todos, todas las gentes le ser-
virán». Y después añade: «Y vivirá, y daránle del oro
de Sabá, y rogarán siempre por El; bendecirle han to-
das las gentes». Y á la postre concluye: «Y será su.
nombre eterno, perseverará allende del sol su nombre;
bendecirse han todos en El, y daránle bienandanzas».
Que como esta afición que tienen á Cristo los suyos es
rarísima por extremo, y David la contemplaba alum-
brado con la luz de profeta, admirándose de su gran-
deza, y queriendo decirla, usó de muchas palabras
porque no se decía con una.
Que dice, que la fuerza del amor para con Cristo
que reinaría en los ánimos fieles, les derrocaría por el
suelo el corazón adorándole; y los encendería con
cuidado vivo para servirle; y les haría que le diesen
todo su corazón hecho oro, que es decir, hecho amor,
y que fuese su deseo continuo rogar que su reino
creciese; y que se extendiese más y allende su gloria;
y que les daría un corazón tan ayuntado y tan hecho
uno con El, que no rogarían al Padre ninguna cosa
1 Psalm. un, 11, 15, 19.
388 FRAY LUIS DE LEÓN
que no fuese por medio de El; y que del hervor del
ánimo, les saldría el ardor á la boca que les bulliría
siempre en loores, á quien ni el tiempo pondría si-
lencio, ni fin el acabarse los siglos, ni pausa el sol
cuando él se parare: sino que durarían cuanto el
amor que los hace, que sería perpetuamente y sin
fin. El cual mismo amor, les sería causa á los mismos
para que ni tuviesen por bendito lo que Cristo no
fuese, ni deseasen bien, ni á otros ni á sí, que no na-
ciese de Cristo, ni pensasen haber alguno que no estu-
viese en El, y ansí juzgasen y confesasen ser suyas
todas las buenas suertes y las felices venturas.
También vio estos extremos de amor, con que ama-
rían á Cristo los suyos, el patriarca Jacob estando ve-
cino á la muerte, cuando profetizando á José, su hijo,
sus buenos sucesos, entre otras cosas le dice: «Hasta
el deseo de los collados eternos». Que por cuanto le
había bendecido, y juntamente profetizado que en él
y en su descendencia florecerían sus bendiciones con
grandísimo efecto, y por cuanto conocía que al fin
había de perecer toda aquella felicidad en sus hijos,
por la infidelidad de ellos al tiempo que naciese Cris-
to en el mundo, añadió, y no sin lástima, y dijo: «Hasta
el deseo de los eternos collados». Como diciendo que
su bendición en ellos tendría suceso hasta que Cristo
naciese.
Que ansí como cuando bendijo á su hijo Judas,
le dijo que mandaría entre su gente y tendría el cetro
del reino hasta que viniese el Silo, ansí agora pone
límite y término á la prosperidad de José en la ve-
nida del que llama deseo. Y como allí llama á Cris-
to Silo por encubierta y rodeo, que es decir el enviado
ó el hijo de ella, ó el dador de la abundancia y de la
paz (que todas son propiedades de Cristo), ansí aquí le
nombra el deseo de los collados eternos; porque los
collados eternos aquí son todos aquellos á quienes la
virtud ensalzó, cuyo único deseo fué Cristo. Y es lásti-
ma, como decía, que hirió en este punto el corazón de
Jacob, con sentimiento grandísimo que viniese á tener
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 389
fin la prosperidad de sus hijos cuando salía á la luz la
felicidad deseada y amada de todos, y que aborrecie-
sen ellos para su daño lo que fué el suspiro y el deseo
de sus mayores y padres, y que se forjasen ellos por
sus manos su mal en el bien que robaba para sí todos
los corazones y amores.
Y lo que decimos deseo aquí, en el original es una
palabra que dice una afición que no reposa, y que abre
de continuo el pecho con ardor y deseo. Por manera
que es cosa propia de Cristo, y ordenada para sólo El,
y profetizada de El antes que naciese en la carne, el
ser querido y amado y deseado con excelencia, como
ninguno jamás ha sido ni querido ni deseado ni ama-
do. Conforme á lo cual fué también lo de Ageo, que
hablando de aqueste general objeto de amor y de esle
señaladamente querido, y diciendo de las ventajas que
había de hacer el templo segundo, que se edifica] »u
cuando él escribía, al primer templo que edificó Sa-
lomón y fué quemado por los caldeos, dice por la más
señalada de todas h «Que vendría á él el deseado de
todas las gentes, y que le henchiría de gloria>. Porque
ansí como el bien de todos colgaba de su venida, ansí
le dio por suerte Dios que los deseos é inclinaciones y
aficiones de todos se inclinasen á El. Y esta suerte y
condición suya, que el Profeta miraba, la declaró lla-
mándole el deseado de todos.
Mas ¿por ventura no llegó el hecho á lo que la pro-
fecía decía, y El, de quien se dice que sería el deseado
y amado, cuando salió á luz no lo fué? Es cosa que
admira lo que acerca de esto acontece, si se considera
en la manera que es.
Porque lo primero puédese considerar la grandeza
de una afición en el espacio que dura, que esa es ma-
yor la que comienza primero, y siempre persevera con-
tinua, y se acaba ó nunca ó muy tarde. Pues si quere-
mos confesar la verdad, primero que naciese en la
carne Cristo, y luego que los hombres ó luego que los
1 Ageo, n, 8.
390 FRAY LUIS DE LEÓN
ángeles comenzaron á ser, comenzó á prender en sus
corazones de ellos su deseo y su amor. Porque, como
altísimamente escribe San Pablo, cuando Dios prime-
ramente introdujo á su Hijo en el mundo, se dijo ■: «Y
adórenle todos sus ángeles». En que quiere significar
y decir, que luego y en el principio que el Padre sacó
fas cosas á luz y dio ser y vida á los ángeles, metió
en la posesión de ello á Cristo, su Hijo, como á here-
dero suyo y para quien se crió, notificándoles algo de
lo que tenía en su ánimo acerca de la Humanidad de
Jesús, señora que había de ser de todo y reparadora
de todo, á la cual se la propuso como delante los ojos
para que fuese su esperanza y su deseo y su amor.
Ansí que, cuanto son antiguas las cosas, tan antiguo
es ser Jesucristo amado de ellas, y como si dijésemos,
en sus amores de El se comenzaron los amores prime-
ros, y en la afición de su vista se dio principio al de-
seo, y su caridad se entró en los pechos angélicos,
abriendo la puerta ella antes que ningún otro que de
íuera viniese. Y en la manera que San Juan le nom-
bra «Cordero sacrificado desde el origen del mundo» 2,
ansí también le debemos llamar bien amado y deseado
desde luego que nacieron las cosas; porque ansí como
fué desde el principio del mundo sacrificado en todos
los sacrificios que los hombres á Dios ofrecieron desde
que comenzaron á ser, porque todos ellos eran ima-
gen del único y grande sacrificio de este nuestro Cor-
dero, ansí en todos ellos fué este mismo Señor deseado
y amado.
Porque todas aquellas imágenes, y no solamente
aquellas de los sacrificios, sino otras innumerables
que se compusieron de las obras y de los sucesos y
de las personas de los padres pasados, voces eran
que testificaban este nuestro general deseo de Cris-
to, y eran como un pedírsele á Dios, poniéndole devo-
ta y aficionadamente tantas veces su imagen delante.
Y como los que aman una cosa mucho, en testimo-
1 Hebr., », 6. 2 Apor.,xm,S.
DE LOS NOMBRES BE CRISTO. - LIBRO TERCERO 391
nio de cuánto la aman, gustan de hacer su retrato
y de traerlo siempre en las manos, ansí el hacer los
hombres tantas veces y tan desde el principio imáge-
nes y retratos de Cristo, ciertas señales eran del amor
y deseo de El que les ardía en el pecho. Y ansí las
presentaban á Dios para aplacarle con ellas, que las
hacían también para manifestar en ellas su fe para con
Cristo y su deseo secreto.
Y este deseo y amor de Cristo, que digo que comen-
zó tan temprano en hombres y en ángeles, no feneció
brevemente, antes se continuó con el tiempo y perse-
vera hasta agora, y llegará hasta el fin y durará cuan-
do la edad se acabare, y florecerá fenecidos los siglos.
tan grande y tan extendido cuanto la eternidad es
grande y se extiende; porque siempre hubo, y siempre
hay, y siempre ha de haber almas enamoradas de Cris-
to. Jamás faltarán vivas demostraciones de este bien-
aventurado deseo; siempre sed de El, siempre vivo el
apetito de verle, siempre suspiros dulces, testigos fieles
del abrasamiento del alma. Y como las demás cosas,
para ser amadas, quieran primero ser vistas y conoci-
das, á Cristo le comenzaron á amar los ángeles y los
hombres sin verle y con solas sus nuevas. Las imáge-
nes y las figuras suyas, ó diremos mejor aún, las som-
bras oscuras que Dios les puso delante, y el rumor solo
suyo y su fama, les encendió los espíritus con in-
creíbles ardores.
Y por eso dice divinamente la Esposa *: «En el olor
de tus olores corremos, las doncellicas te aman». Por-
que sólo el olor de este gran bien, que tocó en los
sentidos recién nacidos, y como donceles del mundo,
les robó por tal manera las almas, que las llevó en
su seguimiento encendidas. Y conforme á esto es tam-
bién lo que dice el Profeta 2: «Esperamos en ti, tu
nombre y tu recuerdo, deseo del alma, mi alma te
deseó en la noche». Porque en la noche, que es, según
Teodoreto declara, todo el tiempo desde el principio
i i Cant.,i, 2. 2 Isai , txvt, 9.
392
FRAY LUIS DE LEÓN
del mundo hasta que amaneció Cristo en él como luz,
cuando á malas penas se divisaba, llevaba á sí los de-
seos; y su nombre apenas oído, y unos como. rastros
suyos impresos en la memoria, encendían las almas.
Mas ¿cuántas almas? pregunto. ¿Una ó dos, ó á lo
menos no muchas? Admirable cosa es los ejércitos sin-
número de los verdaderos amadores que Cristo tiene y
tendrá para siempre. Un amigo fiel es negocio raro y
muy dificultoso de hallar. Que, como el Sabio dice *:
«El amigo fiel es fuerte defensa; el que le hallare, ha-
brá hallado un tesoro». Mas Cristo halló y halla infini-
tos amigos, que le aman con tanta fe, que son llama-
dos los fieles entre todas las gentes, como con nombre
propio y que á ellos solos conviene. Porque en todas
las edades del siglo y en todos los años de él, y pode-
mos decir que en todas sus horas, han nacido y vivido
almas que entrañablemente le amen. Y es más hacede-
ro y posible que le falte la luz al sol, que faltar en el
mundo hombres que le amen y adoren. Porque este
amor es el sustento del mundo, y el que le tiene como
de la mano para que no desfallezca. Porque no es el
mundo más, de cuanto se hallare en él, que quien por
Cristo se abrase.
Que en la manera como todo lo que vemos se hizo
para fin y servicio y gloria de Cristo, según que diji-
mos ayer; ansí en el punto que faltase en el suelo
quien le reconociese y amase y sirviese, se acabarían
los siglos, como ya inútiles para aquello á que son.
Pues si el sol, después que comenzó su carrera, en
cada una vuelta suya produce en la tierra amadores
de Cristo, ¿quién podrá contar la muchedumbre de los
que amaron y aman á Cristo?
Y aunque Aristóteles pregunta si conviene tener uno
muchos amigos, y concluye que no conviene; pero sus
razones tienen fuerza en la amistad de la tierra, adon-
de, como en sujeto no propio, prende siempre y fruc-
tifica con imperfección el amor. Mas esa es la excelen-
1 Eccli , \i, 14.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 393
cia de Cristo, y una de las razones por donde le con-
viene ser el amado con propiedad, que da lugar á que
le amen muchos como si le amara uno sólo, sin que
los muchos se estorben y sin que El se embarace en
responderse con tantos. Porque si los amigos, como
dice Aristóteles, no han de ser muchos, porque para el
deleite bastan pocos; porque el delite no es el manteni-
miento de la vida, sino como la salsa de ella que tiene
su límite, en Cristo esta razón no vale, porque sus de-
leites, por grandes que sean, no se pueden condenar
por exceso.
Y si teniendo respeto al interés, que es otra razón,
no nos convienen porque hemos de acudir á sus nece-
sidades, á que no puede bastar la vida ni la hacienda
de uno si los amigos son muchos, tampoco tiene esto
lugar, porque su poder de Cristo haciendo bien no se
cansa, ni su riqueza repartida se disminuye, ni su
alma se ocupa aunque acuda á todos y á todas sus
cosas. Ni menos impide aquí lo que entre los hombres
estorba: que (ya es la tercera razón) no se puede te-
ner amistad con muchos si ellos también entre sí no
son amigos. Y es dificultoso negocio que muchos entre
sí mismos y con un otro tercero guarden verdadera
amistad. Porque Cristo en los que le aman El mismo
hace el amor, y se pasa á sus pechos de ellos y vive en
sus almas, y por la misma razón hace que tengan todos
una misma alma y espíritu. Y es fácil y natural que los
semejantes y los unos se amen. Y si nosotros no pode-
mos cumplir con muchos amigos, porque acontecería
en un mismo tiempo, como el mismo filósofo dice, ser
necesario sentir dolor con los unos y placer con los
otros; Cristo, que tiene en su mano nuestro dolor y
placer, y que nos le reparte cuándo y cómo conviene,
cumple á un mismo tiempo dulcí simamente con todos.
Y puede El, porque nació para ser por excelencia el
Amado, lo que no podemos los hombres, que es amar
á muchos con estrechez y extremo. Que el amor no lo
es, si es tibio ó mediano; porque la amistad verdadera
es muy estrecha, y ansí nosotros no valemos sino para
391 FRAY LUIS DE LEÓN
con pocos. Mas El puede con muchos, porque tiene
fuerza para lanzarse en el alma de cada uno de los que
le aman, y para vivir en ella y abrazarse con ella cuan
estrechamente quisiere.
De todo lo cual se concluye que Cristo, como á quien
conviene el ser amado entre todos, y como aquel que
es el sujeto propio del amor verdadero, no solamente
puede tener muchos que le amen con estrecha amistad,
mas debe tenerlos, y ansí de hecho los tiene, porque
son sus amadores sin cuento. ¿No dice en los Cantares
la Esposa 1 : «Sesenta son sus reinas y ochenta sus
aficionadas, y de las doncellicas que le aman no hay
cuento?» Pues la Iglesia ¿qué le dice cuando le canta
que se recrea entre las azucenas, rodeado de danzas
y de coros de vírgenes?
Mas San Juan, en su revelación, como testigo de
vista, lo pone fuera de toda duda, diciendo 2 «que vio
una muchedumbre de gente que no podía ser conta-
da, que delante del trono de Dios asistían ante la faz
del Cordero, vestidos de vestiduras blancas y con ra-
mos de palma en las manos». Y si los aficionados que
tiene entre los hombres son tantos, ¿qué será si ayun-
tamos con ellos á todos los santos ángeles, que son
también suyos en amor y en fidelidad y en servicio?
Los cuales sin ninguna comparación exceden en mu-
chedumbre á las cosas visibles, conforme á lo que Da-
niel escribía 3: «Que asisten á Dios, y le sirven millares
de millares, y de cuentos, y de millares». Cosa, sin
duda, no solamente rara y no vista, sino ni pensada
ni imaginada jamás que sea uno amado de tantos,
y que una naturaleza humana de Cristo abrase en
amor á todos los ángeles, y que se extienda tanto la
virtud de este bien, que encienda níición de sí cuasi
en todas las cosas.
Y porque dije cuasi en todas, podemos, Juliano, de-
cir que las que ni juzgan ni sienten, las que carecen
■de razón y las que no tienen ni razón ni sentido, ape-
1 Cant., v,7. 2 Apoc, vil, 9. 3 Dan., vn, 10.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 395
iecen también á Cristo y se le inclinan amorosamente,
tocadas de este su fuego, en la manera que su natural
lo consiente. Porque lo que la naturaleza hace (que
inclina á cada cosa al amor de su propio provecho sin
que ella misma lo sienta), eso obró Dios, que es por
quien la naturaleza se guía, inclinando al deseo de
Cristo aun á lo que no siente ni entiende. Porque to-
das las cosas guiadas de un movimiento secreto, aman-
do su mismo bien, le aman también á El y suspiran con
su deseo y gimen por su venida, en la manera que el
Apóstol escribe *: «La esperanza de -toda la criatura
se endereza á cuándo se descubrirán los hijos de Dios:
que agora está sujeta á corrupción fuera de lo que
apetece, por quien á ello le obliga y la mantiene con
esta esperanza. Porque cuando los hijos de Dios vinie-
ron á la libertad de su gloria, también esta criatura
será libertada de su servidumbre y corrupción. Que
cosa sabida es, que todas las criaturas gimen y están
como de parto hasta aquel día». Lo cual no es otra
cosa sino un apetito y un deseo de Jesucristo, que es
el autor de esta libertad que San Pablo dice y por
quien todo vocea. Por manera que se inclinan á El los
doseos generales de todo, y el mundo con todas sus
partes le mira y abraza.
Conforme á lo cual, y para significación de ello,
decía en los Cantares la Esposa 2: «que Salomón hizo
para sí una litera de cedro, cuyas columnas eran de
plata, y los lados de la silla de oro, y el asiento de
púrpura, y en medio el amor de las hijas de Jerusalén».
Porque esta litera, en cuyo medio Cristo reside, y se
asienta, es lo mismo que este templo del universo,
que, como digo, El mismo hizo para sí en la manera
como para tal Rey convenía, rico y hermoso, y lleno
de variedad admirable, y compuesto, y como si dijése-
mos, artizado con artificio grandísimo. En el cual se
dice que anda El como en litera, porque todo lo que
hay en él le trae consigo, y le demuestra y le sirve de
1 Rom , vi:?, 19. 2 Cant. ni, 9.
396 FRAY LUIS DE LEÓN
asiento. En todo está, en todo vive, en todo gobierna,
en todo resplandece y reluce. Y dice que está en me
dio, y llámale por nombre el amor encendido de las
hijas de Jerusalén, para decir que es el amor de todas
las cosas, ansí las que usan de entendimiento y razón,
como las que carecen de ella y las que no tienen sen
tido. Que á las primeras llama hijas de Jerusalén, y
en orden de ellas le nombra amor encendido, para
decir que se abrasan amándole todos los hijos de paz,
ó sean hombres ó ángeles. Y las segundas demuestra
por la litera, y por las partes ricas que la componen,
la caja, las columnas, el recodadero y el respaldar, y
la peana y asiento; respecto de todo lo cual, dice que
este amor está en medio, para mostrar que todo ello
le mira, y, que como al centro de todo, su peso de
cada uno le lleva á El los deseos de todas las partes
derecha y fielmente, como van al punto las rayas des-
de la vuelta del círculo.
Y no se contentó con decir que Cristo tiene el me-
dio y el corazón de esta universidad de las cosas, para
decir que le encierran todos en sí; ni se contentó con
llamarle amor de ellas, para demostrar que todas le
aman; sino añadió más, y llamóle amor encendido con
una palabra de tanta significación como es la original
que allí pone, que significa, no encendimiento como
quiera, sino encendimiento grande é intenso, y como
lanzado en los huesos, y encendimiento cual es el de la
brasa, en que no se ve sino fuego. Y ansí diremos bien
aquí: el amor abrasado ó el amor que convierte en
brasa los corazones de sus amigos, para encarecer ansí
mejor la fineza de los que le aman.
Porque no es tan grande el número de los amado-
res que tiene este Amado (con ser tan fuera de todo
número como dicho tenemos), cuanto es ardiente, y
firme, y vivo, y por maravilloso modo entrañable el
amor que le tienen. Porque, á la verdad, lo que más
aquí admira es la viveza, y firmeza, y blandura, y for-
taleza, y grandeza de amor con que es amado Cristo
de sus amigos. Que personas ha habido, unas de ellas
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 397
naturalmente bien quistas, otras que. ó por su indus-
tria ó por sus méritos, han allegado á sí las aficiones
de muchos, otras que enseñando sectas, y alcanzando
grandes imperios, han ganado acerca de las naciones
y pueblos reputación y adoración y servicio. Mas, no
digo uno de muchos, pero ni uno de otro particular
íntimo amigo suyo, fué jamás amado con tanto en-
cendimiento y firmeza y verdad, como Cristo lo es
de todos sus verdaderos amigos, que son, como dicho
hemos, sinnúmero.
Que si, como escribe el Sabio T, «el amigo leal es
medicina de vida, y hállanle los que temen á Dios;
que el que teme á Dios hallará amistad verdadera,
porque su amigo será otro como él»; ¿qué podremos
decir de la leal y verdadera amistad de los amigos
que Cristo tiene, y de quienes es amado, si han de
responder á lo que El ama á Dios, y si le han de ser
semejantes y otros tales como El? Claro es que, con-
forme á esta regla del Sabio, quien es tan verdadero
tan bueno ha de tener muy buenos y muy verdaderos
amigos; y que quien ama á Dios y le sirve, según que
es hombre, con mayor intención y fineza que todas las
criaturas juntas, es amado de sus amigos más firme y
verdaderamente que lo fué jamás criatura ninguna. Y
claro es que el que nos ama y nos requesta, y nos
solicita y nos busca, y nos beneficia y nos allega á sí,
y nos abraza con tan increíble y no oída afición, al
fin no se engaña en lo que hace, ni es respondido de
sus amigos con amor ordinario.
Y conócese aquesto aun por otra razón; porque El
mismo se forja los amigos y les pone en el corazón el
amor en la manera que El quiere. Y cuanto de hecho
quiere ser amado de los suyos, tanto los suyos le
aman; pues cierto es que quien ama tanto como Cris-
to nos ama, quiere y apetece ser amado de nosotros
por extremada manera. Porque el amor solamente
busca y solamente desea el amor. Y cierto es que,
1 Eccles., vi, 16.
IV)8 FRAY LUIS DE LEÓN
pues nos hace que le seamos amigos, nos hace tales-
amigos cuales nos quiere y desea; y que pues en-
ciende este fuego, le enciende conforme á su volun-
tad, vivo y grandísimo.
Que si los hombres y los ángeles amaran á Cristo de
su cosecha, y á la manera de su poder natural y según
su sola condición y sus fuerzas, que es decir, al estilo
tosco suyo y conforme á su aldea, bien se pudiera te-
ner su amor para con El por tibio y por flaco. Mas si
miramos quién los atiza de dentro, y quién los despier-
ta y favorece para que le puedan amar, y quién prin-
cipalmente cría el amor en sus almas, luego vemos no
solamente que es amor de extraordinario metal, sino
también que es incomparablemente ardentísimo; por-
que el Espíritu-Santo mismo, que es de su propiedad
el amor, nos enciende de sí para con Cristo, lanzándose
por nuestras entrañas, según lo que dice San Pablo 1 :
«La caridad de Dios nos ha sido derramada por los
corazones, por el Espíritu-Santo, que nos han dado».
Pues ¿qué no será, ó cuáles quilates le faltarán, ó á
qué fineza no llegará el amor que Dios en el hombre
hace, y que enciende con el soplo de su espíritu propio?
¿Podrá ser menos que amor nacido de Dios, y por la
misma razón digno de El, y hecho á la manera del cie-
lo, adonde los serafines se abrasan? 0 ¿será posible que
la idea, como si dijésemos, del amor y el amor con que
Dios mismo se ama, crie amor en mí que no sea en fir-
meza fortísimo, y en blandura dulcísimo, y en propósito
determinado para todo y osado, y en ardor fuego, y en
perseverancia perpetuo, y en unidad estrechísimo?
Sombra son sin duda, Sabino, y ensayos muy imperfec-
tos de amor, los amores todos con que los hombres se
aman, comparados con el fuego que arde en los amado-
res de Cristo; que por eso se llama por excelencia el
Amado, porque hace Dios en nosotros, para que le
amemos, un amor diferenciado de los otros amores, y
muy aventajado entre todos.
1 Rom., v, 5.
DE LOS NOMiSRES DE CRISTO. -LIBRO TERCERO 39í)
Mas ¿qué no hará por afinar el amor de Cristo en
nosotros quien es Padre de Cristo, quien le ama como
á único Hijo, quien tiene puesta en sólo El toda su sa-
tisfacción y su amor? Que así dice San Pablo de Dios,
que Jesucristo es su Hijo de amor, que es decir, según
la propiedad de su lengua, que es el Hijo á quien ama
Dios con extremo. Pues si nace de este divino Padre
que amemos nosotros á Cristo, su Hijo, cierto es que
nos encenderá á que le amemos, si no en el grado que
El le ama, á lo menos en la manera que le ama El. Y
cierto es que hará que el amor de los amadores de
Cristo sea como el suyo, y de aquel linaje y metal
único verdadero, dulce cual nunca en la tierra se co>
noce ni ve; porque siempre mide Dios los medios con
el fin que pretende.
