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Full text of "Los nombres de Cristo. 17. ed., corregida à la vista de las mejores, y precedida de un prólogo biográfico por el R.P. Miguélez"

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UNIVERSITY  OF 
TORONTO  PRESS 


LOS  NOMBRES  DE  CRISTO 


Biblioteca  del  Apostolado  de  la  Prensa, 


LOS 

NOMBRES  DE  CRISTO 


POR 


FRAY     LUIS     DE     LEÓN 


DE  LA  ORDEN   DE   SAN   AGUSTÍN 


EDICIÓN    DÉCIMASÉPTIMA 

corregida  á  la  vista  de  las  mejores,  y  precedida  de  un  prólogo  biográfica 
POR    EL 

TI.     T>.     IMIIG-TTÉILEZ 

AGUSTINO 


MADRID 

BIBLIOTECA    DEL    APOSTOLADO    DE   LA    PRENSA. 

7  —  San   Bernardo  —  7 

1907 


CON  LICENCIA  ECLESIÁSTICA 


Tipografía  del  Sagrado  Corazón,  San  Bernardo,  7. 


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FRAY    LUIS    DE    LEÓN 


(PRÓLOGO  biográfico) 


fTruiÉN  no  conoce  á  Fray  Luis  de  León,  al  egre- 
%¿  gio  é  incomparable  autor  de  Los  Nombres  de 
Cristo?  Su  fama  de  poeta  príncipe  y  genial,  de 
escritor  clásico  y  modelo  entre  los  clásicos,  de  ora- 
dor vehemente  y  ciceroniano,  de  filósofo  profundo 
y  de  teólogo  y  escriturario  sagacísimo,  es  tan  gran- 
de y  universal  como  la  historia  de  sus  amarguras 
en  las  cárceles  secretas  de  la  Inquisición,  donde 
la  «envidia  y  mentira  le  tuvieron  encerrado»  por 
defender  verdades  que  no  cabían  en  la  mezquina 
inteligencia  de  sus  émulos  y  perseguidores,  verda- 
des que  casi  él  solo  veía  con  meridiana  claridad, 
y  que,  por  fortuna,  han  pasado  ya  á  la  categoría 
de  axiomas  indiscutibles  en  el  campo  de  la  exé- 
gesis  escrituraria. 

Esa  fama  universal  que,  no  contenida  en  los  lí- 
mites de  la  nación,  ha  pasado  las  fronteras  y  está 
infaliblemente  consagrada  por  el  fallo  certero  de 
la  Historia,  puede  decirse  que  ha  ido  en  aumento 
desde  que  se  descubrió  y  publicó  el  Proceso  inqui- 
sitorial de  su  causa,  y  van  conociéndose  sus  admi- 


FRAY    LUIS    DE   LEÓN 

nibles  obras  en  latín  J,  superiores  en  profundidad 
científica  á  sus  conocidísimas  obras  castellanas;  y 
no  es  de  presumir  que  la  gloria  inmarcesible  del  sa- 
bio sea  disminuida  ó  eclipsada  por  las  insignifican- 
tes sombras  que  como  hombre  pudo  tener,  y  más  en 
la  época  turbulenta  en  que  vivió,  aunque  tales  som- 
bras y  lunares  se  haya  obstinado  en  ponerlos  de 
relieve  cierto  escritor  moderno,  más  atrevido  que 
juicioso,  en  una  obra  de  taracea,  cuyos  desplantes 
y  virulencias  de  fondo  y  forma  contra  Fray  Luis 
producen  el  mismo  efecto  que  el  zumbido  y  morde- 
dura de  un  cínife  en  una  montaña  de  granito. 

Aún  hay  clases,  y...  sindéresis;  á  pesar  de  que  am- 
bas cosas  vayan  poniéndose  en  litigio  por  críticos 
más  ó  menos  modernistas,  fruto  espontáneo  y  mal- 
dito de  esta  época  de  decadencia,  amagados  de  una 
nueva  especie  de  enajenación  mental  con  que,  á 
Jaita  de  glorias  en  lo  presente,  quieren  dar  al  tras- 
te con  todas  las  glorias  más  legítimas  pasadas,  eri- 
giéndose á  sí  mismos  los  pedestales  que  pretenden 
destrozar. 

Y  á  fe  que,  respecto  á  Fray  Luis  de  León,  no  han 
de  conseguirlo.  Porque  no  en  vano  la  verdadera 
Historia,  que  sabe  depurar  los  hechos,  y  aquilatar  y 
pesar  en  la  justa  balanza  los  méritos  y  deméritos 
de  los  hombres,  ha  colocado  sin  apelación  á  la  ca- 
beza de  las  clases  privilegiadas  del  ingenio,  de  los 
verdaderos  aristócratas  del  saber,  el  nombre  in- 
mortal del  Maestro  salmantino,  hoy  tanto  más  glo- 


1  Mij.  Luyaii  Legionensis  augustiniani,  Divinorum 
librorum  primi  apud  Salmanticensis  interpretis  Opera, 
num  primum  ex  m*s.  ej  ísdem  ómnibus  PP.  Augusti- 
niensium  studio  edita.  —  Salmanlicae,  Episcopali  Cala- 
travae  Collegio,  I891.-Siet3  voiums.  en  4.°  may. 


PROLOGO   BIOGRÁFICO  \  11 

rioso  cuanto  fué  más  perseguido  por  aquéllos  ó  éstox 
que,  oficiando  de  jueces,  han  llegado  á  convertirse 
en  reos  de  la  propia  malicia  ó  ignorancia,  envidia 
ó  aturdimiento,  ante  la  voz  de  la  verdad  que  brota 
serena  é  inconfundible  de  las  candentes  páginas  del 
Proceso,  el  cual  bien  pudiera  apellidarse  vindica- 
ción de  la  sabiduría  y  de  la  inocencia  atropelladas. 

Es  Fray  Luis  de  León  uno  de  los  pocos  escritores 
que  jamás  envejecen.  El  fondo  macizo  y  perdurable 
de  sus  obras  es  de  ayer,  de  hoy,  como  de  todos  los 
tiempos,  y  le  prestan  cierto  aire  de  inmortalidad. 
La  forma  de  su  estilo,  verdaderamente  regio,  so- 
lemne y  majestuoso,  severo  y  atildado,  sin  afeites 
ni  rebuscos,  propio  de  su  temperamento  artístico 
(mezcla  admirable  de  helénico  y  hebreo  sobre  la 
base  y  naturaleza  de  su  raza  latina),  y  también  de 
la  mejor  época  de  nuestra  literatura  clásica,  hace 
que  siempre  sea  leído  con  entusiasmo  y  admira- 
ción por  cuantos  no  han  dejado  apagar  en  sus  al- 
mas la  viva  centella  del  buen  gusto,  y  que  se  le 
repute  como  uno  de  los  más  hábiles  é  ingeniosos 
cultores  y  defensores  de  la  rica  lengua  castellana 
en  su  madurez  y  plenitud,  llamada  por  antonoma- 
sia la  lengua  de  Fray  Luis  de  León. 

Si  los  poetas  de  pura  sangre  siguen  buscando  ins- 
piración y  equilibrio  para  sus  lucubraciones  en  los 
versos  inmortales  y  esculturales  del  cantor  de  la 
Noche  Serena,  cuyo  titulo  sólo  es  ya  una  poesía;  si 
el  literato  que  en  algo  estime  su  fama  de  estilista 
no  deja  de  remirarse  en  el  espejo  de  la  bruñida  pro- 
sa de  Fray  Luis;  si  el  metafísico  y  el  teólogo  pro- 
curan iluminar  sus  entendimientos  con  los  resplan- 
dores geniales  profusamente  desparramados  en  las 
áureas  páginas  de  Los  Nombres  de  Ceisto,  donde 
se  abrazan  la  ciencia  humana  y  divina,  y  que 


VIH  FRAY    LUIS   DE  LEÓN 

un  poema  sin  rimar;  si  el  predicador,  y  el  moralis- 
ta, y  el  exégeta,  buscan  conceptos  y  enseñanzas  y 
aclaraciones  en  los  siempre  jugosos  comentarios 
que  en  castellano  y  en  latín  hizo  el  Maestro  León  á 
no  pocos  libros  y  pasajes  obscuros  de  la  Biblia,  que 
aparecen  llenos  de  luz  desde  que  él  los  explicara 
con  conocimiento  superior,  en  muchos  casos,  al  pro- 
pio San  Jerónimo;  si,  en  una  palabra,  al  hablista  y 
al  sabio  tienen  que  serles  familiares  todos  los  escri- 
tos del  insigne  y  perseguido  poeta,  no  es  menos 
cierto  que,  apesar  de  la  ciencia  profunda  que  tales 
obras  encierran  y  que  no  pueden  darles  un  carác- 
ter del  todo  popular,  en  ellas  han  espigado  alimen- 
to nutritivo  para  sus  almas  hambrientas  de  doctri- 
na las  clases  menos  doctas  del  pueblo,  según  lo  pa- 
tentizan las  numerosas  é  incontables  ediciones  de 
La  Perfecta  Casada  1,  y  también  las  dieciséis  edi- 
ciones que,  sin  contar  las  extranjeras,  se  han  hecho 
de  esta  obra  clásica  del  autor,  Los  Nombres  de 
Cristo;  prueba  evidente  de  que  nuestro  pueblo  no 
se  halla  tan  falto  de  sólida  cultura,  y  de  que,  ex- 
ceptuados Fray  Luis  de  Granada  y  Santa  Teresa 
de  Jesús,  casi  ninguno  de  nuestros  grandes  místi- 
cos es  tan  leído  en  España  como  el  maestro  Fray 
Luis  de  León. 

Teniendo  esto  presente,  á  instancias  y  bajo  los 
auspicios  del  Apostolado  de  la  Prensa,  que  se  es- 
fuerza con  tanto  fruto  en  extender  por  el  pueblo 


1  En  el  año  pasado,  1006,  se  tradujo  de  nuevo  al  fran- 
cés el  libro  de  La  Perfecta  Casada  por  la  célebre  escrito- 
ra francesa  Madame  Jane  Dieulaí'oy;  y  en  el  mismo  año 
se  ha  hecho  otra  nueva  edición,  por  cierto  muy  esmera- 
da, en  Pontevedra,  reproducción  admirable  de  la  del  Pa- 
dre Galiana. 


PROLOGO   BIOGRÁFICO 


las  buenas  lecturas,  de  que  Fray  Luis  de  León  fué 
paladín  esforzado,  se  ha  llevado  á  término  esta 
numerosísima  y  correctísima  edición  de  Los  Nom- 
bres de  Cristo. 

Debiendo  ser  popular  y  fabulosamente  económi- 
ca la  edición,  popular,  ó  al  alcance  de  todas  las  for- 
tunas intelectuales,  debe  aspirar  á  ser  también  el 
Prólogo  biográfico  que,  tomado  de  los  últimos  y  re- 
cientes descubrimientos  históricos,  encabece  estas 
áureas  páginas  de  su  renombrado  autor  Fray  Luis 
de  León,  el  místico  más  científico  y  profundo  do 
nuestra  rica,  excelsa  y  nunca  bien  ponderada  lite- 
ratura clásica. 


Nació  este  egregio  poeta  y  escritor,  grande  entn 
los  grandes  de  su  siglo,  en  la  villa  de  Belmonte, 
provincia  de  Cuenca,  poco  después  de  la  mitad  del 
año  1528  í.  Fué  hijo  primogénito  de  los  nobles  y  pu- 
dientes hidalgos  Don  Lope  de  León  y  Doña  Inés 
Valera.  Vivió  en  Belmonte  'patria  también  del  Con- 
destable de  Castilla  Don  Miguel  Lucas  de  Iranzo, 


1  De  admitirse  la  fecha  de  1527,  como  ha  hecho  la  ma- 
yoría de  los  biógrafos  de  Fray  Luis,  es  del  todo  imposible 
armonizarla  con  los  datos  que  alega  el  propio  interesado, 
cuando  dice  que  á  los  catorce  años  le  llevó  su  padre  á  es- 
tudiar á  Salamanca,  y  que  á  los  cuatro  ó  cinco  meses  de 
estar  allí  tomó  el  hábito  de  San  Agustín  en  dicha  ciudad. 
Constando,  por  otra  parte,  que  profesó  el  29  de  Enero 
de  1544,  y  soliendo  durar  el  noviciado  un  año  cumplido, 
es  preciso  señalar  su  ingreso  en  la  Orden,  ó  la  toma  de 
hábito,  el  28  de  Enero  del  año  anterior,  ó  sea  el  1543.  Si 
en  esa  fecha  tenía  Luis  de  León  catorce  años  y  cuatro 
ó  cinco  meses,  hay  que  colocar  su  nacimiento  en  Sep- 
tiembre de  1528. 


X  FRAY    LUIS   DE   LF.ÓN 

del  agustino  P.  Luis  de  Montoya  y  del  jesuíta  Padre 
Gabriel  Vázquez),  hasta  la  edad  de  cinco  ó  seis 
años,  en  que  pasó  con  sus  padres  á  Madrid  y  Valla- 
dolid,  donde  Don  Lope  tuvo  que  desempeñar  cargos 
importantes  de  su  profesión  de  Abogado  y  Conse- 
jero regio.  Desde  muy  niño  aprendió  á  leer  y  can- 
tar, demostrando  las  nativas  facultades  de  su  pre- 
coz ingenio  y  su  vocación  artística,  que  fácilmente 
pudo  desarrollar  al  lado  de  los  varones  eminentes 
que  entonces  florecían  en  Salamanca,  emporio  de 
las  ciencias  y  las  artes,  y  adonde  fué  llevado  con 
ese  fin  á  la  edad  de  catorce  años. 

Pero  « á  los  pocos  meses  de  estancia  en  la  Atenas 
•  española  brotaron  en  su  espíritu  anhelos  más  puros 
que  los  de  la  gloria  humana,  impulsos  irresistibles 
de  trocar  las  promesas  seductoras  con  que  le  brin- 
daba el  mundo,  por  la  mortificación  y  el  retiro  del 
claustro;  y,  obedeciendo  á  esas  dulces  é  imperiosas 
voces  de  la  Naturaleza  y  de  la  Gracia,  vistió  el  há- 
bito de  San  Agustín  en  el  famoso  Convento  de  Sa- 
lamanca, donde  brillaba  con  intensos  y  celestiales 
resplandores  la  angélica  memoria  de  San  Juan  de 
Sahagún,  y  donde  recientemente  había  sido  Prior 
el  portento  de  caridad  cristiana  y  de  elocuencia 
fervorosa  que  se  llamó  Santo  Tomás  de  Villa- 
nueva»  1. 


1  Entre  las  muchas,  y  alguna3  muy  interesantes  bio- 
grafías que  S3  han  he:;ho,de  Fray  Luis  de  León,  cito,  ex- 
iracto  ó  aclaro  la  más  ful,  concienzuda,  sobria,  al  par 
que  serenamente  crítica  y  desapasionada  que  escribió  el 
malogrado  y  eruditísimo  literato  P.  Blanco  (Madrid, 
"i 901).  Mj  complazco  en  rendir  este  tributo  de  car;ñ  }  y  ad- 
miración á  la  grata  mem  )ria  del  hermano,  del  amigo  y 
del  paisano,  contribuyendo  á  divulgar  su  libro  postumo, 


PRÓLOGO    BIOGRÁFICA  XI 

«No  puede  negarse  que  los  sentimientos  y  las  in- 
clinaciones de  Fray  Luis,  su  ingénito  amor  de  la 
paz  y  la  harmonía,  á  las  que  redujo  el  ideal  de  la 
vida  y  del  arte  tan  hermosamente  cantado  en  su 


q  16  él  habría  perfeccionado  si  viviera  más  tiempo  para 
gloria  y  ornamento  de  las  letras. 

El  P.  Blanco  (que  no  sabía  ser  historiador  de  naderías 
y  pequeneces  indignas  de  la  grandeza,  majestad  y  serie- 
dad de  la  Historia),  en  la  porfiada  búsqueda  que  hizo  de 
cuanto  podía  aclarar  la  Vida  de  Fray  Luis  de  León,  dejó, 
ó  de  intento  ó  por  descuido,  algunas  migajas  y  rebañadu- 
ras de  noticias  impertinentes  que,  con  ansia  famélica  de 
gloria  que  no  alcanza,  se  ha  apresurado  á  devorar  sin 
digerir  un  impulsivo  escritor,  cuyo  nombre  callaré  por 
respeto  y  veneración  á  la  OrJen  gloriosísima  de  que  es 
miembro;  y  tanto  más,  cuanto  la  fama  científica  y  literaria 
de  ésta  queda  muy  malparada  con  partos  tan  violentos. 

Aún  podría  pasar  que  en  ese  mazorral  informe  de  lite- 
ratura oficinesca  (que  ilena  xv-57l  páginas  mortales,  ca- 
careadas de  propio  marte  en  cierta  clase  de  prensa  dia- 
ria, fomentadora  de  la  escuela  modernista  del  peor  gus- 
to), su  obstinado  autor  y  desafortunado  rebuscador  de 
inútiles  é  insubstanciosos  alegatos  y  contra-alegatos,  so- 
bradamente conocidos,  vindicase  glorias  domésticas  que, 
aunque  disten  mucho  de  serlo  para  la  generalidad,  nadie 
ha  tratado  de  mermar  injustamante;  pero  cuando  se  le  ve 
tocando  á  rebato,  y  en  tono  cómicamente  vanidoso  anun- 
ciar tales  mercancías  averia  las,  y  pasadas  por  ojo,  como 
de  matute,  por  el  fielato  de  la  censura...  juiciosa,  entran 
sospechas  de  si  se  pretenderá  con  eso  armar  camorras, 
ya  imposibles,  del  más  eres  tú;  ó  hacer  encarnar  de  nuevo 
en  la  Historia  el  espíritu  inquisitorial  y  rencoroso  que 
desciende  por  línea  recta  de  Torquemada,  Mancio,  Ba- 
ñez,  Medina  y  Castro.  Parece  tradicional  en  algunos  do- 
minicos la  ojeriza  contra  el  gran  escritor  agustiniano.  Y 
es  dar  coces  contra  el  aguijón. 


XII  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

brillante  prosa;  su  inextinguible  sed  de  lo  infinito: 
la  nostalgia  del  cielo,  que  le  inspiró  tantas  y  tan 
sublimes  efusiones  líricas;  la  austeridad  de  costum- 
bres y  de  criterio  moral,  á  veces  llevada  hasta  la 
exageración;  tocio  cuanto  conocemos,  en  fin,  de  su 
carácter  y  su  personalidad,  le  estaba  señalando  la 
celda  monástica  como  centro  de  reposo.» 

En  desquite  providencial  de  las  pérdidas  ó  mer- 
mas que  la  reforma  protestante  proporcionaba  á  la 
Iglesia  en  Inglaterra  y  Alemania,  grande  y  se- 
lecto debió  de  ser  el  número  de  estudiantes  que, 
procedentes  de  casi  todas  las  Universidades  del 
reino,  acudían  solícitos  á  los  claustros  para  lue- 
go luchar,  como  esforzados  paladines  de  la  pie- 
dad y  de  la  ciencia  en  contra  del  protestantismo, 
cuando  sabemos  que  Fray  Luis  de  León  tuvo  por 
connovicios  en  el  convento  de  San  Agustín  de  Sala- 
manca á  dos  hijos  del  Almirante  de  Castilla  Don 
Alfonso  Enríquez,  á  uno  de  D.  Francisco  de  Toledo, 
de  la  casa  de  Alba,  y  varios  otros  individuos  de  fa- 
milias ilustres  que  no  tardaron,  tanto  en  España 
como  en  las  misiones  de  Asia  y  América,  en  exten- 
der el  nombre  de  Cristo. 

Terminado  el  año  de  prueba  y  hecha  renuncia  del 
pingüe  mayorazgo  en  su  hermano  segundo,  emitió 
Fray  Luis  de  León  públicamente  sus  votos  religio- 
sos en  manos  del  Rvdo.  P.  Provincial  Francisco  de 
Nieva  el  día  20  de  Enero  de  1544,  según  consta  del 
acta  de  su  profesión  por  ambos  firmada. 

Desde  esa  fecha,  y  teniendo  en  cuenta  que  la 
vida  del  verdadero  religioso  es  tanto  más  meritoria 
cuanto  más  oculta  y  escondida  en  Cristo,  pocos  epi- 
sodios pueden  citarse  que  enaltezcan  la  vida  de 
Fray  Luis,  entretenido,  como  cualquier  estudiante 
enamorado  de  los  libros,  en  enriquecer  su  entendí- 


FROLOGO   BIOGRÁFICO  XIII 

miento  con  las  verdades  de  la  Filosofía  y  de  las  Ar- 
tes, bajo  la  dirección  del  célebre  P.  Guevara,  dentro 
del  propio  convento,  y  luego  en  la  Universidad, 
corno  teólogo  matriculado,  oyendo  las  sabias  expli- 
caciones de  los  por  tantos  conceptos  insignes  Mel- 
chor Cano  y  Soto,  faros  inextinguibles  de  la  Orden 
Dominicana,  á  quienes  Fray  Luis  de  León  parece 
ufanarse  de  haber  tenido  por  maestros  en  Teología. 

Alternaba  los  estudios  de  ésta  con  el  más  árido 
de  las  lenguas  orientales,  en  que  salió  maestro  con- 
sumadísimo, como  quien  tenía  fijo  el  pensamiento 
desde  la  niñez,  según  él  mismo  indica,  de  consa- 
grar las  dotes  y  preeminentes  cualidades  que  del 
cielo  había  recibido  al  servicio  y  defensa  de  la  Igle- 
sia, allí  precisamente  donde  más  se  la  combatía, 
en  las  Sagradas  Escrituras,  base  fundamental  de 
la  Teología.  Pero  al  mismo  tiempo,  como  deporte 
y  solaz  del  espíritu,  «entre  las  ocupaciones  de  sus 
estudios»,  y  tal  vez  para  amenizarlos,  por  voca- 
ción ingénita  de  su  alma  profundamente  artística, 
rendía  culto  fervoroso  á  la  dulce  poesía,  dejando 
caer,  «como  de  entre  las  manos»,  no  pocas  de  aque- 
llas composiciones  poéticas,  ajenas  de  artificio,  que 
forman  las  delicias  de  los  amantes  de  lo  bello. 
¿Quién  no  las  recuerda,  si  ellas  son  ornato  y  de- 
coro de  las  letras  españolas? 

Amarrado  por  propia  y  espontánea  voluntad  con 
los  votos  religiosos,  cual  nave  anclada  en  seguro 
puerto,  sin  conocer  todavía  por  experiencia  los  des- 
engaños que  proporciona  el  mundo  á  quien  en  él 
se  lanza  confiado;  pero  comparándolos  por  barrun- 
tos poéticos  y  enseñanzas  ascéticas,  de  esas  que 
imprimen  carácter  indeleble  en  la  juventud,  con  los 
halagos  y  dulzuras  que  toda  alma  experimenta  en 
los  primeros  años  de  su  consagración  á  Dios;  y  lie- 


XIV  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

vado  también  en  alas  de  su  sentimiento  por  los  es- 
plendores de  la  naturaleza  que  en  él  era  tan  vivo, 
sobre  todo  cuando  disfrutaba  de  sus  encantos  en  las 
riberas  del  Tormes,  es  de  presumir  que  brotasen  de 
su  pecho  conmovido  aquellas  efusiones  líricas,  las 
más  frescas,  espontáneas  y  transparentes,  arran- 
cadas 

al  son  dulce  acordado 

del  plectro  sabiamente  meneado. 

Y  por  algo  exclamaba: 

I  Oh  monte,  oh  fuente,  oh  río, 
oh  secreto  seguro  deleitosol 
Roto  casi  el  navio, 
á  vuestro  almo  reposo 
huyo  de  aqueste  mar  tempestuoso 

Vivir  quiero  conmigo, 
gozar  quiero  del  bien  que  debo  al  cielo, 
á  solas,  sin  tesligo, 
libre  de  amor,  de  zelo, 
de  odio,  de  esperanza,  de  recelo. 

La  historia  de  la  vida  íntima  de  Fray  Luis  de 
León  en  los  dorados  años  de  su  juventud,  forzosa- 
mente hay  que  deducirla  y  entresacarla  de  los  pro- 
pios versos  escritos  en  sus  mocedades.  Es  la  única 
manera,  ya  que  los  archivos  y  documentos  callan, 
de  no  fantasear  hinchiendo  vanamente  páginas  y 
más  páginas  con  gratuitas  suposiciones  de  lo  que 
pudo  hacer  y  no  consta  que  hiciese.  Porque  siendo 
sinceras,  como  sin  disputa  lo  son,  aquellas  poesías 
tiernas  y  efusivas,  llenas  de  unción  soberana,  donde 
estampó  para  siempre  el  sello  de  su  alma  virgen, 
enemiga  declarada  de  componendas  y  eufemismos 
con  las  cuales  no  se  abraza  la  verdad,  justo  es  ver- 
le retratado  por  dentro  y  por  fuera  en  aquellas 


PROLOGO   BIOGRÁFICO  XV 

ansias  de  traspasar  la  vida  á  la  sombra  pacífica  deí 
claustro 

en  gozo,  en  paz,  en  luz  no  interrumpida. 

Un  no  rompido  sueño, 
un  día  puro,  alegre,  libre  quiero: 
no  quiero  ver  el  ceño 
vanamente  severo 
de  á  quien  la  sangre  ensalza  ó  el  dinero. 

Despiértenme  las  aves 
con  su  cantar  sabroso  no  aprendido, 
no  los  cuidados  graves 
de  que  es  siempre  seguido 
el  que  al  ajeno  arbitrio  está  atenido. 

Había  escapado,  por  divino  llamamiento,  clef 
naufragio  del  «mundanal  ruido»;  pero  al  condenar 
en  sus  sonoros  versos  la  vanidad  del  mundo,  sabía 
distinguir  entre  la  hermosura  de  éste,  como  hechura 
de  Dios,  y  los  vanos  cuidados  á  que  se  entregan  los. 
amantes  de  sus  goces. 

No  condeno  del  mundo 
la  máquina,  pues  es  de  Dios  hechura; 
en  sus  abismos  fundo 
la  presente  escritura, 
cuya  verdad  el  campo  me  asegura. 

Inciertas  son  sus  leyes 
incierta  su  medida  y  su  balanza; 
sujetos  son  los  Reyes, 
y  el  que  menos  alcanza, 
á  miserable  y  súbita  mudanza 

Pródigo  en  prometernos 
y  en  cumplir  tus  promesas,  mundo,  avaro; 
tus  cargos  y  gobiernos 
nos  enseñan  bien  claro 
que  es  tu  mayor  placer,  de  balde,  caro. 

¡Guay  del  que  los  procura, 
pues  hace  la  prisión  adonde  queda 
en  servidumbre  dura, 
cual  gusano  de  seda 
que  en  su  delgada  fábrica  se  enreda! 


XVI  FRAY    LUÍS   DE    LEÓN 

Fray  Luis  de  León  no  procuraba  ni  por  ensueños 
-esos  cargos,  gobiernos  y  honores  que  en  su  espíritu 
tanto  aborrecía,  sabiendo  por  intuición  el  légamo  y 
amargor  que  dejan.  Huyó  del  estruendo  del  claus- 
tro universitario  al  silencio  y  soledad  del  claustro 
religioso,  cuya  vida  cantó,  como  todas  las  suyas, 
en  estrofas  inmortales;  y,  sin  embargo,  los  Supe- 
riores le  mandan  volver  á  la  Universidad  á  com- 
pletar y  perfeccionar  oficialmente  sus  estudios, 
que  debía  alternar  con  sus  rezos,  nutriéndose  de  ese 
modo  con  el  doble  pasto  de  la  ciencia  y  de  la 
piedad. 

En  estos  ejercicios  entretuvo  el  ínclito  poeta  su 
vida  de  estudiante  en  Salamanca  hasta  el  año  1551, 
empezando  pronto  á  comunicar,  como  profesor,  á 
sus  hermanos  de  hábito  en  el  mismo  Salamanca 
y  en  Soria  lo  que  había  aprendido  en  las  aulas 
universitarias;  hasta  que,  deseoso  de  perfeccio- 
narse más  y  más  en  el  conocimiento  de  la  Sagra- 
da Escritura  y  de  la  Teología,  pasó  á  la  célebre 
Universidad  de  Alcalá,  donde  en  calidad  de  oyente 
tuvo  por  profesores  al  ilustre  Cipriano  de  la  Huer- 
ga,  y  al  dominico  Fray  Mancio  de  Corpus  Christi, 
de  quien  no  puede  hablarse  con  tanto  encomio  pol- 
la parte  algo  aciaga  que  tomó  más  tarde  en  el 
proceso  inquisitorial  injustamente  formado  con- 
tra Fray  Luis. 

Terminada  la  carrera  literaria,  y  ordenado  de 
sacerdote,  debió  de  ser  grande  su  fama  de  sabio, 
y  sobre  todo  de  orador,  cuando  sabemos  que  los 
Superiores  le  encomendaron  para  la  Congregación 
que  había  de  celebrarse  en  Dueñas  el  15  de  Mayo 
de  1557  el  sermón  que  en  tales  asambleas  se  acos- 
tumbra. Había  de  hablar  á  lo  más  granado  y  se- 
lecto de  la  Provincia,   y  dirigir  reprimendas,   si 


PRÓLOGO  BIOGRÁFICO  XVII 

las  necesitaban,  á  varones  insignes  en  virtud  y 
saber.  Y  aquella  memorable  reunión,  que  tuvo  por 
presidente  al  Beato  Alonso  de  Orozco,  escuchó  con 
asombro  y  paciencia  la  catilinaria  más  irónica  y 
sangrienta,  más  hiperbólica  y  apasionada  que  ha 
salido  de  labios  humanos  desde  Demóstenes  y  Ci- 
cerón acá. 

Fray  Luis  de  León,  que  había  nacido  para  rendir 
culto  á  la  verdad  sin  velos,  sabedor  de  los  abusos 
que,  de  soslayo  y  por  la  puerta  de  escape  de  la  ob- 
servancia, se  habían  introducido  en  algunas  Casas 
de  su  Provincia,  llevado  en  alas  de  su  natural 
vehemencia,  de  su  profundo  talento  y  de  su  ga- 
lanísimo decir,  tronó  y  relampagueó  y  agotó  el  re- 
pertorio de  los  epítetos,  frases  y  períodos  canden- 
tes en  que  es  tan  fecunda  la  lengua  del  Lacio,  para 
extirpar  en  su  raíz  los  excesos  y  enormidades  que 
lamentaba  con  un  celo  digno  de  Elias,  y  que  pare- 
cerían inverosímiles  en  personas  religiosas  si  los 
documentos  de  aquella  época  no  nos  dieran  hoy  la 
clave  para  la  interpretación  de  tal  enigma  *. 


1  Un  soldado  español,  llamado  Pedro  do  Bargas,  ob- 
tuvo con  malas  artes  del  Padre  General  y  del  Papa  per- 
miso y  autorización  para  fundar  y  extender  por  España 
una  Congregación,  llamada  de  San  Pablo,  bajo  la  Regla 
de  San  Agustín.  Y  lejos  de  extender  el  espíritu  del  Santo, 
lo  que  hizo  fué  prevalerse  de  la  impunidad  del  hábito  re- 
ligioso para  dilatar,  con  sus  compañeros  de  armas  mal 
convertidos,  el  pillaje  y  libertinaje  por  todas  las  regiones 
donde  moraban,  siendo  sus  casas  verdaderas  madrigue- 
ras de  apóstatas  y  criminales.  Fray  Luis  de  León,  por  una 
caridad  mal  entendida,  no  menciona  en  su  arenga  con 
términos  precisos  la  susodicha  Congregación,  tal  vez  por 
no  lastimar  demasiado  á  los  individuos  que  de  ella  se  ha- 
llasen presentes.  Por  fortuna,  no  tardó  en  ser  disuelta  la 


XVIII  FRAY    LUIS    DE   LEÓN 

¡Ex  ungüe...  leonem!  debieron  de  exclamar  cora 
toda  propiedad  aquellos  Padres  al  ver  la  ciencia 
maciza,  el  celo  arrebatado,  la  austeridad  integérri- 
ma  y  el  secreto  maravilloso  del  arte  para  persua- 
dir y  conmover,  de  aquel  improvisado  fiscal  de  los 
abusos  é  ilegalidades  que  desfilaban  como  en  orden 
de  batalla  por  tan  lúgubre  como  magnífico  relato. 
Y  si  tan  intrépido  se  mostró  ante  los  que  eran  sus 
superiores  jerárquicos,  para  decirles  la  verdad  sin 
las  reticencias  y  vaguedades  que  sólo  inspira  la 
prudencia  de  la  carne,  ¿qué  no  haría  y  diría  luego,, 
cuando  tuvo  precisión  de  vindicar  su  propia  ino- 
cencia en  lo  que  más  debe  amarse,  que  es  la  or- 
todoxia? Y  quien  supo  expresarse  de  modo  tan  ma- 
ravilloso en  la  lengua  aprendida  de  los  libros,  ¿á 
qué  altura  no  rayaría  en  la  lengua  que  mamó? 
Pronto  lo  dirían  sus  obras. 

Apartemos  los  ojos  del  fondo  obscuro  en  que  tan 
célebre  discurso  fué  inspirado,  y  digamos  con  el 
P.  Blanco  que  «como  pieza  literaria  reúne  en  mara- 
villoso consorcio  la  afluencia,  las  ricas  galas  y  el 


tan  famosa  como  comprometedora  Congregación  de  San 
Pablo,  por  los  buenos  oficios  del  Provincial  de  Castilla 
P.  Diego  López,  ayudado  de  la  autoridad  del  Rey  Feli- 
pe II.— Los  cronistas  Jerónimo  Román  y  Vidal,  y  también 
el  P.  Merino,  descorrieron  algo  el  velo  del  misterio,  ó  de 
los  desórdenes,  musa  inspiradora  de  los  anatemas  de 
Fray  Luis;  pero  hoy  pudieran  poner  esas  cosas  más  en 
claro  los  documentos  que  en  Roma  ha  descubierto  el 
P.  Muiños;  aunque  mejor  será  no  remover  el  fango  en 
que  sólo  viven  los  reptiles.  La  Historia  jamás  adelantará 
gran  cosa  con  el  recuento  minucioso  de  los  crímenes  que 
ciertos  hombres  vulgares  han  podido  cometer.  Quédese  tal 
tarea  para  los  periódicos  que  viven  del  escándalo  y  la 
bullanga. 


PROLOGO    BIOGRÁFICO  XIX 

gusto  purísimo  de  una  dicción  latina  irreprochable, 
con  la  majestad  y  grandeza  del  estilo  bíblico,  y  con 
un  acento  de  convicción  y  sinceridad  que  realza  los 
encantos  de  la  forma.  Quien  se  había  producido 
con  tal  expedición  y  desembarazo  ante  un  concur- 
so de  personas,  las  más  de  ellas  venerables,  prodi- 
gando las  censuras  y  los  consejos;  quien  dominaba 
las  ciencias  eclesiásticas  y  el  arte  de  bien  decir,  con 
la  superioridad  pasmosa  que  indica  la  oración  men- 
cionada, obra  maestra  de  ingenio  y  doctrina,  de 
dialéctica  inflexible  y  de  buen  gusto,  no  podía  inti- 
midarse por  las  pruebas  á  que  eran  sometidos  en- 
tonces los  aspirantes  á  títulos  académicos. 

»Fray  Luis  de  León  obtuvo  el  de  Bachiller  en  la 
Universidad  de  Toledo,  incorporándolo  á  31  de  Oc- 
tubre de  1558  en  la  de  Salamanca,  donde  se  graduó 
en  1560  de  Licenciado  y  Maestro  en  Sagrada  Teolo- 
gía J»,  teniendo  por  padrino  en  acto  tan  solemne  á 
su  anciano  y  sabio  maestro  P.  Domingo  Soto,  de 
quien  pocos  meses  más  tarde  hizo  la  oración  fúne- 
bre en  presencia  del  claustro  Universitario,  pagan- 
do así  digno  tributo  de  cariño  y  gratitud  al  que  le 
había  servido  de  mentor  en  los  honores  del  Doc- 
torado. 

Habiendo  vacado  casi  por  ese  mismo  tiempo  en 
la  Universidad  de  Salamanca  una  cátedra  de  Bi- 
blia, se  presentaron  á  la  oposición  siete  Doctores  y 
un  Licenciado.  Obtuvo  la  cátedra  por  bastante  ma- 
yoría de  votos  el  Licenciado,  que  luego  se  llamó 
Maestro  Gaspar  de  Grajal,  ocupando  el  tercer  pues- 
to Fray  Luis  de  León.  Ambos  coopositores  fueron 
desde  entonces  íntimos  amigos,  y  no  tardando  ha- 
bían de  verse  envueltos,  con  el  no  menos  célebre 


1    V.  P.  Blanco,  pág.  58. 


XX  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

Doctor  Martínez  Cantalapiedra,  en  un  mismo  pro- 
ceso inquisitorial. 

Aquella  derrota  honrosa,  la  única  que  sufrió  Fray 
Luis,  á  los  treinta  y  dos  años  de  edad,  no  podía  des- 
alentarle para  hacer  oposición  á  otras  cátedras, 
aunque  la  de  Biblia  era  donde  él  tenia  puestos  los 
ojos  de  su  alma;  y  ya  que  no  podía  explicarla  por 
entonces,  comenzó  á  escribir,  demostrando  sus  ex- 
traordinarios conocimientos,  la  traducción  de  los 
Cánticos  de  Salomón  (1561),  hasta  que  al  finalizar  el 
mismo  año  ganó  por  oposición  una  cátedra  de  Santo 
Tomás.  Y  como  en  estas  pendencias  de  oposiciones 
los  Padres  Dominicos  se  le  habían  mostrado  contra- 
rios, deseosos  de  que  la  llevase  un  patrocinado 
suyo,  ya  que  por  lo  visto  no  tenían  ellos  gente  idó- 
nea dentro  de  la  Orden  para  que  midiese  las  armas 
con  Fray  Luis,  éste  no  pudo  disimular  su  enojo  en 
una  plática,  haciendo  á  los  Dominicos  alusiones 
mortificantes  que  ellos  entonces,  y  por  lo  visto  aho- 
ra, no  acertaron  á  perdonar.  Habían  muerto  Mel- 
chor Cano  y  Domingo  Soto;  y  con  ellos,  tal  vez,  el 
espíritu  de  magnanimidad  y  de  grandeza  que  hu- 
biera atajado  en  su  raíz  no  pocos  males,  muy  dig- 
nos de  ser  lamentados. 

Cerca  de  cuatro  años  desempeñó  Fray  Luis  de 
León  la  cátedra  de  Santo  Tomás,  origen  de  recelos 
y  sinsabores  entre  él  y  dos  Dominicos  de  San  Este- 
ban; pasando  á  ocupar,  también  por  oposición,  la 
de  Durando,  en  cuyo  desempeñóle  sorprendió  su 
prisión  y  encarcelación  (1571)  por  los  motivos  que 
sumariamente  han  de  referirse. 

* 
*  * 

En  esa  década  empezaron  á  desatarse  los  vientos 
que  luego  ocasionaron  al  poeta  no  pocas  tempesta- 


PROLOGO   BIOGRÁFICO  XXI 

des.  Xo  se  explica  cómo  Fray  Luis,  tan  amante  del 
ideal  de  la  paz  y  la  armonía  que  en  todas  sus 
obras  científicas  y  literarias  se  refleja,  y  siendo 
además  de  complexión  enfermiza  y  delicada,  pude- 
resolverse  á  tomar  parte  activísima  en  el  estruendo 
y  fragor  del  combate  que  en  las  aulas  salmantinas 
se  libraba,  demostrando  un  temperamento  tan  indo- 
mablemente enérgico  y  batallador  que  á  ve 
cuesta  trabajo  armonizarlo  con  los  dictámenes  ele 
la  prudencia.  Cierto  que  esta  virtud,  con  no  ser  pa- 
trimonio de  los  grandes  sabios,  no  es  la  única  de 
las  virtudes,  y  á  menudo  suele  confundirse  ó  disfra- 
zarse con  la  apatía  ó  indiferencia  en  que  se  inspira 
el  egoísmo;  pero  hay  que  convenir  en  que  el  Ma 
tro  León  no  resplandeció  por  ella,  sin  duda  porque 
la  eclipsaran  en  él  aquellas  otras  del  amor  á  la  jus- 
ticia y  fortaleza  para  defender,  sin  miedo  á  las  per- 
secuciones y  á  la  muerte,  la  verdadera  interpreta- 
ción de  las  Sagradas  Escrituras,  en  cuyo  conoci- 
miento nadie  le  superó. 

Son  interesantes  estos  prismas  de  su  espíritu. 

La  asistencia  á  las  aulas  de  Salamanca  y  Alcalá 
tuvo  que  hacerle  ver  lo  defectuoso  y  rutinario  de 
no  pocas  enseñanzas  de  algunos  Doctores,  que  «con 
un  pequeño  gusto  de  ciertas  cuestiones,  contení 
hinchados,  tenían  títulos  de  maestros  teólogos,  y  no 
tenían  la  Teología;  de  la  cual,  como  se  entiende,  el 
principio  son  las  cuestiones  de  Escuela;  y  el  creci- 
miento, la  doctrina  que  escriben  los  Santos;  y  eL 
colmo  y  perfección,  y  lo  más  alto  de  ella,  las  Le- 
tras Sagradas,  á  cuyo  entendimiento  todo  lo  de  an- 
tes, como  á  fin  necesario,  se  ordena»  1.  Conocidas 
esas  deficiencias  en  la  enseñanza,  y  dado  el  ingenio 


1    Introducción  á  Los  Nombres  de  Cristo. 


XXII  FR\L   LUIS    DE   LEÓN 

extraordinario  y  precoz  de  Fray  Luis,  y  su  conoci- 
miento profundísimo  del  hebrero,  en  que  nadie  le 
aventajó,  no  es  de  extrañar  se  persuadiera  ser  el 
enviado  de  Dios  (y  lo  fué  realmente)  para  poner  la 
verdad  de  la  Sagrada  Escritura  en  su  punto,  contra 
las  explicaciones  anticientíficas  y  fatuidades  de  al- 
gunos helenistas,  capitaneados  por  el  atrabiliario 
León  de  Castro.  De  haber  callado  Fray  Luis  de 
León  en  aquellas  críticas  circunstancias,  su  silencio, 
interpretado  como  prudencia,  hubiera  sido  en  reali- 
dad una  censurable  cobardía,  sepultando  los  talen- 
tos y  preeminentes  cualidades  con  que  Dios  le  dotó 
para  la  defensa  de  lo  que  ha  sido  siempre  funda- 
mento de  la  fe. 

¿Qué  importan  ya  para  la  Historia  los  excesos 
personales  que.  pudo  cometer  en  la  contienda,  cuan- 
do vemos  que  la  verdadera  ciencia  exegética,  y  so- 
bre todo  la  Iglesia  católica,  ha  admitido  como  axio- 
mas indiscutibles  las  geniales  intuiciones,  y  no  po- 
cos de  los  descubrimientos  lingüísticos  del  gran 
poeta,  filólogo,  teólogo  y  escriturario? 

Si  al  sabio  no  se  le  puede  conocer  bien  sino  cuan- 
do se  le  juzga  como  tal,  los  resplandores  de  la  cien- 
cia de  Fray  Luis  eclipsan,  no  sólo  los  lunares  que 
como  hombre  pudo  tener,  y  de  que  no  está  exento 
ningún  mortal;  sino  hasta  los  sucesos  más  ó  menos 
prósperos,  más  ó  menos  vulgares  ó  sobresalientes 
de  su  vida.  Esta  fué  la  de  un  verdadero  sabio,  y  aun 
los  combates  en  que  se  vio  envuelto,  de  grado  ó  por 
fuerza,  fueron  consecuencia  necesaria  de  su  amor  á 
los  fueros  de  la  verdad  y  la  sabiduría.  A  esta  luz 
hay  que  verle,  y  todo  lo  demás  es  sacarlas  cosas 
de  quicio  con  el  fin  de  llenar  páginas  que  resultan 
casi  inútiles  para  la  Historia. 

El  24  de  Julio  de  1562  tuvo  Fray  Luis  la  amargura 


PROLOGO   BIOGRÁFICO  XXHI 

de  perder  á  su  buen  padre  en  Granada,  donde  ejer- 
cía el  cargo  importantísimo  de  oidor  de  la  Cancille- 
ría; y  á  los  dos  meses  hizo  un  viaje  á  dicha  ciudad 
con  el  fin  de  consolar  á  su  atribulada  madre.  La 
Orden  no  dejó  de  distinguirle  con  puestos  honro- 
sos, como  Definidor  (nombrado  en  el  capítulo  del 
año  1563,  donde  se  establece  la  comunión  frecuen- 
te) y  Rector  más  tarde  del  Colegio  de  San  Gui- 
llermo, fundado  por  la  duquesa  de  Béjar  y  agrega- 
do al  Convento  de  Salamanca.  La  Universidad  le 
dio  diferentes  comisiones,  nombrándole  Diputado 
del  Claustro,  Comisario,  y  dos  veces  Vice-rector; 
aunque  después  del  Proceso,  y  cuando  más  debía 
honrarle  en  vista  de  su  purísima  ortodoxia,  no  se 
portó  con  el  poeta  como  merecían  sus  grandes  me- 
recimientos y  sus  eminentes  servicios  en  sacar  á 
fióte  y  triunfantes  los  pleitos  que  la  dicha  Universi- 
dad tenía,  sobre  todo  con  los  Colegios  Mayores. 

Es  propio  de  los  sabios,  como  de  todo  el  que  bri- 
lla, contar  con  numerosos  amigos  y  admiradores; 
pero  también  con  émulos  y  adversarios,  que,  á  ve- 
ces sin  saberlo,  se  encargan  providencialmente  de 
impedir  con  sus  ataques  que  aquellos  se  infatúen 
con  las  alabanzas  que  lleva  consigo  el  mérito. 

Fray  Luis  de  León  contó  entre  los  primeros  á  los 
hombres  más  grandes  y  eminentes  de  su  época  en 
las  ciencias  y  las  artes.  Y  tenía  que  ser  así,  porque 
las  almas  nobles  parece  que  se  olfatean,  adivinan 
y  atraen,  como  con  el  trato  de  las  pequeñas  instin- 
tivamente se  repelen.  Gaspar  de  Grajal,  Martínez 
Can  tala  piedra,  Arias  Montano,  Sánchez  de  las  Bro- 
zas, Portocarrero,  Almeida,  Cipriano  de  la  Huerga, 
Espinosa,  Alfonso  de  Vera  cruz,  etc.,  etc.,  se  holga- 
ron con  la  amistad  desinteresada  del  Maestro  León. 
Este  frecuentaba  también  el  trato,  para  perfeccio- 


WIV  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

liarse  en  la  música  como  esparcimiento  de  su  espíri- 
tu, con  el  célebre  y  dulcísimo  Salinas,  á  quien  por 
entonces  debió  de  dedicar  la  poesía  que  comienza: 

El  aire  se  serena 
y  viste  de  hermosura  y  luz  no  usada, 
Salinas,  cuando  suena 
la  música  extremada 
por  vuestra  sabia  mano  gobernada. 

A  cuyo  son  divino 
el  alma  que  en  olvido  está  sumida 
torna  á  cobrar  el  tino 
y  memoria  perdida 
de  su  origen  primero  esclarecida... 

Aquí  el  alma  navega 
por  un  mar  de  dulzura,  y  finalmente 
en  él  asi  se  anega 
que  ningún  accidente 
extraño  ó  peregrino  oye  y  siente. 

¡Ojalá  hubiera  vivido  siempre  el  poeta  navegan- 
do por  ese  mar  de  dulzuras  del  arte!  Más,  por  des- 
gracia, no  fué  así.  Las  reyertas  de  Escuela,  las  opo- 
siciones á  cátedras,  las  derrotas  de  sus  adversarios 
ó  contrincantes,  las  mismas  intemperancias  de 
Fray  Luis  en  defender  lo  que  él  estimaba  fueros  de 
la  verdad,  el  tesón  para  oponerse  á  que  algunos  do- 
minicos, como  Gallo  y  Medina,  barrenasen  por  sus 
conveniencias  los  estatutos  universitarios,  las  alu- 
siones más  ó  menos  transparentes  de  sus  discursos 
contra  abusos  reales  ó  supuestos  dentro  de  la  Orden, 
le  acarrearon  á  la  larga  y  ala  redonda  algunas  an- 
tipatías que  luego,  y  por  algunos,  se  convirtieron 
en  persecución  y  malquerencia,  veladas  con  el 
manto  de  fingida  religiosidad.  Porque  no  todos  los 
testigos,  que  deponen  en  el  Proceso  contra  Fray 
Luis,  pueden  con  justicia  ser  tachados  de  enemigos 
de  éste.  Los  más  pecaban  por  ignorancia  en  las  in- 


PROLOGO   BIOGRÁFICO  XXV 

trincadas  materias  que  se  ventilaron;  algunos  de- 
claraban como  por  miedo;  otros,  como  á  la  fuerza 
y  para  salir  del  paso;  de  ellos,  unos  por  antiguos 
resquemores  ó  mal  disimuladas  envidias;  y  los  me- 
nos, guiados  del  odio  y  otras  ruines  pasiones. 

Fray  Luis  de  León  arremetió  contra  todos,  y  los 
fué  describiendo  uno  por  uno  con  tintas  algo  som- 
brías, cual  si  todos  en  montón  se  hubieran  concha- 
vado para  perderle  ó  desprestigiarle.  Pero  para  juz- 
gar de  este  estado  de  su  espíritu  hay  que  ponerse  en 
su  lugar,  considerando  la  íntima  persuasión  que  te- 
nía de  su  inocencia,  la  sorpresa  de  verse  calumnia- 
do, los  terrores  siniestros  de  una  cárcel,  la  pena  de 
estar  apartado  de  sus  amigos,  la  incertidumbre  del 
juicio  inquisitorial,  la  falta  de  competencia  cientí- 
fica en  sus  jueces,  la  amargura  de  quedar  privado 
hasta  de  los  Sacramentos  de  la  Iglesia  y  los  demás 
auxilios  y  consuelos  espirituales  de  su  Orden;  solo, 
abandonado,  heridos  sus  sentimientos  y  su  vivaz 
imaginación  de  poeta,  mermado  ó  roto  su  gran 
prestigio  de  sabio  y  de  religioso  por  arteras  acusa- 
ciones y  emboscadas,  contra  lo  que  el  hombre  más 
debe  amar,  que  es  la  pureza  de  su  fe...  ¿Qué  extra- 
ño es  que  el  recelo  y  la  desconfianza  se  apoderasen 
de  su  espíritu,  y  que  apuntara  con  el  dedo  entre  las 
sombras  á  sus  émulos  y  adversarios?  ¡Es  lo  menos 
que  puede  permitirse  á  cualquier  preso,  y  más 
siendo  inocente!  Y  es  menester  convenir,  según 
consta  de  la  Causa,  en  que  Fray  Luis  de  León, 
aunque  el  tribunal  se  los  ocultaba,  adivinó  los  nom- 
bres de  todos  y  cada  uno  de  sus  acusadores,  por  el 
fuste  de  las  acusaciones  que  le  presentaban.  ('■ 
único  de  intuición  sorprendente  en  la  historia  de  loa 
Procesos  inquisitoriales. 

Veamos  ya  cómo  empezó  y  terminó  este  tan  fa- 


XXVI  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

moso,  que  fué  ocasión  de  que  se  abrillantase  más  la 
gloria  del  poeta. 


«Jueves,  á  las  seis  de  la  tarde,  que  se  contaron 
veintisiete  de  Marzo  de  mil  y  quinientos  y  setenta 
y  dos  años,  trajo  preso  Francisco  de  Almansa,  fa- 
miliar, áFr.  Luis  de  León,  contenido  en  este  man- 
damiento atrás,  al  cual  le  hicieron  las  solemnidades 
acostumbradas,  y  por  ante  Esteban  Monago,  secre- 
tario deste  Santo  Oficio;  y  no  se  le  halló  cosa  nin- 
guna. Dime  por  entregado  del  dicho,  y  por  ser  ver- 
dad lo  firmo.— Francisco  de  Chaves-»  '. 

Así,  ni  más  ni  menos,  con  este  laconismo  terrible, 
con  esta  frialdad  enervante,  con  esta  literatura 
bárbara  y  confusa,  como  oficinesca,  se  registró  en 
los  libros  de  la  Inquisición  de  Valladolid  la  entrega 
y  prisión  en  las  cárceles  secretas,  que  eran  las  más 
duras,  del  príncipe  de  nuestros  poetas  líricos,  del 
mejor  de  nuestros  literatos. 

Empieza  para  el  poeta  la  prosa  de  la  vida;  aun- 
que esta  prosa  no  ahogó  en  su  alma  el  amor  á  la 
poesía,  ni  en  la  cárcel  inquisitorial. 

Pidió,  estando  ya  en  ella,  el  31  de  Marzo,  á  los 
Inquisidores  que  le  diesen  «una  imagen  de  Nuestra 
Señora,  ó  un  Crucifijo  de  pincel,  las  Quincuagenas 
de  San  Agustín,  el  tomo  de  sus  obras  donde  están 
los  libros  de  Doctrina  Cristiana,  un  San  Bernardo, 
un  Fray  Luis  de  Granada,  de  oración,  y  unas  disci- 
plinas». Y  temeroso  de  que  pudiera  sorprenderle 
la  muerte  sumergido  en  el  calabozo  donde  la  envi- 


1  Fray  Luis  de  León  dice  en  el  Proceso  que  el  23  ó  24 
del  mes  de  Marzo  había  mandado  el  Inquisidor  que  le 
prendiesen.  Puede  creerse,  por  lo  tanto,  que  el  viaje  de  Sa- 
lamanca á  Valladolid  duró  tres  fechas. 


PROLOGO   BIOGRÁFICO  XXVII 

dia  y  mentira  le  encerraron,  escribió  la  siguiente 
Protestación  de  fe,  una  de  las  páginas  más  hermo- 
sas, tiernas  y  humildes  que,  empapadas  en  dulces 
sentimientos  cristianos,  lian  salido  de  la  pluma  in- 
comparable del  gran  Maestro  agustiniano: 

«I  H  S 

»  Porque  no  sé  lo  que  Dios  será  servido  ordenar 
de  mí,  ni  cuándo  ni  cómo  querrá  S.  M.  llamarme, 
para  descanso  de  mi  conciencia  quise  poner  aquí 
las  cosas  siguientes: 

»Lo  primero,  yo  protesto  delante  de  la  Majestad 
de  Dios  y  de  mi  Redentor  Jesucristo,  universal  Se- 
ñor de  los  vivos  y  los  muertos,  y  en  presencia  de  sus 
santos  ángeles,  que  vivo  y  muero,  viviré  y  moriré 
en  la  fe  y  creencia  que  tiene  y  cree  la  Santa  Madre 
Iglesia  católica,  apostólica,  romana,  á  cuya  santa 
doctrina,  como  á  doctrina  verdadera  y  enseñada 
por  el  Espíritu  Santo,  subjecto  todo  mi  seso  y  enten- 
dimiento, con  ánimo  cierto  y  deseoso  de  morir  por 
la  confesión  y  defensión  della  todas  las  veces  que 
ae  ofreciere  ocasión. 

»Lo  segundo,  confieso  delante  del  cielo  y  de  la 
tierra,  que  el  tiempo  de  mi  vida  que  recibí  de  la 
mano  de  Dios  para  conocelle  y  amalle,  y  una  mul- 
titud de  gracias  y  mercedes  que  en  el  discurso  della 
he  recibido  del  mismo  para  el  mismo  propósito,  todo 
lo  he  perdido  y  mal  em pleado,  viviendo  como  hom- 
bre sin  ley,  lleno  de  .ingratitud  y  fealdad,  y  de  in- 
finitos pecados  graves  y  enormes,  por  los  cuales 
confieso  que  merezco  debidamente  muchos  infier- 
nos, sin  haber  de  mi  parte  cosa  que  me  valga  ni  me 
disculpe.  Los  cuales,  así  como  los  tengo  confesados 
á  mis  confesores,  los  confieso  agora  en  este  papel 
con  entrañable  dolor,  y  si  me  faltare  lengua  para 


XXVIII  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

peculio,  por  este  papel  pido  á  cualquier  de  mis  con- 
fesores que  se  hallare  presente  al  tiempo  de  mi 
muerte,  que  me  absuelva  de  todos  ellos;  porque 
desde  agora  para  entonces  digo  que  yo  les  confieso 
todo  lo  que  á  cualquiera  dellos  tengo  en  diversas 
veces  confesado.  Y  me  acuso  gravemente  de  todo, 
agora  por  entonces,  y  entonces  por  agora.  Y  como 
reo  que  conoce  su  culpa,  y,  puesto  delante  del  tri- 
bunal de  Cristo,  Señor  y  Juez  supremo,  se  acusa 
della,  postrado  por  el  suelo  pido  y  suplico  á  la  ma- 
jestad de  su  Grandeza  que,  como  es  juez  para  juz- 
garme, se  acuerde  que  es  también  hermano  mío 
dulcísimo  y  blandísimo,  para  haber  misericordia  de 
mí  y  perdonarme. 

» Ante  el  cual,  así  como  conozco  y  confieso  la  mul- 
titud y  gravedad  de  mis  culpas,  así  para  descargo 
dellas  ofrezco  y  presento  el  tesoro  y  valor  infinito 
de  su  sangre,  de  su  bendita  pasión,  de  sus  divinos  y 
riquísimos  méritos,  los  cuales  quiero,  por  su  divino 
don,  que  sean  míos.  Y  creo  en  Él,  y  espero  en  El,  y 
le  amo  sobre  todas  las  cosas,  en  quien  sólo  mi  cora- 
zón, aunque  más  pecador  que  ninguno  otro  hombre. 
confía  y  descansa.— Fray  Luis  de  León.» 

No  en  caracteres  de  imprenta,  por  limpios  y  bru- 
ñidos que  fuesen,  en  letras  de  oro  engarzadas  con 
finísimos  diamantes  merecen  pasar  á  la  Historia 
esas  frases  caldeadas,  abrasadas,  fundidas  por  el 
fuego  del  amor  y  la  humildad.. 

¡Qué  frontispicio  tan  hermoso  para  el  áureo  tem- 
plo, para  el  Sancta  Sanctorum  de  Los  Xombres  de 
Cristo!  ¡Benditas  sean  las  cárceles  inquisitoriales, 
benditas  las  persecuciones  y  tribulaciones  que  tales 
grandezas  y  maravillas  produjeron! 

Bien  se  echa  de  ver,  por  esa  inmortal  página 


PROLOGO   BIOGRÁFICO  XXIX 

transcrita,  que  Fray  Luis  de  León  era  descendiente 
y  heredero  por  línea  recta,  no  de  judíos  ó  conversos, 
como  villanamente  sus  detractores  le  achacaban; 
sino  del  espíritu,  de  la  sabiduría,  de  la  profunda 
humildad  de  su  excelso  patriarca  San  Agustín. 

Q.uien  había  renunciado  una  fortuna  tan  conside- 
rable, y  las  comodidades  y  los  honores  que  van 
anejas  á  ella,  para  consagrarse  á  Dios  en  holocaus- 
to ¡y  á  los  quince  años!  en  las  estrecheces  y  apretu- 
ras de  una  celda;  quien  en  ella  y  fuera  de  ella  ha- 
bía vivido  (según  el  juramento  de  los  testigos  para 
su  licenciatura,  Padres  Guevara  y  Peralta)  «como 
hombre  religioso,  honesto,  de  buena  vida  é  costum- 
bres y  recogido»,  ¿cómo  pudo  jamás  haber  sido  víc- 
tima «de  los  infinitos  pecados  graves  y  enormes», 
que  con  dolor  tan  entrañable  y  profundísima  humil- 
dad confiesa? 

Bien  dice  el  P.  Blanco,  y  hago  mías  estas  sus  fra- 
ses: «¡Sublime  grandeza  de  alma,  propia  del  varón 
justo  que  olvida  los  agravios  recibidos,  para  aten- 
der á  las  culpas  propias  que  cree  descubrir  la  deli- 
cada vista  de  su  conciencia!  ¿Cómo  pudo  tenerse 
por  sospechoso  en  la  fe  al  hombre  que  tan  viva  y 
enérgicamente  la  confesaba?»  * 

Y  ya,  colocados  en  esas  alturas  desde  donde  se 
debe  contemplar  la  grandeza  ó  vileza  de  las  accio- 
nes humanas,  hagamos  desfilar  rápidamente  por  el 
escenario  de  este  prólogo,  ad  perpetuam  rei  memo- 
riam,  á  los  fautores  principales  de  la  tragedia  espi- 
ritual en  que,  durante  casi  cinco  años,  fueron  sa- 
crificados los  prestigios  del  sabio  de  más  recras 
intenciones,  de  más  tesón  y  carácter,  en  que  tanto 
abundó  el  venturoso  siglo  xvi. 


1    P.  Blanco,  Fray  Luis  de  León,  pág.  132. 


XXX  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

Y  justo  es  que  se  presente  en  primer  término  (poi- 
que á  él  corresponde  la  primacía  de  la  acusación, 
aunque  taimada  y  alevosa  no  menos  indigna  y  co- 
barde), el  dominico  Fray  Bartolomé  de  Medina,  el 
integrista  de  su  tiempo,  quiera  ó  no  quiera,  agráde- 
le  ó  no  le  agrade  á  un  modernísimo  panegirista 
suyo,  casquivano  y  flatolento  de  voces,  tan  ayuno 
de  crítica  como  sobrado  y  pletórico  de  presunción. 

Era,  realmente,  Fray  Bartolomé  de  Medina  un  in- 
genio no  mediocre  en  asuntos  de  Teología  dogmá- 
tica y  de  moral;  pero  en  las  materias  que  podían 
relacionarse  con  el  claro  conocimiento  de  las  Sa- 
gradas Letras,  caminaba  casi  á  obscuras.  Cerril- 
mente apegado  al  canon  del  Concilio  Tridentino 
sobre  la  Vulgata,  sin  entenderlo,  llegó  á  tener  por 
irrefragable  y  absolutamente  divino  todo  lo  conte- 
nido en  ella,  cerrando  los  ojos  y  tapiando  los  oídos, 
cual  si  fuesen  blasfemias  ó  herejías,  á  cuantos  pro- 
gresos generosos  y  desinteresados  hacían  los  he- 
braístas de  su  tiempo,  en  mejorar  la  traducción  di- 
recta de  algunas  palabras  que  contribuían  á  escla- 
recer y  confirmar  los  dogmas  de  nuestra  fe,  lejos  de 
menoscabarlos  ó  quitarles  autoridad. 

Agriado  y  resentido,  además,  con  Fray  Luis  de 
León  por  reyertas  de  cátedras,  por  derrotas  en  ejer- 
cicios escolásticos,  por  diversidad  de  caracteres,  ó- 
por  despechos  de  su  amor  propio,  no  es  extraño  que, 
dadas  las  pasiones  humanas  mal  reprimidas,  es- 
piase la  ocasión  de  mermar  el  crédito  de  su  rival 
enredándole  en  un  proceso.  Y  la  ocasión,  fomentada 
por  él  mismo  según  todas  las  apariencias,  vino  á 
dársela  un  pelotón  de  estudiantes  torpes  ó  mal 
aconsejados  que,  disfrazando  el  pensamiento  de  las 
explicaciones  de  cátedra  de  Fray  Luis  de  León,  se 
fueron  con  sus  escrúpulos  de  heterodoxia  á  quejarse 


PRÓLOGO    BIOGRÁFICO  XXXI 

ante  Medina,  cuando  tan  fácilmente  podian  disipar 
sus  dudas,  si  la  realidad  y  no  por  ungimiento  las 
tenían,  otros  profesores  de  la  Universidad  más 
doctos  en  ¡Sagradas  Escrituras  que  el  famoso  domi- 
nico; el  cual,  sólo  por  haber  dado  oídas  á  tan  infun- 
dadas quejas,  demostró  que  se  hallaba  al  mismo 
nivel  intelectual  que  los  aprensivos  estudiantes. 

Con  razón  y  gracia  decía,  por  este  motivo,  Fray 
Luis  de  León  á  los  Inquisidores  de  Valladolid:  «Si 
por  los  disparates  que  los  discípulos  coligen  cada 
día  de  las  doctrinas  sanas  de  sus  maestros...  hacen 
vuestras  mercedes  sospechosos  á  los  maestros,  des- 
de luego  pueden  prender  á  cuantos  enseñan  Teolo- 
gía en  el  reino;  porque  yo  oso  afirmar  y  jurar  que 
no  hay  ninguno  de  cuyas  doctrinas,  al  parecer  de 
alguno  de  sus  oyentes,  no  se  colijan  cuantos  erro- 
res dijo  Arrio  y  Lutero,  y  todos  los  demás  herejes». 

Si  Fray  Bartolomé  de  Medina,  cumpliendo  con 
los  dictámenes  de  la  corrección  fraterna,  del  com- 
pañerismo y  de  la  hombría  de  bien,  hubiera  acu- 
dido ante  Fray  Luis  de  León  exponiéndole  las  du- 
das ó  escrúpulos  de  los  estudiantes,  para  que  en  la 
misma  cátedra  las  resolviese,  no  causaría  los  tras- 
tornos y  escándalos  que  causó,  ni  pasaría  su  nom- 
bre á  la  Historia  con  la  tacha  de  delator  hipócrita 
y  taimado. 

Pero  lejos  de  hacerlo  así,  con  los  dichos  y  soplos* 
de  aquellos  desaprovechados  estudiantes,  se  apre- 
suró á  borrajear  en  su  celda,  y  en  pésimo  latín,  las 
famosas  diez  y  siete  proposiciones  donde  creyó  ence- 
rrar las  doctrinas  vitandas  de  los  tres  más  célebres 
hebraístas  de  la  Universidad  Salmantina,  Grajal, 
Cantalapiedra  y  Fr.  Luis  de  León,  sin  el  valor  cris- 
tiano de  citar  sus  nombres,  sus  explicaciones  ó  sus 
escritos;  sino  con  esta  fórmula  vaga: 


\\\II  FRAY    LUIS   DB  LEÓN 

«Las  siguientes  proposiciones  tienen  sus  defensores, 
según  se  dice,  en  la  Escuela  Salmanticense:  l 

»El  Cantar  de  los  cantares  es  una  poesía  amatoria 
de  Salomón  á  la  hija  de  Faraón;  y  enseñar  lo  contra- 
rio es  fútil. 

»El  Cantar  de  los  cantares  puede  leerse  y  expli- 
carse en  lengua  vulgar. 

»Común  y  ordinariamente  se  explican  las  Sagradas 
Escrituras  según  la  mente  de  los  Rabinos,  desprecia- 
das las  explicaciones  de  los  Santos. 

»  Afirman  algunos  con  juramento  que  muchos  pasar 
jes  de  la  Sagrada  Escritura  no  han  sido  aún  entendi- 
dos en  la  Iglesia,  y  se  glorian  de  entenderlos  ellos 
solos... 

»De  la  Sagrada  Escritura  puede  hacerse  una  tra- 
ducción mejor  de  la  que  hoy  tiene  la  Iglesia. 

y>La  traducción  que  hoy  admite  la  Iglesia  contiene 
muchas  cosas  falsas,  aunque  no  en  los  puntos  pertene- 
cientes á  la  fe  y  costumbres.» 

Armado  con  este  su  papel  Fr.  Bartolomé  de  Me- 
dina, fué  á  consultar  el  caso  con  otro  dominico,  el 
P.  Bañez,  más  sabio  y  docto  que  él;  pero  como  él 
rapado  á  navaja  en  conocimientos  bíblicos.  Bañez 
le  aconsejó  que  sí,  que  debía  denunciar  ante  la  In- 
quisición las  tales  proposiciones  por  aquél  amaña- 
das en  su  celda  con  los  testimonios  de  algunos  estu- 
diantes. Convenerunt  in  unum,  etc. 

Mas  por  lo  visto,  el  P.  Medina,  ya  alentado  con  el 
parecer  de  Bañez,  quiso  enredar  y  comprometer 
además  á  otros  dominicos  en  el  Proceso,  para  tirar 
la  piedra  y.  en  lo  posible,  esconder  la  mano  de  la 


1    Sólo  trasladamos  aquí  traducidas  las  principales. 


PROLOGO   BIOGRÁFICO  XXXIII 

responsabilidad.  ¡Cuántos  disgustos  causa  un  necio 
forrado  de  sabio  y  religioso! 

Acertó  á  pasar  por  Salamanca  el  bendito  P.  Fray 
Pedro  Fernández  *,  Prior  de  los  Dominicos  de  Ma~ 
dridy  luego  del  Convento  del  mismo  Salamanca.  Y 
hacia  él  también  se  fué  Medina  con  sus  escrúpulos 
estudiantiles.  Expuesta  (primero  de  palabra  y  luego 
por  escrito)  la  gravedad  del  caso,  el  P.  Pedro  Fer- 
nández, con  una  candidez  que  á  buen  seguro  no 
elogiaría  la  prudentísima  Santa  Teresa  de  Jesús, 
se  llevó  á  Madrid  el  comprometedor  papel  de  las 
diez  y  siete  proposiciones  para  elevarlo  en  consulta 
á  la  Suprema. 

Y  ocurre  preguntar,  antes  de  pasar  adelante:  ¿es 
posible  que  los  Padres  Bafiez  y  Fernández  no  supie- 
sen, del  principal  delator  P.  Medina,  los  nombres  de 
los  Maestros  salmantinos  á  quienes  se  achacaban 
aquellas  doctrinas'?  Y  si  lo  sabían,  como  es  de  pre- 
sumir racionalmente,  ¿por  qué  no  se  tomaron  la 
molestia  de  comprobar  si  tales  doctrinas  ó  propo- 
siciones estaban  fielmente  sacadas  de  los  dichos  ó 
escritos  de  los  presuntos  reos?  ¿No  hubiera  sido  más 
recto,  noble  y  cristiano,  cumpliendo  con  los  deberes 
elementales  de  la  corrección  fraterna  y  aun  del 
■compañerismo,  avisarles  del  escándalo  pueril  ó  fa- 
risaico de  los  discípulos,  en  vez  de  envolverlos  en 
las  redes  de  un  Proceso  inquisitorial,  siempre  infa- 


1  De  este  Padre  Fernández  dice  Santa  Teresa  que  era 
«personado  muy  santa  vida  y  grandes  letras  y  entendi- 
miento». Pero  bien  podemos  rebajar  algo  de  este  panegí- 
rico, sobre  todo  en  lo  de  las  letras  y  el  entendimiento;  por- 
que sabido  es  que  los  Santos,  con  ojos  columbinos  que 
la  historia  no  siempre  confirma,  suelen  ver  en  otros  las 
virtudes  y  santidades  que  ellos  tienen. 


XXXIV  FRAY    LUIS    DE   LEÓN 

lijante?  Por  eso  no  es  fácil  disculpar  á  los  tres  refe- 
ridos, dominicos,  sobre  todo  á  Medina,  de  aturdi- 
miento ó  torpeza;  si  es  que  no  procedieron  con  tor- 
cida y  dañada  intención,  como  se  desprende  de  al- 
gunos documentos  atentamente  leídos.  Tal  vez  se 
echarían  la  cuenta  de  que  para  tales  averiguacio- 
nes estaba  el  Tribunal  del  Santo  Oficio,  y  que  á 
ellos  sólo  les  incumbía  el  delatar,  mirando  asi  por 
el  honor  y  la  pureza  de  la  fe.  ¡Oh,  los  celadores  de 
la  fe!  ¡Cuántos  desafueros,  injusticias  é  iniquidades 
se  han  perpetrado  á  la  sombra  de  la  pureza  de  la 
fe,  dejando  desflorada  la  pureza  de  la  caridad! 

Y  convengamos  en  que  el  plan  estaba  bien  urdi- 
do. Los  estudiantes  acuden  en  consulta  precisamen- 
te á  Medina,  halagando  así  su  vanidad,  y  sabiendo 
los  resquemores  que  tenía  contra  Fr.  Luis;  Medina 
compromete  á  Banez  y  Fernández,  y  redacta  á  su 
gusto  las  proposiciones,  piedra  angular  del  Proceso; 
Fernández  lleva  las  proposiciones  á  la  Inquisición: 
la  Inquisición  avisa  á  su  Comisario  de  Salamanca 
para  que  nombre  calificadores  de  aquellas  doctri- 
nas, y  averigüe  quiénes  las  defendían.  Se  nombran 
los  calificadores;  y  entre  ellos  aparecen  nada  me- 
nos que  otro  dominico,  Mancio  de  Corpus  Christi,  y 
el  atrabiliario  y  revoltoso  León  de  Castro,  porta- 
estandarte del  bando  contrario  á  los  hebraístas. 
Y  de  resultas  de  tales  conciliábulos  dan  con  sus 
cuerpos  y  sus  almas  en  la  cárcel,  uno  tras  otror 
aquellos  insignes  Doctores  de  la  Universidad  sal- 
manticense, glorias  legítimas  de  la  ciencia  españo- 
la: Grajal,  Martínez  Cantalapiedra  y  Fray  Luis  de 
León,  que  era  precisamente  adonde  se  apuntaba. 

¡Triunfo  glorioso  el  de  Medina  y  los  otros  domini- 
cos de  San  Esteban!  Ya  quedaban  libres  y  desem- 
barazados de  tan  temibles  enemigos  en  discusiones- 


PROLOGO   BIOGRÁFICO  XXXV 

y  oposiciones.  Ya  podía  también  respirar  fuerte  y 
con  holgura  el  famoso  León  de  Castro,  «el  más  sos- 
pechoso hombre  y  más  espantadizo  que  jamás  so. 
vio,  de  juicio  turbado  y  más  turbada  conciencia», 
el  enemigo  declarado  de  Fray  Luis,  porque  éste  te 
iba  á  la  mano  en  los  desplantes  y  arrogancias  de 
sus  discusiones  sobre  la  Biblia  de  Vatablo,  y  porque 
había  impedido  con  sus  críticas  sensatas  que, so- 
comprasen  los  Comentarios  á  Isaías;  libro  erudito, 
pero  tan  disforme  y  pedestre  en  la  forma  como 
disparatado  en  el  fondo,  á  pesar  del  apoyo  que  le 
prestaban  y  de  los  encomios  que  le  dirigían  los 
dominicos  Fray  Mancio  de  Corpus  Christi  y  Fray. 
Diego  de  Chaves,  tan  retrógados  y  apegados  á  la 
rutina,  disfrazada  de  tradición,  en  exégesis  escri- 
turaria como  el  mismísimo  Castro. 

Encauzado  el  Proceso  según  el  plan  y  gusto  de 
sus  iniciadores,  fué  llamado  por  el  Tribunal  de  Va- 
lladolid  Fray  Bartolomé  de  Medina,  para  ver  si  se 
ratificaba  en  su  acusación.  Y  «siéndole  leído  é  mos- 
trado el  dicho  papel  que  comienza:  Sequentes  pro-, 
positiones,  y  acaba  Sancti  Paires  in  eo  non  inmoran- 
tur,  y  tiene  diez  y  siete  proposiciones,  dijo  que  aque- 
llas proposiciones  son  las  mesmas  que  este  testigo 
dio;  pero  que  la  letra  no  es  suya».  Hasta  eso.  ; 

A  León  de  Castro  le  tomaron  declaración  en  Sa- 
lamanca, y,  según  el  Inquisidor  D.  Diego  Gonzá- 
lez, consta  que  dijo:  «El  Maestro  Fray  Luis  de  León 
paresce  por  el  dicho  del  Maestro  León  de  Castro 
estar  testificado  que  puede  ser  verdadera  la  inter- 
pretación de  los  judíos  como  la  de  los  Santos,  y  que 
lo  uno  y  lo  otro  pudo  decir  el  Profeta;  y  que  ansí 
mismo  en  el  Viejo  Testamento  no  hay  promesa  de 
la  vida  eterna,  y  que  el  susodicho  prefiere  á  Bata^- 
lio  y  Pagnino,  que  fueron  judíos,  y  á  otros  rabíes,  á 


XXXVI  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

La  edición  Vulgata  y  al  sentido  de  los  Santos,  como 
lo  dice  Fray  Bartolomé  de  Medina  en  el  segundo  exa- 
men que  se  hizo  con  él  en  Valladolid» . 

¿Se  quiere  más  connivencia  entre  Medina  y 
Castro? 

«Iten,  paresce  de  la  segunda  declaración  del  ba- 
chiller Antonio  de  Salazar,  que  el  dicho  Fray  Luis 
trataba  mal  de  la  interpretación  de  los  setenta  in- 
térpretes, diciendo  que  muchas  cosas  tradujeron 
mal  los  dichos  setenta  intérpretes,  y  que  no  habían 
entendido  bien  la  lengua  hebrea,  que  por  esto  sólo 
paresce  quiere  destruir  lo  de  l¿a  religión  y  lo  que  tie- 
ne nuestra  madre  la  Santa  Iglesia.» 

Tal  es  el  núcleo  principal  de  las  acusaciones  lan- 
zadas entre  las  sombras  contra  los  hebraístas  de 
Salamanca,  y  en  las  cuales  tenía  forzosamente  que 
salir  complicado  Fray  Luis  de  León,  aunque  luego 
le  hicieron  también  otras  de  menor  ó  mayor  cuan- 
tía, como  la  de  haber  traducido  al  castellano  direc- 
tamente del  hebreo  el  Cantar  de  los  Cantares,  ma- 
nucristo  que  le  cogieron  de  la  celda,  y  cuyas  copias 
andaban  de  mano  en  mano  entre  varios  de  sus 
admiradores. 

Cierto  que  no  todas  las  diecisiete  proposiciones 
pergeñadas  por  Medina  podían  atribuirse  á  Fray 
Luis;  pero  como  éste  en  sus  Lecturas  de  cátedra  de- 
fendió siempre  doctrinas  similares,  aunque  con  me- 
ridiana claridad,  según  puede  verse  en  el  tomo  V  de 
sus  obras  latinas,  forzosamente  había  de  quedar 
complicado  en  el  Proceso  de  las  genéricas  y  confu- 
sas proposiciones,  que  era  sin  disputa  lo  que  se  pre- 
tendía por  sus  émulos. 

Fray  Luis  de  León  acataba  con  respeto  el  canon 
del  Concilio  Tridentino  sobre  la  Vulgata,  en  cuanto 
á  la  substancia  de  las  sentencias;  pero  sus  profun- 


PROLOGO   BIOGRÁFICO  XXXVII 

cusimos  conocimientos  del  hebreo,  del  griego  y  del 
latín,  le  hacían  comprender  que  no  pocas  palabras 
estaban  pésimamente  traducidas,  y  que  pudiéndole 
y  aun  debiéndose  traducirlas  mejor,  se  daba  más 
fuerza  y  eficacia  á  la  palabra  divina.  Y  defendió 
que  los  judíos  jamás  habían  adulterado  el  texto  he- 
breo de  la  Biblia  antes  de  la  venida  de  Jesucristo; 
porque  de  haberlo  hecho,  con  seguridad  les  habría 
echado  en  rostro  tal  crimen  el  Redentor  en  sus  pre- 
dicaciones. Muchas  veces  les  reprendió  porque 
erraban  el  significado  de  las  Sagradas  Escrituras; 
pero  jamás  les  dijo  que  las  habían  adulterado  ó 
falsificado.  Y  en  cuanto  al  tiempo  después  de  üi 
muerte  de  Jesucristo,  era  moralmente  imposible 
que  los  judíos,  dispersos  por  todo  el  mundo,  pudie- 
ran ponerse  de  acuerdo  para  falsificar  lo  que  siem- 
pre habían  mirado  con  divina  veneración. 

Este  criterio  tan  sensato  como  científico  hubiera 
arrancado  de  las  manos  las  armas  de  los  protestan- 
tes, los  cuales  se  mofaban  de  que  algunos  católicos, 
por  el  estilo  de  León  de  Castro,  atribuyesen  al  Es- 
píritu Santo  hasta  las  erratas  é  impericias  lingüís- 
ticas de  los  traductores,  imposibilitando  así  todo 
progreso  de  exégesis  bíblica. 

Decía  Santa  Teresa,  como  aprendido  de  labios 
del  mismo  Dios,  que  casi  todos  los  males  del  mundo 
procedían  de  no  conocer  bien  los  hombres  la  verdad 
de  las  Sagradas  Escrituras.  Si  Fray  Luis  de  León 
no  conocía  entonces  sentencia  tan  hermosa,  es  lo 
cierto  que  la  adivinó;  y  para  remediar  en  parte 
esos  males,  había  consagrado  á  tal  estudio  su  pri 
vilegiado  entendimiento,  el  amor  de  toda  su  vida 
y  los  mejores  y  más  brillantes  aceros  de  su  extra- 
ordinaria erudición,  hasta  el  punto  de  que  la  Biblia 
parecía  escrita  para  que  él  la  interprétala.  Tal  es 


XXXVl'lI  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

1 1  luz  que  comunica  á  la  misma  luz.  Y  no  se  con- 
tentó con  pulimentar  la  corteza  de  la  palabra  divi- 
na, como  en  la  traducción  del  Cantar  de  los  Canta- 
res y  del  Libro  de  Job;  sino  que  como  águila  alzó  el 
vuelo  á  regiones  más  plácidas  y  extensas,  por  él 
cantadas  con  estro  maravilloso  en  los  Nombres  de 
Cristo,  patentizando  á  los  mortales  los  sentidos  y 
resplandores,  como  de  Thabor,  más  que  de  Sinaí, 
de  la  Palabra  eterna,  con  tal  alteza  y  sublimidad 
de  conceptos,  con  tan  gráfica  expresión  de  estilo, 
<¿ue  á  pocos  hombres  se  ha  concedido  ni  quizá  se 
concederá. 

Y  á  este  hombre  se  le  metió  en  una  cárcel;  y  en 
la  cárcel  se  le  tuvo  encerrado  cerca  de  cinco  años, 
oyendo  y  contestando  las  majaderías  é  insulseces 
de  sus  ignaros  y  atrevidos  acusadores.  Y  alli  pasó, 
además,  por  la  amargura  no  pequeña  de  ver  que 
entre  esos  acusadores,  ya  por  miedo  á  la  Inquisi- 
ción, ya  por  ignorancia  ó  escrúpulo  de  las  mate- 
rias que  se  ventilaban,  podían  contarse  algunos 
hermanos  suyos  de  hábito,  no  de  los  más  ilustres 
ciertamente  (excepto  uno  dudoso),  sino  gentecilla 
ignorante  y  vulgar,  de  esa  que  por  desgracia  nunca 
falta  en  cualquier  Orden  religiosa  por  ilustre  y 
grande  que  sea  1. 

Al  alma  debió  llegarle  á  Fray  Luis  esta  conducta 
de  algunos  de  los  suyos,  pudiendo  exclamar  con  el 


1  De  los  agustinos  llamados  por  la  Inquisición  á  de- 
clarar, se  cuentan:  Gabriel  Montoya  (distinto  del  Venera- 
ble P.  Montoya,  portugués);  Francisco  de  Arboleda:  José 
Herrera;  Hernando  de  Peralta;  Juan  Cigiielo,  voluntario, 
que  le  achacó  la  calumnia  de  haber  negado  la  venida  de 
Jesucristo;  Luis  Henríquez,  connovicio  y  comprofeso  de 
Friy  Luis,  y  Peiro  de  Uceda. 


PROLOGO    BIOGRÁFICO  XX\1\ 

Profeta:  si  inimicus  meus  maledixisset  mihi,  etc.,  y 
aquello:  extraneus  sum  fratribus  meis. 

¿Quien  extrañará,  por  tanto,  que  cuando  llegó  al 
procesado  el  turno  de  defender  su  inocencia,  rom- 
piese en  santa  indignación  y  en  raudales  de  elo- 
cuencia soberana,  mezclada  de  amarga  ironía, 
ante  el  cúmulo  de  aquellas  acusaciones  que  aventó 
como  á  las  hojas  secas  el  huracán'/  A  veces  se  re- 
primía y  exclamaba:  «Y  yo  bien  sé  en  este  artícu- 
lo lo  que  me  callo,  y  por  qué  lo  callo;  que  aunque 
el  intolerable  agravio  que  padezco  me  abre  la  boca 
y  me  desenvuelve  la  lengua,  átamela  y  detiéneme 
el  temor  de  Dios  y  el  respeto  que  debo  á  la  grave- 
dad de  este  Tribunal,  con  quien  hablo». 

Y  á  la  desconsideración  y  falta  de  caridad  con 
que  aquellos  de  sus  hermanos  le  acusaban,  respon- 
día: Desde  «al  principio  deste  pleito  no  quise  poner 
nota  en  las  personas  de  mi  hábito,  por  el  respeto 
que  le  debo,  y  porque  es  de  mi  condición  no  creer 
mal  de  nadie  hasta  que  lo  veo,  ni  querer  hablar  mal 
de  nadie  hasta  que  la  necesidad  me  compele;  la  cual 
condición  mía  me  tiene  en  el  estado  en  que  estoy». 

¡Triste  caída,  en  verdad!  Desde  la  cúpula  de  la 
¿loria  hasta  el  abismo  déla  ignominia.  Considéren- 
se las  amarguras  y  soledades  é  incertidumbres  de 
una  cárcel,  y  cárcel  de  la  Inquisición;  y  esas  amar- 
guras, que  no  son  de  apetecer  ni  aun  para  los  que 
tratan  tontamente  de  atenuarlas,  háganse  pasar 
por  el  alma  de  un  poeta  como  Fray  Luis,  y  se  ba- 
rruntará el  alcance  de  estos  sus  versos: 

Mudó  su  ley  en  mí,  Naturaleza; 
y  pudo  en  mi  dolor  lo  que  no  entiende 
ni  seso  humano,  ni  mayor  viveza. 

Cuando  desenlazarse  más  pretende 
el  pájaro  cautivo,  más  se  enliga. 
y  la  defensa  mía  más  me  ofende. 


SÍL  FRAY   LUIS   DL   LEÓN 

Porque  realmente  así  era.  Sus  defensas,  tan  ne- 
cesarias para  desenmascarar  á  sus  enemigos,  como 
para  poner  en  su  debido  punto  la  honra  de  la  propia 
ortodoxia  (que  su  conciencia  no  le  permitía  dejar 
enredada  en  los  zarzales  de  la  crítica),  sólo  servían 
para  prolongar  el  Proceso  y  diferir  la  liberación. 

Pero,  á  la  vez,  la  prolongación  de  este  Proceso 
contribuía  á  que  el  atribulado  poeta  derramase  su 
alma  en  presencia  de  Dios,  y  comentase  en  verso  y 
prosa  algunos  Salmos,  aquellos  que  más  consonan- 
cia tenían  con  su  cautiverio,  y  de  donde  copio  es- 
tos párrafos  hermosísimos,  admirabilísimos: 

«Señor  (exclama  dirigiéndose  á  Dios),  no  es  uno  y 
sencillo  el  mal  que  en  este  destierro  me  aflige,  ni 
usa  de  su  rigor  á  tiempos,  y  á  tiempos  se  afloja.  Un 
escuadrón  de  mil  desventuras  conjuradas  contra 
mí,  me  acometen  y  aprietan  de  todas  partes;  unas 
á  otras  se  suceden,  y  acuden  las  unas  á  las  otras,  y 
el  fin  y  el  remate  de  un  trabajo,  es  el  principio  de 
otro  mayor.  El  deseo  de  volver  á  tu  presencia  me 
abrasa;  la  lengua  atrevida,  que  pone  falta  en  tu 
verdad,  me  atormenta;  náceme  guerra  mi  memo- 
ria; y  el  acordarme  del  bien  que  perdí,  me  tras- 
pasa el  corazón.» 

•Hasta  la  esperanza,  de  la  cual  pensaba  valer- 
me,.arma  mis  enemigos  contra  mí;  porque  en  espe- 
rando en  Ti,  echo  de  ver  que  no  puedo  vivir  sin 
acordarme  de  Ti,  y  de  esto  vengo  á  considerar  más 
atentamente  el  lugar  tan  apartado  y  ajeno  de  Ti, 
donde  me  acuerdo;  y  cuanto  más  de  Ti  me  acuerdo, 
y  cuanto  más  lejos  de  Ti  me  veo,  tanto  es  más  sin 
medio  ni  medida  el  mal  y  dolor  que  padezco.  Ansí 
que,  la  esperanza  despierta  la  consideración  del 
lugar,  y  aviva  la  memoria;  de  la  memoria  nace  eL 
deseo,  y  del  lugar  la  imposibilidad;  y  de  lo  uno  y 


PRÓLOGO    BIOGRÁFICO  XLI 

de  lo  otro,  crece  mi  dolor  hasta  llegar  á  sus  mayo- 
res quilates.» 

»Y  como  en  el  tiempo  de  las  tempestades  se  ve  el 
relámpago,  y  luego  suena  el  trueno,  y  cae  el  rayo; 
y  rompiéndose  las  nubes  con  increíble  furia  y  es- 
truendo, arrojan  agua  y  más  agua,  hasta  que  los 
ríos  salen  de  madre  y  se  anegan  los  campos,  ansí 
en  esta  mi  desventura,  un  mal  me  ciega,  y  otro 
me  atruena,  y  otro  me  hiere,  y  descargan  sobre  mí 
mil  nubes  de  dolor,  y  todo  es  tempestad,  y  horror, 
y  tinieblas,  y  miserias,  cuanto  á  la  redonda  me 
cerca»  ». 

Y  como  lenitivo  á  tal  dolor,  desahogaba  su  pecho 
con  la  Virgen  Santísima,  su  amorosa  Madre,  en 
aquellos  versos  tan  conocidos: 

Virgen,  que  el  sol  más  pura, 
gloria  de  los  mortales,  luz  del  cielo, 
en  quien  la  piedad  es  cual  la  alteza; 
los  ojos  vuelve  al  suelo 
y  mira  un  miserable  en  cárcel  dura 
cercado  de  tinieblas  y  tristeza; 
y  si  mayor  bajeza 

no  conoce,  ni  igual,  el  juicio  humano 
que  el  estado  en  que  estoy  por  culpa  ajena, 
con  poderosa  mano 
quiebra,  Reina  del  cielo,  esta  cadena... 

Virgen  del  sol  vestida, 
de  luces  eternales  coronada, 
que  huellas  con  divinos  pies  la  luna; 
envidia  emponzoñada, 
engaño  agudo,  lengua  fementida, 
odio  cruel,  poder  sin  ley  ninguna 
me  hacen  guerra  á  una. 
Pues  contra  un  tal  ejército  maldito, 


1  Introducción  y  explicación  del  Salmo  41;  tomo  iv  de 
las  obras  castellanas  de  Fray  Luis  de  León,  pág.  188,  edi- 
ción de  1885,  Madrid. 


^CLll  FRAY   LUIS   DE    LEÓN 

¿cuál  pobre  y  desarmado  será  parte, 

si  tu  nombre  bendito, 

María,  no  se  muestra  por  mi  parte? 

Virgen,  lucero  amado, 
en  mar  tempestuosa  claro  guía, 
á  cuyo  santo  rayo  calla  el  viento; 
mil  olas  á  porfía 

hunden  en  el  abismo  un  desarmado 
leño  de  vela  y  remo,  que  sin  tiento 
el  húmedo  elemento 
corre;  la  noche  carga,  el  aire  truena; 
ya  por  el  cielo  va,  ya  al  suelo  toca; 
gime  la  rota  antena... 
¡socorre,  antes  que  embista  en  dura  roca!... 

Y  á  todo  esto,  los  señores  Inquisidores  de  Valla- 
-dolid,  cuyos  nombres  no  conviene  recordar  ni  si- 
guiera para  maldecirlos,  no  se  daban  mayor  prisa 
de  substanciar  el  Proceso,  á  pesar  de  las  requisito- 
rias y  apremios  del  encarcelado,  á  pesar  de  las  ins- 
tancias del  Tribunal  Supremo  de  Madrid. 

¿A  qué  extremos  de  angustia  no  llegaría  el  poeta 
cuando,  como  única  tabla  de  salvación,  tuvo  que 
asirse  á  la  defensa  que  podían  proporcionarle  dos 
-de  los  individuos  que  él  tenía  por  mayores  adver- 
sarios? Y  tan  convencido  se  hallaba  Fray  Luis  de 
la  propia  inocencia,  que  nombró  por  patronos  de 
su  causa...  ¡nada  menos  que  á  Mancio  y  á  Medina! 

Léanse  sus  palabras. 

«Y  ansí,  yo,  como  desesperado,  dije  que  el  Maes- 
tro Mancio  y  el  Maestro  Medina,  dominicos,  eran 
mis  enemigos,  y  por  tales  los  tenía  señalados  y  ta- 
chados en  este  Proceso  desde  el  principio  de  él; 
pero  que  yo  me  apartaba,  para  este  solo  efecto,  de 
la  tacha  que  les  tenía  puesta;  y  quería,  para  mayor 
justificación  de  la  verdad  que  trato,  y  de  la  verdad 
.que  tengo,  que  viniesen  á  ser  mis  patronos  los  que  lia- 
t>ian  sido  mis  calumniadores .» 


PRÓLOGO  BIOGRÁFICO  XLIÍI 

El  dominico  Fray  Mancio  de  Corpus  Christi,  al 
principio  del  Proceso,  había  sido  uno  de  los  califica- 
dores de  las  proposiciones  redactadas  por  su  her- 
mano de  hábito  Fray  Bartolomé  de  Medina,  y  causa 
del  encarcelamiento  de  Fray  Luis;  pero  cuando  se 
Vio  con  éste  frente  á  frente  en  la  cárcel,  no  tuvo 
más  remedio  que  cambiar  de  opinión  y  desdecirse, 
convencido  con  las  explicaciones  del  Maestro  agus- 
tiniano.  Hubiéranselas  pedido  antes,  y  se  habrían 
ahorrado  muchos  escándalos,  lágrimas  y  sinsa- 
bores. 

Todavía  (y  esto  sí  que  causa  verdadero  asombró), 
á  pesar  de  reconocerse  la  inocencia  de  Fray  Luis, 
intentaron  los  Inquisidores  sujetarle  á  tormento, 
para  que  declarase  la  intención  que  tuvo  en  defen- 
der lo  que  había  defendido.  Léanse  las  siguientes 
palabras,  que  bien  merecen  pasar  á  la  historia  pol- 
la iniquidad  que  revelan:  «En  la  Villa  de  Vallado- 
lid,  á  28  días  del  mes  de  Setiembre  de  mil  y  qui- 
nientos y  setenta  y  seis  años,  etc los  dichos  se- 
ñores (Inquisidores)  licenciado  Menchaca,  Álava, 
Luis  Tello  y  Albornoz,  dijeron  que  son  de  voto  y  pa- 
recer que  el  dicho  Fr.  Luis  de  León  sea  puesto  á 
cuestión  de  tormento  sobre  la  intención  y  lo  indicado 
y  testificado,  y  sobre  las  proposiciones  que  están  ca- 
lificadas por  heréticas,  no  embargante  que  los  teólo- 
gos digan  últimamente  que  satisface,  entendiéndolo 
como  él,  respondiendo  á  ellas,  dice  que  lo  enten- 
dió; y  que  el  tormento  se  le  dé  moderado,  atento  que 
el  reo  es  delicado». 

Otros  Inquisidores  pedían  que  se  reprendiese  á 
Fr.  Luis  públicamente,  que  declararse  en  plena 
Universidad  el  sentido  de  las  proposiciones  sospe- 
chosas que  se  le  habían  atribuido,  que  extrajudi- 
cialmente  se  dijese  á  su  Prelado  mandase  al  reo 


XL1V  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

emplear  sus  estudios  en  otras  cosas  útiles  á  la  re- 
pública, y  que  se  abstuviese  de  enseñar  en  escuelas 
ni  otras  partes,  y,  finalmente,  que  fuese  recogido  y 
prohibido  el  libro  de  los  Cánticos,  traducido  en  ro- 
mance. 

Si  sentencia  tan  inicua,  después  de  probada  la 
inocencia  de  Fray  Luis,  se  hubiera  llevado  á  cabo, 
¿dónde  quedaría  el  tan  cacareado  amor  á  la  justicia 
del  tremendo  y  famoso  Tribunal  de  la  Inquisición? 
¡Aquello  fué  el  colmo  de  la  imbecilidad! 

Por  fortuna,  hasta  para  el  honor  del  Santo  Oficio. 
fué  desechada  tal  sentencia  por  la  Suprema  Inqui  • 
sición,  dictando  el  7  de  Diciembre  de  1576  «que  el 
dicho  Fray  Luis  de  León  sea  absuelto  de  la  instancia 
de  este  juicio»,  aunque  añadiendo  que  en  la  sala  se 
le  advirtiese  y  reprendiese  para  que  en  adelante 
mire  cómo  y  adonde  trata  cosas  y  materias  de  la 
calidad  y  peligro  que  las  que  de  este  proceso  resul- 
tan, y  tenga  en  ellas  mucha  moderación  y  pruden- 
cia, como  conviene  para  que  cese  todo  escándalo  y 
ocasión  de  errores». 

Respetemos  este  aditamento  de  los  Inquisidores 
de  la  Suprema,  aunque  hoy  nos  maraville  que  pu- 
diera dar  ocasión  de  errores  la  doctrina  de  Fray 
Luis,  ya  aprobada  y  sustentada  en  todas  sus  partes 
por  la  Iglesia  Católica.  No  era  Fray  Luis  de  León 
hombre  que  pudiese  poner  en  práctica  la  hipócrita 
sentencia  del  dominico  P.  Bañez  sobre  la  Vulgata: 
«A  veces  se  puede  pensar  con  los  pocos,  y  es  nece- 
sario hablar  con  los  muchos».  El  poeta,  que  veía  de 
muy  distinta  manera  las  cosas,  si  pensó  con  los  po- 
cos, no  quisó  ni  debió  ocultar  la  verdad  con  los  mu- 
chos que  la  ignoraban;  y  ésta  es  una  de  sus  mayo- 
res glorias.  ¿A  qué  fin  envía  Dios  á  este  mundo  á 
los  sabios,  sino  es  para  decir  la  verdad  á  los  ne- 


PROLOGO    BIOGRÁFICO  XLV 

cios?  Por  algo,  anos  atrás,  había  Fray  Luis  de 
León  pronunciado  esta  magnifica  sentencia  (en  un 
Sermón  acerca  de  San  Agustín)  hablando  del  necio: 
<  Xe  fallere;  stultus  est  quisquís  studiis  atque  judiciis 
stultis  similis  est.  Pues  necio,  realmente,  se  hace 
quien  transige  con  las  estulticias  del  necio. 

El  día  15  de  Diciembre  de  1576,  pidió  á  los  Inqui- 
sidores Fray  Luis  de  León  testimonio  auténtico 
cque  le  fué  concedido^,  de  su  inocencia  y  de  la  lim- 
pieza de  su  doctrina. 

Y  antes  de  salir  de  aquella  cárcel,  testigo  de  sus 
amarguras,  dejó  estampados  en  las  paredes  estos 
versos,  que  se  han  hecho  inmortales : 

Aquí  la  envidia  y  mentira 
me  tuvieron  encerrado. 
¡Dichoso  el  humilde  estado 
del  sabio  que  se  retira 
de  aqueste  mundo  malvado! 
Y  con  pobre  mesa  y  casa, 
en  el  campo  deleitoso 
con  sólo  Dios  se  compasa, 
y  á  solas  su  vida  pasa 
ni  envidiado,  ni  envidioso. 

Con  el  documento  oficial  de  su  rehabilitación 
entró  el  29  de  Diciembre  en  Salamanca,  donde  fué 
recibido  con  todas  las  muestras  de  regocijo  y  aga- 
sajo que  eran  de  esperarse,  dada  la  nombradla  del 
libertado  prisionero,  y  que  relatan  quienes  parece 
presenciaron  el  suceso.  Según  ellos,  entró  Fray 
Luis  con  atabales,  trompetas  y  gran  acompaña- 
miento de  Caballeros,  Doctores,  Maestros...  y  no 
quedó  persona,,  ni  en  la  Universidad,  ni  en  la  ciu- 
dad, que  no  le  saliese  á  recibir»  \ 


1    V.  P.  Blanco,  obra  citada,  págs.  205  y  20G. 


XI,VI  FRAY    LUIS   DF.   LEÓN 

Convocado,  el  claustro  universitario  para  el  día 
siguiente,  y  leído  el  fallo  absolutorio,  fué  invitado 
Fray  Luis  para  que  hablase;  y  dijo:  «que  ante  todas 
las  cosas  alababa  á  Nuestro  Señor  por  la  merced  tan 
señalada  que  le  había  hecho;  y  que  no  obstante  que 
los  Señores  del  Santo  Oficio  le  habían  restituido  á 
su  honor,  y  honra,  y  cátedra,  que  teniéndola  como  la 
tiene  el  Padre  Maestro  Fray  García  del  Castillo, 
Abad  de  San  Benito,  que  la  daba  por  bien  emplea- 
da; y  que,  aunque  se  le  da  derecho  para  que  la  pida 
y  se  le  restituya,  él  se  aparta  del  derecho  que  á  ella 
tiene,  para  no  la  pedir  ni  demandar  agora  ni  en 
tiempo  alguno  á  quien  la  tiene  al  presente». 

Este  Fray  García  del  Castillo,  en  quien  el  Maes- 
tro León  renunció  la  cátedra,  fué  uno  de  los  que 
calificaron  como  heréticas  y  erróneas  las  proposi- 
ciones que  Medina  atribuyó  á  los  tres  insignes  Doc- 
tores Grajal,  Cantalapiedra  y  Fray  Luis  de  León. 
Así  pagaba  éste  las  intrigas  y  asechanzas  de  sus 
adversarios. 

Pero  aún  había  de  dar  muestras  más  elocuentes 
de  que  en  su  ánimo  no  anidaba  ningún  resentimien- 
to contra  sus  principales  acusadores. 

Fuese  en  ese  mismo  Claustro  pleno  de  la  Univer- 
sidad, ó  fuese  en  otro  inmediato  (que  ello  importa 
un  ardite  para  la  seriedad  de  los  hechos),  Fray 
Luis  de  León  pidió  á  sus  compañeros  de  profesora- 
do que  tuviesen  memoria  de  aus  trabajos  y  servi- 
cios, y  consideraran  la  absolución  que  había  obte- 
nido como  claro  testimonio  de  su  inocencia  y  aproba- 
ción general  de  su  doctrina.  Y  consignado  eso,  dijo 
que,  en  cuanto  á  su  voto  como  Doctor  de  aque- 
lla Universidad,  «lo  renunciaba  ó  dejaba  al  Padre 
Maestro  Fray  Bartolomé  de  Medina,  del  Orden  de 
Santo  Domingo.» 


PROLOOO    BIOGRÁFICO  XLVII 

Esos  tres  rasgos  de  magnanimidad,  el  de  haber 
nombrado  por  patrono  á  Mancio,  el  de  renunciar  su 
cátedra  en  Castillo,  y  su  voto  en  Medina...  hablaír 
más  alto  en  favor  del  insigne  poeta,  que  su  celebé- 
rrima frase  Decíamos  ayer  \  pronunciada,  según  se 
cree,  un  mes  más  tarde,  cuando  tomó  posesión  dé- 
la nueva  cátedra  de  Escritura  que  la  Universidad, 
para  premiar  en  algo  los  servicios  y  trabajos  de 
Fray  Luis,  le  había  asignado  con  200  ducados  el 
2  de  Enero  de  1577. 

«Comenzó  (dice  el  P.  Blanco,  pág.  208)  á  explicar 
el  insigne  Maestro  el  día  2lJ  del  mismo  mes  ante  un 
concurso  muy  numeroso,  que  seguramente  esperaba 
oir  de  sus  labios,  ola  narración  de  las  trágicas  vi- 
cisitudes porque  había  pasado,  ó  vehementes  apos- 
trofes contra  sus  enemigos,  ó  cuando  menos  inten- 
cionadas alusiones  y  reticencias.  Grande  hubo  de 


1  El  P.  Blanco,  con  critica  delicada  que  le  honra,, 
trató  de  analizar  el  origen  de  esa  frase;  y  aunque  no 
consta  por  ningún  acta  notarial,  tiene  todos  los  caracte- 
res de  verídica  por  la  tradición  oral,  que  se  convirtió  en 
escrita  el  año  1023,  y  cita  Crusenio  en  su  Monasticon  Au- 
gustinianum,  pág.  2ü8,  á  quien  de  seguro  se  la  transmiti- 
rían algunos  agustinos  de  Salamanca,  donde  se  conser- 
vaba la  tradición.  Las  suposiciones  y  alharacas  de  un  es- 
critor moderno,  truncando  de  mala  fe  las  palabras  y  el 
pensamiento  del  P.  Blanco  (cual  si  pretendiese  borrar  del 
pedestal  donde  se  yergue  la  estatua  de  Fray  Luis  esa  su 
frase  sublime  que  no  se  hubiera  ocurrido  ni  á  Mancio 
ni  á  Medina),  solo  merecen  el  más  solemne  desprecio. 

Mientras  ese  crítico  huero  y  pedante,  á  quien  hago- 
mental  referencia,  no  descubra  más  datos  en  los  archi  - 
vos  de  su  imaginación,  quedará  en  el  mismo  lugar  tradi- 
cional el  Decíamos  ayer,  para  vergüenza  perdurable  de 
los  émulos  del  poeta,  pasados,  presentes  y  futuros. 


XLVIII  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

ser  la  sorpresa  del  auditorio  cuando  el  Maestro  León, 
rompiendo  el  silencio  que  dominaba  en  el  aula, 
dio  principio  á  su  conferencia  en  esta  forma:  Dice- 
bamus  liesterna  die  (decíamos  ayer...)  como  si  conti- 
nuara una  lección  interrumpida  el  día  anterior,  y 
como  si  los  cinco  anos  de  cárcel  hubieran  sido  un 
paréntesis  de  que  no  quedaba  rastro  en  su  memoria; 
porque  al  perdonar  á  sus  enemigos,  olvidaba  ade- 
más las  injurias  recibidas.» 

Tal  era  Fray  Luis  de  León.  Libre  del  proceso 
inquisitorial  y  posesionado  de  su  nueva  cátedra, 
pudo  con  más  quietud  dedicarse  á  poner  en  latín 
el  Comentario  al  Cantar  de  los  Cantares,  impreso  en 
Salamanca  el  año  1580,  y  á  terminar  su  obra  monu- 
mental Los  Nombres  de  Cristo,  empezada  en  la 
cárcel;  pero  alternando  en  estos  trabajos  científicos 
con  las  arduas  y  dificultosas  comisiones  que  le  dio 
la  Universidad,  entre  otras  cosas,  para  el  arreglo 
del  famoso  pleito  que  ésta  tenía  con  los  llamados 
Colegios  Mayores. 

Los  Nombres  de  Cristo  fueron  impresos  por 
vez  primera,  y  juntamente  con  La  Perfecta  Casa- 
da, el  año  1583.  Son  las  dos  obras  castellanas  que 
más  fama  han  dado  á  Fray  Luis,  después  de  sus 
poesías.  Porque  la  gloria  del  poeta,  con  ser  la  poe- 
sía á  la  que  menos  importancia  dio  y  en  la  que  ja- 
más puso  empeño  decidido,  ha  eclipsado  con  fre- 
cuencia su  gloria  de  escritor  en  prosa,  siendo  así 
que  á  veces  se  muestra  tan  poeta  en  prosa  como  en 
verso.  Y  haríamos  este  Prólogo  interminable,  si 
en  confirmación  de  tal  verdad  nos  fuera  lícito  ale- 
gar pasajes  ó  páginas  enteras  de  sus  obras,  princi- 
palmente de  ésta  Los  Nombres  de  Cristo,  que  es 
un  himno  grave,  solemne  y  majestuoso  entonado  al 
Kedentor  del  mundo,  el  cántico  del  verdadero  Salo- 


PROLOGO   BIOGRÁFICO  XLIX 

món  de  nuestra  literatura  á  los  desposorios  del 
Verbo  de  Dios  con  la  humanidad  caída  para  levan- 
tarla y  divinizarla,  el  collar  de  más  ricas  piedras 
orientales  que,  engarzadas  con  el  oro  labrado  de  al- 
tísimos y  divinísimos  pensamientos,  se  ha  puesto 
al  cuello  del  Dios-Hombre  para  que  lo  ostente  de- 
lante de  los  ángeles  como  prenda,  y  arra,  y  memo- 
rial del  amor  que  algunos  de  sus  amigos  le  tuvie- 
ron y  tienen  en  la  tierra . 

Fray  Luis  de  León  describe  con  delectación  mo- 
rosa los  encantos,  y  atractivos,  y  hermosuras,  y 
esplendideces,  y  rozagancias  de  la  naturaleza,  para 
llevar  y  prender  el  alma  á  Dios  con  los  lazos  de 
Adán;  al  revés  de  San  Juan  de  la  Cruz  y  Fray  Juan 
de  los  Angeles,  que  alardean  de  prescindir  de  la 
naturaleza  con  el  empeño  y  las  prisas  que  se  dan 
de  meter  al  alma  en  Dios,  y  á  Dios  dentro  del  alma, 
sin  ruidos  de  imágenes  sensibles.  Esto  será  más  di- 
vino, pero  aquello  es  más  divinamente  humano,  y 
acomodado  á  nuestra  manera  de  ser  actual,  y  á  las 
trazas  de  que  Dios  se  sirve  para  abrirse  paso  hasta 
nosotros,  según  los  destellos  y  enseñanzas  de  la  re- 
velación. 

Y  tan  enamorado  de  nosotros  pinta  Fray  Luis  al 
Hijo  eterno  de  Dios,  que  no  vacila  en  sostenerla 
hermosa  teoría  de  la  escuela  franciscana,  que  luego 
parece  hizo  también  suya  San  Francisco  de  Sales, 
de  que,  aun  cuando  Adán  no  hubiera  pecado,  Dios 
se  hubiera  hecho  hombre  para  honrar  nuestra  na- 
turaleza, donde  se  compendiaba  ya  lo  angélico  y 
lo  humano,  y  hacerla  partícipe  de  la  divina. 


Por  último,  y  aunque  cause  a&ombro,  se  debe 
consignar  que  Fray  Litis  de  León  fué  nuevamente 


L  FKAY   LUIS  DE   LEÓN 

envuelto  en  otro  Proceso,  si  bien  no  de  las  conse- 
cuencias del  anterior,  y  desde  luego  «mucho  más 
breve  y  menos  interesante»;  pero  que  conviene  in- 
dicar para  que  sirva  de  aclaración  á  la  historia  de 
la  Teología,  en  las  controversias  celebérrimas  que 
trajo  consigo  el  famosísimo  sistema  de  Molina. 

Antes  que  este  ilustre  Jesuíta  publicase  su  Con- 
cordia (1588)  acerca  del  libre  albedrío  y  la  predes- 
tinación, se  habían  alborotado  algunos  doctores 
salmanticenses  con  las  proposiciones  similares  que 
otros  dos  Padres  Jesuítas,  Enríquez  y  Montemayor, 
defendieron  en  la  Universidad  sobre  el  mérito  y  la 
libertad  de  Nuestro  Señor  Jesucristo  en  su  obedien- 
cia; y  de  ahí  fueron  á  tratar  sustentantes  y  argu- 
y entes  sobre  las  relaciones  de  la  gracia  con  el  libre 
albedrío.  Algunos  dominicos,  como  Bañez  y  Guz- 
mán,  llevados  de  su  celo  exagerado  por  la  pureza 
del  dogma,  según  ellos  lo  entendían  con  el  criterio 
cerrado  que  siempre  les  distinguió,  y  creyendo  que 
aquellas  teorías  eran  opuestas  á  Santo  Tomás,  como 
si  éste  se  hubiese  llevado  al  cielo  con  su  pureza  la 
llave  del  progreso  intelectual,  tacharon  ex  cathedra 
de  heréticas  y  pelagianas  las  opiniones  de  los  dos 
precursores  de  Molina.  Indignado  Fray  Luis  de 
León  con  este  modo  tan  arbitrario  de  calificar,  se 
levantó  á  decir  que  si  bien  él  no  participaba  de  tal 
teoría,  tampoco  podía  consentir  que  se  la  tuviese 
por  herética;  y  al  saber  que  Bañez  seguía  en  sus 
trece,  y  en  pública  cátedra  tildaba  de  pelagianismo 
la  doctrina  de  los  Padres  Jesuítas  y  sus  partidarios, 
anunció  también  en  pública  cátedra  un  acto  lite- 
rio  para  el  día  siguiente  en  esta  forma:  «Mañana, 
señores,  hay  un  acto  de  luteranos,  pelagianos  y 
cristianos  viejos;  yo  he  deseado  y  procurado  la  pre- 
sidencia de  él,  para  que  vean  esto's  Padres  (los  do^. 


PROLOGO   P.IOGRAFICO  Lt 

miníeos)  cómo  califican  opiniones».  De  resultas  de 
lo  cual  inicióse  entre  Bañez  y  Fray  Luis  una  po- 
lémica, á  la  que  siguieron  otras  de  estudiantes  y 
maestros.  Celebraron  los  Jesuítas  un  tercer  acto  so- 
bre el  mismo  tema,  y  por  fin  el  negocio  vino  á  parar 
en  manos  de  los  inquisidores.  Por  fortuna  «el  tri- 
bunal no  hizo  caso  de  rencillas  universitarias  y 
claustrales,  y  sólo  atendió  á  la  cuestión  dogmática, 
admitiendo  por  valederas  las  exculpaciones  del  pro- 
cesado, y  absteniéndose  de  ulteriores  diligencias; 
de  suerte  que  no  hubo  acusación  fiscal,  ni  pasaron 
del  sumario  las  actuaciones»  i. 

Otro  hombre  que  no  fuese  del  temple  de  alma  de 
Fray  Luis,  se  habría  hastiado  y  aburrido  con  el 
desgaste  de  fuerzas  en  tan  repetidas  luchas;  pero  él 
parece  que  había  nacido  para  romper  lanzas  en 
pro  de  los  grandes  ideales  engendrados  por  el  amor 
á  la  religión.  Y  así,  no  solamente  se  le  ve  formar 
parte  de  la  comisión  para  la  reforma  del  Calenda- 
rio mandada  hacer  por  el  Papa  Gregorio  XIII  y 
Felipe  II,  sino  que  además  interviene  muy  activa 
y  directamente,  «siendo  el  alma  de  la  misma,  en 
la  reforma  que  en  1588  comenzó  á  ensayarse  dentro 
de  su  Provincia»,  con  la  Congregación  de  Agustinos 
Descalzos,  que  luego  se  extendió  por  toda  España 
y  por  otras  naciones. 


1  V.  P.  Blanco,  obra  citada,  pág.  223  y  228. -Este  se- 
gundo proceso  contra  Fray  Luis  se  publicó  íntegro  por 
primera  vez  en  La  Ciudad  de  Dios,  volumen  xli,  año 
1896.  Sobre  las  cuestiones  escolásticas  á  que  dieron  ori- 
gen en  ese  mismo  tiempo  las  teorías  de  Enrícjuez  y  Mon- 
temayor,  como  precursoras  del  sistema  de  Molina,  hay 
documentos  inéditos  ó  interesantes  que  pueden  aclarar 
la  historia  délas  controversias  de  Auxiliis. 


LII  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

«No  entraba  (agrega  el  P.  Blanco,  á  quien  copio 
en  este  punto),  sin  duda,  en  los  intentos,  ni  siquiera 
en  la  previsión  de  Fray  Luis,  la  ruptura  de  la  uni- 
dad que  por  aquí  sobrevino  á  la  Orden;  y  sólo  pre- 
tendía erigir  asilos  especialmente  consagrados  á  la 
contemplación  asidua  y  los  rigores  ascéticos,  de- 
jándose persuadir  quizá  por  un  engaño  generoso 
que  le  hacía  ver  el  ideal  abstracto  de  la  virtud  con- 
cretado en  una  forma  perfecta.»  A  las  tareas  de 
legislador  que  ocuparon  á  Fray  Luis  dentro  de  su 
Orden,  sucede  la  intervención  que  tuvo  en  el  go- 
bierno de  la  Reforma  carmelitana,  manteniendo 
el  espíritu  de  Santa  Teresa  de  Jesús,  sobre  todo  en 
lo  que  tocaba  á  la  santa  libertad  de  elegir  confeso- 
res; y  en  medio  de  las  borrascas  porque  pasaron 
entonces  sus  hijas,  comenzó  á  escribir  la  vida  de 
aquella  insigne  mujer  y  ordenar  sus  escritos,  en 
cuya  empresa  le  sorprendió  la  muerte,  acaecida  en 
Madrigal  el  23  de  Agosto  de  1591,  nueve  días  des- 
pués de  haber  sido  elegido  Provincial  de  los  Agus- 
tinos de  Castilla. 

Así  pasó  de 

e3ta  cárcel  baja,  obscura, 

al  templo  de  claridad  y  hermosura 

el  insigne  poeta,  gloria  de  las  letras  patrias,  tan 
elogiado  por  Cervantes,  por  Lope  de  Vega,  por 
Quevedo,  por  Suárez,  por  Yepes,  por  Pacheco  y 
por  cuantos  hombres  eminentes  de  entonces  acá 
han  rendido  culto  al  sólido  saber,  á  la  poesía  clá- 
sica, al  ingenio  y  á  la  virtud  acrisolada  en  el  dolor. 
Cerremos  este  Prólogo  biográfico,  escrito  á  trom- 
picones, con  el  broche  de  oro  de  la  limpia  y  sobe- 
rana prosa  del  ya  inmortal  en  vida  Sr.  Menéndez  y 
Pelayo,  ante  cuya  autoridad  justo  a  que  entnu- 


PROLOGO   BIOGRÁFICO  Lllt 

dezcan  las  cotorras  del  moderno  criticismo,  infatua- 
das con  su  propia  insignificancia. 

«¿Quién  me  dará  palabras  (dice)  para  ensalzar 
ahora,  como  yo  quisiera,  á  Fr.  Luis  de  León?  Si  di- 
jese que  fuera  de  las  canciones  de  San  Juan  de  la 
Cruz,  que  no  parecen  ya  de  hombre,  sino  de  ángel, 
no  hay  lírico  castellano  que  compita  con  él,  aún 
me  parecería  haber  dicho  poco.  Porque,  desde  el 
renacimiento  acá,  á  lo  menos  entre  las  gentes  lati- 
nas, nadie  se  le  ha  acercado  en  sobriedad  y  pureza; 
nadie  en  el  arte  de  las  transiciones  y  de  las  gran- 
des líneas,  y  en  la  rapidez  lírica;  nadie  ha  volado 
tan  alto,  ni  infundí  do  como  él  en  las  formas  clási- 
cas el  espíritu  moderno.  El  mármol  de  Pentélico, 
labrado  por  sus  manos,  se  convierte  en  estatua 
cristiana;  y  sobre  un  cúmulo  de  reminiscencias  de 
griegos,  latinos  é  italianos,  de  Horacio,  de  Píndaro 
y  del  Petrarca,  de  Virgilio  y  del  himno  de  Aristóte- 
les á  Hermías,  corre  juvenil  aliento  de  vida  que  lo 
transfigura  y  lo  remoza  todo...  ¡Poesía  legítima  y 
sincera,  aunque  se  haya  despertado,  por  inspira- 
ción refleja,  al  contacto  de  las  páginas  de  otro  li- 
bro! Es  una  mansa  dulzura  que  penetra  y  embarga 
el  alma  sin  excitar  los  nervios,  y  la  templa  y  sere- 
na, y  le  abre  con  una  sola  palabra  los  horizontes  de 
lo  infinito.» 

Y  respecto  de  Los  Nombres  de  Cristo,  agrega 
en  otro  lugar: 

«La  fórmula  más  alta  de  esta  conciliación  entre 
la  unidad  y  la  diversidad  se  encuentra  en  aquellos 
diálogos  de  Los  Nombres  de  Cristo,  que  sólo  con 
los  de  Platón  admiten  paralelo  por  lo  artísticos  y  lu- 
minosos, aunque  en  la  parte  dramática  queden  infe- 
riores... No  hay  (en  ellos)  ningún  tratado  especial 
sobre  la  belleza;  pero  puede  decirse  que  la  estética 


LIV  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

está  infundida  y  derramada  de  un  modo  latente 
por  las  venas  de  la  obra;  y  no  sólo  en  el  estilo,  que 
es,  á  mi  entender,  de  calidad  superior  al  de  cual- 
quier otro  libro  castellano,  sino  en  el  temple  armó- 
nico de  las  ideas,  y  en  el  misterioso  y  sereno  ful- 
gor del  pensamiento,  que  presenta  á  veces  el  más 
acabado  modelo  de  belleza  intelectual»  i. 

¡Ojalá  que  con  la  lectura  de  este  libro  substan- 
cioso, lleno  de  tanta  sabia  que  se  agrieta,  se  nutran 
las  almas  amantes  de  la  belleza  inmortal  y  divina, 
á  cuyo  fin  enderezó  Fray  Luis  de  León  todos  sus 
desvelos  y  sus  místicas  y  científicas  lucubraciones! 

P.    MlGUÉLEZ, 
Agustino. 


Madrid,  28  de  Junio  de  190" 


1     V.  Menéndez  y  Pelayo,  Ideas  estéticas,  tomo  vi,  pá- 
ginas 147  y  48. 


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«HHHHI* 


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DE  LOS  NOMBRES  DE  CRISTO 


POR 


FRAY  LUIS  DE  LEÓN 


A  D.  Pedro  Poríocarrero,  del  Consejo  de  S.  M.  y  de  la 
Sania  //  general  Inquisición. 


INTRODUCCIÓN 

Dase  razón  y  motivo  de  la  obra. 

Y7\e  las  calamidades  de  nuestros  tiempos,  que, 
como  vemos,  son  muchas  y  muy  graves,  una 
es,  y  no  la  menor  de  todas,  muy  ilustre  señor,  el 
haber  venido  los  hombres  á  disposición  que  les  sea 
ponzoña  lo  que  les  solía  ser  medicina  y  remedio; 
que  es  también  claro  indicio  de  que  se  les  aceren 
su  fin,  y  de  que  el  mundo  está  vecino  á  la  muerte, 
pues  la  halla  en  la  vida. 

Notoria  cosa  es  que  las  Escrituras  que  llamamos 
sagradas  las  inspiró  Dios  á  los  profetas  que  las  es- 
cribieron, para  que  nos  fuesen  en  los  trabajos  de 
esta  vida  consuelo,  y  en  las  tinieblas  y  errores  de 
ella  clara- y  fiel  luz;  y  para  en  las  llagas  que  hacen 
en  nuestras  almas  la  pasión  y  el  pecado,  allí,  como 
en  oficina  general,  tuviésemos  para  cada  una  pro- 

1 


FRAY    LUIS    DE    LEÓN 


pió  y  saludable  remedio.  Y  porque  las  escribió  para 
este  fin,  que  es  universal,  también  es  manifiesto  que 
pretendió  que  el  uso  de  ellas  fuese  común  á  todos;  y 
ansí,  cuanto  es  de  su  parte,  lo  hizo;  porque  las  com- 
puso con  palabras  llanísimas  y  en  lengua  que  era 
vulgar  á  aquellos  á  quienes  las  dio  primero. 

Y  después,  cuando  de  aquellos,  juntamente  con 
el  verdadero  conocimiento  de  Jesucristo,  se  comu- 
nicó y  traspasó  también  este  tesoro  á  las  gentes, 
hizo  que  se  pusiesen  en  muchas  lenguas,  y  casi  en 
todas  aquellas  que  entonces  eran  más  generales  y 
más  comunes,  porque  fuesen  gozadas  comúnmente 
de  todos.  Y  ansí  fué,  que  en  los  primeros  tiempos  de 
la  Iglesia,  y  en  no  pacos  años  después,  era  gran 
culpa  en  cualquiera  de  los  fieles  no  ocuparse  mu- 
cho en  el  estudio  y  lección  de  los  Libros  divinos.  Y' 
los  eclesiásticos  y  los  que  llamamos  seglares,  ansí 
los  doctos  como  los  que  carecían  de  letras,  por  esta 
causa  trataban  tanto  de  este  conocimiento,  que  el 
cuidado  de  los  vulgares  despertaba  el  estudio  de  los 
que  por  su  oficio  son  maestros,  quiero  decir,  de  los 
prelados  y  obispos;  los  cuales  de  ordinario  en  sus 
iglesias,  casi  todos  los  días,  declaraban  las  santas 
Escrituras  al  pueblo,  para  que  la  lección  particular 
que  cada  uno  tenía  de  ellas  en  su  casa,  alumbrada 
con  la  luz  de  aquella  doctrina  pública,  y  como  regi- 
da con  la  voz  del  maestro,  careciese  de  error  y  fue- 
se causa  de  más  señalado  provecho.  El  cual,  á  la 
verdad,  fué  tan  grande  cuanto  aquel  gobierno  era 
bueno;  y  respondió  el  fruto  á  la  sementera,  como  lo 
saben  los  que  tienen  alguna  noticia  de  la  historia  <!<• 
aquellos  tiempos. 

1''  ro,  como  'le  que  de  suyo  es  tan  bueno, 

y  que  fué  tan  útil  en  aquel  tiempo,  la  condición  tris- 
te de  nuestros  siglos  y  la  experiencia  de  nuesmi 


IjE    LOS    NOMBRES    DE    CRISTO. — INTRODUCCIÓN  3 

grande  desventura,  nos  enseñan  que  nos  es  ocasión 
agora  de  muchos  daños.  Y  ansí,  los  que  gobiernan 
la  Iglesia,  con  maduro  consejo  y  como  forzados  de 
la  misma  necesidad,  han  puesto  una  cierta  y  debi- 
da tasa  en  este  negocio,  ordenando  que  los  libros  de 
la  sagrada  Escritura  no  anden  en  lenguas  vui 
res,  de  manera  que  los  ignorantes  los  puedan  leer: 
y  como  á  gente  animal  y  tosca,  que,  ó  no  conocen 
estas  riquezas,  ó  si  las  conocen,  no  usan  bien  de 
ellas,  se  las  han  quitado  al  vulgo  de  entre  las  manos. 
Y  si  alguno  se  maravilla,  como  á  la  verdad  es 
cosa  que  hace  maravillar,  que  en  gentes  que  pro- 
fesan una  misma  religión,  haya  podido  acontecer 
que  lo  que  antes  les  aprovechaba  les  dañe  agora,  y 
mayormente  en  cosas  tan  substanciales;  y  si  desea 
penetrar  al  origen  de  este -mal,  conociendo  sus 
fuentes,  digo  que.  á  lo  que  yo  alcanzo,  las  causas 
deiesto  son  dos:  ignorancia  y  soberbia,  y  más  so- 
berbia que  ignorancia;  en  los  cuales  males  ha  ve- 
nido á  dar  poco  á  poco  el  pueblo  cristiano,  deca- 
yendo de  su  primera  virtud. 

La  ignorancia  ha  estado  de  parte  de  aquellos  á 
quienes  incumbe  el  saber  y  el  declarar  estos  libro-, 
y  la  soberbia  de  parte  de  los  mismos  y  de  los  demás 
todos,  aunque  en  diferente  manera;  porque  en  éstos 
la  soberbia  y  el  pundonor  de  su  presunción,  y  el  tí- 
tulo de  maestros,  que  se  arrogaban  sin  merecerlo, 
les  cegaba  los  ojos  para  que  ni  conociesen  sus  fal- 
tas, ni  se  persuadiesen  á  que  les  estaba  bien  poner 
estudio  y  cuidado  en  aprender  lo  que  no  sabían  y 
se  prometían  saber;  y  á  los  otros  este  humor  mismo, 
no  sólo  les  quitaba  la  voluntad  de  ser  enseñados  en 
estos  libros  y  letras,  y  más  les  persuadía  taml 
que  ellos  las  podían  saber  y  entender  por  sí  mis- 
mos. Y  ansí,  presumiendo  el  pueblo  de  ser  maestro, 


4  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

y  no  pudiendo,  como  convenía,  serlo  los  que  lo  eran 
ó  debían  ser,  convertíase  la  luz  en  tinieblas;  y  leer 
las  Escrituras  el  vulgo  le  era  ocasión  de  concebir 
muchos  y  muy  perniciosos  errores,  que  brotaban  y 
se  iban  descubriendo  por  horas. 

Mas  si  como  los  prelados  eclesiásticos  pudieron 
quitar  á  los  indoctos  las  Escrituras,  pudieran  tam- 
bién ponerlas  y  asentarlas  en  el  deseo  y  en  el  en- 
tendimiento y  en  la  noticia  de  los  que  las  han  de 
enseñar,  fuera  menos  de  llorar  esta  miseria;  porque 
estando  éstos,  que  son  como  cielos,  llenos  y  ricos 
con  la  virtud  de  este  tesoro,  derivárase  de  ellos 
necesariamente  gran  bien  en  los  menores,  que  son 
el  suelo  sobre  quien  ellos  influyen.  Pero  en  muchos 
es  esto  tan  al  revés,  que  no  sólo  no  saben  estas  le- 
tras, pero  desprecian, 'ó  á  lo  menos  muestran  pre- 
ciarse poco  y  no  juzgar  bien  de  los  que  las  saben. 
Y  con  un  pequeño  gusto  de  ciertas  cuestiones  con- 
tentos é  hinchados,  tienen  título  de  maestros  teólo- 
gos, y  no  tienen  la  Teología;  de  la  cual,  como  se  en- 
tiende, el  principio  son  las  cuestiones  de  la  escuela; 
y  el  crecimiento  la  doctrina  que  escriben  los  san- 
tos; y  el  colmo  y  perfección  y  lo  más  alto  de  ella, 
las  Letras  sagradas;  á  cuyo  entendimiento  todo  lo 
de  antes,  como  á  fin  necesario,  se  ordena. 

Mas  dejando  éstos  y  tornando  á  los  comunes  del 
vulgo,  á  este  daño,  de  que  por  su  culpa  y  soberbia 
se  hicieron  inútiles  para  la  lección  de  la  Escritura 
divina,  líaseles  seguido  otro  daño,  no  sé  si  diga 
peor,  que  se  han  entregado  sin  rienda  á  la  lección 
de  mil  libros,  no  solamente  vanos,  sino  señalada- 
mente dañosos;  los  cuales,  como  por  arte  del  demo- 
nio, como  faltaron  los  buenos,  en  nuestra  edad,  más 
que  en  otra,  han  crecido.  Y  nos  ha  acontecido  lo 
que  acontece  á  la  tierra,  que  cuando  no  produce 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— INTRODUCCIÓN  5 

trigo  da  espinas.  Y  digo  que  este  segundo  daño,  en 
parte  vence  al  primero;  porque  en  aquél  pierden 
los  hombres  un  grande  instrumento  para  ser  bue- 
nos, mas  en  éste  le  tienen  para  ser  malos;  allí  quí- 
tasele á  la  virtud  algún  gobierno,  aquí  dase  cebo  á 
los  vicios.  Porque  si,  como  alega  San  Pablo  1J  «las 
malas  conversaciones  corrompen  las  buenas  cos- 
tumbres», el  libro  torpe  y  dañado,  que  conversa  con 
el  que  le  lee  á  todas  horas  y  á  todos  tiempos,  ¿qué 
no  hará?  ó  ¿cómo  será  posible  que  no  críe  viciosa 
y  mala  sangre  el  que  se  mantiene  de  malezas  y  de 
ponzoñas? 

Y  á  la  verdad,  si  queremos  mirar  en  ello  con  aten- 
ción y  ser  justos  jueces,  no  podemos  dejar  de  juzgar 
sino  que  de  estos  libros  perdidos  y  desconcertados, 
y  de  su  lección,  nace  gran  parte  de  los  reveses  y 
perdición  que  se  descubren  continuamente  en  nues- 
tras costumbres.  Y  de  un  sabor  de  gentilidad  y  de 
infidelidad  que  los  celosos  del  servicio  de  Dios  sien- 
ten en  ellas  (que  no  sé  yo  si  en  edad  alguna  del  pue- 
blo cristiano  se  ha  sentido  mayor),  á  mi  juicio  el 
principio  y  la  raíz  y  la  causa  toda  son  estos  libros. 
Y  es  caso  de  gran  compasión,  que  muchas  personas 
simples  y  puras  se  pierden  en  este  mal  paso,  antes 
que  se  adviertan  de  él;  y  como  sin  saber  de  dónde 
ó  de  qué,  se  hallan  emponzoñadas,  y  quiebran  sim- 
ple y  lastimosamente  en  esta  roca  encubierta.  Por- 
que muchos  de  estos  malos  escritos  ordinariamente 
andan  en  las  manos  de  mujeres  doncellas  y  mozas, 
y  no  se  recatan  de  ello  sus  padres;  por  donde  las 
más  de  las  veces  les  sale  vano  y  sin  fruto  todo  el  de- 
más recato  que  tienen. 

Por  lo  cual,  como  quiera  que  siempre  haya  sido 

i     I  Coriat.,  xv,  33. 


FRAY    LUIS   DE    LEÓN 


provechoso  y  loable  el  escribir  sanas  doctrinas,  que 
despierten  las  almas  ó  las  encaminen  á  la  virtud, 
en  este  tiempo  es  ansí  necesario,  que  á  mi  juicio  to- 
dos los  buenos  ingenios  en  quien  puso  Dios  partes  y 
facultad  para  semejante  negocio,  tienen  obligación 
á  ocuparse  en  él,  componiendo  en  nuestra  lengua, 
para  el  uso  común  de  todos,  algunas  cosas  que,  6 
como  nacidas  de  las  sagradas  Letras,  ó  como  alle- 
gadas y  conformes  á  ellas,  suplan  por  ellas,  cuanto 
es  posible,  con  el  común  menester  de  los  hombres,  y 
juntamente  les  quiten  de  las  manos,  sucediendo  en 
su  lugar  de  ellos,  los  libros  dañosos  y  de  vanidad. 

Y  aunque  es  verdad  que  algunas  personas  doctas 
y  muy  religiosas  han  trabajado  en  esto  bien  feliz- 
mente, en  muchas  escrituras  que  nos  han  dado,  lle- 
nas de  utilidad  y  pureza;  mas  no  por  eso  los  demás 
que  pueden  emplearse  en  lo  mismo  se  deben  tener 
por  desobligados,  ni  deben  por  eso  alanzar  de  las 
manos  la  pluma;  pues  en  caso  que  todos  los  que  pue- 
den escribir  escribiesen,  todo  ello  sería  mucho  me- 
nos, no  sólo  de  lo  que  se  puede  escribir  en  semejan- 
fes  materias,  sino  de  aquello  que,  conforme  á  nues- 
tra necesidad,  es  menester  que  se  escriba,  ansí  por 
soi'  los  gustos  de  los  hombres  y  sus  inclinaciones  tau 
diferentes,  como  por  ser  tantas  ya  y  tan  recibidas 
las  escrituras  malas,  contra  quien  se  ordenan  las 
buenas.  Y  lo  que  en  las  baterías  y  cercos  de  los  lu- 
gares fuertes  se  hace  en  la  guerra,  que  los  tientan 
por  todas  las  partes,  y  con  todos  los  ingenios  que  nos 
enseña  la  facultad  militar,  eso  mismo  es  necesario 
que  hagan  todos  los  buenos  y  doctos  ingenios  agora, 
sin  que  uno  se  descuide  con  otro,  en  un  mal  uso  tan 
torreado  y  fortificado  como  es  éste  de  que  vamos 
hablando. 

Yo  ansí  lo  juzgo  y  juzgué  siempre.  Y  aunque  me 


DE    LOS    NOMBRES   DE    CHISTO.  — INTRODUCCIÓN  7 

conozco  por  el  menor  de  todos  los  que,  en  esto  que 
digo,  pueden  servir  á  la  Iglesia,  siempre  la  deseé 
servir  en  ello  como  pudiese;  y  por  mi  poca  salud  y 
muchas  ocupaciones  no  lo  he  hecho  hasta  agora. 
]\ias,  ya  que  la  vida  pasada  ocupada  y  trabajosa 
me  fué  estorbo  para  que  no  pusiese  este  mi  deseo  y 
juicio  en  ejecución,  no  me  parece  que  debo  perder 
la  ocasión  de  este  ocio,  en  que  la  injuria  y  mala  vo- 
luntad de  algunas  personas  me  han  puesto.  Porque, 
aunque  son  muchos  los  trabajos  que  me  tienen  cer- 
cado; pero  el  favor  largo  del  cielo  que  Dios,  padre 
verdadero  de  los  agraviados,  sin  merecerlo  me  da, 
y  el  testimonio  de  la  conciencia  en  medio  de  todos 
ellos,  han  serenado  mi  alma  con  tanta  paz,  que  no 
sólo  en  la  enmienda  de  mis  costumbres,  sino  tam- 
bién en  el  negocio  y  conocimiento  de  la  verdad,  veo 
agora  y  puedo  hacer  lo  que  antes  no  hacía.  Y  háme 
convertido  este  trabajo  el  Señor  en  mi  luz  y  salud, 
y  con  las  manos  de  los  que  me  pretendían  dañar  ha 
sacado  mi  bien.  A  cuya  excelente  y  divina  merced, 
en  alguna  manera,  no  respondería  yo  con  el  agra- 
decimiento debido,  si  agora  que  puedo,  en  la  forma 
que  puedo,  y  según  la  flaqueza  de  mi  ingenio  y  mis 
fuerzas,  no  pusiese  cuidado  en  esto,  que,  á  lo  que  yo 
juzgo,  es  tan  necesario  para  bien  de  sus  fieles. 

Pues  á  este  propósito  me  vinieron  á  la  memoria 
unos  razonamientos  que,  en  los  años  pasados,  tres 
amigos  míos  y  de  mi  Orden,  los  dos  de  ellos  hom- 
bres de  grandes  letras  é  ingenio,  tuvieron  entre  sí 
por  cierta  ocasión,  acerca  de  los  nombres  con  que 
es  llamado  Jesucristo  en  la  sagrada  Escritura:  los 
cuales  me  refirió  á  mí  poco  después  el  uno  de  olios, 
y  yo  por  su  cualidad  no  los  quise  olvidar. 

Y  deseando  yo  agora  escribir  alguna  cosa  que 
fuese  útil  al  pueblo  de  Cristo,  háme  parecido  que 


8  FRAY    LUIS   DF.    LEÓN 

comenzar  por  sus  nombres  para  principio,  ea  el 
más  feliz  y  de  mejor  anuncio;  y  para  utilidad  de 
los  lectores  la  cosa  de  más  provecho;  y  para  mi 
gusto  particular,  la  materia  más  dulce  y  más  apa- 
cible de  todas;  porque,  ansí  como  Cristo  nuestro  Se- 
ñor es  como  fuente,  ó  por  mejor  decir,  como  océa- 
no que  comprende  en  sí  todo  lo  provechoso  y  lo  dul- 
ce que  se  reparte  en  los  hombres,  ansí  el  tratar  de 
él,  y  como  si  dijésemos,  el  desenvolver  este  tesoro, 
es  conocimiento  dulce  y  provechoso  más  que  otro 
ninguno.  Y  por  orden  de  buena  razón,  se  presupo- 
ne á  los  demás  tratados  y  conocimientos  este  cono- 
cimiento, porque  es  el  fundamento  de  todos  ellos  y 
es  como  el  blanco  adonde  el  cristiano  endereza  to- 
dos sus  pensamientos  y  obras;  y  ansí,  lo  primero  á 
que  debemos  dar  asiento  en  el  alma  es  á  su  deseo, 
y  por  la  misma  razón  á  su  conocimiento,  de  quien 
nace  y  con  quien  se  enciende  y  acrecienta  el  deseo. 
Y  la  propia  y  verdadera  sabiduría  del  hombre  es 
saber  mucho  de  Cristo;  y  á  la  verdad  es  la  más  alta 
y  más  divina  sabiduría  de  todas,  porque  entenderle 
á  él  es  entender  todos  los  tesoros  de  la  sabiduría  de 
Dios,  que,  como  dice  San  Pablo  1,  «están  en  él  cerra- 
dos»: y  es  entender  el  infinito  amor  que  Dios  tiene 
á  los  hombres,  y  la  majestad  de  su  grandeza,  y  el 
abismo  de  sus  consejos  sin  suelo,  y  de  su  fuerza 
invencible  el  poder  inmenso,  con  las  demás  gran- 
dezas y  perfecciones  que  moran  en  Dios,  y  se  des- 
cubren y  resplandecen,  más  que  en  ninguna  parte, 
en  el  misterio  de  Cristo.  Las  cuales  perfecciones 
todas,  ó  gran  parte  de  ellas,  se  entenderán  si  enten- 
diéremos la  fuerza  y  la  significación  de  los  nom- 
bres que  el  Espíritu  Santo  le  da  en  la  divina  Escri- 


1    Ad  Colos.,  ii,  2  y  3. 


DE   LOS   NOMBRES    DE   CRISTO.— INTRODUCCIÓN  VI 

tura;  porque  son  estos  nombres  como  unas  cifras 
breves,  en  que  Dios  maravillosamente  encerró  todo 
lo  que  acerca  de  esto  el  humano  entendimiento  pue- 
de entender  y  le  conviene  que  entienda. 

Pues  lo  que  en  ello  se  platicó  entonces,  reco- 
rriendo yo  la  memoria  de  ello  después,  casi  en  la 
misma  forma  como  á  mí  me  fué  referido,  y  lo  más 
conforme  que  ha  sido  posible  al  hecho  de  la  verdad 
ó  á  su  semejanza,  habiéndolo  puesto  por  escrito,  lo 
envío  agora  á  vuestra  merced,  á  cuyo  servicio  se 
enderezan  todas  mis  cosas. 


-ats. 


•T*   *T*   "T*   "T*    :f*~~^   -T*   "T*   *T"   "T*   *T*   ***   "f*   -T* — -T* — "T"" 


LIBRO  PRIMERO 


CAPÍTULO    PRIMERO 


Introdúcese  en  el  asunto  con  la  idea  de  un  coloquio  que  tuvieron 
tres  amigos  en  una  casa  de  recreo 

Era  por  el  mes  de  Junio,  á  las  vueltas  de  la  fiesta 
r  de  San  Juan,  á  tiempo  que  en  Salamanca  comien- 
zan á  cesar  los  estudios,  cuando  Marcelo,  el  uno  de  los 
que  digo  (que  ansí  le  quiero  llamar  con  nombre  fingido, 
por  ciertos  respetos  que  tengo,  y  lo  mismo  haré  á  los 
demás),  después  de  una  carrera  tan  larga  como  es  la 
de  un  año  en  la  vida  que  allí  se  vive,  se  retiró,  como 
á  puerto  sabroso,  á  la  soledad  de  una  granja  que, 
como  vuestra  merced  sabe,  tiene  mi  monasterio  en  la 
ribera  del  Tormes;  y  fuéronse  con  él,  por  hacerle  com- 
pañía y  por  el  mismo  respeto  lo  otros  dos.  Adonde 
habiendo  estado  algunos  días,  aconteció  que  una  ma- 
ñana, que  era  la  del  día  dedicado  al  apóstol  San  Pe- 
dro, después  de  haber  dado  al  culto  divino  lo  que  se 
le  debía,  todos  tres  juntos  se  salieron  de  la  casa  á 
la  huerta  que  se  hace  delante  de  ella. 

Es  la  huerta  grande,  y  estaba  entonces  bien  pobla- 
da de  árboles,  aunque  puestos  sin  orden;  más  eso 
mismo  hacía  deleite  en  la  vista,  y  sobre  todo,  la  hora 
y  la  sazón.  Pues  entrados  en  ella,  primero,  y  por  un 
espacio  pequeño,  se  anduvieron  paseando  y  gozando 


12  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

del  frescor;  y  después  se  sentaron  juntos  á  la  sombra 
de  unas  parras  y  junto  á  la  corriente  de  una  pequeña 
fuente,  en  ciertos  asientos.  Nace  la  fuente  de  la  cues- 
ta que  tiene  la  casa  á  las  espaldas,  y  entraba  en  la 
huerta  por  aquella  parte;  y  corriendo  y  tropezando, 
parecía  reírse.  Tenían  también  delante  de  los  ojos  y 
cerca  de  ellos  una  alta  y  hermosa  alameda.  Y  más  ade- 
lante, y  no  muy  lejos,  se  veía  el  río  Tormes,  que  aún  en 
aquel  tiempo,  hinchiendo  bien  sus  riberas,  iba  torcien- 
do el  paso  por  aquella  vega.  El  día  era  sosegado  y  pu- 
rísimo, y  la  hora  muy  fresca.  Ansí  que,  asentándose  y 
callando  por  un  pequeño  tiempo,  después  de  sentados. 
Sabino,  que  ansí  me  place  llamar  al  que  de  los  tres  era 
el  más  mozo,  mirando  hacia  Marcelo  y  sonriéndose, 
comenzó  á  decir  ansí: 

— Algunos  hay  á  quien  la  vista  del  campo  los  en- 
mudece, y  debe  de  ser  condición  de  espíritus  de  enten- 
dimiento profundo;  mas  yo,  como  los  pájaros,  en  viendo 
lo  verde,  deseo  ó  cantar  ó  hablar. 

— Bien  entiendo  por  qué  lo  decís,  respondió  al  pun- 
to Marcelo;  y  no  es  alteza  de  entendimiento,  como  dais 
á  entender  por  lisonjearme  ó  por  consolarme;  sino  cua- 
lidad de  edad  y  humores  diferentes,  que  nos  predomi- 
nan y  se  despiertan  con  esta  vista,  en  vos  de  sangre, 
y  en  mí  de  melancolía.  Mas  sepamos,  dice,  de  Juliano 
(que  este  será  el  nombre  del  tercero),  si  es  pájaro  tam- 
bién ó  si  es  de  otro  metal. 

— 'No  soy  siempre  de  uno  mismo,  respondió  Juliano, 
aunque  agora  al  humor  de  Sabino  me  inclino  algo  más. 
Y  pues  él  no  puede  agora  razonar  consigo  mismo  mi- 
rando la  belleza  del  campo  y  la  grandeza  del  cielo, 
bien  será  que  nos  diga  su  gusto  acerca  de  lo  que  po- 
dremos hablar. 

Entonces  Sabino,  sacando  del  seno  un  papel  escrito  y 
no  muy  grande: 

— Aquí,  dice,  está  mi  deseo  y  mi  esperanza. 

Marcelo,  que  reconoció  luego  el  papel,  porque  es- 
taba escrito  de  su  mano,  dijo,  vuelto  á  Sabino  y 
riéndose: 


DE    LOS   NOMBRES    DE   CRISTO.— LIBRO    PRIMERO  13 

— No  os  atormentará  mucho  el  deseo  á  lo  menos, 
Sabino,  pues  tan  en  la  mano  tenéis  la  esperanza;  ni  aun 
deben  ser  ni  lo  uno  ni  lo  otro  muy  ricos,  pues  se  en- 
cierran en  tan  pequeño  papel. 

— Si  fueren  pobres,  dijo  Sabino,  menos  causa  ten- 
dréis para  no  satisfacerme  en  una  cosa  tan  pobre. 

— ¿En  qué  manera,  respondió  Marcelo,  ó  qué  parte 
soy  yo  para  satisfacer  á  vuestro  deseo,  ó  qué  deseo  es 
el  que  decís? 

Entonces  Sabino,  desplegando  el  papel,  leyó  el  títu- 
lo que  decía:  De  los  nombres  de  Cristo;  y  no  leyó 
más,  y  dijo  luego: 

— Por  cierto  caso  hallé  hoy  este  papel,  que  es  de  Mar- 
celo, adonde,  como  parece,  tiene  apuntados  algunos 
de  los  nombres  con  que  Cristo  es  llamado  en  la  sagra- 
da Escritura,  y  los  lugares  de  ella  donde  es  llamado  ansí. 
Y  como  le  vi,  me  puso  codicia  de  oirle  algo  sobre  aques- 
te argumento,  y  por  eso  dije  que  mi  deseo  estaba  en 
este  papel.  Y  está  en  él  mi  esperanza  también;  porque, 
como  parece  de  él,  este  es  argumento  en  que  Marcelo 
ha  puesto  su  estudio  y  cuidado,  y  argumento  que  le 
debe  tener  en  la  lengua:  y  ansí,  no  podrá  decirnos  ago- 
ra lo  que  suele  decir  cuando  se  excusa,  si  le  obliga- 
mos á  hablar,  que  le  tomamos  desapercibido.  Por  ma- 
nera que,  pues  lo  falta  esta  excusa,  y  el  tiempo  es 
nuestro,  y  el  día  santo,  y  la  sazón  tan  á  propósito  de 
pláticas  semejantes,  no  nos  será  dificultoso  el  rendir  á 
Marcelo,  si  vos  Juliano  me  favorecéis. 

— En  ninguna  cosa  me  hallaréis  más  á  vuestro  lado, 
Sabino,  respondió  Juliano. 

Y  dichas  y  respondidas  muchas  cosas  en  este  propó- 
sito, porque  Marcelo  se  excusaba  mucho,  ó  á  lo  menos 
pedía  que  tomase  Juliano  su  parte  y  dijese  también;  y 
quedando  asentado  que  á  su  tiempo,  cuando  pareciese, 
ó  si  pareciese  ser  menester,  Juliano  haría  su  oficio, 
Marcelo,  vuelto  á  Sabino,  dijo  ansí: 

—Pues  el  papel  ha  sido  el  despertador  de  esta  plá- 
tica, bien  será  que  él  mismo  nos  sea  la  guía  en  ella. 
Id  leyendo,  Sabino,  en  él;  y  de  lo  que  en  él  estuviere, 


14  FRAY    LUIS    DE    LEÓN 

y  conforme  á  su  orden,  ansí  iremos  diciendo  si  no  os 
parece  otra  cosa. 

— Antes  nos  parece  lo  mismo,  respondieron  como 
á  una  Sabino  y  Juliano. 

Luego  Sabino,  poniendo  los  ojos  en  el  escrito,  con 
clara  y  moderada  voz  leyó  ansí: 


CAPÍTULO  II 

Explícase  qué  viene  á  ser  nombre,  qué  oficio  tiene,  por  qué  fin 
se  introdujo  3'  en  qué  manera  se  suele  poner. 

«Los  nombres  que  en  la  Escritura  se  clan  á  Cristo 
son  muchos,  ansí  como  son  muchas  sus  virtudes  y 
oficios;  pero  los  principales  son  diez,  en  los  cuales 
se  encierran,  y  como  reducidos,  se  recogen  los  de- 
más; y  los  diez  son  éstos.» 

— Primero  que  vengamos  á  eso  (dijo  Marcelo  alar- 
gando la  mano  hacia  Sabino,  para  que  se  detuviese), 
convendrá  que  digamos  algunas  cosas  que  se  presu- 
ponen á  ello;  y  convendrá  que  tomemos  el  asalto, 
como  dicen,  de  más  atrás;  y  que  guiando  el  agua  de 
su  primer  nacimiento,  tratemos  qué  cosa  es  esto  que 
llamamos  nombre,  y  qué  oficio  tiene,  y  por  qué  fin  se 
introdujo  y  en  qué  manera  se  suele  poner;  y  aun  an- 
tes de  todo  esto,  hay  otro  principio. 

— ¿Qué  otro  principio,  dijo  Juliano,  hay  que  sea 
primero  que  el  ser  de  lo  que  se  trata,  y  la  declaración 
de  ello  breve,  que  la  escuela  llama  definición? 

— Que  como  los  que  quieren  hacerse  á  la  vela,  res- 
pondió Marcelo,  y  meterse  en  la  mar,  antes  que  des- 
plieguen los  lienzos,  vueltos  al  favor  del  cielo,  le  pi- 
den viaje  seguro,  ansí  agora  en  el  principio  de  una 
semejante  jornada,  yo  por  mí,  ó  por  mejor  decir,  todos 
para  mí.  pidamos  á  ose  mismo  de  quien  hemos  de  ha- 
blar, sentíaos  y  palabras  cuales  convienen  para  hablar 
de  él.  Porque  si  las  cosas  menores,  no  sólo  acabarlas 
no  podemos  bien,  mas  ni  emprenderlas  tampoco,  sin 


DE    LOS    NOMBKES    DE   CRISTO.— LIBRO    PRIMERO  15 

que  Dios  particularmente  nos  favorezca,  ¿quién  podrá 
decir  de  Cristo  y  de  cosas  tan  altas  como  son  las  que 
encierran  los  Nombres  de  Cristo,  si  no  fuere  alentado 
con  la  fuerza  de  su  espíritu? 

Por  lo  cual  desconfiando  de  nosotros  mismos,  y  con- 
fesando la  insuficiencia  de  nuestro  saber,  y  como  derro- 
cando por  el  suelo  los  corazones,  supliquemos  con 
humildad  á  esta  divina  luz  que  nos  amanezca,  quiero 
decir,  que  envíe  en  mi  alma  los  rayos  de  su  resplan- 
dor y  la  alumbre,  para  que  en  esto  que  quiero  decir 
de  él,  sienta  lo  que  es  digno  de  él;  y  para  que  lo  que 
en  esta  manera  sintiere,  lo  publique  por  la  lengua  en 
la  forma  que  debe.  Porque,  Señor,  sin  Ti,  ¿quién  po- 
drá hablar  como  es  justo  de  Ti?  0  ¿quién  no  se  per- 
derá, en  el  inmenso  océano  de  tus  excelencias  metido, 
si  tú  mismo  no  le  guías  al  puerto?  Luce  pues  ¡oh  sólo 
verdadero -^ÍÓD  en.  mi  alma;  y  luce  con  tan  grande 
abundancia  "ele  luz,  que  con  el  rayo  de  ella  juntamen- 
te mi  voluntad  encendida  te  ame,  y  mi  entendimiento 
esclarecido  te  vea,  y  enriquecida  mi  boca  te  hable  y 
pregone,  si  no  como  eres  del  todo,  á  lo  menos  como 
puedes  de  nosotros  ser  entendido,  y  sólo  á  fin  de  que 
tú  seas  glorioso  y  ensalzado  en  todo  tiempo  y  de  todos. 

Y  dicho  esto,  calló,  y  los  otros  dos  quedaron  sus- 
pensos y  atentos  mirándole;  y  luego  tornó  á  comenzar 
en  esta  manera: 

—El  nombre,  si  hemos  de  decirlo  en  pocas  palabras, 
es  una  palabra  breve  que  se  sustituye  por  aquello  de 
quien  se  dice,  y  se  toma  por  ello  mismo.  0  nombre  es 
aquello  mismo  que  se  nombra,  no  en  el  ser  real  y  ver- 
dadero que  ello  tiene,  sino  en  el  ser  que  le  da  nues- 
tra boca  y  entendimiento.  Porque  se  ha  de  entender 
que  la  perfección  de  todas  las  cosas,  y  señaladamente 
de  aquellas  que  son  capaces  de  entendimiento  y  ra- 
zón, consiste  en  que  cada  una  de  ellas  tenga  en  sí  a 
todas  las  otras  y  en  que  siendo  una.  sea  todas  cuanto  ] 
fuere  posible:  porque  en  esto  se  avecina  á  Dios,  que 
en  sí  lo  contiene  todo.  Y  cuanto  más  en  esto  creciere, 
tanto  se  allegará  más  á  él  haciéndosele  semejante.  La 


16  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

cual  semejanza  es,  si  conviene  decirlo  ansí,  el  princi- 
pio general  de  todas  las  cosas,  y  el  fin  y  como  el  blanco 
adonde  envían  sus  deseos  todas  las  criaturas. 

Consiste,  pues,  la  perfección  de  las  cosas  en  que 
cada  uno  de  nosotros  sea  un  mundo  perfecto,  para  que 
por  esta  manera  estando  todos  en  mí,  y  yo  en  todos  los 
otros, y  teniendo  yo  su  ser  de  todos  ellos,  y  todos  y  cada 
uno  de  ellos  teniendo  el  ser  mío,  se  abrace  y  eslabone 
toda  esta  máquina  del  universo,  y  se  reduzca  á  unidad 
la  muchedumbre  de  sus  diferencias;  y  quedando  no 
mezcladas,  se  mezclen;  y  permaneciendo  muchas,  no 
lo  sean;  y  para  que  extendiéndose,  y  como  desplegán- 
dose delante  los  ojos  la  variedad  y  diversidad,  ven- 
za y  reine  y  ponga  su  silla  la  unidad  sobre  todo.  Lo 
cual  es  avecinarse  la  criatura  á  Dios,  de  quien  mana, 
que  en  tres  personas  es  una  esencia,  y  en  infinito  nú- 
mero de  excelencias  no  comprensibles,  una  sola  per- 
fecta y  sencilla  excelencia. 

Pues  siendo  nuestra  perfección  esta  que  digo,  y 
deseando  cada  uno  naturalmente  su  perfección;  y  no 
siendo  escasa  la  naturaleza  en  proveer  á  nuestros  ne- 
cesarios deseos,  proveyó  en  esto  como  en  todo  lo  de- 
más con  admirable  artificio.  Y  fué  que,  porque  no  era 
posible  que  las  cosas,  ansí  como  son  materiales  y  tos- 
cas, estuviesen  todas  unas  en  otras,  les  dio  á  cada  una 
de  ellas,  demás  del  ser  real  que  tienen  en  sí,  otro  ser 
del  todo  semejante  á  este  mismo,  pero  más  delicado 
que  él  y  que  nace  en  cierta  manera  de  él,  con  el  cual 
estuviesen  y  viviesen  cada  una  de  ellas  en  los  enten- 
dimientos de  sus  vecinos,  y  cada  una  en  todas,  y  to- 
das en  cada  una.  Y  ordenó  también  que  de  los  enten- 
dimientos, por  semejante  manera,  saliesen  con  la  pala- 
bra á  las  bocas.  Y  dispuso  que  las  que  en  su  ser  ma- 
terial piden  cada  una  de  ellas  su  propio  lugar,  en 
aquel  espiritual  ser  pudiesen  estar  muchas,  sin  emba- 
razarse, en  un  mismo  lugar  en  compañía  juntas;  y  aun, 
lo  que  es  más  maravilloso,  una  misma  en  un  mismo 
tiempo  en  muchos  lugares. 

De  lo  cual  puede  ser  como  ejemplo  lo  que  en  el  es- 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.  — LIBRO   PRIMERO  17 

pejo  acontece.  Que  si  juntamos  muchos  espejos  y  los 
ponemos  delante  los  ojos,  la  imagen  del  rostro,  que 
es  una,  reluce  una  misma  y  en  un  mismo  tiempo  en 
cada  uno  de  ellos;  y  de  ellos  todas  aquellas  imágenes, 
sin  confundirse,  se  tornan  juntamente  á  los  ojos,  y  de 
los  ojos  al  alma  de  aquel  que  en  los  espejos  se  mira. 
Por  manera  que,  en  conclusión  de  lo  dicho,  todas  las 
cosas  viven  y  tienen  ser  en  nuestro  entendimiento, 
cuando  las  entendemos  y  cuando  las  nombramos  en 
nuestras  bocas  y  lenguas.  Y  lo  que  ellas  son  en  sí  mis- 
mas, esa  misma  razón  de  ser  tienen  en  nosotros,  si 
nuestras  bocas  y  entendimientos  son  verdaderos. 

Digo  esa  misma  en  razón  de  semejanza,  aunque  en 
cualidad  de  modo  diferente,  conforme  á  lo  dicho.  Por- 
que el  ser  que  tienen  en  sí  es  ser  de  tomo  y  de  cuer- 
po, y  ser  estable  y  que  ansí  permanece;  pero  en  el  en- 
tendimiento que  las  entiende,  hácense  á  la  condición 
de  él  y  son  espirituales  y  delicadas;  y  para  decirlo  en 
una  palabra,  en  sí  son  la  verdad,  mas  en  el  entendí-, 
miento  y  en  la  boca  son  imágenes  de  la  verdad,  esto 
es.  de  sí  mismas,  é  imágenes  que  sustituyen  y  tienen 
la  vez  de  sus  mismas  cosas  para  el  efecto  y  fin  que 
está  dicho;  y  finalmente,  en  sí  son  ellas  mismas,  y  en 
nuestra  boca  y  entendimiento  sus  nombres.  Y  ansí 
queda  claro  lo  "que  al  principio  dijimos,  que  el  nombre 
es  como  imagen  de  la  cosa  de  quien  se  dice,  ó  la  mis- 
ma cosa  disfrazada  en  otra  manera,  que  sustituye  por 
ella  y  se  toma  por  ella,  para  el  fin  y  propósito  de  per- 
fección y  comunidad  que  dijimos. 

Y  de  esto  mismo  se  conoce  también  que  hay  dos 
maneras  ó  dos  diferencias  de  nombres,  unos  que  están 
en  el  alma,  y  otros  que  suenan  en  la  boca.  Los  prime- 
ros son,  el  ser  que  tienen  las  cosas  en  el  entendimien- 
to del  que  las  entiende;  y  los  otros  el  ser  que  tienen 
en  la  boca  del  que,  como  las  entiende,  las  declara  y  saca 
á  luz  con  palabras.  Entre  las  cuales  hay  esta  confor- 
midad, que  los  unos  y  los  otros  son  imágenes,  y  como 
yo  digo  muchas  veces,  sustitutos  de  aquellos  cuyos 
nombres  son.  Mas  hay  también  esta  desconformidad, 

2 


18  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

que  los  unos  son  imágenes  por  naturaleza,  y  los  otros 
por  arte.  Quiero  decir,  que  la  imagen  y  figura,  que  está 
en  el  alma,  sustituye  por  aquellas  cosas  cuya  figura  es, 
por  la  semejanza  natural  que  tiene  con  ellas;  mas  las 
palabras,  porque  nosotros,  que  fabricamos  las  voces, 
señalamos  para  cada  cosa  la  suya,  por  eso  sustituyen 
por  ellas.  Y  cuando  decimos  nombres,  ordinariamente 
entendemos  estos  postreros,  aunque  aquellos  primeros 
son  los  nombres  principalmente.  Y  ansí  nosotros  ha- 
blaremos de  aquéllos,  teniendo  los  ojos  en  éstos. 

Y  habiendo  dicho  Marcelo  esto,  y  queriendo  prose- 
guir su  razón,  díjole  Juliano: 

— Paréceme  que  habéis  guiado  el  agua  muy  desde 
su  fuente,  y  como  conviene  que  se  guíe  en  todo  aquello 
que  se  dice,  para  que  sea  perfectamente  entendido.  Y 
si  he  estado  bien  atento,  de  tres  cosas  que  en  el  prin- 
cipio nos  propusisteis,  habéis  ya  dicho  las  dos,  que  son: 
lo  que  es  el  nombre,  y  el  oíioiejjara  cuyo  fin  se  orde- 
_nó.  Resta  decir  lo  tercero,  grifas  1a  forma  gnp.  se  ha, 
jle_^uiaj¿ar_,  y  aquello  á  que  jgeha  de  tenej^respeto 
cuando  30  pone.  • 

— Antes  de  eso,  respondió  Marcelo,  añadiremos  esta 
palabra  á  lo  dicho:  y  es,  que  como  de  las  cosas  que 
entendemos,  unas  veces  formamos  en  el  entendimien- 
to una  imagen,  que  es  imagen  de  muchos,  quiero  de- 
cir, que  es  imagen  de  aquello  en  que  muchas  cosas 
que  en  lo  demás  son  diferentes  convienen  entre  sí  y 
"se  parecen:  y  otras  veces  la  imagen  que  figuramos  es 
retrato  de  una  cosa  sola,  y  ansí  propio  retrato  de  ella, 
que  no  dice  con  otra:  por  la  misma  manera  hay  unas 
palabras  ó  nombres  que  se  aplican  á  muchos,  y  se  lla- 
man nombres  comunes,  y  otros  que  son  propios  de  sólo 
uno,  y  estos  son  aquellos  de  quien"  liabtaJños  agora.  En 
los  cuales,  cuando  de  intento  se  ponen,  la  razón  y  na- 
turaleza de  ellos  pide  que  se  guarde  esta  regla,  que, 
pues  han  de  ser  propios,  tengan  significación  de  al- 
guna particular  propiedad,  y  de  algo  de  lo  que  es  pro- 
pio á  aquello  de  quien  se  dicen:  y  que  se  tomen  y 
como  nazcan  y  manen  de  algún   minero  suyo  y   par- 


DE    LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   PRIMERO  19 

ticular:  porque  si  el  nombre,  como  hemos  dicho,  sus- 
tituye por  lo  nombrado,  y  si  su  fin  es  hacer  que  lo 
ausente  que  significa,  en  él  nos  sea  presente  y  cerca- 
no, y  junto  lo  que  nos  es  alejado;  mucho  conviene  que 
en  el  sonido,  en  la  figura,  ó  verdaderamente  en  el  ori- 
gen y  significación  de  aquello  de  donde  nace,  se  ave- 
cine y  asemeje  á  cuyo  es,  cuanto  es  posible  avecinarse 
á  una  cosa  de  tomo  y  de  ser  el  sonido  de  una  palabra. 

No  se  guarda  esto  siempre  en  las  lenguas,  es  grande 
verdad;  pero  si  queremos  decir  la  verdad,  en  la  prime- 
ra lengua  de  todas  casi  siempre  se  guarda.  Dios,  á  lo 
menos,  ansí  lo  guardó  en  los  nombres  que  puso,  como 
en  la  Escritura  se  ve.  Porque,  si  no  es  esto,  ¿qué  es  lo 
que  se  dice  en  el  Génesis  1  que  Adán  inspirado  por 
Dios,  puso  á  cada  cosa  su  nombre,  y  que  lo  que  él  las 
nombró  ese  es  el  nombre  de  cada  una?  Esto  es  decir 
que  á  cada  una  les  venía  como  nacido  aquel  nombre, 
y  que  era  ansí  suyo  por  alguna  razón  particular  y  se- 
creta, que  si  se  pusiera  á  otra  cosa  no  le  viniera  ni  cua- 
drara tan  bien.  Pero,  como  decía,  esta  semejanza  y 
conformidad  se  atiende  en  tres  cosas:  en  la  figura,  en 
el  sonido,  y  señaladamente  en  el  origen  de  su  deriva- 
ción y  significación.  Y  digamos  de  cada  una,  comen- 
zando por  esta  postrera. 

Atiéndese,  pues,  esta  semejanza  en  el  origen  y  sig- 
nificación de  aquello  de  donde  nace;  que  es  decir  que 
cuando  el  nombre  que  se  pone  á  alguna  cosa  se  deduce 
y  deriva  de  alguna  otra  palabra  y  nombre,  aquello  de 
donde  se  deduce  ha  de  tener  significación  de  alguna 
cosa  que  se  avecine  á  algo  de  aquello  que  es  propio  al 
nombrado;  para  que  el  nombre,  saliendo  de  allí,  luego 
que  sonare,  ponga  en  el  sentido  del  que  le  oyere  la 
imagen  de  aquella  particular  propiedad.  Esto  es  para 
que  el  nombre  contenga  en  su  significación  algo  de  lo 
mismo  que  la  cosa  nombrada  contiene  en  su  esencia. 
Gomo,  por  razón  de  ejemplo,  se  ve  en  nuestra  lengua 
en  el  nombre  con  que  se  llaman  en  ella  los  que  tienen 

1    Genes.,  11,  19. 


20  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

la  vara  de  justicia  en  alguna  ciudad,  que  los  llamamos 
corregidores,  que  es  nombre  que  nace  y  se  toma  de  lo 
que  es  corregir;  porque  el  corregir  lo  malo  es  su  oficio 
de  ellos,  ó  parte  de  su  oficio  muy  propia.  Y  ansí,  quien 
lo  oye,  en  oyéndolo  entiende  lo  que  hay  ó  haber  debe 
en  el  que  tiene  este  nombre.  Y  también  á  los  que  en- 
trevienen  en  los  casamientos  los  llamamos  en  caste- 
llano casamenteros,  que  viene  de  lo  que  es  hacer  men- 
ción ó  mentar,  porque  son  los  que  hacen  mención  del 
casar,  entreviniendo  en  ello  y  hablando  de  ello  y  tra- 
tándolo. Lo  cual  en  la  sagrada  Escritura  se  guarda 
siempre  en  todos  aquellos  nombres  que  ó  Dios  puso  á 
alguno,  ó  por  su  inspiración  se  pusieron  á  otros.  Y  esto 
en  tanta  manera,  que  no  solamente  ajusta  Dios  los 
nombres  que  pone  con  lo  propio  que  las  cosas  nom- 
bradas tienen  en  sí;  mas  también  todas  las  veces  que 
dio  á  alguno  y  le  añadió  alguna  cualidad  señalada  (de- 
más de  las  que  de  suyo  tenía),  le  ha  puesto  también 
algún  nuevo  nombre  que  se  conformase  con  ella, 
-como  se  ve  en  el  nombre  que  de  nuevo  puso  á  Abra- 
ham  1 ;  y  en  el  de  Sara,  su  mujer,  se  ve  también;  y  en 
ol  de  Jacob  2 ,  su  nieto,  á  quien  llamó  Israel;  y  en  el  de 
.losué  3 ,  el  capitán  que  puso  á  los  judíos  en  la  pose- 
sión de  su  tierra;  y  ansí  en  otros  muchos. 

— No  ha  muchas  horas,  dijo  entonces  Sabino,  que 
oimos  acerca  de  eso  un  ejemplo  bien  señalado;  y  aun 
oyéndole  yo,  se  me  ofreció  una  pequeña  duda  acerca 
de  él. 

— ¿Qué  ejemplo  es  ese?,  respondió  Marcelo. 
— El  nombre  de  Pedro  4,  dijo  Sabino,  que  le  puso 
Cristo,  como  agora  nos  fué  leído  en  la  misa. 

— -Es  verdad,  dijo  Marcelo,  y  es  bien  claro  ejemplo. 
Mas  ¿qué  duda  tenéis  de  él? 

La  causa  por  qué  Cristo  le  puso,  respondió  Sabi- 
no, es  mi  duda;  porque  me  parece  que  debe  contener 
en  sí  algún  misterio  grande. 


1   Genes.,  xvn,  5  y  15.  2  Genes.,  xxxn,  28.  3  Numer., 

xiii,  17.  4  Matth.,  xvi,  18. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   PRIMERO  21 

— Sin  duda,  dijo  Marcelo,  muy  grande;  porque  dar 
Cristo  á  San  Pedro  este  nuevo  público  nombre,  fué 
cierta  señal  que  en  lo  secreto  del  alma  le  infundía  á 
él,  más  que  á  ninguno  de  sus  compañeros,  un  don"  de 
firmeza  no  vencible. 

— Eso  mismo,  replicó  luego  Sabino,  es  lo  que  se  me 
hace  dudoso;  porque  ¿cómo  tuvo  más  firmeza  que  los 
demás  apóstoles,  ni  infundida  ni  suya,  el  que  sólo  en- 
tre todos  negó  á  Cristo  por  tan  ligera  ocasión?  Si  no 
es  firmeza  prometer  osadamente,  y  no  cumplir  flaca- 
mente después. 

— No  es  ansí,  respondió  Marcelo,  ni  se  puede  dudar 
en  manera  alguna  de  que  fué  este  glorioso  príncipe,  en 
este  don  de  firmeza  de  amor  y  fe  para  con  Cristo,  muy 
aventajado  entre  todos.  Y  es  claro  argumento  de  esto 
aquel  celo  y  apresuramiento  que  siempre  tuvo  para 
adelantarse  en  todo  lo  que  parecía  tocar  ó  á  la  honra 
ó  al  descanso  de  su  Maestro.  Y  no  sólo  después  que 
recibió  el  fuego  del  Espíritu  Santo;  sino  antes  también, 
cuando  Cristo,  preguntándole  tres  veces  si  le  amaba 
más  que  los  otros  y  respondiendo  él  que  le  amaba, 
le  dio  á  pacer  sus  ovejas,  testificó  Cristo  con  el  hecho 
que  su  respuesta  era  verdadera,  y  que  se  tenía  por 
amado  de  él  con  firmísimo  y  fortísimo  amor.  Y  si  negó 
en  algún  tiempo,  bien  es  de  creer  que  cualquiera  de 
sus  compañeros,  en  la  misma  pregunta  y  ocasión  de 
temer,  hiciera  lo  mismo  si  se  les  ofreciera;  y  por  no 
habérseles  ofrecido,  no  por  eso  fueron  más  fuertes. 
f  Y  si  quiso  Dios  que  se  le  ofreciese  á  sólo  San  Pedro1 
¿_|ué  con  grande  razón.  Lo  uno  para  que  confiase  menos 
Te^sf^fe^aTFlid^íante  el  que  hasta  entonces,  de  la  fuer- 
za de  amor  que  en  sí  mismo  sentía,  tomaba  ocasión 
para  ser  confiado.  Y  lo  otro,  para  que  quien  había  de 
ser  pastor  y  como  padre  de  todos  los  fieles,  con  la  expe- 
riencia de  su  propia  flaqueza  se  condoliese  de  las  que 
después  viese  en  sus  subditos,  y  supiese  llevarlas.  Y 
últimamente,  para  que  con  el  lloro  amargo  que  hizo 


1  Matth.,  xvi,  69,  74. 


Z¡¡  FRAY   LUÍS   DE   LEÓN 

por  esta  culpa,  mereciese  mayor  acrecentamiento  de 
fortaleza.  Y  ansí  fué,  que  después  se  le  dio  firmezaT 
para  sí,  y  para  otros  muchos  en  él;  quiero  decir,  para 
todos  los  que  le  son  sucesores  en  su  Silla  apostólica, 
en  la  cual  siempre  ha  permanecido  firme  y  eñTeíá,  y 
permanecerá  hasta  el  fin  la  verdadera^doctrina  y  con- 
fesión de  la  fe. 

Mas,  tornando  á  lo  que  decía,  quede  esto  por  cierto: 
que  todos  los  nombres  que  se  ponen  por  orden  de 
Dios,  traen  consigo  significación  de  algún  particular 
secreto  que  la  cosa  nombrada  en  sí  tiene,  y  que  en 
esta  significación  se  asemejan  á  ella:  que  es  la  primera 
de  las  tres  cosas  en  que,  como  dijimos,  esta  semejan- 
za se  atiende.  Y  sea  la  segunda  lo  que  toca  al  sonido: 
esto  es,  que  sea  el  nombre  que  se  pone  de  tal  cuali- 
dad, que  cuando  se  pronunciare  suene  como  suele  so- 
nar aquello  que  significa;  ó  cuando  habla,  si  es  cosa 
que  habla,  ó  en  algún  otro  accidente  que  le  acontezca. 

Y  la  tercera  es  la  figura,  que  es  la  que  tienen  las  le- 
tras con  que  los  nombres  se  escriben,  ausí  en  el  nú- 
mero como  en  la  disposición  de  sí  mismas,  y  la  que 
cuando  las  pronunciamos  suelen  poner  en  nosotros. 

Y  de  estas  dos  maneras  postreras,  en  la  lengua  origi- 
nal de  los  libros  divinos  y  en  esos  mismos  libros  hay 
infinitos  ejemplos:  porque  del  sonido,  casi  no  hay  pa- 
labra de  las  que  significan  alguna  cosa,  que,  ó  se  haga 
con  voz  ó  que  envié  son  alguno  de  sí,  que  pronuncia- 
da bien,  no  nos  ponga  en  los  oídos  ó  el  mismo  sonido 
ó  algún  otro  muy  semejante  de  él. 

Pues  lo  que  toca  á  la  figura,  bien  considerado,  es 
cosa  maravillosa  los  secretos  y  los  misterios  que  hay 
acerca  de  esto  en  las  Letras  divinas.  Porque  en  ellas 
en  algunos  nombres  se  añaden  letras,  para  significar 
acrecentamiento  de  buena  dicha  en  aquello  que  sig- 
nifican; y  en  otros  se  quitan  algunas  de  las  debidas 
para  hacer  demostración  de  calamidad  y  pobreza.  Al- 
gunos, si  lo  que  significan  por  algún  accidente,  siendo 
varón,  se  ha  afeminado  y  enmollecido,  ellos  también 
ornan  letras  de  las  que  en  aquella  lengua  son,  como 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO    PRIMERO  23 

si  dijésemos,  afeminadas  y  mujeriles.  Otros  al  revés; 
significando  cosas  femeninas  de  suyo,  para  dar  á  en- 
tender algún  accidente  viril,  toman  letras  viriles.  Kn 
otros  mudan  las  letras  su  propia  figura,  y  las  abiertas 
se  cierran,  y  las  cerradas  se  abren  y  mudan  el  sitio, 
y  se  trasponen  y  disfrazan  con  visajes  y  gestos  dife- 
rentes: y,  como  dicen  del  camaleón,  se  hacen  á  todos 
los  accidentes  de  aquellos  cuyos  son  los  nombres 
que  constituyen.  Y  no  pongo  ejemplos  de  esto  porque 
«on  cosas  menudas,  y  á  los  que  tienen  noticia  de  aque- 
lla lengua,  como  vos,  Juliano  y  Sabino,  la  tenéis,  no- 
torias mucho;  y  señaladamente  porque  pertenecen 
propiamente  á  los  ojos,  y  ansí,  para  dichas  y  oídas  son 
■cosas  oscuras. 

Pero,  si  os  parece,  valga  por  todos  la  figura  y  cua- 
lidad de  letras  con  que  se  escribe  en  aquella  lengua 
•el  nombre  propio  de  Dios,  que  los  hebreos  llaman  ine- 
fable, porque  no  tenían  por  lícito  el  traerle  común- 
mente en  la  boca;  y  los  griegos  le  llaman  nombre  de 
cuatro-  letras,  porque  son  tantas  las  letras  de  que  se 
compone.  Porque,  si  miramos  al  sonido  con  que  se 
pronuncia,  todo  él  es  vocal,  ansí  como  lo  es  aquel  á 
quien  significa,  que  todo  es  ser  y  vida  y  espíritu  sin 
ninguna  mezcla  de  composición  ó  de  materia.  Y  si 
atendemos  á  la  condición  de  las  letras  hebreas  con 
que  se  escribe,  tienen  esta  condición,  que  cada  una  de 
ellas  se  puede  poner  en  lugar  de  las  otras,  y  muchas 
veces  en  aquella  lengua  se  ponen;  y  ansí,  en  virtud 
•cada  una  de  ellas  es  todas,  y  todas  son  cada  una;  que 
es  como  imagen  de  la  sencillez  que  hay  en  Dios,  por 
una  parte,  y  de  la  infinita  muchedumbre  de  perfeccio- 
nes que  por  otra  tiene;  porque  todo  es  una  <íran  per- 
fección, y  aquella  una  es  todas  sus  perfecciones.  Tan- 
to que,  si  hablamos  con  propiedad,  la  perfecta  sabidu- 
ría de  Dios  no  se  diferencia  de  su  justicia  infinita;  ni 
su  justicia,  de  su  grandeza;  ni  su  grandeza,  dé  su  mi- 
sericordia; y  el  poder  y  el  saber  y  el  amar  en  él,  todo 
es  uno.  Y  én  cada  uno  de  estos  sus  bienes,  por  má 
que  le  desviemos  y  alejemos  del  otro,  están  todos  jun 


24  FRAY    LUIS   DF.   LEÓN 

tos:  y  por  cualquiera  parte  que  le  miremos,  es  todo  y 
no  parte.  Y  conforme  á  esta  razón  es,  como  hemos  di- 
cho, la  condición  de  las  letras  que  componen  su  nom- 
bre. Y  no  sólo  en  la  condición  de  !as  letras;  sino  aun, 
lo  que  parece  maravilloso,  en  la  figura  y  disposición 
también  le  retrata  este  nombre  en  una  cierta  manera. 

Y  diciendo  esto  Marcelo,  é  inclinándose  hacia  la  tie- 
rra, en  la  arena  con  una  vara  delgada  y  pequeña  formó 
unas  letras  como  estas  , ' ,  y  dijo  luego: 

—Porque  en  las  letras  caldaicas  este  santo  nombre 
siempre  se  figura  ansí.  Lo  cual,  como  veis,  es  imagen 
del  número  de  las  divinas  personas,  y  de  la  igualdad  de 
ellas,  y  de  la  unidad  que  tienen  las  mismas  en  una 
esencia,  como  estas  letras  son  de  una  figura  y  de  un 
nombre.  Pero  esto  dejémoslo  ansí.  E  iba  Marcelo  á 
decir  otra  cosa;  mas  atravesándose  Juliano,  dijo  de  esta 
manera: 

—Antes  que  paséis,  Marcelo,  adelante,  nos  habéis  de 
decir  cómo  se  compadece  con  lo  que  hasta  agora  ha- 
béis dicho,  que  tenga  Dios  nombre  propio;  y  desde  el 
principio  deseaba  pedíroslo,  y  déjelo  por  no  romperos 
el  hilo.  Mas  agora,  antes  que  salgáis  de  él,  nos  decid: 
si  el  nombre  es  imagen  que  sustituye  por  cuyo  es, 
¿qué  nombre  de  voz  ó  qué  concepto  de  entendimiento 
puede  llegar  á  ser  imagen  de  Dios?  Y  si  no  puede  lle- 
gar, ¿en  qué  manera  diremos  que  es  su  nombre  propio? 
Y  aún  hay  en  esto  otra  gran  dificultad;  que  si  el  fin  de 
los  nombres  es,  que  por  medio  de  ellos  las  cosas  cuyos 
son  estén  en  nosotros,  como  dijisteis,  excusada  cosa 
fué  darle  á  Dios  nombre,  el  cual  está  tan  presente  á 
todas  las  cosas,  y  tan  lanzado,  como  si  dijésemos,  en 
sus  entrañas,  y  tan  infundido  y  tan  íntimo  como  está 
su  ser  de  ellas  mismas. 

— Abierto  habíais  la  puerta,  Juliano,  respondió  Mar- 
celo, para  razones  grandes  y  profundas,  si  no  la  ce- 
rrara lo  mucho  que  hay  que  decir  en  lo  que  Sabino  ha 
propuesto.  Y  ansí,  no  os  responderé  más  de  lo  que 
basta  para  que  esos  vuestros  nudos  queden  desatados 
y  sueltos.  Y  comenzando  de  lo  postrero,  digo  que  es 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.- LIBRO   PRIMERO  25 

grande  verdad  que  Dios  está  presente  en  nosotros,  y 
tan  vecino  y  tan  dentro  de  nuestro  ser  como  él  mismo 
de  sí;  porque  en  él  y  por  él,  no  sólo  nos  movemos  y 
respiramos,  sino  también  vivimos  y  tenemos  ser,  como 
lo  confiesa  y  predica  San  Pablo  1.  Pero  ansí  nos  está 
presente,  que  en  esta  vida  nunca  nos  es  presente. 

Quiero  decir  que  está  presente  y  junto  con  nuestro 
ser,  pero  muy  lejos  de  nuestra  vista  y  del  conocimien- 
to claro  que  nuestro  entendimiento  apetece.  Por  lo 
cual  convino,  ó  por  mejor  decir,  fué  necesario  que  en- 
tre tanto  que  andamos  peregrinos  de  él  en  estas  tie- 
rras de  lágrimas,  ya  que  no  se  nos  manifiesta  ni  se 
junta  con  nuestra  alma  su  cara,  tuviésemos,  en  lugar 
de  ella,  en  la  boca  algún  nombre  y  palabra,  y  en  el  en- 
tendimiento alguna  figura  suya,  como  quiera  que  ella 
sea  imperfecta  y  oscura,  y,  como  San  Pablo  llama  2, 
enigmática.  Porque,  cuando  volare  de  esta  cárcel  de 
tierra,  en  que  agora  nuestra  alma  presa  trabaja  y  afana, 
como  metida  en  tinieblas,  y  saliere  á  lo  claro  y  á  lo 
puro  de  aquella  luz,  el  mismo  que  se  junta  con  nues- 
tro ser  agora,  se  juntará  con  nuestro  entendimiento  en- 
tonces; y  él  por  sí,  y  sin  medio  de  otra  tercera  imagen, 
estará  junto  á  la  vista  del  alma;  y  no  será  entonces  su 
nombre  otro  que  él  mismo,  en  la  forma  y  manera  que 
fuere  visto;  y  cada  uno  le  nombrará  con  todo  lo  que 
viere  y  conociere  de  él,  esto  es,  con  el  mismo  El,  ansí 
y  de  la  misma  manera  como  le  conociere. 

Y  por  esto  dice  San  Juan  en  el  libro  del  Apocalip- 
sis 8.  que  Dios  á  los  suyos  en  aquella  felicidad,  dem;'^ 
de  que  les  enjugará  las  lágrimas  y  les  borrará  de  la 
memoria  los  duelos  pasados,  les  dará  á  cada  uno 
una  piedrecilla  menuda,  y  en  ella  un  nombre  escrito, 
el  cual  sólo  el  que  la  recibe  le  conoce.  Que  no  es 
otra  cosa  sino  el  tanto  de  sí  y  de  su  esencia,  que 
comunicará  Dios  con  la  vista  y  entendimiento  de  cada 
uno  de  los  bienaventurados;  que  con  ser  uno  en  todos, 
con  cada  uno  será  en  diferente  grado,  y  por  una  for- 


1  Actor.,  xvíi,  28.      2   I  Ad  Corint.,  xin,  12.      3  Apoc  ,  vir,  17 


2t)  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

raa  de  sentimiento  cierta  y  singular  para  cada  uno. 

Y  finalmente,  este  nombre  secreto  que  dice  San 
Juan,  y  el  nombre  con  que  entonces  nombraremos  á 
Dios,  será  todo  aquello  que  entonces  en  nuestra  alma 
será  Dios,  el  cual,  como  dice  San  Pablo  x,  «será  en 
todos  todas  las  cosas.»  Ansí  que,  en  el  cielo,  donde 
veremos,  no  tendremos  necesidad  para  con  Dios  de 
otro  nombre  más  que  del  mismo  Dios;  mas  en  esta 
oscuridad,  adonde,  con  tenerle  en  casa,  no  le  echamos 
de  ver,  nos  es  forzado  ponerle  algún  nombre.  Y  no  se 
le  pusimos  nosotros,  sino  él  por  su  grande  piedad  se 
le  puso  luego  que  vio  la  causa  y  la  necesidad. 

En  lo  cual  es  cosa  digna  de  considerar  el  amaestra- 
miento secreto  del  Espíritu-Santo  que  siguió  el  santo 
Moisés  acerca  de  esto,  en  el  libro  de  la  creación  de  las 
cosas.  Porque  tratando  allí  la  historia  de  la  creación, 
y  habiendo  escrito  todas  las  obras  de  ella,  y  habiendo 
nombrado  en  ellas  á  Dios  muchas  veces,  hasta  que 
hubo  criado  al  hombre,  y  Moisés  lo  escribió,  nunca  le 
nombró  con  este  su  nombre:  como  dando  á  entender 
que  antes  de  aquel  punto  no  había  necesidad  de  que 
Dios  tuviese  nombre,  y  que  nacido  el  hombre,  que  le 
podía  entender,  y  no  le  podría  ver  en  esta  vida,  era 
necesario  que  se  nombrase.  Y  como  Dios  tenía  orde- 
nado de  hacerse  hombre  después,  luego  que  salió  á  luz 
el  hombre  quiso  humanarse  nombrándose. 

Y  á  lo  otro,  Juliano,  que  propusisteis,  que  siendo 
Dios  un  abismo  de  ser  y  de  perfección  infinita,  y  ha 
biendo  de  ser  el  nombre  imagen  de  lo  que  nombra, 
¿cómo  se  podía  entender  que  una  palabra  limitada  al- 
canzase á  ser  imagen  de  lo  que  no  tiene  limitación?  Al- 
gunos dicen  que  este  nombre,  como  nombre  que  se  le 
puso  Dios  á  sí  mismo,  declara  todo  aquello  que  Dios 
entiende  de  sí,  que  es  el  concepto  y  verbo  divino,  que 
dentro  de  sí  engendra  entendiéndose;  y  que  esta  pala- 
bra que  nos  dijo  y  que  suena  en  nuestros  oídos,  es  se- 
ñal que  nos  explica  aquella  palabra  eterna  é  incom- 


1  I  Corint.   xv,  28. 


DE    LOS   NOMBRES   DE    CRISTO.— LIBRO   PRIMERO  27 

prensible  que  nace  y  vive  en  su  seno;  ansí  como  nos- 
otros con  las  palabras  de  la  boca  declaramos  todo  lo 
secreto  del  corazón.  Pero,  como  quiera  que  esto  sea, 
cuando  decimos  que  Dios  tiene  nombres  propios,  ó  que 
este  es  nombre  propio  de  Dios,  no  queremos  decir  que 
es  cabal  nombre,  ó  nombre  que  abraza  y  que  nos  de- 
clara todo  aquello  que  hay  en  él.  Porque  uno  es  el  ser 
propio,  y  otro  es  el  ser  igual  ó  cabal.  Para  que  sea  pro- 
pio basta  que  declare,  de  las  cosas  que  son  propias, 
aquella  de  quien  se  dice  alguna  de  ellas:  mas  si  no  las 
declara  todas  entera  y  cabalmente,  no  será  igual.  Y 
ansí  á  Dios,  si  nosotros  le  ponemos  nombre,  nunca  le 
pondremos  un  nombre  entero  y  que  le  iguale,  como 
tampoco  le  podemos  entender  como  quien  él  es  en- 
tera y  perfectamente;  porque  lo  que  dice  la  boca  es 
señal  de  lo  que  se  entiende  en  el  alma.  Y  ansí,  no  es 
posible  que  llegue  la  palabra  adonde  el  entendimiento 
no  llega. 

Y  porque  ya  nos  vamos  acercando  á  lo  propio  de 
nuestro  propósito  y  á  lo  que  Sabino  leyó  del  papel, 
esta  es  la  causa  por  qué  á  Cristo  nuestro  Señor  se  le 
dan  muchos  nombres;  conviene  á  saber,  su  mucha 
grandeza  y  los  tesoros  de  sus  perfecciones  riquísimas, 
y  juntamente  la  muchedumbre  de  sus  oficios  y  de  los 
demás  bienes  que  nacen  de  él  y  se  derraman  sobre 
nosotros.  Los  cuales,  ansí  como  no  pueden  ser  abraza- 
dos con  una  vista  del  alma,  ansí  mucho  menos  pueden 
-ser  nombrados  con  una  palabra  sola.  Y  como  el  que 
infunde  agua  en  algún  vaso  de  cuello  largo  y  estrecho, 
la  envía  poco  á  poco  y  no  toda  de  golpe;  ansí  el  Espí- 
ritu-Santo, que  conoce  la  estrechez  y  angostura  de 
nuestro  entendimiento,  no  nos  presenta  ansí  toda  jun- 
ta aquella  grandeza,  sino  como  en  partes  nos  la  ofrece, 
diciéndonos  unas  veces  algo  de  ella  debajo  de  un  nom- 
bre, y  debajo  de  otro  nombre  otra  cosa  otras  veces.  Y 
ansí  vienen  á  ser  casi  innumerables  los  nombres  que 
la  Escritura  divina  da  á  Cristo;  porque  le  llama  León, 
y  Cordero,  y  Puerta,  y  Camino,  y  Pastor,  y  Sacerdo- 
te, y  Sacrificio,  y  Esposo,  y   Vid,  y  Pimpollo,  y    Rey 


28  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

de  Dios,  y  Cara  suya,  y  Piedra,  y  Lucero,  y  Oriente, 
y  Padre,  y  Príncipe  de  paz,  y  Salud,  y  Vida,  y 
Verdad;  y  ansí  otros  nombres  sin  cuento.  Pero  de 
estos  muchos,  escogió  solos  diez  el  papel,  como  más 
substanciales:  porque,  como  en  él  se  dice,  los  demás 
todos  se  reducen  ó  pueden  reducir  á  estos  en  cierta 
manera. 

