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Full text of "Los Redentoristas en Chile : cincuenta años de apostolado 1876-1926"

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A 


L1BRARY  OF  PRINCETON 
APR  1  6  2002 


THEOLOGICAL  SEMINARY 


BX  1468  .R43  1925 
Los  Redentoristas 


en  Ch 


LOS  REPENTORISTA5 


******  fr|s|  CHILE 


CINCUENTA  AÑOS  DE  APOSTOLADO 


1876-1926 


LIBRARY  OF  PRINCETON 

APR  1  6  2002 

THEOLOGICAL  SEMINARY 


SANTIAGO  DE  CHILE 
Jmp.  Siolo  XX.  —  Santo  Domingo  684 
1  9  2  ;') 


imprímase. 


Santiago,  24  de  Noviembre  de  192ó. 

FüENZAMDA, 
Vic.  (teu. 

Morón. 
Seeret. 


ímprimi  potest. 
Santiago,  25  de 'Noviembre  de  1925. 


Carlos  Donoso, 
Vice- Provincial. 

TI 


CAPITULO  I 


BREVE  RESEÑA  DE  LA  CONGREGACION  DEL 
SANTISIMO  REDENTOR 

Origen  (1732-1787): — Su  fundador  es  San  Alfonso  Alaría 
de  Ligorio,  nacido  en  Nápoles  el  27  de  Septiembre  de  1696.  El 
blasón  de  su  noble  familia,  viejo  ya  de  cinco  siglos,  nada 
había  perdido  de  su  lustre,  y  su  espada  nada  de  su  valor; 
pero  él  le  agregó  pronto  el  doble  esplendor  de  la  ciencia  y 
de  La  santidad.  Contaba  apenas  diez  y  seis  años  cuando  re- 
cibió la  borla  de  doctor  en  ambos  derechos  canónico  y  civil. 
Sin  tardar  brilló  en  el  foro,  ganando  cuantas  causas  patroci- 
nó en  sus  ocho  años  de  abogacía.  Un  fracaso  fortuito,  deludo 
;i  una  equivocación  providencial,  le  descubrió  entonces  la  va- 
nidad de  la  gloria  terrestre,  y  le  arrancó  este  grito:  «¡Oh 
mundo,  ya  te  conozco!  Adiós  para  siempre!*  Días  más  tarde, 
\  ióse  rodeado  de  una  misteriosa  luz,  y  una  voz  celestial  le 
dijo  a  manera  de  contestación:  «Al  mundo  déjalo,  y  entrégate 
a  mí  sin  reserva».  El  joven  magistrado  obedeció  al  punto,  y 
en  testimonio  de  su  resolución  fué  a  colgar  su  espada  de 
caballero  en  el  templo  y  a  los  pies  de  Nuestra  Señora  de  la 
Merced.  Tenía  veintisiete  años  cuando  trocó  su  gala  seglar 
por  las  humildes  libreas  de  Jesucristo.  En  un  corto  trienio 
cursó  los  estudios  teológicos;  en  1726,  subió  al  altar,  y  luego 
al  púlpito  en  calidad  de  misionero  diocesano.  Empezó  por 
evangelizar,  y  con  increíble  éxito,  la  ciudad  y  aldeas  napolita- 
nas, sin  sospechar  que  el  Cielo  le  preparaba  ya  nuevos  ca- 
minos. En  1709,  Dios  había  revelado  a  un  santo  sacerdote  su 
voluntad  de  suscitar  una  familia  religiosa  cuyo  fin  especial 
sería  reproducir  las  virtudes  del  Salvador  y  catequizar  a  las 
almas  más  abandonadas.  En  1725,  precisó  el  Señor  sus  de- 
signios, dando  a  conocer  a  una  virtuosa  monja  el  reglamento, 
hábito,  espíritu  que  deberían  caracterizar  a  los  miembros  de 
la  futura  Sociedad.  Por  fin,  seis  años  más  tarde,  en  una 
nueva  aparición  a  la  misma  vidente,  Nuestro  Señor  le  dijo, 
señalando  a  Alfonso  que  tenía  a  su  izquierda:  «Este  es  el 
varón  que  tengo  escogido  para  jefe  de  mi  Instituto,  de  una 
Congregación  de  hombres  que  trabajarán  por  mi  gloria».  En 
consecuencia  de  esto,  reconocida  la  voluntad  de  lo  alto  y 
desafiando  una  tempestad  de  contradicciones,  el  celoso  clérigo 


4 


I  OS  REDENTORISIMAS   EN  CHILE 


echó  los  cimientos  de  la  Congregación  del  Santísimo  Redentor 
en  la  pequeña  ciudad  de  Scala. 

Cuatro  compañeros  le  rodeaban  en  aquel  dichoso  día,  9 
de  Noviembre  de  1732.  Ellos  le  abandonaron  muy  pronto;  pero, 
consolado  y  fortalecido,  en  una  gruta  de  las  cercanías,  por 
reiteradas  apariciones  de  la  Virgen,  Alfonso  reclutó  otros 
cooperadores,  y  en  el  lapso  de  once  años  abrió  cuatro  conven- 
tos en  el  reino  de  Nápoles.  El  25  de  Febrero  de  1749,  consiguió 
para  su  Familia  Religiosa  la  aprobación  de  la  Santa  Sede, 
pero  no  descansó  hasta  implantar  la  Orden  más  allá  de  las 
fronteras  nacionales:  en  los  Estados  Pontificios  en  1775,  en 
la  isla  de  Sicilia  en  1762. 

En  esta  misma  fecha  recibió  la  mitra.  Con  el  celo  y 
maestría  de  Ambrosio  y  Agustín  gobernó,  trece  años,  la 
diócesis  de  Santa  Agueda  de  los  Godos.  Dimisionario  por  hu- 
mildad y  hambre  de  recogimiento,  volvió  a  su  pobre  celda. 
Entonces,  por  cuatro  veces  consecutivas,  vió  su  Congregación 
a  pique  de  ser  disuelta  por  el  regalismo,  celoso  de  sus  privi- 
legios absolutistas.  Por  esto,  no  pudo  recabar  del  rey  la  apro- 
bación legal  del'  Instituto  antes  del  21  de  Agosto  de  1779. 
Fué  aquél  un  día  de  inmenso  júbilo  para  el  anciano  solitario; 
pero,  le  siguió  pronto  una  cruel  tribulación.  Subditos  ambi- 
ciosos le  acusaron  falsamente  al  Papa  Pío  VI  de  haber  adul- 
terado la  Regla,  y  por  esta  calumnia,  tan  artificiosamente 
urdida,  fué  excluido  de  la  Congregación  que  le  debía  la 
existencia.  Prueba  dolorosísima,  que  sirvió  al  heroico  pros- 
crito para  dar  el  último  toque  a  su  santidad,  la  cual  fué  co- 
ronada por  la  muerte  de  los  predestinados  el  2  de  Agosto 
de  1787. 

Entonces  Dios,  que  había  conducido  a  su  generoso  ser- 
vidor hasta  la  cruz  del  Calvario,  lo  llevó  a  la  gloria  del  Tabor. 
La  inocencia  de  Alfonso,  autor  de  la  Regla,  su  fidelísimo  ob- 
servador y  su  mártir,  fué  solemnemente  reconocida  en  1790. 
El  mismo  Pontífice  que,  diez  años  antes,  había  acogido  la 
insidiosa  denuncia,  expidió  un  decreto  de  justificación  que 
restituía  el  humilde  expulso  a  su  Instituto  y  al  honor.  Este 
fué  el  primer  destello  de  sus  triunfos.  Aquel  varón,  prodigio 
de  virtudes,  extático  y  bilocante,  profeta  y  taumaturgo,  fué 
declarado  Venerable  en  1796,  y  subió  a  los  altares  en  1816 
sobre  el  pedestal  de  la  beatificación.  Pío  VIII  a  su  vez  pro- 
mulgó el  breve  de  canonización  en  1830,  pero  las  teas  y 
sables  de  la  Revolución  impidieron  por  entonces  la  ceremonia 
pública;  no  se  verificó  sino  nueve  años  más  tarde,  elevando 
así  al  apóstol  de  los  pobres  a  la  mayor  apoteosis  de  este 
mundo. 

Portento  de  ciencia,  moralista  insigne  que  estudió  ochen- 
ta mil  opiniones  de  autores  eclesiásticos  para  documentar  su 
doctrina  y  resolver  cuatro  mil  problemas  de  conciencia,  teólogo 
erudito  que  pulveriza  todas  las  herejías  con  el  martillo  de 
su  lógica  férrea,  asceta  segurísimo  que  enseña  a  todas  las 
clases  de  cristianos  el  camino  de  la  perfección,  Alfonso  dejó 


RESEÑA   DC   LA  CONGREGACIÓN 


5 


un  monumento  de  dos  mil  manuscritos,  obras  todas  de  tanto 
valer  que  se  han  traducido  a  todos  los  idiomas  y  han  alcan- 
zado hasta  los  confines  de  la  tierra.  Para  premiar  tan  univer- 
sal sabiduría,  Pío  IX,  a  petición  de  730  prelados,  colocó  en 
la  frente  del  incansable  escritor  la  aureola  del  doctorado,  la 
cual  sólo  brilla  en  las  sienes  de  veintiséis  santos. 

Desarrollo. — Hemos  visto  que  un  cisma  había  dividido  la 
Congregación  ligoriana  en  dos  grupos:  el  napolitano,  fiel  a 
Alfonso  en  su  desgracia,  y  el  romano  que  seguía  a  los  auto- 
res de  la  intriga.  Ahora  bien,  el  fundador  había  predicho  que, 
después  de  su  muerte,  se  consumaría  la  reunión  fraternal  de 


San  Alfonso,  fundador  de  los  Redentoristas 

las  dos  parcialidades;  efectivamente,  ella  se  llevó  a  cabo 
en  1793:  los  ciento  ochenta  Redentoristas  de  Nápoles,  Roma 
y  Sicilia  firmaron  un  pacto  de  fusión,  y  cimentaron  de  esta 
suerte  la  obra  de  su  Padre  común. 

Como  se  ve,  el  Instituto  se  hallaba  recluido  aún  en  una 
área  de  poca  extensión,  tal  como  lo  tenía  profetizado  el 
santo:  «Mi  Congregación  subsistirá  hasta  el  día  del  Juicio, 
porque  no  es  empresa  mía,  sino  de  Dios;  eso  sí  que  mientras 
viviere  yo,  vegetará  en  la  obscuridad  y  la  humillación».  Mas, 
había  añadido:  «Por  el  contrario,  abrirá  sus  alas  después  de 
mi  muerte  y  se  explayará  por  todos  los  países  septentriona- 


6 


LOS   RÉÓENTORISTAS   EN  CHILE 


les».  Así  aconteció.  El  mismo  año  1787  en  que  expiraba  Al- 
fonso en  el  pueblo  de  Nocera,  Clemente  María  Hofbauer 
inauguraba  en  Varsovia  el  primer  convento  transalpino  de 
Redentoristas.  Al  empezar  el  siglo  XIX,  varias  casas  flore- 
cían ya  bajo  su  autoridad,  y  otras  iban  a  surgir  pronto  enl 
las  naciones  centrales  de  Europa.  Entonces  intervino  Satanás. 
En  1809,  desencadenó  el  huracán  masónico  de  la  persecución 
contra  la  Orden  ligoriana:  la  revolución  cerró  todas  las  re- 
sidencias de  Italia,  menos  una  que  subsistió  por  milagrosa 
protección  de  la  Virgen;  el  rey  de  Prusia  condenó  a  muerte 
segura  las  de  sus  estados,  prohibiendo  reclutar  vocaciones; 
el  de  Sajonia  encarceló  y  desterró  a  los  Redentoristas  de 
Varsovia,  y  aniquiló  las  demás  casas  de  Polonia.  Era,  pues, 
inminente  la  ruina  completa  de  la  Congregación.  Para  salvarla 
del  naufragio,  San  Clemente  buscó  asilos  en  la  Suiza  oriental, 
y  los  puso  bajo  la  autoridad  del  Venerable  P.  Passerat,  pri- 
mer Redentorista  francés.  Pero,  la  hidra  revolucionaria  siguió 
la  pista  a  los  fugitivos;  en  el  espacio  de  quince  años,  los 
obligó  a  dejar  seis  refugios  sucesivos,  y  a  errar  por  los  ca- 
minos de  Alemania  y  de  los  cantones  helvéticos.  Por  fin,  puso 
Dios  término  a  tan  crueles  agonías.  Pío  VII,  libre  de  las 
c  adenas  napoleónicas,  reabrió  los  conventos  ligorianos  en  los 
lisiados  Pontificios;  el  15  de  Marzo  de  1820,  día  en  que  San 
(  lemente  moría  en  Viena,  Francisco  I  escribió  un  imperial 
autógrafo  que  aprobaba  el  Instituto  en  Austria;  y  el  2  de 
Agosto  siguiente,  fiesta  del  beato  Alfonso,  erigió  el  P.  Passe- 
rat un  primer  monasterio  en  Alsacia. 

Desde  entonces,  se  realizó  maravillosamente  la  citada 
profecía  del  santo.  Su  Congregación  abrió  las  alas  y  empren- 
dió su  vuelo  por  Europa.  En  diez  años,  levantó  claustros  en 
Portugal,  Bulgaria  y  Bélgica.  Sin  embargo,  otro  vaticinio  del 
inspirado  Patriarca  quedaba  aún  sin  verificarse.  Una  tarde, 
al  divisar  en  la  bahía  de  Nápoles  un  buque  que  levaba  anclas, 
con  dirección  a  Nueva  Orleans,  capital  de  la  Luisiana,  había 
exclamado  gozoso:  «Mis  hijos  tendrán  algún  día  un  monaste- 
rio en  aquella  ciudad».  Esta  implantación  de  la  Orden  en 
América  fué  uno  de  los  ensueños  de  San  Clemente  Hofbauer. 
Su  discípulo,  el  P.  Passerat,  lo  heredó  de  él,  y  aun  preanunció 
la  fecha  de  tan  deseado  suceso.  A  raíz  de  una  revelación  de- 
claró: «El  mismo  año  que  ha  de  ver  la  canonización  de  nues- 
tro fundador,  verá  también  la  erección  de  nuestro  primer  con- 
vento en  América».  Efectivamente,  en  1832,  la  primera  colonia 
de  Redentoristas  abordó  en  el  Nuevo  Mundo;  y  después  de  seis 
años  de  vida  nómada  en  las  selvas  de  los  Pieles  Rojas,  se 
instaló  en  Pittsburgo.  Merced  a  las  persecuciones  que  disper- 
saron a  su  familia  religiosa,  San  Alfonso  pudo  contar  así,  en 
el  día  de  su  canonización,  cuarenta  casas  y  quinientos  súbditos 
que,  en  ambos  continentes,  divulgaban  sus  doctrinas  e  imita- 
ban su  celo. 

Igual  fenómeno  de  expansión  señaló  el  período  contem- 
poráneo. La  revolución  de  1848  clausuró  a  su  vez  los  estable- 


RESEÑA   DC   LA  CONOREOACÓN 


7 


cimientos  del  Santísimo  Redentor  en  Italia,  Sicilia  y  Austria, 
al  paso  que  los  sectarios  de  Piamonte  confiscaron  en  1860 
los  treinta  y  seis  monasterios  que  se  habían  reedificado  en 
la  península.  Pero,  esta  dispersión  llevó  a  los  desterrados  a 
Noruega  y  España.  Apareció  entonces  la  demagogia  de  1868 
que  arrojó  a  los  Redentor istas  de  este  último  país.  Pero,  en 
cambio,  Dios  les  permitió  salvar  las  fronteras  de  Bohemia, 
Alemania,  Holanda,  Escocia,  y  llegar  a  las  Antillas,  Surinam, 
Ecuador.  Más  tarde,  Bismarck  con  el  Kulturkampf  germánico 
y  el  Parlamento  francés  con  sus  decretos  masónicos  vaciaron 
los  conventos,  pero  difundieron  así  La  Familia  de  San  VI- 


Los  tres  Santos  redentoristas 


fonso:  reingresó  en  España  y  se  implantó  en  las  naciones  de 
la  América  meridional.  En  la  actualidad,  florece  en  la  mayor 
parte  de  Europa,  en  el  Congo  africano,  en  Australia,  en  casi 
todas  las  Repúblicas  del  Nuevo  Mundo,  y  echó  ya  los  cimien- 
tos de  una  misión  en  Asia,  en  el  reino  de  Anam.  Divídese 
en  veintiuna  provincias  o  distritos,  y  cuenta  5,000  miembros, 
de  los  cuales  2,610  son  sacerdotes.  Como  se  ve,  la  diminuta 
semilla  que  germinó  cerca  de  la  gruta  de  Scala  llegó  a  ser  un 
árbol,  cuyas  ramas  tocan  hoy  día  los  confines  del  Universo. 

Fin  y  particularidades. — El  fin  de  la  Orden  es  doble:  la 
santificación  de  los  súbditos  por  medio  de  la  vida  contení- 


s 


LOS  REDENTORISfAS   EN  CHILE 


plativa,  y  la  salvación  de  las  almas  por  los  ministerios  del 
apostolado. 

Más  o  menos  la  mitad  del  año,  los  Congregados  llevan 
vida  recogida  en  el  claustro,  a  imitación  de  Jesucristo  que, 
entre  sus  expediciones  evangélicas,  se  retiraba  al  desierto  o 
a  algún  monte  para  orar.  Tres  meditaciones  repartidas  en  el 
día,  media  hora  de  acción  de  gracias  después  de  misa,  dos 
exámenes  de  conciencia,  el  rosario,  una  lectura  espiritual,  la 
visita  al  Santísimo  forman  cuatro  horas  cotidianas  de  oración 
obligatoria.  Además  de  esto,  impóneles  la  Regla  un  día  de 
retiro  mensual  y  diez  de  ejercicios  en  el  decurso  del  año. 
Esta  recolección  cartujana  tiene  por  objeto  refrigerar  las 
almas  religiosas  y  renovar  su  temple.  Unida  a  la  observancia 
regular,  constituye  una  escuela  de  perfección  tan  eficiente 
que,  en  menos  de  dos  siglos,  ha  cincelado  para  la  Iglesia 
una  corona  de  tres  santos,  siete  venerables,  seis  siervos  de 
Dios,  conforme  lo  atestiguan  los  cuadros  adyacentes. 

Lo  demás  del  tiempo,  lo  consumen  los  Padres  en  las 
faenas  del  apostolado,  lo  mismo  en  las  regiones  cristianas 
que  en  las  tierras  de  infieles.  Abrazan  los  múltiples  modos 
de  enseñanza  espiritual:  misiones,  novenas,  catequesis,  ejerci- 
cios. Dirígese  su  palabra  a  cualquier  clase  de  auditorios: 
clérigos,  seminaristas,  religiosos,  monjas,  colegiales,  asilados, 
presos  de  las  cárceles,  etc.  Sin  embargo,  San  Alfonso  impri- 
mió en  su  Congregación  sellos  característicos  que  la  diferen- 
cian de  las  demás  y  le  dan  una  fisonomía  enteramente  propia. 

1.  °  Un  exclusivismo  riguroso. — No  pocos  Institutos  abarcan 
a  la  vez  diversas  obras  de  celo:  enseñanza  y  talleres,  misio- 
nes y  parroquias,  ciencias  y  propaganda,  amoldando  sus  ac- 
tividades a  las  circunstancias.  Alfonso,  por  lo  contrario,  dócil 
a  las  revelaciones  y  deseos  de  Jesucristo,  quiso  que  sus  hijos 
tuviesen  una  ocupación  única,  encaminada  directamente  a  un 
fin  único  «el  apostolado»  en  toda  la  estrictez  de  la  palabra. 
Por  lo  tanto,  se  les  prohibe  cualquier  otro  empleo  que  los 
distraiga  de  la  evangelización :  colegios,  capellanías  de  obli- 
gación, cura  de  almas,  dirección  de  obras  sociales,  gobierno 
de  hospitales  o  casas  de  beneficencia,  y  otros  por  el  estilo. 
Nada  pueden  ser  fuera  de  misioneros.  Más  aún,  entre  las 
varias  clases  de  trabajos  apostólicos  han  de  dar  señalada, 
preponderancia  a  las  misiones  propiamente  dichas:  ellas  son 
su  esfera  y  su  campo. 

2.  °  El  apostolado  de  los  pobres. — Sin  exceptuar  a  ninguna 
categoría  de  personas,  deben  anteponer  siempre  el  solícito 
cuidado  de  los  humildes  y  de  las  almas  que  más  carecen 
de  auxilios  espirituales;  La  vocación  de  los  Redentoristas  es 
seguir  las  huellas  del  Redentor  cuyos  oyentes  preferidos  fueron 
los  boteros  del  lago  y  los  rústicos  de  las  campiñas.  Por  con- 
siguiente, se  les  está  vedado  buscar,  y  aún  apetecer,  el  mi- 
nisterio más  brillante  que  ofrecen  las  clases  elevadas;  aceptar 
las  predicaciones,  más  rebuscadas,  de  cuaresma;  hacer  aquellas 
conferencias  de  conceptos  y  estilo  levantados  que  se  reservan 


RESEÑA   DE   LA  CONGREGACION 


9 


a  lo  más  granado  de  Las  inteligencias  y  de  la  sociedad.  Mi- 
sionero de  pobres,  ignorantes  y  desamparados,  predicador  de 
retórica  popular  y  evangélica  sencillez:  tal  es  la  definición  y 
retrato  fiel  del  Redentorista. 

3.°  El  alfonsianismo. — Los  miembros  de  la  Congregación 
admiran  y  utilizan  todas  las  obras  teológicas,  todas  las  prác- 
ticas pastorales  que  sanciona  la  Iglesia  y  siguen  los  demás 
ministros  del  Señor.  Con  todo,  es  ordenanza  sagrada,  para  su 
amor  filial,  beneficiar  el  patrimonio  doctrinal  que  les  legó  su 
habilísimo  y  experto  Patriarca,  y  ser  fieles  a  sus  principios, 
ciencia,  métodos,  así  en  el  confesonario  como  en  los  pulpitos. 


Venerables  y  Siervos  de  Dios  Redentoristas 

Sus  manuales  predilectos,  la  mina  de  sus  enseñanzas  son  las 
obras  de  Alfonso,  doctor  y  santo.  De  ahí  deriva  aquella  fra- 
ternal uniformidad  de  ideas,  procedimientos  y  dirección  espi- 
ritual que,  en  todos  los  países,  caracteriza  a  los  Redentoristas. 

4.0  La  propaganda  del  culto  de  Nuestra  Señora  del  Per- 
petuo Socorro.— Por  ser  hijos  del  suave  autor  de  «Las  glorias 
de  María»,  les  incumbía  ser  apóstoles  de  la  divina  Madre. 
Cumplíanlo  en  sus  iglesias  y  misiones,  ensalzando  el  poder 
y  misericordias  de  ella,  cuando  recibieron  del  Papa  Pío  IX 
un  nuevo  cometido.  En  1866,  por  una  serie  de  hechos  provi- 
denciales, el  milagroso  cuadro  de  la  Virgen  del  Perpetuo  So- 
corro fué  devuelto  a  la  veneración  pública.  Salido  de  los  es- 
combros  acumulados    por   la   revolución,   honrado  antes  en 


LO 


tOS   REDENTORISTAS   EN  CHILE 


Roma  por  espacio  de  cuatro  siglos,  llamó  la  atención  del 
Sumo  Pontífice  que  impuso  a  los  Redentoristas  el  mandato 
de  darlo  a  conocer  al  universo  entero.  Dóciles  a  la  voz  del 
Supremo  Pastor,  se  dedicaron  a  tan  dulce  propaganda,  en 
cuantos  países  habitaban,  por  medio  de  la  predicación,  imáge- 
nes, revistas,  medallas,  y  demás  arbitrios  que  les  sugirió  su 
ternura  filial.  Las  solas  reproducciones  del  cuadro,  que  han 
diseminado  por  el  orbe,  se  cuentan  ya  por  varias  decenas  de 
millones.  Merced  a  sus  afanes,  no  hay  comarca  en  el  mundo 
que  ignore  el  poder  extraordinario,  culto  y  milagros  de  esta 
antigua  Madona:  ejecutaron,  pues,  la  voluntad  del  Papa  y  no 
desmerecen  de  su  fundador. 

Tal  es  la  Congregación  del  Santísimo  Redentor,  nacida 
en  1732  por  expresa  voluntad  del  Cielo,  sostenida  por  la  mano 
de  Dios  en  medio  de  los  más  terribles  temporales,  y  que  ce- 
lebra en  lo  presente  el  quincuagenario  de  su  implantación  en 
Chile. 


CAPITULO  II 

LLEGADA  DE  LOS  REDENTORISTAS  A  AMERICA  DEL 
SUR  Y  A  CHILE,  1870  -  1876 

Con  la  introducción  del  Instituto  en  los  Estados  Unidos 
se  había  verificado  la  profecía  de  San  Alfonso;  pero  ¿acaso 
la  parte  meridional  del  Nuevo  Continente  quedaría,  por  mucho 
tiempo  aún,  privada  del  celo  y  trabajos  de  sus  hijos?  El 
fracaso  de  dos  tentativas  de  fundación  lo  hizo  temer  en  los 
principios.  En  1853,  tres  Padres  italianos  desembarcaron  en 
Cartagena  de  Colombia;  mas,  en  el  lapso  de  dos  meses,  pere- 
ció uno,  ahogado  en  la  travesía  de  un  río;  murió  otro,  con- 
sumido por  una  fiebre  perniciosa;  una  revolución  inesperada 
expulsó  a  viva  fuerza  al  último  sobreviviente.  A  su  ve/.,  en 
1861;  dos  Redentoristas  belgas,  los  Padres  Noel  y  Dole,  lle- 
garon a  Chile,  país  de  clima  más  favorable  y  de  más  pacífico 
carácter.  Ofrecióseles  una  casa  en  las  cercanías  de  Rengo. 
Allí  vegetaron  catorce  meses,  al  cabo  de  los  cuales  la  falta 
de  recursos  y  la  soledad  del  sitio  les  hicieron  desistir  de  la 
empresa.  Tanta  era  su  escasez  que  les  fué  forzoso  vender  su 
reducida  biblioteca,  y  hasta  los  vasos  sagrados,  para  costear 
su  regreso  a  Europa.  Sin  duda  alguna,  no  era  aquélla  la  hora 
del  Señor:  se  habían  anticipado  los  hombres  a  los  designios 
del  cielo. 

Más  tarde,  los  obispos  del  Ecuador,  acudidos  al  concilio 


LLEOADA   A  CHILE  1 1 

del  Vaticano  y  anhelosos  de  repoblar  sus  desiertos  conventos, 
solicitaron  del  Superior  General  de  la  Orden,  una  compañía 
de  misioneros  para  su  país.  Como  la  revolución  española  aca- 
baba de  desterrar  a  las  comunidades  religiosas,  fué  fácil  ac- 
ceder a  esta  petición:  en  1870,  diez  discípulos  de  San  Alfonso 
zarpaban  de  Francia  y  pronto  abrían  dos  monasterios,  en 
Cuenca  y  Ríobamba.  Ambos  debían  ser  las  piedras  angulares 
de  la  Congregación  en  las  Repúblicas  meridionales  de  América. 

El  primer  enjambre  que  salió  de  ellos  se  encaminó  a 
Chile.  Cuando,  en  1875,  la  masonería  de  Quito  se  irguió  triun- 
fante sobre  el  cadáver  de  García  Moreno  y  volvió  a  adueñarse 


R.  P.  Pedro  Merges,  fundador  de  los  Redentoristas  m  Chile 

del  poder,  el  Superior  de  la  colonia  redentorista  temió  repre- 
salias de  parte  de  las  logias;  en  previsión  de  una  posible 
proscripción  resolvió  buscar  anticipadamente  un  refugio  segu- 
ro. Volvió  los  ojos  hacia  Chile:  el  metropolitano  de  esta  na- 
ción, desde  doce  años,  multiplicaba  sus  peticiones  de  misione- 
ros al  Superior  General,  y  el  obispo  de  la  Serena  ofrecía  en 
Copiapó  convento  e  iglesia.  Era,  pues,  una  Tierra  Prometida. 
En  consecuencia,  el  13  de  Enero  de  187(5,  el  P.  Pedro  Merges, 
el  P.  Agustín  Desnoulet  y  el  H.  Antonio  se  embarcaron  en 
Guayaquil  con  rumbo  a  Chile.  El  peso  de  su  equipaje  nó  hizo 
naufragar  el  vapor,  ciertamente.  Tres  pequeños  cajones  que 
contenían  escasa  ropa,  pocos  libros,  un  cuadro  de  la  Virgen 


12 


LOS   REDENTORISTAS   EN  CHILE 


del  Perpetuo  Socorro  y  mucha  confianza  en  Dios:  tal  era  el 
tren  apostólico  de  los  tres  emigrantes.  Tocaron  primero  en 
Caldera  para  avistarse  con  el  Obispo,  pero  no  lo  consiguieron 
por  entonces,  y  el  29  del  mismo  mes  anclaron  en  Valparaíso. 
Allí  recibieron  la  más  exquisita  hospitalidad  en  casa  de  los 
Padres  de  los  Sagrados  Corazones.  El  Provincial,  R.  P.  Román 
Desmaret,  se  constituyó  guía  y  protector  de  los  viajeros,  y 
los  recomendó  calurosamente  al  P.  Augusto  Jamet,  superior  de 
su  colegio  en  Santiago.  Llegados  a  la  capital,  los  tres  ex- 
pedicionarios fueron  sin  demora  a  presentar  sus  homenajes 
al  Ilustrísimo  señor  Arzobispo,  don  Rafael  V.  Valdivieso.  El 
les  bendijo  con  una  efusión  verdaderamente  paternal,  y  les 
otorgó  la  más  amplia  libertad  para  buscar  el  asiento  de  la 
primera  fundación.  No  pocos  viajes,  cansancios,  afanes,  des- 
ilusiones les  costó  encontrar  un  sitio  adecuado,  conforme 
luego  se  verá. 

Desde  el  primer  momento,  la  propia  hermana  del  prelado, 
monja  del  Sagrado  Corazón,  puso  nuevamente  a  la  disposi- 
ción de  los  hijos  de  San  Alfonso  su  herencia  en  las  inme- 
diaciones de  Rengo.  Como  estaba  ella  en  Talca  fueron  allá 
los  dos  mensajeros  a  personarse  con  la  donante  y  recibir  sus 
proposiciones.  Un  terreno  de  doce  hectáreas,  una  capilla  con 
svi  ajuar,  una  casa  antigua  con  veinte  piezas,  el  pasaje  para 
(  llantos  religiosos  viniesen  a  formar  la  comunidad:  tales  eran 
los  capítulos  de  la  oferta.  Antes  de  comprometerse  en  el 
negocio,  quiso  el  P.  Merges  darse  cuenta  con  los  ojos  de  la 
situación  y  estado  de  la  propiedad.  A  su  vuelta,  pues,  pasó  a 
examinarla,  y  valiosos  motivos  le  aconsejaron  no  aceptarla, 
al  menos  como  cuna  del  Instituto  en  el  país.  Empezar  con  es- 
conderse en  aquella  soledad  lejana  era  condenarse  a  no  ser 
conocidos  de  la  sociedad  sino  después  de  mucho  tiempo,  y 
dificultar  así  el  arraigo  y  difusión  de  la  Orden  en  las  diócesis. 
Además,  la  despoblación  de  los  alrededores  privaría  a  los  re- 
cién venidos  de  ministerio  local,  más  cuando,  en  el  vecino 
lugarejo  «la  Isla»,  un  convento  franciscano  atraía  ya  a  los 
escasos  fieles  de  la  comarca.  Agregábase  a  esto  la  falta  de 
comunicaciones,  mayormente  cuando  las  crecidas  del  río  lo 
hacían  invadeable,  lo  cual  estorbaría  por  demás  las  salidas 
apostólicas.  Si  bien  podía  utilizarse  más  tarde  para  casa  de 
noviciado  o  de  estudios,  no  servía  por  de  pronto  como  resi- 
dencia de  misioneros.  Corroboraba  estos  considerandos  el 
ejemplo  de  los  Jesuítas,  Capuchinos,  Lazaristas,  Padres  del 
Corazón  de  María,  y  Redentoristas  belgas,  que  sucesivamente 
habían  renunciado  a  fundar  en  aquel  paraje.  Sin  embargo, 
como  varón  de  prudencia  consumada,  el  P.  Merges  dejó  toda- 
vía su  última  determinación  en  suspenso. 

De  regreso  a  Santiago  visitó  las  demás  Ordenes  religio- 
sas. En  todas  halló  el  mayor  afecto,  y  el  mismo  y  unánime 
consejo:  el  de  establecerse  ante  todo  en  la  capital,  condición- 
indispensable  para  asegurar  vida  y  camino  a  sus  proyectos 
de  expansión.  Lo  dificultoso  era  dar  en  la  ciudad,  con  una 


LLEOADA    A  CHILE 


13 


casa  e  iglesia  que  satisficiesen  las  exigencias  de  la  Regla 
ligoriana.  La  capilla  de  Zambrano  pareció  tener  los  requisitos: 
templo  susceptible  de  engrandecimiento,  dependencias  capaces 
para  una  comunidad  naciente,  terrenos  comprables  en  sus  in- 
mediaciones-, proximidad  de  la  estación  central  que  daría  a 
este  barrio  creciente  importancia,  vecindario  obrero  cuyas  al- 
mas acechaba  el  protestantismo,  floreciente  a  la  sazón  entre 
el  personal  ferroviario.  Este  conjunto  de  circunstancias  excep- 
cionales determinó  la  voluntad  del  P.  Merges.  Elevó  al  Ilus- 
trísimo  Señor  Arzobispo  una  solicitud  que  fué  acogida  con  la 
mayor  benevolencia.  Por  desgracia,  la  cesión  de  la  capilla 
llevaba  en  sí  la  obligación  de  abrir  y  sostener  una  escuela. 
Semejante  cláusula  era  incompatible  con  el  fin  exclusivamente 
apostólico  de  la  Congregación,  y  tronchó  de  golpe  el  negocio. 
Al  parecer,  Santiago  no  daba  esperanzas  próximas  de  favore- 
cer a  los  exploradores  alfonsianos;  por  lo  cual,  el  P.  Merges 
sometió  al  prelado  la  idea  de  inaugurar  el  primer  convento 
en  San  Luis  de  Talca.  Pero,  su  Señoría  le  disuadió  de  tal 
empresa,  y  le  aconsejó  que  fuese  a  Santa  Rosa  de  los  Andes 
cuyo  párroco  anhelaba  tener  una  comunidad  de  religiosos. 
Desde  tiempo  atrás,  los  habitantes  ofrecían  la  comunión  men- 
sual al  Corazón  de  Jesús  porque  se  realizara  este  vehemente 
deseo  de  su  pastor  y  del  pueblo  entero.  Como  es  de  supo- 
nerlo, el  cura  recibió  a  los  dos  Redentoristas  como  regalos 
del  Cielo.  Enseñóles  la  casa  que  se  destinaba  para  monaste- 
rio: eran  seis  piezas  y  una  capilla  contigua,  capaz  de  cien 
personas.  En  realidad,  aquélla  no  era  más  que  un  Belén,  re- 
ducido y  pobre,  sin  ajuar  de  sacristía,  con  un  altar  desmo- 
ronado y  desconchadas  paredes.  Las  rentas  debían  sacarse  de 
un  terreno  de  diez  y  siete  hectáreas  que  a  la  sazón  se 
arrendaba  por  trescientos  pesos.  El  conjunto  tenía,  pues,  pocos 
alicientes  naturales.  Ello  no  obstante,  los  dos  mensajeros  se 
inclinaban  a  la  aceptación  cuando  salió  el  párroco  con  una 
cláusula  que  lo  echó  todo  por  tierra:  la  de  obligarse  la  co- 
munidad a  atender,  en  el  templo  parroquial,  el  trabajo  de  las 
confesiones  todos  los  Sábados  y  vísperas  de  fiestas.  Esta  ser- 
vidumbre contrariaba  demasiado  la  vida  regular  para  ser  acep- 
table. Por  este  mismo  motivo,  los  misioneros  del  Corazón  de 
María  habían  rehusado  antes  las  propuestas  del  cura.  Hi- 
ciéronle  los  Padres  convencedoras  representaciones,  y  corno 
no  cedió  en  sus  exigencias,  optaron  ellos  por  retirarse. 

Algunos  días  después,  ambos  peregrinos  visitaron  a  los 
hijos  del  P.  Claret.  Estos,  en  medio  de  cordiales  agasajos,  les 
recalcaron  aún  más  la  advertencia  de  no  hacer  fundación  en 
provincia  antes  de  domiciliarse  en  la  ciudad  arquiepiscopal. 
Para  encaminar  a  los  ya  cansados  Redentoristas,  uno  de  ellos 
los  guió  hasta  la  capilla  del  Matadero  y  la  de  Ossa,  que  des- 
lindaban en  aquel  tiempo  con  las  afueras  de  la  capital.  Sus 
dimensiones  eran  exiguas,  pero  presentaban  una  y  otra  la 
apostólica  ventaja  de  estar  en  un  barrio  pobre  y  de  bas- 
tante población.  Un  solo  reparo  se  les  podía  poner:  su  gran 


14 


LOS   REDENTORISTAS   EN  CHILE 


vecindad  con  los  religiosos  de  Belén.  Fijarse  allí,  era  dis- 
minuir el  área  de  influencia  espiritual  que  abarcaban  ellos, 
y  la  delicadeza  del  P.  Merges  lo  comprendió  desde  el  primer 
momento. 

En  el  ínterin  corría  el  tiempo,  y  ninguna  luz  del  Cielo 
orientaba  la  incertidumbre  de  los  enviados  del  Santísimo  Re- 
dentor. A  pesar  de  todo,  no  desmayaron  en  su  confianza,  la 
cual  no  tardó  en  recibir  su  premio.  Un  día.  toparon  de  manos 
a  boca  con  el  célebre  Jesuíta,  P.  Capdevila,  y  le  refirieron 
sus  decepciones  repetidas.  Ahora  bien,  parece  que  el  mismo 
Dios  había  concertado  este  encuentro,  y  mandaba  a  San  Ig- 
nacio en  ayuda  de  San  Alfonso.  En  efecto,  en  esta  conversa- 
ción se  injertan  todos  los  acontecimientos  que  siguen.  Por 
especial  recomendación  de  su  interlocutor,  fueron  los  Padres, 
en  la  misma  tarde,  a  reconocer  otra  capilla  llamada  de 
Ugarte,  sita  a  ochocientos  metros  de  la  Alameda  y  cerca  de 
los  talleres  ferroviarios.  Sirvióles  de  guía  el  P.  Justiniano  de 
la  Congregación  de  Picpus,  otro  agente  providencial  que  les 
suministró  el  Señor,  y  que  en  todo  el  negocio  iba  a  desempe- 
ñar el  papel  de  consejero  y  mediador.  El  nombre  de  estos 
dos  religiosos  figura,  en  primera  fila,  en  los  anales  de  la 
gratitud  de  los  Redentoristas. 

Se  levantaba  dicho  santuario  casi  en  despoblado.  Precisa- 
mente, don  Domingo  Ugarte  lo  había  construido  ahí  con  un 
fin  comercial:  por  medio  de  este  imán  religioso  que  una  iglesia 
es  siempre,  esperaba  atraer  a  compradores  que  se  radicasen 
en  su  propiedad.  Nada  tenía  de  basílica.  Era  obscura  y  rústi- 
ca, sin  adornos  ni  arte  arquitectónico,  con  seis  ventanitas,  una 
torre  minúscula,  y  dos  campanas  de  poco  tamaño  y  corta  re- 
sonancia. Junto  a  ella,  veíase  un  edificio  en  construcción; 
cinco  piezas  eran  ya  habitables,  cuatro  estaban  sin  terminar. 
Todo  allí  revelaba  humildad  y  prometía  incomodidades,  ali- 
i  ientes  decisivos  que  ganaron  la  voluntad  del  P.  Merges.  Otro 
atractivo  fué  la  situación  misma  de  la  capilla.  El  terreno 
contiguo,  desocupado  a  la  sazón,  constituía  un  amplio  solar; 
próximo  a  la  estación  del  ferrocarril,  se  poblaría  ciertamente 
con  el  tiempo,  y  llegaría  a  formar  un  arrabal  obrero  y  hu- 
milde. ¿Qué  mejor  podía  apetecer  un  hijo  de  San  Alfonso, 
apóstol  de  los  pobres?  Además,  por  el  otro  lado  de  la  línea 
férrea,  extendíanse  casitas  y  tugurios  cuyos  moradores  hara- 
pientos no  divisaban  casi  nunca  al  sacerdote,  y  sin  embargo 
eran  amados  del  Señor.  Al  recorrer  el  santuario,  el  P.  Merges 
aquilataba  en  su  espíritu  aquellas  razones,  y  al  fin  se  sintió 
interiormente  solicitado  a  fijar  en  él  su  elección.  De  repente, 
declaró  al  P.  Agustín  Desnoulet:  «¡Esta  es  nuestra!»  Y  sin  más 
fué  a  esconder,  bajo  la  mesa  del  altar  mayor,  una  medalla  de 
Nuestra  Señora  del  Perpetuo  Socorro.  Con  este  ademán,  en- 
cargaba a  la  Virgen  de  la  Congregación  que  tomase  ella  mis- 
ma posesión  del  pequeño  templo,  y  llevase  las  futuras  nego- 
ciaciones a  feliz  término. 

Iniciáronse   sin   demora.   Su   principal   gestor  fué   el  ya 


LLEGADA    A  CHILE 


15 


nombrado  P.  Justiniano,  amigo  íntimo  de  don  Manuel  Domingo 
ligarte.  No  era  éste  el  propietario,  pero  sí  el  apoderado  de 
su  madre,  doña  Manuela  Fernández  de  Ugarte,  en  lo  referente 
al  destino  de  la  capilla  y  terreno  adyacente.  Como  estaba, 
fuera  de  Santiago,  lo  consultaron  por  carta,  y  su  respuesta 
fué  casi  una  promesa-  I-a  sola  recomendación  que  los  Padres 
Franceses  le  hacían  de  los  nuevos  misioneros  lo  inclinó  a 
darles  la  preferencia,  aunque  los  Franciscanos  y  otros  sacer- 
dotes se  interesaban  desde  antes  por  la  capellanía.  Esta  vis- 
lumbre de  esperanza  alentó  a  los  ansiosos  fundadores.  Multi- 
plicaron sus  plegarias  a  La  Virgen  y  a  San  José  a  fin  de  que 


Capilla  Ugarte 


ningún  contratiempo  frustrase  el  proyecto.  Entre  tanto,  para 
no  desperdiciar  el  plazo  que  les  imponían  las  circunstancias, 
el  P.  Desnoulet  inauguró  su  ministerio  en  la  «Chacra  de  Chu- 
chunco»,  con  el  P.  Capdevila  que  predicaba  allí  una  novena. 
Por  su  parte,  el  P.  Merges  y  el  H.  Antonio  se  encaminaron 
a  La  Serena,  con  el  objeto  de  recibir  las  proposiciones  del 
Obispo,  y  examinar  personalmente  el  terreno  que  se  les  ce- 
día. El  Ilustrísimo  Señor  Ürrego  les  recalcó  el  apremio  de 
una  pronta  instalación,  las  necesidades  espirituales  de  Co- 
piapó,  la  escasez  de  clero,  los  incontables  frutos  de  salvación 
que  se  cosecharían  en  el  pueblo  y  los  alrededores:  fué  elo- 
cuente y  persuasivo.  De  la  ciudad  episcopal,  pasaron  a  aquella 


16 


IOS   REDENTORISTAS    EN  CHILE 


población.  Pero,  su  llegada  desencadenó  el  furor  de  los  im- 
píos; publicaron  artículos  infames  en  contra  de  esos  «frailes 
advenedizos  que  traían  sus  escándalos  y  obscurantismo»,  con- 
tundiéndolos en  su  ignorancia  con  los  Jesuítas  y  los  Hermanos 
de  las  Escuelas  cristianas.  En  cuanto  al  cura,  los  acogió  con 
La  mayor  atención  y  cariño.  La  iglesia  que  se  les  brindaba 
era  vasta,  sólida,  de  hermoso  estilo  gótico,  pintada  en  el  in- 
rior,  provista  de  un  órgano,  varios  altares  y  los  accesorios  de 
culto.  Habíanla  levantado  los  Padres  Franceses,  así  como  el 
colegio  adyacente;  pero,  por  un  error  que  invalidaba  el  con- 
trato de  adquisición,  habían  debido  traspasarlos  a  los  religio- 
sos de  la  Merced.  El  Obispo  a  su  vez  los  había  rescatado  y 
hecho  bienes  de  curia,  y  anhelaba  agraciar  con  ellos  a  los 
discípulos  de  San  Alfonso.  Después  de  un  día  de  prolijo  exa- 
men, prometió  el  P.  Merges  hacer  a  los  superiores  una  rela- 
ción favorable,  y  se  apresuró  a  regresar  a  Santiago  para  ges- 
tionar el  negocio  Ugarte. 

Llegó  el  9  de  Marzo.  En  su  primera  entrevista  con  don 
Manuel,  le  representó  que  la  casa  y  el  terreno  contiguo,  si 
bien  eran  suficientes  para  un  capellán  solo,  resultarían  exiguos 
para  una  comunidad  tal  romo  la  exige  la  Regla  redentorista. 
De  consiguiente,  la  cesión  de  la  cuadra  entera  le  parecía 
una  condición  esencial  para  el  porvenir  de  la  fundación.  Don 
Manuel  encontró  muy  justa  la  demanda.  Por  desgracia,  este 
solar  tenía  tres  dueños:  la  parte  religiosa  era  propiedad  de 
la  señora  Manuela,  el  potrero  vecino  le  pertenecía  a  él,  y  el 
tercer  lote  con  su  conventillo  era  dominio  de  un  caballero 
francés.  ¡Allí  fué  Troya!  Para  subsanar  la  dificultad,  bastaba 
que  los  miembros  de  la  familia  Ugarte  diesen  una  cuota  por 
igual  para  rescatar  la  parte  enajenada,  pero  fueron  intransi- 
gentes. Desanimado  al  fin,  don  Manuel  resolvió  informar  al  P. 
Merges  del  fatal  descalabro  que  sufrían  sus  gestiones.  Por 
suerte,  vigilaba  San  José  cuya  novena  rezaban  los  tres  Reden- 
toristas.  Para  despejar  los  obstáculos  de  la  empresa,  le  ha- 
bían fijado  ellos,  como  plazo  extremo,  su  propia  festividad 
19  del  mes,  y  sólo  faltaban  dos  díasl  Si  dejaba  pasar  esta 
fecha,  sin  procurar  una  solución  favorable  a  la  cuestión  Ugar- 
te, señal  sería  de  que  la  voluntad  de  Dios  les  destinaba  otro 
sitio.  En  esto,  presentáronse  los  señores  Ruíz  Tagle  y  Leandro 
Ramírez;  ofrecían  un  terreno  más  allá  de  la  estación  ferro- 
viaria donde  iban  a  levantar  una  población  obrera.  Al  santo 
Patriarca  le  tocaba,  pues,  decidir  entre  ambas  donaciones. 

Llegó  su  fiesta,  y  las  negociaciones  permanecían  estan- 
cadas aún  en  la  misma  incertidumbre.  En  la  tarde,  doña 
Manuela  celebró  con  su  hijo  una  larga  conferencia  que  puso 
fin  a  todo.  En  vista  de  tantos  conflictos,  ella  retiró  su  ob- 
sequio. Vuelto  a  su  casa  muy  apesadumbrado,  don  Manuel  re- 
dactó una  carta,  noticiando  al  P.  Merges  la  resolución  irrevo- 
cable de  su  madre.  San  José,  esta  vez,  aparentaba  desatender 
a  sus  clientes;  pero,  sólo  era  para  lucir  mejor  su  providen- 
cial  intervención.   Sentado  a  su  escritorio,  el  señor  Ugarte 


ESTA  I!L  ECIMI ENTO    EN  SANTIAGO 


!  7 


volvía  a  leer  su  triste  misiva  a  los  hijos  de  San  Alfonso, 
ruando  de  pronto  la  hizo  pedazos,  y  se  dirigió  de  nuevo  a  la 
morada  de  doña  Manuela  para  comunicarle  una  inspiración 
que  le  había  asaltado  repentinamente.  Esta  era:  (descartar  en 
absoluto  a  las  demás  personas  de  la  familia,  y  tomar  ellos 
dos,  por  su  cuenta,  todo  el  asunto  de  la  fundación».  Cuando 
llamo  a  la  puerta  de  su  madre,  eran  las  9  de  la  noche;  que- 
daba, pues,  muy  poco  tiempo  a  San  José  para  rehacer  lo  des- 
hecho. Realmente,  parece  que  hasta  entonces  una  especie  de 
fatalidad  pesaba  sobre  esta  capellanía  Ligarte:  tres  comuni- 
dades la  habían  solicitado  sucesivamente,  y  cada  vez,  en  la 
misma  víspera  de  ajustar  el  convenio,  algún  reventón  súbito 
había  malogrado  los  acuerdos.  La  proposición  de  su  hijo  fué 
una  luz  para  la  señora.  Después  de  un  corto  reflexionar,  le 
dió  el  mayor  asentimiento,  y  resolvió  finali/.ar  el  asunto  sin 
un  punto  de  demora.  Al  día  siguiente,  llevó  don  Manuel  la 
gratísima  nueva  a  los  huéspedes  de  los  Padres  Franceses. 
Recibióla  el  P.  Agustín,  y  acto  continuo  voló  a  la  casa  cen- 
tral del  Buen  Pastor  donde  su  superior  predicaba  a  las  Mag- 
dalenas. Al  oír  el  relato  de  su  cohermano,  al  ver  tan  patente 
la  milagrosa  intervención  de  San  José,  el  P.  Merges  cayó  de 
rodillas  en  un  fervoroso  acto  de  gratitud  al  Cielo.  Sin  duda, 
Dios  había  probado  la  fe  de  sus  servidores,  diez  proyectos 
habían  quedado  en  nada;  pero,  después  de  dejarlos  errantes 
como  Moisés  en  el  desierto,  el  Señor  les  señalaba  el  sitio  que 
debían  habitar,  la  tierra  que  coa  sus  trabajos  habían  de 
hacer  fecunda  en  frutos  espirituales,  y  repetían  con  júbilo  la 
palabra  que  tantas  veces  salió  del  corazón  de  su  Padre  y 
Fundador:  «¡Gloria  Patri!» 


CAPITULO  III 

TOMA   DE   POSESION  Y  ESTABLECIMIENTO, 
24  DE  MAYO  DE  1876 

Anticipándose  a  los  hechos,  el  Iluslrísimo  Señor  Arzobispo 
había  pedido  al  Gobierno,  para  la  Congregación,  una  cédula 
de  existencia  legal  y  la  personalidad  jurídica.  El  14  de  Marzo, 
cinco  días  antes  de  que  se  interpusiera  San  José,  el  Pi-esidente 
don  Federico  Errázuriz  había  firmado  el  decreto  de  autoriza- 
ción: nada  por  lo,  tanto  se  oponía  al  comienzo  de  la  obra. 
Sin  embargo,  el  prudente  y  delicado  P.  Merges  fué  primero  a 
consultar  al  metropolitano  tocante  a  su  elección  definitiva 
entre  la  capilla  Ugarte  y  el  proyecto  Tagle-Ramírez,  Este,  sin 


18 


LOS    REOENTOR1STAS    EN  CHILE 


vacilar,  se  declaró  por  la  primera  como  más  central,  más 
ventajosa,  y  de  uso  más  inmediato.  Más  aún,'  tanto  su  Señoría 
como,  el  Provincial  de  los  Padres  Franceses  urgieron  mu<ho 
al  fundador  para  que,  sin  aguardar  siquiera  la  aprobación  de 
los  superiores,  apresurase  la  conclusión  del  negocio,  en  vista 
de  la  salud  precaria  de  la  donante  y  del  disentimiento  de  la 
familia.  El  argumento  era  tan  concluyeme  que  así  se.  cumplió. 
El  25  de  Abril,  a  las  dos  de  la  tarde,  el  P.  Merges  en  nom- 
bre de  la  Congregación,  y  don  Manuel  Domingo  ligarte  como 
apoderado  de  su  madre,  cerraron  el  contrato  de  concesión  en 
la  Notaría  del  señor  Janeli.  La  iglesia,  sus  dependencias,  y 
el  terreno  contiguo  pasaban  a  ser  propiedad  de  los  Redento: 
ristas  mediante  algunas  cláusulas  de  retribución. 

Pero,  era  indispensable  acondicionar  primero  las  habita- 
ciones. Ocupóse  en  esta  tarea  el  abnegado  superior  con  el  H. 
Antonio,  mientras  el  P.  Agustín  se  sacrificaba  en  otra  parte. 
Una  terrible  epidemia  de  viruela  infestaba  entonces  la  ciudad. 
En  el  acto,  el  P.  Merges  se  puso  él  y  sus  compañeros  a  las 
órdenes  del  Arzobispo  para  cualquier  puesto  auxiliador  que 
les  señalase.  Entre  los  lazaretos  que  se  habían  abierto,  el  del 
Salvador,  sito  más  allá  del  Seminario  y  cerca  del  lajamar. 
hospitalizaba  a  seiscientas  mujeres.  Allí  fué  nombrado  cape- 
llán el  P.  Desnoulet.  Por  el  espacio  de  dos  meses,  consumió 
todas  las  horas  del  día  y  una  parte  de  la  noche  en  oír  con- 
fesiones, catequizar  a  las  enfermas,  muy  ignorantes  en  su 
mayor  parte,  y  asistir  a  las  moribundas.  Uno  de  sus  hechos 
se  hizo  célebre.  Acababa  de  dar  el  santo  Viático  a  una  de.  las 
variolosas  cuando  sufrió  ella  un  horrible  vómito.  Los  asisten- 
tes se  miraron  consternados;  tuvo  el  P.  Agustín  un  estreme- 
cimiento, pero  lo  dominó  en  el  acto.  Con  toda  calma  se  hincó, 
recogió  la  Hostia  entre  las  inmundas  gargantadas  de  la  en- 
ferma, y  en  medio  del  estupor  general  se  la  puso  en  la  boca 
para  consumirla.  La  noticia  de  este  rasgo,  digno  de  los  san- 
tos, voló  por  la  ciudad,  y  aureoló  el  nombre  de  Redentorista 
ton  la  admiración  y  simpatías  de  todos. 

Merced  a  la  actividad  y  desvelos  del  P.  Merges,  gra- 
cias, a  empréstitos  y  limosnas  de  cristianos  dadivosos,  los 
aprestos  del  futuro  domicilio  adelantaron  con  rapidez;  pronto 
se  habilitaron  cuatro  piezas,  sobrado  lugar  para  los  tres  fun- 
dadores y  sus  tres  cajones  de  equipaje.  El  edificio  se  com- 
ponía justo  de  paredes,  techumbre  y  pisos;  pero,  los  discípu- 
los de  Cristo,  quien  ni  piedra  tenía  donde  reclinar  la  cabeza, 
no  pedían  más  para  sí  mismos.  En  consecuencia,  eligióse  el 
24  de  Mayo,  festividad  de  Nuestra  Señora  Auxiliadora,  para 
empezar  la  vida  de  comunidad. 