Y en que los hombres amen á Cristo, su Hijo, que
les hizo Hombre, no sólo para que les fuese Señor,,
sino para que tuviesen en El la fuente de todo su bien
y tesoro, ansí que, en que los hombres le amen, no
solamente pretende que se le dé su debido; sino pre-
tende también que por medio del amor se hagan unos
con El, y participen sus naturalezas humana y divina,
para que de esta manera se les comuniquen sus bie
nes. Como Orígenes dice ': «Derrámase la abundancia
de la caridad en los corazones de los santos, para que
por ella participen de la naturaleza de Dios, y para
que por medio de este don del Espíritu Santo se cum-
pla en ellos aquella palabra del Señor 2: «Como tú,
Padre, estás en mí y yo en ti, sean éstos ansí unos en
nosotros»; conviene á saber, comunicándoseles nues-
tra naturaleza por medio del amor abundantísimo que
les comunica el Espíritu.
Pregunto, pues: ¿qué amor convendrá que sea el
que hace una obra tan grande? ¿qué amistad la que
llega á tanta unidad? ¿qué fuego el que nos apu-
ra de nuestra tanta vileza, y nos acendra y nos
sube de quilates hasta allegarnos á Dios? Es sin duda
1 Orígenes sup. Cant. lib. i. 2 Joan , nm, 21.
400 FRAY LUIS DE LEÓN
finísimo, y como Orígenes dice, abundantísimo el amor
que en los pechos enamorados de Cristo cría el Espí •
ritu-Santo. Porque lo cría para hacer en ellos la ma-
yor y más milagrosa obra de todas, que es hacer dio-
ses á los hombres, y transformar en oro fino nuestro
lodo vil y bajísimo.
Y como si, en el arte de alquimia, por sólo el medio
del fuego convirtiese uno en oro verdadero un pe-
dazo de tierra, diríamos ser aquel fuego extremada-
mente vivo y penetrable y eficaz y de incomparable
virtud; ansí el amor con que de los pechos santos es
amado este Amado >, y que en El los transforma, es
sobre todo amor entrañable y vivísimo; y es, no ya
amor, sino como una sed y un hambre insaciable con
que el corazón que á Cristo ama se abraza, con El y se
entraña, y como El mismo lo dice l, le come y le tras-
pasa á las venas.
Que para declarar la grandeza de El y su ardor, el
amar los santos á Cristo llama la Escritura comer á
Cristo. «Los que me comieren, dice 2, aún tendrán
hambre de mí. Y si no comiereis mi carne y bebiereis
mi sangre, no tendréis vida en vosotros» 3. Que es
también una de las causas por qué dejó en el Sacra-
mento de la Hostia su cuerpo, para que en la manera
que con la boca y con los dientes, en aquellas especies
y figuras de pan, comen los fieles su carne y la pasan
al estómago, y se mudan en ella ellos, como ayer se
decía; ansí en la misma manera en sus corazones, con
el fuego del amor, le coman y le penetren en sí, como
de hecho lo hacen los que son sus verdaderos amigos;
los cuales, como decíamos, abrasándose en El, andan,
si lo debemos decir ansí, desalentados y hambrientos
por El.
Porque, como dice el Macario 4: «Si el amor que
nace de la comunicación de la carne divide del padre
y de la madre y de los hermanos, y toda su afición
1 Joan., «, 57. 2 Ecclis , xiv, 29. 3 Joan., vi, 54.
4 Hom.i 4 »
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 401
pone en el consorte, como es escrito h «por tanto de-
jará el hombre al padre y á la madre, y se juntará con
su mujer y serán un cuerpo los dos»; pues si el amor
de la carne ansí desata al hombre de todos los otros
amores, ¿cuánto más todos los que fueren dignos de
participar con verdad aquel don amable y celestial
del espíritu, quedarán libres y desatados de todo el
amor de la tierra; y les parecerán todas las cosas de
ella supertluas é inútiles, por causa de vencer en ellos
y ser rey en sus almas el deseo del cielo? Aquello ape-
tecen, en aquello piensan de continuo, allí viven, allí
andan con sus discursos, allí su alma tiene todo su
trato, venciéndolo todo, y levantando bandera en ellos
el amor celestial y divino, y la afición del espíritu».
Mas veremos evidentemente la grandeza no medida
de este amor que der-imos, si miráremos la muche-
dumbre y la dificultad de las cosas que son necesarias
para conservarle y tenerle. Porque no es mucho amar
á uno si, para alcanzar y conservar su amistad, es poco
lo que basta. Aquel amor es verdaderamente grande y
de subidos quilates, que vence grandes dificultades.
Aquél ama de veras que rompe por todo, que ningún
estorbo le puede hacer que no ame; que no tiene otro
bien sino al que ama: que con tenerle á él, perder todo
io demás no lo estima; que niega todos sus propios
1 gustos, por gustar del amor solamente; que se desnuda
todo de sí, para no ser más de amor, cuales son los
verdaderos amadores de Cristo.
Porque para mantener su amistad es necesario, lo
primero, que se cumplan sus mandamientos. «Quien
me ama á mí, dice 2, guardará lo que yo le mando»;
<jue no es una cosa sola, ó pocas cosas en número ó
fáciles para ser hechas; sino una muchedumbre de di-
ficultades sin cuento, porque es hacer lo que la razón
dice, y lo que la justicia manda y la fortaleza pide, y
la templanza y la prudencia y todas las demás virtu-
des estatuyen y ordenan. Y es seguir en todas las cosas
1 Genes., ir, 24. 2 Joan., xiv, 23.
20
402 FRAY LUIS DE LEÓN
el camino fiel y derecho, sin torcerse por el interés, ni
condescender por el miedo, ni vencerse por el deleite,
ni dejarse llevar de la honra; y es ir siempre contra
nuestro mismo gusto, haciendo guerra al sentido. Y es
cumplir su ley en todas las ocasiones, aunque sea pos-
poniendo la vida. Y es negarse á sí mismo, y tomar
sobre sus hombros su cruz y seguir á Cristo, esto es,
caminar por donde El caminó y poner en sus pisadas
las nuestras. Y finalmente, es despreciar io que se ve-
y desechar los bienes que con el sentido se tocan, y
aborrecer lo que la experiencia demuestra ser apaci-
ble y ser dulce; y aspirar á sólo lo que no se ve ni se
siente, y desear sólo aquello que se promete y se creer
fiándolo todo de su sola palabra.
Pues el amor que con tanto puede, sin duda tiene
gran fuerza. Y sin duda es grandísimo el fuego á quien
no mata tanta muchedumbre de agua. Y sin duda lo
puede todo, y sale valerosamente con ello, este amor
que tienen con Jesucristo lo suyos. ¿Qué dice el Esposo
á su Esposa? l «La muchedumbre del agua no puede
apagar la caridad, ni anegarla los ríos». ¿Y San Pablo,
qué dice? 2 «La caridad es sufrida, bienhechora; la
caridad carece de envidia, no lisonjea ni tacañea, no
se envanece, ni hace de ninguna cosa caso de afrenta,
no busca su interés, no se encoleriza; no imagina hacer
mal ni se alegra del agravio, antes se alegra con la ver-
dad; todo lo lleva, todo lo cree, todo lo sufre». Que es
decir, que el amor que tienen sus amadores con Cristo,
no es un simple querer ni una sola y ordinaria afición;
sino un querer que abraza en sí todo lo que es bien
querer, y una virtud que atesora en sí juntas las rique-
zas de las virtudes, y un encendimiento que se ex-
tiende por todo el hombre, y le enciende en sus llamas.
Porque decir que es sufrida, es decir que hace un
ánimo ancho en el hombre, con que lleva con igualdad
todo lo áspero que sucede en la vida, y con que vive
entre los trabajos con descanso, y en las turbaciones
1 Cant., vil', 7. 21 Corint., xm, 4-7.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 103
quieto, y en los casos tristes alegre, y en las contra-
dicciones en paz, y en medio de los temores sin miedo.
Y que como una centella, si cayese en el mar, ella
luego se apagaría y no haría daño en el agua; ansí
cualquier acontecimiento duro en el alma, á quien en-
sancha este amor, se deshace y no empece. Que el da-
ño, si viniere, no conmueve esta roca; y la afrenta, si
sucediere, no desquicia esta torre; y las heridas, si gol-
pearen, no doblan á este diamante. Y añadir que «es
liberal y bienhechora», es afirmar que no es sufrida
para ser vengativa, ni calla para guardarse á su tiempo,
ni ensancha el corazón con deseo de mejor sazón de
venganza; sino que por imitar á quien ama se engolo-
sina en el hacer bien á los otros. Y que vuelve buenas
obras á aquellos de quienes las recibe muy malas. Y
porque este su bien hacer es virtud, y no miedo, por
eso dice luego el Apóstol «que no linsonjea ni es taca-
ña»; esto es, que sirve á la necesidad del prójimo, por
más enemigo que le sea, pero que no consiente en su
vicio ni le halaga por de fuera, y le aborrece en el
alma, ni le es tacaña é infiel. Y dice «que no se
envanece», que es decir que no hace estima de sí,
ni se hincha vanamante, para descubrir en ella la
raíz del sufrimiento y del ánimo largo que tiene este
amor.
Que los soberbios y pundonorosos son siempre mal
sufridos, porque todo les hiere. Mas es propiedad de
todo lo que es de veras amor, ser humildísimo con
aquello á quien ama. Y porque la caridad que se tiene
con Cristo por razón de su incomparable grandeza, ama
por El á todos los hombres, por el mismo caso desnuda
de toda altivez al corazón que posee, y le hace humil-
de con todos. Y con esto dice lo que luego se sigue,
< que no hace de ninguna cosa caso de afrenta». En
que no solamente se dice que el amor de Jesucristo
en el alma, las afrentas y las injurias que otros nos
hacen, por la humildad que nos cría y por la poca es-
tima nuestra que nos enseña, no las tiene por tales;
sino dice también que no se desdeña, ni tiene por
401 FRAY LUIS Dli LEÓN
afrentoso ó indigno de sí ningún ministerio, por vil y
bajo que sea, como sirva en él á su Amado en sus
miembros.
Y la razón de todo, es lo que añade tras esto: que
«no busca su interés, ni se enoja de nada». Toda su
inclinación es al bien, y por eso el dañar á los otros
aun no lo imagina; los agravios ajenos y que otros pa-
decen son los que solamente le duelen, y la alegría y
felicidad ajena es la suya. Todo lo que su querido Se-
ñor le manda hace, todo lo que le dice lo cree, todo lo
que se detuviere le espera, todo lo que le envía lo lle-
va con regocijo, y no halla ninguno, si no es en sólo El,
á quien ama.
Que como un grande enamorado bien dice *: «Ansí
como en las fiebres el qae está inflamado con calen-
tura aborrece y abomina cualquier mantenimiento
que le ofrecen, por más gustoso que sea, por razón
del fuego del mal que le abrasa y se apodera de él y
le mueve; por la misma manera, aquellos á quie
nes enciende el deseo sagrado del Espíritu celestial, y
á quienes llega en el alma el amor de la caridad de
Dios, y en quienes El se enviste, y de quienes se apo-
dera el fuego divino que Cristo vino á poner en la tie-
rra, y quiso que con presteza prendiese, y lo que se
abrasa, como dicho es, en deseos de Jesucristo; todo lo
que se precia en este siglo, él lo tiene por desechado
y aborrecible, por razón del fuego de amor que le ocu-
pa y enciende. Del cual amor no los puede desquiciar
ninguna cosa, ni del suelo, ni del cielo, ni del infierno».
Como dice el Apóstol: «¿Quién será poderoso para
apartarnos del amor de Jesucristo?» con lo que se
sigue.
Pero no se permite que ninguno halle el amor ce-
lestial del espíritu, si no se enajena de todo lo que este
siglo contiene, y se da á sí mismo á sola la inquisición
del amor de Jesús, libertando su alma de toda solicitud
terrenal, para que pueda ocuparse solamente en un
1 S. Macario, hom. u.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 405
fin, por medio del cumplimiento de todo cuanto Dios
manda.
Por manera que es tan grande este amor, que des-
arraiga de nosotros cualquiera otra afición, y queda él
señor universal de nuestra alma; y como es fuego ar-
dentísimo, consume todo lo que se opone, y ansí des-
tierra del corazón los otros amores de las criaturas, y
hace él su oficio por ellos, y las ama á todas mucho
más y mejor que las amaban sus propios amores. Que
es otra particularidad y grandeza de este amor con que
es amado Jesús, que no se encierra en sólo El, sino en
El y por El abraza á todos los hombres, y los mete den-
tro de sus entrañas con una afición tan pura, que en
ninguna cosa mira á sí mismo; tan tierna, que siente
sus males más que los propios; tan solícita, que se des-
vela en su bien; tan firme, que no se mudará de ellos
si no se muda de Cristo.
Y como sea cosa rarísima que un amigo, según la
amistad de la tierra, quiera por su amigo padecer
muerte, es tan grande el amor de los buenos con
Cristo, que porque ansí le place á El, padecerán ellos
daños y muerte, no sólo por los que conocen, sino
por los que nunca vieron; y no sólo por los que los
aman, sino también por quien los aborrece y persigue.
Y llega este Amado á ser tan amado, que por El lo
son todos. Y en la manera como en las demás gracias
y bienes, es El la fuente del bien que se derrama en
nosotros; ansí en esto lo es. Porque su amor, digo
el que los suyos le tienen, nos provee á todos y nos
rodea de amigos que, olvidados por nosotros, nos
buscan: y no conocidos, nos conocen; y ofendidos,
nos desean y nos procuran el bien, porque su deseo es
satisfacer en todo á su Amado, que es el Padre de
todos. Al cual aman con tan subido querer, cual es
justo que lo sea el que hace Dios con sus manos, y por
cuyo medio nos pretende hacer dioses, y en quien con-
siste el cumplimiento de todas sus leyes, y la victoria
de todas las dificultades, y la fuerza contra todo lo
adverso, y la dulzura en lo amargo, y la paz y la con-
40G FRAY LUIS DE LEÓN
cordia, y el ayuntamiento y abrazo general y verdadero
con que el mundo se enlaza.
Mas ¿para qué son razones en lo que se ve por ejem-
plos? Oigamos lo que algunos de estos enamorados de
Cristo dicen, que en sus palabras veremos su amor, y
por las llamas que despiden sus lenguas conoceremos
el infinito fuego que les ardía en los pechos. San Pa-
blo, ¿qué dice? ]: «¿Quién nos apartará del amor de
G-isto? ¿La tribulación, por ventura, ó la angustia, ó el
hambre, ó la desnudez, ó el peligro, ó la persecución,
ó la espada?» Y luego: «Cierto soy que, ni la muerte
ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni los po-
deríos, ni lo presente ni lo porvenir, ni lo alto ni lo
profundo, ni, finalmente, criatura ninguna nos podrá
apartar del amor de Dios en Nuestro Señor Jesu-
cristo». ¡Qué ardor! ¡Qué llama! ¡Qué fuego!
Pues el del glorioso Ignacio ¿cuál era? «Yo escribo,
dice 2, á todos los fieles, y les certifico que muero por
Dios con voluntad y alegría. Por lo cual os ruego que
no me seáis estorbo vosotros. Ruégoos mucho que no
me seáis malos amigos. Dejadme que sea manjar de las
fieras, por cuyo medio conseguiré á Jesucristo. Trigo
suyo soy, y tengo de ser molido con los dientes de los
leones, para quedar hecho pan limpio de Dios. No pon-
gáis estorbo á las fieras, antes las convidad con regalo,
para que sean mi sepultura y no dejen fuera de sí
parte de mi cuerpo ninguna. Entonces seré discípulo
verdadero de Cristo, cuando ni mi cuerpo fuere visto
en el mundo. Rogad por mí al Señor, que por medio de
eslos instrumentos me haga su sacrificio. No os pongo
yo leyes como San Pedro ó San Pablo, que aquellos
eran apóstoles de Cristo, y yo soy una cosa pequeña;
aquellos eran libres como siervos de Cristo; yo hasta
agora solamente soy siervo. Mas, si como deseo, padez-
co, seré siervo libertado de Jesucristo, y resucitaré en
El del todo libre. Agora aprisionado por El, aprendo á
no desear cosa alguna vana y mundana. Desde Siria
1 Rom , viü, 35. 2 En la Epístola ad Romanos.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 407
hasta Roma voy echado á las bestias. Por mar y por
tierra, de noche y de día, voy atado á diez leopardos
que bien tratados se hacen peores. Mas sus excesos
son mi doctrina, y no por eso soy justo. Deseo las
fieras que me están aguardando, y ruego verme presto
con ellas; á las cuales regalaré y convidaré que me
traguen de presto, y que no hagan conmigo lo que
<3on otros, que no osaron tocarlos. Y si ellas no quisie-
ren de su voluntad, yo las forzaré que me coman.
Perdonadme, hijos, que yo sé bien lo que me conviene.
Agora comienzo á aprender á no apetecer nada de lo
que se ve ó no se ve, á fin de alcanzar al Señor. Fuego,
y cruz, y bestias fieras, heridas, divisiones, quebran-
tamientos de huesos, cortamientos de miembros, des-
atamiento de todo el cuerpo, y cuanto puede herir el
demonio venga sobre mí, como solamente gane yo á
Cristo. Nada me servirá toda la tierra, nada los reinos
de este siglo. Muy mejor me es á mí morir por Cristo,
que ser rey de todo el mundo. Al Señor deseo, al Hijo
verdadero de Dios, á Cristo Jesús, al que murió y resu-
citó por nosotros. Perdonadme, hermanos míos, no me
impidáis el caminar á la vida; que Jesús es la vida de
Jos fieles. No queráis que muera yo; que muerte es la
vida sin Cristo».
Mas veamos agora cómo arde San Gregorio el teólo-
go. «¡Oh luz del Padre! dice \ ¡oh palabra de aquel en-
tendimiento grandísimo, aventajado sobre toda pala-
bra! ¡Oh luz infinita de luz infinita! Unigénito, figura
del Padre, sello del que no tiene principio, resplandor
que juntamente resplandece con El, fin de los siglos,
clarísimo, resplandeciente, dador de riquezas inmen-
sas, asentado en trono alto, celestial, poderoso, de in-
finito valor, gobernador del mundo, y que das á todas
las cosas fuerza que vivan. Todo lo que es y lo que
será, tú lo haces. Sumo artífice, á cuyo cargo está todo.
Porque á ti ¡oh Cristo! se debe que el sol en el cielo
con sus resplandores quite á las estrellas su luz; ansí
1 En un himno de Cristo. *
408 FRAY LUIS DE LEÓN
como en comparación de tu luz son tinieblas los más
claros espíritus. Obra tuya es que la luna, luz de la
noche, vive á veces y muere, y torna llena después, y
concluye su vuelta. Por ti el círculo que llamamos Zo-
diaco, y aquella danza, como si dijésemos, tan ordena-
da del cielo, pone sazón y debidas leyes al año, mez-
clando sus partes entre sí, y templándolas, como sin
sentir, con dulzura. Las estrellas, ansí las fijas como
las que andan y tornan, son pregoneros de tu saber
admirable. Luz tuya son todos aquellos entendimien-
tos del cielo, que celebran la Trinidad con sus cantos.
También el hombre es tu gloria, que colocaste en la
tierra como ángel tuyo pregonero y cantor. ¡Oh lumbre
clarísima, que por mí disimulas tu gran resplandor!
¡Oh inmortal, y mortal por mi causa! Engendrado dos
veces. Alteza libre de carne, y á la postre, para mi re-
medio, de carne vestida. A ti vivo, á ti hablo, soy víc-
tima tuya; por ti la lengua encadeno, y agora por ti la
desato; y pídote, Señor, que me des callar y hablar
como debo».
Mas oigamos algo de los regalos de nuestro enamo-
rado Agustino. «¿Quién me dará, dice *, Señor, que
repose yo en ti? ¿Quién me dará que vengas tú, Señor,
á mi pecho y que le embriagues, y que olvide mis ma-
les y que abrace á ti sólo, mi bien? ¿Quién eres, Señor,
para mí (dame licencia que hable), ó quién soy yo para
ti? ¿Que mandas que te ame, y si no lo hago te enojas
conmigo, y me amenazas con grandes miserias, como si
fuese pequeña el mismo no amarte? ¡Ay triste de mí!
Dime por tus piedades, Señor y Dios mío, ¿quién eres
para mí? Di á mi alma: Yo soy tu salud. Dílo, como lo
oiga. Ves delante de ti mis oídos del alma; tú los abre,
Señor, y díle á mi espíritu: Yo soy tu salud. Correré en
pos de esta voz y asiréte. No quieras, Señor, esconder-
me tu cara. Moriré, para no morir, si la viere. Estrecha
casa es mi alma para que á ella vengas, mas ensáncha-
la tú. Caediza es, mas tú la repara. Cosas tiene que
1 En las Confesiones*, hb. i, cap. v.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 409
ofenderán á tus ojos; sélo, y cenfiésolo. Mas ¿quién la
hará limpia, ó á quién vocearé sino á ti? Limpíame, Se-
ñor, de mis encubiertas; y perdona á tu siervo sus de-
masías » .
No tiene este cuento fin, porque se acabará primero
la vida que el referir todo lo que los amadores de Cristo
le dicen, para demostración de lo que le aman y quie-
ren. Baste por todos los que la Esposa dice, que sus-
tenta la persona de todos. Porque si el amor se mani-
fiesta con palabras, ó las suyas lo manifiestan, ó no lo
manifiestan ningunas. Comienza de esta manera ?: «Bé-
seme de besos de su boca; que mejores son tus amores
que el vino». Y prosigue diciendo: «Llévame en pos ti,
y correremos». Y añade: «Dime, oh amado del almaT
adonde sesteas y adonde apacientas al medio día». Y
repite después: «Ramillete de flores de mirra el mi
amado para mí, pondréle entre mis pechos».
Y después, siendo alabada de El, le responde: «¡Oh,
cómo eres hermoso, amado mío, y gentil, y florida nues-
tra cama, y de cedro los techos de nuestros retretes». Y
compáralo al manzano, y dice cuánto deseó estar asen-
tada á su sombra y comer de su fruta. Y desmáyase
luego de amor; y desmayándose dice que la socorran con
flores, porque desfallece; y pide que el amado la abra-
ce, y dice en la manera cómo quiere ser abrazada. Dice
que le buscó en su lecho de noche, y que, no le hallan-
do, levantada salió de su casa en su busca, y que rodeó
la ciudad acuitada y ansiosa, y que le halló y que no
le dejó hasta tornarle á su casa. Dice que en otra no-
che salió también á buscarle, que le llamó por las ca-
lles á voces, que no oyó su respuesta, que la maltra-
taron las rondas, que íes dijo á todos los que oyeron
sus voces 2 : ¡Conjuróos, oh hijas de Jerusalén, si sa-
bréis de mi amado, que le digáis que desfallezco de
amor! »
Y después de otras muchas cosas, le dice: «Ven,
amado mío, y salgamos al campo, hagamos vida en>
1 Cant., i, 1. 2 Ibidtm, v, á.
-CIO FRAY LUIS DE LEÓN
la aldea, madrugaremos por la mañana á las viñas;
veremos si da fruto la viña, si está en cierne la uva,
si florecen los granados, si las mandragoras esparcen
olor. Allí te daré mis amores: que todos los frutos,
ansí los de guarda como los de no guarda, los guardo
yo para ti». Y finalmente, abrasándose en vivo amor
toda, concluye y le dice 1 : «Quién te me dará á ti
como hermano mío mamante los pechos de mi ma-
dre? Hallaríate fuera, besaríate. y no me despreciaría
ninguno, no haría befa de mí; asiría de ti, meteríate
■en casa de mi madre, avezaríasme, y daríate yo del
adobado vino y del arrope de las granadas; tu izquierda
debajo de mi cabeza, y tu derecha me ceñiría en de-
rredor».