Mas  conviene,  antes  que  pasemos  adelante,  que  ad- 
virtamos primero  que,  ansí  como  Cristo  es  Dios,  ansí 
también  tiene  nombres  que  por  su  divinidad  le  con- 
vienen: unos  propios  de  su  persona,  y  otros  comunes  á 
toda  la  Trinidad;  pero  no  habla  con  estos  nombres 
nuestro  papel,  ni  nosotros  agora  tocaremos  en  ellos; 
porque  aquellos  propiamente  pertenecen  á  los  nombres 
de  Dios.  Los  nombres  de  Cristo  que  decimos  agora, 
son  aquellos  solos  que  convienen  á  Cristo  en  cuanto 
hombre,  conforme  á  los  ricos  tesoros  de  bien  que  en- 
cierra en  sí  su  naturaleza  humana,  y  conforme  á  las 
obras  que  en  ella  y  por  ella  Dios  ha  obrado  y  siempre 
obra  en  nosotros.  Y  con  esto,  Sabino,  si  no  se  os  ofre- 
ce otra  cosa,  proseguid  adelante. 

Y  Sabino  leyó  luego: 


CAPÍTULO  III 

Es  llamado  Cristo  Pimpollo,  y  explícase  cómo  le  conviene  este 
nombre,  y  el  mrdo  de  su  maravillosa  concepción. 

El  primer''  nombre  puesto  en  castellano  se  dirá  bien 
Pimpollo,  que  en  la  lengua  original  es  Cemach,  y  el 
texto  latino  de  la  sagrada  Escritura  unas  veces  lo  tras- 
lada diciendo  Germen,  y  otras  diciendo  Oriens.  Ansí 
le  llamó  el  Espíritu-Santo  en  el  capítulo  cuarto  del 
profeta  Isaías:  «En  aquel  día  el  Pimpollo  del  Señor 
»será  en  grande  alteza,  y  el  fruto  de  la  tierra  muy  en- 
»salzado».  Y  por  Jeremías  en  el  capítulo  treinta  y  tres: 
«Y  haré  que  nazca  á  David  Pimpollo  de  justicia,  y 
»haré  justicia  y  razón  sobre  la  tierra».  Y  por  Zacarías 


DE   LOS    NOMBRES   DE   CRISTO.- LIBRO   PRIMERO  2t) 

en  el  capítulo  tres,  consolando  al  pueblo  judaico,  re- 
cién salido  del  cautiverio  de  Babilonia:  «Yo  haré,  dice, 
» venir  á  mi  siervo  el  Pimpollo».  Y  en  el  capítulo  sex- 
to: «Veis  un  varón  cuyo  nombre  es  Pimpollo». 

Y  llegando  aquí  Sabino,  cesó. 

— Y  Marcelo,  sea  éste,  dijo,  el  primer  nombre,  pues 
el  orden  del  papel  nos  lo  da.  Y  no  carece  de  razón 
que  sea  éste  el  primero;  porque  en  él,  como  veremos 
después,  se  toca  en  cierta  manera  la  cualidad  y  orden 
del  nacimiento  de  Cristo  y  de  su  nueva  y  maravillosa 
generación;  que  en  buen  orden,  cuando  de  alguno  se 
habla,  es  lo  primero  que  se  suele  decir. 

Pero  antes  que  digamos  qué  es  ser  Pimpollo,  y  qué 
es  lo  que  significa  este  nombre,  y  la  razón  por  qué 
Cristo  es  ansí  nombrado,  conviene  que  veamos  si  es 
verdad  que  es  este  nombre  de  Cristo,  y  si  es  verdad 
que  le  nombra  ansí  la  divina  Escritura,  que  será  ver 
si  los  lugares  de  ella  agora  alegados  hablan  propia- 
mente de  Cristo:  porque  algunos,  ó  infiel  ó  ignorante- 
mente, nos  lo  quieren  negar. 

Pues  viniendo  al  primero,  cosa  clara  es  que  habla 
de  Cristo,  ansí  porque  el  texto  caldaico,  que  es  de 
grandísima  autoridad  y  antigüedad,  en  aquel  mismo 
lugar  adonde  nosotros  leemos:  En  aquel  día  será  el 
Pimpollo  del  Señor,  dice  él:  En  aquel  día  será  el  Me- 
sías del  Señor:  como  también  porque  no  se  puede  en- 
tender aquel  lugar  de  otra  alguna  manera;  porque  lo 
que  algunos  dicen  del  príncipe  Zorobabel,  y  del  esta- 
do feliz  de  que  gozó  debajo  de  su  gobierno  el  pueblo 
judaico,  dando  á  entender  que  fué  éste  el  Pimpollo 
del  Señor,  de  quien  Isaías  dice:  En  aquel  día  el  Pim- 
pollo del  Señor  será  en  grande  alteza,  es  hablar  sin 
mirar  lo  que  dicen;  porque  quien  leyere  lo  que  las 
letras  sagradas,  en  los  libros  de  Neemías  y  Esdras, 
cuentan  del  estado  de  aquel  pueblo  en  aquella  sazón, 
verá  mucho  trabajo,  mucha  pobreza,  mucha  contra- 
dicción, y  ninguna  señalada  felicidad  ni  en  lo  tempo- 
ral ni  en  los  bienes  del  alma,  que  á  la  verdad  es  la 
felicidad  de  que  Isaías  entiende  cuando  en  el  lugar 


30  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

alegado. dice  *:  «En  aquel  día  será  el  Pimpollo  del 
»Seíior  en  grandeza  y  en  gloria». 

Y  cuando  la  edad  de  Zorobabel,  y  el  estado  de  los 
judíos  en  ella  hubiera  sido  feliz,  cierto  es  que  no  lo 
fué  con  el  extremo  que  el  Profeta  aquí  muestra:  por- 
que, ¿qué  palabra  hay  aquí  que  no  haga  significación 
de  un  bien  divino  y  rarísimo?  Dice  del  Señor  que  es 
palabra,  que  á  todo  lo  que  en  aquella  lengua  se  añade 
lo  suele  subir  de  quilates.  Dice:  gloria,  y  grandeza,  y 
magnificencia,  que  es  todo  lo  que  encareciendo  se 
puede  decir.  Y  porque  salgamos  enteramente  de  duda, 
alarga,  como  si  dijésemos,  el  dedo  el  Profeta,  y  señala 
el  tiempo  y  el  día  mismo  del  Señor,  y  dice  de  esta 
manera:  «En  aquel  día».  Mas  ¿qué  día?  Sin  duda,  nin- 
guno otro  sino  aquel  mismo  de  quien  luego  antes  de 
esto  decía  2:  «En  aquel  día  quitará  al  redropelo  el  Se- 
»ñor  á  las  hijas  de  Sión,  el  chapín  que  cruje  en  los 
»pies  y  los  garbines  de  la  cabeza,  las  lunetas  y  los  co- 
»llocares,  las  ajorcas  y  los  rebozos,  las  botillas  y  los  cal- 
»zados  altos,  las  argollas,  los  apretadores,  los  zarcillos, 
»las  sortijas,  las  cotonías,  las  almalafas,  las  escarcelas. 
»los  volantes,  y  los  espejos;  y  les  trocará  el  ámbar  en 
«hediondez,  y  la  cintura  rica  en  andrajo,  y  el  enrizado 
»en  calva  pelada,  y  el  precioso  vestido  en  cilicio,  y  la 
»tez  curada  en  cuero  tostado,  y  tus  valientes  morirán  á 
«cuchillo». 

Pues  en  aquel  día  mismo  cuando  Dios  puso  por  el 
suelo  toda  la  alteza  de  Jerusalén,  con  las  armas  de  los 
romanos,  que  asolaron  la  ciudad  y  pusieron  á  cuchillo 
sus  ciudadanos  y  los  llevaron  cautivos;  en  ese  mismo 
tiempo  el  fruto  y  el  Pimpollo  del  Señor,  descubrién- 
dose y  saliendo  á  luz,  subirá  á  gloria  y  honra  grandí- 
sima. Porque  en  la  destrucción  que  hicieron  en  Jeru- 
salén los  caldeos,  si  alguno  por  caso  quisiese  decir 
que  habla  aquí  de  ella  el  Profeta,  no  se  puede  decir 
con  verdad  que  creció  el  fruto  del  Señor,  ni  que  fruc- 
tificó gloriosamente  la  tierra  al  mismo  tiempo  que  la 

1  Isai.,  iv,  2.  2  Isai.,  jii,  17-25. 


DE   LOS    NOMBRES    DE   CRISTO. — LIBRO    PRIMERO  31 

ciudad  se  perdió.  Pues  es  notorio  que  en  aquella  ca- 
lamidad no  hubo  alguna  parte  ó  alguna  mezcla  de  fe- 
licidad señalada,  ni  en  los  que  fueron  cautivos  á  P>a- 
bilonia,  ni  en  los  que  el  vencedor  caldeo  dejó  en  Ju- 
dea  y  en  Jerusalén  para  que  labrasen  la  tierra,  porque 
los  unos  fueron  á  servidumbre  miserable,  y  los  otros 
quedaron  en  miedo  y  en  desamparo,  como  en  el  libro 
de  Jeremías  se  lee  \ 

Mas  al  revés,  con  esta  otra  caída  del  pueblo  judaico 
se  juntó,  como  es  notorio,  la  claridad  del  nombre  de 
Cristo,  y  cayendo  Jerusalén,  comenzó  á  levantarse  la 
Iglesia.  Y  aquel  á  quien  poco  antes  los  miserables 
habían  condenado  y  muerto  con  afrentosa  muerte,  y 
cuyo  nombre  habían  procurado  oscurecer  y  hundir, 
comenzó  entonces  á  enviar  rayos  de  sí  por  el  mundo 
y  á  mostrarse  vivo  y  Señor,  y  tan  poderoso,  que  cas- 
tigando á  sus  matadores  con  azote  gravísimo,  y  qui- 
tando luego  el  gobierno  de  la  tierra  al  demonio,  y 
deshaciendo  poco  á  poco  su  silla,  que  es  el  culto  de 
los  ídolos  en  que  la  gentilidad  le  servía,  como  cuando 
el  sol  vence  las  nubes  y  las  deshace,  ansí  El  sólo  y 
clarísimo  relumbró  por  toda  la  redondez. 

Y  lo  que  he  dicho  de  este  lugar,  se  ve  claramente 
también  en  el  segundo  de  Jeremías  2,  de  sus  mismas 
palabras.  Porque  decirle  á  David  y  prometerle  que  le 
«nacería  ó  fruto  ó  Pimpollo  de  justicia»,  era  propi.'t 
señal  de  que  el  fruto  había  de  ser  Jesucristo,  mayor- 
mente añadiendo  lo  que  luego  se  sigue,  y  es,  que  «este 
fruto  haría  justicia  y  razón  sobre  la  tierra»;  que  es  la 
obra  propia  suya  de  Cristo,  y  uno  de  los  principales 
fines  para  que  se  ordenó  su  venida,  y  obra  que  él  sólo 
y  ninguno  otro  enteramente  la  hizo.  Por  donde  la- 
más  veces  que  se  hace  memoria  de  él  en  las  Escrituras 
divinas,  luego  en  los  mismos  lugares  se  le  atribuye 
esta  obra,  como  obra  sola  de  él  y  como  su  propio  bla- 
són. Así  se  ve  en  el  Salmo  setenta  y  uno.  que  dice: 
«Señor,  da  tu  vara  al  Rey.  y  el  ejercicio  de  justicia  al 

1  Jerem  ,  xixix.  2  Jerem  ,  xxxin,  15. 


32  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

»hijo  del  Rey,  para  que  juzgue  á  tu  pueblo  conforme 
»á  justicia  y  los  pobres  según  fuero.  Los  montes  altos 
»conservarán  paz  con  el  vulgo,  y  los  collados  les  guar- 
»darán  ley.  Dará  su  derecho  á  los  pobres  del  pueblo. 
»y  será  amparo  de  los  pobrecitos,  y  hundirá  al  violento 
» opresor». 

Pues  en  el  tercero  lugar  de  Zacarías  1,  los  mismos 
hebreos  lo  confiesan,  y  el  texto  caldeo  que  he  dicho 
abiertamente  le  entiende  y  le  declara  de  Cristo.  Y 
ansimismo  entendemos  el  cuarto  testimonio,  que  es  del 
mismo  profeta  "2.  Y  no  nos  impide  lo  que  algunos  tie- 
nen por  inconveniente,  y  por  donde  se  mueven  á  de- 
clararle en  diferente  manera,  por  lo  que  dice  luego 
que  «este  Pimpollo  fructificará  después  ó  debajo  de  sí, 
y  que  edificará  el  templo  de  Dios;»  pareciéndoles  que 
esto  señala  abiertamente  á  Zorobabel,  que  edificó  el 
templo  y  fructificó  después  de  sí  por  muchos  siglos  á 
Cristo,  verdaderísimo  fruto.  Ansí  que,  esto  no  impide, 
antes  favorece  y  esfuerza  más  nuestro  intento. 

Porque  el  fructificar  debajo  de  sí,  ó.  como  dice  el 
original  en  su  rigor,  acerca  de  sí,  es  tan  propio  de  Cris- 
to, que  de  ninguno  lo  es  más.  ¿Por  ventura  no  dice  él 
de  sí  mismo  3:  «Yo  soy  vid  y  vosotros  sarmientos?»  Y 
en  el  Salmo  que  agora  decía,  en  el  cual  todo  lo  que  se 
dice  son  propiedades  de  Cristo,  ¿no  se  dice  también  4: 
«Y  en  sus  días  fructificarán  los  justos?»  0,  si  queremos 
confesar  le  verdad,  ¿quién  jamás  en  los  hombres  per- 
didos engendró  hombres  santos  y  justos,  ó  qué  fruto 
jamás  se  vio  que  fuese  más  fructuoso  que  Cristo?  Pues 
esto  mismo,  sin  duda,  es  lo  que  aquí  nos  dice  el  Profe- 
ta: el  cual,  porque  le  puso  á  Cristo  nombre  de  fruto,  y 
porque  dijo  señalándole  como  á  singular  fruto:  <  Veis 
aquí  un  varón  que  es  fruto  su  nombre»;  porque  no  se 
pensase  que  se  acababa  su  fruto  en  él,  y  que  era  fruto 
para  sí,  y  no  árbol  para  dar  de  sí  fruta,  añadió  luego 
diciendo:  «Y  fructificará  acerca  de  sí»;  como  si  con 

1    Zachar.,  m,  8.  2  Zachar.,  vi,  12.  3  Joan.,  xv,  5. 

4    Psalm.  lxxi,  1-4. 


DE   LOS  NOMBRES  DE  CRISTO.  — LIBRO   PRIMERO  33 

más  palabras  dijera:  «Y  es  fruto  que  dará  mucho  fru- 
to, porque  á  la  redonda  de  él,  esto  es,  en  él  y  de  él, 
por  todo  cuanto  se  extiende  la  tierra,  nacerán  nobles 
y  divinos  frutos  sin  cuento,  y  este  Pimpollo  enrique- 
cerá el  mundo  con  pimpollos  no  vistos». 

De  manera  que  este  es  uno  de  los  nombres  de  Cris- 
to, y  según  nuestro  orden  el  primero  de  ellos,  sin  que 
■en  ello  pueda  haber  duda  ni  pleito.  Y  son  como  veci- 
nos y  deudos  suyos  otros  algunos  nombres  que  tam- 
bién se  ponen  á  Cristo  en  la  santa  Escritura;  los  cua- 
les, aunque  en  el  sonido  son  diferentes,  pero  bien  mi- 
rados, todos  se  reducen  á  un  intento  mismo  y  convie- 
nen  en  una  misma  razón;  porque  si  en  el  capítulo 
treinta  y  cuatro  de  Ezequiel  es  llamado  planta  nom- 
brada, y  si  Isaías  en  el  capítulo  once,  le  llama  unas 
veces  rama,  y  otra  flor,  y  en  el  capítulo  cincuenta  y 
tres,  tallo  y  raíz,  todo  es  decirnos  lo  que  el  nombre  de 
Pimpollo  ó  de  fruto  nos  dice.  Lo  cual  será  bien  que 
declaremos  ya;  pues  lo  primero,  que  pertenece  á  que 
Cristo  se  llama  ansí,  está  suficientemente  probado,  si 
no  se  os  ofrece  otra  cosa. 

— Ninguna,  dijo  al  punto  Juliano:  antes  ha  rato  ya 
que  el  nombre  y  esperanza  de  este  fruto  ha  despertado 
en  nuestro  gusto  golosina  de  él. 

— Merecedor  es  de  cualquiera  golosina  y  deseo,  res- 
pondió Marcelo,  porque  es  dulcísimo  fruto,  y  no  menos 
provechoso  que  dulce,  si  ya  no  le  menoscaba  la  pobre- 
za de  mi  lengua  é  ingenio.  Pero  idme  respondiendo, 
Sabino;  que  lo  quiero  haber  agora  con  vos.  Esta  hermo- 
sura del  cielo  y  mundo  que  vemos,  y  la  otra  mayor  que 
entendemos,  y  que  nos  esconde  el  mundo  invisible, 
¿fué  siempre  como  es  agora,  ó  hízose  ella  á  sí  misma, 
ó  Dios  la  sacó  á  luz  y  la  hizo? 

— Averiguado  es,  dijo  Sabino,  que  Dios  crió  el  mun- 
do con  todo  lo  que  hay  en  él,  sin  presuponer  para  ello 
alguna  materia,  sino  sólo  con  la  fuerza  de  su  infinito 
poder,  con  que  hizo,  donde  no  había  ninguna  cosa,  sa- 
lir á  luz  esta  beldad  que  decís.  Mas  ¿que  duda  hay  en 
esto? 


Ü4  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

—  Ninguna  hay,  replicó  prosiguiendo  Marcelo;  mas 
decidme  más  adelante:  ¿nació  esto  de  Dios,  no  advir- 
tiendo Dios  en  ello,  sino  como  por  alguna  natural  con- 
secuencia, ó  hízolo  Dios  porque  quiso  y  fué  su  volun- 
tad libre  de  hacerlo? 

— También  es  averiguado,  respondió  luego  Sabino, 
que  lo  hizo  con  propósito  y  libertad. 

— Bien  decís,  dijo  Marcelo;  y  pues  conocéis  eso. 
también  conoceréis  que  pretendió  Dios  en  ello  algún 
grande  fin. 

—  Sin  duda  grande,  respondió  Sabino,  porque  siem- 
pre que  se  obra  con  juicio  y  libertad  es  á  fin  de  algo 
que  se  pretende. 

— ¿Pretendería  ele  esa  manera,  dijo  Marcelo,  Dios  en 
esta  su  obra  algún  interés  y  acrecentamiento  suyo? 

— En  ninguna  manera,  repondió  Sabino. 

— ¿Por  qué?,  dijo  Marcelo. 
Y  Sabino  respondió: 

— -Porque  Dios,  que  tiene  en  sí  todo  el  bien,  en 
ninguna  cosa  que  haga  fuera  de  sí  puede  querer  ni 
esperar  para  sí  algún  acrecentamiento  ó  mejoría. 

— Por  manera,  dijo  Marcelo,  que  Dios,  porque  es 
bien  infinito  y  perfecto,  en  hacer  el  mundo  no  preten- 
dió recibir  bien  alguno  de  él;  y  pretendió  algún  fin, 
como  está  dicho.  Luego,  si  no  pretendió  recibir,  sin  nin- 
guna duda  pretendió  dar;  y  si  no  lo  crió  para  añadirse 
á  sí  algo,  criólo  sin  ninguna  duda  para  comunicarse 
Él  á  sí,  y  para  repartir  en  sus  criaturas  sus  bienes. 

Y  cierto  este  sólo  es  fin  digno  de  la  grandeza  de 
Dios,  y  propio  de  quien  por  su  naturaleza  es  la  misma 
bondad:  porque  á  lo  bueno  su  propia  inclinación  le 
lleva  al  bien  hacer,  y  cuanto  es  más  bueno  uno,  tanto 
se  inclina  más  á  esto.  Pero  si  el  intento  de  Dios,  en  la 
creación  y  edificio  del  mundo,  fué  hacer  bien  á  lo  que 
criaba  repartiendo  en  ello  sus  bienes,  ¿qué  bienes 
ó  qué  comunicación  de  ellos  fué  aquella,  á  quien 
como  á  blanco  enderezó  Dios  todo  el  oficio  de  esta 
obra  suya? 

— No  otros,  respondió  Sabino,  sino  esos  mismos  que 


DF.    LOS   NOMBRES    HE   fRISTO. — LIBRO    PEIMERO 

dio  á  las  criaturas,  ansí  á  cada  una  en  particular  como 
á  todas  juntas  en  general. 

—  Bien  decís,  dijo  Marcelo,  aunque  no  habéis  res- 
pondido á  lo  que  os  pregunto. 

— ¿En  qué  manera?,  respondió. 

— Porque,  dijo  Marcelo,  como  esos  bienes  tengan 
sus  grados,  y  como  sean  unos  de  otros  de  diferentes 
quilates,  lo  que  pregunto  es:  ¿á  qué  bien,  ó  á  qué  grado 
de  bien  entre  todos,  enderezó  Dios  todo  su  intento  prin- 
cipalmente? 

— ¿Qué  grados,  respondió  Sabino,  son  esos? 

— Muchos  son,  dijo  Marcelo,  en  sus  partes:  mas 
la  escuela  los  suele  reducir  á  tres  géneros:  á  naturale- 
za, y  á  gracia,  y  á  unión  personal.  A  la  naturaleza  per- 
tenecen los  bienes  con  que  se  nace,  á  la  gracia  perte- 
necen aquellos  que  después  de  nacidos  nos  añade  Dios. 
El  bien  de  la  unión  personal  es  haber  juntado  Dios  en 
Jesucristo  su  persona  con  nuestra  naturaleza.  Entre 
los  cuales  bienes  es  muy  grande  la  diferencia  que  hay. 

Porque  lo  primero,  aunque  todo  el  bien  que  vive  y 
luce  en  la  criatura  es  bien  que  puso  en  ella  Dios;  pero 
puso  en  ella  Dios  unos  bienes  para  que  le  fuesen  pro- 
pios y  naturales,  que  es  todo  aquello  en  que  consiste 
su  ser  y  lo  que  de  ello  se  sigue;  y  estos  decimos  que 
son  bienes  de  naturaleza,  porque  los  plantó  Dios  en 
ella  y  se  nace  con  ellos,  como  es  el  ser  y  la  vida  y  el 
entendimiento,  y  lo  demás  semejante.  Otros  bienes  no 
los  plantó  Dios  en  lo  natural  de  la  criatura  ni  en  la 
virtud  de  sus  naturales  principios  para  que  de  ellos 
naciesen,  sino  sobrepúsolos  él  por  sí  sólo  á  lo  natural; 
y  ansí,  no  son  bienes  fijos  ni  arraigados  en  la  natura- 
leza, como  los  primeros,  sino  movedizos  bienes,  como 
son  la  gracia  y  la  caridad  y  los  demás  dones  de  Dios; 
y  estos  llamamos  bienes  sobrenaturales  de  gracia.  Lo 
segundo,  dado,  como  es  verdad,  que  todo  este  bien  co- 
municado es  una  semejanza  de  Dios,  porque  es  hechu- 
ra de  Dios,  y  Dios  no  puede  hacer  cosa  que  no  le  re- 
mede, porque  en  cuanto  hace  se  tiene  por  dechado  á 
sí  mismo;  mas  aunque  esto  es  ansí,  todavía  es  muy 


36  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

grande  la  diferencia  que  hay  en  la  manera  de  reme- 
darle. Porque  en  lo  natural  remedan  las  criaturas  el 
ser  de  Dios,  mas  en  los  bienes  de  gracia  remedan  el 
ser  y  la  condición  y  el  estilo,  y  como  si  dijésemos,  la 
vivienda  y  bienandanza  suya;  y  ansí,  se  avecinan  y 
juntan  más  á  Dios  por  esta  parte  las  criaturas  que  la 
tienen,  cuanto  es  mayor  esta  semejanza  que  la  seme- 
janza primera;  pero  en  la  unión  personal  no  remedan 
ni  se  parecen  á  Dios  las  criaturas,  sino  vienen  á  ser  el 
mismo  Dios  porque  se  juntan  con  El  en  una  misma 
persona. 

Aquí  Juliano  atravesándose,  dijo: 
— ¿Las   criaturas   todas   se  juntan  en  una  persona 
con  Dios? 

Respondió  Marcelo  riendo: 

— Hasta  agora  no  trataba  del  número,  sino  trataba 
del  cómo;  quiero  decir,  que  no  contaba  quiénes  y 
cuántas  criaturas  se  juntan  con  Dios  en  estas  mane- 
ras, sino  contaba  la  manera  cómo  se  juntan  y  le  reme- 
dan; que  es,  ó  por  naturaleza  ó  por  gracia  ó  por  unión 
de  persona.  Que  cuanto  al  número  de  los  que  se  le 
ayuntan,  clara  cosa  es  que  en  los  bienes  de  naturaleza 
todas  las  criaturas  se  avecinan  á  Dios,  y  solas,  y  no 
todas  las  que  tienen  entendimiento  en  los  bienes  de 
gracia;  y  en  la  unión  personal  sola  la  humanidad  de 
nuestro  redentor  Jesucristo.  Pero  aunque  con  sola 
esta  humana  naturaleza  se  haga  la  unión  personal  pro- 
piamente, en  cierta  manera  también,  en  juntarse  Dios 
con  ella,  es  visto  juntarse  con  todas  las  criaturas,  por 
causa  de  ser  el  hombre  como  un  medio  entre  lo  espi- 
ritual y  lo  corporal,  que  contiene  y  abraza  en  sí  lo  uno 
y  lo  otro.  Y  por  ser,  como  dijeron  antiguamente,  un 
menor  mundo  ó  un  mundo  abreviado. 

— Esperando  estoy,  dijo  Sabino  entonces,  á  qué  fin 
se  ordena  este  vuestro  discurso. 

— Bien  cerca  estamos  ya  de  ello,  respondió  Marcelo, 
porque  preguntóos:  si  el  fin  porque  crió  Dios  todas  las 
cosas  fué  solamente  por  comunicarse  con  ellas,  y  si 
esta  dádiva  y  comunicación  acontece  en  diferentes 


DE  LOS   NOMBRES  DE  CRISTO. — LIBRO  PRIMERO  37 

maneras,  como  hemos  ya  visto;  y  si  unas  de  estas  ma- 
neras son  más  perfectas  que  otras,  ¿no  os  parece  que 
pide  la  misma  razón  que  un  tan  grande  artífice,  y  en 
una  obra  tan  grande,  tuviese  por  fin  de  toda  ella  ha- 
cer en  ella  la  mayor  y  más  perfecta  comunicación  de 
sí  que  pudiese? 

— Ansí  parece,  dijo  Sabino. 

— Y  la  mayor,  dijo  siguiendo  Marcelo,  ansí  de  las 
hechas  como  de  las  que  se  pueden  hacer,  es  la  unión 
personal  que  se  hizo  entre  el  Verbo  divino  y  la  natu- 
raleza humana  de  Cristo,  que  fué  hacer  con  el  hombre 
una  misma  Persona. 

—No  hay  duda,  respondió  Sabino,  sino  que  es  la 
mayor. 

— Luego,  añadió  Marcelo,  necesariamente  se  sigue 
que  Dios,  á  fin  de  hacer  esta  unión  bienaventurada  y 
maravillosa,  crió  todo  cuanto  se  parece  y  se  esconde: 
que  es  decir  que  el  fin  para  que  fué  fabricada  toda  la 
variedad  y  belleza  del  mundo  fué  por  sacar  á  luz  este 
compuesto  de  Dios  y  hombre,  ó  por  mejor  decir,  este 
juntamente  Dios  y  hombre,  que  es  Jesucristo. 

— Necesariamente  se  sigue,  respondió  Sabino. 

— Pues,  dijo  entonces  Marcelo,  esto  es  ser  Cristo 
fruto;  y  darle  la  Escritura  este  nombre  á  él,  es  dar- 
nos á  entender  á  nosotros  que  Cristo  es  el  fin  de  las 
cosas,  y  aquél  para  cuyo  nacimiento  feliz  fueron  to- 
das criadas  y  enderezadas.  Porque,  ansí  como  en  el 
árbol  la  raíz  no  se  hizo  para  sí,  ni  menos  el  tron- 
co que  nace  y  se  sustenta  sobre  ella,  sino  lo  uno 
y  lo  otro  juntamente  con  las  ramas  y  la  flor  y  la  hoja. 
y  todo  lo  demás  que  el  árbol  produce,  se  ordena  y  en- 
dereza para  el  fruto  que  de  él  sale,  que  es  el  fin  y 
como  remate  suyo;  ansí  por  la  misma  manera,  estos 
cielos  extendidos  que  vemos,  y  las  estrellas  que  en 
ellos  dan  resplandor,  y  entre  todas  ellas  esta  fuente 
de  claridad  y  de  luz  que  todo  lo  alumbra,  redonda  y 
bellísima;  la  tierra  pintada  con  flores  y  las  aguas  po- 
bladas de  peces;  los  animales  y  los  hombres,  y  este 
universo  todo,  cuan  grande  y  cuan  hermoso  es,  lo  hizo 


38  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

Dios  para  fin  de  hacer  hombre  á  su  Hijo,  y  para  pro- 
ducir á  luz  este  único  y  divino  fruto  que  es  Cristo, 
que  con  verdad  le  podemos  llamar  el  parto  común  y 
general  de  todas  las  cosas. 

Y  ansí  como  el  fruto  (para  cuyo  nacimiento  se  hizo 
en  el  árbol  la  firmeza  del  tronco  y  la  hermosura  de  la 
flor,  y  el  verdor  y  frescor  de  las  hojas),  nacido,  contie- 
ne en  sí  y  en  su  virtud  todo  aquello  que  para  él  se 
ordenaba  en  el  árbol,  ó  por  mejor  decir,  al  árbol  todo 
contiene;  ansí  también  Cristo,  para  cuyo  nacimiento 
crió  primero  Dios  las  raíces  firmes  y  hondas  de  los 
elementos  y  levantó  sobre  ellas  después  esta  grandeza 
del  mundo  con  tanta  variedad,  como  si  dijésemos  de 
ramas  y  hojas,  lo  contiene  todo  en  sí,  y  lo  abarca  y  se 
resume  en  El  y,  como  dice  San  Pablo  \  se  recapitula 
todo  lo  no  criado  y  criado,  lo  humano  y  lo  divino,  lo 
natural  y  lo  gracioso.  Y  como  de  ser  Cristo  llamado 
fruto  por  excelencia,  entendemos  que  todo  lo  criado 
se  ordenó  para  Él;  ansí  también  de  esto  mismo  orde- 
nado, podemos,  rastreando,  entender  el  valor  inestima- 
ble que  hay  en  el  fruto  para  quien  tan  grandes  cosas 
se  ordenan.  Y  de  la  grandeza  y  hermosura  y  cualidad 
de  los  medios,  argüiremos  la  excelencia  sin  medida 
del  fin. 

Porque  si  cualquiera  que  entra  en  algún  palacio  ó 
casa  real  rica  y  suntuosa,  y  ve  primero  la  fortaleza  y 
firmeza  del  muro  ancho  y  torreado,  y  los  muchos  ór- 
denes de  las  ventanas  labradas,  y  las  galerías  y  los 
chapiteles  que  deslumhran  la  vista,  y  luego  la  entrada 
alta  y  adornada  con  ricas  labores,  y  después  los  za- 
guanes y  patios  grandes  y  diferentes,  y  las  columnas 
do  mármol,  y  las  largas  salas  y  las  recámaras  ricas,  y 
la  diversidad  y  muchedumbre  y  orden  de  los  aposen- 
tos, hermoseados  todos  con  peregrinas  y  escogidas 
pinturas  y  con  el  jaspe  y  el  pórfiro,  y  el  marfil  y  el  oro 
que  luce  por  los  suelos  y  paredes  y  techos;  y  ve  jun- 
tamente con  esto  la  muchedumbre  de  los  que  sirven 

1  Colos.,  i,  20. 


DE   LOS    NOMBRES    DE    CRISTO.  — LIBRO    PRIMERO  39 

-en  él,  y  la  disposición  y  rico  aderezo  de  sus  personas. 
y  el  orden  que  cada  uno  guarda  en  su  ministerio  y  ser- 
vicio, y  el  concierto  que  todos  conservan  entre  sí;  y 
oye  también  los  menestriles  y  dulzura  de  música;  y 
mira  la  hermosura  y  regalos  de  los  lechos,  y  la  riqueza 
de  los  aparadores  que  no  tienen  precio,  luego  conoce 
que  es  incomparablemente  mejor  y  mayor  aquél  para 
cuyo  servicio  todo  aquello  se  ordena;  ansí  debemos 
nosotros  también  entender  que  si  es  hermosa  y  admi- 
rable esta  vista  de  la  tierra  y  del  cielo,  es  sin  ningún 
término  muy  más  hermoso  y  maravilloso  Aquél  por 
cuyo  fin  se  crió. 

Y  que  si  es  grandísima,  como  sin  ninguna  duda  lo 
es,  la  majestad  de  este  templo  universal  que  llamamos 
mundo  nosotros;  Cristo,  para  cuyo  nacimiento  se  or- 
denó desde  su  principio,  y  á  cuyo  servicio  se  sujetará 
todo  después  y  á  quien  agora  sirve  y  obedece,  y  obe- 
decerá para  siempre,  es  incomparablemente  grandísi- 
mo, gloriosísimo,  perfectísimo,  más  mucho  de  lo  que 
ninguno  puede  ni  encarecer  ni  entender.  Y  finalmen- 
te, que  es  tal,  cual,  inspirado  y  alentado  por  el  Espí- 
ritu-Santo, San  Pablo  dice  escribiendo  á  los  colosen- 
ses  *:  «Es  imagen  de  Dios  invisible,  y  el  engendrado 
» primero  que  todas  las  criaturas.  Porque  para  El  se 
«fabricaron  todas,  ansí  en  el  cielo  como  en  la  tierra, 
«las  visibles  y  las  invisibles;  ansí,  digamos,  los  tronos 
»como  las  dominaciones,  como  los  principados  y  poten- 
ciados, todo  por  Él  y  para  Él  fué  criado;  y  Él  es  el 
«adelantado  entre  todos,  y  todas  las  cosas  tienen  ser 
«por  Él.  Y  Él  también,  del  cuerpo  de  la  Iglesia  es  la 
«cabeza;  y  Él  mismo  es  el  principio  y  el  primogénito 
»de  los  muertos,  para  que  en  todo  tenga  las  primerias. 
«Porque  le  plugo  al  Padre  y  tuvo  por  bien  que  se  apo- 
»sentase  en  Él  todo  lo  sumo  y  cumplido». 

Por  manera  que  Cristo  es  llamado  fruto  porque  es  el 
fruto  del  mundo,  esto  es.  porque  es  el  fruto  para  cuya 
producción  se  ordenó  y  fabricó  todo  el  mundo.  Y  ansí 

1   Colos.,  i,  15-19. 


40  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

Isaías,  deseando  su  nacimiento,  y  sabiendo  que  los  cie- 
los y  la  naturaleza  toda  vivía  y  tenía  ser  principalmente 
para  este  parto,  á  toda  ella  se  le  pide  diciendo  h  «De- 
rramad rocío,  cielos,  desde  vuestras  alturas;  y  vosotras 
»nubes,  lloviendo  enviadnos  al  Justo;  y  la  tierra  se  abra 
»y  produzca  y  brote  al  Salvador». 

Y  no  solamente  por  esta  razón  que  hemos  dichor 
Cristo  se  llama  fruto;  sino  también  porque  todo  aque- 
llo que  es  verdadero  fruto  en  los  hombres  (digo  fruto 
que  merezca  parecer  ante  Dios  y  ponerse  en  el  cielo), 
no  sólo  nace  en  ellos  por  virtud  de  este  fruto  que  es 
Jesucristo,  sino  en  cierta  manera  también  es  el  mismo 
Jesús.  Porque  la  justicia  y  santidad  que  derrama  en 
los  ánimos  de  sus  fieles,  ansí  ella  como  los  demás  bie- 
nes y  santas  obras  que  nacen  de  ella,  y  que  naciendo 
de  ella  después  la  acrecientan,  no  son  sino  como 
una  imagen  y  retrato  vivo  de  Jesucristo;  y  tan  vivo, 
que  es  llamado  Cristo  en  las  letras  sagradas,  como  pa- 
rece en  los  lugares  adonde  nos  amonesta  San  Pablo, 
que  nos  vistamos  de  Jesucristo:  porque  el  vivir  justa  y 
santamente  es  imagen  de  Cristo.  Y  ansí  por  esto,  como 
por  el  espíritu  suyo,  que  comunica  Cristo  é  infunde 
en  los  buenos,  cada  uno  de  ellos  se  llama  Cristo,  y 
todos  ellos  juntos,  en  la  forma  ya  dicha,  hacen  un  mis- 
mo Cristo. 

Ansí  lo  testificó  San  Pablo,  diciendo  2:  «Todos  los  que- 
»en  Cristo  os  habéis  bautizado,  os  habéis  vestido  de  Je- 
»sucristo;  que  allí  no  hay  judío  ni  gentil,  ni  libre  ni  es- 
»clavo,  ni  hembra  ni  varón,  porque  todos  sois  uno  en 
«Jesucristo.»  Y  en  otra  parte  3:  «Hijuelos  míos,  que  os 
»engendro  otra  vez  hasta  que  Cristo  se  forme  en  vos- 
»otros».  Y  amonestando  á  los  romanos  á  las  buenas 
obras,  les  dice  y  escribe  4:  «Desechemos,  pues,  las  obras 
»oscuras  y  vistamos  armas  de  luz;  y  como  quien  anda 
»de  día,  andemos  vestidos  y  honestos.  No  en  convites 
»y  embriagueces,  no  en  desordenado  sueño  y  en  des- 


1  Isai.,  ilv,  8.  2   Galat.,  ni,  27,28.  3  Galat.,  iv,  1£. 

4   Román.,  xm,  14. 


DE   LOS    NOMBRES    DE   CRISTO.— LIBRO   PRIMERO  41 

»honestas  torpezas,  ni  menos  en  competencias  y  envi- 
»dias;  sino  vestios  del  Señor  Jesucristo».  Y  que  todos 
estos  Cristos  son  un  Cristo  sólo,  dícelo  él  mismo  á  los 
Corinthios  por  estas  palabras:  1  «Como  un  cuerpo  tiene 
»muchos  miembros,  y  todos  los  miembros  del  cuerpo, 
»con  ser  muchos,  son  un  cuerpo,  ansí  también  Cristo». 

Donde,  como  advierte  San  Agustín  2,  no  dijo  con- 
cluyendo la  semejanza,  ansí  es  Cristo  y  sus  miembros; 
sino,  ansí  es  Cristo:  para  nos  enseñar  que  Cristo,  nues- 
tra cabeza,  está  en  sus  miembros,  y  que  los  miembros 
y  la  cabeza  son  un  solo  Cristo,  como  por  aventura  di- 
remos más  largamente  después.  Y  lo  que  decimos  ago- 
ra, y  lo  que  de  todo  lo  dicho  resulta,  es  conocer  cuan 
merecidamente  Cristo  se  llama  fruto,  pues  todo  el  fru- 
to bueno  y  de  valor  que  mora  y  fructifica  en  los  hom- 
bres es  Cristo  y  de  Cristo,  en  cuanto  nace  de  él  y  en 
cuanto  le  parece  y  remeda,  ansí  como  es  dicho.  Y  pues 
hemos  platicado  ya  lo  que  basta  acerca  de  esto,  pro- 
seguid, Sabino,  en  vuestro  papel. 

— Deteneos,  dijo  Juliano  alargando  contra  Sabino 
la  mano;  que  si  olvidado  no  estoy,  os  falta,  Marce- 
lo, por  descubrir  lo  que  al  principio  nos  propusis- 
teis: de  lo  que  toca  á  la  nueva  y  maravillosa  con- 
cepción de  Cristo,  que,  como  dijisteis,  este  nombre 
significa. 

— Es  verdad  é  hicisteis  muy  bien,  Juliano,  en  ayu- 
dar mi  memoria,  respondió  al  punto  Marcelo,  y  lo  que 
pedís  es  aquesto:  este  nombre  que  unas  veces  llama- 
mos Pimpollo  y  otras  veces  llamamos  Fruto,  en  la  pa- 
labra original  no  es  fruto  como  quiera,  sino  es  propia- 
mente el  fruto  que  nace  de  suyo  sin  cultura  ni  indus- 
tria. En  lo  cual,  al  propósito  de  Jesucristo  á  quien 
agora  se  aplica,  se  nos  demuestran  dos  cosas:  La  una 
que  no  hubo  ni  saber  ni  valor  ni  merecimiento  ni  in- 
dustria en  el  mundo,  que  mereciese  de  Dios  que  se  hi- 
ciese hombre,  esto  es,  que  produjese  este  fruto:  la  otra, 
que  en  el  vientre   purísimo  y   santísimo  de   donde 


1  I,  Ad  Corint  ,  xm  12.  2  August.,  enarrat,  in  psalm.  142. 


42  FRAY    LUIS    DE    LEÓN 

aqueste  fruto  nació,  anduvo  solamente  la  virtud  y  obra 
de  Dios,  sin  ayuntarse  varón. 

Mostró,  como  oyó  esto,  moverse  de  su  asiento  un 
poco  Juliano;  y  como  acostándose  hacia  Marcelo,  y  mi- 
rándole con  alegre  rostro,  le  dijo: 

— Agora  me  place  más  el  haberos,  Marcelo,  acorda- 
do lo  que  olvidabais;  porque  me  deleita  mucho  enten- 
der que  el  artículo  de  la  limpieza  y  entereza  virginal 
de  nuestra  común  Madre  y  Señora,  está  significado  en 
las  letras  y  profecías  antiguas;  y  la  razón  lo  pedía. 
Porque  adonde  se  dijeron  y  escribieron,  tantos  años 
antes  que  fuesen,  otras  cosas  menores,  no  era  posible 
que  se  callase  un  misterio  tan  grande.  V  si  se  os  ofre- 
cen algunos  otros  lugares  que  pertenezcan  á  esto,  que 
.sí  se  ofrecerán,  mucho  holgaría  que  los  dijésedes.  si  no 
recibís  pesadumbre. 

— Ninguna  cosa,  respondió  Marcelo,  me  puede  ser 
menos  pesada  que  decir  algo  que  pertenezca  al  loor  de 
mi  única  abogada  y  Señora;  que  aunque  lo  es  general- 
mente de  todos,  mas  atrévome  yo  á  llamarla  mía  en 
particular,  porque  desde  mi  niñez  me  ofrecí  todo  á  su 
amparo.  Y  no  os  engañáis  nada.  Juliano,  en  pensar  que 
los  libros  y  letras  del  Testamento  Viejo  no  pasaron  ca- 
llando por  una  estrañeza  tan  nueva,  y  señaladamente 
tocando  á  personas  tan  importantes.  Porque  cierta- 
mente en  muchas  partes  la  dicen  con  palabras  para  la 
fe  muy  claras,  aunque  algo  oscuras  para  los  corazones 
á  quien  la  infidelidad  ciega,  conforme  á  como  se  dicen 
otras  muchas  cosas  de  las  que  pertenecen  á  Cristo, 
que.  como  San  Pablo  dice  1,  «es  misterio  escondido»;  el 
cual  quiso  Dios  decirle  y  esconderle  por  justísimos 
unes;  y  uno  de  ellos  fué,  para  castigar  ansí  con  la  ce- 
guedad y  con  la  ignorancia  de  cosas  tan  necesarias,  á 
aquel  pueblo  ingrato  por  sus  enormes  pecados. 

Pues  viniendo  á  lo  que  pedís,  clarísimo  testimonio 
es.  á  mi  juicio,  para  este  propósito  aquello  de  Isaías 
que  poco  antes  decíamos:  '-'Derramad,  cielos,  rocío,  y 

1  Ad  Colos.,  i,  _'6. 


DE   LOS   NOMBRES    DE    CRISTO.— LIBRO   PRIMERO]  4o 

«lluevan  las  nubes  al  Justo.»  Adonde,  aunque,  como 
veis,  va  hablando  del  nacimiento  de  Cristo  como  de 
una  planta  que  nace  en  el  campo,  empero  no  hace 
mención  ni  de  arado  ni  de  azada  ni  de  agricultura;  sino 
solamente  de  cielo  y  de  nubes  y  de  tierra,  á  los  cuales 
atribuye  todo  su  nacimiento. 

Y  á  la  verdad,  el  que  cotejare  estas  palabras  que 
aquí  dice  Isaías  con  las  que  acerca  de  esta  misma  ra- 
zón dijo  á  la  benditísima  Virgen  el  arcángel  Gabriel, 
verá  que  son  casi  las  mismas,  sin  haber  entre  ellas  más 
diferencia  de  que  lo  que  dijo  el  Arcángel  con  palabras 
propias,  porque  trataba  de  negocio  presente,  Isaías  lo 
significó  con  palabras  liguradas  y  metafóricas,  confor- 
me al  estilo  de  los  profetas.  Allí  dijo  el  Ángel  h  «El 
»  Espíritu-Santo  vendrá  sobre  ti.»  Aquí  dice  Isaías: 
«Enviaréis,  cielos,  vuestro  rocío.»  Allí  dice  que  la  vir- 
tud del  alto  le  hará  sombra.  Aquí  pide  que  se  extien- 
dan las  nubes.  Allí:  «Y  lo  que  nacerá  de  ti,  santo,  será 
»llamado  Hijo  de  Dios.»  Aquí:  «Abrase  la  tierra  y  pro- 
»duzca  al  Salvador.»  Y  sácanos  de  toda  duda  lo  que 
luego  añade  diciendo:  «Y  la  justicia  florecerá  junta- 
» mente,  y  Yo  el  Señor  le  crié.»  Porque  no  dice:  «y  Yo 
»el  Señor  la  crié»,  conviene  saber,  á  la  justicia,  de 
quien  dijo  que  había  de  florecer  juntamente;  sino,  «Yo 
»le  crié»,  conviene  saber,  al  Salvador,  esto  es  á  Jesús, 
porque  Jesús  es  el  nombre  que  el  original  allí  pone;  y 
dice,  yo  le  crié,  y  atribuyese  á  sí  la  creación  y  naci- 
miento de  esta  bienaventurada  salud,  y  preciase  de 
ella  como  de  hecho  singular  y  admirable,  y  dice:  «Yo. 
»yo;»  como  si  dijese:  «Yo  sólo,  y  no  otro  conmigo.» 

Y  también  no  es  poco  eficaz,  para  la  prueba  de  esta 
misma  verdad,  la  manera  como  habla  de  Cristo,  en  el 
capítulo  cuarto  de  su  Escritura,  este  mismo  profeta; 
cuando  usando  de  la  misma  figura  de  plantas  y  frutos 
y  cosas  del  campo,  no  señala  para  su  nacimiento  otras 
causas  más  de  á  Dios  y  á  la  tierra,  que  es  á  la  Virgen 
y  al  Espíritu-Santo.   Porque,   como  ya  vimos,   dice  2: 

1  Luc,  i,35.  2  Isai.,  i,25. 


44  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

«En  aquel  día  será  el  Pimpollo  de  Dios  magnífico  y 
»glorioso,  y  el  fruto  de  la  tierra  subirá  á  grandísima 
«alteza».  Pero  entre  otros,  para  este  propósito,  hay  un 
lugar  singular  en  el  Salmo  ciento  nueve,  aunque  algo 
oscuro  según  la"  letra  latina,  mas  según  la  original 
manifiesto  y  muy  claro,  en  tanto  grado,  que  los  doc- 
tores antiguos  que  florecieron  antes  de  la  venida  de 
Jesucristo  conocieron  de  allí,  y  ansí  lo  escribieron, 
que  la  Madre  del  Mesías  había  de  concebir  virgen  por 
virtud  de  Dios  y  sin  obra  de  varón.  Porque  vuelto  el 
lugar  que  digo  á  la  letra,  dice  de  esta  manera  1:  «En 
«resplandores  de  santidad  del  vientre,  y  de  la  aurora, 
«contigo  el  rocío  de  tu  nacimiento».  En  las  cuales  pa- 
labras, y  no  por  una  de  ellas,  sino  casi  por  todas,  se 
dice  y  se  descubre  este  misterio  que  digo.  Porque  lo 
primero,  cierto  es  que  habla  en  este  Salmo  con  Cristo 
el  Profeta.  Y  lo  segundo  también  es  manifiesto  que 
habla  en  este  verso  de  su  concepción  y  nacimiento;  y 
las  palabras  vientre  y  nacimiento,  que  según  la  pro- 
piedad original  también  se  puede  llamar  generación, 
lo.  demuestran  abiertamente. 

Mas,  que  Dios  sólo,  sin  ministerio  de  hombre,  haya 
sido  el  hacedor  de  esta  divina  y  nueva  obra  en  el  vir- 
ginal y  purísimo  vientre  de  nuestra  Señora,  jo  prime- 
ro se  ve  en  aquellas  palabras:  «En  resplandores  de 
santidad».  Que  es  como  decir  que  había  de  ser  conce- 
bido Cristo7  no  en  ardores  deshonestos  de  carne  y  de 
sangre,  sino  en  resplandores  santos  del  cielo;  no  con 
torpeza  de  sensualidad,  sino  con  hermosura  de  santi- 
dad y  de  espíritu.  Y  demás  de  esto,  lo  que  luego  se 
sigue  de  aurora  y  de  rocío,  por  galana  manera  decla- 
ra lo  mismo.  Porque  es  una  comparación  encubierta, 
que  si  la  descubrimos  sonará  ansí:  en  el  vientre,  con- 
viene á  saber,  de  tu  madre,  serás  engendrado  como 
en  la  aurora;  esto  es,  como  lo  que  en  aquella  sazón  de 
tiempo  se  engendra  en  el  campo  con  sólo  el  rocío,  que 
entonces  desciende  del  cielo;  no  con  riego  ni  con  su- 

1   Psalm.  cix,  3. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   PRIMERO  45 

dor  humano.  Y  últimamente,  para  decirlo  del  todo, 
añadió:  «Contigo  el  rocío  de  tu  nacimiento».  Que  por- 
que había  comparado  á  la  aurora  el  vientre  de  la  ma- 
dre, y  porque  en  la  aurora  cae  el  rocío  con  que  se 
fecunda  la  tierra,  prosiguiendo  en  su  semejanza  á  la 
virtud  de  la  generación,  llamóla  rocío  también. 

Y  á  la  verdad,  ansí  es  llamada  en  las  divinas  letras 
en  otros  muchos  lugares,  esta  virtud  vivífica  y  gene- 
rativa con  que  engendró  Dios  al  principio  el  cuerpo  de 
Cristo,  y  con  que  después  de  muerto  le  reengendró  y 
resucitó,  y  con  que  en  la  común  resurrección  tornará 
á  la  vida  nuestros  cuerpos  deshechos,  como  en  el  ca- 
pítulo veinte  y  seis  de  Isaías  se  ve.  Pues  dice  á  Cristo 
David  que  este  rocío  y  virtud  que  formó  su  cuerpo  y 
le  dio  vida  en  las  virginales  entrañas,  no  se  la  prestó 
otro,  ni  la  puso  en  aquel  santo  vientre  alguno  que 
viniese  de  fuera:  sino  que  Él  mismo  la  tuvo  de  su  co- 
secha y  la  trajo  consigo.  Porque  cierto  es  que  el  Verbo 
divino,  que  se  hizo  hombre  en  el  sagrado  vientre  de 
la  santa  Virgen,  El  mismo  formó  allí  el  cuerpo  y  la  na- 
turaleza de  hombre  de  que  se  vistió.  Y  ansí,  para  que 
entendiésemos  esto,  David  dice  bien  que  tuvo  Cristo 
consigo  el  rocío  de  su  nacimiento.  Y  aun  ansí  como  de- 
cimos nacimiento  en  este  lugar,  podemos  también  de- 
cir niñez;  que  aunque  viene  á  decir  lo  mismo  que  na- 
cimiento, todavía  es  palabra  que  señala  más  el  ser 
nuevo  y  corporal  que  tomó  Cristo  en  la  Virgen;  en  el 
cual  fué  niño  primero,  y  después  mancebo,  y  después 
perfecto  varón;  porque  en  el  otro  nacimiento  eterno 
que  tiene  de  Dios,  siempre  nació  Dios  eterno  y  perfec- 
to, é  igual  con  su  Padre. 

Muchas  otras  cosas  pudiera  alegar  á  propósito  de 
esta  verdad;  mas  porque  no  falte  tiempo  para  lo  demás 
que  nos  resta,  baste  por  todas,  y  con  esta  concluyo. 
la  que  en  el  capítulo  cincuenta  y  tres  dice  de  Cristo 
Isaías  *:  «Subirá  creciendo  como  pimpollo  delante  de 
»Dios,  y  como  raíz  y  arbolico  nacido  en  tierra  seca». 

1   Isai.,  lid,  2. 


4G  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

Porque  si  va  á  decir  la  verdad,  para  decirlo  como  sue- 
le hacer  el  Profeta, con  palabras  figuradas  y  oscuras,  no 
pudo  decirlo  con  palabras  que  fuesen  más  claras  que 
éstas.  Llama  á  Cristo  arbolico:  y  porque  le  llama  ansí, 
siguiendo  el  mismo  hilo  y  figura,  á  su  santísima  Ma- 
dre llámala  tierra  conforme  á  razón;  y  habiéndola 
llamado  ansí,  para  decir  que  concibió  sin  varón,  no 
había  una  palabra  mejor  ni  con  más  significación  lo  di- 
jese, que  era  decir  que  fué  tierra  seca.  Pero,  si  os  pa- 
rece, Juliano,  prosiga  ya  Sabino  adelante. 
— Prosiga,  respondió  Juliano;  y  Sabino  leyó: 


CAPÍTULO  IV 

Declárase  cómo  Cristo  tiene  el  nombre  de  Faces,  ó  cara  de  Dios, 
y  por  qué  le  conviene  este  nombre. 

También  es  llamado  Cristo  Faces  de  Dios,  como 
parece  en  el  Salmo  ochenta  y  ocho  que  dice:  «La  mi- 
»sericordia  y  la  verdad  precederán  tus  faces.»  Y  díce- 
lo,  porque  con  Cristo  nació  la  verdad  y  la  justicia  y  la 
misericordia,  como  lo  testifica  Isaías,  diciendo:  «y  la 
«justicia  nacerá  con  él  juntamente.»  Y  también  el 
mismo  David,  cuando  en  el  Salmo  ochenta  y  cuatro, 
que  es  todo  del  advenimiento  de  Cristo,  dice:  «La  mi- 
»sericordia  y  la  verdad  se  encontraron.  La  justicia  y 
»la  paz  se  dieron  paz.  La  verdad  nació  de  la  tierra  y  la 
«justicia  miró  desde  el  cielo.  El  Señor  por  su  parte  fué 
»liberal,  y  la  tierra  por  la  suya  respondió  con  buen 
»  fruto.  La  justicia  va  adelante  de  él  y  pone  en  el  ca- 
»mino  sus  pisadas».  ítem,  dásele  á  Cristo  este  mismo 
nombre  en  el  Salmo  noventa  y  cuatro,  adonde  David, 
convidando  á  los  hombres  para  el  recibimiento  de  la 
buena  nueva  del  Evangelio,  les  dice:  «Ganemos  por  la 
mano  á  su  faz  en  confesión  y  loor.»  Y  más  claro  en  el 
salmo  setenta  y  nueve:  «Conviértenos,  dice,  Dios  de 
«nuestra  salud;  muéstranos  tus  faces,  y  seremos  sal- 
»vos».  Y  asimismo  Isaías  en  el  capítulo  sesenta  y  cua- 


DE   LOS    NOMBRES    DE   CRISTO. — LIBRO    PRIMERO  47 

tro  le  da  este  nombre,  diciendo:  <- Deseen  diste;  y  de- 
sdante de  tus  faces  se  derritieron  los  montes».  Porque 
claramente  habla  allí  de  la  venida  de  Cristo,  como  en 
él  se  parece. 

— Demás  de  estos  lugares  que  ha  leído  Sabino,  dijo 
entonces  Marcelo,  hay  otro  muy  señalado  que  no  le 
puso  el  papel,  y  merece  ser  referido.  Pero  antes  que 
diga  de  él.  quiero  decir  que  en  el  Salmo  setenta  y  nue- 
ve, aquellas  palabras  que  se  acaban  agora  de  leer  1 : 
«Conviértenos,  Dios  de  nuestra  salud»,  se  repiten  en 
él  tres  veces,  en  el  principio  y  en  el  medio  y  en  el  fin 
del  Salmo,  lo  cual  no  carece  de  misterio,  y  á  mi  pare- 
cer se  hizo  por  una  de  dos  razones;  de  las  cuales  la 
una  es,  para  hacernos  saber  que  hasta  acabar  Dios  y 
perfeccionar  del  todo  al  hombre,  pone  en  él  sus  manos 
tres  veces.  Una  criándole  del  polvo  y  llevándole  del 
no  ser  al  ser,  que  le  dio  en  el  paraíso;  otra  reparándole 
después  de  estragado,  haciéndose  Él  para  este  fin  hom- 
bre también;  y  la  tercera  resucitándole  después  de 
muerto,  para  no  morir  ni  mudarse  jamás.  En  señal  de 
lo  cual,  en  el  libro  del  Génesis,  en  la  historia  de  la 
creación  del  hombre,  se  repite  tres  veces  esta  palabra 
criar.  Porque  dice  de  esta  manera2:  «Y  crió  Dios  al 
«hombre  á  su  imagen  y  semejanza,  á  la  imagen  de 
»Dios  le  crió;  criólos  hembra  y  varón». 

Y  la  segunda  razón,  y  lo  que  por  más  cierto  tengo, 
es,  que  en  el  Salmo  de  que  hablamos  pide  el  Profeta  á 
Dios  en  tres  lugares  que  convierta  su  pueblo  á  sí  y  le 
descubra  sus  faces,  que  es  á  Cristo,  como  hemos  ya 
dicho;  porque  son  tres  veces  las  que  señaladamente  el 
Verbo  divino  se  mostró  y  mostrará  al  mundo,  y  seña- 
ladamente á  los  del  pueblo  judaico,  para  darles  luz  y 
salud.  Porque  lo  primero  se  les  mostró  en  el  monte, 
adonde  les  dio  ley  y  les  notificó  su  amor  y  voluntad:  y 
cercado  y  como  vestido  de  fuego  y  de  otras  señales 
visibles,  les  habló  sensiblemente,  de  manera  que  le 
oyó  hablar  todo  el  pueblo;  y  comenzó  á  humanarse  con 


1    Psalm  ,  lxiii,  4,  8,  20.  2   Genes.,  t,  2-7. 


48  FRAY  LUIS  DE  LEÓN 

ellos  entonces,  como  quien  tenía  determinado  de  hacer- 
se hombre  de  ellos  y  entre  ellos  después,  como  lo  hizo. 
Y  este  fué  el  aparecimiento  segundo,  cuando  nació  ro- 
deado de  nuestra  carne  y  conversó  con  nosotros,  y  vi- 
viendo y  muriendo  negoció  nuestro  bien.  El  tercero 
pera,  cuando  en  el  fin  de  los  siglos  tornará  á  venir 
otra  vez  para  entera  salud  de  su  Iglesia.  Y  aun,  si  yo 
no  me  engaño,  estas  tres  venidas  del  Verbo,  una  en 
apariencias  y  voces  sensibles,  otras  dos  hecho  ya  ver- 
dadero hombre,  significó  y  señaló  el  mismo  Verbo  en 
la  zarza,  cuando  Moisés  le  pidió  señas  de  quién  era,  y 
El,  para  dárselas,  le  dijo  ansí 1:  «El  que  seré,  seré, 
»seré»;  repitiendo  esta  palabra  de  tiempo  futuro  tres 
veces,  y  como  diciéndoles:  «Yo  soy  el  que  prometí  á 
vuestros  padres  venir  agora  para  libraros  de  Egipto,  y 
nacer  después  entre  vosotros  para  redimiros  del  peca- 
do, y  tornar  últimamente  en  la  misma  forma  de  hom  ■ 
bre  para  destruir  la  muerte  y  perfeccionaros  del  todo. 
Soy  el  que  seré  vuestra  guía  en  el  desierto,  y  el  que 
seré  vuestra  salud  hecho  hombre,  y  el  que  seré  vues- 
tra entera  gloria,  hecho  juez». 

Aquí  Juliano,  atravesándose,  dijo: 

— No  dice  el  texto  seré,  sino  soy,  de  tiempo  presen- 
te: porque,  aunque  la  palabra  original  en  el  sonido  sea 
seré,  mas  en  la  significación  es  soy,  según  la  propiedad 
de  aquella  lengua. 

— Es  verdad,  respondió  Marcelo,  que  en  aquella 
lengua  las  palabras  apropiadas  al  tiempo  futuro  se  po- 
nen algunas  veces  por  el  presente;  y  en  aquel  lugar 
podemos  muy  bien  entender  que  se  pusieron  ansí, 
como  lo  entendieron  primero  San  Jerónimo  y  los  in- 
térpretes griegos.  Pero  lo  que  digo  agora  es,  que  sin 
sacar  de  sus  términos  á  aquellas  palabras,  sino  to- 
mándolas en  su  primer  sonido  y  significación,  nos  de- 
claran el  misterio  que  he  dicho.  Y  es  misterio  que, 
para  el  propósito  de  lo  que  entonces  Moisés  quería 
saber,  convenía  mucho  que  se  dijese. 

1  Exod.,  ni,  14. 


DE   LOS   NOMBRES   DE    CRISTO.— LIBRO    PRIMERO  49 

Porque,  yo  os  pregunto,  Juliano:  ¿no  es  cosa  cierta 
que  comunicó  Dios  con  Abraham  este  secreto,  que  se 
había  de  hacer  hombre  y  nacer  de  su  linaje  de  él? 

— Cosa  cierta  es,  respondió;  y  ansí  lo  testifica  El 
mismo  en  el  Evangelio,  diciendo  h  «Abraham  deseó 
»ver  mi  día,  viole  y  gozóse». 

— Pues  ¿no  es  cierto  también,  prosiguió  Marcelo, 
que  este  mismo  misterio  lo  tuvo  Dios  escondido  hasta 
que  lo  obró,  no  sólo  de  los  demonios,  sino  aun  de 
muchos  de  los  ángeles? 

— Ansí  se  entiende,  respondió  Juliano,  de  lo  que 
escribe  San  Pablo  2. 

— Por  manera,  dijo  Marcelo,  que  era  caso  secreto 
éste,  y  cosa  que  pasaba  entre  Dios  y  Abraham  y  al- 
gunos de  sus  sucesores,  conviene  á  saber,  los  suceso- 
res principales  y  las  cabezas  del  linaje;  con  los  cuales, 
de  uno  en  otro  y  como  de  mano  en  mano,  se  había 
comunicado  este  hecho  y  promesa  de  Dios. 

— Ansí,  respondió  Juliano,  parece. 

— Pues  siendo  ansí,  añadió  Marcelo,  y  siendo  tam- 
bién manifiesto  que  Moisés,  en  el  lugar  de  que  habla- 
mos, cuando  dijo  á  Dios  3:  «Yo,  Señor,  iré,  como  me  lo 
-mandas,  á  los  hijos  de  Israel,  y  les  diré:  El  Dios  de 
» vuestros  padres  me  envía  á  vosotros;  mas  si  me  pre- 
guntaren cómo  se  llama  ese  Dios,  ¿qué  les  respon- 
deré?» Ansí  que,  siendo  manifiesto  que  Moisés,  por  es- 
tas palabras  que  he  referido,  pidió  á  Dios  alguna  seña 
cierta  de  sí,  por  la  cual,  ansí  el  mismo  Moisés  como 
los  principales  del  pueblo  de  Israel,  á  quien  había  de 
ir  con  aquella  embajada,  quedasen  saneados  que  era 
su  verdadero  Dios  el  que  le  había  aparecido  y  le  en- 
viaba, y  no  algún  otro  espíritu  falso  y  engañoso. 

Por  manera  que  pidiendo  Moisés  á  Dios  una  seña 
como  ésta,  y  dándosela  Dios  en  aquellas  palabras, 
diciéndole:  «Diles:  El  que  seré,  seré,  seré,  me  envía  á 
vosotros»:  la  razón  misma  nos  obliga  á  entender  que 
lo  que  Dios  dice  por  estas  palabras  era"cosa  secreta  y 

1   Joann.,  vn,  56  2   Colos.,  i,  26  3  E*>d.f  m,  13. 

4 


50  FRAY    LUIS    DE    LEÓN 

encubierta  á  cualquier  otro  espíritu,  y  seña  que  sólo 
Dios  y  aquellos  á  quien  se  había  de  decir  la  sabían;  y 
que  era  como  la  tesera  militar,  ó  lo  que  en  la  guerra 
decimos  dar  nombre,  que  está  secreto  entre  solos  el 
capitán  y  los  soldados  que  hacen  cuerpo  de  guardia. 
Y  por  la  misma  razón  se  concluye  que  lo  que  dijo 
Dios  á  Moisés  en  estas  palabras,  es  el  misterio  que  he 
dicho;  porque  este  solo  misterio  era  el  que  sabían  so- 
lamente Dios  y  Abraham  y  sus  sucesores,  y  el  que 
solamente  entre  ellos  estaba  secreto. 

Que  lo  demás  que  entienden  algunos  haber  signifi- 
cado y  declarado  Dios  de  sí  á  Moisés  en  este  lugar,  que 
es  su  perfección  infinita,  y  ser  El  el  mismo  ser  por 
esencia,  notorio  era  no  solamente  á  los  ángeles,  pero 
también  á  los  demonios;  y  aun  á  los  hombres  sabios  y 
doctos  es  manifiesto  que  Dios  es  ser  por  esencia  y  que 
es  ser  infinito,  porque  es  cosa  que  con  la  luz  natural 
se  conoce.  Y  ansí,  cualquier  otro  espíritu  que  quisiera 
engañar  á  Moisés  y  vendérsele  por  su  Dios  verdadero, 
lo  pudiera,  mintiendo,  decir  de  sí  mismo;  y  no  tuviera 
Moisés,  con  oir  esta  seña,  ni  para  salir  de  duda  bastan- 
te razón,  ni  cierta  señal  para  sacar  de  ella  á  los  prínci- 
pes de  su  pueblo  á  quien  iba. 

Mas  el  lugar  que  dije  al  principio,  del  cual  el  papel 
se  olvidó,  es  lo  que  en  el  capítulo  sexto  del  libro  de 
los  Números  mandó  Dios  al  sacerdote  que  dijese  sobre 
el  pueblo  cuando  le  bendijese,  que  es  esto  1 :  «Descu- 
»bra  Dios  sus  faces  á  ti  y  haya  piedad  de  ti.  Vuelva 
»Dios  sus  faces  á  ti  y  déte  paz».  Porque  no  podemos 
dudar  sino  que  Cristo  y  su  nacimiento  entre  nosotros, 
son  estas  faces  que  el  sacerdote  pedía  en  este  lugar  á 
Dios  que  descubriese  á  su  pueblo;  como  Teodoreto  y ' 
y  como  San  Cirilo  lo  afirman,  doctores  santos  y  anti- 
guos. Y  demás  de  su  testimonio,  que  es  de  grande 
autoridad,  se  convence  lo  mismo  de  que  en  el  Salmo 
sesenta  y  seis  (en  el  cual,  según  todos  lo  confiesan, 
David  pide  á  Dios  que  envíe  al  mundo  á  Jesucristo), 


1   Numér.,  vi.  25,  26. 


DE    LOS   .NOMBRES   DE   CRISTO.-LIBRO    PRIMERO  51 

comienza  el  Profeta  con  las  palabras  de  esta  bendición 
y  casi  la  señala  con  el  dedo  y  la  declara,  y  no  le  falta 
sino  decir  a  Dios  claramente:  «La  bendición  que  por 
orden  tuya  echa  sobre  el  pueblo  el  sacerdote,  eso 
Señor,  es  lo  que  te  suplico:  y  te  pido  que  nos  descu- 
bras ya  a  tu  Hijo  y  Salvador  nuestro,  conforme  á  como 
la  voz  publica  de  tu  pueblo  lo  pide».  Porque  dice  de 
esta  manera  »:  «Dios  haya  piedad  de  nosotros  y  nos 
»bendiga.  Descubra  sobre  nosotros  sus  face*  v  ha  vi 
«piedad  de  nosotros».  *  J        y 

Y  en  el  libro  del  Eclesiástico,  después  de  haber  el 
Sabio  pedido  á  Dios  con  muchas  y  muy  ardientes  pa- 
labras la  salud  de  su  pueblo,  y  el  quebrantamiento  de 
de  la  soberbia  y  pecado,  y  la  libertad  de  los  humildes 
opresos,  y  el  allegamiento  de  los  buenos  esparcidos  v 
su  venganza  y  honra,  y  su  deseado  juicio,  con  la  ma- 
nifestación de  su  ensalzamiento  sobre  todas  las  nacio- 
nes del  mundo,  que  es  puntualmente  pedirle  á  Dios 
la  primera  y  la  segunda  venida  de  Cristo:  concluye  al 
fin  y  dice2:  «Conforme  á  la  bendición  de  Aarón,  ansí 
»Señor,  haz  con  tu  pueblo  y  enderézanos  por  el'cami- 
»no  de  tu  justicia».  Y  sabida  cosa  es  que  el  camino  de 
la  justicia  de  Dios  es  Jesucristo,  ansí  como  Él  mismo 
lo  dice  3:  «Yo  soy  el  camino,  y  la  verdad,  y  la  vida». 
Y  pues  San  Pablo  dice,  escribiendo  á  los  de  Efeso  4: 
«Bendito  sea  el  Padre  y  Dios  de  nuestro  señor  Jesu- 
»cnsto,  que  nos  ha  bendecido  con  toda  bendición  es- 
piritual y  sobrecelestial  en  Jesucristo»:  viene  maravi- 
llosamente muy  bien  que  en  la  bendición  que  se  daba 
al  pueblo  antes  que  Cristo  viniese,  no  se  demandase  ni 
desease  de  Dios  otra  cosa  sino  á  sólo  Cristo,  fuente  y 
origen  de  toda  feliz  bendición:  y  viene  muy  bien  quc- 
consuenen  y  se  respondan  ansí"  estas  dos  '  Escrituras, 
nueva  y  antigua.  Ansí  que,  las  faces  de  Dios  que  se 
piden  en  aqueste  lugar  son  Cristo  sin  duda. 

Y  concierta  con  esto  ver  que  se  piden  dos  reces. 

1  Psalm.,  lxvi,  1.    2  Ecclis.,  xxxvt,  19.    3  Joan  ,  x>v.  6. 
4  Ephes  ,1,3. 


52  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

para  mostrar  que  son  dos  sus  venidas.  En  lo  cual  es 
digno  de  considerar  lo  justo  y  lo  propio  de  las  pala- 
bras que  el  Espíritu-Santo  da  á  cada  cosa.  Porque  en 
la  primera  venida  dice  descubrir,  diciendo:  «Descubra 
»sus  faces  Dios»,  porque  en  ella  comenzó  Cristo  á  ser 
visible  en  el  mundo.  Mas  en  la  segunda  dice  volver, 
diciendo:  -Vuelva  Dios  sus  faces»,  porque  entonces 
volverá  otra  vez  á  ser  visto.  En  la  primera,  según  otra 
letra,  dice  lucir;  porque  la  obra  de  aquella  venida  fué 
desterrar  del  mundo  la  noche  del  error,  y  como  dijo 
San  Juan1:  «Resplandecer  en  las  tinieblas  la  luz».  Y 
ansí  Cristo  por  esta  causa  es  llamado  luz  y  sol  de  justi- 
cia. Mas  en  la  segunda  dice  ensalzar,  porque  el  que 
vino  antes  humilde,  vendrá  entonces  alto  y  glorioso;  y 
vendrá.. no  á  dar  ya  nueva  doctrina,  sino  á  repartir  el 
castigo  y  la  gloria. 

Y  aun  en  la  primera  dice:  <Haya  piedad  de  vos- 
»otros»,  conociendo  y  como  señalando  que  se  habían 
de  haber  ingrata  y  cruelmente  con  Cristo,  y  que  habían 
de  merecer  por  su  ceguedad  é  ingratitud  ser  por  él 
consumidos;  y  por  esta  causa  le  pide  que  se  apiade  de 
ellos  y  que  no  los  consuma.  Mas  en  la  segunda  dice 
que  Dios  les  dé  paz,  esto  es,  que  dé  fin  á  su  tan  luen- 
go trabajo,  y  que  los  guíe  á  puerto  de  descanso  des- 
pués de  tan  fiera  tormenta;  y  que  los  meta  en  el  abrigo 
y  sosiego  de  su  Iglesia,  y  en  la  paz  de  espíritu  que  hay 
en  ella  y  en  todas  sus  espirituales  riquezas.  0  dice  lo 
primero,  porque  entonces  vino  Cristo  solamente  á  per- 
donar lo  pecado  y  á  buscar  lo  perdido,  como  Él  mismo 
lo  dice2;  y  lo  segundo,  porque  ha  de  venir  después  á 
dar  paz  y  reposo  al  trabajo  santo  y  á  remunerar  lo 
bien  hecho. 

Mas,  pues  Cristo  tiene  este  nombre,  es  de  ver  agora 
por  qué  le  tiene.  En  lo  cual  conviene  advertir  que  aun- 
que Cristo  se  llama  y  es  cara  de  Dios  por  donde  quie- 
ra que  le  miremos;  porque  según  que  es  hombre,  se 
nombra  ansí,  y  según  que  es  Dios  y  en  cuanto  es  el 


1    Joaa.,i,5.  2   Matth.,  xvm,  11. 


DE    LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO    PRIMERO  53 

Verbo^es  también  propia  y  perfectamente  imagen  y 
figura  del  Padre,  como  San  Pablo  1  le  llama  en  diver- 
sos lugares;  pero  lo  que  tratamos  agora  es  lo  que  toca 
á  el  ser  de  nombre,  y  lo  que  buscamos  es  el  título 
por  donde  la  naturaleza  humana  de  Cristo  merece  ser 
llamada  sus  faces.  Y  para  decirlo  en  una  palabra,  de- 
cimos que  Cristo  hombre  es  faces  y  cara  de  Dios;  por- 
que, como  cada  uno  se  conoce  en  la  cara,  ansí  Dios 
se  nos  representa  en  él,  y  se  nos  demuestra  quién  es 
clarísima  y  perfectísimamente.  Lo  cual  en  tanto  es 
verdad,  que  por  ninguna  de  las  criaturas  por  sí,  ni  por 
la  universidad  de  ellas  juntas,  los  rayos  de  las  divinas 
condiciones  y  bienes  relucen  y  pasan  á  nuestros  ojos, 
ni  mayores  ni  más  claros,  ni  en  mayor  abundancia 
que  por  el  alma  de  Cristo,  y  por  su  cuerpo,  y  por  todas 
sus  inclinaciones,  hechos  y  dichos,  con  todo  lo  demás 
que  pertenece  á  su  oficio. 

Y  comencemos  por  el  cuerpo,  que  es  lo  primero  y 
más  descubierto:  en  el  cual,  aunque  no  le  vemos,  mas 
por  la  relación  que  tenemos  de  él,  y  entre  tanto  que 
viene  aquel  bienaventurado  día  en  que  por  su  bondad 
infinita  esperamos  verle  amigo  para  nosotros  y  ale- 
gre; ansí  que  dado  que  no  le  veamos,  pero  pongamos 
agora  con  la  fe  los  ojos  en  aquel  rostro  divino  y  en 
aquellas  figuras  de  él,  figuradas  con  el  dedo  del  Espí- 
ritu-Santo; y  miremos  el  semblante  hermoso  y  la  pos- 
tura grave  y  suave,  y  aquellos  ojos  y  boca,  ésta  na- 
dando siempre  en  dulzura,  y  aquéllos  muy  más  claros 
y  resplandecientes  que  el  sol;  y  miremos  toda  la  com- 
postura del  cuerpo,  su  estado,  su  movimiento,  sus 
miembros  concebidos  en  la  misma  pureza  y  dotados 
de  inestimable  belleza. 

Mas  ¿para  qué  voy  menoscabando  este  bien  con  mis 
pobres  palabras,  pues  tengo  las  del  mismo  Espíritu 
que  le  formó  en  el  vientre  de  la  sacratísima  Virgen, 
que  nos  le  pintan  en  el  libro  de  los  Cantares  por  la 
boca  de  la  enamorada  pastora,  diciendo  2:     Blanco  y 

1  Hebr.,1,  3.  2  Cant.  v,  10-16. 


54  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

»colorado,  trae  bandera  entre  los  millares.  Su  cabeza 
»oro  de  Tíbar.  Sus  cabellos  enriscados  y  negros,  sus 
»ojos  como  los  de  las  palomas,  junto  á  los  arroyos  de 
»las  aguas,  bañadas  en  leche;  sus  mejillas  como  eras 
»de  plantas  olorosas  de  los  olores  de  confección,  sus 
»labios  violetas,  que  destilan  preciada  mirra.  Sus  ma- 
»nos  rollos  llenos  de  oro  de  Társis.  Su  vientre  bien 
»como  el  marfil  adornado  de  zafiros.  Sus  piernas  co- 
»lumnas  de  mármol  fundadas  sobre  basas  de  oro  fino; 
»el  su  semblante  como  el  del  Líbano,  erguido  como 
»los  cedros;  su  paladar  dulzuras,  y  todo  El  deseos?» 

Pues  pongamos  los  ojos  en  esta  acabada  beldad,  y 
contemplémosla  bien:  y  conoceremos  que  todo  lo  que 
puede  caber  de  Dios  en  un  cuerpo,  y  cuanto  le  es 
posible  participar  de  él,  y  retratarle,  y  figurarle  y  ase- 
mejársele, todo  esto,  con  ventajas  grandísimas,  entre 
todos  los  otros  cuerpos  resplandece  en  éste;  y  veremos 
que  en  su  género  y  condición  es  como  un  retrato  vivo 
y  perfecto.  Porque  lo  que  en  el  cuerpo  es  color  (que 
quiero,  para  mayor  evidencia,  cotejar  por  menudo 
cada  una  cosa  con  otra,  y  señalar  en  este  retrato  suyo 
que  formó  Dios  de  hecho,  habiéndole  pintado  muchos 
años  antes  con  las  palabras,  cuan  enteramente  respon- 
de todo  con  su  verdad;  aunque  por  no  ser  largo,  diré 
poco  de  cada  cosa,  ó  no  la  diré,  sino  tocarla  he  sola- 
mente.) Por  manera  que  el  color  en  el  cuerpo,  el  cual 
resulta  de  la  mezcla  de  las  cualidades  y  humores  que 
hay  en  él,  y  que  es  lo  primero  que  se  viene  á  los 
ojos,  responde  á  la  liga,  ó  si  lo  podemos  decir  ansí,  á 
la  mezcla  y  tejido  que  hacen  entre  sí  las  perfecciones 
de  Dios.  Pues  ansí  como  se  dice  de  aquel  color,  que  se 
tifie  de  colorado  y  de  blanco,  ansí  toda  esta  mezcla  se- 
creta se  colora  de  sencillo  y  amoroso.  Porque  lo  que 
luego  se  nos  ofrece  á  los  ojos  cuando  los  alzamos  á 
Dios,  es  una  verdad  pura  y  una  perfección  simple  y 
sencilla:  que  ama. 

Y  ansimismo,  la  cabeza  en  el  cuerpo  dice  con  lo  que 
en  Dios  es  la  alteza  de  su  saber.  Aquélla,  pues,  es  de 
oro  de  Tíbar,  y  ésta  son  tesoros  de  sabiduría.  Los  ca- 


DE    LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.  — LIBRO    PRIMERO  55 

bellos,  que  de  la  cabeza  nacen,  se  dicen  ser  enrisca- 
dos y  negros;  los  pensamientos  y  consejos  que  proce- 
den de  aquel  saber,  son  ensalzados  y  oscuros.  Los  ojos 
de  la  providencia  de  Dios  y  los  ojos  de  aqueste  cuer- 
po son  unos;  que  éstos  miran,  como  palomas  bañadas 
en  leche,  las  aguas;  aquéllos  atienden  y  proveen  á  la 
universidad  de  las  cosas  con  suavidad  y  dulzura  gran- 
dísima, dando  á  cada  una  su  sustento,  y  como  diga- 
mos su  leche.  Pues  ¿qué  diré  de  las  mejillas,  que  aquí 
son  eras  olorosas  do  plantas,  y  en  Dios  son  su  justicia 
y  su  misericordia,  que  se  descubren  y  se  le  echan  más 
de  ver.  como  si  dijésemos,  en  el  uno  y  en  el  otro  lado 
del  rostro,  y  que  esparcen  su  olor  por  todas  las  co- 
sas? Que,  como  es  escrito  l:  «Todos  los  caminos  del 
»Señor  son  misericordia  y  verdad». 

Y  la  boca  y  los  labios,  que  son  en  Dios  los  avisos 
que  nos  da  y  las  Escrituras  santas  donde  nos  habla, 
ansí  como  en  este  cuerpo  son  violetas  y  mirra,  ansí  en 
Dios  tienen  mucho  de  encendido  y  de  amargo,  con  que 
encienden  á  la  virtud  y  amargan  y  amortiguan  el  vicio. 
Y  ni  más  ni  menos,  lo  que  en  Dios  son  las  manos,  que 
•son  el  poderío  suyo  para  obrar  y  las  obras  hechas  por 
él,  son  semejantes  á  las  de  este  cuerpo,  hechas  como 
rollos  de  oro  rematados  en  Társis;  esto  es,  son  per- 
fectas y  hermosas  y  todas  muy  buenas,  como  la  Escri- 
tura lo  dice  '2:  «Vio  Dios  todo  lo  que  hiciera,  y  todo 
»era  muy  bueno». 

Pues  para  las  entrañas  de  Dios  y  para  la  fecun- 
didad de  su  virtud,  que  es  como  el  vientre  donde 
iodo  se  engendra,  ¿qué  imagen  será  mejor  que  este 
vientre  blanco  y  como  hecho  de  marfil  y  adornado  de 
zafiros?  Y  las  piernas  del  mismo,  que  son  hermosas  y 
firmes,  como  mármoles  sobre  basas  de  oro,  clara  pin- 
tura sin  duda  son  de  la  firmeza  divina  no  mudable, 
que  es  como  aquello  en  que  Dios  estriba.  Es  también 
su  semblante  como  el  del  Líbano,  que  es  como  la  altu- 
ra de  la  naturaleza  divina,  llena  de  majestad  y  belleza. 


1  Psalm.  xxiv  10.  „        2  Genes.,  i,  31. 


56  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

Y  finalmente,  es  dulzuras  su  paladar,  y  deseos  todo  él; 
para  que  entendamos  del  todo  cuan  merecidamente 
este  cuerpo  es  llamado  imagen  y  faces  y  cara  de  Dios, 
el  cual  es  dulcísimo  y  amabilísimo  por  todas  partes, 
ansí  como  es  escrito  *:  «Gustad  y  ved  cuan  dulce  es 
»el  Señor;  y  cuan  grande  es,  Señor,  la  muchedumbre 
»de  tu  dulzura,  que  escondiste  para  los  que  te  aman». 

Pues  si  en  el  cuerpo  de  Cristo  se  descubre  y  reluce 
tanto  la  figura  divina,  ¿cuánto  más  expresa  imagen 
suya  será  su  santísima  alma?  La  cual  verdaderamente, 
ansí  por  la  perfección  de  su  naturaleza  como  por  los 
tesoros  de  sobrenaturales  riquezas  que  Dios  en  ella 
ayuntó,  se  asemeja  á  Dios  y  le  retrata  más  vecina  y 
acabadamente  que  otra  criatura  ninguna.  Y  después 
del  mundo  original,  que  es  el  Verbo,  el  mayor  mundo 
y  el  más  vecino  al  original  es  aquesta  divina  alma;  y 
1  mundo  visible,  comparado  con  ella,  es  pobreza  y 
pequenez;  porque  Dios  sabe  y  tiene  presente  delante 
de  los  ojos  de  su  conocimiento  todo  lo  que  es  y  puede 
ser;  y  el  alma  de  Cristo  ve  con  los  suyos  todo  lo  que 
fué,  es  y  será, 

En  el  saber  de  Dios  están  las  ideas  y  las  razones  de 
todo,  y  en  esta  alma  el  conocimiento  de  todas  las 
artes  y  ciencias.  Dios  es  fuente  de  todo  el  ser,  y  el 
alma  de  Cristo  de  todo  el  buen  ser,  quiero  decir,  de 
todos  los  bienes  de  gracia  y  justicia,  con  que  lo  que  es 
se  hace  justo  y  bueno  y  perfecto;  porque  de  la  gracia 
que  hay  en  Él  mana  toda  la  nuestra.  Y  no  sólo  es  gra- 
cioso en  los  ojos  de  Dios  para  sí,  sino  para  nosotros 
también.  Porque  tiene  justicia,  con  que  parece  en  el 
acatamiento  de  Dios,  amable  sobre  todas  las  criatu- 
ras; y  tiene  justicia  poderosa  para  hacerlas  amables  á 
todas,  infundiendo  en  sus  vasos  de  cada  una  algún 
efecto  de  aquella  su  grande  virtud,  como  es  escrito  -: 
«De  cuya  abundancia  recibimos  todos  gracia  por  gra- 
»cia»,  esto  es.  de  una  gracia  otra  gracia;  de  aquella 
gracia,  que  es  fuente,  otra  gracia  que  es  como  su  arro- 


1   Psalm.  xxxii!,  9,  et  Psalm.  xxi,  20,  2  Joan.,  i,  16. 


DE   LOS    NOMBRES   DE   CRISTO.  — LIBRO    PRIMERO  57 

yo;  y  de  aquel  dechado  de  gracia  que  está  en  él,  un 
traslado  de  gracia,  ó  una  otra  gracia  trasladada  que 
mora  en  los  justos. 

Y  finalmente,  Dios  cria  y  sustenta  al  universo  todo, 
y  le  guía  y  endereza  á  su  bien;  y  el  alma  de  Cristo 
recría  y  repara  y  defiende,  y  continuamente  va  alen- 
tando é  inspirando  para  lo  bueno  y  lo  justo,  cuanto  es 
de  su  parte,  á  todo  el  género  humano.  Dios  se  aína  á 
sí  y  se  conoce  infinitamente;  y  ella  le  ama  y  le  conoce 
con  un  conocimiento  y  amor  en  cierta  manera  infini- 
to. Dios  es  sapientísimo,  y  ella  de  inmenso  saber;  Dios 
poderoso,  y  ella  sobre  toda  fuerza  natural  poderosa.  Y 
como,  si  pusiésemos  muchos  espejos  en  diversas  dis- 
tancias delante  de  un  rostro  hermoso,  la  figura  y  fac- 
ciones de  él,  en  el  espejo  que  le  estuviese  más  cerca, 
se  demostraría  mejor;  ansí  esta  alma  santísima,  como 
está  junta,  y  si  lo  hemos  de  decir  ansí,  apegadísima 
por  unión  personal  al  Verbo-Divino,  recibe  sus  res- 
plandores en  sí  y  se  figura  de  ellos  más  vivamente  que 
otro  ninguno. 

Pero  vamos  más  adelante;  y  pues  hemos  dicho  del 
cuerpo  de  Cristo  y  de  su  alma  por  sí.  digamos  de  lo 
que  resulta  de  todo  junto,  y  busquemos  en  sus  incli- 
naciones y  condición  y  costumbres  estas  faces  é  ima- 
gen de  Dios. 

El  dice  de  sí  *  «que  es  manso  y  humilde,  y  nos 
«convida  á  que  aprendamos  á  serlo  de  Él».  Y  mucho 
antes  el  profeta  Isaías,  viéndolo  en  espíritu,  nos  le 
pintó  con  las  mismas  condiciones,  diciendo  a:  «No  dará 
«voces  ni  será  aceptador  de  personas,  y  su  voz  no  so- 
-nará  fuera.  A  la  caña  quebrantada  no  quebrará,  ni 
» sabrá  hacer  mal  ni  aun  á  una  poca  de  estopa,  que 
»echa  humo.  No  será  acedo  ni  revoltoso».  Y  no  se  ha 
de  entender  que  es  Cristo  manso  y  humilde  por  virtud 
de  la  gracia  que  tiene  solamente:  sino  ansí  como  por 
inclinación  natural  son  bien  inclinados  los  hombres, 
unos  á  una  virtud  y  otros  á  otra,  ansí  también  la  hu- 

1   Matth.,  xi,  29.  2   Isai.,  xlh,  2-4. 


58  FRAY    LUIS    DE    LEÓN 

manidad  de  Cristo,  de  su  natural  compostura,  es  de 
condición  llena  de  llaneza  y  mansedumbre. 

Pues  con  ser  Cristo,  ansí  por  la  gracia  que  tenía 
como  por  la  misma  disposición  de  su  naturaleza,  un 
dechado  de  perfecta  humildad;  por  otra  parte  tiene 
tanta  alteza  y  grandeza  de  ánimo,  que  cabe  en  él  sin 
desvanecerle  el  ser  Rey  de  los  hombres  y  Señor  de 
los  ángeles,  y  cabeza  y  gobernador  de  todas  las  cosas, 
y  el  ser  adorado  de  todas  ellas,  y  el  estar  á  la  diestra 
de  Dios  unido  con  él,  y  hecho  una  persona  con  él. 
Pues  ¿qué  es  esto,  sino  ser  faces  del  mismo   Dios"? 

El  cual  con  ser  tan  manso  como  la  enormidad  de 
nuestros  pecados  y  la  grandeza  de  los  perdones  suyos 
(y  no  sólo  de  los  perdones,  sino  de  las  maneras  que 
ha  usado^  para  nos  perdonar),  lo  testifican  y  enseñan; 
es  también  tan  alto  y  tan  grande  como  lo  pide  el  nom- 
bre de  Dios,  y  como  lo  dice  Job  por  galana  manera  h 
«Alturas  de  cielos,  ¿qué  harás?  Honduras  de  abismo, 
»¿cómo  le  entenderás?  Longura  más  que  tierra  medida 
»suya,  y  anchura  allende  del  mar».  Y  juntamente  con 
esta  inmensidad  de  grandeza  y  celsitud,  podemos  de- 
cir que  se  humilla  tanto  y  se  allana  con  sus  criaturas, 
que  tiene  cuenta  con  los  pajaricos  y  provee  á  las  hor- 
migas, y  pinta  las  flores,  y  desciende  hasta  lo  más  bajo 
del  centro  y  hasta  los  más  viles  gusanos.  Y,  lo  que  es 
más  claro  argumento  de  su  llana  bondad,  mantiene  y 
acaricia  á  los  pecadores,  y  los  alumbra  con  esta  luz 
hermosa  que  vemos;  y  estando  altísimo  en  sí,  se  abaja 
con  sus  criaturas;  y  como  dice  el  salmo  2:  «Estando 
en  el  cielo,  está  también  en  la  tierra». 

Pues  ¿qué  diré  del  amor  que  nos  tiene  Dios,  y  de  la 
caridad  para  con  nosotros  que  arde  en  el  aíma  de 
Cristo?  ¿De  lo  que  Dios  hace  por  los  hombres  y  de  lo 
que  la  humanidad  de  Cristo  ha  padecido  por  ellos? 
¿Cómo  los  podré  comparar  entre  sí,  ó  qué  podré  decir, 
cotejándolos,  que  más  verdadero  sea,  que  es  llamar  á 
esto  faces  é  imagen  de  aquéllo?  Cristo  nos  amó  has- 

1   Job,  xi,  8  y  9.  2  Psalm.  ci,  20. 


DE    LOS    NOMBRES   DE   CRISTO. — LIBRO    PRIMERO  59 

ta  darnos  su  vida;  y  Dios,  inducido  de  nuestro  amor, 
porque  no  puede  darnos  la  suya  danos  la  de  su  Hijo, 
Cristo.  Porque  no  padezcamos  infierno  y  porque  goce- 
mos nosotros  del  cielo,  padece  prisiones  y  azotes  y 
afrentosa  y  dolorosa  muerte.  Y  Dios,  por  el  mismo  fin, 
ya  que  no  era  posible  padecerla  en  su  misma  natura- 
leza, buscó  y  halló  orden  para  padecerla  por  su  misma 
persona.  Y  aquella  voluntad  ardiente  y  encendida,  que 
la  naturaleza  humana  de  Cristo  tuvo  de  morir  por  los 
hombres,  no  fué  sino  como  una  llama  que  se  prendió 
del  fuego  de  amor  y  deseo,  que  ardían  en  la  voluntad 
de  Dios,  de  hacerse  hombre  para  morir  por  ellos. 

Na  tiene  fin  este  cuento:  y  cuanto  más  desplego  las 
velas,  tanto  hallo  mayor  camino  que  andar;  y  se  me 
descubren  nuevos  mares  cuanto  más  navego;  y  cuanto 
más  considero  estas  faces,  tanto  por  más  partes  se  me 
descubren  en  ellas  el  ser  y  las  perfecciones  de  Dios. 

Mas  conviéneme  ya  recoger:  y  hacerlo  he  con  decir 
solamente  que,  ansí  como  Dios  es  trino  y  uno,  trino  en 
personas  y  uno  en  esencia,  ansí  Cristo  y  sus  fieles,  por 
representar  en  esto  también  á  Dios,  son  en  personas 
muchos  y  diferentes:  mas  (como  ya  comenzamos  á  de- 
cir, y  diremos  más  largamente  después),  en  espíritu  y 
en  una  unidad  secreta,  que  se  explica  mal  con  pala- 
bras y  que  se  entiende  bien  por  los  que  la  gustan,  son 
uno  mismo.  Y  dado  que  las  cualidades  de  gracia  y  de 
justicia  y  de  los  demás  dones  divinos,  que  están  en  los 
justos,  sean  en  razón  semejantes,  y  divididos  y  diferen- 
tes en  número;  pero  el  espíritu  que  vive  en  todos  ellos, 
ó  por  mejor  decir,  el  que  los  hace  vivir  vida  justa,  y  el 
que  los  alienta  y  menea,  y  el  que  despierta  y  pone  en 
obra  las  mismas  cualidades  y  dones  que  he  dicho,  es 
en  todos  uno  y  solo,  y  el  mismo  de  Cristo.  Y  ansí  vive 
en  los  suyos  El,  y  ellos  viven  por  El,  y  todos  en  El;  y 
son  uno  mismo  multiplicado  en  personas,  y  en  cuali- 
dad y  substancia  de  espíritu  simple  y  sencillo,  confor- 
me á  lo  que  pidió  á  su  Padre,  diciendo  *:  «Para  que 

1    Joan.,  xvii,  21. 


60  FRAY    LUIS    DE   LEÓN 

>sean  todos  una  cosa,  ansí  como  somos  una  cosa  nos- 
» otros». 

Dícese  también  Cristo  faces  de  Dios  porque,  como 
por  la  cara  se  conoce  uno,  ansí  Dios  por  medio  de 
Cristo  quiere  ser  conocido.  Y  el  que  sin  este  medio 
le  conoce,  no  le  conoce;  y  por  esto  dice  El  de  sí  mis- 
mo 1,  que  manifestó  el  nombre  de  su  Padre  á  los  hom- 
bres. Y  es  llamado  puerta  y  entrada  por  la  misma  ra- 
zón; porque  él  sólo  nos  guía  y  encamina  y  hace  entrar 
en  el  conocimiento  de  Dios  y  en  su  amor  verdadero.  Y 
baste  haber  dicho  hasta  aquí  de  lo  que  toca  á  este 
nombre. 

Y  dicho  esto,  Marcelo  calló;  y  Sabino  prosiguió 
luego. 

QAPÍTUjLO  V 

)Es  Cristo  llamado  Camino,  y  por  qué  se  le  atribuye  este 
nombre. 

Llámase  también  Camino  Cristo  en  la  sagrada  Es- 
critura. Él  mismo  se  llama  ansí  en  San  Juan,  en  el  ca- 
pítulo catorce:  «Yo,  dice,  soy  camino,  verdad  y  vida». 
Y  puede  pertenecer  á  esto  mismo  lo  que  dice  Isaías  en 
el  capítulo  treinta  y  cinco:  «Habrá  entonces  senda  y 
»camino,  y  será  llamado  camino  santo,  y  será  para 
»vosotros  camino  derecho».  Y  no  es  ajeno  de  ello  lo 
del  Salmo  quince:  «Hiciste  que  me  sean  manifiestos 
»los  caminos  de  vida».  Y  mucho  menos  lo  del  Salmo 
sesenta  y  seis:  «Para  que  conozcan  en  la  tierra  tu  ca- 
»mino»:  y  declara  luego  qué  camino:  «En  todas  las 
»gentes  tu  salud»,  que  es  nombre  de  Jesús. 

— No  será  necesario  (dijo  Marcelo  luego  que  Sabino 
hubo  leído  esto),  probar  que  Camino  es  nombre  de 
Cristo,  pues  Él  mismo  se  le  pone.  Mas  es  necesario 
ver  y  entender  la  razón  por  qué  se  le  pone,  y  lo  que 
nos  quiso  enseñar  á  nosotros  llamándose  á  sí  camino 
nuestro.  Y  aunque  esto  en  parte  está  ya  dicho,  por  el 

1    Joan.,  xvii,  6  9 


DE    LOS    NOMBRES    DE   CRISTO.  — LIBRO   PRIMERO  til 

parentesco  que  este  nombre  tiene  con  el  que  aca- 
bamos de  decir  agora  (porque  ser  faces  y  ser  cami- 
no en  una  cierta  razón  es  lo  mismo):  mas  porque, 
además  de  aquello,  encierra  este  nombre  otras  muchas 
consideraciones  en  sí,  será  conveniente  que  particu- 
larmente digamos  de  él. 

Pues  para  esto,  lo  primero  se  debe  advertir  que 
camino  en  la  sagrada  Escritura  se  toma  en  diversas 
maneras.  Que  algunas  veces  camino  en  ella  significa  la 
condición  y  el  ingenio  de  cada  uno,  y  su  inclinación  y 
manera  de  proceder,  y  lo  que  suelen  llamar  estilo  en 
romance,  ó  lo  que  llaman  humor  agora.  Conforme  á 
esto  es  lo  de  David  en  el  Salmo,  cuando  hablando  de 
Dios  dice  \  «Manifestó  á  Moisés  sus  caminos».  Porque 
los  caminos  de  Dios  que  llama  allí,  son  aquello  que  el 
mismo  Salmo  dice  luego,  que  es  lo  que  Dios  manifestó 
de  su  condición  en  el  Éxodo:  cuando  se  le  demostró 
en  el  monte  y  en  la  peña,  poniéndole  la  mano  en  los 
ojos  pasó  por  delante  de  El,  y  en  pasando  le  dijo  2:  «Yo 
»soy  amador  entrañable,  y  compasivo  mucho,  y  muy  su- 
»frido,  largo  en  misericordia  y  verdadero,  y  que  castigo 
»hasta  lo  cuarto  y  uso  de  piedad  hasta  lo  mil».  Ansí 
que  estas  buenas  condiciones  de  Dios  y  estas  entrañas 
suyas,  son  allí  sus  caminos. 

Camino  se  llama  en  otra  manera  la  profesión  de 
vivir  que  escoge  cada  uno  para  sí  mismo,  y  su  inten- 
to; y  aquello  que  pretende  ó  en  la  vida  ó  en  algún 
negocio  particular,  y  lo  que  se  pone  como  por  blanco. 
Y  en  esta  significación  dice  el  Salmo  3:  «Descubre  tu 
»camino  al  Señor,  y  El  lo  hará».  Que  es  decirnos 
David  que  pongamos  nuestros  intentos  y  pretensiones 
en  los  ojos  y  en  las  manos  de  Dios,  poniendo  en  su 
providencia  confiadamente  el  cuidado  de  ellos,  y  que 
con  esto  quedemos  seguros  de  El  que  los  tomará  á  su 
cargo,  y  les  dará  buen  suceso.  Y  si  los  ponemos  en  sus 
manos,  cosa  debida  es  que  sean  cuales  ellas  son;  esto 
es,  que  sean  de  cualidad  que  se  pueda  encargar  de 


1   Psalm.  cu,  7.        2   Eiod.,  xxxw,  6  y  7.        3  Psalm.  xxxvt,  5. 


62  FRAY  LUIS  DE   LEÓN 

ellos  Dios,  que  es  justicia  y  bondad.  Ansí  que,  de  una 
vez  y  por  unas  mismas  palabras,  nos  avisa  allí  de  dos 
cosas  el  Salmo.  Una,  que  no  pretendamos  negocios  ni 
prosigamos  intentos  en  que  no  se  pueda  pedir  la  ayuda 
de  Dios.  Otra,  que  después  de  ansí  apurados  y  justifi- 
cados, no  los  fiemos  de  nuestras  fuerzas,  sino  que  los 
echemos  en  las  suyas,  y  nos  remitamos  á  El  con  espe- 
ranza segura. 

La  obra  que  cada  uno  hace,  también  es  llamada 
camino  suyo.  En  los  Proverbios  dice  la  Sabiduría  de 
sí  *:  «El  Señor  me  crió  en  el  principio  de  sus  cami- 
»nos»;  esto  es,  soy  la  primera  cosa  que  procedió  de 
Dios.  Y  del  elefante  se  dice  en  el  libro  de  Job  2  que 
es  el  principio  de  los  caminos  de  Dios;  porque  entre 
las  obras  que  hizo  Dios  cuando  crió  los  animales,  es 
obra  muy  aventajada.  Y  en  el  Deuteronomio  dice 
Moisés  3  que  son  juicio  los  caminos  de  Dios;  querien- 
do decir  que  sus  obras  son  santas  y  justas. '  Y  el  justo 
desea  y  pide  en  el  Salmo  4  que  sus  caminos,  esto  es, 
sus  pasos  y  obras  se  enderecen  siempre  á  cumplir  lo 
que  Dios  le  manda  que  haga. 

Dícese,  más,  camino  el  precepto  y  la  ley.  Ansí  lo  usa 
David  5:  «Guardé  los  caminos  del  Señor  y  no  hice  cosa 
órnala  contra  mi  Dios».  Y  más  claro  en  otro  lugar  6: 
«Corrí  por  el  camino  de  tus  mandamientos,  cuando  en- 
»sanchaste  mi  corazón».  Por  manera  que  este  nombre  • 
camino,  demás  de  lo  que  significa  con  propiedad,  que 
es  aquello  por  donde  se  va  á  algún  lugar  sin  error, 
pasa  su  significación  á  otras  cuatro  cosas  por  semejan- 
za: á  la  inclinación,  á  la  profesión,  á  las  obras  de  cada 
uno,  á  la  ley  y  preceptos;  porque  cada  una  de  estas  co- 
sas encamina  al  hombre  á  algún  paradero,  y  el  hombre 
por  ellas,  como  por  camino,  se  endereza  á  algún  fin. 
Que  cierto  es  que  la  ley  guía,  y  las  obras  conducen,  y 
la  profesión  ordena,  y  la  inclinación  lleva  cada  cual  á 
su  cosa. 


1   Prov.  viii,  22.  2  Job,  xl,  14.  3   Deut.,  xxiii,  4. 

4  Psalm.  cxvni,  5.        5  Psalm.  xvir,  22.        6  Psalm.  cxviu,  32, 


DE    LOS    NOMBRES    DE   CRISTO. — LIBRO    PRIMERO  6$ 

Esto  ansí  presupuesto,  veamos  por  qué  razón  de  és- 
tas Cristo  es  dicho  camino;  ó  veamos  si  por  todas  ellas 
lo  es,  como  lo  es,  sin  duda,  por  todas.  Porque  cuanto 
á  la  propiedad  del  vocablo,  ansí  como  aquel  camino  (y 
señaló  Marcelo  con  el  dedo,  porque  se  parecía  de  allí), 
es  el  de  la  corte  porque  lleva  á  la  corte,  y  á  la  morada 
del  Rey  á  todos  los  que  enderezan  sus  pasos  por  él, 
ansí  Cristo  es  el  camino  del  cielo,  porque  si  no  es  po- 
niendo las  pisadas  en  él  y  siguiendo  su  huella,  ningu- 
no va  al  cielo.  Y  no  sólo  digo  que  hemos  de  poner  los 
pies  donde  él  puso  los  suyos,  y  que  nuestras  obras7 
que  son  nuestros  pasos,  han  de  seguir  á  las  obras  que 
él  hizo;  sino  que,  lo  que  es  propio  al  camino,  nuestras 
obras  han  de  ir  andando  sobre  él,  porque  si  salen  de 
él  van  perdidas.  Que  cierto  es  que  el  paso  y  la  obra 
que  en  Cristo  no  estriba  y  cuyo  fundamento  no  es  él, 
no  se  adelanta  ni  se  allega  hacia  el  cielo.  Muchos  de 
los  que  vivieron  sin  Cristo  abrazaron  la  pobreza  y 
amaron  la  castidad  y  siguieron  la  justicia,  modestia  y 
templanza;  por  manera  que  quien  no  lo  mirara  de  cer- 
ca, juzgara  que  iban  por  donde  Cristo  fué  y  que  se  pa- 
recían á  él  en  los  pasos;  mas  como  no  estribaban  en 
él,  no  siguieron  camino  ni  llegaron  al  cielo.  La  oveja 
perdida,  que  fueron  los  hombres,  el  pastor  que  la  halló, 
como  se  dice  en  San  Lucas,  no  la  trajo  al  rebaño  por 
sus  pies  de  ella  ni  guiándola  delante  de  sí;  sino  sobre 
sí  y  sobre  sus  hombros.  Porque  si  no  es  sobre  El,  no 
podemos  andar,  digo,  no  será  de  provecho  para  ir  al 
cielo  lo  que  sobre  otro  suelo  anduviéremos. 

¿No  habéis  visto  algunas  madres,  Sabino,  que  te- 
niendo con  sus  dos  manos  las  dos  de  sus  niños,  hacen 
que  sobre  sus  pies  de  ellas  pongan  ellos  sus  pies,  y 
ansí  los  van  allegando  á  sí  y  los  abrazan,  y  son  junta- 
mente su  suelo  y  su  guía?  ¡Oh  piedad  la  de  Dios!  Esta 
misma  forma  guardáis,  Señor,  con  nuestra  flaqueza  y 
niñez.  Vos  nos  dais  la  mano  de  vuestro  favor.  Vos  ha- 
céis que  pongamos  en  vuestros  bien  guiados  pasos  los 
nuestros.  Vos  hacéis  que  subamos.  Vos  que  nos  ade- 
lantemos. Vos  sustentáis  nuestras  pisadas  siempre  en 


64  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

vos  mismo,  hasta  que  avecinados  á  vos,  en  la  manera 
de  vecindad  que  os  contenta,  con  nudo  estrecho  nos 
ayuntáis  en  el  cielo. 

Y  porque,  Juliano,  los  caminos  son  en  diferentes  ma- 
neras, que  unos  son  llanos  y  abiertos  y  otros  estrechos 
v  de  cuesta,  y  unos  más  largos,  y  otros  que  son  como 
sendas  de  atajo;  Cristo,  verdadero  camino  y  universal, 
cuanto  es  de  su  parte,  contiene  todas  estas  diferencias 
en  sí;  que  tiene  llanezas  abiertas  y  sin  dificultad  de 
tropiezos,  por  donde  caminan  descansadamente  los 
flacos,  y  tiene  sendas  más  estrechas  y  altas  para  los 
que  son  de  más  fuerza,  y  tiene  rodeos  para  unos,  por- 
que ansí  les  conviene,  y  ni  más  ni  menos  por  donde 
atajen  y  abrevien  los  que  se  quisieren  apresurar.  Mas 
veamos  lo  que  escribe  de  este  nuestro  camino  Isaías  h 
«Y  habrá  allí  senda  y  camino,  y  será  llamado  camino 
»santo.  No  caminará  por  él  persona  no  limpia,  y  será 
«derecho  este  camino  para  vosotros;  los  ignorantes  en 
»él  no  se  perderán.  No  habrá  león  en  él,  ni  bestia  fiera, 
»ni  subirá  por  él  ninguna  mala  alimaña.  Caminarle 
»han  los  librados,  y  los  redimidos  por  el  Señor  volve- 
rán, y  vendrán  á  Sión  con.  loores  y  gozo  sobre  sus  ca- 
»bezas  sin  fin.  Ellos  asirán  del  gozo  y  de  la  alegría,  y 
»el  dolor  y  el  gemido  huirá  de  ellos». 

Lo  que  dice  senda,  la  palabra  original  significa  todo 
aquello  que  es  paso,  por  donde  se  va  de  una  cosa  á 
otra;  pero  no  como  quiera  paso,  sino  paso  algo  más 
levantado  que  lo  demás  del  suelo  que  le  está  vecino, 
y  paso  llano,  ó  porque  está  enlosado  ó  porque  está 
iimpio  de  piedras  y  libre  de  tropiezos.  Y  conforme  á 
esto,  unas  veces  significa  esta  palabra  las  gradas  de 
piedra  por  donde  se  sube,  y  otras  la  calzada  empedra- 
da y  levantada  del  suelo,  y  otras  la  senda  que  se  ve  ir 
limpia  en  la  cuesta,  dando  vueltas  desde  la  raíz  á  la 
cumbre.  Y  todo  ello  dice  con  Cristo  muy  bien,  porque 
es  calzada  y  sendero,  y  escalón  llano  y  firme.  Que  es 
decir  que  tiene  dos  cualidades  este  camino,  la  una  de 

1    Isai.,  jix',  8-10. 


DE   LOS   NOMBRES   DE    CRISTO.— LIBRO   PRIMERO  65 

alteza  y  la  otra  de  desembarazo,  las  cuales  son  propias 
ansí  á  lo  que  llamamos  gradas  como  á  lo  que  decimos 
sendero  ó  calzada.  Porque  es  verdad  que  todos  los  que 
caminan  por  Cristo  van  altos  y  van  sin  tropiezos.  Van 
altos,  lo  uno  porque  suben;  suben,  digo,  porque  su  ca- 
minar es  propiamente  subir;  porque  la  virtud  cristiana 
siempre  es  mejoramiento  y  adelantamiento  del  alma. 
Y  ansí,  los  que  andan  y  se  ejercitan  en  ella  forzosa- 
mente crecen,  y  el  andar  mismo  es  hacerse  de  conti- 
nuo mayores;  al  revés  de  los  que  siguen  la  vereda  del 
vicio,  que  siempre  descienden,  porque  el  ser  vicioso 
efe  deshacerse  y  venir  á  menos  de  lo  que  es;  y  cuanto 
va  más,  tanto  más  se  menoscaba  y  disminuye,  y  viene 
por  sus  pasos  contados,  primero  á  ser  bruto,  y  después 
á  menos  que  bruto,  y  finalmente  á  ser  casi  nada. 

Los  hijos  de  Israel,  cuyos  pasos  desde  Egipto  hasta 
Judea  fueron  imagen  de  esto,  siempre  fueron  subiendo 
por  razón  del  sitio  y  disposición  de  la  tierra.  Y  en  el 
templo  antiguo,  que  también  fué  figura,  por  ninguna 
parte  se  podía  entrar  sin  subir.  Y  ansí  el  Sabio,  aun- 
que por  semejanza  de  resplandor  y  de  luz,  dice  lo  mis- 
mo ansí  de  los  que  caminan  por  Cristo  como  de  los 
que  no  quieren  seguirle.  De  los  unos  dice  1 :  «La  sen- 
ada de  los  justos,  como  luz  que  resplandece,  y  crece 
»y  va  á  adelante  hasta  que  sube  á  ser  día  perfecto». 
De  los  otros,  en  un  particular  que  los  comprende:  «Des- 
atiende, dice,  á  la  muerte  su  casa,  y  á  los  abismos  sus 
^sendas».  Pues  esto  es  lo  uno;  lo  otro,  van  altos  por- 
que van  siempre  lejos  del  suelo,  que  es  lo  más  bajo.  Y 
van  lejos  de  él,  porque  lo  que  el  suelo  ama,  ellos  lo 
aborrecen;  lo  que  sigue  huyen,  y  lo  que  estima  despre- 
cian. Y  lo  último,  van  ansí  porque  huellan  sobre  lo 
que  el  juicio  de  los  hombres  tiene  puesto  en  la  cum- 
bre, las  riquezas,  los  deleites,  las  honras.  Y  esto  cuan- 
to á  la  primera  cualidad  de  la  alteza. 

Y  lo  mismo  se  ve  en  la  segunda,  de  llaneza  y  de  ca- 
recer de  tropiezos.  Porque  el  que  endereza  sus  pasos 

1    Prov.,  iv,  1819. 


60  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

conforme  á  Cristo  no  se  encuentra  con  nadie;  á  todos 
les  da  ventaja;  no  se  opone  á  sus  pretensiones,  no  les 
contramina  sus  designios,  sufre  sus  iras,  sus  injurias,, 
sus  violencias;  y  si  le  maltratan  y  despojan  los  otros, 
no  se  tiene  por  despojado,  sino  por  desembarazado  y 
más  suelto  para  seguir  su  viaje.  Como  al  revés,  hallan 
los  que  otro  camino  llevan,  á  cada  paso  innumerables 
estorbos  porque  pretenden  otros  los  que  ellos  preten- 
den, y  caminan  todos  á  un  fin,  y  á  fin  en  que  los  unos 
á  los  otros  se  estorban;  y  ansí  se  ofenden  cada  momento 
y  tropiezan  entre  sí  mismos  y  caen,  y  paran,  y  vuel- 
ven atrás  desesperados  de  llegar  adonde  iban.  Mas  en 
Cristo,  como  hemos  dicho,  no  se  halla  tropiezo,  por- 
que es  como  camino  real  en  que  todos  los  que  quieren 
caben  sin  embarazarse. 

Y  no  solamente  es  Cristo  grada  y  calzada  y  sende- 
ro por  estas  dos  cualidades  dichas,  que  son  comunes 
á  todas  estas  tres  cosas,  sino  también  por  lo  propio  de 
cada  una  de  ellas  comunican  su  nombre  con  él;  por- 
que es  grada  para  la  entrada  del  templo  del.  cielo  y 
sendero  que  guía  sin  error  á  lo  alto  del  monte  ^adonde 
la  virtud  hace  vida,  y  calzada  enjuta  y  firme,  en  quien 
nunca  ó  el  paso  engaña  ó  desliza  ó  titubea  el  pie.  Que 
los  otros  caminos  más.  verdaderamente  son  deslizade- 
ros ó  despeñaderos,  que  cuando  menos  se  piensa,  ó  es- 
tán cortados,  ó  debajo  de  los  pies  se  sumen  ellos  y 
echa  en  vacío  el  pie  el  miserable  que  caminaba  seguro. 

Y  ansí,  Salomón  dice:  «El  camino  dejos  malos,  ba- 
rranco y  abertura  honda».  ¿Cuántos  en  las  riquezas  y 
por  las  riquezas,  que  buscaron  y  hallaron,  perdieron 
la  vida?  ¿Cuántos  caminando  á  la  honra  hallaron  su 
afrenta?  Pues  del  deleite  ¿qué  podemos  decir,  sino.que 
su  remate  es  dolor?  Pues  no  desliza  ansí  ni  hunde  Ios- 
pasos  el  que  nuestro  camino  sigue,  porque  los  pone  en 
piedra  firme  de  continuo.  Y  por  eso  dice  David 1 :  «Está 
»la  ley  de  Dios  en  su  corazón;  no  padecerán  .engaños 
»sus  pasos».  Y  Salomón  2:  «El   camino  de  los  malos, 


1   Psalm.,  rxxvi,31.  2  Prov.,  xv,  19 


DE    LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO    PRIMERO  67 

»como  valladar  de  zarzas;  la  senda  del  justo  sin  cosa 
»que  le  ofenda». 

Pero  añade  Isaías  h  «Senda  y  camino,  y  será  11a- 
»mado  santo».  En  el  original  la  palabra  camino  se 
repite  tres  veces,  en  esta  manera:  «Y  será  camino. 
»y  camino,  y  camino  llamado  santo»;  porque  Cristo  es 
camino  para  todo  género  de  gente.  Y  todos  elíos,  los 
que  caminan  en  él,  se  reducen  á  tres:  á  principiantes, 
que  llaman,  en  la  virtud;  á  aprovechados  en  ella;  á  los 
que  nombran  perfectos.  De  los  cuales  tres  órdenes  se 
compone  todo  lo  escogido  de  la  Iglesia;  ansí  como  su 
imagen,  el  templo  antiguo,  se  componía  de  tres  partes, 
portal  y  palacio  y  sagrario;  y  como  los  aposentos  que 
estaban  apegados  á  él  y  le  cercaban  á  la  redonda  por 
los  dos  lados  y  por  las  espaldas  se  repartían  en  tres 
diferencias,  que  unos  eran  piezas  bajas,  otros  entre- 
suelos y  otros  sobrados.  Es,  pues,  Cristo  tres  veces  ca- 
mino; porque  es  calzada  allanada  y  abierta  para  los 
imperfectos,  y  camino  para  los  que  tienen  más  fuerza, 
y  camino  santo  para  los  que  son  ya  perfectos  en  él. 

Dice  más:  «No  pasará  por  él  persona  no  limpia»; 
porque,  aunque  en  la  Iglesia  de  Cristo  y  en  su  cuerpo 
místico  hay  muchas  no  limpias,  mas  los  que  pasan  por 
él  todos  son  limpios,  quiero  decir  que  el  andar  en  él 
siempre  es  limpieza;  porque  los  pasos  que  no  son  lim- 
pios no  son  pasos  hechos  sobre  este  camino.  Y  son 
limpios  también  todos  los  que  pasan  por  él,  no  todos 
los  que  comienzan  en  él;  sino  todos  los  que  comien- 
zan, y  demedian,  y  pasan  hasta  llegar  al  fin;  porque  el 
no  ser  limpio,  es  parar  ó  volver  atrás  ó  salir  del  cami- 
no. Y  ansí,  el  que  no  parare,  sino  pasare  como  dicho  es, 
forzosamente  ha  de  ser  limpio. 

Y  parece  aún  más  claro  de  lo  que  se  sigue:  «Y  será 
»camino  derecho  para  vosotros».  Adonde  el  original 
dice  puntualmente:  «Y  El  les  andará  el  camino,  ó  El  a 
»ellos  les  es  el  camino  que  andan».  Por  manera  que 
Cristo  es  el  camino  nuestro,  y  el  que  anda  también  el 

1   Isai.,  ixit,  8. 


68  FRAY    LUIá    DE    LFÓN 

camino:  porque  anda  él  andando  nosotros,  ó  por  mejor 
decírTandamos  nosotros  porque  anda  él  y  porque  su 
movimiento  nos  mueve.  Y  ansí  él  mismo  es  el  camino 
que  andamos  y  el  que  anda  con  nosotros,  y  el  que  nos 
incita  para  que  andemos.  Pues  cierto  es  que  Cristo  no 
liará  compañía  á  lo  que  no  fuere  limpieza.  Ansí  que. 
no  camina  aquí  lo  sucio  ni  se  adelanta  lo  que  es  peca- 
dor, porque  ninguno  camina  aquí  si  Cristo  no  camina 
con  él.  Y  de  esto  mismo  nace  lo  que  viene  luego.  «Ni 
*los  ignorantes  se  perderán  en  él».  Porque  ¿quién  se 
perderá  con  tal  guía?  ¡Mas  qué  bien  dice  los  ignoran- 
tes! Porque  los  sabios,  confiados  de  sí  y  que  presumen 
valerse  y  abrir  camino  por  sí,  fácilmente  se  pierden: 
antes  de  necesidad  se  pierden  si  confían  en  sí.  Mayor- 
mente que  si  Cristo  es  El  mismo  guía  y  camino,  bien 
se  convence  que  es  camino  claro  y  sin  vueltas,  y  que 
nadie  lo  pierde  si  no  lo  quiere  perder  de  propósito. 
«Esta  es  la  voluntad  de  mi  Padre,  dice  El  mismo1,  que 
»no  pierda  ninguno  de  los  que  me  dio,  sino  que  los 
»traiga  á  vida  en  el  día  postrero». 

Y  sin  duda,  Juliano,  no  hay  cosa  más  clara  á  los 
ojos  de  la  razón,  ni  más  libre  de  engaño  que  el  cami- 
no de  Dios.  Bien  lo  dice  David  2:  «Los  mandamientos 
>del  Señor,  que  son  sus  caminos,  lucidos  y  que  dan 
»luz  á  los  ojos.  Los  juicios  suyos  verdaderos  y  que  se 
^abonan  á  sí  mismos».  Pero  ya  que  el  camino  carece 
de  error,  ¿hácenlo  por  ventura  peligroso  las  fieras,  ó 
saltean  en  él?  Quien  lo  allana  y  endereza,  ese  también 
lo  asegura;  y  ansí,  añade  el  Profeta:  «No  habrá  león  en 
»él,  ni  andará  por  él  bestia  fiera>.  Y  no  dice  andará. 
sino  subirá;  porque  si,  ó  la  fiereza  de  la  pasión,  ó  el 
demonio,  león  enemigo,  acomete  á  los  que  caminan 
aquí,  si  ellos  perseveran  en  el  camino,  nunca  los  sobre- 
puja ni  viene  á  ser  superior  suyo,  antes  queda  siempre 
caído  y  bajo.  Pues  si  estos  no,  ¿quién  andará?  «Y  anda- 
rán, dice,  en  él  los  redimidos».  Porque  primero  es 
ser  redimidos  que  caminantes;  primero  es  que  Cristo, 


1   Joan,  vi,  39.  2   Psalm.  xvm,  9  et  10. 


DE   LOS    NOMBRES    DE   CRISTO. — LIBRO    PRIMERO  69 

por  su  gracia  y  por  la  justicia  que  pone  en  ellos,  los 
libre  de  la  culpa  á  quien  servían  cautivos,  y  les  desale 
las  prisiones  con  que  estaban  atados;  y  después  es  que 
comiencen  á  andar.  Que  no  somos  redimidos  por  ha- 
ber caminado  primero,  ni  por  los  buenos  pasos  que  di- 
mos, ni  venimos  á  la  justicia  por  nuestros  pies  *:  «No 
»por  las  obras  justas  que  hicimos,  dice,  sino  según  su 
¡•misericordia  nos  hizo  salvos».  Ansí  que,  no  nace 
nuestra  redención  de  nuestro  camino  y  merecimiento: 
sino  redimidos  una  vez,  podemos  caminar  y  merecer 
después,  alentados  con  la  virtud  de  aquel  bien. 

Y  es  en  tanto  verdad  que  solos  los  redimidos  y  li- 
bertados caminan  aquí,  y  que  primero  que  caminan 
son  libres,  que  ni  los  que  son  libres  y  justos  caminan 
ni  se  adelantan,  sino  con  solos  aquellos  pasos  quedan 
como  justos  y  libres;  porque  la  redención  y  la  justicia 
y  el  espíritu  que  la  hace,  encerrado  en  el  nuestro,  y  el 
movimiento  suyo  y  las  obras  que  de  este  movimiento 
y  conforme  á  este  movimiento  hacemos,  son  para  este 
camino  los  pies,  pues  han  de  ser  redimidos.  Mas  ¿por 
quién  redimidos?  La  palabra  original  lo  descubre;  por- 
que significa  aquello  á  quien  otro  alguno  por  vía  de 
parentesco  y  de  deudo  lo  rescata,  y  como  solemos  de- 
cir, lo  saca  por  el  tanto.  De  manera  que.  si  no  cami- 
nan aquí  sino  aquellos  á  quien  redime  su  deudo,  y  poF 
vía  de  deudo,  clara  cosa  será  que  solamente  caminan 
los  redimidos  por  Cristo,  el  cual  es  deudo  nuestro  por 
parte  de  la  naturaleza  nuestra,  de  que  se  vistió;  y  nos 
redime  por  serlo.  Porque  como  hombre  padeció  pol- 
los hombres,  y  como  hermano  y  cabeza  de  ellos  pagó, 
según  todo  derecho,  lo  que  ellos  debían;  y  nos  rescató 
para  sí,  como  cosa  que  le  pertenecíamos  por  sangre  y 
linaje,  como  se  dirá  en  su  lugar. 

Añade:  «Y  los  redimidos  por  el  Señor  volverán  á  an- 
»dar  por  él».  Esto  toca  propiamente  á  los  del  pueblo 
judaico,  que  en  el  fin  de  los  tiempos  se  han  de  redu- 
cir á  la  Iglesia;  y  reducidos,  comenzarán  á  caminar  por 

1   Ad.  Tit  ,  ni,  5¿ 


70  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

este  nuestro  camino  con  pasos  |largos,  confesándole 
por  Mesías.  Porque,  dice,  tornarán  á  este  camino,  en 
el  cual  anduvieron  verdaderamente  primero,  cuando 
sirvieron  á  Dios  en  la  fe  de  su  venida  que  esperaban; 
y  le  agradaron,  y  después  se  salieron  de  él,  y  no  lo 
quisieron  conocer  cuando  lo  vieron,  y  ansí  agora  no 
andan  en  él;  mas  está  profetizado  que  han  de  tornar.  Y 
por  eso  dice  que  volverán  otra  vez  al  camino  los  que  el 
Señor  redimió.  Y  tiene  cada  una  de  estas  palabras  su 
particular  razón,  que  demuestra  ser  así  lo  que  digo. 
Porque  lo  primero  en  el  original,  en  lugar  de  lo  que 
decimos  Señor,  está  el  nombre  de  Dios  propio,  el  cual 
tiene  particular  significación  de  una  entrañable  piedad 
y  misericordia.  Y  lo  segundo,  lo  que  decimos  redimi- 
dos, al  pie  de  la  letra  suena  redenciones  ó  rescates: 
en  manera  que  dice  que  los  rescates  ó  redenciones  del 
piadosísimo  tornarán  á  volver.  Y  llama  rescates  ó  re- 
denciones á  los  de  este  linaje,  porque  no  los  rescató 
una  sola  vez  de  sus  enemigos,  sino  muchas  veces  y  en 
muchas  maneras,  como  las  sagradas  Letras  lo  dicen. 

Y  llámase  en  este  particular  misericordiosísimo  á 
sí  mismo;  lo  uno,  porque  aunque  lo  es  siempre  con 
todos,  mas  es  cosa  que  admira  el  extremo  de  regalo  y 
de  amor  con  que  trató  Dios  á  aquel  pueblo,  desmere- 
ciéndolo él.  Lo  otro  porque  teniéndole  tan  desechado 
agora  y  tan  apartado  de  sí,  y  desechado  y  apartado 
con  tan  justa  razón,  como  á  infiel  y  homicida;  y  pa- 
reciendo que  no  se  acuerda  ya  de  él,  por  haber  pa- 
sado tantos  siglos  que  le  dura  el  enojo;  después  de 
tanto  olvido  y  de  tan  luengo  desecho,  querer  tornar- 
le á  su  gracia,  y  de  hecho  tornarle,  señal  manifiesta 
es  de  que  su  amor  para  con  él  es  entrañable  y  gran- 
dísimo; pues  no  lo  acaban  ni  las  vueltas  del  tiempo 
tan  largas,  ni  los  enojos  tan  encendidos,  ni  las  cau- 
sas de  ellos  tan  repetidas  y  tan  justas.  Y  señal  cierta 
es  que  tiene  en  el  pecho  de  Dios  muy  hondas  raíces 
este  querer,  pues  cortado  y  al  parecer  seco,  torna  á 
brotar  con  tanta  fuerza.  De  arte,  que  Isaías  llama  res- 
cates á  los  judíos,  y  á  Dios  le  llama  piadoso;   porque 


DE    LOS   NOMBRES   DE   CRISTO. — LIBRO    PRIMERO  71 

sola  su  no  vencida  piedad  para  con  ellos,  después  de 
tantos  rescates  de  Dios,  y  de  tantas  y  tan  malas  pagas 
de  ellos,  los  tornará  últimamente  á  librar;  y  libres  y 
ayuntados  á  los  demás  libertados  que  están  agora  en 
la  Iglesia,  los  pondrá  en  el  camino  de  ella  y  los  guiará 
derechamente  por  él. 

Mas  ¡qué  dichosa  suerte  y  qué  gozoso  y  bienaven- 
turado viaje,  adonde  el  camino  es  Cristo,  y  la  guía  de 
él  es  El  mismo,  y  la  guarda  y  la  seguridad  ni  más  ni 
menos  es  El,  y  adonde  los  que  van  por  él  son  sus 
hechuras  y  rescatados  suyos!  Y  ansí,  todos  ellos  son 
nobles  y  libres;  libres,  digo,  de  los  demonios  y  resca- 
tados de  la  culpa,  y  favorecidos  contra  sus  reliquias, 
y  defendidos  de  cualesquier  acontecimientos  malos,  y 
alentados  al  bien  con  prendas  y  gustos  de  él;  y  llama- 
dos á  premios  tan  ricos,  que  la  esperanza  sola  de  ellos 
los  hace  bienandantes  en  cierta  manera.  Y  ansí  conclu- 
ye, diciendo:  «Y  vendrán  á  Sión  con  loores  y  alegría 
»no  perecedera  en  sus  cabezas;  asirán  del  gozo,  y  asi- 
»rán  del  placer,  y  huirá  de  ellos  el  gemido  y  dolor». 

Y  por  esta  manera  es  llamado  camino  Cristo,  según 
aquello  que  con  propiedad  significa;  y  no  menos  lo  es 
según  aquellas  cosas  que  por  semejanza  son  llamadas 
ansí.  Porque  si  el  camino  de  cada  uno  son,  como  decía- 
mos, las  inclinaciones  que  tiene,  y  aquello  á  que  le 
lleva  su  juicio  y  su  gusto,  Cristo  con  gran  verdad  es 
camino  de  Dios;  porque  es,  como  poco  antes  dijimos, 
imagen  viva  suya  y  retrato  verdadero  de  sus  inclina- 
ciones y  condiciones,  todas;  ó  por  decirlo  mejor,  es 
como  una  ejecución  y  un  poner  por  obra  todo  aque- 
llo que  á  Dios  le  place  y  agrada  más.  Y  si  es  camino 
el  fin,  y  el  propósito  que  se  pone  cada  uno  á  sí  mismo 
para  enderezar  sus  obras,  camino  es  sin  duda  Cristo 
de  Dios;  pues,  como  decíamos  hoy  al  principio,  des- 
pués de  sí  mismo,  Cristo  es  el  fin  principal  á  quien 
Dios  mira  en  todo  cuanto  produce. 

Y  finalmente,  ¿cómo  no  será  Cristo  camino,  si  se 
llama  camino  todo  lo  que  es  ley,  regla  y  mandamiento 
que  ordena  y  endereza  la  vida,  pues  es  Él  sólo  la  ley? 


72  FRAY    LUIS    DE    LEÓN 

Porque  no  solamente  dice  lo  que  hemos  de  obrar, 
mas  obra  lo  que  nos  dice  que  obremos,  y  nos  da  fuer- 
zas para  que  obremos  lo  que  nos  dice.  Y  ansí  no  man- 
da solamente  á  la  razón,  sino  hace  en  la  voluntad  ley 
de  lo  que  manda,  y  se  lanza  en  ella;  y  lanzado  allí,  es  su 
bien  y  su  ley.  Mas  no  digamos  agora  de  esto,  porque 
tiene  su  propio  lugar  adonde  después  lo  diremos. 

Y  dicho  esto,  calló  Marcelo;  y  Sabino  abrió  su  papeL 
Y  dijo. 


CAPÍTULO  VI 

Llámase  Cristo  Pastor;  por  qué  le  conviene  este  nombre,  y  cuál 
es  el  oficio   de  pastor. 

Llámase  también  Cristo  Pastor.  El  mismo  dice  en 
San  Juan:  «Yo  soy  buen  pastor».  Y  en  la  epístola  á  los 
hebreos  dice  San  Pablo  de  Dios:  «Que  resucitó  á  Jesús, 
«Pastor  grande  de  ovejas».  Y  San  Pedro  dice  del  mis- 
mo: «Cuando  apareciere  el  Príncipe  de  los  Pastores». 
Y  por  los  profetas  es  llamado  de  la  misma  manera. 
Por  Isaías  en  el  capítulo  cuarenta;  por  Ezequiel  en  el 
capítulo  treinta  y  cuatro;  por  Zacarías  en  el  capítulo 
once. 

Y  Marcelo  dijo  luego: 

— Lo  que  dije  en  el  nombre  pasado,  puedo  también 
decir  en  éste:  que  es  excusado  probar  que  es  nom- 
bre de  Cristo,  pues  Él  mismo  se  le  pone.  Mas,  como 
esto  es  fácil,  ansí  es  negocio  de  mucha  consideración 
el  traer  á  luz  todas  las  causas  por  qué  se  pone  este 
nombre.  Porque  en  esto  que  llamamos  Pastor  se  pue- 
den considerar  muchas  cosas;  unas  que  miran  propia- 
mente á  su  oficio,  y  otras  que  pertenecen  á  las  condi- 
ciones de  su  persona  y  su  vida.  Porque  lo  primero. 
la  vida  pastoril  es  vida  sosegada  y  apartada  de  los 
ruidos  de  las  ciudades,  y  de  los  vicios  y  deleites  de 
ellas.  Es  inocente  ansí  por  esto,  como  por  parte  de  el 
trato  y  granjeria  en  que  se  emplea.  Tiene  sus  deleites, 
y  tanto  mayores  cuanto  nacen  de  cosas  más  sencillas 


DE  LOS   NOMBRES    DE    CRISTO.— LIBRO    PRIMERO  73 

y  más  puras  y  más  naturales:  de  la  vista  del  cielo  li- 
bre, de  la  pureza  del  aire,  de  la  figura  del  campo,  del 
verdor  de  las  yerbas,  y  de  la  belleza  de  las  rosas  y  de 
las  flores.  Las  aves  con  su  canto  y  las  aguas  con  su 
frescura  le  deleitan  y  sirven.  Y  ansí,  por  esta  razón, 
es  vivienda  muy  natural  y  muy  antigua  entre  los  hom- 
bres, que  luego  en  los  primeros  de  ellos  hubo  pas- 
tores; y  es  muy  usada  por  los  mejores  hombres  que  lia 
habido,  que  Jacob  y  los  doce  patriarcas  la  siguieron,  y 
David  fué  pastor:  y  es  muy  alabada  de  todos,  que, 
como  sabéis,  no  hay  poeta,  Sabino,  que  no  la  cante  v 
alabe. 

La  espesura 

del  bjsque  moró  Apolo:  ¿qué  huyes  ciego? 

Y  el  Páns  en  el  bosque  halló  ventura. 

Palas  more  sus  techos  suntuosos; 

nosotros  por  los  bosques  deleitosos,  i 

Y  en  la  Egl.  x,  v.  17: 

No  juzgues  que  el  ganado  no  te  es  diño, 
pues  fué  de  bello  Adoni  apacentado 
por  prados  y  riberas  el  ganado. 

— Guando  ninguno  la  loara,  dijo  Sabino  entonces. 
basta  para  quedar  muy  loada  lo  que  dice  de  ella  el  Poe- 
ta latino,  que  en  todo  lo  que  dijo  venció  á  los  demás,  y 
en  aquello  parece  que  vence  á  sí  mismo;  tanto  son  es- 
cogidos y  elegantes  los  versos  con  que  lo  dice.  Mas, 
porque,  Marcelo,  decís  de  lo  que  es  ser  Pastor,  y  del 
caso  que  de  los  pastores  la  poesía  hace,  mucho  es  de 
maravillar  con  qué  juicio  los  poetas,  siempre  que  qui- 
sieron decir  algunos  accidentes  de  amor,  los  pusieron 
en  los  pastores,  y  usaron,  más  que  de  otros,  de  sus 
personas  para  representar  esta  pasión  en  ellas;  que 
ansí  lo  hizo  Teócrito  y  Virgilio.  Y  ¿quién  no  lo  hizo, 
pues  el  mismo  Espíritu-Santo,  en  el  libro  de  los  Can- 
tares, tomó  dos  personas  de  pastores,  para  por  sus 
figuras  de  ellos  y  por  su  boca  hacer  representación  del 


1   Virgilio,  Eccl.  11,  v.  59;  traducido  por  nuestro  autor.  „ 


74  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

increíble  amor  que  nos  tiene?  Y  parece,  por  otra  par- 
te, que  son  personas  no  convenientes  para  esta  repre- 
sentación los  pastores,   porque  son  toscos  y  rústicos. 

Y  no  parece  que  se  conforman  ni  que  caben  las  fine- 
sas que  hay  en  el  amor,  y  lo  muy  propio  y  grave  de  él 
•con  lo  tosco  y  villano. 

— Verdad  es,  Sabino,  respondió  Marcelo,  que  usan 
los  poetas  de  lo  pastoril  para  decir  del  amor;  mas  no 
tenéis  razón  en  pensar  que  para  decir  de  él  hay  per- 
sonas más  á  propósito  que  los  pastores,  ni  en  quien 
se  represente  mejor.  Porque  puede  ser  que  en  las  ciu- 
dades se  sepa  mejor  hablar;  pero  la  fineza  del  sentir 
es  del  campo  y  de  la  soledad. 

Y  á  la  verdad,  los  poetas  antiguos,  y  cuanto  más  an- 
tiguos tanto  con  mayor  cuidado,  atendieron  mucho  á 
huir  de  lo  lascivo  y  artificioso,  de  que  está  lleno  el 
amor  que  en  las  ciudades  se  cría,  que  tiene  poco  de 
verdad,  y  mucho  de  arte  y  de  torpeza.  Mas  el  pastoril, 
como  tienen  los  pastores  los  ánimos  sencillos  y  no 
contaminados  con  vicios,  es  puro  y  ordenado  á  buen 
fin;  y  como  gozan  del  sosiego  y  libertad  de  negocios 
que  les  ofrece  la  vida  sola  del  campo,  no  habiendo  en 
él  cosa  que  los  divierta,  es  muy  vivo  y  agudo.  Y  ayú- 
dales á  ello  también  la  vista  desembarazada,  de  que 
continuo  gozan,  del  cielo  y  de  la  tierra  y  de  los  de- 
más elementos,  que  es  ella  en  sí  una  imagen  clara,  ó 
por  mejor  decir,  una  como  escuela  de  amor  puro  y 
verdadero.  Porque  los  demuestra  á  todos  amistados 
entre  sí  y  puestos  en  orden,  y  abrazados,  como  si  di- 
jésemos, unos  con  otros,  y  concertados  con  armonía 
grandísima,  y  respondiéndose  á  veces,  y  comunicán- 
dose sus  virtudes,  y  pasándose  unos  en  otros  y  ayun- 
tándose y  mezclándose  todos,  y  con  su  mezcla  y  ayun- 
tamiento sacando  de  continuo  á  luz  y  produciendo  los 
frutos  que  hermosean  el  aire  y  la  tierra.  Ansí  que,  los 
pastores  son  en  esto  aventajados  á  los  otros  hombres. 

Y  ansí,  sea  esta  la  segunda  cosa  que  señalamos  en  la 
■condición  del  Pastor,  que  es  muy  dispuesto  al  bien 
querer. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   PRIMERO  75 

Y  sea  la  tercera  lo  que  toca  á  su  oficio,  que  aunque 
es  oficio  de  gobernar  y  regir,  pero  es  muy  diferente  de 
los  otros  gobiernos.  Porque  lo  uno,  su  gobierno  no 
consiste  en  dar  leyes  ni  en  poner  mandamientos,  sino 
en  apacentar  y  alimentar  á  los  que  gobierna.  Y  lo  se- 
gundo, no  guarda  una  regla  generalmente  con  todos  y 
en  todos  los  tiempos,  sino  en  cada  tiempo  y  en  cada 
ocasión  ordena  su  gobierno  conforme  al  caso  particu- 
lar del  que  rige.  Lo  tercero,  no  es  gobierno  el  suyo 
que  se  reparte  y  ejercita  por  muchos  ministros,  sino  él 
sólo  administra  todo  lo  que  á  su  grey  le  conviene;  que 
él  la  apasta,  y  la  abreba,  y  la  baña,  y  la  trasquila,  y  la 
cura,  y  la  castiga,  y  la  reposa,  y  la  recrea,  y  hace  mú- 
sica, y  la  ampara,  y  defiende.  Y  últimamente,  es  pro- 
pio de  su  oficio  recoger  lo  esparcido  y  traer  á  un  reba- 
ño á  muchos,  que  de  suyo  cada  uno  de  ellos  caminara 
por  sí.  Por  donde  las  sagradas  Letras,  de  lo  esparcido 
y  descarriado  y  perdido,  dicen  siempre  que  son  como 
ovejas  que  no  tienen  Pastor;  como  en  San  Mateo  se 
ve  ',  y  en  el  libro  de  los  Reyes  a  y  en  otros  lugares.  De 
manera  que  la  vida  del  pastor  es  inocente  y  sosegada 
y  deleitosa,  y  la  condición  de  su  estado  es  inclinada 
al  amor,  y  su  ejercicio  es  gobernar  dando  pasto,  y  aco- 
modando su  gobierno  á  las  condiciones  particulares 
de  cada  uno,  y  siendo  él  sólo  para  los  que  gobierna 
todo  lo  que  es  necesario,  y  enderezando  siempre  su 
obra  á  esto,  que  es  hacer  rebaño  y  grey. 

Veamos,  pues,  agora  si  Cristo  tiene  esto,  y  las  venta- 
jas con  que  lo  tiene;  y  ansí  veremos  cuan  merecida- 
mente es  llamado  Pastor.  Vive  en  los  campos  Cristo, 
y  goza  del  cielo  libre,  y  ama  la  soledad  y  el  sosiego; 
y  en  el  silencio  de  todo  aquello  que  pone  en  alboroto 
la  vida,  tiene  puesto  él  su  deleite.  Porque,  ansí  como 
lo  que  se  comprende  en  el  campo  es  lo  más  puro  de  lo 
visible,  y  es  lo  sencillo,  y  como  el  original  de  todo 
lo  que  de  ello  se  compone  y  se  mezcla,  ansí  aquella 
región  de  vida  adonde  vive  aqueste  nues'tro  glorioso 


1  Matth.,  12,  36.  2    III  Reg.,  xxir,  17. 


76  FRAY   LUIS  DE  LEÓN 

bien,  es  la  pura  verdad  y  la  sencillez  de  la  luz  de 
Dios,  y  el  original  expreso  de  todo  lo  que  tiene  ser,  y 
las  raíces  firmes  de  donde  nacen  y  adonde  estriban 
todas  las  criaturas.  Y  si  lo  habernos  de  decir  ansí, 
aquellos  son  los  elementos  puros  y  los  campos  de  flor 
eterna  vestidos,  y  los  mineros  de  las  aguas  vivas,  y 
los  montes  verdaderamente  preñados  de  mil  bienes 
altísimos,  y  los  sombríos  y  repuestos  valles,  y  los  bos- 
ques de  fa  frescura,  adonde  exentos  de  toda  injuria, 
gloriosamente  florecen  la  haya  y  la  oliva  y  el  lináloe, 
con  todos  los  demás  árboles  del  incienso,  en  que  repo- 
san ejércitos  de  aves  en  gloria  y  en  música  dulcísima, 
que  jamás  ensordece.  Con  la  cual  región  si  compara- 
mos este  nuestro  miserable  destierro,  es  comparar  el 
desasosiego  con  la  paz,  y  el  desconcierto  y  la  turba- 
ción, y  el  bullicio  y  disgusto  de  la  más  inquieta  ciu- 
dad, con  la  misma  pureza  y  quietud  y  dulzura.  Que 
aquí  se  afana  y  allí  se  descansa.  Aquí  se  imagina  y  allí 
se  ve.  Aquí  las  sombras  de  las  cosas  nos  atemorizan  y 
asombran;  allí  la  verdad  asosiega  y  deleita.  Esto  es  ti- 
nieblas, bullicio,  alboroto:  aquello  es  luz  purísima  en 
sosiego  eterno. 

Bien  y  con  razón  le  conjura  á  este  Pastor  la  es- 
posa pastora  que  le  demuestre  este  lugar  de  su 
pasto  i.  «Demuéstrame,  dice  ¡oh  querido  de  mi  alma! 
»adónde  apacientas  y  adonde  reposas  en  el  mediodía  >. 
Que  es  con  razón  mediodía  aquel  lugar  que  pregunta, 
adonde  está  la  luz  no  contaminada  en  su  colmo,  y 
adonde,  en  sumo  silencio  de  todo  lo  bullicioso,  sólo  se 
oye  la  voz  dulce  de  Cristo,  que  cercado  de  su  glorioso 
rebaño,  suena  en  sus  oídos  de  él  sin  ruido  y  con  in- 
comparable deleite,  en  que  traspasadas  las  almas  san- 
tas, y  como  enajenadas  de  sí,  sólo  viven  en  su  Pastor. 
Ansí  que,  es  Pastor  Cristo  por  la  región  donde  vive,  y 
también  lo  es  por  la  manera  de  vivienda  que  ama,  que 
es  el  sosiego  de  la  soledad;  como  lo  demuestra  en  los 
suyos  á  los  cuales  llama  siempre  á  la  soledad  y  retira- 

1     Cant.  i,  6, 


DE   LOS   iNOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO    PRIMERO  77 

miento  del  campo.  Dijo  á  Abraham  l:  «Sal  de  tu  tierra 
y  de  tu  parentela,  y  haré  de  ti  grandes  gentes». 
A  Elias,  para  mostrársele,  le  hizo  penetrar  el  desier- 
to 2.  Los  hijos  de  los  profetas  vivían  en  la  soledad  del 
Jordán  3.  De  su  pueblo,  dice  él  mismo  por  el  Profeta, 
que  le  sacará  al  campo  y  le  retirará  á  la  soledad,  y 
allí  le  enseñará  4.  Y  en  forma  de  esposo,  ¿qué  otra 
cosa  pide  á  su  esposa  sino  esta  salida?  5  «Levántate. 
»dice,  amiga  mía,  y  apresúrate  y  ven;  que  ya  se  pasó  el 
>invierno,  pasóse  la  lluvia,  fuese;  ya  han  aparecido  en 
>nuestra  tierra  las  flores,  y  el  tiempo  del  podar  es  ve- 
»nido.  La  voz  de  la  tortolilla  se  oye.  y  brota  ya  la  hi- 
guera sus  higos,  y  la  uva  menuda  da  olor.  Levántate, 
¿hermosa  mía,  y  ven».  Que  quiere  que  les  sea  agrada- 
ble á  los  suyos  aquello  mismo  que  él  ama;  y  ansí  como 
él  por  ser  Pastor  ama  el  campo,  ansí  los  suyos,  porque 
han  de  ser  sus  ovejas,  han  de  amar  el  campo  también: 
que  las  ovejas  tienen  su  pasto  y  su  sustento  en  el 
campo. 

Porque  á  la  verdad,  Juliano,  los  que  han  de  ser 
apacentados  por  Dios  han  de  desechar  los  sustentos 
del  mundo,  y  salir  de  sus  tinieblas  y  lazos  á  la  libertad 
clara  de  la  verdad,  y  á  la  soledad  poco  seguida  de  la 
virtud,  y  al  desembarazo  de  todo  lo  que  pone  en  albo- 
roto la  vida;  porque  allí  nace  el  pasto  que  mantiene  en 
felicidad  eterna  nuestra  alma,  y  que  no  se  agosta  ja- 
más. Que  adonde  vive  y  se  goza  el  Pastor,  allí  han  de 
residir  sus  ovejas,  según  que  alguna  de  ellas  decía  '": 
«Nuestra  conversación  es  en  los  cielos».  Y  como  dice 
el  mismo  Pastor  7:  «Las  sus  ovejas  reconocen  su  voz 
»y  le  siguen».  Mas  si  es  Pastor  Cristo  por  el  lugar  de 
su  vida,  ¿cuánto  con  más  razón  lo  será  por  el  ingenio 
de  su  condición,  por  las  amorosas  entrañas  que  tiene? 
A  cuya  grandeza  no  hay  lengua  ni  encarecimiento  que 
allegue.  Porque,  demás  de  que  todas  sus  obras  son 


1    Genes.,  xu,  1.  2  III  Reg.,  x-x,  4.  3  IV  Reg.,  vi,  2. 

4  Osea.,  n,  14.      5  Cant.  n,  10-13.      6   Philip.,  n»,  20.      7  Joan  , 
x,  4. 


78  FRAY   LUIS   DE    LEÓN 

amor,  que  en  nacer  nos  amó  y  viviendo  nos  ama,  y 
por  nuestro  amor  padeció  muerte,  y  todo  lo  que  en  la 
vida  hizo  y  todo  lo  que  en  el  morir  padeció,  y  cuanto 
glorioso  agora  y  asentado  á  la  diestra  del  Padre  nego- 
cia y  entiende,  lo  ordena  todo  con  amor  para  nuestro 
provecho. 

Ansí  que,  demás  de  que  todo  su  obrar  es  amar,  la 
afición  y  la  terneza  de  entrañas,  y  la  solicitud  y  cui- 
dado amoroso,  y  el  encendimiento  é  intensión  de  vo- 
luntad con  que  siempre  hace  esas  mismas  obras  de 
amor  que  por  nosotros  obró,  excede  todo  cuanto  se 
puede  imaginar  y  decir.  No  hay  madre  ansí  solícita,  ni 
esposa  ansí  blanda,  ni  corazón  de  amor  ansí  tierno  y 
vencido,  ni  título  ninguno  de  amistad  ansí  puesto  en 
fineza,  que  le  iguale  ó  le  llegue.  Porque  antes  que  le 
amemos  nos  ama,  y  ofendiéndole  y  despreciándole  lo- 
camente, nos  busca;  y  no  puede  tanto  la  ceguedad  de 
mi  vista  ni  mi  obstinada  dureza,  que  no  pueda  más  la 
blandura  ardiente  de  su  misericordia  dulcísima.  Ma- 
druga, durmiendo  nosotros  descuidados  del  peligro 
que  nos  amenaza.  Madruga,  digo,  antes  que  amanezca 
se  levanta;  ó  por  decir  verdad,  no  duerme  ni  reposa, 
sino  asido  siempre  al  aldaba  de  nuestro  corazón;  de 
continuo  y  á  todas  horas  le  hiere  y  le  dice,  como  en 
los  Cantares  se  escribe  1:  «Ábreme,  hermana  mía, 
»amiga  mía,  esposa  mía,  ábreme;  que  la  cabeza  traigo 
»llena  de  rocío,  y  las  guedejas  de  mis  cabellos  llenas 
»de  gotas  de  la  noche».  «No  duerme,  dice  David  2,  ni 
»se  adormece  el  que  guarda  á  Israel». 

Que  en  la  verdad,  ansí  como  en  la  divinidad  es 
amor,  conforme  á  San  Juan  3:  «Dios  es  caridad»;  ansí 
en  la  humanidad,  que  de  nosotros  tomó,  es  amor  y 
blandura.  Y  como  el  sol  que  de  suyo  es  fuente  de  luz, 
todo  cuanto  hace  perpetuamente  es  lucir,  enviando, 
sin  nunca  cesar,  rayos  de  claridad  de  sí  mismo;  ansí 
Cristo,  como  fuente  viva  de  amor  que  nunca  se  agota, 
mana  de  continuo  en  amor;  y  en  su  rostro  y  en  su 

1   Cant.  t,  2.  2  Fsalm.,  cxr,  4.  3  1  Joan.,  iv,  8. 


DE   LOS    NOMBRES   DE   CRISTO. — LIBRO   PRIMERO  79 

figura  siempre  está  bulliendo  este  fuego,  y  por  todo  su 
traje  y  persona  traspasan  y  se  nos  vienen  á  los  ojos 
sus  llamas,  y  todo  es  rayos  de  amor  cuanto  de  él  se 
parece. 

Que  por  esta  causa,  cuando  se  demostró  prime- 
ro á  Moisés,  no  le  demostró  sino  unas  llamas  de  fue- 
go que  se  emprendía  en  una  zarza  1 :  como  hacien- 
do allí  figura  de  nosotros  y  de  sí  mismo,  de  las  espinas 
de  la  aspereza  nuestra  y  de  los  ardores  vivos  y  amoro- 
sos de  sus  entrañas,  y  como  mostrando  en  la  aparien- 
cia visible  el  fiero  encendimiento  que  le  abrasaba  lo 
secreto  del  pecho  con  amor  de  su  pueblo.  'Y  lo  mismo 
se  ve  en  la  figura  de  El,  que  San  Juan  en  el  principio 
de  sus  revelaciones  nos  pone,  á  do  dice  que  vio  una 
imagen  de  hombre  cuyo  rostro  lucía  como  el  sol,  y 
cuyos  ojos  eran  como  llamas  de  fuego,  y  sus  pies  como 
oriámbar  encendido  en  ardiente  hornaza,  y  que  le  cen- 
telleaban siete  estrellas  en  la  mano  derecha,  y  que  se 
ceñía  por  junto  á  los  pechos  con  cinto  de  oro,  y  que  le 
cercaban  en  derredor  siete  antorchas  encendidas  en 
sus  candeleros.  Que  es  decir  de  Cristo  que  expiraba 
llamaste  amor,  que  se  le  descubrían  por  todas  par- 
tes, y  que  le  encendían  la  cara  y  le  salían  por  los  ojos, 
y  le  ponían  fuego  á  los  pies,  y  le  lucían  por  las  manos, 
y  le  rodeaban  en  torno  resplandeciendo.  Y  que  como 
el  oro,  que  es  señal  de  la  caridad  en  la  sagrada  Escri- 
tura, le  ceñía  las  vestiduras  junto  á  los  pechos;  ansí  el 
amor  de^sus  vestiduras,  que  en  las  mismas  Letras  sig- 
nifican los  fieles  que  se  allegan  á  Cristo,  le  rodeaba  el 
corazón. 

Mas  dejemos  esto,  que  es  llano,  y  pasemos  al  oficio 
del  Pastor  y  á  lo  propio  que  le  pertenece.  Porque  si 
es  del  oficio' del  Pastor  gobernar  apacentando,  como 
agora  decía^  sólo  Cristo  es- Pastor  verdadero,  porque  él 
sólo  es,  entre  todos  cuantos  gobernaron  jamás,  el  que 
pudo  usar  y  el  que  usa  de  este  género  de  gobierno.  Y 
ansí,  en  el  Salmo,  David,   hablando  de  este  Pastor, 

1  Exod.,  ni,  2. 


gO  FRAY    LUIS   Di-.   LEÓN 

juntó  como  una  misma  cosa  el  apacentar  y  el  regir. 
Porque  dice1:  «El  Señor  me  rige,  no  me  faltará  nada; 
>en  lugar  de  pastos  abundantes  me  pone».  Porque  el 
propio  gobernar  de  Cristo,  como  por  ventura  después 
diremos,  es  darnos  su  gracia  y  la  fuera  eficaz  de  su  es- 
píritu; la  cual  ansí  nos  rige,  que  nos  alimenta;  ó  por 
decir  la  verdad,  su  regir  principal  es  darnos  alimento 
y  sustento.  Porque  la  gracia  de  Cristo  es  vida  del  alma 
y  salud  de  la  voluntad,  y  fuerzas  de  todo  lo  flaco  que 
hay  en  nosotros,  y  reparo  de  lo  que  gastan  los  vicios, 
y  antídoto  eficaz  contra  su  veneno  y  ponzoña,  y  res- 
taurativo saludable,  y  finalmente,  mantenimiento  que 
cría  en  nosotros  inmortalidad  resplandeciente  y  glo- 
riosa. Y  ansí,  todos  los  dichosos  que  por  este  Pastor 
se  gobiernan  en  todo  lo  que,  movidos  de  él,  ó  hacen 
ó  padecen,  crecen  y  se  adelantan  y  adquieren  vigor 
nuevo,  y  todo  les  es  virtuoso  y  jugoso  y  sabrosísimo 
pasto.  Que  esto  es  lo  que  El  mismo  dice  en  San  Juan2 : 

El  que  por  mí  entrare,  entrará  y  saldrá,  y  siempre 
» hallará  pastos».  Porque  el  entrar  y  el  salir,  según  la 
propiedad  de  la  sagrada  Escritura,  comprende  toda  la 
vida  y  las  diferencias  de  lo  que  en  ella  se  obra. 

Por  donde  dice  que  en  el  entrar  y  en  el  salir,  esto 
es,  en  la  vida  y  en  la  muerte,  en  el  tiempo  próspero  y 
en  el  turbio  y  adverso,  en  la  salud  y  en  la  flaqueza,  en 
la  guerra  y  en  la  paz,  hallarán  sabor  los  suyos  á  quie- 
nes El  guía;  y  no  solamente  sabor,  sino  mantenimiento 
de  vida  y  pastos  substanciales  y  saludables.  Conforme 
alo  cual  es  también  lo  que  Isaías  profetiza  de  las  ove- 
jas de  este  Pastor,  cuando  dice  3:  «Sobre  los  caminos 

serán  apacentados,  y  en  todos  los  llanos  pastos  para 

ellos,  no  tendrán  hambre  ni  sod,  ni  las  fatigará  el  bo- 
chorno ni  el  sol.  Porque  el  piadoso  de  ellos  los  rige 

y  los  lleva  á  las  fuentes  del  agua».  Que,  como  veis, 
en  decir  que  sean  apacentados  sobre  los  caminos,  dice 
que  les  son  pasto  los  pasos  que  dan  y  los  caminos  que 
andan;  y  que  los  caminos  que  en  los  malos  son  ba- 

1    Psalm.  ixtr,  1.  2  Joan.,  i,  9.  3  Isai.,  iui,  9. 


DE    LOS   NOMBRES    DE    CRISTO.  — LIBRO    PRIMERO  81 

rrancos  y  tropiezos  y  muerte,  como  ellos  lo  dicen  lm. 
<Que  anduvieron  caminos  dificultosos  y  ásperos*,  en 
las  ovejas  de  este  Pastor  son  apastamiento  y  alivio.  Y 
dice  que  ansí  en  los  altos  ásperos  como  en  los  lugares 
llanos  y  hondos,  esto  es,  como  decía,  en  todo  lo  que 
en  la  vida  sucede,  tienen  sus  cebos  y  pastos,  seguros 
de  hambre  y  defendidos  del  sol.  Y  esto  ¿por  qué?  Por- 
que dice:  El  que  se  apiadó  de  ellos,  ese  mismo  es  el  que 
los  rige.  Que  es  decir,  que  porque  los  rige  Cristo;  que 
es  el  que  sólo  con  obra  y  con  verdad  se  condolió  de 
los  hombres.  Como  señalando  lo  que  decimos,  que  su 
regir  es  dar  gobierno  y  sustento,  y  guiar  siempre  á  los 
suyos  á  las  fuentes  del  agua,  que  es  en  la  Escritura  á 
la  gracia  del  Espíritu,  que  refresca  y  cría  y  engruesa 
y  sustenta. 

Y  también  el  Sabio  miró  á  esto  á  do  dice  2:  que  «la 
»ley  de  la  sabiduría  es  fuente  de  vida».  Adonde,  como 
parece,  juntó  la  ley  y  la  fuente;  lo  uno.  porque  poner 
Cristo  á  sus  ovejas  ley,  es  criar  en  ellas  fuerzas  y 
salud  para  ella  por  medio  de  la  gracia,  ansí  como  he 
dicho.  Y  lo  otro,  porque  eso  mismo  que  nos  manda,  es 
aquello  de  que  se  ceba  nuestro  descanso  y  nuestra 
verdadera  vida.  Porque  todo  lo  que  nos  manda  es  que 
vivamos  en  descanso  y  que  gocemos  de  paz,  y  que  sea- 
mos ricos  y  alegres,  y  que  consigamos  la  verdadera 
nobleza.  Porque  no  plantó  Dios  sin  causa  en  nosotros 
los  deseos  de  estos  bienes,  ni  condenó  lo  que  él  mismo 
plantó;  sino  que  la  ceguedad  de  nuestra  miseria,  mo- 
vida del  deseo,  y  no  conociendo  el  bien  á  que  se  ende- 
reza el  deseo,  y  engañada  de  otras  cosas  que  tienen 
apariencia  de  aquello  que  se  desea,  por  apetecer  la 
vida,  sigue  la  muerte;  y  en  lugar  de  las  riquezas  y 
de  la  honra,  va  desalentada  en  pos  de  la  afrenta  y  de 
la  pobreza.  Y  ansí,  Cristo  nos  pone  leyes  que  nos 
guien  sin  error  á  aquello  verdadero  que  nuestro  deseo 
apetece. 

De  manera  que   sus  leyes  dan  vida,  y  lo  que  nos 

1   Sapien.,v,7.  2   Prov.,  im,  14. 


82  FRAY   LUIS   DE  LKÓN 

manda  es  nuestro  puro  sustento,  y  apaciéntanos  con 
salud  y  con  deleite  y  con  honra  y  descanso,  con  esas 
mismas  reglas  que  nos  pone  con  que  vivamos.  Que 
como  dice  el  Profeta  * :  «Acerca  de  ti  está  la  fuente  de 
»la  vida,  y  en  tu  lumbre  veremos  la  lumbre».  Porque 
la  vida  y  el  ver,  que  es  el  ser  verdadero,  y  las  obras 
que  á  tal  ser  le  convienen,  nacen  y  manan,  como  de- 
fuente de  la  lumbre  de  Cristo.  Esto  es,  de  las  leyes 
suyas,  ansí  las  de  gracia  que  nos  da  como  las  de  man- 
damientos que  nos  escribe.  Que  es  también  la  causa 
de  aquella  querella  contra  nosotros  suya  tan  justa  y 
tan  sentida,  que  pone  por  Jeremías,  diciendo  2:  «Dejá- 
ronme á  mí,  fuente  de  agua  viva,  y  caváronse  cister- 
»nas  quebradas,  en  que  el  agua  no  para».  Porque 
guiándonos  El  al  verdadero  pasto  y  al  bien,  escogemos 
nosotros  por  nuestras  manos  lo  que  nos  lleva  á  la 
muerte.  Y  siendo  fuente  El,  buscamos  nosotros  pozos: 
y  siendo  manantial  su  corriente,  escogemos  cisternas 
rotas,  adonde  el  agua  no  se  detiene.  Y  á  la  verdad, 
ansí  como  aquello  que  Cristo  nos  manda  es  lo  mismo 
que  nos  sustenta  la  vida;  ansí  lo  que  nosotros  por 
nuestro  error  escogemos,  y  los  caminos  que  seguimos, 
guiados  de  nuestros  antojos,  no  se  pueden  nombrar- 
me) or  que  como  el  Profeta  los  nombra. 

Lo  primero,  cisternas  cavadas  en  tierra  con  in- 
creíble trabajo  nuestro,  esto  es,  bienes  buscados  entre 
la  vileza  del  polvo  con  diligencia  infinita.  Que  si  con- 
sideramos lo  que  suda  el  avariento  en  su  pozo,  y  las 
ansias  con  que  anhela  el  ambicioso  á  su  bien,  y  lo  que 
cuesta  de  dolor  al  lascivo  el  deleite,  no  hay  trabajo  ni 
miseria  que  con  la  suya  se  iguale.  Y  lo  segundo,  nom- 
bra las  cisternas  secas  y  rotas,  grandes  en  apariencia 
y  que  convidan  á  sí  á  los  que  de  lejos  las  ven,  y  les 
prometen  agua  que  mitiga  su  sed;  mas  en  la  verdad 
son  hoyos  hondos  y  oscuros,  y  yermos  de  aquel  mismo 
bien  que  prometen,  ó  por  mejor  decir,  llenos  de  lo  que 
le  contradice  y  repugna,  porque  en  lugar  de  agua  dan 

1    Psalm.  xxxv,  10.  2   Jerem.,  ir,  13. 


DE   LOS    NOMBRES   DE    CRISTO. — LIBRO    PRIMERO  83 

cieno.  Y  la  riqueza  del  avaro  le  hace  pobre.  Y  al  am- 
bicioso su  deseo  de  honra  le  trae  á  ser  apocado  y  vil 
siervo.  Y  el  deleite  deshonesto  á  quien  lo  ama  le  ator- 
menta y  enferma. 

Mas  si  Cristo  es  Pastor,  porque  rige  apastando  y 
porque  sus  mandamientos  son  mantenimiento  de  vida, 
también  lo  será  porque  en  su  regir  no  mide  á  sus  ga- 
nados por  un  mismo  rasero,  sino  atiende  á  lo  particu- 
lar de  cada  uno  que  rige.  Porque  ri^e  apacentando,  y 
el  pasto  se  mide  según  el  hambre  y  necesidad  de  cada 
uno  que  pace.  Por  donde,  entre  la^  propiedades  del 
buen  Pastor,  pone  Cristo  en  el  Evangelio1,  «que  llama 
»por  su  nombre  á  cada  una  de  sus  ovejas»;  que  es 
decir  que  conoce  lo  particular  de  cada  una  de  ellas, 
y  la  rige,  y  llama  al  bien  en  la  forma  particular  que 
más  le  conviene,  no  á  todas  por  una  forma,  sino  á 
cada  cual  por  la  suya.  Que  de  una  manera  pace  Cristo 
á  los  flacos,  y  de  otra  á  los  crecidos  en  fuerza;  de  una 
á  los  perfectos,  y  de  otra  á  los  que  aprovechan;  y  tie- 
ne con  cada  uno  su  estilo,  y  es  negocio  maravilloso  el 
secreto  trato  que  tiene  con  sus  ovejas,  y  sus  diferentes 
y  admirables  maneras.  Que  ansí  como  en  el  tiempo  que 
vivió  con  nosotros,  en  las  curas  y  beneficios  que  hizo, 
no  guardó  con  todos  una  misma  forma  de  hacer;  sino 
á  unos  curó  con  su  sola  palabra,  á  otros  con  su  pala- 
bra y  presencia,  á  otros  tocó  con  la  mano,  á  otros  no 
los  sanaba  luego  después  de  tocados,  sino  cuando  iban 
su  camino,  y  ya  de  Él  apartados  les  enviaba  salud; 
á  unos  que  se  la  pedían  y  á  otros  que  le  miraban  ca- 
llando; ansí  en  este  trato  oculto  y  en  esta  medicina 
secreta  que  en  sus  ovejas  continuo  hace,  es  extraño 
milagro  ver  la  variedad  de  que  usa  y  cómo  se  hace  y  se 
mide  á  las  figuras  y  condiciones  de  todos.  Por  lo  cual 
llama  bien  San  Pedro  *2  multiforme  á  su  gracia,  por- 
que se  transforma  con  cada  uno  en  diferentes  figuras. 

Y  no  es  cosa  que  tiene  una  figura  sola  ó  un  rostro. 
Antes  como  al  pan  que  en  el  templo  antiguo  se  ponía 

1   Joan.,  i,  3.  2  1  Petr.,  iv,  10. 


fc>4  FRAY    LUIS    DE   LEÓN 

ante  Dios  l,  que  fué  clara  imagen  de  Cristo,  le  llama 
pan  de  faces  la  Escritura  divina;  ansí  el  gobierno  de 
Cristo  y  el  sustento  que  da  á  los  suyos  es  de  muchas 
faces  y  es  pan.  Pan  porque  sustenta,  y  de  muchas 
faces  porque  se  hace  con  cada  uno  según  su  manera; 
v  como  en  el  maná  dice  la  sabiduría  que  hallaba  cada 
imo  su  gusto,  ansí  diferencia  sus  pastos  Cristo,  con- 
formándose con  las  diferencias  de  todos.  Por  lo  cual 
su  gobierno  es  gobierno  extremadamente  perfecto; 
porque  como  dice  Platón  2:  «No  es  la  mejor  goberna- 
ción la  de  leyes  escritas»;  porque  son  unas  y  no  se 
mudan,  y  los  casos  particulares  son  muchos  y  que  se 
varían,  según  las  circunstancias,  por  horas.  Y  ansí, 
acaece  no  ser  justo  en  este  caso  lo  que  en  común  se 
estableció  con  justicia;  y  el  tratar  con  sola  la  ley  es- 
crita, es  como  tratar  con  un  hombre  cabezudo  por  una 
parte  y  que  no  admite  razón,  y  por  otra  poderoso  para 
hacer  lo  que  dice,  que  es  trabajoso  y  fuerte  caso.  La 
perfecta  gobernación  es  de  ley  viva,  que  entienda 
siempre  lo  mejor,  y  que  quiera  siempre  aquello  bueno 
que  entiende.  De  manera  que  la  ley  sea  el  bueno  y 
sano  juicio  del  que  gobierna,  que  se  ajusta  siempre 
con  lo  particular  de  aquél  á  quien  rige. 

Mas  porque  este  gobierno  no  se  halla  en  el  suelo, 
porque  ninguno  de  los  que  hay  en  él  es  ni  tan  sabio 
ni  tan  bueno,  que,  ó  no  se  engañe  ó  no  quiera  hacer 
lo  que  ve  que  no  es  justo,  por  eso  es  imperfecta  la  go- 
bernación de  los  hombres,  y  solamente  no  lo  es  la 
manera  con  que  Cristo  nos  rige;  que,  como  está  per- 
fectamente dotado  de  saber  y  bondad,  ni  yerra  en  lo 
justo  ni  quiere  lo  que  es  malo;  y  ansí,  siempre  velo 
(|ue  á  cada  uno  conviene,  y  á  eso  mismo  le  guía,  y 
como  San  Pablo  de  sí  dice  3:  «A  todos  se  hace  todas 
-las  cosas,  para  ganarlos  á  todos».  Que  toca  ya  en  lo 
tercero  y  propio  de  este  oficio,  según  que  dijimos,  que 
es  ser  un  oficio  lleno  de  muchos  oficios,  y  que  todos 
los  administra  el  Paston  Porque  verdaderamente  es 


1   Exod..  xxv,  30.      2  Plat.lib.  4  de  Rep.      3  1  Corint.,  iz,  22. 


DE    LOS    NOMBRES    DE   CRISTO. — LIBRO    PEIMERO  ¡S:> 

ansí,  que  todas  aquellas  cosas  que  hacen  para  la  feli- 
cidad de  los  hombres,  que  son  diferentes  y  muchas, 
Cristo  principalmente  las  ejecuta  y  las  hace;  que  El 
nos  llama,  y  nos  corrige,  y  nos  lava,  y  nos  sana,  y  nos 
santifica,  y  nos  deleita,  y  nos  viste  de  gloria.  Y  de  to- 
dos los  medios  de  que  Dios  usa  para  guiar  bien  un 
alma,  Cristo  es  el  merecedor  y  el  autor. 

Mas  ¡qué  bien  y  qué  copiosamente  dice  de  esto  el 
Profeta!  Porque  el  Señor  Dios  dice  ansí  í:  «Yo  mismo 
«buscaré  mis  ovejas  y  las  rebuscaré:  como  revee  el 
»pastor  su  rebaño  cuando  se  pone  en  medio  de  sus  es- 
»parcidas  ovejas,  ansí  yo  buscaré  mi  ganado;  sacaré 
»mis  ovejas  de  todos  los  lugares  á  do  se  esparcieron 
»en  el  día  de  la  nube  y  de  la  oscuridad:  y  sacaré  las 
»de  los  pueblos,  y  recogerlas  he  de  las  tierras,  y  tor- 
»narélas  á  meter  en  su  patria,  y  las  apacentaré  en  los 
»montes  de  Israel.  En  los  arroyos  y  en  todas  las  mo- 
»radas  del  suelo  las  apacentaré  con  pastos  muy  bue- 
»nos,  y  serán  sus  pastos  en  los  montes  de  Israel  más 
«erguidos.  Allí  reposarán  en  pastos  sabrosos,  y  pace- 
»rán  en  los  montes  de  Israel  pastos  gruesos.  Yo  apa- 
centaré á  mi  rebaño  y  yo  le  haré  que  repose,  dice 
>Dios  el  Señor.  A  la  oveja  perdida  buscaré,  á  la  ausen- 
tada tornaré  á  su  rebaño,  ligaré  á  la  quebrada  y  daré 
«fuerza  á  la  enferma,  y  á  la  gruesa  y  fuerte  castigaré: 
»paceréla  en  juicio  >.  Porque  dice  que  El  mismo  busca 
sus  ovejas,  y  que  las  guía  si  estaban  perdidas,  y  si 
cautivas  las  redime,  y  si  enfermas  las  sana,  y  El  mis- 
mo las  libra  del  mal,  y  las  mete  en  el  bien,  y  las  sube 
á  los  pastos  más  altos.  En  todos  los  arroyos  y  en  todas 
las  moradas  las  apacienta,  porque  en  todo  lo  que  les 
.sucede  les  halla  pastos,  y  en  todo  lo  que  permanece  ó 
se  pasa;  y  porque  todo  es  por  Cristo,  añade  luego  el 
Profeta  2:  «Yo  levantaré  sobre  ellas  un  Pastor  y  apa- 
>centarálas  mi  siervo  David;  él  las  apacentará  y  él  será 
->su  Pastor;  y  Yo,  el  Señor,  seré  su  Dios,  y  en  medio 
»de  ellas  ensalzado  mi  siervo  David». 

1    Ezec,  xxxiv,  11.  2  Ezec,  xxxiv,  23. 


86  FRAY    LUIS  DE    LEÓN 

En  que  se  consideran  tres  cosas.  Una  que  para  po- 
ner en  ejecución  todo  esto  que  promete  Dios  á  los 
suyos,  les  dice  que  les  dará  á  Cristo  Pastor,  á  quien 
llama  siervo  suyo;  y  David  (porque  es  descendiente 
de  David  según  la  carne),  en  que  es  menor  y  sujeto  á 
su  padre.  La  segunda,  que  para  tantas  cosas  promete 
un  solo  Pastor,  ansí  para  mostrar  que  Cristo  puede 
con  todo,  como  para  enseñar  que  en  El  es  siempre  uno 
el  que  rige.  Porque  en  los  hombres,  aunque  sea  uno 
sólo  el  que  gobierna  á  los  otros,  nunca  acontece  que 
los  gobierne  uno  sólo;  porque  de  ordinario  viven  en 
uno  muchos,  sus  pasiones,  sus  afectos,  sus  intereses, 
que  manda  cada  uno  su  parte.  Y  la  tercera  es,  que 
este  Pastor  que  Dios  promete  y  tiene  dado  á  su  Igle- 
sia, dice  que  ha  de  estar  levantado  en  medio  de  sus 
ovejas;  que  es  decir  que  ha  de  residir  en  lo  secreto  de 
sus  entrañas,  enseñoreándose  de  ellas,  y  que  las  ha  de 
apacentar  dentro  de  sí. 

Porque  cierto  es  que  el  verdadero  pasto  del  hom- 
bre está  dentro  del  mismo  hombre,  y  en  los  bienes  de 
que  es  señor  cada  uno.  Porque  es  sin  duda  el  funda- 
mento del  bien  aquella  división  de  bienes  en  que 
Epicteto,  filósofo,  comienza  su  libro;  porque  dice  de 
esta  manera:  «De  las  cosas,  unas  están  en  nuestra 
mano  y  otras  fuera  de  nuestro  poder.  En  nuestra  mano 
están  los  juicios,  los  apetitos,  los  deseos  y  los  des- 
víos, y  en  una  palabra,  todas  las  que  son  nuestras 
obras.  Fuera  de  nuestro  poder  están  el  cuerpo  y  la 
hacienda,  y  las  honras  y  los  mandos;  y  en  una  pala- 
bra, todo  lo  que  no  es  obras  nuestras.  Las  que  es- 
tán en  nuestra  mano,  son  libres  de  suyo  y  que  no  pa- 
decen estorbo  ni  impedimento;  mas  las  que  van  fue- 
ra de  nuestro  poder  son  Hacas  y  siervas,  y  que  nos 
pueden  ser  estorbadas  y  al  fin  son  ajenas  todas.  Por  lo 
cual  conviene  que  adviertas,  que  si  lo  que  de  suyo  es 
siervo  lo  tuvieres  por  libre  tú,  y  tuvieres  por  propio 
lo  que  es  ajeno,  serás  embarazado  fácilmente,  y  caerás 
en  tristeza  y  en  turbación,  y  reprenderás  á  veoes  á  los 
hombres  y  ;'i  Dios.  Mas  si  solamente  tuvieres  por  tuyo 


DE  LOS    NOMBRES    DE    CRISTO.— LIBRO    PRIMERO  87 

lo  que  de  veras  lo  es,  y  lo  ajeno  por  ajeno,  como  lo  es 
en  verdad,  nadie  te  podrá  hacer  fuerza  jamás,  ninguno 
estorbará  tu  designio,  no  reprenderás  á  ninguno,  ni 
tendrás  queja  de  él,  no  harás  nada  forzado,  nadie  te 
dañará,  ni  tendrás  enemigo,  ni  padecerás  detrimento». 

Por  manera  que.  por  cuanto  la  buena  suerte  del 
hombre  consiste  en  el  buen  uso  de  aquellas  obras  y 
-cosas  de  que  es  señor  enteramente,  todas  las  cuales 
obras  y  cosas  tiene  el  hombre  dentro  de  sí  mismo  y 
debajo  de  su  gobierno,  sin  respeto  á  fuerza  exterior; 
por  eso  el  regir  y  el  apacentar  al  hombre,  es  el  hacer 
que  use  bien  de  esto  que  es  suyo  y  que  tiene  encerra- 
do en  sí  mismo.  Y  ansí,  Dios  con  justa  causa  pone  á 
Cristo,  que  es  su  Pastor,  en  medio  de  las  entrañas 
del  hombre,  para  que,  poderoso  sobre  ellas,  guíe  sus 
opiniones,  sus  juicios,  sus  apetitos  y  deseos  al  bien, 
con  que  se  alimente  y  cobre  siempre  mayores  fuerzas 
el  alma,  y  se  cumpla  de  esta  manera  lo  que  el  mismo 
Profeta  dice:  «Que  serán  apacentados  en  todos  los  me- 
jores pastos  de  su  tierra  propia»;  esto  es,  en  aquello 
que  es  pura  y  propiamente  buena  suerte  y  buena 
dicha  del  hombre.  Y  no  en  esto  solamente;  sino  tam- 
bién <en  los  montes  altísimos  de  Israel»,  que  son  los 
bienes  soberanos  del  cielo,  que  sobran  á  los  naturales 
bienes  sobre  toda  manera,  porque  es  señor  de  todos 
ellos  aquese  mismo  Pastor  que  los  guía,  ó  para  decir 
la  verdad,  porque  los  tiene  todos  y  amontonados  en  sí. 

Y  porque  los  tiene  en  sí,  por  esta  misma  causa,  lan- 
zándose en  medio  de  su  ganado,  mueve  siempre  á  sí 
sus  ovejas;  y  no  lanzándose  solamente,  sino  levantán- 
dose y  encumbrándose  en  ellas,  según  lo  que  el  Pro- 
feta de  El  dice.  Porque  en  sí  es  alto  por  el  amontona- 
miento de  bienes  soberanos  que  tiene;  y  en  ellas  es 
alto  también,  porque  apacentándolas  las  levanta  del 
-suelo,  y  las  aleja  cuanto  más  va  de  la  tierra,  y  las  tira 
siempre  hacia  sí  mismo,  y  las  enrisca  en  su  alteza,  en- 
cumbrándolas siempre  más  y  entrañándolas  en  los  altí- 
simo bienes  suyos.  Y  porque  El  uno  mismo  está  en  los 
pechos  de  cada  una  de  sus  ovejas,  y  porque  su  pacer- 


88  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

las  es  ayuntarlas  consigo  y  entrañarlas  en  sí,  como 
agora  decía,  por  eso  le  conviene  también  lo  postrero 
que  pertenece  al  Pastor,  que  es  hacer  unidad  y  re- 
baño. Lo  cual  hace  Cristo  por  maravilloso  modo,  como 
por  ventura  diremos  después.  Y  bástenos  decir  agora 
que  no  está  la  vestidura  tan  allegada  al  cuerpo  del 
que  la  viste,  ni  ciñe  tan  estrechamente  por  la  cintura 
la  cinta,  ni  se  ayuntan  tan  conformemente  la  cabeza  y 
los  miembros,  ni  los  padres  son  tan  deudos  del  hijo, 
ni  el  esposo  con  su  esposa  tan  uno,  cuanto  Cristo^ 
nuestro  divino  Pastor,  consigo  y  entre  sí  hace  una  su 
grey. 

Ansí  lo  pide  y  ansí  lo  alcanza,  y  ansí  de  hecho  lo 
hace.  Que  los  demás  hombres  que,  antes  de  El  y  sin 
El,  introdujeron  en  el  mundo  leyes  y  sectas,  no  sem- 
braron paz,  sino  división;  y  no  vinieron  á  reducir  á 
rebaño,  sino  como  Cristo  dice  en  San  Juan  1:  «Fueron 
«ladrones  y  mercenarios,  que  entraron  á  dividir  y 
«desollar  y  dar  muerte  al  rebaño».  Que,  aunque  la 
muchedumbre  de  los  malos  haga  contra  las  ovejas  de 
Cristo  bando  por  sí,  no  por  eso  los  malos  son  unos  ni 
hacen  un  rebaño  suyo  en  que  estén  adunados;  sino 
cuanto  son  sus  deseos  y  sus  pasiones  y  sus  pretenden- 
cias,  que  son  diversas  y  muchas,  tanto  están  diferentes 
contra  sí  mismos.  Y  no  es  rebaño  el  suyo  de  unidad  y 
de  paz,  sino  ayuntamiento  de  guerra  y  gavilla  de  mu- 
chos enemigos,  que  entre  sí  mismos  se  aborrecen  y 
dañan;  porque  cada  uno  tiene  su  diferente  querer. 
Mas  Cristo,  nuestro  Pastor,  porque  es  verdaderamente 
Pastor,  hace  paz  y  rebaño.  Y  aun  por  esto,  allende  de 
lo  que  dicho  tenemos,  le  llama  Dios  Pastor  uno  en  el 
lugar  alegado;  porque  su  oficio  todo  es  hacer  unidad. 
Ansí  que,  Cristo  es  Pastor  por  todo  lo  dicho;  y  porque 
si  es  del  pastor  el  desvelarse  para  guardar  y  mejorar 
su  ganado,  Cristo  vela  sobre  los  suyos  siempre  y  los 
rodea  solícito.  Que,  como  David  dice  2:  «Los  ojos  del  * 
> Señor  sobre  los  justos,  y  sus  oidos  en  sus  ruegos.  Y 


1   Joan  ,  x,  8.  2   Ps'ilm  ,  xxxm,  16. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   PRIMERO  8í> 

«aunque  la  madre  se  olvide  de  su  hijo,  Yo,  dice  *,  no 
»me  olvido  de  ti».  Y  si  es  del  pastor  trabajar  por  su 
ganado  al  frío  y  al  hielo,  ¿quién  cual  Cristo  trabajó 
por  el  bien  de  los  suyos?  Con  verdad  Jacob,  como  en 
su  nombre  decía  2:  «Gravemente  laceré  de  noche  y  de 
»día,  unas  veces  al  calor  y  otras  veces  al  hielo,  y  huyó 
»de  mis  ojos  el  sueño».  Y  si  es  del  pastor  servir 
abatido,  vivir  en  hábito  despreciado,  y  no  ser  ado- 
rado y  servido,  Cristo,  hecho  al  traje  de  sus  ovejas, 
y  vestido  de  su  bajeza  y  su  piel,  sirvió  por  ganar  su 
ganado. 

Y  porque  hemos  dicho  cómo  le  conviene  á  Cristo 
todo  lo  que  es  del  pastor,  digamos  agora  las  ventajas 
que  en  este  oficio  Cristo  hace  á  todos  los  otros  pasto- 
res. Porque  no  solamente  es  Pastor,  sino  Pastor  como 
no  lo  fué  otro  ninguno;  que  ansí  lo  certificó  El  cuando 
dijo  3:  «Yo  soy  el  buen  Pastor  .  Que  el  bueno  allí  es 
señal  de  excelencia,  como  si  dijese  el  Pastor  aventa- 
jado entre  todos.  Pues  sea  la  primera  ventaja,  que  los 
otros  lo  son  ó  por  caso  ó  por  suerte;  mas  Cristo  nació 
para  ser  Pastor,  y  escogió  antes  que  naciese,  nacer 
para  ello;  que,  como  de  sí  mismo  dice  4,  bajó  del  cielo 
y  se  hizo  Pastor  hombre,  para  buscar  al  hombre,  ove- 
ja perdida.  Y  ansí  como  nació  para  llevar  á  pacer,  dio, 
luego  que  nació,  á  los  pastores  nueva  de  su  venida. 
Demás  de  esto,  los  otros  pastores  guardan  el  ganado 
que  hallan;  mas  nuestro  Pastor  El  se  hace  el  ganado 
que  ha  de  guardar.  Que  no  sólo  debemos  á  Cristo  que 
nos  rige  y  nos  apacienta  en  la  forma  ya  dicha,  sino 
también  y  primeramente,  que  siendo  animales  fieros, 
nos  da  condiciones  de  ovejas;  y  que  siendo  perdidos, 
nos  hace  ganados  suyos,  y  que  cría  en  nosotros  el  es- 
píritu de  sencillez  y  de  mansedumbre  y  de  santa  y  fiel 
humildad,  por  el  cual  pertenecemos  á  su  rebaño.  Y  la 
tercera  ventaja  es,  que  murió  por  el  bien  de  su  grey; 
lo  que  no  hizo  algún  otro  pastor,   y  que  por  sacarnos 


1   Isa  i.,  xux,  15.  2   Genes.,  xxxi,  40.  3  Joan.,  x,  11. 

4   Luc,  xv,  4. 


so 


FRAY   LUIS   DE   LEÓN 


de  entre  los  dientes  del  lobo,  consintió  que  hiciesen 
en  El  presa  los  lobos. 

Y  sea  lo  cuarto,  que  es  ansí  Pastor,  que  es  pasto 
también,  y  que  su  apacentar  es  darse  á  sí  á  sus  ovejas. 
Porque  el  regir  Cristo  á  los  suyos  y  el  llevarlos  al 
pasto,  no  es  otra  cosa  sino  hacer  que  se  lance  en  ellos 
y  que  se  embeba  y  que  se  incorpore  su  vida,  y  hacer 
que  con  encendimientos  fieles  de  caridad,  le  traspasen 
sus  ovejas  á  sus  entrañas,  en  las  cuales  traspasado, 
muda  El  sus  ovejas  en  sí.  Porque  cebándose  ellas  de 
El,  se  desnudan  á  sí  de  sí  mismas  y  se  visten  de  sus 
cualidades  de  Cristo;  y  creciendo  "con  este  dichoso 
pasto  el  ganado,  viene  por  sus  pasos  contados  á  ser 
con  su  Pastor  una  cosa. 

Y  finalmente,  como  otros  nombres  y  oficios  le  con- 
vengan á  Cristo,  ó  desde  algún  principio  ó  hasta  un 
cierto  fin  ó  según  algún  tiempo,  este  nombre  de  Pas- 
tor en  El  carece  de  término.  Porque  antes  que  naciese 
en  la  carne,  apacentó  á  las  criaturas  luego  que  salie- 
ron á  luz;  porque  El  gobierna  y  sustenta  las  cosas,  y 
El  mismo  da  cebo  á  los  ángeles  «y  todo  espera  de  Él 
»su  mantenimiento  á  su  tiempo»,  como  en  el  Salmo 
se  dice  K  Y  ni  más  ni  menos,  nacido  ya  hombre,  con 
•su  espíritu  y  con  su  carne  apacienta  á  los  hombres,  y 
luego  que  subió  al  cielo  llovió  sobre  el  suelo  su  cebo: 
y  luego  y  agora  y  después,  y  en  todos  los  tiempos  y 
horas,  secreta  y  maravillosamente  y  por  mil  maneras 
los  ceba;  en  el  suelo  los  apacienta,"  y  en  el  cielo  será 
también  su  Pastor,  cuando  allá  los  llevare;  y  en  cuan- 
to se  revolvieren  los  siglos,  y  en  cuanto  vivieren  sus 
ovejas,  que  vivirán  eternamente  con  El,  El  vivirá  en 
ellas,  comunicándoles  su  misma  vida,  hecho  su  pastor 
y  su  pasto. 

Y  calló  Marcelo  aquí,  significando  á  Sabino  que  pa- 
sase adelante,  que  luego  desplegó  el  papel  y  leyó. 

1    Psalm   ciii.  27. 


DE   LOS    NOMBRES    DE  CRISTO. — LIBRO   PRIMERO  91 


CAPÍTULO  VII 

Se  le  da  á    Cristo  el  nombre  de   Monte;  qué  significa  éste  en  la 
Escritura, y  por  qué  se  le  atribuye  á  Cristo, 

Llámase  Cristo  Monte,  como  en  el  capítulo  segundo 
de  Daniel,  adonde  se  dice  que  la  piedra  que  hirió  en 
los  pies  de  la  estatua  que  vio  el  rey  de  Babilonia,  y  la 
desmenuzó  y  deshizo,  se  convirtió  en  un  monte  muy 
grande  que  ocupaba  toda  la  tierra.  Y  en  el  capítulo 
segundo  de  Isaías:  «Y  en  los  postreros  días  será  esta- 
blecido el  monte  de  la  casa  del  Señor  sobre  la  cumbre 
»de  todos  los  montes».  Y  en  el  Salmo  sesenta  y  siete: 
«El  monte  de  Dios,  monte  enriscado  y  lleno  de  gro- 
»sura». 

Y  en  leyendo  esto  cesó. 

Y  dijo  Juliano  luego: 

—  Pues  que  este  vuestro  papel, Marcelo,  tiene  la  con- 
dición de  Pitágoras,  que  dice,  y  no  da  razón  de  lo  que 
dice,  justo  será  que  nos  la  deis  vos  por  él.  Porque  los 
lugares  que  agora  alega,  mayormente  los  dos  postreros, 
algunos  podrían  dudar  si  hablan  de  Cristo  ó  no. 

— Muchos  dicen  muchas  cosas,  respondió  Marcelo; 
pero  el  papel  siguió  lo  más  cierto  y  lo  mejor,  porque 
en  el  lugar  de  Isaías  casi  no  hay  palabras  (ansí  en  él 
como  en  lo  que  le  antecede  ó  se  le  sigue),  que  no  seña- 
le á  Cristo  como  con  el  dedo.  Lo  primero  dice:  <En  los 
»días  postreros»;  y  como  sabéis,  lo  postrero  de  los 
días,  ó  los  días  postreros,  en  la  santa  Escritura  es  nom- 
bre que  se  da  al  tiempo  en  que  Cristo  vino,  como  se 
parece  en  la  profecía  de  Jacob,  en  el  capítulo  último 
del  libro  de  la  creación  1  y  en  otros  muchos  lugares. 
Porque  el  tiempo  de  su  venida,  en  el  cual  juntamente 
con  Cristo  comenzó  á  nacer  la  luz  del  Evangelio,  y  el 
espacio  que  dura  el  movimiento  de  esta  luz,  que  es  el 
espacio  de  su  predicación  (que  va  como  un  sol  cercan- 

1   Genes.,  xlix,  1. 


92  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

do  el  mundo,  y  pasando  de  unas  naciones  en  otras), 
ansí  que  l  todo  el  discurso  y  suceso  y  duración  de 
aqueste  alumbramiento,  se  llama  un  día;  porque  es 
como  el  nacimiento  y  vuelta  que  da  el  sol  en  un  día. 
Y  llámase  postrero  día,  porque  en  acabando  el  sol  del 
Evangelio  su  curso,  que  será  en  habiendo  amanecido 
á  todas  las  tierras,  como  este  sol  amanece,  no  ha  de 
sucederle  otro  día.  «Y  será  predicado,  dice  Cristo  2, 
»este  Evangelio  por  todo  el  mundo,  y  luego  vendrá 
»el  fin». 