Aquí,  detengámonos,  para  estampar  (¡ojalá  fuera  con  le- 
tras de  oro!)  el  amado  nombre  de  los  bienhechores  que,  en 
aquella  hora  de  completa  escasez,  aliviaron  las  privaciones 
de  los  discípulos  de  San  Alfonso.  La  mayror  obligación  de  és- 
tos, después  de  la  señora  Ugarte  y  de  don  Manuel  su  hijo,  es 
para  los  religiosos  de  los  Sagrados  Corazones.  Su  casa  fué, 


ESTABLECIMIENTO    EN  SANTIAGO 


19 


para  los  peregrinos  del  Santísimo  Redentor,  lo  que  era  para 
Jesús  la  morada  de  Lá/.aro  en  Betania.  Durante  cuatro  meses, 
hallaron  en  ella  La  más  fraternal  hospitalidad,  los  consejos, 
aliento  y  cooperación  que  necesitaban,  y  para  su  mismo  es- 
tablecimiento varios  objeto-,  de  primera  necesidad  y  varios 
enseres  de  capilla.  Reciban  asimismo  la  expresión  de.  una 
especial  gratitud  las  personas  que  imitaron  esta  caridad:  la 
familia  Üssa  Cerda  que,  la  víspera  de  la  instalación,  mandó 
el  mobiliario  más  indispensable  para  las  celdas;  don  Macario 
Ossa  y  deudos  que  obsequiaron  lo  más  esencial  para  cocina, 
despensa  y.  comedor,  así  como  ornamentos  y  vasos  sagrados 


R.   P.   Agustín  Desnoulet 

para  el  culto;  las  Hermanas  de  la  Caridad  que,  desde  su  co- 
legio de  la  Sagrada  Familia,  se  constituyeron  durante  diez 
meses  la  Providencia  de  la  comunidad  para  el  sustento  y  la 
sacristía.  MI  Dios  que  recompensa  un  vaso  de  agua  dado  a 
un   pobre  premiará   tantos  beneficios  hechos  a  sus  apóstoles. 

Según  la  ley  canónica,  el  párroco  debe  inspeccionar  pre- 
viamente toda  capilla  que,  en  su  feligresía,  se  va  a  dedicar 
a  los  ministerios  sagrados.  En  conformidad  a  este  reglamento, 
pidió  el  Padre  superior  al  cura  de  San  Lázaro  que  fuese  a 
visitar  el  santuario,  situado  en  el  radio  de  su  jurisdicción.  En 
la  tarde  del  Martes  23.  éste  se  personó  en  la  capilla.  Pero, 
al   reparar  en  la  carencia   de   pulpito',   confesionario,  comul- 


¿*>  LOS   UEDENTORISTAS    EN  CHILE 

gatorio,  adornos  en  los  altares,  juzgó  que  faltaban  requisitos 
esenciales  y  se  negó  rotundamente  a  firmar  las  licencias.  El 
contratiempo  era  lamentable,  pues,  hacía  imposible  la  cere- 
monia de  instalación  anunciada  para  el  día  siguiente.  Sin 
embargo,  el  manso  y  humilde  P.  Merges  no  se  quejó  de  tan 
extremada  severidad;  sino  que,  bisn  inspirado,  fu?  el  Miérco- 
les por  la  mañana  a  contar  su  pena  y  su  conflicto  al  Vicario 
General,  don  Ramón  Astorga.  Este,  gran  favorecedor  de  los 
Redentoristas  desde  que  los  conoció,  comprendió  que  no  era 
justo  exigir  en  una  fundación  pobrísima  todos  los  accesorios 
cultuales,  y  con  suma  benevolencia  él  mismo  redactó  y  le- 
galizó la  aprobación  canónica.  Así  pudo  verificarse,  en  la 
misma  tarde,  la  solemne  bendición  de  la  capilla.  Curiosos  por 
ver  de  cerca  a  estos  sacerdotes  extranjeros  que  usaban  un 
hábito  tan  singular  y  desconocido,  los  habitantes  del  arrabal 
llenaron  el  santuario.  El  P.  Merges  les  dirigió  una  alocución 
paternal,  explicándoles  el  fin  de  su  Instituto,  y  el  móvil  que 
les  impulsaba  a  radicarse  con  preferencia  en  este  suburbio, 
el  cual  era:  su  deseo  de  sacrificarse  día  y  noche  por  el  bien 
de  las  almas,  de  las  familias,  de  los  niños,  de  los  enfermos, 
de  la  población  entera.  Y  al  paso  que  iba  hablando,  leía  en  los 
ojos  de  los  asistentes  la  simpatía,  la  satisfacción  y  la  grati- 
tud'. Concluida  la  plática,  bendijo  ritualmente  el  pequeño  tem- 
plo, y  citó  a  los  fieles  para  la  mañana  siguiente,  fiesta  de  la 
Ascensión  del  Señor. 

Como  se  ve,  la  inauguración  de  la  primera  casa  ligoriana 
en  Chile  reunió,  para  presidirla,  a  los  tres  Protectores  de  la 
Orden:  se  abrió  la  capilla  un  Miércoles,  día  consagrado  a  San 
José,  y  en  una  festividad  de  la  Madre  de  Dios.  Nuestra  Señora 
Auxiliadora,  y  se  ocupó  el  monasterio  en  la  misma  fecha  en 
que  el  Santísimo  Redentor  entró  triunfante  en  el  cielo.  El  júbilo 
de  los  tres  Redentoristas  expatriados  fué  algo  semejante  al  gozo 
de  las  almas  del  Limbo  al  penetrar  con  Jesús  en  la  ce- 
lestial Patria:  ellos  también,  después  de  una  larga  espera  en 
la  obscuridad  de  la  incertidumbre,  tomaban  posesión  de  su 
morada,  miserable  a  la  verdad,  pero  cielo  terrestre  en  que 
disfrutarían  la  compañía  de  su  Dios  y  las  delicias  de  la 
virtud  y  la  contemplación.  Este  día  25,  toda  la  gente  del 
barrio  acudió  a  la  ceremonia;  se  cantó  Misa  solemne;  en 
ella  oficiaron  los  Padres  y  alumnos  de  los  Sagrados  Corazo- 
nes a  quienes  se  debió  todo  el  esplendor  de  la  fiesta.  Pre- 
dicó el  canónigo,  don  Miguel  Prado,  haciendo  grandes  encomios 
de  los  nuevos  religiosos.  Después  de  lo  cual,  los  tres  funda- 
dores fueron  conducidos  procesionalmente  a  su  pobre  claustro. 
Era,  pues,  un  hecho  consumado:  Chile  daba  un  techo  a  los 
hijos  de  San  Alfonso,  y  ellos,  en  retorno,  iban  a  sacrificar 
por  él  su  celo,  sus  trabajos,  las  fuerzas  de  su  talento  y  de 
su  vida,  hasta  legarle  por  fin  sus  huesos. 

No  son  para  describir  las  mil  penurias  secretas  de  aque- 
llos tiempos  primitivos.  Los  dos  Padres  y  el  Hermano  se  tur- 
naban para  aderezar  la  comida,  y  como  los  tres  eran  igual- 


ESTA  BL  EClMlENTO    EN  SANTIAGO 


mente  legos  en  el  arte  culinario,  componían  guisotes  eme  les 
daban  más  risa  que  apetito.  Al  conocer  por  fin  esta  miseria 
extrema,  las  monjas  del  Colegio  «La  Sagrada  Familia»  les 
enviaron,  durante  diez  meses,  una  ración  diaria.  Llegado  que 
hubo,  el  Hermano  Vito,  fué  cocinero  titular;  pero  no  por  eso 
se  llenó  la  despensa.  Era  tanta  la  escasez  en  el  convento  que 
el  buen  coadjutor  andaba  descalzo.  Igual  que  el  último  'me- 
nesteroso, veíasele  por  los  caminos  y  potreros  recogiendo 
ramas  secas  y  desperdicios  de  madera  para  su  hogar.  Y  con 
el  fin  de  ahorrar  tan  mezquina  leña,  prendía  fuego  sólo  tres 
veces  por  semana,  de  suerte  que  día  por  medio  no  servía  más 
que  fiambres.  Cierto  es  que  los  bienhechores  ayudaban  en 
algo;  pero  ni  conocían  todas  las  estrecheces  del  naciente  mo- 
nasterio, ni  sabían  que  la  mayor  parte  de  sus  limosnas  se 
trocaba  en  adobes  y  maderas.  Por  un  doble  motivo  importaba 
acelerar  la  conclusión  del  edificio  empezado:  prevenir  las  llu- 
vias del  invierno,  y  alistar  celdas  para  recibir  cuanto  antes 
refuerzos. 

La  vida  de  los  fundadores  era,  pues,  la  de  cenobitas  aus- 
teros, casi  desconocidos  de  la  capital.  Un  excelente  medio  de 
llamar  la  atención  era  conseguir  que  las  autoridades  impusie- 
ran el  nombre  de  San  Alfonso  a  la  calle  paralela  al  convento. 
Llamábase  ella  a  la  sazón  «Los  hermanos  Ugarte».  De  acuer- 
do con  esta  familia,  dirigió  el  P.  Merges  al  Intendente  la 
solicitud  del  caso;  apadrinada  por  varones  influyentes  fué 
atendida  sin  demora,  y  el  auto  de  concesión  fué  publicado 
en  los  periódicos  el  22  de  Julio  de  1876.  Sucedió  entonces  lo 
esperado:  esta  denominación  nueva  divulgó  el  nombre  del  Pa- 
triarca de  la  orden  y  despertó  la  curiosidad  de  muchos.  Dióse 
a  conocer  tan  feliz  resultado  en  la  inmediata  festividad  del 
santo  que,  por  primera  vez  en  el  país,  se  celebró  con  las 
pompas  exteriores  del  culto.  Aquel  día,  2  de  Agosto,  los  re- 
ligiosos de  Picpus  realzaron  nuevamente  las  ceremonias  li- 
gorianas  con  su  fraterno  concurso  y  maestría  musical,  y  el 
rector  de  su  colegio,  R.  P.  Augusto  Jamet,  pronunció  el  pane- 
gírico del  preclaro  doctor  con  toda  la  elocuencia  de  su  noble 
corazón.  Fué  tal  la  asistencia  que  no  cupo  toda  en  la  nave 
del  santuario.  La  novedad  de  la  fiesta  y  el  bautizo  público  de 
un  protestante  alemán,  convertido  por  los  Padres  Franceses, 
habían  atraído  gente  desde  las  calles  más  lejanas  del  arrabal. 

Andando  el  año,  la  fábrica  del  nuevo  edificio  tocaba  a 
su  fin,  y  urgía  que  aumentase  la  reducida  colonia  redento- 
rista  para  derramar  sus  actividades  y  acreditar  su  eficacia. 
Fl  2  de  Octubre,  desembarcaron  en  Valparaíso  los  Padres 
Klam,  Etienne,  Marco,  Kehren,  y  los  Hermanos  Víctor  y  Vito; 
y  en  Marzo  de  1877  los  Padres  Leitner  y  Fallert.  Así  po- 
blado, parecía  el  monasterio  una  arca  de  Noé,  por  cuanto  los 
ocho  coristas  representaban  otras  tantas  nacionalidades.  Sin 
embargo,  hijos  de  un  mismo  Padre,  formaban  una  familia  la 
más  unida  y  alegre  del  mundo;  felices  eran  sobre  todo  con 
poder  seguir  una  vida  perfectamente  regular,  con  padecer  las 


22 


IOS   REDENTORISTAS   EN  CHILE 


mortificaciones  que  les  ocasionaba  sin  cuento  la  escasez  de 
recursos,  y  con  ver  delante  de  sí  el  campo  apostólico  que  les 
ofrecía  él  país.  El  cronista  apuntó  con  insistencia  esta  Mi- 
cidad  que  inundaba  el  corazón  de  todos.  En  cuanto  a  la 
gente,  repetía  su  admiración  diciendo:  «No  hay  duda,  los  R<- 
dentoristas  son  los  regalones  de  la  Providencia;  ninguna  Con- 
gregación se  ha  implantado  en  la  ciudad,  con  tanta  rapidez 
y  suerte,  ni  con  una  protección  tan  visible  del  Cielo». 

Esta  protección  se  mantuvo  constante;  pues,  Dios  inspiró 
a  cierto  número  de  personas  pudientes  una  señalada  simpatía 
para  con  los  discípulos  de  San  Alfonso;  de  modo  que  esta 


Comunidad  de  Santiago  en  1882 


caridad  cristiana  se  hizo  extensiva  al  paso  que  se  dilató  el  co- 
nocimiento de  aquellos  misioneros.  Antes  de  proseguir  este 
relato,  es  un  deber  mencionar  aquí  el  nombre  de  aquellos 
bienhechores  principales  que  favorecieron  el  establecimiento  y 
los  primeros  años  de  la  Congregación  en  la  capital.  Entre  los 
muertos,  hemos  de  citar  al  Ilustrísimo  Señor  Arzobispo.  R, 
Valentín  Valdivieso,  al  Vicario  General  Ramón  Astorga,  al 
canónigo  Miguel  León  Prado,  al  P.  Jesuíta  Capdevila,  a  Do- 
mingo Fernández  Concha,  Joaquín  Echeverría.  Carmen  Cerda 
de  Ossa  y  familia,  Manuela  Gandarillas,  Javier  Salas,  Manuel 
Vakk's,  Francisco  Echenique,  Manuela  Cuecas  de  Salinas,  Ale- 


OBRAS    APOSTÓLICAS    EN  SANTIAGO 


23 


jandro  Larraín,  Ramón  Ricardo  Rosas,  Teresa  Elizalde  de 
Carvajal,  Miguel  Echenique,  Manuela  y  Carmela  Prieto,  Do- 
mingí  Soto,  Cruz  Arriarán,  Benjamín  Pereira,  Toribio  La- 
rraín. señoritas  Ramírez,  etc.  Reservamos  la  nómina  de  los 
benefactores  que  viven  aún  por  no  lastimar  su  conocida  mo- 
destia. Sepan,  por  lo  menos,  que  el  nombre  de  iodos  ellos 
está  consignado  en  los  archivos  del  Instituto,  que  su  re<  uerdo 
queda  esculpido  en  el  santuario  de  la  gratitud  redentorista, 
que  sus  intenciones  figuran  dos  veces  al  día  en  las  oraciones 
reglamentarias  de  la  comunidad.  Sepan  también  que  San  Al- 
fonso los  tiene  inscritos  en  los  anales  del  Cielo,  y  se  encarga 
de  satisfacer  la  deuda  que  con  ellos  han  contraído  sus  hijos. 
Sirva,  en  fin,  este  documento  para  expresarles  los  más  pro- 
fundos agradecimientos  de  cuantos  religiosos  pueblan,  en  la 
actualidad,  los  diversos  conventos  de  la  Orden  en  Chile. 

Veamos  ahora  como  cumplieron  ellos  la  promesa  de  sa- 
crificarse por  el  bien  espiritual  de  las  almas,  y  primero  las 
obras  santificadoras  que  llevaron  a  cabo  en  el  barrio  de  la 
estación. 


CAPITULO  IV 
OBRAS  APOSTOLICAS  EN  LA  IGLESIA  SAN  ALFONSO 

Ante  todo,  es  preciso  dar  a  conocer  más  especialmente 
al  que  fué  el  introductor  de  la  Congregación  en  Chile.  El 
ducado  de  Luxemburgo  fué  la  patria  del  P.  Pedro  Merges. 
Nació  en  1832,  y  tres  virtudes  florecieron  en  su  liñez:  pie- 
dad, humildad,  bondad;  esta  última  fué  la  característica  de  su 
persona.  Novicio  en  1854,  sacerdote  cinco  años  después,  evan- 
gelizó en  doscientos  trabajos  fecundísimos  a  Alsacia,  Badén 
y  Lorena,  hasta  las  expulsiones  del  Kulturkampf.  En  1874, 
aceptó  con  entusiasmo  las  misiones  del  Ecuador  por  entrañar 
ellas  mayor  desprendimiento  y  sacrificios.  Su  permanencia  en 
este  país  sólo  fué  de  diez  y  seis  meses,  hasta  recibir  el  di- 
fícil y  honroso  encargo  de  propagar  el  Instituto  en  Chile. 
Ahora  bien,  he  aquí  el  retrato  que  delineó  de  él  uno  de  sus 
íntimos,  don  Rafael  Cumucio:  «Clara  inteligencia,  juicio  des- 
pejado y  sagaz,  ilustración  sólida  y  completa;  gravedad,  finura 
y  atracción  en  el  trato;  gran  corazón  para  los  más  abnega- 
dos pensamientos,  y  los  más  delicados  afectos,  y  las  más  me- 
nudas ocupaciones ;  austero  e  inflexible  consigo  mismo,  flexi- 
ble y  suave  con  los  demás;  dechado  de  observancia  religiosa; 
firme,  prudente,  caritativo  en  el  régimen  de  la  omunidad; 
piedad  tierna  y  fervorosa:  celo  fecundo,  ingenioso,  infatigable; 


24 


Los  rEdentorisTas  en  Chile 


eximio  director  de  conciencia;  y  todo  esto,  realzado  por  una 
humildad,  sencillez,  candor  verdaderamente  seductores:  he  ahí 
lo  que  era  el  P.  Merges  cuyo  aspecto  físico  era  un  reflejo 
de  la  plácida  bondad  de  su  alma  y  de  las  virtudes  de  su  co- 
razón». Con  tales  prendas,  no  es  de  extrañar  que  el  Señor 
lo  haya  escogido  para  ser  el  Josué  pacífico  que  debía  abrir  a 
sus  hermanos  la  entrada  de  esta  Tierra  prometida  de  Chile. 

Hemos  visto  que  traía  del  Ecuador  una  imagen  de  Nues- 
tra Señora  del  Perpetuo  Socorro.  No  bien  se  posesionó  de  la 
capilla,  quiso  implantar  en  ella  esta  nueva  devoción,  para 
extenderla  después  en  el  país.  Ya  en  Lorena  había  sido  su 
incansable  apóstol.  Allá,  sus  libritos  de  propaganda  habían 
pasado  de  cien  mil  ejemplares,  y  había  convertido  la  iglesia 
ligoriana  de  Teterchen  en  un  centro  concurridísimo  de  pere- 


Convento  de  San  Alfonso  en  Santiago 


grinaciones.  Su  ideal  fué  realizar  en  Santiago  el  mismo  prodigio, 
y  aprovechó  el  mes  de  María  para  darle  comienzo.  Con  este  fin, 
reemplazó  en  el  altar  la  estatua  de  Purísima  con  el  cuadro 
del  Perpetuo  Socorro,  cuya  maravillosa  historia  refirió  al  audi- 
torio. Tal  novedad  contrarió  primero  a  la  gente,  acostumbrada 
a  honrar  a  la  Virgen  de  los  rayos.  Pero,  la  madre  de  Dios 
no  tardó  en  coadyuvar  a  su  servidor  con  un  hecho  milagroso 
que  avasalló  el  cariño  y  confianza  de  todos.  Cierto  joven  del 
barrio  mismo  sufría  del  corazón;  su  muerte  debía  ser  pronta 
y  súbita,  y  se  obstinaba  en  no  confesarse.  Su  hermana  lo  en- 
comendó a  la  comunidad,  y  en  la  reunión  de  la  noche  el  P. 
Merges  hizo  rezar  por  los  asistentes  algunas  avemarias  a 
Nuestra  Señora  del  Perpetuo  Socorro.  No  se  necesitó  nás.  En 
la  noche  posterior,  anunció  a  la  concurrencia  que  la  corta 
oración  de  la  víspera  había  sido  oída:  luego  de  aceptar  una 


OBRAS   APOSTÓLICAS   ÉN  SANTIAGO 


25 


medalla  de  la  Virgen,  el  enfermo  había  solicitado  él  mismo 
los  Sacramentos,  y  la  estaba  besando  en  su  agonía  con  ex- 
traordinario fervor.  La  noticia  de  este  favor  se  esparció  rá- 
pidamente, y  con  ella  el  renombre  de  la  sagrada  imagen. 
Desde  aquel  día,  empezó  una  creciente  romería  de  fieles, 
curiosos  de  contemplar  a  esta  Virgen  desconocida  de  tan 
peregrino  traje  y  maravilloso  poder.  Al  cabo  de  tres  sema- 
nas, se  la  oía  invocar  en  la  mayoría  de  las  casas  del  arrabal 
y  en  no  pocas  de  la  ciudad.  A  estos  homenajes  correspondió 
ella  con  cariñoso  apresuramiento.  Antes  del  8  de  Diciembre, 
había  devuelto  pronta  salud  a  un  enfermo  desahuciado,  pre- 
servado a  un  obrero  en  un  accidente  mortal,  convertido  a 
dos  libertinos  de  nota  que  eran  el  escándalo  de  la  vecindad. 
Con  tales  hechos  públicos,  la  Madona  redentorista  llegó  a  ser 
un  tema  de  conversación  en  todas  las  clases  de  la  sociedad, 
y  en  algunos  meses  se  expendió  muchos  miles  de  sus  es- 
tampas y  medallas. 

En  Mayo  de  1877,  una  de  sus  devotas,  Fortunata  Soto,  le 
ofreció  un  altar.  Terminábase  su  fábrica  cuando  llegó  de 
Roma  la  reproducción  auténtica  e  indulgenciada  del  cuadro 
primitivo,  y  se  inauguraron  ambos  sin  mayor  demora.  Una  no- 
vena de  predicaciones,  acerca  de  los  privilegios  sobrenatura- 
les que  enriquecen  la  imagen,  enfervorizó  los  corazones,  y  el 
21  de  Noviembre  se  la  colocó  con  mucha  solemnidad  en  su 
nuevo  trono.  El  mismo  día,  se  erigió  canónicamente  su  Archi- 
cofradía,  cuya  lista  quiso  encabezar  el  Ilustrísimo  Señor  Ar- 
zobispo. En  la  reunión  de  la  noche,  los  afiliados  recibieron 
su  cédula  de  agregación,  y  después  de  consagrarse  a  la  Virgen 
del  Perpetuo  Socorro,  formularon  la  promesa  unánime  de  ser 
sus  más  fieles  y  celosos  apóstoles.  Cumplieron  tan  bien  con 
esta  obligación,  que  pronto  se  hizo  visible  una  corriente  de 
piedad  hacia  eí  humilde  santuario;  acudían  a  ella  desde  los 
puntos  más  lejanos  de  la  capital;  de  suerte  que,  a  pesar  de 
su  situación  casi  en  despoblado,  se  repartieron,  en  este  primer 
año.  diez  y  siete  mil  Hostias.  Tal  cifra  es  notable  si  se  con- 
sidera además  que  el  ministerio  e  influencia  de  los  Padres 
sólo  daban  los  primeros  pasos,  y  que  en  aquel  tiempo  no  se 
practicaba  aún  la  comunión  frecuente. 

Entre  el  gran  número  de  personas  que  oraban  ante  el 
altar  de  la  Virgen  advirtió  el  P.  Merges  que  muchas  per- 
manecían varias  horas  al  pie  de  la  imagen.  De  esta  simple 
observación  brotó,  en  su  espíritu,  la  idea  fecunda  de  la  Sú- 
plica Perpetua.  Buscó  un  arbitrio  para  coordinar  esta  devo- 
ción individual,  de  suerte  que  plegarias  incesantes  y  públicas 
se  elevaran  a  la  Madre  de  Dios.  Trazó  su  plan,  compuso  un 
reglamento,  y  los  fué  a  someter  al  Vicario  capitular,  Ilustrísi- 
mo Señor  Joaquín  Larraín  Gandarillas.  Este  aprobó  la  insti- 
tución con  entusiastas  palabras  de  aliento.  La  dificultad  era 
reclutar  voluntarios  en  número  suficiente  para  asegurar  la 
continuidad  de  esta  oración,  constituir  grupos  de  doce  per- 
sonas, no  imponer  a  cada  sección  más  de  una  asistencia  se- 


26 


LOS   REDENTORISTAS    EN  CHILE 


manal.  y  así  no  perturbar  el  buen  orden  de  los  hogares.  El 
celoso  superior  puso  mano  a  la  obra,  buscó  almas  generosas 
entre  la  población  femenina,  y  con  tanto  afán  que,  el  2.")  de 
Diciembre  de  1878,  dió  principio  a  la  Súplica  con  cuatro  per- 
sonas por  hora.  No  bien  se  divulgó  la  noticia  de  tan  piadosa 
innovación  que  suscitó  adherentes  hasta  en  los  barrios  más  re- 
motos de  la  ciudad.  A  los  diez  meses,  ascendían  ya  a  se- 
tecientos. Diariamente,  a  las  siete  de  la  mañana,  empezaba  el 
santo  ejercicio  con  una  misa  en  honor  de  Nuestra  Señora,  cuyo 
cuadro  resplandecía  entre  luces  y  flores,  y  hasta  las  cinco 
de  la  tarde,  de  hora  en  hora  se  relevaban  los  .  oros  cuyos 
miembros  ostentaban  la  cinta  azul  y  la  medalla  de  su  celes- 
tial Patrona.  La  indicación  de  las  intenciones  recomendadas, 
la  visita  al  Santísimo,  el  rezo  del  rosario,  una  lectura  edifi- 
cante, unas  invocaciones  a  la  Virgen  y  a  San  Alfonso,  y  va- 
rios cánticos  ocupaban  la  hora  de  las  suplicantes.  Una  vez  al 
mes  se  reunían  todas  en  una  comunión  general,  banquete  suave 
que.  así  como  en  Cana,  presidía  la  Reina  de  las  gracias. 
Tanto  fué  el  empeño  de  las  celadoras  en  conquistar  adeptas 
que,  a  los  cuatro  años  de  existir,  la  Archicofradía  contaba 
treinta  mil  inscritos,  y  la  Súplica  1,400  mujeres  repartidas  en 
<  uarenta  grupos.  Tantos  sacrificios  y  plegarias  públicas,  una 
devoción  tan  filial  y  constante  no  pudieron  menos  de  atraer 
el  Perpetuo  Socorro  de  María:  pronto  no  se  numeraron  ya  sus 
milagros  y  mercedes.  En  1884.  el  P.  Pablo  Liégey  historió  en 
una  revista  veintiséis  más  estupendas  que  entresacó  de  va- 
rios centenares.  No  pasaba  día  sin  que  algunos  favorecidos  de 
ella  fuesen  a  cumplir  mandas  y  exteriorizarle  su  gratitud.  Los 
romeros  afluían  cada  vez  más  a  la  humilde  capilla  de  San 
Alfonso,  y  era  tan  proverbial  el  maravilloso  poder  de  Nuestra 
Señora  que  se  repetía  con  insistencia  esta  frase:  «Desde  que 
está  aquí  la  Virgen  del  Perpetuo  Socorro  no  necesitamos  ya 
di-  médicos?.  Habíase  granjeado  el  corazón  de  todos  hasta 
tal  punto  que  en  1S82,  cuando  por  vez  primera  se  sacó  el 
cuadro  en  procesión,  tres  mil  personas  la  escoltaron  por  las 
ralles  circunvecinas.  .  .  Ahora  bien,  como  la  Súplica  no  lia 
decaído  con  el  tiempo,  calcúlese  la  enorme  suma  de  oracio- 
nes que.  durante  más  de  ciento  ochenta  mil  horas,  han  subido 
de  la  iglesia  redentorista  al  trono  de  la  divina  Madre,  y  el 
total  de  gracias  y  bendiciones  que  de  su  corazón  maternal 
lian  descendido  a  las  almas!  Entre  las  obras  que  ha  inventa- 
do la  piedad  humana,  esta  Súplica  Perpetua,  creación  del  P. 
Merges.  es  seguramente  una  de  las  más  agradables  para  el 
Cielo  y  de  las  más  benéficas  para  las  almas.  ¡  Ojalá  no  de- 
crezca jamás  esta  comunicación  incesante  entre  la  Virgen  y 
sus  devotos!  Sirvió  además  de  acicate  y  modelo  a  varias  na- 
ciones: en  las  Repúblicas  sudamericanas  y  países  de  Europa, 
se  ha  establecido  sobre  las  mismas  bases  que  la  de  San- 
tiago, ya  en  los  templos,  ya  en  las  misiones  de  Redentoristas. 

Después  de  alistar  la  población  femenil  bajo  los  estan- 
dartes de  Nuestra  Señora,  ocurriósele  al  P.  Merges  cúnentar 


OBRAS   APOSTÓLICAS    EN  SANTIAGO 


27 


también  alguna  institución  en  favor  de  los  artesanos,  que  fuese 
para  ellos  una  arca  de  preservación  moral.  Como  el  alcohol 
era  el  principal  veneno,  de  las  almas,  creyó  que  la  mejor 
forma  de  preservación  sería  agruparlos  en  una  sociedad  de 
temperancia.  Por  lo  tanto,  al  terminar  la  misión  especial  que 
se  predicó  a  los  hombres  en  La  Semana  Santa  de  1883,  apeló 
a  la  buena  voluntad  de  ellos,  explicándoles  el  objeto  de  la 
asociación.  En  el  acto  se  inscribieron  doscientos.  Se  les  re- 
partió en  doce  secciones  que  agremiaban  cada  cuál  a  los  in- 
dividuos de  un  mismo  oficio.  Su  Patrona  era  también  la 
Virgen  del  Perpetuo  Socorro,  y  la  más  esencial  de  sus  obliga- 
ciones el  ser  temperante.  Cumplían  previamente  seis  meses 
de  probación  en  los  que  se  vigilaba  su  conducta ;  los  elegidos 


prestaban  entonces  el  juramento  de  no  probar  licor  «fuera 
de  las  comidas  y  fuera  de  su  hogar».  Para  hacerlos  I  ieles  a 
tan  solemne  promesa,  no  se  perdonaba  medio  alguno.  Tenían 
reuniones  dominicales,  plegarias  en  común,  fiestas  recreati- 
vas, socorros  mutuos,  biblioteca,  recepción  de  Sacramentos  en 
determinadas  épocas.  Su  insignia  era  un  elegante  escapulario 
del  Perpetuo  Socorro  y  de  San  Alfonso,  con  cinta  de  seda.  Su 
bandera  principal,  bordada  en  oro  sobre  terciopelo  y  seda, 
hacía  flamear  esta  divisa  «Unión  y  Trabajo).  El  comandante 
Necochea.  veterano  de  la  guerra  del  Pacífico,  y  salvado  pol- 
la Virgen  de  la  muerte  segura  que  debían  causarle  sus  ca- 
loñe heridas,  organizó  una  banda  de  veintisiete  músicos  tu- 
sas notas  enardecían  los  entusiasmos.  Había  un  enfermero  que 
por  oficio  visitaba  a  los  dolientes,  y  en  cada  calle  un  celador 


Nuestra  Señora  del  Perpetuo  Socorro 


28 


LOS  fcEDENTORIsTAS   EN  CHlLÉ 


para  fiscalizar  el  comportamiento  de  los  socios  vecinos.  Una 
colecta  dominical  reunía  hasta  cien  pesos  para  los  gastos  de 
la  cofradía.  Así  constituida,  se  propagó  gradualmente  por  las 
casas  del  barrio,  de  suerte  que  en  cuatro  años  llegó  a  man- 
comunar ochocientos  cristianos  del  mejor  cuño.  En  Pascua 
de  Resurrección  de  1887  comulgaron  todos,  y  en  la  noche  tres 
mil  hombres  siguieron  por  las  calles  la  carroza  de  la  Virgen 
del  Perpetuo  Socorro,  con  los  estandartes  de  las  doce  cor- 
poraciones, bajo  el  resplandor  de  las  luces  de  bengala  y 
fuegos  artificiales,  al  compás  del  Orfeón  de  la  Policía  y  de 
los  vítores  de  una  incontable  muchedumbre.  El  fervor  de 
ellos  era  notabilísimo.  Baste  decir  que  quinientos  asistían  re- 
gularmente a  la  bendición  del  Santísimo  en  la  noche  del  Do- 
mingo. Los  frutos  de  esta  institución  fueron  admirables:  la 
mitad  de  los  afiliados  cumplía  al  pie  de  la  letra  su  juramen- 
to de  absoluta  temperancia;  los  demás,  si  bien  recaían  tal 
cual  vez  en  su  primitivo  vicio,  lo  expiaban  luego  por  una 
confesión  reparadora  y  alguna  penitencia  pública  en  el  recinto 
de  la  sociedad.  Vióse  a  ebrios  consuetudinarios  trocarse  en 
verdaderos  santos.  Por  eso,  quejábanse  los  cantineros  de  per- 
der cada  semana  la  ganancia  de  mil  botellas  de"  licor,  por 
eso  persiguieron  a  sus  antiguos  parroquianos  con  toda  clase 
de  burlas,  tentaciones  y  atropellos.  Más  de  una  vez,  cogieron 
brutalmente  a  algún  convertido,  y  derribándole  por  tierra,  le 
engargantaron  a  viva  fuerza  bebidas  espirituosas,  a  fin  de 
reavivar  en  él  la  dormida  pasión  de  la  embriaguez.  Para  esca- 
par a  semejantes  asaltos,  debían  los  socios  evitar  determinadas 
calles  sobre  todo  en  los  días  festivos.  Pero  bien  pocos  ce- 
jaron en  sus  propósitos,  así  es  que  reflorecieron  en  muchos 
hogares  el  orden,  la  limpieza,  la  economía,  el  bienestar,  el 
amor  al  trabajo  y  a  la  virtud.  Más  de  150,  con  el  dinero  que 
antes  malgastaban  en  las  tabernas  se  construyeron  una'  vi- 
vienda confortable. 

En  1894,  la  asociación  reformó  sus  estatutos  y  tomó  el 
nombre  de  «Sagrada  Familia».  Aprobada  por  la  Curia,  enri- 
quecida con  indulgencias  y  privilegios  espirituales,  ha  pro- 
seguido hasta  hoy  su  obra  de  moralización.  Mantiene  a  cua- 
trocientos obreros  alrededor  de  sus  estandartes.  En  1908,  se 
les  edificó  un  amplio  salón  donde  encuentran  juegos,  fiestas 
teatrales,  vistas  cinematográficas,  refugio  agradable  contra 
los  desórdenes  y  vicios  reinantes.  ¡A  cuántos  miles  de  cris- 
tianos, durante  43  años  de  existencia,  habrá  conservado  la 
fe,  las  buenas  costumbres,  la  felicidad  y  preparado  dulce 
muerte  y  Cielo  seguro! 

Al  lado  de  estas  dos  instituciones  vitales,  tres  archico- 
fradías  se  han  erigido  en  la  iglesia  de  San  Alfonso.  La  de 
Animas  en  1888,  cuyo  asiento  principal  está  en  la  casa 
matriz  en  Monterone,  y  cuenta  un  sinnúmero  de  cofrades.  Su 
fin  es  multiplicar  los  sufragios  en  favor  de  los  muertos  tan 
olvidados,  por  quienes  se  aplica  una  misa  y  especiales  ple- 
garias todos  los  Lunes  del  año.  En  1911,  introdujo  el  I'.  Vargas 


OBRAS   APOSTÓLICAS    EN  SANTIAGO 


29 


la  del  Corazón  agonizante  de  Jesús,  la  cual  depende  del  Pa- 
triarca latino  de  Jerusalén.  Tiene  doble  objeto:  consolar  a 
los  Corazones  de  Jesús  y  de  María  por  la  perdida  de  tantas 
almas,  y  obtener  las  gracias  de  conversión  y  buena  muerte 
para  los  que  en  el  día  han  de  entrar  en  la  eternidad.  Al  año 
de  funcionar,  \einte  mil  adherentes  figuraban  en  los  registros 
ele  ella.  En  fin.  la  del  Sagrado  Corazón,  completada  por  la 
del  Corazón  Eucarístico,  cuya  obligación  es  el  culto  reparador, 
e  impone  la  comunión  de  desagravio  para  el  primer  Jueves  y 
Viernes  de  cada  mes,  con  el  ejercicio  de  la  llora  santa.  Hace 
poco,  se  les  agregaron  las  Marías  de  los  Sagrarios  que,  en  la 
mañana  del  primer  Viernes,  dedican  una  hora  de  adoración  al 
Dios  de  la  Custodia.  Gran  número  de  fieles  acuden  así  a  tri- 
butar sus  homenajes  al  Amor  herido  de  Jesús. 

En  estas  empresas  de  santa  preservación  no  se  olvida  a 
la   juventud.    Tres  asociaciones  le  están  dedicadas.  Las  Hijas 


Corazón  eucarístico  de  Jesús 


de  María  cuentan  más  de  doscientas  inscritas,  y  comprende 
a  las  jovencitás  que  ya  no  siguen  las  catequesis  infantiles  y 
no  pueden  aún  pertenecer  a  la  Súplica;  la  Juventud  católica 
que  tiene  un  centro  cuya  actividad  abarca  diversas  obras  de  pro- 
paganda y  celo;  la  Congregación  de  niños,  bajo  La  advocación 
de  San  Gerardo,  que  favorece  la  comunión  mensual  de  los 
catequizados,  y  la  Liga  eucarística  que.  trae  a  los  fervorosos 
de  la  juventud  a  la  recepción  dominical  de  la  divina  Hostia. 

Por  fin.  una  doble  sección  de  las  Conferencias  de  San 
Vi<  ente,  de  señoras  y  caballeros,  toma  su  dirección  en  el 
convento:  allí  hace  todos  los  Jueves  sus  reparticiones  de  li- 
mosnas y  víveres,  de  ahí  sale  a  llevar  a  sesenta  familias  de 
menesterosos  el  consuelo,  el  socorro,  los  pensamientos  sobre- 
naturales, los  consejos   de   la  fe,  y  la   semilla   de   la  conver- 


30 


LOS   R  EDENTOR ISTAS    EN  CHILE 


sión.  Compró  una  casa  de  vecinos  donde  asila  cierto  número 
de  desamparados.  Esta  caridad,  que  anda  por  las  viviendas, 
i  ompleta  La  que  se  va  haciendo  en  la  misma  portería  del 
monasterio;  por  ella  desfila  diariamente  una  larga  procesión 
de  hambrientos  que  reciben  el  pan  material,  así  como  era  ya 
costumbre  en  Italia  en  los  tiempos  de  San  Alfonso. 

Merced  a  tantas  instituciones,  el  movimiento  de  piedad 
cristiana  ha  sido  siempre  intenso  en  la  iglesiá  de  los  Reden- 
toristas,  y  se  mantiene  gracias  a  un  servicio  religioso  nutrido. 
Los  Domingos,  celébranse  cinco  misas  a  distintas  horas,  cuatro 
de  ellas  con  plática  doctrinal;  en  la  tarde,  hay  dos  bendicio- 
nes del  Santísimo,  con  sendas  predicaciones,  una  para  las 
Hermanas  de  la  Súplica  y  otra  para  los  Socios  de  la  Sa- 
grada Familia.  Dos  veces  por  semana,  se  repica  a  catequismo, 
y  se  enseña  a  los  chicos  y  a  las  niñas  por  separado.  Anual- 
mente, se  dan  cuatro  misiones  en  la  cuaresma,  para  hombres, 
mujeres,  niños  y  niñas.  Hay  plática  diaria  en  el  mes  de  María 
y  en  el  del  Sagrado  Corazón,  en  las  novenas  que  preceden  a 
la  fiesta  de  Nuestra  Señora  del  Perpetuo  Socorro  y  de  San 
Alfonso,  en  todos  los  Sábados  y  días  festivos  del  año,  lo  cual 
representa  una  suma  muy  considerable  de  enseñanzas  al  pue- 
blo. Con  el  fin  de  acendrarlas  aún,  los  Padres  han  publicado 
varias  obras  de  piedad:  El  Devoto  de  Nuestra  Señora,  Selectas 
Prácticas.  El  Apóstol  del  Hogar,  El  Cielo  Seguro,  Vida  de 
Nuestro  Señor  Jesucristo,  Comunión  Semanal,  Vocación  al  Sa- 
cerdocio, diversos  devocionarios,  etc.  El  resultado  de  esta 
laboriosidad  evangelizadora  está  a  la  vista:  en  ningún  mo- 
mento del  día  el  templo  permanece  desierto;  cumple  con  el 
requisito  del  Salvador  de  ser  verdaderamente  la  casa  de 
oración,  a  la  cual  acuden  no  sólo  los  moradores  de  los 
contornos  sino  también  muchísimos  fieles  de  los  puntos  más 
distantes  de  la  ciudad. 

Talvez  sea  interesante  hacer  comparación  entre  los  pri- 
meros tiempos  de  la  fundación  y  los  actuales  para  seguir 
el  movimiento  religioso  dél  barrio.  En  IW2  eran  1,400  las 
socias  de  la  Súplica  y  800  los  socios,  son  ahora  1,050  y  300 
respectivamente.  En  1880,  se  contaba  2,500  personas  en  las 
misas  del  Domingo,  hoy  se  elevan  a  3,000.  En  1879,  en  las 
misiones  de  cuaresma  se  repartieron  dos  mil  comuniones: 
en  L883,  seis  mil;  en  L896,  tres  mil;  en  1910,  3.300;  en  1921, 
1,0(10.  Las  catcquesis  reunían  antiguamente  mil  niños  de  am- 
bos- sexos,  acuden  ahora  500,  pero  el  Colegio  de  Santa  Te- 
resa y  el  Patronato  Irarrázaval  hacen  a  sus  mil  alumnos 
cursos  de  religión.  Las  comuniones  han  subido  una  escala 
notable:  en  1*77,  diez  y  siete  mil:  en  L880,  treinta  y  cinco 
mil:  en  1900,  cincuenta  y  dos  mil;  en  1915,  después  del  de- 
creto pontificio  sobre  la  comunión  frecuente.  8S.00!);  en  1924. 
ciento  diez  mil;  en  total,  fueron  distribuidas  tres  millones  de 
Hostias  en  este  medio  siglo.  Como  se  echa  de  ver,  las 
asistencias  a  misa,  catcquesis,  bendiciones  del  Santísimo 
quedaron  aproximadamente  iguales:  las  asociaciones  primiti- 


OBRAS    APOSTÓLICAS    EN  SANTIAGO 


ñ  I 


vas  todavía  florecen;  la  sagrada  Mesa  está  más  concurrida 
que  nunca.  Estas  cifras  indican  el  tesón  apostólico  con  que 
los  Redentoristas  han  trabajado  en  aquella  porción  de  San- 
tiago que  los  rodea.  Sin  duda,  no  ascendieron  ellas  al  paso 
que  se  acrecentaba  la  población  circunvecina,  pero  no  es  es- 
caso éxito  el  haber  conseguido  infundir  tanta  vitalidad  al 
espíritu  religioso  del  pueblo,  en  una  época  en  que  las  doc- 
trinas impías  y  revolucionarias  se  deslizan  hasta  en  los  ho- 
gares más  humildes  y  c  ontagian  a  las  almas  desde  la  niñez. 

La  labor  sacerdotal  de  los  Padres  no  se  recluyó  tam- 
poco entre  las  paredes  de  su  iglesia.  Hijos  de  este  Alfonso 
de  Ligorio  que,  en  su  juventud,  visitaba  diariamente  el  hos- 
pital de  los  incurables,  se  aplicaron  en  todo  tiempo  al  auxi- 
lio espiritual  de  los  enfermos,  recorriendo  el  inmenso  radio 
que  abarcan  en  lo  presente  las  tres  comunas  de  San  Lázaro, 
Parque  Cousiño  y  Maipú.  Que  fueran  llamados  a  la  hora  de 
las  comidas  o  a  media  noche,  que  los  buscaran  :inco,  siete 
y  más  veces  al  día,  así  como  aconteció  en  las  distintas  epi- 
demias que  asolaron  la  ciudad,  salían  en  el  acto  a  confor- 
tar a  los  moribundos  con  los  Sacramentos  y  palabras  de 
aliento  y  caridad.  En  este  medio  siglo,  y  en  el  área  men- 
i  ionada,  la  comunidad  asistió  a  más  de  50,000  enfermos.  Ade- 
más de  este  servicio  incesante,  siempre  que  alguna  epide- 
mia ha  infectado  y  diezmado  el  país,  han  sido  los  Redentoris- 
tas de  los  primeros  en  sacrificarse  en  los  Lazaretos,  '"orno  se 
ha  dicho,  una  plaga  de  viruelas  sembró  la  muerte,  en  lS7(i. 
por  las  casas  de  Santiago,  y  el  P.  Agustín  Desnoulet  pasó 
voluntariamente  dos  meses  entre  las  contagiadas  de  El  Sal- 
vador; en  1S89,  el  cólera  tronchó  ochenta  mil  vidas  humanas 
desde  La  Serena  hasta  Angol,  y  el  P.  Teodoro  Rehren  fué  a 
atender  sucesivamente  el  Lazareto  de  Los  'Andes  y  el  de- 
Linderos,  mientras  cuatro  Padres  de  la  comunidad  salían, 
cada  uno  nueve  veces  al  día,  para  sacramentar  a  los  mori- 
bundos del  arrabal.  Varios  fueron  víctimas  de  su  abnegación; 
pero,  a  Dios  gracias,  ninguno  falleció.  En  L905,  reaparec  ió  el 
flagelo  de  las  viruelas,  y  tres  Redentoristas  se  ofrecieron  a 
hacerse  cargo  de  sendos  Lazaretos:  el  mismo  P.  Teodoro,  en 
el  de  Playa  Ancha,  confesó  a  1,090  enfermos,  el  P.  Pablo 
Liégey.  en  el  de  Limache.  "atendió  a  400  apestados,  el  P.  San- 
tiago Larraín,  en  el  del  Barón,  reconcilió  con  Dios  a  dos 
mil  variolosos.  Bendijo  el  Señor  la  abnegación  heroica  de 
estos  capellanes  espontáneos,  derramando  sobre  sus  dolientes 
las  gracias  de  la  conversión.  De  2,212  infelices  que  sucumbie- 
ron entre  sus  brazos,  dos  no  más,  y  protestantes  ambos,  mu- 
rieron impenitentes. 

El  celo  alfonsiano  no  se  limitó  tampoco  a  las  cercanías 
de  su  monasterio,  sino  que  se  dilató  por  toda  la  ciudad.  En 
los  veinte  años  que  siguieron  a  la  instalación  de  los  Padres, 
habían  predicado  ya  cuatro  retiros  al  clero  secular  y  otros 
tantos  a  los  seminaristas;  trece  Ejercicios  espirituales  a  di- 
versas Ordenes  religiosas,  y  treinta  y  dos  en  los  colegios; 


32 


LOS   RE  DEN  TURISTAS    EN  CIIILK 


habían  evangelizado  repetidas  veces  a  los  ancianos  de  las 
Hermanitas  de  los  pobres,  a  todas  las  secciones  de  asilados 
en  las  casas  del  Buen  Pastor,  a  los  presos  de  la  Penitenciaria, 
a  los  policías  de  la  calle  Bascuñán  Guerrero.  Eran  además  los 
capellanes  ordinarios  de  los  Talleres  de  San  Vicente  y  de  la 
Escuela  Normal  de  Santa  Teresa.  San  Alfonso  irradiaba,  pues, 
su  influencia  benéfica  sobre  toda  la  metrópoli,  sin  excluir 
ninguna  clase  de  almas.  Lejos  de  menguar  con  los  años,  ha 
ido  ella  en  continuo  aumento  por  medio  de  nuevas  obras :  la 
de  Santa  Marta  en  favor  de  1,600  empleadas  a,  cpjienes,  por 
agrupaciones  de  turno,  se  doctrina  en  la  tarde  del  Domingo; 
la  de  los  conventillos  en  los  que  se  predican  misiones  cortas 
con  el  fin  de  legitimar  las  uniones;  la  de  los  choferes  para 
proporcionarles  el  beneficio  de  la  palabra  divina  y  de  los  Sa- 
cramentos, en  medio  de  su  vida  de  tan  perpetuo  corretear;  la 
de  los  niños  vagos  a  quienes  se  inculca  en  sus  hospicios  los 
rudimentos  de  la  fe.  En  la  actualidad,  no  hay,  en  toda  la  ex- 
tensión de  Santiago,  parroquia,  colegio,  asilo,  santuario  donde 
los  Redentoristas  no  hayan  ejercido  su  apostolado. 

A  principios  del  siglo,  las  cercanías  del  convento  habían 
mudado  de  aspecto;  los  potreros  que  antes  lo  rodeaban  se 
habían  convertido  en  tupida  población:  impúsose,  por  lo  tanto, 
la  necesidad  de  substituir  la  humilde  capilla  Ugarte  por  un 
templo  de  mayores  dimensiones  que  se  adecuara  al  desarrollo 
del  vecindario.  En  consecuencia,  el  11  de  Diciembre  de  1904. 
se  bendijo  la  primera  piedra,  bajo  los  auspicios  de  la  Virgen 
por  ser  aquel  día  el  quincuagésimo  aniversario  de  la  procla- 
mación dogmática  de  su  Inmaculada  Concepción.  El  llustrísimo 
Señor  Ramón  Astorga  presidió  la  ceremonia,  en  medio  de  una 
concurrencia  enorme.  El  año  siguiente,  el  12  de  Septiembre, 
se  abrió  el  primer  herido;  pero  el  terremoto  hizo  suspender 
los  trabajos  cuando  las  murallas  alcanzaban  cinco  metros  de 
altura.  Al  reanudarlos,  se  adoptó  el  cemento  armado  que  pre- 
conizaban los  Estados  Unidos;  fueron  así  los  Redentoristas  los 
primeros  en  Chile  en  aprovechar  esta  nueva  forma  de  cons- 
trucción. Después  de  quince  años  de  ardua  labor,  se  puso  re- 
mate al  majestuoso  templo,  y  se  fijó  el  31  de  Agosto  para  su 
inauguración.  Lo  bendijo  el  llustrísimo  Señor  Arzobispo  Cres- 
cente  Errázuriz,  con  asistencia  de  canónigos  y  numerosos  sa- 
cerdotes y  religiosos.  Más  de  mil  personas,  padrinos  y  bienhe- 
chores, llenaban  las  inmensas  naves.  A  las  siete  de  la  tarde, 
el  último  rosario  se  rezó  con  singular  devoción  en  la  antigua 
iglesia  cuyas  paredes  habían  acogido  tantas  miserias,  oído 
tantas  y  tan  ardientes  plegarias,  encerrado  tan  incalculables 
gracias  de  consuelo,  fuerza  y  perdón.  De  allí  se  llevó  en  so- 
lemnísima procesión  el  cuadro  de  la  Virgen  del  Perpetuo  So- 
corro. Dos  mil  de  sus  devotos  lo  siguieron  en  filas  compactas, 
entonando  himnos  en  que  vibraba  el  amor.  Tres  mil  curiosos 
le  formaban  calle  con  visible  respeto.  Cuatro  de  los  Padres, 
revestidos  de  dalmática  blanca,  sostenían  sobre  los  hombros 
la  imagen,  más  venerable  aún  con  sus  cuarenta  años  de  culto 


OBRAS   APOSTÓLICAS    EN  SANTIAGO 


33 


y  milagros.  A  su  paso  los  fieles  se  arrodillaban  subyugados 
por  esta  bondadosa  Reina.  Esperábala  el  templo  con  el  alegre 
repique  de  sus  campanas  y  con  mil  variados  adornos:  una  guir- 
nalda de  lámparas  de  color  trepaba  por  la  majestuosa  fachada, 
una  cinta  de  matizadas  luces  rodeaba  el  triforio  del  presbiterio 
con  una  gigantesca  y  resplandeciente  corona.  Al  entrar,  ma- 
gistrales sinfonías  la  saludaron  haciendo  eco  a  los  cánticos 
de  la  muchedumbre.  Instalada  que  estuvo  en  el  altar,  subió 
el  P.  Visitador  al  pulpito,  y  le  hizo  entrega  del  santuario, 
consagrándole  a  la  vez  las  familias  presentes,  las  de  todos 
los  bienhechores  y  los  hogares  del  barrio.  A  la  mañana  si- 
guiente, se  celebró  por  última  vez  en  la  capilla  primitiva,  y 


Iglesia  de  N.  S.  del  Perpetuo  Socorro  en  Santiago 


se  trasladó  al  Santísimo  con  las  pompas  de  rúbrica.  A  las 
nueve,  cantó  misa  pontifical  el  Ilustrísimo  Señor  Miguel  Claro, 
empezando  así  la  novena  anual  en  honor  de  Nuestra  Señora 
a  quien  está  dedicado  el  nuevo  santuario.  El  mismo  día  de  la 
fiesta  se  sacó  en  procesión  .una  de  sus  imágenes  de  bulto, 
lo  cual  dió  lugar  a  otro  triunfo  para  la  Madre  de  Dios.  .Diez 
y  seis  policías  montados  la  escoltaron  por  las  calles  que  os- 
tentaban flores,  banderas,  altares  y  guirnaldas.  Tres  mil  cris- 
tianos la  seguían.  Durante  una  hora  y  media,  acariciada  por 
el  eco  de  los  himnos  y  oraciones,  pasó  ella  derramando  sobre 
las  casas  sus  bendiciones  maternales.  Devuelta  a  su  trono 
brillante  en  la  iglesia,  recibió  la  consagración  de  las  dos  mil 


34 


'OS    RE!>ENTOR!ST  AS    EN  CHILE 


personas  que  ocupaban  el  vastísimo  templo,  mientras  una  or- 
questa hacía  pensar  en  los  conciertos  del  Cielo. 

Al  contemplar  esta  basílica  de  (58  metros  de  largo  y  30 
de  ancho,  al  medir  la  altura  de  sus  bóvedas  que  se  despliegan 
a  18  metros  del  pavimento,  al  ver  sus  torres  que  por  55  me- 
tros dominan  las  moradas  de  la  vecindad,  cualquiera  imaginará 
que  las  riquezas  de  la  Congregación  del  Santísimo  Redentor 
han  de  ser  inmensas,  puesto  que  levantó  semejante  monumen- 
to. Representa  para  todos  dos  millones  de  pesos,  y  es  muy 
cierto  que  es,  ante  todo,  obra  redentorista.  En  efecto,  si  bien 
La  nación  chilena,  así  los   pobres  como  los   ricos,  dieron  su 


Santuario  de  Nuestra  Señora  del  Perpetuo  Socorro  en  Santiago 

óbolo,  si  el  mismo  Gobierno  de  don  Pedro  Montt  alivió  los 
gastos  con  liberalidades  del  presupuesto  y  con  una  ley  que 
eximía  de  los  derechos  de  aduana  los  materiales  extranjeros, 
la  verdad  es  que  estas  contribuciones  diversas  no  pasaron  de 
quinientos  mil  pesos.  Lo  demás  fué  costeado  por  el  mismo 
Instituto;  pero,  es  preciso  saber  en  qué  forma.  El  arquitecto 
no  percibió  emolumentos,  porque  fué  el  Hermano  Gerardo,  re- 
dentorista, quien  ideó  y  dibujó  los  planos;  el  ingeniero  que 
dirigió  los  trabajos  no  cobró  honorarios,  porque  fué  el  Hermano 
Huberto,  redentorista,  quien  vigiló  constantemente  la  cons- 
trucción; el  especialista  que  llevó  a  cabo  la  parte  más  artís- 
tica, más  difícil,  más  dispendiosa  del  magno  edificio,  tampoco 


CONVENTO    l)c    CAUQUEN  ES 


pidió  gajes,  porque  fué  el  Hermano  Joaquín,  redentorista,  quien 
con  sus  dedos  mágicos  lo  amoldó  y  esculpió  todo.  Ellos  tres 
ahorraron  la  mitad  de  los  gastos.  El  monasterio,  por  otra 
parte,  invirtió  en  la  fábrica  sus  modestas  entradas  de  quince 
años,  junto  con  el  valor  de  la  cuadra  adyacente.  Así  es  que 
todo  se  sacrificó  por  la  gloria  y  culto  de  la  Virgen  del  Per- 
tuo  Socorro.  Para  dejar  el  templo  en  su  punto  de  perfección, 
falta  aún  erigir  los  altares  y  colocar  las  vidrieras  de  las 
naves. 

Antes  de  cerrar  esta  breve  exposición  de  su  existencia 
cincuentenaria  en  la  capital  del  país,  los  Hijos  de  San  Al- 
fonso no  se  resuelven  a  callar  su  gratitud:  inmensa  es  la 
que  tienen  para  con  las  personas  dadivosas  que  han  con- 
tribuido a  sufragar  esta  basílica  gigantesca  del  más  puro 
estilo  gótico.  Es  un  deber  de  justicia  y  de  corazón  tributar 
aquí  a  ellas  todas  un  público  testimonio  de  agradecimiento. 
Por  no  contrariar  los  deseos  de  aquellos  cooperadores  que 
quieren  ocultarse  en  la  sombra  de  la  reserva,  estas  páginas 
no  llevarán  sus  nombres.  Pero,  junto  con  el  de  los  bienhecho- 
res de  la  casa,  están  guardados  en  los  archivos  del  convento, 
en  el  corazón  de  todos  los  Redentoristas  de  Chile,  y  en  los 
registros  del  Cielo.  ¡Que  la  Virgen  del  Perpetuo  Socorro  les 
devuelva,  con  el  cien  doblado,  sus  generosidades,  derrame 
sobre  su  alma  y  su  familia  especiales  bendiciones,  y  los 
aguarde  en  el  paraíso  con  el  más  tierno  abrazo  y  una 
escogida  corona! 