Pero excusadas son las palabras adonde vocean las
obras, que siempre fueron los testigos del amor verda-
deros. Porque ¿qué hombre jamás, no digo muchos
hombres, sino un hombre sólo, por más amigo suyo
que fuese, hizo las pruebas de amor que hacen y harán
innumerables gentes por Cristo en cuanto los siglos
duraren? Por amor de este amado, y por agradarle,
¿qué prueba no han hecho de sí infinitas personas? Han
dejado sus naturales, hanse despojado de sus hacien-
das, hanse desterrado de todos los hombres, hanse
desencarnado de todo lo que se parece y ve; de sí mis-
mos, de todo su querer y entender, hacen cada día re-
nunciación perfectísima. Y si es posible enajenarse un
hombre de sí, y dividirse de sí misma nuestra alma, y
«n la manera que el espíritu de Dios lo puede hacer,
y nuestro saber no lo entiende, se enajenan y se divi-
den amándole. Por El les ha sido la pobreza riqueza,
y paraíso el desierto, y los tormentos deleite, y las per-
secuciones descanso; y para que vivn en ellos su amor,
escogen el morir ellos á todas las coshs, y llegan á des-
figurarse de sí, hechos como un sujeto puro sin figura
ni forma, para que el amor de Cristo sea en ellos la
forma, la vida, el ser, el parecer, el obrar, y finalmente,
1 Cant., viii, 1.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBKO TERCERO 411
para que no se parezca en ellos más de su amado.
Que es sin duda el que sólo es amado por excelencia
entre todo.
¡Oh grandeza de amor! ¡Oh el deseo único de todos
los buenos! ¡Oh el fuego dulce por quien se abrasan las
almas! Por ti, Señor, las tiernas niñas abrazaron la
muerte, por ti la flaqueza femenil holló sobre el fuego.
Tus dulcísimos amores fueron los que poblaron los
yermos. Amándote á ti, oh dulcísimo bien, se enciende,
se apura, se esclarece, se levanta, se arroba, se anega
«el alma, el sentido, la carne.
Y paró Marcelo aquí, quedando como suspenso; y
poco después, bajando la vista al suelo y encogién-
dose todo:
— Gran osadía, dice, mía es querer alcanzar con pa-
labras lo que Dios hace en el alma que ama á su Hijo,
y la manera cómo es amado y cuánto es amado. Basta
para que se entienda este amor, saber que es don suyo
amarle; y basta para conocer que en el amarle consiste
nuestro bien todo, para conocer que el amor suyo, que
vive en nosotros, no es una grandeza sola, sino un
amontonamiento de bienes y de dulzuras y de gran-
dezas innumerables; y que es un sol vestido de res-
plandores, que por mil maneras hermosean el alma.
Y para ver que se nombra debidamente Cristo el
Amado, basta saber que le ama Dios únicamente. Quie-
ro decir, que no solamente le ama mucho más que á
otra cosa ninguna, sino que á ninguna ama sino por su
respeto; ó para decirlo como es, porque no ama sino á
Cristo en las cosas que ama. Porque su semejanza de
Cristo, en la cual por medio de la gracia que es ima-
gen de Cristo, se transforma nuestra alma, y el mismo
espíritu de Cristo, que en ella vive, y ansí la hace una
cosa con Cristo, es lo que satisface á Dios en nosotros.
Por donde sólo Cristo es el Amado, por cuanto todos
los amadas de Dios son Jesucristo, por la imagen suya
que tienen impresa en el alma; y porque Jesucristo es
la hermosura con que Dios hermosea, conforme á su
gusto, á todas las cosas, y la salud con que les da la
412 FRAY LUIS DE LEÓN
vida, y por eso se llama Jesús, que es el nombre de
que diremos agora.
Y calló Marcelo, y habiendo tomado algún reposo,
tornó á hablar de esta manera, puestos en Sabino
los ojos.
CAPÍTULO III
Qué significa, y cómo le conviene sólo á Cristo el nombre de Je-
sús, y de cómo es su nombre propio en cuanto hombre.
El nombre de Jesús, Sabino, es el propio nombre
de Cristo; porque los demás que se han dicho hasta
agora, y otros muchos que se pueden decir, son nom-
bres comunes suyos, que se dicen de El por alguna
semejanza que tiene con otras cosas, de las cuales
también se dicen los mismos nombres. Los cuales y
los propios difieren, lo uno, en que los propios, como
la palabra lo dice, son particulares de uno, y los co-
munes competen á muchos; y lo otro, ó que los pro-
pios, si están puestos con arte y con saber, hacen sig-
nificación de todo lo que haya en su dueño, y son
como imagen tuya, como al principio dijimos; mas
los comunes dicen algo de lo que hay, pero no todo.
Ansí que, pues Jesús es nombre propio de Cristo, y
nombre que se le puso Dios por la boca del ángel, por
la misma razón no es como los demás nombres que le
significan por partes; sino como ninguno de los demás,
que dice todo lo de El, y que es como una figura suya
que nos pone en los ojos su naturaleza y sus obras;
que es todo lo que hay y se puede considerar en las
cosas.
Mas conviene advertir que Cristo, ansí como tie-
ne dos naturalezas, ansí también tiene dos nombres
propios: uno según la naturaleza divina en que nace
del Padre eternamente, que solemos en nuestra lengua
llamar Verbo ó palabra; otro según la humana natura-
leza, que es el que pronunciamos Jesús. Los cuales
ambos son, cada uno conforme á su cualidad, retratos
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 413
de Cristo perfectos y enteros. Retratos, digo, enteros,
que cada uno en su parte dice todo lo que hay en ella
cuanto á un nombre es posible. Y digamos de ambos y
de cada uno por sí.
Y presupongamos primero que en estos dos nombres
unos son los originales y otros son los traslados. Los
originales son aquellos mismos que reveló Dios á los
Profetas, que los escribieron en la lengua que ellos
sabían, que era sira ó hebrea. Y ansí en el primer
nombre que decimos palabra, el original es Dabar; y
en el segundo nombre, Jesús, el original es Jehosuah;
pero los traslados son estos mismos nombres, en la ma-
nera cómo en otras lenguas se pronuncian y escriben.
Y porque sea más cierta la doctrina, diremos de los
originales nombres. De los cuales, en el primero, Da-
bar, digo que es propio nombre de Cristo según la na-
turaleza divina, no solamente porque es ansí de Cristo,
que no conviene ni al Padre ni al Espíritu-Santo; sino
también porque todo lo que por otros nombres se dice
de El, lo significa sólo éste. Porque Dabar no dice
una cosa sola, sino una muchedumbre de cosas; y dice-
las como quiera y por do quiera que le miremos, ó
junto á todo él, ó á sus partes cada una por sí, á sus
sílabas y á sus letras. Que lo primero, la primera letra,
que es D tiene fuerza de artículo, como el en nuestro
español; y el oficio del artículo es reducir á ser lo co-
mún, y como demostrar y señalar lo confuso, y ser guía
del nombre, y darle su cualidad y su linaje, y levantar-
le de quilates y añadirle excelencia. Que todas ellas
son obras de Cristo, según que es la palabra de Dios;
porque El puso ser á las cosas todas, y nos las sacó á
luz y á los ojos, y les dio su razón y su linaje; porque
El en sí es la razón, y la proporción, y la compostura y
la consonancia de todas, y las guía El mismo, y las re-
para si se empeoran, y las levanta, y las sube siempre
y por sus pasos á grandísimos bienes.
Y la segunda letra, que es JB, como San Jerónimo
enseña, tiene significación de edificio; que es también
propiedad de Cristo, ansí por ser el edificio original y
414 FRAY LUIS DE LEÓN
como la traza de todas las cosas (las que Dios tiene edi-
ficadas y las que puede edificar, que son infinitas), como-
porque fué el obrero de ellas. Por donde también es-
llamado Tabernáculo en la sagrada Escritura, como
Gregorio Niseno dice: «Tabernáculo es el Hijo de Dios
unigénito, porque contiene en sí todas las cosas; el
cual también fabricó tabernáculo de nosotros».
Porque, como decíamos, todas las cosas moraron en
El eternamente antes que fuesen; y cuando fueron, El
las sacó á luz y las compuso para morar El en ellas.
Por manera que, ansí como El es casa, ansí ordenó
que también fuese casa lo que nacía de El, y que de
un tabernáculo naciese otro tabernáculo, y de un edi-
ficio otro, y que lo fuese uno para el otro, y á veces.
El es tabernáculo porque nosotros vivimos en El; nos-
otros lo somos porque El mora en nosotros. «Y la rue-
da está en medio de la rueda, y los animales en las
ruedas, y las ruedas en los animales», como Ezequiel
escribía l. Y están en Cristo ambas las ruedas, porque
en El está la divinidad del Verbo y la humanidad de su
carne, que contiene en sí la universidad de todas las
criaturas ayuntadas y hechas una, en la forma que
otras veces he dicho.
La tercera letra de Dabar es la R} que, conforme
al mismo doctor San Jerónimo, tiene significación de
cabeza ó principio, y Cristo es principio por propiedad.
Y El mismo se llama principio en el Evangelio, porque
en El se dio principio á todas las cosas; porque, como
muchas veces decimos, es el original de ellas, que no
solamente demuestra su razón y figura su ser, sino que
les da el ser y la substancia haciéndolas. Y es principio
también, porque en todos los linajes de preeminencias
y de bienes tiene El la preeminencia y el lugar más
aventajado, ó por decir la verdad, en todos los bienes
es El la cabeza de aquel bien, y como la fuente de don-
de mana y se deriva y se comunica á los demás que lo
tienen. Como escribe San Pablo 2, «que es el principio y
1 Ezech., i, 16. 2 Colos., i, 18.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO ll£
que en todo tiene las primerias >. Porque en el orden
del ser, El es el principio de quien les viene el ser á los
otros; y en el orden del buen ser, El mismo es la ca-
beza que todo lo gobierna y reforma. Pues en el vivir
es el manantial de la vida; en el resucitar, el primero
que resucita su carne, y el que es virtud para que las
demás resuciten; en la gloria, el padre y el océano de
ella; en los reyes, el Rey de todos, y en los sacerdotes,
el Sacerdote sumo que jamás desfallece; entre los fie-
les, su Pastor; en los ángeles, su Príncipe; en los re-
beldes ó ángeles ó hombres, su Señor poderoso; y
finalmente, El es el principio por donde quiera que le
miremos.
Y aun también la R significa (según el mismo doc-
tor) el espíritu. Que aunque es nombre que conviene
á todas las tres Personas, y que se apropia al Espíritu
Santo, por señalar la manera como se espira y proce-
de; pero dícese Cristo espíritu, demás de lo común,
por cierta particularidad y razón: lo uno, porque el
ser esposo del alma es cosa que se atribuye al Verbo,
y el alma es espíritu, y ansí conviene que El lo sea y
se lo llame, para que sea alma del alma y espíritu del
espíritu; lo otro, porque en el ayuntamiento que con
ella tiene, guarda bien las leyes y la condición del es-
píritu; que se va y se viene, y se entra y se sale, sin
que sepáis cómo ni por dónde; como San Bernardo,
hablando de sí mismo, lo dice con maravilloso regalo.
Y quiero referir sus palabras, para que gustéis su
dulzura.
«Confieso, dice l, que el Verbo ha venido á mí mu-
chas veces, aunque no es cordura el decirlo. Mascón
haber entrado veces en mí, nunca sentí cuándo entra-
ba. Sentíle estar en mi alma, acuerdóme que le tuve
conmigo, y alguna vez pude sospechar que entraría,
mas nunca le sentí ni entrar ni salir. Porque, ni aun
agora puedo alcanzar de dónde vino, cuándo me vino;
ni adonde se fué cuando me dejó, ni por dónde entró
1 Homil. lxxiv in Cántica.
416 FRAY LUIS DE LEÓN
<3 salió de mi alma, conforme á aquello que dice ,: «No
.«abréis de dónde viene ni adonde se va». Y no es cosa
nueva, porque El es á quien dicen a: «Y la huella de
tus pisadas no será conocida». Verdaderamente El no
entró por los ojos, porque no es sujeto á color; ni tam-
poco por los oídos, porque no hizo sonido; ni menos
por las narices, porque no se mezcló con el aire; ni
por la boca, porque ni se bebe ni se come; ni con el
tacto le sentí, porque no es tal que se toca. ¿Por dón-
de, pues, entró? 0 por ventura no entró, porque no
vino de fuera, que no es cosa alguna de las que están
por defuera. Mas ni tampoco vino de dentro de mí,
porque es bueno; y yo sé que en mí, no hay cosa que
buena sea. Subí, pues, sobre mí, y hallé que este Ver-
bo aún estaba más alto. Descendí debajo de mí, inqui-
sidor curioso, y también hallé que aún estaba más
abajo. Si miré á lo de fuera, vile aún más fuera que
todo ello. Si me volví para dentro, hállele dentro
también. Y conocí ser verdad lo que había leído 3.
«Que vivimos en El, y nos movemos en El, y somos en
El». Y dichoso aquel que á El vive y se mueve».
«Mas preguntará alguno: Si es tan imposible alcan-
zarle y entenderle sus pasos, ¿de dónde sé yo que
estuvo presente en mi alma? Porque es eficaz y vivo
este Verbo; y ansí luego que entró, despertó mi alma
que se dormía. Movió y ablandó y llagó mi corazón,
que estaba duro y de piedra y mal sano. Comenzó lue-
go á arrancar y á deshacer, y á edificar y á plantar, á
regar lo seco y á resplandecer en lo oscuro, á traer lo
torcido á derecho, y á convertir las asperezas en cami-
nos muy llanos, de suerte que bendicen al Señor mi
alma, y todas mis entrañas á su santísimo Nombre. Ansí
que, entrando el Verbo esposo algunas veces á mí,
nunca me dio á conocer que entraba con ningunas se-
ñas, no con voz, no con figura, no con sus pasos.»
«Finalmente, no me fué notorio por ningunos movi-
mientos suyos, ni por ningunos sentidos míos el habér-
1 Joan, ni, 7 8. 2 Psalm. lxivi, 19. 3 Actor., x«h,28.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 417
seme lanzado en lo secreto del pecho. Solamente,
como he dicho, de lo que el corazón me bullía entendí
su presencia. De que huían los vicios, y los afectos
carnales se detenían, conocí la fuerza de su poder. De
que traía á luz mis secretos, y los discutía y redar-
güía, me admiré de la alteza de su sabiduría. De la
enmienda de mis costumbres, cualquiera que ella se
sea, experimenté la bondad de su mansedumbre. De la
renovación y reformación del espíritu de mi alma, esto
es, del hombre interior, percibí como pude la hermo-
sura de su belleza. Y de la vista de todo esto junta-
mente, quedé asombrado de la muchedumbre de sus
grandezas sin cuento. Mas porque todas estas cosas,
luego que el Verbo se aparta, como cuando quitan el
fuego á la olla que hierve, comienzan con una cierta
flaqueza á caerse torpes y frías, y por aquí, como por
señal, conocía yo su partida, fuerza es que mi alma
quede triste, y lo esté hasta que otra vez vuelva y
torne, como solía, á calentarse mi corazón en mí mis-
mo, y conozca yo ansí su tornada». Esto es de Ber-
nardo.
Por manera que el nombre Dabar en cada una de
sus letras significa alguna propiedad de las que Cristo
tiene; y si juntamos las letras en sílabas, con las sílabas
lo significa mejor; porque las que tiene son dos, da y
bar, que juntamente quieren decir el Hijo, ó este
es el hijo que, como Juliano agora decía, es lo propio
de Cristo, y á lo que el Padre aludió cuando, desde la
nube y en el monte de la gloria, de Cristo dijo á los
tres escogidos discípulos: «Este es mi Hijo»; que fué
como decir: Es Dabar, es El que nació eterna é in-
visiblemente de mí. nacido agora rodeado de carne y
visible.
Y como hay muchos nombres que significan el hijo
en la lengua de esta palabra, á ella con misterio le
cupo este sólo, que es bar, que tiene origen de otra
palabra que significa el sacar á luz y el criar; porque
se entienda que el hijo que dice y que significa este
nombre, es hijo que saca á luz y que cría; ó si lo po-
27
418 FRAY LUIS DE LEÓN
demos decir ansív es hijo que ahija á los hijos, y que
tiene la filiación en sí de todos. Y aun si leemos al re-
vés este nombre, nos dirá también alguna maravilla de
Cristo. Porque bar, vuelto y leído al contrario es rab;
y rab es muchedumbre y ayuntamiento, ó amontona-
miento de muchas cosas excelentes en una, que es
puntualmente lo que vemos en Cristo, según que es
Dios y según que es Hombre. Porque en su divinidad
están las ideas y las razones de todo, y en su humani-
dad las de todos los hombres, como ayer en sus luga-
res se dijo.
Mas vengamos á todo el nombre junto por sí, y vea-
mos lo que significa, ya que hemos dicho lo que nos
dicen sus partes; que no son menos maravillosas las
significaciones de todo él, que las de sus letras y síla-
bas; porque Dabar en la sagrada Escritura dice mu-
chas y diferentes grandezas. Que lo primero. Dabar sig-
nifica el Verbo que concibe el entedimiento en sí mis-
mo, que es como imagen entera é igual de la cosa que
entiende. Y Cristo en esta manera es Dabar, porque es
la imagen que de sí concibe y produce, cuando se en-
tiende, su Padre. Y Dabar significa también la palabra
que se forma en la boca, que es imagen de lo que el
ánimo esconde.
Y Cristo también es Dabar ansí, porque no sola-
mente es imagen del Padre escondida en el Padre, y
para solos sus ojos, sino es imagen suya para todos, é
imagen que nos le representa á nosotros, é imagen que
le saca á luz y que le imprime en todas las cosas que
cría. Por donde San Pablo ' convenientemente le lla-
ma «sello del Padre»; ansí porque el Padre se sella en
El y se dibuja del todo, como porque imprime El como
sello en todo lo que cría, y repara la imagen de El que
en sí tiene. Y Dabar también significa la ley y la ra-
zón, y lo que pide la costumbre y el estilo, y finalmen-
te el deber en lo que se bace: que son todas cualida-
1 Hebre , i, 3.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 41j)
des de Cristo, que es según la divinidad la razón de las
criaturas, y el orden de su compostura y su fábrica, y
la ley por quien deben ser medidas, ansí en las cosas
naturales como en las que exceden lo natural, y es el
estilo de la vida y de las obras de Dios, y el deber á
que tienen de mirar todas las cosas que no quieren
perderse; porque lo que todas hacer deben, es el alle-
garse á Cristo y el figurarse de El y el ajustarse siem-
pre con El.
Y Dabar también significa el hecho señalado que
de otro procede, y Cristo es la más alta cosa que pro-
cede de Dios, y en lo que el Padre enteramente puso
sus fuerzas, y en quien se traspasó y comunicó cabal-
mente. Y, si lo debemos decir ansí, es la grandísima
hazaña y la única hazaña del Padre, preñada de todas
las demás grandezas que el Padre hace, porque todas
las hace por El. Y ansí es luz nacida de luz, y fuente
de todas las luces, y sabiduría de sabiduría nacida, y
manantial de todo el saber, y poderío, y grandeza y ex-
celencia, y vida é inmortalidad, y bienes sin medida ni
cuenta, y abismo de noblezas inmensas, nacidas de
iguales noblezas, v engendradoras de todo lo poderoso
y grande y noble que hay. Y Dabar dice todo esto que
he dicho, porque significa todo lo grande y excelente
y digno de maravilla que de otro procede. Y significa
también (y con esto concluyo) cualquiera cosa de ser,
y por la misma razón el ser mismo y la realidad de las
cosas: y ansí Cristo debidamente es llamado por nom-
bre propio Dabar, porque es la cosa que más es de
todas las cosas, y el ser primero y original de donde
les mana á las criaturas su ser. su substancia, su vida,
su obra.
Y esto cuanto á Dabar. Que justo es que digamos
ya de Jesús, que, como decimos, también es nombre
de Cristo propio, y que le conviene según la parte que
es Hombre. Porque, ansí como Dabar es nombre pro-
pio suyo según que nace de Dios, por razón de que
este nombre solo con sus muchas significaciones dice
de Cristo lo que otros muchos nombres juntos no
420 FRAY LUIS DE LEÓN
dicen; ansí Jesús es su propio nombre según la natu-
raleza humana que tiene, porque con una significación
y figura que tiene sola, dice la manera del ser de Cris-
to Hombre, y toda su obra y oficio, y le representa y
significa más que otro ninguno. A lo cual mirará todo
lo que desde agora dijere.
Y no diré del número de las letras que tiene este
nombre, ni de la propiedad de cada uno de ellas por
sí, ni de la significación singular de cada una, ni de
lo que vale en razón de aritmética, ni del número que
resulta de todas, ni del poder ni de la fuerza que tie-
ne este número, que son cosas que las consideran al-
gunos y sacan misterios de ellas, que yo no condeno;
mas dejólas porque muchos las dicen, y porque son
cosas menudas y que se pintan mejor que se dicen.
Sola una cosa de estas diré, y es: que el original de
este nombre Jesús, que es Jehosnah, como arriba
dijimos, tiene todas las letras de que se compone el
nombre de Dios, que llaman de cuatro letras, y demás
de ellas tiene otras dos.
Pues como sabéis, el nombre de Dios (de cuatro
letras que se encierran en este nombre) es nombre
que no se pronuncia, ó porque son vocales todas, ó
porque no se sabe la manera de su sonido, ó por la
religión y respeto que debemos á Dios, ó porque,
como yo algunas veces sospecho, aquel nombre y
aquellas letras hacen la señal con que el mudo, que
hablar no puede, ó cualquiera que no osa hablar, sig-
nifica su afecto y mudez con un sonido rudo y des-
atado y que no hace figura, que llamamos interjección
en latín, que es una voz tosca, y como si dijésemos,
sin rostro y sin facciones ni miembros. Que quiso Dios
dar por su nombre á los hombres la señal y el sonido
de nuestra mudez, para que entendiésemos que no
cabe Dios ni en el entendimiento ni en la lengua; y
que el verdadero nombrarle, es confesarse la criatura
por muda todas las veces que le quisiere nombrar; y
que el embarazo de nuestra lengua y el silencio nues-
tro, cuando nos levantamos á El, es su nombre y loor,
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 421
como David lo decía *, Ansí que, es el nombre inefa-
ble y que no se pronuncia este nombre.
Mas, aunque no se pronuncia en sí, ya veis que en
el nombre de Jesús, por razón de dos letras que se le
añaden, tiene pronunciación clara y sonido formado y
significación entendida; para que acontezca en el nom-
bre lo mismo que pasó en Cristo, y para que sea,
como dicho tengo, retrato el nombre del ser. Porque,
por la misma manera, en la persona de Cristo se junta
la divinidad con el alma y con la carne del hombre; y
la palabra divina, que no se leía, junta con estas dos
letras se lee, y sale á luz lo escondido, hecho conver-
sable y visible; y es Cristo un Jesús, esto es, un ayun-
tamiento de lo divino y humano, de lo que no se pro-
nuncia y de lo que pronunciarse puede, y es causa
que se pronuncie lo que se junta con ello. Mas en
esto no pasemos de aquí, sino digamos ya de la signi-
ficación del nombre de Jesús, cómo le conviene á
Cristo, y cómo es sólo de Cristo, y cómo abraza todo
lo que de El se dice, y las muchas maneras como esta
significación le conviene.
Jesús, pues, significa salvación ó salud; que el ángel
ansí lo dijo 2. Pues si se llama salud Cristo, cierto será
que lo es; y si lo es, que lo es para nosotros; porque
para sí no tiene necesidad de salud el que en sí no
padece falta, ni tiene miedo de padecerla. Y si para
nosotros Cristo es Jesús y salud, bien se entiende que
tenemos enfermedad nosotros para cuyo remedio se
ordena la salud de Jesús. Veamos, pues, la cualidad
de nuestro estado miserable, y el número de nuestras,
flaquezas, y los daños y males nuestros; que de ellos
conoceremos la grandeza de esta salud y su condición,
y la razón que tiene Cristo para que el nombre Jesús,
entre tantos nombres suyos, sea su propio nombre.