Demás  de  esto  dice:  «Será  establecido».  Y  la  pala- 
bra original  significa  un  establecer  y  afirmar  no  mu- 
dable, ni  como  si  dijésemos  movedizo  ó  sujeto  á  las 
injurias  y  vueltas  del  tiempo.  Y  ansí  en  el  Salmo  con 
esta  misma  palabra  se  dice  3:  «El  Señor  afirmó  su  tro- 
»no  sobre  los  cielos».  Pues  ¿qué  monte  otro  hay,  ó  qué 
grandeza  no  sujeta  á  mudanza,  sino  es  Cristo  sólo, 
cuyo  reino  no  tiene  fin,  como  dijo  á  la  Virgen  el  Án- 
gel? Pues  ¿qué  se  sigue  tras  esto?  «El  monte,  dice,  de 
»la  casa  del  Señor».  Adonde  la  una  palabra  es  como 
declaración  de  la  otra,  como  diciendo  el  monte,  esto 
es,  la  casa  del  Señor.  La  cual  casa  entre  todas  por  ex- 
celencia es  Cristo  nuestro  Redentor,  en  quien  reposa 
y  mora  Dios  enteramente.  Como  es  escrito4:  «En  el 
»cual  reposa  todo  lo  lleno  de  la  divinidad». 

Y  dice  más:  «Sobre  la  cumbre  de  los  montes».  One 
es  cosa  que  solamente  de  Cristo  se  puede  con  verdad 
decir.  Porque  monte  en  la  Escritura,  y  en  la  secreta 
manera  de  hablar  de  que  en  ella  usa  el  Espíritu-Santo, 
significa  todo  lo  eminente,  ó  en  poder  temporal  como 
son  los  príncipes,  ó  en  virtud  y  saber  espiritual,  como 
son  los  profetas  y  los  prelados;  y  decir  montes  sin  limi- 
tación, es  decir  todos  los  montes;  ó  como  se  entiende 
de  un  artículo  que  está  en  el  primer  texto  en  este  hi- 

1  Ansí  que:  modismo  equivalente  á  asi  como,  como  también, 
lo  mismo  que,  etc.  Téngase  en  cuenta  esta  observación  para  me- 
jor entender  este  párrafo  y  otros  que  seguirán.  (Nota  de  esta  edi- 
ción.)      2   Matth.,  xxiv,  4.        3  Psalm.  cu,  19.        4  Colos.,  h,  9. 


DE   LOS   NOMBRES   DE    CRISTO.— LIBRO   PRIMERO  93 

gar,  es  decir  los  montes  más  señalados  de  todos,  ansí 
por  alteza  de  sitio  como  por  otras  cualidades  y  condi- 
ciones suyas.  Y  decir  que  será  establecido  sobre  todos 
los  montes,  no  es  decir  solamente  que  este  monte  es 
más  levantado  que  los  demás,  sino  que  está  situado 
sobre  la  cabeza  de  todos  ellos;  por  manera  que  lo 
más  bajo  de  él  está  sobrepuesto  á  lo  que  es  en  ellos 
más  alto. 

Y  ansí  juntando  con  palabras  descubiertas  todo 
aquesto  que  he  dicho,  resultará  de  todo  ello  aquesta 
sentencia:  Que  la  raíz,  ó  como  llamamos,  la  falda  de 
este  monte  que  dice  Isaías,  esto  es,  lo  menos  y  más 
humilde  de  él,  tiene  debajo  de  sí  á  todas  las  altezas 
más  señaladas  y  altas  que  hay,  así  temporales  como 
espirituales.  Pues  ¿qué  alteza  ó  encumbramiento  será 
aqueste  tan  grande,  si  Cristo  no  es?  0  ¿á  qué  otro 
monte,  de  los  que  Dios  tiene,  convendrá  una  semejante 
grandeza?  Veamos  lo  que  la  santa  Escritura  dice,  cuan- 
do habla  con  palabras  llanas  y  sencillas  de  Cristo,  y  co- 
tejémoslo con  los  rodeos  de  este  lugar;  y  si  halláremos 
que  ambas  partes  dicen  lo  mismo,  no  dudemos  de  que 
es  uno  mismo  aquel  de  quien  hablan. 

¿Qué  dice  David?1  «Dijo  el  Señora  mi  Señor:  Asién- 
tate á  mi  mano  derecha  hasta  que  ponga  por  escaño  de 
»tus  pies  á  tus  enemigos».  Y  el  apóstol  San  Pablo 2 : 
«Para  que  al  nombre  de  Jesús  doblen  las  rodillas  todos, 
»ansí  los  del  cielo  como  los  de  la  tierra  y  los  del  infier- 
»no».  Y  el  mismo,  hablando  propiamente  del  misterio 
de  Cristo,  dice  3 :  «Lo  flaco  de  Dios  que  parece,  es  más 
«valiente  que  la  fortaleza  toda;  y  lo  inconsiderado, 
»más  sabio  que  cuanto  los  hombres  saben».  Pues  allí 
se  pone  el  monte  sobre  los  montes,  y  aquí  la  alteza 
toda  del  mundo  y  del  infierno  por  escaño  de  los  pies 
de  Jesucristo.  Aquí  se  le  arrodilla  lo  criado;  allí  todo  lo 
alto  le  está  sujeto.  Aquí  su  humildad,  su  desprecio,  su 
cruzj'se  dice  ser  más  sabia  y  más  poderosa  que  cuan- 
to pueden  y  saben  los -hombres;  allí  la  raíz  de  aquel 

1   Psalm.  cix,  1.  2    Philip.,  r,  10.  3    I  Corint  ,  i,  25. 


94  FKAY   LUIS   DE   LEÓN 

monte  se  pone  sobre  las  cumbres  de  todos  los  montes. 

Ansí  que,  no  debemos  dudar  de  que  es  Cristo  este 
monte  de  que  habla  Isaías.  Ni  menos  de  que  es  aquel 
de  quien  canta  David  en  las  palabras  del  Salmo  ale- 
gado. El  cual  Salmo,  todo  es  manifiesta  profecía;  no 
de  un  misterio  sólo,  sino  casi  de  todos  aquellos  que 
obró  Cristo  para  nuestra  salud.  Y  es  oscuro  Salmo  ai 
parecer,  pero  oscuro  á  los  que  no  dan  en  la  vena  del 
verdadero  sentido,  y  siguen  sus  imaginaciones  propias: 
con  las  cuales  como  no  dice  el  Salmo  bien,  ni  puede 
decir,  para  ajustarle  con  ellas  revuelven  la  letra  y 
oscurecen  y  turban  la  sentencia,  y  al  fin  se  fatigan  en 
balde:  mas  al  revés,  si  se  toma  una  vez  el  hilo  de  él  y 
su  intento,  las  mismas  cosas  se  van  diciendo  y  llamán- 
dose unas  á  otras,  y  trabándose  entre  sí  con  maravi- 
lloso artificio. 

Y  lo  que  toca  agora  á  nuestro  propósito  (porque 
sería  apartarnos  mucho  de  él  declarar  todo  el  Salmo, 
ansí  que  lo  que  toca  al  verso  que  de  este  Salmo  alega 
el  papel),  para  entender  que  el  monte  de  quien  el 
verso  habla  es  Jesucristo,  basta  ver  lo  que  luego  se 
sigue,  que  es:  «Monte  en  el  cual  le  plació  á  Dios  mo- 
»rar  en  él»;  y  cierto  morará  en  él  eternamente.  Lo 
cual,  si  no  es  de  Jesucristo,  de  ningún  otro  se  puede 
decir.  Y  son  muy  de  considerar  cada  una  de  las  pala- 
bras, ansí  de  este  verso  como  del  verso  que  le  antecede; 
pero  no  turbemos  ni  confundamos  el  discurso  de  nues- 
tra razón. 

Digamos  primero  qué  quiere  decir  que  Cristo  se 
llame  monte.  Y  dicho,  y  volviendo  sobre  estos  mismos 
lugares,  diremos  algo  de  las  cualidades  que  da  en 
ellos  el  Espíritu-Santo  á  este  monte.  Pues  digo  ansí: 
que  demás  de  la  eminencia  señalada  que  tienen  los 
montes  sobre  lo  demás  de  la  tierra  (como  Cristo  la 
tiene  en  cuanto  hombre,  sobre  todas  las  criaturas),  la 
más  principal  razón  por  qué  se  llama  monte,  es  por 
la  abundancia,  ó  digámoslo  ansí,  por  la  preñez  riquí- 
sima de  bienes  diferentes  que  atesora  y  comprende 
en  sí  mismo.  Porque,  como  sabéis,  en  la  lengua  hebrea, 


DE    LOS   NOMBRES    !>F.    CRISTO.— LIBRO    PRIMKRO  US 

en  que  los  sagrados  libros  en  su  primer  origen  se 
escriben,  la  palabra  con  que  el  monte  se  nombra, 
según  el  sonido  de  ella,  suena  en  nuestro  castellano 
el  preñarlo;  por  manera  que  los  que  nosotros  llama- 
mos montes,  llama  el  hebreo  por  nombre  propio  pre- 
ñados. 

Y  díceles  este  nombre  muy  bien,  no  sólo  por  la  figu- 
ra que  tienen  alta  y  redonda,  y  como  hinchada  sobre  la 
tierra  (por  lo  cual  parecen  el  vientre  de  ella,  y  no 
vacío  ni  flojo  vientre,  mas  lleno  y  preñado):  sino  tam- 
bién porque  tienen  en  sí  como  concebido,  y  lo  paren 
y  sacan  á  luz  á  sus  tiempos,  casi  todo  aquello  que  en 
la  tierra  se  estima.  Producen  árboles  de  diferentes 
maneras,  unos  que  sirven  de  madera  para  los  edificiosT 
y  otros  que  con  sus  frutas  mantienen  la  vida.  Paren 
yerbas,  más  que  ninguna  otra  parte  del  suelo,  de  di- 
versos géneros  y  de  secretas  y  eficaces  virtudes.  En  los 
montes  por  la  mayor  parte  se  conciben  las  fuentes  y 
los  principios  de  los  ríos,  que  naciendo  de  allí  y  ca- 
yendo en  los  llanos  después,  y  torciendo  el  paso  por 
ellos,  fertilizan  y  hermosean  las  tierras.  Allí  se  cría  el 
azogue  y  el  estaño,  y  las  venas  ricas  de  la  plata  y  del 
oro,  y  de  los  demás  metales  todas  las  minas,  las  pie- 
dras preciosas  y  las  canteras  de  las  piedras  firmes,  que 
son  más  provechosas,  con  que  se  fortalecen  las  ciuda- 
des con  muros  y  se  ennoblecen  con  suntuosos  pala- 
cios. Y  finalmente,  son  como  una  arca  los  montes, 
y  como  un  depósito  de  todos  los  mayores  tesoros  del 
suelo. 

Pues  por  la  misma  manera  Cristo  nuestro  SeñorT 
no  sólo  en  cuanto  Dios  (que  según  esta  razón  por  ser 
el  Verbo  divino,  por  quien  el  Padre  cria  todas  las 
cosas,  las  tiene  todas  en  sí  de  mejores  quilates  y  ser 
que  son  en  sí  mismas);  mas  también  según  que  es 
hombre,  es  un  monte  y  un  amontonamiento  y  preñez 
de  todo  lo  bueno  y  provechoso,  y  deleitoso,  y  glorioso 
que  en  el  deseo  y  en  el  seno  de  las  criaturas  cabe,  y 
de  mucho  más  que  no  cabe.  En  El  está  el  remedio  del 
mundo  y  la  destrucción  del  pecado  y  la  victoria  contra 


91)  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

el  demonio;  y  las  fuentes  y  mineros  de  toda  la  gracia 
y  virtudes  que  se  derraman  por  nuestras  almas  y 
pechos,  y  los  hacen  fértiles,  en  El  tienen  su  abundan- 
te principio;  en  El  tienen  sus  raíces,  y  de  El  nacen  y 
crecen  con  su  virtud,  y  se  visten  de  hermosura  y  de 
fruto  las  hayas  altas,  y  los  soberanos  cedros,  y  los  árbo- 
les de  la  mirra  (como  dicen  los  Cantares)  y  del  incien- 
so: los  apóstoles  y  los  mártires  y  profetas  y  vírgenes. 
El  mismo  es  el  sacerdote  y  el  sacrificio,  el  pastor  y  el 
pasto,  el  doctor  y  la  doctrina,  el  abogado  y  el  juez, 
el  premio  y  el  que  da  el  premio,  la  guía  y  el  camino,  el 
médico,  la  medicina,  la  riqueza,  la  luz,  la  defensa,  y 
el  consuelo  es  El  mismo,  y  sólo  El.  En  El  tenemos  la 
alegría  en  las  tristezas,  el  consejo  en  los  casos  dudosos, 
y  en  los  peligrosos  y  desesperados  el  amparo  y  la 
salud. 

Y  por  obligarnos  más  á  sí,  y  porque  buscando  lo 
que  nos  es  necesario  en  otras  partes,  no  nos  divirtié- 
semos de  El,  puso  en  sí  la  copia  y  la  abundancia,  ó,  si 
decimos,  la  tienda  y  el  mercado,  ó  (será  mejor  decir)  el 
tesoro  abierto  y  liberal  de  todo  lo  que  nos  es  necesa- 
rio, útil  y  dulce,  ansí  en  lo  próspero  como  en  lo  adver- 
so, ansí  en  la  vida  como  en  la  muerte  también,  ansí  en 
los  años  trabajosos  de  aqueste  destierro  como  en  la  vi- 
vienda eterna  y  feliz  á  do  caminamos.  Y  como  el 
monte  alto,  en  la  cumbre,  se  toca  de  nubes  y  las  tras- 
pasa, y  parece  que  llega  hasta  el  cielo,  y  en  las  faldas 
cría  viñas  y  mieses,  y  da  pastos  saludables  á  los  gana- 
dos; ansí  lo  alto  y  la  cabeza  de  Cristo  es  Dios,  que  tras- 
pasa los  cielos,  y  es  consejos  altísimos  de  sabiduría, 
adonde  no  puede  arribar  ingenio  ninguno  mortal;  mas 
lo  humilde  de  El,  sus  palabras  llanas,  la  vida  pobre  y 
sencilla  y  santísima  que  morando  entre  nosotros  vivió, 
las  obras  que  como  hombre  hizo,  y  las  pasiones  y  do- 
lores que  de  los  hombres  y  por  los  hombres  sufrió,  son 
pastos  de  vida  para  sus  fieles  ovejas.  Allí  hallamos  el 
trigo,  que  esfuerza  el  corazón  de  los  hombres;  y  el 
vino  que  les  da  verdadera  alegría;  y  el  óleo,  hijo  de  la 
oliva  y  engendrador  de  la  luz,  que  destierra  nuestras 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO    PRIMERO  97 

tinieblas.  «El  risco,  dice  el  Salmo  *,  es  refrigerio  de  los 
»conejos».  Y  en  Ti,  ¡oh  verdadera  guarida  de  los  po- 
brecitos  amedrentados,  Cristo  Jesús!  y  en  Ti,  ¡oh  am- 
paro dulce  y  seguro,  oh  acogida  llena  de  fidelidad!  los 
afligidos,  y  acosados  del  mundo  nos  escondemos.  Si 
vertieren  agua  las  nubes  y  se  abrieren  los  canales  del 
cielo,  y  saliendo  la  mar  de  madre,  se  anegaren  las  tie- 
rras y  sobrepujaren  como  en  el  diluvio  sobre  los"  mon- 
tes las  aguas,  en  este  monte,  que  se  asienta  sobre  la 
cumbre  de  todos  los  montes,  no  las  tememos.  Y  si  los 
montes,  como  dice  David,  trastornados  de  sus  lugares 
cayeren  en  el  corazón  de  la  mar,  en  e?te  ni ott  te  no 
mudable  enriscados  carecemos  de  miedo. 

Mas  ¿qué  hago  yo  agora,  ó  adonde  me  lleva  el  ardor? 
Tornemos  á  nuestro  hilo;  y  ya  que  hemos  dicho  el  por 
qué  es  monte  Cristo,  digamos,  según  que  es  monte,  las 
cualidades  que  le  da  la  Escritura. 

Decía,  pues,  Daniel  a  que  una  piedra  sacada  sin  ma- 
nos, hirió  en  los  pies  de  la  estatua  y  la  volvió  en  pol- 
vo, y  la  piedra  creciendo  se  hizo  monte  tan  grande,  que 
ocupó  toda  la  tierra.  En  lo  cual  primeramente  entende- 
mos que  este  grandísimo  monte  era  primero  una  peque- 
ña piedra.  Y  aunque  es  ansí,  que  Cristo  es  llamado 
piedra  por  diferentes  razones,  pero  aquí  la  piedra  dice 
fortaleza  y  pequenez.  Y  ansí,  es  cosa  digna  de  conside- 
rar que  no  cayó  hecha  monte  grande  sobre  la  estatua 
y  la  deshizo,  sino  hecha  piedra  pequeña.  Porque  no  usó 
Cristo,  para  destruir  la  alteza  y  poder  tirano  del  demo- 
nio, y  la  adoración  usurpada,  y  los  ídolos  que  tenía  en 
el  mundo,  de  la  grandeza  de  sus  fuerzas;  ni  derrocó  so- 
bre él  el  brazo  y  el  peso  de  su  divinidad  encubierta, 
sino  lo  humilde  que  había  en  Él,  y  lo  bajo  y  lo  peque- 
ño: su  carne  santa  y  su  sangre  vertida,  y  el  ser  preso  y 
condenado  y  muerto  crudelísimamente.  Y  esta  peque- 
nez y  flaqueza  fué  fortaleza  dura,  y  toda  la  soberbia  del 
infierno  y  su  monarquía  quedó  rendida  á  la  muerte  de 
Cristo.  Por  manera  que  primero  fué  piedra,  y  después 


1    Psalro.  cnr,  18  2   Daniel,  ti,  34  y  35. 


98  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

de  piedra  monte.  Primero  se  humilló,  y  humilde  ven- 
ció; y  después  vencedor  glorioso,  descubrió  su  claridad, 
y  ocupó  la  tierra  y  el  cielo  con  la  virtud  de  su  nombre. 

Mas  lo  que  el  Profeta  significó  por  rodeos,  ¡cuan 
llanamente  lo  dijo  el  Apóstol!  1  «El  haber  subido,  dice 
«hablando  de  Cristo,  ¿qué  es  sino  por  haber  descendido 
«primero  hasta  lo  bajo  de  la  tierra?  El  que  descendió, 
»ese  mismo  subió  sobre  todos  los  cielos  para  henchir 
»todas  las  cosas».  Y  en  otra  parte  2:  «Fué  hecho  obe- 
»diente  hasta  la  muerte,  y  muerte  de  cruz,  por  lo  cual 
«ensalzó  su  nombre  Dios  sobre  todo  nombre».  Y  como 
dicen  del  árbol,  que  cuanto  lanza  las  raíces  más  en  lo 
hondo,  tanto  en  lo  alto  crece  y  sube  más  por  el  aire: 
ansí  á  la  humildad  y  pequenez  de  esta  piedra  corres- 
pondió la  grandeza  sin  medida  del  monte;  y  cuanto 
primero  se  disminuyó,  tanto  después  fué  mayor.  Pero 
acontece  que  la  piedra  que  se  tira  hace  gran  golpe, 
aunque  sea  pequeña,  si  el  brazo  que  la  envía  es  va- 
liente: y  pudiérase  por  ventura  pensar  que  si  esta  pie- 
dra pequeña  hizo  pedazos  la  estatua,  fué  por  la  virtud 
de  alguna  fuerza  extraña  y  poderosa  que  la  lanzó.  Mas- 
no  fué  ansí,  ni  quiso  que  se  imaginase  ansí  el  Espíritu 
Santo;  y  por  esta  causa  añadió  que  hirió  á  la  estatua 
sin  manos,  conviene  á  saber,  que  no  la  hirió  con  fuerza 
mendigada  de  otro  ni  de  poder  ajeno,  sino  con  el  suyo 
mismo  hizo  tan  señalado  golpe.  Como  pasó  en  la 
verdad. 

Porque  lo  flaco  y  lo  despreciado  de  Cristo,  su  pasión 
y  su  muerte,  aquel  humilde  escupido  y  escarnecido, 
fué  tan  de  piedra,  quiero  decir,  tan  firme  para  sufrir 
y  tan  fuerte  y  duro  para  herir,  que  cuanto  en  el  so- 
berbio mundo  es  tenido  por  fuerte  no  pudo  resistir  á 
su  golpe;  mas  antes  cayó  todo  quebrantado  y  deshe- 
cho, como  si  fuera  vidrio  delgado. 

Y  aun  lo  que  es  más  de  maravillar,  no  hirió  esta 
piedra  la  frente  de  aquel  bulto  espantable,  sino  sola- 
mente los  pies  adonde  nunca  la  herida  es  mortal;  mas 


1  Erhes.,  iv,  9  y  10.  2  Philip.,  n,  8. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO^— LIBRO    PRIMERO  99 

sin  embargo  de  esto,  con  aquel  golpe  dado  en  los  pies, 
vinieron  á  menos  los  pechos  y  hombros  y  el  cuello  y 
cabeza  de  oro.  Porque  fué  ansí,  que  el  principio  del 
Evangelio  y  los  primeros  golpes  que  Cristo  dio  para 
deshacer  la  pujanza  mundana,  fueron  en  los  pies  de 
ella  y  en  lo  que  andaba  como  rastreando  en  el  suelo; 
en  las  gentes  bajas  y  viles,  ansí  en  oficio  como  en  con- 
dición. Y  heridos  éstos  con  la  verdad,  y  vencidos  y 
quebrados  del  mundo,  y  como  muertos  á  él  y  puestos 
debajo  la  piedra  las  cabezas  y  los  pechos,  esto  es,  los 
sabios  y  los  altos,  cayeron  todos;  unos  para  sujetarse 
á  la  piedra,  y  otros  para  quedar  quebrados  y  desme- 
nuzados de  ella;  unos  para  dejar  su  primero  y  mal 
ser,  y  otros  para  crecer  para  siempre  en  su  mal.  Y 
ansí,  unos  destruidos  y  otros  convertidos,  la  piedra, 
transformándose  en  monte,  ella  sola  ocupó  todo  el 
mundo. 

Es  también  monte  hecho  y  como  nacido  de  piedra, 
porque  entendamos  que  no  es  terreno  ni  movedizo 
este  monte,  ni  tal  que  pueda  ser  menoscabado., ó  dis- 
minuido en  alguna  manera.  Y  con  esto,  pasemos  á  ver 
lo  demás  que  decía  de  él  el  santo  David. 

«El  monte,  dice,  del  Señor,  monte  cuajado,  monte 
«grueso»;  quiere  decir  fértil  y  abundante  monte,  como 
á  la  buena  tierra  solemos  llamarla  tierra  gruesa.  Y  la 
condición  de  la  tierra  gruesa  es  ser  espesa  y  tenaz  y 
maciza,  y  no  delgada  y  arenisca,  y  ser  tierra  que  bebe 
mucha  agua,  y  que  no  se  anega  ó  deshace  con  ella,  sino 
antes  la  abraza  toda  en  sí,  y  se  engruesa  é  hinche  de 
jugo;  y  ansí,  después  son  conformes  á  esta  grosura  las 
mieses,  que  produce  espesas  y  altas,  y  las  cañas  grue- 
sas y  las  espigas  grandes. 

Bien  es  verdad  que  adonde  decimos  grueso,  el  pri- 
mer texto  dice  Basan,  que  es  nombre  propio  de  un 
monte  llamado  ansí  en  la  Tierra-Santa,  que  está  de  la 
otra  parte  del  Jordán,  en  la  suerte  que  cupo  á  los  de 
Gad  y  Rubén  y  á  la  mitad  de  la  tribu  de  Manases.  Pero 
era  señaladamente  abundante  este  monte:  y  ansí, 
nuestro  texto,  aunque  calló  el  nombre,  guardó  bien  el 


100  FR&X  LU1S  DE  LE0N 

sentido  y  puso  la  misma  sentencia;  y  en  lugar  de  Ba- 
san puso  monte  grueso,  cual  lo  es  el  Basan. 

Pues  es  Cristo  ni  más  ni  menos,  no  como  arena  flaca 
y  movediza,  sino  como  tierra  de  cuerpo  y  de  tomo,  y 
que  debe  y  contiene  en  sí  todos  los  dones  del  Espíritu- 
Santo,  que  la  Escritura  suele  muchas  veces  nombrar 
con  nombre  de  aguas;  y  ansí  el  fruto  que  de  este  mon- 
te sale,  y  las  mieses  que  se  crían  en  él,  nos  muestran 
bien  á  la  clara  si  es  grueso  y  fecundo  este  monte.  De 
las  cuales  mieses,  David  en  el  Salmo  setenta  y  uno,  de- 
bajo de  la  misma  figura  de  trigo  y  de  mieses  y  de  fru- 
tos del  campo,  hablando  á  la  letra  del  reino  de  Cristo, 
nos  canta  diciendo  1:  «Y  será,  de  un  puñado  de  trigo 
»echado  en  la  tierra  en  las  cumbres  de  los  montes,  el 
»fruto  suyo  más  levantado  que  el  Líbano,  y  por  las 
»villas  florecerán  como  el  heno  de  la  tierra».  O  porque 
en  este  punto,  y  diciendo  esto,  me  vino  á  la  memoria, 
quiérolo  decir  como  nuestro  común  amigo  lo  dijo,  tra- 
duciendo en  verso  castellano  este  Salmo: 

«  .  .  .  .  ¡Oh  siglos  de  oro, 

cuando  tan  sola  una 
espiga  sobre  el  cerro,  tal  tesoro 

producirá  sembrada, 
de  mieses  ondeando,  cual  la  cumbre 

del  Líbano  ensalzada, 
cuando  con  más  largueza  y  muchedumbre 

que  el  heno,  en  las  ciudades 
el  trigo  crecerá! 

Y  porque  se  viese  claro  que  este  fruto,  que  se  llama 
trigo,  no  estrige  y  que  esta  abundancia  no  es  buena 
disposición  de  tierra  ni  templanza  de  cielo  clemente; 
sino  que  es  fruto  de  justicia  y  mieses  espirituales  nun- 
ca antes  vistas,  que  nacen  por  la  virtud  de  este  monte, 
añade  luego: 

Por  do  desplega 

la  fama  en  mil  edades 

el  nombre  de  este  Rey,  y  al  cielo  llega. 

1    Psalm.  lxii,  16. 


DE   LOS    NOMBRES  DE   CRISTO.— LIBRO    PRIMERO  101 

Mas  ¿nació  por  ventura  con  este  fruto  su  nombre,  ó 
era  ya  y  vivía  en  el  seno  de  su  Padre,  primero  que  la 
rueda  de  los  siglos  comenzase  á  moverse?  Dice: 

El  nombre,  que  primero 
que  el  sol  manase  luz  resplandecía, 

en  quien  hasta  el  postrero 
mortal  será  bendito,  á  quien  de  día, 

de  noche  celebrando, 
las  gentes  darán  loa  y  bienandanza. 

Y  dirán  alabando: 
Señor  Dios  de  Israel,  ¿qué  lengua  alcanza 

á  tu  debida  gloria? 

Salido  he  de  mi  camino,  llevado  de  la  golosina  del 
verso;  mas  volvamos  á  él.  Y  habiendo  dicho  esto  Mar- 
celo y  tomando  un  poco  de  aliento,  quería  pasar  ade- 
lante; mas  Juliano,  deteniéndole,  dijo: 

— Antes  que  digáis  más,  me  decid,  Marcelo:  ¿este 
común  amigo  nuestro  que  nombrasteis,  cuyos  son  es- 
tos versos,  quién  es?  Porque,  aunque  yo  no  soy  muy 
poeta,  hanme  parecido  muy  bien;  y  debe  hacerlo,  ser 
el  sujeto  cual  es,  en  quien  sólo  á  mi  juicio  se  emplea 
la  poesía  como  debe. 

— Gran  verdad,  Juliano,  es.  respondió  al  punto  Mar- 
celo, lo  que  decís.  Porque  éste  es  sólo  digno  sujeto  de 
la  possía;  y  los  que  la  sacan  de  él,  y  forzándola  la  em- 
plean, ó  por  mejor  decir,  la  pierden  en  argumentos  de 
liviandad,  habían  de  ser  castigados  como  públicos  co- 
rrompedores de  dos  cosas  santísimas:  de  la  poesía  y  de 
las  costumbres.  La  poesía  corrompen,  porque  sin  duda 
la  inspiró  Dios  en  los  ánimos  de  los  hombres  para  con 
el  movimiento  y  espíritu  de  ella  levantarlos  al  cielo, 
de  donde  ella  procede;  porque  poesía  no  es  sino  una 
comunicación  del  aliento  celestial  y  divino;  y  ansí,  en 
los  Profetas  casi  todos,  ansí  los  que  fueron  movido- 
verdaderamente  por  Dios,  como  los  que  incitados  por 
otras  causas  sobrehumanas  hablaron,  el  mismo  espí- 
ritu qua  los  despertaba  y  levantaba  á  ver  lo  que  los 
otros   hombres  no  veían,   les  ordenaba  y  componía 


102  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

y  como  metrificaba  en  la  boca  las  palabras,  con  nú- 
mero y  consonancia  debida,  para  que  hablasen  por 
más  subida  manera  que  las  otras  gentes  hablaban,  y 
para  que  el  estilo  del  decir  se  asemejase  al  sentir,  y 
las  palabras  y  las  cosas  fuesen  conformes. 

Ansí  que,  corrompen  esta  santidad,  y  corrompen 
también,  lo  que  es  mayor  mal,  las  santas  costumbres; 
porque  los  vicios  y  las  torpezas,  disimuladas  y  enme- 
ladas con  el  sonido  dulce  y  artificioso  del  verso,  recí- 
bense  en  los  oídos  con  mejor  gana,  y  de  ellos  pasan  al 
ánimo,  que  de  suyo  no  es  bueno,  y  lánzanse  en  él  po- 
derosísimamente;  y  hechas  señoras  de  él,  y  desterran- 
do de  allí  todo  buen  sentido  y  respeto,  corrómpenlo,  y 
muchas  veces  sin  que  el  mismo  que  es  corrompido  lo 
sienta.  Y  es  (iba  á  decir  donaire,  y  no  es  donaire,  sino 
vituperable  inconsideración),  que  las  madres  celosas 
del  bien  de  sus  hijas  les  vedan  las  pláticas  de  algunas 
otras  mujeres,  y  no  les  vedan  los  versos  y  los  cantar- 
cilios  de  argumentos  livianos,  los  cuales  hablan  con 
ellas  á  todas  horas;  y  sin  recatarse  de  ellos,  antes 
aprendiéndolos  y  cantándolos,  las  atraen  á  sí  y  las 
persuaden  secretamente;  y  derramándoles  su  ponzoña 
poco  á  poco  por  los  pechos,  las  inficionan  y  pierden. 
Porque  ansí  como  en  la  ciudad,  perdido  el  alcázar  de 
ella  y  puesto  en  las  manos  de  los  enemigos,  toda  ella 
es  perdida;  ansí,  ganado  una  vez,  quiero  decir,  perdido 
el  corazón,  y  aficionado  á  los  vicios  y  embeleñado  con 
ellos,  no  hay  cerradura  tan  fuerte  ni  centinela  tan  ve- 
ladora y  despierta,  que  baste  á  la  guarda.  Pero  esto  es 
de  otro  lugar,  aunque  la  necesidad  ó  el  estrago  que  el 
uso  malo,  introducido  más  agora  que  nunca,  hace  en 
las  gentes,  hace  también  que  se  pueda  tratar  de  ello 
á  propósito  en  cualquier  lugar. 

Mas,  dejándolo  agora,  espantóme.  Juliano,  que  me 
preguntéis  quién  es  el  común  amigo  que  dije;  pues  no 
podéis  olvidaros  que,  aunque  cada  uno  de  nosotros 
dos  tenemos  amistad  con  muchos  amigos,  uno  sólo  te- 
nemos que  la  tiene  conmigo  y  con  vos  casi  en  igual 
grado;  porque  á  mí   me  ama  como  á  sí,   y  á  vos  en  la 


DE   LOS   NOMBRES   DF.   CRISTO.— LIBRO    PRIMERO  103 

misma  manera  como  yo  os  amo,  que  es  muy  poco  me- 
nos que  á  mí. 

— Razón  tenéis,  respondió  Juliano,  en  condenar  mi 
-descuido;  y  entiendo  muy  bien  por  quién  decís.  Y 
pues  tendréis  en  la  memoria  algunos  otros  Salmos  de 
los  que  ha  puesto  en  verso  este  amigo  nuestro,  mucho 
gustaría  yo,  y  Sabino  gustará  de  ello  (si  no  me  enga- 
ño también),  que  en  los  lugares  que  se  os  ofrecieren 
■de  aquí  adelante  uséis  de  ellos,  y  nos  los  digáis. 

— Sabino,  respondió  Marcelo,  no  sé  yo  si  gustará  de 
oir  lo  que  sabe;  porque,  como  más  mozo  y  más  aficio- 
nado á  los  versos,  tiene  casi  en  la  lengua  estos  Salmos 
que  pedís;  pero  haré  vuestro  gusto,  y  aun  Sabino  po- 
drá servir  de  acordármelos  si  yo  me  olvidare,  como 
será  posible  olvidarme.  Ansí  que,  él  me  los  acordará;  ó 
si  más  le  pluguiere,  dirálos  él  mismo;  y  aun  es  justo 
■que  le  plazca,  porque  los  sabrá  decir  con  mejor 
sracia. 

De  esto  postrero  se  rieron  un  poco  Juliano  y  Sabi- 
no. Y  diciendo  Sabino  que  lo  haría  ansí  y  que  gustaría 
de  hacerlo.  Marcelo  tornó  á  seguir  su  razón,  y  dijo: 

— Decíamos,  pues,  que  este  sagrado  monte,  confor- 
me á  lo  del  Salmo,  era  fértil  señaladamente;  y  proba- 
mos su  grosura  por  la  muchedumbre  y  por  la  grande- 
za de  las  mieses  que  de  él  han  nacido;  y  referimos  que 
David,  hablando  de  ellas,  decía  que  de  un  puñado  de 
trigo  esparcido  sobre  la  cumbre  del  monte,  serían  el 
fruto  y  cañas  que  nacerían  de  él  tan  altas  y  gruesas 
•que  igualarían  á  los  cedros  altos  del  Líbano.  De  mane- 
ra que  cada  caña  y  espiga  sería  como  un  cedro,  y  to- 
das ellas  vestirían  la  cumbre  de  su  monte,  y  meneadas 
del  aire  ondearían  sobre  él  como  ondean  las  copas  de 
los  cedros  y  de  los  otros  árboles  soberanos  de  que  el 
Líbano  se  corona. 

En  lo  cual  David  dice  tres  cualidades  muy  señala- 
das; porque,  lo  uno,  dice  que  son  mieses  de  trigo,  cosa 
útil  y  necesaria  para  la  vida,  y  no  árboles,  más  vistosos 
■en  ramas  y  hojas  que  provechosos  en  fruto,  como  fue- 
ron los  antiguos  filósofos  y  los  que  por  su  sola  indus- 


104  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

tria  quisieron  alcanzar  la  virtud.  Y  lo  otro,  afirma  que 
estas  mieses,  no  sólo  por  ser  trigo  son  mejores,  sino 
en  alteza  también  son  mayores  mucho  que  la  arbole- 
da del  Líbano.  Que  es  cosa  que  se  ve  por  los  ojos,  si 
cotejamos  la  grandeza  de  nombre,  que  dejaron  des- 
pués de  sí  los  sabios  y  grandes  del  mundo,  con  la  hon- 
ra merecida  que  se  da  en  la  Iglesia  á  los  santos,  y  se- 
les dará  siempre,  floreciendo  cada  día  más  en  cuanto 
el  mundo  durare.  Y  lo  tercero,  dice  que  tiene  origen 
este  fruto  de  muy  pequeños  principios,  de  un  puñado 
de  trigo  sembrado  sobre  la  cumbre  de  un  monte,  adon- 
de de  ordinario  crece  el  trigo  mal;  porque,  ó  no  hay 
tierra,  sino  peña,  en  la  cumbre,  ó  si  la  hay,  es  tierra 
muy  flaca,  y  el  lugar  muy  frío  por  razón  de  su  alteza. 
Pues  esta  es  una  de  las  mayores  maravillas  que  vemos 
en  la  virtud  que  nace  y  se  aprende  en  la  escuela  de 
Cristo:  que,  de  principios  al  parecer  pequeños  y  que 
casi  no  se  echan  de  ver,  no  sabréis  cómo  ni  de  qué 
manera  nace  y  crece,  y  sube  en  brevísimo  tiempo  á 
incomparable  grandeza. 

Bien  sabemos  todos  lo  mucho  que  la  antigua  filoso- 
fía trabajó  por  hacer  virtuosos  los  hombres,  sus  pre- 
ceptos, sus  disputas,  sus  revueltas  cuestiones;  y  vemos 
cada  hora  en  los  libros  la  hermosura  y  el  dulzor  de 
sus  escogidas  y  artificiosas  palabras;  mas  también  sa- 
bemos, con  todo  este  aparato  suyo,  el  pequeño  fruto 
que  hizo,  y  cuan  menos  fué  lo  que  dio  de  lo  que  se- 
esperaba  de  sus  largas  promesas.  Mas  en  Cristo  no 
pasó  ansí;  porque,  si  miramos  lo  general  del  mismo,, 
que  se  llama  no  muchos  granos,  sino  un  grano  de  tri- 
go muerto,  y  de  doce  hombres  bajos  y  simples,  y  de 
su  doctrina,  en  palabras  tosca  y  en  sentencias  breve, 
y  al  juicio  de  los  hombres  amarga  y  muy  áspera,  se 
hinchió  el  mundo  todo  de  incomparable  virtud,  como 
diremos  después  en  su  propio  y  más  conveniente 
lugar. 

Y  por  semejante  manera,  si  ponemos  los  ojos  en  lo 
particular  que  cada  día  acontece  en  muchas  personas, 
¿quién  es  el  que  lo  considera  que  no  salga  de  sí?  El 


DE  LOS   NOMBRES   DE   CRISTO. — LIBRO    PRIMERO  105 

que  ayer  vivía  como  sin  ley,  siguiendo  en  pos  de  sus 
deseos  sin  rienda,  y  que  estaba  ya  como  encallado  en 
el  mal;  el  que  servía  al  dinero  y  cogía  el  deleite,  so- 
berbio con  todos  y  con  sus  menores  soberbio  y  cruel, 
hoy,  con  una  palabra  que  le  tocó  en  el  oído,  y  pasan- 
do de  allí  al  corazón,  puso  en  él  su  simiente,  tan  deli- 
cada y  pequeña,  que  apenas  él  mismo  la  entiende,  ya 
comienza  á  ser  otro;  y  en  pocos  días,  cundiendo  por 
toda  el  alma  la  fuerza  secreta  del  pequeño  grano,  es 
otro  del  todo;  y  crece  ansí  en  nobleza  de  virtud  y  bue- 
nas costumbres,  que  la  hojarasca  seca,  que  poco  antes 
estaba  ordenada  al  infierno,  es  ya  árbol  verde  y  her- 
moso, lleno  de  fruto  y  de  flor;  y  el  león  es  oveja  ya,  y 
el  que  robaba  lo  ajeno  derrama  ya  en  los  ajenos  sus 
bienes;  y  el  que  se  revolcaba  en  la  hediondez,  esparce 
alrededor  de  sí,  y  muy  lejos  de  sí  por  todas  partes,  la 
pureza  del  buen  olor. 

Y,  como  dije,  si  tornando  al  principio,  comparamos 
la  grandeza  de  esta  planta  y  su  hermosura  con  el  pe- 
queño grano  de  donde  nació,  y  con  el  breve  tiempo  en 
que  ha  venido  á  ser  tal,  veremos  en  extraña  pequenez 
admirable  y  no  pensada  virtud.  Y  ansí,  Cristo  en  unas 
partes  dice  x  que  es  como  el  grano  de  mostaza,  que  es 
pequeño  y  trasciende;  y  en  otras  se  asemeja  á  perla 
oriental,  pequeña  en  cuerpo  y  grande  en  valor;  y  par- 
te hay  donde  dice  2que  es  levadura,  la  cual  en  sí  es 
poca  y  parece  muy  vil,  y  escondida  en  una  gran  masa, 
casi  súbitamente  cunde  por  ella  toda,  y  la  inficiona. 
Excusado  es  ir  buscando  ejemplos  en  esto,  adonde  la 
muchedumbre  nos  puede  anegar.  Mas  entre  todos  es 
clarísimo  el  del  apóstol  San  Pablo,  á  quien  hacemos 
hoy  fiesta.  ¿Quién  era,  y  quién  fué,  y  cuan  en  breve,  y 
cuan  con  una  palabra  se  convirtió  de  tinieblas  en  luz, 
y  de  ponzoña  en  árbol  de  vida  para  la  Iglesia? 

Pero  vamos  más  adelante.  Añade  David  Monte  cua- 
jado. La  palabra  original  quiere  decir  el  queso,  y  quie- 
re también  decir  lo  corcovado;  y  propiamente,  y  de  su 

1   Luc,  xiii,  19.  2   Luc,  xiii,  21. 


106  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

origen,  significa  todo  lo  que  tiene  en  sí  algunas  partes 
eminentes  é  hinchadas  sobre  las  demás  que  contiene; 
y  de  aquí,  el  queso  y  lo  corcovado  se  llama  con  esta 
palabra.  Pues  juntando  esta  palabra  con  el  nombre  de 
monte,  como  hace  David  aquí,  y  poniéndola  en  el  nú- 
mero de  muchos  (como  está  en  el  primer  texto),  sue- 
na, como  leyó  San  Agustín  \  «monte  de  quesos»;  ó 
como  trasladan  agora  algunos,  «monte  de  corcovas», 
y  de  la  una  y  de  la  otra  manera  viene  muy  bien.  Por- 
que en  decir  lo  primero  se  declara  y  especifica  más 
la  fertilidad  de  este  monte,  el  cual,  no  sólo  es  de  tierra 
gruesa  y  aparejada  para  producir  mieses;  sino  también 
es  monte  de  quesos  ó  de  cuajados,  esto  es  (significan- 
do por  el  efecto  la  causa),  monte  de  buenos  pastos 
para  el  ganado,  digo  monte  bueno  para  pan  llevar,  y 
para  apacentar  ganados  no  menos  bueno. 

Y,  como  dice  bien  San  Agustín,  el  pan  y  la  grosura 
del  monte  que  le  produce  es  el  mantenimiento  de  los 
perfectos;  la  leche  que  se  cuaja  en  el  queso,  y  los 
pastos  que  la  crían  es  el  propio  manjar  de  los  que  co- 
mienzan en  la  virtud,  como  dice  San  Pablo  2:  «Como 
á  niños  os  di  leche,  y  no  manjar  macizo.»  Y  ansí,  con- 
forme á  esto,  se  entiende  que  este  monte  es  general 
sustento  de  todos;  ansí  de  los  grandes  en  la  virtud  con 
su  grosura,  como  de  los  recién  nacidos  en  ella  con  sus 
pastos  y  leche. 

Mas  "si  decimos  de  la  otra  manera,  monte  de  cor- 
covas ó  de  hinchazones,  dícese  una  señalada  verdad: 
y  es,  que  como  hay  unos  montes  que  suben  seguidos 
hasta  lo  alto,  y  en  lo  alto  hacen  una  punta  sola  y  re- 
donda, y  otros  que  hacen  muchas  puntas  y  que  están 
como  compuestos  de  muchos  cerros,  ansí  Cristo  no  es 
monte,  como  los  primeros  eminente  y  excelente  en 
una  cosa  sola,  sino  monte  hecho  de  montes,  y  una 
grandeza  llena  de  diversas  é  incomparables  grandezas; 
y,  como  si  dijésemos,  monte  que  todo  Él  es  montes, 

1  Knarrat,  in.  Psaloo.  cxvih,  serm.  x»m,  n.  8.  2  1  Corint., 

»i,  2. 


DE   LOS   NOMBRE?!  DE   CRISTO.— LIBRO   PRIMERO  107 

para  que,  como  escribe  divinamente  San  Pablo  13  «ten- 
ga principado  y  eminencia  en  todas  las  cosas». 

Dice  más:  «¿Qué  sospecháis,  montes  de  cerros?  Este 
es  el  monte  que  Dios  escogió  para  su  morada,  y  cier- 
tamente el  Señor  mora  en  él  para  siempre.»  Habla  con 
todo  lo  que  se  tiene  á  sí  mismo  por  alto,  y  que  se  opo- 
ne á  Cristo,  presumiendo  de  traer  competencias  con 
él;  y  díceles:  «¿Qué  sospecháis?»  O  como  en  otro  lu- 
gar San  Jerónimo  puso:  «¿Qué  pleiteáis  ó  qué  peleáis 
contra  este  monte?  >  Y  es  como  si  más  claro  dijese: 
¿Qué  presunción  ó  qué  pensamiento  es  el  vuestro 
¡oh  montes!  cuanto  quiera  que  seáis,  según  vuestra 
opinión,  eminentes,  de  oponeros  con  este  monte;  pre- 
tendiendo ó  vencerle,  ó  poner  en  vosotros  lo  que 
Dios  tiene  ordenado  de  poner  en  él,  que  es  su  morada  " 
perpetua?  Como  si  dijese:  Muy  en  balde  y  muy  sin 
fruto  os  fatigáis.  De  lo  cual  entendemos  dos  cosas:  la 
una,  que  este  monte  es  envidiado  y  contradecido  de 
muchos  montes;  y  la  otra,  que  es  escogido  de  Dios  en- 
tre todos. 

Y  de  lo  primero,  que  toca  á  la  envidia  y  contradic- 
ción, es,  como  si  dijésemos,  hado  de  Cristo  el  ser  siem- 
pre envidiado;  que  no  es  pequeño  consuelo  para  los 
que  le  siguen,  como  se  lo  pronosticó  el  viejo  Simeón 
luego  que  lo  vio  niño  en  el  templo,  y  hablando  con  su 
madre,  lo  dijo  2:  «Ves  este  niño;  será  caída  y  levanta- 
miento para  muchos  en  Israel,  y  como  blanco  á  quien 
contradecirán  muchos».  Y  el  Salmo  segundo  en  este 
mismo  propósito  3:  «¿Porque  (dice)  bramaron  las  gentes 
y  los  pueblos  trataron  consejos  vanos?  Pusiéronse  los 
reyes  de  la  tierra,  y  los  príncipes  se  hicieron  á  una 
contra  el  Señor  y  contra  su  Cristo». 

Y  fué  el  suceso  bien  conforme  al  pronóstico,  como 
se  pareció  en  la  contradicción  que  hicieron  á  Cristo 
las  cabezas  del  pueblo  hebreo  por  todo  el  discurso  de 
su  vida,  y  en  la  conjuración  que  hicieron  entre  sí  para 
traerle  á  la  muerte.  Lo  cual,  si  se  considera  bien,  ad- 


1    Ad  Colos .,  i,  18.  2   Luc,  n,  34.  3  Psalm.  n,  1. 


108  FRAY   LUIS  DE  LEÓN 

mira  mucho  sin  duda:  porque  si  Cristo  se  tratara  como 
pudo  tratarse,  y  conforme  á  lo  que  se  debía  á  la  alte- 
za de  su  persona;  si  apeteciera  el  mando  temporal  so- 
bre todos;  ó  si  en  palabras,  ó  si  en  hechos  fuera  altivo 
y  deseoso  de  enseñorearse;  si  pretendiera  no  hacer 
bienes,  sino  enriquecerse  de  bienes,  y  sujetando  á  las 
gentes,  vivir  con  su  sudor  y  trabajo  de  ellas  en  vida  de 
descanso  abundante;  si  le  envidiaran  y  si  se  le  opusie- 
ran muchos  movidos  por  sus  intereses,  ninguna  mara- 
villa fuera,  antes  fuera  lo  que  cada  día  acontece;  mas 
siendo  la  misma  llaneza,  y  no  anteponiéndose  á  nadie 
ni  queriendo  derrocar  á  ninguno  de  su  preeminencia  y 
oficio,  viviendo  sin  fausto  y  humilde,  y  haciendo  bie- 
nes jamás  vistos  generalmente  á  todos  los  hombres, 
sin  buscar  ni  pedir  ni  aun  querer  recibir  por  ello  ni 
honra  ni  interés,  que  le  aborreciesen  las  gentes,  y  que 
los  Grandes  desamasen  á  un  pobre,  y  los  potentados  y 
pontificados  á  un  humilde  bienhechor,  es  cosa  que  es- 
panta. 

Pues  ¿acabóse  esta  envidiosa  oposición  con  su  muer- 
te, y  á  sus  discípulos  de  él  y  á  su  doctrina  no  contra- 
dijeron después,  ni  se  opusieron  contra  ellos  los  hom- 
bres? Lo  que  fué  en  la  cabeza,  eso  mismo  aconteció 
por  los  miembros.  Y  como  él  mismo  lo  dijo  h  «No  es 
el  discípulo  sobre  el  maestro;  si  me  persiguieron  á  mí, 
también  os  perseguirán  á  vosotros».  Ansí  puntualmen- 
te les  aconteció  con  los  emperadores,  y  con  los  reyes, 
y  con  los  príncipes  de  la  sabiduría  del  mundo.  Y  por 
la  manera  que  nuestra  bienaventurada  luz,  debiendo 
según  toda  buena  razón  ser  amado,  fué  perseguido, 
ansí  á  los  suyos  y  á  su  doctrina,  con  quitar  todas  las 
causas  y  ocasiones  de  envidia  y  de  enemistad,  les  hizo 
toda  la  grandeza  del  mundo  enemiga  cruel.  Porque  los 
que  enseñaban,  no  á  engrandecer  las  haciendas  ni  a 
caminar  á  la  honra  y  á  las  dignidades,  sino  á  seguir  el 
estado  humilde  y  ajeno  de  envidia,  y  á  ceder  de  su 
propio  derecho  con  todos,  y  á  empobrecerse  á  sí  para 

1   Joan.,  x',20. 


DE   LOS   NOMBRES  DE   CRISTO. — LIBRO    PRIMERO         109 

el  remedio  de  la  ajena  pobreza,  y  á  pagar  el  mal  con 
el  bien;  y  los  que  vivían  ansí,  como  lo  enseñaban,  he- 
chos unos  públicos  bienhechores,  ¿quién  pensará  ja- 
más que  pudieran  ser  aborrecidos  y  perseguidos  de 
nadie?  O  cuando  lo  fueran  de  alguno,  ¿quién  creyera 
que  lo  habían  de  ser  de  los  reyes,  y  que  el  poderío  y 
grandeza  había  de  tomar  armas,  y  mover  guerra  con- 
tra una  tan  humilde  bondad?  Pero  era  esta  la  suerte 
que  dio  á  este  monte  Dios,  para  mayor  grandeza  suya. 

Y  aun  si  queremos  volver  los  ojos  al  principio  y  al 
primer  origen  de  este  aborrecimiento  y  envidia,  halla- 
remos que  mucho  antes  que  comenzase  á  ser  Cristo  en 
la  carne,  comenzó  este  su  odio;  y  podremos  venir  en 
conocimiento  de  su  causa  de  él  en  esta  manera.  Por- 
que el  primero  que  le  envidió  y  aborreció  fué  Lucifer, 
como  lo  afirma,  y  muy  conforme  á  la  doctrina  verda- 
dera, el  glorioso  Bernardo;  y  comenzóle  á  aborrecer 
luego  que  (habiéndoles  á  él  y  á  algunos  otros  ángeles 
revelado  Dios  alguna  parte  de  este  su  consejo  y  miste- 
rio), conoció  que  disponía  Dios  de  hacer  príncipe  uni- 
versal de  todas  las  cosas  á  un  hombre.  Lo  cual  cono- 
ció luego  al  principio  del  siglo  y  antes  que  cayese,  y 
cayó  por  ventura  por  esta  ocasión. 

Porque  volviendo  los  ojos  á  sí,  y  considerando  sober- 
biamente la  perfección  altísima  de  sus  naturales,  y  mi- 
rando juntamente  con  esto  el  singular  grado  de  gracias 
y  dones  de  que  le  había  dotado  Dios,  más  que  á  otro 
ángel  alguno,  contento  de  sí  y  miserablemente  des- 
vanecido, apeteció  para  sí  aquella  excelencia.  Y  de 
apetecerla  vino  á  no  sujetarse  á  la  orden  y  decreto  de 
Dios,  y  á  salir  de  su  santa  obediencia,  y  á  trocar  la 
gracia  en  soberbia,  por  donde  fué  hecho  cabeza  de 
todo  lo  arrogante  y  soberbio;  ansí  como  lo  es  Cristo 
de  todo  lo  llano  y  humilde.  Y  como  del  que,  en  la  es- 
calera bajando  pierde  algún  paso,  no  para  su  caída  en 
un  escalón,  sino  de  uno  en  otro  llega  hasta  el  postre- 
ro cayendo;  ansí  Lucifer,  de  la  desobediencia  para 
con  Dios  cayó  en  el  aborrecimiento  de  Cristo,  conci- 
biendo contra  Él  primero  envidia  y  después  sangrienta 


110  FRAY   LUIS   DE  LEÓN 

enemistad,  y  de  la  enemistad  nació  en  él  absoluta  de- 
terminación de  hacerle  guerra  siempre  con  todas  sus 
fuerzas. 

Y.  ansí  lo  intentó  primero  en  sus  padres,  matando  y 
condenando  en  ellos,  cuanto  fué  en  sí,  toda  la  sucesión 
de  los  hombres;  y  después  en  su  persona  misma  de 
Cristo,  persiguiéndole  por  sus  ministros  y  trayéndolo 
á  muerte;  y  de  allí  en  los  discípulos  y  seguidores  de 
Él,  de  unos  en  otros  hasta  que  se  cierren  los  siglos, 
encendiendo  contra  ellos  á  sus  principales  ministros, 
que  es  á  todo  aquello  que  se  tiene  por  sabio  y  por  alto 
en  el  mundo. 

En  la  cual  guerra  y  contienda,  peleando  siempre 
contra  la  flaqueza  el  poder,  y  contra  la  humildad  la 
soberbia  y  la  maña,  y  la  astucia  contra  la  sencillez  y 
bondad,  al  fin  quedan  aquellos  vencidos  pareciendo 
que  vencen.  Y  contra  este  enemigo,  propiamente,  en- 
dereza David  las  palabras  de  que  vamos  hablando. 
Porque  á  este  ángel  y  á  los  demás  ángeles,  que  le  si- 
guieron en  tantas  maneras  de  naturales  y  graciosos 
bienes  enriscados  é  hinchados,  llama  aquí  corcova- 
dos y  enriscados  montes;  ó  por  decirlo  mejor,  montes 
montuosos;  y  á  éstos  les  dice  ansí:  ¿Porque  ¡oh  montes 
soberbios!  ó  envidiáis  la  grandeza  del  hombre  en  Cris- 
to, que  os  es  revelada,  ó  le  movéis  guerra  pretendien- 
do estorbarla,  ó  sospecháis  que  se  debía  esta  gloria  á 
vosotros,  ó  que  será  parte  vuestra  contradicción  para 
quitársela?  Que  yo  os  hago  seguros  que  será  vano  este 
trabajo  vuestro,  y  que  redundará  toda  esta  pelea  en 
mayor  acrecentamiento  suyo;  y  que  por  mucho  que 
os  empinéis,  Él  pisará  sobre  vosotros,  y  la  Divinidad 
reposará  en  Él  dulce  y  agradablemente  por  todos  los 
siglos  sin  fin. 

Y  habiendo  Marcelo  dicho  esto,  callóse;  y  luego  Sa- 
bino, entendiendo  que  había  acabado,  y  desplegando 
de  nuevo  el  papel  y  mirando  en  él.  dijo: 

— Lo  que  se  sigue  agora  es  asaz  breve  en  palabras, 
mas  sospecho  que  en  cosas  ha  de  dar  bien  que  decir; 
y  dice  ansí. 


DE    LOS    NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO    PRIMERO  111 


CAPÍTULO  VIII 

Llámase  Cristo  Padre  del  siglo  futuro,  y  explícase  el  modo  con 
que  nos  engendra  en  hijos  suyos. 

—El  sexto  nombre  es  Padre  del  siglo  futuro.  Ansí 
le  llama  Isaías  en  el  capítulo  nueve,  diciendo:  «Y  será 
llamado  Padre  del  siglo  futuro». 

—Aún  no  me  había  despedido  del  monte,  respondió 
Marcelo  entonces;  mas,  pues  Sabino  ha  pasado  ade- 
lante, y  para  lo  que  me  quedaba  por  decir  habrá  por 
ventura  después  otro  mejor  lugar,  sigamos  lo  que  Sa- 
bino quiere.  Y  dice  bien,  que  lo  que  agora  ha  pro- 
puesto es  breve  en  palabras  y  largo  en  razón;  á  lo 
menos,  si  no  es  largo,  es  hondo  y  profundo,  porque  se 
encierra  en  ello  una  gran  parte  del  misterio  de  nues- 
tra redención.  Lo  cual,  si  como  ello  es,  pudiese  caber 
en  mi  entendimiento,  y  salir  por  mi  lengua  vestido 
cotilas  palabras  y  sentencias  que  se  le  "deben,  ello 
sólo  henchiría  de  luz  y  de  amor  celestial  nuestras  al- 
mas. Pero  confiados  del  favor  de  Jesucristo,  y  ayu- 
dándome en  ello  vuestros  santos  deseos,  comencemos 
á  decir  lo  que  él  nos  diere,  y  comencemos  de  esta 
manera. 

Cierta  cosa  es,  y  averiguada  en  la  Santa  Escritura, 
que  los  hombres  para  vivir  á  Dios  tenemos  necesidad 
de  nacer  segunda  vez.  demás  de  aquella  que  nacemos 
cuando  salimas  del  vientre  de  nuestras  madres.  Y 
cierto  es  que  todos  los  fieles  nacen  este  segundo  naci- 
miento, en  el  cual  está  el  principio  y  origen  de  la  vida 
santa  y  fiel.  Ansí  lo  afirmó  Cristo  á  Nicodemus,  que, 
siendo  maestro  de  la  ley,  vino  una  noche  á  ser  su  dis- 
cípulo. Adonde,  como  por  fundamento  de  la  doctrina 
que  le  había  de  dar,  propuso  esto,  diciendo1:  «Cierta- 
mente te  digo  que  ningún  hombre,  si  no  torna  á  nacer 
segunda  vez,  no  podrá  ver  el  reino  de  Dios». 

1   Joan, iu, 3 


112  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

Pues  por  la  fuerza  de  los  términos  correlativos,  que 
entre  sí  se  responden,  se  sigue  muy  bien  que  donde  hay 
nacimiento  hay  hijo,  y  donde  hijo  hay  también  padre. 
De  manera  que  si  los  fieles,  naciendo  de  nuevo,  co- 
menzamos á  ser  nuevos  hijos,  tenemos  forzosamente 
algún  nuevo  padre  cuya  virtud  nos  engendra;  el  cual 
padre  es  Cristo.  Y  por  esta  causa  es  llamado  Padre 
del  siglo  futuro,  porque  es  el  principio  original  de 
esta  generación  bienaventurada  y  segunda,  y  de  la 
multitud  innumerable  de  descendientes  que  nacen 
por  ella. 

Mas,  porque  esto  se  entienda  mejor  (en  cuanto  pue- 
de ser  de  nuestra  flaqueza  entendido),  tomemos  de  su 
principio  toda  esta  razón;  y  digamos  lo  primero  de 
dónde  vino  á  ser  necesario  que  el  hombre  naciese  se- 
gunda vez.  Y"  dicho  esto,  y  procediendo  de  grado  en 
grado  ordenadamente,  diremos  todo  lo  demás  que  á  la 
claridad  de  todo  este  argumento  y  á  su  entendimiento 
conviene,  llevando  siempre,  como  en  estrella  de  guía, 
puestos  los  ojos  en  la  luz  de  la  Escritura  sagrada,  y 
siguiendo  las  pisadas  de  los  doctores  y  santos  antiguos. 

Pues,  conforme  á  lo  que  yo  agora  decía,  como  la  in- 
finita bondad  de  Dios,  movida  de  su  sola  virtud,  ante 
todos  los  siglos  se  determinase  de  levantar  á  sí  la  na- 
turaleza del  hombre,  y  de  hacerla  particionera  de  sus 
mayores  bienes  y  señora  de  todas  sus  criaturas,  Luci- 
fer, lueoo  que  lo  conoció,  encendido  de  envidia,  se 
dispuso  á  dañar  é  infamar  el  género  humano  en  cuan- 
to pudiese,  y  estragarle  en  el  alma  y  en  el  cuerpo;  por 
tal  manera,  que  hecho  inhábil  para  los  bienes  del  cie- 
lo, no  viniese  á  efecto  lo  que  en  su  favor  había  orde- 
nado Dios.  «Por  envidia  del  demonio,  dice  el  Espíritu- 
Santo  en  la  Sabiduría1,  entró  la  muerte  en  el  mun- 
do.» Y  fué  ansí,  que  luego  que  vio  criado  al  primer 
hombre  y  cercado  de  la  gracia  de  Dios,  y  puesto  en 
lugar  deleitoso  y  en  estado  bienaventurado,  y  como  en 
un  vecino  y  cercano  escalón  para  subir  al  eterno  y 

1  Sapient.,  11,  ?4. 


DE    LOS   NOMBRES   DE    CRISTO.— LIBRO    PRIMERO  113 

verdadero  bien,  echó  también  juntamente  de  ver  que 
le  había  Dios  vedado  la  fruta  del  árbol,  y  puéstole,  si 
la  comiese,  pena  de  muerte,  en  la  cual  incurriese 
euanto  á  la  vida  del  alma  luego,  y  cuanto  á  la  del 
cuerpo  después;  y  sabía  por  otra  parte  el  demonio,  que 
Dios  no  podía  por  alguna  manera  volverse  de  lo  que 
una  vez  pone.  Y  ansí,  luego  se  imaginó  que  si  él  podía 
engañar  al  hombre,  y  acabar  con  él  que  traspasase 
aquel  mandamiento,  lo  dejaba  necesariamente  perdido 
y  condenado  á  la  muerte,  ansí  del  alma  como  del  cuer- 
po; y  por  la  misma  razón,  lo  hacía  incapaz  del  bien 
para  que  Dios  le  ordenaba. 

Mas,  porque  se  le  ofreció  que  aunque  pecase  aquel 
hombre  primero,  en  los  que  después  de  él  naciesen 
podría  Dios  traer  á  efecto  lo  que  tenía  ordenado  en 
favor  de  los  hombres,  determinóse  de  poner  en  aquel 
primero,  como  en  la  fuente  primera,  su  ponzoña  y  las 
semillas  de  su  soberbia  y  profanidad  y  ambición,  y  las 
raíces  y  principios  de  todos  los  vicios;  y  poner  un  ati- 
zador continuo  de  ellos,  para  que  juntamente  con  la 
naturaleza,  en  los  que  naciesen  de  aquel  primer  hom- 
bre, se  derramase  y  extendiese  este  mal;  y  ansí  nacie- 
sen todos  culpados  y  aborrecibles  á  Dios,  é  inclinados 
á  continuas  y  nuevas  culpas,  é  inútiles  todos  para  ser 
lo  que  Dios  había  ordenadoque  fuesen. 

Ansí  lo  pensó;  y  como  lo  pensó  lo  puso  por  obra,  y 
sucedióle  su  pretensión.  Porque  inducido  y  persuadido 
del  demonio,  el  hombre  pecó,  y  con  esto  tuvo  por  aca- 
bado su  hecho.  Esto  es;  tuvo  al  hombre  por  perdido  á 
remate,  y  tuvo  por  desbaratado  y  deshecho  el  consejo 
de  Dios. 

Y  á  la  verdad,  quedó  extrañamente  dificultoso  y  re- 
vuelto todo  este  negocio  del  hombre.  Porque  se  con- 
tradecían y  como  hacían  guerra  entre  sí  dos  decretos 
y  sentencias  divinas,  y  no  parecía  que  se  podía  dar 
corte,  ni  tomar  medio  alguno  que  bueno  fuese.  Porque 
por  una  parte  había  decretado  Dios  de  ensalzar  el 
hombre  sobre  todas  las  cosas,  y  por  otra  parte  había 
firmado  que  si  pecase  le  quitaría  la  vida  del  alma  y  del 

8 


114  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

cuerpo:  y  había  pecado.  Y  ansí,  si  cumplía  Dios  el  de- 
creto primero,  no  cumplía  con  el  segundo;  y  al  revés, 
cumpliendo  el  segundo  dicho,  el  primero  se  deshacía 
y  borraba;  y  juntamente  con  esto,  no  podía  Dios,  ansí 
on  lo  uno  como  en  lo  otro,  no  cumplir  su  palabra;  por- 
que no  es  mudable  Dios  en  lo  que  una  vez  dice,  ni 
puede  nadie  poner  estorbo  á  lo  que  El  ordena  que  sea. 
Y  cumplirlo  en  ambas  cosas  parecía  imposible.  Porque 
si  á  alguno  se  ofrece  que  fuera  bueno  criar  Dios  otros 
hombres  no  descendientes  de  aquel  primero,  y  cum- 
plir con  éstos  la  ordenación  de  su  gracia,  y  la  senten- 
cia de  su  justicia  ejecutarla  en  los  otros;  Dios  lo  pu- 
diera hacer  muy  bien  sin  ninguna  duda:  pero  todavía 
quedaba  falta,  y  como  menor,  la  verdad  de  la  promesa 
primera;  porque  la  gracia  de  ella  no  se  prometía  á 
cualesquiera,  sino  á  aquellos  hombres  que  criaba  Dios 
en  Adán,  esto  es,  á  los  que  de  él  descendiesen. 

Por  lo  cual,  en  esto,  que  no  parecía  haber  medio,  el 
saber  no  comprensible  de  Dios  lo  halló;  y  dio  salida 
á  lo  que  por  todas  partes  estaba  con  dificultades  cerra- 
do. Y  el  medio  y  la  salida  fué,  no  criar  otro  nuevo 
linaje  de  hombres;  sino  dar  orden  cómo  aquellos  mis- 
mos ya  criados,  y  por  orden  de  descendencia  nacidos, 
naciesen  de  nuevo  otra  vez:  para  que  ellos  mismos,  y 
unos  mismos,  según  el  primer  nacimiento  muriesen,  y 
viviesen  según  el  segundo;  y  en  lo  uno  ejecutase  Dios 
la  pena  ordenada,  y  la  gracia  y  la  grandeza  prometida 
cumpliese  Dios  en  Ío  otro;  y  ansí,  quedase  en  todo  ver- 
dadero y  glorioso. 

Mas,  ¡qué  bien,  aunque  brevemente,  San  León  Papa 
dice  esto  que  he  dicho!  1  «Porque  se  alababa  (dice), 
el  demonio,  que  el  hombre,  por  su  engaño  inducido 
al  pecado,  había  ya  de  carecer  de  los  dones  del  cielo, 
y  que  desnudado  del  don  de  la  inmortalidad,  quedaba 
sujeto  á  dura  sentencia  de  muerte;  y  porque  decía  que 
había  hallado  consuelo  de  sus  caídas  y  males  con  la 
compañía  del  nuevo  pecador,  y  que  Dios  también,  pi- 

1   S.  Leo,  serm.  2  de  Nativitate,  cap.  i. 


DE   LOS    NOMBRES   DE    CRISTO.— LIBRO   PRIMERO  115 

diéndolo  ansí  la  razón  de  su  severidad  v  justicia  para 
con  el  hombre,  al  cual  crió  para  honra  tan  grande,  ha- 
bía mudado  su  antiguo  y  primer  parecer;  pues  por  eso 
fué  necesario  que  usase  Dios  de  nueva  y  secreta  for- 
ma de  consejo;  para  que  Dios,  que  es  inmudable,  y 
cuya  voluntad  no  puede  ser  impedida  en  los  largos 
bienes  que  hacer  determina,  cumpliese  con  misterio 
más  secreto  el  primer  decreto  y  ordenación  de  su  cle- 
mencia; y  para  que  el  hombre,  por  haber  sido  inducido 
á  culpa  por  el  engaño  y  astucia  de  la  maldad  infer- 
nal, no  pereciese  contra  lo  que  Dios  tenía  ordenado.» 
Esta,  pues,  es  la  necesidad  que  tiene  el  hombre  de 
nacer  segunda  vez.  A  lo  cual  se  sigue  saber  qué  es,  ó 
qué  fuerza  tiene,  y  en  qué  consiste  este  nuevo  y  se- 
gundo nacimiento.  Para  lo  cual  presupongo  que  cuan- 
do nacemos,  juntamente  con  la  substancia  de  nuestra 
alma  y  cuerpo  con  que  nacemos,  nace  también  en  nos- 
otros un  espíritu  y  una  infección  infernal,  que  se  ex- 
tiende y  derrama  por  todas  las  partes  del  hombre,  y  se 
enseñorea  de  todas  y  las  daña  y  destruye.  Porque  en 
el  entendimiento  es  tinieblas;  y  en  la  memoria  olvido; 
y  en  la  voluntad  culpa  y  desorden  de  las  leyes  de 
Dios;  y  en  los  apetitos  fuego  y  desenfrenamiento;  y  en 
los  sentidos  engaño;  y  en  las  obras  pecado  y  maldad; 
y  en  todo  el  cuerpo  desatamiento  y  flaqueza  y  penali- 
dad; y  finalmente  muerte  y  corrupción.  Todo  lo  cual 
San  Pablo  suele  comprender  con  un  solo  nombre,  y  lo 
llama  1  «pecado  y  cuerpo   de   pecado».    Y  Santiago 
dice  2  «que  la  rueda  de  nuestro  nacimiento,  esto  es.  él 
principio  de  él  ó  la  substancia  con  que  nacemos,  está 
encendida  con  fuego  del  infierno». 

De  manera  que  en  la  substancia  de  nuestra  alma  y 
cuerpo  nace,  cuando  ella  nace,  impresa  y  apegada 
esta  mala  fuerza,  que  con  muchos  nombres  apenas 
puede  ser  bien  declarada;  la  cual  se  apodera  de  ella 
ansí,  que  no  solamente  la  inficiona  y  contamina  y  hace 
casi  otra,  sino  también  la  mueve  y  enciende  y  lleva 

1  Rom  ,  vi,  6.  2  Jocob,  m,6. 


116  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

)>or  donde  quiere,  como  si  fuese  alguna  otra  substancia 
ó  espíritu  asentado  y  engerido  en  el  nuestro,  y  pode- 
roso sobre  él. 

Y  si  quiere  saber  alguno  la  causa  por  qué  nacemos 
ansí,  para  entenderlo  hase  de  advertir:  lo  primero,  que 
la  substancia  de  la  naturaleza  del  hombre,  ella  de  sí  y 
de  su  primer  nacimiento  es  substancia  imperfecta,  y 
como  si  dijésemes  comenzada  á  hacer;  pero  tal,  que 
tiene  libertad  y  voluntad  para  poder  acabarse  y  figu- 
rarse del  todo  en  la  forma,  ó  mala  ó  buena,  que  más 
le  pluguiere;  porque  de  suyo  no  tiene  ninguna,  y  es 
capaz  para  todas,  y  maravillosamente  fácil  y  como  de 
cera  para  cada  una  de  ellas.  Lo  segundo,  hase  tam- 
bién de  advertir  que  esto  que  le  falta  y  puede  adqui- 
rir el  hombre,  que  es  como  cumplimiento  y  fin  de  la 
obra,  aunque  no  le  da  cuando  lo  tiene  el  ser  y  el  vivir 
y  el  moverse,  pero  dale  el  ser  bueno  ó  ser  malo;  y 
dale  determinadamente  su  bien  y  figura  propia;  y  es 
como  el  espíritu  y  la  forma  de  la  misma  alma,  y  la 
que  la  lleva  y  determina  á  la  calidad  de  sus  obras;  y 
lo  que  se  extiende  y  trasluce  por  todas  ellas,  para  que 
obre  como  vive  y  para  que  sea  lo  que  hace,  conforme 
al  espíritu  que  la  califica  y  la  mueve  á  hacer. 

Pues  aconteciónos  ansí:  que  Dios  cuando  formó  al 
primer  hombre,  y  formó  en  él  á  todos  los  que  nace- 
mos de  él,  como  en  su  simiente  primera  (porque  le  for- 
mó con  sus  manos  solas,  y  de  las  manos  de  Dios  nunca 
sale  cosa  menos  acabada  y  perfecta),  sobrepuso  luego 
á  la  substancia  natural  del  hombre  los  dones  de  su  gra- 
cia, y  figurólo  particularmente  con  su  sobrenatural 
imagen  y  espíritu,  y  sacólo  como  si  dijésemos  de  un 
golpe  y  de  una  vez  acabado  del  todo  y  divinamente 
acabado.  Porque  al  que,  según  su  facilidad  natural,  se 
I  india  figurar  en  condiciones  y  mañas,  ó  como  bruto 
ó  como  demonio  ó  como  ángel,  figuróle  El  como  Dios, 
y  puso  en  él  una  imagen  suya  sobrenatural  y  muy 
cercana  á  su  semejanza;  para  que  ansí  él  como  los 
que  estábamos  en  él  naciendo  después,  la  tuviésemos 
siempre  por  nuestra,  si  el  primer  padre  no  la  perdiese. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO. — LIBRO    PRIMERO  117 

Mas  perdióla  presto,  porque  traspasó  la  ley  de  Dios; 
y  ansí,  fué  despojado  luego  de  esta  perfección  de  Dios 
que  tenía;  y  despojado  de  ella,  no  fué  su  suerte  t;  ! 
que  quedase  desnudo,  sino,  como  dicen  del  trueco  do 
Glauco  y  Diomedes,  trocando  desigualmente  las  armas, 
juntamente  fué  desnudado  y  vestido.  Desnudado  del 
espíritu  y  figura  sobrenatural  de  Dios:  y  vestido  de  la 
culpa  y  de  su  miseria,  y  del  traje  y  figura  y  espíritu 
del  demonio,  cuyo  inducimiento  sig«.ió.  Porque  ansí 
como  perdió  lo  que  tenía  de  Dios,  porque  se  apartó 
de  El;  ansí,  porque  siguió  y  obedeció  á  la  voz  del  de- 
monio, concibió  luego  en  sí  su  espíritu  y  sus  mañas, 
permitiendo  por  esta  razón  Dios  justísimamente  que 
debajo  de  aquel  manjar  visible,  por  vía  y  fuerza  secre- 
ta, pusiese  en  él  el  demonio  una  imagen  suya,  esto  es, 
una  fuerza  malvada  muy  semejante  á  él. 

La  cual  fuerza,  unas  veces  llamamos  ponzoña,  por- 
que se  presentó  el  demonio  en  figura  de  sierpe;  otras 
ardor  y  fuego,  porque  nos  enciende  y  abrasa  con  no 
creíbles  ardores;  y  otras  pecado,  porque  consiste  toda 
ella  en  desorden  y  desconcierto,  y  siempre  inclina  á 
desorden.  Y  tiene  otros  mil  nombres,  y  son  pocos  to- 
dos para  decir  lo  malo  que  ella  es;  y  el  mejor  es  lla- 
marla un  otro  demonio,  porque  tiene  y  encierra  en  sí 
las  condiciones  todas  del  demonio:  soberbia,  arrogan- 
cia, envidia,  desacato  de  Dios,  afición  á  bienes  sensi- 
bles, amor  de  deleites,  y  de  mentira,  y  de  enojo,  y  de 
engaño,  y  de  todo  lo  que  es  vanidad. 

El  cual  mal  espíritu,  ansí  como  sucedió  al  bueno 
que  el  hombre  tenía  antes,  ansí  en  la  forma  del  daño 
que  hizo,  imitó  al  bien  y  al  provecho  que  hacía  el  pri- 
mero. Y  como  aquél  perfeccionaba  al  hombre,  no  sólo 
en  la  persona  de  Adán,  sino  también  en  la  de  todos 
los  que  estábamos  en  él;  y  ansí  como  era  bien  general, 
que  ya  en  virtud  y  en  derecho  lo  teníamos  todos,  y  lo 
tuviéramos  cada  uno  en  real  posesión  en  naciendo: 
ansí  esta  ponzoña  emponzoñaba  no  á  Adán  solamen- 
te, sino  á  todos  nosotros  sus  sucesores:  primero  á  to- 
dos en  la  raíz  v  semilla  de  nuestro  origen,  y  después 


118  FRAY   LUIS  DE  LEÓN 

en  particular  á  cada  uno  cuando  nacemos,  naciendo 
juntamente  con  nosotros  y  apegada  á  nosotros. 

Y  esta  es  la  causa  por  qué  nacemos,  como  dije  al 
principio,  inficionados  y  pecadores;  porque,  ansi  como 
aquel  espíritu  bueno,  siendo  hombres,  nos  hacía  seme- 
jantes á  Dios,  ansí  este  mal  y  pecado  añadido  á  nues- 
tra substancia,  y  naciendo  con  ella,  la  figura  y  hace  que 
nazca,  aunque  en  forma  de  hombre,  pero  acondiciona- 
da como  demonio  y  serpentina  verdaderamente;  y  por 
el  mismo  caso  culpada  y  enemiga  de  Dios,  é  hija  de  ira 
y  del  demonio,  y  obligada  al  infierno.  Y  tiene  aún, 
demás  de  éstas,  otras  propiedades  esta  ponzoña  y  mal- 
dad, las  cuales  iré  refiriendo  agora,  porque  nos  servi- 
rán mucho  para  después. 

Y  lo  primero  tiene  que  entre  estas  dos  cosas  que 
digo  (de  las  cuales  la  una  es  la  substancia  del  cuerpo  y 
del  alma,  y  la  otra  esta  ponzoña  y  espíritu  malo),  hay 
esta  diferencia  cuanto  á  lo  que  toca  á  nuestro  propó- 
sito: que  la  substancia  del  cuerpo  y  del  alma  ella  de  sí 
es  buena  y  obra  de  Dios;  y  si  llegamos  la  cosa  á  su 
principio,  la  tenemos  de  sólo  Dios.  Porque  el  alma  El 
sólo  la  cría;  y  del  cuerpo,  cuando  al  principio  lo  hizo 
de  un  poco  de  barro,  El  sólo  fué  el  hacedor;  y  ni  más 
ni  menos  cuando  después  lo  produce  de  aquel  cuerpo 
primero,  y  como  van  los  tiempos  los  saca  á  la  luz  en 
cada  uno  que  nace,  El  también  es  el  principal  de  la 
obra.  Mas  el  otro  espíritu  ponzoñoso  y  soberbio  en  nin- 
guna mamara  es  obra  de  Dios,  ni  se  engendra  en  nos- 
otros con  su  querer  y  voluntad,  sino  es  obra  toda  del 
demonio  y  del  primer  hombre:  del  demonio,  inspiran- 
do y  persuadiendo;  del  hombre,  voluntaria  y  culpable- 
mente recibiéndolo  en  sí. 

Y  ansí,  esto  sólo  es  lo  que  la  Santa  Escritura  llama 
en  nosotros  viejo  hombre  y  viejo  Adán,  porque  es  pro- 
pia hechura  de  Adán;  esto  es,  porque  es,  no  lo  que 
tuvo  Adán  de  Dios,  sino  lo  que  él  hizo  en  sí  por  su 
culpa  y  por  virtud  del  demonio.  Y  llámase  vestidura 
vieja  porque,  sobre  la  naturaleza  que  Dios  puso  en 
Adán,  él  se  revistió  después  con  esta  figura,  é  hizo  que 


DE   LOS   NOMBRES   DE    CRISTO. — LIBRO    PRIMERO  119 

naciésemos  revestidos  de  ella  nosotros.  Y  llámase  ima- 
gen del  hombre  terreno,  porque  aquel  hombre  que 
Dios  formó  de  la  tierra  se  transformó  en  ella  por  su 
voluntad;  y  cual  él  se  hizo  entonces,  tales  nos  engen- 
dra después  y  le  parecemos  en  ella,  ó  por  decir  ver- 
dad, en  ella  somos  del  todo  sus  hijos,  porque  en  ella 
somos  hijos  solamente  de  Adán.  Que  en  la  naturaleza 
y  en  los  demás  bienes  naturales  con  que  nacemos  so- 
mos hijos  de  Dios,  ó  sola  ó  principalmente,  como  arri- 
ba está  dicho.  Y  sea  esto  lo  primero. 

Lo  segundo,  tiene  otra  propiedad  este  mal  espíritu, 
que  su  ponzoña  y  daño  de  él  nos  toca  de  dos  maneras. 
Una  en  virtud,  otra  formal  y  declaradamente.  Y  porque 
nos  toca  virtualmente  de  la  primera  manera,  por  eso 
nos  tocó  formalmente  después.  En  virtud  nos  tocó, 
cuando  nosotros  aún  no  teníamos  ser  en  nosotros,  sino 
en  el  ser  y  en  la  virtud  de  aquel  que  fué  padre  de  to- 
dos: en  efecto  y  realidad,  cuando  de  aquella  preñez 
venimos  á  esta  luz. 

En  el  primer  tiempo,  este  mal  no  se  parecía  claro 
sino  en  Adán  solamente;  pero  entiéndase  que  lanzaba 
su  ponzoña  con  disimulación  en  todos  los  que  estába- 
mos en  él  también,  como  disimulados;  mas  en  el  se- 
gundo tiempo  descubierta  y  expresamente  nace  con 
cada  uno.  Porque  si  tomásemos  ahora  la  pepita  de  un 
melocotón  ó  de  otro  árbol  cualquiera,  en  la  cual  están 
originalmente  encerrados  la  raíz  del  árbol  y  el  tronco 
y  las  hojas  y  flores  y  frutos  de  él;  y  si  imprimiésemos 
en  la  dicha  pepita  por  virtud  de  alguna  infusión  algún 
color  y  sabor  extraño,  en  la  pepita  misma  luego  se  ve 
y  siente  este  color  y  sabor;  pero  en  lo  que  está  ence- 
rrado en  su  virtud  de  ella  aún  no  se  ve,  ansí  como  ni 
ello  mismo  aún  no  es  visto.  Pero  entiéndese  que  está 
ya  lanzado  en  ella  aquel  color  y  sabor,  y  que  le  está 
impreso  en  la  misma  manera  que  aquello  todo  está  en 
la  pepita  encerrado,  y  verse  abiertamente  después 
en  las  hojas  y  flores  y  frutos  que  digo,  cuando  del 
seno  de  la  pepita  ó  grano  donde  estaban  cubiertos 
se  descubrieren  y   salieren  á  luz.  Pues  ansí  y  por  la 


120  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

misma  manera  pasa  en  esto  de  que  vamos  hablando. 

La  tercera  propiedad,  y  que  se  consigue  á  lo  que 
agora  decíamos,  es  que  esta  fuerza  ó  espíritu  que  de- 
cimos nace  al  principio  en  nosotros;  no  porque  nos- 
otros por  nuestra  propia  voluntad  y  persona  la  hici- 
mos ó  merecimos,  sino  por  lo  que  hizo  y  mereció  otro 
que  nos  tenía  dentro  de  sí,  como  el  grano  tiene  la  es- 
piga; y  ansí,  su  voluntad  fué  habida  por  nuestra  vo- 
luntad; y  queriendo  él,  como  quiso,  inficionarse  en  la 
forma  que  hemos  dicho,  fuimos  vistos  nosotros  querer 
para  nosotros  lo  mismo.  Pero,  dado  que  al  principio 
esta  maldad  ó  espíritu  de  maldad  nace  en  nosotros  sin 
merecimiento  nuestro  propio;  mas  después,  queriendo 
nosotros  seguir  sus  ardores  y  dejándonos  llevar  de  su 
fuerza,  crece  y  se  establece  y  confirma  más  en  nos- 
otros por  nuestros  desmerecimientos.  Y  ansí,  naciendo 
malos  y  siguiendo  el  espíritu  malo  con  que  nacemos,, 
merecemos  ser  peores,  y  de  hecho  lo  somos. 

Pues  sea  lo  cuarto  y  postrero,  que  esta  mala  pon- 
zoña y  simiente  (que  tantas  veces  ya  digo  que  nace 
con  la  substancia  de  nuestra  naturaleza  y  se  extiende 
por  ella),  cuanto  es  de  su  parte  la  destruye  y  trae  á 
perdición,  y  la  lleva  por  sus  pasos  contados  á  la  suma 
miseria;  y  cuanto  crece  y  se  fortifica  en  ella,  tanto 
más  la  enflaquece  y  desmaya,  y  si  debemos  usar  de 
esta  palabra  aquí,  la  annihila.  Porque,  aunque  es  ver- 
dad, como  hemos  ya  dicho,  que  la  naturaleza  nuestra 
es  de  cera  para  hacer  en  ella  lo  que  quisiéremos;  pero 
como  es  hechura  de  Dios,  y  por  el  mismo  caso  buena 
hechura,  la  mala  condición  y  mal  ingenio  y  mal  espí- 
ritu que  le  ponemos,  aunque  le  recibe  por  su  facilidad 
y  capacidad,  pero  recibe  daño  con  él,  por  ser,  coma 
obra  de  buen  maestro,  buena  ella  de  suyo  é  inclinada 
á  lo  que  es  mejor.  Y  como  la  carcoma  hace  en  el  ma- 
dero, que  naciendo  en  él,  lo  consume;  ansí  esta  mal- 
dad ó  mal  espíritu,  aunque  se  haga  á  él  y  se  envista 
de  él  nuestra  naturaleza,  la  consume  casi  del  todo. 

Porque  asentado  en  ella,  y  como  royendo  en  ella 
continuamente,  pone  desorden  y  desconcierto  en  todas 


DE   LOS    NOMBRES    DE   CRISTO.— LIBRO!"  PRIMERO  121 

las  partes  del  hombre;  porque  pone  en  alboroto  todo 
nuestro  reino,  y  lo  divide  entre  sí,  y  desata  las  ligadu- 
ras con  que  esta  compostura  nuestra  de  cuerpo  v  de 
alma  se  ata  y  se  traba;  y  ansí,  hace  que  ni  el  cuerpo 
esté  sujeto  al  alma,  ni  el  alma  á  Dios,  que  es  camino 
cierto  y  breve  para  traer  ansí  el  cuerpo  como  el  alma 
á  la  muerte.  Porque  como  el  cuerpo  tiene  del  alma  su 
vida  toda,  vive  más  cuanto  le  está  más  sujeto;  y  por  el 
contrario,  se  va  apartando  de  la  vida  como  va  saliéndo- 
se de  su  sujeción  y  obediencia;  y  ansí,  este  dañado  fu- 
ror, que  tiene  por  oficio  sacarle  de  ella,  en  sacándole, 
que  es  desde  el  primer  punto  que  se  junta  á  él  y  que 
nace  con  él,  le  hace  pasible  y  sujeto  á  enfermedades  y 
males;  y  ansí  como  va  creciendo  en  él.  le  enflaquece 
más  y  debilita,  hasta  que  al  fin  le  desata  y  aparta  del 
todo  del  alma,  y  le  torna  en  polvo,  para  que  quede  para 
siempre  hecho  polvo  cuanto  es  de  su  parte. 

Y  lo  que  hace  en  el  cuerpo,  eso  mismo  hace  en  el 
alma;  que  como  el  cuerpo  vive  de  ella,  ansí  ella  vive- 
de  Dios,  del  cual  este  espíritu  malo  la  aparta  y  va  cada- 
día  apartándola  más,  cuanto  más  va  creciendo.  Y  ya 
que  no  puede  gastarla  toda  ni  volverla  en  nada,  porque 
es  de  metal  que  no  se  corrompe,  gástala  hasta  no  de- 
jarle más  vida  de  la  que  es  menester,  para  que  se  co- 
nozca por  muerta,  que  es  la  muerte  que  la  Escritura 
santa  llama  segunda  muerte,  y  la  muerte  mayor  ó  la 
que  es  sola  verdadera  muerte;  como  se  pudiera  mos- 
trar agora  aquí  con  razones  que  lo  ponen  delante  los 
ojos;  pero  no  se  ha  de  decir  todo  en  cada  lugar. 

Mas  lo  propio  de  este  que  tratamos  agora,  y  lo  que 
decir  nos  conviene,  es  lo  que  dice  Santiago,  el  cual 
como  en  una  palabra  esto  todo  que  he  dicho  lo  com- 
prende, diciendo  x :  «El  pecado,  cuando  llega  á  su  col- 
mo, engendra  muerte».  Y  es  digno  de  considerar  que 
cuando  amenazó  Dios  al  hombre  con  miedos  para  que- 
no  diese  entrada  en  su  corazón  á  este  pecado,  la  pena 
que  le  denunció  fué  eso  mismo  que  él  hace,  y  el  fruto 

1   Jacob,  i,  15. 


122  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

que  nace  de  él,  según  la  fuerza  y  la  eficacia  de  su  ca- 
lidad, que  es  una  perfecta  y  acabada  muerte;  como  no 
queriendo  él  por  sí  poner  en  el  hombre  las  manos  ni 
ordenar  contra  él  extraordinarios  castigos,  sino  dejar- 
le al  azote  de  su  propio  querer,  para  que  fuese  verdu- 
go suyo  eso  mismo  que  había  escogido. 

Mas  dejando  esto  aquí,  y  tornando  á  lo  que  al  prin- 
cipio propuse  (que  es  decir  aquello  en  que  consiste 
este  postrer  nacimiento),  digo  que  consiste:  no  en  que 
nazca  en  nosotros  otra  substancia  de  cuerpo  y  de  alma, 
porque  eso  no  fuera  nacer  otra  vez,  sino  nacer  otros, 
con  lo  cual,  como  está  dicho,  no  se  conseguía  el  fin 
pretendido;  sino  consiste  en  que  nuestra  substancia 
nazca  sin  aquel  mal  espíritu  y  fuerza  primera,  y  nazca 
con  otro  espíritu  y  fuerza  contraria  y  diferente  de  ella. 
La  cual  fuerza  y  espíritu  en  que,  según  decimos,  con- 
siste el  segundo  nacer,  es  llamado  hombre  nuevo  y 
Adán  nuevo  en  la  santa  Escritura,  ansi  como  el  otro 
su  contrario  y  primero  se  llama  nombre  viejo,  como 
hemos  ya  dicho. 

Y  ansí  como  aquél  se  extendía  por  todo  el  cuerpo  y 
por  toda  el  alma  del  hombre,  ansí  el  bueno  también  se 
extiende  por  todo;  y  como  lo  desordenaba  aquél,  lo 
ordena  éste  y  lo  santifica  y  trae  últimamente  á  vida 
gloriosa  y  sin  fin,  ansi  como  aquél  lo  condenaba  á 
muerte  miserable  y  eterna.  Y  es,  por  contraria  manera 
del  otro,  luz  en  el  ánimo  y  acuerdo  de  Dios  en  la  me- 
moria, y  justicia  en  la  voluntad,  y  templanza  en  los 
deseos,  y  en  los  sentidos  guía,  y  en  las  manos  y  en  las 
obras  provechoso  mérito  y  fruto;  y  finalmente,  vida  y 
paz  general  de  todo  el  hombre,  é  imagen  verdadera  de 
Dios,  y  que  hace  á  los  hombres  sus  hijos.  Del  cual  es- 
píritu, y  de  los  buenos  efectos  que  hace,  y  de  toda  su 
eficacia  y  virtud,  los  sagrados  escritores,  tratando  de 
él  debajo  de  diversos  nombres,  dicen  mucho  en  muchos 
lugares;  pero  baste  por  todos  San  Pablo  en  lo  que,  es- 
cribiendo á  los  Gálatas,  dice  de  esta  manera  l  :   «El 

1    Galat,  v,  22. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO. — LIBRO    PRIMERO  123 

fruto  del  Espíritu-Santo  son  caridad,  gozo,  paz,  lar- 
gueza de  ánimo,  bondad,  fe,  mansedumbre  y  templan- 
za». Y  el  mismo,  en  el  capítulo  tercero  á  los  Golo- 
senses  * :  «Despojándoos  del  hombre  viejo,  vestios  el 
nuevo,  el  renovado  para  conocimiento,  según  la  ima- 
gen del  que  le  crió». 

Esto,  pues,  es  nacer  los  hombres  segunda  vez,  con- 
viene á  saber,  vestirse  de  este  espíritu  y  nacer,  no  con 
otro  ser  y  substancia,  sino  calificarse  y  acondicionarse 
de  otra  manera,  y  nacer  con  otro  aliento  diferente.  Y 
aunque  prometí  solamente  decir  qué  nacimiento  era 
éste,  en  lo  que  he  dicho  he  declarado  no  sólo  lo  que 
es  el  nacer,  sino  también  cuál  es  lo  que  nace,  y  las 
condiciones  del  espíritu  que  en  nosotros  nace,  ansí  la 
primera  vez  como  la  segunda. 

Resta  agora  que,  pasando  adelante,  digamos  qué  hizo 
Dios  y  la  forma  que  tuvo  para  que  naciésemos  de  esta 
segunda  manera;  con  lo  cual,  si  lo  llevamos  á  cabo, 
quedará  casi  acabado  todo  lo  que  á  esta  declaración 
pertenece. 

Callóse  Marcelo  luego  que  dijo  esto,  y  comenzábase 
á  apercibir  para  torna  á  decir;  mas  Juliano,  que  desde 
el  principio  Je  había  oído  atentísimo,  y  por  algunas 
veces  con  significaciones  y  meneos  había  dado  mues- 
tras de  maravillarse,  tomando  la  mano,  dijo: 

—Estas  cosas,  Marcelo,  que  agora  decís,  no  las  sacáis 
de  vos  ni  menos  sois  el  primero  que  las  traéis  á  luz; 
porque  todas  ellas  están  como  sembradas  y  esparcidas, 
ansí  en  los  Libros  divinos  como  en  los  doctores  sagra- 
dos, unas  en  unos  lugares  y  otras  en  otros;  pero  sois 
el  primero  de  los  que  he  visto  y  oído  yo  que,  juntando 
cada  una  cosa  con  su  igual  cuya  es,  y  como  pareándo- 
las entre  sí  y  poniéndolas  en  sus  lugares,  y  trabándolas 
todas  y  dándoles  orden,  habéis  hecho  como  un  cuerpo 
y  como  un  tejido  de  todas  ellas.  Y  aunque  es  verdad 
que  cada  una  de  estas  cosas  por  sí,  cuando  en  los  li- 
bros donde  están  las  leemos,  nos  alumbran  y  enseñan; 


1   Colos,  ni,  9  et  10. 


124  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

pero  no  se  en  qué  manera  juntas  y  ordenadas,  como 
vos  agora  las  habéis  ordenado,  hinchen  el  alma  junta- 
mente de  luz  y  de  admiración,  y  parece  que  le  abren 
como  una  nueva  puerta  de  conocimiento.  No  sé  lo  que 
sentirán  lo  demás.  De  mí  os  afirmo  que,  mirando  á 
aqueste  bulto  de  cosas  y  este  concierto  tan  trabado 
del  consejo  divino,  que  vais  agora  diciendo  y  aún  no 
habéis  dicho  del  todo,  pero  esto  sólo  que  hasta  aquí 
habéis  platicado,  mirándolo,  me  hace  ya  ver,  á  lo  que 
me  parece,  en  las  Letras  sagradas  muchas  cosas,  no 
digo  que  no  las  sabía,  sino  que  no  las  advertía  antes 
de  agora,  y  que  pasaba  fácilmente  por  ellas. 

Y  aun  se  me  figura  también  (no  sé  si  me  engaño) 
que  este  solo  misterio  ansí  todo  junto  bien  entendido, 
él  por  sí  sólo  basta  á  dar  luz  en  muchos  de  los  errores 
que  hacen  en  este  miserable  tiempo  guerra  á  la  Iglesia, 
y  basta  á  desterrar  sus  tinieblas  de  ellos.  Porque  en 
esto  sólo  que  habéis  dicho,  y  sin  ahondar  más  en  ello, 
ya  se  me  ofrece  á  mí,  y  como  se  me  viene  á  los  ojos, 
ver  cómo  este  nuevo  espíritu,  en  que  el  segundo  y  nue- 
vo nacimiento  nuestro  consiste, es  cosa  metida  en  nues- 
tra alma  que  la  transforma  y  renueva:  ansí  como  su 
contrario  de  éste,  que  hace  el  nacimiento  primero,  vi- 
vía también  en  ella  y  la  inficionaba.  Y  que  no  es  cosa 
de  imaginación  ni  de  respeto  exterior,  como  dicen  los 
que  desatinan  agora;  porque  si  fuera  ansí  no  hiciera 
nacimiento  nuevo,  pues  en  realidad  de  verdad  no  po- 
nía cosa  alguna  nueva  en  nuestra  substancia,  antes  la 
dejaba  en  su  primera  vejez. 

Y  veo  también  que  este  espíritu  y  criatura  nueva  es 
cosa  que  recibe  crecimiento,  como  todo  lo  demás  que 
nace;  y  veo  que  crece  por  la  gracia  de  Dios,  y  por  la 
industria  y  buenos  méritos  de  nuestras  obras  que  na- 
cen de  ella;  como  al  revés  su  contrario,  viviendo  nos- 
otros en  él  y  conforme  á  él,  se  hace  cada  día  mayor  y 
cobra  mayores  fuerzas,  cuanto  son  nuestros  desmere- 
cimientos mayores.  Y  veo  también  que.  obrando,  crece 
este  espíritu;  quiero  decir,  que  las  obras  que  hacemos 
movidos   de  él  merecen  su  crecimiento  de  él  y  son 


DE    LOS    NOMBRES    DE    CRISTO. — LIBRO    PRIMERO  125 

como  su  cebo  y  propio  alimento,  ansí  como  nuestros 
nuevos  pecados  ceban  y  acrecientan  á  ese  mismo  espí- 
ritu malo  y  dañado  que  á  ellos  nos  mueve. 

— Sin  duda  es  ansí,  respondió  entonces  Marcelo,  que 
esta  nueva  generación,  y  el  consejo  de  Dios  acerca  de 
ella,  si  se  ordena  todo  junto  y  se  declara  y  entiende 
bien,  destruye  las  principales  fuentes  del  error  lutera- 
no, y  hace  su  falsedad  manifiesta.  Y  entendido  bien 
esto  de  una  vez,  quedan  claras  y  entendidas  muchas 
escrituras  que  parecen  revueltas  y  oscuras.  Y  si  tuvie- 
se yo  lo  que  para  esto  es  necesario  de  ingenio  y  de  le- 
tras, y  si  me  concediese  el  Señor  el  ocio  y  el  favor  que 
yo  le  suplico,  por  ventura  emprendería  servir  en  este 
argumento  á  la  Iglesia,  declarando  este  misterio,  y  apli- 
cándolo á  lo  que  agora  entre  nosotros  y  los  herejes  se 
alterca,  y  con  el  rayo  de  esta  luz  sacando  de  cuestión 
la  verdad,  que  á  mi  juicio  sería  obra  muy  provechosa; 
y  ansí  como  puedo,  no  me  despido  de  poner  en  ella  mi 
estudio  á  su  tiempo. 

— ¿Cuándo  no  es  tiempo  para  un  negocio  semejan- 
to?,  respondió  Juliano. 

— Todo  es  buen  tiempo,  respondió  Marcelo;  mas  no 
está  todo  en  mi  poder,  ni  soy  mío  en  todos  los  tiem- 
pos. Porque  ya  veis  cuántas  son  mis  ocupaciones  y  la 
flaqueza  grande  de  mi  salud. 

— ¡Como  si  en  medio  de  estas  ocupaciones  y  poca 
salud,  dijo,  ayudando  á  Juliano,  Sabino,  no  supiésemos 
que  tenéis  tiempo  para  otras  escrituras  que  no  son 
menos  trabajosas  que  esa,  v  son  de  mucho  menos  uti- 
lidad! 

— Esas  son  cosas,  respondió  Marcelo,  que,  dado  que 
son  muchas  en  número,  pero  son  breves  cada  una  por 
sí;  mas  esta  es  larga  escritura  y  muy  trabada  y  de  gran- 
dísima gravedad,  y  que  comenzada  una  vez,  no  se  po- 
día, hasta  llegarla  al  fin,  dejar  de  la  mano.  Lo  que  yo 
deseaba  era  el  fin  de  estos  pleitos  y  pretendencias  de 
escuelas,  con  algún  mediano  y  reposado  asiento.  Y  si 
al  Señor  le  agradare  servirse  en  esto  de  mí,  su  piedad 
lo  dará. 


126  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

— El  lo  dará,  respondieron  como  á  una  Juliano  y 
Sabino;  pero  esto  se  debe  anteponer  á  todo  lo  demás. 

— Que  se  anteponga,  dijo  Marcelo,  en  buena  hora, 
mas  eso  será  después;  agora  tornemos  á  proseguir  lo 
que  está  comenzado. 

Y  callando  con  esto  los  dos,  y  mostrándose  atentos, 
Marcelo  tornó  á  comenzar  ansí: 

— Hemos  dicho  cómo  los  hombres  nacemos  segunda 
vez,  y  la  razón  y  necesidad  por  qué  nacemos  ansí,  y 
aquello  en  que  este  nacimiento  consiste.  Quédanos  por 
decir  la  forma  que  tuvo  y  tiene  Dios  para  hacerle, 
que  es  decir  lo  que  ha  hecho  para  que  seamos  los 
hombres  engendrados  segunda  vez.  Lo  cual  es  breve  y 
largo  juntamente.  Breve,  porque  con  decir  solamente 
que  hizo  un  otro  hombre,  que  es  Cristo  hombre,  para 
que  nos  engendrase  segunda  vez  (ansí  como  el  primer 
hombre  nos  engendró  la  primera),  queda  dicho  todo 
lo  que  es  ello  en  sí;  mas  es  largo,  porque  para  que 
esto  mismo  se  entienda  bien  y  se  conozca,  es  menester 
declarar  lo  que  puso  Dios  en  Cristo;  para  que  con  ver- 
dad se  diga  ser  nuevo  padre,  y  la  forma  como  El  nos 
engendrad  Y  ansí  lo  uno  como  lo  otro  no  se  puede  de- 
clarar brevemente. 

Mas  viniendo  á  ello,  y  comenzando  de  lo  primero, 
digo  que,  queriendo  Dios  y  placiéndole  por  su  bondad 
infinita  dar  nuevo  nacimiento  á  los  hombres  (ya  que 
el  primero,  por  culpa  de  ellos,  era  nacimiento  perdido), 
porque  de  su  ingenio  es  traer  á  su  fin  todas  las  cosas 
con  suavidad  y  dulzura,  y  por  los  medios  que  su  ra- 
zón de  ellas  pide  y  demanda,  queriendo  hacer  nuevos 
hijos,  hizo  convenientemente  un  nuevo  padre  de  quien 
ellos  naciesen;  y  hacerle,  fué  poner  en  El  todo  aquello 
que  para  ser  padre  universal  es  necesario  y  conviene. 

Porque  lo  primero,  porque  había  de  ser  padre  de 
hombres,  ordenó  que  fuese  hombre;  y  porque  había 
de  ser  padre  de  hombres  ya  nacidos,  para  que  torna- 
sen á  renacer,  ordenó  que  fuese  del  mismo  linaje  y 
metal  de  ellos.  Pero,  porque  en  esto  se  ofrecía  una 
grande  dificultad  (que  por  una  parte,  para  que  rena- 


DE   LOS   NOMBRES    DE    CRISTO.— LIBRO   PRIMERO  127 

cíese  de  este  nuevo  padre  nuestra  substancia  mejorada, 
convenía  que  fuese  El  del  mismo  linaje  y  substancia;  y 
por  otra  parte  estaba  dañada  é  inficionada  toda  nues- 
tra substancia  en  el  primer  padre,  y  por  la  misma  cau- 
sa tomándola  de  él  el  segundo  padre,  parecía  que  la 
había  de  tomar  asimismo  dañada,  y  si  la  tomaba  ansí, 
no  pudiéramos  nacer  de  El  segunda  vez  puros  y  lim- 
pios, y  en  la  manera  que  Dios  pretendía  que  naciése- 
mos); ansí  que,  ofreciéndose  esta  dificultad,  el  sumo  sa- 
ber de  Dios,  que  en  las  mayores  dificultades  resplandece 
más,  halló  forma  cómo  este  segundo  padre  fuese  hom- 
bre del  linaje  de  Adán,  y  no  naciese  con  el  mal  y  con 
el  daño  con  que  nacen  los  que  nacemos  de  Adán. 

Y  ansí,  le  formó  de  la  misma  masa  y  descendencia  de 
Adán;  pero  no  como  se  forman  los  demás  hombres, 
con  las  manos  y  obra  de  Adán,  que  es  todo  lo  que 
daña  y  estraga  la  obra,  sino  formóle  con  las  suyas 
mismas  y  por  sí  sólo  y  por  la  virtud  de  su  Espíritu,  en 
las  entrañas  purísimas  de  la  soberana  Virgen,  descen- 
diente de  Adán.  Y  de  su  sangre  y  substancia  santísi- 
ma, dándola  ella  sin  ardor  vicioso  y  con  amor  de  cari- 
dad encendido,  hizo  el  segundo  Adán  y  padre  nuestro 
universal  de  nuestra  substancia,  y  ajeno  del  todo  de 
nuestra  culpa,  y  como  panal  virgen  hecho  con  las  ma- 
nos del  cielo  de  materia  pura,  ó  por  mejor  decir,  de  la 
flor  de  la  pureza  misma  y  de  la  virginidad.  Y  esto  fué 
lo  primero. 

Y  demás  de  esto,  procediendo  Dios  en  su  obra,  por- 
que todas  las  cualidades  que  se  descubren  en  la  fior  y 
en  el  fruto  conviene  que  estén  primero  en  la  semilla, 
de  donde  la  flor  nace  y  el  fruto;  por  eso  en  este,  que 
había  de  ser  el  origen  de  esta  nueva  y  sobrenatural 
descendencia,  asentó  y  colocó  abundantísima  ó  infini- 
tamente, por  hablar  más  verdad,  todo  aquello  bueno 
en  que  habíamos  de  renacer  todos  los  que  naciésemos 
de  El:  la  gracia,  la  justicia  y  el  espíritu  celestial,  la 
caridad,  el  saber,  con  todos  los  demás  dones  del  Espí- 
ritu-Santo; y  asentólos  como  en  principio  con  virtud 
y  eficacia  para  que  naciesen  de  El  en  otros  y  se  deri- 


128  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

vasen  en  sus  descendientes,  y  fuesen  bienes  que  pu- 
diesen producir  de  sí  otros  bienes.  Y  porque  en  el 
principio  no  solamente  están  las  cualidades  de  los  que 
nacen  de  él,  sino  también  esos  mismos  que  nacen,  an- 
tes que  nazcan  en  sí,  están  en  su  principio  como  en 
virtud;  por  tanto,  convino  también  que  los  que  nace- 
mos de  este  divino  Padre  estuviésemos  primero  pues- 
tos en  El  como  en  nuestro  principio  y  como  en  simien- 
te, por  secreta  y  divina  virtud.  Y  Dios  lo  hizo  ansí. 

Porque  se  ha  de  entender  que  Dios,  por  una  mane- 
ra de  unión  espiritual  é  inefable,  juntó  con  Cristo  en 
cuanto  hombre,  y  como  encerró  en  él,  á  todos  sus 
miembros;  y  los  mismos  que  cada  uno  en  su  tiempo 
vienen  á  ser  en  sí  mismos  y  á  renacer  y  vivir  en  jus- 
ticia, y  los  mismos  que  después  de  la  resurrección  de 
la  carne,  justos  y  gloriosos  y  por  todas  partes  deifica- 
dos, diferentes  en  personas,  seremos  unos  en  espíritu, 
ansí  entre  nosotros  como  con  Jesucristo,  ó  por  hablar 
con  mas  propiedad,  seremos  todos  un  Cristo;  esos  mis- 
mos, no  en  forma  real,  sino  en  virtud  original,  estuvi- 
mos en  El  antes  que  renaciésemos  por  obra  y  por  arti- 
ficio de  Dios,  que  le  plugo  ayuntarnos  á  sí  secreta  y 
espiritualmente  con  quien  había  de  ser  nuestro  prin- 
cipio, para  que  con  verdad  lo  fuese,  y  para  que  proce- 
diésemos de  él,  no  naciendo  según  la  substancia  de 
nuestra  humana  naturaleza,  sino  renaciendo  según  la 
buena  vida  de  ella,  con  el  espíritu  de  justicia  y  de 
gracia. 

Lo  cual,  demás  de  que  lo  pide  la  razón  de  ser  pa- 
dre, consigúese  necesariamente  á  lo  que  antes  de  esto 
dijimos.  Porque  si  puso  Dios  en  Cristo  espíritu  y  gra- 
cia principal,  esto  es,  en  sumo  y  eminente  grado,  para 
que  de  allí  se  engendrase  el  nuevo  espíritu  y  la  nue- 
va vida  de  todos,  por  el  mismo  caso  nos  puso  á  todos 
en  El,  según  esta  razón.  Como  en  el  fuego,  que  tiene 
en  sumo  grado  el  calor,  y  es  por  eso  la  fuente  de  todo 
lo  que  es  en  alguna  manera  caliente,  está  todo  lo  que 
lo  puede  ser,  aun  antes  que  lo  sea,  como  en  su  fuente 
y  principio. 


DE   LOS  NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO  PRIMERO  129 

Mas,  por  sacarlo  de  toda  duda,  será  bien  que  lo  pro- 
temos  con  el  dicho  y  testimonio  del  Espíritu-Santo. 
San  Pablo,  movido  por  El  en  la  carta  que  escribe  á 
los  Efesios,  dice  lo  que  ya  he  alegado  antes  de  agora  ': 
«Que  Dios  en  Cristo  recapituló  todas  las  cosas».  Adon- 
de la  palabra  del  texto  griego  es  palabra  propia  de  los 
contadores,  y  significa  lo  que  hacen  cuando  muchas  y 
diferentes  partidas  las  reducen  á  una,  lo  cual  llama- 
mos en  castellano  sumar.  Adonde  en  la  suma  están 
las  partidas  todas,  no  como  antes  estaban  ellas  en  sí 
divididas,  sino  como  en  suma  y  virtud.  Pues  de  la 
misma  manera  dice  San  Pablo  que  Dios  sumó  todas 
las  cosas  en  Cristo,  ó  que  Cristo  es  como  una  suma  de 
todo;  y  por  consiguiente  está  en  El  puesto  todo  y  ayun- 
tado por  Dios  espiritual  y  secretamente,  según  aquella 
manera  y  según  aquel  ser  en  que  todo  puede  ser  por 
El  reformado,  y  como  si  dijésemos  reengendrado  otra 
vez,  como  el  efecto  está  unido  á  su  causa  antes  que 
salga  de  ella,  y  como  el  ramo  en  su  raíz  y  principio. 

Pues  aquella  consecuencia  que  hace  el  mismo  San 
Pablo,  diciendo  2:  «Si  Cristo  murió  por  todos,  luego 
todos  morimos»,  notoria  cosa  es  que  estriba  y  que 
tiene  fuerza  en  esta  unión  que  decimos.  Porque  mu- 
riendo El,  por  eso  morimos;  porque  estábamos  en  El 
todos  en  la  forma  que  he  dicho.  Y  aun  esto  mismo  se 
colige  más  claro  de  lo  que  á  los  Romanos  escribe.  «Sa- 
bemos, dice  3,  que  nuestro  viejo  hombre  fué  crucifi- 
cado juntamente  con  El».  Si  fué  crucificado  con  El, 
estaba  sin  duda  en  El,  no  por  lo  que  tocaba  á  su  per- 
sona de  Cristo,  la  cual  fué  siempre  libre  de  todo  pe- 
cado y  vejez,  sino  porque  tenía  unidas  y  juntas  con- 
sigo mismo  nuestras  personas  por  secreta  virtud. 

Y  por  razón  de  esta  misma  unión  y  ayuntamiento 
se  escribe  en  otro  lugar  de  Cristo4:  «que  nuestros 
pecados  todos  los  subió  en  sí,  y  los  enclavó  en  el 
madero».  Y  lo  que  á  los  'Efesios  escribe  San  Pablo  5: 


1   Ephes.  i,  10.  2  II  Cor.,  v,  15.  3   Rom.,  vi,  6, 

4    Petr,ü,  24.  5  Ephes.,  n,  5  et  6, 


130  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

«que  Dios  nos  vivificó  en  Cristo  y  nos  resucitó  con  El 
juntamente,  y  nos  hizo  sentar  juntamente  con  El  en 
los  cielos,»  aun  antes  de  la  resurrección  y  glorifica- 
ción general,  se  dice  y  escribe  con  grande  verdad,  por 
razón  de  esta  unidad.  Dice  Isaías  1,  «que  puso  Dios  en 
Cristo  las  maldades  de  todos  nosotros,  y  que  su  car- 
denal nos  dio  salud».  Y  el  mismo  Cristo,  estando  pa- 
deciendo en  la  cruz,  con  alta  y  lastimera  voz  dice  2: 
«Dios  mío,  Dios  mío,  ¿por  qué  me  desamparaste?  Lejos 
de  mi  salud  las  voces  de  mis  pecados-;  ansí  como 
tanto  antes  de  su  pasión  lo  había  profetizado  y  can- 
tado David. 

Pues  ¿cómo  será  esto  verdad,  si  no  es  verdad  que 
Cristo  padecía  en  persona  de  todos,  y  por  consiguiente 
que  estábamos  en  El  ayuntados  todos  por  secreta  fuer- 
za, como  están  en  el  padre  los  hijos,  y  los  miembros 
en  la  cabeza?  ¿No  dice  el  profeta  3  «que  trae  este  rey 
sobre  sus  hombros  su  imperio?»  Mas  ¿qué  imperio? 
pregunto.  El  mismo  rey  lo  declara  cuando,  en  la  pará- 
bola de  la  oveja  perdida,  dice  que  para  reducirla  la 
puso  sobre  sus  hombros.  De  manera  que  su  imperio 
son  los  suyos,  sobre  quienes  El  tiene  mando,  los  cua- 
les trae  sobre  sí,  porque  para  reengendrarlos  y  salvar- 
los ayuntó  primero  consigo  mismo.  San  Agustín  sin 
duda  dícelo  ansí  escribiendo  sobre  el  Salmo  veintiuno 
alegado,  y  dice  de  esta  manera  *:  «¿Y  por  qué  dice  eso, 
sino  porque  nosotros  estábamos  allí  también  en  El?» 

Mas  excusados  son  los  argumentos  adonde  la  verdad 
ella  misma  se  declara  á  sí  misma.  Oigamos  lo  que  Cris- 
to dice  en  el  sermón  de  la  Cena  B:  «En  aquel  día  co- 
noceréis (y  hablaba  del  día  en  que  descendió  sobre 
ellos  el  Espíritu-Santo);  ansí  que,  en  aquel  día  cono- 
ceréis que  yo  estoy  en  mi  Padre,  y  vosotros  en  mí». 
De  manera  que  hizo  Dios  á  Cristo  padre  de  este  nuevo 
linaje  de  hombres;  y  para  hacerle  padre  puso  en  El  todo 


1     Isai.,  un,  5  et  6.  2    Matth.,  xxvir,  46.  Psalm.,  xxi,  1. 

3    Isaú,  ix,  6.  4    Enarratt.  2in  psalm.  21,  n.  3.  5    Joan., 

xiv,  20. 


DE    LOS   NOMBRES    DE   CRISTO. — LIBRO    PRIMERO  131 

lo  que  al  ser  padre  se  debe:  la  naturaleza  conforme  á 
los  que  de  El  han  de  nacer,  y  los  bienes  todos  que  han 
de  tener  los  que  en  esta  manera  nacieren;  y  sobre  todo, 
á  ellos  mismos  los  que  ansí  nacerán  encerrados  en  El  y 
unidos  con  El  como  en  virtud  y  en  origen. 

Mas,  ya  que  hemos  dicho  cómo  puso  Dios  en  Cristo 
todas  las  partes  y  virtudes  de  padre,  pasemos  á  lo  que 
nos  queda  por  decir,  y  hemos  prometido  decirlo,  que 
es  la  manera  cómo  este  padre  nos  engendró.  Y  decla- 
rando la  forma  de  esta  generación,  quedará  más  ave- 
riguado y  sabido  el  misterio  secreto  de  la  unión  sobre- 
dicha; y  declarando  cómo  nacemos  de  Cristo,  quedará 
claro  cómo  es  verdad  que  estábamos  en  El  primero. 

Pero  convendrá  para  dar  principio  á  esta  declaración 
que  volvamos  un  poco  atrás  con  la  memoria,  y  que 
pongamos  en  ella  y  delante  de  los  ojos  del  entendi- 
miento lo  que  arriba  dijimos  del  espíritu  malo  con  que 
nacemos  la  primera  vez,  y  de  cómo  se  nos  comunica- 
ba primero  en  virtud,  cuando  nosotros  también  tenía- 
mos el  ser  en  virtud  y  estábamos  como  encerrados  en 
nuestro  principio,  y  después  en  expresa  realidad,  cuan- 
do saliendo  de  él  y  viniendo  á  esta  luz,  comenzamos  á 
ser  en  nosotros  mismos.  Porque  se  ha  de  entender  que 
este  segundo  padre,  como  vino  á  deshacer  los  males 
que  hizo  el  primero,  por  las  pisadas  que  fué  dañando 
el  otro,  por  esas  mismas  procede  El  haciéndonos  bien. 
Pues  digo  ansí,  que  Cristo  nos  reengendró  y  calificó 
primero  en  si  mismo,  como  en  virtud  y  según  la  mane- 
ra como  en  El  estábamos  juntos,  y  después  nos  engen- 
dra y  renueva  á  cada  uno  por  sí  y  según  el  efecto  real. 

Y  digamos  de  lo  primero:  Adán  puso  en  nuestra  na- 
turaleza y  en  nosotros,  según  que  en  él  estábamos,  el 
espíritu  del  pecado  y  el  desorden,  desordenándose  él  á 
sí  mismo  y  abriendo  la  puerta  del  corazón  á  la  ponzo- 
ña de  la  serpiente,  y  aposentándola  en  sí  y  en  nos- 
otros. Y  ya  desde  aquel  tiempo,  cuanto  fué  de  su  par- 
te de  él,  comenzamos  á  ser  en  la  forma  que  entonces 
éramos,  inficionados  y  malos.  Cristo,  nuestro  bienaven- 
turado Padre,  dio  principio  á  nuestra  vida  y  justicia, 


132  FRAY    LUIS  DE   LEÓN 

haciendo  en  sí  primero  lo  que  en  nosotros  había  de 
nacer  y  parecer  después.  Y  como  quien  pone  en  el  gra- 
no la  calidad  con  que  desea  que  la  espiga  nazca,  ansí, 
teniéndonos  á  todos  juntos  en  sí.  en  la  forma  que  he- 
mos ya  dicho,  con  lo  que  hizo  en  sí,  cuanto  fué  de  su 
parte,  nos  comenzó  á  hacer  y  á  calificar  en  origen  tales, 
cuales  nos  había  de  engendrar  después  en  realidad  y 
en  efecto. 

Y  porque  este  nacimiento  y  origen  nuestro  no  era 
primer  origen,  sino  nacimiento  después  de  otro  naci- 
miento y  de  nacimiento  perdido  y  dañado;  fué  necesa- 
rio hacer,  no  sólo  lo  que  convenía  para  darnos  buen 
espíritu  y  buena  vida,  sino  padecer  también  lo  que  era 
menester,  para  quitarnos  el  mal  espíritu  con  que  ha- 
bíamos venido  á  la  vida  primera.  Y  como  dicen  del 
maestro  que  toma  para  discípulo  al  que  está  ya  mal 
enseñado,  que  tiene  dos  trabajos,  uno  en  desarraigar  lo 
malo  y  otro  en  plantar  lo  bueno;  ansí  Cristo,  nuestro 
bien  y  Señor,  hizo  dos  cosas  en  sí,  para  que  hechas  en 
sí,  se  hiciesen  en  nosotros  los  que  estamos  en  El:  una 
para  destruir  nuestro  espíritu  malo,  y  otra  para  criar 
nuestro  espíritu  bueno. 

Para  matar  el  pecado  y  para  destruir  el  mal  y  el  des- 
orden de  nuestro  origen  primero,  murió  El  en  persona 
de  todos  nosotros,  y,  cuanto  es  de  su  parte,  en  El  reci- 
bimos todos  muerte;  ansí  como  estábamos  todos  en  él, 
y  quedamos  muertos  en  nuestro  padre  y  cabeza,  y 
muertos  para  nunca  vivir  más  en  aquella  manera  de 
ser  y  de  vida.  Porque,  según  aquella  manera  de  vida 
pasible  y  que  tenía  imagen  y  representación  de  peca- 
do, nunca  tornó  Cristo,  nuestro  Padre  y  cabeza,  á  vi- 
vir, como  el  Apóstol  lo  dice  lm.  «Si  murió  por  el  peca- 
»do,  ya  murió  de  una  vez;  si  vive,  vive  ya  á  Dios». 

Y  de  esta  primera  muerte  del  pecado  y  del  viejo 
hombre  (que  se  celebró  en  la  muerte  de  Cristo  como 
general  y  como  original  para  los  demás),  nace  la  fuer- 
za de  aquello  que  dice  y  arguye  san  Pablo  cuando, 

1    Rom.,  vi,  10 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIB.RO    PRIMERO  133 

escribiendo  á  los  Romanos,  les  amonesta  que  no  pe- 
quen, y  les  extraña  mucho  el  pecar,  porque  dice  l: 
«Pues  ¿qué  diremos?  ¿Convendrá  perseverar  en  el  pe- 
car para  que  se  acreciente  la  gracia?  En  ninguna  mane- 
ra. Porque,  los  que  morimos  al  pecado,  ¿cómo  se  com- 
padece que  vivamos  en  él  todavía?»  Y  después  de  algu- 
nas palabras,  declarándose  más  2:  «Porque  habéis  de 
saber  esto,  que  nuestro  hombre  viejo  fué  juntamente 
crucificado  para  que  sea  destruido  el  cuerpo  del  peca- 
do, y  para  que  no  sirvamos  más  al  pecado».  Que  es 
como  decirles  que  cuando  Cristo  murió  á  la  vida  pasi- 
ble y  que  tiene  figura  de  pecadora,  murieron  ellos  en 
Él  para  todo  lo  que  es  esa  manera  de  vida.  Por  lo  cual, 
que  pues  murieron  allí  á  ella  por  haber  muerto  Cristo, 
y  Cristo  no  tornó  después  á  semejante  vivir,  si  ellos 
están  en  Él,  y  si  lo  que  pasó  en  Él  eso  mismo  se  hizo 
en  ellos,  no  se  compadece  en  ninguna  manera  que  ellos 
quieran  tornar  á  ser  lo  que,  según  que  estuvieron  en 
Cristo,  dejaron  de  ser  para  siempre. 

Y  á  esto  mismo  pertenece  y  mira  lo  que  dice  en  otro 
lugar  3:  «Ansí  que,  hermanos,  vosotros  ya  estáis  muer- 
tos á  la  ley  por  medio  del  cuerpo  de  Cristo.»  Y  poco 
después  4:  «Lo  que  la  ley  no  podía  hacer,  y  en  lo  que 
se  mostraba  flaca  por  razón  de  la  carne,  Dios  enviando 
á  su  Hijo  en  semejanza  de  carne  de  pecado,  del  pecado 
condenó  el  pecado  en  la  carne».  Porque,  como  hemon 
ya  dicho  (y  conviene  que  muchas  veces  se  diga,  para 
que  repitiéndose  se  entienda  mejor),  procedió  Cristo  á 
esta  muerte  y  sacrificio  aceptísimo  que  se  hizo  de  sí.  no 
como  una  persona  particular,  sino  como  en  persona  de 
todo  el  linaje  humano  y  de  toda  la  vejez  de  él;  y  seña- 
ladamente de  todos  aquellos  á  quienes  de  hecho  había 
de  tocar  el  nacimiento  segundo,  los  cuales  por  secreta 
unión  del  espíritu  había  puesto  en  sí  y  como  sobre  sus 
hombros;  y  ansí,  lo  que  hizo  entonces  en  sí,  cuanto  e- 
de  su  parte  quedó  hecho  en  todos  nosotros. 


I    Rom  ,  vi,  1.         2   Ibidem,  vi.  6.        3  Ibidem,  vii,  4.        4   Ibi- 
de:ii,  viii,  3. 


134  FRAY  LUIS   DE  LEÓN 

Y  que  Cristo  haya  subido  á  la  cruz  como  persona 
pública  y  en  la  manera  que  digo,  aunque  está  ya  pro- 
bado, pruébase  más  con  lo  que  Cristo  hizo  y  nos  qui- 
so dar  á  entender  en  el  sacramento  de  su  Cuerpo,  que 
debajo  de  las  especies  de  pan  y  vino  consagró,  ya  ve- 
cino á  la  muerte.  Porque  tomando  el  pan  y  dándole  á 
sus  discípulos,  les  dijo  de  esta  manera  *:  «Este  es  mi 
cuerpo,  el  que  será  entregado  por  vosotros».  Dando 
claramente  á  entender  que  su  cuerpo  verdadero  esta- 
ba debajo  de  aquellas  especies,  y  que  estaba  en  la 
forma  que  se  había  de  ofrecer  en  la  cruz,  y  que  las 
mismas  especies  de  pan  y  vino  declaraban  y  eran 
como  imagen  de  la  forma  en  que  se  había  de  ofrecer. 
Y  que  ansí  como  el  pan  es  un  cuerpo  compuesto  de 
muchos  cuerpos,  esto  es,  de  muchos  granos  que  per- 
diendo su  primera  forma,  por  la  virtud  del  agua  y  del 
fuego,  hacen  un  pan;  ansí  nuestro  pan  de  vida,  habien- 
do ayuntado  á  sí  por  secreta  fuerza  de  amor  y  de  es- 
píritu la  naturaleza  nuestra,  y  habiendo  hecho  como 
un  cuerpo  de  sí  y  de  todos  nosotros  (de  sí  en  realidad 
de  verdad,  y  de  los  demás  en  virtud),  no  como  una 
persona  sola,  sino  como  un  principio  que  las  conte- 
nía todas,  se  ponía  en  la  cruz.  Y  que  como  iba  á  la 
cruz  abrazado  con  todos,  ansí  se  encerraba  en  aquellas 
especies,  para  que  ellas  con  su  razón,  aunque  ponían 
velo  á  los  ojos,  alumbrasen  nuestro  corazón  de  con- 
tinuo, y  nos  dijesen  que  contenían  á  Cristo  debajo  de 
sí;  y  que  lo  contenían,  no  de  cualquiera  manera,  sino 
de  aquella  como  se  puso  en  la  cruz,  llevándonos  á 
nosotros  en  sí  y  hecho  con  nosotros,  por  espiritual 
unión,  uno  mismo,  ansí  como  el  pan  cuyas  ellas  fue- 
ron, era  un  compuesto  hecho  de  muchos  granos. 

Ansí  que,  aquellas  unas,  y  unas  mismas  palabras, 
dicen  juntamente  dos  cosas.  Una:  «Este,  que  parece 
pan,  es  mi  cuerpo,  el  que  será  entregado  por  vosotros». 
Otra:  «Como  el  pan,  que  al  parecer  está  aquí,  ansí  es 
mi  cuerpo,  que  está  aquí  y  que  por  vosotros  será  á  la 


1   Mattta..  xxvi,  _'b.| 


DE   LOS    NOMBRES    DE   CRISTO. — LIBRO    PRIMERO  135 

muerte  entregado».  Y  esto  mismo,  como  en  figura,  de- 
claró el  santo  mozo  x  que  caminaba  al  sacrificio,  no 
vacío,  sino  puesta  sobre  sus  hombros  la  leña  que  ha- 
bía de  arder  en  él.  Porque  cosa  sabida  es  que,  en  el 
lenguaje  secreto  de  la  Escritura,  el  leño  seco  es  ima- 
gen" del  pecador.  Y  ni  más  ni  menos  en  los  cabrones 
•que  el  Levítico  sacrifica  por  el  pecado  2,  que  fueron 
figura  clara  del  sacrificio  de  Cristo,  todo  el  pueblo 
pone  primero  sobre  las  cabezas  de  ellos  las  manos, 
porque  se  entienda  que  en  este  otro  sacrificio  nos  lle- 
vaba á  todos  en  sí  nuestro  padre  y  cabeza. 

Mas  ¿qué  digo  de  los  cabrones?  Porque  si  buscamos 
imágenes  de  esta  verdad,  ninguna  es  más  viva  ni  más 
cabal  que  el  sumo  pontífice  de  la  ley  vieja,  vestido  de 
pontifical  para  hacer  sacrificio.  Porque,  como  San  Je- 
TÓnimo  dice,  ó  por  decir  verdad,  como  el  Espíritu 
Santo  lo  declara  en  el  libro  de  la  Sabiduría  3,  aquel 
pontifical,  ansí  en  la  forma  de  él  como  en  las  partes 
de  que  se  componía  y  en  todas  sus  colores  y  cualida- 
des, era  como  una  representación  de  la  universidad 
de  ías  cosas;  y  el  sumo  sacerdote  vestido  de  él  era  un 
mundo  universo;  y  como  iba  á  tratar  con  Dios  por  to- 
dos, ansí  los  llevaba  todos  sobre  sus  hombros.  Pues  de 
la  misma  manera  Cristo,  sumo  y  verdadero  sacerdote, 
para  cuya  imagen  servía  todo  el  sumo  sacerdocio  pa- 
sado, cuando  subió  al  altar  de  la  cruz  á  sacrificar  por 
nosotros,  fué  vestido  de  nosotros  en  la  forma  que  dicho 
•es;  y  sacrificándose  á  sí,  y  á  nosotros  en  sí,  dio  fin  de 
esta  manera  á  nuestra  vieja  maldad. 

Hemos  dicho  lo  que  hizo  Cristo  para  desarraigar  de 
nosotros  nuestro  primer  espíritu  malo.  Digamos  agora 
lo  que  hizo  en  sí  para  criar  en  nosotros  el  hombre 
nuevo  y  el  espíritu  bueno;  esto  es,  para  después  de 
muertos  á  la  vida  mala,  tornarnos  á  vida  buena,  y 
para  dar  principio  á  nuestra  segunda  generación. 

Por  virtud  de  su  divinidad,  y  porque  según  ley 
de  justicia  no  tenía  obligación  á  la  muerte  (por  ser  su 


1   Genes.,  xxii,  6.         2  LevitM  vm,  14.        3  Sapient.,  xviii,  24. 


136  FRAY   LUIS  DE    LEÓN 

naturaleza  humana  de  su  nacimiento  inocente),  na 
pudo  Cristo  quedar  muerto  muriendo;  y  como  dice 
San  Pedro  1,  «no  fué  posible  ser  detenido  de  los  dolo- 
res de  la  sepultura ».  Y  ansí  resucitó  vivo  el  día  terce- 
ro; y  resucitó,  no  en  carne  pasible  y  que  tuviese  re- 
presentación de  pecado,  y  que  estuviese  sujeta  á  tra- 
bajos como  si  tuviera  pecado  (que  aquello  murió  en 
Cristo  para  jamás  no  vivir),  sino  en  cuerpo  incorrupti- 
ble y  glorioso  y  como  engendrado  por  solas  las  manos 
de  Dios. 

Porque,  ansí  como  en  el  primer  nacimiento  suyo  en 
la  carne,  cuando  nació  de  la  Virgen,  por  ser  su  padre 
Dios,  sin  obra  de  hombre  nació  sin  pecado;  mas  por 
nacer  de  madre  pasible  y  mortal,  nació  Él  semejante- 
mente hábil  á  padecer  y  morir,  asemejándose  á  las 
fuentes  de  su  nacimiento,  á  cada  una  en  su  cosa;  ansf 
en  la  resurrección  suya,  que  decimos  agora  (la  cual 
la  sagrada  Escritura  tambiéxi  llama  nacimiento  ó  ge- 
neración), como  en  ella  no  hubo  hombre  que  fuese  pa- 
dre ni  madre,  sino  Dios  sólo  que  la  hizo  por  sí  y  sin 
ministerio  de  alguna  otra  causa  segunda,  salió  todo- 
como  de  mano  de  Dios,  no  sólo  puro  de  todo  pecado,, 
sino  también  de  la  imagen  de  él;  esto  es,  libre  de  la 
pasibilidad  y  de  la  muerte,  y  juntamente  dotado  de 
claridad  y  de  gloria.  Y  como  aquel  cuerpo  fué  reengen- 
drado solamente  por  Dios,  salió  con  las  cualidades  y 
con  los  semblantes  de  Dios,  cuanto  le  son  á  un  cuer- 
po posibles.  Y  ansí  se  precia  Dios  de  este  hecho  como- 
de  hecho  solamente  suyo.  Y  ansí  dice  en  el  Salmo  2: 
«Yo  soy  el  que  hoy  te  engendré». 

Pues  decimos  agora  que  de  la  manera  que  dio  fin 
á  nuestro  viejo  hombre  muriendo  (porque  murió  Él 
por  nosotros  y  en  persona  de  nosotros,  que  por  secre- 
to misterio  nos  contenía  en  sí  mismo,  como  nuestro 
padre  y  cabeza);  por  la  misma  razón,  tornando  Él  á  vi- 
vir renació  con  Él  nuestra  vida.  Vida  llamo  aquí  la  de- 
justicia y  de  espíritu;  la  cual  comprende  no  solamen- 

1   Actor.,  ir,  24  2   Psalm.,  n,  7. 


DE   LOS    NOMBRES    DE    CRISTO. —  LIBRO    PRIMERO  137 

te  el  principio  de  la  justicia,  cuando  el  pecador  que 
era,  comienza  á  ser  justo;  sino  el  crecimiento  de  ella 
también,  con  todo  su  proceso  y  perfección,  hasta  lle- 
gar el  hombre  á  la  inmortalidad  del  cuerpo  y  á  la  en- 
tera libertad  del  pecado.  Porque  cuando  Cristo  resuci- 
tó, por  el  mismo  caso  que  Él  resucitó,  se  principió  todo 
esto  en  los  que  estábamos  en  Él  como  en  nuestro  prin- 
cipio. 

Y  ansí  lo  uno  como  lo  otro  lo  dice  breve  y  significan- 
temente san  Pablo,  diciendo  *:  «Murió  por  nuestros  de- 
litos y  resucitó  por  nuestra  justificación».  Como  si 
más  extendidamente  dijera:  Tomónos  en  sí,  y  muriá 
como  pecador  para  que  muriésemos  en  Él  los  pecado- 
res; y  resucitó  á  vida  eternamente  justa  é  inmortal  y 
gloriosa,  para  que  resucitásemos  nosotros  en  Él  á  jus- 
ticia y  á  gloria  y  á  inmortalidad.  Mas  ¿por  ventura 
no  resucitamos  nosotros  con  Cristo?  El  mismo  Apóstol 
lo  diga  2:  «Y  nos  dio  vida  (dice  hablando  de  Dios),  jun- 
tamente con  Cristo,  y  nos  resucitó  con  Él,  y  nos  asen- 
tó sobre  las  cumbres  del  cielo».  De  manera  que  lo  que 
hizo  Cristo  en  sí  y  en  nosotros,  según  que  estábamos 
entonces  en  Él,  fué  esto  que  he  dicho. 

Pero  no  por  eso  se  ha  de  entender,  que  por  esto  sólo- 
quedamos  de  hecho  y  en  nosotros  mismos  ya  nueva- 
mente nacidos  y  otra  vez  engendrados,  muertos  al  vie- 
jo pecado  y  vivos  al  espíritu  del  cielo  y  de  la  justicia: 
sino  allí  comenzamos  á  nacer,  para  nacer  de  hecho 
después.  Y  fué  aquello  como  el  fundamento  de  esto 
otro  edificio.  Y,  para  hablar  con  más  propiedad,  del 
fruto  noble  de  justicia  y  de  inmortalidad  que  se  des- 
cubre en  nosotros,  y  se  levanta  y  crece  y  traspasa  los 
cielos,  aquellas  fueron  las  simientes  y  las  raíces  pri- 
meras; porque,  ansí  como,  no  embargante  que  cuando 
pecó  Adán,  todos  pecamos  en  él  y  concebimos  espíritu 
de  ponzoña  y  de  muerte,  para  que  de  hecho  nos  infi- 
cione el  pecado  y  para  que  este  mal  espíritu  se  nos  in- 
funda, es  menester  que  también  nosotros  nazcamos  de 

1   Rom.,  iv,  25.  2  Ephes  ,  u,  5  et  6. 


138  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

Adán  por  orden  natural  de  generación;  ansí,  por  la 
misma  manera,  para  que  de  hecho  en  nosotros  muera 
el  espíritu  de  la  culpa  y  viva  el  de  la  gracia  y  el  de  la 
justicia,  no  basta  aquel  fundamento  y  aquella  semilla 
y  origen;  ni  con  lo  que  fué  hecho  en  nosotros  en  la 
persona  de  Cristo,  con  eso,  sin  más  hacer  ni  entender 
en  las  nuestras,  somos  ya  en  ellas  justos  y  salvos,  como 
dicen  los  que  desatinan  agora;  sino  es  menester  que  de 
hecho  nazcamos  de  Cristo,  para  que  por  este  nacimien- 
to actual  se  derive  á  nuestras  personas  y  se  asiente  en 
ellas  aquello  mismo  que  ya  se  principió  en  nuestro 
origen.  Y  (aunque  usemos  de  una  misma  semejanza 
más  veces)  como  la  espiga,  aunque  está  cual  ha  de  ser 
•en  el  grano,  para  que  tenga  en  sí  aquello  que  es  y  sus 
cualidades  todas  y  sus  figuras,  le  conviene  que  con  la 
virtud  del  agua  y  del  sol  salga  del  grano  naciendo;  ansí- 
mismo  también,  no  comenzaremos  á  ser  en  nosotros 
cuales  en  Cristo  somos  hasta  que  de  hecho  nazcamos 
de  Cristo. 

Mas,  preguntará  por  caso  alguno.  ¿En  qué  manera 
naceremos,  ó  cuál  será  la  forma  de  esta  generación? 
.¿Hemos  de  tornar  al  vientre  de  nuestras  madres  de 
nuevo,  como  maravillado  de  esta  nueva  doctrina  pre- 
guntó Nicodemus  *;  ó,  vueltos  en  tierra  ó  consumidos 
en  fuego,  renaceremos,  como  el  ave  fénix,  de  nuestras 
cenizas? 

Si  este  nacimiento  nuevo  fuera  nacer  en  carne  y 
sangre,  bien  fuera  necesaria  alguna  de  estas  maneras; 
mas,  como  es  nacer  en  espíritu,  hácese  con  espíri- 
tu y  con  secreta  virtud.  «Lo  que  nace  de  la  carne, 
dice  Cristo  en  este  mismo  propósito  2,  carne  es;  y  lo 
que  nace  del  espíritu,  espíritu  es».  Y  ansí  lo  que  es 
•espíritu  ha  de  nacer  por  orden  y  fuerza  de  espíritu.  El 
cual  celebra  esta  generación  en  esta  manera. 

Cristo,  por  la  virtud  de  su  espíritu,  pone  en  efecto  ac- 
tual en  nosotros  aquello  mismo  que  comenzamos  á  ser 
•en  Él,  y  que  El  hizo  en  sí  para  nosotros;  esto  es,  pone 

1  Joan.,  ni,  4.  2  Joan.,  m,  6. 


DE    LOS   NOMBRES   DE    CRISTO. — LIBRO   PRIMERO  13í) 

muerte  á  nuestra  culpa,  quitándola  del  alma.  Y  aquel 
fuego  ponzoñoso  que  la  sierpe  inspiró  en  nuestra  car- 
ne, y  que  nos  solicita  á  la  culpa,  amortigúale  y  pónele 
freno  agora,  para  después  en  el  último  tiempo  matarle 
del  todo;  y  pone  también  simiente  de  vida,  y  como  si 
dijésemos,  un  grano  de  su  espíritu  y  gracia,  que  ence- 
rrado en  nuestra  alma  y  siendo  cultivado  como  es  ra- 
zón, vaya  después  creciendo  por  sus  términos,  y  to- 
mando fuerzas  y  levantándose  hasta  llegar  á  la  medida, 
como  dice  San  Pablo,  de  varen  perfecto.  Y  poner  Cris- 
to en  nosotros  esto,  es  nosotros  nacer  de  Cristo  en  rea- 
lidad y  verdad.  Mas  está  en  la  mano  la  pregunta  y  la 
duda.  ¿Pone  por  ventura  Cristo  en  todos  los  hombres 
esto,  ó  pénelo  en  todas  las  sazones  y  tiempos?  0  ¿en 
quién  y  cuándo  lo  pone?  Sin  duda  no  lo  pone  en  todos 
ni  en  cualquiera  forma  y  manera,  sino  sólo  en  los  que 
nacen  de  El.  Y  nacen  de  El  los  que  se  bautizan;  y  en 
aquel  sacramento  se  celebra  y  pone  en  obra  esta  ge- 
neración. Por  manera  que,  tocando  al  cuerpo  el  agua 
visible,  y  obrando  en  lo  secreto  la  virtud  de  Cristo  in- 
visible, nace  el  nuevo  Adán,  quedando  muerto  y  sepul- 
tado el  antiguo.  En  lo  cual,  como  en  todas  las  cosas, 
guardó  Dios  el  camino  seguido  y  llano  de  su  provi- 
dencia. 

Porque  ansí  como  para  que  el  fuego  ponga  en  un 
madero  su  fuego,  esto  es,  para  que  el  madero  nazca 
fuego  encendido,  se  avecina  primero  al  fuego  el  made- 
ro, y  con  la  vecindad  se  le  hace  semejante  en  las  cua- 
lidades que  recibe  en  sí  de  sequedad  y  calor,  y  crece  en 
esta  semejanza  hasta  llegarla  á  su  punto,  y  luego  el 
fuego  se  lanza  en  él  y  le  da  su  forma;  ansí,  para  que 
Cristo  ponga  é  infunda  en  nosotros  (de  los  tesoros  de 
bienes  y  vida  que  atesoró  muriendo  y  resucitando),  la 
parte  que  nos  conviene,  y  para  que  nazcamos  Cristos, 
esto  es,  como  sus  hijos,  ordenó  que  se  hiciese  en  nos- 
otros una  representación  de  su  muerte  y  de  su  nueva 
vida:  y  que  de  esta  manera,  hechos  semejantes  á  El, 
Él,  como  en  sus  semejantes,  influyese  de  sí  lo  que  res- 
ponde á  su  muerte  y  lo  que  responde  á  su  vida.  A  su 


140  FRAY  LUIS   DE   LEÓN 

muerte  responde  el  borrar  y  el  morir  de  la  culpa;  y  á 
su  resurrección,  la  vida  de  gracia.  Porque  el  entrar  en 
el  agua  y  el  sumirnos  en  ella,  es  como  ahogándonos 
allí,  quedar  sepultados,  como  murió  Cristo  y  fué  en  la 
sepultura  puesto,  como  lo  dice  san  Pablo  l:  «En  el  bau- 
tismo sois  sepultados  y  muertos  juntamente  con  El». 
Y  por  consiguiente,  y  por  la  misma  manera,  el  salir 
después  del  agua  es  como  salir  del  sepulcro  viviendo. 

Pues  á  esta  representación  responde  la  verdad  junta- 
mente; y  asemejándonos  á  Cristo  en  esta  manera,  como 
en  materia  y  sujeto  dispuesto,  se  nos  infunde  luego  el 
buen  espíritu,  y  nace  Cristo  en  nosotros;  y  la  culpa, 
que  como  en  origen  y  en  general  destruyó  con  su 
muerte,  destruyela  entonces  en  particular  en  cada  uno 
de  los  que  mueren  en  aquella  agua  sagrada.  Y  la  vida 
de  todos,  que  resucitó  en  general  con  su  vida,  pónela 
también  en  cada  uno  y  en  particular  cuando,  saliendo 
del  agua,  parece  que  resucitan.  Y  ansí,  en  aquel  hecho 
juntamente  hay  representación  y  verdad.  Lo  que  pare- 
ce por  de  fuera  es  representación  de  muerte  y  de  vida: 
mas  lo  que  pasa  en  secreto,  es  verdadera  vida  de  gracia 
y  verdadera  muerte  de  culpa. 

Y  si  os  place  saber  (pudiendo  esta  representación  de 
muerte  ser  hecha  por  otras  muchas  maneras),  por  qué 
entre  todas  escogió  Dios  esta  del  agua,  conténtame  mu- 
cho lo  que  dice  el  glorioso  mártir  Cipriano,  y  es:  que  la 
culpa  que  muere  en  esta  imagen  de  muerte,  es  culpa 
que  tiene  ingenio  y  condición  de  ponzoña,  como  la  que 
nació  de  mordedura  y  de  aliento  de  sierpe;  y  cosa  sa- 
bida es  que  la  ponzoña  de  las  sierpes  se  pierde  en  el 
agua,  y  que  las  culebras  si  entran  en  ella,  dejan  su  pon- 
zoña primero  a.  Ansí  que,  morimos  en  agua  para  que 
muera  en  ella  la  ponzoña  de  nuestra  culpa,  porque  en 


1  Rom.,  vi,  4.  2  En  tiempo  de  Fr.  Luis  de  León  corrían 
válidas  no  pocas  fábul  is  anticientíficas,  como  esta  de  la  culebra 
y  la  anterior  del  ave  fénix,  que  luego  desterraron  del  campo  de 
las  super-ticiones  vulgares  Feijóo,  el  P.  Pedro  Le  Brun  y  Tomás 
Broun.  (Nota  de  esta  edición.) 


DE   LOS    NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO    PRIMERO  141 

el  agua  muere  la  ponzoña  naturalmente.  Y  esto  es  en 
cuanto  á  la  muerte  que  allí  se  celebra;  pero  en  cuanto 
á  la  vida,  es  de  advertir  que.  aunque  la  culpa  muere 
del  todo,  pero  la  vida  que  se  nos  da  allí  no  es  del  todo 
perfecta.  Quiero  decir  que  no  vive  luego  en  nosotros 
el  hombre  nuevo,  cabal  y  perfecto;  sino  vive  como  la 
razón  del  segundo  nacimiento  lo  pide,  como  niño  flaco 
y  tierno.  Porque  no  pone  luego  Cristo  en  nosotros  todo 
el  ser  de  la  nueva  vida  que  resucitó  con  Él;  sino  pone, 
como  dijimos,  un  grano  de  ella  y  una  pequeña  semilla 
de  su  espíritu  y  de  su  gracia,  pequeña,  pero  eficacísi- 
ma para  que  viva  y  se  adelante,  y  lance  del  alma  las 
reliquias  del  viejo  hombre  contrario  suyo,  y  vaya  pu- 
jando y  extendiéndose  hasta  apoderarse  de  nosotros  del 
todo,  haciéndonos  perfectamente  dichosos  y  buenos. 

Mas  ¡cómo  es  maravillosa  la  sabiduría  de  Dios,  y 
cómo  es  grande  el  orden  que  pone  en  las  cosas  que  ha- 
ce, trabándolas  todas  entre  sí  y  templándolas  por  ex- 
traña manera!  En  la  filosofía  se  suele  decir  que  como 
nace  una  cosa,  por  la  misma  manera  crece  y  se  ade- 
lanta. Pues  lo  mismo  guarda  Dios  en  este  nuevo  hom- 
bre y  en  este  grano  de  espíritu  y  de  gracia,  que  es  se- 
milla de  nuestra  segunda  y  nueva  vida.  Porque,  ansí 
como  tuvo  principio  en  nuestra  alma,  cuando  por  la  re- 
presentación del  bautismo  nos  hicimos  semejantes  á 
Cristo,  ansí  crece  siempre  y  se  adelanta  cuando  nos 
asemejamos  más  á  Él,  aunque  en  diferente  manera. 
Porque  para  recibir  el  principio  de  esta  vida  de  gracia 
le  fuimos  semejantes  por  representación;  porque  por 
verdad  no  podíamos  ser  sus  semejantes  antes  de  reci- 
bir esta  vida,  mas  para  el  acrecentamiento  de  ella  con- 
viene que  le  remedemos  con  verdad  en  las  obras  y 
hechos. 

Y  va,  ansí  en  esto  como  en  todo  lo  demás  que  arriba 
dijimos,  este  nuevo  hombre  y  espíritu  respondida- 
mente  contraponiéndose  á  aquel  espíritu  viejo  y  per- 
verso. Porque,  ansí  como  aquél  se  diferenciaba  de  la 
naturaleza  de  nuestra  substancia  en  que,  siendo  ella 
hechura  de  Dios,  él  no  tenía  nada  de  Dios,  sino  era 


142  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

todo  hechura  del  demonio  y  del  hombre;  ansí  este  buen 
espíritu  todo  es  de  Dios  y  de  Cristo.  Y  ansí  como  allí 
hizo  el  primer  padre,  obedeciendo  al  demonio,  aquello 
con  lo  que  él  y  los  que  estábamos  en  él  quedamos 
perdidos;  de  la  misma  manera  aquí  padeció  Cristo, 
nuestro  padre  segundo,  obedeciendo  á  Dios:  con  lo 
que  en  El  y  por  El,  los  que  estamos  en  El,  nos  hemos 
cobrado.  Y  "ansí  como  aquel  dio  fin  al  vivir  que  tenía 
y  principio  al  morir,  que  mereció  por  su  mala  obra, 
ansí  éste  por  su  divina  paciencia  dio  muerte  á  la 
muerte  y  tornó  á  vida  la  vida.  Y  ansí  como  lo  que  aquél 
traspasó  no  lo  quisimos  de  hecho  nosotros,  pero  por 
estar  en  él  como  en  padre,  fuimos  vistos  quererlo;  ansí 
lo  que  padeció  é  hizo  Cristo  para  bien  de  nosotros,  si 
se  hizo  y  padeció  sin  nuestro  querer,  pero  no  sin  lo 
que  en  virtud  era  nuestro  querer,  por  razón  de  la 
unión  y  virtud  que  está  dicha.  Y  como  aquella  ponzo- 
ña, como  arriba  dijimos,  nos  tocó  é  inficionó  por  dos 
diferentes  maneras,  una  en  general  y  en  virtud  cuando 
estábamos  en  Adán  todos  generalmente  encerrados,  y 
otra  en  particular  y  en  expresa  verdad  cuando  comen  - 
zamos  á  vivir  en  nosotros  mismos,  siendo  engendrados; 
ansí  esta  virtud  y  gracia  de  Cristo,  como  hemos  decla- 
rado arriba  también,  nos  calificó  primero  en  general  y 
en  común,  según  fuimos  vistos  estar  en  El  por  ser 
nuestro  padre;  y  después  de  hecho  y  en  cada  uno  por 
sí,  cuando  comienza  cada  uno  á  vivir  en  Cristo,  na- 
ciendo por  el  bautismo. 

Y  por  la  misma  manera,  ansí  como  al  principio, 
cuando  nacemos,  incurrimos  en  aquel  daño  y  gran 
mal,  no  por  nuestro  merecimiento  propio,  sino  por  lo 
que  la  cabeza,  que  nos  contenía,  hizo  en  sí  mismo;  y 
si  salimos  del  vientre  de  nuestras  madres  culpados,  no 
nos  forjamos  la  culpa  nosotros  antes  que  saliésemos 
de  él;  ansí  cuando  primeramente  nacemos  en  Cristo, 
aquel  espíritu  suyo  que  en  nosotros  comienza  á  vivir 
no  es  obra  ni  premio  de  nuestros  merecimientos. 

Y  conforme  á  esto,  y  por  la  misma  forma  y  manera, 
como  aquella  ponzoña,  aunque  nace  al   principio  en 


DE   LOS    NOMBRES    DE   CRISTO. — LIBRO    PRIMERO  14$ 

nosotros  sin  nuestro  propio  querer,  pero  después,  que- 
riendo nosotros  usar  de  ella  y  obrar  conforme  á  ella  y 
seguir  sus  malos  siniestros  é  inclinaciones,  la  acrecen- 
tamos y  hacemos  peor  por  muestras  mismas  malas 
mañas  y  obras;  y  aunque  entró  en  la  casa  de  nuestra 
alma,  sin  que  por  su  propia  voluntad  ninguno  de  nos- 
otros le  abriese  la  puerta,  después  de  entrada  por 
nuestra  mano  y  guiándola  nosotros  mismos,  se  lanza 
por  toda  ella  y  la  tiraniza  y  la  convierte  en  sí  misma 
en  una  cierta  manera:  ansí  esta  vida  nuestra  y  este  espí- 
ritu que  tenemos  de  Cristo,  que  se  nos  da  al  principio 
sin  nuestro  merecimiento,  si  después  de  recibido,  oyen- 
do su  inspiración  y  no  resistiendo  á  su  movimiento,  se- 
guimos su  fuerza,  con  eso  mismo  que  obramos  siguién- 
dole lo  acrecentamos  y  hacemos  mayor;  y  con  lo  que 
nace  de  nosotros  y  de  él,  merecemos  que  crezca  él  en 
nosotros. 

Y  como  las  obras  que  nacían  del  espíritu  malo  eran 
malas  ellas  en  sí,  y  acrecentaban  y  engrosaban  y  for- 
talecían ese  mismo  espíritu  de  donde  nacían;  ansí  lo 
que  hacemos  guiados  y  alentados  con  esta  vida  que 
tenemos  de  Cristo,  ello  en  sí  es  bueno  y  delante  de 
los  ojos  de  Dios  agradable  y  hermoso,  y  merecedor  de 
que  por  ello  suba  á  mayor  grado  de  bien  y  de  pujanza 
el  espíritu  de  do  tuvo  origen. 

Aquel  veneno  asentado  en  el  hombre,  y  perseve- 
rando y  cundiendo  por  él  poco  á  poco,  ansí  le  conta- 
mina y  le  corrompe,  que  le  trae  á  muerte  perpetua. 
Esta  salud,  si  dura  en  nosotros,  haciéndose  de  cada 
día  más  poderosa  y  mayor,  nos  hace  sanos  del  todo. 
De  arte  que,  siguiendo  nosotros  el  movimiento  del  es- 
píritu con  que  nacemos,  el  cual  lanzado  en  nuestras 
almas,  las  despierta  é  incita  á  obrar  conforme  á  quien 
él  es  y  al  origen  de  donde  nace,  que  es  Cristo;  ansí 
que,  obrando  aquello  á  que  este  espíritu  y  gracia  nos 
mueve,  somos  en  realidad  de  verdad  semejantes  á 
Cristo,  y  cuanto  más  ansí  obráremos  más  semejantes. 
Y  ansí,  haciéndonos  nosotros  vecinos  á  El,  El.se  aveci- 
na á  nosotros  y  merecemos  que  se  infunda  más  en  nos- 


1  14  FRAY   LUIS   DE  LEÓN 

otros  y  viva  más,  añadiendo  al  primer  espíritu  más  es- 
píritu, y  á  un  grado  otro  mayor,  acrecentando  siempre 
on  nuestras  almas  la  semilla  de  vida  que  sembró,  y  ha- 
ciéndola mayor  y  más  esforzada,  y  descubriendo  su 
virtud  más  en  nosotros:  que  obrando  conforme  al  mo- 
vimiento de  Dios  y  caminando  con  largos  y  bien  guia- 
dos pasos  por  este  camino,  merecemos  ser  más  hijos  de 
Dios,  y  de  hecho  lo  somos. 

Y  los  que  cuando  nacimos,  en  el  bautismo  fuimos 
hechos  semejantes  á  Cristo  en  el  ser  de  gracia  antes 
que  en  el  obrar,  esos  que,  por  ser  ya  justos,  obramos 
como  justos,  esos  mismos,  haciéndonos  semejantes  á 
El  en  lo  que  toca  al  obrar,  crecemos  merecidamente 
en  la  semejanza  del  ser.  Y  el  mismo  espíritu  que  des- 
pierta y  atiza  á  las  obras,  con  el  mérito  de  ellas  crece 
y  se  esfuerza,  y  va  subiendo  y  haciéndose  señor  de 
nosotros  y  dándonos  más  salud  y  más  vida,  y  no  para 
hasta  que  en  el  tiempo  último  nos  la  dé  perfecta  y 
gloriosa,  habiéndonos  levantado  del  polvo.  Y  como 
hubo  dicho  esto  Marcelo,  callóse  un  poco  y  luego  tor- 
nó á  decir: 

— Dicho  he  cómo  nacemos  de  Cristo,  y  la  necesidad 
que  tenemos  de  nacer  de  El,  y  el  provecho  y  misterio 
de  este  nacimiento;  y  de  un  abismo  de  secretos  que 
acerca  de  esta  generación  y  parentesco  divino  en  las 
sagradas  Letras  se  encierra,  he  dicho  lo  poco  que  al- 
canza mi  pequenez,  habiendo  tenido  respeto  al  tiem- 
po y  á  la  ocasión,  y  á  la  calidad  de  las  cosas  que  son 
delicadas  y  oscuras. 

Agora,  como  saliendo  de  entre  estas  zarzas  y  espi- 
nas á  campo  más  libre,  digo  que  ya  se  conoce  bien 
cuan  justamente  Isaías  da  nombre  de  Padre  á  Cristo 
y  le  dice  que  es  Padre  del  siglo  futuro.  Entendiendo 
por  este  siglo  la  generación  nueva  del  hombre  y  los 
hombres  engendrados  ansí,  y  los  largos  y  no  finibles 
tiempos  en  que  ha  de  perseverar  esta  generación.  Por- 
que el  siglo  presente,  el  cual,  en  comparación  del  que 
llama  Isaías  venidero,  se  llama  primer  siglo,  que  es  el 
vivir  de  los  que  nacemos  de  Adán,  comenzó  con  Adán, 


DE   LOS   NOMBRES   DE  CRISTO.— LIBRO    PRIMERO  145 

y  se  ha  de  rematar  y  cerrar  con  la  vida  de  sus  descen- 
dientes postreros,  y  en  particular  no  durará  en  ningu- 
no más  de  lo  que  él  durare  en  esta  vida  presente.  Mas 
•el  siglo  segundo,  desde  Abel,  en  quien  comenzó,  exten- 
diéndose con  el  tiempo,  y  cuando  el  tiempo  tuviere  su 
fin,  reforzándose  él  más,  perseverará  para  siempre. 

Y  llámase  siglo  futuro,  dado  que  ya  es  en  muchos 
presente;  y  cuando  le  nombró  el  Profeta  lo  era  tam- 
bién, porque  comenzó  primero  el  otro  siglo  mortal.  Y 
llámase  siglo  también,  porque  es  otro  mundo  por  sí, 
semejante  y  diferente  de  este  otro  mundo  viejo  y  vi- 
sible; porque,  de  la  manera  que  cuando  produjo  Dios 
el  hombre  primero  hizo  cielos  y  tierra  y  los  demás 
elementos,  ansí  en  la  creación  del  hombre  segundo  y 
nuevo,  para  que  todo  fuese  nuevo  como  él,  hizo  en  la 
Iglesia  sus  cielos  y  su  tierra,  y  vistió  á  la  tierra  con 
frutos,  y  á  los  cielos  con  estrellas  y  luz. 

Y  lo  que  hizo  en  esto  visible,  eso  mismo  ha  obrado 
en  lo  nuevo  invisible,  procediendo  en  ambos  por  unas 
mismas  pisadas;  como  lo  dibuió,  cantando  divina- 
mente, David  en  un  Salmo,  y  es  dulcísimo  y  elegan- 
tísimo Salmo.  Adonde  por  unas  mismas  palabras,  y 
como  con  una  voz,  cuenta,  alabando  á  Dios,  la  crea- 
ción y  gobernación  de  estos  dos  mundos;  y  diciendo 
lo  que  se  ve,  significa  lo  que  se  esconde;  como  San 
Agustín  lo  descubre,  lleno  de  ingenio  y  de  espíritu. 
Dice  *:  «Que  extendió  los  cielos  Dios  como  quien  des- 
pliega tienda  de  campo;  y  que  cubrió  los  sobrados  de 
ellos  con  aguas,  y  que  ordenó  las  nubes,  y  que  en 
ellas,  como  en  caballos,  discurre  volando  sobre  las 
alas  del  aire,  y  que  le  acompañan  los  truenos  y  los 
relámpagos  y  el  torbellino». 

Aquí  ya  vemos  cielos  y  vemos  nubes,  que  son  aguas 
espesadas  y  asentadas  sobre  el  aire  tendido,  que  tiene 
nombre  de  cielo;  oímos  también  el  trueno  á  su  tiempo 
y  sentimos  el  viento  que  vuela  y  que  brama,  y  el  res- 
plandor del  relámpago  nos  hiere  los  ojos;  allí,  esto  es, 

1  Psalm.  ciu,  2. 

10 


14G  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

en  el  nuevo  mundo  é  Iglesia,  por  la  misma  manera,, 
los  cielos  son  los  apóstoles  y  los  sagrados  doctores  y 
los  demás  santos,  altos  en  virtud  y  que  influyen  vir- 
tud; y  su  doctrina  en  ellos  son  las  nubes,  que  deri- 
vada en  nosotros,  se  torna  en  lluvia.  En  ella  anda  Dios 
y  discurre  volando,  y  con  ella  viene  el  soplo  de  su 
espíritu,  y  el  relámpago  de  su  luz  y  el  tronido  y  el 
estampido,  con  que  el  sentido  de  la  carne  se  aturde. 
Aquí,   como  dice  prosiguiendo  el    salmista,    fundó' 
Dios  la  tierra  sobre  cimientos  firmes,  adonde  perma- 
nece y  nunca  se  mueve;  y  como  primero  estuviese 
anegada  en  la  mar,  mandó  Dios  que  se  apartasen  las 
aguas,  las  cuales,  obedeciendo  á  esta  voz,  se  aparta- 
ron á  su  lugar   adonde   guardan   continuamente  su 
puesto;  y  luego  que  ellas  huyeron,  la  tierra  descubrió 
su  figura  humilde  en  los  valles,  y  soberana  en  los 
montes.  Allí  el  cuerpo  firme  y  macizo  de  la  Iglesia,, 
que  ocupó  la  redondez  de  la  tierra,  recibió  asiento 
por  mano  de  Dios  en  el  fundamento  no  mudable,  que 
es  Cristo,  en  quien  permanecerá  con  eterna  firmeza. 
En  su  principio  la  cubría  y  como  anegaba  la  gentili- 
dad, y  aquel  mar  grande  y  tempestuoso  de  tiranos  y 
de  ídolos  la  tenían  casi  sumida;  mas  sacóla  Dios  á  luz 
con  la  palabra  de  su  virtud,  y  arredró  de  ella  la  amar- 
gura y  violencia  de  aquellas  obras,  y  quebrólas  todas 
en  la  flaqueza  de  una  arena  menuda,  con  lo  cual  des- 
cubrió su  forma  y  su  concierto  la  Iglesia,  alta  en  los 
obispos  y  ministros  espirituales,  y  en  los  fieles  legos 
humildes,  humilde.  Y  como  dice  David,  «subieron  sus 
montes  y  parecieron  en  lo  hondo  sus  valles». 

Allí  como  aquí,  conforme  á  lo  que  el  mismo  Salmo^ 
prosigue,  sacó  Dios  venas  de  agua  de  Jos  cerros  de  los 
altos  ingenios  que,  entre  dos  sierras  sin  declinar  al 
extremo,  siguen  lo  igual  de  la  verdad  y  lo  medio  de- 
rechamente; en  ellas  se  bañan  las  aves  espirituales,  y 
en  los  frutales  de  virtud  que  florecen  de  ellas  y  junto 
á  ellas,  cantan  dulcemente  asentadas.  Y  no  sólo  las 
aves  se  bañan  aquí;  mas  también  los  otros  fieles,  que 
tienen  más  de  tierra  y  menos  de  espíritu,  si  no  se  ba- 


DE  LOS   NOMBRES    DE   CRISTO.— LIBRO    PRIMERO  147 

ñan  en  ellas,  á  lo  menos  beben  de  ellas  y  quebrantan 
su  sed. 

El  mismo,  como  en  el  mundo,  ansí  en  la  Iglesia,  envía 
lluvias  de  espirituales  bienes  del  cielo;  y  caen  primer© 
en  los  montes,  y  de  allí,  juntas  en  arroyos  y  descen- 
diendo, bañan  los  campos.  Con  ellas  crece  para  los 
más  rudos,  ansí  como  para  las  bestias,  su  heno;  y  á  los 
que  viven  con  más  razón,  de  allí  les  nace  su  mante- 
nimiento. El  trigo  que  fortifica,  y  el  olio  que  alumbra, 
y  el  vino  que  alegra,  y  todos  los  dones  del  ánimo  con 
esta  lluvia  florecen.  Por  ella  los  yermos  desiertos  se 
vistieron  de  religiosas  hayas  y  cedros;  y  esos  mismos 
cedros  con  ella  se  vistieron  de  verdor  y  de  fruto,  y  die- 
ron en  sí  reposo,  y  dulce  y  saludable  nido  á  los  que 
volaron  á  ellos  huyendo  del  mundo.  Y  no  sólo  proveyó 
Dios  de  nido  á  aquestos  huidos,  mas  para  cada  un  es- 
tado de  los  demás  fieles  hizo  sus  propias  guaridas.  Y 
como  en  la  tierra  los  riscos  son  para  las  cabras  mon- 
teses, y  los  conejos  tienen  sus  viveras  entre  las  peñas, 
ansí  acontece  en  la  Iglesia. 

En  ella  luce  la  luna  y  luce  el  sol  de  justicia,  y  nace 
y  se  pone  á  veces,  agora  en  los  unos  y  agora  en  los 
otros;  y  tiene  también  sus  noches  de  tiempos  duros  y 
ásperos,  en  que  la  violencia  sangrienta  de  los  enemi- 
gos fieros  halla  su  sazón  para  salir  y  bramar  y  para 
ejecutar  su  fiereza;  mas  también  á  las  noches  sucede 
en  ella  después  el  aurora,  y  amanece  después,  y  en- 
cuévase con  la  luz  la  malicia,  y  la  razón  y  la  virtud 
resplandece. 

¡Cuan  grandes  son  tus  grandezas,  Señor!  Y  como  nos 
admiras  con  este  orden  corporal  y  visible,  mucho  más 
nos  pones  en  admiración  con  el  espiritual  é  invisible. 

No  falta  allí  también  otro  Océano,  ni  es  de  más 
cortos  brazos  ni  de  más  angostos  senos  que  es  éste,  que 
ciñe  por  todas  partes  la  tierra;  cuyas  aguas,  aunque 
son  fieles,  son,  no  obstante  eso,  aguas  amargas  y  car- 
nales y  movidas  tempestuosamente  de  sus  violentos 
deseos;  cría  peces  sinnúmero,  y  la  ballena  infernal  se 
espacia  por  él.  En  él  y  por  él  van  mil  navios,  mil  gen- 


148  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

tes  aliviadas  del  mundo,  y  como  cerradas  en  la  nave 
de  su  secreto  y  santo  propósito.  Mas  ¡dichosos  aque- 
llos que  llegan  salvos  al  puerto' 

Todos,  Señor,  viven  por  tu  liberalidad  y  largueza; 
mas,  como  en  el  mundo,  ansí  en  la  Iglesia,  escondes  y 
eomo  encoges,  cuando  te  parece,  la  mano;  y  el  alma,  en 
faltándole  tu  amor  y  tu  espíritu,  vuélvese  en  tierra. 
Mas,  si  nos  dejas  caer  para  que  nos  conozcamos,  para 
que  te  alabemos  y  celebremos  después  nos  renuevas. 
Ansí  vas  criando  y  gobernando  y  perfeccionando  tu 
Iglesia  hasta  llegarla  á  lo  último,  cuando  consumida 
toda  la  liga  del  viejo  metal,  la  saques  toda  junta  pura 
y  luciente,  y  verdaderamente  nueva  del  todo. 

Cuando  viniere  este  tiempo  (¡ay  amable  y  bienaven- 
turado tiempo,  y  no  tiempo  ya,  sino  eternidad  sin  mu- 
danza!); ansí  que,  cuando  viniere,  la  arrogante  soberbia 
de  los  montes  estremeciéndose  vendrá  por  el  suelo;  y 
desaparecerá  hecha  humo,  obrándolo  tu  Majestad,  toda 
la  pujanza  y  deleite  y  sabiduría  mortal;  y  sepultarás  en 
los  abismos,  juntamente  con  esto,  á  la  tiranía;  y  el  reino 
de  la  tierra  nueva  será  de  los  tuyos.  Ellos  cantarán 
entonces  de  continuo  tus  alabanzas,  y  á  ti  el  ser  ala- 
bado por  esta  manera  te  será  cosa  agradable.  Ellos 
vivirán  en  ti,  y  tu  vivirás  en  ellos  dándoles  riquísima 
y  dulcísima  vida.  Ellos  serán  reyes,  y  tú  Rey  de  re- 
yes. Serás  tú  en  ellos  todas  las  cosas,  y  reinarás  para 
siempre. 

Y  dicho  esto,  Marcelo  calló;  y  Sabino  dijo  luego: 
—Este  Salmo  en  que,  Marcelo,  habéis  acabado,  vues- 
tro amigo  le  puso  también  en  verso;  y  por  no  rompe- 
ros el  hilo,  no  os  lo  quise  acordar.  Mas  pues  me  dis- 
teis este  oficio,  y  vos  le  olvidasteis,  decirle  he  yo,  si 
os  parece. 

Entonces  Marcelo  y  Juliano  juntos  respondieron 
que  les  parecía  muy  bien,  y  que  luego  le  dijese.  Y  Sa- 
bino, que  era  mancebo,  ansí  en  el  alma  como  en  el 
cuerpo  muy  compuesto,  y  de  pronunciación  agrada- 
ble, alzando  un  poco  los  ojos  al  cielo  y  lleno  el  rostro 
de  espíritu,  con  templada  voz  dijo  de  esta  manera: 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO —LIBRO  PRIMERO  149 

Alaba  ¡oh  alma!  á  Dios:  Señor,  tu  alteza, 

¿qué  lengua  hay  que  la  cuente? 
Vestido  estás  de  gloria  y  de  belleza 

y  luz  resplandeciente. 
Encima  de  los  cielos  desplegados 

al  agua  diste  asiento. 
Las  nubes  son  tu  carro,  tus  alados 

caballos  son  el  viento. 
Son  fuego  abrasador  tus  mensajeros, 

y  trueno  y  torbellino. 
Las  tierras  sobre  asientos  duraderos ' 

mantienes  de  contino. 
Los  mares  las  cubrían  de  primero, 

por  cima  los  collados; 
mas  visto  de  tu  voz  el  trueno  fiero, 

huyeron  espantados. 
Y  luego  los  subidos  montes  crecen, 

humíllanse  los  valles. 
Si  ya  entre  sí  hinchados  se  embravecen, 

no  pasarán  las  calles; 
las  calles  que  les  diste  y  los  linderos, 

ni  anegarán  las  tierras. 
Descubres  minas  de  agua  en  los  oteros, 

y  corre  entre  las  sierras 
el  gamo,  y  las  salvajes  alimañas 

allí  la  sed  quebrantan. 
Las  aves  nadadoras  allí  bañas, 

y  por  las  ramas  cantan. 
Con  lluvia  el  monte  riegas  de  sus  cumbres, 

y  das  hartura  al  llano. 
Ansí  das  heno  al  buey,  y  mil  legumbres 

para  el  servicio  humano. 
An=í  se  espiga  el  trigo  y  la  vid  crece 

para  nuestra  alegría. 
La  verde  oliva  ansí  nos  resplandece, 

y  el  pan  da  valentía. 
De  allí  se  viste  el  bosque  y  la  arboleda 

y  el  cedro  soberano, 
adonde  anida  la  ave,  adonde  enreda 

su  cámara  el  milano. 
Los  riscos  á  los  corzos  dan  guarida, 

al  conejo  la  peña. 
Por  ti  nos  mira  el  sol,  y  su  lucida 


£>0  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

hermana  nos  enseña 
los  tiempos.  Tú  nos  das  la  noche  oscura, 

en  que  salan  las  fiaras; 
el  tigre,  que  ración  con  hambre  dura 

te  pide  y  voces  fieras. 
Despiertas  el  aurora,  y  de  consuno 

se  van  á  sus  moradas. 
Da  el  hombre  á  su  labor,  sin  miedo  alguno, 

las  horas  situadas. 
íCuán  nobles  son  tus  hechos,  y  cuan  llenos 

de  tu  Sabíiuríal 
Pues  ¿quién  dirá  el  gran  mar,  sus  anchos  senos, 

y  cuantos  peces  cría; 
las  naves  que  en  él  corren,  la  espantable 

ballena  que  le  azota? 
Sustento  esperan  todos  saludable 

de  ti,  que  el  bien  no  agota. 
Tomamos,  si  tú  das;  tu  larga  mano 

nos  deja  satisfechos. 
Si  huyes,  desfalleced  ser  liviano, 

quedamos  polvo  hechos. 
Mas  tornará  tu  soplo,  y  renovado, 

repararás  el  munio. 
Será  sin  fin  tu  gloria,  y  tú  alabado 

de  todos  sin  segundo. 
Tú,  que  los  montes  ardes  si  los  tocas, 

y  al  suelo  das  temblores, 
eien  vidas  que  tuviera  y  cien  mil  bocas, 

dedico  á  tus  1  Dores. 
Mi  voz  te  agradará,  y  á  mí  este  oficio 

será  mi  gran  contento. 
No  se  verá  en  la  tierra  maleficio 

ni  tirano  sangriento. 
Sepultará  el  olvido  su  memoria; 

tu,  alma,  á  Dios  da  gloria. 

Como  acabó  Sabino  aquí,  dijo  Marcelo  luego: 
— No  parece  justo  después  de  un  semejante  fin  aña- 
dir más.  Y  pues  Sabino  lia  rematado  tan  bien  nuestra 
plática,  y  hemos  ya  platicado  asaz  y  largamente,  y  e 
sol  parece  que  por  oírnos,  levantado  sobre  nuestras 
cabezas,  nos  ofende  ya,  sirvamos  á  nuestra  necesidad 


DE  LOS  NOMBRES   DE   CRISTO. — LIBRO    PRIMERO  151 

agora  reposando  un  poco;  y  á  la  tarde,  caída  la  siesta, 
de  nuestro  espacio,  sin  que  la  noche  aunque  sobre- 
venga lo  estorbe,  diremos  lo  que  nos  resta. 
— Sea  ansí,  dijo  Juliano. 

Y  Sabino  añadió: 

— Y  yo  sería  de  parecer  que  se  acabase  este  sermón 
en  aquel  soto  é  isleta  pequeña  que  el  río  hace  en  me- 
dio de  sí,  y  que  de  aquí  se  parece.  Porque  yo  miro  hoy 
al  sol  con  ojos  que,  si  no  es  aquél,  no  nos  dejará  lugar 
■que  de  provecho  sea. 

— Bien  habéis  dicho,  respondieron  Marcelo  y  Julia- 
no; y  hágase  como  decís. 

Y  con  esto,  puesto  en  pie  Marcelo,  y  con  él  los  de- 
más, cesó  la  plática  por  entonces. 


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© 


LIBRO    SEGUNDO 


INTRODUCCIÓN 


Descripción  de  la  miseria  humana,  y  origen  de  su  fragilidad. 

En  ninguna  cosa  se  conoce  más  claramente  la  mi- 
seria humana,  muy  ilustre  Señor,  que  en  la  f?  ci- 
udad con  que  pecan  los  hombres  y  en  la  muchedum  • 
bre  de  los  que  pecan,  apeteciendo  todos  el  bien  natu- 
ralmente, y  siendo  los  males  del  pecado  tantos  y  tan 
manifiestos. 

Y  si  los  que  antiguamente  filosofaron,  argumentando 
por  los  efectos  descubiertos  las  causas  ocultas  de  ellosY 
hincaran  los  ojos  en  esta  consideración,  ella  misma  les 
descubriera  que  en  nuestra  naturaleza  había  ?lguna 
enfermedad  y  daño  encubierto;  y  entendieran  por  ella 
que  no  estaba  pura  y  como  salió  de  las  manos  del  que 
la  hizo,  sino  dañada  y  corrompida,  ó  por  desastre  ó  por 
voluntad. 

Porque,  si  miraran  en  ello,  ¿cómo  pudieran  creer 
que  la  naturaleza,  madre  y  diligente  proveedora  do 
todo  lo  que  toca  al  bien  de  lo  que  produce,  había  do 
formar  al  hombre  por  una  parte  tan  mal  inclinado,  y 
por  otra  tan  flaco  y  desarmado  para  resistir  y  vencer 
á  su  perversa  inclinación?  O  ¿cómo  les  pareciera  que> 


151  FRAY   LUIS  DE  LEÓN 

se  compadecía,  ó  que  era  posible  que  la  naturaleza 
(que  guía,  como  vemos,  los  animales  brutos  y  las  plan- 
tas, y  hasta  las  cosas  más  viles,  tan  derecha  y  eficaz- 
mente á  sus  fines,  que  los  alcanzan  todas  ó  casi  todas), 
criase  á  la  más  principal  de  sus  obras  tan  inclinada  al 
pecado,  que  por  la  mayor  parte,  no  alcanzando  su  fin, 
viniese  á  extrema  miseria? 

Y  si  sería  notorio  desatino  entregar  las  riendas  de 
•dos  caballos  desbocados  y  furiosos  á  un  niño  flaco  y 
sin  arte,  para  que  los  gobernase  por  lugares  pedregosos 
y  ásperos;  y  si  cometerle  á  este  mismo  en  tempestad 
una  nave,  para  que  contrastase  los  vientos,  sería  error 
conocido,  por  el  mismo  caso  pudieran  ver  no  caber  en 
razón  que  la  Providencia  sumamente  sabia  de  Dios,  en 
un  cuerpo  tan  indomable  y  de  tan  malos  siniestros,  y 
en  tanta  tempestad  de  olas  de  viciosos  deseos  como  en 
nosotros  sentimos,  pusiese  para  su  gobierno  una  razón 
tan  flaca  y  tan  desnuda  de  toda  buena  doctrina  como 
es  la  nuestra  cuando  nacemos;  ni  pudieran  decir  que, 
en  esperanza  de  la  doctrina  venidera  y  de  las  fuerzas 
que  con  los  años  podía  cobrar  la  razón,  le  encomendó 
Dios  aqueste  gobierno,  y  la  colocó  en  medio  de  sus 
•enemigos  sola  contra  tantos,  y  desarmada  contra  tan 
poderosos  y  fieros. 

Porque  sabida  cosa  es  que,  primero  que  despierte  la 
razón  en  nosotros,  viven  en  nosotros  y  se  encienden 
los  deseos  bestiales  de  la  vida  sensible  que  se  apoderan 
del  alma;  y  haciéndola  á  sus  mañas,  la  inclinan  mal 
antes  que  comience  á  conocerse.  Y  cierto  es  que,  en 
abriendo  la  razón  los  ojos,  están  como  á  la  puerta  y 
como  aguardando  para  engañarla  el  vulgo  ciego,  y  las 
compañías  malas,  y  el  estilo  do  la  vida  lleno  de  erro- 
res perversos,  y  el  deleite  y  la  ambición,  y  el  oro  y  las 
riquezas,  que  resplandecen.  Lo  cual  cada  uno  por  sí  es 
poderoso  á  oscurecer  y  á  vestir  de  tinieblas  á  su  cen- 
tella recién  nacida,  cuanto  más  todo  junto,  y  como 
conjurado  y  hecho  á  una  para  hacer  mal;  y  ansí  de 
hecho  la  engañan,  y  quitándole  las  riendas  de  las 
manos,  la  sujetan  á  los  deseos  del  cuerpo,  y  la  indu- 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO         155 

een  á  que  ame  y  procure  lo  mismo  que  la  destruye. 

Ansí  que,  este  desconcierto  é  inclinación  para  el 
mal  que  los  hombres  generalmente  tenemos,  él  sólo 
por  sí,  bien  considerado,  nos  puede  traer  en  conoci- 
miento de  la  corrupción  antigua  de  nuestra  naturaleza. 
En  la  cual  naturaleza,  como  en  el  libro  pasado  se  dijo, 
habiendo  sido  hecho  el  hombre  por  Dios  enteramente 
señor  de  sí  mismo,  y  del  todo  cabal  y  perfecto,  en 
pena  de  que  él  por  su  grado  sacó  su  alma  de  la  obe- 
diencia de  Dios,  los  apetitos  del  cuerpo  y  sus  sentidos 
se  salieron  del  servicio  de  la  razón;  y  rebelando  contra 
ella,  la  sujetaron,  oscureciendo  su  luz  y  enflaqueciendo 
su  libertad,  y  encendiéndola  en  el  deseo  de  sus  bienes 
de  ellos,  y  engendrando  en  ella  apetito  de  lo  que  le  es 
ajeno  y  le  daña;  esto  es,  del  desconcierto  y  pecado. 

En  lo  cual  es  extrañamente  maravilloso  que,  como 
en  las  otras  cosas  que  son  tenidas  por  malas,  la  expe- 
riencia de  ellas  haga  escarmiento  para  huir  de  ellas 
después;  y  el  que  cayó  en  un  mal  paso  rodea  otra  vez 
el  camino  por  no  tornar  á  caer  en  él:  en  esta  desven- 
tura que  llamamos  pecado,  el  probarla  es  abrir  la 
puerta  para  meterse  en  ella  más,  y  con  el  pecado  pri- 
mera se  hace  escalón  para  venir  al  segundo;  y  cuanto 
el  alma  en  este  género  de  mal  se  destruye  más,  tanto 
parece  que  gusta  más  de  destruirse;  que  es  de  los  da- 
ños que  en  ella  el  pecado  hace,  si  no  el  mayor,  sin 
duda  uno  de  los  mayores  y  más  lamentables. 

Porque  por  esta  causa,  como  por  los  ojos  se  ve,  de 
pecados  pequeños  nacen,  eslabonándose  unos  con 
otros,  pecados  gravísimos;  y  se  endurecen  y  crían  ca- 
llos, y  hacen  como  incurables  los  corazones  humanos 
en  este  mal  del  pecar,  añadiendo  siempre  á  un  pecad© 
otro  pecado,  y  á  un  pecado  menor  sucediéndole  otro 
mayor  de  continuo,  por  haber  comenzado  á  pecar.  Y 
vienen  ansí,  continuamente  pecando,  á  tener  por  hace- 
dero y  dulce  y  gentil  lo  que,  no  sólo  en  sí  y  en  los 
ojos  de  los  que  bien  juzgan  es  aborrecible  y  feísimo; 
sino  lo  que  esos  mismos  que  lo  hacen,  cuando  de  prin- 
cipio entraron  en  el  mal  de  obrar,  huyeran  el  pensa- 


156  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

miento  de  ello,  no  sólo  el  hecho,  más  que  la  muerte; 
como  se  ve  por  infinitos  ejemplos,  de  que  ansí  la  vida 
común  como  la  historia  está  llena. 

Mas  entre  todos  es  claro  y  muy  señalado  ejemplo  el 
del  pueblo  hebreo  antiguo  y  presente;  el  cual,  por  haber 
desde  su  primer  principio  comenzado  á  apartarse  de 
Dios,  prosiguiendo  después  en  esta  su  primera  dureza, 
y  casi  por  años  volviéndose  á  Él  y  tornándole  luego  á 
ofender,  y  amontonando  á  pecados  pecados,  mereció 
ser  autor  de  la  mayor  ofensa  que  se  hizo  jamás,  que 
fué  la  muerte  de  Jesucristo.  Y  porque  la  culpa  siem- 
pre ella  misma  se  es  pena,  por  haber  llegado  á  esta 
ofensa,  fué  causa  en  sí  misma  de  un  extremo  de  cala- 
midad. 

Porque,  dejando  aparte  el  perdimiento  del  reino,  y 
la  ruina  del  templo,  y  el  asolamiento  de  su  ciudad,  y 
la  gloria  de  la  religión  y  verdadero  culto  de  Dios  tras- 
pasada á  las  gentes;  y  dejados  aparte  los  robos  y  males 
y  muertes  innumerables  que  padecieron  los  judíos  en- 
tonces, y  el  eterno  cautiverio  en  que  viven  agora  en 
estado  vilísimo  entre  sus  enemigos,  hechos  como  un 
ejemplo  común  de  la  ira  de  Dios;  ansí  que,  dejando 
esto  aparte,  ¿puédese  imaginar  más  desventurado  su- 
ceso, que  habiéndoles  prometido  Dios  que  nacería  el 
Mesías  de  su  sangre  y  linaje,  y  habiéndole  ellos  tan 
largamente  esperado,  y  esperando  en  El  y  por  El  la 
suma  riqueza,  y  en  durísimos  males  y  trabajos  que 
padecieron,  habiéndose  sustentado  siempre  con  esta 
esperanza,  cuando  le  tuvieron  entre  sí  no  le  querer 
conocer;  y  cegándose,  hacerse  homicidas  y  destruido- 
res de  su  gloria  y  de  su  esperanza,  y  de  su  sumo  bien 
de  ellos  mismos? 

A  mí  verdaderamente,  cuando  lo  pienso,  el  corazón 
se  me  enternece  en  dolor.  Y  si  contamos  bien  toda  la 
suma  de  este  exceso  tan  grave,  hallaremos  que  se  vino 
á  hacer  de  otros  excesos;  y  que  del  abrir  la  puerta 
al  pecar,  y  del  entrarse  continuamente  más  adelante 
por  ella,  alejándose  siempre  de  Dios,  vinieron  á  quedar 
ciegos  en  mitad  de  la  luz.  Porque  tal  se  puede  llamar 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO         157 

la  claridad  que  hizo  Cristo  de  sí.  ansí  por  la  grandeza 
de  sus  obras  maravillosas  como  por  el  testimonio  de 
las  Letras  sagradas  que  le  demuestran.  Las  cuales  le 
demuestran  ansí  claramente,  que  no  pudiéramos  creer 
que  ningunos  hombres  eran  tan  ciegos,  si  no  supiéra- 
mos haber  sido  tan  grandes  pecadores  primero.  Y  cier- 
tamente, lo  uno  y  lo  otro,  esto  es.  la  ceguedad  y  mal- 
dad de  ellos  y  la  severidad  y  rigor  de  la  justicia  de 
Dios  contra  ellos,  son  cosas  maravillosamente  espan- 
tables. 

Yo  siempre  que  las  pienso  me  admiro;  y  trájomelas 
á  la  memoria  agora  lo  restante  de  la  plática  de  Marcelo 
que  me  queda  por  referir,  y  es  ya  tiempo  que  lo  refiera. 

Porque  fué  ansí,  que  los  tres,  después  de  haber  co- 
mido, y  habiendo  tomado  algún  pequeño  reposo,  ya 
que  la  fuerza  del  calor  comenzaba  á  caer,  saliendo  de 
la  granja,  y  llegados  al  río  que  cerca  de  ella  corría, 
en  un  barco  (conformándose  con  el  parecer  de  Sabino), 
se  pasaron  al  soto  que  se  hacía  en  medio  de  él,  en  una 
como  isleta  pequeña  que  apegada  á  la  presa  de  unas 
aceñas  se  descubría. 

Era  el  soto,  aunque  pequeño,  espeso  y  muy  apaci- 
ble y  en  aquella  sazón  estaba  muy  lleno  de  hoja;  y 
entre  las  ramas  que  la  tierra  de  suyo  criaba,  tenía  tam- 
bién algunos  árboles  puestos  por  industria;  y  dividíale 
como  en  dos  partes  un  no  pequeño  arroyo  que  hacía 
el  agua  que  por  entre  las  piedras  de  la  presa  se  hurta- 
ba del  río,  y  corría  casi  toda  junta. 

Pues  entrados  en  él  Marcelo  y  sus  compañeros,  y 
metidos  en  lo  más  espeso  de  él  y  más  guardado  de  los 
rayos  del  sol,  junto  á  un  álamo  alto  que  estaba  casi 
en  el  medio,  teniéndole  á  las  espaldas,  y  delante  Ios- 
ojos  la  otra  parte  del  soto,  en  la  sombra  y  sobre  la 
yerba  verde,  y  casi  juntando  al  agua  los  pies,  se  sen- 
taron. Adonde  diciendo  entre  sí  del  sol  de  aquel  día, 
que  aún  se  hacía  sentir,  y  de  la  frescura  de  aquel  lu- 
gar, que  era  mucha,  y  alabando  á  Sabino  su  buen 
consejo,  Sabino  dijo  ansí: 

— Mucho  me  huelgo  de  haber  acertado  tan  bien,  y 


158  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

principalmente  por  vuestra  causa,  Marcelo;  que  por 
satisfacer  á  mi  deseo  tomáis  hoy  tan  grande  trabajo, 
que,  según  lo  mucho  que  esta  mañana  dijisteis,  te- 
miendo vuestra  salud,  no  quisiera  que  agora  dijerais 
más,  si  no  me  asegurara,  en  parte,  la  calidad  y  frescu- 
ra do  este  lugar.  Aunque  quien  suele  leer  en  medio  de 
los  caniculares  tres  lecciones  en  las  escuelas  muchos 
días  arreo,  bien  podrá  platicar  entre  estas  ramas  la 
mañana  y  la  tarde  do  un  día,  ó  por  mejor  decir,  no  ha- 
brá maldad  que  no  haga. 

— Razón  tiene  Sabino,  respondió  Marcelo,  mirando 
hacia  Juliano:  que  es  género  de  maldad  ocuparse  uno 
tanto  y  en  tal  tiempo  en  la  escuela;  y  de  aquí  veréis 
cuan  malvada  es  la  vida  que  ansí  nos  obliga.  Ansí 
que,  bien  podéis  proseguir,  Sabino,  sin  miedo;  que, 
demás  de  que  este  lugar  es  mejor  que  la  cátedra,  lo 
que  aquí  tratamos  agora  es  sin  comparación  muy  más 
dulce  que  lo  que  leemos  allí;  y  ansí,  con  ello  mismo 
se  alivia  el  trabajo. 

Entonces  Sabino,  desplegando  el  papel  y  prosiguien- 
do su  lectura,  dijo  de  esta  manera: 


CAPÍTULO  PRIMERO 

De  cómo  se  llama  Cristo  Brazo  de  Dios,  y  á  cuánto  se  extiende 
su  fuerza. 

— 'Otro  nombre  de  Cristo  es  Brazo  de  Dios.  Isaías 
en  el  capítulo  cincuenta  y  tres:  «¿Quién  dará  crédito 
á  lo  que  hemos  oído;  y  su  brazo,  Dios  á  quién  lo 
descubrirá?»  Y  en  el  capítulo  cincuenta  y  dos:  «Apa- 
rejó el  Señor  su  brazo  santo  ante  los  ojos  de  todas  las 
gentes,  y  verán  la  salud  de  nuestro  Dios  todos  los  tér- 
minos de  la  tierra».  Y  en  el  cántico  de  la  Virgen:  «Hi- 
zo poderío  en  su  brazo,  y  derramó  los  soberbios».  Y 
abiertamente  en  el  Salmo  setenta,  adonde  en  persona 
de  la  Iglesia  dice  David:  «En  la  vejez  mía,  ni  menos  en 
mi  senectud,  no  me  desampares,  Señor,  hasta  que  pu- 


DE   LOS   NOM3RES    DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO  l5£> 

blique  fu  brazo  á  toda  la  generación  que  vendrá».  Y 
en  otros  muchos  lugares. 

Cesó  aquí  Sabino,  y  disponíase  ya  Marcelo  para  co- 
menzar á  decir;  mas  Juliano,  tomando  la  mano,  dijo: 

— No  sé  yo,  Marcelo,  si  los  hebreos  nos  darán  que- 
Isaías,  en  el  lugar  que  el  papel  dice,  hable  de  Cristo. 