CAPITULO  V 

FUNDACION  EN   CAUQUENES  DEL  MAULE,  1891 

El  año  1891  parecía  el  menos  favorable,  para  abrir  nuevos 
conventos:  la  revolución  desordenaba  el  país,  la  impiedad 
menudeaba  sus  ataques  contra  la  Iglesia  y  sus  ministros,  los 
Redentoristas  eran  en  Santiago  uno  de  los  blancos  preferidos 
de  la  prensa  anticlerical.  Los  gaceteros,  y  más  que  ellos,  el 
escritor  pornógrafo  Rafael  Allende  en  su  pasquín  «El  Recluta-, 
los  pintaban  cual  conspiradores  temibles,  cuyos  claustros  eran 
un  escondite  de  revolucionarios  y  de  armas,  el  cuartel  gene- 
ral de  la  oposición.  Los  diarios  en  sus  columnas  y  la  chusma 
en  las  calles  circunvecinas  gritaban  al  asalto  y  a  la  matanza. 
Sólo  por  una  visible  protección  de  la  Virgen  del  Perpetuo  So- 
corro estos  religiosos  escaparon  al  saqueo,  a  la  antorcha,  á 
la  violenta  expulsión.  Llamado  a  la  Moneda  para  dar  razón  de 
las  acusaciones  que  pesaban  sobre  el  monasterio,  le  fué  fácil 
al  superior  sincerarse  de  ellas.  Ello  no  obstante,  dos  sema- 
nas antes  de  la  batalla  de  Concón,  una  noche  a  las  dos 


LOS   REDENTORISTAS    EN  CHILE 


de  la  madrugada,  cien  soldados  rodearon  la  casa  de  San 
Alfonso,  y  un  grupo  de  comisarios  la  registró  hasta  en  los 
últimos  rincones  en  busca  de  don  Carlos  Walker  Martínez,  de 
documentos  y  de  armas.  Como  era  lo  natural,  no  hallaron  nada. 
Completamente  neutrales  en  cuestiones  políticas,  por  su  doble 
calidad  de  religiosos  y  de  extranjeros  ¿cuál  podía  ser  el 
motivo  de  tantas  sospechas  y  encono?  Hélo  aquí.  Una  tarde, 
se  presentó  en  la  portería  una  joven,  con  una  manda  a  la 
Virgen  del  Perpetuo  Socorro  por  el  feliz  éxito  de  las  batallas 
que  iban  a  empeñarse.  Sin  discurrir  más,  el  Hermano  que  re- 
cibió a  la  visitante  emitió  una  reflexión  desfavorable  a  la 
causa  de  Balmaceda.  Por  desgracia,  la  dama  era  pariente  de 
uno  de  los  proceres  gubernativos,  y  le  refirió  la  malhadada 
frase  que  así  llegó  a  la  Moneda,.  De  ahí  el  recelo  que  en  ella 
se  tenía  a  los  Redentoristas,  y  las  iras  que,  como  espada 
de  Dámocles,  colgaban  sobre  ellos.  Pensar  en  erigir  algún 
nuevo  convento  en  circunstancias  tan  críticas  ¿no  era  impru- 
dencia y  presunción?  Sin  embargo,  se  les  urgió  hacerlo  por 
orden  apremiante  de  las  autoridades  de  la  Orden. 

El  Parlamento  francés  acababa  de  votar  las  leyes  anti- 
canónicas que  sometían  el  clero  a  la  quinta,  y  para  sustraer 
a  sus  estudiantes  teólogos  a  los  peligros  espirituales  del  cuar- 
tel, determinaron  los  superiores  buscarles  algún  refugio  legal 
fuera  de  Europa.  Chile,  tierra  clásica  de  la  libertad,  fué  ele- 
gido para  ello.  Pero,  el  convento  de  Santiago  no  ofrecía  la 
soledad  y  expansión  que  necesita  la  juventud  de  un  semina- 
rio religioso;  era,  pues,  indispensable  hacer  otra  fundación. 
Mas  ¿dónde  establecerse?  Numerosas  habían  sido  las  anterio- 
res propuestas:  Iquique,  Copiapó,  Lourdes  en  Santiago,  casa 
Dominicana  en  Colina,  Apaltas  cerca  de  Rengo,  Yáquil  en  Col- 
chagua,  la  quinta  de  Tilcoco,  San  Luis  de  Talca,  Constitución, 
Linares,  Los  Angeles;  pero,  u  otras  Congregaciones  las  ha- 
bían ocupado,  o  presentaban  ubicación  inadecuada  para  este 
objeto,  o  traían  gravámenes  inadmisibles.  Así  las  cosas,  en- 
cargóse la  misma  Providencia  de  orientar  los  proyectos  hacia 
un  lado  enteramente  imprevisto.  A  fines  de  Abril  de  1891,  los 
Padres  J.  Bautista  Aufdereggen  y  Teodoro  Kehren  misionaban 
en  Coronel;  allí,  el  prebendado  Francisco  Urrejola  les  habló 
casualmente  de  una  Casa  de  Ejercicios,  sita  en  Cauquenes 
del  Maule.  Su  fundador  y  propietario,  presbítero  Bartolomé  Vi- 
llalobos, anciano,  e  incapaz  ya  de  atenderla,  tenía  resuelto 
traspasarla  a  la  Curia,  y  una  palabra  del  Obispo  era  suficiente 
para  cerrar  un  contrato  definitivo.  Ahora  bien,  el  Ilustrísimo 
Señor  Plácido  Labarca,  había  conocido  a  los  Redentoristas  en 
su  antigua  parroquia  de  Limache  y  en  su  vicariato  de  Ta- 
rapacá,  les  tenía  en  particular  estima,  distinguía  al  P>  Aufde- 
reggen por  cuyo  consejo  había  él  aceptado  la  mitra;  al 
saber,  pues,  las  pretensiones  de  ellos,  se  hizo  el  entusiasta 
patrono  de  su  proyecto,  y  se  obligó  a  presidir  personalmente 
su  futura  instalación  en  la  diócesis.  El  Cielo  parecía  de 
veras  encaminar  los  acontecimientos.  Concluíase  la  misión. 


CONVENTO    DE  CAUQUENES 


8  7 


ruando,  arribó  a  Coronel  el  R.  P.  Provincial,  cuya  llegada  de- 
bía simplificar  y  acelerar  la  solución  del  negocio.  Al  punto, 
mandóle  rogar  el  prelado  que  desembarcara  en  aquel  mismo 
puerto,  le  hospedó  en  el  palacio  episcopal,  y  al  día  siguiente 
encomendó  los  tres  Padres  al  canónigo  Dionisio  Moraga,  el 
cual,  como  guía  y  apoderado  de  la  Curia,  los  acompañó  en 
su  viaje  a  Cauquenes. 

Esta  población,  antigua  posta  de  traficantes,  era  ya  pa- 
rroquia en  1585.  Civilmente  fue  fundada  en  1742,  y  se  llamó 
primero  «Villa  de  Nuestra  Señora  de  las  Mercedes  de  Tütuvén». 
En  1826  recibió  el  título  de  ciudad,  y  el  nombre  de  Cauque- 
nes. En  1891,  contaba  siete  mil  almas.  Desde  Parral,  un  coche 
llevó  a  los  Redentoristas  hasta  la  reina  del  Maule,  donde  los 
esperaba  el  señor  Villalobos.  Su  Casa  de  Ejercicios  él  mismo 
la  había  levantado,  en  1850,  con  la  limosna  de  los  pobres  que 
pordioseando  había  recogido  en  toda  la  provincia.  Tenía  aquélla 
veintisiete  celditas  con  piso  de  ladrillos,  pero  sin  ventana 
alguna.  El  refectorio  daba  al  claustro  interior,  y  'omunicaba 
con  él  por  doce  huecos  que  servían  de  confesonarios.  Cuatro 
piezas  servían  de  habitación  para  el  capellán  y  los  predica- 
dores. En  su  conjunto,  el  edificio  era  obscuro  y  húmedo,  sin 
condiciones  higiénicas,  sin  terminar,  y  demasiado  exiguo  para 
una  comunidad  numerosa.  A  primera  vista,  el  P.  Provincial  la 
juzgó  impropia  para  casa  de  estudios,  tanto  por  su  insalubri- 
dad más  perjudicial  aún  a  temperamentos  jóvenes  como  por 
su  alejamiento  de  todo  consulado  francés,  lo  cual  haría  en 
extremo  onerosas  las  compariciones  anuales  a  que  los  obligaba 
la  ley  militar.  Pero,  como  poseía  una  modesta  capilla,  se  ren- 
taba con  un  fundito  montañés  de  65  hectáreas,  tenía  el  des- 
tino tan  ligoriano  de  dar  Ejercicios  espirituales  a  los  pobres 
y  estaba  en  una  provincia  casi  falta  de  obreros  apostólicos; 
romo,  por  otra  parte,  la  incesante  llegada  de  novicios  europeos 
hacía  insufiriente  el  convento  de  Santiago,  el  R.  P.  Gavillei 
aceptó  la  fundación  como  residencia  de  misioneros.  El  6  de 
Mayo  de  1891,  don  Bartolomé  Villalobos  firmó  el  contrato  de 
donación,  vertiendo  lágrimas  de  júbilo  y  gratitud.  «¡Ahora  me 
puedo  morir!  exrlamó  al  soltar  la  pluma.  Dios  ha  oído  mis 
largas  oraciones,  ha  colmado  mis  ardientes  anhelos:  seguro  es- 
toy de  que  la  obra  de  toda  mi  vida  no  morirá  conmigo». 

Vivía  entonces  en  la  ciudad  una  piadosa  dama,  Ignacia 
del  Río.  No  bien  tuvo  noticia  del  proyecto  y  resolución  de 
los  Redentoristas,  les  llevó  los  ocho  mil  pesos  que  destinaba 
a  la  primera  Congregación  moderna  que  se  estableciese  en 
Cauquenes.  Esta  suma  providencial  permitió  edificar  dos  alas 
nuevas  que  completaron  el  cuadrilátero  del  edificio.  En  Fe- 
brero de  1892,  se  dió  cima  a  los  trabajos,  y  sólo  faltó  poblar, 
el  desierto  monasterio.  El  Visitador  de  la  Orden  en  Chile, 
R.  P.  Gerónimo  Schittly,  quiso  dar  a  la  llegada  de  los  funda- 
dores la  mayor  solemnidad  posible,  y  con  este  fin  resolvió 
prepararla  por  medio  de  una  misión.  Cuatro  Padres  la  inicia- 
ron el  13  de  Mayo.  Predicaron  la  apertura  en  las  cuatro  igle- 


38 


LOS   REDENTORISTAS   EN  CHILE 


sias  de  la  población,  y  la  prosiguieron  en  el  templo  parro- 
quial. Como  se  iba  a  administrar  la  Confirmación,  fué  tal  la 
muchedumbre  de  penitentes  que  cuatro  misioneros  más  tuvie- 
ron que  acudir  de  Santiago.  La  ciudad  hervía  de  tanta  gente 
(|ue  decían  los  habitantes:  «Parece  que  el  departamento  entero 
anda  en  nuestras  calles».  Doce  mil  personas  se  confesaron,  y 
gran  número  de  ellas,  mayores  de  diez  y  siete  años,  lo  hicie- 
ron por  primera  vez.  En  varios  días,  se  ungió  con  el  santo 
Crisma  a  10,085  adultos.  El  Jueves  24,  mil  jinetes  fueron  hasta 
Caracol  al  encuentro  del  Obispo.  A  su  entrada  en  el  pueblo, 
diez  mil  cristianos  le  rodearon,  y  bajo  arcos  de  triunfo,  en 
un  diluvio  de  flores,  entre  truenos  de  vítores,  le  acompañaron 
hasta  la  iglesia  matriz.  Allí,  desde  el  elevado  atrio  agradeció, 
al  incontable  gontío  que  llenaba  la  plaza  y  calles  adyacentes, 
la  real  acogida  que  se  le  había  brindado,  y  fijó  el  día  siguien- 
te para  la  instalación  de  los  Padres  en  su  domicilio. 

El  Viernes,  a  las  9,  cantó  misa  pontifical.  Asistieron  todo 
el  clero  local,  el  Intendente,  la  Ilustre  Municipalidad,  y  tal 
concurrencia  que  en  los  zócalos  de  las  columnas,  en  las  gra- 
das del  presbiterio  y  púlpito,  aun  encima  de  los  confesonarios, 
veíanse  enjambres  de  cabezas  humanas.  Después  del  Evangelio, 
el  canónigo  don  Alejandro  Larraín,  con  su  peculiar  elocuencia 
y  la  profunda  amistad  que  tenía  a  los  Redentoristas,  hizo  la 
presentación  oficial  de  ellos.  Delineó  rápidamente  la  vida  y 
obra  de  San  Alfonso,  y  luego  indicó  el  carácter  propio  del 
Instituto:  la  evangelización  de  los  pobres,  su  preferencia  para 
con  las  almas  más  destituidas  de  auxilios  espirituales.  Terminó 
convidando  a  todos  los  fieles  para  la  gran  romería  de  la  tar- 
de. A  las  tres,  puso  fin  el  prelado  a  las  confirmaciones,  y  a 
las  cinco  la  enorme  comitiva  se  puso  en  marcha.  Dominábala 
el  cuadro  de  Nuestra  Señora  del  Perpetuo  Socorro,  patrona  de 
la  iglesia  redentorista ;  bajo  un  baldaquín  riquísimo,  los  rayos 
del  sol  le  formaban  con  sus  destellos  un  verdadero  nimbo  de 
gloria  De  diez  mil  pechos  salían  atronadores  los  cánticos  en 
su  honor.  Varios  arcos,  adornados  con  flores  naturales,  ban- 
deras y  gallardetes,  cortaban  triunfalmente  las  calles  por  cuya 
pendiente  subía  el  oleaje  humano.  En  los  umbrales  de  la  casa, 
aguardaban  el  Obispo,  el  Intendente,  el  P.  Gerónimo  Schittly, 
Visitador  de  la  Orden,  y  los  personajes  más  conspicuos  del 
clero  y  de  la  sociedad.  Al  lado  de  ellos  se  colocó  la  sagrada 
imagen,  y  el  mismo  prebendado  señor  A.  Larraín  tomó  la  pa- 
labra. Subido  en  una  improvisada  tarima,  lanzó  a  la  multitud 
los  vibrantes  acentos  de  su  inspiración  y  saludó  a  la  Virgen 
en  términos  que  parecían  venirle  del  Cielo.  En  un  apostrofe 
magistral,  lleno  de  ternura  y  fervor,  le  hizo  pública  entrega 
del  nuevo  convento.  En  la  capilla  revestida  de  galas,  un  trono 
de  luces  esperaba  el  cuadro  de  la  divina  Reina.  Lo  más  grana- 
do de  la  concurrencia  lo  rodeó  cual  escogida  corte,  y  el  pre- 
lado entonó  el  Te-Deum,  himno  de  júbilo  y  gratitud,  mientras 
el  venerable  señor  Bartolomé  Villalobos,  de  rodillas  en  el 
presbiterio,    inclinada   la   cabeza,   apoyado   en   su   bastón  de 


CONVENTO    DE  CAUQUENES 


39 


anciano,  vertía  silenciosas  lágrimas  de  felicidad.  Luego,  puso 
el  Obispo  su  firma  en  el  acta  de  toma  de  posesión,  en  la  que 
confirmaba  la  donación  de  la  casa  y  propiedad.  Así  quedó 
asentada  en  Chile  la  segunda  casa  del  Santísimo  Redentor. 
Guardó  su  antigua  denominación  de  «San  Ignacio»  en  memoria 
de  los  Padres  Jesuítas  que  implantaron  en  el  país  las  casas 
de  Ejercicios. 

Mientras  los  periódicos  locales  y  los  de  Concepción  publi- 
caban el  relato  de  las  grandiosas  fiestas,  con  muchos  enco- 
mios y  votos  de  prosperidad  para  los  hijos  de  San  Alfonso, 
continuaron  éstos  en  la  tarea  consoladora  de  las  confesiones. 
El  30  de  Mayo  de  este  año  1892,  se  recogieron  por  fin  para 
inaugurar  la  vida  de  comunidad.  Eran  los  Padres  Adolfo 
Chéne,  Superior,  Ramón  Gossart,  Teodoro  Kehren.  Carlos  Do- 
noso, y  los  Hermanos  Teodoro  y  Teófilo. 

Los  primeros  meses  fueron  penosísimos.  Según  el  cronista 


Convento  primitivo  de  los  Redentoristas 
Casa  de  San  Ignacio  en  Cauquenes  (Maule) 


de  aquel  tiempo,  no  había  estancia  alguna  que  fuese  ser- 
vible para  una  comunidad.  La  sala  de  recreo  era  una  ver- 
dadera cueva,  el  oratorio  un  sótano  frío  y  húmedo,  y  los 
cuartos  del  poniente  de  peor  condición  aún,  por  estar  el 
piso  inferior  al  nivel  del  suelo,  y  almacenar  así  las  filtracio- 
nes del  cerro.  Como  puertas  y  ventanas  estaban  desvencija- 
das, la  abundante  lluvia  y  el  viento  muchas  veces  ciclonal 
de  ese  invierno  se  colaban  habitualmente  en  el  comedor,  las 
celdas  y  los  tránsitos.  Aumentó  de  tal  suerte  la  insalubridad 
de  la  casa  que  tres  de  los  Padres  cayeron  enfermos,  quedan- 


40 


LOS   REDENTORISTAS    EN  CHILE 


do  uno  solo  para  cuidarlos  y  atender  al  ministerio  en  la  ca- 
pilla. Además  de  esto,  faltaban  corredores  espaciosos,  patio 
agradable,  huerta  arbolada  donde  los  religiosos  pudieran  lo- 
mar el  solaz  y  movimiento  indispensables  a  la  vida  sedenta- 
ria. Por  otro  lado,  el  edificio,  como  casa  de  Ejercicios,  no 
llenaba  las  exigencias  de  la  Regla:  la  parte  habitable  estaba 
sin  concluir,  no  existía  el  comedor,  notábase  la  carencia  de 
varios  aparejos  indispensables  para  el  aseo  y  buen  orden; 
sobre  todo,  no  había  clausura  estricta  entre  el  convento  y  el 
recinto  de  los  ejercitantes,  lo  que  hacía  imposible  dar  retiro 
a  mujeres.  La  capilla  misma,  capaz  de  doscientas  personas  a 
lo  sumo,  era  insuficiente  aun  para  la  afluencia  dominical  de 
los  fieles,  y  sólo  tenía  paredes  y  techado  sin  el  menor  mobi- 
liario cultual.  Para  obviar  tan  graves  inconvenientes,  urgía 
ensanchar  las  construcciones,  y  con  este  fin  adquirir  los  te- 
rrenos colindantes.  Pero,  se  negaron  los  vecinos  unánimemente 
a  cualquier  proposición  de  venta.  Tanta  estrechura,  molestias, 
dificultades,  sin  visos  de  mejoramiento,  empañaron  las  bri- 
llantes perspectivas  que  habían  lucido  sobre  la  fundación.  A 
pesar  de  todo,  confiados  en  la  Providencia  que  por  los  suyos 
vigila,  los  Padres  acometieron  con  bríos  sus  faenas  apostóli- 
cas, en  las  cuales  los  seguiremos  más  tarde. 

Antes  de  salir  a  la  divina  siega,  el  cronista  apuntó  en 
los  archivos  el  apellido  de  los  bienhechores  que  más  alivia- 
ron la  escasez  y  sufrimientos  de  aquella  época  heroica,  helos 
aquí:  Ilustrísimo  Señor  Plácido  Labarca,  canónigo  don  Alejan- 
dro Larraín,  presbítero  Juan  de  la  Cruz  Aravena,  cura  de  la 
ciudad,  señora  Ignacia  del  Río,  señoritas  Carmen  Rosa  y  San- 
lina  Jara,  Urbana  y  Margarita  Verdugo.  Por  la  delicada  ge- 
nerosidad que  gastaron  en  favor  de  los  Redentoristas,  mere- 
cen que  sus  nombres  pasen  del  corazón  de  estos  religiosos 
a  la  pública  estampa,  junto  con  el  de  don  Bartolomé.  Vi- 
llalobos. 

A  pesar  de  estos  socorros,  la  situación  en  la  casa  de 
San  Ignacio  se  volvía  más  y  más  insostenible.  Tan  así  fué 
que.  en  el  invierno  siguiente  del  1893,  se  planteó  decidida- 
mente esa  alternativa:  o  abandonar  la  fundación,  o  trasla- 
darse a  otra  parte  del  pueblo.  Ahora  bien,  la  voluntad  de  Dios 
pareció  descubrirse  en  un  hecho  fortuito:  la  ocasión  provi- 
dencial de  comprar  un  terreno  en  la  misma  cumbre  del  cerro. 
No  bien  fueron  sus  dueños,  los  Padres  buscaron  materiales 
de  construcción.  Don  Demetrio  Jara  les  abrió  sus  canteras, 
y  la  dinamita  sacó  de  ellas  trescientas  carretadas  de  piedras; 
algunos  vecinos  les  facilitaron  tierra  para  hacer  sesenta  mil 
ladrillos,  y  prometieron  otros  limosnas  y  el  concurso  de  sus 
brazos.  Todo  pues  iba  con  viento  en  popa,  cuando  llegó  de 
Europa  la  orden  de  suspender  los  aprestos  de  fábrica,  hasta 
que  hechos  concretos  evidenciasen  ser  oportuna  y  eficaz  la 
presencia  de  los  Redentoristas  en  la  ciudad.  Lo  que  había 
alarmado  a  los  superiores  era  la  forzosa  inacción  de  los  Pa- 
dres,  debida  a   la   pequeñez  de   la   capilla  eme  coartaba  su 


CONVENTO   DE  CAUQUENES 


41 


ministerio  local,  y  a  la  escasez  de  recursos  y  deficiencia  de 
los  alojamientos  que  impedían  cumplir  con  los  fines  esencia- 
les de  la  casa,  la  predicación  de  Ejercicios.  Erales,  por  lo 
tanto,  indispensable  dominar  las  circunstancias  desfavorables 
y  producir  alguna  obra  apostólica,  si  querían  demostrar  la 
utilidad  de  la  fundación  y  obtener  el  permiso  de  erigir  un 
convento  nuevo.  Pero  ¿qué  hacer?  Dejábanse  llevar  del  des- 
aliento y  pesimismo,  cuando  les  envió  Dios  a  un  salvador 
en  la  persona  del  P.  Agustín  Vargas.  Profeso  el  9  de  Junio 
anterior,  el  antiguo  cura  de  Talca  arribó  a  Cauquenes  el  22 
de  Julio.  Puesto  al  corriente  de  las  cosas,  puso  fin  a  los 
temores  y  vacilaciones  de  todos  con  esta  reflexión  decisiva: 
«¡No  se  abulten  las  dificultades!  Dejen  a  nuestros  pobres  en 
su  antigua  sencillez!  La  falta  de  cama,  la  mezquindad  de  las 
celdas,  lo  tosco  de  la  alimentación  no  los  arredrarán.  Esta- 


Casa  de  San  Ignacio,  en  Cauquenes  (patio  interior) 


mos,  no  en  Europa,  sino  en  Chile,  y  conozco  a  mi  gente. 
Hagamos  las  cosas  a  lo  chileno,  y  respondo  yo  del  éxito. 
Empecemos  una  corrida  dentro  de  diez  días!»  Tan  franca  de- 
terminación arrastró  las  voluntades:  compráronse  los  utensi- 
lios más  necesarios  de  cocina  y  comedor,  se  renovó  el  alum- 
brado que  era  ya  prehistórico,  y  se  anunció  la  primera  tanda 
de  Ejercicios  para  el  3  de  Agosto.  La  novena  solemne  en 
honor  de  San  Alfonso  le  sirvió  de  preparación.  La  conmove- 
dora elocuencia  del  P.  Agustín,  a  cuyo  cargo  estaban  las 
predicaciones,  llegó  al  alma  de  sus  oyentes  y  consiguió  el 
éxito  halagüeño  de  dos  mil  comuniones.  Fué  aquello  la  chispa 
que  encendió  la  fe  popular.  El  día  fijado,  280  hombres  se 


42 


IOS    REDENTORISTAS    EN  CHILE 


encerraban  en  la  destartalada  casa,  y  fué  tanto  el  fervor  de 
los  ejercitantes,  tan  completa  su  felicidad,  y  tal  la  conversión 
de  muchos  que  la  comunidad  no  daba  crédito  a  sus  ojos. 
Este  resultado  dió  alas  a  la  esperanza  de  los  Padres,  y  en 
el  acto  resolvieron  llevar  la  obra  más  adelante.  Con  su  ini- 
ciativa avezada  a  todo,  el  P.  Vargas  recorrió  la  ciudad  y 
anduvo  de  puerta  en  puerta  para  convidar  a  los  hombres  de 
Trabajo.  Al  mismo  tiempo,  un  jinete  iba  por  los  campos; 
tremolando  una  bandera  blanca,  en  que  se  leía  inscripciones 
encarnadas,  las  repetía  a  voces  en  los  caseríos:  :<¡  Perdón 
general!  Vamos  a  Ejercicios!  Salvemos  nuestra  alma!»  A  tan 
original  y  apremiante  invitación  respondieron  G8B  hombres 
que,  en  dos  corridas  espirituales,  llenaron  el  recinto  de  San 
Ignacio.  Pero,  para  evitar  las  borracheras  clásicas  que  des- 
lucían la  entrada  a  retiro,  se  imprimió  en  la  boleta  de  ad- 
misión este  aviso  sin  réplica:  «Se  excluirá  al  portador  que 
se  presente  en  estado  de  ebriedad».  Tal  medida  fué  eficacísi- 
ma; cortó  por  la  raíz  un  abuso  tan  inveterado  como  ver- 
gonzoso. Contribuyó  también  al  fervor  y  popularidad  de  los 
Ejercicios  el  hecho  de  restablecer  las  antiguas  usanzas  de 
penitencia:  disciplina  diaria,  llevar  todos  por  un  día  entero 
una  corona  de  espinas,  cargar  por  turno  una  pesada  cruz.  Así 
mismo,  revistió  la  salida  las  solemnidades  de  antaño.  Se 
verificó  al  son  de  las  campanas,  del  orfeón  y  de  los  cánti- 
cos, bajo  la  lluvia  de  flores  que  arrojaban  las  esposas,  ma- 
dres e  hijas,  en  medio  del  llanto  de  los  ejercitantes  que  be- 
saban el  piso  de  la  casa  y  los  pies  de  los  misioneros. 

Una  de  las  causas  que  favorecieron  las  conversiones  fue 
un  crucifijo  de  origen  maravilloso  que  estaba  en  la  capilla  1\ 


(1)  Este  relato  es  el  compendio  fiel  de  los  documentos  que  recogió, 
en  1909,  el  P.  Fallert.  redentorista.  El  1892,  varios  campesinos  habían 
hecho  a  la  comunidad  narraciones  verhales,  pero  hizo  el  Padre  una  en 
cuesta  formal,  y  encontró  a  dos  declarantes  principales:  1.°  Don  Faustino 
Muño/.,  venerable  anciano,  vecino  de  Hualve  en  la  época  de  los  sucesos. 
Entregó  al  Padre  una  reseña  escrita  de  los  detalles  del  hallazgo,  que  co- 
nocía por  la  narración  del  mayordomo  Antonio  Fuentes,  y  de  la  escena 
ile  la  efusión  sanguínea  que  había  presenciado  él  mismo.  2.°  Angela 
Fuentes,  hija  del  mismo  mayordomo.  También  puso  en  manos  del  Padre 
una  acta  firmada  en  la  (pie  consigna  idénticamente  los  hechos:  el  descu 
hrimiento  y  extracción  del  Cristo  que  oyó  contar  muchas  veces  por  la 
señora  Muñoz,  por  su  propio  padre  y  por  el  ovejero  Manuel  Canales, 
testigos  oculares,  y  el  derramamiento  de  sangre  al  cual  estaba  presente 
ella  personalmente.  Ambos  documentos  están  archivados  en  el  convento 
redentorista  de  Cauquenes.  ¿Cómo  explicar  la  existencia  del  Cristo  en  el 
espino?  Es  un  misterio.  ¿Quién  lo  ha  esculpido?  Es  un  enigma.  Citamos 
los  hechos  sin  pretender  darles  un  carácter  y  valor  sobrenatural,  cosa 
que  sólo  la  autoridad  de  la  Iglesia  puede  conocer  y  autenticar,  y  u  cuyo 
criterio  y  fallo  humildemente  sometemos. 


CONVENTO    DE  CAUQUENES 


4:? 


He  aquí  su  historia  según  relación  de  testigos  fidedignos.  A 
principios  de  1835,  doña  Nicolasa  Muñoz  poseía  el  fundo  «La 
Casualidad»,  en  Hualve,  lugar  situado  al  poniente  y  a  tres 
leguas  de  Cauquenes.  Un  día,  mandó  a  un  sirviente,  Antonio 
Lara,  que  fuese  a  cortar  un  añoso  y  grueso  espino  para 
fabricar  con  él  un  arado.  Levantábase  el  árbol  a  cincuenta 
metros  de  la  casa.  Pero,  he  aquí  que,  a  cada  hachazo  del 
trabajador,  salieron  del  tronco  unos  como  quejidos.  Admirado 
el  hombre,  lo  revisó,  y  recorrió  los  alrededores  en  demanda 
del  ser  adolorido  que  plañía,  y  no  descubriendo  a  nadie, 
reanudó  su  tarea.  Mas,  tres  veces  seguidas,  a  cada  golpe, 
volvió  a  percibir  los  mismos  ayes,  que  no  podían  ser  crujidos 
de  la  leña.  Todo  turbado,  fué  a  dar  parte  del  extraño  suceso 
a  la  señora,  la  cual,  con  el  mayordomo,  se  encaminó  al  sitio. 
En  presencia  de  ellos,  el  obrero  tornó  a  hachear;  y  no  sólo 
se  dejaron  oír  los  mismos  gemidos,  sino  que  del  espino  em- 
pezó a  brotar  sangre.  Sospechando  entonces  algún  portento, 
la  señora  hizo  aserrar  el  árbol  por  la  base,  y  ordenó  que  lo 
rajaran  con  sumo  cuidado.  A  los  pocos  momentos,  apareció  el 
dibujo  de  dos  pies  humanos,  y  pronto,  en  la  parte  superior, 
como  el  molde  de  una  cabeza.  Asombrada  por  tal  novedad, 
doña  Nicolasa  prohibió  continuar  el  trabajo,  y  notició  el  fe- 
nómeno a  los  religiosos  de  Santo  Domingo.  Uno  de  ellos,  el 
P.  Tomenelo,  fué  a  examinar  prolijamente  el  tronco,  y  reco- 
noció que  encerraba  un  santo  Cristo.  Sacando  astilla  por  as- 
tilla, lo  dejaron  al  descubierto :  tenía  cerrados  los  ojos  y  le 
faltaba  las  manos.  Una  vez  desprendido  de  su  envoltorio  de 
madera,  lo  llevaron  a  casa,  le  esculpieron  manos  nuevas,  y 
la  señorita  Muñoz  le  arregló  un  oratorio  y  un  altar:  allí,  el 
cura  don  Rafael  Aravena  celebró  muchas  veces  la  santa  Misa. 
Poco  después  del  hallazgo  providencial,  sobrevino  el  espantoso 
terremoto  del  183ó,  y  se  hundió  la  casa  del  fundo,  menos  la 
pieza  que  servía  de  capilla  al  «Cristo  del  Espino».  La  nueva 
de  esta  protección  cundió  por  la  comarca,  y  confirmó  la  pro- 
cedencia sobrenatural  de  la  imagen;  desde  entonces,  el  hu- 
milde oratorio  se  convirtió  en  un  centro  de  romerías,  donde 
los  vecinos  cumplían  sus  mandas  y  conseguían  numerosos  fa- 
vores. Pero,  con  el  tiempo  se  deterioró  la  pintura,  y  el  párro- 
co resolvió  darle  refección  a  la  estatua.  Como  era  preciso 
llevarla  al  pueblo  de  Caracol,  el  señor  Aravena  reunió  a  to- 
dos los  habitantes  de  los  contornos  para  que  la  acompaña- 
ran procesionalmente.  El  artista,  Patricio  San  Juan,  quiso  des- 
clavarla de  la  cruz;  mas,  a  los  primeros  golpes  que  dió  en 
los  clavos,  empezó  a  correr  sangre  de  las  manos  y  del  cos- 
tado. Lleno  de  emoción,  el  cura  la  recogió  con  dos  lienzos 
blancos,  y  los  enseñó  a  la  muchedumbre  espantada.  Cada 
paño  llevaba  tres  manchas  purpúreas,  de  diez  centímetros 
cuadrados.  Como  seguía  aún  esta  efusión  sangrienta,  mandó 
el  párroco  que  pidiesen  todos  la  cesación  del  prodigio,  para 
que  fuera  posible  retocar  la  veneranda  imagen,  lo  cual  se 
alcanzó  de  Dios  a  los  pocos  minutos.  Los  lienzos  quedaron 


44 


ir>S   REDENTORISTAS   EN  CHILE 


reservados  detrás  del  altar,  con  el  fin  de  enviarlos  al  Obispo 
tomo  preciosas  reliquias.  Más  tarde,  estuvo  uno  en  poder  de 
una  familia  particular,  y  el  otro  fué  regalado  a  un  convento 
de  monjas  en  Concepción.  Doña  Nicolasa  murió  a  los  110 
años,  dejando  su  hacienda  al  señor  Sebastián  Villalobos.  Este, 
a  su  vez,  legó  a  su  hermano  Bartolomé  la  maravillosa  imagen, 
y  el  fundador  de  la  casa  de  Ejercicios  la  trasladó  a  la 
capilla  de  San  Ignacio.  En  el  trayecto,  renovóse  en  cierta 
manera  el  prodigio  acontecido  a  San  Cristóbal;  pues,  a  me- 
dida que  avanzaban  los  portadores  del  crucifijo,  se  volvía 
éste  más  y  más  pesado.  Lo  acomodaron  frente  al  pulpito; 
y  los  ejercitantes,  que  conocían  todos  su  estupenda  histo- 
ria, hallaban  siempre  a  sus  .pies  el  dolor  de  los  pecados 
y  la  confianza  en  el  perdón.  Se  encuentra  ahora  en  el  mag- 
nífico templo  de  los  Redentoristas. 

Como  era  lo  natural,  el  infierno  y  sus  satélites  no  pu- 
dieron ver  con  indiferencia  esta  resurrección  de  los  Ejerci- 
cios que  debían  salvar  a  incontables  almas.  Una  mujer  atea 
y  escandalosa,  redactora  del  periódico  «El  Polo»,  se  propuso 
echar  por  tierra  el  naciente  apostolado  de  los  Redentoristas. 
Con  este  fin,  arrastró  por  el  lodo  el  honor  sacerdotal  del 
P.  Vargas,  instigador  y  sostén  del  bien  realizado.  Sacó  del 
basural  de  Talca  un  antiguo  pasquín  repugnante  que  imputa- 
ba, al  entonces  cura  de  esta  ciudad,  los  más  horrendos  crí- 
menes. Reimprimió  bastantes  ejemplares  para  deslizar  uno 
por  debajo  de  todas  las  puertas,  y  difundir  seguramente  sus 
infamaciones.  Además,  menudeó  artículos  contra  la  práctica 
de  los  Ejercicios.  Según  esa  arpía,  eran  ellos  «un  foco  de 
epidemias  por  la  aglomeración  de  la  gente,  un  centro  de  po- 
lítica encubierta  con  capa  de  coro,  una  obra  de  fanatismo 
fósil  indigna  de  la  civilización  moderna,  una  fuente  de  daños 
materiales  para  la  clase  obrera  a  quien  le  quitaban  tiempo, 
dignidad  y  dinero».  Con  todo,  esa  campaña  tle  odios,  im- 
piedades y  calumnias,  lejos  de  dañar  al  ministerio  de  los 
Redentoristas,  sirvió  a  consolidar  su  acción  religiosa  en  el 
pueblo.  Así  lo  testimoniaron  los  mil  ejercitantes  eme  se  su- 
cedieron, en  tres  grupos,  bajo  el  techo  de  San  Ignacio,  así 
como  las  pruebas  múltiples  de  afecto  y  adhesión  de  los  ha- 
bitantes. 

En  aquel  tiempo,  a  pesar  de  la  larga  y  constante  labor 
de  la  incredulidad  en  la  prensa  y  en  el  liceo,  Cauquenes  con- 
servaba aún  una  atmósfera  de  notable  religiosidad.  Sin  duda, 
la  clase  acomodada,  que  veinte  años  antes  se  veía  en  el 
comulgatorio,  se  extraviaba  entonces  por  los  campos  del  in- 
diferentismo; sin  embargo,  no  era  la  pérdida  de  la  fe,  sino 
el  respeto  humano  el  que  iba  alejando  a  los  caballeros  de  sus 
deberes  de  católicos.  Ese  temor,  se  lo  había  infundido  uno 
de  los  Intendentes  anteriores,  impío  de  tomo  y  lomo.  Los 
Domingos,  plantado  ert  el  umbral  de  la  iglesia,  hacía  burla 
de  los  que  entraban  y  salían,  y  ostensiblemente  inscribía 
sus  nombres.  Consiguió,  de  esta  manera,  amilanar  a  muchos 


CONVENTO    OE  CAUOUENES 


4  ó 


que  poco  a  poco  se  desacostumbraron  de  la  Misa  y  de  los 
Sacramentos.  Sin  embargo,  no  por  eso  habían  abjurado  sus 
creencias,  conforme  Lo  evidenciaron  en  aquella  época  de  1894. 
Cuando  un  tal  Caravantes,  rector  del  Liceo,  pretendió  implan- 
tar en  la  enseñanza  los  cursos  mixtos  y  las  teorías  inmora- 
les y  revolucionarias  de  Serapio  Lois,  no  sólo  los  diez  y 
seis  alumnos  de  filosofía  se  sublevaron  contra  él,  sino  que 
los  padres  de  familia  y  una  parte  de  los  concejales  apelaron 
al  Ministro  de  Instrucción.  Tan  enérgica  fué  su  protesta  que 
recabaron  la  destitución  del  maestro  innovador  y  la  supre- 
sión inmediata  de  aquella  indecente  coeducación.  En  cuanto 
al  pueblo,  tenía  aún  la  fe  ardiente  y  sencilla  que  había 
recibido  de  sus  antepasados;  pero,  necesitaba  alguna  direc- 
ción y  un  eficaz  amparo  contra  los  ataques  y  mentiras  de 
los  descreídos,  y  esta  empresa  de  celo,  tan  conforme  al  es- 
píritu ligoriano.  fué  el  objeto  principal  de  los  trabajos  de 
la  comunidad. 


I  ^ 


Convento  redentorista  en   Cauquenes  (Maule) 

Cuando  la  noticia  del  espléndido  éxito  de  los  Ejercicios 
llegó  al  conocimiento  de  los  superiores,  se  desvanecieron  sus 
dudas  y  recelos  tocante  a  la  oportunidad  de  la  fundación,  y 
el  14  de  Febrero  de  1894  decretaron  la  erección  canónica  del 
convento.  Fiados  ya  en  su  estabilidad,  empezaron  los  Padres 
a  reformar  el  edificio  de  los  ejercitantes.  Prolongóse  la  ca- 
pilla, y  se  la  completó  con  un  piso  y  cielo  de  madera,  con 
ornamentos  nuevos,  tres  altares,  seis  confesonarios,  un  pul- 
pito, un  viacrucis  y  un.  comulgatorio.  Tantas  novedades  reve- 
lan la  pobreza  y  desnudez  primitivas  de  la  iglesia.  Además, 
se  ensanchó  el  comedor,  haciéndolo  capaz  de  400  personas. 
Por  fin,  se  construyeron  las  dependencias  imprescindibles,  y 
se  acondicionó  la  clausura  estricta  que,  según  las  ordenan- 
zas episcopales,  debe  existir  para  dar  Ejercicios  a  las  mu- 
jeres.  Para  el  año   siguiente  todo   quedó  aparejado,   y  fué 


4n 


LOS   REDENTORISTAS    EN  CHILE 


posible  predicar  tres  retiros  femeninos  con  una  asistencia 
global  de  71.">.  Desde  entonces,  no  pasó  ningún  invierno  sin 
que  alternasen  varias  tandas  espirituales  en  pro  de  ambos 
sexos,  lo  cual  se  prosiguió  hasta  1919.  En  esta  fecha,  fué 
necesario  suspenderlas  por  falta  de  medios  y  excesiva  po- 
breza de  la  gente.  Pero,  en  los  veintisiete  años  que  duró  este 
apostolado,  el  total  de  ejercitantes  ascendió  a  6,859  hombres 
y  <i.82H  mujeres.  ¿  V  quién  dirá  todos  los  milagros  de  gracia 
que  se  verificaron  entre  estas  desnudas  paredes?  ¿Quién  las 
conversiones  estupendas  de  que  fueron  ellas  testigo?  ¡Cuán- 
tas almas  encontraron,  en  este  humilde  recinto,  el  camino 
de  la  regeneración  y  la  puerta  del  Cielo! 

La  actividad  de  los  hijos  de  San  Alfonso  no  lardó  en 
explayarse.  Al  aquilatar  el  párroco  los  resultados  halagüeños 
de  las  primeras  series  de  Ejercicios,  les  ofreció  dirigir  la 
Sociedad  del  Sagrado  Corazón  que  vegetaba  tristemente.  Lo 
aceptaron  ellos  con  tanto  mayor  agrado  cuanto  que  sería  un 
medio  poderosísimo  de  afianzar  el  bien  de  los  retiros  anua- 
les. Su  gobierno  fué  puesto  en  manos  del  P.  Vargas.  Este, 
con  su  tino  práctico,  mudó  primero  la  denominación  de  la 
cofradía  por  el  título  de  San  José,  más  adecuado  a  los  obre- 
ros. En  seguida,  retocó  los  estatutos,  subió  la  cuota  men- 
sual a  veinte  centavos  para  sufragar  así  los  gastos  de  mé- 
dico, botica  y  sepultura:  arregló  el  mausoleo,  compró  un 
carro  mortuorio  elegante,  y  citó  a  sus  congregantes  a  reu- 
nión general  para  el  3  de  Septiembre  de  1894.  Pocos  eran, 
pocos  ac  udieron.  Mas.  la  palabra  insinuante  y  popular  del 
director  trocó  este  reducido  núcleo  en  un  grupo  de  apósto- 
les; y  mientras  buscaban  adeptos  entre  sus  amigos,  fué  él 
mismo  por  la  ciudad  y  los  campos.  En  una  y  otra  parte 
halló  tan  buena  voluntad  que,  al  cabo  de  un  mes  de  pro- 
paganda, alistó  en  la  cofradía  a  ólO  hombres.  Con  encan- 
tadora fidelidad  se  juntaron  en  San  Ignacio  para  los  retiros 
mensuales.  Permanecían  encerrados  el  día  entero.  Por  la  ma- 
ñana, tenían  misa  solemne  de  comunión,  seguida  del  des- 
ayuno; a  las  diez,  rosario  y  plática;  a  las  once,  almuerzo 
en  silencio  con  una  lectura  edificante;  a  la  una.  viacrucis; 
a  las  cuatro,  conferencia  sobre  algún  asunto  de  vida  cris- 
tiana y  bendición  con  el  Santísimo.  En  los  momentos  des- 
ocupados, leían  o  rezaban  por  sut  cuenta,  y  asistían  a  clases 
de  lectura  y  catecismo.  Más  tarde,  con  el  objeto  de  volver 
más  atrayentes  estos  retiros,  el  ingenioso  P.  Vargas  ideó 
otro  arbitrio:  dispuso  rifas  cuyos  premios  se  acomodaban  a 
los  gustos  y  necesidades  de  su  gente,  es  decir  una  ternera 
rolliza,  un  terno  flamante,  los  aperos  de  algún  oficio  me- 
cánico. De  esta  manera,  el  interés  apuntaló  el  fervor,  el 
entusiasmo  se  propagó,  y  a  la  vuelta  de  un  año,  eran  992 
los  afiliados  a  la  Sociedad.  Se  dividieron  en  dos  secciones, 
urbana  y  rural,  con  sendas  reuniones  en  diferentes  Domin- 
gos: 300  del  pueblo,  500  del  campo  formaban  la  asistencia 
media,  y  algunos  acudían  desde  siete  leguas  a  la  redonda. 


• 


CONVENTO    OE  CAUOUENES 


17 


Uno  de  los  estímulos  más  eficientes  del  aima  popular 
son  ciertamente  las  fiestas.  Convencido  de  ello,  el  P.  Vargas 
las  multiplicó.  La  bendición  de  la  carroza  mortuoria  dió  lu- 
gar a  una  manifestación  original  que  fué,  a  la  vez,  satis- 
facción para  los  buenos,  incentivo  para  los  vacilantes,  cartel 
de  desafío  a  los  contrarios,  predicación  para  todos.  Adornada 
con  coronas  de  arrayán  y  flores,  recibió  primero  las  preces 
rituales  en  el  patio  del  convento.  Hecho  lo  cual,  se  forma- 


Iglesia  de  San  Alfonso 


ron  los  socios  en  correctas  filas,  y  abrieron  la  marcha.  Tras 
ellos  rodaba  el  carro,  cuyos  cristales  lucían,  en  pinturas  de 
oro,  palmas  de  triunfo  junto  al  ángel  de  la  resurrección.  Los 
prefectos  de  coro  tiraban  de  él,  y  el  eco  de  las  -  alies  re- 
petía a  lo  lejos  el  severo  cántico  de  las  Saetas.  Cuatro  mil 
personas  lo  seguían,  atraídas  por  la  novedad,  e  impresiona- 
das por  esta  saludable  lección  de  la  muerte.  En  la  plaza, 
una  partida  de  borrachínes,  asalariados  por  el  odio  de  la 
impiedad,  acometió  el  desfile  con  gritos  y  demasías;  pero, 
la  actitud  resuelta   de  los  católicos  los  mantuvo  a  raya,  \ 


48 


I  OS  REDENTORISTAS   EN  Cl  ULE 


su  prudencia  evitó  el  alboroto  del  que  esperaban  los  secta- 
rios sacar  partido  en  contra  de  la  religión.  «El  Polo»  vino 
en  su  auxilio.  Al  día  siguiente,  disparó  un  cedulón  furibundo 
que  introdujo  en  todos  los  hogares.  En  él  vertía  sus  hieles 
contra  «esos  Jesuítas  del  cerro  que  habían  paseado  por  las 
calles,  cual  reclamo  político,  un  ridículo  birlocho  de  marras», 
y  prometía  «no  dar  tregua  jamás  a  esos  hijos  de  Loyola». 
Pero,  el  papelucho  no  destruyó  el  efecto  moral  que  había 
producido  en  los  ánimos  la  peregrina  procesión.  La  valentía 
y  resolución  de  los  socios  se  habían  enardecido,  y  confesa- 
ban que  la  ceremonia  les  había  hecho  tanto  bien  como  dos 
sermones. 

En  otra  ocasión,  los  llevó  su  director  a  la  parroquia, 
cuna  de  la  hermandad.  Allí,  después  de  la  comunión  gene- 
ral, les  aderezó  un  espléndido  banquete,  en  el  cual  la  últi- 
ma tirada  de  «El  Polo»  fué  la  servilleta  de  los  convidados. 
En  el  tredécimo  aniversario  de  fundarse  la  Sociedad,  el  27 
de  Septiembre  de  1906,  se  convocó  a  sus  miembros  a  una 
junta  extraordinaria.  Concurrieron  seiscientos.  Hubo  misa  so- 
lemne, almuerzo  opíparo,  acto  literario-musical,  bajo  los  ga- 
llardetes, banderolas  y  flores  que  engalanaban  el  recinto  de 
San  Ignacio.  Renovadas  anualmente,  esas  manifestaciones  de 
inocente  fraternidad  y  alegría  robustecieron  la  constancia  de 
todos:  en  1910,  se  agrupaban  todavía  en  número  de  947.  Si 
en  este  último  lustro  empezó  a  decrecer,  es  una  triste  señal 
de  que  los  afanes  de  los  obreros  evangélicos  no  contrarres- 
tan ya  el  indiferentismo,  el  cual  se  va  infiltrando  en  las 
clases  trabajadoras  y  en  los  tugurios  del  campo.  Lo  que 
consuela,  es  pensar  en  el  bien  realizado.  ¡Cuántos  miles  de 
hombres  hallaron  en  aquella  cofradía  una  arca  de  salva- 
ción! Merced  a  ella  ¡  cuán  innumerables  pecados  se  han  re- 
mitido, y  cuántos  se  han  evitado! 

Una  vez  asentada  en  firme  base  la  Sociedad  de  hom- 
bres, deseó  el  P.  Vargas  procurar  también  a  las  mujeres  un 
medio  de  perseverancia  y  fervor.  El  más  apropiado  era  la 
Archicofradía  de  Nuestra  Señora  del  Perpetuo  Socorro  y  la 
Súplica  perpetua.  Las  inauguró  en  Octubre  de  1895.  Con 
infatigable  tesón,  fué  otra  vez  a  llamar  a  la  puerta  de  los 
pobres,  entró  en  el  salón  de  los  ricos,  recogió  adhesiones, 
organizó  los  coros  de  suplicantes,  y  tras  un  año  de  rudo 
bregar  impuso  a  la  obra  funcionamiento  perfecto.  Un  hecho 
milagroso  vino  a  coadyuvar  sus  esfuerzos.  Cierta  mujer,  al 
guisar  la  comida,  recibió  en  los  ojos  salpicaduras  de  man- 
teca hirviendo  que  iban  a  dejarla  ciega.  Un  Padre  redento- 
rista  la  confesó  en  el  hospital,  y  la  exhortó  a  que  prometiera 
inscribirse  en  la  Súplica  en  caso  de  que  la  Virgen  del 
Perpetuo  Socorro  le  conservase  la  vista.  Hízolo  así  ella, 
mientras  el  confesor  le  aplicaba  una  medalla  sobre  la  frente. 
Al  punto  cesaron  sus  agudos  dolores  y  empezó  a  reducirse 
la  hinchazón.  Al  amanecer  siguiente,  la  infeliz  había  reco- 
brado ya  el  uso  de  los  ojos,  y  el  quinto  día  era  imposible 


CONVENTO    DE   CAUQUEN ES 


411 


descubrir  el  menor  rastro  del  terrible  accidente.  La  noti<  ia 
.del  prodigio  llevó  la  confianza  a  todos  los  corazones,  y  en 
1897  acudían  al  retiro  mensual,  en  sus  respectivos  Domingos, 
mil  mujeres  de  La  ciudad  y  mil  quinientas  del  campo.  Mu- 
chas de  éstas  no  trepidaban  en  hacer  un  penosísimo  viaje 
de  cuatro  y  hasta  seis  leguas.  En  1910,  el  número  de  su- 
plicantes culminó  en  los  3,300.  Las  del  pueblo,  repartidas 
en  sesenta  coros,  cumplían  su  hora  semanal  de  Súplica  en  la 
iglesia;  las  demás,  diseminadas  por  el  departamento,  for- 
maban cien  agrupaciones.  En  la  tarde  del  Sábado  o  del 
Domingo,  cada  sección  se  juntaba  en  alguna  capilla  rústica 


Interior  del  templo 


o  en  la  vivienda  de  la  celadora.  Allí,  ante  la  imagen  de  Nues- 
tra Señora,  rezaban  el  santo  rosario,  se  les  leía  algún  libro 
edificante,  tenían  repaso  de  la  doctrina  cristiana  y  de  las 
oraciones  más  necesarias,  y  cuando  era  hacedero  recibían  una 
clase  de  lectura.  Tuvo  alguien  la  oportuna  idea  de  instituir 
la  Súplica  para  los  hombres,  reservándoles  el  día  Domingo. 
Les  agradó  tanto  que  cuatrocientos  ingresaron  en  ella,  y  en 
seis  coros  se  turnaron  ante  el  cuadro  de  la  divina  Madre. 
Esta  práctica  admirable  sigue  todavía  su  curso,  lo  mismo 
que  en  Santiago.  En  lo  presente,  880  mujeres  de  la  ciudad 
y  750  del  campo  cumplen  con  las  obligaciones  de  la  Archi- 
cofradía,  y  así   atraen  a   sus  hogares  las   gracias   y  bendi- 


50 


LOS   REDENTORISTAS    EN  CHILE 


ciones  de  Nuestra  Señora  que  hacen  florecer  en  ellos  las 
virtudes,  la  paz  y  la  íntima  felicidad. 

Las  referencias  del  inmenso  bien  efectuado,  la  creciente 
prosperidad  de  aquellas  dos  instituciones  vitales,  inclinaron 
por  fin  el  parecer  de  los  superiores,  y  otorgaron  el  permiso 
de  reanudar  la  fábrica  del  convento  nuevo.  El  28  de  Marzo 
de  1897,  se  llevó  procesionalmente  la  primera  piedra  del  edi- 
ficio, desde  el  caserón  de  San  Ignacio  hasta  el  solar  com- 
prado. El  Ilustrísimo  Señor  Plácido  Labarca,  movido  de  la 
amistad  con  que  distinguió  siempre  a  los  Redentoristas,  pre- 
sidió la  ceremonia,  y  siguió  a  pie  el  carro,  embellecido  con 
primor,  en  que  iba  el  canto  fundamental,  labrado  y  cubierto 
de  festones.  En  un  conceptuoso  discur'so  ensalzó  las  venta- 
jas inapreciables  que  reporta  a  las  almas  de  un  pueblo  una 
comunidad  religiosa  de  misioneros,  y  efectuó  los  sagrados 
ritos  en  presencia  de  cinco  mil  personas.  Uno  de  los  padri- 
nos era  el  Intendente,  señor  Benigno  Rodríguez.  Merced  a 
la  generosidad  de  los  fieles,  a  las  dádivas  de  la  Providencia, 
al  afán  constante  de  los  Padres,  surgieron  los  edificios  como 
por  ensalmo.  A  los  dos  años,  estuvieron  terminados  y  habi- 
tables, y  la  iglesia  lista  para  el  culto.  En  consecuencia,  el 
24  de  Septiembre  de  1899,  la  comunidad  se  trasladó  a  ellos 
y  pronto  ensanchó  sus  trabajos  espirituales  en  provecho  de 
la  población. 

Ante  todo,  dedicó  especial  atención  a  la  niñez,  y  la  obra 
catequística  tomó  un  singular  desarrollo.  Desde  el  principio, 
uno  de  los  Padres  era  profesor  de  religión  en  uno  de  los 
colegios  fiscales;  pero,  esta  enseñanza,  recluida  entre  las 
paredes  de  una  escuela,  era  por  demás  estrecha  para  ser 
satisfactoria  y  eficaz.  Por  lo  tanto,  en  Febrero  de  1900, 
dióse  principio  a  las  catequesis  en  la  iglesia  nueva.  En  la 
mañana  del  Domingo,  hacíase  repetición  del  rezo  únicamente, 
y  en  la  tarde  se  inculcaba  la  doctrina.  El  P.  Mario  Roussel, 
con  sus  dotes  excepcionales  para  avasallar  la  infancia,  fué 
el  organizador  principal  de  este  apostolado.  Buscó  a  los  ni- 
ños en  los  hogares,  visitó  las  escuelas,  hizo  presa  en  cuantos 
chicos  encontró  zanganeando  por  las  calles;  con  su  bondad, 
sus  dulces,  sus  estampas  cautivó  a  la  mitad  de  la  niñez  po- 
bre de  la  ciudad,  cuyas  oleadas  inundaron  regularmente  las 
tres  naves  del  anchuroso  templo. 