El hombre de su natural es movedizo y liviano y
sin constancia en un ser; y por lo que heredo de sus
padres, es enfermo en todas las partes de que se com-
1 Psalm. cixxvii, 4. 2 L-uc , t, 31.
422 FRAY LUIS ÜE LEÓN
pone su alma y su cuerpo. Porque en el entendimiento
tiene oscuridad, y en la voluntad flaqueza, y en el
apetito perversa inclinación, y en la memoria olvido,
y en los sentidos, en unos engaño y en otros fuego, y
en el cuerpo muerte, y desorden entre todas estas
cosas que he dicho, y disensiones y guerra, que le
hacen ocasionado á cualquier género de enfermedad
y de mal. Y lo que peor es, heredó la culpa de sus pa-
dres, que es enfermedad en muchas maneras, por la
fealdad suya que pone, y por la luz y la fuerza de la
gracia que quita, y porque nos enemista con Dios, que
es fiero enemigo, y porque nos sujeta al demonio y
nos obliga á penas sin fin. A esta culpa común añade
cada uno las suyas; y para ser del todo miserables,
como malos enfermos, ayudamos el mal, y nos llama-
mos la muerte con los excesos que hacemos. Por ma-
nera que nuestro estado, de nuestro nacimiento, y por
la mala elección de nuestro albedrío, y por las leyes
que Dios contra el pecado puso, y por las muchas co-
sas que nos convidan siempre á pecar, y por la tiranía
eruel y el cetro durísimo que el demonio sobre los
pecadores tiene, es infelicísimo y miserable estado
sobre toda manera, por dondequiera que le miremos. Y
nuestra enfermedad no es una enfermedad, sino una
suma sinnúmero de todo lo que es doloroso y enfermo.
El remedio de todos estos males es Cristo, que nos
libra de ellos en las formas que ayer y hoy se ha dicho
en diferentes lugares; y porque es el remedio de todo
ello, por eso es y se llama Jesús, esto es, salvación y
salud. V es grandísima salud, porque la enfermedad es
grandísima; y nómbrase propiamente de ella, porque
como la enfermedad es de tantos senos y enramada
con tantos ramos, todos los demás oficios de Cristo y
los nombres que por ellos tiene son como partes que
se ordenan á esta salud; y el nombre de Jesús es el
todo, según que todo lo que significan los otros nom-
bres, ó es parte de esta salud que es Cristo y que Cris-
to hace en nosotros, ó se ordena á ella, ó se sigue de
ella por razón necesaria.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 123
Que si es llamado pimpollo Cristo, y si es como de-
cíamos, el parto común de las cosas, ellas sin duda le
parieron para que fuese su Jesús y salud. Y ansí Isaías,
cuando les pide que lo paran y que lo saquen á luz, y
les dice *: «Rociad, cielos, desde lo alto, y vosotras,
nubes, lloved al justo»; luego dice el fin para que le
han de parir; porque añade: «Y tú, tierra, fructificarás
la salud >. Y si es «faces de Dios», eslo porque es nues-
tra salud, la cual eonsiste en que nos asemejemos á
Dios y le veamos, como Cristo lo dice2. «Esta es la
vida eterna, conocerte á ti y á tu Hijo». Y también si
le llamamos camino y si le nombramos monte, es ca-
mino porque es guía, y es monte porque es defensa;
y cierto es que no nos fuera Jesús, si no nos fuera
guía y defensa; porque la salud, ni se viene á ella sin
guía ni se conserva sin defensa.
Y de la misma manera es llamado Padre del siglo
futuro, porque la salud que el hombre pretende no se
puede alcanzar si no es engendrado otra vez. Y ansí,
Cristo no fuera nuestro Jesús si primero no fuera
nuestro engendrador y nuestro padre. También es bra-
zo y rey de Dios y príncipe de paz: brazo para nuestra
libertad, rey y principe para nuestro gobierno; y lo
uno y lo otro, como se ve. tienen orden á la salud; lo
uno que se le presupone, y lo otro que la sustenta. Y
ansí, porque Cristo es Jesús, por el mismo caso es
brazo y es rey. Y lo mismo pedemos decir del nombre
■de Esposo; poique no es perfecta la salud sola y des-
nuda, si no la acompaña el gusto y deleite. Y esta es
la causa por qué Cristo, que es perfecto Jesús nues-
tro, es también nuestro esposo, conviene á saber, es el
deleite del alma y su compañía dulce, y será también
.su marido, que engendrará de ella y en ella genera-
ción casta y noble y eterna; que es cosa que nace de
la salud entera y que de ella se sigue. De suerte que
diciendo que sé llama Cristo Jesús, decimos que es
esposo y rey. y príncipe de paz, y brazo, y monte, y
1 Isaí.,xLv,S. 2 Joan., xvu, 3,
424 FRAY LUIS DE LEÓN
padre, y camino y pimpollo; y es llamarle, como tam-
bién la Escritura le llama, pastor y oveja, hostia y
sacerdote, león y cordero; vid, puerta, médico, luzr
verdad y sol de justicia, y otros nombres ansí.
Porque si es verdaderamente Jesús nuestro, como
lo es, tiene todos estos oficios y títulos; y si le faltaran
no fuera Jesús entero ni salud cabal, ansí como nos es
necesaria. Porque nuestra salud, presupuesta la con-
dición de nuestro ingenio, y la calidad y muchedum-
bre de nuestras enfermedades y daños, y la corrupción
que había en nuestro cuerpo, y el poder que por ella
tenía en nuestra alma el demonio, y las penas á que
la condenaban sus culpas, y el enojo y la enemistad
contra nosotros de Dios, no podía hacerse ni venir á
colmo si Cristo no fuera pastor que nos apacentara y
guiara, y oveja que nos alimentara y vistiera, y hostia
que se ofreciera por nuestras culpas, y sacerdote que
interviniera por nosotros y nos desenojara á su Padre,.
y león que despedazara al león enemigo, y cordero
que llevara sobre sí los pecados del mundo, y vid que
nos comunicara su jugo, y puerta que nos metiera en
el cielo, y médico que curara mil llagas, y verdad que
nos sacara de error, y luz que nos alumbrara los pies
en la noche de esta vida oscurísima, y finalmente sol
de justicia que en nuestras almas, ya libres por El, na-
ciendo'en el centro de ellas, derramara por todas las
partes de ellas sus lucidos rayos para hacerlas claras
y hermosas. Y ansí el nombre de Jesús está en todos
los nombres que Cristo tiene, porque todo lo que en
ellos hay se endereza y encamina á que Cristo sea per-
fectamente Jesús, como escribe bien San Bernardo-
diciendo *:
Dice Isaías: «Será llamado admirable, consejero,
Dios, fuerte, padre del siglo futuro, príncipe de paz.
Ciertamente grandes nombres son éstos, mas ¿qué se
ha hecho del nombre que es sobre todo nombre, el
nombre de Jesús, á quien se doblan todas las rodillas?
1 In Circumcis. Dom.t Serna, u, núm. 4 y 5.
DE LOS NOMBKES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 425
Sin duda hallarás este nombre en todos estos nombres
que he dicho, pero derramado por cierta manera, por-
que de él es lo que la Esposa amorosa dice: «Ungüento
derramado tu nombre», porque de todos estos nom-
bres resulta un nombre, Jesús, de manera que no lo
fuera ni se lo llamara si alguno de ellos le faltara por
caso. ¿Por ventura cada uno de nosotros no ve en sí,
y en la mudanza de sus voluntades, que se llama
Cristo admirable? Pues eso es ser Jesús. Porque el
principio de nuestra salud es, cuando comenzamos á
aborrecer lo que antes amábamos, dolemos de lo que
nos daba alegría, abrazarnos con lo que nos ponía
temor, seguir lo que huíamos, y desear con ansia lo
que desechábamos con enfado. Sin duda, admirable
es quien hace tan grandes maravillas.»
«Mas conviene que se muestre también consejero, en
el escoger de la penitencia y en el ordenar de la vida.
porque acaso no nos lleve el celo demasiado, ni le falte
prudencia al buen deseo. Pues también es menester
que experimentemos que es Dios, conviene á saber, en
el perdonar lo pasado; porque no hay sin este perdón
salud, ni puede nadie perdonar pecados sino es sólo
Dios. Mas ni aun basta para salvarnos, si no se nos
mostrare ser fuerte, defendiéndonos de quien nos gue-
rrea, para que no venzan los antiguos deseos, y sea
peor que lo primero lo postrero. ¿Pareceos que falta
algo para quien es por nombre y por oficio Jesús? Sin
duda faltara una cosa muy grande, sino se llamara y si
no fuera padre del siglo futuro, para que engendre y
resucite á la vida sin fin á los que somos engendrados
para la muerte por los padres de este presente siglo.
Ni aun esto bastara si, como príncipe de paz, no nos
pacificara á su Padre, á quien hará entrega del reino.»
De todo lo cual San Bernardo concluye, que los
nombres que Cristo tiene son todos necesarios para
que se llame enteramente Jesús; porque para ser lo
que este nombre dice, es menester que tenga Cristo y
y que haga lo que significan todos los otros nombres. Y
ansí, el nombre de Jesús es propio nombre suyo entre
426 FRAY LUIS DE LEÓN
todos. Y es suyo propio también porque, como el mis-
mo Bernardo dice, no le es nombre postizo, sino naci-
do nombre, y nombre que le trae embebido en el ser;
porque, como diremos en su lugar, su ser de Cristo es
Jesús, porque todo cuanto en Cristo hay es salvación
y salud. La cual, demás de lo dicho, quiso Cristo que
fuese su nombre propio para declararnos su amor.
Porque no escogió para nombrarse ningún otro títu-
lo suyo de los que no miran á nosotros, teniendo tan-
tas grandezas en sí, cuanto es justo que tenga en quien,
como San Pablo dice, reside de asiento y como cor-
poral mente toda la riqueza divina; sino escogió para
su nombre propio lo que dice los bienes que en nos-
otros hace y la salud que nos da, mostrando clarísima-
mente lo mucho que nos ama y estima, pues de nin-
guna de sus grandezas se precia ni hace nombre sino
de nuestra salud.
Oue es lo mismo que á Moisés dijo en el Éxodo.
cuando le preguntaba su nombre, para poder decir á
los hijos de Israel que Dios le enviaba; porque dice allí
ansí i : «De esta manera dirás á los hijos de Israel: El
Señor Dios de vuestros padres, Dios de Abraham y Dios
de Isaac y Dios de Jacob, me envía á vosotros; que
este es mi nombre para siempre, y mi apellido en la
generación de las generaciones». Dice que es su nom-
bre Dios de Abraham, por razón de lo que hasta agora
ha hecho y hará siempre por sus hijos de Abraham,
que son todos los que tienen su fe. Dios que nace de
Abraham, que gobierna á Abraham, que lo defiende,
que lo multiplica, que lo repara y redime y bendice,
esto es, Dios que es Jesús de Abraham.
Y dice que este nombre es el nombre propio suyo, y
el apellido que El más ama, y el título por donde
quiere ser conocido y de que usa y usará siempre, y
señaladamente en la generación de las generaciones,
esto es, en el renacer de los hombres nacidos y en el
salir á la luz de la justicia, los que habían ya salido á
1 Exod., ¡11, 15.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 127
esta visible luz llenos de miseria y de culpa, porque
en ellos propiamente, y en aquel nacimiento, y en lo
que le pertenece y se le sigue, se muestra Cristo á la
clara Jesús.
Y como en el monte (cuando Moisés subió á ver la
gloria de Dios, porque Dios le había prometido mos-
trársela, cuando le puso en el hueco de la peña, y lo
cubrió con la mano y le pasó por delante), cuanto mos-
tró á Moisés de sí lo encerró en estas palabras que le
dijo 1 : «Yo soy amoroso entrañablemente, compasivo,
ancho de narices, sufrido y de mucha espera, grande
en perdón, fiel y leal en la palabra, y que extiendo
mis bienes por mil generaciones de hombres». Como
diciendo que su ser es misericordia, y de lo que se
precia es piedad, y que sus grandezas y perfecciones
se resumen en hacer bien, y que todo cuanto es y
cuanto quiere ser es blandura y amor. Ansí cuando se
nos mostró visible á los ojos, no subiendo nosotros al
monte, sino descendiendo El á nuestra bajeza, todo lo
que de sí nos descubre es Jesús. Jesús es su ser, Jesús
son sus obras. Jesús es su nombre, esto es. piedad y
salud.
Más. Quiso Cristo tomar por nombre propio á la
salud, que es Jesús, porque salud no es un solo bien,
sino una universalidad de bienes inumerables. Porque
en la salud están las fuerzas, y la ligereza del movi-
miento, y el buen parecer, y el habla agradable, y el
discurso entero de la razón, y el buen ejercicio de to-
das las partes y de todas las obras del hombre. El bien
oir, el buen ver, y la buena dicha, y la industria, la sa-
lud la contiene en sí misma. Por manera que salud es
una preñez de todos los bienes. Y ansí, porque Cristo
es esta preñez verdaderamente, por eso este nombre es
el que más le conviene; porque Cristo, ansí como en la
divinidad es la idea y el tesoro y la fuente de todos
los bienes, conforme á lo que poco há se decía, ansí
según la humanidad tiene todos los reparos y todas
1 Exod., xxnv, 6.
428 FRAY LUIS DE LEÓN
las medicinas, y todas las saludes que son menester
para todos.
Y ansí, es bien y salud universal, no sólo porque á
todos hace bien, ni solamente porque tiene en sí la
salud que es menester para todos los males; sino tam-
bién porque en cada uno de los suyos hace todas las
saludes y bienes, y para cada uno le es Jesús de innu-
merables maneras. Porque, aunque entre los justos hay
grados, ansí en la gracia que Dios les da como en el
premio que les dará de la gloria; pero ninguno de ellos
hay que no tenga por Cristo, no sólo todos los reparos
que son necesarios para librarse del mal, sino también
todos los bienes que son menester para ser ricos per-
fectamente. Esto es, que no hay de ellos ninguno á
quien al fin Jesús no les dé salud perfecta en todas sus
potencias y partes, ansí en el alma y sus fuerzas, como
en el cuerpo y sus sentidos.
Por manera que en cada uno hace todas las saludes
que en todos, limpiando la culpa, dando libertad del
tirano, rescatando del infierno, vistiendo con la gracia,
comunicando su mismo espíritu, enviando sobre ellos
su amparo, y últimamente resucitando y glorificando
los sentidos y el cuerpo. Y lo uno y lo otro (las mu-
chas saludes que Cristo hace en cada uno de los su-
yos, y la copia universal que en sí tiene de salud
Jesús), dice David maravillosamente en el verso cuarto
del Salmo ciento nueve, que yo declaré ayer por una
manera, y vos, Juliano, poco ha lo declarasteis en otra:
y consintiéndolas la letra todas, admite también la ter-
cera; porque le podemos muy bien leer ansí *: «Tu
pueblo, noblezas en aquel día; tu ejército, noblezas, en
los resplandores santos; que más que el vientre y más
que la mañana hay en ti rocío de tu nacimiento».
. Porque dice que en el día que amanecerá (cuando
se acabare la noche de este siglo oscurísimo que es
verdaderamente día porque no camina á la noche, y
día porque resplandecerá en El la verdad, y ansí será
1 Psalm. cix, 4.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO '\2V
día de resplandores santísimos, porque el resplandor
de los justos, que agorase esconde en su pecho de
ellos, saldrá á luz entonces y se descubrirá en públi-
co, y les resplandecerá por los ojos y por la cara y por
todos los sentidos del cuerpo); pues en aquel día, que
es día, todo el pueblo de Cristo será noblezas. Que lla-
ma pueblo de Cristo á los justos solos, porque en la
Escritura ellos son los que se llaman pueblo de Dios,
dado que Cristo es universal Señor de todas las cosas.
Y á los mismos que llama pueblo, llama después
ejército ó escuadrón, ó puntualmente, como suena la
letra original, poderío de Cristo, según que en el espa-
ñol antiguo llamaban poderes al ayuntamiento de gen-
tes de guerra. Y llama á los justos ansí, no porque ellos
hacen á Cristo poderoso, como en la tierra los muchos
soldados hacen poderosos los reyes; sino porque son
prueba del grandísimo poder de Cristo, todos juntos y
cada uno por sí: del poder, digo, de su virtud, y de la
eficacia de su espíritu, y de la fuerza de sus manos no
vencidas, con que los sacó de la postrera miseria á la
felicidad de la vida.
Pues este pueblo y escuadrón de Cristo lucido, dice
que todo es noblezas; porque cada uno de ellos es, no
una nobleza, sino muchas noblezas; no una salud, sino
muchas saludes, por razón de las no numerables salu-
des que Cristo en ellos pone por su nobleza infinita,
cercándolos de salud y levantando por todas sus alme-
nas de ellos señal de victoria. Lo cual puede bien ha-
cer Jesucristo por lo que se sigue, y es: que tiene en
sí rocío de su nacimiento, más que vientre y más que
aurora. Porque rocío llama la eficacia de Cristo y la
fuerza del espíritu que da, que en las divinas Letras
suele tener nombre de agua; y llámale rocío de naci-
miento, porque hace con él que nazcan los suyos á
la buena vida y á la dichosa vida; y nómbrale su naci-
miento, porque lo hace El y porque naciendo ellos
en El, El también nace en ellos. Y dice: «Más que
vientre y más que aurora», para significar la eficacia,
y la copia de este rocío. La eficacia, como diciendo,
430 FRAY LUIS DE LEÓN
que con el rocío de Jesús, que en sí tiene, saca los
suyos á luz de vida bienaventurada, muy más presto
y muy más cierto que sale el sol al aurora, ó que nace
el parto maduro del vientre lleno. Y la copia, de esta
manera: que tiene Cristo en sí más rocío de Jesiís
para serlo, que cuanto llueve por las mañanas el cie-
lo, y cuanto envían las fuentes y sus manantiales, que
son como el vientre donde se conciben y de donde
salen las aguas. Y ansí son, como suena la palabra
original, la madre de ellas. Y en castellano la canal
por donde el río corre, decimos que es la madre
del río.
Pero vamos más adelante. La salud es un bien que
consiste en proporción y en armonía de cosas diferen-
tes, y es una como música concertada que hacen entre
sí los humores del cuerpo. Y lo mismo es el oficio que
Cristo hace, que es otra causa por qué se llama Jesús.
Porque no solamente según la divinidad es la armonía
y la proporción de todas las cosas, mas también según
la humanidad es la música y la buena corresponden-
cia de todas las partes del mundo.
Que dice ansí el Apóstol h «que pacifica con su san-
gre, ansí lo que está en el cielo como lo que reside en
la tierra». Y en otra parte dice también 2 que quitó
de por medio la división que había entre los hombres
y Dios", y en los hombres entre sí mismos, unos con
otros, los gentiles con los judíos, y que hizo de ambos
uno. Y por lo mismo es llamado «piedra (en el Sal-
mo) -\ puesta en la cabeza del ángulo». Porque es la
paz de todo lo diferente, y el nudo que ata en sí lo
visible con lo que no se ve, y lo que concierta en
nosotros la razón y el sentido; y es la melodía acor-
dada y dulce sobre toda manera, á cuyo santo sonido
todo lo turbado se aquieta y compone. Y ansí es Jesús
con verdad.
Demás de esto, llámase Cristo Jesús y salud, para
que por este su nombre entendamos cuál es su obra
1 Colos., i, 20. 2 Ephes., ii, 14. 3 Psalm cxvin, 22.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 431
propia y lo que hace señaladamente en nosotros; esto
es, para que entendamos en qué consiste nuestro bien
y nuestra santidad y justicia, y lo que hemos de pe-
dirle que nos dé. y esperar de El que nos lo dará. Por-
que, ansí como la salud en el enfermo no está en Ios-
refrigerantes que le aplican por defuera, ni en las
epítimas que en el corazón le ponen, ni en los rega-
los que para su salud ordenan los que le aman y cu-
ran, sino consiste en que dentro de él sus cualidades
y humores, que excedían el orden, se compongan y se
reduzcan á templanza debida; y hecho esto en lo se-
creto del cuerpo, luego lo que parece de fuera, sin
que se le aplique cosa alguna, se templa y cobra su
buen parecer y su color conveniente: ansí es salud
Cristo, porque el bien que en nosotros hace es como
esta salud. Bien, propiamente, no de sola apariencia ni
que toca solamente en la sobrehaz y en el cuero; sino
bien secreto y lanzado en las venas, y metido y em-
bebido en el alma; y bien, no que solamente pinta las
hojas, sino que propia y principalmente mundifica la
raíz y la fortifica. Por donde decía bien el Profeta *:
«Regocíjate, hija de Sión. y derrama loores, porque el
Santo de Israel está en medio de ti. » Esto es, no al-
derredor de ti, sino dentro de tus entrañas, en tus
tuétanos mismos, en el meollo de tu corazón, y verda-
deramente de tu alma en el centro.
Porque su obra propia de Cristo es ser salud y ■le-
sas, conviene á saber, componer entre sí y con Dios
las partes secretas del alma, concertar sus humores e
inclinaciones, apagar en ella el secreto y arraigado
fuego de sus pasiones y malos deseos; que el compo-
nedor de fuera el cuerpo y la cara, y el ejercicio ex-
terior de las ceremonias, el ayunar, el disciplinar, el
velar, con todo lo demás que á esto pertenece, aunque
son cosas santas si se ordenan á Dios, ansí por el buen
ejemplo que reciben de ellas los que las miran, como
porque disponen y encaminan el alma para que Cristo
1 lsaí.,iii,6.
432 FRAY LUIS DE LEÓN
ponga mejor en ella esta secreta salud y justicia que
digo; mas la santidad formal y pura, y la que propia-
mente Cristo hace en nosotros, no consiste en aquello.
Porque su obra es salud que consiste en el concier-
to de los humores de dentro, y esas cosas son postu-
ras y refrigerantes ó fomentaciones de fuera, que
tienen apariencia de aquella salud y se enderezan á
ella, mas no son ella misma como parece. Y, como
ayer largamente decíamos, todas esas son cosas que
otros muchos antes de Cristo, y sin El, las supieron
enseñar á los hombres y los indujeron á ellas, y les
tasaron lo que habían de comer, y les ordenaron la
dieta, y les mandaron que se lavasen y ungiesen, y les
compusieron los ojos, los semblantes, los pasos, los
movimientos; mas ninguno de ellos puso en nosotros
salud pura y verdadera, que sanase lo secreto del
hombre y lo compusiese y templase, sino sólo Cristo
que por esta causa es Jesús.
¡Qué bien dice acerca de esto el glorioso Macario!
«Lo propio, dice, de los cristianos no consiste en la
apariencia y en el traje y en las figuras de fuera, ansí
como piensan muchos, imaginándose que para diferen-
ciarse de los demás les bastan estas demostraciones y
señales que digo; y cuanto á lo secreto del alma y á
sus juicios, pasa en ellos lo que en los del mundo
acontece, que padecen todo lo que los demás hombres
padecen, las mismas turbaciones de pensamientos, la
misma inconstancia, las desconfianzas, las angustias,
los alborotos. Y diferéncianse del mundo en el pare-
cer, y en la figura del hábito, y en unas obras exterio-
res bien hechas; mas en el corazón y en el alma están
presos con las cadenas del suelo, y no gozan en lo se-
creto, ni de la quietud que da Dios ni de la paz celes-
tial del espíritu; porque ni ponen cuidado en pedírse-
la, ni confían que le placerá dársela. Y ciertamente la
nueva criatura, que es el cristiano perfecto y verda-
dero, en lo que se diferencia de los hombres del siglo
es en la renovación del espíritu, y en la paz de los
pensamientos y afectos, en el amar á Dios, y en el
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 433
deseo encendido de los bienes del cielo; que esto fué
lo que Cristo pidió para los que en El creyesen, que
recibiesen estos bienes espirituales. Porque la gloria
del cristiano, y su hermosura y su riqueza, la del cielo
es, que vence lo que se puede decir, y que no se al-
canza sino con trabajo y con sudor y con muchos
trances y pruebas, y principalmente con la gracia di-
vina.» Esto es de San Macario.
Que es también aviso nuestro, que por una parte
nos enseña á conocer en las doctrinas y caminos de
vivir que se ofrecen, si son caminos y enseñanzas de
Cristo; y por otra nos dice, y como pone delante de los
ojos, el blanco del ejercicio santo y aquello á que he-
mos de aspirar en él, sin reposar hasta que lo consiga-
mos. Que cuanto á lo primero, de las enseñanzas y
caminos de vida, hemos de tener por cosa certísima
que la que no mirare á este fin de salud, la que no tra-
tare de desarraigar del alma las pasiones malas que
tiene, la que no procurare criar en el secreto de ella
orden, templanza, justicia, por más que de fuera pa-
rezca santa, no es santa, y por más que se pregone
de Cristo, no es de Cristo; porque el nombre de Cristo
es Jesús y salud, y el oficio de ésta es sobresanar por
de fuera. La obra de Cristo propia, es renovación del
alma y justicia secreta; la de ésta son apariencias de
salud y justicia.