— No  lo  darán  ellos,  respondió  Marcelo,  porque  es- 
tán ciegos;  pero  dánoslo  la  misma  verdad.  Y  corno- 
hacen  los  malos  enfermos,  que  huyen  más  de  lo  que- 
les  da  más  salud,  ansí  éstos,  perdidos  en  este  lugar,  el 
cual  sólo  bastaba  para  traerlos  á  luz,  derraman  con. 
más  estudio  las  tinieblas  de  su  error  para  oscurecerle. 
Pero  primero  perderá  su  claridad  este  sol;  porque  si 
no  habla  de  Cristo  Isaías  allí,  preguntó,  ¿de  quién 
habla? 

— Ya  sabéis  lo  que  dicen,  respondió  Juliano. 

— Ya  sé,  dijo  Marcelo,  que  lo  declaran  de  sí  mismos 
y  de  su  pueblo  en  el  estado  de  agora:  pero  ¿paréceos- 
á  vos  que  hay  necesidad  de  razones  para  convencer 
un  desatino  tan  claro? 

— Sin  duda  clarísimo,  respondió  Juliano;  y  cuando- 
no  hubiera  otra  cosa,  hace  evidencia  de  que  no  es  ansí 
lo  que  dicen,  ver  que  la  persona  de  quien  Isaías  habla 
allí,  el  mismo  Isaías  dice  que  es  inocentísima  y  aje- 
na de  todo  pecado,  y  limpieza  y  satisfacción  de  los 
pecados  de  todos;  y  el  pueblo  hebreo  que  agora  vive, 
por  ciego  y  arrobante  que  sea,  no  se  osará  atribuir  á 
sí  esta  inocencia  y  limpieza.  Y  cuando  osase  él,  la 
palabra  de  Dios  le  condena  en  Oseas  cuando  dice  1r 
que  en  el  fin  y  después  de  este  largo  cautiverio,  en  que 
agora  están,  lo5  judíos  se  convertirán  al  Señor.  Porque, 
si  se  convertirán  á  Dios  entonces,  manifiesto  es  que 
agora  están  apartados  de  El,  y  fuera  de  su  servicio. 
Mas,  aunque  este  pleito  esté  fuera  de  dudn,  todavía, 
si  no  me  engaño,  os  queda  pleito  con  ellos  en  la  de- 
claración de  este  nombre,  el  cual  ellos  también  con  • 
fiesan  que  es  nombre  de  Cristo;   y  confiesan,  como  es 

1   Ose  re,  ht,  5. 


160  FRAY    LUIS    DE    LEÓN 

verdad,  que  ser  brazo  es  ser  fortaleza  de  Dios  y  victo- 
ria de  sus  enemigos.  Mas  dicen  que  los  enemigos  que 
por  el  Mesías  (como  por  su  brazo  y  fortaleza)  vence  y 
vencerá  Dios,  son  los  enemigos  de  su  pueblo;  esto  es, 
los  enemigos  visibles  de  los  hebreos,  y  los  que  los  han 
destruido  y  puesto  en  cautividad,  como  fueron  los 
caldeos  y  los  griegos  y  los  romanos,  y  las  demás  gen- 
tes sus  enemigas,  de  las  cuales  esperan  verse  venga- 
dos por  mano  del  Mesías,  que,  engañados,  aguardan;  y 
le  llaman  brazo  de  Dios  por  razón  de  esta  victoria  y 
venganza. 

— Ansí  lo  sueñan,  respondió  Marcelo;  y  pues  habéis 
movido  el  pleito,  comencemos  por  él.  Y  como  en  la  cul- 
tura del  campo,  primero  arranca  el  labrador  las  yer- 
bas dañosas  y  después  planta  las  buenas,  ansí  nosotros 
agora  desarraiguemos  primero  ese  error,  para  dejar 
después  su  campo  libre  y  desembarazado  á  la  verdad. 

Mas  decidme,  Juliano:  ¿prometió  Dios  alguna  vez  á 
su  pueblo  que  les  enviaría  su  brazo  y  fortaleza  para 
darles  victoria  de  algún  enemigo  suyo,  y  para  poner- 
los, no  sólo  en  libertad,  sino  también  en  mando  y  se- 
ñorío glorioso?  Y  ¿díjoles  en  alguna  parte  que  había 
de  ser  su  Mesías  un  fortísimo  y  belicosísimo  capitán, 
que  vencería  por  fuerza  de  armas  sus  enemigos  y  ex- 
tendería por  todas  las  tierras  sus  esclarecidas  victo- 
rias, y  que  sujetaría  á  su  imperio  las  gentes? 

— Sin  duda  ansí  se  lo  dijo  y  prometió,  respondió 
Juliano. 

— Y  ¿prometióselo  por  ventura  (siguió  luego  Mar- 
celo) en  un  solo  lugar  ó  una  vez  sola,  y  esa  acaso  y 
hablando  de  otro  propósito? 

— No;  sino  en  muchos  lugares,  respondió  Juliano, 
y  de  principal  intento  y  con  palabras  muy  encareci- 
das y  hermosas. 

— ¿Qué  palabras,  añadió  Marcelo,  ó  qué  lugares  son 
esos?  Referid  algunos  si  los  tenéis  en  la  memoria. 

— Largos  son  de  contar,  dijo  Juliano;  y  aunque  pre- 
guntáis lo  que  sabéis,  y  no  sé  para  qué  fin,  diré  los 
que  se  me  ofrecen: 


DE  LOS   NOMBRES   DE    CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO  161 

David  en  el  Salmo,  hablando  propiamente  con  Cris- 
to, le  dice  l :  «Ciñe  tu  espada  sobre  tu  muslo,  poderosí- 
simo, tu  hermosura  y  tu  gentileza.  Sube  en  el  caballo 
y  reina  prósperamente  por  tu  verdad  y  mansedumbre 
y  por  tu  justicia.  Tu  derecha  te  mostrará  maravillas. 
Tas  saetas  agudas  (los  pueblos  caerán  á  tus  pies),  en 
los  corazones  de  los  enemigos  del  Rey».  Y  en  otro  Sal- 
mo dice  el  mismo  2:  «El  Señor  reina;  haga  fiesta  la  tie- 
rra, alégrense  las  islas  todas;  nube  y  tiniebla  en  su 
derredor,  justicia  y  juicio  en  el  trono  de  su  asiento. 
Fuego  va  delante  de  El,  que  abrasará  á  todos  sus  ene- 
migos». É  Isaías  en  el  capítulo  once  3:  «Y  en  aquel 
día  extenderá  el  Señor  segunda  vez  su  mano,  para  po- 
seer lo  que  de  su  pueblo  íia  escapado  de  los  Asirios  y 
de  los  Egipcios  y  de  las  demás  gentes;  y  levantará  su 
bandera  entre  las  naciones,  y  allegará  á  los  fugitivos 
de  Israel  y  los  esparcidos  de  Judá  de  las  cuatro  partes 
del  mundo;  y  los  enemigos  de  Judá  perecerán,  y  vo- 
lará contra  los  filisteos  por  la  mar;  cautivará  á  los 
hijos  de  Oriente;  Edón  le  servirá,  y  Moab  le  será  sujeto: 
y  los  hijos  de  Amón  sus  obedientes». 

Y  en  el  capítulo  cuarenta  y  uno  por  otra  manera  4: 
«Pondrá  ante  sí  en  huida  á  las  gentes,  perseguirá  los 
reyes;  como  polvo  los  hará  su  cuchillo; .  como  astilla 
arrojada  su  arco;  perseguirlos  ha  y  pasará  en  paz;  no 
entrará  ni  polvo  en  sus  pies».  Y  poco  después  El  mis- 
mo 5:  «Yo,  dice,  te  pondré  como  carro,  y  como  nueva 
trilladera  con  dentales  de  hierro,  trillarás  los  montes 
y  desmenuzarlos  has,  y  á  los  collados  dejarás  hechos 
polvo;  ablentaráslos  y  llevarlos  ha  el  viento,  y  el  tor- 
bellino los  esparcerá». 

Y  cuando  el  mismo  profeta  introduce  al  Mesías,  te- 
ñida la  vestidura  con  sangre,  y  á  otros  que  se  maravi- 
llan de  ello  y  le  preguntan  la  causa,  dice  que  Él  les 
responde6:  «Yo  sólo  he  pisado  un  lagar;  en  mi  ayuda 
no  se  halló  gente;  píselos  en  mi  ira  y  patéelos  en  mi 


1  Psalm.  xliv,  4-6.         2   Psalm.  icw,  1-3.        3   Isai  ,  xi    11-14. 
4    Ibidem,  xlt,  2  y  3.        5  Ibidem,  15  y  16.         6   Ibidem,  lxiii.   3. 

11 


162  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

indignación;  y  su  sangre  salpicó  mis  vestidos,  y  he  en- 
suciado mis  vestiduras  todas».  Y  en  el  capítulo  cua- 
renta y  dos  *■:  «El  Señor,  como  valiente,  saldrá;  y  como- 
hombre  de  guerra,  despertará  su  coraje;  guerreará  y 
levantará  alarido;  y  esforzarse  ha  sobre  sus  enemigos». 
Mas  es  nunca  acabar. 

Lo  mismo,  aunque  por  diferentes  maneras,  dice  en 
el  capítulo  sesenta  y  tres  y  sesenta  y  seis;  y  Joel  dice 
lo  mismo  en  el  capítulo  último;  y  Amos  profeta  tam- 
bién en  el  mismo  capítulo;  y  en  los  capítulos  cuatro  y 
cinco  y  último  lo  repite  Miqueas.  Y  ¿qué  profeta  hay 
que  no  celebre,  cantando,  en  diversos  lugares  este  ca- 
pitán y  esta  victoria? 

—Ansí  es  verdad,  dijo  Marcelo;  mas  también  me 
decid:  ¿los  Asirios  y  los  Babilonios  fueron  hombres  se- 
ñalados en  armas,  y  hubo  reyes  belicosos  y  victoriosos 
entre  ellos,  y  sujetaron  á  su  imperio  á  todo,  ó  á  la  ma- 
yor parte  del  mundo? 

— Ansí  fué,  respondió  Juliano. 

—Y  los  Medos  y  Persas  que  vinieron  después  (aña- 
dió luego  Marcelo),  ¿no  menearon  también  las  armas 
asaz  valerosamente  y  enseñorearon  la  tierra,  y  floreció 
entre  ellos  el  esclarecido  Ciro  y  el  poderosísimo  Jerjes? 

Concedió  Juliano  que  era  verdad. 

—Pues  no  menos  verdad  es  (dijo  prosiguiendo 
Marcelo),  que  las  victorias  de  los  griegos  sobraron  á 
éstos:  y  que  el  no  vencido  Alejandro,  con  la  espada  en 
la  mano  y  como  un- rayo,  en  brevísimo  espacio,  corrió 
todo  el  mundo,  dejándole  no  menos  espantado  de  sí 
que  vencido;  y  muerto  él,  sabemos  que  el  trono  de  sus 
sucesores  tuvo  el  cetro  por  largos  años  de  toda  Asia,. 
y  de  mucha  parte  del  África  y  de  Europa.  Y  por  la 
misma  manera  los  romanos,  que  les  sucedieron  en  el 
imperio  y  en  la  gloria  de  las  armas,  también  vemos 
que,  venciéndolo  todo,  crecieron  hasta  hacer  que  la 
tierra  y  su  señorío  tuviesen  un  mismo  término.  El 
cual   señorío,  aunque   disminuido,   y   compuesto  de 

1   Isai.,  xlii,  13. 


DE    LOS    NOMBREggDE   CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO^         163 

partes  (unas  flacas  y  otras  muy  fuertes,  como  lo  vio 
Daniel  en  los  pies  de  la  estatua)  \  hasta  hoy  día  per- 
severa por  tantas  vueltas  de  siglos.  Y  va  que  callemos 
los  príncipes  guerreadores  y  victoriosos  que  florecie- 
ron en  él,  en  los  tiempos  más  vecinos  al  nuestro,  noto- 
rios son  los  Scipiones,  los  Marcelos,  los  Marios,  los 
Pompeyos.  los  Césares  de  los  siglos  antepasados,  á 
cuyo  valor  y  esfuerzo  y  felicidad  fué  muv  pequeña  la 
redondez  de  la  tierra. 
U^— Espero,  dijo  Juliano,  dónde  vais  á  parar. 

í— Presto  lo  veréis,  dijo  Marcelo;  pero  decidme:  esta 
grandeza  de  victorias  é  imperio  que  he  dicho,  ¿diósela 
Dios  á  los  que  he  dicho,  ó  ellos  por  sí  v  por  sus  fuerzas 
puras,  sin  orden  ni  ayuda  de  El  la  alcanzaron? 

—Fuera  está  eso  de  toda  duda,  respondió  Juliano, 
acerca  de  los  que  conocen  y  confiesan  la  Providencia 
de  Dios.  Y  en  los  Proverbios  dice  El  mismo  de  sí  mis- 
mo 2:  «Por  mi  reinan  los  príncipes». 

—Decís  la  verdad,  dijo  Marcelo;  mas  todavía  os  pre- 
gunto si  conocían  y  adoraban  á  Dios  aquellas  gentes. 
—No  le  conocían,  dijo  Juliano,  ni  le  adoraban. 
—Decidme  más,  prosiguió  diciendo  Marcelo:  antes 
que  Dios  les  hiciese  esta  merced,  ¿prometió  de  hacér- 
sela, ó  vendióles  muchas  palabras  acerca  de  ello,  ó  en- 
vióles muchos  mensajeros,  encareciéndoles  la  promesa 
por  largos  días  y  por  diversas  maneras? 

—Ninguna  de  esas  cosas  hizo  Dios  con  ellos,  respon- 
dió Juliano;  y  si  de  alguna  de  estas  cosas,  antes  que 
fuesen,  se  hace  mención  en  las  Letras  sagradas,  como 
á  la  verdad  se  hace  de  algunas,  hácese  de  paso  y  como 
de  camino,  y  á  fin  de  otro  propósito. 

— Pues  ¿en  qué  juicio  de  hombres  cabe  ó  pudo  caber 
(añadió  Marcelo  encontinente),  pensar  que  lo  que  daba 
Dios  y  cada  día  lo  da  á  gentes  ajenas  de  sí  y  que  viven 
sin  ley,  bárbaras  y  fieras  y  llenas  de  infidelidad  y  de 
vicios  feísimos  (digo  el  mando  terreno  y  la  victoria  en 
la  guerra,  y  la  gloria  y  la  nobleza  del  triunfo  sobre  to- 

1    Daniel,  n.  2   Prov.,  vni,  15 


164  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

dos  ó  casi  todos  los  hombres);  pues  quién  pudo  persua- 
dirse que  lo  que  da  Dios  á  éstos,  que  son  como  sus  es- 
clavos, y  que  se  lo  da  sin  prometérselo  y  sin  vendérse- 
lo con  encarecimientos,  y  como  si  no  les  diese  nada  ó 
les  diese  cosas  de  breve  y  de  poco  momento,  como  á 
la  verdad  lo  son  todas  ellas  en  sí,  eso  mismo  ó  su  se- 
mejante á  su  pueblo  escogido,  y  al  que  sólo  (adorando 
ídolos  todas  las  otras  gentes),  le  conocía  y  servía  para 
dárselo,  si  se  lo  quería  dar  como  los  ciegos  pensaron, 
se  lo  prometía  tan  encarecidamente  y  tan  de  atrás,  en- 
viándole  casi  cada  siglo  nueva  promesa  de  ello  por 
sus  profetas,  y  se  lo  vendía  tan  caro  y  hacía  tanto  es- 
perar, que  el  día  de  hoy,  que  es  más  de  tres  mil  años 
después  de  la  primera  promesa,  aún  no  está  cumplido, 
ni  vendrá  á  cumplimiento  jamás,  porque  no  es  eso  lo 
que  Dios  prometía? 

Gran  donaire,  ó  por  mejor  decir,  ceguedad  lastimera 
es  creer  que  los  encarecimientos  y  amores  de  Dios  ha- 
bían de  parar  en  armas  y  en  banderas  y  en  el  estruen- 
do de  los  tambores,  y  en  castillos  cercados,  y  en  muros 
batidos  por  tierra,  y  en  el  cuchillo,  y  en  la  sangre  y  en 
el  asalto  y  cautiverio  de  mil  inocentes.  ¡Y  creer  que  el 
el  brazo  de  Dios,  extendido  y  cercado  de  fortaleza 
invencible,  que  Dios  promete  en  sus  Letras,  y  de 
quien  El  tanto  en  ellas  se  precia,  era  un  descendiente 
de  David,  capitán  esforzado,  que  rodeado  de  hierro  y 
esgrimiendo  la  espada,  y  llevando  consigo  innume- 
rables soldados,  había  de  meter  á  cuchillo  las  gen- 
tes, y  desplegar  por  todas  las  tierras  sus  victoriosas 
banderas! 

Mesías  fué  de  esa  manera  Giro  y  Nabucodonosor  y 
Artajerjes;  ó  ¿qué  le  faltó  para  serlo?  Mesías  fué,  si  ser 
Mesías  es  eso,  César  el  dictador  y  el  grande  Pompeyo; 
y  Alejandro  en  esa  manera  fué,  más  que  todos,  Mesías. 
¿Tan  grande  valentía  es  dar  muerte  á  los  mortales  y 
derrocar  los  alcázares,  que  ellos  de  suyo  se  caen,  que 
le  sea  á  Dios  ó  conveniente  ó  glorioso  hacer  para  ello 
brazo  tan  fuerte,  que  por  este  hecho  le  llame  su  for- 
taleza? ¡Oh!  cómo  es  verdad  aquello  que  en  persona  de 


DE   LOS   NOMBRES   DE  CRISTO. -rilBRO  SEGUNDO  165 

Dios  les  dijo  Isaías  1:  «Cuanto  se  encumbra  el  cielo 
sobre  la  tierra,  tanto  mis  pensamientos  se  diferencian 
y  levantan  sobre  los  vuestros».  Que  son  palabras  que 
se  me  vienen  luego  á  los  ojos,  todas  las  veces  que  en 
este  desatino  pongo  atención. 

Otros  vencimientos,  gente  ciega  y  miserable,  y  otros 
triunfos  y  libertad,  y  otros  señoríos  mayores  y  mejores 
son  los  que  Dios  os  promete.  Otro  es  su  brazo  y  otra 
su  fortaleza,  muy  diferente  y  muy  más  aventajada 
de  lo  que  pensáis.  Vosotros  esperáis  tierra  que  se  con  • 
sume  y  perece;  y  la  escritura  de  Dios  es  promesa  del 
cielo.  Vosotros  amáis  y  pedís  libertad  del  cuerpo,  y 
en  vida  abundante  y  pacífica,  con  la  cual  libertad  se 
compadece  servir  el  alma  al  pecado  y  al  vicio;  y  de 
estos  males,  que  son  mortales,  nos  prometía  Dios  li- 
bertad. Vosotros  esperabais  ser  señores  de  otros;  Dios 
no  prometía  sino  haceros  señores  de  vosotros  mismos. 
Vosotros  os  tenéis  por  satisfechos  con  un  sucesor  de 
David,  que  os  reduzca  á  vuestra  primera  tierra  y  os 
mantenga  en  justicia,  y  defienda  y  ampare  de  vuestros 
contrarios;  mas  Dios,  que  es  sin  comparación  muy 
más  liberal  y  más  largo,  os  prometía,  no  hijo  de  David 
sólo,  sino  hijo  suyo  y  de  David  hijo  también,  que  en- 
riquecido de  todo  el  bien  que  Dios  tiene,  os  sacase 
del  poder  del  demonio  y  de  las  manos  de  la  muerte 
sin  fin,  y  que  os  sujetase  debajo  de  vuestros  pies  todo 
lo  que  de  veras  os  daña,  y  os  llevase  santos,  inmorta- 
les, gloriosos  á  la  tierra  de  vida  y  de  paz,  que  nunca 
fallece.  Estos  son  bienes  dignos  de  Dios;  y  semejantes 
dádivas,  y  no  otras,  hinchen  el  encarecimiento  y  mu- 
chedumbre de  aquellas  promesas. 

Y  á  la  verdad,  Juliano,  entre  los  demás  inconve- 
nientes que  tiene  este  error,  es  uno  grandísimo  que 
los  que  se  persuaden  de  él,  forzosamente  juzgan  de 
Dios  muy  baja  y  vilmente.  No  tiene  Dios  tan  angosto 
corazón  como  los  hombres  tenemos;  y  estos  bienes  y 
gloria  terrena  que  nosotros  estimamos  en  tanto,   aun- 

1   Isai.,  lv,  9. 


166  FRAY   LUIS   DE    LEÓN 

que  es  El  sólo  el  que  los  distribuye  y  reparie,  pero 
conoce  que  son  bienes  caducos  y  que  están  fuera  del 
hombre,  y  que  no  solamente  no  le  hacen  bueno,  mas 
muchas  veces  le  empeoran  y  dañan.  Y  ansí,  ni  hace 
alarde  de  estos  bienes  Dios,  ni  se  precia  del  reparti- 
miento de  ellos,  y  las  más  veces  los  envía  á  quien  no 
los  merece,  por  los  fines  que  El  se  sabe;  y  á  los  que 
tiene  por  desechados  de  sí,  y  que  son  delante  de  sus 
ojos  como  viles  cautivos  y  esclavos,  á  esos  les  da  este 
breve  consuelo;  y  al  revés,  con  sus  escogidos  y  con 
los  que  como  á  hijos  ama,  en  esto  comúnmente  es 
escaso,  porque  sabe  nuestra  flaqueza  y  la  facilidad 
con  que  nuestro  corazón  se  derrama  en  el  amor  de 
estas  prendas  exteriores  teniéndolas;  y  sabe  que  casi 
siempre  ó  cortan  ó  enflaquecen  los  nervios  de  la  vir- 
tud verdadera. 

Mas  dirán:  Esperamos  lo  que  las  sagradas  Letras 
nos  dicen;  y  con  lo  que  Dios  promete  nos  contenta- 
mos, y  eso  tenemos  por  mucho.  Leemos  capitán,  oímos 
guerras  y  caballos  y  saetas  y  espadas,  vemos  victorias 
y  triunfos,  prométennos  libertad  y  venganza,  dícennos 
que  nuestra  ciudad  y  nuestro  templo  será  reparado, 
que  las  gentes  nos  servirán  y  que  seremos  señores  de 
todos.  Lo  que  oímos,  eso  esperamos;  y  con  la  esperan- 
za de  ello  vivimos  contentos 

Siempre  fué  flaca  defensa  asirse  á  la  letra,  cuando 
la  razón  evidente  descubre  el  verdadero  sentido;  mas, 
aunque  flaca,  tuviera  aquí  y  en  este  propósito  algún 
color,  si  las  mismas  divinas  Letras  no  descubrieran  en 
otros  lugares  su  verdadera  intención.  Porque,  pues 
Isaías,  cuando  habla  sin  rodeo  y  sin  figuras  de  Cristo, 
le  pinta  en  persona  de  Dios  de  esta  manera  *:  «Veis, 
»dice,  á  mi  siervo,  en  quien  descanso,  aquel  en  quien 
»se  contenta  y  satisface  mi  alma;  puse  sobre  El  mi  es- 
píritu, El  hará  justicia  á  las  gentes,  no  voceará  ni 
»será  aceptador  de  personas,  ni  será  oída  en  las  pla- 
»zas  su  voz:  la  caña  quebrantada  no  quebrará,  y  la  es- 

1"  lsai.,  xlii,  i. 


DE   LOS  NOMBRES  DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO         167 

»topa  que  humea  no  la  apagará,  no  será  áspero  ni 
«bullicioso»;  manifiestamente  se  muestra  que  este 
brazo  y  fortaleza  de  Dios,  que  es  Jesucristo,  no  es  for- 
taleza militar  ni  coraje  de  soldado;  y  que  los  hechos 
hazañosos  de  un  cordero  tan  humilde  y  tan  manso, 
►como  es  el  que  en  este  lugar  Isaías  pinta,  no  son  he- 
chos de  esta  guerra  que  vemos,  adonde  la  soberbia 
se  enseñorea  y  la  crueldad  se  despierta,  y  el  bullicio 
y  la  cólera  y  la  rabia  y  el  furor  menean  las  manos. 
No  tendrá,  dice,  cólera  para  hacer  mal  ni  á  una  caña 
quebrada.  Y  antój ásele  al  error  vano  de  estos  mezqui- 
nos, que  tiene  de  trastornar  el  mundo  con  guerras. 

Y  no  es  menos  claro  lo  que  el  mismo  profeta  dice 
•en  otro  capítulo  1:  «Herirá  la  tierra  con  la  vara  de  su 
boca,  y  con  el  aliento  de  sus  labios  quitará  la  vida  al 
malvado».  Porque,  si  las  armas  con  que  hiere  la  tie- 
rra y  con  que  quita  la  vida  al  malo  son  vivas  y  ar- 
dientes palabras,  claro  es  que  su  obra  de  este  brazo 
no  es  pelear  con  armas  carnales  contra  los  cuerpos, 
sino  contra  los  vicios  con  armas  de  espíritu. 

Y  ansí,  conforme  á  esto,  le  arma  de  punta  en  blanco 
<3on  todas  sus  piezas  en  otro  lugar,  diciendo  2:  «Vis- 
tióse por  loriga  justicia,  y  salud  por  yelmo  de  su  ca- 
beza; vistióse  por  vestiduras  venganza,  y  el  celo  le 
cubrió  como  capa».  Por  manera  que  las  saetas  que 
antes  decía  que  enviadas  con  el  vigor  del  brazo  tras- 
pasan los  cuerpos,  son  palabras  agudas  y  enherbola- 
das con  gracia,  que  pasan  el  corazón  de  claro  en  cla- 
ro. Y  su  espada  famosa  no  se  templó  con  acero  en  las 
fraguas  de  Vulcano,  para  derramar  la  sangre  cortando; 
ni  es  yerro  visible,  sino  rayo  de  virtud  invisible  que 
pone  á  cuchillo  todo  lo  que  en  nuestras  almas  es  ene- 
migo de  Dios.  Y  sus  lorigas  y  sus  petos  y  sus  arneses, 
por  el  consiguiente,  son  virtudes  heroicas  del  cielo, 
-en  quien  todos  los  golpes  enemigos  se  embotan.  Piden 
á  Dios  la  palabra,  y  no  despiertan  la  vista  para  cono- 
cer la  palabra  que  Dios  les  dio. 


1  Jsai.,  xi,  4.  2  Ibidemf  lix*:17. 


168    -  frayJluis  de  león 

¿Cómo  piden  cosas  de  esta  vida  mortal,  y  que  cada 
día  las  vemos  en  otros,  y  que  comprendemos  lo  que 
valen  y  son,  pues  dice  Dios  por  su  profeta  1  que  el  bien 
de  su  promesa  y  la  calidad  y  grandeza  de  ella,  ni  el  ojo 
la  vio  ni  llegó  jamás  á  los  oídos,  ni  cayó  nunca  en  el 
pensamiento  del  hombre?  Vencer  unas  gentes  á  otras, 
bien  sabemos  qué  es;  el  valor  de  las  armas  cada  día 
lo  vemos;  no  hay  cosa  que  más  se  entienda  ni  más  de- 
see la  carne  que  las  riquezas  y  que  el  señorío.  No  pro- 
mete Dios  esto,  pues  lo  que  promete  excede  á  todo 
nuestro  deseo  y  sentido.  Hacerse  Dios  hombre,  eso  no 
lo  alcanza  la  carne;  morir  Dios  en  la  humanidad  que 
tomó  para  dar  vida  á  los  suyos,  eso  vence  el  sentido; 
muriendo  un  hombre,  al  demonio,  que  tiranizaba  los 
hombres,  hacerle  sujeto  y  exclavo  de  ellos,  ¿quién 
nunca  lo  oyó?  Los  que  servían  al  infierno,  convertirlos 
en  ciudadanos  del  cielo  y  en  hijos  de  Dios;  y  final- 
mente hermosear  con  justicia  las  almas,  desarraigando 
de  ellas  mil  malos  siniestros,  y  hechas  todas  luz  y  jus- 
ticia, á  ellas  y  á  los  cuerpos  vestirlos  de  gloria  y  de 
inmortalidad,  ¿en  qué  deseo  cupo  jamás,  por  más  que 
alargase  la  rienda  al  deseo? 

Mas  ¿en  qué  me  detengo?  El  mismo  profeta  ¿no  pone 
abiertamente,  y  sin  ningún  rodeo  ni  velo,  el  oficio  de 
Cristo,  y  su  valentía  y  la  calidad  de  sus  guerras,  en  el 
capítulo  sesenta  y  uno  del  profeta  Isaías,  adonde  in 
troduce  á  Cristo,  que  dice  2:  «El  espíritu  del  Señor 
está  sobre  mí,  á  dar  buena  nueva  á  los  mansos  me 
envió?»  ¿No  veis  lo  que  dice?  ¿Qué?  Buena  nueva  á  los 
mansos,  no  asalto  á  los  muros.  Más:  «A  curar  los  de 
corazón  quebrantado».  ¡Y  dice  el  error,  que  á  pasar 
por  los  filos  de  su  espada  á  las  gentes!  «A  predicar  á 
los  cautivos  perdón».  A  predicar;  que  no  á  guerrear. 
No  á  dar  rienda  á  la  saña,  sino  á  publicar  su  indul- 
gencia, y  predicar  el  año  en  que  se  aplaca  el  Señor,  y 
el  día  en  que,  como  si  se  viese  vengado,  queda  mansa 
su  ira.  A  consolar  á  los  que  lloran,  y  á  dar  fortaleza  á 

1    Isfij,  lxiv,  4.  2  rIbidem,  lx<,  1. 


DE   LOS    NOMBRES   DE    CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO  169 

losnque  se  lamentan.  A  darles  guirnalda  en  lugar  de  la 
ceniza;  y  unción  de  gozo  en  lugar  del  duelo;  y  manto 
de  loor  en  vez  de  la  tristeza  de  espíritu. 

Y  para  que  no  quedase  duda  ninguna,  concluye: 
«Y  serán  llamados  fuertes  en  justicia».  ¿Dónde  están 
agora  los  que,  engañándose  á  sí  mismos,  se  prometen 
fortaleza  de  armas,  prometiendo  declaradamente  Dios 
fortaleza  de  virtud  y  de  justicia? 

— Aquí  Juliano  (mirando  alegremente  á  Marcelo), 
paréceme,  dijo,  Marcelo,  que  os  he  metido  en  calor, 
y  bastaba  el  del  día.  Mas  no  me  pesa  de  la  ocasión  que 
os  he  dado,  porque  me  satisface  mucho  lo  que  habéis 
dicho;  y  porque  no  quede  nada  por  decir,  quiéroos 
también  preguntar:  ¿qué  es  la  causa  por  donde  Dios,  ya 
que  hacía  promesa  de  este  tan  grande  bien  á  su  pueblo, 
se  la  encubrió  debajo  de  palabras  y  bienes  carnales  y 
visibles,  sabiendo  que  para  ojos  tan  flacos  como  los  de 
aquel  pueblo  era  velo  que  los  podía  cegar;  y  sabiendo 
que  para  corazones  tan  aficionados  al  bien  de  la  carne, 
como  son  los  de  aquéllos,  era  cebo  que  los  había  de 
engañar  y  enredar? 

— No  era  cebo  ni  velo,  respondió  al  punto  Marcelo: 
pues  juntamente  con  ello  estaba  luego  la  voz  y  la  mano 
de  Dios,  que  alzaba  el  velo  y  avisaba  del  cebo,  descu- 
briendo por  mil  maneras  lo  cierto  de  su  promesa.  Ellos 
mismos  se  cegaron  y  se  enredaron  de  su  voluntad. 

— Por  ventura  yo  no  me  he  declarado,  dijo  entonces 
Juliano;  porque  eso  mismo  es  lo  que  pregunto.  Que 
pues  Dios  sabía  que  se  habían  de  cegar  tomando  de 
aquel  lenguaje  ocasión,  ¿por  qué  no  cortó  la  ocasión  del 
todo?  Y  pues  les  descubría  su  voluntad  y  determina- 
ción, y  se  la  descubría  para  que  la  entendiesen,  ¿por 
qué  no  se  la  descubrió  sin  dejar  escondrijo  donde  se 
pudiese  encubrir  el  error?  Porque  no  diréis  que  no 
quiso  ser  entendido;  porque,  si  eso  quisiera,  callara;  ni 
menos  que  no  pudo  darse  á  entender. 

— Los  secretos  de  Dios,  respondió  Marcelo  enco- 
giéndose en  sí,  son  abismos  profundos;  por  donde  en 
ellos  es  ligero  el  dificultar,  y  el  penetrar  muy  dificul- 


170  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

toso.  Y  el  ánimo  fiel  y  cristiano  más  se  ha  de  mostrar 
sabio  en  conocer  (que  sería  poco  el  saber  de  Dios  si 
lo  comprendiese  nuestro  saber),  que  ingenioso  en  re- 
montar dificultades  sobre  lo  que  Dios  hace  y  ordena.  Y 
como  sea  esto  ansí  en  todos  los  hechos  de  Dios,  en  este 
particular  que  toca  á  la  ceguedad  de  aquel  pueblo,  el 
mismo  San  Pablo  se  encoge  y  parece  que  se  retira;  y 
aunque  caminaba  con  el  soplo  del  Espíritu  Santo,  coge 
las  velas  del  entendimiento  y  las  inclina,  diciendo  * : 
«¡Oh,  honduras  de  las  riquezas  y  sabiduría  y  conoci- 
miento de  Dios,  cuan  no  penetrables  son  sus  juicios  y 
cuan  dificultosos  de  rastrear  sus  caminos!»  Mas,  por 
mucho  que  se  esconda  la  verdad,  como  es  luz,  siempre 
echa  algunos  rayos  de  sí  que  dan  bastante  lumbre  al 
íilma  humilde. 

Y  ansí,  digo  agora:  que  no  porque  algunos  toman 
ocasión  de  pecar,  conviene  á  la  sabiduría  de  Dios  mu- 
dar (ó  en  el  lenguaje  con  que  nos  habla,  ó  en  el  orden 
con  que  nos  gobierna,  ó  en  la  disposición  de  las  cosas 
que  cría),  lo  que  es  en  sí  conveniente  y  bueno  para  la 
naturaleza  en  común.  Bien  sabéis  que  unos  salen  á 
hacer  mal  con  la  luz,  y  que  á  otros  la  noche  con  sus 
tinieblas  los  convida  á  pecar;  porque,  ni  el  corsario  co- 
rrería á  la  presa  si  el  sol  no  amaneciese,  ni  si  no  se 
pusiese,  el  adúltero  macularía  el  lecho  de  su  vecino. 
El  mismo  entendimiento  y  agudeza  de  ingenio  de  que 
Dios  nos  dotó,  si  atendemos  á  los  muchos  que  usan  mal 
de  él,  no  nos  le  diera,  y  dejara  al  hombre  no  hombre. 

¿No  dice  San  Pablo  de  la  doctrina  del  Evangelio, 
que  á  unos  es  olor  de  vida  para  que  vivan,  y  á  otros 
•de  muerte  para  que  mueran?  ¿Qué  fuera  del  mundo  si, 
porque  no  se  acrescentara  la  culpa  de  algunos,  quedá- 
ramos todos  en  culpa?  Esta  manera  de  hablar,  Juliano, 
adonde,  con  semejanzas  y  figuras  de  cosas  que  cono- 
cemos y  vemos  y  amamos,  nos  da  Dios  noticia  de  sus 
bienes,  y  nos  los  promete  para  la  calidad  y  gusto  de 
nuestro  ingenio  y  condición,  es  muy  útil  y  muy  conve- 

1    Rom.,  xi,  33. 


DE  LOS   NOMBRES  DE   CRISTO. — LIBRO»  SEGUNDO         171 

niente.  Lo  uno,  porque  todo  nuestro  conocimiento,  ansí 
como  comienza  de  los  sentidos,  ansí  no  conoce  bien  lo 
espiritual,  sino  es  por  semejanza  de  lo  sensible  que 
conoce  primero.  Lo  otro,  porque  la  semejanza  que  hay 
de  lo  uno  á  lo  otro,  advertida  y  conocida,  aviva  el  gus- 
to de  nuestro  entendimiento  naturalmente,  que  es  in- 
clinado á  cotejar  unas  cosas  con  otras,  discurriendo 
por  ellas;  y  ansí,  cuando  descubre  alguna  gran  conso- 
nancia de  propiedades  entre  cosas  que  son  en  natura- 
leza diversas,  alégrase  mucho  y  como  saboréase  en 
ello,  é  imprímelo  con  más  firmeza  en  las  mentes.  Y  lo 
tercero,  porque  de  las  cosas  que  sentimos,  sabemos 
por  experiencia  lo  gustoso  y  agradable  que  tienen:  mas 
de  las  cosas  del  cielo  no  sabemos  cuál  sea  ni  cuánto 
su  sabor  y  dulzura. 

Pues,  para  que  cobremos  afición  y  concibamos  de- 
seo de  lo  que  nunca  hemos  gustado,  preséntanoslo  Dios 
debajo  de  lo  que  gustamos  y  amamos;  para  que,  enten- 
diendo que  es  aquello  más  y  mejor  que  lo  conocido, 
amemos  en  lo  no  conocido  el  deleite  y  contento  que 
ya  conocemos.  Y  como  Dios  se  hizo  hombre  dulcísimo 
y  amorosísimo,  para  que  lo  que  no  entendíamos  de  la 
dulzura  y  amor  de  su  natural  condición,  que  no  veía- 
mos, lo  experimentásemos  en  el  hombre  que  vemos,  y 
de  quien  se  vistió  para  comenzar  allí  á  encender  nues- 
tra voluntad  en  su  amor;  ansí  en  el  lenguaje  de  sus  Es- 
crituras nos  habla  como  hombre  á  otros  hombres;  y 
nos  dice  sus  bienes  espirituales  y  altos,  con  palabras  y 
figuras  de  cosas  corporales  que  les  son  semejantes;  y 
para  que  los  amemos  los  enmiela  con  esta  miel  nues- 
tra, digo,  con  lo  que  El  sabe  que  tenemos  por  miel. 

Y  si  en  todos  es  esto,  en  la  gente  de  aquel  pueblo  de 
quien  hablamos  tiene  más  fuerza  y  razón  por  su  natu- 
ral y  no  creíble  flaqueza,  y  como  divinamente  dijo  San 
Pablo,  por  su  infinita  niñez.  La  cual  demandaba  que, 
como  el  ayo  al  muchacho  pequeño  le  induce  con  golo- 
sinas á  que  aprenda  el  saber,  ansí  Dios  á  aquellos  los 
levantase  á  la  creencia  y  al  deseo  del  cielo,  ofrecién- 
doles y  prometiéndoles,  al  parecer,  bienes  de  la  tierra. 


172  FRAY    LUIS    DE   LEÓN 

Porque  si  en  acabando  de  ver  el  infinito  poder  de 
Dios  y  la  grandeza  de  su  amor  para  con  ellos  en  las 
plagas  de  Egipto,  y  en  el  mar  Bermejo  dividido  por  me- 
dio; y  si  teniendo  casi  presente  en  los  ojos  el  fuego  y 
la  nube  del  Siná,  y  el  habla  misma  de  Dios,  que  les  de- 
cía la  ley,  sonando  en  sus  oídos  entonces;  y  si  teniendo 
en  la  boca  el  maná  que  Dios  les  llovía;  y  si  mirando 
ante  sí  la  nube  que  los  guiaba  de  día  y  les  lucía  de  no- 
che, venidos  á  la  entrada  de  la  tierra  de  Canaán  adon- 
de Dios  los  llevaba,  en  oyendo  que  la  moraban  hom- 
bres valientes,  temiron  y  desconfiaron,  y  volvieron 
atrás,  llorando  fea  y  vilmente;  y  no  creyeron  que 
quien  pudo  romper  el  mar  en  sus  ojos,  podría  derro- 
car unos  muros  de  tierra;  y  ni  la  riqueza  y  abundan- 
cia de  la  tierra  que  veían  y  amaban,  ni  la  experiencia 
de  la  fortaleza  de  Dios  los  pudo  mover  adelante;  si 
luego  y  de  primera  instancia,  y  por  sus  palabras  sen- 
cillas y  claras,  les  prometiera  Dios  la  encarnación  de 
su  Hijo  y  lo  espiritual  de  sus  bienes,  y  lo  que  ni  sen- 
tían ni  podían  sentir,  ni  se  les  podía  dar  luego,  sino  en 
otra  vida  y  después  de  haber  dado  largas  vueltas  los 
siglos;  ¿cuándo,  me  decid,  ó  cómo,  ó  en  qué  manera, 
aquellos  ó  lo  creyeran  ó  lo  estimaran?  Sin  duda  fuera 
cosa  sin  fruto. 

Y  ansí,  todo  lo  grande  y  apartado  de  nuestra  vista 
que  Dios  les  promete,  se  lo  pone  tratable  y  deseable, 
saboreándoselo  de  esta  manera  que  he  dicho.  Y  par- 
ticularmente en  este  misterio  y  promesa  de  Cristo,  para 
asentársela  en  la  memoria  y  en  la  afición,  se  la  ofrece 
en  los  Libros  divinos  casi  siempre  vestida  con  una  de 
dos  figuras.  Porque  lo  que  toca  á  la  gracia  que  descien- 
de de  Cristo  en  las  almas,  y  á  lo  que  en  ellas  fructifica 
esta  gracia,  díceselo  debajo  de  semejanzas  tomadas  de 
la  cultura  del  campo  y  de  la  naturaleza  de  él.  Y,  como 
vimos  esta  mañana,  para  figurar  este  negocio  hace  sus 
cielos  y  su  tierra,  y  sus  nubes  y  lluvia,  y  sus  montes  y 
valles,  y  nombra  trigo,  y  vides,  y  olivas,  con  grande  pro- 
piedad y  hermosura.  Mas  lo  que  pertenece  á  lo  que  an- 
tes de  esto  hizo  Cristo,  venciendo  el  demonio  en  la 


'DE   LOS  NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO         173 

cruz,  y  despojando  el  infierno  y  triunfando  de  él  y  de 
la  muerte,  y  sabiéndose  al  cielo  para  juntar  después  á 
sí  mismo  todo  su  cuerpo,  represéntaselo  con  nombres 
de  guerras  y  victorias  visibles,  y  alza  luego  la  bandera 
y  suena  la  trompa  y  relumbra  la  espada;  y  píntalo  á 
las  veces  con  tanta  demostración,  que  casi  se  oye  el 
ruido"  de  las  armas  y  el  alarido  de  los  que  huyen;  y  la 
victoria  alegre  de  los  que  vencen  casi  se  ve. 

Y  demás  de  esto  (si  vale  decir  lo  que  siento),  la  du- 
reza, Juliano,  de  aquella  gente,  y  la  poca  confianza  que 
siempre  tuvieron  en  Dios,  y  los  pecados  grandes  contra 
El  que  de  ella  nacieron  en  aquel  pueblo  luego  en  su 
primer  principio,  y  se  fueron  después  siempre  con  él 
continuando  y  creciendo  (feos,  ingratos,  enormes  pe- 
cados), dieron  á  Dios  causa  justísima  para  que  tuviese 
por  bueno  el  hablarles  ansí  figurada  y  revueltamente. 

Porque  de  la  manera  que  en  la  luz  de  la  profecía  da 
Dios  mayor  ó  menor  luz,  según  la  disposición  y  capa- 
cidad y  calidad  del  profeta,  y  una  misma  verdad  á  unos 
se  la  descubre  por  sueños  y  á  otros  despiertos,  pero  por 
imágenes  corporales  y  oscuras  que  se  le  figuran  en  la 
fantasía,  y  á  otros  por  palabras  puras  y  sencillas;  y 
como  un  mismo  rostro,  en  muchos  espejos  más  y  me- 
nos claros  y  verdaderos,  se  muestra  por  diferente  ma- 
nera; ansí  Dios,  esta  verdad  de  su  Hijo  y  la  historia  y 
calidad  de  sus  hechos,  conforme  á  los  pecados  y  mala 
disposición  de  aquella  gente,  ansí  se  la  dijo  algo  encu- 
bierta y  oscura.  Y  quiso  hablarles  ansí,  porque  entendió 
que  para  los  que  entre  ellos  eran  y  habían  de  ser  bue- 
nos y  fieles  aquello  bastaba;  y  que  á  los  otros  contu- 
maces perdidos  no  se  les  debía  más  luz. 

Por  manera,  que  vio  que  á  los  unos  aquella  media- 
namente encubierta  verdad  les  serviría  de  honesto 
ejercicio  buscándola,  y  de  santo  deleite  hallándola;  y 
que  eso  mismo  sería  tropiezo  y  lazo  para  los  otros, 
pero  merecido  tropiezo  por  sus  muchos  y  graves  peca- 
dos. Por  los  cuales,  caminando  sin  rienda  y  aventaján- 
dose siempre  á  sí  mismos,  como  por  grados  que  ellos 
perdidamente  se  edificaron,  llegaron  á  merecer  este 


174  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

mal  que  fué  el  sumo  de  todos:  que  teniendo  delante 
de  los  ojos  su  vida,  abrazasen  la  muerte;  y  que  aborre- 
ciesen á  su  único  suspiro  y  deseo,  cuando  le  tuvieron 
presente;  ó  por  mejor  decir,  que  viéndole  no  le  viesenr 
ni  le  oyesen  oyéndole,  y  que  palpasen  en  las  tinieblas 
estando  rodeados  de  luz;  y  merecieron,  pecando,  pecar 
más,  y  llegar  á  cegarse  hasta  poner  las  manos  en  Cristo, 
y  darle  muerte,  y  negarle  y  blasfemar  de  él;  que  fué  lle- 
gar al  fin  del  pecado. 

¿Levántoselo  agora  yo,  ó  no  se  lo  dijo  por  Isaías  Dios 
mucho  antes?  1  «Cegaré  el  corazón  de  este  pueblo  y  en- 
sordecerles he  los  oídos,  para  que  viendo  no  vean,  y 
oyendo  no  entiendan,  y  no  se  conviertan  á  mí  ni  los 
sane  yo».  Y  que  sirviese  para  esta  ceguedad  y  sorde- 
ra el  hablarles  Dios  en  figuras  y  en  parábolas,  mani- 
fiéstalo Cristo,  diciendo  2:  «A  vosotros  es  dado  conocer 
el  misterio  del  reino;  pero  á  los  demás  en  parábolas, 
para  que  viéndolo  no  lo  vean,  y  oyéndolo  no  lo  oigan». 

Mas  pues  éstos  son  ciegos  y  sordos,  y  porfían  en  ser- 
lo, dejémoslos  en  su  ceguedad,  y  pasemos  á  declarar  la 
fuerza  de  este  brazo  invencible.  Y  diciendo  esto  Mar- 
celo, y  mirando  hacia  Sabino,  añadió: 

— Si  á  Sabino  no  le  parece  que  queda  alguna  otra 
cosa  por  declarar. 

Y  dijo  esto  Marcelo  porque  Sabino,  en  cuanto  él  ha- 
blaba, ya  por  dos  veces  había  hecho  significación  de 
quererle  preguntar  algo,  inclinándose  á  él  con  el  cuer- 
po, y  enderezando  el  rostro  y  los  ojos  en  él. 

Mas  Sabino  le  respondió: 

— Cosa  era  lo  que  se  me  ofrecía  de  poca  importan- 
cia, y  ya  me  parecía  dejarla;  mas,  pues  me  convidáis  á 
que  la  diga,  decidme,  Marcelo:  si  fué  pena  de  sus  pe- 
cados en  los  judíos  el  hablarles  Dios  por  figuras,  y  se 
cegaron  en  el  entendimiento  de  ellas  por  ser  pecado- 
res; y  si  por  haberse  cegado,  desconocieron  y  trajeron 
á  Jesucristo  á  la  muerte,  ¿podréisme  por  ventura  mos- 
trar en  ellos  algún  pecado  primero  tan  malo  y  tan  gran- 

Isai  ,  vi,  10.  2  Luc.jvnr,  10. 


DE   LOS    NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO    SEGUNDO  175- 

de,  que  mereciese  ser  causa  de  este  último  y  gravísimo 
pecado  que  hicieron  después? 

— Excusado  es  buscar  uno,  respondió  Marcelo,  adon- 
de hubo  tan  enormes  pecados  y  tantos.  Mas,  aunqu» 
esto  es  ansí,  no  carece  de  razón  vuestra  pregunta,  Sa- 
bino; porque,  si  atendemos  bien  á  lo  que  por  Moisés 
está  escrito,  podremos  decir  que  en  el  pecado  de  la 
adoración  del  becerro  merecieron  (como  en  culpa 
principal)  que,  permitiéndolo  Dios,  desconociesen  y 
negasen  á  Cristo  después.  Y  podremos  decir  que  de 
aquella  fuente  manó  esta  mala  corriente,  que  crecien- 
do con  otras  avenidas  menores,  vino  á  ser  un  abismo 
de  mal. 

Porque  si  alguno  quisiere  pesar,  con  peso  justo  y  fiel, 
todas  las  cualidades  de  mal  que  en  aquel  pecado  jun- 
tas concurren,  conocerá  luego  que  fué  justamente  me- 
recedor de  un  castigo  tan  señalado  como  es  la  cegue- 
dad en  que  están,  no  conociendo  á  Jesús  por  Mesías;  y 
cómo  son  los  males  y  miserias  en  que  han  incurrido 
por  causa  de  ella. 

No  quiero  decir  agora  que  los  había  Dios  sacado  de- 
la  servidumbre  de  Egipto,  y  que  les  había  abierto  con 
nueva  maravilla  el  mar,  y  que  la  memoria  de  estos  be- 
neficios la  tenían  reciente:  lo  que  digo  para  verdadero 
conocimiento  de  su  grave  maldad,  es  esto:  que  en  ese 
tiempo  y  punto  volvieron  las  espaldas  á  Dios,  cuando 
le  tenían  delante  de  los  ojos  presente  encima  de  la 
cumbre  del  monte,  cuando  ellos  estaban  alojados  á  la 
falda  del  Siná,  cuando  veían  la  nube  y  el  fuego,  testi- 
gos manifiestos  de  su  presencia:  cuando  sabían  que 
Moisés  estaba  hablando  con  El;  cuando  acababan  de 
recibir  la  ley,  la  cual  ellos  comenzaron  á  oir  de  su  mis- 
ma boca  de  Dios,  y  movidos  de  un  temor  religioso  no 
se  tuvieron  por  dignos  para  oiría  del  todo,  y  pidieron 
que  Moisés  por  todos  la  oyese. 

Ansí  que,  viendo  á  Dios  se  olvidaron  de  Dios:  y  mi- 
rándole, le  negaron;  y  teniéndole  en  los  ojos,  le  borra- 
ron de  la  memoria. 

Mas  ¿por  qué  le  borraron?  No  se  puede  decir  mas 


176  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

breve  ni  más  encarecidamente  que  la  Escritura  lo  dice: 
¡Por  un  becerro  que  comía  heno!  Y  aun,  no  por  bece- 
rro vivo  que  .comía;  sino  por  imagen  de  becerro  que 
parecía  comer,  hecha  por  sus  mismas  manos  en  aquel 
punto.  A  aquél  los  desatinados  dijeron  h  Este,  este  es 
tu  Dios,  Israel,  el  que  te  sacó  de  la  servidumbre  de 
Egipto. 

¿Qué  flaqueza,  pregunto,  ó  qué  desamor  habían  ha- 
llado en  Dios  hasta  entonces?  0  ¿qué  mayor  fortaleza 
esperaban  de  un  poco  de  oro  mal  figurado?  0  ¿qué  pa- 
labras encarecen  debidamente  tan  grande  ceguedad  y 
maldad?  Pues  los  que  tan  de  balde,  y  tan  por  su  sola 
malicia  y  liviandad  increíble  se  cegaron  allí,  justísimo 
fué,  y  Dios  derechamente  lo  permitió,  que  se  cegasen 
aquí  en  el  conocimiento  de  su  único  bien. 

Y  porque  no  parezca  que  lo  adivinamos  agora  nos- 
otros, Moisés  en  su  cántico  y  en  persona  de  Dios,  y  ha- 
blando de  este  mismo  becerro  de  que  hablamos,  tan 
mal  adorado,  se  lo  profetiza  y  dice  de  esta  manera  2: 
«Estos  me  provocaron  á  mí  en  lo  que  no  era  Dios;  pues 
yo  los  provocaré  á  ellos,  conviene  á  saber,  á  envidia 
y  dolor,  llamando  á  mi  gracia  y  á  la  rica  posesión  de 
mis  bienes  á  una  gente  vil,  y  que  en  su  estima  de  ellos 
no  es  gente».  Como  diciéndoles  que,  por  cuanto  ellos 
le  habían  dejado  por  adorar  un  metal,  El  los  dejaría  á 
ellos  y  abrazaría  á  la  gentilidad,  gente  muy  pecadora  y 
muy  despreciada.  Porque  sabida  cosa  es.  ansí  como  lo 
enseña  San  Pablo  3.  que  el  haber  desconocido  á  Cristo 
aquel  pueblo,  fué  el  medio  por  donde  se  hizo  este  true- 
que y  traspaso,  en  que  él  quedó  desechado  y  despoja- 
do de  la  Religión  verdadera,  y  se  pasó  la  posesión  de 
ella  á  las  gentes. 

Mas  traigamos  á  la  memoria,  y  pongamos  delante 
de  ella,  lo  que  entonces  pasó  y  lo  que  por  orden  de 
Dios  hizo  Moisés;  que  el  mismo  hecho  será  pintura 
viva  y  testimonio  expreso  de  esto  que  digo.  ¿No  dice 
la  Escritura  en  aquel  lugar,  que  abajando  Moisés  del 

1   Exod.,  xxxu,  4.  2   Deut.,  xxxit,  21.  3  Rom.,  ix,  32. 


DE  LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO  177 

monte,  habiendo  visto  y  conocido  el  mal  recaudo  del 
pueblo,  quebró,  dando  en  el  suelo  con  ellas,  las  tablas 
de  la  ley  que  traía  en  las  manos?  ¿y  que  el  tabernácu- 
lo adonde  descendía  Dios  y  hablaba   con  Moisés,  le 
sacó  Moisés  luego  del  real  y  de  entre  las  tiendas' de 
los  hebreos,  y  lo  asentó  en  otro  lugar  muy  apartado 
de  aquél?  Pues  ¿qué  fué  esto  sino  decir  y  profetizar 
figuradamente  lo  que  en  castigo  y  pena  de  aquel  ex- 
ceso había  de  suceder  á  los  judíos,  después  que  el  ta- 
bernáculo donde  mora  perpetuamente  Dios,  que  es  la 
naturaleza  humana  de  Jesucristo,  que  había  nacido  de 
ellos  y  estaba  residiendo  entre  ellos,  se  había  de  ale- 
jar por  su  desconocimiento  de  entre  los  mismos;  y  que 
la  ley  que  les  había  dado  y  que  ellos  con  tanto  cuida- 
do guardan  agora,  les  había  de  ser,  como  es,  cosa  per- 
dida y  sin  fruto;  y  que  habían  de  mirar,  como  ven 
agora,  sin  menearse  de  sus  lugares  y  errores,  las  es- 
paldas de  Moisés,  esto  es,  la  sombra  y  la  corteza  de  su 
Escritura?  La  cual  siendo  de  ellos  no  vive  con  ellos, 
antes  los  deja  y  se  pasa  á  otra  parte  delante  de  sus 
ojos,  y  mirándolo  con  grave  dolor.  Ansí  que,  por  sus 
pecados  todos,  y  entre  todos,  por  este  del  becerro  que 
<ligo,  fueron  merecedores  de  que  ni  Dios  les  hablase 
á  la  clara,  ni  ellos  tuviesen  vista  para  entender  lo 
-que  se  les  hablaba. 

Mas,  pues  hemos  dicho  acerca  de  esto  todo  lo  que 
convenía  decir,  digamos  ya  la  calidad  de  este  brazo, 
y  aquello  á  que  se  extiende  su  fuerza. 

Y  como  se  callase  Marcelo  aquí  un  poco,  tornó  lue- 
go á  decir: 

— De  Lactancio  Firmiano  se  escribe,  como  sabéis, 
■que  tuvo  más  vigor  escribiendo  contra  los  errores 
gentiles  que  eficacia  confirmando  nuestras  verdades, 
y  que  convenció  mejor  el  error  ajeno  que  probó  su 
propósito.  Mas  yo,  aunque  no  le  conviene  á  ninguno 
prometer  nada  de  sí,  confiado  de  la  naturaleza  de  las 
mismas  cosas,  oso  esperar  que  sí  acertaré  á  decir  con 
palabras  sencillas  las  hazañas  que  hizo  Dios  por  me- 
dio de  Cristo,  y  las  obras  de  fortaleza,  por  cuya  causa 

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178  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

se  llama  su  brazo,  que  por  El  acabó.  Ello  mismo  hará 
prueba  de  sí  tan  eficaz,  que  sin  otro  argumento  se  es- 
forzará á  sí  mismo  y  se  demostrará  que  es  verdadero,. 
y  convencerá  de  falso  á  lo  contrario.  Y  para  que  yo 
pueda  agora,  refiriendo  estas  obras,  mostrar  la  fuerza 
de  ellas  mejor,  antes  que  las  refiera  me  conviene  pre- 
suponer que  á  Dios,  que  es  infinitamente  fuerte  y  po- 
deroso, y  que  para  el  hacer  le  basta  sólo  el  querer, 
ninguna  cosa  que  hiciese  le  sería  contada  á  gran  va- 
lentía, si  la  hiciese  usando  de  su  poder  absoluto,  y 
de  la  ventaja  que  hace  á  todas  las  demás  cosas  en 
fuerzas. 

Por  donde  lo  grande  y  lo  que  más  espanto  nos 
pone,  y  lo  que  más  nos  demuestra  lo  inmenso  de  su 
no  comprensible  poder  y  saber,  es:  cuando  hace  sus 
cosas  sin  parecer  que  las  hace,  y  cuando  trae  á  debi- 
do fin  lo  que  ordena,  sin  romper  alguna  ley  ordenada 
y  sin  hacer  violencia;  y  cuando  sin  poner  El  en  ello,  á 
lo  que  parece,  su  particular  cuidado  ó  sus  manos,  ello 
de  sí  mismo  se  hace;  antes  con  las  manos  mismas  y 
con  los  hechos  de  los  que  lo' desean  impedir  y  se  tra- 
bajan en  impedirlo,  no  sabréis  cómo  ni  de  qué  mane- 
ra viene  ello  casi  de  suyo  á  hacerse.  Y  es  propia  ma- 
nera ésta  de  la  fortaleza,  á  quien  la  prudencia  acom- 
paña. Y  en  la  prudencia,  lo  más  fino  de  ella  y  en  lo- 
que más  se  señala,  es  el  dar  orden  cómo  se  venga  á 
fines  extremados  y  altos  y  dificultosos  por  medios  co- 
munes y  llanos,  sin  que  en  ellos  se  turbe  en  lo  demás 
el  buen  orden.  Y  Dios  se  precia  de  hacerlo  ansí  siem- 
pre, porque  es  en  lo  que  más  se  descubre  y  resplan- 
dece su  mucho  saber.  Y  entre  los  hombres,  los  que 
gobernaron  bien  siempre  procuraron  cuanto  pudieron 
avecinar  á  esta  imagen  de  gobierno  sus  ordenanzas. 
La  cual  imagen  apenas  la  imitan  ni  conocen  los  que 
el  día  de  hoy  gobiernan.  Y  con  otras  muchas  cosas  di- 
vinas, de  las  cuales  agora  tenemos  solamente  la  som- 
bra, también  se  ha  perdido  la  fineza  de  esta  virtud  en 
los  que  nos  rigen,  que  atentos  muchas  veces  á  un 
fin  particular  que  pretenden,  usan  de  medios  y  ponen 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.—  LIBFtO  SEGUNDO         179 

leyes  que  estorban  otros  fines  mayares,  y  hacen -vio- 
lencia á  la  buena  gobernación  en  cien  cosas,  por  salir 
con  una  cosa  sola  que  les  agrada. 

Y  aún  están  algunos  tan  ciegos  en  esto,  que  en- 
tonces presumen  de  sí,  cuando  con  leyes,  que  cada 
una  de  ellas  quebranta  otras  leyes  mejores,  estrechan 
el  negocio  de  tal  manera,  que  reducen  á  lance  forzoso 
lo  que  pretenden.  Y  cuando  suben,  como  dicen,  el 
agua  por  una  torre,  entonces  se  tienen  por  la  misma 
prudencia  y  por  el  dechado  de  toda  la  buena  gober- 
nación; como,  si  sirviera  para  nuestro  propósito,  lo  pu- 
diera yo  agora  mostrar  por  muchos  ejemplos. 

Pues  quedando  esto  ansí,  para  conocer  claramente 
las  grandezas  que  hizo  Dios  por  este  brazo  suyo,  con- 
vendrá poner  delante  los  ojos  la  dificultad  y  la  mu- 
chedumbre de  las  cosas  que  convenía  y  era  necesario 
que  fuesen  hechas  por  Dios  para  la  salud  de  los  hom- 
bres. Porque,  conocido  lo  mucho  y  lo  dificultoso  que 
se  había  de  hacer,  y  la  contrariedad  que  ello  entre  sí 
mismo  tenía,  y  conocido  cómo  las  unas  partes  de  ello 
impedían  la  ejecución  de  las  otras,  y  vista  la  forma 
y  facilidad,  y,  si  conviene  decirlo  ansí,  la  destreza  con 
que  Dios,  por  Cristo  proveyó  á  todo  y  lo  hizo  como  de 
un  golpe,  quedará  manifiesta  la  grandeza  del  poder 
de  Dios  y  la  razón  justísima  que  tiene  para  llamar  á 
Cristo  brazo  suyo  y  valentía  suya. 

Decíamos,  pues,  hoy  que  Lucifer,  enamorado  vana- 
mente de  sí,  apeteció  para  sí  lo  que  Dios  ordenaba 
para  honra  del  hombre  en  Jesucristo.  Y  decíamos  que 
saliendo  de  la  obediencia  y  de  la  gracia  de  Dios  por 
esta  soberbia,  y  cayendo  de  felicidad  en  miseria,  con- 
cibió enojo  contra  Dios  y  mortal  envidia  contra  los 
hombres.  Y  decíamos  que,  movido  y  aguzado  de  estas 
pasiones,  procuró  poner  todas  sus  mañas  é  ingenio  en 
que  el  hombre,  quebrantando  la  ley  de  Dios,  se  apar- 
tase de  Dios;  para  que,  apartado  de  El,  ni  el  hombre 
viniese  á  la  felicidad  que  se  le  aparejaba,  ni  Dios  tra- 
jese á  fin  próspero  su  determinación  y  consejo.  Y  que 
ansí  persuadió  al  hombre  que  traspasase  el  manda- 


180  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

miento  de  Dios;  y  que  el  hombre  lo  traspasó;  y  que 
hecho  esto,  el  demonio  se  tuvo  por  vencedor,  porque 
sabía  que  Dios  no  podía  no  cumplir  su  palabra,  y  que 
su  palabra  era  que  muriese  el  hombre  el  día  que  tras- 
pasase su  ley. 

Pues  digo  agora  (añadiendo  sobre  esto  lo  que  para 
esto  de  que  vamos  hablando  conviene),  que  destruido 
el  hombre,  y  puesto  por  esta  manera  en  desorden  y 
en  confusión  el  consejo  de  Dios,  y  quedando  contento 
de  sí  y  de  su  buen  suceso  el  demonio,  pertenecía  al 
honor  y  á  la  grandeza  de  Dios  que  volviese  por  sí  y 
que  pusiese  en  todo  conveniente  remedio;  y  ofrecían- 
se juntamente  grande  muchedumbre  de  cosas  diferen- 
tes y  casi  contrarias  entre  sí,  que  pedían  remedio. 

Porque,  lo  primero,  el  hombre  había  de  ser  castiga- 
do y  había  de  morir;  porque  de  otra  manera  no  cum- 
plía Dios  ni  con  su  palabra  ni  con  su  justicia.  Lo  se- 
gundo, para  que  no  careciese  de  efecto  el  consejo  pri- 
mero, había  de  vivir  el  hombre  y  había  de  ser  reme- 
diado. Lo  tercero  convenía  también  que  Lucifer  fuese 
tratado  conforme  á  lo  que  merecía  su  hecho  y  osadía, 
en  la  cual  había  mucho  que  considerar;  porque  lo  uno 
fué  soberbio  contra  Dios,  lo  otro  fué  envidioso  del 
hombre.  Y  en  lo  que  cOn  el  hombre  hizo,  no  sólo  pre- 
tendió apartarle  de  Dios,  sino  sujetarle  á  su  tiranía, 
haciéndose  él  señor  y  cabeza  por  razón  del  pecado.  Y 
demás  de  esto,  procedió  en  ello  con  maña  y  engaño,  y 
quiso  como  en  cierta  manera  competir  con  Dios  en 
sabiduría  y  consejo,  y  procuró  como  atarle  con  sus 
mismas  palabras  y  con  sus  mismas  armas  vencerle. 

Por  lo  cual,  para  que  fuese  conveniente  el  castigo 
de  estos  excesos,  y  para  que  se  fuesen  respondiendo 
bien  la  pena  y  la  culpa,  la  pena  justa  de  la  soberbia 
que  Lucifer  tuvo,  era,  que  al  que  quiso  ser  uno  con 
Dios,  le  hiciese  Dios  siervo  y  esclavo  del  hombre.  Y 
ansimismo:  porque  el  dolor  de  la  envidia  es  la  felici- 
dad de  aquello  que  envidia,  la  pena  propia  del  demo- 
nio, envidioso  del  hombre,  era  hacer  al  hombre  bien- 
aventurado y  glorioso.  Y  la  osadía  de  haber  competido 


DE   LOS  NOMBRES  DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO         181 

con  Dios  en  el  saber  y  en  el  aviso  no  recibía  su  debido 
castigo,  sino  haciendo  Dios  que  su  aviso  y  su  astucia 
del  demonio  fuese  su  mismo  lazo,  y  que  perdiese  á  sí 
y  á  su  hecho  por  aquello  mismo  por  donde  lo  pensaba 
alcanzar,  y  que  se  destruyese  pensando  valerse. 

Y  en  consecuencia  de  esto,  si  se  podía  hacer,  con- 
venía mucho  á  Dios  hacerlo:  que  el  pecado  y  la  muer- 
te, que  puso  el  demonio  en  el  hombre  para  quitarle 
su  bien,  fuesen  lo  uno  ocasión  y  lo  otro  causa  de  su 
mayor  bienandanza,  y  que  viviese  verdaderamente  el 
hombre  por  haber  habido  muerte;  y  por  haber  habido 
miseria  y  pena  y  dolor,  viniese  á  ser  verdaderamente 
dichoso;  y  que  la  muerte  y  la  pena,  por  donde  á  los 
hombres  les  viniese  este  bien,  la  ordenase  y  la  trajese 
á  debida  ejecución  el  demonio,  poniendo  en  ella  todas 
sus  fuerzas,  como  en  cosa  que,  según  su  imaginación, 
le  importaba.  Y  sobre  todo,  cumplía  que  en  la  ejeción 
y  obra  de  todo  esto  que  he  dicho,  no  usase  Dios  de  su 
absoluto  poder,  ni  quebrantase  el  suave  orden  y  tra- 
bazón de  sus  leyes;  sino  que  yéndose  el  mundo  como 
se  va,  y  sin  sacarle  de  madre,  se  viniese  haciendo  ello 
mismo.  Esto,  pues,  había  en  la  maldad  del  demonio  y 
en  la  miseria  y  caída  del  hombre,  y  en  el  respeto  de  la 
honra  de  Dios;  y  cada  una  de  estas  cosas,  para  ser  de- 
bidamente ó  castigada  ó  remediada,  pedía  el  orden  que 
he  dicho,  y  no  cumplía  consigo  misma  y  con  su  repu- 
tación y  honor  la  potencia  divina  si  en  algo  de  esto 
faltaba,  ó  si  usaba  en  la  ejecución  de  ello  de  su  poder 
absoluto. 

Mas.  pregunto:  ¿qué  hizo?  ¿Enfadóse,  por  ventura, 
de  un  negocio  tan  enredado,  y  apartó  su  cuidado  de 
él  enfadándose?  De  ninguna  manera.  ¿Dio  por  caso  sa- 
lida y  remedio  á  lo  uno,  y  dejó  sin  medicina  á  lo  otro, 
impedido  de  la  dificultad  de  las  cosas?  Antes  puso 
recaudo  en  todas.  ¿Usó  de  su  absoluto  poder?  No,  sino 
de  suma  igualdad  y  justicia.  ¿Fueron,  por  dicha,  gran- 
des ejércitos  de  ángeles  los  que  juntó  para  ello?  ¿Mo- 
vió guerra  al  demonio  á  la  descubierta  y,  en  batalla 
campal  y  partida,  le  venció  y  le  quitó  la  presa?  Con 


182  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

sólo  un  hombre  venció.  ¿Qué  digo  un  hombre?  Con 
sólo  permitir  que  el  demonio  pusiese  á  un  hombre  en 
la  cruz,  y  le  diese  allí  muerte,  trujo  á  felicísimo  efec- 
to todas  las  cosas  que  arriba  dije  juntas  y  enteras. 

Porque  verdaderamente  fué  ansí:  que  sólo  el  morir 
Cristo  en  la  cruz,  adonde  subió  por  su  permisión  y 
por  las  manos  del  demonio  y  de  sus  ministros,  por  ser 
persona  divina  la  que  murió  y  por  ser  la  naturaleza 
humana  en  que  murió  inocente  y  de  todo  pecado 
libre,  y  santísima  y  perfectísima,  y,  por  naturaleza,  de 
nuestro  metal  y  linaje,  y  naturaleza  dotada  de  virtud 
general,  y  de  fecundidad  para  engendrar  nuevo  ser  y 
nacimiento  en  nosotros,  y  por  estar  nosotros  en  ella 
por  esta  causa  como  encerrados;  ansí  que,  aquella 
muerte  por  todas  estas  razones  y  títulos,  conforme  á 
todo  rigor  de  justicia,  bastó  por  toda  la  muerte  á  que 
estaba  el  linaje  humano  obligado  por  justa  sentencia 
de  Dios.  Y  satisfizo  cuanto  es  de  su  parte  por  todo  el 
pecado;  y  puso  al  hombre,  no  sólo  en  libertad  del  de- 
monio, sino  también  en  la  inmortalidad,  y  gloria,  y  po- 
sesión de  los  bienes  de  Dios.  Y  porque  puso  el  demo- 
nio las  manos  en  el  inocente,  y  en  aquel  que  por  nin- 
guna razón  de  pecado  le  estaba  sujeto,  y  pasó  ciego  la 
ley  de  su  orden,  perdió  justísimamente  el  vasallaje  que 
sobre  los  hombres  por  su  culpa  de  ellos  tenía;  y  le 
fueron  quitados  como  de  entre  las  uñas  mil  queridos 
despojos;  y  él  mereció  quedar  por  esclavo  sujeto  de 
aquel  que  mató;  y  el  que  murió,  por  haber  nacido  sin 
deber  nada  á  la  muerte,  no  sólo  en  su  persona,  sino 
también  en  las  de  sus  miembros,  acocea  como  á  siervo 
rebelde  y  fugitivo  al  demonio. 

Y  quedó  de  esta  manera,  por  pura  ley,  aquel  so- 
berbio, y  aquel  orgulloso,  y  aquel  enemigo  y  sangrien- 
to tirano,  abatido  y  vencido.  Y  el  que  mala  y  engaño- 
samente al  sencillo  y  ílaco  hombre,  prometiéndole 
bien,  había  hecho  su  esclavo,  es  agora  pisado  y  holla- 
do del  hombre,  que  es  ya  su  señor  por  el  merecimien- 
to de  la  muerte  de  Cristo.  Y  para  que  el  malo  reviente 
de  envidia,  aquellos  mismos  á  quienes  envidió  y  quitó 


DE   LOS   NOMBRES   DE  CRISTO.— LIBRO    SEGUNDO        1X3 

él  paraíso  en  la  tierra,  en  Cristo  los  ve  hechos  una 
misma  cosa  con  Dios  en  el  cielo.  Y  porque  presumía 
mucho  de  su  saber,  ordenó  Dios  que  él  por  sus  mis- 
mas manos  se  hiciese  á  sí  mismo  este  gran  mal,  y  con 
la  muerte  que  él  había  introducido  en  el  mundo,  dán- 
dola á  Cristo,  dio  muerte  á  sí  y  dio  vida  al  mundo.  Y 
cuando  más  el  desventurado  rabiare  y  despechare,  y 
ansioso  se  volviere  á  mil  partes,  no  podrá  formar  que- 
ja sino  es  de  sí  sólo,  que  buscando  la  muerte  á  Cristo, 
á  sí  se  derrocó  á  la  miseria  extrema;  y  al  hombre,  que 
aborrecía,  sacándole  de  esta  miseria,  le  levantó  á  glo- 
ria soberana,  y  esclareció  y  engrandeció  por  extremo 
«1  poder  y  saber  de  Dios,  que  es  lo  que  más  al  enemi- 
go le  duele. 

¡Oh  grandeza  de  Dios  nunca  oída!  ¡Oh  sola  verdade- 
ra muestra  de  su  fuerza  infinita  y  de  su  no  medido  sa- 
ber! ¿Qué  puede  calumniar  aquí  agora  el  judío,  ó  qué 
armas  le  quedan  con    que    pueda  defender  más  su 
error?  ¿Puede  negar  que  pecó  el  primer  hombre?  ¿No 
estaban  todos  los  hombres  sujetos  á  muerte  y  á  mise- 
ria, y  como  cautivos  de  sus  pecados?  ¿Negará  que  los 
demonios  tiranizaban  el  mundo?  0  ¿dirá,  por  ventura, 
que  no  le  tocaba  al  honor  y  bondad  de  Dios  poner  re- 
medio en  este  mal,  y  volver  por  su  causa,  y  derrocar 
al  demonio,  y  redimir  al  hombre,  y  sacarle  de  una  cár- 
cel tan  fiera?  0  ¿será  menor  hazaña  y  grandeza  vencer 
este  león,  ó  menos  digna  de  Dios,  que  poner  en  huida 
los  escuadrones  humanos,  y  vencer  los  ejércitos  de 
los  hombres  mortales?  0  ¿hallará,  aunque  más  se  des- 
vele,   manera  más  eficaz,  más  cabal,  más  breve,  más 
sabia,  más  honrosa,  ó  en  quien  más  resplandezca  toda 
la  sabiduría  de  Dios,  que  esta  de  que,  como  decimos, 
usó,  y  de  que  usó  en  realidad  de  verdad,   por  medio 
del  esfuerzo  y  de  la  sangre  y  de  la  obediencia  de  Cris- 
to? 0,  si  son  famosos  entre  los  hombres  y  de  claro 
nombre  los  capitanes  que  vencen  á  otros,  ¿podrá  ne- 
gar á  Cristo  infinito  y  esclarecidísimo  nombre  de  vir- 
tud y  valor,  que  acometió  por  sí  sólo  una  tan  alta  em- 
presa, y  al  fin  le  dio  cima? 


184  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

Pues  todo  esto  que  hemos  dicho,  obró  y  merecía 
Cristo  muriendo.  Y  después  de  muerto,  poniéndolo  en 
ejecución,  despojó  luego  el  infierno,  bajando  á  él,  y 
pisó  la  soberbia  de  Lucifer  y  encadenóle;  y  volviendo 
el  tercer  día  á  la  vida,  para  no  morir  más,  rodeado  de 
sus  despojos,  subió  triunfando  al  cielo,  de  donde  el  so- 
berbio cayera;  y  colocó  nuestra  sangre  y  nuestra  carne 
en  el  lugar  que  el  malvado  apeteció,  á  la  diestra  de 
Dios.  Y  hecho  señor,  en  cuanto  hombre,  de  todas  las 
criaturas,  y  juez  y  salud  de  ellas,  para  poner  en  efecto 
en  ellas  y  en  nosotros  mismos  la  eficacia  de  su  remedior 
y  para  llevar  á  sí  y  subir  á  su  mismo  asiento  á  sus 
miembros,  y  para  al  fuerte  tirano  (que  encadenó  y  des- 
pojó en  el  infierno)  quitarle  de  la  posesión  malvada  y 
de  la  adoración  injusta  que  se  usurpaba  en  la  tierra, 
envió  desde  el  cielo  al  suelo  su  Espíritu  sobre  sus  hu- 
mildes y  pequeños  discípulos;  y  armándolos  con  él,  les 
mandó  mover  guerra  contra  los  tiranos  y  adoradores 
de  ídolos,  y  contra  los  sabios  vanos  y  presuntuosos,  que 
tenía  por  ministros  suyos  el  demonio  en  el  mundo. 

Y  como  hacen  los  grandes  maestros,  que  lo  más  di- 
ficultoso y  más  principal  de  las  obras  lo  hacen  ellos 
por  sí,  y  dejan  á  sus  obreros  lo  de  menos  trabajo,  ansí 
Cristo,  vencido  que  hubo  por  sí  y  por  su  persona  al 
epíritu  de  la  maldad,  dio  á  los  suyos  que  moviesen 
guerra  á  sus  miembros.  Los  cuales  discípulos  la  movie- 
ron osadamente,  y  la  vencieron  más  esforzadamente;  y 
quitaron  la  posesión  de  la  tierra  al  príncipe  de  las  ti- 
nieblas, derrocando  por  el  suelo  su  adoración  y  su 
silla. 

Mas  ¿cuántas  proezas  comprende  en  sí  esta  proeza? 
Y  esta  nueva  maravilla  ¿cuántas  maravillas  encierra? 
Pongamos  delante  de  los  ojos  del  entendimiento  lo  que 
ya  vieron  los  ojos  del  cuerpo;  y  lo  que  pasó  en  hecho 
de  verdad  en  el  tiempo  pasado,  figurémoslo  agora. 

Pongamos  de  una  parte  doce  hombres,  desnudos  de 
todo  lo  que  el  mundo  llama  valor,  bajos  de  suelo,  hu- 
mildes de  condición,  simples  en  las  palabras,  sin  letras, 
sin  amigos  y  sin  valedores;  y  luego  de  la  otra  parte  pon- 


DE   LOS   NOMBRES    DE   CRISTO.  — LIBRO  SEGUNDO         185- 

gamos  toda  la  monarquía  del  mundo,  y  las  religiones 
o  persuasiones  de  religión  que  en  él  estaban  fundadas 
por  mil  siglos  pasados,  y  los  sacerdotes  de  ellas  y  los 
templos,  y  los  demonios  que  en  ellos  eran  servidos,  y 
las  leyes  de  los  príncipes,  y  las  ordenanzas  de  las  re- 
públicas y  comunidades,  y  los  mismos  príncipes  y  re- 
públicas: que  es  poner  aquí  doce  hombres  humildes,  y 
allí  todo  el  mundo  y  todos  los  hombres  y  lodos  los  de- 
monios, con  todo  su  saber  y  poder. 

Pues  una  maravilla  es,  y  maravilla  que,  si  no  se  vie- 
ra por  vista  de  ojos,  jamás  se  creyera,  que  tan  pocos 
osasen  mover  contra  tantos.  Y  ya  que  movieron,  otra 
maravilla  es  que,  en  viendo  el  fuego  que  contra  ellos 
el  enemigo  encendía  en  los  corazones  contrarios,  y  en 
viendo  el  coraje  y  fiereza  y  amenazas  de  ellos,  no  de- 
sistiesen de  su  pretensión.  Y  maravilla  es  que  tuviese 
ánimo  un  hombre  pobrecillo  y  extraño  de  entrar  en 
Roma,  digamos  agora,  que  entonces  tenía  el  cetro  del 
mundo,  y  era  la  casa  y  morada  donde  se  asentaba  el 
imperio;  ansí  que  osase  entrar  en  la  majestad  de  Roma 
un  pobre  hombre,  y  decir  á  voces  en  sus  plazas  de  ella 
que  eran  demonios  sus  ídolos,  y  que  la  religión  y  ma- 
nera de  vida  que  recibieron  de  sus  antepasados  era 
vanidad  y  maldad.  Y  maravilla  es  que  una  tal  osadía 
tuviese  suceso;  y  que  el  suceso  fuese  tan  feliz  como 
fué,  es  maravilla  que  vence  el  sentido. 

Y  si  estuvieran  las  gentes  obligadas  por  sus  reli- 
giones á  algunas  leyes  dificultosas  y  ásperas,  y  si 
los  Apóstoles  los  convidaran  con  deleite  y  soltura, 
aunque  era  dificultoso  mudarse  todos  los  hombres  de 
aquello  en  que  habían  nacido,  y  aunque  el  respeto  de 
los  antepasados  de  quien  lo  heredaron,  y  la  autoridad 
y  dichos  de  muchos  excelentes  en  elocuencia  y  en 
letras  que  lo  aprobaron,  y  toda  la  costumbre  antigua 
é  inmemorial,  y  sobre  todo,  el  común  consentimiento 
de  las  naciones  todas,  que  convenían  en  ello,  les  ha- 
cía tenerlo  por  firme  y  verdadero;  pero,  aunque  rom- 
per con  tantos  respetos  y  obligaciones  era  extraña- 
mente difícil,  todavía  se  pudiera  creer  que  el  amor 


186  FRAY   LUIS    DE   LEÓN 

demasiado,  con  que  la  naturaleza  lleva  á  cada  uno  á 
su  propia  libertad  y  contento,  había  sido  causa  de  una 
semejante  mudanza. 

Mas  fué  todo  al  revés:  que  ellos  vivían  en  vida  y 
religión  libre,  y  que  alargaba  la  rienda  á  todo  lo  que 
pide  el  deseo;  y  los  Apóstoles,  en  lo  que  toca  á  la 
vida,  los  llamaban  á  una  suma  aspereza,  á  la  conti- 
nencia, al  ayuno,  á  la  pobreza,  al  desprecio  de  todo 
cuanto  se  ve.  Y  en  lo  que  toca  á  la  creencia,  les 
anunciaban  lo  que  á  la  razón  humana  parece  increí- 
ble, y  decíanles  que  no  tuviesen  por  dioses  á  los  que 
les  dieron  por  dioses  sus  padres,  y  que  tuviesen  por 
Dios  y  por  Hijo  de  Dios  á  un  hombre  á  quien  los  ju- 
díos dieron  muerte  de  cruz.  Y  El,  muerto  en  la  cruz, 
dio  vigor  no  creíble  á  esta  palabra. 

Por  manera  que  este  hecho,  por  donde  quiera  que 
le  miremos,  es  hecho  maravilloso.  Maravilloso  en  el 
poco  aparato  con  que  se  principió,  maravilloso  en  la 
presteza  con  que  vino  á  crecimiento,  y  más  maravi- 
lloso en  el  grandísimo  crecimiento  á  que  vino;  y  so- 
bre todo,  maravilloso  en  la  forma  y  manera  como 
vino.  Porque  si  sucediera  ansí,  que  algunos  persuadi- 
dos al  principio  por  los  Apóstoles,  y  por  aquellos  per- 
suadiéndose otros,  y  todos  juntos  y  hechos  un  cuerpo 
y  con  las  armas  en  la  mano  se  hicieran  señores  de  una 
ciudad,  y  de  allí,  peleando,  sujetaran  á  sí  la  comarca, 
y  poco  á  poco,  cobrando  más  fuerzas,  ocuparan  un 
reino,  y  como  á  Roma  le  aconteció,  que,  hecha  señora 
de  Italia,  movió  guerra  á  toda  la  tierra;  ansí  ellos,  he- 
chos poderosos  y  guerreando  vencieran  el  mundo  y  le 
mudaran  sus  leyes;  si  ansí  fuera,  menos  fuera  de  mara- 
villar. Ansí  subió  Roma  á  su  imperio;  ansí  también  la 
ciudad  de  Cartago  vino  á  alcanzar  grande  poder;  mu- 
chos poderosos  reinos  crecieron  de  semejantes  prin- 
cipios; la  secta  de  Mahoma,  falsísima,  por  este  camino 
ha  cundido;  y  la  potencia  del  Turco,  de  quien  agora 
tiembla  la  tierra,  principio  tuvo  de  ocasiones  más  fla- 
cas; y  finalmente,  de  esta  manera,  se  esfuerzan  y  cre- 
cen y  sobrepujan  los  hombres  unos  á  otros. 


DE   LOS  NOMBRES  DE  CRISTO.  — LIBRO  SEGUNDO  187 

Mas  nuestro  hecho,  porque  era  hecho  verdadera- 
mente de  Dios,  fué  por  muy  diferente  camino.  Nunca 
se  juntaron  los  Apóstoles  y  los  que  creyeron  á  los 
Apóstoles  para  acometer,  sino  para  padecer  y  sufrir; 
sus  armas  no    fueron   hierro,   sino   paciencia  jamás 
oída.  Morían,  y  muriendo  vencían.  Cuando  caían  en  el 
suelo  degollados  nuestros  maestros,  se  levantaban  nue- 
vos discípulos;  y  la  tierra,  cobrando  virtud  de  su  san- 
gre, producía  nuevos  frutos  de  fe;  y  el  temor  y  la 
muerte,  que  espanta  naturalmente  y  aparta,  atraía  y 
acodiciaba  á  las  gentes  á  la  fe  de  la  Iglesia.  Y  como 
Cristo  muriendo  venció,  ansí,  para  mostrarse  brazo  y 
valentía  verdadera  de  Dios,  ordenó  que  hiciese  alarde 
el  demonio  de  todos  sus  miembros,  y  que  los  encen- 
diese en    crueldad    cuanto  quisiese,  armándolos  con 
hierro  y  con  fuego.  Y  no  les  embotó  las  espadas,  como 
pudiera,  ni  se  las  quitó  de  las  manos,  ni  hizo  á  los 
suyos   con   cuerpos  no  penetrables  al   hierro,  como 
dicen  de  Aquiles;  sino  antes  se  los  puso,  como  suelen 
decir,  en  las  uñas,  y  les  permitió  que  ejecutasen  en 
ellos  toda  su  crueza  y  fiereza;  y  (lo  que  vence  á  toda 
razón),  muriendo  los  fieles,  y  los  infieles  dándoles 
muerte,  diciendo  los  infieles:  matemos;   y  los  fieles 
diciendo:  muramos;  pereció  totalmente  la  infidelidad  y 
creció  la  fe,  y  se  extendió  cuanto  es  grande  la  tierra. 
Y  venciendo  siempre,  á  lo  que  parecía,   nuestros 
enemigos,  quedaron,  no  sólo  vencidos,  sino  consumidos 
del  todo  v  deshechos,  como  lo  dice  por  hermosa  ma- 
nera Zacarías,  profeta  1:  «Y  será  este  el  azote  con  que 
herirá  el  Señor  á  todas  las  gentes  que  tomaren  armas 
contra  Jerusalén;  la  carne  de  cada  uno,   estando^  él 
levantado  y  sobre  sus  pies,  deshecha  se  consumirá;  y 
también  sus  ojos,  dentro  de  sus  cuencas  sumidos,  se- 
rán hechos  marchitos,  y  secaráseles  la  lengua  dentro 
de  la  boca». 

Adonde,  como  veis,  no  se  dice  que  había  de  poner 
otro  alguno  las  manos  en  ellos  para  darles  la  muerte; 

1   Zachar.,  xtv,  12. 


188  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

sino  que  ellos  de  suyo  se  habían  de  consumir  y  secar 
y  venir  á  menos,  como  acontece  á  los  éticos;  y  que 
habían  de  venir  á  caerse  de  suyo,  y  esto,  ai  parecer, 
no  derrocados  por  otros,  sino  estando  levantados  y  so- 
bre sus  pies.  Porque  siempre  los  enemigos  de  la  Igle- 
sia ejecutaron  su  crueldad  contra  ella,  y  quitaron  á 
los  fieles  cuantas  veces  quisieron  las  vidas,  y  pisaron 
victoriosos  sobre  la  sangre  cristiana;  mas  también 
aconteció  siempre  que,  cayendo  los  mártires,  venían 
al  suelo  los  ídolos  y  se  consumían  los  martirizadores 
gentiles;  y  multiplicándose  con  la  muerte  de  los  unos 
la  fe  de  los  otros,  se  levantaban  y  acrecentaban  los 
fieles,  hasta  que  vino  á  reinar  en  todos  la  fe. 

Vengan  agora,  pues,  los  que  se  ceban  de  sólo  aque- 
llo que  el  sentido  aprende;  y  los  que,  esclavos  de  la 
letra  muerta,  esperan  batallas  y  triunfos  y  señoríos  de 
la  tierra,  porque  algunas  palabras  lo  suenan  ansí.  Y  si 
no  quieren  creer  la  victoria  secreta  y  espiritual  (y  la 
redención  de  las  almas  que  servían  á  la  maldad  y  al 
demonio),  que  obró  Cristo  en  la  cruz,  porque  no  se  ve 
con  los  ojos,  y  porque  ni  ellos  para  verlo  tienen  los 
ojos  de  fe  que  son  menester;  esto,  á  lo  menos,  que  pasó 
y  pasa  públicamente  y  que  lo  vio  todo  el  mundo:  la 
caída  de  los  ídolos  y  la  sujeción  de  todas  las  gentes  á 
Cristo,  y  la  manera  como  las  sujetó  y  las  venció. 

Pues  vengan,  y  dígannos  si  les  parece  este  hecho 
pequeño  ó  usado  ó  visto  otra  vez,  ó  siquiera  imagina- 
do como  posible  el  poder  de  este  hecho  antes  que  por 
el  hecho  se  viese.  Dígannos  si  responde  mejor  con  las 
promesas  divinas,  y  si  las  hinche  más,  este  vencimien- 
to, y  si  es  más  digno  de  Dios  que  las  armas  que  fanta- 
sea su  desatino.  ¿Qué  victoria,  aunque  junten  en  uno 
todo  lo  próspero  en  armas  y  lo  victorioso  y  valeroso 
que  ha  habido,  traída  con  esta  victoria  á  comparación, 
tiene  ser?  ¿Qué  triunfo  ó  qué  carro  vio  el  sol  que  igua- 
le con  éste?  ¿Qué  color  les  queda  ya  á  los  miserables, 
ó  qué  apariencia  para  perseverar  en  su  error? 

Yo  persuadido  estoy  para  mí  (y  téngolo  por  cosa 
evidente),  que  sola  esta  conversión  del  mundo,  consi- 


DE  LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO         189 

derada  como  se  debe,  pone  la  verdad  de  nuestra  Reli- 
gión fuera  de  toda  duda  y  cuestión;  y  hace  argumento 
por  ella  tan  necesario,  que  no  deja  respuesta  á  nin- 
guna infidelidad,  por  aguda  y  maliciosa  que  sea;  sino 
que,  por  más  que  se  aguce  y  esfuerce,  la  doma  y  la 
ata  y  la  convence;  y  es  argumento  breve  y  clarísimo,  y 
que  se  compone  todo  él  de  lo  que  toca  al  sentido. 

Porque  ruégoos,  Juliano  y  Sabino,  que  me  digáis  (y 
si  mi  ingenio  por  su  flaqueza  no  pasa  adelante,  tended 
vosotros  la  vista  aguda  de  los  vuestros,  quizá  veréis 
más);  ansí  que,  decidme:  hablando  agora  de  Cristo  y  de 
las  cosas  y  obras  suyas  que  á  todas  las  gentes,  ansí 
fíeles  como  infieles,  fueron  notorias,  ansí  las  que  hizo 
Él  por  sí  en  su  vida,  como  las  que  hicieron  sus  discí- 
pulos de  Él  después  de  su  muerte,  decidme:  ¿No  es 
evidente  á  todo  entendimiento,  por  más  ciego  que  sea, 
que  aquello  se  hizo  por  virtud  de  Dios  ó  por  virtud 
del  demonio,  y  que  ninguna  fuerza  de  hombre,  no 
siendo  favorecido  de  alguna  otra  mayor,  no  era  pode- 
rosa para  hacer  lo  que,  viéndolo  todos,  hicieron  Cristo 
y  los  suyos?  Evidente  es  esto  sin  duda:  porque  aque- 
llas obras  maravillosas  que  las  historias  de  los  mismos 
infieles  publican,  y  la  conversión  de  toda  la  gentilidad, 
que  es  notoria  á  todos  ellos  y  fué  la  más  milagrosa 
obra  de  todas;  ansí  que,  estas  maravillas  y  milagros 
tan  grandes  necesaria  cosa  es  decir  que  fueron  ó  falsos 
ó  verdaderos  milagros;  y  si  falsos,  que  los  hizo  el  de- 
monio, y  si  verdaderos,  que  los  obró  Dios. 

Pues  siendo  esto  ansí,  como  es,  si  fuese  evidente 
que  no  los  hizo  el  poder  del  demonio,  quedará  con- 
vencido que  Dios  los  obró.  Y  es  evidente  que  no  los 
hizo  el  demonio;  porque  por  ellos,  como  todas  las  gen- 
tes lo  vieron,  fué  destruido  el  demonio,  y  su  poder,  y  el 
señorío  que  tenía  en  el  mundo,  derrocándole  los  hom- 
bres sus  templos  y  negándole  el  culto  y  servicio  que 
le  daban  antes,  y  blasfemando  de  él. 

Y  lo  que  pasó  entonces  en  toda  la  redondez  del 
orbe  romano,  pasó  en  la  edad  de  nuestros  padres  y 
pasa  ogora  en  la  nuestra,  y  por  vista  de  ojos  lo  vemos 


190  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

en  el  mundo  nuevamente  hallado;  en  el  cual,  desple- 
gando por  él  su  victoriosa  bandera,  la  palabra  del 
Evangelio  destierra  por  donde  quiera  que  pasa  la  ado- 
ración de  los  ídolos. 

Por  manera  que  Cristo  ó  es  brazo  de  Dios,  ó  es  po- 
der del  demonio;  y  no  es  poder  del  demonio,  como  es 
evidente,  porque  deshace  y  arruina  el  poder  del  demo- 
nio: luego  evidentemente  es  brazo  de  Dios. 

¡Oh,  cómo  es  la  luz  de  la  verdad,  y  cómo  ella  mis- 
ma se  dice  y  defiende,  y  sube  en  alto  y  resplandece,  y 
se  pone  en  lugar  seguro  y  libre  de  contradicción!  ¿No 
veis  con  cuan  simples  y  breves  palabras  la  pura  ver- 
dad se  concluye?  Que  torno  á  decirlo  otra  y  tercera 
vez.  Si  Cristo  no  fué  error  del  demonio,  de  necesidad 
se  concluye  que  fué  luz  y  verdad  de  Dios,  porque 
entre  ello  no  hay  medio.  Y  si  Cristo  destruyó  el  sí  r 
y  saber  y  poder  del  demonio,  como  de  hecho  le  des- 
truyó, evidente  es  que  no  fué  ministro  ni  fautor  del 
demonio. 

Humíllese,  pues,  á  la  verdad  la  infidelidad;  y  con- 
vencida, confiese  que  Cristo,  nuestro  bien,  no  es  in- 
vención del  demonio,  sino  verdad  de  Dios  y  fuerza 
suya  y  su  justicia,  y  su  valentía,  y  su  nombrado  y  po- 
deroso brazo.  El  cual,  si  tan  valeroso  nos  parece  en 
esto  que  ha  hecho,  en  lo  que  le  resta  por  hacer  y  nos 
tiene  prometido  de  hacerlo,  ¿qué  nos  parecerá  cuan- 
do lo  hiciere,  y  cuando,  como  escribe  San  Pablo  l,  de- 
jare vacías,  esto  es,  depusiere  de  su  ser  y  valor  á  to- 
das las  potestades  y  principados,  sujetando  á  sí  y  á  su 
poder  enteramente  todas  las  cosas  para  que  reine  Dios 
en  todas  ellas?  ¿cuando  diere  fin  al  pecado,  y  acabare 
la  muerte,  y  sepultare  en  el  infierno  para  nunca  salir 
de  allí  la  cabeza  y  el  cuerpo  del  mal? 

Mucho  más  es  lo  que  se  pudiera  decir  acerca  de 
este  propósito;  mas,  para  dar  lugar  á  lo  que  nos  resta, 
basta  lo  dicho  y  aun  sobra,  á  lo  que  parece,  según  es 
grande  la  prisa  que  se  da  el  sol  en  llevarnos  el  día. 

1    Corint.,  xv,  24. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO  19 1 

Aquí  Juliano,  levantando  los  ojos,  miró  hacia  el  sol 
que  ya  se  iba  á  poner,  y  dijo: 

— Huyen  las  horas,  y  casi  no  las  hemos  sentido  pa- 
sar, detenidos,  Marcelo,  con  vuestras  razones;  mas 
para  decir  lo  demás  que  os  placiere,  no  será  menos 
conveniente  la  noche  templada  que  ha  sido  el  día  ca- 
luroso. 

— Y  más,  dijo  encontinente  Sabino,  que  como  el  sol 
se  fuere  á  su  oficio,  vendrá  luego  en  su  lugar  la  luna, 
y  el  coro  resplandeciente  de  las  estrellas  con  ella,  que, 
Marcelo,  os  harán  mayor  auditorio;  y  callando  con  la 
noche  todo,  y  hablando  sólo  vop.  os  escucharán  aten- 
tísimas. Vos,  mirad  no  os  halle  desapercibido  un  audi- 
torio tan  grande. 

Y  diciendo  esto  y  desplegando  el  papel,  sin  atender 
más  respuesta,  leyó: 


CAPITULO    II 

Es  Cristo  llamado  Rey,  y  de  las  cualidades  que  Dios  puso  en  Él 
para  este  oficio. 

— Nómbrase  Cristo  también  Rey  de  Dios.  En  el  Sal- 
mo segundo  dice  El  de  sí,  según  nuestra  letra:  «Yo  soy 
Rey  constituido  por  El,  esto  es,  por  Dios,  sobre  Sión, 
su  monte  santo».  Y  según  la  letra  original,  dice  Dios 
de  El:  «Yo  constituí  á  mi  Rey  sobre  el  monte  Sión, 
monte  santo  mío».  Y  según  la  misma  letra,  en  el  ca- 
pítulo catorce  de  Zacarías:  «Y  vendrán  todas  las  gen- 
tes y  adorarán  al  Rey  del  Señor  Dios». 

Y  leído  esto,  añadió  el  mismo  Sabino,  diciendo: 

— Mas,  es  poco  todo  lo  demás  que  en  este  papel  se 
contiene;  y  ansí,  por  no  desplegarse  más  veces,  quié- 
rolo  leer  de  una  vez.  Y  dijo: 

— Nómbrase  también  Príncipe  de  paz,  y  nómbrase 
Esposo.  Lo  primero  se  ve  en  el  capítulo  nueve  de 
Isaías,  donde,  hablando  de  El,  el  Profeta  dice:  «Y  será 
llamado  Príncipe  de  paz».  De  lo  segundo  El  mismo,  en 


192  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

el  Evangelio  de  San  Juan,  en  el  capítulo  tercero,  dice: 
«El  que  tiene  esposa,  esposo  es;  y  su  amigo  oye  la  voz 
del  esposo  y  gózase».  Y  en  otra  parte:  «Vendrán  días 
cuando  les  será  quitado  el  Esposo,  y  entonces  ayu- 
narán». 

Y  con  esto  calló.  Y  Marcelo  comenzó  por  esta  ma- 
nera: 

— En  confusión  me  pusiera,  Sabino,  lo  que  habéis 
dicho,  si  ya  no  estuviera  usado  á  hablar  en  los  oídos 
de  las  estrellas,  con  las  cuales  comunico  mis  cuidados 
y  mis  ansias  las  más  de  las  noches;  y  tengo  para  mí 
que  son  sordas.  Y  si  no  lo  son  y  me  oyen,  estas  razones 
de  que  agora  tratamos  no  me  pesará  que  las  oigan, 
pues  son  suyas,  y  de  ellas  las  aprendimos  nosotros,  se- 
gún lo  que  en  el  Salmo  se  dice  l :  «Que  el  cielo  pre- 
gona la  gloria  de  Dios,  y  sus  obras  las  anuncia  el  cielo 
estrellado».  Y  la  gloria  de  Dios  y  las  obras  de  que  El 
señaladamente  se  precia  son  los  hechos  de  Cristo,  de 
que  platicamos  agora.  Ansí  que,  oiga  en  buena  hora  el 
cielo  lo  que  nos  vino  del  cielo,  y  lo  que  el  mismo  cielo 
nos  enseñó. 

Mas  sospecho,  Sabino,  que,  según  es  baja  mi  voz,  el 
ruido  que  en  esta  presa  hace  el  agua  cayendo,  que 
crecerá  con  la  noche,  les  hurtará  de  mis  palabras  las 
más.  Y  como  quiera  que  sea,  viniendo  á  nuestro  pro- 
pósito, pues  Dios  en  lo  que  habéis  agora  leído  llama  á 
Cristo  rey  suyo,  siendo  ansí  que  todos  los  que  reinan 
son  reyes  por  mano  de  Dios,  claramente  nos  da  á  en- 
tender y  nos  dice  que  Cristo  no  es  rey  como  los  demás 
reyes;  sino  rey  por  excelente  y  no  usada  manera.  Y 
según  lo  que  yo  alcanzo,  á  solas  tres  cosas  se  puede 
reducir  todo  lo  que  engrandece  las  excelencias  y  ala- 
banzas de  un  rey;  y  la  una  consiste  en  las  cualidades 
que  en  su  misma  persona  tiene  convenientes  para  el  fin 
del  reinar;  y  la  otra  está  en  la  condición  de  los  subdi- 
tos sobre  quienes  reina;  y  la  manera  cómo  los  rige  y  lo 
que  hace  con  ellos  el  rey,  es  la  tercera  y  postrera.  Las 

1  Psalm.,  xvni,  1. 


DE    LOS    NOMBRES    DE   CRISTO.  — LIBRO   SEGUNDO  193 

«uales  cosas,  en  Cristo  concurren  y  se  hallan  como  en 
ningún  otro;  y  por  esta  causa  es  El  sólo  llamado  por 
•excelencia  rey  hecho  por  Dios. 

Y  digamos  de  cada  una  de  ellas  por  sí.  Y  lo  primero, 
que  toca  á  las  cualidades  que  puso  Dios  en  la  natura- 
leza humana  de  Cristo  para  hacerle  rey,  comenzando  - 
las  á  declarar  y  á  contar,  una  de  ellas  es  humildad  y 
mansedumbre  de  corazón,  como  Él  mismo  de  sí  lo  tes- 
tifica, diciendo  '  :  «Aprended  de  mí,  que  soy  manso  y 
humilde  de  corazón.»  Y  como  decíamos  poco  ha,  Isaías 
canta  de  Él  2  :  «No  será  bullicioso,  ni  apagará  una  es- 
topa que  humee,  ni  una  caña  quebrantada  la  quebra- 
rá». Y  el  profeta  Zacarías  también  3:  «No  quieras  te- 
mer, dice,  hija  de  Sión;  que  tu  rey  viene  á  ti  justo  y  sal- 
vador y  pobre»,  ó  como  dice  otra  letra,  «manso  y  asen- 
tado sobre  un  pollino».  Y  parecerá  al  juicio  del  mundo 
que  esta  condición  de  ánimo  no  es  nada  decente  al  que 
ha  de  reinar;  mas  Dios,  que  no  sin  justísima  causa  lla- 
ma entre  todos  los  demás  reyes  á  Cristo  su  rey,  y  que 
quiso  hacer  en  El  un  rey  de  su  mano,  que  respondiese 
perfectamente  á  la  idea  de  su  corazón,  halló,  como  es 
verdad,  que  la  primera  piedra  de  esta  su  obra  era  un 
ánimo  manso  y  humilde;  y  vio  que  un  semejante  edi- 
ficio, tan  soberano  y  tan  alto,  no  se  podía  sustentar 
sino  sobre  cimientos  tan  hondos. 

Y  como  en  la  música  no  suenan  todas  las  voces  agu- 
do ni  todas  grueso,  sino  grueso  y  agudo  debidamen- 
te, y  lo  alto  se  templa  y  reduce  á  consonancia  en  lo 
bajo;  ansí  conoció  que  la  humildad  y  mansedumbre  en- 
trañable que  tiene  Cristo  en  su  alma,  convenía  mucho 
para  hacer  armonía  con  la  alteza  y  universalidad  de 
saber  y  poder  con  que  sobrepuja  á  todas  las  cosas  cria- 
das. Porque  si  tan  no  medida  grandeza  cayera  en  un  co- 
razón humano  que  de  suyo  fuera  airado  y  altivo,  aun- 
que la  virtud  de  la  persona  divina  era  poderosa  para 
corregir  este  mal,  pero  ello  de  sí  no  podía  prometer 
ningún  bien. 

1  Matth.,  n,  29.  2   Isai  ,  xtii,  2  y  3.  3  Zachar,  ir,  9. 

13 


194  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

Demás  de  que,  cuando  de  sí  no  fuera  necesario  que- 
un  tan  soberano  poder  se  templara  en  llaneza,  ni  á 
Cristo,  por  lo  que  á  El  y  á  su  alma  toca,  le  fuera  nece- 
saria ó  provechosa  esta  mezcla,  á  los  subditos  y  vasa- 
llos suyos  nos  convenía  que  este  rey  nuestro  fuese  de 
excelente  humildad.  Porque  toda  la  eficacia  de  su  go- 
bierno y  toda  la  muchedumbre  de  no  estimables  bie- 
nes que  de  su  gobierno  nos  vienen,  se  nos  comunican 
á  todos  por  medio  de  la  fe  y  del  amor  que  tenemos  con 
El  y  nos  junta  con  El.  Y  cosa  sabida  es  que  la  majestad 
y  grandeza,  y  toda  la  excelencia  que  sale  fuera  de  com- 
petencia en  los  corazones  más  bajos,  no  engendra  afi- 
ción, sino  admiración  y  espanto,  y  más  arredra  que 
allega  y  atrae.  Por  lo  cual  no  era  posible  que  un  pe- 
cho flaco  y  mortal,  que  considerase  la  excelencia  sin 
medida  de  Cristo,  se  le  aplicase  con  fiel  afición  y  con 
aquel  amor  familiar  y  tierno  con  que  quiere  ser  de  nos- 
otros amado,  para  que  se  nos  comunique  su  bien;  si  no 
le  considerara  también  no  menos  humilde  que  grande, 
y  si,  como  su  majestad  nos  encoge,  su  inestimable  lla- 
neza y  la  nobleza  de  su  perfecta  humildad,  no  desper- 
tara osadía  y  esperanza  en  nuestra  alma. 

Y  á  la  verdad,  si  queremos  ser  jueces  justos  y  fieles, 
ningún  afecto  ni  arreo  es  más  digno  de  los  reyes,  ni  más 
necesario,  que  lo  manso  y  lo  humilde;  sino  que  con  las 
cosas  hemos  ya  perdido  los  hombres  el  juicio  de  ellas 
y  su  verdadero  conocimiento.  Y  como  siempre  vemos 
altivez  y  severidad  y  soberbia  en  los  príncipes,  juzga- 
mos que  la  humildad  y  llaneza  es  virtud  de  los  pobres. 
Y  no  miramos  siquiera  que  la  misma  naturaleza  divi- 
na, que  es  emperatriz  sobre  todo,  y  de  cuyo  ejemplo 
lian  de  sacar  los  que  reinan  la  manera  como  han  de 
reinar,  con  ser  infinitamente  alta,  es  llana  infinitamen- 
te, y  (si  este  nombre  de  humilde  puede  caber  en  ella, 
y  en  la  manera  que  puede  caber),  humildísima:  pues 
como  vemos,  desciende  á  poner  su  cuidado  y  sus  ma- 
nos ella  por  sí  misma,  no  sólo  en  la  obra  de  un  vil  gu- 
sano, sino  también  en  que  se  conserve  y  que  viva;  y 
matiza  con  mil  graciosos  colores  sus  plumas  al  pájaro. 


DE    LOS    NOMBRES   DE   CRISTO.  —  LIDRO    SEGUNDO  195 

y  viste  de  verde  hoja  los  árboles;  y  eso  mismo,  que  nos- 
otros despreciando  hollamos,  los  prados  y  el  campo, 
aquella  majestad  no  se  desdeña  de  irlo  pintando  con 
yerbas  y  flores.  Por  donde  con  voces  llenas  de  alaban- 
za y  de  admiración  le  dice  David  l:  «¿Quién  es  como 
nuestro  Dios,  que  mira  en  las  alturas,  y  mira  con  cui- 
dado hasta  las  más  humildes  bajezas,  y  El  mismo  jun- 
tamente está  en  el  cielo  y  en  la  tierra?» 

Ansí  que,  s^no  conocemos  ya  esta  condición  en  los 
príncipes,  ni  se  la  pedimos,  porque  el  mal  uso  recibi- 
do y  fundado  daña  las  obras  y  pone  tinieblas  en  la  ra- 
zón, y  porque  á  la  verdad,  ninguna  cosa  son  menos 
que  los  que  se  nombran  señores  y  príncipes,  Dios  en 
su  Hijo,  á  quien  hizo  príncipe  de  todos  los  príncipes. 
y  sólo  verdadero  rey  entre  todos,  como  cualidad  nece- 
saria y  preciada  la  puso.  Mas  ¿en  qué  manera  la  puso, 
ó  qué  tanta  es  y  fué  su  dulce  humildad? 

Mas  pasemos  á  otra  condición  que  se  sigue;  que 
diciendo  de  ella,  diremos  en  mejor  lugar  la  grandeza 
de  esta  que  hemos  llamado  mansedumbre  y  llaneza, 
porque  son  entre  sí  muy  vecinas;  y  lo  que  diré  es 
como  fruto  de  esto  que  he  dicho. 

Pues  fué  Cristo,  además  de  ser  manso  y  humilde, 
más  ejercitado  que  ningún  otro  hombre  en  la  expe- 
riencia de  los  trabajos  y  dolores  humanos.  A  la  cual 
experiencia  sujetó  el  Padre  á  su  Hijo  porque  le  había 
de  hacer  rey  verdadero,  y  para  que  en  el  hecho  de  la 
verdad  fuese  perfectísimo  rey,  como  San  Pablo  lo  es- 
cribe 2:  «Fué  decente  que  Aquel,  de  quien  y  por  quien 
v  para  quien  son  todas  las  cosas,  queriendo  hacer  mu- 
chos hijos  para  los  llevar  á  la  gloria,  al  príncipe  de  la 
salud  de  ellos  le  perficionase  con  pasión  y  trabajos;' 
porque  el  que  santifica  y  los  santificados  han  de  ser 
todos  de  un  mismo  metal».  Y  entreponiendo  ciertas 
palabras,  luego  poco  más  abajo  torna  y  prosigue:  «Poi; 
donde  convino  que  fuese  hecho  semejante  á  sus  her- 
manos en  todo,  para  que  fuese  cabal  y  fiel  y  misencor- 

1   Psalm.  cxu,  5.  2  Ad  Hebr.,  i;  10  y  11. 


196  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

dioso  pontífice  para  con  Dios,  para  aplacarle  en  los  pe- 
cados del  pueblo.  Que  por  cuanto  padeció  El  siendo 
tentado,  es  poderoso  para  favorecer  á  los  que  fueren 
tentados. » 

En  lo  cual  no  sé  cuál  es  más  digno  de  admiración:  el 
amor  entrañable  con  que  Dios  nos  amó,  dándonos  un 
rey  para  siempre,  no  sólo  de  nuestro  linaje,  sino  tan  he- 
cho á  la  medida  de  nuestras  necesidades,  tan  humano, 
tan  llano,  tan  compasivo  y  tan  ejercitado  en  toda  pena 
y  dolor;  ó  la  infinita  humildad  y  obediencia  y  paciencia 
de  este  nuestro  perpetuo  Rey,  que  no  sólo  para  ani- 
marnos á  los  trabajos,  sino  también  para  saber  El  con- 
dolerse más  de  nosotros  cuando  estamos  puestos  en 
ellos,  tuvo  por  bueno  hacer  prueba  El  en  sí  primero  de 
todos. 

Y  como  unos  hombres  padezcan  en  una  cosa  y  otros 
en  otra,  Cristo  (porque  ansí  como  su  imperio  se  ex- 
tendía por  todos  los  siglos,  ansí  la  piedad  de  su  ánimo 
abrazase  á  todos  los  hombres),  probó  en  sí  casi  todas 
las  miserias  de  pena.  Porque,  ¿qué  dejó  de  probar*? 
Padecen  algunos  pobreza;  Cristo  la  padeció  más  que 
otro  ninguno.  Otros  nacen  de  padres  bajos  y  oscuros, 
por  donde  son  tenidos  por  menos;  el  padre  de  Cristo, 
á  la  opinión  de  los  hombres,  fué  un  oficial  carpintero. 
El  destierro  y  el  huir  á  tierra  ajena  fuera  de  su  natu- 
ral, es  trabajo;  y  la  niñez  de  este  Señor  huye  su  natu- 
ral y  se  esconde  en  Egipto.  Apenas  ha  nacido  la  luz,  y 
ya  el  mal  le  persigue.  Y  si  es  pena  el  ser  ocasión  de 
dolor  á  los  suyos,  el  Infante  pobre,  huyendo,  lleva  en 
pos  de  sí  por  casas  ajenas  á  la  doncella  pobre  y  bellí- 
sima, y  al  ayo  santo  y  pobre  también.  Y  aun  por  no 
dejar  de  padecer  la  angustia  que  el  sentido  de  los 
niños  más  siente,  que  es  perder  á  sus  padres,  Cristo 
quiso  ser  y  fué  niño  perdido. 

Mas  vengamos  á  la  edad  de  varón.  ¿Qué  lengua  po- 
drá decir  los  trabajos  y  dolores  que  Cristo  puso  sobre 
sus  hombros,  el  no  oído  sufrimiento  y  fortaleza  con  que 
los  llevó,  las  invenciones  y  los  ingenios  de  nuevos  ma- 
les que  El  mismo  ordenó,  como  saboreándose  en  ellos? 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO— LIBRO   SEGUNDO         197 

¡Cuan  dulce  le  fué  el  padecer,  cuánto  se  preció  de  se- 
ñalarse sobre  todos  en  esto,  cómo  quiso  que  con  su 
grandeza  compitiese  en  El  su  humildad  y  paciencia! 
Sufrió  hambre,  padeció  frío,  vivió  en  extremada  pobre- 
za, cansóse  y  desvelóse,  y  anduvo  muchos  caminos, 
sólo  á  fin  de  hacer  bienes  de  incomparable  bien  á  los 
hombres. 

Y  para  que  su  trabajo  fuese  trabajo  puro,  ó  por  me- 
jor decir,  para  que  llegase  creciendo  á  su  grado  mayor, 
de  todo  este  afán  el  fruto  fueron  muy  mayores  afanes- 
Y  de  sus  tan  grandes  sudores,  no  cogió  sino  dolores  y 
persecuciones  y  afrentas;  y  sacó  del  amor  desamor,  del 
bien  hacer,  mal  padecer;  del  negociarnos  la  vida,  muer- 
te extremadamente  afrentosa,  que  es  todo  lo  amargo  y 
lo  duro  á  que  en  este  género  de  calamidad  se  puede 
subir. 

Porque  si  es  dolor  pasar  uno  pobreza  y  desnudez  y 
mucho  desvelamiento  y  cuidado,  ¿qué  será  cuando 
por  quien  se  pasa  no  lo  agradece?  ¿qué  cuando  no  lo 
conoce?  ¿qué  cuando  lo  desconoce,  lo  desagradece, 
lo  maltrata  y  persigue?  Dice  David  en  el  Salmo  1:  «Si 
quien  me  debía  enemistad  me  persiguiera,' fuera  cosa 
que  la  pudiera  llevar;  mas  ¡mi  amigo  y  mi  conocido  y  el 
que  era  un  alma  conmigo,  el  que  comía  á  mi  mesa  y 
con  quien  comunicaba  mi  coraron!»  Como  si  dijese  que 
el  sentido  de  un  semejante  caso  vencía  á  cualquier 
otro  dolor.  Y  con  ser  ansí,  pasa  un  grado  más  adelante 
el  de  Cristo;  porque,  no  sólo  le  persiguieron  los  suyos, 
sino  los  que  por  infinitos  beneficios  que  recibían  de  El 
estaban  obligados  á  serlo;  y  lo  que  es  más,  tomando 
ocasión  de  enojo  y  de  odio  de  aquello  mismo  que  con 
ningún  agradecimiento  podían  pagar,  como  se  querella 
en  su  misma  persona  de  El  el  profeta  Isaías,  diciendo  * 
«Y  dije:  trabajado  he  por  demás,  consumido  he  en 
vano  mi  fortaleza;  por  donde  mi  pleito  es  con  el  Se- 
ñor, y  mi  obra  con  el  que  es  Dios  mío».  Sería  nego- 
cio infinito,  si  quisiésemos  por  menudo  decir,  en  cada 

1   Psalm.  liv,  13.  2  Isai.,  ilix,  4. 


198  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

una  de  las  que  hizo  Cristo,  lo  que  sufrió  y  padeció. 

Vengamos  al  remate  de  todas  ellas,  que  fué  su  muer- 
te, y  veremos  cuánto  se  preció  de  beber  puro  este  cá- 
liz, y  de  señalarse  sobre  todas  las  criaturas  en  gustar 
el  sentido  de  la  miseria  por  extremada  manera,  llegan- 
do hasta  lo  último  de  él.  Mas  ¿quién  podrá  decir  ni  una 
pequeña  parte  de  esto?  No  es  posible  decirlo  todo;  mas 
diré  brevemente  lo  que  basta  para  que  se  conozcan  los 
muchos  quilates  de  dolor  con  que  calificó  Cristo  este 
dolor  de  su  muerte,  y  los  innumerables  males  que  en 
un  solo  mal  encerró. 

Siéntese  más  la  miseria  cuando  sucede  á  la  prospe- 
ridad; y  es  género  de  mayor  infelicidad  en  los  trabajos 
el  haber  sido  en  algún  tiempo  feliz.  Poco  antes  que  le 
prendiesen  y  pusiesen  en  cruz,  quiso  ser  recibido,  y  lo 
fué  de  hecho,  con  triunfo  glorioso.  Y  sabiendo  cuan 
maltratado  había  de  ser  dende  á  poco,  para  que  el  sen- 
limiento  de  aquel  tratamiento  malo  fuese  más  vivo,  or- 
denó que  estuviese  reciente  y  como  presente  la  memo- 
ria de  aquella  divina  honra,  que  aquellos  mismos  que 
agora  le  despreciaban  ocho  días  antes  le  hicieron.  Y 
tuvo  por  bien  que  casi  se  encontrasen  en  sus  oídos  las 
voces  de  «Hosanna,  Hijo  de  David»  y  de  «Bendito  el 
que  viene  en  el  nombre  de  Dios»,  con  las  de  «Crucifí- 
le,  crucifícale»,  y  con  las  de  «Veis  el  que  destruía  y 
reedificaba  el  templo  de  Dios  en  tres  días;  no  puede 
salvarse  á  sí;  y  pudo  salvar  á  los  otros».  Para  que  lo 
desigual  de  ellas,  y  la  contrariedad  que  entre  sí  tenían 
con  las  unas  las  otras,  causase  mayor  pena  en  su  co- 
razón. 

Suele  ser  descanso  á  los  que  de  esta  vida  se  parten, 
no  ver  las  lágrimas  y  los  sollozos  y  la  tristeza  afligida 
de  los  que  bien  quieren.  Cristo,  la  noche  á  quien  su- 
cedió el  día  último  de  su  vida  mortal,  los  juntó  á  todos 
y  cenó  con  ellos  juntos,  y  les  manifestó  su  partida, 
y  vio  su  congoja,  y  tuvo  por  bien  verla  y  sentirla,  para 
que  ron  ella  fuese  más  amarga  la  suya.  ¡Qué  palabras 
les  dijo  en  lo  que  platicó  con  ellos  aquella^noche! 
¡Qué  enternecimientos  de  amor!  Que  si.  á  los  que  ago- 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.  — LIBRO   SEGUNDO         19í> 

ra  los  vemos  escritos,  el  oírlos  nos  enternece,  ¿qué  sería 
lo  que  obraron  entonces  en  quien  los  decía? 

Pero  vamos  adonde  ya  Él  mismo,  levantado  de  la 
mesa  y  caminando  para  el  huerto,  nos  lleva.  ¿Qué  fué 
cada  uno  de  los  pasos  de  aquel  camino,  sino  un  clavo 
nuevo  que  le  hería,  llevándole  al  pensamiento  y  á  la 
imaginación  la  prisión  y  la  muerte,  á  que  ellos  mis- 
mos le  acercaban  buscándola?  Mas  ¿qué  fué  lo  que  hizo 
-en  el  huerto,  que  no  fuese  acrecentamiento  de  pena? 
Escogió  tres  de  sus  discípulos  para  su  compañía  y  con- 
horte, y  consintió  que  se  venciesen  del  sueño,  para 
que  con  ver  su  descuido  de  ellos,  su  cuidado  y  su  pena 
de  El  creciese  más. 

Derrocóse  en  oración  delante  del  Padre,  pidiéndole 
que  pasase  de  El  aquel  cáliz,  y  no  quiso  ser  oído  en 
esta  oración.  Dejó  desear  á  su  sentido  lo  que  no  quería 
que  se  le  concediese,  para  sentir  en  sí  la  pena  que 
nace  del  desear  y  no  alcanzar  lo  que  pide  el  deseo.  Y 
como  si  no  le  bastara  el  mal  y  el  tormento  de  una 
muerte  que  ya  le  estaba  vecina,  quiso  hacer,  como  si 
dijésemos,  vigilia  de  ella  y  morir  antes  que  muriese,  ó 
por  mejor  decir,  morir  dos  veces:  la  una  en  el  hecho, 
y  la  otra  en  la  imaginación  de  El. 

Porque  desnudó,  por  una  parte,  á  su  sentido  inferior 
de  las  consolaciones  y  esfuerzos  del  cielo;  y  por  otra 
parte,  le  puso  en  los  ojos  una  representación  de  los 
males  de  su  muerte  y  de  las  ocasiones  de  ella,  tan 
viva,  tan  natural,  tan  expresa  y  tan  .figurada,  y  con 
una  fuerza  tan  eficaz,  que  lo  que  la  misma  muerte  en 
el  hecho  no  pudo  hacer  sin  ayudarse  de  las  espinas  y 
•el  hierro,  en  la  imaginación  y  figura,  por  sí  misma  y 
sin  armas  ningunas,  lo  hizo.  Que  le  abrió  las  venas,  y 
sacándole  la  sangre  de  ellas,  bañó  con  ella  el  sagrado 
euerpo  y  el  suelo.  ¿Qué  tormento  tan  desigual  fué  este 
<íon  que  se  quiso  atormentar  de  antemano?  ¿Qué  ham- 
bre, ó  digamos,  qué  codicia  de  padecer?  No  se  conten-' 
tó  con  sentir  el  morir,  sino  quiso  probar  también  la 
imaginación  y  el  temor  del  morir  lo  que  puede  doler. 
Y  porque  la  muerte  súbita  y  que  viene  no  pensada  y 


200  FRAY  LUIS  DE   LEÓN 

casi  de  improviso,  con  un  breve  sentido  se  pasa,  quiso 
entregarse  á  ella  antes  que  fuese.  Y  antes  que  sus 
enemigos  se  la  acarreasen,  quiso  traerla  Él  á  su  alma 
y  mirar  su  figura  triste,  y  tender  el  cuello  á  su  espada, 
y  sentir  por  menudo  y  despacio  sus  heridas  todas,  y 
avivar  más  sus  sentidos,  para  sentir  más  el  dolor  de 
sus  golpes,  y,  como  dije,  probar  hasta  el  cabo  cuánto 
duele  la  muerte,  esto  es,  el  morir  y  el  temor  del  morir. 

Y  aunque  digo  el  temor  del  morir,  si  tengo  de  decir, 
Juliano,  lo  que  siempre  entendí  acerca  de  esta  agonía 
de  Cristo,  no  entiendo  que  fué  el  temor  el  que  le  abrió 
las  venas  y  le  hizo  sudar  gotas  de  sangre;  porque,  aun- 
que de  hecho  temió,  porque  El  quiso  temer,  y,  temien- 
do, probar  los  accidentes  ásperos  que  trae  consigo  el 
temor;  pero  el  temor  no  abre  el  cuerpo  ni  llama  afuera 
la  sangre,  antes  la  recoge  adentro  y  la  pone  á  la  re- 
donda del  corazón,  y  deja  frío  lo  exterior  de  la  carner 
y  por  la  misma  razón  aprieta  los  poros  de  ella.  Y  ansf 
no  fué  el  temor  el  que  sacó  afuera  la  sangre  de  Cristo: 
sino,  si  lo  hemos  de  decir  con  una  palabra,  el  esfuer- 
zo y  el  valor  de  su  alma,  con  que  salió  al  encuentro 
y  con  que  al  temor  resistió,  ese,  con  el  tesón  que  puso, 
le  abrió  todo  el  cuerpo. 

Porque  se  ha  de  entender  que  Cristo,  como  voy  di- 
ciendo, porque  quiso  hacer  prueba  en  sí  de  todos  nues- 
tros dolores,  y  vencerlos  en  sí  para  que  después  fuesen 
por  nosotros  más  fácilmente  vencidos,  armó  contra  sí 
en  aquella  noche  todo  lo  que  vale  y  puede  la  con- 
goja y  el  temor,  y  consintió  que  todo  ello  de  tropel  y 
como  en  un  escuadrón  moviese  guerra  á  su  alma.  Por- 
que figurándolo  todo  con  no  creíble  viveza,  puso  en 
ella  como  vivo  y  presente  lo  que  otro  día  había  de  pa- 
decer, ansí  en  el  cuerpo  con  dolores,  como  en  esa  mis- 
ma alma  con  tristeza  y  congojas.  Y  juntamente  con 
esto,  hizo  también  que  considerase  su  alma  las  causas 
por  las  cuales  se  sujetaba  á  la  muerte,  que  eran  las 
culpas  pasadas  y  porvenir  de  todos  los  hombres,  con 
la  fealdad  y  graveza  de  ellas  y  con  la  indignación  gran- 
dísima y  la  encendida  ira  que  Dios  contra  ellas  concibe; 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO         201 

y  ni  más  ni  menos  consideró  el  poco  fruto  que  tan  ri- 
cos y  tan  trabajados  trabajos  habían  de  hacer  en  los 
más  de  los  hombres. 

Y  todas  estas  cosas  juntas  y  distintas,  y  vivísima- 
mente  consideradas,  le  acometieron  á  una,  ordenán- 
dolo El,  para  ahogarle  y  vencerle.  De  lo  cual  Cristo  no 
huyó  ni  rindió  á  estos  temores  y  fatigas  apocadamente^ 
su  alma,  ni  para  vencerles  les  embotó,  como  pudiera, 
las  fuerzas;  antes,  como  he  dicho,  cuanto  fué  posible 
se  las  acrescentó;  ni  menos  armó  á  sí  mismo  y  á  su 
santa  alma,  ó  con  insensibilidad  para  no  sentir,  antes 
despertó  en  ella  más  sus  sentidos,  ó  con  la  defensa  de 
su  divinidad  bañándola  en  gozo,  con  el  cual  no  tuvie- 
ra sentido  del  dolor,  ó  á  lo  menos  con  el  pensamiento 
de  la  gloria  y  bienaventuranza  divina,  á  la  cual  por 
aquellos  males  caminaba  su  cuerpo,  apartando  su  vis- 
ta de  ellos  y  volviéndola  á  esta  otra  consideración, 
ó  templando  siquiera  la  una  consideración  con  la  otra; 
sino,  desnudo  de  todo  esto,  y  con  sólo  el  valor  de  su 
alma  y  persona,  y  con  la  fuerza  que  ponía  en  su  razón 
el  respeto  de  su  Padre  y  el  deseo  de  obedecerle,  les 
hizo  á  todos  cara  y  luchó,  como  dicen,  á  brazo  partido 
con  todos,  y  al  fin  lo  rindió  todo  y  lo  sujetó  debajo- 
sus  pies. 

Mas  la  fuerza  que  puso  en  ello,  y  el  estribar  la  ra- 
zón contra  el  sentido,  y  como  dije,  el  tesón  generoso 
con  que  aspiró  á  la  victoria,  llamó  afuera  los  espíritus 
y  la  sangre,  y  la  derramó.  Por  manera  que  lo  que  va- 
mos diciendo,  que  gustó  Cristo  de  sujetarse  á  nuestros- 
dolores,  haciendo  en  sí  prueba  de  ellos,  según  esta 
manera  de  decir,  aún  se  cumple  mejor.  Porque,  no 
sólo  sintió  el  mal  del  temor  y  la  pena  de  la  congoja  y 
el  trabajo,  que  es  sentir  uno  en  sí  diversos  deseos,  y 
el  desear  algo  que  no  se  cumple;  pero  la  fatiga  in- 
creíble del  pelear  contra  su  apetito  propio  y  contra  su 
misma  imaginación,  y  el  resistir  á  las  formas  horri- 
bles de  tormentos  y  males  y  afrentas,  que  se  le  venían 
espantosamente  á  los  ojos  para  ahogarle,  y  el  hacer- 
les cara,  y  El  peleando   uno  contra  tantos,  valerosa- 


202  FRAY    LUIS  DE   LEÓN 

mente  vencerlos  con  no  oído  trabajo  y  sudor,  también 
lo  experimentó. 

Mas  ¿de  qué  no  bizo  experiencia?  También  sintió  la 
pena  que  es  ser  vendido  y  traído  á  muerte  por  sus 
mismos  amigos,  como  El  lo  fué  en  aquella  noche  de 
Judas:  el  ser  desamparado  en  su  trabajo  de  los  que  le 
debían  tanto  amor  y  cuidado;  el  dolor  del  trocarse  los 
amigos  con  la  fortuna;  el  verse,  no  solamente  negado 
de  quien  tanto  le  amaba,  mas  entregado  del  todo  en 
las  manos  de  quien  le  desamaba  tan  mortalmente;  la 
calumnia  de  los  acusadores,  la  falsedad  de  los  testi- 
gos, la  injusticia  misma,  y  la  sed  de  la  sangre  inocente 
asentada  en  el  soberano  tribunal  por  juez,  males  que 
sólo  quien  los  ha  probado  los  siente;  la  forma  de  juicio 
■y  el  hecho  de  cruel  tiranía;  el  color  de  religión  adon- 
de era  todo  impiedad  y  blasfemia;  el  aborrecimien- 
to de  Dios,  disimulado  por  de  fuera  con  apariencias 
falsas  de  su  amor  y  su  honra.  Con  todas  estas  amar- 
guras templó  Cristo  su  cáliz,  y  añadió  á  todas  ellas 
las  injurias  de  las  palabras,  las  afrentas  de  los  golpes, 
los  escarnios,  las  befas,  los  rostros  y  los  pechos  de  sus 
enemigos  bañados  en  gozo;  el  ser  traído  por  mil  tribu- 
nales, el  ser  estimado  por  loco,  la  corona  de  espinas, 
los  azotes  crueles;  y  lo  que  entre  estas  cosas  se  encu- 
bre, y  es  dolorosísimo  para  el  sentido,  que  fué  el  lle- 
gar tantas  veces  en  aquel  día  de  su  prisión  la  causa 
de  Cristo,  mejorándose,  á  dar  buenas  esperanzas  de 
sí;  y  habiendo  llegado  á  este  punto,  el  tornar  súbita 
mente  á  empeorarse  después. 

Porque  cuando  Pilatos  despreció  la  calumnia  de  los 
fariseos  y  se  enteró  de  su  envidia,  mostró  prometer 
buen  suceso  el  negocio.  Cuando  temió  por  haber  oído 
que  era  Hijo  de  Dios,  y  se  recogió  á  tratar  de  ello  con 
Cristo,  resplandeció  como  una  luz  y  cierta  esperanza 
ue  libertad  y  salud.  Cuando  remitió  el  conocimiento 
del  pleito  Pilatos  á  Herodes,  que  por  oídas  juzgaba 
divinamente  de  Cristo,  ¿quién  no  esperó  breve  y  feliz 
■conclusión?  Cuando  la  libertad  de  Cristo  la  puso  Pila- 
tos  en  la  elección  del  pueblo,  á  quien  con  tantas  bue- 


DE  LOS   NOMBRES   DE    CRISTO. — LIBRO    SEGUNDO         203 

ñas  obras  Cristo  tenía  obligado;  cuando  les  dio  poder 
<jue  librasen  al  homicida  ó  al  que  restituía  los  muer- 
tos á  vida;  cuando  avisó  su  mujer  al  juez  de  lo  que 
había  visto  en  visión,  y  le  amonestó  que  no  condenase 
á  aquel  justo,  ¿qué  fué  sino  un  llegar  casi  á  los  um- 
brales el  bien?  Pues  este  subir  á  esperanzas  alegres  y 
caer  de  ellas  al  mismo  momento,  este  abrirse  el  día 
del  bien  y  tornar  á  oscurecerse  de  súbito,  el  despin- 
tarse improvisadamente  la  salud  que  ya  se  tocaba; 
digo,  pues,  que  este  variar  entre  esperanza  y  temor, 
y  esta  tempestad  de  olas  diversas  que  ya  se  encum- 
braban prometiéndole  vida,  y  ya  se  derrocaban  ame- 
nazando con  muerte;  esta  desventura  y  desdicha,  que 
es  propia  de  los  muy  desgraciados  de  florecer  para  se- 
carse luego,  y  de  revivir  para  luego  morir,  y  de  venir- 
les el  bien  y  desaparecerse,  deshaciéndoseles  éntrelas 
manos  cuando  les  llega,  probó  también  en  sí  mismo  el 
Cordero.  Y  la  buena  suerte  y  la  buena  dicha  única  de 
todas  las  cosas,  quiso  gustar  de  lo  que  es  ser  uno  in- 
feliz. 

Infinito  es  lo  que  acerca  de  esto  se  ofrece;  mas,  cán- 
sase la  lengua  en  decir  lo  que  Cristo  no  se  cansó  en 
padecer.  Dejo  la  sentencia  injusta,  la  voz  del  pregón, 
los  hombros  flacos,  la  cruz  pesada,  el  verdadero  y  pro- 
pio cetro  de  este  nuestro  gran  Rey,  los  gritos  del  pue- 
blo, alegres  en  unos  y  en  otros  llorosos,  que  todo  ello 
traía  consigo  su  propio  y  particular  sentimiento. 

Vengo  al  monte  Calvario.  Si  la  pública  desnudez  en 
una  persona  grave  es  áspera  y  vergonzosa,  Cristo 
quedó  delante  de  todos  desnudo.  Si  el  ser  atravesado 
con  hierro  por  las  partes  más  sensibles  del  cuerpo  es 
tormento  grandísimo,  con  clavos  fueron  allí  atravesa- 
dos los  pies  y  las  manos  de  Cristo.  Y  porque  fuese  el 
sentimiento  mavor,  el  que  es  piadoso  aun  con  las  mas 
viles  criaturas  del  mundo  no  lo  fué  consigo  mismo, 
antes  en  cierta  manera  se  mostró  contra  sí  mismo 
cruel.  Porque  lo  que  la  piedad  natural  y  el  afecto  hu- 
mano y  común  (que  aun  en  los  ejecutores  de  la  jus- 
ticia se  muestra),  tenía  ordenado  para  menos  tormento 


204  FRAY   LUIS  DE  LEÓN 

de  los  que  morían  en  cruz,  ofreciéndoselo  á  Cristo,  lo 
desechó.  Porque  daban  á  beber  á  los  crucificados  en 
aquel  tiempo,  antes  que  los  enclavasen,  cierto  vino 
confeccionado  con  mirra  é  incienso,  que  tiene  virtud 
de  ensordecer  el  sentido  y  como  embotarle  al  dolor 
para  que  no  sienta;  y  Cristo,  aunque  se  lo  ofrecieron, 
con  la  sed  que  tenía  de  padecer,  no  lo  quiso  beber. 

Ansí  que,  desafiando  al  dolor,  y  desechando  de  sí 
todo  aquello  con  que  se  pudiera  defender  en  aquel 
desafío,  el  cuerpo  desnudo  y  el  corazón  armado  con 
fortaleza  y  con  solas  las  armas  de  su  no  vencida  pa- 
ciencia, subió  este  nuestro  Rey  en  la  cruz.  Y  levantada 
en  alto  la  salud  del  mundo,  y  llevando  al  mundo  sobre 
sus  hombros,  y  padeciendo  El  sólo  la  pena  que  mere- 
cía padecer  el  mundo  por  sus  delitos,  padeció  lo  que 
decir  no  se  puede. 

Porque  ¿en  qué  parte  de  Cristo  ó  en  qué  sentido 
suyo  no  llegó  el  dolor  á  lo  sumo?  Los  ojos  vieron  lo 
que  visto  traspasó  el  corazón:  la  madre  viva,  y  muerte 
presente.  Los  oídos  estuvieron  llenos  de  voces  blasfe- 
mas y  enemigas.  El  gusto,  cuando  tuvo  sed,  gustó  hiél 
y  vinagre.  El  sentido  todo  del  tacto,  rasgado  y  herido 
por  infinitas  partes  del  cuerpo,  no  tocó  cosa  que  no  le 
fuese  enemiga  y  amarga.  Al  fin  dio  licencia  á  su  san- 
gre, que,  como  deseosa  de  lavar  nuestras  culpas,  salía 
corriendo  abundante  y  presurosa.  Y  comenzó  á  sentir 
nuestra  vida  despojada  de  su  calor,  lo  que  sólo  le  que- 
daba ya  por  sentir,  los  fríos  tristísimos  de  la  muerte;  y 
al  fin  sintió  y  probó  la  muerte  también. 

Pero  ¿para  qué  me  detengo  yo  en  esto?  Lo  que  ago- 
ra Cristo  (que  reina  glorioso  y  señor  de  todo)  en  el  cie- 
lo nos  sufre,  muestra  bien  claramente  cuan  agradable 
le  fué  siempre  el  sujetarse  á  trabajos.  ¿Cuántos  hom- 
bres, ó  por  decir  verdad,  cuántos  pueblos  y  cuántas 
naciones  enteras,  sintiendo  mal  de  la  pureza  de  su 
doctrina,  blasfeman  hoy  de  su  nombre?  Y  con  ser  ansí, 
que  El  en  sí  está  exento  de  todo  mal  y  miseria,  quiere 
y  tiene  por  bien  de  la  opinión  de  los  nombres  padecer 
esta  afrenta  en  cuanto  su  cuerpo  místico,  que  vive  en 


DE  LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO         205 

este  destierro,  padece,  para  compadecerse  ansí  de  él  y 
para  conformarse  siempre  con  él.  • 

— Nuevo  camino  para  ser  uno  rey,  dijo  aquí  Sabi- 
no vuelto  á  Juliano,  es  éste  que  nos  ha  descubierto 
Marcelo.  Y  no  sé  yo  si  acortaron  con  él  algunos  de  los 
que  antiguamente  escribieron  acerca  de  la  crianza  é 
instrucción  de  los  príncipes;  aunque  bien  sé  que  los 
que  agora  viven  no  le  siguen.  Porque  en  el  no  saber 
padecer  tienen  puesto  lo  principal  del  ser  rey. 

— Algunos,  dijo  al  punto  Juliano,  de  los  antiguos 
quisieron  que  el  que  se  criaba  para  ser  rey  se  criase 
en  trabajos;  pero  en  trabajos  de  cuerpo,  con  que  salie- 
se sano  y  valiente.  Mas  en  trabajos  de  ánimo  que  le 
enseñasen  á  ser  compasivo,  ninguno,  que  yo  sepa,  lo 
escribió  ni  enseñó.  Mas  si  fuera  esta  enseñanza  de 
hombres,  no  fuera  este  rey  de  Marcelo  Rey  propiamen- 
te hecho  á  la  traza  y  al  ingenio  de  Dios,  el  cual  cami- 
na siempre  por  caminos  verdaderos,  y  por  el  mismo 
caso  contrarios  á  los  del  mundo  que  sigue  el  engaño. 

Ansí  que,  no  es  maravilla,  Sabino,  que  los  reyes  de 
agora  no  se  precien  para  ser  reyes  de  lo  que  se  preció 
Jesucristo,  porque  no  siguen  en  el  ser  reyes  un  mismo 
fin.  Porque  Cristo  ordenó  su  reinado  á  nuestro  prove- 
cho; y  conforme  á  esto,  se  calificó  á  sí  mismo  y  se  dotó 
de  todo  aquello  que  parecía  ser  necesario  para  hacer 
bien  á  sus  subditos;  mas  estos  que  agora  nos  mandan, 
reinan  para  sí,  y  por  la  misma  causa  no  se  disponen 
ellos  para  nuestro  provecho,  sino  buscan  su  descanso 
en  nuestro  daño.  Mas  aunque  ellos,  cuanto  á  lo  que  les 
toca,  desechen  de  sí  este  amaestramiento  de  Dios,  la 
experiencia  de  cada  día  nos  enseña  que  no  son  los  que 
deben  por  carecer  de  él.  Porque  ¿de  dónde  pensáis 
que  nace,  Sabino,  el  poner  sobre  sus  subditos  tan  sin 
piedad  tan  pesadísimos  yugos,  el  hacer  leyes  rigurosas, 
el  ponerlas  en  ejecución  con  mayor  crueldad  y  rigor, 
sino  de  nunca  haber  hecho  experiencia  en  sí  de  lo  que 
duele  la  aflicción  y  pobreza? 

— Ansí  es,  dijo  Sabino;  pero  ¿qué  ayo  osaría  ejerci- 
tar en  dolor  y  necesidad  á  su  príncipe?  O  si  osase 


200  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

alguno,  ¿cómo  sería  recibido  y  sufrido  de  los  demás? 

— Esa  es,  respondió  Juliano,  nuestra  mayor  cegue- 
dad: que  aprobamos  lo  que  nos  daña,  y  que  tendríamos 
por  bajeza  que  nuestro  príncipe  supiese  de  todo,  sien- 
do para  nosotros  tan  provechoso,  como  habéis  oído, 
que  lo  supiese.  Mas,  si  no  se  atreven  á  esto  los  ayos. 
es  porque  ellos  y  los  demás  que  crían  á  los  príncipes 
los  quieren  imponer  en  el  ánimo  á  que  no  se  precien 
de  bajar  los  ojos  de  su  grandeza  con  blandura  á  sus 
subditos;  y  en  el  cuerpo,  á  que  ensanchen  el  estómago 
cada  día  con  cuatro  comidas,  y  á  que  aun  la  seda  les 
sea  áspera  y  la  luz  enojosa.  Pero  esto,  Sabino,  es  de 
otro  lugar,  y  quitamos  en  ello  á  Marcelo  el  suyo,  ó  por 
mejor  decir  á  nosotros  mismos  el  de  oir  enteramente 
las  cualidades  de  este  verdadero  Rey  nuestro. 

— A  mí,  dijo  Marcelo,  no  me  habéis,  Juliano,  quita- 
do ningún  lugar;  sino  antes  me  habéis  dado  espacio 
para  que  con  más  aliento  prosiga  mejor  mi  camino.  Y  á 
vos,  Sabino  (dijo  volviéndose  á  él),  no  os  pase  por  la 
imaginación  querer  concertar  ó  pensar  que  es  posible 
que  se  concierten  las  condiciones  que  puso  Dios  en  su 
rey,  con  las  que  tienen  estos  reyes  que  vemos.  Que  sí 
no'  fueran  tan  diferentes  del  todo,  no  le  llamara  Dios 
señaladamente  su  Rey,  ni  su  reino  de  ellos  se  acabara 
con  ellos,  y  el  de  nuestro  Rey  fuera  sempiterno,  como 
es.  Ansí  que,  pongan  ellos  su  estado  en  la  altivez,  y  no 
se  tengan  por  reyes  si  padecen  alguna  pena;  que  Dios, 
procediendo  por  camino  diferente,  para  hacer  en  Jesu- 
cristo un  rey  que  mereciese  ser  suyo,  le  hizo  humildí- 
simo para  que  no  se  desvaneciese  en  soberbia  con  la 
honra;  y  le  sujetó  á  miseria  y  á  dolor  para  que  se  com- 
padeciese con  lástima  de  sus  trabajados  y  doloridos 
subditos.  Y  demás  de  esto,  y  para  el  mismo  fin  de  buen 
rey,  le  dio  un  verdadero  y  perfecto  conocimiento  de 
todas  las  cosas  y  de  todas  las  obras  de  ellas,  ansí  las 
que  fueron  como  las  que  son  y  serán.  Porque  el  rey. 
cuyo  oficio  es  juzgar  dando  á  cada  uno  su  merecido,  y 
repartiendo  la  pena  y  el  premio,  si  no  conoce  él  por  sí 
la  verdad,  traspasará  la  justicia;  que  el  conocimiento 


DE    LOS   NOMBRES    DE   CRISTO.— LIBRO    SEGUNDO  207 

que  tienen  de  sus  reinos  los  príncipes  por  relaciones  y 
pesquisas  ajenas,  más  los  ciega  que  los  alumbra. 

Porque,  demás  de  que  los  hombres,  por  cuyos  ojos 
y  oídos  ven  y  oyen  los  reyes,  muchas  veces  se  engañan, 
procuran  ordinariamente  engañarlos  por  sus  particula- 
res intereses  é  intentos.  Y  ansí,  por  maravilla  entra  en 
el  secreto  real  la  verdad.  Mas  nuestro  Rey,  porque  su 
entendimiento,  como  clarísimo  espejo,  le  representa 
siempre  cuanto  se  hace  y  se  piensa,  no  juzga,  como 
dice  Isaías  *,  ni  reprende  ni  premia  por  lo  que  al  oído 
le  dicen,  ni  según  lo  que  á  la  vista  parece,  porque  el  un 
sentido  y  el  otro  sentido  puede  ser  engañado;  ni  tiene 
de  sus  vasallos  la  opinión  que  otros  vasallos  sayos  afi- 
cionados ó  engañados  le  ponen,  sino  la  que  pide  la 
verdad,  que  El  claramente  conoce.  Y  como  puso  Dios 
en  Cristo  el  verdadero  conocer  á  los  suyos,  asimismo 
le  dio  todo  el  poder  para  hacerles  mercedes.  Y  no  so- 
lamente le  concedió  que  pudiese,  mas  también  en  El 
mismo,  como  en  tesoro,  encerró  todos  los  bienes  y  ri- 
quezas que  pueden  hacer  ricos  y  dichosos  á  los  de  su 
reino.  De  arte,  que  no  trabajarán  remitidos  de  unos  á 
otros  ministros  con  largas.  Mas,  lo  que  es  principal, 
hizo  para  perfeccionar  este  re)  que  sus  subditos  todos 
fuesen  sus  deudos,  ó  por  mejor  decir,  que  naciesen  de 
El  todos,  y  que  fuesen  hechura  suya  y  figurados  á  su 
semejanza.  Aunque  esto  sale  ya  de  lo  primero,  que  toca 
á  las  cualidades  del  rey,  y  entra  en  lo  segundo  que  pro- 
pusimos, de  las  condiciones  de  los  que  en  este  reino 
son  subditos;  y  digamos  ya  de  ellas. 

Y  á  la  verdad  casi  todas  ellas  se  reducen  á  ésta,  que 
es  ser  generosos  y  nobles  todos  y  de  un  mismo  linaje. 
Porque  el  mando  de  Cristo  umversalmente  comprende 
á  todos  los  hombres,  y  á  todas  las  criaturas,  ansí  las 
buenas  como  las  malas,  sin  que  ninguna  de  ellas  pue- 
da eximirse  de  su  sujeción,  ó  se  contente  de  ello  ó  le 
pese;  pero  el  reino  suyo  de  que  agora  vamos  hablando^ 
y  el  reino  en  quien  muestra  Cristo  sus  nobles  condi- 

1   Isai.,  xi,  3. 


208  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

ciones  de  Rey,  y  el  que  ha  de  durar  perpetuamente  con 
El  descubierto  y  glorioso  (porque  á  los  malos  tendrálos 
encerrados  y  aprisionados  y  sumidos  en  eterno  olvido 
y  tinieblas);  ansí  que,  este  reino  son  los  buenos  y  jus- 
tos solos,  y  de  estos  decimos  agora  que  son  generosos 
todos,  y  de  linaje  alto,  y  todos  de  uno  mismo. 

Porque  dado  que  sean  diferentes  en  nacimientos; 
mas,  como  esta  mañana  se  dijo,  el  nacimiento  en  que 
se  diferencian,  fué  nacimiento  perdido  y  de  quien  caso 
no  se  hace  para  lo  que  toca  á  ser  vasallos  en  este  rei- 
no, el  cual  se  compone  todo  de  lo  que  San  Pablo  llama 
nueva  criatura,  cuando  á  los  de  Galacia  escribe,  dicien- 
do 1:  «Acerca  de  Cristo  Jesús,  ni  es  de  estima  la  circun- 
cisión ni  el  prepucio,  sino  la  criatura  nueva».  Y  ansí, 
todos  son  hechura  y  nacimiento  del  cielo  y  hermanos 
entre  sí,  é  hijos  todos  de  Cristo  en  la  manera  ya  dicha. 

Vio  David  esta  particular  excelencia  de  este  reino  de 
su  nieto  divino,  y  dejóla  escrita  breve  y  elegantemente 
en  el  Salmo  ciento  nueve,  según  una  lección  que  ansí 
dice  2:  «Tu  pueblo  príncipes,  en  el  día  de  tu  poderío». 
Adonde  lo  que  decimos  príncipes,  la  palabra  original, 
que  es  nedaboth,  significa  al  pie  de  la  letra  liberales, 
•dadivosos  ó  generosos  de  corazón.  Y  ansí,  dice  que  en 
el  día  de  su  poderío  (que  llama  ansí  el  reino  descubier- 
to de  Cristo),  cuando  vencido  todo  lo  contrario,  y  como 
deshecha  con  los  rayos  de  su  luz  toda  la  niebla  enemi- 
ga, que  agora  se  le  opone,  viniere  en  el  último  tiempo 
y  en  la  regeneración  de  las  cosas,  como  puro  sol,  á  res- 
plandecer solo,  claro  y  poderoso  en  el  mundo;  pues  en 
este  su  día,  cuando  El  y  lo  apurado  y  escogido  de  sus 
vasallos  resplandecerá  solamente,  quedando  los  demás 
sepultados  en  oscuridad  y  tinieblas,  en  este  tiempo  y 
■en  este  día  su  pueblo  serán  príncipes.  Esto  es,  todos 
sus  vasallos  serán  reyes;  y  El,  como  con  verdad  la  Es- 
critura le  nombra,  Rey  de  reyes  será,  y  Señor  de  se- 
üores. 

Aquí  Sabino,  volviéndose  á  Juliano: 

1   Galat.,  vi,  15.  2  Psalm.  cir,  3. 


DE   LOS  NOMBKES   DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO  ¿09 

—Nobleza  es,  dijo,  grande  de  reino  ésta,  Juliano,  que 
nos  va  diciendo  Marcelo,  adonde  ningún  vasallo  es  ni 
vil  en  linaje  ni  afrentado  por  condición,  ni  menos  bien 
nacido  el  uno  que  el  otro.  Y  paréceme  á  mí  que  esto 
es  ser  rey  propia  y  honradamente,  no  tener  vasallos 
viles  y  afrentados. 

— En  esta  vida,  Sabino,  respondió  Juliano,  los  reyes 
de  ella,  para  el  castigo  de  la  culpa,  están  como  forzados 
á  poner  nota  y  afrenta  en  aquellos  á  quienes  gobier- 
nan, como  en  el  orden  de  la  salud  y  en  el  cuerpo  con- 
viene á  las  veces  maltratar  una  parte  para  que  las  de- 
más no  se  pierdan.  Y  ansí,  cuanto  á  esto,  no  son  dig- 
nos de  reprensión  nuestros  príncipes. 

—No  los  reprendo  yo  agora,  dijo  Sabino,  sino  duélo- 
me  de  su  condición;  que  por  esa  necesidad  que,  Julia- 
no, decís,  vienen  á  ser  forzosamente  señores  de  vasa- 
llos ruines  y  viles.  Y  débeseles  tanto  más  lástima, 
cuanto  fuere  más  precisa  la  necesidad.  Pero  si  hay  al- 
gunos príncipes  que  lo  procuran,  y  que  les  parece  que 
son  señores  cuando  hallan  mejor  orden,  no  sólo  para 
afrentar  á  los  suyos,  sino  también  para  que  vaya  cun- 
diendo por  muchas  generaciones  su  afrenta  y  que  nun- 
ca se  acabe,  de  éstos,  Juliano,  ¿qué  me  diréis? 

— ¿Qué?  respondió  Juliano.  Que  ninguna  cosa  son 
menos  que  reyes.  Lo  uno,  porque  el  fin  adonde  se  ende- 
Teza  su  oficio  es  hacer  á  sus  vasallos  bienaventurados, 
con  lo  cual  se  encuentra  por  maravillosa  manera  el  ha- 
cerlos apocados  y  viles.  Y  lo  otro,  porque  cuando  no 
quieren  mirar  por  ellos,  á  sí  mismos  se  hacen  daño  y  se 
apocan.  Porque,  si  son  cabezas,  ¿qué  honra  es  ser  cabe- 
za de  un  cuerpo  disforme  y  vil?  Y  si  son  pastores,  ¿qué 
les  vale  un  ganado  roñoso?  Bien  dijo  el  poeta  trágico: 

Mandar  entre  lo  ilustre,  es  bella  cosa  1. 

Y  no  sólo  dañan  á  su  honra  propia,  cuando  buscan 
invenciones  para  manchar  la  de  los  que  son  goberna- 
dos por  ellos;  mas  dañan  mucho  sus  intereses,  y  ponen 
>en  manifiesto  peligro  la  paz  y  la  conservación  de  sus 


1    Séneca,  Octavia,  v.  463. 

14 


21 U  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

reinos.  Porque,  ansí  como  dos  cosas  que  son  contrarias,, 
aunque  se  junten,  no  se  pueden  mezclar;  ansí  no  es  po- 
sible que  se  añude  con  paz  el  reino  cuyas  partes  están 
tan  opuestas  entre  sí  y  tan  diferenciadas,  unas  con  mu- 
cha honra  y  otras  con  señalada  afrenta. 

Y  como  el  cuerpo  que  en  sus  partes  está  maltratado,. 
y  cuyos  humores  se  conciertan  mal  entre  sí,  está  muy 
ocasionado  y  muy  vecino  á  la  enfermedad  y  á  la  muer- 
te; ansí  por  la  misma  manera,  el  reino  adonde  muchos 
órdenes  y  suertes  de  hombres,  y  muchas  casas  particu- 
lares están  como  sentidas  y  heridas,  y  adonde  la  dife- 
rencia que  por  estas  causas  pone  la  fortuna  y  las  leyes 
no  permite  que  se  mezclen  y  se  concierten  bien  unas 
con  otras,  está  sujeto  á  enfermar  y  á  venir  á  las  armas 
con  cualquiera  razón  que  se  ofrece.  Que  la  propia  lás- 
tima é  injuria  de  cada  uno,  encerrada  en  su  pecho  y 
que  vive  en  él,  los  despierta  y  los  hace  velar  siempre 
á  la  ocasión  y  á  la  venganza. 

Mas  dejemos  lo  que  en  nuestros  reyes  y  reinos,  ó- 
pone  la  necesidad  ó  hace  el  mal  consejo  y  error;  y  acá- 
benos Marcelo  de  decir  por  qué  razón  estos  vasallos  to- 
dos de  nuestro  único  Rey  son  llamados  liberales  y  ge- 
nerosos y  príncipes. 

— -Son,  dijo  Marcelo,  respondiendo  encontinente,  ansí 
por  parte  del  que  los  crió,  y  la  forma  que  tuvo  en  criar- 
los, como  por  parte  de  las  cualidades  buenas  que  puso 
en  ellos  cuando  ansí  fueron  criados.  Por  parte  del  que 
los  hizo,  porque  son  efectos  y  frutos  de  una  suma  libe- 
ralidad; porque  en  sólo  el  ánimo  generoso  de  Dios  y  en 
la  largueza  de  Cristo  no  medida,  pudo  caber  el  hacer 
justos  y  amigos  suyos,  y  tan  privados  amigos,  á  los  que 
do  sí  no  merecían  bien,  y  merecían  mal  por  tantos  y 
tan  diferentes  títulos.  Porque,  aunque  es  verdad  que  el 
ya  justo  puede  merecer  mucho  con  Dios,  mas  esto,  que 
es  venir  á  ser  justo  el  que  era  aborrecido  enemigo,  so- 
lamente nace  de  las  entrañas  liberales  de  Dios;  y  ansí, 
dice  Santiago1,  que  nos  engendró  voluntariamente* 

1    Jacob,  i,  18. 


DE   LOS  NOMBRES  DE   CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO         211 

Adonde  lo  que  dijo  con  la  palabra  griega  ^cuXijOetí,  que 
significa  de  su  voluntad,  quiso  decir  lo  que  en  su  len- 
gua materna,  si  en  ella  lo  escribiera,  se  dice  Nadib, 
que  es  palabra  vecina  y  nacida  de  la  palabra  neda- 
both,  que,  como  dijimos,  significa  á  estos  que  llama- 
mos liberales  y  príncipes.  Ansí  que,  dice  que  nos  engen- 
dró liberal  y  principalmente;  esto  es,  que  nos  engen- 
dró, no  sólo  porque  quiso  engendrarnos  y  porque  le 
movió  á  ello  su  voluntad,  sino  porque  le  plugo  mostrar 
en  nuestra  creación,  para  la  gracia  y  justicia,  los  teso- 
ros de  su  liberalidad  y  misericordia. 

Porque  á  la  verdad,  dado  que  todo  lo  que  Dios  cría 
nace  de  El,  porque  El  quiere  que  nazca,  y  es  obra  de 
su  libre  gusto,  á  la  cual  nadie  le  fuerza  el  sacar  á  luz 
á  las  criaturas;  pero  esto,  que  es  hacer  justos  y  poner 
su  ser  divino  en  los  hombres,  es  no  sólo  voluntad,  sino 
una  extraña  liberalidad  suya.  Porque  en  ello  hace  bien, 
y  bien  el  mayor  de  los  bienes,  no  solamente  á  quien  no 
se  lo  merece,  sino  señaladamente  á  quien  del  todo  se 
lo  desmerece.  Y  por  no  ir  alargándome  por  cada  uno 
de  los  particulares  á  quien  Dios  hace  estos  bienes,  mi- 
remos lo  que  pasó  en  la  cabeza  de  todos,  y  cómo  se 
hubo  con  ella  Dios  cuando,  sacándola  del  pecado,  crió 
en  ella  este  bien  de  justicia;  y  en  uno,  como  en  ejem- 
plo, conoceremos  cuan  ilustre  prueba  hace  Dios  de  su 
liberalidad  cuando  cría  los  justos.  Peca  Adán,  y  con- 
dénase á  sí  y  á  todos  nosotros;  y  perdónale  después  Dios 
y  hácele  justo. 

¿Quién  podrá  decir  las  riquezas  de  liberalidad  que 
descubrió  Dios,  y  que  derramó  en  este  perdón?  Lo  pri- 
mero, perdona  al  que,  por  dar  fe  á  la  serpiente,  de  cuya 
fe  v  amor  para  consigo  no  tenía  experiencia,  le  dejo  á 
El, 'Criador  suyo,  cuyo  amor  y  beneficios  experimenta- 
ba en  sí  siempre.  Lo  segundo,  perdona  al  que  estimo 
más  una  promesa  vana  de  un  pequeño  bien,  que  una 
experiencia  cierta  y  una  posesión  grande  de  mil  ver- 
daderas riquezas.  Lo  tercero,  perdona  al  que  no  peco 
ni  apretado  de  la  necesidad  ni  ciego  de  la  pasión,  sino 
movido  de  una  liviandad  v  desagradecimiento  infinito. 


212  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

Lo  otro,  perdona  al  que  no  buscó  ser  perdonado,  sino 
antes  huyó  y  se  escondió  de  su  perdonador;  y  perdó- 
nale, no  mucho  después  que  pecó  y  laceró  miserable- 
mente por  su  pecado,  sino  casi  luego,  luego  como  hubo 
pecado. 

Y,  lo  que  no  cabe  en  sentido,  para  perdonarle  á  él, 
hízose  á  sí  mismo  deudor.  Y  cuando  la  gravísima  mal- 
dad del  hombre  despertaba  en  el  pecho  de  Dios  ira  jus- 
tísima para  deshacerle,  reinó  en  El  y  sobrepujó  la  li- 
beralidad de  su  misericordia,  que,  por  rehacer  al  per- 
dido, determinó  de  disminuirse  á  sí  mismo,  como  San 
Pablo  lo  dice  *,  y  de  pagar  El  lo  que  el  hombre  pecaba, 
y  para  que  el  hombre  viviese,  de  morir  El  hecho  hom- 
bre. Liberalidad  era  grande  perdonar  al  que  había  pe- 
cado tan  de  balde  y  tan  sin  causa;  y  mayor  liberalidnd 
perdonarle  tan  luego  después  del  pecado;  y  mayor  que 
ambas  á  dos,  buscarle  para  darle  perdón  antes  que  él 
le  buscase.  Pero  lo  que  vence  á  todo  encarecimiento 
de  liberalidad,  fué,  cuando  le  reprendía  la  culpa,  pro- 
meterse á  sí  mismo  y  á  su  vida  para  su  satisfacción  y 
remedio;  y  porque  el  hombre  se  apartó  de  El  por  se- 
guir al  demonio,  hacerse  hombre  El  para  sacarle  de  su 
poder.  Y  lo  que  pasó  entonces,  digámoslo  ansí,  gene- 
ralmente con  todos  (porque  Adán  nos  encerraba  á  to- 
dos en  sí),  pasa  en  particular  con  cada  uno  continua  y 
secretamente. 

Porque  ¿quién  podrá  decir  ni  entender,  sino  es  el 
mismo  que  en  sí  lo  experimenta  y  lo  siente,  las  formas 
piadosas  de  que  Dios  usa  con  uno  para  que  no  se  pier- 
da, aun  cuando  él  mismo  se  procura  perder?  Sus  ins- 
piraciones continuas,  su  nunca  cansarse  ni  darse  por 
vencido  de  nuestra  ingratitud  tan  continua,  el  rodear- 
nos por  todas  partes  y  como  en  castillo  torreado  y  cer- 
cado, el  tentar  la  entrada  por  diferentes  maneras,  el 
tener  siempre  la  mano  en  la  aldaba  de  nuestra  puerta, 
el  rogarnos  blanda  y  amorosamente  que  le  abramos, 
como  si  á  El  le  importara  alguna  cosa,    y  no  fuera 

1     Philip.,  ir,  7. 


DE   LOS   NOMBRES  DE   CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO         213 

nuestra  salud  y  bienandanza  toda  el  abrirle;  el  decir- 
nos por  horas  y  por  momentos  con  el  Esposo  *;  «Ábre- 
me, hermana  mía,  esposa  mía,  paloma  mía  y  mi  ama- 
da y  perfecta,  que  traigo  llena  de  rocío  mi  cabeza  y 
con  las  gotas  délas  noches  las  mis  guedejas».  Pues 
sea  esto  lo  primero,  que  los  justos  son  dichos  ser  ge- 
nerosos y  liberales,  porque  son  demostraciones  y  prue- 
bas del  corazón  liberal  y  generoso  de  Dios. 

Son,  lo  segundo,  llamados  ansí  por  las  cualidades 
que  pone  Dios  en  ellos,  haciéndolos  justos.  Porque,  á 
la  verdad  no  hay  cosa  más  alta  ni  más  generosa  ni 
más  real,  que  el  ánimo  perfectamente  cristiano.  Y  la 
virtud  más  heroica  que  la  filosofía  de  los  estoicos  an- 
tiguamente imaginó  ó  soñó,  por  hablar  con  verdad, 
comparada  con  la  que  Cristo  asienta  con  su  gracia  en 
el  alma,  es  una  poquedad  y  bajeza.  Porque  si  mira- 
mos el  linaje  de  donde  desciende  el  justo  y  cristiano, 
es  su  nacimiento  de  Dios;  y  la  gracia  que  le  da  vida 
es  una  semejanza  viva  de  Cristo.  Y  si  atendemos  á  su 
estilo  y  condición,  y  al  ingenio  y  disposición  de  áni- 
mo, y  pensamientos  y  costumbres  que  de  este  naci- 
miento le  vienen,  todo  lo  que  es  menos  que  Dios  ea 
pequeña  cosa  paralo  que  cabe  en  su  ánimo.  No  esti- 
ma lo  que  con  amor  ciego  adora  únicamente  la  tie- 
rra, el  oro  y  los  deleites;  huella  sobre  la  ambición 
de  las  honras,  hecho  verdadero  señor  y  rey  de  sí 
mismo;  pisa  el  vano  gozo,  desprecia  el  temor,  no  le 
mueve  el  deleite,  ni  el  ardor  de  la  ira  le  enoja;  y  ri- 
quísimo dentro  de  sí,  todo  su  cuidado  es  hacer  bien 
á  los  otros. 

Y  no  se  extiende  su  ánimo  liberal  á  sus  vecinos 
solos,  ni  se  contenta  con  ser  bueno  con  los  de  su  pue- 
blo ó  de  su  reino;  mas  generalmente  á  todos  los  que 
sustenta  y  comprende  la  tierra,  él  también  los  com- 
prende y  abraza;  aun  para  con  sus  enemigos  sangrien- 
tos, que  le  buscan  la  afrenta  y  la  muerte,  es  él  gene- 
roso y  amigo,  y  sabe  y  puede  poner  la  vida,  y   de 

1     Cant.,  v,  2. 


214  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

hecho  la  pone  alegremente,  por  esos  mismos  que  abo- 
rrecen su  vida.  Y  estimando  por  vil  y  por  indigno  de 
sí  á  todo  lo  que  está  fuera  de  él,  y  que  se  viene  y  se 
va  con  el  tiempo,  no  apetece  menos  que  á  Dios,  ni  tie- 
ne por  dignos  de  su  deseo  menores  bienes  que  el  cielo. 
Lo  sempiterno,  lo  soberano,  el  trato  con  Dios  familiar 
y  amigable,  el  enlazarse  amando  y  el  hacerse  casi 
único  con  El,  es  lo  que  solamente  satisface  á  su  pe- 
cho; como  lo  podemos  ver  á  los  ojos  en  uno  de  estos 
grandes  justos. 

Y  sea  este  uno  San  Pablo.  Dice  en  persona  suya,  y 
de  todos  los  buenos,  escribiendo  á  los  Corintios  ansí  l: 
«Tenemos  nuestro  tesoro  en  vasos  de  tierra,  porque  la 
grandeza  y  alteza  nazca  de  Dios,  y  no  de  nosotros.  En 
todas  las  cosas  padecemos  tribulación,  pero  en  ningu- 
na somos  afligidos.  Somos  metidos  en  congoja,  mas  no 
somos  desamparados;  padecemos  persecución,  mas  no 
nos  falta  el  favor.  Humíilannos,  pero  no  nos  avergüen- 
zan. Somos  derribados,  mas  no  perecemos».  Y  á  los  Ro- 
manos, lleno  de  ánimo  generoso,  en  el  capítulo  octa- 
vo 2:  «¿Quién,  dice,  nos  apartará  de  la  caridad  y  amor 
de  Dios?  ¿La  tribulación,  por  ventura,  ó  la  angustia,  ó 
el  hambre,  ó  la  desnudez,  ó  el  peligro,  ó  la  persecu- 
ción, ó  el  cuchillo?» 

Dicho  he  en  parte  lo  que  puso  Dios  en  Cristo  para 
hacerle  rey,  y  lo  que  hizo  en  nosotros  para  hacernos 
sus  subditos,  que  de  tres  cosas,  á  las  cuales  se  redu- 
cen todas  las  que  pertenecen  á  un  reino,  son  las  pri- 
meras dos.  Resta  agora  que  digamos  algo  de  la  tercera 
y  postrera,  que  es  de  la  manera  como  este  rey  gobier- 
na los  suyos;  que  no  es  menos  singular  manera  ni  me- 
nos fuera  del  común  uso  de  los  que  gobiernan,  que  el 
Rey  y  los  subditos  en  sus  condiciones  y  cualidades,  las 
que  hemos  dicho;  son  singulares.  Porque  cosa  clara  es 
que  el  medio  con  que  se  gobierna  el  reino  es  la  ley;  y 
que  por  el  cumplimiento  de  ella  consigue  el  rey,  ó  ha- 
cerse rico  á  sí   mismo,  si  es  tirano  y  las  leyes  son  de 


1    II  Ad  Ccrint  ,  iv,  7.  2    Rom.,  vm,  35. 


DE  LOS   NOMBRES  DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO  215 

-tirano,  ó  hacer  buenos  y  prosperados  á  los  suyos  si  es 
rey  verdadero. 

Pues  acontece  muchas  veces  de  esta  manera,  que 
por  razón  de  la  flaqueza  del  hombre  y  de  su  encendi- 
da inclinación  á  lo  malo,  las  leyes  por  la  mayor  parte 
traen  consigo  un  inconveniente  muy  grande,  que  sien- 
do la  intención  de  los  que  las  establecen  (enseñando 
por  ellas  lo  que  se  debe  hacer  y  mandando  con  rigor 
que  se  haga),  retraer  al  hombre  de  lo  malo  é  inducirle 
ií  lo  bueno,  resulta  lo  contrario  á  las  veces;  y  el  ser 
vedada  una  cosa  despierta  el  apetito  de  ella. 

Y  ansí,  el  hacer  y  dar  leyes  es  muchas  veces  ocasión 
ue  que  se  quebranten  las  leyes,  y  de  que,  como  dice 
San  Pablo  x,  se  peque  más  gravemente,  y  de  que  se 
empeoren  los  hombres  con  la  ley  que  se  ordenó  é  in- 
ventó para  mejorarlos.  Por  lo  cual  Cristo,  nuestro  Re- 
dentor y  Señor,  en  la  gobernación  de  su  reino  halló 
una  nueva  manera  de  ley,  extrañamente  libre  y  ajena 
de  estos  inconvenientes;  de  la  cual  usa  con  los  suyos, 
no  solamente  enseñándoles  á  ser  buenos,  como  lo 
enseñaron  otros  legisladores,  mas  de  hecho  hacién- 
dolos buenos,  lo  que  ningún  otro  rey  ni  legisla- 
dor pudo  jamás  hacer.  Y  esto  es  lo  principal  de  su 
ley  evangélica  y  lo  propio  de  ella;  digo,  aquello  en 
que  notablemente  se  diferencia  de  las  otras  sectas  y 
leyes. 

Para  entendimiento  de  lo  cual  conviene  saber  que, 
por  cuanto  el  oficio  y  ministerio  de  la  ley  es  llevar  los 
hombres  á  lo  bueno  y  apartarlos  de  lo  que  os  malo, 
ansí  como  esto  se  puede  hacer  por  dos  diferentes  ma- 
neras, ó  enseñando  el  entendimiento  ó  aficionando  á  la 
voluntad,  ansí  hay  dos  diferencias  de  leyes:  la  primera 
es  de  aquellas  leyes  que  hablan  con  el  entendimiento, 
y  le  dan  luz  en  lo  que  conforme  á  razón  se  debe  ó  ha- 
cer ó  no  hacer,  y  le  enseñan  lo  que  ha  de  seguir  en 
las  obras,  y  lo  que  ha  de  excusar  en  ellas  mismas;  la 
segunda  es  de  la  ley,  no  que  alumbra  el  entendimien- 

1    Rom.,  v,  20. 


216  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

to,  sino  que  aficiona  la  voluntad,  imprimiendo  en  ella 
inclinación  y  apetito  «de  aquello  que  merece  ser  ape- 
tecido por  bueno,  y  por  el  contrario,  engendrándole- 
aborrecimiento  de  las  cosas  torpes  y  malas.  La  prime- 
ra ley  consiste  en  mandamientos  y  reglas;  la  segunda 
en  una  salud  y  calidad  celestial,  que  sana  la  voluntad 
y  repara  en  ella  el  gusto  bueno  perdido,  y  no  sólo  la 
sujeta,  sino  la  amista  y  reconcilia  con  la  razón;  y  como 
dicen  de  los  buenos  amigos,  que  tienen  un  no  querer 
y  querer,  ansí  hace  que  lo  que  la  verdad  dice  en  el 
entendimiento  que  es  bueno,  la  voluntad  aficionada- 
mente lo  ame  por  tal. 

Porque  á  la  verdad,  en  la  una  y  en  la  otra  parte 
quedamos  miserablemente  lisiados  por  el  pecado  pri- 
mero, el  cual  oscureció  el  entendimiento,  para  que  las 
menos  veces  conociese  lo  que  convenía  seguir,  y  es- 
tragó perdidamente  el  gusto  y  el  movimiento  de  la  vo- 
luntad, para  que  casi  siempre  se  aficionase  á  lo  que 
la  daña  más.  Y  ansí,  para  remedio  y  salud  de  estas  dos 
partes  enfermas  fueron  necesarias  estas  dos  leyes,  una 
de  luz  y  de  reglas  para  entendimiento  ciego,  y  otra  de 
espíritu  y  buena  inclinación  para  la  voluntad  estraga- 
da. Mas,  como  arriba  decíamos,  diferéncianse  estas  dos 
maneras  de  leyes  en  esto:  que  la  ley  que  se  emplea  en 
dar  mandamientos  y  en  luz,  aunque  alumbra  el  en- 
tendimiento, como  no  corrige  el  gusto  corrupto  de  la 
voluntad,  en  parte  le  es  ocasión  de  más  daño;  y  ve- 
dando y  declarando,  despierta  en  ella  nueva  golosina 
de  lo  malo  que  le  es  prohibido.  Y  ansí,  las  más  veces 
son  contrarios  en  esta  ley  el  suceso  y  el  intento.  Por- 
que el  intento  es  encaminar  el  hombre  á  lo  bueno,  y 
el  suceso  á  las  veces  es  dejarle  más  perdido  y  estra- 
gado. Pretende  afear  lo  que  es  malo,  y  sucédele  por 
nuestra  mala  ocasión  hacerlo  más  deseable  y  más  gus- 
toso. Mas  la  segunda  ley  corta  la  planta  del  mal  de 
raíz,  y  arranca,  como  dicen,  de  cuajo  lo  que  más  nos 
puede  dañar.  Porque  inclina  é  induce  y  hace  apetitosa 
y  como  golosa  á  nuestra  voluntad  de  todo  aquello  que 
es  bueno,  y  junta  en  uno  lo  honesto  y  lo  deleitable,  y 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO         217 

hace  que  nos  sea  dulce  lo  que  nos  sana,  y  lo  que  nos 
daña  aborrecible  y  amargo. 

La  primera  se  llama  ley  de  mandamientos,  porque 
toda  ella  es  mandar  y  vedar.  La  segunda  es  dicha  ley 
de  gracia  y  de  amor,  porque  no  nos  dice  que  hagamos 
esto  ó  aquello,  sino  hácenos  que  amemos  aquello  mis- 
mo que  debemos  hacer.  Aquélla  es  pesada  y  áspera 
porque  condena  por  malo  lo  que  la  voluntad  corrom- 
pida apetece  por  bueno;  y  ansí,  hace  que  se  encuen- 
tren el  entendimiento  y  la  voluntad  entre  sí,  de  donde 
se  enciende  en  nosotros  mismos  una  guerra  mortal  de 
contradicción.  Mas  ésta  es  dulcísima  por  extremo,  por- 
que nos  hace  amar  la  que  nos  manda,  ó  por  mejor  de- 
cir, porque  el  plantar  é  ingerir  en  nosotros  el  deseo  y 
la  afición  á  lo  bueno,  es  el  mismo  mandarlo;  y  por- 
que aficionándonos  y,  como  si  dijésemos,  haciéndonos 
enamorados  de  lo  que  manda,  por  esa  manera,  y  no  de 
otra,  nos  manda.  Aquélla  es  imperfecta,  porque  á  cau- 
sa de  la  contradicción  que  despierta,  ella  por  sí  no 
puede  ser  perfectamente  cumplida;  y  ansí,  no  hace 
perfecto  á  ninguno.  Esta  es  perfectísima,  porque  trae 
consigo  y  contiene  en  sí  misma  la  perfección  de  sí 
misma.  Aquélla  hace  temerosos,  ésta  amadores.  Por 
ocasión  de  aquélla,  tomándola  á  solas,  se  hacen  en  la 
verdad  secreta  del  ánimo  peores  los  hombres;  mas  por 
causa  de  ésta  son  hechos  enteramente  santos  y  justos. 
Y  (como  prosigue  San  Agustín  largamente  en  los  libros 
de  la  letra  y  del  espirita,  poniendo  siempre  sus  pisa- 
das en  lo  que  dejó  hollado  San  Pablo),  aquélla  es  pere- 
cedera, ésta  es  eterna;  aquélla  hace  esclavos,  ésta  es 
propia  de  hijos.  Aquélla  es  ayo  triste  y  azotador,  ésta 
es  espíritu  de  regalo  y  consuelo.  Aquélla  pone  enser- 
vidumbre,  ésta  es  honra  y  libertad  verdadera. 

Pues,  como  sea  esto  ansí,  como  de  hecho  lo  es,  sin 
que  ninguno  en  ello  pueda  dudar,  digo  que  ansí  Moisés 
como  los  demás  que  antes  ó  después  de  él  dieron  leyes 
y  ordenaron  repúblicas,  no  supieron  ni  pudieron  usar 
sino  de  la  primera  manera  de  leyes,  que  consiste  mas- 
en poner  mandamientos  que  en  inducir  buenas  incli- 


218  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

naciones  en  aquellos  que  son  gobernados.  Y  ansí,  su 
obra  de  todos  ellos  fué  imperfecta  y  su  trabajo  careció 
de  suceso,  y  lo  que  pretendían,  que  era  hacer  á  la  vir- 
tud á  los  suyos,  no  salieron  con  ello  por  la  razón  que 
está  dicha. 

Mas  Cristo,  nuestro  verdadero  Redentor  y  legislador, 
aunque  es  verdad  que  en  la  doctrina  de  su  Evangelio 
puso  algunos  mandatos,  y  renovó  y  mejoró  otros  algu- 
nos que  el  mal  uso  los  tenía  mal  entendidos;  pero  lo 
principal  de  su  ley  y  aquello  en  que  se  diferenció  de 
todos  los  que  pusieron  leyes  en  los  tiempos  pasador, 
fué  que  mereciendo  por  sus  obras  y  por  el  sacrificio  que 
hizo  de  sí,  el  espíritu  y  la  virtud  del  cielo  para  los  su- 
yos, y  criándola  El  mismo  en  ellos  como  Dios  y  Señor 
poderoso,  trató  no  sólo  con  nuestro  entendimiento, 
sino  también  con  nuestra  voluntad;  y  derramando  en 
ella  este  espíritu  y  virtud  divina  que  digo,  y  sanándola 
ansí,  esculpió  en  ella  una  ley  eficaz  y  poderosa  de  amor, 
haciendo  que  todo  lo  justo  que  las  leyes  mandan  lo 
apeteciese,  y  por  el  contrario,  aborreciese  todo  lo  que 
prohiben  y  vedan. 

Y  añadiendo  continuamente  de  este  su  espíritu  y  sa- 
lud y  dulce  ley  en  el  alma  de  los  suyos,  que  procuran 
siempre  ayuntarse  con  él,  crece  en  la  voluntad  mayor 
amor  para  el  bien,  y  disminuyese  de  cada  día  más  la 
contradicción  que  el  sentido  le  hace;  y  de  lo  uno  y  de 
lo  otro  se  esfuerza  de  continuo  más  esta  santa  y  singu- 
lar ley  que  decimos,  y  echa  sus  raíces  en  el  alma  más 
hondas,  y  apodérase  de  ella  hasta  hacer  que  le  sea  casi 
Tiatural  lo  justo  y  el  bien. 

Y  ansí,  trae  para  sí  Cristo  y  gobierna  á  los  suyos, 
como  decía  un  Profeta  *,  «con  cuerdas  de  amor,  y  no 
•con  temblores  de  espanto  ni  con  ruido  temeroso,  como 
la  ley  de  Moisés».  Por  lo  cual  dijo  breve  y  significante- 
mente San  Juan  2:  «La  ley  fué  dada  por  Moisés,  mas  la 
gracia  por  Jesucristo».  Moisés  dio  solamente  ley  de 
preceptos,  que  no  podía  dar  justicia;  porque  hablaban 

1    Job.,  xxxvi,  8.  2    Joan.,  i,  17. 


DE  LOS  NOMBRES^DE   CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO         219 

<3on  el  entendimiento,  pero  no  sanaban  el  alma,  de  que 
es  como  imagen  la  zarza  del  Éxodo  l,  que  ardía  y  no 
quemaba;  porque  era  calidad  de  la  ley  vieja,  que  alum- 
braba el  entendimiento,  mas  no  ponía  calor  á  la  volun- 
tad. Mas  Cristo  dio  ley  de  gracia  que,  lanzada  en  la  vo- 
luntad, cura  su  dañado  gusto  y  la  sana,  y  la  aficiona  á 
lo  bueno,  como  Jeremías  lo  profetizó  divinamente  di- 
ciendo 2:  «Días  vendrán,  dice  el  Señor,  y  traeré  á  per- 
fección sobre  la  casa  de  Israel  y  sobre  la  casa  de  Judá 
un  nuevo  testamento,  no  en  la  manera  del  que  hice 
con  sus  padres  en  el  día  que  los  así  de  la  mano  para 
sacarlos  de  la  tierra  de  Egipto,  porque  ellos  no  perse- 
veraron en  él  y  yo  los  desprecié  á  ellos,  dice  el  Señor. 
Este,  pues,  es  el  testamento  que  yo  asentaré  con  la  casa 
de  Israel  después  de  aquellos  días,  dice  el  Señor;  asen- 
taré mis  leyes  en  su  alma  de  ellos  y  escribirélas  en  sus 
corazones.  Y  yo  les  seré  Dios,  y  ellos  me  serán  pueblo 
sujeto;  y  no  enseñará  alguno  de  allí  adelante  ásu  pró- 
jimo ni  á  su  hermano,  diciéndole:  Conoce  al  Señor; 
porque  todos  tendrán  conocimiento  de  mí,  desde  el 
menor  hasta  el  mayor  de  ellos,  porque  tendré  piedad 
de  sus  pecados,  y  de  sus  maldades  no  tendré  más  me- 
moria de  allí  en  adelante». 

Pues  estas  son  las  nuevas  leyes  de  Cristo,  y  su  ma- 
nera de  gobernación  particular  y  nueva.  Y  no  será 
menester  que  loe  agora  yo  lo  que  ello  se  loa,  ni  me 
será  necesario  que  refiera  los  bienes  y  las  ventajas 
grandes  de  esta  gobernación,  adonde  guía  el  amor  y 
no  fuerza  el  temor;  adonde  lo  que  se  manda  se  ama,  y 
lo  que  se  hace  se  desea  hacer;  adonde  no  se  obra  sino 
lo  que  da  gusto,  ni  se  gusta  sino  de  lo  que  es  bueno; 
adonde  el  querer  el  bien  y  el  entender  son  conformes; 
adonde  para  que  la  voluntad  ame  lo  justo,  en  cierta 
manera,  no  tiene  necesidad  que  el  entendimiento  sé 
lo  diga  y  declare. 

Y  ansí  de  esto,  como  de  todo  lo  demás  que  se  ha 
dicho  hasta  aquí,  se  concluye  que  este  Rey  es  sempi- 


1    Exod.,  iit,  2.  2    Jerem.,  xxxr   31-34, 


220  FRAY   LUIS  DE  LEÓN 

terno,  y  que  la  razón  por  qué  Dios  le  llama  propia- 
mente rey  suyo,  es  porque  los  otros  reyes  y  reinosT 
como  llenos  de  faltas,  al  fin  han  de  perecer,  y  de 
hecho  perecen;  mas  éste,  como  reino  que  es  libre  de 
todo  aquello  que  trae  á  perdición  á  los  reinos,  es  eter- 
no y  perpetuo.  Porque  los  reinos  se  acaban  ó  por  tira- 
nía de  los  reyes,  porque  ninguna  cosa  violenta  es  per- 
petua, ó  por  la  mala  calidad  de  los  subditos,  que  no  les 
consiente  que  entre  sí  se  concierten,  ó  por  la  dureza 
de  las  leyes  y  manera  áspera  de  la  gobernación;  de 
todo  lo  cual,  como  por  lo  dicho  se  ve,  este  rey  y  este 
reino  carecen. 

Que  ¿cómo  será  tirano  el  que  para  ser  compasivo 
de  los  trabajos  y  males  que  pueden  suceder  á  los  su- 
yos, hizo  primero  experiencia  en  sí  de  todo  lo  que  es 
dolor  y  trabajo?  0  ¿cómo  aspirará  á  la  tiranía  quien 
tiene  en  sí  todo  el  bien  que  puede  caber  en  sus  subdi- 
tos, y  que  ansí  no  es  rey  para  ser  rico  por  ellos,  sino 
todos  son  ricos  y  bienaventurados  por  Él?  Pues  ¿los 
subditos  entre  sí  no  estarán  por  ventura  anudados  con 
nudo  perpetuo  de  paz,  siendo  todos  nobles  y  nacidos 
de  un  padre,  y  dotados  de  un  mismo  espíritu  de  paz  y 
nobleza?  Y  la  gobernación  y  las  leyes,  ¿quién  las 
desechará  como  duras,  siendo  leyes  de  amor?  Quiero 
decir,  tan  blandas  leyes  que  el  mandar  no  es  otra  cosa 
sino  hacer  amar  lo  que  se  manda.  Con  razón,  pues,  dijo 
el  ángel  de  este  Rey  á  la  Virgen  1:  «Y  reinará  en  la 
casa  de  Jacob,  y  su  reino  no  tendrá  fin».  Y  David 
tanto  antes  de  este  su  glorioso  descendiente,  cantó  en 
el  Salmo  setenta  y  dos  2,  lo  que  Sabino,  pues  ha  toma- 
do este  oficio,  querrá  decir  en  el  verso  en  que  lo  puso 
su  amigo.  Y  Sabino  dijo  luego: 

— Debe  ser  la  parte,  según  sospecho,  adonde  dice  de 
esta  manera: 

oSerás  temido  tú  mientras  luciere 

el  sol  y  luna,  y  cuanto 
la  rueda  de  los  siglos  se  volviere.» 


1    Luc,  i,  32.  2    Psalm.  lxxii,  5-7. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO  221 

Y  de  lo  que  toca  á  la  blandura  de  su  gobierno  y  á 
la  felicidad  de  los  suyos,  dice: 

«Influirá  amoroso 
cual  la  menuda  lluvia,  y  cual  rocío 

en  prado  deleitoso. 
Florecerá  en  su  tiempo  el  poderío 

del  bien,  y  una  pujanza 
de  paz  que  durará  no  un  siglo  sólo.» 

Y  prosiguiendo  luego  Marcelo,  añadió: 

— Pues  obra  que  dura  siempre,  y  que  ni  el  tiempo 
la  gasta  ni  la  edad  la  envejece,  cosa  clara  es  que  es 
obra  propia  y  digna  de  Dios;  el  cual,  como  es  sempi- 
terno, ansí  se  precia  de  aquellas  cosas  que  hace  que 
son  de  mayor  duración.  Y  pues  los  demás  reyes  y 
reinos  son,  por  sus  defectos,  sujetos  á  fenecer  y  al  fin 
miserablemente  fenecen;  y  este  Rey  nuestro  florece  y 
aviva  más  con  la  edad,  sean  todos  los  reyes  de  Dios, 
pero  éste  sólo  sea  propiamente  su  Rey,  que  reina 
sobre  todos  los  demás,  y  que,  pasados  todos  ellos  y 
consumidos,  tiene  de  permanecer  para  siempre. 

Aquí  Juliano,  pareciéndole  que  Marcelo  concluía  ya 
su  razón,  dijo: 

— Y  aún  podéis,  Marcelo,  ayudar  esa  verdad  que 
decís,  confirmándola  con  la  diferencia  que  la  Sagrada 
Escritura  pone  cuando  significa  los  reinos  de  la  tierra 
ó  cuando  habla  de  este  reino  de  Cristo,  porque  dice 
con  ella  muy  bien. 

—  Eso  mismo  quería  añadir,  dijo  entonces  Marcelo, 
para  con  ello  no  decir  más  de  este  nombre.  Y  ansí, 
decís  muy  bien,  Juliano,  que  la  manera  diferente 
como  la  Escritura  nombra  estos  reinos,  ella  misma 
nos  dice  la  condición  y  perpetuidad  del  uno,  y  la  mu- 
danza y  fin  de  los  otros.  Porque  estos  reinos  que  se 
levantan  en  la  tierra,  y  se  extienden  por  ella  y  la  en- 
señorean y  mandan,  los  profetas,  cuando  quieren  ha- 
blar de  ellos,  signifícanlos  por  nombres  de  vientos  ó  de 
bestias  brutas  y  fieras;  mas  á  Cristo  y  á  su  reino  llá- 
manle  monte. 


222  FRAY  LUIS   DE  LEÓN 

Daniel,  hablando  de  las  cuatro  monarquías  que  ha 
habido  en  el  mundo,  los  caldeos,  los  persas,  los  roma- 
nos, los  griegos,  dice  *  que  vio  los  cuatro  vientos,  que 
peleaban  entre  sí;  y  luego  pone  por  su  orden  cuatro 
bestias,  unas  de  otras  diferentes  cada  una  en  su  signi- 
ficación. Y  Zacarías,  ni  más  ni  menos  en  el  capítulo 
sexto,  después  de  haber  profetizado  é  introducido  para 
el  mismo  fin  de  significación  cuatro  cuadrillas  de  ca- 
ballos diferentes  en  colores  y  pelo,  dice  2:  «Estos  son 
los  cuatro  vientos».  Con  lo  demás  que  después  de  esto 
se  sigue.  Porque  á  la  verdad,  todo  este  poder  tempo- 
ral y  terreno  que  manda  en  el  mundo,  tiene  más  de 
estruendo  que  de  substancia;  y  pásase  como  en  el  aire 
volando,  y  nace  de  pequeños  y  ocultos  principios. 

Y  como  las  bestias  carecen  de  razón  y  se  gobiernan 
por  fiereza  y  por  crueldad,  ansí  lo  que  ha  levantado 
y  levanta  estos  imperios  de  tierra  es  lo  bestial  que  hay 
en  los  hombres:  la  ambición  fiera  y  la  codicia  desorde- 
nada del  mundo,  y  la  venganza  sangrienta  y  el  coraje, 
y  la  braveza,  y  la  cólera,  y  lo  demás  que  como  esto  es 
fiero  y  bruto  en  nosotros;  y  ansí  finalmente  perecen. 

Mas  á  Cristo  y  á  su  reino,  el  mismo  Daniel  una  vez 
le  significa  por  nombre  de  monte,  como  en  el  capítulo 
segundo  3,  y  otras  le  llama  hombre,  como  en  el  capítu- 
lo séptimo,  de  que  agora  decíamos,  donde  se  escribe  4 
«que  vino  uno  como  hijo  de  hombre,  y  se  presentó  de- 
lante del  anciano  de  días,  al  cual  el  anciano  dio  pleno 
y  sempiterno  poder  sobre  las  gentes  todas».  Para  lo  pri- 
mero, del  monte,  mostrar  la  firmeza  y  no  mudable  du- 
ración de  este  reino;  y  en  lo  segundo,  del  hombre,  de- 
clarar que  esta  santa  monarquía  no  nace  ni  se  gobier- 
na, ni  por  afectos  bestiales  ni  por  inclinaciones  del 
sentido  desordenadas,  sino  que  todo  ello  es  obra  de 
juicio  y  de  razón;  y  para  mostrar  que  es  monarquía 
adonde  reina,  no  la  crueldad  fiera,  sino  la  clemencia 
humana  en  todas  las  maneras  que  he  dicho. 