Además  de  este  catequismo  dominical,  instituyó  un  retiro 
periódico.  El  primer  Domingo  de  cada  mes,  congregó  en  una 
comunión  general  a  los  niños  de  ambos  sexos.  Las  niñitas 
oían  una  plática,  por  la  mañana,  en  la  misma  iglesia;  en  la 
tarde  se  citaba  a  los  chicos  en  la  casa  de  San  Ignacio. 
Agrupados  en  la  cofradía  del  Niño-Jesús,  se  les  imponía  al- 
gunos ejercicios  especiales:  viacrucis,  rezo  del  rosario  y  pre- 
dicación, después  de  lo  cual:  inocentes  juegos.  Dos  hechos 
darán  alguna  idea  del  empuje  que  animaba  entonces  a  aque- 
lla población  menuda.  En  1903,  reunió  el  P.  Mario  a  900 
niños,  y  los  guió,  en  solemne  y  recogida  procesión,  hasta  la 


CONVENTO    DE  CAUQUENES 


5] 


iglesia  parroquial.  Allí  comulgaron  de  mano  del  cura;  y  éste, 
al  dar  después  un  abrazo  al  celoso  catequista,  exclamó  al- 
borozado: «¡Ahí  Padre,  qué  espectáculo  más  hermoso!  Ver 
mi  templo  lleno  de  niños!  Nunca,  en  mi  vida,  he  presenciado 
cosa  semejante  ni  más  enternecedoral»  y  gruesas  lágrimas 
de  júbilo  corrían  por  las  mejillas  del  pastor.  En  Octubre  de 
1906,  el  mismo  Padre  predicó  a  su  joven  auditorio  seis  días 
de  Ejercicios  en  la  casa  de  San  Ignacio.  Setecientos  chiqui- 
llos asistieron  a  ellos  con  admirable  asiduidad;  quinientos 
recibieron  la  santa  comunión  en  la  encantadora  fiesta  que 
coronó  aquella  semana  de  recogimiento.  El  incansable  após- 
tol de  los  pequeños  se  esmeró  aún  más  en  disponerlos  para 
la  primera  comunión.  Mes  y  medio  antes,  hacía  una  instruc- 
ción semanal;  los  cinco  días  que  precedían  la  solemnidad 
eran  de  retiro  estricto,  con  misa,  lectura  sobre  las  verdades 
eternas,  plática  y  rosario  en  la  mañana;  otro  rosario  y  una 
segunda  instrucción  en  la  tarde.  Semejantes  fiestas  eran  ver- 
daderos triunfos  para  Jesucristo,  y  dejaban  en  las  almas  in- 
fantiles recuerdos  imborrables  y  semilla  fecunda  de  perse- 
verancia y  de  virtud.  Esta  obra  catequística  perdura  aún.  Al- 
rededor de  trescientos  chicos  siguen  la  enseñanza  hebdoma- 
daria de  la  religión,  y  la  misión  anual  que  se  les  reserva. 

Otra  fiesta  religiosa  ha  sido  siempre  eficaz  para  exaltar 
el  alma  del  pueblo:  es  la  procesión  del  25  de  Diciembre.  La 
de  1906  fué  particularmente  grandiosa.  Tomaron  parte  en  ella 
trescientos  niños,  la  Súplica  urbana  y  rural,  la  cofradía  de 
los  Josefinos,  y  cuantos  cristianos  poblaban  la  ciudad.  Seis 
mil  personas  se  apiñaron  en  las  calles,  en  un  largo  de  diez 
cuadras;  las  encabezaba  una  anda  colosal  que  representaba 
el  pesebre  de  Belén,  con  la  divina  Familia  y  un  ángel  que 
de  lo  alto  descendía  a  la  humilde  gruta.  En  el  recorrido 
de  veinte  manzanas  no  había  vivienda  que  no  luciese  en  la 
fiachada  ramos  y  flores;  no  pocas  ostentaban  un  nacimiento 
gracioso  y  rústico.  La  banda  militar  alternaba  sus  toques 
con  el  estruendo  popular  de  los  cánticos.  ¡  Inolvidable  espec- 
táculo! La  población  casi  entera  tomó  a  pechos  exteriorizar 
su  piedad  y  su  fe,  su  protesta  solemne  contra  las  blasfemias 
de  los  incrédulos,  su  gratitud  por  haberse  librado  de  las 
ruinas  del  terremoto.  Fué  aquello  la  exacta  reproducción  de 
las  escenas  de  Belén:  el  Niño-Dios  odiado  y  perseguido  por 
los  Herodes  modernos,  coronados  de  sus  ambiciones  y  vicios, 
pero  también  adorado  y  querido  por  los  pobres  de  los  tu- 
gurios. Cada  año  recibió  estos  homenajes  de  la  muchedum- 
bre, y  son  timbre  de  gloria,  para  los  Cauqueninos,  aquellos 
desfiles  religiosos  que  en  muy  pocas  ciudades  de  Chile  han 
adquirido  tan  magníficas,  constantes  y  consoladoras  propor- 
ciones. 

Allá,  lo  mismo  que  en  Santiago,  el  ministerio  sagrado 
ha  tenido  siempre  notable  actividad  en  la  iglesia  de  San 
Alfonso.  Desde  los  principios,  son  cuatro  las  instrucciones 
dominicales;  en  el  año,  se  celebran  el  mes  de  María  y  las 


52 


IOS   REDENTORIST  AS    EN  CHILE 


novenas  solemnes  de  Nuestra  Señora,  San  Alfonso,  Corpus 
y  Animas,  lo  que  da  un  total  de  354  predicaciones,  con  una 
asistencia  media  de  mil  personas.  Como  fomentos  de  piedad 
y  fervor  existen  dos  cofradías  particulares:  la  de  Animas 
establecida  en  1900,  que  empezó  con  cuatrocientos  afiliados, 
y  cada  Lunes  atrae  a  numerosos  fieles,  ansiosos  de  aliviar 
a  sus  deudos  difuntos;  y  la  del  Sagrado  Corazón  que  esti- 
mula la  devoción  femenina,  y  congrega  en  el  banquete  euca- 
rístico  a  350  mujeres  todos  los  primeros  Viernes  del  año. 
El  total  de  comuniones  refleja  aquella  intensidad  de  vida 
cristiana.  Desde  33  años,  los  Redentoristas  han  distribuido 
en  su  iglesia  de  Cauquenes  1.478,334  hostias.  Se  empezó  con 


Jardín  del  convento  redentorista  en  Cauquenes 


5,200  y  se  subió  gradualmente  a  67,000;  mas,  hubo  un  des- 
censo a  56,522  en  1924. 

Para  renovar  las  conciencias,  se  dan  tres  misiones  su- 
cesivas durante  la  cuaresma  a  mujeres,  hombres  y  niños. 
Varias  veces,  y  fué  el  caso  en  1903,  se  evangelizó  la  ma- 
yor parte  de  la  población  predicando  simultáneamente  en 
la  iglesia  matriz,  en  la  de  San  Alfonso,  y  en  la  vieja  capilla 
de  San  Ignacio.  Durante  quince  días,  los  Padres  sembraron 
la  palabra  divina  en  los  corazones,  y  germinó  ella  de  tal 
suerte  que  cosecharon  la  abundante  mies  de  cinco  mil  con- 
fesiones. Habiendo  en  aquella  época  10,000  habitantes,  este 
resultado  significa  que  pocos  resistieron  a  los  toques  de 
Dios.  Pero,  se  van  alejando  tan  hermosos  triunfos.  En  1910, 
dos  mil  mujeres,  mil  hombres,  seiscientos  niños  aprovecha- 
ron todavía  las  gracias  de  la  misión;  mas,  a  pesar  de  los 
constantes  esfuerzos  de  los  Padres,  en  la  de  1923  sólo  se 


CONVENTO   DE  CAUQUEN  ES 


53 


confesaron  700  mujeres,  340  hombres  y  300  niños.  La  irreli- 
gión parece,  pues,  abrirse  camino. 

El  celo  de  la  comunidad  se  hizo  más  y  más  extensivo. 
Defender  a  los  hombres  contra  los  avances  de  la  impiedad, 
amparar  más  eficazmente  la  clase  obrera  contra  los  tentácu 
los  del  socialismo,  tal  fué  la  mira  del  P.  Enrique  Degaud. 
rector  del  convento  en  1905.  Con  este  objeto,  fundó  un  Centro 
católico,  cuya  acción  sería  más  directa  y  profunda  en  La 
masa  de  los  proletarios.  El  25  de  Diciembre,  treinta  y  cinco 
caballeros  de  toda  edad  se  alistaron  en  la  asociación,  com- 
prometiéndose a  ejercer  un  apostolado  de  palabra  y  de 
ejemplo,  y  aún  de  prensa.  Inauguróse  con  Misa  solemne,  vi- 
brante plática  y  la  tradicional  procesión  de  Navidad.  Os- 
tentando la  gallardía  de  su  fe,  los  miembros  del  nuevo 
Centro  llevaron  por  turno  el  anda  mayor.  Tras  ellos,  camina- 
ban dos  mil  personas,  de  a  cuatro  en  fila.  Visitaron  doce  Na- 
cimientos, dispuestos  en  la  esquina  de  las  calles.  Presentaban 
éstas  un  aspecto  de  victoria,  con  su  profusión  de  arcos, 
banderas,  gallardetes,  festones  y  linternas  chinescas,  con  los 
veinte  estandartes  de  las  cofradías  y  los  vistosos  uniformes 
de  la  banda  del  Chorrillos.  Pero  era  preciso  alimentar  el 
fuego  sagrado  en  el  corazón  de  estos  cristianos  escogidos,  y 
acrecer  su  reducida  liga  con  nuevos  adherentes.  Con  cuyo 
fin,  en  el  período  que  medió  entre  1905  y  1913,  se  convidó 
a  un  retiro  anual  a  todos  los  varones  creyentes  de  !a  clase, 
acomodada.  Sobre  ochenta  respondieron  a  este  llamamiento, 
aunque  no  todos  se  arrodillaron  después  en  el  tribunal  de 
la  penitencia.  Cuando  se  les  propuso  entrar  en  la  Archico- 
fradía  del  Santísimo  Sacramento,  sesenta  se  inscribieron  en 
el  acto.  De  la  misma  manera,  para  convertir  a  las  señoras 
y  señoritas  de  la  sociedad  en  otros  tantos  agentes  del  bien, 
se  les  predicó  igualmente  un  retiro  periódico,  de  1906  a  1917, 
con  una  asistencia  media  de  114.  Ambos  arbitrios  tuvieron 
por  éxito  inmediato  derribar  el  respeto  humano  en  una  por- 
ción de  los  pudientes,  encender  el  fervor  en  cierto  número 
de  estas  almas,  y  con  la  potencia  de  sus  buenos  ejemplos 
influir  en  la  religiosidad  del  pueblo.  Débese  a  esto  cierta- 
mente la  mayor  pujanza  que  el  ministerio  de  los  Redentoris- 
tas  alcanzó  en  aquel  decenio  mencionado. 

Los  encontramos  también  dando  Ejercicios,  en  1906,  a  los 
liceístas  reunidos  en  San  Ignacio,  y  todos  los  años  a  los 
alumnos  del  Instituto  de  La  Salle,  a  las  externas  de  la 
Inmaculada  Concepción,  a  las  moradoras  del  Buen  Pastor,  a 
las  tres  comunidades  de  monjas,  a  los  presos  de  la  cárcel. 
Además,  desde  el  origen  de  la  fundación,  atienden  la  ca- 
pellanía del  hospital,  donde  ejercen  entre  los  enfermos  un 
ministerio  en  extremo  fructuoso.  Por  fin,  se  les  vió  siempre 
a  la  cabecera  de  los  moribundos,  tanto  en  el  cerro  como  en 
las  chozas  más  apartadas  del  campo. 

Su  instalación  en  Cauquenes,  tan  inestable  en  los  prin-. 
cipios,  ha  sido  pues  fecundísima.  Contribuyó  a  conservar,  si- 


54 


LOS  REDENTORISTAS  en  chile 


quiera  en  parte,  la  robusta  fe  de  los  habitantes,  a  pesar  de 
la  impiedad  que,  desde  tanto  tiempo,  siembra  las  blasfemias, 
los  escarnios,  el  error  y  la  enseñanza  del  sensualismo. 


CAPITULO  VI 
SAN  BERNARDO,  1898 

Conforme  se  ha  indicado,  anhelaban  los  superiores  dar 
con  un  asilo  apropiado  para  sus  estudiantes  de  Teología. 
Como  la  casa  de  Cauquenes  no  convenía  para  tal  objeto, 
habían  éstos  permanecido  en  el  convento  de  Santiago.  Mas, 
en  ocho  años,  su  número  había  subido  a  45,  y  vivían  en  una 
estrechura  intolerable.  Sobre  esto,  la  malsana  atmósfera  de 
la  capital,  y  la  imposibilidad  del  esparcimiento  y  solaz  nece- 
sarios, habían  quebrantado  la  salud  de  varios,  por  lo  cual 
urgía  procurarles  una  morada  más  higiénica  y  en  un  sitio 
más  solitario.  En  1897,  se  pensó  adquirir  una  quinta  de  ocho 
hectáreas,  en  las  inmediaciones  de  la  metrópoli  y  a  orillas, 
del  Mapocho;  pero,  el  proyecto  no  remediaba  sino  a  medias 
la  situación,  y  el  superior  Provincial  no  le  dió  su  visto  bueno. 
Meses  más  tarde,  cierta  señora  ofreció  una  pequeña  propiedad, 
con  iglesia  espaciosa  y  elegante,  en  el  lugarejo  de  Jahuel, 
cerca  de  San  Felipe.  La  ubicación  sobre  los  contrafuertes  de 
la  cordillera  no  podía  ser  más  pintoresca;  clima  sanísimo;  las 
montañas  vecinas  muy  a  propósito  para  excursiones  saluda- 
bles. Sin  embargo,  más  de  un  tropiezo  malogró  el  intento: 
los  edificios  eran  insuficientes,  el  invierno  hacía  los  caminos 
intransitables  y  casi  imposibles  los  aprovisionamientos,  la' 
estación  de  ferrocarril  distaba  tres  horas  de  coche,  lo  apar- 
tado del  lugar  dificultaba  inmensamente  las  compariciones 
reglamentarias  en  la  Legación  francesa.  Ello  no  obstante,  se 
sometió  el  negocio  al  parecer  del  Provincial,  el  cual  juzgó 
irrealizable  también  esta  proposición,  y  todo  quedó  en  nada. 

Pero,  a  escondidas  de  todos,  el  Cielo  iba  aprestándoles 
el  albergue  que  les  destinaba.  Vintimilla,  sucesor  de  García 
Moreno,  general-dictador  y  masón,  había  arrojado  del  Ecuador 
a  varios  sacerdotes,  entre  los  que  se  contaba  el  presbítero 
don  Eliodoro  Villafuerte.  Sabio  y  virtuoso,  tenía  un  proyecto 
grande  como  su  alma,  benéfico  como  todo  lo  que  viene  de 
Dios:  el  de  dotar  las  Repúblicas  sudamericanas  de  una  ins- 
titución parecida  a  la  de  don  Grea.  Mas,  antes  de  bu,scar 
cooperadores  y  discípulos,  resolvió  aderezarles  una  casa  de 
formación  en  donde  se  acondicionarían,  por  el  estudio,  la  vida 
común  y  el  ejercicio  de  las  virtudes,  para  llevar  en  seguida 


CONVENTO  DE  SAN  BERNARDO 


55 


los  auxilios  de  su  celo  y  abnegación  a  las  parroquias  sin 
pastor.  Con  este  fin  sublime,  adquirió  un  terreno  en  San 
Bernardo,  y  sin  demora  echó  los  cimientos  de  la  construc- 
ción. Colocó  la  primera  piedra  el  2  de  Abril  de  1889,  yj  dos 
años  más  tarde,  una  de  las  alas  quedó  lista  para  acoger  a 
varios  moradores.  Seis  seminaristas  ecuatorianos,  víctimas 
como  él  de  la  persecución,  se  presentaron  entonces  para  ser 
la  base  del  nuevo  Instituto,  que  el  fundador  denominaba:  «Con- 
gregación de  los  Oblatos  del  Sagrado  Corazón».  Pero,  al  cabo 
de  pocos  meses  de  noviciado,  todos  echaron  pie  atrás,  y  re- 


Convento  redentorista  en  San  Bernardo 


gresaron  a  su  Patria  no  bien  cesó  su  proscripción.  Herido 
por  este  golpe,  hecho  el  blanco  de  contradicciones  y  calum- 
nias, solitario  entre  las  paredes  de  su  vasto  convento,  don 
Eliodoro  no  pudo  menos  de  llorar  sobre  las  ruinas  de  sus 
magníficos  ensueños.  ¿Cuál  sería  la  suerte  de  aquella  cons- 
trucción, levantada  con  la  limosna  de  generosos  bienhecho- 
res? Su  primer  pensamiento  fué  brindarla  a  una  Congregación 
misionera  que  todavía  no  existiese  en  Chile,  y  para  ello  pidió 
el  concurso  de  don  Ramón  Subercaseaux,  a  la  sazón  Ministro 
Plenipotenciario  en  Alemania.  Llamó  éste  a  la  puerta  de  doce 
Ordenes  religiosas,  pero  rehuyeron  todas  la  oferta,  alegando 


LOS  REDENTORISTAS  en  chile 


unánimemente  la  escasez  de  personal.  Seis  años  transcurrieron 
así  en  negociaciones  inútiles.  Por  aquellos  tiempos,  el  Ad- 
ministrador de  los  Talleres  «San  Vicente»  se  interesó  por  la 
casa:  el  señor  Villafuerte  se  negó  hasta  a  arrendársela,  por- 
que su  voluntad  firmísima  era  destinarla  exclusivamente  a 
alguna  comunidad  apostólica.  Desesperanzado  por  fin  de  ha- 
llarla en  Europa,  buscó  en  el  país  una  Congregación  que 
aceptase  el  edificio.  En  Enero  de  1898,  lo  ofreció  a  los  Pa- 
dres Carmelitas,  quienes  se  esquivaron.  Los  Pasionistas,  a 
su  vez,  dilataron  su  respuesta  hasta  recibir  la  decisión  de 
su  General.  En  suma,  era  la  mano  del  Señor  la  que  encami- 
naba los  acontecimientos. 

En  la  Curia  de  Santiago,  se  conocían  las  decepciones  su- 
cesivas que  iba  sufriendo  el  fundador;  para  abrirle  una  sa- 
lida, las  autoridades  eclesiásticas  le  hablaron  de  los  hijos'; 
de  San  Alfonso,  y  la  causa  de  este  honroso  empeño  es  la 
siguiente.  El  Ilustrísimo  Señor  Arzobispo  Casanova  veía,  con 
no  poca  edificación,  el  desinterés  de  los  Redentoristas  que 
daban  misiones  numerosas  y  penosísimas,  sin  percibir  el 
menor  estipendio,  llevados  únicamente  de  su  amor  a  las 
ü'rnas  y  a  la  gloria  de  DiOjS.  Al  preferirlos  en  este  asunto, 
guiso  el  metropolitano  evidenciar  la  especial  estima,  afecto 
y  gratitud  que  sentía  para  con  la  Congregación  ligoriana.  Por 
esta  razón,  insinuó  a  don  Eliodoro  la  idea  de  cederles  su 
convento  y  propiedad,  y  sin  tardanza,  puesto  que  los  edifi- 
cios ya  se  iban  deteriorando.  «Pero,  objetó  el  señor  Villa- 
fuerte,  lo  que  buscan  ellos  es  una  quinta  de  recreo  jpara  las 
vacaciones  de  sus  estudiantes,  yo  lo  sé,  y  a  ello  no  me 
avendré  jamás.  Mi  casa,  que  me  ha  costado  tantas  amarguras 
y  sacrificios,  será  habitación  de  apóstoles  o  no  será  nada!» 
Ante  declaración  tan  categórica  su  Señoría  no  creyó  opor- 
tuno insistir.  En  Marzo  siguiente,  uno  de  los  Vicarios  gene- 
rales, don  Rafael  Fernández  Concha,  volvió  sobre  este  par- 
ticular, y  la  respuesta  que  le  dió  don  Eliodoro  fué  la  llave 
providencial  del  desenlace:  «Con  gusto  posesionaré  mi  predio 
a  los  discípulos  de  San  Alfonso,  ya  que  por  vocación  son 
misioneros  de  los  pobres  y  desamparados,  pero  mi  condición 
ineludible  es  que  no  lo  conviertan  en  casa  de  campo,  por- 
que a  esto  no  me  doblaré  nunca».  Calló  por  entonces  el  Vi- 
cario. Dos  días  después,  al  ver  entrar  en  su  despacho  al  P. 
París,  rector  del  convento  de  San  Alfonso,  entendió  que  se 
lo  mandaba  el  Cielo.  Descubrióle  los  afanes  de  la  Curia  y 
las  exigencias  del  presbítero  ecuatoriano,  y  en  un  instante 
se  aclaró  la  situación.  Residía  la  dificultad  en  un  error:  lo 
que  solicitaban  los  Redentoristas  no  era  un  lugar  de  veraneo, 
sino  un  verdadero  seminario  de  estudios,  en  el  que  reinaría 
la  estricta  observancia  del  Instituto.  Al  oír  esta  explicación 
que  desataba  el  enredo,  don  Rafael  Fernández  no  se  dió  punto 
de  reposo  hasta  avistarse  con  el  señor  Villafuerte.  Noticiado 
de  que  la  influenza  lo  tenía  indispuesto,  se  personó  en  casa 
de  él  y  le  refirió  su  conversación  con  el  P.  París.  «Si  se  trata 


CONVENTO  DE  SAN  BERNARDO 


57 


de  una  fundación  canónica,  exclamó  el  enfermo,  con  *odo  el 
personal  regular  y  la  vida  perfectamente  conventual,  si  en 
ella  se  forma  por  el  estudio  y  la  virtud  una  pléyade  de 
futuros  misioneros,  no  me  quedan  reparos  que  hacer,  y  no 
falta  sino  la  anuencia  del  prelado. — La  tiene  Ud.  anticipada, 
repuso  el  Vicario,  porque  nadie  más  que  él  desea  hacer  este 
regalo  a  los  Redentoristas».  Informado  de  lo-  ocurrido,  el  su- 
perior de  ellos  fué  también  a  visitar  a¡l  doliente,  y  le  con- 
firmó su  voluntad  de  establecer  una  comunidad  según  la 
estrictez  de  la  Regla.  «En  tal  caso,  dijo  el  donante,  mis  pre- 
venciones se  desvanecen,  y  mi  propiedad  es  suya.  Veo  clara- 
mente que  ésta  es  la  voluntad  de  Dios». 

Las  circunstancias  lo  patentizaron  sin  dejar  lugar  a  dudas. 
Un  primer  impedimento  eran  las  negociaciones  entabladas 
anteriormente  con  los  Pasionistas.  Su  General  les  había  co- 
municado pleno  poder  para  finalizarlas  según  les  pareciera 
oportuno,  y  ellos  habían  admitido  las  cláusulas  de  la  escri- 
tura y  no  esperaban  sino  subscribirla.  Pero,  en  el  momento 
de  cerrar  el  contrato,  casualmente  advirtieron  unas  disposi- 
ciones que  juzgaron  inaceptables,  y  se  echaron  atrás.  Efecto 
quizás  de  las  muchas  plegarias  que  se  hacían,  entre  las  pare- 
des de  San  Alfonso,  a  San  José  y  a  los  Angeles  custodios. 
Para  efectuar  la  toma  de  posesión,  faltaban  sin  embargo  dos 
requisitos:  tener  el  consentimiento  de  los  superiores  de 
Europa,  y  despejar  los  edificios.  El  30  de  Julio  de  este  año 
1898,  trajo  el  cable  la  aceptación  del  Padre  General,  pero  que- 
daba en  pie  el  segundo  obstáculo:  la  ocupación  del  convento 
por  los  militares.  Al  estar  inminente  la  guerra  con  Argen- 
tina, se  había  decretado  una  movilización  parcial;  y  para 
alojar  a  los  reclutas,  el  Gobierno  había  dispuesto  de  cuantas 
construcciones  podían  servir  para  cuarteles.  Una  de  ellas 
era  el  seminario  del  señor  Villafuerte.  Desde  Mayo  lo  ocupa- 
ban quinientos  aspirantes  a  oficiales,  y  el  ministro  declaraba 
su  resolución  de  prolongar  el  arriendo  más  allá  del  término 
primitivo.  En  tal  conflicto,  se  acudió  al  valimiento  de  protec- 
tores influyentes;  y  como  el  arreglo  amigable  de  la  cuestión 
internacional  hacía  inútil  la  movilización,  nacieron  esperanzas 
de  conseguir  en  breve  el  retiro  de  las  tropas.  La  última  ré- 
rnora  eran  los  complicados  trámites  que  imponen  las  ofici- 
nas eclesiásticas  y  civiles,  así  como  la  redacción  y  legaliza- 
ción del  contrato  definitivo.  Afortunadamente,  la  mano  divina 
allanó  los  caminos.  Aunque  a  regaña  dientes,  empezó  el  Go- 
bierno el  licénciamiento  de  aquellos  conscriptos,  y  el  29  de> 
Agosto  expidió  el  decreto  que  devolvía  el  seminario  de  San 
Bernardo  a  su  legítimo  propietario.  En  el  ínterin,  guiado  por 
su  avezada  experiencia,  el  P.  París  llevaba  a  feliz  término  las 
diligencias  administrativas.  Merced  a  su  abnegación  incansable, 
fué  posible  firmar  las  escrituras  de  estilo  el  3  de  Septiembre. 
Era  éste  un  nuevo  beneficio  de  San  José  a  quien  se  había 
encomendado  la  serie  de  negociaciones;  por  lo  cual  se  le 
cantó,  el  4,   una   solemne   misa  en  acción   de   gra<  las1.  Algí) 


58 


LOS  REDENTORISTAS   EN  CHILE 


también  se  le  debía  a  San  Clemente  María  Hofbauer:  como 
el  señor  Villafuerte  le  tenía  profunda  devoción,  el  santo  no 
pudo  menos  de  inclinarle  a  favorecer  con  preferencia  a  sus 
hermanos  en  religión. 

Así  las  cosas,  era  indispensable  acondicionar  la  casa 
antes  de  habitarla:  concluir  uno  de  los  lados,  hacer  un  aseo 
diligente,  quitar  piedras  y  malezas  en  el  huerto,  plantar  árbo- 
les frutales.  Ruda  faena  que  llevaron  a  cabo  una  cuadrilla  de 
trabajadores  y  un  grupo  de  señoras,  y  más  tarde  una  sección 
de  estudiantes.  Esta  obra  de  Hércules  se  ejecutó  con  tal  pres- 
teza que,  el  20  de  Septiembre,  el  P.  Lamard  inauguró  la  insta- 
lación con  cinco  novicios,  tres  sacerdotes  y  dos  hermanos 
coadjutores.  El  19  de  Octubre,  cinco  carros,  graciosamente  fa- 
cilitados por  el  Gobierno,  trajeron  por  ferrocarril  el  humilde 
mobiliario  conventual,  y  un  primer  grupo  de  teólogos  se  in- 
corporó a  la  comunidad  naciente.  Una  semana  después,  se 
completó  el  número  de  los  moradores  y  se  puso  fin  a  los 
más  urgentes  trabajos  de  establecimiento.  Era  tiempo,  pues, 
de  formalizar  la  fundación.  El  superior,  P.  Bartolomé  Bedon, 
en  esa  fecha  del  28  de  Octubre,  declaró  el  monasterio  regular 
y  canónicamente  erigido.  En  este  punto,  el  primer  cronista 
escribe  estas  líneas:  «¡Gracias  sean  dadas  al  R.  P.  París!  A 
él  somos  especialmente  deudores  de  esta  casa.  Con  su  diplo- 
macia delicada  nos  la  consiguió;  con  su  abnegación,  pericia, 
caridad  y  desinterés  supo  ahorrar  a  sus  cohermanos  las  pri- 
vaciones y  sacrificios  inherentes  a  toda  fundación;  por  esto, 
su  nombre  querido  está  grabado  en  el  fondo  de  los  corazo- 
nes». 

En  cuanto  a  don  Eliodoro,  quedó  el  más  íntimo  amigo 
de  los  Redentoristas;  gustaba  visitar  su  casa,  prenda  de  diez 
años  de  sudores,  amarguras  y  santa  porfía;  se  complacía  en 
admirar  la  vida  observante  y  estudiosa  de  los  cincuenta  re- 
ligiosos que,  en  los  principios,  poblaban  los  claustros.  Murió, 
pero  la  gratitud  ligoriana  lo  ha  seguido  y  lo  rodea  en  las 
glorias  de  la  eternidad. 

Ya  se  sabe,  el  objeto  de  esta  residencia  era  procurar  a 
los  teólogos  un  asilo  en  que  disfrutasen  espacio,  salubridad 
y  silencio,  indispensables  a  su  intensa  labor  intelectual,  y 
hallaran  sitios  de  solitarios  paseos  donde  sacudiesen  el  polvo 
de  los  manuales  y  pergaminos.  En  Octubre  de  1898,  cuarenta 
y  seis  proseguían  los  estudios  eclesiásticos.  Diez  y  siete  los 
habían  cursado  ya,  y  recibida  la  unción  sacerdotal,  ocupaban 
una  cátedra  de  profesor  o  se  iniciaban  en  las  faenas  del  apos- 
tolado Más  tarde,  quince  llegaron  todavía  de  Francia  hasta 
que  las  leyes  masónicas,  ampliando  su  exigencia  militar, 
abrogaron  el  artículo  de  exención  a  que  se  amparaba  aquella 
juventud.  En  1908,  entraron  en  la  vida  activa  los  tres  últimos 
de  la  serie.  En  el  lapso  de  diez  y  ocho  años,  78  jóvenes  Re- 
dentoristas se  adiestraron  en  las  ciencias  sagradas,  gozando 
soledad  y  quietud,  merced  a  la  generosa  y  tranquila  hospita- 
lidad de  Chile.  Veinte  de  ellos  se  encuentran  todavía  en  el 


CONVENTO  DE  SAN  BERNARDO 


59 


país,  y  le  remuneran,  con  los  beneficios  de  su  ministerio  sa- 
cerdotal, el  regalo  de  su  liberal  acogida.  Los  demás  se  han 
dispersado  por  el  mundo.  Unos  evangelizan  a  los  indios  del 
Perú,  Ecuador  y  Colombia;  otros  prodigan  su  celo  a  las  ciu- 
dades de  Europa;  diez  y  seis,  segados  por  la  muerte,  han 
recibido  ya  su  corona  en  el  Cielo. 

Elegida  la  casa  como  centro  de  estudios,  lo  es  todavía. 
Por  la  creciente  mengua  de  vocaciones  y  la  creciente  necesidad 
de  misioneros  para  Francia,  resolvieron  los  superiores  guardar 
allá  a  todos  los  súbditos.  Privado  Chile  de  estos  refuerzos  de 
ultramar,  se  pensó  naturalmente  en  suplirlos  de  alguna  ma- 
nera. Con  tal  objeto,  se  abrió  una  escuela  apostólica  nacional* 
que  fuese  un  seminario  de  futuros   Redentoristas.  Llámase 


! 


Cancha  del  Colegio 

«Jovenado».  Se  inauguró  el  3  de  Marzo  de  1904,  con  dos 
niños  solamente,  menuda  semilla  que  esperaba  la  vivificadora 
bendición  del  Cielo.  Este  «plantel  de  jóvenes»  tiene  los  requi- 
sitos de  un  internado,  cuyo  gobierno  y  enseñanza  están  ex- 
clusivamente en  manos  de  los  Padres  de  la  Congregación. 
Allí  se  examina  y  aquilata  la  vocación  de  los  aspirantes,  sus 
aptitudes  intelectuales,  su  inclinación  a  la  virtud,  su  índole  y 
el  desarrollo  de  cada  uno  en  orden  a  su  altísimo  destino.  Al 
mismo  tiempo,  se  les  infunden  los  principios  de  la  /ida  re- 
ligiosa, por  medio  de  conferencias  espirituales  y  ejercicios  pia- 
dosos que  aprestan  sus  almas  simultáneamente  para  el  altar 
y  el  claustro.  Como  se  ve,  es  «un  taller  de  vocaciones  ligoria- 
nas».  posee  las  condiciones  para  hacer  del  niño  un  aspirante 
a  la  perfección,  un  digno  pregón  del  Evangelio,  un  eficaz 
conciuistador  de  almas. 


líl) 


LOS  REDENTORISTAS   EN  CHILE 


Pero,  es  necesario  definir  claramente  su  peculiaridad.  No 
es  simple  colegio  de  bellas  letras,  ni  tampoco  escuela  monacal 
en  que  niños  y  adolescentes  visten  luego  la  sotana  y  abrazan 
la  observancia,  conforme  se  estila  en  ciertas  Ordenes  religio- 
sas; no  es  seminario  conciliar  en  el  cual  puede  inscribirse 
cualquier  pretendiente  al  sacerdocio,  y  al  ministerio  parroquial 
y  diocesano;  no  es  escuela  apostólica  indeterminada,  cuyos 
alumnos,  a  su  salida,  se  dirigen  a  aquella  Congregación  que 
fija  sus  preferencias.  Este  Jovenado  tiene  por  objeto  exclusivo 
preparar  a  Redentoristas.  Por  consiguiente;  no  se  admite  en 
el  sino  a  niños  que  llenan  las  condiciones  impuestas  por  el 
Instituto:  pertenecer  a  familias  que  ninguna  mancha  deslustre, 
abrigar  el  franco  deseo  de  incorporarse  más  tarde  a  la 
Congregación,  tener  la  firme  voluntad  de  serle  fiel  hasta  la 
muerte,  y  de  consumir  sus  fuerzas  en  las  misiones,  entre  los 
pobres  del  campo  y  las  almas  más  necesitadas. 

Cuando  los  jovenistas  han  terminado  las  humanidades,  y 
dado  pruebas  inequívocas  de  vocación  sólida,  ingresan  en  el 
noviciado.  Durante  un  año,  y  en  la  mayor  soledad,  se  dan  a 
los  ejercicios  de  la  contemplación  y  al  aprendizaje  de  la  pe- 
nitencia, hasta  la  emisión  de  los  votos,  acto  solemne  que  los 
consagra  hijos  del  Santísimo  Redentor.  Hasta  ahora,  las  aulas 
del  Jovenado  dieron  a  San  Alfonso  nueve  profesos,  de  los 
cuales  cinco  han  recibido  ya  la  unción  sacerdotal. 

Con  ser  casa  de  estudios,  este  convento  guardó  su  carácter 
redentorista,  y  fué  al  mismo  tiempo  un  centro  de  apostolado. 
Hasta  el  año  anterior,  en  que  los  misioneros  fueron  retirados 
de  él,  una  parte  de  la  comunidad  salió  constantemente  a  tra- 
bajar en  la  conversión  de  las  almas,  según  se  relatará  más 
tarde;  y  el  ministerio  local  ha  ocupado  sin  cesar  los  momen- 
tos libres  de  los  profesores.  En  1898,  cuando  se  tomó  posesión 
del  predio,  estaba  sin  iglesia,  y  un  salón  sirvió  de  capilla 
transitoria.  En  él  se  inició  el  culto  público  con  dos  misiones 
consecutivas:  una  para  hombres,  en  la  cual  ochenta  recibieron, 
los  Sacramentos;  otra  para  mujeres,  y  la  aprovecharon  ciento 
cincuenta.  Su  fruto  principal  fué  la  legitimación  de  cincuenta 
matrimonios.  Por  esta  cifra,  puede  calcularse  cuán  triste  es- 
taba la  moralidad  en  aquel  rincón  del  pueblo.  Otro  feliz  re- 
sultado fué  el  empezar  una  catequesis  semanal  a  unos  cien 
niños  que  ni  idea  tenían  de  la  religión. 

En  1900,  se  renovó  la  misión  en  la  capilla,  con  un  total 
de  250  absoluciones.  Al  mismo  tiempo,  se  prosiguió  la  obra 
saneadora  de  los  casamientos,  y  no  sin  peripecias.  Uno  de  los 
concubinarios,  furioso  al  ver  que  lo  iban  a  privar  de  su  cóm- 
plice, amenazó  de  muerte  a  uno  de  los  Padres.  Felizmente, 
la  policía  intervino  y  encerró  al  energúmeno  en  la  cárcel. 
Allí  le  fué  dable  volver  en  sí,  pues  se  predicó  también  a  los 
46  penados,  y  quince  recibieron  la  confirmación  de  manos 
del  llustrísimo  Señor  Astorga.  En  el  Domingo  de  clausura, 
una  linda  procesión  recorrió  las  calles  céntricas  de  la  ciu- 
dad, como  desagravio  al  Cielo  por  los  desórdenes  notorios  que 


CONVENTO   DE  SAN  HERNARDO 


(i! 


escandalizaban  la  población.  Aprovechando  la  santa  eferves- 
cencia de  las  almas,  se  echaron  los  cimientos  de  la  Súplica  ; 
se  constituyó  un  coro  único  de  cincuenta  personas  que  se 
reunirían  en  la  tarde  de  los  Domingos.  Desde  entonces,  se 
evidenció  más  y  más  la  necesidad  de  levantar  cuanto  antes 
una  iglesia,  cuyas  proporciones  dieran  cabida  al  creciente 
vecindario.  Por  lo  cual,  el  3  de  Septiembre  de  1900,  se  di- 
bujó en  el  solar  el  trazado  de  un  templo  y  se  abrieron  los 
heridos.  El  7,  primer  Viernes  del  mes,  el  mismo  Superior 
arrojó  en  ellos  un  canto  labrado,  con  el  fin  de  atraer  las 
bendiciones  del  Sagrado  Corazón  sobre  aquella  obra  que  sería 
un  monumento  de  su  gloria  y  de  su  culto.  El  16  de  Diciem- 
bre, Monseñor  Astorga  bendijo  la  primera  piedra,  bajo  arcos 
de  flores  y  palmas,  a  los  acordes  graves  del  orfeón  salesiano, 
en  presencia  de  una  muchedumbre  que  la  curiosidad  y  la 
simpatía  habían  congregado.  Al  día  siguiente,  comenzó  la 
fábrica,  gracias  a  la  generosidad  de  los  padrinos  y  bienhe- 
chores, entre  los  que  descollaron  el  mismo  Obispo  Astorga, 
don  Antonio  Plaza  y  señora,  Carlos  Riesco,  Domingo  Fernán- 
dez Concha,  Teresa  Cerda  de  Vargas,  Idilia  Espina  de  Bravo. 
Durante  dos  años,  fueron  creciendo  las  murallas,  y  por  la 
visible  protección  de  San  José,  ninguna  desgracia  enlutó  los 
trabajos.  S'm  embargo,  tres  albañiles  hicieron  una  caída  que 
debía  ser  mortal:  dos  fueron  precipitados  de  un  andamio  al- 
tísimo que  se  rompió,  y  el  otro  vino  al  suelo  desde  la  te- 
chumbre. Ahora  bien,  de  los  primeros  uno  fué  a  rematar  en 
un  gran  montón  de  cal,  y  se  incorporó  indemne,  mientras 
lograba  su  compañero  agarrarse  de  u¡n  mechinal  de  la  pared, 
y  deslizarse  por  una  cuerda  hasta  pisar  en  firme.  En  cuanto 
al  tercero,  desprendido  de  la  misma  bóveda,  dió  consigo  en 
tierra  no  sufriendo  más  que  leves  rasguños  en  la  cara  y  la 
torcedura  del  dedo  meñique.  En  el  albor  de  1902,  estaba 
la  iglesia  del  todo  cubierta,  y  las  banderas  de  Chile  y  Francia 
ondeaban  alegremente  en  su  cúspide.  Los  visitantes  no  po- 
dían ocultar  su  sorpresa  al  ver  que,  en  plazo  tan  corto,  se 
había  dado  cima  a  tan  considerable  edificio.  Mas,  el  P. 
Agustín  Desnoulet  les  respondía  confiado  y  agradecido:  «|No 
lo  extrañen  ustedes!  El  Sagrado  Corazón  tiene  dinero;  y  ade- 
más, sabe  de  donde  sacarlo  cuando  quiere». 

El  7  de  Junio,  bendíjose  la  iglesia  con  toda  la  pompa 
que  requiere  semejante  acontecimiento.  El  canónigo  don  Mi- 
guel León  Prado  realizó  la  ceremonia,  en  presencia  del  Go- 
bernador, Juez.  Prefecto  de  Policía,  de  varios  concejales  y  de 
apiñada  muchedumbre.  El  fiel  amigo  de  los  Redentoristas, 
prebendado  Alejandro  Larraín,  pronunció  la  alocución  de  es- 
tilo, con  la  elocuencia  del  corazón.  Aunque  no  se  clasifica 
el  templo  entre  los  grandiosos,  admiraron  todos  sus  líneas 
puras  y  elegantes,  sus  proporciones  armoniosas,  su  estructura 
sólida  que  tan  bien  debía  resistir  a  las  formidables  sacudidas 
del  terremoto  de  1906.  Es  de  un¡a  sola  nave.  Mide  45  metros 
de  largo,  16  de  ancho,  15  de  altura  interior.  Faltaba  entonces 


62 


LOS   REDENTOR ISTAS   EN  CHILE 


la  torre  de  45  metros,  que  se  coronó  en  Diciembre  de  1903. 
Bélgica  mandó  el  altar  de  San  Alfonso,  y  el  altar  mayor  cuya 
base  y  retablo  son  de  mármol,  y  de  encina  lo  restante.  Las 
vidrieras  salieron  de  los  afamados  talleres  de  Reims.  Lo 
mismo  que  los  de  Santiago  y  Cauquenes,  este  santuario  es 
obra  de  Redentoristas :  el  Hermano  Gerardo,  arquitecto  general 
de  la  Congregación,  dibujó  los  planos;  el  Hermano  Huberto 
fué  el  ingeniero  que  los  ejecutó. 

Dos  d  ías  después  de  la  bendición,  se  inauguró  con  una 
misión.  Por  desgracia,  las  lluvias  aguaron  los  entusiasmos, 
se  entrecortó  la  serie  de  reuniones,  y  el  fruto  espiritual  re- 
sultó escaso.  Por  dicha,  llegó  el  decreto  pontificio  que  con- 
cedía al  templo  el  jubileo  de  Porciúncula;  tal  privilegio  atrajo 
gran  concurso  de  gente,  450  personas  se  acercaron  a  los  Sa- 


Iglesia  de  los  Redentoristas,  San  Bernardo 

cramentos,  y  de  esta  suerte  se  suplió  un  tanto  a  lo  deficiente 
de  la  misión.  Desde  aquella  fecha,  se  implantaron  los  ejerci- 
cios piadosos  que  caracterizan  las  iglesias  redentoristas,.  y 
que  se  han  visto  florecientes  en  las  demás  casas.  Lo  que  era 
de  mayor  importancia  y  apremio  era  plantear  una  Sociedad 
de  hombres,  y  dar  vuelo  a  la  Súplica  que  aun  estaba  en 
mantillas.  Tal  fué  el  objeto  de  la  misión  que  se  dió  en 
Abril  de  1903,  y  se  desarrolló  con  gran  lujo  de  celo,  afanes 
y  ceremonias  atrayentes.  En  la  noche  de  Pascua,  un  desfile 
de  penitencia  transitó  por  el  pueblo  y  conmo.vió  a  no  pocas 
almas.  El  Sábado  siguiente,  otra  procesión,  de  misericordia 
esa  vez,  caminó  lentamente  por  las  calles,  llamando  a  los 
reacios  con  la  voz  de  sus  cánticos  y  plegarias.  El  Domingo, 
se  verificó  la  instalación  triunfal  del  cuadro  de  Nuestra  Se- 
ñora del  Perpetuo  Socorro.  Después  de  pasearla  por  los  ámbi- 
tos del  santuario,  como  a  una  reina  en  medio  de  sus  súbdi- 


CONVENTO   DE  SAN  BERNARDO 


63 


tos,  se  la  depositó  sobre  un  magnífico  trono  de  luces  y  va- 
riadas flores,  y  se  la  proclamó  patrona  de  la  misión.  Para 
imprimir  mayor  relieve  a  la  tierna  escena  del  desagravio,  se 
armó  una  cruz  de  seis  metros  de  altura.  Después  de  prender 
las  velas  que  en  tres  hileras  la  dibujaban,  se  la  colgó  de  la 
bóveda  del  presbiterio.  Allí  apareció  cual  fulgurante  lábaro 
que  anunciaba  la  victoria  de  Cristo  Jesús  y  de  su  gracia 
sobre  las  huestes  de  Satanás  y  el  pecado.  La  noche  en  que 
se  hizo  la  consagración  a  la  Santísima  Virgen,  se  suspendió 
en  el  aire  una  estrella  de  cinco  metros,  dominada  por  una 
gigantesca  M,  inicial  del  nombre  de  María.  Delineaban  sus 
puntas  dos  series  de  luces,  y  una  doble  escala  de  velas  sos- 
tenía la  letra.  En  el  centro  de  ella  se  expuso  la  divina  cus- 
todia, envuelta  así  en  un  resplandeciente  nimbo  de  gloria. 
Mediante  estas  ceremonias,  se  llenó  la  iglesia  de  fieles  du- 
rante las  dos  semanas  de  la  misión.  Setecientas  confesiones, 
tal  fué  la  hermosa  mies  que  cosecharon  los  obreros  de  Cristo. 
Profunda  y  dulce  hubo  de  ser  la  alegría  de  Jesús  cuando 
vió  a  250  hombres  arrodillados  para  recibirle.  Noventa  de 
ellos  se  alistaron  en  la  Sociedad  de  la  Sagrada  Familia, 
primer  elemento  que  luego  debía  crecer.  Para  coronar  digna- 
mente el  triunfo  de  la  gracia,  se  convidó  a  las  secciones  de 
cofrades  que  ya  existían  en  las  capellanías  del  campo.  A  la 
voz  de  su  director,  acudieron  en  sendos  corceles:  '25  de  Nos, 
20  de  San  José  de  Tango,  30  de  Huelquén;  por  manera  que 
en  la  mañana  del  Domingo  en  que  se  clausuró  la  misión, 
los  176  socios,  gallardos  con  su  ancha  medalla  y  su  cinta 
lacre,  tomaron  parte  en  el  mismo  banquete  eucarístico.  A 
la  una  de  la  tarde,  los  setenta  jinetes  fueron  a  la  estación 
del  ferrocarril  al  encuentro  del  orfeón  salesiano;  y  al  compás 
de  la  música  y  del  sonoro  pisar  de  los  caballos,  el  piadoso 
escuadrón  atravesó  la  ciudad  y  sacó  de  su  hogar  a  todos 
los  habitantes.  A  las  tres,  se  organizó  la  procesión.  Veinticinco 
socios  se  turnaron  para  llevar  sobre  los  hombros  una  cruz 
de  nueve  metros  de  largo,  y  dos  mil  personas  los  siguieron 
hasta  el  cerro  que  domina  el  cruce  de  caminos  para  Catemu 
y  Lo  Herrera.  Allí,  al  son  armonioso  de  la  banda,  el  ruido 
de  los  cánticos,  al  estruendo  de  las  exclamaciones,  se  levan- 
tó la  cruz.  Empinada  en  su  pedestal  de  ladrillos  y  su  Calvario 
verdeante,  apareció  majestuosa  sobre  el  azul  del  cielo,  abiertos 
los  brazos  en  señal  de  misericordia  y  perdón,  faro  de  espe- 
ranza para  cuantos  viajeros  pasaran  a  su  pie,  para  cuantos 
humanos  la  vislumbraran  desde  lejos1.  Fué  aquélla  una  ma- 
nifestación inolvidable;  la  emoción  llegó  a  su  colmo  cuando 
los  176  socios,  con  las  manos  en  alto,  juraron  a  Cristo,  llenos 
de  fervor  y  sinceridad,  una  fidelidad  inquebrantable. 

Desde  aquel  día,  la  Sociedad  de  la  Sagrada  Familia  no 
cesó  de  ir  en  aumento.  Se  dividió  en  cinco  secciones,  con 
obligación  de  confesarse  mensualmente,  y  asistir  a  una  plática 
y  bendición  dominicales,  reservadas  para  los  cofrades  solos-. 
En  Septiembre  del  mismo  año,  1903,  era  ya  tres  veces  mayor 


(¡4 


LOS    REDENTOR  ISTAS    EN  CHILE 


el  número  de  ellos;  su  espíritu  de  proselitismo  era  incansable, 
no  transcurría  una  semana  sin  que  hicieran  nuevas  conquistas. 
El  25  de  Octubre,  los  450,  formados  en  dos  filas,  se  encami- 
naron a  la  estación,  con  sus  estandartes  y  sus  insignias.  A 
las  8,  acogieron  en  los  andenes  a  270  consocios  de  Santiago; 
y  este  hermoso  regimiento  de  720  cristianos  desfiló  por  las 
calles,  recogido  y  lanzando  al  Cielo  sus  cánticos  y  plegarias. 
En  la  iglesia  de  San  Alfonso,  oyeron  misa  y  unieron  sus 
almas  y  su  fe  en  una  comunión  general.  En  seguida,  un  regio 
almuerzo  los  juntó  en  la  casa  de  las  Sociedades,  bajo  los 
frondosos  árboles  del  patio  y  las  guirnaldas  y  festones  que 
en  el  aire  se  cruzaban,  en  medio  de  la  más  fraternal  alegría 
y  de  los  numerosos  brindis  que  la  misma  les  inspiraba.  Des- 
pués de  solazarse  por  grupos  en  las  pendientes  de  los  cerros 
vecinos,  se  congregaron  nuevamente  a  los  pies  de  Jesús-Sa- 
cramento, y  la  bendición  divina  descendió  sobre  ellos  desde 
la  Hostia  del  ostensorio.  Pasaron  después,  en  piadosa  romería, 
al  templo  parroquial,  causando  por  su  bizarría  y  buen  orden 
la  admiración  de  todos  los  moradores  del  pueblo.  Esta  fiesta 
de  tan  noble  ejemplo  tuvo  felicísima  repercusión  en  las  almas 
de  la  ciudad.  Al  abrirse  el  año  1904,  contábanse  en  las  Ar- 
chicofradías  500  hombres  y  otras  tantas  mujeres'. 

En  Octubre  del  mismo  año,  renovóse  igual  manifestación 
de  fe.  A  la  llegada  del  tren,  800  socios  estaban  alineados  en 
los  andenes.  Al  divisarlos,  el  Nuncio  que  viajaba  en  él  salió 
a  darles  la  bendición  apostólica.  Fué  aquél  un  minuto  solemne 
en  que  estos  centenares  de  hombres  cayeron  de  rodillas  y  se 
persignaron,  sin  cuidarse  de  los  pasajeros  que  por  todas  las 
ventanillas  los  miraban.  Misa,  comunión  general,  almuerzo, 
paseo  campestre,  discursos,  banda  de  músicos,  alegría  y  víto- 
res, nada  faltó  a  la  solemnidad  del  día.  Esta  reunión  de  las 
dos  Sociedades  hermanas  se  renovó  anualmente,  y  tuvo'  por 
resultados  matar  el  respeto  humano  y  cebar  en  los  corazones 
la  llama  del  fervor.  Ambas  cofradías  se  mantuvieron  en  tan 
espléndidas  condiciones  durante  varios  años;  y  aunque  han 
venido  a  menos,  siguen  siendo  el  refugio  de  muchas  almas. 
La  obra  catequística  guarda  su  vitalidad;  un  numeroso  grupo 
de  niños  comulga  el  tercer  Domingo  de  cada  mes;  la  primera 
comunión  anual  reviste  siempre  su  enternecedora  solemnidad. 
En  los  27  años  que  transcurrieron  desde  la  fundación,  583,967 
hostias  han  alimentado  las  almas  de  los  vecinos  del  convento. 

El  ministerio  de  los  Padres  se  dilató  también  por  todos 
los  ámbitos  del  pueblo.  Atienden  a  las  monjas  de  los  tres 
monasterios,  a  las  alumnas  de  la  Inmaculada  Concepción  y 
a  las  niñas  del  Asilo  de  San  José.  Predican  la  misión  a  los 
presos  de  la  Cárcel,  largo  tiempo  les  dijeron  misa  en  los  días 
festivos,  se  la  rezan  ahora  una  vez  al  mes,  y  les  hacen  una 
instrucción  catequística  todos  los  Jueves.  La  iglesia  matriz  y 
la  capilla  del  hospital  reciben  asimismo  con  frecuencia  los 
beneficios  de  su  apostolado.  En  esta  última  establecieron  la 
Súplica  perpetua.  Antiguamente  consiguieron  de  la  autoridad 


CONVENTO   DE  SAN  BERNARDO 


65 


militar  que  la  guarnición  viniese  formada  a  la  misa  dominical 
de  las  9:  era  un  hermoso  espectáculo  ver  a  los  soldados  llegar 
al  són  de  los  pífanos  y  clarines  y  escuchar  con  cristiana 
atención  la  plática  que  se  les  dirigía.  En  la  cuaresma,  varios 
religiosos  iban  a  confesarlos  en  el  cuartel,  y  era  una  linda 
y  conmovedora  fiesta  aquella  comunión  de  cumplimiento,  aque- 
lla misa  de  campaña  entre  banderas,  flores  y  armonías  mar- 
ciales. Con  las  debidas  licencias,  los  Padres  se  abrieron 
también  la  puerta  de  las  escuelas  públicas,  y  fueron  a  inculcar 
a  los  alumnos  el  conocimiento  de  la  religión.  Cada  año,  grupos 
de  liceístas  se  reunían  en  el  convento  a  fin  de  prepararse 


Altar  mayor  de  la  rnisma  iglesia 


mejor  para  la  primera  comunión.  Siempre  que  el  personal  de 
la  comunidad  lo  hizo  posible,  fueron  a  auxiliar  a  los  enfermos 
hasta  en  los  extremos  de  la  feligresía.  Cuando  cundió  la  epi- 
demia de  viruelas,  cedieron  gustosos  las  dependencias  del 
convento  para  lazareto,  y  lo  atendieron  ellos  mismos  espiri- 
tualmente.  En  recompensa  de  este  acto,  la  Ilustre  Municipali- 
dad otorgó  el  nombre  de  San  Alfonso  a  la  calle  que  corre 
a  lo  largo  de  la  iglesia  redentor ista. 

En  los  alrededores  del  pueblo,  tomaron  a  su  cargo  múlti- 
ples capellanías  de  campo,  en  que  florecieron  otras  tantas 
secciones  de  sus  cofradías.  En  San  José  de  Tango,'  Nos,  San 
Antonio.  Cerro  Negro,  Santa  Teresa,  San  Joaquín.  San  Agustín, 


66 


LOS  R EDENTORISTAS   EN  CHILE 


en  los  Bajos  del  mismo  nombre  donde  erigieron  una  iglesia, 
en  Tres  Acequias  donde  Levantaron  una  capilla,  se  rezaba 
misa  una  vez  al  mes.  en  la  cual  socios  y  socias  oían  una 
instrucción  que  les  daba  ánimo,  ilustración  y  fervor.  El 
Viernes  y  Sábado  que  precedían  el  retiro  mensual,  dos  Padres 
iban  cabalgando  por  los  alrededores,  y  cual  heraldos  del  Se- 
ño! recordaban  a  los  gañanes  la  comunión  reglamentaria. 
Sólo  la  escasez  de  súbditos  obligó  la  comunidad  a  suspender 
este  despliegue  de  celo  exterior. 

Es  justo  anotar  aquí  la  constante  paz  que  rodeó  el  con- 
vento. Nunca  ha  chocado  con  la  oposición  de  las  autoridades 
civiles  del  pueblo,  ni  con  la  hostilidad  de  los  incrédulos,  lo 
cual  es  mucha  maravilla  en  una  ciudad  pequeña.  Sin  duda, 
los  protestantes  predican  sus  errores  en  la  esquina  de  las 
calles,  los  masones  sesionan  en  su  logia,  los  liceos  siembran 
su  cizaña  de  laicismo  ateo,  la  prensa  impía  estatnpa  sus  blas- 
femias; pero  jamás,  como  lo  hicieron  en  Cauquenes,  dirigieron 
sus  ataques,  calumnias  y  vejámenes  contra  la  fama  o  la  ac- 
tuación de  los  Redentoristas. 