La definición de Cristo es ungir; quiero decir, que
Cristo es lo mismo que unción, y de la unción es un-
gir, y la unción y el ungir es cosa que penetra á los
huesos; y este otro negocio que digo es embarnizar, y
no ungir. De sólo Cristo es el deshacer las pasiones;
esto no las deshace, antes las sobredora con colores y
demostraciones de bien. ¿Qué digo no deshace? Antes
vela con atención sobre ellas, para en conociendo a
dó tiran, seguirlas y cebarlas, y encaminarlas á su
provecho. Ansí que, la doctrina ó enseñamiento que no
hiciere cuanto en sí es esta salud de los hombres, si
es cierto que Cristo se llama Jesús, porque la hace
siempre, cierto será que no es enseñamiento de Cristo.
28
434 FRAY LUIS DE LEÓN
Dijo Sabino aquí:
— También será cierto, Marcelo, que no hay en esta
edad en la Iglesia enseñamientos de la cualidad que-
decís.
— Por cierto lo tengo, Sabino, respondió Marcelo;,
mas halos habido y puédelos haber cada día, y por esta
causa es el aviso conveniente.
— Sin duda conveniente, dijo Juliano, y necesario;
porque si no lo fuera, no nos apercibiera Cristo en el
Evangelio, como nos apercibe, acerca de los falsos pro-
fetas 1 ; porque falsos profetas son los maestros de es-
tos caminos, ó por decir lo que es, esos mismos ense-
ñamientos vacíos de verdad son los profetas falsos,,
por de fuera como ovejas en las apariencias buenas
que tienen, y dentro robadores lobos por las pasiones
fieras que dejan en el alma como en su cueva.
— Y ya que no haya agora, tornó Marcelo á decirr
mal tan desvergonzado como ese, pero sin duda hay
algunas cosas que tiran á él y le parecen. Porque, de-
cidme, Sabino: ¿no habréis visto alguna vez, ú oído de-
cir, que para inducir al pueblo á limosna, algunos les
han ordenado que hagan alarde y se vistan de fiesta, y
con pífano y tambor, y disparando los arcabuces en
competencia los unos de los otros vayan á hacerla?
Pues esto ¿qué es sino seguir el humor vicioso del hom-
bre, y no desarraigarle la mala pasión de vanidad, sino
aprovecharse de ella y dejársela más asentada, dorán-
dosela con el bien de la limosna de fuera? ¿Qué es sino
atender agudamente á que los hombres son vanos, y
amigos de presunción, é inclinados á ser loados y apa-
recer más que los otros; y porque son ansí, no irles á
la mano en estos sus malos siniestros, ni procurar li-
bertarlos de ellos, ni apurarles las almas, reduciéndo-
las á la salud de Jesús, sino sacar provecho de ellos
para interés nuestro ó ajeno, y dejárselos más fijos y
firmes?
Que no porque mira á la limosna, que es buena, es
* —
1 Mattta , vii, 15.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 135
justo y bueno poner en obra, y traer á ejecución, y
arraigar más con el hecho la pasión y vanidad de la
estima misma que vivía en el hombre. Ni es tanto el
bien de la limosna que se hace, como es el daño que
se recibe en la vanidad de nuestro pecho, y en el fruto
que se pierde, y en la pasión que se pone por obra; y
por el mismo caso se afirma más, y queda, no sola-
mente más arraigada, sino, lo que es mucho peor,
aprobada y como santificada con el nombre de piedad,
y con la autoridad de los que inducen á ello, que á
trueque de hacer por de fuera limosneros los hombres,
los hacen más enfermos en el alma de dentro, y más
ajenos de la verdadera salud de Cristo; que es contrario
derechamente de lo que pretende Jesús, que es salud.
Y aunque pudiéramos señalar otros ejemplos, bás-
tenos por todos los semejantes el dicho; y vengamos á
lo segundo que dije, que Cristo, llamándose Jesús y
salud, nos demuestra á nosotros el único y verdadero
blanco de nuestra vida y deseo. Que es más claramente
decir que, pues el fin del cristiano es hacerse uno con
Cristo, esto es, tener á Cristo en sí, transformándose en
El; y pues Cristo es Jesús, que es salud, y pues la salud
no es el estar vendado, ó fomentado, ó refrescado por de
fuera el enfermo, sino el estar reducidos á templada
armonía los humores secretos, entienda el que camina
á su bien que no ha de parar antes que alcance esta
santa concordia del alma, porque hasta tenerla no
conviene que El se tenga por sano, esto es, por Jesús.
Que no ha de parar aunque haya aprovechado en el
ayuno, v sepa bien guardar el silencio, y nunca falte
á los cantos del coro, y aunque ciña el cilicio, y pise
sobre el hielo desnudos los pies, y mendigue lo que
come y lo que viste paupérrimo; si entre esto bullen
las pasiones en él, si vive el viejo hombre y enciende
sus fuegos, si se atufa en el alma la ira, si se hincha
la vanagloria, si se ufana el propio contento de sí. si
arde la mala codicia; finalmente, si hay respetos de
odios, de envidias, de pundonores, de emulación y
ambición. Que si esto hay en él, por mucho que le
436 FRAY LUIS DE LEÓN
parezca que ha hecho y que ha aprovechado en los
ejercicios que referí, téngase por dicho que aún no ha
llegado á la salud, que es Jesús.
Y sepa y entienda que ninguno, mientras que no
sanó de esta salud, entra en el cielo ni ve la clara vis-
ta de Dios, como dice San Pablo lm. «Amad la paz y la
santidad, sin la cual no puede ninguno ver á Dios». Por
tanto, despierte el que ansí es, y conciba ánimo fuerte,
y puestos los ojos en este blanco que digo, y esperan-
do en Jesús, alargue el paso á Jesús. Y pídale á la sa-
lud que le sea salud, y en cuanto no lo alcanzare, no
cese ni pare, sino, como dice de sí San Pablo 2: «Ol-
vidando lo pasado y extendiendo con el deseo las ma-
nos á lo porvenir, corra y vuele á la corona que le
está puesta delante».
Pues qué, ¿es malo el ayuno, el cilicio, la mortifi-
cación exterior? No es sino bueno; mas es bueno como
medicinas que ayudan, pero no como la misma salud;
bueno como emplastos, pero como emplastos que ellos
mismos son testigos que estamos enfermos; bueno
como medio y camino para alcanzar la justicia, pero
no como la misma justicia; bueno unas veces como
causas, y otras como señales de ánimo concertado ó
que ama el concierto; pero no como la misma santi-
dad y concierto del ánimo. Y como no es ella misma,
acontece algunas veces que se halla sin ella, y es en-
tonces hipocresía y embuste, á lo menos es inútil y
sin fruto sin ella.
Y como debemos condenar á los herejes que con-
denan contra toda la razón esta muestra de santidad
exterior, la cual ella en sí es hermosa y dispone el
alma para su verdadera hermosura, y es agradable á
Dios y merecedora del cielo cuando nace lahermosu-
ra de dentro; ansí, ni más ni menos, debemos avisar á
los fieles que no está en ella el paradero de su camino,
ni menos es su verdadero caudal, ni su justicia, ni su
salud la que de veras sana y ajusta su alma, y la que
1 Hebr., xii, 14. 2 Philip., ni, 13.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 437
es necesaria para la vida que siempre dura, y la que
finalmente es propia obra de Cristo Jesús. Que sería
negocio de lástima que caminando á Dios, por haber
parado antes de tiempo, ó por haber hecho hincapié on
lo que sólo era paso, se hallasen sin Dios á la postre;
y proponiéndose llegar á Jesús, por no entender qué
es Jesús, se hallasen miserablemente abrazados con
Solón ó con Pitágoras, ó cuando más, con Moisés; por-
que Jesús es salud, y la salud es la justicia secreta y
la compostura del alma que, luego que reina en ella,
echa de sí rayos que resplandecen de fuera, y serenan
y componen y hermosean todos los movimientos y
ejercicios del cuerpo.
Y como es mentira y error tener por malas o por
no dignas del premio de estas observancias de fuera,
ansí también es perjuicio y engaño pensar que son ellas
mismas la pura salud de nuestra alma, y la justicia
que formalmente nos hace amables en los ojos de
Dios, que esa propiamente es Jesús: esto es, la salud
que derechamente hace dentro de nosotros, y no sin
nosotros, Jesús. Que es lo que hemos dicho, y por
quien San Pablo, hablando de Cristo, dice *: que fue
determinado ser hijo de Dios en fortaleza, según el es-
píritu de la santificación en la resurrección de los
muertos de Jesucristo. Que es como si más extendida-
mente dijera, que el argumento cierto y la razón y se-
ñal propia por donde se conoce que Jesús es el verda-
dero Mesías, Hijo de Dios prometido en la ley, como
se conoce por su propia definición una cosa, es porque
es Jesús: esto es, por la obra de Jesús que hizo, que
era obra reservada por Dios y por su ley y profetas
para sólo el Mesías.
Y ésta ¿qué fué? Su poderío, dice, y fortaleza gran-
de. Mas ¿en qué la ejercitó y declaró? En el espíritu,
dice, de la santificación; conviene á saber: en que san-
tifica á los suvos. no en la sobrehaz y corteza de íuera,
sino con vida y espíritu. Lo cual se celebra en la resu-
1 Rom., i. 4.
438 FRAY LUIS DE LEÓN
rrección de los muertos de Jesucristo, esto es, se ce-
lebra resucitando Cristo sus muertos; que es decir,
los que murieron en El cuando El murió en la cruz,
á los cuales El, después resucitado, comunica su vida.
Que como la muerte que en El padecimos, es causa
que muera nuestra culpa cuando según Dios nacemos;
ansí su resurrección que también fué nuestra, es cau-
sa que cuando muere en nosotros la culpa, nazca la
vida de la justicia, como ayer mañana dijimos.
Ansí que, según que decía, el condenar la ceremo-
nia es error, y el poner en ella la proa y la popa de la
justicia es engaño. El medio de estos extremos es lo
derecho, que la ceremonia es buena cuando sirve y
ayuda á la verdadera santificación del alma, porque es
provechosa, y cuando nace de ella es mejor, porque es
merecedora del cielo; mas que no es la pura y la viva
salud que Cristo en nosotros hace, y porque se llama
Jesús.
Digo más. No se llama Jesús ansí, porque sola-
mente hace la salud que decimos; sino porque es El
mismo esa salud. Porque, aunque sea verdad como de
hecho lo es, que Cristo en los que santifica hace salud
y justicia por medio de la gracia que en ellos pone
asentada y como apegada en su alma; mas sin eso,
como decíamos ayer, El mismo por medio de su espí-
ritu se junta con ella, y juntándose la sana y agracia;
y esa misma gracia que digo que hace en el alma, no
es otra cosa sino como un resplandor que resulta en
ella de su amable presencia. Ansí que, El mismo por sí
y no solamente por su obra y efecto, es la salud.
Dice bien San Macario. Y dice de esta manera:
«Como Cristo ve que tú le buscas, y que tienes en El
toda tu esperanza siempre puesta, acude luego El y te
da caridad verdadera, esto es, dásete á sí; que puesto
en ti se te hace todas las cosas, paraíso, árbol de vida,
preciosa perla, corona, edificador, agricultor, compasi-
vo, libre de toda pasión, hombre, Dios, vino, agua vital,
oveja, esposo, guerrero y armas de guerra, y finalmente
Cristo, que es todas las cosas en todos». Ansí que, el
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— UBRO TERCERO 439
mismo Cristo abraza con nuestro espíritu el suyo, y
abrazándose, le viste de sí, según san Pablo dice :
«Vestios de nuestro Señor Jesucristo». \ vistiéndole,
le reduce y sujeta á sí mismo, y se cala por el total-
mente. , . „„
Porque se debe advertir que, ansí como toda la masa
es desalada y desazonada de suyo, por donde se ordeno
la levadura que le diese sabor, á la cual con verdad
podremos llamar, no sólo la sazonadora, sino la misma
sazón de la masa, por razón de que la sazona no apar-
tada de ella, sino junta con ella, adonde ella por si
*>unde por la masa y la transforma y sazona; ansí, por-
que la masa de los bombres estaba toda dañada y
enferma, bizo Dios un Jesús, digo, una humana salud
que no solamente estando apartada, sino j untándose,
fuese salud de todo aquello con quien se juntase y
mezclase, y ansí El se compara á levadura a si mis-
mo 2 De arte que, como el hierro que se enciende
del fuego, aunque en el ser es hierro y no es fuego,
en el parecer es fuego y no hierro; ansí Cristo, ayun-
tado conmigo y hecho totalmente señor de mí, me
apura de tal manera de mis daños y males y me in-
corpora de tal manera en sus saludes y bienes, que
yo ya no parezco yo, el enfermo que era, ni de hecho
soy ya el enfermo, sino tan sano, que parezco la mis-
ma salud que es Jesús.
•Oh bienaventurada salud! ¡Oh Jesús dulce, digní-
simo de todo deseo, si ya me viese yo, Señor '.vencido
enteramente de ti! ¡Si ya cundieses, oh salud, por mi
alma y mi cuerpo! ¡Si me apurases ya de mi escoria
de toda esta vejez! ¡Si no viviese, ni pareciese ni lucie
se en mí sino tú! ¡Oh, si ya no fuese quien soyl Que Se
ñor, no veo cosa en mí que no sea digna de aborrecí
miento v desprecio. Casi todo cuanto nace de mí, son
mcreíbll miserias; casi todo es dolor, imperfección,
"f colCenito de Job se escribe*, «cada día
"71ÜI, xht, 14. 2 Matth , xu,. 33. 3 Job, vn, 3-8.
440
FRAY LUIS DE LEÓN
siento en mí nuevas lástimas; y esperando ver el fin
de ellas, lie contado muchos meses vacíos, y muchas
noches dolorosas han pasado por mí. Guando viene
el sueno me digo: ¿si amanecerá mi mañana? Y cuan-
do me levanto, y veo que no me amanece, alargo á la
tarde el deseo. Y vienen las tinieblas, y vienen también
mis ayes y mis flaquezas, y mis dolores más acrecenta-
dos con ellas. Vestida está y cubierta mi carne de mi
corrupción miserable; y de las torpezas del polvo que
me compone, están ya secos y arrugados mis cueros.
Veo, Señor, que se pasan mis días, y que me han
volado mucho más que vuela la lanzadera en la tela-
acabados casi los veo, y aún no veo, Señor, mi salud'
Y si sebeaban, acábase mi esperanza con ellos. Miém-
brate, Señor, que es ligero viento mi vida; y que si
paso sin alcanzar este bien, no volverán jamás mis
ojos a verle. Si muero sin ti, no me verán para siem-
pre en descanso los buenos. Y tus mismos ojos, si los
enderezares á mí, no verán cosa que merezca ser vista
Yo, Señor, me desecho, me despojo de mí, me huyo
y desamo, para que no habiendo en mí cosa mía, seas
tusólo en mí todas las cosas: mi ser, mi vivir, mi
salud, mi Jesús.
Y dicho esto, calló Marcelo, todo encendido en el
rostro; y suspirando muy sentidamente, tornó luego á
decir: b
—No es posible que hable el enfermo de la salud v
que no haga significación de lo mucho que le dude
el verse sin ella. Ansí que, me perdonaréis, Juliano y
canino, si el dolor, que vive de continuo en mí, de co-
nocer mi miseria, me salió á la boca agora v se de-
rramo por la lengua. •
Y tornó á callar, y dijo luego:
—Cristo, pues, se llama Jesús porque El mismo es
■salud; y no por esto solamente, sino también porque
toda la salud es sólo El. Porque siempre que el nom-
bre que parece común se da á uno por su nombre
propio y natural, se ha de entender que aquel á quien
se da tiene en sí toda la fuerza del nombre; como si
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.- LIBRO TERCERO 411
llamásemos á uno por su nombre virtud, no queremos
decir que tiene virtud como quiera, sino que se resu-
me en él la virtud. Y por la misma manera ser salud
el propio nombre de Cristo, es decir que es por exce-
lencia salud, ó que todo lo que es salud y vale para
salud está en El.
Y como haya en la salud, según los sujetos, diferen-
tes saludes (que una es la salud del alma y otra es la
del cuerpo, y en el cuerpo tiene por sí salud la cabeza
y el estómago y el corazón y las demás partes del hom-
bre), ser Cristo por excelencia salud y nuestra salud, es
decir que es toda la salud, y que El todo es salud, y sa-
lud para todas enfermedades y tiempos. Es toda la
salud. Porque como la razón de la salud, según dicen
los médicos, tiene dos partes: (una que la conserva y
otra que la restituye; una que provee lo que la puede
tener en pie, otra que receta lo que la levanta si cae);
y como ansí la una como la otra tienen dos intencio-
nes solas, á que enderezan como á blanco sus leyes,
aplicar lo bueno y apartar lo dañoso; y como en las
cosas que se comen para salud, unas son para que
crien substancia en el cuerpo, y otras para que le pur-
guen de sus malos humores; unas que son manteni-
miento, otras que son medicina; ansí esta salud, que
llamamos Jesús, porque es cabal y perfecta salud, puso
en sí estas dos partes juntas: lo que conserva la salud,
y lo que la restituye cuando se pierde; lo que la tiene
en pie, y lo que la levanta caída; lo que cría buena
substancia, y lo que purga nuestra ponzoña.
Y como es pan de vida, como El mismo se llama, se
quiso amasar con todo lo que conviene para estos dos
fines: con lo santo, que hace vida; y con lo trabajoso y
amargo, que purga lo vicioso. Y templóse y mezclóse,
como si dijésemos, por una parte de la pobreza, de la
humildad, del trabaja! se, del ser trabajado, de las afren-
tas, de los azotes, de las espinas, de la cruz, de la muer-
te (que cada cosa para el suyo, y todas son tósigo para
todos los vicios); y por otra parte de la gracia de Dios, y
de la sabiduría del cielo, y de la justicia santa, y de la
442 FRAY LUIS DE LEÓN
rectitud, y de todos los demás dones del Espíritu-Santo:
y de su unción abundante sobre toda manera, para que
amasado y mezclado ansí, y compuesto de todos
aquestos simples, resultase de todos un Jesús de vera^.
y una salud perfectísima que allegase lo bueno y apar-
tase lo malo, que alimentase y purgase. Un pan ver-
daderamente de vida, que comido por nosotros con
obediencia y con viva fe, y pasado á las venas, con lo
amargo desarraigase los vicios y con lo santo arraiga-
se la vida.
De suerte que comidas en él sus espinas, purgasen
nuestra altivez; y sus azotes, tragados en él por nos-
otros, nos limpiasen de lo que es muelle y regalo; y
su cruz, en él comida de mí, me apurase del amor de
mí mismo: y su muerte por la misma manera diese fin
á mis vicios. Y al revés, comiendo en él su justicia, se
criase justicia en mi alma, y traspasando á mi estó-
mago su santidad y gracia, se hiciese en mí gracia y
santidad verdadera, y naciese en mi substancia del
cielo, que me hiciese hijo de Dios, comiendo en él á
Dios hecho hombre, que estando en nosotros, nos hi-
ciese á la manera que es El, muertos al pecado y vivos
á la justicia, y nos fuese verdadero Jesús.
Ansí que, es Jesús porque es toda la salud. Es tam-
bién Jesús porque es salud todo El. Son salud sus pa-
labras; digo, son Jesiis sus palabras, son Jesús sus
obras, su vida es Jesús y su muerte es Jesús. Lo que
hizo, lo que pensó, lo que padeció, lo que anduvo,
vivo, muerto, resucitado, subido y asentado en el cie-
lo, siempre y en todo es Jesús. Que con la vida nos
sana, y con la muerte nos da salud, con sus dolores
quita los nuestros, y como Isaías dice l: «Somos he-
chos sanos con sus cardenales». Sus llagas son medi-
cina del alma, con su sangre vertida se repara la fla-
queza de nuestra virtud.
Y no sólo es Jesús y salud con su doctrina, ense-
nándonos el camino sano y declarándonos el malo y
1 Isai., luí, 5.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 443
peligroso; sino también con el ejemplo de su vida y de
«us obras hace lo mismo. Y no sólo con el ejemplo de
«lias nos mueve al bien y nos incita y nos guía; sino
con la virtud saludable que sale de ellas, que la comu-
nica á nosotros, nos aviva y nos despierta, y nos purga
y nos sana.
Llámase, pues, con justicia Jesús, quien todo El,
por dondequiera que se mire, es Jesús. Que como del
árbol, de quien San Juan en el Apocalipsis escribe x,
se dice que estaba plantado por ambas partes de la
ribera del rio de agua viva, que salía de la silla de
Dios y de su cordero, y que sus hojas eran para
salud de las gentes; ansí esta santa humanidad, arrai-
gada á la corriente del río de las aguas vivas, que son
toda la gracia del Espíritu-Santo, y regada, y culti-
vada con ellas, y que rodea sus riberas por ambas
partes, porque las abraza y contiene en sí todas, no
tiene hoja que no sea Jesús, que no sea vida, que no
sea remedio de males, que no sea medicina y salud.
Y llevaba también este árbol, como San Juan allí
dice, doce frutas, en cada mes del año la suya; porque,
como decíamos, es Jesús y salud, no para una enfer-
medad sola, ó para una parte de nosotros enferma, ó
para una sazón ó tiempo tan solamente; sino para
todo accidente malo, para toda llaga mortal, para
toda apostema dolorosa, para todo vicio, para todo
sujeto vicioso, agora y en todo tiempo es Jesús. Que
no solamente nos sana el alma perdida, más también
da salud al cuerpo enfermo y dañado.
Y no los sana solamente de un vicio, sino de cual-
quiera vicio que haya habido en ellos, ó que haya, los
sana. Que á nuestra soberbia es Jesús, con su caña
por cetro; y con su púrpura por escarnio, vestida para
nuestra ambición, es Jesús. Su cabeza, coronada con
fiera y desapiadada corona, es Jesús en nuestra mala
inclinación al deleite; y sus azotes y todo su cuerpo
dolorido, en lo que nosotros es carnal y torpe, es Jesús.
1 Apoc, últim. 2.
144 FRAY LUIS DE LEÓN
Eslo para nuestra codicia, su desnudez; para nuestro
coraje, su sufrimiento admirable; para nuestro amor
propio, el desprecio que siempre hizo de sí.
Y ansí la Iglesia, enseñada del Espíritu-Santo y mo-
vida por El, en el día en que cada año representa la
hora cuando esta salud se sazonó para nosotros en el
lugar de la cruz, como presentándola delante de Dios
y mostrándosela enclavada en el leño, y conociendo lo
mucho que esta ofrenda vale y lo mucho que puede
delante de El, ¿qué bien ó qué merced no le pide? Pí-
dele, como por derecho, salud para el alma y para el
cuerpo. Pídele los bienes temporales y los bienes eter-
nos. Pídele para los papas, los obispos, los sacerdotes,
los clérigos, para los reyes y príncipes, para cada uno
de los fieles según sus estados, para los pecadores .pe-
nitencia, para los justos perseverancia, para los pobres
amparo, para los presos libertad, para los enfermos
salud, para los peregrinos viaje feliz y vuelta con pros-
peridad á sus casas.
Y porque todo es menos de lo que puede y merece
esta salud, aun para los herejes, aun para los paganos^
aun para los judíos ciegos que la desecharon, pone la
Iglesia delante de los ojos de Dios á Jesús muerto, y he-
cho vida en la cruz para que les sea Jesús. Por lo cual
la esposa en los Cantares le llama racimo de Copher
diciendo de esta manera *: «Racimo de Copher mi ama-
do á mí en las viñas de Engadí». Y ordenó, á lo que
sospecho, la providencia de Dios que no supiésemos
de Copher qué árbol era ó qué planta, para que deján-
donos de la cosa, acudiésemos al origen de la palabra;
y ansí conociésemos que Copher, según aquello de don-
de nace, significa aplacamiento y perdón y satisfacción
d6 pecados. Y por consiguiente, entendiésemos con
cuánta razón le llama racimo de Copher á Cristo la Es-
posa; diciéndonos en ello por encubierta manera que
no es una salud Cristo sola, ni un remedio de males
particular, ni una limpieza ó un perdón de pecados
1 Cant., i, 13.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. - LIBRO TERCERO 445
de un solo linaje, sino que es un racimo que se com-
pone, como de granos, de innumerables perdones, de
innumerables remedios de males, de saludes sin núme-
ro, y que es un Jesús en quien cada una cosa de las
que tiene es Jesús. ¡Oh salud, oh Jesús, oh medicina
infinita! Pues es Jesús el nombre propio de Cristo, por-
que sana Cristo, y porque sana consigo mismo, y porque
es toda la salud, y porque sana todas las enfermedades
del hombre, y en todos los tiempos y con todo lo que
en sí tiene, porque todo es medicinal y saludable, y
porque todo cuanto hace es salud.