1    Daniel,  vil,  2.  2    Zachar.,  vi,  5.  3    Daniel,  u,  3S. 

4  Ibidem,  vn,  13. 


DE   LOS, NOMBRES   DE  CRISTO.— LIBRO    SEGUNDO        223 

Y  habiendo  dicho  esto  Marcelo,  calló,  como  dispo- 
niéndose para  comenzar  otra  plática;  mas  Sabino,  antes 
que  comenzase,  le  dijo: 

— Si  me  dais  licencia,  Marcelo,  y  no  tenéis  más  que 
decir  acerca  de  este  nombre,  os  preguntaré  dos  cosas 
que  se  me  ofrecen,  y  de  la  una  ha  gran  rato  que  dudo; 
y  de  la  otra,  me  puso  agora  duda  esto  que  acabáis  de 
decir. 

— Vuestra  es  la  licencia,  respondió  entonces  Marce- 
lo, y  gustaré  mucho  de  saber  qué  dudáis. 

— Comenzaré  por  lo  postrero,  respondió  Sabino;  y  la 
duda  que  se  me  ofrece  es,  que  Daniel  y  Zacarías,  en 
los  lugares  que  habéis  alegado,  pone  solamente  cuatro 
imperios  ó  monarquías  terrenas,  y  en  el  hecho  de  la 
verdad  parece  que  hay  cinco;  porque  el  imperio  de  los 
turcos  y  de  los  moros,  que  agora  florece,  es  diferente 
de  los  cuatro  pasados,  y  no  menos  poderoso  que  mu- 
chos de  ellos.  Y  si  Cristo  con  su  venida,  y  levantando  su 
reino,  había  de  quitar  de  la  tierra  cualquiera  otra  mo- 
narquía, como  parece  haberlo  profetizado  Daniel  en  la 
piedra  que  hirió  en  los  pies  de  la  estatua,  ¿cómo  se 
compadece  que  después  de  venido  Cristo,  y  después 
de  haberse  derramado  su  doctrina  y  su  nombre  por  la 
mayor  parte  del  mundo,  se  levante  un  imperio  ajeno  da 
Cristo  en  él,  y  tan  grande  como  éste  que  digo?  Y  la  se- 
gunda duda  es  acerca  de  la  manera  blanda  y  amorosa 
con  que  habéis  dicho  que  gobierna  su  reino  Cristo.  Por- 
que en  el  Salmo  segundo  y  en  otras  partes  se  dice  de 
él x  «que  regirá  con  vara  de  hierro,  y  que  desmenuzará 
á  sus  subditos  como  si  fuesen  vasos  de  tierra». 

— No  son  pequeñas  dificultades,  Sabino,  las  que  ha- 
béis movido,  dijo  Marcelo  entonces;  y  señaladamente 
la  primera  es  cosa  revuelta  y  de  duda,  y  donde  quisie- 
ra yo  más  oir  el  parecer  ajeno  que  no  dar  el  mío.  Y 
aun  es  cosa  que  para  haberse  de  tratar  de  raíz,  pide 
mayor  espacio  del  que  al  presente  tenemos.  Pero  por 
satisfacer  á  vuestra  voluntad,  diré  con  brevedad  lo  qua 

1    Psalm.ii,  9. 


224  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

al  presente  se  ofrece,  y  lo  que  podrá  bastar  para  el  ne- 
gocio presente. 

Y  luego,  volviéndose  á  Sabino  y  mirándole,  dijo: 

— Algunos,  Sabino,  que  vos  bien  conocéis,  y  á  quien 
todos  amamos  y  preciamos  mucho  por  la  excelencia 
de  sus  virtudes  y  letras,  han  querido  decir  que  este 
imperio  de  los  moros  y  de  los  turcos,  que  agora  se  es- 
fuerza tanto  en  el  mundo,  no  es  imperio  diferente  del 
romano,  sino  parte  que  procede  de  él  y  le  constituye 
y  compone.  Y  lo  que  dice  Zacarías  de  la  cuadrilla 
■cuarta,  cuyos  caballos  dice  que  eran  manchados  y 
fuertes,  lo  declaran  ansí:  que  sea  esta  cuadrilla  este 
postrero  imperio  de  los  romanos,  el  cual  por  la  parte 
de  él,  que  son  los  moros  y  turcos,  se  llama  fuerte;  y  por 
la  parte  del  occidental,  que  está  en  Alemania,  adonde 
los  emperadores  no  se  suceden,  sino  se  eligen  de  di- 
ferentes familias,  se  nombra  vario  ó  manchado. 

Y  á  lo  que  yo  puedo  juzgar,  Daniel  en  dos  lugares 
parece  que  favorece  algo  á  esta  sentencia.  Porque  en 
el  capítulo  segundo,  hablando  de  la  estatua  en  que  se 
significó  el  proceso  y  cualidades  de  todos  los  imperios 
terrenos,  dice  i  que  las  canillas  de  ella  eran  de  hierro, 
y  los  pies  de  hierro  y  de  barro  mezclados,  y  las  cani- 
llas y  los  pies,  como  todos  confiesan,  no  son  imagen 
de  dos  diferentes  imperios,  sino  del  imperio  romano 
sólo,  el  cual  en  sus  primeros  tiempos  fué  todo  de  hie- 
rro, por  razón  de  la  grandeza  y  fortaleza  suya,  que 
puso  á  toda  la  redondez  debajo  de  sí;  mas  agora  en  lo 
último,  lo  occidental  de  él  es  flaco  y  como  de  barro,  y 
lo  oriental,  que  tiene  en  Constantinopla  su  silla,  es 
muy  fuerte  y  muy  duro. 

Y  que  este  hierro  duro  de  los  pies,  que  según  este 
parecer  representa  á  los  turcos,  nazca  y  proceda  del 
hierro  de  las  canillas,  que  son  los  antiguos  romanos, 
y  que  ansí  éstos  como  aquéllos  pertenezcan  á  un  mis- 
mo reino,  parece  que  lo  testificó  Daniel  en  el  mismo 
lugar,  cuando,  según  el  texto  latino,  dice  a:  que  del 

1    Daniel,  n,  33.  2    Ibidem,  ii,  33. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO         225 

tronco,  ó  como  si  dijésemos  de  la  raíz  del  hierro  de 
las  canillas,  nacía  el  hierro  que  se  mezclaba  con  el 
barro  en  los  pies. 

Y  ni  más  ni  menos  el  mismo  profeta  en  el  capítulo 
«óptimo,  en  la  cuarta  bestia  terrible,  que  sin  duda  son 
los  romanos,  parece  que  afirma  lo  mismo;  porque 
dice  x  que  tenía  diez  cuernos,  y  que  después  le  nació 
un  otro  cuerno  pequeño,  que  creció  mucho  y  que- 
brantó tres  de  los  otros.  El  cual  cuerno  parece  que  es 
el  reino  del  turco,  que  comenzó  de  pequeños  y  bajos 
principios,  y  con  su  gran  crecimiento  tiene  ya  que- 
brantadas y  sujetadas  á  sí  dos  sillas  poderosas  del  im- 
perio romano,  la  de  Constantinopla  y  la  de  los  Solda- 
nes de  Egipto,  y  anda  cerca  de  hacer  lo  mismo  con  al- 
guna de  las  otras  que  quedan.  Y  si  este  cuerno  es  el 
reino  del  turco,  cierto  es  que  este  reino  es  parte  del 
reino  de  los  romanos,  y  parte  que  se  encierra  en  él; 
pues  es  cuerno,  como  dice  Daniel,  que  nace  en  la 
cuarta  bestia,  en  la  cual  se  representa  el  imperio  ro- 
mano, como  dicho  es.  Ansí  que,  algunos  hay  á  quienes 
•esto  parece,  según  los  cuales  se  responde  fácilmente, 
Sabino,  á  vuestra  cuestión. 

Pero,  si  tengo  de  decir  lo  que  siento,  yo  hallé  siem- 
pre en  ello  grandísima  dificultad.  Porque,  ¿qué  hay 
en  los  turcos  por  donde  se  puedan  llamar  romanos,  ó 
su  imperio  pueda  ser  habido  por  parte  del  imperio 
romano?  ¿Linaje?  Por  la  historia  sabemos  que  no  lo 
hay.  ¿Leyes?  Son  muy  diferentes.  ¿Forma  de  gobierno 
y  de  república?  No  hay  cosa  en  que  menos  convengan. 
¿Lengua,  hábito,  estilo  de  vivir  ó  de  religión?  No  se 
podrán  hallar  dos  naciones  que  más  se  diferencien  en 
«sto.  Porque  decir  que  pertenece  al  imperio  romano 
su  imperio  porque  vencieron  á  los  emperadores  roma- 
nos, que  tenían  en  Constantinopla  su  silla,  y  derro- 
cándolos de  ella,  les  sucedieron;  si  juzgamos  bien,  es 
decir  que  todos  los  cuatro  imperios  no  son  cuatro  di- 
ferentes imperios,  sino  sólo  un  imperio;  porque  á  los 

i    Daniel,  vn,  8. 

15 


226  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

caldeos  vencieron  los  persas,  y  les  sucedieron  en  Ba- 
bilonia, que  era  su  silla;  en  la  cual  los  persas  estuvie- 
ron asentados  por  muchos  años,  hasta  que  sucedien- 
do los  griegos,  y  siendo  su  capitán  Alejandro,  se  la  de- 
jaron á  su  pesar,  y  á  los  griegos  después  los  romanos 
los  depusieron.  Y  ansí,  si  el  suceder  en  el  imperio  y 
asiento  mismo,  hace  que  sea  uno  mismo  el  imperio  de 
los  que  suceden  y  de  aquellos  á  quienes  se  sucede,  no 
ha  habido  más  de  un  imperio  jamás. 

Lo  cual,  Sabino,  como  vos  veis,  ni  se  puede  enten- 
der bien  ni  decir.  Por  donde  algunas  veces  me  inclino 
á  pensar  que  los  profetas  del  Viejo  Testamento  hicie- 
ron mención  de  cuatro  reinos  solos,  como,  Sabino, 
decís;  y  que  no  encerraron  en  ellos  el  mando  y  poder 
de  los  turcos^  ni  por  caso  tuvieron  luz  de  él.  Porque 
su  fin  acerca  de  este  artículo,  era  profetizar  el  orden  y 
sucesión  de  los  reinos  que  había  de  haber  en  la  tierra,, 
hasta  que  comenzase  en  ella  á  descubrirse  el  reino 
de  Cristo,  que  era  el  blanco  de  su  profecía,  y  aquello 
de  cuyo  feliz  principio  y  suceso  querían  dar  noticia  á 
las  gentes.  Mas  si  después  del  nacimiento  de  Cristo  y 
de  su  venida,  y  del  comienzo  de  su  reinar,  y  en  el  mis- 
mo tiempo  en  que  va  agora  reinando  con  la  espada  en 
la  mano,  y  venciendo  á  sus  enemigos,  y  escogiendo  de 
entre  ellos  á  su  Iglesia  querida  para  reinar  El  sólo  en 
ella  gloriosa  y  descubiertamente  por  tiempo  perpetuo; 
ansí  que,  si  en  este  tiempo  que  digo,  desde  que  Cristo 
nació  hasta  que  se  cierren  los  siglos,  se  había  de  le- 
vantar en  el  mundo  algún  otro  imperio  terreno  fuerte 
y  poderoso,  y  no  menor  que  los  cuatro  pasados;  de  eso, 
como  de  cosa  que  no  pertenecía  á  su  intento,  no  dije- 
ron nada  los  que  profetizaron  antes  de  Cristo,  sino 
dejólo  eso  la  providencia  de  Dios  para  descubrirlo  á 
los  profetas  del  Testamento  Nuevo,  y  para  que  ellos  lo 
dejasen  escrito  en  las  Escrituras  que  de  ellos  la  Iglesia 
tiene. 

Y  ansí,  San  Juan  en  el  Apocalipsis,  si  yo  no  me  en- 
gaño mucho,  hace  clara  mención;  clara  digo,  cuanto  le 
es  dado  al  profeta,  de  este  imperio  del  turco,   y  no 


DE   LOS  NOMBRES  DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO         227 

como  de  imperio  que  pertenece  á  ninguno  de  los  cua- 
tro de  quienes  en  el  Testamento  Viejo  se  dice,  sino 
como  de  imperio  diferente  de  ellos,  y  quinto  imperio. 
Porque  dice  en  el  capítulo  decimotercero  x  que  vio 
una  bestia  que  subía  de  la  mar,  con  siete  cabezas  y 
diez  cuernos  y  otras  tantas  coronas;  y  que  ella  era  se- 
mejante á  un  pardo  en  el  cuerpo,  y  que  los  pies  eran 
como  de  oso,  y  la  boca  semejante  á  la  del  león.  Y  no 
podemos  negar  sino  que  esta  bestia  es  imagen  de  al- 
gún grande  reino  é  imperio,  ansí  por  el  nombre  de  bes- 
tia, como  por  las  coronas  y  cabezas  y  cuernos  que  tie- 
ne; y  señaladamente  porque,  declarándose  el  mismo 
San  Juan,  dice  poco  después  que  le  fué  concedido  á 
esta  bestia  que  moviese  guerra  á  los  santos  y  que  los 
venciese,  y  que  le  fué  dado  poderío  sobre  todas  las 
tribus  y  pueblos  y  lenguas  y  gentes.  Y  ansí  como  es 
averiguado  esto,  ansí  también  es  cosa  evidente  y  no- 
toria que  esta  bestia  no  es  alguna  de  las  cuatro  que 
vio  Daniel;  sino  muy  diferente  de  todas  ellas,  ansí 
como  la  pintura  que  de  ella  hace  San  Juan  es  muy 
diferente.  Luego  si  esta  bestia  es  imagen  de  reino,  y 
es  bestia  desemejante  de  las  cuatro  pasadas,  bien  se 
concluye  que  había  de  haber  en  la  tierra  un  imperio 
quinto  después  del  nacimiento  de  Cristo,  además  de 
los  cuatro  que  vieron  Zacarías  y  Daniel,  que  es  este 
que  vemos. 

Y  á  lo  que,  Sabino,  decís,  que  si  Cristo  naciendo  y 
comenzando  á  reinar  por  la  predicación  de  su  dichoso 
Evangelio,  había  de  reducir  á  polvo  y  á  nada  los  reinos 
y  principados  del  suelo,  como  lo  figuró^  Daniel  en  la 
piedra  que  hirió  y  deshizo  la  estatua,  ¿cómo  se  com- 
padecía que  después  de  nacido  El,  no  sólo  durase  el 
imperio  romano,  sino  naciese  y  se  levantase  otro  tan 
poderoso  y  tan  grande?  A  esto  se  ha  de  decir  (y  es  cosa 
muv  digna  de  que  se  advierta  y  entienda),  que  este 
golpe  que  dio  en  la  estatua  la  piedra,  y  este  herir 
Cristo  y  desmenuzar  los  reinos  del  mundo,  no  es  golpe 


1    Apocalip.,  xiu,  1. 


228  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

que  se  dio  en  un  breve  tiempo  y  se  pasó  luego,  ó  golpe 
que  hizo  todo  su  efecto  junto  en  un  mismo  instante; 
sino  golpe  que  se  comenzó  á  dar  cuando  se  comenzó 
á  predicar  el  Evangelio  de  Cristo,  y  se  dio  después  en 
el  discurso  de  su  predicación  y  se  va  dando  agora,  y 
que  durará  golpeando  siempre,  y  venciendo  hasta  que 
todo  lo  que  le  ha  sido  adverso,  y  en  lo  venidero  le 
fuere,  quede  deshecho  y  vencido. 

De  manera  que  el  reino  del  cielo,  comenzando  y 
saliendo  á  luz,  poco  á  poco  va  hiriendo  la  estatua,  y 
persevera  hiriéndola  por  todo  el  tiempo  que  tardare  él 
de  llegar  á  su  perfecto  crecimiento,  y  de  salir  á  su  luz 
gloriosa  y  perfecta.  Y  todo  esto  es  un  golpe  con  el  cual 
ha  ido  deshaciendo,  y  continuamente  deshace,  el  poder 
que  Satanás  tenía  usurpado  en  el  mundo,  derrocando 
agora  en  una  gente,  agora  en  otra,  sus  ídolos,  y  des- 
haciendo su  adoración.  Y  como  va  venciendo  esta  da- 
ñada cabeza,  va  también  juntamente  venciendo  sus 
miembros;  y  no  tanto  deshaciendo  el  reino  terreno, 
que  es  necesario  en  el  mundo,  cuanto  derrocando 
todas  las  condiciones  de  reinos  y  de  gentes  que  le  son 
rebeldes,  destruyendo  á  los  contumaces  y  ganando 
para  sí,  y  para  mejor  y  más  bienaventurada  manera  de 
reino,  á  los  que  se  le  sujetan  y  rinden.  Y  de  esta  ma- 
nera, y  de  las  caídas  y  ruinas  del  mundo  saca  El  y 
allega  su  Iglesia;  para,  en  teniéndola  entera  como  de- 
cíamos, todo  lo  demás,  como  á  paja  inútil,,  enviarlo  al 
eterno  fuego,  y  El  sólo  con  ella  sola  abierta  y  des- 
cubiertamente reinar  glorioso  y  sin  fin.  Y  con  esto 
mismo,  Sabino,  se  responde  á  lo  que  últimamente  pre- 
guntasteis. 

Porque  habéis  de  entender  que  este  reino  de  Cristo 
tiene  dos  estados,  ansí  respecto  de  cada  un  particular 
en  quien  reina  secretamente,  como  respecto  de  todos 
en  común,  y  de  lo  manifiesto  de  él  y  de  lo  público.  El 
un  estado  es  de  contradicción  y  de  guerra;  el  otro 
será  de  triunfo  y  de  paz.  En  el  uno  tiene  Cristo  vasa- 
llos obedientes,  y  tiene  también  rebeldes;  en  el  otro 
todo  le  obedecerá  y  servirá  con  amor.  En  éste  quebran- 


DE  LOS   NOMBRES   DE  CRISTO. — LIBRO   SEGUNDO         229 

ta  con  vara  de  hierro  á  lo  rebelde,  y  gobierna  con  amor 
á  lo  subdito;  en  aquél  todo  le  será  subdito  de  voluntad. 

Y  para  declarar  esto  más,  y  tratando  del  reino  que 
tiene  Cristo  en  cada  un  alma  justa,  decimos  que  de  una 
manera  reina  Cristo  en  cada  uno  de  los  justos  aquí,  y 
de  otra  manera  reinará  en  el  mismo  después;  no  de  ma- 
nera que  sean  dos  reinos,  sino  un  reino  que  comen- 
zando aquí,  dura  siempre,  y  que  tiene  según  la  diferen- 
cia del  tiempo  diversos  estados. 

Porque  aquí  lo  superior  del  alma  está  sujeto  de  vo- 
luntad á  la  gracia,  que  es  como  una  imagen  de  Cristo 
y  lugarteniente  suyo  hecho  por  El,  y  puesto  en  ella  por 
El,  para  que  le  presida  y  le  dé  vida,  y  la  rija  y  gobier- 
ne. Mas  rebelase  contra  ella,  y  pretende  hacerle  con- 
tradicción siguiendo  la  vereda  de  su  apetito  la  carne  y 
sus  malos  deseos  y  afectos.  Mas  pelea  la  gracia,  ó  por 
mejor  decir,  Cristo  en  la  gracia,  contra  estos  rebeldes; 
y  como  el  hombre  consienta  ser  ayudado  de  ella,  y  no 
resista  á  su  movimiento,  poco  á  poco  los  doma  y  los 
sujeta,  y  va  extendiendo  el  vigor  de  su  fuerza  insensi- 
blemente por  todas  las  partes  y  virtudes  del  alma;  y 
ganando  sus  fuerzas,  derrueca  sus  malos  apetitos  de 
ella;  y  á  sus  deseos,  que  eran  como  sus  ídolos,  se  los 
quita  y  deshace. 

Y  finalmente,  conquista  poco  á  poco  á  todo  este  rei- 
no nuestro  interior,  y  reduce  á  su  sola  obediencia  to- 
das las  partes  de  él;  y  queda  ella  hecha  señora  única, 
y  reina  resplandeciendo  en  el  trono  del  alma,  y  no 
sólo  tiene  debajo  de  sus  pies  á  los  que  le  eran  rebel- 
des, mas  desterrándolos  del  alma  y  desarraigándolos  de 
ella,  hace  que  no  sean,  dándoles  perfecta  muerte.  Lo 
cual  se  pondrá  por  obra  enteramente  en  la  resurrec- 
ción postrera,  adonde  también  se  acabará  el  primer 
estado  de  este  reino,  que  hemos  llamado  estado  de 
guerra  y  de  pelea,  y  comenzará  el  segundo  estado  de 
triunfo  y  de  paz. 

Del  cual  tiempo  dice  bien  San  Macario  *:  «Porque 

1    Homil.  13. 


230  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

entonces,  dice,  se  descubrirá  por  de  fuera  en  el  cuer- 
po lo  que  agora  tiene  atesorado  el  alma  dentro  de  sí; 
ansí  como  los  árboles,  en  pasando  el  invierno,  y  ha- 
biendo tomado  calor  la  fuerza  que  en  ellos  se  encie- 
rra, con  el  sol  y  con  la  blandura  del  aire  arrojan  afuera 
hojas  y  flores  y  frutos.  Y  ni  más  ni  menos  como  las  yer- 
bas en  la  misma  sazón  sacan  afuera  sus  flores,  que  te- 
nían encerradas  en  el  seno  del  suelo,  con  que  la  tierra 
y  las  yerbas  mismas  se  adornan.  Que  todas  estas  cosas 
son  imágenes  de  lo  que  será  en  aquel  día  en  los  bue- 
nos cristianos.» 

«Porque  todas  las  almas  amigas  de  Dios,  esto  es,  to- 
dos los  cristianos  de  veras,  tienen  su  mes  de  Abril,  que 
es  el  día  cuando  resucitaren  á  vida;  adonde  con  la  fuer- 
za del  Sol  de  justicia  saldrá  afuera  la  gloria  del  Espí- 
ritu-Santo, que  cobijará  á  los  justos  sus  cuerpos.  La 
cual  gloria  tienen  agora  encubierta  en  el  alma;  que  lo 
que  agora  tienen,  eso  sacarán  entonces  á  la  clara  en  el 
cuerpo.» 

«Pues  digo  que  este  es  el  mes  primero  del  año;  este 
el  mes  con  que  todo  se  alegra;  éste  viste  los  desnudos 
árboles  desatando  la  tierra;  éste  en  todos  los  animales 
produce  deleite;  y  éste  es  el  que  regocija  todas  las  co- 
sas. Pues  éste,  por  la  misma  manera,  es  en  la  resurrec- 
ción su  verdadero  abril  á  los  buenos,  que  les  vestirá 
de  gloria  los  cuerpos,  de  la  luz  que  agora  contienen  en 
sí  mismas  sus  almas;  esto  es,  de  la  fuerza  y  poder  del 
espíritu,  el  cual  entonces  les  será  vestidura  rica,  y 
mantenimiento,  y  bebida,  y  regocijo,  y  alegría,  y  paz, 
y  vida  eterna.» 

Esto  dice  Macario.  Porque  de  allí  en  adelante,  toda 
el  alma  y  todo  el  cuerpo  quedarán  sujetos  perdura- 
blemente á  la  gracia;  la  cual,  ansí  como  será  señora 
entera  del  alma,  ansimismo  hará  que  el  alma  se  ense- 
ñoree del  todo  del  cuerpo.  Y  como  ella,  infundida  has- 
ta lo  más  íntimo  de  la  voluntad  y  razón,  y  embebi- 
da por  todo  su  ser  y  virtud,  le  dará  ser  de  Dios  y  la 
transformará  casi  en  Dios;  ansí  también  hará  que, 
lanzándose  el  alma  por  todo  el  cuerpo,  y  actuándole 


DE  LOS  NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO         231 

perfectísimamente,  le  dé  condiciones  de  espíritu  y  casi 
le  transforme  en  espíritu.  Y  ansí,  el  alma  vestida  de 
Dios  verá  á  Dios,  y  tratará  con  El  conforme  al  estilo  del 
cielo;  y  el  cuerpo,  casi  hecho  otra  alma,  quedará  dotado 
de  sus  cualidades  de  ella,  esto  es,  de  inmortalidad,  y  de 
luz,  y  de  ligereza,  y  de  un  ser  impasible.  Yambos  jun- 
tos, el  cuerpo  y  el  alma,  no  tendrán  ni  otro  ser  ni  otro 
querer,  ni  otro  movimiento  alguno  más  de  lo  que  la 
gracia  de  Cristo  pusiere  en  ellos,  que  ya  reinará  en 
ellos  para  siempre  gloriosa  y  pacífica. 

Pues  lo  que  toca  á  lo  público  y  universal  de  este 
reino,  va  también  por  la  misma  manera.  Porque  agora, 
y  cuanto  durare  la  sucesión  de  estos  siglos,  reina  en  el 
mundo  Cristo  con  contradicción;  porque  unos  le  obede- 
cen y  otros  se  le  rebelan;  y  con  los  sujetos  es  dulce,  y 
con  los  rebeldes  y  contradicientes  tiene  guerra  perpe- 
tua. Por  medio  de  la  cual,  y  según  las  secretas  y  no 
comprensibles  formas  de  su  infinita  providencia  y  po- 
der, los  ha  ido  y  va  deshaciendo. 

Primero,  como  decía,  derrocando  las  cabezas,  que 
son  los  demonios,  que  en  contradicción  de  Dios  y  de 
Cristo  se  habían  levantado  con  el  señorío  de  todos  los 
hombres,  sujetándolos  á  sus  vicios  é  ídolos.  Ansí  que, 
primero  derrueca  á  éstos,  que  son  los  caudillos  de  toda 
la  infidelidad  y  maldad,  como  lo  vimos  en  los  siglos 
pasados,  y  agora  en  el  nuevo  mundo  lo  vemos.  Porque 
sola  la  predicación  del  Evangelio,  que  es  decir  la  vir- 
tud y  la  palabra  de  sólo  Cristo,  es  lo  que  siempre  ha 
deshecho  la  adoración  de  los  ídolos. 

Pues  derrocados  éstos,  lo  segundo,  á  los  hombres 
que  son  sus  miembros  de  ellos,  digo,  á  los  hombres  que 
siguen  su  voz  y  opinión,  y  que  son  en  las  costumbres 
y  condiciones  como  otros  demonios,  los  vence  también: 
ó  reduciéndolos  á  la  verdad,  ó,  si  perseveran  en  la 
mentira  duros,  quebrándolos  y  quitándolos  del  mundo 
y  de  la  memoria. 

Ansí  ha  ido  siempre  desde  su  principio  el  Evangelio; 
y  como  el  sol,  que  moviéndose  siempre  y  enviando 
siempre  su  luz,  cuando  amanece  á  los  unos,  á  los  otros 


232  FRAY   LUIS   DE  LEÓN 

se  pone,  ansí  el  Evangelio  y  la  predicación  de  doc- 
trina de  Cristo,  andando  siempre  y  corriendo  de  unas 
gentes  á  otras,  y  pasando  por  todas,  y  amaneciendo  á 
las  unas,  y  dejando  las  que  alumbraba  antes  en  os- 
curidad, va  levantando  fieles  y  derrocando  imperios, 
ganando  escogidos  y  asolando  los  que  no  son  ya  de 
provecho  ni  fruto. 

Y  si  permite  que  algunos  reinos  infieles  crezcan  en 
señorío  y  poder,  hácelo  para  por  su  medio  de  ellos 
traer  á  perfección  las  piedras  que  edifican  su  Iglesia.  Y 
ansí,  aun  cuando  éstos  vencen,  El  vence  y  vencerá 
siempre;  é  irá  por  esta  manera  de  continuo  añadiendo 
nuevas  victorias,  hasta  que  cumpliéndose  el  número 
determinado  de  los  que  tiene  señalados  para  su  reino, 
todo  lo  demás,  como  á  desaprovechado  é  inútil,  ven- 
cido ya  y  convencido  por  sí,  lo  encadene  en  el  abismo 
donde  no  parezca  sin  fin.  Que  será  cuando  tuviere  fin 
este  siglo,  y  entonces  tendrá  principio  el  segundo  es- 
tado de  este  gran  reino,  en  el  cual  desechadas  y  olvi- 
dadas las  armas,  sólo  se  tratará  de  descanso  y  de  triun- 
fo; y  los  buenos  serán  puestos  en  la  posesión  de  la  tie- 
rra y  del  cielo,  y  reinará  Dios  en  ellos  sólo  y  sin  térmi- 
no, que  será  estado  mucho  más  feliz  y  glorioso  de  lo 
que  ni  hablar  ni  pensar  se  puede;  y  del  uno  y  del  otro 
estado  escribió  San  Pablo  maravillosamente,  aunque 
con  breves  palabras. 

Dice  á  los  de  Corinto  l :  «Conviene  que  reine  El  has- 
ta que  ponga  á  todos  sus  enemigos  debajo  de  sus  pies; 
y  á  la  postre  de  todos  será  destruida  la  muerte  enemi- 
ga. Porque  todo  lo  sujetó  á  sus  pies;  mas  cuando  dice 
que  todo  le  está  sujeto,  sin  duda  se  entiende  todo,  ex- 
cepto Aquel  que  se  lo  sujetó.  Pues  cuando  todo  le  es- 
tuviere sujeto,  entonces  el  mismo  Hijo  estará  sujeto  á 
Aquel  que  le  sujetó  á  Él  todas  las  cosas,  para  que  Dio* 
sea  en  todos  todas  las  cosas». 

Dice  que  conviene  que  reine  Cristo  hasta  que  ponga 
debajo  de  sus  pies  á  sus  enemigos,  y  hasta  que  deje  en 

1    I  Corint.,  iv,  25. 


DE   LOS    NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO         23& 

vacío  á  todos  los  demás  señoríos.  Y  quiere  decir  que 
conviene  que  el  reino  de  Cristo,  en  el  estado  que  deci- 
mos de  guerra  y  de  contradicción,  dure  hasta  que  ha- 
biéndolo sujetado  todo,  alcance  entera  victoria  de  todo. 
Y  dice  que  cuando  hubiere  vencido  á  lo  demás,  lo  pos- 
trero de  todo  vencerá  la  muerte,  último  enemigo;  por- 
que, cerrados  los  siglos  y  deshechos  todos  los  rebeldes, 
dará  fin  á  la  corrupción  y  á  la  mudanza,  y  resucitará 
los  suyos  gloriosos  para  más  no  morir,  y  con  esto  se 
acabará  el  primer  estado  de  su  reino  de  guerra,  y  na- 
cerá la  vida  y  la  gloria;  y,  lleno  de  despojos  y  de  ven- 
cimientos, presentará  su  Iglesia  á  su  Padre,  que  rei- 
nará en  ella  juntamente  con  su  Hijo  en  felicidad  sem- 
piterna. 

Y  dice  que  entonces,  esto  es,  en  aquel  estado  segun- 
do, será  Dios  en  todos  todas  las  cosas,  por  dos  razones^ 
Una,  porque  todos  los  hombres,  y  todas  las  partes,  y 
sentidos  é  inclinaciones  que  en  cada  uno  de  ellos  hay, 
le  estarán  obedientes  y  sujetos,  y  reinará  en  ellos  la  ley 
de  Dios  sin  contienda,  que,  como  vemos  en  la  oración 
que  el  Señor  nos  enseña,  estas  dos  cosas  andan  juntas 
ó  «asi  son  una  misma,  el  reinar  Dios  y  el  cumplir  nos- 
otros su  voluntad  y  su  ley  enteramente,  ansí  como  se 
cumple  en  el  cielo.  Y  la  otra  razón  es  porque  será  Dio» 
entonces  El  sólo  y  por  sí  para  su  reino,  todo  aquello 
que  á  su  reino  fuere  necesario  y  provechoso.  Porque 
El  les  será  el  príncipe  y  el  corregidor,  y  el  secretario  y 
el  consejero;  y  todo  lo  que  agora  se  gobierna  por  dife- 
rentes ministros,  El  por  sí  sólo  lo  administrará  con  los 
suyos;  y  El  mismo  les  será  la  riqueza  y  el  dador  de- 
ella,  el  descanso,  el  deleite,  la  vida. 

Y  como  Platón  dice  del  oficio  del  rey,  que  ha  de  ser 
de  pastor,  ansí  como  llama  Homero  á  los  reyes,  porque 
ha  de  ser  para  sus  subditos  todo,  como  el  pastor  para 
sus  ovejas  lo  es:  porque  él  las  apacienta  y  las  guía  y 
las  cura  y  las  lava  y  las  trasquila  y  las  recrea;  ansí 
Dios  será  entonces  con  su  dichoso  ganado  muy  más 
perfecto  pastor,  ó  será  alma  en  el  cuerpo  de  su  Igle- 
sia querida;   porque  junto  entonces  y  enlazado  con 


234  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

-ella,  y  metido  por  toda  ella  por  manera  maravillosa 
hasta  lo  íntimo,  ansí  como  ahora  por  nuestra  alma 
sentimos,  ansí  en  cierta  manera  entonces  veremos  y 
sentiremos  y  entenderemos,  y  nos  moveremos  por  Dios, 
y  Dios  echará  rayos  de  sí  por  todos  nuestros  sentidos, 
y  nos  resplandecerá  por  los  rostros. 

Y  como  en  el  hierro  encendido  no  se  ve  sino  fuego, 
ansí  lo  que  es  hombre  casi  no  será  sino  Dios,  que  con 
su  Cristo  reinará  enseñoreado  perfectamente  de  todos. 
De  cuyo  reino  ó  de  la  felicidad  de  este  su  estado  pos- 
trero, ¿qué  podemos  mejor  decir  que  lo  que  dice  el 
Profeta?  *  «Di  alabanzas,  hija  de  Sión;  gózate  con  jú- 
bilo, Israel;  alégrate  y  regocíjate  de  todo  tu  corazón, 
Tuja  de  Jerusalén;  que  el  Señor  dio  fin  á  tu  castigo, 
apartó  de  ti  su  azote,  retiró  tus  enemigos  el  Rey  de 
Israel.  El  Señor  en  medio  de  ti,  no  temerás  mal  de 
aquí  en  adelante». 

O  como  otro  profeta  lo  dijo  2:  «No  sonará  ya  de  allí 
adelante  en  tu  tierra  maldad  ni  injusticia,  ni  asola- 
miento ni  destrucción  en  tus  términos;  la  salud  se 
enseñoreará  por  tus  muros,  y  en  las  puertas  tuyas 
sonará  voz  de  loor.  No  te  servirás  de  allí  adelante  del 
sol  para  que  te  alumbre  en  el  día,  ni  el  resplandor 
de  la  luna  será  tu  lumbrera;  mas  el  Señor  mismo  te 
valdrá  por  sol  sempiterno  y  será  tu  gloria  y  tu  her- 
mosura tu  Dios.  No  se  pondrá  tu  sol  jamás,  ni  tu  luna 
se  amenguará;  porque  el  Señor  será  tu  luz  perpetua, 
que  ya  se  fenecieron  de  tu  lloro  los  días.  Tu  pueblo 
iodo  serán  justos  todos,  heredarán  la  tierra  sin  fin, 
que  son  fruto  de  mis  posturas,  obra  de  mis  manos 
para  honra  gloriosa.  El  menor  valdrá  por  mil,  y  el 
pequeñito  más  que  una  gente  tortísima,  que  yo  soy  el 
Señor,  y  en  su  tiempo  yo  lo  haré  en  un  momento». 

Y  en  otro  lugar  3:  «Serán  allí  en  olvido  puestas  las 
•congojas  primeras,  y  ellas  se  les  esconderán  de  los 
ojos.  Porque  yo  criaré  nuevos  cielos  y  nueva  tierra, 


1    Sophon,  ui"  14.  2    Isai.,  lx,  18.  3    Isai.,  lxv,  16. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO,— LIBRO  SEGUNDO         235 

y  los  pasados  no  serán  remembrados  ni  subirán  á  las 
mentes.  Porque  yo  criaré  á  Jerusalén  regocijo,  y  ale- 
gría á  su  pueblo,  y  me  regocijaré  yo  en  Jerusalén,  y 
en  mi  pueblo  me  gozaré.  Voz  de  lloro  ni  voz  lamenta- 
ble de  llanto  no  será  ya  allí  más  oída,  ni  habrá  más 
•en  ella  niño  en  días,  ni  anciano  que  no  cumpla  sus 
años;  porque  el  de  cien  años  mozo  perecerá,  y  el  que 
de  cien  años  pecador  fuere  será  maldito.  Edificarán  y 
morarán,  plantarán  viñas  y  comerán  de  sus  frutos. 
No  edificarán  y  morarán  otros,  no  plantarán  y  será 
de  otro  comido.  Porque  conforme  á  los  días  del  árbol 
de  vida,  será  el  tiempo  del  vivir  de  mi  pueblo.  Las 
obras  de  sus  manos  se  envejecerán  por  mil  siglos. 
Mis  escogidos  no  trabajarán  en  vano,  ni  engendrarán 
para  turbación  y  tristeza.  Porque  ellos  son  genera- 
ciones de  los  benditos  de  Dios,  y  es  lo  que  de  ellos 
nace,  cual  ellos.  Y  será  que  antes  que  levanten  la 
voz,  admitiré  su  pedido,  y  en  el  menear  de  la  lengua 
yo  los  oiré.  El  lobo  y  el  cordero  serán  apacentados 
como  uno,  el  león  comerá  heno  ansí  como  el  buey,  y 
polvo  será  su  pan  de  la  sierpe.  No  maleficiarán,  no 
contaminarán,  dice  el  Señor,  en  toda  la  santidad  de 
mi  monte». 

Calló  Marcelo  un  poco  luego  que  dijo  esto,  y  luego 
tornó  á  decir: 

— Bastará,  si  os  parece,  para  lo  que  toca  al  nombre 
de  Rey  lo  que  hemos  agora  dicho,  dado  que  mucho 
más  se  pudiera  decir;  mas  es  bien  que  repartamos  el 
tiempo  con  lo  que  resta. 

Y  tornó  luego  á  callar.  Y  descansando,  y  como  re- 
cogiéndose todo  en  sí  mismo  por  un  espacio  pequeño, 
alzó  después  los  ojos  al  cielo,  que  ya  estaba  sembrado 
de  estrellas,  y  teniéndolos  en  ellas  como  enclavados, 
comenzó  á  decir  ansí: 


236  FRAY   LUIS  DE  LEÓN 


CAPÍTULO  III 

Explícase  qué  cosa  es  paz,  cómo  Cristo  es  su  autor,  y  por  tanto 
llamado  Príncipe  de  paz. 

Guando  la  razón  no  lo  demostrara,  ni  por  otro  ca- 
mino se  pudiera  entender  cuan  amable  cosa  sea  la 
paz,  esta  vista  hermosa  del  cielo  que  se  nos  descubre 
agora,  y  el  concierto  que  tienen  entre  sí  estos  resplan- 
dores que  lucen  en  él,  nos  dan  de  ello  suficiente  tes- 
timonio. Porque  ¿qué  otra  cosa  es,  sino  paz,  ó  cierta- 
mente una  imagen  perfecta  de  paz,  esto  que  agora 
yernos  en  el  cielo  y  que  con  tanto  deleite  se  nos  vie- 
ne á  los  ojos?  Que  si  la  paz  es,  como  San  Agustín  bre- 
ve y  verdaderamente  concluye,  un  orden  sosegado  ó 
un  tener  sosiego  y  firmeza  en  lo  que  pide  el  buen 
orden,  eso  mismo  es  lo  que  nos  descubre  agora  esta 
imagen.  Adonde  el  ejército  de  las  estrellas,  puesto 
como  en  ordenanza  y  como  concertado  por  sus  hile- 
ras, luce  hermosísimo,  y  adonde  cada  una  de  ellas  in- 
violablemente guarda  su  puesto,  adonde  no  usurpa 
ninguna  el  lugar  de  su  vecina  ni  la  turba  en  su  oficio, 
ni  menos  olvidada  del  suyo,  rompe  jamás  la  ley  eterna 
y  santa  que  le  puso  la  Providencia;  antes  como  her- 
manadas todas  y  como  mirándose  entre  sí,  y  comu- 
nicándose sus  luces  las  mayores  con  las  menores,  se 
hacen  muestra  de  amor,  y  como  en  cierta  manera  se 
reverencian  unas  á  otras,  y  todas  juntas  templan  á 
veces  sus  rayos  y  sus  virtudes,  reduciéndolas  á  una 
pacífica  unidad  de  virtud,  de  partes  y  aspectos  dife- 
rentes compuesta,  universal  y  poderosa  sobre  toda 
manera. 

Y  si  ansí  se  puede  decir,  no  sólo  son  un  dechado  de 
paz  clarísimo  y  bello,  sino  un  pregón  y  un  loor  que 
con  voces  manifiestas  y  encarecidas  nos  notifica  cuan 
excelentes  bienes  son  los  que  la  paz  en  sí  contiene,  y 
los  que  hace  en  todas  las  cosas.  La  cual  voz  y  pregón 
sin  ruido  se  lanza  en  nuestras  almas,  y  de  lo  que  en 


DE  LOS  NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO  237 

ellas  lanzada  hace,  se  ve  y  enciende  bien  la  eficacia 
suya  y  lo  mucho  que  las  persuade.  Porque  luego, 
como  convencidas  de  cuánto  les  es  útil  y  hermosa  la 
paz,  se  comienzan  ellas  á  pacificar  en  sí  mismas  y  á 
poner  á  cada  una  de  sus  partes  en  orden. 

Porque  si  estamos  atentos  á  lo  secreto  que  en  nos- 
otros pasa,  veremos  que  este  concierto  y  orden  de  las 
estrellas,  mirándolo,  pone  en  nuestras  almas  sosiego, 
y  veremos  que  con  sólo  tener  los  ojos  enclavados  en 
él  con  atención,  sin  sentir  en  qué  manera,  los  deseos 
nuestros  y  las  afecciones  turbadas  que  confusamente 
movían  ruido  en  nuestros  pechos  de  día,  se  van  aquie- 
tando poco  á  poco;  y,  como  adormeciéndose,  se  repo- 
san tomando  cada  una  su  asiento,  y  reduciéndose  á 
su  lugar  propio,  se  ponen  sin  sentir  en  sujeción  y 
concierto.  Y  veremos  que,  ansí  como  ellas  se  humi- 
llan y  callan,  ansí  lo  principal  y  lo  que  es  señor  en  el 
alma,  que  es  la  razón,  se  levanta  y  recobra  su  dere- 
cho y  su  fuerza,  y  como  alentada  con  esta  vista  celes- 
tial y  hermosa,  concibe  pensamientos  altos  y  dignos 
de  sí,  y  como  en  una  cierta  manera  se  recuerda  de  su 
primer  origen,  y  al  fin  pone  todo  lo  que  es  vil  y  bajo 
en  su  parte,  y  huella  sobre  ello.  Y  ansí,  puesta  ella  en 
su  trono  como  emperatriz,  y  reducidas  á  sus  lugares 
todas  las  demás  partes  del  alma,  queda  todo  el  hom- 
bre ordenado  y  pacífico. 

Mas  ¿qué  digo  de  nosotros  que  tenemos  razón?  Esto 
insensible  y  esto  rudo  del  mundo,  los  elementos,  y  la 
tierra,  y  el  aire,  y  los  brutos  se  ponen  todos  en  orden 
y  se  aquietan,  luego  que  poniéndose  el  sol  se  les  re- 
presenta este  ejército  resplandeciente.  ¿No  veis  el  si- 
lencio que  tienen  agora  todas  las  cosas,  y  cómo  parece 
que  mirándose  en  este  espejo  bellísimo,  se  componen 
todas  ellas  y  hacen  paz  entre  sí,  vueltas  á  sus  lugares 
y  oficios,  y  contentas  con  ellos? 

Es  sin  duda  el  bien  de  todas  las  cosas  universal- 
mente  la  paz;  y  ansí,  donde  quiera  que  la  ven  la 
aman.  Y  no  sólo  ella,  mas  la  vista  de  su  imagen  de 
ella  las  enamora  y  las  enciende  en  codicia  de  áseme- 


238  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

jársele,  porque  todo  se  inclina  fácil  y  dulcemente  á 
su  bien.  Y  aun  si  confesamos,  como  es  justo  confesar, 
la  verdad,  no  solamente  la  paz  es  amada  generalmente 
de  todos,  mas  sola  ella  es  amada  y  seguida  y  procura- 
da por  todos.  Porque  cuanto  se  obra  en  esta  vida  por 
los  que  vivimos  en  ella,  y  cuanto  se  desea  y  afana,  es 
por  conseguir  este  bien  de  la  paz;  y  este  es  el  blanco 
adonde  enderezan  su  intento,  y  el  bien  á  que  aspiran 
todas  las  cosas.  Porque  si  navega  el  mercader  y  si 
corre  los  mares,  es  por  tener  paz  con  su  codicia,  que 
le  solicita  y  guerrea.  Y  el  labrador  en  el  sudor  de  su 
cara  y  rompiendo  la  tierra  busca  paz,  alejando  de  sí 
cuanto  puede  el  enemigo  duro  de  la  pobreza.  Y  por 
la  misma  manera,  el  que  sigue  el  deleite,  y  el  que  an- 
hela la  honra,  y  el  que  brama  por  la  venganza,  y  final- 
mente, todos  y  todas  las  cosas  buscan  la  paz  en  cada 
una  de  sus  pretensiones.  Porque,  ó  siguen  algún  bien 
que  les  falta,  ó  huyen  algún  mal  que  los  enoja. 

Y  porque  ansí  el  bien  que  se  busca  como  el  mal 
que  se  padece  ó  se  teme,  el  uno  con  su  deseo  y  el 
otro  con  su  miedo  y  dolor,  turban  el  sosiego  del  alma 
y  son  como  enemigos  suyos  que  le  hacen  guerra,  colí- 
gese  immifiestamente  que  es  huir  la  guerra  y  buscar  la 
paz  todo  cuanto  se  hace.  Y  si  la  paz  es  tan  grande  y 
tan  único  bien,  ¿quién  podrá  ser  príncipe  de  ella,  esto 
es,  causador  de  ella  y  principal  fuente  suya,  sino  ese 
mismo  que  nos  es  el  principio  y  el  autor  de  todos  los 
bienes,  Jesucristo,  Señor  y  Dios  nuestro?  Porque  si  la 
paz  es  carecer  de  mal  que  aflige  y  de  deseo  que  ator- 
menta, y  gozar  de  reposado  sosiego,  sólo  El  hace  exen- 
tas las  almas  del  temer,  y  las  enriquece  por  tal  mane- 
ra, que  no  les  queda  cosa  que  poder  desear. 

Mas  para  que  esto  se  entienda,  será  bien  que  diga- 
mos por  su  orden  qué  cosa  es  paz  y  las  diferentes  ma- 
neras que  de  ella  hay,  y  si  Cristo  es  príncipe  y  autor  de 
ella  en  nosotros,  según  todas  sus  partes  y  maneras,  y 
de  la  forma  en  cómo  es  su  autor  y  su  príncipe. 

— Lo  primero  de  esto  que  proponéis,  dijo  entonces 
Sabino,  paréceme,  Marcelo,  que  está  ya  declarado  por 


DE   LOS    NOMBRES  DE   CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO         239 

vos  en  lo  que  habéis  dicho  hasta  agora,  adonde  lo  pro- 
basteis con  la  autoridad  y  testimonio  de  San  Agustín. 

— Es  verdad  que  dije,  respondió  luego  Marcelo,  que 
la  paz,  según  dice  San  Agustín,  no  es  otra  cosa  sino  un 
orden  sosegado  ó  un  sosiego  ordenado.  Y  aunque  no 
pienso  agora  determinarla  por  otra  manera,  porque 
ésta  de  San  Agustín  me  contenta,  todavía  quiero  insis- 
tir algo  acerca  de  esto  mismo  que  San  Agustín  dice, 
para  dejarlo  más  enteramente  entendido. 

Porque,  como  veis,  Sabino,  según  esta  sentenciaT 
dos  cosas  diferentes  son  las  de  que  se  hace  la  paz, 
conviene  á  saber,  sosiego  y  orden.  Y  hácese  de  ellas 
ansí,  que  no  será  paz  si  alguna  de  ellas,  cualquiera 
que  sea,  le  faltare.  Porque  lo  primero,  la  paz  pide  or- 
den, ó  por  mejor  decir,  no  es  ella  otra  cosa  sino  que 
cada  una  cosa  guarde  y  conserve  su  orden.  Que  lo  alto 
esté  en  su  lugar,  y  lo  bajo,  por  la  misma  manera;  que 
obedezca  lo  que  ha  de  servir,  y  lo  que  es  de  suyo  se- 
ñor que  sea  servido  y  obedecido;  que  haga  cada  uno 
su  oficio,  y  que  responda  á  los  otros  con  el  respeto  que 
á  cada  uno  se  debe.  Pide,  lo  segundo,  sosiego  la  paz. 
Porque,  aunque  muchas  personas  en  la  república,  ó 
muchas  partes  en  el  alma  y  en  el  cuerpo  del  hom- 
bre conserven  entre  sí  su  debido  orden,  y  se  manten- 
gan cada  una  en  su  puesto;  pero  si  las  mismas  están 
como  bullendo  para  desconcertarse,  y  como  forcejean- 
do entre  sí  para  salir  de  su  orden,  aun  antes  que  con- 
sigan su  intento  y  se  desordenen,  aquel  mismo  bullicio 
suyo  y  aquel  movimiento  destierra  la  paz  de  ellas,  y  el 
moverse  ó  el  caminar  al  desorden,  ó  siquiera  el  no  te- 
ner en  el  orden  estable  firmeza,  es  sin  duda  una  espe- 
cie de  guerra. 

Por  manera,  que  el  orden  sólo  sin  el  reposo  no  hace 
paz;  ni  al  revés,  el  reposo  y  sosiego,  si  le  falta  el  orden. 
Porque  un  desorden  sosegado  (si  puede  haber  sosiego 
en  el  desorden,  pero  si  le  hay,  como  de  hecho  le  pare- 
ce haber  en  aquellos  en  quienes  la  grandeza  de  la 
maldad,  confirmada  con  la  larga  costumbre,  amorti- 
guando el  sentido  del  bien,  hace  asiento);  ansí  que,  el 


240  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

reposo  en  el  desorden  y  mal  no  es  sosiego  de  paz,  sino 
confirmación  de  guerra;  y  es,  como  en  las  enfermeda- 
des confirmadas  del  cuerpo,  pelea  y  contienda  y  ago- 
nía incurable. 

Es,  pues,  la  paz  sosiego  y  concierto.  Y  porque  ansí 
el  sosiego  como  el  concierto  dicen  respecto  á  otro  ter- 
cero, por  eso  propiamente  la  paz  tiene  por  sujeto  á  la 
muchedumbre;  porque  en  lo  que  es  uno,  y  del  todo 
sencillo,  si  no  es  refiriéndolo  á  otro,  y  por  respeto  de 
aquello  á  quien  se  refiere,  no  se  asienta  propiamente 
la  paz. 

Pues  cuanto  á  este  propósito  pertenece,  podemos 
comparar  el  hombre,  y  referirlo  á  tres  cosas:  lo  prime- 
ro á  Dios,  lo  segundo  á  ese  mismo  hombre,  consideran- 
do las  partes  diferentes  que  tiene,  y  comparándolas 
entre  sí;  y  lo  tercero  á  los  demás  hombres  y  gentes 
con  quienes  vive  y  conversa.  Y  según  estas  tres  com- 
paraciones, entendemos  luego  que  puede  haber  paz  en 
él  por  tres  diferentes  maneras.  Una  si  estuviere  bien 
concertada  con  Dios,  otra  si  él  dentro  de  sí  mismo  vi- 
viere en  concierto,  y  la  tercera  si  no  se  atravesare  ni 
encontrare  con  otros. 

La  primera  consiste  en  que  el  alma  esté  sujeta  á 
Dios  y  rendida  á  su  voluntad,  obedeciendo  enteramen- 
te sus  leyes,  y  en  que  Dios,  como  en  sujeto  dispuesto, 
mirándola  amorosa  y  dulcemente,  influya  el  favor  de 
sus  bienes  y  dones.  La  segunda  está  en  que  la  razón 
mande,  y  el  sentido  y  los  movimientos  de  él  obedez- 
can sus  mandamientos,  y  no  sólo  en  que  obedezcan, 
sino  en  que  obedezcan  con  presteza  y  con  gusto,  de 
manera  que  no  haya  alboroto  entre  ellos  ninguno  ni 
rebeldía,  ni  procure  ninguno  porque  la  haya;  sino  que 
gusten  ansí  todos  del  estar  á  una,  y  les  sea  ansí  agra- 
dable la  conformidad,  que  ni  traten  de  salir  de  ella, 
ni  por  ello  forcejeen.  La  tercera  es  dar  su  derecho  á 
todos  cada  uno,  y  recibir  cada  uno  de  todos  aquello 
que  se  le  debe  sin  pleito  ni  contienda. 

Cada  una  de  estas  paces,  es  para  el  hombre  de 
grandísima  utilidad  y  provecho,  y  de  todas  juntas  se 


DE   LOS   NOMBRES   DE    CRISTO.  -  LIBRO    SEGUNDO  241 

compone  y  fabrica  toda  su  felicidad  y  bienandanza.  La 
utilidad  de  la  postrera  manera  de  paz,  que  nos  ajunta 
estrechamente,  y  nos  tiene  en  sosiego  á  los  hombres 
unos  con  otros,  cada  día  hacemos  experiencia  de  ella, 
y  los  llorosos  males  que  nacen  de  las  contiendas  y  de 
las  diferencias  y  de  las  guerras,  nos  la  hacen  más  co- 
nocer y  sentir. 

El  bien  de  la  segunda,  que  es  vivir  concertada  y  pa- 
cíficamente consigo  mismo,  sin  que  el  miedo  nos  estre- 
mezca ni  la  afición  nos  inflame,  ni  nos  saque  de  nues- 
tros quicios  la  alegría  vana,  ni  la  tristeza,  ni  menos  el 
•dolor,  nos  envilezca  y  encoja,  no  es  bien  tan  conocido 
por  la  experiencia;  porque,  por  nuestra  miseria  gran- 
de, son  muy  raros  los  que  hacen  experiencia  de  él; 
mas  convéncese  por  razón  y  por  autoridad  clara- 
mente. 

Porque  ¿qué  vida  puede  ser  la  de  aquel  en  quien 
-sus  apetitos  y  pasiones,  no  guardando  ley  ni  buena 
orden  alguna,  se  mueven  conforme  á  su  antojo?  ¿La 
de  aquel  que  por  momentos  se  muda  con  aficiones 
contrarias,  y  no  sólo  se  muda,  sino  muchas  veces  ape- 
tece y  desea  juntamente  lo  que  en  ninguna  manera  se 
compadece  estar  junto:  ya  alegre,  ya  triste,  ya  confia- 
do, ya  temeroso,  ya  vil,  ya  soberbio?  0  ¿qué  vida  será 
la  de  aquel  en  cuyo  ánimo  hace  presa  todo  aquello 
que  se  le  pone  delante?:  ¿del  que  todo  lo  que  se  le 
ofrece  al  sentido  desea?;  ¿del  que  se  trabaja  por  alcan- 
zarlo todo,  y  del  que  revienta  con  rabia  y  coraje  por- 
que no  lo  alcanza?;  ¿del  que  lo  alcanza  hoy,  lo  abo- 
rrece mañana,  sin  tener  perseverancia  en  ninguna 
cosa  más  de  en  ser  inconstante?  ¿Qué  bien  puede  ser 
bien  entre  tanta  desigualdad?  0  ¿cómo  será  posible 
que  un  gusto  tan  turbado  halle  sabor  en  ninguna 
prosperidad  ni  deleite?  O  por  mejor  decir,  ¿cómo  no 
turbará  y  volverá  de  su  calidad  malo  y  desabrido,  á 
todo  aquello  que  en  él  se  infundiere?  No  dice  esto 
mal,  Sabino,  vuestro  poeta  h 


1     Orat.,  lib.  1,  epist.  2 


16 


"242  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

A  quien  teme  ó  desea  sin  mesura, 
su  casa  y  su  riqueza  ansí  le  agrada 
como  á  la  vista  enferma  la  pintura, 

como  á  la  gota  el  ser  muy  fomentada, 
ó  como  la  vihuela  en  el  oido, 
que  la  podre  atormenta  amontonada. 

Si  el  vaso  no  está  limpio,  corrompido, 
aceda  todo  aquello  que  infundieres. 

Y  mejor  mucho  y  más  brevemente  el  Profeta,  di- 
ciendo 1:  «El  malo  como  mar  que  hierve,  que  no  tiene 
sosiego».  Porque  no  hay  mar  brava  en  quien  los  vien- 
tos más  furiosamente  ejecuten  su  ira,  que  iguale  á  la 
tempestad  y  á  la  tormenta,  que  yendo  unas  olas  y  vi- 
niendo otras,  mueven  en  el  corazón  desordenado  del 
hombre  sus  apetitos  y  sus  pasiones.  Las  cuales  á  las- 
veces  le  oscurecen  el  día,  y  le  hacen  temerosa  la  no- 
che, y  le  roban  el  sueño,  y  la  cama  se  la  vuelven  dura7 
y  la  mesa  se  la  hacen  trabajosa  y  amarga,  y  finalmen- 
te, no  le  dejan  una  hora  de  vida  dulce  y  apacible  de 
veras.  Y  ansí,  concluye  diciendo:  «Dice  el  Señor:  No 
cabe  en  los  malos  paz».  Y  si  es  tan  dañoso  este  desor- 
den, el  carecer  de  él  y  la  paz  que  lo  contradice  y  que 
pone  orden  en  todo  el  hombre,  sin  duda  es  gran  bien. 
Y  por  semejante  manera  se  conoce  cuan  dulce  cosa  es 
y  cuan  importante  es  el  andar  á  buenas  con  Dios  y  el 
conservar  su  amistad,  que  es  la  tercera  manera  de  paz 
que  decíamos,  y  la  primera  de  todas  tres.  Porque  de 
los  efectos  que  hace  su  ira  en  aquellos  contra  quienes 
mueve  guerra,  vemos  por  vista  de  ojos  cuan  provecho- 
sa é  importante  es  su  paz. 

Jeremías,  en  nombre  de  Jerusalén,  encarece  con  llo- 
ro el  estrago  que  hizo  en  ella  el  enojo  de  Dios,  y  las 
miserias  á  que  vino  por  haber  trabado  guerra  con  él  2: 
«Quebrantó,  dice,  con  ira  y  braveza  toda  la  fortaleza 
de  Israel,  hizo  volver  atrás  su  mano  derecha  delante 
del  enemigo,  y  encendió  en  Jacob  como  una  llama  de 
fuego  abrasante  en  derredor.  Flechó  su  arco  como  con- 

1    Isai.,  lvii,  20.  2    Tren.,  ii,  3-5. 


DE   LOS    NOMBRES'  DE   CRISTO. — LIBRO  SEGUNDO  243 

trario,  refirmó  su  derecha  como  enemigo,  y  puso  á  cu- 
chillo todo  lo  hermoso,  y  todo  lo  que  era  de  ver  en  la 
morada  de  la  hija  de  Sión;  derramó  como  fuego  su 
gran  coraje.  Volvióse  Dios  enemigo,  despeñó  á  Israel, 
asoló  sus  muros,  deshizo  sus  reparos,  colmó  á  la  hija 
de  Judá  de  bajeza  y  miseria».  Y  va  por  esta  manera 
prosiguiendo  muy  largamente. 

Mas  en  el  libro  de  Job  se  ve  como  dibujado  el  mise- 
rable mal  que  pone  Dios  en  el  corazón  de  aquellos  con- 
tra quienes  se  muestra  enojado  h  «Sonido,  dice,  de  es- 
panto siempre  en  sus  orejas,  y  cuando  tiene  paz,  se 
recela  de  alguna  celada;  no  cree  poder  salir  de  tinie- 
blas, y  mira  en  derredor,  recatándose  por  todas  partes 
de  la  espada;  atemorízale  la  tribulación  y  cércale  á  la 
redonda  la  angustia».  Y  sobre  todos  refiriendo  Job  sus 
dolores,  pinta  singularmente  en  sí  mismo  el  estrago  que 
hace  Dios  en  los  que  se  enoja.  Y  decirlo  he  en  la  ma- 
nera que  nuestro  común  amigo  en  verso  castellano  lo 
dijo.  Dice,  pues: 

Veo  que  Dios  los  pasos  me  ha  tomado; 
cortado  me  ha  la  senda,  y  con  oscura 
tiniebla  mis  caminos  ha  cerrado. 

Quitó  de  mi  cabeza  la  hermosura 
^  del  rico  resplandor  con  que  iba  al  cielo; 

desnudo  me  dejó  con  mano  dura. 

Cortóme  en  derredor,  y  vine  al  suelo 
cual  árbol  derrocado,  mi  esperanza 
el  viento  la  llevó  con  presto  vuelo. 

Mostró  de  su  furor  la  gran  pujanza, 
airado,  y  triste  yo,  como  si  fuera 
contrario,  ansí  do  si  me  aparta  y  lanza. 

Corrió  como  en  tropel  sa  escuadra  fiera, 
y  vino  y  puso  cerco  á  mi  inorada. 
y  abrió  por  medio  de  ella  gran  carrera. 

Y  si  el  tener  por  contrario  á  Dios,  y  del  andar  en 
bandos  con  El  nacen  estos  daños,  bien  se  entiende  que 
carecerá  de  ellos  el  que  se  conservare  en  su  paz  y 

1     Job,  xv,  21-24. 


244  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

amistad;  y  no  sólo  carecerá  de  estos  daños,  mas  goza- 
rá de  señalados  provechos.  Porque  como  Dios  enojado 
y  enemigo  es  terrible,  ansí  amigo  y  pacífico  es  liberal 
y  dulcísimo.  Como  se  ve  en  lo  que  Isaías  en  su  perso- 
na de  él  dice  que  hará  con  la  congregación  santa  de 
sus  amigos  y  justos  *:  «Alegraos  con  Jerusalén,  dice,  y 
regocijaos  con  ella  todos  los  que  la  queréis  bien;  gó- 
zaos, gózaos  mucho  con  ella  todos  lo  que  la  llorabais, 
para  que  á  los  pechos  de  su  contento  puestos,  los  gus- 
téis y  os  hartéis,  para  que  los  exprimáis,  y  tengáis  sobra 
de  los  deleites  de  su  perfecta  gloria.  Porque  el  Señor 
dice  ansí:  «Yo  derivaré  sobre  ella  como  un  río  de  paz,  y 
como  una  avenida  creciente  la  gloria  de  las  gentes,  de 
que  gozaréis;  traeros  han  á  los  pechos,  y  sobre  las  ro- 
dillas puestos,  os  harán  regalos;  como  si  una  madre 
acariciase  á  su  hijo,  ansí  yo  os  consolaré  á  vosotros; 
con  Jerusalén  seréis  consolados». 

Ansí  que,  cada  una  de  estas  tres  paces  es  de  mucha 
importancia.  Las  cuales,  aunque  parecen  diferentes, 
tienen  entre  sí  cierta  conformidad  y  orden,  y  nacen 
de  la  una  de  ellas  las  otras  por  esta  manera.  Por- 
que del  estar  uno  concertado  y  bien  compuesto^  den- 
tro de  sí,  y  del  tener  paz  consigo  mismo,  no  habiendo 
en  él  cosa  rebelde  que  á  la  razón  contradiga,  nace 
como  de  fuente,  lo  primero  el  estar  en  concordia  con 
Dios,  y  lo  segundo  el  conservarse  en  amistad  con  los 
hombres. 

Y  digamos  de  cada  una  cosa  por  sí.  Porque,  cuan- 
to á  lo  primero,  cosa  manifiesta  es  que  Dios,  cuando 
se  nos  pacifica  y  de  enemigo  se  amista,  y  se  desenoja 
y  ablanda,  no  se  muda  El,  ni  tiene  otro  parecer  ó  que- 
rer de  aquel  que  tuvo  desde  toda  la  eternidad  sin 
principio,  por  el  cual  perpetuamente  aborrece  lo  malo 
y  ama  lo  bueno  y  se  agrada  de  ello;  sino  el  mudarnos 
nosotros,  usando  bien  de  sus  gracias  y  dones,  y  el  po- 
'  ner  en  orden  á  nuestras  almas,  quitando  lo  torcido  de 
ellas  y  lo  contumaz  y  rebelde,  y  pacificando  su  reino 

1    Isai.,  lxvi,  10-13. 


DE   LOS   NOMBRES   DE  CRISTO. — LIBRO  SEGUNbO         245 

y  aj  listándolas  con  la  ley  de  Dios;  y  por  este  camino, 
el  quitarnos  del  cuento  y  de  la  lista  de  los  perdidos  y 
torcidos  que  Dios  aborrece,  y  traspasarnos  al  bando  de 
los  buenos  que  Dios  ama,  y  ser  del  número  de  ellos, 
eso  quita  á  Dios  de  enojo  y  nos  torna  en  su  buena 
gracia. 

No  porque  se  mude  ni  altere  EL  ni  porque  comien- 
ce á  amar  agora  otra  cosa  diferente  de  lo  que  amó 
siempre;  sino  porque,  mudándonos  nosotros,  venimos 
á  figurarnos  en  aquella  manera  y  forma  que  á  Dios 
siempre  fué  agradable  y  amable.  Y  ansí  El,  cuando  nos 
convida  á  su  amistad  por  el  Profeta,  no  nos  dice  que 
se  mudará  El;  sino  pídenos  que  nos  convirtamos  á  El 
nosotros,  mudando  nuestras  costumbres.  ^Convertios 
á  mí,  dice  *,  y  yo  me  convertiré  á  vosotros.  >  Como  di- 
ciendo: Volveos  vosotros  á  mí;  que  haciendo  vosotros 
esto,  por  el  mismo  caso  yo  estoy  vuelto  á  vosotros,  y 
os  miro  con  los  ojos  y  con  las  entrañas  de  amor  con 
que  siempre  estoy  mirando  á  los  que  debidamente  me 
miran.  Que,  como  dice  David  en  el  Salmo  2:  «Los  ojos 
del  Señor  sobre  los  justos,  y  sus  oídos  en  sus  ruegos 
de  ellos». 

Ansí  que,  Él  mira  siempre  alo  bueno  con  vista  de 
aprobación  y  de  amor.  Porque,  como  sabéis.  Dios  y  lo 
que  es  amado  de  Dios  siempre  se  están  mirando  entre 
sí,  y  como  si  dijésemos:  Dios  en  el  que  ama,  y  el  quo 
ama  á  Dios,  en  ese  mismo  Dios  tiene  siempre  enclava- 
dos los  ojos.  Dios  mira  por  él  con  particular  providen- 
cia, y  él  mira  áDios  para  agradarle  con  solicitud  y  cui- 
dado, de  lo  primero,  dice  David  en  el  Salmo  3:  «Los 
ojos  del  Señor  sobre  los  justos,  y  sus  oídos  á  sus  rue- 
gos de  ellos».  De  lo  se.srundo  dicen  ellos  también  4: 
«Como  los  ojos  de  los  siervos  miran  con  atención  á  las 
manos  y  á  los  semblantes  de  sus  señores,  ansí  nuestros 
ojos  los  tenemos  fijados  en  Dios».  Y  en  los  Cantares 
pide  el  Esposo  al  alma  justa  5  «que  le  muestre  la  cara» 


1    Zachar.,  i,  3.  2    Psalm.  min,  16.  3     Ibidem. 

4    Ibidem,  cxxn,  2.  5    Camic.  n,  14. 


246  FRAY   LUIS   DE    LEÓN 

porque  ese  es  oficio  del  justo.  Y  á  muchos  justos,  en 
las  sagradas  Letras  en  particular,  para  decirles  Dios 
que  sean  justos  y  que  perseveren  y  se  adelanten  en  la 
virtud,  les  dice  ansí  y  les  pide  que  no  se  escondan  de 
El,  sino  que  anden  en  su  presencia  y  que  le  traigan 
siempre  delante. 

Pues  cuando  dos  cosas  en  esta  manera  juntamente 
se  miran,  si  es  ansí  que  la  una  de  ellas  es  inmudable, 
y  si  con  esto  acontece  que  se  dejen  de  mirar  algún 
tiempo,  eso  de  necesidad  vendrá;  porque  la  otra  que  se 
podía  torcer,  usando  de  su  poder,  volvió  á  otra  parte 
la  cara,  y  si  tornaren  á  mirarse  después,  será  la  causa 
porque  aquella  misma  que  se  torció  y  escondió,  volvió 
otra  vez  su  rostro  hacia  la  primera,  mudándose. 

Y  de  esta  misma  manera,  estándose  Dios  firme  é  in- 
mudable en  sí  mismo,  y  no  habiendo  más  alteración 
en  su  querer  y  entender  que  la  hay  en  su  vida  y  en  su 
ser,  porque  en  El  todo  es  una  misma  cosa,  el  ser  y  el 
querer;  nuestra  mudanza  miserable  y  las  veces  de 
nuestro  albedrío,  que  como  vientos  diversos  juegan 
con  nosotros,  y  nos  vuelven  al  mal  por  momentos,  nos 
llevan  á  la  gracia  de  Dios  ayudados  de  ella,  y  nos  sa- 
can de  ella  con  su  propia  fuerza  mil  veces.  Y  mudán- 
dome yo,  hago  que  parezca  Dios  mudarse  conmigo,  no 
mudándose  El  nunca. 

Ansí  que,  por  el  mismo  caso  que  lo  torcido  de  mi 
alma  se  destuerce,  y  lo  alborotado  de  ella  se  pone  en 
paz  y  se  vuelve  (vencidas  las  nieblas  y  la  tempestad 
del  pecado)  á  la  pureza  y  á  lo  sereno  de  la  luz  verda- 
dera, Dios  luego  se  desenoja  con  ella.  Y  de  la  paz  de 
ella,  consigo  misma  criada  en  ella  por  Dios,  nace  la 
paz  segunda,  que,  como  dijimos,  consiste  en  que  Dios 
y  ella,  puestos  aparte  los  enojos,  se  amen  y  quieran 
bien.  Y  de  la  misma  manera,  eí  tener  uno  paz  consigo 
es  principio  ciertísimo  para  tenerla  con  todos  los  otros. 

Porque  sabida  cosa  es  que  lo  que  nos  diferencia  y 

lo  que  nos  pone  en  contienda  y  en  guerra  á  unos  con 

otros,  son  nuestros  deseos  desordenados;  y  que  la  fuen- 

e  de  la  discordia  y  rencilla  siempre  es  y  fué  la  mala 


DE   LOS    NOMBRES    DE    CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO  247 

codicia  de  nuestro  vicioso  apetito.  Porque  todas  las 
diferencias  y  enojos  que  los  hombres  entre  sí  tienen 
siempre,  se  fundan  sobre  la  pretensión  de  alguno  de 
estos  bienes  que  llaman  bienes  los  hombres,  como  son, 
ó  el  interés  ó  la  honra  ó  el  pasatiempo  y  deleite;  que, 
como  son  bienes  limitados  y  que  tienen  su  cierta  tasa, 
habiendo  muchos  que  los  pretendan  sin  orden,  no  bas- 
tan á  todos,  ó  vienen  á  ser  para  cada  uno  menores;  y 
ansí,  se  embarazan  y  se  estorban  los  unos  á  los  otros 
aquellos  que  sin  rienda  los  aman.  Y  del  estorbo  nace 
•el  disgusto,  y  de  él  el  enojo;  y  al  enojo  se  le  siguen  los 
pleitos  y  las  diferencias,  y  finalmente  las  enemistades 
capitales  y  las  guerras.  Gomo  lo  dice  Santiago,  casi 
por  estas  mismas  palabras  h  «¿De  dónde  hay  en  vos- 
otros pleitos  y  guerras,  sino  por  causa  de  vuestros  de- 
seos malos?»  ' 

Y  al  revés,  el  hombre  de  ánimo  bien  compuesto  y 
que  conserva  paz  y  buen  orden  consigo,  tiene  atajadas 
y  como  cortadas  casi  todas  las  ocasiones,  y  cuanto  es 
de  su  parte,  sin  duda  todas  las  que  le  pueden  encon- 
trar con  los  hombres.  Que  si  los  otros  se  desentrañan 
por  estos  bienes,  y  si  á  rienda  suelta  y  como  desalen- 
tados siguen  en  pos  del  deleite,  y  se  desvelan  por  las 
riquezas,  y  se  trabajan  y  fatigan  por  subir  á  mayor  gra- 
do y  á  mayor  dignidad,  adelantándose  á  todos;  este  que 
digo,  no  se  les  pone  delante  para  hacerles  dificultad  ó 
para  cerrarles  el  paso,  antes  haciéndose  á  su  parte,  y 
rico  y  contento  con  los  bienes  que  posee  en  su  alma. 
Jes  deja  á  los  demás  campo  ancho,  y  cuanto  es  de  su 
parte  bien  desembarazado,  adonde  á  su  contento  se  es- 
pacien. Y  nadie  aborrece  al  que  en  ninguna  cosa  le 
daña.  Y"  el  que  no  ama  lo  que  los  otros  aman,  y  ni  quie- 
re ni  pretende  quitar  de  las  manos  y  de  las  uñas  á  nin- 
guno su  bien,  no  daña  á  ninguno. 

Ansí  que,  como  la  piedra  que  en  el  edificio  está  asen- 
tada en  su  debido  lugar,  ó  por  decir  cosa  más  propia, 
como  la  cuerda  en  la  música,  debidamente  templada 

1    Jacobi,  iv,  1. 


248  FRAY    LUIS    DE   LEÓN 

en  sí  misma,  hace  música  dulce  con  todas  las  demás-- 
cuerdas,  sin  disonar  con  ninguna;  ansí  el  ánimo  bien 
concertado,  dentro  de  sí,  y  que  vive  sin  alboroto,  y  tie- 
ne siempre  en  la  mano  la  rienda  de  sus  pasiones  y  de 
todo  lo  que  en  él  puede  mover  inquietud  y  bullicio, 
consuena  con  Dios  y  dice  bien  con  los  hombres,  y  te- 
niendo paz  consigo  mismo,  la  tiene  con  los  demás.  Y 
como  dijimos,  estas  tres  paces  andan  eslabonadas  en- 
tre sí  mismas,  y  de  la  una  de  ellas  nacen,  como  de- 
fuente, las  otras,  y  esta  de  quien  nacen  las  demás  es 
aquella  que  tiene  su  asiento  en  nosotros. 

De  la  cual  San  Agustín  dice  bien  en  esta  manera  h 
«Vienen  á  ser  pacíficos  en  sí  mismos  los  que,  poniendo 
primero  en  concierto  todos  los  movimientos  de  su  al- 
ma, y  sujetándolos  á  la  razón,  esto  es,  á  lo  principal  del 
alma,  y  espíritu,  y  teniendo  bien  domados  los  deseos 
carnales,  son  hechos  reino  de  Dios,  en  el  cual  todo  está 
ordenado;  ansí  que,  mande  en  el  hombre  lo  que  en  él 
es  más  excelente,  y  lo  demás  en  que  convenimos  con 
los  animales  brutos  no  le  contradiga;  y  eso  mismo  ex- 
celente, que  es  la  razón,  esté  sujeta  á  lo  que  es  mayor 
que  ella,  esto  es,  á  la  verdad  misma,  y  al  Hijo  unigénito 
de  Dios  que  es  la  misma  verdad.  Porque  no  le  será  por 
sible  á  la  razón  tener  sujeto  lo  que  es  inferior,  si  ella 
á  lo  que  superior  le  es  no  sujetare  á  sí  misma».  Y  esta 
es  la  paz  que  se  concede  en  el  suelo  á  los  hombres  de 
buena  voluntad,  y  la  en  que  consiste  la  vida  del  sabio- 
perfecto. 

Mas  dejando  esto  aquí,  averigüemos  agora  y  veamos,, 
que  ya  el  tiempo  lo  pide,  qué  hizo  Cristo  para  poner 
el  reino  de  nuestras  almas  en  paz,  y  por  dónde  es  lla- 
mado príncipe  de  ella.  Que  decir  que  es  príncipe  de 
esta  obra,  es  decir  no  sólo  que  El  la  hace,  mas  que  es 
sólo  El  el  que  la  puede  hacer,  y  que  es  el  que  se  aven- 
taja entre  todos  aquellos  que  han  pretendido  el  hacer 
este  bien;  lo  cual  ciertamente  han  pretendido  muchos, 
pero  no  les  ha  sucedido  á  ninguno.  Y  ansí,  hemos  de 


1     De  serm.  Domini  tu  monte 


DE    LOS   NOMBRES   DE   CRISTO. — LIBRO   SEGUNDO  219 

asentar  por  muy  ciertas  dos  cosas:  una  que  la  reli- 
gión, ó  la  policía,  ó  la  doctrina,  ó  maestría  que  no  en- 
gendra en  nuestras  almas  paz  y  composición  de  afec- 
tos y  de  costumbres,  no  es  Cristo  ni  religión  suya  por 
ninguna  manera;  porque,  como  sigue  la  luz  al  sol,  ansí 
este  beneficio  acompaña  á  Cristo  siempre,  y  es  infali- 
ble señal  de  su  virtud  y  eficacia. 

La  otra  cosa  es,  que  ninguno  jamás,  aunque  lo  pre- 
tendieron muchos,  pudo  dar  este  bien  á  los  hombres 
sino  Cristo  y  su  ley.  Por  manera  que  no  solamente  es 
obra  suya  esta  paz,  mas  obra  que  El  sólo  la  supo- 
hacer,  que  es  la  causa  por  donde  es  llamado  su  prín- 
cipe. Porque  unos  atendiendo  á  nuestro  poco  saber,  é- 
imaginando  que  el  desorden  de  nuestra  vida  nacía  so- 
lamente de  la  ignorancia,  parecióles  que  el  remedio- 
era  desterrar  de  nuestro  entendimiento  las  tinieblas 
del  error,  y  ansí  pusieron  su  cuidado  y  diligencia  en 
solamente  dar  luz  al  hombre  con  leyes,  y  en  ponerle- 
penas  que  le  indujesen  con  su  temor  á  aquello  que  le 
mandaban  las  leyes.  De  esto,  como  agora  decíamos,, 
trató  la  ley  vieja,  y  muchos  otros  hombres  que  orde- 
naron leyes  atendieron  á  esto,  y  mucha  parte  de  los 
antiguos  filósofos  escribieron  grandes  libros  acerca  de- 
este propósito. 

Otros,  considerando  la  fuerza  que  en  nosotros  tiene- 
la  carne  y  la  sangre,  y  la  violencia  grande  de  sus  mo- 
vimientos, persuadiéronse  que  de  la  compostura  y 
complexión  del  cuerpo  manaban,  como  de  fuente,  la 
destemplanza  y  turbaciones  del  alma,  y  que  se  podría 
atajar  este  mal  con  sólo  cortar  esta  fuente.  Y  porque- 
el  cuerpo  se  ceba  y  se  sustenta  con  lo  que  se  come, 
tuvieron  por  cierto  que  con  poner  en  ello  orden  j 
tasa  se  reduciría  á  buen  orden  el  alma,  y  se  conserva- 
ría siempre  en  paz  y  salud.  Y  ansí,  vedaron  unos  man- 
jares, los  que  les  pareció  que,  comidos  con  su  vicioso- 
jugo,  acrecentarían  las  fuerzas  desordenadas  y  los 
malos  movimientos  del  cuerpo;  y  de  otros  señalaron 
cuándo  y  cuanto  de  ellos  se  podía  comer;  y  orde- 
naron ciertos  ayunos  y  ciertos  lavatorios,  con  otros 


250  FRAY    LUIS    DE    LEÓN 

semejantes  ejercicios,  enderezados  todos  á  adelga- 
zar el  cuerpo,  criando  en  él  una  santa  y  limpia  tem- 
planza. 

Tales  fueron  los  filósofos  indios;  y  muchos  sabios 
de  los  bárbaros  siguieron  por  este  camino.  Y  en  las 
leyes  de  Moisés  algunas  de  ellas  se  ordenaron  para 
esto  también.  Mas  ni  los  unos  ni  los  otros  salieron  con 
su  pretensión;  porque,  puesto  caso  que  estas  cosas 
sobredichas  todas  ellas  son  útiles  para  conseguir  este 
fin  de  paz  que  decimos,  y  algunas  de  ellas  muy  nece- 
sarias, mas  ninguna  de  ellas,  ni  juntas  todas,  no  son 
bastantes  ni  poderosas  para  criar  en  el  alma  esta  paz 
enteramente;  ni  para  desterrar  de  ella,  ó  á  lo  menos 
para  poner  en  concierto  en  ella,  estas  olas  de  pasiones 
y  movimientos  furiosos  que  la  alteran  y  turban.  Porque 
habéis  de  entender  que  en  el  hombre,  en  quien  hay 
alma  y  hay  cuerpo,  y  en  cuya  alma  hay  voluntad,  y  ra- 
zón, por  el  grande  estrago  que  hizo  en  él  el  pecado 
primero,  todas  estas  tres  cosas  quedaron  miserable- 
mente dañadas.  La  razón  con  ignorancias,  el  cuerpo  y 
la  carne  con  sus  malos  siniestros,  dejados  sin  rienda; 
y  la  voluntad,  que  es  la  que  mueve  en  el  reino  del  hom- 
bre, sin  gusto  para  el  bien  y  golosa  para  el  mal,  y  per- 
didamente inclinada,  y  como  despojada  del  aliento  del 
cielo,  y  como  revestida  de  aquel  malo  y  ponzoñoso  es- 
píritu de  la  serpiente,  de  quien  esta  mañana  tantas  ve- 
ces y  tan  largamente  decíamos. 

Y  con  esto,  que  es  cierto,  habéis  también  de  enten- 
der que  de  estos  tres  males  y  daños,  el  de  la  voluntad 
es  como  la  raíz  y  el  principio  de  todos.  Porque,  como 
en  el  primer  hombre  se  ve,  que  fué  el  autor  de  estos 
males,  y  el  primero  en  quien  ellos  hicieron  prueba  y 
experiencia  de  sí  mismos,  el  daño  de  la  voluntad  fué  el 
primero;  y  de  allí  se  extendió,  cundiendo  la  pestilencia, 
_al  entendimiento  y  al  cuerpo.  Porque  Adán  no  pecó  por- 
que primero  se  desordenase  el  sentido  en  él;  ni  porque 
la  carne,  con  su  ardor  violento  llevase  en  pos  de  sí  la 
razón;  ni  pecó  por  haberse  cegado  primero  su  entendi- 
miento con  algún  grave  error;  que,  como  dice  San  Pa- 


DE    LOS   NOMBRES    DE    CRISTO.  — LIBRO   SEGUNDO  251 

blo  *,  en  aquel  artículo  no  fué  engañado  el  varón;  sino 
pecó  porque  quiso  lisamente  pecar;  esto  es,  porque 
abriendo  de  buena  gana  las  puertas  de  su  voluntad, 
recibió  en  ella  el  espíritu  del  demonio,  y  dándole  á  él 
asiento,  la  sacó  á  ella  de  la  obediencia  de  Dios  y  de  su 
santa  orden  y  de  la  luz  y  favor  de  su  gracia.  Y  hecho 
una  por  una  este  daño,  luego  de  él  le  nació  en  el  cuer- 
po desorden  y  en  la  razón  ceguedad.  Ansí  que  la  fuente 
de  la  desventura  y  guerra  común  es  la  voluntad  dañada 
y  como  emponzoñada  con  esta  maldad  primera. 

Y  porque  los  que  pusieron  leyes  para  alumbrar  nues- 
tro error  mejoraban  la  razón  solamente,  y  los  que  orde- 
naron la  dieta  corporal,  vedando  y  concediendo  man- 
jares, templaban  solamente  lo  dañado  del  cuerpo;  y  la 
fuente  del  desconcierto  del  hombre  y  de  estos  desór- 
denes todos,  no  tenía  asiento  ni  en  la  razón  ni  en  el 
cuerpo,  sino,  como  hemos  dicho,  en  la  voluntad  mal- 
tratada; como  no  atajaban  la  fuente  ni  atinaban  ni  po- 
dían atinar  á  poner  medicina  en  esta  podrida  raíz,  por 
eso  careció  su  trabajo  del  fruto  que  pretendían.  Sólo 
aquel  lo  consiguió,  que  supo  conocer  este  origen;  y  co- 
nocido, tuvo  saber  y  virtud  para  poner  en  ella  su  medi- 
cina propia,  que  fué  Jesucristo,  nuestra  verdadera  sa- 
lud. Porque  lo  que  remedia  este  mal  espíritu  y  este 
perverso  brío,  con  que  se  corrompió  en  su  primer  prin- 
cipio la  voluntad,  es  un  otro  espíritu  santo  y  del  cielo, 
y  lo  que  sana  esta  enfermedad  y  malicia  de  ella,  es  el 
don  de  la  gracia,  que  es  salud  y  verdad.  Y  esta  gracia  y 
este  espíritu  sólo  Cristo  pudo  merecerlo  y  sólo  Cristo 
lo  da;  porque,  como  decíamos  acerca  del  nombre  pa- 
sado, y  es  bien  que  se  torne  á  decir  para  que  se  en- 
tienda mejor,  porque  es  punto  de  grande  importancia, 
no  se  puede  falsear  ni  contrastar  lo  que  dice  San 
Juan  2:  «Moisés  hizo  la  ley,  mas  la  gracia  es  obra  de 
Cristo». 

Como  si  en  más  palabras  dijera:  Esto,  que  es  hacer 
leyes  y  dar  luz  con  mandamientos  al  entendimiento 

1     I  Timot.,  u,  14.  2     Joan.,  i,  15. 


252  FRAY   LUIS  DE  LEÓN 

del  hombre,  Moisés  lo  hizo,  y  muchos  otros  legislado- 
res y  sabios  lo  intentaron  hacer,  y  en  parte  lo  hicieron: 
y  aunque  Cristo  también  en  esta  parte  sobró  á  todos 
ellos  con  más  ciertas  y  más  puras  leyes  que  hizo,  pero 
lo  que  puede  enteramente  sanar  al  hombre,  y  lo  que 
es  sola  y  propia  obra  de  Cristo,  no  es  eso;  que  muy  bien 
se  compadecen  entendimiento  claro  y  voluntad  perver- 
sa, razón  desengañada  y  mal  inclinada  voluntad;  mas 
es  sola  la  gracia  y  el  espíritu  bueno,  en  el  cual  ni  Moi- 
sés ni  ningún  otro  sabio  ni  criatura  del  mundo  tuvo 
poder  para  darlo,  sino  es  sólo  Cristo  Jesús. 

Lo  cual  es  en  tanta  manera  verdad  (no  sólo  que  Cris- 
to es  el  que  nos  da  esta  medicina  eficaz  de  la  gracia. 
sino  que  sola  ella  es  la  que  nos  puede  sanar  entera-., 
mente,  y  que  los  demás  medios  de  luz  y  ejercicios  de 
vida  jamás  nos  sanaroñ)",~q~üer muchas  vgcT5s~ácóñteció 
que  la  luz  que  alumbraba  el  entendimiento,  y  las  leyes 
que  le  eran  como  antorcha  para  descubrirle  el  camino 
justo,  no  sólo  no  remediaron  el  mal  de  los  hombres, 
mas  antes  por  la  disposición  de  ellos  mala,  les  acarrea- 
ron daño  y  enfermedad  notablemente  mayor.  Y  lo  que 
era  bueno  en  sí,  por  la  calidad  del  sujeto  enfermo  y 
malsano,  sejes  convertía  en  ponzoña  que  los  dañaba 
más,  como  lo  escribe  expresamente  San  Pablo  *,  en 
una  parte,  diciendo  que  la  ley  le  quitó  la  vida  del  to- 
do; y  en  otra,  que  por  ocasión  de  la  ley  se  acrecentó 
y  salió  el  pecado  como  de  madre;  y  en  otra,  dando  la 
razón  de  esto  mismo;  porque  dice:  «El  pecado  que  se 
comete  habiendo  ley,  es  pecado  en  manera  superlati- 
va»; esto  es,  porque  se  peca,  cuando  ansí  se  peca,  más 
gravemente,  y  viene  ansí  á  llegar  á  sus  mayores  qui- 
lates la  malicia  del  mal. 

Porque  á  la  verdad,  como  muestra  bien  Platón  en  el 
segundo  Alcibiades.  á  los  que  tienen  dañada  la  volun- 
tad, ó  no  bien  aficionada  acerca  del  fin  último  y  acer- 
ca de  aquello  que  es  lo  mejor,  la  ignorancia  les  es  útil 
las  más  de  las  veces,  y  el  saber  peligroso  y  dañoso;  por- 

1     Rom.   v,  20. 


DE  LOS   NOMBRES   DE   CRISTO. — LIBRO    SEGUNDO  253 

que  no  les  sirve  de  freno  para  que  no  se  arrojen  al  mal, 
porque  sobrepuja  sobre  todo  el  desenfrenamiento,  y 
como  si  dijésemos  el  desbocamiento  de  su  voluntad 
estragada;  sino  antes  les  es  ocasión,  unas  veces  para 
que  pequen  más  sin  disculpa,  y  otras  para  que  de  he- 
cho pequen  los  que  sin  aquella  luz  no  pecaran.  Porque, 
por  su  grande  maldad,  que  la  tienen  ya  como  embebi- 
da en  las  venas,  usan  de  la  luz,  no  para  encaminar  sus 
pasos  bien,  sino  para  hallar  medios  é  ingenios  para 
traer  á  ejecución  sus  perversos  deseos  más  fácilmente; 
y  aprovéchanse  de  la  luz  y  del  ingenio,  no  para  lo  que 
ello  es,  para  guía  del  bien,  sino  para  adalid  ó  para  in- 
geniero del  mal;  y  por  ser  más  agudos  y  más  sabios, 
vienen  á  corromperse  más  y  á  hacerse  peores.  De  lo 
cual  todo  resulta  que  sin  la  gracia  no  hay  paz  ni  salud, 
y  que  la  gracia  es  obra  nacida  del  merecimiento  de 
Cristo. 

Mas  porque  esto  es  claro  y  ciertísimo,  veamos  agora 
qué  cosa  es  gracia  ó  qué  fuerza  es  la  suya,  y  en  qué 
manera,  sanando  la  voluntad,  cría  paz  en  todo  el  hom- 
bre interior  y  exterior. 

Y  diciendo  esto  Marcelo,  puso  los  ojos  en  el  agua 
que  iba  sosegada  y  pura,  y  relucían  en  ella  como  en 
espejo  todas  las  estrellas  y  hermosura  del  cielo,  y  pa- 
recía como  otro  cielo  sembrado  de  hermosos  luceros; 
y  alargando  la  mano  hacia  ella,  y  como  mostrándola, 
dijo  luego  ansí: 

— Esto  mismo  que  agora  aquí  vemos  en  esta  agua, 
que  parece  como  un  otro  cielo  estrellado,  en  parte  nos 
sirve  de  ejemplo  para  conocer  laj^ondición  de  la  gracia. 
Porque,  aijisí  como  la  imagen  del  cielo  recibida  en  el 
ajiua,  que  es  cuerpo  dispuesto  para  ser  como  espejo, 
al  parecer  de  nuestra  vista  la  hace  semejante  á  sí  mis- 
mo, ansí,  como  sabéis,  la  gracia  venida  al  alma  y  asen- 
tada en  ella,  no  al  parecer  de  los  ojos,  sino  en  el  he- 
cho de  la  verdad,  la  asemeja  á  Dios  y  le  da  sus  condi- 
ciones de  El,  y  la  transforma  en  el  cielo  cuanto  le  es 
posible  á  una  criatura  que  no  pierde  su  propia  substan- 
cia, ser  transformada.  Porque  es  una  casualidad,  aun- 


254  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

que  criada,  no  de  la  casualidad  ni  del  metal  de  ningu- 
na de  las  criaturas  que  vemos,  ni  tal  cuales  son  todas 
las  que  la  fuerza  de  la  naturaleza  produce,  que  ni  es- 
aire ni  fuego  ni  nacida  de  ningún  elemento,  y  la  ma- 
teria del  cielo  y  los  cielos  mismos  le  reconocen  venta- 
ja en  orden  de  nacimiento  y  en  grado  más  subido  de 
origen.  Porque  todo  aquello  es  natural  y  nacido  por 
la  ley  natural;  mas  ésta  es  sobre  todo  lo  que  la  natu- 
ralezaTpuede  y  produce.  En  aquella  manera  nacen  las 
cosas  con  lo  que  les  es  natural  y  propio,  y  como  debi- 
do á  su  estado  y  á  su  condición;  máslo  que  la  gracia 
da,  por  ninguna  manera  puede  ser  natural  á  ninguna 
substancia  criada;  porque,  como  digo,  traspasa  sobre 
todas  ellas,  y  es  como  un  retrato  de  lo  más  propio  de 
Dios,  y  cosa  que  le  retrae  y  remedia  mucho,  lo  cual  no» 
puede  ser  natural  sino  á  Dios. 

De  arte  que  la  gracia  es  una  como  deidad,  y  una 
como  figura  viva  del  mismo  Cristo,  que  puesta  en  el_ 
ahna^je  lanza  en  ella  y  la  deifica,  y  si  se  va  á  decir 
verdad,  es  el  alma  desalma.  Porque,  ansí  como  mi  al- 
ma, abrazada  á  mi  cuerpo  y  extendióse  por  todo  élr 
siendo  caedizo  y  de  tierra,  y  de  suyo  cosa  pesadísima 
y  torpe,  le  levanta  en  pie  y  le  menea,  y  le  da  aliento  y 
espíritu,  y  ansí  le  enciende  en  calor,  que  le  hace  como- 
una  llama  de  fuego  y  le  da  las  condiciones  del  fuegoT 
de  manera  que  la  tierra  anda,  y  lo  pesado  discurre  li- 
gero, y  lo  torpísimo  y  muerto  vive  y  siente  y  conoce; 
ansí  en  el  alma,  que  por  ser  criatura  tiene  condiciones- 
viles  y  bajas,  y  que  por  ser  el  cuerpo  adonde  vive  de 
linaje  dañado,  está  ella  aún  más  dañada  y  perdida,  en- 
trando la  gracia  en  ella  y  ganando  la  llave  de  ella,  que 
es  la  voluntad,  y  lanzándosele  en  su  seno  secreto,  y 
como  si  dijésemos  penetrándola  toda,  y  de  allí  exten- 
diendo su  vigor  y  virtud  por  todas  las  demás  fuerzas 
del  ánimo,  la  levanta  de  la  afición  de  la  tierra,  y  con- 
virtiéndola al  cielo  y  á  los  espíritus  que  se  gozan  en  él, 
le  da  su  estilo  y  su  vivienda,  y  aquel  sentimiento  y 
valor  y  alteza  generosa  de  lo  celestial  y  divino.  Y  en 
una  palabra,  la  asemeja  mucho  á  Dios  en  aquellas  co- 


DE  LOS  NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO         255- 

sas  que  le  son  á  El  más  propias  y  más  suyas,  y  de  cria- 
tura que  es  suya,  la  hace  hija  suya  muy  su  semejante; 
y  finalmente,  la  hace  un  otro  Dios,  ansí  adoptado  por 
Dios,  que  parece  nacido  y  engendrado  de  Dios. 

Y  porque,  como  dijimos,  entrando  la  gracia  en  el 
alma  y  asentándose  en  ella,  adonde  primero  prende  es 
en  la  voluntad,  y  porque  en  Dios  la  voluntad  es  la  mis- 
ma ley  de  todo  lo  justo,  y  esto  es  bien  lo  que  Dios 
quiere,  y  solamente  quiere  aquello  que  es  bueno;  por 
eso,  lo  primero  que  en  la  voluntad  la  gracia  hace,  es 
hacer  de  ella  una  ley  eficaz  para  el  bien,  no  diciéndole 
lo  que  es  bueno,  sino  inclinándola  y  como  enamorán- 
dola de  ello. 

Porque,  como  ya  hemos  dicho,  se  debe  entender  que 
esto  que  llamamos  «ó  ley  ó  dar  ley>  puede  acontecer 
en  dos  diferentes  maneras.  Una  es  la  ordinaria  y  usa- 
da, que  vemos  que  consiste  en  decir  y  señalar  á  los 
hombres  lo  que  les  conviene  hacer  ó  no  hacer,  escri- 
biendo con  pública  autoridad  mandamientos  y  ordena- 
ciones de  ello,  y  pregonándolas  públicamente.  Otra  es 
que  consiste,  no  tanto  en  aviso  como  en  inclinación, 
que  se  hace  no  diciendo  ni  mandando  lo  bueno,  sino 
imprimiendo  deseo  y  gusto  de  ello.  Porque  el  tener 
uno  inclinación  y  prontitud  para  alguna  otra  cosa  que 
le  conviene,  es  ley  suya  de  aquel  que  está  en  aquella 
manera  inclinado,  y  ansí  la  llama  la  filosofía;  porque 
es  lo  que  le  gobierna  la  vida,  y  lo  que  le  induce  á  lo 
que  le  es  conveniente,  y  lo  que  le  endereza  por  el  ca- 
mino de  su  provecho,  que  todas  son  obras  propias  de 
ley.  Ansí  es  ley  de  la  tierra  la  inclinación  que  tiene  á 
hacer  asiento  en  el  centro,  y  del  fuego  el  apetecer  lo 
subido  y  lo  alto,  y  de  todas  las  criaturas  sus  leyes  son 
aquello  mismo  á  que  las  lleva  su  naturaleza  propia. 

La  primera  ley,  aunque  es  buena,  pero,  como  arriba 
está  dicho,  es  poco  eficaz  cuando  lo  que  se  avisa  es 
ajeno  de  lo  que  apetece  el  que  recibe  el  aviso,  como  lo- 
es en  nosotros  por  razón  de  nuestra  maldad.  Mas  la  se- 
gunda ley  es  en  grande  manera  eficaz,  y  ésta  pone  Cris- 
to con  la  gracia  en  nuestra  alma.  Porque  por  medio  d& 


256  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

ella  escribe  en  la  voluntad  de  cada  uno  con  amor  y 
afición  aquello  mismo  que  las  leyes  primeras  escriben 
en  los  papeles  con  tinta;  y  de  los  libros  de  pergamino 
y  de  las  tablas  de  piedra  ó  de  bronce,  las  leyes  que  es- 
taban esculpidas  en  ellas  con  cincel  ó  buril,  las  traspa- 
sa la  gracia  y  las  esculpe  en  la  voluntad. 

Y  la  ley  que  por  de  fuera  sonaba  en  los  oídos  del 
hombre  y  le  afligía  el  alma  con  miedo,  la  gracia  se  la 
encierra  dentro  del  seno,  y  se  la  derrama  como  si  di- 
jésemos tan  dulcemente  por  las  fuerzas  y  apetitos  del 
alma,  que  se  la  convierte  en  su  único  deleite  y  deseo; 
y  finalmente,  hace  que  la  voluntad  del  hombre,  torci- 
da y  enemiga  de  ley,  ella  misma  quede  hecha  una  jus- 
tísima ley,  y  como  en  Dios,  ansi  en  ella  su  querer  sea 
lo  justo,  y  lo  justo  sea  todo  su  deseo  y  querer,  cada 
uno  según  su  manera,  como  maravillosamente  lo  pro- 
fetizó Jeremías  en  el  lugar  que  está  dicho. 

Queda,  pues,  concluido  que  la  gracia,  como  es  se- 
mejanza de  Dios,  entrando  en  nuestra  alma  y  pren- 
diendo luego  su  fuerza  en  la  voluntad  de  ella,  la  hace 
por  participación,  como  de  suyo  es  la  de  Dios,  ley  é  in- 
clinación y  deseo  de  todo  aquello  que  es  justo  y  que 
es  bueno.  Pues  hecho  esto,  luego  por  orden  secreta  y 
maravillosa  se  comienza  á  pacificar  el  reino  del  alma 
y  á  concertar  lo  que  en  ella  estaba  encontrado,  y  á 
ser  desterrado  de  allí  todo  lo  bullicioso  y  desasosegado 
que  la  turbaba,  y  descúbrese  entonces  la  paz  y  muestra 
la  luz  de  su  rostro,  y  sube  y  crece,  y  finalmente  queda 
reina  y  señora. 

Porque,  lo  primero,  en  estando  aficionada  por  vir- 
tud de  la  gracia  en  la  manera  que  hemos  dicho,  la  vo- 
luntad luego  calla,  y  desaparece  el  temor  horrible  de 
la  ira  de  Dios,  que  le  movía  cruda  guerra,  y  que  po- 
niéndosele á  cada  momento  delante,  la  traía  sobresal- 
tada y  atónita.  Ansí  lo  dice  San  Pablo  *:  «Justificados 
con  la  gracia,  luego  tenemos  paz  con  Dios».  Porque 
no  le  miramos  ya  como  á  Juez  airado,  sino  como  á 

1     Rom.,  ui,24.    . 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO  257 

padre  amoroso,  ni  le  concebimos  ya  como  á  enemigo 
nuestro  poderoso  y  sangriento,  sino  como  á  amigo 
dulce  y  blando.  Y  como  por  medio  de  la  gracia  nues- 
tra voluntad  se  conforma  y  se  asemeja  con  El,  ama- 
mos á  lo  que  se  nos  parece,  y  confiamos  por  el  mismo 
caso  que  nos  ama  El  como  á  sus  semejantes. 

Lo  segundo,  la  voluntad  y  la  razón,  que  estaban 
hasta  aquel  punto  perdidamente  discordes,  hacen  lue- 
go paz  entre  sí;  porque  de  allí  adelante  lo  que  juzga 
la  una  parte,  eso  mismo  desea  la  otra,  y  lo  que  la  vo- 
luntad ama,  eso  mismo  es  lo  que  aprueba  el  entendi- 
miento. Y  ansí  cesa  aquella  amarga  y  continua  lucha, 
y  aquel  alboroto  fiero,  y  aquel  continuo  reñir  con  que 
se  despedazan  las  entrañas  del  hombre,  que  tan  viva- 
monte  San  Pablo  con  sus  divinas  palabras  pintó  cuan- 
do dice  *:  «No  hago  el  bien  que  juzgo,  sino  el  mal  que 
aborrezco  y  condeno.  Juzgo  bien  de  la  ley  de  Dios, 
según  el  hombre  interior,  pero  veo  otra  ley  en  mi 
mismo  apetito,  que  contradice  á  la  ley  de  mi  espíritu 
y  me  lleva  cautivo  en  seguimiento  de  la  ley  de  peca- 
do, que  en  mis  inclinaciones  tiene  asiento.  Desventu- 
rado yo,  y  ¿quién  me  podrá  librar  de  la  maldad  mor- 
tal de  este  cuerpo?» 

Y  no  solamente  convienen  en  uno  de  allí  adelante 
la  razón  y  la  voluntad,  mas  con  su  bien  guiado  deseo 
de  ella  y  con  el  fuego  ardiente  de  amor  con  que  ape- 
tece lo  buono,  enciende  en  cierta  manera  luz,  con  que 
la  razón  viene  más  enteramente  en  el  conocimiento 
del  bien,  y  de  muy  conformes  y  de  muy  amistados  los 
dos,  vienen  á  ser  entre  sí  semejantes  y  casi  á  trocar 
■entre  sí  sus  condiciones  y  oficios;  y  el  entendimiento 
levanta  luz  que  aficione,  y  la  votuntad  enciende  amor 
que  guíe  y  alumbre,  y  casi  enseña  la  voluntad,  y  el  en- 
tendimiento apetece. 

Lo  tercero,  el  sentido  y  las  fuerzas  del  alma  más 
viles,  que  nos  mueven  con  ira  y  deseos,  con  los  demás 
apetitos  y  virtudes  del   cuerpo,  reconocen  luego  el 

1    Rom.,  vh,  15. 

17 


258  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

nuevo  huésped  que  ha  venido  á  su  casa,  y  la  salud,  y 
nuevo  valor  que  para  contra  ellos  le  ha  venido  á  la 
voluntad;  y  reconociendo  que  hay  justicia  en  su  reino 
y  quien  levante  vara  en  él  poderosa  para  escarmentar 
con  castigo  á  lo  revoltoso  y  rebelde,  recógense  poco  á 
poco,  y  como  atemorizados  se  retiran,  y  no  se  atreven 
ya  á  poner  unas  veces  fuego  y  otras  veces  hielo,  y 
continuamente  alboroto  y  desorden,  bulliciosos  y  desa- 
sosegados como  antes  solían;  y  si  se  atreven,  con  una 
sofrenada  la  voluntad  santa  los  pacifica  y  sosiega,  y 
crece  ella  cada  día  más  en  vigor,  y  creciendo  siempre 
y  entrañándose  de  continuo  en  ella  más  los  buenos  y 
justos  deseos,  y  haciéndolos  como  naturales  á  sí,  pega 
su  afición  y  talante  á  las  otras  fuerzas  menores,  y  apar- 
tándolas insensiblemente  de  sus  malos  siniestros  y 
como  desnudándolas  de  ellos,  las  hace  á  su  condi- 
ción é  inclinación  de  ella  misma,  y  de  la  ley  santa 
de  amor  en  que  está  transforda  por  gracia,  deriva  tam- 
bién y  comunica  á  los  sentidos  su  parte;  y  como  la 
gracia,  apoderándose  del  alma,  hace  como  un  otro 
Dios  á  la  voluntad,  ansí  ella,  deificada  y  hecha  del 
sentido  como  reina  y  señora,  casi  le  convierte  de  sen- 
tido en  razón. 

Y  como  acontece  en  la  naturaleza  y  en  las  mudanzas 
de  la  noche  y  del  día,  que,  como  dice  David  en  el 
Salmo  l:  «En  viniendo  la  noche  salen  de  sus  moradas 
las  fieras,  y  esforzadas  y  guiadas  por  las  tinieblas,  dis- 
curren por  los  campos  y  dan  estrago  á  su  voluntad  en 
ellos,  mas  luego  que  amanece  el  día  y  que  apunta  la 
luz,  esas  mismas  se  recogen  y  encuevan»;  ansí  el  de- 
senfrenamiento fiero  del  cuerpo  y  la  rebeldía  alborota- 
dora de  sus  movimientos,  que  cuando  estaba  en  la 
noche  de  su  miseria  la  voluntad  nuestra  caída,  discu- 
rrían con  libertad  y  lo  metían  todo  á  sangre  y  á  fuego, 
en  comenzando  á  lucir  el  rayo  del  buen  amor  y  en 
mostrándose  el  día  del  bien,  vuelve  luego  el  pie  atrás 
y  se  esconde  en  su  cueva,  y  deja  que  lo  que  es  hombre 

1    Psalm.,cin,  20. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.  — LIBRO   SEGUNDO         259 

en  nosotros  salga  á  luz,  y  haga  su  oficio  sosegada  y  pa- 
cíficamente, y  de  sol  á  sol. 

Porque,  á  la  verdad,  ¿qué  es  lo  que  hay  en  el  cuerpo 
que  sea  poderoso  para  desasosegar  á  quien  es  regido 
por  una  voluntad  y  razón  semejante?  ¿Por  ventura  el 
deseo  de  los  bienes  de  esta  vida  le  solicitará,  ó  el  temor 
de  los  males  de  ella  le  romperá  su  reposo?  ¿Alterarse 
ha  con  ambición  de  honras  ó  con  amor  de  riquezas,  ó 
con  la  afición  de  los  ponzoñosos  deleites  desalentado, 
saldrá  de  sí  mismo?  ¿Cómo  le  turbará  la  pobreza  al  que 
de  esta  vida  no  quiere  más  de  una  estrecha  pasada? 
¿Cómo  le  inquietará  con  su  hambre  el  grado  alto  de 
dignidades  y  honras,  al  que  huella  sobre  todo  lo  que  se 
aprecia  en  el  suelo?  ¿Cómo  la  adversidad,  la  contra- 
dicción, las  mudanzas  diferentes,  y  los  golpes  de  la  for- 
tuna, le  podrán  hacer  mella  al  que  á  todos  sus  bienes 
los  tiene  seguros  y  en  sí? 

Ni  el  bien  le  azozobra,  ni  el  mal  le  amedrenta,  ni  la 
alegría  lo  engríe,  ni  el  temor  le  encoge,  ni  las  promesas 
lo  llevan,  ni  las  amenazas  le  desquician,  ni  es  tal  que 
lo  próspero  ó  lo  adverso  le  mude.  Si  se  pierde  la  ha- 
cienda, alégrase,  como  libre  de  una  carga  pesada.  Si  le 
faltan  los  amigos,  tiene  á  Dios  en  su  alma,  con  quien 
de  continuo  se  abraza.  Si  el  odio  ó  si  la  envidia  arma 
los  corazones  ajenos  contra  él,  como  sabe  que  no  le 
pueden  quitar  su  bien,  no  los  teme;  en  las  mudanzas 
está  quedo,  y  entre  los  espantos  seguro,  y  cuando  todo 
á  la  redonda  de  él  se  arruine,  él  permanece  más  firme, 
y  como  dijo  aquel  grande  elocuente:  luce  en  las  tinie- 
blas, é  impelido  de  su  lugar,  no  se  mueve. 

Y  lo  postrero  con  que  aqueste  bien  se  perfecciona  úl- 
timamente, es  otro  bien  que  nace  de  aquesta  paz  inte- 
rior, y  naciendo  de  ella,  acrecienta  á  esa  misma  paz  de 
donde  nace  y  procede.  Y  este  bien  es  el  favor  de  Dios 
que  la  voluntad  ansí  concertada  tiene,  y  la  confianza 
que  se  le  despierta  en  el  alma  con  este  favor.  Porque 
¿quién  pondrá  alboroto  ó  espanto  en  la  conciencia  que 
tiene  á  Dios  de  su  parte?  0  ¿cómo  no  tendrá  á  Dios  de 
su  parte  el  que  es  una  voluntad  con  El  y  un  mismo 


260  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

querer?  Bien  dijo  Sófocles:  «Si  Dios  manda  en  mí,  no 
estoy  sujeto  á  cosa  mortal».  Y  cierto  es  que  no  me 
puede  dañar  aquello  á  quien  no  estoy  sujeto. 

Ansí  que,  de  la  paz  del  alma  justa  nace  la  seguridad 
del  amparo  de  Dios:  y  de  esta  seguridad  se  confirma 
más  y  se  fortifica  la  paz.  Y  ansí,  David  juntó,  á  lo  que 
parece,  estas  dos  cosas,  paz  y  confianza,  cuando  dijo 
en  el  Salmo  *:  «En  paz,  y  en  uno,  dormiré  y  reposaré». 
Adonde,  como  veis,  con  la  paz  puso  el  sueño,  que  es 
obra,  no  de  ánimo  solícito,  sino  de  pecho  seguro  y  con- 
fiado. Sobre  las  cuales  palabras,  si  bien  rae  acuerdo, 
dice  ansí  San  Crisóstomo  2: 

«Esta  es  otra  especie  de  merced  que  hace  Dios  á  los 
suyos,  que  les  da  paz.  De  paz,  dice,  gozan  los  que  aman 
tu  ley,  y  ninguna  cosa  les  es  tropiezo  porque  ninguna 
cosa  hace  ansí  paz,  como  es  el  conocimiento  de  Dios  y 
el  poseer  la  virtud,  lo  cual  destierra  del  ánimo  sus  per- 
turbaciones, que  son  su  guerra  secreta,  y  no  permite 
que  el  hombre  traiga  bandos  consigo.  Que  á  la  verdad, 
el  que  de  esta  paz  no  gozare,  dado  que  en  las  cosas  de 
fuera  tenga  gran  paz  y  no  sea  acometido  de  ningún 
enemigo,  será  sin  duda  miserable  y  desventurado  sobre 
todos  los  hombres.  Porque  ni  los  scitas  bárbaros  ni  los 
de  Tracia  ni  los  sármatas,  ó  los  indios  ó  moros,  ni  otra 
gente  ó  nación  alguna,  por  más  fiera  que  sea,  pueden 
hacer  guerra  tan  cruda  como  es  la  que  hace  un  mal- 
vado pensamiento  cuando  se  lanza  en  lo  secreto  del 
ánimo,  ó  una  desordenada  codicia,  ó  el  amor  del  dine- 
ro sediento,  ó  el  deseo  entrañable  de  mayor  dignidad, 
ú  otra  afición  cualquiera  acerca  de  aquellas  cosas  que 
tocan  á  esta  vida  presente. 

»Y  la  razón  pide  que  sea  ansí,  porque  aquella  gue- 
rra es  guerra  de  fuera,  mas  esta  es  guerra  de  dentro  de 
casa.  Y  vemos  en  todas  las  cosas,  que  el  mal  que  nace 
do  dentro  es  mucho  más  grave,  que  no  aquello  que 
acomete  de  fuera.  Porque  al  madero  la  carcoma  que 
nace  dentro  de  él  le  consume  más,  y  á  la  salud  y  fuer- 


1    Psalm.  iv,  9.  2    Ezposit.  in  Psal.  iv,  núm.  2. 


DE  LOS  NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO         261 

zas  del  cuerpo,  las  enfermedades  que  proceden  de  lo 
secreto  de  él,  le  son  más  dañosas  que  no  los  males  que 
le  sobrevienen  de  fuera.  Y  á  las  ciudades  y  repúblicas 
no  las  destruyen  tanto  los  enemigos  de  fuera,  cuanto 
las  asuelan  los  domésticos  y  los  que  son  dé  una  misma 
comunidad  y  linaje.  Y  por  la  misma  manera,  á  nuestra 
alma  lo  que  la  conduce  á  la  muerte  no  son  tanto  los 
artificios  é  ingenios  con  que  es  acometida  de  fuera, 
cuanto  las  pasiones  y  enfermedades  suyas  y  que  nacen 
en  ella. 

»Por  donde  si  algún  temeroso  de  Dios  compusiere 
los  movimientos  turbados  del  ánimo,  y  si  les  quitare 
á  los  malvados  deseos,  que  son  como  fieras,  que  no  vi- 
van y  alienten;  y  si,  no  les  permitendo  que  hagan  cue- 
va en  su  alma,  apaciguare  bien  esta  guerra,  ese  tal  go- 
zará de  paz  pura  y  sosegada.  Esta  paz  nos  dio  Cristo 
viniendo  al  mundo.  Esta  misma  desea  San  Pablo  cuan- 
do dice  en  todas  sus  cartas:  «Gracia  en  vosotros  y  paz 
de  Dios,  Padre  nuestro».  El  que  es  señor  de  esta  paz, 
no  sólo  no  teme  al  enemigo  bárbaro,  mas  ni  al  mismo 
demonio,  antes  hace  burla  de  él  y  de  todo  su  ejército; 
vive  sosegado  y  seguro,  y  alentado  más  que  otro  hom- 
bre ninguno,  como  aquel  á  quien  ni  la  pobreza  le 
aprieta,  ni  la  enfermedad  le  es  grave,  ni  le  turba  caso 
ninguno  adverso  de  los  que  sin  pensar  acontecen;  por- 
que su  alma,  como  sana  y  valiente,  se  vadea  fácil  y  ge- 
nerosamente por  todo. 

»Y  para  que  veáis  á  los  ojos  que  es  esto  verdad, 
pongamos  que  es  uno  envidioso  y  que  en  lo  demás  no 
tiene  enemigo  ninguno;  ¿qué  le  aprovechará  no  tener- 
le? El  mismo  se  hace  guerra  á  sí  mismo,  él  mismo  afila 
contra  sí  sus  pensamientos  más  penetrables  que  espa- 
da. Oféndese  de  cuanto  bien  ve,  y  llégase  á  sí  con 
cuantas  buenas  dichas  suceden  á  otros;  á  todos  los 
mira  como  á  enemigos,  y  para  con  ninguno  tiene  su 
ánimo  desenconado  y  amable.  ¿Qué  provecho,  pues,  le 
trae  al  que  es  como  éste,  el  tener  paz  por  defuera,  pues 
la  guerra  grande  que  trae  dentro  de  sí  le  hace  andar 
discurriendo  furioso  y  lleno  de  rabia,  y  tan  acosado  de 


262  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

ella,  que  apetece  ser  antes  traspasado  con  mil  saetas, 
ó  padecer  antes  mil  muertes  que  ver  á  alguno  de  sus 
iguales,  ó  bien  reputado  ó  en  otra  alguna  manera  prós- 
pero? 

»Demos  otro  que  ame  el  dinero:  cierto  es  que  levan- 
tará en  su  corazón  por  momentos  discordias  innume- 
rables, y  que  acosado  de  su  turbada  afición,  ni  aun 
respirar  no  podrá.  No  es  así,  no,  el  que  está  libre  de 
semejantes  pasiones;  antes,  como  quien  está  en  puerto 
seguro,  de  espacio  y  con  reposo  hinche  su  pecho  de 
deleites  sabios,  ajeno  de  todas  las  molestias  sobredi- 
chas.» 

Esto  dice,  pues,  San  Grisóstomo. 

Y  en  lo  postrero  que  dice  descubre  otro  bien  y  otro 
fruto  que  de  la  paz  se  recoge,  y  que  en  nuestro  discur- 
so será  lo  postrero,  que  es  el  gozo  santo  que  halla  en 
todo  el  que  está  pacífico  en  sí;  porque  el  que  tiene 
consigo  guerra,  no  es  posible  que  en  ninguna  cosa  ha- 
lle contento  puro  y  sencillo.  Porque,  ansí  como  el  gus- 
to mal  dispuesto  por  la  demasía  de  algún  humor  malo 
que  le  desordena,  en  ninguna  cosa  halla  el  sabor  que 
ella  tiene,  ansí  al  que  trae  guerra  entre  sí  no  le  es  po- 
sible gozar  de  lo  puro  y  de  la  verdad  del  buen  gusto. 
En  el  ánimo  con  paz  sosegado,  como  en  agua  reposada 
y  pura,  cada  cosa  sin  engaño  ni  confusión  se  muestra 
cual  es,  y  ansí  de  cada  una  coge  el  gozo  verdadero  que 
tiene,  y  goza  de  sí  mismo,  que  es  lo  mejor. 

Porque,  ansí  como  de  la  salud  y  buena  afición  de  la 
voluntad  que  Cristo  por  medio  de  su  gracia  pone  en 
el  hombre,  como  decíamos,  se  pacifica  luego  el  alma 
con  Dios  y  cesa  la  rencilla  que  antes  de  esto  había  en- 
tre el  entender  y  el  querer,  y  también  el  sentido  se 
rinde,  y  lo  bullicioso  de  él  ó  se  acaba  ó  se  esconde,  y 
de  toda  esta  paz  nace  el  andar  el  hombre  libre  y  bien 
animado  y  seguro;  ansí  de  todo  este  amontonamiento 
de  bien  nace  este  gran  bien,  que  es  gozar  el  hombre  de 
sí  y  poder  vivir  consigo  mismo,  y  no  tener  miedo  de 
entrar  en  su  casa,  como  debajo  de  hermosas  figuras, 
conforme  á  su  costumbre,  lo  profetiza  Miqueas,  dicien- 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO         26i 

do  lo  que  en  la  venida  de  Cristo  al  mundo,  y  en  la  ve- 
nida del  mismo  en  el  alma  de  cada  uno,  había  de  acon- 
tecer á  los  suyos  h  «No  levantará,  dice,  espada  una 
nación  contra  otra,  y  olvidarán  de  allí  adelante  las  ar- 
tes de  guerra;  y  cada  uno,  asentado  debajo  de  su  vid  y 
debajo  de  su  higuera,  gozará  de  ella,  y  no  habrá  quien 
de  allí  con  espanto  le  aparte».  Adonde,  juntamente 
con  la  paz  hecha  por  Cristo,  pone  el  descanso  seguro 
con  que  gozará  de  sí  y  de  sus  bienes  el  que  en  esta 
manera  tuviere  paz. 

Mas  David  en  el  Salmo,  vuelto  á  la  Iglesia  y  á  cada 
uno  de  los  justos  que  son  parte  de  ella,  con  palabras 
breves,  pero  llenas  de  significación  y  de  gozo,  com- 
prende todo  cuanto  hemos  dicho  muy  bien.  Dice  2: 
«Alaba,  Jerusalén,  al  Señor».  Esto  es,  todos  los  que 
sois  Jerusalén,  poseedores  de  paz,  alabad  al  Señor.  Y 
aunque  les  dice  que  alaben,  y  aunque  parece  que  ansí 
se  lo  manda,  este  mandar  propiamente  es  profetizar  lo 
que  de  esta  paz  acontece  y  nace;  porque,  como  diji- 
mos, al  punto  que  toma  posesión  de  la  voluntad,  lue- 
go el  alma  hace  paces  con  Dios,  de  donde  se  sigue 
luego  el  amor  y  el  loor. 

Mas  añade  David:  «Porque  fortaleció  las  cerraduras 
de  tus  puertas,  y  bendijo  á  tus  hijos  en  ti».  Dice  la  otra 
paz  que  se  sigue  á  la  primera  paz  de  la  voluntad,  que 
es  la  conformidad  y  el  estar  á  una  entre  sí  todas  las 
fuerzas  y  potencias  del  alma,  que  son  como  hijos  de 
ella  y  como  las  puertas  por  donde  le  viene  ó  el  mal  ó 
el  bien.  Y  dice  maravillosamente  que  está  fortalecido 
y  cerrado  dentro  de  sus  puertas  el  que  tiene  esta  paz. 
Porque,  como  tiene  rendido  el  deseo  á  la  razón,  y  por 
el  mismo  caso,  como  no  apetece  desenfrenadamente 
ninguno  de  los  bienes  de  fuera,  no  puede  venirle  de 
fuera  ni  entrarle  en  su  casa,  sin  su  voluntad,  cosa 
ninguna  que  le  dañe  ó  enoje;  sino  cerrado  dentro  de 
sí,  y  abastecido  y  contento  con  el  bien  de  Dios  que 
tiene  en  sí  mismo,  y  como  dice  el  poeta  del  sabio,  liso 


1    Mich.,  iv,  3,  2    Psalm.,  cxLvir,  4, 


264  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

y  redondo,  no  halla  en  él  asidero  ninguno  la  fuerza 
enemiga. 

Porque  ¿cómo  dañará  el  mundo  al  que  no  tiene 
ningunas  prendas  en  él?  Y  en  lo  que  luego  David  aña- 
de se  ve  más  claramente  esto  mismo;  porque  dice  ansí: 
«Y  puso  paz  en  tus  términos».  Porque  de  tener  en  paz 
el  alma  á  todo  aquello  que  vive  dentro  de  sus  mura- 
llas y  de  su  casa,  de  necesidad  se  sigue  que  tendrá 
también  pacífica  su  comarca;  que  es  decir  que  no  tie- 
ne cosa  en  que  los  que  andan  fuera  de  ella  y  al  derre- 
dor de  ella  dañarla  puedan.  Tiene  paz  en  su  comarca, 
porque  en  ninguna  cosa  tiene  competencia  con  su  ve- 
cino, ni  se  pone  á  la  parte  en  las  cosas  que  precia  el 
mundo  y  desea;  y  ansí  nadie  le  mueve  guerra,  ni  en 
caso  que  se  la  quisiesen  mover,  tienen  en  qué  hacerla, 
porque  su  comarca  aun  por  esta  razón  es  pacífica, 
porque  es  campiña  rasa  y  estéril,  que  no  hay  viñedos 
en  ella,  ni  sembrados  fértiles,  ni  minas  ricas,  ni  arbo- 
ledas, ni  jardines,  ni  caseríos  deleitosos  é  ilustres,  ni 
tiene  el  alma  justa  cosa  que  precie  que  no  la  tenga 
encerrada  dentro  de  sí;  por  eso  goza  seguramente  de 
sí,  que  es  el  fruto  último,  como  decíamos,  y  el  que 
significa  luego  este  Salmo  en  las  palabras  que  añade: 
«Y  te  mantiene  con  hartura  con  lo  apurado  del  trigo». 

Porque,  á  la  verdad,  los  que  sin  esta  paz  viven,  por 
más  bien  afortunados  que  vivan,  no  comen  lo  apura- 
do del  pan.  Salvados  son  sus  manjares,  el  desecho  del 
bien  es  aquello  por  quien  andan  golosos,  su  gusto  y  su 
mantenimiento  es  lo  grosero  y  lo  moreno  y  lo  feo,  y 
sin  duda  las  escorias  de  lo  que  es  substancia  y  verdad; 
y  aun  eso  mismo,  tal  cual  es  y  en  la  manera  que  es,  no 
se  les  da  con  hartura.  El  pacífico  sólo  es  el  que  come 
con  abundancia  y  el  que  come  lo  apurado  del  bien; 
para  él  nace  el  día  bueno,  y  el  sol  claro  él  es  el  que 
solamente  le  ve.  En  la  vida,  en  la  muerte,  en  lo  adverso, 
en  lo  próspero,  en  todo  halla  su  gusto;  y  el  manjar  de 
los  ángeles  es  su  perpetuo  manjar,  y  goza  de  él  alegre 
y  sin  miedo  que  nadie  le  robe;  y  sin  enemigo  que  le 
pueda  ser  enemigo,  vive  en  dulcísima  y, abundosísima 


DE   LOS  NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO         26S 

paz.  ¡Divino  bien  y  excelente  merced  hecha  á  los  hom- 
bres solamente  por  Cristo! 

Por  lo  cual,  tornando  á  lo  primero  del  Salmo,  le  de- 
bemos celebrar  con  continuos  y  soberanos  loores;  por- 
que El  salió  á  nuestra  causa  perdida,  y  tomó  sobre  sí 
nuestra  guerra,  y  puso  nuestro  desconcierto  en  su  or- 
den, y  nos  amistó  con  el  cielo,  y  encarceló  á  nuestro 
enemigo  el  demonio,  y  nos  libertó  de  la  codicia  y  del 
miedo,  y  nos  aquietó  y  pacificó  cuanto  hay  de  enemigo 
y  de  adverso  en  la  tierra;  y  el  gozo,  y  el  reposo,  y  el  de- 
leite de  su  divina  y  riquísima  paz  El  nos  le  dio,  el  cual 
es  la  fuente  y  el  manantial  de  donde  nace,  y  su  autor 
único,  por  donde  con  justísima  razón  es  llamado  su 
principe. 

Y  habiendo  dicho  esto  Marcelo,  calló.  Y  Juliano  in- 
continente, viéndole  callar,  dijo: 

— Es  sin  duda,  Marcelo,  príncipe  de  paz  Jesucristo 
por  la  razón  que  decís;  mas,  no  mudando  eso  que  es 
firme,  sino  añadiendo  sobre  ello,  paréceme  á  mí  que  le 
podemos  también  llamar  ansí  porque  con  sólo  El  se- 
puede  tener  esto  que  es  paz. 

Aquí  Sabino,  vuelto  á  Juliano,  y  como  maravillado 
de  lo  que  decía, 

— No  entiendo  bien  (dice),  Juliano,  lo  que  decís,  y 
traslúceseme  que  decís  gran  verdad:  y  ansí,  si  no  reci- 
bís pesadumbre,  me  holgaría  que  os  declarásedes  más. 

— Ninguna,  respondió  Juliano;  mas  decidme,  pues 
ansí  os  place,  Sabino:  ¿entendéis  que  todos  los  que 
nacen  y  viven  en  esta  vida  son  dichosos  en  ella  y  de 
buena  suerte,  ó  que  unos  lo  son  y  otros  no? 

— Cierto  es,  dijo  Sabino,  que  no  lo  son  todos. 

— Y  ¿sónlo  algunos'?,  añadió  Juliano. 

Respondió  Sabino: 

— Sí  son. 

Y  luego  Juliano  dijo: 

— Decidme,  pues:  ¿el  serlo  ansí  es  cosa  con  que  s& 
nace,  ó  caso  de  suerte,  ó  viéneles  por  su  obra  é  indus- 
tria? 

— No  es  nacimiento  ni  suerte,  dijo  Sabino;  sino  cosa 


266  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

que  tiene  principio  en  la  voluntad  de  cada  uno  y  en  su 
buena  elección. 

— Verdad  es,  dijo  Juliano;  y  habéis  dicho  también 
que  hay  algunos  que  no  vienen  á  ser  dichosos  ni  de 
¿Mena  suerte. 

— Sí  he  dicho,  respondió. 

— Pues  decidme,  dijo  Juliano;  esos  que  no  lo  son 
¿no  lo  quieren  ser  ó  no  lo  procuran  ser? 

— Antes,  dijo  Sabino,  lo  procuran  y  lo  apetecen  con 
ardor  grandísimo. 

— Pues,  replicó  Juliano,  ¿escóndeseles  por  ventura 
la  buena  dicha,  ó  no  es  una  misma? 

— Una  misma  es,  dijo  Sabino,  y  á  nadie  se  esconde; 
antes,  cuanto  es  de  su  parte,  ella  se  les  ofrece  á  todos 
y  se  les  entra  en  su  casa;  mas  no  la  conocen  todos,  y 
ansí  algunos  no  la  reciben. 

— Por  manera  que  decís,  Sabino  (dijo  Juliano),  que 
los  que  no  vienen  á  ser  dichosos  no  conocen  la  buena 
dicha,  y  por  esta  causa  la  desechan  de  sí. 
— Ansí  es,  respondió  Sabino. 

— Pues  decidme,  dijo  Juliano:  ¿puede  ser  apetecido 
aquello  de  quien,  el  que  lo  ha  de  amar,  no  tiene  noticia? 
— Cierto  es,  dijo  Sabino,  que  no  puede. 
—  Y  ¿decís  que  los  que  no  alcanzan  la  buena  dicha 
no  la  conocen?,  dijo  Juliano. 
Respondió  Sabino  que  era  ansí. 
— Y  también  habéis  dicho,  añadió  Juliano,  que  esos 
mismos  que  no  lo  son  apetecen  y  aman  el  ser  bien- 
aventurados. 

Concedió  Sabino  que  lo  había  dicho. 
— Luego  (dijo  Juliano)  apetecen  lo  que  no  saben 
ni  conocen;  y  ansí,  se  concluye  una  de  dos  cosas:  ó  que 
lo  no  conocido  puede  ser  amado,  ó  que  los  de  mala 
suerte  no  aman  la  buena  suerte;  que  cada  una  de  ellas 
contradice  á  lo  que,  Sabino,  habéis  dicho.  Ved  agora 
si  queréis  mudar  alguna  de  ellas. 

Reparó  entonces  Sabino  un  poco,  y  dijo  luego. 

— Parece  que  de  fuerza  se  habrá  de  mudar. 

Mas  Juliano,  tornando  á  tomar  la  mano,  dijo  ansí: 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO         267 

— Id  conmigo,  Sabino;  que  podría  ser  que  por  esta 
manera  llegásemos  á  tocar  la  verdad.  Decidme:  la  bue- 
na dicha  ¿es  ella  alguna  cosa  que  vive,  ó  que  tiene  ser 
en  sí  misma,  ó  qué  manera  de  cosa  es? 

— No  entiendo  bien,  Juliano,  respondió  Sabino,  lo 
que  me  preguntáis. 

— Agora,  dijo  Juliano,  lo  entenderéis:  el  avariento, 
decidme,  ¿ama  algo? 

— Sí  ama,  dijo  Sabino. 

— ¿Qué?,  dijo  Juliano. 

— El  oro  sin  duda,  dijo  Sabino,  y  las  riquezas. 

— Y  el  que  las  gasta,  añadió  Juliano,  en  fiestas  y  en 
banquetes,  ¿en  aquello  que  hace  busca  y  apetece  al- 
gún bien? 

— No  hay  duda  de  eso,  dijo  Sabino. 

— Y  ¿qué  bien  apetece?,  preguntó  Juliano. 

— Apetece,  respondió  Sabino,  á  mi  parecer,  su  gusto 
propio  y  su  contento. 

— Bien  decís,  Sabino,  dijo  Juliano  luego.  Mas,  de- 
cidme, el  contento  que  nace  del  gastar  las  riquezas  y 
esas  mismas  riquezas,  ¿tienen  una  misma  manera  de 
ser?  ¿No  os  parece  que  el  oro  y  plata  es  una  cosa  que 
tiene  substancia  y  tomo,  que  la  veis  con  los  ojos  y  la 
tocáis  con  las  manos?  Mas  el  contento  no  es  ansí,  sino 
como  un  accidente  que  sentís  en  vos  mismo,  ó  que  os 
imagináis  que  sentís;  y  no  es  cosa  que  ó  la  sacáis  de 
las  minas,  ó  que  el  campo,  ó  de  suyo,  ó  con  vuestra  la- 
bor la  produce,  y  producida,  la  cogéis  de  él  y  la  en- 
cerráis en  el  arca;  sino  cosa  que  resulta  en  vos  de  la 
posesión  de  alguna  de  las  cosas  que  son  de  tomo,  que 
ó  poseéis  ú  os  imagináis  poseer. 

— Verdad  es,  dijo  Sabino,  lo  que  decís. 

— Pues  agora,  dijo  Juliano,  entenderéis  mi  pregun- 
ta, que  es:  ¿si  la  buena  dicha  tiene  ser  como  las  ri- 
quezas y  el  oro,  ó  como  las  cosas  que  llamamos  gusto 
y  contento? 

—  Como  el  gusto  y  el  contento  (dijo  Sabino  luego). 
Y  aún  me  parece  á  mí  que  la  buena  dicha,  no  es 
otra  cosa  sino  un  perfecto  y  entero  contento,  seguro 


268  FRAY   LUIS    DE   LEÓN 

de  lo  que  se  teme,  y  rico  de  lo  que  se  ama  y  apetece. 

— Bien  habéis  dicho,  dijo  Juliano;  mas  si  es  como  el 
contento  ó  es  el  contento  mismo,  y  hemos  dicho  que 
el  contento  es  una  cosa  que  resulta  en  nosotros  de  al- 
gún bien  de  substancia,  que  ó  tenemos  ó  nos  imagina- 
mos tener,  necesaria  cosa  será  que  de  la  buena  dicha 
haya  alguna  cosa  de  tomo,  que  sea  como  su  fuente  y 
raíz,  de  manera  que  le  dé  ser  dichoso  al  que  la  pose- 
yere, cualquiera  que  él  sea. 

— Eso,  dijo  Sabino,  no  se  puede  negar. 

— Pues  decidme,  ¿hay  una  fuente  sola  ó  hay  muchas 
fuentes? 

— Parece,  dijo  Sabino,  que  haya  una  sola. 

— Con  razón  os  parece  ansí,  dijo  Juliano  entonces; 
porque  el  entero  contento  del  hombre  en  una  sola  ma- 
nera puede  ser,  y  por  la  misma  razón  no  tiene  sino  una 
sola  causa.  Mas  esta  causa,  que  llamamos  fuente,  y 
que,  como  decís,  es  una,  ¿ámanla  y  búscanla  todos? 

— No  la  aman,  dijo  Sabino. 

— ¿Por  qué?,  respondió  Juliano. 

Y  Sabino  dijo: 

— Porque  no  la  conocen. 

— Y  ¿ninguno,  dijo  Juliano,  deja  de  amar,  como  an- 
tes decíamos,  lo  que  es  buena  dicha? 

— Ansí  es.  respondió. 

— Y  no  se  ama,  replicó,  lo  que  no  se  conoce;  luego 
habéis  de  decir,  Sabino,  que  los  que  aman  el  ser  di- 
chosos y  no  lo  alcanzan,  conocen  lo  general  del  des- 
canso y  del  contento;  mas  no  conocen  la  particular  y 
verdadera  fuente  de  donde  nace,  ni  aquello  uno  en  que 
consiste  y  lo  que  produce;  y  habéis  de  decir  que,  lle- 
vados por  una  parte  del  deseo,  y  por  otra  parte  no  sa- 
biendo el  camino,  ni  pueden  parar  ni  les  es  posible  ati- 
nar; al  revés  de  los  que  hallan  la  buena  suerte.  Mas 
decidme,  Sabino:  los  que  buscan  ser  dichosos  y  nunca 
vienen  á  serlo,  ¿no  aman  ellos  algo  también,  y  lo  pro- 
curan haber,  como  á  fuente  de  su  buena  dicha,  la  que 
ellos  pretenden? 

— Aman,  dijo  Sabino,  sin  duda. 


DE   LOS    NOMBRES   DE  CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO         269 

— Y  ese  su  amor,  dijo  Juliano,  ¿hácelos  dichosos? 

— Ya  está  dicho  que  no  los  hace,  respondió  Sabino, 
porque  la  cosa  á  quien  se  allegan,  y  á  quien  le  piden  su 
contento  y  su  bien,  no  es  la  fuente  de  él  ni  aquello  de 
donde  nace. 

— Pues  si  ese  amor  no  les  da  buena  dicha,  dijo  Ju- 
liano, ¿hace  en  ellos  otra  cosa  alguna,  ó  no  hace  nada? 

— ¿No  bastará,  dijo  Sabino,  que  no  les  dé  buena  di- 
cha? 

— Por  mí,  dijo  Juliano,  baste  en  buena  hora,  que  no 
deseo  su  daño;  mas  no  os  pido  aquello  con  que  yo  por 
ventura  quedaría  contento  si  fuese  el  repartidor;  sino 
lo  que  la  razón  dice,  que  es  juez  que  no  se  dobla. 

— Paréceme,  dijo  Sabino,  que  como  el  hijo  de  Pría- 
mo,  que  puso  su  amor  en  Elena  y  la  robó  á  su  marido, 
persuadiéndose  que  llevaba  con  ella  todo  su  descanso 
y  su  bien,  no  sólo  no  halló  allí  el  descanso  que  se  pro- 
metía, mas  sacó  de  ella  la  ruina  de  su  patria  y  la  muer- 
te suya,  con  todo  lo  demás  que  Homero  canta,  de  ca- 
lamidad y  miseria;  ansí,  por  la  misma  manera,  los  no 
dichosos  por  fuerza  vienen  á  ser  desdichados  y  mise- 
rables, porque  aman  como  á  fuente  de  su  descanso  lo 
que  no  lo  es;  y  amándolo  ansí,  pídenselo  y  búscanlo  en 
ello,  y  trabájanse  miserablemente  por  hallarlo,  y  al  fin 
no  lo  hallan;  y  ansí,  los  atormenta  juntamente,  y  como 
en  un  tiempo,  el  deseo  de  haberlo  y  el  trabajo  de  bus- 
carlo y  la  congoja  de  no  poderlo  hallar;  de  donde  re- 
sulta que,  no  sólo  no  consiguen  la  buena  dicha  que 
buscan;  mas,  en  vez  de  ella,  caen  en  infelicidad  y  mi- 
seria. 

— Recojamos,  dijo  Juliano  entonces,  todo  lo  que  he- 
mos dicho  hasta  agora;  y  ansí  podremos  después  mejor 
ir  en  seguimiento  de  la  verdad,  pues  tenemos  de  todo 
lo  sobredicho:  lo  uno,  que  todos  aman  y  pretenden  ser 
dichosos;  lo  otro,  que  no  lo  son  todos;  lo  tercero,  que 
la  causa  de  esta  diferencia  está  en  el  amor  de  aquellas 
cosas  que  llamamos  fuentes  ó  causas,  entre  las  cuales 
la  verdadera  es  sola  una,  y  las  demás  son  falsas  y  en- 
gañosas; y  lo  último,  tenemos  que,  como  el  amor  de  la 


270  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

verdadera  hace  buena  suerte,  ansí  hace,  no  sólo  falta 
de  ella,  sino  miseria  extremada,  el  amor  de  las  falsas. 

— Todo  eso  está  dicho;  mas  de  todo  eso,  dijo  Sabino, 
¿qué  queréis,  Juliano,  inferir? 

— Dos  cosas  infiero,  dijo  Juliano  luego:  la  una,  que 
todos  aman  ( los  buenos  y  los  malos,  los  felices  y  los 
infelices),  y  que  no  se  puede  vivir  sin  amar;  la  otra, 
que  como  el  amor  en  los  unos  es  causa  de  su  buena 
andanza,  ansí  en  los  otros  es  la  fuente  de  su  miseria: 
y  siendo  en  todos  amor,  hace  en  los  unos  y  en  los  otros 
efectos  muy  diferentes,  ó  por  decir  verdad,  claramen- 
te contrarios. 

—  Ansí  se  infiere,  dijo  Sabino. 

— Mas  decidme,  añadió  Juliano:  ¿atreveros  habéis, 
Sabino,  á  buscar  conmigo  la  causa  de  esta  desigualdad 
y  contrariedad  que  en  sí  encierra  el  amor? 

—  ¿Qué  causa  decís,  Juliano?,  respondió  Sabino. 

— El  por  qué,  dijo  Juliano,  el  amor  que  nos  es  tan 
necesario  y  tan  natural  á  todos,  es  en  unos  causa  de 
miseria,  y  en  otros  de  felicidad  y  buena  suerte. 

— Claro  está  eso,  dijo  Sabino  luego;  porque,  aunque 
en  todos  se  llama  amor,  no  es  en  todos  uno  mismo; 
mas  en  unos  es  amor  de  lo  bueno,  y  ansí  les  viene  el 
bien  de  él;  y  en  otros  de  lo  malo,  y  ansí  les  fructifica 
miseria 

— ¿Puede,  replicó  Juliano,  amar  nadie  lo  malo? 

— No  puede,  dijo  Sabino,  como  no  puede  desamar  á 
sí  mismo;  mas  el  amor  malo  que  digo.  Llamóle  ansí,  no 
porque  lo  que  ama  es  en  sí  malo,  sino  porque  no  es 
aquel  bien  que  es  la  fuente  y  el  minero  del  sumo  bien. 

— Eso  mismo,  dijo  Juliano,  es  lo  que  hace  mi  duda 
y  mi  pregunta  más  fuerte. 

— ¿Más  fuerte?,  respondió  Sabino;  y  ¿en  qué  manera? 

— De  esta  manera,  dijo  Juliano;  porque,  si  los  hom- 
bres pudieran  amar  la  miseria,  claro  y  descubierto  es- 
taba el  por  qué  el  amor  hacía  miserables  á  los  que  la 
amaban;  mas  amando  todos  siempre  algún  bien,  aun- 
que no  sea  aquel  bien  de  donde  nace  el  sumo  bien,  ya 
que  este  su  amor  no  los  hace  enteramente  dichosos,  á 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO         271 

lo  menos,  pues  es  bien  lo  que  aman,  justo  y  razonable 
sería  que  el  amor  de  él  les  hiciese  algún  bien;  y  ansí, 
no  parece  verdad  lo  que  poco  antes  asentamos  por 
muy  cierto,  que  el  amor  hace  también  á  las  veces  mi- 
seria en  los  hombres. 

— Ansí  parece,  respondió  Sabino. 

— No  os  rindáis,  dijo  Juliano,  tan  presto;  sino  id  con- 
migo inquiriendo  el  ingenio  y  la  condición  del  amor; 
que,  si  la  hallamos,  ella  nos  podrá  descubrir  la  luz  que 
buscamos. 

— ¿Qué  ingenio  es  ese?,  respondió  Sabino,  ó  ¿cómo 
se  ha  de  inquirir? 

— Muchas  veces  habréis  oído  decir,  Sabino  (respon- 
dió Juliano),  que  el  amor  consiste  en  una  cierta  unidad. 

— Sí  he,  dijo  Sabino,  oído  y  leído  que  es  unión  el 
amor  y  que  es  unidad,  y  que  es  como  un  lazo  estrecho 
entre  los  que  juntamente  se  aman,  y  que  por  ser  ansí, 
se  transforma  el  que  ama  en  lo  que  ama  por  tal  ma- 
nera, que  se  hace  con  él  una  misma  cosa. 

—  Y  ¿pareceos,  dijo  Juliano,  que  todo  el  amor  es 
ansí? 

— Sí  parece,  respondió  Sabino. 

— Apolo,  dijo  Juliano,  á  vuestro  parecer,  ¿amaba 
cuando  en  la  fábula,  como  canta  el  poeta,  sigue  á 
Dafne  que  le  huye?  0  el  otro  de  la  comedia  cuando 
pregunta  dónde  buscará,  dónde  descubrirá,  á  quién 
preguntará,  cuál  camino  seguirá  para  hallar  á  quien 
había  perdido  de  vista,  pregunto,  ¿amaba  también? 

— Ansí,  dijo,  parece. 

— Y  ambos,  replicó  Juliano,  estaban  tan  lejos  de  ser 
unos  con  lo  que  amaban,  que  el  uno  era  aborrecido  de 
ello,  y  el  otro  no  hallaba  manera  para  alcanzarlo. 

— Verdad  es,  dijo  Sabino,  cuanto  al  hecho;  más 
cuanto  al  deseo  ya  lo  eran;  porque  esa  unidad  era  lo 
que  apetecían,  si  amaban. 

— Luego  (dijo  Juliano),  ¿ya  el  amor  no  será  él  la 
unidad,  sino  un  apetito  y  deseo  de  ella? 

— Ansí,  dijo,  parece. 
•    —Pues  decidme,  añadió  Juliano;  estos  mismos,  si 


272  FRAY  LUIS   DE   LEÓN 

consiguieran  su  intento,  ú  otros  cualesquiera  que 
aman,  y  que  lo  que  aman  lo  consiguen  y  alcanzan,  y 
vienen  á  ser  uno  mismo  con  ello,  ¿dejan  de  amarlo 
luego,  ó  ámanlo  todavía  también? 

— Como  puede  uno  no  amar  á  sí  mismo,  ansí  po- 
drán, dijo  Sabino,  dejar  de  amar  al  que  ya  es  una  mis* 
ma  cosa  con  ellos. 

— Bien  decís,  dijo  Juliano;  mas  decidme,  Sabino, 
¿será  posible  que  desee  alguno  aquello  mismo  que 
tiene? 

— No  es  posible,  dijo  Sabino. 

— Y  habéis  dicho,  añadió  Juliano,  que  ya  estos  tales 
han  venido  á  tener  unidad. 

— Sí  han  venido,  dijo. 

— Luego  habéis  de  decir,  replicó  Juliano,  que  ya  no 
la  desean  ni  apetecen.  Ansí  es  (dijo)  verdad.  Yes  ver- 
dad que  se  aman,  añadió  Juliano;  luego  no  es  decir 
que  el  amar  es  desear  la  unidad. 

Estuvo  entonces  sobre  sí  Sabino  un  poco,  y  dijo 
luego: 

— No  sé,  Juliano,  qué  fin  han  de  tener  hoy  estas 
redes  vuestras,  ni  qué  es  lo  que  con  ellas  deseáis 
prender.  Mas  pues  ansí  me  estrecháis,  dígoos  que  hay 
dos  amores  ó  dos  maneras  de  amar,  una  de  deseo  y 
otra  de  gozo.  Y  dígoos  que  en  el  uno  y  en  el  otro 
amor  hay  su  cierta  unidad;  el  uno  la  desea,  y  cuanto 
es  de  su  parte  la  hace,  y  el  otro  la  posee  y  la  abraza, 
y  se  deleita  y  aviva  con  ella  misma.  El  uno  camina  á 
este  bien,  y  el  otro  descansa  y  se  goza  en  él;  el  uno 
es  como  el  principio,  y  el  otro  es  como  lo  sumo  y  lo 
perfecto;  y  ansí  el  uno  como  el  otro  se  rodea,  como 
sobre  quicio,  sobre  la  unidad  sola:  el  uno  haciéndola 
y  el  otro  como  gozando  de  ella. 

— No  han  hecho  mala  presa  estas  que  llamáis  mis 
redes,  Sabino,  dijo  Juliano  entonces;  pues  han  cogido 
de  vos  esto  que  decís  agora,  que  está  muy  bien  dicho; 
y  con  ello  estoy  yo  más  cerca  del  fin  que  pretendo,  de 
lo  que  vos,  Sabino,  ponsáis.  Porque,  pues  es  ansí  que 
todo  amor,  cada  uno  en  su  manera,  ó  es  unidad,  ó  ca- 


DE   LOS  NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO  273 

mina  á  ella  y  la  pretende;  y  pues  es  ansí  que  es  como 
el  blanco  y  el  fin  del  bien  querer  el  ser  unos  los  que 
se  quieren,  cosa  cierta  será  que  todo  aquello  que  fue- 
re contrario,  ó  en  alguna  forma  dañoso  á  esta  unidad, 
será  desabrido  enemigo  para  el  amor;  y  que  el  que 
amare,  por  el  mismo  caso  que  ama,  padecerá  tormento 
gravísimo  todas  las  veces  que,  ó  le  aconteciere  algo  de 
lo  que  divide  el  amor,  ó  temiere  que  le  puede  aconte- 
cer. Porque,  como  en  el  cuerpo  siempre  que  se  corta 
ó  que  se  divide  lo  uno  de  él  y  lo  que  está  ayuntado  y 
continuo,  se  descubre  luego  un  dolor  agudo,  ansí  todo 
lo  que  en  el  amor,  que  es  unidad,  se  esfuerza  á  poner 
división,  pone  por  el  mismo  caso  en  el  alma  que  ama 
una  miseria  y  una  congoja  viva,  mayor  de  lo  que  de- 
clarar se  puede. 

— Esa  es  verdad  en  que  no  hay  duda,  dijo  entonces 
Sabino. 

— Pues  si  en  esto  no  hay  duda,  añadió  Juliano,  ¿po- 
dréisme  decir,  Sabino,  cuántas  y  cuáles  sean  las  cosas 
que  tienen  esta  fuerza,  ó  que  la  pretenden  tener,  de 
cortar  y  dividir  aquello  con  que  el  amor  se  anuda  y 
se  hace  uno? 

— Tiene,  dijo  Sabino,  esa  fuerza  todo  aquello  que  á 
cualquiera  de  los  que  aman,  ó  le  deshace  en  el  ser,  ó 
le  muda  y  le  trueca  en  la  voluntad,  ó  totalmente  ó  en 
parte;  como  son,  en  lo  primero,  la  enfermedad,  y  la 
vejez,  y  la  pobreza,  y  los  desastres,  y  finalmente  la 
muerte.  Y  en  lo  segundo,  la  ausencia,  el  enojo,  la  dife- 
rencia de  pareceres,  la  competencia  en  unas  mismas 
cosas,  el  nuevo  querer  y  la  liviandad  nuestra  natural. 
Porque  en  lo  primero  la  muerte  deshace  el  ser,  y  ansí, 
aparta  aquello  que  deshace  de  aquello  que  queda  con 
vida;  y  la  enfermedad  y  vejez  y  pobreza  y  desastres, 
ansí  como  disponen  para  la  muerte,  ansí  también 
son  ministros  y  como  instrumentos  con  que  este  apar- 
tamiento se  obra.  Y  en  lo  segundo,  cierto  es  que  la 
ausencia  hace  olvido,  y  que  el  enojo  divide,  y  que  la 
diferencia  de  pareceres  pone  estorbo  en  la  conversa- 
ción; y  ansí,  apartando  el  trato,  enajena  poco  á  poco  las 

18 


274  FRAY   LUIS   DE    LEÓN 

voluntades,  y  las  desata  para  que  cada  una  se  vaya 
por  sí;  pues  con  el  nuevo  amor,  claro  es  que  se  corta 
el  primero;  y  manifiesto  es  que  nuestro  natural  muda- 
ble es  como  una  lima  secreta  que,  de  continuo,  con 
deseo  de  hacer  novedad,  va  dividiendo  lo  que  está  bien 
ayuntado. 

— No  se  dará  bien,  conforme  á  eso,  Sabino  (dijo 
Juliano  entonces),  el  amor  en  cualquier  suelo. 

Respondió  Sabino: 

— ¿Cómo  no  se  dará? 

Y  Juliano  dijo: 

— Como  dicen  de  algunos  frutales,  que  plantados 
en  Persia,  su  fruta  es  ponzoña,  y  nacidos  en  estas  pro- 
vincias nuestras,  son  de  manjar  sabroso  y  saludable; 
ansí  digo  que  se  concluye  de  lo  que  hasta  agora  está 
dicho,  que  el  amor  y  la  amistad,  todas  las  veces  que- 
se  plantare  en  lo  que  estuviere  sujeto  á  todos  ó  algu- 
nos de  esos  accidentes  que  habéis  contado,  Sabino, 
Como  planta  puesta  en  lugar,  no  sólo  ajeno  de  su  con- 
dición, mas  contrario  y  enemigo  de  la  cualidad  de  su 
ingenio,  producirá,  no  fruto  que  recree,  sino  tósigo 
que  mate.  Y  si,  como  poco  antes  decíamos,  para  venir 
á  ser  dichosos  y  de  buena  suerte,  nos  conviene  que- 
amemos  algo  que  nos  sea  como  fuente  de  esta  buena 
ventura;  y  si  la  naturaleza  ordenó  que  fuese  el  medio 
y  el  tercero  de  toda  la  buena  dicha  el  amor,  bien  se 
conoce  ya  lo  que  arriba  dudábamos,  que  el  amor  que 
se  empleare  en  aquello  que  está  suieto  á  las  mudan- 
zas y  daños  que  dicho  habéis,  no  sólo  no  dará  á  su 
dueño  ni  el  sumo  bien  ni  aquella  parte  de  bien,  cual- 
quiera que  ella  se  sea,  que  posee  en  sí  aquello  á 
quien  se  endereza,  mas  le  hará  triste  y  miserable  del 
todo.  Porque  el  dolor  que  le  traspasará  las  entrañas, 
cuando  alguno  de  los  casos  y  de  los  accidentes  que 
dijisteis,  Sabino,  pues  no  se  excusan,  le  aconteciere, 
y  el  temor  perpetuo  de  que  cada  hora  le  pueden 
acontecer,  le  convertirán  el  bien  en  continua  miseria. 
Y  no  le  valdrá  tanto  lo  bueno  que  tiene  aquello  que 
ama  para  acarrearle  algún  gusto,  cuanto  será  pode- 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO         £75 

roso^  lo  quebradizo  y  lo  vil  y  lo  mudable  de  su  con- 
dición, para  le  afligir  con  perpetuo  é  infinito  tormento. 
Mas  si  es  tan  perjudicial  el  amor  cuando  se  emplea 
mal,  y  si  se  emplea  mal  en  todo  lo  que  está  sujeto  á 
mudanza,  y  si  todo  lo  semejante  le  es  suelo  enemigo, 
adonde  si  prende,  produce  frutos  de  ponzoña  y  mise- 
ria, ya  veis,  Sabino,  la  razón  por  qué  dije  al  principio 
que  sólo  Cristo  es  aquel  con  quien  se  puede  tener 
paz  y  amistad;  porque  El  sólo  es  el  no  mudable  y 
el  bueno,  y  Aquel  que  cuanto  de  su  parte  es,  jamás 
divide  la  unidad  del  amor  que  con  El  se  pone;  y  ansí, 
El  es  sólo  el  sujeto  propio  y  la  tierra  natural  y  feliz 
adonde  florece  bienaventuradamente,  y  adonde  hace 
buen  fruto  esta  planta;  porque  ni  en  su  condición  hay 
cosa  que  lo  divida,  ni  se  aparta  de  él  por  las  mudan- 
zas y  desastres  á  que  está  sujeta  la  nuestra,  como 
nosotros  libremente  no  lo  apartemos  dejándole.  Que 
ni  llega  á  El  la  vejez,  ni  la  enfermedad  le  enflaquece, 
ni  la  muerte  le  acaba,  ni  puede  la  fortuna,  con  sus 
desvarios,  poner  calidad  en  El  que  la  haga  menos  ama- 
ble. Que,  como  dice  el  salmista  *:  «Aunque  Tú,  Señor, 
mismo  desde  el  principio  cimentaste  la  tierra,  y  aun- 
que son  obra  de  tus  manos  los  cielos,  ellos  perecerán 
y  Tú  permanecerás;  ellos  se  envejecerán,  como  se  en- 
vejece la  ropa,  y  como  se  pliega  la  capa  los  plegarás 
y  serán  plegados;  mas  Tú  eres  siempre  uno  mismo,  y 
tus  años  nunca  desmenguan.  Y  tu  trono,  Señor,  por 
siglos  y  siglos,  vara  de  derechezas  la  vara  de  tu  go- 
bierno». Esto  es  en  el  ser;  que  en  su  voluntad  para 
con  nosotros,  si  nosotros  no  le  huimos   primero,  no 
puede  caber  desamor. 

Porque  si  viniéremos  á  pobreza  y  á  menos  estado, 
nos  amará;  y  si  el  mundo  nos  aborreciere,  El  conser- 
vará su  amor  con  nosotros.  En  las  calamidades,  en  los 
trabajos  y  en  las  afrentas,  en  los  tiempos  temerosos  y 
tristes,  cuando  todos  nos  huyan,  El  con  mayores  rega- 
los nos  recogerá  á  sí.  No  temeremos  que  podrá  venir  á 


1     Psalm.  ci.26. 


276  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

menos  su  amor  por  ausencia,  pues  está  siempre  lanza- 
do en  nuestra  alma  y  presente.  Ni  cuando,  Sabino,  se 
marchitare  en  vos  esa  flor  de  la  edad,  ni  cuando  co- 
rriendo los  años  y  haciendo  su  obra,  os  desfiguraren  la 
belleza  del  rostro,  ni  en  las  canas,  ni  en  la  flaqueza,  ni 
en  el  temblor  de  los  miembros,  ni  en  el  frío  de  la  ve- 
jez se  resfriará  su  amor  en  ninguna  cosa  para  con  vos. 
Antes  rico  para  hacer  siempre  bien,  y  de  riquezas  que 
no  se  agotan  haciéndole,  y  deseosísimo  continuamente 
de  hacerlo,  cuando  se  os  acabare  todo,  se  os  dará  todo 
El,  y  renovará  vuestra  edad  como  el  águila,  y  vistién- 
doos de  inmortalidad  y  de  bienes  eternos,  como  esposo 
verdadero  vuestro,  os  ayuntará  del  todo  consigo  con 
lazo  que  jamás  faltará,  estrecho  y  dulcísimo. 

— Mas  esto  ya  os  toca  á  vos,  Marcelo,  dijo  Juliano 
prosiguiendo  y  volviéndose  á  él;  porque  es  del  nombre 
de  Esposo  de  que  últimamente  habéis  de  decir,  y  de 
que  yo  de  propósito  os  he  detenido  que  no  dijeseis  con 
esto  que  he  dicho,  no  tanto  por  añadir  cosa  que  im- 
portase á  vuestras  razones,  cuanto  para  que  reposaseis 
entre  tanto  vos,  y  ansí  entraseis  con  nuevo  aliento  en 
esto  que  os  resta. 

—Vos,  Juliano,  dijo  Marcelo  entonces,  siempre  que 
hablareis,  será  con  propósito  y  provecho  mucho;  y  lo 
que  habéis  hablado  agora  ha  sido  tal,  que  hacéis  mal 
en  no  llevarlo  adelante.  Y  pues  ello  mismo  os  había 
metido  en  el  nombre  de  Esposo,  fuera  justo  que  lo  pro- 
siguierais vos,  á  lo  menos  siquiera  porque  entre  tanto 
malo  como  he  dicho  yo,  tuviera  tan  buen  remate  esta 
plática;  que  yo  os  confieso  que  en  este  nombre  no  pue- 
de decir  lo  que  hay  en  él  quien  no  lo  ha  sabido  sentir; 
y  de  mí  ya  conocéis  cuan  lejos  estoy  de  todo  buen  sen- 
timiento. 

— Ya  conocemos  (dijeron  juntos  Juliano  y  Sabino), 
cuan  mal  sentís  de  estas  cosas,  y  por  esta  causa  os 
queremos  oir  en  ellas;  demás  de  que  es  justo  que  sea 
de  un  paño  todo. 

— Justo  es,  dijo  Marcelo,  que  sea  todo  de  sayal, 
y  que  á  cosa  tan  grosera  no  se  añada  pieza  más  fina. 


DE  LOS    NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO         277 

Mas,  pues  es  forzoso,  será  necesario  que,  como  suelen 
hacer  los  poetas  en  algunas  partes  de  sus  poesías, 
adonde  se  les  ofrece  algún  sujeto  nuevo  ó  más  dificul- 
toso que  lo  pasado,  ó  de  mayor  calidad,  que  tornan  á 
invocar  el  favor  de  sus  musas;  ansí  yo  agora  torne  á 
pedir  á  Cristo  su  favor  y  su  gracia  para  poder  decir 
algo  de  lo  que  en  un  misterio  como  éste  se  encierra, 
porque  sin  él  no  se  puede  entender  ni  decir. 

Y  con  esto  humilló  Marcelo  templadamente  la  cabe- 
za hacia  el  suelo,  y  como  encogiendo  los  hombros, 
calló  por  un  espacio  pequeño;  y  luego  tornándola  á 
alzar  y  tendiendo  el  brazo  derecho,  y  en  la  mano  de 
él  que  tenía  cerrada,  abriendo  ciertos  dedos  de  ella  y 
extendiéndolos,  dijo: 


CAPITULO  IV 

Llámase  Cristo  Esposo,  y  explícase  cómo  lo  es  de  la  Iglesia, 
y  las  circunstancias  de  este  desposorio. 

— Tres  cosas  son,  Juliano  y  Sabino,  las  que  este 
nombre  de  Esposo  nos  da  á  entender,  y  las  de  que  nos 
obliga  á  tratar:  el  ayuntamiento  y  la  unidad  estrecha 
que  hay  entre  Cristo  y  la  Iglesia;  la  dulzura  y  deleite 
que  en  ella  nace  de  esta  unidad;  los  accidentes,  y  como 
si  dijésemos,  los  aparatos  y  circunstancias  del  despo- 
sorio. 

Porque  si  Cristo  es  esposo  de  toda  la  Iglesia  y  de 
cada  una  de  las  almas  justas,  como  de  hecho  lo  es, 
manifiesto  es  que  han  de  concurrir  en  ello  estas  tres 
cosas.  Porque  el  desposorio,  ó  es  un  estrecho  nudo  en 
que  dos  diferentes  se  reducen  en  uno,  ó  no  se  entiende 
sin  él;  y  es  nudo  por  muchas  maneras  dulce,  y  nudo 
que  quiere  su  cierto  aparato,  y  á  quien  le  anteceden 
siempre  y  le  siguen  algunas  cosas  dignas  de  considera- 
ción. Y  aunque  entre  los  hombres  hay  otros  títulos  y 
otros  conciertos,  ú  ordenados  por  su  voluntad  de  ellos 
mismos,  ó  con  que  naturalmente  nacen  ansí,  con  que 


278  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

se  ayuntan  en  uno  unas  veces  más  y  otras  menos  (por- 
que el  título  de  deudo  ó  de  padre  es  unidad  que  hace 
la  naturaleza  con  el  parentesco,  y  los  títulos  de  rey  y 
de  ciudadano  y  de  amigo  son  respetos  de  estrechezas 
con  que  por  su  voluntad  los  hombres  se  adunan);  mas 
aunque  esto  es  ansí,  el  nombre  de  Esposo  y  la  verdad 
de  este  nombre  hace  ventaja  á  los  demás  en  dos  cosas: 
la  primera,  en  que  es  más  estrecho  y  de  más  unidad 
que  ninguno;  la  segunda,  en  que  es  lazo  más  dulce  y 
causador  de  mayor  deleite  que  todos  los  otros. 

Y  en  este  artículo,  es  muy  digna  de  considerar  la 
maravillosa  blandura  con  que  ha  tratado  Cristo  á  los 
hombres;  que,  con  ser  nuestro  padre,  y  con  hacerse 
nuestra  cabeza,  y  con  regirnos  como  pastor,  y  curar 
nuestra  salud  como  médico,  y  allegarse  á  nosotros,  y 
ayuntarnos  á  sí  con  otros  mil  títulos  de  estrecha  amis- 
tad, no  contento  con  todos,  añadió  á  todos  ellos  este 
nudo  y  este  lazo  también,  y  quiso  decirse  y  ser  nues- 
tro Esposo.  Que  para  lazo  es  el  más  apretado  lazo;  y 
para  deleite,  el  más  apacible  y  más  dulce;  y  para  uni- 
dad de  vida,  el  de  mayor  familiaridad;  y  para  confor- 
midad de  voluntades,  el  más  uno;  y  para  amor,  el  más 
ardiente  y  el  más  encendido  de  todos. 

Y  no  sólo  en  las  palabras,  mas  en  el  hecho  es  ansí 
nuestro  Esposo.  Que  toda  la  estrecheza  de  amor  y  de 
conversación  y  de  unidad  de  cuerpos  que  en  el  suelo 
hay  entredós,  marido  y  mujer,  comparada  con  aquella 
con  que  se  enlaza  con  nuestra  alma  este  Esposo,  es 
frialdad  y  tibieza  pura.  Porque  en  el  otro  ayuntamien- 
to no  se  comunica  el  espíritu,  mas  en  este  su  mismo 
espíritu  de  Cristo  se  da  y  se  traspasa  á  los  justos, 
como  dice  San  Pablo  l:  «El  que  se  ayunta  á  Dios,  há- 
cese  un  mismo  espíritu  con  Dios».  En  el  otro  ansí  dos 
cuerpos  se  hacen  uno,  que  se  quedan  diferentes  en 
todas  sus  cualidades;  mas  aquí  ansí  se  ayuntóla  per- 
sona del  Verbo  á  nuestra  carne,  que  osa  decir  San 
Juan  2:  «Que  se  hizo  carne». 

1    I  Corint.,  vi,  17.  2    Joan.,  i,  4. 


DE   LOS  NOMBRES   DE   CRISTO.  — LIBRO   SEGUNDO  279 

Allí  no  recibe  vida  el  un  cuerpo  del  otro;  aquí  vive 
y  vivirá  nuestra  carne  por  medio  del  ayuntamiento  de 
la  carne  de  Cristo.  Allí  al  fin  son  dos  cuerpos  en  hu- 
mores é  inclinaciones  diversos;  aquí  ayuntando  Cristo 
su.  cuerpo  á  los  nuestros,  los  hace  de  las  condiciones 
del  suyo,  hasta  venir  á  ser  con  El  casi  un  cuerpo  mis- 
mo, por  una  tan  estrecha  y  secreta  manera,  que  ape- 
nas explicarse  puede.  Y  ansí  lo  afirma  y  encarece  San 
Pablo  *:  «Ninguno,  dice,  aborreció  jamás  á  su  carne; 
antes  la  alimenta  y  la  abriga  como  Cristo  á  la  Iglesia, 
porque  somos  miembros  de  su  cuerpo,  de  su  carne  de 
El,  y  de  sus  huesos  de  El.  Por  esto  dejará  el  hombre  á 
su  padre  y  á  su  madre,  y  se  ayuntará  á  su  mujer,  y 
serán  dos  en  una  carne;  este  es  un  secreto  y  un  sa- 
cramento grandísimo,  mas  entiéndolo  yo  en  la  Iglesia 
con  Cristo». 

Pero  vamos  declarando  poco  á  poco,  cuanto  nos 
fuere  posible,  cada  una  de  las  partes  de  esta  unidad 
maravillosa,  por  la  cual  todo  el  hombre  se  enlaza  es- 
trechamente con  Cristo,  y  todo  Cristo  con  él.  Porque 
primeramente,  el  alma  del  hombre  justo  se  ayunta  y 
se  hace  una  con  la  divinidad  y  con  el  alma  de  Cristo, 
no  solamente  porque  las  anuda  el  amor,  esto  es,  por- 
que el  justo  ama  á  Cristo  entrañablemente,  y  es  ama- 
do de  Cristo  por  no  menos  cordial  y  entrañable  mane- 
ra; sino  también  por  otras  muchas  razones.  Lo  uno, 
porque  imprime  Cristo  en  su  alma  de  él,  y  le  dibuja 
una  semejanza  de  sí  mismo  viva,  y  un  retrato  eficaz 
de  aquel  grande  bien  que  en  sí  mismas  contienen  sus 
dos  naturalezas,  humana  y  divina.  Con  la  cual  seme- 
janza figurado  nuestro  ánimo,  y  como  vestido  de  Cris- 
to, parece  otro  El,  como  poco  ha  decíamos,  hablando 
de  la  virtud  de  la  gracia.  Lo  otro,  porque  demás  de 
esta  imagen  de  gracia  que  pone  Cristo  como  de  asien- 
to en  nuestra  alma,  le  aplica  también  su  fuerza  y  su 
vigor  vivo,  y  que  obra  y  lánzalo  por  ella  toda;  y  apo- 
derado ansí  de  ella,  dale  movimiento  y  despiértala  y 

1    Ephes.,v,  29. 


280  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

hácele  que  no  repose,  sino  que,  conforme  á  la  santa 
imagen  suya,  que  impresa  en  sí  tiene,  ansí  obre  y  se 
menee  y  bulla  siempre,  y  como  fuego  arda  y  levante 
llama,  y  suba  hasta  el  cielo,  ensalzándose. 

Y  como  el  artífice  que,  como  alguna  vez  acontece, 
primero  hace  de  la  materia  que  le  conviene  lo  que  le 
ha  de  ser  instrumento  en  su  arte,  figurándolo  en  la  ma- 
nera que  debe  para  el  fin  que  pretende;  y  después 
cuando  lo  toma  en  la  mano,  queriendo  usar  de  él,  le 
aplica  su  fuerza  y  le  menea,  y  le  hace  que  obre  confor- 
me á  la  forma  de  instrumento  que  tiene,  y  conforme  á 
su  calidad  y  manera;  y  en  cuanto  está  ansí  el  instru- 
mento, es  como  un  otro  artífice  vivo,  porque  el  artífice 
vive  en  él  y  le  comunica  cuanto  es  posible  la  virtud  de 
su  arte;  ansí  Cristo,  después  que  con  la  gracia,  seme- 
janza suya,  nos  figura  y  concierta  en  la  manera  que 
cumple,  aplica  su  mano  á  nosotros,  y  lanza  en  nosotros 
su  virtud  obradora;  y  dejándonos  llevar  de  ella  nos- 
otros sin  le  hacer  resistencia,  obra  El,  y  obramos  con  El 
y  por  El  lo  que  es  debido  al  ser  suyo,  que  en  nuestra 
alma  está  puesto,  y  á  las  condiciones  hidalgas  y  al  na- 
cimiento noble  que  nos  ha  dado;  y  hechos  ansí  otro  El, 
ó  por  mejor  decir,  envestidos  en  El,  nace  de  El  y  de 
nosotros  una  obra  misma,  y  esa  cual  conviene  que  sea 
la  que  es  obra  de  Cristo. 

Mas  ¿por  ventura  parará  aquí  el  lazo  con  que  se 
anuda  Cristo  á  nuestra  alma?  Antes  pasa  adelante: 
porque  (y  sea  esto  lo  tercero,  y  lo  que  ha  de  ser  forzo- 
samente lo  último),  porque  no  solamente  nos  comuni- 
ca su  fuerza  y  el  movimiento  de  su  virtud  en  la  forma 
que  he  dicho,  mas  también  por  una  manera  que  apenas 
se  puede  decir,  pone  presente  su  mismo  Espíritu-Santo 
en  cada  uno  de  los  ánimos  justos.  Y  no  solamente  se 
junta  con  ellos,  por  los  buenos  efectos  de  gracia  y  de 
virtud  y  de  bien  obrar  que  allí  hace,  sino  porque  el 
mismo  espíritu  divino  suyo  está  dentro  de  ellos  pre- 
sente, abrazado  y  ayuntado  con  ellos  por  dulce  y  bien- 
aventurada manera. 

Que  ansí  como  en  la  Divinidad  el  Espíritu-Santo, 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO         281 

inspirado  juntamente  de  las  personas  del  Padre  y  del 
Hijo,  es  el  amor,  y  como  si  dijésemos,  el  nudo  dulce  y 
estrecho  de  ambas;  ansí  El  mismo,  inspirado  á  la  Igle- 
sia, y  con  todas  las  partes  justas  de  ella  enlazado,  y  en 
ellas  morando,  las  vivifica  y  las  enciende,  y  las  enamo- 
ra y  las  deleita,  y  las  hace  entre  sí  y  con  El  una  cosa 
misma.  «Quien  me  amare,  dice  Cristo  *,  será  amado  de 
mi  Padre,  y  vendremos  á  él  y  haremos  morada  en  él». 
Y  San  Pablo  2:  «La  caridad  de  Dios  nos  es  infundida  en 
nuestros  corazones  por  el  Espíritu-Santo,  que  nos  es 
dado».  Y  en  otra  parte  dice  3:  que  nuestros  cuerpos  son 
templo  suyo,  y  que  vive  en  ellos  y  en  nuestros  espíri- 
tus. Y  en  otra  4,  que  nos  dio  el  espíritu  de  su  Hijo,  que 
en  nuestras  almas  y  corazones  á  boca  llena  le  llama 
Padre  y  más  Padre.  Y  como  aconteció  á  Elíseo  con  el 
hijo  de  la  huéspeda  muerto  5,  que  le  aplicó  primero  su 
báculo,  y  se  ajustó  con  él  después,  y  lo  último  de  todo 
le  comunicó  su  aliento  y  espíritu;  ansí  en  su  manera 
es  lo  que  pasa  en  este  ayuntamiento  y  en  este  brazo 
de  Dios;  que  primero  pone  Dios  en  el  alma  sus  dones, 
y  después  aplica  á  ella  sus  manos  y  rostro,  y  última- 
mente le  infunde  su  aliento  y  espíritu,  con  el  cual  la 
vuelve  á  la  vida  del  todo,  y  viviendo  á  la  manera  que 
Dios  vive  en  el  cielo,  y  viviendo  por  él,  dice  con  San 
Pablo  6:  «Vivo  yo,  mas  no  yo,  sino  vive  en  mí  Jesu- 
cristo». 

Esto,  pues,  es  lo  que  hace  en  el  alma;  y  no  es  menos 
maravilloso  que  esto  lo  que  hace  con  el  cuerpo,  con  el 
cual  ayunta  el  suyo  estrechísimamente.  Porque,  demás 
de  que  tomó  nuestra  carne  en  la  naturaleza  de  su  hu- 
manidad, y  la  ayuntó  con  su  persona  divina  con  ayunta- 
miento tan  firme  que  no  será  suelto  jamás  (el  cual  ayun- 
tamiento es  un  verdadero  desposorio,  ó  por  mejor  decir, 
un  matrimonio  indisoluble  celebrado  entre  nuestra 
carne  y  el  Verbo,  y  el  tálamo  donde  se  celebró  fué, 
como  dice  San  Agustín,  el  vientre  purísimo);  ansí  que, 


1    Joan.,  x\v,  2?.  2    Rom.,  v,  5.  3    1  Corint  ,  iit,  16. 

4    Rom.,  vnr,  15.  5    IV  Reg.,  iv,  31.  6    Galant.,  u,  20. 


282  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

dejando  esta  unión  aparte  que  hizo  con  nuestra  carne, 
haciéndola  carne  suya,  y  vistiéndose  de  ella,  y  salien- 
do en  pública  plaza  en  los  ojos  de  todos  los  hombres 
abrazado  con  ella,  también  esta  misma  carne  y  cuerpo 
suyo,  que  tomó  de  nosotros,  lo  ayunta  con  el  cuerpo 
de  su  Iglesia  y  con  todos  los  miembros  de  ella,  que 
-debidamente  le  reciben  en  el  Sacramento  del  altar; 
allegando  su  carne  á  la  carne  de  ellos,  y  haciéndola 
cuanto  es  posible  con  la  suya  una  misma.  «Y  serán, 
dice1,  dos  en  una  carne.  Gran  Sacramento  es  éste, 
pero  entiéndolo  yo  de  Cristo  y  de  la  Iglesia.»  No  niega 
San  Pablo  decirse  con  verdad  de  Eva  y  de  Adán  aque- 
llo: «Y  serán  una  carne  los  dos»;  de  los  cuales  al  prin- 
cipio se  dijo;  pero  dice  que  aquella  verdad  fué  seme- 
janza do  este  otro  hecho  secreto,  y  dice  que  en  aque- 
llo la  razón  de  ello  era  manifiesta  y  descubierta  razón; 
mas  aquí  dice  que  es  oculto  misterio. 

Y  á  este  ayuntamiento  real  y  verdadero  de  su  cuer- 
po y  el  nuestro,  miran  también  claramente  aquellas 
palabras  de  Cristo  2:  «Si  no  comiereis  mi  carne  y  be- 
biereis mi  sangre,  no  tendréis  vida  en  vosotros».  Y 
luego,  ó  en  el  mismo  lugar:  «El  que  come  mi  carne  y 
bebe  mi  sangre,  queda  en  mí,  y  yo  en  él».  Y  ni  más 
ni  menos  lo  que  dice  San  Pablo  3:  «Todos  somos  un 
cuerpo  los  que  participamos  de  un  mismo  manteni- 
miento». 

De  lo  cual  se  concluye  que,  ansí  como  por  razón  de 
aquel  tocamiento  son  dichos  ser  una  carne  Eva  y 
Adán;  ansí,  y  con  mayor  razón  de  verdad,  Cristo,  Es- 
poso  fiel  de  su  Iglesia,  y  ella  esposa  querida  y  amada 
suya  por  razón  de  este  ayuntamiento  que  entre  ellos 
se  celebra,  cuando  reciben  los  fieles  dignamente  en  la 
hostia  su  carne,  son  una  carne  y  un  cuerpo  entre  sí. 
Bien  y  brevemente  Teodoreto,  sobre  el  principio  de  los 
Cantares  y  sobre  aquellas  palabras  de  ellos:  «Béseme 
de  besos  de  su  boca»,  en  este  propósito,  dice  de  esta 
manera:  «No  es  razón  que  ninguno  se  ofenda  de  esta 

1     Ephrs.,  v,  31.  2    Joan.,  vi,  54.  3    I  Corint.,  x,  17. 


DE   LOS    NOMBRES    DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO  283 

palabra  de  beso;  pues  es  verdad  que  al  tiempo  que  se 
dice  la  Misa,  y  al  tiempo  que  se  comulga  en  ella,  toca- 
mos al  cuerpo  de  nuestro  Esposo,  y  le  besamos  y  le 
abrazamos,  y  como  con  esposo,  ansí  nos  ayuntamos  con 
El».  Y  San  Crisóstomo  dice  más  larga  y  más  clara- 
mente lo  mismo:  «Somos,  dice,  un  cuerpo,  y  somos 
miembros  suyos,  hechos  de  su  carne  y  hechos  de  sus 
huesos». 

Y  no  sólo  por  medio  del  amor  somos  uno  con  El, 
mas  realmente  nos  ayunta  y  como  convierte  en  su 
carne  por  medio  del  manjar  de  que  nos  ha  hecho  mer- 
ced. Porque,  como  quisiese  declararnos  su  amor,  en- 
lazó y  como  mezcló  con  su  cuerpo  el  nuestro,  é  hizo 
que  todo  fuese  uno,  para  que  ansí  quedase  el  cuerpo 
unido  con  su  cabeza,  lo  cual  es  muy  propio  de  los  que 
mucho  se  aman.  Y  ansí,  Cristo,  para  obligarnos  con 
mayor  amor  y  para  mostrar  más  para  con  nosotros  su 
buen  deseo,  no  solamente  se  deja  ver  de  los  que  le 
aman,  sino  quiere  ser  también  tocado  de  ellos  y  ser 
comido,  y  que  con  su  carne  se  ingiera  la  de  ellos, 
como  diciéndoles:  «Yo  deseé  y  procuré  ser  vuestro 
hermano,  y  ansí  por  este  fin  me  vestí,  como  vosotros, 
de  carne  y  de  sangre;  y  eso  mismo  con  que  me  hice 
vuestro  deudo  y  pariente,  eso  mismo  yo  agora  os  lo 
doy  y  comunico». 

Aquí  Juliano,  asiendo  de  la  mano  á  Marcelo,  le  dijo: 
—  Nos  os  canséis  en  eso,  Marcelo;  que  lo  mismo  que 
dicen  Teodoreto  y  Crisóstomo,  cuyas  palabras  nos  ha- 
béis referido,  lo  dicen  por  la  misma  manera  casi  toda 
la  antigüedad  de  los  Santos,  San  Ireneo,  San  Hilario. 
San  Cipriano,  San  Agustín,  Tertuliano,  Ignacio,  Gre- 
gorio Niseno,  Cirilo,  León,  Focio  y  Teofilacto.  Porque, 
ansí  como  es  cosa  notoria  á  los  fieles  que  la  carne  de 
Cristo,  debajo  de  los  accidentes  de  la  hostia  recibida 
por  los  cristianos,  y  pasada  al  estómago  por  medio  de 
aquellas  especies,  toca  á  nuestra  carne,  y  es  nuestra 
carne  tocada  de  ella;  ansí  también  es  cosa  en  que  nin- 
guno que  lo  hubiere  leído  puede  dudar,  que  ansí  las 
sagradas  Letras  como  los  santos  doctores  usan  por  esta 


284  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

causa  de  esta  forma  de  hablar;  que  es  decir  que  somos 
un  cuerpo  con  Cristo,  y  que  nuestra  carne  es  de  su 
carne,  y  de  sus  huesos  los  nuestros;  y  que  no  sola- 
mente en  los  espíritus,  mas  también  en  los  cuerpos 
estamos  todos  ayuntados  y  unidos.  Ansí  que  estas  dos 
cosas,  ciertas  son  y  fuera  de  toda  duda  están  puestas. 

Lo  que  agora,  Marcelo,  os  conviene  decir,  si  nos  que- 
réis satisfacer,  ó  por  mejor  decir,  si  deseáis  satisfacer 
al  sujeto  que  habéis  tomado  y  á  la  verdad  de  las  cosas, 
es  declarar  cómo  por  sólo  que  se  toque  una  carne  con 
otra,  y  sólo  porque  el  un  cuerpo  con  el  otro  cuerpo  se 
toquen,  se  puede  decir  con  verdad  que  son  ambos 
cuerpos  un  cuerpo  y  ambas  carnes  una  misma  carne, 
como  las  sagradas  Letras  y  los  santos  doctores,  que  ansí 
las  entienden,  lo  dicen.  ¿Por  ventura  no  toco  yo  agora 
con  mi  mano  á  la  vuestra,  mas  no  por  eso  son  luego 
un  mismo  cuerpo  y  una  misma  carne  vuestra  mano  y 
mi  mano? 

— No  lo  son  sin  duda,  dijo  Marcelo  entonces,  ni  me- 
nos es  un  cuerpo  y  una  carne  la  de  Cristo  y  la  nuestra, 
solamente  porque  se  tocan  cuando  recibimos  su  cuer- 
po; ni  los  santos  por  sólo  este  tocamiento  ponen  esta 
unidad  de  cuerpos  entre  El  y  nosotros;  que  los  peca- 
dores que  indignamente  le  reciben  también  se  tocan 
con  El;  sino  porque  tocándose  ambos  por  razón  de  ha- 
ber recibido  dignamente  la  carne  de  Cristo,  y  por 
medio  de  la  gracia  que  se  da  por  ella,  viene  nuestra 
carne  á  remedar  en  algo  á  la  de  Cristo,  haciéndosele 
semejante. 

— Eso,  dijo  Juliano  entonces,  dejando  á  Marcelo,  nos 
dad  más  á  entender. 

Y  Marcelo,  callando  un  poco,  respondió  luego  de  esta 
manera: 

— Quedará  muy  entendido  si  yo,  Juliano,  hiciere 
agora  clara  la  verdad  de  dos  cosas:  la  primera,  que  pa- 
ra que  se  diga  con  verdad  que  dos  cosas  son  una  mis- 
ma, basta  que  sean  muy  semejantes  entre  sí;  la  segun- 
da, que  la  carne  de  Cristo,  tocando  á  la  carne  del  que  le 
recibe  dignamente  en  el  Sacramento,  por  medio  de  la 


DE    LOS    NOMBRES   DE   CRISTO.  — LIBRO    SEGUNDO         285 

gracia  que  produce  en  el  alma,  hace  en  cierta  manera 
semejante  nuestra  carne  á  la  suya. 

— Si  vos  probáis  eso,  Marcelo,  respondió  Juliano,  no 
quedará  lugar  de  dudar;  porque,  si  una  grande  seme- 
janza es  bastante  para  que  se  digan  ser  unos  los  que 
son  dos,  y  si  la  carne  de  Cristo,  tocando  á  la  nuestra 
la  asemeja  mucho  á  sí  misma,  clara  cosa  es  que  se  pue- 
de decir  con  verdad  que  por  medio  de  este  tocamiento 
venimos  á  ser  con  El  un  cuerpo  y  una  carne.  Y  á  lo 
que  á  mí  me  parece,  Marcelo,  en  la  primera  de  esas 
dos  cosas  propuestas  no  tenéis  mucho  que  trabajar  ni 
probar;  porque  cosa  razonable  y  conveniente  parece 
que  lo  muy  semejante  se  llame  uno  mismo,  y  ansí  lo 
solemos  decir. 

— Es  conveniente,  respondió  Marcelo,  y  conforme 
á  razón,  y  recibido  en  el  uso  común  de  los  que  bien 
sienten  y  hablan.  De  dos,  cuando  mucho  se  aman,  ¿por 
ventura  no  decimos  que  son  uno  mismo,  y  no  por  más 
de  porque  se  conforman  en  la  voluntad  y  querer?  Lue- 
go si  nuestra  carne  se  despojare  de  sus  cualidades,  y  se 
vistiere  de  las  condiciones  de  la  carne  de  Cristo,  serán 
como  una  ella  y  la  carne  de  Cristo;  y  demás  de  mu- 
chas otras  razones,  será  también  por  esta  razón  carne 
de  Cristo  la  nuestra,  y  como  parte  de  su  cuerpo  y 
parte  muy  ayuntada  con  El. 

De  un  hierro  muy  encendido  decimos  que  es  fuego, 
no  porque  en  substancia  lo  sea,  sino  porque  en  las 
cualidades,  en  el  ardor,  en  el  encendimiento,  en  el  co- 
lor y  en  los  efectos  lo  es;  pues  ansí  para  que  nuestro 
cuerpo  se  diga  cuerpo  de  Cristo,  aunque  no  sea  una 
substancia  misma  con  El,  bien  lo  debe  bastar  el  estar 
acondicionado  como  El.  Y  para  traer  á  comparación  lo 
que  más  vecino  es  y  más  semejante,  ¿no  dice  á  boca 
llena  San  Pablo  *  que  el  que  se  ayunta  con  Dios  se  hace 
un  espíritu  con  Él?  Y  ¿no  es  cosa  cierta  que  el  ayuntar- 
se con  Dios  el  hombre,  no  es  otra  cosa  sino  recibir  en 
su  alma  la  virtud  de  la  gracia,  que,  como  ya  tenemos 

1     I  Corint.,  vi,  17. 


¿86  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

dicho  otras  veces,  es  una  cualidad  celestial  que,  pues- 
ta en  el  alma,  pone  en  ella  mucho  de  las  condicione» 
de  Dios  y  la  figura  muy  á  su  semejanza?  Pues  si  al  es- 
píritu de  Dios  y  al  nuestro  espíritu  los  dice  ser  uno  el 
predicador  de  las  gentes,  por  la  semejanza  suya  que 
hace  en  el  nuestro  el  de  Dios,  bien  bastará  para  que  se 
diga  nuestra  carne  y  la  carne  de  Cristo  ser  una  carner 
el  tener  la  nuestra,  si  lo  tuviere,  algo  de  lo  que  es  pro- 
pio y  natural  á  la  carne  de  Cristo. 

Son  un  cuerpo  de  república  y  de  pueblo  mil  hom- 
bres en  linaje  extraños,  en  condiciones  diversos,  en 
oficios  diferentes,  y  en  voluntades  é  intentos  contra- 
rios entre  sí  mismos,  porque  los  ciñe  un  muro  y  por- 
que los  gobierna  una  ley;  y  dos  carnes  tan  juntas,  que 
traspasa  por  medio  de  la  gracia  mucho  de  su  virtud 
y  de  su  propiedad  la  una  en  la  otra,  y  casi  la  embebe 
en  sí  misma,  ¿no  serán  dichas  ser  una? 

Y  si  en  esto  no  hay  que  probar,  por  ser  manifiesto, 
como,  .Juliano,  decís,  ¿cómo  puede  ser  oscuro  ó  du- 
doso lo  segundo  que  propuse,  y  que  después  de  esto 
sigue?  Un  guante  oloroso  traído  por  un  breve  tiempo 
en  la  mano,  pone  su  buen  olor  en  ella,  y  apartado  de 
ella,  lo  deja  allí  puesto;  y  la  carne  de  Cristo  virtuo- 
sísima y  eficacísima,  estando  ayuntada  con  nuestro 
cuerpo  é  hinchiendo  de  gracia  nuestra  alma,  ¿no  co- 
municará su  virtud  á  nuestra  carne?  ¿Qué  cuerpo  es- 
tando junto  á  otro  cuerpo  no  le  comunica  sus  con- 
diciones? Este  aire  fresco  que  agora  nos  toca  nos 
refresca,  y  poco  antes  de  agora,  cuando  estaba  encen- 
dido, nos  comunicaba  su  calor  y  encendía.  Y  no  quiero 
decir  que  esta  es  obra  de  naturaleza,  ni  digo  que  es 
virtud  que  naturalmente  obra  la  que  acondiciona 
nuestro  cuerpo  y  le  asemeja  al  cuerpo  de  Cristo;  por- 
que si  fuese  ansí,  siempre  y  con  todos  aquellos  á  quie- 
nes tocase  sucedería  lo  mismo;  mas  no  es  con  todos 
ansí,  como  parece  en  aquellos  que  le  reciben  indignos. 
En  los  cuales  el  pasar  atrevidamente  á  sus  pechos  su- 
cios el  cuerpo  santísimo  de  Jesucristo,  demás  de  los 
daños  del  alma,  les  es  causa  en  el  cuerpo  de  malos 


DE   LOS   NOMBRES    DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO  287 

accidentes  y  de  enfermedades,  y  á  las  veces  de  muer- 
te, como  claramente  nos  lo  enseña  San  Pablo. 

Ansí  que,  no  es  obra  de  naturaleza  ésta;  mas  es 
muy  conforme  á  ella  y  á  lo  que  naturalmente  acontece 
á  los  cuerpos  cuando  entre  sí  mismos  se  ayuntan.  Y 
si  por  entrar  la  carne  de  Cristo  en  el  pecho  no  limpio 
ni  convenientemente  dispuesto,  como  agora  decía,  jus- 
tamente se  le  destempla  la  salud  corporal  á  quien 
ansí  le  recibe;  cuando  por  el  contrario  estuviere  bien 
dispuesto  el  que  le  recibiere,  ¿cómo  no  será  justo  que 
con  maravillosa  virtud  no  sólo  le  santifique  el  alma, 
mas  también  con  la  abundancia  de  la  gracia  que  en 
ella  pone,  le  apure  el  cuerpo  y  le  avecine  á  sí  mismo 
todo  cuanto  pudiere? 

Que  no  es  más  inclinado  al  daño  que  al  bien  el  que 
es  la  misma  bondad,  ni  el  bien  hacer  le  es  dificultoso 
al  que  con  el  querer  sólo  lo  hace.  Y  no  solamente  es 
conforme  á  lo  que  la  naturaleza  acostumbra,  mas  es 
muy  conveniente  y  muy  debido  á  lo  que  piden  nues- 
tras necesidades.  ¿No  decíamos  esta  mañana  que  el 
soplo  de  la  serpiente,  y  aquel  manjar  vedado  y  comido 
nos  desconcertó  el  alma  y  nos  emponzoñó  el  cuerpo? 
Luego  convino  que  este  manjar,  que  se  ordenó  contra 
aquél,  pusiese  no  solamente  justicia  en  el  alma,  sino 
también  por  medio  de  ella  santidad  y  pureza  celestial 
en  la  carne;  pureza,  digo,  que  resistiese  á  la  ponzoña 
primera,  y  la  de  arraigase  poco  á  poco  del  cuerpo, 
como  dice  San  Pablo:  «Ansí  como  en  Adán  murieron 
todos,  ansí  cobraron  vida  en  Jesucristo». 