CAPITULO  VII 

VALPARAISO,  1903 

Fué  múltiple  el  objeto  de  esta  fundación:  poseer  un 
apeadero  para  los  Congregados  eme  viajarían  por  mar.  tener 
un  asilo  para  los  enfermos  que  necesitarían  el  clima  costeño, 
abrir  a  los  misioneros  un  nuevo  y  magnífico  centro  de  acti- 
vidad evangélica.  Entre  las  ciudades  de  Chile,  Valparaíso  es, 
sin  duda,  una  de  las  más  necesitadas  espiritualmente :  baste 
decir  que  de  las  L80,000  almas  que  formaban  la  población  en 
aquel  entonces,  mil  hombres  apenas  cumplían  con  el  deber 
pascual. 

Para  introducir  la  Congregación  en  aquella  metrópoli  del 
Pacífico,  sólo  aguardaban  los  superiores  que  la  mano  de  Dios 
les  abrieSe  el  camino.  Ahora  bien,  el  insigne  benefactor  de 
los  Redentoristas  en  San  Bernardo,  don  Eliodoro  Villafuerte. 
fué  por  segunda  vez  para  ellos  el  instrumento  del  Cielo.  Co- 
nociendo las  aspiraciones  que  tenían,  y  las  necesidades  reli- 
giosas de  la  gente  porteña,  buscaba  callandito  algún  medio 
de  ayudarlos  cuando  una  de  sus  dirigidas  le  suministró  su 
oportuna  cooperación.  Llamábase  Dominga  Aldunate.  rica  en 
bienes  de  fortuna  y  más  aún  en  caudales  de  piedad  y  virtud. 
Dueña  de  una  quinta  en  las  inmediaciones  del  puerto,  com- 
padecíase' de  las  miserias  espirituales  en  que  se  enrancian 
tantas  almas,  y  proyectaba  invertir  buena  porción  de  su  ha- 


CONVENTO   DE  VALPARAISO 


67 


cienda  en  establecer  un  convento  de  varones  apostólicos  en 
cualquier  ámbito  de  la  ciudad.  Reveló  su  noble  designio  a  su 
confesor,  y  a  la  vez  su  pensamiento  de  favorecer  a  los  Mi- 
sioneros del  Corazón  de  María.  Sin  descartar  a  éstos  ni  hacer 
fuerza  a  la  voluntad  de  su  penitenta,  el  señor  Villafuerte  le 
mencionó  y  encomió  a  sus  queridos  Redentoristas,  brindándose 
a  ponerla  en  comunicación  con  ellos  si  la  idea  le  pareciere 
bien.  Como  la  joven  no  prefería  a  ningún  Instituto,  don 
Elíodoro  informó  al  P.  París,  Vice-Provincial  de  San  Alfonso, 
de  las  intenciones  que  animaban  a  la  señorita  Aldunate.  En 
Febrero  de  1903,  tuvo  éste  con  ella  una  entrevista  que  fué 
corta  y  resolutiva:  la  donación  era  de  cincuenta  mil  pesos, 
y  la  cláusula  única  emprender  cuanto  antes  la  fundación. 
Acto  continuo,  defirió  el  P.  París  al  Superior  general  las 
proposiciones  de  la  bienhechora.  Desgraciadamente,  la  lenti- 
tud de  los  correos  en  el  intercambio  de  cartas  explicativas 
atrasó  la  aceptación  de  Roma  hasta  el  mes  de  Agosto  si- 
guiente. Por  manera  que,  cuando  el  Vice-Provincial  se  personó 
en  casa  de  la  señorita  Aldunate  para  entregarse  del  dinero, 
respondió  ella  que,  en  vista  de  tanta  dilación,  lo  había  im- 
pendido en  obras  de  beneficencia,  y  sólo  podía  agraciarle  con, 
alguna  limosna  y  un  terreno  de  doce  mil  pesos.  El  contra-, 
tiempo  era  sensible,  pero  no  desanimó  al  P.  París.  Apoyado 
en  su  confianza  en  Dios,  acometió  la  empresa,  y  recorrió  la 
ciudad  entera  de  Valparaíso.  Convencióse  pronto  de  que  era 
inútil  radicarse  en  la  parte  plana,  provista  ya  de  suficientes 
templos.  Subió,  pues,  a  los  numerosos  cerros  del  inmenso 
anfiteatro,  e  indagó  el  estado  espiritual  de  cada  uno,  los  sitios 
y  condiciones  de  un  posible  establecimiento.  En  tres  de  ellos 
bubo  ofertas  alicientes,  pero  en  pleno  despoblado,  lo  cual 
arruinaba  por  la  base  su  plan  de  auxiliar  a  las  almas.  Des- 
pués de  mucho  ascender  y  bajar,  alcanzó  al  cerro  Cordillera, 
y  fijó  en  él  sus  preferencias.  Trajéronle  a  esta  elección  las 
apremiantes  instancias  del  cura,  don  Melquisedec  del  Canto, 
y  el  tristísimo  estado  moral  de  aquella  serrana  población  de 
doce  mil  almas.  Inspeccionó  las  pendientes  de  la  colina  en 
demanda  de  algún  solar,  apropiado  para  construir  monasterio 
e  iglesia;  y  como  no  acertase  luego  con  ninguno,  tuvo  por 
mejor  arrendar  primero  una  modesta  vivienda,  dejando  al 
Provincial,  que  estaba  próximo  a  aportar,  el  cuidado  de  re- 
solver la  situación. 

Por  de  pronto,  puso  el  señor  Cura  a  disposición  de  los 
Padres  la  capilla  de  Santa  Ana,  ubicada  a  orillas  del  camino 
de  cintura.  El  11  de  Diciembre,  salió  de  la  iglesia  matriz  una 
romería,  que  presidían  el  párroco  y  los  Redentoristas  fun- 
dadores: dominábala  el  anda  primorosísima  de  Nuestra  Se- 
ñora del  Perpetuo  Socorro  que  guiaba  las  filas.  Los  cánticos 
de  la  gente  alternaban  con  las  armonías  de  los  músicos,  flores 
y  ramos  alfombraban  los  guijarros  de  la  escabrosa  calle  del 
Castillo,  múltiples  banderas  guarnecían  las  paredes  en  son 
de  regocijo  y  cariñosa  bienvenida.  Al  paso  que  iba  subiendo 


IOS  REDENTORISTAS   EN  CIIIIE 


por  la  cuesta  crecía  el  desfile  con  los  curiosos  que  se  con- 
tagiaban del  alborozo  general.  Llegados  a  la  capilla,  la  ma- 
yor parte  no  cupo  en  ella,  mas  unieron  todos  sus  aclamaciones 
al  tañido  de  la  música,  al  estampido  de  los  cohetes  y  al 
repiqueteo  de  las  campanas,  cuando  se  expuso  el  Santísimo 
entre  las  flores  y  luces  que  engalanaban  el  altar.  Después 
de  la  bendición,  el  párroco  hizo  la  entrega  oficial  del  san- 
tuario en  frases  elogiosas  que  desarrollaban  los  siguientes 
conceptos:  «¡Cuánto  se  me  aligera  el  cargo  pastoral  con  La 
llegada  de  los  abnegados  hijos  de  San  Alfonso!  Cuánto  han 
de  amar  ellos  a  la  población  del  cerro  Cordillera,  puesto  que 
prefieren  establecerse  en  esta  altura  de  difícil  acceso,  en 
medio  de  los  pobres,  sin  poseer  techo  propio,  con  sólo  una 
capilla  prestada!  y  esto  cuando  se  les  ofrece  otras  fundacio- 
nes que  les  traerían  facilidades  y  ventajas!»  Terminada  la 
simpática  ceremonia,  volvieron  los  Padres  a  la  casa  parro- 
quial, cuyos  huéspedes  fueron  hasta  acomodar  mal  que  mal 
su  domicilio  temporáneo. 

Era  éste  humildísimo,  encajado  entre  las  casuchas  de  la 
calle  del  Castillo,  y  a  tres  cuadras  del  santuario  de  Santa 
Ana.  Cuatro  piezas  formaban  la  planta  baja,  las  que  se  vol- 
vieron recibimiento,  cocina,  despensa  y  comedor.  Dividíase 
el  piso  superior  en  siete  áposentos  de  poquísima  extensión  y 
muy  escasa  luz:  uno  sirvió  de  oratorio,  y  de  celdas  los  res- 
tantes. Fuera  de  las  camas,  faltaba  en  absoluto  el  menaje. 
La  miserable  habitación  se  amobló  paulatinamente,  conforme 
la  caridad  de  algunos  bienhechores  y  la  fortuna  de  los  rema- 
tes proporcionaron  los  enseres  domésticos  de  mayor  urgencia. 
Por  el  lado  del  mar  colgaba  una  galería  de  dos  metros  por 
doce:  fué  el  salón  de  recreos  de  los  nueve  Redentoristas. 
Para  colmo  de  molestia,  estaban  sujetos  a  la  curiosidad  de 
los  vecinos  que  gustaban  atisbar  todos  los  actos  conventuales. 
Duró  esta  impertinencia  hasta  Abril  de  1904,  fecha  en  que 
se  alquiló  la  habitación  contigua.  Un  puente  de  dos  tablones 
unió  las  dos  partes  del  minúsculo  monasterio  que,  si  bien 
adquirió  así  mayor  ensanche  y  se  libró  de  la  engorrosa  in- 
gerencia de  los  profanos,  no  dejó  de  ser  la  mansión  de  la 
pobreza  y  de  las  mortificaciones. 

Apenas  instalados,  iniciaron  los  Padres  su  ministerio  con 
una  solemne  novena  en  honor  de  la  Virgen  del  Perpetuo 
Socorro.  La  novedad  del  cuadro  y  el  interés  de  las  predica- 
ciones atrajeron  una  regular  concurrencia. 

El  primer  resultado  fué  la  inscripción  de  140  mujeres 
para  la  Súplica,  las  eme  se  repartieron  en  ocho  coros  de 
perseverante  fervor.  Abrióse  al  mismo  tiempo  la  catequesis 
semanal:  doscientos  niños  acudieron  a  la  voz  de  la  campana, 
pero  chiquitines  todos;  los  de  más  edad  se  esquivaron,  aver- 
gonzados por  su  absoluta  ignorancia  de  la  religión.  Al  menos, 
este  primer  empeño  por  el  bien  espiritual  de  los  habitantes 
granjeó  a  la  comunidad  las  simpatías  del  cerro;  los  mismos 
hombres,  aunque  salían  apenas  de  una  revuelta  popular,  lejos 


Convento  dé  Valparaíso 


69 


de  mostrarse  hostiles  e  insultadores,  brindaban  a  los  Padres 
un  amistoso  saludo. 

En  esto,  llegó  de  Francia  el  superior  Provincial.  Fué  a 
reconocer  los  diversos  solares  que  se  proponían  para  el  es- 
tablecimiento definitivo,  pero  ninguno  fué  de  su  agrado,  ya 
por  la  estrechez  del  terreno,  ya  por  el  subido  precio,  ya  por 
la  ubicación  demasiado  excéntrica,  y  se  embarcó  para  Lima 
sin  haber  determinado  cosa  alguna.  Sin  embargo,  era  por  fin 
la  hora  de  la  divina  Providencia,  y  al  día  siguiente  ella 
intervino.  Por  boca  de  un  amigo  del  convento,  señaló  al 
superior  P.  Lamard  un  caserón  puesto  en  venta,  edificado 
a  orillas  del  camino  de  cintura,  entre  las  calles  Santa  Julia 
y  Chaparro.  Ocupaba  3,140  metros  cuadrados,  y  su  dueño 
era  un  señor  Rudolphy,  protestante  y  masón.  Como  barataba 
su  propiedad,  fué  el  Padre  a  entablar  con  él  negó -¡aciones 
que  desde  luego  tomaron  un  sesgo  muy  favorable.  El  cable 
notificó  a  los  superiores  el  oportuno  hallazgo,  y  trajo  la  in- 
mediata aprobación  de  los  mismos.  Sin  pérdida  de  tiempo, 
se  formalizó  la  compra,  y  el  notario  la  sancionó  con  su 
firma  y  sello.  Se  adquirieron  además  algunos  tramos  adya- 
centes que  darían  al  futuro  monasterio  mayor  desahogo  e 
independencia.  Sin  demora,  el  arquitecto  redentorista,  Hermano 
Huberto,  trazó  los  planos  según  el  ideal  alfonsiano  de  la 
Regla;  el  Gobierno  general  les  dió  su  visto  bueno  en  Roma, 
y  el  22  de  Febrero  de  1905  se  bendijo  privadamente  la  pri- 
mera piedra  de  la  casa. 

Mientras  otro  constructor  de  la  Orden,  el  Hermano  Geró- 
nimo, dirigía  los  albañiles,  los  Padres  tomaban  pie  en  Valpa- 
raíso por  medio  de  una  serie  de  misiones.  En  su  capilla 
de  Santa  Ana,  el  éxito  fué  consolador  y  triste  a  la  vez; 
si,  por  un  lado,  ascendió  la  Súplica  a  180  cofrades,  todas 
de  notable  fervor,  por  el  otro,  de  las  cinco  mil  personas 
que  moran  en  la  parte  superior  del  cerro  sólo  se  confesaron 
cuatrocientas,  de  las  cuales  ochenta  hombres.  El  gran  obs- 
táculo a  las  conversiones,  además  de  la  añosa  indiferencia  en 
punto  de  religión,  era  el  amancebamiento  que  esclavizaba  a 
muchos.  En  Marzo,  pasaron  los  Redentoristas  a  la  capilla  de 
la  Santa  Cruz  en  Playa  Ancha,  en  donde  sólo  quince  varones 
cumplieron  con  el  deber  pascual.  De  ahí  bajaron  a  la  iglesia 
matriz,  en  la  cual  los  esperaba  un  auditorio  numerosísimo, 
y  una  siega  espiritual  de  400  niños,  950  mujeres,  450  hom- 
bres. En  Las  Ramaditas,  los  acogió  el  párroco  declarándoles 
que  si  repartían  250  comuniones  se  daría  por  satisfecho;  por 
dicha,  falló  el  augurio.  La  asistencia  fué  de  900  personas,  y 
los  penitentes  750  entre  los  que  figuraban  13Q  hombres.  Esos 
tanteos  apostólicos  evidenciaron  que  era  muy  dable  realizar 
copiosos  frutos  de  salvación  en  las  almas  porteñas,  cultiván- 
dolas con  paciente  empeño;  manifestaron  al  mismo  tiempo  la 
aceptación  que  tenían  en  la  generalidad  del  pueblo  los  hijos 
y  métodos  evangélicos  de  San  Alfonso. 


Tu 


LOS  REDENTORISTAS   EN  CHILE 


Entre  tanto,  la  fábrica  del  convento  adelantaba  a  ojos 
vistas.  La  generosidad  de  los  bienhechores  y  el  emolumento 
de  los  trabajos  propios  permitieron  acelerarla  de  tal  suerte 
que,  a  la  vuelta  de  un  año,  dos  medias  alas  estuvieron  ha- 
bitables. Era  lo  suficiente  para  poner  fin  a  tantas  incomo- 
didades como  soportaban  los  religiosos  en  su  angosto  palomar, 
lodo  el  vecindario  se  asoció  a  ellos  en  este  gratísimo  suceso. 
Al  día  siguiente,  ofreció  espontáneamente  a  la  comunidad  un 
acto  literario-musical  en  los  salones  de  la  escuela  San  Juan 
Bautista,  contigua  a  la  capilla  de  Santa  Ana.  A  la  salida, 
la  numerosa  y  entusiasta  muchedumbre  hizo  a  Jos  Redento- 
ristas  un  acompañamiento  triunfal  hasta  su  nueva  residencia. 

Otro  lance  vino  a  acrecentar  aún  más  esta  popularidad 
entre  los  pobres.  Cuando,  en  la  noche  del  16  de  Agosto,  el 


Convento  redentorista  en  Valparaíso 


terremoto  llenó  la  ciudad  de  víctimas  y  escombros,  de  muertes 
y  de  llanto,  los  Padres  se  dispersaron  por  las  tinieblas  en 
todas  las  direcciones;  desde  la  hora  del  cataclismo  hasta 
las  dos  de  la  madrugada,  anduvieron  de  calle  en  calle,  auxi- 
liando un  sinnúmero  de  moribundos  a  la  siniestra  luz  de 
los  incendios.  Al  amanecer,  reanudaron  su  faena  de  celo  y 
caridad,  entre  los  muchos  heridos  que  a  voces  pedían  mise- 
ricordia. No  pocos  de  mal  vivir  legitimaron  su  criminal  unión 
en  medio  del  temor  y  las  ruinas.  En  seguida,  a  ruegos  del 
alcalde,  la  comunidad  organizó  la  repartición  de  socorros  que 
el  supremo  Gobierno  destinaba  a  los  damnificados  del  cerro. 
Durante  dos  semanas,  bajaron  los  Padres  diariamente  a  pro* 
veerse,  en  el  depósito  oficial,  de  los  víveres  asignados  al 
gentío    del    Cordillern ;   y   de   la    una    hasta    las    seis   de  la 


CONVENTO  DÉ  VALPARAÍSO 


71 


larde,  almud  y  balan/a  en  manos,  distribuyeron  harina,  papas, 
fréjoles,  carbón,  a  la  muchedumbre  apiñada  en  la  portería. 
La  abnegación  incansable  que,  en  aquellos  días  calamitosos, 
desplegaron  los  hijos  de  San  Alfonso,  les  concilio  en  mayor 
escala  la  estima  y  afecto  de  todos;  hasta  los  más  indife- 
rentes y  los  más  sectarios  les  exteriorizaron  su  gratitud. 

En  cuanto  al  monasterio,  no  salió  indemne  de  la  tor- 
menta sísmica.  Con  ser  su  estructura  firme  y  nueva,  perdió 
el  estuco  en  todas  las  paredes;  las  que  dan  al  mar  se  rajaron 
en  tal  forma  que  fué  preciso  amarrar  los  labios  de  las  hen- 
deduras con  grapas  sólidas,  y  rellenar  los  vacíos  con  cemento 
romano,  reparaciones  costosas  que  se  prolongaron  un  año. 
Como  se  sabe,  todo  el  mes  posterior  a  la  catástrofe  pasó  en 
alarma  incesante  por  la  continuidad  de  los  temblores.  La 
comunidad,  igual  que  los  demás,  acampó  fuera  de  techado, 
unos  a  descubierto  en  el  patio  interior,  otros  a  resguardo 
de  un  chiribitil  en  el  vetusto  y  desmoronado  conventillo.  No 
obstante,  así  el  convento  como  las  mansiones  del  cerro  habían 
sufrido  pocos  desperfectos  en  comparación  con  lo  restante  de 
la  ciudad,  y  no  era  temerario  atribuir  esta  preservación  a 
un  especial  amparo  de  N.  Señora  del  Perpetuo  Socorro,  a 
quien  invocaban  los  Padres,  con  sin  igual  confianza,  en  los 
trágicos  minutos  de  la  catástrofe.  Era,  pues,  indispensable 
ofrecerle  algún  homenaje  de  pública  gratitud.  El  9  de  Sep- 
tiembre, empezó  en  su  honor  una  novena  solemne,  a  la 
cual  concurrieron  fervorosos  los  cordilleranos.  El  temor  infun- 
dido  por  el  reciente  flagelo  de  Dios,  al  par  que  la  con- 
fianza renovada  en  la  Madre  de  las  misericordias,  provocaron 
notables  conversiones.  El  último  día,  un  desfile  majestuoso 
recorrió  las  abruptas  calles,  y  la  imagen  milagrosa,  al  pasar 
por  ellas,  recogió  el  agradecimiento  de  los  pobres,  derramó 
consuelos  y  resignación  sobre  los  atribulados,  llamó  a  peni- 
tencia los  corazones  empedernidos,  prometió  a  todos  nuevas 
gracias  de  ayuda  y  perdón.  Como  clausura,  hiciéronse  sun- 
tuosas execpiias  por  las  víctimas  del  terremoto,  por  los 
muertos  del  cerro  especialmente,  y  esta  atención  arraigó,  en 
el  alma  de  los  vecinos,  el  afecto  que  ya  profesaban  a  los 
Redentoristas. 

Una  vez  reparado  el  convento,  quedaba  el  arduo  problema 
de  construir  una  iglesia  adyacente.  La  distancia  que  sepa- 
ra b.:  el  monasterio  nuevo  de  la  capilla  Santa  Ana  entorpecía 
no  poco  las  funciones  del  ministerio;  aquel  ir  y  venir  con- 
mino hacía  muy  molesto  el  servicio  de  confesiones  y  comu- 
niones tanto  para  los  religiosos  como  para  la  gente  piadosa ; 
era,  por  lo  tanto,  urgentísimo  remediarlo  con  la  erección 
del  proyectado  templo.  Pero  dos  obstáculos  se  ponían  delante: 
la  falta  de  recursos,  y  una  callejuela  pública  que  atravesaba 
el  terreno  de  la  fábrica.  Para  eludir  el  primero,  descansaron 
los  superiores  en  los  subsidios  de  la  Providencia;  para  allanar 
el  segundo,  no  dejaron  piedra  por  mover  hasta  eme  la  Muni- 
cipalidad suprimiese  este  derecho  de  tránsito.  Tras  un  año 


IOS  REDENTORISTAS  en  chile 


de  empeños  consiguieron  un  edicto  favorable,  y  el  8  de  Di- 
ciembre de  1906,  Monseñor  Pedro  Monti,  Delegado  apostólico, 
bendijo  la  primera  piedra  con  las  ceremonias  de  costumbre. 
Fueron  padrinos  el  señor  intendente  don  Enrique  Larra  ín 
Alcalde,  el  canónigo  y  fiel  amigo  don  Alejandro  Larraín,  el 
\  ice-almirante  Latorre,  el  capitán  de  navio  Agustín  Fontaine, 
doña  Ercilla  Moore  y  el  directorio  de  ia  Súplica,  y  otras 
personalidades  de  cuenta.  A  pesar  de  tanta  pompa,  esta 
piedra  angular  aguardó  las  demás  hasta  el  23  de  Agosto  de 
1907,  época  en  que  se  abrieron  los  heridos  y  se  empezó  a 
cimentar.  En  el  lapso  intermediario,  las  acémilas  habían  su- 
bido los  materiales  en  una  labor  lenta  y  dispendiosa.  Cinco 
años  de  ruda  tarea  transcurrieron  después.  Al  alborear  el 
de  1912,  el  templo  se  vió  a  medio  terminar;  y  como 
había  absorbido  todo  el  capital  disponible,  se  decidieron  los 
superiores  a  habilitar  para  el  culto  la  parte  que  estaba  con- 
cluida. Como  le  fallaban  aún  el  arco  anterior,  el  atrio,  el 
frontis  y  el  campanario,  se  cerró  la  fachada  con  planchas 
de  zinc;  y  el  4  de  Febrero,  don  Martín  Rucker,  Vicario 
general,  bendijo  el  santuario,  aunque  incompleto,  con  título 
de  vice-parroquia.  El  27  de  Octubre  de  1918,  se  inauguró 
el  altar  mayor  definitivo,  dedicado  a  la  Virgen  del  Perpetuo 
Socorro,  cuyo  cuadro  aparece  entre  nubes  gloriosas,  en  medio 
de  un  grupo  de  ángeles  eme  lo  sostienen  y  lo  veneran. 

Bien  que  los  Padres  habían  implantado,  desde  los  prin- 
cipios, sus  obras  y  prácticas  habituales,  el  culto  de  N.  Señora 
fué  la  devoción  que  más  prendió  en  esta  población  cerrera. 
En  1904,  las  fiestas  medio-seculares  del  dogma  de  la  Inmacu- 
lada Concepción  removieron  la  apatía  de  los  fieles;  tanto  en 
el  mes  preparatorio  como  en  la  solemnidad  misma  no  cupieron 
en  el  estrecho  recinto  de  la  capilla,  y  contribuyeron  con 
sus  dádivas  a  ornamentarla:  guirnaldas,  flores,  colgaduras, 
iluminaciones,  orquesta,  cantos  artísticos,  nada  faltó  al  es- 
plendor del  suceso  que  despertó  en  los  corazones  la  dormida 
fe  del  bautismo.  En  1907,  con  la  fresca  memoria  del  terre- 
moto, la  novena  excitó  aquel  amor  vivaz  para  con  la  celestial 
Reina.  El  día  de  la  fiesta,  fué  tal  el  agolpamiento  de  gente 
que  la  mayor  parte  de  los  asistentes  hubo  de  estacionarse 
en  la  plazuela  fronteriza.  Más  de  mil  personas,  para  honrar 
a  la  divina  Madre,  recibieron  el  Cuerpo  eucarístico  del  Hijo. 
El  número  de  suplicantes  creció  hasta  300,  lo  cual  permitió 
erigir  canónicamente  la  Archicofradía  del  Perpetuo  Socorro. 
Al  mismo  tiempo,  se  dilató  ésta  por  la  ciudad  entera.  En 
Playa  Ancha  se  formó  una  sección  de  varios  coros  que. 
largo  tiempo  estuvo  floreciente.  Para  la  comunión  del  men- 
sual cumplimiento  acudían  de  todos  los  ámbitos  de  la  ciudad. 
Hasta  1922,  las  trescientas  se  encontraban  puntualmente,  en 
la  Sagrada  Mesa,  el  día  fijado  para  el  retiro.  Pero,  no  obs- 
tante los  trabajos  realizados  y  los  éxitos  conseguidos,  la 
frialdad  religiosa  sigue  dominando  en  el  cerro.  En  la  mi- 
sión de  1909,  las  confesiones  de  mujeres  llegaron  a  quinientas, 


CONVENTO   DE  VALPARAISO 


73 


cifra  culminante;  pero  el  término  medio  no  pasa  de  300, 
un  puñado  con  respecto  a  la  actual  población  de  veinte 
mil  almas.  La  excesiva  actividad  material,  la  rancia  cos- 
tumbre de  la  irreligión,  los  atractivos  del  biógrafo,  la  li- 
viandad de  la  vida,  son  otros  tantos  obstáculos  que  contra- 
rrestan la  acción  salvadora  de  los  Redentoristas,  y  que  ellos 
no  han  podido  todavía  quebrantar. 

A  estas  causas  de  perdición,  se  agregan  para  el  elemento 
masculino  la  promiscuidad  de  domicilios  que  favorece  el  res- 
peto humano,  el  socialismo  que  hace  mella  en  estas  inteli- 
gencias rudas,  la  nube  de  advenedizos,  heces  de  otras  co- 
marcas, que  todo  lo  avinagran  y  corrompen.  Sin  embargo, 
en  1905,  entraron  los  Padres  a  establecer  una  Sociedad  de 
hombres.  Indispensable  en  todas  partes,  lo  era  mucho  más 
en  la  revuelta  aglomeración  de  las  colmas  porteñas.  Este 
primer  ensayo  se  frustró.  El  terreno  moral  no  estaba  pre- 
parado, faltaron  adeptos.  En  Junio  de  1906,  se  hizo  otro 
empeño,  y  se  logró  plantear  el  Centro  Católico,  con  sus 
estatutos,  fondo  social,  fiestas  y  esperanzas.  Los  desvelos 
de  su  director  y  el  compañerismo  eficaz  de  los  inscritos  se 
unieron  en  una  poderosa  propaganda;  multiplicáronse  los  ad- 
herentes  de  tal  suerte  que,  en  1907,  la  misión  para  hombres 
cedió  en  un  magnífico  triunfo.  Una  esquela  de  invitación  captó 
su  ánimo  y  tentó  su  curiosidad,  las  ruinas  existentes  aún  que 
les  señalaban  el  poder  y  la  ira  de  Dios  los  decidieron;  tres- 
cientos siguieron  las  pláticas  y  sermones,  y  220  se  reconci- 
liaron con  el  Señor.  En  la  noche  de  Pascua,  sus  filas  pia- 
dosas se  desenvolvieron  por  las  calles  del  vecindario  al  res- 
plandor de  las  antorchas,  símbolo  de  la  fe  que  ardía  luminosa 
en  su  corazón,  y  se  Ies  dirigió  el  sermón,  de  perseverancia 
en  la  misma  plazuela  de  Santa  Ana.  Allí,  en  medio  de  la 
multitud  de  curiosos  que  los  rodeaba,  lanzaron  a  los  ecos  de 
la  noche  sus  aclamaciones  de  amor  a  Jesucristo  y  sus  pro- 
testas de  fidelidad  a  su  bautismo.  Aprovechando  tan  favora- 
bles disposiciones,  se  les  recalcó  las  ventajas  de  la  unión,  la 
fuerza  moral  que  se  tiene  al  practicar  sus  creencias  codo 
contra  codo,  a  la  sombra  de  un  mismo  estandarte,  en  una 
legión  escogida  de  soldados  de  la  Iglesia.  De  resultas  de 
aquella  exhortación  vibrante,  un  buen  golpe  de  ellos  se  ma- 
tricularon en  el  Centro  Católico  que  llegó  a  la  sazón  a  su 
apogeo.  Fué  un  hermoso  y  consolador  espectáculo  ver  la  ca- 
pilla, en  la  tarde  de  los  Domingos,  llena  de  obreros  y  gente 
de  mar  ávidos  de  oír  el  discurso  apologético  que  se  les  re- 
servaba. Ingente  ánimo  los  enardecía,  y  la  institución  tenía 
visos  de  fecundo  porvenir,  cuando  se  colaron  en  ella  espíritus 
novadores  y  turbulentos  de  escasa  religión.  Parecióles  excesivo 
el  mínimum  de  observancias  evangélicas  que  imponía  el  re- 
glamento, y  su  intento  y  manejos  tendieron  a  laicizarlo.  Gra- 
dualmente los  cerebros  fueron  fermentando,  y  llegó  la  hora 
en  que  la  Sociedad  se  disgregó  en  dos  bandos.  El  malhadado 
cisma  quitó  al  Centro  los  dos  tercios  de  sus  adictos.  En  la 


74 


los  rEuentorisías  en  chile 


misión  posterior,  sólo  setenta  se  arrodillaron  en  el  tribunal 
de  la  penitencia.  Desde  entonces,  el  número  de  hombres  que 
cumplen  anualmente  sus  deberes  cristianos  sube  y  baja  una 
escala  entre  100  y  130.  La  maleza  ahogó  el  buen  grano  que 
a  costa  de  tantos  afanes  empezaba  a  germinar  entre  las  pie- 
dras del  cerro.  Por  lo  menos,  la  Sociedad  subsistente  sirve 
para  mantener,  en  el  buen  camino,  aquel  gremio  de  trabaja- 
dores que  sin  ella  se  extraviarían  también  en  los  campos  de 
la  incredulidad  y  del  socialismo. 


Iglesia  redentorista  en  Valparaíso 


Ej  apostolado  de  la  niñez,  por  fortuna,  trae  mayores  con- 
suelos. Trescientos  chicos  frecuentan  la  doble  catequesis  a 
que  semanalmente  se  les  convida.  En  1900,  ciento  veinte  se 
acercaron  por  primera  vez  a  la  divina  Mesa.  El  año  siguiente, 
que  fué  uno  de  general  devoción,  trescientos  tomaron  parte 
en  un  retiro  de  cuatro  días  y  en  el  banquete  eucarístico.  El 
nivel  ordinario  está  en  un  centenar,  que  se  renuevan  constan- 
temente. Para  fomentar  la  piedad  en  esta  gente  menuda,  se 
inauguraron  dos  cofradías,  la  de  Santa  Filomena  y  la  de  San 


CONVENTO   DE  VALPARAISO 


75 


Gerardo.  Son  ochenta  niños  que,  una  vez  al  mes,  vuelven  a 
templar  su  alma  en  el  agua  de  la  penitencia  y  en  la  Sangre 
de  Cristo  Sacramentado. 

Se  ha  dicho  que  una  de  las  causales  del  alejamiento 
religioso  que  se  nota  entre  los  pobladores  del  Cordillera  es 
la  plaga  de  las  uniones  ilícitas.  Por  no  cortar  el  lazo  de  su 
vida  criminal  muchos  huyen  de  la  iglesia.  De  ahí  la  necesi- 
dad, para  el  sacerdote  celoso,  de  penetrar  en  aquellos  hogares 
donde,  con  su  palabra  insinuante,  influya  en  esos  corazones 
quizá  más  débiles  que  viciosos,  más  incultos  a  veces  que  co- 
rrompidos. La  comunidad  redentorista  así  lo  entendió.  En 
Febrero  de  1905,  procedió  a  una  batida  de  amancebados  en 
los  dos  cerros  de  la  parroquia,  Cordillera  y  Toro.  Para  llevar 
adelante  la  difícil  empresa  con  mayor  eficacia  y.  prontitud, 
tenían  facultades  amplias  de  la  Curia  arzobispal:  érales  lícito 
hacer  las  informaciones,  dispensar  de  los  impedimentos  y 
proclamas,  y  bendecir  a  los  contrayentes  en  su  propia  mo- 
rada. En  su  ímproba  labor  de  algunos  meses  no  escatimaron 
los  viajes  ni  los  consejos,  la  abnegación  ni  la  bondad,  las 
diligencias  ni  los  acomodamientos;  ni  tampoco  les  escasearon 
los  cansancios  y  sinsabores,  los  insultos,  amenazas  y  des- 
engaños. Pero  la  gracia  de  Dios  los  acompañó,  y  con  ella 
vencieron  más  de  una  resistencia.  En  esta  primera  tanda, 
legitimaron  sobre  veinte  enlaces  de  amor  libre.  El  P.  Mario 
Roussel,  especialista  en  esta  enredosa  tarea,  la  prosiguió  du- 
rante cuatro  años  en  ambas  colinas;  varios  centenares  de 
pec  adores  escandalosos  recibieron  por  él  la  bendición  nupcial. 
Ciertas  parejas  le  costaron  largas  semanas  de  visitas,  exhor- 
taciones, ruegos  y  trámites;  un  individuo  lo  acogió  con  el 
rifle  en  las  manos  y  la  blasfemia  en  los  labios;  más  de  una 
vez  fué  echado  a  la  calle  brutalmente  en  medio  de  imprope- 
rios y  vejámenes.  Pero,  en  general,  su  humildad,  paciencia, 
mansedumbre  y  porfía  heroicas  ablandaban  esos  ánimos  re- 
beldes y  conseguían  rendición.  Además,  por  su  título  de  vice- 
parroquia,  tiene  el  convento  como  obra  esencial  la  de  los 
casamientos.  De  ordinario  llegan  los  novios  en  la  noche:  se 
les  hace  la  información,  se  les  confiesa,  e  incontinenti  se  los 
conduce  ante  el  altar.  Desde  1909,  han  desfilado  en  la  oficina 
2,484  parejas;  esta  suma  da  una  idea  y  de  la  densa  población 
del  cerro  y  de  los  progresos  de  la  honestidad  pública. 

Otro  aspecto  importante  del  ministerio  de  los  Padres  es 
su  actividad  incesante  en  el  auxilio  de  los  enfermos  por  toda 
la  extensión  del  Cordillera.  Luego  de  establecerse  .en  él,  acep- 
taron este  cargo  pastoral ;  desde  entonces,  a  cualquier  hora 
del  día  y  de.  la  noche,  suben  la  empinada  cuesta  o  bajan  a 
lo  hondo  de  las  quebradas  donde  yace  algún  doliente  o  ago- 
nfza  algún  desgraciado.  Esa  porción  de  sus  faenas  espirituales 
es.  sin  duda,  una  de  las  más  penosas,  pero  es  quizá  la  más 
eficaz  en  orden  a  la  eternidad.  De  esta  manera  ¡cuántos  cul- 
pables, como  el  buen  ladrón,  se  han  reconciliado  con  Dios 
en  los  mismos  umbrales  de  la  eternidad,  y  de  la  cruz  del  dolor 


LOS   REDENTORlSTAS    EN  CHILE 


pasaron  a  Los  palacios  de  la  gloria!  Más  de  dos  mil  tuvieron 
esta  dicha  de  expirar  en  el  arrepentimiento  y  el  perdón.  La 
gran  pena  sacerdotal  es  llegar  a  la  cabecera  de  los  moribun- 
dos cuando  están  ya  privados  del  conocimiento,  tristeza  de- 
masiado frecuente  por  la  negligencia  de  las  familias. 

Tal  ha  sido  la  actuación  de  los  Redentoristas  en  el  cerro 
Cordillera:  obscura,  ardua,  no  tan  fecunda  como  activa  ha 
sido  su  abnegación,  pero  con  el  consuelo  de  haber  purificado 
conciencias  sin  cuento,  socorrido  más  de  una  miseria,  puesto 
fin  a  numerosos  escándalos,  abierto  el  paraíso  a  una  mul- 
titud de  pecadores  penitentes.  En  especial,  ¡cuántas  gracias 
representan  las  393,000  comuniones  que,  en  esos  veintitrés 
años,  se  han  repartido  por  manos  de  los  discípulos  de  San 
Alfonso  en  esta  colina,  privada  antes  de  auxilios  espirituales. 


CAPITULO  VIII 

LOS  ANGELES,  1904 

El  diez  de  Enero  de  1877,  un  gentío  enorme  vitoreaba 
a  un  humilde  Redentorista  en  las  calles  de  la  capital  del 
Laja.  Era  éste  el  P.  Merges,  el  introductor  de  la  Orden  ligo- 
riana  en  Chile.  Llamado  por  el  Obispo  de  La  Concepción, 
llustrísimo  Señor  Salas,  había  ido  a  Los  Angeles  para  sondear 
las  posibilidades  de  una  fundación.  La  escasez  de  clero  en  la 
ciudad  y  la  provincia,  la  esperanza  de  las  misiones  entre  los 
bosques  araucanos,  el  entusiasmo  de  los  habitantes  que  in- 
diciaba sus  anhelos  de  santificación,  el  regalo  de  un  piadoso 
señor  que  donaba  un  terreno  de  varias  hectáreas,  una  colecta 
en  fin  que  en  pocos  días  arrojó  en  manos  del  Obispo  la  suma 
de  nueve  mil  pesos,  destinados  por  mitad  al  viaje  de  los 
Padres  que  vendrían  del  Ecuador  o  de  Europa  y  a  la  doble 
erección  de  un  convento  y  una  iglesia,  todo  aquello  se  pre- 
sentaba con  apariencias  y  atractivos  de  Tierra  Prometida. 
Sin  embargo,  había  en  ellos  más  espejismo  que  realidades, 
sobre  todo  por  la  situación  impropia  del  solar  regalado.  Su 
ubicación  en  las  afueras  de  la  ciudad  haría  difícil  el  minis- 
terio en  la  futura  capilla,  e  intolerable  el  vivir  de  la  comu- 
nidad por  la  total  carencia  de  agua  potable,  y  regadora.  Des- 
pués de  reconocer  y  pulsarlo  todo,  el  P.  Merges  se  dobló  a 
la  negativa,  y  desde  el  pulpito  anunció  a  los  habitantes  la 
imposibilidad  de  acceder  por  entonces  a  su  convite  generoso. 
Sintiéronlo  todos  hondamente,  pero  guardaron  confianza  en 
lo  risueño  del  porvenir. 


CONVENTO    DE  LOS 


ANGELES 


Transcurrieron  diez  y  nueve  años.  En  188(3.  ta  autoridad 
diocesana  reiteró  sus  ruegos,  apoyados  por  el  Intendente  don 
Rafael  Montt.  Para  que  le  resultaran  más  seguramente,  so- 
licitó al  mismo  tiempo  la  misión.  El  Vice-Provincial.  P:  Al- 
fonso Aufdereggen  la  fué  a  predicar  con  los  Padres  Kehren 
y  Julio.  Inmenso  fué  el  concurso  popular,  atraído  por  lo  pe- 
regrino del  acontecimiento,  las  esperanzas  de  ver  realizarse 
la  fundación,  y  las  ceremonias,  raras  en  aquellos  tiempos, 
de  la  confirmación.  Removióse  profundamente  la  ciudad;  el 
logro  espiritual  fué  cuatro  mil  penitentes  y  doce  mil  confir- 
mados. Con  todo,  una  comprobación  triste  anubló  la  dicha 
de  tan  feliz  éxito.  Si  bien  la  gente  obrera  invadía  el  templo 
y  asediaba  el  santo  tribunal,  la  clase  superior  y  la  media  se 
encerraban  en  la  dura  concha  de  la  indiferencia,  y  aún  e  x- 
hibían sin  disfraz  su  antagonismo  sectario.  Recibidos  en  andas, 
se  hizo  a  los  misioneros  una  despedida  triunfal  entre  vítores 
y  ramilletes,  lágrimas  de  pesar  y  votos  tic  prontísima  vuelta. 
Pero,  se  desvanecieron  por  segunda  vez  las  trazas  de  un 
próximo  establecimiento.  Dieron  en  los  mismos  escollos  que 
anteriormente:  la  falta  de  personal  y  la  insuficiencia  de  las 
a  mdiciones  materiales. 

En  1901.  deseó  el  cura  sacar  a  flote  el  hundido  designio, 
y  manifestó  a  varios  Redentoristas  su  voluntad  de  favorecer- 
los cuanto  pudiese.  Desde  luego,  les  brindaba  con  una  hec- 
tárea de  terreno  en  buen  sitio,  y  con  otras-  garantías  formales. 
1.a  proposición  encendió  algunos  entusiasmos,  y  de  Cauquenes 
salió  para  Roma  un  legajo  que  ensalzaba  las  oportunidades 
del  ofrecimiento.  Pero,  como  iba  aquél  sin  la  firma  del  Vi- 
sitador, el  General  le  dio  su  veto  y  censura,  y  por  tercera 
vez  la  empresa  tornó  al  limbo  de  las  interminables  esperas. 

El  año  subsiguiente  le  fué.  más  propicio,  por  coincidir  la 
cuarta  insistencia  de  los  angelinos  con  la  llegada  del  Provin- 
cial. Ponían  entonces  a  discreción  de  los  superiores  un  con- 
vento, una  iglesia  y  un  espacioso  campo,  de  los  cuales  es 
indispensable  conocer  la  historia.  En  1HS!),  el  P.  Ovalle, 
dominico,  residió  temporalmente  en  una  casa  particular  de 
Los  Angeles.  Hombre  de  acción  y  anchos  horizontes,  entró  en 
deseos  de  implantar  su  Orden  en  la  localidad,  con  cuyo  fin 
hizo  comprar  a  doña  Ana  María  Anguita  el  fundo  <San  Pa- 
blo», sito  en  una  extremidad  de  la  población.  En  Junio  de 
1890,  abrió  los  cimientos  de  un  monasterio  e  iglesia  adya- 
cente. Pero,  junto  con  los  edificios  se  levantaron  las  difi- 
cultades, por  lo  cual  hubo  de  resignar  la  propiedad  en  manos 
del  Obispo  de  Concepción.  111.  Señor  Labarca,  en  fecha  del 
24  de  Abril  de  1904. 

El  contrato  incluía,  para  la  Curia  episcopal,  la  obligación 
de  substituir  a  la  Orden  dominicana  otra  Congregación  de 
misioneros  en  el  usufructo,  y  ministerio  de  San  Pablo.  Desde 
luego,  el  prelado  puso  los  ojos  en  los  Redentoristas.  Ahora 
bien,  el  interés  de  su  Señoría  por  el  proyecto,  los  conocidos 
empeños  de  su  antecesor,  los  anhelos  y  necesidades  de  la 


78 


LOb  R ED ENTOR ISTAS   EN  CHILE 


población,  las  condiciones  de  la  oferta,  el  vivísimo  afán  del 
párroco,  el  brío  de  algunos  subditos,  todo  parecía  impulsar 
a  una  aceptación  llana  y  sin  reparos.  Sometióse  el  asunto  al 
prudente  examen  del  Provincial  quien,  después  de  inspeccionar 
por  sí  mismo  el  fundo  y  las  escrituras,  autorizó  con  cierta 
reserva  las  negociaciones  preliminares  que  debían  alumbrar 
el  camino. 

El  Visitador  del  Instituto  en  Cbile  tuvo  que  entenderse 
con  el  Obispo,  y  con  el  P.  Ovalle,  y  con  el  apoderado  de  éste, 
y  pasar  por  las  diferentes  exigencias  que  cada  cual  le  impu- 
so. El  conjunto  de  ellas  resultó  enredado  y  gravoso.  Edificar, 
en  un  sitio  determinado  y  antes  de  cuatro  años,  una  iglesia 
y  un  monasterio  propios,  y  mantener  en  ellos  un  mínimum  de 
tres  coristas  misioneros  y  un  bermano  coadjutor;  satisfacer 
dos  capellanías  testamentarias  cuyo  capital  de  veinticinco  mil 
pesos  consistía  en  los  puros  adobes  del  convento  dominicano; 
aplicar  por  la  anterior  dueña  250  misas  manuales  por  año; 
rezar  otras  diez  mil,  en  el  brevísimo  plazo  de  dos  años,  por 
Ana  María.  Ovalle,  como  deuda  postuma  del  fundador  a  su  tía; 
amortizar  una  bipoteca  de  17,000  pesos;  reintegrar  al  obispado 
los  gastos  de  su  administración  interina;  deshabitar  el  con- 
vento existente  al  cabo  del  cuadrienio  prefijado,  y  entregarlo 
junto  con  la  capilla  y  su  ajuar,  con  la  cuadra  inmediata  y  sus 
enseres,  a  monjas  educacionistas  que  regirían  un  colegio  y 
el  santuario:  tales  eran  las  cláusulas  de  la  donación,  y  sus 
gravámenes. 

Ahora  bien,  el  primer  artículo  del  contrato  era  inacepta- 
ble: erigir  una  casa  y  un  templo,  a  diez  cuadras  de  la  .iudad 
y  en  completo  despoblado,  era  imposibilitar  a  la  comunidad 
cualquier  ministerio,  era  antiligoriano,  y  esta  proposición  se 
rechazó  en  absoluto.  Entonces  se  vino  en  hacer  una  transac- 
ción: los  Redentoristas  ocuparían  los  edificios  ya  levantados, 
pero  a  trueque  de  ceder  diez  hectáreas  para  renta  y  colegio, 
tic  las  religiosas  venideras. 

Tampoco  era  admisible  la  deuda  de  cuarenta  mil  pesos, 
pagadera  en  su  mayor  parte  en  el  primer  bienio  siguiente, 
porque  a  todas  luces  el  fundo  no  daría  para  tanto.  Se  teñir 
pero  la  obligación  con  tres  expedientes :  se  posesionó  a  la 
Congregación  la  bodega  con  sus  vinos  y  trebejos,  se  le  re- 
conoció el  derecho  de  enajenar  porciones  de  terreno,  se  le 
afianzó  el  dominio  de  la  propiedad  hasta  que  una  expulsión 
u  otra  fuerza  civil  la  alejasen  de  la  localidad. 

Planteado  así,  el  negocio  parecía  tener  ribetes  de  oro, 
pues  ochenta  cuadras,  un  convento,  una  iglesia,  son  cosas  de 
mucha  miga.  Sin  embargo  de  esto,  había  en  él  mayor  apa- 
riencia que  realidades.  El  valor  sonante  del  fundo  era  tan 
mezquino  que  el  rol  de  avalúo  lo  tasaba  en  12,000  pesos.  La 
superficie  de  ochenta  cuadras  era  puramente  nominal.  En 
efecto,  se  le  sustraía  diez  para  el  hipotético  monasterio  de 
monjas,  y  otras  tantas  para  resarcir  la  deuda  que  el  P.  Ovalle 
había  contraído  con  su  propia  Orden.  De  las  sesenta  restan- 


CONVENTO   DE   LOS  ANGELES 


79 


les,  cinco  formaban  una  Longuera  pantanosa  de  ninguna  uti- 
lidad; seis  constituían  un  viñedo  de  parra  indígena  decrépito  e 
inculto;  en  otras  doce,  vegetaba  una  viña  de  cepa  francesa, 
estéril  por  su  mala  plantación  y  La  aridez  del  suelo.  En  suma, 
con  sus  diez  y  ocho  hectáreas,  rendían  ambas  de  00  a  380 
hectolitros,  en  lugar  de  los  1,800  alcanzadizos.  ¡Ni  cubría  la 
vendimia  los  gastos  de  viticultura!  Sólo  quedaban,  pues,  36 
cuadras  susceptibles  de  cosecha;  pero  se  veían  faltas  de 
mantillo,  sin  útiles  de  agricultura,  sin  abonos  y  casi  eriales 
desde  múltiples  años.  En  tan  miserables  condiciones  debían 
criar  rentas  suficientes  para  costear  las  expensas  de  La  fun- 
dación, mantener  a  la  comunidad,  finiquitar  La  hipoteca  y 
débitos  concomitantes,  y  saldar  la  enorme  obligación  de  misas. 


Iglesia  redentorista  en  Los  Angeles 


Era  pedir  peras  al  olmo.  La  adjudicación  de  la  bodega,  con 
.sus  barriles  llenos  y  sus  avíos  cabales,  y  estimada  en  18,001) 
pesos,  era  otra  ilusión:  ese  material  vinícola  era  muy  poco 
y  de  mal  servicio,  y  el  mosto  insubstancial  de  los  toneles 
estaba  vendido  ya  anticipadamente.  Como  se  ve.  al  hacen- 
darse de  la  propiedad,  los  hijos  de  San  Alfonso  no  irían  a 
atropellar  su  voto  ni  su  fama  de  pobreza. 

En  cuanto  al  convento,  era  una  casa  campestre,  exigua  y 
desconcertada,  con  tablados  podridos,  techo  acribillado  de  go- 
teras, clausura  de  tapias  y  maderas  muy  deteriorada,  nido 
de  pobreza,  desaseo  y  humedad,  de  mortificaciones  y  reuma- 
tismos. El  mísero  moblaje  alhajaba  a  penas  un  solo  aposento 
para  dos  subditos;  la  cocina  ofrecía  un  hornillo  mezquino  y 
roto,  y  no  había  más.  La  iglesia  presumía  de  ser  una  imita- 


so 


LOS   REDENTORKTAS    EN  CHILE 


eión  de  ta  Alhambra;  pero,  su  escasa  Luz,  su  suelo  roído,  sus 
ciento  cincuenta  columnas,  su  torre  ruinosa  con  su  inedia 
luna,  cúpula  morisca  y  dos  plataformas,  sólo  la  hacían  incómo- 
da y  chabacana.  En  la  sacristía,  un  ajuar  menguado  y  de 
mala  ley;  pues,  el  único  terno  de  valor  había  ido  a  parar  en 
el  seminario.  Según  la  fama,  los  réditos  del  altar  eran  ubérri- 
mos: en  realidad  consistían  en  paquetes  de  velas-,  y  en  tal 
cual  manda  de  diez  o  veinte  centavos.  En  virtud  de  estos  an- 
tecedentes, no  es  maravilloso  que  a  los  impíos  del  lugar  no 
se  les  haya  ocurrido  nunca  tildar  a  los  Padres  de  «platudos 
y  millonarios». 

Abril  de  1905  vino  a  ultimar  el  negocio,  trayendo  de 
Roma  las  licencias  de  inauguración.  Al  punto  se  extendió  la 
escritura  según  el  tenor  precitado,  y  el  29  del  mismo  mes  se 
verificó  la  solemne  toma  de  posesión,  veintiocho  años  después 
del  -primer  intento. 

Reuniéronse  en  Los  Angeles  el  Vice-Provincial,  el  superior 
de  La  casa,  P.  Lamard,  el  primer  súbdito  P.  Javier  Munier,  el 
testigo  de  realce  P.  Víctor  Dubois,  y  dos  Hermanos  coadjuto- 
res. Para  inflamar  el  entusiasmo  de  la  gente,  se  ofreció  al 
Obispo  presidir  la  instalación  y  la  apertura  de  dos  misiones, 
simultáneas  y  campaneadas,  que  se  predicarían  en  la  iglesia 
parroquial  y  en  el  santuario  de  Santa  Filomena.  El  29  llegó 
su  Señoría,  y  fué  acogido  en  los  andenes  por  el  clero  y  una 
apiñada  muchedumbre.  A  la  una  y  media,  revestido  de  pon- 
tifical, dirigió  a  la  asistencia  que  colmaba  el  templo  palabras 
de  apostólica  unción,  en  las  que  se  traslucían  su  estima  y 
afecto  por  los  hijos  de  San  Alfonso.  Explicando  el  fin  que  los 
traía,  dijo:  «Resignados  están  a  todo:  a  aceptar  las  alegrías 
efímeras  que  se  presenten  lo  mismo  que  a  sufrir  con  paciente 
abnegación  las  penas,  reveses  y  obstáculos  .que,  en  obras  be- 
néficas como  ésta,  jamás  escasean.  Lo  único  eme  ambicionan 
es  ver  sus  sacrificios  coronados  por  la  salvación  de  todos. 
No  miran  ellos  a  cosa  terrestre  alguna,  no  tienen  sed  de 
triunfos  ni  hambre  de  dinero.  Vienen  a  hacer  el  bien  entre 
sus  hermanos  de  la  tierra,  a  evangelizar  e  instruir  a  sus  pró- 
jimos. Dispuestos  están  a  soportar  toda  clase  de  sufrimientos 
y  vejámenes  a  trueque  de  conseguir  la  libertad  espiritual  del 
pecador».  Y  terminó  esta  definición  del  Redentorista  y  de  sus 
anhelos  pidiendo  la  cooperación  de  todos  para  una  obra  tan 
deseada,  y  de  tanta  excelencia  y  aprovechamiento. 

Terminada  la  alocución,  el  Vice-Provincial  tomó  la  divi- 
na Custodia,  y  la  enorme  romería  se  puso  en  marcha.  Ro- 
deando el  palio,  treinta  soldados  formaban  al  Dios-Hostia  una 
guardia  de  honor;  cuatro  mil  personas  lo  precedían  al  compás 
de  los  cánticos,  de  la  banda  militar  y  de  los  festivos  repiques 
de  los  campanarios,.  Al  llegar  al  santuario  de  Santa  Filomena, 
el  superior  pronunció  a  su  vez  un  discurso  sobre  estas  pre- 
guntas: «¿Quiénes  somos?  ¿A  qué  venimos?»,  después  del  cual 
hizo  bajar,  sobre  la  multitud  que  atestaba  la  plazuela  y  ca- 
lles  vecinas,   la   bendición  eucaristica,   como    para  sellar  la 


CONVENTO   DE   LOS   ANGELES  Si 

unión  espiritual  del  pueblo  con  la  comunidad.  La  entrada 
en  el  convento  fué  una  ovación  sin  par. 

Tan  grandiosa  recepción,  el  pláceme  de  las  autoridades, 
los  elogios  de  la  prensa,  los  espontáneos  aplausos  de  los  ha- 
bitantes, todo  parecía  ser  de  buen  agüero  para  los  misione- 
ros y  sus  misiones.  Faltaba  ver  si  tanto  loor  y  exterioridad 
sólo  eran  hijos  de  una  exaltación  curiosa  y  fugaz.  Fué  sin 
embargo  el  triste  fenómeno  que  se  produjo:  a  la  efervescencia 
de  la  víspera  sucedió  la  dejadez.  Los  auditorios  quedaron  es- 
casos. Notábase  simpatía  en  las  miradas,  pero  ya  sea  frialdad 
de  carácter  o  deshabituación  de  la  vida  cristiana,  pocos  fue- 
ron los  que  purificaron  sus  conciencias.  Afortunadamente,  sa- 
bían los  Padres  que  buen  corazón  quebranta  mala  ventura, 
por  eso  no  se  estrecharon  de  ánimo.  Antes  por  lo  contrario, 
afirmaron  su  voluntad  de  ser  útiles  a  todos  dando  luego 
ejercicios  en  el  hospital  y  en  la  cárcel.  Verdad  es  que  allí 
también  tropezaron  con  la  indolencia  espiritual;  pero,  al  me- 
nos, este  primer  esfuerzo  despejó  el  camino  de  lo  porvenir, 
demostrando  que  sólo  a  costa  de  rudos  trabajos,  obras  santi- 
ficadoras  y  perseverancia  paciente,  merecerían  ellos  penetrar 
en  el  reducto  de  la  indiferencia  religiosa  del  pueblo. 