Y por llegar á su punto toda esta razón, decidme,
Sabino: ¿vos no entendéis que todas las criaturas tie-
nen su principio de la nada?
— Entiendo, dijo Sabino, que las crió Dios con la
fuerza de su infinito poder, sin tener sujeto ni materia
de que hacerlas.
— ¿Luego, dice Marcelo, ninguna de ellas tiene de
su cosecha y en sí alguna cosa que sea firme y maciza,
quiero decir, que tenga de sí y no recibido de otro el
ser que tiene?
— Ninguna, respondió Sabino, sin duda.
— Pues decidme, replicó luego Marcelo: ¿puede du-
rar en un ser el edificio que ó no tiene cimientos ó tiene
flacos cimientos?
— No es posible, dijo Sabino, que dure.
— Y no tiene cimiento de ser macizo y suyo ninguna
de las cosas criadas (añadió luego Marcelo); luego to-
das ellas, cuanto de sí es, amenazan caída; y por decir
lo que es, caminan cuanto es de suyo al menoscabo y
al empeoramiento; y como tuvieron principio de nada,
vuélvense cuanto es de su parte á su principio y des-
cubren la mala lista de su linaje, unas deshaciéndose
del todo, y otras empeorándose siempre. ¿Qué se dice
en el libro de Job? De los ángeles dice *: «Los que le
sirven no tuvieron firmeza, y en sus ángeles halló tor-
cimiento». De los hombres añade: «Los que moran en
l Job, iv, 18.
146 FRAY LUIS DE LEÓN
casas de lodo, y cuyo apoyo es de tierra, se consumi-
rán de polilla». Pues de los elementos y cielos, dice
David ': «Tú, Señor, en el principio fundaste la tierra,
y son obras de tus manos los cielos; ellos perecerán
y tú permanecerás, y se envejecerán todos, como se
envejece una capa». En que, como vemos, el Espíritu -
Santo condena á caída y á menoscabo de su ser á to-
das las criaturas. Y no solamente da la sentencia, sino-
también demuestra que la causa de ello es, como de-
cimos, el mal cimiento que todas tienen. Porque si
dice de los ángeles que se torcieron y que caminaron
al mal, también dice que les vino de que su ser no
era del todo firme. Y si dice de los hombres que se
consumen, primero dijo que eran sus cimientos de
tierra. Y los cielos y tierra, si dice que envejecen,
dice también cómo se envejecen, que es como el pa-
ño, de la polilla que en ellos vive, esto es, de la fla-
queza de su nacimiento y de la mala raza que tienen.
— Todo es como decís, Marcelo, dijo Sabino; mas
decidnos lo que queréis decir por todo ello.
— Dirélo, respondió, si primero os preguntare: ¿No
asentamos ayer que Dios crió todas las criaturas, á fin
de que viviese en ellas y de que luciese algo de su
bondad?
— Ansí se asentó, dijo Sabino.
— Pues, añadió Marcelo, si las criaturas, por la en-
fermedad de su origen, forcejan siempre por volverse
á su nada, y cuanto es de suyo se van empeorando y
cayendo para que dure en ellas la bondad de Dios,
para cuya demostración las crió, necesario fué que
ordenase Dios alguna cosa que fuese como el reparo de
todas y su salud general, en cuya virtud durase todo el
bien, y lo que enfermase sanase.
Y ansí lo ordenó, que como engendró desde la eter-
nidad al Verbo, su Hijo, que, como agora se decía, es
la traza viva y la razón y el artificio de tocias las cria-
turas, ansí de cada una por sí como de todas juntas,
1 Psalm. ci, 26.
ÜE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 447
y como por El las trajo á luz y las hizo; ansí cuando
le pareció, y en el tiempo que El consigo ordenado te-
nía, le engendró otra vez Kecho hombre Jesús, ó hizo
hombre Jesús en el tiempo aquel á quien por toda la
eternidad comunica el ser Dios. Para que El mismo,
que era la traza y el artífice de todo, según que es
Verbo de Dios, fuese, según que es hombre, hecho una
persona con Dios, el reparo, y la medicina, y la resti-
tución, y la salud de todas las cosas; y para que El
mismo, que por ser, según su naturaleza divina, el ar-
tificio general de las criaturas, se llama, según aque-
lla parte, en hebreo Dabar, y en griego Logos, y en
castellano Verbo y palabra; ese mismo, por ser, según
la naturaleza humana que tiene, la medicina y el res-
taurativo umversalmente de todo, sea llamado Jesús
en hebreo, y en romance salud.
De manera que en Jesucristo, como en fuente ó
como en océano inmenso, está atesorado todo el ser, y
todo el buen ser; toda la substancia del mundo; y, por-
que se daña de suyo, y para cuando se daña, todo el
remedio y todo el Jesús de esa misma substancia, toda
la vida y todo lo que puede conservar eternamente la
vida sana, y en pie. Para que, como decía san Pablo,
«en todo tenga las primerias, y sea El el alfa y el omega,
el principio y el fin»; el que las hizo primero, y el que,
deshaciéndose ellas y corriendo á la muerte, las sana
y repara. Y, finalmente, está encerrado en El el Verbo
y Jesús; esto es, la vida general de todos y la salud de
la vida. Porque de hecho es ansí, que no solamente
los hombres, mas también los ángeles que en el cielo
moran, reconocen que su salud es Jesús; á los unos
sanó, que eran muertos, y á los otros dio vigor para
que no muriesen.
Esto hace con las criaturas que tienen razón, y á
las demás que no la tienen les da los bienes que pue-
den tener; porque su cruz lo abraza todo, y su sangre
limpia lo clarifica, y su humanidad santa lo apura, y
por El tendrán nuevo estado y nuevas cualidades, me-
jores que las que agora tienen, los elementos y cielos,
448 FRAY LUIS DE LEÓN
y es en todos y para todos Jesús. Y de la manera
que ayer al principio de estas razones dijimos, que
todas las cosas, las sensibles y las que no tienen sen-
tido, se criaron para sacar á luz este parto (que diji-
mos ser parto de todo el mundo común, y que se
nombra por esta causa fruto ó pimpollo); ansí deci-
mos agora que El mismo, para cuyo parto se hicieron
todas, fué hecho como en retorno para reparo y re-
medio de todas ellas, y que por esto le llamamos la
salud y el Jesús.
Y para que, Sabino, admiréis la sabiduría de Dios:
para hacer Dios á las criaturas no hizo hombre á su
Hijo, mas hízole hombre para sanarlas y rehacerlas.
Para que el Verbo fuese el artífice bastó sólo ser Dios,
mas para que fuese el Jesús y la salud convino que
también fuese hombre. Porque para hacerlas, como no
las hacía de alguna materia ó de algún sujeto que se
le diese, como el escultor hace la estatua del mármol
que le dan, y que él no lo hace; sino que, como de-
cíais, la fuerza sola de su no medido poder las sacaba
todas al ser, no se requería que el artífice se midiese
y se proporcionase al sujeto, pues no lo había. Y como
toda la obra salía solamente de Dios, no hubo para
qué el Verbo fuese más que sólo Dios para hacer-
la; mas para reparar lo ya criado y que se desataba de
suyo, porque el reparo y la medicina se hacía en sujeto
que era, fué muy conveniente, y conforme á la suave
orden de Dios necesario, que el reparador se avecinase
á lo que reparaba y que se proporcionase con ello, y
que la medicina que se ordenaba fuese tal, que la pu-
diese actuar el enfermo; y que la salud y el Jesús,
para que lo fuese á las cosas criadas, se pusiese en
una naturaleza criada, que con la persona del Verbo
junta hiciese un Jesús.
De suerte que una misma persona en dos naturale-
zas distintas, humana y divina, fuese criador en la
una y médico y redentor y salud en la otra; y el mun-
do todo, como tiene un Hacedor general, tuviese tam-
bién una salud general de sus daños, y concurriesen
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 449
en una misma persona este formador y reformador,
■esta vida y esta salud de vida, Jesús.
Y como en el estado del paraíso *, en que puso Dios
á nuestros primeros padres, tuvo señalados dos árbo-
les, uno que llamó del saber y otro que servía al vivir,
de los cuales en el primero había virtud de conocimien-
to y de ciencia, y en el segundo fruta que comida
reparaba todo lo que el calor natural gasta continua-
mente la vida; y como quiso que comiesen los hom-
bres de éste, y del otro del saber no comiesen; ansí en
•este segundo estado, en un supuesto mismo, tiene
puestas Dios estas dos maravillosísimas plantas: una
del saber, que es el Verbo, cuyas profundidades nos
•es vedado entenderlas, según que se escribe *, «al que
escudriñare la majestad, hundirálo la gloria»; y otra
■del reparar y del sanar, que es Jesús, de la cual co-
meremos; porque la comida de su fruta, y el incorpo-
rar en nosotros su santísima carne, se nos manda, no
sólo no se nos veda. Que El mismo lo dice 2: «Si no
comiereis la carne del Hijo del hombre y no bebiereis
su sangre, no tendréis vida». Que como sin la luz del
sol no se ve, porque es fuente general de la luz, ansí
sin la comunicación de este grande Jesús, de este que
•es salud general, ninguno tiene salud.
El es Jesús nuestro en el alma, El lo es en el cuer-
po, en los ojos, en las palabras, en los sentidos todos,
y sin este Jesús no puede haber en ninguna cosa nues-
tra Jesús; digo, no puede haber salud que sea verda-
dera salud en nosotros. En los casos prósperos, tene-
mos Jesús en Jesús; en lo miserable y adverso, tene-
mos Jesús en Jesús; en el vivir, en el morir, tenemos
Jesús en Jesús. Que, como diversas veces se ha dicho,
cuando nacemos en Dios por Jesús, nacemos sanos de
culpas; cuando después de nacidos andamos y vivimos
«en El, El mismo nos es Jesús, para los rastros que el
pecado deja en el alma; cuando perseveramos viviendo,
El también extiende su mano saludable y la pone en
1 Genes., v, 9. 2 Prov., xxv, 27. 3 Joan., ví, 54.
29
450 FRAY LUIS DE LEÓN
nuestro cuerpo malsano, y templa sus infernales ardo-
res, y lo mitiga y desencarna de sí, y casi le transforma
en espíritu. Y finalmente, cuando nos deshace la
muerte, El no desampara nuestras cenizas; sino junto
y apegado con ellas, al fin les es tan Jesiis, que las le-
vanta resucita, y y las viste de vida que ya no muere,
y de gloria que no fallece jamás.
Y tengo por cierto que el profeta David, cuando
compuso el Salmo ciento dos, tenía presente á esta
salud universal en su alma; porque lleno de la gran-
deza de esta imagen de bien, y no cabiéndole en el
pecho el gozo que de contemplarla sentía, y conside-
rando las innumerables saludes que esta salud en-
cerraba, y mirando en una tan sobrada y no merecida
merced la piedad infinita de Dios con nosotros, reven-
tándole el alma en loores, habla con ella misma y
y convídala á lo que es su deseo, á que alabe al Señor
y le engrandezca, y le dice ': «Bendice, oh alma mía, al
Señor. Di bienes de El, pues El es tan bueno. Dale pa-
labras buenas, siquiera en retorno de tantas obras su-
yas tan buenas. Y no te contentes con mover en mi
boca la lengua, y con enviarle palabras que diga; sino
tórnate en lenguas tú, y haz que tus entrañas sean len-
guas, y no quede en ti parte que no derrame loor. Lo
público, lo secreto, lo que se descubre y lo íntimo:
que por mucho que hablen, hablarán mucho menos
de lo que se debe hablar. Salga de lo hondo de tus en-
trañas la voz, para que quede asentada allí y como es-
culpida perpetuamente su causa; hablen los secretos
de tu corazón loores de Dios para que quede en él la
memoria de las mercedes que debe á Dios, á quien
loa, para que jamás se olvide de los retornos de DiosT
de las formas diferentes con que responde á tus he-
chos».
Tú te convertías en nada, y El hizo nueva orden
para darte su ser. Tú eras pestilencia de ti y ponzoña
para tu misma salud, y El ordenó una salud, un Jesús
1 Psalm. cu, l.
DE LOS NOMtfRES DE CRISTO. - LIBRO TERCERO 451
general contra toda tu pestilencia y ponzoña; Jesús,
que dio á todos tus pecados perdón; Jesús, que medi-
cinó todos los ayes y dolencias que en ti de ellos que-
daron; Jesús, que hecho deudo tuyo, por el tanto de
su vida sacó la tuya de la sepultura; Jesús, -que to-
mando en sí carne de tu linaje, en ella libra á la tuya
de lo que corrompe la vida; Jesús, que te rodea toda,
apiadándose de ti toda; Jesús, que en cada parte tuya
halla mucho que sanar, y que todo lo sana; Jesús y
salud, que no solamente da la salud, sino salud blan-
da, salud que de tu mal se enternece, salud compa-
siva, salud que te colma de bienes tus deseos, salud
que te saca de la corrupción de la huesa, salud que de
lo que es su grande piedad y misericordia te compone
premio y corona. Salud, finalmente, que hinche de sus
bienes tu arreo, que enjoya con ricos dones de gloria
tu vestidura, que glorifica, vuelto á vida, tu cuerpo;
que le remoza y le renueva y le resplandece, y le des-
poja de toda su flaqueza y miseria vieja, como el
águila se depoja y remoza.
Porque dice: Dios, al fin, es deshacedor de agravios
y gran hacedor de justicias. Siempre se compadece de
los que son saqueados, y les da su derecho; que si tú
no merecías merced, el engaño con que tu ponzoñoso
enemigo te robó tus riquezas voceaba delante de él
por remedio. Desde que lo vio se determinó remediar-
lo, y les manifestó á Moisés y á los hijos de su amado
Israel su consejo, el ingenio de su condición, su vo-
luntad y su pecho, y les dijo: «Soy compasivo y cle-
mente, de entrañas amorosas y pías, largo en sufrir,
copioso en perdonar, no me acelera el enojo, antes el
hacer bienes y misericordias me acosa; paso con an-
cho corazón mis ofensas; no me doy á manos en el de-
rramar mis perdones; que no es de mí el enojarme
continuo, ni el barajar siempre con vosotros no me
puede aplacer».
Ansí lo dijiste, Señor, y ansí se ve por el hecho que
no has usado con nosotros conforme á nuestros pe-
cados, ni nos pagas conforme á nuestras maldades.
452 FRAY LUIS DE LEÓN
Cuan lejos de la tierra está el cielo, tan alto se en-
cumbra la piedad de que usas con los que por suyo te
tienen. Ellos son tierra baja, mas tu misericordia es el
cielo. Ellos esperan como tierra seca su bien, y ella
llueve sobre ellos sus bienes. Ellos, como tierra, son
viles; ella, como cosa del cielo, es divina. Ellos pere-
cen como hechos de polvo, ella como el cielo es eter-
na. A ellos, que están en la tierra, los cubren y los os-
curecen las nieblas; ella, que es rayo celestial, luce y
resplandece por todo. En nosotros se inclina lo pesado
como en el centro, mas su virtud celestial nos libra
de mil pesadumbres. Cuanto se extiende la tierra y
se aparta el nacimiento del sol de su poniente, tanto
alejaste de los hombres sus culpas. Habíamos nacido
en el poniente de Adán; traspusístenos, Señor, en tu
oriente, sol de justicia. Como padre que há piedad de
sus hijos, ansí tú, deseoso de darnos largo perdón, en
tu Hijo te vestiste para con nosotros de entrañas de
padre. Porque, Señor, como quien nos forjaste, sabes
muy bien nuestra hechura cuál sea. Sabes, y no lo
puedes olvidar; muy acordado estás que soy polvo.
Como yerba de heno son los días del hombre; nace, y
sube, y florece, y se marchita corriendo. Como las flo-
res ligeras, parece algo y es nada; promete de sí mu-
cho, y para en un Hueco que vuela; tócale á malas
penas el aire, y perece sin dejar rastro de sí.
Mas cuanto son más deleznables los hombres, tanto
tu misericordia, Señor, persevera más firme. Ellos se
pasan, mas tu misericordia sobre ellos dura desde un
siglo hasta otro siglo, y por siempre. De los padres
pasa á los hijos, y de los hijos á los hijos de ellos, y de
ellos por continua sucesión en sus descendientes; los
que te temen, los que guardan el concierto que hicis-
te, los que tienen en sus mientes tus fueros; porque
tienes tu silla en el cielo, de donde lo miras; porque
la tienes afirmada en él, para que nunca te mudes;
porque tu reino gobierna todos los reinos, para que
todo lo puedas. Bendígante, pues, Señor, todas las cria-
turas, pues eres de todas ellas Jesús. Tus ángeles te
DE LOS NOMBRES DE CRISTO —LIBRO TERCERO 45$
bendigan, tus valerosos, tus valientes ejecutores de tus
mandamientos, tus alertos á oir lo que mandas, tus
ejércitos te bendigan, tus ministros que están prestos
y aprestados para tu gusto. Todas las obras tuyas te
alaben, todas cuantas hay por cuanto se extiende tu
imperio, y con todas ellas, Señor, alábete mi alma
también.
Y como dice en otro lugar *: «Busqué para alabarte
nuevas maneras de cantos; no es cosa usada, ni siquie-
ra hecha otra vez, la grandeza tuya que canta; no la
cante por la forma que suele». Hiciste salud de tu
brazo, hiciste de tu Verbo Jesús; lo que es tu poder, lo
que es tu mano derecha y tu fortaleza, hiciste que nos
fuese medicina blanda y suave. Sacaste hecho Jesús á
tu Hijo en los ojos de todos; pusístelo en público;Jus-
tificaste para con todo el mundo tu causa. Nadie te
argüirá de que nos permitiste caer, pues nos reparaste
también. Nadie se te querellará de la culpa, para quien
supiste ordenar tan gran medicina. Dichoso, si se
puede decir, el pecar que nos mereció tal Jesús.
Y esto llegue hasta aquí. Vos, Sabino, justo es que
rematéis esta plática como soléis.
Y calló; y Sabino dijo:
—El remate que conviene, vos le habéis puesto,
Marcelo, con el Salmo que habéis referido; lo que suelo
haré yo, que es deciros los versos.
Y luego dijo:
Alaba, oh alma, á Di03, y todo cuanto
encierra en sí tu seno
celebre con loor su nombre santo,
de mil grandezas lleno.
Alaba, oh alma, á Dios, y nunca olvide
ni borre tu memoria
su3 dones, en retorno á lo que pide
tu torpe y fea historia.
Que Él solo por sí solo te pardona
tus culpas y maldades,
1 Psalm. xcvu.
451 FRAY LUIS DE LEÓN
y cura lo herido, y desencona
de tus enfermedades.
El mismo, de la huesa á la luz bella,
restituyó tu vida;
Cercóla con su amor, y puso en ella
riqueza no creída.
Y en eso que te viste y te rodea
también pone riqueza.
Ansí renovarás lo que te afea,
cual águila en belleza.
Que al fin hizo justicia, y dio derecho
al pobre saqueado.
Tal es su condición, tu estilo y hecho,
según lo ha revelado.
Manifestó á Moisés sus condiciones,
en el monte subido;
lo blando de su amor y sus perdones
á su pueblo escogido.
Y dijo: Soy amigo y amoroso
soportador de males,
muy ancho de narices, muy piadoso
con todos los mortales.
No riñe y no se amansa; no se aira
y dura siempre airado;
no hace con nosotros ni nos mira
conforme á lo pecado.
Mas cuanto al suelo vence, y cuanto excede
el cielo reluciente,
Su amor tanto se encumbra, y tanto puede
sobre la humilde gente.
Cuan lejos de do nace el sol, fenece
el soberano vuelo;
tan lejos de nosotros desparece
por su perdón el duelo.
Y con aquel amor que el padre cura
sus hijos regalados,
la vida tu piedad y el bien procura
de tus amedrentados.
Conoces á la fin que es polvo \ tierra
el hombre, y torpe lodo;
contemplas la miseria que en sí encierra,
y le compone todo.
Es tuno su vivir, es flor temprana
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 455
que sale y se marchita;
un flaco soplo, una ocasión liviana,
la vida y ser le quita.
La gracia del Señor es la que dura,
y firme persevera;
y va de siglo en siglo su blandura
en quien en El espera.
En los que su ley guardan y sus fueros
con viva diligencia,
en ellos, en los nietos y herederos
por Jarga descendencia.
Que ansí, do se rodea el sol lucido
estableció su asiento,
que ni lo que será ni lo que ha sido
es de su imperio exento.
Pues lóente, Señor, los moradores
de tu rica morada,
que emplean valerosos sus ardores
en lo que más te agrada.
Y alábete el ejército de estrellas
que en alto resplandecen,
que siempre en sus caminos, claras, bellas,
tus leyes obedecen.
Alábente tus obras, todas cuantas
la redondez contiene:
los hombres, y los brutos y las plantas,
y lo que las sostiene.
Y alábete con ellos noche y día
también el alma mía.
Y calló. Y con este fin le tuvieron las pláticas de
Los Nombres de Cristo \ cuya es toda la gloria por los
siglos de los siglos. Amén.
1 Aquí, realmente, terminaban Los Nombres de Cristo en las
tres primeras ediciones que se hicieron de esta obra magistral
del autor; pero en la cuarta edición del año 1595, y en las suce-
sivas, se añadió el nombre de Cordero, que Fray Luis de León
había dejado inédito entre sus numerosos papeles, y que impri-
mimos á continuación para complemento de la obra.-(Wo/« de
esta edición .)
456
FRAY LUIS DE LEÓN
CAPÍTULO IV
De cómo Cristo es llamado Cordero', y por qué le conviene
este nombre.
El nombre de Cordero, de que tengo de decir, es
nombre tan notorio de Cristo, que es excusado ¿ro-
barlo. Que ¿quien no oye cada día en la misa lo que
refiere el Evangelio haberle dicho el Bautista: «Este
es el Cordero de Dios, que lleva sobre sí los pecados
del mundo?» Mas si esto es fácil y claro, no lo es lo
que encierra en sí toda la razón de este nombre, sino
escondido y misterioso, mas muy digno de luz
Porque Cordero, pasándolo á Cristo, dice tres cosas:
mansedumbre de condición, y pureza é inocencia de
vida, y satisfacción de sacrificio y ofrenda, como San
ledro junto casi en este propósito hablando de Cristo »
«El que (dice) no hizo pecado, ni se halló engaño en su
boca; que siendo maldecido no maldecía, y padeciendo
no amenazaba antes se entregaba al que le juzgaba
injustamente; el que llevó á la cruz sobre sí nuestros
pecados». Cosas que encierran otras muchas en sí Y
en que Cristo se señaló y aventajó por maravillosa
manera. Y digamos por sí de todas tres
Pues cuanto á lo primero, Cordero dice mansedum-
bre; y esto se nos viene á los ojos luego que oímos
borderó, y con ello la mucha razón con que de Cristo
se dice, por el extremo de mansedumbre que tiene, ansí
en el trato como en el sufrimiento, ansí en lo que por
noso ros sufrió como en lo que cada día nos sufre.
peí trato, Isaías decía 2: «No será bullicioso, ni in-
quieto, ni causador de alboroto». Y El de sí mismo 3-
<< Aprended de mí, que soy manso y de corazón hu-
milde». Y respondió bien con las palabras la blandura
de su acogimiento, con todos los que se llegaron á El
por gozarle cuando vivió nuestra vida: con los humil-
1 IPetr.,„>22y24. 2 ísai.,H,4. 3 Matth., „, 29.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 45T
des. humilde; con los más despreciados y más bajos,
más amoroso; y con los más pecadores que se cono-
cían, dulcísimo. La mansedumbre de este Cordero
salvó á la mujer adúltera que la ley condenaba; y
cuando se la puso en su presencia la malicia de los fa-
riseos y le consultó de la pena, no parece que le cupo
en la boca palabra de muerte; y tomó ocasión para ab-
solverla el faltarle acusador, pudiendo sólo El ser acu-
sador y juez y testigo. La misma mansedumbre admi-
tió á la mujer pecadora, é hizo que se dejase tocar de
una infame, y consintió que le lavasen sus lágrimas, y
dio limpieza á los cabellos que le limpiaban sus pies.
Esa misma puso en su presencia los niños que sus
discípulos apartaban de ella; y siendo quien era, dio
oídos á las largas razones de la Samaritana; y fué
causa de que no desechase de sí á ninguno; ni se
cansase de tratar con los hombres, siendo El quien era,
y siendo su trato de ellos tan pesado y tan imperti-
nente como sabemos.