En  Adán  hubo  daño  de  carne  y  de  espíritu,  y  hubo 
inspiración  del  demonio  espiritual  para  el  alma  y  man- 
jar corporal  para  el  cuerpo.  Pues  si  la  vida  se  contra- 
pone á  la  muerte,  y  el  remedio  ha  de  ir  por  las  pisa- 
das del  daño,  necesario  es  que  Cristo  en  ambas  á  dos 
cosas  produzca  salud  y  vida,  en  el  alma  con  su  espí- 
ritu, y  en  la  carne  ayuntando  á  ella  su  cuerpo.  Aque- 
lla manzana,  pasada  al  estómago,  ansí  destempló  el 
cuerpo,  que  luego  se  descubrieron  en  él  mil  malas 
cualidades  más  ardientes  que  el  fuego;  esta  carne  san- 


288  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

ta,  allegada  debidamente  á  la  nuestra  por  virtud  de 
su  gracia,  produzca  en  ella  frescor  y  templanza.  Aquel 
fruto  atosigó  nuestro  cuerpo,  con  que  viene  á  la  muer- 
te; esta  carne  comida  enriquézcanos  ansí  con  su  gra- 
cia, que  aun  descienda  su  tesoro  á  la  carne,  que  la 
apure  y  le  dé  vida  y  la  resucite. 

Bien  dice  acerca  de  esto  San  Gregorio  Niseno:  «Ansí 
como  en  aquellos  que  han  bebido  ponzoña,  y  que 
matan  su  fuerza  mortífera  con  algún  remedio  contra- 
rio, conviene  que,  conforme  á  como  hizo  el  veneno, 
ansimismo  la  medicina  penetre  por  las  entrañas,  para 
que  se  derrame  por  todo  el  cuerpo  el  remedio;  ansí 
nos  conviene  hacer  á  nosotros,  que  pues  comimos  la 
ponzoña  que  nos  desata,  recibamos  la  medicina  que 
nos  repara,  para  que  con  la  virtud  de  ésta  deseche- 
mos el  veneno  de  aquélla.  Mas  esta  medicina  ¿cuál  es? 
Ninguna  otra  sino  aquel  santo  cuerpo,  que  sobrepujó 
á  la  muerte  y  nos  fué  causa  de  vida.  Porque  ansí  como 
un  poco  de  levadura,  como  dice  el  Apóstol,  asemeja  á 
sí  á  toda  la  masa;  ansí  aquel  cuerpo  á  quien  Dios  dotó 
de  inmortalidad,  entrando  en  el  nuestro,  le  traspasa  en 
sí  todo  y  le  muda.  Y  ansí  como  lo  ponzoñoso,  con  lo 
saludable  mezclado,  hace  á  lo  saludable  dañoso;  ansí 
al  contrario,  este  cuerpo  inmortal  á  aquel  de  quien  es 
recibido  le  vuelve  semejantemente  inmortal».  Esto 
dice  el  Niseno. 

Mas  entre  todos  San  Cirilo  lo  dice  muy  bien:  «No 
podía,  dice,  este  cuerpo  corruptible  traspasarse  por 
otra  manera  á  la  inmortalidad  y  á  la  vida,  sino  siendo 
ayuntado  á  aquel  cuerpo  á  quien  es  como  suyo  el  vi- 
vir. Y  si  á  mí  no  me  crees,  da  fe  á  Cristo,  que  dice: 
«Sin  duda  os  digo  que  si  no  comiereis  la  carne  del  Hijo 
del  hombre,  y  si  no  bebiereis  su  sangre,  no  tendréis 
vida  en  vosotros.  Que  el  que  come  mi  carne  y  bebe 
mi  sangre,  tiene  vida  eterna,  y  yo  le  resucitaré  en  el 
postrero  día».  Bien  oyes  cuan  abiertamente  te  dice 
que  no  tendrás  vida,  si  no  comes  su  carne  y  bebes  su 
sangre.  No  la  tendréis,  dice,  en  vosotros;  esto  es,  den- 
tro de  vuestro  cuerpo  no  la  tendréis.  Mas  ¿á  quién  no 


DE   LOS  NOMBRES   DE   CRISTO. -LIBRO  SEGUNDO         289 

tendréis?  A  la  vida.  Vida  llama  convenientemente  á 
su  carne  de  vida,  porque  ella  es  la  que  en  el  día  últi- 
mo nos  ha  de  resucitar. 

»Y  deciros  he  cómo.  Esta  carne  viva,  por  ser  carne 
del  Verbo  unigénito,  posee  la  vida,  y  ansí  no  la  puede 
vencer  el  morir;  por  donde,  si  se  junta  á  la  nuestra, 
lanza  de  nosotros  la  muerte;  porque  nunca  se  aparta 
de  su  carne  el  Hijo  de  Dios.  Y  porque  está  junto  y  es 
como  uno  con  ella,  y  por  eso  dice:  «Y  yo  le  resucitaré 
en  el  día  postrero».  Y  en  otro  lugar  el  mismo  doctor 
dice  ansí:  «Es  de  advertir  que  el  agua,  aunque  es  de  su 
naturaleza  muy  fría,  sobreviniéndole  el  fuego,  olvida- 
da de  su  frialdad  natural,  no  cabe  en  sí  de  calor.  Pues 
nosotros,  por  la  misma  manera,  dado  que  por  la  natu- 
raleza de  nuestra  carne  somos  mortales,  participando 
de  aquella  vida  que^nos  retira  de  nuestra  natural  fla- 
queza, tornamos  á  vivir  por  su  virtud  propia  de  ella; 
porque  convino  que  no  solamente  el  alma  alcanzase 
la  vida  por  comunicársele  el  Espíritu-Santo,  mas  que 
también  este  cuerpo  tosco  y  terreno  fuese  hecho  in- 
mortal con  el  gusto  de  su  metal,  y  con  el  tacto  de  ello 
y  con  el  mantenimiento.  Pues  como  la  carne  del  Sal- 
vador es  carne  vivífica,  por  razón  de  estar  ayuntada 
al  Verbo,  que  es  vida  por  naturaleza,  por  eso  cuando 
la  comemos  tenemos  vida  en  nosotros,  porque  estamos 
unidos  con  aquello  que  está  hecho  vida.  Y  por  esta 
causa  Cristo,  cuando  resucitaba  á  los  muertos,  no  so- 
lamente usaba  de  palabra  y  de  mando  como  Dios,  mas 
algunas  veces  les  aplicaba  á  su  carne,  como  junta- 
mente obradora,  para  mostrar  con  el  hecho  que  tam- 
bién su  carne,  por  ser  suya  y  por  estar  ayuntada  con 
El,  tenía  virtud  de  dar  vida.»  Esto  es  de  Cirilo. 

Ansí  que,  la  mala  disposición  que  puso  en  nosotros 
el  primer  manjar  nos  obliga  á  decir  que  el  cuerpo  de 
Cristo,  que  es  su  contrario,  es  causa  que  haya  en  el 
nuestro,  por  secreta  y  maravillosa  virtud,  nueva  pu- 
reza y  nueva  vida;  y  lo  mismo  podemos  ver  si  pone- 
mos los  ojos  en  lo  que  se  puso  por  blanco  Cristo  en 
cuanto  hizo,  que  es  declararnos  su  amor  por  todas  las 

19 


290  FRAY    LUIS  DE   LEÓN 

maneras  posibles.  Porque  el  amor,  como  platicabais 
agora,  Juliano  y  Sabino,  es  unidad,  ó  todo  su  oficio  es 
hacer  unidad;  y  cuanto  es  mayor  y  mejor  la  unidad, 
tanto  es  mayor  y  más  excelente  el  amor.  Por  donde 
cuanto  por  más  particulares  maneras  fueren  en  uno 
mismo  dos  entre  sí,  tanto  sin  duda  ninguna  se  tendrán 
más  amor. 

Pues  si  en  nosotros  hay  carne  y  espíritu,  y  si  con  ol 
espíritu  ayunta  el  suyo  Cristo  por  tantas  maneras,, 
poniendo  en  él  su  semejanza  y  comunicándole  su  vi- 
gor y  derramando  por  él  su  espíritu  mismo,  ¿no  os 
parecerá,  Juliano,  forzoso  el  decir,  ó  que  hay  falta  en 
su  amor  para  con  nosotros,  ó  que  ayunta  también  su 
cuerpo  con  el  nuestro,  cuanto  es  posible  ayuntarse 
dos  cuerpos?  Mas  ¿quién  se  atreverá  á  poner  mengua 
en  su  amor  en  esta  parte,  el  cual  por  todas  las  demás 
partes  es  sobre  todo  encarecimiento  extremado?  Por- 
que, pregunto:  ¿ó  no  le  es  posible  á  Dios  hacer  esta 
unión,  ó  hecha  no  declara  ni  engrandece  su  amor,  á 
no  se  precia  Dios  de  engrandecerle?  Claro  es  que  es  po- 
sible, y  manifiesto  que  añade  quilates:  y  notorio  y  sin. 
duda  que  se  precia  Dios  de  ser  en  todo  lo  que  haca 
perfecto. 

Pues  si  es  esto  cierto,  ¿cómo  puede  ser  dudoso,  si 
hace  Dios  lo  que  puede  ser  hecho,  y  lo  que  importa  que 
se  haga  para  el  fin  que  pretende?  El  mismo  Cristo  dicer 
rogando  á  su  Padre  *:  «Señor,  quiero  que  yo  y  los  míos 
seamos  una  misma  cosa,  ansí  como  yo  soy  una  misma 
cosa  contigo».  No  son  una  misma  cosa  el  Padre  y  el 
Hijo  solamente  porque  se  quieren  bien  entre  sí,  ni  sólo 
porque  son  ansí  en  voluntades  como  en  juicios  confor- 
mes; sino  también  porque  son  una  misma  substancia, 
de  manera  que  el  Padre  vive  en  el  Hijo,  y  el  Hijo  vive 
por  el  Padre,  y  es  un  mismo  ser  y  vivir  el  de  entrambos. 

Pues  ansí,  para  que  la  semejanza  sea  perfecta  cuan- 
to ser  puede,  conviene  sin  duda  que  á  nosotros  los 
fieles,  entre  nosotros,  y  á  cada  uno  de  nosotros  con 

1     Joan.,  xvii,  22. 


DE    LOS   NOMBRES    DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO         291 

Cristo,  no  solamente  nos  anude  y  haga  uno  la  caridad 
que  el  espíritu  en  nuestros  corazones  derrama;  sino 
que  también  en  la  manera  del  ser,  ansí  en  la  del  cuer- 
po como  en  la  manera  del  alma,  seamos  todos  uno, 
cuanto  es  hacedero  y  posible;  y  conviene  que,  siendo 
muchos  en  personas,  como  de  hecho  lo  somos,  empero 
por  razón  de  que  mora  en  nuestras  almas  un  espíritu 
mismo,  y  por  razón  que  nos  mantiene  un  individuo  y 
solo  manjar,  seamos  todos  uno  en  un  espíritu  y  en  un 
cuerpo  divino;  los  cuales  espíritu  y  cuerpo  divino, 
ayuntándose  estrechamente  con  nuestros  propios  cuer- 
pos y  espíritus,  los  califiquen  y  los  acondicionen  á  to- 
dos de  una  misma  manera,  y  á  todos  de  aquella  con- 
dición y  manera  que  le  es  propia  á  aquel  divino  cuerpo 
y  espíritu,  que  es  la  mayor  unidad  que  se  puede  hacer 
ó  pensar  en  cosas  tan  apartadas  de  suyo. 

De  manera  que,  como  una  nube  en  quien  ha  lanzado 
la  fuerza  de  su  claridad  y  de  sus  rayos  el  sol,  llena  de 
luz  y,  si  esta  palabra  aquí  se  permite,  en  luz  empa- 
pada, por  donde  quiera  que  se  mire  es  un  sol;  ansí, 
ayuntando  Cristo,  no  solamente  su  virtud  y  su  luz, 
sino  su  mismo  espíritu  y  su  mismo  cuerpo  con  los 
fieles  y  justos,  y  como  mezclando  en  cierta  manera  su 
alma  con  la  suya  de  ellos,  y  con  el  cuerpo  de  ellos  su 
cuerpo,  en  la  forma  que  he  dicho,  les  brota  Cristo  y 
les  sale  afuera  por  los  ojos  y  por  la  boca  y  por  los 
sentidos,  y  sus  figuras  todas  y  sus  semblantes  y  sus 
movimientos  son  Cristo,  que  los  ocupa  ansí  á  todos, 
y  se  enseñorea  de  ellos  tan  íntimamente,  que,  sin  des- 
truirles ó  corromperles  su  ser,  no  se  verá  en  ellos  en  el 
último  día  ni  se  descubrirá  otro  ser  más  del  suyo  y  un 
mismo  ser  en  todos;  por  lo  cual,  ansí  El  como  ellos,  sin 
dejar  de  ser  El  y  ellos,  serán  un  El  y  uno  mismo. 

Grande  nudo  es  éste,  Sabino;  y  lazo  de  unidad  tan 
estrecho,  que  en  ninguna  cosa  de  las  que,  ó  la  natura- 
leza ha  compuesto  ó  el  arte  inventado,  las  partes  di- 
versas que  tiene,  se  juntaron  jamás  con  juntura  tan  de- 
licada ó  que  ansí  huyese  la  vista,  como  es  esta  juntura. 
Y  cierto,  es  ayuntamiento  de  matrimonio  tanto  mayor  y 


292  FRAY    LUIS  DE   LEÓN 

mejor,  cuanto  se  celebra  por  modo  más  uno  y  más  lim- 
pio; y  la  ventaja  que  hace  al  matrimonio  ó  desposorio 
de  la  carne  en  limpieza,  esa  ó  mucho  mayor  ventaja  le 
hace  en  unidad  y  estrecheza.  Que  allí  se  inficionan  los 
cuerpos,  y  aquí  se  deifica  el  alma  y  la  carne;  allí  se 
aficionan  las  voluntades,  aquí  toda  es  una  voluntad  y 
un  querer;  allí  adquieren  derecho  el  uno  sobre  el  cuer- 
po del  otro;  aquí,  sin  destruir  su  substancia,  convierte 
en  su  cuerpo,  en  la  manera  que  he  dicho,  el  Esposo 
Cristo  á  su  esposa;  allí  se  yerra  de  ordinario,  aquí  se 
acierta  siempre;  allí  de  continuo  hay  solicitud  y  cuida- 
do, enemigo  de  la  conformidad  y  unidad;  aquí  seguri- 
dad y  reposo,  ayudador  y  favorecedor  de  aquello  que 
es  uno;  allí  se  ayuntan  para  sacar  á  luz  á  otro  tercero: 
aquí  por  un  ayuntamiento  se  camina  á  otro,  y  el  fruto 
de  esta  unidad  es  afinarse  en  ser  uno,  y  el  abrazarse  es 
para  más  abrazarse;  allí  el  contento  es  aguado  y  el  de- 
leite  breve  y  de  bajo  metal;  aquí  lo  uno  y  lo  otro  tan 
grande,  que  baña  el  cuerpo  y  el  alma;  tan  noble,  que 
es  gloria;  tan  puro,  que  ni  antes  le  precede  ni  después 
se  le  sigue,  ni  con  él  jamás  se  mezcla  ó  se  ayunta  el 
dolor. 

Del  cual  deleite  (pues  hemos  dicho  ya  del  ayunta- 
miento, que  es  lo  que  propusimos  primero,  lo  que  el 
Señor  nos  ha  comunicado),  será  bien  que  digamos  ago- 
ra lo  que  se  pudiere  decir,  aunque  no  sé  si  es  de  las 
cosas  que  no  se  han  de  decir:  á  lo  menos,  cierto  es  que, 
cómo  ello  es  y  cómo  pasa,  ninguno  jamás  lo  supo  ni 
pudo  decir. 

Y  ansí,  sea  esta  la  primera  prueba  y  el  argumento 
primero  de  su  no  medida  grandeza,  que  nunca  cupo  en 
lengua  humana,  y  que  el  que  más  lo  prueba  lo  calla 
más,  y  que  su  experiencia  enmudece  el  habla,  y  que 
tiene  tanto  de  bien  que  sentir,  que  ocupa  el  alma  toda 
su  fuerza  en  sentirlo,  sin  dejar  ninguna  parte  de  ella 
libre  para  hacer  otra  cosa;  de  donde  la  sagrada  Escritu- 
ra, en  una  parte  adonde  trata  de  este  gozo  y  deleite,  le 
llama  maná  escondido;  y  en  otro,  nombre  nuevo  que 
no  lo  sabe  leer  sino  aquel  sólo  que  lo  recibe;  y  en  otra, 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.  -  LIBRO   SEGUNDO         293 

introduciendo  como  en  imagen  una  figura  de  estos 
abrazos,  venido  á  este  punto  de  declarar  sus  deleites 
de  ellos,  hace  que  se  desmaye  y  que  quede  muda  y  sin 
sentido  la  esposa  que  lo  respresenta;  porque  ansí  como 
en  el  desmayo  se  recoge  el  vigor  del  alma  á  lo  secreto 
del  cuerpo,  y  ni  la  lengua,  ni  los  ojos,  ni  lo  pies  ni  las 
manos  hacen  su  oficio,  ansí  este  gozo,  al  punto  que  se 
derrama  en  el  alma,  con  su  grandeza  increíble  la  lleva 
toda  á  sí,  por  manera  que  no  le  deja  comunicar  lo  que 
siente  á  la  lengua. 

Mas  ¿qué  necesidad  hay  de  rastrear  por  indicios  lo 
que  abiertamente  testifican  las  sagradas  Letras  y  lo  que 
por  clara  y  llana  razón  se  convence?  David  dice  en 
su  divina  Escritura1:  «¡Cuan  grande  es,  Señor,  la  mu- 
chedumbre de  tu  dulzura,  la  que  escondiste  para  los 
que  te  temen!»  Y  en  otra  parte:  «Serán,  Señor,  vuestros 
siervos  embriagados  con  la  abundancia  de  los  bienes 
de  vuestra  casa,  y  daréisles  á  beber  del  arroyo  impe- 
tuoso de  vuestros  deleites».  Y  en  otra  parte:  «Gustad  y 
ved  cuan  dulce  es  el  Señor».  Y  en  otra:  «Un  río  de 
avenida  baña  con  deleite  la  ciudad  de  Dios,  y  la  voz  de 
salud  y  alegría  suena  en  las  moradas  de  los  justos,  y 
bienaventurado  es  el  pueblo  que  sabe  qué  es  jubila- 
ción». Y  finalmente,  Isaías  2:  «Ni  los  ojos  lo  vieron,  ni 
lo  oyeron  los  oídos,  ni  pudo  caber  en  humano  corazón 
lo  que  Dios  tiene  aparejado  para  los  que  esperan  en  El». 

Y  conviene  que,  como  aquí  se  dice,  ansí  sea  por  ne- 
cesaria razón  y  tan  clara,  que  se  tocara  con  la  manos 
si  primero  entendiéremos  qué  es  y  cómo  se  hace  esto 
que  llamamos  deleite;  porque  deleite  es  un  sentimiento 
y  movimiento  dulce,  que  acompaña  y  como  remata 
todas  aquellas  obras  en  que  nuestras  potencias  y  fuer- 
zas, conforme  á  sus  naturalezas  ó  á  sus  deseos,  sin  im- 
pedimento ni  estorbo  se  emplean;  porque  todas  las  ve- 
ces que  obramos  ansí,  por  el  medio  de  estas  obras 
alcanzamos  alguna  cosa,  que,  ó  por  naturaleza  ó  por 


1  Psalm.  xix,  20;  xxxv,  9;  xlv,  5;  cxvn  15;  lixxvut,  16.— 
2  Isai.,  lxiv,  4. 


291  FRAY   LUIS   DE  LEÓN 

disposición  y  costumbre,  ó  por  elección  y  juicio  nues- 
tro, nos  es  conveniente  y  amable.  Y  como  cuando  no 
se  posee  y  se  conoce  algún  bien,  la  ausencia  de  él 
causa  en  el  corazón  una  agonía  y  deseo,  ansí  es  nece- 
sario decir  que,  por  el  contrario,  cuando  se  posee  y  se 
tiene,  la  presencia  de  él  en  nosotros  y  el  estar  ayun- 
tado y  como  abrazado  con  nuestro  apetito  y  sentidos, 
conociéndolos  nosotros  ansí,  los  halaga  y  regala;  por 
manera  que  el  deleite  es  un  movimiento  dulce  del 
apetito. 

Y  la  causa  del  deleite  son,  lo  primero,  la  presencia, 
y,  como  si  dijésemos,  el  abrazo  del  bien  deseado;  al 
cual  abrazo  se  viene  por  medio  de  alguna  obra  conve- 
niente que  hacemos,  y  es  como  si  dijésemos  el  tercero 
de  esta  concordia,  ó  por  mejor  decir,  el  que  la  saborea 
y  sazona  el  conocimiento  y  el  sentido  de  ella;  porque 
á  quien  no  siente  ni  conoce  el  bien  que  posee,  ni  si  lo 
posee,  no  le  puede  ser  el  bien  ni  deleitoso  ni  apacible. 

Pues  esto  presupuesto  de  esta  manera,  vamos  agora 
mirando  estas  fuentes  de  donde  mana  el  deleite,  y  exa- 
minando á  cada  una  de  ellas  por  sí,  que,  adondequiera 
que  las  descubriéremos  más,  y  en  todas  aquellas  cosas 
adonde  halláremos  mayores  y  más  abundantes  mineros 
de  él,  en  aquellas  co^as  sin  duda  el  deleite  de  ellas  será 
de  mayores  quilates.  Es,  pues,  necesario  para  el  deleite, 
y  como  fuente  suya  de  donde  nace,  lo  primero,  el  co- 
nocimiento y  sentido:  lo  segundo,  la  obra  por  medio 
de  la  cual  se  alcanza  el  bien  deseado;  lo  tercero,  ese 
mismo  bien;  lo  cuarto  y  lo  último,  su  presencia  y  ayun- 
tamiento de  él  con  el  alma.  Y  digamos  del  conoci- 
miento primero,  y  después  diremos  de  lo  demás  por  su 
orden. 

El  conocimiento,  cuanto  fuere  más  vivo,  tanto  cuanto 
es  de  su  parte  será  causa  de  más  vivo  y  más  acendra- 
do deleite;  porque,  por  la  razón  que  no  pueden  gozar 
de  él  todas  aquellas  cosas  que  no  tienen  sentido,  por 
esa  misma  se  convence  que  las  que  le  tienen,  cuanto 
más  de  él  tuvieren,  tanto  sentirán  la  dulzura  más,  con- 
forme á  como  la  experiencia  lo  demuestra  en  los  ani- 


DE  LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO         295 

males,  que  en  la  manera  que  á  cada  uno  de  ellos,  con- 
forme á  su  naturaleza  y  especie,  ó  más  ó  menos  se 
les  comunica  el  sentido,  ansí  ó  más  ó  menos  les  es  de- 
leitable y  gustoso  el  bien  que  poseen;  y  cuanto  en 
cada  un  orden  de  ellos  está  la  fuerza  del  sentido  más 
bota,  tanto  cuanto  se  deleitan  es  menor  su  deleite;  y 
no  solamente  se  ve  esto  entre  las  cosas  que  son  dife- 
rentes, comparándolas  entre  sí  mismas,  mas  en  un  li- 
naje mismo  de  cosas  y  en  los  particulares  que  en  sí 
contiene  se  ve. 

Porque  los  hombres,  los  que  son  de  más  buen  sen- 
tido, gustan  más  del  deleite;  y  en  un  hombre  sólo,  si, 
•ó  por  acaso  ó  por  enfermedad,  tiene  amortecido  el 
sentido  del  tacto  en  la  mano,  aunque  la  tenga  fría  y 
la  allegue  á  la  lumbre,  no  le  hará  gusto  el  calor;  y 
como  se  fuere  en  ella,  por  medio  de  la  medicina  ó  por 
otra  alguna  manera,  despertando  el  sentir,  ansí  por 
los  mismos  pasos  y  por  la  medida  misma  crecerá  en 
ella  el  poder  gozar  del  deleite;  por  donde,  si  esto  es 
ansí,  ¿quién  no  sabe  ya  cuan  más  subido  y  agudo  sen- 
tido es  aquel  con  que  se  comprenden  y  sienten  los 
gozos  de  la  virtud,  que  no  aquel  de  quien  nacen  los 
deleites  del  cuerpo?  Porque  el  uno  es  conocimiento 
de  razón,  y  el  otro  es  sentido  de  carne;  el  uno  pene- 
tra hasta  lo  último  de  las  cosas  que  conoce,  el  otro 
para  en  la  sobrehaz  de  lo  que  siente;  el  uno  es  sentir 
bruto  y  de  aldea,  el  otro  es  entender  espiritual  y  de 
alma;  y  conforme  á  esta  diferencia  y  ventaja,  ansí  son 
diferentes  y  se  aventajan  entre  sí  los  deleites  que 
hacen. 

Porque  el  deleite  que  nace  del  conocer  del  sentido, 
es  deleite  ligero  ó  como  sombra  de  deleite,  y  que  tie- 
ne de  él  como  una  vislumbre  ó  sobrehaz  solamente,  y 
es  tosco  y  aldeano  deleite;  mas  el  que  nos  viene  del 
entendimiento  y  razón  es  vivo  gozo  y  macizo  gozo,  y 
gozo  de  substancia  y  verdad;  y  ansí  como  se  prueba  la 
grande  substancia  de  estos  deleites  del  alma  por  la  vi- 
veza del  entendimiento  que  lo  siente  y  conoce,  ansí 
ambién  se  ve  su  nobleza  por  el  metal  de  la  obra  que 


296  FRAY  LUIS   DE   LEÓN 

nos  ayunta  al  bien  de  do  nacen.  Porque  las  obras  por 
cuya  mano  metemos  á  Dios  en  nuestra  casa,  que  pues- 
to en  ella  la  hinche  de  gozo,  son  el  contemplarle  y 
el  amarle,  y  el  ocupar  en  Él  nuestro  pensamiento  y 
deseo,  con  todo  lo  demás  que  es  santidad  y  virtud. 
Las  cuales  obras,  ellas  en  sí  mismas,  son  por  una  parte 
tan  propias  de  aquello  que  en  nosotros  verdaderamen- 
te es  ser  hombre,  y  por  otra  tan  nobles  en  sí,  que  ellas 
mismas  por  sí,  dejado  aparte  el  bien  que  nos  traen, 
que  es  Dios,  deleitan  al  alma,  que  con  sola  su  posesión 
de  ellas  se  perfecciona  y  se  goza;  como,  al  revés  todas 
las  obras  que  el  cuerpo  hace,  por  donde  consigue 
aquello  con  que  se  deleita  el  sentido,  sean  obras  ó  no 
propias  del  hombre,  ó  ansí  toscas  y  viles,  que  nadie 
las  estimaría  ni  se  alegraría  con  ellas  por  sí  solas,  si  ó 
la  necesidad  pura  ó  la  costumbre  dañada  no  le  forzase. 

Ansí  que,  en  lo  bueno,  antes  que  ello  deleite  hay 
deleite;  y  eso  mismo  que  va  en  busca  del  bien  y  que 
lo  halla  y  le  echa  las  manos,  es  ello  en  sí  bien  que 
deleita,  y  por  un  gozo  se  camina  á  otro  gozo;  por  el 
contrario  de  lo  que  acontece  en  el  deleite  del  cuerpo, 
adonde  los  principios  son  intolerable  trabajo,  los  fines, 
enfado  y  hastío,  los  frutos,  dolor  y  arrepentimiento. 

Mas  cuando  acerca  de  esto  faltase  todo  lo  que  has- 
ta agora  se  ha  dicho,  para  conocer  que  es  verdad 
basta  la  ventaja  sola  que  hace  el  bien  de  donde  nacen 
estos  espirituales  deleites,  á  los  demás  bienes  que  son 
cebo  de  los  sentidos.  Porque  si  la  pintura  hermosa 
presente  á  la  vista  deleita  los  ojos,  y  si  los  oídos  se 
alegran  con  la  suave  armonía,  y  si  el  bien  que  hay  en 
lo  dulce  ó  en  lo  sabroso  ó  en  lo  blando  causa  conten- 
tamiento en  el  tacto;  y  si  otras  cosas  menores  y  menos 
dignas  de  ser  nombradas  pueden  dar  gusto  al  sentido, 
injuria  será  que  se  hace  á  Dios  poner  en  cuestión  si 
deleita,  ó  qué  tanto  deleita  al  alma  que  se  abra- 
za con  Él. 

Bien  lo  sentía  esto  aquel   que  decía  ]:  «¿Qué  hay 

1    Psalm.  lxxit,  25. 


DE   LOS  NOMBRES   DE  CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO         297 

para  mí  en  el  cielo?  Y  fuera  de  vos,  Señor,  ¿qué  puedo 
desear  en  la  tierra?»  Porque  si  miramos  lo  que,  Señor, 
sois  en  vos,  sois  un  océano  infinito  de  bien;  y  el  mayor 
de  los  que  por  acá  se  conocen  y  entienden,  es  una  pe- 
queña gota  comparado  con  vos,  y  es  como  una  sombra 
vuestra  oscura  y  ligera.  Y  si  miramos  lo  que  para 
nosotros  sois  y  en  nuestro  respeto,  sois  el  deseo  del 
alma,  el  único  paradero  de  nuestra  vida,  el  propio  y 
solo  bien  nuestro,  para  cuya  posesión  somos  criados 
y  en  quien  sólo  hallamos  descanso,  y  á  quien,  aun  sin 
conoceros,  buscamos  en  todo  cuanto  hacemos. 

Que  á  los  bienes  del  cuerpo,  y  casi  á  todos  los  de- 
más bienes  que  el  hombre  apetece,  apetécelos  como  á 
medios  para  conseguir  algún  fin,  y  como  á  remedios  y 
medicinas  de  alguna  falta  ó  enfermedad  que  padece. 
Busca  el  manjar  porque  le  atormenta  el  hambre;  alle- 
ga riquezas  por  salir  de  pobreza;  sigue  el  son  dulce, 
y  vase  en  pos  de  lo  proporcionado  y  hermoso,  porque 
sin  esto  padecen  mengua  el  oído  y  la  vista. 

Y  por  esta  razón  los  deleites  que  nos  dan  estos  bie- 
nes, son  deleites  menguados  y  no  puros:  lo  uno,  por- 
que se  fundan  en  mengua  y  en  necesidad  y  tristeza;  y 
lo  otro,  porque  no  duran  más  de  lo  que  ella  dura,  por 
donde  siempre  la  traen  junto  á  sí  y  como  mezclada 
consigo.  Porque  si  no  hubiese  hambre  no  sería  deleite 
el  comer,  y  en  faltando  ella  falta  él  juntamente.  Y 
ansí,  no  tienen  más  bien  de  cuanto  dura  el  mal  para 
cuyo  remedio  se  ordenan.  Y  por  la  misma  razón,  no- 
puede  entregarse  ninguno  á  ellos  sin  rienda;  antes  es 
necesario  que  los  use  el  que  de  ellos  usar  quisiere, 
con  tasa,  si  le  han  de  ser,  conforme  á  como  se  nom- 
bran, deleites;  porque  lo  son  hasta  llegar  á  un  punto 
cierto,  y  en  pasando  de  él  no  lo  son. 

Mas  vos,  Señor,  sois  todo  el  bien  nuestro,  y  nuestro 
soberano  fin  verdadero;  y  aunque  sois  el  remedio  de 
nuestras  necesidades,  y  aunque  hacéis  llenos  todos 
nuestros  vacíos,  para  que  os  ame  el  alma  mucho  más 
que  á  sí  misma,  no  le  es  necesario  que  padezca  men- 
gua; que  vos,  por  vos,  merecéis  todo  lo  que  es  el  que- 


359b  FRAY    LUIS  DE   LEÓN 

rer  y  el  amor.  Y  cuanto  el  que  os  amare,  Señor,  estu- 
viere más  rico  y  más  abastado  de  vos,  tanto  os  amará 
con  más  veras.  Y  ansí  como  vos,  en  vos  no  tenéis  fin 
ni  medida,  ansí  el  deleite  que  nace  de  vos  en  el  alma 
que  consigo  os  abraza  dichosa,  es  deleite  que  no  tiene 
fin,  y  que  cuanto  más  crece  es  más  dulce;  y  deleite 
en  quien  el  deseo,  sin  recelo  de  caer  en  hartura,  pue- 
de alargar  la  rienda  cuanto  quisiere;  porque,  como 
testificáis  de  vos  mismo  1:  «Quien  bebiere  de  vuestra 
dulzura,  cuanto  más  bebiere,  tendrá  de  ella  más  sed». 

Y  por  esta  misma  razón,  si,  Juliano,  no  os  desagra- 
da (y  según  que  agora  á  la  imaginación  se  me  ofrece), 
en  la  sagrada  Escritura  este  deleite,  que  Dios  en  los 
suyos  produce,  es  llamado  con  nombres  de  avenida  y 
de  río,  como  cuando  el  Salmista  decía  que  da  de  beber 
Dios  á  los  suyos  un  río  de  deleite  grandísimo.  Por- 
que en  decirlo  ansí,  no  solamente  quiere  decir  que  les 
dará  Dios  á  los  suyos  grande  abundancia  de  gozo;  sino 
también  nos  dice  y  declara  que  ni  tiene  límite  este 
gozo,  ni  menos  es  gozo  que  hasta  un  cierto  punto  es 
sabroso,  y  pasado  de  él  no  lo  es;  ni  es,  como  lo  son  los 
deleites  que  vemos,  agua  encerrada  en  un  vaso,  que 
tiene  su  hondo,  y  que  fuera  de  aquellos  términos  con 
que  cerca,  no  hay  agua,  y  que  se  agota  y  se  acaba  De- 
biéndola; sino  que  es  agua  en  río,  que  corre  siempre  y 
que  no  se  agota  bebida,  y  que  por  más  que  se  beba, 
siempre  viene  fresca  á  la  boca,  sin  poder  jamás  llegar 
á  algún  paso  adonde  no  haya  agua;  esto  es,  adonde 
aquel  dulzor  no  lo  sea. 

De  manera  que,  por  razón  de  ser  Dios  bien  infinito 
(y  bien  que  sobrepuja  sin  ninguna  comp  ¡ración  á  todos 
los  bienes),  se  entiende  que  en  el  alma  que  le  posee, 
el  deleite  que  hace  es  entre  todos  los  deleites  el  mayor 
deleite;  y  por  razón  de  ser  nuestro  último  fin,  se  con- 
vence que  jamás  este  deleite  da  en  cara. 

Y  si  esto  es  por  ser  Dios  el  que  es,  ¿qué  será  por 
razón  del  querer  que  nos  tiene,  y  por  el  estrecho  nudo 

1     Ecclis.,  xxiv,  29. 


DE    LOS   NOMBRES    DE   CRISTO.  — LIBRO   SEGUNDO  299 

•de  amor  con  que  con  los  suyos  se  enlaza?  Que  si  el 
bien  presente  y  poseído  deleita,  cuanto  más  presente  y 
más  ayuntado  estuviere,  sin  ninguna  duda  deleita- 
rá más. 

Pues  ¿quién  podrá  decir  la  estrechez  no  comparable 
de  este  ayuntamiento  de  Dios?  No  quiero  decir  lo  que 
agora  he  ya  dicho,  repitiendo  las  muchas  y  diversas 
maneras  como  se  ayunta  Dios  con  nuestros  cuerpos  y 
almas;  mas  digo  que  cuando  estamos  más  metidos  en 
la  posesión  de  los  bienes  del  cuerpo,  y  somos  hechos 
más  de  ellos  señores,  toda  aquella  unión  y  estrechez 
os  una  cosa  floja  y  como  desatada  en  comparación  de 
oste  lazo.  Porque  el  sentido  y  lo  que  se  junta  con  el 
sentido,  solamente  se  tocan  en  los  accidentes  de  fuera; 
que  ni  veo  sino  lo  colorado,  ni  oigo  sino  el  retintín  del 
sonido,  ni  gusto  sino  lo  dulce  ó  amargo,  ni  percibo  to- 
cando sino  es  la  aspereza  ó  blandura.  Mas  Dios,  abra- 
zado con  nuestra  alma,  p'enetra  por  ella  toda  y  se  lanza 
á  sí  mismo  por  todos  sus  apartados  secretos,  hasta 
ayuntarse  con  su  mas  íntimo  ser,  adonde  hecho  como 
alma  de  ella  y  enlazado  con  ella,  la  abraza  estrechísi- 
mamente.  Por  cuya  causa  en  muchos  lugares  la  Escri- 
tura dice  que  mora  Dios  en  el  medio  del  corazón.  Y 
David  en  el  Salmo  l  le  compara  al  aceite,  que  puesto 
en  la  cabeza  del  Sacerdote,  viene  al  cuello  y  se  extien- 
de á  la  barba,  y  desciende  corriendo  por  las  vestiduras 
todas  hasta  los  pies.  Y  en  el  libro  de  la  Sabiduría  2; 
por  esta  misma  razón  es  comparado  Dios  á  la  niebla, 
que  por  todo  penetra. 

Y  no  solamente  se  ayunta  mucho  Dios  con  el  alma, 
sino  ayúntase  todo;  y  no  todo  sucediéndose  unas  partes 
á  otras,  sino  todo  junto  y  como  de  un  golpe,  y  sin  es- 
perarse lo  uno  á  lo  otro.  Lo  que  es  al  revés  en  el  cuerpo, 
á  quien  sus  bienes  (los  que  él  llama  bienes)  se  le  alle- 
gan despacio  y  repartidamente,  y  sucediéndose  unas 
partes  á  otras,  agora  una,  y  después  de  ésta  otra;  y 
cuando  goza  de  la  segunda,  ha  perdido  ya  la  primera. 


1     Psalmo.,  cjüiii,  2.  2    Ecclis  ,  xxiv,  6. 


300  FRAY    LUIS    DE   LEÓN 

Y  como  se  reparten  y  se  dividen  aquéllos,  ni  más  ni 
menos  se  corrompen  y  acaban;  y  cuales  ellos  son,  tal 
es  el  deleite  que  hacen:  deleite  como  exprimido  por 
tuerza,  y  como  regateado,  y  como  dado  blanca  á  blan- 
ca con  escasez;  y  deleite,  al  fin,  que  .vuela  ligerísimo  y 
que  desvanece  como  humo  y  se  acaba.  Mas  el  deleite 
que  hace  Dios,  viene  junto  y  persevera  junto  y  esta- 
ble, y  es  como  un  todo  no  divisible,  presente  siempre 
todo  á  sí  mismo;  y  por  eso  dice  la  Escritura  en  el  Sal- 
mo, que  deleita  Dios  con  río  y  con  ímpetu  á  los  veci- 
nos de  su  ciudad;  no  gota  á  gota,  sino  con  todo  el  ím- 
petu del  río  ansí  junto. 

De  todo  lo  cual  se  concluye,  no  solamente  que  hay 
deleite  en  este  desposorio  y  ayuntamiento  del  alma  y 
de  Dios,  sino  que  es  un  deleite  que  por  dondequiera 
que  se  mire,  vence  á  cualquier  otro  deleite.  Porque, 
ni  se  mezcla  con  necesidad,  ni  se  agua  con  tristeza,  ni 
se  da  por  partes,  ni  se  corrompe  en  un  punto;  ni  nace 
de  bienes  pequeños  ni  de  abrazos  tibios  ó  flojos,  ni  es 
deleite  tosco  ó  que  se  siente  á  la  ligera,  como  es  tosco 
y  superficial  el  sentido,  sino  divino  bien  y  gozo  íntimo, 
y  deleite  abundante  y  alegría  no  contaminada,  que  ba- 
ña el  alma  toda  y  la  embriaga  y  anega  por  tal  manera, 
que  cómo  ello  es  no  se  puede  declarar  por  ninguna. 

Y  ansí,  la  Escritura  divina  cuando  nos  quiere  ofre- 
cer alguna  como  imagen  de  este  deleite,  porque  no 
hay  una  que  se  le  asemeje  del  todo,  usa  de  muchas 
semejanzas  é  imágenes.  Que  unas  veces,  como  antes 
de  agora  decíamos,  le  llama  maná  escondido.  Maná, 
por  que  es  deleite  dulcísimo,  y  dulcísimo  no  de  una 
sola  manera  ni  sabroso  con  un  solo  sabor,  sino  como 
del  maná  se  escribe  en  la  Sabiduría  í:  «hecho  al  gus- 
to del  deseo  y  lleno  de  innumerables  sabores».  Maná 
escondido,  porque  está  secreto  en  el  alma;  y  porque, 
si  no  es  quien  lo  gusta,  ninguno  otro  entiende  bien  lo 
que  es.  Otras  veces  le  llama  aposento  de  vino,  como 
en  el  libro  de  los  Cantares;  y  otras  el  vino  mismo,  y 

1     Sapient.,  xvi,  20. 


DE   LOS   NOMBRES    DE    CRISTO.  — LIBRO  SEGUNDO  301 

otras  licor  mejor  mucho  que  el  vino.  Aposento  de 
vino,  como  quien  dice  amontonamiento  y  tesoro  de 
todo  lo  que  es  alegría.  Más  que  el  vino;  porque  ningu- 
na alegría  ni  todas  juntas  se  igualan  con  ésta. 

Otras  veces  nos  le  figura,  como  en  el  mismo  libro, 
por  nombre  de  pechos;  porque  no  son  los  pechos  tan 
dulces  ni  tan  sabrosos  al  niño,  como  los  deleites  de 
Dios  son  deleitables  á  aquel  que  los  gusta.  Y  porque 
no  son  deleites  que  dañan  la  vida  ó  que  debilitan  las 
fuerzas  del  cuerpo,  sino  deleites  que  alimentan  el  es- 
píritu y  le  hacen  que  crezca,  y  deleites  por  cuyo 
medio  comunica  Dios  al  alma  la  virtud  de  su  sangre 
hecha  leche,  esto  es,  por  manera  sabrosa  y  dulce. 
Otras  veces  son  dichos  mesa  y  banquete  (como  por 
Salomón  y  David),  para  significar  su  abastanza  y  la 
grandeza  y  variedad  de  sus  gustos,  y  la  confianza  y  el 
descanso,  y  el  regocijo,  y  la  seguridad,  y  esperanzas 
ricas  que  ponen  en  el  alma  del  hombre.  Otras  los 
nombra  sueño,  porque  se  repara  en  ellos  el  espíritu 
de  cuanto  padece  y  lacera,  en  la  continua  contradic- 
ción que  la  carne  y  el  demonio  le  hace.  Otras  los  com- 
para á  guija  ó  á  piedrecilla  pequeña  y  blanca,  y  escrita 
de  un  nombre  que  sólo  el  que  le  tiene  le  lee;  porque, 
ansí  como,  según  la  costumbre  antigua,  en  las  causas 
criminales,  cuando  echaba  el  juez  una  piedra  blanca 
en  el  cántaro  era  dar  vida;  y  como  los  días  buenos  y 
de  sucesos  alegres  los  antiguos  los  contaban  con  pe- 
drezuelas  de  esta  manera,  ansimismo  el  deleite  que 
da  Dios  á  los  suyos  es  como  una  prenda  sensible  de 
su  amistad  y  como  una  sentencia  que  nos  absuelve  de 
su  ira,  que  por  nuestra  culpa  nos  condenaba  al  dolor 
y  á  la  muerte;  y  es  voz  de  vida  en  nuestra  alma,  y  día 
de  regocijo  para  nuestro  espíritu,  y  de  suceso  bien- 
aventurado y  feliz. 

Y  finalmente,  otras  veces  significa  estos  deleites  con 
nombre  de  embriaguez  y  de  desmayo  y  de  enajena- 
miento de  sí,  porque  ocupan  toda  el  alma,  que  con  el 
gusto  de  ellos  se  mete  tan  adelante  en  los  abrazos  y 
sentimientos  de  Dios,  que  desfallece  al  cuerpo  y  casi 


;í02  FRAY    LUIS    DE    LIÍON 

no  comunica  con  él  su  sentido,  y  dice  y  hace  cosas 
el  hombre  que  parecen  fuera  de  toda  naturaleza  y 
razón. 

Y  á  la  verdad,  Juliano,  de  las  señales  que  podemos 
tener  de  la  grandeza  de  estos  deleites,  los  que  desea- 
mos conocerlos  y  no  merecemos  tener  su  experiencia, 
una  de  las  más  señaladas  y  ciertas  es  el  ver  los  efec- 
tos y  las  obras  maravillosas,  y  fuera  de  todo  orden 
común,  que  hacen  en  aquellos  que  experimentan  su 
gusto.  Porque,  si  no  fuera  dulcísimo  incomparablemen- 
te el  deleite  que  halla  el  bueno  con  Dios,  ¿cómo  hubie- 
ra sido  posible  ó  á  los  mártires  padecer  los  tormentos 
que  padecieron,  ó  á  los  ermitaños  durar  en  los  yermos 
por  tan  luengos  años  en  la  vida  que  todos  sabemos? 

Por  manera  que  la  grandeza  no  medida  de  este 
dulzor,  y  la  violencia  dulce  con  que  enajena  y  roba 
para  sí  toda  el  alma,  fué  quien  sacó  á  la  soledad 
á  los  hombres,  y  los  apartó  de  casi  todo  aquello  que  es 
necesario  al  vivir;  y  fué  quien  los  mantuvo  con  yerbas 
y  sin  comer  muchos  días,  desnudos  al  frío  y  descu- 
biertos al  calor,  y  sujetos  á  todas  las  injurias  del  cie- 
lo. Y  fué  quien  hizo  fácil  y  hacedero  y  usado  lo  que 
parecía  en  ninguna  manera  posible.  Y  no  pudo  tanto 
ni  la  naturaleza  con  sus  necesidades,  ni  la  tiranía  y 
crueldad  con  sus  no  oídas  cruezas,  para  retraerlos  del 
bien,  que  no  pudiese  mucho  más  para  detenerlos  en 
él  este  deleite;  y  todo  aquel  dolor  que  pudo  hacer  el 
artificio  y  el  cielo,  la  naturaleza  y  el  arte,  el  ánimo 
encruelecido,  y  la  ley  natural  poderosa,  fué  mucho 
menor  que  este  gozo.  Con  el  cual  esforzada  el  alma,  y 
cebada  y  levantada  sobre  sí  misma,  y  hecha  superior 
sobre  todas  las  cosas,  llevando  su  cuerpo  tras  sí,  le 
dio  que  no  pareciese  ser  su  cuerpo. 

Y  si  quisiésemos  ahora  contar  por  menudo  los  ejem- 
plos particulares  y  extraños  que  de  esto  tenemos,  pri- 
mero que  ia  historia  se  acabaría  la  vida;  y  ansí,  baste 
por  todos  uno,  y  éste  sea  el  que  es  la  imagen  común 
de  todos,  que  el  Espíritu  Santo  nos  dibujó  en  el  libro 
de  los  Cantares;  para  que  por  las  palabras  y  aconte- 


DE   LOS    NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO         303 

cimientos  que  conocemos,  veamos  como  en  idea  todo 
lo  que  hace  Dios  con  sus  escogidos. 

Porque  ¿qué  es  lo  que  no  hace  la  Esposa  allí,  para 
encarecer  aqueste  su  deleite  que  siente,  ó  lo  que  el 
Esposo  no  dice  para  este  mismo  propósito?  No  hay  pa- 
labra blanda,  ni  dulzura  regalada,  ni  requiebro  amo- 
roso, ni  encarecimiento  dulce,  de  cuantos  en  el  amor 
jamás  se  dijeron  ó  se  pueden  decir,  que  ó  no  lo  diga 
allí  ó  no  lo  oiga  la  Esposa. 

Y  si  por  palabras  ó  por  demostraciones  exteriores 
se  puede  declarar  el  deleite  del  alma,  todas  las  que 
significan  un  deleite  grandísimo,  todas  ellas  se  dicen 
y  hacen  allí;  y  comenzando  de  menores  principiosr 
van  siempre  subiendo,  y  esforzándose  siempre  más  el 
soplo  del  gozo;  al  fin,  las  velas  llenas,  navega  el  alma 
justa  por  un  mar  de  dulzor,  y  viene  al  fin  á  abrasarse 
en  llamas  de  dulcísimo  fuego,  por  parte  de  las  secre 
tas  centellas  que  recibió  al  principio  en  sí  misma. 

Y  acontéeele,  cuanto  á  este  propósito,  al  alma  con 
Dios,  como  al  madero  no  bien  seco  cuando  se  le  ave- 
cina el  fuego  le  aviene.  El  cual  ansí  como  se  va  ca- 
lentando del  fuego  y  recibiendo  en  sí  su  calor,  ansí 
se  va  haciendo  suieto  apto  y  dispuesto  para  recibir 
más  calor,  y  lo  recibe  de  hecho.  Con  el  cual  calen- 
tado, comienza  primero  á  despedir  humo  de  sí  y  á 
dar  de  cuando  en  cuando  algún  estallido;  y  corren 
algunas  veces  gotas  de  agua  por  él,  y  procediendo  en 
esta  contienda,  y  tomando  por  momentos  el  fuego  en 
él  mayor  fuerza,  el  humo  que  salía  se  enciende  de 
improviso  en  llama,  que  luego  se  acaba,  y  dende  á 
poco  se  torna  á  encender  otra  vez  y  á  apagarse  tam- 
bién; y  ansí  hace  la  tercera  y  la  cuarta,  hasta  que  al 
fin  el  fuego,  ya  lanzado  en  lo  íntimo  del  madero  y 
hecho  señor  de  todo  él,  sale  todo  junto  y  por  todas 
partes  afuera,  levantando  sus  llamas,  las  cuales  pres- 
tas y  poderosas  y  á  la  redonda  bulliendo,  hacen  pare- 
cer un  fuego  el  madero. 

Y  por  la  misma  manera,  cuando  Dios  se  avecina  al 
alma,  y  se  junta  con  ella,  y  le  comienza  á  comunicar 


301  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

su  dulzura,  ella,  ansí  como  la  va  gustando,  ansí  la  va 
deseando  más,  y  con  el  deseo  se  hace  á  sí  misma 
más  hábil  para  gustarla,  y  luego  la  gusta  más;  y  ansí, 
creciendo  en  ella  este  deleite  por  puntos,  al  princi- 
pio la  estremece  toda,  y  luego  la  comienza  á  ablan- 
dar; y  suenan  de  rato  en  rato  unos  tiernos  suspiros,  y 
corren  por  las  mejillas  á  veces  y  sin  sentir  algunas 
dulcísimas  lágrimas;  y  procediendo  adelante,  encién- 
dese de  improviso  como  una  llama  compuesta  de  luz 
y  de  amor,  y  luego  desaparece  volando,  y  torna  á 
repetirse  el  suspiro,  y  torna  á  lucir  y  á  cesar  otro  no 
sé  qué  resplandor;  y  acreciéntase  el  lloro  dulce,  y 
anda  ansí  por  un  espacio  haciendo  mudanzas  el  alma, 
traspasándose  unas  veces,  y  otras  veces  tornándose 
á  sí,  hasta  que,  sujeta  ya  del  todo  al  dulzor,  se  tras- 
pasa del  todo,  y  levantada  enteramente  sobre  sí  mis- 
ma, y  no  cabiendo  en  sí  misma,  expira  amor  y  terneza 
y  derretimiento  por  todas  sus  partes,  y  no  entiende 
ni  dice  otra  cosa  sino  es:  «Luz,  amor,  vida,  descanso 
sumo,  belleza  infinita,  bien  inmenso  y  dulcísimo,  dame 
que  me  deshaga  yo,  y  que  me  convierta  en  ti  toda, 
Señor.»  Mas  callemos,  Juliano,  lo  que  por  mucho  que 
hablemos  no  se  puede  hablar. 

Y  calló,  diciendo  esto  Marcelo,  un  poco;  y  tornó 
luego  á  decir: 

— Dicho  he  del  nudo  y  del  deleite  de  este  despo- 
sorio lo  que  he  podido;  quédame  por  decir  lo  que 
supiere  de  las  demás  circunstancias  y  requisitos  suyos. 
Y  no  quiero  referir  yo  agora  las  causas  que  movieron 
á  Cristo,  ni  los  accidentes  de  donde  tomó  ocasión 
para  ser  nuestro  Esposo,  porque  ya  en  otros  lugares 
hemos  dicho  hoy  acerca  de  esto  lo  que  conviene;  ni 
diré  de  los  terceros  que  intervinieron  en  estos  con- 
ciertos, porque  el  mayor  y  el  que  á  todos  nos  es  ma- 
nifiesto, fué  la  grandeza  de  su  piedad  y  bondad.  Mas 
diré  de  la  manera  como  se  ha  habido  con  esta  su 
esposa,  por  todo  el  espacio  que  desde  que  se  prome- 
tieron corre,  hasta  el  día  del  matrimonio  legítimo;  y 
diré  de  los  regalos  y  dulces  tratamientos  que  por  este 


DE   LOS  NOMBRES  DF.   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO         305 

tiempo  le  hace,  y  de  las  prendas  y  joyas  ricas,  y  por 
ventura  de  las  leyes  de  amor  y  del  tálamo,  y  de  las 
fiestas  y  cantares  ordenados  para  aquel  día.  Porque, 
ansí  como  acontece  á  algunos  hombres  que  se  despo- 
san con  mujeres  muy  niñas,  y  que  para  casarse  con 
•ellas  aguardan  á  que  lleguen  á  legítima  edad,  ansí 
nos  conviene  entender  que  Cristo  se  desposó  con  la 
Iglesia  luego  en  naciendo  ella,  ó  por  mejor  decir,  que 
la  crió  é  hizo  nacer  para  esposa  suya,  y  que  se  ha  de 
•oasar  con  ella  á  su  tiempo. 

Y  hemos  de  entender  que,  como  aquellos  cuyas 
«sposas  son  niñas  las  regalan  y  las  hacen  caricias  pri- 
mero, como  á  niñas,  y  ansí  por  consiguiente,  como  va 
creciendo  la  edad,  van  ellos  también  creciendo  en  la 
manera  de  amor  que  les  tienen  y  en  las  demostracio- 
nes del  que  les  hacen,  ansí  Cristo  á  su  esposa  la  Iglesia 
le  ha  ido  criando  y  acariciando  conforme  á  sus  edades 
de  ella,  y  diferentemente  según  sus  diferencias  de 
tiempos:  primero  como  á  niña  y  después  como  á  algo 
mayor,  y  ahora  la  trata  como  á  doncelleja  ya  bien  en- 
tendida y  crecida  y  casi  ya  casadera. 

Porque  toda  la  edad  de  la  Iglesia,  desde  su  primer 
nacimiento  hasta  el  día  de  la  celebridad  de  sus  bodas, 
que  es  todo  el  tiempo  que  hay  desde  el  principio  del 
mundo  hasta  su  fin,  se  divide  en  tres  estados  de  la 
Iglesia  y  tres  tiempos.  El  primero  que  llamamos  de 
naturaleza,  y  el  segundo  de  ley;  y  el  tercero  y  postrero 
de  gracia.  El  primero  fué  como  la  niñez  de  esta  espo- 
sa. En  el  segundo  vino  á  algún  mayor  ser.  En  este  ter  - 
oero  que  agora  corre  se  va  acercando  mucho  á  la 
-edad  de  casar.  Pues  como  ha  ido  creciendo  la  edad  y 
■el  saber,  ansí  se  ha  habido  con  ella  diferentemente  su 
esposo,  midiendo  con  la  edad  los  favores  y  ajusfándo- 
los siempre  con  ella  por  maravillosa  manera;  aunque 
siempre  por  manera  llena  de  amor  y  de  regalo,  como 
se  ve  claramente  en  el  libro,  de  quien  poco  antes  decía, 
•de  los  Cantares;  el  cual  no  es  sino  un  dibujo  vivo  de 
todo  este  trato  amoroso  y  dulce  que  ha  habido  hasta 
agora,  y  de  aquí  adelante  ha  de  haber,  entre  estos  dos 

20 


306  FRAY   LUIS   DE   LEÓN' 

esposo  y  esposa,  hasta  que  llegue  el  dichoso  día  del 
matrimonio,  que  será  el  día  cuando  se  cerraren  los 
siglos. 

Digo  que  es  una  imagen  compuesta  por  la  mano  de 
Dios,  en  que  se  nos  muestran  por  señales  y  semejan- 
zas visibles  y  muy  familiares  al  hombre,  las  dulzuras 
que  entre  estos  dos  esposos  pasan,  y  las  diferencias 
de  ellas  conforme  á  los  tres  estados  y  edades  diferen- 
tes que  he  dicho.  Porque  en  la  primera  parte  del  libro, 
que  es  hasta  casi  la  mitad  del  segundo  capítulo,  dice 
Dios  lo  que  hace  significación  de  las  condiciones  de 
esta  su  esposa  en  aquel  su  estado  primero  de  natura- 
leza, y  la  manera  de  los  amores  que  le  hizo  entonces 
su  esposo.  Y  desde  aquel  lugar,  que  es  donde  se  dice 
en  el  segundo  capítulo:  «Veis,  mi  amado  me  habla  y 
dice:  Levántate  y  apresúrate  y  ven»;  hasta  el  capítulo 
quinto,  adonde  torna  á  decir:  «Yo  duermo  y  mi  cora- 
zón vela»;  se  pone  lo  que  pertenece  á  la  edad  de  la 
ley.  Mas  desde  allí  hasta  el  fin,  todo  cuanto  entre  es- 
tos dos  se  platica  es  imagen  de  las  dulzuras  de  amor 
que  hace  Cristo  á  su  esposa  en  este  postrero  estado  de 
gracia. 

Porque,  comenzando  por  lo  primero  y  tocando 
tan  solamente  las  cosas,  y  como  señalándolas  desde 
lejos  (porque  decirlas  enteramente  sería  negocio  muy 
largo,  y  no  de  este  breve  tiempo  que  resta);  ansí  que, 
diciendo  de  lo  que  pertenece  á  aquel  estado  primero, 
como  era  entonces  niña  la  esposa,  y  le  era  nueva  y 
reciente  la  promesa  de  Dios  de  hacerse  carne  como 
ella  y  de  casarse  con  ella,  como  tierna  y  como  deseosa 
de  un  bien  tan  nunca  esperado,  del  cual  entonces  co- 
menzaba á  gustar,  entra,  con  la  licencia  que  le  da  su 
niñez  y  con  la  impaciencia  que  en  aquella  edad  suele 
causar  el  deseo,  pidiendo  apresuradamente  sus  besos: 
«Béseme,  dice,  de  besos  de  su  boca;  que  mejores  son 
los  tus  pechos  que  el  vino». 

En  que  debajo  de  este  nombre  de  besos,  le  pide  ya 
su  palabra  y  el  aceleramiento  de  la  promesa  de  des- 
posarla en  su  carne,  que  apenas  le  acaba  de  hacer. 


DE   LOS   NOMBRES   DE  CRISTO. — LIBRO   SEGUNDO  307 

Porque  desde  el  tiempo  que  puso  Dios  con  el  hombre 
de  vestirse  de  su  carne  de  él,  y  de  ansí  vestido  ser  nues- 
tro esposo,  desde  ese  punto  el  corazón  del  hombre 
comenzó  á  haberse  regalada  y  familiarmente  con  Dios; 
y  comenzaron  desde  entonces  á  bullir  en  él  unos  sen- 
timientos de  Dios  nuevos  y  blandos,  y  por  manera 
nunca  antes  vista  dulcísimos.  Y  hace  significación  de 
esta  misma  niñez  lo  que  luego  dice  y  prosigue:  «Las 
niñas  doncellitas  te  aman».  Porque  las  doncellitas  y 
la  esposa  son  una  misma.  Y  el  aficionarse  al  olor,  y  el 
comparar  y  amar  al  Esposo  como  un  ramillete  florido, 
y  el  no  poderse  aún  tener  bien  en  los  pies,  y  el  pedir 
al  Esposo  que  le  de  la  mano,  diciendo:  «Llévame  en 
pos  de  ti,  correremos»;  y  el  prometerle  el  Esposo  tor- 
tolicas  y  sartal ej os,  todo  ello  demuestra  lo  niño  y  lo 
imperfecto  de  aquel  amor  y  conocimiento  primero. 

Y  porque  tenía  entonces  la  Iglesia  presentes  y 
como  delante  de  los  ojos  dos  cosas,  la  una  su  culpa  y 
pérdida,  y  la  otra  la  promesa  dichosa  de  su  remedio, 
como  mirándose  á  sí,  por  eso  dice  allí  ansí:  «Negra 
soy,  mas  hermosa,  hijas  de  Jerusalén,  como  los  taber- 
náculos de  Cédar  y  como  las  tiendas  de  Salomón».  Ne- 
gra por  el  desastre  de  mi  culpa  primera,  por  quien 
he  quedado  sujeta  á  las  injurias  de  mis  penalidades; 
mas  hermosa  por  la  grandeza  de  dignidad  y  de  rica  es- 
peranza, á  que  por  ocasión  de  este  mal  he  subido.  Y 
si  el  aire  y  el  agua  me  maltratan  de  fuera,  la  palabra 
que  me  es  dada  y  la  prenda  que  de  ella  en  el  alma 
tengo,  me  enriquece  y  alegra.  Y  si  los  hijos  de  mi  ma- 
dre se  encendieron  contra  mí,  porque  viniendo  de  un 
mismo  padre  el  ángel  y  yo,  el  ángel  malo,  encendido 
de  envidia,  convirtió  su  ingenio  en  mi  daño;  y  si  me 
pusieron  por  guarda  de  viñas,  sacándome  de  mi  feli- 
cidad, al  polvo  y  al  sudor,  y  al  desastre  continuo  de 
esta  larga  miseria;  y  si  la  mi  viña,  esto  es,  la  mi  buena 
dicha  primera,  ñola  supe  guardar...  como  sepa  yo 
agora  adonde,  oh  Esposo,  sesteas,  y  como  tenga  noticia 
y  favor  para  ir  á  los  lugares  bienaventurados  adonde 
está  de  tu  rebaño  su  pasto,  yo  quedaré  mejorada. 


308  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

Y  ansí,  por  esta  causa  misma,  el  Esposo  entonces  no 
se  le  descubre  del  todo,  ni  le  ofrece  luego  su  presencia 
y  su  guía;  sino  dícele  que  si  le  ama  como  dice,  y  si  le 
quiere  hallar,  que  siga  la  huella  de  sus  cabritos.  Por- 
que la  luz  y  el  conocimiento  que  en  aquella  edad  dio 
guía  á  la  Iglesia,  fué  muy  pequeño  y  muy  flaco  cono- 
cimiento en  comparación  del  de  agora.  Y  porque  ella 
era  pequeña  entonces,  esto  es,  de  pocas  personas  en 
número,  y  esas  esparcidas  por  muchos  lugares  y  ro- 
deadas por  todas  partes  de  infidelidad,  por  eso  la  llama 
allí  y  por  regalo  la  compara  á  la  rosa,  que  las  espinas 
la  cercan.  Y  también  es  rosa  entre  espinas,  porque 
casi  ya  al  fin  de  esta  niñez  suya,  y  cuando  comenzaba 
á  florecer,  y  brotaba  ya  afuera  su  hermosa  figura,  ha- 
ciendo ya  cuerpo  de  república  y  de  pueblo  fiel  con 
muchedumbre  grandísima  (que  fué  estando  en  Egipto, 
y  poco  antes  que  saliese  de  allí),  fué  verdaderamente 
rosa  entre  espinas,  ansí  por  razón  de  los  egipcios  infie- 
les que  la  cercaban,  como  por  causa  de  los  errores  y 
daños  que  se  le  pegaban  de  su  trato  y  conversación, 
como  también  por  respeto  de  la  servidumbre  con  que 
la  oprimían. 

Y  no  es  lejos  de  esto,  que  en  sola  aquella  parte  del 
libro  la  compara  el  Esposo  á  cosas  de  las  que  en  Egipto 
nacían,  como  cuando  le  dice:  «A  la  mi  yegua  en  los 
carros  de  Faraón  te  asemejé,  amiga  mía>.  Porque  es- 
taba sujeta  ella  á  Faraón  entonces,  y  como  uncida  al 
carro  trabajoso  de  su  servidumbre. 

Mas  llegando  á  este  punto,  que  es  el  fin  de  su  edad 
la  primera,  y  el  principio  de  la  segunda  la  manera 
como  Dios  la  trató,  es  lo  que  luego  y  en  el  principio  de 
la  segunda  parte  del  libro  se  dice:  «Levántate  y  apre- 
súrate, amiga  mía,  y  ven,  que  ya  se  pasó  el  invierno 
y  la  lluvia  ya  se  fué»;  con  lo  que  después  de  esto  se 
sisiue.  Lo  cual  todo  por  hermosas  figuras  declara  la  sa- 
lida de  esta  santa  esposa  de  Egipto.  Porque  llamándola 
el  Esposo  á  que  salga,  significa  el  Espíritu-Santo,  no 
sólo  que  el  Esposo  la  saca  de  allí,  mas  también  la  ma- 
nera como  la  hace  salir.  Levántate,  dice,  porque  con 


DE   LOS   NOMBRES   DE  CRISTO. — LIBRO  SEGUNDO         309 

la  carga  del  duro  tratamiento  estaba  abatida  y  caída. 
Y  apresúrate,  porque  salió  con  grandísima  prisa  de 
Egipto,  como  se  cuenta  en  el  Éxodo.  Y  ven,  porque 
salió  siguiendo  á  su  Esposo.  Y  dice  luego  todo  aquello 
que  la  convida  á  salir.  Porque  ya,  dice,  el  invierno  y 
los  tiempos  ásperos  de  tu  servidumbre  han  pasado,  y 
ya  comienza  á  aparecer  la  primavera  de  tu  mejor  suer- 
te. Y  ya,  dice,  no  quiero  que  te  me  demuestres  como 
rosa  entre  espinas,  sino  como  paloma  en  los  agujeros 
de  la  barranca,  para  significar  el  lugar  desierto  y  libre 
de  compañías  malas  á  do  la  sacó. 

Y  ansí  ella,  como  ya  más  crecida  y  osada,  responde 
alegremente  á  este  llamamiento  divino,  y  deja  su  casa 
y  sale  en  busca  de  aquel  á  quien  ama.  Y  para  decla- 
rárnoslo, dice:  «En  mi  lecho,  y  en  la  noche  de  mi  ser- 
vidumbre y  trabajo,  busque  y  levanté  el  corazón  á  mi 
Esposo;  busquele,  mas  no  le  hallé.  Levánteme  y  rodeé 
la  ciudad  y  pregunté  á  las  guardas  de  ella  por  él».  Y 
dice  esto  ansí,  para  declarar  todas  las  dificultades  y 
trabajos  nuevos  que  se  le  recrecieron  con  los  de  Egip- 
to y  con  sus  príncipes  de  ellos,  desde  que  comenzó  á 
tratar  de  salir  de  su  tierra  hasta  que  de  hecho  salió. 
Mas  luego  en  saliendo,  halló  como  presente  en  figura  de 
nube  y  en  figura  de  fuego  á  su  Esposo,  y  ansí  añade  y 
le  dice:  «En  pasando  las  guardas  hallé  al  que  ama  mi 
alma;  asile,  y  no  le  dejaré  hasta  que  le  encierre  en  la 
casa  de  mi  madre  y  en  la  recámara  de  la  que  me  en- 
gendró». Porque  hasta  que  entró  con  él  en  la  tierra 
prometida,  adonde  caminaba  por  el  desierto,  siempre 
le  llevó  como  delante  de  sí.  Y  porque  se  entienda  que 
se  habla  aquí  de  aquel  tiempo  y  camino,  poco  más 
abajo  le  dicen:  «¿Quién  es  ésta  que  sube  por  el  desier- 
to, como  varilla  de  humo  de  mirra  y  de  incienso  y  de 
todos  los  buenos  olores?»  Y  lo  que  después  se  dice 
del  lecho  de  Salomón  y  de  las  guardas  de  él,  con  quien 
es  comparada  la  esposa,  es  la  guarda  grande  y  las  ve- 
las que  puso  el  Esposo  para  la  salud  y  defensa  suya 
por  todo  aquel  camino  y  desierto.  Y  lo  de  la  litera  que 
Salomón  hizo,  y  la  pintura  de  sus  riquezas  y  obra,  es 


310  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

imagen  de  la  obra  del  arca  y  del  santuario  que  en 
aquel  mismo  lugar  y  camino  ordenó  para  regalo  de 
esta  su  esposa. 

Y  cuando  luego,  por  todo  el  capítulo  cuarto,  dice 
de  ella  su  Esposo  encarecidos  loores,  cantando  una 
por  una  todas  sus  figuras  y  partes,  en  la  manera  del 
loor  y  en  la  calidad  de  las  comparaciones  que  usa,  bien 
se  deja  entender  que  el  que  allí  babla,  aquello  de  que 
habla  lo  concebía  como  una  grande  muchedumbre  de 
ejército  asentado  en  su  real,  y  levantadas  sus  tiendas, 
y  divididas  en  sus  estancias  por  orden,  en  la  manera 
como  seguía  su  viaje  entonces  el  pueblo  desposado 
con  Dios. 

Porque,  como  en  el  libro  de  los  Números  vemos, 
el  asiento  del  real  de  aquel  pueblo,  cuando  peregrinó 
en  el  desierto,  estaba  repartido  en  cuatro  cuarteles,  de 
esta  manera.  En  la  delantera  tenían  sus  tiendas  y 
asientos  los  de  la  tribu  de  Judá,  con  los  de  Isacar  y 
Zabulón  á  sus  lados.  A  la  mano  derecha  tenían  su 
cuartel  los  de  Rubén  con  los  de  Simeón  y  de  Gad  jun- 
tamente. A  la  izquierda  moraban  con  los  de  Dan  los 
de  Aser  y  Neftalí.  Lo  postrero  ocupaban  Efraim  con 
las  tribus  de  Benjamín  y  de  Manases.  Y  en  medio  de 
este  cuadro  estaba  fijado  el  tabernáculo  del  testimonio, 
y  alrededor  de  él  por  todas  partes  tenían  sus  tiendas 
ios  Levitas  y  sacerdotes.  Y  conforme  á  este  orden  de 
asiento  seguían  su  camino  cuando  levantaban  el  real. 
Porque  lo  primero  de  todo  iba  la  columna  de  nube, 
que  les  era  su  guía.  En  pos  de  ella  seguían  sus  bande- 
ras tendidas,  Judá  con  sus  compañeros.  A  estos  suce- 
dían luego  los  que  pertenecían  al  cuartel  de  Rubén. 
Luego  iban  el  tabernáculo  con  todas  sus  partes,  las 
cuales  llevaban  repartidas  entre  sí  los  Levitas.  Efraim 
y  los  suyos  iban  después.  Y  los  de  Dan  iban  en  la  re- 
taguardia de  todos. 

Pues  teniendo  como  delante  los  ojos  el  Esposo  este 
orden,  y  como  deleitándose  en  contemplar  esta  ima- 
gen, en"  el  lugar  que  digo  lo  va  loando,  como  si  loara 
en  una  persona  sola  y  hermosa  sus  miembros.  Porque 


DE  LOS  NOMBRES   DE  CRISTO.— LIBRO  SEGUNDO         311 

dice  que  sus  ojos,  que  eran  la  nube  y  el  fuego  que  les 
servían  de  guía,  eran  como  de  paloma.  Y  sus  cabellos, 
que  es  lo  que  se  descubre  primero,  y  el  cuartel  de  los 
que  iban  delante,  como  hatos  de  cabras.  Y  sus  dien- 
tes, que  son  Gad  y  Rubén,  como  manadas  de  ovejas. 

Y  sus  labios  y  habla,  que  eran  los  Levitas  y  sacerdo- 
tes, por  quien  Dios  les  hablaba,  como  hilo  de  carmesí. 

Y  por  la  misma  manera  llama  mejillas  á  los  de  Efraim,  y 
á  los  de  Dan  cuello.  Y  á  los  unos  y  á  los  otros  los  ala- 
ba con  hermosos  apodos. 

Y  á  la  postre  dice  maravillas  de  sus  dos  pechos,  esto 
es,  de  Moisés  y  Aarón,  que  eran  como  el  sustento  de 
ellos  y  como  los  caminos  por  donde  venía  aquel  pue- 
blo, lo  que  los  matenía  en  vida  y  en  bien.  Y  porque  el 
paradero  de  este  viaje  era  el  llegar  á  la  tierra  que  les 
estaba  guardada,  y  el  alcanzar  la  posesión  pacífica  de 
ella,  por  eso,  en  habiendo  alabado  el  orden  hermoso 
que  guardaban  en  su  real  y  camino,  llégalos  al  fin  del 
camino,  y  mételos  como  de  la  mano  en  sus  casas  y 
tierras.  Y  por  esto  le  dice:  «Ven  del  Líbano,  amiga  mía, 
esposa  mía;  ven  del  Líbano,  ven,  y  serás  coronada  de  la 
cumbre  de  Amana  y  de  la  altura  de  Sanir  y  de  Hermón, 
de  las  cuevas  de  los  leones,  de  los  montes  de  las  onzas»; 
■que  es  como  una  descripción  de  la  región  de  Judea. 

En  la  cual  región  después  que  de  ella  se  apoderó 
Dios  y  su  pueblo,  creció  y  fructificó  por  muchos  siglos 
con  grandes  acrecentamientos  de  santidad  y  virtudes 
la  Iglesia.  Por  donde  el  Esposo,  luego  que  puso  á  la 
esposa  en  la  posesión  de  esta  tierra,  contemplando  los 
muchos  frutos  de  Religión  que  en  ella  produjo,  para 
darlo  á  entender  le  dice  que  es  huerto  y  le  dice  que 
es  fuente,  y  de  lo  uno  y  de  lo  otro  dice  en  esta  manera: 
«Huerto  cercado,  hermana  mía,  esposa,  huerto  cercado, 
fuente  sellada.  Tus  plantas,  verjeles  son  de  granados  y 
y  de  lindos  frutales,  el  cipro  y  el  nardo,  y  la  canela  y  el 
cinamomo,  con  todos  los  árboles  del  Líbano,  la  mirra 
y  el  sándalo,  con  los  demás  árboles  del  incienso» 

Y  finalmente,  diciendo  y  respondiéndose  á  veces, 
concluyen  todo  lo  que  á  la  segunda  edad   pertenece. 


312  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

Y  concluido,  luego  se  comienza  el  cuento  de  lo  que  en 
esta  tercera  de  gracia  pasa  entre  Cristo   y  su  esposa. 

Y  comienza  diciendo:  «Voz  de  mi  amado  que  llama. 
Ábreme,  hermana  mía,  amiga  mía,  paloma  mía;  que- 
mi  cabeza  llena  está  de  rocío,  y  las  mis  guedejas  con  las 
gotas  de  la  noche».  Que  por  cuanto  Cristo  en  el  prin- 
cipio de  esta  edad  que  decimos,  nació  cubierto  de  nues- 
tra carne,  y  vino  ansí  á  descubrirse  visiblemente  á  su 
esposa,  vestido  de  su  librea  de  ella,  y  sujeto  como  ella 
lo  es,  á  los  trabajos  y  á  la  malas  noches  que  en  la  os- 
curidad de  esta  vida  se  pasan,  por  eso  dice  que  viene 
maltratado  de  la  noche  y  calado  del  agua  y  del  roció. 

Lo  cual  hasta  aquel  punto  nunca  de  sí  dijo  el  Espo- 
so, ni  menos  dijo  otra  cosa  que  se  pareciere  á  ello  ó> 
que  tuviese  significación  de  lo  mismo.  Pues  ruégale 
que  le  abra  la  puerta,  porque  sabía  la  dificultad  con 
que  aquel  pueblo  donde  nació,  y  donde  en  aquel  tiem- 
po se  sustentaba  este  nombre  de  esposa,  le  había 
de  recibir  en  su  casa.  Y  esta  dificultad  y  mal  acogimien- 
to es  lo  que  luego  incontinente  se  sigue:  «Desnúdeme 
la  mi  camisa,  ¿cómo  tornaré  á  vestírmela?  Lavé  los  mis 
pies,  ¿cómo  los  ensuciaré?»  Y  ansí,  mal  recibido,  se 
pasa  adelante  á  buscar  otra  gente. 

Y  porque  algunos  de  los  de  aquel  pueblo,  aunque 
los  menos  de  ellos,  le  recibieron,  por  eso  dice  que  al 
fin  salió  la  Esposa  en  su  busca.  Y  porque  los  que  le  re- 
cibieron padecieron  por  la  confesión  y  predicación  de 
su  fe  muchos  y  muy  luengos  trabajos,  por  eso  dice 
que  lo  rodeó  todo  buscándole,  y  que  no  le  halló,  y  que 
la  hallaron  á  ella  las  guardas  que  hacían  la  ronda,  y 
que  la  despojaron  y  que  la  hirieron  con  golpes.  Y  las 
voces  que  da  llamando  á  su  Esposo  escondido,  y  las 
gentes  que  movidas  de  sus  voces  acuden  á  ella,  y  le 
preguntan  qué  busca  y  por  quién  vocea  con  ansia  tan 
grande,  no  es  otra  cosa  sino  la  predicación  de  Cristo, 
que  ardiendo  en  su  amor,  hicieron  por  toda  la  gentili- 
dad los  Apóstoles;  y  los  que  se  allegan  á  la  Esposa,  y 
los  que  le  ofrecen  su  ayuda  y  compañía  para  buscar  al 
que  ama,  son  los  mismos  gentiles,  todos  aquellos  que 


DE  LOS   NOMBRES   DE   CRISTO. — LIBRO 'SEGUNDO         313 

abriendo  los  oidos  del  alma  á  la  voz  del  santo  Evan- 
gelio, y  dando  asiento  á  las  palabras  de  salud  en  su 
corazón,  se  juntaron  con  fe  viva  á  la  esposa,  y  se  en- 
cendieron con  ella  en  un  mismo  amor  y  deseo  de  ir  en 
seguimiento  de  Cristo. 

Y  como  llegaba  ya  la  Iglesia  á  su  debido  vigor,  y  es- 
taba, como  si  dijésemos,  en  la  flor  de  su  edad,  y  había 
conforme  á  la  edad  crecido  en  conocimiento,  y  el  Es- 
poso mismo  se  había  manifestado  hecho  hombre,  da 
señas  de  él  allí  la  esposa,  y  hace  pintura  de  sus  faccio- 
nes todas,  lo  que  nunca  antes  hizo  en  ninguna  parte 
del  libro;  porque  el  conocimiento  pasado,  en  compa- 
ración de  la  luz  presente,  y  lo  que  supo  de  su  Esposo 
la  Iglesia  en  la  naturaleza  y  la  ley,  puesto  con  lo  que 
agora  sabe  y  conoce,  fué  como  una  niebla  cerrada  y 
como  una  sombra  oscurísima. 

Pues  como  es  agora  su  amor  de  la  esposa  y  su  cono- 
cimiento mayor  que  antes,  ansí  ella  en  esta  tercera 
parte  está  más  aventajada  que  nunca  en  todo  género 
de  espiritual  hermosura;  y  no  está,  como  estaba  antes, 
encogida  en  un  pueblo  sólo,  sino  extendida  por  todas 
las  naciones  del  mundo. 

En  significación  de  lo  cual,  el  Esposo  en  esta  parte, 
lo  que  no  había  hecho  en  las  partes  primeras,  la  com- 
para á  ciudades:  y  dice  que  es  semejante  á  un  grande 
y  bien  ordenado  escuadrón,  y  repite  todo  lo  que  había 
dicho  antes  loándola,  y  añade  sobre  lo  dicho  otros 
nuevos  y  más  soberanos  loores;  y  no  solamente  él  la 
alaba,  sino  también,  como  á  cosa  ya  hecha  pública  por 
todas  las  gentes  y  puesto  en  los  ojos  de  todas  ellas, 
alábanla  con  el  Esposo  otros  muchos.  Y  la  que  ante« 
de  agora  no  era  alabada  sino  desde  la  cabeza  hasta  el 
cuello,  es  loada  agora  de  la  cabeza  á  los  pies,  y  aun  de 
los  pies  es  loada  primero,  porque  lo  humilde  es  lo  más 
alto  en  la  Iglesia.  Y  la  que  antes  de  agora  no  tenía 
hermana,  porque  estaba,  como  he  dicho,  sola  en  un 
pueblo,  agora  ya  tiene  hermana  y  casa,  y  solicitud  y 
cuidado  de  ella,  extendiéndose  por  innumerables  na- 
ciones. 


314  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

Y  ama  ya  su  bien,  y  es  amada  de  él  por  diferente  y 
más  subida  manera;  que  no  se  contenta  con  verle  y 
abrazarle  á  sus  solas,  como  antes  hacía,  sino  en  público 
y  en  los  ojos  de  todos,  y  sin  mirar  en  respetos  y  en 
puntos,  como  trae  una  mozuela  á  su  niño  y  hermano 
^n  los  brazos;  y  como  se  abalanza  á  él,  á  doquiera  que 
le  ve,  desea  traerle  ella  á  sí  siempre  y  públicamente 
anudado  con  su  corazón,  como  de  hecho  le  trae  en  la 
Iglesia  todo  lo  que  merece  perfectamente  este  nombre 
de  Esposa.  Que  es  lo  que  da  á  entender  cuando  dice: 
«Quién  te  me  diese  como  hermano  mamante  pechos  de 
mi  madre.  Hallaríate  fuera  y  besaríate,  y  cierto  no  me 
despreciarían  á  mí;  asiré  de  ti  y  te  llevaré  á  casa  de  la 
mi  madre,  y  tú  me  besarás  y  yo  te  regalaré». 

Y  porque  llegando  aquí  ha  venido  á  todo  lo  que  en 
razón  de  Esposa  puede  llegar,  no  le  queda  sino  que 
desee  y  que  pida  la  venida  de  su  Esposo  á  las  bodas,  y 
el  día  feliz  en  que  se  celebrará  este  matrimonio  di- 
choso. Y  ansí  lo  pide  finalmente  diciendo:  «Huye, 
amado  mío,  y  aseméjate  á  la  cabra  y  al  cervatico  so- 
bre los  montes».  Porque  el  huir  es  venir  á  prisa  y  vo- 
lando; y  el  venir  sobre  los  montes  es  hacer  que  el  sol, 
que  sobre  ellos  amanece,  nos  descubra  aquel  día.  Del 
«ual  día  y  de  su  luz,  á  quien  nunca  sucede  noche,  y 
de  sus  fiestas  que  no  tendrán  fin,  y  del  aparato  sobe- 
rano del  tálamo,  y  de  los  ricos  arreos  con  que  saldrán 
en  público  el  novio  y  la  novia,  dice  San  Juan  en  el 
Apocalipsis  cosas  maravillosas  que  no  quiero  yo  ago- 
ra decir;  ni,  si  va  á  decir  verdad,  puedo  decirlas,  por- 
que las  fuerzas  me  faltan. 

Y  valga  por  todo,  lo  que  David  acerca  de  esto  dice 
en  el  Salmo  cuarenta  y  cuatro,  que  es  propio  y  verda- 
dero cantar  de  estas  bodas,  y  cantar  adonde  el  Espíri- 
tu-Santo habla  con  los  dos  novios  por  divina  y  elegante 
manera.  Y  dígalo  Sabino  por  mí,  pues  yo  no  puedo  ya, 
y  el  decirlo  le  toca  á  él. 

Y  con  esto  Marcelo  acabó;  y  Sabino  dijo  luego: 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   SEGUNDO         315 


SALMO   XLIV 

Un  rico  y  soberano  pensamiento 

me  bulle  dentro  el  pecho; 
á  ti  divino  Rey,  mi  entendimiento 

dedico,  y  cuanto  he  hecho 
á  ti  yo  lo  enderezo;  y  celebrando 

mi  lengua  tu  grandeza, 
irá,  como  escribano,  volteando 

la  pluma  con  presteza. 
Traspasas  en  beldad  á  los  nacidos, 

en  gracia  estás  bañado; 
que  Dios  en  ti  á  sus  bienes  escogidos 

eterno  asiento  ha  dado. 
iSusl  ciñe  ya  tu  espada  poderoso, 

tu  prez  y  hermosura; 
tu  prez,  y  sobre  carro  glorioso 

con  próspera  ventura. 
Ceñido  de  verdad  y  de  clemencia 

y  de  bien  soberano, 
con  hechos  hazañosos  su  potencia 

dirá  tu  diestra  mano. 
Los  pechos  enemigos  tus  saetas 

traspasen  herboladas, 
y  besen  tus  pisadas  las  sujetas 

naciones  derrocadas; 
y  durará,  Señor,  tu  trono  erguido 

por  más  de  mil  edades, 
y  de  tu  reino  el  cetro  esclarecido, 

cercado  de  igualdades. 
Prosigues  con  amor  lo  justo  y  bueno, 

lo  malo  es  tu  enemigo; 
y  ansí  te  colmó  ¡oh  Dios!  tu  Dios  el  seno 

más  que  á  ningún  tu  amigo; 
las  ropas  de  tu  fiesta,  producidas 

de  los  ricos  marfiles, 
despiden  en  ti  puestas  descogidas 

olores  mil  gentiles. 
Son  ámbar,  y  son  mirra,  y  preciosa 

algalia  sus  olores; 
rodéate  de  infantes  copia  hermosa, 
ardiendo  en  tus  ameres, 


316  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

y  la  querida  Reina  está  á  tu  lado, 

vestida  de  oro  fino. 
Pues  ioh  tul  ilustre  hija,  pon  cuidado, 

atiende  de  contino; 
atiende,  y  mira,  y  oye  lo  que  digo: 

si  amas  tu  grandeza, 
olvidarás  de  hoy  más  tu  pueblo  amigo 

y  tu  naturaleza, 
que  el  Rey  por  ti  se  abrasa,  y  tú  le  adora, 

que  El  sólo  es  señor  tuyo, 
y  tú  también  por  El  serás  señora 

de  todo  el  gran  bien  suyo.! 
El  Tiro  y  los  más  ricos  mercaderes, 

delante  ti  humillados, 
te  ofrecen,  desplegando  sus  haberes, 

los  dones  más  preciados; 
y  anidará  en  ti  toda  la  hermosura, 

y  vestirás  tesoro, 
y  al  Rey  serás  llevada  en  vestidura 

y  en  recamados  de  oro.! 
Y  juntamente  al  Rey  serán  llevadas 

contigo  otras  doncellas; 
irán  siguiendo  todas  tus  pisadas, 

y  tú  delante  de  ellas; 
y  con  divina  fiesta  y  regocijos 

te  llevarán  al  lecho, 
do,  en  vez  de  tus  abuelos,  tendrás  hijos 

de  claro  y  alto  hecho, 
á  quien  del  mundo  todo  repartido 

darás  el  cetro  y  mando. 
Mi  canto  por  los  siglos  extendido 

tu  nombre  irá  ensalzando; 
celebrarán  tu  gloria  eternamente 

toda  nación  y  gente. 

Y  dicho  esto,  y  ya  muy  de  noche,  los  tres  se  vol- 
vieron á  su  lugar. 


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LIBRO    TERCERO 


INTRODUCCIÓN 


Se  da  solución  á  algunos  reparos  que  se  hicieron  sobre 
los  dos  libros  anteriores. 


De  los  dos  libros  pasados,  que  publiqué  para  probar 
en  ellos  lo  que  se  juzgaba  de  aqueste  escribir,  he 
entendido,  ilustrísimo  Señor,  que  algunos  han  hablado 
mucho  y  por  diferente  manera.  Porque  unos  se  mara- 
villan que  un  teólogo,  de  quien,  como  ellos  dicen,  es- 
peraban algunos  grandes  tratados  llenos  de  profundas 
cuestiones,  haya  salido  al  fin  con  un  libro  en  roman- 
ce. Otros  dicen  que  no  eran  para  romance  las  cosas 
que  se  tratan  en  estos  libros,  porque  no  son  capa- 
ces de  ellas  todos  los  que  entienden  romance.  Y  otros 
hay  que  no  los  han  querido  leer,  porque  están  en  su 
lengua;  y  dicen  que  si  estuvieran  en  latín  los  leyeran. 
Y  de  aquellos  que  los  leen,  hay  algunos  que  hallan 
novedad  en  mi  estilo,  y  otros  que  no  quisieran  diálo- 
gos, y  otros  que  quisieran  capítulos;  y  que,  finalmen- 
te, se  llegaran  más  á  la  manera  de  hablar  vulgar  y 
ordinaria  de  todos,  porque  fueran  para  todos  más  tra- 
tables y  más  comunes. 

Y  porque  juntamente  con  estos  libros  publiqué  una 


318  FRAY   LUIS    DE  LEÓN 

declaración  del  capítulo  último  de  los  Proverbios,  que 
intitulé  La  perfecta  Casada,  no  ha  faltado  quien  diga 
qué  no  era  de  mi  persona  ni  de  mi  profesión  decirles  á 
las  mujeres  casadas  lo  que  deben  hacer.  A  los  cuales 
todos  responderé,  si  son  amigos,  para  que  se  desenga- 
ñen; y  si  no  lo  son,  para  que  no  se  contenten.  A  los 
unos,  porque  es  justo  satisfacerlos;  y  á  los  otros,  por- 
que gusten  menos  de  no  estar  satisfechos;  á  aquéllos, 
para  que  sepan  lo  que  han  de  decir;  á  éstos,  para  que 
conozcan  lo  poco  que  nos  dañan  sus  dichos. 

Porque  los  que  esperaban  mayores  cosas  de  mí,  si 
las  esperaban  porque  me  estiman  en  algo,  yo  les  soy 
muy  deudor;  mas,  si  porque  tienen  en  poco  éstas  que 
he  escrito,  no  crean  ni  piensen  que  en  la  Teología,  que 
llaman,  se  tratan  ningunas  ni  mayores  que  las  que  tra- 
tamos aquí,  ni  más  dificultosas  ni  menos  sabidas,  ni 
más  dignas  de  serlo.  Y  es  engaño  común  tener  por  fácil 
y  de  poca  estima  todo  lo  que  se  escribe  en  romance; 
que  ha  nacido  ó  de  lo  mal  que  usamos  de  nuestra  len- 
gua, no  la  empleando  sino  en  cosas  sin  ser,  ó  de  lo 
poco  que  entendemos  de  ella  creyendo  que  no  es  ca- 
paz de  lo  que  es  de  importancia.  Que  lo  uno  es  vicio, 
y  lo  otro  engaño;  y  todo  ello  falta  nuestra,  y  no  de 
la  lengua  ni  de  los  que  se  esfuerzan  á  poner  en  ella 
todo  lo  grave  y  precioso  que  en  alguna  de  las  otras  se 
halla. 

Ansí  que,  no  piensen,  porque  ven  romance,  que  es 
de  poca  estima  lo  que  se  dice;  mas,  al  revés,  viendo 
lo  que  se  dice,  juzguen  que  puede  ser  de  mucha  es- 
tima lo  que  se  escribe  en  romance,  y  no  desprecien 
por  la  lengua  las  cosas,  sino  por  ellas  estimen  la  len- 
gua, si  acaso  las  vieron;  porque  es  muy  de  creer  que 
los  que  esto  dicen  no  las  han  visto  ni  leído.  Más  no- 
ticia tienen  de  ellas,  y  mejor  juicio  hacen  los  segun- 
dos que  las  quisieran  ver  en  latín,  aunque  no  tienen 
más  razón  que  los  primeros  en  lo  que  piden  y  quie- 
ren. Porque,  pregunto:  ¿por  qué  las  quieren  más  en 
latín?  No  dirán  que  por  entenderlas  mejor,  ni  hará 
tan  del  latino  ninguno,  que  profese  entenderlo  más 


DE  LOS  NOMBRES  DE   CRISTO. — LIBRO   TERCERO         319 

que  á  su  lengua;  ni  es  justo  decir  que,  porque  fueran 
entendidas  de  menos,  por  eso  no  las  quisieran  ver  en 
romance;  porque  es  envidia  no  querer  que  el  bien  sea 
común  á  todos,  y  tanto  más  fea  cuanto  el  bien  es 
mejor. 

Mas  dirán  que  no  lo  dicen  sino  por  las  cosas  mis- 
mas, que,  siendo  tan  graves,  piden  lengua  que  no  sea 
vulgar,  para  que  la  gravedad  del  decir  se  conforme 
con  la  gravedad  de  las  cosas.  A  lo  cual  se  responde 
que  una  cosa  es  la  forma  del  decir,  y  otra  la  lengua 
en  que  lo  que  se  escribe  se  dice.  En  la  forma  del  decirr 
]a  razón  pide  que  las  palabras  y  las  cosas  que  se  dicen 
por  ellas  sean  conformes;  y  que  lo  humilde  se  diga 
con  llaneza,  y  lo  grande  con  estilo  más  levantado,  y  lo 
grave  con  palabras  y  con  figuras  cuales  convienen. 
Mas,  en  lo  que  toca  á  la  lengua,  no  hay  diferencia,  ni 
son  unas  lenguas  para  decir  unas  cosas,  sino  en  todas 
hay  lugar  para  todas;  y  esto  mismo  de  que  tratamos  no 
se  escribiera  como  debía,  por  sólo  escribirse  en  latín, 
si  se  escribiera  vilmente;  que  las  palabras  no  son  gra- 
ves por  ser  latinas,  sino  por  ser  dichas  como  á  la  gra- 
vedad le  conviene,  ó  sean  españolas  ó  sean  francesas. 

Que  si,  porque  á  nuestra  lengua  la  llamamos  vul- 
gar, se  imaginan  que  no  podemos  escribir  en  ella 
sino  vulgar  y  bajamente,  es  grandísimo  error;  que  Pla- 
tón escribió  no  vulgarmente  ni  cosas  vulgares  en  su 
lengua  vulgar,  y  no  menores  ni  menos  levantadamente 
las  escribió  Cicerón  en  la  lengua  que  era  vulgar  en  su 
tiempo;  y,  por  decir  lo  que  es  más  vecino  á  mi  hecho, 
los  santos  Basilio  y  Crisóstomo  y  Gregorio  Nacianceno 
y  Cirilo,  con  toda  la  antigüedad  de  los  griegos,  en  su 
lengua  materna  griega  (que,  cuando  ellos  vivían,  la 
mamaban  con  la  leche  los  niños  y  la  hablaban  en  la 
plaza  las  vendedoras),  escribieron  los  misterios  más 
divinos  de  nuestra  fe;  y  no  dudaron  de  poner  en  su 
lengua  lo  que  sabían  que  no  había  de  ser  entendido 
por  muchos  de  los  que  entendían  la  lengua;  que  es 
otra  razón  en  que  estriban  los  que  nos  contradicen, 
diciendo  que  no  son  para  todos  los  que  saben  román- 


320  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

ce  estas  cosas  que  yo  escribo  en  romance.  Como  si  to- 
dos los  que  saben  latín,  cuando  yo  las  escribiera  en 
latín,  se  pudieran  hacer  capaces  de  ellas;  ó  cerno  si 
todo  lo  que  se  escribe  en  castellano,  fuese  entendido 
de  todos  los  que  saben  castellano  y  lo  leen.  Porque 
cierto  es  que  en  nuestra  lengua,  aunque  poco  cultiva- 
da por  nuestra  culpa,  hay  todavía  cosas,  bien  ó  mal 
escritas,  que  pertenecen  al  conocimiento  de  diversas 
artes,  que  los  que  no  tienen  noticia  de  ella  ,  aunque 
las  lean  en  romance,  no  las  entienden. 

Mas  á  los  que  dicen  que  no  leen  estos  mis  libros 
por  estar  en  romance,  y  que  en  latín  los  leyeran,  se 
les  responde  que  les  debe  poco  su  lengua;  pues  por 
ella  aborrecen  lo  que,  si  estuviera  en  otra,  tuvieran 
por  bueno. 

Y  no  sé  yo  de  dónde  les  nace  el  estar  con  ella 
tan  mal;  que  ni  ella  lo  merece,  ni  ellos  saben  tan- 
to de  la  latina,  que  no  sepan  más  de  la  suya,  por  poco 
que  de  ella  sepan,  como  de  hecho  saben  de  ella  po- 
quísimo muchos.  Y  de  estos  son  los  que  dicen  que  no 
hablo  en  romance,  porque  no  hablo  desatadamente  y 
sin  orden;  y  porque  pongo  en  las  palabras  concierto, 
y  las  escojo  y  les  doy  su  lugar;  porque  piensan  que 
hablar  romance  es  hablar  como  se  habla  en  el  vulgo; 
y  no  conocen  que  el  bien  hablar  no  es  común,  sino 
negocio  de  particular  juicio,  ansí  en  lo  que  se  dice 
como  en  la  manera  como  se  dice.  Y  negocio  que  de  las 
palabras  que  todos  hablan  elige  las  que  convienen,  y 
mira  el  sonido  de  ellas,  y  aun  cuenta  á  veces  las  le- 
tras, y  las  pesa,  y  las  mide  y  las  compone;  para  que, 
no  solamente  digan  con  claridad  lo  que  se  pretende 
decir,  sino  también  con  armonía  y  dulzura.  Y  si  dicen 
que  no  es  estilo  para  los  humildes  y  simples,  entien- 
dan que,  ansí  como  los  simples  tienen  su  gusto,  ansí 
los  sabios  y  los  graves  y  los  naturalmente  compuestos, 
no  se  aplican  bien  á  lo  que  se  escribe  mal  y  sin  orden; 
y  confiesen  que  debemos  tener  cuenta  con  ellos,  y  se- 
ñaladamente en  las  escrituras  que  son  para  ellos  solos, 
como  aquesta  lo  es. 


DE   LOS    NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO    TERCERO  321 

Y  si  acaso  dijeren  que  es  novedad,  yo  confieso  que 
es  nuevo  y  camino  no  usado  por  los  que  escriben  en 
esta  lengua  poner  en  ella  número,  levantándola  del 
decaimiento  ordinario.  El  cual  camino  quise  vo  abrir, 
no  por  la  presunción  que  tengo  de  mí,  que  sé  bien  la' 
pequenez  de  mis  fuerzas;  sino  para  que  los  que  las 
tienen,  se  animen  á  tratar  do  aquí  adelante  su  lengua, 
como  los  sabios  y  elocuentes  pasados  (cuyas  obras  por 
tantos  siglos  viven)  trataron  las  suyas;  y  para  que  la 
igualen  en  esta  parte  que  le  falta  con  las  lenguas  me- 
jores, á  las  cuales,  según  mi  juicio,  vence  ella  en 
otras  muchas  virtudes.  Y  por  el  mismo  fin  quise  escri- 
bir en  diálogo,  siguiendo  en  ello  el  ejemplo  de  los  es- 
critores antiguos,  ansí  sagrados  como  profanos,  que 
más  grave  y  más  elocuentemente  escribieron. 

Resta  decir  algo  á  los  que  dicen  que  no  fué  de  mi 
cualidad  ni  de  mi  hábito,  el  escribir  del  oficio  de  la  ca- 
sada; que  no  lo  dijeran  si  consideraran  primero  que  es 
oficio  del  sabio,  antes  que  hable,  mirar  bien  lo  que  dice. 
Porque  pudieran  fácilmente  advertir,  que  el  Espíritu- 
Santo  no  tiene  por  ajeno  de  su  autoridad  escribirles  á 
los  casados  su  oficio;  y  que  yo,  en  aquel  libro,  lo  que 
hago  solamente  es  poner  las  mismas  palabras  que  Dios 
escribe,  y  declarar  lo  que  por  ellas  les  dice,  que  es  pro- 
pio oficio  mío,  á  quien  por  título  particular  incumbe  el 
declarar  la  Escritura. 

Demás  de  que,  del  teólogo  y  del  filósofo  es  decir  á 
cada  estado  de  personas  las  obligaciones  que  tienen;  y 
si  no  es  del  fraile  encargarse  del  gobierno  de  las  casas 
ajenas,  poniendo  en  ello  sus  manos,  como  no  lo  es  sin 
duda  ninguna,  es  propio  del  fraile  sabio  y  del  que  en- 
seña las  leyes  de  Dios,  con  la  especulación  traer  á  luz 
lo  que  debe  cada  uno  hacer,  y  decírselo.  Que  es  lo  que 
yo  allí  hago,  y  lo  que  hicieron  muchos  sabios  y  santos, 
cuyo  ejemplo,  que  he  tenido  por  blanco,  ansí  en  esto 
como  en  lo  demás  que  me  oponen,  puede  conmigo  más 
para  seguir  lo  comenzado  que  para  retraerme  de  ello, 
estas  imaginaciones  y  dichos  que,  además  de  ser  va- 
nos, son  de  pocos.  Y  cuando  fueran  de  muchos,  el  jui- 

21 


223  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

ció  sólo  de  vuestra  Señoría  y  su  aprobación  es  de 
muy  mayor  peso  que  todos.  Con  el  cual  alentado,  con 
buen  ánimo  proseguiré  lo  que  resta,  que  es  lo  que 
los  de  Marcelo  hicieron  y  platicaron  después,  que  fué 
lo  que  agora  se  sigue. 

CAPITULO   PRIMERO 

Cuan  propiamante  se  liami  Cristo   Hijo  de  Dios,  por  hallarse 
en  El  itodas  las  condiciones  que  se  requieren  para  seno. 

El  día  que  sucedió,  en  que  la  Iglesia  hace  fiesta  par- 
ticular al  apóstol  San  Pablo,  levantándose  Sabino  más 
temprano  de  lo  acostumbrado,  al  romper  del  alba  salió 
á  la  huerta,  y  de  allí  al  campo  que  está  á  mano  dere- 
cha de  ella,  hacia  el  camino  que  va  á  la  ciudad;  por 
donde,  habiendo  andado  un  poco  rezando,  vio  á  Julia- 
no que  descendía  para  él  de  la  cumbre  de  la  cuesta, 
que,  como  dicho  he,  sube  junto  á  la  casa;  y  maravillán- 
dose de  ello,  y  saliéndole  al  encuentro,  le  dijo: 

No  he  sido  yo  el  que  hoy  ha  madrugado;  que,  se- 
gún me  parece,  vos,  Juliano,  os  habéis  adelantado  mu-  j 
cho  más,  y  no  sé  por  qué  causa. 

—Como  el  exceso  en  las  cenas  suele  quitar  el  sue-  ^ 
ño,  respondió  Juliano,  ansí,  Sabino,  no  he  podido  repo-  . 
sar  esta  noche,  lleno  de  las  cosas  que  oímos  ayer  á 
Marcelo;  que,  demás  de  haber  sido  muchas,  fueron  tan  j 
altas,  que  mi  entendimiento  por  apoderarse  de  ellas 
apenas  ha  cerrado  los  ojos.  Ansí  que,  verdad  es  que  os  j 
he  ganado  por  la  mano  hoy,  porque  mucho  antes  que  | 
amaneciese  ando  por  estas  cuestas. 

Pues  ¿por  qué  por  las  cuestas?  replicó  Sabino.  ¿No 

fuera  mejor  por  la  ribera  del  río  en  tan  calurosa 

noche? 

—Parece,  respondió  Juliano,  que  nuestro  cuerpo 
naturalmente  sigue  el  movimiento  del  sol;  que  á  esta 
hora  se  encumbra,  y  á  la  tarde  se  derrueca  en  la  mar; 
y  ansí,  es  más  natural  el  subir  á  los  altos  por  las  ma-. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO. — LIBRO    TERCERO  323 

ñañas,  que  el  descender  á  los  ríos,  á  que  la  tarde 
-es  mejor. 

— Según  eso,  respondió  Sabino,  yo  no  tengo  que  ver 
con  el  sol;  que  derecho  me  iba  al  río  si  no  os  viera. 

— Debéis,  dijo  Juliano,  de  tener  que  ver  con  los 
peces. 

— Ayer,  dijo  Sabino,  decía  yo  que  era  pájaro. 

— Los  pájaros  y  los  peces,  respondió  Juliano,  son  de 
un  mismo  linaje,  y  ansí  viene  bien. 

— ¿Cómo  de  un  linaje  mismo?  dijo  Sabino. 

— Porque  Moisés  dice  1,  respondió  Juliano,  que  crió 
'Dios  en  el  quinto  día  del  agua  las  aves  y  los  peces. 

— 'Verdad  es  que  lo  dice,  dijo  Sabino;  mas  bien  disi- 
mulan el  parentesco,  según  se  parecen  poco. 

— Antes  se  parecen  mucho,  respondió  Juliano  enton- 
ces; porque  el  nadar  es  como  el  volar,  y  como  el  vuelo 
•corta  el  aire,  ansí  el  que  nada  hiende  por  el  agua,  y  las 
íives  y  los  peces  por  la  mayor  parte  nacen  de  huevos; 
y  si  miráis  bien  las  escamas  en  los  peces,  son  como  las 
plumas  en  las  aves,  y  los  peces  tienen  también  sus  alas, 
y  con  ellas  y  con  la  cola  se  gobiernan  cuando  nadan, 
-como  las  aves  cuando  vuelan  lo  hacen. 

— Mas  las  aves,  dijo  riendo  Sabino,  son  por  la  mayor 
parte  cantoras  y  parleras,  y  los  peces  todos  son  mudos. 

— Ordenó  Dios  esa  diferencia,  respondió  Juliano,  en 
■cosas  de  un  mismo  linaje,  para  que  entendamos  los 
hombres  que,  si  podemos  hablar,  debemos  también  po- 
der y  saber  callar;  y  que  conviene  que  unos  mismos 
•seamos  aves  y  peces,  mudos  y  elocuentes,  conforme  á 
lo  que  el  tiempo  pidiere. 

— El  de  ayer  á  lo  menos,  dijo  Sabino,  no  sé  si  pedía, 
siendo  tan  caluroso,  que  se  hablase  tanto;  mas  yo,  que 
lo  pedí,  sé  que  deseo  algo  más. 

— ¿Más  decís?  Y  ¿qué  hubo  en  aquel  argumento  que 
Marcelo  no  lo  dijese? 

— En  lo  que  se  propuso,  dijo  Sabino,  á  mi  parecer, 
habló  Marcelo  como  ninguno  de  los  que  yo  he  visto 

1     Genes.,  i,  21. 


321  FRAY    LUIS    DE    LEÓN 

hablar;  y  aunque  le  conozco,  como  sabéis,  y  sé  cuánto 
se  adelanta  en  ingenio,  cuando  le  pedí  que  hablaseT 
nunca  esperé  que  hablara  en  la  forma  y  con  la  gran- 
deza que  habló;  mas  lo  más  que  digo  es,  no  en  los 
nombres  de  que  trató,  sino  en  uno  que  dejó  de  tratar: 
porque,  hablando  de  los  Nombres  de  Cristo,  no  sé 
cómo  no  apuntó  en  su  papel  el  nombre  propio  de 
Cristo,  que  es  Jesús;  que  de  razón  había  de  ser  ó  el 
principal  ó  el  primero. 

— Razón  tenéis,  respondió  Juliano;  y  será  justo  que 
se  cumpla  esa  falta,  que  de  tal  nombre  aun  el  sonido- 
sólo  deleita;  y  no  es  posible  sino  que  Marcelo,  que  en 
los  demás  anduvo  tan  grande,  tiene  acerca  de  este- 
nombre  recogidas  y  advertidas  muchas  grandezas. 

— Mas  ¿qué  medio  tendremos?  Que  parece  no  buen 
comedimiento  pedírselo,  que  estará  muy  cansado,  y 
con  razón. 

— El  medio  está  en  vuestra  mano,  Juliano,  dijo  Sa- 
bino luego. 

— ¿Cómo  en  mi  mano?  respondió. 

— -Con  hacer  vos,  dijo  Sabino,  lo  que  no  os  parece- 
justo  que  se  pida  á  Marcelo;  que  estas  cuestas  y  esta 
vuestra  madrugada  tan  grande,  no  son  en  balde  sin 
duda. 

— La  causa  fué,  respondió  Juliano,  la  que  dije;  y  et 
fruto  el  asentar  en  el  entendimiento  y  en  la  memoria 
lo  que  oí  con  vos  juntamente;  y  si  fuera  de  ello  he- 
pensado  en  otra  cosa,  no  toca  á  ese  nombre,  que 
nunca  advertí  hasta  agora  en  el  olvido  que  de  él  se- 
tuvo  ayer.  Mas  atrevámonos,  Sabino,  á  Marcelo;  que, 
como  dicen,  á  los  osados  la  fortuna. 

— En  buen  hora,  dijo  Sabino. 

Y  con  esta  determinación  ambos  se  volvieron  á  la 
huerta,  y  en  la  casa  supieron  que  no  se  había  levan- 
tado Marcelo;  y  entendiendo  que  reposaba,  y  no  le- 
queriendo  desasosegar,  se  tornaron  á  la  huerta,  paseán- 
dose por  ella  por  un  buen  espacio  de  tiempo;  hasta 
que  viendo  que  Marcelo  no  salía,  y  que  el  sol  iba  bien 
alto,  Sabino,  con  algún  recelo  de  la  salud  de  Marcelo, 


DE   LOS    NOMBRES    DE   CRISTO.— LIBRO    TERCERO  325 

fué  á  su  aposento,  y  Juliano  con  él.  Adonde  entrados, 
le  hallaron  que  estaba  en  la  cama;  y  preguntándole  si 
se  detenía  en  ella  por  alguna  mala  disposición  que 
sintiese,  y  respondiéndoles  él  que  solamente  se  sentía 
un  poco  cansado,  y  que  en  lo  demás  estaba  bueno,  Sa- 
bino añadió: 

— Mucho  me  pesara,  Marcelo,  que  no  fuera  ansí, 
por  tres  cosas:  por  vos  principalmente,  y  después  por 
mí  que  os  había  dado  ocasión,  y  lo  postrero  porque  se 
nos  desbarataba  un  concierto. 

Aquí  Marcelo,  sonriéndose  un  poco,  dijo: 

— ¿Qué  concierto,  Sabino?  ¿Habéis  por  caso  hallado 
hoy  otro  papel? 

— No  otro,  dijo  Sabino;  mas  en  el  de  ayer  he  hallado 
qué  culparle,  que  entre  los  nombres  que  puso  olvidó 
el  de  Jesús,  que  es  el  propio  de  Cristo,  y  ansí  es  vues- 
tro el  suplir  por  él.  Y  hemos  concertado  Juliano  y  yo 
que  sea  hoy,  por  hacer  con  ello,  en  este  día  suyo, 
fiesta  á  San  Pablo,  que  sabéis  cuan  devoto  fué  de  este 
nombre,  y  las  veces  que  en  sus  escritos  le  puso,  her- 
moseándolos con  él  como  se  hermosea  el  oro  con  los 
«esmaltes  y  con  las  perlas. 

— Bueno  es,  respondió  Marcelo,  hacer  concierto  sin 
la  parte.  Ese  santo  nombre  dejóle  el  papel,  no  por  ol- 
vido, sino  por  lo  mucho  que  han  escrito  de  él  algunas 
personas;  mas  si  os  agrada  que  se  diga,  á  mí  no  me 
desagradará  oir  lo  que  Juliano  acerca  de  él  nos  dijere, 
ni  me  parece  mal  el  respeto  de  San  Pablo  y  de  su  día 
que,  Sabino,  decís. 

— Ya  eso  está  andado,  respondió  al  punto  Sabino;  y 
Juliano  se  excusa. 

— Bien  es  que  se  excuse  hoy,  dijo  Marcelo,  quien 
puso  ayer  su  palabra  y  no  la  cumplió. 

Aquí,  como  Juliano  dijese  que  no  la  había  cumplido 
por  no  hacer  agravio  á  las  cosas,  y  como  pasasen  acerca 
de  esto  algunas  demandas  y  respuestas  entre  los  dos, 
excusándose  cada  uno  lo  más  que  podía,  dijo  Sabino: 

— Yo  quiero  ser  juez  en  este  pleito,  si  me  lo  con-1 
sentís,  y  si  os  ofrecéis  á  pasar  por  lo  que  juzgare. 


326  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

— Yo  consiento,  dijo  Juliano;  y  Marcelo  dijo  que- 
también  consentía,  aunque  le  tenía  por  algo  sospecho- 
so juez;  y  Sabino  respondió  luego: 

— Pues  porque  veáis,  Marcelo,  cuan  igual  soy,  yo 
os  condeno  á  los  dos:  á  vos  que  digáis  del  nombre  de 
Jesús,  y  á  Juliano  que  diga  de  otro  ó  de  otros  nom- 
bres de  Cristo,  que  yo  le  señalaré  ó  que  él  se  esco- 
giere. 

Riéronse  mucho  de  esto  Juliano  y  Marcelo,  y  di- 
ciendo que  era  fuerza  obedecer  al  juez,  asentaron  que, 
caída  la  siesta,  en  el  soto,  como  el  día  pasado,  prime- 
ro Juliano  y  después  Marcelo  dijesen.  Y  en  lo  que  to- 
caba á  Juliano,  que  dijese  del  nombre  que  le  agradase 
más.  Y  con  esto,  se  salieron  fuera  del  aposento  Julia- 
no y  Sabino,  y  Marcelo  se  levantó. 

Y  después  de  haber  dado  á  Dios  lo  que  el  día  pedía, 
pasaron  hasta  que  fué  hora  de  comer  en  diversas  ra- 
zones, las  más  de  las  cuales  fueron  sobre  lo  que  había 
juzgado  Sabino,  de  que  se  reía  Marcelo  mucho.  Y  ansí,, 
llegada  la  hora,  y  habiendo  dado  su  refección  al  cuer- 
po con  templanza,  y  al  ánimo  con  alegría  moderada, 
poco  después  Marcelo  se  recogió  á  su  aposento  á  pa- 
sar la  siesta;  y  Juliano  se  fué  á  tenerla  entre  los  ála- 
mos que  en  la  huerta  había,  estanza  fresca  y  apacible; 
y  Sabino,  que  no  quiso  escoger  ni  lugar  ni  reposo, 
como  más  mozo,  decía  que  advirtió  de  Juliano  que 
todo  el  tiempo  que  estuvo  en  la  alameda,  que  fué  más- 
de  dos  horas,  lo  pasó  sin  dormir,  unas  veces  arrimado 
y  otras  paseándose,  y  siempre  metidos  los  ojos  en  el 
suelo  y  pensando  profundísimamente.   Hasta  que  él, 
pareciéndole  hora,  despertó  al  uno  de  su  pensamiento 
y  al  otro  de  su  reposo;  y  diciéndoles  que  su  oficio  era 
no  sólo  repartirles  la  obra,  sino  también  apresurarlos 
á  ella  y  avisarlos  del  tiempo,  ellos  con  él  y  en  el  barco 
se  pasaron  al  soto  y  al  mismo  lugar  del  día  de  antes. 
Adonde  asentados,  Juliano  comenzó  ansí: 

— Pues  me  toca  el  hablar  primero,  y  está  en  mi 
elección  lo  de  que  tengo  que  hablar,  paréceme  tratar 
de  un  nombre  que  Cristo  tiene,  demás  de  los  que  ayer 


DE   LOS    NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO    TERCERO  327 

se  dijeron  de  El,  y  de  otros  muchos  que  no  se  han 
dicho;  y  este  es  el  nombre  de  Hijo,  que  ansí  se  llama 
Cristo  por  particular  propiedad.  Y  si  hablara  de  mi 
voluntad,  ó  no  hablara  delante  de  quien  tan  bien  me 
conoce,  buscara  alguna  manera  con  que,  deshaciendo 
mi  ingenio  y  excusando  mis  faltas,  y  haciéndome  opi- 
nión de  modestia,  ganara  vuestro  favor.  Mas,  pues  esto 
no  sirve,  y  vuestra  atención  es  cual  las  cosas  lo  piden, 
digamos  en  buen  punto,  y  con  el  favor  que  el  Señor 
nos  diere,  eso  mismo  que  El  nos  ha  dado  á  entender. 

Pues  digo  que  este  nombre  de  Hijo,  se  le  dan  á  Cris- 
to las  divinas  Letras  en  muchos  lugares.  Y  es  tan  co- 
mún nombre  suyo  en  ellas,  que  por  esta  causa  casi 
no  lo  echamos  de  ver  cuando  las  leemos,  con  ser 
cosa  de  misterio  y  digna  de  ser  advertida. 

Mas  entre  otros,  en  el  Salmo  setenta  y  uno,  adon- 
de debajo  del  nombre  de  Salomón  refiere  David  y  ce- 
lebra muchas  de  las  condiciones  y  accidentes  de  Cris- 
to, le  es  dado  este  nombre  por  manera  encubierta  y 
elegante.  Porque  donde  leemos  *:  «Y  su  nombre  será 
eternamente  bendito,  y  delante  del  sol  durará  siempre 
su  nombre»;  por  lo  que  decimos  durar  ó  perseverar,  la 
palabra  original,  á  quien  éstas  responden,  dice  propia- 
mente lo  que  en  castellano  no  se  dice  con  una  voz; 
porque  significa  el  adquirir  uno,  naciendo,  el  ser  y  el 
nombre  de  hijo,  ó  el  ser  hecho  y  producido,  y  no  en 
otra  manera  que  hijo.  Por  manera  que  dirá  ansí:  <Y  an- 
tes que  el  sol,  le  vendrá  por  nacimiento  el  tener  nom- 
bre de  Hijo».  En  que  David  no  solamente  declara  que 
es  hijo  Cristo,  sino  dice  que  su  nombre  es  ser  Hijo. 

Y  no  solamente  dice  que  se  llama  ansí  por  haberle 
sido  puesto  este  nombre,  sino  que  es  nombre  que  le 
viene  de  nacimiento  y  de  linaje  y  de  origen;  ó,  por 
mejor  decir,  que  nace  en  El  y  con  El  este  nombre;  y 
no  sólo  que  nace  en  El  agora,  ó  que  nació  con  El  al 
tiempo  que  El  nació  de  la  Virgen;  sino   que  nació 


1     Psalm.  lxxi,  5. 


328  FRAY    LUIS   DF.    LEÓN 

con  El  aun  cuando  no  nacía  el  sol,  que  es  decir,  antes 
que  fuese  el  sol  ó  que  fuesen  los  siglos. 

Y  ciertamente  San  Pablo,  en  la  epístola  que  escribe 
á  los  Hebreos,  comparando  á  Cristo  con  los  ángeles  y 
con  las  demás  criaturas,  y  diferenciándole  de  ellas  y 
aventajándole  á  todas,  usa  de  este  nombre  de  Hijo 
y  toma  argumento  de  él  para  mostrar,  no  solamente 
que  Cristo  es  Hijo  de  Dios,  sino  que  entre  todos  le  es 
propio  á  El  este  nombre.  Porque  dice  de  esta  mane- 
Ta  *:  «Y  hízolo  Dios  tanto  mayor  que  los  ángeles,  cuan- 
to por  herencia  alcanzó  sobre  ellos  nombre  diferente. 
Porque,  ¿á  cuál  de  los  ángeles  dijo:  Tú  eres  mi  Hijo, 
yo  te  engendré  hoy?»  En  que  se  debe  advertir  que, 
según  lo  que  San  Pablo  dice,  Cristo  no  solamente  se 
llama  Hijo;  sino,  como  decíamos,  se  llama  ansí  por  he- 
rencia, y  que  es  heredad  suya,  y  como  su  legítima,  el 
ser  llamado  Hijo  entre  todos.  Y  que  con  ser  ansí  que 
en  la  divina  Escritura  llama  Dios  á  algunos  hombres 
sus  hijos,  como  á  los  judíos  en  Isaías,  cuando  les  dice  2: 
«Engendré  hijos,  y  ensalcé  los  que  me  despreciaron 
después»;  y  en  el  otro  Profeta,  que  dice  3:  «Llamé  á 
mi  Hijo  de  Egipto»;  y  con  ser  también  los  ángeles  nom- 
brados hijos,  como  en  el  libro  de  Job  4,  y  en  el  libro 
de  la  Creación  5,  y  en  otros  muchos  lugares;  dice  osa- 
damente y  á  boca  llena  San  Pablo,  y  como  cosa  averi 
guada  y  en  que  no  puede  haber  duda,  que  Dios  á  nin- 
guno, sino  á  sólo  Cristo,  lo  llamó  Hijo  suyo. 

Mas  veamos  este  secreto,  y  procuremos,  si  posible 
fuere,  entender  por  qué  razón  ó  razones,  entre  tantas 
cosas  á  quienes  les  conviene  este  nombre,  le  es  propio 
á  Cristo  el  ser  y  llamarse  Hijo;  y  veamos  también  qué 
será  aquello  que  dándole  á  Cristo  este  nombre  nos  en- 
seña Dios  á  nosotros. 

Aquí  Sabino: 

— Cuanto  á  la  naturaleza  divina  de  Cristo,  dice,  no 
parece,  Juliano,  gran  secreto  el  por  qué  Cristo  y  sólo 


1     Hebr.,T,4y5       2  Isai.,  i,  2.       3  Ostse.,  xi,  1.      4Job.,i,6. 
5    Genes.,  iv,  ?. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   TERCERO         329 

Cristo  se  llama  Hijo:  porque  en  la  divinidad  no  hay 
más  de  uno  á  quien  le  puede  convenir  este  nombre. 

—Antes,  respondió  Juliano,  lo  oscuro  y  lo  hondo, 
y  lo  que  no  se  puede  alcanzar  de  este  secreto,  es  eso 
mismo  que,  Sabino,  decís;  conviene  saber:  ¿cómo,  ó 
por  qué  manera  y  razón,  la  persona  divina  de  Cristo 
sólo  ella  en  la  divinidad  es  Hijo  y  se  llama  ansí,  ha- 
biendo en  la  divinidad  la  persona  del  Espíritu-Santo, 
que  procede  del  Padre  también,  y  le  es  semejante  no 
menos  que  el  Hijo  lo  es?  Y  aunque  muchos,  como  sa- 
béis, se  trabajan  por  dar  de  esto  razón,  no  sé  yo  agora 
si  es  razón  de  las  que  los  hombres  no  pueden  alcan- 
zar; porque  á  la  verdad,  es  de  las  cosas  que  la  fe  re- 
serva para  sí  sola.  Mas  no  turbemos  el  orden,  sino  vea- 
mos primero  qué  es  ser  hijo,  y  sus  condiciones  cuáles 
son,  y  qué  cosas  se  le  consiguen  como  anejas  y  pro- 
pias; y  veremos  luego  cómo  se  halla  esto  en  Cristo,  y 
las  razones  que  hay  en  El  para  que  sea  llamado  Hijo  á 
boca  llena  entre  todos. 

Y  cuanto  á  lo  primero,  hijo,  como  sabéis,  llamamos, 
no  lo  que  es  hecho  de  otro  como   quiera,  sino  lo  que 
nace  de  la  substancia  de  otro,  semejante  en  la  natura- 
leza al  mismo  de  quien  nace;  y  semejante  ansí,  que  el 
mismo  nacer  le  hace  semejante  y  le  pinta,  como  si  di- 
jésemos, de  los  colores  y  figuras  del  padre,  y  pasa  en 
él   sus   condiciones   naturales.   Por    manera,  que   el 
mismo  ser  engendrado  sea  recibir  un  ser,  no  como 
quiera,  sino  un  ser  retratado  y  hecho  á  la  imagen  de 
otro.  Y  como  en  el  arte  el  pintor  que  retrata,  en  el 
hacer  del  retrato  mira  al  original,  y  por  la  obra  del 
arte  pasa  sus  figuras  en   la  imagen  que  hace,  y  no  es 
otra  cosa  el  hacer  la  imagen  sino  el  pasar  en  ella  las 
figuras  originales,  que  se  pasan  á  ella  por  esa  misma 
obra  con  que  se  forma  y  se  pinta;  ansí  en  lo  natural  el 
engendrar  de  los  hijos  es  hacer  unos  retratos  vivos, 
que  en  la  substancia  de  quien  los  engendra,  su  virtud 
secreta,  como  en  materia  ó  como  en  tabla  dispuesta, 
los  va  figurando  semejantes  á  su  principio.  Y  eso  es 
el  hacerlos,  el  figurarlos,  y  el  asemejarlos  á  sí. 


330  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

Mas,  como  entre  las  cosas  que  son,  haya  unas  de 
vida  limitada  y  otras  que  permanecen  sin  fin,  las  pri- 
meras ordenó  la  naturaleza  que  engendrasen  y  tuvie- 
sen hijos,  para  que  en  ellos,  como  en  retratos  suyos  y 
del  todo  semejantes  á  ellos,  lo  corto  de  su  vida  se  ex- 
tendiese y  lo  limitado  pasase  adelante,  y  se  perpetua- 
sen en  ellos  los  que  son  perecederos  en  sí;  mas  en  las 
segundas,  cuando  los  tienen,  ó  las  que  de  ellas  los  tie- 
nen, el  tenerlos  y  el  engendrarlos  no  se  encamina  á 
que  viva  el  que  es  padre  en  el  hijo,  sino  á  que  se  de- 
muestre en  él,  y  parezca  y  salga  á  luz  y  se  vea. 

Como  en  el  sol  lo  podemos  ver,  cuyo  fruto,  ó  si  lo 
hemos  de  decir  ansí,  cuyo  hijo  es  el  rayo  que  de  él 
sale,  que  es  de  su  misma  calidad  y  susbtancia,  y  tan 
lucido  y  tan  eficaz  como  él.  En  el  cual  rayo  no  vive  el 
sol  después  de  haber  muerto,  ni  se  le  dio  ni  le  pro- 
duce él  para  fin  de  que  quedase  otro  sol  en  él  cuando 
el  sol  pereciese,  porque  el  sol  no  perece;  mas  si  no  se 
perpetúa  en  él,  luce  en  él  y  resplandece  y  se  nos  viene 
á  los  ojos;  y  ansí,  le  produce,  no  para  vivir  en  él,  sino 
para  mostrarse  en  él,  y  para  que,  comunicándole  toda 
su  luz,  veamos  en  el  rayo  quién  es  el  sol.  Y  no  sola- 
mente le  veamos  en  el  rayo,  mas  también  le  gocemos 
y  seamos  particioneros  de  todas  sus  virtudes  y  bienes. 
Por  manera  que  el  hijo  es  como  un  retrato  vivo  del 
padre,  retratado  por  él  en  su  misma  substancia,  hecho 
en  las  cosas  que  son  eternas  y  perpetuas,  para  el  fin 
de  que  el  padre  salga  afuera  en  el  hijo,  y  aparezca  y 
se  comunique. 

Y  ansí,  para  que  uno  se  diga  y  sea  hijo  de  otro, 
conviene,  lo  primero,  que  sea  de  su  misma  substancia; 
lo  segundo,  que  le  sea  en  ella  igual  y  semejante  del 
todo;  lo  tercero,  que  el  mismo  nacer  le  haya  hecho  á 
sí,  semejante;  lo  cuarto,  que,  ó  sustituya  por  su  padre 
cuando  faltare  él,  ó  si  durare  siempre,  le  represente 
siempre  en  sí,  y  le  haga  manifiesto  y  le  comunique 
con  todos.  A  lo  cual  se  consigue,  que  ha  de  ser  una  vo- 
luntad y  un  mismo  querer  el  del  padre  y  del  hijo;  que 
su  estudio  de  él  y  todo  su  oficio  ha  de  ser  emplearse 


DE   LOS   NOMBRES    DE   CRISTO.— LIBRO    TERCERO  33 1 

en  lo  que  es  agradable  á  su  padre;  que  no  ha  de  hacer 
sino  lo  que  su  padre  hace,  porque  si  es  diferente,  ya 
no  le  es  semejante,  y  por  el  mismo  caso  en  aquello  no 
es  hijo;  que  siempre  mire  á  él  como  á  su  dechado,  no 
sólo  para  figurarse  de  él,  sino  para  volverle  con  amor 
lo  que  recibió  con  deleite,  y  para  enlazarse  en  un 
querer  puro  y  ardiente  y  recíproco  el  hijo  y  el  padre. 

Pues  siendo  esto  ansí,  y  en  la  forma  que  dicho  he- 
mos, como  de  hecho  lo  es.  claramente  se  ve  la  razón 
por  qué  Cristo  entre  todas  las  cosas  es  llamado  Hijo 
de  Dios  á  boca  llena.  Pues  es  manifiesto  que  concu- 
rren en  sólo  El  todas  las  propiedades  de  hijo  que  he 
dicho,  y  que  en  ninguno  otro  concurren.  Porque  lo- 
primero,  El  sólo,  según  la  parte  divina  que  en  sí  con- 
tiene, nace  de  la  substancia  de  Dios,  semejante  por 
igualdad  de  Aquel  de  quien  nace,  y  semejante  porque- 
el  mismo  nacer  y  la  misma  forma  y  manera  como  nace- 
de  Dios,  le  asemeja  á  Dios  y  le  figura  como  El  tan  per- 
fecta y  acabadamente,  que  le  hace  una  misma  cosa 
con  El;  como  El  mismo  lo  dice  h  «Yo  y  el  Padre  so- 
mos una  cosa»;  de  que  diremos  después  más  copio- 
sámente. 

Pues,  según  la  otra  parte  nuestra  que  en  si  tiene, 
ya  que  no  es  de  la  substancia  de  Dios,  mas,  como  Mar- 
celo aver  decía,  parécese  mucho  á  Dios,  y  es  casi  otro- 
El  por  razón  de  los  infinitos  tesoros  de  celestiales  y 
divinísimos  bienes  que  Dios  en  ella  puso;  por  donde  El 
mismo  decía  2:  «Felipe,  quien  á  mí  me  ve,  á  mi  Padre- 
ve».  Demás  de  esto,  el  fin  para  que  las  cosas  eternas, 
si  tienen  hijo,  le  tienen  (que  es  para  hacerse  manifies- 
tas en  él,  y  como  si  dijésemos,  para  resplandecer  por 
él  en  la  vista  de  todos),  Cristo  sólo  es  el  que  lo  puede 
poner  por  obra,  y  el  que  de  hecho  lo  pone.  Porque  El 
sólo  nos  ha  dado  á  conocer  á  su  Padre,  no  solamente- 
poniendo  su  noticia  verdadera  en  nuestros  entendi- 
mientos, sino  también  metiendo  y  asentando  en  nues- 
tras almas  con  suma  eficacia  sus  condiciones  de  Diosr 

1    Joan.,  x,  30.  2    Ibidem,  xiv,  9. 


332  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

y  sus  mañas  y  su  estilo  y  virtudes.  Según  la  naturaleza 
•divina  hace  este  oficio,  y  según  que  es  hombre  sirvió 
y  sirve  en  este  ministerio  á  su  Padre;  que  en  ambas 
naturalezas  es  voz  que  le  manifiesta,  y  rayo  de  luz 
que  le  descubre,  y  testimonio  que  le  saca  á  luz,  é 
imagen  y  retrato  que  nos  le  pone  en  los  ojos. 

En  cuanto  Dios,  escribe  san  Pablo  de  El x  que  es 
resplandor  de  la  gloria,  y  figura  de  su  Padre  y  de  su 
substancia.  En  cuanto  hombre  dice  El  mismo  de  sí  2: 
«Yo  para  esto  vine  al  mundo,  para  dar  testimonio 
de  la  verdad».  Y  en  otra  parte  también  3:  «Padre,  ma- 
nifesté á  los  hombres  tu  nombre».  Y  conforme  á  esto 
es  lo  que  San  Juan  escribe  de  El 4:  «Al  Padre  nadie  lo 
vio  jamás;  el  Unigénito,  que  está  en  su  seno,  ese  es  el 
que  nos  dio  nuevas  de  El».  Y  como  Cristo  es  Hijo  de 
Dios  solo  y  singular  en  lo  que  hemos  dicho  hasta  ago- 
ra, ansimismo  lo  es  en  lo  que  resta  y  se  sigue.  Porque 
El  sólo,  según  ambas  naturalezas,  es  de  una  voluntad 
y  querer  con  El  mismo.  ¿No  dice  El  de  sí  5:  «Mi  man- 
tenimiento es  el  hacer  la  voluntad  de  mi  Padre»;  y 
David  de  El  en  el  Salmo  6:  «En  la  cabeza  del  libro  está 
escrito  de  mí  que  hago  tu  voluntad,  y  que  tu  ley  resi- 
de en  medio  de  mis  entrañas?»  Y  en  el  huerto,  com- 
batido de  todas  partes,  ¿qué  dice?  "  «No  lo  que  me 
pide  el  deseo,  sino  lo  que  tú  quieres,  eso,  Señor,  se 
haga». 

Y  por  la  misma  manera,  siempre  hace  y  siempre 
hizo  solamente  aquello  que  vio  hacer  á  su  Padre.  «No 
puede  el  Hijo,  dice  8,  hacer  de  sí  mismo  ninguna  cosa 
más  de  lo  que  ve  que  su  Padre  hace».  Y  en  otra  parte  9: 
«Mi  doctrina  no  es  mi  doctrina;  sino  de  Aquel  que  me 
envía».  Su  Padre  reposa  en  El  con  un  agradable  descan- 
so, y  El  se  retorna  todo  á  su  Padre  con  una  increíble 
dulzura,  y  van  y  vienen  del  uno  al  otro  llamas  de  amor 
ardientes  y  deleitosas.   Dice  el  Padre: 10  «Este  es  mi 


1  Hebr.,  i,  3.  2  Joan.,  xvm,  37.  3  Ibidem,  xivi,  6.  4  Ibi- 
deui,  i,  18  5  Ibidem,  iv,  34.  6  Psaml.  xxxix,  9.  7  ¡Víatth., 
xxvi,  42.      8  Joan.,  v,  19.      9  Ibidem,  tu,  Ib.      ¡0  Matth  ,  m,  17. 


DE   LOS   NOMBRES    DE   CRISTO. — LIBRO    TERCERO  33£ 

querido  Hijo,  en  quien  me  satisfago  y  descanso».  Dice 
el  Hijo  *:  «Padre,  yo  te  he  manifestado  sobre  la  tierra, 
ca  perfeccionado  he  la  obra  que  me  encomendaste  que 
hiciese». 

Y  si  el  amor  es  obrar,  y  si  en  la  obediencia  del  que 
ama  á  quien  ama  se  hace  cierta  prueba  de  la  ver- 
dad del  amor,  ¿cuánto  amó  á  su  Padre  quien  ansí  le- 
obedeció  como  Cristo?  «Obedecióle,  dice  2,  hasta  la 
muerte,  y  hasta  la  muerte  de  cruz»;  que  es  decir, 
no  solamente  que  murió  por  obedecer,  sino  que  por 
servir  á  la  obediencia,  el  que  es  fuente  de  vida  dio 
en  sí  entrada  á  la  muerte,  y  halló  manera  para  mo- 
rir el  que  morir  no  podía,  y  que  se  hizo  hombre 
mortal  siendo  Dios,  y  que  siendo  hombre  libre  de  toda 
culpa,  y  por  la  misma  razón  ajeno  de  la  pena  de  muer- 
te, se  vistió  de  todos  nuestros  pecados  para  padecer 
muerte  por  ellos;  que  puso  en  cárcel  su  valor  y  poder 
para  que  le  pudiesen  prender  sus  contrarios;  que  se 
desamparó,  si  se  puede  decir,  á  sí  mismo  para  que  la 
muerte  cortase  el  lazo  que  anudaba  su  vida. 

Y  porque  ni  podía  morir  Dios,  ni  al  hombre  se  le- 
debía  muerte,  sino  en  pena  de  culpa;  ni  el  alma,  que 
vivía  de  la  vista  de  Dios,  según  consecuencia  natural, 
podía  no  dar  vida  á  su  cuerpo,  se  hizo  hombre,  se  car- 
gó de  las  culpas  del  hombre,  puso  estanco  á  su  gloria 
para  que  no  pasase  los  límites  de  su  alma  ni  se  de- 
rramase á  su  cuerpo,  exentándole  de  la  muerte;  hizo 
maravillosos  ingenios  sólo  para  sujetarse  al  morir,  y 
todo  por  obedecer  á  su  Padre,  del  cual  El  sólo  con  j  Lis- 
tísima razón  es  llamado  Hijo  entre  todas  las  cosas,  por- 
que El  sólo  le  iguala,  y  le  demuestra,  y  le  hace  conoci- 
do é  ilustre,  y  le  ama  y  le  remeda,  y  le  sigue  y  le  res- 
peta, y  le  complace  y  le  obedece  tan  enteramente,  cuan- 
to es  justo  que  el  Padre  sea  obedecido  y  amado.  Esto- 
quede  dicho  en  común;  mas  descendamos  agora  á 
otras  más  particulares  razones. 

Tiene  nombre  de  Hijo  Cristo,  porque  el  hijo  nace* 


1     Joan.,  xvii,  4.        2    Filip.,  n,  8 


3H  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

y  porque  le  es  á  Cristo  tan  propio,  y  como  si  dijése- 
mos, tan  de  su  gusto  el  nacer,  que  sólo  El  nace  por 
cinco  diferentes  maneras,  todas  maravillosas  y  singula- 
res. Nace  según  la  divinidad  eternamente  del  Padre. 
Nació  de  la  madre  Virgen,  según  la  naturaleza  huma- 
na, temporalmente.  El  resucitar  después  de  muerto 
á  nueva  y  gloriosa  vida  para  más  no  morir,  fué  otro 
nacer.  Nace,  en  cierta  manera,  en  la  Hostia  cuantas  ve- 
ces en  el  altar  los  sacerdotes  consagran  aquel  pan  en 
su  cuerpo.  Y  últimamente  nace  y  crece  en  nosotros 
mismos,  siempre  que  nos  santifica  y  renueva.  Y  diga- 
mos por  su  orden  de  cada  uno  de  estos  nacimientos 
por  sí. 

— Grande  tela,  dijo  al  punto  Sabino,  me  parece,  Ju- 
liano, que  urdís;  y  si  no  me  engaño,  maravillosas  cosas 
se  nos  aparejan. 

— Maravillosas  son  sin  duda  las  que  se  encierran  en 
lo  que  agora  propuse,  respondió  Juliano;  mas  ¿quién 
las  podrá  sacar  todas  á  luz?  Y  en  caso  que  alguno 
pueda,  conocido  tenéis,  Sabino,  que  yo  no  seré.  De  la 
grandeza  de  Marcelo,  si  vos  fuereis  buen  juez,  era  pro- 
piamente este  argumento. 

— Dejad,  dijo  Sabino,  á  Marcelo  agora,  que  ayer  le 
cansamos  y  hoy  se  cansará.  Y  vos  no  sois  tan  pobre  de 
lo  que  Marcelo  con  tanta  ventaja  tiene,  que  os  sea  ne- 
cesaria su  ayuda. 

Marcelo  entonces  dijo  sonriéndose: 

— Hoy  el  mandar  es  de  Sabino,  y  nuestro  el  obede- 
cer; seguid,  Juliano,  su  voluntad;  que  el  descanso  que 
me  ordena  á  mí,  le  recibo,  no  tanto  en  callar  yo,  como 
en  oiros  á  vos. 

—Yo  la  seguiré,  dijo,  y  tornó  luego  á  callar,  y  dete- 
niéndose un  poco,  comenzó  á  decir  ansí: 

— Cristo  Dios  nace  de  Dios,  y  es  verdadera  y  propia- 
mente Hijo  suyo.  Y  ansí  en  la  manera  del  nacer,  como 
en  lo  que  recibe  naciendo,  como  en  todas  las  circuns- 
tancias del  nacimiento,  hay  infinitas  cosas  de  conside- 
ración admirable.  Porque  aunque  parecerá  á  alguno, 
como  á  los  infieles  parece,  que  á  Dios,  siendo  como  es 


DE  LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   TERCERO         335 

en  el  vivir  eterno  y  en  la  perfección  infinito  y  cabal  en 
sí  mismo,  ni  le  era  necesario  el  tener  Hijo,  ni  menos 
le  convenía  engendrarlo;  pero  considerando  por  otra 
parte,  como  es  la  verdad,  que  la  esterilidad  es  un  gé- 
nero de  flaqueza  y  pobreza,  y  que  por  la  misma  causa 
lo  rico  y  lo  perfecto,  y  lo  abundante  y  lo  poderoso,  y  lo 
bueno,  conforme  á  derecha  razón,  anda  siempre  junto 
con  lo  fecundo,  se  ve  luego  que  Dios  es  fecundísimo; 
pues  no  es  solamente  rico  y  poderoso,  sino  tesoro  infi- 
nito de  toda  la  riqueza  y  poder,  ó  por  mejor  decir,  la 
misma  bondad  y  poderío  y  riqueza  infinita.  De  manera 
que  por  ser  Dios  tan  cabal  y  tan  grande,  es  necesario 
que  sea  fecundo  y  que  engendre;  porque  la  soledad  era 
cosa  tristísima.  Y  porque  Dios  es  sumamente  perfecto 
en  todo  cuanto  es,  fué  menester  que  la  manera  como 
engendra,  y  pone  en  ejecución  la  infinita  fecundidad 
que  en  sí  tiene,  fuese  sumamente  perfecta;  de  arte,  que 
no  sólo  careciese  de  faltas,  sino  también  se  aventajase 
á  todas  las  otras  cosas  que  engendran,  con  ventajas 
que  no  se  pudiesen  tasar.  gisSHn 

Porque  lo  primero  es  ansí,  que  Dios  para  engendrar  á 
su  Hijo  no  usa  de  tercero  de  quien  lo  engendre  con  su 
virtud,  como  acontece  en  los  hombres;  mas  engén- 
dralo de  sí  mismo  y  prodúcelo  de  su  misma  substancia, 
con  la  fuerza  de  su  fecundidad  eficaz.  Y  porque  es  in- 
finitamente fecundo  El  mismo,  como  si  dijésemos,  se  es 
el  padre  y  la  madre. 

Y  ansí,  para  que  lo  entendiésemos  en  la  manera 
que  los  hombres  podemos  (que  entendemos  solamente 
lo  que  el  cuerpo  nos  pinta),  la  sagrada  Escritura  le 
atribuye  vientre  á  Dios;  y  dice  en  ella  El  á  su  Hijo  en 
el  Salmo,  según  la  letra  latina  *:  «Del  vientre,  antes 
que  naciese  el  lucero,  yo  te  engendré».  Para  que  ansí 
como  en  llamarle  Padre  la  divina  Escritura,  nos  dice 
que  es  su  virtud  la  que  engendra;  ansí,  ni  más  ni 
menos,  en  decir  que  le  engendra  en  su  vientre,  nos 
enseña  que  lo  engendra  de  su  substancia  misma,  y 

1     Psalm.  ox,  3. 


336  FRAY    LLIS    DE   LEÓN 

que  El  basta  sólo  para  producir  este  bien.  Lo  otro,  na 
aparta  Dios  de  sí  lo  que  engendra,  que  eso  es  imper- 
fección de  los  que  engendran  ansí,  porque  no  pueden 
poner  toda  su  semejanza  en  lo  que  de  sí  producen,  y 
ansí  es  otro  lo  que  engendran.  Y  el  hombre,  aunque 
engendra  hombre,  engendra  otro  hombre  apartado  de 
sí;  que,  dado  que  se  le  parece  y  allega  en  algunas 
cosas,  en  otras  se  le  diferencia  y  desvía,  y  al  fin  se 
aparta  y  divide  y  desemeja,  porque  la  división  es 
ramo  de  desemejanza  y  principio  de  disensión  y  des- 
conformidad. 

Por  donde,  ansí  como  fué  necesario  que  Dios  tuvie- 
se Hijo,  porque  la  soledad  no  es  buena,  ansí  convino- 
también  que  el  Hijo  no  estuviese  fuera  del  Padre, 
porque  la  división  y  apartamiento  es  negocio  peligroso 
y  ocasionado;  y  porque  en  la  verdad  el  Hijo,  que  e& 
Dios,  no  podía  quedar  sino  en  el  seno,  y  como  si  di- 
jésemos, en  las  entrañas  de  Dios,  porque  la  divini- 
dad forzosamente  es  una,  y  no  se  aparta  ni  divide- 
Y  ansí  dice  Cristo  de  si  \,  «que  El  está  en  su  Padre, 
y  su  Padre  en  El»;  y  San  Juan  dice  de  El  mismo  2,  que 
está  siempre  en  el  seno  de  su  Padre.  Por  manera  que 
es  Hijo  engendrado,  y  está  en  el  seno  del  que  lo  engen- 
dra. En  que  por  ser  Hijo  engendrado,  se  concluye  que 
no  es  la  misma  persona  del  Padre  que  le  engendró,  sino 
otra  y  distinta  persona;  y  por  estar  en  el  seno  de  El,  se- 
cón vence  que  no  tiene  diferente  naturaleza  de  El  ni 
distinta.  Y  ansí,  el  Padre  y  el  Hijo  son  distintos  en  per- 
sonas para  compañía,  y  uno  en  esencia  de  divinidad 
para  descanso  y  concordia. 

Lo  tercero,  esta  generación  y  nacimiento  no  se  hace 
partidamente  ni  poco  á  poco,  ni  es  cosa  que  se  hizo 
una  vez,  y  quedó  hecha  y  no  se  hace  después;  sino  por 
cuanto  es  en  sí  limitado  todo  lo  que  se  comienza  y  aca- 
ba, y  lo  que  es  Dios  no  tiene  límite,  desde  toda  la  eter- 
nidad el  Hijo  ha  nacido  del  Padre,  y  eternamente  está 
naciendo,  y  siempre  nace  todo  y  perfecto,  y  tan  grande 


1    Joan.,  i,38.        2    Ibid.,i,  18. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO. — LIBRO   TERCERO         337 

como  es  grande  su  Padre.  Por  donde  á  este  nacimiento, 
que  es  uno,  la  sagrada  Escritura  le  da  nombre  de  mu- 
chos; como  es  lo  que  escribe  Miqueas,  y  dice  1  :  «De  ti. 
Belén,  me  saldrá  capitán  para  ser  rey  en  Israel,  y  sus 
manantiales  desde  ya  antes,  desde  los  días  de  la  eter- 
nidad». Sus  manantiales  dice,  porque  manó  y  mana  y 
manará,  ó  por  mejor  decir,  porque  es  un  manantial 
que  siempre  manó  y  que  mana  siempre.  Y  ansí,  pare- 
cen muchos,  siendo  uno  y  sencillo,  que  siempre  es 
todo,  y  que  nunca  se  comienza  ni  nunca  se  acaba. 

Lo  otro,  en  esta  generación  no  se  mezcla  pasión 
alguna,  ni  cosa  que  perturbe  la  serenidad  del  j  uicio: 
antes  se  celebra  toda  con  pureza  y  luz  y  sencillez,  y 
es  como  un  manar  de  una  fuente,  y  como  una  luz  que 
sale  con  suavidad  del  cuerpo  que  luce,  y  como  un  olor 
que  sin  alterarse  expiran  de  sí  las  rosas.  Por  lo  cual  la 
Escritura  dice  de  este  divino  Hijo,  en  una  parte  2  :  «Es 
un  vapor  de  la  virtud  de  Dios,  y  una  emanación  de  la 
claridad  del  Todopoderoso,  limpia  y  sincera».  Y  en 
otra  3:  «Yo  soy  como  canal  de  agua  perpetua,  como  re- 
gadera que  salió  del  río,  como  arroyo  que  sale  del  pa- 
raíso». De  arte,  que  aquí  no  se  turba  el  ánimo,  ni  el 
entendimiento  se  anubla. 

Antes  (y  sea  lo  quinto),  el  entendimiento  de  Dios, 
espejado  y  clarísimo,  es  el  que  la  celebra,  como  los  san- 
tos antiguos  lo  dicen  expresamente,  y  como  las  sagra- 
das Letras  lo  dan  bien  á  entender.  Porque  Dios  entien- 
de, por  cuanto  todo  El  es  mente  y  entendimiento;  y  se 
entiende  á  sí  mismo,  porque  en  El  solo  se  emplea  su 
entendimiento  como  debe.  Y  entendiéndose  á  sí,  y  sién- 
dole natural,  por  ser  suma  bondad,  el  apetecer  la  co- 
municación de  sus  bienes,  ve  todos  sus  bienes  que 
son  infinitos,  y  ve  y  comprende  según  qué  formas  los 
puede  comunicar,  que  son  también  infinitas;  y  de  sí  y 
de  todo  esto  que  ve  en  sí,  dice  una  palabra  que  lo  de- 
clara, esto  es,  forma  y  dibuja  en  sí  mismo  una  imagen 
viva,  en  la  cual  pone  á  sí  y  á  todo  lo  que  ve  en  sí, 


1    Minch.,  v,2.        2    Sap.,  va,  25.  3    Eccli  ,  xiiv,  41. 

22 


338  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

ansí  como  lo  ve  menuda  y  distintamente;  y  pasa  en 
ella  su  misma  naturaleza  entendida  y  cotejada  entre 
sí  misma,  y  considerada  en  todas  aquellas  maneras  que 
comunicarse  puede,  y  como  si  dijésemos,  conferida  y 
comparada  con  todo  lo  que  de  ella  puede  salir.  Y  esta 
imagen  producida  en  esta  forma  es  su  Hijo. 

Porque,  como  un  grande  pintor,  si  quisiese  hacer 
una  imagen  suya  que  lo  retratase,  volvería  los  ojos  á 
sí  mismo  primero,  y  pondría  en  su  entendimiento  á  sí 
mismo,  y,  entendiéndose  menudamente,  se  dibujaría 
allí  primero  que  en  la  tabla  y  más  vivamente  que  en 
ella,  y  este  dibujo  suyo,  hecho,  como  decimos,  en  el 
entendimiento  y  por  él,  sería  como  un  otro  pintor,  y 
si  le  pudiese  dar  vida  sería  un  otro  pintor  de  hecho, 
producido  del  primero,  que  tendría  en  sí  todo  lo  que 
el  primero  tiene  y  lo  mismo  que  el  primero  tiene,  pero 
allegado  y  hecho  vecino  al  arte  y  á  la  imagen  de  fue- 
ra; ansí  Dios,  que  necesariamente  se  entiende  y  que 
apetece  el  pintarse,  desde  que  se  entiende,  que  es 
desde  toda  su  eternidad,  se  pinta  y  se  dibuja  en  sí 
mismo;  y  después  cuando  le  place  se  retrata  de  fue- 
ra. Aquella  imagen  es  el  Hijo;  el  retrato  que  después 
hace  fuera  de  sí  son  las  criaturas,  ansí  cada  una  de 
ellas  como  todas  allegadas  y  juntas.  Las  cuales,  com- 
paradas con  la  figura  que  produjo  Dios  en  sí  y  con  la 
imagen  del  arte,  son  como  sombras  oscuras  y  como 
partes  por  extremo  pequeñas,  y  como  cosas  muertas 
en  comparación  de  la  vida. 

Y  como,  insistiendo  todavía  en  el  ejemplo  que  he 
dicho,  si  comparamos  el  retrato  que  de  sí  pinta  en  la 
tabla  el  pintor  con  el  que  dibujó  primero  en  sí  mismo, 
aquél  es  una  tabla  tosca  y  unos  colores  de  tierra  y 
unas  rayas  y  apariencias  vanas,  que  carecen  de  ser  en 
lo  secreto;  y  éste,  si  es  vivo  como  dijimos,  es  un  otro 
pintor;  ansí  toda  esta  criatura  es  una  ligera  vislumbre, 
y  una  cosa  vana  y  más  de  apariencia  que  de  substan- 
cia, en  comparación  de  aquella  viva  y  expresa  y  per- 
fecta imagen  de  Dios.  Y  por  esta  razón,  todo  lo  que  en 
este  mundo  inferior  nace  y  se  muere,  y  todo  lo  que 


DE   LOS    NOMBRES    DE   CRISTO.— LIBRO    TERCERO  339 

en  el  cielo  se  muda,  y,  corriendo  siempre  en  torno, 
nunca  permanece  en  un  ser,  en  esta  imagen  de  Dios 
tiene  su  ser  sin  mudanza  y  su  vida  sin  muerte,  v  es  en 
ella  de  veras  lo  que  en  sí  mismo  es  cuasi  de  burlas. 
Porque  el  ser  que  allí  las  cosas  tienen,  es  ser  verda- 
dero y  macizo,  porque  es  el  mismo  de  Dios:  mas  el 
que  tienen  en  sí  es  trefe  y  baladí,  y  como  decimos,  en 
comparación  de  aquél  es  sombra  de  ser.  Por  donde 
ella  misma  dice  de  sí  ^  «En  mí  esta  la  manida  de  la 
vida  y  de  la  verdad,  en  mí  toda  la  esperanza  de  la 
vida  y  de  la  virtud». 

En  que,  diciendo  que  está  toda  la  vida  en  ella,  mani- 
fiesta que  tiene  ella  en  sí  el  ser  de  las  cosas;  y  diciendo 
que  está  la  verdad,  dice  la  ventaja  que  el  ser  de  las  co- 
sas que  tiene  hace  al  que  ellas  mismas  tienen  en  sí  mis- 
mas: que  aquél  es  verdad,  y  éste  en  su  comparación 
es  engaño.  Y  para  la  misma  ventaja  dice  también  2: 
«Yo  moro  en  las  alturas  y  me  asiento  sobre  la  colum- 
na de  nube;  como  cedro  del  Líbano  me  empiné,  y  como 
en  el  monte  Sión  el  ciprés;  ensálceme  como  la  palma 
de  Gades  y  como  los  rosales  de  Jericó,  como  la  oliva 
vistosa  en  los  campos  y  como  el  plátano  á  las  corrien- 
tes del  agua*.  Y  San  Juan  dice  de  ella,  en  el  capítulo 
primero  de  su  Evangelio  3,  «que  todo  lo  hecho  era  vida 
en  el  Verbo»:  en  que  dice  dos  cosas,  que  estaba  en  esta 
imagen  lo  criado  todo,  y  que  como  en  ella  estaba,  no 
solamente  vivía  como  en  sí  vive,  sino  que  era  la  vida 
misma. 

Y  por  la  misma  razón,  esta  viva  imagen  es  sabi- 
duría puramente,  porque  es  todo  lo  que  sabe  de  sí 
Dios,  que  es  el  perfecto  saber;  y  porque  es  el  decha- 
do, y  como  si  dijésemos,  el  modelo  de  cuanto  Dios 
hacer  sabe;  y  porque  es  el  orden  y  la  proporción,  y  la 
medida  y  la  decencia,  y  la  compostura  y  la  armonía  y 
el  límite,  y  el  propio  ser  y  razón  de  todo  lo  que  Dios 
hace  y  puede.  Por  lo  cual  San  Juan,  en  el  principio 
de  su  Evangelio,  le  llama  Logos  por  nombre,  que,  como 

1    Eccli.,  xxiv;  25.         2    Ibid.,  xxi,  7  y  17.        3    Joan.,  i,  4. 


340  FRAY    LUIS  DE    LEÓN 

sabéis,  es  palabra  griega  que  significa  todo  esto  que 
he  dicho.  Y  por  consiguiente,  esta  imagen  puso  las 
manos  en  todo  cuando  Dios  lo  crió,  no  solamente  por- 
que era  ella  el  dechado  á  quien  miraba  el  Padre  cuan- 
do hizo  las  criaturas,  sino  porque  era  dechado  vivo  y 
obrador,  y  que  ponía  en  ejecución  el  oficio  mismo 
que  tiene. 

Que,  aunque  tornemos  al  ejemplo  que  he  puesto 
otra  y  tercera  vez,  si  la  imagen  que  el  pintor  dibujó 
en  sí  de  sí  mismo  tuviese  ser  que  viviese,   y  si  fuese 
substancia  capaz  de  razón,  cuando  el  pintor  se  quisie- 
se retratar  en  la  tabla,  claro  es  que  no  solamente  me- 
nearía el  pintor  la  mano  mirando  á  su   imagen,  mas 
ella  misma  por  sí  misma  le  regiría  el  pincel,  y  se  pa- 
saría ella  á  sí  misma  en  la  tabla;  pues  ansí  San  Pablo 
dice  1  de  esta  imagen  divina,  que  hizo  el  Padre  por 
ella  los  siglos.  Y  ella  ¿qué  dice?  2  «Yo  salí  de  la  boca 
del  Alto,  engendrada  primero  que  criatura  ninguna; 
yo  hice  que  naciese  en  el  cielo  la  luz  que  nunca  se 
apaga,  y  como  niebla  me  extendí  por  toda  la  tierra». 
Y  ni  más  ni  menos,  de  aquesto  se  ve  con  cuánta  ra- 
zón esta  imagen  es  llamada  Hijo,  é  Hijo  por  excelen- 
cias, y  olo  Hijo  entre  todas  las  cosas.  Hijo  porque  pro- 
cede, como  dicho  es,  del  entendimiento  del  Padre,  y  es 
la  misma  naturaleza  y  substancia  del  Padre,  expresada 
y  viva  con  la  misma  vida  de  Dios.  Hijo  por  excelencia, 
no  solamente  porque  es  el  primero  y  el  mejor  de  los 
hijos  de  Dios,  sino  porque  es  el  que  más  iguala  á  su 
Padre  entre  todos.  Hijo  solo,  porque  El  solo  representa 
enteramente  á  su  Padre,  y  porque  todas  las  criaturas 
que  hace  Dios,  cada  una  por  sí  en  este  Hijo  las  parió, 
como  si  digamos,  primero  todas  mejoradas  y  juntas;  y 
ansí,  El  solo  es  el  parto  de  Dios  cabal  y  perfecto,  y 
todo  lo  demás  que  Dios  hace  nació  primero  en  este 
su  Hijo. 

Y  de  la  manera  que  lo  que  en  las  criaturas  tiene 
nombre  de  padre,  y  de  primera  origen  y  de  primero 

1    Hebr.,  i,  2.  2    Eccli.,  xxiv,  5  y  6. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.  — LIBRO   TERCERO  341 

principio,  lo  tienen  según  que  el  Padre  del  cielo  se  co- 
munica con  él,  y  la  paternidad  criada  es  una  comuni- 
cación de  la  paternidad  eternal,  como  el  Apóstol  signi- 
fica donde  dice  *:  «De  quien  se  deriva  toda  la  paterni- 
dad de  la  tierra  y  del  cielo»;  por  la  misma  manera, 
cuanto  en  lo  criado  es  y  se  llama  hijo  de  Dios,  de  este 
Hijo  le  viene  que  lo  sea;  porque  en  El  nació  todo  pri- 
mero, y  por  eso  nace  en  sí  mismo  después,  porque 
nació  eternamente  primero  en  El. 

¿Qué  dice  acerca  de  esto  San  Pablo?  2  «Es  imagen 
de  Dios  invisible,  primogénito  de  todas  las  criaturas, 
porque  todas  se  produjeron  por  El,  ansí  las  de  los  cie- 
los como  las  de  la  tierra,  las  visibles  y  las  invisibles». 
Dice  que  es  imagen  de  Dios,  para  que  se  entienda  que 
es  igual  á  El  y  Dios  como  El.  Y  porque  consideréis  el 
ingenio  del  Apóstol  San  Pablo,  y  el  acuerdo  con  que 
pone  las  palabras  que  pone,  y  cómo  las  ordena  y  las 
traba  entre  sí,  dice  que  esta  imagen  es  imagen  de  Dios 
invisible;  para  dar  á  entender  que  Dios,  que  no  se  ve, 
por  esta  imagen  se  muestra,  y  que  su  oficio  de  ella 
es,  según  que  decíamos,  sacar  á  luz  y  poner  en  los 
ojos  públicos  lo  que  se  encubre  sin  ella.  Y  porque 
dice  que  era  imagen,  añade  que  es  engendrado,  por- 
que, como  está  dicho,  siempre  lo  engendrado  es  muy 
semejante. 

Y  dice  que  es  engendrado  primero,  ó  que  es  primo- 
génito, no  sólo  para  decir  que  antecede  en  tiempo  el 
que  es  eterno  en  nacer;  sino  para  decir  que  es  el  ori- 
ginal universal  engendrado,  y  como  la  idea  eterna- 
mente nacida  de  todo  lo  que  puede  por  el  discurso  de 
los  tiempos  nacer,  y  el  padrón  vivo  de  todo,  y  el  que 
tiene  en  sí  y  el  que  deriva  de  sí  á  todas  las  cosas  su 
nacimiento  y  origen.  Y  ansí,  porque  dice  esto,  aña- 
de luego  á  propósito  de  ello  y  para  declararlo  mejor: 
«Porque  en  El  se  produjeron  todas  las  cosas,  ansí  las 
de  los  cielos,  como  las  de  la  tierra,  las  visibles  y  las 
invisibles».  En  El  dice;  que  quiere  decir:  en  El  y  por 

1    Ephes.,  ni,  15.  2    Colos.,  i,  15. 


342  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

El.  En  El  primero  y  originalmente,  y  por  El  después 
como  por  maestro  y  artífice. 

Ansí  que,  comparándolo  con  todas  las  criaturas,  el 
solo  sobre  todas  es  Hijo;  y  comparándolo  con  la  tercera 
persona  de  la  Trinidad,  el  Espíritu-Santo,  sola  esta  ima- 
gen es  la  que  se  llama  Hijo  con  propiedad  y  verdad. 
Porque  aunque  el  Espíritu-Santo  sea  Dios  como  el  Pa- 
dre, y  tenga  en  sí  la  misma  divinidad  y  esencia  que  El 
tiene,  sin  que  en  ninguna  cosa  de  ella  se  diferencie  ni 
desemeje  de  El,  pero  no  la  tiene  como  imagen  y  retrato 
del  Padre,  sino  como  inclinación  á  El  y  como  abrazo 
suyo;  y  ansí,  aunque  sea  semejante,  no  es  semejanza 
según  su  relación  particular  y  propia,  ni  su  manera  de 
proceder  tiene  por  blanco  el  hacer  semejante,  y  por  la 
misma  razón  no  es  engendrado  ni  es  hijo. 

Ouiero  decir  que,  como  yo  me  puedo  entender  á  mí 
mismo,  y  me  puedo  amar  después  de  entendido;  y  co- 
mo del  entenderme  á  mí  nace  de  mí  una  imagen  de  mí, 
y  del  amarme  se  hace  también  en  mí  un  peso  que  me 
lleva  á  mí  mismo,  y  una  inclinación  á  mí  que  se  abraza 
conmigo:  ansí  Dios  desde  su  eternidad  se  entiende  y  se 
ama,  y  entendiéndose  como  dijimos  y  comprendiendo 
todo  lo  que  su  infinita  fecundidad  comprende,  engen- 
dra en  sí  una  imagen  viva  de  todo  aquello  que  entien- 
de; y  de  la  misma  manera,  amándose  á  sí  mismo,  y 
abrazando  en  sí  á  todo  cuanto  en  sí  entiende,  produce 
en  sí  una  inclinación  á  todo  lo  que  ama  ansí,  y  produ- 
ce, como  dicho  hemos,  un  abrazo  de  todo  ello. 

Mas  diferimos  en  esto:  que  en  mí  esta  imagen  y  esta 
inclinación  son  unos  accidentes  sin  vida  y  sin  substan- 
cia: mas  en  Dios,  á  quien  no  puede  sobrevenir  por  acci- 
dente ninguna  cosa,  y  en  quien  todo  lo  que  es,  es  di- 
vinidad y  substancia,  esta  imagen  es  viva  y  es  Dios,  y 
esta  inclinación  ó  abrazo  que  decimos  es  abrazo  vivo 
y  que  está  sobre  sí. 

Aquella  imagen  es  Hijo,  porque  es  imagen;  y  esta 
inclinación  no  es  hijo  porque  no  es  imagen,  sino 
Espíritu,  porque  es  inclinación  puramente.  Y  estas  tres 
personas,  Padre  é  Hijo  y  Espíritu-Santo,  son  Dios  y  un 


DE    LOS    NOMBRES    DE    CRISTO.— LIBRO    TERCERO  343 

mismo  Dios;  porque  hay  en  todos  tres  una  naturaleza 
divina  sola,  en  el  Padre  de  suyo,  en  el  Hijo  recibida 
del  Padre,  en  el  Espíritu  recibida  del  Padre  y  del  Hijo. 
Por  manera  que  esta  única  naturaleza  divina,  en  el  Pa- 
dre está  como  fuente  y  original;  y  en  el  Hijo  como  en 
retrato  de  sí  misma;  y  en  el  Espíritu  como  en  inclina- 
ción hacia  sí.  Y  en  un  cuerpo,  como  si  dijésemos,  y  en 
un  bulto  de  luz,  reverberando  ella  en  sí  misma  por 
inefable  y  diferente  manera,  resplandecen  tres  cercos. 
;,Oh  sol  inmenso  y  clarísimo! 

Y  porque  dije,  Sabino,  sol,  ninguna  de  las  cosas  visi- 
bles nos  representa  más  claramente  que  el  sol  las  con- 
diciones de  la  naturaleza  de  Dios,  y  de  esta  su  genera- 
ción que  decimos.  Porque,  ansí  como  el  sol  es  un  cuer- 
po de  luz  que  se  derrama  por  todo,  ansí  la  naturaleza 
■de  Dios  inmensa  se  extiende  por  todas  las  cosas.  Y  ansí 
«orno  el  sol  alumbrando, hace  que  se  vean  las  cosas  que 
las  tinieblas  encubren,  y  que  puestas  en  oscuridad  pa- 
recen no  ser.  ansí  la  virtud  de  Dios  aplicándose,  trae 
del  no  ser  á  la  luz  del  ser  á  las  cosas.  Y  ansí  como  el 
sol  de  suyo  se  nos  viene  á  los  ojos,  y  cuanto  de  su  par- 
te es  nunca  se  esconde,  porque  es  él  la  luz  y  la  mani- 
festación de  todo  lo  que  se  manifiesta  y  se  ve:  ansí 
Dios  siempre  se  nos  pone  delante,  y  se  nos  entra  por 
nuestras  puertas  si  nosotros  no  le  cerramos  la  puerta, 
y  lanza  rayos  de  claridad  por  cualquiera  resquicio  que 
halle.  Y  como  al  sol  juntamente  le  vemos  y  no  le  po- 
demos mirar  (vérnosle,  porque  en  todas  las  cosas  que 
vemos,  miramos  su  luz;  no  le  podemos  mirar,  porque 
si  ponemos  en  él  los  ojos  los  encandila),  ansí  de  Dios 
podemos  decir  que  es  claro  y  oscuro,  oculto  y  manifies- 
to. Porque  á  El  en  sí  no  le  vemos,  y  si  alzamos  el  en 
tendimiento  á  mirarle  nos  ciega;  y  vérnosle  en  todas 
las  cosas  que  hace,  porque  en  todas  ellas  resplandece 
su  luz. 

Y  (porque  quiero  llegar  esta  comparación  á  su  fin), 
ansí  como  el  sol  parece  una  fuente  que  mana  y  que  lan- 
za claridad  de  continuo,  con  tanta  prisa  y  afonía  que 
parece  que  no  se  da  á  manos;  ansí  Dios,  infinita  bon- 


344  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

dad,  está  siempre  como  bullendo  por  habernos  bien,  y 
enviando  como  á  borbollones  bienes  de  sí,  sin  parar  ni 
cesar.  Y,  para  venir  á  lo  que  es  propio  de  agora,  ansí 
como  el  sol  engendra  su  rayo  (que  todo  este  bulto  de 
resplandor  y  de  luz,  que  baña  el  cielo  y  la  tierra,  un 
rayo  sólo  es  que  envía  de  sí  todo  el  sol),  ansí  Dios  en- 
gendra un  solo  Hijo  de  sí,  que  reina  y  se  extiende  por 
todo.  Y  como  este  rayo  del  sol  que  digo,  tiene  en  sí 
toda  la  luz  que  el  sol  tiene  y  esa  misma  luz  que  tiene 
el  sol,  y  ansí  su  imagen  del  sol  es  su  rayo;  ansí  el  Hijo 
que  nace  de  Dios  tiene  toda  la  substancia  de  Dios,  y  esa 
misma  substancia  que  El  tiene;  y  es,  como  decíamos,  la 
sola  y  perfecta  imagen  del  Padre. 

Y  ansí  como  en  el  sol,  que  es  puramente  luz,  el  pro- 
ducir de  su  rayo  es  un  enviar  luz  de  sí,  de  manera  que 
la  luz  dando  luz  le  produce,  esto  es,  que  él  produce 
la  luz  figurándose  y  pintándose  y  retratándose;  ansí  el 
Padre  eterno,  figurándose  su  ser  en  sí  mismo,  engen- 
dra á  su  Hijo.  Y  como  el  sol  produce  siempre  su  rayo 
(que  no  lo  produjo  ayer,  y  cesó  hoy  de  producirlo,  sino 
siempre  le  produce,  y  con  producirle  siempre,  no  le 
produce  por  partes,  sino  siempre  y  continuamente  sale 
de  él  entero  y  perfecto),  ansí  Dios  siempre  desde  toda 
su  eternidad  engendró  y  engendra  y  engendrará  á  su 
Hijo,  y  siempre  enteramente.  Y  como,  estándose  en  su 
lugar,  su  rayo  nos  le  hace  presente,  y  en  él  y  por  él  se 
extiende  por  todas  las  cosas  el  sol,  y  es  visto  y  conoci- 
do por  él;  ansí  Dios,  de  quien  San  Juan  dice  x  que  no  es 
visto  de  nadie,  en  el  Hijo  suyo  que  engendra  nos  res- 
plandece y  nos  luce,  y,  como  El  lo  dice  de  sí,  El  es  el 
que  nos  manifiesta  á  su  Padre.  Y  finalmente,  ansí 
como  el  sol  por  la  virtud  de  su  rayo  obra  adonde  quie- 
ra que  obra,  ansí  Dios  lo  crió  todo  y  lo  gobierna  todo 
en  su  Hijo,  en  quien,  si  lo  podemos  decir,  están  como 
las  simientes  de  todas  las  cosas. 

Mas  oigamos  en  qué  manera  en  el  libro  de  los  Pro- 
verbios El  mismo  dice  aquesto  mismo  de  sí  2:  «El  Señor 


1    Joan.,  i,  18.  2    Pro v.,  vm,  22-31. 


DE   LOS    NOMBRES   DE   CRISTO. — LIBRO   TERCERO         345 

me  adquirió  en  el  principio  de  sus  caminos.  Antes  de 
sus  obras,  desde  entonces.  Desde  siempre  fui  ordena- 
da, desde  el  comienzo,  de  en  antes  de  los  comienzos  de 
la  tierra.  Cuando  no  abismos,  concebida  yo;  cuando  no 
fuentes,  golpes  grandes  de  aguas.  En  antes  que  se  aplo- 
masen los  montes,  primero  yo  que  los  collados  forma- 
da. Aún  no  había  hecho  la  tierra,  los  tendidos,  las  ca 
bezas  de  los  polos  del  mundo.  Cuando  aparejaba  los 
cielos,  allí  estaba  yo;  cuando  señalaba  círculo  en  re- 
dondo sobre  la  haz  del  abismo.  Cuando  fortificaba  el 
cielo  estrellado  en  lo  alto,  y  ponía  en  peso  las  fuentes 
del  agua.  Cuando  él  ponía  su  ley  á  los  mares,  y  á  las 
aguas  que  no  traspasasen  su  orilla.  Cuando  establecía 
el  cimiento  á  la  tierra,  y  j  unto  con  él  estaba  yo  com- 
poniéndolo, y  un  día,  y  cada  día  era  dulces  regalos.  Ju- 
gando delante  de  él  de  continuo,  jugando  en  la  redon- 
dez de  su  tierra,  y  deleites  míos  con  hijos  de  hombres». 

En  las  cuales  palabras,  en  lo  primero  que  dice,  que  la 
adquirió  Dios  en  la  cabeza  de  sus  caminos,  lo  uno  en- 
tiende que  no  caminara  Dios  fuera  de  sí,  quiero  decir, 
que  no  hiciera  fuera  de  sí  las  criaturas  que  hizo,  á 
quienes  comunicó  su  bondad,  si  antes,  y  desde  toda  la 
eternidad  no  engendrara  á  su  Hijo,  que,  como  dicho 
tenemos,  es  la  razón  y  la  traza,  y  el  artificio  y  el  artí- 
fice de  todo  cuanto  se  hace.  Y  lo  otro,  decir  que  la 
adquirió,  es  decir  que  usó  de  ella  Dios  cuando  produ- 
jo las  cosas,  y  que  no  las  produjo  acaso  ó  sin  mirar  lo 
que  hacía,  sino  con  saber  y  con  arte.  Y  lo  tercero, 
pues  dice  que  Dios  la  adquirió,  da  bien  á  entender  que 
ni  la  engendró  apartada  de  sí,  ni,  engendrándola  en  sí, 
le  dio  casa  aparte  después;  sino  que  la  adquirió,  esto 
es,  que  nascida  de  El,  queda  dentro  del  mismo. 

Y  dice  con  propiedad  adquirir,  que  es  allegar  y 
ayuntar  por  menudo.  Porque,  como  dijimos,  no  engen- 
dra á  su  Hijo  el  Padre  entendiendo  á  bulto  y  confusa- 
mente su  esencia;  sino  entendiéndola  apuradamente  y 
con  cabal  distinción,  y  con  particularidad  de  todo  aque- 
llo á  que  se  extiende  su  fuerza.  Y  porque  lo  que  digo 
adquirir,  en  el  original  es  una  palabra  que  hace  sig- 


346  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

nificación  de  riquezas  y  de  tesoro  que  se  posee,  po- 
dríamos decir  de  esta  forma  que  Dios  en  el  principio 
la  atesoró,  para  que  se  entendiese  que  hizo  tesoro  de 
sí  el  Padre  engendrando  su  Hijo.  De  sí,  digo,  y  de  todo 
lo  que  de  El  puede  salir,  por  cualquiera  manera  que 
sea,  que  es  el  sumo  tesoro. 

Y  como  decimos  que  Dios  la  adquirió  en  el  principio 
de  su  camino,  el  original  da  licencia  que  digamos  tam- 
bién, como  dijeron  los  que  lo  trasladaron  en  griego, 
que  Dios  la  formó  principio  y  cabeza  de  su  camino; 
que  es  decir  que  el  Hijo  divino  es  el  príncipe  de  todo 
lo  que  Dios  cría  después,  porque  están  en  El  las  ra- 
zones de  ello  y  su  vida.  Y  ni  más  ni  menos  en  lo  que 
se  sigue:  «antes  de  sus  obras,  desde  entonces»;  se 
puede  decir  también:  «Soy  la  antigüedad  de  sus 
obras».  Porque  en  lo  que  de  Dios  procede,  lo  que 
va  con  el  tiempo  es  moderno,  la  antigüedad  es  lo 
que  eternamente  procede  de  El:  y  porque  estas  mis- 
mas obras  presentes  y  que  saca  á  luz  á  sus  tiempos, 
que  en  sí  son  modernas,  son  en  el  Hijo  muy  ancianas 
y  antiguas. 

Pues  en  lo  que  añade:  «Desde  siempre  fui  ordena- 
da»; lo  que  dice  nuestro  texto  ordenada,  se  debe 
entender  que  es  palabra  de  guerra,  conforme  á  lo 
que  se  hace  en  ella,  cuando  se  ponen  los  escuadro- 
nes en  orden,  en  que  tiene  sobre  todos  su  lugar  el  ca- 
pitán. Y  ansí,  ordenada  es  aquí  lo  mismo  que  puesta 
en  el  grado  más  alto,  y  como  en  el  tribunal  y  en  el 
principado  de  todo;  porque  la  palabra  original  quiere 
decir  hacer  principe.  Y  porque  significa  también  lo 
que  los  plateros  llaman  vaciar,  que  es  infundir  en  el 
molde  el  oro  ó  la  plata  derretida  para  hacer  la  pieza 
principal  que  pretenden,  entrando  el  metal  en  el  mol- 
de y  ajustándose  á  él;  podremos  decir  aquí  que  la  Sa- 
biduría divina  dice  de  sí  que  fué  vaciada  por  el  Padre 
desde  la  eternidad,  porque  es  imagen  suya,  que  la 
pintó,  no  apartándola  de  sí,  sino  amoldándola  en  sí  y 
ajustándose  del  todo  con  ella. 

Y  en  lo  que  dice  después,  acrecienta  lo  general  que 


DE   LOS    .NOMBRES    DE    CRISTO.— LIBRO    TERCERO  ri  47 

había  dicho,  especificándolo  por  sus  partes  en  par- 
ticular, y  diciendo  que  la  engendró  cuando  no  había 
comienzos  de  tierra,  ni  abismos  ni  fuentes;  antes  que 
los  montes  se  afirmasen  con  su  peso  natural,  y  que  los 
collados  subiesen,  y  que  se  extendiesen  los  campos,  y 
que  los  quicios  del  mundo  tuviesen  ser.  Y  dice  no  so- 
lamente que  había  nacido  de  Dios,  antes  que  Dios  hi- 
ciese estas  cosas;  sino  que  cuando  las  hizo,  cuando 
obró  los  cielos,  y  fijó  las  estrellas,  y  dio  su  lugar  á  las 
nubes,  y  enfrenó  el  mar,  y  fundó  la  tierra,  estaba  en  el 
seno  del  Padre  y  junto  con  El  componiéndolas. 

Y  como  decimos  componiéndolas,  da  licencia  el  ori- 
ginal que  digamos,  alentándolas  y  abrigándolas,  y  re- 
galándolas, y  trayéndolas  en  los  brazos,  como  el  que 
llamamos  ayo,  ó  ama  que  cría,  suele  traer  á  su  niño. 
Que  como  nacían  en  su  principio  tiernas  y  como  niñas 
las  criaturas  entonces,  respondiendo  á  esta  semejanza 
dice  la  divina  Sabiduría  de  sí,  que  no  sólo  las  crió 
con  el  Padre,  sino  que  se  apropió  á  sí  el  oficio  de  ser 
como  su  aya  de  ellas  ó  como  su  ama.  Y  llevando  la 
semejanza  adelante,  dice  que  era  ella  dulzuras  y  re- 
gocijos todos  los  días;  esto  es,  que  como  las  amas  dicen 
á  sus  niños  dulzuras,  y  se  estudian  y  esmeran  en  ha- 
cerles regalos,  y  los  muestran,  y  á  los  que  los  muestran 
les  dicen  que  miren  ¡cuan  lindos!;  ansí  se  esmeraba 
ella,  al  criar  de  las  cosas,  en  regalar  las  criadas  y  en 
hacer  como  regocijos  con  ellas,  y  en  decir,  como  quien 
las  toma  en  la  mano  y  las  muestra  y  enseña,  que  eran 
buenas,  muy  buenas.  «Y  vio,  dice  í,  Dios  todo  lo  que 
hecho  había,  y  era  muy  bueno.»  Que  á  este  regalo, 
que  al  mundo  reciente  se  debía,  miró,  Sabino,  tam- 
bién vuestro  Poeta  donde  dice  2: 

Verano  era  aquel,  verano  hacía 
el  mundo  en  general,  porque  templaron 
los  vientos  en  rigor  y  fuerza  fría. 

Cuando  primero  de  la  luz  gozaron 
las  fieras  y  los  hombres,  gente  dura, 


1    Genes.,  i,31.  2    Virg.,  h,  Geor.  v,  338. 


348  FRAY   LUIS  DE  LEÓN 

del  duro  suelo  el  cuello  levantaron. 

Y  cuando  de  las  selvas  la  espesura 
poblada  de  alimañas,  cuando  el  cielo 
de  estrellas  fué  sembrado  y  hermosura. 

Que  no  pudiera  el  flaco  y  tierno  suele, 
ni  las  cosas  recientes  producidas 
durar  á  tanto  ardor,  á  tanto  hielo; 

Si  no  fueran  las  tierras  y  las  vidas, 
templando  entre  lo  frío  y  caluroso, 
con  regalo  tan  blando  recibidas. 

Y  dice,  según  la  misma  forma  é  imagen,  que  hacía 
juegos  de  continuo  delante  del  Padre,  como  delante  de 
los  padres  hacen  las  amas  que  crían.  Y  concluye  con 
esta  razón;  porque  dice:  «Y  mis  deleites  hijos  de  hom- 
bres»; como  diciendo  que  entendía  en  su  regalo  por- 
que se  deleitaba  de  su  trato;  y  deleitábase  de  tratarlos, 
porque  tenía  determinado  consigo  de,  venido  su  tiem- 
po, nacer  uno  de  ellos. 

Del  cual  nacimiento  segundo  que  nació  este  divino 
Hijo  en  la  carne,  es  bien  que  ya  digamos;  pues  hemos 
dicho  del  primero,  que  aunque  es  también  segundo  en 
quilates,  no  por  eso  no  es  extraño  y  maravilloso  por 
dondequiera  que  le  miremos,  ó  miremos  el  qué,  ó  el 
cómo,  ó  el  por  qué. 

Y  diciendo  de  lo  primero,  el  qué  de  este  nacimiento, 
ó  lo  que  en  este  nacimiento  se  hizo,  todo  ello  es  nuevo, 
no  visto  antes,  ni  imaginado  que  podía  ser  visto,  porque 
en  él  nace  Dios  hecho  hombre.  Y  con  tener  las  personas 
divinas  una  sola  divinidad,  y  con  ser  tan  uno  todas  tres, 
no  nacieron  hechas  hombres  todas  tres,  sino  la  perso- 
na del  Hijo  solamente.  La  cual  ansí  se  hizo  hombre, 
que  no  dejó  de  ser  Dios,  ni  mezcló  con  la  naturaleza 
del  hombre  la  naturaleza  divina  suya;  sino  quedó  una 
persona  sola  en  dos  distintas  naturalezas:  una  que  te- 
nía de  Dios,  y  otra  que  recibió  de  los  hombres  de  nue- 
vo. La  cual  no  la  crió  de  nuevo,  ni  la  hizo  de  barro, 
como  formó  la  primera,  sino  hízola  de  la  sangre  virgen 
de  una  Virgen  purísima,  en  su  vientre  de  ella  misma, 
sin  amancillar  su  pureza;  é  hizo  que  fuese  naturaleza 


DE    LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO    TERCERO  349 

del  linaje  de  Adán,  y  sin  la  culpa  de  Adán;  y  formó  de 
la  sangre,  que  digo,  carne;  y  de  la  carne  hizo  cuerpo 
humano  con  todos  sus  miembros  y  órganos;  y  en  el 
cuerpo  puso  alma  de  hombre  dotada  de  entendimiento 
y  razón;  y  con  el  entendimiento  y  con  el  alma  y  con  el 
cuerpo  ayuntó  su  persona;  y  derramó  sobre  el  alma 
mil  tesoros  de  gracia,  y  dióle  juicio  y  discurso  libre,  é 
hízola  que  viese  y  que  gozase  de  Dios;  y  ordenó  que  la 
misma  que  gozaba  de  Dios  con  el  entendimiento,  sin- 
tiese disgusto  en  los  sentidos,  y  que  fuese  juntamente 
bienaventurada  y  pasible. 

Y  toda  esta  compostura  de  cuerpo,  é  infusión  de 
alma,  y  ayuntamiento  de  su  persona  divina,  y  la  santi- 
ficación y  el  uso  de  la  razón,  y  la  vista  de  Dios,  y  la 
habilidad  para  sentir  dolor  y  pesares  que  dio  á  lo  que 
á  su  persona  ayuntaba,  lo  hizo  todo  en  un  momento, 
y  en  el  primero  en  que  se  concibió  aquella  carne;  y 
de  un  golpe  y  en  un  instante  sólo,  salió  en  el  tálamo 
de  la  Virgen  á  la  luz  de  esta  vida  un  Hombre  Dios,  un 
niño  ancianísimo,  una  suma  santidad  en  miembros 
tiernos  de  infante,  un  saber  perfecto  en  un  cuerpo  que 
aun  hablar  no  sabía;  y  resultó  en  un  punto,  con  mila- 
gro nunca  visto,  un  niño  y  gigante,  un  flaco  muy  fuer- 
te, un  saber,  un  poder,  un  valor  no  vencible,  cercado 
de  desnudez  y  de  lágrimas. 

Y  lo  que  en  el  vientre  santo  se  concibió,  corriendo 
los  meses,  salió  de  él  sin  poner  dolor  en  él  y  deján- 
dole santo  y  entero.  Y  como  el  que  nacía  era  según 
su  divinidad  rayo,  como  agora  decíamos,  y  era  res- 
plandor que  manaba  con  pureza  y  sencillez  de  la  luz 
de  su  Padre,  dio  también  á  su  humanidad  condiciones 
de  luz,  y  salió  de  la  madre  como  el  rayo  del  sol  pasa 
por  la  vidriera  sin  daño;  y  vimos  una  mezcla  admira- 
ble, carne  con  condiciones  de  Dios,  y  Dios  con  condi- 
ciones de  carne,  y  divinidad  y  humanidad  juntas,  y 
hombre  y  Dios  nacido  de  padre  y  de  madre,  y  sin 
padre  y  sin  madre,  sin  madre  en  el  cielo  y  sin  padre 
en  la  tierra;  y  finalmente,  vimos  junta  en  uno  la  uni- 
versalidad de  lo  no  criado  y  criado. 


350  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

¿Qué  dice  San  Juan?  l  «El  Verbo  se  hizo  carne,  y 
mora  en  nosotros  lleno  de  gracia  y  de  verdad;  y  vimos 
su  gloria,  gloria  cual  convenía  á  quien  es  Unigénito 
del  Padre  eterno».  E  Isaías  ¿qué  dice?  2  «El  nacido 
nos  ha  nacido  á  nosotros,  y  el  Hijo  á  nosotros  es  dado, 
y  sobre  su  hombro  su  mando,  y  su  nombre  será  lla- 
mado admirable,  consejero,  Dios,  valiente,  padre  de  la 
eternidad,  príncipe  de  paz».  El  nacido,  dice,  nos  es  na- 
cido; esto  es,  el  engendrado  eternalmente  de  Dios  ha 
nacido  por  otra  manera  diferente  para  nosotros;  y  el 
que  es  Hijo,  en  quien  nació  todo  el  edificio  del  mundo, 
se  nos  da  nacido  entre  los  del  mundo  como  Hijo.  Y 
aunque  niño,  es  rey,  y  aunque  es  recién  nacido,  tiene 
hombros  para  el  gobierno:  que  se  llama  admirable  por 
nombre,  porque  es  una  maravilla  todo  El,  compuesto 
de  maravillas  grandísimas.  Y  llámase  también  conse- 
jero porque  es  el  ministro  y  la  ejecución  del  consejo 
divino,  ordenado  para  la  salud  de  los  hombres.  Y  es 
Dios,  y  es  valiente,  y  padre  del  nuevo  siglo,  y  único 
autor  de  reposo  y  de  paz. 

Y  lo  que  dijimos,  que  no  tuvo  padre  humano  en 
este  segundo  nacer,  ayer  lo  probó  bastantemente  Mar- 
celo. Y  que  naciendo  no  puso  daño  en  su  madre,  ¿por 
ventura  no  lo  vio  Salomón  cuando  dijo  3:  «Tres  cosas 
se  me  esconden,  y  cuatro  de  que  nada  no  sé;  el  cami- 
no del  águila  por  el  aire,  el  camino  de  la  culebra  en 
la  peña,  el  camino  de  la  nave  en  la  mar,  y  el  camino 
del  varón  en  la  Virgen?»  En  que,  por  comparación  de 
tres  cosas  que  en  pasando  nadie  puede  saber  por  don- 
de pasaron,  porque  no  dejan  rastro  de  sí,  significa  que 
cuando  salió  este  niño  varón,  que  decimos,  del  sagra- 
rio virginal  de  su  Madre,  salió  sin  quebrar  el  sagrario 
y  sin  hacer  daño  en  él  ni  dejar  de  su  salida  señal; 
como  ni  la  deja  de  su  vuelo  el  ave  en  el  aire,  ni  la  ser- 
piente de  su  camino  en  la  peña,  ni  en  los  mares 
la  nave.  Esto,,  pues,  es  el  qué  de  este  nacimiento  san- 
tísimo. 

1    Joan,  i,14.  2    Isai.,  ix,  6.  3    Prov.,  ixx,  18  y  19. 


DE   LOS   NOMBRES   DE    CRISTO. -LIBRO    TERCERO  351 

El  cómo  se  hizo  esto,  es  de  las  cosas  que  no  se  pue 
den  decir.  Porque  las  maneras  ocultas  por  donde  sabe 
Dios  aplicar  su  virtud  para  los  efectos  que  quiere, 
¿quién  las  sabe  entender?  Bien  dice  San  Agustín  1  que 
en  estas  cosas,  y  en  las  que  son  como  éstas,  la  mane- 
ra y  la  razón  del  hecho  es  el  infinito  poder  del  que  lo 
hace.  ¿En  qué  manera  se  hizo  Dios  hombre?  Porque  es 
de  poder  infinito.  ¿Cómo  una  misma  persona  tiene  na- 
turaleza de  hombre  y  naturaleza  de  Dios?  Porque  es 
de  poder  infinito.  ¿Cómo  crece  en  el  cuerpo  y  es  per- 
fecto varón  en  el  alma;  tiene  los  sentidos  de  niño,  y 
ve  á  Dios  con  el  entendimiento;  se  concibe  en  mujer 
y  sin  hombre,  sale  naciendo  de  ella  y  la  deja  virgen? 
Porque  es  de  poder  infinito.  No  hiciera  Dios  por  nos- 
otros mucho,  si  no  hiciera  más  de  lo  que  nuestro  sen- 
tido traza  y  alcanza. 

¿Qué  cosa  es  hacer  mercedes  á  gentes  de  poco  saber 
y  de  pecho  angosto,  que  porque  exceden  á  lo  que  ellos 
hicieran,  ponen  en  duda  si  se  las  hacen?  ¿Cómo  se 
hizo  Dios  hombre?  Digo,  que  amando  al  hombre.  ¿Por 
ventura  es  cosa  nueva  que  el  amor  vista  del  amado  al 
que  ama,  que  le  ayunte  con  él,  que  le  transforme? 
Quien  se  inclina  mucho  á  una  cosa,  quien  piensa  en 
ella  de  continuo,  quien  conversa  siempre  con  ella, 
quien  la  remeda,  fácilmente  queda  hecho  ella  misma. 
¿Qué  decía  poco  ha  el  Verbo  de  sí?  ¿No  decía  que  era 
su  deleite  el  tratar  con  los  hombres?  Y  no  solamente 
tratar  con  ellos,  mas  vestirse  de  su  figura  aun  antes 
que  tomase  su  carne.  Que  con  Adán  habló  en  el  pa- 
raíso en  figura  de  hombre,  como  San  León  papa  y  otros 
muchos  doctores  santos  lo  dicen;  y  con  Abraham  cuan- 
do descendió  á  destruir  á  Sodoma,  y  con  Jacob  en  la 
lucha,  y  con  Moisés  en  la  zarza,  y  con  Josué  el  capitán 
de  Israel.  Pues  salióle  el  trato  á  la  cara;  y  haciendo 
del  hombre,  salió  hecho  hombre;  y  gustando  de  disfra- 
zarse con  nuestra  máscara,  quedó  con  la  figura  verda- 
dera á  la  fin,  y  pararon  los  ensayos  en  hechos. 