Como  fermento  santo  establecieron  sin  tardanza  la  Súplica 
y  la  Sociedad  de  hombres;  cada  una  agremió  un  pequeño 
número  de  almas  fervientes.  -  A  la  vuelta  de  un  año,  dióse 
otro  sacudón  a  las  voluntades,  con  una  nueva  misión  en  la 
iglesia  parroquial.  Empezó  con  las  bancas  casi  desiertas,  lo 
cual  quebrantó  las  alas  a  los  apóstoles.  Por  dicha,  tuvo  al- 
guien la  feliz  ocurrencia  de  echar  mano  de  las  Congregantes, 
y  de  trocarlas  en  mensajeras  de  la  gracia.  Se  interesaron  ellas 
eñ  su  cometido,  anduvieron  de  casa  en  casa  repartiendo  in- 
vites, consejos,  exhortaciones,  estratagemas  femeniles,  y  con- 
siguieron así  despertar  en  muchos  la  curiosidad,  el  buen  que- 
rer, o  la  dormida  fe.  Mudóse  al  punto  la  faz  de  la.  misión, 
llenáronse  las  naves  del  templo,  y  hubo  cosecha  de  1,456 
confesiones  y  35  matrimonios.  Remató  en  la  plantación  de 
una  linda  Cruz,  en  la  plazuela  que  confina  con  el  monasterio, 
y  entonces  se  renovó  el  agolpamiento  inaugural  de  gente.  Tres 
mil  personas  tomaron  parte  en  el  desfile;  fué  realmente  la 
exaltación  de  la  santa  Cruz,  la  devoción  y  los  vítores  conso- 
laron a  Cristo,  herido  antes  por  el  olvido  y  las  blasfemias. 
Parece  que,  en  aquel  día  triunfal,  la  fe  dió  un  paso  adelante 
en  las  secretas  sendas  de  los  espíritus. 

En  1907,  hízose  un  nuevo  empeño  por  levantarla  más, 
combinando  dos  misiones  en  la  parroquia  y  en  la  capilla 
de  Santa  Filomena.  Esta  vez.  bendijo  el  Señor  más  copiosa- 
mente el  tesón  de  sus  operarios,  quienes  le  ofrecieron  una 
corona  de  2,330  penitentes.  Con  razón,  pues,  anotó  el  cronista 
su  apostólico  júbilo:  «¡Por  fin  advertimos  que  la  población 
viene  acercándose  a  nosotros!  Por  primera  vez,  se  llenó  la 
¡silesia  nuestra  en  los  dos  días  del  Jueves  y  Viernes  Santo». 
La  procesión  de  clausura,  que  se  encaminó  a  la  Cruz  erigida 


*¿  LOS   REDENTORISTAS    EN  CHILE 

I 

• 

el  año  anterior,  fué  otra  glorificación  de  Jesús.  Varios  miles 
de  voces  tributaron  al  Signo  Redentor  sus  cristianos  homena- 
jes, con  gran  despecho  y  cólera  de  la  masonería  que  empezó 
a  mirar  con  malos  ojos  a  los  discípulos  conquistadores  de  San 
Alfonso.  V  Satanás  entró  en  la  lid.  Cuando  el  horizonte  se 
abría  a  la  esperanza  de  hermosas  victorias  espirituales  un 
luctuoso  escándalo  lo  echó  todo  a  perder.  El  triste  evento 
sirvió  a  los  débiles  para  desertar  sus  creencias,  los  impíos 
dieron  gritos  de  guerra,  creció  el  alboroto  hasta  el  extremo 
que  muchos  jefes  de  familia  prohibieron  neciamente  a  los 
suyos  la  frecuentación  de  los  Sacramentos.  En  consecuencia 
de  esto,  las  misiones  posteriores  a  duras  penas  produjeron 
1)00  confesiones,  o  sea  un  decremento  de  los  dos  tercios.  Llo- 
rando sobre  las  ruinas  de  sus  trabajos,  se  concretó  la  co- 
munidad a  cuidar  de  las  almas  de  su  barrio.  Respondieron 
ellas  a  este  celo,  pues  el  cronista  exclama  gozoso:  «Por  fin, 
al  cabo  de  seis  años  de  afanes,  nótase  que  nuestros  vecinos 
despiertan,  y  que  algo  va  brotando  en  los  corazones».  En  efecto 
tomaba  creces  la  Súplica.  A  las  cien  congregantes  alistadas, 
se  añadieron  110  en  la  fiesta  de  San  Alfonso,  y  otras  tantas 
en  el  8  de  Diciembre.  La  ayuda  de  sus  oraciones  públicas,  y 
sus  ejemplos,  hicieron  florecer  la  piedad  en  los  hogares  de 
los  alrededores.  De  10,000  comuniones  distribuidas  en  1910,  se 
ascendió  en  escala  de  fervor  a  14,000  en  1911,  a  18,000  el 
año  siguiente,  a  veintidós  mil  en  1915,  punto  culminante  que 
lo  es  aún  hoy  en  día.  Si  no  suben  más,  es  atribuíble,  al 
parecer,  a  cuatro  causales:  la  ignorancia  religiosa  de  no  pocos 
habitantes  que  no  entienden  las  obligaciones  de  su  bautismo:' 
la  dejadez  que  inmoviliza  muchas  conciencias;  la  incredulidad 
que  se  cuela  cada  vez  más  en  las  tres  clases  de  la  sociedad: 
acomodada,  comerciante  y  estudiantil;  el  número  considera- 
ble de  uniones  libres  que  se  esclavizan  al  pecado.  En  1912, 
el  objeto  de  la  misión  fué  ante  todo  legitimar  esos  amance- 
bamientos. El  cura,  el  vice-párroco  y  los  Padres  anduvieron 
por  las  casas  en  demanda  de  los  culpables.  Su  prudencia,  sus 
mañas,- su  caridad  rindieron  105  parejas  que,  en  una  semana, 
se  arrodillaron  bajo  la  bendición  nupcial.  Pero  ¡cuántas  más 
no  salieron  de  su  escondite  o  se  encerraron  en  su  criminal 
testarudez! 

Para  introducir  a  Dios  en  el  corazón  y  vida  del  pueblo 
angelino,  los  Redentoristas  se  valieron  de  los  dos  cultos  que 
caracterizan  allí  su  santuario  y  por  sí  solos  atraen:  el  de 
Santa  Filomena  y  el  de  Nuestra  Señora  del  Perpetuo  Socorro. 
Al  edificar  su  iglesia,  había  pensado  el  P.  Üvalle  en  dedicar- 
la al  Señor  Cautivo,  o  sea  al  Ecce  Homo.  Varió  después  su 
opinión,  y  la  consagró  a  Santa  Filomena  cuyo  glorioso  cuerpo 
se  venera  en  Mugnano,  cerca  de  Nápoles.  Solicitó  algunas 
reliquias,  y  las  encerró  en  una  figura  representando  a  una 
joven.  Esta  la  depositó  en  una  urna  de  cristal,  hermoseada 
con  tapices  árabes,  y  la  bendijo  solemnemente  en  Diciembre 
de  1895,  El  18  de  I-hiero  siguiente,  una  novena  dió  principios 


CONVENTO   DE   LOS  ANüELES 


83 


al  culto  público  de  La  virgen-mártir,  y  esta  devoción  nueva 
arraigó  inmediatamente  en  la  ciudad  y  los  contornos.  La  re- 
vista de  don  Ruperto  Marchant  Pereira  difundió  en  el  sur  los 
favores  recibidos  ya  en  el  santuario;  los  romeros  llevaron,  a 
su  cabana,  novenas  y  medallas  de  la  taumaturga  y  pregona- 
ron su  poder;  el  número  y  notabilidad  de  los  prodigios  des- 
pertaron la  confianza  popular,  y  pronto  la  humilde  capilla 
fué  un  centro  de  tales  peregrinaciones  que  más  de  «den  per- 
sonas venían  cada  mes  a  pagar  mandas  y  referir  milagros. 
Ahora  bien,  el  contrato  imponía  a  los  Redentoristas  conservar 
y  favorecer  esta  devoción  como  inherente  al  templo,  y  la 
usaron  ellos  cual  fuerte  palanca  de  apostolado.  Todos  los 
Jueves,  solemnizan  la  misa  en  honor  de  la  santa  con  sú- 


Convento  redentorista  en  Los  Angeles 


plicas  especiales,  cánticos  y  la  lectura  de  las  acciones  de 
gracias  más  recientes.  Anualmente,  celebran  la  fiesta  con 
una  novena  de  re/.os  y  predicaciones,  y  la  tradicional  procesión. 
En  las  misiones,  divulgan  la  historia  de  la  heroína  de  Cristo, 
y  el  poder  de  su  patrocinio.  Más  aún,  en  1911.  dieron  a 
la  estampa  una  novena  piadosa  y  práctica,  y  bendijeron  una 
imagen  nueva,  de  rostro  más  delicado  y  más  elegante  he- 
i  hura  que  la  anterior.  Nueve  días  de  Ejercicios  dispusieron 
los  ánimos  a  la  devoción  y  a  la  ceremonia,  y  esta  vez 
se  llenó  el  santuario.  Acudió  la  gente  desde  los  extremos  de 
la  ciudad,  y  aún  ¡cosa  desusada!  de  las  mansiones  más  aco- 
modadas. El  18  de  Enero,  quinientas  personas  se  sucedieron 
en  la  Sagrada  Mesa;  en  las  calles,  una  enorme  muchedum- 
bre escoltó  la  estatua  primorosísima,  alternando,  con  las 
tocatas   de   la   música   militar,  un   himno   inédito   que   el  P, 


LOS    R  El)  EN  TURISTAS    EN  CHILE 


Rector  dedicaba  a  la  taumaturga.  De  vuelta  a  la  iglesia, 
proclamáronse  las  indulgencias  que  se  habían  obtenido  de 
Roma:  una  plenaria  para  los  que  comulgasen  en  el  día  de 
la  solemnidad,  siete  años  y  cuarentenas  para  los  i|ue  fre- 
cuentasen la  capilla  en  esta  misma  fiesta,  cincuenta  días  por 
cada  visita  en  el  año. 

Mas,  el  altar  primitivo  se  veía  muy  tosco  e  indigno  de 
la  ilustre  mártir,  discordaba  con  la  gentileza  y  atavíos  de 
La  imagen.  Decidió  el  superior  que  se  labrase  otro  de  más 
fina  arquitectura  y  más  ricos  adornos,  y  lo  bendijo  en  Octu- 
bre de  1916.  Dos  años  más  tarde,  se  inauguró  una  asociación 
de  niñas,  con  el  nombre  y  bajo  la  protección  de  la  santa, 
y  se  la  afilió  a  la  Archicofradía  eme  existe  en  la  iglesia 
de  San  Gervasio,  en  París.  Inscribiéronse  •  en  el  acto  122 
doncellas.  La  víspera  de  la  fiesta,  en  1918,  se  reunieron 
en  el  banquete  eucarístico,  se  les  impuso  la  medalla  de 
la  Hermandad,  y  fueron  todas  a  depositar,  ante  la  urna,  un 
ramillete  de  flores  en  testimonio  de  veneración,  fidelidad  y 
amor.  Se  les  repartió  en  cinco  grupos  de  quince  congregan- 
tes; formaron  así  un  rosario  vivo,  práctica  eficaz  que  el 
Papa  Gregorio  XVI  puso  ,  bajo  la  advocación  de  la  virgen- 
mártir.  Desde  aquella  fecha,  tienen  cada  mes  una  comunión 
general,  y  besan  después  las  reliquias  de  su  patrona,  para 
sacar  de  ellas  la  pureza  de  la  virgen  y  la  generosidad 
ele  ía  mártir. 

,  Se  proyectó  también  convertir  el  santuario  en  punto  de 
grandes  romerías  australes,  así  como  lo  es  Yumbel  para  San 
Sebastián.  Tanteóse  la  idea  con  un  ensayo.  En  una  lejana 
misión  de  campo,  los  Padres  lo  propusieron  a  la  gente,  y 
ésta  se  entusiasmé».  Trescientas  personas  se  dividieron-  en 
escuadrones  de  jinetes,  encabezado  cada  cual  por  sendas 
banderas  de  color  diverso.  Después  de  cabalgar  un  día  y 
una  noche,  llegaron  a  oír  misa  y  recibir  la  comunión  a  las 
once  y  media.  Tan  poética  como  generosa  fué  aquella  pere- 
grinación, pero  puso  de  relieve  las  dificultades  del  designio. 
Hacían  los  pobres  demasiados  sacrificios  y  faltaban  los  me- 
dios de  atender  tales  afluencias  de  romeros.  Además,  coin- 
cidían en  el  mismo  mes  las  dos  fiestas  de  Santa  Filomena 
y  San  Sebastián,  y  el  transporte  de  los  viajeros  se  atascaba 
en  la  incómoda  situación  de  Los  Angeles,  perdida  en  el 
extremo  de  un  ramal  ferroviario.  Esto  no  obstante,  se  siguió 
algún  tiempo  en  el  anuncio  de  la  empresa,  y  como  no  se 
granjeara  la  popularidad,  se  dejó  a  medio  camino.  No  por 
eso  se  enfrió  la  devoción  privada.  Acudían  desde  los  pueblos 
más  remotos  del  sur.  Moradores  de  la  pampa  argentina  ha- 
cían caminatas  de  ocho  días  por  la  cordillera  de  Antuco. 
Una  mujer  anduvo  de  rodillas  las  doce  cuadras  que  median 
entre  la  estación  y  el  convento.  Esta  es  la  práctica  de  los 
más,  desde  el  umbral  de  la  iglesia  hasta  el  altar,  con  los 
brazos  en  cruz  y  velas  encendidas  en  las  manos.  Muchos 
no  trepidan   en  formular  sus  votos  y   plegarias  en  alta  voz; 


convento  de  los  angeles 


85 


no  pocos  se  ungen  con  el  aceite  de  La  lámpara,  santiguándose- 
tres  veces  en  tanto  que  rezan  tres  avemarias;  llevan  todos 
la  medalla,  la  imagen,  o  el  cordón  blanco  y  carmín  de  su 
protectora.  A  tales  homenajes  corresponde  ella  con  esplendidez 
maravillosa.  A  los  cinco  meses  de  establecerse  los  Reden- 
toristas,  148  personas  habían  relatado  en  la  portería  las 
gracias  de  que  eran  objeto.  En  el  decurso  de  1906,  qui- 
nientas hacen  la  narración  de  sus  milagros;  y  esta  cadena 
de  favores  se  va  alargando  cada  día  más.  Gloria  de  la 
santa  será  que  citemos  algunos  de  los  más  estupendos. 

En  primer  lugar,  Santa  Filomena  es  medica :  rehace  un 
ojo  reventado;  da  la  vista  a  una  cieguita  de  nacimiento, 
el  oído  a  varios  sordos,  la  razón  a  algunos  insanos.  Cura 
una  tisis  de  seis  años,  un  catarro  intestinal  de  diez,  lam- 
parones de  quince,  una  epilepsia  de  veintitrés.  Deja  bueno 
a  un  labrador  aplastado  por  una  carreta  y  su  tonelada  de 
trigo.  En  Caliboro  (1906)  una  joven  sufre  un  ataque  y  per- 
manece ocho  días  sin  habla,  y  al  fin  largas  horas  sin 
sentido,  ni  respiración,  ni  color  de  viva;  su  madre  invoca 
a  la  santa,  pero  la  enferma  parece  tan  realmente  muerta  (pu- 
la Iban  ya  a  amortajar  y  velar  cuando  vuelve  en  sí  y  salta 
del  lecho  en  perfecta  salud. 

Santa  Filomena  es  además  una  eximia  protectora  en  los 
percances  de  la  vida.  Cayó  una  niñita  en  un  pozo  hondo  y 
lleno  a  medias;  clamó  a  su  patrona,  y  en  vez  de  irse  a  pique 
quedó  flotando,  al  par  que  una  mano  invisible  le  mantuvo 
la  cabeza  fuera  del  agua  hasta  que  la  extrajeron  de  la  cisterna. 
En  Lautaro,  bandidos  rodean  una  vivienda  y  forcejean  por 
desvencijar  la  puerta.  Entre  tanto,  la  dueña  de  casa  hace  una 
manda  a  la  joven  mártir,  y  al  instante  se  alejan  los  sal- 
teadores. En  otra  parte,  forajigos  invaden  el  hogar  de  una 
devota  de  la  santa;  grítale  ella  una  oración,  y  acto  continuo 
su  virginal  defensora  se  interpone  visiblemente  entre  la  des- 
pavorida familia  y  los  malandrines  que  permanecen  como 
clavados  en  el  suelo,  y  por  fin  huyen  medio  muertos  de  es- 
panto. La  sola  medalla  de  la  taumaturga,  puesta  en  los  camr 
pos,  aparta  de  las  cosechas  pestes,  podredumbre  y  gusanos, 
de  los  ganados  la  fiebre  aftosa  y  de  un  viñedo  la  esterilidad. 
El  día  mismo  de  la  fiesta,  en  1915,  notó  un  campesino  que 
ardía  una  hectárea  de  rastrojos  a  tres  metros  de  su  trigal, 
su  fortuna  única.  Corrió  a  matar  el  incendio  a  varillazos, 
invocando  a  la  santa.  Luego  vió  un  grupo  de  personas  des- 
conocidas que  se  afanaban  con  él,  y  momentos  después  giró 
el  viento  echando  las  llamas  en  la  dirección  opuesta  a  su 
campo.  Testigo  del  hecho,  un  incrédulo  no  pudo  menos  de 
exclamar:  «¡Ahora  sí  creo  en  milagros!» 

Ahora  bien,  tres  notas  caracterizan  a  la  virgen  de 
Mugnano.  La  primera,  que  ampara  especialmente  a  los  po- 
bres. La  segunda,  que  se  doblega  muchas  veces  al  plazo 
que  le  fijan  sus  clientes:  una  mujer  afónica,  y  cansada  de 
remedios  inútiles,   le   da  un  término   de  tres  días   para  sa- 


LOS   REDENTORISTAS   EN  CHILE 


narla,  y  el  último  recobra  la  voz;  una  joven  de  Parúahue 
■1908)  le  pide  que  en  dos  días  la  cure  de  una  hinchazón  en 
la  garganta  que  le  imposibilita  la  menor  alimentación,  y  al 
amanecer  siguiente  se  levanta  sin  indicios  del  mal.  Y  hay 
cien  casos  semejantes.  La  tercera  es  su  exigencia  en  requerir 
el  cumplimiento  de  las  promesas.  Una  persona  de  Vilirura 
(1905),  ciega  desde  un  año,  le  hace  un  voto  y  recobra  la 
vista;  infiel  a  su  manda,  vuelve  a  perder  el  uso  de  los 
ojos;  alarmada  y  arrepentida,  cumple  su  promesa,  y  a  los 
tres  días  goza  nuevamente  de  la  luz  del  sol.  En  Angol 
es  una  enferma  del  estómago,  en  San  Juan  una  cancerosa,  en 
Nueva  Imperial  una  tullida  que,  una  vez  curadas  por  la 
poderosa  mártir,  recaen  en  su  mal  hasta  satisfacer  su  deuda 
de  gratitud.  Cuatro  registros,  archivados  en  el  monasterio, 
puntualizan  por  millares  las  mercedes  que  vinieron  a  referir 
los  mismos  favorecidos  de  la  santa. 

Con  todo,  no  echó  sombra  en  la  frente  de  Nuestra  Señora. 
No  bien  se  explicó  a  los  fieles  el  título  e  historia  de  la 
Virgen  del  Perpetuo  Socorro  y  se  instituyó  la  Súplica,  empezó 
ella  también  a  esparcir  sus  beneficios,  por  lo  cual  se  en- 
tendió que  deseaba  tener  su  altar  en  la  humilde  iglesia. 
En  un  año,  se  cuentan  hasta  veintiún  favores  temporales 
de  especial  notabilidad,  debido  cada  cual  a  una  manda  de 
cooperar  con  una  limosna  al  futuro  altar.  Citemos  el  de 
mayor  nombradía.  Un  obrero  cayó  en  locura  furiosa,  hizo 
tres  estadas  en  el  manicomio,  y  fué  devuelto  a  su  hogar 
en  estado  de  completa  idiotez.  En  una  mañana  de  Agosto 
de  1917,  su  mujer  prometió  hacer  cinco  comuniones  y  dar 
cinco  pesos  para  Nuestra  Señora  si  sanaba  al  infeliz;  y.  en 
la  misma  tarde  salió  éste  como  de  un  letargo,  con  su  cabal 
juicio  y  apto  para  reanudar  luego  sus  faenas.  Tales  prodigios 
intensificaron  el  celo  de  las  trescientas  socias  que  se  dieron 
a  colectar  fondos,  y  no  hubo  devoto  de  la  Virgen  que  le 
negase  su  óbolo.  Diez  meses  más  tarde,  el  altar  estaba  eri- 
gido, y  el  9  de  Junio  de  1918  se  realizó  su  bendición.  Los 
principales  del  pueblo  lo  rodearon  con  su  majestad,  doce 
parejas  de  padrinos  le  formaron  guardia  de  honor,  gran  parte 
de  la  concurrencia  hubo  de  asistir  a  la  ceremonia  desde  la 
calle,  bajo  torrentes  de  lluvia,  símbolo  talvez  de  las  gracias 
que  caían  sobre  las  almas.  El  acontecimiento  dió  mayor  ce- 
lebridad y  extensión  al  culto  de  Nuestra  Señora,  y  otro 
suceso  vino  después  a  fortalecerlo.  El  canónigo,  señor  Las 
Casas,  predicó  en  la  capilla  un  ferviente  retiro  a  45  ca- 
balleros; a  guisa  de  recuerdo  y  cual  medio  de  perseverancia, 
les  dejó  un  rosario,  y  los  alistó  en  el  Rosario  viviente,  de- 
voción admirable  que  creó  la  Venerable  Paulina  Jariquot.  Di- 
vididos en  tres  grupos,  sirvieron  de  núcleo  y  ejemplo  a  una 
amplísima  asociación  mariana.  Pronto  se  constituyeron  .arios 
coros  en  la  escuela  abierta  por  el  convento,  y  luego  entre 
las  Hermanas  de  la  Súplica,  e  irradió  en  seguida  por  la 
ciudad:    echó    raíces   en   el   hospital,    Buen    Pastor,  escuela 


CONVENTO   DE   LOS  ANGELES 


8? 


profesional  y  demás  c  olegios  de  niñas.  El  resultado  füá  acrecer 
el  amor  a  la  Virgen  y  orientar  muchas  almas  haría  el 
cuadro  de  su  Perpetuo  Socorro.  Así  es  que,  en  191.9,  cuatro- 
cientas socias  ostentaban  su  cinta  azul,  y  son  en  la  actua- 
lidad cerca  de  seiscientas.  Se  dilató  también  su  culto  por 
los  lugarejos  de  la  feligresía,  en  donde  se  organizaron  algunos 
centros  de  oración  y  perseverante  fervor. 

La  población  masculina  no  pudo  menos  de  atraer  los 
especiales  cuidados  de  la  comunidad.  Fundada  en  el  lemplo 
de  los  Capuchinos,  la  Sociedad  de  San  Jos'-  floreció  un  tiempo, 


Interior  de  la  iglesia  redentorista  en  Los  Angeles 

y  después  vino  a  nada.  El  párroco  la  resucitó,  pero  a  los 
pocos  meses  entró  nuevamente  en  agonía.  En  1905,  los  Re- 
dentoristas  la  prohijaron  a  su  vez  y  le  infundieron  una 
vida  nueva.  La  misión  anual  contribuyó  a  sostenerla,  y  el 
celo  de  los  Padres  la  explayó  por  las  cercanías.  Chacayal  con- 
taba numerosos  cofrades,  Laja  poseía  sesenta.  Carampangue 
cuarenta.  En  1911,  se  les  convidó  a  todos  a  un  retiro  de  tres 
días,  y  150  lo  siguieron  con  edificante  piedad.  No  bajan  ahora 
de  170.  y  todos  los  meses  se  reúnen  en  la  Sagrada  Mesa. 

Lo  mismo  que  las  demás  casas,  la  de  Los  Angeles  fué 
prodigando  su  caridad  a  la  porción  doliente  de  los  moradores. 


ss 


LOS  REDENTORISTAS  en  chile 


Su  arrabal  y  la  población  nueva  los  hallan  siempre  a  la  ca- 
becera de  los  moribundos.  Muchas  veces  aún,  un  corcel  los 
ha  llevado  largas  horas  por  los  campos,  hasta' los  confines 
de  la  parroquia,  para  auxiliar  a  un  enfermo  y  abrirle  el  cielo. 

En  cuanto  a  la  niñez  fué  favorecida  especialmente.  Cuan- 
do, en  1907,  la  Curia  desistió  de  establecer  un  monasterio  de 
religiosas,  remitió  a  San  Alfonso  las  diez  cuadras  que  para 
ellas  se  reservaban,  pero  con  la  obligación  de  levantar  una 
escuela   en  el   término  de  dos   años.   Se   acomodó,  pues,  un 
colegio  en  una  casita  del  fundo,  con  el  título  patriótico  de 
«Baquedano».  Aunque  distaba  del  pueblo,  fué  tanta  la  asisten- 
cia de  niños  que  el  Visitador  censuró  la  pequeñez  del  local, 
y  amenazó  con  suprimir  la  subvención  si  no  se  remediaba  tal 
defecto.  Una  habitación  fronteriza  del  convento  fué  acondicio- 
nada para  los  alumnos,  pero  el  mismo  inspector  la  tildó  tam- 
bién de  insuficiente.  Se  edificó  entonces,  en  la  esquina  próxi- 
ma, uná  construcción  amplia,  cuyas  ventajas  serían  servir  de 
escuela  y  de  salón  social.  En  Junio  de  1910,  se  inauguró  con 
peregrina  solemnidad.  Después  de  la  Misa  mayor,  los  ciento 
veinte  chiquillos  salieron  del  templo,  en  filas  correctas,  can- 
tando himnos  y  tremolando  banderas.  Seguíanlos  sus  padres, 
los  - socios  de  San  José  y  una  enorme  muchedumbre.  En  me- 
dio de  un  religioso  silencio,  y  después  de  una  vibrante  alocu- 
ción de  circunstancia,  se  efectuó  la  bendición  ritual  del  nuevo 
plantel  de  enseñanza,  en  donde  se  prepararían,  más  que  sa- 
bios de  muchas  letras,  cristianos  de  buena  ley.  La  doctrina 
en  que  constantemente  se  les  instruye,  y  la  comunión  mensual 
que  los  más  frecuentan,  son  garantía  plausible  de  su  perseve- 
rancia en  el  bien.  Además  de  esta  obra  escolar,  hay  catcque- 
sis   semanales,   a   las   que   concurren   los   niños  y  niñas  del 
barrio  y  de  la  vecindad.  Como  se  ve,  el  apostolado  infantil 
es  activísimo  en  manos  de  los  Redentoristas,  y  prepara  una 
generación  de  futuros  católicos  que  levanten  quizás  el  nivel 
religioso  de  la  legión  obrera. 

'Pero,  en  la  ciudad  de  Los  Angeles  no  todos  lo  son.  De- 
trás de  la  Cruz  está  el  diablo,  y  allí  más  que  en  cualquier 
otra  parte  los  Padres  fueron  blanco  de  sus  iras.  Sin  hablar 
de  seis  pleitos  que  llevaron  al  Superior  hasta  los  estrados  del 
tribunal,  tuvieron  su  primer  reencuentro  con  los  protestantes. 
En  1910,  esos  mercachifles  del  error  recorrieron  el  pueblo,  y 
en  especial  los  alrededores  de  San  Alfonso,  sembrando  hojas 
volantes,  biblias,  folletos  y  prédicas  que  baldonaban  al  ca- 
tolicismo. El  día  de  Reyes,  extremaron  el  desafío  hasta  es- 
tablecer su  puesto  de  propaganda  en  la  misma  plazuela  de  la 
iglesia.  El  Rector  les  intimó  retirarse;  como  se  emperrasen 
en  quedar  en  el  sitio,  renovóse  la  escena  de  los  vendedores 
en  el  Templo.  Un  grupo  de  mozallones,  animado  de.  santo 
celo,  los  rodeó,  desparramó  por  el  suelo  e  hizo  pedazos  los 
libracos  y  papeluchos  evangélicos,  y  a  mano  airada  rengaron 
los  fueros  de  su  religión  ultrajada.  Los  apóstoles  de  Satanás 


CONVENTO  DE   LOS  ANGÉLÉS 


maltrechos  huyeron  entonces  a  carrera  abierta,  perseguidos 
por  la  rechifla  popular,  y  desaparecieron  para  siempre. 

Lo  que  al  principio  exasperó  más  a  los  sectarios  fue  La 
creación  de  la  escuela,  y  la  subvención  que  le  otorgó  el  Go- 
bierno. Para  arrebatársela  no  dejaron  piedra  por  mover.  En 
1911,  la  ausencia  simultánea  del  Intendente  y  del  Visitador 
escolar  les  proporcionó  una  feliz  coyuntura  para  vejar  al  con- 
vento. Desempeñó  la  suplencia  de  los  dos  un  libre  pensador 
de  línea,  el  cual  escogió  un  día  de  asueto  para  inspeccionar 
el  colegio.  Naturalmente  lo  halló  cerrado.  Lo  hizo  delito,  falseó 
la  fecha,  embozó  malignamente  algunos  datos  que  sonsacó  al 
preceptor,  y  en  un  informe  calumnioso  pidió  al  ministerio  la 
supresión  de  subsidios  por  irregularidad  e  insuficiencia  de  la 
escuela.  Solicitó  al  mismo  tiempo  que  los  traspasaran  a  cierto 
colegio  masónico  sin  fondos.  Enterado  de  la  maquinación,  el 
superior  dirigió  una  carta  al  Intendente  y  una  memoria  al 
Ministro  de  Instrucción,  tan  sinceradoras  ambas  y  contunden; 
tes  que,  no  sólo  la  subvención  fué  confirmada,  sino  que  el 
autor  de  la  intriga  recibió  de  las  autoridades  su  merecido. 

Poco  después,  hubo  otro  choque  de  armas.  Quedando  sin 
titular  el  puesto  de  profesor  de  religión  en  el  Liceo  de  Niñas, 
lo  proveyeron  en  el  teniente  cura.  Pero  lo  codiciaban  los 
masones  a  beneficio  de  una  joven  mundanísima,  hija  de  al- 
guno de  ellos.  Redactaron  al  efecto  una  solicitud  que  llevó 
las  firmas  de  la  logia,  entre  otras  la  del  gerente  del  Banco 
Español.  Al  saberlo,  el  cura  y  el  superior  mandaron  queja 
contra  éste  a  su  jefe  en  Santiago.  Cuatro  días  después,  se 
personaron  en  el  convento  los  cuatro  dignatarios  de  la  Viuda, 
y  con  arrogancia  de  perdonavidas  pidieron  razón  del  denuncio, 
y  ensartaron  amenazas  que  el  superior,  muy  dueño  de  sí,  aco- 
gió enseñándoles  la  puerta.  Se  fueron,  pues,  en  son  de  guerra. 

La  cuestión  del  camposanto  les  dió  otra  ocasión  de 
lidiar.  No  habiendo  cementerio  parroquial,  el  Rector  redento- 
rista  tomó  la  iniciativa  de  crear  uno,  y  consiguió  del  poder 
episcopal  y  civil  las  licencias  de  derecho.  No  bien  rastrearon 
el  designio,  masones  y  descreídos  se  coaligaron  contra  él. 
Mediante  la  complicidad  del  Intendente  y  bajas  intrigas  y 
manejos  lograron  estancar  el  decreto  permisivo.  Pero,  un  per- 
sonaje influyente  desbarató  la  victoria  de  la  impiedad,  y 
hubo  orden  superior  de  dar  curso  al  edicto.  En  su  furor 
buscaron  los  malos  un  desquite.  Hermanando  la  burla  con  el 
odio,  encargaron  a  las  monjas  del  Buen  Pastor  un  estandarte 
masónico,  cuyos  emblemas  cabalísticos  estaban  rodeados  por 
el  especioso  lema  de:  «Sociedad  de  Socorros  Mutuos».  Quiso 
Dios  que  el  P.  Lamard  llegase  en  el  momento  preciso  en  que 
la  tornera  entregaba  el  engañoso  pendón  a  los  delegados  de 
la  logia.  Se  enteró  entonces  de  todo  el  complot.  Lo  que  pre- 
tendían los  del  triángulo  era  conseguir  del  párroco,  por  sor- 
presa, la  bendición  de  su  estandarte,  unirse  a  las  Sociedades 
católicas  en  la  inauguración  del  cementerio,  y  después  bu- 
fonearse de   su  sacrilega   comedia.   Sobre   la  marcha   fué  el 


90 


LOS   RÉDENTORlSTAS   EN  CHlLÉ 


P.  Rector  a  denunciar  al  cura  la  treta  de  los  .sectarios,  de 
suerte  que  cuando  se  presentaron  con  su  hipócrita  demanda, 
les  dió  éste  con  la  puerta  en  las  narices.  Mollinos  y  coléricos» 
se  encaminaron  al  convento  de  los  Capuchinos,  quienes  casi 
cayeron  en  el  garlito;  pero,  vigilaba  el  Superior  redentorista, 
y  su  aviso  llegó  a  tiempo  para  burlar  otra  vez  a  los  del  man- 
dil. En  su  despecho,  idearon  bautizar  a  su  modo  el  estandarte. 
El  día  prefijado,  parodiaron  las  ceremonias  religiosas,  y  de- 
rramaron espumante  champaña.  Como  en  la  misma  tarde  se 
iba  a  bendecir  el  cementerio  nuevo,  resolvieron  deslizarse 
solapadamente  con  su  pendón  en  la  romería  de  los  fieles. 
Pero  el  P.  Rector  estorbó  todavía  este  plan.  Mientras  los  pa- 
drinos y  comitiva  de  la  grímpola  de  Satanás  aguardaban  en 
la   plaza,  el  astuto  director  de  la  procesión  la  hizo  salir  si- 


Jardín  del  convento  en   Los  Angeles 

gilosamente  por  una  puerta  lateral,  y  en  vez  de  tomar  por 
el  camino  público  atravesó  los  vecinos  campos.  Cuando  por 
fin,  cansados  de  la  espera,  los  hermanos  del  Socorro  mutuo 
cayeron  en  la  cuenta  de  su  chasco,  era  ya  demasiado  tarde: 
iba  lejos  el  desfile  católico  cuyos  himnos  les  sonaban  a  los 
oídos  como  irrisión,  y  fueron  a  ocultar  su  vergüenza  y  rabia 
en  la  ratonera  de  su  logia.  Aquella  manifestación  fué  gran- 
diosa. La  oleada  de  los  creyentes  rodeaban  una  Cruz  gigantesca 
que  enhestaban  robustos  cristianos,  y  debía  plantarse  en  el 
centro  del  camposanto  para  encubrir  con  sus  brazos  el  sueño 
de  los  difuntos.  Más  atrás,  seguía  la  estatua  de  la  .Virgen, 
en  un  coche  adornado  con  primor  y  tirado  por  un  grupo  de 
niñas  vestidas  de  blanco.  Cerraba  la  marcha  el  carro  mor- 
tuorio,  en  cuyo   pescante  descollaba  el  mismo  superior,  ra- 


CONVENTO   DE   LOS  ANGELES 


!)1 


(liante  por  la  mala  jugada  con  que  acababa  de  chiflar  a  los 
impíos.  Una  alocución  sobre  la  muerte,  sus  sorpresas,  su 
poder  destructor,  su  mano  irresistible  que  nos  echa  al  tri- 
bunal de  Dios,  terminó  la  ceremonia,  y  se  clavó  como  flecha 
en  la  mente  de  todos. 

Las  elecciones  de  1Í)1<S  pusieron  el  plato  a  los  masones 
para  vengarse.  Por  requerimiento  de  la  Coalición,  el  superior 
facilitó  su  escuela,  privada  al  fin,  para  que  los  católicos 
pudieran  hacer  en  ella  sus  reuniones  políticas.  Este  hecho 
embraveció  a  las  huestes  contrarias.  En  su  saña,  hablaron 
de  volar  el  monasterio  a  dinamitazos,  o  por  lo  menos  de  in- 
cendiarlo y  expulsar  ignominiosamente  •  a  sus  religiosos.  No- 
ticiado de  tales  bravatas,  consultó  el  Rector  a  sus  amigos,, 
quienes  recabaron  del  Prefecto  de  Policía  dos  soldados  para 
custodia  de  la  comunidad.  La  cautela  no  fué  inútil.  A  las 
8  de  la  noche,  una  garulla  de  descreídos  y  liceístas  paseó  su 
vocerío  y  desmanes  de  calle  en  calle.  Sitiaron  primero  el 
Club  Liberal-Democrático,  donde  se  empeñó  una  reyerta  entre 
ellos  y  sesenta  coalicionistas,  quedando  puertas  y  ventanas 
completamente  destrozadas.  De  ahí,  la  turbamulta  se  abalanzó 
a  la  casa  del  ex-Prefecto  de  Policía,  y  como  la  vieron  defen- 
dida por  fuerza  armada,  torcieron  rumbo  hacia  el  xmvento. 
La  vista  de  los  dos  guardias  que,  carabina  al  hombro,  cus- 
todiaban la  portería,  detuvo  sus  bríos;  pero  se  ensañaron  al 
menos  en  los  cristales  de  la  escuela  y  las  tejas  de  la  clausu- 
ra, acompasando  las  pedradas  con  las  vociferaciones  de 
«¡abajo  los  frailes!»  En  las  elecciones  siguientes,  volvió  la 
chusma  al  ataque,  y  no  atreviéndose  a  invadir  los  claustros, 
tiró  siquiera  piedras  en  los  aposentos  que  miran  a  la  calle. 

Esta  inquina  de  los  sectarios  evidencia  que  los  hijos  de 
San  Alfonso  hacen  en  Los  Angeles  la  obra  de  Jesucristo. 
¡  Plegué  a  Dios  que,  por  mucho  tiempo  más,  puedan  dedicar 
a  las  almas  de  buena  voluntad  todos  los  recursos  de  su  celo! 
i  (asta  la  fecha,  en  el  espacio  de  veintiún  años,  han  recogido 
para  el  Señor  el  hermoso  y  fragante  ramillete  de:  857,388 
comuniones,  recibidas  por  el  pueblo  en  su  iglesia. 


SEGUNDA  PARTE 

OBRA   APOSTOLICA   DE   LOS  REDENTORISTAS 
EN  CHILE 

Misiones  en  general 

Háse  dicho  que  el  doble  fin  de  su  Instituto  es:  san- 
tificar a  sus  miembros  por  la  vida  contemplativa,  y  salvar 
a  las  almas  por  los  varios  ministerios  del  apostolado.  En 
virtud  de  esto,  después  de  encerrar  a  los  Congregados 
en  la  soledad,  oración,  observancia,  y  trabajo  de  compo- 
sición oratoria,  la  Regla  les  abre  el  campo  de  la  Igle- 
sia, y  más  de  la  mitad  del  año  la  consumen  en  la  busca  de 
los  pecadores,  sin  reparar  en  fatigas,  cansancios,  sacrificios, 
penalidades  de  ningún  género.  Pero,  les  impuso  San  Alfonso 
cierto  método  peculiar  y  determinado  al  que  deben  astreñirse 
en  sus  campañas  espirituales.  Así  son  las  ceremonias  com- 
plementarias, los  asuntos  predicables,  la  duración  de  los  tra- 
bajos, los  résultados  esenciales  que  les  es  preciso  codiciar  y 
los  distintos  arbitrios  para  conseguirlos.  Ahora  bien,  uno  de 
los  afanes  del  P.  Merges  fué  dar  al  apostolado  de  sus  sub- 
ditos el  carácter  y  fisonomías  alfonsianos.  Para  esto,  ha  de 
ser  ante  todo  muy  atrayente;  de  ahí  la  grata  multiplicidad 
de  sus  industrias  con  el  fin  de  reunir  y  conservar  los  audito- 
rios. Abrese  la  misión  con  una  procesión  de  penitencia:  en  su 
recorrido,  el  eco  eficaz  de  los  cánticos,  el  tintineo  de  la 
campanilla,  los  fervorines  en  las  encrucijadas,  propalan  la 
gran  noticia  y  convidan  a  la  gente.  Este  pregón  solemne,  lo 
completan  los  Padres  al  día  siguiente,  yendo  de  casa  en  casa 
para  saludar  a  los  habitantes  y  ganar  a  los  refractarios.  Se 
suceden  después,  por  las  mañanas,  la  bendición  del  agua,  la 
de  las  criaturas,  la  comunión  general  de  los  niños,  solteras, 
casadas,  cofrades;  y  en  la  noche  el  responso  solemne  por  las 
ánimas,  la  exposición  del  cuadro  de  Nuestra  Señora  del  Per- 
petuo Socorro  como  patrona  de  la  misión,  el  desagravio  a 
Jesús  Sacramentado,  la  consagración  a  la  Virgen.  Éstas  ce- 
remonias, conmovedoras  de  por  sí,  se  realzan  aun  más  con 
los  floridos  adornos  del  altar,  con  las  iluminaciones  a  veces 
gigantescas  que  figuran  cruces,  letreros,  símbolos,  monumen- 


.MISIONES    EN  GENERAL 


93 


tos  de  fuego,  con  las  velas  artísticamente  engalanadas  que 
llevan  en  umno'  los  fieles,  y  la  variedad  y  ardor  de  los  him- 
nos que  son  parte  integrante  de  aquellas  reuniones.  Por  lo 
común,  esta  serie  de  ejercicios  piadosos  remata  en  otra  pro- 
cesión que  dominan  múltiples  andas  y  estandartes,  y  en  la 
plantación  de  una  Cruz  que  recuerde  a  todos  el  amor  de  Jesús, 
las  enseñanzas  de  los  misioneros,  los  propósitos  de  la  en- 
mienda, el  negocio  de  la  salvación.  Doquiera  hayan  predicado 
los  hijos  de  San  Alfonso  en  Chile  se  levanta  el  Arbol  de  nues- 
tra Redención,  o  en  la  cumbre  de  los  cerros,  o  en  la  orilla 
de  algún  camino.  Tal  es  el  aparato  exterior  de  las  misiones. 
Ligorianas. 


Misión  de  los  apóstoles 


Vetes  hubo  en  que  estas  ceremonias  hubieron  de  ser 
suprimidas  por  la  exigencia  de  ciertos  párrocos,  pero  redundó 
siempre  en  daño  del  entusiasmo  popular  y  del  fervor  de  las 
almas.  Asimismo  fueron  censuradas  las  comuniones  genera- 
les, hechas  por  categorías  de  fieles.  Sin  embargo,  desde  39 
años  se  sigue  este  sistema,  y  siempre  ha  traído  muy  notables 
beneficios:  provocar  una  corriente  de  piedad,  vencer  el  respeto 
humano,  arrastrar  a  los  irresolutos,  acelerar  las  confesiones 
y  repartirlas  casi  por  igualdad  cotidiana,  favorecer  la  repe- 
tición del  banquete  eucarístico,  proporcionar  a  cada  clase  de 
cristianos  una  plática  adecuada  a  sus  obligaciones  particula- 
res de  estado.  Pues  bien,  organizar  según  este  plan  las  faenas 


94 


IOS  REDENTORISTAS   EN  CHILE 


evangélicas  de  sus  subordinados,  tal  fué  uno  de  los  empeños 
del  P.  Merges. 

Parecióle  además  indispensable  reformar  su  duración.  Ge- 
neralmente, se  dedicaba  a  las  misiones  una  sola  semana,  por- 
que su  fin  era  facilitar  el  cumplimiento  pascual.  Tal  práctica 
discordaba  con  las  ordenanzas  de  San  Alfonso.  La  regla  que 
él  impone  es  quedar  el  lapso  que  se  necesite  para  realizar  la 
completa  renovación  espiritual  ele  los  pueblos,  concluir  sin 
apremio  la  tarea  de  purificar  las  conciencias,  echar  funda- 
mentos sólidos  de  vida  cristiana  por  medio  de  las  obras  de 
perseverancia.  Su  biógrafo  nos  lo  muestra  durante  un  mes 
entero,  en  la  misma  localidad,  ocupado  con  sus  compañeros 
en  la  cosecha  de  las  almas.  Según,  él,  no  hay  verdadera  mi- 
sión de  Redentoristas  que  no  dure  diez  días  cabales  en  los 
mínimos  lugarejos,  y  cuatro  semanas  en  las  ciudades  mayo- 
res. Pues  celoso  de  amoldarse  al  espíritu  y  prescripciones 
de  su  fundador,  resolvió  el  P.  Merges  romper  con  los  hábitos 
vigentes,  e  implantar  en  Chile  el  sistema  apostólico  de  su 
Congregación.  En  consecuencia,  antes  de  abrir  a  los  suyos 
la  era  de  la  actividad  exterior,  fué  a  avistarse  con  el  Ilus- 
trísimo  Señor  Valdivieso,  y  le  expuso  las  razones  que  milita- 
ban en  contra  de  la  costumbre  nacional  de  las  misiones  cortas: 
precipitación  torzosa  en  el  tribunal  de  la  penitencia,  curso 
incompleto  de  enseñanzas  doctrinales,  riesgo  de  sacrilegios, 
probabilidad  de  dejar  almas  sin  reconciliarse  con  Dios;  al 
mismo  tiempo,  le  pidió  entera  libertad  para  alargarlas  en 
cada  pueblo  conforme  los  Padres  lo  estimaren  necesario.  El 
Arzobispo  penetró  la  fuerza  de  tales  argumentos  y  subscribió 
gustoso  a  la  petición.  Hízose  el  ensayo  sin  tardar.  La  prifnera 
misión  de  Redentoristas  en  el  país  fué  la  de  San  Fernando, 
se  prolongó  18  días  y  cinco  mil  penitentes  recibieron  el  per- 
dón. Luego  siguieron  otras:  14  días  en  Curicó,  con  cinco  mil 
absoluciones;  15  días  en  Quillota  y  San  Felipe,  con  tres  mil 
confesiones  en  ambas  ciudades.  Estas  cifras,  inaccesibles  en 
una  sola  semana  de  trabajo  proclamaron  muy  alto  la  sabidu- 
ría y  acierto  de  San  Alfonso,  v  la  útilísima  innovación  del 
P.  Merges. 

Pero,  la  experiencia  de  un  año  de  campaña  evangélica 
reveló  a  los  Padres  otro  defecto  capital  en  el  procedimiento 
corriente.  Ley  era  entonces  predicar  una  sola  misión  en  cada 
feligresía,  en  su  punto  central.  Ahora  bien,  el  resultado  de 
este  método  era  muy  incompleto.  Sin  duda,  los  vecinos  sa- 
caban de  él  su  provecho  espiritual;  mas,  no  así  la  gente  de 
más  lejanos  hogares.  En  efecto  ¿qué  sucedía?  Al  noticiarse 
de  la  presencia  de  misioneros  en  el  templo  parroquial,  los 
campesinos  se  ponían  en  movimiento;  de  muchas  leguas  lle- 
gaban a  pie,  a  caballo,  en  carretas.  Apremiados  por  el  tiem- 
po, sin  inquietarse  de  pláticas  ni  de  sermón,  recibían  a  la 
ligera  los  Sacramentos,  y  en  el  acto  volvían  a  sus  cabañas 
y  cosechas,  a  fin  de  turnarse  con  los  que  se  habían  quedado. 
De  ahí  fluían  tristísimos  daños:  ningún  niño  del  campo  tenía 


MISIONES 


EN 


OENERAI 


parte  en  los  beneficios  de  la  misión,  ni  tampoco  los  enfer- 
mizos y  los  adultos  más  atareados;  los  demás,  faltos  de  La 
preparación  santificadora  que  dan  los  sermones,  pláticas  y 
ceremonias,  no  podían  hacer  confesión  reposada  y  fructífera; 
así  que  volvían  a  su  arado  tan  ignorantes,  volubles  y  rutine- 
ros como  antes.  Perdíase  así  la  ganancia  fundamental  ape- 
becida  por  San  Alfonso:  La  regeneración  radical  de  una  lo- 
calidad. Ahora  bien,  evangelizar  a  costa  de  tantas  fatigas  y 
sacrificios,  sin  lograr  el  objeto  que  se  propuso  el  santo  y 
perito  Fundador,  era  cosa  que  no  admitían  sus  hijos;  buscaron 
expedientes  para  hacer  más  alfonsianos  sus  trabajos.  Con 
este  fin,  tomaron  esta  decisión:  confesar  únicamente  a  los  que 
hubiesen  oído  ya  cinco  predicaciones  por  lo  menos.  Así  se 
inauguró  en  La  Ligua,  en  Enero  de  f878.  Como  era  de  prever, 
al  oír  la  ordenanza  que  reglamentaba  la  recepción  de  Sacra- 
mentos, estalló  más  de  una  protesta.  Cien  veces  se  renovó  el 
siguiente  diálogo:  «Padre,  confiéseme  luego,  anduve  doce  le- 
guas para  venir  acá. — ¡Y  nosotros,  amigo,  de  4,000  leguas  ve- 
nimos para  ayudarle  a  salvar  su  alma!  Hicimos  inmensos 
sacrificios  ¿y  rehusaría  Ud.  hacer  por  ella  uno  pequeño  si- 
quiera?» Muy  pronto  comprendieron  todos  que  en  esta  demora, 
iba  su  verdadero  bien;  cesaron  los  murmullos;  y  en  ¡os  úl- 
i irnos  días  de  la  misión,  eran  tales  el  entusiasmo  y  satisfacción 
general  que  muchos  detenían  a  los  Padres  en  la  calle,  y  los 
felicitaban  y  agradecían  por  esta  medida.  «¡Qué  bueno,  ex- 
clamaban, habernos  obligado  a  oír  los  sermones  y  pláticas! 
|Qué  lindas  ceremonias!  ¡Qué  rica  confesión  se  hace  así!» 
Como  la  voz  del  pueblo  es  la  voz  de  Dios,  esta  aprobación 
popular  sancionaba  solemnemente  el  nuevo  sistema.  En  <~uan- 
tas  partes  se  siguió  después,  con  la  misma  estrictez,  produjo 
idénticas  manifestaciones  de  gratitud  y  regocijo  universal. 

Pero,  este  arbitrio  no  remediaba  sino  una  defectuosidad 
del  apostolado  vigente.  Aun  así,  gran  número  de  personas, 
impedidas  por  los  quehaceres,  la  distancia,  La  edad,  la  salud, 
quedaban  privadas  de  los  ejercicios  y  ventajas  de  las  misio- 
nes. Luego,  necesitábase  otra  reforma  complementaria:  había 
que  menudearlas  en  las  agrupaciones  más  populosas  de  cada 
feligresía,  con  una  duración  correspondiente  a  la  necesidad 
espiritual  de  los  habitantes.  La  cuestión  era  capital,  y  era 
peliaguda  porque  tendía  a  derribar  una  costumbre  más  que 
secular.  El  P.  Merges  reunió  su  consejo,  y  después  de  tomar 
los  pareceres  de  todos,  mandó  una  memoria  sobre  el  asunto 
al  Arzobispo  y  Vicarios  generales.  Lo  que  era  de  temer  su- 
cedió. A  sus  argumentos,  observaciones  y  pedidos  la  Curia 
opuso  una  denegación  rotunda.  Sin  desanimarse  el  Rector, 
por  dos  y  tres  veces,  insistió  respetuosamente  y  con  nuevas 
razones  en  la  demanda,  y  otras  tantas  recibió  categórica  re- 
pulsa. Entonces,  ya  que  se  trataba  del  método  esencial  de  la 
evangelización  ligoriana,  del  éxito  de  sus  trabajos  y  de  la 
salvación  de  las  almas,  el  P.  Merges  notificó  a  la  autoridad 
diocesana   que   si   persistía   ella  en   desatender  su  motivada 


96 


LOS   REDENTORISTAS   EN  CHILE 


representación,  llevaría  el  pleito  ante  el  Superior  General,  cuya 
decisión  certísima  e  inmediata  sería  la  de  retirar  de  Chile  a 
1  sus  súbditós.  Ante  resolución  tan  enérgica  y  perspectiva  tan 
funesta,  la  Curia  convino  en  un  ensayo  del  plan  propuesto. 
El  primer  tanteo  de  misiones  diseminadas  en  los  lugarejos 
de  una  misma  parroquia  agradó  sobremanera  a  los  curas  y  a 
los  fieles,  duplicó  la  suma  y  valor  de  las  confesiones,  y  con- 
tribuyó no  poco  a  la  edificación  de  las  gentes.  No  volvían 
de  su  asombro  al  ver  que  los  Padres  se  acomodaban  con  una 
miserable  casucha  y  la  más  tosca  alimentación  del  campo, 
con  las  privaciones  de  la  vida  agreste,  con  el  lecho  duro  y 
las  colonias  de  mordaces  insectos,  y  esto  sin  la  menor  queja, 
alegre  la  cara  y  levantado  el  ánimo.  Si  es  cierto  que,  en 
muchas  partes,  los  sufrimientos  materiales  de  los  misioneros 
fueron  sensibles,  y  a  las  veces  llegaron  al  extremo,  se  des- 
quitaban con  la  buena  voluntad  de  los  campesinos  y  los  frutos 
de  conversión  que  entre  ellos  cosechaban.  La  misma  Curia, 
al  informarse  de  las  maravillas  que  labraba  esta  descentra- 
lización de  las  misiones,  cambió  su  recelo  en  parabienes  y 
júbilo.  Para  acreditar  mejor  su  complacencia,  desde  1895  para 
adelante,  reservó  a  los  hijos  de  San  Alfonso  todas  aquellas 
parroquias  que  deseaba  ver  evangelizadas  en  su  cabal  ex- 
tensión. 

Merced  a  esta  repartición  del  apostolado,  caducó  natu- 
^  raímente  la  reglamentación  anterior  para  admitir  los  fieles 
a  los  Sacramentos,  puesto  que  a  todos  era  fácil  seguir  los 
ejercicios  y  enseñanzas  desde  la  misma  apertura  de  ellos. 
Pero,  celosos  de  astreñirse  cuanto  pudiesen  a  sus  tradiciones, 
de  asegurar  el  buen  funcionamiento  de  su  obra,  y  de  hacer 
ubérrimos  frutos  en  las  almas,  los  Padres  idearon  un  programa 
inspirado  por  su  experiencia  y  que  sometieron  al  dictamen 
de  los  superiores.  Fué  aprobado  con  el  tenor  siguiente:  «1.° 
Pedir  a  los  párrocos  que  la  recepción  de  los  misioneros 
revistiese  la  mayor  solemnidad  posible:  con  arcos  de  triunfo 
en  los  caminos,  acompañamiento  de  jinetes  desde  la  estación 
o  los  límites  de  la  parroquia,  procesión  de  los  habitantes  que 
saliese  al  encuentro  de  ellos;  2.9  Insistir  en  el  punto  de  las 
confesiones  generales;  3.°  Oír,  el  segundo  día,  la  confesión 
de  los  ancianos,  sordos  y  enfermos;  4.°  El  tercer  día,  hacer 
una  plática  especial  a  las  solteras  y  confesarlas  inmediata- 
mente después;  5.°  El  cuarto  día,  confesar  a  los  niños  ya 
instruidos  en  la  doctrina  y  capaces  de  comulgar;  6.°  Dedicar 
los  tres  o  cuatro  días  siguientes  a  los  hombres,  para  admi- 
tirlos a  la  penitencia  y  preparar  su  comunión  general;  7." 
Ese  mismo  día,  confesar  a  las  casadas,  y  a  la  mañana  si- 
guiente juntarlas  en  la  Mesa  divina,  y  dirigirles  una  instruc- 
ción sobre  sus  deberes  de  estado;  8.°  El  último  día,  absolver 
a  los  niños  más  ignorantes  que,  durante  todo  el  tiempo,  se 
adoctrinaron  con  catequistas,  especiales». 