Mas, ¿qué maravilla que no se enfadase entonces
cuando vivía en el suelo, el que agora en el cielo (don-
de vive tan exento de nuestras miserias, y declarado
por Rey universal de todas las cosas), tiene por bueno
de venirse en el Sacramento á vivir con nosotros; y
lleva con mansedumbre verse rodeado de mil imperti-
nencias y vilezas de hombres; y no hay aldea de tan
pocos vecinos, adonde no sea casi como uno de sus
vecinos en su iglesia, adonde no tengamos casi como
uno de ellos en su iglesia á nuestro Cordero, blandor
manso, sufrido á todos los estados?
Y aunque leemos en el Evangelio que castigó Cristo
á algunas personas con palabras, como á San Pedro una
vez, y muchas á los fariseos, y con las manos también,
como cuando hirió con el azote á los que hacían merca-
do en su templo; mas en ninguna encendió su corazón
en fiereza, ni mostró semblante bravo, sino en todas
con serenidad de rostro conservó el sosiego de manse-
dumbre, desechando la culpa y no desdiciendo de su-
gravedad afable y dulce. Que como en la Divinidad sin
458 FRAY LUIS DE LEÓN
moverse lo mueve todo, y sin recibir alteración riñe y
corrige, y durando en quietud y sosiego, lo castiga y al-
tera; ansí en la humanidad (que como más se le allega,
ansí es la criatura que más se le parece), nunca turbó
la dulzura de su ánimo manso, el hacer en los otros lo
que el desconcierto de sus razones ó de sus obras pe-
día. Y reprendió sin pasión, y castigó sin enojo, y fué
aun en el reñir un ejemplo de amor. ¿Qué dice la Es-
posa? i: «Su garganta suavísima, y amable todo El, y
todas sus cosas».
— Y aquella voz (dijo Sabino aquí), ¿pareceos, Mar-
celo, que será muy amable 2: «Id, malditos de mi Padre,
al fuego eterno aparejado para el demonio?» 0 ¿será
voz que se podrá decir sin braveza, ú oir sin espanto?
Y si tan manso es el trato todo de Cristo, ¿que le
queda para ser león, como en la Escritura se dice?
— Bien decís, respondió Marcelo. Mas en lo primero
creo yo muy bien que les será muy espantable á los
malos aquella tan horrible sentencia; y que el parecer
ante el Juez, y el rostro y el mirar del Juez, les será
de increíble tormento. Mas también habéis de enten-
der, que será sin alteración del alma de Cristo; sino
que manso en sí, bramará en los oídos de aquéllos; y
dulce en sí mismo y en su rostro, les encandilará con
terriblez y fiereza los ojos. Y á la verdad, lo que más
me declara el infinito mal de la obstinación del peca-
do, es ver que trae á la mansedumbre y al amor y á
la dulzura de Cristo, á términos de decir tal sentencia;
y que pone en aquella boca palabras de tanto amar-
gor; y que quien se hizo hombre por los hombres, y
padeció lo que padeció por salvarlos, y el que dice
que su deleite es su trato, y el que vivo y muerto,
mortal y glorioso, ni piensa ni trata siuo de su reposo
y salud; y el que todo cuanto es ordena á su bien, los
pueda apartar do sí con voz tan horrible; y que la
pura fuerza de aquella no curable maldad, mudará la
voz al Cordero. Y siendo lo ordinario de Dios con los
1 Cant.,v, 16. 2 Math., xrv, 41.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 459
malos esconderles su cara, que es alzar la vista de su
favor, y dejarlos para que sus designios con sus manos
los labren, conforme á lo que decía el Profeta l: «Es-
condiste de nosotros tu cara, y con la mano de nues-
tra maldad nos quebrantaste»; aquí el celo del castigo
merecido, le hace que la descubra, y que tome la es-
pada en la mano, y en la boca tan amarga y espanta-
ble sentencia.
Y á lo segundo del león, que, Sabino, dijisteis, ha-
béis de entender que, como Cristo lo es, no contradi-
ce, antes se compadece bien con el ser para con nos-
otros Cordero; porque llámase Cristo y es león por lo
que á nuestro bien y defensa toca, por lo que hace
con los demonios enemigos nuestros, y por la manera
como defiende á los suyos. Que en lo primero, para
librarnos de sus manos, les quitó el mando y derrocó-
les de su tiranía usurpada, y asolóles los templos, é
hizo que los blasfemasen los que poco antes los ado-
raban y servían, y bajó á sus reinos oscuros, y que-
brantóles las cárceles, y sacóles mil prisioneros; y en-
tonces y agora y siempre se les muestra fiero y los
vence, y les quita de las uñas la presa. A que mira
San Juan para llamarle león, cuando dice a: «Venció el
león de Judá».
Y en lo segundo, ansí como nadie se atreve á sacar
de las uñas del león loque prende, ansí no es pode-
roso ninguno á quitarle á Cristo de su mano los suyos.
Tanta es la fuerza de su firme querer. «Mis ovejas,
dice El, ninguno me las sacará de las manos». E Isaías
en el mismo propósito 3: «Porque dice el Señor: ansí
como cuando brama el león, y el cachorro del león so-
bre su presa, no teme para dejarla; si le sobreviene mul-
titud de pastores, á sus voces no teme ni á su muche-
dumbre se espanta; ansí el Señor descenderá y peleará
sobre el monte de Sión, sobre el collado suyo».
Ansí que, ser Cristo león le viene de ser para nos-
otros amoroso y manso Cordero; y porque nos ama y
1 Isaí., lxiv, 7. 2 Apoc.v, 5. 3 Isaí, xxx', 4.
46U FRAY LUIS DE LEÓN
nos sufre con amor y mansedumbre infinita, por
eso se muestra fiero con los que nos dañan, y los
desama y maltrata. Y ansí, cuando á aquellos no sufre
nos sufre; y cuando es con ellos fiero, con nosotros es
manso. Y hay algunos que son mansos para llevar las
importunidades ajenas, pero no para sufrir sus desco-
medimientos; y otros que si sufren malas palabras, no
sufren que les pongan las manos; mas Cristo (como en
todo, ansí en esto perfecto Cordero), no solamente lle-
vó con mansedumbre nuestro trato importuno, mas
también sufrió con igualdad nuestro atrevimiento in-
jurioso, «como Cordero (dice Isaías) delante del que
le trasquila».
¿Qué no sufrió de los hombres por amor de los
hombres? ¿De qué injuria no hicieron experiencia en El
los que vivían por El? Con palabras le trataron desco-
medidas; con testimonios falsísimos pusieron sus ma-
nos sacrilegas en su divina persona; añadieron á las
bofetadas azotes, y á les azotes espinas, y á las espinas
clavos y cruz dolorosa; y como á porfía probaron en
hacerle mal sus descomulgados ingenios y fuerzas;
mas ni la injuria mudó la voluntad, ni la paciencia y
mansedumbre hizo mella en el dolor.
Y si (como dice San Agustín, mi Padre * ), es manso
el que da vado á los hechos malvados y que no resiste al
mal que le hacen, antes le vence con el bien, Cristo sin
duda es el extremo de mansedumbre. Porque ¿contra
q uién se hicieron tantos hechos malvados, ó en cuyo
daño se esforzó más la maldad? ¿0 quién le hizo menos
resistencia que Cristo, ó la venció con retorno de bene-
ficios mayores? Pues á los que le huyen busca, y á los
que le aborrecen abraza, y á los que le afrentan y dan
dolorosa muerte, con esa misma muerte los santifica, y
los lava con esa misma sangre que enemigamente le
sacan. Y es puntualmente en este nuestro Cordero lo
que en el cordero antiguo, que de él tuvo figura, que
todo le comían y despedazaban, y con todo él se man-
1 De Serm. Domini in monte.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 4<)1
tenían: la carne, y las entrañas, y la cabeza, y los pies.
Porque no hubo cosa en nuestro bien, adonde no lle-
gase el cuchillo y el diente: al costado, á los pies, á las
manos, á la sagrada cabeza, á los oídos, y á los ojos, y
á la boca con gusto amarguísimo. Y pasó á las entra-
ñas el mal, y afligió por mil maneras su alma santa, y
le tragó con la honra la vida.
Mas con cuanto hizo, nunca pudo hacer que no
fuese Cordero; y no cordero solamente, sino prove-
choso cordero; no solamente sufrido y manso, sino en
eso mismo que tan mansa é igualmente sufría, bien-
hechor útilísimo. Siempre le espinamos nosotros, y
siempre El trabaja por traernos á fruto. Y como Dios,
en el profeta, de sí mismo dice ': «Adán es mi ejem-
plo desde mi mocedad». Porque como en la manera
que fué por Dios sentenciado y mandado que Adán
trabajase y labrase la tierra, y la tierra labrada y tra-
bajada le fructificase abrojos y espinas, ansí con su
mansedumbre nos sufre y nos torna á labrar, aunque
le fructifiquemos ingratitud. Y no sólo en cuanto an-
duvo en el suelo, mas agora en el cielo glorioso, y em-
perador sobre todo, y Señor universal declarado, nos
ve que despreciamos su sangre, y que cuanto es por
nosotros hacemos sus trabajos inútiles, y pisamos,
como el Apóstol dice, su riquísima satisfacción y pa-
sión; y nos sufre con paciencia, y nos aguarda con su-
frimiento, y nos llama, y despierta, y solicita con man-
sedumbre y amor entrañable.
Y á la verdad, porque es tan amoroso, por eso es
tan manso; y porque es excesivo el amor, por eso es
la mansedumbre en exceso. Porque la caridad, como
el Apóstol dice, de su natural es sufrida; y ansí, conser-
van una regla y guardan una medida misma el querer
y sufrir. De manera que, cuando no hubiera otro ca-
mino, por éste sólo del amor entendiéramos la gran-
deza de la mansedumbre de Cristo; porque cuanto nos
quiere bien, tanto se ha con nosotros mansa y sufn-
1 Zachar., xni, 5.
462 FRAY LUIS DE L1LON
damente; y quiérenos cuanto ve que su Padre nos
quiere, el cual nos ama por tan rara y maravillosa ma-
nera, que dio por nuestra salud la vida de su unigénito
Hijo. Que como el Apóstol dice l: «Ansí amó al mun-
do Dios, que dio su Hijo unigénito, para que no perezca
quien creyere en El». Porque dar aquí es entregar á
la muerte. Y en otro lugar 2: «Quien no perdonó á su
Hijo propio, antes le entregó por nosotros, ¿qué cosa,
de cuantas hay, dejó de darnos con El?»
Ansí que, es sin medida el amor que Cristo nos tie-
ne; y por el mismo caso la mansedumbre es sin medi-
da, porque corren á las parejas lo amoroso y lo manso.
Aunque, si no lo fuera ansí, ¿cómo pudiera ser tan uni-
versal Señor y tan grande? Porque un señorío y una
alteza de gobierno semejante á la suya, si cayera ó en
un ánimo bravo ó mal sufrido y colérico, intolerable
fuera, porque todo lo asolara en un punto. Y ansí, la
misma naturaleza de las cosas pide, y la razón del go-
bierno y mando, que cuanto uno es mayor señor, y go-
bierna á más gentes, y se encarga de más negocios y
oficios, tanto sea más sufrido y más manso. Por donde
la Divinidad, universal emperatriz de las cosas, sufre,
y espera, y es mansa lo que no se puede encarecer con
palabras. Y ansí ella usó de muchas, cuando quiso de-
clarar esta su condición á Moisés, que le dijo 3: «Soy
piadoso, misericordioso, sufrido, de larguísima espera,
muy ancho de narices, y que extiendo por mil genera-
ciones mi bien». Y del mismo Moisés que fué su lugar-
teniente, y cabeza puesta por El sobre todo su pueblo,
se escribe que fué mansísimo sobre todos los de su
tiempo. Por manera que la razón convence que Cristo
tiene mansedumbre de cordero infinita: lo uno, porque
es su poderío infinito; y lo otro, porque se parece á
Dios más que otra criatura ninguna; y ansí le imita y
retrata en esta virtud, como en las demás, sobre todos.
Y si es Cordero por la mansedumbre, ¿cuan justa-
mente lo será por la inocencia y pureza, que es lo se-
1 íoun., ni, 16. 2 Rom.lvu<l3J. 3 II Esdr., ix, 17.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 463
gundo de las tres cosas que decir propuse? ¿Qué dice
San Pedro?1: «Redimidos, no con oro y plata que se
corrompe, sino con la sangre sin mancilla del Cordero
inocente». Que en el fin porque lo dice, declara y en-
grandece la suma inocencia de este Cordero nuestro.
Porque lo que pretendo, es persuadirnos que estime-
mos nuestra redención; y que cuando ninguna otra
cosa nos mueva, á lo menos por haber sido comprados
con una vida tan justa, y lavados del pecado con una
sangre tan pura (porque tal vida no haya padecido sin
fruto, y tal sangre no se derrame de balde, y tal ino-
cencia y pureza, ofrecida por nosotros á Dios, no ca-
rezca de efecto), nos aprovechemos de El y nos conser-
vemos en El, y después de redimidos no queramos
ser siervos.
Dice Santiago 2, «que es perfecto el que no tro-
pieza en las palabras y lengua». Pues de nuestro
Cordero dirá: «que ni hizo pecado ni en su boca fué
hallado engaño», como dice San Pedro. Cierta cosa
es que lo que Dios en sus criaturas ama y precia más.
es santidad y pureza; porque el ser puro uno es andar
ajustado con la ley que le pone Dios, y con aquello
que su naturaleza le pide; y eso mismo es la verdad
de las cosas, decir cada uno con lo que es, y respon-
der el ser con las obras. Y lo que Dios manda eso ama,
y porque de ello se contenta lo manda; y al que es el
ser mismo, ninguna cosa le es más agradable ó con-
forme á lo que con su ser responde, que es lo verda-
dero y lo cierto, porque lo falso y engañoso no es. Por
manera que la pureza es verdad de ser y de ley, y la
verdad es lo que más agrada al que es puro ser.
Pues si Dios se agrada más de la humanidad santa
de Cristo, concluido queda que es más santa y pura
que todas las criaturas; y que se aventaja en esto á
todas tanto, cuantas son y cuan grandes son las venta-
jas con que de Dios es amada. ¡Qué! ¿No es ella el
Hijo de su amor, que Dios llama, y El el de quien úni-
1 I Petr., i, 18. 2 Jacob , m, 2.
í(il FRAY LUIS DE LEÓN
«amenté se complace, como certificó á los discípulos
«n el monte; y el Amado por cuyo amor y para cuyo
servicio hizo lo visible y lo invisible que crió? Luego
si va fuera de toda comparación el amor, no la puede
haber en la santidad y pureza, ni hay lengua que la
declare, ni entendimiento que comprenda lo que es.
Bien se ve que no tiene su grandeza medida en la ve-
cindad que con Dios tiene, ó, por decir verdad, en la
unidad ó en el lazo estrecho de unión con que Dios
oonsigo mismo la enlaza. Que si es más claro lo que al
sol se avecina más, ¿qué resplandores no tendrá de
santidad y virtud el que está, y estuvo desde su prin-
cipio, y estará para siempre, lanzado y como sumido en
el abismo de esa misma luz y pureza?
En las otras cosas resplandece Dios, mas con la hu-
manidad que decimos, está unido personalmente; las
otras Uéganse á El, mas ésta la tiene lanzada en el seno;
en las otras reverbera este Sol, mas en ésta hace un sol
de su luz. «En el Sol, dice í, puso su morada»; porque
la luz de Dios puso en la humanidad de Cristo su asien-
to, con que quedó en puro sol transformada. Las otras
centellean hermosas, ésta es de resplandor un tesoro; á
las otras les adviene la pureza y la inocencia de fue-
ra, ésta tiene la fuente y el abismo de ella en si mis-
ma; finalmente, las otras reciben y mendigan virtud;
•esta, riquísima de santidad en sí, la derrama en las
otras. Y pues todo lo santo y lo inocente y lo puro nace
de la santidad y pureza de Cristo, y cuanto de este bien
las criaturas poseen es partecilla que Cristo les co-
munica; claro es, no solamente ser más santo, más
inocente, más puro que todas juntas, sino también ser
la santidad y la pureza y la inocencia de todas; y por
la misma razón, la fuente y el abismo de toda la pu-
reza é inocencia.
Pero apuremos más esta razón para mayor clari-
dad y evidencia. Cristo es universal principio de san-
tidad y virtud, de donde nace toda la que hay en las
1 Psalm. xvnr, 6.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO W>1>
criaturas santas, y bastante para santificar todas las
criadas, y otras infinitas que fuese Dios continua-
mente criando; y ni más ni menos es la víctima y
sacrificio aceptable, y suficiente á satisfacer por todos
los pecados del mundo y de otros mundos sin núme-
ro. Luego fuerza es decir que ni liay grado do santi-
dad, ni manera de ella, que no le haya en el alma de
Cristo; ni menos pecado, ni forma, ni rastro de que del
todo Cristo no carezca. Y fuerza es también decir que
todas las bondades, todas las perfecciones, todas las
buenas maneras y gracias que se esparcen y podrían
esparcir en infinitas criaturas que hubiese, están ayun-
tadas y amontonadas y unidas sin medida ni cuenta
en el manantial de ellas, que es Cristo; y que no se
aparta tanto el ser del no ser, ni se aleja tanto de las
tinieblas la luz, cuanto de El mismo toda especie,
todo género, todo principio, toda imaginación de pe-
cado, hecho ó por hacer, ó en alguna manera posible,
está apartado y lejísimo. Porque necesario es, y la
ley no mudable de la naturaleza lo pide, que quien
cría santidades las tenga, y quien quita los pecados,
ni los tenga ni pueda tenerlos. Que como la natura-
leza, á los ojos, para que pudiesen recibir los colores,
cría limpios de todos ellos; y el gusto, si de suyo tu-
viese algún sabor infundido, no percibiría todas las
diferencias del gusto; ansí no pudiera ser Cristo uni-
versal principio de limpieza y justicia, si no se alejara
de El todo asomo de culpa, y si no atesorara en sí
toda la razón de justicia y limpieza.
Que, porque había de quitar en nosotros los hechos
malos que oscurecen el alma, no pudo haber en El
ningún hecho desconcertado y obscuro; y porque ha-
bía de borrar en nuestras almas los malos deseos, no
pudo haber en la suya deseo que no fuese del cielo:
y porque reducía á orden y á buen concierto nuestra
imaginación varia y nuestro entendimiento turbado,
el suyo fué un cielo sereno, lleno de concierto y de
luz; y porque había de corregir nuestra voluntad mal-
sana y enferma, era necesario que la suya fuese una
30
466 FRAY LUIS DE LEÓN
ley de justicia y salud; y porque reducía á templanza
nuestros encendidos y furiosos sentidos, fueron nece-
sariamente los suyos la misma moderación y tem-
planza; y porque había de poner freno y desarraigar,
finalmente, del todo nuestras malas inclinaciones, no
pudo haber en El ni movimiento ni inclinación que no-
fuese justicia; y porque era limpieza y perdón general
del pecado primero, no hubo ni pudo haber, ni en su
principio ni en su nacimiento, ni en el discurso de sus
obras y vida, ni en su alma, ni en sus sentidos y cuer-
po, alguna culpa, ni su culpa de él, ni sus reliquias y
rastros.
Y porque á la postre, y en la nueva resurrección-
de la carne, la virtud eficaz de su gracia había de hacer
no pecables los hombres, forzoso fué que Cristo, no sólo
careciese de toda culpa, mas que fuese desde su prin-
cipio impecable. Y porque tenía en sí bien y remedio-
para todos los pecados y para en todos los tiempos y
para en todos los hombres (no sólo en todos los que son
justos, mas en todos los demás que no lo son y lo po-
drían ser si quisiesen; no sólo en los que nacerán en ei
mundo, mas en todos los que podrían nacer en otros
mundos sin cuento); convino y fué menester que todos
los géneros y especies del mal actual, lo de original, 1»
de imaginación, lo del hecho, lo que es y lo que camina
á que sea, lo que será y lo que pudiera ser por el tiem-
po, lo que pecan los que son, y lo que los pasados peca-
ron, los pecados venideros, y los que, si infinitos hom-
bres nacieran, pudieran suceder y venir; finalmente,
todo ser, todo asomo, toda sombra de maldad y malicia
estuviese tan lejos de El, cuanto las tinieblas de la luz,,
la verdad de la mentira, de la enfermedad la medicinar
están lejos.
Y convino que fuese un tesoro de inocencia y lim-
pieza, porque era y había de ser el único manantial de
ella riquísimo. Y como en el sol, por más que penetréis
por su cuerpo, no veréis sino una apurada pureza de
resplandor y de lumbre, porque es de las luces y res-
plandores la fuente; ansí en este Sol de justicia, de
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 467
donde manó todo lo que es rectitud y verdad, no halla-
réis (por más que lo divida y penetre el ingenio, por
más que desmenuce sus partes, por más agudamente
que las examine y las mire), sino una sencillez pura y
una rectitud sencilla, una pureza limpia que siempre
está bullendo en pureza, una bondad perfecta, entraña-
da en cuerpo y en alma y en todas las potencias de
ambos, en los tuétanos de ellos, que por todos ellos
lanza rayos de sí. Porque veamos cada parte de Cristo,
y veremos cómo cada una de ellas, no sólo está bañada
en la limpieza que digo, mas sirve para ella y la ayuda.
En Cristo consideramos cuerpo, y consideramos
alma; y en su alma podemos considerar lo que es en sí
para el cuerpo, y los dones que tiene en sí por gracia
de Dios, y el estar unida con la propia persona del
Verbo.
Y cuanto á lo primero del cuerpo, como unos cuer-
pos sean de su mismo natural más bien inclinados
que otros, según sus composturas y formas diferentes,
y según la templanza diferente de sus humores (que
unos son de suyo coléricos, otros mansos, otros alegres
v otros tristes, unos honestos y vergonzosos, otros poco
honestos y mal inclinados, modestos unos y humildes,
otros soberbios y altivos), cosa fuera de toda duda es
que el cuerpo de Cristo, de su misma cosecha era de
inclinaciones excelentes, y en todas ellas fué loable,
honesto, hermoso y excelente. Que se convence, ansí
de la materia de que se compuso como del artífice que
le fabricó.
Porque la materia fué la misma pureza de la san-
are santísima de la Virgen, criada y encerrada en sus
limpias entrañas. De la cual habernos de entender que
aun en la ley de sangre fué la más apurada, y la
más delgada y más limpia, y más apta para criarla, y
más ajena de todo afecto bruto, y de más buenas cuali-
dades de todas. Porque allende de lo que el alma puede
obrar y obra en los humores del cuerpo, que sin duda
los altera y califica según sus afectos, y que por esta
parte el alma santísima de la Virgen hacía santidad
468 FRAY LUIS DE LEÓN
en su sangre y sus inclinaciones celestiales de ella, y
los bienes del cielo sin cuento que en sí tenía la es-
piritualizaban y santificaban en una cierta manera;
ansí que, allende de esto, de suyo era la flor de la
sangre, quiero decir, la sangre más ajena de las condi-
ciones groseras del cuerpo, y más adelgazada en pure-
za que en género de sangre, después de la de su Hijo,
jamás hubo en la tierra.
Porque se ha de entender que todas las santifica-
ciones y purificaciones y limpiezas de la ley de Moisés,
el comer estos manjares y no aquéllos, los lavatorios,
los ayunos, el tener cuenta en los días, todo se ordenó
para que adelgazando y desnudando de sus afectos
brutos la sangre y los cuerpos, y de unos en otros apu-
rándose siempre más, como en el arte del destilar
aconteco, viniese últimamente una doncella á hacer
una sangre virginal por todo extremo limpísima, que
fuese materia del cuerpo, purísimo sobre todo extre-
mo, de Cristo. Y todo aquel artificio viejo y antiguo
fué como un destilatorio, que de un licor puro sacando
otro más puro, por medio de fuego y vasos diferen-
tes, llegue á la sutileza y pureza postrera.
Ansí que, la sangre de la Virgen fué la flor de la
sangre, de que se compuso todo el cuerpo de Cristo.
Por donde aun en ley de cuerpo, y por parte de su
misma materia, fué inclinado al bien perfectamente y
del todo. Y no sólo esta sangre virginal le compuso
mientras estuvo en el vientre sagrado, mas después
que salió de él le mantuvo, vuelta en leche en los pe-
chos santísimos. De donde la divina Virgen, aplicando
á ellos á su Hijo de nuevo, y enclavando en El los
ojos, y mirándole, y siendo mirada de El. dulcemente
encendida ó, á la verdad, abrasada en nuevo y castísi-
mo amor, se la daba, si decir se puede, más santa y
más pura. Y como se encontraban por los ojos las dos
almas bellísimas, y se trocaban los espíritus que ha-
cen paso por ellos, con los del Hijo deificada la Madre
más, daba al Hijo más deificada su leche. Y como en
la Divinidad nace luz del Padre, que es luz, ansí tam-
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 469
bien cuanto á lo que toca á su cuerpo, nace de pure-
za, pureza.