1     August.,  Epist.  137,  Dúm.  t>. 


352  FRAY    LUIS    DE   LEÓN 

¿Cómo  está  la  deidad  en  la  carne?  Responde  el  di- 
vino Basilio.  «Como  el  fuego  en  el  hierro,  no  mudando 
» lugares,  sino  derramando  sus  bienes;  que  el  fuego  no 
«camina  hacia  el  hierro,  sino  estando  en  él  pone  en  él 
»su  calidad,  y  sin  disminuirse  en  sí,  le  hinche  todo  de 
»sí  y  lé  hace  partícipe.  Y  el  Verbo  de  Dios  de  la  misma 
«manera  hizo  morada  en  nosotros,  sin  mudar  la  suya, 
»y  sin  apartarse  de  sí.  No  te  imagines  algún  descendi- 
» miento  de  Dios,  que  no  se  pasa  de  un  lugar  á  otro  lu- 
>gar  como  se  pasan  los  cuerpos;  ni  pienses  que  la  dei- 
»dad,  admitiendo  en  sí  alguna  mudanza,  se  convir- 
tió en  carne;  que  lo  inmortal  no  es  mudable.  Pues 
«¿cómo  nuestra  carne  no  le  pegó  su  infección?  Como 
«ni  el  fuego  recibe  las  propiedades  del  hierro.  El 
«hierro  es  frío  y  es  negro;  mas  después  de  encendi- 
»do,  se  viste  de  la  figura  del  fuego,  y  toma  luz  de  él 
»y  no  le  ennegrece,  y  arde  con  su  calor  y  no  le  co- 
»munica  su  frialdad.  Y  ni  más  ni  menos  la  carne  del 
«hombre,  ella  recibió  cualidades  divinas,  mas  no 
«apegó  á  la  divinidad  sus  flaquezas.  ¿Que  no  concede- 
remos á  Dios  que  obre  lo  que  obra  este  fuego  que 
«muere?»  Esto  dice  Basilio. 

Y,  porque  los  ejemplos  dan  luz,  como  el  arca  del 
Testamento  era  de  madera  y  de  oro,  de  madera  que 
no  se  corrompía  y  de  oro  finísimo  (ella  hecha  de  ma- 
dera y  vestida  de  oro  por  todas  partes,  de  arte  que  era 
arca  de  madera  y  arca  de  oro,  y  era  una  arca  sola,  y 
no  dos);  ansí  en  este  nacimiento  segundo,  el  arca  de 
la  humanidad  inocente  salió  ayuntada  á  la  riqueza  de 
Dios.  La  riqueza  la  cubría  toda,  mas  no  le  quitaba  el 
ser  ni  ella  lo  perdía,  y  siendo  dos  naturalezas,  no  eran 
dos  personas,  sino  una  persona. 

Y  como  en  el  monte  de  Siná,  cuando  daba  Dios  la 
ley  á  Moisés,  en  lo  alto  estaba  rodeado  de  llamas  del 
cielo  y  se  vestía  de  la  gloria  de  Dios,  que  allí  reposaba 
y  hablaba,  y  en  las  raíces  padecía  temblores  y  humo; 
ansí  Cristo  naciendo  hombre,  que  es  monte,  en  lo  alto 
de  su  alma  ardía  todo  en  llamas  de  amor  y  gozaba  de 
la  gloria  de  Dios  alegre  y  descansadamente;  mas  en  la 


DE    LOS    NOMBRES    DE   CRISTO.— LIBRO    TERCERO  353 

parte  suya  más  baja  temblaba  y  humeaba,  dando 
lugar  en  sí  á  las  penalidades  del  hombre.  Y  como  el 
patriarca  Jacob  l  cuando  en  el  camino  de  Mesopota- 
mia,  ocupado  de  la  noche,  se  puso  á  dormir  en  el 
campo,  en  el  parecer  de  fuera  era  un  mozo  pobre,  que 
tendido  en  la  tierra  dura  y  tomando  reposo  parecía 
estar  sin  sentido;  más  en  lo  secreto  del  alma  contem- 
plaba en  aquella  misma  sazón  el  camino  abierto  desde 
la  tierra  hasta  el  cielo,  y  á  Dios  en  él  y  á  los  ángeles 
que  andaban  por  él;  ansí  en  este  nacimiento  apareció 
por  de  fuera  un  niño  flaco,  puesto  en  un  pesebre,  que 
no  hablaba,  y  lloraba,  y  en  lo  secreto  vivía  en  El  la 
contemplación  de  todas  las  grandezas  de  Dios.  Y  como 
en  el  río  Jordán  2,  cuando  se  puso  en  medio  de  él  el 
arca  de  la  ley  vieja,  para  hacer  paso  al  pueblo  que  ca- 
minaba al  descanso,  en  la  parte  de  arriba  de  él  las 
aguas  que  venían  se  amontonaron  creciendo,  y  en  la 
parte  de  abajo  siguieron  su  curso  natural  y  corrieron; 
ansí,  naciendo  en  la  naturaleza  humana  de  Cristo  Dios, 
y  entrándose  en  ella,  lo  alto  de  ella  siempre  miró  para 
el  cielo,  mas  en  lo  inferior  corrió  como  corremos  to- 
dos, cuanto  á  lo  que  es  padecer  dolores  y  males. 

Por  donde  debidamente  en  el  Apocalipsis  San 
Juan  3,  al  Verbo  nacido  hombre  le  ve  como  cordero 
y  como  degollado  cordero,  que  es  lo  sencillo,  y  lo  sim- 
ple, y  lo  manso  de  él,  y  lo  muy  sufrido  que  en  él  se 
descubría  á  la  vista,  y  juntamente  le  vio  que  tenía  sie- 
te ojos  y  siete  cuernos,  y  que  él  sólo  llegaba  á  Dios  y 
tomaba  de  sus  manos  el  libro  sellado  y  le  abría,  que 
es  lo  grande,  lo  fuerte,  lo  sabio,  lo  poderoso  que  encu- 
bría en  sí  mismo,  y  que  se  ordenaba  para  abrir  los  sie- 
te sellos  del  libro,  que  es  el  por  qué  se  hizo  este  naci- 
miento, y  la  tercera  y  última  maravilla  suya;  porque 
fué  para  poner  en  ejecución,  y  para  hacer  con  la  efica- 
cia de  su  virtud  claro  y  visible  el  consejo  de  Dios,  ocul- 
to antes  y  escondido,  y  como  sellado  con  siete  sellos. 

En  el  cual,  siendo  abierto,  lo  primero  que  se  descu- 


1     Genes.,  xxvin,  12.         2    Josué,  ni,  13.        3    Apoc  ,  v,  6. 

23 


354  FRAY  LUIS   DE   LEÓN 

bre  es  un  caballo  y  caballero  blancos  con  letra  de  vic- 
toria; y  luego  otro  bermejo,  que  deshacía  la  paz  del 
suelo  y  lo  ponía  en  discordia;  y  otro  en  pos  de  éste  ne- 
gro, que  pone  peso  y  tasa  en  lo  que  fructifica  la  tierra; 
y  después  otro  descolorido  y  ceniciento,  á  quien  acom- 
pañaban el  infierno  y  la  muerte;  y  en  el  quinto  lugar 
se  descubrieron  los  afligidos  por  Dios,  que  le  piden 
venganza,  y  se  les  daba  un  entretenimiento  y  con- 
suelo, y  en  el  sexto  se  estremece  todo  y  se  hunde  la 
tierra,  y  en  el  séptimo  queda  sereno  el  cielo  y  se  hace 
silencio. 

Porque  el  secreto  sellado  de  Dios,  es  el  artificio  que 
ordenó  para  nuestra  santificación  y  salud.  En  la  cual 
lo  primero  sale  y  viene  á  nuestra  alma  la  pureza  blan- 
ca de  la  gracia  del  cielo,  con  fuerza  para  vencer  siem- 
pre; sucédele  lo  segundo  el  celo  de  fuego  que  rompe  la 
maía  paz  del  sentido  y  mete  guerra  entre  la  razón  y  la 
carne,  á  quien  ya  no  obedece  la  razón,  antes  le  va  á  la 
mano  y  se  opone  á  sus  desordenados  deseos.  A  este 
celo  se  sigue  el  estudio  de  la  mortificación  triste  y  de- 
negrido, y  que  pone  en  todo  estrecha  tasa  y  medida. 
Levántase  aquí  luego  el  infierno  y  hace  alarde  de  sus 
valedores,  que  armados  de  sus  ingenios  y  fuerzas,  aco- 
meten a  la  virtud  y  la  maltratan  y  turban,  afligiendo 
muchas  veces  y  derrocando  por  el  suelo  á  los  que  la 
poseen,  y  haciendo  de  su  sangre  de  ellos  y  de  su  vida 
su  cebo. 

Mas  esconde  Dios,  después  de  esto,  debajo  de  su  altar 
á  los  suyos,  y  defendiéndoles  el  alma  debajo  de  la  pa- 
ciencia de  su  virtud,  adonde  le  sacrifican  la  vida,  con- 
suélalos y  entretiénelos,  y  con  particulares  gozos  los 
rodea  y  los  viste  en  cuanto  se  llega  el  tiempo  de  su 
buena  y  perfecta  ventura.  Y  probados  y  aprobados  ansí, 
alarga  á  su  misericordia  la  rienda,  y  estremece  todo  lo 
que  contra  ellos  se  empinaba  en  el  suelo,  y  va  al  hon- 
do la  tierra  maldita  condenada  á  dar  fruto  de  espinas. 
Después  de  lo  cual,  para  todo  en  sosiego  y  en  un  silen- 
cio del  cielo.  Mas  porque  ninguna  criatura,  como  San 
Juan  dice,  no  podría  abrir  estos  sellos  ni  poner  en  luz 


DE  LOS  NOMBRES   DE   CRISTO. —LIBRO   TERCERO  355 

y  en  efecto  esta  obra,  convino  que  el  que  los  hubiese 
de  abrir  y  de  poner  en  ejecución  su  virtud,  fuese  cor- 
dero, que  es  flaco  y  sencillo  por  una  parte;  y  por  otra 
tuviese  siete  ojos  y  siete  cuernos,  que  son  todo  el  sa- 
ber y  poder;  y  que  se  juntasen  en  uno  la  fortaleza  de 
Dios  con  la  flaqueza  del  hombre,  para  que  por  ser  hom- 
bre flaco  pudiese  morir,  y  por  ser  masa  santa  fuese  su 
morir  aceptable,  y  por  ser  Dios  fuese  para  nosotros  su 
muerte  vida  y  rescate. 

«De  manera  que  nació  Dios  hecho  carne,  como  Basi- 
lio dice  *,  para  que  diese  muerte  á  la  muerte  que  en 
ella  se  escondía;  que  como  las  medicinas  que  son  con- 
tra el  veneno,  ayuntadas  al  cuerpo  vencen  lo  venenoso 
y  mortal,  y  como  las  tinieblas  que  ocupan  la  casa,  me- 
tiendo en  ella  la  luz  desaparecen;  ansí  la  muerte  que 
se  apoderaba  del  hombre,  juntándose  Dios  con  él  se 
deshizo.  Y  como  el  hielo  se  enseñorea  en  el  agua  en 
cuanto  dura  la  oscuridad  de  la  noche,  mas  luego  que 
el  sol  sale  y  calienta  le  deshace  su  rayo;  ansí  la  muer- 
te reinó  hasta  que  Cristo  vino,  mas  después  que  apare- 
ció la  gloria  saludable  de  Dios,  y  después  que  amane- 
ció el  Sol  de  Justicia,  quedó  sumida  en  su  victoria  la 
muerte,  porque  no  pudo  hacer  presa  en  la  vida.» 

«¡Oh  grandeza  de  la  bondad  y  del  amor  de  Dios  con 
los  nombres!  Somos  libertados  y  preguntamos  cómo  y 
para  qué,  debiendo  gracias  por  beneficio  tan  grande. 
¿Qué  te  hemos,  hombre,  de  hacer?  No  buscabas  á  Dios 
cuando  se  escondía  en  el  cielo;  no  le  recibes  cuando 
desciende  y  te  conversa  en  la  tierra;  sino  preguntas  en 
qué  manera  ó  para  qué  fin  se  quiso  hacer  como  tú. 
Conoce  y  aprende:  por  eso  es  Dios  carne,  porque  era 
necesario  que  esta  carne  tuya,  que  era  maldita  carne, 
se  santificase;  esta  flaca  se  hiciese  valiente;  esta  ena- 
jenada de  Dios  se  hiciese  semejante  con  El;  esta,  á 
quien  echaron  del  paraíso,  fuese  puesta  en  el  cielo». 
Hasta  aquí  ha  dicho  Basilio. 


1    En  eí  sermón  del  Nacimiento. 


356  FRAY   LUIS   DE    LEÓN 

Y  á  la  verdad  es  ansí:  que  porque  Dios  quería  hacer 
un  reparo  general  de  lo  que  estaba  perdido,  se  metió 
El  en  el  reparo  para  que  tuviese  virtud.  Y  porque  el 
Verbo  era  el  artífice  por  quien  el  Padre  crió  todas  las 
cosas,  fué  el  Verbo  el  que  se  ayuntó  con  lo  que  se  ha- 
cía para  el  reparo  de  ellas.  Y  porque,  de  lo  que  era  ca- 
paz de  remedio,  el  más  dañado  era  el  hombre,  por  esto 
lo  que  se  ordenó  para  medicina  de  lo  perdido  fué  una 
naturaleza  de  hombre.  Y  porque  lo  que  se  hacía  para 
dar  á  lo  enfermo  salud  había  de  ser  en  sí  sano,  la  na- 
turaleza que  se  escogió  fué  inocente  y  pura  de  toda 
culpa.  Y  porque  el  que  era  una  persona  con  Dios  con- 
venía que  gozase  de  Dios,  por  eso  desde  que  comenzó 
á  tener  ser  aquella  dichosa  alma,  comenzó  también  á 
ver  la  divinidad  que  tenía.  Y  porque  para  remediar 
nuestros  males  le  convenía  que  los  sintiese,  ansí  goza- 
ba de  Dios  en  lo  secreto  de  su  seno,  que  no  cerraba 
por  eso  la  puerta  á  los  sentimientos  amargos  y  tristes. 
Y  porque  venía  á  reparar  lo  quebrado,  no  quiso  hacer 
ninguna  quiebra  en  su  Madre;  y  porque  venía  á  ser 
limpieza  general,  no  fué  justo  que  amancillase  su  tála- 
mo en  alguna  manera.  Y  porque  era  Verbo  que  nació 
con  sencillez  de  su  Padre,  y  sin  poner  en  El  ninguna 
pasión,  nació  también  de  su  Madre,  hecho  carne  con 
pureza  y  sin  dolor  de  ella.  Y  finalmente,  porque  en  la 
divinidad  es  uno  en  naturaleza  con  el  Padre  y  coa  el 
Espíritu-Santo  y  diferente  en  persona,  cuando  nació 
hecho  hombre  en  una  persona  juntó  á  la  naturaleza 
de  su  divinidad  la  naturaleza  diferente  de  su  alma  y 
su  cuerpo.  Al  cual  cuerpo  y  á  la  cual  alma,  cuando  la 
muerte  las  apartó,  consintiéndolo  El,  El  mismo  las  tor- 
nó á  juntar  con  nuevo  milagro  después  de  tres  días,  é 
hizo  que  naciese  á  luz  otra  vez  lo  que  ya  había  des- 
atado la  muerte. 

Del  cual  nacimiento  suyo,  que  es  el  tercero  de  los 
cinco  que  puse  al  principio,  lo  primero  que  agora 
decir  debemos  es,  que  fué  nacimiento  de  veras;  quie- 
ro decir,  nacimiento  que  se  llama  ansí  en  la  sagrada 
Escritura.  Porque,  como  ayer  se  decía,  el  Padre,  en  el 


DE   LOS   NOMBRES   DE    CRISTO.  — LIBRO   TERCERO         357 

Salmo  segundo  *,  hablando  de  esta  resurrección  de  su 
Hijo,  como  San  Pablo  lo  declara  2,  le  dice:  «Tú  eres 
mi  Hijo  que  en  este  día  te  engendré».  Porque,  ansí 
como  formó  la  virtud  de  Dios  en  el  vientre  de  la  Vir- 
gen, y  de  su  sangre  sin  mancilla,  el  cuerpo  de  Jesu- 
cristo con  disposición  conveniente  para  que  fuese 
aposento  del  alma;  ni  más  ni  menos  en  el  sepulcro, 
cuando  se  llegó  la  sazón,  al  cuerpo  (á  quien  las  causas 
de  la  muerte  habían  agujereado  y  herido  y  quitado  la 
sangre,  sin  la  cual  no  se  vive,  y  la  muerte  misma  lo 
había  enfriado  y  hecho  morada  inútil  del  alma),  el  mis- 
mo poder  de  Dios,  abrazándolo  y  fomentándolo  en  sí 
lo  tornó  á  calentar,  y  le  regó  con  sangre  las  venas,  y  le 
encendió  la  hornaza  del  corazón  nuevamente,  en  que 
se  tornaron  luego  á  forjar  espíritus  que  se  derramaron 
por  las  arterias  palpitando  y  bulliendo;  y  luego  el  calor 
de  la  fragua  alzó  las  costillas  del  pecho,  que  dieron 
lugar  al  pulmón,  y  el  alma  se  lanzó  luego  en  él  como 
en  conveniente  morada,  más  poderosa  y  más  eficaz 
que  primero.  Porque  dio  licencia  á  su  gloria  que  des- 
cendiese por  toda  ella,  y  que  se  comunicase  á  su  cuer- 
po y  que  la  bañase  del  todo;  con  que  se  apoderó  de  la 
carne  perfectamente,  y  redujo  á  su  voluntad  todas  sus 
obras,  y  le  dio  condiciones  y  cualidades  de  espíritu;  y 
dejándole  perfecto  el  sentir,  la  libró  del  mal  padecer: 
y  á  cada  una  de  las  partes  del  cuerpo  les  conservó 
ella  por  sí,  con  perpetuidad  no  mudable,  el  ser  en  que 
las  halló,  que  es  el  propio  de  cada  una. 

De  manera,  que  sin  mantenimiento  da  substancia  á 
la  carne,  y  tiene  vivo  el  calor  del  corazón  sin  cebarle, 
y  sustenta  los  espíritus  sin  que  se  evaporen  ó  se  con- 
suman del  uso.  Y  así  desarraigó  de  allí  todas  las  raíces 
de  muerte,  y  desterróla  del  todo  y  destruyóla  en  su 
reino,  y  cuando  se  tenia  por  fuerte.  Y  traspasó  su  glo- 
ria por  la  carne,  que,  como  dicho  he,  la  tenía  apurada 
y  sujeta  á  su  fuerza;  y  resplandecióle  el  rostro  y  el 
cuerpo,  y  descargóla  de  su  peso  natural,  y  dióle  alas 

1     Psalm.  ii,  7.  2    Act.,  sur,  33. 


358  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

y  vuelo,  y  renació  el  muerto  más  vivo  que  nunca, 
hecho  vida,  hecho  luz,  hecho  gloria,  y  salió  del  sepul- 
cro, como  quien  sale  del  vientre,  vivo,  y  para  vivir  para 
siempre,  poniendo  espanto  á  la  naturaleza  con  ejem- 
plo no  visto. 

Porque  en  el  nacimiento  segundo  que  hizo  en  la 
carne,  cuando  nació  de  la  Virgen,  aunque,  muchas 
cosas  de  él  fueron  extraordinarias   y  nuevas  en  otras 
se  guardó  en  él  el  orden  común:  que  la  materia  de 
que  se  formó  el  cuerpo  de  Cristo  fué  sangre,  que  es 
la  natural  de  que  se  forman  los  otros;  y  después  de 
formado,  la  Virgen  con  la  sangre  suya  y  con  sus  espí- 
ritus hinchó  de  sangre  las  venas  del  cuerpo  del  Hijo, 
y  las  arterias  de  espíritu,  como  hacen  las  otras  madres; 
y  su  calor  de  ella,  conforme  á  lo  natural,  abrigó  á 
aquel  cuerpo  tiernísimo,  y  se  lanzó  todo  por  él,  y  le 
encendió  fuego  de  vida  en  el  corazón,  con  que  comen- 
zó á  arder  en  su  obra,  como  hace  siempre  la  madre. 
Ella  de  su  substancia  le  alimentó,  según  lo  que  se 
usa,  en  cuanto  le  tuvo  en  su  vientre;  y  él  creció  en 
el  cuerpo  por  todo  aquel  tiempo  por  la  misma  forma 
que  crecen  los  niños.  Y   ansí  como  hubo  en  esta  ge- 
neración mucho  de  lo  natural  y  de  lo  que  se  suele 
hacer,  ansí  lo  que  fué  engendrado  por  ella  salió  con 
muchas  condiciones  de  las  que  tienen  los  que  por  vía 
ordinaria  se  engendran:  que  tuvo  necesidad  de  comer 
para  reparo  de  lo  que  en  él  gastaba  el  calor,  y  obraba 
en  el  mantenimiento  su  cuerpo,  y  le  cocía,  y  le  colo- 
raba, y  le  apuraba  hasta  mudarle  en  sí  mismo;  y  sen- 
tía el   trabajo,  y  conocía  el  hambre,  y  le  cansaba  el 
movimiento  excesivo,  y  podía  ser  herido  y  lastimado 
y  llagado;  y  como  los  nudos  con  que  se  ataba  aquel 
cuerpo  los  había  anudado  la  fuerza  natural  de  su  ma- 
dre, podían  ser  desatados  con  la  muerte,  como  de  he- 
cho lo  fueron. 

Mas  en  este  nacimiento  tercero  todo  fué  extraordi- 
nario y  divino;  que  ninguna  fuerza  natural  pudo  dar 
calor  al  cuerpo  helado  en  la  huesa,  ni  fué  natural  el 
tornar  á  él  la  sangre  vertida,  ni  los  espíritus  que  dis- 


DE    LOS   NOMBRES    DE   CRISTO  .— LIBRO    TERCERO  359 

curren  por  el  cuerpo  y  le  avivan  se  los  pudo  prestar 
ningún  otro  tercero;  el  poder  sólo  de  Dios  y  la  fuerza 
eficaz  de  aquella  dichosa  alma,  dotada  de  gloriosísima 
vida,  encendió  maravillosamente  lo  frío,  é  hincho  lo 
vacío  y  compuso  lo  maltratado,  y  levantó  lo  caído,  y 
ató  lo  desatado  con  nudo  inmortal,  y  dio  abastanza  en 
un  ser  á  lo  mendigo  y  mudable.  Y  como  ella  estaba 
llena  de  la  vida  de  Dios,  y  sujeta  á  El  y  vestida  de  El  y 
arraigada  en  El  con  firmeza,  que  mudar  no  se  puede, 
ansí  hizo  lleno  de  vida  á  su  cuerpo,  le  bañó  todo  de 
alma,  y  le  penetró  enteramente  y  le  puso  debajo  de 
su  mano,  de  tal  manera  que  nadie  se  le  puede  sacar; 
y  le  vistió  finalmente  de  sí,  de  su  gloria,  de  su  res- 
plandor, desde  la  cabeza  á  los  pies,  lo  secreto  y  lo  pú- 
blico, el  pecho  y  la  cara,  que  de  sí  lanzaba  más  cla- 
ros resplandores  que  el  sol.  Por  donde  mucho  antes 
David,  hablando  de  este  hecho,  decía1:  «En  resplan- 
dores de  santidad,  del  vientre  y  de  la  aurora,  el  rocío 
de  tu  nacimiento  contigo».  Que  aunque  ayer  por  la 
mañana  lo  declarasteis,  Marcelo,  y  con  mucha  verdad, 
del  nacimiento  de  Cristo  en  la  carne,  bien  entendéis 
que  con  la  misma  verdad  se  puede  entender  de  este 
nacimiento  también. 

Porque  el  Espíritu-Santo,  que  lo  ve  todo  junto,  jun- 
ta muchas  veces  en  unas  palabras  muchas  y  diferen- 
tes verdades.  Pues  dice  que  nació  Cristo  cuando  resu- 
citó del  vientre  de  la  tierra  en  el  amanecer  de  la  au- 
rora por  su  propia  virtud,  porque  tenía  consigo  el 
rocío  de  su  nacimiento,  con  que  reverdecieron  y  flore- 
cieron sus  huesos.  Y  esto  en  resplandores  de  santidad, 
ó,  como  podemos  también  decir,  en  hermosuras  santí- 
simas, porque  se  juntaron  en  El  entonces  y  enviaron 
sus  rayos  é  hicieron  públicas  sus  hermosuras  tres  res- 
plandores bellísimos:  la  divinidad,  que  es  la  lumbre; 
el  alma  de  Cristo  santa  y  rodeada  de  luz;  el  cuerpo 
también  hermoso  y  como  hecho  de  nuevo,  que  echa- 
ba rayos  de  sí.  Porque  el  resplandor  infinito  de  Dios 

Psalm.  cix,  3. 


360  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

reverberaba  su  hermosura  en  el  alma;  y  el  alma,  con 
este  resplandor  hecha  una  luz.  resplandecía  en  el 
cuerpo  que,  vestido  de  lumbre,  era  corno  una  imagen 
resplandeciente  de  los  resplandores  divinos. 

Y  aún  dice  que  entonces  nació  Cristo  con  resplan- 
dores de  santidad  ó  con  bellezas  santas,  porque  cuando 
ansí  nació  del  sepulcro  no  nació  solo  El,  como  cuando 
nació  de  la  Virgen  en  carne;  sino  nacieron  juntamente 
con  El  y  en  El  las  vidas  y  las  santidades  y  las  glorias 
resplandecientes  de  muchos,  lo  uno  porque  trajo  con- 
sigo á  vida  de  luz  y  á  libertad  de  alegría  las  almas 
santas,  que  sacó  de  las  cárceles;  lo  otro  y  más  princi- 
pal, porque,  como  ayer  de  vos,  Marcelo,  aprendí,  en  el 
misterio  de  la  última  cena,  y  cuando  caminaba  á  la 
cruz,  ayuntó  consigo  por  espiritual  y  estrecha  manera 
á  todos  los  suyos,  y  como  si  dijésemos,  fecundóse  de 
todos  y  cerrólos  á  todos  en  sí  para  que,  en  la  muerte 
que  padecía  en  su  carne  pasible,  muriese  la  carne  de 
ellos  mala  y  pecadora,  y  por  eso  condenada  á  la  muer- 
te; y  para  que  renaciendo  El  glorioso  después,  renacie- 
sen también  ellos  en  El  á  vida  de  justicia  y  de  gloria. 

Por  donde,  por  hermosa  semejanza,  á  propósito  de 
este  nacimiento,  dice  El  de  sí  mismo  J:  «Si  el  grano  de 
trigo  puesto  en  la  tierra  no  muere,  quédase  él;  mas  si 
muere, produce  gran  fruto.»  Porque,  ansí  como  el  grano 
sembrado,  si  atrae  para  sí  el  humor  de  la  tierra,  y  se 
impregna  de  su  jugo  y  se  pudre,  saca  en  sí  á  luz  cuan- 
do nace  mil  granos,  y  sale  ya  no  un  grano  sólo,  sino 
una  espiga  de  granos;  ansí  y  por  la  misma  manera 
Cristo,  metido  muerto  en  la  tierra,  por  virtud  de  la 
muerte  allegó  la  tierra  de  los  hombres  á  sí;  y  apurán- 
dola en  sí  y  vistiéndola  de  sus  cualidades,  salió  resuci- 
tando á  la  luz,  hecho  espiga,  y  no  grano. 

Ansí  que,  no  nació  un  rayo  sólo  la  mañana  que 
amaneció  del  sepulcro  este  Sol;  mas  nacieron  en  él  una 
muchedumbre  de  rayos  y  un  amontonamiento  de  res- 
plandores santísimos,  y  la  vida  y  la  luz  y  la  reparación 

1    Joan.,  xii,  24 


DE    LOS    NOMBRES    DE    CRISTO.  — LIBRO    TERCERO         361 

de  todas  las  cosas,  á  las  cuales  todas  abrazó  consigo 
muriendo,  para  sacarlas  resucitando  todas  vivas  en  sí. 
Por  donde  aquel  día  fué  de  común  alegría,  porque  fué 
día  de  nacimiento  común.  El  cual  nacimiento  hace 
ventaja  al  primero  que  Cristo  hizo  en  la  carne,  no  so- 
lamente en  que,  como  decimos,  en  aquél  nació  pasi- 
ble y  en  éste  para  más  no  morir;  y  no  solamente  en 
que  lo  que  se  hizo  en  este  fué  todo  extraordinario  y 
maravilloso,  y  hecho  por  solas  las  manos  de  Dios,  y  en 
aquel  tuvo  la  naturaleza  su  parte;  y  no  solamente  en 
que  fué  nacimiento,  no  de  uno  sólo,  como  el  primero, 
sino  de  muchos  en  uno;  mas  también  le  hace  ventaja 
en  que  fué  nacimiento  después  de  muerte,  y  gloria 
después  de  trabajos,  y  bonanza  después  de  tormenta 
gravísima.  Que  á  todas  las  cosas  la  vecindad  y  el  cote- 
jo de  su  contrario  las  descubre  más,  y  las  hace  salir. 
Y  la  buena  suerte  es  mayor  cuando  viene  después  de 
alguna  desventura  muy  grande. 

Y  no  solamente  es  más  agradable  este  nacimiento 
porque  sucede  á  la  muerte,  sino  en  realidad  de  verdad 
la  muerte  que  le  precede  le  hace  subir  en  quilates; 
porque  en  ella  se  plantaron  las  raíces  de  esta  dichosa 
gloria,  que  fueron  el  padecer  y  el  morir.  Que  porque 
cayó  se  levantó,  y  porque  descendió  torna  á  subir  en 
alto,  y  porque  bebió  del  arroyo  alzó  la  cabeza,  y  por- 
que obedeció  hasta  la  muerte  vivió  para  enseñorearse 
del  cielo.  Y  ansí,  cuanto  fueron  mayores  los  funda- 
mentos y  más  firmes  las  raíces,  tanto  hemos  de  enten- 
der que  es  mayor  lo  que  de  estas  raíces  nace.  Y  á  la 
medida  de  aquellos  tantos  dolores,  de  aquel  desprecio 
no  visto,  de  aquellas  invenciones  de  penas,  de  aquel 
desamparo,  de  aquel  escarnio,  de  aquella  fiera  agonía 
entendamos  que  la  vida  á  que  Cristo  nació  por  ello,  es 
por  todo  extremo  altísima  y  felicísima  vida. 

Mas  ¡cuan  no  comprensibles  son  las  maravillas  de 
Dios!  El  que  nació  resucitando  tan  claro,  tan  glorioso, 
tan  grande,  y  el  que  vive  para  siempre  dichoso  en  res- 
plandores y  en  luz,  halló  manera  para  tornar  á  nacer 
cada  día   encubierto  y  disimulado  en  las  manos  del 


362  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

sacerdote  en  la  Hostia,  como  saboreándose  en  nacer 
este  solo  Hijo,  este  propiamente  Hijo,  este  Hijo  que 
tantas  veces  y  por  tantas  maneras  es  Hijo.  Porque 
el  estar  Cristo  en  su  Sacramento,  y  el  comenzar  á  ser 
cuerpo  suyo  lo  que  antes  era  pan,  y  sin  dejar  el  cie- 
lo y  sin  mudar  su  lugar,  comenzar  de  nuevo  á  ser  allí 
adonde  antes  no  era,  convirtiendo  toda  la  substancia 
del  pan  en  su  santísima  carne,  mostrándose  la  carne 
como  si  fuese  pan,  vestida  de  sus  accidentes,  es  como 
un  nacer  allí  en  cierta  manera. 

Ansí  que,  parece  que  Cristo  nace  allí;  porque  comien- 
za á  ser  de  nuevo  allí,  cuando  el  sacerdote  consagra.  Y 
parece  que  la  Hostia  es  como  el  vientre  adonde  se  ce- 
lebra este  nacimiento,  y  que  las  palabras  son  como  la 
virtud  que  allí  le  pone,  y  que  es  como  la  substancia 
toda  la  materia  y  toda  la  forma  del  pan  que  en  El  se 
convierte.  Y  es  señal  y  prueba  de  que  este  nacimiento 
lo  es  en  la  forma  que  digo,  el  llamar  á  Cristo  Hijo  la  sa- 
grada Escritura  en  este  mismo  caso  y  artículo.  Porque 
bien  sabéis  que  en  el  Salmo  setenta  y  dos  leemos  ansí ': 
«Y  habrá  firmeza  en  la  tierra,  en  las  cumbres  de  los 
collados».  Adonde  la  palabra  firmeza,  según  la  ver- 
dad, significa  el  trigo.  Que  la  Escritura  lo  suele  llamar 
firmeza,  porque  da  firmeza  al  corazón,  como  David  en 
otro  Salmo  lo  dice  2.  Y  bien  sabéis  que  muchos  de  los 
nuestros,  y  aun  algunos  de  los  que  nacieron  antes  que 
viniese  Cristo,   entienden  este  paso  de  este  sagrado 
pan  del  altar. 

Y  bien  sabéis  que  las  palabras  originales,  por  quien 
nosotros  leemos  firmeza,  son  éstas:  pisath-bar,  que 
quieren  puntualmente  decir  partecilla  ó  puñado  de 
trigo  escogido;  y  que  bar,  como  significa  trigo  escogi- 
do y  mondado,  también  significa  hijo.  Y  ansí  dice  el 
Profeta  que  en  el  reino  del  Mesías,  y  cuando  florecie- 
re su  ley,  entre  muchas  cosas  singulares  y  excelentes, 
habrá  también  un  puñado  ó  una  partecilla  de  trigo  y 
de  hijo;  esto  es,  que  será  el  hijo  lo  que  parecerá  un 


1    Según  el  hebreo,  es  el  Salmo  lxii,  v.  16.      2  Psalm.  cui,  15. 


DE    LOS   NOMBRES   DE    CRISTO.— LIBRO   TERCERO  363 

limpio  y  pequeño  trigo,  porque  saldrá  á  luz  en  figura 
de  él,  y  le  veremos  ansí  hecho  y  amoldado  como  si 
fuese  un  panecito  pequeño. 

Y  no  solamente  este  consagrarse  Cristo  en  el  pan 
es  un  cierto  nacer;  mas  es  como  una  suma  de  sus  na- 
cimientos los  otros  en  que  hace  retrato  de  ellos,  y  los 
dibuja  y  los  pinta.  Porque,  ansí  como  en  la  Divinidad 
nace  como  palabra,  que  la  dice  el  entendimiento  divi- 
no, ansí  aquí  se  consagra  y  comienza  á  ser  de  nuevo  en 
la  Hostia  por  virtud  de  la  palabra  que  el  sacerdote 
pronuncia.  Y  como  en  la  resurrección  nació  del  sepul- 
cro con  su  carne  verdadera,  pero  hecha  á  las  condi- 
ciones del  alma  y  vestida  de  sus  maneras  y  gloria,  ansí 
consagrado  en  la  Hostia  está  la  verdad  de  su  cuerpo 
en  realidad  de  verdad;  mas  está  como  si  fuera  espíritu, 
todo  en  la  Hostia  toda,  y  en  cada  parte  de  ella  todo 
también. 

Y  como  cuando  nació  déla  Virgen  salió  bienaventu- 
rado en  la  más  alta  parte  del  alma,  y  pasible  en  el 
cuerpo,  y  sujeto  á  dolores  y  muerte;  y  en  lo  secreto 
era  la  verdadera  riqueza,  y  en  la  apariencia  y  en  lo 
que  de  fuera  se  veía  era  un  pobre  y  humilde;  ansí 
aquí  por  de  fuera  parece  un  pequeño  pan  despreciado, 
y  en  lo  escondido  es  todos  los  tesoros  del  cielo.  Según 
lo  que  parece  puede  ser  partido  y  quebrado  y  comido; 
mas  según  lo  que  encubre,  no  puede  ni  el  mal  ni  el 
dolor  llegar  á  El. 

Y  como  cuando  nació  de  Dios  se  forjaron  en  El, 
como  en  sus  ideas,  las  criaturas  en  la  manera  que  he 
dicho,  y  cuando  nació  en  la  carne  la  recibió  para  lim- 
piar y  librar  la  del  hombre,  y  cuando  nació  del  sepulcro 
nos  sacó  á  la  vida  á  todos  juntamente  consigo,  y  en 
todos  sus  nacimientos  siempre  hubo  algún  respeto  á 
nuestro  bien  y  provecho;  ansí  en  este  de  la  consagra- 
ción de  su  cuerpo  tuvo  respeto  al  mismo  bien.  Porque 
puso  en  él,  no  solamente  su  cuerpo  verdadero,  sino 
también  el  místico  de  sus  miembros;  y  como  en  los 
demás  nacimientos  suyos  nos  ayuntó  siempre  á  sí 
mismo,  también   en  este  quiso  contenernos  en  sí;  y 


361  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

quiso  que  encerrados  en  El,  y  pasando  á  nuestras  en- 
trañas su  carne,  nos  comunicásemos  unos  con  otros, 
para  que  por  El  viniésemos  todos  á  ser,  por  unión  de 
espíritu,  un  cuerpo  y  un  alma. 

Por  lo  cual  el  pan  caliente,  que  estaba  de  continuo 
en  el  templo  y  delante  del  arca  de  Dios,  que  tuvo  figu- 
ra de  este  pan  divinísimo,  le  llama  pan  de  faces  la  sa- 
grada Escritura;  para  enseñar  que  este  pan  verdadero,  á 
quien  aquella  imagen  miraba,  tiene  faces  innumera- 
bles, quiero  decir,  que  contiene  en  sí  á  sus  miembros; 
y  que,  como  en  la  Divinidad  abraza  en  sí  por  eminente 
manera  todas  las  criaturas,  ansí  en  la  humanidad  y  en 
este  Sacramento  santísimo,  donde  se  encierra,  encierra 
consigo  á  los  suyos.  Y  ansí,  hizo  en  este  lo  que  en  los 
demás  nacimientos  hizo,  que  fué  nuestro  bien,  que 
consiste  en  andar  siempre  juntos  con  El;  ó  por  decir  lo 
que  parece  más  propio,  trajo  á  efecto  y  puso  como  en 
ejecución  lo  que  se  pretendía  en  los  otros. 

Porque  aquí  hecho  mantenimiento  nuestro,  y  pasán- 
dose en  realidad  de  verdad  dentro  de  nuestras  entrañas, 
y  juntando  con  nuestra  carne  la  suya,  si  la  halla  dis- 
puesta mantiene  el  alma  y  purifica  la  carne,  y  apaga  el 
fuego  vicioso,  y  pone  á  cuchillo  nuestra  vejez,  y  arran- 
ca de  raíces  el  mal,  y  nos  comunica  su  ser  y  su  vida;  y 
comiéndole  nosotros,  nos  come  El  á  nosotros  y  nos 
viste  de  sus  cualidades;  y,  finalmente,  casi  nos  con- 
vierte en  sí  mismo.  Y  trae  aquí  á  fruto  y  á  espiga  lo 
que  sembró  en  los  demás  nacimientos  primeros.  Y 
como  dice  en  el  salmo  David  l:  «Hizo  memorial  de  sus 
maravillas  el  Señor  misericordioso  y  piadoso:  dio  á  los 
que  le  temen  manjar». 

Porque  en  este  manjar,  que  lo  es  propiamente  para 
los  que  le  temen,  recapituló  todas  sus  grandezas  pa- 
sadas, que  en  El  hizo  ejemplo  clarísimo  de  su  in- 
finito poder,  ejemplo  de  su  saber  infinito  y  de  su  mi- 
sericordia y  de  su  amor  con  los  hombres;  ejemplo  ja- 
más oído  ni  visto,  que  no  contento  ni  de  haber  nacido 

1    Psalm.  ex,  4  y  5. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO    TERCERO  365 

hombre  por  ellos,  ni  de  haber  muerto  por  ponerlos  en 
vida,  ni  de  haber  renacido  para  subirlos  á  la  gloria,  ni 
de  estar  juntos  siempre  y  á  la  diestra  del  Padre  para 
su  defensa  y  amparo,  para  su  regalo  y  consuelo,  y  para 
que  le  tengan  siempre  no  solamente  presente,  sino  le 
puedan  abrazar  consigo  mismos,  y  ponerlo  en  su  pecho 
y  encerrarlo  dentro  de  su  corazón,  y  como  chuparle 
sus  bienes  y  atraerlos  á  sí,  se  les  presenta  en  manjar 
y,  como  si  dijésemos,  les  nace  en  figura  de  trigo  para 
que  ansí  le  coman  y  traguen  y  traspasen  á  sus  entra- 
ñas, adonde  encerrado  y  ceñido  con  el  calor  del  espí- 
ritu, fructifique  y  nazca  en  ellos  en  otra  manera,  que 
será  ya  la  quinta  y  la  última  de  las  que  prometimos 
decir,  y  de  que  será  justo  que  ya  digamos  si,  Sabino, 
os  parece. 

Y  calló. 

Y  Sabino  dijo  sonriéndose: 

— Huelgo,  Juliano,  que  me  conozcáis  por  mayor.  V 
bien  decía  yo  que  urdíais  grande  tela,  porque  sin  duda 
habéis  dicho  grandes  cosas  hasta  agora,  sin  lo  que  os 
resta,  que  no  debe  ser  menos;  aunque  en  ello  tengo 
una  duda  aun  antes  que  lo  digáis. 

— ¿Qué?  respondió  Juliano;  ¿no  entendéis  que  nace 
en  nosotros  Cristo  cuando  Dios  santifica  nuestra  alma? 

— Bien  entiendo,  dijo  Sabino,  que  San  Pablo  dice  á 
los  Gálatas  ':  «Hijuelos  míos,  que  os  torno  á  parir 
hasta  que  se  forme  Cristo  en  vosotros»;  que  es  decir 
que,  ansí  como  el  alma,  que  era  antes  pecadora,  se 
convierte  al  bien  y  se  va  desnudando  de  su  malicia, 
ansí  Cristo  se  va  formando  en  ella  y  naciendo.  Y  de  los 
que  le  aman  y  cumplen  su  voluntad,  dice  Cristo  que 
son  su  Padre  y  su  Madre.  Pero,  como  cuando  el  ánima 
que  era  mala  se  santifica,  se  dice  que  nace  en  ella  Je- 
sucristo, ansí  también  se  dice  que  ella  nace  en  El;  por 
manera  que  es  lo  mismo,  á  lo  que  parece,  nacer  nos- 
otros en  Cristo  y  nacer  Cristo  en  nosotros,  pues  la  raaón 
porque  se  dice  es  la  misma.  Y  de  nuestro  nacimiento 

1     Galat.,  iv,  19. 


366  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

en  Jesucristo,  ayer  dijo  Marcelo  lo  que  se  puede  decir; 
y  ansí  no  parece,  Juliano,  que  tenéis  más  que  decir 
en  ello.  Y  esta  es  mi  duda. 

Juliano  entonces  dijo: 

— En  eso  que  dudáis,  Sabino,  habéis  dado  principio  á 
mi  razón:  porque  es  verdad  que  esos  nacimientos  andan 
juntos,  y  que  siempre  que  nacemos  nosotros  en  Dios, 
nace  Cristo  en  nosotros;  y  que  la  santidad  y  la  justicia, 
y  la  renovación  de  nuestra  alma  es  el  medio  de  ambos 
nacimientos.  Mas  aunque  por  andar  juntos  parecen 
uno,  todavía  el  entendimiento  atento  y  agudo  los  di- 
vide, y  conoce  que  tienen  diferentes  razones. 

Porque  el  nacer  nosotros  en  Cristo  es  propiamen- 
te (quitada  la  mancha  de  culpa  con  que  nuestra  alma 
se  figuraba  como  demonio)  recibir  la  gracia  y  la  jus- 
ticia que  eria  Dios  en  nosotros,  que  es  como  una  ima- 
gen de  Cristo,  y  con  que  nos  figuramos  de  su  manera. 
Mas  nacer  Cristo  en  nosotros  es  no  solamente  venir  el 
don  de  la  gracia  á  nuestra  alma,  sino  el  mismo  espíri- 
tu de  Cristo  venir  á  ella  y  juntarse  con  ella,  y,  como 
si  fuese  alma  del  alma,  derramarse  por  ella;  y  de- 
rramado y  como  embebido  en  ella,  apoderarse  de  sus 
potencias  y  fuerzas,  no  de  paso  ni  de  corrida  ni  por  un 
tiempo  breve,  como  acontece  en  los  resplandores  de 
la  contemplación  y  en  los  arrobamientos  del  espíritu; 
sino  de  asiento  y  con  sosiego  estable,  y  como  se  re- 
posa el  alma  en  el  cuerpo.  Que  El  mismo  lo  dice 
ansí  l:  «-El  que  me  amare  será  amado  de  mi  Padre, 
y  vendremos  á  él  y  haremos  asiento  en  él». 

Ansí  que,  nacer  nosotros  en  Cristo  es  recibir  su  gra- 
cia y  figurarnos  de  ella;  mas  nacer  en  nosotros  El,  es 
venir  El  por  su  espíritu  á  vivir  en  nuestras  almas  y 
cuerpos.  Venir,  digo,  á  vivir,  y  no  sólo  á  hacer  deleite 
y  regalo.  Por  lo  cual,  aunque  ayer  Marcelo  dijo  de 
cómo  nacemos  nosotros  en  Dios,  queda  lugar  para  de- 
cir hoy  del  nacimiento  de  Cristo  en  nosotros.  Del  cual, 
pues  hemos  ya  dicho  que  se  diferencia  y  cómo  se  di- 

1    Joan.,  xiv,  23. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO    TERCERO  367 

ferencia  del  nuestro,  y  que  propiamente  consiste  en 
que  comience  á  vivir  el  espíritu  de  Cristo  en  el  alma, 
para  que  se  entienda  esto  mismo  mejor,  digamos  lo 
primero  cuan  diferentemente  vive  en  ella  cuando  se 
le  muestra  en  la  oración;  y  después  diremos  cuándo  y 
cómo  comienza  Cristo  á  nacer  en  nosotros,  y  la  fuerza 
de  este  nacer  y  vivir  en  nosotros,  y  los  grados  y  cre- 
cimiento que  tiene. 

Porque,  cuanto  á  lo  primero,  entre  esta  venida  y 
ayuntamiento  del  espíritu  de  Cristo  á  nosotros,  que 
llamamos  nacimiento  suyo,  y  entre  las  venidas  que 
hace  al  alma  del  justo,  y  las  demostraciones  que  en  el 
negocio  de  la  oración  le  hace  de  sí,  de  las  diferencias 
que  hay,  la  principal  es,  que  en  esto  que  llamamos 
nacer,  el  espíritu  de  Cristo  se  ayunta  con  la  esencia 
del  alma,  y  comienza  á  ejecutar  su  virtud  en  ella,  abra-  ■ 
zándose  con  ella  sin  que  ella  lo  sienta  ni  entienda.  Y 
reposa  allí  como  metido  en  el  centro  de  ella,  como 
dice  Isaías  3:  «Regocíjate  y  alaba,  hija  de  Sión,  porque 
el  Señor  de  Israel  está  en  medio  de  ti».  Y  reposando 
allí,  como  desde  el  medio,  derrama  los  rayos  de  su 
virtud  por  toda  ella,  y  la  mueve  secretamente;  y  con 
su  movimiento  de  El  y  con  la  obediencia  del  alma  á 
lo  que  es  de  El  movida,  se  hace  por  momentos  mayor 
lugar  en  ella,  y  más  ancho  y  más  dispuesto  aposento. 

Mas  en  las  luces  de  la  oración  y  en  sus  gustos,  todo 
su  trato  de  Cristo  es  con  las  potencias  del  alma,  con 
el  entendimiento,  con  la  voluntad  y  memoria;  de  las 
cuales,  á  las  veces,  pasa  á  los  sentidos  del  cuerpo  y  se 
les  comunica  por  diversas  y  admirables  maneras,  en  la 
forma  que  les  son  posibles  estos  sentimientos  á  un 
cuerpo.  Y  de  la  copia  de  dulzores  que  el  alma  siente 
y  de  que  está  colmada,  pasan  al  compañero  las  sobras. 
Por  donde  esas  luces  ó  gustos,  ó  este  ayuntamiento 
gustoso  del  alma  con  Cristo  en  la  oración  tiene  condi- 
ción de  relámpago;  digo  que  luce  y  se  pasa  en  breve. 
Porque  nuestras  potencias  y  sentidos,  en  cuanto  esta 

1     Isai.,  xii,  6. 


368  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

vida  mortal  dura,  tienen  precisa  necesidad  de  divertirse 
á  otras  contemplaciones  y  cuidados,  sin  los  cuales  ni 
se  vive  ni  se  puede  ni  debe  vivir. 

Y  júntase  también  con  esta  diferencia  otra  diferen- 
cia: que  en  el  ayuntamiento  del  espíritu  de  Cristo  con 
el  nuestro,  que  llamamos  nacimiento  de  Cristo,  el  es- 
píritu de  Cristo  tiene  vez  de  alma  respecto  de  la  nues- 
tra, y  hace  en  ella  obra  de  alma,  moviéndola  á  obrar 
como  debe  en  todo  lo  que  se  ofrece,  y  pone  en  ella 
ímpetu  para  que  se  menee;  y  ansí  obra  El  en  ella  y  la 
mueve,  que  ella  ayudada  de  El  obra  con  El  juntamen- 
te. Mas  en  la  presencia  que  de  sí  hace  en  la  oración  á 
los  buenos  por  medio  de  deleite  y  de  luz,  por  la  ma- 
yor parte  el  alma  y  sus  potencias  reposan,  y  El  sólo 
obra  en  ellas  por  secreta  manera  un  reposo  y  un  bien 
'que  decir  no  se  puede. 

Y  ansí,  aquel  primer  ayuntamiento  es  de  vida, 
más  este  segundo  es  de  deleite  y  regalo;  aquél  es  el 
ser  y  el  vivir,  éste  es  lo  que  hace  dulce  el  vivir;  allí 
recibe  vivienda  y  estilo  de  Dios  el  alma,  aquí  gusta 
algo  de  su  bienandanza;  y  ansí,  aquello  se  da  con 
asiento  y  para  que  dure,  porque  si  falta  no  se  vive; 
más  esto  se  da  de  paso  y  á  la  ligera,  porque  es  más 
gustoso  que  necesario,  y  porque  en  esta  vida,  que  se 
nos  da  para  obrar  este  deleite  en  cuanto  dura,  quita 
el  obrar  y  le  muda  en  gozar.  Y  sea  esto  lo  uno,  y 
cuanto  á  lo  segundo  que  decía,  digo  de  esta  manera: 

Cristo  nace  en  nosotros  cuando  quiera  que  nuestra 
alma,  volviendo  los  ojos  á  la  consideración  de  su  vi- 
da, y  viendo  las  fealdades  de  sus  desconciertos,  y  abo- 
rreciéndolos, y  considerando  el  enojo  merecido  de 
Dios,  y  doliéndose  de  él,  ansiosa  por  aplacarle,  se  con- 
vierte con  fe,  con  amor,  con  dolor  la  á  misericordia  de 
Dios  y  al  rescate  de  Cristo.  Ansí  que  Cristo  nace  en 
nosotros  entonces.  Y  dícese  que  nace  en  nosotros,  por- 
que entonces  entra  en  nuestra  alma  su  mismo  espíritu, 
que,  en  entrando,  se  entraña  en  ella,  y  produce  luego 
en  ella  su  gracia,  que  es  como  un  resplandor  y  como 
un  rayo  que  resulta  de  su  presencia,  y  que  se  asienta 


DE   LOS   NOMBRES   DE  CRISTO.— LIBRO   TERCERO  369 

en  el  alma  y  la  hace  hermosa.  Y  ansí  comienza  á  tener 
vida  allí  Cristo;  esto  es,  comienza  á  obrar  en  el  alma  y 
por  el  alma  lo  que  es  justo  que  obre  Cristo;  porque  lo 
más  cierto  y  lo  más  propio  de  la  vida  es  la  obra. 

Y  de  esta  manera  El  que  es  en  sí  siempre,  y  El  que 
vive  en  el  seno  del  Padre  antes  de  todos  los  siglos, 
comienza  como  digo  y  cuando  digo  á  vivir  en  nosotros; 
y  El  que  nació  de  Dios  perfecto  y  cabal,  comienza  á 
ser  en  nosotros  como  niño.  No  porque  en  sí  lo  sea,  ó 
porque  en  su  espíritu,  que  está  hecho  alma  del  nues- 
tro, haya  en  realidad  de  verdad  alguna  disminución  ó 
menoscabo,  porque  el  mismo  que  es  en  sí,  ese  mismo 
es  el  que  en  nosotros  nace  tal  y  tan  grande;  sino  por- 
que en  lo  que  hace  en  nosotros  se  mide  con  nuestro 
sujeto,  y  aunque  está  en  el  alma  todo  El,  no  obra  en 
ella  luego  que  entra  en  ella  todo  lo  que  vale  y  puede, 
sino  obra  conforme  á  como  se  le  rinde  y  se  desnuda 
de  su  propiedad,  para  el  cual  rendimiento  y  desnudez 
El  mismo  la  ayuda;  y  ansí,  decimos  que  nace  enton- 
ces como  niño. 

Mas  cuanto  el  alma,  movida  y  guiada  de  El,  se  le 
rinde  más  y  se  desnuda  más  de  lo  que  tiene  por  suyo, 
tanto  crece  en  ella  más  cada  día;  esto  es,  tanto  va 
ejecutando  más  en  ella  su  eficacia  y  descubriéndose 
más  y  haciéndose  más  robusto,  hasta  que  llega  en 
nosotros,  como  dice  San  Pablo  *,  «á  edad  de  perfecto 
varón,  á  la  medida  de  la  grandeza  de  Cristo»;  esto  es, 
hasta  que  llega  Cristo  á  ser  en  lo  que  es,  y  hace  en 
nosotros  y  con  nosotros,  perfecto,  cual  lo  es  en  sí 
mismo. 

Perfecto,  digo,  cual  es  en  sí,  no  en  igualdad  preci- 
sa, sino  en  manera  semejante.  Quiero  decir  que  el 
vivir  y  el  obrar  que  tiene  en  nuestra  alma  Cristo,  cuan- 
do llega  á  ser  en  ella  varón  perfecto,  no  es  igual  en 
grandeza  al  vivir  y  al  obrar  que  tiene  en  sí,  pero  es 
del  mismo  metal  y  linaje.  Y  ansí,  aunque  reposa  en 
nuestra  alma  todo  el  espíritu  de  Cristo  desde  el  pri- 


1    Ephes.,  iv,  13. 

24 


370  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

mer  punto  que  nace  en  ella,  no  por  eso  obra  luego  en- 
ella  todo  lo  que  es  y  lo  que  puede;  sino  primero  como 
niño,  y  luego  como  más  crecido,  y  después  como  va- 
liente y  perfecto.  Y  de  la  manera  que  nuestra  alma  en 
el  cuerpo,  desde  luego  que  nace  en  él,  nace  toda,  mas 
no  hace  luego  que  en  él  nace  prueba  de  sí  totalmente, 
ni  ejercita  luego  toda  su  eficacia  y  su  vida,  sino  después 
y  sucesivamente,  ansí  como  se  van  enjugando  con  el 
calor  los  órganos  con  que  obra,  y  tomando  firmeza 
hábil  para  servir  al  obrar;  ansí  es  lo  que  decimos  de 
Cristo,  que  aunque  pone  en  nosotros  todo  su  espíritu 
cuando  nace,  no  ejercita  luego  en  nosotros  toda  su 
vida,  sino  conforme  á  como,  movidos  de  El,  le  segui- 
mos y  nos  apuramos  de  nosotros  mismos,  ansí  El  va  en 
su  vivir  continuamente  subiendo.  Y  como  cuando  co- 
mienza á  vivir  en  nuestra  alma  se  dice  que  nace  en 
ella,  ansí  se  dice  que  crece  cuando  vive  más;  y  cuando 
llega  á  vivir  allí  al  estilo  que  vive  en  sí,  entonces  es 
lo  perfecto. 

De  suerte  que,  según  esto,  tiene  tres  grados  este  na- 
cimiento y  crecimiento  de  Cristo  en  nosotros.  El  pri- 
mero de  niño,  en  que  comprendemos  la  niñez  y  la 
mocedad,  lo  principiante  y  lo  aprovechante  que  decir 
solemos;  el  segundo  de  más  perfecto;  el  último  de  per- 
fecto del  todo.  En  el  primero  nace  y  vive  en  la  más 
alta  parte  del  alma;  en  el  segundo  en  aquella  y  en  la 
que  llamamos  parte  inferior;  en  el  tercero  en  esto  y 
en  todo  el  cuerpo  del  todo.  Al  primero  podemos  lla- 
mar estado  de  ley,  por  las  razones  que  diremos  luego; 
el  segundo  es  estado  de  gracia;  y  el  tercero  y  último, 
estado  de  gloria. 

Y  digamos  de  cada  uno  por  sí,  presuponiendo  pri- 
mero que  en  nuestra  alma,  como  sabéis,  hay  dos  par- 
tes: una  divina,  que  de  su  hechura  y  metal  mira  al 
cielo  y  apetece  cuanto  de  suyo  es  (si  no  la  estorban  ú 
oscurecen  ó  llevan)  lo  que  es  razón  y  justicia;  inmortal 
de  su  naturaleza,  y  muy  hábil  para  estar  sin  mudarse 
en  la  contemplación  y  en  el  amor  de  las  cosas  eter- 
nas. Otra  de  menos  quilates,  que  mira  á  la  tierra  y 


DE   LOS   NOMBRES  DE  CRISTO.  — LIBRO   TERCERO         371 

que  se  comunica  con  el  cuerpo,  con  quien  tiene  deudo 
y  amistad,  sujeta  á  las  pasiones  y  mudanzas  de  él. 
que  la  turban  y  alteran  con  diversas  olas  de  afectos: 
que  teme,  que  se  acongoja,  que  codicia,  que  llora,  que 
se  engríe  y  ufana,  y  que,  finalmente,  por  el  parentesco 
que  con  la  carne  tiene,  no  puede  hacer  sin  su  compa- 
ñía estas  obras. 

Estas  dos  partes  son  como  hermanas  nacidas  de  un 
vientre,  en  una  naturaleza  misma,  y  son  de  ordinario 
entre  sí  contrarias,  y  riñen  y-se  hacen  guerra.  Y  sien- 
do la  ley  que  esta  segunda  se  gobierne  siempre  por  la 
primera,  á  las  veces,  como  rebelde  y  furiosa,  toma  las 
riendas  ella  del  gobierno  y  hace  fuerza  á  la  mejor,  lo 
cual  es  vicioso,  ansí  como  le  es  natural  el  deleite  y  el 
alegrarse,  y  el  sentir  en  sí  los  demás  afectos  que  la 
parte  mayor  le  ordenare;  y  son  propiamente  la  una 
como  el  cie'o,  y  la  otra  como  la  tierra,  y  como  un 
Jacob  y  un  Esaú  concebidos  juntos  en  un  vientre,  que 
entre  sí  pelean,  como  diremos  más  largamente  después. 

Esto  ansí  dicho,  decimos  agora  que  cuando  el  alma 
aborrece  su  maldad,  y  Cristo  comienza  á  nacer  en 
ella,  pone  su  espíritu,  como  decíamos,  en  el  medio 
y  en  el  centro,  que  es  en  la  substancia  del  alma,  y 
prende  luego  su  virtud  en  la  primera  parte  de  ella, 
la  parte  que  de  estas  dos  que  decíamos  es  la  más  alta 
y  la  mejor.  Y  vive  Cristo  allí  en  el  primer  estado  de 
este  nacimiento,  ejercitando  en  aquella  parte  su  vida, 
esto  es,  alumbrándola,  y  enderezándola,  y  renován- 
dola, y  componiéndola,  y  dándole  salud  y  fuerzas  para 
que  con  valor  ejercite  su  oficio.  Mas  á  la  otra  parte 
menor,  en  este  primer  estado,  el  espíritu  de  Cristo 
que  en  lo  alto  del  alma  vive,  no  le  desarraiga  sus 
bríos,  porque  aún  no  vive  en  esta  parte  baja;  mas 
aunque  no  viva  en  ella  como  señor  pacífico,  dale  ayo 
y  maestro  que  gobierne  aquella  niñez,  y  el  ayo  es  la 
parte  mayor  en  que  él  ya  vive;  ó  él  mismo,  según  que 
vive  en  ella,  es  el  ayo  de  esta  parte  menor,  que  desde 
su  lugar  alto  le  da  leyes  por  donde  viva,  y  le  hace 
que  se  conozca,  y  le  va  á  la  mano  si  se  mueve  con- 


372  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

tra  lo  que  se  le  manda,  y  la  riñe,  y  la  aflige  con  ame- 
nazas y  miedos;  de  donde  resulta  contradicción  y 
agonía,  y  servidumbre  y  trabajo. 

Y  Cristo,  que  vive  en  nosotros  y  desde  el  lugar 
donde  vive,  en  este  artículo  se  há  con  esta  menor  parte 
como  Moisés,  que  le  da  ley,  y  la  amonesta  y  la  riñe, 
y  la  amenaza  y  la  enfrena;  mas  aún  no  la  libra  de  su 
flaqueza  ni  la  sana  de  sus  malos  movimientos,  por 
donde  á  este  grado  ó  estado  le  llamamos  de  ley.  En 
que,  como  Moisés  en  el  tiempo  pasado  gozaba  del 
habla  de  Dios,  y  en  la  cumbre  del  monte  conversaba 
con  El,  y  recibía  su  gracia,  y  era  alumbrado  de  su  lum- 
bre, y  descendía  después  al  pueblo  carnal  é  inquieto 
y  sujeto  á  diferentes  deseos,  y  que  estaba  á  la  falda 
de  la  sierra,  adonde  no  veía  sino  el  temblor  y  las 
nubes,  y  descendiendo  á  él  le  ponía  leyes  de  parte 
de  Dios,  y  le  avisaba  que  pusiese  á  sus  deseos  freno, 
y  él  se  los  enfrenaba  cuanto  podía  con  temores  y 
penas;  ansí  la  parte  más  alta  nuestra,  luego  al  prin- 
cipio que  Cristo  en  ella  nace,  santificada  por  El  y 
viviendo  por  su  espíritu,  como  subida  en  el  monte 
con  Dios,  al  pueblo  que  está  en  la  falda,  esto  es,  á  la 
parte  inferior,  que,  por  los  muchos  movimientos  de 
apetitos  y  pasiones  diferentes  que  bullen  en  ella,  es 
una  muchedumbre  de  pueblo  bullicioso  y  carnal  é 
inclinado  á  hacer  lo  peor,  le  escribe  leyes  y  le  enseña 
lo  que  le  conviene  hacer  ó  huir,  y  le  gobierna  las 
riendas,  á  veces  alargándolas,  y  á  veces  recogiéndolas 
hacia  sí,  y  finalmente  la  hinche  de  temor  y  de  ame- 
nazas. 

Y  como  contra  Moisés  se  rebeló  por  diferentes  ve- 
ces el  pueblo,  y  como  siempre  con  dificultad  puso  al 
yugo  su  mal  domada  cerviz,  de  donde  nacieron  con- 
tradicciones en  ellos,  y  alborotos  y  ejemplos  de  seña- 
lados castigos;  ansí  esta  parte  baja,  en  el  estado  que 
digo,  oye  mal  muchas  veces  las  amonestaciones  de  su 
hermana  mayor,  en  que  ya  Cristo  vive,  y  luchan  las 
dos  á  veces,  y  despiertan  entre  sí  crueles  peleas.  Mas 
como  Moisés,  para  llevar  aquella  gente  al  asiento  de  su 


DE   LOS  NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   TERCERO         373 

descanso,  les  persuadió  primero  que  saliesen  de  Egipto, 
y  los  metió  en  la  soledad  del  desierto,  y  los  guió  ha- 
ciendo vueltas  por  él  por  largo  espacio  de  tiempo,  y 
con  quitarles  el  regalo  y  el  amparo  de  los  hombres,  y 
darles  el  amparo  de  Dios,  en  la  nube,  en  la  columna 
de  fuego,  en  el  maná  que  les  llovían  los  cielos  y  en  el 
agua  que  les  manaba  la  piedra,  los  iba  levantando  ha- 
cia Dios,  hasta  que  al  fin  pasaron  con  Josué,  su  capi- 
tán, el  Jordán  y  limpiaron  de  enemigos  la  tierra,  y  re- 
posaron en  ella  hasta  que  vino  últimamente  Cristo  á 
nacer  en  su  carne;  ansí  su  espíritu,  que  ha  nacido  ya 
en  lo  que  es  principal  en  el  alma,  para  reducir  á  su 
obediencia  la  parte  que  resta,  que  tiene  las  condicio- 
nes y  flaquezas  y  carnalidades  que  he  dicho,  desde  la 
razón  donde  vive  como  otro  Moisés  induciéndola  á 
que  se  despida  de  los  regalos  de  Egipto,  y  lavándola 
con  las  tribulaciones,  y  destetándola  poco  á  poco  de 
sus  toscos  consuelos,  y  quitándole  de  los  ojos  cad;t 
día  más  las  cosas  que  ama,  y  haciéndola  á  que  ame  la 
pobreza  y  la  desnudez  del  desierto,  y  dándole  allí  su 
maná,  y  pasando  á  cuchillo  á  muchas  de  sus  enemi- 
gas pasiones,  y  acostumbrándola  al  descanso  y  reposo 
santo,  va  creciendo  en  ella  y  aprovechando^  y  miti- 
gando sus  bríos,  y  haciéndola  cada  día  más  hábil  para 
poner  su  vida  en  su  carne;  y  al  fin  la  pone,  y  como  si 
dijésemos,  se  encarna  en  ella  y  la  hinche  de  sí,  como 
hizo  á  la  mayor  y  primera;  y  no  le  quita  lo  que  le  es 
natural,  como  son  los  sentimientos  medidos,  y  el  poder 
padecer  y  morir,  sino  desarraígale  lo  vicioso,  si  no  del 
todo,  á  lo  menos  casi  del  todo. 

Y  este  es  el  grado  segundo  que  dijimos,  en  el  cual 
el  espíritu  de  Cristo  vive  en  las  dos  partes  del  alma: 
en  la  primera,  que  es  la  celestial,  santificándola,  ó  si 
lo  hemos  de  decir  ansí,  haciéndola  como  Dios;  y  en  la 
segunda,  que  mira  á  la  carne,  apurándola  y  mortifi- 
cándola de  lo  carnal  y  vicioso;  y  en  vez  de  la  muerte 
que  ella  solía  dar  con  su  vicio  al  espíritu,  Cristo  agora 
pone  en  ella  á  cuchillo  casi  todo  lo  que  es  contumaz 
y  rebelde.  Y  como  se  hubo  con  sus  discípulos   cuando 


374  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

anduvo  con  ellos,  que  los  conversó  primero,  y  dado 
que  los  conversaba,  duraban  en  ellos  los  afectos  de 
carne,  de  que  los  corregía  poco  á  poco  por  diferentes 
maneras,  con  palabras,  con  ejemplos,  con  dolores  y 
penas;  y  finalmente,'  después  de  su  resurrección,  te- 
niéndolos ya  conformes  y  humildes  y  juntos  en  Jeru- 
salén,  envió  sobre  ellos  en  abundancia  su  espíritu, 
con  que  los  hizo  perfectos  y  santos;  ansí,  cuando  en 
nosotros  nace,  trata  primero  con  la  razón  y  fortifícala 
para  que  no  la  venza  el  sentido;  y  procediendo  des- 
pués por  sus  pasos  contados,  derrama  su  espíritu 
como  dice  Joel  *,  «sobre  toda  la  carne»,  con  que  se 
rinde  y  se  sujeta  al  espíritu. 

Y  cúmplese  entonces  lo  que  en  la  oración  le  pedi- 
mos, «que  se  haga  su  voluntad,  ansí  como  en  el  cielo, 
en  la  tierra»;  porque  manda  entonces  Dios  en  el  cielo 
del  alma,  y  en  lo  terreno  de  ella  es  obedecido  casi  ni 
más  ni  menos;  y  baña  el  corazón  de  sí  mismo,  y  hace 
ya  Cristo  en  toda  el  alma  oficio  enteramente  de  Cristo, 
que  es  oficio  de  ungir;  porque  la  unge  desde  la  cabeza 
á  los  pies,  y  la  beatifica  en  cierta  manera;  porque  aun- 
que no  le  comunica  su  vista,  comunícale  mucho  de 
la  vida  que  le  ha  de  durar  para  siempre;  y  sostiénela 
ya  con  el  vivir  de  su  espíritu,  con  que  ha  de  ser  des- 
pués sostenida  sin  fin.  Y  este  es  el  mantenimiento  y 
el  pan  que  por  consejo  suyo  pedimos  á  Dios  cada  día 
cuando  decimos  2,  «y  nuestro  pan»,  como  si  dijésemos 
■• «el  de  después»,  que  eso  quiere  decir  la  palabra  del 
original  griego  eniozión,  «dánosle  hoy»;  esto  es,  aquel 
pan  nuestro;  nuestro,  porque  nos  le  promete;  nuestro, 
porque  sin  él  no  se  vive;  nuestro,  porque  sólo  él  hin- 
che nuestro  deseo.  Ansí  que,  este  pan  y  esta  vida  que 
prometida  nos  tienes,  acorta  los  plazos,  Señor,  y  dá- 
nosla ya,  y  viva  ya  tu  Hijo  en  nosotros  del  todo,  dán- 
donos entera  vida,  porque  El  es  el  pan  de  la  vida. 

De  manera  que,  cuando  viene  á  este  estado  el  na- 
cimiento de  Cristo  en   nosotros,  y   cuando  su  vida  en 

1    Joel.,  i?,  28.  2    Luc  ,  xi,  i. 


DE  LOS  NOMBRES  DE  CRISTO.— LIBRO   TERCERO         375 

mí  ha  subido  á  este  punto,  entonces  Cristo  es  lisa- 
mente en  nosotros  el  Mesías  prometido  de  Dios,  por  la 
razón  sobredicha.  Y  el  estado  es  de  gracia,  porque  la 
gracia  baña  á  casi  toda  el  alma;  y  no  es  estado  de  ley 
ni  de  servidumbre  ni  de  temor,  porque  todo  lo  que  se 
manda  se  hace  con  gusto;  porque  en  la  parte  que  solía 
ser  rebelde  y  que  tenía  necesidad  de  miedo  y  de  freno, 
vive  ya  Cristo  que  la  tiene  casi  pura  de  su  rebeldía. 

Y  es  estado  de  Evangelio,  porque  el  nacer  y  vivir 
Oisto  en  ambas  las  partes  del  alma,  y  la  santificación 
de  toda  ella  con  muerte  de  lo  que  era  en  ella  vejez,  es 
el  efecto  de  la  buena  nueva  del  Evangelio,  y  el  reino 
de  los  cielos  que  en  él  se  predica,  y  la  obra  propia  y 
señalada,  y  que  reservó  para  sí  solo  el  Hijo  de  Dios  y 
el  Mesías  que  la  ley  prometía;  como  Zacarías  en  su 
cántico  dice  1:  «Juramento  que  juró  á  Abraham,  nues- 
tro padre,  de  darse  á  nosotros,  para  que  librándonos 
de  nuestros  enemigos,  le  sirvamos  sin  miedo,  le  sirva- 
mos en  santidad  y  justicia,  y  en  su  presencia  la  vida 
toda». 

Y  es  estado  de  gozo,  por  cuanto  reina  en  toda  el  alma 
el  espíritu,  y  ansí  hace  en  ella  sin  impedimento  sus 
frutos,  que  son,  como  San  Pablo  dice  2,  «caridad  y 
gozo,  y  paz,  y  paciencia,  y  larga  esperanza  en  los  ma- 
les». Por  donde,  en  persona  de  los  de  este  grado,  dice  el 
profeta  Isaías  3:  «Gozando  me  gozaré  en  el  Señor,  y  re- 
gocijaráse  mi  alma  en  el  Dios  mío,  porque  me  vistió 
vestiduras  de  salud  y  me  cercó  con  vestidura  de  jus- 
ticia; como  á  esposo  me  hermoseó  con  corona,  y  como 
á  esposa  adornada  con  sus  joyeles». 

Y  también,  en  cierta  manera,  es  estado  de  libertad 
y  de  reino,  porque  es  el  que  deseaba  San  Pablo  á  los 
Colosenses  en  el  lugar  donde  escribe  4:  «Y  la  paz  de 
Dios  alce  bandera  y  lleve  la  corona  en  vuestros  cora- 
zones». Porque  en  el  primer  grado  estaba  la  gracia  y 
paz  de  Dios,  como  quien  residía   en  frontera  y  vecina 

1    Luc,  i,  73.  2    Galat  ,  v,  22.  3    Isa».,  lxi,  10. 

4    Coloss.,  m,  15. 


376  FRAY   LUIS  DE  LEÓN 

á  los  enemigos,  encerrada  y  recatada  y  solícita;  mas 
agora  ya  se  espacía  y  se  alegra,  y  se  extiende  como 
señora  ya  del  campo. 

Y  ni  más  ni  menos,  es  estado  de  muerte  y  de  vida; 
porque  la  vida  que  Cristo  vive  en  los  que  llegan  aquí, 
da  vida  á  lo  alto  del  alma,  y  da  muerte  y  degüella  á 
casi  todos  los  afectos  y  pasiones  malas  del  cuerpo,  de 
que  dice  el  Apóstol í:  «Si  Cristo  está  en  vosotros, 
vuestro  cuerpo  sin  duda  ha  muerto  cuanto  al  pecado, 
mas  el  espíritu  vive  por  virtud  de  la  justicia». 

Y  finalmente,  es  estado  de  amor  y  de  paz,  porque 
se  hermanan  en  él  las  dos  partes  del  alma  que  deci- 
mos; y  el  sentido  ama  servir  á  la  razón,  y  Jacob  y 
Esaú  se  hacen  amigos,  que  fueron  imagen  de  esto, 
como  antes  decía.  Porque,  Sabino,  como  sabéis  2,  Re- 
beca, mujer  de  Isaac,  concibió  de  un  vientre  estos  dos 
hijos,  que  antes  que  naciesen  peleaban  entre  sí  mis- 
mos; por  donde  ella,  afligida,  consultó  el  caso  con 
Dios,  que  le  respondió  que  tenía  en  su  vientre  dos 
linajes  de  gentes  contrarias,  que  pelearían  siempre  en- 
tre sí,  y  que  el  menor  en  salir  á  luz,  vencería  al  que 
primero  naciese. 

Llegado  el  tiempo,  nació  primero  un  niño  bermejo 
y  belloso;  y  después  de  él,  y  asido  de  su  pie  de  él, 
nació  luego  otro  de  diferente  calidad  del  primero.  Este 
postrero  fué  llamado  Jacob,  y  el  primero  Esaú.  Su  in- 
clinación fué  diferente,  ansí  como  su  figura  lo  era. 
Esaú  aficionado  á  la  caza  y  al  campo;  Jacob  á  vivir  en 
su  casa.  En  ella  compró  un  día  por  cierto  caso  á  su 
hermano  el  derecho  del  mayorazgo,  que  se  le  vendió 
por  comer.  Poco  después,  con  artificio  le  ganó  la  ben- 
dición de  su  padre,  que  creyó  que  bendecía  al  mayor. 
Quedaron  por  esta  causa  enemigos;  aborrecía  de  muer- 
te Esaú  á  Jacob;  amenazábale  siempre.  El  mozo  santo, 
aconsejado  de  la  madre,  huyó  la  ocasión,  desamparó 
la  casa  del  padre;  caminó  para  Oriente,  vio  en  el  ca- 
mino el  cielo  sobre  sí   abierto,   sirvió  en  casa  de  su 

1     Rom.,  vi  i,  10.  2    Genes,  xxv,  22. 


DE    LOS   N0MI5RES    DE    CRISTO.— LIBRO    TERCERO  377 

suegro  por  Lia  y  por  Raquel,  y  casado,  tuvo  abundan- 
cia de  hijos  y  de  hacienda;  y  volviendo  con  ella  á  su 
tierra,  luchó  con  el  ángel,  fué  bendecido  de  él;  y  en- 
flaquecido en  el  muslo,  mudó  el  andar  con  el  nombre, 
y  luego  le  vino  al  encuentro  Esaú,  su  hermano,  ya 
amigo  y  pacífico. 

Pues  conforme  á  esta  imagen,  son  de  un  parto  las 
dos  partes  del  alma  y  riñen  en  el  vientre;  porque  de 
su  naturaleza  tienen  apetitos  contrarios,  y  porque  sin 
duda  después  nacen  de  ellas  dos  linajes  de  gentes  ene- 
migas entre  sí,  las  que  siguen  en  el  vivir  el  querer  del 
sentido,  y  las  que  miden  lo  que  hacen  por  razón  y  jus- 
ticia. Nace  el  sentido  primero,  porque  se  ve  su  obra 
primero;  tras  él  viene  luego  el  uso  de  la  razón.  El  sen- 
tido es  teñido  de  sangre  y  vestido  de  los  frutos  de 
ella,  y  ama  el  robo,  y  sigue  siempre  sus  pasiones  fieras 
por  alcanzarlas;  mas  la  razón  es  amiga  de  su  morada, 
adonde  reposa  contemplando  la  verdad  con  descanso. 
Aquí  le  vienen  á  las  manos  la  bendición  y  el  mayo- 
razgo. Mas  enójanse  los  sentidos,  y  descubren  sus  de- 
seos sangrientos  contra  el  hermano,  que,  guiado  de  la 
sabiduría  para  vencerlos,  los  huye,  y  corta  las  ocasio- 
nes del  ma¡;  y  enajénase  el  hombre  de  los  padres  y  de 
la  casa,  y  puestos  los  ojos  en  el  Oriente,  camina  á  él 
la  razón,  á  la  cual  en  este  camino  se  le  aparece  Dios  y 
le  asegura  su  amparo,  y  con  esto  le  mueve  y  guía  á 
servir  muchos  años  y  con  mucho  fruto  por  Raquel  y 
por  Lia;  hasta  que,  finalmente,  acercándose  ya  á  su 
verdadera  tierra,  viene  á  abrazarse  con  Dios  y  como  á 
luchar  con  el  ángel,  pidiéndole  que  le  santifique,  y 
bendiga,  y  ponga  en  paz  sus  sentidos;  y  sale  con  su 
porfía  al  fin,  y  con  la  bendición  muere  el  muslo,  por- 
que en  el  morir  del  sentido  vicioso  consiste  el  quedar 
enteramente  bendito:  y  cojea  luego  el  hombre,  y  es 
Israel. 

Israel,  porque  se  ve  en  él  y  se  descubre  la  efica- 
cia de  la  vida  divina  que  ya  posee;  cojo,  porque  anda 
en  las  cosas  del  mundo  con  sólo  el  pie  de  la  necesi- 
dad, sin  que  le  lleve  el  deleite.  Y  ansí,  en  llegando  á 


378  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

este  punto  el  sentido  sirve  á  la  razón  y  se  pacifica  con 
ella  y  la  ama;  y  gozan  ambas,  cada  una  según  su  ma- 
nera, de  riquezas  y  bienes,  y  son  buenos  hermanos 
Esaú  y  Jacob;  y  vive,  como  en  hermanos  conformes, 
el  espíritu  de  Cristo  que  se  derrama  por  ellos.  Que  es 
lo  que  se  dice  en  el  Salmo  l:  «Cuan  bueno  es,  y  cuan 
lleno  de  alegría,  el  morar  en  uno  los  hermanos,  como 
•el  ungüento  bueno  sobre  la  cabeza,  que  desciende  á 
la  barba,  á  la  barba  del  sacerdote,  y  desciende  al  gor- 
jal de  su  vestidura;  como  rocío  en  Hermón,  que  des- 
ciende sobre  los  montes  de  Sión.  Porque  allí  instituyó 
el  Señor  la  bendición,  las  vidas  por  los  siglos».  Por- 
que todo  el  descanso,  y  toda  la  dulzura,  y  toda  la  utili- 
dad de  esta  vida  entonces  es,  cuando  estas  dos  partes 
nuestras,  que  decimos  hermanas,  viven  también  como 
hermanas  en  paz  y  concordia. 

Y  dice  que  es  suave  y  provechosa  esta  paz,  como  lo 
es  el  ungüento  oloroso  derramado,  y  el  rocío  que  des- 
ciende sobre  los  montes  de  Hermón  y  de  Sión;  porque 
en  el  hecho  de  la  verdad,  el  Hijo  de  Dios  que  nace  y 
que  vive  en  estas  dos  partes,  y  que  es  unción  y  rocío, 
como  ya  muchas  veces  dijimos,  derramándose  en  la 
primera  de  ellas,  y  de  allí  descendiendo  á  la  otra  y  ba- 
ñándola, hace  en  ellas  esta  paz  provechosa  y  gustosa. 
De  las  cuales  partes  la  una  es  bien  como  la  cabeza,  y 
la  otra  como  la  barba  áspera,  y  como  la  boca  ó  la  mar- 
gen de  la  vestidura;  y  la  una  es  verdaderamente  Sión, 
adonde  Dios  se  contempla;  y  la  otra  Hermón,  que  es 
asolamiento,  porque  consiste  su  salud  en  que  se  asue- 
le en  ella  cuanto  levanta  el  demasiado  y  vicioso  deseo. 

Y  cierto,  cuando  Cristo  llega  á  nacer  y  vivir  en  algu- 
no de  esta  manera,  aquel  en  quien  ansí  vive,  dice  bien 
con  San  Pablo  2:  «Vivo  yo,  ya  no  yo,  pero  vive  en  mí 
Jesucristo».  Porque  vive  y  no  vive:  no  vive  por  sí,  pero 
vive,  porque  en  él  vive  Cristo;  esto  es,  porque  Cristo, 
abrazado  con  él  y  como  infundido  por  él,  le  alienta  y 
le  mueve  y  le  deleita  y  le  halaga,  y  le  gobierna  las  obras, 


1    Psalm.  cxxxu.  2    Galat.,  v,  20. 


DE    LOS   NOMBRES    DE    CRISTO.— LIBRO    TERCERO  379 

y  es  la  vida  de  su  feliz  vida.  Y  de  los  que  aquí  llegaron 
■dice  propiamente  Isaías  *:  «Alegráronse  con  tu  presen- 
cia, como  la  alegría  en  la  siega,  como  se  regocijaron  al 
dividir  del  despojo».  De  la  siega  dice  que  es  señalada 
alegría,  porque  se  coge  en  ella  el  fruto  de  lo  trabajado, 
y  se  conoce  que  la  confianza  que  se  hizo  del  suelo  no 
salió  vacía,  y  se  halla,  como  por  la  largueza  de  Dios,  me- 
jorado y  acrecentado  lo  que  parecía  perdido.  Y  ansí  es 
alegría  grandísima  la  de  los  que  llegan  aquí;  porque 
comienzan  á  coger  el  fruto  de  su  fe  y  penitencia,  y  ven 
que  no  les  burló  su  esperanza,  y  sienten  la  largueza 
de  Dios  en  sí  mismos  y  un  amontonamiento  de  no 
pensados  bienes. 

Y  dice  del  dividir  los  despojos,  porque  entonces 
alegran  á  los  vencedores  tres  cosas:  el  salir  del  peli- 
gro, el  quedar  con  honra,  el  verse  con  tanta  riqueza. 
Y  las  mismas  alegran  á  los  que  agora  decimos;  por- 
que vencido  y  casi  muerto  del  todo  lo  que  en  el  sen- 
tido hace  guerra,  y  esto  porque  el  espíritu  de  Cris- 
to nace  y  se  derrama  por  él,  no  solamente  salen  de 
peligro,  sino  se  hallan  improvisamente  dichosos  y 
ricos.  Y  por  eso  dice  que  se  alegran  en  su  presencia, 
porque  la  presencia  suya  en  ellos,  que  es  el  nacer  y 
vivir  de  Cristo  en  toda  su  alma,  les  acarrea  este  bien, 
que  es  el  que  añade  luego  diciendo:  «Porque  el  yugo 
de  pesadumbre  y  la  vara  de  su  hombro  y  el  cetro 
del  ejecutor  en  él,  lo  quebrantaste  como  en  el  día  de 
Madián». 

Que  á  la  ley  dura  que  puso  el  pecado  en  nues- 
tra carne  y  á  lo  que  heredamos  del  primer  hom- 
bre, y  que  es  hombre  viejo  en  nosotros,  lo  llama  bien 
«yugo  de  pesadumbre»,  porque  es  carga  muy  enla- 
zada á  nosotros  y  que  mucho  nos  enlaza;  y  «vara  de 
su  hombro»,  porque  con  ella,  como  con  vara  de  cas- 
tigo, nos  azota  el  demonio.  Y  dice  «de  su  hombro», 
por  semejanza  de  los  verdugos  y  ministros  antiguos 
de  justicia,  que  traían  al  hombro  el  manojo  de  varas 

1    lsaí.,  ix,  3. 


380  FRAY  LUIS  DE  LEÓN 

con  que  herían  á  los  condenados.  Y  es  «cetro  de  eje- 
cutor», y  en  nosotros,  porque  por  medio  de  la  mala 
inclinación  del  viejo  hombre,  que  reside  en  nuestra 
carne,  ejecuta  el  enemigo  su  voluntad  en  nosotros. 
Lo  cual  todo  quebranta  Cristo,  cuando  de  lo  alto  del 
alma  extiende  su  vida  á  la  parte  baja  de  ella,  y  viene 
como  á  nacer  en  la  carne. 

Y  quebrántalo  «como  en  el  día  de  Madián».  Que  ya 
sabéis  en  qué  forma  alcanzó  victoria  Gedeón  de  los 
madianitas,  sin  sus  armas,  y  con  sólo  quebrar  los 
cántaros  y  resplandecer  la  luz  que  encerraban  y  con 
tocar  las  trompetas  *.  Porque  comenzar  Cristo  á  nacer 
en  nosotros,  no  es  cosa  de  nuestro  mérito,  sino  obra 
de  su  mucha  virtud,  que  primero  como  luz  metida 
en  el  medio  del  alma  se  encierra  allí,  y  después  se 
descubre  y  resplandece,  quebrantando  lo  terreno  y 
carnal  del  sentido.  A  cuyo  resplandor,  y  al  sonido  que 
hace  la  voz  de  Cristo  en  el  alma,  huyen  los  enemigos 
y  mueren. 

Y  como  en  el  sueño,  que  entonces  vio  uno  de  los 
del  pueblo  contrario,  un  pan  de  cebada  y  cocido 
entre  la  ceniza,  que  se  revolvía  por  el  real  de  los 
enemigos,  tocando  las  tiendas  las  derrocaba;  ansí  aquí 
Cristo,  que  es  pan  despreciado  al  parecer  y  cocido 
en  trabajos,  revolviéndose  por  los  sentidos  del  alma, 
pone  por  el  suelo  los  asientos  de  la  maldad  que  nos 
hacen  guerra;  y  finalmente,  los  abrasa  y  consume, 
como  dice  luego  el  Profeta:  «Que  toda  la  presa  ó  pelea 
peleada  con  alboroto,  y  la  vestidura  revuelta  en  las 
sangres,  será  para  ser  quemada,  será  mantenimiento 
de  fuego».  Y  dice  bien  «la  pelea  peleada  con  albo- 
roto», cuales  son  las  contradicciones  que  los  deseos 
malos,  cuando  se  encienden,  hacen  á  la  razón,  y  las 
polvaredas  que  levantan,  y  su  alboroto  y  su  ruido. 

Y  dice  bien  «el  vestido  revuelto  en  la  sangre»,  que  es 
el  cuerpo  y  la  carne,  que  nos  vestimos,  manchada  con 
la  sangre  de  sus  viciosas  pasiones;  porque  todo  ello 

1    Judie.,  vii,  9. 


DE  LOS  NOMBRES   DE   CRISTO.  — LIBRO   TERCERO  381 

en  este  caso  lo  apura  el  santo  fuego  que  Cristo  en  el 
Evangelio  dice  «que  vino  á  poner  en  la  tierra»  *.  Y  lo 
que  el  mismo  profeta  en  otro  capítulo  escribe,  tam- 
bién pertenece  á  este  negocio,  porque  dice  de  esta 
manera2:  «Porque  el  pueblo  en  Sión  habitará  en  Je- 
rusalén.  No  llorarás,  llorando;  apiadando,  se  apiadará 
de  ti.  A  la  voz  de  tu  grito,  en  oyéndola,  te  responderá. 
Y  daros  ha  el  Señor  pan  estrecho  y  agua  apretada,  y 
no  volará  más  tu  maestro,  y  á  tu  maestro  tus  ojos  le 
contemplarán,  y  tus  orejas  oirán  á  las  espaldas  tuyas 
palabra  que  te  dirá:  este  es  el  camino,  andad  en  él,  no 
inclinéis  á  la  derecha  ó  á  la  izquierda».  Que  es  ima- 
gen de  esto  mismo  que  digo,  adonde  el  pueblo  que 
estaba  en  Sión  hace  ya  morada  en  Jerusalén. 

Y  la  vida  de  Cristo,  que  vivía  en  el  alcázar  del  alma, 
se  extiende  por  toda  la  cerca  de  ella  y  la  pacifica;  y  el 
que  residía  en  Sión  hace  ya  su  morada  en  la  paz;  y 
cesa  el  lloro,  que  es  lloro,  porque  se  usa  ya  con  ellos 
de  la  piedad,  que  es  perfecta.  Y  como  vive  ya  Cristo  en 
ellos,  óyelos  en  llamando,  ó  por  mejor  decir,  lo  que  El 
pide  en  ellos,  eso  es  lo  que  piden,  porque  está  en  ellos 
su  maestro  metido,  que  no  se  les  aparta  ni  ausenta,  y 
que  en  hablando  ellos,  los  oye;  y  dales  entonces  Dios 
pan  estrecho  y  agua  apretada,  porque  verdaderamente 
les  da  el  pan  y  el  agua  que  dan  vida  verdadera:  su 
cuerpo  y  su  espíritu,  que  se  derrama  por  ellos  y  los 
sustenta. 

Mas  dáselo  con  brevedad  y  estrechez,  lo  uno  por- 
que de  ordinario  mezcla  Dios  con  este  pan  que  les 
da,  adversidad  y  trabajos;  lo  otro,  porque  es  pan  que 
sustenta  en  medio  de  los  trabajos  y  de  las  apreturas 
del  alma;  y  lo  último,  porque  en  esta  vida  este  pan 
vive  como  escondido  y  como  encogido  en  los  justos, 
que,  como  dice  de  ellos  San  Pablo  3:  «Nuestra  vida 
está  escondida  con  Cristo  en  Dios,  mas  cuando  El  apa- 
reciere que  es  vuestra  vida,  entonces  le  pareceréis  á 
El  en  la  gloria».  Porque  entonces  acabará  de  crecer 

1    Lnc,  ni,  49.  2    Kaí.,  txx,  19.  3    Colos.,  m,  4  y  5. 


332  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

en  los  suyos  Cristo  perfectamente  y  del  todo,  cuando- 
los  resucitare  del  polvo  inmortales  y  gloriosos;  que 
será  el  grado  tercero,  y  el  último  de  los  que  arriba 
dijimos.  Adonde  su  espíritu  y  vida  de  El  se  comunica- 
rá de  lo  alto  del  alma  á  la  parte  más  baja  de  ella,  y 
de  ella  se  extenderá  por  el  cuerpo,  no  solamente  qui- 
tando de  él  lo  vicioso,  sino  también  desterrando  de  él 
lo  quebradizo  y  lo  flaco,  y  vistiéndolo  enteramente 
de  sí. 

De  manera  que  todo  su  vivir,  su  querer,  su  enten- 
der, su  parecer  y  resplandecer  será  Cristo,  que  será 
entonces  varón  perfecto  enteramente  en  todos  los 
suyos,  y  será  uno  en  todos,  y  todos  serán  lujos  caba- 
les de  Dios,  por  tener  en  sí  el  ser  y  el  vivir  de  este 
Hijo,  que  es  único  y  solo  Hijo  de  Dios,  y  lo  que  es  Hijo 
de  Dios,  en  todos  los  que  se  llaman  sus  hijos.  Y  ansí 
como  Cristo  nace  en  todas  estas  maneras,  ansí  también 
en  las  Escrituras  sagradas  hebreas  es  llamado  Hijo  con 
cinco  nombres  diversos. 

Porque,  como  sabéis,  Isaías  le  llama  Ieled,  y  David 
en  el  .Salmo  segundo  le  llama  Bar,  y  en  el  Salmo  se- 
tenta y  uno  le  llama  JVtn,  y  de  David  y  de  Isaías 
es  llamado  Ben,  y  llámale  Sil  Jacob  en  la  bendi- 
ción de  su  hijo  Judas,  en  el  libro  de  la  Creación  de 
las  cosas. 

De  manera  que,  como  Cristo  nace  cinco  veces,  ansí 
también  tiene  cinco  nombres  de  Hijo,  que  todos  sig 
niñean  lo  mismo  que  Hijo,  aunque  con  sonidos  dife- 
rentes y  con  origen  diverso.  Porque  Ieled  es,  como  si 
dijésemos,  el  engendrado;  Bar  el  criado,  apurado,  es- 
cogido; Nin,  el  que  se  va  levantando;  Ben,  el  edificio; 
y  Sil,  el  pacífico  ó  el  enviado.  Que  todas  son  cualida- 
des que  generalmente  se  dicen  bien  de  los  hijos,  por 
donde  los" hebreos  tomaron  nombres  de  ellas  para  sig- 
nificar lo  que  es  hijo;  porque  el  hijo  es  engendrado  y 
criado  y  sacado  á  luz,  y  es  como  lo  apurado  y  lo 
ahechado  que  sale  del  mezclarse  los  padres,  y  el  que 
se  levanta  en  su  lugar  cuando  ellos  fallecen,  susten- 
tando su  nombre;  y  es  como  un  edificio,  por  donde  aun 


DE   LOS   NOMBHES    DE   CRISTO.  — LIBRO   TERCERO  38,'i 

en  español  á  los  hijos  y  descendientes  les  damos  nom- 
bre de  casa;  y  es  la  paz  el  hijo,  y  como  el  nudo  de 
concordia  entre  el  padre  y  la  madre. 

Mas  dejando  lo  general,  con  señalada  propiedad  son 
estos  nombres  de  sólo  aqueste  Hijo  que  digo.  Porque 
El  es  el  engendrado  según  el  nacimiento  eterno,  y  el 
sacado  á  luz  según  el  nacimiento  de  la  carne,  y  lo  apu- 
rado y  lo  ahechado  de  toda  culpa  según  ella  misma,  y 
el  que  se  levantó  de  los  muertos,  y  el  edificio  que  en- 
cierra en  la  hostia  donde  se  pone  á  todos  sus  miem- 
bros, y  el  que  nace  en  el  centro  de  sus  almas,  de  don- 
de envía  poco  á  poco  por  todas  sus  partes  de  ellas  la 
virtud  de  su  espíritu,  que  las  apura  y  aviva  y  pacifica, 
y  abastece  de  todos  sus  bienes.  Y  finalmente,  El  es  el 
Hijo  de  Dios,  que  sólo  es  hijo  de  Dios  en  si  y  en  todos 
los  demás  que  lo  son.  Porque  en  El  se  criaron  y  por  El 
se  reformaron,  y  por  razón  de  lo  que  de  El  contienen 
en  sí  son  dichos  sus  hijos.  Y  eso  es  ser  nosotros  hijos 
de  Dios,  tener  á  este  su  divino  Hijo  en  nosotros.  Por- 
que el  Padre  no  tiene  sino  á  El  sólo  por  Hijo,  ni  ama 
como  á  hijos  sino  á  los  que  en  sí  le  contienen  y  son 
una  misma  cosa  con  El,  un  cuerpo,  un  alma,  un  espí- 
ritu. Y  ansí,  siempre  ama  á  solo  El  en  todas  las  cosas 
que  ama. 

Y  acabó  Juliano  aquí,  y  dijo  luego: 

— Hecho  he,  Sabino,  lo  que  me  pediste,  y  dicho  lo 
que  he  sabido  decir;  mas  si  os  tengo  cansado,  por  eso 
proveíste  bien  que  Marcelo  sucediese  luego;  que  con 
lo  que  dijere  nos  descansará  á  todos. 

— A  Sabino  (dijo  entonces  Marcelo),  yo  fío  que  no 
le  habéis  cansado;  mas  habéisme  puesto  en  trabajo  á 
mí,  que  después  de  vos  no  sé  qué  podré  decir  que 
contente.  Sólo  hay  este  bien,  que  me  vengaré  ago- 
ra, Sabino,  de  vos  en  quitaros  el  buen  gusto  que  os 
queda. 

Dijo  Marcelo  esto,  y  quería  Sabino  responderle,  mas 
estórbeselo  un  caso  que  sucedió,  como  agora  diré. 

En  la  orilla  contraria  de  donde  Marcelo  y  sus  com- 
pañeros estaban,  en  un  árbol  que  en  ella  había,  estuvo 


381  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

asentada  una  avecilla  de  plumas  y  de  figura  particular, 
casi  todo  el  tiempo  que  Juliano  decía,  como  oyéndole, 
y  á  veces  como  respondiéndole  con  su  canto;  y  esto 
con  tanta  suavidad  y  armonía,  que  Marcelo  y  los  de- 
más habían  puesto  en  ella  los  ojos  y  los  oídos.  Pues  al 
punto  que  Juliano  acabó,  y  Marcelo  respondió  lo 
que  he  referido,  y  Sabino  le  quería  replicar,  sintieron 
ruido  hacia  aquella  parte;  y  volviéndose,  vieron  que  lo 
hacían  dos  grandes  cuervos,  que  revolando  sobre  el 
ave  que  he  dicho  y  cercándola  alrededor,  procuraban 
hacerle  daño  con  las  uñas  y  con  los  picos,  Ella  al  prin- 
cipio se  defendía  con  las  ramas  del  árbol,  encubrién- 
dose entre  las  más  espesas.  Mas  creciendo  la  porfía,  y 
apretándola  siempre  más  á  doquiera  que  iba,  forzada 
se  dejó  caer  en  el  agua  gritando  y  como  pidiendo 
favor.  Los  cuervos  acudieron  también  al  agua,  y  vo- 
lando sobre  la  haz  del  río  la  perseguían  malamente, 
hasta  que  al  fin  el  ave  se  sumió  toda  en  el  agua,  sin 
dejar  rastro  de  sí.  Aquí  Sabino  alzó  la  voz,  y  con  un 
grito  dijo: 

— ¡Oh  la  pobre,  y  cómo  se  nos  ahogó! 

Y  ansí  lo  creyeron  sus  compañeros,  de  que  mucho 
se  lastimaron.  Los  enemigos,  como  victoriosos,  se  fue- 
ron alegres  luego.  Mas  como  hubiese  pasado  un  espa- 
cio de  tiempo,  y  Juliano  con  alguna  risa  consolase  á 
Sabino  que  maldecía  los  cuervos,  y  no  podía  perder  la 
lástima  de  su  pájara,  que  ansí  la  llamaba,  de  impro- 
viso á  la  parte  adonde  Marcelo  estaba,  y  casi  junto  á 
sus  pies,  la  vieron  sacar  del  agua  la  cabeza,  y  luego 
salir  del  arroyo  á  la  orilla,  toda  fatigada  y  mojada. 
Como  salió,  se  puso  sobre  una  rama  baja  que  estaba 
allí  junto,  adonde  extendió  sus  alas  y  las  sacudió  del 
agua,  y  después  batiéndolas  con  presteza,  comenzó  á 
levantarse  por  el  aire,  cantando  con  una  dulzura  nue- 
va. Al  canto,  como  llamadas  otras  muchas  aves  de  su 
linaje,  acudieron  á  ella  de  diferentes  partes  del  soto. 
Cercábanla,  y  como  dándole  el  parabién  le  volaban  al- 
derredor. Y  luego  juntas  todas,  y  como  en  señal  de 
triunfo,  rodearon  tres  ó  cuatro  veces  el  aire  con  vuel- 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.- LIBRO   TERCERO         385 

tas  alegres,  y  después  se  levantaron  en  alto  poco  á 
poco  hasta  que  se  perdieron  de  vista. 

Fué  grandísimo  el  regocijo  v  alegría  que  de  este 
suceso  recibió  Sabino.  Mas  decíame  que  mirando  en 
este  punto  á  Marcelo,  le  vio  demudado  en  el  rostro 
y  turbado  algo  y  metido  en  gran  pensamiento,  de  que 
mucho  se  maravilló;  y  queriéndole  preguntar  qué 
sentía,  viole  que  levantando  al  cielo  los  ojos,  como 
entre  los  dientes  y  con  un  suspiro  disimulado,  dijo: 

— Al  fin,  Jesús  es  Jesús. 

Y  que  luego,  sin  dar  lugar  á  que  ninguno  le  pregun- 
tase más,  se  volvió  á  él,  y  dijo: 

—Atended,  pues,  Sabino,  á  lo  que  pedisteis. 


CAPÍTULO    U 

Trátase  del  nombre  El  Amado,  que  se  le  da  á  Cristo  en  la  sa- 
grada Escritura,  y  explícanse  las  finezas  de  amor  con  que  los 
suyos  le  aman. 

Y  porque,  Sabino,  veáis  que  no  me  pesa  de  obede- 
ceros, y  porque  no  digáis,  como  soléis,  que  siempre  os 
cuesta  lo  que  me  oís  muchos  ruegos,  primero  que  diga 
del  nombre  que  señalasteis,  quiero  decir  de  un  otro 
nombre  de  Cristo,  que  las  últimas  palabras  de  Juliano, 
en  que  dijo  ser  El  lo  que  Dios  en  todas  las  cosas  ama, 
me  le  trajeron  á  la  memoria,  y  es  el  Amado,  que  ansí 
le  llama  la  sagrada  Escritura  en  diferentes  lugares. 

— Maravilla  es  veros  tan  liberal,  Marcelo,  dijo  Sa- 
bino entonces;  mas  proseguid  en  todo  caso,  que  no  es 
-de  perder  una  añadidura  tan  buena. 

— Digo,  pues,  prosiguió  luego  Marcelo,  que  es  lla- 
mado Cristo  el  Amado  en  la  santa  Escritura,  como  pa- 
rece por  lo  que  diré.  En  el  libro  de  los  Cantalees  la 
aficionada  Esposa  le  llama  con  este  nombre  casi  todas 
las  veces;  Isaías,  en  el  capítulo  quinto,  hablando  de  El 
mismo  y  con  El  mismo,  le  dice  *  :  «Cantaré  al  Amado 

1    Isai.,  v,  1. 

25 


386  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

el  cantar  de  mi  tío  á  su  viña».  Y  acerca  del  mismo 
profeta  en  el  capítulo  veintiséis,  donde  leemos  i  : 
«Como  la  que  concibió,  al  tiempo  del  parto  vocea  heri- 
da de  sus  dolores,  ansí  nos  acaece  delante  tu  cara».. 
La  antigua  traslación  de  los  griegos  lee  de  esta  manera: 
«Ansí  nos  aconteció  con  el  Amado-.  Que,  como  Oríge- 
nes declara,  es  decir  que  el  Amado,  que  es  Cristo  con- 
cebido en  el  alma,  la  hace  sacar  á  luz  y  parir  lo  que 
causa  grave  dolor  en  la  carne,  y  lo  que  cuesta,  cuando 
se  pone  por  obra,  agonía  y  gemidos,  como  es  la  nega- 
ción de  sí  mismo.  Y  David,  al  Salmo  cuarenta  y  cuatro, 
en  que  celebra  los  loores  y  los  desposorios  de  Cristo,, 
le  intitula  cantar  del  Amado.  Y  San  Pablo  le  llama  el 
hijo  del  amor,  por  esta  misma  razón.  Y  el  mismo  Pa- 
dre celestial,  acerca  de  San  Mateo,  le  nombra  su  Ama- 
do y  su  Hijo.  De  manera  que  es  nombre  de  Cristo  éster 
y  nombre  muy  digno  de  El,  y  que  descubre  una  su  pro- 
piedad muy  rara  y  muy  poco  advertida. 

.  Porque  no  queremos  decir  agora  que  Cristo  es  ama- 
ble ó  que  es  merecedor  del  amor,  ni  queremos  engran- 
decer su  muchedumbre  de  bienes,  con  que  puede  afi- 
cionar á  las  almas,  que  es  un  abismo  sin  suelo,  y  no  es 
lo  propio  que  en  este  nombre  se  dice.  Ansí  que,  no 
queremos  decir  que  se  le  debe  á  Cristo  amor  infinito, 
sino  decir  que  es  Cristo  el  Amado;  esto  es,  el  que  an- 
tes ha  sido  y  agora  es  y  será  para  siempre  la  cosa  más 
amada  de  todas. 

Y  dejando  aparte  el  derecho,  queremos  decir  del 
hecho  y  de  lo  que  pasa  en  realidad  de  verdad,  que 
es  loque  propiamente  importa,  este  nombre  no  me- 
nos digno  de  consideración  que  los  demás  nombres 
de  Cristo.  Porque,  ansí  como  es  sobre  todo  lo  que  com- 
prende el  juicio  la  grandeza  de  razones  por  las  cua- 
les Cristo  es  amable,  ansí  es  cosa  que  admira  la  mu- 
chedumbre de  los  que  siempre  le  amaron,  y  las  veras 
y  las  finezas  nunca  oídas  de  amor  con  que  los  suyos 
le  aman.  Muchos  merecen  ser  amados  y  no  lo  son,  ó 

1     Isai.,  xxvi,  17. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO    TERCERO         387 

lo  son  mucho  menos  de  lo  que  merecen;  mas  á  Cris- 
to,^ aunque  no  se  le  puede  dar  el  amor  que  se  debe, 
diósele  siempre  el  que  es  posible  á  los  hombres.  Y  si 
de  ellos  levantamos  los  ojos,  y  ponemos  en  el  cielo  la 
vista,  es  amado  de  Dios  todo  cuanto  merece;  y  ansí  es 
llamado  debidamente  el  Amado,  porque  ni  una  criatu- 
ra sola,  ni  todas  juntas  las  criaturas  son  de  Dios  tan 
amadas,  y  porque  El  sólo  es  el  que  tiene  verdaderos 
amadores  de  sí.  Y  aunque  la  prueba  de  este  negocio  es 
el  hecho,  digamos  primero  del  dicho;  y  antes  que  ven- 
gamos á  los  ejemplos,  descubramos  las  palabras  que 
nos  hacen  ciertos  de  esta  verdad,  y  las  profecías  que 
de  ella  hay  en  los  libros  divinos. 

Porque  lo  primero,  David,  en  el  Salmo  en  que  trata 
del  reino  de  este  su  Hijo  y  Señor,  profetiza  como  en 
tres  partes  esta  singularidad  de  afición  con  que  Cristo 
había  de  ser  de  los  suyos  querido.  Que  primero  dice  h 
«Adorarle  han  los  reyes  todos,  todas  las  gentes  le  ser- 
virán». Y  después  añade:  «Y  vivirá,  y  daránle  del  oro 
de  Sabá,  y  rogarán  siempre  por  El;  bendecirle  han  to- 
das las  gentes».  Y  á  la  postre  concluye:  «Y  será  su. 
nombre  eterno,  perseverará  allende  del  sol  su  nombre; 
bendecirse  han  todos  en  El,  y  daránle  bienandanzas». 
Que  como  esta  afición  que  tienen  á  Cristo  los  suyos  es 
rarísima  por  extremo,  y  David  la  contemplaba  alum- 
brado con  la  luz  de  profeta,  admirándose  de  su  gran- 
deza, y  queriendo  decirla,  usó  de  muchas  palabras 
porque  no  se  decía  con  una. 

Que  dice,  que  la  fuerza  del  amor  para  con  Cristo 
que  reinaría  en  los  ánimos  fieles,  les  derrocaría  por  el 
suelo  el  corazón  adorándole;  y  los  encendería  con 
cuidado  vivo  para  servirle;  y  les  haría  que  le  diesen 
todo  su  corazón  hecho  oro,  que  es  decir,  hecho  amor, 
y  que  fuese  su  deseo  continuo  rogar  que  su  reino 
creciese;  y  que  se  extendiese  más  y  allende  su  gloria; 
y  que  les  daría  un  corazón  tan  ayuntado  y  tan  hecho 
uno  con  El,  que  no  rogarían  al  Padre  ninguna  cosa 

1     Psalm.  un,  11,  15,  19. 


388  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

que  no  fuese  por  medio  de  El;  y  que  del  hervor  del 
ánimo,  les  saldría  el  ardor  á  la  boca  que  les  bulliría 
siempre  en  loores,  á  quien  ni  el  tiempo  pondría  si- 
lencio, ni  fin  el  acabarse  los  siglos,  ni  pausa  el  sol 
cuando  él  se  parare:  sino  que  durarían  cuanto  el 
amor  que  los  hace,  que  sería  perpetuamente  y  sin 
fin.  El  cual  mismo  amor,  les  sería  causa  á  los  mismos 
para  que  ni  tuviesen  por  bendito  lo  que  Cristo  no 
fuese,  ni  deseasen  bien,  ni  á  otros  ni  á  sí,  que  no  na- 
ciese de  Cristo,  ni  pensasen  haber  alguno  que  no  estu- 
viese en  El,  y  ansí  juzgasen  y  confesasen  ser  suyas 
todas  las  buenas  suertes  y  las  felices  venturas. 

También  vio  estos  extremos  de  amor,  con  que  ama- 
rían á  Cristo  los  suyos,  el  patriarca  Jacob  estando  ve- 
cino á  la  muerte,  cuando  profetizando  á  José,  su  hijo, 
sus  buenos  sucesos,  entre  otras  cosas  le  dice:  «Hasta 
el  deseo  de  los  collados  eternos».  Que  por  cuanto  le 
había  bendecido,  y  juntamente  profetizado  que  en  él 
y  en  su  descendencia  florecerían  sus  bendiciones  con 
grandísimo  efecto,  y  por  cuanto  conocía  que  al  fin 
había  de  perecer  toda  aquella  felicidad  en  sus  hijos, 
por  la  infidelidad  de  ellos  al  tiempo  que  naciese  Cris- 
to en  el  mundo,  añadió,  y  no  sin  lástima,  y  dijo:  «Hasta 
el  deseo  de  los  eternos  collados».  Como  diciendo  que 
su  bendición  en  ellos  tendría  suceso  hasta  que  Cristo 
naciese. 

Que  ansí  como  cuando  bendijo  á  su  hijo  Judas, 
le  dijo  que  mandaría  entre  su  gente  y  tendría  el  cetro 
del  reino  hasta  que  viniese  el  Silo,  ansí  agora  pone 
límite  y  término  á  la  prosperidad  de  José  en  la  ve- 
nida del  que  llama  deseo.  Y  como  allí  llama  á  Cris- 
to Silo  por  encubierta  y  rodeo,  que  es  decir  el  enviado 
ó  el  hijo  de  ella,  ó  el  dador  de  la  abundancia  y  de  la 
paz  (que  todas  son  propiedades  de  Cristo),  ansí  aquí  le 
nombra  el  deseo  de  los  collados  eternos;  porque  los 
collados  eternos  aquí  son  todos  aquellos  á  quienes  la 
virtud  ensalzó,  cuyo  único  deseo  fué  Cristo.  Y  es  lásti- 
ma, como  decía,  que  hirió  en  este  punto  el  corazón  de 
Jacob,  con  sentimiento  grandísimo  que  viniese  á  tener 


DE  LOS  NOMBRES   DE  CRISTO.— LIBRO   TERCERO         389 

fin  la  prosperidad  de  sus  hijos  cuando  salía  á  la  luz  la 
felicidad  deseada  y  amada  de  todos,  y  que  aborrecie- 
sen ellos  para  su  daño  lo  que  fué  el  suspiro  y  el  deseo 
de  sus  mayores  y  padres,  y  que  se  forjasen  ellos  por 
sus  manos  su  mal  en  el  bien  que  robaba  para  sí  todos 
los  corazones  y  amores. 

Y  lo  que  decimos  deseo  aquí,  en  el  original  es  una 
palabra  que  dice  una  afición  que  no  reposa,  y  que  abre 
de  continuo  el  pecho  con  ardor  y  deseo.  Por  manera 
que  es  cosa  propia  de  Cristo,  y  ordenada  para  sólo  El, 
y  profetizada  de  El  antes  que  naciese  en  la  carne,  el 
ser  querido  y  amado  y  deseado  con  excelencia,  como 
ninguno  jamás  ha  sido  ni  querido  ni  deseado  ni  ama- 
do. Conforme  á  lo  cual  fué  también  lo  de  Ageo,  que 
hablando  de  aqueste  general  objeto  de  amor  y  de  esle 
señaladamente  querido,  y  diciendo  de  las  ventajas  que 
había  de  hacer  el  templo  segundo,  que  se  edifica] »u 
cuando  él  escribía,  al  primer  templo  que  edificó  Sa- 
lomón y  fué  quemado  por  los  caldeos,  dice  por  la  más 
señalada  de  todas  h  «Que  vendría  á  él  el  deseado  de 
todas  las  gentes,  y  que  le  henchiría  de  gloria>.  Porque 
ansí  como  el  bien  de  todos  colgaba  de  su  venida,  ansí 
le  dio  por  suerte  Dios  que  los  deseos  é  inclinaciones  y 
aficiones  de  todos  se  inclinasen  á  El.  Y  esta  suerte  y 
condición  suya,  que  el  Profeta  miraba,  la  declaró  lla- 
mándole el  deseado  de  todos. 

Mas  ¿por  ventura  no  llegó  el  hecho  á  lo  que  la  pro- 
fecía decía,  y  El,  de  quien  se  dice  que  sería  el  deseado 
y  amado,  cuando  salió  á  luz  no  lo  fué?  Es  cosa  que 
admira  lo  que  acerca  de  esto  acontece,  si  se  considera 
en  la  manera  que  es. 

Porque  lo  primero  puédese  considerar  la  grandeza 
de  una  afición  en  el  espacio  que  dura,  que  esa  es  ma- 
yor la  que  comienza  primero,  y  siempre  persevera  con- 
tinua, y  se  acaba  ó  nunca  ó  muy  tarde.  Pues  si  quere- 
mos confesar  la  verdad,  primero  que  naciese  en  la 
carne  Cristo,  y  luego  que  los  hombres  ó  luego  que  los 

1    Ageo,  n,  8. 


390  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

ángeles  comenzaron  á  ser,  comenzó  á  prender  en  sus 
corazones  de  ellos  su  deseo  y  su  amor.  Porque,  como 
altísimamente  escribe  San  Pablo,  cuando  Dios  prime- 
ramente introdujo  á  su  Hijo  en  el  mundo,  se  dijo  ■:  «Y 
adórenle  todos  sus  ángeles».  En  que  quiere  significar 
y  decir,  que  luego  y  en  el  principio  que  el  Padre  sacó 
fas  cosas  á  luz  y  dio  ser  y  vida  á  los  ángeles,  metió 
en  la  posesión  de  ello  á  Cristo,  su  Hijo,  como  á  here- 
dero suyo  y  para  quien  se  crió,  notificándoles  algo  de 
lo  que  tenía  en  su  ánimo  acerca  de  la  Humanidad  de 
Jesús,  señora  que  había  de  ser  de  todo  y  reparadora 
de  todo,  á  la  cual  se  la  propuso  como  delante  los  ojos 
para  que  fuese  su  esperanza  y  su  deseo  y  su  amor. 

Ansí  que,  cuanto  son  antiguas  las  cosas,  tan  antiguo 
es  ser  Jesucristo  amado  de  ellas,  y  como  si  dijésemos, 
en  sus  amores  de  El  se  comenzaron  los  amores  prime- 
ros, y  en  la  afición  de  su  vista  se  dio  principio  al  de- 
seo, y  su  caridad  se  entró  en  los  pechos  angélicos, 
abriendo  la  puerta  ella  antes  que  ningún  otro  que  de 
íuera  viniese.  Y  en  la  manera  que  San  Juan  le  nom- 
bra «Cordero  sacrificado  desde  el  origen  del  mundo»  2, 
ansí  también  le  debemos  llamar  bien  amado  y  deseado 
desde  luego  que  nacieron  las  cosas;  porque  ansí  como 
fué  desde  el  principio  del  mundo  sacrificado  en  todos 
los  sacrificios  que  los  hombres  á  Dios  ofrecieron  desde 
que  comenzaron  á  ser,  porque  todos  ellos  eran  ima- 
gen del  único  y  grande  sacrificio  de  este  nuestro  Cor- 
dero, ansí  en  todos  ellos  fué  este  mismo  Señor  deseado 
y  amado. 

Porque  todas  aquellas  imágenes,  y  no  solamente 
aquellas  de  los  sacrificios,  sino  otras  innumerables 
que  se  compusieron  de  las  obras  y  de  los  sucesos  y 
de  las  personas  de  los  padres  pasados,  voces  eran 
que  testificaban  este  nuestro  general  deseo  de  Cris- 
to, y  eran  como  un  pedírsele  á  Dios,  poniéndole  devo- 
ta y  aficionadamente  tantas  veces  su  imagen  delante. 
Y  como  los  que  aman  una  cosa   mucho,   en  testimo- 

1     Hebr.,  »,  6.  2     Apor.,xm,S. 


DE    LOS   NOMBRES   BE    CRISTO.  -  LIBRO    TERCERO  391 

nio  de  cuánto  la  aman,  gustan  de  hacer  su  retrato 
y  de  traerlo  siempre  en  las  manos,  ansí  el  hacer  los 
hombres  tantas  veces  y  tan  desde  el  principio  imáge- 
nes y  retratos  de  Cristo,  ciertas  señales  eran  del  amor 
y  deseo  de  El  que  les  ardía  en  el  pecho.  Y  ansí  las 
presentaban  á  Dios  para  aplacarle  con  ellas,  que  las 
hacían  también  para  manifestar  en  ellas  su  fe  para  con 
Cristo  y  su  deseo  secreto. 

Y  este  deseo  y  amor  de  Cristo,  que  digo  que  comen- 
zó tan  temprano  en  hombres  y  en  ángeles,  no  feneció 
brevemente,  antes  se  continuó  con  el  tiempo  y  perse- 
vera hasta  agora,  y  llegará  hasta  el  fin  y  durará  cuan- 
do la  edad  se  acabare,  y  florecerá  fenecidos  los  siglos. 
tan  grande  y  tan  extendido  cuanto  la  eternidad  es 
grande  y  se  extiende;  porque  siempre  hubo,  y  siempre 
hay,  y  siempre  ha  de  haber  almas  enamoradas  de  Cris- 
to. Jamás  faltarán  vivas  demostraciones  de  este  bien- 
aventurado deseo;  siempre  sed  de  El,  siempre  vivo  el 
apetito  de  verle,  siempre  suspiros  dulces,  testigos  fieles 
del  abrasamiento  del  alma.  Y  como  las  demás  cosas, 
para  ser  amadas,  quieran  primero  ser  vistas  y  conoci- 
das, á  Cristo  le  comenzaron  á  amar  los  ángeles  y  los 
hombres  sin  verle  y  con  solas  sus  nuevas.  Las  imáge- 
nes y  las  figuras  suyas,  ó  diremos  mejor  aún,  las  som- 
bras oscuras  que  Dios  les  puso  delante,  y  el  rumor  solo 
suyo  y  su  fama,  les  encendió  los  espíritus  con  in- 
creíbles ardores. 

Y  por  eso  dice  divinamente  la  Esposa  *:  «En  el  olor 
de  tus  olores  corremos,  las  doncellicas  te  aman».  Por- 
que sólo  el  olor  de  este  gran  bien,  que  tocó  en  los 
sentidos  recién  nacidos,  y  como  donceles  del  mundo, 
les  robó  por  tal  manera  las  almas,  que  las  llevó  en 
su  seguimiento  encendidas.  Y  conforme  á  esto  es  tam- 
bién lo  que  dice  el  Profeta  2:  «Esperamos  en  ti,  tu 
nombre  y  tu  recuerdo,  deseo  del  alma,  mi  alma  te 
deseó  en  la  noche».  Porque  en  la  noche,  que  es,  según 
Teodoreto  declara,  todo  el  tiempo  desde  el  principio 


i    i     Cant.,i,  2.     2    Isai  ,  txvt,  9. 


392 


FRAY    LUIS   DE   LEÓN 


del  mundo  hasta  que  amaneció  Cristo  en  él  como  luz, 
cuando  á  malas  penas  se  divisaba,  llevaba  á  sí  los  de- 
seos; y  su  nombre  apenas  oído,  y  unos  como. rastros 
suyos  impresos  en  la  memoria,  encendían  las  almas. 

Mas  ¿cuántas  almas?  pregunto.  ¿Una  ó  dos,  ó  á  lo 
menos  no  muchas?  Admirable  cosa  es  los  ejércitos  sin- 
número de  los  verdaderos  amadores  que  Cristo  tiene  y 
tendrá  para  siempre.  Un  amigo  fiel  es  negocio  raro  y 
muy  dificultoso  de  hallar.  Que,  como  el  Sabio  dice  *: 
«El  amigo  fiel  es  fuerte  defensa;  el  que  le  hallare,  ha- 
brá hallado  un  tesoro».  Mas  Cristo  halló  y  halla  infini- 
tos amigos,  que  le  aman  con  tanta  fe,  que  son  llama- 
dos los  fieles  entre  todas  las  gentes,  como  con  nombre 
propio  y  que  á  ellos  solos  conviene.  Porque  en  todas 
las  edades  del  siglo  y  en  todos  los  años  de  él,  y  pode- 
mos decir  que  en  todas  sus  horas,  han  nacido  y  vivido 
almas  que  entrañablemente  le  amen.  Y  es  más  hacede- 
ro y  posible  que  le  falte  la  luz  al  sol,  que  faltar  en  el 
mundo  hombres  que  le  amen  y  adoren.  Porque  este 
amor  es  el  sustento  del  mundo,  y  el  que  le  tiene  como 
de  la  mano  para  que  no  desfallezca.  Porque  no  es  el 
mundo  más,  de  cuanto  se  hallare  en  él,  que  quien  por 
Cristo  se  abrase. 

Que  en  la  manera  como  todo  lo  que  vemos  se  hizo 
para  fin  y  servicio  y  gloria  de  Cristo,  según  que  diji- 
mos ayer;  ansí  en  el  punto  que  faltase  en  el  suelo 
quien  le  reconociese  y  amase  y  sirviese,  se  acabarían 
los  siglos,  como  ya  inútiles  para  aquello  á  que  son. 
Pues  si  el  sol,  después  que  comenzó  su  carrera,  en 
cada  una  vuelta  suya  produce  en  la  tierra  amadores 
de  Cristo,  ¿quién  podrá  contar  la  muchedumbre  de  los 
que  amaron  y  aman  á  Cristo? 

Y  aunque  Aristóteles  pregunta  si  conviene  tener  uno 
muchos  amigos,  y  concluye  que  no  conviene;  pero  sus 
razones  tienen  fuerza  en  la  amistad  de  la  tierra,  adon- 
de, como  en  sujeto  no  propio,  prende  siempre  y  fruc- 
tifica con  imperfección  el  amor.  Mas  esa  es  la  excelen- 

1     Eccli  ,  \i,  14. 


DE   LOS   NOMBRES   DE  CRISTO.— LIBRO  TERCERO         393 

cia  de  Cristo,  y  una  de  las  razones  por  donde  le  con- 
viene ser  el  amado  con  propiedad,  que  da  lugar  á  que 
le  amen  muchos  como  si  le  amara  uno  sólo,  sin  que 
los  muchos  se  estorben  y  sin  que  El  se  embarace  en 
responderse  con  tantos.  Porque  si  los  amigos,  como 
dice  Aristóteles,  no  han  de  ser  muchos,  porque  para  el 
deleite  bastan  pocos;  porque  el  delite  no  es  el  manteni- 
miento de  la  vida,  sino  como  la  salsa  de  ella  que  tiene 
su  límite,  en  Cristo  esta  razón  no  vale,  porque  sus  de- 
leites, por  grandes  que  sean,  no  se  pueden  condenar 
por  exceso. 

Y  si  teniendo  respeto  al  interés,  que  es  otra  razón, 
no  nos  convienen  porque  hemos  de  acudir  á  sus  nece- 
sidades, á  que  no  puede  bastar  la  vida  ni  la  hacienda 
de  uno  si  los  amigos  son  muchos,  tampoco  tiene  esto 
lugar,  porque  su  poder  de  Cristo  haciendo  bien  no  se 
cansa,  ni  su  riqueza  repartida  se  disminuye,  ni  su 
alma  se  ocupa  aunque  acuda  á  todos  y  á  todas  sus 
cosas.  Ni  menos  impide  aquí  lo  que  entre  los  hombres 
estorba:  que  (ya  es  la  tercera  razón)  no  se  puede  te- 
ner amistad  con  muchos  si  ellos  también  entre  sí  no 
son  amigos.  Y  es  dificultoso  negocio  que  muchos  entre 
sí  mismos  y  con  un  otro  tercero  guarden  verdadera 
amistad.  Porque  Cristo  en  los  que  le  aman  El  mismo 
hace  el  amor,  y  se  pasa  á  sus  pechos  de  ellos  y  vive  en 
sus  almas,  y  por  la  misma  razón  hace  que  tengan  todos 
una  misma  alma  y  espíritu.  Y  es  fácil  y  natural  que  los 
semejantes  y  los  unos  se  amen.  Y  si  nosotros  no  pode- 
mos cumplir  con  muchos  amigos,  porque  acontecería 
en  un  mismo  tiempo,  como  el  mismo  filósofo  dice,  ser 
necesario  sentir  dolor  con  los  unos  y  placer  con  los 
otros;  Cristo,  que  tiene  en  su  mano  nuestro  dolor  y 
placer,  y  que  nos  le  reparte  cuándo  y  cómo  conviene, 
cumple  á  un  mismo  tiempo  dulcí simamente  con  todos. 
Y  puede  El,  porque  nació  para  ser  por  excelencia  el 
Amado,  lo  que  no  podemos  los  hombres,  que  es  amar 
á  muchos  con  estrechez  y  extremo.  Que  el  amor  no  lo 
es,  si  es  tibio  ó  mediano;  porque  la  amistad  verdadera 
es  muy  estrecha,  y  ansí  nosotros  no  valemos  sino  para 


391  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

con  pocos.  Mas  El  puede  con  muchos,  porque  tiene 
fuerza  para  lanzarse  en  el  alma  de  cada  uno  de  los  que 
le  aman,  y  para  vivir  en  ella  y  abrazarse  con  ella  cuan 
estrechamente  quisiere. 

De  todo  lo  cual  se  concluye  que  Cristo,  como  á  quien 
conviene  el  ser  amado  entre  todos,  y  como  aquel  que 
es  el  sujeto  propio  del  amor  verdadero,  no  solamente 
puede  tener  muchos  que  le  amen  con  estrecha  amistad, 
mas  debe  tenerlos,  y  ansí  de  hecho  los  tiene,  porque 
son  sus  amadores  sin  cuento.  ¿No  dice  en  los  Cantares 
la  Esposa  1  :  «Sesenta  son  sus  reinas  y  ochenta  sus 
aficionadas,  y  de  las  doncellicas  que  le  aman  no  hay 
cuento?»  Pues  la  Iglesia  ¿qué  le  dice  cuando  le  canta 
que  se  recrea  entre  las  azucenas,  rodeado  de  danzas 
y  de  coros  de  vírgenes? 

Mas  San  Juan,  en  su  revelación,  como  testigo  de 
vista,  lo  pone  fuera  de  toda  duda,  diciendo  2  «que  vio 
una  muchedumbre  de  gente  que  no  podía  ser  conta- 
da, que  delante  del  trono  de  Dios  asistían  ante  la  faz 
del  Cordero,  vestidos  de  vestiduras  blancas  y  con  ra- 
mos de  palma  en  las  manos».  Y  si  los  aficionados  que 
tiene  entre  los  hombres  son  tantos,  ¿qué  será  si  ayun- 
tamos con  ellos  á  todos  los  santos  ángeles,  que  son 
también  suyos  en  amor  y  en  fidelidad  y  en  servicio? 
Los  cuales  sin  ninguna  comparación  exceden  en  mu- 
chedumbre á  las  cosas  visibles,  conforme  á  lo  que  Da- 
niel escribía  3:  «Que  asisten  á  Dios,  y  le  sirven  millares 
de  millares,  y  de  cuentos,  y  de  millares».  Cosa,  sin 
duda,  no  solamente  rara  y  no  vista,  sino  ni  pensada 
ni  imaginada  jamás  que  sea  uno  amado  de  tantos, 
y  que  una  naturaleza  humana  de  Cristo  abrase  en 
amor  á  todos  los  ángeles,  y  que  se  extienda  tanto  la 
virtud  de  este  bien,  que  encienda  níición  de  sí  cuasi 
en  todas  las  cosas. 

Y  porque  dije  cuasi  en  todas,  podemos,  Juliano,  de- 
cir que  las  que  ni  juzgan  ni  sienten,  las  que  carecen 
■de  razón  y  las  que  no  tienen  ni  razón  ni  sentido,  ape- 

1     Cant.,  v,7.  2    Apoc,  vil,  9.  3    Dan.,  vn,  10. 


DE    LOS    NOMBRES    DE    CRISTO.— LIBRO    TERCERO  395 

iecen  también  á  Cristo  y  se  le  inclinan  amorosamente, 
tocadas  de  este  su  fuego,  en  la  manera  que  su  natural 
lo  consiente.  Porque  lo  que  la  naturaleza  hace  (que 
inclina  á  cada  cosa  al  amor  de  su  propio  provecho  sin 
que  ella  misma  lo  sienta),  eso  obró  Dios,  que  es  por 
quien  la  naturaleza  se  guía,  inclinando  al  deseo  de 
Cristo  aun  á  lo  que  no  siente  ni  entiende.  Porque  to- 
das las  cosas  guiadas  de  un  movimiento  secreto,  aman- 
do su  mismo  bien,  le  aman  también  á  El  y  suspiran  con 
su  deseo  y  gimen  por  su  venida,  en  la  manera  que  el 
Apóstol  escribe  *:  «La  esperanza  de -toda  la  criatura 
se  endereza  á  cuándo  se  descubrirán  los  hijos  de  Dios: 
que  agora  está  sujeta  á  corrupción  fuera  de  lo  que 
apetece,  por  quien  á  ello  le  obliga  y  la  mantiene  con 
esta  esperanza.  Porque  cuando  los  hijos  de  Dios  vinie- 
ron á  la  libertad  de  su  gloria,  también  esta  criatura 
será  libertada  de  su  servidumbre  y  corrupción.  Que 
cosa  sabida  es,  que  todas  las  criaturas  gimen  y  están 
como  de  parto  hasta  aquel  día».  Lo  cual  no  es  otra 
cosa  sino  un  apetito  y  un  deseo  de  Jesucristo,  que  es 
el  autor  de  esta  libertad  que  San  Pablo  dice  y  por 
quien  todo  vocea.  Por  manera  que  se  inclinan  á  El  los 
doseos  generales  de  todo,  y  el  mundo  con  todas  sus 
partes  le  mira  y  abraza. 

Conforme  á  lo  cual,  y  para  significación  de  ello, 
decía  en  los  Cantares  la  Esposa  2:  «que  Salomón  hizo 
para  sí  una  litera  de  cedro,  cuyas  columnas  eran  de 
plata,  y  los  lados  de  la  silla  de  oro,  y  el  asiento  de 
púrpura,  y  en  medio  el  amor  de  las  hijas  de  Jerusalén». 
Porque  esta  litera,  en  cuyo  medio  Cristo  reside,  y  se 
asienta,  es  lo  mismo  que  este  templo  del  universo, 
que,  como  digo,  El  mismo  hizo  para  sí  en  la  manera 
como  para  tal  Rey  convenía,  rico  y  hermoso,  y  lleno 
de  variedad  admirable,  y  compuesto,  y  como  si  dijése- 
mos, artizado  con  artificio  grandísimo.  En  el  cual  se 
dice  que  anda  El  como  en  litera,  porque  todo  lo  que 
hay  en  él  le  trae  consigo,  y  le  demuestra  y  le  sirve  de 

1     Rom  ,  vi:?,  19.  2    Cant.  ni,  9. 


396  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

asiento.  En  todo  está,  en  todo  vive,  en  todo  gobierna, 
en  todo  resplandece  y  reluce.  Y  dice  que  está  en  me 
dio,  y  llámale  por  nombre  el  amor  encendido  de  las 
hijas  de  Jerusalén,  para  decir  que  es  el  amor  de  todas 
las  cosas,  ansí  las  que  usan  de  entendimiento  y  razón, 
como  las  que  carecen  de  ella  y  las  que  no  tienen  sen 
tido.  Que  á  las  primeras  llama  hijas  de  Jerusalén,  y 
en  orden  de  ellas  le  nombra  amor  encendido,  para 
decir  que  se  abrasan  amándole  todos  los  hijos  de  paz, 
ó  sean  hombres  ó  ángeles.  Y  las  segundas  demuestra 
por  la  litera,  y  por  las  partes  ricas  que  la  componen, 
la  caja,  las  columnas,  el  recodadero  y  el  respaldar,  y 
la  peana  y  asiento;  respecto  de  todo  lo  cual,  dice  que 
este  amor  está  en  medio,  para  mostrar  que  todo  ello 
le  mira,  y,  que  como  al  centro  de  todo,  su  peso  de 
cada  uno  le  lleva  á  El  los  deseos  de  todas  las  partes 
derecha  y  fielmente,  como  van  al  punto  las  rayas  des- 
de la  vuelta  del  círculo. 

Y  no  se  contentó  con  decir  que  Cristo  tiene  el  me- 
dio y  el  corazón  de  esta  universidad  de  las  cosas,  para 
decir  que  le  encierran  todos  en  sí;  ni  se  contentó  con 
llamarle  amor  de  ellas,  para  demostrar  que  todas  le 
aman;  sino  añadió  más,  y  llamóle  amor  encendido  con 
una  palabra  de  tanta  significación  como  es  la  original 
que  allí  pone,  que  significa,  no  encendimiento  como 
quiera,  sino  encendimiento  grande  é  intenso,  y  como 
lanzado  en  los  huesos,  y  encendimiento  cual  es  el  de  la 
brasa,  en  que  no  se  ve  sino  fuego.  Y  ansí  diremos  bien 
aquí:  el  amor  abrasado  ó  el  amor  que  convierte  en 
brasa  los  corazones  de  sus  amigos,  para  encarecer  ansí 
mejor  la  fineza  de  los  que  le  aman. 

Porque  no  es  tan  grande  el  número  de  los  amado- 
res que  tiene  este  Amado  (con  ser  tan  fuera  de  todo 
número  como  dicho  tenemos),  cuanto  es  ardiente,  y 
firme,  y  vivo,  y  por  maravilloso  modo  entrañable  el 
amor  que  le  tienen.  Porque,  á  la  verdad,  lo  que  más 
aquí  admira  es  la  viveza,  y  firmeza,  y  blandura,  y  for- 
taleza, y  grandeza  de  amor  con  que  es  amado  Cristo 
de  sus  amigos.  Que  personas  ha  habido,  unas  de  ellas 


DE   LOS   NOMBRES    DE   CRISTO. — LIBRO    TERCERO  397 

naturalmente  bien  quistas,  otras  que.  ó  por  su  indus- 
tria ó  por  sus  méritos,  han  allegado  á  sí  las  aficiones 
de  muchos,  otras  que  enseñando  sectas,  y  alcanzando 
grandes  imperios,  han  ganado  acerca  de  las  naciones 
y  pueblos  reputación  y  adoración  y  servicio.  Mas,  no 
digo  uno  de  muchos,  pero  ni  uno  de  otro  particular 
íntimo  amigo  suyo,  fué  jamás  amado  con  tanto  en- 
cendimiento y  firmeza  y  verdad,  como  Cristo  lo  es 
de  todos  sus  verdaderos  amigos,  que  son,  como  dicho 
hemos,  sinnúmero. 

Que  si,  como  escribe  el  Sabio  T,  «el  amigo  leal  es 
medicina  de  vida,  y  hállanle  los  que  temen  á  Dios; 
que  el  que  teme  á  Dios  hallará  amistad  verdadera, 
porque  su  amigo  será  otro  como  él»;  ¿qué  podremos 
decir  de  la  leal  y  verdadera  amistad  de  los  amigos 
que  Cristo  tiene,  y  de  quienes  es  amado,  si  han  de 
responder  á  lo  que  El  ama  á  Dios,  y  si  le  han  de  ser 
semejantes  y  otros  tales  como  El?  Claro  es  que,  con- 
forme á  esta  regla  del  Sabio,  quien  es  tan  verdadero 
tan  bueno  ha  de  tener  muy  buenos  y  muy  verdaderos 
amigos;  y  que  quien  ama  á  Dios  y  le  sirve,  según  que 
es  hombre,  con  mayor  intención  y  fineza  que  todas  las 
criaturas  juntas,  es  amado  de  sus  amigos  más  firme  y 
verdaderamente  que  lo  fué  jamás  criatura  ninguna.  Y 
claro  es  que  el  que  nos  ama  y  nos  requesta,  y  nos 
solicita  y  nos  busca,  y  nos  beneficia  y  nos  allega  á  sí, 
y  nos  abraza  con  tan  increíble  y  no  oída  afición,  al 
fin  no  se  engaña  en  lo  que  hace,  ni  es  respondido  de 
sus  amigos  con  amor  ordinario. 

Y  conócese  aquesto  aun  por  otra  razón;  porque  El 
mismo  se  forja  los  amigos  y  les  pone  en  el  corazón  el 
amor  en  la  manera  que  El  quiere.  Y  cuanto  de  hecho 
quiere  ser  amado  de  los  suyos,  tanto  los  suyos  le 
aman;  pues  cierto  es  que  quien  ama  tanto  como  Cris- 
to nos  ama,  quiere  y  apetece  ser  amado  de  nosotros 
por  extremada  manera.  Porque  el  amor  solamente 
busca  y  solamente  desea  el  amor.  Y  cierto  es  que, 

1    Eccles.,  vi,  16. 


IV)8  FRAY    LUIS    DE    LEÓN 

pues  nos  hace  que  le  seamos  amigos,  nos  hace  tales- 
amigos  cuales  nos  quiere  y  desea;  y  que  pues  en- 
ciende este  fuego,  le  enciende  conforme  á  su  volun- 
tad, vivo  y  grandísimo. 

Que  si  los  hombres  y  los  ángeles  amaran  á  Cristo  de 
su  cosecha,  y  á  la  manera  de  su  poder  natural  y  según 
su  sola  condición  y  sus  fuerzas,  que  es  decir,  al  estilo 
tosco  suyo  y  conforme  á  su  aldea,  bien  se  pudiera  te- 
ner su  amor  para  con  El  por  tibio  y  por  flaco.  Mas  si 
miramos  quién  los  atiza  de  dentro,  y  quién  los  despier- 
ta y  favorece  para  que  le  puedan  amar,  y  quién  prin- 
cipalmente cría  el  amor  en  sus  almas,  luego  vemos  no 
solamente  que  es  amor  de  extraordinario  metal,  sino 
también  que  es  incomparablemente  ardentísimo;  por- 
que el  Espíritu-Santo  mismo,  que  es  de  su  propiedad 
el  amor,  nos  enciende  de  sí  para  con  Cristo,  lanzándose 
por  nuestras  entrañas,  según  lo  que  dice  San  Pablo  1 : 
«La  caridad  de  Dios  nos  ha  sido  derramada  por  los 
corazones,  por  el  Espíritu-Santo,  que  nos  han  dado». 

Pues  ¿qué  no  será,  ó  cuáles  quilates  le  faltarán,  ó  á 
qué  fineza  no  llegará  el  amor  que  Dios  en  el  hombre 
hace,  y  que  enciende  con  el  soplo  de  su  espíritu  propio? 
¿Podrá  ser  menos  que  amor  nacido  de  Dios,  y  por  la 
misma  razón  digno  de  El,  y  hecho  á  la  manera  del  cie- 
lo, adonde  los  serafines  se  abrasan?  0  ¿será  posible  que 
la  idea,  como  si  dijésemos,  del  amor  y  el  amor  con  que 
Dios  mismo  se  ama,  crie  amor  en  mí  que  no  sea  en  fir- 
meza fortísimo,  y  en  blandura  dulcísimo,  y  en  propósito 
determinado  para  todo  y  osado,  y  en  ardor  fuego,  y  en 
perseverancia  perpetuo,  y  en  unidad  estrechísimo? 
Sombra  son  sin  duda,  Sabino,  y  ensayos  muy  imperfec- 
tos de  amor,  los  amores  todos  con  que  los  hombres  se 
aman,  comparados  con  el  fuego  que  arde  en  los  amado- 
res de  Cristo;  que  por  eso  se  llama  por  excelencia  el 
Amado,  porque  hace  Dios  en  nosotros,  para  que  le 
amemos,  un  amor  diferenciado  de  los  otros  amores,  y 
muy  aventajado  entre  todos. 

1     Rom.,  v,  5. 


DE   LOS    NOMiSRES    DE   CRISTO. -LIBRO    TERCERO  39í) 

Mas  ¿qué  no  hará  por  afinar  el  amor  de  Cristo  en 
nosotros  quien  es  Padre  de  Cristo,  quien  le  ama  como 
á  único  Hijo,  quien  tiene  puesta  en  sólo  El  toda  su  sa- 
tisfacción y  su  amor?  Que  así  dice  San  Pablo  de  Dios, 
que  Jesucristo  es  su  Hijo  de  amor,  que  es  decir,  según 
la  propiedad  de  su  lengua,  que  es  el  Hijo  á  quien  ama 
Dios  con  extremo.  Pues  si  nace  de  este  divino  Padre 
que  amemos  nosotros  á  Cristo,  su  Hijo,  cierto  es  que 
nos  encenderá  á  que  le  amemos,  si  no  en  el  grado  que 
El  le  ama,  á  lo  menos  en  la  manera  que  le  ama  El.  Y 
cierto  es  que  hará  que  el  amor  de  los  amadores  de 
Cristo  sea  como  el  suyo,  y  de  aquel  linaje  y  metal 
único  verdadero,  dulce  cual  nunca  en  la  tierra  se  co> 
noce  ni  ve;  porque  siempre  mide  Dios  los  medios  con 
el  fin  que  pretende. 

Y  en  que  los  hombres  amen  á  Cristo,  su  Hijo,  que 
les  hizo  Hombre,  no  sólo  para  que  les  fuese  Señor,, 
sino  para  que  tuviesen  en  El  la  fuente  de  todo  su  bien 
y  tesoro,  ansí  que,  en  que  los  hombres  le  amen,  no 
solamente  pretende  que  se  le  dé  su  debido;  sino  pre- 
tende también  que  por  medio  del  amor  se  hagan  unos 
con  El,  y  participen  sus  naturalezas  humana  y  divina, 
para  que  de  esta  manera  se  les  comuniquen  sus  bie 
nes.  Como  Orígenes  dice  ':  «Derrámase  la  abundancia 
de  la  caridad  en  los  corazones  de  los  santos,  para  que 
por  ella  participen  de  la  naturaleza  de  Dios,  y  para 
que  por  medio  de  este  don  del  Espíritu  Santo  se  cum- 
pla en  ellos  aquella  palabra  del  Señor  2:  «Como  tú, 
Padre,  estás  en  mí  y  yo  en  ti,  sean  éstos  ansí  unos  en 
nosotros»;  conviene  á  saber,  comunicándoseles  nues- 
tra naturaleza  por  medio  del  amor  abundantísimo  que 
les  comunica  el  Espíritu. 

Pregunto,  pues:  ¿qué  amor  convendrá  que  sea  el 
que  hace  una  obra  tan  grande?  ¿qué  amistad  la  que 
llega  á  tanta  unidad?  ¿qué  fuego  el  que  nos  apu- 
ra de  nuestra  tanta  vileza,  y  nos  acendra  y  nos 
sube  de  quilates  hasta  allegarnos  á  Dios?  Es  sin  duda 


1    Orígenes  sup.  Cant.  lib.  i.  2    Joan  ,  nm,  21. 


400  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

finísimo,  y  como  Orígenes  dice,  abundantísimo  el  amor 
que  en  los  pechos  enamorados  de  Cristo  cría  el  Espí  • 
ritu-Santo.  Porque  lo  cría  para  hacer  en  ellos  la  ma- 
yor y  más  milagrosa  obra  de  todas,  que  es  hacer  dio- 
ses á  los  hombres,  y  transformar  en  oro  fino  nuestro 
lodo  vil  y  bajísimo. 

Y  como  si,  en  el  arte  de  alquimia,  por  sólo  el  medio 
del  fuego  convirtiese  uno  en  oro  verdadero  un  pe- 
dazo de  tierra,  diríamos  ser  aquel  fuego  extremada- 
mente vivo  y  penetrable  y  eficaz  y  de  incomparable 
virtud;  ansí  el  amor  con  que  de  los  pechos  santos  es 
amado  este  Amado >,  y  que  en  El  los  transforma,  es 
sobre  todo  amor  entrañable  y  vivísimo;  y  es,  no  ya 
amor,  sino  como  una  sed  y  un  hambre  insaciable  con 
que  el  corazón  que  á  Cristo  ama  se  abraza,  con  El  y  se 
entraña,  y  como  El  mismo  lo  dice  l,  le  come  y  le  tras- 
pasa á  las  venas. 

Que  para  declarar  la  grandeza  de  El  y  su  ardor,  el 
amar  los  santos  á  Cristo  llama  la  Escritura  comer  á 
Cristo.  «Los  que  me  comieren,  dice  2,  aún  tendrán 
hambre  de  mí.  Y  si  no  comiereis  mi  carne  y  bebiereis 
mi  sangre,  no  tendréis  vida  en  vosotros»  3.  Que  es 
también  una  de  las  causas  por  qué  dejó  en  el  Sacra- 
mento de  la  Hostia  su  cuerpo,  para  que  en  la  manera 
que  con  la  boca  y  con  los  dientes,  en  aquellas  especies 
y  figuras  de  pan,  comen  los  fieles  su  carne  y  la  pasan 
al  estómago,  y  se  mudan  en  ella  ellos,  como  ayer  se 
decía;  ansí  en  la  misma  manera  en  sus  corazones,  con 
el  fuego  del  amor,  le  coman  y  le  penetren  en  sí,  como 
de  hecho  lo  hacen  los  que  son  sus  verdaderos  amigos; 
los  cuales,  como  decíamos,  abrasándose  en  El,  andan, 
si  lo  debemos  decir  ansí,  desalentados  y  hambrientos 
por  El. 

Porque,  como  dice  el  Macario  4:  «Si  el  amor  que 
nace  de  la  comunicación  de  la  carne  divide  del  padre 
y  de  la  madre  y  de  los  hermanos,  y  toda  su  afición 

1    Joan.,  «,  57.  2    Ecclis  ,  xiv,  29.  3    Joan.,  vi,  54. 

4    Hom.i  4  » 


DE    LOS    NOMBRES    DE    CRISTO.  — LIBRO    TERCERO  401 

pone  en  el  consorte,  como  es  escrito  h  «por  tanto  de- 
jará el  hombre  al  padre  y  á  la  madre,  y  se  juntará  con 
su  mujer  y  serán  un  cuerpo  los  dos»;  pues  si  el  amor 
de  la  carne  ansí  desata  al  hombre  de  todos  los  otros 
amores,  ¿cuánto  más  todos  los  que  fueren  dignos  de 
participar  con  verdad  aquel  don  amable  y  celestial 
del  espíritu,  quedarán  libres  y  desatados  de  todo  el 
amor  de  la  tierra;  y  les  parecerán  todas  las  cosas  de 
ella  supertluas  é  inútiles,  por  causa  de  vencer  en  ellos 
y  ser  rey  en  sus  almas  el  deseo  del  cielo?  Aquello  ape- 
tecen, en  aquello  piensan  de  continuo,  allí  viven,  allí 
andan  con  sus  discursos,  allí  su  alma  tiene  todo  su 
trato,  venciéndolo  todo,  y  levantando  bandera  en  ellos 
el  amor  celestial  y  divino,  y  la  afición  del  espíritu». 

Mas  veremos  evidentemente  la  grandeza  no  medida 
de  este  amor  que  der-imos,  si  miráremos  la  muche- 
dumbre y  la  dificultad  de  las  cosas  que  son  necesarias 
para  conservarle  y  tenerle.  Porque  no  es  mucho  amar 
á  uno  si,  para  alcanzar  y  conservar  su  amistad,  es  poco 
lo  que  basta.  Aquel  amor  es  verdaderamente  grande  y 
de  subidos  quilates,  que  vence  grandes  dificultades. 
Aquél  ama  de  veras  que  rompe  por  todo,  que  ningún 
estorbo  le  puede  hacer  que  no  ame;  que  no  tiene  otro 
bien  sino  al  que  ama:  que  con  tenerle  á  él,  perder  todo 
io  demás  no  lo  estima;  que  niega  todos  sus  propios 
1  gustos,  por  gustar  del  amor  solamente;  que  se  desnuda 
todo  de  sí,  para  no  ser  más  de  amor,  cuales  son  los 
verdaderos  amadores  de  Cristo. 

Porque  para  mantener  su  amistad  es  necesario,  lo 
primero,  que  se  cumplan  sus  mandamientos.  «Quien 
me  ama  á  mí,  dice  2,  guardará  lo  que  yo  le  mando»; 
<jue  no  es  una  cosa  sola,  ó  pocas  cosas  en  número  ó 
fáciles  para  ser  hechas;  sino  una  muchedumbre  de  di- 
ficultades sin  cuento,  porque  es  hacer  lo  que  la  razón 
dice,  y  lo  que  la  justicia  manda  y  la  fortaleza  pide,  y 
la  templanza  y  la  prudencia  y  todas  las  demás  virtu- 
des estatuyen  y  ordenan.  Y  es  seguir  en  todas  las  cosas 

1    Genes.,  ir,  24.  2    Joan.,  xiv,  23. 

20 


402  FRAY   LUIS   DE    LEÓN 

el  camino  fiel  y  derecho,  sin  torcerse  por  el  interés,  ni 
condescender  por  el  miedo,  ni  vencerse  por  el  deleite, 
ni  dejarse  llevar  de  la  honra;  y  es  ir  siempre  contra 
nuestro  mismo  gusto,  haciendo  guerra  al  sentido.  Y  es 
cumplir  su  ley  en  todas  las  ocasiones,  aunque  sea  pos- 
poniendo la  vida.  Y  es  negarse  á  sí  mismo,  y  tomar 
sobre  sus  hombros  su  cruz  y  seguir  á  Cristo,  esto  es, 
caminar  por  donde  El  caminó  y  poner  en  sus  pisadas 
las  nuestras.  Y  finalmente,  es  despreciar  io  que  se  ve- 
y  desechar  los  bienes  que  con  el  sentido  se  tocan,  y 
aborrecer  lo  que  la  experiencia  demuestra  ser  apaci- 
ble y  ser  dulce;  y  aspirar  á  sólo  lo  que  no  se  ve  ni  se 
siente,  y  desear  sólo  aquello  que  se  promete  y  se  creer 
fiándolo  todo  de  su  sola  palabra. 

Pues  el  amor  que  con  tanto  puede,  sin  duda  tiene 
gran  fuerza.  Y  sin  duda  es  grandísimo  el  fuego  á  quien 
no  mata  tanta  muchedumbre  de  agua.  Y  sin  duda  lo 
puede  todo,  y  sale  valerosamente  con  ello,  este  amor 
que  tienen  con  Jesucristo  lo  suyos.  ¿Qué  dice  el  Esposo 
á  su  Esposa?  l  «La  muchedumbre  del  agua  no  puede 
apagar  la  caridad,  ni  anegarla  los  ríos».  ¿Y  San  Pablo, 
qué  dice?  2  «La  caridad  es  sufrida,  bienhechora;  la 
caridad  carece  de  envidia,  no  lisonjea  ni  tacañea,  no 
se  envanece,  ni  hace  de  ninguna  cosa  caso  de  afrenta, 
no  busca  su  interés,  no  se  encoleriza;  no  imagina  hacer 
mal  ni  se  alegra  del  agravio,  antes  se  alegra  con  la  ver- 
dad; todo  lo  lleva,  todo  lo  cree,  todo  lo  sufre».  Que  es 
decir,  que  el  amor  que  tienen  sus  amadores  con  Cristo, 
no  es  un  simple  querer  ni  una  sola  y  ordinaria  afición; 
sino  un  querer  que  abraza  en  sí  todo  lo  que  es  bien 
querer,  y  una  virtud  que  atesora  en  sí  juntas  las  rique- 
zas de  las  virtudes,  y  un  encendimiento  que  se  ex- 
tiende por  todo  el  hombre,  y  le  enciende  en  sus  llamas. 

Porque  decir  que  es  sufrida,  es  decir  que  hace  un 
ánimo  ancho  en  el  hombre,  con  que  lleva  con  igualdad 
todo  lo  áspero  que  sucede  en  la  vida,  y  con  que  vive 
entre  los  trabajos  con  descanso,  y  en  las  turbaciones 


1     Cant.,  vil',  7.  21  Corint.,  xm,  4-7. 


DE    LOS    NOMBRES    DE    CRISTO.— LIBRO   TERCERO  103 

quieto,  y  en  los  casos  tristes  alegre,  y  en  las  contra- 
dicciones en  paz,  y  en  medio  de  los  temores  sin  miedo. 
Y  que  como  una  centella,  si  cayese  en  el  mar,  ella 
luego  se  apagaría  y  no  haría  daño  en  el  agua;  ansí 
cualquier  acontecimiento  duro  en  el  alma,  á  quien  en- 
sancha este  amor,  se  deshace  y  no  empece.  Que  el  da- 
ño, si  viniere,  no  conmueve  esta  roca;  y  la  afrenta,  si 
sucediere,  no  desquicia  esta  torre;  y  las  heridas,  si  gol- 
pearen, no  doblan  á  este  diamante.  Y  añadir  que  «es 
liberal  y  bienhechora»,  es  afirmar  que  no  es  sufrida 
para  ser  vengativa,  ni  calla  para  guardarse  á  su  tiempo, 
ni  ensancha  el  corazón  con  deseo  de  mejor  sazón  de 
venganza;  sino  que  por  imitar  á  quien  ama  se  engolo- 
sina en  el  hacer  bien  á  los  otros.  Y  que  vuelve  buenas 
obras  á  aquellos  de  quienes  las  recibe  muy  malas.  Y 
porque  este  su  bien  hacer  es  virtud,  y  no  miedo,  por 
eso  dice  luego  el  Apóstol  «que  no  linsonjea  ni  es  taca- 
ña»; esto  es,  que  sirve  á  la  necesidad  del  prójimo,  por 
más  enemigo  que  le  sea,  pero  que  no  consiente  en  su 
vicio  ni  le  halaga  por  de  fuera,  y  le  aborrece  en  el 
alma,  ni  le  es  tacaña  é  infiel.  Y  dice  «que  no  se 
envanece»,  que  es  decir  que  no  hace  estima  de  sí, 
ni  se  hincha  vanamante,  para  descubrir  en  ella  la 
raíz  del  sufrimiento  y  del  ánimo  largo  que  tiene  este 
amor. 

Que  los  soberbios  y  pundonorosos  son  siempre  mal 
sufridos,  porque  todo  les  hiere.  Mas  es  propiedad  de 
todo  lo  que  es  de  veras  amor,  ser  humildísimo  con 
aquello  á  quien  ama.  Y  porque  la  caridad  que  se  tiene 
con  Cristo  por  razón  de  su  incomparable  grandeza,  ama 
por  El  á  todos  los  hombres,  por  el  mismo  caso  desnuda 
de  toda  altivez  al  corazón  que  posee,  y  le  hace  humil- 
de con  todos.  Y  con  esto  dice  lo  que  luego  se  sigue, 
<  que  no  hace  de  ninguna  cosa  caso  de  afrenta».  En 
que  no  solamente  se  dice  que  el  amor  de  Jesucristo 
en  el  alma,  las  afrentas  y  las  injurias  que  otros  nos 
hacen,  por  la  humildad  que  nos  cría  y  por  la  poca  es- 
tima nuestra  que  nos  enseña,  no  las  tiene  por  tales; 
sino  dice  también  que  no  se  desdeña,  ni  tiene  por 


401  FRAY   LUIS  Dli   LEÓN 

afrentoso  ó  indigno  de  sí  ningún  ministerio,  por  vil  y 
bajo  que  sea,  como  sirva  en  él  á  su  Amado  en  sus 
miembros. 

Y  la  razón  de  todo,  es  lo  que  añade  tras  esto:  que 
«no  busca  su  interés,  ni  se  enoja  de  nada».  Toda  su 
inclinación  es  al  bien,  y  por  eso  el  dañar  á  los  otros 
aun  no  lo  imagina;  los  agravios  ajenos  y  que  otros  pa- 
decen son  los  que  solamente  le  duelen,  y  la  alegría  y 
felicidad  ajena  es  la  suya.  Todo  lo  que  su  querido  Se- 
ñor le  manda  hace,  todo  lo  que  le  dice  lo  cree,  todo  lo 
que  se  detuviere  le  espera,  todo  lo  que  le  envía  lo  lle- 
va con  regocijo,  y  no  halla  ninguno,  si  no  es  en  sólo  El, 
á  quien  ama. 

Que  como  un  grande  enamorado  bien  dice  *:  «Ansí 
como  en  las  fiebres  el  qae  está  inflamado  con  calen- 
tura aborrece  y  abomina  cualquier  mantenimiento 
que  le  ofrecen,  por  más  gustoso  que  sea,  por  razón 
del  fuego  del  mal  que  le  abrasa  y  se  apodera  de  él  y 
le  mueve;  por  la  misma  manera,  aquellos  á  quie 
nes  enciende  el  deseo  sagrado  del  Espíritu  celestial,  y 
á  quienes  llega  en  el  alma  el  amor  de  la  caridad  de 
Dios,  y  en  quienes  El  se  enviste,  y  de  quienes  se  apo- 
dera el  fuego  divino  que  Cristo  vino  á  poner  en  la  tie- 
rra, y  quiso  que  con  presteza  prendiese,  y  lo  que  se 
abrasa,  como  dicho  es,  en  deseos  de  Jesucristo;  todo  lo 
que  se  precia  en  este  siglo,  él  lo  tiene  por  desechado 
y  aborrecible,  por  razón  del  fuego  de  amor  que  le  ocu- 
pa y  enciende.  Del  cual  amor  no  los  puede  desquiciar 
ninguna  cosa,  ni  del  suelo,  ni  del  cielo,  ni  del  infierno». 
Como  dice  el  Apóstol:  «¿Quién  será  poderoso  para 
apartarnos  del  amor  de  Jesucristo?»  con  lo  que  se 
sigue. 

Pero  no  se  permite  que  ninguno  halle  el  amor  ce- 
lestial del  espíritu,  si  no  se  enajena  de  todo  lo  que  este 
siglo  contiene,  y  se  da  á  sí  mismo  á  sola  la  inquisición 
del  amor  de  Jesús,  libertando  su  alma  de  toda  solicitud 
terrenal,  para  que  pueda  ocuparse  solamente  en  un 


1    S.  Macario,  hom.  u. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.—  LIBRO   TERCERO         405 

fin,  por  medio  del  cumplimiento  de  todo  cuanto  Dios 
manda. 

Por  manera  que  es  tan  grande  este  amor,  que  des- 
arraiga de  nosotros  cualquiera  otra  afición,  y  queda  él 
señor  universal  de  nuestra  alma;  y  como  es  fuego  ar- 
dentísimo, consume  todo  lo  que  se  opone,  y  ansí  des- 
tierra del  corazón  los  otros  amores  de  las  criaturas,  y 
hace  él  su  oficio  por  ellos,  y  las  ama  á  todas  mucho 
más  y  mejor  que  las  amaban  sus  propios  amores.  Que 
es  otra  particularidad  y  grandeza  de  este  amor  con  que 
es  amado  Jesús,  que  no  se  encierra  en  sólo  El,  sino  en 
El  y  por  El  abraza  á  todos  los  hombres,  y  los  mete  den- 
tro de  sus  entrañas  con  una  afición  tan  pura,  que  en 
ninguna  cosa  mira  á  sí  mismo;  tan  tierna,  que  siente 
sus  males  más  que  los  propios;  tan  solícita,  que  se  des- 
vela en  su  bien;  tan  firme,  que  no  se  mudará  de  ellos 
si  no  se  muda  de  Cristo. 

Y  como  sea  cosa  rarísima  que  un  amigo,  según  la 
amistad  de  la  tierra,  quiera  por  su  amigo  padecer 
muerte,  es  tan  grande  el  amor  de  los  buenos  con 
Cristo,  que  porque  ansí  le  place  á  El,  padecerán  ellos 
daños  y  muerte,  no  sólo  por  los  que  conocen,  sino 
por  los  que  nunca  vieron;  y  no  sólo  por  los  que  los 
aman,  sino  también  por  quien  los  aborrece  y  persigue. 
Y  llega  este  Amado  á  ser  tan  amado,  que  por  El  lo 
son  todos.  Y  en  la  manera  como  en  las  demás  gracias 
y  bienes,  es  El  la  fuente  del  bien  que  se  derrama  en 
nosotros;  ansí  en  esto  lo  es.  Porque  su  amor,  digo 
el  que  los  suyos  le  tienen,  nos  provee  á  todos  y  nos 
rodea  de  amigos  que,  olvidados  por  nosotros,  nos 
buscan:  y  no  conocidos,  nos  conocen;  y  ofendidos, 
nos  desean  y  nos  procuran  el  bien,  porque  su  deseo  es 
satisfacer  en  todo  á  su  Amado,  que  es  el  Padre  de 
todos.  Al  cual  aman  con  tan  subido  querer,  cual  es 
justo  que  lo  sea  el  que  hace  Dios  con  sus  manos,  y  por 
cuyo  medio  nos  pretende  hacer  dioses,  y  en  quien  con- 
siste el  cumplimiento  de  todas  sus  leyes,  y  la  victoria 
de  todas  las  dificultades,  y  la  fuerza  contra  todo  lo 
adverso,  y  la  dulzura  en  lo  amargo,  y  la  paz  y  la  con- 


40G  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

cordia,  y  el  ayuntamiento  y  abrazo  general  y  verdadero 
con  que  el  mundo  se  enlaza. 

Mas  ¿para  qué  son  razones  en  lo  que  se  ve  por  ejem- 
plos? Oigamos  lo  que  algunos  de  estos  enamorados  de 
Cristo  dicen,  que  en  sus  palabras  veremos  su  amor,  y 
por  las  llamas  que  despiden  sus  lenguas  conoceremos 
el  infinito  fuego  que  les  ardía  en  los  pechos.  San  Pa- 
blo, ¿qué  dice?  ]:  «¿Quién  nos  apartará  del  amor  de 
G-isto?  ¿La  tribulación,  por  ventura,  ó  la  angustia,  ó  el 
hambre,  ó  la  desnudez,  ó  el  peligro,  ó  la  persecución, 
ó  la  espada?»  Y  luego:  «Cierto  soy  que,  ni  la  muerte 
ni  la  vida,  ni  los  ángeles,  ni  los  principados,  ni  los  po- 
deríos, ni  lo  presente  ni  lo  porvenir,  ni  lo  alto  ni  lo 
profundo,  ni,  finalmente,  criatura  ninguna  nos  podrá 
apartar  del  amor  de  Dios  en  Nuestro  Señor  Jesu- 
cristo». ¡Qué  ardor!  ¡Qué  llama!  ¡Qué  fuego! 

Pues  el  del  glorioso  Ignacio  ¿cuál  era?  «Yo  escribo, 
dice  2,  á  todos  los  fieles,  y  les  certifico  que  muero  por 
Dios  con  voluntad  y  alegría.  Por  lo  cual  os  ruego  que 
no  me  seáis  estorbo  vosotros.  Ruégoos  mucho  que  no 
me  seáis  malos  amigos.  Dejadme  que  sea  manjar  de  las 
fieras,  por  cuyo  medio  conseguiré  á  Jesucristo.  Trigo 
suyo  soy,  y  tengo  de  ser  molido  con  los  dientes  de  los 
leones,  para  quedar  hecho  pan  limpio  de  Dios.  No  pon- 
gáis estorbo  á  las  fieras,  antes  las  convidad  con  regalo, 
para  que  sean  mi  sepultura  y  no  dejen  fuera  de  sí 
parte  de  mi  cuerpo  ninguna.  Entonces  seré  discípulo 
verdadero  de  Cristo,  cuando  ni  mi  cuerpo  fuere  visto 
en  el  mundo.  Rogad  por  mí  al  Señor,  que  por  medio  de 
eslos  instrumentos  me  haga  su  sacrificio.  No  os  pongo 
yo  leyes  como  San  Pedro  ó  San  Pablo,  que  aquellos 
eran  apóstoles  de  Cristo,  y  yo  soy  una  cosa  pequeña; 
aquellos  eran  libres  como  siervos  de  Cristo;  yo  hasta 
agora  solamente  soy  siervo.  Mas,  si  como  deseo,  padez- 
co, seré  siervo  libertado  de  Jesucristo,  y  resucitaré  en 
El  del  todo  libre.  Agora  aprisionado  por  El,  aprendo  á 
no  desear  cosa  alguna  vana  y   mundana.  Desde  Siria 


1     Rom  ,  viü,  35.  2    En  la  Epístola  ad  Romanos. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO    TERCERO  407 

hasta  Roma  voy  echado  á  las  bestias.  Por  mar  y  por 
tierra,  de  noche  y  de  día,  voy  atado  á  diez  leopardos 
que  bien  tratados  se  hacen  peores.  Mas  sus  excesos 
son  mi  doctrina,  y  no  por  eso  soy  justo.  Deseo  las 
fieras  que  me  están  aguardando,  y  ruego  verme  presto 
con  ellas;  á  las  cuales  regalaré  y  convidaré  que  me 
traguen  de  presto,  y  que  no  hagan  conmigo  lo  que 
<3on  otros,  que  no  osaron  tocarlos.  Y  si  ellas  no  quisie- 
ren de  su  voluntad,  yo  las  forzaré  que  me  coman. 
Perdonadme,  hijos,  que  yo  sé  bien  lo  que  me  conviene. 
Agora  comienzo  á  aprender  á  no  apetecer  nada  de  lo 
que  se  ve  ó  no  se  ve,  á  fin  de  alcanzar  al  Señor.  Fuego, 
y  cruz,  y  bestias  fieras,  heridas,  divisiones,  quebran- 
tamientos de  huesos,  cortamientos  de  miembros,  des- 
atamiento de  todo  el  cuerpo,  y  cuanto  puede  herir  el 
demonio  venga  sobre  mí,  como  solamente  gane  yo  á 
Cristo.  Nada  me  servirá  toda  la  tierra,  nada  los  reinos 
de  este  siglo.  Muy  mejor  me  es  á  mí  morir  por  Cristo, 
que  ser  rey  de  todo  el  mundo.  Al  Señor  deseo,  al  Hijo 
verdadero  de  Dios,  á  Cristo  Jesús,  al  que  murió  y  resu- 
citó por  nosotros.  Perdonadme,  hermanos  míos,  no  me 
impidáis  el  caminar  á  la  vida;  que  Jesús  es  la  vida  de 
Jos  fieles.  No  queráis  que  muera  yo;  que  muerte  es  la 
vida  sin  Cristo». 

Mas  veamos  agora  cómo  arde  San  Gregorio  el  teólo- 
go. «¡Oh  luz  del  Padre!  dice  \  ¡oh  palabra  de  aquel  en- 
tendimiento grandísimo,  aventajado  sobre  toda  pala- 
bra! ¡Oh  luz  infinita  de  luz  infinita!  Unigénito,  figura 
del  Padre,  sello  del  que  no  tiene  principio,  resplandor 
que  juntamente  resplandece  con  El,  fin  de  los  siglos, 
clarísimo,  resplandeciente,  dador  de  riquezas  inmen- 
sas, asentado  en  trono  alto,  celestial,  poderoso,  de  in- 
finito valor,  gobernador  del  mundo,  y  que  das  á  todas 
las  cosas  fuerza  que  vivan.  Todo  lo  que  es  y  lo  que 
será,  tú  lo  haces.  Sumo  artífice,  á  cuyo  cargo  está  todo. 
Porque  á  ti  ¡oh  Cristo!  se  debe  que  el  sol  en  el  cielo 
con  sus  resplandores  quite  á  las  estrellas  su  luz;  ansí 


1    En  un  himno  de  Cristo. * 


408  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

como  en  comparación  de  tu  luz  son  tinieblas  los  más 
claros  espíritus.  Obra  tuya  es  que  la  luna,  luz  de  la 
noche,  vive  á  veces  y  muere,  y  torna  llena  después,  y 
concluye  su  vuelta.  Por  ti  el  círculo  que  llamamos  Zo- 
diaco, y  aquella  danza,  como  si  dijésemos,  tan  ordena- 
da del  cielo,  pone  sazón  y  debidas  leyes  al  año,  mez- 
clando sus  partes  entre  sí,  y  templándolas,  como  sin 
sentir,  con  dulzura.  Las  estrellas,  ansí  las  fijas  como 
las  que  andan  y  tornan,  son  pregoneros  de  tu  saber 
admirable.  Luz  tuya  son  todos  aquellos  entendimien- 
tos del  cielo,  que  celebran  la  Trinidad  con  sus  cantos. 
También  el  hombre  es  tu  gloria,  que  colocaste  en  la 
tierra  como  ángel  tuyo  pregonero  y  cantor.  ¡Oh  lumbre 
clarísima,  que  por  mí  disimulas  tu  gran  resplandor! 
¡Oh  inmortal,  y  mortal  por  mi  causa!  Engendrado  dos 
veces.  Alteza  libre  de  carne,  y  á  la  postre,  para  mi  re- 
medio, de  carne  vestida.  A  ti  vivo,  á  ti  hablo,  soy  víc- 
tima tuya;  por  ti  la  lengua  encadeno,  y  agora  por  ti  la 
desato;  y  pídote,  Señor,  que  me  des  callar  y  hablar 
como  debo». 

Mas  oigamos  algo  de  los  regalos  de  nuestro  enamo- 
rado Agustino.  «¿Quién  me  dará,  dice  *,  Señor,  que 
repose  yo  en  ti?  ¿Quién  me  dará  que  vengas  tú,  Señor, 
á  mi  pecho  y  que  le  embriagues,  y  que  olvide  mis  ma- 
les y  que  abrace  á  ti  sólo,  mi  bien?  ¿Quién  eres,  Señor, 
para  mí  (dame  licencia  que  hable),  ó  quién  soy  yo  para 
ti?  ¿Que  mandas  que  te  ame,  y  si  no  lo  hago  te  enojas 
conmigo,  y  me  amenazas  con  grandes  miserias,  como  si 
fuese  pequeña  el  mismo  no  amarte?  ¡Ay  triste  de  mí! 
Dime  por  tus  piedades,  Señor  y  Dios  mío,  ¿quién  eres 
para  mí?  Di  á  mi  alma:  Yo  soy  tu  salud.  Dílo,  como  lo 
oiga.  Ves  delante  de  ti  mis  oídos  del  alma;  tú  los  abre, 
Señor,  y  díle  á  mi  espíritu:  Yo  soy  tu  salud.  Correré  en 
pos  de  esta  voz  y  asiréte.  No  quieras,  Señor,  esconder- 
me tu  cara.  Moriré,  para  no  morir,  si  la  viere.  Estrecha 
casa  es  mi  alma  para  que  á  ella  vengas,  mas  ensáncha- 
la tú.  Caediza  es,  mas  tú  la  repara.  Cosas  tiene  que 


1    En  las  Confesiones*,  hb.  i,  cap.  v. 


DE    LOS    NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   TERCERO  409 

ofenderán  á  tus  ojos;  sélo,  y  cenfiésolo.  Mas  ¿quién  la 
hará  limpia,  ó  á  quién  vocearé  sino  á  ti?  Limpíame,  Se- 
ñor, de  mis  encubiertas;  y  perdona  á  tu  siervo  sus  de- 
masías » . 

No  tiene  este  cuento  fin,  porque  se  acabará  primero 
la  vida  que  el  referir  todo  lo  que  los  amadores  de  Cristo 
le  dicen,  para  demostración  de  lo  que  le  aman  y  quie- 
ren. Baste  por  todos  los  que  la  Esposa  dice,  que  sus- 
tenta la  persona  de  todos.  Porque  si  el  amor  se  mani- 
fiesta con  palabras,  ó  las  suyas  lo  manifiestan,  ó  no  lo 
manifiestan  ningunas.  Comienza  de  esta  manera  ?:  «Bé- 
seme de  besos  de  su  boca;  que  mejores  son  tus  amores 
que  el  vino».  Y  prosigue  diciendo:  «Llévame  en  pos  ti, 
y  correremos».  Y  añade:  «Dime,  oh  amado  del  almaT 
adonde  sesteas  y  adonde  apacientas  al  medio  día».  Y 
repite  después:  «Ramillete  de  flores  de  mirra  el  mi 
amado  para  mí,  pondréle  entre  mis  pechos». 

Y  después,  siendo  alabada  de  El,  le  responde:  «¡Oh, 
cómo  eres  hermoso,  amado  mío,  y  gentil,  y  florida  nues- 
tra cama,  y  de  cedro  los  techos  de  nuestros  retretes».  Y 
compáralo  al  manzano,  y  dice  cuánto  deseó  estar  asen- 
tada á  su  sombra  y  comer  de  su  fruta.  Y  desmáyase 
luego  de  amor;  y  desmayándose  dice  que  la  socorran  con 
flores,  porque  desfallece;  y  pide  que  el  amado  la  abra- 
ce, y  dice  en  la  manera  cómo  quiere  ser  abrazada.  Dice 
que  le  buscó  en  su  lecho  de  noche,  y  que,  no  le  hallan- 
do, levantada  salió  de  su  casa  en  su  busca,  y  que  rodeó 
la  ciudad  acuitada  y  ansiosa,  y  que  le  halló  y  que  no 
le  dejó  hasta  tornarle  á  su  casa.  Dice  que  en  otra  no- 
che salió  también  á  buscarle,  que  le  llamó  por  las  ca- 
lles á  voces,  que  no  oyó  su  respuesta,  que  la  maltra- 
taron las  rondas,  que  íes  dijo  á  todos  los  que  oyeron 
sus  voces  2  :  ¡Conjuróos,  oh  hijas  de  Jerusalén,  si  sa- 
bréis de  mi  amado,  que  le  digáis  que  desfallezco  de 
amor! » 

Y  después  de  otras  muchas  cosas,  le  dice:  «Ven, 
amado  mío,  y  salgamos  al  campo,  hagamos  vida  en> 

1     Cant.,  i,  1.  2    Ibidtm,  v,  á. 


-CIO  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

la  aldea,  madrugaremos  por  la  mañana  á  las  viñas; 
veremos  si  da  fruto  la  viña,  si  está  en  cierne  la  uva, 
si  florecen  los  granados,  si  las  mandragoras  esparcen 
olor.  Allí  te  daré  mis  amores:  que  todos  los  frutos, 
ansí  los  de  guarda  como  los  de  no  guarda,  los  guardo 
yo  para  ti».  Y  finalmente,  abrasándose  en  vivo  amor 
toda,  concluye  y  le  dice  1 :  «Quién  te  me  dará  á  ti 
como  hermano  mío  mamante  los  pechos  de  mi  ma- 
dre? Hallaríate  fuera,  besaríate.  y  no  me  despreciaría 
ninguno,  no  haría  befa  de  mí;  asiría  de  ti,  meteríate 
■en  casa  de  mi  madre,  avezaríasme,  y  daríate  yo  del 
adobado  vino  y  del  arrope  de  las  granadas;  tu  izquierda 
debajo  de  mi  cabeza,  y  tu  derecha  me  ceñiría  en  de- 
rredor». 

Pero  excusadas  son  las  palabras  adonde  vocean  las 
obras,  que  siempre  fueron  los  testigos  del  amor  verda- 
deros. Porque  ¿qué  hombre  jamás,  no  digo  muchos 
hombres,  sino  un  hombre  sólo,  por  más  amigo  suyo 
que  fuese,  hizo  las  pruebas  de  amor  que  hacen  y  harán 
innumerables  gentes  por  Cristo  en  cuanto  los  siglos 
duraren?  Por  amor  de  este  amado,  y  por  agradarle, 
¿qué  prueba  no  han  hecho  de  sí  infinitas  personas?  Han 
dejado  sus  naturales,  hanse  despojado  de  sus  hacien- 
das, hanse  desterrado  de  todos  los  hombres,  hanse 
desencarnado  de  todo  lo  que  se  parece  y  ve;  de  sí  mis- 
mos, de  todo  su  querer  y  entender,  hacen  cada  día  re- 
nunciación perfectísima.  Y  si  es  posible  enajenarse  un 
hombre  de  sí,  y  dividirse  de  sí  misma  nuestra  alma,  y 
«n  la  manera  que  el  espíritu  de  Dios  lo  puede  hacer, 
y  nuestro  saber  no  lo  entiende,  se  enajenan  y  se  divi- 
den amándole.  Por  El  les  ha  sido  la  pobreza  riqueza, 
y  paraíso  el  desierto,  y  los  tormentos  deleite,  y  las  per- 
secuciones descanso;  y  para  que  vivn  en  ellos  su  amor, 
escogen  el  morir  ellos  á  todas  las  coshs,  y  llegan  á  des- 
figurarse de  sí,  hechos  como  un  sujeto  puro  sin  figura 
ni  forma,  para  que  el  amor  de  Cristo  sea  en  ellos  la 
forma,  la  vida,  el  ser,  el  parecer,  el  obrar,  y  finalmente, 

1     Cant.,  viii,  1. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBKO    TERCERO         411 

para  que  no  se  parezca  en  ellos  más  de  su  amado. 
Que  es  sin  duda  el  que  sólo  es  amado  por  excelencia 
entre  todo. 

¡Oh  grandeza  de  amor!  ¡Oh  el  deseo  único  de  todos 
los  buenos!  ¡Oh  el  fuego  dulce  por  quien  se  abrasan  las 
almas!  Por  ti,  Señor,  las  tiernas  niñas  abrazaron  la 
muerte,  por  ti  la  flaqueza  femenil  holló  sobre  el  fuego. 
Tus  dulcísimos  amores  fueron  los  que  poblaron  los 
yermos.  Amándote  á  ti,  oh  dulcísimo  bien,  se  enciende, 
se  apura,  se  esclarece,  se  levanta,  se  arroba,  se  anega 
«el  alma,  el  sentido,  la  carne. 

Y  paró  Marcelo  aquí,  quedando  como  suspenso;  y 
poco  después,  bajando  la  vista  al  suelo  y  encogién- 
dose todo: 

— Gran  osadía,  dice,  mía  es  querer  alcanzar  con  pa- 
labras lo  que  Dios  hace  en  el  alma  que  ama  á  su  Hijo, 
y  la  manera  cómo  es  amado  y  cuánto  es  amado.  Basta 
para  que  se  entienda  este  amor,  saber  que  es  don  suyo 
amarle;  y  basta  para  conocer  que  en  el  amarle  consiste 
nuestro  bien  todo,  para  conocer  que  el  amor  suyo,  que 
vive  en  nosotros,  no  es  una  grandeza  sola,  sino  un 
amontonamiento  de  bienes  y  de  dulzuras  y  de  gran- 
dezas innumerables;  y  que  es  un  sol  vestido  de  res- 
plandores, que  por  mil  maneras  hermosean  el  alma. 

Y  para  ver  que  se  nombra  debidamente  Cristo  el 
Amado,  basta  saber  que  le  ama  Dios  únicamente.  Quie- 
ro decir,  que  no  solamente  le  ama  mucho  más  que  á 
otra  cosa  ninguna,  sino  que  á  ninguna  ama  sino  por  su 
respeto;  ó  para  decirlo  como  es,  porque  no  ama  sino  á 
Cristo  en  las  cosas  que  ama.  Porque  su  semejanza  de 
Cristo,  en  la  cual  por  medio  de  la  gracia  que  es  ima- 
gen de  Cristo,  se  transforma  nuestra  alma,  y  el  mismo 
espíritu  de  Cristo,  que  en  ella  vive,  y  ansí  la  hace  una 
cosa  con  Cristo,  es  lo  que  satisface  á  Dios  en  nosotros. 
Por  donde  sólo  Cristo  es  el  Amado,  por  cuanto  todos 
los  amadas  de  Dios  son  Jesucristo,  por  la  imagen  suya 
que  tienen  impresa  en  el  alma;  y  porque  Jesucristo  es 
la  hermosura  con  que  Dios  hermosea,  conforme  á  su 
gusto,  á  todas  las  cosas,  y  la  salud  con  que  les  da  la 


412  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

vida,  y  por  eso  se  llama  Jesús,  que  es  el  nombre  de 
que  diremos  agora. 

Y  calló  Marcelo,  y  habiendo  tomado  algún  reposo, 
tornó  á  hablar  de  esta  manera,  puestos  en  Sabino 
los  ojos. 


CAPÍTULO   III 

Qué  significa,  y  cómo  le  conviene  sólo  á  Cristo  el  nombre  de  Je- 
sús, y  de  cómo  es  su  nombre  propio  en  cuanto  hombre. 

El  nombre  de  Jesús,  Sabino,  es  el  propio  nombre 
de  Cristo;  porque  los  demás  que  se  han  dicho  hasta 
agora,  y  otros  muchos  que  se  pueden  decir,  son  nom- 
bres comunes  suyos,  que  se  dicen  de  El  por  alguna 
semejanza  que  tiene  con  otras  cosas,  de  las  cuales 
también  se  dicen  los  mismos  nombres.  Los  cuales  y 
los  propios  difieren,  lo  uno,  en  que  los  propios,  como 
la  palabra  lo  dice,  son  particulares  de  uno,  y  los  co- 
munes competen  á  muchos;  y  lo  otro,  ó  que  los  pro- 
pios, si  están  puestos  con  arte  y  con  saber,  hacen  sig- 
nificación de  todo  lo  que  haya  en  su  dueño,  y  son 
como  imagen  tuya,  como  al  principio  dijimos;  mas 
los  comunes  dicen  algo  de  lo  que  hay,  pero  no  todo. 

Ansí  que,  pues  Jesús  es  nombre  propio  de  Cristo,  y 
nombre  que  se  le  puso  Dios  por  la  boca  del  ángel,  por 
la  misma  razón  no  es  como  los  demás  nombres  que  le 
significan  por  partes;  sino  como  ninguno  de  los  demás, 
que  dice  todo  lo  de  El,  y  que  es  como  una  figura  suya 
que  nos  pone  en  los  ojos  su  naturaleza  y  sus  obras; 
que  es  todo  lo  que  hay  y  se  puede  considerar  en  las 
cosas. 

Mas  conviene  advertir  que  Cristo,  ansí  como  tie- 
ne dos  naturalezas,  ansí  también  tiene  dos  nombres 
propios:  uno  según  la  naturaleza  divina  en  que  nace 
del  Padre  eternamente,  que  solemos  en  nuestra  lengua 
llamar  Verbo  ó  palabra;  otro  según  la  humana  natura- 
leza, que  es  el  que  pronunciamos  Jesús.  Los  cuales 
ambos  son,  cada  uno  conforme  á  su  cualidad,  retratos 


DE   LOS   NOMBRES   DE  CRISTO.— LIBRO   TERCERO         413 

de  Cristo  perfectos  y  enteros.  Retratos,  digo,  enteros, 
que  cada  uno  en  su  parte  dice  todo  lo  que  hay  en  ella 
cuanto  á  un  nombre  es  posible.  Y  digamos  de  ambos  y 
de  cada  uno  por  sí. 

Y  presupongamos  primero  que  en  estos  dos  nombres 
unos  son  los  originales  y  otros  son  los  traslados.  Los 
originales  son  aquellos  mismos  que  reveló  Dios  á  los 
Profetas,  que  los  escribieron  en  la  lengua  que  ellos 
sabían,  que  era  sira  ó  hebrea.  Y  ansí  en  el  primer 
nombre  que  decimos  palabra,  el  original  es  Dabar;  y 
en  el  segundo  nombre,  Jesús,  el  original  es  Jehosuah; 
pero  los  traslados  son  estos  mismos  nombres,  en  la  ma- 
nera cómo  en  otras  lenguas  se  pronuncian  y  escriben. 

Y  porque  sea  más  cierta  la  doctrina,  diremos  de  los 
originales  nombres.  De  los  cuales,  en  el  primero,  Da- 
bar,  digo  que  es  propio  nombre  de  Cristo  según  la  na- 
turaleza divina,  no  solamente  porque  es  ansí  de  Cristo, 
que  no  conviene  ni  al  Padre  ni  al  Espíritu-Santo;  sino 
también  porque  todo  lo  que  por  otros  nombres  se  dice 
de  El,  lo  significa  sólo  éste.  Porque  Dabar  no  dice 
una  cosa  sola,  sino  una  muchedumbre  de  cosas;  y  dice- 
las  como  quiera  y  por  do  quiera  que  le  miremos,  ó 
junto  á  todo  él,  ó  á  sus  partes  cada  una  por  sí,  á  sus 
sílabas  y  á  sus  letras.  Que  lo  primero,  la  primera  letra, 
que  es  D  tiene  fuerza  de  artículo,  como  el  en  nuestro 
español;  y  el  oficio  del  artículo  es  reducir  á  ser  lo  co- 
mún, y  como  demostrar  y  señalar  lo  confuso,  y  ser  guía 
del  nombre,  y  darle  su  cualidad  y  su  linaje,  y  levantar- 
le de  quilates  y  añadirle  excelencia.  Que  todas  ellas 
son  obras  de  Cristo,  según  que  es  la  palabra  de  Dios; 
porque  El  puso  ser  á  las  cosas  todas,  y  nos  las  sacó  á 
luz  y  á  los  ojos,  y  les  dio  su  razón  y  su  linaje;  porque 
El  en  sí  es  la  razón,  y  la  proporción,  y  la  compostura  y 
la  consonancia  de  todas,  y  las  guía  El  mismo,  y  las  re- 
para si  se  empeoran,  y  las  levanta,  y  las  sube  siempre 
y  por  sus  pasos  á  grandísimos  bienes. 

Y  la  segunda  letra,  que  es  JB,  como  San  Jerónimo 
enseña,  tiene  significación  de  edificio;  que  es  también 
propiedad  de  Cristo,  ansí  por  ser  el  edificio  original  y 


414  FRAY    LUIS    DE   LEÓN 

como  la  traza  de  todas  las  cosas  (las  que  Dios  tiene  edi- 
ficadas y  las  que  puede  edificar,  que  son  infinitas),  como- 
porque  fué  el  obrero  de  ellas.  Por  donde  también  es- 
llamado  Tabernáculo  en  la  sagrada  Escritura,  como 
Gregorio  Niseno  dice:  «Tabernáculo  es  el  Hijo  de  Dios 
unigénito,  porque  contiene  en  sí  todas  las  cosas;  el 
cual  también  fabricó  tabernáculo  de  nosotros». 

Porque,  como  decíamos,  todas  las  cosas  moraron  en 
El  eternamente  antes  que  fuesen;  y  cuando  fueron,  El 
las  sacó  á  luz  y  las  compuso  para  morar  El  en  ellas. 
Por  manera  que,  ansí  como  El  es  casa,  ansí  ordenó 
que  también  fuese  casa  lo  que  nacía  de  El,  y  que  de 
un  tabernáculo  naciese  otro  tabernáculo,  y  de  un  edi- 
ficio otro,  y  que  lo  fuese  uno  para  el  otro,  y  á  veces. 
El  es  tabernáculo  porque  nosotros  vivimos  en  El;  nos- 
otros lo  somos  porque  El  mora  en  nosotros.  «Y  la  rue- 
da está  en  medio  de  la  rueda,  y  los  animales  en  las 
ruedas,  y  las  ruedas  en  los  animales»,  como  Ezequiel 
escribía  l.  Y  están  en  Cristo  ambas  las  ruedas,  porque 
en  El  está  la  divinidad  del  Verbo  y  la  humanidad  de  su 
carne,  que  contiene  en  sí  la  universidad  de  todas  las 
criaturas  ayuntadas  y  hechas  una,  en  la  forma  que 
otras  veces  he  dicho. 

La  tercera  letra  de  Dabar  es  la  R}  que,  conforme 
al  mismo  doctor  San  Jerónimo,  tiene  significación  de 
cabeza  ó  principio,  y  Cristo  es  principio  por  propiedad. 
Y  El  mismo  se  llama  principio  en  el  Evangelio,  porque 
en  El  se  dio  principio  á  todas  las  cosas;  porque,  como 
muchas  veces  decimos,  es  el  original  de  ellas,  que  no 
solamente  demuestra  su  razón  y  figura  su  ser,  sino  que 
les  da  el  ser  y  la  substancia  haciéndolas.  Y  es  principio 
también,  porque  en  todos  los  linajes  de  preeminencias 
y  de  bienes  tiene  El  la  preeminencia  y  el  lugar  más 
aventajado,  ó  por  decir  la  verdad,  en  todos  los  bienes 
es  El  la  cabeza  de  aquel  bien,  y  como  la  fuente  de  don- 
de mana  y  se  deriva  y  se  comunica  á  los  demás  que  lo 
tienen.  Como  escribe  San  Pablo  2,  «que  es  el  principio  y 

1    Ezech.,  i,  16.  2    Colos.,  i,  18. 


DE    LOS   NOMBRES    DE    CRISTO.  — LIBRO    TERCERO  ll£ 

que  en  todo  tiene  las  primerias  >.  Porque  en  el  orden 
del  ser,  El  es  el  principio  de  quien  les  viene  el  ser  á  los 
otros;  y  en  el  orden  del  buen  ser,  El  mismo  es  la  ca- 
beza que  todo  lo  gobierna  y  reforma.  Pues  en  el  vivir 
es  el  manantial  de  la  vida;  en  el  resucitar,  el  primero 
que  resucita  su  carne,  y  el  que  es  virtud  para  que  las 
demás  resuciten;  en  la  gloria,  el  padre  y  el  océano  de 
ella;  en  los  reyes,  el  Rey  de  todos,  y  en  los  sacerdotes, 
el  Sacerdote  sumo  que  jamás  desfallece;  entre  los  fie- 
les, su  Pastor;  en  los  ángeles,  su  Príncipe;  en  los  re- 
beldes ó  ángeles  ó  hombres,  su  Señor  poderoso;  y 
finalmente,  El  es  el  principio  por  donde  quiera  que  le 
miremos. 

Y  aun  también  la  R  significa  (según  el  mismo  doc- 
tor) el  espíritu.  Que  aunque  es  nombre  que  conviene 
á  todas  las  tres  Personas,  y  que  se  apropia  al  Espíritu 
Santo,  por  señalar  la  manera  como  se  espira  y  proce- 
de; pero  dícese  Cristo  espíritu,  demás  de  lo  común, 
por  cierta  particularidad  y  razón:  lo  uno,  porque  el 
ser  esposo  del  alma  es  cosa  que  se  atribuye  al  Verbo, 
y  el  alma  es  espíritu,  y  ansí  conviene  que  El  lo  sea  y 
se  lo  llame,  para  que  sea  alma  del  alma  y  espíritu  del 
espíritu;  lo  otro,  porque  en  el  ayuntamiento  que  con 
ella  tiene,  guarda  bien  las  leyes  y  la  condición  del  es- 
píritu; que  se  va  y  se  viene,  y  se  entra  y  se  sale,  sin 
que  sepáis  cómo  ni  por  dónde;  como  San  Bernardo, 
hablando  de  sí  mismo,  lo  dice  con  maravilloso  regalo. 
Y  quiero  referir  sus  palabras,  para  que  gustéis  su 
dulzura. 