Según  esto,  he  aquí  como  procedían  entonces  los  Reden- 
toristas   en  los  lugares  campestres.  En  general,  aveniéndose 


MISIONES    EN    GENERA  I 


al  deseo  de  los  misioneros,  iba  el  mismo  cura  a  recibirlos 
con  un  séquito  de  hombres  a  caballo.  Eran  a  veces  un  ver- 
dadero escuadrón:  120  en  Membrillo,  150  en  Codegua.  Sería 
un  error  creer  eme  estas  manifestaciones  espléndidas  fuesen 
puro  lujo;  su  fin  y  su  ventaja  eran  difundir  luego  la  noticia 
de  la  misión  y  aguijonear  las  voluntades.  En  aquellos  tiempos 
ya  remotos  pocas  eran  las  capillas  existentes  fuera  de  los 
pueblos,  de  suerte  que,  en  los  lugarejos  más  pobres  y  apar- 
tados, se  predicaba  con  frecuencia  a  campo  descubierto.  Al 
día  siguiente  de  su  llegada,  los  Padres  improvisaban  una  ca- 
pilla, púlpito  y  confesonarios  rústicos.  Mientras  tanto,  varios 
mensajeros  galopaban  por  los  contornos  para  convidar  a 
cuantos  moradores  había  a  seis  leguas  a  la  redonda.  Acu- 


Comunidad  de  Santiago  en  1924.  con  el  Superior  General 


dían  los  más.  y  pronto  se  asentaba  en  el  sitio  de  la  misión 
un  vasto  campamento  de  rústicos.  Dormían  en  sus  propias 
carretas,  o  al  amparo  de  los  toldos  y  pieles  que  a  preven- 
ción habían  traído.  Al  paso  que  se  presentaba  la  gente,  los 
misioneros  la  clasificaban  -por  secciones  de  edad,  ignorancia, 
sexo  y  estado.  Cada  cual  de  estos  grupos  tenía  una  o  varias 
catequistas  voluntarias,  y  éstas,  bajo  la  fronda  de  los  árboles 
y  durante  el  día  entero,  inculcaban  a  sus  discípulos  el  cate 
cismo,  las  oraciones,  los  cánticos  y  el  examen  de  conciencia 
alternando  la  enseñanza  con  el  rosario,  el  víacrucis  y  la  Sú- 
plica a  la  Virgen  del  Perpetuo  Socorro.  Tres  veces  al  día  se 
congregaban  todos  para  oír  una  instrucción  doctrinal  o  un 
sermón.  De  este  modo,  hasta  el  menor  desorden  era  imposible: 
pues,  la  vigilancia  era  constante,  y  todos  estaban  ocupados 


LOS   R EDENTOR1ST  AS   EN   Cllll  É 


sin  cesar  en  asuntos  espirituales.  El  fruto  de  esta  actividad 
piadosa,  en  el  poético  cuadro  de  las  campiñas,  era  inconce- 
bible. La  gracia  de  Dios  realizó  estupendos  prodigios  de  san- 
tificación en  aquellas  almas  agrestes.  Cada  clase  de  fieles 
debía  aguardar  su  turno  para  su  comunión  general,  y  así 
estaban  obligados,  para  su  mayor  bien,  a  permanecer  más 
tiempo  en  el  teatro  de  la  misión  y  a  aprovechar  un  número 
más  crecido  de  predicaciones. 

En  cuanto  a  las  obras  de  perseverancia,  consistían  en 
establecer  el  culto  de  Nuestra  Señora  del  Perpetuo  Socorro  y 
la  Sociedad  de  San  José.  Desde  1878,  llevaron  los  Padres  a 
cada  misión  un  cuadro  de  su  milagrosa  Virgen.  Al  empezar 
la  exponían  en  un  trono,  entre  velas  y  flores,  y  referían  al 
pueblo  su  historia  y  poder.  No  había  quien  resistiese  a  su 
misteriosa  atracción,  por  manera  que  les  era  muy  fácil  orga- 
nizar, para  el  tiempo  de  su  estada  apostólica,  numerosísimas 
grupos  de  suplicantes  que  se  relevaban  ál  pie  de  la  imagen. 
A  estas  plegarias  intensas  en  honor  de  la  Patrona  de  sus 
trabajos  deben  atribuir  los  primeros  Redentoristas  en  Chile 
sus  increíbles  éxitos.  Más  de  una  vez,  la  divina  Reina  premió 
la  confianza  de  los  campesinos  y  acrecentó  su  devoción  con 
milagros  de  orden  temporal,  pero  sobre  todo  no  se  cuentan 
los  pecadores  inveterados  que,  con  sólo  rezar  ante  el  cuadro 
de  aquella  desconocida  Virgen,  recabaron  el  dolor  de  sus 
crímenes  y  la  fuerza  de  la  enmienda.  Siempre  que  esto  les 
era  posible,  dejaban  los  Padres  alguna  imagen  de  Nuestra 
Señora  en  la  iglesia  parroquial,  o  en  una  capilla  campestre, 
o  en  la  morada  del  hacendado  o  vecino  principál,  o  en  un 
nicho  construido  al  pie  de  la  Cruz  de  misión.  Además,  ex- 
hortaban a  todos  a  que  se  alistasen  en  la  Archicofradía  de 
ella,  y  siempre  con  éxito.  Por  centenares  venían  esos  cristia- 
nos de  viva  fe  a  inscribir  su  nombre,  y  hasta  mil  de  una 
vez,  conforme  sucedió  en  Tagua-Tagua  (1880).  Antes  de  irse, 
el  cuidado  de  los  Redentoristas  era  dejar  firmemente  estable- 
cido el  ejercicio  de  la  Súplica  para  los  Domingos.  En  188H 
la  inauguraron  tanto  en  la  iglesia  de  los  pueblos  como  en 
los  caseríos  del  campo.  Las  mujeres  en  la  mañana,  los  hom- 
bres en  la  tarde,  debían  reunirse  ante  la  imagen  para  el  ro- 
sario, una  lectura  edificante,  el  estudio  de  la  doctrina,  la  eje- 
.ución  de  algunos  cánticos,  bajo  la  presidencia  y  responsabi- 
lidad de  una  celadora  y  de  un  Prefecto.  Fué  tal  el  empeño 
de  los  Padres  que,  al  cabo  de  algunos  años,  pasaban  de  mil 
aquellos  centros  de  Súplica  dominical,  y  más  de  uno  constaba 
de  noventa  asistentes,  como  los  de  Doñihue  y  Curacaví.  En 
Talca,  duraba  el  día  entero,  con  treinta  suplicantes  por  hora; 
desde  los  valles  de  la  cordillera,  verdaderas  procesiones  de 
romeros  andaban  veinte  leguas  a  caballo  para  hacer  la 
Súplica,  en  la  iglesia  matriz,  siquiera  una  vez  al  mes.  En 
otra  ciudad  cabeza  de  departamento,  el  cura  introdujo  después 
de  la  misión  una  costumbre  admirable:  todos  los  Sábados 
en  la  noche,  llevó  triunfalmente  el  cuadro,  de  Nuestra  Señora 


MISIONES    EN    GENERAL  99 

alrededor  de  la  plaza;  más  de  mil  personas  solían  acompa- 
ñarlo, y  entre  ellas  doscientos  hombres,  con  velas  encendi- 
das en  la  mano  y  filial  devoción  en  el  alma.  En  1887,  ideó 
el  P.  Pablo  Liégey  un  medio  eficacísimo  de  dar  mayor  vuelo 
aún  a  esta  práctica  de  la  Súplica:  fué  crear  la  asociación 
de  las  Hijas  de  María.  Entraban  en  ella  las  jóvenes  que,  en 
general  tienen  más  piedad  y  más  tiempo,  y  así  se  prepara- 
ban generaciones  que  guardarían  en  gran  parte  sus  juveniles 
hábitos  de  oración.  Se  comprometían  no  sólo  a  ser  fieles  a 
la  reunión  dominical,  sino  a  evitar  las  ocasiones  y  pasatiem- 
pos peligrosos,  y  a  frecuentar  los  Sacramentos.  En  cambio, 
adquirían  el  derecho  exclusivo  de  llevar  en  las  procesiones 
la  imagen  de  María  y  de  formar  su  séquito  de  honor,  vestidas 
de  traje  blanco,  corona  en  la  frente  y  azucena  en  la  mano. 
Cada  centro  estaba  a  cargo  del  párroco  y  de  una  presidenta. 
El  solo  P.  Pablo  afilió  más  de  treinta  mil  doncellas  en  la 
pía  Congregación.  Por  esta  industria  que  se  adueñó  de  la 
juventud,  la  Súplica  persiste  aún  después  de  20  y  30  años, 
y  funciona  en  cien  poblaciones  que  los  misioneros  descubren 
con  la  más  grata  sorpresa.  Debióse  esta  asombrosa  propaga- 
ción del  culto  de  Nuestra  Señora  del  Perpetuo  Socorro  y  al 
amor  innato  de  los  chilenos  para  con  la  divina  Madre,  y  a 
los  favores  estupendos  que  otorgó  ella  a  la  confianza  del  pue- 
blo, así  en  las  ciudades  como  en  los  campos,  y  al  celo  in- 
cansable de  los  Redentoristas  para  divulgar  su  nombre  e  his- 
toria, sus  imágenes  santas  y  su  misericordioso  poder.  En 
1880.  es  decir  en  cuatro  años,  se  habían  expendido  ya  más 
de  diez  mil  estampas  y  medallas  de  ella.  Estaba  tan  conocida 
en  el  país  que,  al  estallar  la  guerra  del  Pacífico,  el  ejército 
entero,  jefes  y  soldados,  pidieron  con  instancia  medallas  de 
la  Virgen  del  Perpetuo  Socorro.  Los  buques  de  la  escuadra 
tenían,  colgado  en  los  mástiles,  el  cuadro  de  la  milagrosa 
Madona.  Se  compuso  entonces  una  oración  en  honor  de  ella 
por  el  triunfo  de  las  armas  chilenas,  y  en  pocos  días  se  agotó 
la  edición  de  quince  mil  ejemplares.  Innumerables  son  los 
casos  de  maravillosa  protección  eme  refirieron  los  combatientes 
de  mar  y  tierra.  Los  capitanes  de  la  flota.  Condell,  Rivero, 
Latorre,  le  atribuyeron  francamente  sus  victorias  en  cartas 
que  se  han  conservado  hasta  hoy.  Su  culto  era  tan  nacionali- 
zado que,  en  1887,  el  Ilustrísimo  Señor  Casanova  decía  a  los 
Padres  de  San  Alfonso:  «Yo  no  sé  lo  que  hacen  ustedes  para 
entusiasmar  a  las  gentes  en  favor  de  su  Virgen  milagrosa. 
Acabo  de  terminar  la  visita  pastoral  de  la  arquidiócesis,  y  a 
penas  hallé  una  iglesia  o  una  capilla  que  no  ostentase  su  cua- 
dro y  aún  su  altar».  V  añadía  sonriendo:  «Casi  temo  que  ella 
destrone  en  el  corazón  del  pueblo  a  Nuestra  Señora  del  Car- 
men. Patrona  de  la  República».  Hasta  1894,  más  de  cien  mil 
ejemplares  de  su  novena  circulaban  en  el  país.  Esto  solo 
explica  los  frutos  abundantes  y  duraderos  que  han  producido 
las  misiones  ligorianas.  Lo  único  que  faltó  a  la  gloria  de  la 
Virgen  de  los  Redentoristas  fué  una  revista  que  publicase  la 


loo 


LOS  REDENTORISTAS  en  chile 


multitud  de  sus  favores  temporales  y  espirituales.  Hubiérase 
conocido  así  con  qué  generosidad  las  derramó  sobre  la  nación, 
de  norte  a  sur;  y  esta  relación,  que  muebas  veces,  raya  en 
lo  increíble,  habría  ensanchado  aún  más  la  confianza  y  enar- 
decido la  gratitud  de  todos. 

En  cuanto  a  los  hombres,  se  les  convidaba  a  alistarse 
en  la  hermandad  de  San  José,  y  se  presentaban  en  tropel: 
80  en  Zúñiga,  112  en  Casablanca,  150  en  Peñaflor,  Molina  y 
Parral,  cifras  que  indician  la  viveza  de  fe  en  aquella  época 
de  1888.  En  muchas  partes  sobreviven  todavía  estos  centros 
que  siguen  siendo  para  muchos  seguras  arcas  de  preservación. 

Otra  obra  que  descuella  entre  las  consecuencias  más  fe- 
lices del  apostolado  de  los  Padres  es,  sin  duda  alguna,  el 
arreglo  de  los  matrimonios.  El  afán  constante  de  aquéllos  es 
buscar    las    uniones   ilícitas   y   los    escándalos  para  ponerles 


Una  procesión  en  misión 

remedio,  o  con  la  bendición  de  la  Iglesia,  o  con  la  separación 
definitiva  de  los  culpables.  En  este  medio  siglo,  los  apóstoles 
redentoristas  han  bendecido,  y  en  su  mayor  parte  legitimado 
en  sus  misiones:  en  el  norte  y  centro  del  país  6,321  casa- 
mientos, y  en  el  sur  13,190,  lo  que  da  una  suma  de  19,511. 
Pero,  este  número,  de  suyo  formidable  ya  ¿cuántos  pecados 
menos  representa  en  la  balanza  de  la  Justicia  eterna? 

Como  se  desprende  de  lo  dicho,  la  labor  que  la  Congre- 
gación de  San  Alfonso  ha  desarrollado  en  el  país,  desde  su 
establecimiento  a  esta  parte,  ha  sido  de  intensa  actividad 
evangélica.  Así  lo  confirma  el  siguiente  cuadro: 


MISIONES    EN  GENERAL 


101 


Casas 

Anos 

Misiones 

Retiros 
y  novenas 

Confesiones 

Santiago  

50 

2,192 

1  117 

1  fS7Q  7M0 

Cauquenes  

34 

1.147 

408 

954,029  : 

i  San  Bernardo. 

27 

1.330 

476 

851,418 

Valparaíso  

22 

858 

261 

456,436 

Los  Angeles... 

21 

614 

166 

304,438 

Lo  que  da  como  suma  global :  6,141 

2,458 

4.146,111 

Aunque  el  total  de  estas  faenas  apostólicas  es  forzosa- 
mente incompleto,  y  no  incluye  los  trabajos  de  menor  dura- 
ción, ni  las  predicaciones  sueltas,  ni  el  número  de  bautizos  y 
confirmaciones,  todas  cosas  incontables,  ayuda  sin  embargo 
a  adivinar  cuál  ha  sido  el  tesón  de  aquellos  religiosos  al 
sacrificarse  por  las  almas.  Tanto  más  admirable  es  cuanto 
que  su  grupo  ha  sido  siempre  reducido.  Los  diez  y  seis  pri- 
meros años  sólo  existía  la  casa  de  Santiago  con  cuatro  mi- 
sioneros; en  los  catorce  años  siguientes  fueron  dos  los  con- 
ventos y  ocho  los  apóstoles;  los  veinte  años  últimos,  se  ocu- 
paron, por  término  medio,  diez  y  ocho  Padres  en  el  campo 
espiritual  de  Chile.  Esto  demuestra  que  no  escatimaron  el 
tiempo  que  la  Regla  les  manda  consumir  en  la  búsqueda  de 
los  pecadores. 

Entre  aquellas  misiones,  dos  no  más  se  han  predicado 
simultáneamente  en  todas  las  iglesias  de  una  misma  localidad 
importante.  Talvez  sea  lástima,  siendo  así  que  una  misión 
general  remueve  cada  vez  muy  hondo  una  población,  mucho 
más  que  una  sucesión  de  trabajos  aislados:  aquélla  es  el 
cerco  sobrenatural  de  una  ciudad,  un  asalto  en  toda  la  línea 
que  da  la  gracia  de  Dios  a  las  voluntades,  y  que  consigue 
los  más  espléndidos  triunfos  sobre  el  pecado.  Así  fué  siempre 
en  Europa,  así  lo  atestiguan  los  felices  resultados  que  traen 
a  cuenta:  1.°,  la  de  Concepción;  allí,  en  1905,  diez  y  seis  Re- 
dentoristas  evangelizan  al  mismo  tiempo  la  ciudad  entera,  y 
con  ser  uno  de  los  centros  de  la  incredulidad,  absuelven  en 
ella  7,500  penitentes,  de  los  cuales  un  millar  de  hombres; 
2.°,  la  de  Copiapó:  seis  Padres  llevan  allá  su  elocuencia  y 
su  celo,  y  a  pesar  de  los  pronósticos  que  agoraban  un  des- 
calabro, las  verdades  eternas  convierten  á  1,300  almas,  suma 
crecidísima   para   la   irreligiosa  capital  de  Atacama. 

En  cuanto  a  los  éxitos  alcanzados  entre  las  almas,  la 
( 'ongregación  no  piensa  atribuirlos  al  bien  decir,  a  la  santi- 
dad y  otras  prendas  especiales  de  sus  súbditos.  Todo  el  mé- 
rito  y   eficacia   pertenecen:   1°,  a   San   Alfonso   que   les  ha 


102 


LOS   REDENTORISTAS   EN  CHILE 


legado  el  verdadero  método  de  las  misiones  populares,  y  ha 
conservado  muy  vivo  y  cabal  su  espíritu  entre  los  suyos;  2.°, 
a  Nuestra  Señora  del  Perpetuo  Socorro,  nombrada  por  el  Sumo 
Pontífice,  Patrona  oficial  de  las  misiones  redentoristas,  y 
cuyas  peculiares  gracias  de  conversión  vivifican  la  palabra 
de  los  apóstoles  ligorianos;  3.°,  a  la  Justicia  de  Dios  que 
apoyó,  con  frecuencia  y  severidad,  las  verdades  que  sus  he- 
raldos iban  pregonando.  Citemos  tal  cual  de  aquellos  castigos 
con  que  la  diestra  del  Señor  hirió  a  los  empedernidos  cuya 
pertinacia  o  desprecio  rehusaban  sus  misericordias.  En  San 
Alfonso  (1895)  un  carbonero,  que  se  deshacía  en  impiedades 
contra  la  misión  y  ,1a  confesión,  fué  al  monte  para  destrozar 
árboles  a  polvorazos;  de  improviso,  se  inflamó  el  polvorín 
que  en  la  mano  llevaba,  y  fué  quemado  vivo.  En  El  Parral, 
un  adúltero  se  negó  en  varias  misiones  a  dejar  su  vida  es- 
candalosa; pues,  en  1888,  la  víspera  de  llegar  los  Padres,  el 
garrote  de  un  asesino  lo  echó  al  tribunal  de  Dios.  En  Olmué 
^  1897)  un  individuo  no  quiere  aprovechar  el  paso  de  los  mi- 
sioneros: tres  días  después,  un  ataque  cerebral  le  priva  de 
sentidos  y  así  le  arranca  el  alma.  En  Los  Maitenes  (1897  ; 
un  hombre  principal  se  ríe  de  los  que  buscan  el  perdón  a 
los  pies  de  los  enviados  de  Dios:  a  los  tres  días  de  irse  éstos, 
unos  foragidos  le  saltean  y  rematan.  En  la  Esperanza  (1898,, 
otro  varón  de  fuste  se  mofa  de  la  gracia  y  de  los  predicado- 
res, y  durante  la  procesión  final,  a  pocas  cuadras  de  ella,  una 
gavilla  de  bandidos  se  hacen  con  el  puñal  los  justicieros  del 
C  ielo.  En  Cucha-Cucha  (1907)  un  joven  amancebado  desoyó 
la  voz  de  los  Padres  que  le  exhortaban  a  regularizar  su  si- 
tuación, y  dos  días  más  tarde  pereció  ebrio  al  atravesar  en 
carreta  un  río.  En  Nos  (1902)  un  infeliz  se  obstinó  en  no 
acercarse  a  los  misioneros,  y  a  los  tres  días  expiró  antes  de 
que  llegara  el  sacerdote  por  él  llamado.  En  El  Peñón  (1917 ) 
un  campesino  responde  con  sorna  al  Padre  que  le  convida 
a  los  ejercicios  de  la  noche  «¡sí,  mañana  iré!»  y  no  fué,  por- 
que una  muerte  atroz  se  lo  impidió.  En  Las  Condes  (1904; 
una  mujer  replica  a  la  invitación  de  los  misioneros:  «¡Déjen- 
me en  paz!  ¿qué  tengo  que  ver  con  esto?  ¡Ni  piernas  tengo 
para  ir  tan  lejos!»  y  cuarenta  horas  no  habían  pasado  cuando 
una  parálisis  le  inutilizaba  efectivamente  ambas  piernas.  En 
San  Miguel  de  Pemuco  (1912)  cierta  señora  de  cuenta  siguió 
las  predicaciones,  pero  se  encaprichó  en  no  confesarse :  y  en 
la  misma  noche  de  la  clausura  murió  de  repente.  Tales  azotes 
de  la  mano  divina,  y  otros  muchos  que  anota  la  Crónica, 
coadyuvaron  poderosamente  la  acción  de  los  Padres  con  el 
saludable  temor  que  infundían  en  los  testigos  de  este  rigor 
del  Cielo. 

En  sus  correrías  evangélicas  por  la  parte  central  del 
país,  los  Redentoristas  encontraron  pocas  veces  una  oposición 
violenta  de  parte  de  los  impíos.  Es  una  excepción  aquel  pisa- 
verde  de  Santa  María  que  vino  a  caballo  a  insultarlos,  y 
apuntó  a  uno  de  ellos  con  su  revólver  porque  se  le  había 


Misiones  eM  geNerAL 


arrebatado  la  cómplice  de  sus  desórdenes.  Pero,  una  vez, 
Satanás  manifestó  él  mismo  su  furor  por  medio  del  siguiente 
portento.  En  el  fundo  del  Inca,  parroquia  de  Tunca,  llegaba 
la  misión  de  190*2  a  su  penúltimo  día  con  un  éxito  extraor- 
dinario. Por  la  inmensa  concurrencia,  se  hacían  los  ejercicios 
en  el  patio  interior,  y  aquella  noche  escuchaban  todos  en  el 
mayor  silencio  el  sermón  sobre  el  infierno,  cuando  de  im- 
proviso se  percibió  un  fuerte  rumor  como  de  caballos  des- 
bocados y  de  coches  lanzados  a  carrera  abierta.  Momentos 
después,  el  estruendo  invadió  como  ciclón  el  recinto  donde 
estaba  apiñada  la  gente,  una  nube  de  humo  y  polvo  se  le- 
vantó al  par  que  algo  como  un  huracán  atravesaba  el  audito- 
rio. "Fué  a  dar  el  fenómeno  contra  una  pared  tras  la  cual  se 
reservaba  la  Eucaristía.  Ahí  paró  en  seco,  giró  hacia  atrás 
y  fué  a  perderse  en  la  Cordillera.  Indescriptible  fué  el  pánico, 
hecho  de  alaridos,  fuga,  atropellos  y  desmayos.  Ahora  bien 
¿cuál  sería  la  causa  de  semejante  rareza?  No  fué  un  ruidoso 
temblor;  pues,  los  dueños  de  casa  estaban  tranquilos  en  una 
pieza,  y  no  sintieron  la  más  leve  oscilación;  además,  una  sa- 
cudida sísmica  no  explica  el  estruendo  exterior  de  coches  y 
corceles  invisibles,  ni  mucho  menos  la  polvareda  mezclada 
de  humo.  Un  temporal  o  ciclón  no  solucionan  tampoco  el 
misterio,  porque  el  cielo  de  horizonte  a  horizonte  estaba  apa- 
cible y  sereno.  Sólo  queda,  por  lo  tanto,  y  ésta  fué  la  con- 
vicción general,  que  aquella  fué  batahola  del  demonio  para 
estorbar  la  obra  de  la  gracia^.  Pero,  sucedió  todo  lo  contrario. 
A  impulsos  del  terror,  no  hubo  habitante  de  la  comarca  que 
no  buscase  en  la  absolución  la  paz  de  .  su  conciencia. 

Si  se  coteja  las  listas  que  apunta  la  Crónica  redentorista 
con  algún  mapa  de  Chile,  es  fácil  reconocer  eme,  desde  el 
Maule  hasta  el  Aconcagua,  no  hay  parroquia,  ni  aldea,  ni  lu- 
garejo,  ni  a  penas  hacienda  o  rincón  escondido,  en  donde  no 
hayan  ellos  anunciado  las  verdades  de  la  fe,  y  sembrado  so- 
bre las  ruinas  del  pecado  las  misericordias  del  perdón  y  la 
semilla  de  las  cristianas  virtudes.  En  la  parte  central,  estas 
misiones,  novenas,  ejercicios,  triduos  se  conforman  con  el 
método  más  arriba  indicado,  y  no  presentan  anécdotas  o  pe- 
ripecias de  especial  interés,  es  pues  inútil  explayarnos  en  su 
relación  que  saldría  monótona  e  insulsa.  Pasemos  mejor  a 
la  región  norte. 


LOS  REDENTORISTAS  en  chile 


MISIONES  EN  EL  NORTE 

1."  En  las  oficinas  de  la  pampa:  No  se  habla  aquí  de 
los  Redentoristas  alsacianos  que  fundaron  dos  casas:  una 
en  Iquique,  donde  su  celo  trabajó  desde  1908  hasta  1921 
y  santificó  un  populoso  arrabal  de  la  ciudad,  otra  en  Huara 
cuya  parroquia  y  salitrerías  vecinas  fueron  teatro  de  sus 
afanes  pastorales  desde  1912.  Allí  construyeron  una  iglesia 
y  una  escuela;  implantaron  para  las  mujeres  la  Súplica  Per- 
petua, la  Asociación  de  las  Hijas  de  María,  la  Archicofradía 
del  Sagrado  Corazón,  y  para  los  hombres  la  Sociedad  de 
Socorros  Mutuos  Cristiana.  En  las  fábricas  de  salitre  perte- 


Comunidad  de  San  Bernardo  en  1924 


necientes  a  la  feligresía  predicaban  anualmente  la  misión  y 
decían  misa  por  turno  en  los  días  festivos.  Pero,  como  aque- 
llos Padres  son  de  otra  provincia  de  la  Orden,  no  hay  que 
hurtarles  su  gloria  ni  sus  méritos.  Trátase,  pues,  de  las  cam- 
pañas apostólicas  que  los  Redentoristas  de  la  provincia  fran- 
cesa llevaron  a  cabo  en  aquella  región.  La  evangelizaron  en 
los  años  1908-09.  De  por  sí,  ese  es  un  trabajo  casi  infructuoso 
y  desalentador.  Sin  duda,  no  existe  en  general  entre  los  sa- 
litreros una  impiedad  agresiva,  pero  sí  una  indiferencia  glacial 
por  cuanto  atañe  a  la  religión.  Las  causas  de  ella  parecen 
ser  múltiples.  Es  la  moral  libre  y  desenfrenada  que  practican 
muchísimos  solteros  y  que  no  se  deciden  a  repudiar;  es  la 
vida  de  amancebamiento  que  llevan  los  que  se  creen  más 
morigerados,  y  cuyos  lazos  se  resisten  a  romper;  es  el  subido 


Misiones  en  el  norte 


105 


jornal  que  les  permite  jaranear  en  las  poblaciones  inmedia- 
tas, compuestas  en  su  mayor  parte  de  pulperías  chinas  y 
casas  de  perdición;  es  el  protestantismo  de  los  dueños  y  jefes 
de  los  salitrales  que,  si  bien  son  tipos  de  amabilidad  y  cor- 
tesía y  se  abstienen  de  propaganda,  se  desentienden  en  ab- 
soluto de  sus  trabajadores  católicos;  es,  por  consiguiente, 
una  ignorancia  doctrinal  espantosa  que  tiene  a  éstos  en  una 
rutina  pagana  difícilmente  superable.  Para  despertar  aquellas 
conciencias  y  encender  los  entusiasmos  habría  sido  indispen- 
sable usar  todos  los  arbitrios  exteriores  del  apostolado:  pom- 
pas del  culto,  lucidas  ceremonias,  industrias  nuevas  capaces 
de  impresionar  los  ánimos.  Lejos  de  ser  esto  factible,  la 
carencia  de  locales  obligó  a  los  Padres  a  oficiar  en  el  salón 
filarmónico,  teatro  de  tantos  escándalos,  lo  cual  desprestigió 
no  poco  las  misiones  a  los  ojos  de  los  mismos  pampinos. 
Sin  embargo,  a  pesar  de  esas  dificultades  de  mal  agüero, 
los  apóstoles  se  dieron  a  su  santa  faena  con  todo  el  ardor 
de  su  celo,  sin  perdonarse  ninguna  fatiga  para  ablandar  aque- 
llos corazones.  Pocos  correspondieron  a  la  gracia:  en  una 
oficina  de  1,200  habitantes,  dos  no  más  se  reconciliaron  con 
Dios;  en  otra  de  igual  población,  treinta  se  acercaron  a  los 
Sacramentos;  en  otra  de  tres  mil  almas,  ochenta  buscaron 
la  absolución;  y  así  en  igual  proporción  en  las  demás  agru- 
paciones. Con  ser  tan  mezquinos  de  suyo,  estos  resultados  no 
dejaban  de  ser  triunfos  que  superaban  aún  las  esperan/as  de 
los  enviados  de  Cristo. 

2.°,  Misiones  en  las  ciudades  del  norte:  Se  les  llevó  la 
palabra  divina  en  una  tanda  apostólica,  en  1901.  Dos  Reden- 
loristas,  los  Padres  Lamard  y  Enrique  Degaud,  recorrieron 
entonces  la  diócesis  de  La  Serena,  y  a  pesar  de  mil  dificul- 
tades, lograron  ganar  para  Dios  cierto  número  de  almas.  Em- 
pezaron por  Freirina.  Allí,  la  impiedad  y  el  respeto  humano 
reinaban  como  dueños  y  señores.  Siete  hombres  iban  aún  a 
misa,  pero  sin  comulgar  nunca.  Con  todo,  empezó  el  P.  La- 
mard por  una  hazaña,  haciendo  procesión  nocturna  de  peni- 
tencia con  alocuciones  en  las  calles.  Quedaron  los  incrédulos 
pasmados  de  tanta  audacia.  Desde  los  balcones  del  club,  va- 
rios aclamaron  al  intrépido  misionero;  y  uno  de  ellos  voceó: 
«¡Yo,  le  tomaría  como  capellán  del  ejército!»  Sin  embargo, 
esta  racha  de  admiración  no  apagó  el  odio  de  los  sectarios. 
Al  hacer  las  visitas  habituales  de  amistoso  convite,  encontró 
el  Padre  en  una  esquina  al  redactor  del  periódico  anticlerical 
«La  Labor».  Se  le  acercó,  y  le  pidió  su  dirección  para  ir  a 
saludarle  después  en  su  casa.  qSeñor,  contestó  el  diarista 
echando  bufidos  de  ira  ¡  no  pase  Ud.  por  mi  domicilio  si  no 
quiere  hacerme  criminal! — Pero,  repuso  con  calma  el  misionero, 
no  pretendo  ofenderle;  le  respeto  a  Ud.,  y  cuando  la  gente 
respeta  a  los  demás,  merece  igualmente  respeto. — Sin  duda, 
replicó  entre  espumarajos  ese  mal  criado,  pero  Ud.  no  es 
gente!»  Este  rasgo  muestra  la  feroz  animosidad  de  los  li- 
bres pensadores  en  aquella  población.  Con  el  objeto  de  mu- 


106  tÓS   RfelJENTORISTAS    EN  ¿HILE 

lestar  a  los  Padres  y  hacer  inútiles  sus  afanes,  asalariaron 
una  murga  de  pésimos  músicos;  y  éstos,  situándose  frente 
al  pórtico  de  la  iglesia,  tocaron  todas  las  noches,  a  la  hora 
de  las  predicaciones,  con  el  mayor  estruendo  posible.  Con 
todo,  doce  chiquillos,  quince  hombres,  200  niñitas  y  mujeres 
se  confesaron.  Exito  miserable  que  pareció  prodigioso  al  go- 
bernador, al  juez  y  al  mismo  párroco.  En  Vallenar,  misma 
impiedad.  Baste  recordar  que,  en  1896,  el  Obispo,  Itastrísimo 
Señor  Fontecilla,  fué  víctima  de  insultos  atroces,  en  palabras 
y  en  hechos,  pues  hasta  le  arrojaron  inmundicias  y  le  robaron 
su  trono  pontifical.  Para  evidenciar  mejor  su  odio  satánico 
a  Dios,  varios  individuos  entraron  a  caballo  en  la  iglesia. 
Como  los  misioneros  fustigaran  en  el  pulpito  el  divorcio  y 
el  matrimonio  civil,  las  tres  gacetas  locales  publicaron  diatri- 
bas furibundas  en  contra  de  «esa  misión  antisocial,  y  de  esos 
frailes  misioneros  que  se  arrogaban  la  misión  de  introducir 
la  cizaña  en  la  sociedad  y  en  los  hogares,  esos  hijos  de  Lo- 
yola  que  venían  a  resucitar  la  Inquisición,  etc  ...»  De  cinco 
mil  habitantes,  750  se  arrodillaron  en  el  divino  tribunal,  lo 
cual  constituyó  un  espléndido  triunfo  que  avivó  los  furores 
belicosos  de  la  impiedad.  Al  salir  los  Padres  para  otra  po- 
blación, el  bando  de  los  descreídos  pregonó  que  si  acaso 
volvían  «esos  frailes  a  pisar  el  pavimento  de  la  ciudad,  lo 
pagarían  muy  caro».  Todos  los  extremos  eran  de  temer  de 
parte  de  aquellos  energúmenos.  Pero,  la  noticia  de  tales  ame- 
nazas llegó  hasta  Santiago,  y  un  amigo  de  los  Redentoristas, 
varón  de  fuste  e  influencia,  elevó  quejas  y  pidió  garantías  en 
el  ministerio.  En  consecuencia,  salió  de  la  Moneda  un  tele- 
grama para  el  gobernador  del  departamento:  era  la  orden -de 
amparar  a  los  misioneros  con  la  misma  fuerza  pública.  Al 
regresar,  pues,  fueron  acompañados  constantemente  por  un 
policía  armado  de  punta  en  blanco,  y  la  carabina  del  gendar- 
me fué  el  más  seguro  pararrayos  contra  las  fulgurantes  ame- 
nazas de  la  turba  incrédula. 

En  El  Tránsito,  localidad  anexa  a  Vallenar,  y  lugar  de 
incomparable  corrupción,  estuvieron  ambos  apóstoles  para  la 
novena  de  la  Asunción.  Muchos  jóvenes  y  doncellas  de  veinte 
años  nada  sabían  de  Sacramentos,  pero  sí  de  diversiones. 
Dicha  novena  especialmente  trocaba  el  pueblo  en  una  sentina 
de  escándalos,  y  en  el  día  de  la  festividad  llegaban  al  colmo 
los  desórdenes,  aumentados  todavía  por  cuantos  viciosos  en- 
cerraba Vallenar.  La  misión  fué  enérgica,  y  el  trueno  ame- 
nazador de  los  sermones  puso  cierto  coto  a  los  excesos  ha- 
bituales. No  se  necesitaba  más  para  acalorar  el  despecho  y 
rabia  de  los  libertinos.  Uno  de  ellos,  en  oyendo  al  P.  Lamard 
que  en  la  plaza  hacía  un  fervo.rín,  exclamó  en  un  estallido 
de  coraje:  «¡Hay  que  pasarle,  un  freno  mular  a  ese  fraile!» 
Mas,  a  pesar  de  las  mañas  de  tantos  rufianes  para  esterilizar 
la  obra  de  Dios,  ésta  produjo  166  confesiones,  pero  que  cos- 
taron sudor  y  sangre  a  los  misioneros. 


Misiones  en  el  norté 


107 


En  la  Pampa,  v  illorrio  más  distante,  si  bien  no  preva- 
lecía tanto  la  irreligión,  dominaba  una  ignorancia  absoluta 
en  asuntos  de  fe,  debida  a  un  completo  desamparo  espiritual. 
Los  moradores  dieron  pruebas  de  buena  voluntad:  hubo  allí 
351  penitentes  y  cien  bautizos;  esta  sola  cifra  demuestra  La 
ausencia  de  sacerdote.  El  último  día,  llegó  un  tropel  de  gente 
de  otra  aldea,  ubicada  más  en  lo  interior  aún  y  más  aban- 
donada. Gran  número  de  ellos  veían  por  primera  vez  a  un 
ministro  de  Dios.  Nacían,  vivían,  morían  en  iguales  condicio- 
nes que  los  salvajes  de  las  selvas  vírgenes.  Se  les  dio,  cuanto 
se  pudo,  alguna  instrucción  religiosa,  y  la  mayor  parte  de  los 
Sac  ramentos.  Se  marcharon  después,  llorando. 

En  Alto  del  Carmen,  vice-parroquia,  210  mujeres,  casi  la 
totalidad,  cumplieron  con  sus  deberes  de  católicas.  No  así 
los  hombres,  indoctrinados,  y  afectos  de  la  incredulidad  de 
VaUenar:  treinta  no  más  se  rindieron  a  Dios. 

En  San  Félix,  lugarejo  de  treinta  humos,  los  dos  apósr 
toles  hallaron  consuelos  en  las  numerosas  y  extraordinarias 
conversiones  de  hombres.  No  pocos  amancebamientos  se  di- 
solvieron; quedó  en  derrota  el  respeto  humano;  380  almas  se 
acercaron  al  Señor,  cien  varones  participaron  en  el  banquete 
eucarístico;  noventa  mujeres  se  inscribieron  en  una  asocia- 
ción, cuyo  fin  era  santificar  el  Domingo  con  preces  y  lectura 
edificante  hechas  en  común,  y  que  reemplazaran  la  Misa.  Fué 
aquello  un  oasis  de  piedad  en  aquel  páramo  espiritual  de  la 
región. 

En  Retama,  no  había  capilla  siquiera.  Los  Padres  se 
ingeniaron  para  construir  una  enramada  que  abrigase  el  altar, 
y  se  hospedaron  en  un  miserable  tugurio  donde  cuatro  vieje- 
citas  compartían  con  ellos  su  matecito.  Grandes  fueron  ahí 
sus  privaciones  e  incomodidades  físicas,  y  no  menores  sus 
trabajos.  Como  la  juventud  toda,  y  aun  buena  parte  de  los 
ancianos,  nada  sabían  de  las  cosas  del  alma,  consumieron 
todo  su  tiempo  catequizando,  y  así  les  fué  posible  dar  130 
absoluciones. 

En  Carrizal  Alto,  ciudad  de  2,000  vecinos,  mineros  y  li- 
bres pensadores,  les  aguardaba  nuevamente  la  guerra.  Un 
periódico,  «El  Imparciab,  desdiciendo  de  su  título,  arrojó 
bravatas  aun  antes  de  que  llegaran  los  misioneros.  «¡  Que  no 
vengan  acá  esos  frailes!  decía  en  sus  columnas,  pues,  no  nos 
faltará  tela  que  cortarles!»  Fueron  allá,  sin  embargo,  y  sin 
que  les  temblara  el  corazón.  El  pueblo  los  acogió  con  bene- 
volencia, pronto  un  numeroso  auditorio  rodeó  el  púlpito,  y 
los  secuaces  del  infierno  perdieron  sus  bríos.  Variaron  en- 
tonces su  táctica..  Dejando  a  un  lado  las  tijeras  con  que  de- 
bían cortarles  tela  a  los  obreros  del  Evangelio,  cogieron  otra 
vez  la  pluma.  En  una  carta  de  mucho  respeto  y  mayor  ton- 
tera, propusiéronles  una  objeción  sobre  la  inmortalidad  del 
alma  humana.  A  juicio  de  ellos,  no  se  diferenciaba  del  alma 
perruna,  y  tenía  el  mismo  destino.  Contestóles  el  P.  Lamard 
desde  el  púlpito,  con  algo  de  miramientos,  pero  también  con 


los 


LOS  REDENfORlsTAS  en  chile 


una  punta  de  ironía.  Bastó  esto  para  que  aquellos  filósofos 
de  poquísimo  caletre  se  dieran  por  satisfechos.  Hasta  decla- 
raron en  su  periódico  que  «los  misioneros  actuaban,  todas 
las  noches,  a  completa  satisfacción  de  las  beatas  y  de  la 
gente  creyente».  Por  desgracia,  se  redujo  ésta  a  las  250  per- 
sonas, de  las  que  sólo  doce  hombres,  que  se  reconciliaron 
con  el  Señor.  El  gran  estorbo  a  las  conversiones  era  la  moral 
libre  que  practicaban  muchos  y  preferían  a  la  estrictez  de  la 
divina  Ley. 

Cerro  Blanco  tenía  menos  incredulidad,  pero  mucho  fer- 
mento protestante.  Los  dueños  de  minas,  si  bien  eran  ca- 
tólicos, no  se  cuidaban  lo  más  mínimo  del  bien  religioso  de 
sus  operarios.  Las  uniones  ilícitas  pululaban,  el  noventa  por 
ciento  de  los  niños  nacían  fuera  de  ley.  En  semejante  pantano 
se  atascó  la  misión:  75  almas  volvieron  a  Dios,  y  un  solo 


Arco  triunfal  en  una  procesión  de  misión 


hombre!  Fué  éste  acosado  de  tantas  mofas  y  persecuciones 
que  hubo  de  renunciar  su  lucrativo  puesto.  Antes  de  arriar 
la  bandera  de  su  fe,  prefirió  perder  su  empleo  e  irse  pobre. 
A  la  pandilla  de  ateos  que  entre  burlas  le  despedían,  contestó 
con  intrepidez:  «¡Me  confesé,  sí!  y  los  que  no  lo  hacen  no 
son  más  que  salvajes».  Fué  verdaderamente  el  Lot  de  esa 
Sodoma. 

En  Carrizal  Bajo  manifestó  la  población  menos  odio,  pero 
igual  indiferencia.  El  protestantismo  y  la  inmoralidad  devo- 
raban este  rebaño.  Mientras  el  pastor  metodista  dirigía  a  la 
gente  una  prédica  semanal,  el  cura  sólo  la  visitaba  dos  veces 
al  año.  Los  Padres  hicieron  lo  imposible  para  suscitar,  en 
aquellos  espíritus,  la  centella  de  la  fe  bautismal,  cien  perso- 
nas a  penas  dieron  señal  de  vida  católica.  Los  demás  queda- 
ron insensibles  a  las  amenazas  del  juicio  divino  y  a  las 
facilidades  que  les  ofrecían  los  misioneros. 


MISIONES  EN  I  I  NORTE 


10!) 


Fragüita  era  pueblo  casi  pagano.  Nunca  se  había  cele- 
brado allí  la  Misa.  Tan  estupenda  era  la  ignorancia  religiosa 
que  una  mujer  mandó  un  crucifijo  para  que  lo  bautizaran 
junto  con  los  infantes.  El  protestantismo  en  tales  condiciones, 
tenía  vara  alta  en  el  lugar,  y  el  pastor  se  mostró  belicoso. 
Envió  al  P.  Lamard  un  reto,  provocándole  a  discusión  pública. 
Como  el  papelucho  traía,  en  cuatro  renglones,  tres  barbaris- 
mos  y  catorce  faltas  de  ortografía,  el  Padre  lo  comentó  sa- 
brosamente en  el  púlpito.  Herido  en  su  soberbia,  el  ministros 
montó  en  cólera,  y  a  manera  de  desquite,  fué  a  interrumpir 
las  predicaciones  durante  varios  días  consecutivos.  Pero,  tam- 
bién esa  le  salió  mal.  Escarnecido  de  todos,  perseguido  en 
la  calle  por  la  rechifla  de  los  rapazuelos,  hubo  de  huir  cu- 
bierto de  vergüenza.  Esto  no  obstante,  no  vino  la  misión  a 
todo  el  bien  eme  se  esperaba;  aunque  no  se  dieron  los  Padres 
punto  de  reposo,  tuv  ieron  la  pena  de  dejar  veinte  hogares 
sin  arreglo  cristiano.  Diez  y  ocho  parejas  no  más  recibieron 
la  bendición  nupcial. 

En  Morado,  los  habitantes  no  disimularon  su  simpatía 
para  con  los  enviados  del  Señor,  concurrieron  a  las  reuniones 
numerosos  y  atentos,  pero  el  respeto  humano  se'  les  atravesó 
en  el  camino  y  no  pasaron  más  adelante.  Fuera  de  once 
novios  que  se  presentaron  al  pie  de  los  altares,  ningún  hom-< 
bre  cumplió  con  el  deber  religioso,  y  sólo  sesenta  mujeres 
se  animaron  a  hacerlo.  Tanto  era  el  miedo  que  imponían  los 
caciques  de  la  impiedad. 

En  Huasco  Bajo,  se  acomodaron  los  Padres  en  medio  de 
las  ruinas  que  formaban  la  aldea;  no  menores  eran  las  de 
las  almas.  La  misión  consistió  sobre  todo  en  instruir  ostag 
inteligencias  desamparadas.  De  los  moradores,  setenta  y  cinco 
se  acercaron  a  los  Sacramentos,  esto  es  buena  porción  de  la 
totalidad. 

En  el  Puerto  de  Huasco,  el  hielo  de  las  conciencias  era  tal 
que  veinte  personas  cuando  mucho  oían  misa  dominical.  Ex- 
cusado es  dq|ir  que  la  inmoralidad  reemplazaba  el  matrimonio 
cristiano.  Rudo  fué  el  trabajo  de  los  misioneros,  y  a  la  postre 
reducida  la  mies:  ciento  veinte  absoluciones,  cinco  casamien- 
tos cuyas  parejas  se  señalaron  después  con  el  dedo.  Con 
todo,  la  clausura  de  la  misión  fué  festejada  igual  que  un 
acontecimiento  nacional:  hubo  banda,  banderas,  cohetes,  jue- 
gos y  remoliendas. 

A  primera  vista,  esta  campaña  de  cinco  meses,  con  sus 
quince  misiones  seguidas,  produjo  escasos  frutos;  así  lo  in- 
dica su  número:  3,07ó  confesiones,  3,275  comuniones,  122 
matrimonios  de  los  que  110  existían  ya  antes  libre  o  civil- 
mente. Sin  embargo,  el  beneficio  real  fué  más  hondo  y  de 
mayor  alcance  de  lo  que  parece.  A  más  de  que  las  cifras 
alcanzadas  sobrepujaron  lo  que  se  predecía,  la  consecuencia 
más  importante  de  aquella  labor  evangélica  fué  restablecer 
y  levantar  a  los  ojos  de  muchos  el  prestigio  de  la  religión. 
Las  instrucciones  dogmáticas  les  probaron  que  el  culto  divino 


lio 


IOS   REDENTORISTAS    EN  CHILE 


y  las  prácticas  de.  la  fe  no  son  todavía,  así  como  lo  repetían 
los  corifeos  del  ateísmo,  antigüedades  fósiles  y  buenas  única- 
mente para  salvajes.  Las  pláticas  doctrinales  refrescaron  en 
las  memorias  las  enseñanzas  del  catecismo.  El  respeto  huma- 
no y  el  amancebamiento  reinantes  hubieron  de  hacerse  atrás. 
La  buena  semilla  que  se  sembró  vino  a  germinar  más  tarde, 
en  aquellos  campos  de  cizaña.  En  efecto,  cinco  años  más  ade- 
lante, en  1906,  otros  Redentoristas  recorrieron  a  su  vez  esos 
mismos  departamentos  de  Atacama,  y  encontraron  menos  opo- 
sición y  odios.  Si  bien  en  los  demás  pueblos  de  ambas  co- 
marcas el  número  de  penitentes  no  fué  superior  al  de  la  cam- 
paña anterior,  en  la  ciudad  de  Vallenar  obtuvieron  el  triun¡fo 
inconcebible  de  1.100  confesiones.  Allí  donde  ia  impiedad 
había  estado  tan  combativa  y  feroz,  setenta  hombres  pu- 
dieron arrodillarse  a  la  M.esa  divina,  y  los  misioneros  des- 
envolver todos  los  arbitrios  de  su  celo,  sin  que  los  descreídos 
levantasen  la  voz  ni  moviesen  un  dedo. 

En  1905,  los  mismos  apóstoles  habían  evangelizado  el 
distrito  de  Copiapó.  Dieron  primero  en  esta  capital  tres  mi- 
siones simultáneas:  su  palabra  halló  algún  eco  en  las  almas. 
1 .300  aprovecharon  el  paso  de  la  gracia.  Pero,  en  las  siete 
poblaciones  rurales,  donde  la  incredulidad,  la  corrupción  y 
el  protestantismo  rivalizaban  en  hacer  la  obra  del  infierno, 
su  voz  se  fué  a  perder  en  el  desierto.  El  promedio  de  abso- 
luciones fué  de  76  por  localidad. 

En  1912,  los  hijos  de  San  Alfonso  desembarcaron  en  An- 
tofagasta,  ciudad  que  no  pisaban  desde  25  años.  Por  desdicha, 
no  dispusieron  en  ella  de  su  completa  libertad  de  acción; 
sobre  todo,  no  les  fué  dable  usar  sus  industrias  y  ceremonias 
tradicionales  que  tanto  conquistan  a  las  muchedumbres,  y 
sin  este  brillo  exterior  salió  la  misión  desteñida  y  muerta. 
La  catequesis  no  fué  frecuentada  por  los  niños,  el  auditorio 
en  la  noche  quedó  bastante  escaso,  sólo  la  reunión  matutina 
se  lució  con  la  asistencia  de  250  señoras.  El  éxito  general 
fué  desconsolador.  De  35,000  habitantes,  500  purificaron  su 
conciencia!  Los  80  hombres  que  concurrían  al  sermón  se  hi- 
cieron quince  para  el  confesonario. 

En  1916,  Tacna  y  Arica  abrieron  también  sus  puertas  a 
los  Redentoristas.  Durante  una  semana,  dióse  en  ambas  ciu- 
dades un  curso  de  conferencias  apologéticas  y  morales  que 
cayeron,  cual  benéfica  lluvia,  sobre  los  espíritus.  Volvió  a 
Dios  cierto  número  de  personas  principales  que  vivían  aleja- 
rlas de  los  Sacramentos. 

El  mismo  año,  fueron  los  Padres  nuevamente  llamados  a 
Antofagasta,  y  se  les  encargó  un  lindísimo  programa:  dar 
una  doble  serie  de  disertaciones  dogmáticas,  a  caballeros  y 
señoras  por  separado,  en  el  templo  de  la  vicaría;  discurrir 
en  el  teatro  sobre  temas  actuales  de  sociología  cristiana,  en 
provecho  e  ilustración  de  los  obreros,  y  al  mismo  tiempo 
instituir  allí  una  semana  social  de  trabajadores;  predicar  la 
Octava  del  Corpus  y  hacer  una  cuidadosa  preparación  de  los 


MISIONES  EN  EL  NORTE 


111 


liceístas  para  la  primera  comunión.  El  plan  era  magnífico, 
pero  no  dio  en  el  punto.  El  mismo  Obispo  había  enviado 
tarjetas  invitantes  a  250  caballeros;  no  obstante  esta  finura, 
sólo  quince  acudieron  a  la  conferencia  inaugural,  y  en  con- 
secuencia se  suprimieron  las  demás;  un  centenar  de  prole- 
tarios convinieron  al  curso  de  sociología;  120  señoras  fueron 
a  oír  los  discursos  apologéticos;  cuarenta  alumnds  fiscales  se 
arrodillaron  en  el  comulgatorio;  una  asistencia  mediocre  si- 
guió la  Octava  eucarística,  y  un  reducido  grupo  de  almas  de- 
votas dieron  al  Señor  los  homenajes  y  consuelos  de  la  co- 
munión. La  menguada  fe  de  los  más,  la  cobardía  y  vergüenza 
de  muchos,  la  falta  de  una  tempestiva  propaganda,  la  omisión 
forzosa  de  los  convites  domiciliarios,  tales  fueron  las  causas 
que  malograron  la  espléndida  empresa. 

Consoláronse  los  Padres  en  Tocopilla,  en  donde  predica- 
ron tres  misiones  simultáneas:  en  la  iglesia  parroquial  que  se. 
llenó  desde  la  primera  noche,  en  el  hospital  y  en  la  cárcel. 
Mediante  las  invitaciones  personales  de  casa  en  casa,  la  vi- 
sita a  los  enfermos,  la  variedad  de  procesiones  y  ceremonias, 
repartieron  500  absoluciones  y  800  hostias.  Desgrac  iadamente, 
la  población  masculina  se  mostró  reacia,.  Si  bien  120  hombres 
frecuentaron  el  templo  en  demanda  de  las  conferencias  espe- 
ciales que  se  les  había  anunciado,  no  fueron  más  que  ?>7  los 
que  dieron  el  paso  decisivo  de  la  penitencia. 

En  diversas  épocas.  La  Serena,  Coquimbo,  Illapel  fueron 
teatro  de  las  misiones  ligorianas;  ofrecieron  el  mismo  espec- 
táculo, si  no  del  mismo  antagonismo  de  parte  de  los  incrédu- 
los, de  igual  apatía  religiosa  y  de  semejante  facilidad  de  cos- 
tumbre. Por  el  contrario,  cuando  Iquique  fué  evangelizada  en 
1889,  la  concurrencia  fué  enorme,  los  transportes  religiosos 
notabilísimos,  el  confesionario  asediado,  la  satisfacción  gene- 
ral y  sincera,  el  fruto  abundante  y  duradero. 

Tal  es  el  cuadro  que  presenta  el  apostolado  de  la  Con- 
gregación en  la  región  septentrional  del  país:  muchos  sudores 
y  poca  mies. 


MISIONES  EN  EL  SUR 

La  fundación  en  Cauquenes  abrió  a  los  Redentoristas  un 
ilimitado  campo  de  actividad  apostólica  en  el  sur.  Escaso  era 
el  clero;  misioneros  casi  no  existían:  dos  Jesuítas  en  Concep- 
ción, algunos  Franciscanos,  un  Lazarista  en  Chillán,  eran  los 
únicos  obreros  de  la  fe  en  aquella  época  para  las  comarcas 
meridionales.  Por  esto,  no  bien  cundió  la  noticia  de  haberse 
instalado  en  el  Maule  los  discípulos  de  San  Alfonso,  los  curas 


112 


LOS   REDENTORISTAS    EN  CHILE 


de  Quirihue,  San  Carlos,  Linares.  Chillan,  solicitaron  misiones 
y  brindaron  conventos.  En  el  extremo  sur,  mayor  aún  era  la 
necesidad  espiritual,  por  la  ignorancia  y  paganismo  de  los 
araucanos,  por  la  reinante  impiedad,  por  la  desenfrenada  pro- 
paganda del  protestantismo.. 

En  aquella  zona,  las  misiones  rurales  fueron,  en  la  ma- 
yoría de  los  casos,  más  penosas,  más  combatidas,  más  in- 
gratas, pero  también  más  ayudadas  por  el  brazo  del  Señor. 
Varias  causales  las  vuelven  allá  tan  difíciles.  Una  es  la  dis- 
tancia, muy  considerable  a  veces,  que  media  entre  las  caserías! 
y  el  centro  donde  han  de  establecerse  los  Padres.  Por  la 
imposibilidad  material  de  conseguir  un  auditorio  en  la  noche, 
se  ven  obligados  a  predicar  y  confesar  únicamente  en  la  ma- 


Comunidad  de  Valparaíso,  y  reunión  de  superiores  en  1924 

nana,  de  lo  cual  se  sigue  forzosamente  que  la  instrucción  se 
hace  a  medias,  la  conquista  de  las  voluntades  es  incompleta, 
los  frutos  de  conversión  son  más  efímeros.  Otro  impedimento 
es  la  falta  o  insuficiencia  de  iglesias.  Se  verifican  las  re- 
uniones en  alguna  casucha  paupérrima  o  en  una  capilla  más 
o  menos  arruinada,  y  esta  incomodidad  retrae  fácilmente  a 
los  más  delicados  que  temen  el  desaseo  del  local  y  el  roce 
del  poncho  plebeyo.  La  merma  de  la  fe  constituye  un  tercer 
estorbo,  y  es  el  mayor  martirio  de  los  misioneros.  En 
Coicoma  (1914),  sólo  se  confesaron  los  niños  de  la  escuela: 
ningún  adulto  se  dejó  conmover  por  la  palabra  divina.  En 
Campo  Santo,  en  Filuco  y  varias  otras  poblaciones  (1913), 
chicos  y  grandes  rehuyeron  acercarse  a  los  Sacramentos.  El 
medio  único  de  vencer  esa  obstinación  extraordinaria  fué  re- 


MISIONES    EN    EL  SUR 


113 


chazar,  como  padrinos  de  confirmación,  a  cuantos  no  pasasen 
previamente  por  el  santo  tribunal.  Así  hubo  215  absoluciones. 
Pero  ¿cuál  sería  su  valor,  cuando  caían  en  conciencias  tan 
refractarias  ? 