Y si esto es cuanto á la materia de que se compone,
¿qué podremos decir por parte del Artífice que le com-
puso? Porque, como los otros cuerpos humanos los
componga la virtud del varón, que la madre con su
calor contieno en su vientre, en este edificio del santí-
simo cuerpo de Cristo el Espíritu-Santo hizo las veces
de esta virtud, y formó por su mano El, y sin que in-
terviniese otro ninguno, este cuerpo. Y si son perfec-
tas todas las obras que Dios hace por sí, esta que hizo
para sí, ¿qué será? Y si el vino que hizo en las bodas
fué vino bonísimo, porque sin medio de otra caúsale
hizo del agua Dios por su poder, á quien toda la ma-
teria, por indispuesta que sea, obedece enteramente
sin resistencia, ¿qué pureza, qué limpieza, qué santi-
dad tendrá el cuerpo que fabricó el infinitamente San-
to de materia tan santa?
Cierto es que le amasó con todo el extremo de lim-
pieza posible, quiero decir, que le compuso por una
parte tan ajeno de toda inclinación ó principio ó es-
treno de vicio, cuanto es ajena de las tinieblas la luz;
y por otra tan hábil, tan dispuesto, tan hecho, tan de
sí inclinado á todo lo bueno, lo honesto, lo decente.
lo virtuoso, lo heroico y divino, cuanto sin dejar de
ser cuerpo en todo género de pasibilidad se sufría.
Y de esto mismo se ve cuánto era de su cosecha
pura su alma, y de su natural inclinada á toda exce-
lencia de bien; que es la otra fuente de esta inocen-
cia y limpieza de que platicamos agora. Porque, como
sabéis, Juliano, en la filosofía cierta, las almas de los
hombres, aunque sean de una especie todas, pero
son más perfectas en sí y en su substancia unas que
otras, por ser de su natural hechas para ser formas
de cuerpos, y para vivir en ellos y obrar por ellos,
y darles á ellos el obrar y el vivir. Que como no son
todos los cuerpos hábiles en una misma manera para
recibir este intlujo y acto del alma, ansí las almas no
son todas de igual virtud y fuerza para ejecutar esta
470 FRAY LUIS DE LEÓN
obra, sino medida cada una para el cuerpo que la na-
turaleza le da.
De manera que cual es la hechura y compostura y
habilidad de los cuerpos, tal es la fuerza y poderío na-
tural para ellos del alma; y según lo que en cada cuer-
po y por el cuerpo puede ser hecho, ansí cría Dios
hecha y trazada y ajustada cada alma. Que estaría como
violentada si fuese al revés. Y si tuviese más virtud
de informar y dar ser de lo que el cuerpo, según su
disposición, sufre ser informado, no sería nudo natu-
ral y suave el del alma y del cuerpo; ni sería su casa
del alma la carne fabricada por Dios para su perfec-
ción y descanso, sino cárcel para tormento y maz-
morra.
Y como el artífice que encierra en oro alguna pie-
dra preciosa la conforma á su engaste, ansí Dios labra
las ánimas y los cuerpos de manera que sean con-
formes; y no encierra ni engasta ni enlaza en un cuer-
po duro, y que no puede ser reducido á alguna obra, un
alma muy virtuosa y muy eficaz para ella; sino, pues
los casa, aparéalos, y pues quiere que vivan juntos,
ordena cómo vivan en paz. Y como vemos en la lista
de todo lo que tiene sentido, y en todos sus grados,
que según la dureza mayor ó menor de la materia que
los compone, y según que está organizada y como
amasada mejor, ansí tienen unos animales natural-
mente ánima de más alto y perfecto sentido (que de
suyo y en sí misma la ánima de la concha es más torpe
que la del pez, y el ánima de las aves es de más sentido
que las de los que viven en el agua; y en la tierra la de
las culebras es superior al gusano, y la del perro á los
topos, y la de los caballos al buey, y la de los jimios á
todos); y pues vemos en una especie de cuerpos hu-
manos tantas y tan notables diferencias de humores,
de complexiones, de hechuras, que con ser de una es-
pecie todos, no parecen ser de una masa; justamente
diremos, y será muy conforme á razón, que sus almas,
por aquella parte que mira á los cuerpos, están he-
chas en diferencias diversas, y que son de un grado en
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 471
espíritu, y más ó menos perfectas en razón de ser
formas.
Pues si hay este respecto y condición en las almas,
la de Cristo, fabricada de Dios para ser la del más per-
fecto cuerpo, y más dispuesto y más hábil para toda
manera de bien que jamás se compuso, forzosamente
diremos que de suyo y de su naturaleza misma está
dotada, sobre todas las otras, de maravillosa virtud y
fuerza para toda santidad y grandeza; y que no hubo
género ni especie de obras, ó morales ó naturales, per-
fectas y hermosas, á que, ansí como su cuerpo de Cris-
to era hábil, ansí no fuese de suyo valerosa su alma.
Y como su cuerpo estaba dispuesto y fué sujeto natu-
ralmente apto para todo valor, ansí su alma por la na-
tural perfección y vigor que tenía, aspiró siempre á
todo lo excelente y perfecto.
Y como aquel cuerpo era de suyo honestísimo y
templado de pureza y limpieza, ansí el alma, que se
crió para él, era de su cosecha esforzada á lo honesto.
Y como la compostura del cuerpo era para manse-
dumbre dispuesta, ansí el alma, de su misma hechu-
ra, era mansa y humilde. Y como el cuerpo por el con-
cierto de sus humores era hecho para gravedad y me-
sura, ansí el alma de suyo era alta y gravísima. Y
como de sus calidades era hábil el cuerpo para lo
fuerte y constante, ansí el alma de su vigor natural
era hábil para lo generoso y valiente. Y finalmente,
como el cuerpo era hecho para instrumento de todo
bien, ansí el alma tuvo natural habilidad para ser eje-
cutora de toda grandeza; esto es, tuvo lo sumo en la
perfección de toda la latitud de su especie.
Y si por su natural hechura era aquesta sacratísima
alma tan alta y tan hermosa, tan vigorosa y tan buena,
¿qué podremos decir de ella, con lo que en ella la gra-
cia sobrepone y añade? Que si es condición de los
bienes del cielo, cualesquiera que ellos sean, mejorar
aun en lo natural su sujeto; y la semilla de la gracia,
en la buena tierra puesta, da ciento por uno; en natu-
rales no sólo tan corregidos, sino tan perfectos de suyo
4 72 FRAY LUIS DE LEÓN
y tan santos, ¿qué hará tanta gracia? Porque ni hay
.virtud heroica, ni excelencia divina, ni belleza del cie-
lo, ni dones y grandezas de espíritu, ni ornamento ad-
mirablo y nunca visto, que no resida en su alma y no
viva en ella sin medida ni tasa.
Que, como San Juan dice ]: «No le dio Dios con
mano limitada su espíritu». Y como el Apóstol dice ar
• Mora en El la plenitud de la Divinidad toda». E
Isaías3: «Y reposará sobre El el espíritu del Señor».
Y en el Salmo 4: «Tu Dios te ungió, oh Dios, con un-
ción de alegría sobre todos tus particioneros». Y con
grande razón puso más en El que juntos en todos,
pues eran particioneros suyos, esto es, pues había de
venir por El á ellos, y habían de ser ricos de sus mi-
gajas y sobras. Porque la gracia y la virtud divina
que el alma de Cristo atesora, no sólo era mayor en
grandeza que las virtudes y gracias finitas, y hechas
una de todos los que han sido justos, y son agora y se-
rán adelante; mas es fuente de donde manaron ellas,
que no se disminuye enviándolas, y que tiene manan-
tiales tan no agotables y ricos, que en infinitos hom-
bres más, y en infinitos mundos que hubiese, podría
derramar en todos y sobre todos excelencia de virtud
y justicia, como un abismo verdadero de bien.
Y como este mundo criado, ansí en lo que se nos
viene á los ojos como en lo que nos encubre su vista,
está variado y lleno de todo género y de toda especie
y diferencias de bienes; ansí esta divina alma, para
quien y para cuyo servicio esta máquina universal
fué criada, y que es sin ninguna duda mejor que ella
y más perfecta, en sí abraza y contiene lo bueno todo,
lo perfecto, lo hermoso, lo excelente y lo heroico, lo
admirable y divino. Y como el divino Verbo es una
imagen del Padre viva y expresa, que contiene en sí
• •uantas perfecciones Dios tiene; ansí esta alma sobe-
rana (que como á El más cercana, y enlazada con EL
1 S. Juan, cap. ni, 34. 2 S. Pabl. ad Coloss., u, 9.
3 Isaí.,11,2. 4 Salm. iLtv.9.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO. — LIBRO TERCERO 473
y que no sólo de continuo, mas tan de cerca le mira
y se remira en El, y se espeja, y, recibiendo en sí sus
resplandores divinos, se fecunda y figura y viste, y en-
grandece y embellece con ellos, y traspasa á sí sus ra-
yos cuanto es á la criatura posible), le remeda y se
asemeja, y le retrata tan al vivo, que después de El,
que es la imagen cabal, no hay imagen de Dios como
el alma de Cristo. Y los querubines más altos, y todos
juntos y hechos uno los ángeles, son rasguños imper-
fectos, y sombras oscurísimas, y verdaderamente tinie-
blas en su comparación.
¿Qué diré, pues, de lo que se añade y sigue á esto,
que es el lazo que con el Verbo divino tiene, y la per-
sonal unión? Que ella sola, cuando todo lo demás fal-
tara, es justicia y riqueza inmensa. Porque ayuntán-
dose el Verbo con aquella dichosa alma, y por ella
también con el cuerpo, ansí la penetra toda y embebe-
en sí mismo, que con suma verdad no sólo mora Dios
en El, mas es Dios aquel hombre, y tiene aquella alma
en sí todo cuanto Dios es: su ser, su saber, su bondad,
su poder.
Y no solamente en sí lo tiene; mas tan enlazado y
tan estrechamente unido consigo mismo, que ni pue-
de desprenderse de El, ó desenlazarse. Ni es posible
que, mientras de El presa estuviere, ó con El unida
en la manera que digo, no viva y se conserve en suma
perfección de justicia. Que como el hierro que la fra-
gua enciende, penetrado y poseído del fuego, y que
parece otro fuego siempre que está en la hornaza, es y
parece ansí; y si de ella no pudiese salir, no tendría, ni
tener podría, ni otro parecer ni otro ser; ansí lanzada
toda aquella feliz humanidad y sumida en el abismo
de Dios, y poseída enteramente, y penetrada por todos
sus poros de aquel fuego divino, y firmado con no mu-
dable ley que ha de ser ansí siempre, es un hombre
que es Dios, y un hombre que será Dios cuanto Dios
fuere; y cuanto está lejos de no lo ser, tanto está apar-
tada de no tener en su alma toda inocencia y rectitud
y justicia.
171 FRAY LUIS DE LEÓN
Que como ella es medianera entre Dios y su cuerpo,
porque con él se ayunta Dios por medio del alma; y
«orno los medios comunican siempre con los extremos
y tienen algo de la naturaleza de ambos, por eso el
alma de Cristo que, como forma de la carne, dice con
ella y se le avecina y allega (como mente criada para
unirse y enlazarse con Dios, y para recibir en sí y de-
rivar de sí en su cuerpo, ansí natural como místico,
Jos influjos de la divinidad), fué necesario que se ase-
mejase á Dios, y se levantase en bondad y justicia más
ella sola que juntas las criaturas. Y convino que fuese
un espejo de bien, y un dechado de aquella suma bon-
dad, y un sol encendido y lleno de aquel sol de
justicia, y una luz de luz, y un resplandor de resplan-
dor, y un piélago de bellezas cebado de un abismo be-
llísimo. Y rodeado y enriquecido con toda aquesta her-
mosura, y justicia é inocencia y mansedumbre, nuestro
santo Cordero (como tal, y para serlo cabalmente y del
todo) se hizo nuestro único y perfecto sacrificio, acep-
tando y padeciendo, por darnos justicia y vida, muerte
afrentosa en la cruz.
En que se ofrece á la lengua infinito; mas digamos
sólo el cómo fué sacrificio, y la forma de esta expia-
ción. Que cuando San Juan de este Cordero dice *:
«Que quita los pecados del mundo», no solamente
dice que los quita, sino que según la fuerza de la pro-
pia palabra, ansí los quita de nosotros, que los carga
sobre sí mismo y les hace como suyos, para ser El
castigado por ellos y que quedásemos libres. De mane-
ra que cuanto al cómo fué sacrificio, decimos que lo fué
no solamente padeciendo por nuestros pecados, sino
tomando primero á nosotros y á nuestros pecados en sí,
y juntándolos consigo y cargándose de ellos, para que
padeciendo El padeciesen los que con El estaban jun-
tos, y fuesen allí castigados. En que es gran maravilla:
que, si padeciéramos en nosotros mismos, doliéranos
mucho y valiéranos poco. Y más: como acaece á los
1 Joan, i, 29.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 47."»
árboles que son sin fruto en el suelo do nacen, y tras-
plantados de él fructifican, ansí nosotros traspasados
«n Cristo morimos sin pena, y fuénos fructuosa la
muerte. Que la maldad de nuestra culpa había pasado
tan adelante en nosotros, y extendídose y cundido
tanto en el alma, que lo tenía estéril todo é inútil; y no
se quitaba la culpa sino pagando la pena, y la pena era
muerte.
De manera, que por una parte nos convenía morir;
y por otra, siendo nuestra, era inútil la muerte. Y ansí,
fué necesario, no sólo que otro muriese, sino también
que muriésemos nosotros en otro que fuese tal y tan
justo, que por ser en él tuviese tanto valor nuestra
muerte, que nos acarrease la vida. Y como esto era ne-
cesario, ansí fué lo primero que hizo el Cordero en sí.
para ser propiamente nuestro sacrificio.
Que como en la ley vieja 1, sobre la cabeza de aquel
animal con que limpiaba sus pecados el pueblo, en
nombre de él ponía las manos el sacerdote, y decía
que cargaba en ella todo lo que su gente pecaba:
ansí El, porque era también sacerdote, puso sobre sí
mismo las culpas y las personas culpadas, y las ayun-
tó con su alma, como en lo pasado se dijo 2, por una
manera de unión espiritual é inefable, con que suele
Dios juntar muchos en uno, de que los hombres es-
pirituales tienen mucha noticia. Con la cual unión
encerró Dios en la humanidad de su Hijo á los que
según su ser natural estaban de ella muy fuera; y los
hizo tan unos con El, que se comunicaron entre sí
y á veces, sus males y sus bienes y sus condiciones; y
muriendo El, morimos de fuerza nosotros; y padecien-
do el Cordero, padecimos en El y pagamos la pena
que debíamos por nuestros pecados.
Los cuales pecados, juntándonos Cristo consigo, por
la manera que he dicho, los hizo como suyos propios,
según que en el Salmo dice 3: «Cuan lejos de mi salud
1 Levit., xvi, 21. 2 Véase el Nombre de Padre.
3 Psalm. xxi, 1.
176 FRAY LUIS DE LEÓN
las voces de mis delitos». Que llama delitos suyos los
nuestros, porque de hecho ansí á ellos, como á los auto-
res de ellos tenía sobre los hombros puestos, y tan
allegados á sí mismo y tan juntos, que se le pegaron
las culpas de ellos, y le sujetaron al azote y al castigo
y.á la sentencia contra ellos dada por la justicia divi-
na. Y pudo tener en El asiento lo que no podía ser
hecho ni obrado por El.
En que se consideran con nueva maravilla dos co-
sas: la fuerza del amor, y la grandeza de la pena y do-
lor. El amor, que pudo en un sujeto juntar los extre-
mos de justicia y de culpa; la pena que nacería en un
alma tan limpia, cuando se vio no solamente vecina,
sino tan por suya tanta culpa y torpeza. Que sin duda,
si bien se considera, veremos ser esta una de las ma-
yores penas de Cristo; y si no me engaño, de dos cau-
sas que le pusieron en agonía y en sudor de sangre en
el huerto, fué estala una.
Porque, dejando aparte el ejército de dolores que
se le puso delante, y de la fuerza que en vencerlo
puso, de que dijimos arriba x, ¿qué sentimiento sería
(;qué digo sentimiento!), qué congoja, qué ansia, qué
basca cuando el que es en sí la misma santidad y
limpieza, y el que conoce la fealdad del pecado cuan-
to conocida ser puede, y el que la aborrece y desama
cuanto ama su justicia y cuanto á Dios mismo, á
quien ama con amor infinito, vio que tanta muche-
dumbre de culpas (cuantas son todas las que desde
el principio hasta el fin cometen los hombres), tan gra-
ves, tan enormes, tan feas, y con tantos modos y figu-
ras torpes y horribles, se le entraban por su casa y
se le avecinaban al alma, y la cercaban y rodeaban
y cargaban sobre ella, y verdaderamente se le apega-
ban, y hacían como suyas, sin serlo ni haberlo podi-
do ser?
¡Qué agonía y qué tormento tan grande, quien abo-
1 En el Nombre de Rey.
DE LOS NOMBRES DE CRISTO.— LIBRO TERCERO 177
rreció tanto este mal, y quien veía á los ojos cuanto
<le Dios aborrecido era y huido, verse de él tan car-
gado; y verse leproso el que en ese mismo tiempo era
la salud de la lepra; y como vestido de injusticia y
maldad el que en ese mismo tiempo es justicia; y he-
rido y azotado y como desechado de Dios, el que en
esa misma hora sanaba las heridas nuestras, y era el
descanso del Padre! Ansí que, fué caso de terrible
congoja el unir consigo Cristo, purísimo, inocentísimo
y justísimo, tantos pecadores y culpas; y el vestirse
tal rey de tanta dignidad, de nuestra vejez y vileza.
Y eso mismo, que fué hacerse Cordero de sacrificio,
y poner en sí las condiciones y cualidades debidas al
Cordero, que sacrificado limpiaba, fué en cierta ma-
nera un gran sacrificio. Y disponiéndose para ser sacri-
ficado, se sacrificaba de hecho con el fuego de la con-
goja, que de tan contrarios extremos en su alma nacía:
y antes de subir á la cruz, le era cruz esa misma car-
ga que para subir á ella sobre sus hombros ponía. Y
subido y enclavado en ella, no le rasgaban tanto ni
lastimaban sus tiernas carnes los clavos, cuanto le
traspasaban con pena el corazón la muchedumbre de
malvados y maldades, que ayuntados consigo y sobre
sus hombros tenía; y le era menos tormento el des-
atarse su cuerpo, que el ayuntarse en el mismo tem-
plo de la santidad tanta y tan grande torpeza.
A la cual, por una parte, su santa alma la abrazaba
y recogía en sí para deshacerse por el infinito amor
que nos tiene; y por otra esquivaba y rehuía su ve-
cindad y su vista, movido de su infinita limpieza: y
ansí peleaba, y agonizaba, y ardía como sacrificio
aceptísimo; y en el fuego de su pena consumía eso
mismo que con su vecindad le penaba, ansí como
lavaba con la sangre que por tantos vertía, esas mis-
mas mancillas que la vertían, á que como si fueran
propias, dio entrada y asiento en su casa. De suerte
que ardiendo El, ardieron en El nuestras culpas: y
bañándose su cuerpo de sangre, se bañaron en sangre
los pecadores; y muriendo el Cordero, todos los que
478
FRAY LUIS DE LEÓN
estaban en él, por la misma razón, pagaron lo que eí
rigor de la ley requería.
Que como fué justo que la comida de Adán, porque
en si nos tenía, fuese comida nuestra, y que su pecado
luese nuestro pecado, y que emponzoñándose él, nos
emponzoñásemos todos; ansí fué justísimo que ardien-
do en el ara de la cruz, y sacrificándose este dulce
Cordero, en quien estaban encerrados y como hechos
uno todos los suyos, cuanto es de su parte quedasen
abrasados todos y limpios.
De lo cual, Juliano, veréis con cuánta razón se llama
Lnsto Cordero, que fué lo que al principio declarar
propuse. Y según lo mucho que hay que decir, he
declarado algún tanto. Pasemos, si os parece, al nom-
bre de Amado \ que pues tan agradable le fué á Dios
el sacrificio de nuestro santo Cordero, sin duda fué
amado y lo es por extraordinaria manera.
Viendo Marcelo que daban muestras los dos de gus-
tar que pasase adelante, cobrando un poco de aliento
prosiguió diciendo:
—Digo, pues, que es llamado Cristo el Amado, etc.
1 El nombre de Amado va impreso desde la página 385 des-
pués del nombre de Hijo, para ajustamos á las primeras edicio-
nes completas.-Se conoce que Fray Luis de León tenía el plan
de colocar este nombre de Cordero entre el de Hijo y el de
Amado; pero para ello hubiera tenido que modificar la forma
del diálogo con que empieza el nombre de Amado, que, según
él lo publicó, guarda más ilación con lo que dice al final del nom-
bre de Hijo.-Y pues Fray Luis de León no intrudujo allí este
nombre de Cordero, en las ediciones que él pudo corregir, quizá
por el deseo de perfeccionarle y darle más amplitud, á nosotros
al publicarlo al final De los Nombres de Cristo, como se ha ve-
nido haciendo en casi todas las ediciones desde la 6.a, hecha en
salamanca el año 1595, solamente nos toca respetar estas nie-
blas 6 lagunas insignificantes que á veces aparecen en las obras
inmortales de los grandes ingenios.-fJVo/a de esta edición).
&#&&«se#G#&#G&«@&s@
IISTID IOE
Págs,
Prólogo biográfico x
Introducción.— Dase razón y motivo de la obra. ... 1
Libro primero.
Capítulo primero.— Introdúcese en el asunto con la
idea de un coloquio que tuvieron tres amigos en
una casa de recreo 1*
Cap. II. -Explícase qué viene á ser nombre, qué ofi-
cio tiene, por qué fin se introdujo y en qué manera
se suele poner 14
Cap. III.- Es llamado Cristo Pimpollo, y explícase
cómo le conviene este nombre, y el modo de su
maravillosa concepción 28-
Cap. IV.— Declárase cómo Cristo tiene el nombre de
Faces, ó cara de Dios, y por qué le conviene este
nombre ^
CAp. V.— Es Cristo llamado Camino, y por qué se le
atribuye este nombre 60
CAP. VI.— Llámase Cristo Pastor; por qué le convie-
ne este nombre, y cuál es el oficio de pastor 12
Cap. VII.— Se le da á Cristo el nombre de Monte; qué
significa éste en la Escritura, y por qué se le atri-
buye á Cristo 9*
Cap. VIII.- Llámase Cristo Padre del siglo futuro, y
explícase el modo con que nos engendra en hijos
llt
suyos lli
480 ÍNDICE
PágS.
Libro segundo.
Introducción.— Descripción de la miseria humana,
y origen de su fragilidad , 15:1
Capítulo primero.— De cómo se llama Cristo Brazo
de Dios, y á cuánto se extiente su fuerza 158
Cap. II.— Es Cristo llamado Rey, y de las cualidades
que Dios puso en El para este oficio "~Í9"l
Cap. III —Explícase qué cosa es paz, cómo Cristo esT
su autor, y por tanto llamado Principe de paz,... 2361
Cap. IV.— Llámase Cristo Esposo, y explícase cómo
lo es de la Iglesia, y las circunstancias de este des-
posorio 277
Libro tercero.
Introducción.— Se da solución á algunos reparos
que se hicieron sobre los dos libros anteriores. ... 317
Capítulo primero. -Cuan propiamente se llama
Cristo Hijo de Dios, por hallarse en El todas las
condiciones que se requieren para serlo 322
Cap. II.— Trátase del nombre El Amado, que se le da
á Cristo en la sagrada Escritura, y explícanse las
finezas de amor con que los suyos le aman 385
Cap. III.— Qué significa, y cómo le conviene sólo á
Cristo el nombre de Jesús, y de cómo es su nombre
propio en cuanto hombre 412
Cap. IV.- De cómo Cristo es llamado Cordero, y por
qué le conviene este nombre 450
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BlNOm® SECT. MAY 1 6 1968
León, Luis Ponce de
590 Los nombres de Cristo
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1907
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