«Confieso,  dice  l,  que  el  Verbo  ha  venido  á  mí  mu- 
chas veces,  aunque  no  es  cordura  el  decirlo.  Mascón 
haber  entrado  veces  en  mí,  nunca  sentí  cuándo  entra- 
ba. Sentíle  estar  en  mi  alma,  acuerdóme  que  le  tuve 
conmigo,  y  alguna  vez  pude  sospechar  que  entraría, 
mas  nunca  le  sentí  ni  entrar  ni  salir.  Porque,  ni  aun 
agora  puedo  alcanzar  de  dónde  vino,  cuándo  me  vino; 
ni  adonde  se  fué  cuando  me  dejó,  ni  por  dónde  entró 


1    Homil.  lxxiv  in  Cántica. 


416  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

<3  salió  de  mi  alma,  conforme  á  aquello  que  dice  ,:  «No 
.«abréis  de  dónde  viene  ni  adonde  se  va».  Y  no  es  cosa 
nueva,  porque  El  es  á  quien  dicen  a:  «Y  la  huella  de 
tus  pisadas  no  será  conocida».  Verdaderamente  El  no 
entró  por  los  ojos,  porque  no  es  sujeto  á  color;  ni  tam- 
poco por  los  oídos,  porque  no  hizo  sonido;  ni  menos 
por  las  narices,  porque  no  se  mezcló  con  el  aire;  ni 
por  la  boca,  porque  ni  se  bebe  ni  se  come;  ni  con  el 
tacto  le  sentí,  porque  no  es  tal  que  se  toca.  ¿Por  dón- 
de, pues,  entró?  0  por  ventura  no  entró,  porque  no 
vino  de  fuera,  que  no  es  cosa  alguna  de  las  que  están 
por  defuera.  Mas  ni  tampoco  vino  de  dentro  de  mí, 
porque  es  bueno;  y  yo  sé  que  en  mí,  no  hay  cosa  que 
buena  sea.  Subí,  pues,  sobre  mí,  y  hallé  que  este  Ver- 
bo aún  estaba  más  alto.  Descendí  debajo  de  mí,  inqui- 
sidor curioso,  y  también  hallé  que  aún  estaba  más 
abajo.  Si  miré  á  lo  de  fuera,  vile  aún  más  fuera  que 
todo  ello.  Si  me  volví  para  dentro,  hállele  dentro 
también.  Y  conocí  ser  verdad  lo  que  había  leído  3. 
«Que  vivimos  en  El,  y  nos  movemos  en  El,  y  somos  en 
El».  Y  dichoso  aquel  que  á  El  vive  y  se  mueve». 

«Mas  preguntará  alguno:  Si  es  tan  imposible  alcan- 
zarle y  entenderle  sus  pasos,  ¿de  dónde  sé  yo  que 
estuvo  presente  en  mi  alma?  Porque  es  eficaz  y  vivo 
este  Verbo;  y  ansí  luego  que  entró,  despertó  mi  alma 
que  se  dormía.  Movió  y  ablandó  y  llagó  mi  corazón, 
que  estaba  duro  y  de  piedra  y  mal  sano.  Comenzó  lue- 
go á  arrancar  y  á  deshacer,  y  á  edificar  y  á  plantar,  á 
regar  lo  seco  y  á  resplandecer  en  lo  oscuro,  á  traer  lo 
torcido  á  derecho,  y  á  convertir  las  asperezas  en  cami- 
nos muy  llanos,  de  suerte  que  bendicen  al  Señor  mi 
alma,  y  todas  mis  entrañas  á  su  santísimo  Nombre.  Ansí 
que,  entrando  el  Verbo  esposo  algunas  veces  á  mí, 
nunca  me  dio  á  conocer  que  entraba  con  ningunas  se- 
ñas, no  con  voz,  no  con  figura,  no  con  sus  pasos.» 

«Finalmente,  no  me  fué  notorio  por  ningunos  movi- 
mientos suyos,  ni  por  ningunos  sentidos  míos  el  habér- 


1     Joan,  ni,  7  8.  2    Psalm.  lxivi,  19.        3    Actor.,  x«h,28. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO. — LIBRO    TERCERO  417 

seme  lanzado  en  lo  secreto  del  pecho.  Solamente, 
como  he  dicho,  de  lo  que  el  corazón  me  bullía  entendí 
su  presencia.  De  que  huían  los  vicios,  y  los  afectos 
carnales  se  detenían,  conocí  la  fuerza  de  su  poder.  De 
que  traía  á  luz  mis  secretos,  y  los  discutía  y  redar- 
güía, me  admiré  de  la  alteza  de  su  sabiduría.  De  la 
enmienda  de  mis  costumbres,  cualquiera  que  ella  se 
sea,  experimenté  la  bondad  de  su  mansedumbre.  De  la 
renovación  y  reformación  del  espíritu  de  mi  alma,  esto 
es,  del  hombre  interior,  percibí  como  pude  la  hermo- 
sura de  su  belleza.  Y  de  la  vista  de  todo  esto  junta- 
mente, quedé  asombrado  de  la  muchedumbre  de  sus 
grandezas  sin  cuento.  Mas  porque  todas  estas  cosas, 
luego  que  el  Verbo  se  aparta,  como  cuando  quitan  el 
fuego  á  la  olla  que  hierve,  comienzan  con  una  cierta 
flaqueza  á  caerse  torpes  y  frías,  y  por  aquí,  como  por 
señal,  conocía  yo  su  partida,  fuerza  es  que  mi  alma 
quede  triste,  y  lo  esté  hasta  que  otra  vez  vuelva  y 
torne,  como  solía,  á  calentarse  mi  corazón  en  mí  mis- 
mo, y  conozca  yo  ansí  su  tornada».  Esto  es  de  Ber- 
nardo. 

Por  manera  que  el  nombre  Dabar  en  cada  una  de 
sus  letras  significa  alguna  propiedad  de  las  que  Cristo 
tiene;  y  si  juntamos  las  letras  en  sílabas,  con  las  sílabas 
lo  significa  mejor;  porque  las  que  tiene  son  dos,  da  y 
bar,  que  juntamente  quieren  decir  el  Hijo,  ó  este 
es  el  hijo  que,  como  Juliano  agora  decía,  es  lo  propio 
de  Cristo,  y  á  lo  que  el  Padre  aludió  cuando,  desde  la 
nube  y  en  el  monte  de  la  gloria,  de  Cristo  dijo  á  los 
tres  escogidos  discípulos:  «Este  es  mi  Hijo»;  que  fué 
como  decir:  Es  Dabar,  es  El  que  nació  eterna  é  in- 
visiblemente de  mí.  nacido  agora  rodeado  de  carne  y 

visible. 

Y  como  hay  muchos  nombres  que  significan  el  hijo 
en  la  lengua  de  esta  palabra,  á  ella  con  misterio  le 
cupo  este  sólo,  que  es  bar,  que  tiene  origen  de  otra 
palabra  que  significa  el  sacar  á  luz  y  el  criar;  porque 
se  entienda  que  el  hijo  que  dice  y  que  significa  este 
nombre,  es  hijo  que  saca  á  luz  y  que  cría;  ó  si  lo  po- 

27 


418  FRAY    LUIS    DE    LEÓN 

demos  decir  ansív  es  hijo  que  ahija  á  los  hijos,  y  que 
tiene  la  filiación  en  sí  de  todos.  Y  aun  si  leemos  al  re- 
vés este  nombre,  nos  dirá  también  alguna  maravilla  de 
Cristo.  Porque  bar,  vuelto  y  leído  al  contrario  es  rab; 
y  rab  es  muchedumbre  y  ayuntamiento,  ó  amontona- 
miento de  muchas  cosas  excelentes  en  una,  que  es 
puntualmente  lo  que  vemos  en  Cristo,  según  que  es 
Dios  y  según  que  es  Hombre.  Porque  en  su  divinidad 
están  las  ideas  y  las  razones  de  todo,  y  en  su  humani- 
dad las  de  todos  los  hombres,  como  ayer  en  sus  luga- 
res se  dijo. 

Mas  vengamos  á  todo  el  nombre  junto  por  sí,  y  vea- 
mos lo  que  significa,  ya  que  hemos  dicho  lo  que  nos 
dicen  sus  partes;  que  no  son  menos  maravillosas  las 
significaciones  de  todo  él,  que  las  de  sus  letras  y  síla- 
bas; porque  Dabar  en  la  sagrada  Escritura  dice  mu- 
chas y  diferentes  grandezas.  Que  lo  primero.  Dabar  sig- 
nifica el  Verbo  que  concibe  el  entedimiento  en  sí  mis- 
mo, que  es  como  imagen  entera  é  igual  de  la  cosa  que 
entiende.  Y  Cristo  en  esta  manera  es  Dabar,  porque  es 
la  imagen  que  de  sí  concibe  y  produce,  cuando  se  en- 
tiende, su  Padre.  Y  Dabar  significa  también  la  palabra 
que  se  forma  en  la  boca,  que  es  imagen  de  lo  que  el 
ánimo  esconde. 

Y  Cristo  también  es  Dabar  ansí,  porque  no  sola- 
mente es  imagen  del  Padre  escondida  en  el  Padre,  y 
para  solos  sus  ojos,  sino  es  imagen  suya  para  todos,  é 
imagen  que  nos  le  representa  á  nosotros,  é  imagen  que 
le  saca  á  luz  y  que  le  imprime  en  todas  las  cosas  que 
cría.  Por  donde  San  Pablo  '  convenientemente  le  lla- 
ma «sello  del  Padre»;  ansí  porque  el  Padre  se  sella  en 
El  y  se  dibuja  del  todo,  como  porque  imprime  El  como 
sello  en  todo  lo  que  cría,  y  repara  la  imagen  de  El  que 
en  sí  tiene.  Y  Dabar  también  significa  la  ley  y  la  ra- 
zón, y  lo  que  pide  la  costumbre  y  el  estilo,  y  finalmen- 
te el  deber  en  lo  que  se  bace:  que  son  todas   cualida- 


1     Hebre  ,  i,  3. 


DE   LOS    NOMBRES    DE   CRISTO.  — LIBRO   TERCERO         41j) 

des  de  Cristo,  que  es  según  la  divinidad  la  razón  de  las 
criaturas,  y  el  orden  de  su  compostura  y  su  fábrica,  y 
la  ley  por  quien  deben  ser  medidas,  ansí  en  las  cosas 
naturales  como  en  las  que  exceden  lo  natural,  y  es  el 
estilo  de  la  vida  y  de  las  obras  de  Dios,  y  el  deber  á 
que  tienen  de  mirar  todas  las  cosas  que  no  quieren 
perderse;  porque  lo  que  todas  hacer  deben,  es  el  alle- 
garse á  Cristo  y  el  figurarse  de  El  y  el  ajustarse  siem- 
pre con  El. 

Y  Dabar  también  significa  el  hecho  señalado  que 
de  otro  procede,  y  Cristo  es  la  más  alta  cosa  que  pro- 
cede de  Dios,  y  en  lo  que  el  Padre  enteramente  puso 
sus  fuerzas,  y  en  quien  se  traspasó  y  comunicó  cabal- 
mente. Y,  si  lo  debemos  decir  ansí,  es  la  grandísima 
hazaña  y  la  única  hazaña  del  Padre,  preñada  de  todas 
las  demás  grandezas  que  el  Padre  hace,  porque  todas 
las  hace  por  El.  Y  ansí  es  luz  nacida  de  luz,  y  fuente 
de  todas  las  luces,  y  sabiduría  de  sabiduría  nacida,  y 
manantial  de  todo  el  saber,  y  poderío,  y  grandeza  y  ex- 
celencia, y  vida  é  inmortalidad,  y  bienes  sin  medida  ni 
cuenta,  y  abismo  de  noblezas  inmensas,  nacidas  de 
iguales  noblezas,  v  engendradoras  de  todo  lo  poderoso 
y  grande  y  noble  que  hay.  Y  Dabar  dice  todo  esto  que 
he  dicho,  porque  significa  todo  lo  grande  y  excelente 
y  digno  de  maravilla  que  de  otro  procede.  Y  significa 
también  (y  con  esto  concluyo)  cualquiera  cosa  de  ser, 
y  por  la  misma  razón  el  ser  mismo  y  la  realidad  de  las 
cosas:  y  ansí  Cristo  debidamente  es  llamado  por  nom- 
bre propio  Dabar,  porque  es  la  cosa  que  más  es  de 
todas  las  cosas,  y  el  ser  primero  y  original  de  donde 
les  mana  á  las  criaturas  su  ser.  su  substancia,  su  vida, 

su  obra. 

Y  esto  cuanto  á  Dabar.  Que  justo  es  que  digamos 
ya  de  Jesús,  que,  como  decimos,  también  es  nombre 
de  Cristo  propio,  y  que  le  conviene  según  la  parte  que 
es  Hombre.  Porque,  ansí  como  Dabar  es  nombre  pro- 
pio suyo  según  que  nace  de  Dios,  por  razón  de  que 
este  nombre  solo  con  sus  muchas  significaciones  dice 
de  Cristo  lo  que  otros  muchos  nombres  juntos  no 


420  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

dicen;  ansí  Jesús  es  su  propio  nombre  según  la  natu- 
raleza humana  que  tiene,  porque  con  una  significación 
y  figura  que  tiene  sola,  dice  la  manera  del  ser  de  Cris- 
to Hombre,  y  toda  su  obra  y  oficio,  y  le  representa  y 
significa  más  que  otro  ninguno.  A  lo  cual  mirará  todo 
lo  que  desde  agora  dijere. 

Y  no  diré  del  número  de  las  letras  que  tiene  este 
nombre,  ni  de  la  propiedad  de  cada  uno  de  ellas  por 
sí,  ni  de  la  significación  singular  de  cada  una,  ni  de 
lo  que  vale  en  razón  de  aritmética,  ni  del  número  que 
resulta  de  todas,  ni  del  poder  ni  de  la  fuerza  que  tie- 
ne este  número,  que  son  cosas  que  las  consideran  al- 
gunos y  sacan  misterios  de  ellas,  que  yo  no  condeno; 
mas  dejólas  porque  muchos  las  dicen,  y  porque  son 
cosas  menudas  y  que  se  pintan  mejor  que  se  dicen. 
Sola  una  cosa  de  estas  diré,  y  es:  que  el  original  de 
este  nombre  Jesús,  que  es  Jehosnah,  como  arriba 
dijimos,  tiene  todas  las  letras  de  que  se  compone  el 
nombre  de  Dios,  que  llaman  de  cuatro  letras,  y  demás 
de  ellas  tiene  otras  dos. 

Pues  como  sabéis,  el  nombre  de  Dios  (de  cuatro 
letras  que  se  encierran  en  este  nombre)  es  nombre 
que  no  se  pronuncia,  ó  porque  son  vocales  todas,  ó 
porque  no  se  sabe  la  manera  de  su  sonido,  ó  por  la 
religión  y  respeto  que  debemos  á  Dios,  ó  porque, 
como  yo  algunas  veces  sospecho,  aquel  nombre  y 
aquellas  letras  hacen  la  señal  con  que  el  mudo,  que 
hablar  no  puede,  ó  cualquiera  que  no  osa  hablar,  sig- 
nifica su  afecto  y  mudez  con  un  sonido  rudo  y  des- 
atado y  que  no  hace  figura,  que  llamamos  interjección 
en  latín,  que  es  una  voz  tosca,  y  como  si  dijésemos, 
sin  rostro  y  sin  facciones  ni  miembros.  Que  quiso  Dios 
dar  por  su  nombre  á  los  hombres  la  señal  y  el  sonido 
de  nuestra  mudez,  para  que  entendiésemos  que  no 
cabe  Dios  ni  en  el  entendimiento  ni  en  la  lengua;  y 
que  el  verdadero  nombrarle,  es  confesarse  la  criatura 
por  muda  todas  las  veces  que  le  quisiere  nombrar;  y 
que  el  embarazo  de  nuestra  lengua  y  el  silencio  nues- 
tro, cuando  nos  levantamos  á  El,  es  su  nombre  y  loor, 


DE    LOS   NOMBRES    DE    CRISTO. — LIBRO    TERCERO         421 

como  David  lo  decía  *,  Ansí  que,  es  el  nombre  inefa- 
ble y  que  no  se  pronuncia  este  nombre. 

Mas,  aunque  no  se  pronuncia  en  sí,  ya  veis  que  en 
el  nombre  de  Jesús,  por  razón  de  dos  letras  que  se  le 
añaden,  tiene  pronunciación  clara  y  sonido  formado  y 
significación  entendida;  para  que  acontezca  en  el  nom- 
bre lo  mismo  que  pasó  en  Cristo,  y  para  que  sea, 
como  dicho  tengo,  retrato  el  nombre  del  ser.  Porque, 
por  la  misma  manera,  en  la  persona  de  Cristo  se  junta 
la  divinidad  con  el  alma  y  con  la  carne  del  hombre;  y 
la  palabra  divina,  que  no  se  leía,  junta  con  estas  dos 
letras  se  lee,  y  sale  á  luz  lo  escondido,  hecho  conver- 
sable y  visible;  y  es  Cristo  un  Jesús,  esto  es,  un  ayun- 
tamiento de  lo  divino  y  humano,  de  lo  que  no  se  pro- 
nuncia y  de  lo  que  pronunciarse  puede,  y  es  causa 
que  se  pronuncie  lo  que  se  junta  con  ello.  Mas  en 
esto  no  pasemos  de  aquí,  sino  digamos  ya  de  la  signi- 
ficación del  nombre  de  Jesús,  cómo  le  conviene  á 
Cristo,  y  cómo  es  sólo  de  Cristo,  y  cómo  abraza  todo 
lo  que  de  El  se  dice,  y  las  muchas  maneras  como  esta 
significación  le  conviene. 

Jesús,  pues,  significa  salvación  ó  salud;  que  el  ángel 
ansí  lo  dijo  2.  Pues  si  se  llama  salud  Cristo,  cierto  será 
que  lo  es;  y  si  lo  es,  que  lo  es  para  nosotros;  porque 
para  sí  no  tiene  necesidad  de  salud  el  que  en  sí  no 
padece  falta,  ni  tiene  miedo  de  padecerla.  Y  si  para 
nosotros  Cristo  es  Jesús  y  salud,  bien  se  entiende  que 
tenemos  enfermedad  nosotros  para  cuyo  remedio  se 
ordena  la  salud  de  Jesús.  Veamos,  pues,  la  cualidad 
de  nuestro  estado  miserable,  y  el  número  de  nuestras, 
flaquezas,  y  los  daños  y  males  nuestros;  que  de  ellos 
conoceremos  la  grandeza  de  esta  salud  y  su  condición, 
y  la  razón  que  tiene  Cristo  para  que  el  nombre  Jesús, 
entre  tantos  nombres  suyos,  sea  su  propio  nombre. 

El  hombre  de  su  natural  es  movedizo  y  liviano  y 
sin  constancia  en  un  ser;  y  por  lo  que  heredo  de  sus 
padres,  es  enfermo  en  todas  las  partes  de  que  se  com- 

1     Psalm.  cixxvii,  4.  2    L-uc  ,  t,  31. 


422  FRAY    LUIS    ÜE    LEÓN 

pone  su  alma  y  su  cuerpo.  Porque  en  el  entendimiento 
tiene  oscuridad,  y  en  la  voluntad  flaqueza,  y  en  el 
apetito  perversa  inclinación,  y  en  la  memoria  olvido, 
y  en  los  sentidos,  en  unos  engaño  y  en  otros  fuego,  y 
en  el  cuerpo  muerte,  y  desorden  entre  todas  estas 
cosas  que  he  dicho,  y  disensiones  y  guerra,  que  le 
hacen  ocasionado  á  cualquier  género  de  enfermedad 
y  de  mal.  Y  lo  que  peor  es,  heredó  la  culpa  de  sus  pa- 
dres, que  es  enfermedad  en  muchas  maneras,  por  la 
fealdad  suya  que  pone,  y  por  la  luz  y  la  fuerza  de  la 
gracia  que  quita,  y  porque  nos  enemista  con  Dios,  que 
es  fiero  enemigo,  y  porque  nos  sujeta  al  demonio  y 
nos  obliga  á  penas  sin  fin.  A  esta  culpa  común  añade 
cada  uno  las  suyas;  y  para  ser  del  todo  miserables, 
como  malos  enfermos,  ayudamos  el  mal,  y  nos  llama- 
mos la  muerte  con  los  excesos  que  hacemos.  Por  ma- 
nera que  nuestro  estado,  de  nuestro  nacimiento,  y  por 
la  mala  elección  de  nuestro  albedrío,  y  por  las  leyes 
que  Dios  contra  el  pecado  puso,  y  por  las  muchas  co- 
sas que  nos  convidan  siempre  á  pecar,  y  por  la  tiranía 
eruel  y  el  cetro  durísimo  que  el  demonio  sobre  los 
pecadores  tiene,  es  infelicísimo  y  miserable  estado 
sobre  toda  manera,  por  dondequiera  que  le  miremos.  Y 
nuestra  enfermedad  no  es  una  enfermedad,  sino  una 
suma  sinnúmero  de  todo  lo  que  es  doloroso  y  enfermo. 
El  remedio  de  todos  estos  males  es  Cristo,  que  nos 
libra  de  ellos  en  las  formas  que  ayer  y  hoy  se  ha  dicho 
en  diferentes  lugares;  y  porque  es  el  remedio  de  todo 
ello,  por  eso  es  y  se  llama  Jesús,  esto  es,  salvación  y 
salud.  V  es  grandísima  salud,  porque  la  enfermedad  es 
grandísima;  y  nómbrase  propiamente  de  ella,  porque 
como  la  enfermedad  es  de  tantos  senos  y  enramada 
con  tantos  ramos,  todos  los  demás  oficios  de  Cristo  y 
los  nombres  que  por  ellos  tiene  son  como  partes  que 
se  ordenan  á  esta  salud;  y  el  nombre  de  Jesús  es  el 
todo,  según  que  todo  lo  que  significan  los  otros  nom- 
bres, ó  es  parte  de  esta  salud  que  es  Cristo  y  que  Cris- 
to hace  en  nosotros,  ó  se  ordena  á  ella,  ó  se  sigue  de 
ella  por  razón  necesaria. 


DE   LOS    NOMBRES    DE    CRISTO.  — LIBRO    TERCERO  123 

Que  si  es  llamado  pimpollo  Cristo,  y  si  es  como  de- 
cíamos, el  parto  común  de  las  cosas,  ellas  sin  duda  le 
parieron  para  que  fuese  su  Jesús  y  salud.  Y  ansí  Isaías, 
cuando  les  pide  que  lo  paran  y  que  lo  saquen  á  luz,  y 
les  dice  *:  «Rociad,  cielos,  desde  lo  alto,  y  vosotras, 
nubes,  lloved  al  justo»;  luego  dice  el  fin  para  que  le 
han  de  parir;  porque  añade:  «Y  tú,  tierra,  fructificarás 
la  salud  >.  Y  si  es  «faces  de  Dios»,  eslo  porque  es  nues- 
tra salud,  la  cual  eonsiste  en  que  nos  asemejemos  á 
Dios  y  le  veamos,  como  Cristo  lo  dice2.  «Esta  es  la 
vida  eterna,  conocerte  á  ti  y  á  tu  Hijo».  Y  también  si 
le  llamamos  camino  y  si  le  nombramos  monte,  es  ca- 
mino porque  es  guía,  y  es  monte  porque  es  defensa; 
y  cierto  es  que  no  nos  fuera  Jesús,  si  no  nos  fuera 
guía  y  defensa;  porque  la  salud,  ni  se  viene  á  ella  sin 
guía  ni  se  conserva  sin  defensa. 

Y  de  la  misma  manera  es  llamado  Padre  del  siglo 
futuro,  porque  la  salud  que  el  hombre  pretende  no  se 
puede  alcanzar  si  no  es  engendrado  otra  vez.  Y  ansí, 
Cristo  no  fuera  nuestro  Jesús  si  primero  no  fuera 
nuestro  engendrador  y  nuestro  padre.  También  es  bra- 
zo y  rey  de  Dios  y  príncipe  de  paz:  brazo  para  nuestra 
libertad,  rey  y  principe  para  nuestro  gobierno;  y  lo 
uno  y  lo  otro,  como  se  ve.  tienen  orden  á  la  salud;  lo 
uno  que  se  le  presupone,  y  lo  otro  que  la  sustenta.  Y 
ansí,  porque  Cristo  es  Jesús,  por  el  mismo  caso  es 
brazo  y  es  rey.  Y  lo  mismo  pedemos  decir  del  nombre 
■de  Esposo;  poique  no  es  perfecta  la  salud  sola  y  des- 
nuda, si  no  la  acompaña  el  gusto  y  deleite.  Y  esta  es 
la  causa  por  qué  Cristo,  que  es  perfecto  Jesús  nues- 
tro, es  también  nuestro  esposo,  conviene  á  saber,  es  el 
deleite  del  alma  y  su  compañía  dulce,  y  será  también 
.su  marido,  que  engendrará  de  ella  y  en  ella  genera- 
ción casta  y  noble  y  eterna;  que  es  cosa  que  nace  de 
la  salud  entera  y  que  de  ella  se  sigue.  De  suerte  que 
diciendo  que  sé  llama  Cristo  Jesús,  decimos  que  es 
esposo  y  rey.  y   príncipe  de   paz,  y  brazo,  y  monte,  y 

1    Isaí.,xLv,S.  2    Joan.,  xvu,  3, 


424  FRAY   LUIS   DE  LEÓN 

padre,  y  camino  y  pimpollo;  y  es  llamarle,  como  tam- 
bién la  Escritura  le  llama,  pastor  y  oveja,  hostia  y 
sacerdote,  león  y  cordero;  vid,  puerta,  médico,  luzr 
verdad  y  sol  de  justicia,  y  otros  nombres  ansí. 

Porque  si  es  verdaderamente  Jesús  nuestro,  como 
lo  es,  tiene  todos  estos  oficios  y  títulos;  y  si  le  faltaran 
no  fuera  Jesús  entero  ni  salud  cabal,  ansí  como  nos  es 
necesaria.  Porque  nuestra  salud,  presupuesta  la  con- 
dición de  nuestro  ingenio,  y  la  calidad  y  muchedum- 
bre de  nuestras  enfermedades  y  daños,  y  la  corrupción 
que  había  en  nuestro  cuerpo,  y  el  poder  que  por  ella 
tenía  en  nuestra  alma  el  demonio,  y  las  penas  á  que 
la  condenaban  sus  culpas,  y  el  enojo  y  la  enemistad 
contra  nosotros  de  Dios,  no  podía  hacerse  ni  venir  á 
colmo  si  Cristo  no  fuera  pastor  que  nos  apacentara  y 
guiara,  y  oveja  que  nos  alimentara  y  vistiera,  y  hostia 
que  se  ofreciera  por  nuestras  culpas,  y  sacerdote  que 
interviniera  por  nosotros  y  nos  desenojara  á  su  Padre,. 
y  león  que  despedazara  al  león  enemigo,  y  cordero 
que  llevara  sobre  sí  los  pecados  del  mundo,  y  vid  que 
nos  comunicara  su  jugo,  y  puerta  que  nos  metiera  en 
el  cielo,  y  médico  que  curara  mil  llagas,  y  verdad  que 
nos  sacara  de  error,  y  luz  que  nos  alumbrara  los  pies 
en  la  noche  de  esta  vida  oscurísima,  y  finalmente  sol 
de  justicia  que  en  nuestras  almas,  ya  libres  por  El,  na- 
ciendo'en  el  centro  de  ellas,  derramara  por  todas  las 
partes  de  ellas  sus  lucidos  rayos  para  hacerlas  claras 
y  hermosas.  Y  ansí  el  nombre  de  Jesús  está  en  todos 
los  nombres  que  Cristo  tiene,  porque  todo  lo  que  en 
ellos  hay  se  endereza  y  encamina  á  que  Cristo  sea  per- 
fectamente Jesús,  como  escribe  bien  San  Bernardo- 
diciendo  *: 

Dice  Isaías:  «Será  llamado  admirable,  consejero, 
Dios,  fuerte,  padre  del  siglo  futuro,  príncipe  de  paz. 
Ciertamente  grandes  nombres  son  éstos,  mas  ¿qué  se 
ha  hecho  del  nombre  que  es  sobre  todo  nombre,  el 
nombre  de  Jesús,  á  quien  se  doblan  todas  las  rodillas? 


1    In  Circumcis.  Dom.t  Serna,  u,  núm.  4  y  5. 


DE    LOS   NOMBKES    DE   CRISTO.— LIBRO    TERCERO  425 

Sin  duda  hallarás  este  nombre  en  todos  estos  nombres 
que  he  dicho,  pero  derramado  por  cierta  manera,  por- 
que de  él  es  lo  que  la  Esposa  amorosa  dice:  «Ungüento 
derramado  tu  nombre»,  porque  de  todos  estos  nom- 
bres resulta  un  nombre,  Jesús,  de  manera  que  no  lo 
fuera  ni  se  lo  llamara  si  alguno  de  ellos  le  faltara  por 
caso.  ¿Por  ventura  cada  uno  de  nosotros  no  ve  en  sí, 
y  en  la  mudanza  de  sus  voluntades,  que  se  llama 
Cristo  admirable?  Pues  eso  es  ser  Jesús.  Porque  el 
principio  de  nuestra  salud  es,  cuando  comenzamos  á 
aborrecer  lo  que  antes  amábamos,  dolemos  de  lo  que 
nos  daba  alegría,  abrazarnos  con  lo  que  nos  ponía 
temor,  seguir  lo  que  huíamos,  y  desear  con  ansia  lo 
que  desechábamos  con  enfado.  Sin  duda,  admirable 
es  quien  hace  tan  grandes  maravillas.» 

«Mas  conviene  que  se  muestre  también  consejero,  en 
el  escoger  de  la  penitencia  y  en  el  ordenar  de  la  vida. 
porque  acaso  no  nos  lleve  el  celo  demasiado,  ni  le  falte 
prudencia  al  buen  deseo.  Pues  también  es  menester 
que  experimentemos  que  es  Dios,  conviene  á  saber,  en 
el  perdonar  lo  pasado;  porque  no  hay  sin  este  perdón 
salud,  ni  puede  nadie  perdonar  pecados  sino  es  sólo 
Dios.  Mas  ni  aun  basta  para  salvarnos,  si  no  se  nos 
mostrare  ser  fuerte,  defendiéndonos  de  quien  nos  gue- 
rrea, para  que  no  venzan  los  antiguos  deseos,  y  sea 
peor  que  lo  primero  lo  postrero.  ¿Pareceos  que  falta 
algo  para  quien  es  por  nombre  y  por  oficio  Jesús?  Sin 
duda  faltara  una  cosa  muy  grande,  sino  se  llamara  y  si 
no  fuera  padre  del  siglo  futuro,  para  que  engendre  y 
resucite  á  la  vida  sin  fin  á  los  que  somos  engendrados 
para  la  muerte  por  los  padres  de  este  presente  siglo. 
Ni  aun  esto  bastara  si,  como  príncipe  de  paz,  no  nos 
pacificara  á  su  Padre,  á  quien  hará  entrega  del  reino.» 

De  todo  lo  cual  San  Bernardo  concluye,  que  los 
nombres  que  Cristo  tiene  son  todos  necesarios  para 
que  se  llame  enteramente  Jesús;  porque  para  ser  lo 
que  este  nombre  dice,  es  menester  que  tenga  Cristo  y 
y  que  haga  lo  que  significan  todos  los  otros  nombres.  Y 
ansí,  el  nombre  de  Jesús  es  propio  nombre  suyo  entre 


426  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

todos.  Y  es  suyo  propio  también  porque,  como  el  mis- 
mo Bernardo  dice,  no  le  es  nombre  postizo,  sino  naci- 
do nombre,  y  nombre  que  le  trae  embebido  en  el  ser; 
porque,  como  diremos  en  su  lugar,  su  ser  de  Cristo  es 
Jesús,  porque  todo  cuanto  en  Cristo  hay  es  salvación 
y  salud.  La  cual,  demás  de  lo  dicho,  quiso  Cristo  que 
fuese  su  nombre  propio  para  declararnos  su  amor. 
Porque  no  escogió  para  nombrarse  ningún  otro  títu- 
lo suyo  de  los  que  no  miran  á  nosotros,  teniendo  tan- 
tas grandezas  en  sí,  cuanto  es  justo  que  tenga  en  quien, 
como  San  Pablo  dice,  reside  de  asiento  y  como  cor- 
poral mente  toda  la  riqueza  divina;  sino  escogió  para 
su  nombre  propio  lo  que  dice  los  bienes  que  en  nos- 
otros hace  y  la  salud  que  nos  da,  mostrando  clarísima- 
mente  lo  mucho  que  nos  ama  y  estima,  pues  de  nin- 
guna de  sus  grandezas  se  precia  ni  hace  nombre  sino 
de  nuestra  salud. 

Oue  es  lo  mismo  que  á  Moisés  dijo  en  el  Éxodo. 
cuando  le  preguntaba  su  nombre,  para  poder  decir  á 
los  hijos  de  Israel  que  Dios  le  enviaba;  porque  dice  allí 
ansí  i  :  «De  esta  manera  dirás  á  los  hijos  de  Israel:  El 
Señor  Dios  de  vuestros  padres,  Dios  de  Abraham  y  Dios 
de  Isaac  y  Dios  de  Jacob,  me  envía  á  vosotros;  que 
este  es  mi  nombre  para  siempre,  y  mi  apellido  en  la 
generación  de  las  generaciones».  Dice  que  es  su  nom- 
bre Dios  de  Abraham,  por  razón  de  lo  que  hasta  agora 
ha  hecho  y  hará  siempre  por  sus  hijos  de  Abraham, 
que  son  todos  los  que  tienen  su  fe.  Dios  que  nace  de 
Abraham,  que  gobierna  á  Abraham,  que  lo  defiende, 
que  lo  multiplica,  que  lo  repara  y  redime  y  bendice, 
esto  es,  Dios  que  es  Jesús  de  Abraham. 

Y  dice  que  este  nombre  es  el  nombre  propio  suyo,  y 
el  apellido  que  El  más  ama,  y  el  título  por  donde 
quiere  ser  conocido  y  de  que  usa  y  usará  siempre,  y 
señaladamente  en  la  generación  de  las  generaciones, 
esto  es,  en  el  renacer  de  los  hombres  nacidos  y  en  el 
salir  á  la  luz  de  la  justicia,  los  que  habían  ya  salido  á 

1     Exod.,  ¡11, 15. 


DE    LOS    NOMBRES    DE   CRISTO.— LIBRO    TERCERO  127 

esta  visible  luz  llenos  de  miseria  y  de  culpa,  porque 
en  ellos  propiamente,  y  en  aquel  nacimiento,  y  en  lo 
que  le  pertenece  y  se  le  sigue,  se  muestra  Cristo  á  la 
clara  Jesús. 

Y  como  en  el  monte  (cuando  Moisés  subió  á  ver  la 
gloria  de  Dios,  porque  Dios  le  había  prometido  mos- 
trársela, cuando  le  puso  en  el  hueco  de  la  peña,  y  lo 
cubrió  con  la  mano  y  le  pasó  por  delante),  cuanto  mos- 
tró á  Moisés  de  sí  lo  encerró  en  estas  palabras  que  le 
dijo  1  :  «Yo  soy  amoroso  entrañablemente,  compasivo, 
ancho  de  narices,  sufrido  y  de  mucha  espera,  grande 
en  perdón,  fiel  y  leal  en  la  palabra,  y  que  extiendo 
mis  bienes  por  mil  generaciones  de  hombres».  Como 
diciendo  que  su  ser  es  misericordia,  y  de  lo  que  se 
precia  es  piedad,  y  que  sus  grandezas  y  perfecciones 
se  resumen  en  hacer  bien,  y  que  todo  cuanto  es  y 
cuanto  quiere  ser  es  blandura  y  amor.  Ansí  cuando  se 
nos  mostró  visible  á  los  ojos,  no  subiendo  nosotros  al 
monte,  sino  descendiendo  El  á  nuestra  bajeza,  todo  lo 
que  de  sí  nos  descubre  es  Jesús.  Jesús  es  su  ser,  Jesús 
son  sus  obras.  Jesús  es  su  nombre,  esto  es.  piedad  y 
salud. 

Más.  Quiso  Cristo  tomar  por  nombre  propio  á  la 
salud,  que  es  Jesús,  porque  salud  no  es  un  solo  bien, 
sino  una  universalidad  de  bienes  inumerables.  Porque 
en  la  salud  están  las  fuerzas,  y  la  ligereza  del  movi- 
miento, y  el  buen  parecer,  y  el  habla  agradable,  y  el 
discurso  entero  de  la  razón,  y  el  buen  ejercicio  de  to- 
das las  partes  y  de  todas  las  obras  del  hombre.  El  bien 
oir,  el  buen  ver,  y  la  buena  dicha,  y  la  industria,  la  sa- 
lud la  contiene  en  sí  misma.  Por  manera  que  salud  es 
una  preñez  de  todos  los  bienes.  Y  ansí,  porque  Cristo 
es  esta  preñez  verdaderamente,  por  eso  este  nombre  es 
el  que  más  le  conviene;  porque  Cristo,  ansí  como  en  la 
divinidad  es  la  idea  y  el  tesoro  y  la  fuente  de  todos 
los  bienes,  conforme  á  lo  que  poco  há  se  decía,  ansí 
según  la  humanidad  tiene  todos  los  reparos  y  todas 

1     Exod.,  xxnv,  6. 


428  FRAY  LUIS  DE  LEÓN 

las  medicinas,  y  todas  las  saludes  que  son  menester 
para  todos. 

Y  ansí,  es  bien  y  salud  universal,  no  sólo  porque  á 
todos  hace  bien,  ni  solamente  porque  tiene  en  sí  la 
salud  que  es  menester  para  todos  los  males;  sino  tam- 
bién porque  en  cada  uno  de  los  suyos  hace  todas  las 
saludes  y  bienes,  y  para  cada  uno  le  es  Jesús  de  innu- 
merables maneras.  Porque,  aunque  entre  los  justos  hay 
grados,  ansí  en  la  gracia  que  Dios  les  da  como  en  el 
premio  que  les  dará  de  la  gloria;  pero  ninguno  de  ellos 
hay  que  no  tenga  por  Cristo,  no  sólo  todos  los  reparos 
que  son  necesarios  para  librarse  del  mal,  sino  también 
todos  los  bienes  que  son  menester  para  ser  ricos  per- 
fectamente. Esto  es,  que  no  hay  de  ellos  ninguno  á 
quien  al  fin  Jesús  no  les  dé  salud  perfecta  en  todas  sus 
potencias  y  partes,  ansí  en  el  alma  y  sus  fuerzas,  como 
en  el  cuerpo  y  sus  sentidos. 

Por  manera  que  en  cada  uno  hace  todas  las  saludes 
que  en  todos,  limpiando  la  culpa,  dando  libertad  del 
tirano,  rescatando  del  infierno,  vistiendo  con  la  gracia, 
comunicando  su  mismo  espíritu,  enviando  sobre  ellos 
su  amparo,  y  últimamente  resucitando  y  glorificando 
los  sentidos  y  el  cuerpo.  Y  lo  uno  y  lo  otro  (las  mu- 
chas saludes  que  Cristo  hace  en  cada  uno  de  los  su- 
yos, y  la  copia  universal  que  en  sí  tiene  de  salud 
Jesús),  dice  David  maravillosamente  en  el  verso  cuarto 
del  Salmo  ciento  nueve,  que  yo  declaré  ayer  por  una 
manera,  y  vos,  Juliano,  poco  ha  lo  declarasteis  en  otra: 
y  consintiéndolas  la  letra  todas,  admite  también  la  ter- 
cera; porque  le  podemos  muy  bien  leer  ansí  *:  «Tu 
pueblo,  noblezas  en  aquel  día;  tu  ejército,  noblezas,  en 
los  resplandores  santos;  que  más  que  el  vientre  y  más 
que  la  mañana  hay  en  ti  rocío  de  tu  nacimiento». 
.  Porque  dice  que  en  el  día  que  amanecerá  (cuando 
se  acabare  la  noche  de  este  siglo  oscurísimo  que  es 
verdaderamente  día  porque  no  camina  á  la  noche,  y 
día  porque  resplandecerá  en  El  la  verdad,  y  ansí  será 

1     Psalm.  cix,  4. 


DE  LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   TERCERO  '\2V 

día  de  resplandores  santísimos,  porque  el  resplandor 
de  los  justos,  que  agorase  esconde  en  su  pecho  de 
ellos,  saldrá  á  luz  entonces  y  se  descubrirá  en  públi- 
co, y  les  resplandecerá  por  los  ojos  y  por  la  cara  y  por 
todos  los  sentidos  del  cuerpo);  pues  en  aquel  día,  que 
es  día,  todo  el  pueblo  de  Cristo  será  noblezas.  Que  lla- 
ma pueblo  de  Cristo  á  los  justos  solos,  porque  en  la 
Escritura  ellos  son  los  que  se  llaman  pueblo  de  Dios, 
dado  que  Cristo  es  universal  Señor  de  todas  las  cosas. 

Y  á  los  mismos  que  llama  pueblo,  llama  después 
ejército  ó  escuadrón,  ó  puntualmente,  como  suena  la 
letra  original,  poderío  de  Cristo,  según  que  en  el  espa- 
ñol antiguo  llamaban  poderes  al  ayuntamiento  de  gen- 
tes de  guerra.  Y  llama  á  los  justos  ansí,  no  porque  ellos 
hacen  á  Cristo  poderoso,  como  en  la  tierra  los  muchos 
soldados  hacen  poderosos  los  reyes;  sino  porque  son 
prueba  del  grandísimo  poder  de  Cristo,  todos  juntos  y 
cada  uno  por  sí:  del  poder,  digo,  de  su  virtud,  y  de  la 
eficacia  de  su  espíritu,  y  de  la  fuerza  de  sus  manos  no 
vencidas,  con  que  los  sacó  de  la  postrera  miseria  á  la 
felicidad  de  la  vida. 

Pues  este  pueblo  y  escuadrón  de  Cristo  lucido,  dice 
que  todo  es  noblezas;  porque  cada  uno  de  ellos  es,  no 
una  nobleza,  sino  muchas  noblezas;  no  una  salud,  sino 
muchas  saludes,  por  razón  de  las  no  numerables  salu- 
des que  Cristo  en  ellos  pone  por  su  nobleza  infinita, 
cercándolos  de  salud  y  levantando  por  todas  sus  alme- 
nas de  ellos  señal  de  victoria.  Lo  cual  puede  bien  ha- 
cer Jesucristo  por  lo  que  se  sigue,  y  es:  que  tiene  en 
sí  rocío  de  su  nacimiento,  más  que  vientre  y  más  que 
aurora.  Porque  rocío  llama  la  eficacia  de  Cristo  y  la 
fuerza  del  espíritu  que  da,  que  en  las  divinas  Letras 
suele  tener  nombre  de  agua;  y  llámale  rocío  de  naci- 
miento, porque  hace  con  él  que  nazcan  los  suyos  á 
la  buena  vida  y  á  la  dichosa  vida;  y  nómbrale  su  naci- 
miento, porque  lo  hace  El  y  porque  naciendo  ellos 
en  El,  El  también  nace  en  ellos.  Y  dice:  «Más  que 
vientre  y  más  que  aurora»,  para  significar  la  eficacia, 
y  la  copia  de  este  rocío.  La  eficacia,  como  diciendo, 


430  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

que  con  el  rocío  de  Jesús,  que  en  sí  tiene,  saca  los 
suyos  á  luz  de  vida  bienaventurada,  muy  más  presto 
y  muy  más  cierto  que  sale  el  sol  al  aurora,  ó  que  nace 
el  parto  maduro  del  vientre  lleno.  Y  la  copia,  de  esta 
manera:  que  tiene  Cristo  en  sí  más  rocío  de  Jesiís 
para  serlo,  que  cuanto  llueve  por  las  mañanas  el  cie- 
lo, y  cuanto  envían  las  fuentes  y  sus  manantiales,  que 
son  como  el  vientre  donde  se  conciben  y  de  donde 
salen  las  aguas.  Y  ansí  son,  como  suena  la  palabra 
original,  la  madre  de  ellas.  Y  en  castellano  la  canal 
por  donde  el  río  corre,  decimos  que  es  la  madre 
del  río. 

Pero  vamos  más  adelante.  La  salud  es  un  bien  que 
consiste  en  proporción  y  en  armonía  de  cosas  diferen- 
tes, y  es  una  como  música  concertada  que  hacen  entre 
sí  los  humores  del  cuerpo.  Y  lo  mismo  es  el  oficio  que 
Cristo  hace,  que  es  otra  causa  por  qué  se  llama  Jesús. 
Porque  no  solamente  según  la  divinidad  es  la  armonía 
y  la  proporción  de  todas  las  cosas,  mas  también  según 
la  humanidad  es  la  música  y  la  buena  corresponden- 
cia de  todas  las  partes  del  mundo. 

Que  dice  ansí  el  Apóstol  h  «que  pacifica  con  su  san- 
gre, ansí  lo  que  está  en  el  cielo  como  lo  que  reside  en 
la  tierra».  Y  en  otra  parte  dice  también  2  que  quitó 
de  por  medio  la  división  que  había  entre  los  hombres 
y  Dios",  y  en  los  hombres  entre  sí  mismos,  unos  con 
otros,  los  gentiles  con  los  judíos,  y  que  hizo  de  ambos 
uno.  Y  por  lo  mismo  es  llamado  «piedra  (en  el  Sal- 
mo) -\  puesta  en  la  cabeza  del  ángulo».  Porque  es  la 
paz  de  todo  lo  diferente,  y  el  nudo  que  ata  en  sí  lo 
visible  con  lo  que  no  se  ve,  y  lo  que  concierta  en 
nosotros  la  razón  y  el  sentido;  y  es  la  melodía  acor- 
dada y  dulce  sobre  toda  manera,  á  cuyo  santo  sonido 
todo  lo  turbado  se  aquieta  y  compone.  Y  ansí  es  Jesús 
con  verdad. 

Demás  de  esto,  llámase  Cristo  Jesús  y  salud,  para 
que  por  este  su  nombre  entendamos  cuál  es  su  obra 


1     Colos.,  i,  20.  2    Ephes.,  ii,  14.  3     Psalm  cxvin,  22. 


DE   LOS    NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO    TERCERO  431 

propia  y  lo  que  hace  señaladamente  en  nosotros;  esto 
es,  para  que  entendamos  en  qué  consiste  nuestro  bien 
y  nuestra  santidad  y  justicia,  y  lo  que  hemos  de  pe- 
dirle que  nos  dé.  y  esperar  de  El  que  nos  lo  dará.  Por- 
que, ansí  como  la  salud  en  el  enfermo  no  está  en  Ios- 
refrigerantes  que  le  aplican  por  defuera,  ni  en  las 
epítimas  que  en  el  corazón  le  ponen,  ni  en  los  rega- 
los que  para  su  salud  ordenan  los  que  le  aman  y  cu- 
ran, sino  consiste  en  que  dentro  de  él  sus  cualidades 
y  humores,  que  excedían  el  orden,  se  compongan  y  se 
reduzcan  á  templanza  debida;  y  hecho  esto  en  lo  se- 
creto del  cuerpo,  luego  lo  que  parece  de  fuera,  sin 
que  se  le  aplique  cosa  alguna,  se  templa  y  cobra  su 
buen  parecer  y  su  color  conveniente:  ansí  es  salud 
Cristo,  porque  el  bien  que  en  nosotros  hace  es  como 
esta  salud.  Bien,  propiamente,  no  de  sola  apariencia  ni 
que  toca  solamente  en  la  sobrehaz  y  en  el  cuero;  sino 
bien  secreto  y  lanzado  en  las  venas,  y  metido  y  em- 
bebido en  el  alma;  y  bien,  no  que  solamente  pinta  las 
hojas,  sino  que  propia  y  principalmente  mundifica  la 
raíz  y  la  fortifica.  Por  donde  decía  bien  el  Profeta  *: 
«Regocíjate,  hija  de  Sión.  y  derrama  loores,  porque  el 
Santo  de  Israel  está  en  medio  de  ti. »  Esto  es,  no  al- 
derredor de  ti,  sino  dentro  de  tus  entrañas,  en  tus 
tuétanos  mismos,  en  el  meollo  de  tu  corazón,  y  verda- 
deramente de  tu  alma  en  el  centro. 

Porque  su  obra  propia  de  Cristo  es  ser  salud  y  ■le- 
sas, conviene  á  saber,  componer  entre  sí  y  con  Dios 
las  partes  secretas  del  alma,  concertar  sus  humores  e 
inclinaciones,  apagar  en  ella  el  secreto  y  arraigado 
fuego  de  sus  pasiones  y  malos  deseos;  que  el  compo- 
nedor de  fuera  el  cuerpo  y  la  cara,  y  el  ejercicio  ex- 
terior de  las  ceremonias,  el  ayunar,  el  disciplinar,  el 
velar,  con  todo  lo  demás  que  á  esto  pertenece,  aunque 
son  cosas  santas  si  se  ordenan  á  Dios,  ansí  por  el  buen 
ejemplo  que  reciben  de  ellas  los  que  las  miran,  como 
porque  disponen  y  encaminan  el  alma  para  que  Cristo 

1    lsaí.,iii,6. 


432  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

ponga  mejor  en  ella  esta  secreta  salud  y  justicia  que 
digo;  mas  la  santidad  formal  y  pura,  y  la  que  propia- 
mente Cristo  hace  en  nosotros,  no  consiste  en  aquello. 

Porque  su  obra  es  salud  que  consiste  en  el  concier- 
to de  los  humores  de  dentro,  y  esas  cosas  son  postu- 
ras y  refrigerantes  ó  fomentaciones  de  fuera,  que 
tienen  apariencia  de  aquella  salud  y  se  enderezan  á 
ella,  mas  no  son  ella  misma  como  parece.  Y,  como 
ayer  largamente  decíamos,  todas  esas  son  cosas  que 
otros  muchos  antes  de  Cristo,  y  sin  El,  las  supieron 
enseñar  á  los  hombres  y  los  indujeron  á  ellas,  y  les 
tasaron  lo  que  habían  de  comer,  y  les  ordenaron  la 
dieta,  y  les  mandaron  que  se  lavasen  y  ungiesen,  y  les 
compusieron  los  ojos,  los  semblantes,  los  pasos,  los 
movimientos;  mas  ninguno  de  ellos  puso  en  nosotros 
salud  pura  y  verdadera,  que  sanase  lo  secreto  del 
hombre  y  lo  compusiese  y  templase,  sino  sólo  Cristo 
que  por  esta  causa  es  Jesús. 

¡Qué  bien  dice  acerca  de  esto  el  glorioso  Macario! 
«Lo  propio,  dice,  de  los  cristianos  no  consiste  en  la 
apariencia  y  en  el  traje  y  en  las  figuras  de  fuera,  ansí 
como  piensan  muchos,  imaginándose  que  para  diferen- 
ciarse de  los  demás  les  bastan  estas  demostraciones  y 
señales  que  digo;  y  cuanto  á  lo  secreto  del  alma  y  á 
sus  juicios,  pasa  en  ellos  lo  que  en  los  del  mundo 
acontece,  que  padecen  todo  lo  que  los  demás  hombres 
padecen,  las  mismas  turbaciones  de  pensamientos,  la 
misma  inconstancia,  las  desconfianzas,  las  angustias, 
los  alborotos.  Y  diferéncianse  del  mundo  en  el  pare- 
cer, y  en  la  figura  del  hábito,  y  en  unas  obras  exterio- 
res bien  hechas;  mas  en  el  corazón  y  en  el  alma  están 
presos  con  las  cadenas  del  suelo,  y  no  gozan  en  lo  se- 
creto, ni  de  la  quietud  que  da  Dios  ni  de  la  paz  celes- 
tial del  espíritu;  porque  ni  ponen  cuidado  en  pedírse- 
la, ni  confían  que  le  placerá  dársela.  Y  ciertamente  la 
nueva  criatura,  que  es  el  cristiano  perfecto  y  verda- 
dero, en  lo  que  se  diferencia  de  los  hombres  del  siglo 
es  en  la  renovación  del  espíritu,  y  en  la  paz  de  los 
pensamientos  y  afectos,  en   el  amar  á  Dios,  y  en  el 


DE  LOS  NOMBRES  DE   CRISTO.— LIBRO   TERCERO         433 

deseo  encendido  de  los  bienes  del  cielo;  que  esto  fué 
lo  que  Cristo  pidió  para  los  que  en  El  creyesen,  que 
recibiesen  estos  bienes  espirituales.  Porque  la  gloria 
del  cristiano,  y  su  hermosura  y  su  riqueza,  la  del  cielo 
es,  que  vence  lo  que  se  puede  decir,  y  que  no  se  al- 
canza sino  con  trabajo  y  con  sudor  y  con  muchos 
trances  y  pruebas,  y  principalmente  con  la  gracia  di- 
vina.» Esto  es  de  San  Macario. 

Que  es  también  aviso  nuestro,  que  por  una  parte 
nos  enseña  á  conocer  en  las  doctrinas  y  caminos  de 
vivir  que  se  ofrecen,  si  son  caminos  y  enseñanzas  de 
Cristo;  y  por  otra  nos  dice,  y  como  pone  delante  de  los 
ojos,  el  blanco  del  ejercicio  santo  y  aquello  á  que  he- 
mos de  aspirar  en  él,  sin  reposar  hasta  que  lo  consiga- 
mos. Que  cuanto  á  lo  primero,  de  las  enseñanzas  y 
caminos  de  vida,  hemos  de  tener  por  cosa  certísima 
que  la  que  no  mirare  á  este  fin  de  salud,  la  que  no  tra- 
tare de  desarraigar  del  alma  las  pasiones  malas  que 
tiene,  la  que  no  procurare  criar  en  el  secreto  de  ella 
orden,  templanza,  justicia,  por  más  que  de  fuera  pa- 
rezca santa,  no  es  santa,  y  por  más  que  se  pregone 
de  Cristo,  no  es  de  Cristo;  porque  el  nombre  de  Cristo 
es  Jesús  y  salud,  y  el  oficio  de  ésta  es  sobresanar  por 
de  fuera.  La  obra  de  Cristo  propia,  es  renovación  del 
alma  y  justicia  secreta;  la  de  ésta  son  apariencias  de 
salud  y  justicia. 

La  definición  de  Cristo  es  ungir;  quiero  decir,  que 
Cristo  es  lo  mismo  que  unción,  y  de  la  unción  es  un- 
gir, y  la  unción  y  el  ungir  es  cosa  que  penetra  á  los 
huesos;  y  este  otro  negocio  que  digo  es  embarnizar,  y 
no  ungir.  De  sólo  Cristo  es  el  deshacer  las  pasiones; 
esto  no  las  deshace,  antes  las  sobredora  con  colores  y 
demostraciones  de  bien.  ¿Qué  digo  no  deshace?  Antes 
vela  con  atención  sobre  ellas,  para  en  conociendo  a 
dó  tiran,  seguirlas  y  cebarlas,  y  encaminarlas  á  su 
provecho.  Ansí  que,  la  doctrina  ó  enseñamiento  que  no 
hiciere  cuanto  en  sí  es  esta  salud  de  los  hombres,  si 
es  cierto  que  Cristo  se  llama  Jesús,  porque  la  hace 
siempre,  cierto  será  que  no  es  enseñamiento  de  Cristo. 

28 


434  FRAY    LUIS    DE    LEÓN 

Dijo  Sabino  aquí: 

— También  será  cierto,  Marcelo,  que  no  hay  en  esta 
edad  en  la  Iglesia  enseñamientos  de  la  cualidad  que- 
decís. 

—  Por  cierto  lo  tengo,  Sabino,  respondió  Marcelo;, 
mas  halos  habido  y  puédelos  haber  cada  día,  y  por  esta 
causa  es  el  aviso  conveniente. 

— Sin  duda  conveniente,  dijo  Juliano,  y  necesario; 
porque  si  no  lo  fuera,  no  nos  apercibiera  Cristo  en  el 
Evangelio,  como  nos  apercibe,  acerca  de  los  falsos  pro- 
fetas 1 ;  porque  falsos  profetas  son  los  maestros  de  es- 
tos caminos,  ó  por  decir  lo  que  es,  esos  mismos  ense- 
ñamientos vacíos  de  verdad  son  los  profetas  falsos,, 
por  de  fuera  como  ovejas  en  las  apariencias  buenas 
que  tienen,  y  dentro  robadores  lobos  por  las  pasiones 
fieras  que  dejan  en  el  alma  como  en  su  cueva. 

— Y  ya  que  no  haya  agora,  tornó  Marcelo  á  decirr 
mal  tan  desvergonzado  como  ese,  pero  sin  duda  hay 
algunas  cosas  que  tiran  á  él  y  le  parecen.  Porque,  de- 
cidme, Sabino:  ¿no  habréis  visto  alguna  vez,  ú  oído  de- 
cir, que  para  inducir  al  pueblo  á  limosna,  algunos  les 
han  ordenado  que  hagan  alarde  y  se  vistan  de  fiesta,  y 
con  pífano  y  tambor,  y  disparando  los  arcabuces  en 
competencia  los  unos  de  los  otros  vayan  á  hacerla? 
Pues  esto  ¿qué  es  sino  seguir  el  humor  vicioso  del  hom- 
bre, y  no  desarraigarle  la  mala  pasión  de  vanidad,  sino 
aprovecharse  de  ella  y  dejársela  más  asentada,  dorán- 
dosela con  el  bien  de  la  limosna  de  fuera?  ¿Qué  es  sino 
atender  agudamente  á  que  los  hombres  son  vanos,  y 
amigos  de  presunción,  é  inclinados  á  ser  loados  y  apa- 
recer más  que  los  otros;  y  porque  son  ansí,  no  irles  á 
la  mano  en  estos  sus  malos  siniestros,  ni  procurar  li- 
bertarlos de  ellos,  ni  apurarles  las  almas,  reduciéndo- 
las á  la  salud  de  Jesús,  sino  sacar  provecho  de  ellos 
para  interés  nuestro  ó  ajeno,  y  dejárselos  más  fijos  y 
firmes? 

Que  no  porque  mira  á  la  limosna,  que  es  buena,  es 


* — 

1     Mattta  ,  vii,  15. 


DE   LOS    NOMBRES   DE   CRISTO. — LIBRO   TERCERO  135 

justo  y  bueno  poner  en  obra,  y  traer  á  ejecución,  y 
arraigar  más  con  el  hecho  la  pasión  y  vanidad  de  la 
estima  misma  que  vivía  en  el  hombre.  Ni  es  tanto  el 
bien  de  la  limosna  que  se  hace,  como  es  el  daño  que 
se  recibe  en  la  vanidad  de  nuestro  pecho,  y  en  el  fruto 
que  se  pierde,  y  en  la  pasión  que  se  pone  por  obra;  y 
por  el  mismo  caso  se  afirma  más,  y  queda,  no  sola- 
mente más  arraigada,  sino,  lo  que  es  mucho  peor, 
aprobada  y  como  santificada  con  el  nombre  de  piedad, 
y  con  la  autoridad  de  los  que  inducen  á  ello,  que  á 
trueque  de  hacer  por  de  fuera  limosneros  los  hombres, 
los  hacen  más  enfermos  en  el  alma  de  dentro,  y  más 
ajenos  de  la  verdadera  salud  de  Cristo;  que  es  contrario 
derechamente  de  lo  que  pretende  Jesús,  que  es  salud. 

Y  aunque  pudiéramos  señalar  otros  ejemplos,  bás- 
tenos por  todos  los  semejantes  el  dicho;  y  vengamos  á 
lo  segundo  que  dije,  que  Cristo,  llamándose  Jesús  y 
salud,  nos  demuestra  á  nosotros  el  único  y  verdadero 
blanco  de  nuestra  vida  y  deseo.  Que  es  más  claramente 
decir  que,  pues  el  fin  del  cristiano  es  hacerse  uno  con 
Cristo,  esto  es,  tener  á  Cristo  en  sí,  transformándose  en 
El;  y  pues  Cristo  es  Jesús,  que  es  salud,  y  pues  la  salud 
no  es  el  estar  vendado,  ó  fomentado,  ó  refrescado  por  de 
fuera  el  enfermo,  sino  el  estar  reducidos  á  templada 
armonía  los  humores  secretos,  entienda  el  que  camina 
á  su  bien  que  no  ha  de  parar  antes  que  alcance  esta 
santa  concordia  del  alma,  porque  hasta  tenerla  no 
conviene  que  El  se  tenga  por  sano,  esto  es,  por  Jesús. 

Que  no  ha  de  parar  aunque  haya  aprovechado  en  el 
ayuno,  v  sepa  bien  guardar  el  silencio,  y  nunca  falte 
á  los  cantos  del  coro,  y  aunque  ciña  el  cilicio,  y  pise 
sobre  el  hielo  desnudos  los  pies,  y  mendigue  lo  que 
come  y  lo  que  viste  paupérrimo;  si  entre  esto  bullen 
las  pasiones  en  él,  si  vive  el  viejo  hombre  y  enciende 
sus  fuegos,  si  se  atufa  en  el  alma  la  ira,  si  se  hincha 
la  vanagloria,  si  se  ufana  el  propio  contento  de  sí.  si 
arde  la  mala  codicia;  finalmente,  si  hay  respetos  de 
odios,  de  envidias,  de  pundonores,  de  emulación  y 
ambición.  Que  si  esto  hay  en  él,   por  mucho  que  le 


436  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

parezca  que  ha  hecho  y  que  ha  aprovechado  en  los 
ejercicios  que  referí,  téngase  por  dicho  que  aún  no  ha 
llegado  á  la  salud,  que  es  Jesús. 

Y  sepa  y  entienda  que  ninguno,  mientras  que  no 
sanó  de  esta  salud,  entra  en  el  cielo  ni  ve  la  clara  vis- 
ta de  Dios,  como  dice  San  Pablo  lm.  «Amad  la  paz  y  la 
santidad,  sin  la  cual  no  puede  ninguno  ver  á  Dios».  Por 
tanto,  despierte  el  que  ansí  es,  y  conciba  ánimo  fuerte, 
y  puestos  los  ojos  en  este  blanco  que  digo,  y  esperan- 
do en  Jesús,  alargue  el  paso  á  Jesús.  Y  pídale  á  la  sa- 
lud que  le  sea  salud,  y  en  cuanto  no  lo  alcanzare,  no 
cese  ni  pare,  sino,  como  dice  de  sí  San  Pablo  2:  «Ol- 
vidando lo  pasado  y  extendiendo  con  el  deseo  las  ma- 
nos á  lo  porvenir,  corra  y  vuele  á  la  corona  que  le 
está  puesta  delante». 

Pues  qué,  ¿es  malo  el  ayuno,  el  cilicio,  la  mortifi- 
cación exterior?  No  es  sino  bueno;  mas  es  bueno  como 
medicinas  que  ayudan,  pero  no  como  la  misma  salud; 
bueno  como  emplastos,  pero  como  emplastos  que  ellos 
mismos  son  testigos  que  estamos  enfermos;  bueno 
como  medio  y  camino  para  alcanzar  la  justicia,  pero 
no  como  la  misma  justicia;  bueno  unas  veces  como 
causas,  y  otras  como  señales  de  ánimo  concertado  ó 
que  ama  el  concierto;  pero  no  como  la  misma  santi- 
dad y  concierto  del  ánimo.  Y  como  no  es  ella  misma, 
acontece  algunas  veces  que  se  halla  sin  ella,  y  es  en- 
tonces hipocresía  y  embuste,  á  lo  menos  es  inútil  y 
sin  fruto  sin  ella. 

Y  como  debemos  condenar  á  los  herejes  que  con- 
denan contra  toda  la  razón  esta  muestra  de  santidad 
exterior,  la  cual  ella  en  sí  es  hermosa  y  dispone  el 
alma  para  su  verdadera  hermosura,  y  es  agradable  á 
Dios  y  merecedora  del  cielo  cuando  nace  lahermosu- 
ra  de  dentro;  ansí,  ni  más  ni  menos,  debemos  avisar  á 
los  fieles  que  no  está  en  ella  el  paradero  de  su  camino, 
ni  menos  es  su  verdadero  caudal,  ni  su  justicia,  ni  su 
salud  la  que  de  veras  sana  y  ajusta  su  alma,  y  la  que 

1    Hebr.,  xii,  14.  2    Philip.,  ni,  13. 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO  TERCERO         437 

es  necesaria  para  la  vida  que  siempre  dura,  y  la  que 
finalmente  es  propia  obra  de  Cristo  Jesús.  Que  sería 
negocio  de  lástima  que  caminando  á  Dios,  por  haber 
parado  antes  de  tiempo,  ó  por  haber  hecho  hincapié  on 
lo  que  sólo  era  paso,  se  hallasen  sin  Dios  á  la  postre; 
y  proponiéndose  llegar  á  Jesús,  por  no  entender  qué 
es  Jesús,  se  hallasen  miserablemente  abrazados  con 
Solón  ó  con  Pitágoras,  ó  cuando  más,  con  Moisés;  por- 
que Jesús  es  salud,  y  la  salud  es  la  justicia  secreta  y 
la  compostura  del  alma  que,  luego  que  reina  en  ella, 
echa  de  sí  rayos  que  resplandecen  de  fuera,  y  serenan 
y  componen  y  hermosean  todos  los  movimientos  y 
ejercicios  del  cuerpo. 

Y  como  es  mentira  y  error  tener  por  malas  o  por 
no  dignas  del  premio  de  estas  observancias  de  fuera, 
ansí  también  es  perjuicio  y  engaño  pensar  que  son  ellas 
mismas  la  pura  salud  de  nuestra  alma,  y  la  justicia 
que  formalmente  nos  hace  amables  en  los  ojos  de 
Dios,  que  esa  propiamente  es  Jesús:  esto  es,  la  salud 
que  derechamente  hace  dentro  de  nosotros,  y  no  sin 
nosotros,  Jesús.  Que  es  lo  que  hemos  dicho,  y  por 
quien  San  Pablo,  hablando  de  Cristo,  dice  *:  que  fue 
determinado  ser  hijo  de  Dios  en  fortaleza,  según  el  es- 
píritu de  la  santificación  en  la  resurrección  de  los 
muertos  de  Jesucristo.  Que  es  como  si  más  extendida- 
mente  dijera,  que  el  argumento  cierto  y  la  razón  y  se- 
ñal propia  por  donde  se  conoce  que  Jesús  es  el  verda- 
dero Mesías,  Hijo  de  Dios  prometido  en  la  ley,  como 
se  conoce  por  su  propia  definición  una  cosa,  es  porque 
es  Jesús:  esto  es,  por  la  obra  de  Jesús  que  hizo,  que 
era  obra  reservada  por  Dios  y  por  su  ley  y  profetas 
para  sólo  el  Mesías. 

Y  ésta  ¿qué  fué?  Su  poderío,  dice,  y  fortaleza  gran- 
de. Mas  ¿en  qué  la  ejercitó  y  declaró?  En  el  espíritu, 
dice,  de  la  santificación;  conviene  á  saber:  en  que  san- 
tifica á  los  suvos.  no  en  la  sobrehaz  y  corteza  de  íuera, 
sino  con  vida  y  espíritu.  Lo  cual  se  celebra  en  la  resu- 

1     Rom.,  i.  4. 


438  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

rrección  de  los  muertos  de  Jesucristo,  esto  es,  se  ce- 
lebra resucitando  Cristo  sus  muertos;  que  es  decir, 
los  que  murieron  en  El  cuando  El  murió  en  la  cruz, 
á  los  cuales  El,  después  resucitado,  comunica  su  vida. 
Que  como  la  muerte  que  en  El  padecimos,  es  causa 
que  muera  nuestra  culpa  cuando  según  Dios  nacemos; 
ansí  su  resurrección  que  también  fué  nuestra,  es  cau- 
sa que  cuando  muere  en  nosotros  la  culpa,  nazca  la 
vida  de  la  justicia,  como  ayer  mañana  dijimos. 

Ansí  que,  según  que  decía,  el  condenar  la  ceremo- 
nia es  error,  y  el  poner  en  ella  la  proa  y  la  popa  de  la 
justicia  es  engaño.  El  medio  de  estos  extremos  es  lo 
derecho,  que  la  ceremonia  es  buena  cuando  sirve  y 
ayuda  á  la  verdadera  santificación  del  alma,  porque  es 
provechosa,  y  cuando  nace  de  ella  es  mejor,  porque  es 
merecedora  del  cielo;  mas  que  no  es  la  pura  y  la  viva 
salud  que  Cristo  en  nosotros  hace,  y  porque  se  llama 
Jesús. 

Digo  más.  No  se  llama  Jesús  ansí,  porque  sola- 
mente hace  la  salud  que  decimos;  sino  porque  es  El 
mismo  esa  salud.  Porque,  aunque  sea  verdad  como  de 
hecho  lo  es,  que  Cristo  en  los  que  santifica  hace  salud 
y  justicia  por  medio  de  la  gracia  que  en  ellos  pone 
asentada  y  como  apegada  en  su  alma;  mas  sin  eso, 
como  decíamos  ayer,  El  mismo  por  medio  de  su  espí- 
ritu se  junta  con  ella,  y  juntándose  la  sana  y  agracia; 
y  esa  misma  gracia  que  digo  que  hace  en  el  alma,  no 
es  otra  cosa  sino  como  un  resplandor  que  resulta  en 
ella  de  su  amable  presencia.  Ansí  que,  El  mismo  por  sí 
y  no  solamente  por  su  obra  y  efecto,  es  la  salud. 

Dice  bien  San  Macario.  Y  dice  de  esta  manera: 
«Como  Cristo  ve  que  tú  le  buscas,  y  que  tienes  en  El 
toda  tu  esperanza  siempre  puesta,  acude  luego  El  y  te 
da  caridad  verdadera,  esto  es,  dásete  á  sí;  que  puesto 
en  ti  se  te  hace  todas  las  cosas,  paraíso,  árbol  de  vida, 
preciosa  perla,  corona,  edificador,  agricultor,  compasi- 
vo, libre  de  toda  pasión,  hombre,  Dios,  vino,  agua  vital, 
oveja,  esposo,  guerrero  y  armas  de  guerra,  y  finalmente 
Cristo,  que  es  todas  las  cosas  en  todos».  Ansí  que,  el 


DE  LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— UBRO    TERCERO         439 

mismo  Cristo  abraza  con  nuestro  espíritu  el  suyo,  y 
abrazándose,  le  viste  de  sí,  según  san  Pablo  dice  : 
«Vestios  de  nuestro  Señor  Jesucristo».  \  vistiéndole, 
le  reduce  y  sujeta  á  sí  mismo,  y  se  cala  por  el  total- 
mente. ,    . „„ 

Porque  se  debe  advertir  que,  ansí  como  toda  la  masa 
es  desalada  y  desazonada  de  suyo,  por  donde  se  ordeno 
la  levadura  que  le  diese  sabor,  á  la  cual  con  verdad 
podremos  llamar,  no  sólo  la  sazonadora,  sino  la  misma 
sazón  de  la  masa,  por  razón  de  que  la  sazona  no  apar- 
tada de  ella,  sino  junta  con  ella,  adonde  ella  por  si 
*>unde  por  la  masa  y  la  transforma  y  sazona;  ansí,  por- 
que la  masa  de  los  bombres  estaba  toda  dañada  y 
enferma,  bizo  Dios  un  Jesús,  digo,  una  humana  salud 
que  no  solamente  estando  apartada,  sino  j  untándose, 
fuese  salud  de  todo  aquello  con  quien  se  juntase  y 
mezclase,  y  ansí  El  se  compara  á  levadura  a  si  mis- 
mo 2    De  arte  que,  como  el  hierro  que  se  enciende 
del  fuego,  aunque  en  el  ser  es  hierro  y  no  es  fuego, 
en  el  parecer  es  fuego  y  no  hierro;  ansí  Cristo,  ayun- 
tado conmigo  y  hecho  totalmente  señor  de  mí,  me 
apura  de  tal  manera  de  mis  daños  y  males    y  me  in- 
corpora de  tal  manera  en  sus  saludes  y  bienes,  que 
yo  ya  no  parezco  yo,  el  enfermo  que  era,  ni  de  hecho 
soy  ya  el  enfermo,  sino  tan  sano,  que  parezco  la  mis- 
ma  salud  que  es  Jesús. 

•Oh  bienaventurada  salud!  ¡Oh  Jesús  dulce,  digní- 
simo de  todo  deseo,  si  ya  me  viese  yo,  Señor '.vencido 
enteramente  de  ti!  ¡Si  ya  cundieses,  oh  salud,  por  mi 
alma  y  mi  cuerpo!  ¡Si  me  apurases  ya  de  mi  escoria 
de  toda  esta  vejez!  ¡Si  no  viviese,  ni  pareciese  ni  lucie 
se  en  mí  sino  tú!  ¡Oh,  si  ya  no  fuese  quien  soyl  Que  Se 
ñor,  no  veo  cosa  en  mí  que  no  sea  digna  de  aborrecí 
miento  v  desprecio.  Casi  todo  cuanto  nace  de  mí,  son 
mcreíbll  miserias;  casi  todo  es  dolor,  imperfección, 

"f  colCenito  de  Job   se  escribe*,  «cada  día 

"71ÜI,  xht,  14.  2    Matth  ,  xu,.  33.  3    Job,  vn,  3-8. 


440 


FRAY   LUIS   DE   LEÓN 


siento  en  mí  nuevas  lástimas;  y  esperando  ver  el  fin 
de  ellas,  lie  contado  muchos  meses  vacíos,  y  muchas 
noches  dolorosas  han  pasado  por  mí.  Guando  viene 
el  sueno  me  digo:  ¿si  amanecerá  mi  mañana?  Y  cuan- 
do me  levanto,  y  veo  que  no  me  amanece,  alargo  á  la 
tarde  el  deseo.  Y  vienen  las  tinieblas,  y  vienen  también 
mis  ayes  y  mis  flaquezas,  y  mis  dolores  más  acrecenta- 
dos con  ellas.  Vestida  está  y  cubierta  mi  carne  de  mi 
corrupción  miserable;  y  de  las  torpezas  del  polvo  que 
me  compone,  están  ya  secos  y  arrugados  mis  cueros. 
Veo,   Señor,  que   se  pasan  mis  días,  y  que  me  han 
volado  mucho  más  que  vuela  la  lanzadera  en  la  tela- 
acabados  casi  los  veo,  y  aún  no  veo,  Señor,  mi  salud' 
Y  si  sebeaban,  acábase  mi  esperanza  con  ellos.  Miém- 
brate,  Señor,  que  es  ligero  viento  mi  vida;  y  que  si 
paso  sin  alcanzar  este  bien,  no  volverán  jamás  mis 
ojos  a  verle.  Si  muero  sin  ti,  no  me  verán  para  siem- 
pre en  descanso  los  buenos.  Y  tus  mismos  ojos,  si  los 
enderezares  á  mí,  no  verán  cosa  que  merezca  ser  vista 
Yo,  Señor,  me  desecho,  me  despojo  de  mí,  me  huyo 
y  desamo,  para  que  no  habiendo  en  mí  cosa  mía,  seas 
tusólo  en  mí  todas  las  cosas:   mi  ser,  mi  vivir,   mi 
salud,  mi  Jesús. 

Y  dicho  esto,  calló  Marcelo,  todo  encendido  en  el 
rostro;  y  suspirando  muy  sentidamente,  tornó  luego  á 
decir:  b 

—No  es  posible  que  hable  el  enfermo  de  la  salud  v 
que  no  haga  significación  de  lo  mucho  que  le  dude 
el  verse  sin  ella.  Ansí  que,  me  perdonaréis,  Juliano  y 
canino,  si  el  dolor,  que  vive  de  continuo  en  mí,  de  co- 
nocer mi  miseria,  me  salió  á  la  boca  agora  v  se  de- 
rramo por  la  lengua.      • 

Y  tornó  á  callar,  y  dijo  luego: 
—Cristo,  pues,  se  llama  Jesús  porque  El  mismo  es 
■salud;  y  no  por  esto  solamente,  sino  también  porque 
toda  la  salud  es  sólo  El.  Porque  siempre  que  el  nom- 
bre que  parece  común  se  da  á  uno  por  su  nombre 
propio  y  natural,  se  ha  de  entender  que  aquel  á  quien 
se  da  tiene  en  sí  toda  la  fuerza  del  nombre;  como   si 


DE   LOS   NOMBRES    DE   CRISTO.- LIBRO    TERCERO  411 

llamásemos  á  uno  por  su  nombre  virtud,  no  queremos 
decir  que  tiene  virtud  como  quiera,  sino  que  se  resu- 
me en  él  la  virtud.  Y  por  la  misma  manera  ser  salud 
el  propio  nombre  de  Cristo,  es  decir  que  es  por  exce- 
lencia salud,  ó  que  todo  lo  que  es  salud  y  vale  para 
salud  está  en  El. 

Y  como  haya  en  la  salud,  según  los  sujetos,  diferen- 
tes saludes  (que  una  es  la  salud  del  alma  y  otra  es  la 
del  cuerpo,  y  en  el  cuerpo  tiene  por  sí  salud  la  cabeza 
y  el  estómago  y  el  corazón  y  las  demás  partes  del  hom- 
bre), ser  Cristo  por  excelencia  salud  y  nuestra  salud,  es 
decir  que  es  toda  la  salud,  y  que  El  todo  es  salud,  y  sa- 
lud para  todas  enfermedades  y  tiempos.  Es  toda  la 
salud.  Porque  como  la  razón  de  la  salud,  según  dicen 
los  médicos,  tiene  dos  partes:  (una  que  la  conserva  y 
otra  que  la  restituye;  una  que  provee  lo  que  la  puede 
tener  en  pie,  otra  que  receta  lo  que  la  levanta  si  cae); 
y  como  ansí  la  una  como  la  otra  tienen  dos  intencio- 
nes solas,  á  que  enderezan  como  á  blanco  sus  leyes, 
aplicar  lo  bueno  y  apartar  lo  dañoso;  y  como  en  las 
cosas  que  se  comen  para  salud,  unas  son  para  que 
crien  substancia  en  el  cuerpo,  y  otras  para  que  le  pur- 
guen de  sus  malos  humores;  unas  que  son  manteni- 
miento, otras  que  son  medicina;  ansí  esta  salud,  que 
llamamos  Jesús,  porque  es  cabal  y  perfecta  salud,  puso 
en  sí  estas  dos  partes  juntas:  lo  que  conserva  la  salud, 
y  lo  que  la  restituye  cuando  se  pierde;  lo  que  la  tiene 
en  pie,  y  lo  que  la  levanta  caída;  lo  que  cría  buena 
substancia,  y  lo  que  purga  nuestra  ponzoña. 

Y  como  es  pan  de  vida,  como  El  mismo  se  llama,  se 
quiso  amasar  con  todo  lo  que  conviene  para  estos  dos 
fines:  con  lo  santo,  que  hace  vida;  y  con  lo  trabajoso  y 
amargo,  que  purga  lo  vicioso.  Y  templóse  y  mezclóse, 
como  si  dijésemos,  por  una  parte  de  la  pobreza,  de  la 
humildad,  del  trabaja!  se,  del  ser  trabajado,  de  las  afren- 
tas, de  los  azotes,  de  las  espinas,  de  la  cruz,  de  la  muer- 
te (que  cada  cosa  para  el  suyo,  y  todas  son  tósigo  para 
todos  los  vicios);  y  por  otra  parte  de  la  gracia  de  Dios,  y 
de  la  sabiduría  del  cielo,  y  de  la  justicia  santa,  y  de  la 


442  FRAY    LUIS  DE    LEÓN 

rectitud,  y  de  todos  los  demás  dones  del  Espíritu-Santo: 
y  de  su  unción  abundante  sobre  toda  manera,  para  que 
amasado  y  mezclado  ansí,  y  compuesto  de  todos 
aquestos  simples,  resultase  de  todos  un  Jesús  de  vera^. 
y  una  salud  perfectísima  que  allegase  lo  bueno  y  apar- 
tase lo  malo,  que  alimentase  y  purgase.  Un  pan  ver- 
daderamente de  vida,  que  comido  por  nosotros  con 
obediencia  y  con  viva  fe,  y  pasado  á  las  venas,  con  lo 
amargo  desarraigase  los  vicios  y  con  lo  santo  arraiga- 
se la  vida. 

De  suerte  que  comidas  en  él  sus  espinas,  purgasen 
nuestra  altivez;  y  sus  azotes,  tragados  en  él  por  nos- 
otros, nos  limpiasen  de  lo  que  es  muelle  y  regalo;  y 
su  cruz,  en  él  comida  de  mí,  me  apurase  del  amor  de 
mí  mismo:  y  su  muerte  por  la  misma  manera  diese  fin 
á  mis  vicios.  Y  al  revés,  comiendo  en  él  su  justicia,  se 
criase  justicia  en  mi  alma,  y  traspasando  á  mi  estó- 
mago su  santidad  y  gracia,  se  hiciese  en  mí  gracia  y 
santidad  verdadera,  y  naciese  en  mi  substancia  del 
cielo,  que  me  hiciese  hijo  de  Dios,  comiendo  en  él  á 
Dios  hecho  hombre,  que  estando  en  nosotros,  nos  hi- 
ciese á  la  manera  que  es  El,  muertos  al  pecado  y  vivos 
á  la  justicia,  y  nos  fuese  verdadero  Jesús. 

Ansí  que,  es  Jesús  porque  es  toda  la  salud.  Es  tam- 
bién Jesús  porque  es  salud  todo  El.  Son  salud  sus  pa- 
labras; digo,  son  Jesiis  sus  palabras,  son  Jesús  sus 
obras,  su  vida  es  Jesús  y  su  muerte  es  Jesús.  Lo  que 
hizo,  lo  que  pensó,  lo  que  padeció,  lo  que  anduvo, 
vivo,  muerto,  resucitado,  subido  y  asentado  en  el  cie- 
lo, siempre  y  en  todo  es  Jesús.  Que  con  la  vida  nos 
sana,  y  con  la  muerte  nos  da  salud,  con  sus  dolores 
quita  los  nuestros,  y  como  Isaías  dice  l:  «Somos  he- 
chos sanos  con  sus  cardenales».  Sus  llagas  son  medi- 
cina del  alma,  con  su  sangre  vertida  se  repara  la  fla- 
queza de  nuestra  virtud. 

Y  no  sólo  es  Jesús  y  salud  con  su  doctrina,  ense- 
nándonos el  camino  sano  y   declarándonos  el  malo  y 

1     Isai.,  luí,  5. 


DE    LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   TERCERO         443 

peligroso;  sino  también  con  el  ejemplo  de  su  vida  y  de 
«us  obras  hace  lo  mismo.  Y  no  sólo  con  el  ejemplo  de 
«lias  nos  mueve  al  bien  y  nos  incita  y  nos  guía;  sino 
con  la  virtud  saludable  que  sale  de  ellas,  que  la  comu- 
nica á  nosotros,  nos  aviva  y  nos  despierta,  y  nos  purga 
y  nos  sana. 

Llámase,  pues,  con  justicia  Jesús,  quien  todo  El, 
por  dondequiera  que  se  mire,  es  Jesús.  Que  como  del 
árbol,  de  quien  San  Juan  en  el  Apocalipsis  escribe  x, 
se  dice  que  estaba  plantado  por  ambas  partes  de  la 
ribera  del  rio  de  agua  viva,  que  salía  de  la  silla  de 
Dios  y  de  su  cordero,  y  que  sus  hojas  eran  para 
salud  de  las  gentes;  ansí  esta  santa  humanidad,  arrai- 
gada á  la  corriente  del  río  de  las  aguas  vivas,  que  son 
toda  la  gracia  del  Espíritu-Santo,  y  regada,  y  culti- 
vada con  ellas,  y  que  rodea  sus  riberas  por  ambas 
partes,  porque  las  abraza  y  contiene  en  sí  todas,  no 
tiene  hoja  que  no  sea  Jesús,  que  no  sea  vida,  que  no 
sea  remedio  de  males,  que  no  sea  medicina  y  salud. 

Y  llevaba  también  este  árbol,  como  San  Juan  allí 
dice,  doce  frutas,  en  cada  mes  del  año  la  suya;  porque, 
como  decíamos,  es  Jesús  y  salud,  no  para  una  enfer- 
medad sola,  ó  para  una  parte  de  nosotros  enferma,  ó 
para  una  sazón  ó  tiempo  tan  solamente;  sino  para 
todo  accidente  malo,  para  toda  llaga  mortal,  para 
toda  apostema  dolorosa,  para  todo  vicio,  para  todo 
sujeto  vicioso,  agora  y  en  todo  tiempo  es  Jesús.  Que 
no  solamente  nos  sana  el  alma  perdida,  más  también 
da  salud  al  cuerpo  enfermo  y  dañado. 

Y  no  los  sana  solamente  de  un  vicio,  sino  de  cual- 
quiera vicio  que  haya  habido  en  ellos,  ó  que  haya,  los 
sana.  Que  á  nuestra  soberbia  es  Jesús,  con  su  caña 
por  cetro;  y  con  su  púrpura  por  escarnio,  vestida  para 
nuestra  ambición,  es  Jesús.  Su  cabeza,  coronada  con 
fiera  y  desapiadada  corona,  es  Jesús  en  nuestra  mala 
inclinación  al  deleite;  y  sus  azotes  y  todo  su  cuerpo 
dolorido,  en  lo  que  nosotros  es  carnal  y  torpe,  es  Jesús. 

1    Apoc,  últim.  2. 


144  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

Eslo  para  nuestra  codicia,  su  desnudez;  para  nuestro 
coraje,  su  sufrimiento  admirable;  para  nuestro  amor 
propio,  el  desprecio  que  siempre  hizo  de  sí. 

Y  ansí  la  Iglesia,  enseñada  del  Espíritu-Santo  y  mo- 
vida por  El,  en  el  día  en  que  cada  año  representa  la 
hora  cuando  esta  salud  se  sazonó  para  nosotros  en  el 
lugar  de  la  cruz,  como  presentándola  delante  de  Dios 
y  mostrándosela  enclavada  en  el  leño,  y  conociendo  lo 
mucho  que  esta  ofrenda  vale  y  lo  mucho  que  puede 
delante  de  El,  ¿qué  bien  ó  qué  merced  no  le  pide?  Pí- 
dele, como  por  derecho,  salud  para  el  alma  y  para  el 
cuerpo.  Pídele  los  bienes  temporales  y  los  bienes  eter- 
nos. Pídele  para  los  papas,  los  obispos,  los  sacerdotes, 
los  clérigos,  para  los  reyes  y  príncipes,  para  cada  uno 
de  los  fieles  según  sus  estados,  para  los  pecadores  .pe- 
nitencia, para  los  justos  perseverancia,  para  los  pobres 
amparo,  para  los  presos  libertad,  para  los  enfermos 
salud,  para  los  peregrinos  viaje  feliz  y  vuelta  con  pros- 
peridad á  sus  casas. 

Y  porque  todo  es  menos  de  lo  que  puede  y  merece 
esta  salud,  aun  para  los  herejes,  aun  para  los  paganos^ 
aun  para  los  judíos  ciegos  que  la  desecharon,  pone  la 
Iglesia  delante  de  los  ojos  de  Dios  á  Jesús  muerto,  y  he- 
cho vida  en  la  cruz  para  que  les  sea  Jesús.  Por  lo  cual 
la  esposa  en  los  Cantares  le  llama  racimo  de  Copher 
diciendo  de  esta  manera  *:  «Racimo  de  Copher  mi  ama- 
do á  mí  en  las  viñas  de  Engadí».  Y  ordenó,  á  lo  que 
sospecho,  la  providencia  de  Dios  que  no  supiésemos 
de  Copher  qué  árbol  era  ó  qué  planta,  para  que  deján- 
donos de  la  cosa,  acudiésemos  al  origen  de  la  palabra; 
y  ansí  conociésemos  que  Copher,  según  aquello  de  don- 
de nace,  significa  aplacamiento  y  perdón  y  satisfacción 
d6  pecados.  Y  por  consiguiente,  entendiésemos  con 
cuánta  razón  le  llama  racimo  de  Copher  á  Cristo  la  Es- 
posa; diciéndonos  en  ello  por  encubierta  manera  que 
no  es  una  salud  Cristo  sola,  ni  un  remedio  de  males 
particular,  ni  una  limpieza  ó  un  perdón  de  pecados 

1     Cant.,  i,  13. 


DE  LOS  NOMBRES   DE   CRISTO.  -  LIBRO   TERCERO         445 

de  un  solo  linaje,  sino  que  es  un  racimo  que  se  com- 
pone, como  de  granos,  de  innumerables  perdones,  de 
innumerables  remedios  de  males,  de  saludes  sin  núme- 
ro, y  que  es  un  Jesús  en  quien  cada  una  cosa  de  las 
que  tiene  es  Jesús.  ¡Oh  salud,  oh  Jesús,  oh  medicina 
infinita!  Pues  es  Jesús  el  nombre  propio  de  Cristo,  por- 
que sana  Cristo,  y  porque  sana  consigo  mismo,  y  porque 
es  toda  la  salud,  y  porque  sana  todas  las  enfermedades 
del  hombre,  y  en  todos  los  tiempos  y  con  todo  lo  que 
en  sí  tiene,  porque  todo  es  medicinal  y  saludable,  y 
porque  todo  cuanto  hace  es  salud. 

Y  por  llegar  á  su  punto  toda  esta  razón,  decidme, 
Sabino:  ¿vos  no  entendéis  que  todas  las  criaturas  tie- 
nen su  principio  de  la  nada? 

— Entiendo,  dijo  Sabino,  que  las  crió  Dios  con  la 
fuerza  de  su  infinito  poder,  sin  tener  sujeto  ni  materia 
de  que  hacerlas. 

— ¿Luego,  dice  Marcelo,  ninguna  de  ellas  tiene  de 
su  cosecha  y  en  sí  alguna  cosa  que  sea  firme  y  maciza, 
quiero  decir,  que  tenga  de  sí  y  no  recibido  de  otro  el 
ser  que  tiene? 

— Ninguna,  respondió  Sabino,  sin  duda. 

— Pues  decidme,  replicó  luego  Marcelo:  ¿puede  du- 
rar en  un  ser  el  edificio  que  ó  no  tiene  cimientos  ó  tiene 
flacos  cimientos? 

— No  es  posible,  dijo  Sabino,  que  dure. 

— Y  no  tiene  cimiento  de  ser  macizo  y  suyo  ninguna 
de  las  cosas  criadas  (añadió  luego  Marcelo);  luego  to- 
das ellas,  cuanto  de  sí  es,  amenazan  caída;  y  por  decir 
lo  que  es,  caminan  cuanto  es  de  suyo  al  menoscabo  y 
al  empeoramiento;  y  como  tuvieron  principio  de  nada, 
vuélvense  cuanto  es  de  su  parte  á  su  principio  y  des- 
cubren la  mala  lista  de  su  linaje,  unas  deshaciéndose 
del  todo,  y  otras  empeorándose  siempre.  ¿Qué  se  dice 
en  el  libro  de  Job?  De  los  ángeles  dice  *:  «Los  que  le 
sirven  no  tuvieron  firmeza,  y  en  sus  ángeles  halló  tor- 
cimiento». De  los  hombres  añade:  «Los  que  moran  en 

l    Job, iv,  18. 


146  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

casas  de  lodo,  y  cuyo  apoyo  es  de  tierra,  se  consumi- 
rán de  polilla».  Pues  de  los  elementos  y  cielos,  dice 
David  ':  «Tú,  Señor,  en  el  principio  fundaste  la  tierra, 
y  son  obras  de  tus  manos  los  cielos;  ellos  perecerán 
y  tú  permanecerás,  y  se  envejecerán  todos,  como  se 
envejece  una  capa».  En  que,  como  vemos,  el  Espíritu  - 
Santo  condena  á  caída  y  á  menoscabo  de  su  ser  á  to- 
das las  criaturas.  Y  no  solamente  da  la  sentencia,  sino- 
también  demuestra  que  la  causa  de  ello  es,  como  de- 
cimos, el  mal  cimiento  que  todas  tienen.  Porque  si 
dice  de  los  ángeles  que  se  torcieron  y  que  caminaron 
al  mal,  también  dice  que  les  vino  de  que  su  ser  no 
era  del  todo  firme.  Y  si  dice  de  los  hombres  que  se 
consumen,  primero  dijo  que  eran  sus  cimientos  de 
tierra.  Y  los  cielos  y  tierra,  si  dice  que  envejecen, 
dice  también  cómo  se  envejecen,  que  es  como  el  pa- 
ño, de  la  polilla  que  en  ellos  vive,  esto  es,  de  la  fla- 
queza de  su  nacimiento  y  de  la  mala  raza  que  tienen. 

— Todo  es  como  decís,  Marcelo,  dijo  Sabino;  mas 
decidnos  lo  que  queréis  decir  por  todo  ello. 

— Dirélo,  respondió,  si  primero  os  preguntare:  ¿No 
asentamos  ayer  que  Dios  crió  todas  las  criaturas,  á  fin 
de  que  viviese  en  ellas  y  de  que  luciese  algo  de  su 
bondad? 

— Ansí  se  asentó,  dijo  Sabino. 

— Pues,  añadió  Marcelo,  si  las  criaturas,  por  la  en- 
fermedad de  su  origen,  forcejan  siempre  por  volverse 
á  su  nada,  y  cuanto  es  de  suyo  se  van  empeorando  y 
cayendo  para  que  dure  en  ellas  la  bondad  de  Dios, 
para  cuya  demostración  las  crió,  necesario  fué  que 
ordenase  Dios  alguna  cosa  que  fuese  como  el  reparo  de 
todas  y  su  salud  general,  en  cuya  virtud  durase  todo  el 
bien,  y  lo  que  enfermase  sanase. 

Y  ansí  lo  ordenó,  que  como  engendró  desde  la  eter- 
nidad al  Verbo,  su  Hijo,  que,  como  agora  se  decía,  es 
la  traza  viva  y  la  razón  y  el  artificio  de  tocias  las  cria- 
turas, ansí  de  cada  una  por  sí  como  de  todas  juntas, 

1    Psalm.  ci,  26. 


ÜE   LOS   NOMBRES    DE   CRISTO.— LIBRO   TERCERO         447 

y  como  por  El  las  trajo  á  luz  y  las  hizo;  ansí  cuando 
le  pareció,  y  en  el  tiempo  que  El  consigo  ordenado  te- 
nía, le  engendró  otra  vez  Kecho  hombre  Jesús,  ó  hizo 
hombre  Jesús  en  el  tiempo  aquel  á  quien  por  toda  la 
eternidad  comunica  el  ser  Dios.  Para  que  El  mismo, 
que  era  la  traza  y  el  artífice  de  todo,  según  que  es 
Verbo  de  Dios,  fuese,  según  que  es  hombre,  hecho  una 
persona  con  Dios,  el  reparo,  y  la  medicina,  y  la  resti- 
tución, y  la  salud  de  todas  las  cosas;  y  para  que  El 
mismo,  que  por  ser,  según  su  naturaleza  divina,  el  ar- 
tificio general  de  las  criaturas,  se  llama,  según  aque- 
lla parte,  en  hebreo  Dabar,  y  en  griego  Logos,  y  en 
castellano  Verbo  y  palabra;  ese  mismo,  por  ser,  según 
la  naturaleza  humana  que  tiene,  la  medicina  y  el  res- 
taurativo umversalmente  de  todo,  sea  llamado  Jesús 
en  hebreo,  y  en  romance  salud. 

De  manera  que  en  Jesucristo,  como  en  fuente  ó 
como  en  océano  inmenso,  está  atesorado  todo  el  ser,  y 
todo  el  buen  ser;  toda  la  substancia  del  mundo;  y,  por- 
que se  daña  de  suyo,  y  para  cuando  se  daña,  todo  el 
remedio  y  todo  el  Jesús  de  esa  misma  substancia,  toda 
la  vida  y  todo  lo  que  puede  conservar  eternamente  la 
vida  sana,  y  en  pie.  Para  que,  como  decía  san  Pablo, 
«en  todo  tenga  las  primerias,  y  sea  El  el  alfa  y  el  omega, 
el  principio  y  el  fin»;  el  que  las  hizo  primero,  y  el  que, 
deshaciéndose  ellas  y  corriendo  á  la  muerte,  las  sana 
y  repara.  Y,  finalmente,  está  encerrado  en  El  el  Verbo 
y  Jesús;  esto  es,  la  vida  general  de  todos  y  la  salud  de 
la  vida.  Porque  de  hecho  es  ansí,  que  no  solamente 
los  hombres,  mas  también  los  ángeles  que  en  el  cielo 
moran,  reconocen  que  su  salud  es  Jesús;  á  los  unos 
sanó,  que  eran  muertos,  y  á  los  otros  dio  vigor  para 
que  no  muriesen. 

Esto  hace  con  las  criaturas  que  tienen  razón,  y  á 
las  demás  que  no  la  tienen  les  da  los  bienes  que  pue- 
den tener;  porque  su  cruz  lo  abraza  todo,  y  su  sangre 
limpia  lo  clarifica,  y  su  humanidad  santa  lo  apura,  y 
por  El  tendrán  nuevo  estado  y  nuevas  cualidades,  me- 
jores que  las  que  agora  tienen,  los  elementos  y  cielos, 


448  FRAY   LUIS  DE   LEÓN 

y  es  en  todos  y  para  todos  Jesús.  Y  de  la  manera 
que  ayer  al  principio  de  estas  razones  dijimos,  que 
todas  las  cosas,  las  sensibles  y  las  que  no  tienen  sen- 
tido, se  criaron  para  sacar  á  luz  este  parto  (que  diji- 
mos ser  parto  de  todo  el  mundo  común,  y  que  se 
nombra  por  esta  causa  fruto  ó  pimpollo);  ansí  deci- 
mos agora  que  El  mismo,  para  cuyo  parto  se  hicieron 
todas,  fué  hecho  como  en  retorno  para  reparo  y  re- 
medio de  todas  ellas,  y  que  por  esto  le  llamamos  la 
salud  y  el  Jesús. 

Y  para  que,  Sabino,  admiréis  la  sabiduría  de  Dios: 
para  hacer  Dios  á  las  criaturas  no  hizo  hombre  á  su 
Hijo,  mas  hízole  hombre  para  sanarlas  y  rehacerlas. 
Para  que  el  Verbo  fuese  el  artífice  bastó  sólo  ser  Dios, 
mas  para  que  fuese  el  Jesús  y  la  salud  convino  que 
también  fuese  hombre.  Porque  para  hacerlas,  como  no 
las  hacía  de  alguna  materia  ó  de  algún  sujeto  que  se 
le  diese,  como  el  escultor  hace  la  estatua  del  mármol 
que  le  dan,  y  que  él  no  lo  hace;  sino  que,  como  de- 
cíais, la  fuerza  sola  de  su  no  medido  poder  las  sacaba 
todas  al  ser,  no  se  requería  que  el  artífice  se  midiese 
y  se  proporcionase  al  sujeto,  pues  no  lo  había.  Y  como 
toda  la  obra  salía  solamente  de  Dios,  no  hubo  para 
qué  el  Verbo  fuese  más  que  sólo  Dios  para  hacer- 
la; mas  para  reparar  lo  ya  criado  y  que  se  desataba  de 
suyo,  porque  el  reparo  y  la  medicina  se  hacía  en  sujeto 
que  era,  fué  muy  conveniente,  y  conforme  á  la  suave 
orden  de  Dios  necesario,  que  el  reparador  se  avecinase 
á  lo  que  reparaba  y  que  se  proporcionase  con  ello,  y 
que  la  medicina  que  se  ordenaba  fuese  tal,  que  la  pu- 
diese actuar  el  enfermo;  y  que  la  salud  y  el  Jesús, 
para  que  lo  fuese  á  las  cosas  criadas,  se  pusiese  en 
una  naturaleza  criada,  que  con  la  persona  del  Verbo 
junta  hiciese  un  Jesús. 

De  suerte  que  una  misma  persona  en  dos  naturale- 
zas distintas,  humana  y  divina,  fuese  criador  en  la 
una  y  médico  y  redentor  y  salud  en  la  otra;  y  el  mun- 
do todo,  como  tiene  un  Hacedor  general,  tuviese  tam- 
bién una  salud  general  de  sus  daños,   y  concurriesen 


DE    LOS   NOMBRES    DE    CRISTO.  — LIBRO    TERCERO  449 

en  una  misma  persona  este  formador  y  reformador, 
■esta  vida  y  esta  salud  de  vida,  Jesús. 

Y  como  en  el  estado  del  paraíso  *,  en  que  puso  Dios 
á  nuestros  primeros  padres,  tuvo  señalados  dos  árbo- 
les, uno  que  llamó  del  saber  y  otro  que  servía  al  vivir, 
de  los  cuales  en  el  primero  había  virtud  de  conocimien- 
to y  de  ciencia,  y  en  el  segundo  fruta  que  comida 
reparaba  todo  lo  que  el  calor  natural  gasta  continua- 
mente la  vida;  y  como  quiso  que  comiesen  los  hom- 
bres de  éste,  y  del  otro  del  saber  no  comiesen;  ansí  en 
•este  segundo  estado,  en  un  supuesto  mismo,  tiene 
puestas  Dios  estas  dos  maravillosísimas  plantas:  una 
del  saber,  que  es  el  Verbo,  cuyas  profundidades  nos 
•es  vedado  entenderlas,  según  que  se  escribe  *,  «al  que 
escudriñare  la  majestad,  hundirálo  la  gloria»;  y  otra 
■del  reparar  y  del  sanar,  que  es  Jesús,  de  la  cual  co- 
meremos; porque  la  comida  de  su  fruta,  y  el  incorpo- 
rar en  nosotros  su  santísima  carne,  se  nos  manda,  no 
sólo  no  se  nos  veda.  Que  El  mismo  lo  dice  2:  «Si  no 
comiereis  la  carne  del  Hijo  del  hombre  y  no  bebiereis 
su  sangre,  no  tendréis  vida».  Que  como  sin  la  luz  del 
sol  no  se  ve,  porque  es  fuente  general  de  la  luz,  ansí 
sin  la  comunicación  de  este  grande  Jesús,  de  este  que 
•es  salud  general,  ninguno  tiene  salud. 

El  es  Jesús  nuestro  en  el  alma,  El  lo  es  en  el  cuer- 
po, en  los  ojos,  en  las  palabras,  en  los  sentidos  todos, 
y  sin  este  Jesús  no  puede  haber  en  ninguna  cosa  nues- 
tra Jesús;  digo,  no  puede  haber  salud  que  sea  verda- 
dera salud  en  nosotros.  En  los  casos  prósperos,  tene- 
mos Jesús  en  Jesús;  en  lo  miserable  y  adverso,  tene- 
mos Jesús  en  Jesús;  en  el  vivir,  en  el  morir,  tenemos 
Jesús  en  Jesús.  Que,  como  diversas  veces  se  ha  dicho, 
cuando  nacemos  en  Dios  por  Jesús,  nacemos  sanos  de 
culpas;  cuando  después  de  nacidos  andamos  y  vivimos 
«en  El,  El  mismo  nos  es  Jesús,  para  los  rastros  que  el 
pecado  deja  en  el  alma;  cuando  perseveramos  viviendo, 
El  también  extiende  su  mano  saludable  y  la  pone  en 

1    Genes.,  v,  9.  2    Prov.,  xxv,  27.  3    Joan.,  ví,  54. 

29 


450  FRAY    LUIS   DE   LEÓN 

nuestro  cuerpo  malsano,  y  templa  sus  infernales  ardo- 
res, y  lo  mitiga  y  desencarna  de  sí,  y  casi  le  transforma 
en  espíritu.  Y  finalmente,  cuando  nos  deshace  la 
muerte,  El  no  desampara  nuestras  cenizas;  sino  junto 
y  apegado  con  ellas,  al  fin  les  es  tan  Jesiis,  que  las  le- 
vanta resucita,  y  y  las  viste  de  vida  que  ya  no  muere, 
y  de  gloria  que  no  fallece  jamás. 

Y  tengo  por  cierto  que  el  profeta  David,  cuando 
compuso  el  Salmo  ciento  dos,  tenía  presente  á  esta 
salud  universal  en  su  alma;  porque  lleno  de  la  gran- 
deza de  esta  imagen  de  bien,  y  no  cabiéndole  en  el 
pecho  el  gozo  que  de  contemplarla  sentía,  y  conside- 
rando las  innumerables  saludes  que  esta  salud  en- 
cerraba, y  mirando  en  una  tan  sobrada  y  no  merecida 
merced  la  piedad  infinita  de  Dios  con  nosotros,  reven- 
tándole el  alma  en  loores,  habla  con  ella  misma  y 
y  convídala  á  lo  que  es  su  deseo,  á  que  alabe  al  Señor 
y  le  engrandezca,  y  le  dice  ':  «Bendice,  oh  alma  mía,  al 
Señor.  Di  bienes  de  El,  pues  El  es  tan  bueno.  Dale  pa- 
labras buenas,  siquiera  en  retorno  de  tantas  obras  su- 
yas tan  buenas.  Y  no  te  contentes  con  mover  en  mi 
boca  la  lengua,  y  con  enviarle  palabras  que  diga;  sino 
tórnate  en  lenguas  tú,  y  haz  que  tus  entrañas  sean  len- 
guas, y  no  quede  en  ti  parte  que  no  derrame  loor.  Lo 
público,  lo  secreto,  lo  que  se  descubre  y  lo  íntimo: 
que  por  mucho  que  hablen,  hablarán  mucho  menos 
de  lo  que  se  debe  hablar.  Salga  de  lo  hondo  de  tus  en- 
trañas la  voz,  para  que  quede  asentada  allí  y  como  es- 
culpida perpetuamente  su  causa;  hablen  los  secretos 
de  tu  corazón  loores  de  Dios  para  que  quede  en  él  la 
memoria  de  las  mercedes  que  debe  á  Dios,  á  quien 
loa,  para  que  jamás  se  olvide  de  los  retornos  de  DiosT 
de  las  formas  diferentes  con  que  responde  á  tus  he- 
chos». 

Tú  te  convertías  en  nada,  y  El  hizo  nueva  orden 
para  darte  su  ser.  Tú  eras  pestilencia  de  ti  y  ponzoña 
para  tu  misma  salud,  y  El  ordenó  una  salud,  un  Jesús 

1    Psalm.  cu,  l. 


DE   LOS    NOMtfRES   DE   CRISTO.  -  LIBRO    TERCERO         451 

general  contra  toda  tu  pestilencia  y  ponzoña;  Jesús, 
que  dio  á  todos  tus  pecados  perdón;  Jesús,  que  medi- 
cinó todos  los  ayes  y  dolencias  que  en  ti  de  ellos  que- 
daron; Jesús,  que  hecho  deudo  tuyo,  por  el  tanto  de 
su  vida  sacó  la  tuya  de  la  sepultura;  Jesús,  -que  to- 
mando en  sí  carne  de  tu  linaje,  en  ella  libra  á  la  tuya 
de  lo  que  corrompe  la  vida;  Jesús,  que  te  rodea  toda, 
apiadándose  de  ti  toda;  Jesús,  que  en  cada  parte  tuya 
halla  mucho  que  sanar,  y  que  todo  lo  sana;  Jesús  y 
salud,  que  no  solamente  da  la  salud,  sino  salud  blan- 
da, salud  que  de  tu  mal  se  enternece,  salud  compa- 
siva, salud  que  te  colma  de  bienes  tus  deseos,  salud 
que  te  saca  de  la  corrupción  de  la  huesa,  salud  que  de 
lo  que  es  su  grande  piedad  y  misericordia  te  compone 
premio  y  corona.  Salud,  finalmente,  que  hinche  de  sus 
bienes  tu  arreo,  que  enjoya  con  ricos  dones  de  gloria 
tu  vestidura,  que  glorifica,  vuelto  á  vida,  tu  cuerpo; 
que  le  remoza  y  le  renueva  y  le  resplandece,  y  le  des- 
poja de  toda  su  flaqueza  y  miseria  vieja,  como  el 
águila  se  depoja  y  remoza. 

Porque  dice:  Dios,  al  fin,  es  deshacedor  de  agravios 
y  gran  hacedor  de  justicias.  Siempre  se  compadece  de 
los  que  son  saqueados,  y  les  da  su  derecho;  que  si  tú 
no  merecías  merced,  el  engaño  con  que  tu  ponzoñoso 
enemigo  te  robó  tus  riquezas  voceaba  delante  de  él 
por  remedio.  Desde  que  lo  vio  se  determinó  remediar- 
lo, y  les  manifestó  á  Moisés  y  á  los  hijos  de  su  amado 
Israel  su  consejo,  el  ingenio  de  su  condición,  su  vo- 
luntad y  su  pecho,  y  les  dijo:  «Soy  compasivo  y  cle- 
mente, de  entrañas  amorosas  y  pías,  largo  en  sufrir, 
copioso  en  perdonar,  no  me  acelera  el  enojo,  antes  el 
hacer  bienes  y  misericordias  me  acosa;  paso  con  an- 
cho corazón  mis  ofensas;  no  me  doy  á  manos  en  el  de- 
rramar mis  perdones;  que  no  es  de  mí  el  enojarme 
continuo,  ni  el  barajar  siempre  con  vosotros  no  me 
puede  aplacer». 

Ansí  lo  dijiste,  Señor,  y  ansí  se  ve  por  el  hecho  que 
no  has  usado  con  nosotros  conforme  á  nuestros  pe- 
cados, ni  nos  pagas  conforme  á  nuestras  maldades. 


452  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

Cuan  lejos  de  la  tierra  está  el  cielo,  tan  alto  se  en- 
cumbra la  piedad  de  que  usas  con  los  que  por  suyo  te 
tienen.  Ellos  son  tierra  baja,  mas  tu  misericordia  es  el 
cielo.  Ellos  esperan  como  tierra  seca  su  bien,  y  ella 
llueve  sobre  ellos  sus  bienes.  Ellos,  como  tierra,  son 
viles;  ella,  como  cosa  del  cielo,  es  divina.  Ellos  pere- 
cen como  hechos  de  polvo,  ella  como  el  cielo  es  eter- 
na. A  ellos,  que  están  en  la  tierra,  los  cubren  y  los  os- 
curecen las  nieblas;  ella,  que  es  rayo  celestial,  luce  y 
resplandece  por  todo.  En  nosotros  se  inclina  lo  pesado 
como  en  el  centro,  mas  su  virtud  celestial  nos  libra 
de  mil  pesadumbres.  Cuanto  se  extiende  la  tierra  y 
se  aparta  el  nacimiento  del  sol  de  su  poniente,  tanto 
alejaste  de  los  hombres  sus  culpas.  Habíamos  nacido 
en  el  poniente  de  Adán;  traspusístenos,  Señor,  en  tu 
oriente,  sol  de  justicia.  Como  padre  que  há  piedad  de 
sus  hijos,  ansí  tú,  deseoso  de  darnos  largo  perdón,  en 
tu  Hijo  te  vestiste  para  con  nosotros  de  entrañas  de 
padre.  Porque,  Señor,  como  quien  nos  forjaste,  sabes 
muy  bien  nuestra  hechura  cuál  sea.  Sabes,  y  no  lo 
puedes  olvidar;  muy  acordado  estás  que  soy  polvo. 
Como  yerba  de  heno  son  los  días  del  hombre;  nace,  y 
sube,  y  florece,  y  se  marchita  corriendo.  Como  las  flo- 
res ligeras,  parece  algo  y  es  nada;  promete  de  sí  mu- 
cho, y  para  en  un  Hueco  que  vuela;  tócale  á  malas 
penas  el  aire,  y  perece  sin  dejar  rastro  de  sí. 

Mas  cuanto  son  más  deleznables  los  hombres,  tanto 
tu  misericordia,  Señor,  persevera  más  firme.  Ellos  se 
pasan,  mas  tu  misericordia  sobre  ellos  dura  desde  un 
siglo  hasta  otro  siglo,  y  por  siempre.  De  los  padres 
pasa  á  los  hijos,  y  de  los  hijos  á  los  hijos  de  ellos,  y  de 
ellos  por  continua  sucesión  en  sus  descendientes;  los 
que  te  temen,  los  que  guardan  el  concierto  que  hicis- 
te, los  que  tienen  en  sus  mientes  tus  fueros;  porque 
tienes  tu  silla  en  el  cielo,  de  donde  lo  miras;  porque 
la  tienes  afirmada  en  él,  para  que  nunca  te  mudes; 
porque  tu  reino  gobierna  todos  los  reinos,  para  que 
todo  lo  puedas.  Bendígante,  pues,  Señor,  todas  las  cria- 
turas, pues  eres  de  todas  ellas  Jesús.  Tus  ángeles  te 


DE    LOS    NOMBRES   DE   CRISTO  —LIBRO    TERCERO         45$ 

bendigan,  tus  valerosos,  tus  valientes  ejecutores  de  tus 
mandamientos,  tus  alertos  á  oir  lo  que  mandas,  tus 
ejércitos  te  bendigan,  tus  ministros  que  están  prestos 
y  aprestados  para  tu  gusto.  Todas  las  obras  tuyas  te 
alaben,  todas  cuantas  hay  por  cuanto  se  extiende  tu 
imperio,  y  con  todas  ellas,  Señor,  alábete  mi  alma 
también. 

Y  como  dice  en  otro  lugar  *:  «Busqué  para  alabarte 
nuevas  maneras  de  cantos;  no  es  cosa  usada,  ni  siquie- 
ra hecha  otra  vez,  la  grandeza  tuya  que  canta;  no  la 
cante  por  la  forma  que  suele».  Hiciste  salud  de  tu 
brazo,  hiciste  de  tu  Verbo  Jesús;  lo  que  es  tu  poder,  lo 
que  es  tu  mano  derecha  y  tu  fortaleza,  hiciste  que  nos 
fuese  medicina  blanda  y  suave.  Sacaste  hecho  Jesús  á 
tu  Hijo  en  los  ojos  de  todos;  pusístelo  en  público;Jus- 
tificaste  para  con  todo  el  mundo  tu  causa.  Nadie  te 
argüirá  de  que  nos  permitiste  caer,  pues  nos  reparaste 
también.  Nadie  se  te  querellará  de  la  culpa,  para  quien 
supiste  ordenar  tan  gran  medicina.  Dichoso,  si  se 
puede  decir,  el  pecar  que  nos  mereció  tal  Jesús. 

Y  esto  llegue  hasta  aquí.  Vos,  Sabino,  justo  es  que 
rematéis  esta  plática  como  soléis. 

Y  calló;  y  Sabino  dijo: 

—El  remate  que  conviene,  vos  le  habéis  puesto, 
Marcelo,  con  el  Salmo  que  habéis  referido;  lo  que  suelo 
haré  yo,  que  es  deciros  los  versos. 

Y  luego  dijo: 

Alaba,  oh  alma,  á  Di03,  y  todo  cuanto 

encierra  en  sí  tu  seno 
celebre  con  loor  su  nombre  santo, 

de  mil  grandezas  lleno. 
Alaba,  oh  alma,  á  Dios,  y  nunca  olvide 

ni  borre  tu  memoria 
su3  dones,  en  retorno  á  lo  que  pide 

tu  torpe  y  fea  historia. 
Que  Él  solo  por  sí  solo  te  pardona 

tus  culpas  y  maldades, 

1    Psalm.  xcvu. 


451  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

y  cura  lo  herido,  y  desencona 

de  tus  enfermedades. 
El  mismo,  de  la  huesa  á  la  luz  bella, 

restituyó  tu  vida; 
Cercóla  con  su  amor,  y  puso  en  ella 

riqueza  no  creída. 

Y  en  eso  que  te  viste  y  te  rodea 

también  pone  riqueza. 
Ansí  renovarás  lo  que  te  afea, 

cual  águila  en  belleza. 
Que  al  fin  hizo  justicia,  y  dio  derecho 

al  pobre  saqueado. 
Tal  es  su  condición,  tu  estilo  y  hecho, 

según  lo  ha  revelado. 
Manifestó  á  Moisés  sus  condiciones, 

en  el  monte  subido; 
lo  blando  de  su  amor  y  sus  perdones 

á  su  pueblo  escogido. 

Y  dijo:  Soy  amigo  y  amoroso 

soportador  de  males, 
muy  ancho  de  narices,  muy  piadoso 

con  todos  los  mortales. 
No  riñe  y  no  se  amansa;  no  se  aira 

y  dura  siempre  airado; 
no  hace  con  nosotros  ni  nos  mira 

conforme  á  lo  pecado. 
Mas  cuanto  al  suelo  vence,  y  cuanto  excede 

el  cielo  reluciente, 
Su  amor  tanto  se  encumbra,  y  tanto  puede 

sobre  la  humilde  gente. 
Cuan  lejos  de  do  nace  el  sol,  fenece 

el  soberano  vuelo; 
tan  lejos  de  nosotros  desparece 

por  su  perdón  el  duelo. 

Y  con  aquel  amor  que  el  padre  cura 

sus  hijos  regalados, 
la  vida  tu  piedad  y  el  bien  procura 

de  tus  amedrentados. 
Conoces  á  la  fin  que  es  polvo  \  tierra 

el  hombre,  y  torpe  lodo; 
contemplas  la  miseria  que  en  sí  encierra, 

y  le  compone  todo. 
Es  tuno  su  vivir,  es  flor  temprana 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   TERCERO         455 

que  sale  y  se  marchita; 
un  flaco  soplo,  una  ocasión  liviana, 

la  vida  y  ser  le  quita. 
La  gracia  del  Señor  es  la  que  dura, 

y  firme  persevera; 
y  va  de  siglo  en  siglo  su  blandura 

en  quien  en  El  espera. 
En  los  que  su  ley  guardan  y  sus  fueros 

con  viva  diligencia, 
en  ellos,  en  los  nietos  y  herederos 

por  Jarga  descendencia. 
Que  ansí,  do  se  rodea  el  sol  lucido 

estableció  su  asiento, 
que  ni  lo  que  será  ni  lo  que  ha  sido 

es  de  su  imperio  exento. 
Pues  lóente,  Señor,  los  moradores 

de  tu  rica  morada, 
que  emplean  valerosos  sus  ardores 

en  lo  que  más  te  agrada. 

Y  alábete  el  ejército  de  estrellas 

que  en  alto  resplandecen, 
que  siempre  en  sus  caminos,  claras,  bellas, 

tus  leyes  obedecen. 
Alábente  tus  obras,  todas  cuantas 

la  redondez  contiene: 
los  hombres,  y  los  brutos  y  las  plantas, 

y  lo  que  las  sostiene. 

Y  alábete  con  ellos  noche  y  día 

también  el  alma  mía. 

Y  calló.  Y  con  este  fin  le  tuvieron  las  pláticas  de 
Los  Nombres  de  Cristo  \  cuya  es  toda  la  gloria  por  los 
siglos  de  los  siglos.  Amén. 


1  Aquí,  realmente,  terminaban  Los  Nombres  de  Cristo  en  las 
tres  primeras  ediciones  que  se  hicieron  de  esta  obra  magistral 
del  autor;  pero  en  la  cuarta  edición  del  año  1595,  y  en  las  suce- 
sivas, se  añadió  el  nombre  de  Cordero,  que  Fray  Luis  de  León 
había  dejado  inédito  entre  sus  numerosos  papeles,  y  que  impri- 
mimos á  continuación  para  complemento  de  la  obra.-(Wo/«  de 
esta  edición .) 


456 


FRAY   LUIS   DE   LEÓN 


CAPÍTULO   IV 


De  cómo  Cristo  es  llamado  Cordero',  y  por  qué  le  conviene 
este  nombre. 

El  nombre  de  Cordero,  de  que  tengo  de  decir,  es 
nombre  tan  notorio  de  Cristo,  que  es  excusado  ¿ro- 
barlo. Que  ¿quien  no  oye  cada  día  en  la  misa  lo  que 
refiere  el  Evangelio  haberle  dicho  el  Bautista:  «Este 
es  el  Cordero  de  Dios,  que  lleva  sobre  sí  los  pecados 
del  mundo?»  Mas  si  esto  es  fácil  y  claro,  no  lo  es  lo 
que  encierra  en  sí  toda  la  razón  de  este  nombre,  sino 
escondido  y  misterioso,  mas  muy  digno  de  luz 

Porque  Cordero,  pasándolo  á  Cristo,  dice  tres  cosas: 
mansedumbre  de  condición,  y  pureza  é  inocencia  de 
vida,  y  satisfacción  de  sacrificio  y  ofrenda,  como  San 
ledro  junto  casi  en  este  propósito  hablando  de  Cristo  » 
«El  que  (dice)  no  hizo  pecado,  ni  se  halló  engaño  en  su 
boca;  que  siendo  maldecido  no  maldecía,  y  padeciendo 
no  amenazaba  antes  se  entregaba  al  que  le  juzgaba 
injustamente;  el  que  llevó  á  la  cruz  sobre  sí  nuestros 
pecados».  Cosas  que  encierran  otras  muchas  en  sí  Y 
en  que  Cristo  se  señaló  y  aventajó  por  maravillosa 
manera.  Y  digamos  por  sí  de  todas  tres 

Pues  cuanto  á  lo  primero,  Cordero  dice  mansedum- 
bre; y  esto  se  nos  viene  á  los  ojos  luego  que  oímos 
borderó,  y  con  ello  la  mucha  razón  con  que  de  Cristo 
se  dice,  por  el  extremo  de  mansedumbre  que  tiene,  ansí 
en  el  trato  como  en  el  sufrimiento,  ansí  en  lo  que  por 
noso  ros  sufrió  como  en  lo  que  cada  día  nos  sufre. 

peí  trato,  Isaías  decía  2:  «No  será  bullicioso,  ni  in- 
quieto, ni  causador  de  alboroto».  Y  El  de  sí  mismo  3- 
<<  Aprended  de  mí,  que  soy  manso  y  de  corazón  hu- 
milde». Y  respondió  bien  con  las  palabras  la  blandura 
de  su  acogimiento,  con  todos  los  que  se  llegaron  á  El 
por  gozarle  cuando  vivió  nuestra  vida:  con  los  humil- 

1    IPetr.,„>22y24.  2    ísai.,H,4.  3    Matth.,  „,  29. 


DE    LOS    NOMBRES    DE    CRISTO.  — LIBRO    TERCERO  45T 

des.  humilde;  con  los  más  despreciados  y  más  bajos, 
más  amoroso;  y  con  los  más  pecadores  que  se  cono- 
cían, dulcísimo.  La  mansedumbre  de  este  Cordero 
salvó  á  la  mujer  adúltera  que  la  ley  condenaba;  y 
cuando  se  la  puso  en  su  presencia  la  malicia  de  los  fa- 
riseos y  le  consultó  de  la  pena,  no  parece  que  le  cupo 
en  la  boca  palabra  de  muerte;  y  tomó  ocasión  para  ab- 
solverla el  faltarle  acusador,  pudiendo  sólo  El  ser  acu- 
sador y  juez  y  testigo.  La  misma  mansedumbre  admi- 
tió á  la  mujer  pecadora,  é  hizo  que  se  dejase  tocar  de 
una  infame,  y  consintió  que  le  lavasen  sus  lágrimas,  y 
dio  limpieza  á  los  cabellos  que  le  limpiaban  sus  pies. 

Esa  misma  puso  en  su  presencia  los  niños  que  sus 
discípulos  apartaban  de  ella;  y  siendo  quien  era,  dio 
oídos  á  las  largas  razones  de  la  Samaritana;  y  fué 
causa  de  que  no  desechase  de  sí  á  ninguno;  ni  se 
cansase  de  tratar  con  los  hombres,  siendo  El  quien  era, 
y  siendo  su  trato  de  ellos  tan  pesado  y  tan  imperti- 
nente como  sabemos. 

Mas,  ¿qué  maravilla  que  no  se  enfadase  entonces 
cuando  vivía  en  el  suelo,  el  que  agora  en  el  cielo  (don- 
de vive  tan  exento  de  nuestras  miserias,  y  declarado 
por  Rey  universal  de  todas  las  cosas),  tiene  por  bueno 
de  venirse  en  el  Sacramento  á  vivir  con  nosotros;  y 
lleva  con  mansedumbre  verse  rodeado  de  mil  imperti- 
nencias y  vilezas  de  hombres;  y  no  hay  aldea  de  tan 
pocos  vecinos,  adonde  no  sea  casi  como  uno  de  sus 
vecinos  en  su  iglesia,  adonde  no  tengamos  casi  como 
uno  de  ellos  en  su  iglesia  á  nuestro  Cordero,  blandor 
manso,  sufrido  á  todos  los  estados? 

Y  aunque  leemos  en  el  Evangelio  que  castigó  Cristo 
á  algunas  personas  con  palabras,  como  á  San  Pedro  una 
vez,  y  muchas  á  los  fariseos,  y  con  las  manos  también, 
como  cuando  hirió  con  el  azote  á  los  que  hacían  merca- 
do en  su  templo;  mas  en  ninguna  encendió  su  corazón 
en  fiereza,  ni  mostró  semblante  bravo,  sino  en  todas 
con  serenidad  de  rostro  conservó  el  sosiego  de  manse- 
dumbre, desechando  la  culpa  y  no  desdiciendo  de  su- 
gravedad  afable  y  dulce.  Que  como  en  la  Divinidad  sin 


458  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

moverse  lo  mueve  todo,  y  sin  recibir  alteración  riñe  y 
corrige,  y  durando  en  quietud  y  sosiego,  lo  castiga  y  al- 
tera; ansí  en  la  humanidad  (que  como  más  se  le  allega, 
ansí  es  la  criatura  que  más  se  le  parece),  nunca  turbó 
la  dulzura  de  su  ánimo  manso,  el  hacer  en  los  otros  lo 
que  el  desconcierto  de  sus  razones  ó  de  sus  obras  pe- 
día. Y  reprendió  sin  pasión,  y  castigó  sin  enojo,  y  fué 
aun  en  el  reñir  un  ejemplo  de  amor.  ¿Qué  dice  la  Es- 
posa? i:  «Su  garganta  suavísima,  y  amable  todo  El,  y 
todas  sus  cosas». 

— Y  aquella  voz  (dijo  Sabino  aquí),  ¿pareceos,  Mar- 
celo, que  será  muy  amable  2:  «Id,  malditos  de  mi  Padre, 
al  fuego  eterno  aparejado  para  el  demonio?»  0  ¿será 
voz  que  se  podrá  decir  sin  braveza,  ú  oir  sin  espanto? 
Y  si  tan  manso  es  el  trato  todo  de  Cristo,  ¿que  le 
queda  para  ser  león,  como  en  la  Escritura  se  dice? 

—  Bien  decís,  respondió  Marcelo.  Mas  en  lo  primero 
creo  yo  muy  bien  que  les  será  muy  espantable  á  los 
malos  aquella  tan  horrible  sentencia;  y  que  el  parecer 
ante  el  Juez,  y  el  rostro  y  el  mirar  del  Juez,  les  será 
de  increíble  tormento.  Mas  también  habéis  de  enten- 
der, que  será  sin  alteración  del  alma  de  Cristo;  sino 
que  manso  en  sí,  bramará  en  los  oídos  de  aquéllos;  y 
dulce  en  sí  mismo  y  en  su  rostro,  les  encandilará  con 
terriblez  y  fiereza  los  ojos.  Y  á  la  verdad,  lo  que  más 
me  declara  el  infinito  mal  de  la  obstinación  del  peca- 
do, es  ver  que  trae  á  la  mansedumbre  y  al  amor  y  á 
la  dulzura  de  Cristo,  á  términos  de  decir  tal  sentencia; 
y  que  pone  en  aquella  boca  palabras  de  tanto  amar- 
gor; y  que  quien  se  hizo  hombre  por  los  hombres,  y 
padeció  lo  que  padeció  por  salvarlos,  y  el  que  dice 
que  su  deleite  es  su  trato,  y  el  que  vivo  y  muerto, 
mortal  y  glorioso,  ni  piensa  ni  trata  siuo  de  su  reposo 
y  salud;  y  el  que  todo  cuanto  es  ordena  á  su  bien,  los 
pueda  apartar  do  sí    con  voz  tan  horrible;  y  que  la 
pura  fuerza  de  aquella  no  curable  maldad,  mudará  la 
voz  al  Cordero.  Y  siendo  lo  ordinario  de  Dios  con  los 

1     Cant.,v,  16.  2     Math.,  xrv,  41. 


DE  LOS  NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   TERCERO         459 

malos  esconderles  su  cara,  que  es  alzar  la  vista  de  su 
favor,  y  dejarlos  para  que  sus  designios  con  sus  manos 
los  labren,  conforme  á  lo  que  decía  el  Profeta  l:  «Es- 
condiste de  nosotros  tu  cara,  y  con  la  mano  de  nues- 
tra maldad  nos  quebrantaste»;  aquí  el  celo  del  castigo 
merecido,  le  hace  que  la  descubra,  y  que  tome  la  es- 
pada en  la  mano,  y  en  la  boca  tan  amarga  y  espanta- 
ble sentencia. 

Y  á  lo  segundo  del  león,  que,  Sabino,  dijisteis,  ha- 
béis de  entender  que,  como  Cristo  lo  es,  no  contradi- 
ce, antes  se  compadece  bien  con  el  ser  para  con  nos- 
otros Cordero;  porque  llámase  Cristo  y  es  león  por  lo 
que  á  nuestro  bien  y  defensa  toca,  por  lo  que  hace 
con  los  demonios  enemigos  nuestros,  y  por  la  manera 
como  defiende  á  los  suyos.  Que  en  lo  primero,  para 
librarnos  de  sus  manos,  les  quitó  el  mando  y  derrocó- 
les de  su  tiranía  usurpada,  y  asolóles  los  templos,  é 
hizo  que  los  blasfemasen  los  que  poco  antes  los  ado- 
raban y  servían,  y  bajó  á  sus  reinos  oscuros,  y  que- 
brantóles las  cárceles,  y  sacóles  mil  prisioneros;  y  en- 
tonces y  agora  y  siempre  se  les  muestra  fiero  y  los 
vence,  y  les  quita  de  las  uñas  la  presa.  A  que  mira 
San  Juan  para  llamarle  león,  cuando  dice  a:  «Venció  el 
león  de  Judá». 

Y  en  lo  segundo,  ansí  como  nadie  se  atreve  á  sacar 
de  las  uñas  del  león  loque  prende,  ansí  no  es  pode- 
roso ninguno  á  quitarle  á  Cristo  de  su  mano  los  suyos. 
Tanta  es  la  fuerza  de  su  firme  querer.  «Mis  ovejas, 
dice  El,  ninguno  me  las  sacará  de  las  manos».  E  Isaías 
en  el  mismo  propósito  3:  «Porque  dice  el  Señor:  ansí 
como  cuando  brama  el  león,  y  el  cachorro  del  león  so- 
bre su  presa,  no  teme  para  dejarla;  si  le  sobreviene  mul- 
titud de  pastores,  á  sus  voces  no  teme  ni  á  su  muche- 
dumbre se  espanta;  ansí  el  Señor  descenderá  y  peleará 
sobre  el  monte  de  Sión,  sobre  el  collado  suyo». 

Ansí  que,  ser  Cristo  león  le  viene  de  ser  para  nos- 
otros amoroso  y  manso  Cordero;  y  porque  nos  ama  y 

1    Isaí.,  lxiv,  7.  2    Apoc.v,  5.  3    Isaí,  xxx',  4. 


46U  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

nos  sufre  con  amor  y  mansedumbre  infinita,  por 
eso  se  muestra  fiero  con  los  que  nos  dañan,  y  los 
desama  y  maltrata.  Y  ansí,  cuando  á  aquellos  no  sufre 
nos  sufre;  y  cuando  es  con  ellos  fiero,  con  nosotros  es 
manso.  Y  hay  algunos  que  son  mansos  para  llevar  las 
importunidades  ajenas,  pero  no  para  sufrir  sus  desco- 
medimientos; y  otros  que  si  sufren  malas  palabras,  no 
sufren  que  les  pongan  las  manos;  mas  Cristo  (como  en 
todo,  ansí  en  esto  perfecto  Cordero),  no  solamente  lle- 
vó con  mansedumbre  nuestro  trato  importuno,  mas 
también  sufrió  con  igualdad  nuestro  atrevimiento  in- 
jurioso,  «como  Cordero  (dice  Isaías)  delante  del  que 
le  trasquila». 

¿Qué  no  sufrió  de  los  hombres  por  amor  de  los 
hombres?  ¿De  qué  injuria  no  hicieron  experiencia  en  El 
los  que  vivían  por  El?  Con  palabras  le  trataron  desco- 
medidas; con  testimonios  falsísimos  pusieron  sus  ma- 
nos sacrilegas  en  su  divina  persona;  añadieron  á  las 
bofetadas  azotes,  y  á  les  azotes  espinas,  y  á  las  espinas 
clavos  y  cruz  dolorosa;  y  como  á  porfía  probaron  en 
hacerle  mal  sus  descomulgados  ingenios  y  fuerzas; 
mas  ni  la  injuria  mudó  la  voluntad,  ni  la  paciencia  y 
mansedumbre  hizo  mella  en  el  dolor. 

Y  si  (como  dice  San  Agustín,  mi  Padre  * ),  es  manso 
el  que  da  vado  á  los  hechos  malvados  y  que  no  resiste  al 
mal  que  le  hacen,  antes  le  vence  con  el  bien,  Cristo  sin 
duda  es  el  extremo  de  mansedumbre.  Porque  ¿contra 
q  uién  se  hicieron  tantos  hechos  malvados,  ó  en  cuyo 
daño  se  esforzó  más  la  maldad?  ¿0  quién  le  hizo  menos 
resistencia  que  Cristo,  ó  la  venció  con  retorno  de  bene- 
ficios mayores?  Pues  á  los  que  le  huyen  busca,  y  á  los 
que  le  aborrecen  abraza,  y  á  los  que  le  afrentan  y  dan 
dolorosa  muerte,  con  esa  misma  muerte  los  santifica,  y 
los  lava  con  esa  misma  sangre  que  enemigamente  le 
sacan.  Y  es  puntualmente  en  este  nuestro  Cordero  lo 
que  en  el  cordero  antiguo,  que  de  él  tuvo  figura,  que 
todo  le  comían  y  despedazaban,  y  con  todo  él  se  man- 


1     De  Serm.  Domini  in  monte. 


DE    LOS    NOMBRES    DE   CRISTO.  — LIBRO    TERCERO  4<)1 

tenían:  la  carne,  y  las  entrañas,  y  la  cabeza,  y  los  pies. 
Porque  no  hubo  cosa  en  nuestro  bien,  adonde  no  lle- 
gase el  cuchillo  y  el  diente:  al  costado,  á  los  pies,  á  las 
manos,  á  la  sagrada  cabeza,  á  los  oídos,  y  á  los  ojos,  y 
á  la  boca  con  gusto  amarguísimo.  Y  pasó  á  las  entra- 
ñas el  mal,  y  afligió  por  mil  maneras  su  alma  santa,  y 
le  tragó  con  la  honra  la  vida. 

Mas  con  cuanto  hizo,  nunca  pudo  hacer  que  no 
fuese  Cordero;  y  no  cordero  solamente,  sino  prove- 
choso cordero;  no  solamente  sufrido  y  manso,  sino  en 
eso  mismo  que  tan  mansa  é  igualmente  sufría,  bien- 
hechor útilísimo.  Siempre  le  espinamos  nosotros,  y 
siempre  El  trabaja  por  traernos  á  fruto.  Y  como  Dios, 
en  el  profeta,  de  sí  mismo  dice  ':  «Adán  es  mi  ejem- 
plo desde  mi  mocedad».  Porque  como  en  la  manera 
que  fué  por  Dios  sentenciado  y  mandado  que  Adán 
trabajase  y  labrase  la  tierra,  y  la  tierra  labrada  y  tra- 
bajada le  fructificase  abrojos  y  espinas,  ansí  con  su 
mansedumbre  nos  sufre  y  nos  torna  á  labrar,  aunque 
le  fructifiquemos  ingratitud.  Y  no  sólo  en  cuanto  an- 
duvo en  el  suelo,  mas  agora  en  el  cielo  glorioso,  y  em- 
perador sobre  todo,  y  Señor  universal  declarado,  nos 
ve  que  despreciamos  su  sangre,  y  que  cuanto  es  por 
nosotros  hacemos  sus  trabajos  inútiles,  y  pisamos, 
como  el  Apóstol  dice,  su  riquísima  satisfacción  y  pa- 
sión; y  nos  sufre  con  paciencia,  y  nos  aguarda  con  su- 
frimiento, y  nos  llama,  y  despierta,  y  solicita  con  man- 
sedumbre y  amor  entrañable. 

Y  á  la  verdad,  porque  es  tan  amoroso,  por  eso  es 
tan  manso;  y  porque  es  excesivo  el  amor,  por  eso  es 
la  mansedumbre  en  exceso.  Porque  la  caridad,  como 
el  Apóstol  dice,  de  su  natural  es  sufrida;  y  ansí,  conser- 
van una  regla  y  guardan  una  medida  misma  el  querer 
y  sufrir.  De  manera  que,  cuando  no  hubiera  otro  ca- 
mino, por  éste  sólo  del  amor  entendiéramos  la  gran- 
deza de  la  mansedumbre  de  Cristo;  porque  cuanto  nos 
quiere  bien,  tanto  se  ha  con  nosotros  mansa  y  sufn- 

1    Zachar.,  xni,  5. 


462  FRAY   LUIS   DE   L1LON 

damente;  y  quiérenos  cuanto  ve  que  su  Padre  nos 
quiere,  el  cual  nos  ama  por  tan  rara  y  maravillosa  ma- 
nera, que  dio  por  nuestra  salud  la  vida  de  su  unigénito 
Hijo.  Que  como  el  Apóstol  dice  l:  «Ansí  amó  al  mun- 
do Dios,  que  dio  su  Hijo  unigénito,  para  que  no  perezca 
quien  creyere  en  El».  Porque  dar  aquí  es  entregar  á 
la  muerte.  Y  en  otro  lugar  2:  «Quien  no  perdonó  á  su 
Hijo  propio,  antes  le  entregó  por  nosotros,  ¿qué  cosa, 
de  cuantas  hay,  dejó  de  darnos  con  El?» 

Ansí  que,  es  sin  medida  el  amor  que  Cristo  nos  tie- 
ne; y  por  el  mismo  caso  la  mansedumbre  es  sin  medi- 
da, porque  corren  á  las  parejas  lo  amoroso  y  lo  manso. 
Aunque,  si  no  lo  fuera  ansí,  ¿cómo  pudiera  ser  tan  uni- 
versal Señor  y  tan  grande?  Porque  un  señorío  y  una 
alteza  de  gobierno  semejante  á  la  suya,  si  cayera  ó  en 
un  ánimo  bravo  ó  mal  sufrido  y  colérico,  intolerable 
fuera,  porque  todo  lo  asolara  en  un  punto.  Y  ansí,  la 
misma  naturaleza  de  las  cosas  pide,  y  la  razón  del  go- 
bierno y  mando,  que  cuanto  uno  es  mayor  señor,  y  go- 
bierna á  más  gentes,  y  se  encarga  de  más  negocios  y 
oficios,  tanto  sea  más  sufrido  y  más  manso.  Por  donde 
la  Divinidad,  universal  emperatriz  de  las  cosas,  sufre, 
y  espera,  y  es  mansa  lo  que  no  se  puede  encarecer  con 
palabras.  Y  ansí  ella  usó  de  muchas,  cuando  quiso  de- 
clarar esta  su  condición  á  Moisés,  que  le  dijo  3:  «Soy 
piadoso,  misericordioso,  sufrido,  de  larguísima  espera, 
muy  ancho  de  narices,  y  que  extiendo  por  mil  genera- 
ciones mi  bien».  Y  del  mismo  Moisés  que  fué  su  lugar- 
teniente, y  cabeza  puesta  por  El  sobre  todo  su  pueblo, 
se  escribe  que  fué  mansísimo  sobre  todos  los  de  su 
tiempo.  Por  manera  que  la  razón  convence  que  Cristo 
tiene  mansedumbre  de  cordero  infinita:  lo  uno,  porque 
es  su  poderío  infinito;  y  lo  otro,  porque  se  parece  á 
Dios  más  que  otra  criatura  ninguna;  y  ansí  le  imita  y 
retrata  en  esta  virtud,  como  en  las  demás,  sobre  todos. 

Y  si  es  Cordero  por  la  mansedumbre,  ¿cuan  justa- 
mente lo  será  por  la  inocencia  y  pureza,  que  es  lo  se- 

1     íoun.,  ni,  16.  2    Rom.lvu<l3J.  3    II  Esdr.,  ix,  17. 


DE   LOS    NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   TERCERO         463 

gundo  de  las  tres  cosas  que  decir  propuse?  ¿Qué  dice 
San  Pedro?1:  «Redimidos,  no  con  oro  y  plata  que  se 
corrompe,  sino  con  la  sangre  sin  mancilla  del  Cordero 
inocente».  Que  en  el  fin  porque  lo  dice,  declara  y  en- 
grandece la  suma  inocencia  de  este  Cordero  nuestro. 
Porque  lo  que  pretendo,  es  persuadirnos  que  estime- 
mos nuestra  redención;  y  que  cuando  ninguna  otra 
cosa  nos  mueva,  á  lo  menos  por  haber  sido  comprados 
con  una  vida  tan  justa,  y  lavados  del  pecado  con  una 
sangre  tan  pura  (porque  tal  vida  no  haya  padecido  sin 
fruto,  y  tal  sangre  no  se  derrame  de  balde,  y  tal  ino- 
cencia y  pureza,  ofrecida  por  nosotros  á  Dios,  no  ca- 
rezca de  efecto),  nos  aprovechemos  de  El  y  nos  conser- 
vemos en  El,  y  después  de  redimidos  no  queramos 
ser  siervos. 

Dice  Santiago  2,  «que  es  perfecto  el  que  no  tro- 
pieza en  las  palabras  y  lengua».  Pues  de  nuestro 
Cordero  dirá:  «que  ni  hizo  pecado  ni  en  su  boca  fué 
hallado  engaño»,  como  dice  San  Pedro.  Cierta  cosa 
es  que  lo  que  Dios  en  sus  criaturas  ama  y  precia  más. 
es  santidad  y  pureza;  porque  el  ser  puro  uno  es  andar 
ajustado  con  la  ley  que  le  pone  Dios,  y  con  aquello 
que  su  naturaleza  le  pide;  y  eso  mismo  es  la  verdad 
de  las  cosas,  decir  cada  uno  con  lo  que  es,  y  respon- 
der el  ser  con  las  obras.  Y  lo  que  Dios  manda  eso  ama, 
y  porque  de  ello  se  contenta  lo  manda;  y  al  que  es  el 
ser  mismo,  ninguna  cosa  le  es  más  agradable  ó  con- 
forme á  lo  que  con  su  ser  responde,  que  es  lo  verda- 
dero y  lo  cierto,  porque  lo  falso  y  engañoso  no  es.  Por 
manera  que  la  pureza  es  verdad  de  ser  y  de  ley,  y  la 
verdad  es  lo  que  más  agrada  al  que  es  puro  ser. 

Pues  si  Dios  se  agrada  más  de  la  humanidad  santa 
de  Cristo,  concluido  queda  que  es  más  santa  y  pura 
que  todas  las  criaturas;  y  que  se  aventaja  en  esto  á 
todas  tanto,  cuantas  son  y  cuan  grandes  son  las  venta- 
jas con  que  de  Dios  es  amada.  ¡Qué!  ¿No  es  ella  el 
Hijo  de  su  amor,  que  Dios  llama,  y  El  el  de  quien  úni- 


1    I  Petr.,  i,  18.  2    Jacob  ,  m,  2. 


í(il  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

«amenté  se  complace,  como  certificó  á  los  discípulos 
«n  el  monte;  y  el  Amado  por  cuyo  amor  y  para  cuyo 
servicio  hizo  lo  visible  y  lo  invisible  que  crió?  Luego 
si  va  fuera  de  toda  comparación  el  amor,  no  la  puede 
haber  en  la  santidad  y  pureza,  ni  hay  lengua  que  la 
declare,  ni  entendimiento  que  comprenda  lo  que  es. 
Bien  se  ve  que  no  tiene  su  grandeza  medida  en  la  ve- 
cindad que  con  Dios  tiene,  ó,  por  decir  verdad,  en  la 
unidad  ó  en  el  lazo  estrecho  de  unión  con  que  Dios 
oonsigo  mismo  la  enlaza.  Que  si  es  más  claro  lo  que  al 
sol  se  avecina  más,  ¿qué  resplandores  no  tendrá  de 
santidad  y  virtud  el  que  está,  y  estuvo  desde  su  prin- 
cipio, y  estará  para  siempre,  lanzado  y  como  sumido  en 
el  abismo  de  esa  misma  luz  y  pureza? 

En  las  otras  cosas  resplandece  Dios,  mas  con  la  hu- 
manidad que  decimos,  está  unido  personalmente;  las 
otras  Uéganse  á  El,  mas  ésta  la  tiene  lanzada  en  el  seno; 
en  las  otras  reverbera  este  Sol,  mas  en  ésta  hace  un  sol 
de  su  luz.  «En  el  Sol,  dice  í,  puso  su  morada»;  porque 
la  luz  de  Dios  puso  en  la  humanidad  de  Cristo  su  asien- 
to, con  que  quedó  en  puro  sol  transformada.  Las  otras 
centellean  hermosas,  ésta  es  de  resplandor  un  tesoro;  á 
las  otras  les  adviene  la  pureza  y  la  inocencia  de  fue- 
ra, ésta  tiene  la  fuente  y  el  abismo  de  ella  en  si  mis- 
ma; finalmente,  las  otras  reciben  y  mendigan  virtud; 
•esta,  riquísima  de  santidad  en  sí,  la  derrama  en  las 
otras.  Y  pues  todo  lo  santo  y  lo  inocente  y  lo  puro  nace 
de  la  santidad  y  pureza  de  Cristo,  y  cuanto  de  este  bien 
las  criaturas  poseen  es  partecilla  que  Cristo  les  co- 
munica; claro  es,  no  solamente  ser  más  santo,  más 
inocente,  más  puro  que  todas  juntas,  sino  también  ser 
la  santidad  y  la  pureza  y  la  inocencia  de  todas;  y  por 
la  misma  razón,  la  fuente  y  el  abismo  de  toda  la  pu- 
reza é  inocencia. 

Pero  apuremos  más  esta  razón  para  mayor  clari- 
dad y  evidencia.  Cristo  es  universal  principio  de  san- 
tidad y  virtud,  de  donde  nace  toda  la  que  hay  en  las 

1     Psalm.  xvnr,  6. 


DE    LOS   NOMBRES   DE    CRISTO. — LIBRO   TERCERO  W>1> 

criaturas  santas,  y  bastante  para  santificar  todas  las 
criadas,  y  otras  infinitas  que  fuese  Dios  continua- 
mente criando;  y  ni  más  ni  menos  es  la  víctima  y 
sacrificio  aceptable,  y  suficiente  á  satisfacer  por  todos 
los  pecados  del  mundo  y  de  otros  mundos  sin  núme- 
ro. Luego  fuerza  es  decir  que  ni  liay  grado  do  santi- 
dad, ni  manera  de  ella,  que  no  le  haya  en  el  alma  de 
Cristo;  ni  menos  pecado,  ni  forma,  ni  rastro  de  que  del 
todo  Cristo  no  carezca.  Y  fuerza  es  también  decir  que 
todas  las  bondades,  todas  las  perfecciones,  todas  las 
buenas  maneras  y  gracias  que  se  esparcen  y  podrían 
esparcir  en  infinitas  criaturas  que  hubiese,  están  ayun- 
tadas y  amontonadas  y  unidas  sin  medida  ni  cuenta 
en  el  manantial  de  ellas,  que  es  Cristo;  y  que  no  se 
aparta  tanto  el  ser  del  no  ser,  ni  se  aleja  tanto  de  las 
tinieblas  la  luz,  cuanto  de  El  mismo  toda  especie, 
todo  género,  todo  principio,  toda  imaginación  de  pe- 
cado, hecho  ó  por  hacer,  ó  en  alguna  manera  posible, 
está  apartado  y  lejísimo.  Porque  necesario  es,  y  la 
ley  no  mudable  de  la  naturaleza  lo  pide,  que  quien 
cría  santidades  las  tenga,  y  quien  quita  los  pecados, 
ni  los  tenga  ni  pueda  tenerlos.  Que  como  la  natura- 
leza, á  los  ojos,  para  que  pudiesen  recibir  los  colores, 
cría  limpios  de  todos  ellos;  y  el  gusto,  si  de  suyo  tu- 
viese algún  sabor  infundido,  no  percibiría  todas  las 
diferencias  del  gusto;  ansí  no  pudiera  ser  Cristo  uni- 
versal principio  de  limpieza  y  justicia,  si  no  se  alejara 
de  El  todo  asomo  de  culpa,  y  si  no  atesorara  en  sí 
toda  la  razón  de  justicia  y  limpieza. 

Que,  porque  había  de  quitar  en  nosotros  los  hechos 
malos  que  oscurecen  el  alma,  no  pudo  haber  en  El 
ningún  hecho  desconcertado  y  obscuro;  y  porque  ha- 
bía de  borrar  en  nuestras  almas  los  malos  deseos,  no 
pudo  haber  en  la  suya  deseo  que  no  fuese  del  cielo: 
y  porque  reducía  á  orden  y  á  buen  concierto  nuestra 
imaginación  varia  y  nuestro  entendimiento  turbado, 
el  suyo  fué  un  cielo  sereno,  lleno  de  concierto  y  de 
luz;  y  porque  había  de  corregir  nuestra  voluntad  mal- 
sana y  enferma,  era  necesario  que  la  suya  fuese  una 

30 


466  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

ley  de  justicia  y  salud;  y  porque  reducía  á  templanza 
nuestros  encendidos  y  furiosos  sentidos,  fueron  nece- 
sariamente los  suyos  la  misma  moderación  y  tem- 
planza; y  porque  había  de  poner  freno  y  desarraigar, 
finalmente,  del  todo  nuestras  malas  inclinaciones,  no 
pudo  haber  en  El  ni  movimiento  ni  inclinación  que  no- 
fuese  justicia;  y  porque  era  limpieza  y  perdón  general 
del  pecado  primero,  no  hubo  ni  pudo  haber,  ni  en  su 
principio  ni  en  su  nacimiento,  ni  en  el  discurso  de  sus 
obras  y  vida,  ni  en  su  alma,  ni  en  sus  sentidos  y  cuer- 
po, alguna  culpa,  ni  su  culpa  de  él,  ni  sus  reliquias  y 
rastros. 

Y  porque  á  la  postre,  y  en  la  nueva  resurrección- 
de  la  carne,  la  virtud  eficaz  de  su  gracia  había  de  hacer 
no  pecables  los  hombres,  forzoso  fué  que  Cristo,  no  sólo 
careciese  de  toda  culpa,  mas  que  fuese  desde  su  prin- 
cipio impecable.  Y  porque  tenía  en  sí  bien  y  remedio- 
para  todos  los  pecados  y  para  en  todos  los  tiempos  y 
para  en  todos  los  hombres  (no  sólo  en  todos  los  que  son 
justos,  mas  en  todos  los  demás  que  no  lo  son  y  lo  po- 
drían ser  si  quisiesen;  no  sólo  en  los  que  nacerán  en  ei 
mundo,  mas  en  todos  los  que  podrían  nacer  en  otros 
mundos  sin  cuento);  convino  y  fué  menester  que  todos 
los  géneros  y  especies  del  mal  actual,  lo  de  original,  1» 
de  imaginación,  lo  del  hecho,  lo  que  es  y  lo  que  camina 
á  que  sea,  lo  que  será  y  lo  que  pudiera  ser  por  el  tiem- 
po, lo  que  pecan  los  que  son,  y  lo  que  los  pasados  peca- 
ron, los  pecados  venideros,  y  los  que,  si  infinitos  hom- 
bres nacieran,  pudieran  suceder  y  venir;  finalmente, 
todo  ser,  todo  asomo,  toda  sombra  de  maldad  y  malicia 
estuviese  tan  lejos  de  El,  cuanto  las  tinieblas  de  la  luz,, 
la  verdad  de  la  mentira,  de  la  enfermedad  la  medicinar 
están  lejos. 

Y  convino  que  fuese  un  tesoro  de  inocencia  y  lim- 
pieza, porque  era  y  había  de  ser  el  único  manantial  de 
ella  riquísimo.  Y  como  en  el  sol,  por  más  que  penetréis 
por  su  cuerpo,  no  veréis  sino  una  apurada  pureza  de 
resplandor  y  de  lumbre,  porque  es  de  las  luces  y  res- 
plandores la  fuente;  ansí  en  este  Sol  de  justicia,  de 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   TERCERO         467 

donde  manó  todo  lo  que  es  rectitud  y  verdad,  no  halla- 
réis (por  más  que  lo  divida  y  penetre  el  ingenio,  por 
más  que  desmenuce  sus  partes,  por  más  agudamente 
que  las  examine  y  las  mire),  sino  una  sencillez  pura  y 
una  rectitud  sencilla,  una  pureza  limpia  que  siempre 
está  bullendo  en  pureza,  una  bondad  perfecta,  entraña- 
da en  cuerpo  y  en  alma  y  en  todas  las  potencias  de 
ambos,  en  los  tuétanos  de  ellos,  que  por  todos  ellos 
lanza  rayos  de  sí.  Porque  veamos  cada  parte  de  Cristo, 
y  veremos  cómo  cada  una  de  ellas,  no  sólo  está  bañada 
en  la  limpieza  que  digo,  mas  sirve  para  ella  y  la  ayuda. 

En  Cristo  consideramos  cuerpo,  y  consideramos 
alma;  y  en  su  alma  podemos  considerar  lo  que  es  en  sí 
para  el  cuerpo,  y  los  dones  que  tiene  en  sí  por  gracia 
de  Dios,  y  el  estar  unida  con  la  propia  persona  del 
Verbo. 

Y  cuanto  á  lo  primero  del  cuerpo,  como  unos  cuer- 
pos sean  de  su  mismo  natural  más  bien  inclinados 
que  otros,  según  sus  composturas  y  formas  diferentes, 
y  según  la  templanza  diferente  de  sus  humores  (que 
unos  son  de  suyo  coléricos,  otros  mansos,  otros  alegres 
v  otros  tristes,  unos  honestos  y  vergonzosos,  otros  poco 
honestos  y  mal  inclinados,  modestos  unos  y  humildes, 
otros  soberbios  y  altivos),  cosa  fuera  de  toda  duda  es 
que  el  cuerpo  de  Cristo,  de  su  misma  cosecha  era  de 
inclinaciones  excelentes,  y  en  todas  ellas  fué  loable, 
honesto,  hermoso  y  excelente.  Que  se  convence,  ansí 
de  la  materia  de  que  se  compuso  como  del  artífice  que 
le  fabricó. 

Porque  la  materia  fué  la  misma  pureza  de  la  san- 
are santísima  de  la  Virgen,  criada  y  encerrada  en  sus 
limpias  entrañas.  De  la  cual  habernos  de  entender  que 
aun  en  la  ley  de  sangre  fué  la  más  apurada,  y  la 
más  delgada  y  más  limpia,  y  más  apta  para  criarla,  y 
más  ajena  de  todo  afecto  bruto,  y  de  más  buenas  cuali- 
dades de  todas.  Porque  allende  de  lo  que  el  alma  puede 
obrar  y  obra  en  los  humores  del  cuerpo,  que  sin  duda 
los  altera  y  califica  según  sus  afectos,  y  que  por  esta 
parte  el  alma  santísima  de  la  Virgen  hacía  santidad 


468  FRAY    LUIS  DE   LEÓN 

en  su  sangre  y  sus  inclinaciones  celestiales  de  ella,  y 
los  bienes  del  cielo  sin  cuento  que  en  sí  tenía  la  es- 
piritualizaban y  santificaban  en  una  cierta  manera; 
ansí  que,  allende  de  esto,  de  suyo  era  la  flor  de  la 
sangre,  quiero  decir,  la  sangre  más  ajena  de  las  condi- 
ciones groseras  del  cuerpo,  y  más  adelgazada  en  pure- 
za que  en  género  de  sangre,  después  de  la  de  su  Hijo, 
jamás  hubo  en  la  tierra. 

Porque  se  ha  de  entender  que  todas  las  santifica- 
ciones y  purificaciones  y  limpiezas  de  la  ley  de  Moisés, 
el  comer  estos  manjares  y  no  aquéllos,  los  lavatorios, 
los  ayunos,  el  tener  cuenta  en  los  días,  todo  se  ordenó 
para  que  adelgazando  y  desnudando  de  sus  afectos 
brutos  la  sangre  y  los  cuerpos,  y  de  unos  en  otros  apu- 
rándose siempre  más,  como  en  el  arte  del  destilar 
aconteco,  viniese  últimamente  una  doncella  á  hacer 
una  sangre  virginal  por  todo  extremo  limpísima,  que 
fuese  materia  del  cuerpo,  purísimo  sobre  todo  extre- 
mo, de  Cristo.  Y  todo  aquel  artificio  viejo  y  antiguo 
fué  como  un  destilatorio,  que  de  un  licor  puro  sacando 
otro  más  puro,  por  medio  de  fuego  y  vasos  diferen- 
tes, llegue  á  la  sutileza  y  pureza  postrera. 

Ansí  que,  la  sangre  de  la  Virgen  fué  la  flor  de  la 
sangre,  de  que  se  compuso  todo  el  cuerpo  de  Cristo. 
Por  donde  aun  en  ley  de  cuerpo,  y  por  parte  de  su 
misma  materia,  fué  inclinado  al  bien  perfectamente  y 
del  todo.  Y  no  sólo  esta  sangre  virginal  le  compuso 
mientras  estuvo  en  el  vientre  sagrado,  mas  después 
que  salió  de  él  le  mantuvo,  vuelta  en  leche  en  los  pe- 
chos santísimos.  De  donde  la  divina  Virgen,  aplicando 
á  ellos  á  su  Hijo  de  nuevo,  y  enclavando  en  El  los 
ojos,  y  mirándole,  y  siendo  mirada  de  El.  dulcemente 
encendida  ó,  á  la  verdad,  abrasada  en  nuevo  y  castísi- 
mo amor,  se  la  daba,  si  decir  se  puede,  más  santa  y 
más  pura.  Y  como  se  encontraban  por  los  ojos  las  dos 
almas  bellísimas,  y  se  trocaban  los  espíritus  que  ha- 
cen paso  por  ellos,  con  los  del  Hijo  deificada  la  Madre 
más,  daba  al  Hijo  más  deificada  su  leche.  Y  como  en 
la  Divinidad  nace  luz  del  Padre,  que  es  luz,  ansí  tam- 


DE   LOS   NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   TERCERO         469 

bien  cuanto  á  lo  que  toca  á  su  cuerpo,  nace  de  pure- 
za, pureza. 

Y  si  esto  es  cuanto  á  la  materia  de  que  se  compone, 
¿qué  podremos  decir  por  parte  del  Artífice  que  le  com- 
puso? Porque,  como  los  otros  cuerpos  humanos  los 
componga  la  virtud  del  varón,  que  la  madre  con  su 
calor  contieno  en  su  vientre,  en  este  edificio  del  santí- 
simo cuerpo  de  Cristo  el  Espíritu-Santo  hizo  las  veces 
de  esta  virtud,  y  formó  por  su  mano  El,  y  sin  que  in- 
terviniese otro  ninguno,  este  cuerpo.  Y  si  son  perfec- 
tas todas  las  obras  que  Dios  hace  por  sí,  esta  que  hizo 
para  sí,  ¿qué  será?  Y  si  el  vino  que  hizo  en  las  bodas 
fué  vino  bonísimo,  porque  sin  medio  de  otra  caúsale 
hizo  del  agua  Dios  por  su  poder,  á  quien  toda  la  ma- 
teria, por  indispuesta  que  sea,  obedece  enteramente 
sin  resistencia,  ¿qué  pureza,  qué  limpieza,  qué  santi- 
dad tendrá  el  cuerpo  que  fabricó  el  infinitamente  San- 
to de  materia  tan  santa? 

Cierto  es  que  le  amasó  con  todo  el  extremo  de  lim- 
pieza posible,  quiero  decir,  que  le  compuso  por  una 
parte  tan  ajeno  de  toda  inclinación  ó  principio  ó  es- 
treno de  vicio,  cuanto  es  ajena  de  las  tinieblas  la  luz; 
y  por  otra  tan  hábil,  tan  dispuesto,  tan  hecho,  tan  de 
sí  inclinado  á  todo  lo  bueno,  lo  honesto,  lo  decente. 
lo  virtuoso,  lo  heroico  y  divino,  cuanto  sin  dejar  de 
ser  cuerpo  en  todo  género  de  pasibilidad  se  sufría. 

Y  de  esto  mismo  se  ve  cuánto  era  de  su  cosecha 
pura  su  alma,  y  de  su  natural  inclinada  á  toda  exce- 
lencia de  bien;  que  es  la  otra  fuente  de  esta  inocen- 
cia y  limpieza  de  que  platicamos  agora.  Porque,  como 
sabéis,  Juliano,  en  la  filosofía  cierta,  las  almas  de  los 
hombres,  aunque  sean  de  una  especie  todas,  pero 
son  más  perfectas  en  sí  y  en  su  substancia  unas  que 
otras,  por  ser  de  su  natural  hechas  para  ser  formas 
de  cuerpos,  y  para  vivir  en  ellos  y  obrar  por  ellos, 
y  darles  á  ellos  el  obrar  y  el  vivir.  Que  como  no  son 
todos  los  cuerpos  hábiles  en  una  misma  manera  para 
recibir  este  intlujo  y  acto  del  alma,  ansí  las  almas  no 
son  todas  de  igual  virtud  y  fuerza  para  ejecutar  esta 


470  FRAY    LUIS   DE    LEÓN 

obra,  sino  medida  cada  una  para  el  cuerpo  que  la  na- 
turaleza le  da. 

De  manera  que  cual  es  la  hechura  y  compostura  y 
habilidad  de  los  cuerpos,  tal  es  la  fuerza  y  poderío  na- 
tural para  ellos  del  alma;  y  según  lo  que  en  cada  cuer- 
po y  por  el  cuerpo  puede  ser  hecho,  ansí  cría  Dios 
hecha  y  trazada  y  ajustada  cada  alma.  Que  estaría  como 
violentada  si  fuese  al  revés.  Y  si  tuviese  más  virtud 
de  informar  y  dar  ser  de  lo  que  el  cuerpo,  según  su 
disposición,  sufre  ser  informado,  no  sería  nudo  natu- 
ral y  suave  el  del  alma  y  del  cuerpo;  ni  sería  su  casa 
del  alma  la  carne  fabricada  por  Dios  para  su  perfec- 
ción y  descanso,  sino  cárcel  para  tormento  y  maz- 
morra. 

Y  como  el  artífice  que  encierra  en  oro  alguna  pie- 
dra preciosa  la  conforma  á  su  engaste,  ansí  Dios  labra 
las  ánimas  y  los  cuerpos  de  manera  que  sean  con- 
formes; y  no  encierra  ni  engasta  ni  enlaza  en  un  cuer- 
po duro,  y  que  no  puede  ser  reducido  á  alguna  obra,  un 
alma  muy  virtuosa  y  muy  eficaz  para  ella;  sino,  pues 
los  casa,  aparéalos,  y  pues  quiere  que  vivan  juntos, 
ordena  cómo  vivan  en  paz.  Y  como  vemos  en  la  lista 
de  todo  lo  que  tiene  sentido,  y  en  todos  sus  grados, 
que  según  la  dureza  mayor  ó  menor  de  la  materia  que 
los  compone,  y  según  que  está  organizada  y  como 
amasada  mejor,  ansí  tienen  unos  animales  natural- 
mente ánima  de  más  alto  y  perfecto  sentido  (que  de 
suyo  y  en  sí  misma  la  ánima  de  la  concha  es  más  torpe 
que  la  del  pez,  y  el  ánima  de  las  aves  es  de  más  sentido 
que  las  de  los  que  viven  en  el  agua;  y  en  la  tierra  la  de 
las  culebras  es  superior  al  gusano,  y  la  del  perro  á  los 
topos,  y  la  de  los  caballos  al  buey,  y  la  de  los  jimios  á 
todos);  y  pues  vemos  en  una  especie  de  cuerpos  hu- 
manos tantas  y  tan  notables  diferencias  de  humores, 
de  complexiones,  de  hechuras,  que  con  ser  de  una  es- 
pecie todos,  no  parecen  ser  de  una  masa;  justamente 
diremos,  y  será  muy  conforme  á  razón,  que  sus  almas, 
por  aquella  parte  que  mira  á  los  cuerpos,  están  he- 
chas  en  diferencias  diversas,  y  que  son  de  un  grado  en 


DE    LOS   NOMBRES   DE    CRISTO.— LIBRO   TERCERO  471 

espíritu,  y  más  ó  menos  perfectas  en  razón  de  ser 
formas. 

Pues  si  hay  este  respecto  y  condición  en  las  almas, 
la  de  Cristo,  fabricada  de  Dios  para  ser  la  del  más  per- 
fecto cuerpo,  y  más  dispuesto  y  más  hábil  para  toda 
manera  de  bien  que  jamás  se  compuso,  forzosamente 
diremos  que  de  suyo  y  de  su  naturaleza  misma  está 
dotada,  sobre  todas  las  otras,  de  maravillosa  virtud  y 
fuerza  para  toda  santidad  y  grandeza;  y  que  no  hubo 
género  ni  especie  de  obras,  ó  morales  ó  naturales,  per- 
fectas y  hermosas,  á  que,  ansí  como  su  cuerpo  de  Cris- 
to era  hábil,  ansí  no  fuese  de  suyo  valerosa  su  alma. 

Y  como  su  cuerpo  estaba  dispuesto  y  fué  sujeto  natu- 
ralmente apto  para  todo  valor,  ansí  su  alma  por  la  na- 
tural perfección  y  vigor  que  tenía,  aspiró  siempre  á 
todo  lo  excelente  y  perfecto. 

Y  como  aquel  cuerpo  era  de  suyo  honestísimo  y 
templado  de  pureza  y  limpieza,  ansí  el  alma,  que  se 
crió  para  él,  era  de  su  cosecha  esforzada  á  lo  honesto. 

Y  como  la  compostura  del  cuerpo  era  para  manse- 
dumbre dispuesta,  ansí  el  alma,  de  su  misma  hechu- 
ra, era  mansa  y  humilde.  Y  como  el  cuerpo  por  el  con- 
cierto de  sus  humores  era  hecho  para  gravedad  y  me- 
sura, ansí  el  alma  de  suyo  era  alta  y  gravísima.  Y 
como  de  sus  calidades  era  hábil  el  cuerpo  para  lo 
fuerte  y  constante,  ansí  el  alma  de  su  vigor  natural 
era  hábil  para  lo  generoso  y  valiente.  Y  finalmente, 
como  el  cuerpo  era  hecho  para  instrumento  de  todo 
bien,  ansí  el  alma  tuvo  natural  habilidad  para  ser  eje- 
cutora de  toda  grandeza;  esto  es,  tuvo  lo  sumo  en  la 
perfección  de  toda  la  latitud  de  su  especie. 

Y  si  por  su  natural  hechura  era  aquesta  sacratísima 
alma  tan  alta  y  tan  hermosa,  tan  vigorosa  y  tan  buena, 
¿qué  podremos  decir  de  ella,  con  lo  que  en  ella  la  gra- 
cia sobrepone  y  añade?  Que  si  es  condición  de  los 
bienes  del  cielo,  cualesquiera  que  ellos  sean,  mejorar 
aun  en  lo  natural  su  sujeto;  y  la  semilla  de  la  gracia, 
en  la  buena  tierra  puesta,  da  ciento  por  uno;  en  natu- 
rales no  sólo  tan  corregidos,  sino  tan  perfectos  de  suyo 


4  72  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

y  tan  santos,  ¿qué  hará  tanta  gracia?  Porque  ni  hay 
.virtud  heroica,  ni  excelencia  divina,  ni  belleza  del  cie- 
lo, ni  dones  y  grandezas  de  espíritu,  ni  ornamento  ad- 
mirablo  y  nunca  visto,  que  no  resida  en  su  alma  y  no 
viva  en  ella  sin  medida  ni  tasa. 

Que,  como  San  Juan  dice  ]:  «No  le  dio  Dios  con 
mano  limitada  su  espíritu».   Y  como  el  Apóstol  dice  ar 

•  Mora  en  El  la  plenitud  de  la  Divinidad  toda».  E 
Isaías3:  «Y  reposará  sobre  El  el  espíritu  del  Señor». 
Y  en  el  Salmo  4:  «Tu  Dios  te  ungió,  oh  Dios,  con  un- 
ción de  alegría  sobre  todos  tus  particioneros».  Y  con 
grande  razón  puso  más  en  El  que  juntos  en  todos, 
pues  eran  particioneros  suyos,  esto  es,  pues  había  de 
venir  por  El  á  ellos,  y  habían  de  ser  ricos  de  sus  mi- 
gajas y  sobras.  Porque  la  gracia  y  la  virtud  divina 
que  el  alma  de  Cristo  atesora,  no  sólo  era  mayor  en 
grandeza  que  las  virtudes  y  gracias  finitas,  y  hechas 
una  de  todos  los  que  han  sido  justos,  y  son  agora  y  se- 
rán adelante;  mas  es  fuente  de  donde  manaron  ellas, 
que  no  se  disminuye  enviándolas,  y  que  tiene  manan- 
tiales tan  no  agotables  y  ricos,  que  en  infinitos  hom- 
bres más,  y  en  infinitos  mundos  que  hubiese,  podría 
derramar  en  todos  y  sobre  todos  excelencia  de  virtud 
y  justicia,  como  un  abismo  verdadero  de  bien. 

Y  como  este  mundo  criado,  ansí  en  lo  que  se  nos 
viene  á  los  ojos  como  en  lo  que  nos  encubre  su  vista, 
está  variado  y  lleno  de  todo  género  y  de  toda  especie 
y  diferencias  de  bienes;  ansí  esta  divina  alma,  para 
quien  y  para  cuyo  servicio  esta  máquina  universal 
fué  criada,  y  que  es  sin  ninguna  duda  mejor  que  ella 
y  más  perfecta,  en  sí  abraza  y  contiene  lo  bueno  todo, 
lo  perfecto,  lo  hermoso,  lo  excelente  y  lo  heroico,  lo 
admirable  y  divino.  Y  como  el  divino  Verbo  es  una 
imagen  del  Padre  viva  y  expresa,  que  contiene  en  sí 

•  •uantas  perfecciones  Dios  tiene;  ansí  esta  alma  sobe- 
rana (que  como  á  El  más  cercana,  y  enlazada  con  EL 


1    S.  Juan,  cap.  ni,  34.  2    S.  Pabl.  ad  Coloss.,  u,  9. 

3    Isaí.,11,2.  4    Salm.  iLtv.9. 


DE   LOS  NOMBRES   DE   CRISTO. — LIBRO   TERCERO         473 

y  que  no  sólo  de  continuo,  mas  tan  de  cerca  le  mira 
y  se  remira  en  El,  y  se  espeja,  y,  recibiendo  en  sí  sus 
resplandores  divinos,  se  fecunda  y  figura  y  viste,  y  en- 
grandece y  embellece  con  ellos,  y  traspasa  á  sí  sus  ra- 
yos cuanto  es  á  la  criatura  posible),  le  remeda  y  se 
asemeja,  y  le  retrata  tan  al  vivo,  que  después  de  El, 
que  es  la  imagen  cabal,  no  hay  imagen  de  Dios  como 
el  alma  de  Cristo.  Y  los  querubines  más  altos,  y  todos 
juntos  y  hechos  uno  los  ángeles,  son  rasguños  imper- 
fectos, y  sombras  oscurísimas,  y  verdaderamente  tinie- 
blas en  su  comparación. 

¿Qué  diré,  pues,  de  lo  que  se  añade  y  sigue  á  esto, 
que  es  el  lazo  que  con  el  Verbo  divino  tiene,  y  la  per- 
sonal unión?  Que  ella  sola,  cuando  todo  lo  demás  fal- 
tara, es  justicia  y  riqueza  inmensa.  Porque  ayuntán- 
dose el  Verbo  con  aquella  dichosa  alma,  y  por  ella 
también  con  el  cuerpo,  ansí  la  penetra  toda  y  embebe- 
en  sí  mismo,  que  con  suma  verdad  no  sólo  mora  Dios 
en  El,  mas  es  Dios  aquel  hombre,  y  tiene  aquella  alma 
en  sí  todo  cuanto  Dios  es:  su  ser,  su  saber,  su  bondad, 
su  poder. 

Y  no  solamente  en  sí  lo  tiene;  mas  tan  enlazado  y 
tan  estrechamente  unido  consigo  mismo,  que  ni  pue- 
de desprenderse  de  El,  ó  desenlazarse.  Ni  es  posible 
que,  mientras  de  El  presa  estuviere,  ó  con  El  unida 
en  la  manera  que  digo,  no  viva  y  se  conserve  en  suma 
perfección  de  justicia.  Que  como  el  hierro  que  la  fra- 
gua enciende,  penetrado  y  poseído  del  fuego,  y  que 
parece  otro  fuego  siempre  que  está  en  la  hornaza,  es  y 
parece  ansí;  y  si  de  ella  no  pudiese  salir,  no  tendría,  ni 
tener  podría,  ni  otro  parecer  ni  otro  ser;  ansí  lanzada 
toda  aquella  feliz  humanidad  y  sumida  en  el  abismo 
de  Dios,  y  poseída  enteramente,  y  penetrada  por  todos 
sus  poros  de  aquel  fuego  divino,  y  firmado  con  no  mu- 
dable ley  que  ha  de  ser  ansí  siempre,  es  un  hombre 
que  es  Dios,  y  un  hombre  que  será  Dios  cuanto  Dios 
fuere;  y  cuanto  está  lejos  de  no  lo  ser,  tanto  está  apar- 
tada de  no  tener  en  su  alma  toda  inocencia  y  rectitud 
y  justicia. 


171  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

Que  como  ella  es  medianera  entre  Dios  y  su  cuerpo, 
porque  con  él  se  ayunta  Dios  por  medio  del  alma;  y 
«orno  los  medios  comunican  siempre  con  los  extremos 
y  tienen  algo  de  la  naturaleza  de  ambos,  por  eso  el 
alma  de  Cristo  que,  como  forma  de  la  carne,  dice  con 
ella  y  se  le  avecina  y  allega  (como  mente  criada  para 
unirse  y  enlazarse  con  Dios,  y  para  recibir  en  sí  y  de- 
rivar de  sí  en  su  cuerpo,  ansí  natural  como  místico, 
Jos  influjos  de  la  divinidad),  fué  necesario  que  se  ase- 
mejase á  Dios,  y  se  levantase  en  bondad  y  justicia  más 
ella  sola  que  juntas  las  criaturas.  Y  convino  que  fuese 
un  espejo  de  bien,  y  un  dechado  de  aquella  suma  bon- 
dad, y  un  sol  encendido  y  lleno  de  aquel  sol  de 
justicia,  y  una  luz  de  luz,  y  un  resplandor  de  resplan- 
dor, y  un  piélago  de  bellezas  cebado  de  un  abismo  be- 
llísimo. Y  rodeado  y  enriquecido  con  toda  aquesta  her- 
mosura, y  justicia  é  inocencia  y  mansedumbre,  nuestro 
santo  Cordero  (como  tal,  y  para  serlo  cabalmente  y  del 
todo)  se  hizo  nuestro  único  y  perfecto  sacrificio,  acep- 
tando y  padeciendo,  por  darnos  justicia  y  vida,  muerte 
afrentosa  en  la  cruz. 

En  que  se  ofrece  á  la  lengua  infinito;  mas  digamos 
sólo  el  cómo  fué  sacrificio,  y  la  forma  de  esta  expia- 
ción. Que  cuando  San  Juan  de  este  Cordero  dice  *: 
«Que  quita  los  pecados  del  mundo»,  no  solamente 
dice  que  los  quita,  sino  que  según  la  fuerza  de  la  pro- 
pia palabra,  ansí  los  quita  de  nosotros,  que  los  carga 
sobre  sí  mismo  y  les  hace  como  suyos,  para  ser  El 
castigado  por  ellos  y  que  quedásemos  libres.  De  mane- 
ra que  cuanto  al  cómo  fué  sacrificio,  decimos  que  lo  fué 
no  solamente  padeciendo  por  nuestros  pecados,  sino 
tomando  primero  á  nosotros  y  á  nuestros  pecados  en  sí, 
y  juntándolos  consigo  y  cargándose  de  ellos,  para  que 
padeciendo  El  padeciesen  los  que  con  El  estaban  jun- 
tos, y  fuesen  allí  castigados.  En  que  es  gran  maravilla: 
que,  si  padeciéramos  en  nosotros  mismos,  doliéranos 
mucho  y  valiéranos  poco.   Y  más:  como  acaece  á  los 

1     Joan,  i,  29. 


DE   LOS  NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO    TERCERO         47."» 

árboles  que  son  sin  fruto  en  el  suelo  do  nacen,  y  tras- 
plantados de  él  fructifican,  ansí  nosotros  traspasados 
«n  Cristo  morimos  sin  pena,  y  fuénos  fructuosa  la 
muerte.  Que  la  maldad  de  nuestra  culpa  había  pasado 
tan  adelante  en  nosotros,  y  extendídose  y  cundido 
tanto  en  el  alma,  que  lo  tenía  estéril  todo  é  inútil;  y  no 
se  quitaba  la  culpa  sino  pagando  la  pena,  y  la  pena  era 
muerte. 

De  manera,  que  por  una  parte  nos  convenía  morir; 
y  por  otra,  siendo  nuestra,  era  inútil  la  muerte.  Y  ansí, 
fué  necesario,  no  sólo  que  otro  muriese,  sino  también 
que  muriésemos  nosotros  en  otro  que  fuese  tal  y  tan 
justo,  que  por  ser  en  él  tuviese  tanto  valor  nuestra 
muerte,  que  nos  acarrease  la  vida.  Y  como  esto  era  ne- 
cesario, ansí  fué  lo  primero  que  hizo  el  Cordero  en  sí. 
para  ser  propiamente  nuestro  sacrificio. 

Que  como  en  la  ley  vieja  1,  sobre  la  cabeza  de  aquel 
animal  con  que  limpiaba  sus  pecados  el  pueblo,  en 
nombre  de  él  ponía  las  manos  el  sacerdote,  y  decía 
que  cargaba  en  ella  todo  lo  que  su  gente  pecaba: 
ansí  El,  porque  era  también  sacerdote,  puso  sobre  sí 
mismo  las  culpas  y  las  personas  culpadas,  y  las  ayun- 
tó con  su  alma,  como  en  lo  pasado  se  dijo  2,  por  una 
manera  de  unión  espiritual  é  inefable,  con  que  suele 
Dios  juntar  muchos  en  uno,  de  que  los  hombres  es- 
pirituales tienen  mucha  noticia.  Con  la  cual  unión 
encerró  Dios  en  la  humanidad  de  su  Hijo  á  los  que 
según  su  ser  natural  estaban  de  ella  muy  fuera;  y  los 
hizo  tan  unos  con  El,  que  se  comunicaron  entre  sí 
y  á  veces,  sus  males  y  sus  bienes  y  sus  condiciones;  y 
muriendo  El,  morimos  de  fuerza  nosotros;  y  padecien- 
do el  Cordero,  padecimos  en  El  y  pagamos  la  pena 
que  debíamos  por  nuestros  pecados. 

Los  cuales  pecados,  juntándonos  Cristo  consigo,  por 
la  manera  que  he  dicho,  los  hizo  como  suyos  propios, 
según  que  en  el  Salmo  dice  3:  «Cuan  lejos  de  mi  salud 


1    Levit.,  xvi,  21.  2    Véase  el  Nombre  de  Padre. 

3    Psalm.  xxi,  1. 


176  FRAY   LUIS   DE   LEÓN 

las  voces  de  mis  delitos».  Que  llama  delitos  suyos  los 
nuestros,  porque  de  hecho  ansí  á  ellos,  como  á  los  auto- 
res de  ellos  tenía  sobre  los  hombros  puestos,  y  tan 
allegados  á  sí  mismo  y  tan  juntos,  que  se  le  pegaron 
las  culpas  de  ellos,  y  le  sujetaron  al  azote  y  al  castigo 
y.á  la  sentencia  contra  ellos  dada  por  la  justicia  divi- 
na. Y  pudo  tener  en  El  asiento  lo  que  no  podía  ser 
hecho  ni  obrado  por  El. 

En  que  se  consideran  con  nueva  maravilla  dos  co- 
sas: la  fuerza  del  amor,  y  la  grandeza  de  la  pena  y  do- 
lor. El  amor,  que  pudo  en  un  sujeto  juntar  los  extre- 
mos de  justicia  y  de  culpa;  la  pena  que  nacería  en  un 
alma  tan  limpia,  cuando  se  vio  no  solamente  vecina, 
sino  tan  por  suya  tanta  culpa  y  torpeza.  Que  sin  duda, 
si  bien  se  considera,  veremos  ser  esta  una  de  las  ma- 
yores penas  de  Cristo;  y  si  no  me  engaño,  de  dos  cau- 
sas que  le  pusieron  en  agonía  y  en  sudor  de  sangre  en 
el  huerto,  fué  estala  una. 

Porque,  dejando  aparte  el  ejército  de  dolores  que 
se  le  puso  delante,  y  de  la  fuerza  que  en  vencerlo 
puso,  de  que  dijimos  arriba  x,  ¿qué  sentimiento  sería 
(;qué  digo  sentimiento!),  qué  congoja,  qué  ansia,  qué 
basca  cuando  el  que  es  en  sí  la  misma  santidad  y 
limpieza,  y  el  que  conoce  la  fealdad  del  pecado  cuan- 
to conocida  ser  puede,  y  el  que  la  aborrece  y  desama 
cuanto  ama  su  justicia  y  cuanto  á  Dios  mismo,  á 
quien  ama  con  amor  infinito,  vio  que  tanta  muche- 
dumbre de  culpas  (cuantas  son  todas  las  que  desde 
el  principio  hasta  el  fin  cometen  los  hombres),  tan  gra- 
ves, tan  enormes,  tan  feas,  y  con  tantos  modos  y  figu- 
ras torpes  y  horribles,  se  le  entraban  por  su  casa  y 
se  le  avecinaban  al  alma,  y  la  cercaban  y  rodeaban 
y  cargaban  sobre  ella,  y  verdaderamente  se  le  apega- 
ban, y  hacían  como  suyas,  sin  serlo  ni  haberlo  podi- 
do ser? 

¡Qué  agonía  y  qué  tormento  tan  grande,  quien  abo- 


1     En  el  Nombre  de  Rey. 


DE  LOS  NOMBRES   DE   CRISTO.— LIBRO   TERCERO  177 

rreció  tanto  este  mal,  y  quien  veía  á  los  ojos  cuanto 
<le  Dios  aborrecido  era  y  huido,  verse  de  él  tan  car- 
gado; y  verse  leproso  el  que  en  ese  mismo  tiempo  era 
la  salud  de  la  lepra;  y  como  vestido  de  injusticia  y 
maldad  el  que  en  ese  mismo  tiempo  es  justicia;  y  he- 
rido y  azotado  y  como  desechado  de  Dios,  el  que  en 
esa  misma  hora  sanaba  las  heridas  nuestras,  y  era  el 
descanso  del  Padre!  Ansí  que,  fué  caso  de  terrible 
congoja  el  unir  consigo  Cristo,  purísimo,  inocentísimo 
y  justísimo,  tantos  pecadores  y  culpas;  y  el  vestirse 
tal  rey  de  tanta  dignidad,  de  nuestra  vejez  y  vileza. 

Y  eso  mismo,  que  fué  hacerse  Cordero  de  sacrificio, 
y  poner  en  sí  las  condiciones  y  cualidades  debidas  al 
Cordero,  que  sacrificado  limpiaba,  fué  en  cierta  ma- 
nera un  gran  sacrificio.  Y  disponiéndose  para  ser  sacri- 
ficado, se  sacrificaba  de  hecho  con  el  fuego  de  la  con- 
goja, que  de  tan  contrarios  extremos  en  su  alma  nacía: 
y  antes  de  subir  á  la  cruz,  le  era  cruz  esa  misma  car- 
ga que  para  subir  á  ella  sobre  sus  hombros  ponía.  Y 
subido  y  enclavado  en  ella,  no  le  rasgaban  tanto  ni 
lastimaban  sus  tiernas  carnes  los  clavos,  cuanto  le 
traspasaban  con  pena  el  corazón  la  muchedumbre  de 
malvados  y  maldades,  que  ayuntados  consigo  y  sobre 
sus  hombros  tenía;  y  le  era  menos  tormento  el  des- 
atarse su  cuerpo,  que  el  ayuntarse  en  el  mismo  tem- 
plo de  la  santidad  tanta  y  tan  grande  torpeza. 

A  la  cual,  por  una  parte,  su  santa  alma  la  abrazaba 
y  recogía  en  sí  para  deshacerse  por  el  infinito  amor 
que  nos  tiene;  y  por  otra  esquivaba  y  rehuía  su  ve- 
cindad y  su  vista,  movido  de  su  infinita  limpieza:  y 
ansí  peleaba,  y  agonizaba,  y  ardía  como  sacrificio 
aceptísimo;  y  en  el  fuego  de  su  pena  consumía  eso 
mismo  que  con  su  vecindad  le  penaba,  ansí  como 
lavaba  con  la  sangre  que  por  tantos  vertía,  esas  mis- 
mas mancillas  que  la  vertían,  á  que  como  si  fueran 
propias,  dio  entrada  y  asiento  en  su  casa.  De  suerte 
que  ardiendo  El,  ardieron  en  El  nuestras  culpas:  y 
bañándose  su  cuerpo  de  sangre,  se  bañaron  en  sangre 
los  pecadores;  y  muriendo  el  Cordero,  todos  los  que 


478 


FRAY    LUIS   DE    LEÓN 


estaban  en  él,  por  la  misma  razón,  pagaron  lo  que  eí 
rigor  de  la  ley  requería. 

Que  como  fué  justo  que  la  comida  de  Adán,  porque 
en  si  nos  tenía,  fuese  comida  nuestra,  y  que  su  pecado 
luese  nuestro  pecado,  y  que  emponzoñándose  él,  nos 
emponzoñásemos  todos;  ansí  fué  justísimo  que  ardien- 
do en  el  ara  de  la  cruz,  y  sacrificándose  este  dulce 
Cordero,  en  quien  estaban  encerrados  y  como  hechos 
uno  todos  los  suyos,  cuanto  es  de  su  parte  quedasen 
abrasados  todos  y  limpios. 

De  lo  cual,  Juliano,  veréis  con  cuánta  razón  se  llama 
Lnsto  Cordero,  que  fué  lo  que  al  principio  declarar 
propuse.  Y  según  lo  mucho  que  hay  que  decir,  he 
declarado  algún  tanto.  Pasemos,  si  os  parece,  al  nom- 
bre de  Amado  \  que  pues  tan  agradable  le  fué  á  Dios 
el  sacrificio  de  nuestro  santo  Cordero,  sin  duda  fué 
amado  y  lo  es  por  extraordinaria  manera. 

Viendo  Marcelo  que  daban  muestras  los  dos  de  gus- 
tar que  pasase  adelante,  cobrando  un  poco  de  aliento 
prosiguió  diciendo: 
—Digo,  pues,  que  es  llamado  Cristo  el  Amado,  etc. 

1     El  nombre  de  Amado  va  impreso  desde  la  página  385  des- 
pués del  nombre  de  Hijo,  para  ajustamos  á  las  primeras  edicio- 
nes completas.-Se  conoce  que  Fray  Luis  de  León  tenía  el  plan 
de  colocar  este  nombre  de  Cordero  entre  el  de  Hijo  y  el  de 
Amado;  pero  para  ello  hubiera  tenido  que  modificar  la  forma 
del  diálogo  con  que  empieza  el  nombre  de  Amado,  que,  según 
él  lo  publicó,  guarda  más  ilación  con  lo  que  dice  al  final  del  nom- 
bre de  Hijo.-Y  pues  Fray  Luis  de  León  no  intrudujo  allí  este 
nombre  de  Cordero,  en  las  ediciones  que  él  pudo  corregir,  quizá 
por  el  deseo  de  perfeccionarle  y  darle  más  amplitud,  á  nosotros 
al  publicarlo  al  final  De  los  Nombres  de  Cristo,  como  se  ha  ve- 
nido haciendo  en  casi  todas  las  ediciones  desde  la  6.a,  hecha  en 
salamanca  el  año  1595,  solamente  nos  toca  respetar  estas  nie- 
blas 6  lagunas  insignificantes  que  á  veces  aparecen  en  las  obras 
inmortales  de  los  grandes  ingenios.-fJVo/a  de  esta  edición). 


&#&&«se#G#&#G&«@&s@ 


IISTID  IOE 


Págs, 

Prólogo  biográfico x 

Introducción.— Dase  razón  y  motivo  de  la  obra. ...        1 

Libro  primero. 

Capítulo  primero.— Introdúcese  en  el  asunto  con  la 
idea  de  un  coloquio  que  tuvieron  tres  amigos  en 
una  casa  de  recreo 1* 

Cap.  II. -Explícase  qué  viene  á  ser  nombre,  qué  ofi- 
cio tiene,  por  qué  fin  se  introdujo  y  en  qué  manera 
se  suele  poner 14 

Cap.  III.- Es  llamado  Cristo  Pimpollo,  y  explícase 
cómo  le  conviene  este  nombre,  y  el  modo  de  su 
maravillosa  concepción 28- 

Cap.  IV.— Declárase  cómo  Cristo  tiene  el  nombre  de 
Faces,  ó  cara  de  Dios,  y  por  qué  le  conviene  este 
nombre ^ 

CAp.  V.— Es  Cristo  llamado  Camino,  y  por  qué  se  le 
atribuye  este  nombre 60 

CAP.  VI.— Llámase  Cristo  Pastor;  por  qué  le  convie- 
ne este  nombre,  y  cuál  es  el  oficio  de  pastor 12 

Cap.  VII.— Se  le  da  á  Cristo  el  nombre  de  Monte;  qué 
significa  éste  en  la  Escritura,  y  por  qué  se  le  atri- 
buye á  Cristo 9* 

Cap.  VIII.- Llámase  Cristo  Padre  del  siglo  futuro,  y 
explícase  el  modo  con  que  nos  engendra  en  hijos 

llt 
suyos lli 


480  ÍNDICE 

PágS. 

Libro  segundo. 

Introducción.— Descripción  de  la  miseria  humana, 
y  origen  de  su  fragilidad , 15:1 

Capítulo  primero.— De  cómo  se  llama  Cristo  Brazo 
de  Dios,  y  á  cuánto  se  extiente  su  fuerza 158 

Cap.  II.— Es  Cristo  llamado  Rey,  y  de  las  cualidades 
que  Dios  puso  en  El  para  este  oficio "~Í9"l 

Cap.  III  —Explícase  qué  cosa  es  paz,  cómo  Cristo  esT 
su  autor,  y  por  tanto  llamado  Principe  de  paz,...    2361 

Cap.  IV.— Llámase  Cristo  Esposo,  y  explícase  cómo 
lo  es  de  la  Iglesia,  y  las  circunstancias  de  este  des- 
posorio         277 

Libro  tercero. 

Introducción.— Se  da  solución  á  algunos  reparos 
que  se  hicieron  sobre  los  dos  libros  anteriores. ...    317 

Capítulo  primero. -Cuan  propiamente  se  llama 
Cristo  Hijo  de  Dios,  por  hallarse  en  El  todas  las 
condiciones  que  se  requieren  para  serlo 322 

Cap.  II.— Trátase  del  nombre  El  Amado,  que  se  le  da 
á  Cristo  en  la  sagrada  Escritura,  y  explícanse  las 
finezas  de  amor  con  que  los  suyos  le  aman 385 

Cap.  III.— Qué  significa,  y  cómo  le  conviene  sólo  á 
Cristo  el  nombre  de  Jesús,  y  de  cómo  es  su  nombre 
propio  en  cuanto  hombre 412 

Cap.  IV.- De  cómo  Cristo  es  llamado  Cordero,  y  por 
qué  le  conviene  este  nombre 450 


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BlNOm®  SECT.  MAY  1  6  1968 


León,  Luis  Ponce  de 
590        Los  nombres  de  Cristo 

N2U 

1907 


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