En  otros  lugares,  alguna  superstición  inveterada-  es  el 
o  rollo  de  la  gracia.  En  El  Hoyo,  por  ejemplo,  cierto  rústico 
comerciaba  con  una  supuesta  imagen  de  San  Miguel.  Un  plato 
de  metal  exhibía  en  relieve  una  figura  de  pez,  sobre  el  cuaí 
iba  ahorcajado  el  monstruo  siguiente:  cabeza  de  lechuza,  ba- 
rriga enorme,  alones  de  pájaro,  cola  maciza,  brazos  y  piernas 
gráciles,  puño  blandiendo  una  saeta,  una  cuerda  a  guisa  de 
riendas  en  la  otra  mano.  En  realidad,  era  un  Cupido  grosero. 
Tara  cristianizarlo,  su  dueño  le  había  pintado  encima  una 
dorada  Cruz.  La  comarca  entera  tributaba  culto  al  monigote, 
en  casa  de  su  pontífice  Juan  Pinar.  En  Abril  se  le  celebraba 
solemne  novena,  con  relación  de  fingidos  milagros,  banquete 
final,  y  mucho  dinero  en  las  alcancías  del  embaucador.  Para 
poner  remate  a  tan  sacrilega  bobería,  los  Redentoristas  dieron 
allá  varias  misiones.  A  la  de  1911  quince  personas  asistieron, 
en  tanto  que  la  bodega  del  pez-mono  pululaba  de  devotos. 
Pinar  triunfante  tildó  a  los  misioneros  de  canutos,  y  hasta 
predijo  la  infeliz  muerte  del  P.  Lamard  en  el  plazo  de  doce 
meses.  Para  desenmascarar  al  revelandero,  el  mismo  Padre 
tornó  allá,  y  al  verle  rebosando  salud  los  crédulos  campesinos 
renegaron  del  impostor  y  de  su  Cupido,  y  siguieron  unánimes 
ios  ejercicios  de  la  misión.  El  P.  Javier  Munier  propuso  al 
hombre  comprarle  la  fuente  supersticiosa,  con  el  secreto  fin 
de  arrojarla  al  río;  mas  se  negó  éste  con  terquedad,  por  las 
pingües  rentas  que  sacaba  así  de  la  estupidez  popular.  Días 
después,  al  caerse  de  su  caballo,  el  mismo  Padre  se  dislocó 
el  brazo,  accidente  que  nuestro  farsante  atribuyó  a  la  vengan- 
za de  su  San  Miguel,  y  que  le  devolvió  todo  su  prestigio  y 
sus  necios  parroquianos1.  En  1913,  los  Redentoristas  volvieron 
por  tercera  vez,  pero  con  un  decreto  episcopal  que  vedaba 
enérgicamente,  el  culto  del  falsificado  arcángel.  Acompañados 
del  cura  y  de  un  grupo  de  fieles  se  encaminaron  a  la  casa 
de  Pinar  para  fulminarle  el  edicto.  El  los  aguardaba  con  dos- 
cientos hombres  que  disimulaban  bajo  los  ponchos  sendos 
látigos  y  escopetas,  resueltos  a  defender  el  bendito  plato  a 
viva  fuerza.  Oída  la  sentencia  condenatoria,  el  dueño  del  ídolo 
quiso  hacer  de  ella  burla  solemne,  y  paseó  procesionalmenle 
su  pez-mono  entre  las  aclamaciones  de  sus  belicosos  adora- 
dores. Mas,  semejante  reto  a  Dios  no  pudo  quedar  impune. 
A  raíz  de  la  misión,  el  sórdido  y  tenaz  tramposo  asistió  a  la 
muerte  de  dos  de  sus  hijas,  y  vió  otra  tercera  'perder  el  uso 
de  la  lengua.  Esto  no  obstante,  no  renunció  a  su  embeleco 
que  le  traía  a  las  manos  redondos  miles  de  pesos.  Su  ho- 
rroroso Cupido  recibe  todavía  las  devociones  de  los  campe- 
sinos y  él  las  mandas  consecuentes.  Este  hecho  evidencia 
cuán  difícil  es  desarraigar  las  supersticiones  populares  y  cuán 
profundo  daño  hacen  a  las  almas. 


114 


IOS  REDENTORISTAS   EN  CHILE 


Una  cuarta  razón  embaraza,  y  en  parte  malogra,  los  tra- 
bajos apostólicos  en  el  sur:  es  la  combinación  de  dos  victos 
endémicos,  embriaguez  y  amancebamiento,  que  predominan 
allá  más  que  en  lo  restante  del  país.  Así,  por  ejemplo,  en 
Quilquén,  de  treinta  casas  veintiocho  eran  bodegones  de  licor. 
En  Villarica,  la  mayor  paríe  de  las  estancias  que  cubren  las 
orillas  del  río  tenían  patente  para  expender  bebidas.  La  misma 
superabundancia  de  tabernas  caracteriza  casi  todas  las  po- 
blaciones meridionales,  y  favorece  singularmente  esta  pasión 
incorregible  del  alcoholismo.  Peor  todavía  es  la  otra  plaga. 
La  faena  primordial  de  los  misioneros,  en  aquellas  regiones, 
es  descubrir  y  cristianizar  las  uniones  ilícitas.  En  1899,  se 
legitimaron,  en  las  campañas  de  otoño  y  primavera,  762  ma- 
trimonios, 437  en  190o,  410  en  1909.  Pero  ¿cuántos  no  se 
revelan?  ¿cuántos  se  resisten  a  regularizarse?  ¿ cuántos .  des- 
aparecen para  escapar  a  la  invitación  de  los  Padres?  En  Chi- 
guayante,  los  malcasados  huyeron  al  monte  no  bien  supieron 
que  éstos  se  encaminaban  a  su  hogar.  En  Chacayal  y  en 
Millapoa,  parejas  de  viejos  y  empedernidos  concubinarios  se 
escabulleron  veinte  años  consecutivos  a  fin  de  burlar  el  celo 
de  los  misioneros.  En  Pichil,  hizo  el  P.  Munier  una  verdadera 
batida  por  los  campos,  selvas  y  pantanos,  para  ojear  una  cua- 
drilla de  amancebados  que  habían  ido  a  ocultarse  en  ellos. 
Ahora  bien,  las  causas  del  mal  parecen  ser  múltiples.  1."  La 
inmensa  extensión  de  numerosas  feligresías,  la  cual  dificulta 
a  los  novios  ir  a  la  iglesia  parroquial,  y  no  permite  a  los 
curas  visitar  a  menudo  su  muy  dispersa  grey.  2."  El  roce 
de  los  católicos  con  los  protestantes:  como  éstos  son  de  cos- 
tumbres más  libres,  su  ejemplo  contagia  a  aquéllos,  desvir- 
tuando en  muchos  el  sentido  moral.  3.°  La  misma  composi- 
ción e  índole  de  las  poblaciones,  donde  abundan  individuos 
sin  fe  ni  ley,  colonos  cosmopolitas  en  nada  escrupulosos,  ad- 
venedizos del  norte  que  se  refugian  en  el  sur  para  eludir  las 
pesquisas  y  rigores  de  la  Justicia.  De  ahí  proviene  este  con- 
tubernio tan  común  en  las  provincias  australes.  Por  lo  dicho, 
entiéndese  que  los  sembradores  de  la  palabra  divina  cosechan 
poco  en  aquel  campo  de  las  almas.  Una  porción  de  la  semilla 
de  sus  enseñanzas  o  se  esteriliza  entre  las  piedras  de  la 
irreligión,  o  se  ahoga  pronto  entre  las  espinas  de  los  vicios. 
Además,  otra  parte  es  destruida  por  dos  clases  de  pájaros 
dañinos,  que  son  los  incrédulos  y  los  protestantes  cuya  pro- 
paganda es  activa,  incansable  y  belicosa.  Los  apóstoles  de 
Jesucristo  están  combatidos  mucho  más  en  el  mediodía  del 
país  que  en  las  demás  regiones  nacionales. 

Vienen  a  hacerles  la  contra,  en  primera  fila,  los  in- 
crédulos. Las  chusmas  que  habían  sitiado  el  palacio  episcopal 
en  Concepción  con  insultos,  pedradas  y  amenazas  de  muerte; 
las  que  habían  apedreado  en  Traiguén  al  P.  Bernardo,  la- 
zarista  y  al  señor  Las  Casas;  las  que  habían  impedido  la 
misión  en  Temuco  con  su  hostilidad  desenfrenada,  hicieron 
prever  la  guerra  que  declararían  los  enemigos  de  Dios  a  los 


MISIONES    EN    EL  SUR 


115 


hijos  de  San  Alfonso.  Esta  fué  cruda,  como  se  juzgará  por 
los  extractos  siguientes  que  escogemos  en  las  Crónicas.  En 
El  Manzano,  parroquia  de  Quirihue  (1892),  los  ateos  vecinos 
embriagaron  al  propietario  en  cuya  casa  se  daba  la  misión, 
y  organizaron  una  jarana  infernal  con  bailes,  vocerías  y  bra- 
vatas en  el  mismo  patio  que  ocupaban  los  fieles.  En  Bu- 
chupureo,  asaltaron  la  mansión  de  Fidel  Espinoza,  huésped 
de  los  Padres,  rompieron  los  vidrios,  le  mataron  un  potro 
fino,  y  publicaron,  en  el  periódico  de  Quirihue,  artículos  fu- 
ribundos contra  «esos  frailes  retrógrados,  los  más  audaces 
que  se  haya  visto  jamás  .  En  189"),  al  predicarse  allí  mismo 
OOT  segunda  vez,  se  hacían  las  reuniones  en  un  granero. 
Cuatro  libertinos  idearon  tirar  manojos  de  cohetes,  durante 
el  ejercicio  de  la  noche,  con  la  esperanza  de  provocar  un  tn- 


Comunidad  de  Cauquenes  en  1924 

cendio  y  el  consecuente  pánico.  Otro  calavera  detuvo  la  ca- 
balgadura que  montaba  uno  de  los  misioneros,  le  sacó  el  freno 
y  la  fustigó  para  que  en  su  desatinada  carrera  botase  y  ma- 
tase al  indefenso  jinete.  Eso  de  entrar  a  caballo  o  de  dis- 
parar pistolas  en  las  iglesias,  con  el  fin  de  perturbar 
los  sermones,  ha  sido  corriente.  En  Ñame  y  en  Bulnes  (1897  . 
los  hacendados  imponen  multa  crecidísima  a  aquellos  de  sus 
inquilinos  que  asisten  a  las  predicaciones.  En  las  Vegas  de 
Itata  (1904),  levantan  siete  enramadas  junto  a  la  capilla,  y 
allí  expenden  licores,  arman  bailes,  jaleos  y  escándalos  que 
vuelven  inútil  el  trabajo  apostólico.  En  La  Unión  (1913)  el 
diario  local  siguió  una  campaña  satánica  de  calumnias  v  ul- 
trajes durante  toda  la  permanencia  de  los  misioneros.  En 
Quitratúe.   no  sóIq  un  papelucho  de   mala  muerte  menudea 


111) 


LOS  REDENTOR ISTAS   EN  CHILE 


publicaciones  violentas,  sino  que  los  secuaces  de  Satanás  en- 
sucian la  puerta  del  salón  que  se  acondicionaba  para  capilla, 
se  roban  la  campana,  y  amenazan  atropellar  a  cuantos  con- 
curran a  las  funciones  sagradas.  En  Picbi-Pellabuén,  concier- 
tan una  serie  de  carreras  hípicas  y  la  erección  de  cantinas» 
permanentes,  a  fin  de  atraer  a  la  gente  y  desviarla  de  las 
ceremonias  espirituales.  En  Nacimiento  (190(j)  la  pandilla  de 
incrédulos  recorre  las  calles  con  murga  y  asonadas,  conminan 
a  los  Padres,  los  desafían  groseramente  y  de  mil  maneras, 
bajo  el  amparo  y  connivencia  de  la  policía.  En  Villucura 
(1905)  un  escuadrón  de  jinetes  pretendió  invadir  la  iglesia 
llena  de  fieles;  deseosos  de  provocar  los  misioneros  a  la  lu- 
dia, les  dirigieron  los  más  sangrientos  ultrajes,  y  los  mal- 
trataron a  empellones  hasta  que  el  huésped  de  las  dos  víc- 
timas se  interpuso  y  se  atrajo  la  paliza  de  los  energúmenos. 
En  su  furor  salvaje,  fueron  a  poner  candados  a  las  puertas 
de  campo  y  sacar  los  puentes  del  río,  a  fin  de  que  los  vecinos 
no  pudiesen  acudir  a  los  santos  ejercicios.  Aun  más,  detu- 
vieron a  viva  fuerza  a  los  campesinos  montados  que  vadeaban 
el  agua  y  multaron  a  sus  peones  que  rehusaban  trabajar 
durante  las  reuniones  de  la  misión.  Por  fin,  amenazaron 
fusilar  a  los  Padres  en  el  día  de  su  salida,  de  suerte  que  el 
propietario  que  alojaba  a  éstos  los  escoltó,  rifle  al  hombro 
y  con  inquilinos  armados,  hasta  dejarlos  en  seguro.  En  Ru- 
calhue  (1905),  una  partida  de  libertinos  arrojó  piedras  en  el 
templo  atestado  de  gente,  disparó  sus  pistolas  hacia  el  altar, 
forcejeó  por  entrar  con  sus  cabalgaduras  en  el  recinto  sagra- 
do. En  Petrobue  1912),  un  mozalbete  asalariado  se  lanzó  a 
galope  tendido  a  través  de  la  procesión  en  que  se  llevaba  el 
Santísimo.  En  Cañicura  1917),  un  hombre  fornido  que  per- 
turbaba la  función  religiosa  se  abalanzó  al  misionero,  voci- 
ferando que  «le  iba  a  arreglar  las  cuentas  al  fraile»,  y  no 
cejó  en  su  brutal  embestida  hasta  que  los  presentes  lo  arras- 
traron a  la  calle.  En  Río  Negro  (1913),  uno  apuntó  con  el 
revólver  a  uno  de  los  Padres,  otro  en  Concepción  dejó  clavado 
en  la  puerta  de  ellos  un  puñal  significativo.  Como  se  ve,  se 
realizó  para  los  Redentoristas  la  palabra  del  Salvador  a  los 
72  discípulos:  estuvieron  allá  como  corderos  en  medio  de  los 
lobos. 

A  los  impíos  dan  la  mano  los  protestantes.  Son  en  su 
mayoría  metodistas  norteamericanos.  También  hay  sectas  ale- 
manas e  inglesas,  pero  de  flojo  proselitismo,  y  de  pocas  sim- 
patías con  sus  bermanos  yanquis.  Atestíguanlo  así  los  hechos. 
En  Quidico,  los  pastores  metodistas  hicieron  implacable  gue- 
rra a  los  misioneros,  mientras  que  el  presbiteriano  inglés  los 
hospedó  generosa  y  cariñosamente.  Son,  pues,  aquéllos,  actives 
sembradores  del  error.  Su  campo  de  acción  preferido  son  las 
comarcas  más  lejanas  y  desprovistas  de  -sacerdotes  católicos, 
has  inundan  de  biblias,  folletos,  hojas  sueltas,  discursos  con- 
tra la  religión  romana.  En  las  ciudades,  abren  capillas  y  ha- 
cen manifestaciones  callejeras  en  los  sitios  más  frecuentados. 


MISIONES    EN    EL  SUR 


117 


en  las  inmediaciones  de  las  fábricas  y  centros  obreros,  A 
yeces  regentan  escuelas:  asá  tenían  la  de  Purén,  en  1908.  Su 
doctrina  está  al  molde  de  su  cabeza., Juzgúese  de  una  y  otra 
por  esta  muestra,  salida  de  los  labios  del  pastor  en  Contulmo 
(1917):  «¡  Muérese  el  catolicismo!  En  Norte-América,  no  queda 
ya  católico  alguno.  Además,  la  religión  romana  no  es  la  de 
Cristo.  La  prueba  de  ello  está  en  el  Apocalipsis.  Allí  se  lee 
que  ella  está  empapada  en  la  sangre  de  los  mártires:  pues 
bien,  esto  prueba  la  crueldad  del  papismo  y  de  su  secta:  y 
como  la  iglesia  de  Cristo  es  como  él  mansa  de  corazón,  re- 
sulta de  abí  que  la  religión  de  Roma  no  es  la  de  Cristo. 
También,  nosotros  los  evangélicos  somos  más  devotos  de  la 
Virgen  que  los  católicos.  Lo  voy  á  demostrar.  Creemos  nos- 
otros que  está  ella  en  el  Cielo;  los  romanos,  por  el  contrario, 
no  lo  creen.  La  prueba  es  que  piden  todavía  al  Señor  que 
la  ponga  en  la  gloria,  repitiendo  en  sus  plegarias  a  cada  mo- 
mento «Dios  te  salve,  María».  Aunque  muy  necias,  tales 
parrucluas  no  dejan  de  hacer  mella  en  la  credulidad  de  la 
plebe.  Naturalmente,  esos  apóstoles  de  .Satanás  son  adversa- 
rios acérrimos  de  los  de  Cristo.  En  Victoria  (1S9()'),  se  des- 
lizaron en  el  auditorio,  e  interrumpieron  al  predicador  dándole 
repetido  mentís.  En  Collipulli  (1898),  activaron  su  propaganda 
a  la  llegada  de  los  Redentoristas,  con  un  diluvio  de  papelu- 
chos, invitaciones  y  discursos.  Ofrecieron  hasta  treinta  pesos 
Ja  suma  de  Judas)  a  los  católicos  que  abrazaran  entonces  el 
protestantismo;  prometieron  un  terno  flamante  a  cuantos  re- 
cibieran la  confirmación  de  manos  del  pastor  episcopal  Arms, 
acudido  para  esto  desde  Concepción.  En  Los  Sauces  (1901  , 
se  reúnen  siete  ministros  para  dar  uña  contra-misión:  a  media 
cuadra  de  la  iglesia  levantan  una  tribuna,  y  en  sus  declama- 
ciones ensartan  ultrajes  contra  el  clero  y  la  doctrina  católica, 
y  calumnias  contra  los  misioneros.  En  Quechereguas  (1904  , 
el  pastor  entró  en  la  iglesia  durante  la  plática,  sombrero 
calado  y  espuelas  sonantes,  y  a  grandes  voces  convidó  a  la 
gente  para  que  saliese  a  oír  su  prédica.  En  Angol,  temiendo 
el  ministro  que  sus  adeptos  fuesen  a  las  ceremonias  apos- 
tólicas de  la  noche,  los  obligó  severamente  a  concurrir  a  sus 
propias  reuniones  a  la  misma  hora  en  que  los  fieles  escu- 
chaban el  sermón.  En  Pitrufquén  (1912,,  antes  de  llegar  los 
Ladres,  los  metodistas  recorrieron  la  población,  y  en  una 
serie  de  conferencias  y  hojas  sueltas  se  desataron  en  burlas 
c  invectivas  contra  la  fe  romana,  sus  dogmas,  sus  institucio- 
nes, y  mayormente  la  confesión.  El  año  siguiente  idearon  algo 
mejor  todavía.  En  la  semana  de  la  misión,  celebraron  un 
Congreso  Internacional,  compuesto  de  1*20  delegados  de  Chile 
Perú.  Argentina,  y  de  150  secuaces  y  curiosos:  pronunciaron 
cuatro  discursos  diarios,  ahogaron  a  un  catecúmeno  al  bau- 
tizarle en  el  río  Toltén.  y  terminaron  volando  a  dinamitazos 
el  Calvario  y  la  Cruz  que  los  Redentoristas  acababan  de  erigir 
allí  mismo.  La  lucha  entre  los  discípulos  de  John  Wesley  y 
los  hijos  de  San  Alfonso  ha  sido,  pues,  bastante  ardiente. 


1 18 


LOS   REUENTORISTAS    EN  CHILE 


Uno  de  los  afanos  de  éstos,  en  sus  campañas,  fue  precaver 
la  ignorante  fe  de  los  sencillos  contra  los  embustes  protes- 
tantes, ir  en  busca  de  .sus  incautas  víctimas  y  empeñarse  en 
volverlas  al  redil  de  la  verdad.  Ruda  labor,  y  por  lo  común, 
de  escaso  éxito.  Algunas  veces  tuvieron  el  consuelo  de  re- 
conciliar a  dos,  tres,  cinco  tránsfugas  de  la  fe,  pero  Son  con- 
tados los  que  se  rinden  y  abjuran  luego.  En  Los  Sauces,  se 
requirió  hasta  cuatro  misiones  seguidas  para  extirpar  la 
herejía  en  los  espíritus.  Sin  embargo,  hubo  casos  de  rápida 
victoria.  La  misión  en  Lastarria  no  d'ejó  al  pastor,  zapatero 
y  hereje  de  siete  suelas,  sino  a  cinco  papanatas  como  grey. 
En  Antuco  (1916),  una  novena  en  honor  de  Nuestra  Señora 
del  Perpetuo  Socorro  dió  en  el  suelo  con  la  iglesia  metodista. 
Pero  es  innegable  que  la  constante  actividad  de  los  disidentes 
perjudica  en  gran  manera  a  las  almas.  Fanatizan  de  tal 
suerte  a  algunos  que  los  amarran  a  su  perdición  eterna. 
Muchos  otros,  aunque  renuncien  después  a  las  pamplinas  do 
los  bíblicos,  no  por  eso  tornan  a  las  creencias  de  su  bautis- 
mo, sino  que  se  estancan  en  un  indiferentismo  completo. 

Por  lo  dicho  resalta  que  el  trabajo  apostólico,  en  las 
provincias  australes,  sufre  mucho  más  conflictos  y  estorbos 
en  su  desarrollo  y  alcance  espiritual  que  en  las  demás  zonas 
del  país.  Sus  condiciones  materiales  llevan  ej  mismo  ca- 
rácter. Júzguese  de  ello  por  los  episodios  siguientes.  En  Xe- 
grete,  rio  hubo  quien  acogiera  a  los  Padres;  tuvieron  que 
alquilar  ellos  mismos  un  almacén  donde  pudieran  reunir  a 
sus  oyentes.  En  La  Unión,  nadie  se  avino  a  proporcionarles 
cabalgaduras;  les  fué  forzoso  buscar  en  los  alrededores,  y 
arrendar  bestias  para  proseguir  su  viaje.  En  Pilguén,  antes 
de  que  llegasen  a  la  casa  donde  forzosamente  debían  hospe- 
darse, el  dueño  de  ella  huyó  con  su  familia,  dejando  al  único 
mozo  la  orden  de  no  servirles  sino  caldo  y  fréjoles;  éste  la 
cumplió  tan  bien  que  los  Padres  carecieron  hasta  de  agua 
potable  y  de  fósforos.  En  Quelén-Quelén,  nadie  consiente  en 
albergarlos.  Tienen  que  refugiarse  en  una  casa  arruinada. 
Mientras  uno  de  los  dos  pordiosea,  y  a  duras  penas  consigue, 
aquí  un  colchón,  más  allá  unas  sábanas,  acullá  tal  cual  fra- 
zada de  dudosa  limpieza,  va  el  otro  a  ocho  cuadras  en  busca 
de  una  miserable  cama  que  debe  él  mismo  portear  a  hombros 
cual  mozo  de  cordel.  El  primer  día,  no  hallando  ningún  ali- 
mento, quedaron  en  ayunas  hasta  las  9  1/2  de  la  noche,  hora 
en  que  pudieron  proporcionarse  lo  justo  para  untar  el  diente.  , 
En  lo  restante  de  la  misión,  una  infeliz  mujer,  que  ajomala- 
ron por  un  peso  diario,  les  guisó  malamente  lo  poquísimo 
que  traían  algunos  vecinos  o  que  compraron  ellos  mismos 
con  las  exiguas  entradas  parroquiales.  Por  tales  ejemplos 
déjanse  sospechar  cuántos  sacrificios,  privaciones,  dificulta- 
des brinda  el  sur  a  los  operarios  evangélicos.  Por  esto  quizá 
la  Justicia  divina  los  ampara  y  venga  con  mayor  frecuencia 
y  severidad  que  en  cualquier  otra  región  de  la  República. 


Misiones  en  el  süg 


II!) 


Hemos  visto  que,  en  Bu.hupureo,  cinco  descreídos  hicie- 
ron guerra  a  los  misioneros;  pues  La  vindicta  del  Cielo  los 
alcanzó  a  todos:  rodó  uno  en  una  chuchoquera  en  plena 
combustión  y  lo  sacaron  de  la  hoya  quemado  y  desollado; 
otro  se  volvió  loco,  y  murió  en  un  acceso  de  furor;  expiró 
el  tercero  de  repente  en  algún  paraje  solitario;  caído  el  cuarto 
en  la  miseria,  se  suicidó;  el  último  fué  botado  por  su  ca- 
balgadura, y  molido  a  coces,  en  el  mismo  sitio  donde  había 
desenfrenado  la  del  misionero  cuya  muerte  tramaba.  En 
Vegas  de  Itata,  acababan  los  Padres  de  maldecir  a  unos 
bebedores  que,  desde  el  principio  de  la  misión  escandaliza- 
ban al  pueblo,  cuando  uno  exclamó  al  montar  a  caballo: 
«¡qué!  a  ver  si  me  alcanza  la  maldición  de  esos  frailes!). 
Tres  segundos  después  yacía  en  el  suelo,  arrojado   por  su 


Misioneros  en  viaje  apostólico 


corcel  y  con  el  brazo  hecho  añicos.  En  Los  Bosques  (1916). 
entre  los  que  resistieron  a  la  gracia  hubo  uno  más  impío  y 
escarnecedor.  El  día  siguiente  a  la  clausura  de  la  misión 
volvía  de  San  Carlos,  arriando  un  pacífico  buey.  Al  llegar 
frente  a  la  casa  donde  se  había  predicado,  sin  causa  aparente 
se  enfureció  el  animal,  y  de  una  cornada  desentrañó  a  su 
conductor.  En  Tomé,  el  mismo  año,  otro  impenitente  amanece 
sin  vida,  en  su  lecho,  el  día  posterior  a  la  misión.  En  Santa 
Fe  (190ó).  dos  borrachos  de  profesión  se  mofan  de  las  ex- 
hortaciones de  los  Padres,  y  a  la  semana  perece  uno  bajo 
las  ruedas  de  una  locomotora,  y  hallan  al  otro  en  una  pra- 
dera, devorado  por  los  perros  como  Jesabel.  En  la  cordillera 
Velluda  (1906),  salió  del  sermón  un  campesino,  insultando  a 
los  dos  Redentoristas  y  blasfemando  de  la  Cruz  de  misión. 
Cabilgó  un  trecho.  De  improviso,  la  bestia  de  un  corcovo 


120 


LOS   REDENfORISTAS   EN  CHILE 


feroz  tiró  a  su  jinete  al  pie  de  aquella  misma  Cruz,  y  lo  dejó 
allí  moribundo.  En  San  Rosendo  (1906),  cierto  mozalbete  ha- 
bía azuzado  una  bellacada  de  muchachos  para  hacer  risa  de 
los  sermones  y  ceremonias,  y  poco  tiempo  más  tarde,  en 
medio  de  la  algazara  de  una  trilla,  moría  triturado  por  los 
trotones  de  la  era.  En  Cañicura  (1917),  un  energúmeno  in- 
tentó atropellar  a  caballazos  a  uno  de  los  Padres.  Frustrado 
■en  su  venganza,  se  encaminó  a  su  casa  vomitando  reniegos 
horribles;  de  repente  se  le  encabritó  la  montura,  y  fué  arro- 
jado el  infeliz  sobre  una  piedra  que  le  fracturó  el  cráneo.  En> 
Hualqui  (1906),  un  individuo  se  marchó  de  la  capilla  diciendo 
a  voces  que  no  estaba  para  oír  leseras;  y  a  poca  distancia, 
al  atravesar  la  vía  férrea  tropezó  en  los  rieles,  y  fué  aplas- 
tado por  el  expreso  que  en  ese  instante  pasó  vertiginosa- 
mente. 

Con  igual  rigor  descargó  el  Cielo  sus  rayos  sobre  los 
despreciadores  de  los  Sacramentos.  En  Cañicura  (1911),  un 
sujeto  iba  repitiendo,  durante  la  misión,  que  eso  de  peniten- 
cia y  absolución  eran  pamplinas  y  necedades,  y  que  tanto 
valía  confesarse  con  un  tronco.  Una  tarde,  paróse  a  mirar 
un  álamo  corpulento  que  dos  trabajadores  derribaban  cuando 
de  golpe  crujió  el  árbol,  y  vino  a  tierra  despachurrando  al 
impío  junto  con  su  perro  y  su  tordillo.  «¡Ahora  sí,  exclamó 
el  vecindario,  se  confesó  de  veras  con  un  tronco!»  En  Coicoma 
1913),  otro  individuo  del  mismo  jaez  rechiflaba  Sacramentos, 
sermones,  misioneros,  cristianos  fieles.  El  último  día  de  la 
misión,  pasó  cerca  de  un  árbol  que  un  rayo  había  encendido. 
En  esto,  se  desgajó  una  rama  gruesa  que  dió  sobre  el  sacri- 
lego burlón.  Aturdido  por  el  garrotazo,  aprisionado  entre  las 
varas,  no  acertó  a  defenderse  del  fuego  que  prendió  en  sus 
vestidos.  Sólo  ocho  horas  más  tarde  algún  transeúnte  le  des- 
cubrió enteramente  carbonizado. 

Estas  terribles  anécdotas,  entresacadas  de  otras  muchas, 
bastarán  para  evidenciar  con  qué  solicitud  sigue  Dios  las 
faenas  de  sus  apóstoles.  Tales  intervenciones  del  Omnipoten- 
te les  inspiran  a  ellos  esta  confianza  inquebrantable  que  los 
sostiene  en  las  dificultades,  en  la  persecución,  en  los  reveses 
de  su  ardua  vocación,. 

Misiones  en  Chiloé:  Los  hijos  de  San  Alfonso  abordaron 
allá  en  1905,  y  hasta  lo  presente  volvieron  cada  dos  o  tres 
años  a  las  veintiséis  islas  habitadas  del  archipiélago.  La 
época  más  propicia  es  el  invierno.  En  la  buena  estación,  la 
mayoría  de  los  hombres  están  dispersos  por  el  continente  en 
demanda  de  trabajo  y  dinero.  Llama  la  atención  el  crecido 
número  de  iglesias.  Cada  isla  tiene  una  o  varias;  la  de 
Lemny  posee  ocho  en  sus  diez  leguas  cuadradas.  Son  de  ma- 
dera, de  tres  naves,  con  doble  hilera  de  columnas  artísticas 
y  bóveda  de  armoniosos  arcos.  Esta  multiplicidad  de  santua- 
i  ios  tiene  por  objeto  facilitar  el  acceso  a  la  casa  de  Dios, 
acortando  las  distancias.  A  no  ser  así,  muchos  isleños  no 
irían   jamás  al  templo,  por  las  lluvias  torrenciales  qué  dos- 


MISIONES    EN    EL  SUR 


121 


cientos  días  del  año  azotan  la  región  y  vuelven  intransitables 
los  caminos.  Al  lado  de  cada  capilla  se  levanta  la  hospedería 
de  los  misioneros  y  se  agrupan  de  cuarenta  a  cien  casas,  con 
un  cementerio  cercano.  Uno  o  dos  fiscales  viven  fronterizos 
de  ella:  son  los  genuinos  reemplazantes  de  los  caciques,  y 
fueron  instituidos  por  los  Jesuítas  en  el  siglo  XVII.  Incum- 
bíales entonces  tañer  las  campanas  para  las  preces  domini- 
cales, cantar  el  rosario  y  demás  oraciones,  presidir  la  recita- 
ción del  catecismo  que  debían  saber  ellos  al  dedillo,  cris- 
tianar a  los  recién  nacidos,  asistir  a  los  moribundos,  amistar 
a  los  enemigos,  y  en  las  fiestas  de  mayor  repique  organizar 
las  procesiones.  Pues,  idénticas  son  las  atribuciones  de  los 
fiscales  modernos  que  son  como  vice-párrocos  laicos  de  sus 
respectivas  islas.  Al  fiscal  mayor  le  toca  designar  las  fami- 
lias que.  por  turno,  han  de  preparar  la  comida  de  los  misio- 
neros. A  las  9  1/2  de  la  mañana,  llegan  a  la  hospedería  las 
familias  que  encabezan  la  lista,  trayendo  leña,  asador,  cu- 
biertos, provisiones;  aderezan  el  almuerzo,  sirven  a  los  Pa- 
dres, y  regresan  a  su  hogar.  A  las  cinco  de  la  tarde  les  su- 
cede otro  grupo,  y  así  se  reemplazan  continuamente  los  gui- 
sanderos hasta  el  fin  de  la  misión. 

Concurren  a  ella  todos  los  habitantes.  Por  las  distan- 
cias, el  mal  tiempo  y  los  peores  caminos,  se  hace  la  primera 
reunión  de  las  10  a  las  11  1/2;  y  la  segunda  de  las  5  a  las 
7.  No  trepida  esta  generosa  gente  en  recorrer  cuatro  leguas, 
descalza,  bajo  torrentes  de  lluvia,  por  vericuetos  barrancosos. 
A  chicos  y  grandes  se  les  da  abundante  explicación  doctri- 
nal. Su  fe  está  aún  intacta,  de  suerte  que  a  penas  uno  que 
otro  no  aprovechan  los  Sacramentos.  Pero  es  de  notar  que 
sólo  se  confiesan  en  las  misiones,  y  aunque  se  intercalen  va- 
rios años  entre  una  y  otra,  no  por  esto  se  valen  del  ministe- 
rio del  párroco.  Este  es  ya  un  hábito  secular  e  inveterado. 
La  pureza  de  sus  costumbres  es  igual  a  la  de  su  fe,  y  si  hay 
entre  ellos  algún  concubinario,  es  malmirado  de  todos.  Débese 
esta  conservación  moral  en  gran  parte  a  las  escuelas  cuyos 
maestros  son  profundamente  religiosos.  Las  frecuentan  con 
asiduidad  los  niños  de  ambos  sexos,  por  lo  cual  casi  no  se 
descubre  analfabetos  en  las  islas.  Son  todos  muy  amantes 
de  ceremonias,  y  la  misión  los  colma  de  gozo.  La  primera 
comunión  reviste  siempre  mucha  solemnidad,  y  a  los  chicos 
se  les  da  un  banquete  en  la  ermita  del  lugar.  Además  de  la 
procesión  de  penitencia,  se  hace  una  inevitable  romería  al 
i  etnenterio  con  sermón  sobre  la  muerte.  En  toda  campaña 
apostólica,  plántanse  nuevas  cruces  conmemorativas.  Pero  cul- 
mina el  alborozo  en  la  procesión  central  de  los  santos.  Cite- 
mos, a  manera  de  tipo,  la  del  año  1905  en  la  isla  de  Cal- 
Inu  o.  El  día  fijado,  la  iglesia  parroquial  se  hermosea  con 
guirnaldas  de  boj,  ramos  de  olivos  y  centenares  de  luces;  el 
altar  mayor  parece  un  foco  brillante  en  un  cerro  de  flores; 
se  ha<  c  cada  vez  más  vibrante  el  repique  de  todas  las  cam- 
panas. De  pronto,  de  todos  los  puntos  del  mar  surgen  botes 


1  22 


LOS  REDENTORISTAS   EN  CHILÉ 


floridos,  con  flámulas  y  banderas,  envueltos  en  una  humare- 
da de  cohetes.  Desde  el  puerto  los  saludan  los  clarines  y 
tambores  de  los  bomberos,  los  pífanos,  violines  y  gaitas  de 
la  estudiantina.  Al  poco  tiempo,  atracan  veinte  lanchas,  tra- 
yendo cada  cual  el  santo  propio  de  cada  isla,  aderezado  en 
riquísima  anda.  En  este  momento,  sale  de  la  parroquia  la 
de  la  Virgen,  llevada  al  encuentro  de  los  santos  que  acaban 
de  aportar.  Al  llegar  a  cierto  trecho  del  primero,  el  fiscal  da 
una  señal,  y  acto  continuo  los  portadores  de  ambas  angarillas 
doblan  una  rodilla  de  suerte  que  las  dos  estatuas  se  hacen 
una  venia  reverente.  Tres  veces  se  acorta  la  distancia,  y 
otras  tantas  se  renueva'  el  mutuo  saludo  hasta  que  se  juntan 
uno  y  otro  santo,  y  se  dan  un  beso  de  devotísima  bienvenida. 
Para  cada  cual  de  las  estatuas  se  repite  la  misma  recepción 
ritual.  Cuando  el  último  ha  desembarcado,  resuenan  los  or- 
feones, revientan  los  voladores,  y  la  muchedumbre  en  dos 
filas  se  dirige  a  la  iglesia.  Allí,  colócanse  las  andas  sobre 
veinte  mesas  dispuestas  en  la  nave  principal,  y  se  celebra  la 
misa  solemne.  En  la  tarde,  sube  la  fiesta  a  su  apogeo.  Los 
17  fiscales,  luciendo  su  esclavina  dorada,  se  alinean  en  (-1 
presbiterio.  Con  un  cirio  grueso  en  la  mano  izquierda  y  e! 
vetusto  rosario  en  "la  derecha,  entonan  el  canto  de  los  miste- 
rios, y  modulan  la  primera  parte  de  los  Padrenuestros  y 
Avemarias.  La  multitud  les  contesta,  usando  las  tradicionales 
melodías.  Después  de  este  rezo  armónico  que  dura  tres  cuar- 
tos de  hora,  se  ordena  la  pomposa  procesión.  Todas  las  don- 
cellas ciñen  una  corona  de  flores,  los  llevadores  de  andas  se 
visten  del  traje  nuevo  que  con  esta  ocasión  estrenan,  bis 
bomberos  ostentan  sus  repulidos  cascos,  los  músicos  afinan 
sus  instrumentos,  los  coheteros  aprontan  sus  petardos.  En 
seguida,  los  17  Patronos  del  archipiélago  desfilan  bajo  veinte 
arcos  de  triunfo,  entre  hileras  de  gallardetes  y  banderas,  en 
medio  de  un  estruendo  de  repiques,  cánticos,  vítores,  explo- 
siones de  todo  calibre.  Es  la  población  insular  entera  la  que 
festeja  así  su  renuevo  espiritual,  germinado  en  las  siete  mil 
absoluciones  que  los  misioneros  han  repartido  en  los  cuatro 
meses  de  su  campaña  apostólica.  Estos  barqueros  y  pescado- 
res tienen  realmente  la  misma  sencillez,  buena  voluntad  y 
entusiasmo  que  los  de  Generaset,  y  reciben  la  visita  miseri- 
cordiosa del  Salvador  con  igual  cariño  espontáneo  y  profundo. 
Estas  expediciones  australes  son  penosas,  sin  duda  alguna, 
por  las  privaciones  materiales  más  grandes,  las  lluvias  con- 
tinuas, el  abrumador  trabajo  de  predicación  y  enseñanza; 
pero,  el  fruto  espiritual  compensa  de  sobra  todas  estas  pe- 
nalidades. 

Aportaron  también  los  Redentoristas  en  la  isla  -<\Iocha». 
Desde  1911  dan  la  misión,  casi  anualmente,  a  los  doscientos 
insulares  que  la  habitan,  privados  de  todo  auxilio  religioso 
en  lo  restante  del  tiempo.  Menos  aventajados  que  los  chilo- 
tes,  no  tienen  escuela  ni  ven  jamás  al  párroco,  y  la  impiedad 
de  los  anteriores  concesionarios  ha  desteñido  el  alma  de  va- 


Misiones  en  el  súi* 


rios  de  estos  infelices.  Es,  por  lo  tanto,  muy  grande  el  bien 
espiritual  que  se  les  hace  a  esas  pobres  almas. 

Misiones  entre  araucanos. — Según  un  estadístico,  sobre- 
viven aún  00,000  indios  en  la  parte  meridional  del  país,  cuya 
mitad  persevera  en  su  primitivo  paganismo.  Se  han  agrupado 
en  reducciones  los  menos  rebeldes  a  la  civilización,  pero  los 
más  ocultan  sus  rucas  aisladamente  en  las  quebradas  y  bos- 
quecillos,  para  que  no  los  descubra  el  maligno  espíritu  de  los 
vecinos.  Redúcese  su  religión  a  la  creencia  en  un  Ser  invisi- 
ble y  ubicuo,  que  prepara  recompensas  y  castigos.  Sus  prác- 
ticas supersticiosas  se  refieren  todas  al  pillán,  o  demonio. 
Con  el  fin  de  espantarlo  y  amoverlo  clavan,  en  las  llanuras, 
calaveras  de  caballos;  cuando  pretenden  desenojarle,  ofrécenle 
sacrificios   de   animales,  y  hacen   la   gran   procesión  llamada 


Comunidad  de  Los  Angeles  en  1924 


«pillatún»,  con  solemne  aparato  musical  compuesto  de  cuer- 
nos, pífanos  de  madera,  trutrucas  o  flautas  de  dos  metros 
de  largo.  Su  sacerdote  es  el  machi,  curandero,  adivino  y 
brujo.  Por  medio  de  bebidas,  hechas  con  hierbas  misteriosas, 
entra  éste  en  un  sopor  lívido,  y  luego  en  un  delirio  infernal 
y  contorsiones  espantosas,  efectos,  según  ellos,  de  la  presen- 
cia de  los  espíritus.  Tales  demonomanías  le  dan  al  machi  un 
considerable  influjo  sobre  las  tribus  de  sus  congéneres  y 
contribuyen  a  mantenerlos  en  su  paganismo.  Desde  1840,  los 
Padres  Capuchinos  trabajan  en  la  evangelización  de  aquellos 
infelices,  pero  su  cosecha  de  almas  no  corresponde  a  su 
abnegación,  aunque  sus  escuelas  y  sus  talleres  esperan  re- 
generar las  nuevas  generaciones.  Son  muy  pocos  los  mapu- 
ches que  abrazan  el  catolicismo  de  veras,  repudiando  sus  vi- 
cios de  raza.  La  poligamia  que  los  amarra  en  sus  lazos;  la 


LOS  REDENTORISTAS   EN  CHILE 


trata  de  sus  hijas  que  venden  al  mejor  postor;  el  robo  y  la 
ratería  que  juzgan  compensación  legítima  por  las  tierras  que 
los  blancos  les  arrebataron;  el  amor  invencible  a  la  vida  li- 
bre, nómada  y  perezosa;  ninguna  convicción  respecto  a  la  fe 
cristiana;  y  más  que  todo  la  borrachera,  vicio  nativo  y  en- 
démico, que  practican  ya  en  el  secreto  de  sus  rucas,  ya  en 
común  cuando  se  reúnen  por  miles  para  celebrar  sus  juegos 
olímpicos  de  chueca,  o  sus  parlamentos  solemnes,  o  sus  ma- 
lones y  conjuros.,  embriaguez  que  se  prolonga  entonces  du- 
rante doce  días  consecutivos:  tales  son  los  obstáculos  que  se 
oponen  a  su  definitiva  conversión.  A  los  doce  años,  inauguran 
mi  vida  de  crápula,  y  sube  a  tal  grado  su  pasión  que,  por 
unas  botellas  de  aguardiente,  truecan  un  caballo  o  una  yunta 
de  bueyes.  Su  beodez  es  a  menudo  feroz,  y  el  campo  de 
fiestas  se  vuelve  con  frecuencia  campo  de  batalla.  Pues,  en 
los  años  1918-16,  los  Redentoristas  fueron,  por  excepción,  a 
evangelizar  en  terreno  araucano,  pero  con  éxito  minúsculo. 
En  la  reducción  de  Pilguén,  ningún  indio  se  movió  para  asis- 
tir a  la  misión  que  se  daba  en  el  pueblo  inmediato.  En  Los 
Notros,  fueron  a  oír  las  predicaciones,  aguijoneados  por  la 
curiosidad;  pero,  cuatro  no  más  consintieron  en  cristianizar 
su  matrimonio.  En  Quidico,  aglomeración  de  1,500  almas, 
aunque  la  mitad  de  los  mapuches  eran  bautizados,  llevaban 
vida  enteramente  pagana,  y  los  Padres  no  hicieron  entre  ellos 
ningún  fruto.  En  los  alrededores  de  Bajo  Imperial,  ni  siquiera 
los  niños  hicieron  caso  de  los  misioneros:  seis  chicos  y  veinte 
indiecitas  siguieron  el  curso  de  doctrina,  y  sin  el  menor  re- 
sultado práctico.  La  razón  de  esta  indiferencia  y  de  esta  vuel- 
ta a  la  gentilidad,  parece  ser  doble:  la  primera  es  la  faci- 
lidad con  que,  a  veces,  se  confirió  el  bautismo  a  los  arauca- 
nos, sin  someterlos  primero  a  una  prueba  seria  de  catecúme- 
nos; y  es  la  segunda  la  facilidad  con  que  admiten  y  aun 
buscan  dicho  sacramento,  no  por  convicción,  sino  por  interés. 
Miran  en  él  la  superioridad  moral  y  supersticiosa  que  ad- 
quieren sobre  sus  compañeros  paganos,  y  sobre  todo  hallan 
en  él  la  oportunidad  de  lograr  una  ganga  material,  ya  sea 
la  protección  de  sus  padrinos  contra  los  vejámenes  de  los 
demás  blancos,  ya  sea  los  regalos  en  ropa  y  licor  que  suelen 
hacer  éstos  a  sus  ahijados.  Por  igual  motivo,  traen  con  en- 
tusiasmo a  sus  párvulos  que  hacen  rebautizar  cuantas  veces 
pueden.  En  Donguil,  presentaron  de  golpe  a  180  infantes  para 
el  agua  y  la  confirmación;  como  era  del  todo  imposible  ave- 
riguar si  habían  sido  ya  cristianados,  exigieron  los  misione- 
ros, al  menos  para  la  paz  de  su  conciencia,  que  los  mejores 
católicos  de  la  comarca  llevasen  al  baptisterio  esta  multitud 
de  criaturas,  hecha  por  aquéllos  la  solemne  promesa  de  vigilar 
después  a  sus  ahijados  y  de  establecer  para  ellos  varias  es- 
cuelas. En  Nolguehue,  se  ofreció  el  mismo  fiscal  a  hacer  en 
seguida  los  cursos  de  enseñanza  catequística.  Así  y  todo,  se 
comprende  que  no  arraigue  la  fe  en  almas  tan  primitivas  y 
viciosas.  Los  mismos  indios  católicos  ignoran  los  misterios  y 


MISIONES    EN'    EL  SUR 


1  25 


rezos  de  nuestra  religión;  si  mandan  sus  hijas  a  los  pen- 
sionados que  para  ellas  dirigen  algunas  religiosas,  es  única- 
mente para  que  la  educación  recibida  les  permita  venderlas 
más  caro  a  algún  marido.  De  los  treinta  mil  paganos  que 
sobreviven,  los  más  de  los  adultos  se  resisten  a  convertirse 
por  su  odio  a  los  blancos,  en  quienes  ven,  y  por  desgracia 
con  razón,  a  los  exterminadores  de  su  raza  y  a  los  depreda- 
dores de  sus  tierras.  En  una  reducción,  preguntaron  ante  todo 
a  los  misioneros  si  acaso  había  españoles  en  el  cielo;  y  a  la 
respuesta  afirmativa  replicaron:  «Siendo  así,  preferimos  ir  con 
nuestros  abuelos  antes  que  es.ar  con  esos  aborrecidos  blan- 
cos». En  otro  pueblo,  un  gran  número  de  caballeros  y  señoras 
se  habían  brindado  a  apadrinar  una  veintena  de  indios.  In- 
vitado un  cacique  a  elegir  al  que  le  gustaba  más  para  asis- 
tirle en  la  pila,  respondió  al  Padre  con  franca  fiereza:  «¡A 
ninguno!  Porque  después  vendría  como  tal  a  mi  ruca,  primero 
cariñosamente,  en  seguida  para  hurtarme  mis  ovejas  ;  más  tarde 
se  apoderaría  de  mis  tierras,  y  por  fin  se  robaría  mi  misma 
ruca».  Explica  este  episodio  la  aversión  araucana  al  cristia- 
nismo; las  injusticias  de  los  colonos  son  una  de  las  causas 
principales  que  remachan  a  aquellos  desgraciados  en  el  gen- 
tilismo. Donde  se  convierten  a  la  fe  con  mayor  facilidad  es 
en  las  cárceles,  en  donde  el  alejamiento  de  sus  selvas  los 
hace  más  dóciles.  En  Nueva  Imperial,  los  Padres  bautizaron 
a  cuarenta,  bastante  bien  instruidos.  En  Temuco.  por  medio 
de  un  intérprete,  les  fué  posible  doctrinar  a  treinta  y  regene- 
rar a  veintisiete;  como  bigamos,  los  tres  restantes  debían  arre- 
glar previamente  con  su  cacique  el  repudio  de  una  de  sus 
mujeres. 

Como  se  ve.  es  trabajo  muy  ingrato  evangelizar  a  los 
hijos  de  la  indomable  Araucanía;  y  por  lo  dicho  resalta  cuán 
meritoria  es  la  tarea  que  absorbe  allá  el  abnegado  celo  de 
los  Padres  Capuchinos  y  Franciscanos. 

Misiones  en  Magallanes:  Estaba  dicho  que  a  ningiina 
porción  del  país  negarían  los  Redentoristas  su  celo.  En  Marzo 
de  1904,  fueron  dos  de  ellos  a  dar  dos  misiones  en  Punta 
Arenas.  Ciudad  del  materialismo  y  cosmopolita,  más  fría  aún 
en  el  alma  que  en  el  clima,  a  penas  fué  a  escuchar  la  pa- 
labra de  los  apóstoles.  De  diez  mil  habitantes,  sólo  cuatro- 
cientos se  acercaron  a  los  Sacramentos,  a  pesar  de  haberse 
repartido  1,500  esquelas  de  invitación.  En  la  vice-parroquia 
Las  Tres  Puentes,  la  indiferencia  fué  mayor  todavía,  y  no 
hubo  más  que  18  comuniones.  De  ahí  pasaron  a  la  aldea 
El  Porvenir,  única  población  de  la  Tierra  del  Fuego.  En  el 
sur  de  aquella  comarca,  vegetaban  aún  quinientos  salvajes 
Onas;  los  demás  habían  caído  bajo  las  balas  criminales  de 
los  colonos,  o  bajo  los  asaltos  de  la  implacable  tuberculosis. 
Recogidos  algunos  por  los  hijos  de  Don  Bosco  en  la  isla 
Dawson,  escaparon,  al  amparo  de  la  Cruz,  a  la  tiranía  de 
los  blancos.  Estos,  ingleses  y  norteamericanos  en  su  mayoría, 
cpie  recibían  una  libra  esterlina  por  cada  homicidio  de  Onas, 


L2é 


LOS   RÉDENT  ORISTAS  ¿HILÉ 


desmontaron  la  parte  septentrional  de  la  región  fueguina,  y 
poseen  en  la  actualidad  dos  millones  de  hectáreas  en  dehesas. 
Naturalmente,  más  atentos  a  sus  ganados  y  a  sus  minas 
que  a  los  intereses  de  su  alma,  protestantes  los  más,  aco- 
gieron a  los  dos  operarios  evangélicos  con  la  más  desconso- 
ladora frialdad.  Trece  personas  aprovecharon  la  presencia  de 
éstos  para  arreglar  los  asuntos  de  su  conciencia;  los  demás 
estaban  demasiado  afanados  en  derretir  la  grasa  de  sus  ca 
ballos  y  ovejas  para  pensar  en  Dios  y  en  la  eternidad. 


CONCLUSIÓN 


127 


CONCLUSION 

Hé  ahí  La  relación  sucinta  del  establecimiento,  desarrollo, 
actividad  de  los  Redentoristas  en  Chile .  Este  medio  siglo 
corrió,  para  ellos,  bajo  el  acertado  gobierno  de  doce  vice-* 
Provinciales,   cuyos   nombres   y  apellidos   quiere   la  gratitud 


mcmop    esro    .  •,: 

Q  VAM  H- 


Redentoristas  canonizados  o  en  vía  de  serlo 

de  los  subditos  estampar  en  este  librito;  son  los  Muy  Re- 
verendos Padres  Pedro  Didier,  Alfonso  Aufdereggen,  Jerónimo 
Scbittly,  Agustín  Desnoulet,  Antonio  Yenger,  Alfonso  París. 
Augusto  Rover,  José  Kern,  Eduardo  Pernet,  Marcelo  (irand- 
messe,  Arístides  Lamard,  Carlos  Donoso. 

Se  han  sucedido  en  los  conventos  144  sacerdotes  y  38 
Hermanos  legos;  y  quedan  en  la  actualidad  41   sacerdotes  y 


128 


t-OS   REDENTORISTAS    EN  CHILE 


18  coadjutores.  Los  demás  se  han  dispersado,  o  llevados  en 
alas  de  la  obediencia  al  Perú,  Colombia,  Ecuador,  Francia. 
Bélgica,  Suiza,  n  arrebatados  por  la  ósea  e  irresistible  mano 
de  la  Muerte.  Cincuenta  y  cinco  de  los  coristas  yacen  ya  en 
el  sepulcro,  de  los  cuales  veintitrés  duermen  su  último  sueño 
.en  esta  tierra  eme  han  evangelizado,  al  lado  de  ocho  her- 
manos legos,  sus  émulos  en  la  santificación  y  generosidad; 
quedan,  pues,  muy  reducidos.  ¡  Ojalá  vengan  otros  para  reem- 
plazar a  los  que  desaparecieron,  dejando  vacía  su  celda  y 
más  destituido  de  operarios  el  vastísimo  campo  de  las  almas! 
¡  Ojalá  sea  permitido  a  los  Redentoristas  proseguir,  durante 
años  sin  fin,  su  obra  de  celo  y  conversiones  en  este  querido 
país  de  Chile!  En  retorno  de  la  hospitalidad  material  que  él 
continúe  brindándoles,  aquella  Orden  le  dará  el  cariño,  ora- 
ciones, trabajos,  y  la  existencia  de  sus  hijos,  y  sólo  pedirá 
para  ellos,  como  regalo  supremo,  una  tumba  en  donde  aguardar 
la  resurrección  general,  y  la  entrada  triunfal  en  el  Cielo  a 
la  cabeza  de  todos  los  chilenos  que,  a  costa  de  su  vida  apos- 
tólica, hayan  ellos  arrebatado  a  Luzbel! 


INDICE 

Páginas 

Capítulo         í.    Breve   reseña   ele  la  Congregación.    .    .  ¡) 

Capítulo       II.    Llegada  ele  los  Redentoristas  a  América 

y  Chile  1!) 

Capítulo      III.    Toma  de  posesión  y  establecimiento.  17 

Capítulo      IV.    Obras  apostólicas   en   la   iglesia   San  Al- 
fonso 2'd 

Capítulo       V.  Fundación  en  Cauqueries  del  Maule.    .    .  '■]') 

Capítulo     VI.  San    Bernardo.      .      .   54 

Capítulo    VII.  Valparaíso   (>(> 

Capítulo  VIII.  Los  Angeles  ■    .      .  7(5 

SEGUNDA  PARTE 

Obra  apostólica  de  los  Redentoristas  en  Chile 

Misiones  en  general  '.'"i 

Misiones  en  el  norte  104 

Misiones  en  el  sur  ;  111 

Conclusión.     .     .     .     ."  L27 


Princeton  Theological  Semínary  Librarles 


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